Wí ■M&& tr-^j Ms$r-¿ ¿¿i£^' ■'&&&&* HISTORIA física y política DE CHILE. HISTORIA TOMO OCTAVO. PARÍS.— IMPRENTA DE ROUGE Y COMP. Rué du Pour Saint-Germain, 43. DE CHILE SEGÚN DOCUMENTOS ADQUIRIDOS EN ESTA REPÚBLICA DORANTE DOCE ANOS DE RESIDENCIA EN ELLA Y PUBLICADA BAJO LOS AUSPICIOS DEL SUPREMO GOBIERNO POR CLAUDIO GAY CIUDADANO CHILENO, INDIVIDUO DEL INSTITUTO NACIONAL DE FRANCIA (ACADEMIA DE CIENCIAS) DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE Y DE VARIAS SOCIEDADES CIENTÍFICAS NACIONALES Y EXTRANJERA^, CABALLERO DE LA LEGIÓN DE HONOR HISTORIA. TOMO OCTAVO. PARÍS EN CASA DEL AUTOR. CHILE. EN EL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE SANTIAGO. MÜCCCLXXI. « HISTORIA DE CAPITULO LXXX. El Almirante Blanco, Presidente de la República. — Envia un ministro plenipotenciario al Perú, á causa de la parte que el Gobierno tomaba en favor de O'Higgins.— Inspirándose en el ejemplo de los Norte-Ame- ricanos, el Congreso adopta el sistema federal. — Diferencia de las costumbres en ambos países. — Reformas en el ejército y en el modo de recortarle. — Antagonismo entre el Presidente y el Congreso. — Desanimado en sus bellas intenciones, el Almirante Blanco renuncia á la Presidencia. — Descontento producido en el público por tan violenta resolución. Con la renuncia del general Freiré, el Congreso nom- bró al almirante Blanco Presidente de la República y de Vice-Presidente a D. Agustín Eizaguirre. Estos dos nombramientos eran sólo provisionales y debían cesar tan luego como se instalara el nuevo Congreso, al cual in- cumbía el acto de legalizar los nombramientos definitivos. D. Manuel Blanco no era Chileno, pero su nombra- miento se hallaba conforme con el espíritu de la Consti- tución, fundada entonces sobre bases mas liberales res- pecto á los estranjeros, ó á lo menos de los hijos de Chilenos nacidos fuera de su país de padres que no egercian ninguna misión ó cargo público. Nació D. Manuel Blanco en Buenos-Aires, el año 1790; 2 HISTORIA DE CHILE. era hijo de un antiguo oidor de la corte de Charcas, ysu madre pertenecía á la familia de los Marqueses de Bella Palma. Desde muy joven fué enviado por sus padres ai Real Seminario de Nobles de Madrid, y así que hubo terminado allí sus estudios, pasó como guardia-marina á la Academia de la isla de León. La guerra que la España sostenía entonces contra un indigno usurpador íe obligó pronto á embarcarse en uno de los buques de la escuadra de Cádiz ; y con tanto arrojo se portó en el servicio de las lanchas cañoneras, que á la edad de i 7 años era ya alférez de fragata. En la Flora, que en 1808 se dio á vela para el Callao, se embarcó con el título de ayudante del comandante del apostadero de dicho puerto. Era precisamente la época en que principiaba á fermentar el germen revo- lucionario, y su calidad de americano, unida á sus ten- dencias revolucionarias, vinieron pronto á señalarle como un oficial peligroso para la causa real. Hiriéronle re- gresar á la metrópoli, pero no tardó mucho en tomar de nuevo la vuelta en la Paloma, corbeta de la escuadra mandada contra Buenos-Aires, ciudad que acababa de alzar el grito de independencia. A su llegada á Montevideo, el joven Blanco, que no había olvidado su origen americano, juzgó como un sagrado deber el de brindar su espada en favor de sus compatriotas, y así lo verificó. Tan luego como pudo abandonar su puesto se trasladó á Buenos-Aires, y desde allí se dirigió á Chile» Su llegada á este punto tuvo lugar en 1813, época en que el país empeñaba sus pri- meras luchas para la conquista de su nacionalidad. En el curso de esta historia hemos dado á conocer la parte activa que él tomo en la guerra ; y, entre sus servicios CAPITULO LXXX. 3 como marino, la captara de la Maña Isabel y* de los otros buques que formaban parle del convoy, fué una acción de inmensa importancia. Por ella alcanzó Chile el imperio de los mares y arruinó por completo una espe- dicion que indudablemente habría logrado oponer graves obstáculos á los impacientes proyectos de los patriotas, Sus demás servicios fueron también muy importantes ; y¿ aunque menos extensos que los de Freiré, no por eso de- jaron de ser superiores por su influjo y sus consecuencias. La vida enteramente militar del almirante Blanco, en estos momentos en que todos los ánimos se hallaban fijos en la resistencia armada, le proporcionó una re- putación bien merecida, y por lo tanto, un prestigio realzado aun por el buen tono que le caracterizaba. Nadie mejor que él brillaba en la sociedad por la urbani- dad y la gracia; y lo que era mas de admirarenél es que en sus modales nada habia de forzado, todo era na- tural, lenguage, ademanes, afabilidad, circunstancias que prestaban á todos sus movimientos la distinción y finura que resultan de una educación esmerada, Go- zaba también déla estimación general, lo cual debia á su estrema benevolencia, y á ese elevado sentimien- to de delicadeza, siempre inclinado á desdeñar la crí- tica baladí, trivial y envidiosa con que á veces la so- ciedad se aja, se deslustra. En tiempos de paz, y bajo un gobierno bien cimentado, D. Manuel Blanco habría sido, sin duda alguna, un Presidente el mas á propósito para conciliar los ánimos y para ilustrar al país, comu- nicándole las verdaderas nociones de lo bello y de lo justo. Pero, desgraciadamente, en el estado anárquico en que aquel se encontraba, tan esceíentes cualidades eran de muy escaso interés. 4 HISTORIA DE CHILE. Las guerras de la independencia y las pretensiones, generalmente .«justificables, de los hombres ambiciosos hab.an despertado pasiones que, por la misma razón de ser completamente estraños al carácter nacional, le pres- taban una mezcla de ideas buenas y malas, que venían á manifestarse a veces en actos de agitación y de impa- ciencia. Para combatir y dominar la situación creada así por falsos principios, se necesitaba un jefe que, auna gran fuerza de voluntad, reuniera el valor de ponerla á prueba, tratando de abogar todo espíritu de rebelión todo partido faccioso, hasta someterle con la severidad de sus actos á leyes justas y enérgicamente sostenidas. Y no era tal el temperamento de un hombre recto, dema- siado benigno y, por lo tanto, opuesto á practicar ni a comprender siquiera la necesidad de semejantes vio- lencias, reclamadas sin embargo por las circunstan- cías. Inmediatamente después de la investidura que con la banda tricolor dio Freiré, por su propia mano, al nuevo i residente, en la sesión del 9 de Julio, e! Congreso pro- cedió a ocuparse de sus trabajos. A fin de evitar el enfa- coso antagonismo que anteriormente había tenido lugar entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, la comi- lón de Constitución, por medio de Infante, que formaba parte de ella, propuso un proyecto de ley por el cual, en el caso de disolución de la Cámara, el Presidente y el ice-presidente deberían seguir la misma suerte, y tres diputados, uno por cada provincia, nombrados por estas, se reunirían en la pequeña población de Melipilla para nombrar un Presidente interino. En los debates suscitados por esta moción, hubo un miembro del Con- deso que propuso fuese declarado fuera de la ley todo CAPÍTULO LXXX. 5 Presidente que se hiciera reo de un atentado semejante; mas esta proposición no fué adoptada ; y la Cámara, fatigada por los debates y conmovida por los sucesos acaecidos, se apresuró á votar la ley propuesta por la comisión. Mas adelante, y con el objeto de retirar á los pueblos el poder que tenían de destituir á sus respectivos dipu- tados, derecho que daba lugar á abusos peligrosos, sien- do una arma poderosa para atacar al Congreso, se decidió que semejante revocación no podría efectuarse mientras no estuviera apoyada por un motivo muy grave, y que, en este caso, tales diputados no tendrían acción á retirarse de la Cámara sino después de la llegada y toma de posesión de sus sucesores. Después de estos dos votos, de los cuales el primero era ya un dardo dirigido á la Presidencia, se pasó á tra- tar del envío de un ministro plenipotenciario al Perú, donde se manifestaba una marcada animosidad contra Chile, ó por lo menos, contra el Gobierno de Freiré. La agitación era ya tan grande, que se llegó á temer alcan- zase, por fin, la gravedad de un peligro contra la unión de entrambas Repúblicas. En efecto, la desgracia de O'Higgins, uno de los mas grandes promovedores y fundadores de la independencia peruana, impresionó vivamente á las autoridades de este país. Al recordar sus importantes servicios, el pueblo se hacia partícipe y solidario de aquel descontento ; y hasta el mismo Bolívar, tan poderoso entonces por su protec- torado y acaso cómplice con O'Higgins de la virulencia del periodismo contra la administración de Freiré, no podía menos de sentirse movido por el común senti- miento. HISTORIA DE CHILE. Para impedir consecuencias desagradables, este popu- ar director juzgó oportuno el envió de un ministro, con la esperanza de atraer á los Peruanos al camino de la buena amistad, despertándose en su ánimo el deseo de una sana inteligencia, tan conforme, tan necesaria á los comunes intereses de la gran familia sudamericana. El canónigo doctoral Elizondo, persona muy sensata, de carácter apacible y dotada de un gran talento concilia- dor, fue la elegida para tan delicada misión; pero ha- biéndose negado á aceptar el encargo, entró á desempe- ñarle en su lugar D. Pedro Trujiílo. Al propio tiempo debía ocuparse én liquidar y recobrar el millón y medio de pesos prestados por Chile con tanta generosidad, re- clamando ademas la suma gastada por la expedición ibertadora, satisfacción de los sueldos devengados por las tropas chilenas, una esplicacion de parte del Gobierno sobre los acontecimientos de Ghiloe, y el esclarecimiento de sus designios é intenciones al favorecer las miras de los hombres que procuraban introducir la guerra civil en un Estado amigo. También debía proponer la apertura de negociaciones para la estipulación de un tratado de amistad y comercio. Pero lo que principalmente preocupaba á la Cámara, lo mismo que á las personas honradas y juiciosas, era la consolidación de un Gobierno regular y estable. Como aquellos nobles y eminentes patriotas habían llevado y continuaban llevando el entusiasmo de su mas viva soli- citud á todas las instituciones, tanto políticas como so- ciales, en el colmo de su buena fé creíanse ellos dotados del genio suficiente para restaurar y reorganizar el Esta- do; y en la incoherencia de sus ideas y de sus actos, concluían por dividirse en partidos, sin poder, no sola- — KM,» CAPITULO LXXX. / mente entenderse, sino, lo que aun es mas grave, sin saber á veces lo que querían. La aceptación de un códi- go constitucional capaz de satisfacer ó, por lo menos, contentar á la mayuría de los pueblos, era la obra que mayores dificultades presentaba, porque se quería estu- viese basada sobre la libertad, la igualdad y los dere- chos populares, palabras de que todo el mundo se servia y cuya verdadera significación no era conocida por na- die. De aquí nacían todos aquellos partidos, sin contar con los que no reconocían otro móvil que el interés per- sonal, dispuestos siempre á combatir á cuantos llegaban al poder, y atacando al mismo tiempo á la ley funda- mental, cosa que no sólo les impedia desarrollarse, sino que también les hacia morir en su cuna . De aquí igual- mente surgían los gobiernos provisionales, elementos de duda y de fluctuación, propios no mas que para lanzar al pueblo en el camino del desorden y de la anarquía, triste é inevitable situación de un país que súbitamente logra salir de la servidumbre en que se hallaba. Entre tantos partidos y tan alucinados todos ellos, ha- bía dos que dominaban á los demás, pero con ideas dia- metralmente opuestas. La democracia mas pura y mas avanzada era la divisa de uno de ellos, y se hallaba per- sonificada en J. M. Infante. El otro, mucho mas mode- rado y ante todo conservador, tenia por jefe á D. Juan Egaña, el autor de la Constitución tan metafísica de 1823 y gran defensor del sistema unitario. Era Infante un republicano fogoso, pero de muy buena fé. Para él la libertad no era sólo una teoría aprobada por su razón, sino también un instinto de su noble naturaleza, enemiga de toda opresión, incompati- ble con toda especie de servidumbre. Quería que nada ■íli 8 HISTORIA DE CHILE. se hiciese mas que á nombre del pueblo y por el pueblo, considerando la centralización como un escollo para el bien de la nación, y pedia desde tiempos atrás un nuevo sistema de organización que pudiera sustituir al Gobierno oligárgico (forma sencilla, según decia, del Gobierno monárquico), el sistema federal, considerado por él como el verdadero talismán de la felicidad de los pueblos. A su modo de ver no había otra condición mejor, mas eficaz y suprema de la estabilidad política, con tanto afán y por tanto tiempo buscada, sin que jamás hubiera sido po- sible descubrirla. ^ Ya en la época en que él ocupó la presidencia directo- rial, auxiliado por Campino, había procurado introducir este sistema, á favor de ciertas medidas que, según él suponia, hubieran ayudado al pueblo á salir de la subor- dinación pasiva que le mantenía aun bajo la tutela de las autoridades superiores. Deseaba que, por medio del vo- to individual, entrara á participar, no solo en la elección del Presidente de la República, sino también en el nom- bramiento de todos los funcionarios y empleados públi- cos, y hasta en el de los obispos y demás miembros. Campino redactó un proyecto de reglamento provisional para esta clase de administración en lo concerniente á las provincias, reglamento que fué adoptado en 1823 por el Congreso de plenipotenciarios. Todos estos infructíferos ensayos no hicieron otra cosa que derramar la inquietud y la duda en el corazón de la sociedad, poco ilustrada aun para poder apreciar la cau- sa de sus malos resultados. Aprovechándose de tan favo- rables circunstancias, provocadas por la general ansie- dad y sobreescitacion de ánimo, no fué muy difícil á cierto partido el hacer que las esperanzas se fijasen en Infante; CAPITULO LXXX. 9 y corno por encanto, una gran parte de la población invocó su política y pidió ardorosamente que se pusiera á prueba. Sostenido este pensamiento en la Cámara por Campino, Fernandez, etc., encontró un eco estraordi- nario ; de modo que, cuando se suscitó la cuestión de organizar el país según el sistema federal, de treinta y seis miembros presentes no hubo mas que dos que vota- sen en contra. El mismo entusiasmo se manifestó en las provincias, si bien puede asegurarse que sólo fué como arrastrado por la novedad y, por lo tanto, exento de toda reflexión y examen. Durante algún tiempo, el nuevo sistema establecido llegó á ser el principio mas autorizado de las Repúblicas españolas de América. En Méjico y en Guatemala goza- ba de gran favor ; y en Buenos -Aires, á pesar de las frustradas esperanzas de estas repúblicas y los hábiles esfuerzos del ilustre Rivadavia, los patriotas avanzados luchaban con estraordinaria energía para hacerlo adop- tar. En todas partes era mirado como la salvaguardia de la libertad, como el solo medio capaz de inspirar en el corazón de los ciudadanos las virtudes cívicas, y como la causa eficiente de los progresos de los Estados- Unidos. Por un funesto errror, dirigíanse siempre todas la miradas á un país que era mas bien una Confederación de Estados que no un Estado federal, esforzándose en tomarle como modelo y en imitarle, sin tener en cuenta para nada, sin pararse á reflexionar que no eran idénti- cas sus costumbres ni idénticos tampoco sus precedentes históricos. Y, en efecto, aquellos tan encomiados y tan felices resultados eran debidos, mas bien que á la forma del gobierno, á los usos y costumbres, á la buena inteli- i te- 10 HISTORIA DE CHILE. gencia para los negocios y, sobre todo, al amor al tra- bajo, rasgo característico y por desgracia en completa oposición con el espíritu predominante en la raza espa- ñola ; eran debidos también al alejamiento de los ha- bitantes de toda política especulativa, poniéndose de este modo al abrigo de las convulsiones que la ambición suscita y la ociosidad alimenta. No renunciaban, sin em- bargo, á tomar parte en los negocios públicos; pero, merced á una instrucción popular bastante avanzada, y a la conciencia que tenian así de su propia dignidad como de sus deberes, semejante participación era únicamente guiada y no reconocía otro móvil que el del común be- neficio. Gobernábanse además por sí mismos, sometidos á Constituciones especiales é invariables, conformes con la naturaleza de! país y con sus mas caros intereses, si bien marcadas ya con cierto sello de verdadero republi- canismo, sin mezcla alguna de los títulos de nobleza que sus primitivos fundadores dejaron allende los mares, Lo que también contribuía mucho á consolidar sus institu- ciones era el respetuoso afecto, mejor dicho, la venera- ción que al orden profesaban, al acatamiento de la ley y de la autoridad superior, á todo, en fin, lo que se llama virtudes cívicas, afecto que venia á consolidar un senti- miento religioso libre de toda superstición y fanatismo. Por otra parte, ios Norte-Americanos, después de ha- ber proclamado su independencia, viviendo en Estados separados, cada cual con su vida y acción propias, no habrían podido unificarse sino mediante el sacrificio de ciertos derechos y franquicias, obtenidos desde el tiempo de Carlos II, y que no eran fáciles de destruir. Lógica y naturalmente nada allí podía cambiarse, á no ser la elec- ción de sus gobernadores, verificada antes por el mo- CAPITULO LXXX. H «arca y ahora por ellos mismos, obligándolos á entrar en la Confederación ; pero conservando siempre su pro- pia nacionalidad, asi como también el principio de sus respectivas instituciones . De este modo no se obligaban á otra cosa que á estrechar, á hacer mas íntimo el vín- culo de su unión bajo un poder general, al cual debia cada uno concurrir proporcionalmente á su población, y el sistema federativo no se sustituía á ningún otro, puesto que existia él ya casi en todos sus elementos, desde su origen anglo-americano. Por lo demás, el principio uni- tario habría repugnado tanto á sus sentimientos como á sus intereses ; y tan contrarios eran á él, que el ilustre Washington, con su inmenso y justo prestigio, no habría podido aun plantearlo. En las que fueron colonias españolas, una política en- teramente distinta habia ahogado entre sus habitantes toda idea de libertad, y las habia sometido á esa unifor- midad de carácter con el cual las generaciones sucesivas, merced al alejamiento de toda influencia exterior, las habia mercado mas indeleblemente. La instrucción no alcanzaba sino á las familias ricas, y era bastante limi- tada, careciendo absolutamente de todos los conocimien- tos relativos á los derechos y á los principios que cons- tituyen los fundamentos de toda sociedad bien organizada. El pueblo, sumido en la mas crasa ignorancia, se halla- ba dominado por toda clase de preocupaciones, tanto civiles como religiosas, lo que hacia de él una clase inepta, envilecida y sujeta siempre al capricho de los gobernantes y de los magnates. Al constituirse en República, único gobierno que po- día convenir á su débil posición de fortuna y á la exalta- ción de su patriotismo, los colonos españoles tenían por 12 HISTORIA BE CHILE. lo tanto necesidad de mortificar y transformar sus cos- tumbres, las cuales, tan antiguas como su sociedad y rebeldes á toda ley escrita, paralizaban las ruedas del mecanismo que constituía el nuevo orden de cosas, é impedían el progresivo movimiento de sus resortes. Pa- ra llegar á un buen resultado, no era seguramente un gobierno federal lo que hacia falta, sino mas bien un gobierno mixto, fundado con arreglo á las necesidades del país y cuyo principio dominante fuese la democracia contrabalanceada por un poder, si no patricio del todo, ai menos basado sobre un gran mérito moral é intelec- tual. Este era sin duda el verdadero medio de hacer que desaparecieran las ciegas y predominantes preocupacio- nes y que se transformaran las costumbres de la clase media, de modo que, poco á poco, merced á una bien dirigida instrucción, pudiera llegar á connaturalizarse con todas aquellas ideas que estuviesen mas en confor- midad con su nueva vida, hasta conseguir una completa regeneración política. Por el contrario, con la división administrativa, se venia á romper la unidad territorial, verdadera fuerza de todo país débil todavía y sin la es- periencia política necesaria. Hasta entonces Chile habia resistido á esa funesta ten- tativa de federalismo, y seguía menos dispuesto que nunca á favorecerla. De escasa estension, mas atrasado aun que las otras colonias, contaba apenas con 900,000 almas, población en su mayor parte absorvida por la provincia de Santiago. En ella era también donde se encontraba reunido el mas importante comercio, donde residían las familias mas ricas, mas influyentes y de al- guna instrucción, únicas que podían dar el deseado im- pulso, el verdadero movimiento al progreso y á la civili- CAPÍTULO LXXX. 13 zacion. En las otras provincias, al contrario, por la carencia de colegios, la instrucción se hallaba muy des- cuidada, las personas capaces de comprender la situa- ción moral de los pueblos y de velar por la satisfacción de sus necesidades eran muy contadas, hasta tal punto escaseaban. ¿Cómo, pues, redactar desde luego una Constitución adecuada, promulgar leyes sabias y pru- dentes, y, por otra parte, encontrar en medio de sus débiles recursos los fondos necesarios, no sólo para man- tener una representación nacional conveniente, sino también para cubrir los gastos de todas aquellas admi- nistraciones especiales, sin las que las libertades y los derechos de los ciudadanos no podían estar garantidos? A causa de esta misma insuficiencia, á cada momento habíanse visto aquellas en el caso de recurrir al Gobier- no central, el cual, á causa de la continua penuria de su tesoro, no habría podido satisfacer sus necesidades; y, aun soponiendo que pudiera hacerlo, tal vez habría sus- citado rivalidades y dado lugar á recriminaciones y dis- cordias. Otra consideración que debiera haber contenido á los innovadores patriotas, era el temor de ver algunas per- sonas ó familias distinguidas por su inteligencia y su aptitud, por su destreza y por la influencia de una ri- queza relativa, buscar los medios de perpetuarse sn el poder, dando así lugar á la creación de una especie de oligarquía, con perjuicio de la libertad y de la soberanía popular. Quizá también el espíritu de partido no habría tardado en hacer que entre aquellas provincias mismas brotasen las frivolas ambiciones, tan funestas á la digni- dad oficia], desprovista ya de ese prestigio moral que constituye la fuerza de toda administración . «* 14 HISTORIA DE CHILE. A pesar de todos estos motivos de temor, á pesar de que ciertas publicaciones sensatas hubiesen desacreditado con una elocuente indignación aquel sistema, conside" rándolo como incompatible con las condiciones físicas y morales del país, los legisladores estaban tan cansados del círculo vicioso en que se movían, que la moción presentada por D. F. Fernandez , fué en seguida aceptada con general entusiasmo. El Presidente del Congreso, D. J. íg. Gienfuegos, en su discurso de apertura, habló del asunto con el mayor elogio, y aun tal vez, como lo dice el Sr. Santa María, con el fervor de un ambicioso previsor, pero chasqueado y burlado . El Vice-presidente, D. F. Ramón Vicuña se esplicó también en términos que revelaban la mayor deferencia hacia el objeto. « Sus efectos, decia, son admirables ; y aunque parezca que produce cierta especie de separa- ción, al contrario, estrecha mas las relaciones de los pueblos, como que emana de convenciones libres y es- pontáneas ; y me parece que bajo su égida podrá habitar el lobo con el cordero sin poderse dañar. » Otros varios oradores usaron de la palabra para apoyar la idea, des- collando entre ellos D. Miguel Infante, símbolo vivo de todas las esperanzas que á la sazón agitaban ios áni- mos. Como principal autor y promotor del sistema en cuestión, era muy natural que lo sostuviera él de la ma- nera que lo hizo, con toda la fuerza de su elocuencia, no vacilando en decir que iba á hacer temblar á los tiranos y á colmar al pueblo del consuelo mas puro, de la mas halagüeña esperanza. Admitido el sistema federal de semejante manera, esto es, sin haber antes consultado á la nación, fué necesario que la Cámara se ocupase en dar una Constitución en CAPÍTULO LXXX. 15 consonancia con los principios de la nueva organización. Confióse el trabajo de redactarla á una comisión com- puesta de D. J. Ig. Cienfuegos, D. Ramón Vicuña, D. Ant. Elizondo, D. Miguel Infante y D. J. Fariña. Otra disposición todavía mas grave tomó el Congreso, la de organizar el país según el nuevo sistema de Go- bierno. Querer así fijar atribuciones á las autoridades provinciales ¿no era destruir ó debilitar la unidad legis- lativa central ? ¿no era declarar en seguida la indepen- dencia y la soberanía de las provincias, y violar los pactos promulgados antes que la Constitución hubiera sido sometida á la deliberación del pueblo, tal como se habia prometido en la convocatoria? Esto es lo que ob- servaban algunas personas, sin que se lograra impedir que el Congreso, traspasando siempre sus facultades, llegase á convocar las asambleas provinciales, las cuales debían, en último resultado, decidir si la Constitución habia de ser ó nó aceptada. Para evitar las influencias ó intrigas de parte de los principales funcionarios, tan opresivas en iodo tiempo, y tal vez por la poca confianza que aquellos inspiraban a los federalistas, pidió Fernan- dez la suspensión de todos los Gobernadores locales y su reemplazo provisional por los alcaldes de primer voto. Después de varios dias de discusión, y en despecho de las sensatas observaciones hechas con este motivo por cierto número de diputados, fué aceptada aquella mo- ción que sólo venia á desorganizar completamente el sis- tema administrativo. La que D. Ant. Bauza presentó, pidiendo que el sufragio para la elección de diputados fuese universal y sin distinción de clases ni fortunas, no tuvo tan buena acogida. Después de un corto debate promovido por un oficio del Presidente de la República, 16 HI STORIA DE CHILE. el Congreso adoptó la proposición de infante, en la cual se determinaba que todo elector debería saber leer y es- cribir para gozar los derechos de tal, ó, en su defecto,, poseer por lo menos un capital de mil pesos. Apoyándose en esta ley, el Congreso sancionó la divi- sión del país en ocho provincias, de conformidad con el decreto del ex-Director Freiré. Semejante división dio lugar á reclamaciones de parte de varias provincias, las unas negándose á aceptar la circunscripción establecida, las otras la ciudad designa- da para su capital. Valparaíso quería ser elevada á la categoría de provincia, comprendiendo en sus limites á Quillota y Casa-blanca. Talca rehusó el someterse á la jurisdicción de Curico, ciudad que sin duda alguna era menos importante, pero que en cambio disfrutaba la gran ventaja de ser punto mas céntrico y de facilitar por lo tanto el servicio administrativo de sus habitantes. Esta consideración debiera haber desarmado á los Tai- quinos en sus pretensiones ; pero, como nunca el despe- cho es razonable, persistieron tenazmente en su empeño, dando origen de este modo á un antagonismo que habia de durar muchos años. Las demás provincias se confor- maron casi del todo á la nueva ley, con la esperanza de poder rectificar sus límites en virtud de las facultades que daba la convocatoria á las asambleas provinciales. Reclamadas dichas asambleas por las provincias de la Concepción y de Coquimbo, fueron decretadas median- te uña ley con fecha del 17 de agosto de 1826. Debían componerse de 12 á 24 diputados, elegidos por los pue- blos, y cada curato tendría el derecho de nombrar el suyo. A causa de la premura, y, sobre todo, por falta de Ja reflexión debida, no se pensó en separarlas de las ■B CAPITULO LXXX. 17 municipalidades, olvido que iba á producir bastantes conflictos. Sus atribuciones sólo consistían en la organi- zación provincial, y muy particularmente en formular su veredicto relativo á la aceptación ó no aceptación de la lev fundamental que iba á ser discutida ; y por un olvi- do no menos grave, nadie se acordó de las facultades que debían concederse á estos cuerpos, ni de las que era necesario negarles ; de suerte que la esfera de acción de cada uno de ellos estaba muy distante de hallarse bien circunscrita. Mientras llegaba el dia de su promulgación, el pueblo quedó autorizado á nombrar provisionalmente los miembros del cabildo, lo mismo que el Gobernador, título sustituido al de Delegado, que antes tenían los je- fes civiles de los partidos. Todos los Gobernadores debían estar bajo la dependencia de un intendente, nombra- do por la municipalidad á pluralidad de votos, asocián- dole un Vice-Intendente para que le reemplazara en los casos de ausencia ó enfermedades. Habíase establecido para todo el principio de elección, que daba á los habi- bitantes de las provincias el derecho de elegir sus man- datarios, y á los pretendientes la necesidad de que sus actos fuesen dignos de semejante honra, evitando el asegurarles el goce á perpetuidad, por temor de que no llegasen así á hacerse indiferentes é injustos. Estas decisiones, votadas con suma ligereza, bien que sólo tuviesen carácter provisional, no por eso dejaban ellas de ser enteramente ilegales, desde el momento en que la Cámara no estaba debidamente autorizada, es decir, que carecía de la misión ó encargo de presentar- las. Sobre introducir un cambio baslante radical en la organización interior del país, y destruir los vínculos que unian entre sí á las provincias, como también su de- I 18 HISTORIA DE CHILE. pendencia del Gobierno centra!, que existia aun en toda la plenitud de su legítimo poder, se introducía el desorden con un simulacro de reforma, puesto que aun se igno- raba si la nueva Consitucion llegaría á ser aprobada por los pueblos. Mientras que Ja comisión nombrada al efecto se consa- graba á redactar dicha Constitución, tan anhelada, el Con- greso seguía ocupándose de algunos asuntos particulares, entre los cuales figuraba el de dar una nueva organiza- ción al ejército. Un ejército permanente, colocado siempre bajo la in- fluencia, mas ó menos directa, del Poder Ejecutivo, era considerado como un peligroso objeto de espanto para las libertades públicas. Algunos diputados habrían desea- do verle suprimido casi por completo, sustituyéndole con la milicia popular, siempre mas económica y mas en ar- monía con los intereses nacionales ; pero hubieron de contentarse con una simple reducción que le dejaba en pié de paz. Una comisión tomada del seno del Congreso, y secundada por el auxilio cooperativo de los jefes mili- tares mas distinguidos, fué la encargada del trabajo, y la que presentó un dictamen muy estenso, redactado por dichos auxiliares. El ejército en aquella época, sin contar con los cuer- pos de preferencia, se componía de 3,889 hombres, dis- tribuidos del modo siguiente : 2,144 infantes y 1,745 soldados de otras armas. Según los principios militares, la proporción entre ellos existente era demasiado irre- gular, tal como por otra parte sucedía en tiempo de la dominación española, á pesar de las ventajas que pre- sentaba la infantería en las guerras contra los Araucanos, Preciso era, pues, corregir este defecto y aumentar la CAPITULO LXXX. 19 infantería á espensas de la caballería ; y se las estableció en la proporción aproximada de 7 á 1. También se pen- só en disminuirla bajo el punto de vista económico, y aten- dida su poca utilidad, sosteniendo que ya no había que temer la invasión estranjera/Sin embargo, para la segu- ridad del país, y aun como punto de apoyo de la tranqui- lidad, se intentó dar al ejército al menos 3,000 hombres, pero con una reserva en cuadro que pudiera hacerle as- cender hasta 6,500 hombres en caso necesario, calcu- lándose su gasto mensual en la suma de 34,994 pesos y 4 reales. Se trató igualmente de reorganizar la Escuela militar, á fin de suprimir la clase de cadetes, demasiado indiferentes á la enseñanza que les daban los profesores agregados á los regimientos para que pudieran llegar á ha- cerse buenos oficiales. A partir de este momento, todos los regimientos que componían el ejército, abandonando el número que hasta entonces les habia servido de distinti- vo, tomaron el de alguna localidad ilustrada por las grandes victorias de las armas independientes. Para llevar á cabo este arreglo, el Gobierno necesita- ba fondos, de que no podia disponer por la escasez de re- cursos en que vivía. A causa del atraso en las pagas, la de- serción de la gente de tropa era como siempre bastante considerable, y la caballería se hallaba enteramente apea- da ; grandes dificultades ofrecía el subvenir á semejan- tes necesidades, si se habia de dar cumplimiento al de- creto de reforma que el Congreso acababa de sancionar. Durante largo tiempo, para atender al servicio mili- tar, los campesinos eran arrebatados de sus hogares por medios de la mas vejatoria arbitrariedad ; y maniatados, lo mismo que pudiera hacerse con los salteadores de ca- minos, se veian conducidos á los cuarteles, donde á fuer- 20 HISTORIA DE CHILE, za de malos tratamientos se les hacia comprender la dure- za de la disciplina y el manejo de las armas. Para pro- veerse de caballos y muías, se invadían los potreros y hasta se tomaban los que servían de montura á los po- bres viajeros, sin pagárselos de otro modo que por me- dio de un simple documento, esto es, con un recibo. Ofendido el Congreso de semejante acto de iniquidad egercido sobre la clase mas necesitada del pueblo, de- cretó la abolición de aquellas levas y requisiciones, im- poniendo castigos muy severos á todo individuo ú em- pleado que contraviniera á lo prevenido en esta disposi- ción. Semejante decreto era alta y soberanamente justo; pero inoportuno en unos momentos en que la expedición de O'Higgins exigía medidas estraordin arias para com- batirlas. El presidente Blanco se esforzó en hacer com- prender la inoportunidad de tal medida al Congreso, reconociendo, sin embargo, la equidad que aquel acto entrañaba. En efecto, los recursos del país se encontraban en un esta- do tal de ruina, que hacia cada vez mas crítica la situación pública y comprometía mas y mas el porvenir del Estado. No se sabia cómo poder llegar á cubrir el déficit que era cada día mayor, á medida que el Gobierno perdía terre- no en el camino de la confianza y del crédito; siendo ya tan desatinada su garantía, que un empréstito de 200,000 pesos, votado conforme á la demanda del ministro de Hacienda, no encontró la mas pequeña suscricion, del mismo modo que ya antes habia acontecido. Rumores alarmantes acerca de la conjuración O'Higgi- nista vinieron á propagarse por todo el país. Los resul- tados de la expedición de Aldunate eran ignorados aun, eme: CAPITULO LXXX. 21 mientras que, por el contrario, se conocían muy bien los esfuerzos que el emisario de Fuentes hacia en Valdivia para ver de conseguir la insurrección de esta provincia. Todo esto traia muy preocupado al Presidente, conoce- dor mejor que otro alguno de la verdadera situación de las cosas ; el 3 de Agosto se presentó en el Congreso para pedirle amplias facultades ; y, en uno de esos mo- mentos de medrosa sobreescitacion de ánimo, hasta se atrevió á demandar la proscripción de O'Higgins, espe- diente que aquel cuerpo no podia aceptar contra un pa- triota decidido, á quien Chile debía tantos sacrificios y, lo que es mas aun, la libertad y la independencia nacio- nal. Sin embargo, el Congreso le dio plenos poderes para aumentar el ejército hasta los 5,000 hombres, au- torizándole al propio tiempo á que pusiera á su frente al ex-Director Freiré, elevado hacia poco tiempo al grado de Capitán General. Estas facultades eran limitadas, á voluntad del Congre- so, limitación que no quiso aceptar el Presidente, de- mostrándole al siguiente dia que tenia gran necesidad de obtenerlas sin restricción de ninguna especie, en vis- ta de las pruebas que la Cámara le habia pedido y él ponia en sus manos, pruebas irrecusables del inminente peligro que amenazaba á la patria. Figuraba entre ellas el periódico peruano titulado El Chitóte, en el cual se encontraba una proclama incendiaria de O'Higgins y el anuncio de su próxima llegada á Chile, á bordo de la fragata de guerra La Prueba, que Bolivia habia puesto á su disposición, y cuya salida se retardó únicamente por algunos descontentos que se manifestaron en la tripula- ción. El Presidente Blanco respondió á aquella proclama 22 HISTORIA DE CHILE. en términos asaz virulentos y estraños á una persona co- mo él, cuya índole, cuyos modales y palabras solo res- piraban benevolencia y cordialidad. A pesar de todo, tan poco crédito se daba á la inminencia del peligro, que los miembros del Congreso le retiraron las atribuciones que acababan de conferirle; pero una comisión, nombra- da con el fin de apreciar mejor la causa de tan grande inquietud de parte del Presidente, opinó por que debían serle concedidas las facultades estraordinarias que había solicitado, y que además debía autorizársele para con- tratar un empréstito de 300,000 pesos. Ya sabemos cual fué el fatal resultado del anterior, que no pudo ser negociado ; igual suerte cupo á este otro, por mas que se le hubiera calificado pomposa y resueltamente con el título de empréstito forzoso, al 6 p. 0/o, y dádole por garantía los bienes de los regula- res. El reparto debía hacerse proporcionalmente entre las provincias, esceptuándose las de Concepción, Valdi- via y Chiloe, arruinadas á consecuencia de la guerra. La miseria, sin embargo, no era menor en las sometidas á tan dura exacción ; además, á pesar de la presión fis- cal, se tenia tan poca confianza en la venta de aquellos bienes, sujetos siempre en el sentir de muchas gentes, á las enojosas consecuencias de un litigio, que ni una sola suscricion pudo conseguir el Gobierno. Mucho afligía al Presidente un estado de cosas tan poco favorable. Animado de la mejor voluntad del mun- do, de nada le servia su ardiente deseo de querer sacar al país de la triste situación en que se encontraba ; no pudiendo emprender cosa alguna, detenido cual se veia desde luego y paralizado por la dificultad mas grande, la de proporcionarse los recursos indispensables aun pa- CAPÍTULO LXXX. 23 ra atender á dar satisfacción á aquellos gastos y necesi- dades mas apremiantes ; y por último, viéndose ademas combatido por la oposición casi sistemática que le hacia el Congreso. Consecuencia de semejante antagonismo fué el establecerse y fomentarse entre ambos poderes un sentimiento de recíproca desconfianza, lo cual con- tribuía poderosamente á aumentar el desorden adminis- trativo. Pronto aquella especie de rivalidad tomó mayor consistencia, con motivo de los indultos con que se in- tentaba favorecer á ciertos detenidos políticos. Un uso constantemente seguido vino á sentar la cos- tumbre de que, á la instalación de un nuevo Congreso, sometiera éste á la sanción del poder ejecutivo una ley de indulto, cuyo objeto no era otro que calmar las discor- dias políticas, tan comunes en aquel tiempo. El Congreso convocado en 1826 no quería alterar el uso establecido por sus antecesores, y el 20 de Julio votó que « todos los reos (decía) cuyos delitos no procedan de asesinatos y no sean escluidos por la ley serán puestos en libertad , comprendiéndose los desertores del ejército. » La redacción de esta ley de amnistía era sumamente vaga, sin que determinara ella esplícita y claramente los casos de escepcion, circunstancia que el Presidente hizo observar al Congreso, rogándole que especificara mejor dichos casos, ó bien que le autorizase á hacerlo. Dióle el Congreso la autorización que pedia ; y con fecha 2 de Agosto, publicaba una amnistía por la cual eran de- clarados en libertad todos cuantos aparecieran dignos de ella, esceptuando solamente á aquellos cuyo perdón pu- diera irrogar perjuicio de tercero y de la vindicta públi- ca. Con semejante clasificación, se privaba del beneficio á los encarcelados como perturbadores de la paz y á los 24 HISTORIA DE CHILE. acusados de delitos de alia traición, entre quienes se hallaban comprendidos cuantos se comprometieron en el movimiento de Chiloe. La escepcion hecha por el Pre- sidente desagradó á un crecido número de entre los miembros del Congreso, lo cual vino á ser causa de nue- vos y grandes conflictos para entrambos poderes. En medio de tan estraordinario desorden, el general Blanco no encontraba mas que lucha y antagonismo, en vez del espíritu de armonía y concordia que él esperaba; siéndole muy difícil el promover cuestiones de interés público, y mas aun el tratar de plantearlas. Su alma, llena de nobleza y patriotismo, sufría graves y profun- dos disgustos, sobre todo al considerar su impotencia para dar cumplida satisfacción á las justas demandas y reclamaciones que por razón de atrasos le presentaban las tropas sin cesar, y á veces con grande irritación y acrimonia. Privado así de la fuerza directriz, íntima y única energía sin la cual no hay voluntad verdadera ni, por consiguiente, acción poderosa, en flagrante contra- dicción con muchos de los diputados dispuestos siempre á herirle en su honor y en su delicadeza, tomó al cabo la violenta resolución de abdicar su alto cargo. El 7 de Se- tiembre de 1826 escribió al Congreso, diciéndole que no siéndole posible contar con su cooperación, y menos aun con los recursos necesarios para cubrir las primeras atenciones del Estado, renunciaba á la Presidencia de la República, título que él habia aceptado, mas que por vanagloria, por el vivo deseo de prestar un nuevo servi- cio á su patria. La dimisión de Blanco sorprendió al público y al Congreso de un modo estraordinario. Muchos particula- res, y no pocos diputados, opinaban que no le seria — n. C4PÍTUL0 LXXX. 25 aceptada ; pero tan luego como al siguiente dia fué so- metida á deliberación, á pesar de las animadas discu- siones suscitadas por los que abundaban en la mencio- nada opinión, el resultado del escrutinio vino k demos- trarles que se equivocaban . La renuncia del Almirante quedó admitida y el Vice-presidente, D. A. Eizaguirre, entró a ocupar el sillón presidencial. « Su renuncia, dice D. Melchor Concha y Toro, fué á no dudarlo, bas- tante precipitada. Si él hubiese esperado, las dificultades de la situación habrían caido con todo su peso sobre el Congreso. La nación comenzaba á fastidiarse con las le- yes complementarias y subalternas y á augurar mal de su federalismo. Tarde ó temprano el Congreso habia de morir al modo de los anteriores, como sucedió en efecto. Si el general Blanco hubiese esperado en su puesto ese desenlace, gracias á su inteligencia, carácter y patrio- tismo, se habrian indudablemente cortado muchos tris- tes y funestos acontecimientos. » En efecto, el general Blanco era un personaje que habría podido prestar un eminente servicio al país, si hubiera él usado de mas calma, si hubiera confiado la solución al tiempo, este gran aliado de todo poder. Com- pletamente estraño a los partidos militantes, no teniendo enemigos ni casi émulos siquiera, su patriotismo y su buena voluntad le hubieran ayudado poderosamente á sacar al país del estado anárquico en que las pasiones de los unos y las falsas ideas de los otros le¡habian colo- cado. Atento á este fin habíase él formado un núcleo ver- daderamente consultivo en el Consejo compuesto de los hombres mas honorables y mas inteligentes del país, es- cogidos en todos los ramos de la administración y en todos los partidos, y quienes, como él, no querían otra 26 HISTORIA DE CHILE. cosa sino la organización constitucional de Chile, funda- da sobre el derecho y la justicia. Con el apoyo de tan escelentes patricios, el Almirante Blanco pudo muy bien haber hecho algo en favor de país, mejorando los es- tablecimientos de beneficencia, honrando la profesión de los médicos, estos protectores de la humanidad, sobre quienes pesaba aun cierta atmósfera cargada del singu- lar menosprecio con que la preocupación española habia enseñado á considerar ó mas bien, á desconsiderar tan noble carrera. Pero ¿ qué mas podia él haber hecho en aquellas gravísimas circunstancias, en que la prudencia y el buen juicio no sólo eran insuficientes, sino que mas bien servían para dar nueva fuerza y vigora los facciosos? No teniendo la energía necesaria para combatirlos y derrotar- los, y por otra parte, siendo bastante sensible á los sarcas- mos y arrebatos de las pasiones, el general Blanco prefirió descender del sitial de la Presidencia, con tal de conser- var ilesa una gloria tan noblemente adquirida. Su poder sólo duró dos meses y dos dias. 9MF CAPITULO LXXXL Agustín Eizaguire Presidente de la República. —Embarazosa situación. — Toma algunas medidas para destruir el abuso de los vales nacionales. —Dificultades que encuentra para mejorar la situación del Tesoro. — La guarnición de Santiago se subleva y recibe una parte de suspagas atra- sadas.— Otra sublevación entre los guias. — Freiré consigue hacerlos entrar en el orden.— Estado inquieto de los ánimos y síntomas de re- volución.—El coronel Don Enrique Gampino se pronuncia é intitula Capitán General de la República.— Incidentes de esta revolución. — Es sofocada por la detreza de Benavente, La intempestiva renuncia del Presidente Blanco vino á despertar vivas inquietudes en el país. En lugar de la estabilidad y el del orden que el pueblo codiciaba para reposarse y descansar tranquilo, orden y estabilidad que creyó encontrar en la inteligencia y patriotismo del re- nunciante, sólo alcanzó á descubrir un horizonte borras- coso^ volvió á escuchar de nuevo el imponente rumor de la tormenta. En Santiago, en medio de partidos siempre dispuestos asonar mil quimeras, prontos siempre á satis- facer sus locas ambiciones ó interesadas esperanzas ; en las provincias vacilando ante la idea de someterse á la preponderancia de la capital; y en el ejército, contraria- dos los ánimos por la alteración de la costumbre, viendo el país gobernado por un simple ciudadano, mientras que hasta entonces sus destinos habían estado siempre con- fiados en manos de los militares, todo anunciaba la pro- ximidad de dias calamitosos. El período del cansancio y del abatimiento no había llegado aun. Para muchas gentes, la situación, por el contrario, parecia ser mas alarmante 28 HISTORIA DE CHILE. con respecto á lo que sucedía en las demás repúblicas es- pañolas. Méjico, en efecto, se hallaba turbado por cons- piraciones continuas, agitado por facciones como Gua- temala, y con pretensiones de usurpación sobre ella ; Colombia ardía en partidos, dividida en opiniones y ame- nazada por la ambición : la anarquía devoraba á las pro- vincias argentinas ; Bolivia yacia en la apatía de un go- bierno transitorio; el Perú en la crisis de constituirse, recelaba asechanzas injustas, precedidas por villanos ultrajes ; en fin, el triste vaticinio que decía : «cuando los Americanos sacudan el yugo de la metrópoli tendrán principio sus rencillas interiores, » se realizaba en todas partes con una fatal impulsión. En medio de aquellas estremas, apasionadas é insen- satas turbulencias fué cuando Eizaguirre, que en resu- men solo tenia en su favor el sentimiento de una grande moralidad, tomó la dirección de los negocios públicos. Únicamente en una época normal y pacífica hubiera podido este hombre llenar de un modo muy digno y muy cumplido los deberes que le imponía tan elevada cuanto difícil magistratura. Eizaguirre, nacido en 1766, era hijo de una familia chilena, honrada é instruida relativamente á su época; por su educación franca y decididamente liberal, así como por sus virtudes cívicas, habia sabido captarse la estima- ción y confianza de sus compatriotas, quienes desde mu- chos años atrás le veían distinguirse con honra en los grandes acontecimientos. En 1810 figuraba como mien- brode aquella municipalidad que tomó una parte tan acti- va apenas resonó en los Andes el grito de independencia ; poco después entró á tomar asiento en el Senado, y en- seguida á funcionar como individuo de la Junta guber- «ii n CAPITULO LXXXI. 29 nativa instituida por Carrera, cuando tuvo que ponerse al frente de las tropas para combatir la invasión capita- neada por Pareja. Todos estos cargos los desempeñó con tanto celo y con tan admirante decisión, que fué uno de los patriotas desterrados á la isla de Juan Fernandez á consecuencia de la victoriosa reacción del ejército rea- lista. Sus escelentes intenciones, por desgracia, no se hallaban á la altura de la situación del país, entregado siempre á las aspiraciones de los partidos ambiciosos y, sobre todo, del Cuerpo Legislativo, que se abrogaba en- tonces todos los poderes rebajando el del Presidente bas- ta el extremo de hacerle representar el triste papel de un mero funcionario público, ó mas bien, el de un simple mayordomo, calificación con la cual se le designaba en la Cámara. La reforma política en las ideas era ya un hecho, se habiá realizado ; y para hacerla pasar al dominio de la práctica, no podían seguirse mas que dos caminos. El uno era la trasformacion radical de las instituciones y el olvido completo de lo pasado, para lo cual se nece- sitaba un hombre vigoroso, resuelto y arrojado ; el otro exigía un tacto esquisito y un tino delicado para con- temporizar con las antiguas instituciones, para fundir- las con las nuevas y así, poco á poco, poder llegar sin sacudimiento alguno á consolidar entre los pueblos aquel nuevo género de vida. Este segundo camino era el mejor, el mas racional, el que sin la menor duda convenia en las circunstancias del momento ; pero era también demasiado lento para los hombres de acción, en todo tiempo impacientes, deseosos siempre de acabar con cuanto pudiera recordar la administración colonial Dará 30 HISTORIA DE CHILE. aquellas personas que, en su impaciencia misma, sólo deseaban y se esforzaban por hacer que prevaleciesen las ideas prematuras, sin poseer ni la fuerza ni el pres- tigio suficientes, ni una creencia bastante firme para abordar con buen éxito el objeto deseado. Los grandes apuros y embarazos de la hacienda, que habían sido una de las causas mas poderosas de la renuncia del Almirante Blanco, seguían siendo los mis- mos, continuando en igual forma que antes y aun mas agravados, con gran perjuicio de la buena y regular ad- ministración, que como único remedio salvador reclama- ban aquellas azarosas circunstancias. Se estaba ya lejos de la época en que los intereses materiales eran mirados como cosa indiferente en lavida privada. Con la libertad del comercio y de las relaciones internacionales, las necesi- dades de la sociedad se habían multiplicado mucho, y hasta el Gobierno mismo había perdido toda su sencillez, dando á sus actos una marchamas rápida y complicada. A consecuencia de semejante trasformacion, el número de empleados había crecido considerablmente; los gastos se aumentaban dediaen día y, agregándose áesto las aten- ciones adquiridas por las deudas del tesoro público, que eran ya estraordinarias, no era posible establecer el equilibrio en el presupuesto nacional. En 1824 el déficit se elevaba á 266,948 pesos, esto sin comprender los 400,000 pesos del interés y amortización correspondientes al empréstito inglés. Durante la guerra de la independencia, cuando los intereses del país estaban en juego, las luchas encarniza- das y el entusiasmo de los habitantes exaltados por la conquista de su nacionalidad, el patriotismo, llevado hasta hacer de él una pasión fanática, pronto se encargó CAPITULO LXXXI. 31 de satisfacer gran parte de aquellos gastos administrati- vos; pero una vez apagado este arranque de generosidad, se volvió á implantar el sistema de proratas y las requi- siciones militares, se apeló después á los empréstitos or- dinarios, y se concluyó por hacer uso de los empréstitos forzosos. Este último espediente, tan contrario á los verdaderos principios económicos, sólo sirvió para lle- var la desconfianza y la incertidumbre al corazón de los pueblos, para matar la actividad industrial y toda clase de trabajo, para amedrentar y producir la ocultación de los escasos capitales que quedaban, y para contribuir de este modo á la inmovilidad del comercio, ahogando to- da producción con grave perjuicio de la riqueza pública y fiscal. Por otra parte, el tesoro era vigorosamente sostenido en un principio á causa de la gran cantidad de mercancías que con la libertad comercial fueron introducidas en el país, y por la inmensa disminución del comercio perdía sus principales rentas ; y como aun el Gobierno casi no ha- bía creado nuevos impuestos, se encontró privado de una gran parte de sus recursos. Para atender á sus mas pe- rentorias necesidades, vióse obligado á crear un papel de crédito, ó sean vales nacionales de derechos de aduanas ó de tesorería, dando origen á una deuda flo- tante, que venia á hacer mucho mas grave la situación y ponia en gran compromiso el porvenir de la Repú- blica. Tiempo era ya de señalar un término á todos esos sis- temas de espedientes, y Eizaguirre era quien podia lle- nar muy bien este deber, no sólo por la comisión de hom- bres prácticos de que se habia rodeado, sino por medio de su propia esperiencia en los negocios; toda vez que i 32 HISTORIA DE CHILE. comprendía perfectamente su marcha y sus relaciones con los intereses generales. Bajo la administración del almirante Blanco, el Con- greso habia tomado ya la iniciativa en las reformas, abo- liendo el tan indigno y tan arbitrario como injusto im- puesto de las proratas. Reservada estaba á Eizaguirre la supresión de otro no menos funesto, el de los vales na- cionales. Y esto es precisamente lo que hizo. El 25 de Setiembre de 1826, en un plausible decreto prohibió toda nueva creación y emisión de dichos vales, man- dando al propio tiempo que cuantos se hallaban en circulación fueran recibidos á cuenta de pago por deudas fiscales, en la proporción de una parte, cobrándose las otras dos en metálico. Esta medida, que solo esceptuaba las contratas particulares, levantó algún tanto el crédito del Gobierno y el de todos los valores, los cuales no per- dían entonces sino el 15 0/0, en lugar del 60 á que ante- riormente se cotizaban. También se ocupó de dar una organización mejor á la aduana de Valparaíso, cuyos rendimientos eran de tanta importancia para la admi- nistración. En medio de todos estos planteamientos de reformas, como el tesoro seguía siempre en el mayor abatimiento y en la mas triste impotencia, se pensó en acudir á su salvación por medios legales y sin temor de tener que echar mano de la violencia. Eran cuantiosas las sumas adeudadas al fisco por los morosos, y si á causa de la miseria pública se habia mostrado el Gobierno lleno de la mas generosa toleran- cia, el mal estado de la Hacienda no podía consentir que semejante modo de obrar se prolongase mucho tiempo. Por decreto del 20 de noviembre de 1826 quedó CAPÍTULO LXXXI. 33 decidido que todas aquellas deudas debían ser liquida- das en el término de tres dias, bajo la pena, pasada una semana, de pagar un interés de 2 0/0 al mes, sin per- juicio de la ejecución y sus costas. Los jefes de oficina, jueces ó tribunales, etc., eran condenados á la misma pena, si no empleaban la energía conveniente, ó si se hacian culpables de olvido ó negligencia en el desem- peño de sus funciones. Para el mismo objeto, se ponian aun en venta los bie- nes de los regulares, que se miraban en todos los apu- ros como el principio misericordioso, como la tabla sal- vadora de la Hacienda. Aunque semejante decisión había sido tomada hacia ya algún tiempo, y sobre todo, du- rante el Gobierno del Almirante Blanco, se tenia escrú- pulo, ó mejor dicho, miedo de echar mano á este medio. Bien sea que los Gobiernos que se sucedían temiesen comprometer su conciencia al apoderarse de unos bienes que, á pesar de las doctrinas del periodismo sobre este punto, el pueblo seguía considerando como de origen divino, ó sea por qué se creyese no poder sacar de ellos sino un escaso provecho, á causa de la miseria del país y de la repugnancia de los ricos á adquirirlos, el resul- tado era que en su mayor parte continuaban disfrután- dolos los conventos y los padres. Confiando estos en un porvenir mas halagüeño, esperaban y creían que aque- llos bienes podían llegar a servir de arma á alguno de los ambiciosos que se disputaban el primer puesto de la república; y que, por consiguiente, en caso de su buen éxito, el nuevo jefe no podría menos de restituirles la propiedad. Sin embargo, la cuestión de venta volvió á ser some- tida á discusión; y esta vez, bajo una forma razonable, T. VIH. 34 HISTORIA DE CHILE. la ley fué sancionada el 22 de setiembre de 182& Con la idea de facilitar la venta de aquellas vastas propieda- des rústicas y urbanas, nombráronse agrimensores que las tasaran y subdividieran convenientemente, para de este modo ponerlas en subasta. El precio total del ter- reno, planteles y edificios, á escepcion de las iglesias y habitaciones de los regulares, debían ser colocados á censo, al tipo de k 0/0, y los bienes semovientes y mue- bles pagados al contado y por tercios. Para el sosten del culto y manutención de los padres, una suma suficiente á llenar este objeto debia serles pagada por los compra- dores. Esta disposición habría tenido la ventaja de conciliar casi todas las opiniones, ni el Presidente hubiera desple- gado la energía necesaria á fin de hacerla poner en práctica; pero con su carácter dulce, moderado é inde- ciso, no era posible que llegase á realizarlos. A pesar de su buena voluntad, todo cuanto hasta allí habia conse- guido no era mas sino disgustar los ánimos, herir las rancias preocupaciones y hasta sembrar el descontento éntrelas personas mas influyentes cuando, hostigado por el Congreso, llegó á exigir un empréstito forzoso, y con tan imperiosa severidad, que los prestamistas debían sa- tisfacer sus respectivas cuotas en el perentorio término de veinticuatro horas, bajo la pena de pagar doble can- tidad en caso de contravención á lo dispuesto. ¡ Vana in- timidación ! Fué desdeñada ; y todo aquel rigor sólo pro- dujo la escasa suma de 30,000 pesos. No obstante el mal estado en que, como siempre, se- guía la Hacienda pública, Eizaguirre se decidió á armar una espedicion en regla contra las bandas de Pincheira, que no cesaban de devastar las provincias del Sud. Esta ■-»n CAPITULO LXXXI. ¿>5 espedicion, cuyo general fué encargado de dirigirla, ocasiono gastos considerables; y las demás tropas del ejército, privadas hacia algún tiempo de sus sueldos, principiaban á tomar una actitud revolucionaria que pronto habría de manifestarse en algunos de los regi- mientos. Y así fué en efecto; la guarnición de Santiago tomó la iniciativa, sublevándose á fines de setiembre. Semejante sublevación podia traer las mas tristes consecuencias. La ciudad no tenia otras tropas que po- der oponerle; y, en tal conflicto, no tuvo el Presidente mas remedio que el de presentarse á los jefes de los ba- tallones sublevados para convenir con ellos en las medi- das necesarias. El comandante de armas, encargado de ir á informarse de los motivos que daban lugar á aquel motin, no tardó mucho en volver á decirle que todo se limitaba á una simple reunión de oficiales con el fin de redactar una solicitud en favor de sus pobres soldados. Fuese cual fuese el grado de sinceridad que semejante justificación entrañara, el Congreso se apresuró á satis- facer la justa reclamación de las tropas, y les envió 16,000 pesos, único dinero que se encontraba en las ar- cas del Tesoro. Poco tiempo después, una sedición mas seria todavía vino á poner al Gobierno en la mayor inquietud, y á alar- mar así mismo a la población de Santiago. Don José María Valenzuela, con miras ambiciosas, y probablemente apoyado por algunos miembros influyen- tes del Congreso, pudo conseguir que se sublevase el es- cuadrón de Guias, á cuyo frente se presentó en el cuartel de las tropas animado por la esperanza de que secunda- rían su traición. La resistencia que encontró en los sol- dados, medio contentos ya por el socorro obtenido, le 36 HISTORIA DE CHILE. obligó á alejarse de Santiago y á ir a atrincherarse á orillas del rio Maipó. El comandante de los Guias, que era Boscorque, fué á buscarle con el encargo de hacerle entrar en orden ; pero Valenzuela le reci- bió á balazos. Un segundo emisario, portador del indul- to para los insurrectos, no tuvo mejor suerte que Boscor- que. En tan triste estado de cosas, pasó á avistarse con ellos el general Freiré, y, gracias á su poderoso ascen- diente sobre las tropas y al afecto que los soldados le profesaban, consiguió arreglar el asunto con estraordi- naria satisfacción del Gobierno y del pueblo chileno. No eran solos los militares quienes reclamaban con grande afán sus pagas. Los diputados, en su mayor par- te no muy ricos, apenas podían atender á los gastos mas necesasios á la vida ; y siéndoles imposible continuar en Santiago contrayendo obligaciones, también pidieron que se les pagase, y con tanta mayor energía, cuanto que la ley les daba la preferencia en esta parte sobre el resto de los demás individuos que percibían sueldo del territorio; no encontrándose sometido ni aun siquiera al rateo que sufrían aquellos, rateo sancionado por un decreto que, sino les privaba del todo, les despojaba al menos de una parte de sus asignaciones. Descontento el Poder Ejecutivo de semejante ley, an- tes de promulgarla mandó suspender todo pago á pro- testo de deferir en todo á la voluntad de la ligislatura; y ésta por su parte, no menos descontenta de un acto tan violento, trató de disimular, á pesar de las innumerables reclamaciones de los interesados. Sin embargo, no pu- diendo mostrarse sordos á los clamores de los muchos diputados que tenían verdadera necesidad de sus dietas para cubrir los gastos mas precisos, conforme á la mo- CAPÍTULO LXXXI. 37 cion presentada por D. N. Pradel, le oficio aquella que de allí á tres dias el Tesoro debía salvar sus atrasos, y que en lo sucesivos serian pagados con toda regularidad ; que al propio tiempo y de igual modo se atendería á los gas~ tos originados por el servicio de la Secretaría. Una demanda tan altanera, aunque dadas con razones de peso, fué acogida con muy grande muestra de disgus- to por el Vice-Presidente Pinto, quien para atender alas necesidades de la situación, empeñaba su crédito personal. Desde luego se negó á acceder á la solicitud de los de- mandantes, diciendoles que los fondos no alcanzaban ni para atender al pago del ejército del Sud, de aqnel ejér- cito tan meritorio, y les echaba en cara el haber despo- jado de su libertad al Poder Ejecutivo para destinar los ingresos á las necesidades mas apremiantes. Esto no obs- tante, se concluyó por enviarles á buena cuenta la canti- dad de 3,000 pesos, que en breve debían convertirse en un motivo de represalias. Protestando que el Congreso disponía de las rentas públicas, los oficiales de la Teso- rería recibieron orden de mandarle todos los empleados, quienes se presentarían para recibir sus sueldos ; de ma- nera que pronto se vio llegar una multitud de viudas, de inválidos y otros infelices, que el Presidente de la Cáma- ra, Don Diego Benavente, recibió antes de abrirse la se- sión, y á quienes se esforzó en hacer que comprendiesen el artificio con el cual habian sido engañados. Al tiem- po de abrir la sesión de la Cámara, Benavente no pudo menos de considerar aquel acto como una pifia ó una ofensa dirijida á su pluma, sino era hecha al Congreso; y este á su vez, creyóse autorizado á elevar una sentida queja al Presidente de la Bepública como que se trataba de un acto impropio del decoro de ambos poderes. ¡F J 38 HISTORIA DE CHILE. A causa de semejante lucha, el problema de la orga- nización política del país se oscurecía cada vez mas, com- plicándose en vez de simplificarse, y las ruedas adminis- trativas apenas podían funcionar, entorpecidas ó parali- zadas por su variable sistema de oposición y por la falta de hombres enérgicos, de hombres de capacidad políti- ca y financiera. El lenguaje violento de los periodistas aumentaba aun mucho mas lo crítico de la situación. El Presidente Eizaguirre, con su carácter eslremadamente dulce, no podia resistir la viva emoción que en su ánimo producían aquellas criticas en las cuales se apreciaban, como era debido, sus buenas cualidades personales, pero que, ce- diendo al interés atacaban con tanta rudeza sus actos políticos; crítica, alimentadas en esta obra de descrédi- to por un crecido número dé descontentos, por los mis- mos á quienes los acontecimientos habian sido perjudiciales y, sobre todo, por los estanqueros, quienes comenzaban ya á formar un partido de grande actividad y de una enér- gica resolución. Los diputados, por su parte, atribuían la hostilidad del Poder Ejecutivo contra el Congreso á intenciones de disolución. Dominados por este recelo, se esforzaban en colocar al Presidente en e! caso de presentar su dimisión, para reemplazarle con el jefe del partido liberal, Don J. M. Infante, contra todo lo dispuesto en la misma Consti- tución la cual escluia de tan alto y honorífico cargo á to- do miembro del Congreso. Varias veces fué esta propo- sición sometida á la deliberación de la Cámara; pero constantemente combatida por Don Diego Benavente, fué al fin desechada, no obstante la estraordinaria in- fluencia de que gozaba su autor. CAPÍTULO LXXXI. 39 En medio de este desorden, un vago presentimiento reinaba sobre todas las clases de la sociedad, Todo el mundo, víctima de la mas viva ansiedad y del mas gran temor, esperaba uno de esos movimientos revolucionarios en que la fuerza brutea suele decidir del destino de los pueblos ó de los partidos. No era otro el objeto de todas las conversaciones, y hasta hubo un diario que no tuvo escrúpulo en espresarse así : «Aun no ha llegado la crisis inevitable que esperamos por momentos, es decir, esta- mos todavía en los mismos términos de siempre, sin Go- bierno y sin administración ; pero los partidos están á la vista, la señal de la lucha se ha diferido. » Semejante aplazamiento no estaba, sin embargo, bien calculado, porque, al siguiente día, un militar audaz, el coronel Don Enriquez Gampino, llevó a cabo esta revolución, poniéndose á la cabeza de algunas tropas que él mismo acacababa de sublevar. En la noche del 24 al 25 de Enero de 1827 fué cuan- do tuvo efecto la insurrección. Gampino arrancó al co- mandante de armas D. Francisco Calderón una orden que ponia á su disposición el batallón n°. 7 mandado, en su ausencia de su coronel Rondisoni, por Nicolás Maru- ri. Dicha fuerza, reunida al escuadrón de guias, al man- do del coronel Acosta, y á los batallones de milicianos de la capital, mas algunos artilleros, formaban el grueso del ejército de que Campino podía disponer. Dueño por consiguiente de casi toda la fuerza armada, aquella misma mañana hizo publicar Un bando por el cual se daba la consideración de Jefe Supremo de la Re- pública, y prometía dar á conocer por medio de un ma- nifiesto, los motivos en que se apoyaban sus actos. Mien- tras tanto, respondía él de la seguridad y de las propie- «K* r&*a 40 HISTORIA DE CHILE. dades de todas los habitantes, como también del respeto y conservación de sus derechos. Pero este motín militar no era, sin embargo, de su agrado y no mereció bien de la generalidad del pueblo. Nadie quiso tomar parte en él á escepcion de algunos diputados que lo hicie- ron, y no tan franca y decididamente como para poder contar seguros Jos resultados y consolidarlos. Gampino Uégó á verse aislado por completo, sin la esperanza de conseguir una manifestación popular favorable á sus mi- ras, reducido puramente á sus citadas tropas, cuyas tres cuartas partes correspondían á la milicia, y no contando para mandarlas que con dos ó tres jefes de algún presti- gio. Esto no le impidió de ir á instalarse en el palacio del Presidente Eizaguirre, á quien acababa de destituir del mando, apoderándose al propio tiempo de la cantidad de 9,000 pesos hallados en las diferentes cajas fiscales, y de verificar la distribución entre sus tropas, á las cuales ya habían hecho dar una gran cantidad de mazos del tabaco almacenado en la factoría. En tanto que esto pasaba, el Congreso fué convocado y una vez sus miembros reunidos en sesión, mandaron comparecer al comandante Maruri, quien, en calidad de subordinado á un jefe superior, contestó que él no podía tomar ninguna resolución. Nombróse entonces una co- misión, compuesta de J. M. infante y J. Fariña, con el encargo de tratar de arreglar de una manera amistosa aquel asunto con el coronel Gampino, quien rechazó to- da clase de proposiciones. Algunos momentos después, montando á caballo, se dirigió al Congreso y se presen- tó en el salón de las sesiones. Fué recibido de una mane- ra muy cortés y hasta se le ofreció un asiento, cosa que disgustó á algunos diputados. « Don Diego Benavente to- CAPÍTULO LXXXI, 41 mó la palabra y reconvino dura y enérgicamente á Campino por el atropellamiento de la suprema autoridad nacional. Campino no logró que el Congreso se disolvie- se, y se retiró amenazándole con el empleo de la fuerza. Poco después llegaron el coronel Latapiat y el capitán La Ribera con la compañía de granaderos del n°. 7, á la cual dieron la orden de desfilar dentro de la sala. Los diputados permanecieron en sus asientos, hasta que oyen- do la voz apunten se escaparon todos por la puerta de la secretaría, á escepcion de Don J. Benavente, que con la mayor sangre fría y entereza permaneció en su puesto . No menos confusión se produjo en la barra ; Don Clemen- te Diaz, muy joven en aquella época, que se encontraba en la barra, quitó la espsda al coronel Don Bern. Cáceres y quiso acometer á la tropa. Al mismo tiempo, el dipu- tado presbítero D. J. M. Benavides, seguido de uno ó dos diputados mas, volvió á la sala á perorar á los sol- dados. En pocos momentos mas, la sala se vio comple- tamente despejada. » (1) En situación tan desconsoladora, cada vez mas embro- llada y confusa, no se veia otra persona que pudiese desenredarla sino el general Freiré. Llamado por el Con- greso con este fin, rehusó desde luego la misión que querían confiarle, alegando el estado en que se encontra- ba, á causa de la grande enfermedad que acababa de pasar. Sin embargo, en su gran patriotismo no le fué posible resistir á las vivas instancias de sus amigos y aceptó el mando político y militar hasta que se eligiera por el Congreso otra persona, Al aceptar esta distinción, quedó decidido que se daría al olvido ¡o que acababa de . (1) Melchor Concha y Toro. Memoria, pag. 264. i 42 HISTORIA DE CHILE. suceder, en obsequio de los sublevados, y que pondrían en libertad á los individuos que por aquel motivo habían sido arrestados. Tan generosa conducta no fué admitida por Gampino, quien se negaba hasta el punto de no querer abrir el pliego que el Congreso le dirigía, y en el cual iba una copia de la determinación tomada. Su negativa no reco- nocía otro motivo que el de no ver figurar en el sobre otro título que el de coronel, cuando él esperaba del Congreso el tratamiento de primer jefe de la República ; y ni siquiera quiso prestar oido á las conciliadoras pala- bras que le dirigieron las personas comisionadas para el caso. Eran estas personas el diputado Prats y Don Carlos Rodríguez, portadores de aquel mensaje á nombre de la Cámara y de la ciudad de Santiago. Investido Freiré de las facultades estraordinarias que la situación requería, creyó que una entrevista con el jefe de la sublevación podría muy bien arreglarlo todo ; y así es que enseguida se presentó en el cuartel mismo donde Campino se encontraba atrincherado y al frente de los revoltosos, Detenido á corta distancia por las centinelas avanzadas, le envió con uno de sus confidentes el decre- to de su nombramiento para el cargo de Presidente, y al propio tiempo le manifestaba el deseo que tenía de po- ner término al conflicto por medio de una reconciliación. Pero Campino rechazó la entrevista y la oferta conci- liatoria, contentándose solamente con mandarle uno de sus alegados, quien no sólo reiteró la negativa de su jefe, sino que hasta manifestó el mas alto desprecio por las garantías que se les ofrecía á nombre del Congreso, y lo mismo de la autorización que á Freiré le habia éste con- ferido. Y llevando su arrogancia al mayor estremo, se CAPÍTULO LXXXI. 43 propasó á ultarjar al Capitán General, trocando su len- guaje en insultos y vilpendios. Conducía tan irrespetuosa hizo comprencer que sólo por las armas se podía resolver aquella malhadada cues- tión; y el mismo dia principió Freiré á prepararse, orga- nizando cerca de cuatros cientos hombres que destinó á la conservación del orden; subdividiéndoles por partidas en los diferentes barrios de la ciudad. Campino consideró la creación d'e esta fuerza armada como un insulto hecho á la dignidad del título que se ha- bía abrogado, llamándose Presidente interino de la Repú- blica, y como un ataque directo á su autoridad. En se- mejante persuasión, el 26 destacó una parte de sus tro- pas á la plaza y otra contra las patrullas retiradas en la cañadilla. Débil era la resistencia que Freiré podia poner á aquellas tropas, que ya habian disparado contra la avanzada que habia hecho colocar él en las inmediaciones del puente, y estimó como mas cuerdo el trasladarse á San Felipe, para poder atender allí mucho mejor á la organización de un pequeño ejército, capaz de hacer fren- te á los sublevados. Antes de partir, dio sus órdenes pa- ra que las milicias de Colina, Quillota, Melipilla y otros puntos vinieran á reunírsele en su nueva residencia. A su llegada á San Felipe, donde fué aclamado como Presidente de la República, recibió noticias favorables del acatamiento que las milicias le presentaban. En Qui- llota se habian preparado ya doscientos hombres, y el Gobernador de Valparaíso ponia á la disposición del ca- pitán de fragata D. Man, Hip. Orella, á quien Freiré habia mandado á dicho puerto, todas las armas y muni- ciones allí disponibles en aquel momento. Para dar mas fuerza á la reacción, publicó al día siguiente una pro- a r*m 44 HISTORIA DE CHILE. clama, sumamente severa, contra todos los revoluciona- rios, tratándolos de traidores y de facciosos, manchados por toda clase de crímenes y capaces de todo esceso. Mientras que estos preparativos se llevaban á vias de hecho, temeroso Campino de semejante reacción, y que- riendo estorbar toda nueva patrulla estraña á su autori- dad, el mismo dia 26 hizo publicar un segundo bando en el cual se daba el título de Capitán General de la pro- vincia de Santiago. En este documento prohibía toda reunión pública ó privada, como también las que en par- tidas armadas recorrían la ciudad so pretexto de conser- var la tranquilidad del pueblo, ó vigilar por la seguridad de las propiedades. De este modo esperaba él consolidar su gobierno, y bajo semejante punto de vista, trató de ganar y comprometer á sus oficiales con un acta de ho- nor y de coerción, y el 28 les hacia firmar en Consejo de Guerra un compromiso por medio del cual se obligaban á sostener con la punta de sus espadas y con su sangre los sacrosantos derechos de la patria y libertad de sus conciudadanos, como así mismo mantenerse á la cabeza de dicho ejército al coronel D. Enrique Campino hasta conseguir los fines propuestos. En la misma acta mani- festaban que su objeto en la crisis en que el país se en- contraba no era otro que el de elevar al cargo de Presi- dente de la República al General Francisco Antonio Pinto, distinción de procedencia demasiado revoluciona- ria para que tan distinguido chileno hubiese podido aceptarla jamás. independientemente de todas estas precauciones, Cam- pino deseaba también sorprender la buena fé del Congre- so, para llegar á tenerle mas tarde bajo su dependencia, merced al auxilio de algunos de sus miembros. El dia CAPITULO LXXXI. 45 mismo en que él hacia publicar su segundo bando, pre- sentándose al Presidente que le favorecía, le aseguraba que jamás había pensado en inferir la menor ofensa á la Cámara y que los actos de violencia cometidospor sus sol- dados no eran otra cosa que lastimosas arbitrariedades del jefe que los mandaba. Por consiguiente le rog aba reunie- se de nuevo álosdiputados, para poder marchar de común acuerdo en las críticas circunstancias del (momento, y de este modo lograr resolver las dificultades amistosamente. La Cámara se reunió, en efecto, y no tardó mucho en recibir una comunicación de Campino , en la cual dejcia que, para terminar aquel desagradable é involuntario des- acuerdo, debería hacerse salir á las tropas de la capital y acamparlas en Aconcagua, echando en olvido cuanto acaba de pasar y exigiendo que se pagasen los atrasos al ejército, que se hiciese venir el que operaba en el Sud de la República, y que él quedase al frente de todas las fuerzas hasta el momento de haber el Congreso llevado á cabo la elección de un Presidente, en cuyas manos pon- dría el mando sin la menor demora. Pero á pesar del apoyo que algunos diputados presta, ron alas proposiciones de Campino, la mayoría, temerosa de caer bajo la presión de este jefe colocado así á la ca- beza de las tropas, no quiso aceptar, ó mejor dicho, re- chazó el proyecto sin vacilar un instante. Bien deseaba el Congreso perdonar las faltas de los revolucionarios, conservar los grados á los oficiales, y hasta escribir á Freiré para que suspendiese toda medida coercitiva ; pe- ro por su parte exigía que todas las tropas se retirasen á sus respectivos cuarteles y que allí, bajo las órdenes de sus jefes, permanecieren á la disposición absoluta del Mayor de Plaza. 46 HISTORIA DE CHILE. Campino rehusó estas proposiciones, tan poco a pro- pósito para satisfacer su ambición, y las rehusó tal vez sometido á la influencia de su hermano y de alguoos otros diputados. Y como es tan propio de los revolucionarios el no perdonar medio alguno para hacerse temer, toda vez que no arriesgan la menor cosa, Campino tomó desde luego las medidas mas enérgicas para que su poder no decayese. Así, pues, hizo arrestar á las personas que mayor resistencia pudieran oponer á sus proyectos, y muy particularmente á todas aquellas que, tanto por su actividad como por la firmeza de su carácter, titubearían en lanzarse contra él declarándole francamente la guer- ra. J de la Cruz y Manuel Gandarillas, Diego Portales, Fernando Elizalde y otros muchos, fueron apresados y encerrados en lugar bien seguro. Benavente, que era uno de los que mas tenían por qué temer la arbitrariedad de la fuerza armada, consiguió escapar felizmente de su casa y pudo esconderse en la de Ingrans. Semejantes actos de violencia y de impremeditación ponían á Campino en el mayor conflicto y en una situa- ción tan embarazosa que no es fácil describir, situación que vino á agravar la defección del coronel Acosta, quien á pretesto de ir á abrevar los caballos de su es- cuadrón de Guías, se fué directamente á ponerse bajo las órdenes de Freiré. La gravedad del hecho llenó de inquietudes el ánimo de Campino y le obligó á tomar precauciones de grande importancia. Concentró sus tropas en la Maestranza, aumentando su número con los soldados que tenia pre- sos, y ordenó al propio tiempo la reorganización del batallón n° 4, que habia hecho la revolución del 8 de octubre de 1825 bajo el mando de su coronel Sánchez, *; CAPITULO LXXXI. 47 y el cual fué disuelto de orden de Freiré después de los acontecimientos por dicho cuerpo renovados en Chiloe, siempre en abierta hostilidad entre este Presidente y favorable á D. Bern. O'Higgins. Aunque los personajes principales y mas capaces de llevar á cabo una reacción se hubiesen encontrado en la imposibilidad de emprendería, esto no obstante, merced á su carácter intrépido, enérgico é inventivo, Benavente podía bastar muy bien para llevar á debido término tan ardua empresa. Persuadido, según se propalaba, de que Maruri había entrado en el movimiento mas bien por compromiso, ó arrastrado por la corriente, que no por íntima convicción, le hizo Mamar á la casa de íngraus, donde continuaba oculto, y trató de hacerle comprender que tanto suposición como la de todos los demás oficia- les era sumamente falsa ; y que, desde luego, le convenia entrar en la contrarevolucion, favoreciéndola y llevando consigo á las tropas, las cuales se prometía una buena gratificación, cuya mayor parte costeó Portales de su propio peculio. Maruri aceptó sin vacilar un momento las ideas y el plan de Benavente. La noche misma de su entrevista, reuniendo á toda la oficialidad, le propuso su proyecto y le pintó el triste cuadro de la insostenible situación en que Campino se encontraba ; abandonado ya por el es- cuadrón de Guias, desprestigiado entre las clases eleva» das de la sociedad, sin poder contar con el pueblo, que si bien siempre está dispuesto á ponerse de parte de los vencedores, en aquellos momentos mostraba la mayor indiferencia respecto á la causa que se agitaba. Después de alguna discusión, un gran número de oficiales aceptó sus proposiciones ; pero algunos pocos se negaron á es- FUC 48 HISTORIA DE CHILE. tampar su firma en el acta de compromiso formulada al efecto, ofreciendo, sin embargo, no oponerse á la reali- zación de aquel proyecto, para lo cual se alejarían del cuartel. Pudiendo contar así con el único batallón de veteranos que se encontraba en Santiago, Maruri se apresuró á alejar los milicianos que guarnecían la Maestranza y á relevar con una compañía de sus tropas aquellos que se hallaban de guardia en el parque de artillería. Dueño ya de la posición, fácil le fué penetrar en las habitacio- nes que ocupaba Campillo y de intimarle la orden de entregarse como prisionero. También hizo arrestar á Guzman, á Latapiat y á otros jefes reunidos en la Maes- tranza; y de este modo, sin efusión de sangre, dio muerte á una revolución que, mejor dirigida, hubiera podido dar lugar á los escesos y atrocidades de una guerra civil. Ignorante Freiré de todo lo que estaba pasando en Santiago, ocupábase con gran decisión y actividad en concentrar tropas sobre Aconcagua, y ya habia hecho avanzar contra los rebeldes una división, compuesta de 1,200 hombres, que debía esperarle cerca de Colina. Otra división se encontraba también dispuesta á em- prender la marcha, cuando recibió la comunicación que la Cámara le dirigía dándole cuenta del buen resultado de la conírarevolucion operada. Siendo allí ya inútil su presencia, y no necesitando mas á los soldados, dio la orden de licénciamiento y se apresuró á regresar á San- tiago, cuyas puertas le vieron penetrar el 30, en medio de las aclamaciones y entusiasmo de una estraordinaria muchedumbre, reunida á esperarle en la Cañadilla. En- tre los que la componían figuraban no pocos soldados y CAPÍTULO LXXXI. 49 oficiales de los mismos que habían formado en las filas revolucionarias. Era la tercera vez que Freiré se veia saludado con los nombres de defensor de las leyes y de salvador de la patria. Los sucesos que acababan de tener lugar habían sido contrarestados con tanta energía como resolución por el Congreso, obligado al cabo á ceder á la fuerza. Inme- diatamente después de la caída de Campino, volvió á abrir sus sesiones, siendo uno de sus primeros cuidados el de ocuparse en la deliberación de la suerte que debia caber á los revolucionarios . En su calidad de militares, hallábanse sujetos á su código, expeditivo y severo por demás ; pero varios diputados, mas ó menos comprome- tidos en la abortada tentativa, sostenían que Campino, como miembro del Congreso, no podia ser juzgado por la ordenanza. Aun mas ; trataban de atenuar la impor- tancia de la revolución para pedir después se echase so- bre ella el velo del olvido; y hasta hubo uno de entre ellos que se propasó á acusar de felonía á Maruri y á todos los oficiales que le habían seguido, violando asila fé empeñada en favor de la causa que abrazaran. Acusóse también al mismo Maruri de haber recibido dinero de los reaccionarios, cosa que él negó siempre con grande energía, y de haber empleado los 3,000 pesos que aprontó Portales en sobornar á las tropas, distribuyén- dolos entre ellas. Desgraciado empleo que ponía el ho- nor militar á merced del principio corruptor. Apesar de semejantes alegaciones y ataques tan vio- lentos, la mayoría de la Cámara opinó por que Campi- no y sus parciales fuesen juzgados militarmente, esto es, por un Consejo de Guerra. Esta deliberación dio lugar á acalorados debates entre los periódicos, lo mismo que 50 HISTORIA DE CHILE. entre las diferentes clases de la sociedad ; pero con tan- to encono, con tan grande exacerbación de ánimo que para conservar el orden y la tranquilidad, el Congreso se vio en el caso de tener que dar una amnistía, conten- tándose únicamente con alejar de la capital á los princi^ pales jefes. Conforme á semejante disposición, varios oficiales fueron escoltados entre bayonetas hasta Valpa- raíso, acto que promovió una acalorada discusión, á cau- sa del informe pasado á la Cámara por dichos oficiales quejándose del mal trato deque habían sido víctimas du- rante el camino. La Cámara se mostró inclinada á apla- zar esta cuestión ; pero al fin la puso'á la orden del dia en vista de la enérgica actitud mostrada por el diputado que presentaba la demanda, quien procuró hacer creer que dichos jefes iban inmediatamente á ser embarcados para Valdivia, Chiloe ó la isla de Juan Fernandez. Con la ley de amnistía en la mano, Freiré se dirigió al lugar donde se hallaban presos los soldados revolu- cionarios y les hizo poner en libertad, no sin haberles manifestado su entrañable disgusto hacia una falta tan grave, tan deshonrosa y tan trascendental por sus funes- tas consecuencias para la disciplina militar, considerán- dola como un momento de estravío. Los que por una me- dida de prudencia fueron condenados á salir de Santiago pidieron ser internados en algunas provincias de la Re- publica* Campino y Guzman prefirieron la deportación y pasar á Mendoza, para aguardar allí á que circunstan- cias mas favorables les permitiesen regresar á su patria • pero después de haber reflexionado mejor, solicitaron ser enviados á Coquimbo, á donde se dirijíaManderola. Ha- biéndoles sido concedido lo que deseaban, pronto se pu- sieron en marcha para ir á llorar en el destierro las fu- CAPÍTULO LXXXI. 51 nestas consecuencias de una empresa acometida sin plan, sin prudencia y sin dignidad, consecuencias que no reconocían otro origen que la perturbación introducida en las ideas por los principios federales echados á volar hacia algún tiempo. En cuanto á Eizaguirre, volvió á la vida privada, contento de haber hecho algún bien al país. En medio de los disturbios de que se halló rodeado, ha- bía dado mejor organización al ejército, aumentando á 7 pesos mensuales el pré del soldado, que anteriormente no ascendía mas que á 6 ; sobre todo, habia organizado contra Pincheira una espedicion de que mas adelante pa- saremos á ocuparnos. CAPITULO LXXXII. dirZ f COngreS° VU6lVen á COmenzar sus ses>'^ y Preire d.m.te su poder provisional, -Es reelegido para Presidente, y pa a eTcoTr , ; P; A> PÍnt°-E1 sistem^^eral es admitido por el Congreso, y al efecto, es presentada una Constitución. -Oposición que la nueva ley encuentra aun entre los antiguos partidarios federalis- tas.- nfante la sostiene casi solo, pero con la mayor energía.-Lns asambleas provinciales en su mayoría son contrarias a dicha Constitu- ción.-Las favorables á ella introducen la confusión en las admin ra- ciones fiscales.-Vivas discusiones con la asamblea provincial de Sa - nacgion~í r > * ^^ Y n0mbramie^ ^ -a comisión nacional -Convocatoria de un nuevo Congreso.-El sistema federal es defendido con obstinación por Infante, á pesar de ser contrario al voto general del país. Terminada la última revolución de un modo tan sen- cillo, la Cámara, que habia permanecido cerrada du- rante los días de alarma, volvió á reanudar sus interrum- pidas sesiones con fecha del 2 de Febrero de 1827, y Freiré pidió su pronto reemplazo en el cargo de confian- za que, por efecto de las circunstancias, le conferieron los representantes de la nación. En vista de semejante sú- plica, la Cámara acordó el 13 del mismo mes que se procediese á la elección de un nuevo Presidente y Vice- presidente, cuyos cargos no serian otorgados á ningu- no de los miembros del Congreso. La votación fué favo- rable al Capitán General dimisionario para el primero de los cargos, y al General Pinto para el segundo. Gomo el carácter del Congreso no era sino el de una Asamblea Constituyente, los diputados habían sido convo- cados con el único objeto de organizar los poderes y pre- parar las bases fundamentales de una nueva Constitución CAPITULO LXXXI1. 53 Conforme á lo que en los primeros dias de su instalación había acaecido, tan precipitada como irreflexivamente, la ley iba á ser basada en los principios federalistas, sin preocuparse de la opinión nacional que, no obstante, debería haber sido consultada tratándose, como se trata- ba, nada menos que de una transformación tan radical en las instituciones del país. Los diputados tenían la can- didez de creer que les eran muy bastantes las facultades - de que se hallaban investidos y que todo se combinaría y marcharía bien por la fuerza misma délos principios. Esta obra inspirada por las ideas exageradas y demo- cráticas de M. Infante, alcanzó su terminación á últimos de Diciembre de 1826. El encargado del informe por la comisión, al presentar su trabajo á la Cámara para que fuese discutido, entre otras varias cosas decia: haber dado con un régimen que al mismo tiempo que destierra del cuerpo Legislativo aquellas funestas ideas de su om- nipotencia, le priva de poder legislar con una peligrosa ligereza , como así de ser afectado por aquella exaltación á que todo cuerpo popular está espuesto. «Les decia tam- bién que colocaba á las provincias en el caso de poder atender á sus propios asuntos, sin que resulte de ello pe- ligro, bien al gobierno general ó á los particulares. » Calcada sobre la de Méjico, que no era sino un pálido reflejo de la de los Estados-Unidos, esta Constitución ad- mitía, lo mismo que anteriormente, si bien en un terre- no mucho mas democrático, una legislatura compuesta de dos Cámaras, la de los representantes del pueblo, dispuesta siempre á defender sus derechos y su libertad, y la del Senado, elemento ponderador ó equilibrador en- tre dichos representantes y el jefe del Estado, impidien- do los escesos de la una y los abusos del otro. A este je- 54 HISTORIA DE CHILE. fe se ie concedía todas las facultades necesarias al mas completo y eficaz ejercicio de sus funciones, y aun es^ traordinarias momentáneamente, en ciertos casos, á cau- sa de las circunstancias en que el país pudiera hallarse tanto en el interior como en el esterior. Un Consejo de Gobierno, compuesto de un Senador de cada provincia, debía reemplazar al Congreso durante mrecesit, velar sobre la observancia de la Constitución y de las leyes y hacer al Ejecutivo las observaciones convenientes para e! mejor cumplimiento de ellas. Él poder judicial no podía ser precisado con tanta fa- cilidad, en razón á los numerosos obstáculos que era pre- ciso vencer; pero la comisión creía que «mejorada la situación de las provincias por el nuevo régimen y que difundiéndose las luces, podrá, decía, darle laque sea de desear. En el entretanto su condición se habrá mejorado con la adopción del reglamento propuesto, pues asigna a cada uno de ellos uno ó mas jueces de letras, ademas tribunales de primera instancia y de apelación, en re- curso de menor cuantía, por medio de los jueces de paz y mayores de los respectivos municipales.» Por lo que ha- ce á los tribunales de apelación en recurso de mayor cuantía, la comisión contaba instalarlos tan luego como el país estuviera mejor constituido; y mientras estose realizaba, no se debería hacer cambio alguno y se conti- nuaría procediendo del mismo modo que hasta entonces Lo mas notable en esta Constitución era sin duda el modo y forma con que la organización política de las provincias quedaba determinada. Habiendo sido sancio- nada la división de la República en ocho provincias, to- dos los efuerzos de la comisión se encaminaban á asegu- rarles, por medio del régimen interior, los derechos y CAPÍTULO LXXXII. 55 prerogativas que les eran inherentes, poniéndolas en situación de atender á sus propios asuntos, por la limi- tación de los poderes legislativo y ejecutivo á las necesida- des de los intereses generales. Cada una de ellas, según el reglamento, se convertia en una pequeña república, con su Constitución propia; con su poder legislativo, eje- cutivo y judicial, poderes organizados conforme á las le- yes que las asambleas mismas debían discutir y sacionar, pero con sujeción k las reglas y restricciones que la Consti- tución general establecía. Se vé, pues, claramente que era un sistema combinado, por medio del cual los poderes generales y particulares de cada provincia quedaban li- gados de manera que, subordinándose unos á otros por la uniformidad de las instituciones, se obtenía así una dependencia condicional y recíproca de todas las autori- dades en provecho de una buena administración. Para metodizar en cuanto fuese posible dicho sistema provincial y dar satisfacción á la impaciencia de los di- putados, Infante presentó á la Cámara otro reglamento provisional mucho mas detallado y, por consiguiente, de mucha mayor complicación. La comisión juzgó oportuno hacerlo imprimir para que mas tarde pudiera servir de norma á las provincias ; pero al mismo tiempo opinaba que debía ser motivado algún tanto, no aceptándose por de pronto sino los artículos mas particulares, para que nadase opusiese á la inmediata promulgación de una ley cada dia mas urgente y necesaria. Sin embargo, á pesar de las instituciones republicanas, hacia ya tantos años adoptadas, la administración de las provincias ape- nas habia variado. Los delegados y subdelegados conti- nuaban siempre ejerciendo el alto poder de los partidos y \os alcaldes el de la justicia de primera instancia. Has- 5G HISTORIA DE CHILE. ta las municipalidades en los últimos tiempos se hallaban sometidas á la absurda práctica de que los nuevos miem- bros fuesen nombrados por el corto número de los que acababan de cumplir su tiempo. Las reformas provinciales eran, pues, de incontestable utilidad; pero adolecían del defecto de ser presentadas en un reglamento inaplicable, que venia á introducir una revolución en las ideas y en las costumbres, y que, por lo tanto, debía desagradar á la mayor parte de los Chi- lenos. También para atender á estas necesidades se vie- ron obligados á promulgar leyes sueltas, que á menudo eran desatendidas y no se ponían en ejecución. El descontento ocasionado, unido á la oposición de las asambleas, llegó á ser muy funesto al sistema federal. Aun antes do haberse empezado los debates sobre la Constitución, ya había perdido mucho de su prestigio entre algunos miembros del Congreso; y este desaliento se hizo mas patente cuando las discusiones vinieron á de- mostrar la imposibilidad, en cuanto á la aplicación, de un sistema tan mal comprendido, infante era tal vez la única persona, cuya alma honrada, pero fantástica pudo tener una idea fija y determinada de él ; mas casi nin- guno de los demás miembros de la Cámara pudo llegar á comprender sus méritos ó sus defectos; y la mayor par- te de ellos no tuvieron presente otra cosa que sus intere- res, hacia los cuales se dejaban arrastrar con su partido, por irreflexión ó por las mezquinas pasiones políticas. La reprobación llegó á ser todavía mas vigorosa y marcada en el público, manifestándose en una parte de él por medio de escritos, muchos de ellos apoyados en só- lidos argumentos, y en otra por medios de folletos, in- sertos en los periódicos ó lanzados en hojas sueltas. Acusa- CAPITULO LXXXIIS 57 base á la Cámara de no haber hecho nada en favor del país y del sistema propuesto, por lo imposible de su planteamien- to, atendidas las dificultades que las provincias tendrían para encontrar en su mismo seno hombres capaces de des- empeñar los numerosos empleos que iban á ser creados y, sobre todo, por la falta de los fondos que para soste- nerlos serian de imperiosa necesidad. La Constitución en este caso bien trataba de acudir al remedio, prometien- do el auxilio del Gobierno central ; pero esto no era sino en calidad de préstamo, y renovándose los anticipos va- rios años consecutivos necesariamente debían mas tarde arruinar á las provincias, envolviéndolas en graves com- promisos. Los ataques no eran menos vivos respecto á tantas leyes provisionales como el Gobierno venia san- cionando y casi todas ellas en abierta contradicción con la mente de la convocatoria. El Congreso, decían los mencionados escritos, ha recibido sus diputados con el único objeto de redactar una Constitución ; pero no con el de introducir innovaciones en el régimen orgánico del Estado, cosa que sólo es dable hacer á la nación misma. A todas estas dudas y ataques, los federalistas respon- dían con no menos calor ; sostenidos por una juventud inteligente, vigorosa y activa, con el alma llena de esa noble exaltación hacia todo lo grande y generoso, pro- pia en los pocos años, publicaban numerosos diarios, ase- gurando que en la situación en la cual el país se encon- traba, la única forma de Gobierno capaz de proveer á su propia felicidad, á su bienestar y necesidades no era otra que la forma federa! ; y que sin ella el pueblo arras- trada perpetuamente las pesadas cadenas de la esclavi- tud. A este propósito citaban las repúblicas de Méjico y de Guatemala que la habían adoptado, y hasta tenían ;, 58 HISTORIA DE CHILE. la temeridad de hablar de sus felices resultados, en el momento mismo en que se hallaban desgarradas por fac- ciones demagógicas, como lo había sido ya la de Vene- zuela. Contestando después á los cargos que se les diri- gían como á miembros de un Congreso que no habia pro- ducido el menor bien para el país, alegaban que la causa no era otra sino « las intrigas de muchos interesa- dos en que el país no se organice; en el abandono en que los ha dejado el Poder Ejecutivo, no sólo negándoles la asistencia del ministerio á las discusiones, sino aun los datos necesarios para poder obrar con acierto; en la fal- ta de sus leyes ; y, finalmente, en las maniobras emplea- das fuera de la capital con el fin de formar á los pueblos en contra.» Estas punzantes é irritadoras discusiones apartaban to- dos los dias algunos diputados del partido de Infante, y, quebrantándose su conciencia, casi degeneraba este ya en oposición. Comenzaban á lamentarse de su espíritu irre- flexivo, de su loca impremeditación al votar por el siste- ma federal y por no pocas leyes con él relacionadas, puestas ya en práctica ; y se arrepentían prometiendo en- mendar tamaña ligereza por medio de votos contradicto- rios. Y al obrar así, lo hacían bajo la grande influencia de los Pelucones, partido muy sensato y muy poderoso, á causa de la posición social de los miembros que lo compo- nían, y enemigo declarado de toda reforma brusca y pre- cipitada. En las provincias no era menor el terreno que la opo- sición iba ganando; y la de Concepción, tan federal en otro tiempo mientras se vio guiada por el mas necio espí- ritu de rivalidad, fué la que tomó la iniciativa, manifes- tándose en este terreno con un acto oficial. El 3 de di- CAPÍTULO LXXXII. 59 ciembre de 1826, la asamblea provincial, formulado ape- nas el reglamento que habia de regirla, procediendo á deliberar acerca de la nueva forma de gobierno, la deshe- cho en absoluto y por unanimidad, é inmediatamente se dirigió al Congreso dándole cuenta de su negativa por medio de una terminante esposicion, en la cual se estén* dia á manifestar igual acuerdo respecto á las leyes suel- tas que tendían al mismo fin. En dicho documento ale- gaba como principales motivos, la falta de recursos para subvenir á sus gastos y la dificultad de imponer nuevas contribuciones en una provincia á la sazón tan fatalmente arruinada. Mas tarde tuvo discusiones tan acaloradas con el Gobernador intendente, que solicitó su reemplazo. Discutíase, pues, el proyecto de Constitución, pero se discutía bajo la influencia de la opinión pública. Cada uno de sus artículos daba lugar á debates muy violentos, provocados desde el principio de la discusión por Bena- vente, quien preguntaba si el Congreso podría revocar la ley que determinaba el sistema federal. Era un ataque formidable contra el sistema aceptado unánimemente por la Cámara, y cuya adquisición se estimaba como legal, si bien haciendo observar que la nación debería ser consul- tada para aprobarlo y sancionarlo. Una de las discusiones mas animadas y violentas fué la que se referia á la religión del Estado. El proyecto de Constitución admitía sencillamente la religión católica, apostólica y romana, tratando de proteger de una ma- nera tácita las sectas que pudieran establecerse en el país, habitado entonces por muchos ingleses y otros pro- testantes, lo que mas ampliamente habia hecho ya Bue- nos-Aires, en 1825, pronunciándose en favor de la liber- tad de cultos. #A 60 HISTORIA DE CHILE. La tolerancia, en efecto, hacia grandes progresos en América. La juventud, los liberales avanzados, la recla- maban con mucha decisión; y hasta el mismo Bolívar, en la apertura del primer Congreso Boliviano, confesaba que la profesión religiosa no debia entrar en ninguna Consti- tución política, siendo como una garantía indefinible en el orden social, á causa de su naturaleza puramente mo- ral é intelectual. Las almas piadosas no podían, por el contrario, apoyar semejante principio y mucho menos abandonar el siste- maesclusivista que su conciencia les hacia entrever coma el único sosten de ¡a pureza de la iglesia y el mas nece- sario contrapeso que se podía oponer á las impías ideas de una época en que no se tenia temor en Valparaíso de profanarla Iglesia del convento de San Agustín para con- vertirla en teatro. Varios diputados se levantaron á recla- mar contra la redacción de aquel artículo, sostenido por Benavente, infante y Fariña, y vigorosamente comba- tido por una gran mayoría, á la cual venia á asociarse el público, apoyándola por medio de pasquines y pala- bras bastante amenazadoras. Tres dias consecutivos hacia ya que esta discusión, violenta en sus formas oratorias, y en los arranques de protesta, se prolongaba, agitándose mas y mas, cuando el Sr. Irarrazábal propuso el desistimiento del artículo en cuestión, conservando sobre este punto la observancia de lo prevenido por las anteriores Constituciones, y aña- diéndose solamente en la nueva estas palabras : « Con es- clusion del culto público de las otras religiones.» Irar- razábal fué apoyado por el canónigo' Elizondo, quien, mucho mas liberal, quería que se tolerase á los estran- jeros sus opiniones privadas con el uso de sus ritos; pero CAPÍTULO LXXXII. 61 á condición de que no los ejerciesen públicamente. Bena- vente aceptó esta redacción, y la Cámara, al fin, consi- derándola como demasiado liberal, vetó la proposición de Irarrazábal, dejando al tiempo el encargo de realizar la tolerancia que se solicitaba. La sanción del sistema federal dio lugar á discusiones mucho mas violentas aun que las motivadas por la pro- posición de reforma relativa á la religión del Estado. Cierto número de diputados, entre quienes figuraban algunos de los que en un principio ¡o habían defendido calurosamente, se apresuraron después á atacarlo con tanta violencia como convencimiento. Infante vino á ser casi el único orador que hacia frente á los ataques ; y no pocas veces llegó á sobreponerse á ellos por el nervio de su temperamento y por los ímpetus de su elocuencia, llena de entereza, de sensibilidad y de convicción . « Este sistema de gobierno, decia, es la perfección de la cien- cia legislativa, el que mejor conviene á la mayoría de la nación, y el que lleva á las provincias una indepen- dencia capaz de permitir á los habitantes una organiza- ción conforme á sus necesidades y á sus intereses. » Y hablando después de los privilegios perjudiciales, como el estanco y los mayorazgos, instituciones entonces muy controvertidas y reprobadas por la mayoría, trataba de establecer el convencimienío de que sólo por medio del federalismo se podría llegar á destruirlas ; y, en la ce- guedad de su fanática idea, iba hasta el estremo de ase- gurar que nadie sino aquel hombre que profesase el fe- deralismo seria un honrado ciudadano. Infante poseía en un alto grado la verbosidad admira- ble, el giro animado de la frase y ese tono dominante, fascinador, capaz de subyugar á sus adversarios, si hu- ra* 62 HISTORIA DE CHILE. biese andado menos decisivo, menos absoluto en sus apreciaciones sobre el valor respectivo de cada principio, y si su desenfrenado fanatismo por la causa federal hu- biera sabido limitarse pura y simplemente á las formas administrativas y no políticas. Por otra parte, menos apto que nadie, desde hacia algún tiempo, para la acción po- lítica, por efecto de sus trabajos especulativos y por sus estudios decididos sobre el contrato social, que llegó á ser su evangelio político, su. influencia se estrellaba con- tra los muros de la Cámara, logrando apenas trascender hasta el público. Los periódicos que le hacían la guerra no le consentían jamás un momento desosiego, y le ata- caban en todos sentidos ; de modo que sus disparos no tardaron mucho en hallar un eco en el recinto del Con- greso, donde ios debates se hacían interminables, con- cluyendo por enervar las virtudes republicanas. Para re- mediar esternal, engendrado si bien se considera por la imperfecta disposición del reglamento interior, formu- lado en un momento de entusiasmo de aquella época en la cual se creía que todo podia ser arreglado y puesto en movimiento merced á la fuerza misma de los principios ; para remediar este mal, repetimos, Benavente con el apoyo de Meneses, pidió y obtuvo que la Cámara, es- cepto en los casos de verdadera urgencia, no se ocuparía en lo sucesivo sino de la Constitución. Pidió también « que luego, verificadas las discusiones dichas, se remita la Constitución á los pueblos, convocándose á otro Con- greso que deberá ser constitucional, si la Constitución re- sulta aprobada, y constituyente en el caso de no ser ad- mitida. » Tan significativa moción merecía al parecer el asen- timiento de la Cámara, cuando Infante, comprendiendo ■m CAPITULO LXXX1I. 63 el peligro de la disolución, en unión con otros varios di- putados pidió fuese remitida á informe de una comisión, y así fué acordado. Pero el dictamen de la que al efecto fué nombrada resultó ser poco favorable á los tenaces defensores del federalismo. Opinaba por que el Congre- so se declarase disuelto tan pronto como la ley de asam- bleas y Constitución se promulgara y «en este caso, de- cía, se deberán expedir las providencias convenientes para la convocatoria de los nuevos representantes para el año siguiente de 1828. » Con el fin de dar mayor fuer- za á semejante decisión, se declaró en otra de las sesio- nes «que no se podría revocar lo dispuesto ni admitirse moción que pueda entorpecerlo. « La disolución del Congreso venia, efectivamente, pi- diéndose hacia mucho tiempo, y con un sentimiento bas- tante unánime, por los diferentes partidos. Hasta ei mis- mo Fariña se habia pronunciado en este sentido ; pero reflexionando después que la disolución de la Cámara podia ser y seria contraria á las ideas federales que él sostenía, se retractó y abogó por la permanencia, y con razones tan persuasivas, que logró arrastrar á la ma- yoría, obteniendo su voto. El sistema federal se desprestigiaba ; por mas que fue» se el motor absoluto de la política de infante, por mas que él lo defendiese con la poderosa autoridad que le daba la sinceridad de su elocuente palabra, palmo á pal- mo, de dia en dia, de sesión en sesión, iba perdiendo ter- reno. Las asambleas provinciales que, á ejemplo de la de Concepción, eran hechura de la influencia de los uni- tarios, se negaban á aceptarlo, mientras tanto que aque- llas que le eran favorables se veian con frecuencia con- tradichas por el mismo infante, á causa de los derechos I '. 64 HISTORIA DE CHILE, que se abrogaban traspasando los límites de sus atribu- ciones. Para esquivar las exigencias de su Gobernador Peña, la de Cúrico se habia ido á establecer en Ranea- gua ; y poco tiempo después oficiaba á la administración del estanco para que le remitiera todos los fondos de que podia disponer, con el fin de atender á sus gastos. La de Aconcagua pensaba también hacer lo mismo, y uno de sus miembros se adelantó á proponer «que se autorice á los pueblos de la provincia para que cada uno tenga su caja en que ingresen los ramos que produce por diezmos, al- cabalas, patentes, estancos, etc. » lo cual habia sido adop- tado. La de Maule, apoyada por el Congreso, reclamaba sobre la erección de Ningue y Huerta en partidos, cuya ley sancionada no habia sido promulgada todavía. Por último, la de Coquimbo, que, bajo la influencia de Fa- riña, lo habia aceptado con entusiasmo y hasta se per- mitió la propaganda del principio por medio de circula- res al efecto remitidas á las otras asambleas provinciales, concluyó por retractarse, desde el punto en que llegó k ver que en vez de una federación moderada y sencilla- mente preventiva contra el depotismo, sólo se trataba de imponerle una forma de Gobierno que destruía la unidad de la República. Sin embargo, para no dar lugar á des- órdenes, escribió á sus diputados «que se conformaría y sometería al voto del Congreso. » Pero la que llevó su oposición hasta el mayor estremo fué la provincia de Santiago. La asamblea no era otra co- sa que la pura espresion de la aristocracia chilena, en todo tiempo enemiga declarada del federalismo. Veía que por medio de la sorpresa y de espedientes parlamen- tarios, se trataba de hacerlo aceptar á la Cámara, pues- to que al propio tiempo se presentaba con la Constitución ™*r. CAPITULO LXXXII. 65 e! proyecto de las atribuciones de las asambleas y de las leyes relativas á las elecciones populares de intendentes, gobernadores, curas párrocos, etc. Aunque semejante' proyecto sólo fuese transitorio, por su carácter provisio- nal y como un mero ensayo, toda vez, sin embargo, que venia á romper la unidad chilena, dicha provincia, con fecha 15 de marzo de 1827, comunicó ásus diputados instrucciones en las cuales se les concitaba ano tomar parte ni en aquel proyecto ni en aquellas leyes, decla- rándolos responsables de toda participación en el cambio del principio fundamental del país. El Congreso, á quien se remitió una copia de estas ins- trucciones, acompañándola de la súplica de hacer suspen- der aquellas leyes provisionales, así como también la forma republicana, contestó: «que obraría según las altas fa- cultades de que se hallaba investido, y como mas con- veniente lo creyese para los intereses públicos.» El tono desdeñoso y arrogante de semejantes palabras hirió un tanto el amor propio de la asamblea provincial de San- tiago. La contestación de ésta fué que se sometería con la mas ciega resignación á la nueva forma de Gobierno siempre que mereciese la aceptación de la República, y no viniese á destruir sus vínculos sagrados ; y que, como cuerpo de una representación legal, se consideraba con el derecho de dictar instrucciones imperativas á sus diputa- dos cuando el pacto, solemnemente establecido entre el Congreso y la nación se hallaba en vísperas de ser violado con el mayor escándalo. Conforme á las instrucciones pasadas á losdiputados de la provincia, varios de estos s* abstuvieron de concurrir á la Cámara; cuando ésta, para desvanecer todo recelo, declaró «que no ligaban á los di» putados las instrucciones de las asambleas provinciales » T. VIII. $. 66 HISTORIA DE CHILE. A pesar de tales protestas y manifiestos, el reglamento relativo á las atribuciones de las asambleas quedó por fin resuelto. Según decia infante, aquellas tenian por objeto el « plantear de hecho todas las formas federales en las provincias para acostumbrar al pueblo á aquel género de administración y establecer, por medio de las elecciones populares, una especie de escuela primaria de política, esencial para inspirar en el corazón de los ciudadanos virtudes que hayan de premiarse y sirvan de cimiento á la moral pública y á la honra nacional » Y aunque muchos miembros del Congreso reconociesen que tal sistema de Gobierno no convenia, esto no obs- tante, votaron en su favor para ver si lograban sacar al país de su letargo y apatía, y conciliar los partidos que hasta entonces le habían impedido marchar de una ma> ñera conveniente á su prosperidad. A todos estos motivos de discusión no tardó mucho en venir á juntarse otro no menos alarmante para los decididos campeones del sistema federal. El 30 de marzo tomaba el Congreso en consideración y luego votaba la moción de uno de sus diputados, pidiendo se dejase al arbitrio de los pueblos que no quisiesen reconocer sus capitales la facultad de reunirse al poder general de la nación bajo la inmediata dependencia del Poder Ejecu- tivo. Una resolución tan contraria á toda organización na- cional prueba el caos de ideas en que el Congreso había caído. Verdad es que los federales lograron hacer que esta ley fuese revocada ai siguiente día de haberse vo- tado, lo cual, sin embargo, no impidió que la ciudad de Talca se separase completamente de la provincia á que pertenecía, para unirse al Gobierno central. CAPÍTULO LXXXII. 67 Muy difícil era que en medio de aquellos debates vio- lentos y apasionados, que todos los días se suscitaban en la Cámara, pudiesen conservar las discusiones la calma y sensatez que venia reclamando la alta importancia de los asuntos que se trataban. Ya no se dilucidaban Jas cuestiones ; la ira estallaba en todos ios labios, ladia.riva y la personalidad campeaban sin respecto alguno, y el desorden obligó á varios diputados el 15 de mayo á pedir la clausura de la Cámara, ó cuando menos, que se declarase en receso, siendo mientras tanto reempla- zada por una comisión. Renovada esta demanda un gran número dé veces, y apoyada por ciertos periodistas, fué por fin tomada en consideración y una comisión quedó establecida con el objeto de presentar informe sobre este asunto. El cura Fariña fué el encargado de dar cuenta del examen que dicha comisión habia hecho so- bre las varias proposiciones emitidas al efecto, y la opi- nión de ésta recayó favorablemente sobre la moción de Aguirre, considerándola digna de ser puesta á discusión. Lo mismo que Palazuelo, Aguirre pedia la disolución del Congreso y su reemplazo por un Senado, elegido en su propio seno y revestido de facultades legislativas. Novoa pedia que el Senado fuese hechura de las asam- bleas provinciales « para no caer, — son palabras textua- les y de gran peso, — en el íhcon veniente de tener el Congreso que prescribir facultades y restricciones legis- lativas que no son de su resorte. » Otros diputados desea- ban, por el contrario, la continuación de las sesiones, alegando que seria vergonzoso para la Cámara el retí- rarse sin haber hecho nada todavía, sin haber dado á sus comitentes las leyes orgánicas que se le habían en- comendado, y que, no dejando formulada una Constitu- 68 HISTORIA DE CHILE. cion, carecía de ía facultad de trasmitir en modo alguno su poder legislativo. Estos diputados, tales como Infante, Molina, etc., no eran otros sino los federalistas concien- zudos y radicales, quienes comprendían muy bien que la disolución seria el último golpe dado á su pensa- miento. Por mas que lograran haber hecho prolongarse esta cuestión durante un largo mes, y por mas que obtu- viesen el apoyo de la prensa, de los periodistas nueva- mente lanzados á la lucha, la opinión pública se hallaba va tan fatigada y deseaba tan de veras la disolución de la Cámara, que ésta se vio forzada á votarla. Antes de separarse, decidieron sus miembros que se consultase á las provincias, por medio de sus asambleas, acerca de la forma de Gobierno por la cual debería constituirse la República, encargando á las municipalidades de la re- cepción de los votos, bien fuese escritos ó de palabra. Una vez disuelto el Congreso quedaba el Gobierno falto del poder que debía fiscalizar y legalizar sus actos. Para que así no sucediera, se nombró una comisión na- cional, á modo de Senado, autorizada «para remitir la consulta á las provincias, aprobar ó reprobar las propo- siciones que le presente el Poder Ejecutivo sobre la base de la mayoría de votos de la nación, y convocar un Congreso para el 12 de febrero de 1828. Cada provincia se hallaba representada en esta comisión por un indivi- duo, como miembro provisional, tomado dentro ó fuera de la Cámara, hasta tanto que las asambleas no sancio- naran la elección ó enviasen representantes de su gusto. Después de este nombramiento, que no era enteramente legal, y después de haber decretado la convocación del nuevo Congreso para el 12 de febrero de 1828, el Pre- sidente declaró la clausura de la Cámara. Este acto tuvo ; ■MN CAPÍTULO LXXXÍI. gg lugar con fecha dal 22 de junio de i 827, siendo acogido por el país con muestras de la mayor satisfacción. Nin- guno mas que el pueblo de Linares protestó contra la comisión nacional nombrada, sirviéndose para hacerlo de palabras las mas insultantes, encaminadas á un gran número délos miembros del Congreso, á quienes trataba de traidores á la patria; un diputado de Aconcagua pidió también que la provincia siguiese bajo el régimen fede- ral, y se apoderó de todas las rentas provinciales, no pagando sino á prorata lo que se tenia que dar al Go- bierno nacional. Tai fué el fin de esta legislatura, que funcionó do- rante ocho meses enteros, legislatura que habiendo sido convocada para redactar una Constitución, no hizo otra cosa que emplear el tiempo lastimosamente en todo aquello que no era de su competencia (I). Si las prime- ras sesiones, ceñidas al verdadero punto de la discusión íueron, no solamente tranquilas, sino también de una dignidad constante y continuada y lograron inspirar una confianza de que no gozaron los dos anteriores Con- gresos, seguramente no sucedió lo mismo cuando la re- flexión vino á hacer comprender la imposibilidad de llevar al terreno de la práctica tan bella teoría ; y desde aquel momento todos los partidos se entregaron á supo- siciones injuriosas ó insultantes, á apostrofes exagera- dos, virulentos y ridículos, unos exaltando el federalismo hasta las nubes y llevándole hasta e) delirio, otros deni- (1) El federalismo era el Gobierno que pedia la nación entera Las Kf Si ? Sanl;ag° fUer°n laS «Ue C0» la ™>- terquedad t'raba- ja.on a fmj de demvarlo, porque las palabras libertad é igualdad que le 70 HISTORIA DE CHILE. grándole con Sa misma energía, despreciándole y arras- trándole por el suelo, y dando margen de este modo á acaloradas discusiones, que absorvian todo el tiempo de las sesiones con menoscabo de los intereses públicos, de los cuales el Congreso tenia obligación de ocuparse. Por la usurpación autoritaria de este sobre el Poder Ejecu- tivo, había llegado á abrogarse una gran parte del Ad- ministrativo, de suerte que la Presidencia era ya mas bien honor'fica que efectiva, y mas transigía que gober- naba. Que repúblicas diferentes en leyes y en costumbres traten de ligarse por medio de un pacto federal para llegar con la asociación de fuerzas á formar una nacio- nalidad mas vigorosa, mas apta y capaz de defender su dignidad y sus intereses, es indudablemente una ventaja de la mayor consideración é importancia ; pero querer separar, merced á una idea teórica y de ciega imitación, lo que estaba bien unido, era también, indudablemente, ir hasta renunciar á sus propias fuerzas y á sus costum- bres, llevando la desorganización á un país sometido aun á sus antiguos y arraigados usos tradicionales. Aunque supiéramos que aquellas pequeñas repúblicas hubieran podido constituirse sometiéndose á una Constitución general, siempre espuesta á ser interpretada de una ma- nera arbitraria y sujeta a perder fácilmente el equilibrio, ¿quién hubiera podido impedirles el cambiar ó modificar á su gusto sus leyes, sus tratados de comercio y hasta su mismo régimen, separándose así moralmente y de hecho de sus vecinos y dando lugar á disensiones en todo tiem- po desagradables por las consecuencias que consigo traen ? A causa de la espontaneidad y el entusiasmo con que este principio habia sido adoptado al abrirse las se- CAPÍTULO LXXXII. 71 siones, no hay duda que un espíritu menos absoluto y mas ilustrado acerca de las necesidades del momento, habría podido aprovechar muy bien tan escelentes circunstan- cias para aumentar el poder municipal, siguiendo una parte de las ideas emitidas por Egaña en su Constitución del año 1823, y asegurar al propio tiempo mayor liber- tad á las provincias en la dirección de sus asuntos espe- ciales, por medio de asambleas sometidas, no á las leyes parciales, sino generales y uniformes. Aquel era el ver- dadero momento en que se podia haber alcanzado esa descentralización prudente á que las provincias aspira- ban, descontentas de ver á la de Santiago absolviendo por sí sola todos los capitales, toda la inteligencia, toda la actividad y el comercio entero del país. Desgraciadamente aquel sistema tan perturbador, aque- llas leyes sueltas sin plan ni concierto y la falta de esa re- ciprocidad con que debían apoyarse unas á otras las pro- vincias, habían desorganizado el país y despertado con escesivo vigor las mezquinas pasiones, precipitándolas en un dédalo de pareceres y opiniones tan diversas como incoherentes y confusas. Todos los partidos se hallaban sublevados, y cada cual se aprestaba y se lanzaba á la lid precedido de una bandera provocadora. Los Estanqueros, con pretensiones absolutas ; los Pelucones, con sus pri- vilegios, su desden por lo presente y su afecto hacia una organización mixta fundada sobre lo pasado; los O'hig- ginistas, puestos siempre los ojos en su genio salvador ; los Pipiólos, llenos del mas justo encono por los escesos de que habían sido tristes víctimas; y en fin, los demó- cratas, compuestos de una juventud bulliciosa, activa, impaciente, el corazón rebosando en buenas intenciones, pero, demasiado imprevisor para no dejarse engañar por ,■■'■*;.* i'Mffm 72 HISTORIA DE CHILE. su noble generosidad y sus ardientes ilusiones. Hé aquí las opiniones mas contradictorias que el federalismo tenia que combatir y vencer; y si algunas de ellas vinieron á formar entre sus filas, el resto eran un temible enemigo, vigoroso, tenaz y que, sin tregua ni descanso, trabajaba por destruirlo. Por lo demás, y á pesar de su caida, el sistema federal ha dejado en pos de sí gérmenes fecun- dos de libertad, que no han sido totalmente inútiles ; y las ideas emitidas en el curso de tan turbulento Congreso sirvieron de algo para aquellos que iban á reemplazarle. En aquel tiempo, en que reinaba una especie de fanatis- mo político, las discusiones violentas servían de lección para los que hasta entonces no habían tenido otro ídolo que la ficción, é ignoraban todavía, ó por lo menos, no conocían bastante bien los espedientes de la táctica par- lamentaria. La vida política no se desarrolla sino por medio de la lucha, sino por medio del antagonismo ; porque el ejercicio robustece y fortifica moral y material- mente ; y el periodismo contribuyó de un modo pode- roso, con el vuelo seguro que acababa de tomar, al impulso y movimiento de las ideas, infante mismo no desdeñó este género de enseñanza, y se hizo periodista. Aunque poco tiempo después vino á ser el único atleta del sistema federal, lo defendió siempre con el mayor entusiasmo, energía y convicción en su diario titulado El Valdiviano federal, haciendo lo propio por las garan- tías de todas las libertades públicas. Con este fin, y para beber su inspiración en las ideas de los libres-pensado- res tenia constantemente sobre su escritorio dos estatuas pequeñas de sus ídolos predilectos « Rouseau y Voltaire. » Semejante defensa, hecha con tanto vigor como tenacidad, ibaá ser el objeto de los afanes y desvelosde todasu vida. <9HM CAPITULO LXXXHI Freiré renuncia á la presidencia.— D. E. A. Pinto acepta este alto pues- to, después de haberlo rehusado.— Estado del pais en aquellos momen- tos.— Desmoralización en las diferentes clases sociales. — Grandes inundaciones y estragos que ocasionan.— Desorden en las ideas políti- cas.—De los partidos y de sus tendencias. — Del periodismo.— Sus abusos y su espíritu calumniador.— Se piensa restringir las libertades de la prensa. El Congreso que acababa de ser disuelto, llevaba consigo la humillación de no haber podido sancionar la Constitución, para lo cual fué convocado, mientras el país aguardaba con impaciencia, creyendo salir del es- tado de arbitrariedad en que se encontraba hacia tres años. La lentitud que sus miembros emplearon en los trabajos y la escasa utilidad de estos eran otros de los mayores objetos de censura. Atribuíase el mal al esceso de facultades que se habían abrogado á espensas del Po- der Ejecutivo ; y, en efecto, este Congreso habia casi lle- gado á ser Cuerpo Legislativo y administrativo al mismo tiempo. Ninguno se ofendió mas que Freiré de esta conducta irregular é ilegal. Sin embargo, él se habia espuesto á arriesgar las consecuencias, á aceptar atribuciones alta- mente restrictivas é impotentes poco después de su nue- va elevación á la Presidencia de la República. En aque- llos momentos de gigantesca lucha en que todas las pasiones se agriaban y convertían en enconados odios, su único pensamiento fué el de presentarse como prín- !"«»?■! 74 HISTORIA DE CHILE. cipio moderador, para llegar á poner de acuerdo á los diferentes partidos, sin ocuparse absolutamente de las relaciones que debían existir entre su poder y el de la legis- latura, hallándose, cual se hallaba, decidido á renunciar tan pronto como la tormenta hubiese pasado. A pesar de toda la imparcialidad que pretendió guar- dar y observar en sus actos, sus instintos y su conciencia gravitaban hacia el Gobierno unitario, y por consiguien- te, hacia el lado de los Pelucones, entonces unidos á los Estanqueros menos por simpatías que con el fin de dupli- car sus fuerzas contra el sistema federal, objeto de sus mutuos y sostenidos ataques. Semejante tendencia de parte del Presidente habia^des- agradado muchísimo á los federales, en aquella época bastante poderosos "aun en la Cámara, En su inquietud le suscitaban estos y oponían toda clase de obstáculos, encadenando su autoridad y usurpando de dia en día al- gunos de sus imprescriptibles derechos, tal y conforme se habia verificado bajo la administración del almirante Blanco y de Eizaguirre. Con tan irregulares procederes, la misión del Poder Ejecutivo llegó á hacerse insoporta- ble, casi una entera negación, con la cual un hombre de delicadeza y de corazón no podia de manera . alguna conformarse. Si el alma honrada de Freiré se dejaba intimidar por los actos bastardos de sus enemigos en la Cámara, no acontecía lo mismo con su ministro Don Manuel Gan- darillas, á quien los obstáculos y contradicciones no lo- graban ofender ni alterar. De genio ardiente, firme y decidido, oponía á veces una resistencia inflexible á las determinaciones del Congreso, queriendo ante todo dar fuerza y robustez á la autoridad y sostener incólumes las rr» CAPITULO LXXXIII. 75 prerogativas que le eran debidas. Pronto se le ofreció una ocasión de dar pruebas de su enérgico carácter, cuando su rival D. J, M. Infante obtuvo de la Cámara un voto de acusación contra el ministro, con motivo de creerle punible por infracción hecha á las leyes. Presen- tóse él mismo como defensor de su causa, y supo soste- nerla con una pausa que no le era peculiar, pero con el vigor y dignidad de un hábil legista, logrando arrastrar fácilmente en favor suyo la opinión de la Cámara. Con ese espíritu de antagonismo, que cada dia se tor- naba mas irritante, no era fácil que Freiré pudiera per- manecer mucho tiempo en el puesto que ocupaba. Fati- gado por una situación tan ambigua, tan indigna de su alta personalidad, decidióse por fin á renunciar por se- gunda vez á la honorífica magistratura que su patriotismo pudo únicamente haberle hecho aceptar. El 3 de mayo, mes y medio antes de la clausura del Congreso, envió su renuncia, que dicho cuerpo aceptó, á causa de la in- fluencia que los Pelucones ejercían en él con perjuicio del sistema federal, sistema que muchos de sus miembros seguían siempre mirando como la sola forma de go- bierno capaz de consolidar la revolución y, por lo mismo, de constituir el país. El Vice-Presidente Pinto, á quien la ley llamaba á ocupar la vacante, se cuidaba muy poco de ponerse á la cabeza de una administración que ofrecía cada vez mas dificultades, y la cual no había podido Freiré dominar ni apaciguar con todo su prestigio y sanas intenciones. Su respuesta á la excitación de la Cámara con tal motivo no fué otra que el rechazo mas sincero y solemne, cosa que obligó ai Congreso á retractarse de su admisión re- lativa á la renuncia de Freiré, rogando á éste que con- ",.■■■■ ' 41 76 HISTORIA DE CHILE. servase provisionalmente el poder ; y procurando con- vencerle de que la situación del país exigía de él aun este sublime sacrificio. En el oficio que le fué dirigido se le daba el tratamiento y título de Presidente; pero Freiré ni siquiera se dignó abrirlo, toda vez que su dimisión se hallaba ya aceptada. Al devolverlo, reiteró su firme é invariable resolución de retirarse á la vida privada. En tan grave conflicto, no encontraron otro recurso los miembros del Congreso sino el de obligar á Pinto á que aceptase aquel difícil y espinoso cargo. Persuadidos de que su conducta respecto al Presidente era y no otra la causa de semejante repugnancia, prometieron á Pinto que se le quitarían todos los obstáculos que pudieran opo- nerse á la marcha de su Gobierno. Bajo esta condición, que desde luego hacia del poder una autoridad, y no un simple adorno, Pinto aceptó la difícil carga, y el i 8 de mayo de 1827 se presentaba en la Cámara para prestar el juramento que las leyes le imponían. En tales momentos Chile se encontraba ó, mejor di- cho, Chile atravesaba la situación mas crítica; sin Cons- titución, sin programa alguno de principios, y relajada la fuerza moral de las leyes y de la autoridad. La anar- quía, ese espantoso reino de las voluntades turbulentas, dominaba por todas partes, tanto en las provincias como en la capital, lo mismo en los hechos que en las ideas. Sucedíase una reacción á otra, y la sociedad había caído en ese marasmo moral que viene á terminar por la extin- ción de todo sentimiento noble y generoso, y de esas chispas de genio que circuntancias mas favorables hubie- ran seguramente logrado desarrollar, Diríase que los ha- bitantes habían perdido en costumbres lo que habían ganado en ilustración; y que la libertad, adquirida á CAPITULO LXXXIII. 77 costa de tantos y tan grandes sacrificios, no habia pro- ducido sino consejeros llenos de odio y de venganza, so- brescitados por las pasiones violentas y brutales, en me- dio de las cuales se agitaban los partidos políticos. ignorando, ó mas bien negándose á creer que la tran- quilidad y el progreso del país exigían el concurso de to- dos sus actos y la abnegación y sacrificio de todo interés personal, no se pensaba generalmente sino en su propio egoísmo, ó en bosquejar formas de Gobierno, dementa- dos engendros de su estraviada y presuntuosa imagina- ción. Con una política tan desarreglada, no era posible que el espíritu vertiginoso dejara de llevar sus espanto- sos y perturbadores estragos al orden y á la armouía, sin los cuales es imposible toda sociedad. La desmoralización habia, en efecto, llegado á ser casi general, y apenas se podia encontrar un solo emplea- do que inspirase confianza. Privados hacia largo tiempo de una parte de sus sueldos, se dio entrada á la corrup- ción en casi todos los ramos de la administración ; en la de aduanas, muy particularmente, el contrabando habia llegado á ser una verdadera profesión. Los periódicos se ocupaban de ello con tal convicción y tanta acritud, que mas tarde el Gobierno se vio en la triste necesidad de de- cretar que todo empleado público que fuese atacado en los actos de su empleo, estaba obligado á denunciar al fautor del delito ante el jurado de la prensa, bajo pena de ser destituido si así no lo hiciere. En el pueblo, la desmoralización habia degenerado en crimen, no sólo como otras veces entre las clases ba- jas, sino también entre la clase media de la sociedad. Los asesinatos se multiplicaban de una manera espan- tosa, alentados los asesinos por la rareza de castigos 78 HISTORIA DE CHILE. recios y ejemplares. No habia fiesta religiosa, carrera ó enramada en que ios concurrentes, siempre armados de navajas, garrotes , escarcelas, bolsa tabaquera con pie- dra en el fondo, etc., no provocaran un conflicto, y que no resultasen hombres muertos, sea por riñas, sea por robos, y sin que al siguiente día los cadáveres fuesen espuestos al público, delante de las puertas de la cárcel, con una taza colocada al lado de la herida para recojer la limosna que los transeúntes quisieran echar, y cuya cantidad pocas veces llegaba entera a manos de los pa- rientes de las víctimas. En Santiago y sus alrededores se contaban mas de 500 asesinatos por año; y lo que venia á hacer mas deplorables todavía tan bárbaros atentados, era que, por efecto de un espíritu evangélico mal enten- dido, las personas mas influyentes se apresuraban á ir en solicitud del indulto para el asesino alevoso, impu- nidad que, unida á la gran facilidad que los criminales tenian para fugarse de las mal guardadas prisiones, los llevaba á continuas reincidencias, sino iban á engrosar las bandas de Pincheira, ocupadas siempre por desgracia en devastar las provincias del Sud* Las cárceles mal construidas, peor ventiladas y sucias, se ofrecian mas bien como casas de venganza y de ex- piación destinadas á servir de terror á los criminales, que no como medios curativos propios para reformar su moral, trayéndolos al camino de las ideas de orden y de moralidad. Tan descuidadas se hallaban en las provin- cias que á veces las mujeres vivian allí mezcladas con los hombres ; y habia muchos puntos donde no exisiian semejantes establecimientos, en cuyo caso los jueces su-' balternos se veian obligados, ó bien á guardarlos en sus propias casas, ó á dejarlos durante un espacio de tiempo CAPÍTULO LXXXIII. 79 bastante iargo torturados en el cepo, aun cuando no se hallasen sino en el estado de simples detenidos. El Vice- presidente, que algunas veces solia girar visita á ias cárceles de Santiago, se afligía mucho de semejante in- humanidad. Hubiera deseado, es decir, hubiera querido que el espíritu del Evangelio pudiese penetrar en las casas de corrección , con el fin de tratar de la rehabili- tación de aquellos hombres, víctimas en su mayor parte de una educación negligente ó descuidada. Pero lo que le daba mas cuidado, lo que le traia preocupado esíra- ordinariamente, era el lamentable estado en que la ad- ministración de justicia se encontraba. No obstante la nueva y juiciosa organización dada por Egaña y en los tiempos de Freiré, esta administración se hallaba siempre marcada y entorpecida por innume- rables abusos, no sólo de parte de la justicia, sino tam- bién de la de ciertas personas, hasta el punto de verse obligados los jueces á cada instante á presentar la dimi- sión de su cargo. Pocas veces, y por casualidad, los tri- bunales se hallaban servidos con el personal necesario, y los suplentes cuidaban muy poco de llenar sus deberes, porque el sueldo de que disfrutaban no consistía mas que en el de los derechos de asesoría pagados por los litigantes, siendo su trabajo gratuito respecto k los po- bres de solemnidad y en las causas criminales, como así mismo en las pertenecientes al fisco. El enjuiciamento, por su forma siempre viciosa, era perjudicial á los acu- sados que venían á caer bajo la dependencia arbitraria de los jueces, muy á menudo en discordia de opiniones acerca de la interpretación del código penal, compuesto de leyes complicadas y contradictorias. Para organizar y reglamentar el tribunal de un modo mas conveniente, i' 80 HISTORIA DE CHILE. el Vice-Presidente consultó á la Cámara ó Corte de Ape- laciones, la cual, entre otras cosas, en su respuesta le decía : «Que las leyes debían ser mejor aplicadas, que era preciso derogar la escepcion de embriaguez que una ley de Partida salva de la pena capital y abandonar el laberinto de leyes penales, adoptando el código sancio- nado por la Constitución española de 1822, considerán- dolo como el verdadero fruto de la filosofía, de la espe- riencia y de las luces.» Aunque este código pudiera con- venir, por su espíritu liberal y por la semejanza de carácter entre Chilenos y Españoles, sin embargo, D . J. Ramón Vicuña hizo aceptar la moción en que proponía el ofrecimiento de un premio de 20,000 pesos al juris- consulto, ú á las sociedades de abogados que redactasen uno, y al propio tiempo se nombró una comisión de cinco entendidos legistas para que lo presentasen en el término de un año. Trabajo tan pesado y de tamaña importancia era sumamente difícil que los laboriosos jurisconsultos nombrados al efecto pudiesen darle cima en el plazo señalado. Desde la espulsion del Obispo Rodríguez, la Iglesia de Chile se encontraba sumida en el desorden y casi envuelta en un verdadero cisma. A su llegada á Acapul- co, en uso de sus facultades, este prelado había consti- tuido al prebendado D. J. M. Eizaguirre como goberna- dor eclesiástico de la diócesis ; y el Gobierno, de acuerdo con el cabildo, lo repelió. Esto fué bastante para que la confusión sobreviniera en los asuntos de la Iglesia y la alarma en el corazón de los fieles. Algunos acataban y se sometían sin reserva alguna á las prescripciones del Gobierno y del cabildo en cuestión ; pero no pocos, mas timoratos, ocurrían en público a! Gobernador del cabildo CAPÍTULO LXXXIII. gj eclesiástico y privadamente lo hacían también al pre- bendado Eyzaguirre, quien autorizaba y subsanaba los defectos de jurisdicción del Vicario capitular, llegando esto hasta el estremo de no querer los obispos de los países vecinos conferir órdenes sacras á los domiciliarios de Chile, mientras las dimisorias no fuesen firmadas por el Sr. Eyzaguirre. Una saludable contienda tuvo lugar mas tarde entre el cabildo eclesiástico y D. Manuel Vi- cuña, quien con la vigorosa protección del Gobierno, llegó á vencer fácilmente semejante resistencia. _ Los militares, que hasta aquellos últimos tiempos ha- bían sabido conservar la disciplina, esa gran fuerza mo- ral y material del ejército, principiaban á dar indicios de insubordinación, principalmente á causa de la privación de su sueldo, y el dogma de la obediencia pasiva se enervaba cada vez mas con las pobladas. Si bien es ver- dad que las tropas no se mezclaban con los facciosos, dejábanse sin embargo arrastrar con bastante facilidad por la seducción revolucionaria de algunos de sus jefes • el soborno estaba á la orden del dia. Los actos sedi- ciosos á los cuales el ejército acababa de entregarse de^ jaban entrever claramente que si todos sus atrasos no le eran pagados con religiosidad, y sise permanecía mas tiempo indiferente á la miseria que desde muy antiguo venia soportando, no tendría el menor escrúpulo en po- nerse á sueldo de los partidos ó á la disposición de los jejes ambiciosos, quienes podrían ganarle con dinero ó por medio de promesas. La idea equivocada de descentralización, estendida por las provincias, había sobreescitado los ánimos, lle- vando así los mas funestos efectos á las administraciones fiscales. Cada asamblea tenia la loca pretensión de que- T. VIII. •■;:■ , ¿V r,*k«.?i 82 HISTORIA DE CHILE. rer administrar y disponer de las rentas de su respectiva provincia ; y como sus atribuciones estaban mal defini- das, se abrogaban los derechos de los intendentes, dan- do lugar de este modo á discusiones muy acaloradas, que al Gobierno no era dado impedir en todas ocasio- nes, porque la mayor parte de ellas encontraban apoyo en el Congreso. Las elecciones populares habían hecho que el desorden llegase á su colmo, favoreciendo á los ambiciosos, quienes empleaban todos los medios de in- triga, por mas detestables que fuesen, con tal de conse- guir su objeto. Ya no se conocía el freno del respetuoso acatamiento y urbana subordinación para con las auto- ridades civiles y eclesiásticas ; y en algunas poblaciones, tal como en San Pedro, en Navidad y en Illapel, tuvie- ron lugar escenas tumultuarias que hubieran podido te- ner los mas funestos resultados. El Vicario capitular D. Ignacio Gienfuegos, que tanto habia contribuido á ía sanción de la ley relativa á las elecciones de diputados, de tal manera se horrorizó por la violación y los abusos introducidos en su observancia, que no pudo menos de apresurarse á pedir al Congreso la revocase, diciéndole : «una triste esperieneia me ha enseñado que, lejos de pro- ducir bienes, semejantes elecciones son el origen de los mayores desórdenes, divisiones y odios, que aumentán- dose sucesivamente, acarrearán la ruina de nuestra santa religión y aun del Estado. » La riqueza pública se encontraba en una decadencia muy cercana de la miseria. No habia podido constituirse durante los tiempos de la colonización, época en que no habia casi ni industria, ni comercio ; y si los rebaños de carneros, bueyes, caballos, etc. eran entonces nu- merosísimos, las guerras de la Independencia los habían CAPÍTULO LXXXIII. £3 hecho desaparecer casi por completo. La agricultura se encontraba en un estado sumamente precario, sobre todo en las provincias del Sud, de continuo asoladas por el vandalismo feroz de las montoneras de Pincheira, En las demás provincias se notaba en mayor ó menor abando- no, y por un singular efecto de prevención contra las vinculaciones, los republicanos avanzados atribuían este abatimiento á los mayorazgos, cuando sólo debían ha- berlo visto en la falta de brazos, en la penuria de capi- tales y en el mal estado de las vías de comunicación, ge- nerales y vecinales, lo cual hacia muy costoso y á veces imposible el trasporte de los productos agrícolas y cual- quiera otra clase de producción, impidiendo así y opo- niéndose al desarrollo moral y material de la sociedad La carretera de Santiago á Valparaíso, principal arteria del comercio interior, se hallaba en un estado tan lasti- moso, á pesar de los 20 á 22,000 pesos de rendi- miento que dejaba al fisco, que ios fletes de muías se pagaban tres veces mas caros, y que los de carreteras, antes á Í6 ps., costaban entonces 47 ps. El tiempo oue empleaban en hacer este viaje era de 5 á 6 veces supe- rior al que debían gastar, y á causa de los profundos carriles ó baches que con el abandono aumentaban de día en día, ios carruajes estaban sujetos á frecuentes roturas y otros contratiempos. A consecuencia del mal estado de los caminos, el co- mercio interior carecía de desarrollo, y además, se ha- liaba ahogado por leyes contradictorias, por la inobser- vancia del código y por el uso de admitir apelaciones del mandato de ejecución, pudiendo el deudor elu- dir el embargo y hacer que el proceso se prolongara en perjuicio del acreedor. Así es que las deudas á menudo » Ks^m-^ 84 HISTORIA DE CHILE. uo eran pagadas á su plazo, y la responsabilidad man- comunada era ya totalmente desconocida, porque para salvarla se apelaba á los habilitadores, de modo que en una quiebra los interesados no tenian acción alguna. El comercio esterior, á pesar del i O por 100 de rebaja con que se le habia favorecido, disminuía cada vez mas, á causa de la gran cantidad de mercancías que habian sido introducidas ; y hasta el cabotage se hacia por buques estranjeros por carecer los Chilenos de capitales para comprar ó hacer construir los necesarios en sus propios astilleros. A todo este malestar, ya muy alarmante, del cual lle- gaba á resentirse también la industria minera, no obs- tante el reciente establecimiento de ias compañías es- plotadoras, pronto vino k juntarse otro, harto fatal, que llevó la ruina al seno de un crecido número de fa- milias. En los últimos días del mes de mayo, un temporal, como jamás se habia conocido, vino á desencadenarse en la provincia de Santiago y llevó el estrago y la de- solación lo mismo á los campos que á las poblaciones. El rio Mapocho, durante varios dias, estuvo convertido en un vasto mar, cuyas aguas se precipitaban con mas rapidez que las de un torrente, Gracias al tajamar San- tiago se vio preservado de una ruina total , pero la Caña- dilla fué invadida por las aguas que se llevaron muchas casas, chozas y molinos, con una gran cantidad de trigo y de harina en ellos existente. Numerosas fueron las víc- timas ocasionadas por esta calamidad, y mas de 1,500 personas quedaron sumidas en la miseria, sin asilo y sin recursos, siendo recogidas por la caridad pública, y muy particularmente por I os conventos de San Pablo, San CAPITULO LXXXIII. 85 Agustín, etc. En la Chimba, donde los estragos fueron estraordinarios, la Recoleta dominica amparó á mas de doscientas. En los alrededores de la capital, los daños no fueron menos espantosos. Rancagua sufrió pérdidas inmensas; en Renca no quedó en pié otra cosa sino la iglesia ; en Colina, los habitantes se vieron obligados á subir á las cimas de los cerros para salvarse, y en Valparaíso, ade- más de la ruina de 150 edificios, hubo que lamentar la muerte de muchas gentes y la pérdida de varios buques con todo su cargamento. Como siempre, la caridad del pueblo chileno se apre- suró á acudir en socorro de los desgraciados. La Sociedad Filarmónica, el Teatro, suscricion.es oficiales y particu- lares, todo se puso en juego para proporcionar recursos con que poder atender á alimentar y vestir á los aflijidos; y después se les propuso fuesen á habitar la nueva po- blación de San Bernardo, en donde se les daria terrenos, herramientas, un sacerdote, un maestro de escuela para los dos sexos y los víveres necesarios á la subsistencia por espacio de un año. Las pérdidas ocasionadas por aquel terrible azote se contaban por millones de pesos ; pero no fueron esclusi- vas de la provincia de Santiago. Según una información mandada hacer por el Gobierno, pronto se tuvo conoci- miento de que otras habían sido también bastante casti- gadas por el temporal ; y entre sus ciudades, con especia- lidad la de Coquimbo, cuyos perjuicios se estimaron en mas de 500,000 pesos. Tan desastrosa calamidad llegó precisamente en unos momentos en que la Hacienda pública se encontraba en un estado de ruina mas inminente que nunca, el presu- 86 HISTORIA DE CHILE. puesto siempre en descubierto, ios empleados y el ejérci- to mal pagados, el Gobierno sin crédito, obligado á ce- lebrar contratas excesivamente onerosas para obtener di- nero, y cargado .ó, mas bien, agobiado por una deuda enorme, si se atiende á las circunstancias del pais, en aquel tiempo. Lo que mas preocupaba, sobre todo, el ánimo de las gentes honradas y bien intencionadas, era la deuda inglesa. Desde hacia algunos años, no se paga- ban ya los dividendos, y los accionistas sin cesar se pre- sentaban reclamándolos con tono insolente y en estremo desfavorable al honor de una República, que hasta allí habia sido la que gozara del mejor crédito, cosa que el gran patriotismo del pueblo chileno hubiera deseado re- conquistar. Pero esto no podía realizarse sino con un Go- bierno estable; y ¿cómo alcanzarlo, en medio de las di- versas ideas que la anarquía engendraba y mantenían la envidia, las esperanzas frustradas y no pocas veces las mas frivolas ilusiones? No hay duda que el cambio radical de una forma política arraigada desde hacia tres siglos no podia operarse sino á través de hondas perturbaciones y graves descalabros; pero lo que mas contribuía á pro- longar la mala situación de las cosas, era el estado de interinidad en que se hallaba el Gobierno, ocasionando la perplejidad y la duda, sin que nadie alcanzase á saber cuál era el punto donde su convicción debia detenerse, y engendrando ese ciego amor propio de la opinión par- ticular que todos querían hacer prevalecer, considerán- dola como la mejor y como la única que podia traer á los pueblos la edad de oro política, sueño de aquellos ilusos toda vez que no era el mezquino interés quien los hacia obrar, sino la exaltación del sentimiento patriótico. En semejante estado de cosas, dos elementos esclusivos CAPITULO LXXXIII. 87 y hostiles se encontraban frente á frente uno de otro ; e elemento reformista y el elemento conservador. Este se- gundo, víctima de una acción disolvente, pero todavía bastante poderoso; el primero, aun en la infancia, lleno de savia y de energía, pero desgraciadamente dominado pur la irreflexión ; el uno queriendo llevar á cabo la re- forma con cierta lentitud, con precaución previsora y sin alucinamiento ni agitación ; el otro cediendo á su impa- ciencia para cambiarlo todo en un día y trastornarlo todo, sin ocuparse en estudiar las relaciones que existen entre los intereses, las pasiones, las ideas y las costumbres de que se compone la vida de un pueblo. En este antagonis- mo existían diversos matices de opinión, formando cada uno un centro especial de acción, hacia el cual conver- gían, dando oríjen á otros tantos partidos, que natural- mente abrigaban la pretensión de dar el movimiento y no de recibirle. Como signo de distinción, recibían ó to- tomaban epítetos que tenían la virtud de producir efectos prodigiosos sobre las masas populares, que con frecuen- cia no llegaban á comprender su verdadera significación. Entre estos partidos se contaban : Los liberales, compuesto de republicanos avanzados á quienes se unian muchos jóvenes que, cediendo á su espansiva sensibilidad, compartían con ellos en sus actos una falta hija de sus pocos años, es decir, la irreflexiva actividad, el vehemente deseo del progreso y la impre- visora imitación de los países muy civilizados y de usos y costumbres enteramente distintas. Si en su precipitada marcha no conseguían fijar nada, al menos poseían la ventaja de venir á ensanchar las vías á sus maestros, no menos imprudentes en querer anticiparse al siglo en sus reformas sociales. Para ellos, la democracia era el sím- %i ! '■¥v ' m 88 HISTORIA DE CHILE. bolo providencial de la humanidad, la perfección polí- tica de todo Gobierno ; y sin cuidarse de los medios, querían alcanzar el objeto de sus sueños, al cual ardien- temente aspiraban, sin temer las asonadas y motines que la turbulenta condición de esta doctrina engendra casi siempre. Fascinados por la palabra mágica Libertad, cuyo verdadero valor aun no les era dado estimar, pre- tendían emancipar el carácter chileno de cuanto ellos lla- maban preocupaciones y superstición, predicando la to- lerancia religiosa y estigmatizando la influencia de la posición y la riqueza, y hasta la de aquella aristocracia abolida hacia algunos años. Natural es de los gobiernos populares en vías de creación el adoptar las innovacio- nes mas violentas ; y bajo este punto de vista, los libera- les, con su vértigo de progreso, eran los verdaderos representantes de esta época de demolición, compro- metiendo el porvenir al romper enteramente con lo pasado. A estos liberales se reunieron desde luego los Estan- queros, quienes después se pasaron á los Pelucones, to- mando entonces el nombre de populares. Este partido, personificado por D. Diego Portales, hombre de gran carácter, se alzó mas que todo para combatir á la cama- rilla del Presidente Pinto. Componíase ésta de personas entre quienes se encontraban algunas que habían perte- necido á aquella administración infructífera, y que, á su mucha audacia, reunían una habilidad extraordinaria, un buen fondo de prudencia y sagacidad, y una grande y activa influencia cerca de ios numerosos subalternos por ellos empleados en su empresa. Bastante menos de- mocráticos que conservadores, lo mismo que los Pelu- cones, tenían el buen sentido de las cosas posibles y la CAPÍTULO LXXXIII. 89 capacidad suficiente para no atacar al clero regular y secular á la sazón muy influyente aun, y hasta el valor de sostenerlo contra sus propias ideas en alto grado avanzadas. Merced á una grande actividad y á una fuerza enérgica que compensaban algo la escasez de su número, cada dia ganaban nuevo terreno ; y si en el mo- mento de su aparición se habían presentado como unos auxiliares de los Pelucones en defensa de la centraliza- ción, pidiendo para el jefe del Estado poderes mas am- plios y mas respetados, únicos medios de hacer la Cons- titución y el Gobierno mas duraderos, poco tardaron en dominarlos con el militarismo y en llevarlos tras sí, alla- nando un terreno del cual debían mas tarde hacerse dueños. Los Pelucones constituían el verdadero partido con- servador, el partido de los aristócratas, entre los cuales figuraba como afiliado el de los moderados, quienes no tomaban parte alguna en los acontecimientos. Hombres influyentes por su posición y su fortuna, habían impreso con una grande abnegación el primer movimiento á la revolución nacional, y hubieran querido dirigirla hasta el fin, con calma y seguridad, á la luz de la esperiencia, para alcanzar el objeto que todo el mundo deseaba. Se- mejante prudencia, animada de un cierto respeto por lo pasado, y además por un espíritu altamente religioso, estaba muy lejos de satisfacer la intransigente impacien- cia de los fogosos republicanos, anhelantes de llegar pronto á una perfección relativa é ilusoria, y llenos del fuego destructor para demoler el viejo edificio social y reconstruirlo todo de nuevo, queriendo borrar el nombre español hasta de su memoria, porque les recordaba una época fatal de servidumbre y deshonor. Por mas popular '.'■■*■ 90 HISTORIA DE CHILE. que fuera entonces esta idea estrema, los conservadores no podían aceptarla, pensando, con mucho juicio, que la educación pública todavia no se hallaba suficiente- mente adelantada para tan súbitas como radicales refor- mas, y que de practicarlo así, se conducía la libertad al caos y tal vez á su perdición, pretendiendo hacerle ad- quirir aquel grado de madurez demasiado precoz. Por otra parte, como aprovechados discípulos de la espe- riencia y de los años, pues en general todos frisaban en la edad en que la actividad se estaciona y en que las re- laciones de familia están bien asentadas, era natural que aspirasen á marchar hacia el porvenir con paso lento y sin ambicionar lo desconocido, en oposición manifiesta con lo que querían los jóvenes que, libres y siempre in- clinados al tumulto, se entregaban locamente al movi- miento propio de su naturaleza poco esperimentada, ca- yendo así en el estremoso liberalismo que tanto por me- dio de sus escritos como con sus actos sostenían. Por esta razón los Peluco n es eran atacados vigorosamente por todos los patriotas exaltados, quienes los acusaban de republicanos atrasados, de destructores de las liberta- des públicas, y hasta eran tratados como egoístas, faná- ticos, aristócratas, y lo que es mas grave aun, de mo- nárquicos. El partido de los Monárquicos databa del año 1815, época no obstante en que Fernando VI!, de vuelta á Es- paña, inauguraba el Gobierno mas absoluto y mas con- trario á las ideas dominantes en América. Entonces se formó en Buenos- Aires una logia compuesta de hombres eminentes que deseaban entregar todos aquellos Vireina- tos á príncipes europeos; y los principales jejes de esta idea eran Puiyrredon, Rivadavía, Monteagudo. O'hig- CAPÍTULO LXXXIII. 91 gins y, sobre todo, San Martin, quien en tiempo de su protectorado en el Perú había enviado ya á su ministro Don García del Rio, con dirección para Europa, pasando por Santiago y Buenos-Aires, á fin de tratar esta grave cuestión. Hasta el mismo Bolívar entró en estas miras ; pero con la intención, según se decia, de conservar para él aquella corona. Su plan de un Senado hereditario y las Constituciones que acababa de dar á Bolivia, Perú y Co- lombia^ cuyos presidentes debían de ser nombrados á perpetuidad, es decir, vitalicios, parecen suministrar pruebas bastante sintomáticas de semejante proyecto, patrocinado además por la Santa Alianza, merced á al- gunos emisarios suyos mandados á varias comarcas de la América, Estas soberanías hubieran podido sin duda alguna establecerse cuando, después de la declaración de in- dependencia de los Estados-Unidos, las aconsejaba Ai-anda á su Rey en beneficio de los Príncipes de su familia, consejos que hubieran sido mucho mas oportu- nos todavía después de la revolución francesa, manan- tial de tantas ideas liberales y subversivas. Hasta se hu- biera podido quizás hacerlas aceptar al principio del movimiento revolucionario, época en que la revolución «era todavía débil y tímida, falta de fé, de constancia y de fuerza moral para confesarlo ella misma, temerosa de romper abiertamente con lo pasado y de cargar con la responsabilidad de lo porvenir» (1). En aquella época los ánimos se encontraban en América llenos aun de respeto hacia la Magestad real ; la imagen de su Rey brillaba todavía con todo su esplendor, y en caso de una derrota, la España hubiera podido ver por medio (1) P. Godoy. Diario «El libre examen,» t. II, pág. 256. 92 HISTORIA DE CHILE. de sus delegados la imposibilidad de hacer frente á una insurrección que tan vasto campo tomaba, y mejor infor- mada, habria podido conservar su influencia política y comercial sobre tan dilatados y ricos países. Pero después de las guerras brutales y sanguinarias de la independencia, oste pensamiento era de todo punto irrealizable. El insensato que hubiera sido bastante te- merario para intentar semejante cosa, cualquiera que fuese la nación á que perteneciera, lo mismo que Itúr- bide, habria pagado con su vida tan necia como impru- dente ambición. Y, sin embargo, mas bien por recuerdo que por esperanza alguna, este partido contaba aun con muchos de aquellos monárquicos predispuestos á tomar parte en todas las convulsiones políticas, ?mos porque la revolución los habia lastimado en sus intereses, en su fortuna y sus empleos ; otros, menos por convicción que por salir de un estado anárquico que parecía tender á perpetuarse. Por lo demás, el clero secular y regular, como también la mayor parte de la nobleza, le hubieran prestado su auxilio, aquellos para defender y salvar las temporalidades, y estos los mayorazgos y las sustitu- ciones . El país contaba, sobre los dichos, con otros varios par- tidos, tales como los O'Higginistas, para quienes el fruc- tuoso patriotismo de O'Higgins conservaba aun un gran prestigio. Componíase de todos aquellos que no podían olvidar las humillaciones que les habían sido inferidas después de su caída, y de otros grandes patriotas, tales como Echeverría, Prieto, Basso, uno de los mas decidi- dos, y sobre todo, su antiguo ministro Rodríguez, siem- pre activo en su propaganda, hasta habían logrado que D. Pedro Unióla se afiliase bajo su bandera. Los Pipió- CAPÍTULO LXXXIII. 93 los eran un matiz libera! menos avanzado; conside- raban á Pinto como jefe suyo y trabajaban incesante- mente para ver si lograban llevarle al poder. Cuando se sancionó la Constitución de 1828, este partido tomó el título de Constitucional, título que sus adversarios le cambiaron con el de Ministerial, con motivo de las for- midables luchas promovidas después de la promulgación de aquella ley fundamental del Estado. Los federales partido poderoso, de grande espansion en el Congreso de 1826, pero que fué debilitándose poco á poco. Los individuos que le formaban eran llamados Espartanos, á causa de la pureza estoica de su apóstol D. J. M. in- fante, el Catón de Chile, según le apellidaban. Como para todos los Republicanos exaltados el pasado no exis- tía, sólo contaban un presente que pretendían dirigir á favor de un principio, que ni había llegado á la madu- rez, ni tema consistencia alguna, como acontece con todo aquello que es radical . A todos estos partidos venían á mezclarse y sentar plaza los descontentos, á quienes el flujo y reflujo de las circunstancias arrojaban y separaban del poder. Dema- siado altivos para plegar ó amoldar su conciencia á las necesidades de su porvenir, atrincherábanse y se aferra- ban en sus opiniones y menospreciaban á todos estos lejedores, hombres de ideas volubles, sin opinión bien definida, tan pronto afiliados á un partido como á otro según soplase el viento de su conveniencia, y siempre dispuestos á ofrecer coronas y aplausos al vencedor y á arrastrar su carroza triunfa!. En medio de tantos partidos como obraban y se repe- lían y funcionaban en un dédalo de ideas y opiniones en- contradas, no es de estrañar que se suscitasen luchas to- .,, •y* Q4 HISTORIA DE CHILE. dos los dias y á cada momento, no para defender un principio ó una doctrina, por mas que los invocasen á todo evento en sus actos, sino las mas de las veces, pa- ra satisfacer la ambición y el interés, y sobre todo, para combatir á cierta clase de Pipiólos que habían con- cluido por hacerse odiosos é insoportables á los partidos contrarios. De aquí nacían facciones numerosas, con sus febriles y desgarradoras pasiones, que al cabo se con- vertían en odio, aun a despecho de los vínculos mas san- tos, los vínculos de la familia. Por una feliz disposición de 'los sentimientos chilenos, esta clase de luchas políti- cas todavía no había llegado á recibir su bautismo de sangre. Aunque el desorden se hubiera hecho perma- nente después de la caida de O'higgins, á consecuencia de los violentos cambios verificados en el poder, no ha- bía que lamentar, sin embargo, ninguno de esos desgra- ciados desbordamientos que tanto afligían á las otras re- públicas hermanas. Ei mal no pasaba nunca del simple reemplazo de un Presidente, reclamado las mas veces por medio de un pronunciamiento, ó por las pobladas ; y bien fuera así derribado, ó que voluntariamente dimi- tiera del alto cargo que ejercía, el orden era restable- cido en seguida y se nombraba quien sustituyese al der- rocado jefe, para luego venir á ser blanco de los demás ambiciosos que aspiraban al mismo puesto. A escepcion de los Pelucones, que buscaban el aisla- miento, y afectaban vivir como apartados de la política palpitante, contentándose con trabajar a la sombra, po- niendo en juego su influencia, los demás partidos todos tenían sus órganos que los representasen en la prensa, y éstos se multiplicaban tan pronto como una elección ó crisis política venían á despertar la conciencia deloshom- CAPÍTULO LXXXIII. 95 bres de buena fé ó las esperanzas de los ambiciosos. Es- tos, interesados en el desorden, en toda ocasión se ha- llaban dispuestos á provocar aquellos tumultuarios acon- lecimientos que mas de una vez fracasaron y fueron in- fructíferos por la exageración de sus ideas, fuesen bue- nas ó malas o Al principio de la revolución, cuando todo era noble, heroico, generoso, cuando el patriotismo se encontraba elevado al mas alto grado de su poder, sólo se pedia la conquista de la libertad y el periodismo desempeñaba el papel de dialéctico encargado de ilustrar al pueblo acer- ca de sus deberes y de sus derechos, predicándole la mo- ralidad. Verdad es que habia algunas luchas de riva- lidad en el ejército ; pero la sociedad, estraña á ellas, logró siempre conservar su calma y su desinterés, así como el periodismo su sencilla misión didáctica. Pero no sucedió lo mismo tan luego como, después de la batalla de Maipu, la suspirada independencia vino á quedar consolidada. El país entonces tenia necesidad de organizarse, y eran muchas ias personas que queriaa tomar parte en su organización, sea por un orgullo ú interés calculados, sea por ciertas tendencias particula- res; y esto, sin aplicar el espíritu de examen y de inves- tigación á estudiar el estado de la república y las institu- ciones que podían convenirle, atendidos el carácter y las costumbres de sus hijos. Impacientes por llegar al apogeo de su existencia política, pretendían improvisar la libertad y la igualdad, sin comprender siquiera lo que estas abstractas palabras querían significar, é imagina- ban llegar, al verdadero término por medio de algunas leyes, de las cuales los organizadores no sabían sacar el partido necesario y todo aquello que pudiera consíl- 9(3 HISTORIA DE CHILE. tuir el elemento de su fuerza y de su estabilidad. De aqui nacían todas las rivalidades apasionadas que hicieron á la situación perder el verdadero rumbo y al periodismo su misión moral é instructiva. A partir de este momento, los diarios no fueron otra cosa que perjudiciales instru- mentos de maledicencia y de controversia desleal, trans- formación tanto mas lastimosa, cuanto que ellos llegaron á ser el elemento mas formidable y poderoso en todas las cuestiones de política y de administración. Las mil diversas opiniones de los partidos se hallaban desarrolladas y sostenidas en el palenque de la prensa por los periodistas déla época, siempre congrande ener- gía, á veces con firme convicción y, mas comunmente, con encubierta mala fé. Esto daba lugar á una polémica muy apasionada, injuriosa é implacable, agotando todas las espresiones dictadas por la iracundia y no llegando jamas á otro resultado que al de enconar y encender los odios, exasperando y exacerbando los ánimos. En 1818, el Chileno y el Juguetillo hablan entrado ya en esta abominable senda; y por una fatal pendiente en el es- píritu humano, su mal ejemplo desde este momento en- contró imitadores, y después fué seguido por casi toda la prensa, por ese poderoso elemento que, no debiendo ser sino la espresion mas pura de la razón y la honradez política, llegó á convertirse en instrumento vil de las malévolas pasiones, propio mas bien para estraviar la opinión que para dirigirla. Sobre todo, después de 1825 fué cuando este calami- toso desarreglo llegó al mas alto grado de su fuerza. Era la época en que la democracia, inquieta por naturaleza, había llegado á su mayor desarrollo; y en que la prensa, para defenderla, pasó al estado de crónica escandalosa. CAPITULO LXXXII. 97 El menor disentimiento sobre una cuestión cualquiera, por mas insignificante que fuese, parecía legitimar las terribles iras del odio mas que el criterio de la opi- nión, y todo razonamiento desaparecía para dar paso á torrentes de injurias, de calumnias y de personalidades, provocadas sobre todo por El Verdadero Liberal, El Insurjente Araucano, etc. etc. Nada se respetaba ya, ni las personas, ni las autoridades, ni el Congreso, ni aun el mismo Poder, ese representante de la Magestad nacio- nal ; hasta la religión se veía atacada y encarnecida, porque algunos sacerdotes habian cometido la falta de llevar la discusión política á la cátedra del Espíritu San- to. La difamación, tan común entre los periodistas de Buenos-Aires, se vio trasplantada á Chile; y tanto Frei- ré como Rivadavia se vieron forzados á tener que inter- venir amonestando, ú mas bien, rogando á los perio- distas que moderasen sus espresiones, en atención á la dignidad del país y á la tranquilidad de sus habitantes. La pasión de los partidos desgraciadamente se hallaba demasiado enconada para que los consejos de Freiré fue- sen atendidos y pudieran producir favorables resultados. El periodismo continuó con los mismos arrebatos, que todavía llegaron á ser mas virulentos bajo la presidencia del general Pinto, afectando entonces todas las formas imaginables, la prosa, el verso, la ironía, el ridículo, y todo cuanto pudiera herir moralmente el prestigio de los adversarios y lograr humillarlos. En este género de guerra, El Hambriento, con sus críticas, sus sátiras, sus epigramas mordaces y sus chistosas burlas contra la ca- marilla de Pinto, llegó á alcanzar una triste reputación, que subsistió largo tiempo. Mas que ninguna otra contri- buyó esta publicación a desacreditar á los hombres del ■ ^— ■ ■ ■" 98 HISTORIA DE CHILE. Gobierno y á fomentar rivalidades de que ni aun los vín- culos del parentesco pudieron eximirse. (1) Salió á luz su adversario el Canalla, periódico inferior en ingenio y en ironía, pero tan formidable en sus ataques personales, que al cabo le obligó á enmuceder, cosa que él mismo hizo también enseguida, satisfecho de su triunfo. A causa de tantos y tan iracundos periódicos, y de una multitud de folletos anónimos, la irritación llegó á ser tan apasiona- da, que D. Manuel y D. Ramón Rengifo, habiendo si- do atacados por Muñoz Bezanilla, pusieron su prensa á la disposición de todo aquel que quisiera escribir en contra de dicho diputado. Y si se les dirijiera un segundo ata- que, se obligaban por sí mismos á escribir todos los meses su biografía y fijar inmediatamente carteles, no solamen- te en Santiago, sino también en los demás pueblos de la República. En medio de estas luchas, reñidas con las armas de la injuria, que los republicanos avanzados deploraban, pero que creían necesarias al progreso de toda civilización naciente, las personas sensatas desesperaban de la situa- ción, y tan escandaloso sistema les hacia casi echar de menos lo pasado. El Gobierno, mas que nadie9 se la- mentaba de semejante estado de cosas, y en un arranque de impaciencia, hizo suspender toda suscricion á esos periódicos, no favoreciendo sino á «aquellos, según de- cía, que por los principios luminosos no contengan sino ideas útiles que merezcan circularse en los pueblos,') y conservando á todos la exención del pago de derechos de timbre y de correo. No quería sino que se atacasen (1) A las personas que se trataba de envilecer, se les daban los mas ignobles apodos^ de « Garramuños, » «Bitoques,» «Chambecos,» «Cuca- rachas,» «Fachas,» «Céricos,» etc. CAPÍTULO LXXXIII. 99 los abusos de principios y de personas con dignidad, y que cada cual sostuviera sus opiniones con rectitud' y moderación, desaprobando altamente el tono injurioso que siempre es inconveniente á toda sociedad, y en par- ticular á aquellas que se encuentran en vías de trasfor- macion. Por este motivo exigía que la libertad de la prensa fuera limitada aígun tanto, como medio único de protegerla moral, el orden y la seguridad de los indi- viduos contra los caprichos de los descontentos, de los enemigos ó de los envidiosos; pero no era esto segura- mente lo que querían algunos de aquellos altivos libera- les, quienes cada vez con mayor brío, sostenían que era necesaria, indispensable la intervención activa y perma- nente de todas las opiniones, para que la luz pudiese sa- carlos délas tinieblas en provecho del bien general, pa- ra contener los desmanes del Poder Ejecutivo, ios abu- sos de la administración, y, en fm, para ilustrar y mo- derar á las Cámaras. Bajo este punto de vista, infante era el gran promovedor y el campeón que salía en de- fensa de todas las libertades, considerándolas como na- tural consecuencia de la soberanía popular ; y hasta en la época en que formaba parte del poder, las sostuvo con una convicción á veces digna de censura por la exage- ración de ¿us ideas, pero digna siempre de aprecio y de indulgencia, como hija de la buena fé y del patriotismo mas acendrado. ¡ tte im CAPITULO LXXX1V. Sigue la administración del general Pinto.— Su carácter.— Formación de su ministerio. — Elección de un nuevo Congreso y su traslación á Val- paraíso para discutir el nuevo proyecto de Constitución.— Revolución provocada por D. Pedro Unióla. — Los habitantes de Santiago se de- claran en favor del Vice-Presidente. — Tentativa de una nueva suble- vación militar sofocada por el Gobierno.— Deserción de los dragones hacia el Sud.— El comandante Búlnes les hace volver al orden.— Am- nistía concedida á los revolucionarios con motivo de la promulgación de la nueva ley fundamental. —Batallón del orden. — Los diputados vuelven á emprender sus tareas en Santiago. — Reglamento sobre la libertad déla prensa y la ley electoral. — Ciérranse las sesiones legis- lativas. Tal era el estado del país, cuando I). Fr. Antonio Pinto fué encargado de dirigir los asuntos de una Repú- blica sin Constitución, sin leyes orgánicas, y entregada á todos los escesos propios de las enconadas luchas de los partidos. En una época de tranquilidad, ninguno mejor que dicho general hubiera podido llenar la misión que le ha° bia sido conferida; nadie mejor que él, en este caso, para desempeñar cumplidamente la Presidencia y dar al país un grande impulso hacia el progreso, como así mis- mo á las libertades patrias. Sin conocer el odio, ajeno á las pasiones, no perteneciendo propiamente á partido alguno, come no fuese al de una libertad bien razonada, al de una libertad prudente, hasta los últimos tiempos logró vivir fuera de toda pandilla y de toda facción, prefiriendo mucho mejor aprovechar sus ocios entregán- dose á estudios de importancia. Durante su administra- w—m CAPITULO LXXXIV. 101 cion de la provincia de Coquimbo en calidad de inten- dente, por sus actos de justicia y benevolencia supo ha- cer callar todas las pasiones y captarse la estimación general, bien merecida, de todos sus habitantes. Tan bellas cualidades se hallaban realzadas por una instrucción vastísima, robustecida en alto grado por una asiduidad al estudio, merecedora del mayor aplauso, habiéndole sido muy provechosa, bajo este aspecto, su permanencia como ministro plenipotenciario en Buenos- Aires, donde tuvo la dicha de tratar con bastante inti- midad á Rivadavia, uno de los hombres políticos mas ilustres de la América. También habia desempeñado igual cargo cerca de los gabinetes de Londres y de París, y traído de sus viajes ideas prácticas, convenientes en su aplicación á las necesidades de las nuevas Repúblicas americanas. Nada en él, puede decirse claramente, lle- vaba el sello de Ja utopia. Todo en sus pensamientos era claro, calculado, lleno de esa lógica que asegura la pru- dencia en los actos y la regularidad en los hechos ; y, bajo este .punto de vista, nadie como él ofrecía mejores garantías de justicia, de sabiduría y de moderación. Pero, para dar estabilidad al orden en un país tras- tornado y removido moralmente hasta en sus cimientos por la anarquía de las ideas y el vértigo de las pasiones facciosas, y físicamente por los escesos de las guerras, por las represalias á que éstas habían dado lugar, y por ía pobreza de un presupuesto que la miseria popular hacia cada vez mas insuficiente, lo que se necesitaba no era, ,en verdad, un hombre estudioso, un filósofo pací- fico y circunspecto, sino mas bien uno de esos caracteres enérgicos, acostumbrados á la agitación y al tumulto de los partidos y dotados de un genio flexible, fecundo en í 102 HISTORIA DE CHILE, recursos y en expedientes, para saber domeñar las cir- cunstancias, vencer las resistencias y hacer frente á los movimientos revolucionarios , que en los tiempos de transición y de ensayos se suceden con el mas fatal en- sadenamiento. Desprovisto, por desgracia, de todas es- tas circunstancias, y contenido por embarazosas consi- deraciones de moral y de delicadeza, preciso es confesar que, en política, mas de una vez, á causa de su timidez é indecisión, se vio en reñida campaña con una respeta- ble oposición, suscitada principalmente por los Pelu- cones. La formación de su ministerio constituyó uno de sus primeros cuidados. La elección de sus miembros iba á decidir de su política, y cada uno de los partidos espe- raba con la mayor impaciencia que la mirada de Pinto vendría á fijarse en su bandera. Después de diferentes combinaciones, optó por un ministerio sin color, que- riendo ante todo presentarse en una senda conciliadora entre todas las fracciones, y llegar á ser el lazo que las reuniese en provecho de la paz y de la felicidad del pueblo. D. F. Man. Borgoño, que acababa de poner en derrota á los bandidos de Pincheira, fué elegido para el cargo de ministro de la Guerra; D. Vent. Blanco para el ministerio de Hacienda, y el Dr. presbítero D. Miguel Solar, á la sazón en Coquimbo, para el del interior. Pronto dieron su dimisión estos dos últimos, siendo reemplazado el primero por D. Fr. Ruiz Tagle, y el segundo por D. Carlos Rodríguez. Este ministerio, com- puesto de hombres de la mayor nombradla por su ta- lento y por su posición social, todavía no bastaba á Pinto; hubiera querido ver figurar en él á Benavente, que le negó su concurso, y tuvo también el sentimiento HTh CAPÍTULO LXXXIV. 103 de no poder conservar á GandarilSas, uno y otro sujetos muy versados en los negocios administrativos, y quienes por su macho carácter habrían sido de un incontestable valor y de una verdadera importancia en la nue^a admi- nistración. El encono con que Gandarillas la atacó desde su salida del ministerio, prueba que tan violenta enemis- tad tenia su origen en ideas muy diferentes de aquellas que invocaba para combatirla. A la espiración del último Congreso se había decidido que la comisión que venia á resumir sus poderes convo- caría, lo mas pronto posible, á los electores, para la apertura de una nueva Cámara, cuyos diputados debe- rían reunirse el 12 de febrero de 1828, con el esclusivo objeto de elaborar una Constitución en armonía con la forma de Gobierno que el pueblo decidiera darse. La convocatoria para las elecciones, salvo tal cual modifi- cación, era la misma que había sido empleada en los an- teriores Congresos, á pesar de todos sus vicios y defor- midades. Rancagua fué el punto determinado para la reunión é instalación de este Congreso ; pero después de un maduro examen se decidió que, á causa de la natu- raleza de las cuestiones en que debia entenderse, conve- nia desde luego como punto de residencia la capital de la República, pues entre las muchas ventajas que esto ofrecía, se encontraba la de servir de enseñanza á la ju- ventud que mas tarde se dedicase á la carrera adminis- trativa. Celebráronse las elecciones en los primeros días del mes de enero de 1828. Tranquilas y casi en su mayor parte legales en las provincias, se resintieron en San- tiago de la viciosa influencia del periodismo y de los partidos, y sobre todo, de ¡a falta de leyes fundamenta 'S I '. ■■■■r 104 HISTORIA DE CHILE. les, lo cual daba lugar á que cada uno interpretase la convocatoria á su manera para dirigir la corriente elec- toral. Escitados así por encontradas y apasionadas ideas, no se tenia el menor escrúpulo en falsear y viciar estas elecciones sirviéndose de la intriga, de la superchería, de la amenaza y de toda clase de manejos ; empleando la corrupción para comprar votos, y falsificando hasta las copias de los registros de calificaciones. En Renca, en los Andes, etc., la fuerza armada se víó en la dura ne- cesidad de intervenir; muchos electores no pudieron ser calificados ; un número no menor quedó sin votar ; de suerte que habiendo dado el escrutinio, una gran mayo- ría al Gobierno, y no logrando los Estanqueros sacar mas que tres diputados, se armó un escándalo de calumnias é injurias sin ejemplo por lo desenfrenado, atacando, sobre todo, la logia formada por Argomedo, Muñoz, Be- zanilla, Fernandez, el Canónigo Navarro, etc., etc., quienes, só color de celebrar una reunión favorable al progreso de las luces y de los principios liberales, no se habían ocupado sino de las elecciones, con ánimo de viciarlas. Según las costumbres de entonces, declará- ronse nulas las elecciones, y se concitó al pueblo para que se sublevara, valiéndose al efecto de insultos, diri- gidos á las autoridades, y de escritos incendiarios. Las informaciones pedidas á los pueblos respecto de la forma de Gobierno que deseaban plantear, conforme al espíritu de la ley del 22 de julio del año 1827, no fueron hechas con la puntualidad que las circulares con tal objeto dirigidas habían exigido . Ya sea por descuido ú mala voluntad, ya, lo cual es posible, por absoluta ignorancia, varias de las provincias se encontraron en retardo, á pesar de las enérgicas reclamaciones hechas «■ CAPÍTULO LXXXIV. 105 por la Comisión. La mas vacilante de todas, ó mejor dicho, U mas morosa, era la de Santiago, negándose á aceptar en principio el artículo que disponía que la con- sulta mandada hacer á las provincias sobre la base cons- titucional, se verificaría, no sólo por su órgano, sino por los cabildos existentes en los partidos, lo cual daba á estos cuerpos puramente económicos una facultad deli- berativa igual á la suya, violando así los principios po- líticos y las leyes del Congreso. Y si al cabo concluyó por conformarse, no fué sino porque la Comisión, de acuerdo con el Gobierno, la amenazó diciéndole que la disolvería, si á los seis días la consulta no se hubiera terminado y remitido. A pesar de semejantes retardos, la Comisión presentó, con fecha 10 de marzo, un resu- men de iodos los votos, y la mayoría de ellos daba ya un resultado que las demás provincias no podían desvirtuar. Algunas de éstas habían sido favorables al sistema fede- ral^ pero el mayor número, inclusa la de Coquimbo, pedia el sistema unitario, formulando sus demandas con diversas miras, á veces espresadas de una manera insó- lita, que los miembros interpretaban en favor de dicha unidad. En tal persuasión, propusieron á la asamblea que redactara la nueva Constitución sobre la basel de una República popular, representativa, abandonando así el sistema federal, con tanto entusiasmo votado á la aper- tura del anterior Congreso. Esta interpretación de la voluntad nacional, no sin haber sido combatida por varios diputados, y sobre todo, por Infante, Molina, Magallanes, etc., fué aceptada por la mayoría de la Cámara. Los ataques, aunque de una manera indirecta, fueron secundados ó, mejor dicho, sostenidos por todos aquellos que eran contrarios al 106 HISTORIA DE CHILE. Gobierno; por los Pelucones, hostiles siempre al gran liberalismo de Pinto y á su participación en la ley con- tra las vinculaciones ; por el clero, irritado á causa de la venta de algunos bienes de los regulares, entre otros, los conocidos con el nombre de «Hacienda de Santo Do- mingo» ; y por los Estanqueros, en fin, que tenian oje- riza, no al Presidente, sino á ciertas personas de su ca- marilla. Todos estos adversarios poseían periódicos, que hacían al Gobierno una oposición continua llevada al estremo, y que hasta rayaba en injuriosa. En medio de lanta y tan estraordinaria agitación, no era, en verdad, prudente hacer que la nueva ley consti- tucional se discutiese en Santiago. En sus primeras se- siones, y conforme con la proposición hecha por el dipu- tado Araoz, la Cámara resolvió alejarse de aquel foco de intrigas y de tumultos ; y, siguiendo la opinión de una gran mayoría, fué á establecerse en ei puerto de Valpa- raíso. Arreglada al efecto Sa Iglesia de Santo Domin- go, el 25 de Mayo de 1828 se hallaban casi todos los diputados reunidos en dicho punto, para volver á em- prender sus tareas y, sobre todo, discutir la Constitución, cuyo proyecto les había sido ya presentado. Gracias á una lucida é inteligente redacción, realzada notablemen- te por D. Melchor G. Ramos, encargado del informe, la discusión de sus artículos se hacia con mucha calma y con la mas completa armonía, cuando un acontecimiento revolucionario vino á suspenderla. A consecuencia del reglamento descentralizador de In- fante, y de las disposiciones adoptadas por el anterior Congreso, el desorden se habia introducido en algunas provincias y hecho germinar cierto espíritu de antago- nismo entre las autoridades provinciales y las fiscales. CAPÍTULO LXXXIV. 107 Sobre todo, la de Colchagua llegó á hacerse notar mas que ninguna otra por sus ardientes y locas aspiraciones á no depender de nadie sino de ella misma. .. El comandante Porra y el alcalde territorial Layo, al frente de un escuadrón de caballería de Rio-Claro, habían marchado ya el primer dia del mesde Enero á S. Fernan- do, para provocar una revolución. La plaza fué tomada, y Porra destituyó al gobernador Silva, y luego hizo reem- plazar al alcalde Zada por otro, que el mismo jefe suble- vado nombró, y fué Clemente Ramírez. Esta maniobra no se hizo seguramente sin ocasionar conflictos. Hubo varios combates en que corrió la sangre, resultando hasta treinta hombres muertos ó heridos; y preparábanse k otros nuevos acaso mas terribles, cuando este desgracia- do asunto pudo arreglarse por los dos comisionados que de parte del Gobierno se presentaron, como mediadores, entre los combatientes. Aunque la tranquilidad quedó restablecida, no tardó mucho en perturbarse de nuevo el orden bajo la influen- cia de los O'higginistas, cuyo jefe no era sino el hábil y activo 1). J. A. Rodríguez Aldea. Una revolución estalló enseguida, á cuya cabeza figuraba D. Pedro Urriola, jo- ven arrojado y de gran corazón, á quien la naturaleza, al negarle el don del discernimiento y de la prudencia, le había dotado en cambio de un carácter lijero y amigo de aventuras, cualidades que los ambiciosos supieron po- ner á su servicio y esplotarlas en aquellas difíciles y pe- ligrosas circunstancias. Por mas que en 1827 hubiera formado parte de la logia de los Pipiólos, tenia tantos motivos de queja contra ellos, y sobre todo contra Pinto, que no sólo desertó su bandera, sino que, á partir de este momento, lo mismo que Gandarillas, había llegado á ha- <& ■:;:# 108 HISTORIA DE CHILE. cerse encarnizado enemigo de dicho general, hombre re- conocido como jefe del partido por él abandonado. Convertido en uno de los mas locos entusiastas de O'higgius, á quien consideraba como el único hombre ca- paz de constituir el país, quiso trabajar en su favor, mo- vido por la esperanza de derribar al Gobierno de los Pi- piólos. Con este fin, se trasladó á la provincia de Colcha- gua., donde ejercía una poderosa influencia, como yerno que era de uno de los mas ricos propietarios de la co- marca, y allí consiguió organizar una revolución, en la cual entró un gran número de habitantes, enemigos no menos declarados del Gobierno. Las tropas de infantería y caballería de que disponía se hallaban ganadas de an- temano por Vidaurre, quien á la sazón mandaba el bata- llón de Maipu, compuesto de unos 300 hombres,1 poco mas ó menos, contando además con el pronunciamiento que debia hacer el diputado Enrique Garapiño en Valparaíso, y con los cívicos de Santiago k las órdenes de Cotapós. Apenas tuvo Pinto conocimiento de esta revolución, trató de contenerla, empleando para ello el consejo y la persuasión. Encomendó esta misión á Rodríguez, quien por hallarse iniciado en todos los planes de Urriola, no quiso aceptarla. En este caso, recurrió á su padre políti- co D. F. Valdivieso, quien volvió diciendo que habia encontrado a. su yerno decidido á continuar en su propó- sito de una manera irrevocable. No quedaba, pues, otro camino que el de las armas para vencer al revolucionario ; pero antes de prepararse á la batalla, Pinto juzgó conve- niente, aconsejarse de los Estanqueros, los Pelucones, etc. , y los convocó particularmente para conocer su opinión. Es- taba bien persuadido de que la oposición que á su adminis- tración venían haciendo no era por él, sino por el partido CAPÍTULO LXXXIV. 109 délos Pipiólos exaltados; y, esperando atraerlos á su amis- tad y en su apoyo, les prometió separarse de aquellos y, lo que es mas aun, trabajar en favor de Tagle, á fin de que lograse ser su sucesor en el cargo de Presidente. Asegurado por las promesas que le hicieron los jefes de los partidos que él había llamado en consulta, Pinto hi- zo marchar el batallón núm. 7, compuesto de 200 hom- bres a! mando de Borgoño y de Tupper, éste en calidad de segundo; y á su llegada á Rancagua, dos compañías y un escuadrón de milicias vinieron á reunirse á dichas tropas, elevando la división al número de 600 combatien- tes, sobre poco mas ó menos. Avisado Urriola de la espedicion en contra suya pre- parada, trató de engañar al general que la mandaba por medio de una ingeniosa estratagema. Levantando atrin- cheramientos en San Fernando, hizo creer que su objeto era defender á esta ciudad, y se encaminó con sus fuer- zas á la angostura de Pelequen, cuya breve llanura, ro- deada por todos lados de altas montañas, era de muy difícil acceso á causa del estado fangoso de las tierras, sobre todo en aquellos momentos en que las lluvias ha- bían sido abundantes. Borgoño se encontraba á la sazón en la Requinoa. Convencido de que el empeño de una batalla en las po- siciones que el enemigo ocupaba, costaría mucha san- gre, tanto á sus tropas como á los revoltosos, prefirió mejor tomar otro camino para seguir su marcha hasta San temando, donde debia salir á esperarle, ó él debía esperar un regimiento de dragones que le enviaban de refuerzo, y con el cual podría resucita y francamente dirigirse contra Urriola. Ya en marcha, destacó dos débiles compañías, mandadas por Tupper, quien lie- 110 HISTORTA DE CHILE. vabala orden de apoderarse de la plaza ó, por lo menos, de ayudarle á realizar este pensamiento. A su llega- da, se vio acometido y cargado por el mismo cuerpo de dragones que se había sublevado en Curico, mien- tras que, al propio tiempo, recibieron el fuego de algunos soldados del n.° 6, situados en la torre déla Iglesia de San Francisco. Tupper, que en esta escaramuza había tenido dos hombres muertos y cinco heridos, creyó opor- tuno evacuar la población, situándose en un panto con- veniente para esperar allí la división, que no tardó en lle- gar ; y enseguida Borgoño hizo partir en columna cer- rada al batallón n.° 7 para atacar a los sublevados. Admiráronse los oficiales de no recibir disparo alguno ; pero no tardaron mucho en saber que el enemigo se ha- bía puesto en precipitada fuga, apoderándose en el ca mino de todos los bagages de la espedicion que queda- ban atrás ; yaun que Borgoño envió tropas que los persi- guiesen, después de reunirse á Urriola, pudieron, en una noche de marcha forzada, pasar el Maipu y encontrarse á una considerable distancia, donde ya no podían ser molestados» Por una fatal é inconcebible casualidad, todo¡sepresen- tabade un modo contrario á los planes del general Borgo- ño, quien, desconcertado enteramente, tuvo que dirigirse hacia Santiago. Acampado en la hacienda del Espejo, pronto llegó á su conocimiento la noticia déla derrota del Presidente de la República cerca de aquella ciudad, suce- so que le decidió á trasladarse á Valparaíso, para poner- se á la disposición del Congreso. En el momento de em- prender su marcha, un ayudante de campo del Presi- dente vino á prevenirle que se formaba una reacción favorable, y entonces, en lugar de seguir su primera CAPITULO LXXXIV. \\l idea, se encaminó hacia Santiago, donde vino á estable- cerse en la Chacra de la Merced. En efecto, Pinto no tenia temor alguno de salir al en- cuentro de las tropas revolucionarias, poniéndose á la cabeza de los 100 coraceros de su propia guardia y unos 400 infantes de la milicia, que pudieron reunirse á toda prisa. En una tarde lluviosa del 18 de Julio, tuvo lugar un encuentro con los enemigos, á las puertas mismas de la capital. Los coraceros, así como los dragones, habían sido ganados ya, y no tardaron en atacarle ; de manera que los milicianos, no pudiendo sostener largo tiempo la acción, al fin se vieron derrotados, dejando algunos muertos y heridos en el campo de batalla. El intrépido Urriola, orgulloso del buen éxito, penetró en Santiago y fué á establecerse en la Maestranza Al día siguiente pedia una capitulación á Pinto, quien con- tando con el apoyo de la mayor parte de los habitantes supo rechazarla con la mas noble indignación. La sú- plica de una entrevista que la víspera había hecho á Rodríguez Aldea, le fué negada igualmente porque este veía con poca confianza á ciertas personas capaces de organizar una reacción, y entre ellas á Benavente, en buena amistad con Vidaurre. Pero, sin perder toda es» peranza le envió á decir que, para mejor alcanzar el triunfo debía poner á buen recaudo á algunas personas influyentes, y hasta al mismo Pinto; y que saliera á la plaza con sus tropas para hacer allí una poblada, la cual le sena favorable, pudiendo estar seguro de la adhesión de todo el pueblo. Un medio tan violento, único por otra parte que en an arriesgadas empresas podía tener algún éxito no fue seguido, porque habiendo sido ganado ya Vidaurre 'i! nD**^ 112 HISTORIA DE CHILE. por Benavente, la indecisión vino á apoderarse del ánimo de los jefes. Durante estos momentos de perplejidad, los Pelucones y los Estanqueros se reunían en palacio, y los antiguos miembros de la asamblea iban á. constituirse en el Consulado, como representantes de la nación, para servir de mediadores y pedir á Vidaurré que les espli- case el objeto de aquella sublevación. Á eso de las siete déla noche, recibieron una comisión, enviada por Urriola con encargo de reclamar la dimisión de Pinto. Infante, que lo mismo que Pradel, Magallanes y Guzman, forma- ba parte de ella, quiso hacer creer á la asamblea, por mas que tales no fuesen las instrucciones de Urriola, que el federalismo era lasóla causa de semejante revolución; y con su acostumbrado fanatismo, no tuvo otra prueba mejor que dar sino la de un elogio declamatorio de dicho sistema ; pidiendo que fuese adoptado y se redujese a cenizas la Constitución que entonces se discutía. Pradel pidió la palabra al ver que la Cámara había declarado como falso y calumnioso aquel aserto, y habiéndole ma- nifestado D. Pedro Palazuelos que podia usarla, todavía fué mas lejos que Infante, no queriendo aceptar arreglo alguno, asegurando que no cabia ninguno entre vencedo- res y vencidos, palabras arrogantes que D . Pedro Pala- zuelos censuró con su característica vivacidad. « Nunca el pueblo es vencido,» le respondió con un acento tal de grandeza y de indignación, que todos los circunstantes repitieron su frase, dando mil vivas á Pinto. Desde este momento la revolución, sino vencida, por lo menos que- daba juzgada. El dia siguiente, 20 de julio, temiéndose algún con- flicto, los principales vecinos de Santiago acudieron á ponerse al lado del Vice-presidentej decidirlos á oponer CAPÍTULO LXXXIV. 113 contra los sublevados la mas vigorosa resistencia. Serian, poco mas ó menos, las cuatro de la tarde, cuando estos se trasladaron á ¡a plaza, y, tal como de antemano habia sido acordado, un repique general de las campanas de la catedral los llamó á palacio. Pronto las tropas se con- vencieron de la peligrosa situación en que se hallaban, al ver que, á los gritos de j viva Infante ! lanzados por algunas personas de entre la muchedumbre, ésta en su mayor parte contestaba con los de ¡ viva Pinto y viva el pueblo ! En vista de semejante disposición de ánimo, para evitar un nuevo derramamiento de sangre, Pinto envió á buscar á Vidaurre, jefe legal de aquellas tropas, con el fin de terminar con él tan lastimoso asunto en buena amistad y armonía. En un gabinete particular se vieron y cambiaron algunas esplicaciones, cuyo resulta- do fué el arreglo de aquella discordia. Cuatro días des- pués, las tropas del batallón de Maipó y del regimiento de dragones, bajo las mas solemnes promesas, pidieron gracia al Presidente Pinto ; éste se la concedió en la orden del día, y él mismo se presentó en los cuarteles a anunciársela. Todos los comprometidos, incluso D. Pedro Urrioia, fueron comprendidos en el indulto , pero el peruano Ani- ceto Padilla sufrió la pena de exportación del territorio chileno. Poco tiempo después, sin embargo, fueron de- tenidas varias personas, entre las que se contaban Ma- gallanes, Pradel y el coronel D. Manuel Cortés, quien produjo el 20 la sublevación de la milicia de los Andes, y era reclamado con grandes instancias por la municipa- lidad, á causa de que varios de sus miembros se halla- ban comprometidos. Enseguida, para pacificar la pro- vincia de Colchagua, foco de todas estas revoluciones, t. vin. c 114 HISTORIA DE CHILE. fué enviado á ella como intendente D. J. A. Alcalde, uno de los personajes mas importantes de Santiago; y al cabo de un mes, los habitantes todos volvían á entrar en el orden, prometiendo cooperar del modo mas sin- cero á la sólida tranquilidad de la provincia, á la mas cordial unión y a la mas firme adhesión á las autoridades nacionales. Así terminó una revolución tan mal combinada, y em- prendida con muy escasos elementos, porque si Urriola podía contar con el batallón de Maipó, con un escua- drón de dragones y los coraceros de la guardia del Pre- sidente, el Gobierno podia oponerle en pocos dias mucho mayor número de tropas, leales á su causa y fieles en el cumplimiento de su deber. El general Borgoño se encontraba á algunas leguas de Santiago ; Viel salió de Chillan con una parte del regimiento de granaderos á caballo y el batallón de Carampangue, y avanzaba ya para caer sobre los revolucionarios; en Casa Blanca, Bruno Larrain habia reunido 800 milicianos de infan- tería y 250 de caballería ; y en la provincia de Aconca- gua, fuerzas no menos considerables estaban prontas á emprender la marcha. Se vé, pues, claramente que todos estos elementos eran mas que suficientes para determinar una reacción favorable á Pinto y proporcionarle el triunfo en aquella campaña. Por su parte e\ Congreso habia tomado medidas su- mamente enérgicas. En la sesión del 19, se autorizó ai Gobernador de Valparaíso para tomar 20,000 pesos de las tesorerías del Estado, ó procurárselos por medio de un empréstito, y con esta suma atender al pago délas tropas de la guarnición y acudir al sostenimiento de las milicias, que sin demora alguna debía levantar y armar. Enviaron CAPITULO LXXXIV. 115 á Muñoz Bezanilla á Gasa-Blanca, punto por el cual ha» bia sido electo diputado, con objeto de que reuniera la milicia; y una comisión de siete miembros fué nombrada para, en unión del Gobernador, tomar todas aquellas providencias que las circunstancias reclamasen. Tan lue- go como este cuerpo recibió el oficio por medio del cual se le anunciaba la sumisión de los sublevados, volvió á abrir sus sesiones con una asiduidad y una prudencia ta- les, que merecen los mas dignos y mayores elogios. La calma en la discusión de los artículos del nuevo código político no quedó desmentida un solo dia. La oposición de Santiago no dejaba de negarle la legalidad de su reunión, y pedia un colegio de comisarios provinciales, que revi- sase y calificase los poderes de ios miembros del Con- greso; pero éste continuaba sus tareas, sin preocuparse de semejantes reclamaciones; el último artículo era vota- do el 6 de agosto, y el Vice-Presidente pudo jurarlo dos días después. Esperóse la gran fiesta nacional del 18 de setiembre para la promulgación de la nueva Constitución y juramento que debían prestarle todas las autoridades civiles, eclesiásticas y militares de la República • y lle- gado aquel dia, este acto fué celebrado con la mayor pompa y solemnidad. Tres dias duraron los regocijos pú- blicos • y las funciones celebradas con este fausto motivo no fueron menos brillantes y animadas que las que tuvie- ron lugar cuando se promulgóla ley constitucional de 1623. La clemencia tuvo también su parte en ellas. Un decreto puso en libertad y en pleno goce de ios derechos individuales á los Chilenos que se encontrasen presos o detenidos por cualquiera de los movimientos políticos; y, con tan generosa indulgencia, las perso- nas comprometidas en el alzamiento militar del 28 ... 33tt¡ 116 HISTORIA DE CHILE. de Julio quedaron al abrigo de toda acción judicial. Recibida la Constitución por la generalidad de los haT bitantes de Chile con muestras del mayor entusiasmo, fué considerada como la verdadera consolidación del pacto social, como la pauta de los derechos y deberes de los ciudadanos, y como la salvaguardia ó la sólida garantía del orden y de la tranquilidad nacional. Redac- tada en un sentido enteramente liberal, poseía todos los elementos necesarios para conciliar los partidos y aproxi- mar las diferentes opiniones, dado caso de que la razón hubiera podido suceder á las pasiones y á los intereses; era democrática, y participaba algún tanto del sistema federal, por las Asambleas provinciales que, no obstante, llevaban en su seno el germen de la anarquía. Era en fin clara, precisa, sin ambigüedades en el sentido de las palabras y desprovista de .todos aquellos detalles regla- mentarios de que las precedentes se hallaban sobrecar- gadas, sin que por eso perdiera nada respecto á su sen- cillez y á los verdaderos principios de la filosofía legisla- tiva. En su conjunto, bien se echaban de ver algunos vicios y defectos; pero se encontraban tan admirable- mente compensados por el carácter de paz y de estabili- dad que la distinguía, que fácilmente y sin temor algu- no se podia poner en práctica. En efecto, el Congreso había decidido que en 1836 seria convocada una gran Convención, con el esclusivo objeto de reformar la nueva ley política é introducir en ella entonces todas ias adiciones y modificaciones que se estimasen convenientes. Al tiempo de su promulgación, no vaciló el Presidente en decir que habían cesado ya los tiempos en que la suerte condenaba al pueblo chileno á la ciega obediencia de una autoridad sin límites, y que CAPÍTULO LXXXIV. 11? las leyes fundamentales establecían las garantías mas es- , traordinarias contra los abusos de toda especie de auto- ridad y de todo esceso de poder. Y, en verdad, los tres poderes se hallaban perfectamente equilibrados; el eje- cutivo no podia hacer cosa alguna sin la cooperación de los otros dos. Hasta puede decirse que su autoridad era mucho mas* débil en razón del estado de desorden en que el país vivia. El derecho electoral era muy lato, lo mismo que el de petición, y la libertad, la seguridad individual y la propiedad se hallaban escudadas por las mejores ga- rantías. Así fué que la municipalidad de Santiago se apre- suró á manifestar á los diputados su satisfacción y les felicitó con la espresion del mas sincero patriotismo, (i) Una vez sancionada la Constitución, la unidad legisla- tiva no podia ya existir. El Congreso debía ser represen- tado por dos Cámaras, y esto es lo que decidió el 6 de Agosto, es decir, eldia mismo de la sanción. Como según disponía el nuevo reglamento, no podían los Senadores ser nombrados por las asambleas, eligiéronse diez y seis entre los diputados. Este acto fué el último de aquel Con- greso en Valparaíso; y pasado ya el temor quede la capi- tal se tenia, esto es, el del tumulto á que pudieran dar lugar los debates de la Constitución, los diputados creyeron lle- gado el momento de poder trasladarse ó reinstalarse en su antiguo asiento, para seguir ocupándose allí de las tareas relacionadas puramente con la administración. Sin em- bargo, llegaron á Santiago en los dias en que una nueva revolución iba á estallar. ■: El mal éxito del motín militar del 18 de Julio, y lama- nifestacion sincera de la opinión pública en favor de (1) Véanse para la apreciación de dicha Constitución las obras de La- tama, Bnceño y Federico Errazuriz. ■ 118 HISTORIA DE CHILE. Pinto, hubieran podido hacer creer que los enemigos del Gobierno le darían algún tiempo de reposo, le dejarían vivir tranquilo y, sin embargo, la sangre derramada en ios campos de batalla no se habia secado enteramente cuando una .nueva sublevación se organizaba, merced al apoyo de aquellos mismos militares á quienes con tanta nobleza y generosidad acababa de perdonar el Vice-Pre- sidente. D. Pedro Urriola volvía á hallarse mezclado en este indigno negocio, á despecho de las hondas inquie- tudes que obrando así proporcionaba á una honorabilísi- ma familia por él amada tiernamente, pero á la cual no le era dable hacer el noble sacrificio de la pasión caba- lleresca que le dominaba y tenia sobreescitado de con- tinuo. Abandonado el partido de los O'Higgmistas, que no le ofrecía bastante fuerza ni probabilidades para lle- gar al objeto que anhelaba, se unió con los Estanqueros; y éstos, abusando de su imprevisión y espíritu aventure- ro, no tardaron en erigirle como su principal agente, y en lanzarle á las mas difíciles y peligrosas empresas. Urriola entraba en ellas con delirio, y con tanto arrojo, como si las vicisitudes de los acontecimientos fuesen el elemento privativo de su fogosa existencia. La noche del 9 de Agosto de 1828 era cuando debía estallar esta nueva revolución. Pedro Rojas y Francisco Ramos, tenientes del Maipó, debían conducir este bata- llón á eso de las dos de la mañana á la Cañada, sitio al cual también saldría el jefe de igual graduación Grego- rio Murillo, con el escuadrón de Dragones acuartelado en Apoquindo, para, tan luego como estuviesen reunidos, marchar contra el palacio y apoderarse del Vice- Presi- dente. Habiendo sido éste prevenido oportunamente del proyecto, logró hacer abortar la conspiración, arrestan- CAPÍTULO LXXXIV. 119 do, antes de que el pronunciamiento pudiera verificarse, á todos los oficiales comprometidos y al sargento mayor graduado de artillería, Domingo Márquez, con su teniente Lúeas Lujan, ambos decididos ya á mezclarse en el pro- nunciamiento. Así que la noticia de estas prisiones cundió por la población, cuantos ciudadanos se habían ofrecido á prohijar á los sublevados trataron de ponerse al abrigo contra la acción de la justicia, unos ocultándose en San- tiago y otros refugiándose en los despoblados de algunas haciendas de las cercanías. En vista de tan indigna cuanto escandalosa reinciden- cia, no era posible que las leyes quedasen sin aplicación por mas tiempo. El interés y la tranquilidad del país reclamaban ya el cumplimiento de la justicia, siempre duro y penoso cuando se trata de delincuentes políticos, y un Consejo de guerra, bajo la presidencia del mayor D. Gregorio Amunátegui, fué formado para juzgar á los oficiales apresados y aplicarles la pena que por su rebe- lión habían merecido. El teniente Murillo, detenido en el cuartel de los Dragones en Apoquindo, recibió la ór^ den de presentarse escoltado á responder á los cargos ó acusaciones que debían hacérsele. Semejante disposición sirvió de pretesto á dicho Murillo para abusar de la sen- cillez de los soldados y hacerles creer que, no obstante el perdón que relativamente al motin del 18 de julio había sido concedido, se le buscaba para fusilarle, cosa que después seguiría practicándose con la mayor parte de ellos. Sublevando también el temor y la ira en el co- razón de sus dragones, el teniente Báez trabajaba por su parte, logrando disponerlos en favor suyo y concitándo- les á que menospreciasen la orden de Amunátegui, y lo mismo las amenazas de sus jefes superiores. Acaecida «'■•' 120 HISTORIA DE CHILE. esta rebelión el 16 de agosto, los que en ella tomaron parte no podían permanecer muy cerca de las conside- rables fuerzas que el Gobierno podia poner en movi- miento ; y llevando los dragones á su cabeza á Murillo y Báez, ambos de origen argentino, se dirigieron hacia la parte del Sud. La fuga de estos soldados, víctimas de una alucinación y abandonados á sus propios instintos, podia dar por resultado el aumento de las fuerzas de Pincheira y, por consiguiente, el del número de sus bandidos. Así fué que el Gobierno, en su justa inquietud, se apresuró á mandar á los coraceros de la guardia en seguimiento de los prófugos, espidiendo órdenes al propio tiempo á todos los jefes militares y á todas las municipalidades para que reuniesen tropas sobre la orilla del Maule. Esto no im- pidió que pudieran vadearle, á pesar de haberles cor- tado los puentes de cuerdas ; pero perseguidos activa- mente y de cerca por los coraceros, acosados de todas partes por los milicianos reunidos con prontitud por las autoridades de los alrededores, juzgaron conveniente rendirse al comandante Búlnes, quien, á tres leguas de Linares, se encontraba dispuesto á atacarlos con sus granaderos. El carácter franco y simpático que había hecho de este comandante el ídolo del ejército, logró que depusieran sus armas unos hombres que, reunidos á Pincheira, hubieran podido ser muy perjudiciales á las poblaciones de aquellas comarcas. Al oficiar al Gobierno para informarle del importante resultado que habia obtenido, le suplicaba, en unión con la municipalidad de Linares, perdonase á los soldados prisioneros, súplica que fué atendida, contentándose únicamente con disolver el escuadrón sublevado é incor- CAPÍTULO LXXXIV. 121 porar á los individuos que le componían en el délos gra- naderos ó en el de los coraceros. En cuanto á los oficia- les, fueron sometidos al Consejo de guerra ; y, aunque el sumario evidenció su grave culpabilidad, tuvieron la dicha de participar de los beneficios concedidos con mo- tivo de la promulgación de la nueva ley constitucional de Chile, acto muy solemne para que todas las faltas no se dieran al olvido, y para que todo resentimiento no quedase borrado. También, gracias á tan estraordinario acontecimiento y á la costumbre de celebrarle marcán- dole con actos de generosidad y con indultos para los delitos políticos, todos los militares y los ciudadanos com- prometidos en la última tentativa de sublevación pudie- ron volver á sus hogares, ó mas bien, ásus conciliábulos; porque ninguna cosa da tanta audacia á los facciosos como un bilí de indemnidad firmado y concedido por el sentimiento de una debilidad hasta cierto punto discul- pable, pero al cual pueden muy bien atribuirse las repe- ticiones de tantos actos de indisciplina y de tantas y tan lastimosas revueltas. La generosa inclinación de Pinto hacia toda idea mo- derada y de benevolencia no le impedia, sin embargo, reconocer las funestas consecuencias que semejante tole- rancia tenia que acarrear, especialmente al tratarse de la ordenanza militar. Con la mas viva inquietud veía que la gangrena revolucionaria contagiaba cada dia mas al ejército, y que este pronto se hallaría compuesto de tropas pretorianas, puestas á disposición del partido que mas diera. A pesar de tan grande generosidad, varios de aquellos militares incorregibles continuaron con la misma audacia sus siniestras intrigas. Entonces, fatigado por tan repetidos hechos, y convencido de que un ejem- 122 HISTORIA DE CHILE. pío terrible podría hacer cesar las funestas sublevacio- nes, trató de ahogar la voz de su natural clemencia y de contener la sensibilidad en su corazón entristecido, y se decidió por la ejecución de los dos mas culpables a quie- nes el Consejo de guerra acababa de condenar á ser pa- sados por las armas. Estos oficiales eran Francisco Tru- llo é Hil. Paredes, cuya degradación y fusilamiento se verificaron según previenen las leyes militares ; si bien es cierto que se cometió el error de hacer colgar después los cadáveres, siguiendo una repugnante y bárbara cos- tumbre indigna ya de la época. Entregados así á la pú- blica conmiseración, vinieron á sobreescitar é irritar las pasiones, entonces en la mayor fermentación, dando pá- bulo á los diarios de la oposición para criticar amarga- mente los actos del Gobierno. Para poner algún remedio á aquel estado de cosas y neutralizar cuanto fuera posi- ble el mal efecto producido y las consecuencias que de semejante falta podian derivar, pensó Pinto en dar ma- yor fuerza á la milicia, y organizó un regimiento de in- fantería, haciendo entrar en él los batallones de la Guar- dia nacional que se habían comportado bien en la acción del 18 de julio. Este nuevo cuerpo lo puso provisional- mente bajo la dirección del coronel Beauchef, y le dio una plana mayor con la dotación que fijaba la ley del 24 de octubre de 1825. Dicho regimiento se creaba con el objeto de poderle oponer á las trepas veteranas, sobradamente audaces y propensas á sublevarse, y al propio tiempo para contener á la plebe, pronta siempre á tomar parte en favor de aquellas tropas, con las cuales formaba causa común para entregarse al pillaje. Los comerciantes, interesados en este pensamiento de orden, se brindaron á formar dos mmmm CAPITULO LXXXIV. compañías de caballería al mando de oficiales por ellos elegidos, y llevando á la cabeza como primer comandante al honrado D. Diego Barros. Estas compañías recibieron el nombre de Cuerpo del orden, y se uniformaron de su cuenta y riesgo, adoptando una levita azul celeste con cuello y bocamangas de color encarnado, y un morrión de paño con plumas del mismo color que las vueltas. Poco tiempo después se reunieron también algunos co- merciantes mas, formando varias compañías de infante- ría, bajo el nombre de batallón de la Constitución ; y su traje consistía en una chaqueta idéntica á la levita de los anteriores, sombrero redondo con un ala levantada y una escarapela con galón de oro. En medio, pues, de tantos incidentes y de tantas emo- ciones, el Congreso volvía á reanudar sus trabajos. En conformidad con lo que se habia decidido en la última sesión celebrada en Valparaíso, la apertura tuvo lugar el 1o de setiembre, estableciéndose los Senadores en el Consulado y los Diputados en la sala de actuaciones pú- blicas de la universidad, preparada al intento. Dos eran las grandes cuestiones que principalmente debían tratar- se en este último periodo de la legislatura : la ley electo- ral y la relativa á la libertad de imprenta, que formaba parte de toda Constitución como uno de los elementos propios del derecho público ; pero que habia sido tan adicionada, suspendida y reformada, que no era po- sible ya conocer los términos que la regían, y mu- cho menos aun el sentido en que debia ser interpretada. Conforme á la propuesta del senador Calderón , las comisiones encargadas de estudiar y preparar los proyectos de ley podrían llamar á su seno á aque- llas personas á quienes creyesen capaces de ilustrar- * ,v 124 HISTORIA DE CHILE. las, y en particular á los empleados del Gobierno. Los ensayos hechos hasta entonces sobre la libertad de imprenta habían sido muy irregulares y peco fructí- feros, en razón á que, hallándose el país falto de insti- tuciones políticas estables, era difícil dar fijeza á esta ley, asentándola en una base conforme al espíritu del pacto social. La comisión del Senado encargada de la preparación de dicha ley procuró inspirarse en el estudio de las mejores obras ó tratados acerca de esta materia, y escuchó las opiniones de las personas instruidas del país, que fuesen admitidas á sus deliberaciones ; y el 1 3 de octubre de 1828, terminado este trabajo preparato- rio, pasó ai estado de proyecto. Bajo una forma que daba al pensamiento todas sus prerogativas de predominio, permitía al periodismo la apreciación y discusión sobre cualquiera materia, sujetándose á las restricciones de orden, moralidad y seguridad exigidas para el bienestar de una nación civilizada. Las restricciones se referían á cuatro especies de abusos, á saber : el de la blasfemia, el de la inmorabilidad, el de la sedición y el de la inju- ria. Este último, respecto á los empleados, no tenia el carácter de delito cuando se atacaban algunas omisiones ó escesos en el ejercicio de sus funciones, « siempre que el autor del escrito, decía la ley, pruebe la verdad de los hechos. » Todos estos abusos no se hallaban sometidos á los tribunales ordinarios, sino á uno especial, compuesto de un juez de derecho, que era el juez letrado de primera instancia, y de jueces de hecho, elegidos entre los habi- tantes de la localidad donde se cometieran y nombrados por la municipalidad; pero quedaban escluidos de este cargo los eclesiásticos, los abogados, [los procuradores, ■Mfti: CAPITULO LXXXIV. 125 los escribanos y todas las personas que percibían algún sueldo del fisco. Se vé, pues, que semejante reglamento era en estremo favorable á la libertad de la prensa y separado de toda influencia ministerial. Por él se entre- gaba al acusado á la opinión pública, es decir, á un ju- rado, sistema legislativo hasta entonces desconocido en el país, y cuyo ensayo iba á decidir respecto á su utili- dad ó inconveniencia. El público en general lo recibió satisfactoriamente, á pesar de las críticas que trataban de probar su insuficiencia, mientras otros le combatían considerándole demasiado restrictivo. Entre estos últi- mos se distinguía Infante, quien, á ejemplo de Jefierson, hubiera deseado una libertad ilimitada para la prensa, considerándola « como la salvaguardia, la centinela, y la protectora de todas las demás libertades, y como un divino invento bajado del cielo para la felicidad de los hombres. » La ley electoral presentaba dificultades mucho mayo- res, á causa de la alta importancia que ejerce el ciuda- dano activo en el nombramiento directo ó indirecto de los principales funcionarios. Hasta entonces el mecanis- mo de las elecciones había sido muy incompleto, y la libre voluntad del ciudadano se veía dominada, ora por la influencia ó las amenazas de los gobernantes, ora por la intriga y la astucia de los pretendientes. Por tanto, toda elección iba precedida de síntomas peligrosos, que no sólo paralizaban la marcha administrativa, sino que hasta podían traer graves conflictos y hondas perturba- ciones en la sociedad. Para dar alguna mayor regularidad á una operación tan grave como delicada, tratando de disminuir cuanto fuese posible los abusos que la desnaturalizaban y cor- :.l 126 HISTORIA DE CHILE. rompían, la comisión, conforme al ejemplo de Inglater- ra, quiso instituir el sistema de los registros, donde serian inscritas todas las personas que reuniesen las condiciones necesarias para ser electores, á quienes se entregaría una papeleta nominativa de voto que seria renovada ca- da dos años. Con esta combinación impedían las mesas obrar de mala fé á los individuos privados de voto y que votaran dos ó mas veces aquellos que lo poseían. La di- rección de los registros en las parroquias era ejercida por las juntas calificadoras y revisados aquellos por la junta municipal de la localidad, que al propio tiempo asumía el derecho de juzgar sin apelación sobre toda clase de reclamaciones. Semejante independencia de las autoridades ordinarias aseguraba los derechos y la li- bertad del ciudadano, y la soberanía popular funcionaba en la plenitud de la forma democrática. Los demás ca- pítulos eran concernientes apa reglamentación de la nueva ley electoral, y ésta no conservaba de las anteriores sobre la materia sino las subdivisiones en parroquias ; en todos ellos brillaba el espíritu liberal que se trataba de intro- ducir en todas las administraciones, y bajo este punto de vista no se puede menos de aplaudir los activos é inteligentes esfuerzos de esta legislatura, tan bien ins- pirada por las relevantes cualidades del jefe del Es- tado. Aparte de esta Constitución, la mas liberal sin duda de cuantas anteriormente habían sido promulgadas, el Congreso se ocupó de un gran número de trabajos se- cundarios relativos á las diferentes administraciones. Abierto el 25 de febrero de 1828, terminó su misión en el mes de enero del año siguiente, de modo que el día 31 de dicho mes, los diputados cerraban sus sesiones, CAPITULO LXXXIV. 127 después de haber recibido las mas significativas mues- tras de aprobación de parte del pueblo. El Vicepresi- dente, acompañado de los ministros y de las principales corporaciones, se reunió con los diputados, á quienes fué á buscar para asistir todos juntos á un Te Deum, que se cantó en la Catedral como espresion de homenage y de reconocimiento al autor de los bienes terrenales. De re- greso á la Cámara, acompañado por una multitud bu- lliciosa y alegre, que las salvas de artillería y el repique de las campanas animaban con su estrepitoso ruido, es- presó á nombre de la nación entera su mas intensa y sin- cera gratitud á aquellos distinguidos diputados. «Vues- tros nombres, les dijo, no podrán ser jamás repetidos sin admiración y enternecimiento, y el recuerdo de vues- tras tareas, se ligará íntimamente á la idea del engran- decimiento y de la prosperidad que los siglos nos re- servan. » — « Estaba reservado al tiempo de V. E., le respondió el Presidente del Senado, el que se consti- tuyese la nación, época gloriosa en que terminan las grandes convulsiones de un estado que empieza á re- nacer» » Antes de separarse, la Cámara nombró una junta de ocho miembros, elegidos entre los de su seno y los del Senado, cuyas atribuciones eran velar sobre la obser- vanciade la Constitución y las leyes, con el solo objeto de dar cuenta á las Cámaras venideras de las infracciones que hubiera notado, recibir los votos, que debian remi- tirse ala comisión permanente, y custodiar las llaves de la caja del crédito público» u CAPITULO LXXXV. Continúa la administración del general Pinto—Nuevas reformas en la Hacienda pública —Establecimiento del crédito nacional. -Proyecto de un banco. -Medidas adoptadas para poner freno al contrabando.— Sublevación de los cazadores en Talca. -Reformas introducidas en el ejército.- Instrucción publica.- Colegios particulares.- Colegio de señoritas. -Sociedad filarmónica. -Teatro. -Discusiones sobre la abo- lición de los mayorazgos. Promulgada la Constitución, aquella Cámara, la cual por la terminación sola de esta ley pudiéramos muy bien calificar de fecunda, todavía continuó sus tareas, ocu- pándose de otros trabajos relacionados con los diferentes ramos administrativos. Pinto era el alma de todos estos trabajos, y hasta hubiera deseado, antes de llegar á las discusiones, dar principio á las reformas despejando el terreno, á fin de ilustrar á aquellos laboriosos diputados sobre las tareas que iban á emprender, si deseaban, como así era, llegar al planteamiento de una buena or- ganización. La hacienda habia sido siempre y continuaba siendo el caballo de batalla, la parte mas crítica de la situación. A pesar de tantas y tan prolijas informaciones como se habían hecho con ánimo de mejorarla, todavía una gran parte de ella seguía estacionaria, viciosa y complicada, en el mismo ser y bajo las mismas condiciones que tenia en la época colonial. Las rentas se cobraban de una ma- nera irregular, el ejército carecía totalmente de contabi- lidad, los atrasos eran cuantiosos y las oficinas maneja- CAPÍTULO LXXXV. 129 das sin inteligencia y sin decoro. No habia medio posi- ble de proveer á los gastos, y menos de atender á las deudas que gravitaban sobre el crédito de la República. _ A consecuencia de esta penuria de ingresos, los Go- biernos, tan frecuentemente renovados, dejaban el Teso- ro cada vez mas sobrecargado de deudas interiores, que por la falta de presupuestos, inusitados en aquel tiempo, permanecían desconocidos, tanto por su naturaleza como por sus guarismos. Pagábanse á la ventura, y muy á menudo eran agraciadas las personas mas influyentes y menos necesitadas, injusticia que ocasionaba ó traía gra- ves consecuencias, provocando amargas y fundadas que- jas, no sólo de parte de los acreedores, sino también de los patriotas honrados, quienes no podían comprender como en un Gobierno representativo pudiera consentirse que arbitrariamente y sin garantía alguna de moralidad fuesen gastados los fondos nacionales, no dando de ello cuenta al público. El ministro se contentaba con dar al acreedor un certificado, á cuyo pié estampaba el «pa- gúese, » y no pocas veces con un signo convencional entreel y el tesorero, quien al verle declaraba al interesa- do la imposibilidad de satisfacerle por falta de numerario. Un jefe de tan buenas intenciones como lo era el ge- neral pmto, debia emplear sus primeros esfuerzos y sus primeros cuidados en el arreglo de una administración an defectuosa, tratándose de dar la vida y el movimiento tan necesarios á todo Estado, vida y movimiento que, bien organizados, concurren poderosamente al progreso de las instituciones políticas. Así, pues, su primer pen- samiento fué el de establecer el mecanismo de los pre- supuestos, para llegar al indispensable equilibrio que debe existir entre los ingresos y ios gastos i' B 130 HISTORIA DE CHILE. Como este delicado trabajo exigía el exacto conoci- miento de todas las deudas, ordenó que todos los acree- dores del Estado presentasen los documentos justificati- vos de sus respectivos créditos y, al propio tiempo, pedia á todas las administraciones un estado cabal de aquellas que á cada cual concernía. Tan luego como esta impor- tante operación preparatoria quedó terminada, por me- dio de un decreto, dado eH 2 de julio de \ 827, disponía que todas las deudas del Estado, cualesquiera que fuesen su naturaleza y condición, desde el tiempo del Gobierno español hasta el 30 de abril de dicho año, serian reco- nocidas y registradas en. el libro de la deuda nacional interior, llevado por los directores de la caja de descuen- tos, esceptuando los libramientos girados por la tesore- ría general para pagos de sueldos devengados. Después de este decreto, que regularizaba y consoli- daba la deuda interior, trató Pinto de hallar medios para levantar el crédito nacional, tan tristemente humillado en el estranjero, y para ello estableció una caja de amor- tización, con un libro de fondos y rentas públicas, cuyos capitales eran garantizados por el total de las rentas, por todos los créditos y bienes del Estado. Una sola escep- cion se hacia ; tal era la reserva del producto de especies estancadas, que quedaba asignado al pago de la deuda esterior, producto con que ya se habían llevado á cabo remesas bastante considerables para indemnizar á la In- glaterra, altamente descontenta entonces por el retardo que su empréstito venia esperimentando, como lo mani- festó en el exequátur que su Gobierno, con poquísimo miramiento, acababa de dirigir al cónsul general Mi- guel de la Barra. El fondo de esta caja era de dos millones de pesos al 5 0/0, y de otro millón de la misma CAPÍTULO LXXXV. 131 especie- al 6 0/0. Hallábase destinado este tercer millón á realizar el importante objeto de la reforma militar, y no debía entregarse de pronto á la circulación sino seis- cientos mil pesos, distribuidos en billetes de ciento, de •.quinientos y de mil pesos. Un fondo de amortización á capital fijo y los eventuales, procedentes de la venta de bienes nacionales, serian destinados á estínguir la deuda al cabo de cierto número de años. La ley castigaba con la pena de muerte á todo falsificador de esta clase de billetes, así como también á las personas que los entre- gasen á la circulación á sabiendas, y por lo tanto con mala fé. El libro mayor de dichos fondos, independiente de toda otra autoridad, se hallaba depositado en una caja de los archivos del Senado y cerrado por tres llaves, una de las cuales guardaba el ministro de Hacienda y las dos restantes obraban en poder de los Presidentes del Congreso. Dicha caja no podía ser abierta sino á pre- sencia de las Cámaras, reunidas al efecto, y cada asiento que en el libro se hiciera debía ser firmado por todos los vocales presentes, y en número bastante para constituir sala. Las rentas eran pagadas cada tres meses, y en di- nero, en una administración particular, compuesta del Presidente y Vice-Presidente de la legislatura y el mi- nistro de Hacienda, mas dos empleados, que eran el contador que desempeñaba las funciones de secretario y el tesorero pagador. El primer dividendo fué pagado el dia primero de julio del año 18^9 ; pero á causa de la perturbación continua de ios ánimos turbulentos, siem- pre en fermentación, próximos siempre á estallar en nuevos desórdenes, era muy temible que no pudiera ob- servarse escrupulosamente la precitada regularidad, y ■ 132 HISTORIA DE CHILE. un solo dividendo no pagado, habría sido mas que sufi- ciente para llevar el descrédito mas completo á seme- jante institución, una de las mejores obras del Gobierno de Pinto, y cuyos fondos, enagenados al principio á menos de 20 0/0, pronto debían elevarse á un 80 0/0. Al regularizar de este modo la deuda interior, se con- vertían los diversos títulos de los acreedores en inscrip- ciones todas parecidas en su forma y su naturaleza, y con un interés del 5 ó 6 0/0. Sencillamente se hacia des- aparecer así la antigua anarquía financiera, observando una exactitud mucho mejor por la fidelidad de sus obli- gaciones, y el fisco volvía a recobrar ó restablecer una confianza bastante comprometida ya, que, como es na- tural, levantaba al propio tiempo el crédito, este pode- roso auxiliar de todo Gobierno. Quería Pinto también hacer renacer la idea de un Banco nacional, cuestión anteriormente suscitada varias veces y la mas á propósito para dar solidez y elevar el crédito hasta el mas alto grado de poder y esplendor. Tan convencido se hallaba de la grande influencia que la realización de este pensamiento había de ejercer sobre la prosperidad pública y sobre la consolidación del or- den, que durante su permanencia en Coquimbo, como intendente de provincia, habia influido y trabajado con gran celo á fin de hacer aceptar la idea, así como para llevarla á debido término, poniéndola en ejecución. En junio de 1827, un Sanco particular se establecía en di- cha ciudad, con un capital provisional, consistente por entonces en 40,000 pesos y dividido en acciones enaje- nables de á 500 pesos cada una. Al cabo de un mes, cuando el fondo no pasaba aun de 6,000 pesos, habia adquirido ya el suficiente crédito para dar principio á CAPITULO LXXXV. 533 superaciones con resultados satisfactorios. Este Banco verificaba préstamos al 1 0/0 mensual, bajo fianza man- comunada de des sugetos abonados, y tenia vales per valor de dos reales, y hasta de uno, cosa que era de grande utilidad á causa de la mucha escasez de moneda de tan bajo preco. El Banco que Pinto deseaba fundar en Santiago no hubiera sido del carácter del anterior su» real y verdaderamente un Banco nacional. Tan luego como los fondos necesarios estuviesen ya reunidos, hn- d stril'ht^1"" k marCha * aciones in- dustries, hub.erase podido favorecer al trabajo, fomén- rare. comeré», restablecer la buena fé en los contratos .sobretodo, se hubiera podido matar la usura, la in- fame y despiadada usura, que á veces no se contentaba m aun con e, 2 1/2 o/O mensua.de interés sobr la «urnas prestadas á los pobres desvalidos que, no teniet la suv" PTUa * *"*' ^ «*• ^ * ^mar a la suya. Tan ruinoso como tiránico descuento hizo pcnsa- a algunos capitalistas en el establecimiento de un Banco d crédito sobre la hipoteca de sus bienes patrimonia! proca. Habíase proporcionado .ya un millón de pesos en Se0' alm«0'^és corriente en L me" ar toda ia r°Pa' ^ qUe '6S hubiera Podi^ faciU- Ínn J t „ °Pera™"es Y el hacer préstamos á un tipo moderado, mejor dicho, á un tipo bajo. El número de accones seria el de 1 00 y de 5,000 pe os el vafeo cada una, quedando treinta y siete de ellas inscrita ya £,« Z"08 d¡aS !. Per° ' Ca"Sa dc " «""• fé «5 existiaen el comercio, vicio que se desarrollaba á la 4- b» de una defectuosa legislación, este banco quedé en mero proyecto. Y, no obstante, , qué institución tan l- ■■■;,': 134 HISTORIA DE CHILE. mosa y escelente hubiera sido Sa de un Banco destinado y autorizado, como este lo solicitaba, á emitir billetes circulatorios, en aquellos momentos en que el comercio comenzaba á adquirir una grandísima actividad y en que, precisamente falto de fondos, hubiera podido descontar dichos billetes á un precio razonable y ventajoso ! En el convento de San Francisco de la misma ciudad de Coquimbo, estableció Pinto una sucursal de la casa de Moneda de Santiago. A pesar de la oposición del su- perintendente Portales, quien sostenía que no se podrían hallar empleados bastante inteligentes, y estos ie eran de la mas absoluta necesidad, á toda costa se trasporta- ron de la misma dirección central un volante y otros úti- les, principiándose, tan luego como las máquinas estu- vieron instaladas, la acuñación de monedas que, habiendo salido malas y viciosas en su ley, provocaron la suspen- sión délas operaciones. Tratábase de aprovechar la gran cantidad de oro y plata que se estraia de las minas, la cual era vendida a los estranjeros, algunas veces á pre- cio muy bajo ; la casa de moneda de Santiago se hallaba demasiado lejos para poder compensar la diferencia que entre el producto y el valor intrínseco del mineral exis- tia, toda vez que, para llevar á cabo la dicha reduc- ción á moneda, fuera indispensable pagar un escesivo precio por el trasporte de aquel. Además, se trataba de oponer un dique á la depreciación originada por el con- trabando, fácil de hacerse en razón á que entre Copiapó y Coquimbo, país de minas y desierto, había un gran número de puertos que se prestaban á esto de una ma- nera admirable, y que en 1825 habían obligado á bajar el derecho de esportacion del marco de plata á 4 r . Una de las mayores necesidades de las instituciones CAPÍTULO LXXXV. 135 financieras era el sistema de impuestos, y con urgencia reclamaba indispensables reformas para someterle todo el á un principio de equidad y justicia, aminorando al propio tiempo los gastos de percepción, que ascendían á mas del quinto del valor total. Benavente, el mismo Be- navente decia en La Aurora, el año 1827, que «los dos tercios de lo que la nación contribuye para los gastos pú- blicos, se evaporan antes de ingresar en las arcas nacio- cíonales.» Conforme á sus cálculos, estas rentas debían producir 4.350,000 pesos, y no llegaba al tesoro, en año común, mas que 1.500,000 pesos, mientras que los gas- tos ascendían á 2.000,000. Desde el principio de la guerra de la independencia, la aduana, que cobraba el 27 por i 00 de las mercade- rías introducidas en el país, puede decirse que fué el único ramo de la administración que atrajo las miradas y atenciones del Gobierno, considerándole como su ma- nantial mas productivo. Mientras duró la lucha en las repúblicas vecinas, Valparaíso siguió siendo el depósito general de todo el comercio estranjero en los mares del Sud ; pero tan luego como la generosidad chilena hubo llevado la libertad al Perú, todas ellas recibían directa- mente los buques de las diversas naciones del mundo, y el comercio de Valparaíso disminuyó mas y mas cada día con notable perjuicio para las rentas fiscales. A esto ve- nia á juntarse un hacinamiento de mercancías, cuyo valor se elevaba cuando menos á doce millones de pesos y cuya transacción era sumamente difícil de alcanz ar y además se agregaba también un considerable contra- bando, llevado á cabo hasta por medio de agentes espe- ciales. Éstos intermediarios, unidos, y de acuerdo con empleados desleales, y por medio de guías y tornaguías, i %■■■■ u 136 HISTORIA DE CHILE. conseguían burlar la vigilancia de los jefes superiores, y de este modo obtenían fraudulentamente del 8 all O por 100 de prima. Lo que resultaba de tan indigno proceder era, en último término, que el Gobierno apenas llegaba á percibir una mitad, ó aun quizás una tercera parte del impuesto mismo que, en épocas anteriores, habia pro- ducido hasta millón y medio^ de pesos. Abuso tan escandaloso, atribuido por algunos econo- mistas á la escesiva imposición que sobre la renta de aduanas gravitaba, llegó á convertirse en un vicio des- moralizador entre ciertas clases de Valparaíso, ocasio- nando un estraordinario perjuicio, no sólo al fisco, sino lo que todavía es mas lamentable, al comercio y á los intereses de las gentes honradas y laboriosas. El fraude llegó á ejercerse hasta sobre los vales que la Tesorería emitía contra la aduana, vales que algunas personas fal- sificaban con muchísima habilidad. El fisco no tuvo co- nocimiento de esto sino después de largo tiempo, y desde entonces adoptó el uso de un sello en blanco para todos los certificados de emisión, obligando á los detentores de los antiguos á presentarlos en la Tesorería para veri- ficar un reconocimiento respecto á su validez. A todos estos abusos habia^que añadir el desorden mas completo en la administración. Un hacinamiento de re- glamentos ambiguos y contradictorios, un plan de con- tabilidad dispendioso por la multitud de oficinas, oscuro por el complicado método de sus procedimientos, y una desproporción considerable en los aranceles y contribu- ciones, constituían el mecanismo rentístico de la época. Para remediar estos males, sobre todo los que se rela- cionaban con la aduana, se suprimió la de Santiago, re- fundiéndola en la de Valparaíso, de modo que la de este CAPITULO LXXXV. 137 puerto, quedando sola, alcanzaba una gran preponde- rancia y merecía por lo tanto ser organizada conforme al mejor sistema posible, respecto á la gestión y á la vi- gilanc.a. Con este motivo, el Presidente fué ápásár un mes en Valparaíso, acompañado de sus ministros, con cuyo concurso llevó á cabo este importante trabajo de reorganización, reformando el arancel, aumentando los almacenes francos, proyectando un reglamento de co- mercio altamente liberal, y hasta la construcción de un edificio nuevo para la aduana, que reuniera todos los al- macenes fiscales, entonces dispersos por la ciudad con notable perjuicio del fisco y del comerciante, echando así los cimientos de la hermosa administración que, con el tiempo, había de contribuir de una manera tan pode- rosai. la prosperidad nacional. Una comisión, compues- ta de los ma^ respetables negociantes, fué nombrada también parala revisión del reglamento de 1813 v su amphacion de 4 823, y varios puertos de la República fueron habilitados con gran provecho de la agricultura El m.mstro de Hacienda, D. Ventura Blanco, con tm tacto y un talento particulares, tomó una parte muy con- siderable en todos estos trabajos de reforma. Para introducir en ¡a hacienda nacional los métodos mas acred.tados en las grandes naciones, hizo venir do Buenos-An-es al Sr. Brodart, persona muy versada en la contabilidad moderna, á quien colocó como oficial ausi- Uar de su ministerio. El tribunal de cuentas, aumentado ya con dos jefes por decreto del 8 de Junio 1820, había Ñamado su atención. No obstante las reformas introduci- das en esta institución, se encontraba tan mal sentada y definida, tan embrollada y confusa, que nadie alcanzaba a comprender los estados de cargo y data que se publi- »., i ■* 138 HISTORIA DE CHILE, caban, lo cual daba lugar á sospechas injustas contra los directores. Por otra parte, las cuentas, lejos de poder es- tar al corriente en los periodos determinados por las le- yes, veíanse en un retraso de cuatro á cinco años, con gran perjuicio de los interesados, y muy especialmente de los comerciantes, quienes no cesaban de hacer recla- maciones muy amargas, fundadas en toda justicia y de- recho» Lo que sobre todo aparecía enteramente incompa- tible con la nueva Constitución, era la autoridad que la administración del Tribunal de cuentas tenia de juzgar en primera instancia toda duda á que pudieran dar lugar las cuentas entre el fisco y los particulares, cuando la ley que acababa de promulgarse declaraba que el poder ju- dicial sólo residía en la .Corte suprema, en las Cortes de apelación y en los juzgados de primera instancia, dan- do como nulo todo otro modo de enjuiciamiento. Todas estas imputaciones fueron vigorosamente probadas por el Contador mayor D. Rafael Correa de Saa, lo cual no im- pidió que el Congreso, con fecha 20 de Noviembre, san- cionase el proyecto de ley presentado por Pinto. Este proyecto suprimía el tribunal en cuestión, y lo sustituía con una comisión especial, encargada de la liquidación y examen de todas las cuentas, añadiéndose una inspec- ción de contabilidad para combinar la claridad y exac- titud de dichas cuentas con la seguridad de los ciudada- nos. En último término, con fallo irrevocable para el análisis, en la Secretaría del ministerio de Hacienda se establecía una mesa de residencia, compuesta de tres em- pleados, la cual debia terminar el examen de toda cuen- ta á los seis meses de remitidas por la inspección las que hubiera que examinar. Tratóse también de hacer economías disminuyendo el CAPÍTULO LXXXV. I39 número de empleados y conservando solamente aquellos de reconocida aptitud en el desempeño de sus respectivos cargos, indemnizando á los cesantes, por medio de una cierta renta, que se elevaba á la cuarta parte, á la mi- tad y aun al total de sueldos que disfrutaban en acti- vo servicio, según el tiempo que en el desempeño de este hubieran permanecido como dependientes de la na- ción. Otra ley, altamente equitativa, impedia los efectos del decreto del 26 de Junio de 1824, que imponía un descuento de 6 por O/O á los sueldos de los empleados civiles; de manera que, á partir desde la aprobación de semejantes disposiciones, aquellos les eran satisfechos por completo. Desgraciadamente todas estas reformas no podían ser llevadas á cabo sino en medio del orden y la tranquili- dad y el país se encontraba siempre agitado ó amenaza- do de sacudimientos políticos, que venían á interrumpir y paralizar tan bien pensadas reformas, engendrando nuevas exigencias y necesidades imprevistas. A pesar de las útiles disposiciones que el hábil ministro de la guerra, general Borgoño, acababa de tomar en favor del ejercito, y á pesar del decreto del 2 de Noviembre de 1826, ordenando que la Comisaría general debería pa- gargenialmente á todos los cuerpos en el acto déla revista las pagas siempre andaban atrasadas, lo cual unido al estado de desnudez y abandono en que á menudo se las tema, impulsaba á las tropas á manifestar un des- contento que en Talca concluyó por convertirse en hechos de rebeldía. En la madrugada del 21 de Julio de 1827 se sublevó en dicho punto el escuadrón de cazadores, y, después de arrestar á algunos de sus unciales, fué á apode SJ '•■. :'• ■■■■■<. 1 140 HISTORIA DE CHILE. de la cárcel donde se hallaban depositadas las armas y municiones pertenecientes á los milicianos. Don Manuel Urquizo, comandante del escuadrón sublevado, se apre- suró á presentarse en el cuartel, y allí el cabo Pérez, que figuraba al frente como jefe, le declaró de la manera mas terminante que : « mientras no les fuesen pagados sus sueldos, no depondrían las armas. » En semejante con- flicto, Urquizo prometió 4 pesos á cada soldado, y sin objetar cosa alguna, todos aceptaron la promesa. Para proporcionarse la suma necesaria, precisamente cuando el tesoro se encontraba exhausto, lo mismo que la administración del Estanco, el comandante de los ca- zadores convocó al cabildo y á la Asamblea, y mientras deliberaban sobre la manera de realizar el ofrecimiento hecho á la tropa, vinieron á avisarles que los revolucio- narios tenían resuelto el saqueo de la población tan lue- go como hubieran recibido los 4 pesos por cabeza. Sin pérdida de tiempo, Urquizo instaló un Consejo de guerra y, previa la aprobación del cabildo y de la Asamblea, se decidió á hacer uso de la fuerza para someter á sus caza- dores, con tanto mas motivo, cuanto que la plebe con- fraternizaba y se ponia ya de acuerdo con ellos cerca de la plazuela de San Agustín, donde estaba el cuartel, A la cabeza del batallón de Carampangue, que no había to- mado parte en la sublevación, fué desde luego á hacer deponer sus armas á 25 hombres que formaban la guar- dia delante de la cárcel, y enseguida se trasladó al cuar- tel de los cazadores. El teniente Barraza, que mandaba la vanguardia, se presentó á los sublevados para ofrecer- les el perdón ; y por toda respuesta recibió una descarga cayendo muerto en el acto. En el momento mismo se em- peñó la acción; los cazadores, fortificados en la torre de wmma C4PÍTUL0 LXXXV. 141 la Iglesia de San Agustín, y parapetados detras de las ventanas, hacian un fuego muy vivo; pero, al cabo de media hora de resistencia, se disponían á empren- der la fuga, cuando Urquizo mandó cargar sobre ellos a la bayoneta. Sus pérdidas consistieron en tres hombres muertos y algunos heridos, salvándose los demás, escep- to 15 soldados que se rindieron implorando perdón, por no haber tomado una parte activa en la sublevación. Cuatro de los prisioneros fueronpasadospor las armas comprendido en este número el cabo Bernardo Pérez autor principal del motin. Los acontecimientos de Talca impresionaron bastante al Gobierno, ocupado entonces en las reformas militares reformas que la oposición podia interpretar de un modo propio á producir descontentos en el ejército y, por este medio, atraerle á su partido. Semejante reforma, objeto en otro tiempo de gran meditación para el Capitán general Freiré, era pedida con vehementes instancias por la nación entera. Como el resto de las nuevas Repúblicas sus hermanas, Chile contaba con un crecido número de oficiales, bastante á poder mandar de 30 á 40,000 hombres. A causa del mal estado de la Hacienda, era preciso y de la mayor urgencia el poner coto á este ruinoso y lamentable abu- so, tanto mas, cuanto que el escalafón hasta entonces seguido para ios ascensos no estaba en armonía con la nueva organización administrativa. Conforme á las últi- mas ordenanzas, el número de generales no podia pasar de nueve; tres mariscales con el nombre de generales de división, y seis generales de brigada, hasta entonces lamados sencillamente brigadieres. Los demás, así como también un gran número de oficiales y empleados, reci- 142 HISTORIA DE CHILE. bieron su retiro, y se les dio de una vez, en fondos pú- blicos del 6 0/0, el valor total del suelo correspondiente á sus empleos, multiplicado por los dos tercios de los años de servicio. Esta combinación era muy favorable á los reforma- dos, y hasta cierto punto les aseguraba la subsistencia. Desgraciadamente, sea por necesidad, sea por falta de buena conducta, la mayor parte de los retirados vendie- ron sus títulos, con un 50 y un 60 0/0 de quebranto, á agiotistas que se aprovechaban del beneficio; y los ven- dedores quedaron envueltos en la miseria, foco perenne de los espíritus revolucionarios. Decisión menos justa fué la que no consideraba el tiempo de servicio sino á partir del 18 de setiembre de 1810, de modo que los emplea- dos y oficiales de aquella época que abandonaron la ban- dera real para enarbolar la de la patria se encontraban privados de una recompensa doblemente merecida, por haber sido los iniciadores de la santa causa de la eman- cipación. Con estas nuevas ordenanzas, los oficiales generales, de coronel arriba, eran siempre nombrados por el Go- bierno, previa la aprobación del Congreso ; pero todos los demás quedaban sujetos á la elección por aptitud y por antigüedad, y en la proporción de dos de estos últi- . mos para cada uno de los primeros . Fueron totalmente suprimidas las plazas de cadetes, y los alféreces eran elegidos en una terna de dos sargentos y un discípulo de la escuela militar. A fin de regularizar mejor el cuerpo de oficiales, y evi- tar toda discusión contraria á la buena disciplina, se pensó en suprimir la rara costumbre de conceder grados superiores al empleo efectivo, prerogativa que daba CAPÍTULO LXXXV. I43 ¡S.Í- deSTdtb!eS CUeStÍ°nes- Tratóse así™ de regularizar el umforme de los soldados, y se decretó ademas que eada cuerpo tendría la plaza propia v7 nable, conforme al batallón al cual perteneciere. En fin sed,o mejor arreglo a los tribunales de justicia en ei ejercito, ordenando que en ios juicios m y graves d p z: rncia' tfaii° "° * ser *¿*-¡ ÍSZ T- '^ ad° P°r 'a CÓrte de Apelaciones, pitada en Corte marcial, con asistencia de dos genel a es Por medio de este tribunal de apelaciones, se co- 0 aian sus derechos, así en lo contencioso como en o SSL :lillWldet0daS,-«- de los damas Un ejército permanente, como fuerza defensiva no nüion avqUSeS "T" "'"^ incue£ti»^le para 'toda guerras de la independencia, muchas personas hubieran querido verle cercenado y hasta suprim do por completo reemplazándole con una milicia bien disciplinada "' fenÍ ritr ha°;r.COnourrir á ^ ciudadanos á la de- ensa del pa.s, admirablemente defendido por sus natu- rales fronteras, era justa en alto grado, y muy ZfoZe on las tasaciones democráticas adoptadas. La fomen tacmn que tan poderosamente se hacia sentir en 7Z í g.ones políticas no le era favorable sin duda alguna • Ído lPv Pf° ^a"Cla Para haC6rSe °ir' habria '«nido la oble ventaja de provocar grandeg ecM mostrarse, en toda su filerza y verdad, como prindbio mtodor. Esto no admite duda, porque ponieren contacto unos individuos con otros, se les podía el? "■car los sentimientos de emn.acion y de subo! 1, 1 144 HISTORIA DE CHILE. de tan grande influencia para desbastar las rústicas cos- tumbres de los campesinos y hacerles adquirir otras mu- cho mas civiles y sociales. Los oficiales reformados po- dían muy bien tener cabida en los batallones de sus respectivas localidades, juntamente con otros elegidos entre el vecindario de los pueblos, para no despertar el sentimiento de envidia tan susceptible en ellos. Pinto trabajó mucho para poder conseguir la buena organiza- ción de las milicias ; pero lo hizo de una manera incom- pleta, dejándoles para uniforme un poncho del mismo color según los batallones, y no muy á propósito para hacerse respetar. No se cuidó mucho tampoco de darles una instrucción capaz de colocarlas á la misma altura que la de las tropas veteranas, ni menos aun de discipli- narlas de modo que pudiesen atender á conservar esa unidad de acción tan indispensable en el ejercicio de las armas que, unida á la influencia de un equipo conve- niente, fascina al soldado, halaga su amor propio, hace nacer el espíritu de cuerpo, y viene, por último, á esta- blecer la solidaridad entre todos los individuos que for- man el ejército de una nación. La instrucción pública, la cual preocupaba siempre el ánimo de aquellos nobles patriotas, no podia pasar desa- percibida ni descuidada cuando á la cabeza de la admi- nistración, que tantas y tan buenas mejoras deseaba plantear, figuraba nada menos que un hombre cuyos mas bellos años habían sido consagrados al estudio . Bien convencido de que únicamente por medio de la ins- trucción se puede llegar á afirmar y responder un dia de los principios de moralidad, generalizar el amor al trabajo, detener los progresos del vicio, y gozar ul cabo de una libertad racional, Pinto consagró toda su atención CAPÍTULO LXXXV. 145 y esfuerzos á multiplicar los colegios y escuelas de ins- trucción primaria, de modo que cada provincia se halla- ra convenientemente servida; y también procuró con el mayor cuidado que los profesores, por sus hábitos y cos- tumbres, fuesen dignos del sacerdocio de la enseñanza v capaces, desde luego, de inspirar á los discípulos senti- mientos morales y principios de urbanidad y política Deseaba que los maestros pudieran encaminarlos hacia las virtudes, é inculcarles ideas de prudencia y sabidu- ría para que mas tarde no fuesen víctimas inocentes de los sofismas y patrañas que el periodismo entonces in- ventaba de una manera tan escandalosa. Un sacerdote se hallaba encargado de visitar dichos establecimientos de enseñanza, con el objeto de vigilar acerca de la edul cacion moral que en ellos debia darse ; y hasta el Insti- tuto estaba bajo la dirección de un eclesiástico de reco- nocido talento. Desde la proclamación de la independencia del país el Instituto venia mereciendo las mas particulares aten- ciones y cuidados de parte de todos los Gobiernos Ya sabemos con qué solicitud la administración de Freiré había protejido la enseñanza que en dicho estableci- miento se daba á la juventud ; y, bajo la de Pinto, los cuidados y mejoras aplicadas todavía fueron mucho ma- yores. En 1 827, el número de alumnos se elevaba á 400 contando con los del Seminario, que en aquella época formaba parte del Instituto, y los cursos que allí se da- ban eran tan numerosos como variados. Con las lecciones delsabio profesor Goma, las matemáticas fueron mucho mejor enseñadas, y los discípulos las escuchaban con la mayor atención y aprovechamiento. El gusto que toma- ron por estos estudios les inspiró la idea de constituirse T. VIII. 10 i !■•; Í46 HISTORIA DE CHILE. en una Academia, renovando así la de 1824, cerrada desde la separación de M. Lozier del establecimiento. El señor Pinto asistia a todos los exámenes, alentando á los estudiantes con buenas palabras; y á fin de despertar el espíritu de emulación, tan necesario para los progresos de las ciencias , recibía todos los dias á comer en su mesa á uno de los mas merecedores por su aprovecha- miento. En las provincias de Gauquenes y Rancagua comenza- ban á formarse establecimientos parecidos, y en Talca el vicario capitular D. J. J. Cienfuegos obtuvo del Go- bierno el convento de Santo Domingo, á la sazón sin re- ligiosos, para fundar oiro igual, contando ya con una renta de 25,000 pesos, comprendida la suma que á este efecto habia dejado el ilustre historiador Molina, Los d < Concepción y Coquimbo daban también escelentes re- sultados. El 21 de enero de 1827 se abrió este último en la casa que era de ejercicios, contando con treinta y cuatro alumnos, de los cuales doce solamente no pertenecían á la clase de los internos. Enseñábase la latinidad, las ma- temáticas y la física ; y los recursos con que contaba as- cendían á 6,000 pesos, procedentes de un derecho sobre los cobres, 1,040 del producto de la hacienda de Titon, vendida en 39,000 ps., el tercio en dinero y lo restante á censo, y otras varias rentas de censo y demanda for- zosas. Estos últimos beneficios, destinados á los institutos tanto de la capital como de las provincias, no eran pa- gados por lo común con toda regularidad ; pero un de- creto del mes de agosto de 1829 hizo desaparecer un abuso del cual se aprovechaban algunas personas. La afición por los estudios se habia desarrollado de una ma- CAPITULO LXXXV. 147 ñera considerable, y con ella se fomentaron también las bibliotecas particulares ; y hasta en Santiago, en junio de 1828, se formó una sociedad de lectura en una sala de la aduana, que el Gobierno cedió en favor de tan buen pensamiento, entrando en sus miras el dispensar protección á cuanto pudiera tender á ilustrar á los ciu- dadanos. Además de los libros, en la biblioteca pública se encontraban periódicos, así nacionales como esta- jeros, que se pagaban con los fondos formados por las cuotas mensuales de los suscritores del establecimiento. Algunos meses antes, en febrero del mismo año, se res- tableció definitivamente la Academia de legislación y práctica forense, planteada en 1778 y cerrada en 1815. La Corte de Apelaciones fué encargada de su reconstitu- ción, debiendo servir de escuela á los jóvenes abogados y de consultora á los legistas, que con tanta frecuencia vacilaban acerca de la manera de interpretar debida- mente las leyes, entonces complicadísimas y muchas ve- ces contradictorias. La instrucción primaria, tan útil para la moralización de la clase popular, como ya lo hemos enunciado mas arriba, mereció la atención y especiales cuidados del Gobierno. En aquel tiempo las escuelas eran muy ra^ ras, y aun se carecía de sus beneficios hasta en locali- dades sumamente populosas. En el corto número de aquellas en que se hallaban instituidas, la instrucción que se daba era muy incompleta, no encontrándose sino al alcance de los hijos de familias bien acomodadas, de manera que los de los pobres no podían adquirirla, ni por lo tanto emanciparse de la ignorancia, de esa fatal condición que asimila al hombre con las bestias y le pre- dispone á 3a esclavitud, colocándole á un solo paso de la • ■ I 148 HISTORIA DE CHILE. barbarie. Los numerosos asesinatos que se cometían en- tonces prueban, con bastante evidencia, la desmoraliza- ción en que la clase proletaria habia caido á causa de las revoluciones, provocadas con las ideas subversivas lanza- das por el egoista interés de partido, y las cuales, trans- formando lastimosamente su carácter bueno y respetuo- so, hacíanla perder la esperanza de otra vida mejor. Esta desmoralización, atribuida á la falta de una bue- na enseñanza primaria, preocupó grandemente á los hombres filantrópicos de Santiago, Distinguióse entre to- dos, por el ardiente celo que supo desplegar con tal moti- vo, el honrado Don José Melian, quien, conocedor del plan de estudios seguido en una de las escuelas de París por el abate Prado, trató de establecer otra igual en las cercanías de la capital de la República, bajo la direc- ción de hábiles profesores, que se iría á buscar en el es- tranjero. Para llevar á cabo su pensamiento, inició y abrió una suscricion de 1 50 acciones de igual número de pesos ca- da una, y el Gobierno, además de otras ventajas ofreci- das para la creación de la escuela, daba 4000 pesos con destino á los gastos de viaje de los profesores que hubie- ra que hacer venir, y tomaba 20 acciones en favor de los discípulos de las provincias. Mr. Lozier, que enton- ces se hallaba en la Concepción, propuso otro proyecto, que no era sino una imitación del de Fellembert. Quería que dicha escuela fuese instalada en una granja modelo, en donde los alumnos pudieran al propio tiempo apren- der la agricultura y las artes mecánicas industríales, y cuyos productos bastarían para el sostenimiento de la institución misma. Por mas que las vicisitudes políticas hubiesen he- ■*» CAPITULO LXXXV. 149 cho abortar proyectos de tamaña importancia y trascen- dencia, las ideas de los generosos patriotas que los pro- pusieron no fueron de todo punto inútiles ni infructuosas. Encendieron entre los Chilenos el deseo de tener una instrucción pública mas desarrollada, de mayores pro- porciones y, sobre todo, mucho mas moralizadora. Los malos ejemplos que los hijos de la clase baja recibían en el seno de la familia, siendo esta á veces un antro de corrupción en las costumbres, hacia mas y mas perento- ria la necesidad de la educación, aun entre los jóvenes algo mejor dirigidos, quienes con el contacto principia- ban ya á viciarse y á adquirir la misma perversidad, que el infame contrabando de obras inmundas y desmorali- zadoras introducía en sus corazones al introducirlas en el del país. Con la libertad de comercio y la llegada de tantos estranjeros de educación diferente, no era posible que las costumbres dejasen de resentirse y de participar del nuevo Orden de cosas. Para el planteamiento de las escuelas de esta clase, to- davía se apeló ai sistema de Lancaster, introducido' en Chile hacia algunos años y dirigido por Thompson, á quien hubo que despedir del país y cuyos ensayos exce- sivamente costosos, no habían podido dar resultado al- guno. Su sucesor, el señor Hiton, no permaneció mu- cho tiempo á la cabeza del establecimiento normal de enseñanza, habiéndose visto obligado á volver á Inglater- ra por causa de enfermedad. Cinco años después sola- mente fué cuando un instruido norte-americano pudo renovar una de estas escuelas en el Instituto, gracias al celo y. cuidados de Don Juan Albano, quien á espensas propias hizo arreglar una de las salas. Debía servir co- mo normal preparatoria para los jóvenes que quisieran 150 HISTORIA DE CHILE. dedicarse á la enseñanza ; y de su plantel debían de sa- lir los maestros destinados á los demás establecimientos, tanto de Santiago como de las provincias, cosa que tam- bién tenia lugar respecto á las maestras de niñas. La llegada á Santiago de D. J. Mora, conocido hacia mucho tiempo por su grande reputación de literato y poeta, fué para el Presidente una buena ocasión de dar nuevo impulso á ios estudios. Pensóse, pues, entonces en formar un colegio particular bajo la dirección del repu- tado escritor, idea que mereció la aprobación de un gran número de familias. El Gobierno se apresuró á apoyarla y favorecería, poniendo ala disposición de sus iniciadores el vasto local de la Maestranza, y cediéndoles, ó mejor dicho, aplicando en favor suyo la fundación por él hecha en otro tiempo para el caducado establecimiento de Me- lian, esto es, los 24 alumnos provinciales. Por mas plau- sible que fuese semejante acto de protección, la opinión hizo de él un formidable objeto de censura, considerán- dole como elemento de ruina para el Instituto, verdadero establecimiento nacional chileno. Desencadenóse mor- dazmente contra Mora, quien habia llegado al distingui- do puesto de amigo y consejero de Pinto, blanco entonces de las iras de un gran partido contrariado, el cual trataba de perseguirle con encarnizamiento en aquella empresa é intentaba desbaratarla á todo trance. Con una inten- ción tan decidida, los jefes de dicho partido indudable- mente no debian despreciar la favorable ocasión que se les presentaba para oponer á la idea de Pinto la mas formidable concurrencia. Acababan de llegar á Valparaíso en un buque de guerra varios jóvenes franceses quienes, á espensas. y bajo la protección do su Gobierno, trataban de fundar en CAPÍTULO LXXXV. 151 Santiago un colegio científico y literario. La apertura del Liceo hubiera podido impedirles el cumplimiento de su misión, si la guerra que la oposición hacia á Mora no hubiese venido á favorecer la fundación de aquel cole- gio, el cual por otra parte se veía protejido y apoyado por numerosos periódicos, en vista de la confianza que los profesores recien llegados les inspiraban. Indudable- mente que su planteamiento habría podido prestar buenos servicios al país, si la heterogeneidad del carácter fran- cés en un suelo estranjero no fuera contraria á toda aso- ciación de intereses. A pesar de la alta protección de la prensa y del gran número de discípulos que desde luego tuvo, concluyó por caer, después de haber visto hundirse igualmente el de Mora, víctima de la separación de Pinto del eminente cargo que en la República desempeñaba. Las señoritas, abandonadas hasta aquella época á una instrucción sumamente secundaria, también lograron ocupar los generosos pensamientos de los filántropos chilenos ; y se atendió al remedio de este mal abriendo una suscricion para el establecimiento de escuelas, cuyas profesoras se irían á buscar al estranjero. Habiéndose elevado el número de suscritores hasta donde ninguno podía imaginarse, en una de las reuniones por ellos cele^ bradas se nombró una comisión, compuesta del general Borgoño, de Benavente y de Melian. Hacia este mismo tiempo, algunas de las profesoras que Rivadavia habia hecho venir de Europa se encon- traban disgustadas en Buenos Aires, á causa de lo pro- longado de la revolución. Melian lo supo, y en seguida se apresuró á escribir á uno de sus amigos en aquel punto para que las animase á pasar á Chile ; y Madame 152 HISTORIA DE CHILE. Pierreclaux aceptó los ofrecimientos que se la hicieron. No obstante haber firmado ya un compromiso, pretes- tando hallarse enferma, renunció al proyectado viaje de traslación como profesora, y lo transfirió á M. y Madame Versin. Ambos se pusieron en camino, confiando en su contrato, y llegaron á Santiago en el momento mismo en que la señora de Mora, merced á una suscricion realizada entre varias familias, acababa de abrir una Pensión en el antiguo palacio del Obispo. Este incidente no impidió, sin embargo, que los esposos Versin, protegidos por la oposición, estableciesen la suya, de modo que Santiago, ciudad donde pocos dias antes se carecía por completo de semejantes instituciones para la educación del bello sexo, se encontró poseyendo de un golpe dos muy bien dirigidas, en las cuales las labores manuales y los estu- dios necesarios eran enseñados con arreglo á los mejores principios seguidos en Europa. Una vez adquiridos todos estos elementos de instruc- ción, las costumbres se modificaban favorablemente y perdían la monotonía tradicional que el aislamiento habia arraigado en el carácter de los habitantes. Entre los es- tranjeros, que llegaban en crecido número, habia tam- bién algunos que por su talento y agrado formaban el adorno de la sociedad. Era precisamente la época en que la música melodiosa y clásica hacia su entrada en aque- lla, y semejante mérito contribuía á hacerlos en alto gra- do apreciables. Desde 1824, Dreweck reunía en su casa escelentes aficionados, los señores Neyl, Newman, las señoritas Isid. Zegers, Ramírez, etc. , y otras varias per- sonas distinguidas ; allí se tocaba la música, se cantaba y hasta se bailaba ; y estos entretenimientos de buen tono desarrollaban y afinaban el gusto y las felices dis- CAPÍTULO LXXXV. 153 posiciones que hasta entonces no habían encontrado to- davía ningún incentivo que las impulsara y moviera á su manifestación. Semejantes reuniones dieron orígeu á una sociedad filarmónica, llevada á cabo por suscricion ; y la función primera que ofreció á los asociados se verificó el 23 de junio de 1827. Los conciertos vocales é instru- mentales, dados por la Sociedad, despertaron el senti- miento musical en gran número de señoritas, maravillo- samente dotadas por la naturaleza para el arte bello por escelencia; y á los primeros aficionados pronto vinieron ¿juntarse los Sres. Versin, Wulfind, Herbert, y entre las damas, doña Rosario Garfias, doña Josefa Gandari- ilas, dona Isabela Riesco y otras muchas, que siempre eran oídas con placer y á quienes, por último, se inci- taba á bailar tan luego como los valses y contradanzas venían á poner término á tan encantadoras reuniones animadas siempre por el notable talento y por la inspi- ración de dos autoridades musicales, el Sr. Dreweck y la señorita Doña Isidora Zegers. La misma afición principiaba á cundir en las provin- cias, y se hacían suscriciones al efecto de poder celebrar idénticas reuniones, escelentes para estender el buen gusto y para unir á las familias con un estrecho vínculo el del puro afecto y cariño, el de la fraternidad, engen- drados por el cultivo del sentimiento filarmónico. El teatro, escuela que tan maravillosamente nos pre- senta el corazón humano en los diferentes caracteres y situaciones de la vida, era una escuela totalmente des- conocida en Chile antes de la proclamación de su inde- pendencia. Antiguamente se representaba en la calle una comedia de San Pedro Mártir, el dia en que la Igle- sia celebra su festividad, á la cual asistían la real Au- 154 HISTORIA DE CHILE. diencia y todas las autoridades, no siendo otra cosa aquellas representaciones que una triste copia, un débil remedo de los misterios que tan en boga estuvieron en la Edad media, y que durante largo tiempo, sin embar- go, continuaron ejecutándose en Santiago delante del convento de San Francisco. Mas tarde, conquistada ya la independencia nacio- nal, se quiso hacer un ensayo de esta clase de diversio- nes, levantando un tablado en la casa de la calle de la Catedral que habia servido de cuartel, y en la cual Marco del-Pont habia establecido una fonda. Este Coli- seo, según le llamaban, no fué mas que provisional, abandonándose muy en breve y siendo reemplazado por otro, construido al efecto en la plaza de la Compañía, conforme á un plan mucho mas conveniente y caracteri- zado. En los primeros tiempos fué frecuentado por las clases distinguidas de la sociedad. Acudian con placer á sus funciones, y habiéndose llegado á despertar la emulación por esta clase de literatura entre los Chilenos, llegó al punto de darse al teatro producciones originales, que fueron muy aplaudidas por el público. Este, por úl- timo, á causa de lo incómodo de las localidades, espe- cialmente de los palcos, y mas que todo de la poca ap- titud de los actores para el desempeño de sus respecti- vos papeles, llegó á disgustarse y, alejándose poco á poco, no hubo mas remedio que cerrar las puertas de aquel templo de Talía. Sin embargo, una ciudad como Santiago, donde la ci- vilización hacia tantos y tan rápidos progresos, no era posible que pudiera continuar careciendo de esos monu- mentos, signos característicos de la civilización moder- na, que entre las naciones'] cultas se ven figurar en las CAPÍTULO LXXXV. 155 mas pequeñas poblaciones. Tal vez las críticas que al- gunos hombres intolerantes hacían de este género de espectáculo, considerándole como contrarío á la moral, cuando no le tenían por herético, lograron desprestigiarle, sin embargo, aquellos misterios en queá veces eran acto- res los sacerdotes mismos, contribuyeron bastante á alejar del teatro á las almas timoratas. De todos modos, el Go- bierno veia con pena y disgusto aquel abandono y, gracias áArteaga, quien con un celo indecible trató de restablecer esta instructiva diversión por medio de una Sociedad de accionistas, pronto se le vio en un estado mucho mas bri- llante, enteramente reformado, con actores bastante bue- nos, y, hasta recibiendo compañías ambulantes, ofrecer las melodiosas concepciones de Rossini, con un escelente conjunto armónico de voces y de instrumentación, que atraía así y despertaba la afición entre las gentes. Semejantes reuniones, despojadas" de la enfadosa y melancólica gravedad de las que se celebraban durante la dominación española, hubieran podido hacer creer muy bien que la unidad mora!, ese símbolo de la demo- cracia, iba á conseguir la fusión de las principales clases de la sociedad ; pero no hubo nada de esto ; tan difícil es al orgullo del nacimiento ú de la fortuna el despojarse de su pretencioso esplendor y de su nombre ilustre. Inútiles eran los esfuerzos que con este fin hacían los re- publicanos demócratas, á cuya cabeza se encontraba infante, siempre exaltado en sus aspiraciones de'levantar al pueblo, de modo que, colocándole á la,; altura de las clases mas elevadas, se estableciese la 'justa nivelación del equilibrio social. Hemos visto cómo por un decreto de O'Higgins en 1817, todos los títulos de nobleza^que, en oposición á ¡o « i: i,; 156 HISTORIA DE CHILE. hecho por los Anglo -americanos, los primeros españoles no habían dejado en su patria al pasare! Océano, fueron abolidos ; pero al decir de los republicanos demócratas, la aristocracia existia aun, y ellos se complacían en dar este título á la clase rica, y sobre todo, á los poseedores de mayorazgos, quienes á su austera conciencia se pre- sentaban como el vivo recuerdo de una desigualdad ofen- siva y anti-democrática. Estos mayorazgos no pasaban de diez y siete, escaso número sin duda ; y, á pesar de la cortedad numérica, desde 1818 se habia tratado de hacer que desaparecie- ran, mas bien como un acto de doctrina que no de re- forma ; porque estinguida su institución, era imposible que pudiesen ejercer la menor influencia en las condi- ciones sociales. En el Congreso de '1823, y todavía mas decidida y francamente en el de 1 826, esta cuestión habia sido renovada, dando lugar á debates animados y vio- lentos, que pronto se hicieron patentes por medio de me- morias en las cuales no era difícil á los autores el plan- tear argumentos, á causa de lo muy manoseado del asun- to. Unos y otros se apoyaban en legistas de grande au- toridad, y con las numerosas citas que de ellos tomaban venían a llenar cómodamente sus escritos. Los periodis- tas avanzados se ponían, como en todas las demás oca- siones, de parte de los republicanos, deseosos de des- truir estos últimos restos del feudalismo, que la misma España acababa de abolir ; y entre otras razones, emi- tían la de que los mayorazgos violaban los derechos na- turales y sociales, oponiéndose corno un formidable obs- táculo al mejoramiento de la agricultura, al desarrollo del crédito y á la circulación de los bienes, lo cual no era enteramente exacto. ■WMI CAPÍTULO LXXXV. 157 Las vinculaciones, así en Chile como en cualquiera otra parte, no descansaban ó estribaban únicamente so- bre las tierras ; estaban también hipotecadas sobre las fincas urbanas, sobre los muebles, alhajas, etc., de mo- do que dichas tierras no eran mucho mayores que cier- tas haciendas libres, y á causa de las fortunas de sus poseedores, se encontraban labradas y atendidas, sobre todo en una época en que por la escasez de brazos y de capitales, se veían muchos terrenos abandonados, sin cultivo y casi sin valor alguno. El título de mayorazgo, no era tampoco un título privilegiado de derecho público y social, capaz de alarmar ni afectar hondamente al nuevo régimen, y aun menos de turbar ó herir la sus- ceptibilidad de aquellos hombres que con tanto encarni- zamiento pedían la abolición y el destierro de todo re- cuerdo colonial. Los mayorazgos eran un fideicomiso, una institución falta de derecho y sin ejercicios, que los titulares consideraban como un medio de perpetuar la familia, y que también por respeto al donador, quedan conservar en toda su forma y su integridad primitivas. En cuanto á ías objeciones que hadan acerca de la im- potencia de retroversion de lo establecido por las leyes una revolución, radical de hecho, no tenia por qué preo^ cuparse la menor cosa. El número mas crecido de ¡os poseedores de los ma- yorazgos en cuestión no opinaba déla misma manera que los tenaces conservadores de su derecho. Pedían ellos por el contrario, la facultad de enajenar aquellos bienes.' fundándose en que las erogaciones hechas por ellos á la patria excedían, con mucho, el valor real de los vín- culos, y esto era en perjuicio de sus demás hijos y de ningún modo de sus primogénitos . A causa de semejante w ?'A 158 HISTORIA DE CHILE. renuncia, el Congreso de 1826 se encontraba mucho mas autorizado á dar curso á sus ideas abolicionistas ; y esto fué lo que hizo al presentar varios proyectos que provo- caron las mayores discusiones. Sancionóse, en fin, la ley de mayorazgos, reduciéndolos por ella á su primitivo valor. Aunque el donador hubiese tenido presente la es- pecie \ no el valor de la cosa donada, esta ley tenia sin embargo la ventaja de conciliar los intereses del pose- sor con las necesidades de la riqueza pública y con las conveniencias de la nación. Lo difícil, aquello cuya solu- ción ofrecía una gravedad estraordinaria, era la evalua- ción de las propiedades que constituían el mayorazgo, dificultad superior que dio lugar aun a muchísimas dis- cusiones. Esta ley no llegó á ser promulgada. La discusión de los artículos de la Constitución nueva, la organización ad- ministrativa de las provincias, y sobre todo, los aconte- cimientos que sebre vinieron, estorbaron la promulgación de la ley de mayorazgos hasta la reunión del Congreso de 1828, en que, vuelta á poner a la orden del dia, no sin suscitar otra vez violentas y tenaces polémicas, logró pasar al cabo por una gran mayoría, pero en otro sen- tido, esto es, modificada. Conforme á esta nueva ley, y conforme al reglamento, se decía : « Quedan abolidos para siempre los mayorazgos y todas las vinculaciones que impiden el enajenamiento libre de los fondos ; sus actuales' poseedores dispondrán de ellos libremente, escepto la tercera parte de su valor, que se reserva á los inmediatos sucesores, quienes dispondrán de ella con la misma libertad. » Semejante disposición adolecía de la falta de una ley secundaria ó aclaratoria, que diese á conocer el modo y CAPÍTULO LXXXV. 159 manera que deberían emplearse para apreciar el valor de dichas vinculaciones, y cómo la venía habría de lle- varse á efecto, lo cual no podia tener lugar sino por me- dio de subasta. En esta enajenación había igualmente un elemento moral dependiente de las instituciones pia- dosas anexas á aquellas propiedades, el de socorrer la indigencia, mantener escuelas, conceder dotes, etc., cen- sos que hubieran podido repartirse entre todos ios he- rederos, y de los cuales los mayorazgos se aprovecharon para hacer ver la iniquidad de una ley que así atentaba a los derechos del testador, y se propasaron á fulminar contra el Congreso la amenaza de ocurrir ante aquel que vendría á reemplazarle, en el caso de que su deman- da fuese desatendida. Por lo demás, semejante recusa- cion era digna de todo elogio, puesto que sostenía mas bien un principio que no un Interés particular, toda vez que con esta ley hubieran podido gozar en plena libertad de las dos terceras partes de una fortuna que los mayo- razgos estaban obligados á conservar íntegra á uno de sus hijos. Y luego, con la viciosa redaccion"de la ley que hasta los mismosfrepublicanoslhabian combatido, y con una oposición tan decidida como influyente, semejante institución no podia caer con facilidad. Se conservó en las costumbres del país, á pesar de todo y por espacio de muchos años; y, sin embargo, durante el tiempo de la colonización, podían realizarse tales enajenaciones con soío obtener para ello un permiso firmado por el mo- narca. '"'I ■ Mi CAPITULO LXXXVI. Pinto es enérgicamente combatido en las elecciones. — Sublevación de los inválidos, y sus consecuencias.— Los Pelucones y los Estanqueros se reúnen en asamblea en el consulado.— El Vice-Presidente manda cer- rar las puertas, y se retira á Apoquindo pasando sus atribuciones al Senado.— Los miembros del Tribunal de Apelaciones presentan su di- misión.—El Congreso se traslada á Valparaíso para el escrutinio de la votación de Presidente y Vice-Presidente de la República. — El gene- ral Pinto obtiene el primer cargo, y el coronel Joaq. Vicuña el segun- do—Este ultimo nombramiento es atacado por la oposición.— El perió- dico «Sufragante» y sus acaloradas filípicas— Revolución O'Higginista en Concepción. — El Presidente, poco satisfecho de las elecciones, quiere que se. renueven.— Ante la negativa del Congreso, tal como Vi- cuña lo había hecho ya, presenta su dimisión.— Su renuncia es acep- tada, y el Presidente del Senado toma las riendas del Estado. Las buenas intenciones que animaban á Pinto por el progreso del país, armonizando los intereses sociales y elevándole ai rango de nación civilizada, atestiguan y corroboran sus importantes trabajos de reforma y orga- nización. Por tanto, hubiérase podido creer desde luego que los Chilenos, muy satisfechos, y sin abrigar la menor desconfianza, iban á mostrar en las nuevas elecciones la calma y la libertad como resultado legítimo é inmediato de una común aspiración, y que de allí en adelante la verdadera voluntad del pueblo vendria á ser representa- da en el Congreso. Desgraciadamente Pinto poseía un carácter algo débil y voluble. Después de haber prometido que se separaría de algunos jefes Pipiólos, odiosos ya por su conducta po- lítica al partido que formaba la opinión, faltó á su pala- bra ; y los Estanqueros, cuyo caudillo, D. Diego Porta- •■ CAPÍTULO LXXXVI. ItfX les había sido tan cruelmente denigrado por aquellos, le declararon y dieron principio desde este momento á . una guerra tenaz, vigorosa y descubierta. Entre esto, nuevos campeones se encontraban hombres de buena in- teligencia y de mucha audacia, tales como D. Diego Be- navente, Man. Gandarillas, V. Garrido, los hermanos üenjiio, etc., quienes en sus respectivos periódicos ases- taban al poder los golpes mas formidables. Semejantes ataques tuvieron lugar especialmente con motivo de Jas elecciones de asambleas y de municipalida- des, cuerpos á quienes estaba confiada la dirección de los actos electorales. Con este motivo se verificó una lucha úei todo apasionada y de parcialidad vehemente, en qu. los antagonistas obraron con indecible actividad, po- niendo en juego la intriga, la corrupción, la compra de los votos, y yendo indignamente hasta el delito de falsi- ficación de copias en los registros de calificaciones, hasta el encarcelamiento de municipales y hasta la frac- tura y violación de las urnas, dando así pábulo al perio- dismo para que pudiera fulminar las mas apasionadas recriminaciones contra] semejantes actos de ilegalidad usados de una manera escandalosa por ambas parte*' Pinto había querido dejar el uso del derecho electoral en la mas absoluta libertad, para que las elecciones fue- sen h verdadera espresion de la voluntad nacional, y con el disgusto y la tristeza mas profundos veía aquellos actos indignos é intolerables en todo pueblo libre é ilus- trado, sin resolverse, no obstante, á tomar una medida enérgica para impedirlos y poner término á tan repug- nante cinismo. Tal debilidad de carácter alentaba la os°- dia de la oposición, cada vez mas envalentonada, cada día mas audaz, y la escitaba á renovar sus ataques con i i t. viii, \Q2 HISTORIA DE CHILE. mayor decisión y actividad. Don Pedro Ürriola era el alma de estos manejos en su odio contra Pinto, quien en la logia de ios Pipiólos le había ofendido, y no aspiraba á otra cosa sino á tomar cumplida venganza del ultraje. Su partido aumentaba de dia en dia con ios oficiales da- dos de baja, los perseguidos y los numerosos desconten- tos que las circunstancias hadan nacer por todas partes. Confiando en ser sostenido por ios Estanqueros y Peluco- nes, que en caso necesario podrían facilitar el dinero que hiciera falta para sobornar al ejército, organizó una nue- va revolución la víspera misma de las elecciones de dipu- tados. En la madrugada del 6 de jimio de 1829, los coraceros, ganados por el dinero de la oposición, se sublevaban otra vez, y después de haber arrestado á sus oficiales Castillo y Áríeaga, se ponían bajo las órdenes del capitán Rafael La Rosa. Guiados por algunos de los conjurados, no tar- daron mucho en ponerse en movimiento, dividiéndose en varias partidas, de las cuales una se encaminó hacia la casa del ministro del Interior D. Carlos Rodríguez, y á la del intendente Don Rafael Bilbao. Como ambos eran personajes de grande importancia por su actividad y energía, su arresto tenia para los sublevados el mayor interés del mundo ; pero, sin embargo, el plan había sido lan mal combinado y puesto en ejecución, que dichas autoridades tuvieron tiempo necesario para lograr burlar sus designios y poder reunirse con el Yice-Presidente. El mal éxito de la tentativa llevó luego la consterna» cion al campo de los conjurados, sin por eso desalentar- los del todo. Reforzados por la compañía de Inválidos, que el teniente Pedro Rojas acababa de sublevar, resol- vieron dirigirse al palacio, para obligar á Pinto nada CAPÍTULO LXXXVI. Jg3 menos que á presentar, su dimisión de la vice-presiden- cto. El capitán La Rosa fué quien se puso á la cabeza eoes. -Cartas de Tupper el, la obra de SuSffi Y «w m Chile ana Perú. - AdemAs de ot,„ Z ™lollffe> Su*«« ?ae 0gnra„ eo e. trabajo de ffi£ poed ™ ™ Tat? *"»» Fed. Errazoris, doode és« ,a oarta ilrita #££&*£? " T. VIJ1. 13 m 194 HISTORIA DE CHILE. rupcion del convenio que debia tener con el coronel Bulnes para una suspensión de armas, podia temer con algún fundamento que, sorprendidas, aquellas dos com- pañías cayesen en manos del enemigo; y con <á fin de prevenir semejante descalabro, destacó para salir á su encuentro y defender su paso, una parte de sus fuerzas, advirtiendo de antemano á Amunátegui que no avanzara y se fortificara bien hasta la llegada de los auxiliares que le mandaba. Este oficio no llegó á manos de dicho jefe, de modo que continuó avanzando por la Cuesta vieja y pron- to su vanguardia, que marchaba por otra senda, se vio cercada por la caballería de Bulnes, sin haber podi- do dar la señal convenida. En conflicto semejante, siendo enteramente imposible la defensa. Amunátegui no encontró ningún oiro medio masque el de enviar á Ga- llardo para parlamentar ; y mientras este capitán desem- peñaba su encargo, Pradel y J. A. Rodríguez Aldea se le presentaron para proponerle que abandonara la causa que defendía y pasase á militar en las filas de la suya, cosa que rechazó la nobleza y lealtad de su valiente co- razón con el desden natural del hombre que se ve insul- tado en su honra, por el mero hecho de suponerle capaz de admitir tan indignas proposiciones. Bulnes, cuyo ca- rácter no en menos noble y generoso, admitió el par- lamento^, después de haber conferenciado largamente, se contentó sólo, mediante una estipulación firmada, con tomar los fondos (4,000 pesos) en numerario ú en libra- mientos, la correspondencia oficial y los cañones, lo cual era sumamente importante para Prieto, no poseyendo el entonces mas que dos piezas pequeñas de campana. Ha- biendo sido concedida á los oficiales y soldados la libertad de acción para reunirse á su ejército ó seguir siendo fie- CAPÍTULO LXXXVII. 195 les 6 la bandera que los guiaba, fueron muy poco, los que se pasaron á flulnes, contándose entre estos el té- meme J. A. Vial y el subteniente A. Saavedra. Los de- mas regresaroná Valparaíso «acompañaron ásu coman- dante, quien se dirigió á Santiago. En un consejo de ^erra se declaró después, por unanimidad, que tanto Amunategui como ¡os oficiales que le habian seguido v cuantos permanecieron fieles á su juramento en aquella desgraciada ocasión, se habian conducido con honor tmo y decencia. La pérdida de los fondos que Amunategui traia fué altamente sensible para el general Lastra, cuyos recursos, no solo no bastaban á cubrir las necesidades del ejército smo que de dia en dia se hadan mucho mas precarios ' fcs o no le impidió, sin embargo, merced al auxilio y acti- v. tda del mt endenté Bilbao, el poder crear un nuevo batallón con los soldados licenciados, procedentes del ejercito que habia servido en el Perú, cuerpo que fué dis.mgmdo con el nombre de «Constitución.. Este aumentodet ^ ^ _ ^^.^ Prieto se aproximaba á la capital, y * le veía visitado por las personas mas activas y mas emprendedoras de los partidos contrarios. La vecindad de Prieto había ocasionado una alarma sumamente notable en Santiago, y el populacho podía de arse castrar á cometer escesos que las personas sen- satas trataban de evitar. El intendente, solicitado y com- pehdo por estas gentes honradas, creyó que debía tentar un nuevo medio de conciliación, para no verse en el duro compromiso detener que venir á las manos; y le envió una comisión, compuesta de personas muy distinguida- coi, encargo de presentarle las mas honrosas proposi- 19(5 HISTORIA DE CHILE. ciones que en aquellas circunstancias pudieran hacerse. Prieto recibió á los comisionados con una distinción y cordialidad afectadas, manifestándoles sus buenos de- seos de entablar el arreglo, y hasta aceptó una tregua ó suspensión de armas por seis dias, con el fin de pre- parar y dar cima á un convenio amigable, que fuese honroso para ambos partidos. Según lo decidido y fir- mado por Prieto, él no podría avanzar mas que hasta la hacienda de la Galera ; y, sin el menor escrúpulo de con- ciencia, llevó sus campamentos hasta la chacra de Ocho- gavia. En este punto fué donde el 5 de diciembre tuvie- ron lugar las conferencias entre los coroneles Viel y Godoy de una parte, y Bulnes y Villagran de la otra. Su resultado se limitó puramente á la suspensión de armas hasta las dos de la tarde del siguiente dia, y el nombra- miento de una comisión que debería reunirse hacia las nueve de la mañana en la quinta del almirante Blanco. Componíase dicha comisión, por la parte de Lastra, del general de brigada Borgoño, del ministro de la corte suprema, Don Carlos Rodríguez, y del coronel Godoy, con cargo de secretario; y por la de Prieto, las personas elegidas fueron el sargento mayor Vidaurre y el hábil cuanto astuto doctor Don J. A. Rodríguez Aldea. En la reunión celebrada surjieron desde luego graves dudas para la conclusión de un tratado definitivo. Los plenipotenciarios de Prieto exigían que el convenio quedase firmado por ambos generales en el término pe- rentorio de dos horas, mientras que los de Lastra, fieles á la Constitución, querían que fuese sancionado por el Vice-Presidente Vicuña, á la sazón de residencia en Val- paraíso, resolución muy conforme con sus miras y sus opiniones, toda vez que seguían considerándole como CAPÍTULO LXXXVII. ¡97 jefe del Estado. Después de mil y mil discusiones, reno- vadas durante la tarde por haberse prorogaclo la tregua hasta las doce de la noche, al fin quedó concertado que después de nombrarse dos miembros para reemplazar á Zañartu, quien se encontraba ausente, y á Rodríguez Aldea, que habia dado su dimisión, se reuniría el Senado para ocuparse de las elecciones, cuya convocatoria habia sido ya circulada ó distribuida á las diferentes provin- cias de la República; y que, mientras tanto, Don Ag. Eizaguirre ocuparía la alta Magistratura en reemplazo de Vicuña, pronto á renunciar su cargo. Aceptados estos preliminares por una y otra parte, no llegaron sin embargo á ratificarse por el general Prieto, quien obstinándose en no quererreconocer la legalidad del poder de Vicuña, exigía que el tratado quedase firmado en el perentorio y preciso término de dos horas. Esto era, pues, reservar á las armas la parte decisiva de semejante cuestión, ó, mejor dicho, de cuestión tan desgraciada; y en vista de ello, la ciudad, entregada ya á los desma- nes del populacho, y especialmente á las iras de la par- tida del Alba, celebérrima por sus rapiñas, era presa de las mas angustiosas inquietudes, En tan críticas circuns- tancias, el intendente trató de hacer valedera una nueva gestión conciliatoria, que tuvo el mismo mal resultado que las que anteriormente se habían hecho. Antes por el contrario, dábasele en cara el haber mandado construir algunas trincheras en la plaza, y el haber reunido un cierto número de pertrechos y cierta cantidad de pólvo- ra, atribuyendo á sus débiles é insignificantes preparati- vos de defensa una importancia colosal y un fin odioso. Don Manuel Vicuña, obispo de Ceran, no fué tampoco mas afortunado en su obra de misericordia, negándose I u i I 198 HISTORIA DE CHILE Prieto á toda avenencia, no aceptando ni aun siquiera una entrevista con Lastra, ó pidiendo cosas imposibles de ser concedidas, como por ejemplo, ei alejamiento del ejército constitucional á 4 leguas de Santiago, y el nom- bramiento de un plenipotenciario en dicha capital, que uniéndose con los ya elegidos por las provincias de Concepción, Maule y Golchagua, procediesen á la insta- lación de un poder ejecutivo provisional. No puede acusarse al general Prieto de iodos estos espedientes tan poco digno é como pérfidamente combi- nados. De carácter blando y honrado, sus propias incli- naciones le hubieran arrastrado á transacciones pacífi- cas, si por una parte el partido O'higginista de la Asam- blea de Concepción, hacia el cual manifestaba algunas inclinaciones, y por otra la exaltación de los que le rodeaban y aspiraban á que la revolución fuese completa y radical, no le hubiesen obligado á desviarse de sus buenos sentimientos. Apenas acampó en laCalera, cuan- do todos los miembros activos de la oposición se apresu- raron á reunírsele para envolverle, asediándole con sus astutas y artificiosas tramas, de modo que no le fué po- sible desembarazarse de ellas, y se vio forzado á obrar, cediendo á una presión de la cual no tenia ya medio al- guno para salvarse. Su campamento llegó á convertirse en un foco de intrigas y de invenciones, que los Estan- queros, sobre todo, ponían en práctica, sin reparar en los medios, con tal de llegar hasta el objeto que ellos codiciaban. De aquí era también de donde nacían todas aquellas hábiles combinaciones, que no sólo iban á es- tallar en Santiago, sino que llevaban sus efectos á todos los ángulos de la República, dond ! contaban ya con un crecido número de prosélitos. !!■!■> . CAPITULO LXXXVII. 199 Dos dias antes del paso dado por el Obispo, es decir, el 8 de Noviembre, encontrábase ya Valparaíso minado y conmovido por las infatigables maniobras de los hom- bres de la revolución. En ausencia del Contra Almirante Wooster y del primer comandante del Agíales, la tripu- lación de este bergantín- se sublevaba á instingacion del teniente fíuedas, del oficial Don Pedro Ángulo y del piloto Diaz. El Áquiles navegaba ya con rumbo á Taicahuano para ofrecerse a la Asamblea y entregarle el dinero y las municiones que á él habían sido confiados, cuando el comandante de la fragata de guerra llamada Tétis, á instancias del Vice-Presidente, levó anclas y salió en su seguimiento. El Aquiles intentó resistirse tan luego como se vio perseguido de cerca ; pero después de algunos ca- ñonazos, que le ocasionaron dos muertos y ocho heridos, se vio en el caso de tener que entregarse, y el Vice- Almirante Wooster se hizo cargo del mando y dirijió las maniobras para reconducir su presa á Valparaíso. Durante la noche de aquel mismo día, el coronel Don Pablo Sylva y el comisario de guerra y marina Don V. Garrido, se presentaban delante de Valparaíso, con 150 hombres entre veteranos y milicianos, alentados por el deseo de hacerse dueños de la ciudad ; y sin disparar un solo tiro, consiguieron apoderarse de las alturas y de los castillos del Barón y de San Antonio. Ei coronel Picarte, que había reemplazado en el cargo de goberna- dor militar de la plaza al General Benavente, hombre algún tanto sospechoso para Vicuña, impidió la entrada á aquellas tropas, y bajo el mando de Don Vicente Sán- chez reunió algunos milicianos en la plaza de Orrego. Una parte de los soldados de Sylva se hallaba situada entonces en la quebrada de E!i&*, obedeciendo á las ór- 200 HISTORIA DE CHILE. denes de Man. Gasmuri; y, no obstante de ser la noche muy oscura, pronto se trabó una reñida lucha en aque- llas dos reducidas divisiones, que al fin dio por resultado la derrota de los milicianos de Sánchez ; una vez disper- sos, después de dejar en el campo un muerto y dos heridos, los que salvaron con vida corrieron a refugiarse en sus casas. Dueño ya de la ciudad en cierto modo, hizo colocar Sylva algunos cañones en las alturas que la dominan, ser- vidos por los prisioneros del Agíales, quienes, á solicitud de este coronel, el cónsul inglés y el comandante de la fra- gata Téíis, habían conseguido verse puestos en libertad. En semejante estado las cosas, por evitar el derrama- miento de sangre é impedir el saqueo quehabia principia- do ya en el Almendral, la municipalidad juzgo como uno de sus deberes el de reunirse en sesión, acto que verifico en casa de Benavente, donde también se presento Picarte. Allí deliberaron y decidieron que el general Benavente volveria á tomar el gobierno militar del puerto, que los habitantes de la ciudad permanecerían neutrales, y que las tropas de Sylva se retirarían cuando menos á distan- cia de diez leguas. Tres dias después, á consecuencia de algunas discusiones entre Benavente, el gobernador local y el cabildo, se formó una poblada que impidió al primero la salida que tenia preparada, y se quedó en Valparaiso para pedir el nombramiento de un nuevo Cabildo, la destitución de los comandantes de serenos y la de varios oficiales de la milicia. Aceptada esta dispo- sición, los nuevos municipales se apresuraron á poner en conocimiento de Prieto, que Valparaiso se hallaba dis- puesto á secundar sus esfuerzos y á franquearle los medios que estuvieran a sus alcances. - ■■■!■» CAPITULO LXXXVII. 201 Todos estos acontecimientos, á los cuales aquella ciu- dad no estaba acostumbrada, sembraron las mayores in- quietudes en el corazón de sus habitantes, inquietudes que las malas intenciones del populacho hadan mucho mayores y mas formidables. . AI ver el Vice- Presidente la debilidad de los medios de defensa con que podía contar, y desesperanzado de poder conjurar las alarmas de los unos y de atemperar la fogosidad de los otros, se retiró al bergantín Agutíes, donde pronto fueron á unír- sele sus ministros Bezaniila y Gotapos. Una vez allí reu- nidos, determinóse á dar la vela enseguida para Coquim- bo, pudiendo contar con la lealtad y decisión de su her- mano el coronel Don F. Vicuña, intendente de la provin- cia. Completamente determinado á no ceder á la revolu- ción, hacia darse, y usaba siempre con la mayor obsti- nación del mundo, su título de Vice-Presidente. Don Ramón Vicuña llegó á Coquimbo en el momen- to mismo en que la ciudad acababa de resentirse de la presión ejercida por las fuerzas del campo de la Calera. Un joven ex-militar y negociante arruinado Don Ped. Uñarte, se hallaba de vuelta de dicho campa- mento, provisto de cartas é instrucciones para el hacen- dado Saenz de la Peña, á quien Prieto nombraba inten- dente de la provincia. La asamblea provincial conocía desde algún tiempo atrás las intrigas de los revoluciona- nos, y sabedora, por tanto, de este proyecto, intentó des- baratarlo, tratando de hacer recaer el no mbramiento de intendente en la persona de Don M. Ant. González, toda vez que Vicuña iba á verse en el caso de no poder seguir desempeñando semejante cargo. Prevenido Peña de esto advirtió á todos los conjurados, entre quienes figuraban vanos oficiales destituidos, para que se hallasen prontos I 202 HISTORIA DE CHILE. á reunirse en la plaza, en el momento mismo en que la campana del Cabildo fuese echada á vuelo; y, en efecto, el 15 de Diciembre, al hacerse el nombramiento de Gon- zález para la intendencia de la provincia, se les vio acu- dir al lugar señalado en unión del populacho. Por orden de la asamblea se presentó á dispersarlos Don Joaq. Vi- cuña, llevando consigo la compañía de artilleros; pero estos soldados, que de antemano estaban ganados ya, se apresuraron á abandonarle para pasarse á las filas de los facciosos. Desde este punto, autorizado Peña por el nom- bramiento que de Prieto había recibido, se dio á conocer como intendente de la provincia y aumentó la compañía de los artilleros hasta el número de 60 hombres y reunió también cierta fuerza de soldados y milicianos que en- contró en los cafés, en las tabernas y demás casas de la población. ignorando el Vico-Presidente Vicuña lo que en Co- quimbo acontecía, y queriendo adquirirse algunas noti- cias acerca del estado del país, la noche misma de su lle- gada envió á su ministro Cotapos y á su hijo Ignacio á to - mar informes de la fragata extranjera Indanok; y ya ei bote en que iban se hallaba próximo al buque que que- rían abordar, cuando algunas embarcaciones, enviadas por el comandante de armas Ág. Gallegos, consiguieron sorprenderle. El bote con los marineros fué devuelto al Aquiles, llevando el encargo de convencer á la demás gente de la tripulación para que se diesen á buen parti- do, y los dos personajes fueron conducidos a tierra á fin de ponerlos en paraje seguro. No contentos con haber usado semejante rigor, íes amenazaron prometiéndoles hacer uso de oíros m icíio mayores, y aun conel de quitar- es la vida si el bergantín no se entregaba inmediatamente. CAPÍTULO LXXXVII. 203 Bien hubiera podido el Vice-Presidente sostener su posición con los soldados que el Contra-Almirante Woos- ter ponía á su disposición ; pero su corazón noble y hon- rado no le permitía diese lugar á que, por su causa, cor- riera la sangre de sus conciudadanos, y antes consintió en abandonar á sus enemigos el único buque de impor- tancia que Chile poseía y que tan útil debia serles. Des- pués de un acto tal de debilidad, renunció á i a Vice-Pre- sidencia de la República, título que hasta entonces ha- bía sabido conservar en honor de una ley constitucional de excelencia relativa, si se comparaba con las anterio- res, ley que era destrozada por la oposición de la mane- ra mas lastimosa, en el momento mismo en que ésta de • claraba á boca llena que la revolución se hacia en su pro. Aunque según una transacción celebrada entre Ramos y Gallegos, y rectificada después por Peña, quedase asegu- rada la libertad á toda la comitiva de Vicuña, éste fué tratado sin embargo como prisionero de guerra y tuvo la ciudad de Coquimbo por cárcel, lo mismo que sus compañeros, después de haber todos jurado, el día 21 de Diciembre de 1829, ante un escribano público, que ni directa ni indirectamente tomarían parte en ningún movimiento político y que cada 24 horas se presentarían al Mayor de la Plaza. Sin embargo, no toda la provincia había sido cóm- plice de este levantamiento. Contábanse en ella muchas personas influyentes adheridas al partido de Pinto, y, por consiguiente, á su Gobierno; y la estraordinaria re» acción que se verificó un mes después, prueba clara - mente que si Vicuña hubiera poseído un carácter mas enérgico y el verdadero conocimiento de los negocios políticos, con el ausilio de su hermano habría podido 204 HISTORIA DE CHILE. levantar á su partido, ó por lo menos, fortalecer las ideas reaccionarias, hacia las cuales no se mostraba indife- rente la opinión pública. Pero demasiado noble y hon- rado en esceso para escitar las pasiones de unos pueblos que tan fácilmente son arrastrados por ellas al delirio, y que una vez conmovidos es muy difícil empresa la del restablecimiento de su turbada calma, no quiso tomar una resolución tan peligrosa, y, en seguida que pudo hacerlo, prefirió mejor alejarse de aquella ciudad. Así pues, acompañado por sus dos hijos y algunos de sus amigos que allí no se creían enteramente seguros, se en- caminó hacia Santiago, á donde llegó á los pocos dias de la batalla de Ochogavia. — — ■ ^— CAPITULO LXXXVIÍÍ. Batallare Ochogavia. -Tratados hechos después de dicha batalla y ata- víos a que dan ocasión. -Freiré, disgustado, deja á Santiago /pasa a Valparaíso, donde reúne todas las tropas constitucionales—Reacciones anturevolucionarias en Coquimbo y Concepción. El 14 de diciembre de 1829 tuvo lugar una batalla cerca de la chacra de Ochogavia. El número de los com- batientes puede decirse que era casi igual por ambas partes; pero las fuerzas de caballería del ejército revo- lucionario eran muy superiores, y se hallaban mandadas por un bizarro jefe, que no sólo era querido y respetado de los suyos, sino también de los soldados contra quienes iba á batirse. Dicha caballería constaba de unos 600 gi- netes, bien disciplinados, mientras que el ejército cons- titucional apenas si podia oponerle unos 150 hombres. La infantería de Lastra, por el contrario, se componía de los batallones de Ghacabuco, Concepción y Pudeto, y de algunos milicianos reunidos por el coronel Romo ; era superior á la de Prieto, si no en número, al menos en disciplina. Entre los 1,200 hombres con que Prieto con- taba, había 600 milicianos, que acababa de enviarle de Aconcagua el intendente Mascayano, obedeciendo á la influencia, según se dijo entonces, del Capitán general Freiré, y del antiguo batallón de Maypú, disuelto por sus malos hechos, y cuyos soldados habían sido reuni- dos, en la provincia de Colchagua, bajo las órdenes del Sargento Mayor Don José Ánt. Vidaurre. ■I 206 HISTORIA DE CHILE. A una legua escasa de distancia uno del otro, se en- contraban acampados ambos ejércitos, el de los revolu- cionarios en la chacra de Ochogavia, y en ?a de Ovalle, cerca de la Cañada, el mandado por Lastra. Santiago habii sufrido ya los primeros efectos de tan malhadada lucha. Aun antes dé la llegada de Prieto, un cuerpo for- mado de 150 caballos, pertenecientes á la vanguardia y bajo el mando de Baquedano, habia penetrado hasta la plaza, dispersando una compañía de milicianos y lle- vándose, entre otros varios prisioneros, al teniente Pedro Banderas, a quien sus soldados abandonaron con la mayor cobardía. Pocos dias después, habiendo quedado la ciudad desprovista de defensores y casi hasta sin poli- cía, vióse invadida por la partida del Alba, conjunto de todos los vagos y gentes de mala vida, que imprevisora- mente habían sido armados en Curico, y en compañía del ratero populacho, no tardaron mucho en entregarse á sus perversos instintos de rapiña, asaltando y saqueando varias casas, sin tan siquiera respetar la del Cónsul ge- neral de Francia, y prefiriendo entre todas, las ocupadas por los estranjeros. La poderosa razón de esto era que tres de ellos, que en cuerpo y alma habían llegado á ha- cerse Chilenos, se hallaban sirviendo como jefes en el ejército constitucional. Tan gran desorden, sobrescitado mas que nada por el asunto del Aquiles, llegó á hacerse en tan alto grado im- ponente y amenazador, que, para disminuir en cuanto fuese posible la inquietud de ios Santiagueses, Lastra se vio precisado á hacer que entrase en la ciudad el bata- llón de Pudeto á las órdenes del coronel Tupper, cuya esposa, Doña Isidora, refugiada en el palacio episcopal, debió á la presencia del digno Prelado que le ocupaba el CAPITULO LXXXVIII. 207 haber podido librarse de los insultos y desmanes del po- pulacho. En medio de aquel estado de malestar y de incerti- dumbre iba á tener lugar la batalla que debia decidir de la suerte de ambos partidos. Después de haber reunido todas sus tropas, inclusas las que Tupper mandaba, dis- puso Lastra el movimiento, dividiendo los batallones por compañías, en columna cerrada, y formando con el de Pudeto la izquierda de la línea de batalla. Cada flanco se hallaba protegido por dos piezas de artillería, con un obús en el centro, y la caballería marchaba, muy ade- lante, á la cabeza del flanco izquierdo. El combate principió por una carga de la caballería de Bulnes, contra la de Viel, que, demasiado débil para oponer una viva resistencia, retrocedió yendo á ponerse al abrigo y defensa de una compañía de retaguardia^ cuya maniobra puso bien pronto á los agresores en el caso de batirse en retirada. A una distancia muy corta de la chacra de Ocho^avia hicieron alto las tropas, y entonces se rompió un" vivo fuego de artillería por ambas partes. Las tropas revolu- cionarias lo sostenían denodadamente, cuando Lastra mandó que las compañías de descubierta marchasen por la derecha para hostilizar el ala izquierda de Prieto, de- biendo él mientras tanto atacar el centro de frente. Des- pués de algunas débiles escaramuzas, todas estas tropas perdieron sus posiciones de Ochogavia, y fueron recha- zadas hácñ San Bernardo, donde pudieron atrincherarse detrás de las gruesas tapias de la chacra de Don D. Eí- zaguirre. Por mas que semejante posición fuese suma- mente ventajosa, Lastra dio la señal de cargar contra el enemigo para desalojarle y derrotarle, operación que fué i 208 HISTORIA DE CHILE. puesta en práctica por medio de una acertada combina- ción entre el Mayor Rivera y el Sargento Mayor Várela, encargándose el primero de cubrir la derecha con la co- lumna de cazadores, y el segando marchando de frente con dos compañías de granaderos apoyadas por el ba- tallón de Ghacabuco. Mientras tenia lugar este movi- miento, que obligó al enemigo á pasar de una tapia á otra, la artillería que habia quedado en la retaguardia con los batallones de Concepción y Pudeto se vio ata- cada con grande arrojo por una parte de la caballe- ría de Bulnes, matándole el comandante ícarte y al alfé- rez Márquez, y logrando arrebatarle dos cañones. Llevá- baselos victoriosa, cuando algunas compañías del batallón de Pudeto, acudiendo en ausilio de los artilleros, y cargando á su vez contra la caballería, consiguieron dis- persarla, hiriendo de muerte al Sargento Mayor Reina del regimiento de cazadores á caballo. En medio de estas luchas, en las cuales Lastra habia visto correr tan inminente peligro á su artillería, á sus nuevos reclutas y á su caballería dispersos, los batallo- nes de Ghacabuco y de Concepción aiacaban con gran denuedo al enemigo, obligando á rendir sus armas á los milicianos de Aconcagua, y llegando á cortar á una gran parte del batallón de Carampangue, que á la cabeza del de Ghacabuco tenia Godoy en jaque, mientras que, res- pondiendo á sus órdenes, acudía Tupper consu batallón de Pudeto á cortarles la retirada. La posición de aquella gente llegó á ser en estremo crítica, viéndose cogida entre dos fuegos. Los de ambas portes habían cesado por un momento, y entonces Godoy, colocándose á una corta distancia delante de sus soldados, les mandó ren- dir armas, orden que Nieto, teniente de aquel batallón II !■■ ■■■__ CAPÍTULO LXX XVIII. §09 deCarampangue, reprodujo en el acto, siendo desobe- de da por un sargento, quien excitaba á los soldados para no cejar en la defensa, estimulólos con la voz de fuego! Él mismo ibaá dar¡es e, d« tambor mayor Alaja le disparó un pistoletazo dejando, adido en tierra. El batallón de Carampangues r nd al momento, y la oficialidad de ambos campos deron muecas de fraternizar como antiguos cámara"! Con ¡a perdida del batallón de Carampangue, ene era el mejor del ejército revolucionario, el general pito «o pedia ya sostener la lucha por « tiempo ^ de terminarla yendo á ponerse de acuerdo con Lastra. Al cruzar por delante de una compañía del batallón de Concepción, le intimaron la orden de rendirse, y para continuar su marcha, se vio obligado á hacer venir al coronel Roncbzoni, a fin de que le acompañara á donde estaba su antagonista,;quien se hallaba prevenido ya de la visita por el teniente coronel Escanilla. En la entreviste e esforzó Prieto en convencerle de que sólo con su ca- ballea podnaaun sostenerse ventajosamente; pero que aend.de el interés del país, lo mejor de todo, sin duda' alguna, sena entablar un arreglo honroso para entram- b di T' deja'!d0Se,ilevai- de *» ^racter naturalmente Í ,1 vy,Sm ma'1Cla' aCeptÓ Ios ofrecimientos de grieto, y Viel, convencido de la sinceridad de aquella gestión en seguida mandó poner en libertad á los oficia- les que habían caído prisioneros (1). pérdida de tres oUeiales u 1' í , , ^ SU'° 'Cma qU" lame°""' la admirado de ver el JL„ T T JI"W n'ayo1' Bust™< Weié T. VIII. a 210 HISTORIA DE CHILE. Semejantes negociaciones habían sido hechas con ia idea embozada de ganar tiempo y poder llevar á cabo un indigno plan, tramado por la comitiva del general Prieto, echando sobre él toda la responsabilidad. Dicho plan era en su mayor parte obra de Rodríguez Aldea, hombre tan hábil como poco escrupuloso para todo cuan- to se relacionaba con la política, la cual era por él con- siderada como un vasto campo abierto á las pasiones, en donde ningún medio era ilícito, ni vedado ningún camino para llegar hasta el objeto deseado. A fin de preparar los preliminares del tratado pro- puesto, señaló Prieto, como punto de reunión, la chacra de Ochogavia, a pretesto de las comodidades que allí podían disfrutarse. Sin la menor desconfianza, y, sobre todo, sin el recelo de ser víctima de una perfidia, acom- pañado de los coroneles Viel y Godoy, acudió Lastra el dia fijado ai sitio de la cita; y tan luego como llegaron, se vieron arrestados en calidad de prisioneros de guerra, pretestando, para justificar tan villana conducta, la muerte de algunos milicianos que Tupper había manda- do fusilar después de la acción, acto enteramente con- trario á los nobles sentimientos de este honrado y va- liente militar. Tan desleal emboscada no era bastante para llegar al objeto que aquellos jefes de partido ambicionaban, y debe decirse, á fin de atenuar un tanto la rigidez de sus actos, que no obraban según las cualidades de sus pro- pios caracteres, sino mas bien según las condiciones de su posición, que era entonces bastante crítica para ellos. El ejército constitucional poseía aun oficiales superio- res de prestigio, valientes y leales á quienes también era CAPÍTULO LXXXVIII. Ojj preciso capturar para poder de este modo disponer mas fací mente de dicho ejército y constituirse en dueños ab- solutos de los destinos de la nación. Preocupado con este pensamiento, envió Prieto á uno de sus oficiales al cam- po enemigo para que invitase á Rondizoni, Tupper Castillo yJofré, á que honraran y sancionasen con sú presencia la terminación de los preliminares del conve- nio indicado, reuniéndose todos en Consejo de Guerra La invitación de Prieto, hecha por medio de uno dé sus oficiales cuando cualquiera de los coroneles que ha- bían acompañado á Lastra era quien naturalmente debe- ría haberse encargado de ella, despertó las sospechas de Tupper, sospechas de las cuales todos sus subalternos también participaron en seguida. De acuerdo con ellos hizo comparecer al portador del mensaje, y con voz con' movida por el enojo, le dijo : « Lleve usted por única contestación al general Prieto, que si en el término de cinco minutos no tenemos entre nosoíros á nuestros jefes arrasaremos las casas y daremos ejemplar castigo á |á traición que se nos hace.. La amenaza era demasiado termíname para que Prieto no se apresuraras devolver sus espadas á los tres prisioneros, quienes de allí á poco se encontraban con sus compañeros de armas en el cam- pamento Antes departir, firmaron una suspensión de hostilidades por 48 horas, con el fin de terminar defini- tivamente el tratado de paz, sometiéndose uno y otro bando al arbitraje del capitán general Freiré (i). Conforme á los sucesos que acabamos de referir, es (1) En toda esta relación hemos segnido la Memoria de Tupper adi a causa de la importancia de la suya, debió consultar á las personas mas notables y competentes de ambos partidos, para alcanzar el Z a sentido detaa tristedrama. PeroLasL „o habíale ttwbSSS 212 HISTORIA DE CHILE. incomprensible la confianza que Lastra tenia en Prieto, quien por debilidad, á su vez, llegaba á ser un esclavo de algunos interesados consejeros. Con un ejército fiel, alentado por una semi-victoria y mandado por jefes há- biles y resueltos, hubiera podido muy bien, aunque no hacer rendirse á la caballería enemiga, por lo menos vencer á los infantes y poner término á aquella lucha fratricida. La fatalidad, desgraciadamente, hacia largo tiempo que venia persiguiendo á su partido, y le inclinó á escuchar de nuevo á su humano competidor, y á firmar una amnistía por medio de la cual se dejaba en manos de los plenipotenciarios el cuidado de concluir un tratado, tal como su patriotismo ambicionaba. Los plenipotenciarios se reunieron el 16 de Diciembre en la casa de campo del almirante Blanco. Por parte de Lastra se encontraban el general Borgoño y Don San- tiago Pérez, y por la de Prieto el general Freiré y Don Agustín Vial de Santelices. Después de varias discusio- nes, firmaron un tratado por el cual arabos ejércitos be- ligerantes quedaban reunidos bajo las órdenes del capi- tán general Freiré, así como también le eran entregados todo el armamento y los pertrechos de guerra ; ningún paisano ni ningún militar podrían ser reconvenidos, ni mucho menos castigados por las opiniones políticas que habían sostenido ; y los presos y prófugos serian puestos en libertad. Determinábase asimismo que inmediata- mente se nombraría, por medio de elecciones populares, una Junta gubernativa, presidida por Freiré y para la do Tupper; antes al contrario, en su comunicación dice que accedió á cuanto Prieto exigia, como medio único de obtener su libertad y la de sus compañeros. Véase también el Araucano, n. 8, en que Gandarilla, como uno de los jefes de los Estanqueros, debia necesariamente defen- der los actos de Prieto. CAPÍTULO LXXXVI1I. £>13 cual se recomendarían los nombres de Pinto, Tagle v Eizaguirre; esta Junta quedaría encargada de convocar un Congreso de plenipotenciarios de todas las provin- cias, quienes reunidos en el término de los dos meses, declararían si había habido infracción á la Constitución* arreglarían la ley electoral, convocarían el Congreso ge- neral y nombrarían el Poder Ejecutivo provisional para subrogar á la Junta. Este tratado, aunque poco favorable á la Constitución, á la cual lastimaba tanto por su espíritu como por el hecho, y siendo ademas contrario á un buen sistema electoral, fué ratificado sin reparo alguno por los dos generales contendientes, quedando ambos satisfechos y contentos ; Lastra de haber dado la paz al país, y del estado de abandono en que le dejaba el Po- der Ejecutivo, y Prieto, con sus consejeros, de encon- trar consignados en él los elementos necesarios al desarrollo de su pensamiento y al logro de sus fines. Freiré, á quien hicieron venir de su casa de campo, era para el primero segura garantía de concordia, una de las mayores que podían darle en aquellas difíciles cir- cunstancias. Hubiera debido recordar, sin embargo, la conducta que el citado capitán general usó respecto á las autoridades constituidas, y prever que con su ca- rácter de franca honradez iba á llegar á ser el juguete de los otros partidos, envolviendo ai país en nuevas difi- cultades. Freiré, como se vé, era en toda ocasión estraordina- ria el hombre indispensable, el hombre que la nación en masa iba á buscar constantemente para conciliar los ánimos y restablecer la buena armonía. Pero desde su alianza con los Pelucones, y por consiguiente con los 214 HISTORIA DE CHILE. Estanqueros, aunque, en perjuicio de los Pipiólos ó Li- berales, á quienes, sin embargo, no abandonaba, su po- sición habia llegado á ser mucho mas complicada que antes, y se resentía de ese espíritu de indecisión que tan admirablemente patentiza la debilidad de carácter. Go- zaba siempre, es cierto, de un estraordinario prestigio como militar y como patriota decidido y honrado ; pero en eses momentos de violenta crisis en que las pasiones hacen caer á los hombres en los mayores contrasentidos de toda clase, la previsión es un sentimiento de primera necesidad, y precisamente era lo que faltaba á su noble corazón. Conforme al tratado de Ochogavia, el general Lastra cedió e) mando de sus tropas á Freiré, quien dio princi- pio por disolver los cuerpos de nueva creación y por enviar á los demás á sus respectivas provincias. No ocurrió lo mismo respecto al general Prieto, quien hizo su entrada en Santiago, á la cabeza de su ejército, en medio de las aclamaciones y aplausos de los hombres de su partido y de la turba multa siempre de parte de aquellos que saben fascinar su candidez valiéndose de mentidas demostraciones y alardes en favor del pue- blo. Cuando Freiré le ofició para que pusiese á sus tropas bajo sus órdenes, tal como lo habia hecho ya Lastra, el general Prieto, cediendo á los consejos de su hábil comitiva, no respondió sino con frases ambiguas, pretextando, desde luego, frivolos motivos, y terminando por declarar, cuando le estrecharon de cerca, que su in- tención no habia sido jamas sino la de entregar los mili- cianos y los soldados de la partida del Alba, pero ele ningún modo las tropas del ejército libertador, tropas pertenecientes á las Asambleas de Maule y de Concep- CAPÍTULO LXXXYIII. 215 cion, á quienes no podía ser traidor. Por lo demás, con- taba con el apoyo de la Junta provincial creada por el Congreso de los plenipotenciarios, y el mismo Congreso le oficiaba, previniéndole que negara su obediencia á Freiré, mandándoselo como autoridades nombradas se- gún el tratado de Ochogavia que, sin embargo, acababa de ser violado, y por tanto en justicia no podía invo- carse, ni ser entendido de tan lastimosa manera. De todo lo que acontecía, y en vista de una y otra rebelión tan descaradas, Freiré concluyó por convencerse de que tenia que habérselas con un partido, el cual no cejaría ni ante la audacia ni ante la perfidia, y pensó en retirarse á Santiago. Al siguiente dia de su partida, la Junta Gubernativa nombraba á Prieto general en jefe del ejército; este entró en la capital el 17 de enero de 1830. En virtud de dicho nombramiento, mandó al jefe de Estado Mayor, D. Francisco de Elizalde, le hiciese entrega del mando de las tropas reunidas en el cuartel de artillería, y compuestas de 110 húsares desmontados y 50 artilleros. Elizalde, fundándose en razones legales, se negó á obedecerle, y entonces Prieto hizo colocar dos cañones en el cerro de Santa Lucía, desde el cual se domina dicho cuartel, que cercó al mismo tiempo con sus tropas. Contra semejante aparato de fuerzas no era posible al coronel Picarte, que mandaba aquel puñado de hombres allí encerrados, presentar la menor resisten- cia; en vista de ello, entró en capitulaciones, y después de un convenio hecho entre él, Elizalde y Arteaga, pre- via la sanción de Prieto, las tropas salieron del cuartel de artillería, y fueron á alojarse en el de los húsares, dejando en poder del Sargento Mayor Arteaga todo el material de guerra y los demás útiles que allí había. atas* «-*y 216 HISTORIA DE CHILE. En la noche del 18 del mismo mes, víctima de sirl buena fé, lo mismo que lo había sido Lastra, fué cuando )\ Freiré, de una manera clandestina, dejó á Santiago, partiendo con el alma llena de amargura y airado contra aquellas nuevas autoridades, sobre todo contra Prieto, con quien acababa de tener acaloradas discusiones, las cuales vinieron á recordarles, á despertar y renovar con mayor encono sus antiguas desavenencias. í^o fué menos tampoco el disgusto y la irritación de los demás jefes por tan indigna falta de lealtad en el cumplimiento del tratado de paz, y el coronel Viel, an- teriormente al último suceso que acabamos de narrar, esto es, el 18 de diciembre, llegó hasta el punto de pro- vocar en duelo al general Prieto, duelo que este no quiso aceptar, ó para cuya celebración, al menos, pidió un plazo, alegando que en aquellos momentos no se perte- necía á sí mismo, sino al bienestar del país. A su paso por Aconcagua, ordenó Freiré á las tropas que allí habia fuesen á reunírsele en Valparaíso, punto á donde él trasladaba su residencia ; igual orden comunicó también á las acuarteladas en Melipilla. Si hasta entonces su alma honrada y patriótica no habia tenido otra ambición que la de apaciguar las agitaciones y poner término á una guerra destructora, desde aquei momento el deseo de la venganza se habia abierto camino y penetrado hasta su corazón, y le impulsó á llevar á cabo todo cuanto es capaz de engendrar un sentimiento de semejante naturaleza. A pesar de todas sus faltas y de la poca con- fianza que en él tenían los jefes por causa de m política, considerando muy bien que su discernimiento no se ha- llaba al nivel de las difíciles circunstancias en que se veian envueltos, no por eso vacilaron un punto en res- CAPÍTULO LXXXVÍII. 217 pender á su llamamiento. El valiente Tupper, quien al ||a siguiente del acontecimiento de Ochogavia presentó I dimisión al general Freiré, y después de renunciar á su propósito, á instancias de éste, iba á ocupar el gobier- no militar de la provincia de Coquimbo, donde hubiera encontrado grandes obstáculos y embarazos promovi- dos por los amigos de Prieto, dispuestos y alecciona- dos para el caso, se encontraba entonces en este puerto y de viaje con su familia. Por mas que no hubiese olvidado aun la irritante discusión que en el cuartel de San Agustín había tenido lugar entre él y dicho ca- pitán general, quien desde luego confesaba entonces sus faltas, renunció á su cargo y volvió á afiliarse nueva- mente en el ejército activo para prestarle su enérgico apoyo. Los preparativos que Freiré hacia en Valparaíso para completar su ejército y armarle convenientemente, inuti- lizando ú arrojando al mar los pertrechos que no podían ser embarcados, dieron mayor animación á los actos ya muy enérgicos de la Junta, la cual mandaba ni mas ni menos que como un poder absoluto, sin preocuparse mucho de la soberanía popular, esa majestad sagrada de toda elección municipal. Había destituido á todos los miembros del Cabildo de Santiago para reemplazarlos con regidores de su mismo partido, quienes, con el go- bernador local D. J. Ag. Ortuzar, se apresuraron á fe- licitar al general Prieto por el generoso desprendimiento con que supo renunciar á ¡as ventajas que la suerte había puesto en sus manos. Cuando fué preciso elegir los ple- nipotenciarios que debían encargarse del nombramiento de Presidente y Vice-Presidente de la República, se siguió la misma marcha anteriormente empleada oara el »-«* 218 HISTORIA DE CHILE. de la Junta; es decir, se convocó, 'mediante esquelas, á las personas que eran favorables á las nuevas autorida- des, á aquellas que con mayor exactitud representaban sus ideas y sus pasiones. La circular dirigida á los in- tendentes con fecha 7 de enero para el nombramiento de los plenipotenciarios, no era mas que un tejido de acusaciones contra la precedente administración, un con- junto de recriminaciones, y casi de injurias, centra los jefes, no dejando de ser estraño seguramente que, ha- llándose todavía Freiré por aquel tiempo en Santiago, no hubiera protestado contra ninguna de aquellas ofensas. Para no fiar nada al acaso, é impedir que la reacción pudiera tener eco en la capital de la República, fueron tomadas en ésta las medidas mas enérgicas. Estableció- se una especie de información judicial, preventiva y opre- siva en alto grado, por la cual se obligaba á toda perso- na á proveerse de un pasaporte ó cédala para entrar y salir de la ciudad, con orden de presentarse al gober- nador á exponer los motivos que á ello le obligaban y fijar el tiempo que allí debían permanecer. Los gober- nadores estaban encargados, ademas, de vigilar á los sujetos sospechosos y á denunciarlos al Gobierno, des- truyendo de este modo todos los principios de garantía individual, tan bien establecidos por la Constitución del país. Destituyéronse los jefes de las milicias, y se orga- nizaron éstas dividiéndolas en ocho escuadrones de ca- ballería y tres batallones de infantería, á cuyo frente fueron colocados oficiales afectos y de antecedentes bien conocidos, encargándoles de establecer la mas severa disciplina y de modo que vinieran á servir de instrumen- tos para sus fines. Con el objeto de prestar mayor fuer- za al ejército activo, se formó también otro batallón de CAPÍTULO LXXXVIII. .. 219 línea, dándole el ridículo é insultante nombre de batallón de la Constitución. A fin de atender á todos estos gastos y quitar al mismo tiempo á Freiré, dueño entonces de Valparaíso, los so- corros de la Aduana, se decretó que mientras dicho ge- neral permaneciese allí con sus tropas, aquel estableci- miento central seria trasladado á Santiago, debiendo verificarse todos los pagos de derechos y la aceptación de los pagarés en esta ciudad, y declarando deudores fisca- les por dichos derechos aun á los mismos que presenta- sen credenciales de haberlos satisfecho en Valparaíso. Medida tan estrema tenia indudablemente que embrollar y paralizar el comercio, poniéndole á merced del arbi- trario é interesado capricho de ambos partidos. Freiré continuaba sus grandes preparativos en Valpa- raíso, alentado por dos acontecimientos reaccionarios que acababan detener lugar hacia las comarcas septentrional y meridional de la República, En la primera, los milicianos del valle de Elquí, en número áe 6 i 700, se reunieron el 7 de enero para marchar contra Coquimbo, bajo el mando del coronel D. Ramón Várela. Gomo Peña tenia enemigos poderosos é iufluyentes en dicha ciudad, se dio prisa á salir de ella, con 150 veteranos, para ir á atrincherarse en el puerto, á donde llevó consigo, en calidad de prisioneros, á Don Ram. Vicuña, á Cotapos, k Ramos, á Chapuis, á Prado, y auna quincena de personas las mas nota-bles de Co- quimbo, todo esto con el fin de que, en un caso dado, pudieran servirle de rehenes. Sin cuidarse ni inquietarse lo mas mínimo de aquellos milicianos, faltos de jefes, sin disciplina y malísimamente armados, contestó con el mas alto menosprecio al oficio de Várela, por medio del 220 HISTORIA DE CHILE. cual le invitaba a nombrar comisionados que salieran á ponerse de acuerdo con los suyos acerca del modo y ma- nera que debia establecerse para la administración de la provincia, y llamó á Uriarte, para que con su caballería acudiese á su lado, lo cual no tardó mucho en realizarse. Aunque el número de sus soldados fuese mucho menor que aquel del cual disponía Várela, estaban sin embargo mucho mejor disciplinados, tenían una organización mas superior, todo el entusiasmo ele una facción comprome- tida, y así es que no titubeó en marchar sobre Coquim- bo, punto que los milicianos desampararon, pasándose á la orilla opuesta del rio. Encargado Uriarte de perse- guirlos, les dio alcance en Cutun, pueblo en el cual se habían concentrado, y unas ligeras é insignificantes es- caramuzas bastaron para ponerlos en la mas completa derrota, dejando en el campo, al tiempo de retirarse, hasta siete muertos, diez heridos y cuarenta y un pri- sioneros. Después de esta fácil victoria, los soldados de Uriarte se entregaron á escesos que Edwars, uno de los partidarios de Prieto, tuvo gran dificultad en contener ; y Peña, merced á su alto ascendiente y enérgica volun- tad, pudo volver á recobrar su autoridad de intendente de la provincia, señalando todos sus actos con el rigor del despotismo. Por bando del 12 de marzo de!830, y á pretesto de pagar á sus tropas, cuyo número ascendía entonces á 250 hombres, levantó un empréstito, distri- buido sin otra regla que la de su tiránico capricho, entre los habitantes, forzándolos á aprontar el dinero en el plazo de tres horas, bajo la pena de tener que pagar el doble si así no lo verificaban ; y, si bien es cierto que sus soldados no percibieron cantidad alguna, al cabo de tres meses habia gastado ya 109,000 pesos. CAPITULO LXXXIX. Ahol" " l P" ^ ífoV°reCer ^ reaCCÍ0" de Concepción. - Abordaje .infructuoso del brik «El Aquiles» por el coronel Tupper - Ataque de Chillan por el coronel Viel. - Reunión de los plenipoten- ciarios.-Don Fr. Ruiz Tagle es nombrado Presidente de la Repli- ca, y Don Tomás Ovalle entra a ocuparla Vice-presidencia.- Destitu- ción de un gran numero de generales, coroneles y oficiales. - Taelc renuncia el poder y es reemplazado por Ovalle. -Freiré se dirige por mar hacia Coqmmbo y después va a reunir sus tropas con las de Viel -Desastre que en la navegación esperitnenta su flota -Batalla de Lir- cay, favorable en un todo a los revolucionarios. Apenas el general Prieto hubo verificado su salida de Chillan, todo el departamento de Lautaro se levantó en favor de los Pipiólos, bajo la dirección del gobernador de Nacimiento, D. Ventura Ruiz, y de su hermano Eusebio, ex-capitan del escuadrón de Baquedano, que acababa de llegar de Santiago, en donde se habia visto solicitado por uno y otro partido. Noticioso de esto el coronel Lu- na, comandante de la frontera, se trasladó á ios Ana- les, mandando desde allí 200 hombres para que trataran de reprimir aquella sublevación. Partieron á las órdenes de Riquelme; y cuando llegaron á las márgenes del Biobio, tuvo aquel una entrevista con Ventura Ruiz, cuyo resultado fué la marcha de toda la tropa de Nacimiento en dirección á los Angeles. Con entrega semejante creyó Ruiz que todo se habia terminado, cuando llegó á saber que dicho Riquelme se disponía á pasar el Biobio, y sus tropas, en efecto, pronto se hallaron en Nacimiento. Irritado por aquella ofensa, i& 222 HISTORIA DE CHILE. se dio prisa á reunir sus milicianos é hizo venir 400 in- dios á las órdenes de Salazar y Chaves, y se esforzó en ganar á los soldados que habían entrado en Nacimiento, si no todos, al menos la mayor parte de ellos. En vista de las fuerzas contra él levantadas, Riqueime comprendió muy bien que la resistencia era imposible, y, en este caso, se contentó con hacer un tratado con Ruiz, según el cual la Asamblea de Concepción debia enviar á este último el armamento y los fondos necesarios para orga- nizar una compañía de 50 milicianos en Nacimiento ; y, por su parte, Ruiz respondia de la tranquilidad de sus indios y prometía no marchar contra la retaguardia de la división mandada por Prieto. A pesar de este convenio, la Asamblea de Concepción creyó de su deber el envío de algunas compañías contra Ruiz, y lo verificó poniéndolas bajo el mando del coro- nel D. J. María de la Cruz. A su llegada á Santa Juana, este valiente coronel se encontró frente á frente de Ri- queime y Ventura Ruiz, con quienes entabló algunas ne- gociaciones y tuvo algunas conferencias, obteniendo del segundo que transferirla su destino de gobernador de Nacimiento al capitán Fern. Contrera. Pocos dias des- pués, el mismo Ventura, habiendo llegado á saber que se intentaba apoderarse de Salazar y de Chaves, refu- giados entre los Indios, considerándolos muy compro- metidos, volvió á tomar las armas, y, conforme á su correspondencia y de acuerdo con Barnachea, entró en la conspiración de D. Félix Antonio Novoa, conspiración cuyo objeto no era otro que el de apoderarse, merced á una sorpresa, de las plazas mas importantes de la pro- vincia, una vez bien combinada la trama, nombráronse los jefes que debian dirigir los ataques. El capitán Greg. CAPÍTULO LXXXIX. 223 S",? enCa,'f d° dS ,0S AngeleS • el '»-'* A~r- W RuT rtSattM 'o™' deWa ata0ar á trauco; S h t fiÜ!Z y Chaves á &»* íüMa, mientras q„ Ensebio Ruiz marcharía háda Conc q denTsmJ°ldeina: CMfederad0S- El dia 3 de lío de 1829 fue designado para entrar cada uno en la plaza que ehablasldo señalada; y las disposiciones I ! «.entes o, mejor dicho, necesarias al efecto, fueron tan bien toma das, y el concurso de los habitante e„ mayor parte tan bien llevado, tan favorab.e á sus fines Jo ti TT *¡* "* '" »h™ ^adas cayt didTh S °Uad0S J6feS- En C0"cepcion, el de- cidido O higgmista D. J. M. Basso, subintendente de la provoca, se vid obligado á ponerse á sa,vo desp es de o entar una corta resistencia; y, habiéndole perseguido fue alcanzado por fin en el Agua Negra, donde cay- muerto de espanto (1). En ganta Juana fifi mayor a *S0lay ff eD en tos Anse!es* ó> -i™ » ios m ^'„ , que s°steuer un brevc co™bate - s 200 soldados y los 100 Indios que de Tucapel habían sido conducidos por García. Dueño ya Novoa de Concepción, lo primero que hizo ue arrestar al Presidente déla Asamblea, a, secret de la misma, a! jefe militar el coronel D. José María de a Cruz, a Francisco Bulnes, y otros, disponiendo que nesen conduchos áTalcahuano y haciéndoles embarcar e en un buque averiado. El ex-i„ tendente, general Don uan de Dios Riveras, volvió al ejercicio d „s an gn" funciones encargándose, además del mando del £ cito, de la organización de algunas compañías de mili- cías y escuadrones de cazadores. (1) Conversación con Don Ventur.t R;lz. H [««■eai 224 HISTORIA DE CHILE. Resolución tan acertada se vio al cabo comprometida una vez mas por la falta de que en tantas ocasiones he- mos hablado ya, es decir, por la falta de energía, cosa tan contraria á la necesidad de aquellos jefes lanzados á tan temerarias empresas. El general Riveras, con su na- tural benevolencia y acosado por algunos amigos, per- mitió á aquellos importantes prisioneros que fuesen á vivir en el seno de sus familias, teniendo sus propias casas por cárcel ; pero tan luego como hubieron puesto sus plantas en tierra, el coronel La Cruz se fugó mar- chando en dirección de Chillan, punto de donde á los pocos dias volvió á salir, al frente de 600 hombres, su- jetos á sus órdenes, y entre los cuales se encontraban muchos milicianos de Cauquenes, dirigidos porUrrutia; así es que, aunque logró recuperar á Concepción, no la conservó mucho tiempo, porque la mayor parte de sus habitantes le eran contrarios. Antes que esto sucediera, esto es, en los primeros momentos, cuando se presentó dicho coronel á atacar la ciudad, conociendo los libera- les su poca fuerza para oponerle una sostenida resisten- cia, decidieron pasar á Santa Juana, donde reunieron algunas compañías de milicianos y muchos indios. Ro- bustecidos así, y bastante fuertes ya para presentar ba- talla al enemigo, se pusieron en marcha, logrando saber en Hualqui que el coronel La Cruz habia abandonado la ciudad para volver á Chillan. Con la esperanza de po- der cortarle la retirada, se dirigieron hacia La Florida, cuando entre los caciques Carin, Maligni, etc., y los jefes patriotas se suscitaron graves discusiones ; y a con» secuencia de haberse retirado los primeros á sus tierras, no obstante haber permanecido fiel el famoso Colipi con todos susconas, la tentativa quedó frustrada. CAPITULO LXXXIX. 22g Al tener noticia de esta revolución, envió Freiré á Concepción á los coroneles Viel y Tupper con 200 hom- bres del batallón de Pudeto. El bergantín Constituyente en el cual se embarcaron estos soldados, "no tardó mu- cho en verse perseguido por AAquüen, el cual, por no haberle podido dar caza, fondeó cerca de la isla de Qui- nquina. Este briclc de guerra era de la mas alta impor- onduio^T COnfliCt°, tiUeSe Preparaba' y la auda- eondujo a Tupper nada menos que á lanzarse á tomarle al abordaje. Después de haber armado ocho chalupas. una de as cuales había sido cogida al Aguilés, se em- barco el 130 soldadQ3 f2 ffiar¡¡¡osyde . ."Síes, bajo las órdenes de su capitán Santiago Hurreh brick Hflr.| t Ma I,°Che fflUy °SCUra' availzó «»*" el e Íc'ha o e T T T ' ** ^ ^^ ilab¡e"do sido escu phado el batir de sus remos por un vigía, tuvo tiempo suficiente para advertir al comandante D.Pedro Ángulo quien a. amento dio la voz de zafarranch Ante semejante demostración no decayó el ánimo de Tupper; ordenó el asalto y un encarnizado combate rabo en medio de ,a mas espantosa oscuridad. He ob "¿ ::zr desve,itajade iosag~> ei«« eiasostemdo con gran tenacidad, cuando Tupper recibió una lanzada en un brazo y a. propio tiempo í 1 2 en cid":: t?. precipuó » ,as -w «™¿ 2- S£te T CM^™acion entre los soldados del coT eSf' Y' SUS^endÍend0 el ataque, ganaron la costa, llevándose consigo á su desgraciado jefe, después se iSíf Ínf'UClU0Sa ,C!ltaí¡va. el coronel Viel se dirigió a Chillan, separándose de Tupper, cuya he- ..■■ . ■ i-i' 226 HISTORIA DE CHILE. rida exigía algunos cuidados, y dejándole como coman- dante militar en Talcahuano. Su viaje fué penoso en es» tremo ; pero, por fin, el 4 de marzo avistó dicha ciudad, y en seguida partió para el Nuble, á fin de estorbar el paso á los milicianos que llevaba el intendente D. Domingo Urrutia. La presencia de dos escuadrones de granaderos y de húsares, de 150 milicianos que, para socorrer aque- llas tropas de refuerzo, al siguiente dia envió el coronel D. José María de La Cruz, no impidió que los cargaraftan vigorosamente, que les hizo volver la espalda, persi- guiéndolos, y acuchillándolos hasta que llegaron á las puertas mismas de la ciudad. Algunos dias después se presentó Tupper, y, ausiliado por aquel hábil coronel, el 9 de marzo puso sitio á la plaza, y libró contra sus de- fensores una sangrienta pero infructuosa batalla. No volvió á insistir, tratando sobre todo de evitar el amino- ramiento de sus escasas fuerzas, y esperó la llegada de Freiré para luego obrar con mas decisión. En Chillan se encontraban los coroneles D. Pedro Godoy, D. José Francisco Gana y algunos otros individuos, retenidos como prisioneros por haber querido sublevar el escua- drón de los húsares. Desgraciadamente, por una de esas fatalidades que tan funestas han sido ai partido de los Constitucionales, el dia mismo en que Viel y Tupper se embarcaban para el Sud, Freiré, en lugar de seguirlos, embarcando sus tropas en seis buques, hizo rumbo para Coquimbo, donde su presencia era necesaria. Antes de partir, escribió cartas muy significativas á Francisco Sainz de la Peña y ai coronel D. J. M. de La Cruz, y además envió á Martin Orgera á Chiloe para que ganase las tropas qué allí ha- bía ; pero el comandante de armas, avisado por el inten- capítulo lxxxix. 297 dente de Valdivia, se apresuró á hacerle arrestar v le remitió á Santiago. y No podiendo contar con Saens, quien se negó á reu- mrsele, fué á desembarcar al puerto de Guanaquero, datante 12 leguas de Coquimbo, y en seguida se vio atacado por una partida de 12 á 14 hombres, mandados por Ag. Gallecas. Durante la marcha, tuvo también que rechazar y poner en dispersión á algunos milicianos del valle deElqui, guiados por Uriarte,en tanto que Peña, acampado entonces en los Cardos, se dirigía hacia II lape! para sublevar la ciudad y los pueblos. A causa de estorbos semejantes, Freiré no pudo entrar en Coquimbo » el día 1- de febrero, y f„é recibido en esta ciudad o n muestras del mayor entusiasmo, i Pero qué ventaja podía sacar de esta provincia muy poco militar, en la cual solamente algunos simples milicianos, mandados por jefes atrevióos, podian con suma facilidad hacerse dueños de la situación? Tan luego como Freiré partió de Valparaíso, cosa que uvo lugar el 28 del mes anterior, la Junta gubernativa oespacho un oficina todos los intendentes de provincia, mandándoles tomar las mas rigorosas y activas medidas para hacer fracasar los proyectos reaccionarios. En aquel momento se ocupaban de las elecciones para plenipoten- ciarios, que fueron nombrados con premura y de la ma- nera mas rregular del mundo, unos por los cabildos, otros por los electores, y otros, en fin, por las mismas Asambleas que la Junta habia disuelto. A pesar de tan grande irregularidad, contra la cual la Junta provincial de Aconcagua protestó el 12 de febrero, usando lina ma- nera tan violenta que fué motivo para que la sangre cor- riera, seis de los plenipotenciarios mas decididos por la ■ 228 HISTORIA DE CHILE. bandera de la revolución, reuniéndose en Santiago, se constituyeron en una especie de Congreso nacional, por de pronto bajo la presidencia de D. Fern. Errazuris, y luego bajo la de D. Fernando Elizalde. Algunos dias des- pués, dicho Congreso nombraba á D. Fran. Ruiz Tagle y á D. Tomás O valle, como Presidente de la República al primero, y al segundo como Vice -Presidente. El ge- neral D. J. Mar. Benavente fué llamado á hacerse cargo del ministerio de la Guerra y de la Marina, y el clérigo D. Fran. Meneses al del Interior, para luego pasar al de Hacienda y ser reemplazado por D. Mar. Egaña. Con tan impropio como irregular principio de autori- dad, se podían anular á placer todos los decretos del an- terior Congreso, á quien tantas veces y con tanta acritud se habia censurado y tachado de nulidad. Esto fué, ni mas ni menos, lo que se hizo en las primeras sesiones celebradas, diciendo que en 1831 se verificarían las elec- ciones de ios Cabildos, de las Asambleas provinciales, de electores de Presidente y Vice-Presidente de la Repúbli- ca, y de diputados al Congreso nacional, conservándose, hasta tanto que esto no se llevara á cabo, todas las au- toridades provinciales entonces en el pleno ejercicio de sus funciones. Estos actos, tan opuestos al espíritu de una Constitu- ción de la cual se mostraban como los mas ardientes de- fensores, eran muy vituperados por los Pipiólos, quienes formaban un partido bastante numeroso todavía para que no se dejara sentir una verdadera necesidad de or- ganizarse contra él. A causa del sentimiento de despe- cho, dé odio y de venganza, era ya peligroso y temible hasta cierto punto, y por consiguiente, era preciso tra- tar de prepararse, empleando esos medios rigorosos ante CAPITULO LXXXIX. 229 los cuales jamas retroceden los revolucionarios. El prin- cipal ataque se dirigió contra los jefes militares, tan in- fluyentes siempre en sus respectivos cuerpos, tanto con los oficiales como con la clase de tropa, clase á la cual con frecuencia habían llevado á la victoria, y en aque- llas circunstancias tan espuesta á ser sobornada. Bien hubieran podido desterrarlos, así como á los Pipiólos exaltados, en virtud de las facultades estraordinarias con que secretamente habia sido investido el Poder Ejecuti- vo ; pero se prefirió como mejor el empleo de un artificio .ingenioso y de reconocida astucia, tratando de compro- meterlos en su honor y en su amor propio. Obligóseles á presentarse para que prestaran juramento ante los ple- nipotenciarios, acto al cual sabían perfectamente que no se someterían, y cuya negativa seria para dichos pleni- potenciarios una escusa contra la destitución que inme- diatamente seguiría á semejante hecho. En efecto, esto es lo que se llevó á cabo. Conforme á su falta de sumi- sión á lo dispuesto, los generales Las Heras, Borgoño y Lastra así eomo los coroneles y tenientes coroneles Pi- carte, Urquizo, Ed. Guitike y Escanílla, fueron borrados del escalafón del ejército, cabiendo la misma suerte á mas de cien oficiales, quienes ademas fueron enviados á sus casas, sm que á ninguno le hubiera sido señalado el me- nor sueldo de retiro, cosa á todas luces debida y confor- me a as leyes, correspondiente á sus honrosos cuarto importantes servicios en la carrera de las armas Taglese hallaba poseído del mas profundo disgusto por el «nesgado y violento papel que le estaban ha- ciendo desempeñar. Animado de las mejores ideas por el b,en publico, y de los sentimientos mas delicados para con aquellas personas que merecían su estimación se BBK 230 HISTORIA DE CHILE. resistió cuanto pudo antes de estampar su firma en aquel malaventurado decreto, y si concluyó por ceder, quiso al menos hacer una escepcion en favor de los ministros de la Corte Suprema y del general Pinto, quien acababa de reconocerle como Presidente de la República. Este sencillo tributo rendido á la amistad le fué dado en cara, sin embargo, por sus partidarios, lo mismo que antes ha- bían hecho á causa de su debilidad en renunciar al po- der. Por lo demás, semejante sumisión tampoco le sirvió de nada, porque al separarse Tagle de la Presidencia, tuvo que sufrir la misma suerte que sus demás compa- ñeros. Tagle no era sin duda el hombre que podia personifi- car la implacable política que acababa de ser inaugura- da. El gobierno que la revolución fundaba, merced á un golpe de Estado, dirigido contra militares de gran nom- bradla, necesitaba, reclamaba y exigía un carácter enér- gico, identificado con las circunstancias revolucionarias, si aspiraba á sostenerse, si pretendía consolidarse; y los Estanqueros no encontraban en este Presidente las cua- lidades que aquella situación pedia. Le veian demasiado tímido, sobradamente indeciso, muy lleno de indulgen- cia, cosas que de ningún modo podían convenir á una empresa erizada de mil y mil dificultades, y la cual re- clamaba ante todo un ánimo, una firmeza y una voluntad en alto grado fuertes y pertinaces. Convencidos los jefes de los Estanqueros de que las medidas tomadas á medias no denotan otra cosa que vacilación, que no son sino evidentes señales de debilidad, y que, en último caso, jamas producen bien alguno, trataron de desembarazar- se de él provocando nuevos compromisos y oponiéndole mayores obstáculos. Aunque ligado con Tagle por víncu- CAPITULO LXXXIX. 231 los de parentesco, Portales fué, sobre todo, quien le puso en un estado de perplejidad tal, con motivo de una suma de consideración que el tesoro debía remesar á Prieto, á la sazón en vísperas de salir para el Sud coa su ejército, que empujado hasta el borde del abismo concluyó por caer sobrecogido de turbación. El dia 31 de marzo Tagie renunciaba al cargo- de Presidente, y sus insignias pasaban, conforme á derecho, á manos del Vice-Presidenfce D. Tomás Ovalle. Este honorable chileno no era tampoco mas hombre de acción ni mas resuelto que su predecesor. Lo mismo que aquel, se distinguía por su integridad, por sus bon- dades y por su lealtad ; y aunque dotado de mucho ma- yor talento, era tan suspicaz y tan sensible á los mil epi- gramas contrarios á sus ideas, ásus actos ó á su partido, dirigidos ya en la prensa, ya en la tribuna, que este flaco,' en un hombre público, elevado como él á la Presidencia, tenia que venir á ser en manos de sus antagonistas e) instrumento de su caída. En los momentos mismos de su elevación al cargo de Vice-Presidente, trató de renun- ciar, cosa que los plenipotenciarios no quisieron admitir, y con mucha mas razón se resistió á aceptar el desem- peño de la alta magistratura que la retirada de Tagle hacia recayese en él, estando, como estaba, plenamente convencido de su debilidad. Cedió por fin á los reiterados ruegos é instancias de sus amigos, resolviéndose á ello en el momento en que Portales se decidió á encargarse de la dirección de los negocios públicos, bajo el triple carácter de ministro del interior, de Guerra y Marina y de Relaciones esteriores. Mientras tenia lugar todo esto en la capital de la Re_ pública, Freiré continuaba sus operaciones y activaba y* aa 232 HISTORIA DE CHILE. las hostilidades, después de haber pasado diez y siete dias en Coquimbo, tiempo lastimosamente perdido para el buen éxito de la causa que sostenía ; y entonces se embarcó con sus tropas para ir á reunirse con Viel. Des- graciadamente dos de sus buques de trasporte, que sa- lieron del puerto dos dias mas tarde que los otros, fueron apresados por la goleta Colocólo, á las órdenes de Jordán. Semejante captura le hizo perder un centenar de solda- dos, entre los que figuraban el coronel D. Fran. Formas y hasta doce oficiales mas. También se encontraban con estos algunas honradas y distinguidas personas de Co- quimbo, que se alejaban de la ciudad para sustraerse á las venganzas del intendente Peña y de los revolucio- narios. De allí á poco fué seguida esta pérdida por desgracias mucho mayores todavía. A causa de la presencia del Áquiles en las aguas de la bahía de Concepción, los bu- ques recibieron orden de dirigirse hacia el puerto de Constitución. A su llegada, esto es, cuando ya esta- ban cerca de dicho punto, una furiosa tempestad arrojó al Olifante sobre la costa, haciéndole perder una parte de su armamento; otro buque, enteramente destrozado, se vio en el caso de regresar á Valparaíso, conduciendo las mujeres de los soldados; y el que dirigía Freiré fué á dar sobre la playa de Constitución, donde dicho gene- ral cayó al agua, siendo salvado de la muerte por su hermano, en tanto que su secretario y auditor de guerra, Don Feo. Fernandez, perdía allí la vida. Las tropas del Olifante, encallado cerca de Petrel, pudieron continuar su camino del lado de Talca y salvarse de la persecución de Pedro Urriola, quien después de haber sofocado una sedición en Nancagua, se dirigió á Petrel con algunos CAPITULO LXXXIX. 233 milicianos y 40 granaderos que le diera Bulnes, acam- pado entonces en la hacienda de Colchagua, punto al cual habia sido enviado para socorrer y vigilar las pro- vincias del Sud. Después de todos estos siniestros, que perpetuando la desconfianza parecían venir á presagiar otros mayores todavía, reunió Freiré en la Vaquería todas sus tropas, y no tardaron en acudir á juntársele las que mandaba Viel. Su intención era la de dirigirse á marchas forzadas para caer sobre Santiago, haciendo nuevas levas de gente en el trayecto que tenia que recorrer; pero Prieto, noti- cioso enseguida del desembarco en el puerto de Constitu- ción, se apresuró á salirle al encuentro para estorbarle el paso y atacarle. Pronto se encontraron frente á frente las fuerzas que mandaban ambos generales, no hallándose divididas sino por el Maule. El número de combatientes no pasaba, tanto en uno como en otro ejército, de 2,500 hombres; pero con la circunstancia lamentable de hacer intervenir la fuerza brutal de los indios. Los de Freiré, al mando de Barnachea, por haber venido precipitada- mente cruzándolos caminos de la costa, tenían sus caba- llos muy fatigados, mientras que los de Prieto obedecían á su jefe el cacique Mariluan y no venían tan cansados. En esta situación, el valiente Tupper se ofreció á Freiré, diciéndole que él pasaría el rio con 500 infantes y sor- prendería al enemigo á favor de la oscuridad de la no- che, renovando con semejante sorpresa la que tan buen éxito habia alcanzado en 1818, dirigida por Ordoñez contra San Martin. Freiré confiaba aun en su buena estrella, la cual, sin embargo, iba palideciendo mas y mas hacia algunos años. Contando con su prestigio y con su influencia sobre 234 HISTORIA DE CHILE. lea tropa, creía que en el primer encuentro vendrían á engrosar sus filas la mayor parte de los soldados que contra él se presentasen en acción, y esta idea se halla- ba robustecida merced á cartas engañosas, insidiosamen- te escritas por personas que figuraban en el bando de Prieto, cartas, según, parece, debidas á la inspiración de Garrido. Mecido por esta ilusión, se negaba á acoger los consejos que sus amigos le daban, y hasta menospreciaba los de Viel y Tupper, quienes le proponían la marcha hacia Santiago, donde indudablemente encontraría toda clase de recursos. Por única respuesta les dio á conocer las cartas que había recibido, y alas cuales prestaba una fé tan ciega, desatendiendo los sanos y juiciosos parece] - res de sus oficiales superiores. A partir de este momento, una batalla venia á ser el arbitro que decidiese de la paz de la República. El 17 de Abril de 1830, dicha batalla tuvo lugar en Lircay, cerca de Talca. La antevíspera, Freiré atravesó el Maule para trasladarse á Talca, punto donde hubiera podido atrincherarse muy ventajosamente y aun obligar á que retrocediera Prieto. Pero, fatal y desgraciadamente, se decidió á presentarle batalla en la llanura de Canchara- yada, a una distancia muy corta de Talca. No tardaron mucho en venir á las manos ambos ejércitos, y durante una gran parte del dia se batieron con ese sentimiento de febril bravura que hace los combates tan sangrientos como decisivos. Por la mañana la ventaja se hallaba de parte de los constitucionales; pero luego, ametrallados por una artillería superior en mucho á la suya, y la cual era arrastrada por bueyes, colocada ademas en una po- sición que permitía maniobrar á la poderosa caballería de Bulnes, ya en uno, ya en otro sentido, les fué imposi- ■"capitulo lxxxix. 235 ble resistirse largo tiempo contra fuerzas tan bien com- binadas; y fueron destruidos y dispersos, dejando casi to- da su infantería muerta ó herida, en poder del enemigo. Entre los hechos lamentables y que la pasión exaltada de la lucha no puede en manera alguna justificar, el valien- te Tupper fué traidoramente sacrificado después de ha- berse rendido, así como también el teniente coronel Be La soldadesca, inflamada por el furor mas salvaje, aca- baba de manchar aquella victoria que, por otra parte, tan cara le habia costado. Grande fué el número de víc- timas que Prieto tenia que lamentar. ( 1 ) El coronel Viel pudo únicamente salvar de la derrota á sus doscientos hombres de caballería veterana ; y con este pobre resto del combate se dirigió hacia el Norte por el camino de la costa. El capitán general Freiré, víctima del mayor abatimiento, vino á unírsele, para separarse de él á poco tiempo, habiéndole manifestado sus deseos de trasladarse á Santiago en compañía de algunos oficia- les. Viel continuó solo su marcha, teniendo necesidad á cada paso de hacer frente á la caballería de Lezaeta, que le perseguía de cerca, y contra la cual se vio en el caso estremo de dar una carga, logrando asi que retrocediera. A su llegada a Melipiila, encontró algunos milicianos de- cididos á impedirle el paso del rio ; pero no le fué muy difícil dispersarlos y penetrar en la población, donde encontró fusiles y municiones, elementos de que carecía enteramente . Las intenciones de Viel eran de ir á Santiago. Durante (1 ) Para mayores detalles acerca del valiente coronel Tupper, véanse la obra de Sutcliffe,cuyo título es:Sixteen years inChüe and Perú, la Memo- ria muy importante de Federico Errazuris, y su biografía, escrita por Don Benj. Vicuñay Mackenna, publicada en la Galería Nacional de Chile, biografía que siento mucho no haber podido consultar. 236 HISTORIA DE CHILE. el camino supo que en Coquimbo el joven Pedro Uriarte se , hab .levantado contra su jefe Peña, y qije se hl puesto eri ^miento con dirección á la capital de la República, llevando una división de 200 hombres de in- fantería de milicias, mandados por oficiales veteranos, tomados en uno de los buques de la espedicion, mas 20¿ caballos y 30 artilleros, con dos piezas de batir. i an luego como tuvo esta noticia, desistió de su viaje a Santiago y » encaminó directamente á reunirse con Uñarte a quien él había salvado en otro tiempo cuando la derrota déla acción del Fangal, en que el valiente O Carrol perdió la vida. Al mismo tiempo se apresuró á poner este hecho en conocimiento del general Freiré y su determinación de ir á apoyarle, detallándole de paso el número de las tropas con que aquella insurrec- ción podía contar. Freiré se hallaba entonces en una humilde condición, oculto fuera de su casa y velando así la vergüenza de su derrota. Demasiado valiente y humillado en esceso para despreciar aquella nueva é inesperada ocasión que pa- recía venir á ofrecerle la veleidosa fortuna, no titubeó en decidirse; y ya se disponía á marchar para ponerse á la cabeza del improvisado ejército, cuando, á poco de ha- ber emprendido su viaje, una caida del caballo le obligó a detenerse y a regresar á Santiago. Yiel continuó su marcha á pesar de semejante desgracia, y algunos dias después se reunía con Uriarte en la hacienda de So- taqui. Por mas débil y escaso que fuese este cuerpo de ejército, aun podía reanimar las esperanzas de un partido lleno de resentimiento, y entusiasmar, sobre todo, á los ven- cidos de Lircay, altamente irritado:, por la bárbara y CAPÍTULO XXXIX. 937 criminal conducta observada para con algunos de sus jefes, tan traidora como villanamente asesinados. El Go- bierno comprendió muy bien la fuerza de un odio seme- jante, y trató de combatirle en el acto, impidiendo que la reciente sublevación tomase cuerpo. Sin espejar el regreso de Prieto, hizo salir cierto número de tropas al mando del general D. J. Sant. Aldunate, hombre muy pacífico y muy honrado. Después de varias negati- vas, se resolvió á aceptar el encargo que se le daba, no como agresor, sino sola y esclusivamente como media- nero. Esto es lo que al menos manifestó á Portales, pi- diéndole instrucciones en dicho sentido, instrucciones que el ministro ofreció enviarle y que jamas le fueron comunicadas. Tan luego como Aldunate se encontró á corta dis- tancia de Viel, amigo y primo político suyo, le dirigió una carta, concitándole á no prolongar por mas tiempo aquella guerra tan fratricida y ruinosa para un país que no podía menos de desear, así como él mismo, poner un término asemejantes perturbaciones. Viel le contestó que eso era lo que de todo corazón deseaba, y ;)e pedia, por lo tanto, una entrevista, la cual se verificó en Cuzcus el dia 17 de mayo. Después de las mas sinceras manifesta- ciones de amistad y afecto de una y otra parte, Aldunate le recordó todo lo mismo que le habia escrito, esto es, el no haber aceptado sino la misión de pacificador' agregando que respondía con su honor y con su vida d e cuanto se pactase. Procedióse entonces á la discusión de un tratado por el cual las tropas veteranas que Viel mandaba serian incorporadas á las de Aldunate ó bien podían pedir su licencia absoluta; que los milicianos regresarían á sus hogares, y que los jefes y oficiales I 238 HISTORIA DE CHILE. continuarían en las graduaciones y empleos que disfru- taban cuando cesó en el mando de la República el gene- ral Pinto. De conformidad coa este convenio, á cuyo pié estam- paron su firma ambas partes contratantes, las tropas de Viel fueron desarmadas; y él, que así como los demás generales y coroneles, no quiso reconocer el nuevo Go- bierno, lo cual se consignaba en una nota añadida de- bajo de su firma, se retiró á Valparaíso, donde pronto se vio precisado á refugiarse en una corveta de guerra francesa para sustraerse á las persecuciones que se iban á ejercer contra su persona. Aldunate cumplió religiosamente todo lo acordado. Facilitó á todos los oficiales un salvo-conducto para que se retirasen ásus hogares, y lo mismo á los paisanos y á I s veteranos; y al dia siguiente, el coronel D. P. J. Reyes se dirigía hacia el Sud, llevándose á los oficiales y sol- dados sometidos á la mas rígida disciplina, con el fin de impedir de este modo todo motivo de queja. El tratado que acababa de hacerse había sido muy ventajoso, puesto que Viel disponía de 620 hombres y Aldunate contaba sólo con 400, y estos no en buen es- tado ; y, sin embargo, no fué admitido ni ratificado por el Gobierno. El alma noble y delicada de Aldunate quedó profundamente lastimada de un proceder tan inesperado como contrario á sus caballerosos y honrados sentimien- tos. Nombrado para el cargo de intendente de la provin ■ cía de Coquimbo, tres veces se negó á admitirlo, pidien- do siempre que quería ser juzgado por un Consejo de guerra, lo cual no le fué posible conseguir. Portales, cargando sobre sí las consecuencias de todos sus actos, con fecha 24 de mayo se propasó á decirle « que no era CAPÍTULO LXXX1X. 239 dueño de la palabra de honor que empeñó, y que por esta razón no le ligaba en modo alguno, y mucho mas cuando sin instrucción ni facultad para tratar, no podia hacerlo sin someter las estipulaciones á la aprobación del Gobierno. » No era esto mas que un puro sofisma de aquel ministro, sofisma que no podia servir de satisfac- ción a una persona tan honorable y tan delicada como ei general Aldunate. El dia mismo de la batalla de Lircay, por medio de un decreto quedaba destituido ei general Freiré con to- dos los oficiales que estaban a sus órdenes, así como por otro del 26 de mayo, la misma pena era aplicada al general de división Pinto, quien, no obstante, después de su renuncia á la Presidencia de la República, no ha- bía tomado parte alguna en los acontecimientos políticos ocurridos desde aquella fecha. Merced á todas estas violentas destituciones, el ejército sufrió una nueva recomposición. Sólo quedaron tres ba- tallones de infantería de línea y uno ligero, dos regi- mientos de caballería, granaderos y cazadores, un es- cuadrón de húsares y siete compañías de artillería, de lasque unaera montada, con un total de 2,800 hombres, poseyendo todos aquellos cuerpos una verdadera conta- bilidad, cosa hasta entonces muy descuidada. CAPITULO LXXXX. Don Diego Portales.— Este señor es el agente activo del nuevo Gobierno. — Su política despótica y desinteresada. — Destituye a un gran numero de oficiales.— Destierro del Capitán General Freiré. — Organización de la milicia.— Restitución de los bienes á los conventos.— Reformas en la administración de Hacienda y en la de Justicia. — Resultados de esta nueva política. La acción de Lircay cambió completamente los desti- nos del país. Una de sus altas personalidades, el señor D. Diego Portales, nuevamente iniciado en los arcanos de la política, es quien va á tomar la investidura de un gran poder discrecional, y á servirse de éste para ahogar la anarquía, dominar á los partidos y echar los cimien- tos á un Gobierno fuerte y respetado. Desgraciadamente esto no se realizará sino á espensas de la libertad, que la nueva Constitución acababa de inaugurar de un modo tan propicio, y la cual, bajo la inspiración y la tutela del Presidente Pinto, hubiera podido llegar á ser mas racional, mucho mejor comprendida, y á adquirir desde luego todo el peso, todo el valor, toda la importancia, la estimación y respeto que hasta entonces le habían fal- tado. En efecto, desde la caida de O'Higgins, el pueblo no se ocupaba de otra cosa que de la política, no vivía mas que en continuas discusiones y no interrumpidos tumul- tos, y el principio que habia servido de lazo entre los patriotas de 1810, se hallaba desvirtuado y como per- dido en el piélago de las pasiones engendradas por el CAPÍTULO LXXXX. 241 egoísmo, la ambición y la codicia. La arena política de aquel (iempo, el teatro de algunos grandes caracteres y de algunas altas virtudes, había sido invadido por ima- ginaciones exaltadas que, lanzándose en las regiones imaginarías, lograron conmover la sociedad, de tal suerte, que los sacrosantos derechos públicos, los inalienables derechos de ios ciudadanos, jamas habían podido ser or- ganizados de un modo realmente justo, y, lo que aun es mas triste, jamas llegaron á tener entrada en el terre- no de las aplicaciones. En medio de los terribles sacudi- mientos que la nación esperi mentara, había ésta perdido también todo el fuego, todo el entusiasmo y el vigor de su genio, la pobreza iba invadiéndola y apoderándose de ella, y parecía estacionarse mientras el germen de la tranquilidad y del progresóse secaba, sin dar fruto algu- no, perdiéndose en aquel espantoso caos revolucionario. Hasta el mismo poder no era otra cosa que una roca ais- lada, espuesta á los rudos embates de las encrespadas olas en un mar tempestuoso. Su autoridad, casi quimé- rica, vagaba á la ventura, y sólo se hallaba sometida á una especie de oligarquía representada por el Presidente, las Cámaras v las Asambleas nacionales. Semejante desorden ¿ era acaso la consecuencia de una reacción permanente del elemento colonial sobre el ele- mento patriótico americano, como lo dice el eminente publicista D. V. Lastarría, ó mas bien, por un lado reco- nocía como causa los terribles odios y las funestas am- biciones de partido, y por otro, esa impaciencia febril de los progresistas, de querer en un solo día trasformar el estado social del país, merced al nombre de una liber- tad mal entendida, interpretada siempre en favor de sus mezquinos intereses, y la cual no era conocida sino por i.vm. 16 BS ' i' 242 HISTORIA DE CHILE. las tormentas que sos defensores mismos entre ellos le- vantaban? Sin embargo, hubieran debido comprender que ningún sistema de gobierno entre los conocidos en la tierra tiene mayor necesidad de esperiencia y de tacto que el democrático, sobre todo cuando se establece por medio de una transición en que los pueblos, súbita é inopinadamente, pasan á obtenerle, saliendo de la pre- sión de un régimen absoluto ; y que su establecimiento no se consigue sino al cabo de algunos años de educa- ción, sobre todo cuando la generalidad de los habitantes yace en la mas crasa ignorancia, cuando las fortunas son muy desproporcionadas y los usos y costumbres con- trarios á la reforma. De todos modos, el deseo mas im- perioso de los hombres sensatos no era otro que el de poner un freno á los desórdenes ; pero esto no se podía alcanzar sino merced á esa poderosa voluntad que menos- precia los obstáculos, á la que nada amedrenta, que arrostra por todo ; y el Vicepresidente, con su carácter dulce y dado á la clemencia, con su vida hasta entonces puramente doméstica, no era capaz de inaugurar tan enérgica como decidida política. A pesar de todo, tuvo bastante imperio sobre sí mismo, supo refrenar sus sen- timientos naturales para prestarse al despotismo del hombre predestinado á llenar aquella ingrata cuanto di- fícil misión, íntimamente convencido de que el rigor de Portales tenia mas de patriótico que de tiránico. Seguramente, Portales era un hombre sin pretensio- nes, sin deseos, sin ambición. Animado por el amor de la patria en primera línea, y algún tanto por el de la gloria en sus aspiraciones de mando, consideraba el po- der como un medio, no como un fin. Así es que .ja- mas quiso aceplar la alta magistratura, y sólo se con- CAPÍTULO LXXXX, 243 tentó con ocupar las sillas ministeriales, todas menos la de Hacienda, ramo en el cual, no obstante, hubiera es- tado mas en su lugar; y todos los ministerios los mane- jaba, confiando en que hallada los elementos necesarios para desempeñarlos, en su incansable actividad, en su genio inteligente y laborioso, circunstancias que en él se reunían para poder dirigir con eficacia los asuntos pú- blicos, para condensarlos con su enérgica é inflexible voluntad y, sustituyendo el culto del poder al de la li- bertad, llegar á domeñar una vez, y para siempre, á las revoluciones juntamente con los revolucionarios. Para esto, la entereza y resolución de su carácter le favorecie- ron en estremo. Sin el mas mínimo temor ni escrúpulo por nadie, desafiando á la crítica y desarmándola con su desprecio y su imperturbable indiferencia, dio entera libertad á esa virtud propia de las grandes almas llama- da valor político, y prosiguió con una incansable perse- verancia la noble misión que su patriotismo acababa de inspirarle. A pesar de su política violenta, arbitraria con frecuencia y algunas veces hasta injusta, la opinión pública se puso en seguida de su lado, fascinada por la franqueza de sus actos y por la necesidad que se tenia de encontrar una mano bastante poderosa para disciplinar á un pueblo que había llegado á ser casi ingobernable. Así fué que su gran severidad sólo mereció la crítica del partido derro- tado, mientras que la aprobación y el aplauso de la ma- yoría de la nación pronto vinieron á darle una influencia poderosa que creció con el tiempo de una manera estraor- dinaria. Como sucede por lo común en los gobiernos democráticos, el prestigio de este hombre no tardó mu- cho en eclipsar el del capitán general, mirado hasta en» '■i ■ 244 HISTORIA DE CHILE. tonces como el genio tutelar é indispensable del país, y quien al cabo fué desterrado de é!, ni mas ni menos que un ciudadano cualquiera, considerándole como in- dividuo peligroso al orden. Los conocimientos de Portales eran, sin embargo, bas- tante limitados, sus miras políticas poco seguras, y su talento, ni flexible ni profundo, con frecuencia pecaba de inconsecuente y apasionado. Pero tenia natural des- pejo, actividad, penetración y, sobre todo, carácter y energía, cualidades todas que en política, y mas que nunca en las situaciones graves, tienen un valor superior al de una buena instrucción, y merecen hasta ser consi- deradas como genio. Si los hombres de orden le daban en cara sus frivolas y, aun si se quiere, triviales distrac- ciones, á que en los momentos de reposo acostumbraba entregarse, no podían menos, por otra parte, de hacer justicia á su carácter generoso, llevado hasta el estremo de la prodigalidad con perjuicio de su modesta fortuna, y en el fondo desnudo de todo cálculo personal. Durante el tiempo que ocupó los diversos ministerios puestos á su cargo, no quiso cobrar los sueldos correspondientes á ellos, lo cual no le impedia sin embargo consagrar toda su laboriosa é inagotable actividad á los negocios, con- siderándose siempre como principal motor de la máqui- na gubernativa (1). Brillaba en todo con una franqueza tranquila, que sabia imponer á los demás por medio de (1) «Y con efecto, Portales merecía de su partido un homenaje, porque era cierto que, abandonando sus intereses particulares, habia consagrado sus desvelos á fundar y fortificar el gobierno erigido por la revolución de 1829, poniendo al servicio de esta revolución su dinero y su persona y dedicándose á asegurar su triunfo con abnegación y desinterés. » Véase la memoria intitulada «Juicio his'Lórico» de Diego Portales, por el sabio publicista D. J. V. Lastarría. CAPITULO LXXXX. 245 su mirada fija, penetrante, llena de fuego, y hasta lo- graba intimidar á su interlocutor obligándole á que fuera directamente al objeto con desembozado pensamiento. Siendo casi el esclusivo dispensador de los honores, gracias y emolumentos, jamas abusó de semejante poder para dar satisfacción á pretensiones ambiciosas é injus- tas ; no favoreció mas á sus parientes que á sus amigos, y ninguna cosa lograba desviarle de sus deberes cuando se trataba del interés público. Por efecto de su natura- leza inconsecuente y esclusiva, antes bien se mostró inabordable para con ellos, y severo cuando en toda justicia íenia que aplicarles el rigor de la ley. Así fué que, durante su administración, pasó por un déspota; y bien pudiera decirse que jamas llegó á manifestar en sus actos el menor indicio de sensibilidad. A causa de su ri- gorosa indiferencia para con sus amigos, varios de los que con mayor intimidad le trataban y mas afectos se habían mostrado en favor de su partido, al cual en otro tiempo prestaron ei mas decidido apoyo contribuyendo á su triunfo, se separaron de él para no volver jamas á acercársele ; y entonces, poco sensible á semejante res- friamiento, alentado por la voz de su conciencia, no va- ciló ni temió ridiculizarlos con sus graciosas ocurrencias, con sus mortificadores y á veces hasta irritantes epi- gramas. Merced á todas estas circunstancias personales de energía y de inílexibilidad, así como también á sus in- tenciones patrióticas y desinteresadas, pudo Portales subyugar la turbulencia de los ánimos y hacer que el país entrase en ese período de paz y de orden tan deseado por todo el mundo. A partir de esta época sin duda al- guna data en Chile la estabilidad de un gobierno metó- ; £9 246 HISTORIA DE CHILE. dico, regalar y regido por una autoridad fuerte y respe- tada. En presencia de las otras repúblicas de la América española, siempre en combustión, seria una notable in- gratitud la de negar al genio de este ilustre chileno el mérito de sus inmensos servicios en favor del orden y, por lo tanto, del bienestar público, á pesar de la fuerza fatal de las circunstancias del momento, que mas de una vez le obligaron á sobreponerse á las leyes políticas y sociales, conduciéndole á cometer escesos que una sana moral no podría menos de condenar. Jamas hizo derra- mar la sangre mediante sentencia judicial ; pero se dio á conocer como un implacable perseguidor para con sus adversarios políticos, descargando sobre ellos el golpe antes de que lograsen ver ¡a amenaza, y mostrando, en los momentos mismos en que todo se agitaba en torno suyo, alta y serena su frente, como el claro espejo de la impasibilidad de su alma, Hubiérase dicho que el éxito autorizaba sus rigores, sin respetar en aquellos ni los sentimientos del corazón, ni ¡a santidad de los derechos. Y sin embargo, los Pipiólos, aquellos sobre quienes él ejercía su ruda severidad, no estaban en el caso de po- der infundirle temor de ninguna especie. No puede fra- guarse ni tomar cuerpo contrarevolucion alguna mientras no esté ya medio gastado un gobierno, y el que acababa de instalarse se miraba bajo el amparo y tutela de hom- bres hábiles y audaces, hallábase rodeado de ese entu- siasmo que siempre inflama al pueblo, amigo de la no- vedad, esperando en su natural candidez que en lo nueve va á encontrar la mejoría de su suerte, a cuyo fin, y tra- tando de aprovecharse de esta circunstancia, los tribunos no dejan de predicarle con vehemente insistencia. Entre todos los escesos cometidos, jamas podran ser BRHBi CAPÍTULO LXXXX. 247 olvidadas la violación de! pacto de Cuzcuz y sobre todo la severidad brutal que Portales empleó para con los ge- nerales, coroneles y oficiales del partido derrotado, en- contrándose, como se encontraban, entre ellos, persona- jes dignos del mas alto respeto. Sin temor de provocar la venganza, y confiando sola y esclusivamente en su fuerza desnuda de todo interés, destituyó hasta ciento cincuenta, negándoles aquello mismo que ios anteriores Gobiernos habían concedido en circunstancias análogas, esto es, la pensión que la ley les señalaba ; y la mayor parte de dichos generales y oficiales no poseian por toda fortuna otra cosa que la gloria conquistada, con despre- cio de los mas formidables peligros, en aquellas campa- ñas que acababan de arrancar al país de la servidumbre para elevarle al rango de las naciones. Habían sido los héroes de la independencia y venían á ser después los mártires de la libertad (1). Por otra parte, su severidad no fué menos rigurosa para con los demás partidos po- líticos. Intimamente convencido de que sólo por medio de una política violenta se podría conseguir la regenera- ción de un país en que la razón no se apoyaba ya en el (i) Estos actos fueron los que mas sombra arrojaron sobre el nombre de Portales,yporlosque cargará eternamente con un justo anatema de la pos- teridad Ni en el uno ni en el otro habia el mas pequeño asomo de jus- ticia, porque era la autoridad advenediza la que imponía aquel castigo á la autoridad establecida por la ley. Por otra parte, aquel despojo inhu- mano no era en manera alguna político, porque, como se verá mas adelan- te, aquellos centenares de bocas hambrientas estuvieron siempre prontas á morder el cartucho de las revueltas, y al fin contribuyeron á traer por tierra y sin vida á su infatigable perseguidor. Por otra parte, si en el de- creto contra los vencidos en Lircai (y en el que por ironía ó por acaso, se puso en Santiago la misma fecha de la batalla), habia una imprudente é innecesaria crueldad, en la violación del pacto de Cuzcuz hubo una mani- fiesta felonía, pues el general que lo habia celebrado por parte del nuevo Gobierno habia empeñado su fé y su honor a su exacto cumplimiento. Benjamín Vicuña Mackenna.—D. Diego Portales, t. ÍI/p. 48. 248 HISTORIA DE CHILE. derecho, y en que el buen sentido no ejercía mas su imperio, quiso consagrar el principio de la fuerza, es- perando llegar al restablecimiento del orden por medio del temor, y aun por el terror mismo, sin cuidarse mu- cho de la justicia de sus actos. Además, en el estado de confusión en que el país se encontraba desde su periodo constitucional, era suma- mente difícil que un patriota bien intencionado, y que gozase de mucho crédito, no tratara de utilizarse del triunfo de una revolución tan capital. En su posición, y con un temperamento como el suyo, Portales no podia me- nos de invocar el fascinador principio de que la salvación del Estado es la ley suprema, tomando las medidas mas decisivas y mas inmediatas, por estraordinarias que fue- ran, sin respeto alguno hacia el deber y el derecbo en su mas estricta observancia, medidas tan difíciles de seguir en esos momentos críticos en que la idea de la juslicia desaparece para dar paso á la idea política. Uno de los mayores y mas inteligentes republicanos, D. J. Cam- pino, habia dicho ya en las Cámaras de 1825 ; « Cuando la patria está en peligro, es preciso echar un velo á la libertad misma, y no se suspenden las garantías con res- pecto á unos pocos, sino por defenderlas de toda la co- munidad. » Y, efectivamente, en momentos como esos, si no de gran peligro, al menos de grandes conmociones y de grandes inquietudes, para reconquistar el orden, los medios mas infalibles son, sin duda alguna, los me- jores, en tanto que esos medios no sean ellos ni sangui- narios, ni inspirados por el sentimiento del odio, sino solamente por la imperiosa necesidad de las circunstan- cias. ¡ Dichoso en tal caso el país, si los azares de la lu- cha han dejado el campo y los honores del triunfo á un CAPÍTULO LXXXX. 949 partido inteligente, honrado y sin egoísmo/ Bajo este punió de vista, preciso es convenir en que la mayoría de los miembros del partido dominante se hallaba en pose- sión de tan brillantes virtudes. Haciendo caso omiso del acto ilegal que impulsó á los revolucionarios á combatir contra un Presidente tan libera!, tan instruid, y tan vir- tuoso como lo era el general Pinto, no puede menos de ser reconocida y confesada la alta probidad política y moral de los Ovalle, Tocorna!, Prieto, Egaña, Errazury Y tantos otros personajes, ya directa, ya indirectamente mezclados en un drama que ningún Chileno podía mirar con indiferencia, y la raayor parte de ellos, impulsados por un movimiento mas ó menos inteligente de la idea v de la conciencia. Demasiado débiles y escrupulosos para cargar con la responsabilidad de unos actos necesarios a la consolidación de la revolución comenzada, dejában- se conducir y permanecían en silencio acerca de aquello que su conciencia no podía admitir ni emprender. Bien hubieran querido obrar de un modo conciliatorio; pero hacer concesiones era proteger á ios vencidos, dejándolo todo en el mismo ser y estado que antes, y la clemencia había sido ya demasiado funesta á la administración de Pinto para que Portales volviera á ensayarla Ni aun quiso emplearla para con Freiré, el ilustre patriota que tanto había contribuido á la independencia del país en que naciera, y que tantas veces le había gobernado con esa virtud cívica que llegó á hacer de él el hombre in- dispensable en los momentos de crisis y de peligro. Obli- gado aquel, después de su caída del caballo, a entrar en Santiago, al dia siguiente fué descubierto por los agentes de policía y arrestado durante algunas horas en uno de los salones del Cabildo, de donde se vio condu- ■I 250 HISTORIA DE CHILE. cido á Valparaíso, bajo la custodia de un piquete de ca- zadores á caballo, mandado por el teniente coronel Pablo Silva. Allí se le preparó inmediatamente un buque que le condujese fuera de su patria, y poco tiempo después se hallaba en Lima al lado de O'Higgins, Chileno no menos ilustre y víctima suya en los tiempos en que gozó do la supremacía del poder. Una misma suerte reunía así sobre estranjero suelo, lejos de esa patria por la cual habían sacrificado su juventud y su edad viril, á los dos mayores representantes del honor y déla gloria chilena. Después de la separación de Freiré, de todos los ofi- ciales generales y de todos los jefes del partido de los Pipiólos, logró Portales gobernar el país, sin ninguna especie de temor, dando rienda suelta á todas las inspi- raciones de su genio. Se esforzó en realzar á espensas de la democracia al partido llamado aristocrático, hacia el cual su política mucho mas que su gusto le inclinaba, y encontró en esta clase, compuesta en general de las personas mas ricas de Chile, una fuerza moral tan grande, que no pudo debilitar D. Bruno Larrain, dis- puesto siempre á inculcarles la idea de que tal vez llega- rían á ser víctimas de su imprevisión. Luego, para añadir la fuerza de acción á la fuerza de resistencia, con un celo y una perseverancia estraordinarios, se ocupó en organizar la milicia sobre una base sólida, milicia que lo mismo que la guardia nacional debia representar la opinión pública tal como él la comprendía. Obra en es- tremo difícil de llevar á cabo era esta, sobre todo en las provincias, y no obstante consiguió el objeto que se pro- ponía hasta en Valparaíso mismo; y semejante resultado no sólo era debido k su prodigiosa actividad, sino en gran parte también al estraordinario ascendiente que desde CAPITULO LXXXX. 251 luego llegó á ejercer sobre las masas. Aunque en reali- dad hjzo muy poco por alhagarlas, le amaban, sin em- bargo, porque es propio de su natural condición el pre- ferir el vigor y la firmeza de carácter á todas esas virtu- des que van acompañadas de vacilación, y que revelan el temor ó la debilidad de espíritu. Para disciplinar las milicias y hacer de ellas una fuer- za permanente, montada con toda exactitud sobre ia mis- ma base que las tropas regulares, colocó al frente de sus batallones á oficiales antiguos del ejército, y los demás grados los distribuyó entre jóvenes de familias entera- mente afectas á su partido. Él mismo se hizo nombrar coronel de uno de los batallones, que vistió y entretuvo en gran parte á espensas de sus propios intereses, desti- nando á este fin el sueldo que corno ministro le pertene- cía. Tanta fué su generosidad, y hasta pudiéramos decir su prodigalidad, durante el tiempo de su administración, que gastó la mayor parte de su modesta fortuna, tan calumniosamente exaj erada después de la empresa del Estanco. Pronto pudo Chile, merced atan buena organización, contar con un ejército nacional de 40,000 hombres, perfectamente vestidos, equipados y disciplinados con la misma severidad que las tropas de línea, poseyendo co- mo ellas los fueros, leyes, castigos y subordinación mili- tares. Todos los lunes, dia feriado y de holgazanería hasta entonces para la mayor parte de los obreros, vestidos és- tos de uniforme, y llevando la música á la cabeza del ba- tallón, marchaban al campo de Marte para ejercitarse en el manejo de las armas, ejecutar evoluciones y aprender cuantos detalles se hallan relacionados con la instruc- ción del soldado. Sin tomar en cuenta la parte de mora- 252 HISTORIA DE CHILE. lidad que el espíritu de cuerpo venia a fomentar entre ellos, todos convertidos ya en camaradas, semejantes ejercicios, frecuentes y de ningún modo enojosos, pues- to que daban lugar á una especie de fiesta, inspiraban confianza y hacían de los milicianos guerrilleros escelen tes y capaces de medir sus armas, con buen éxito, contra tropas veteranas, como no tardaron mucho tiempo en demostrarlo. La fuerza miliciana no debia emplearse únicamente con objeto de estorbar y contener las pobladas, cada vez mas comunes, y que con el carácter de ley venían á der- rocar las autoridades legal mente constituidas; debían también contrabalancear el militarismo que, tanto en Chile como en las domas repúblicas españolas, había to- mado escesiva preponderancia y convertídose en elemen- to perturbador, siguiendo, como seguía, el funesto ca- mino de la corrupción y de las defecciones. Impedir des- manes de tal naturaleza era obra de la mas alta impor- tancia; y este difícil problema quedó resuelto por medio de la bien entendida y poderosa organización de la mili- cia y el pago puntual de su sueldo á los militares, moti- vo principal hasta entonces de sus desórdenes, motines é insurrecciones. Aunque Portales hubiera hecho concur- rir al éxito de su plan revolucionario á una parte del ejercitó, un secreto pensamiento le impulsaba á renovar- lo enteramente ; y este pensamiento no era otro que el de poner fin á su perniciosa influencia, para cuyo objeto es- tableció una Academia ó Colegio militar que diera al país oficiales instruidos y de reconocida moralidad, se- parando al mismo tiempo la comandancia de armas de la inspección del ejército. Para asegurar mejor la tranquilidad publica, no con- CAPITULO LXXXX. 253 tentó aun Portales con la milicia, escitado por los Peta- cones, hizo que al efecto concurriese también la religión, ese gobierno de las almas, tan influyente en aquellos países en que, como entonces en Chile, todavía la su- perstición ejerce algún predominio. Persuadido ú, mejor dicho, íntimamente convencido de que la caida de Pinto y su impopularidad eran principalmente debidas á las prematuras y precipatadas reformas del clero, reformas en que él mismo había tomado parte, creyó necesario deshacer lo hecho, y por la mediación de! Congreso de plenipotenciarios consiguió que se restituyesen á sus an- tiguos poseedores los conventos, haciendas, censos y ca- pellanías, ó su equivalencia, haciendo entrar nueva- mente en el goce de su posesión á las comunidades re- ligiosas, con sus derechos económicos de administración. Con este acto, que fué muy criticado por todos los par- tidos, especialmente por los republicanos avanzados, considerándole como un contrasentido, supo captarse la voluntad de todos aquellos religiosos, elemento de pode- rosa influencia sobre el pueblo, del cual generalmente habían salido, y logró convertirlos en un grande auxiliar para el porvenir. El clero secular tenia también necesidad de salir del estado de desorden en que se encontraba. Desde e! des- tierro de 1). S. Rodríguez, único obispo que entonces tenia Chile, los cabildos eclesiásticos venían siendo blanco de actos arbitrarios que provocaban lastimosas discusiones, y los jóvenes seminaristas, al terminar sus estudios, carecían de persona á quien poder dirigirse para que los ordenara in sacris. En aquellos momentos, afortunadamente, llegaba de Roma D. J. Ignacio Cien' fuegos, consagrado obispo de Retimo ; y gracias á este 254 HISTORIA DE CHILE. prelado, admitido de allí á poco al obispado de Concep- ción, y también á D. Manuel Vicíala, nombrado casi al mismo tiempo obispo de Ceram y vicario apostólico de Santiago, la Iglesia quedó restaurada y restablecida con- forme á los verdaderos principios de la ortodoxia. Mientras Portales se ocupaba con pasmosa actividad en la organización de la milicia, fuerza con la cual con- taba en primera línea para asegurar y conservar la tran- quilidad de la República, los demás ministros empren- dían también reformas de la mayor utilidad. D. F. Me- neses acababa de ser reemplazado en su ministerio por D.Manuel Rengifo, hombre probo, hábil y de grande in- genio. Lo que mas llamaba la atención y preocupó de una manera estraordinaria al nuevo Gobierno, por con- siderarlo como la vida y porvenir de la nación, y como el afianzamiento del orden y de la prosperidad de la Ha- cienda pública, fué el imprimir á todas las administra- ciones una marcha mas desembarazada, mas clara y efi- caz, fijándose muy particularmente en la renta de la Adua- na, cuyos rendimientos eran los de mayor importancia. Para levantar el crédito y atraer al país los capitales, la industria y el comercio activo del estranjero, Portales hizo desde luego sancionar una ley que garantizase á los estranjeros la posesión pacifica de todos sus bienes, y la facultad de poder libremente disponer de ellos en favor de sus herederos, aun en el caso de muerte abintesfcato. La misma gracia se trató de haberla hecho estensiva á los Españoles, aun cuando una guerra puramente nomi- nal destruyese todavía cualquiera idea de vínculo con ellos, circunstancia que hicieron prevalecer los republi- canos, poco dispuestos a entrar en aquella, según su jui- cio, ilegal reconciliación. CAPÍTULO lxxxx. 255 Las deudas nacionales, que se habían elevado á sumas considerables y mal definidas, á causa de la falta de un plan regular de hacienda y de las transacciones de fon- dos anticipados, vinieron después á ocupar toda su aten- cion. La deuda interior ascendía á 200,000 pesos, poco mas ó menos, cantidad que Reugifo dividió en tres cla- ses de valores, esto es, en deuda consolidada, deuda re- gistrada y deuda flotante. Por una arbitrariedad, cen- surada entonces, é impropia según los economistas, las reunió en dos categorías : la de ios gobiernos anteriores y la del gobierno actual. Los billetes de este último eran pagados integralmente á su vencimiento, mientras que los correspondientes á la otra categoría se cangeaban en pago por libranzas contra documentos de aduana, reern- bolsables en época determinada, y esto á condición de que los tenedores depositasen en la tesorería pública el doble del valor representativo de dichas libranzas, sién- doles devueltas todas estas cantidades al tiempo de su vencimiento. Con esta medida arbitrariamente tomada y sin acuerdo público, medida que á Portales le valió mu- chísimas recriminaciones, pudo el tesoro allegar algu- nos fondos y atender al cumplimiento de graves compro- misos; pero la mayor parte de los tenedores de obliga- ciones, no gozando de grandes facultades, se veian en el caso de recurrir á prestamistas y á menudo á usureros para poder llenar el depósito exigido, lo cual les arreba- taba una crecida suma del efectivo de sus libranzas. Pero por otra parte se declaraba al fisco responsable en favor de sus acredores, cosa que dio cierta importancia al crédito, mientras que su consolidación se iba prepa- rando por medio de actos análogos al presente. Lo mas apremiante de todo era la realización de un 256 HISTORIA DE CHILE. sistema económico que por sí solo bastase á suplir la es- casez de los ingresos, inferiores entonces á los obtenidos en los años anteriores. Conforme al quinquenio de 1825 á 1829, por término medio el Gobierno habia podido disponer de 1.736,823 pesos, mientras que las entradas en 1831 solo ascendian á 1.509,029 pesos, y, por con- siguiente, la disminución era de 226,994 pesos. Y no obs- tante la rebaja, que para todo un quinquenio vendría á suponer nada menos que 1.134,970 pesos, planteada la economía, se pudieron pagar regularmente todos los gastos ordinarios, así como también los intereses de la Caja del crédito público y de amortización. Todavía se alcanzó mas; se consiguió amortizar una suma de 209,336 pesos de la deuda interior flotante, lo cual au- mentó el crédito del Gobierno y elevó los billetes del 25 al 40 por ciento de su valor anterior; y asimismo se logró reunir capitales para saldar los atrasos de la deuda esterior, de la cual 100,000 pesos habían sido ya envia- dos a cuenta bajo la administración del general Pinto. A fin de sostener este sistema de economía y darle una marcha eficaz y ordenada, el ministro de Hacienda que- dó esclusivamente encargado de todos los pagos fiscales, que antes se practicaban sin distinción alguna por todos los ministerios; y una persona de grande esperiencia, D. V. Garrido, recibió el nombramiento de Visitador de las oficinas fiscales é interventor en el despacho de ellas. Con este carácter, y en cumplimiento de su importante misión, recorrió toda la República; y á su vuelta, de acuerdo con el ministro, pudo plantear las reformas y modificaciones convenientes para el arreglo y organiza- ción de las tesorerías y aduanas. Estas, mejor reglamen- tadas que antes, quedaron todas ellas establecidas en los CAPÍTULO LXXXX. 257 puertos de mar, con una ordenanza de comercio mucho mas liberal y también mejor apropiada a los intereses del fisco; y con el fin de matar y destruir de una vez para siempre los vejatorios impuestos de Alcabala del ciento y de licores, se declararon suprimidos, sustitu- yéndolos con un derecho de cadastro que permitía la li- bre circulación interior á todos los productos nacionales ce la industria y de la agricultura. Todas estas reformas empezadas ya bajo la turbulenta administración del ge- neral Pinto, pudieron verificarse sin embarazo alguno gracias á la tranquilidad de que el país disfrutaba, tran- quilidad que parecía quedar asegurada por largo tiempo con las facultades estraordinarias concedidas al Presi- dente. Así fué que el producto de las rentas no tardó mucho en verse duplicado, y también en restablecerse el crédito, con gran contentamiento de la nación y de los esíranjeros establecidos en el país. La administración de la Justicia que, con razón, baio los anteriores gobiernos, había sido una de las mavores preocupaciones de los legistas, debía también llamar la atención de los nuevos hombres de Estado. Los tribuna- les, tales como se encontraban instituidos, se resentían de la falta de esperiencia y de las ideas apasionadas de la época, presentándose como una monstruosa mezcla de partes heterogéneas, y por consiguiente sin forma y sin unidad. Su organización había precedido á las reformas judiciarias, cuando no debía aquella haber sido sino la consecuencia de éstas ; y esas reformas eran ¡as que pre- cisamente se quería introducir, emprendiéndolas con el mas vivo deseo de parte de la nación entera. En efecto, á pesar de todo lo hecho, el sistema judi- cial del tiempo de la dominación española funcionaba to- X. VIII. 258 HISTORIA DE CHILE. davía en todo su vigor, con menoscabo del nuevo orden de cosas en cuanto al derecho público. Las leyes esta- blecidas en aquella época lejana se hallaban en flagrante contradicción y en abierta lucha con los principios y las garantías proclamadas por las modernas Constituciones dadas a! país, y k menudo los magistrados se encontra- ban en el mayor embarazo, cuando se veian en el caso de tener que entender en un proceso y de pronunciar su fallo. Era, pues, de la mas imperiosa necesidad el decidirse á dar un nuevo reglamento de justicia; pero este trabajo requería una gran meditación, seria y detenidamente practicada, y claro está que por su misma importancia no podia ser improvisado. El Presidente, de acuerdo con su consejo, se aprovechó para ello de las facultades es- traordinarias que el poder legislativo le había conferido, y trató de acudir al remedio de este defecto á favor de leyes circunspectas y de una grande oportunidad. Sobre todo, se esforzó en destruir ó, por lo menos, en amino- rar tanto cuanto fuera posible el monstruoso abuso de las recusaciones, que á los litigantes hábiles y maliciosos permitían alejar de la judicatura á los magistrados ín- tegros, para someter las causas á jueces de su conve- niencia, y no pocas veces con perjuicio de sus adversa- rios. Verdad es que existia una ley, la cual castigaba con una multa á todo individuo que no pudiese alegar un motivo bien fundado y, por tanto, admisible para enta- blar la recusación. Pero semejante multa era tan mode- rada, que los litigantes, poco afectados por ella en sus intereses, jamas dejaban de tantear el camino que ofrecía pa»o á sus maliciosas intenciones. Para poner fin á tales abusos, se promulgó una ley, sumamente justa, relativa -• CAPÍTULO LXXXX. ¿59 á las implicaciones y recusaciones, que fué recibida con gran satisfacción por la magistratura y por los pleitean- tes de buena fé. Pero lo que formó época, lo que llegó á ser un verda- dero acontecimiento para el país, fueron las disposicio- nes tomadas contra los asesinos, muy numerosos entonces en despoblado, en las aldeas y las ciudades, establecien- do para ello comisiones, ya fijas, ya ambulantes, auio^ rizadas á proceder incontinente á la sumaria sustancia- cion de las causas y á la inmediata ejecución de las sentencias, sin admitir como razón válida para suspen- derlas ó moderar sus efectos las composiciones ó trans- acciones que solían practicarse entre los delincuentes y las partes agraviadas. Hízose mas todavía; se negó, por medio de otra ley, toda atenuación de pena por motivo de embriaguez. Por un singular descarrío de la candad legal, la mi- sericordia chilena llegó á convertirse en un mal que enervaba los principios de la justicia. Tan luego como una sentencia de muerte era pronunciada, se ponían en movimiento todas las mas poderosas influencias de la capital, á fin de obtener la conmutación de la pena, que regularmente se cambiaba por la de diez años de presidio. Este abuso era tan general, que raras veces un asesino cumplía su justa condena, aun en el caso de que sus crímenes fuesen probados claramente y por mas que en él existiera la agravación del delito por reincidencia. En sus imprevisoras solicitudes, las personas que las hacían invocaban en favor del condenado la inconsciencia del acto criminal, valiéndose del hecho, las mas veces mera- mente supuesto, de la embriaguez, caso previsto por las leyes españolas y el cual, por una caridad mal entendí- 260 HISTORIA DE CHILE. da, se interpretaba siempre de una manera propia para atenuar todos los crímenes, cualesquiera que fuesen sus circunstancias. Semejante debilidad de parte de la autoridad, arras» trada por altas influencias, no servia para otra cosa sino para dar alientos á los hombres perversos ; y la ne- cesidad á grandes voces reclamaba un remedio á este daño en una ley severa, que no tuviese en cuenta para nada ese género de defensa. Esta ley, demandada hacia tanto tiempo, fué la obra mas enérgica de Portales, y durante cierta época conservó el nombre suyo entre la clase baja del pueblo, cíate muy descontenta, por otra parte, de la ordenanza que prohibía llevar cuchillos, da- gas y todo otro cualquier instrumento punzante > cor- tante, estando encargada la policía de secuestrárselos á todos cuantos ciudadanos contravinieran á tan severa disposición. Si por una parte se tomaban las mas rigurosas medi- das para con los culpables, buscábanse por otra todos cuantos medios pudieran concurrir á mejorar el sistema carcelario, lo cual era altamente filantrópico. Las prisio- nes no habían sido hasta entonces sino lugares de ven- ganza y de expiación, destinados mas bien á servir de terror que de medio correctivo á propósito para reformar la moral de los criminales, y á darles ideas de orden y respeto. Conocido esto, se trató de hacer penetrar en ellas el espíritu del evangelio, por medio de frecuentes visitas encaminadas á tan alto fin, y trabajando sin des- canso en la rehabilitación de unos hombres cuyos cstra- víos, en la mayor parte de los casos, eran debidos á una educación descuidada ó corrompida. En esta misma época se estableció también la policía diurna, semejante CAPÍTULO LXXXX. 261 á ia que se usaba por las noches, y se componía de cierto número de gendarmes, regimentados y á las ór- denes de un jefe severo, de reconocida moralidad • á causa de la forma de su traje, el pueblo dio en llamarlos padrecitos. Las demás administraciones dependientes del Estado recibieron, poco á poco, reformas no menos importantes que las anteriormente citadas, y todas ellas no recono- cían por base sino la mas estricta moralidad. Principia- das bajo la vice-presidencia de D. Tomás Ovalle, quien, mártir de las injustas calumnias de partido, acababa dé morir de pena, fueron proseguidas por el Presidente general Prieto, con el auxilio de dos hábiles y vir- tuosos ministros, D. Manuel Rengifo y D. Joaquín Tocornal, este último como ministro del Interior desde luego, y en seguida como ministro de Hacienda, depar- tamento mucho mas conveniente á la índole de su ta- lento, siendo muy versado en materias rentísticas y ha- llándose ademas rodeado de ese prestigio de probidad á toda prueba y capaz de inspirar á todo el mundo la mas completa confianza. En todas estas reformas, en que la centralización política y administrativa tomaba de día en dia mayor fuerza, no puede menos de reconocerse la parte considerable que á Portales cabia, no precisamente por sus conocimientos, sino por su activa vigilancia para tener en jaque á los reaccionarios, tratando ante todo de conservar la tranquilidad pública, símbolo de todo progreso. Fascinado por este pensamiento, los ac- tos mas arbitrarios, y algunas veces de la injusticia mas grande, surjian de su alma imperturbable é inaccesible á, toda influencia esterior. Seguramente que esa ma- nera de obrar era de inmensa responsabilidad para con 2Q2 HISTORIA DE CHILE. sus conciudadanos, entre quienes su memoria no cesará de ser llorada durante largo tiempo; ¿pero no es tam- bién esta la suerte reservada á las naciones que no son bastante prudentes, ni bastante ilustradas, ni bastante fuertes para marchar y gobernarse tranquilamente y en e! pleno desarrollo de sus facultades? Numerosos ejem- plos lo acreditan, ejemplos instructivos, robustecidos por el mas íntimo conocimiento del corazón humano y por la historia de todos los siglos; ejemplos que demuestran una triste verdad : la de que ciertos actos no justificados por el derecho, repugnantes á la razón y á la sana con- ciencia, son á menudo necesarios para hacer á los pue- blos entrar en el buen camino. En el estado lastimoso y estremo en que el país se encontraba, nadie sino un déspota podia poner coto á los escesos y llegar á conse- guir que los ánimos todos entrasen de nuevo, bajo el imperio del orden, en el sagrado templo de la ley, aque- llos ánimos, separados desgraciadamente entonces, de esa moralidad , siempre invocada y practicada muy raras veces, la cual exige que lo útil ceda el paso á lo justo. Esta máxima, verdadera en esos momentos de sosiego y tranquilidad en que, sin obstáculos, el alma puede en- tregarse á sus buenos instintos, se hace impracticable cuando las pasiones desenfrenadas de los partidos y del pueblo han contaminado la sociedad, derramando en su seno á manos llenas los corruptores gérmenes de la des- moralización. Lo que por otra parte probaria la necesi- dad de un reinado fuerte y despótico, es la imposibili- dad de constituirse en que el país se encontraba, y los pocos esfuerzos que acababa de hacer en defensa de un Gobierno que, por su liberalismo, sus virtudes y sus CAPÍTULO LXXXX. 263 buenas intenciones, hubiera debido alcanzar la mas om- nímoda confianza. En efecto, Pinto no pecó en modo alguno por torpe- za, pecó por debilidad. Y si bien en sus últimos tiempos dio algunas pruebas de resolución, sus actos contra aquellos incorregibles revolucionarios, varias veces per- donados, mas revelan indignación que firmeza. Su" ca- rácter dulce y clemente venia á despojarle de ese pres- tigio que infunden la fuerza y la resolución, prendas que tan necesarias vienen á ser al hombre de Gobierno en los momentos de anarquía. Los Estanqueros apreciaban sus escelentes cualidades, pero no podían contentar á ese partido audaz que, mucho mas previsor y conociendo mejor el estado de las cosas, quería patrocinar una polí- tica estrema, como el medio único de traer el restableci- miento del orden, de la tranquilidad y del imperio de las leyes. La historia, que en pro de los intereses gene- rales de la desgraciada humanidad sabe apreciar nues- tras acciones, podrá, sin duda, en su dia mostrar alguna desaprobación hacia hechos mas bien hijos de las cir- cunstancias que no de la iniquidad ó de la perversidad de los hombres ; pero no dejará, ai mismo tiempo, de admirar la firmeza, la perseverancia, el desinterés de la noble ambición, así como el sacrificio que de su fortuna y de su tranquilidad hizo Portales, ese gran patriota, que en aras del bien público llegó á inmolar hasta su conciencia de ciudadano. Bajo este punto de vista, nadie como él tiene derecho al reconocimiento y á la estima- ción del país, porque, en último término, él fué quien sobre las ruinas de los partidos, como obra memorable de su amor patrio, levantó y fortificó el poder, cuyo principio de autoridad se hallaba envilecido en sumo I 264 HISTORIA DE CHILE. grado ; él fué también quien restableció directa ó indi- rectamente la regularidad en la complicada máquina ad ministrativa ; y él, ademas, quien ayudado por sus inte- ligentes ministros, abrió los cimientos de esa prosperidad creciente del pueblo 'chileno, que las otras repúblicas españolas pronto iban á envidiarle. Con resultados tan brillantes, escusados aunque no justificados, el senti- miento de la gratitud, así como el de la justicia, no pue- den menos de inclinarse ante tan alta personalidad, una de las mas gloriosas y de las mas características del se- gundo período de la independencia de Chile. CAPITULO LXXXXÍ. Después de la batalla de las Vegas de Saldías, la guerra se concentra prin- cipalmente en la Araucaria -Los Indios llegan á ser la fuerza prepon- derante de los realistas.- Estos se dividen en tres principales monto- neras, mandadas por Pincheira, el cura Perrebu y el coronel Pico - Digresión acerca de este coronel, que ascendió hasta general en jefe desde la marcha de Benavides.-El capitán Don Man. Buhes -Papel principal por él desempeñado en la victoria de Saldías. - Sus campa- nas contra los Indios de los Llanos.-Despues de su regreso a Concep- ción, Barnachea sigue siempre al frente de algunas partidas para hosti- lizar á dichos ludios. -Don Luis Salazar figura en primera linea entre los oficiales de estas partidas. - Noticia sobre sus principales expedi- ciones. l Mientras que los partidos se empeñaban en iuehas de ambición y de interés, convirtiendo la capital de la Re .. pública en uno de sus principales palenques, y los dipu- tados se hallaban incapacitados no produciendo en las Cámaras otra cosa que Constituciones, basadas mas bien sobre ideas de bandería que no sobre intereses naciona- les, Constituciones que á veces morían antes de nacer, las provincias del Sud, casi totalmente desprovistas de soldados, eran cruelmente saqueadas por los restos del ejército realista, dispersos aquí y allí en bandas de sal- teadores, quienes desde 1819 entraban y talaban á san- gre y luego los pueblos, llevando por todas partes en la punta de sus bayonetas la desolación y la miseria. A partir de este momento, la guerra cambia enteramente de carácter. Concentrada casi del todo en la Araucania, el enemigo esquiva toda ocasión de presentar una batalla 266 HISTORIA DE CHILE, formal y ordenada, adquiere la barbarie de los Indios, á quienes erige en fuerza principal para su resistencia, y no emplea otra táctica que la de guerrilla y sorpresas, pero mas bien contra la propiedad que contra las per- sona?. Los Indios, ganados por los capitanes de amigos en- tonces muy influyentes -entre ellos, eran sumamente aptos parala guerra de recursos, por esa natural inclina- ción al pillaje que tan predominante es entre las naciones incultas. Dotados de una robusta constitución física, acostumbrados á una vida ruda y campestre, armados únicamente con una enorme lanza, y favorecidos por la sencillez de su equipo, como caballería ligera podían ejecutar todos esos rápidos movimientos imposibles á las tropas regularizadas á causa de lo pesado de los arreos militares, de los pertrechos, víveres y municiones que llevaban. Para los Indios, un saquito de harina de cebada tostada y los caballos estropeados por la fatiga del ca- mino ó muertos en la batalla, eran mas qus suficientes aumentos para poder sustentar una campaña de algunos meses. Ajenos, además, al pundonor usado por las nacio- nes civilizadas en sus mas implacables luchas, ellos no presentaban acción ó no atacaban sino cuando todas las probabilidades de buen éxito se hallaban de su parte ; y siempre, á la menor resistencia, batían en retirada con la misma precipitación que habían mostrado en la acome- tida, yendo á rehacerse en los bosques para disponer otra nueva sorpresa. Por lo demás, si alguna vez daban frente, era sólo á impulsos de la codicia; el logro del bo- tín les servia de poderoso móvil, y tan luego como la presa brillaba entre sus manos, cuando especialmente se hallaba compuesta de mujeres de pocos años, felicidad CAPÍTULO LXXXXI. 267 suprema y sin igual para los pueblos salvajes, se retira» ban á sus casas contentos y satisfechos. A semejantes incursiones de vandalismo, que la liber- tad mas absoluta en los actos legales ó perversos sancio- naba, venia á juntarse la interminable guerra proclamada por Benavides desde el año 1819, guerra que sus solda- dos, y en particular sus indios, sostenían con el mas cruel entusiasmo ó desenfreno, aquellos por temor y és^ tos por instinto, cosa que, dicho sea de paso, también practicaban algunos patriotas bajo las maquiavélicas ins- piraciones de jefes como Victoriano, Nicolás Ríos y otros varios, Tan fratricida lucha era casi necesaria, toda vez que la táctica verdaderamente militar, la táctica disciplinada, habia llegado á ser inútil. Tal era, al menos, la Mea del Gobierno, al hacer uso de sus mismos medios contra tan terrible enemigo y ordenar el levantamiento de fuerzas capitaneadas por los vagabundos mas audaces y codicio- sos del país; pero subordinándolas á un jefe de reco- nocida moralidad, el Sr. D. P. R. de Amagada. Las ins- trucciones que al efecto le fueron dirigidas para esa guerra cruel de represalias, quedaron estancadas entre las manos del capitán general en jefe D. J. Prieto, quien antes de trasmitirlas creyó oportuno prevenir al Gobierno acerca de la inconveniencia de semejante medida, la cual destruiría toda disciplina y subordinación, y, en último caso, únicamente vendría á perjudicar á las propiedades de los patriotas, en aquellos momentos en que las de los realistas se hallaban devastadas por completo. Esto no obstante, de una manera tácita, y bajo el imperio de una brutal necesidad, se permitió á los soldados que ejercieran aquel sistema vandálico, toda vez que se les desatendía 268 HISTORIA DE CHILE. en sus pagas, á pesar de las continuas súplicas dirigidas por los oficiales, y hasta se descuidaba el vestirlos, lle- gando al caso estremo de tener no pocas veces que ali- mentarse con la carne de sus caballos muertos, á falta de otros víveres. Todas estas montoneras que tan importante papel iban á desempeñar en las peripecias del último período de la independencia, existían ya desde el principio de la guer- ra. Formadas de gentes campesinas á quienes el espíritu aventurero ó el aliciente del pillaje sobreescitaba, no fueron desde luego sino simples auxiliares, independien- tes casi del todo de los ejércitos beligerantes, dando á entrambos las mas vivas inquietudes, ó, como dice muy bien Man. Concha, «causando al país males casi tan con- siderables como las operaciones militares que dirigían personalmente los generales. » Aquellas montoneras se hallaban alentadas en sus con erías por la imposibilidad misma que de impedírselo existia en las tropas regula - res, teniendo otra necesidad mas principal, la de hacer frente k un valiente y numeroso ejército. Después del encuentro de las Vegas de Saldías, en- cuentro que mas bien puede llamarse una carnicería que no un combate, donde los patriotas no perdieron un solo hombre, fué cuando los realistas, completamente disper- sos é incapaces de reorganizarse, se vieron en el caso do recurrir á la creación de montoneras parciales y casi in- dependientes unas de otras; pero que se ayudaban y protejian mutuamente en todos los momentos de necesi- dad. Tres fueron las principales : la de los Llanos, la de la costa y la de las cordilleras. La primera estaba á las órdenes del coronel D. M. Pico, erigido en jefe de he- cho desde la ausencia de Benavides ; mandaba la segunda CAPITULO LXXXXI. ggg el cura Ferrete en reemplazo de Carrero, pasado al ejercito patriota en diciembre de 1852; y capitaneaba la tercera el famoso Pinclleira, á buyo lado se refugia- ban todos los criminales y todos los desertores á„lfm~l P,C°' SÍend° a™ muy Jóve»' m á Chile desde España en ánimo de hacer fortuna. Era bastante i-struioo, y poseyendo con alguna perfección la caligra- ha se decidió á hacerse profesor de instrucción primaria » Coqueo, cesa entonces poco lucrativa á cansa de a indiferencia con que en aquella apocase miraba la ins- trucción. Desesperanzado de poder así crearse una posi- ción regular, abandonó la escuela y se dedicó á la aza- rosa especulación de minas, tija siempre su ambición en el porvemr. Esplotaba una de plata en las cercanías de ballenar cuando, después de la batalla de Mavnú se alejo por prudencia de esta localidad, de la cnal ¿ra' al- calde, y se encaminó hacia Concepción, donde se unió a Benavides en calidad de secretario. De carácter em- prendedor, activo y de una imaginación fecunda en re- cursos, poco tardó en ingresar en el ejército activo, dis- tingu.endosede modo que, en marzo de i 820, queriendo el mismo Benavides enviar un entorto al virey Pezuela le ehgio para tan importante cuanto peligrosa misión ' * los treS meses estaba ya p¡co de yue|(a ■ empleo de teniente coronel, trayendo socorros* de toda clase, y con especialidad un armamento que facilitó á Benavides el medio de organizar un regimiento de dra- gones de cerca de 800 plaza.,, distribuidor cuatro escua- drones cuyo mando fué confiado á jefes sumamente há- biles Pico, que era el alma de esta fuerza, la disciplina cor, inteligencia tal, que logró hacer de ¡fia mee militar capaz de aceptar ó de da, un combate en toda 270 HISTORIA DE CHILE. regla, aun contra las mejores tropas ; y aun después consiguió ponerse á su frente y hacerse dueño de la mayor parte de la provincia de Concepción. Con la su- perioridad de sus conocimientos, en medio de todos aque- llos hombres legos, y con su carácter intrépido y seduc- tor, simpáticas circunstancias que parecían destinarle al mando, pronto supo ganarse la voluntad del soldado, en perjuicio del ascendiente que habría podido ejercer Be- navides, si no hubiese estado dotado de una brutalidad y de un rigor tales, que concluyeron por hacerle aborre- cible aun de los mismos Indios. Pico, en efecto, no era uno de esos hombres crueles que logran engendrar el odio, los rencores y la desespe- ración. Por mas que la guerra fuese entonces muy irre- gular, sin moralidad ni principios; por mas que los combatientes no pusiesen jamas freno alguno á sus actos, basados siempre en la fuerza material, en las correrías que hizo, no abusó, sin embargo, sino muy rara vez del inicuo derecho de esta clase de guerra, que Benavides habia establecido y llevado hasta un caso estremo de barbarie. Juzgándole por sus correspondencias y sus proclamas, notablemente místicas algunas veces, se ve iue era muy religioso y decidido por su rey hasta el fa- natismo, decisión que supo conservar con entera fideli- dad á pesar de la estrema cuanto difícil situación en que se encontraba. Por uno de esos singulares caprichos de la fortuna, cuando ya la bandera española no flotaba en ningún punto del continente americano, España tenia aun algunos defensores en estas agrestes regiones, y to- dos ellos eran hombres oscuros, la mayor parte llegados á Chile en clase de soldados, de oficiales ó simples par- ticulares; y en la presente ocasión brillaban como jefes CAPÍTULO LXXXXI. 271 á la cabeza de seres infames, indignos de! título de mili- tares, con justicia y vigorosamente repudiados por la so- ciedad. La mayor parte de estos oficiales, no obstante sostuvieron la bandera española con la mayor decisión' despreciando la fatiga y la muerte Con la misma indife- rencia y con igual audacia ; y hubieran sido merecedores de algún elogio si, en tan salvaje guerra, la barbarie no hubiese mostrado su sanguinosa mano en toda su repu- líante cobardía y degradación. Si antes de la batalla de las Vegas de Saldías el ejército se hubiera encontrado bajo el mando inmediato y directo de Pico, es muy probable que los realistas, permanecien- do unidos, habrían podido continuar aun por largo tiem- po sus dañosas y alarmantes espediciones. La provincia de Concepción se encontraba entonces en el mayor conflicto y entregada á una espantosa consternación; las tropas de la patria, abandonadas casi á su desgraciada suerte, dispuestas siempre á desertar sus filas; y hasta el mismo Rivera escribía que no le era posible defender la ciudad, y pedia le enviasen buques donde poder em- barcar sus habitantes, para dejarla á merced del enemi- go. La victoria de las Vegas de Saldías fué, pues, un acontecimiento de la mas alta importancia, y Prieto trato de hacerla decisiva, persiguiendo y sometiendo á los que las herraduras de sus caballos y el acero de sus gmetes no habían podido alcanzar. Tanto mas inclinado a hacerlo así se encontraba, cuanto que con semejante procederán diciembre de 1820, habia conseguido qu* mas de mil personas volviesen á la patria, y en aquel momento mismo un crecidísimo número de oficiales y soldados acababan de sometérsele. Intimamente convencido por esta idea, y queriendo tagjugg 272 HISTORIA DE CHILE, ponerla en práctica, sin que para ello le faltase, sin em- bargo, la necesaria firmeza y resolución, en contra de los pertinaces enviaba á Tucapel, cerca de Antuco, al coronel Lantaño con la compañía n.° 7 y algunos gine- tes, y á Nacimiento á su joven pariente el capitán Rui- nes. Este último debía penetrar en el territorio de los Indios, batir á los Españoles que allí se habían refugiado, é ir á reunirse en Illicura con las tropas que el mismo Prieto iba á guiar infructuosamente en una espedicion sobre la costa. D. Manuel Búlnes no contaba entonces mas que veinte años, pero ya se habia distinguido por sus actos de va- lor y de inteligencia, acreditando poseer una gran capa- cidad para la carrera de las armas. Era ademas un bi- zarro militar, lleno de honor y de lealtad y muy amante de los soldados que militaban á sus órdenes, ¡á quienes llamaba sus hijos, ejerciendo así sobre ellos el ascen- diente de un padre. El respeto y entusiasmo que le teman los indios no eran ni menos grandes ni menos sinceros; como Ambrosio O'higgins, habia ganado sus atentas sim- patías, y pronto se hubieran sacrificado á todas sus vo- luntades. Después de la batalla de las Yegas de Saldías, en la cual habia tomado una parte de las mas gloriosas y decisivas, y después de haber perseguido activamente á los fugitivos hasta cerca del Biobio, se trasladó á Con- cepción, de donde el 1 4 de noviembre partia para em- prender la nueva campaña. Llevaba con él ó tomó en el camino a los cazadores mandados por los hermanos Eu- sebio y Ventura Ruiz, los dragones de Francisco Búlnes, algunos granaderos con el teniente J. M. Yidela, y una compañía de 1 00 hombres del Garampangue, bajo las or- denes del valiente capitán Quinteros. Contaba ademas WE¿ *-■ CAPÍTULO lxxxxi. 273 con los 40 voluntarios de Luis Salazar y con un gran nú- mero de Indios, capitaneados por ¡os caciques Lempi Penoleu, y hasta con Colipi, ganado ya por Salazar y en esta ocasión ayudante no mas de su hermano el cacique Millan. Pero eí auxiliar de mayor confianza era el intré^ pido Venancio Coyhuepan, cacique el mas arrojado, el mas político y el mas astuto de la época. Por su parte, Pico podía oponerle indios no menos valientes á las ór~ denes de los caciques Catrileu, Leviluan, Curiqueo y, sobre todos, al formidable Maguilhuen, llamado comun- mente Maguil-bueno por corrupción del apellido, hom- bre sagaz, astuto y simulado, y al famoso Mariluan, el irreconciliable enemigo de Venancio, como debía serlo mas tarde Maguil con Colipi, cuando éste, por su valor y su audacia, llegó á adquirir una influencia superior á la suya (1). Así que llegó á Nacimiento, el joven Eulnes supo que Pico había reunido en Gualeguayco una fuerza como de 200 soldados y 600 Indios. Impaciente ya por librarle batalla, se puso á la cabeza de sus tropas; haciendo una marcha forzada durante la noche, por la mañana llegó a avistar al enemigo y, atacándole con el mayor denue- do, logró no sólo ponerle en completa derrota, sino tam- bién hacerle esperimentar una pérdida de 80 hombres, (1) Mariluan, jefe de los Moluche,, Butalmapu de 2o a 30 reducciones, era un hombre de sesenta años, delgado, ágil, de cerca de cinco pies de estatura, ojos pequeños pero vivos y muy animados. Educado entre Jos misioneros franciscanos de Chillan, reunía a un juicio sano una gran sa- gacidad política y una audacia estremada, sin que el' sentimiento de la fe- rocidad viniese á desvirtuar su prestigio. Gracias a estas cualidades, no obstante la oscuridad de! origen, era muy querido y respetado en su butalmapu, y durante su vida gozó de una vasta influencia. A su muer- te, su h,jo Cayo, genio igualmente guerrero é inteligente, fué quien le sucedió.— (Conversación con M. Mathieu ) 18 274 HISTORIA DE CHILE. que quedaron muertos en el campo de batalla, con cre- cido número de heridos, mientras que por su parte sólo contaba i 2 de los primeros y 4 de los últimos. Tan brusco ataque no hizo desmayar áPico. Así como Anteo, levantándose mas fuerte después de la caida, pu- do ir á organizarse cerca del rio Malleco y formar una división de 1,500 hombres, indios en su mayor parte. Habiendo seguido Bulnes su marcha hacia el Sud, vinoá tropezar con esta nueva columna, dispuesta á estorbarle elpaso del rio, así como también a presentarle batalla. Aceptóla a pesar de la inferioridad numérica de sus tro- pas, y fué á atrincherarse en el cerrillo de Neblinto, donde formó el cuadro, colocando una parte de su caba- llería en medio desús infantes, y uno de sus lados lo puso bajo la protección y defensa de la única pieza de batir que poseía, la cual era de pequeño calibre. De este modo preparado, esperó con calma á las tropas de Pico, que éste lanzó en masa contra él, y las cuales fueron recha- zadas por la fusilería y la metralla. Una segunda acome- tida sobre diversos puntos á la vez no fué mas afortunada que la primera, Ajeno el enemigo á toda disciplina y es- píritu de cuerpo, marchando sin orden, avanzaba y re- trocedía siempre con gran vacilación, por lo que, aprove- chando Bulnes su estado de confusión y desorden, des- plegó el cuadro y ordenó que la caballería y los Indios cargasen contra él, movimiento que ejecutaron con vigor y acierto, causándole aun 60 muertos y obligándole á emprender una precipitada y vergonzosa fuga. Los pa- triotas tuvieron que lamentar la pérdida de tres hombres y doble número de heridos, entre los que se encon- traba el intrépido Salazar, el oficial que con loa ca- pitanes Quinteros y Alarcon había contribuido mas que CAPÍTULO LXXXXI. nadie al buen resultado de este segundo encuentro. Desembarazado ya del obstáculo que se le oponia al paso, Bulnes se dirigió Hacia Canten para Castigar al ZTulTV 4 VarÍ°S hu'menes' toeandiad* contra los Indios abados de Venancio desde que, en 1820 este había ido á exigirles una contribución en caba- llos, vacas y otros diferentes objetos. Tan irritante amenaza obligó á dichos Indios á colocarse en gran nú- «ero al Norte y al Sud del ya citado rio, en ánimo de- liberado de ,mpedirle el paso. Bulnes tuvo que sostener una nueva batalla que duró por lo menos seis horas y solo se terminó por el cansancio de las fnerzas belige- rantes De nna y oirá parte fué muy considerable el nú- mero de muertos, y entre ellos se encontraba el ponde- rado Cunqueo, el célebre cacique de Tubtub, uno de los mas famosos de aquellas reducciones enemigas y guer- l ci3,S í 1 j „ En esta acción corrió Bulnes el mayor peligro, vién- dose espuesto a perecer; y sólo debió su salvación á la audacia de un soldado que á costa de su vida acometió aque acto de generosidad y afecto por su jefe. Aunque en esta jornada quedó por suyo el campo de batalla, su división habm sufrido demasiado para que pudiese fiar « i™^St^fen^e¿ Lkmaco Mc¡a eI *ira> de Boro,; y su ta 1„! h *• SegUn éI> nja ouaníos le otan • y mucho» i, 1 e'°°uente, que cautivaba a horas entera» sin^^S ^T^ n^íST^ ," t" S°S'enia •* Asneen „„ ^¿£$¡¡££3®?^ 276 HISTORIA DE CHILE. nada al acaso, y dispuso su regreso á Nacimiento. Sus ginetes, cuyos caballos habian servido de alimento a las tropes, se vieron obligados á caminar á pié ; y después de varios dias de marcha, los valientes soldados manda- dos por Bulnes llegaron al antiguo campamento en el estado mas lastimoso de desnudez y de fatiga. Sin em- bargo, esto no impidió al joven capitán el emprender un nuevo movimiento después de algunos dias de descanso, con objeto de reunirse á Lantaño, ocupado siempre en atraer á Bocardo á su partido. Una vez reunidos los dos pequeños cuerpos de ejército, se dispusieron á atacar al jefe de los realistas que acabamos de nombrar, quien no quiso aceptar el combate y huyó á vista del enemigo; pero el padre Gil Calvo, con quien Lantaño había cele- brado un parlamento, consiguió hacer que aquella colo- nia, compuesta de mas de 4,000 personas, entrase en la senda patriótica; y Bocardo no tardó mucho en rendirse, con gran descontento de parle de Pico y de Senosiam. Tristes y abatidos se encontraban estos refugiados en casa de Mariluan, á donde los dos jefes patriotas fueron á atacarlos. Después de una pequeña escaramuza, se vie- ron obligados á ganar los desfiladeros de Pile, donde su naíria ganado al fin por sus amigos Severino Riquelme y Pedro LcÍ abandonó su neutralidad y se afilió al partido realista por odio ^Íventdo, quien en los llanos de Cholchol dio muerte ¿jjj^ el valiente Lemunao. Vencedor siempre de este cacique y ^ndo reu para que'su sangre no fuese derramada por una arma enemiga, cosa que Melillan ejecutó al instante. CAPITULO LXXXXI. 277 luego sufrieron una nueva acometida, que fué doblemen- te funesta para ellos. Concluido el convenio de Quilipalo, que hizo salir de territorio enemigo á mas de 4,000 individuos, Bulnesse decidió á ir con Salazar á Pidenco, y de allí pasar á Cu- luco, para atacar á los Españoles que en este punto se habían rufugiado. Dadas algunas acciones de poca im- portancia, se dirigió hacia Carin-hé, y desde aquí pasó a Puren. Por espacio de mas deun mes estuvo bloquea- do en este malal, viviendo con las mayores privaciones; y cuando le fué dado salir de él, se decidió á trasladarse á Concepción por Santa Juana, emprendiendo su marcha á través de caminos que la estación de invierno había dejado intransitables. « Se presentó á Freiré, dice Benj. Vicuña, como un mendigo, enflaquecido por el hambre y la intemperie, el rostro envuelto en las guedejas de una larga melena, y cubierto su cuerpo por un poncho- raido. » La ida de Búlnes no impidió que Barnachea, como comandante de la frontera, entretuviese continuamente la lucha en el territorio por medio de partidas, ya sea en ánimo de fomentar la discordia entre las reducciones, ó bien para proteger y alentar á aquellas que eran aliadas del Gobierno. Dichas partidas se hallaban mandadas por jefes de capacidad y de poderosa influencia entre los in- dios, muy bien enterados de su carácter, usos y costum- bres, y suficientemente conocedores del terreno que re- corrían. Los mas notables de estos jefes eran íbañez, Carrero, los hermanos Ruiz, Lincogur, hermano del ca- cique de Llaima y capitán en el ejército veterano desde el año 1820, y sobre todo el alférez Moreno y el capitán Luis Salazar quienes, durante mas de seis años, sin tregua 278 HISTORIA DE CHILE. vivieron en medio de aquellas guerras barba- ni reposo, ras, tomando parte en todos los combates y sorpresas que tanto cuntribuyeron á la miseria y á la despobla- ción de los famosos Araucanos. Por el muy importante papel que especialmente desempeñó Salazar, ora á las ordenes de. Ibañez ó de Eusebio Ruiz, ora como jefe de una partida de voluntarios, este guerrillero se presenta á nuestros oíos como la espresion exacta, y la verdadera personificación de todos los conflictos acaeci- dos en aquel país. Referir alguna de sus expediciones, será dar una idea déla mas espantosa epopeya, epopeya llena de episodios los mas estraños, en los que el elemen- to indio ocupa casi siempre el primer lugar (1). Luis Salazar era un hombre del pueblo, de muy es- casa instrucción, pero favorecido en el mas alto grado de las cualidades necesarias para la clase de campañas que en la Araucaria se hacían, á saber : mucho tacto, mucha habilidad, y una constitución bastante robusta para soportar las fatigas y privaciones de tan rudo gé- nero de guerra. Lo que sobre todo brillaba en él y le daba un estraordinaric ascendiente sobre sus compañe- ros y sobre los indios, era un valor sereno é imperturba- ble, que le hacia siempre dueño de la situación y le per- (1) En el tiempo de mis expediciones a las altas montañas de Nahuel- buta, me acompañaba este intrépido militar, á la sazón comandante de Nacimiento. Por la noche, bajo los Piñales y al lado de la llama, me contaba con cierto placer y animación todas las peripecias de aquellas guerras y la parte activa que en ellas habia tomado. Al regreso, debia acompañarme aun al volcan de Llaima, cuando la víspera de nuestra par- tida los Indios, debajo de Nacimiento y del otro lado de Vergara, vinieron a arrebatarme todas mis muías y caballos. Un mes mas tarde, acompañado por Lincogur en la misma expedición, pude comprobar con los reíalos de este capitán una gran parte de los hechos que Salazar me refiriera y de los cuales voy a dar un corto análisis. CAPÍTULO lxxxxi. 279 mitia descargar sus golpes con toda segundad. Compa- rable entonces á un león irritado, se arrojaba á la pelea, lanza ó sable en mano, animando á todos con su ejemplo y colmando de admiración á los Indios, que le conocían solamente con el nombre de Toquiquelo. Antes de la entrada de Bulnes en la Araucania, ya Salazar se habia distinguido por hechos de armas vic- toriosos, y cuyo éxito era mas bien debido á su habili- dad que no á la fuerza numérica de sus voluntarios. El 16 de noviembre de 1822, auxiliado por los Indios de Venancio, de los de la Imperial y del intrépido Paillaleu, dio una terrible batalla á los Indios de la costa, batalla en la cual ante su pericia y denuedo perecieron casi to- dos sus enemigos. Poco tiempo después, acompañando al mayor Ibañez á su espedicion de Angol, contribuyó mas que nadie al triunfo en la acción de Vergara, cerca de Riñaico, donde las tropas de Pico y de Mariluan fue- ron completamente batidas, dejando unos 150 muertos y heridos en ei campo de batalla. Ibañez se encontra- ba sin víveres en aquella ocasión, y de acuerdo con sus oficiales quería retroceder á Nacimiento, cuando Salazar le manifestó que seria una acción muy cobarde el dejar á merced del enemigo á los Indios de Venancio, tan ge- nerosamente comprometidos en favor de su causa. Esto le hizo cambiar de idea y acompañó á dicho cacique hasta su malal, dejando á Salazar en casa de Lempi de Angol con sus voluntarios y unos 400 conas que este ca- cique alcanzaría reunir. Tan débil guarnición no podía menos de alentar el ánimo de Carrero, quien á la cabeza de ios Indios del par- tido realista se encontraba por las cercanías. En efecto, no tardó mucho en presentarse acompañado de 800 hom- 280 HISTORIA DE CHILE, bres, a quienes Salazar esperó á pié firme y puso en derrota á la primera acometida. Persiguiéndolos con de- nuedo y encarnizamiento, se encuentra con nuevas tro- pas que Pico y Mariluan traían de refuerzo. Sin intimi- darse, carga sobre los inesperados adversarios, hiere al famoso Colipi, quien desde aquel momento pasó al ser- vicio de la patria, y sembrando la confusión en las filas enemigas, les fuerza á despejar el campo, precisamente á la llegada de Ibañez, quien advertido de lo que pasa- ba, acudía en su socorro. Aprovechándose entonces del pánico que semejante hecho de armas acababa de intro- ducir en las vecinas reducciones, se encaminan juntos hacia la de Puren, que encuentran casi desierta, pues todos sus habitantes habían huido á los bosques, asilo el mas seguro para las familias durante aquellas guerras de cruel esterminio. A pesar de haber sido puesta á pre- cio por los realistas la cabeza de Salazar, ambos jefes tuvieron desde luego intención de avanzar hasta la costa; pero Ibañez, no queriendo arriesgar el todo por el todo, prefirió dar la vuelta á Angol, y desde este punto pasó á Tubunleu, donde el coronel Viel se hallaba acampado. Condujo los 600 Indios, entre los que se contaban los de Colipi y los del intrépido Venancio, prontos siempre al combate. Propuso á Freiré, que acababa de llegar al campamento, una espedicion activa y vigorosa por aquel territorio, prometiéndole el mas completo esterminio de todos los facciosos. El entusiasmo de su lenguaje, la viva espresion de sus acciones y el ánimo decidido de los eo- lias que traia, impresionaron vivamente por un momento el corazón del esforzado general, quien lleno de convic- ción, se puso en marcha; pero así que hubo llegado á Curaco, incomodado por la codicia de todos aqnelbs ca- CAPITULO LXXXX1. gg] Piques que le acosaban á fuerza de peticiones, renunció a su propósito, prefiriendo mejor batir la costa para apo- derarse de Arauco, punto militar de la mayor importan- cia pero que las circunstancias le impidieron realizar. Antes de ponerse en camino.no dejó mas que 30 hombres en el territorio, en lugar de los Í00 que habia prometi- do dejar bien armados. Semejante falta en el cumpli- miento de una palabra empeñada, como era natural desagradó á los caciques; y Venancio, Jual y Cadin sé le presentaron en queja y con amenazas de pasarse á los realistas como no cumpliese su promesa. Él lenguaje un tanto v ciento de Cadin, quien tomó la palabra á nombre de los demás, y los consejos de Salazar, decidieron al general Freiré á aumentar el número con 200 hombres mas Esta fuerza quedó bajo el mando general de Fuen- salida,_como oficial el mas antiguo, pero de tan escaso prestigio, que no servia para sujetar á su autoridad sol- dados poco disciplinados y muy menesterosos. Los 250 hombres quedaron, pues, distribuidos en las reducciones amigas, para que pudieran contar con algu- na protección y tener en jaque á los Indios enemigos durante el tiempo necesario para dar cima á las espedi- cíones proyectadas y próximas á ser emprendidas. Una de estas fué la del intrépido Ensebio Ruiz, quien logró avanzar hasta el rio Imperial con 210 cazadores y los Indios de Venancio. Pronto fué seguida ésta de algunas compañías mandadas por Bulnes, Urquizo y Carrero, cuyos encuentros, no obstante las desventajas de sus po- siciones, dieron bastante buen resultado. Sin embargo, nada aconteció que pueda llamarse decisivo; y Ruiz se vio en la necesidad de volver á Nacimiento, después de haber pasado un año en aquellas tierras, asediado por el 282 HISTORIA DE CHILE. hambre y por toda clase de privaciones. Dejó sus tropas en buena armonía con los caciques, y poco tiempo des- pués enviaba á Salazar con nuevos refuerzos al lado de Loncomilla, cacique del Imperial. Dirigíase Salazar á dicha reducción cuando, al pasar por Puren, los caciques Nuayquichen, Milin y otros va- rios le detuvieron, y de acuerdo con Lempi, Millari y Pailahuala, etc. , le impidieron seguir adelante, alegando que, en su aislamiento, mas necesidad tenian ellos de su socorro que no el cacique del Imperial. Obligado á que- darse y poco fuerte para hacer frente á las tropas de Pico, en un lugar situado entrePuren y el antiguo convento hizo construir un fuerte, dentro del cual por espacio de nueve meses resistió el bloqueo de los realistas, no teniendo con frecuencia k su disposición otro alimento que manza- nas. Gracias á Pailahuala, quien le llevó algunos caballos, logró al fin volar al socorro de Huadava, que acababa de ser asolada por el enemigo. Pudo presentarse allí pre- cisamente en el momento mismo en que los mareadores atravesaban el rio Ninimo en dos distintas columnas, de las cuales, la déla parte alta iba encargada de la conduc- ción de los animales robados, Al verlos Salazar, carga con grande arrojo sobre dicha primera fuerza y la pone en completa dispersión ; y les hubiera arrebatado todo el botín, si el eco de los disparos no hubiera servido de aviso á Pico, quien se presentó en el lugar del combate, obligando a los agresores á atrincherarse en un desfila- dero de fácil defensa. Pronto Colipi, Pailahuala y Pai- lavi, encargados de atacar á la otra columna, acudieron á protegerle y le escitaron á pasar el rio, cosa que Sa- lazar no se atrevió á llevar á cabo, atendida la escasa fuerza de que podia disponer. Estaban deliberando aun CAPÍTULO LXXXXI. 333 cuando Colipi, prestando oidos no mas que á su audacia se metió agua adentro con los otros caciques, yendo á dar en una emboscada al otro lado del rio, que les oca- sionó una gran pérdida de gente. Quedóse Salazar con muy corto número de soldados, y también hubo de su- frir las funestas consecuencias de tan imprudente ataque Marchando siempre en medio de los conductores de las bestias, poco tardó en verse cercado por el enemigo, y notando que no había sido reconocido, cargóle con sus propios soldados, consiguiendo, merced á esta presencia de ánimo, desembarazarse y poner á salvo su vida en unos momentos de tan gran peligro. Reunido ya á los suyos, no tuvo otro medio para salvarlos que el de hacer un alarde de audacia, áfin de intimidar á sus adversa- rios, y cargando sobre ellos, persuadirles de que acababa de recibir tropas de refuerzo. Con este nuevo ardid les hizo retirarse, y consiguió volver á Puren sin verse mo- lestado por nadie, mientras Colipi se dirigía á Pichilu- maco. Esta espedicion costó la vida á un crecido número de conas y sembró la consternación en el corazón de los In- dios de Puren. La culpa de este desastre fué imputadaá Salazar, y algunos huímenes, altamente irritados contra él, se propasaron nada menos que á conjurarse en su daño, para entregarle á los realistas de Quecheregua. El joven Quimel, cuyo padre era uno de los mas activos conspiradores, estaba ya en camino con objeto de darles aviso, cuando se vio detenido por un Indio á quien había descubierto la misión que llevaba. El mismo Indio pre- vino á Salazar del peligro que le amenazaba, y éste,co» lenco, irritado, lanzando mil denuestos, sin atender alas prudentes observaciones de Valdebenito y de algunos ■ULlll JBfcy»J 284 HISTORIA DE CHILE. hulmenes que trataban de apaciguarle, corrió á casa de Quimel y, sin pedirle esplicacion alguna acerca de su pérfida trama, le atravesó el corazón de una estocada. Volviéndose luego hacia la mujer del muerto, le Jtiró un tajo á la cabeza, cuyo resultado no fué otro que el de cercenarle una oreja. Semejante acontecimiento intimidó bastante á Salazar, y desde aquel dia se encerró en su fuerte, saliendo muy pocas veces. Algunos socorros consistentes en aguardien- te y en añil, debidos á su hermano, le sirvieron para obtener ganados y atraer hacia sí á varios caciques y hulmenes, haciéndoles participar de esas alegres reu- niones en que la bebida hace el gasto, y ellos llaman « Llampayo » . Cierto dia, mientras se entregaban con esceso a las libaciones en compañía de su amigo Anca- milla, unos espías vinieron á advertirle que Marinan, con 800 Indios, y Carrero, con 300 Españoles, venían á ata- carle, y que Pico y Mariluan, al frente de 900 hombres, de los que 100 venían armados de fusiles, '¿no tardarían mucho en reunírseles por opuesto camino. Salazar, sin el menor miedo ni sobresalto, tom ó en el acto las medi- das necesarias para la defensa. Mandó abrir zanjas para la mayor seguridad de sus pocos tiradores, duplicó las estacadas y esperó tranquilamente al enemigo, quien no Re hizo esperar largo tiempo. Dos veces durante el dia intentaron asaltar ios parapetos, y las dos fueron recria- dos sin lograr su intento, impacientado de aquella ines- perada resistencia, decidióse Carrero á entrar á saco la reducción de Lumaco, donde Coiipi se encontraba, apo- yado por 14 tiradores á las órdenes de un tal Ruiz. Escribióle Salazar encargándole se conservase á la de- fensiva mientras no llegara Venancio á favorecerle al G4PÍTUL0 LXXXXI. 285 mando de '800 hombres ; pero entusiasmado Ruiz por la audacia inconsiderada de Colipi, acomete denodadamen- te á los soldados de Carrero y viene á caer en una em- boscada de infantes, venidos á la grupa de los ginetes. Atacados por todas partes, acosados por un número de Indios mucho mayor del que él mandaba, los soldados de Ruiz se defendieron á la desesperada, retrocediendo en desorden y dejando al huir precipitadamente bastan- tes muertos en el campo, y entre ellos á Francisco Mi- llan, hermano de Colipi. Envalentonados con esta fácil victoria, comprada sin embargo con la sangre del famo- so Levücan, cacique de Pilgüen, los realistas volvieron de nuevo al fuerte de Puren, que sitiaron, aunque infructuo- samente, no logrando penetrar en él á pesar de los mu- chos esfuerzos por ellos empleados al efecto. Esperando un refuerzo que habían pedido, y viendo que Ja resisten- cia opuesta por los sitiados era superior al vigor de sus ataques, se dirigieron á Lumaco, que incendiaron y destruyeron ; é indudablemente hubieran vuelto aun á caer sobre Puren, si la llegada de Venancio no se lo hu- biera impedido. Con los caballos que conducía este ca- cique, se decidió Salazar á irse á Concepción, encomen- dando su corto número de soldados á Lorenzo Coronado que se quedó en Colileu. Hacia esta misma época, la provincia de Concepción se hallaba falta de tropas, por haberlas Freiré retirado en ánimo de pasar á combatir la dictadura de O'Hig- gins, y como es consiguiente se veía amenazada por to- dos lados, Al pié de las Cordilleras, por las bandas do Pincheira, en la Laja, por las de Pico y Senosiain, y hacia la costa por Ferrebu, quien tenia intención de ir á ata- car á Picarte en Coícura. Barnachea ordenó á Salazar ■i ■ w ***t m 286 HISTORIA DE CHILE. protegiese á este comandante con los hombres que habia dejado á Coronado. Reunió, pues, 420 indios a tan dé- bil destacamento, y pasó á cumplir el encargo recibido atravesando la cordillera de la costa por la reducción de Paycaví, donde creia encontrar á Picarte. No habiéndose cumplido lo que esperaba, retrocedió dirigiéndose á Cu- rileu por Lleulleu, á fin de unirse al cacique Callupan. Su vecindad con Pico y Mariluan le obligó á sostener algunos insignificantes encuentros, provocados unos y resistidos otros ; pero sabiendo que el citado cacique se encaminaba hacia la costa en ausilio de Ferrebu, quien iba a ser atacado por el Mayor Bravo, un tiempo á las órdenes de Carrero y entonces pasado ya á las de la pa- tria, abandonó áCurileu y se trasladó cerca de este jefe, á las orillas del rio Levu, teniendo con él un choque pol- la noche, a causa de haberse tomado equivocadamente por enemigos uno y otro. Hubo pérdidas lamentables por ambos lados, que entibiaron la buena amistad entre estas dos partidas, cosa que desconcertó el plan de ir a sor- prender al cura Ferrebu, acampado á la sazón en Molui- lla. Así es que Salazar y Carrero se separaron, no ha- biendo podido concertarse; y el primero de ellos regresó k Nacimiento, de donde pronto volvió á salir para res- tablecer la paz turbada entre los caciques. Entre las reducciones que el impetuoso Venancio no ce- saba de perseguir, contábase la deBuchacura, que habia reconocido la autoridad chilena. Barnachea estaba muy descontento de los ataques contra este cacique y recon- vino al agresor. Poco satisfecho Venancio de las prome- sas del de Buchacura, respondió á Barnechea : « Reciba V. S. á esos venados que los estoy espantando de estas montañas, dómemelos con buenos consejos, y cuando CAPITULO LXXXXI. 287 ellos no los reciban, se los aseguraré hasta que los pon- gamos de freno y de carga; la patria tiene buenas espue- las con buenos rodajones.» Aunque el mencionado cacique de Buchacura hubiese prometido permanecer en paz, sabíase que continuaba perturbando á los indios al Sud del rio imperial; y Ve- nancio tenia razón en no fiarse de él y en ir á atacarle desgraciadamente bajo el sólo punto de vista del saqueo' Para cortar la causa de tantas y tan continuadas disen- siones, preparó Barnachea esta expedición, con mayor motivo aun, puesto que Venancio, de acuerdo con Meli- pan, disponía un malón contra él. La marcha de Salazar se verificó el f 0 de diciembre de 1823, acompañado del Sargento Mayor de ejVTdto Venancio, del capitán Lincogur, del alférez Monteros y de vanos caciques aliados, Aunque durante el camino espenmentó algunas deserciones, en cambio recibió nuevos aliados, quienes le prometieron enviarle sus conas al campamento de Maquehua, punto al cual llegó el día 18. Con estos recientes ausiliares, Salazar podia contar unos 1,800 hombres entre infantes y caballos, proceden^ tes todos ellos de las reducciones de Llayma, Chirico- yan, imperial, Cholchol, Loleumapu, Alüpen, Pitusquen, lolten, Villanca y de la invencible Maquehua Salazar reunió á todos estos caciques en un parlamen- to y íes manifestó que no venia á atacarlos, sino antes bien para obligarles á desistir de aquellas guerras par- ciales que llevaban consigo la ruina de su país y de sus lamillas. El famoso guerrero Melipao, aprobando aque- llas lúeas, anadia, no obstante, que toda vez que las re- auccionesde Buchacura, Maliqueo, Llamuco, Tubtub y Lululmahuida eran amigas y partidarias de Pincheira % mjLi.il makmM 288 HISTORIA DE CHILE. el gran perturbador de Toriano y de los Pehuenches, era de todo punto necesario talar sus reducciones para ponerlas en situación de no poder perjudicarles mas. Salazar no fué de la misma opinión, quería atraerlas á todas por medio de la persuasión y de la conveniencia. Al efecto, fueron á acampar entre Tubtub yLululmahui- da, á donde por mediación de Fermín Amigur, hermano del capitán Lincogur, convocó á todos los caciques que el 25 habían acudido á su llamamiento. En esta segunda convocatoria, lo mismo que en la an- terior, Salazar les hizo comprender que no venia á talar sus campos y á robarles sus mujeres y sus hijos, sino por el contrario, en ánimo de ponerlos bajo su protección y preservarlos contra los engaños de que eran víctimas a prestar oídos á los consejos de los Españoles. Venancio también tomó la palabra, y con gran calor les dio en cara su ceguedad y su poca confianza en el gobierno chileno. « No estéis persuadidos, les diio, que los que os están mirando, oyendo y hablando vienen con cara en- mascarada y doblado su corazón para engañaros. Las palabras que voy a comunicaros son las mismas que les dio mi primo Lincogur ahora nueve meses, pues las tenéis presentes; este os dijo a nombre del Supremo Jefe de que salieseis de la ceguedad á que estabais reducidos, creyendo falsedades y promesas que se vuelven humo. Nuestras palabras no dimanan de nuestro solo parecer, sino del principal jefe de la nación, que os habla llamán- doos á la tranquilidad ó paz ; para ello os dice saldréis de las lubregueras de los montes á que os habéis reducido eones y las zorras, atemperándoos al clima de las fieras; no, mis hermanos caciques. Salga- mos huyendo del estado de la embrutecidad y pasemos á CAPÍTULO LXXXXI. 289 comunicarnos unos á otros, gocemos de las campi- ñas, fertilidad de las aguas abundantes que nos dio el autor de la naturaleza, edifiquemos casas grandes á donde podamos criar nuestros hijos y educarlos, labre- mos la tierra para plantear y desparramar semillas que su fecundidad nos dará suficientes productos, fomentará nuestros hijos ; unámonos á nuestro benigno gobierno y pasemos á gozar de la casa grande que está fabricando; en ella descansando disfrutaremos de los manjares que nos tienen preparados para nuestro regalo y refrescar- nos con sus bebidas ; para esto os llama nuestro gran Toquiquelo. » A semejante arenga, los caciques respondieron que solamente Buchacura tenia la culpa de que aun no hubiesen entrado en la Confederación, estando aquel bien convencido de que con el triunfo de Pico y de Toriano llegaría á ser jefe de Llayma y Maquehua ; y para probarle la sinceridad de la promesa, pusie- ron á su disposición cincuenta conas perfectamente ar- mados. De este campamento, Salazar pasó á Quepe, donde los caciques de las cercanías vinieron también á discul- parse con Buchacura, alegando que su alejamiento de la patria no nacia sino del temor a su bárbara crueldad y á su influencia sobre Toriano, jefe principal de los Pe- huenches. Del mismo modo los enviados de Maliqueu, quien por estar enfermo no habia podido acudir al Par- lamento, le pidieron algunos soldados para su defensa propia, cosa que reclamaron además Aun-Nahuel y Ga- mi-Nahuel, Llamuco y Topa-Labquen, uno de los mas encarnizados enemigos de Venancio, con quien se repon- 290 HISTORIA DE CHILE. cilio entonces de una manera tan sentimental, que. todos ios circunstantes se conmovieron en lo íntimo de su co- razón. Después de prometerles los soldados que le pe- dían, Salazar levantó el campo, y regresó á Nacimiento, pasando por las Salinas para aumentar algo mas el nú- mero de los aliados a la patria. CAPITULO LXXXXU Muerte violenta del cura Perrebu y del coronel Pico, y episodio de estos acontecimientos.— Gran número de indios, alarmados, vana someter- se.—Barnáchea trata de ganar a Mariluan y obtiene un parlamento en Tapihue.— Sublevación del escuadrón de cazadores, quienes se pa- san a la montonera de Pincheira.— Insubordinación de las tropas de Yumbel, apaciguada al instante.— Senosiain, jefe de los realistas, con- tinúa sublevando á los Indios. —Después de varios encuentros, regresa á Nacimiento, dejando á Montero encargado de proseguir la campana. — Desconfiando Barnáchea de Mariluan, aliado siempre con Senosiain, le manda un mensaje para obligarle a cumplir el tratado de Tapihue. — Este cacique induce a Senosiain a personarse en el intendente Concepción — Habiéndose negado a ello, ti capitán Lersundi va en su lugar y promete la sumisión de todos los realistas. — A pesar de tales promesas, Senosiain permanece siempre hostil al Gobierno. — Va a reunirse á Pincheira y, después de algunas escaramuzas, concluye por entrar en negociaciones con Luna, quien acababa de reemplazar á Bar- náchea. — Una vez sometido al general Borgoño, pasa a Valparaíso y alli se embarca para Europa. Mientras tanto que Salazar continuaba sus incursiones por los llanos de la Araucania, el sargento mayor Hila- rión Gaspar, sucesor de Picarte, trataba de ganar al cura Ferrebu, quien desde la sumisión de Bocardo, era el jefe de los realistas de la costa. Ligados por es- trecha amistad desde la infancia, como condiscípulos y compatriotas, no tardaron mucho en entablar una seguida correspondencia, induciéndole siempre Gaspar á desistir de sus impías é inhumaras guerras para bien del país, y prometiendo él hacerlo y asegurándole, además, ha- llarse animado de las mejores intenciones para traer los Indios á concertar unas paces sólidas y bienhechoras. «Los tres expresos de V. , le escribía Ferrebu, son tes- l¿92 HISTORIA DE CHILE. tigos de lo que trabajo, sin reparar ni en dinero ni en cosa que lo valga; así es que lo que no alcanzo, á lo me- nos lo tempero . » Este caudillo ¿obraba de buena fe al hacer sus prome- sas, mientras que una voz interior venia á detenerle en el momento en que iba á realizarlas? Lo que sin duda alguna se desprende de su correspondencia, es que una buena armonía parecía reinar entre estos dos antiguos amigos; y, sin embargo, Gaspar manifestaba tener poca confianza en las palabras de Ferrebu. Hasta llegó cierto dia á mostrarle hondos recelos, ó mas bien, terribles sos- pechas, con motivo de una cita que su amigo le pedia. « ¿Cómo puede V. abrigar semejante pretensión? le res- pondía éste desde Panguelen el 3 de agosto de 1823. Dispénseme, que en eso me ha hecho muy poco favor; porque esto es haber concebido que, á protesto de amis- tad, le tantéasela cuchillada; esto seria una alevosía, una mancha que quedaría indeleble. » Pero sea lo que quiera, con sentimiento tal de desconfianza, difícil era que un arreglo amigable pudiera efectuarse, si sobre todo se piensa en los esce&os á que este cura se había otras veces entregado. En verdad que Ferrebu aun no había dado al olvido la trágica muerte de su hermano ; y el espíritu de ven- ganza, mas que su afecto hacia el Rey, sobrepujaba en él á todo otro sentimiento y le arrastraba á rehusar el perdón, el olvido, y hasta la dignidad doctoral de la ca- tedral de Concepción que le ofrecían. Únicamente la guerra podía, pues, decidir de la suerte de esta monto- nera, y la guerra se continuó. Gaspar, por su parte, em- peñado en brindarle una batalla decisiva, y Ferrebu, por la suya, empeñado en evitarla. Contentábase con inquie- CAPITULO LXXXXII. 203 tar á su adversario, fatigándole con marchas y contra - marchas forzadas, manteniéndose constantemente á su vista, y oponiendo siempre una débil resistencia á sus ataques, tal como tuvo lugar en Rucarague, Tucapel y Alvarado, donde sus soldados se refugiaban al momento en las vastas selvas, cuyas salidas les eran bien conoci- das. Como semejante táctica, desconcertando todo pro- yecto, hacia imposible la terminación de la lucha, se pensó al fin en poner en juego la deslealtad de la traición, y la ocasión no tardó mucho en presentarse. En el mes de agosto de 1824, uno de los jefes de Fer- rebu, Clemente González, llamado Puntero, desertó sus filas y se pasó á los patriotas en compañía de va- rios soldados. Débil de carácter y poco escrupuloso, fácilmente se dejó seducir por Gaspar, quien le pro- puso fuese á sorprender á Ferrebu durante su sueño en un rancho de Pangueleu, donde él acostumbraba á dor- mir. Tan delicada misión no debia costarle gran trabajo por el conocimiento que tenia de aquellas localidades ; y resuelto á cumplirla, partió seguido de varios soldados, desertores también como él. Gracias á la oscuridad de la noche, al in lento elegida, pudieron llegar al rancho sin ser descubiertos, y cayendo sobre su víctima, se apresu- raron á atarle y llevársele consigo. Uno de sus criados, llamado Candelario Cruz, habiendo logrado escaparse, hizo tocar la trompeta con objeto de reunir á los Indios; pero González obligó á Ferrebu á que mandase un emi- sario con orden de que permanecieran tranquilos. Sin el menor obstáculo fué conducido al fortín de Colcura, cuar- tel general de los patriotas. Hilarión Gaspar recibió con benevolencia á su antiguo amigo, si bien obligado á se- guir las instrucciones que le habían sido comunicadas, 294 HISTORIA DE CHILE. no pudo menos de anunciarle la fatal sentencia, cuyo golpe iba á descargar sobre su cabeza. Dos dias después de su captura, esto es, el 2 de setiembre de 1824, sen- tado sobre un banco, pagaba con la vida los errores de su descomedida política. No obstante las órdenes arrancadas á Ferrebu por sus aprehensores. Candelario Cruz se apresuró á reunir cierto número de Españoles con ánimo de ir á rescatarle á Colcura. Estaban ya en camino cuando supieron su muerte; entonces Cruz, continuando á la cabeza de aque- lla gente, sucedió á su difunto amo en la guerra van- dálica tantos años sostenida, merced á las favorables condiciones del terreno. Sorprendidos cuatro meses mas tarde por las tropas de los tránsfugas González y Azorcar, fueron completamente derrotados en Caycupil ; y 25 hombres que lograron salvarse pasaron a engrosar la banda mandada por Pincheira. Desde este momento quedó purgada la costa de tan feroz vandalismo, y la patria pudo dominar y enarbolar su bandera en esta parte, rehabilitando á Arauco, teatro hasta entonces de luchas tan sangrientas. La traición realizada contra Ferrebu pronto se vio seguida per otra de mucha mayor importancia todavía. El coronel Pico, obstinado siempre en no rendirse, habia hecho de Bureo y Mulchen su principal campa- mento. Aquí pasaba una vida llena de privaciones y de peligros, especialmente desde que Mariluan daba señales de sumisión ; y á pesar de todo, su conciencia de hombre cristiano y su estraordinário afecto al Rey, le impedían todo sentimiento de perjurio, dándole fuerzas para so- portar el martirio. Sostenía siempre su causa con la ma- yor fidelidad, persuadido por otra parte de que muriendo CAPÍTULO LXXXXXIo 295 así encontraría la mas amplia recompensa en otro mundo mejor. *E1 14 de octubre de 1824, contestando á una carta de Barnachea, le decía : « Encuentro en ella mas consecuencias contrarias al Ser que me llama hasta el último fin, al carácter qne me decora y, últimamente, opuestas á las virtudes cardinales y morales, mueven á mi delicadeza y pundonor contestar á ellas. De ningún modo podría yo desnudtrme de unos razonables princi- pios, los cuales me facilitan sin dificultad alguna el cono- cimiento de mi religión, el derecho y las sagradas obli- gaciones de mi estado, cuyas ventajas hacen conservar en mi corazón gran serenidad.— Carísimo amigo, ser un hombre infeliz por alguna inevitable fatalidad, triste cosa es; pero al fin no puede atribuirse á sí mismo la culpa de su desgracia, y le resta el consuelo de quejarse contra quien fué la causa de ella; pero ser supremamente desdi- chado \ serlo porque él mismo lo quiso ser, comprenda V., si puede, el cruel dulor de este suplicio.» Así bien, en otras cartas, después de haber hablado largamente de conciencia y moralidad, le escita á la deserción de la bandera de la patria yendo á reunírsele. « ¡ Cuánto bien sacaría V., añade, si conociendo mi inclinación, como que es legítima y verdadera, conociese igualmente las máximas del Evangelio, viniese V. á mí, porque pronto llegará tiempo en que esperimenten, en medio de toda esa serie de prosperidades, las mas punzantes angustias y amarguras, que mezcladas con el acíbar de la libertad, les ofrece el mundo ! AbraV. los ojos, prevea su desgra- cia, reconozca su perdición, véngase á mí y logrará lo que han alcanzado sus compañeros en ambos hemisfe- rios (Buenos -Aires y Lima). No fueron aquellos mas fe- lices que V., y si por conocer lo alto, tocamiento repre- 296 HISTORIA DE CHILE. sentado en una caritativa rendición que se les intimó, lograron su conversión, tantos favores y tantas ventajas como dejarles en sus propios empleos/ Esta es la verda- dera caridad ; véngase V. y será premiado por Dios y el Rey, en cuyos nombres prometo toda mi cristiana protección, y si algunos quisieren seguirle, todos serán agraciados y benignamente recibidos ; pero los obstina- dos contra las máximas del Evangelio, llegarán burlados á la última jornada de la vida, cubiertos de confusión, penados de dolor y llenos de un inútil arrepentimiento.» Todas estas cartas y las proclamas escritas á menudo en el mismo sentido religioso, seguramente no provenian de un cerebro enfermo, sino mas bien de un hombre fanatizado en su conciencia y víctima de una estraña y fascinadora ilusión. En efecto, el mismo dia (14 de oc- tubre) escribía en igual sentido á Carrero, á Bocardo, á Salvo y á otros tránsfugas, para inducirles á dejar la nueva bandera y volver á su lado, ofreciéndoles el por- venir mas dichoso si así lo hacían. No podia él, sin em- bargo, contar mas que con unos 400 cristianos, una mitad de ellos militares, y con Mariluan que aun podia reunir hasta 1,200 lanzas ; y fiado en esta débil colum- na, creía poder marchar contra las provincias vecinas á la de Santiago, contando con la cortedad ó escasez del número de tropas que habían quedado en Chile, después del embarco de las enviadas al Perú, á fin de concurrir á la conquista de su independencia. Penetrado, ó mejor dicho, embriagado Pico por tan loca idea, tomó la resolución de marchar á reunirse con Pincheira, y pronto descendían juntos de su abrupto campamento «cometiendo crueles depredaciones, dice Benj. Vicuña, por el valle de Longavi, » en los momen- CAPÍTULO LX XXXII. 297 tos mismos en que un grueso destacamento de cazadores, acantonado en Talca, tomaba las armas á la voz del caboOsorio (quien pagó en breve con la vida su temerario intento), y aprisionando dentro del mismo cuartel á su jefe Quintana, pedían á gritos se les diese por coman- dante al bizarro Bulnes, amenazando con pasarse á los Pincheiras si no se accedía inmediatamente a su exi- gencia. Este motín, contenido por la habilidad del ministro, obligó á Pico á refugiarse en las altas cordilleras, y desde allí, el 15 de junio de 1824, volvió al lado de Ma- riluan para continuar sus correrías en la Laja, ayudado por 300 Indios. Hasta tuvo la audacia de ir á atacar varias veces á Nacimiento, y en una de ellas consiguió derrotar enteramente al capitán Coronado, no habiéndo- le sido posible, sin embargo, penetrar en el, largo tiempo hacia arruinado recinto de esta población. La muerte de Ferrebu había llenado de satisfacción á Barnachea ; pero todavía le faltaba combatir á Pico, ad- versario mucho mas poderoso y hombre que, lo mismo que sus compañeros de armas, despreciaba la fatiga, los combates y la muerte, con la mas indomable audacia. Por medio del prestigio de Salazar, Barnachea había tratado siempre de disminuir la grande influencia del co- ronel Pico sobre los Indios, y hasta de apoderarse de él a todo trance. El capitán Salazar, comandante entonces de Nacimiento, estudiaba los medios de llevar á cabo una sorpresa, cuando cierto dia los hermanos Pedro y Maria- no Verdugo, soldados desertores del campamento de Pico poco tiempo hacia, se presentaron á indicarle el medio de que podía valerse para conseguir la captura de aquel jefe enemigo. Fascinado por un dato semejan- 298 HISTORIA DE CHILE. te, se apresuró Salazar á hacer llamar á su sobrino y ayu- dante Coronado, y le propuso si quena encargarse de la empresa. Esta era difícil y peligrosa en alto grado, por lo que el sobrino de Salazar se negaba á aceptarla ; pero vivamente acosado por la autoridad de su jefe y parien- te, al fin se decidió, con la espresa condición de que montaría uno de los mejores caballos de entre los setenta que su tio tenia. Este, con el mayor sigilo, no sólo el que se le pedia, sino todos los demás los puso á disposición de los 32 voluntarios que se ofrecieron á acompañar á Coronado, entre quienes se encontraba otro sobrino del jefe llamado Ángel Salazar. De los dos hermanos que habían dado el plan para aquella sorpresa, el mas jo- ven, Mariano Verdugo, fué el que tomo parte en la ex- pedición, sirviendo de guia, y Pedro mientras tanto qnedó en rehenes cerca de Salazar. Era la madrugada del 28 de octubre de 1824, cuando este destacamento se puso en camino, para poder llegar de noche á Bureo. El viento soplaba con fuerza, el cielo estaba encapotado y la lluvia menudeaba, circunstancias todas que venían á favorecer de un modo especial la atrevida empresa ; así es que llegaron cerca de las casas* de la población sin haber sido descubiertos. Desmontán- dose entonces, dejaron sus caballos á corta distancia bajo la vigilancia de 8 hombres y un cabo, mientras que Co- ronado, en compañía délos demás voluntarios, se dirigió con toda precaución hacia la cabana en que Pico dormía tranquila y confiadamente ; hizo que sus compañeros rodeasen el albergue, y él se metió dentro, encontrando» se allí en presencia de la víctima que, contra su costum- bre, no tenia á su lado oficial alguno, ni otro apoyo que el de un ordenanza. Despertó Pico, y conociendo en se- CAPÍTULO LXXXXII. 299 guida el peligro que le amenazaba, logró salvarse mo- mentáneamente por un agujero que hizo en la quincha ó pared de un rancho, y por el cual pasó tras él Corona- do, alcanzándole en un corral, á donde también acudie- ron algunos soldados. Iba Pico á salvar la empalizada de la cerca, pero Coronado le detuvo asiéndole por una pierna ; y luchando estaban allí los dos cuando el sol- dado Alverde le aturdió asestándole un culatazo en la cabeza. Atáronle las manos, y vuelto ya en sí, suplicó le condujeran vivo á la presencia de Barnachea, lo cual le fué prometido á condición de que no chistase ; pero no pudiendo contener las voces de socorro, y oyendo los soldados que ya los Indios principiaban á «chivotear,» uno de dichos soldados le hundió su puñal en el corazón, tendiéndole muerto en el acto. Coronado mandó le corta- sen la cabeza, y volando en seguida á reunirse con sus vigilantes compañeros y á montar á caballo, alejóse al galope de aquellos sitios, perseguido á larga distancia por los Indios. Ángel Salazar, entretenido algunos mo- mentos en registrar las maletas para cojer las alhajas y demás objetos de algún valor, quedóse algo rezagado en la marcha, y ya se le creia víctima de su codicia, cuando al siguiente día, con general sorpresa, se le vio entrar en Nacimiento. La oscuridad de la noche le había hecho desorientarse y se ocultó en medio de los Cardos, donde tuvo la suerte de no ser descubierto por los Indios que junto á él pasaron en persecución de sus compañe- ros de armas. Salazar hubiera preferido recibir vivo á Pico; pero contento, sin embargo, de poseer su cabeza, se apresuró k llevársela á Barnachea, quien se encontraba entonces en su cuartel general de Yurabel. Era un domingo ; di- ívasMsm 3(J0 HISTORIA DE CHILE. cho comandante se hallaba en aquel instante en la igle- sia y, á pesar de esto, Salazar le hizo salir, convencido del contento que iba á esperimentar al tener seguridad de la muerte de un adversario tan poderoso por su pres- tigio, por su denuedo y por Jos grandes recursos de su genio activo y emprendedor. Para dar satisfacción a los rencores de aquellos habitantes, la mayor parte de ellos arruinados por las depredaciones de los partidarios de la víctima, durante algunas semanas fué su cabeza espuesta en la plaza pública, aquella cabeza digna seguramente de mas respeto. Pico, en efecto, era un hombre desgra- ciado mas bien que un culpable. De un alma religiosa en sumo grado y lealmente consagrada á su rey, su con- ciencia le imponía deberes que llenaba ciegamente, por- que la pasión, loca siempre, habia concluido por ejercer sobre él un imperio que hacia aun mas fatal su desespe- rada situación, cercado de hombres perversos, indiscipli- nados y cuyos únicos pensamientos eran el robo y el des- orden. El dia de su muerte contaba sobre cuarenta años, su estatura era alta y bien proporcionada, su rostro bas- tante hermoso, con patillas rubias y bigotes colorados, pero afeado algún tanto por tener el labio superior bastante remangado y descubrirse sus dientes algo grandes y de color amarillento (1). ° La muerte de Ferrebu, y sobre todo la de Pico, ha- bían llevado el pánico al corazón de los Indios realistas, enervados por lo demás en una lucha tan larga y tan (1) DonBeni Vicuña da algunos interesantes detalles sobre el fin de Pico en su c< Guerra a muerte,» obra importante, que nos ha sido muy útil para las numerosas noticias que aqui figuran. Si me separo un tanto de su narración, es por la confianza que tengo en las notas que me dio el Mayor Luis Salazar, principal motor de este sangriento drama. CAPÍTULO LXXXXII. 301 ruinosa. No pudiendo confiar ya mas en los jefes cris- tianos que, con grande escándalo de su fidelidad, se vendían así los unos á los otros por una y otra parte, y viéndose ademas en la imposibilidad, no sólo de atacar, sino, lo que aun es mas grave, de poder defenderse, de- cidieron rendir las armas, y todas las reducciones se die- ron gran prisa á mandar mensajeros que en su nombre concertasen la paz. El mismo Mariluan, catequizado ha- cia muchos meses por el lenguaraz general Rafael Bur- gos, mantenía correspondencia secreta con el intendente Rivera y con Barnachea ; aun antes de la muerte de Pico habia recibido una embajada para entrar en negociacio- nes, lo cual le indujo á pedirle cuatro de los principales caciques, á fin de que se entendieran con él y dejaran estipulados los preliminares de costumbre. Mariluan aceptó las proposiciones de Barnachea y le envió los caciques Pedro Antinao de Collin, José Levi- luan de Pilgüen, Buchalican de Collico y Maripilde Que- cheregua. Barnachea los recibió con todos los honores debidos á su rango ; y, al toque de tambores y salvas de artillería, pasando por delante de las tropas formadas en línea de batalla, se presentaron al comandante gene- ral de la frontera, que los esperaba en su alojamiento. Después del abrazo en tales circunstancias usado entre los Araucanos, le anunciaron que venían de parte de Ma- riluan «autorizados por éste y demás Gobernadores para oirle y entrar en tratados, supuesto que estaba facultado por su Gobierno. » Barnachea les contestó que tenia la autorización necesaria ; y el siguiente día, en una reu- nión oficial, se esforzó en hacerles comprender todas las ventajas que alcanzaría:! separándose de los Españoles, quienes abusando de su credulidad, los arrastraban á'lu- Igr&sm 302 HISTORIA DE CHILE. chas cuyos únicos resultados no eran otros, sino la com- pleta ruina de sus posesiones y el sacrificio de millares I de familias. Los embajadores, dando calurosas muestras de aprobación al razonamiento de Barnachea, manifes- taron hallarse decididos á poner término á la sangrienta lucha, y que este acto de tan inmenso interés debia ser tratado en un parlamento reunido al efecto en Tapihue. Como prueba desús buenas intenciones, dejaron en re- henes á varios de sus hulmenes, entre quienes se encon- traba un hijo deMariluan, y Barnachea dispuso que á su regreso les acompañaran cuatro de sus capitanes. Al punto se comunicaron las órdenes necesarias para la preparación dei sitio consiguiente, y el 30 de diciem- bre de 1824, los centinelas de avanzada anunciaron el arribo del gran antagonista, acompañado de 60 caci- ques gobernadores y 230 mocetones, pidiendo permiso de entrar en el campamento con toda su comitiva. Bar- nachea se adelantó como unas 20 cuadras en el centro de sus tropas, desplegadas en línea, y después de haber tremolado una bandera blanca, con uno de sus oficiales se la mandó á Mariluan, quien en cambio le remitió la que él traía. Entonces éste, acompañado de sus princi- pales caciques, se aproximó á la división, y juntos, según costumbre, dieron cuatro carreras en círculo, giitando: j Viva la paz, viva la patria, viva ¿a unión ! mientras que los caciques que habian quedado en rehenes y 12 de sus mocetones, sable en mano, corrían delante de las filas, esclamando ¡Ya! ¡ya! ¡ ya ! como en señal de alegría. A la conclusión de esta ceremonia, animada per los « chí- veteos » ó gritos de los Indios, el estruendo de ios tam- bores y trompetas y el estrépito de la artillería, los nobles campeones, Mariluan con 20 caciques y Barnachea con CAPÍTULO LXXXXII. 303 4 2 oficiales, salieron de sus filas para darse los saludos y abrazos exigidos por la costumbre. Antes de separarse, Mariluan, lleno de la mayor efusión, dijo : «Gracias á Dios que llegó el dia en que habíamos de abrazarnos y conocernos, pues hace tres años que sólo nos tratamos por cartas ! » Al segundo dia, esto es, el U del año 1825, todos los caciques se reunieron en una cabana preparada al intento para celebrar las conferencias, que tuvieron lugar tres días seguidos, y en las cuales Mariluan, como re- presentante de todas las reducciones confederadas, to- maba asiento al lado de Barnachea. Este fué quien, usando de la palabra antes que ninguno, les hizo com- prender la ventaja de aquellas paces, mucho mas pro- vechosas para ellos que para la República de Chile, libre ya de la tiranía española, puesto que todavía eran el juguete de sus maldades y de su codicia. Les habló tam- bién del valor heroico de sus abuelos, citándoles las campañas en que habían ilustrado el nombre araucano, no pudiendo comprender cómo Benavides, Pico y tantos otros, al refugiarse en su territorio, no hubieran sido objeto de sus odios, por los desastres que habían oca- sionado y de los cuales nadie sino ellos eran causa, Atendidos todos estos motivos, les exhortó á unirse es- trechamente con la patria, seguros de encontrar en aquella natural y legítima unión un bienestar superior y las ventajas de una civilización que les haría apreciar mejor todavía el mérito de aquella libertad, de que tan celosos se manifestaban. Mariluan respondía por medio de señales de aprobación á todo cuanto Barnachea les decia; y lU3go, dirigiéndose á sus caciques, no le costó gran trabajo el convencerlos de la necesidad de aquel 304 HISTORIA DE CHILE. tratado, cuyos artículos, minuciosamente discutidos, que- daron por fin sancionados el 7 de enero de 1825. Este tratado, entre otras cosas, admitía que la línea divisoria seria el Biobio, á escepcion de las localidades de la fron- tera meridional, antiguamente habitadas por los Chile- nos ; que todos los Indios serian tratados como ciudada- nos de la República de Chile, gozando de las preroga- tivas, gracias y privilegios que les correspondían, con el derecho de ir á instruirse en las escuelas del referido Estado á espensas del Gobierno ; que todos los oficiales y soldados enemigos y los prisioneros que tuviesen los Indios serian libertados antes de 15 días, no pudiendo permanecer en la Araucaria ninguno que fuese cristia- no; que en caso de guerra con el estranjero, se prestarían mutuo apoyo, y que los ladrones serian juzgados con ar- reglo á las leyes y costumbres establecidas en cada una de las distintas localidades donde el robo hubiera sido cometido. Para consagrar este tratado se hizo intervenir ala religión, y se vio á un salvaje, al formidable Mari- luan, hincarse de rodillas, teniendo entre ambas manos un crucifijo, oyéndosele decir en altavoz: « Señor Dios, á mi modo he montado á caballo sólo á pedirte un per- don de mis pasados delitos en contra de mi derecho ; pero, Señor Dios, no tengo la culpa, sino mis padres que jamas nos advirtieron que los Españoles eran nues- tros tiranos y que'nos habían quitado nuestra libertad. » Todos los caciques juraron de la misma manera, y el dia siguiente fué dedicado á actos de regocijo. Los soldados de Barnachea se reunieron en la plaza y formaron un cuadro, en cuyo centro la oficialidad toda al efecto reu- nida entonó himnos á la libertad, así como también los caciques de la misma manera cantaron otros en su pro- CAPÍTULO LXXXX1I. ;j05 pia lengua, mientras que sus mujeres, hijas y demás circunstantes, al son delCultrun, Pivilca y acompañados de incesantes salvas de artillería, bailaron su danza de costumbre. La ceremonia terminó con la quebradura de las armas, como señal de unión y fin de la guerra. • Dos cabezas de los cuatro Butralmapu, Collico, Angol y la costa procedieron á ello, saliendo primero Mariluan á clavar su sable en tierra, y volviendo á tomar de la lineados mocetones, les ordenó sacarlo y que lo quebra- sen. Lo mismo ejecutaron los otros dos, y el último sa- ble, para el número de cuatro, fué el de Barnachea, quien después de haberle fijado en tierra, ordenó quedos de sus oficiales hicieran lo mismo que ellos. » Después de la rotura de los sables, todos los jefes levantaron sus sombreros, agitándolos en el aire al grito, mil y mil ve- ces repetido, de « ¡ Viva la unión ! ¡ Viva la libertad ! » Otra de las consecuencias de este parlamento fué la de obtener la reconciliación entre los caciaues enemigos, dando al olvido, por medio de un abrazo, sus odios y rencores particulares, y al efecto juráronse conservar en adelante una amistad sincera. Aprovechando aquel mo- mento de tierno entusiasmo, Pinoleu pidió que todos los caciques y mocetones prisioneros en poder de Mariluan les fuesen entregados; y éste, llamando á cada uno por su nombre y según el orden de edad de los que allí se hallaban presentes, los tomó de la mano y uno á uno los fué llevando á Barnachea, para que él mismo los devol- viese. Acto fué conmovedor para cuantos lo presencia- ron, y sobre todo, para los oficiales, que no esperaban tan tierna reconciliación. Conforme á un artículo del tratado, ai día siguiente cuatro caciques, acompañados de D. Santos Saavédra v t. vm. 306 HISTORIA DE CHILE. del presbítero D. Pedro José Pantojo, partieron para el interior de las tierras, á fin de recoger todas las familias que allí estaban retenidas por fuerza, ó voluntariamente refugiadas. Un cierto número de ellas aceptó el benefi- cio ; pero las otras huyeron á vivir en la reducción de Mañil, único cacique, sin contar con los Pehuenches, que por odio hacía Venancio y Colípi no quiso someter- se, y quien, con su valor y el gran prestigio de que go- zaba en toda la Araucania, iba á sostener todavía algu- nos años mas aquella guerra brutal y sanguinaria. Mientras este parlamento se verificaba, un gravísimo acontecimiento tenia lugar mas hacia el norte. El escua- drón de cazadores enviado para hacer frente y contener las correrías de Pincheira, hallábase acampado en los Guindos, cuando los soldados que lo componían, descon- tentos de no recibir sus pagas, se sublevaron en la noche del 2 de enero de 1825. Después de haber arrestado á todos sus oficíales, abandonaron el campamento y pasa- ron al puebiecillo de Sai Garlos, que entraron á saco ; y montando á la grupa de sus caballos á los pocos in fantes que allí estaban de guarnición, fueron á reunirse con las bandas de Pincheira. Semejante defección produjo la mas alarmante inquie- tud en las cercanías. El teniente coronel Bulnes, á la sazón comandante de Chillan, temiendo ver comprometi- da la ciudad, se apresuró á pedir tropas á Yumbel ; y apenas llegado el refuerzo, la última de dichas plazas era también presa de un motín militar. Durante la noche del 16 del mismo mes, el piquete núm. !, compuesto de 47 soldados, se dirigía al' cuartel del núm. 3 para su- blevar á los 47 hombres de que también constaba, con objeto de marchar juntos á robar los fondos de la teso- m CAPÍTULO LXXXXII. 307 rería, y al propio tiempo decididos á quitar la vida á algunos oficiales no muy bien quistos. Advertido Barna- chea de Jo que pasaba por el oficial de guardia del pon- tón, mandó llamar en seguida al capitán Quinteros y en la imposibilidad de hallar al teniente de artillería i), tip. Segovia, envió á su ordenanza cerca del sar- gento primero J. M. Jiménez, nombrado á pesar suyo jefe de aquel levantamiento, para pedirle algunas espli- caciones de lo que sucedía. La contestación de los con- jurados fué, que querían se les pagase sus atrasos, y que no depondrían sus armas sino con esta condición. Com- prendiendo Barnachea que todo arreglo era imposible según las voces injuriosas é irritantes que ellos lanzaban' salvando los muros del recinto, fué á ponerse á la cabeza de 25 dragones que, bien equipados y armados, á la primera señal habían podido salir de la plaza. En este momento los sublevados se dividían en partidas espi- radoras para ir á arrestar á los oficiales. Habiendo una de ellas encontrado al capitán Quinteros, militar muy querido por su valor y por su jovialidad, el cabo Manuel Morales, que la mandaba, sin prevención alguna de su parte, se echó el fusil á la cara y afortunadamente no cebó la pólvora. Indignado Jiménez de proceder seme- jante, castigó el atentado descargando un pistoletazo so- bre el cabo y tendiéndole muerto á sus pies, cosa que también hizo el sargento Sambuesa con el soldado Ag Narvaez, que intentó matar el teniente Lesana. A pesar de tan terribles ejemplos, los revoltosos del núm. í se negaban á deponer las armas, contestando á estos dos sargentos, cuando trataron de saber lo que solicitaban que ellos exigían á lo menos un anticipo á buena cuenta* de 10 pesos á ¡os soldados, 20 á ios cabos y 30 á los 308 HISTORIA DE CHILE. sargentos. No era fácil á estos subalternos el dar satis- facción á una demanda tan justa en el fondo, pero que llevaba consigo la falta de ser hecha á mano armada y en un momento en que las cajas se encontraban entera- mente vacías. En tal conflicto, dan orden al sargento de artillería de cargar de metralla sus dos cañones y van á situarse en la plaza, frente á frente del piquete núm. 1 , que cargó sobre ellos ala bayoneta, pero inútilmente, y sin que Jiménez hubiera querido hacer uso de sus armas. Mientras tanto llegan los 25;dragones, mandados por los tenientes Segovia, üávila y García, con la orden de es- terminar á les revoltosos si no se rendian. La presencia de esta fuerza de caballería, la poca confianza que los motores de la sublevación tenían en los hombres del nú- mero 3, sujetos á la disciplina por Jiménez, y ademas, los 40 milicianos que Barnachea habia podido ya reunir, bastaron para sofocar el motin, quedando Segovia en- cargado de arreglar las condiciones de la sumisión. Las sublevaciones tan frecuentes en las tropas regula- res, á causa del espantoso estado de miseria en que se encontraban, atormentaban cruelmente el ánimo de Bar- nachea, sobre quien, en su calidad de comandante en jefe de la frontera, caia el peso de las acusaciones. «Si el Smo Gno, escribía al intendente Rivera, no provee á las grandes necesidades que circulan esta provincia, no sé dónde iremos á parar. La marcha que llevan estos sucesos es rápida y sin esperanza, qué alma habrá en- tre nosotros que no le traspasen el corazón estos proce- dimientos, y será posible, señor, unos soldados tan bravos, tan constantes á los mayores peligros, se hayan hoy corrompido. » Así uno de los principales motivos, la desnudez y la miseria del soldado, alegados para hacer CAPITULO LXXXXIÍ. §Ó§ ia revolución contra O'Higgins, existia aun en toda su indignidad. Otra de las causas de inquietud para Barnachea era la actitud febril de Senosiain, ascendido á teniente coro- nel en 1823, á poco de su encuentro del Carrizal contra Carrero, y donde fué herido, habiendo caido su caballo muerto al mismo tiempo. Jefe principal de hecho desde la muerte de Pico, se obstinaba en no darse á partido, despreciando los ofrecimientos de perdón que se le ha- cían ; y con los 100 hombres, poco mas ó menos, de que podia disponer, se habia reunido á Pincheira, cuya ban- da se ocupaba continuamente en inquietar las reduccio- nes aliadas al Gobierno. La de Maquehua, en particular, era la mas espuesta, viéndose atacada sin tregua ni des- canso, no sólo por los Pehuenches, principales auxiliares de Pincheira, sino también por los caciques de Boroa, Tubtub, Llamuco, Lululmahuida, y varios otros. Anca- milla, cacique de Maquehua, no podia ya hacer frente á los ataques, y con grandes instancias solicitaba algún socorro. «Me han incendiado mis chozas, escribía á Rivera, no me han dejado un grano en mi tierra, he pasado lo mas del tiempo comiendo palos podri- dos, etc. » Salazar le habia dejado, es cierto, algunos soldados con Lincobur, hijo de dicho cacique y capitán del ejército chileno : pero esto era muy insuficiente, ape- nas le servia de nada ; y Barnachea se decidió á enviarle mayor socorro, no sólo en ánimo de protegerle á él es , elusivamente, sino para proteger también á los otros aliados, obligando por este medio á las demás reduccio- nes a que entregasen a los Españoles, tal y conforme habia sido estipulado en el parlamento de Tapihue. Lo mismo que siempre, el mayor Salazar fué esta vez en- >** 310 HISTORIA DE CHILE. cargado de guiar la espedicipn, la cual se componía de 100 Indios y 70 hombres de las tropas regulares de la República. Su marcha tuvo lugar el 7 de enero de 1825, preci- samente el día mismo en que se firmaba el tratado de Tapihue. Llegado á Lonquen, se unió allí al famoso caci- que Mclipan, quien acababa de recibir, mensajes de To- riano y de Puel, pidiéndole espiraciones de los motivos que habia tenido para invadir su territorio. «No ha sido para causaros ningún mal, les dijo á los emisarios, sino para tratar de la paz, y reclamar contra los Españoles que allí estaban en perjuicio de los intereses del pais. » Al regreso fueron acompañados por cinco hombres de Salazar, á quienes hicieron un cumplido recibimiento ambos caciques, llenos de bondad para con ellos, y los despidieron diciéndoles que al dia siguiente irían á salu- darlos y «á hacer las últimas amarras sobre la paz» Esto obligó á Salazar á mandarles diez nuevos mensajeros, la mitad Chilenos y la otra mitad Indios. Las palabras de paz dirigidas con tanto cariño y sin- ceridad decidieron á la mayor parte de los Indios de Salazar á volverse, no obstante los recelos que acerca de tales promesas le manifestaron. Sin embargo, esto no le impidió proseguir su marcha; y ya habia franqueado dos cordones de las cordilleras, cuando vinieron á de- cirle que siete de los últimos mensajeros habian sido asesinados, y que los tres restantes sólo debían su salva- ción á las vivas instancias interpuestas por algunos pa- rientes suyos, que entonces se hallaban al lado de To- riano. A éste se habian reunido días antes, Hermosilla con 30 cazadores, Manuel Asensio con 40 hombres ar- mados de fusiles, y después el chilote Mancilla, Fran- & CAPÍTULO LXXXXIJ. 31 1 cisco y Tiburcio Sánchez, Antonio Zúñíga y Santos Saa~ vedra. Igualmente habían acudido á aumentar el número de los combatientes muchos caciques, como Maguin Bueno, con 100 lanzas, el infiel Hurcay-Ñanco, que se- dujo al cacique Calvu-pan, con iguales fuerzas, y los de Tubtub, Boroa, etc. En vista de tan imponente refuerzo, Hermosilla preguntó á Toriano si se atrevería á sorae- terse á una división que apenas contaba 100 hombres, asegurándole, por otra parte., que si continuaba fiel en su alianza, pronto seria dueño de los cuatro Butralmapu. Apoyaba sus argumentos, como de costumbre, en suce- sos engañosos, para embaucar á los jefes de aquellos Indios ignorantes y crédulos. Entre otras cosas les decía, que la deserción de los soldados déla patria continuaba! y que los dias últimos 200 cazadores de Chillan se ha- bían pasado á Pincheira ; lo cual tenia algún viso de verdad, puesto que él traía consigo hasta 30, asegu- rando que los restantes habían quedado con Pin- cheira (1). Alentado por el número de sus soldados y por los con- sejos de los Españoles, lejos de someterse, antes bien al contrario, se dispuso Toriano á atacar á Salazar. Este no disponía sino de 105 Indios y 60 tiradores, única fuerza que podía oponerle, y, contra su costumbre, se vio obligado á retirarse, esquivando la batalla y mino- rándose en el camino todavía sus elementos de combate, por haber tenido que enviar á las salinas 40 Indios, re- fuerzo que los caciques aliados estimaron como necesa- rio. Perseguidos por los hombres de Toriano, en breve se vieron detenidos y en el imprescindible caso de acep- (1) Conversación con Ant. Züñiga, comandante de San Carlos, 312 HISTORIA DE CHILE. tar un combate. Salazar, arrostrando por todo, en im arranque de audacia, hizo cargar por la vanguardia, compuesta de 20 tiradores y 10 Indios, bajo las órdenes del alférez Francisco Diaz Monteros, mientras que sus indios ganaban una angostura, y él, con &5 voluntarios, se colocaba á retaguardia. Hallábanse ya en orden de batalla, cuando Hermosilla les intimó que se rindie- ran si no querían ser destrozados por los famosos caza- dores de Freiré, á lo cual contestó Salazar que él jamas se rendiria á hombres rebeldes ; y el ataque comenzó por fuegos graneados de derecha y de izquierda, intimidando á los agresores y obligándoles á volver la espalda, para correr á reunirse á una partida mas numerosa y arries- gar entonces una segunda acometida, que fué mucho mas seria y sumamente encarnizada. A pesar de la su- perioridad numérica, Hermosilla no pudo desalojar á Salazar de las fuertes posiciones que ocupaba ; y vale- rosamente sostenido por Venancio y, sobre todo, por el intrépido Melipan, logró resistir con vigor todos los ata- ques, y desembarazarse del enemigo sin perder mas que un dragón, y teniendo un número regular de heridos, mientras que sus adversarios dejaron en el campo 8 cazadores y hasta 60 Indios. Después de esta acción de guerra, escasa en impor- tancia pero muy honrosa para las armas de la patria, sin verse molestado mas, volvió Salazar á Nacimiento, de- jando algunas tropas en las reducciones espuestas á ser atacadas. El infatigable Monteros fué quien quedó al frente de ellas, y no tardó en emprender nuevas incur- siones en aquellos alrededores, multiplicando sus malo- nes para debilitar á los Indios y reducirlos al caso de que no pudieran perjudicar á los aliados del Gobierno. Hasta CAPITULO LXXXXH. tuvo la audacia de ir á atacar al famoso Toriano con unos 60 soldados y 250 naturales, mandados por el bravo Melipan. Habiendo salido de Llayma el 2 de junio de 1826, al cabo de siete días1 de camino se encontraba ya en las fragosidades de las cordilleras, donde tuvo noticia de que dicho jefe, avisado de su espedicion, había re- unido á su lado todos los Españoles y los indios de que podia disponer. Mucho contrarió a. Monteros semejante prevención, pues su ánimo no era otro que el de caer por sorpresa sobre las fuerzas enemigas. Demasiado débil para ar- riesgarse ante el formidable y despierto adversario, creyó como lo mas prudente el desandar su camino, y retrocedió hacia Lonquimay, para dar descanso á su gente. Algunos días después marchaba contra las reduc- ciones de Lolco, cuyas sementeras arrasó, cuyos ranchos redujo á cenizas y se apoderó de algunas familias, entre las cuales se encontraban algunos parientes de Sánchez. El 26, de regreso ya, se alojó con sus hombres al pié de la cordillera de Lonquen, cuando se vio sorprendido por un recio temporal, que duró cuatro dias , y durante tres de ellos se vieron obligados á abrirse paso á través de grandes montones de nieve, perdiendo la mayor parte de sus caballos y arrostrando el frió y el hambre. Por otra parte, amenazábanle las reducciones enemigas, sos- tenidas con las partidas de Pincheira, lo cual le movió á pedir socorros al comandante de la frontera, demanda que también hizo Melipan, contando que de este modo podrían, no sólo resistir aquella colisión, sino, lo que es mas aun, presentarse como agresores, apoyándose en las fuerzas aliadas de Maquehua, Villarica, Alipen y í»i- tusquen. Los ausilios para esta espedicion les eran tanto 314 HISTORIA DE CHILE. mas necesarios, cuanto que para llevarla á cabo no po- dían menos de cruzar por varios matates, defendidos ad- mirablemente por su posición propia y por Calbupan, de quien no podía fiarse á causa de su buena inteligen- cia con Curiqueupu, Buchacura y Quidel, ocupados como él mismo en sublevar á los ludios de Boroa, Tub- tub y demás reducciones vecinas. Mientras llegaban los refuerzos pedidos, con sus tropas y las de Melipan, el 14 de setiembre se encaminó á dar un asalto á los Indios de la infiel Buchacura, quienes, reunidos álos de Tubtub, Boroa y otros, se dirigían á Lonquimay, en ánimo de batir á los de Juenmapu, por los matones con que aca- baban de herir á los Indios de las Pampas. Mientras todo esto pasaba, la reducción de Guayento se veía asolada pur Huaichaqueupu, conocido mejor con el nombre del Mulato, quien, después de haber muerto cinco hombres, se llevaba mas de 100 caballos. Melipan se dio prisa por acudir á tiempo contra Huaichaqueupu, pero no llegó sino cuando ya éste se había alejado bas- tante del teatro de sus hazañas ; y entonces, lleno de có- lera, se dirigió á maloquear las reducciones inmediatas, que habían tomado parte en el saqueo. Tres días seguidos se batió como un león, «dándoles, así lo escribia él mis- mo, los golpes mas tremendos y no dejando uno con vida . » Senosiain, entre tanto, se hallaba de regreso en Bureo al lado de su fiel amigo Mariluan, quien á pesar de la sumisión hecha á los defensores de la patria, continuaba instruyéndole de todo cuanto ocurría. No se ocultaban á Barnachea los desleales pasos de este cacique, y pensaba nada menos que en declararle otra ve/ la guerra, ó en hallar medio de comprometerle con los Españoles, A *#*:*\. • CAPÍTULO LXXXXII. 315 éste fin le envió una embajada, tratando así de obligar- le á espulsar á aquellos de su territorio, conforme al compromiso contraído entre ambos. Al verse apremiado de este modo, Mariluan convocó á Senosiain á una Jun- ta para enterarle del objeto de aquella embajada y acon- sejarle de paso se presentase en Concepción, ofreciéndole como compañía de seguridad á un cacique muy princi- pal de suButralmapu, Senosiain se negó á esta solicitud, pero le envió en representación suya al capitán Ignacio Lersundi, y en la entrevista quedó convenido que todos los restos del ejército de Pico verificarían su rendición en los primeros días de la primavera. Muy distantes de ser sinceras estaban todas estas promesas de parte de Senosiain. Aunque muy apu- rado en armas, municiones y caballos ; aunque en su combatida posición un peligro no era ya sino el próximo mensajero de otro mayor, tenia esperanzas, sin embargo, de salir de sus graves embarazos de una manera mas favorable y honrosa. Dudando ya de la caprichosa auto- ridad de Mariluan, se dirigió á Pincheira, y sin temor alguno le manifestó la crítica situación en que se encon- traba, rogándole en su nombre y en nombre de los In- dios, un tanto acobardados, que servían á sus órdenes, le enviase un refuerzo de 200 hombres, sin los cuales,' anadia, se perdería enteramente el dominio de los Lla- nos, con gran perjuicio de los Pehuenches, sus mejores y mas poderosos auxiliares. Sea por efecto de sus candidas ilusiones, sea mas bien por fingimiento habitual, trataba de alentar sus esperanzas asegurándole que con los 200 hombres pedidos por él podria establecerse y sostenerse en la Laja, y aun mas tarde llegará apoderarse de toda la provincia de Concepción. 31 f ¡ HISTORIA DE CHILE. En tanto que Senosiain solicitaba esto de Pincheira, Barnachea, bien informado de todo, mandaba una parti - da de 250 hombres contra Bureo, punto que por aquella era atacado en la madrugada del 30 de setiembre de 1825, haciendo prisioneras á casi todas las familias que allí habia, entre cuyo número se contaban la de Buiz, la de Sánchez, etc. ■ y entre los hombres los Godoyes, San- tos, Saavedra, el cura Ojeda y otros varios. Como la desconfianza imperaba entre ellos desde hacia algún tiempo, vendíanse los unos á los otros, y los jefes princi- pales pasaban la noche en los bosques ; Senosiain debió su salvación á este sistema, fugándose sobre un caballo en pelo, después de haber recibido una herida de bas- tante consideración, y se internó en la espesura de las selvas inmediatas á Bureo, seguido de Tiburcio Sánchez y Mancilla, quienes también lograron salvarse huyendo á pié. A consecuencia de esta pequeña expedición que, aparte la captura de algunas familias, excitó á conciliarse con la patria á varias reducciones antes enemigas, Senosiain se refugió en los bosques de Culé, donde paso dos meses en la mayor miseria. Una vez curado de su herida, en noviembre de 4 825 se reunió con Pincheira, llevando consigo los únicos soldados que le quedaban ; éstos eran 25. Algunos dias después bajaron juntos á los campos de Longavi, acompañados de un número considerable de Indios, cuyo instinto feroz sólo se amansaba con la em- briaguez del pillaje. Llamado Barnachea en auxilio de las infelices y amenazadas poblaciones, no llegó sino cuando ya aquellos salteadores se habían refugiado en la aspereza de las montañas. Voló en su persecución, pero no pudo darles alcance sino cerca del rio Niuquen ; y á &£ ««* <¡\ CAPITULO LXXXXII1. 317 causa de la fatiga de sus caballos le fué imposible com- pletar la acción que les presentó y sostuvo con todo el frenesí de una implacable venganza. Viéndose imposibi- ]itado de seguirlos mas, trató de ganarse la voluntad de los jefes por medio de la persuasión, y les envió auno de sus antiguos compañeros, al teniente Arquiñigo, para convencerlos de la inutilidad de prolongar por mas 'tiem- po su resistencia, en aquellos momentos en que los úni- cos realistas existentes en América acababan de capitu- lar en el Perú por el acontecimiento de Áyacuchq, y los deChiloe por la sumisión de Quintanilla. Confirmados todos estos hechos por uno de sus amigos, Don Tadco Isla, aun así no pudieron estos jefes decidirse á deponer las armas, estando como estaban encadenados por aquella banda de facinerosos, á quienes la vida aventurera y de absoluta independencia tanto agradaba, y a la cual se ajustaban algunos de ellos desconfiando de alcanzar el perdón de sus delitos. Parece también, según Torrentes, que conocidas semejantes proposiciones, «rompieron un vivísimo fuego, que se repitió en los dias 26 y 27, con la idea de entretenerlos hasta la llegada de la indiada que se estaba esperando por momentos. » Esta indiada llegó, en efecto, al dia siguiente, y Barnachea se vio aun en el caso de volverse atrás sin haber podido cumplir sus deseos. El carácter desleal deMariluan quedó desenmascarado en esta ocasión, mostrándose clara y francamente. Ani- mado siempre por ese amor al pillaje tan común en los Indios, llamó á Sencsiain, quien al momento se le pre- sentó con sus 25 soldados. En abril de 1826 estaba acampado en Mulchen, cuando Barnachea, cayendo so- bre él, le forzó á retirarse con sus compañeros á las ás- 318 HISTORIA DE CHILE. peras y casi inaccesibles montañas de Vitucura. Perma- neció algunos dias oculto en la espesura de las selvas, de donde al fin salió para intentar la sorpresa de Antuco. El valiente oficial Arquiñigo, encargado de la defensa de este punto, no habiendo podido resistirse contra el enemigo, con sus pocos soldados fué á refugiarse en una roca aislada y de forma cónica. Allí se defendió con in- trepidez ; pero habiendo quedado solo, se entregó en la esperanza de salvar la vida, cual se lo habían prome- tido. Pero esta fué vana ; murió cruelmente asesinado. No contento Senosiain con semejante acto de barbarie, hizo saquear é incendiar la población ; y luego pasó á Pilquen, á donde con el objeto de darle caza como á una fiera, se hicieron marchar algunas tropas. Allí se vio forzado á sostener varios ataques, sobre todo el del l.° de octubre, que aunque insignificante, derramó el des- aliento entre sus compañeros de villanías, quienes hacia algún tiempo daban señales de descontento, cansados ya de aquella vida de sobresaltos y privaciones. Barnachea habia dejado la comandancia de la frontera, siendo reemplazado por el coronel D. Juan Luna, hombre do- tado de un talento mas afable y mas político. Conociendo el decaimiento de ánimo de los compañeros de Senosiain, con fecha del 18 de octubre, propuso á dicho jefe una suspensión de hostilidades, deseoso de concertar una paz honrosa con él. Por mas sensible que á Senosiain fuese toda transacción, en vista de las fatales circunstancias que le rodeaban, falto ya de recursos, y lo que aun era peor, sin íuerza moral, la resistencia se hacia cada vez mas imposible y la sumisión mas necesaria, por lo cual aceptó la propuesta de Luna, dando sin embargo tal len- titud á sus actos, que antes de decidirse tuvieron lugar CAPITULO LXXXXII. 319 dos encuentros, uno cerca de Nacimiento y el otro cerca de Malleco. En la última de estas localidades fué donde el poder español en América lanzó el postrer suspiro siempre que sea dado calificar con el honroso título de militares á algunos oficiales de la antigua metrópoli puestos á la cabeza de aquellas hordas, arrastradas por la fatalidad ó la degradación á una lucha de bandolerismo. Desde este momento no pensó Senosiain sino en ren- dirse ; y D. Baltasar Mathieu, comerciante francés esta- blecido en YumbeJ, fué la persona que se encargó de este asunto. Dotado de actividad y franqueza, Mathieu tenia buenas relaciones con los oficiales de la frontera era particular amigo de Luna, con quien estaba en corres- pondencia hacia algún tiempo, y le escribió ofreciéndose á servirle de intermediario si quería entrar en negocia- ciones con Senosiain, Este, por su parte, atendió los consejos de su corresponsal, y, el 4 de febrero de 1827 de acuerdo con Mariluan, se decidió á prestar su sumi- sión en Yumbel, en compañía de Tiburcio Sánchez y al- gunos otros realistas. De Yumbel pasaron ¿Chillan para encontrar al general Borgoño, á quien prestaron acata- miento. Como prenda de sinceridad, Mariluan le dejó á su hijo Fermín para que fuese educado junto á él; Tori- bio Sánchez volvió á San Carlos, y Senosiain se enca- mino á Santiago, donde obtuvo del cónsul general de Francia su traslación á Europa á bordo del buque de guerra llamado el Adour. Los demás Españoles, en nú- mero de cuarenta, unos regresaron á su pais, otros per- manecieron en Chile, y algunos, impulsados por su mala índole, pasaron á reunirse con la banda de Pincheira única que quedaba en pié y la mas despreciable por su¡ escesos, rapiñas y crueldades. CAPITULO LXXXXIU. Montonera de los hermanos Pincheira.— Escesos de su bandolerismo.— Muerte de Antonio Pincheira. — Inútil expedición de Lantaño . — Bar- nachea consigue catequizar á algunos caciques, que luego^ se dejan tlucinar por las engañosas promesas de Pincheira. — Fin del te- niente coronel Jordán. - El intendente Rivera pone á la disposición de Barnachea algunas tropas para ir a sorprender al enemigo. —Re- sultados obtenidos. - En vista de las reiteradas instancias de los habitantes de la provincia de Concepción, el Gobierno se decide a en- viar una imponente expedición, mandada por el general Borgouo.— El coronel Beauchef, encargado de la primera columna ofensiva, entra en las cordilleras y consigue notables aunque incompletos resultados. —Incesantes excursiones de los bandidos de Pincheira, favorecidos por la guerra civil de 1829. — A la conclusión de la guerra, el Gobierno dispone otra expedición bajo el mando de Don Manuel Bulnes.— Con grande regocijo de la Nación chilena, este ilustre general extermina por completo la tan perjudicial como ruinosa montonera de Pincheira. De todas las montoneras que se formaron durante las guerras de la independencia, ninguna como la de Pin- cheira alcanzó elevarse al pináculo de la historia, por su larga duración y por sus implacables, horribles y lasti- mosas crueldades. Organizada después de la batalla de Maypú, y compuesta desde luego de sirvientes é inquili- nos de algunos hacendados realistas, pronto llegó á ser el foco de todos los malhechores obligados á salvarse de la espada de la ley, y de ese gran rúmero de desertores que la inercia del Gobierno, la pobreza del Tesoro y las ambiciones despertadas por la corrupción de la disciplina en el ejército, envolvían en la mas espantosa miseria. Unidos por un sentimiento común, y escitados unos por otros, poco tardaron aquellos vagabundos en con- CAPÍTULO LXXXXIII. 321 vertirse en azote de la provincia de Concepción. Nada era ilícito á los ojos de su devastadora cuanto desorde- nada codicia, talándolo todo a sangre y fuego, saqueando las aldeas y haciendas, atropellando y robando á las jó- venes para satisfacer sus brutales apetitos, y llevando su barbarie hasta el estremo de inmolar á las ancianas, tal como io hicieron en Niquen, donde catorce infelices fue- ron quemadas dentro de la iglesia que les servia de re- fugio. Entregábanse á todos estos escesos, desde luego para aguerrirse contra los nobles sentimientos de la pie- dad, y después para inspirar, ó mejor dicho, imponer los del terror hacia su banda, que pronto llegó á conquistar el blasón de una triste y maldecida celebridad. Los Pincheira eran cuatro hermanos; debían la exis- tencia á un pobre inquilino de la hacienda de Cato, per- teneciente á D. Mig. Zañartu. Aunque jefes uno en pos de otro de tan formidable facción, y secundados por hombres estraordinariamente audaces, tales como Her- mosilia, Rojas, Lavanderas, Zúñiga, etc., su autoridad no ejercía, sin embargo, grande influjo, no imperaba sobre todos aquellos bandidos, á quienes no ligaba entre sí ningún lazo político. Únicamente cuando se veían amenazados por un inminente peligro, ó cuando se pre- paraban algunas espantosas invasiones, se establecía entre ellos la comunidad de acción ; pero en tiempo de tregua bastaba que uno quisiera intentar una infame sorpresa, para que asociado con algunos camaradas y algunos indios Pehuenches, entrasen juntos en campaña sm preocuparse de obtener la venia de sus superiores. Estos merodeos parciales tenían lugar, sobre todo, cuando carecían de algún objeto ó necesitaban provi- siones de boca; y una vez adquirido lo que buscaoan, I. VIII. 21 322 HISTORIA DE CHILE. volvían á sus madrigueras para entregarse á la vida ociosa de los tahúres, vida amenizada por los juegos de suerte y de azar, ó por canciones y danzas al compás de la guitarra, instrumento muy común entre ellos. Una de sus mayores diversiones era la de las carreras de ca- ballos y los simulacros militares, en que los Indios se distinguen tanto en el manejo de sus disformes lanzas, haciéndolas voltear con ambas manos en torno de su cuerpo, mientras que sólo con la presión de sus rodillas manejan y conducen hábilmente su briosa cabalgadura. Como, por mas corrompidas que sean, nunca de lassocie- dades se separa enteramente el sentimiento religioso, ellos consagraban el domingo á los deberes del culto, teniendo por ministro de Dios al padre Agustín Gómez, quien al- gunas veces, con el fusil en la bandolera y la lanza en la mano, tomaba parte en sus desastrosas espediciones. Cuando permanecía en el campamento, si al regresar sus fieles de un saqueo no le daban las primicias del botín, ó alguno de los merodeadores se mostraba escatimado al presentarle su ofrenda, inmediatamente hacia descen- der la maldición del cielo sobre sus cabezas y concluía siempre por escomulgarlos. «La fatídica palabra de ex- comunión no se le eaia de los labios, me decía J. A. Pincheira, de tal modo, que esta censura eclesiástica no sólo no era ya respetada, sino que había llegado á ha- cerse ridicula. » El citado religioso les decia ia misa, los confesaba y hasta les ciábala bendiccion nupcial, cuando en algún momento de estraño capricho el sentimiento cristiano se despertaba en la conciencia de aquellos hom- bres tan crueles como fanáticos. Lo que constituía ó formaba la fuerza de esta insur- recta minoría, fortificándola para la resistencia, era su CAPITULO LXXXXII1. 323 asilo en las inmensas cordilleras, en ese meandro de montanas, donde cada pico se les ofrecía como una for- taleza mespugnable, cada quebrada y cada desfiladero como una emboscada ó punió de defensa. Dueños dé posi- ciones difíciles de asaltar, y vigorosamente sostenidos por los Pehuenches, á quienes la pasión del robo atraía y cau- tivaba, habitaban ellos magníficos valles, defendidos ademas durante el invierno por murallas de nieve y en verano por impetuosos ríos, cuyos vados conocían' per- fectamente. Divididos en partidas, gracias á sus buenos y numerosos caballos, que les proporcionaban el medio de mostrar una movilidad eslraordinaria, caían de im- probo sobre San Carlos, Parral y sus aldeas y hacien- das vecnas, y después de saquearlo y talarlo todo, como pudiera hacerlo una nube de langosta, volvían á guare- cerse en las montañas mucho antes que la noticia de su vandahea acción pudiese llegar a los acantonamientos de las tropas republicanas. Semejantes invasiones fueron muy frecuentes, con es- peciahdad desde la «pedición de Freiré contra O'H.v. gins. A partir de este momento, la provincia de la Con- cepción se vio á la merced de todos los malhechores, así de Pinchara como de Pico. En cierfa ocasión, mientras este ultimo asolaba la frontera, una banda del primero entraba en Linares, saqueaba las casas, asesinaba al go- bernador D. Dionisio Sotomayor y robaba un gran nú- mero de mujeres, entre las cuales se encontraba Doña Clara Sotomayor, acontecimiento que movió mucho es- cándalo en aquella época. Volvíanse con su presa, cuando D. Julián Astete, á la cabeza de cincuenta carabineros v rescientos milicianos, saliendo del Parral, pudoarreba'- tarles una parte del botín. En la escaramuza que con este 324 HISTORIA DE CHILE. motivo tuvo lugar, consiguió dar muerte á algunos de aquellos bandidos, entre los cuales figuraba el famoso Ant. Pincheira, fundador de la formidable montonera ; pero tuvo el sentimiento de ver pasarse al enemigo hasta nueve de sus soldados, tal como lo habían verificado un mes antes los óchenla dragones de Navarra, movidos á cometer semejante deslealtad por el miserable estado en que el Gobierno los tenia. Las haciendas próximas á las cordilleras eran mas maltratadas todavía. Sus propietarios se veian aislados y sin defensa alguna, los sirvientes é inquilinos en la im- posibilidad de continuar allí mas tiempo, y las familias obligadas á retirarse á los bosques para sustraerse á los incesantes ataques de Torres y de Amagada, banda que primero estuvo capitaneada por Hermosilla, pero que concluyó reuniéndose á la de Pincheira. A pesar de las sentidas quejas que los habitantes de esta localidad diri- gían al intendente Rivera y éste al Gobierno, pasáronse varios meses antes que Freiré, usando de su autoridad propia, pudiera enviarles los escuadrones de guias y de carabineros que con él habían partido; y este refuerzo, unido al escuadrón de los pasados y á algunas compañías de milicianos, permitió á dicho intendente preparar una espedicion de sorpresa contra tan infatigable como peli- groso enemigo. El coronel Lantaño se puso á la cabeza de estas tro- pas á fines del año 1823. Componíase la espedicion de 1 000 hombres, poco mas ó menos,que en dos distintas columnas entraron cada cual por su lado; Lantaño pene- tró por el boquete de Mico, y el sargento mayor Carrero por el valle de Antuco. Lo mismo que en todas las demás ocasiones, Pincheira fué avisado ¡por sus espías y tuvo CAPITULO LXXXXIII. 325 tiempo de retirarse á lugar seguro, mientras su herma- no Pablo, con una fuerza respetable, se dirigía á encon- trar á Carrero, quien atacaba contra el fortín de Baile nar, cerca de Tubunlevu, poniéndole en gran peligro la columna que allí estaba atrincherada. Poco tiempo después de esta infructuosa tentativa, Pincheira, á quien Pico se había reunido, aprovechando el alejamiento de las tropas destinadas á operar en Chi- loe, hizo una incursión por las llanuras de Quecheregua, con la decidida intención de atacar á San Fernando. La milicia pudo muy bien resistir y detener a aquellos ban- didos en las orillas del Maule ; pero la partida que se- guía las cordilleras sorprendió en las de Curico á la fa- milia Pómez, que iba á Mendoza, y uno de los hermanos y algunos criados fueron pasados á cuchillo sin conmise- ración de ninguna especie. Esta noticia escitó la alarma en la ciudad, temiendo verla invadida en breve por los malhechores. Los habi- tantes comenzaban á emigrar, pero el gobernador con- siguió reunir hasta cincuenta milicianos y algunos sol- dados veteranos, que puso bajo las órdenes del valiente Francisco Merino. La vanguardia enviada de observa- ción dio alcance a una pequeña partida que escoltaba Ja familia prisionera. Atacada con vigor, pierde algunos hombres, hiriéndole varios mas, entre otros al capitán español Godet, pudiendo dar libertad á unos cuantos prisioneros. Mientras en las cordilleras de Curico tenia lugar este acontecimiento, la partida de Pincheira, que había retrocedido del Maule, asolaba las haciendas de San Carlos, Longavi y Parral, donde al saqueo, al pi- llaje y al robo de las jóvenes, añadieron todavía el in- cendio de todas las casas, degollando un crecido número 326 HISTORIA DE CHILE, de inofensivos habitantes, sin que la compasión lograse contener su implacable y cobarde furia. En aquellos momentos mismos, otras partidas de esta banda penetra- ban en la Araucania, y juntándose con los Indios deMari- luan, inquietaban á los aliados de los patriotas, ó se lan^ zaban sobre las fronteras ó sobre las hermosas llanuras de la Laja, que devastaron por completo. Semejantes actos de bandolerismo, cometidos á cada paso con grandes perjuicios de los habitantes de la pro* vincia de Concepción, eran objeto de la mayor inquietud para el Gobierno. El intendente Rivera, hombre de un carácter muy dulce y tan bien intencionado, sufria mas que nadie, porque sobre é! venían á descargar todas las quejas y lamentos ; pero falto de tropas para velar sobre tan vasta estension de terreno guarneciéndolo conve- nientemente, se hallaba en la imposibilidad de estorbar aquellas improvisadas correrías, y mas aun de hacerse dueño del jefe que las ordenaba. En semejante apuro, üensó en echar mano y poner en práctica la política de la seducción, y encargó esta misión tan delicada ai co* ronel Barnachea, comandante de la frontera en aquel tiempo. Barnachea era una persona sin instrucción y, por consiguiente, poco apta para los ardides que requerían cierto tacto político ; pero este defecto se hallaba com • pensado en él grandemente por una infatigable activi- dad, y una decisión no menor, cualidades las mas pre- ciosas para ganarse la voluntad de los Indios. Ademas, avezado hacia mucho tiempo á la lucha de guerrillas que allí se venia sosteniendo, conocía muy bien el flaco de cada uno de los jefes enemigos, y entre los Indios tenia muchos aliados con quienes poder contar, sin temor de CAPITULO LXXXXIÍÍ, 327 verse engañado. Uno de sus primeros espedientes fué el de enviar, con fecha 14 de octubre de 1825, una emba- jada á su amigo el cacique Pichiñan, á fin de hacerle comprender las ventajas que hallaría en gozar de una vida de amable tranquilidad, induciéndole á ganar á los otros caciques para que abandonaran aquella guerra, que les era tan inútil como ruinosa, y en cambio acep- tasen e! ofrecimiento de una paz que vendría á asegurar- les el mas dichoso porvenir. Pichiñan acogió sin dificultad alguna los consejos de Barnachea, y hasta procuró imbuírselos á los caciques, de quienes unos prestaron su adhesión al mensaje, mien- tras que otros persistieron en no querer someterse, te- merosos de alguna deslealtad de parte del Gobierno chi- leno. Como el desacuerdo y el acuerdo se equilibrasen, determinaron los Indios zanjar la cuestión, según su costumbre, por medio de un juego de Chueca. La suerte se declaró por los partidarios de la paz, y desde el si- guiente dia todos los caciques fueron convocados á deli- berar en una asamblea general, acerca de tan capital asunto. Después de grandes discusiones, quedó decidido que el cacique Garipil se presentaría á Pincheira con la misión de pintarle sus muchas penalidades y miserias, y significarle la necesidad que tenían de suspender toda lucha para conseguir, por cambalache ó cambio, los ob- jetos de que carecían hacia tanto tiempo. También debe- ría advertirle de camino, que con este fin, iban á. en- viar cerca de Barnachea al capitán de guerra Cheuque- ñan, en compañía de un cuñado, de Pichiñan y de seis mocetones, para que sirviesen de testigos. Pincheira recibió á dicho embajador sin inmutarse, y le contestó que él no impedia á los Indios que fueran í 328 HISTORIA DE CHILE. a proveerse de todo cuanto necesitasen ; pero, con objeto de despertar la codicia tan ardiente como natural en ellos, le hizo saber que en breve recibiria mas tropas, y que con aquel refuerzo podrian ir juntos á saquear las ricas haciendas de Maule y de Colchagua, y á apode- rarse de un gran número de las hermosas mujeres que allí nabia. Esta fué la única respuesta que llevó el men- sajero Garipil á la asamblea, la cual, á pesar de tan seductoras promesas, no se manifestó contenta ni se dejó alucinar, porque todos se hallaban ya cansados de oir hablar del refuerzo prometido siempre, pero que jamas veian llegar. Manquelique, principal cacique de todas las reducciones de la otra banda desde el rio Neuquen hasta el Malalque, fué quien mas insistió en aquel pro- yecto de pacificación ; y apoyado por Llancamilla, otro cacique no menos poderoso, pidió que se enviase á Bar- nachea una embajada para entablar la negociación con- siguiente. En 1824, dicho Manquelique habia tenido una entrevista con esté coronel, y se acordaba tan t)ien de los buenos consejos que le diera con motivo de tantas menciras y engaños de que habia sido víctima, que se brindó él mismo á ir á recibirle a la vuelta de aquella embajada, para terminar de una manera definitiva y ventajosa la inútil, ó mas bien perjudicial 'guerra que venían sosteniendo. Algunos dias después de celebrada la reunión de que hemos hablado, vino una noticia á dar mayor fuerza á la realización del proyecto. Pincheira acababa de reci- bir un despacho de Senosiain, Ruiz y Mancilla, en el cual le hacian saber cómo Mariluan y todos los Llanistas se habían sometido á la República, y cómo los Españo- les refugiados en su territorio habían sido entregados á CAPITULO LXXXXIil'. 329 Jas autoridades chilenas. También le decían que con mu" chísimo trabajo habían logrado salvarse, y que á la sa- zón se encontraban en Culé, sin armas, sin caballos, y, por lo tanto, confiaban en que él les mandaría algunos refuerzos, no pudiendo ya contar con otro apoyo que con el de Maguin Bueno. Pincheira no quiso divulgar esta noticia entre sus compañeros, cuya mayor parte hacia algún tiempo se encontraban ya fatigados de la vida en estremo agitada que traían. Únicamente se la confió á Garipil y á Meca- huan, quienes no tardaron mucho en trasmitirla á Llan- camilla, partidario acérrimo de las ideas de Pichiñan, y, por consiguiente, dispuesto á someterse al Gobierno. No obstante, para cerciorarse de la verdad del hecho, en- vió secretamente á Francisco Calderón y al cacique Epulman al lado de Mariluan, quien se la confirmó, ale-, gando respecto á la entrega de los refugiados, la obliga- cion que de hacerlo así pesaba sobre él á consecuencia del tratado de Yumbel. Mientras que lo acabado de referir tenia lugar, Man- quelique pasaba á Yumbel para tratar con Barnachea de la concertada sumisión. Este exigió que la negociación se llevase á cabo delante de los principales caciques de los Llanos, y envió á buscar á Mariluan, á Chenquecoy, á Antinao y á otros varios. Colocándolos en relación di- recta por este medio con Manquelique, esperaba se de- cidieran á enviar sus mensajeros á Llancamilla y á Ca- npil, lo cual mas tarde obligaría á éstos á vender á Pincheira y entregárselo. Semejante traición le pa- recía tanto mas fácil, cuanto que ya existia el des- acuerdo entre ellos, y que, por desconfianza, aquel jefe había abandonado su campamento de Malbarco 330 HISTORIA DE CHILE. y se había retirado á las Lagunas de los Robles. Este acto de temor no era sin embargo, otra cosa que un ardid de Pincheira, quien contaba mas sobre la codi- cia de los Indios que sobre la traición, vicio de que jamás habían dado ejemplo, en contraposición de ¡o que con tanta frecuencia practicaban los cristianos. En el mes de noviembre de 18 5 se sabe, en efecto, que dejando sus guaridas han bajado á las llanuras sin otro objeto que el de asolar las haciendas. Presénlanse algu- nos días después delante del Parral para robarlo ; pero así que hubieron llegado ala plaza, se encuentran cara á cara de una compañía de 60 soldados deCarampangue, mandados por el intrépido capitán Ag, Casanueva, quien, fortificado en la iglesia Matriz, con el Gobernador Urrutia y las principales familias, sostuvo durante seis horas el puesto, y al cabo consiguió rechazarlos matándoles al- gunos Indios y 18 cazadores, de los pasados en los Guindos á poco de su levantamiento contra el Gobierno, por causa del estado miserable en que los dejaba. Otros destacamentos venían de Talca y San Carlos, para poner á cubierto aquella aldea y rechazar á los facciosos hasta sus cantones. El teniente coronel Don Manuel Jordán, apostado en Longavi, sin esperar dichos refuerzos y no contando mas que con su arrojo, á la cabeza de su es- cuadrón sale al encuentro de los fugitivos, y al momento se ve cercado por un considerable número de bandidos, quienes le hicieron pagar con la vida su ciega audacia y loca temeridad. De los 58 hombres que había llevado consigo, solamente seis con un oficial lograron salvar- se y llegar al Parral . Este golpe fué un verdadero desastre, y la muerte de Jordán un motivo de duelo para el Gobierno, quien con ■" CAPITULO LXXXXIU. 331 fecha del 16 de diciembre de 1825, como recuerdo de gratitud y recompensa por los importantes servicios de aquei valiente militar, decretó que el 4o escuadrón de los dragones se llamase Escuadrón de Jordán. Los ene- migos de la independencia tuvieron, por el contrario, un dia de regocijo; y Pincheira estaba tan orgulloso de su hazaña, que se juzgaba ya como dueño de la sitúa» cion, imaginándose que podría estender su dominación hasta Buenos Aires, lo cual no impedia al Gobierno que tanto á él como á sus secuaces los declarase fuera de la ley. A nadie causó mayor tristeza este desgraciado acón» tecimiento que á Barnachea, pues venia á destruir com- pletamente su obra, aquella obra de pacificación, bajo tan buenos auspicios emprendida. En efecto, semejante ca- tástrofe ejerció una grande influencia sobre el carácter débil y mudable de los Indios, circunstancia hija de las impresiones del momento, por las cuales se dejan llevar en su sencilla credulidad, sin que sean jamas bastante poderosos á resistirse. Esta misma influencia se mani- festó en los actos embozados de los caciques, pues hasta los que mejores intenciones abrigaban, fueron ganados por las artificiosas sugestiones de Senosiain, de Hermo- silla y de algunos otros hábiles y activos agentes de Pincheira. Llevado de la impaciencia y de la ira, obtuvo también del intendente Rivera el mando de una nueva expedición, que volvió á dividir en otras dos columnas, dando el gobierno de una de tilas al coronel Don Dom. Torres, y se puso en camino hacia mediados de febrero de 1826. Después de una marcha forzada y de noche, el 27 del propio mes llegaba á las márgenes del rio Neuquen,sin haber sido descubierto por nadie. A fin de 332 HISTORIA DE CHILE. no perder tiempo, hizo pasar á la orilla opuesta, por el vado de las Arenas, á 25 hombres de infantería, igual número de cazadores y al escuadrón de lanceros de la Laja, mandados por el teniente Arquiñigo y J. Casorla, con objeto de sorprender las avanzadas enemigas; y poco después, con el resto de la división, él también vadeó el rio. Pronto se encontró a la vista de la vanguardia délos contrarios, y atacándola, la puso en dispersión. Sabedor por un prisionero de que Pincheira se hallaba á dos leguas de distancia solamente, acampado en Malalcaba- 11o, hace montar su infantería á la grupa de sus ginetes, y llega en el momento crítico en que su vanguardia se bate en retirada. Entonces carga su caballería con vigor é intrepidez al enemigo, que huye dejándola pronto á bastante distancia, á causa del cansancio ocasionado por la precipitación del viaje, mientras que sus caballos, no habiendo sufrido la menor fatiga, podían correr con gran- de empuje y velocidad. Pincheira fué uno de los primeros que volvió la espalda al ataque imprevisto de Barnachea, y con sus compañeros se albergó en una quebrada montaña, admirablemente defendida por naturales for- tificaciones, poniéndose al abrigo contra todo ataque. Barnachea le propuso condiciones de paz, que proba- blemente hubieran sido aceptadas, si en aquellos mo- mentos no llegara un refuerzo de 150 hombres, entre Españoles y Pehuenches. A causa de este ausilio y del retardo de la división mandada por Torres, que aun no habia llegado, quedó suspendida la persecución. Estaban acampados los patriotas sobre una montaña, cuando de allí á poco se presentó Caripil, que venia á intervenir en favor de "Neculman, hecho prisionero de guerra, solicitud que hizo también á nombre de Pincheira y de varios CAPITULO lxxxxiii. ¿¡33 otros caciques, interesados vivamente por él. La respuesta de Barnachea fué que no le entregaría mientras no se rindiese Pincheira, ó al menos se le entregara en cambio á un tal Godé, proposiciones ambas que fueron desaten- didas ; y así Neculman, á quien mas tarde había de po- nerse en libertad, quedó por entonces como el principal trofeo de esta nueva expedición. Tan escaso resultado no tenia otro mérito que el de haber costado bastante dinero y haber fatigado á todo el mundo, probando una vez mas la insuficiencia de las expediciones en pequeña escala contra la terrible mon- tonera. En vano perdía el tiempo. Rivera en procurar vencer a los jefes que la mandaban, sirviéndose de la se- ducción, y el Gobierno en decretar indultos, señalando una gratificación á los que se presentasen y la compra de sus armas y de sus caballos; nada conseguía hacerlos entrar en la vida privada y doméstica, de la cual habían ya olvidado las dulzuras. Aferrados ala agitada existencia del pillaje, ora por sus instintos viciosos, ora por un pa- sado reprensible, nohabia mas que una sola arma capaz de disolver y acabar con aquel pequeño número de ban- didos, albergados en las salvajes soledades, donde se vanagloriaban de representar á la España, que ya no poseía una sola pulgada de tierra en el continente ame- ricano. Bajo el gobierno de D. Agustín Eizaguirre, el inten- dente Rivera y los habitantes de la provincia de Concep- ción solicitaron que el ejército de la frontera fuese orga- nizado y puesto bajo las órdenes del general Borgoño, dándole como jefe de Estado Mayor al coronel Viel. Con- forme al plan de campaña adoptado, las tropas quedaron divididas en tres cuerpos, que debían entrar por tres 334 HISTORIA DE CHILE. distintos puntos, Cumpeo, Longavi y Antuco. El primero á las órdenes de Beauchef, se componía deJ batallón nú- mero 8, del regimiento de cazadores á caballo, cuyo jefe era el coronel Puga,de 500 y indios Pohuenches, que debían tomar este camino ; el segundo era mandado por el valiente coronel Bulnes, y constaba de su intrépido regimiento de granaderos á caballo y tres compañías del núm. 6 ; el tercero obedecía al teniente coronel Car- rero, quien llevaba el regimiento de dragones, tres com- pañías del núm. 3 y un número bastante regular de in- dios. Para guardar algunos desfiladeros, batir y estre- char á los fugitivos, y conservar espeditas las vías de comunicación, á fin de que el ejercito no careciese de los socorros necesarios, el comandante Godoy debia ocupar las cordilleras de Alico. Tan luego como las tropas estuvieron prevenidas, que fué hacia mediados de noviembre de 1826, Borgoño sa- lió de Santiago para pasar á Chillan, donde iba á fijar su cuartel general de operaciones. Llegado á Talca, hizo partir á Beauchef con la división de su mando ; y éste, escalando las cordilleras, por caminos ásperos y difíci- les, llegó á la invernada de los Girones, donde se detuvo quince dias. Continuando su marcha, pudo poco á poco aumentar sus fuerzas con 350 mocetones, dados por los caciques Anticol de Malalque, y Levimanque del Cam- panario y Aguas de las Barrancas. De estos auxiliares tomó 150 que, con 100 cazadores á caballo y 50 solda- dos del núm. 8, debían servir de vanguardia, llevando la orden de dirigirse hacia la cordillera del Saco, para sorprender á una partida que allí estaba acampada. Cuando llegaron al Cajón de las Palmas se apoderaron de nueve bandidos y de quince familias, entre las cuales r ■*&& . * capitulo lxxxxiii. 335 se encontraban dos hermanas de Pincheira. Con arreglo á las instrucciones recibidas, ]as conducían á su coman- dante, cuando uno de Jos prisioneros, dejándose caer del caballo por una barranca, á pesar de los disparos que se le hicieron, consiguió salvarse y llegar al campo de Pincheira bastante á tiempo para que éste, con su banda se apresurase á huir, pasando el Neuquen. A pesar dé la actividad desplegada en su persecución, no se pudo hacer mas que apresar algunas familias y dar muerte á seis de los bandidos, entre ios que figuraba uno de los ayudantes de Pincheira, el famoso Paulo Arquiero, anti- guo sargento del batallón de Chacabuco, uno de los mas notables provocadores de las sublevaciones habidas en el ejército patriota antes de su deserción. La división de Bulnes, apenas hubo entrado en las cor» dilleras de Longavi, tropezó con una partida de rebel- des y, después de batirla, ¡legó el dia convenido al lugar de la cita, asistiendo á la derrota de la banda mayor de Pincheira y á la destrucción de todos sus ranchos. No aconteció lo mismo con Carrero, quien desconfiando algo de sus Indios, muchos de los cuales se habían ya separado para regresar á sus reducciones, amenazadas á la sazón por Manluan, no pudo avanzar sino á cortas jornadas y con alguna vacilación. Hasta el 7 de febrero no logró reunirse á los otros dos cuerpos de ejército, que estaban muy estrañados ya de su tardanza, y, temerosos de que hubiera podido ser atacado por fuerzas superiores á las suyas, se habían desviado del camino para salirle al en» cuentro. Beauchef, bajo cuyas órdenes estaban todas aquilas tropas, juzgó oportuno pasar á batir á Pincheira, quien según ciertas indicaciones, debía haberse refugiado en 336 HISTORIA DE CHILE. las altas montañas de Malalcaballo. Después de haber hecho partir para Chillan á los prisioneros que tenia de ambos sexos, escoltados por Ed, Guitike. quien se ha- llaba algo molestado por sus heridas, Beauchef se diri- gió hacia dicho punto, á pesar del mal estado en que sus caballos se encontraban. Durante la marcha, dos principales caciques se presentaron á la vanguardia, so pretesto de sumisión ; pero Bulnes, á cuyo cargo iba aquella, los consideró como espías y los obligó á se- guirle en calidad de guiones. Descontentos de semejante recibimiento, condujeron las tropas por estraviados sen- deros, dando lugar á que Zúñiga y su banda lograsen salvarse. No obstante el trabajo que Beauchef se tomaba con el fin de batir á Pincheira, éste, esquivando todo en- cuentro, desaparecía como un fantasma en aquel dédalo de montañas. Cansado ya de tan infructuosa persecución, se decidió á escribirle induciéndole a que se rindiese, bajo promesa de echar un denso velo sobre lo pasado, caso de que se aviniera á hacerlo, y amenazándole de usar la mayor severidad contra él si persistía en su cruel vandalismo. Pincheira ¡contestó que no le intimidaban sus amenazas, y que los Portugueses, en guerra enton- ces con Buenos Aires, se le mostraban favorables, y que él era dueño de obrar á su gusto y con plena libertad. En vista de tan altanera respuesta y de la dificultad que Beauchef tenia de poder alcanzarle, suspendió toda persecución contra él, y se dirigió á castigar á sus alia- dos los caciques Butraiqueo, Allalian y Huaichaqueupeu el Mulato, que era el mas poderoso y mas temible de to- dos. Después de tres dias de marcha por muy difíciles caminos, el primero de los caciques nombrados mas ar- capitulo lxxxxiii. 337 riba se le presentó para desarmar sus intenciones hosti- les, asegurándole que solamente cediendo á la fuerza se hallaba ligado con Pincheira. Beauchef, con objeto de comprometerle, exigió que él y sus conas le siguiesen como auxiliares, y ademas que le entregase todas las fa- milias españolas, lo cual obtenían de grado ú por fuerza las partidas volantes que enviaba por las inmediacio- nes. Con este nuevo refuerzo continuó su camino, y mas allá de Trapatrapa iba á caer de improviso sobre reduc- ciones tranquilas y descuidadas para destruirlas sin com- pasión, alegando que el país no quedaría pacificado sino se esterminaba enteramente á los Indios, cuando una carta del general, á la sazón en Antuco, vino á detenerle en sus planes, ordenándole que respetase á todos cuan- tos quisieran someterse á las autoridades de la patria. Este fué el término de su escursion. Después de haber pasado algunos dias en el valle de las Damas, á donde el cacique Mulato le envió á decir que podia contar con su amistad y con que en breve le entregaría a Pincheira, después de ganar á Necuiman, único jefe indio que le acompañaba, partió para Chillan, punto que pisó el 29 de Marzo de 1827, al cabo de cuatro meses de espedí- cíon. En este tiempo consiguió apartar de la influencia de Pincheira a un crecido número de reducciones, des- pués de quitarle otro no menor de ganados, y de haber devuelto á la patria mas de 3.000 personas, que fueron a repoblar á Antuco y la Laja. Semejantes resultados no fueron bastantes a realizar el objeto de la espedicion emprendida con tanto ardi- miento ; y Beauchef culpaba á Carrero, quien faltando al cumplimiento de las órdenes que se le habían dado, hizo abortar el plan de operaciones. Pincheira continua- T. VIII. u 838 HISTORIA DE CHILE. ba siendo dueño de su formidable posición, y bastante fuerte aun para continuar sus temibles invasiones, lle- vando su audacia hasta el estremo de avanzar hacia las provincias del Norte, á despecho de las tropas escalona- das al pié de las cordilleras, y en tren de campaña para dar caza, aunque fuera en los bosques, á todos aquellos bandoleros. Entre otras varias correrías figura la del 27 de Diciembre de 1827, en que Pablo, a la cabeza de 50 hombres, casi todos cazadores insurreccionados en Chi- llan, franqueó el boquete de Rio-Claro para ir á caer por sorpresa sobre Curico, cuando un antiguo inquüino, con la mayor presencia de ánimo, le hizo creer que, adverti- dos ya, los habitantes se hallaban sobre las armas, y le obligó á desistir de su intento. Antes por el contrario, el terror habia sido tan grande, que unos 200 guasos ve- nidos aquel dia á oir misa, se apresuraron h volver a sus casas. Por otra parta, el Gobierno habia hecho llamar en seguida al escuadrón de cazadores acampado en Guayco, el cual, bajo la dirección de su jefe Puga, marchó en per- secución de Pablo. Al llegar á Chanco-Corral encontró a Bonifacio Correa, quien con 100 hombres de Lontue acababa de batir a aquellos bandidos, matando siete y no habiéndose podido salvar los demás sino arroján- dose al rio. Sin perder un solo instante, Puga voló tras ellos, y a cosa de las tres de la madrugada pudo darles alcance en Ranchillos, donde habían pernoctado. La vanguardia, á las órdenes de Ruiz, avanzó con sigilo a fin de sorprenderlos ; y ya estaban cerca de su campa- mento cuando, despertados por los ladridos de un perro y la voz de alarma de dos vigías, aun pudieron salvarse nuevamente, abandonando un corto número de muías y caballos* Perseguidos por Ruiz sin tregua ni descanso, CAPITULO LXXXXIII. 339 si bien con alguna lentitud a causa del mal estado de su caballería, las avanzadas llegaron a ponerse tan próxi- mas unas de otras, que las de Pincheira intentaron sedu- cir á las de Puga, ofreciéndoles parte del dinero que acababan de robar en la hacienda de J. A. Vila, lo cual algunas horas después no impidió a los perse- guidores que echasen pié a tierra y, sable en mano, pasaran á desalojarlos de la posición que ocupaban, quitándoles aun cerca de 300 bestias, fruto de su ra- piña. Estos reveses no desalentaron lo mas mínimo a los audaces malhechores, favorecidos por las guerras civi- les que entonces desgarraban el país, y a cuyo servicio se hallaban consagradas las mejores tropas veteranas. Poco tiempo después se habían aumentado considerable- mente hacia la parte Norte en esta provincia, teatro por espacio de tantos años de su criminal esplotacion, y de- vastaban por completo las haciendas cercanas a Talca- regue, llevándose a las jóvenes, asesinando á algunas personas y robando en varias ocasiones mas de 1 0,000 cabezas de ganado, que hicieron conducir a su campa- mento, á pesar de la incansable actividad de D. P. Her- rera, puesto al frente de algunos milicianos. La facilidad que tenían de poder saquear todas aquellas haciendas sin temor de ser sorprendidos, de tal modo prestaba cuerpo a su audacia, que a los pocos meses volvieron á reproducir los mismos escesos en la de Cauquenes, avan- zando hasta San José, distante como doce leguas de Santiago, cuyas casas fueron todas despojadas de cuanto algo valia, y sobre todo, la de D. Onofre Bunster, pro- pietario de las minas de San Pedro, donde robaron va- rias barras de plata, llevando su crueldad hasta el punto 340 HISTORIA DE CHILE. de asesinar a siete arrieros y a un muchcho de diez años que servia de madrinero. Todas aquellas rapiñas, tan frecuentes desde la Laja hasta el rio Maypú, se multiplicaban á espensas del te- mor que su crueldad infundía, y habían acarreado la mayor desolación al país. Las haciendas contiguas á las Cordilleras se hallaban casi abandonadas del todo, los ricos pastos de sus montes inutilizados por completo, y lu- gares enteros envueltos en ruinas. Ni aun las ciudades se encontraban al abrigo de sus amenazas; y con frecuencia venían á esparcirse rumores siniestros que sembraban el terror en el corazón de sus pacíficos habitantes, ó turba- ban su tímida imaginación, inútiles de todo punto eran cuantas disposiciones se tomaban por parte del Gobierno; Pincheira llegó á ser un poder que las facciones políticas consintieron por ultimo reconocer y hasta, lo que toda- vía es mas, á solicitar. Y así fué. El 15 de julio de 1829, las autoridades de Mendoza, cuyas haciendas habían sido también invadidas, cometieron la bajeza de ponerse en relaciones con él, reconociéndole por medio de un tratado, como coronel y jefe de las fuerzas del Sud, y comprometiéndose á facilitarle los ausilios necesarios en víveres, armas y municiones. Prescindiendo de lo que se- mejante pacto tenia de degradante para una nación civilizada, enorgullecía sobre manera á aquel facineroso, tan perjudicial para la sociedad, y daba nuevas alas á su carácter emprendedor. Esto .esplica muy bien la inso- lente respuesta que dio á Bulnes cuando en 1831 le propuso un arreglo á fin de terminar una lucha tan lasti- mosa. En dicha respuesta exigía al Gobierno le conser- vase el título de comandante de su gavilla, debiendo ser ésta alimentada y armada por cuenta del Estado, aña- CAPITULO LXXXXIÍI. 341 diendo la necia condición de que jamás se le obligaría á batirse contra tropas que el Rey de España pudiese enviar á América. El numero de hombres que mandaba Pincheira no era, sin embargo, muy considerable ; pero encontrándose en completa seguridad en sus ciudadelas naturales, podian muy bien llevar á cabo sus improvisadas sorpresas, mer- ced al bien organizado espionaje que tenían en todas partes, y también dividirse en pequeñas fracciones para caer sobre las aldeas y haciendas faltas de defensa. Así es que mientras las segregadas fuerzas de Pincheira se cebaban en las aldeas de Curico, Talcaregue, Cauque - nes, etc., las de Rojas y Hermosilla entraban á saco las de Talca y se llevaban numerosos rebaños ; y esto lo ejecutaban con una rapidez tal, que los escuadrones mandados en su seguimiento rara vez lograban alcanzar aquellas partidas. Una vez arruinadas las campiñas de Concepción, las provincias al Norte del Maule llegaron á ser teatro de los actos vandálicos de Pincheira, ex- plorándolas con tanta habilidad como osadía (1). Según hemos visto ya, todas las expediciones hechas contra aquellos salteadores de caminos, no habían dado resultado alguno provechoso; y sin embargo, los inmen- (1) El 4 de enero de 1831, informado el Gobierno de la presencia de los bandidos en las cordilleras de Gaaquenes, hizo partir al escuadrón de húsares y mandó acuartelarse al batallón de cazadores y a las milicias de Santiago. Me encontraba yo entonces en las cordilleras, y habia pasado la noche en los chacayes, cerca de la confluencia del rio de los Gipreses con el Cachapoal. Muy de mañana, y habiéndome adelantado para visi- tar algunos sitios, mis hombres, que hablan quedado en los chacayes, a la otra parte del rio, distinguieron á algunos individuos en traje de pas- tores, y suponiéndolos sirvientes de la hacienda de la Compañía, los in- vitaron á pasar para tomar un mate. Así que llegaron los disfraza- dos individuos, quienes formaban parte de las gentes de Pincheira, se 342 HISTORIA DE CHILE. sos perjuicios que ocasionaban, no sólo en Chile sino en las provincias subandinas de Buenos-Ayres, debían ha- cer esperar medidas mas enérgicas y eficaces. La ocasión no podia ser mas favorable. Muchos de los mas valientes jefes de Pincheira se habían sometido, el estado anár- quico no existia ya en el pais, el Gobierno, mas fuerte y mas enérgico, podia disponer de tropas aguerridas con pre- ferencia á las milicias ciudadanas, que como menos dis- ciplinadas y mal pagadas esquivaban el peligro siempre que podían, no obstante su costumbre en el manejo de las armas, encontrando en cierto modo menos deshon- rosa la huida que la derrota. Pensóse, pues, en repro- ducir la expedición deBorgoño, pero sustituyendo áéste en el mando con el general Bulnes, militar intrépido, muy querido del soldado, y con encargo de penetrar él mismo en las montañas mandando sus tropas en per- sona. Este pequeño cuerpo de ejército contaba mas de 1 ,000 plazas, compuestas del modo siguiente : 200 granaderos de á caballo, á las órdenes del coronel graduado Don Bernardo Letelier ; 264 infantes del Carampangue, man- dados por el teniente coronel Están. Anguita ; 200 del batallón de Valdivia con el capitán J. Barbosa ; 240 del batallón de Maypú, con su coronel J . Ant. Vidaurre, se- apoderaron dé sus caballos y equipajes, y se fueron sin hacerles el menor daño, sin duda compadecidos del miedo que les habían inspirado. Noticio- so de esta desgracia, escalé á pié las montanas y, al cabo de dos días de privaciones, conseguí acercarme á los baüos de Cauquenes, donde encontré una compañía de milicianos que iba en persecución de aquellos bandi- dos; y todo esto, como siempre, después que ya estaban de vuelta en su campamento. El- espanto que ocasionaron en San Fernando era aun tan grande un mes mas tarde, que tratando yo de visitar el extinguido volcan de Talcaregue, el intendente Don Pedro Urriola no me dejó par-, tir sino escoltado por una compañía de milicianos. CAPITULO LXXXXHÍ. gundo jefe de la división ; 30 milicianos solamente con Don Ramón Pardo, y por último, 80 Indios Pehuen- ches a cargo del arrojado capitán graduado Domingo Salvo. A principios de enero de 1832; todas estas tropas se pusieron en movimiento, marchando con bastante orden y reserva, pues ya para el 11 habían hecho algunos pri- sioneros. El siguiente dia, una partida de Granaderos al mando del alférez Don Pedro Lavanderos, fué enviada en exploración y sirviendo de guias prácticos en el ter- reno el comandante Rojas, los capitanes Gatica yZúñiga, y el alférez Vallejos, todos ellos pasados de la banda de Pincheira. Conocedores de las mañas y costumbres de sus antiguos compañeros, fueron bastante afortunados para lograr sorprender y apresar en la habitación de la estancia de Roble-guacho á Pablo Pincheira, así como también á sus criados y á un antiguo cazador de a caba- llo ; y Rozas, en otro tiempo uno de sus mejores tenientes, capturó tres soldados que habian huido a los bosques. Siendo este Pablo el roas cruel y el mas feroz de los her- manos Pincheira* Ruines le mandó fusilar enseguida, pena que también sufrieron Hermosilla, Fuentes, Loiza y algunos otros de sus jefes. Todos recibieron la muerte con una estoica tranquilidad, pues hasta tal punto la feroz brutalidad de que hacían alarde había helado en sus almas todo sentimiento humanitario. Después de tan feliz captura, la división continuó su marcha, dia y noche, con muy poco descanso, teniendo que vencer las mayores dificultades y fatigas. Un poco antes de llegar á las lagunas de Palanquín, campamento de Pincheira, todavía cayeron en sus manos ocho solda- dos y un sarjento, que se hallaban guardando una an- 344 HISTORIA DE CHILE. gostura; pero dos que lograron escaparse llevaron la alarma á su campo. Bulnes se apresuró entonces a disi? poner sus tropas en tres columnas, y, por medio de un ataque simultáneo, cayó con la rapidez y vigor del rayo sobre el campamento enemigo, acuchillando á todos aquellos bandidos, que en vano pretendieron huir para salvarse, pues iban á encontrarse por todos lados frente á las partidas mandadas con el fin de cercarlos. Sin em- bargo, favorecidos por la noche y la carrera de sus ca- ballos, J. Ant. Pincheira y unos 12 a 14 mas de sus se- cuaces fueron los únicos que lograron salvarse de la refriega. Los indios, apostados a orillas de un estero, in- tentaron resistirse contra los granaderos de h caballo que los perseguían de cerca; pero desbaratados por una impetuosa carga, pronto huyeron, dejando sobre una línea como de tres leguas de camino, gran cantidad de muertos, entre los que se encontraban Neculman, Co- leto y Triqueman, principales auxiliares del maldecido Pincheira, y atizadores de las perturbaciones de la raza pehuenche. También fué muy considerable el número de prisioneros de guerra entre Españoles é Indios, los unos cojidos en el campo de batalla, y los otros defendiéndose durante algún tiempo en una montaña contra la compa- ñía de Carampangue, sobre la cual dejaban caer rodando enormes peñascos. Esta completa victoria concluyó con los bandoleros que infestaban la frontera, y una vez alcanzada, Bulnes regresó k Chillan. Antes de emprender la marcha, desta- có una partida de 100 hombres, compuesta mitad por mitad de Indios y de Chilenos, para que activamente persiguiesen á Pincheira y á los pocos hombres que le quedaban. Iban al frente de esta fuerza, el famoso capí- CAPÍTULO LXXXXIII. tan Ant. Zúñiga y el ayudante de granaderos de a caba- lo D: Pedro Aguilera. Gracias á su marcha rápida, al amanecer le dieron alcance entre los ríos Latué y Sala- do, é indudablemente le hubieran sorprendido, si ios rastros de dos espías, mandados a informarse de la di- rección que llevaba, no le hubieran descubierto la pro- ximidad de sus perseguidores. Pincheira, pues, logró salvarse con sus pocos compañeros de crimen ; pero al llegar al rio Malalhué, viendo que su causa estaba per- dida del todo, sin que ya pudiera defenderla y mucho menos restaurarla, solicitó una entrevista de Pedro La- vanderos, declarándole que su intención de rendirse, pero no h Zúñiga, sino al general Bulnes. Concedido lo que deseaba, Pincheira y su gente abandonaron las altas soledades, y el 1 1 de Marzo se rendían al general Bul- nes. Así quedó esterminada aquella famosa banda, que se hizo memorable por sus atrocidades, y que por espa- cio de 13 años habia llevado la desolación y sembrado el espanto en las provincias del Sud, arruinando pueblos y haciendas, robando mujeres, llevando por todas partes el luto, el hambre y el estrago hasta el último grado del rigor, y menospreciando con una audacia sin límites la política y las armas del Gobierno de Chile. Esta es sin duda una de las mayores glorias del ge- neral Bulnes, porque, después de haber contribuido á sofocar la anarquía, coronaba la obra dando muerte á la hidra sangrienta del vandalismo. De los cuatro hermanos Pincheira, sólo J. Antonio logró salvarla vida, obteniendo el perdón ; los otros tres terminaron su fatal carrera con una muerte viólenla. Antonio, el jefe principal y mas cruel de todos los Pinchei- ras, no existia ya desde la acción de Linares, acaecida 346 HISTORIA DE CHILE. el año 1823; el segundo, esto es, Santos, pereció el mismo año, ahogado en un rio al tiempo de atravesarlo;: el fin del tercero nos es ya conocido. Este, llamado Pa- blo, no menos malvado que el primero, acabó fusilado por orden de Bulnes, sellando así la tranquilidad de los inofensivos habitantes de los pueblos fronterizos, y muy particularmente de la provincia de Concepción. Destruyendo jas bandas de Pincheira, el general Bul- nes no sólo alcanzaba la gloria de poner término al en- carnizamiento de una guerra prolongada durante veinte años, sino que, al propio tiempo, libertaba al país de los escesos y violencias de aquel hormiguero de facciosos, azote cruel y plaga inevitable de toda sociedad en vías de una súbita trasformacion. Este suceso coincidía de un modo admirable con el restablecimiento del orden y la tranquilidad en la vida pública, dando estabilidad á aquel gobierno fuerte y respetado que el genio de Por- les acababa de inaugurar. A partir de este momento, la vitalidad social va desde luego á verse encaminada hacia una reparación y organización necesarias para abordar en seguida la obra de la regeneración, dando al pensa- miento y á la inteligencia esa energía salutífera que los padres de la patria, secundados por un valiente y leal ejército, habían empleado en la conquista de su naciona- lidad. El período así abierto será el cuarto de la historia chilena, será el período de la libertad y de la civiliza- ción, estando representados ios tres anteriores por la conquista, la colonización y la independencia del país. A los autores chilenos incumbe ahora el deber de darnos esa historia ; y las sabias cuanto importantes obras y memorias que ellos han entregado ya á la publicidad, son lamas segura garantía del talento y de la firmeza CAPITULO LXXXXIII. 347 de ánimo, del tenaz empeño que ellos emplearán en pre- sentarnos tal como son los hombres y los acontecimien- tos de esta grande época de regeneración social, esfor- zándose en enriquecer la historia patria al narrar los maravillosos progresos que, á consecuencia de la con- quista de sus libertades, ha logrado el paíá en ilustración, en crédito y en riqueza. FIN. ÍNDICE DEL TOMO OCTAVO Capitulo LXXX. — El Almirante Blanco, Presidente de la Repú- blica . — Envía un ministro plenipotenciario al Perú, á causa de Ja parte que el Gobierno tomaba en favor de O'Higgins. — Ins- pirándose en el ejemplo de los Norte-Americanos, el Congreso adopta el sistema federal. - Diferencia de las costumbres en ambos países. - Reformas en el ejército y en el modo de re- ciutarle. — Antagonismo entre el Presidente y el Congreso. — Desanimado en sus bellas intenciones, el Almirante Blanco re- nuncia a la Presidencia. - Descontento producido en el público por tan violenta resolución. F Capitulo LXXXI. — Agustín Eizaguirre, Presidente de la Repú- SpSJni7.i k M°? s,ltuaci?n- - Toma algunas medidas para destruir el abuso de los vales nacionales. - Dificultadas que encuentra para mejorar la situación del Tesoro. -La guarnición de Santiago se subleva y recibe una parte de sus pagas atrasa- ht'aT, , sublevacl°n e»tre los guias. - Freiré consigue íirTi T™ e,n d Órden' - Estado iníluiet0 de los ámmos y nrnnTn • - ^lu,cl0J?- ~ ^ coronel Don Enrique Campino se pronuncia e intitula Capitán General de la República. - Inci- Benaevente revolucion- - Es sofocada por la destreza de Capitulo LXXXII. - Los miembros del Congreso vuelven á co- menzar su sesiones y Freiré dimite su poder provisional. - Es ree.egido para Presidente, y para Vice-Presidente D. F. A. Pin- to. — El sistema federal es admitido por el Congreso v al efecto es presentada una Constitución. - Oposición q?e la nueva íeí encuentra aun entre los antiguos partidarios federalistas. - Inf- lante la sostiene casi solo, pero con la mayor energía. — Las asambeas provinciales en su mayoría son contrarias á dicha S 1 '"Sí ~.LaS favor»blef á dla introducea la confusión !«ií?i adminístr?ciones fiscales. - Vivas discusiones con la S^mKT111 de San-lÍ- g0> " Disolucion de la Cámara y nombramiento de una comisión nacional. - Convocatoria de un 350 índice. Pag. nuevo Congreso. — El sistema federal es defendido con obstina- ción por Infante, á pesar de ser contrario al voto general del país. 32 Capitulo LXXXÜl. — Freiré renuncia á la presidencia. — D. F. A. Pinto acepta este alto puesto, después de haberle rehusado. — Estado dr-1 | ais en aquellos momentos. — Desmoralización en las diferentes clames sociaie-. — Grande-* inundaciones y e.-tragos que ocasionan. — Desorden en las ideas políticas. — De los par- tidos y de sus tend-ncias. — Dtl periodismo. — Sus abus ¡s y su espíritu calumniador. — Se piensa restringir las libertades de la prensa. 73 Capitulo LXXXIV. — Sigue la administración del general Pinto. — Su carácter. — Formac on de su ministerio. — Elección de un nuevo Congreso y su traslación á Valparaíso para discutir el nue- vo proyecto de Constitución. — Revolución piovocada por Don Pedro Erróla. — Los habitantes de Santiago se declaran en favor del Yice-Presidente. — Tentativa de una nueva sublevación mi- litar sufocada por el Gobierno. — Deseicion de ios dragones ha- cia el Sud. - El comandante Búlnes los hace volver al ór.ien.— Amnistía concedida á los revolucionarios con motivo de la pro- mulgacL n de la rm^va ley íundament 1. — Batallón del ór.ien. — Los diputados vuelven á empr nder sus tareas en Santiago. — Reglamento sobre la liben ad de la prensa y la ley electo- ral. — Ciérranse las sesiones legislativas. .100 Capitulo LXXXV. — Continúa la administración del general Pinto. — Nuevas reformas en la Hacienda pública. — Establecimiento del crédito nacional. — Proyeco de un b;,nco.— Medidas adop- tadas para p ner freno al contiabando — Sublevación de los ca- zadores en Tal-a — Reormas introducidas en el ejército. — Instrucción pública. — Colegios particulares. — Colegios de se- ñoritas. —Sociedad filirmónica.— Teatro. — Discusiones sobre la abolición de los mayorazgos. 128 Capitulo LXXXVL — Pinto es enérgicamente comb ¡tido en las elecciones. — Sublevación de los inválidos, y tus consecuencias. — Los Pelucones v los Estanquer s se reúnen en asamblea en el consulado. — El Yice-Presidente msnda cerrar las puertas, y se retira á Apnquiudo, pasando sus atribuciones al Senado. — Los miembros del Tribunal de Apela iones presentan su dimi- sión. — El Congreso se traslada á Valúa aiso para el escrutinio de la votación de Presidente y Yice-Presidente de la República. — El general Finio obtiene el primer cargo, y el coronel Joaq. Vicuña el segundo. — Este último nombramiento es atacado por la oposición. — El periódico El Sufragante y sus acaloradas filí- picas. — Rev^ luci >n O'Higüinista en Concepción. — El Presi- dente, poco satisfecho de las elecci mes, quiere que se renue- ven. — Ante la negativa del Congreso, tal como Vicuña lo había hecho ya, presenta su dimisión. — Su renunci1 es aceptada, y el Presidente del Senado toma las riendas del Estado. 160 índice. ^Sl^n 7RD0n F- ?am- yicuña' ^e-Presidente de la He luiica. - Don Ramón Freiré le promete su apoyo - Con- t ^7TlSUu 6 fSlt C*PÍten, G^neral- " Prendamiento escanda osa. - Incidente a que da Ju_ar. - Xomb^mien o de una junta.-El ejercito constitucional se niega á reconocerla ~ El Vice Presídeme se retira cota sus ministros á Valparaíso - Pneto marcha con :-us tropas sobre Santia,o. - Lh a tardía mandada por el coronel Bulnes. - E.te coronel se .pode" de o, fondo, enviados á Lastra y de 'os artilleros que io< e¿o - lf • 77 Geá,1"ne= otiles de conciliación. - El bnk > Aquiies ■ >e subleva yes_ perseguido y apresto por un Comodoro V¿ ~"« v— »ÜC1í?mos se aP°de^n de los fu-ites de Valparaíso" -El Vicepresidente se traslada á Coquimbo, v Uegá a dicho punto en los momentos críticos en que tiene lugar un motín.™ Hace renuncia de su cargo y vuelve á Santiago. ,8J ^n^1? L™"!11— B^alla deOchoffavia.-Tratados techosde^ pue> de dicha bata la y agrarios á que dan oca ion - Freiré tSütíí Ja a SamÍ^° y pasa a ?«*w¡^ donde reúne naí^ n í°p 5 0VI';'t]t^-'a^- "Reacciones anti-revoluc*> nanas en Coquimbo y Concepción. «a» Capitulo LXXXIX. - Salida de algunas tropas para favorecer la C2" ' ;e Concepción _- Abordaje infructuoso del br.k «Él ¿T \%J r C0-üne rü,,pT ~Abul™ d* Chillan por el co- ronel \iel. -Reunión de los plenipotenciarios. — Don Fr. Huiz Tagle es nombrado Preside te de la República, y D. Tumá< Ova- líe entra a ocupar la Vice^Preádencia.^ Destitución de un eran Damero de generales, corone e, y oficiales.- Tagle renuncia el poder y es r. emplazado por Ovaile. - Freiré se dirige por mar hacia Coquimbo y después va árennir sus tropas con las de plf 1."^ fastre qi?e en la nave- cio esPer men|a su fio-a - batalla de Lircay, favorable en un todo á los revolucionarios 221 acUvo del nuevo Gobierno. - Su po itica despótica y desintere- sada. — Des n tuve a un gran número de oficia es. - D-n acerca de este coronel, que ascendió hasta een-ra: en Jefe de