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EL TEATRO

COLECCIÓN DE OBRAS DRAMÁTICAS Y ÚRICAS.

JACINTO

ZARZUELA

EN UN ACTO Y EN PROSA

ORIGINAL DE

DON LIBERTO BERZOSA

MÚSICA DE

DON FEDERICO REPARAZ.

SEGUNDA EDICIÓN.

MADRID.

FLORENCIO FISCOWICH, EDITOR.

(Sucesor de Hijos de A. Gullón.)

PEZ, 40.— OFICINAS: POZAS,— 2-2/

iP8d.

JACINTO

ZARZUELA EN UN ACTO Y EN PROSA

ORIGINAL DE

DON LIBERTO BERZOSA

MÚSICA DE

DON FEDERICO REPARAZ.

Estrenada con grande aplauso en el Teati-o del CIRCO el día 25 de Mayo de 1861.

SEGUNDA EDICÍÓN.

MADRID.

IMPRENTA. DE JOSÉ RODRÍGUEZ.

Atocha, 100, principal. 1889.

PERSONAJES. ACTORES.

EMILIA, marquesa del Clavel Srta. Ramírez.

ROSA, su doncella Srta. Irarra.

LUIS, coronel, Marqués del Clavel... Sr. Soler.

PEDRO, su asistente Sr. Crescj.

Esta obra es propiedad de Doña María Loieto Gullón de Fiscowich, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España y sus posesiones de Ultimar, ni en les países con ios cuales haja cele- brados ó se celebien en adelante tratados internacionales de propiedad literaria.

La propietaria se reserva el derecho de traducción. Les comisionados de la Galería Lírico-Dramática, titulada El Teatro, de D. FLORENCIO FISCOWICH, son los encargades exclusivamente de conceder ó negar el permiso de representación y del cobio de los derechos de propiedad.

Queda hecho el depósito que marca la ley.

LA SEÑORITA DOÑA AMALIA RAMÍREZ.

Al dedicarle á V. esta obra, no hacemos mas que cumplir con un deber que nos impone la gratitud.

Agobiada la empresa por sus muchos compromisos, no era posible su representación, si no la hubiera V. aco- gido tan generosamente salvando cuantos inconvenientes se presentaban para ponerla en escena.

El éxito que ha obtenido se debe exclusivamente á V. y á los artistas que desempeñaron sus respectivos pa- peles con tanto acierto como maestría, superando nues- tros deseos.

i Suplicamos á V. admita como prenda de reconoci- miento este pobre ensayo, que si bien por su escaso mé- rito no es de importancia ninguna, sirve para darle una prueba del verdadero afecto que la profesan sus

ÍUifcoteó.

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ACTO ÚNICO.

Sala elegantemente amueblada, un piano á la Izquierda, á la derecha un •velador; dos puertas á la izquierda y una á la derocha. Al foro otra, que figuiadar al jardín.

ESCENA PRIMERA.

Aparece la etcena sola: á los últimos compases do la música, entran por el foro LUIS y PEDRO observándolo todo con el mayor cuidado.

Luis. Esta es la quinta, y éste debe ser el pabellón. ¡Cómo me palpita el corazón al pensar que aquí se encuentra mi mujer! Sin embargo, no puedo desechar una espe- cie de temor. Si fuera fea...

Pedro. ¡Sería una broma un poco pesa! ¿Pero no le ha dicho á usía la baronesa que es muy bonita?

Luis. Más no obstante, el cariño hacia su sobrina la mar- quesa, puede cegarla hasta el punto de no dejarla ver sus defectos.

Pedro. Pues ya no hay remedio: tiene usía que tomarla tal como sea.

Luis. Eso lo veremos.

6

Pedro.

Luis.

Pedro. Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro, Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro. Lms.

¿Pues qué, mi coronel, piensa usía pedir á la reina que le cambie la mujer? No por cierto, pero puedo hacer otra cosa. ¿Cuál?

Escúchame, Pedro. Ya sabes que este enlace se veri- ficó por razones de familia y conveniencias sociales. Yo era entonces un chiquillo y accedí á cuanto qui- sieron. Emilia, que se estaba educando en un conven- to, me entregó su mano sin violencia, pues ignoraba absolutamente qué significaba aquello, y el compro- miso á que se ligaba. Ya ves, apenas contaría cinco años.

¡Valiente mujer!

Yo tuve que partir de España con mi familia al día siguiente dal casamiento; de modo, que ni el más mí- nimo recuerdo puedo conservar de mi esposa, ni de los rasgos de su fisonomía. Diez años he estado por Europa naciendo la guerra, y ni siquiera he pensado un momento en que no era dueño de la libertad que disfrutaba. Dígalo si no...

Pero hace tres meses recibí una carta de mi tía la baronesa, en la que me noticiaba, que Emilia acababa de salir del convento, é instalarse en esta quinta, y que al cabo de diez años de ausencia era ya tiempo de que viniese á reunirme con mi esposa, la que deseaba conocer á su marido. Aquella carta me hizo pensar seriamente y tomar una resolución. La de embarcarnos inmediatamente para venir en su busca.

Justamente. Pero tengo dos ideas. Veamos cuáles.

Si mi esposa es una de esas mujeres que tanto pulu- lan por el mundo y que se llaman feas, monto á ca- ballo, y no paro hasta China. ¡Bravo! La segunda, inspeccionar qué clase de vida lleva; si

7

Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro .

Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis. Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro,

Luis.

se acuerda de y siente mi auseucia. Para ello, he

pedido á mi tía una recomendación, y bajo el nombre

de Enrique Alvaroz vengo en clase de compañero de

armas de su marido. ¿Qué te parece?

Mu bien. ¿Conque si es fea, nos largamos? j

Al escape.

Dios quiera...

¿Qué?

Que sea un prodigio de hermosura. La quinta es muy bella, á lo meaos lo que hemos po- dido ver. El jardín delicioso. La vida campestre me electriza: ya verás qué buenos ratos pasamos aquí. La caza, la pesca, los bailes, porque los domingos estará abierto mi jardín para esos sencillos aldeanos de este pueblecillo. ¡Calla! un piano: el complemento de la dicha. [Qué felicidad me espera con todos estos goces, y una mujer que tenga. .

Los ojos vizcos; la nariz de á cuarta; el talle de col- chón, y no hay más que pedir. Calla, demonio; no me arrebates mis bellas ilusiones. ¡Yo!

Pero nadie parece. Hemos llegadj hasta este pabellón sin encontrar alma viviente.

Por los pueblos hay muy pocos ladrones. ¡Qué desgra- cia que se nos haya muerto Leonina! ¡Es verdad! ¡lástima de perra! Después de llevar siete años de servicio en el ejército y haberse quedado coja de resultas de un ba'aso, ahora que podía haber tomao el retiro, se ha muerto. Ya tendremos aquí otra, y también un par de galgos. Pero aquella estaba ya conocía, y eramos casi her- manos. ¡Tunante!

¡Ella y yo, mi coronel! ¡Probé Leonina! ¡Calla! Me parece que suena gente. Sí, una mosa barí. »

¿Será mi mujer?

_ 8 Pedro. Me paese que no. Tiene el aire de una doncella.

ESCENA 11.

LUIS, PEDRO y HOSA, por la puerta segunda de la izquierda.

Rosa. ¡Ah! ¡Dos forasteros!

Pedro. Perdone osté, hermosa niña. ¿No vive en esta vivienda

la marquesa del Clavel? Rosa. Sí, señor. Luis. ¿Tendrá usted la bondad de anunciarla que un amigo

de su esposo desea ponerse á sus pies? Rosa. Ahora está en el tocador. No puede tardar en concluir.

¿Pero es usted por casualidad el recomendado de la

señora baronesa? Luis. El mismo.

Pedro. ¡Qué penetración tiene esta chica! Rosa. Mi señora ha mandado preparar esa habitación, por si

quería usted quedarse aquí por algunos días. Pero

creo que le esperaba á usted ayer. Luis. Debía haber sido así en efecto; pero ciertas ocupa- ciones... Pedro. (¡Femeninas!) Luis. Me han impedido ponerme á sus pies tan pronto como

hubiera deseado. Rosa. Pues voy corriendo á anunciárselo á la señora. ¡Qué

contenta se va á poner! Al momento saldrá, (vasa por

la puerta primera de la izquierda.)

ESCENA III.

LUIS y PEDRO.

Luis. Ya vuelve otra vez á latir mi corazón; va á venir: ¿qué

te parece? Pedro. Guapa.

LUIS. ¿Mi mujer? (Volviendo la cora.)

Pedro. ¿Dónde está? (id.)

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Luis. ¿Qué diablos estás diciendo?

Pedro. Si yo hablaba de la doncella.

Luis. Pues yo de mi mujer.

Pedro. Estoy, mi coronel, porque nos debemos quedar.

Luis. ¿Cómo has variado tan pronto de opinión?

Pedro. Esa chica es capaz de hacer que uno se meta ermi- taño por verla.

Luis. ¿Te gusta?

Pedro. Con el permiso de mi coronel, diré que sí.

Luis. ¡Chist! ¡Siento pasos!

Pedro. Y el roce de un vestido de seda.

Luis. Estoy temblando.

Pedro. Ánimo, mi coronel; por fea que sea, cunea será tanto como las negras de América, y sin embargo...

Luis. ¡Calla!

Pedro. ¡Ya están aquí!

ESCENA IV.

LUIS, PEDRO, EMILIA y ROSA.

Luis. (¡Ah! ¡Qué hermosa!)

Pedro. (Se ganó la plaza.)

Emilia. Caballero...

Luis. Señora...

Emilia. (¡Es muy guapo!) Perdone usted que le haya hecho

esperar.

Luis. ¡Oh! Señora, yo soy el que debo pedirla mil perdones...

por... (¡Es divina!)

Rosa. (¿Qué le parece á usted?) (Bajo á Emilia.)

Emilia. (¡Muy bien!) (id. á Rosa.)

Pedro. (Se ha quedado lelo.) Coronel. (Bajo á Luis.)

Luis. (¡Vete!) (id. á él.)

Pedro. (Pero...) (id.)

Luis. (¡Fuera, mastuerzo!) (id.)

Emilia. (¡Sal!) Rosa.)

PEDRO. (BllSqiiemOS la COCina.) (Vase con Rosa por la puerta segun- da de la izquierda.)

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ESCENA V.

EMLIA y LUIS.

Emilia. ¿No toma usted asiento?

Luis. Coa su permiso. Creo que habrá usted recibido una carta de su tía la baronesa, anunciándole mi visita.

Emilia. Sí, señor; en ella me dice que viene usted en nombre de mi esposo.

Luís. Hemos sido compañeros de armas, y me ha encar- gado...

Emilia. ¿Y por qué no viene él?

Luis. ¡Oh! Porque ignoraba que tenía en usted un tesoro de gracias y perfecciones, porque creía que...

Emilia. No; mas bien, porque la vida militar le agrada: que se divierte cuanto puede, mientras yo estoy aquí de- sesperada, sin consuelo.

Luis. Si él hubiera podido sospechar...

Emilia. No merece que se lo defienda.

Luis. Sin embargo...

Emilia. Mire usted, yo le quería mucho.

Luis. ¿De veras?

Emilia. Desde pequeñita me habían enseñado á quererle y res- petarle; pero lo que es ahora...

Luis. ¡Ahora qué!...

Emilia. Conozco que le quiero bien poco: mejor dicho, nada; y sentiría que viniera á mi lado, por más que esta vida solitaria me fastidie.

Luis. (¡Qué escucho!) Sin embargo, á su lado disfrutaría us- ted de muchos placeres desconocidos; bailes, teatros, paseos; el lujo y la magnificencia de la corte.

Emilia. Todo eso me cansa y hastía; por lo mismo he venido á vivir á esta deliciosa quinta, Y si le he de hablar á usted con franqueza, desde que que mi marido está distraído, he buscado un entretenimiento.

Luís. Cómo, señora... ¡Un entretenimiento!

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Emilia,

Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia. Luis. Emilia. Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia. Luis.

Emilia.

Luis.

Emilia.

¡Cbist! Pero no lo diga usted á nadie: si lo supiera la baronesa me lo afearía. Y con razón, porque... Si no es más que un capricho. ¡Un capricho! (Dios mío, ¿qué es esto?) Ya se lo enseñaré á usted. ¿Á mí?

Pero me tendrá usted que dar palabra de no decírselo á nadie.

(¡Hay mayor insolencia!)

Pero hablemos de mi marido. ¿Usted cree que no ven- drá por ahora?

(Probemos.) No por cierto. Tardará mucho... quizá toda la vida. ¡Ay qué gusto! ¡Voto al demonio! ¿Qué tiene us'ed?

Nada, señora. Pues como iba diciendo, no vendrá... porque... ¿Por qué?... ¡Porque ha muerto! ¡Pobrecillo! ¿Y dónde? En la guerra. ¡Cuánto lo siento! (¡Se conoce! ¡Por vida!) ¿Se encontró usted acaso á su lado? Entre mis brazos espiró, después de haberme dicho sus últimas palabras para que se las repitiera á su esposa.

¿Y cuáles son?

«Muero sobre el campo de batalla, pero con honor. »Díle á Emilia que conserve mi apellido sin mancha, »tal como yo se lo lego al morir.» ¿Creerá usted que casi casi me dan ganas de llorar? ¿Para qué?... Si se murió, buen provecho. (¡Estoy dado á Satanás!) ¡Tiene usted razón! Un marido que abandona á su mu-

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jer por espacio da diez años, como él lo ha hecho con- migo, no merece... Mis no obstante, para probar que soy mejor que él, no me casaré hasta pasado el luto. Luis. ¡Señora!... (¡Esta mujer, á hacer que yo cometa

una barbaridad!) Emilia. Me parece que obro bien.

Luis. Yo lo creo, señora... Pues digo, un año, no es nada... á menos que se pase más dulcemente con el dichoso entretenimiento. Emilia. Él será mi único consuelo en la desesperación que

estoy sumida. Luis. ¡Oh, mucho!

Emilia. ¿Y piensa usted permanecer aquí algunos días? Luís. No sé... mis negocios...

Emilia. Por lo menos hasta el domingo... hoy es jueves... Luis. Veremos. Emilia. Aquí no faltan algunas distraciones. Verá usted qué

buenos ratos pasamos. Luis. Sí, ¿eh? (¡Prudencia!) Emilia. ¿Le agrada á usted la música? Luis. Es mi sola pasión.

Emilia. ¿De veras? ¡Cuánto me alegro! Á ver, á ver, aquí tengo algunas piezas que podremos cantar á dúo. ¿Vamos? Luis. Pero, señora, después de la triste nueva que he teni- do el sentimiento de anunciarla. Emilia. Es verdad. Pero aquí no nos ve nadie, y además usted irá divulgando por tocias partes, que al recibir tan triste nueva, mi desesperación ha sido tan grande, que he estado á punto de morir. Luis. Descuide usted. (¡Qué deliciosa entrevista!) Emilia. Á ver si le gusta á usted este dúo. (lo da un papel.)

LUIS. ¡Muy bonito, muy bonito! (Estrujándolo.)

Emilia. Cuidado, que le rompe usted.

Luis. Perdoae usted... una distración...

Emilia. ¿Empezamos? (Se sienta ai piano.)

Luis. Cuando usted euste.

4o

MÚSICA.

DÚO.

Yo te adoro .„ mía nina

por tu encanto seductor.

y no puedo ya tu amor

ni un instante desechar.

eres mi vida, mi cielo,

mi luz, mi norte y encanto,

y te quiero tanto, tanto

como el pecho puede amar.

prenda , Ay, .. mía, J nina

tu claro lucero

de mi alegría.

Ten compasión, que por pena y llora

mi corazón.

HABLADO.

Emilia. ¿Qué tal?

Luis. ¡Divina! (¡Es un áugel y un demonio!)

Emilia. (Já, já... ¡Está aturdido!)

ESCENA VI.

DICHOS, ROSA y PEDRO por la segunda puerta de la izquierda.

Rosa. Señora, el almuerzo está servido.

Emilia, Pues, señor don... ¿cómo es su gracia di usted?

Luis. Enrique Álvarez, señora.

Emilia. Pues señor don Enrique Álvarez, pasemos al comedor,

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y le suplico que no me hable de cosas tristes que me quiten el apetito. Luis. Descuide usted, señora. (¡Ah! Pedro, sonsaca, averi- gua y Observa, Observa... (Bajoá él y doprisa.)

Emilia. ¿Vamos?

Luis. Estoy á las órdenes de usted.

ESCENA VIL

ROSA y PEDRO.

Pedro. (Averigua, sonsaca, observa, aquí hay gato enserrao, procuremos cumplir con la consigna. Oiga osté, niña; ¿á onde se vasté con paso tan precipitao?

Rosa. A ver si mandan algo los señores.

Pedro. Aguarde osté un poco, y deje que platiquemos los dos un rato.

Rosa. ¿Y qué tenemos que platicar nosotros?

Pedro. Despasito, arma mia, y no sea tan súpita de genio.

Rosa. Vamos, ¿qué me quiere usted?

Pedro. jVárgame Cristo, y qué cosas le iría yo asté!...

Rosa. Pues ya puede usté empezar.

Pedro. ¿Sí? Pues allá voy.

MÚSICA. DÚO.

Pedro.

Por esos ojos tan retrecheros, sepasté, prendra que ^o me muero. Por ese talle, por esa cara, é la milicia yo esertara.

Rosa.

lo

¿Tan de repente le entró el amor?

Pedro.

Rosa.

Pedro.

Todo de gorpe sale mejó. "

Los militares van muy deprisa y no les coge la vicaría.

Los militares, sepasté, niña, que los domingos oven la misa.

Rosa.

Pedro.

Yo no soy plaza que ha de entregarse á aquel que el cura no se lo mande.

Ya que la plasa

no ha de entregarse,

yo diré ar cura

que se lo mande. Pues al ver de una serrana la yrasia y sarandeo cuando sale de mañana, ¡ay Jesús! me tiembla e cuerpo.

Y si me enseña la liga,

¡ay faitiga! Diera por una mira,

na... Que si es verdad que la quiero, ¡salero!

Y ya que por ella muero si logro marido ser,

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cuando la llegue á coger... ¡Ay faitiga!... Na... ¡Salero!

HABLADO.

Rosa. ¿Acabó usted ya?

Pedro. ¿Y no se ablanda ese pechito?

Rosa. Es muy duro y se necesita raucbo tiempo para qu? se

ablande. Pedro. ¡Arma mía! Jasta er juisio final estaría yo aguardando. Rosa. Además, usted se va con su amo dentro de unos

días y... Pedro. Yo... Quiá... deserto; me queo con la señora, manque

sea de. cochero. Rosa. Si hiciera usted eso... Pedro. ¡Uy! ¡Salero! Rosa. Pero cuidado que no prometo nada hasta que vea las

obras. Pedro. Cayusté, que de aquí voy ar sielo canonisao. Ya ve- rasté, hoy mismo hablaré con la seña marquesa... ¿Qué tal caraiter tiene? Rosa. ¡Delicioso! Es una mujer, como hay pocas; ¡tan dulce! ¡tan amable!... nos trata á todos con una familiaridad; no parece que somos sus criados. Pedro. Jeso es bueno.

Rosa. Ya lo verá usted, Pedro: pasa la vida aquí sola cui- dando sus flores y sus pájaros, ó jugando con Jacinto. Pedro. (¿Quién será este on Jasinto?) Rosa. Hará cuatro meses que vivimos aquí, y no ha venido á

verla más que el señorito Kernando. Pedro. (¡Otro!)

Rosa. Pero ese no estuvo más que doce días; como es tan tronera, se cansó de vivir con ella, y se volvió á la corte. Pedro. Conque vivía con eya...

Rosa. ¡Ya se vé!... Y qué carácter más alegre tenía; cala vez que me encontraba, me daba un abrazo.

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Pedro. ¡Pues me gusta!

Rosa. Y á la señora, también.

Pedro. (¡Caracoles!) ¿Conque la abrazaba?

Rosa. ¿Y qué tiene de particular? ¿No son hijos de una mis- ma madre?

Pedro. ¡Cabal!... Y Adán, nuestro padre. (¡Esta chica pro- mete! ¡Probé coronel!)

Rosa. ban juntos á paseo, á caza, se internaban en el bosque.

Pedro. Por el bosque.,. (¡Esto es muy grave!)

Rosa. Nos prometió que pronto volvería y ya han pasado dos meses, y nada. Pero suénala campanilla. Adiós, Pedro.

Pedro. Pero escucha...

Rosa. No puedo, que me llaman. (v»se por la seg-unda puerta de

la izquierda.)

Pedro. Adiós, pedazo de gloria. Pus señó, buenas cosas acabo de saber... el señor on Jasinto y er señorito Fernando que la abrazaba y... magrado... ¿y qué bago yo ahora? ¡Qué! Decirlo todo al coronel, montaremos en los ca- ballos, y á escape. Y lo siento por esa chica; es muy guapa, me gusta y... pero el coronel es antes que too... le iré que la seuá marquesa es... ¿Quién viene? ¡él! San José haga que no me pregunte. ¡Y qué serio!... cuarquiera diría que conoce toa su desgracia.

ESCENA VIII.

PEDRO y LUÍS.

Luis. ¡Bah! ¿eres tú, Pedro?

Pedro. Sí, yo, mi coronel.

Luis. Tenía deseos de hablarte.

Pedro. (Ya pareció aquello.)

Luis. me quieres Has sido mi üel compañero en los campos de batalla, y no te soy indiferente.

Pedro. Por usía me dejaría hacer cuartos.

Luis. Ya lo sé; y me has dado más de una prueba, salván- dome la vida en ciertas ocasiones.

18

Pedro. Llis.

Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro. Luis.

Pedro. Luis. Pedro. Luis.

Pedro.

Luis.

Pedro.

Luis. Pedro. Luis. Pedro.

Luis. Pedro.

Dejemos eso, Coronel. Me paese que esa cara esti- que sé yo cómo.

Sí, es verdad. Me sucede una cosa, que solo confío á tu prudencia y cariño, porque necesito un corazón donde pueda desahogar el mío. Ya escucho. Mi mujer... ¡Qué!

¡No es mujer! ¿Qué ise osté, mi coronel?

Es un demonio con el corazón de hiena. Sabe, que no me ama, que se olvida de todo... que ha recibido la noticia de mi muerte con la mayor indiferencia, casi con alegría... y por último, que ha tenido la avilantez de confesarme á .. á un desconocido, al cual veía por primera vez, que tenía... que tenía un entreteni- miento. ¿Y qué más?

¿Te parece poco?... publicar de esa manera... ¡Oh! Esto es espantoso! ¿Y no ha dicho na mas? ¡Pues qué!... ¿hay algo más todavía? Yo... no oigo...

Pero, sabes algo... habla, yo te lo mando... pron- to... di cuanto hayas descubierto. Ahí la doncella ha contao... ¡Qué!

Que hace dos meses estuvo aquí un joven, que se llama don Fernando, el cual vivía... y comía... y cazaba... Sigue... sigue...

Y aun creo que se abrazaban y... ¡Se abrazaban!... ¡Oh!

ella estaba cariñosa, y él se cansó de estar en esta casa y se volvió á Madrid. ¡Sería ese el entretenimiento de que me hablaba! (Pus la niña, se entretiene mu dulcemente.)

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Luis. ¿Y ese hombre ea dónde está ahora? ¿Quién es? debes saberlo... te lo habrán dicho... ¡responde!

Pedro. Yo no he tenido tiempo para preguntar tanto, porque como me nombró á on Jacinto...

Luis. ¿Y ese quién es?

Pedro. ¿Ese?... oo Jacinto. No me han dicho más .. pero que la seña Marquesa juega coa él...

Luis. Juega... á... qué... di...

Pedro. Á... ¡no lo sé! pero juega.

Luis. ¡Otro nuevo amante! ¡Esa conducta es infame! Con- que es decir que mi mujer es...

Pedro. Cudiao, mi coronel, no echarlo á rodar.

Luis. Necesito castigar á los criminales, y á ella; á ella so- bre todo. Vete á la posada, tráete las maletas, y mis armas.

Pedro. Pero, coronel...

Luis. AdioS, Pedro. (Vase por la puerta del foro do la izquierda.)

Pedro. ¡Pus estamos bien! Andar más de mil leguas para en- contrarnos con esto... Vaya una alhaja que es la niña; con esa cariya é Pascua que paese que en su vida ha roto un plato y... Vamos á la posada.

ESCENA IX.

PEDRO y EMILIA.

Emilia. (Aquí está.) ¡Heng!

Pedro. ¡Quién!... (¡La coronela!)

Emilia. Hola, Pedro...

Pedro. Señora...

Emilia. Tengo que hablar contigo.

Pedro. ¿Conmigo?

Emilia. Sí.

Pedro. (¡Qué querrá!)

Emilia. Don Enrique me ha dicho que eras el asistente de

mi esposo.

Pedro.' Es verdad.

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Emilia. tu comportamiento con él, en todas las ocasiones;

que le salvaste la vida varias veces, y que él te quería

como si fueras su hermano. Pedro. ¡Eso ha dicho! (¡Probesiyo!) Emilia. por cierto, y yo debo á mi vez darte las gracias por

esa conducta... ven, siéntate. Pedro. ¡Yo! al lado de usía. Emilia. Yo lo quiero. Pedro. Entonces... (se sienta en el sofá.) Emilia. Supongo que tendrás que decirme algo. Pedro, ¡Yo!

Emilia. ¡Sí! Vamos, ¿qué te parezco? Pedro. Mu bien. (¿Qué diablos significa esto?) Emilia. ¿Hubiera yo podido hacer la felicidad de don Luis?

¿Hubiera yo coronado sus deseos? Pedro. Pus ya lo creo. . . Con esa cara tan bonila, y esos ojos.. .

que... (¡Cudiao, Pedro, que te resbalas!) Emilia. Pero ya ves, estoy viuda, y tengo que buscarme otro

marido. Pedro. ¿Otro? (¡Pus no tiene poca prisa!) Emilia. Es necesario, la soledad me mata. Pedro. ¿Y on Jacinto? Emilia. Jacinto, no sirve más que para un entretenimiento...

Ya ves... Una mujer como yo, no puede estar sola. Jo- ven, rica, necesita tener á su lado un hombre que la

adore, que se interese por ella, que la haga mns dulce

la vida! Pedro. Es verdad .. (¡Qué bien se explica!) Emilia. Y he pensado buscármelo yo misma. Ya he tenido un

marido por la voluntad de mis padres, y ahora es muy

justo que lo tonga por la mía. Pedro. (¡Esto se va enredando!) Emilia. Estaba dudosa en la elección, pero ya está hecha; sí,

ya le tengo escogido. Pedro. (¡Jesucristo y qué mira!) Emilia. Mira, Pedro, necesito de tí. Pedro. De m;... (¡Uy, qué bonita!)

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Emilia. Pedro. Emilia. Pedro. Emilia. Pedro. Emilia. Pkdro.

Em;lia. Pedro.

Emilia. Pedro.

E>¡ILIA.

Perro. Emilia. Pedro. Emilia.

Pedro. Emilia.

Pedro. Emilia. Pedro. Emilia. Pedro. Emilia. Pedro. Emilia.

Pedro. Emilia.

Pedro.

Pero antes, debo hacer por algo. ¿Cómo?

¿Tú tendrás que pedirme alguna cosa? ¡Yo! (¡Qué mona!) Vamos, habla.

(¡Mi coronel, vengaste pronto, que avanza el enemigo!) Decías ..

(¡Que ojos más saragaleros!... ¡Pus no me está bailan- do er cuerpo!) Te estoy esperando.

(Me espera. Ná, me paso al enemigo con bagajes y too...j Empieza...

(Allá voy... ¡Probé coronel!) ¿Con qué usía quiere que yo empiece? Sí.

¿Y por dónde? Por donde quieras. (¡Veasté un hombre comprometió!)" Vamos, veo que será necesario que yo prin- cipio...

Sí, eso es mejor... principie usía. Rosa me lo ha contado todo... ¿Eh?

Y por no hay inconveniente. ¡Ah! es de Rosa de quien me hablaba usía. ¿Pues de quién había de ser?... ¡Bah! Eso es otra cosa. ¿Qué te habías figurado? Yo... ná... (¡Qué lástima!)

Pues bien, consiento en vuestro casamiento y os haré un buen regalo. Pero me has de hacer ahora un favor. Diga usía.

Díme... pero con verdad... Qué cualidades tiene don Enrique, qué defectos. . todo quiero saberlo... Sus cualidades, ya las debe haber conosío usía: es más

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bueno, que er pan; generoso, como ninguno; valiente,

como er primero. Emilia. Mucho me agrada. Y dime... supongo, que habrá te- nido algunos compromisos... Pedro. Ya lo creo. Emilia. ¿De veras? Pedro. Hará un año, y al dar una carga con su regimiento, se

vio en uno, que de milagro escapó con pellejo. Emilia. No me refiero á esos, sino á relaciones amorosas. Pedro. ¡Pst! Emilia. ¿Sí, eh? (¡Ah, infame!) Me figuro que ha sido algún

tanto calavera. Pedro. Poco: siempre ha estao estudiando ó dando sablazos. Emilia. ¿Y vivía siempre solo? Pedro. Con el asistente y Leonina. Emilia. ¡Leonina! (¡Una mujer, traidor!) Pedro. ¡Probecilla, cómo le quería! Emilia. ¿Y él, á ella? Pedro. Por supuesto. Lo que es eso, toos la queríamos, era

tan mansa y liel, la alhaja del regimiento. Emilia. Le acompañaría á todas partes. Pedro. ¡Toma! ¡ya lo creo! Cuando estábamos en campaña

dormía en la tienda con el coronel. Emilia. Con él... (¡Qué escándalo!) Pedro Hacía progresos .. se ponía derecha y con un palo á

guisa de fusil imitaba ar sentinela. Emilia. ¿Y cuánto tiempo ha estado en su compañía? Pedro. Siete años. Emilia. Y dices que él la quería... Pedro. Con delirio. Facilito era que nadie la hubiera tocao, sin

exponerse á que el coronel le hubiera roto las costiyas. Emilia. (Segúa eso, él la adoraba...) Pedro. En la última acción que estuvimos se queó coja de un

balaso. Emilia. ¿Iba con él al fuego? Pedro. La primerita; bailando de contenta... y hasta que él

volvía á la tienda, Leonina á su lado.

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Emilia, (jlnfame! Conque tenía una querida mientras que yo...

¡Ah! ¡me vengaré!)

Pedro. Pus como iba diciendo, era...

Emilia. ¡Déjame!

Pedro. Yo...

Emilia. He dicho que ta vayas.

Pedro. Usía perdone. (¡Esta señora está loca!)

Emilia. ¿Te vas?

Pedro. Á galope. (¡Voy por las maletas: probé coronel!)

ESCENA X.

EMILIA.

¡Qué infamia! ¡qué picardía! Esto no se puede sufrir... mi marido corriendo el mundo, divirtiéndose... y yo mientras, esperándole soñando con su amor.,. Y hoy cuando le he visto, apenas he podido dominar mi emo- ción... Casi había completado mis deseos... quizá le amaba, pero ya, le aborrezco, le desprecio... ¡Dios mío! ¡qué desgiaciada soy!...

MUSSCA.

ARIA.

Ayer tan solo vivía en una ilusión soñada, hoy la miro desgarrada por la triste realidad. Aspiraba con encanto un perfume seductor... Era el aura del amor en mi triste soledad. Esa esperanza, en lontananza vino á alumbrar

_ u

mi porvenir. ¡Hermosa y pura fué mi ventura, mas hoy la muerte me deja aquí!

Rosa.

Emilia.

Rosa.

Emilia.

Rosa.

Emilia.

Rosa. Emilia.

Rosa. Emilia.

Rosa.

Emilia.

Rosa.

ESCENA XI.

EMILIA y RUSA con una carta.

HABLADO.

¡Señora!

¡Ah! Rosa, ven aquí. ¿No sabes lo que me sucedo? ¡Qué! ¿Se ha descubierto ya? No se trata de eso. Pues entonces ¿qué ha sucedido? ¡Que mi marido es un infid! Un- traidor; que no se ha acordado nunca de mí; y lo que es más espantoso, que ha tenido á su lado por espacio de siete años á una mujer llamada Leonina. ¿Será verdad?

Su mismo asistente me lo ha dicho; y no es eso lo peor, sino que él la ama, que quizá ahora mismo es- tará pensando en ella. ¡Está hueno el lancel

Yo que hace tres días, cuando recibí la carta de mi t¡a la baronesa anunciándome los designios de mi es- poso y su próxima llegada no podía dominar mi ale- gría, é inocentemente decidí hacerle rabiar un poco- para que fuíwa después mayor su felicidad. ¡Y ahora! ¡Pero yo me vengaré! Le he de hacer sufrir horrible- mente, y cuando él me ame, cuando me suplique de rodillas, entonces yo le diré que le detesto. Aquí viene.

Me alegro. (Luis aparece al foro y escucha.)

¡Ah! Señora, se me había olvidado darle á usted esta carta que han traído.

25

Emilia. Es de Fernando; déjame.

ESCENA Xil.

EMILIA y LUIS.

Luis. (¡Una carta! ¡y de Fernando! ¡Ahora veremos!) Se- ñora... Emilia. Caballero...

Luis. Perdone usted si la distraigo de su grata ocupación. Emilia. Es igual

Luis. Acabo de recorrer el jardín. Á mía que es delicioso. Emilia. ¿Le agrada á usted? Luis. Mucho. Emilia. Es lástima que no pueda usted disfrutar de él por algún

tiempo. Luis. ¿Por qué, señora? Emilia. ¿No me ha dicho usted en la mesa que sus ocupaciones

no le permitirían permanecer aquí más que un día...

ó dos? Luis. Ciertamente. (Me echa. Es claro, la estorbo.) Emilio. Pero yo espero que volverá usted á verme al cabo de

tres ó cuatro años. Luis. (Cuatro años.) Es probable que no me sea posible

volver. Emilia. Lo siento. Luis. (¡Esa frialdad me desespera, y sin embargo, la amo

como un necio!) Emilia. Con su permiso, (se pono á leer.) Luis. (Otra vez, la carta de su amante: ya no hay paciencia.

Señora. (Gritando.)

Emilia. Caballero.

Luis. Noto que la interesa mucho ese papel.

Emilia. No es extraño. Como que es de la persona que más

amo en este mundo. Luis. (¡Y me lo dice á mí, á su marido! ¡Voto al infierno!)

Déme usted esa carta, señora, démela usted.

26

Emilia. ¿Qué está usted diciendo?

Luis. Necesito ese papel que la ha escrito á usted un hom- bre, abusando de su candor.

Emilia. ¡Caballero! Este hombre me escribe porque puede ha- cerlo; porque tiene derecho para ello.

Luis. ¿Qué tiene derecho?

Emilia. Si, señor.

Luis. Lo veremos. Déme usted esa carta.

Emilia. ¿Olvida usted, caballero, que está en mi casa y que aquí nadie da órdenes más que yo?

Luis. Puedo pedirle á usted cuentas de sus acciones.

Emilia. ¿Usted, por qué?

Luis. ¡Porque... ya es imposible callar por mas tiempo! Yo soy don Luis de Mendoza, su esposo de usted!

Emilia. Está usted equivocado,

Llis. ¿Cómo?

Emilia. Don Luis ha muerto. Soy viuda, libre, dueña, en fio, de mi albedno.

Luis. ¡Señora!

Emilia. Usted es un compañero de armas de mi esposo, encar- gado de repetirme sus últimas palabras. Lo ha hecho usted, y le doy infinitas gracias por baber cumplido tan sagrado encargo

Luis. ¡Esto es borrible! ¿Sabe usted, señora, lo que está di- ciendo en este momento?

Emilia. Usted se llama Enrique Alvarez, y tengo tan buen con- cepto de su persona y sentimientos, que me desagra- daría esa transformación.

Luis. ¿Por qué, señora?

Emilia. Aunque separada de mi esposo, le conozco lo bastante y estoy perfectamente informada de él. que es un libertino que no reconoce freno de ninguna especie. Un hombre que se ha lanzado á la vida desordenada; que acostumbrado á la existencia militar, sólo encuentra goces en ella; que ha seducido á infiriitas mujeres, lle- gando su descaro hasta el extremo de llevarlas á cam- paña.

27

Luis. ¡Yo!

Emilia. ¡Sé, por último, que nunca lia dedicado un recuerdo á su infeliz esposa, que le amaba, que esperaba su vuelta con impaciencia, devorando en sdencio sus lágrimas al saber su conducta. Que hoy se alegra de encontrarse viuda, porque si hubiera venido á su lado fingiéndose un amigo para espiarla, era la última ofeasa que podía hacerle, á la que ella contestaría con el desprecio! ¡Beso á usted la mano, caballero!

ESCENA XLI.

LUIS, á poco PEDRO con maleta y pistolas.

Luis. ¡Voto á cien legiones de demonios! ¡Pues esta es bue- na! ahora salimos conque yo soy el culpado... ella la inocente. Vengo loco de amor en su busca; la encuen- tro en esta quinta, oigo hablar de un Jacinto, de un Fernando, y según se ve, no tengo derecho de que- jarme... ¡Rayos y truenos!

Pedro. ¿Descargó la tormenta?

Luis. Pedro, ven acá; mi mujer reniega de mí; rompe todos los compromisos, se declara independiente.

Pedro. ¿Como Italia?

Luis. ¿Qué opinas de todo esto?

Pedro. Yo qué sé... pero la seña marquesa me parece un poco ancha da conciencia.

Luís. ¡Oh! Pero no crea que esto lo voy á dejar así... no por cierto... Entre los dos hay un abismo... La separación, y en cuanto á esos rivales, los mataré.

Pedro. Pero, coronel...

Luis. Espérame aquí. Voy á escribir una carta á su tía la ba- ronesa, para que venga por ella, y enseguida partire- mos... Es preciso.

ESCENA XiV.

PEDRO y EMILIA. Pedro. ¡Buen cipizap-3 se va á armar. Está visto que la seña

28

marquesa es una pájara, que ya! Emilia. (¡No está!) ¿Cómo no ha venido á echarse á mis pies?

¡Ingrato!) Pedro. (¡Hola! otra vez po aquí. Pus lo que es ahora no me

engaña como antes.) Emilia. ¿Y tu amo, Pedro? Pedro. Ha dio á escribir una carta. Emilia. Y ¿qué haces ahí con eso? Pedro. Son las maletas.

Emilia. Pues llévalas al cuarto que está destinado á don Luis. Pedro. No hay para qué. Emilia. ¿Por qué razón? Pedro. Porque nos vamos. Emilia. ¿Os vais? ¿Adonde? Pedro. Tanto no sé, pero creo que es muy lejos. Emilia. ¿Más por qué es esa partida? Pedro. ¿Qué quiere usía? El coronel está desesperao, y creo

que intenta que le lleven los demonios cuanto antes. Emilia. ¡Pero Dios mío! ¿Qué le sucede? Pedro. Er probé sufre mucho. Emilia. ¿Por mí? Pedro. Pus es claro. La quiere á usía más que á las ninas de

sus ojos, y como usía... Emilia. Pues bien, Pedro, yo le perdono, todo lo olvido. Que

no se vaya. Pedro. ¿Usía le perdona? Emilia. Sí, corre, clíselo...

Pedro. ¡Yo!... ¡Pa que me eslome de un trancaso! Emilia. ¿Pero por qué? Pedro. Porque mi señó sabe que usía quiere mucho á on

Jasinto. Emilia. ¿Y qué importa? Pedro. ¡Ah! ¡vamos, ná! Emilia. Él también le querrá con el tiempo. Pedro. ¡Él!... ¡í'acilito es eso! Si lo piya, lo estreya. Emilia. Eso es una inhumanidad que yo no consentiré. Pedro. Cudiao, seña marquesa, con lo que hace.

29

Emilia. ¡Matarle!... Pobreciüo... ¡híwe poco me estaba abra- zando con un cariño!... Pedro. ¡Sopla! Si lo oye el coronel... Emilia. ¡Yo le defenderé contra todos!

ESCENA XV.

DICHOS y LUIS.

Luis. Así: pocas frases y sentidas.

Emilia. Luis.

Luis. ¿Qué quiere usted, señora?

Emilia. Por Pedro acabo de saber los motivos que tienes de enojo contra mí.

Luís. Pedro...

Pedro. Mi coronel...

Emilia. No le riñas; yo le he obligado á que me lo diga... Per- dón y olvidemos lo pasado.

Luis. Hay cosas que no se pueden olvidar.

Emilia. Pero siendo tan naturales...

Luis. Señora...

Pedro. (¡Atiza')

Emilia. ¡Pero Luis!

Luis. ¿Cómo tiene usted atrevimiento de rogar por él de- lante de mí?

Emilia. ¿Y por qué no, si le quiero tanto?

Luis. Marquesa ..

Pedro. (¡Ya escampa!)

Emilia. Si le hubieras visto esta mañana con qué cariño me besaba...

Pedro. (¡Agua va!)

Luis. ¡Rayos y centellas! Esa osadía es espantosa, y sufrirá usted las consecuencias de ello.

Emilia. ¡Luis, por Dios!

Luis. ¿Dónde está? Pronto... ¡Hable usted!

Emilia. ¡Aunque me mates no lo diré!

Luis. Señora...

Emilia. ¡Y á pesar tuyo, le salvaré!

30

Luis, ¡Infame! Pedro. ¡Mi coronel!

ESCENA XVL

DICHOS, y ROSA

Rosa. ¡Señora! ¡Señora!

Luis. ¿Qué hay?

Emilia. ¿Qué sucede?

Rosa. ¡Jacinto no quiere almorzar, creo que está malo!'

Luis. ¡Cielos!

Emilia. ¡Ah!

Pedro. (¡Pues señó, ya se arregló!)

Luis. ¿En dónde está?

Rosa. En...

Emilia. ¡Calla, por Dios!

Luis. ¡Habla, ó no respondo de mí! (cogiéndola.)

Rosa. Que me hace usted daño.

Emilia. ¡Luis!

Luís. ¡Habla!

Rosa. ¡En el sofá!... ¡Echado!

LUIS. ¡Infame! (Corre á coger las pistolas.)

EMILIA. ¡Ay mi Jacinto! (Huye por la puerta primera do la izquierda y cierra.)

Pedro. ¡Coronel!

Rosa. ¡Señor!

Luis. ¡Ha cerrado! ¡No importa! ¡Yo abriré!

Pedro. ¡Buen lío has armado!

Rosa. ¿Yo?

Luís. ¡Ah! ¡Ya cede!

Pedro. ¡Pero, coronel!

Luís. ¡Dejadme! ¡No escaparán de mi venganza! (vase por !a

puerta primera de la izquierda.)

Rosa. ¿Pero qué es esto?

Pedro. ¡Ná! Toca á desuello.

31

ESCENA XVÍÍ.

PEDRO, ROSA, EMÍLIA, JACINTO y LUIS.

Em;lu. ¡Toma! ¡Pedro, sálvale!

Pedro. ¿Pero qué es jesto?

Emilia. ¡Chits! ¡Calla!

Luis. ¿Dónde está?...

Emilia. ¡Perdón! ¡lerdón! (De rodillas las dos mujeres.)

Luis. ¡Nunca!

Emilia. ¡Dios mío!

Rosa. ¡Señor!

Luís. Yo le encontraré.

Pedro. ¡Mi coronel! Aquí está on Jasinto.) (Piesenta el mon»

agarrado por el cuello, por cima de las mujeres que suplican á don Luis.)

Emilia. ¡Ah!

Luis. ¡Un mono!

Pedro. Según paese.

Emilia. ¡No le mates, Luis!

Luis. ¿Este es Jacinto?

Emilia. ¡El mismo!

Luis. ¡Ah!

Emilia. ¿Qué es eso?

Luis.; ¡Nada, esposa mía! He estado loco, no lo que he

dicho.

Pedro. Er demonio del avechucho, y qué susto nos ha dado.

Rosa. ¿Pero á qué ha venido esto?

Luis. ¿Y Fernando?

Pedro. ¿Es otro mono?

Emilia. Es mi hermano, oficial de ingenieros.

Luís. ¡Tu hermano! He sido un infame, he dudado de tí.

Perdóname.

Emilia. ¡Sí! todo lo olvido. Hasta tus amores con Leonina.

Luis. ¿Con Leonina?

Pedro. ¡Ah! ¡La perra! ¡Ya se murió!

s<a

Emilia. Era tal vez...

Luis. Sí, querida. Ambos hemos sido injustos; olvido á lo

pasado y seamos felices. Emilia. ¡Oh! sí, sí.

MÚSICA.

Luis. Pues ya que tu inocencia

se muestra como el sol, yo te ofrezco, vida mía, mi cariño abrasador.

Pedro. Si nos hemos de casar,

díme pronto, vive Dios, si á otro mono también entregaste el corazón.

Emilia. Olvidemos lo pasado,

y en sueño seductor, te daré con mi ventura mi cariño abrasador.

Rosa. Pues si ya te tengo á tí,

no preguntes más, por Dios, que soio serás dueño de mi amante corazón.

FIN DE LA ZARZUELA.

Habiendo examinado esta zarzuela, no hallo inconve- niente en que su representación sea autorizada, á condi- ción de que se indique desde los principios en el diálogo lo que baste para poner al público en vía de comprender que la conducta ae la protagonista no es pecaminosa.

Madrid 29 de Abril de 1861.

El Censor de Teatros, Antonio Febbe¡i del Rio.

Está hecha la aclaración que pide la censura.

AUMENTO AL CATÁLOGO DE i.° DE JUNIO DE 1888.

COMEDIAS Y DRAMAS.

TÍTULOS. ACTOS. AUTORES.

Propiedad

que

corresponde.

Heridos y contosos 1 Sres. Larra y Gullón

Leonor I de Aragón 1 Pedro Navarro.

Olas de sangre 1

Por un sombrero 1

Clown 5

El molino del Carmen 5

Lo sublime en lo vulgar 5

Mar y cielo 5

Teresa 5

Todo.

Manuel Izquierdo

J. Guijarro y F. Olona...

José Fola

José Fola

José Ecb<?garay

E. Gaspar y A. Guimara.. José Fola

ZARZUELAS.

¡Aquello!

Certamen nacional

Despacho parroquial

El golpe de gracia ... -

En la plaza de Oriente

Epílogo

La cruz blanca

La verdad desnuda

Pepa, Pepe y Pepín

Perder la pista

Plan de estudios

Por Espafla

Quedarse ioalbis

Timos conyugales

El rey reina 2

Nanón «. 2

Una broma en Carnaval 2

Sustos y enredos 5

Tomás Gómez

Perrin y Palacio*

Tomás Calamita

Seüá, Hurtado y Caballero

Cuevas

Rojas, Ruiz v San losé ...

ferrin y Palacios

Arniches y Cantó

Rafael M. Liern

Luis Larra

Calixto Navarro

Varas, Rojas y San José. .

Rafael Taboada

Luis Arnedo

M. E. Tormo y ¡M. Nieto . . Olona, Ferrer y G. l'aboada Casademunt y Strauss, .. . Juan García Cátala

M. L.

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