JESUCRISTO

SALVADOR

Cíbrarp of Che trheolocjícd ^tminavy

PRINCETON NEW JERSEY

FROM THE LIBRARY OF THE

REVEREND JOHN ALEXANDER MACKAY LITT.D., D.D., LL.D., L.H.D.

Jesucristo Salvador

BIBLIOTECA

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AUTORES CRISTIANOS

Declarada de interés nacional

ESTA COLECCIÓN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA DIRECCIÓN DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

LA COMISIÓN DE DICHA PONTIFI- CIA UNIVERSIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELACIÓN CON LA B. A. C, ESTÁ . INTEGRADA EN EL AÑO 1957 POR LOS SEÑORES SI- / GUIENTES !

I 085 SS HAL I

PRESIDENTE :

Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. Fr. Francisco Barbado Viejo, O. P., Obispo de Salamanca y Gran Canciller^ de la Pontificia Uni- versidad.

vicepresidente : limo. Sr. Dr. Lorenzo Turrado, Rector Magnífico.

vocales: R p. Dr. Fr. Agapito Sobradillo, O. F. M. C, Decano de la Facultad de Teología,; M. I. Sr. Dr. Lamberto de Echeve- rría, Decano de la Facultad de Derétko; M. L Sr. Dr. Ber- nardo Rincón, Decano de la Facultad de Filosofía; R. P. Dr. José Jiménez, C. M.s F., Decano de la Facultad de Humanidades Clásicas; R. P. Dr. Fr. Alberto Colunga, O. P., Catedrático de Sagrada Escritura; R. P. Dr. Bernardino Llorca, S. I., Cate- drático de Historia Eclesiástica.

secretario: M. I. Sr. Dr. Luis Sala Balust, Profesor.

LA EDITORIAL CATOLICA, S. A. AP. 466

MADRID MCMLVII

Jesucristo Salvador

La persona, la doctrina y la obra del Redentor

TOMAS CASTRILLO AGUADO

DOCTOR EN FILOSOFÍA, S. TEOLOGIA Y DERECHO CANÓNICO, ARCIPRESTE DE LA CATEDRAL DE SEVILLA

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

MADRID . MCMLVII

NIHIL OBSTAT: Dr. José Aguado Losada, Censor.

I-MPRIM2ATUR: Valentín /Gómez, Vicario general del Arzobispado Sevilla; 14 de julio de 1956.

Rivadeueyra, S.A. Paseo Onésirno Redondo, 2G. Madrid.

A Valentín Gutiérrez Duran y a todos los socios de E. C. O. S., con lo que a él y a ellos les dirá el nombre del Autor.

INDICE GENERAL

Pátfs.

Al lector ix

INTRODUCCION

Necesidad de la Redención 33

PRIMERA PARTE

La promesa del Redentor 27

Capítulo I. Luces de esperanza 27

Capítulo II. El reino mesiánico en los profetas. Caracte- res esenciales 39

Capítulo III. Semblanza del Redentor en las profecías ... 62

El Redentor en la Historia 75

Capítulo IV. La venida del Redentor 75

Capítulo V. Presentación de Jesús como Redentor 93

La persona del Redentor 104

Capítulo VI. "El Padre y yo somos una misma cosa" ... 104

Capítulo VIL Sombras en la luz 127

Capítulo VIII. "Creed en mis obras" 141

Capítulo IX. Naturaleza humana de Cristo 163

Capítulo X. Jesús en su trato con el Padre 192

Capítulo XI.— "Un solo Cristo, no dos" 214

SEGUNDA PARTE

Las perfecciones del Redentor 239

Capítulo XII.— Ciencia humana de. Jesús 239

Capítulo XIII.— Santidad de Jesús 274

VIH

ÍNDICE GENERAL

Págs.

La empresa de la Redención 309

Capítulo XIV. Por su doctrina: "Yo soy la verdad" 309

Capítulo XV. Por su ejemplo: "Yo soy el camino" 340

Capítulo XVI. Por su muerte: "Yo soy la vida" 365

Capítulo XVII.— Valores de la Redención 399

Capítulo XVIII— Cristo sacerdote 437

Capítulo XIX.— Cristo Rey 473

Epílogo 506

Indice analítico 509

Indice de nombres 521

AL LECTOR

£N medio de la profunda y casi universal ignorancia re- ligiosa, característica de los tiempos presentes y raíz de tantos males, existen, gracias a Dios, núcleos, cada día más nutridos, de fieles católicos sedientos de instruc- ción religiosa y de teología.

Surgen por doquier, como esperanza y promesa de días mejores, grupos de selectos, para quienes las cuestiones teológicas no son, como lo eran hasta hace muy poco, cam- po ajeno y prohibido.

Hombres de cultura, profesionales de las diversas dis- ciplinas del humano saber, se acercan hoy con avidez a las fuentes purísimas de la Ciencia religiosa, convencidos de que el mundo, mientras no vuelva a saturarse de la doctrina de Cristo, seguirá caminando sin norte, expuesto a naufragar.

A este sector de lectores se encamina el presente libro. No es un texto de teología para especialistas, ni una obra de sencilla y fácil divulgación, para lectores absolutamente profanos. Tan lejos está de lo uno como de lo otro.

El teólogo y el escriturista nada nuevo hallarán en estas páginas. Aunque, a decir verdad, al redactarlas hemos te- nido presentes a tantos hermanos en el sacerdocio que en las ciudades y en los pueblos ejercen el cargo de consilia- rios y directores de Círculos de Estudio.

En cambio, creemos que el hombre de carrera, el joven universitario, avezados al estudio y a la reflexión, han de agradecernos el intento de poner a su alcance las princi- pales cuestiones teológicas relacionadas con la persona ado- rable de nuestro Salvador.

Teniendo en cuenta este propósito, se comprenderá, además, la razón de nuestro procedimiento. Hemos procu-

X

AL LECTOR

rado descargar el texto de cuestiones secundarias, incluso técnicas, o más difíciles, para no embarazar con ellas la marcha del pensamiento general, relegándolas en algunos casos a las notas que, tal vez con exceso, ilustran las pá- ginas del libro. Quien las pasare de largo, no perderá ciertamente nada en cuanto a lo fundamental.

Que nadie, sin embargo, vea en ellas un pueril alarde de aparatosa erudición. Obedecen al buen deseo de abrir horizontes más anchos a los lectores no faltarán, sin duda mejor preparados y de una curiosidad científica más aguzada, que encontrarán en ella sabrosas sugerencias y rápidos diseños de cuestiones complementarias, siempre útiles, a veces precisas para redondear el asunto principal y aquilatar conceptos fundamentales.

Nació este libro hace ya muchos años, de la semilla, minúscula como todas, de un guión para Círculos de Estu - dio que en la diócesis de Coria la obediencia nos confió. De él, con más cariño que justicia, escribió entonces el Prelado hoy dignísimo Obispo de Salamanca estas pa- labras: "A la vista está cuán maravillosamente le redactó, siguiendo los puntos de doctrina que, a manera de jalones, le fueron indicados" .

De entonces acá han pasado mucho tiempo y muchas cosas. Avanzada en un tercio la redacción, los azares de la vida y otras ocupaciones absorbentes impidieron termi- narla. Cuando Dios lo quiso, fué nuevamente posible em- puñar la pluma, acrisolada desde luego y más serena, con esa serenidad que siempre traen los años y la experiencia.

Ahora sale el libro, condensando en sus páginas cerca de cuarenta años de estudio y de pasión por estas disci- plinas teológicas y escriturarias.

No es poco, gracias a Dios, lo que se ha escrito últi- mamente y se escribe sobre Jesucristo en el campo ca- tólico. Un libro más no altera, es verdad, el panorama; pero contribuye, al menos, a difundir una doctrina inagota- ble y, pese a los siglos, de inmarcesbile juventud. Cooperar en cualquier grado a que se conozca y se ame un poco más a Jesucristo justifica lo que pudiera haber de temeridad

Al. LECTOR

al saliv a la avena donde hombres más preparados y plu- mas de mayor prestigio luchan por la misma causa.

Nos atreveríamos a suplicar al lector que supiera ex~ cusamos con aquella delicadeza del Apóstol: "En iodo caso... Cristo es anunciado1 (Phil. 1,18).

A dar a conocer a Cristo aspiran ambiciosamente estas páginas. Quiera Él bendecirlas.

Sevilla 1956.

INTRODUCCION

NECESIDAD DE LA REDENCION

El dogma católico de la redención supone, como punto de partida, el dogma paralelo de la caída de la Humanidad, y éste, a su vez, el de la elevación del hombre al orden que los teólogos llaman sobrenatural o de la gracia.

De aquí que para medir el sentido exacto y el alcance de la redención, para formarse idea del plan misericordioso de Dios sobre los hombres y de la obra admirable de Nues- tro Señor Jesucristo, sea preciso decir algo, a modo de preámbulo, sobre estos dos hechos de fe católica que aca- bamos de indicar.

La materia, abundante y sugestiva, daría argumento no sólo para una introducción como ésta, sino para todo un libro amplio y sabrosísimo. Pero esto cae fuera de nuestro propósito. Solamente para situarnos, para encuadrar el he- cho de la redención, vamos a exponer, de una manera es- quemática, estos que pudiéramos llamar antecedentes lógi- cos e históricos de la obra de nuestra Salud.

De Dios y para Dios»

Base de la religión verdadera, bien se hable de la reli- gión natural, bien de la revelada, es el hecho de que el hombre, lo mismo que todo cuanto existe o puede existir, procede de Dios.

La noción de Dios bajo el concepto de causa primera y universal está al alcance de la razón humana aun sin el auxilio de la Revelación. Esta es una verdad consignada claramente en la divina Escritura 1 y definida como dogma de fe por la Iglesia 2.

1 Son clásicos los textos del libro de la Sabiduría 13,1-9 y el de San Pablo en Rom. 1,18-32. Nótese, sin embargo, que en ambos pasajes, más que enseñarse directamente ex profeso el valor del argu- men o que los teólogos y filósofos llaman cosmológico, en favor de la existencia de Dios, se le da por conocido.

2 Concilio Vaticano, ses.3, Constitución dogmática sobre la fe ca- tólica. De la revelación. Cn.l; Profesión de fe de Pío X contra los modernistas.

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INTRODUCCIÓN

La filosofía pagana no sólo entrevio esta verdad, sino que la asentó sobre firmes cimientos, hasta el punto de que sus demostraciones substancialmente son las mismas que emplearon después los Santos Padres y vulgarizó Santo Tomás

Como verdad fundamental se lee en la primera página de la Biblia. La historia de la creación, narrada por Moisés en términos tan pintorescos 4, no tiene en realidad otro ob- jeto que poner de relieve, bajo una fórmula plástica, la doc- trina monoteísta, medula de la religión judía, y el dogma complementario de que todo cuanto existe fué sacado de la nada por la voluntad y por el brazo omnipotente de Yavé, único Dios verdadero.

El relato bíblico, que todo católico debe admitir, por lo que hace a este punto, como histórico 5, nos narra la for- mación del hombre en términos que cualquiera de nuestros niños conoce por la Historia Sagrada.

El hombre, pues, tal como es, salió de las manos de

* Es el caso de Platón y de Aristóteles, por concretarnos a los dos nombres más representativos de la filosofía pagana. Y ¿quién no ha saboreado con deleite las seductoras páginas de la obra De natura deorum, de Cicerón, en las que el gran estilista de:arrolla con su habitual elegancia el argumento del orden del mundo, que casi no hizo más que traducir nuestro Fr. Luis de Granada en El símbolo de la fe?

4 Gen. 1,1-26..

8 A es o nos obliga la respuesta de la Comisión Bíblica de 30 de junio de 1909. Según la cual debe excluirse del relato mosaico toda idea de fábula o leyenda que el autor sagrado hubiera tomado de las viejas mitologías o cosmogonías, adaptándolas a la doctrina monoteísta; como también toda idea de alegoría y símbolo sin fun- damento objetivo o histcrico. Los motivos de esta exclusión se enu- meran allí sumariamente: a) la índole misma de los tres primeros capítulos y su relación con los siguientes; b) los múltiples testimonios del Antiguo y del Nuevo Testamento; c) la opinión casi unánime de los Santos Padres; d) el sentido tradicional del pueblo judío, transmi- tido a la Iglesia y conservado por ésta. Entre los puntos concretos a que debe extenderse esta interpretación histórico-literal, se enumera la "peculiar creación del hombre".

No puede pasarse en silencio, por lo que hace a estas cuestionas tan interesantes, la encíclica de Pío XII Humani Generis: AAS 42 (1950) 5750. Sobre el alcance de este documento pontificio en rela- ción con el origen del hombre, véase B. Meléndez, ¿Evolución o crea- ción. Orígenes del hombre: Razón y Fe, 141 (1950) p.520-524; La teloegenesis? Nueva teoría evolucionista finalista de Leonardi: Razón y Fe, 145 (1952) 36-46. Desde el punto de vista teológico, un buen re- sumen en PP. SJ. In H:spania Professores, Sacrae Theologiae Summa (BAC, Madrid 1952) II p.506-536 p.638-655.

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

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Dios; en cuanto al cuerpo, ciertamente no por creación, en el sentido específico de la palabra; y en cuanto al alma, mediante una acción estrictamente creadora, que el lenguaje popular y expresivo del Génesis sugiere claramente.

Pero indicada esta verdad fundamental, nos interesa sobre todo el hombre desde el punto de vista de la Teología.

Hay que partir del supuesto que se cae por su peso de que Dios en sus obras tizne que proponerse un fin, y un fin digno de Él. Éste no puede ser otro que su gloria 18 .

Cada uno de los seres marcha, con un impulso inicial irresistible, hacia esa meta por caminos diversos, conforme a la naturaleza de cada uno, pero todos convergentes. Todo en la creación, dice una frase bíblica, pregona la gloria de Dios.

El hombre no sólo no está fuera de la órbita de este común destino, sino que, como ser racional, es cabalmente el que, después de recoger las vibraciones del mundo sen- sible, el himno de las criaturas, se encarga, como sacerdote de este templo magnífico, de ofrecérselo, en un acto de adoración suprema, al Autor y Dueño de toda la creación.

Notemos, sin embargo, una diferencia substancial. Los seres inanimados e irracionales, más que ir, son llevados

0 Como Dios es infinito en sus perfecciones, nada puede recibir de nadie; al contrario, todos lo recibimos todo de Él, como de fuente. Nosotros, cuando nos proponemos un fin, es a la manera del pobre, que pide una limosna para lograr lo que no tiene. Dios< no. Por eso, cuando los teólogos dicen que Dios hizo las cosas para su gloria, ad- vierten: 1) que no se trata de su gloria intrínseca, tan infinita y com- pleta sin las criaturas como con ellas, sino de su gloria externa; 2) ni se trata de buscar una gloria de que carezca (assequenda) , sino de manifestar {manifestanda) las insondables riquezas de su bondad, comunicándolas a las criaturas. Su bondad y su gloria resplandecen en las cosas creadas en este sentido, éstas cantan la gloria de Dios ; el hombre con su inteligencia es el único ser en el mundo sensible capaz ¿2 interpretar esta maravillosa sinfonía de las cosas la "in- mensa cítara" de que nos habla Fr. Luis de León , cuyo tema único es la gloria de Dios. Por este camino, deletreando en este gran libro siempre abierto a nuestros ojos, nosotros los hombres podemos co- nocer a Dios, autor de todos los seres. Es aquella voz que San Agustín oía en las cosas: "Mira que somos hermosos, pero más bello será el que nos hizo". Y podamos rastrear el enigma de las perfecciones divinas, y conociéndole así, le adoramos, le servimos y convertimos aquel himno mecánico e inconsciente en himno racional. Ésta es la gloria que tributamos a Dios, y para la que creó el mundo, y en el mundo al hombre. Desde el punto de vista ascético y místico, puede afirmarse que San Ignacio de Loyola supo exprimir todo el jugo de esta doctrina teológica en la "Meditación para alcanzar amor", bro- che áureo de su inmortal libro de los Ejercicios.

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INTRODUCCIÓN

hacia este blanco ineludible. El hombre, en cambio, con esa tendencia que los filósofos llaman teleológica, impresa en su misma condición esencial de criatura, tiene que realizar libremente su fin.

El mundo físico tiene sus leyes; leyes de hierro que le rigen inexorablemente; el mundo animal ss regula por las normas, más suaves y elásticas, pero ciegas al fin y al cabo, del instinto. En el corazón del hombre, según la bella frase de San Agustín, el dedo de Dios escribió otra ley, la ley moral, que le traza la línea de su vida; ley coactiva, esen- cialmente obligatoria, cuyos dictados siente y formula la conciencia, pero sujeta por designio de Dios a los vaivenes de la libertad humana.

A la libre aceptación de esta ley, a la docilidad a sus normas, vinculó Dios el logro de una felicidad suprema, tras de la cual el hombre, por impulso innato de su propia condición, corre siempre anhelante, por más que con de- masiada frecuencia no acierte a localizarla.

Esta felicidad está en el mismo Dios. Y no podía ser de otra manera, según lo indicado más arriba. A esto obe- dece el hecho, contrastado cada día por una dolorosa ex- periencia, de que nada haya en el mundo, ni aun incluyendo aquellas cosas que más codiciamos: riquezas, placeres, ho- nores, que baste a apagar esta sed de felicidad en que se nos abrasa el alma.

Mas es preciso advertir una cosa. Este destino que acabamos de indicar le corresponde al hombre por el mero hecho de serlo, o, lo que es igual, por su misma condición de criatura, y añadiremos, en el grado y en la medida pro- pia de una criatura. Para comprenderlo, nosotros tenemos que prescindir de cuanto sabemos por la fe acerca de nues- tro destino eterno y bajar, desde las cumbres luminosas de la Revelación, al plano de la Teología natural.

La una y la otra nos enseñan que nuestro fin es Dios; que en Él y solamente en Él reside nuestra bienaventuran- za; que en la contemplación gozosa de Dios, llenumbre de todo ser y de toda perfección, hallará nuestro corazón la saciación total d2 sus ansias infinitas, el aquietamiento de todos sus afanes, la paz, la hartura; en una palabra, la feli- cidad. Hasta ese momento todo le faltará al hombre; desde entonces todo le sobrará, porque todo lo habrá encontrado en Dios.

Pero vista desde el ángulo de la naturaleza humana, en

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

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cuanto tal, sin nada sobreañadido o superpuesto a sus cua- lidades naturales, esta contemplación de Dios, esta pose- sión de Dios suma Verdad y sumo Bien , quedaría re- ducida a los justos límites de la capacidad nativa de nues- tra inteligencia y de nuestra voluntad; las dos facultades distintivas de nuestra condición racional, inteligente y libre. Digámoslo de una vez: a una contemplación especulativa, de la misma especie que la que ahora podemos adquirir con las fuerzas de nuestra inteligencia, si bien perfeccionada y saciátiva, y a un goce por el amor proporcionado a este conocimiento. Nada más que esto.

Porque otra cosa, lo que ahora sabemos y esperamos sobrepuja en tal medida nuestras facultades, nuestras mis- mas exigencias naturales, que ni aun sospechar pudiéramos la posibilidad de otra fruición de Dios más alta y más per- fecta. ¡

Dentro de este horizonte se mueve y a otra «cosa no al- canza— la Filosofía. Este estado del hombre es el que los teólogos llaman de naturaleza pura. Con esto pudiera ha- berse contentado Dios, y nuestra gratitud hacia Él debiera haber sido infinita. Pero su generosidad sobrepujó todo lo imaginable.

En el plano sobrenatural»

Ha sido preciso que Él mismo nos lo revelara, para que nosotros, apoyados en su palabra infalible, conociésemos el misterio inefable, al que nuestro ser sirve de soporte y de sagrario.

¿Qué nos dice la Revelación sobre este punto? Vamos a sintetizarlo en los términos más claros y concisos.

a) La gracia santificante.

Fuera o no en el mismo punto y hora de la creación del primer hombre, extremo éste acerca del cual no están acordes los teólogos 1 , lo cierto es que Adán, como cabeza

7 Con todo, debe decirse que la opinión afirmativa, no sólo es más corriente, sino que es la común en Teología y la más conforme con las expresiones de los Santos Padres y de los Concilios. Cierto es, sin embargo, que el Concilio de Trento, ses.5, Decreto sobre el pe- cado original, cn.l, no quiso definir este punto, como consta por las actas, y por eso, en vez de decir "en la cual (santidad y justicia) había sido creado", dijo "constituido", dejando sin zanjar la contro- versia de los teólogos.

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INTRODUCCIÓN

y fuente del género humano, fué enriquecido con la gracia santificante. Sobre esto no cabe discusión entre los católi- cos, porque, cuando menos, se contien?, como lo implícito en lo explícito, en varias definiciones de la Iglesia s.

Es la gracia, como dice el catecismo, "un don divino, que hace al hombre hijo de Dios y heredero del cielo". La Teología, profundizando más, añade que es como una par- ticipación real, aunque creada, de la naturaleza divina, que en consecuencia nos asemeja a Dios, según la fórmula de San Pedro 9. Semejanza participada, es verdad, pero en la que se funda no sólo la denominación, sino la realidad 10 de "hijos de Dios", en un sentido mucho más lleno y peculiar que la filiación metafórica, basada en el simple título de criaturas.

Esta participación de la naturaleza divina, que llamamos gracia, viene a ser como el principio de un proceso progre- sivo y ascendente, que tiene su término normal en la vida eterna, hacia la cual se orienta y en la que de suyo desem- boca. Vida eterna que consiste, como sabemos, no en aque- lla contemplación especulativa de la que hablábamos antes, sino, para expresarlo con la fórmula católica consagrada en los documentos eclesiásticos y en el lenguaje de las escue- las, en la "visión intuitiva y facial" del mismo Dios; el cual, por un prodigio de su omnipotencia y de su amor, se nos hará visible en la objetividad maravillosa de su misma esen- cia 11 , hasta compartir con nosotros su propia felicidad.

Es, pues, la gracia como una semilla que, tras el pro- ceso biológico de la germinación y del crecimiento, se trans- forma en flor y en fruto, o, empleando una conocida imagen del mismo Jesucristo, como una fuente, un surtidor que bulle dentro de nosotros y salta hasta la vida eterna ss.

8 Véase, además del ya citado canon, el 2 del mismo decreto del Concilio Tridentino. Afirmar que Adán perdió la santidad y la jus- ticia equivale, sin duda, a decir que las había recibido.

0 2 Petr. 1,4.

10 "Mirad, dice San Juan, de qué caridad nos hizo objeto el Padre: que nos llamemos y seamos (en realidad) hijos de Dios" (1 lo. 3,1). Es una de las ideas maestras del cuarto evangelio, anunciada ya en el prólogo (v.1.12 y 13) y desarrollada en muchas de sus páginas; lo mismo que en esta primera carta, intimamente unida al Evangelio.

11 "Sabemos que... seremos semejantes a Él, pues le veremos como es" (1 lo. 3,2). Recuérdese la célebre fórmula cb San Pablo (1 Cor. 14,12): "entonces cara a cara". De aquí la denominación de "visión facial", consagrada por Benedicto XIII.

12 lo. 4.14.

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

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Tal es la concepción que domina el cuarto evangelio y que constituye como el fondo de la teología de San Pablo.

En esta orientación hacia la vida eterna, hacia la visión intuitiva de Dios, complemento indebido al hombr?, y por encima de todas las exigencias de nuestra naturaleza, ven los teólogos la entraña íntima de lo que llamamos orden sobrenatural. Orden sobrenatural que exige la elevación del hombre a un plano mucho más alto, en el que la gracia actúa como principio de una vida, que no es la de la carne y la sangre, sino que proviene de Dios 13.

Ni fué esto solo lo que Adán recibió del Creador. La esplendidez divina llegó más allá. Entre estas mercedes, todas ellas sobrenaturales y, por lo mismo, gratuitas, que en los tratados de Teología suelen enumerarse, destacan dos: la inmortalidad y la integridad, en las que vamos a fijarnos, porque nos llevan directamente a nuestro asunto.

b) La inmortalidad.

El hombre había nacido para la vida; la vida eterna en el cielo y una vida temporal, no sujeta a la muerte, mien- tras estuviese en la tierra en estado de merecer.

Deleznable y efímera, por condición, nuestra naturaleza en lo que tiene de polvo, había sido destinada por Dios a participar de una manera maravillosa de la inmortalidad del espíritu. Una providencia singularísima de Dios habría de velar por la conservación de nuestro cuerpo en una per- petua primavera de inmarcesible juventud 14.

El espectro de la muerte, dentro del plan divino, no se cernía sobre la cabeza de los hombres como una amenaza, porque, según el libro de la Sabiduría, "Dios había creado

33 lo. 1,12 y 13.

14 El Génesis habla de un árbol en medio del paraíso, al que lla- ma "árbol de la vida" (v.2 y 4), y al que vuelve a referirle en 3,22, en términos que parecen sugerir que los frutos de este árbol guarda- ban el secreto de este rejuvenecimiento periódico y de la recuperación de las energías perdidas, sujetas naturalmente a desgaste. ¿Era natu- ral o sobrenatural esta eficacia? No están de acuerdo los comenta- ristas y teólogos; pero ésta es cuestión muy secundaria. En los vie- jos documentos de los pueblos orientales hasta ahora conocidos, se registra una tradición, ya deformada por cierto, acerca del "árbol de la vida", que, sin duda, empalma con la tradición representada y re- cogida en el Génesis. Puede verse el Manual Biblique, de Vigouroux, n.289, y con relación a descubrimientos posteriores de la asiriología, Vetbum Domini (1924), p.212-215.

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INTRODUCCIÓN

al hombre inmortal" 15. La risueña perspectiva que esta ver- dad deja entrever, ¡qué diferente de la triste realidad actual de la muerte, verdugo de todas las ilusiones humanas!

c) La integridad.

Para quienes otra cosa experimentamos, después de la caída, no es tan fácil formarnos clara idea del don de la integridad, de que Adán disfrutó antes del pecado, si no es, tal vez, por el recio contraste entre aquella situación y la nuestra.

¿En qué consistía el don de la integridad, o, dicho de otro modo, el don de la inmunidad de la concupiscencia? El relato del Génesis permite adivinarlo tras este ingenuo eufemismo: "Estaban ambos desnudos Adán y Eva y no se ruborizaban" 16. "En el paraíso vivían como ángeles", comenta San Juan Crisóstomo.

Y no es que en aquel estado el hombre fuese insensible al placer; al contrario, enseña Santo Tomás, "hubiera sido tanto mayor el deleite de los sentidos, cuanto más pura la naturaleza y el cuerpo más sensible" 17.

Existían entonces, lo mismo que ahora, el apetito sen- sitivo y el apetito racional, cada uno con la inclinación es- pontánea a sus objetos respectivos. Lo que no se daba, en virtud de este privilegio completamente sobrenatural 18, era ese anticiparse y, mucho menos, ese sobreponerse la con- cupiscencia a la razón. La parte superior del hombre ocu-

15 Sap. 2,23. El texto griego original dice a la letra; "Dios creó al hombre en un estado de incorruptibilidad", que no hay por qué limitar, en cuanto al sentido, a la vida espiritual. Contra esta restric- ción protecta el contexto del pasaje, sobre todo el dato, eco del Géne- sis, de que "la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo", visto a la luz del conocido texto de San Pablo (Rom. 5,12): "y por el pecado, la muerte", en el sentido de pena corporal. En el mismo sentido dice Cristo que el diablo "era homicida desde el principio" (lo. 8,44). Con más claridad, si cabe, se expresa el mismo autor del libro de la Sabiduría (1,13 y 14). He aquí la traducción del texto griego: "Porque Dios no hizo la muer:e, ni se recrea en la muerte de los vivos. Pues todo lo creó para que existiera, y cuanto se pro- duce en el mundo* es saludable al hombre; y en ello (lo creado) no hay veneno mortal, ni reino de la muerte en la tierra".

18 Gen. 2,25.

17 S.Th. 1 q.98 a.2 ad 3.

18 Es'á condenada por la Iglesia la siguiente proposición de Bayo: "La integridad de la primera creación no era una elevación indebida de la naturaleza humana, sino natural condición suya".

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paba su puesto, y a su dominio estaban sometidos todos los apetitos y deseos inferiores, cuya rebeldía ahora tanto nos molesta.

Sin dejar de ser lo que es nuestra naturaleza: materia y espíritu, carne y alma, sensibilidad y razón, venía a ser, por el influjo de la gracia, como la resultante armónica de estas dos fuerzas acordes, la una subordinada a la otra. Estaba siempre en manos de la razón, como señora, repri- mir y moderar, suave pero eficazmente, los posibles movi- mientos de la sensualidad y reducirlos a los límites de lo honesto y de lo justo. Si el desorden de la concupiscencia tuvo su origen en el pecado, y por esta razón, a veces, en San Pablo recibe el nombre de pecado, quiere decirse que antes de la culpa no reinaba esta rebeldía.

Así era el .hombre tal como salió de las manos de su Creador. Hijo de Dios por la gracia, señor de mismo, inmune a las enfermedades, a los dolores y a la muerte, heredero de una gloria inmortal, a la que, tras un cielo an- ticipado en la tierra, había de verse trasplantado, para go- zar de la misma inefable bienaventuranza, con la que Dios es infinitamente feliz.

Entrega condicionada.

En el plan divino entraba, desde luego, que toda esta espléndida floración de dones sobrenaturales había de ser, no sólo patrimonio personal y permanente de Adán, sino herencia de todo el género humano, cuya cabeza era él. Pero Dios exigió a Adán una prueba, a la que condicionó la entrega definitiva.

El Génesis la refiere en estos términos, que tienen el aroma de lo primitivo:

"Tomó, pues, Yavé Dios al hombre y le llevó al jar- dín del Edén para que lo cultivase y lo guardase, y le dió este mandato: "De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente mo- rirás" 19.

Gen. 2,15-17.

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INTRODUCCIÓN

La caída*

La historia de la caída, ¿quién no la conoce? El relato sagrado es un cuadro bellísimo, rebosante de verdad hu- mana, y acusa la mano maestra del escritor. Los caracteres de la mujer y de la serpiente, es decir, del demonio, consti- tuyen un dibujo de exactitud insuperable.

Con el bocado prohibido, con aquella desobediencia for- mal al precepto de Dios, Adán lo perdió todo. Perdió la gracia por el pecado; perdió al instante el don de la inte- gridad, como se echa de ver por esta frase lacónica y suge- rente del texto: "Abriéronse los ojos de ambos y vieron que estaban desnudos", perdió la inmortalidad. La senten- cia del Señor alcanza un grado de expresividad incom- parable:

"A Adán le dijo: "Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: No comas de él:

Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo.

Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido formado, ya que polvo eres y al polvo volverás" 20.

Éste fué el pecado de Adán y éstas las consecuencias de su pecado. Mas, por desgracia, Adán no pecó él solo: pecamos en él todos sus hijos, y a todos nos alcanzan los efectos de aquella inmensa catástrofe. Es lo que todos co- nocemos con el nombre de pecado original.

La índole y el propósito de este primer capítulo nos imponen una rigurosa selección de materiales y una forzo- sa brevedad. Sólo lo puramente imprescindible para la inte- ligencia del cuadro y para que el lector pueda, aunque sea de modo esquemático y elemental, lograr una idea precisa

20 Esta última fórmula aclara por completo el alcance de aquella otra que se lee en 2,17: "el día que de él comieres, ciertamente mo- rirás". So trata evidentemente de la muerte corporal; pero no se dice que ésta seguirá de hecho al pecado como sanción inmediata, sino de derecho, esto es, en aquel punto, perdido el don de la inmortali- dad, Adán quedará sujeto a la muerte. Adán ha incurrido en la sen- tencia irrevocable de muerte, que se cumplirá a su tiempo.

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

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de lo que sobre este punto primario de la doctrina católica nos propone la Iglesia.

San Agustín reconoce en más de una ocasión que el pecado original "es cosa difícil de entender": pero no se trata de eso. Desde luego, la Revelación, única fuente de información en estas cuestiones que atañen al ord?n sobre- natural, explícita y terminante en lo que se refiere al hecho en mismo, en cuanto realidad histórica, lo es mucho me- nos con relación a otros puntos secundarios, que nuestra legítima curiosidad desearía explorar, pero que Dios pre- firió dejar en el misterio.

Es, por tanto, necesario distinguir cuidadosamente entre lo que la fe nos enseña y nos exige aceptar y lo que per- tenece al campo de las especulaciones teológicas.

Supuesta la Revelación, el deber del hombre es bajar la cabeza, en un gesto de acatamiento rendido y confiado, sin preocuparse demasiado de las dificultades de orden pura- mente racional, que pudieran salimos al paso, seguros de que la verdad jamás estará en contradicción con la verdad y de que la miopía y cortedad de nuestra inteligencia acu- sarán ciertamente defecto y limitación en nosotros, pero nunca podrán alegarse contra la realidad de los objetos, cuya existencia nos consta, por otro lado, con un grado de certeza ineludible.

Se ha dicho y no es nueva la acusación que la doc- trina sobre el pecado original es invención de San Agustín; pero él mismo rechazó ya esta calumnia, tildando, a su vez, de nueva herejía a la tesis negativa del pelagianismo, y escudándose en la autoridad de los Santos Padres anterio- res, entre los que destacan figuras tan relevantes de la tra- dición cristiana como San Cipriano, San Hilario, San Am- brosio, San Juan Crisóstomo, San Basilio y San Jerónimo.

La existencia del pecado original, por más que no se le designe en estos términos, se contiene de un modo inequí- voco en la Sagrada Escritura 21 .

21 En el Antiguo Testamento no tan abiertamente, rs verdad, si bien los Santo 3 Padres la ven insinuada en el salmo 50,7: "Porque he aquí que fui concebido en in'quidad, y en pecado me concibió mi madre". Y en el libro de Job (14,4): ¿Qu'én podrá hacer limpio al engendrado de inmunda semilla? ¿No es verdad que Tú, que eres ej único?" Así el texto latino, y acaso con más claridad e-1 original he breo. "¿Quién podrá sacar pureza de lo impuro? Nadie". D I Nue- vo Testamento, aparte el pasaje de la Carta a los Romanos, que se explica en el texto, suelen citarse del mismo San Pablo (Eph. 2,3):

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INTRODUCCIÓN

Doctrina de San Pablo*

Clásico es el testimonio de San Pablo en su Carta á los Romanos, fuente, puede decirse, de todos los Santos Pa- dres y de los Concilios que tratan sobre esta materia 22.

El pasaje, a pesar de lo imperfecto de la construcción gramatical, que cualquier lector advertirá en seguida, resul- ta de una belleza sorprendente, no sólo por la abundancia de ideas y por el lirismo desbordado, característicos de la manera personalísima del Apóstol, sino por lo atrevido y genial del paralelismo antítesis, dicho con más propie- dad— entre Cristo y Adán y entre el estado de cosas intro- ducido por ambos.

Cuadro de sombras el primero, cuadro de luz el segun- do. Sobre el fondo del uno, el viejo Adán, padre del peca- do y de la muerte; sobre el fondo del otro, el nuevo Adán, Cristo, autor de la gracia y de la vida, con la diferencia a favor del segundo, que San Pablo se complace en subrayar, dz que "donde abundó el delito sobreabundó la gracia".

He aquí el texto:

"Así, pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, que pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado... Por- que hasta la Ley había pecado en el mundo; pero como no exist1'a la Ley, el pecado, no existiendo la Ley, no era imputado a pena. Pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no hab'an pecado como pecó Adán, que es tipo del que hab'a de venir. Mas no es el don como fué la transgresión. Si por la transgresión de uno solo mueren todos, mucho más la

"éramos por naturaleza hijos de ira"; y en 2 Cor. 5,14: "Porque, si uno murió por todos, luego todos murieron". Sin embargo, parece que este último pasaje se refiere a nuestra muerte en Cristo, en virtud del principio de solidaridad, fundamentalísimo en la doctrina de San Pablo sobre la redención.

22 Tenemos una interpretación auténtica del texto en los cánones definitorios del Concilio de Trento (ees. 5), has'a el punto de que no faltan autores que tienen como cosa de fe el hecho de que la doc- trina del pecado original se contiene en este c?lebérrimo pasaje. Y en verdad las fórmulas del Concilio (c.2 y 4) favorecen esta opinión. Para un estudio más detallado y profundo del texto de San Pablo, aparte los teólogos modernos, que suelen dar más cabida a la teología posi- tiva, como Pesch, Billot, Beraza, por citar algunos de los más co- nocidos entre nosotros, nos remitidos a Prat, La Théologie de saint Paul, I p.253-263 y 514-516, y a Vetbum Domini (1924) p.21-25.

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

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gracia de Dios y el don de la gracia de uno solo, Jesu- cristo, se difundió copiosamente sobre todos" 23 .

Dando de mano a una serie de cuestiones secundarias, cuya solución no afecta al fondo del pensamiento, harto transparente en mismo, recojamos las principales ideas del Apóstol.

Son éstas:

El pecado entró en el mundo por un solo hombre, que el contexto determina: Adán.

Como pena del pecado, la muerte alusión al relato del Génesis . La universalidad del castigo es señal y argu- mento de la universalidad de la culpa.

Todos mueren, porque todos pecaron.

La muerte no obedece a un delito especial, sancionado por una ley positiva con esta pena. En primer lugar, por- que antes de existir la ley mosaica, la muerte reinaba ya en el mundo. Y en segundo lugar, porque mueren también aquellos que no cometen pecado personal, como son los niños.

La redención de Cristo es el remedio sobreabundante de aquel estado tristísimo de cosas y tan universal como el pecado, pues si todos los hombres murieron por el solo delito de un solo hombre, Adán, por la gracia de otro solo hombre, Cristo Jesús, igualmente a todos alcanza la re- dención.

La conclusión es obvia: todos los hombres, pues en todos se ceba la muerte, han pecado, y no precisamente con un pecado personal, ya que la pena se extiende a los niños. Pecaron, por consiguiente, en Adán. Por eso puede decirse que el pecado y la muerte entraron en el mundo por un solo hombre, y si a todos alcanza el castigo, a todos es común su causa: el delito de Adán.

El dogma del pecado original.

No dice otra cosa la Iglesia al proponer su doctrina acerca del pecado original.

Claro es que estas ideas de San Pablo contienen implí- citas otras complementarias, que el magisterio infalible de la Iglesia ha formulado expresamente como elementos subs- tanciales o integrantes del dogma católico relativo a este

Rom. 5,12-15.

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INTRODUCCIÓN

punto, promulgado de una manera definitiva por el Conci- lio de Trento 24.

La doctrina conciliar abarca los siguientes extremos:

Primero. Adán, por la transgresión del precepto divi- no, perdió la santidad y la justicia, en que había sido cons- tituido, e incurrió en la ira de Dios y en la sentencia de muerte con que el Señor le había conminado.

Segundo. Esta prevaricación no perjudicó solamente a Adán, sino a toda su descendencia, al perder aquella san- tidad y justicia tanto para como para sus hijos, y al transmitirles no sólo la muerte y las penas del pecado, sino el mismo pecado, muerte del alma.

Tercero. Este pecado, uno por el origen y por la pro- pagación, es al mismo tiempo propio de cada uno.

Cuarto. Transmitido por Ad:n, existe aun en los ni- ños, por lo cual la Iglesia los bautiza.

Quinto. El pecado original se propaga por la gene- ración.

Sexto. No consiste en la concupiscencia, la cual sólo en un sentido equívoco puede llamarse pecado, en cuanto que de él proviene y a él nos inclina25.

34 Ses.5, Decreto sobre el pecado original, en. del 1 al 5.

25 Sobre estos extremos no cabe discusión entre los catódicos. Que- dan otras cuestiones sujetas a controversia, y que intentan esclarecer los puntos obscuros de este dogma. Tal es, por ejemplo, supuesta la doctrina católica de la voluntariedad de este pecado, la que trata de explicar acmo puede decirse y ser de algún modo voluntario un pecado que no es personal. No todos lo entienden lo mismo; pero en la solución del caso y del problema que plantea acerca de la justicia divina juegan estos principios: 1.° La jus icia original es un don so- brenatural, fruto solamente de la generosidad de Dios, y al que la naturaleza humana no tiene ningún d recho. Si Dios lo concedió gra- tuitamente, puede retirarlo sin injusticia y señalar condiciones. 2.° Adán la recibió como cabeza del género humano, y cuando el padre de fa- milia— valga este ejemp.o actúa como tal, su voluntad es la de toda e:a familia, en cuanto constituye con su cabeza un todo moral. Es el célebre principio de solidaridad. 3.° Es preciso suponer el hecho el modo importa menos de una disposición positiva de Dios es- tableciendo esta relación moral entre la voluntad de Adán y la del género humano en lo que concierne a este don sobrenatural. Teniendo presente estos principios, puede resolverse fáci. mente la objeción con- tra la justicia y la bondad divinas, que muchos deducen del dogma del pecado original. Otra cuestión también obscura plantea la pro- pagación de este pecado. Sabemos que el camino es la generación; ignoramos la razón íntima del hecho. Santo Tomás (S.Th. 1 q.100 n.l) dice que la justicia original fué concedida, en el primer hombre, a toda la naturaleza humana "a manera de accidente de la especie". Al perderlo, pues, Adán lo perdió en el mismo tenor y con el mismo

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

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Consecuencias de la caída.

Lo más espantoso de este pecado son sus consecuencias. Ya hemos indicado la primera y fundamental, señalada por el Concilio Tridentino: la pérdida de la gracia, de la justi- cia y santidad. Privado de la gracia, incurrió el hombre en la enemistad de Dios, que es lo que San Pablo expresa al afirmar que antes de la justificación por Cristo éramos "por naturaleza hijos de ira". El Concilio menciona a ren- glón seguido otro castigo del pecado: la muerte, y, aludien- do al don de la integridad, hace suya esta frase del segundo Concilio Arausicano, sugerente y densa de sentido: "Y todo Adán... en cuanto al cuerpo y al alma se tornó de peor condición". ¿En qué sentido?

Unas bellas palabras del Crisóstomo, al comentar aque- llas con que Dios se dirige a Adán a raíz del pecado: "¿Dónde estás?" 26, nos abren el camino. "¿Dónde estás?" pregunta el santo Doctor . Esto es, ¿de qué dignidad a qué infamia has venido a parar? Porque comiste del árbol de la ciencia del bien y del mal, has venido a parar sólo en hombre: remansisti homo.

Aunque, a decir verdad, la explicación más exacta y al mismo tiempo más cruda se la debemos al autor sagrado del Gén:sis, que sintetiza en una palabra la degradación del hombre: "No es más que carne" 27.

La experiencia nos enseña lo que es el hombre abando- nado a mismo, sin la luz y la fuerza que dimanan de la gracia.

El mejor comentario de esta frase nos lo proporciona aquella página dramática y realista de la Carta de San Pa- blo a los Romanos, en que describe, con el vigor con que él sabe hacerlo, el desgarramiento de nuestro ser, solicitado por dos fuerzas antagónicas e irreductibles, la del espíritu y la de la carne. Lucha encarnizada que, aun a pesar nues- tro, se decide tantas veces con el triunfo del mal. Es la

alcance con que se le había concedido, es decir, como propiedad aun- que sobrenatural d: la especie. Al transmitir, por tanto, esta natu- raleza, la transmite privada de esta cualidad, como el manantial en- venenado comunica al arroyo el agua envenenada. Por esto Santo Tomás llama al pecado original "pecado de na uraleza". Se habrá observado que el pecado de Eva no juega para nada en la doctrina del pecado original.

26 Gen. 3.9.

27 Gen. 6,3.

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INTRODUCCIÓN

historia del hombre, herido por la culpa y la consecuencia más tangible del pecado original, en el orden individual, principio y punto de partida, a su vez, de las otras conse- cuencias de orden colectivo y social, que hemos de ver en seguida.

"Porque no lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que no quiero, lo que aborrezco. Si, pues, hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí. Pues yo que no hay en mí, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien está en mí, pero hacerlo no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero...; por consi- guiente, tengo en esta ley: que queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; pues siento otra ley en mis miembros, que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miem- bros. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuer- po de muerte?" 28

No adelantemos el grito de victoria del Apóstol.

Tristes páginas de la historia*

El mapa de estas consecuencias en el área social resume las páginas más negras de la historia humana, que pudiera cifrarse en esta enumeración sombría del libro del Ecle- siástico:

"Peste y sangre, fiebre y espada, discordia, devasta- ción, ruina y violencia, hambre y plagas" 29.

Para trazarlo, no hace falta recargar las tintas ni soltar el vuelo a la imaginación, o echar mano de recursos poéti- cos y oratorios. Desgraciadamente la realidad, en este caso, supera a la poesía, y toda hipérbole resultaría pálida y bo- rrosa frente a la fisonomía auténtica de los hechos, sobra- damente atestiguados.

El autor del libro del Eclesiástico, como el del libro de la Sabiduría y más tarde el Apóstol, no tuvieron más que abrir los ojos y mirar en torno de sí, para darnos la gráfica

28 Rom. 7,15-24.

29 Eccli. 40,9.

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

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insuperable de la degradación religiosa y de la corrupción de costumbres, patrimonio de la humanidad30.

Lo impresionante en el pasaje de San Pablo es el cua- dro de la abyección moral del mundo pagano. San Pablo escribía en Corinto, la "ciudad de Afrodita", mercado y lonja a un tiempo de las mercancías y de los vicios del Oriente y del Occidente, y, según los escritores griegos, rival en corrupción, y aun muy por encima, de las ciudades más corrompidas del Imperio Romano, sin excluir la mis- ma Roma.

San Pablo, testigo de mayor excepción por su contacto con el mundo gentil, viajero eterno del Imperio, sabía que Corinto no era la excepción, y cuando quiso, con un pro- pósito apologético y dogmático, dibujar la silueta del pa- ganismo, no tuvo más que universalizar el cuadro nausea- bundo, que a la sazón hería sus ojos, con el mismo derecho con que antes lo había hecho el lenguaje popular31.

Después de haber descrito los pecados contra naturam en términos del más crudo realismo, en una enumeración magnífica recurso literario en el que San Pablo es difícil- mente superado , habla de" aquellos gentiles

"llenos de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad; chismosos, calumniadores, aborrecidos de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados" 32.

La pluma se fatiga al transcribir y el corazón se oprime bajo este golpe de palabras, que agota el vocabulario de los vicios.

30 Los capítulos 13 y 14 de la Sabiduría pueden considerarse como el primer ensayo y esbozo, de una historia de las religiones. La tesis de San Pablo (Rom. 1,18-32), más precisa y viqorosa, ofrece el proceso de la degradación progresiva de la humanidad. Punto de arranque: el pecado; de abismo en abismo, se lbga a la idolatría, que, antes que madre del desorden moral, es hija ella misma del pecado. A un obscurecimiento gradual del espíritu y de la intel'gencia sucede la perversicn del corazón y la anulación de todo sentido moral. Lo uno y lo otro tiene razón de castigo providencial. Ya había dicho el libro de los ^Proverbios (14,13) que "el pecado hace desdichados a los pueblos".

31 Sabido es que para designar una conducta depravada se decía: "corinthiari", esto es, "vivir a lo corintio". Este dato da idea de la fama que sobr- el particular disfrutaba la bella capital de Acaya.

32 Rom. 1,29-31.

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INTRODUCCIÓN

El mundo pagano»

Una mirada, siquiera superficial y de conjunto, al mun- do pagano a través de su filosofía, de su religión y de su literatura, bastará para comprobar la rigurosa exactitud de este cuadro estilizado del Apóstol. Y habremos de concluir que, a pesar de todo, se queda muy por bajo de la realidad.

En este punto conviene no dejarse llevar demasiado de primeras impresiones. Es cierto que la filosofía griega, asi- milada por los latinos, en sus especulaciones religiosas, se elevó a veces a alturas insospechadas 33. Es cierto también que algunas fórmulas morales de algunas escuelas, la estoi- ca por ejemplo, tienen como sabor anticipado de evangelio. Y lo es asimismo que algunos de aquellos sabios condenan duramente los mitos corrientes y muchas prácticas de los cultos.

Pzro no lo es menos que, paralelamente a esas elevacio- nes teóricas, encontramos que los hombres más respetables tienen que soportar la acumulación pública de los vicios más nefandos 34, y que al lado de críticas tan acerbas de ciertos misterios, cultos y leyendas de la mitología 35, sor- prende la actitud contemporizadora, que en la práctica adoptaron, con relación a esos cultos, casi todas las escue- las y la generalidad de los escritores.

33 Hablando de Platón y Aristóteles, escribe ei P. Pinard de la Boullaye "que, cualquiera .que sea el juicio que se forme de sus especu- laciones religiosas, fuerza es confesar que jamás el pensamiento anti- guo se elevó a una concepción más depurada y grandiosa d~ la di- vinidad" {El estudio comparado de las religiones [Madrid 1940] I p.33). Otro tanto pudiera decirse de Cicerón. En su ya citada obra De natura deorum s? encuentran diseminados pensamientos bellísimos acerca del culto. Pero hemos de hacer nuestra la observación del P. Grandmaison que estos y otros pasajes, además de ser raros, per- tenecen más a la filosofía religiosa que a la religión. De Cicerón es aquella frase felicísima con que caracteriza donosamente a los dioses de la mitología, a lo^ que llama "esbozos de dioses", monogrammi dii.

34 Ni Sócrates ni Platón se libraron, a pesar de su prestigio, de ser tildados de viciosos "contra naturam". Esta sombra obscurece con frecuencia el brillo de los nombres más gloriosos.

35 Preferib'e es callar esta^ torpezas, dice Platón, o, si es nece- sario hablar de ellas, debería hacrse en secreto, ante un público res- tringido y después de haber hecho inmolar, no un cerdo, sino alguna víctima preciosa y rara, a fin de reducir en lo posible el número de oyentes." Plutarco, iniciado en los misterios de Eleusis, aplicaba a los misterios de Isis el verso de Esquilo: "Arrójalos y enjuágate la boca".

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

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A estas especulaciones filosóficas y religiosas se les podría aplicar, con raras excepciones, aquella censura de Balmes a la historia de las herejías, cuando decía que era la historia de las aberraciones humanas 36.

No es en ellas, sin embargo, donde mejor se refleja la degradación del paganismo. Su mejor espejo es la litera- tura. El arte en general, y con más razón el arte lit?rario, vive del medio en que florece. La Historia tiene, a veces, que correr discretamente un velo sobre muchas cosas, de las que siempre es preferible callar. La literatura, al contra- rio, reproducción, más que de las ideas, de la vida, de la realidad, que son su inspiración y su fuente, aun cuando parece o quiere inventar, copia. Para conocer una época, sobre todo en sus costumbres, no hay como hojear su lite- ratura.

Ahora bien, todo el refinamiento de arte, todas las be- llezas de forma y de estilo, no bastan a cubrir el fondo de inmoralidad de muchísimas obras griegas y latinas. El tea- tro, la sátira, la lírica, la novela... nos dan la medida de lo que aquellos pueblos tan cultos tenían que leer, que contemplar y que vivir. El nivel moral que revelan las co- medias de Aristófanes y de Plauto, los diálogos de Lucia- no, las sátiras de Juvenal y dz Marcial, los poemas amato- rios de Ovidio, las novelas latinas de Petronio y de Apu- leyo, es el de los más bajos fondos humanos. Aun en autores más castos, como Virgilio, tropezamos a veces con alusiones a ciertos vicios cuyo solo nombre ofende37.

36 ¿Quién había de creer que aun en Platón y Aristóteles, junto a aquella elevación de pensamiento, pudieran encontrarse absurdos mo- rales y jurídicos de tanto calibre y trascendencia sobre el aborto, el infanticidio, las relaciones sexuales pasada la edad normal de la fecundidad, que recuerdan las modernas teorías comunistas acerca del amor libre? Cuando tan poderosas inteligencias cayeron en tales abe- rraciones y desvarios, se comprend? mejor aquel obscurecimiento del espíritu de que habla San Pablo y se adivinan los efectos del pe- cado original aun en las facultades naturales del hombre. Véase sobre este punto Balmes, El protestantismo... II c.23 y 24.

" A nosotros no nos cabe en la cabeza cómo ciertas escenas de la comedia griega y latina podían representarse en el teatro. Muchos pasajes de Aristófanes, simplemente leídos, producen náuseas por la desenvoltura y el cinismo. El nivel moral de un pueblo que asistía impasible a aquellos espectáculos y aplaudía aquellas bajezas se ca- libra por mismo. ¡La vida era así! A los primeros Apologistas, como

22

INTRODUCCIÓN

Ateniéndonos también nosotros al consejo de Platón, corramos un velo sobre aquellas torpezas, y no manchemos la pluma con la podredumbre de tanta liviandad y de tanta lujuria, que algunos escritores latinos se creyeron en el de- ber de denunciar38.

Y para terminar estas rápidas pinceladas, una observa- ción: si tal es el cuadro del mundo anterior a Cristo, entre los esplendores de la civilización, ¿cómo calcular el grado de rebajamiento infrahumano de otros pueblos menos cul- tos o sumidos por completo en la barbarie?

Para juzgarlo nos quedan, aun hoy, en pleno siglo xx, ejemplos impresionantes, que la misionología y los relatos de los misioneros católicos nos brindan en abundancia 39.

Concluyamos,

¿Era necesaria la redención? Formular esta pregunta,

Taciano, no se les quedó en el tintero esta grave acusación contra el paganismo. Véase Padres Apologistas griegos (s.II). (Edic. BAC. (Ma- drid 1954) p.604 y 606.

38 Tácito y Séneca. Hasta qué punto podía darse per perdido el sentido moral, nos lo indican, entre mil, estos dos datos: la escla- vitud y la abyección de la mujer. Ninguno, acaso, como Balmes ha profundizado tanto o ha expuesto la trascendencia de esas dos lacras del paganismo, que solamente el Evangelio ha sido capaz de curar, Véase o.c, I c.15 al 19 y II c.24 al 26. Aconsejamos una lectura re- posada de estos interesantes capítulos, de un alto valor apologético.

39 No faltan quienes de este estado de cosas pretendan deducir una prueba racional en favor del dogma del pecado original. Así lo hace San Agustín, Contra lulianum, 1.4 c.16, y le sigue Santo To- más, Con! ra Gentes , 14 c.52, si bien atenuando el' valor del argu- mento, pues dice: "Debe advertirse de antemano que en el género hu- mano aparecen probablemente ciertos indicios del pecado original". Célebre es también la bellísima y elocuente exposición de este mismo tema que el conde De Maistre hace en su obra, de tanta resonancia en su tiempo, Las veladas de San Petersburgo, velada 2. ¿Qué pen- sar de esto? En primer lugar, que la razón humana no puede demos- trar con eficacia la existencia del pecado original, porque se trata, por un lado, de un orden sobrenatural, y por otro, porque el estado de "naturaleza pura", en el que todo este desorden hubiese podido darse, no es imposible. En segundo lugar, supuesto el dogma cató- lico del pecado original, estos hechos demuestran que tal doctrina es muy razonable. Y en este sentido habla indudablemente Santo Tomás. El conde De Maisire insiste más en el valor demostrativo del ar- gumento, en lo que, a nuestro juicio, va más allá de lo justo. Claro es que, lo mismo que Santo Tomás, tiene en cuenta la providencia de Dios en el orden actual; pero ¿se demuestra que este desorden no po- dría explicarse con solos los pecados actuales o personales? Las cosas en su punto.

NECESIDAD DE LA REDENCIÓN

23

después de lo que llevamos dicho, es haberla contestado afirmativamente.

En el fondo de ese abismo, no es extraño que la huma- nidad atormentada sintiera, como último latido del instinto de conservación, un anhelo profundo, a veces inconsciente, de mejoramiento.

El alma humana, por más que se hunda en la materia, nunca muere ni deja de percibir, por tenue que sea, la ne- cesidad de algo que satisfaga su sed espiritual.

El estudio de las religiones comparadas ha llegado a una conclusión, que en substancia nos habla de una inquie- tud religiosa de la humanidad, cada día creciente, que se revela, dentro del mundo romano, en aquella esperanza desesperada con que se recibían los cultos extraños, pros- critos antes muchos de ellos por las leyes, y que, como el culto de Mitra, fueron temibles adversarios del cristia- nismo.

Era todo un afán de multiplicar los tanteos, de probar novedades, cuando se había llegado al convencimiento o a la experiencia de que los viejos cultos no llenaban el vacío del espíritu. Era, en una palabra, aquel buscar a tientas a Dios de que el Apóstol habló en el Areópago de Atenas 40.

40 Act. 17,27. La idea del Apóstol: Dios mismo ha puesto en el corazón del hombre el afán de buscarlo, y así anda como a tientas, por si acaso topa con Él y lo encuentra, coincide con la conclusión sobrenaturalista del estudio de las Religiones comparadas, que, por cierto, también echa mano, para expresar su pensamiento, aunque trasplantándola al plano sobrenatural, de otra fórmula de San Pa- blo en su discurso a los paganos de Listras (Act. 14,14-16), según la cual "Dios no se quedó a mismo sin testimonioi", en el sentido de que la revelación primitiva, si bien progresivamente deformada y maltrecha, no se perdió del todo entre los pueblos. Merece copiarse este párrafo del P. Grandmaison: "Fuera de la sola religión verdadera..., hubo siempre, y hay todavía, hombres que "buscan a tientas" lo que nosotros poseemos en la luz relativa de la fe: hombres que adoran "al Dios desconocido", que not les ha sido anunciado. Sabemos que subsisten aún entre esos pueblos restos de verdades primitivas, que se transmiten de generación en generación mezclados con múltiples erro- res. Sabemos que esos pueblos tienen un alma como la nuestra; ne- cesidades, aspiraciones, deseos religiosos establecidos sobre el mismo plano, hechos para el mismo fin, ávidos del mismo pan sobrenatural... Lo que nosotros buscamos y realmente encontramos en los dogmas, sacramentos e instituciones del cristianismo, lo buscan ellos también sin encontrarlo, y procuran suplir con ensayos y con esfuerzos la gran misericordia que no han recibido todavía, o mejor, que no han

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INTRODUCCIÓN

Una confusa, mas ardiente súplica, subía a los cielos. Una "inmensa esperanza en frase bellísima del P.Grand- maison atravesaba la tierra".

Del corazón de la humanidad se escapaba, en un cía- mor unánime, aquel grito angustioso del ciego del Evan- gelio: "¡Señor, que vea!" 41 .

recibido en su plenitud..." Fragmento de unos artículos titulados La religión personal, recogido por el P. Lebreton en el prólogo de la obra de Grandmaison Jesucristo. 41 Le. 18,41.

PRIMERA PARTE

LA PROMESA DEL REDENTOR

CAPITULO I Luces de esperanza.

Un hecho de tal magnitud y trascendencia como la re- dención es obvio fuera anunciado previaments a la huma- nidad. Por dos razones: para que, encendida en el mundo esta luz de esperanza, el hombre pudiera orientarse hacia ella como a único consuelo en medio de su desdicha, y a fin de preparar, haciéndosela desear y merecer, la realización cumplida de las divinas misericordias.

Y, efectivamente, Dios no retardó un punto su promesa.

Alba cristiana*

Diríase que el pecado había venido a echar por tierra el plan del Creador apenas puesto en marcha. Pero la sabi- duría divina, al servicio de su infinita bondad, había pre- visto todas las contingencias. Y cuando todo parecía irre- mediablemente perdido, he aquí que un nuevo plan divino hablemos a nuestro modo de belleza incomparable, en el que entran en juego todos los recursos de la omnipoten- cia, venía a reparar la ruina, instaurando por maravillosa manera un nuevo orden de cosas, tan rico de caridad y de misericordia hacia los hombres, que la Iglesia, al contem- plarlo, no puede por menos de prorrumpir en aquella excla- mación de pasmo y de agradecimiento: "¡Oh dichosa culpa, que mereciste tener un tal y tan grande Redentor!" 1

La promesa divina se dió la mano con la culpa de Adán. No todo en aquella escena sombría, que comentábamos en el capítulo anterior, es augurio de calamidades sin remedio.

La voz de Dios resuena en el paraíso, entre inquisidora y paternal, al alentar las primeras brisas de la tarde. Hay un silencio de inquietud, una especie de calma bochornosa, preludio de tempestad.

1 Angélica del Sábado Santo.

LA PROMESA DEL REDENTOR

Adán se ha escondido, más que por la confusión de ver- se desnudo, por el temor de la entrevista. Sabe que ya no es el de ayer. Ahora es un reo, y como reo va contestando, con una sinceridad que suena a evasiva y a disculpa, al interrogatorio de su Señor, antes Padre, ahora Juez.

Pero en la actitud de Dios se trasluce una condescen- dencia impresionante. Culpa Adán a su mujer; ésta a la serpiente. Dios como si aceptara por el momento los des- cargos. La sentencia recae sobre los tres, aunque en orden inverso: primero sobre la serpiente, después sobre Eva, por último sobre Adán. Se adivina la intención. La justicia de Dios hará sentir al tentador toda su pesadumbre; cuando venga, en cambio, a descargar sobre el hombre, irá ya ilu- minada por un rayo de misericordia. El Señor adelanta los designios de su corazón paternal.

Ya no será todo noche en la noche. Aquel primer des- tello de luz se convertirá, desde entonces, en el blanco de aquella espera larga y anhelante de la humanidad, con cuyo recuerdo cerrábamos la Introducción.

Las palabras de Dios caen con blandura de caricia y suavidad de balsamo sobre la llaga recién abierta de la humanidad. Se dirigen a la serpiente; pero los ojos del Se- ñor abarcan, en una dulce mirada, a la triste pareja, que siente en sus entrañas el temblor y el goce de una fecundi- dad salvadora. Porque de ellos brotará la Salud, como ha- bía nacido la muerte, adelantándose a la vida.

"Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza y le morderás a él el calcañal" 2.

La tradición cristiana saluda con júbilo en estas miste- riosas palabras el primer anuncio y la primera traza de la redención.

Palabras misteriosas, es verdad, pero que dentro de la escena y la ocasión adquieren una clara transparencia.

La escena conjuga una apariencia de realidad presente y una verdadera realidad [atura. A primera vista, el demo- nio, vencedor de Adán, en cuya derrota se ha visto, como sabemos, arrastrada toda la humanidad, ha logrado frus- trar los cálculos divinos. Pero se inicia una segunda fase de esta batalla, que acabará con una victoria decisiva y total.

2 Gen. 3,15.

C.l. LUCES DE ESPERANZA

29

El punto de partida la tentación y la culpa define el área y el objeto de la contienda. Lucha espiritual, en la que el mal, el pecado y su caudillo, el demonio, tratarán de extender su acción destructora en el espacio y en el tiempo. Pero el bien y la gracia le asestarán un golpe de muerte por obra de otro caudillo, hijo de la mujer.

Contra el mal, el bien; contra el pecado, la gracia; con- tra el demonio y los suyos, la descendencia de la mujer, de la que surgirá el vencedor absoluto del demonio, del mal y del pecado.

La silueta ciertamente es borrosa; pero, tomados a aque- lla distancia, los rasgos son un milagro de precisión 3.

La revelación en marcha.

Desde esta primera revelación, la promesa divina se transmite de padres a hijos, a manera de tesoro sagrado, que mantiene las esperanzas y la fe sobre la tierra. Más tarde, lo mismo que en la parábola, los cardos y las zarzas ahogarán la buena semilla. En las fábulas religiosas y en

3 Los racionalistas, a quienes otras veces ofende la exactitud y la claridad de ciertas predicciones bíblicas o la madurez que pre- sentan cintas doctrinas en el Evangelio, en este caso se escudan en el estado un tanto nebuloso del vaticinio para combatirle. Podría- mos oponerles un principio de hermenéutica muy suyo: ¿qué más po- día haber revelado Dios en aquella remotísima coyuntura a Adán? Si el vaticinio hubiera alcanzado la luminosidad d? evangelio, que tienen algunos de Isaías, ¿no lo hubieran rechazado también como sospechoso? Dejémosles en su apriorismo irreductible, por más que se disfrace de celo crítico, y sigamos nosotros la norma segura ch in- terpretación, que es e-1 sentido de la Tradición y de la Iglesia.

Muchos lectores agradecerán sin duda unas brevísimas observa- cionrs, que sirven para ilustrar este texto venerable. 1.° Aunque la Vulgata latina traduce "Ella, la mujer, quebrantará tu cabeza", la versión exacta del texto hebreo sería en latín "ipsum" (neutro), con- certando con "semen" la descendencia , que es a la que se refiere. 2.° Tampoco responde literalmente al original aunque en cuanto al sentido la doble traducción conteret, quebrantará, e insidiaberis, pondrás asechanzas, del único verbo hebreo, que se lee en el texto original, que significa herir. La versión latina ha querido reflejar, en esta diversidad de verbos, el diverso resultado de la lucha. No es, sin embargo, necesario r currir a esto. Aunque la acción sea la misma, la diversidad del término de esa acción basta para especificarlas y discernirlas. El uno herirá en la cabeza, centro de ia vida, conforme a la idea vulgar; el otro herirá en el talón del pie, lo más alejado de la cabeza. La una, herida mortal; la otra, leve. Algún tanto podrá apuntarse el demonio: el mismo Jesús declaró que la hora de su pa- sión era la hora del poder de las tinieblas.

30

LA PROMESA DEL REDENTOR

las leyendas mitológicas de los pueblos primitivos brilla a veces, con intermitencias de candela moribunda, una tenue lucecilla, testigo de su origen remoto y de su entronque con la verdad.

Después será la serie de los viejos patriarcas la que, como arroyuelo solitario y escondido, se encarga de difun- dir la vieja tradición, reforzada por sucesivas promesas, que ahora esmaltan las páginas ingenuas y fragantes del primer libro de la Biblia.

Por fin, esta corriente casi imperceptible, trocándose en río sonoro y desbordado, pasa a ser caudal espiritual de un pueblo, cuyo destino se cifrará y aquí está la clave de su historia peregrina y misteriosa en ser cofre vivo de la Re- velación, receptor y altavoz de las divinas promesas, instru- mento providencial de la Salud, anunciada al género hu- mano en el paraíso.

En medio de aquella espesa tiniebla, que envolvía a la humanidad, la divina misericordia concentró su amorosa solicitud sobre el pueblo hebreo "su pueblo" , vinculado para siempre, desde su mismo origen, a los designios pro- videnciales de Dios sobre los hombres. Aun hoy, como sa- bemos, sirve a estos planes divinos.

Los profetas*

En la vida de este pueblo desempeñan un papel capital los profetas, encargados de recibir y transmitir las comuni- caciones de Dios y de orientar hacia un punto luminoso, que se ofrece en el horizonte lejano, las inquietudes y las esperanzas de Israel. Ese punto es el Mesías, salud de los hombres, suprema ilusión de todo pecho judío. Para ali- mentar y sostener esa fe, a través de todos los desfalleci- mientos, Dios irá presentando a su pueblo, por ministerio de los profetas, los rasgos que caracterizan al Mesías y de- finen su obra redentora.

Imaginémonos la Revelación como un lienzo de colosales dimensiones. Cada uno de los profetas irá trazando en él líneas parciales, de una armonía maravillosa, que van esbo- zando, hasta completarla, la figura auténtica del Redentor.

Al paso que avanza, la Revelación se hace más concre- ta, más perfilada, más luminosa, a la manera de un paisaje, informe bajo la noche, que parece desdoblarse a medida que la cercanía del sol da relieve y color a los objetos.

C.l. LUCES DE ESPERANZA

31

En el Antiguo Testamento la Revelación fué "fragmen- taria y multiforme", como la califica justamente el autor de la Carta a los Hebreos 4, y al mismo tiempo progresiva y, por lo mismo, sujeta, en cada uno de sus datos, a la ar- monía del conjunto, que es donde únicamente adquieren todo su valor y expresividad.

Los libros sagrados, de un modo especial los escritos proféticos, están llenos de estas miradas al porvenir, hasta el punto de que resultaría difícil catalogar todos los pasajes referentes a nuestro tema: el anuncio de la redención.

Limitémonos, en consecuencia, a fin de no hacer inter- minable este capítulo, a estudiar algunos de estos vaticinios.

Isaías*

Entre los profetas, ninguno tan destacado como Isaías.

Por la pureza del lenguaje, por la magnificencia del es- tilo, por su vigor descriptivo, por su lirismo ardiente, por la importancia de los temas y la vena inagotable de que hace gala en su desarrollo, por la misma amplitud de su obra, Isaías es tenido, sin disputa, como el príncipe de los profetas hebreos.

Debe añadirse que todos estos méritos se obscurecen ante la maravillosa verdad de algunos de sus más célebres vaticinios mesiánicos y ante la clarividencia sorprendente con que, a pesar de todas las apariencias, que a veces pu- diera sugerir el colorido del lenguaje poético, llega, bajo la moción de Espíritu Santo, a descubrir los aspectos más característicos de la persona y de la obra del Mesías. Ten- dremos ocasión de comprobarlo.

Fundamentalmente el paisaje en que se presentan estos vaticinios de Isaías coincide con el del Génesis 5. Un primer término cargado de sombras, y en su segundo plano los esplendores de la Salud mesiánica, como tras la negrura de la noche, la risa de la aurora.

4 Heb. 1,1. Tal es el sentido preciso del texto griego.

5 El esquema de los vaticinios de Isaías en orden a la salud es el siguiente: la humanidad será restaurada por un descendiente de la raza judía y de la familia de David; pero la restauración no tendrá lugar sino después de la total ruina de Israel, mediante una minoría incontaminada las reliquias, tantas veces mencionadas en su libro , que, bajo una protección especialísima de Dios, sobrevivirá a la ca- tástrofe, y que, al presentarse el Mesías, se unirá a Él para someter a su imperio toda la tierra.

32

LA PROMESA DEL REDENTOR

Una observación necesaria,

Pero en estos cuadros proféticos, prodigios de verdad y de emoción, sería error gravísimo confundir el color, el dibujo, el medio de expresión, con el sentido, y más aún se equivocaría quien, deteniéndose en la realidad histórica in- mediata que les sirve de punto de arranque, o si se quiere, de primer motivo, no acertase a percibir una amplitud de propósito más vasta, un blanco final, del que los ojos del profeta, aun cuando parezcan mirar más cerca, no se apar- tan un momento.

Por regla general se echan de menos en ellos las pers- pectivas y la diferenciación de planos; mas esto obedece, entre otras causas, a que los hechos históricos, vistos desde el ángulo de la Providencia, no forman islotes desarticula- dos— así los vemos nosotros , sino que se enlazan y apo- yan mutuamente en una marcha incesante hacia el objetivo final, consumación y plenitud de cada uno de los episodios.

Hay, pues, una que pudiéramos llamar realidad parcial, y hay otra realidad total y completa. La primera se subor- dina a la segunda, bien como fase inicial o preparatoria, bien incluso como símbolo. ¿Quién duda, por ejemplo, de que, según los libros proféticos y según el mismo Evange- lio, las calamidades y sufrimientos sucesivos de que se teje la historia humana son como explosiones que anuncian la gran catástrofe, fin del actual estado de cosas? Sin esto es difícil entender a los profetas.

El libro de EmmanueL

Pues bien, en el capítulo noveno de Isaías encuadrado en el que suele llamarse "Libro de Emmanuer, por ser éste el personaje central tenemos uno de sus más característi- cos vaticinios mesi?nicos, desde el punto de vista de la redención y la salud.

La actitud del profeta recuerda aquella graciosa figura del Mesías caminando sobre la tierra, mas con la cabeza entre las nubes, de que nos habla una extraña leyenda ju- día. Sin perder de vista el momento que le sirve de base, su mirada inquiere primero en un porvenir inmediato, cua- jado de horrores uno de tantos períodos de agonía con que intentaba Dios castigar y doblar la dureza de su pue-

C.l. LUCES DE ESPERANZA

33

blo c , para clavarse luego en el horizonte lejano, risueño de ventura, hacia el que desde entonces han de orientarse las esperanzas judías como a supremo consuelo en medio de las torturas presentes. Panorama el primero de angustia, de obscuridad, de sombras mortales, de largas y obstinadas tinieblas 7; y en magnífico contraste, he aquí que sobre los campos de Galilea súbitamente aparece una gran luz, y a los sufrimientos antiguos sucede la explosión de una ale- gría, como la de los regocijos populares en la s:'ega, como la del júbilo de los guerreros al repartirse el botín de la victoria s.

¿Qué luz es ésta? El evangelista San Mateo comprueba la verificación del vaticinio cuando Jesús, después del bau- tismo, escoge a Cafarnaún como centro de su predicación evangélica 9. ;Qué mayor garantía para nosotros?

Pero no faltan en el pasaje de Isaías datos que autori- zan esta identificación y esta dirección mesiánica, aun pres- cindiendo del testimonio expreso del evangelista. Al rasgo de la alegría, ya mencionado, efecto de la Luz, se añade inmediatamente el de la paz, una vez sacudido el yugo de la opresión 10, y como explicación de este cambio substan- cial de situaciones, este nuevo trazo, llamado justamente ei "himno de Navidad":

"Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, que tiene sobre su hombro la soberama. y que se llamará Maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sem- piterno, Príncipe de la paz, para dilatar el imperio y para una paz ilimitada, sobre el trono de David y sobre su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y la justicia desde ahora para siempre jamás" ll.

Entra, pues, en escena un personaje cuyos títulos no sólo desbordan las cualidades de cualquier caudillo que pudiéramos pedir a la historia judía, sino que lo elevan por encima de los hombres. Personaie, por otra parte, que el contexto exige no distinguir del Emmanuel, "Dios con nos- otros", cuya concepción y nacimiento virginales se acaban

0 Se trata de una invas:ón del ejército asiría b ll'simarrrnte des- crita ba'o la imagen de una inundación. Es la del Teglabt-Phalasar de la 'Biblia.- que se narra en 4 Reg. 15,29 y 16,9.

7 Is. 8,22.

8 Is. 9,3.

9 Mt. 4,13-16.

10 Is. 9,4 y 5.

11 Is. 8,6 y 7.

Jesucristo Salvador

2

34

LA PROMESA DEL REDENTOR

de anunciar como señal suprema de salud 12, al que perte- nece por derecho propio la tierra de Judá 13, y cuyo reinado se describe después en términos específicamente mesiá- nicos 14.

El "Libro de Emmanuel" se cierra con un doble cántico de acción de gracias que subraya la intervención redentora de Dios. Véase cómo en el primero, tras la evocación de las tribulaciones pasadas, se celebra la certeza y la abun- dancia de la salud:

"Yo te alabaré, Yavé, porque te irritaste contra mí; pero se aplacó tu cólera, y me has consolado. Éste es el Dios de mi salvación; en él confío y nada temo, porque mi fuerza y mi canto es Yavé, él ha sido para

[mí la salud.

Sacaréis con alegría el agua de las fuentes de la salud" 15.

Otras páginas de Isaías*

En idéntico plano se desarrolla otro no menos célebre vaticinio de Isaías, que sirve de pórtico a la segunda parte de su libro, de tono predominantemente consolatorio 16.

Ahora la ocasión histórica se la brinda el anuncio del fin del cautiverio babilónico. El momento es de una exalta- ción lírica y de una grandiosidad emocionantes. Óyese la voz de los heraldos que, a través del desierto desde Babi- lonia a Jerusalén, pregonan la nueva feliz tanto tiempo de- seada. El profeta desearía que el fausto suceso se anunciase desde lo más empinado de los montes y que la voz del

12 Is. 7,14.

13 Is. 8,8.

14 Is. 11,1-10.

15 Indudablemente hay aquí una reminiscencia consciente del paso del mar Rojo. Como entonces los israelitas entonaron su cán ico agradecido, así también después de esta otra liberación, de la que aquélla fué tipo, los descendientes de aquel pueblo harán otro tanto. Hasta la forma literaria refleja el recuerdo; las frases "porque mi fuerza y mi canto es Yavé" y "él ha sido para mi la salud" están tomadas literalmente del canto de Moisés (Ex. 15,2).

16 Suele dividirse la profecía de Isaías en dos grandes partes, que por el asunto predominante se llaman "parte conminatoria" (c.l al 39) y "parte consolatoria" (c.40 hasta el fin). El autor del Eclesiástico también notó este doble carácter del libro de Isaías, cuyo contenido resume en esta fórmula: "Con grande inspiración vió los tiempos úl- timos y consoló a los que lloraban en Sión" (Eccli. 48,27).

Cl. LUCES DE ESPERANZA

35

heraldo cobrase resonancias inverosímiles, para que hiciera llegar a todos los rincones de Judá este grito jocundo:

"He aquí al Señor, Yavé, que viene con fortaleza. Su brazo dominará."

Pero, como en otras ocasiones, el espíritu del profeta, remontando la hora y los acontecimientos, se cierne sobre los cielos de la Historia, para contemplar el amanecer ra- diante de otro día más dichoso, en el que Dios hará levan- tarse del Oriente, como nuevo sol, el héroe invencible aquí es el Justo , a quien deberá Israel su completa libera- ción 17.

Mas el beneficiario de esta salud no será solamente el pueblo judío. Su destino adquiere una amplitud de mundo. El profeta pone estas palabras en boca del Mesías, que en esta ocasión recibe el nombre de Siervo de Yavé:

"Di jome: Poco es para ser tu siervo para resta- blecer las tribus de Jacob y reconducir a los salvados de Israel.

Yo te hago luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra" 18.

Ezequiel»

En este último vaticinio Isaías completa la imagen del guerrero con la del pastor, en términos que traen a la me- moria los rasgos delicados de las parábolas evangélicas 19. Y esta imagen es la que recoge y desenvuelve el profeta Ezequiel, no sin sugerir la identidad de su personaje con el de Isaías en la alusión a la promesa hecha a David, co- mún a ambos profetas.

Entre los precedentes bíblicos de la alegoría del Buen Pastor, joya del cuarto evangelio 20, acaso a ninguna ceda la palma el capítulo 34 de Ezequiel, que, por lo demás, en cuanto al procedimiento literario, sigue el modelo antitético de Isaías. En contraposición a los malos pastores de Israel, que "se apacientan a mismos en vez de apacentar a sus ovejas", viles explotadores del rebaño, el Señor promete a

17 Is. 40 y 41.

18 Is. 49,6.

19 Is. 40,11. El texto hebreo es sumamente expresivo y pintoresco. 80 lo. 10,1-16.

36

LA PROMESA DEL REDENTOR

su pueblo un nuevo Pastor, cuya pintura llena la última

parte de este capítulo.

"Suscitaré para ellas un pastor único, que las apa-

[centará;

mi siervo David, él las apacentará, él será su pastor"21. Daniel»

En la profecía de Daniel 22, la promesa es mucho más explícita, pues desnuda del ropaje poético, habitual en otros

21 Ez. 34,23.

22 Dan. 9,24. El texto forma parte de la profecía de las "sesenta semanas", una de las que mayor resonancia ha alcanzado en la his- toria de la exegesis. La crítica racionalista despoja a este pasaje, como en general al libro de Danie., de todo valor profético, suponién- dolo una profecía "ex historia". Y no han faltado católicos que han hecho coro a los racionalistas, con una ligereza inexplicable. La reac- ción se ha producido valiente y decLiva, y no es al P. Lagrange al que menos debe la interpretación mesiánica gracias a un artículo pu- blicado en Revue Biblique, abril de 1930. La perspectiva mesiánica no puede arrancarse del texto sin destrozarlo y casi suprimirlo. El mismo Cristo citó en este sentido el va icinio de Daniel Mt. 24,15; dato, por otra parte, interesante para fijar el alcance de la predic- ción. En cuanto al cómputo de las semanas, ya es sabido que está erizado de dificultades. Por lo que se refiere principalmente al tér- mino "ad quem", o final, la tesis que pasa por tradicional lo rela- ciona con la v?nida de Cristo, su muerte redentora y la destrucción de Jerusa én, que es lo que sugiere no obscuramente el dato de San Mateo. La Iglesia la ha recogido en rl cómputo qu^ el Martirolo- gio Romano lee en la calenda de Navidad. Otros prefieren un sentido plenamente escatológico, según el cual la semana sesenta señalaría el fin de los tiempos. Véase, desde este punto de vista, un estudio, desde luego ínter sante, aunque a mi juicio demasiado puntualizador, en Estudios Bíblicos (Madrid), voi.3 y 4. Redactada esta nota, llega a mis manos la obra de Mons. F. Borgongini Duca, nuncio apos ó- lico en Italia, titulada Le LXX settimam di Danicle el le date mes- sianische (Padova 1951). Es de lo más original e impresionante que se ha publicado sobre el tema. A juicio del erudito y paciente autor, se trata de un documento criptográfico el más vacto de la antigüe- dad y el texto profético propiamente dicho más completo. Todo el pasaje de Daniel, c.9, es una profecía con palabras numeradas y de tal suerte dispuestas, que su número de colocación tiene la clave del sentido sin necesidad de exege:is. Sabido, es que los hebreos se ser- vían de las letras 22 del alefato para contar; cada letra es, pues, una cifra o un número. A la luz de esta interpretación, el autor señala cuatro acontecimientos futuros de índole mesiánica, como contenidos en ia profecía de Daniel, con la data exacta de años, meses y días. Estos acontecimientos son: el permiso para la recons- trucción de Jerusalén por Ciro, la entrada de Cristo en el mundo,

C.l. LUCES DE ESPERANZA

37

profetas, principalmente en Isaías, destaca su carácter es- piritual en una forma rebelde a toda desfiguración:

"Setenta semanas están prefinidas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para acabar las transgresiones y dar fin al pecado, para expiar la iniquidad y traer la jus- ticia eterna, para sellar la visión y la profecía y ungir al Santo de los santos."

La realidad cercana*

Podrían multiplicarse las citas, y lo haremos en nuevos capítulos, después de cerrar éste con una observación, que viene a corroborar el sentido mesiánico de las profecías, aliento y sostén del pueblo hebreo.

Si quisiéramos exponer con todo detalle las modalida- des diversas de la esperanza mesiánica del pueblo judío en los últimos siglos inmediatos a Cristo, necesitaríamos mu- chas páginas y tendríamos que desviar demasiado la aten- ción del lector de nuestro objeto principal.

A pesar de los elementos extraños, que la imaginación y el sentido excesivamente carnal y nacionalista habían so- brepuesto al concepto bíblico del reino de Dios, y de todas las adherencias y mixtificaciones, que Tesús trató de recti- ficar especialmente en la jornada de las parábolas, el he- cho, atestiguado no sólo por la historia judía, sino por el mismo Evangelio, es que entre los contemporáneos de Cristo esta expectación alcanzó un grado de vibración y de efer- vescencia extraordinario.

Jesús, aludiendo a esta inquietud espiritual y a sucesos todavía no lejanos, pudo echar en cara a sus enemigos: "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me aceptáis; si un cualquiera se presenta en su propio nombre, a ése le recibís" 23.

Una ráfaga de esperanza cruzaba, en efecto, el cielo luminoso de Palestina, desde Judea hasta Galilea, y cada

su muerte en cruz y el incendio de Jerucalén. La dafa de la profe- cía la coloca en el año 539 a. C; la de la reconstrucción de la ciudad, el 27 de abril, 14 de nisán, del 445 a. C; la de la encar- nación, el 30 de marzo del año 5 a. C; la de la muerte de Jesús, el 6 de abril, 14 de nisán, del año 30 p. C; la de la destrucción del templo, el 5 de agosto del año 70 p. C. Por tanto, desde el docu- mento profético hasta la destrucción del templo por Tito transcu- rren 222.222 días. 23 5,43.

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LA PROMESA DEL REDENTOR

pecho judío latía a impulso de un vago presentimiento, como si a cada instante pudiera trocarse en realidad la dul- ce quimera de sus ensueños.

Bastó que la figura del Bautista porte bíblico, atuendo de profeta, voz de trueno que hacía estremecerse los pala- cios de Herodes se dejase ver en las riberas del río sagra- do, para que la fantasía fascinada sufriera un sobresalto, mezcla de temor y de esperanza.

"¿Quién eres tú?" 24 Tras esta pregunta de los sacer- dotes se adivina el tumulto de sospechas, de vacilaciones, de dudas, que va ganando terreno a cada hora en el cora- zán de la muchedumbre, y que ya llega a inquietar a las autoridades de Jerusalén.

Hasta en las aldeas de Samaría malditas de Dios, se- gún el orgullo judío ha prendido la llama de aquella viva inquietud. Junto al pozo de Jacob, en una siesta de sol y de misterios, se oyó esta afirmación extraña en labios de una pobre pecadora: "Sé que el Mesías está para llegar" 25.

Cuando los ramos de la higuera reverdecen y brotan sus hojas, sabemos que está a las puertas la primavera, pu- diéramos decir aplicando una bellísima imagen de Jesús 26.

Cuando la expectación del pueblo judío retoñaba con tal pujanza y vigor, presentía que estaban a punto de cum- plirse las doradas visiones de los profetas.

24 lo. 1,19. Muy interesante, desde este punto d2 vista, todo el episodio.

25 lo. 4,5.

38 Mt. 24,32.

CAPITULO II

El reino mesiánico en los profetas. Caracteres

esenciales.

Demos un paso más. En los vaticinios del Antiguo Tes- tamento encontramos no sólo el anuncio del Redentor, sino los rasgos peculiares de esta obra de salud.

En el proceso profético hay un punto de capital interés, a partir del cual la promesa, sin cambiar de rumbo, adquie- re un ritmo ascendente y una forma de más amplitud y pre- cisión. Es el momento en que la economía mesiánica per- sona y obra del Mesías queda definitivamente encadenada a la descendencia y al trono de David1. Arrancando de este hecho, nada más corriente, tanto en el libro de los Sal- mos como en los profetas, que presentar la acción restaura- dora del Mesías a la manera de un reinado,

Y una vez adoptada esta nomenclatura, muy poco debe extrañarnos aparte otras razones, que pertenecen, unas, al secreto de la psicología oriental, otras a los designios in- sondables de la divina Providencia que el lenguaje poéti- co, á tono con la imagen, suene a choque de armas, y a fragor de guerra, y a grito de victoria, y pida a todo esto metáforas y comparaciones con que dibujar la grandeza, la eficacia y los frutos de aquel Rey y de aquel reinado.

Cuánto contribuyó esto a desorientar a los judíos, nadie lo ignora, y a ello aludiremos más de una vez 2. Mas la ver- dad es que la exuberancia de esta fronda poética no llega a deformar la fisonomía real del reino mesiánico, cuyos ca- racteres principales, por lo contrario, destacan con recio perfil.

Universalidad*

Acaso sea la universalidad de este reino la nota más a flor de tierra en los vaticinios; por más que, a primera vista,

1 Reg. 7,11-17.

2 Con la donosura y bizarría que le son peculiares, lo expone Fr. Luis de León. Los nombres de Cristo, nombre de Brazo.

40

LA PROMESA DEL REDENTOR

parezca contradecir los privilegios excepcionales del pueblo hebreo, tan de relieve, por otra parte, en los mismos libros proféticos.

Privilegios de Israel*

El particularismo innegable del plan providencial de Dios y de la promesa tiene sus límites, y lo es hasta cierto punto y en cierto sentido nada más. San Pablo lo definió con insuperable justeza:

"... íos israelitas, cuya es la adopción, y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y los patriarcas, y de quienes según la carne procede Cristo" 3.

Es decir, si atendemos a la gestación así cabe expre- sarse— y a lo que pudiéramos llamar período incoativo y preparatorio del designio redentor, está fuera de duda que Dios lo vinculó a un solo pueblo entre todos los de la tierra.

Es lícito, pues, decir, enfocando así el problema, que las naciones los goim, en término judío caen, por cierto tiempo, más allá de la órbita de esta providencia extraor- dinaria de Dios. Son pueblos como "abandonados a los apetitos de su corazón y a la inmundicia" 4, en tanto que Israel viene a ser, en un sentido nuevo, "el pueblo y la he- redad de Dios". A esta elección corresponden su vocación y sus privilegios. A ellos vinculó Dios la promesa, y de su seno de su raza y de su sangre había de surgir, a su tiempo, el Redentor de los hombres.

No sólo esto. Sabemos algo más por San Pablo. Sabe- mos que la inclusión de todas las gentes en la salud tiene el valor de un injerto espiritual en el tronco envejecido y caduco, mas vivo todavía y vivificante, del judaismo, pri- mer beneficiario y luego transmisor de la redención 5. Y sa- b?mos, finalmente de misterio lo califica el Apóstol , que este pueblo singular no ha perdido aún su primogenitura y que, si bien repudiado actualmente por su obstinación y por su deicidio, volverá un día, en el fin de los tiempos, al puesto que le corresponde en la familia de Dios sobre la tierra G.

3 Rom. 9,4 y 5.

4 Rom. 1,24.

5 Rom. 11,16-21.

8 Rom. 11,25-36. El misterio está no sók> en el hecho de la repu- diación temporal y en la readmisión futura y cierta del pueblo judío,

C.2. EL REINO MESIÁNICO EN LOS PROFETAS

41

Cauce de la redención*

Con otras palabras: la salud tiene su cauce, el pueblo judío; pero su destino es universal. Por el pueblo judío pe- netrará en el mundo y por él también se desbordará sobre todos los hombres. De esta manera se resuelve felizmente la antinomia.

De hecho la interpretación excesivamente nacional, y aun nacionalista, de los judíos no prescribió nunca contra el universalismo tan acentuado de los profetas, aunque se encauzara, desde luego, en un sentido demasiado aferrado a la letra y a las apariencias puramente formularias de los textos.

Para todos los pueblos»

Todas las naciones entrarían en la corriente salvadora, como serviciarías, al menos, de Israel, erigido, en virtud de la acción del Mesías, en árbitro y señor de los destinos del mundo. Pero adviértase cómo, aun sobre lo estrecho y re- ducido de esta concepción, todavía queda a flote la idea substancial de un reino mesiánico universalista y sin fron- teras.

Esta orientación, amplia y vastísima, palpita ya en el Protoevangelio, en el que no hay manera de descubrir som- bra alguna de particularismo exclusivista, como no sea el que deriva del voluntario enrolamiento en el ejército del mal; se acentúa sensiblemente en las promesas reiteradas a los patriarcas, y por fin resplandece con luz de mediodía en los Salmos y en los Profetas.

Vamos a verlo.

á) La promesa a los patriarcas.

Una noche, una de esas noches de Oriente, en que la transparencia del cielo parece multiplicar las estrellas, hizo Dios salir a Abráhán fuer; de su tienda y le dijo: "Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas"; y añadió: "Así

sino principalmente en este otro hecho, que San Pablo no cansa de repetir y de ponderar, a saber, que el apartamiento de los judíos es como para dar lugar y hacer sitio a los gentiles; por lo cual, una vez que la plenitud de las naciones haya entrado en la Iglesia, vendrá el retorno de Israel, y entonces todo Israel será salvado.

42

LA PROMESA DEL REDENTOR

de numerosa será tu descendencia" 7. Más adelante, trans- curridos muchos años, en otra ocasión solemne, tras de ha- ber puesto a prueba la fe del patriarca exigiéndole el sacri- ficio del hijo de las promesas, díjole el Señor, aclarando más su pensamiento:

"Por mismo juro, palabra de Yavé, que por haber hecho cosa tal, de no perdonar a tu hijo, a tu unigénito, te bendeciré largamente, y multiplicaré grandemente tu descendencia como las estrellas del cielo y como las are- nas de las orillas del mar, y se adueñará tu descendencia de las puertas de tus enemigos, y la bendecirán todos los pueblos de la tierra por haberme obedecido" 8.

El eco de esta promesa jurada de Dios resuena sin tre- gua en toda la Biblia, y en el Nuevo Testamento, la Santí- sima Virgen en su cántico del Magníficat el himno de la encarnación y el padre del Bautista en el Benedictos atestiguan la realidad cumplida del juramento y de la mi- sericordia del Señor para con Abrahán y su linaje 9. Igual- mente San Pablo escribirá un día a las iglesias de Galacia, descorriendo definitivamente el velo que por tantos siglos había ocultado el misterio, apenas entrevisto:

"Pues a Abrahán y a su descendiente fueron hechas las promesas. No dice a sus descendientes, como si se tratara de muchos, sino de uno solo: "y a tu descendien- te", que es Cristo" 10.

El feliz augurio se repite en la historia de Isaac y de Jacob, invariable en los términos, como si se tratase de fórmulas estereotipadas: "Y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo... y la bendecirán todos los pue- blos de la tierra" u.

b) En el Salterio.

En el grupo de los salmos llamados mesiánicos, por ser el Mesías su objeto más o menos directo, se pone muy de relieve esta franca dirección universalista de la Salud, es-

7 Gen. 15,5.

8 Gen. 22,16-18.

Le. 1,46-55 y 68-79.

10 Gal. 3,16. Todo el capítulo tercero de esta carta es un pro- fundo comentario a esta promesa hecha por Dios a Abrahán.

11 Gen. 26,4; 28-14.

C.2. EL REINO MESIÁNICO EN LOS PROFETAS

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bozada apenas en los venerables documentos de la época patriarcal.

Her:nciá del Mesías serán las naciones, y "propiedad suya los confines de la tierra" 12; fruto de su inmolación redentora, la vuelta a Dios y la sumisión devota de "todas las familias de las gentes" 13; conquista y botín de sus fle- chas vencedoras, "los pueblos rendidos a sus pies" 14; su reino, en una palabra, tan espléndido y dilatado como se ofrece en este diseño del salmo 71 :

"Dominará de mar a mar, desde el río hasta los cabos de la tierra. Ante él se inclinarán los habitantes del desierto, y sus enemigos morderán el polvo.

Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus dones y los reyes de Seba y de Saba le pagarán tributos. Postraránse ante él todos los reyes y le servirán todos los pueblos" 15.

c) Isaías, cantor de la universalidad de la Salud.

Sin embargo, el cantor inimitable de este universalismo de la Salud es el profeta Isaías. De su libro pudiera entre- sacarse un copioso florilegio. En los tratados teológicos sobre la Iglesia goza de justa celebridad este pasaje, con que casi se inaugura su profecía:

"Pero sucederá a lo postrero de los tiempos que el monte de la casa de Yavé será confirmado por cabeza de los montes, y será ensalzado sobre los collados, y correrán a él todas las gentes, y vendrán muchedumbre de pueblos diciendo: Venid, subamos al monte de Yavé, a la casa del Dios de Jacob, y él nos enseñará sus ca- minos, y nosotros iremos por sus sendas, porque de Sión ha de salir la ley, y de Jerusalén la palabra de Yavé" 16.

12 Ps. 2.8.

13 Ps. 21.28.

14 Ps. 44.6.

13 Ps. 71,841.

18 Is. 2,1-3. Este mismo vaticinio se encuentra a la letra en el libro del profeta Miqueas, 4,1-5. A la crí ica se le plantea un problema muy sabroso: /Quién de los dos depende del otro? Con los datos actuales no es fácil contestar a la pregunta, y las opiniones se dividen. Ambos profetas fueron contemporáneos. Solamente quiero apuntar esta ob- servación: en Isaías se lee esta nota introductoria, que falta en Mi- queas: "Visión que vió Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y Jeru- salén." ¿No podría contenerse en e:te dato la clave de la famosa cuestión crítica?

44

LA PROMESA DEL REDENTOR

Pero nunca el universalismo de la redención alcanzó tal sublimidad y belleza de expresión como en el capítulo 60. Página admirable, que tiene un raro poder de sugestión, una fuerza irresistible que arrastra y que subyuga.

Imposible leerla sin sentirse contagiado del entusiasmo del profeta, ante cuyos ojos, iluminados por el éxtasis, pa- rece desplegarse, como en inmenso abanico, la historia de la redención en el doble triunfo de su catolicidad y su pe- rennidad, que, después de haber tenido por escenario gran- dioso toda la amplitud de la tierra, se consuma en la reali- dad inefable de la Jerusalén celestial, toda ciudad y toda templo, descrita más tarde en el Apocalipsis con colores robados a la mágica paleta de Isaías.

¿Qué hay, no sólo en la Biblia, sino en la literatura uni- versal, comparable con aquella procesión solemne de los pueblos y de los siglos, en la que sobre un fondo orquestal de tumulto y tintineo de rebaños, rumor de olas, crujir go- zoso de jarcias y de velas bandada de palomas sobre el Mar Latino , se destaca pujante el unísono de las alaban- zas de Dios, himno triunfal de la humanidad redimida?

Alegría de colores y de luz, halago de prosperidad y de grandeza, vértigo de nacionalismo exaltado, ¿qué extraño es es preciso recordarlo que la imaginación oriental del pueblo hebreo, herida y fascinada por el milagro poético de esta y otras páginas de Isaías, juzgase substancia y jugo, blanco supremo de sus esperanzas, lo que no era más que aderezo y envoltura de otras más altas realidades, inacce- sibles al sentido?

Debiera copiarse íntegro el capítulo, aunque no fuera más que para proporcionar al lector el placer de saborearlo.

Poco antes, en una visión paralela, rompe Isaías en este apostrofe, admirable de plasticidad:

"Ensancha el sitio de tu tienda, extiende las pieles que te cubren; no las recojas, alarga tus cuerdas y clava tus clavos, porque te extenderás a derecha e izquierda, y tu descendencia poseerá las naciones y poblará las ciu- dades desiertas" 17 .

Ahora, elevado sobre el tiempo, abarca de un solo golpe de vista la anchura de la tierra, sumida en densas tinieblas. De pronto, Jerusalén se le ofrece a los ojos como un incen- dio en la noche; la gloria del Señor la envuelve en un halo

Is. 54,2 y 3.

C.2. EL REINO MRSIÁNICO -RN LOS PROFETAS

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luminoso, punto de orientación y faro de todos los pueblos, que a su resplandor se ponen en marcha. La emoción del momento ha quedado prendida en este grito del profeta:

"Alza los ojos y mira en torno tuyo. Todos se reúnen y vienen a ti."

Vienen, en primer término, los hijos dispersos de Israel, trayendo a ancas a sus mujeres 1,8 ; luego las vistosas cara- vanas del Oriente, ricas de rebaños, de oro y de perfumes:

"Te inundarán muchedumbre de camellos, de dromeda- rios de Madián y de Efa. Llegarán de Saba en trcpel trayendo oro, incienso y [pregonando las glorias de Yavé. En ti se reunirán los ganados de Cedar, y los carneros de Nebayot estarán a tu disposición."

Por último..., algo inusitado requiere la atención del profeta hacia las playas del Mar Latino:

"¿Quiénes son aquellos que vienen volando, como nube, como bandada de palomas que vuelan a su palomar? Sí, se reúnen las aves para mí, y los navios de Tarsis abren la marcha" 19.

De uno a otro lado los pueblos y las razas se agolpan sobre Jerusalén. en un fluir sin tregua, que obliga a ensan- char las murallas y a tener de par en par las puertas día y noche para dar paso a aquella muchedumbre. La nueva ciudad, en su riqueza deslumbrante, serí llamada "orgullo de los siglos" y "gozo de, todas las generaciones".

Este matiz universalista de la restauración mesiánica, anunciada por Isaías, decora sobre todo las últimas pági- nas de su libro y reaparece, con idénticos caracteres e igual persistencia, en los vaticinios de Daniel, Amos, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías 20.

18 Este rasgo pintoresco del texto hebreo, como tantos otros, se ha esfumado en la traducción latina.

19 "Las naves del mar" traduce la Vulgata aquí, como en otros muchos pasajes bíblicos, en los que el hebreo dice "las naves de Tar- sos". Se trata de la ciudad o colonia de Tarsis o Tar esio, tan afama- da por su comercio y sus riquezas, y que ya es común localizar en la costa meridional de España, cerca de Cádiz. El profeta ve las na- ves de España a la cabeza de todo;; los pueblos occidentales que acu- den a la nueva Jerusalén. ¿No corresponde este vaticinio al carácter y al destino providencial de España, patente en toda su historia, de hija predilecta de la Iglesia y abanderada de la fe y del Evangelio?

20 Dan. 7,13-H Am. 9,12; Soph. 3,9-10; Ag. 8,20-23; Zach. H,16- 19; Mal. 1,11.

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LA PROMESA DEL REDENTOR

Perpetuidad*

Inseparable de la nota anterior es la perpetuidad del reino mesiánico. Una vez instaurada la Salud y puesta en marcha por obra y gracia del Mesías, la medida de su dura- ción serán los siglos. Más aún, su trayectoria entra de lleno en el área de la eternidad, como es fácil comprobar en Isaías, cuyas perspectivas, rebasando el marco de la histo- ria humana, se extienden más allá del juicio universal, fin del mundo y de los tiempos n.

Esta promesa, repetida de un modo increíble, tiene sin duda un doble significado. Por una parte, responde a un designio consolatorio, y por otra, es como si Dios quisiera recordar a su pueblo un aspecto principalísimo de aquella primera economía, que no debía darse al olvido, a saber, su condición de régimen transitorio, sin estabilidad ni madu- rez, hasta que un nuevo orden de cosas, de más vastas di- mensiones, de más honda eficacia teocrática, viniera a trans- formarla y completarla.

Las predicciones profétieas se mostraban de acuerdo con los hechos pasados al describir las medrosas alternati- vas, que habían de tejer la historia de Israel. Aquella serie de tribulaciones nacionales revestían la figura de abandonos periódicos por parte de Dios, de castigo de una incurable infidelidad, rebeldes a todos los escarmientos.

Una tras otra, aquellas catástrofes nacionales prodiga- das sin tasa y sin ejemplo, escalonadas en un crescendo inverosímil, se concibe hicieran vacilar más de una vez la fe de un pueblo que, seguro de sus esperanzas, veíalas des- vanecerse de súbito al alcance de la mano y alejarse hacia un mañana cada vez más incierto e inaccesible.

Pero Dios había empeñado su palabra, y era preciso estimular a los fieles, a los verdaderos israelitas de sangre y de espíritu, poniéndoles delante no sólo la certeza inmu- table de la Salud, sino su firmeza y perpetuidad, a prueba de combates y de enemigos.

Era, pues, un modo debe repetirse de consolar Dios

21 Es'e modo de concebir es claro sobre todo en el último capítulo de Isaías, que se cierra con un cuadro de tipo apocalíptico, que entra de lleno en el terreno de la escatología, sin excluir, según la inter- pretación tradicional, la alusión al infierno.

C.2. EL REINO MESIÁNICO EN LOS PROFETAS

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a su pueblo y de indicarle, al mismo tiempo, una diferencia substancial entre estas dos fases sucesivas de su obra re- dentora entre los hombres 22.

Nota común a todos los vaticinios*

Ahora bien, este rasgo de la perpetuidad es el más in- tencionadamente subrayado en la promesa hecha a David. A partir de este feliz suceso, no falta en ninguno de los vaticinios.

El salmo 88, de época mucho más tardía a juzgar por el cuadro final, paralelo a los de las Lamentaciones de Je- remías, que parece suponer la desolación del reino y trans- portarnos a los años de la cautividad, constituye, sin dispu- ta, el más bello comentario a las palabras de Natán, primer heraldo de este designio sobre la casa de David. A pesar de los pecados del pueblo, clave de la situación que sirve de fondo al poema, la promesa de Dios sigue en pie:

"Yo guardaré eternamente con él mi misericordia y mi alianza con él no será rota. Haré subsistir por siempre su descendencia y su trono mientras subsistan los cielos" 28 .

Por la misma fecha glosaba Ezequiel el mismo tema, in- sistiendo asimismo sobre esta idea de la perpetuidad.

El Señor recogerá de todas partes a los hijos dispersos de Israel, y desde entonces no más división de reinos, no más rivalidades de tribus: un solo pueblo y un solo rey y pastor, David. Y en la tierra que Dios entregó a Jacob ha- bitarán ellos y sus hijos, y los hijos de sus hijos por siem- pre. La nueva alianza será de paz, será eterna, y como prenda, el templo de Dios entre ellos por los siglos de los siglos 24.

La insistencia de Ezequiel parecerá menos extraña si se tiene en cuenta que se trata de un aspecto capital de la Salud, destacado en cien formas diversas, pero convergen- tes, en casi todas las profecías. Los salmos 71 y 88 miden

22 El micmo pensamiento se encuentra en un célebre pasaje de Je- remías (31,31-37).

23 Ps. 88,29-30.

24 Ez. 37,21-28. El mismo pensamiento, aunque sin la manera di- fusa peculiar de Ezequiel, se encuentra en Joel (2,27) y en Sofo- nías (5,15).

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LA PROMESA DEL REDENTOR

por la del sol y la luna la edad del nuevo reino 25, y Amos, el pastor-profeta, sella su vaticinio con esta evocadora es- tampa campesina:

"Vienen días, dice Yavé, en que sin interrupción se- guirá al que ara el que siega, al que vendimia el que siembra. Los montes destilarán mosto y correrá de to- dos los collados. Yo reconduciré a los cautivos de mi pue- blo de Israel; reedificarán sus ciudades devastadas y las habitarán; plantarán viñas y beberán su vino; harán huer- tos y comerán sus frutos. Los plantaré en su tierra y no serán ya más arrancados de la tierra que yo les he dado, dice Yavé, tu Dios" 26.

Nada se diga de Isaías, en cuyos vaticinios resuena, con insistencia temática, esta nota de la perpetuidad:

"Que se muevan los montes, que tiemblen los collados, no se apartará más de ti mi misericordia, y mi alianza de paz será inquebrantable, dice Yavé, que te ama" 27 '.

¿No es verdad que estas y otras predicciones del Anti- guo Testamento parecen un eco anticipado de aquellas pro- mesas de Cristo: "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" y "Ved que yo estoy entre vosotros hasta la consumación de los siglos"? 28

Santidad

Otro de los caracteres del reino mesiánico es la san- tidad.

Sobre ningún otro sufrió tan grave desorientación el pueblo judío.

Sólo de cuando en cuando, si bien apagadas por el es- truendo de las tendencias dominantes, se perciben ciertas resonancias bíblicas, que nunca, es verdad, llegaron a ex- tinguirse del todo.

El sentimiento nacionalista, el orgullo de raza, exaspe- rados por la dureza de los tiempos, a partir sobre todo del

Ps. 71,5 y 88,37-38.

20 Am. 9,13-15. Manera original y pintoresca de expresar la fera- cidad del país; las labores preparatorias se darán la mano con la sie- ga y la vendimia se prolongará hasta empalmar con la sementera.

27 Is. 45,10; 51,6 y 8. Véanse, entre otros, los siguientes pasajes del mismo profeta: 35,10; 45,17; 60,20-22; 65,1-7. Por no citarlos todos.

28 Mt. 16,18; 28,20.

C.2. EL REINO MESIÁNICO EN LOS PROFETAS

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cautiverio, avivaron ese espíritu de desquite sed de ven- ganza a la vez que deseo de un bienestar perdido que en- contramos en la copiosa literatura apócrifa, fruto de esa situación y de esa efervescencia en los dos siglos anteriores a Cristo.

Ancho campo a estas imaginaciones atormentadas ofre- cían los vaticinios de los profetas, según hemos indicado, con el recio color de sus cuadros. Pero esto no era más que la corteza.

Por más que la brillantez de las imágenes, del simbolis- mo, del lenguaje poético, parezca sugerir un reino temporal colmado de bienandanzas terrenas, resplandeciente de ar- mas y de victorias, a costa de la servidumbre y sumisión de los pueblos un día tiranos de Israel, no es difícil, sin embargo, dar con el verdadero sentido de estas tentadoras promesas y descubrir, tras el dibujo exterior, el perfil autén- tico de una obra que se presenta, ante todo, como la obra de Dios por antonomasia, manifestación soberana de su misericordia.

Ahora bien: ¿quién podrá persuadirse lo diremos re- pitiendo un pensamiento dz Fr. Luis de León 29 que los amores y encarecimientos de Dios habían de parar en estos bienes terrenos?

¿No sería esto contradecirse a mismo?

Para esto no se hubiera tomado Dios el trabajo de ir disponiendo con largos siglos de aprendizaje a su pueblo, y en él a todos los hombres. Algo más noble y digno de Él tenía que contenerse en la letra y en la gloria de estas pro- fecías con que Dios sustentó la esperanza y la fe de la humanidad en una redención, prometida a raíz del primer pecado.

No ha de engañarnos, pues, como engañó a los judíos, la apariencia de ciertos vaticinios que no tienen interpre- tación justa por solos, sino a fa luz de estas considera- ciones, y de otros incontables pasajes de los propios profe- tas, donde sin rebozos se ofrecen los propósitos de Dios y el alcance espiritual de sus palabras.

En ninguno de los profetas repitámoslo una vez más pudo apoyarse este descaminado mesianismo con más apa- riencia de legitimidad que en Isaías; pero tampoco ninguno, como él, acertó a poner tan de relieve, de tantas maneras y tan a la continua, la fisonomía espiritual de la restauración

Los nombres de Cristo, l.c.

oU

LA PROMESA DEL REDENTOR

mesiánica, objeto principal de sus vaticinios. Ni nadie con mayores títulos que él para ser proclamado como el cantor incomparable de la majestad y de la santidad divinas, a las que vincula substancialmente la Salud.

Fácil tarea, ciertamente, la de espigar en sus páginas textos numerosísimos son legión con que ilustrar y do- cumentar este aspecto, el más importante, del reino mesiá- nico. Mas esta misma abundancia, acrecida con el caudal de los otros profetas, aconseja distinto procedimiento, de mayor utilidad sin duda y menos reñido con la brevedad que nos hemos impuesto por norma.

Agrupados y clasificados los textos, permiten estable- cer una serie de conclusiones perfectamente eslabonadas que ponen de manifiesto este carácter espiritual de la Sa- lud, planeada por Dios y anunciada bajo su inspiración por los profetas.

a) El Reino de Dios, remedio del pecado.

Lo primero que se advierte es que la promesa aparece de un modo constante y con sintomática unanimidad en todos los vaticinios, ligada a los pecados del pueblo, en ra- zón de remedio y medicina. Es una especie de ley inaltera- ble, a la que se ajustan no sólo los escritos proféticos, sino los mismos libros históricos, animados todos ellos de este espíritu apologético y doctrinal que resplandece a modo de luz difusa en la disposición y marcha general del asunto y de cada uno de los relatos parciales.

Es verdad, como ya se advirtió, que la restauración es- perada y tantas veces predicha se brinda como antítesis o reverso de los grandes infortunios, de índole material y co- lectiva, que a cada paso se abatían sobre el pueblo judío, como en un afán de destrucción y aniquilamiento; pero no lo es menos, según la predicción de los profetas, incansa- bles en insistir sobre este punto, que esos infortunios obe- decen a una sola causa: los pecados y las infidelidades del pueblo.

Lo hace notar, resumiendo en pocas palabras la activi- dad y la misión proféticas, el autor del aludido libro de los Reyes:

"Yavé advertía a Israel y a Judá por todos sus pro- fetas, por todos sus videntes, y les decía: "Convertios de vuestros perversos caminos y guardad mis leyes y mis

C.2. EL REINO MESIÁNTCO EN LOS PROFETAS

51

mandamientos, siguiendo fielmente la ley que yo pres- cribí a vuestros padres y os he inculcado por medio de mis profetas" 30.

Efectivamente, si algún fondo común puede señalarse, sin excepción alguna, a todos los escritos proféticos, es este incesante tronar contra los vicios de su pueblo. Lo mis- mo en Isaías que en Jeremías y Ezequiel, y en casi la tota- lidad de los profetas menores, abundan estas valientes dia- tribas, que nos permiten reconstruir el cuadro social y moral de la nación judía en todas sus épocas.

Isaías, no contento con haber antepuesto a su libro aquel capítulo preliminar, síntesis de sus vaticinios y clave de su interpretación, en el que la pintura d^ la degradación de costumbres ofrece rasgos como éste: "Desde la planta del pie hasta la coronilla de la cab?za no hay en él (el pueblo) parte sana" 3\ y en el que no retrocede ante calificativos tan duros como llamar "meretriz" a Jerusalén, y a sus príncipes "aliados de ladrones", "perros desvergonzados" 32, a cada momento, a cada página, sobre todo en la primera parte, hace desfilar ante los ojos del lector la cinta sombría de aquella perversión moral33: de aquellos gobernantes y jueces corrompidos y venales 34, de aquellos ricos sin entra- ñas 3", de aquella frivolidad femenina 36, de aquel pueblo, en general la "viña del amado" , cargado con los frutos agraces de su inexplicable ingratitud 37, de aquellas defec- ciones idolátricas, que ponen en labios del profeta acentos de una rudeza extraordinaria 3S.

Y ¿quién no ha compartido con Jeremías el abatimiento,

30 Reg. 17,7-23. Digresión oportunísima en la que el autor revela sus intenciones y formula la ley de la Providencia, verdadera filocofía de la Historia. Las calamidades, en las que tan pródigos fueron los anales del pueblo elegido y en este espejo pueden verse todos los pueblos . tienen siempre razón de castigo, y medíanle el castigo, de medicina y liberación.

31 Is. 1,6.

32 Is. 2 y 23. Icaías agota los calificativos más duros: "perros des- vergonzados", "perros mudos que no pueden ladrar" (56,10 y 11).

33 Is. 5,18-23. Cuadro impresionante de inversión de todo sentido moral, hasta el punto, en frase del profeta, de "tener lo bueno por malo y lo malo por bueno".

34 Is. 3.1-7.12-15; 10,1-2. 85 Is. 5,8-10.

36 Is. 3,16 y 24.

37 Is. 5,1-7.

38 Is. 57,3-13.

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LA PROMESA DEL REDENTOR

la tristeza y la indignación leyendo aquellos sus sermones de penitencia— así pudieran apellidarse , en los que no sabe uno qué admirar más, si el realismo del profeta, la maldad del auditorio o la paciencia de Dios, que, con ser infinita, ha llegado a punto de agotarse ante la obstinación de un pueblo por otra parte tan señalado de su miseri- cordia? 39

La lista de pasajes semejantes, entresacados de todos los profetas, se haría interminable.

b) Retorno a Dios.

Otra segunda conclusión, expresa en cien textos de los profetas, es que la Salud equivale a un retorno mutuo de Dios a los hombres y de los hombres a Dios. No podía de- finirse con más exactitud su carácter espiritual.

Estas encarecidas invitaciones: "Buscadme" 40, "Ponme de nuevo en tu memoria" 41 , "Volved a mí" 4>2, "Venid a mí" 43 y otras similares que, tras un recuento discreto e in- sinuante de las pasadas culpas, leemos en Isaías, completa- das con otras muchas fórmulas más desarrolladas que, a manera de estribillo, esmaltan muchas páginas de los de- más profetas: "He aquí que venimos a Ti, pues eres Señor y Dios nuestro" 44; o "Volverán a ser mi pu:blo y yo su Dios" 45, no dicen menos, en este sentido, que otros pasajes más extensos donde se glosa el mismo pensamiento. Véase el siguiente del profeta Ezequiel:

"Me agradaré de vosotros como de un suave aroma cuando os saque de en medio de las gentes y os reúna en las tierras a que fuisteis dispersados, y me santificaré en vosotros a los ojos de las gentes, y sabréis que yo soy Yavé cuando os conduzca a la tierra de Israel, a la tierra que alzando la mano juré dar a vuestros padres. Allí os vendrán a la memoria vuestras obras y todos los pecados con que os contaminasteis, y sentiréis ver- güenza de vosotros mismos por las maldades que come-

& Desde este punto de vista, el libro de Jeremías puede citarse y leerse íntegro. Como ejemplos, véanse el capítulo 2, contra la idola- tría de Lrael; el 7, contra las vanas exterioridades ¿el culto; el 23, con ra los malos pastores y falsos profetas.

40 Is. 45,19.

41 Is. 43.26.

42 Is. 41.22.

43 Is. 55,3.

44 Ier. 3,22.

* Ier. 31,1; 32,38; Ez, 14,11; 34,30; Zach. 8,8; Os. 2,24.

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tisteis. Entonces sabréis que yo soy Yavé, cuando haga con vosotros conforme al honor de mi nombre, no se- gún vuestros malos caminos ni según vuestras perver- sas obras, casa de Israel, dice el Señor, Yavé" 46.

Entonces, según una imagen muy de Ezequiel, los hom- bres redimidos y rescatados volverán a ser el "rebaño de Dios, el rebaño de sus pastos" 47 .

c) El pecado, obstáculo del Reino de Dios.

Naturalmente y es el tercer punto de vista que con- viene subrayar , después de esto se comprende que el pe- cado sea el único impedimento de la Salud.

Idea es ésta muy repetida, de un modo o de otro, en todos los profetas. Dos de las tres grandes secciones que integran la segunda parte del libro de Isaías, y cabalmente en las que con más vivos colores y mayor amplitud se des- criben el hecho y las modalidades de la restauración me- siánica, llevan, a manera de conclusión antitética, esta cláu- sula impresionante: "No habrá paz para los impíos" 48.

Son los pecados, conforme a este otro pensamiento del mismo profeta, como un muro interpuesto entre los hom- bres y la realización de las divinas promesas 49; hasta el punto, se dice en Ezequiel, que tanto el israelita como el prosélito, contaminados con la idolatría, serán, para escar- miento, desgajados del pueblo de Dios, y por lo mismo excluidos de las bendiciones vinculadas a ese pueblo 50.

d) La purificación previa.

Estas tres como premisas nos llevan directamente a una cuarta conclusión la última de nuestro análisis , que en realidad invade, a modo de atmósfera, todos los escritos proféticos y constituye el substrato de todos los vaticinios relativos a la Salud.

En todos ellos se inculca con rara unanimidad la nece- sidad de un período previo de purificación, que los datos dejan entrever de duración bastante larga, de purificación

46 Ez. 20,41-44.

47 Ez. 34,31.

48 Is. 48.22; 51,21. Eco de este apotegma final es otro de Jeremías: "Paz, paz. Y no había paz" (6,14).

49 Is. 59,2.

30 Ez. 14,6-8.

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LA PROMESA DEL REDENTOR

individual y colectiva, cuyo instrumento serán los castigos, y que dará como fruto la penitencia, preparación inmediata e imprescindible del reino mesiánico.

La idea de una purificación, condición previa de la Sa- lud, como no podía por menos de suceder tan a vista de ojos está en las profecías , informa también los libros apócrifos judíos, a los que nos referimos en páginas ante- riores. Constituyen una rara excepción los que, como el autor de la Asunción de Moisés 51 , se complacen en trans- plantar al pueblo de Israel "al cielo de las estrellas", desde donde, en pleno triunfo, contemplarán con júbilo la confu- sión de los gentiles.

La literatura profética concibe esta purificación confor- me a un tipo invariable, del que es modelo este esbozo que encontramos en Isaías:

"Así dice Yavé: Guardad el derecho, obrad la justicia, que pronto va a venir mi salvación, y a revelarse mi justicia" 52.

Esbozo que se presenta más desarrollado en este otro pasaje del mismo profeta:

"Lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestras acciones. Dejad de hacer el mal. Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid y entendámonos, dice Yavé. Aunque vuestros pecados fue- sen como la grana, quedarían como la nieve. Aunque fuesen como la púrpura, vendrán a ser como lana blan- ca" 53.

A veces se envuelve en fórmulas maravillosamente enér- gicas, como esta también de Isaías:

"Y tenderé mi mano sobre ti, y purificaré en la hor- naza tus escorias, y separaré el metal impuro" 54;

más desenvuelta en este pasaje de Malaquías, en el que, con rasgos no menos vigorosos, se describe la acción puri- ficadora del Mesías, en relación esta vez con el sacerdocio y el culto:

81 No se conserva completo, y sólo en el texto latino. Parece es- crito por los días de Cristo, muerto Herodes.

62 Is. 56.1. Esta invitación se dirige a todos los pueblos.

63 Is. 1.16-18. 54 Is. 1,25.

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"y se pondrá a fundir y depurar la plata y a purgar a los hijos de Leví, y los depurará como se depura el oro y la plata" 55.

En términos con frecuencia coincidentes, reaparece la idea de la purificación en la inmensa mayoría de los libros proféticos, que insisten sobre todo en el alcance de esta re- novación espiritual: "Rasgad vuestro corazón más bien que vuestros vestidos", dirá gráficamente Joel 56.

Transformación, repito, completamente interior, del co- razón y del espíritu, obra del mismo Dios, el cual, en frase de un profeta, derramará sobre los hombres un agua limpia para lavar sus inmundicias y les dará "un corazón nuevo y un nuevo espíritu"; corazón no de piedra, sino blando, como de carne, y un espíritu, que será el mismo espíritu de Dios 57 .

En estas y otras frases se alumbra ya la opulencia de bienes sobrenaturales, de gracias y de virtudes, que fija la auténtica silueta de la Salud. Igualmente Isaías y Joel la reducen a aquella efusión espléndida del Espíritu Santo, clásica en el último, y que San Pedro vio cumplida el día de Pentecostés 58 :

"Y después de esto derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros ancianos tendrán sueños, y vuestros mozos ve- rán visiones. Y aun sobre vuestros siervos y siervas de- rramaré mi espíritu en aquellos días" 59.

e) Magnífico cuadro de Isaías.

Sólo ahora, a la luz de estos principios, puede leerse el final del ya mencionado capítulo 60 de Isaías, donde a tra- vés dz las prosperidades de sabor terreno, tan bizarramen- te dibujadas, adivinará el lector otra suerte de riquezas de más alta alcurnia, que consagran definitivamente la san- tidad del reino mesiánico, tan alejado, según esto, de la mezquina concepción habitual entre los judíos contempo- ráneos de Jesús. Dice el profeta:

"Mamarás la leche de las gentes, los pechos de los reyes,

55 Mal. 3,3. M Ioel 2,13.

57 Ez. 36,25-26.

58 Act. 2.16-18. 69 Ioel 2,28-29.

56

LA PROMESA DEL REDENTOR

y sabrás que yo, Yavé, soy tu salvador,

tu redentor, el Fuerte de Jacob.

En vez de cobre, pondré en ti oro;

en vez de hierro, plata;

bronce en vez de madera,

y hierro en vez de piedras.

Te daré por magistrado la paz,

y por soberano la justicia.

No se hablará ya de injusticia en tu tierra,

de saqueo y de ruina en tu territorio.

Tus muros los llamarás "salud",

y a tus puertas "gloria".

Ya no será el sol tu lumbrera,

ni te alumbrará la luz de la luna.

Yavé será tu eterna lumbrera,

y tu Dios será tu luz.

Tu sol no se pondrá jamás

y tu luna nunca se eclipsará,

porque será Yavé tu eterna luz.

Acabáronse los días de tu luto.

Tu pueblo será un pueblo de justos

y poseerás la tierra para siempre.

Renuevos del plantío de Yavé,

obra de mis manos, hecha para resplandecer.

Del más pequeño de todos saldrá un millar;

del menor, una inmensa nación" 60.

¡Cuánto más grandiosa esta perspectiva de la Salud y cuánto más digna de Dios, al que el profeta se complace en designar tantas veces con el nombre de el Santo de Israel! Ul

60 Is. 60,16-22.

61 En el libro de Isaías recibe Dios el título de "el Santo de Israel" o simplemente "el Santo' unas treinta y tres veces, alternando con el de "Señor de los ejérci.03", mucho más frecuente todavía. Los dos tienen, sin duda, su origen en el Canto de lcvs Serafines, que oyó el profeta en la visión inaugural de su ministerio (6,1-13): "Santo, Santo, Santo Yavé Sebaot (Señor de los ejércitos). ¡Está la tierra toda llena de su gloria!". La visión es sumamente interesante para comprender el sentido enteramen.e espiritual de los vaticinios mesiánicos de Isaías y el carácter de santidad que en él, como en todos los profetas, reviste la Salud.

C.2. EL REINO MESIÁNICO EN LOS PROFETAS

o7

Reino de justicia.

Coronamiento del cuadro que acabamos de esbozar es otra nota distintiva de la Salud, sobre todo cual aparece en el libro de los Salmos y en Isaías: la justicia y la paz.

Pero conviene fijar el sentido de estos dos bienes mesiá- nicos. Una lectura superficial de los textos sobra para com- prender la dúctil flexibilidad de estos términos bíblicos, con nada seguramente más reñidos que con la limitada y angosta concreción que han venido a tener entre nosotros.

Las ideas, por ejemplo, que en medio de la fermentación social de nuestros días sugieren estas dos bellas palabras, no están ausentes del concepto bíblico; pero éste las des- borda infinitamente.

No cabe negar, por cierto, que abundan los textos en los que la justicia, fruto y presea del reino mesiánico, tiene su proyección en la defensa de los derechos conculcados por la insaciable codicia de los hombres, más particular- mente en la tutela de los pobres; víctimas corrientes, ahora y en todos los tiempos, de lo quz en tecnicismo vulgar lla- mamos injusticia humana.

El salmo 71, qué ya conocemos, pinta con estos rasgos amables el sentido justiciero del Mesías:

"Da, ¡oh Dios!, al rey tu justicia, y tus juicios al hijo del rey. Para que juzgue a tu pueblo con justicia, y a tus oprimidos con juicio. Germinen los montes la paz del pueblo, y los collados la justicia. Haga tu justicia a los oprimidos del pueblo, defienda a los hijos del menesteroso y quebrante a los opresores.

Porque protegerá al desvalido que le implora, y al oprimido que no tiene quien le ayude. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso y defenderá la vida de los pobres. Rescatará su vida de la opresión y de la violencia y será preciosa su sangre a sus ojos" 62.

Ps. 71,2.3.4.12-14.

58

LA PROMESA DEL REDENTOR

Paralelo es este otro cuadro de Isaías, acaso de más recia contextura:

"Yavé está en pie para acusar, se alza para acusar a los pueblos. Yavé vendrá a juicio contra los ancianos y los jefes de su pueblo, porque habéis devorado la viña y los despojos del pobre llenan vuestras casas. Porque habéis aplastado a mi pueblo y habéis machacado ex rostro de los pobres, dice el Señor, Yavé Sebaot" 63.

Mas, a pesar del sentido tan especificado de este y otros muchos pasajes 64, es preciso advertir que la palabra en boca de los profetas, y en particular de Isaías, sugiere una idea más amplia y nos hace pensar en las múltiples mara- villas del mundo moral y del mundo de la gracia, campo de todas las virtudes, cuya suma, en el lenguaje de la as- cética, se designa también con este mismo nombre de jus- ticia.

Esta densidad de sentido posee indudablemente en el siguiente pasaje de Isaías:

"¿Sabéis qué ayuno quiero yo?, dice el Señor, Yavé. Romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar ir libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo; partir tu pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante tu hermano. Entonces brillará tu luz como la aurora, y se dejará ver pronto tu salvación, e irá delante de ti tu justicia, y detrás de ti la gloria de Yavé" 65.

No es, pues, de extrañar que en otro sitio sintetice el profeta toda la obra del Mesías, tan pródiga en frutos como hemos podido admirar, en esta bella comparación:

"Porque, como produce la tierra 'sus gérmenes y como hace brotar el huerto sus semillas, así el Señor, Yavé, hará brotar la justicia y la gloria delante de las gentes todas" 66.

63 Is. 3,12-15.

M No olvidemos jamás que uno de los pecados que, según los li- bros sagrados, más encienden la cólera divina es este desprecio y menoscabo de los derechos ajenos. Es el caso de los pobres, de los huérfanos, de las viudas, tantas veces aludidos en los profetas y en los Salmos.

65 Is. 58,6-8.

66 Is, 61,11,

C.2. EL REINO MRSIÁNICO EN LOS PROFETAS

59

Reino de paz*

Dígase otro tanto de la paz. Esta palabra, dentro sobre todo de la psicología oriental, es mucho más evocadora; es a la manera de un relámpago que de pronto iluminara un paisaje cargado de los ensueños de las mil y una noches.

Desear a uno la paz fórmula de saludo corriente 'J7, que encontramos también en el Evangelio, y que hizo suya la liturgia cristiana es asegurarle todo lo que el corazón hu- mano puede apetecer para juzgarse en posesión gozosa de la felicidad. Nosotros mismos, cuando pensamos en este bien inestimable, aun estrechando la mirada a lo que co- múnmente tenemos por paz, abarcamos con la imaginación y con el deseo todo aquello que de la vida suele llevarse el torbellino de la guerra, y hablamos de los frutos de la paz, cifra de todos los bienes.

Transportada esta misma concepción al plano espiritual en que, según se ha dicho, se mueven los profetas, presién- tese la riqueza incomparable de su contenido, lo que Isaías llama "la hermosura de la paz" <68.

No olvidemos, sin embargo, que desde su primer anun- cio en el Protoevangelio, la Salud se nos brinda como feliz resultado de una victoria, y que sólo en el huerto de la victoria es donde brota y florece esta paz.

Pero este triunfo tiene, cuando menos, dos fases: la una individual, la otra social y colectiva. Escenario de la primera es la conciencia de cada uno, teatro de aquella lu- cha sin cuartel descrita por San Pablo; palenque de la se- gunda es el área del mundo, donde los hombres y los pue- blos pelean unos contra otros, con la quiebra, en ambos casos, del orden, del equilibrio moral público y privado , condición indispensable de la tranquilidad y de la dicha.

En el alma, la paz se pierde por el pecado, y se gana la paz del hombre consigo mismo, la paz del hombre con Dios, paz suprema y fundamental con la justicia interior, destello de la redención. En los pueblos muere la paz a ma- nos de las ambiciones sin freno de los hombres, y sólo resu-

67 Alusión a estas costumbres es, sin duda, aquel texto de Zacarías (8,10): "Porque antes de ese tiempo no había... ni paz para el que entraba o salía a causa del enemigo."

88 Is. 32,18.

60

LA PROMESA DEL REDENTOR

citará por un milagro de ese espíritu de justicia que el Mesias venía a difundir en la tierra.

En uno y otro sentido pudo decir exactamente el pro- feta que "la paz es fruto de la justicia" '69.

Pues bien, el restaurador único de esta paz fecunda y multiforme es el Mesías. "Príncipe de la paz" 70 , o sencilla- mente "Paz", según la fórmula más robusta de Miqueas 71.

Egloga divina.

Paz opulenta y caudalosa de "un río de paz" nos ha- blan los vaticinios 72 , que realizará á la letra, si bien en un plano más elevado y trascendental, aquel ideal imposible de la Edad de Oro, tantas veces cantada por los poetas 73.

"Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los llevará. La vaca pacerá con la osa, y sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El niño de teta jugará junto a la hura del áspid y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco. No habrá ya más daño ni des- trucción en todo mi monte santo, porque estará llena la tierra del conocimiento de Yavé, como llenan las aguas el mar" 74.

Panorama apacible y pintoresco, con sabor de égloga» verdadera visión de paz, que pone en este mundo atormen- tado un rayo de esperanza y de consuelo.

Mas no hemos de terminar sin llamar la atención del lector sobre el rasgo final del pasaje de Isaías, en el que las delicias de la paz se presentan en función de un cono- cimiento de Dios más extenso y arraigado entre los hom-

89 Is. 32,17. Es el lema augusto del actual Pontífice, Pío XII.

70 Is. 9,8.

71 Mich. 5,5: Et erit iste pax.

72 Is. 48,18; 66,12.

73 Celebrada por las Sibilas, y de un modo insuperable por Virgilio en su égloga 4.a, dedicada a Polión.

74 Is. 11,6-9. Más en miniatura, Is. 2,4. El cuadro, aunque más am- pliado, se repite en Miqueas (4,3-4). Idéntica estampa en Is. 65,25. Es notable la coincidencia hasta en las metáforas entre la égloga ci- tada de Virgilio y es:e pasaje de Isaías. Véase S. del Páramo, La paz de Cristo en el Nuevo Testamento: Estudios Eclesiásticos, n.104 vol.27 (1933) p.5-20.

C.2. EL REINO MESIÁNICO EN LOS PROFETAS

01

bres. Sólo Dios, según esto, es el cimiento y el vínculo de la paz.

Es el mismo pensamiento, con todo el valor de un hecho experimental, de un célebre pasaje de Oseas, reverso del anterior:

"porque no hay en la tierra... conocimiento de Dios. Per- juran, mienten, matan, roban, adulteran, oprimen y las sangres se suceden a las sangres" 75.

El cuadro invita a reflexionar.

75 Os. 4,1-2.

CAPITULO III

Semblanza del Redentor en las profecías.

Vamos a completar este estudio de la redención, tal como aparece en el Antiguo Testamento, con los diversos rasgos, diseminados acá y allá, relativos a la persona mis- ma del Mesías.

Tarea ésta menos ardua, pues, por lo que al número se refiere, quedan muy por debajo de los que atañen a su obra. De ésta se ocuparon todos los profetas con amorosa y larga complacencia; en cambio, la figura del Salvador, descontando el libro de los Salmos y la profecía de Isaías, apenas si de cuando en cuando cruza por sus páginas, y eso a la manera de un lejano meteoro que, más que ofre- cerse a los ojos, se delata por un vivo fulgor momentáneo y pasajero.

Los rasgos, aun siendo poco abundantes, permiten, sin embargo, dibujar una semblanza tan próxima a la realidad, que a las veces llegaría uno a sospechar dicho con una célebre frase de Casiodoro si se trata de historia mejor que de remota profecía.

La paradoja»

Una vez más debe tenerse en cuenta la índole eminen- temente poética de los vaticinios, para no tropezar aquí tampoco en la aparente paradoja de ciertas líneas que, a pesar de todo, se concibe que en la intención de los profetas habían de ser convergentes y fácilmente conciliables.

Y hay que advertir, al propio tiempo, que esta sorpren- dente antinomia se origina, no tanto del espíritu poético y con frecuencia exaltadamente lírico de los autores sagra- dos, cuanto del objeto mismo, de la misteriosa personalidad del protagonista, entrevista indudablemente por los profe- tas y suficientemente sugerida en esta misma divergencia de rasgos, al pronto contrapuestos y desconcertantes.

La persona del Mesías, como hemos de comprobarlo, presenta por un lado facetas gloriosas de resplandor divino,

C.3. SEMBLANZA DEL REDENTOR

«3

luminosos destellos de majestad y de grandeza, momentos triunfales, exaltación de poder, fuerza incontenible que todo lo avasalla, y paralelamente, a veces en un mismo contexto, en un mismo pasaje, rasgos peregrinos de mansedumbre, casi de impotencia, de pequeñez humana, sujeta a las afren- tas, a los sufrimientos, a la muerte.

Lo extraño es que el mesianismo judío, tan abierto a lo primero, no tuviese ojos, o los cerrase, para lo segundo. Aquello lo asimiló con morosa fruición, y como si fuera poco todavía, lo transformó hiperbólicamente hasta desna- turalizarlo y privarlo de esc grato perfume que exhala en las páginas de la Biblia. Esto otro, en cambio, a fuerza de no querer ent:nderlo, acabó por eliminarlo de su ideología mesiánica, que así resulta mutilada, unilateral y falsa en definitiva.

Los apócrifos, aun los más comedidos y de mejor vo- luntad, los más empapados de tradición profética, no se libraron de esta parcialidad, que se infiltró naturalmente en la masa del pueblo, refractaria, como sabemos, a los orígenes y a las pretensiones humildes de Jesús, y aun en el mismo tipo de judío piadoso, sin dolo, verdaderamente israelita, a lo Natanael, pero incapaz, como Pedro, de com- paginar los tristes augurios del Maestro con sus ideas per- sonales acerca del Mesías.

Ni cabe la leve disculpa de la letra de los vaticinios, pues al lado de los trazos brillantes y de las imágenes su- gestivas que insinúan el poder, la realeza y la gloria, están no menos expresas las humillaciones del Siervo de Dios.

Ambas situaciones se yuxtaponen en las profecías, y de una y otra tuvo realmente conciencia la exegesis rabínica, si bien atenuando la crudeza de los cuadros sombríos con interpretaciones! alegóricas o con el recurso de referirlas al pueblo de Israel en su fase de purificación y de marcha dolorosa hacia las prosperidades y magnificencias defini- tivas del reino, concebido a veces a manera de paraíso musulmán.

Nosotros estamos en el secreto de estos dos aspectos, perfectamente conjugables, de la persona del Redentor, y podemos acercarnos a las profecías sin exponernos al es- cándalo culpable de los judíos \

1 1 Cor. 1,23.

64

LA PROMESA DEL REDENTOR

Hijo de Dios*

En el Antiguo Testamento el dogma de la Trinidad fué totalmente desconocido 2.

Es una de las verdades que Dios no quiso revelar a los hombres sino por ministerio de su propio Hijo hecho carne. Esto quiere decir que el carácter divino del Mesías, su cualidad de Hijo de Dios, con toda la verdad y trascen- dencia teológicas con que se presenta a los ojos de la fe después del hecho histórico de la encarnación, no entraba ni Dios pr:tendió otra cosa en el concepto mesiánico que el pueblo judío, aun ateniéndose á la dirección genuina de los textos, podía extraer de las predicciones proféticas.

Era algo que rebasaba el medio doctrinal y providen- cial, en el que por voluntad de Dios había de desenvolverse esta primera etapa de la Revelación.

¿Qué pensar, pues, de aquellos textos en los que el Me- sías recibe expresamente el nombre de Dios o en los que con sobrada transparencia se deja entrever su filiación di- vina?

La respuesta es obvia. Ésa es, sin duda, la significación objetiva de estos textos; eso dicen en realidad. Pero, al pro- pio tiempo, admiten una interpretación menos ceñida y ri- gurosa, que salva la letra, y que Dios fué servido de tolerar durante siglos.

Porque lo cierto es que algunos vaticinios nos hablan del Mesías Hijo de Dios y Dios verdadero. Así, el libro de Isaías: "Y será su nombre Emmanuel" 3, que vale tanto como "Dios con nosotros o entre nosotros", y cuyo alcance se fija poco más abajo, cuando entre los títulos del Me- sías se menciona el de "Dios poderoso" 4. Y así también en el salmo 2, cuyo carácter mesiánico está garantizado por la interpretación y el uso del Nuevo Testamento, pone

2 Dios se contentó con descorrer a veces la punta del velo que ocultaba el misterio y con alumbrarlo apenas por medio de ciértas alusiones ó formas de expresión, que sólo a la luz de la revelación definitiva, del Nuevo Testamento, habían de lograr la plenitud de sen- tido, que en onces eran incapaces de sugerir. Los Santos Padres, es cierto, descubren alcance trinitario en determinados textos; pero se trata de una especie de crepúsculo adumbtatio , que, supuesta la existencia del misterio, pueden admitirse como lejanas y obscuras su- gerencias. Nada más.

a Is. 7,14. Véase, además, 8,8-10.

4 Is, 9,6.

C.3. SEMBLANZA DEL REDENTOR

05

en boca del Mesías estas palabras terminantes, célebres con razón en las controversias cristclógicas de todos los tiempos:

"Yavé me ha dicho: eres mi hijo, hoy te he engendrado yo" 5.

Hijo del hombre*

En cuanto a su filiación humana, ya hemos visto tam- bién los pasos sucesivos que la van determinando. Primero es el linaje humano, en la persona de Adán, el depositario de esta divina promesa; más tarde Abrahán, y de su tron- co, Isaac, el hijo de las promesas; luego, de los hijos de érte, Jacob se lleva, con la primogeniturá, la gloria y el pri- vilegio d" ser el padre del Mesías, con lo que la promesa puede decirse oficialmente encadenada al pueblo hebreo, en la aurora misma de su vida; después, concretándose más conforme avanzan los tiempos, Dios elige entre las doce tribus la de Judá 6, y, finalmente, dentro de ella, la familia real de David.

En adelante esta prerrogativa será no sólo orgullo y prez de la casa de David, sino el título más insigne y po- pular del Mesías. Consignado en los libros históricos 7, re- cogido por los profetas 8 y vulgarizado por el Salterio 9, se incorpora a la corriente caudalosa de las tradiciones nacio-

5 Ps. 2,7. En el Nuevo Te:tamento se le cita en el libro de los Hecho." (4,25) en boca de la primitiva iglesia de Jerusalén, que además atribuye el salmo a David, aunque sea uno de los que el Talmud llama huérfanos, por no tener atribución en el texto hebreo. Se le cita tam- bién en 13,33 en labics de San Pablo. Otras dos veces es citado en la Carta a Jos Hebreos (1,5; 5,5). Lo curioso es que en e:tas tres últi- mas citas el fexto se aplica, siguiendo el orden indicado; primero, a la resurrección de Cristo; después, a su filiación divina, y por último, a su eterno sacerdocio. Pero ya advirtió Bossuet que la re:urrección y el sacerdocio son prerrogativas de Cristo vinculadas a su condición de Hijo de Dios. ¿De qué generación se trata en el salmo? No puede definirse. La frase t'ene su plenitud de expresión en la generación eter- na del Verbo. Por lo demás, el hodic de la Vulgata y de la versión alejandrina, en el que tanto hincapié hicieron los Santos Padres, co- rresponde al hebreo ayyon, que indica un d.'a determinado en mis- mo, mas no para nosotro.:. y puede traducirse por "a su tiempo".

6 Gen. 49,10.

7 Reg. 7,1-7; 1 Par. 28,6-7.

8 Expresamente se refieren a él Is. 9,7; 11,1; Ier. 33,15.17.21.22,26; Ez. 34,23-24; Am. 9,11; Zach. 12,7-8; Eccli. 47,13.

9 Ps. 88 y 131.

Jesucristo Salvador

3

66

LA PROMESA DEL REDENTOR

nales, y llegará a ser cifra y compendio de todas las espe- ranzas mesiánicas del pueblo judío. Nadie ignoraba que el Mesías había de ser hijo de David y restaurador afortunado de su trono.

En el Evangelio ha dejado honda huella esta íntima per- suasión de los judíos, basada en las santas Escrituras 10.

Rasgos heroicos»

Lo más interesante, sin embargo, en las profecías son los rasgos que fijan la semblanza del Redentor.

A distancia de siglos, parodiando una frase de Jesús11, los profetas, extáticos de júbilo, contemplaron la figura ado- rable del Redentor, y tal como la vieron, la describen con emoción inmensa en sus vaticinios. Viéronle rey poderoso, guerrero invencible y triunfador, y esta estampa gloriosa ilustra los libros sagrados con páginas de sabor inolvidable.

Véase esta viñeta de Isaías, prodigio de fuerza y de concisión:

"Oídme, islas, en silencio; renovad, ¡oh pueblos!, vues- tras fuerzas; acercaos y hablad, entremos en juicio jun- tamente.

¿Quién le ha suscitado del lado de levante y en su justicia le llamó para seguirle? ¿Quién puso en sus ma- nos los pueblos y le entregó los reyes? Su espada los reduce a polvo y su arco los dispersa como brizna de paja. Los persigue, y van tranquilamente por caminos que no hab'an pisado nunca" 12.

Involuntariamente se viene a la memoria aquel trozo vigoroso d:l salmo 2:

"Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra. Podrás regirlos con cetro de hierro, romperlos como vasija de alfarero" 13.

Y estos otros, no menos robustos, del salmo 109:

"Oráculo de Yavé, a ti, mi Señor: "Siéntate a mi diestra en tanto que pongo a tus enemigos por escabel de tus pies."

10 Mt. 22,41-45 y sus paralelos Me. 12,35-37; Le. 20,41-43; lo. 8,56.

11 Is. 8.56.

u Is. 41,1-3. * Ps. 2.8-9.

C.3. SEMBLANZA DEL REDENTOR

67

Extenderá Yavé desde Sión tu poderoso cetro. "Domina en medio de tus enemigos."

Yavé estará a tu diestra quebrantando reyes el día de tu ira. Juzgará a las naciones, llenando la región de cadáveres. Aplastará cabezas en vasto campo" 14.

Pero nada comparable con el salmo 44, modelo acaba- dísimo del género epitalámico, trovado a lo divino, similar en el fondo al Cantar de los Cantares y no inferior a él en la forma y en la brillantez del lenguaje poético, dignos ambos del asunto, que se recata castamente tras el velo de unas bodas reales, símbolo de la unión de Cristo con su Iglesia.

Vigor descriptivo, firmeza y rapidez de trazos por todo un cuadro vale cada uno de ellos , exaltación lírica, son las notas salientes de este poema de autor desconocido, cuya personalidad se oculta bajo una modesta indicación patronímica.

El retrato del Mesías-Rey no tiene precio, y la historia de la santidad podría decirnos cuántas almas han quedado prendidas en la red de sus líneas y en la donosura del di- bujo y del colorido.

"Eres el más hermoso de los hijos de los hombres. En tus labios se ha derramado la gracia y te ha bendecido Dios con eterna bendición. Cíñete la espada sobre tu robusto muslo, ¡oh héroe!; tus galas y preseas. .

Y marcha, cabalga sobre la verdad y la justicia. Enséñete tu diestra maravillosas hazañas. Agudas son tus saetas, ante ti caen los pueblos, van derechas al corazón de los enemigos del rey. Tu trono, ¡oh Dios!, es por los siglos eterno y cetro de equidad es el cetro de tu reino. Amas la justicia y aborreces la iniquidad; por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la [alegría más que a tus compañeros. Mirra, áloe, casia, exhalan tus vestidos y el sonido de los instrumentos de cuerda te alegra en

[tus marfileñas estancias" 15.

14 Ps. 109,1-6.

13 Ps. 44,3-9. Advertirá el lector las diferencias y variantes de esta versión con relación al texto de la Vulgata.

(53

LA PROMESA DEL REDENTOR

Matizando,

Esta hermosura no hay que olvidarlo es toda interior, resplandor de la plenitud de la gracia, de dones sobrena- turales, patrimonio del Ungido de Dios. Isaías lo ha dicho en lenguaje directo, sin la filigrana poética del Salmo, en un pasaje indudablemente paralelo:

"Y brotará una vara del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago. Sobre el que reposará el espíritu de Yavé; esp'ritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yavé. Y pronunciará sus decretos en el te- mor de Yavé. No juzgará por la vista de ojos ni argüirá por o das de oídos, sino que juzgará en justicia al po- bre, y en equidad a los humildes de la tierra. Y herirá al tirano con los decretos de su boca y con su aliento ma- tará al impío. La justicia será el tinturen de sus lomos, y la fidelidad el ceñidor de su cintura" 16.

Fray Luis de León pone el siguiente comentario a estas últimas palabras de Isaías: "Si las armas con que hiere la tierra y con que quita la vida al malo son vivas y ardientes palabras, claro es que su obra de este brazo no es pelear con armas carnales contra los cuerpos, sino contra los vicios con armas de espíritu" 17.

No se prense, con todo, que estos textos nos dan la vi- sión integral del Mesías. Advertimos, al comenzar este ca- pítulo, que para abarcarla en su totalidad era necesario volver la atención a otro aspecto, reverso del anterior, mas igualmente subrayado por los profetas. Se trata de puntos de vista que mutuamente se aclaran, y sirven los unos para poner de relieve el verdadero sentido de otros que, aislados, pudieran parecer demasiado humanos y terrenos.

El fragor bélico de los pasajes transcritos véase cómo se amortigua en la dulce apacibilidad de este otro pasaj? de Isaías, que el evangelista San Mateo ve realizado en Je- sucristo 18 :

"He aquí a mi siervo, a quien sostengo yo; mi elegi- do, en quien se complace mi alma. He puesto mi espí-

18 Is. 11,1-5. Sabido es que de este texto deducen las Santos Pa- dres y los teólogos loj siete dones sacrum septenarium del Espíritu Santo.

11 Los nombres de Cristo, nombre de Brazo. 18 Mt. 12,17-21.

C.3. SEMBLANZA DEL REDENTOR

ritu sobre él, y él dará la ley a las naciones; no gritará, no hablará recio, no alzará su voz en las plazas; no rom- perá la caña cascada ni apagará la mecha humeante" 19.

Al que habría que añadir, para completar el dibujo, este otro rasgo tan amable de Zacarías:

"Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey. Justo y salvador, humilde, montado en un asno" 20.

El Evangelio doloroso.

Pero entremos con piadoso recogimiento por la selva augusta de otra tercera clase de textos, que forman, como se ha dicho, el quinto evangelio, el evangelio doloroso. Sin ellos es imposible darse cuenta del plan misericordioso de Dios y de la secreta trama de su obra redentora. Sería cortar la marcha a la mitad del camino.

Porque los pasajes que vamos a considerar descubren no sólo un aspecto de la vida y de la persona del Reden- tor, hasta ahora desconocido, sino la trayectoria peregrina de su obra, con la solución, por añadidura, que desata de una vez el enigma planteado por situaciones y rasgos tan opuestos y contradictorios.

Nada de paradoja, como veremos, en la figura de un Mesías, por un lado, abatido, "varón de dolores", blanco de todos los desprecios, abandonado de los hombres, y por otro, magnífico y arrogante de hermosura, de gloria y de poder, Rey universal de los cielos y de la ti:rra. Se trata de dos fases, que pertenecen a distintos planos, y además es lo que aclaran los nuevos textos sucesivas, lógica- mente trabadas entre sí, condición la una de ellas de la otra, ya que el triunfo y la apoteosis solamente llegarán tras el abatimiento y como fruto insospechado de una vo- luntaria y suprema inmolación.

a) En Isaías.

Cuando se leen atentamente los capítulos de Isaías de- dicados al Siervo de Dios, cree uno percibir la impresión de angustia del profeta, como temeroso de abordar de

19 Is. 42,1-2.

20 Zach. 9,9. Cf. Mt. 21,5; lo. 12,14-15.

70

LA PROMESA DEL REDENTOR

lleno el asunto, por dos veces insinuado y otras tantas in- terrumpido, cual si le ahogasen la voz, la admiración y la novedad del espectáculo.

El tema se inicia primero como un tema musical que salta vacilante, esbozando la situación:

"He dado mis espaldas a los que me herían, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba. Y no escondí mi rostro ante las injurias y los esputos" 21 .

Reaparece más adelante luciendo un nuevo matiz:

"Cómo de él se pasmaron muchos; tan desfigurado es- taba su rostro, que no parecía ser de hombre" 22.

Y rompe, al cabo, en esta especie de apassionato viví- simo y emocionante, rico de pormenores y de ideas, que parecen preludiar las profundas enseñanzas del Apóstol sobre el valor satisfactorio de la muerte de Jesús:

"Sube ante él como un retoño, como retoño de raíz en tierra árida. No hay en él parecer,

no hay hermosura que atraiga las miradas,

no hay en él belleza que agrade.

Despreciado, desecho de los hombres,

varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos,

ante quien se vuelve el rostro,

menospreciado, estimado en nada;

pero fué él ciertamente quien tomó sobre nuestras en-

y cargó con nuestros dolores, [fermedades

y nosotros le tuvimos por castigado

y herido por Dios y humillado.

Fué traspasado por nuestras iniquidades,

y molido por nuestros pecados.

El castigo salvador pesó sobre él,

y en sus llagas hemos sido curados.

Todos nosotros andábamos, como ovejas, errantes,

siguiendo cada uno su camino,

y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros.

Maltratado y afligido, no abrió la boca,

como cordero llevado al matadero,

como oveja muda ante los trasquiladores.

Fué arrebatado por un juicio inicuo,

sin que nadie defendiera su causa

21 Is. 50,6. 23 Is. 52.14,

C.3. SEMBLANZA DEL REDENTOR

71

cuando era arrancado de la tierra de los vivientes y muerto por las iniquidades de su pueblo. Dispuesta estaba entre los imp'os su sepultura y fué en la muerte igualado a los malhechores; a pesar de no haber en él maldad ni haber mentira en su boca, quiso quebrantarle Yavé con padecimientos. Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado, tendrá prosperidad. Y vivirá largos años

y en sus manos prosperará la obra de Yavé.

Librado de los tormentos de su alma,

verá, y lo que verá colmará sus deseos.

El justo, mi siervo, justificará a muchos

y cargará con las iniquidades de ellos.

Por eso yo le daré por parte suya muchedumbres

y recibirá muchedumbres por botín;

por haberse entregado a la muerte

y haber sido contado entre los pecadores,

cuando llevaba sobre los pecados de todos

e intercedía por los pecadores" 23 .

b) En el salmo 21.

Si el pasaje transcrito insiste, como es notorio, en la relación de los sufrimientos del Mesías con los pecados del pueblo, la primera mitad del salmo 21 clásico tam- bién en esta materia enfoca un solo momznto; el momen-

23 Is. 53,2-12. El texto de la Vulgata latina presenta muchas va- riantes en relación al texto hebreo, aunque ninguna fundamental. En las últimas palabras de la cita descubrirá el lector lo que ya indicá- bamos sobre el punto importantísimo de la glorificación del Mesías en premio a su sacrificio. En cuanto a la idea de la muerte "satisfac- toria", hay que decir que está claramente sugerida por el profeta y que forma como el núcleo central del vaticinio. Son muchas las fór- mulas que la contienen y expresan. Creo sinceramente que pecan de cierta ligereza los comentaristas modernos que la ponen en duda, o sencillamente la niegan, como si se tratase de un punto de doctrina ex- clusivo del Nuevo Testamento. San Pablo, es verdad, desarrolla con toda amplitud este tema; pero ¿no puede decirse ya en germen en Isaías? ¿Que los oyentes del profeta no estaban capacitados para en- tenderlo? No creo que este principio exegético, del que abucan más de la cuenta ciertos autores, tenga nada de contundente, ni mucho me- nos de tradicional. ¡Cuántas cosas se les escaparon! Y ¿qué? Ni Dios al hablar por cus profetas tuvo sólo presente a aquel reducido audi- torio de contemporáneos. La finalidad y el destino de las profecías, como en general de las Sagradas Escrituras, reviste un carácter más amplio y trascendental, que desborda el momento histórico en que se pronunciaron o escribieron, bajo la inspiración del Espíritu Santo.

72

LA PROMESA DEL REDENTOR

to culminante en que la Víctima, desamparada de Dios y escarnecida por los hombres, ofrece el sacrificio de su vida entre los más fieros tormentos del cuerpo y del espíritu.

Nuestro divino Salvador, en la cruz, recitó las prime- ras palabras de este salmo, como invitando a aquel pueblo, ahito de Escrituras y de profecías, á comprobar por mismo la verificación en marcha de una de ellas, en la que, ¡oh terrible inconsciencia y más terrible ironía de las co- sas!, hasta la fórmula de sus sarcasmos estaba prevista con exactitud literal.

Impresiona por cierto fuertemente la clarividencia y la cruda verdad del vaticinio, tanto por lo qu? se refiere al suplicio de la cruz, rotundamente predicho y caracteri- zado, como por lo que hace a ciertos pormenores, cuyo cumplimiento tuvieron los evangelistas buen cuidado de puntualizar en sus relatos de la muerte de Jesús 24.

"¡Dios mío, Dios m'o! ¿Por qué me has desamparado? Lejos están de la salvación mis rugidos. ¡Dios mío!, clamo de día, y no me respondes; de noche, y no hallo remedio. Con todo, eres el Santo, habitas entre las alabanzas de Israel. En ti esperaron nuestros padres, esperaron, y los libraste; a ti clamaron, y fueron salvados; en ti confiaron, y no fueron confundidos. Verdad que yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desprecio del pueblo. Búrlanse de cuantos me ven, abren los labios y mueven la cabeza. "Se encomendó a Yavé dicen ; líbrele él, sálvele él, pues que le es grato."

24 En el salmo se habla no sólo de las manos y de los pies traspa- sados (v.17), alusión expresa a la muerte en cruz, sino del tormento de la sed (v.16) y del brutal dislocamiento de los huesos y de la des- nudez (v.18 y 19), característicos de este horrible suplicio. En cuanto a la confrontación de la historia con la profecía, véanse Mt. 27,36 y lo. 19,24: reparto de los vestidos y sorteo de la (Única; Me. y Le. hacen constar el hecho, sin relacicnarlo explícitamente con el vaticinio; mas tratándose de detalle tan insignificante, ya se ve la intención harto transparente de los evangelistas. O ro tanto debe decirse de la extraña coincidencia, que no puede ser casual ni amañada, entre los siguientes rasgos: Ps. v.8 y Mt. 27,39; Míe. 15.29; Ps. v.9 y Mt. 27,43. Por lo demás, semejan e al capítulo 53 de Laías, el salmo 21 concluye con la perspectiva gloriosa de los frutos de esta inmolación del Mesías. En la segunda parte, el salmo de elegía se trueca súbi- tamente en un himno de júbilo triunfal.

C.3. SEMBLANZA DEL REDENTOR

73

Y en verdad eres mi esperanza ya desde el útero, mi seguro refugio ya desde el seno de mi madre.

Ya desde el útero fui entregado a ti,

ya desde que colgaba de los pechos de mi madre,

No te estés apartado de mí, [eres mi Dios.

porque se acerca el peligro,

y a nadie tengo que me socorra.

Rodéanme toros en gran número,

cércanme novillos de Basán.

Abren sus bocas contra

cual león rapaz y rugiente.

Me derramo como agua,

todos mis huesos están dislocados.

Mi corazón es como cera

que se derrite dentro de mis entrañas.

Seco está como un tejen mi paladar,

mi lengua está pegada a mis fauces

y ya no me echan al polvo de la muerte.

Me rodean como perros;

me cerca una turba de malvados;

han taladrado mis manos y mis pies.

Puedo contar todos mis huesos.

Y ellos me miran, me contemplan. Se han repartido mis vestidos

y echan suertes sobre mi túnica" 25.

Ni en las narraciones evangélicas de la pasión, sobrias y objetivas como nunca, encontramos una pintura tan ani- mada y conmovedora de las torturas físicas y morales del divino Crucificado.

c) Elegía final de Zacarías.

¿Qué tiene de sorprendente, por tanto, que el profeta Zacarías nos hable de las lágrimas sin consuelo de los buenos hijos de Jerusalén, presa de la compasión y del arrepentimiento ante el atroz espectáculo?

"Y derramaré sobre la casa de David y sobre los mo- radores de Jerusalén un esp'ritu de gracia y de oración y alzarán sus ojos a mí; y a aquel a quien traspasaron le llorarán como se llora al unigénito y se lamentarán por él como se lamenta por el primogénito. "Habrá aquel día gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Adadre- món en el valle de Magedcn" 26.

Ps. 21,1-19.

28 Zach. 12,10-11. Adadremón parece el nombre de una ciudad si- tuada en la explanada de Magedón, que. según San Jerónimo, se lia-

74

LA PROMESA DEL REDENTOR

Tal es la semblanza del Mesías, maravilla de acierto y de verdad, que resulta del estudio comparado de los vati- cinios.

maba en sus días Maximianópolis. En esta llanura murió el rey Josías durante la batalla contra Necao, rey de Egipto. La nación entera le lloró con sentidas y prolijas lamentaciones compuestas por Jeremías, que, al decir del autor sagrado, se hicieron proverbiales (2 Par. 35,20- 25). A este suceso alude Zacarías.

EL REDENTOR EN LA HISTORIA

CAPITULO IV La venida del Redentor.

"Mas cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer" \ escribe San Pablo, anunciando enfáticamente el hecho histórico de la encar- nación del Verbo.

En esta fórmula, densa de teología y de sentido apolo- gético, encontramos las líneas directrices del presente ca- pítulo. , _ .' j

Nuestro punto de vista»

Desde varios puntos de vista pudieran examinarse los datos evangélicos relativos a la encarnación, que constitu- yen lo que se ha llamado el "Evangelio de la infancia". Los sugestivos relatos de San Mateo y San Lucas brindan, sin duda, al teólogo elementos inapreciables que, debidamen- te ordenados, darían la fisonomía dogmática del misterio siquiera en sus rasgos fundamentales: doble naturaleza, unidad dz persona, filiación divina de Jesús. No es éste, sin embargo, el aspecto que por ahora solicita nuestra atención.

Y, si no nos engañamos, tampoco fué ésta la intención principal de los evangelistas, a juzgar por el singular colo- rido de sus narraciones y por la misma selección de episo- dios, diversos en ambos ciertamente, mas animados de un propósito común de acentuada tendencia apologética, ex- plícita en San Mateo; no tanto, aunque tampoco disimu- lada, en San Lucas. Pudiera decirse, parodiando una frase ya vulgar, que el uno y el otro vieron la historia de la in- fancia de Jesús sub specie Scripturarum: a la luz de las Escrituras. 1

Lo cual quiere decir que ambos evangelistas se dirigen a un sector de lectores familiarizados de antemano con las profecías, únicos para quienes serían irrecusables las com-

1 Gal. 4,4.

70

EL REDENTOR EN LA HISTORIA

probaciones bíblicas de San Mateo, y para quienes no podía ser un enigma el alcance apologético de San Lucas, que de hecho va mucho m~s allá de lo que cualquiera pu- diera figurarse ateniéndose a aquel afán informativo inge- nuamente profesado por el autor en su elegantísima adver- tencia preliminar 2.

A esta categoría de lectores y después de lo que en los últimos capítulos llevamos escrito, también nosotros podemos contarnos entre ellos , San Mateo y San Lucas les plantean un sencillo problema de identificación, igual- mente sugerido por San Pablo en aquella frase: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos", que no es en rigor un dato de localización cronológica, sino una mirada retros- pectiva, equivalente a una cita global de todas las predic- ciones proféticas, de todas las antiguas promesas, cumpli- das en aquel Hijo de Dios, que nace de una mujer para incorporarse a la historia de la humanidad.

El problema*

Y el problema se presenta en estos términos: las cir- cunstancias que rodean la concepción y el nacimiento de Cristo coinciden por extraña manera con el contenido de los más célebres vaticinios mesiánicos. ¿No será, pues, Jesús el Redentor tantas veces anunciado por los profetas y tan ardientemente deseado por el pueblo judío?

Un ligero análisis de los primeros capítulos de San Mateo y San Lucas nos convencerá de que tal es en reali- dad el pensamiento inspirador de ambos evangelistas. Uno y otro ofrecen en abundancia datos y pormenores utiliza- bles en esta identificación, y a su estudio consagraremos este capítulo, prescindiendo del aspecto puramente bio- gráfico.

El trabajo, que pudiéramos llamar de selección y siste- matización, se simplifica mucho si tenemos en cuenta que el pensamiento de los evangelistas, sin excluir, claro está, otras irradiaciones de carácter más secundario, gira en torno de tres motivos fundamentales, a manera de anda- miaje de su raciocinio apologético, a saber: la filiación davídica, la concepción virginal y el nacimiento en Belén. Tres rasgos que ponen a Jesús en relación directa con otras tantas profecías.

3 Le 1,1-4.

C.4. LA VENIDA DEL REDENTOR

77

El Hijo de David»

Vayamos por partes.

Ni San Mateo ni San Lucas descuidan este aspecto de la filiación davídica, sin duda el de mayor importancia en el problema, hasta el punto de que, sin haber asentado previamente esta prerrogativa, cualquiera pretensión de ha- cer pasar a Jesús por el Mesías a base de los antiguos vaticinios, hubiera nacido condenada al fracaso. De ello tuvieron conciencia los dos evangelistas, y a esto se en- camina, desde el principio, su preocupación apologética.

Dob.e prueba*

Efectivarrrnte, el origen davídico de Jesús 3 está ga- rantizado en el Evangelio por una doble prueba, testifical y documental. La primera, de valor excepcional, por la categoría del testigo; la segunda, jurídicamente irrecusa- ble, por su carácter legal, y a mayores, de muy fácil com- probación cuando se escribieron los evangelios o al me- nos cuando se fijó la catequesis primitiva que les sirve de base.

á) Prueba testifical.

San Lucas nos ofrece la primera, encuadrada en el dulcísimo episodio de la anunciación:

"Éste (Jesús) será grande, y será llamado Hijo del Muy Alto, y el Señor Dios le concederá el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob eterna- mente, y su reino no tendrá fin" *.

Ante todo, obsérvese que el ángel se limita a transmi- tir un mensaje; es simplemente un heraldo de Dios. Por consiguiente y en esta circunstancia estriba el valor del testimonio , Dios mismo es el que habla. Por otra parte,

3 No merece refutación la extraña e infeliz teoría de Maniqueo, resucitada con muy poca for una por algunos racionalistas, entre los que descuella Federico Delitzsch, según la cual Jesús no sólo no perte- necía al linaje de David, sino que ni siquiera era judío, sino de raza aria. ¿Qué no ce ha negado en nombre de la ciencia?

4 Le. 1,32.

78

EL REDENTOR EN LA HISTORIA

el lector habrá seguramente reparado en la contextura sin- gular de la declaración divina, que le habrá hecho recor- dar fórmulas proféticas muy conocidas. Con más motivo que a nosotros, a la Santísima Virgen este lenguaje, cua- jado de reminiscencias bíblicas e impregnado del perfume de tradiciones familiares tan acariciadas, hubo de trans- portarla de pronto, abriendo ante sus ojos un horizonte de luz, a las páginas ardientes del Salterio y de Isaías, donde el mensaje de Natán al rey David vuelve a florecer en expresiones que, si no eran aquellas mismas del ángel, se les asemejaban muchísimo.

Era como advertir a la Virgen que aquel niño, próxi- mo a palpitar en sus entrañas, hijo, por ser suyo, de David según la carne, lo sería también según las promesas. Me- ses más tarde, en la risueña ciudad de Ain-Karín, patria del Bautista, la voz emocionada de Zacarías, cargada tam- bién de resonancias proféticas, había de proclamar la rea- lización cumplida de aquellas esperanzas nacionales:

"Bendito el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo y levantó en favor nuestro un cuerno de salvación en la casa de David, su siervo, como había prometido por la boca de sus santos profetas desde antiguo" 5.

b) Prueba documental.

La prueba documental la recogieron con igual diligen- cia y cariño los dos evangelistas en sus respectivas genea- logías de Jesús, justamente célebres. Los datos que vamos a examinar, más o menos explícitos, pero todos conver- gentes, ponen en claro el linaje real de Jesucristo; mas, ¡cosa extraña! es preciso llamar por anticipado la aten- ción del lector sobre esto , a través no de María, sino de José.

1) Una dificultad.

Lo singular del caso suscita una dificultad, que no debe soslayarse, no sólo por lo que de dificultad pueda tener, sino principalmente porque su solución encierra el secreto de la fuerza demostrativa de este argumento irrefragable.

8 Le. 1,68-70.

CA. LA VENIDA DEL REDENTOR

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Ciertamente, este proceso probatorio, entablado con sin igual ardimiento por San Mateo y San Lucas, en últi- mo análisis viene a resolverse en la siguiente ecuación: Jesús, hijo de José; Jesús, hijo de David. Y de la compa- ración de estos extremos surge la dificultad.

Porque nosotros sabemos que San José no fué padre de Jesús. Sabemos que Jesús nació de María, que a la gloria de su maternidad divina unió el brillo de su estu- penda virginidad. Ahora bien: ¿nos veremos oblinados a elegir entre los dos extremos, igualmente inaceptables, de este dilema: o Jesús no es hijo de David por lo menos en virtud de la prueba genealógica presentada por los evangelistas o lo es de San José? Ni lo uno ni lo otro. Y ¿por qué?

Ante todo una observación que, sin más consideracio- nes, debe tranquilizarnos y tranquilizar a cualquier espí- ritu sereno y reflexivo. Los evangelistas y muy pronto hemos de contrastarlo conocían, lo mismo que nosotros, la concepción virginal de Jesús. Por tanto, hay que pre- sumir, desde luego, que estas dos afirmaciones o tesis su- yas: Jesús, hijo de David por José, y Jesús, hijo de una virgen y no de José, lejos de contradecirse, tienen que ser perfectamente conciliables desde el punto de mira de San Mateo y San Lucas.

Y una segunda consecuencia, que define el problema y constituya la base de la solución; luego también nos- otros hemos de situarnos en ese punto de vista de los evangelistas para comprender su pensamiento. Es uno de los casos en que, para leer el Evangelio, hay que despo- jarse antes de nuestra ideología y de nuestros hábitos, tan encontrados casi siempre no sólo con los usos y costum- bres, sino con los mismos conceptos jurídicos del pueblo judío y, en general, de todos los pueblos orientales.

No olvidemos, además, que el destinatario y custodio y el principal beneficiario de las profecías era el pueblo judío. Él, por consiguiente, debía ser también el encargado de comprobar su cumplimiento.

Por último, y esta reflexión es muy importante, la mi- sión personal de Jesús había de concretarse, por voluntad del Padre, a su pueblo G, con el fin de hacerse reconocer y aceptar por él, como objeto de todas las promesas y polo de sus tradicionales esperanzas.

8 Mt. 15,24.

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EL REDENTOR EN LA HISTORIA

Las garantías, pues, de su personalidad, de su condi- ción, de su mensaje, debían forzosamente encaminarse al pueblo judío y, en su consecuencia, plegarse a las modali- dades de su mentalidad, de su peculiar psicología y de sus instituciones. Esto es sencillamente lo que hizo Cristo en todo momento, y esto es lo que hacen también los evan- gelistas, como siempre lo habían hecho los profetas.

2) Valor en uso de las genealogías.

Ahora bien, volviendo a nuestro caso, nadie ignora la importancia que entre los hebreos, lo mismo que entre to- dos los pueblos afines, se concedía al linaje y, por consi- guiente, a sus medios de comprobación, las tablas genealó- gicas. Para darse cuenta de esto no hay m's que recorrer los libros sagrados. Tratándose del pueblo judío, se com- prende sin dificultad este interés. Su organización civil descansaba en la estabilidad intangible de la tribu, y hasta su ordenación jurídica de la propiedad iba indisoluble- mente aneja a la familia 7.

Influían no menos otros motivos peculiares; unos de orden afectivo y sentimental gestas gloriosas de los an- tepagados, tal vez registradas y perpetuadas en la Biblia , y otros aun de carácter religioso, como los relacionados con el sacerdocio, que estaba vinculado al linaje de Aarón; sobre todo los referentes al Mesías, que afectaban, como sabemos, a la tribu de Judá, y particularmente a casa de David, cuyo esmero en este punto se concibe fuera ex- traordinario 8.

7 El derecho de propiedad entre los judíos gozaba, a más de otros, del privilegio jubilar. En el año jubilar, que se computaba cada cin- cuenta años, dice la ley: volverá el hombre a su propiedad y cada uno tornará a su primitiva (y legítima) familia". La tierra no podía venderse perpetuamente; el contrato de venta, es ipulado siempre " bajo la condición de redención", caducaba ipso [acto al ocurrir el año del jubileo. Más aún, efectuada la venta, a cualquier pariente del vendedor le asistía el derecho de redimir la finca. Este precepto descubre la in- tención del legislador y la importancia de la familia en la organización hebrea. Véa e Lev. 25,8-55, capítulo interesantísimo de legislación so- cial, no superada todavía por los avances en esta materia de las leyes modernas.

8 Cuando el emperador Domiciano decretó la muerte de todos los descendientes de David, no costó mucho identificarlos. Algunos parien- tes lejanos de Cristo debieron el indulto a cu extremada pobreza, se- gún cons a en un curioso fragmento de Hegesipo escribió hacia el 180 , conservado por el obispo de Cesárea y célebre historiador eclesiástico Eusebio.

C.4. LA VENIDA DEL REDENTOR

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Se comprende también que, para alegar cualquiera de estos derechos u otros similares, y para los efectos jurídi- cos, se exigiera la prueba documental. De ello tenemos un ejemplo notable en el caso de varias familias y de varios sacerdotes que, a la vuelta del destierro, fueron excluidos del pueblo y del sacerdocio porque, "habiendo buscado la escritura de su genealogía dic2 el cronista sagrado , no pudieron encontrarla" 9.

No es esto, sin embargo, lo que más importa a nuestro propósito. La organización de la familia hebrea distaba mucho de la nuestra. Entre nosotros es la naturaleza y la realidad de la estirpe, por la descendencia carnal, la que constituye de hecho la familia. Entre los judíos existían otras formas jurídicas, otras instituciones legales, sancio- nadas por el uso, que servían de módulo a la sociedad fa- miliar y la modificaban profundamente; hasta el punto de que sobre la descendencia natural prevalecía siempre la legal o jurídica.

3) La ley del levirato y la adopción.

En estas modalidades estriba lo que pudiéramos lla- mar tecnicismo de la genealogía hebrea. Por de pronto, existía el principio, de sumo interés en nuestro caso, de la incapacidad transmisora de la mujer; por lo que no figura en las tablas genealógicas como tramo de estirpe. Y ade- más entraba en juego la peregrina "ley del levirato", con todas sus consecuencias 10, y la práctica de la adopción.

Según esto, si ante la conciencia judía Jesús había de ser reconocido como descendiente y heredero de David precisamente en virtud de su árbol genealógico, tenía que ser a través no de María, que como mujer no podía trans- mitir este derecho, aunque transmitiera la sangre, sino de José, el cual, sin ser padre natural de Cristo, lo era desde el punto de vista legal.

9 Esdr. 59-63.

10 Es una de las instituciones del derecho judío que mejor nos revela la mentalidad jurídica de este pueblo. El precepto legal se re- duce a io siguiente: si uno moría sin sucesión, su hermano estaba obligado a casarse ccn la viuda, y de esta suerte se conservaba la estirpe por una verdadera ficción d:l derecho, que suplantaba, como se ve, los derechos de la naturaleza. Véase Deut. 25,5-10. Este uso, san- cionado por Moisés, estaba en viger en épocas más remetas, como lo testifica el Génesis (28,8). Aunque la ley habla del hermano, el ca:o de Rut parece indicar que la práctica había extendido el deber a los próximos parientes.

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EL REDENTOR EN LA HISTORIA

Genealogía de San José,

Y, efectivamente, la genealogía del santo patriarca es la que presentan San Mateo y San Lucas n. Y no es que

11 Mt. 1,1-17; Le. 3,23-38. Estas genealogías suscitan algunas cues- tiones, que juzgo de interés y que ayudarán a entender la materia que estamos tratando en este capítulo.

A) Algunas características de las dos genealogías. San Mateo procede por orden descendiente, bajando desde Abrahán a Jesús; la di- vide en tres series de catorce generaciones cada una, para lo que se ve precisado a eliminar algunos nombres de los que ciertamente cono- cemos por la historia bíblica, lo que despierta la sospecha de que acaso no es la única vez que lo hace. El orden de San Lucas es ascendente y llega hasta Adán mejor dicho, hasta Dios , de donde resulta que los dos extremos son Adán y Jesús, los dos érminos opuestos del plan redentor, el tipo y el antitipo. Se presien e aquí la doctrina de San Pa- blo y se vislumbra, además, el universalismo de la redención, otro de los pensamientos más característicos del Apóstol, que la crítica se- ñala como atmósfera del tercer evangelio.

B) ¿Qué genealogías dan los evangelios? A partir del siglo xvi, con Erasmo se hizo corriente la opinión de que San Lucas da la genealogía de la Santísima Virgen. Hasta 82 au ores católicos y 84 protestantes suelen enumerarse en su favor, a los que podemos añadir el nombre de Pedro Serrano, expositor insigne del Levítico, de Eze- quiel y del Apocalipsis, muerto en 1578 siendo obispo de Coria, en un comentario inédito al evangelr'o de San Lucas, que se conserva en el archivo de la catedral de Coria, del que di cuenta en un estudio publicado en Miscelánea de Comillas, en 1952, bajo el título Contri- bución a la historia de la exegesis en España. Hasta esta fecha impera sin rival la opinión unánime de los Santos Padr s, que también en ésta, como en la de San Mateo, ven la genealogía de San José; parece que vuelve a recobrar su puesto entre los autores contemporáneos, salvo algunas y cada día más raras excepciones. El texto de San Lucas no tolera fácilmente o ra exegesis, y la desviación del siglo xvi es un caso típico de supeditación de los principios normales de hermenéutica al afán imperioso de armonización.

C) D'ficultad. Según San Mateo, el antecesor inmediato de José es Jacob; según San Lucas, Helí; y a partir de David, todos los nom- bres difieren, excepto dos: Sala iel y Zorobabel, circunstancia que viene a agravar la dificultad. ¿Cómo explicar esta divergencia en la hipótesis, que hemos dado como únicamente admisible, de que ambas genealog;as se refieren a San José? Célebre es en la histcr'a de la exegesis la solución de Julio Africano (7 hacia el 240), y recibida, se- gún él, de los mismos parientes de Je_~ús. Se trata, al decir de este autor, de dos genealogías de carácter simbólico: la de San Mateo es la genealogía de Cristo como rey; la de San Lucas, la genealogía como sacerdote. Mas de este simbolismo no hay rastro alguno en los textos. Supone, por otra parte, un fundamento obietivo, que es lo que al fin de cuenta:, con más o meros retoques, queda en pie de esta in- terpretación, a saber: que son dos genealogías distintas, pero legal la una, la otra natural. La ley del levirato, en la que exclusivamente se

C.4. LA VENIDA DEL REDENTOR

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los evangelistas jueguen con la situación peculiar de Jesús, que merced al secreto de su concepción virginal pasaba ante sus contemporáneos como hijo del obrero de Nazarct. Los lectores del Evangelio sabían a qué atenerse sobre este punto, y aun para nosotros, la prueba documental considerada dentro del ambiente judío de la verdad del vaticinio, en las condiciones ideológicas de aquel pueblo, se salva, por consiguiente, con la descendencia legal, su- perior a la misma realidad objetiva. Legalmente, íesús no podía decirse hijo de David por María, sino por San José.

Pensamiento, sin duda, extraño para nosotros, mas ante el cual no retrocedieron los evangelistas, que, no con- tentos con haberlo formulado explícitamente en las genea- logías, lo sugieren en cuantas ocasiones se les vienen a las manos, subrayando con no disimulada intención que José pertenecía a la casa de David.

Como tampoco retrocedieron los Santos Padres, entre los cuales San Agustín no tuvo inconveniente en escribir estas palabras, traducción vigorosa del pensamiento bí- blico: "Aunque alguien llegase a demostrar que María no procedía de la sangre de David, bastaría tomar a Jesús como hijo de David en la misma medida en que José fué con todo derecho llamado padre de Jesús" 12.

apoya el Africano, sería ciertamente la explicación más sencilla, de no atravesarse los dos nombres comunes. Hay que pensar, por tan o, corro ya lo hizo San Agustín, en otro: elementos modificadores, es decir, la adepoón en sus diversas formas, de la que existen varios ejemplos en la Escritura, y además la condición de la familia, menos estable, desde luego, que la de la tribu, y en virtud de lo cual podía darse el caso de que una familia numerosa en otros tiempos y sub- dividida en varas estirpes, al menguar, volviese a juntarse en una sola domus, originando desde ese momento para es os miembros posteriores una doble genealogía: la una regún la descendencia natural, y la otra, según el entronque legal con la familia a la que se hubiera agregado. Como observa atinadamente el P. Lagrange. esta dificultad no en- cuentra clima en la ideología antigua; nace más bien de nue:tros pre- juicios mederros. Ni los evanqelistas ni los Santos Padres sintieron e\ menor escrúpulo ni se arredraron por e:te desdoblamien o, tan en armonía con usos entonces más corrientes. Para mayores detalles, véanse V gouroux, D'ctior.narre Biblique, en la palabra Genealogía, articulo del P. Prat; Lagrange, Evanq. selón S. Lite. (París 1922) p.116-125: Pr*t. Jesús Chnst I p.74-78 y 505-512; G.Ricciotti, Vida de Jesticristo (Barcelona 1935) c.2 n.42 p.38-85.

12 De consensu evangeüorum, 1.2. Esta consideración basta por sola para recomendar la dignidad altísima de San José. En cierto modo cabe afirmar que el Santo pertenece, aunque en grado muy inferior a la Santísima Virgen, al orden que llaman los teólogos de la unión

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EL REDENTOR EN LA HISTORIA

Apresurémonos a advertir que la hipótesis desfavora- ble a la Santísima Virgen, fingida por San Agustín, es inadmisible, como el mismo Santo tiene buen cuidado de hacerlo constar. En el Nuevo Testamento se registran ciertas expresiones demasiado categóricas, cuyo recio sen- tido no se agota sino en el caso real de que María, al igual que San José, perteneciese a la casa de David y de que por sus venas corriese sangre real. Digas?, si no, qué otra cosa quiso significar San Pablo al afirmar de Cristo que era "hijo de David según la carne" 13 y qué otra cosa puede dar a entender esta otra frase de San Pedro, sin duda mAs vigorosa y significativa: "Conque siendo profeta (David) y sabiendo que con juramento le juró Dios que a uno del [tuto de sus entrañas sentaría en el trono de él" 14.

Verdad era ésta, por otra parte, indiscutible en la Igle- sia ya en el siglo n, en los días de San Ignacio de Antio- quía y de San Justino.

Jesús, pues, por una vía y por otra, por la legal y la natural, era hijo, o con más exactitud, EL hijo de David, al que el Señor había otorgado el reino eterno de las pro- mesas y de los vaticinios.

Con este título glorioso le aclamarán las muchedum- bres el día de su entrada solemne en Jerusalén, según San Mateo: "Hosanna al Hijo de David" 15.

hipostática; pues desde este punto de enfoque de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres por lo que toca a este título capital de Cris- to, hijo de David, hijo de las prome as era condición, de aJgún modo indispensable, la cooperación de San José, como esposo de Mar!a. Por eso San Juan Crisóstomo, refiriéndose a la paternidad de San José, pone en boca de Dios estas palabras: "Cuanto sin menoscabo de la virg:n'dad puede ser propio de un padre, todo te lo concedo."

J3 Rom. 1,3.

14 Act. 2,30.

18 Mt. 21,9. Aquí, como en el caso de los dos ciegos que refiere el nrsmo evangelista (9.27); en el Bartimeo, narrado por San Mar- cos (10,48) y San Luca^ (18,38), y en el de la cananea, contado por San Mateo (15,22), no es preciso suponer que es os hombres del pueblo conocieran positivamente la descendencia davídica d; Jesús, cosa, por otra parte, nada inverosímil. En sus labios, la expres'ón "H'jo de Da- vid" viene a ser la traducción popular ¿el nombre del Mesías.

CA.~ LA VENIDA DEL REDENTOR

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Hijo de una virgen»

a) El vaticinio de Isaías.

Célebre con razón, entre todos los de Isaías, es el va- ticinio acerca de la virgen madre del Emmanuel. Dice el profeta:

"Oye, pues, casa de David. ¿Os es poco todavía mo- lestar a los hombres, que molestáis también a mi Dios? El Señor mismo es dará por eso la señal: He aquí que la virgen grávida está dando a luz a un hi/o y le llama Emmanuel" 16.

Sólo por prejuicios confesionales, como ya se lo repro- charon los Santos Padres, pudieron algunos traductores judíos de la época cristiana, en sus versiones griegas del Antiguo Testamento, atenuar la fuerza nativa de la pro- fecía con el fácil y pueril recurso de substituir por la palabra jovencita el vocablo virgen, que sin escrúpulo al- guno había empleado la traducción oficial en lengua helé- nica, llamada Alejandrina o de los Setenta, anterior a la era cristiana. Y sólo obedeciendo a esta misma consigna, el racionalismo moderno se ha empeñado también en eli- minar del texto toda sombra de fenómeno extraordinario, sobrenatural y milagroso, acudiendo en este su afán nega- tivo a todos los procedimientos.

Como el estudio de este sorprendente vaticinio nos lle- varía demasiado lejos, baste decir que, desde el punto de vista textual, nada se opone a la interpretación católica, que por añadidura fué la misma la sinagoga y es la única capaz de mantenerse en pie dentro del contexto y de la situación que le sirve de marco y de ocasión, descri- ta por el profeta.

El valor de aquella señal ofrecida como prueba de la protección divina depende en absoluto del valor del tér- mino almah. De no ser realmente una virgen, la solemni- dad del momento, el aire de misterio y de sustentación adoptado por el profeta, el mismo calificativo de "señal" extraordinaria, en una palabra, todo el vaticinio, resulta- rían inexplicables, y el texto quedaría reducido a un juego extraño de palabras y de conceptos, impropio de Dios.

Is. 7,13-14.

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EL REDENTOR EN LA HISTORIA

Ciertamente, a juzgar por los datos que poseemos, pa- rece que este vaticinio, no obstante lo peregrino de su ob- jeto, o acaso por esto mismo, no alcanzó entre los judíos el grado de popularidad que otras profecías mesiánicas. Como tantas otras más, yacía olvidada en los volúmenes venerables de los libros sagrados. Sin embargo, dada su importancia, es natural que de su cumplimiento se diera testimonio en el Evangelio.

b) El Evangelio de cata a la profecía.

La índole misma del caso repare en esto el lector indica lo difícil de una comprobación histórica. En rigor, sólo dos personas: María y José, estaban en condiciones de figurar como testigos autorizados, y a sus manifesta- ciones se acogen los evangelistas.

1) La Anunciación.

No hay más que repasar la escena de la Anunciación para comprender al instante el designio del escritor sagra- do. Es verdad que San Lucas, al contrario que San Mateo, no cita el vaticinio de Isaías; pero también lo es que no hay un solo rasgo, casi ni una sola palabra, que no lo traiga a la memoria y que no esté saturado de su espíritu y de su aroma.

El mensaje del ángel: "He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo y le dirás por nombre Jesús", es una repetición casi literal de la fórmula de Isaías. Es un dato.

Pero lo que descubre la intención del evangelista y su referencia tácita al vaticinio es la segunda escena del cua- dro. María manifiesta un propósito de virginidad íntima- mente acariciado. ¿Tendría que renunciar a él para ser madre? Tal es el problema que plantea a su celestial inter- locutor con una delicadeza admirable y con una prudencia más admirable todavía. La respuesta negativa del ángel aclara todo el misterio: eso, que es imposible para los hombres, no lo es para Dios. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Muy Alto te cubrirá con su som- bra". Será madre y será virgen.

C.4. LA VENIDA DEL REDENTOR

87

2) La duda de San José.

El segundo testimonio lo recogió San Mateo como co- rolario, expresamente anotado, de un conocido incidente cuyo protagonista es San José:

"Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido Mar'a del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de Da- vid, no temas recibir a Mar'a, tu esposa, pues lo conce- bido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados" 17.

El relato se enlaza estrechamente con la genealogía de Jesús 1S, lo cual descubre el propósito del evangelista. Di- jimos antes que aquellas dos tesis, al parecer irreconci- liables, tenían un principio de armonización en el punto de vista de los evangelistas.

La virginidad de María y el empalme de Jesús con David se dan admirablemente la mano en la paternidad legal de San José, cuyo valor jurídico estriba en el ma- trimonio del santo Patriarca con la madre de Jesús.

De la aceptación de María estuvo pendiente su mater- nidad divina, y con ella el hecho histórico de la encarna- ción; a la aceptación de José se encadena su paternidad legal respecto de Jesús y la prerrogativa de éste como hijo de David. Este pragmatismo profundo es el que sor- prende San Mateo bajo la trama dramática de este con- flicto de corazón y de conciencia, que una realidad inespe- rada y misteriosa planteó de súbito al casto esposo de la Virgen 19.

17 Mt. 1.18-21.

18 El comienzo del episodio es significativo: "Pues bien, la gene- ración de Cristo sucedió así", que nos lleva al versículo preliminar del evangelio y de la genealogía: "Libro de la generación de Jesu- cristo, hijo de David..."

19 Este ep'sodio es, sin duda, desconcertante, aunque, por otro lado, rebosa verdad humana. Para entenderlo hay que tener presentes estos datos:

1. Al tiempo de la anunciación, María estaba ya desposada con José (Le. 1,27).

2. Según el derecho hebreo, existía ya verdadero matrimonio,

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EL REDENTOR EN LA HISTORIA

Cuando José, iniciado ya en el secreto del acontecí- nrento más dulce y trascendental de la Historia y ren- dido al insinuante consejo del ángel, ratificó con el sello de las solemnidades nupciales su matrimonio con aquella mujer, que aportaba «como dote peregrino el fruto dz una

aunque cier amenté en la primera fase de su realización. Durante écta los esposos vivían separados, si bien la mujer infiel era considerada y castigada por la ley como adúltera. La segunda fase, la solemne, venía después, con la celebración de las bodas, de ritual pintoresco y fastuoso, tantas veces recordado en el Evangelio.

3. El episodio acaeció al volver María de su visita a los padres del Bautista, aproximadamente dentro del cuarto mes de su emba- razo (Le. 1,56), cuando las céñales exteriores ya visibles plantearon el rudo conflicto al esposo. No pueden aprobarse, según esto, las por otro lado belísimas con:ideraciones sobre este episodio de Agustina Schroeder, Historia de María la Virgen Madre (Madrid 1951).

4. Después de las explicaciones del ángel, José "recibe" a su es- posa, término usual del iecnicismo matrimonial, que designa el acto solemne de recibir a la esposa de mano de sus padres o hermanos en el momento solemne de las bodas. A partir de este instante se implan- taba la cohabitación.

5. Causas de la duda de San José. Tal vez el lector es'é familia- rizado con la hipótesis, muy en boga, de ciertos libros de devoción, que atribuye la actitud de San Jo:é a un sentimiento de humildad que le vedaba ser esposo de la que supo era Madre de Dios. A pesar de una afirmación de San Bernardo que asigna esta opinión a los Santos Padres, lo cierto es que entre é:tos, lejos de contar con partidarios, es más bien casi desconocida. La hipótesis es insostenible desde el pun- to de vista textual: la ignorancia de José es la base de la intervención y de las explicaciones del ángel. Hay otra hipótesis extrema: José sospecha de la infidelidad de su esposa; la idea de un adulterio le atormenta. Y, ¡cosa extraña!, entre los Padres y escritores antiguos prevalece sobre la anterior y ha dado lugar a comentarios pintores- cos de "un crudo realismo, como los de San Agustín, San Gregorio Taumaturgo y San Proclo, por citar algunos. Pensando humanamen- te, es o es lo primero que se le churre a un marido en el trance de San José; pero en el terreno psicológico resulta un absurdo en nuestro caso. La santidad de María, desbordándose por todos los poros de su cuerpo y sobradamente comprobada por José, se impone sobre cual- quiera sospecha. La infidelidad de una mujer tan santa sería un mila- gro moral más inexplicable que el milagro físico de su fecundidad misteriosa. La explicación más obvia, aceptada por la mayoría de los comentaristas contemporáneos, la dió ya San Jerón;mo: "Pero en esto consiste, dice, el encomio de María: en que, conociendo José su casti- dad y maravillado del suceso, oculta con su silencio lo que ignoraba ser un misterio." ¿De qué se trataba? ¿Sería un prodigio? José no lo cabe ni intenta averiguarlo; en todo caso juzga que María no le per- tenece, y determina dejarla en liber ad, pero con toda discreción, de suerte que nadie pueda suponer falta alguna en ella. Véase nuestro artículo San José en San Mateo, 1,18-20, publicado en la extinguida Revista Española de Estudios Bíblicos, n.27 (1928) p.243-263. Pue- de verse también Cristiani-Goenaga, Jesucristo (Bilbao 1944) p.62.

C.4. LA VENIDA DEL REDENTOR

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fecundidad en la que él estaba seguro de no tener la me- nor parte, lo hizo con clara conciencia de su responsabili- dad y de su grandeza como padre legal de aquel Hijo, como custodio y testigo de la virginidad de la madre y como celador de un designio del cielo que, por voluntad de Dios, había de quedar temporalmente en el misterio.

Mas la hora de la Revelación ha sonado, y el evange- lista, trémulo de gozo y de emoción, en un gesto de triun- fo, que se transparenta a través de su relato, rasga por fin el velo, anotando:

"Y todo esto sucedió a fin de que se cumpliera lo que fué anunciado por el Señor mediante el profeta, cuando dice: He aquí que la virgen llevará en su seno y dará a luz un hijo, y le dará por nombre Emmanuel (que se interpreta Dics con nosotros)"20.

Y como si no bastaran ni su declaración, ni la elocuen- cia de los hechos, ni la actitud desconcertada de José ante lo imprevisto del caso, el evangelista cierra la narración con esta sentencia rotunda:

"José recibió a su mujer. Y no la conoció (como va- rón) hasta que dió a luz su hijo primogénito" 21 .

c) Los hermanos de Jesús.

Desde muy antiguo los enemigos de la virginidad per- petua de María vienen abusando de este texto, con injuria manifiesta al intento del evangelista, tan contrario a esta adulteración. Lo que San Mateo quiso decir: José no era el padre natural de Jesús, bien claramente lo dijo. Cual- quiera otra conclusión relativa a acontecimientos posterio- res, no sólo no se sugiere y se autoriza en el texto, sino que lo desbordaría.

Ateniéndonos a esto, sabemos lo que sucedió hasta el nacimiento de Jesús; de lo que sucedió después, ni una sola palabra, ni siquiera un indicio textual, aunque también sabemos, por otro lado, la verdad.

Claro es que estos adversarios antiguos y modernos interpretan este texto a la luz de otros, en los que se ha- bla de los "hermanos" de Jesús. Mas, ¿por qué rara ca-

20 Mt. 1,22-23.

21 Mí. 1,24-25.

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EL REDENTOR EN LA HISTORIA

sualidad, o por qué ignorado motivo no se habla ni una vez de los "hijos de María"? 22 ¿Por qué María aparece sola en la historia de la pasión? Y sobre todo, ¿por qué Jesús, en el trance supremo de su muerte, queriendo pre- venir la orfandad y desamparo de su madre, se la enco- mienda a un extraño? 23

Además, cualquier iniciado conoce la amplitud signi- ficativa de esta palabra en la lengua hebrea, que abarca desde los hermanos de sangre hasta los hermanos de raza, los convecinos y paisanos, pasando por todos los grados del parentesco.

De la ciudad de Belén*

El nacimiento en Belén, a primera vista insignificante, y de cuya verificación no tuvieron conciencia los contem- poráneos de Jesús 24, estaba consignado en las profecías. Miqueas había escrito:

"Pero tú, Belén de Efrata, pequeño para ser contado entre los millares de Judá, de ti me saldrá quien seño- reará en Israel, cuyos orígenes será de antiguo, de los días de remota antigüedad" 25.

A pesar de ciertas ideas, muy arraigadas entre los ju- díos, sobre el advenimiento súbito y desconcertante del Mesías, al que se esperaba ver presentarse en cualquier momento por los aires, como llovido del cielo 26, lo cierto es que la predicción de Miqueas y el privilegio gloriosísi- mo de Belén, si bien hasta cierto punto sofocados por la fronda legendaria, a que en varias ocasiones nos hemos

22 En un famoso texto de San Juan, 2,12, María aparece tan des- ligada de los hermanos de Je:ús como de sus discípulos: "Después de esto, descendió él a Carfarnaún, y su madre, y sus hermanos, y sus discípulos."

23 lo. 19,26-27.

84 Jesús pasó siempre como natural de Nazaret. Hasta el sobre- nombre de Nazareno expreza esta convicción de los judíos. Por cierto que este error vulgar dió pie a un curioso incidente, que registra San Juan, y del que fué protagonista Natanael: "Pero ¿de Nazaret puede salir cosa buena?" (lo. 1,46).

28 Mich. 5,2. Efrata es otro nombre con que en el Antiguo Testa- mento se designa a Belén.

28 Tal vez el demonio tuvo presente esta fantasía cuando sugirió a Jesús que se arrojase desde lo alto del templo.

C.4. LA VENIDA DEL REDENTOR

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referido, se había incorporado a las tradiciones populares. San Juan pone en boca de uno de los grupos que presen- ciaron las declaraciones de Jesús, el último día de la fiesta de los Tabernáculos, esta réplica contundente a la sospe- cha de si Jesús sería el Mesías, exteriorizada por algunos:

"Pero ¿es que el Cristo procede de Galilea? ¿Acaso no dice la Escritura que del linaje de David y del po- blado de Belén, de donde David era, tiene que venir el Cristo?" 27

De nuevo marchan acordes los dos historiadores de la infancia de Jesús. San Lucas, siguiendo su manera habi- tual, sin remitirse expresamente a la profecía, aunque su cuidada redacción no hubiera sido otra si se hubiera pro- puesto sugerirla. Aquella patente intervención de la Pro- videncia, que se vale de un decreto imperial para que Je- sús, del modo más inesperado y a primera vista fortuito, naciera en Belén, aquel recargo de recuerdos familiares, aquella evocación de glorias pasadas, que parecen rever- decer de pronto, reclaman una justificación, y San Lucas la da por sabida de los lectores.

"Subió, por tanto, también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea. a la ciudad de David lla- mada Belén, porque era de la casa y de la familia de David" *8.

Pero lo que él no hizo, hízolo San Mateo. Como siem- pre, el primer evangelista se apresura a contrastar con los hechos la verdad de los viejos vaticinios. El episodio de los magos le brinda excelente coyuntura de poner a plena luz el cumplimiento cabal de este vaticinio de Miqueas.

Ya no es la garrulería medio inconsciente de las tur- bas; es la letra de la profecía y el testimonio inapelable de los jefes religiosos y los rabinos de Jerusálén los que prestan autoridad a este admirable trozo apologético del primer evangelio:

"Apercibido, pues, el rey Herodes, se inquietó, y toda Jerusálén con él. Y convocando a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, inquiría de ellos

27 lo. 7.4M2.

28 Le. 2,4.

92

EL REDENTOR EN LA HISTORIA

dónde hab'a de nacer el Mesías. Mas ellos dijéronle: En Belén de J.udá, pues así está escrito por el profe- ta" 29 .

Los magos con estas orientaciones oficiales dieron con el Niño en Belén, cuyo nacimiento en la ciudad de David, antes que por la estrella que los había conducido, había sido anunciado por uno de los profetas hebreos.

29 Mt. 2,1-12.

CAPITULO V

Presentación de Jesús como Redentor,

Este problema de identificación no se agota con los datos que acabamos de examinar. Su proyección en el Evangelio adquiere más vastas dimensiones.

Queda un segundo proceso, que yo calificaría de "pre- sentación del Redentor", que nos conduce a la solución definitiva, tal como la ofrecen los evangelistas, anticipán- dose a las manifestaciones personales de Jesús.

El acontecimiento cumbre de la historia la encarna- ción del Verbo merecía no sólo una espera de siglos, un plazo de augurios y de promesas, medida de su magnitud, sino un recio toque de alarma en el instante mismo de su realización.

El ocultismo, generalmente afectado y presuntuoso, tan cultivado entre los hombres en los negocios de mucha monta, no suele ser característica de las obras de Dios. Adoptan, si, éstas un aire de pequeñez, de intrascenden- cia, que por lo general las hace pasar al principio inadver- tidas, hasta que un día se abren poderosas y deslumbran- tes, desafiando en su pujanza a todas las fuerzas de los hombres y a esa acción demoledora del tiempo, que todo lo envejece.

Pero, aun dentro de este marco de humildad, Dios se complace en poner siempre una nota de luz su destello divino que las delata como suyas y las presta visibilidad y relieve, siempre que haya ojos bien dispuestos para verlas.

La historia de Jesús desde su nacimiento hasta su vida pública, si bien recatada y silenciosa, llena está de estos requerimientos insinuantes, que siquiera momentáneamen- te atrajeron la atención de ciertos espíritus privilegiados y sembraron en algunos sectores muy reducidos cierta in- quietud espiritual, preludio de más hondas y extensas sa- cudidas.

He aquí cómo los resume San Ambrosio:

"No sólo de los ángeles, y de los profetas, y de los pastores, sino también de los ancianos y justos, recibió

EL REDENTOR EN LA HISTORIA

el testimonio el nacimiento del Señor. Toda edad y sexo y algunos sucesos milagrosos confirman nuestra fe. Con- cibe una virgen, da a luz una estéril, habla un mudo, Isa- bel vaticina, unos magos le adoran; cerrado en el seno de su madre, otro da saltos de placer; le confiesa una viuda, un justo le espera" *.

Vamos, pues, a estudiar este proceso, distinguiendo para mayor claridad dos fases diferentes.

Primera fase:

a) Observaciones.

No vamos a detenernos en cada uno de los datos apuntados por San Ambrosio. San Lucas, es cierto, con- cede singular importancia a los acontecimientos extraordi- narios que rodearon el nacimiento y la circuncisión del Bautista. Se adivina ^ue el pensamiento del evangelista está como absorbido por otra figura, invisible todavía en la escena; p:ro, aun así, centro y luz de los diferentes cua- dros de que consta el primer capitulo de su evangelio.

Desde el saludo profético de Isabel a la madre de "su Señor" hasta el estremecimiento gozoso del propio fruto de sus entrañas, desde el Magníficat de la Virgen nues- tra poetisa, como la llama galantemente San Agustín hasta el Benedictus de Zacarías, todo lo que aquí sucede y se dice converge en un solo punto, que roba todas las miradas y unifica todos los sentimientos de los diversos personajes, convertidos a su manera en otros tantos "pre- cursores" del Redentor, en heraldos de su venida y en vo- ceros ilustres de las "misericordias" de Dios para con su pueblo.

Diríase que en este único sentido le interesan al evan- gelista estos hechos, que, a no ser por esto, tal vez no hu- biesen figurado en su historia de Jesús.

Todo el capítulo segundo parece responder a este plan de presentación de que estamos hablando, más perceptible á medida que se suceden los episodios, tan admirablemente enlazados por este hilo conductor.

La trabazón es perfecta, lo mismo desde el punto de vista psicológico que desde el literario, y al lector más

1 Comment. in Lucam. Oficio de la fiesta de la Purificación, primera lección del tercer nocturno de maitines.

C.5. PRESENTACIÓN DE JESÚS COMO REDENTOR

P5

superficial no se le escapa esa especie de progreso en mar- cadísimo crescendo que resplandece en la composición, hasta culminar en el último suceso el Niño entre los doc- tores— , anticipo inefable de las terminantes declaraciones de Jesús al llegar la hora de su autopresentación como en- viado del Padre y Redentor del mundo.

Notemos, además, antes de pasar adelante, otra idea capital, común a todos estos datos y verdadera clave de su valor apologético. Me refiero al carácter sobrenatural de los hechost cuya iniciativa invariablemente pertenece a Dios.

En un caso son los ángeles los que anuncian el naci- miento del Redentor; en otro es el Espíritu Santo quien, por boca de Simeón y Ana, en pleno templo de Jerusalén testigo más tarde de tantas manifestaciones de Jesús , descubre desde ahora su destino; finalmente, es el mismo Jesús; mas, a juzgar por sus palabras, también Él, lo mis- mo que en el resto de su vida, en aquella ocasión cargada de misterio no ha hecho sino ejecutar la voluntad expresa de su Padre.

El evangelista no deduce la consecuencia; anota sim- plemente los hechos, de cuya verdad se declara previa- mente responsable, dejando al lector el trabajo de formu- larla por su cuenta.

Tras estas observaciones, analicemos desde nuestro punto de vista los datos del Evangelio.

b) A los pastores de Belén.

El anuncio del ángel a los afortunados pastores de Belén 2 contiene varios elementos, que importa destacar, todos del más puro sabor bíblico, de tan claras reminis- cencias mesiánicas, que la identificación no debió ofrecer dificultad a aquellas almas rudas, aunque seguramente em- papadas de la atmósfera tradicional.

Sin salir de los que ya nos son familiares, por los an- teriores capítulos, recordemos los viejos vaticin:'os que pre- dicen la alegría y el hecho de la Salud, la restauración de todo el pueblo, el descendiente de David, el nacimiento en Belén, sintetizados en una sola palabra: "El Mesías", y dígase si estos pensamientos, tan presentes en todo es-

2 Le 2.8-14.

96

EL REDENTOR EN LA HISTORIA

píritu judío, no palpitan con fuerza en este mensaje, reco- gido por San Lucas:

"No temáis; he aqu' que os traigo la buena nueva de un gran gozo, que lo será para todo el pueblo, porque os ha nacido hoy un salvador, que es el Mesías, Señor, en la ciudad de David" 3.

Dígase sobre todo si aquella nota que, como dijimos más arriba, figura siempre en todas las perspectivas me- siánicas: la paz, no vibra potente, como motivo temático, en el cántico de las milicias celestiales, mote' de la empre- sa divina del recién nacido:

"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra..."4

c) Al anciano Simeón.

Tampoco sorprenderán a nadie las ideas y aun las fórmulas del cántico de Simeón, eco de los más caracteri- zados y conocidos vaticinios de Isaías: la "gran luz", foco de atracción y convergencia de las naciones; el universa- lismo de la Salud; la gloria y la prosperidad del pueblo judío.

El espíritu de Isaías parece revivir en este anciano ve- nerable, tipo de aquellos isra:litas, las "reliquias" de que habla el profeta, que, en medio de todas las infidelidad:s y de todas las mixtificaciones, siguieron sin desviarse la línea de las promesas divinas y de las auténticas esperan- zas de Israel, bebidas con fe, durante una larga carrera de años y de virtud, en la fuente incontaminada de las santas Escrituras. Con el Niño Jesús en los brazos, tembloroso de días y de emociones, prorrumpe el anciano en este himno incomparable, explosión de un alma agradecida:

"Ahora, Señor, puedes dejar partir a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud,

la que has preparado ante la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo,

[Israel" 5.

Y mientras las resonancias de su cántico se apagan entre los pórticos y suntuosidades del templo, en un apar-

3 Le. 2,10-11.

4 Le. 2,14.

5 Le. 2,29-32.

C.5. PRESENTACIÓN DE JESÚS COMO REDENTOR

97

te, sobre el que flota un aire de misterio misterio pro- fundo de la ceguera de un pueblo , recuerda a la madre esta otra predicción de Isaías:

"Puesto que está para caída y levantamiento de mu- chos en Israel y para blanco de contradicción; y para que se descubran los pensamientos de muchos corazo- nes" 6.

Aquel día quiso la bondad divina ser pródiga en mise- ricordias con su pueblo. Una viuda de ochenta y cuatro años. Ana, la hija de Fanuel, como recogiendo el pensa- miento del otro anciano toda una vieja tradición frente a la dulce realidad de tantos anhelos cumplidos , con lo- cuacidad muy femenina, graciosamente recogida en el tex- to, "hablaba de él a todos cuantos esperaban la redención de Israel" 7.

Ecos que se apagan»

¿Qué frutos dieron estas revelaciones? Lo ignoramos. Ni una insinuación siquiera en el Evangelio. Pero Jesús, el Redentor, no se quedó sin testimonio. Tras esto, el si- lencio de treinta años, sólo interrumpido por un solo des- tello— el Niño en el templo 8 , que denuncia la presencia de la Luz.

Gloria de Israel y luz de las naciones, dijo el anciano Simeón, y San Mateo, en el amable episodio de los ma- gos, por más que no lo declare expresamente, se complace en subrayar en qué medida los vivos resplandores de esta divina Luz habían desbordado las fronteras de Israel, y cómo aquella procesión de los pueblos, magníficamente cantada por Isaías, iniciaba su desfile desde las lejanías del Oriente, entre claridades de estrellas, fulgor de oros y fragancias de mirras y de nardos.

Segunda fase: el Bautista*

Con sorprendente unanimidad, los cuatro evangelistas I dan comienzo al Evangelio 9 por la predicación de San

6 Le. 2.34-35. Cf. Is. 8.14.

7 Le. 2.36-38. * Le. 2,40-50.

9 El Evangelio propiamente dicho, tal como lo enseñaba la catc- quesis primitiva, está taxativamente delimitado en estas palabras de

Jp.hv cris t o $Vj Iva flor

EL REDENTOR EN LA HISTORIA

ve*»

Juan Bautista. Y los cuatro, con igual acuerdo, ven en él y en su misión el cumplimiento de un vaticinio de Isaías, que ya conocemos nosotros.

Y no . sin motivo ciertamente, pues el nrsmo Bautista tuvo clara conciencia de este su papel providencial.

"Yo soy la voz del que clama en el desierto: Endere- zad los caminos del Señor, como dijo Isaías el profe- ta" 10.

Así contestó a la demanda de los sacerdotes y levitas, comisionados por las autoridades religiosas de Jerusalén para indagar directamente acerca de la personalidad de aquel extraño penitente que tan sin rebozos y con la adhe- sión cada día más franca y alarmante de las muchedum- bres se arrogaba facultades y privilegios de profeta n.

El ángel, en la pintoresca escena de la anunciación de Zacarías paralela a la de la anunciación a la madre de Jesús , había ya perfilado, con palabras que se remiten a la profecía de Malaquías, la misión de aquel niño, fruto tardío de una esterilidad milagrosamente fecunda:

"Será para ti gozo y regociio, y muchos se alegrarán en su nacimiento, porcme será grande en la presencia del Señor. No beberá vino ni licores y desde el seno de

San Pedro, que fiian las cord'ciones del apóstol, y que, por consiauien- te, marcan las líneas qenerales de la predicación evanqélica: "Ahora, pues, conviene que de todos los varones que ros han acompañado todo el tiempo en que vivió entre nosotros el Señor Jesús a partir del bautismo d* Juan hasta el día en que fué tomado de entre nos- otros, uno de ellos sea testigo con nosotros de su resurrección" (Act. 1,21-22). De hecho a este plan fundamental se ciñen los evangelis- tas; aun San Juan, a pesar del distinto marco al que se ajusta su relato. San Marcos nos da el tipo, demudo y escueto, de esta traza esbozada por San Pedro. Los otros tres anteponen una especie de introducción; San Mateo y San Lucas con la historia de la infancia, y San Juan con su famosísimo y bellísimo próloqo; aquellos dos rPseñan la operación temporal de Jesús; é:te su generación eterna como Verbo de Dios.

10 lo. 1.23. Los otros tres evangelistas son ellos mismos quienes comprueban la verinVacióu de este vaticinio: Mt. 3,3; Me. 1.2-3; Le. 3.4. V¿ase Ts. 40.3-5. San Lucas cita completo todo p! pasaje del profeta: San Marcos aña^e otro texto de Malaqu^s '3.1 ), ci"e en el estado actual del texto de San Marcos orini^a un dif 'cU prob^ma de crítica textual, ya que ambas citas se atribuyen a Isaías. Problema an'iguo. del que ya se ocuparon San Agustín y San Jerónimo. Tal vez pudiera solucionarse suponiendo una glosa introducida más tarde en el cuerpo del texto.

" lo, M9-23

C.5. PRESENTACIÓN DE JESUS *~OM0 REDENTOR 90

su madre será lleno del Espíritu Santo, y a muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor su Dios, y cami- nará delante del Señor en el espíritu y poder de Elias para reducir los corazones de los padres a los hijos, y los rebeldes a los sentimientos de los justos, a ñn de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" 12.

Pensamientos de los que su padre, Zacarías, se hace eco en el Benedictus:

"Y tú, niño, serás profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para prepararle sus caminos, para dar la ciencia de la salud a su pueblo con la remisión de sus pecados" 13.

Muy natural, pues, que San Lucas, a cuya elegantísi- ma pluma debemos estas escenas, encabece el ministerio de Juan con aquella solemnísima fórmula de entrada, tan rica en sincronismos históricos:

"El año quintodécimo del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, y Filipo, su hermano, tetrarca de Ituera y de la Tracon.tide, y Lisania tetrarca de Abilena, bajo el pontificado de Anás y Caifás fué dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto" 14.

Predica Juan en el desierto de Judea y en las riberas del Jordán, no lejos de Jerusalén. Su palabra tiene acentos bíblicos, y trae a la memoria los pasajes más vehementes de los profetas. Vibra su voz cargada de amenazas, de recomendaciones apremiantes, de irrefrenable indignación, conmoviendo profundamente las conciencias de la muche-

12 Le. 1,14-17. Las últimas palabras del ángel son una cita o apli- cación de la cláusula final del libro de Malaquías (4,5-6), hecha desde luego con bastante libertad y atendiendo más al sentido que a la letra.

" Le. 1,76-77.

14 Le. 3,1-2. A pesar de estos datos cronológicos tan puntualizados, diversas dificultades de cómpu.o, y teniendo en cuenta ios datos que ahora poseemos, no permiten fijar con la exactitud que fuera de de- sear el año de nuestra era al que corresponden el quintodécimo de Tiberio. Esta fecha oscila entre el 27 y el 29 de la era cristiana, acaso con mayores probabilidades a favor del 27. No se le habrá escapado al lector la importancia apologética de este pasaje: Jesús ss aigo tan real, que se mueve dentro del cuadro de la historia. El evangelista ha trazado una serie de coordenadas hütóricas, cuya in- :ersección nos da el punto de partida del Evangelio; otro hecho his- :órico irrefragable.

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EL REDENTOR EN LA HISTORIA

dumbre y despertando en los corazones estremecimientos de contrición y de penitencia.

a) Penitencia.

¡Penitencia! Esta palabra resuena sin tregua en labios de Juan, y en ella cifran los evangelistas sinópticos el mo- tivo invariable de su predicación. No era otra, como sabe- mos, la disposición para la Salud exigida por todos los profetas.

La etapa de "purificación" condición previa de la re- dención— acaba de entrar, con la actuación del Bautista, en su fase culminante. Era preciso acelerar el paso, sacu- dir toda pereza, disponerse con urgencia y con verdad, porque "los tiempos novísimos", "el día grande", "el día del Señor", estribillo eterno de las profecías, había ya despuntado en los cielos de Israel.

De cumbre en cumbre, de collado en collado, las voces de los heraldos aquellas que oyó Isaías habían venido, en una jornada incansable de siglos, transmitiéndose la "buena nueva". El último mensajero es Juan; tras él, pi- sándole las huellas, se acerca el Rey; tan próximo, que dentro de nada podrá decir su precursor que "quien venía en pos de mí, ya se ha puesto delante" 15.

No hay tiempo que perder. Y la voz de Juan adquiere resonancias inusitadas, que a través de todos los campos de Judea y de Galilea, desde Jerusalén a las orillas del lago, difunden estas órdenes tajantes del nuevo Elias:

"Haced penitencia, porque el reino de los cielos está ya cerca" 16.

b) En el cuarto evangelio.

De ambiente distinto es el cuadro del cuarto evangelio. Se ve que San Juan concede al testimonio del Bautista un rango superior. El punto de vista de "preparación del reino", tan relevante, o, hablando con toda propiedad, el único en los sinópticos, parece no interesarle al cuarto evangelio de una manera directa. Lo da por descontado y, como tantas otras cosas de la vida de Jesús, conocido por los evang:lios anteriores.

16 lo. 1,15.27.30. 18 Mt. 3,2.

C5. PRESENTACIÓN DE JESÚS COMO REDENTOR

101

Para San Juan, el Bautista es no tanto el precursor, el profeta que a distancia, por corta que sea, anuncia el Redentor, cuanto el testigo uno más al lado de los após- toles— que señala con el dedo índice prodis su entrada en escena. Así lo presenta en el prólogo de su evangelio: "No era él la Luz, mas vino para dar testimonio de la Luz" 17.

Naturalmente, el autor del cuarto evangelio se fija con preferencia en el valor teológico de este testimonio. A nos- otros, en cambio, para no desbordar los límites de este capítulo, nos importa más poner de relieve su importancia dentro del proceso de identificación que venimos anali- zando.

Bajo este aspecto, mucho más que aquella sugerencia de la "preexistencia" de Jesús, que nos acerca á los um- brales del misterio de su personalidad divina 18, nos inte- resan por el momento otros rasgos intencionadamente re- lacionados con los vaticinios.

Dicho queda en páginas anteriores que el carácter substancial de la Salud mesiánica había que buscarlo en su espiritualidad; más concretamente, en su misión restau- radora de un orden contrahecho por el pecado. Contra el pecado y sus consecuencias tenía, pues, que encaminarse en primer término la obra del Mesías; y no de otra suerte la dibujaban, en efecto, los profetas, según tuvimos oca- sión de comprobarlo.

Pues bien, este matiz se descubre también en el testi- monio del Bautista:

"He aquí el Cordero de Dios; he aquí el que quita el pecado del mundo" 19.

17 lo. 1,8.

18 "En pos de viene el que es mayor que yo, porque existía antes que yo." Tres fórmulas densas y sugerentes, en las que está en germen toda una Cristojogía. Jesús como hombre, y según su naci- miento temporal, es posterior a Juan, y posterior a la de éste será también su misión (primera fórmula); a pesar de todo, es mayor que Juan en categoría, en dignidad, en oficio (segunda fórmula); la anti- nomia insinuada en el juego de palabras post me... ante me se re- suelve en la tercera fórmula, y que es la explicación y la razón de la segunda: Jecús anterior a Juan como Verbo de Dios.

19 lo. 1,30. Conozco la explicación de Lagrange y de Prat: Jesús es la inocencia (simbolizada en el cordero) que hará desaparecer los pecados del mundo; pero no acaba de convencerme su razonamiento; paréceme pecar de timidez y conceder demasiado a las dificultades o sutilezas de la crítica, que no creo logren echar por tierra la exege-

102

EL REDENTOR EN LA HISTORIA

Pero éste es el lado negativo de la redención. Los pro- fetas se complacían, además, en describir prolijamente la espléndida floración de bienes sobrenaturales con que iría marcándose el paso triunfal del Mesías entre los hombres. Floración que en Isaías y en Joel debe recordarse se atribuye a una pródiga efusión del Espíritu Santo. Y es un segundo aspecto que el Bautista tiene buen cuidado de subrayar:

"Yo bautizo en agua, mas entre vosotros está el que vosotros no conocéis...; éste es quien bautiza en Espíritu Santo" 20.

La alusión al bautismo cristiano es harto clara; pero aquí, lo mismo que más tarde en San Pablo, la acción vi- vificante y santificadora del Espíritu Santo trae inexora- blemente a la memoria las predicciones de los profetas. Las palabras de Juan, como las de Jesús a Nicodemus 2\ no obstante la novedad de la doctrina que contienen, de- bían sonar a cosa conocida, cuando menos en los oídos de los familiarizados con las profecías de Isaías y Joel.

¿Hasta cuándo?

Un día, según refiere San Juan, acercándose a Jesús un grupo de judíos, decíanle en actitud resuelta: "¿Hasta cuándo nos tendrás suspensa el alma? Si eres el Mesías, dínoslo abiertamente" ~2. Jesús se contentó con remitirse una vez más al testimonio de sus obras.

¿Para qué una respuesta categórica y formal, si ellos se habían obstinado en no creer?

Mas si a nosotros nos preguntase Jesús, como en cierta ocasión a sus apóstoles: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" 23, ¿no tendríamos que contestar, una vez resuel- to este problema de identificación, de esta manera: Al me- nos, Señor, eres el Redentor, el Mesías, objeto de tan- sis tradicional. ¿Se alumbra aquí el sacrificio expiatorio de Jesús? No veo motivos sólidos para negarlo. Recuérdese que lo anotamos a pro- pósito del capítulo 52 de Isaías. Cuando menos de esta misma ima- gen— sugerida por Isaías, si bien en otro plano, más dentro del cua- dro general de la pasión echaron mano San Pablo (1 Cor. 5,7) y San Pedro (1 Petr. 1,19).

20 lo. 1,26-33.

21 lo. 3,5. .

22 lo. 10,24.

23 Mt. 16,15.

C.5. PRESENTACIÓN DE JESÚS COMO REDENTOR

103

tos vaticinios que, al trocarse en esta realidad tan minu- ciosamente prevista, acusan su origen y sellan, por tanto, tu calidad de Enviado de Dios, garantizando la verdad de tus palabras, aun cuando esas palabras lleven afirma- ciones de mayor trascendencia acerca de tu persona que nos obliguen a reconocerte y a adorarte como Hijo del Pa- dre y una misma cosa con Él en poder y en naturaleza? 24 A esta confesión nos conducen indiscutiblemente los datos que acabamos de analizar.

34 La Apologética cristológica no hace más que desentrañar este raciocinio. Jesús añadió luego el testimonio irrecusable de sus obras, de cus milagros, de su vida, que completa el campo de la apologética en lo que se refiere al dogma de la divinidad de Jesucristo.

LA PERSONA DEL REDENTOR

CAPITULO VI

"El Padre y yo somos una misma cosa".

En los capítulos precedentes quedó resuelto, al menos en líneas generales, el problema del carácter mesiánieo de Jesús.

Hemos visto de qué manera todas las profecías, de las que se alimentó siempre el mesianismo tradicional, en un momento de la Historia, convergían en Jesús y tomaba en él forma corpórea la letra inerte de los vaticinios.

Jesús es el Mesías*

Pero esta cualidad no agota el secreto inefable de su persona. Cuando los evangelistas y el mismo Jesús reivin- dican este título glorioso, no es para detenerse en él, sino como punto de arranque de nuevas afirmaciones, que lo rebasan infinitamente.

Estas afirmaciones, todo lo avanzadas que se quiera, pero terminantes, nos llevan al fondo mismo del misterio, objeto de la fe y de la adoración de más de diecinueve siglos, y objeto también de otros tantos siglos de odios y desesperadas impugnaciones.

Viejas y nuevas actitudes*

Si Jesús se hubiera presentado únicamente como Me- sías, ni los judíos hubieran puesto a su predicación tan tenaz resistencia ni sus enemigos de ayer y de hoy hubie- ran adoptado frente a él una actitud negativa tan irre- ductible.

Desde luego, unos y otros han visto en las declaracio- nes de Jesús, relativas a su misión, a su persona, a sus relaciones con el Padre, propósitos de mayor trascenden- cia que la pretensión, más o menos inocente, de hacerse aceptar por Mesías, Si sólo de esto se hubiera tratado, tal

c.6. "el padre y yo somos una misma cosa" 105

vez hubiera sido posible una posición de indiferencia, de inhibición o de confiar al tiempo el contraste de tales am- biciones.

Lo que sus contemporáneos no le perdonaron jamás, y el racionalismo rechaza sin examen, son aquellas tajan- tes aseveraciones que, siendo verdaderas, elevan a Jesús a la esfera de lo divino, en un plano de absoluta igualdad con el Padre.

Divergencias convergentes.

Unos y otros, racionalistas y judíos, si bien llegan a unos mismos resultados, difieren, sin embargo y esta cir- cunstancia se presta a gravísimas reflexiones , en el punto de partida.

Los judíos, testigos oculares de los hechos y oyentes inmediatos de Jesús, no pudieron soslayar la realidad de sus milagros ni tergiversar el sentido de sus palabras. El rudo conflicto de conciencia que los milagros les plantea- ban, resolviéronlo, o acogiéndose al cómodo expedienta, ha- bitual en semejantes estados pasionales, de falsear las in- tenciones y los poderes del taumaturgo \ o con el método más expeditivo de la violencia 2. Y en cuanto al alcance de las manifestaciones de Jesús, los hechos demostraron que las habían entendido, como observa profundamente San Agustín, mejor que los arríanos y, pudiera añadirse, mejor que cuantos en todos los tiempos, sin excluir a los racionalistas, han levantado bandera contra la divinidad de Jesucristo.

De ambas cosas parece haberse olvidado el racionalis- mo, que frente a los milagros de Jesús adopta el procedi- miento del escarnio, de la franca negación, de la duda, de la explicación natural, del recurso al mito o a la credulidad excesiva de la época; todo menos su objetividad histórica.

Por lo que se refiere a aquellas afirmaciones, sean de Jesús, sean de sus cronistas, que nos transportan de pron- to al plano de lo divino, ya sabemos a qué costa se arro- gan el derecho de escamotearlas y de eludir sus conse- cuencias; a costa de los propios textos canónicos, bárbara- mente mutilados hasta la eliminación de cuantos elementos se les antojan sospechosos. La historia de la crítica litera-

1 Mt. 9,34; 12,22-30; Me. 3,22-27; Le. 11,14-20; lo. 9,1-41. 9 lo. 11.47.50-53; 12,10-11.

106

LA PERSONA DEL REDENTOR

ria no ofrece un caso paralelo de menosprecio global al peso de los documentos y de los testimonios.

¿Será que estos críticos se han dado cuenta de que, ad- mitida la verdad de los milagros y la autenticidad de las revelaciones de Jesús, carece de lógica la actitud hostil de los judíos? En esto vamos de acuerdo.

¿Pero no se percatan igualmente de que si aquéllos, enemigos irreconciliables de Jesús y actores ellos mismos en todos los episodios, atestiguan la realidad de los he- chos y la intención trascendente de sus afirmaciones, es preciso aceptar unos hechos y palabras que, si no consta- sen en los textos, habría, como suele decirse, necesidad de inventarlos?

Si se imponía, por altas razones de Estado son las que invoca Caifás , deshacerse de un hombre que a cuen- ta de sus milagros arrastraba a las muchedumbres, es que los milagros no eran precisamente una quimera. Y si la sentencia de muerte contra Jesús estaba justificada en la ley por cuanto, o loco o blasfemo, se decía Hijo de Dios, igualándose con el Padre en poder y en naturaleza, es que, en efecto, Jesús recabó para estas soberanas prerroga- tivas.

¿Por qué, pues, alterar la fisonomía de los milagros y atenuar el valor de las declaraciones, o empeñarse en arrancarlas de los textos primitivos?

Con su proceder, judíos y críticos liberales obligan a pensar que en boca de Jesús sonaron afirmaciones de sin- gular importancia, ante las cuales no es posible permane- cer indiferentes. De no S2r así, ni entonces ni ahora y ahora menos que entonces la figura de Jesús hubiese le- vantado en derredor' suyo tan vivos apasionamientos. Sólo lo extraordinario, y en la medida en que lo es, conmueve, en pro o en contra, las opiniones de los hombres.

El creyente*

¿Qué hay, pues, de extraordinario en Jesús? Sus ado- radores lo sabemos y sentimos el orgullo y el consuelo de esta fe. Desde que los campos de Cesárea, la ciudad de empaque romano fundada por Filipo, oyeron estas pala- bras: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios", la fórmula de Pedro resume las convicciones religiosas de una gran parte de la humanidad, que en actitud de martirio unas veces, otras de triunfo, siempre de adoración y reconocimiento,

C.6. «EL PADRE Y YO SOMOS UNA MISMA COSA»

107

viene repitiéndola sin tregua, segura de que su eco no lle- gará a extinguirse en el mundo mientras haya corazones capaces de amar y lenguas que puedan pronunciarla.

Sin preocuparnos, por tanto, de la actitud de los racio- nalistas 3, vamos a estudiar estas afirmaciones de Jesús, que ellos combaten tan encarnizadamente, pero que encie- rran, como veremos, el fundamento más sólido de nuestra fe en la divinidad de nuestro adorable Redentor.

Aclarando conceptos»

Antes, sin embargo, hay que disipar una idea inexacta. Se ha dicho muchas veces que las afirmaciones de Jesús acerca de su naturaleza divina se encuentran solamente en el cuarto evangelio.

Hasta qué extremo sea injusta esta afirmación malé- vola en sus propósitos—, hemos de comprobarlo a través de este capítulo. Que los tres primeros evangelistas no desatendieron la cuestión básica de la divinidad de Jesús,

3 No es que despreciemos en bloque la ingente labor de los críticos liberales. Reconocemos sus méritos desde muchos puntos de vista. A pesar del abismo que nos separa de ellos en lo fundamental, sus es- tudios han redundado a la larga en beneficio de la tesis católica, y esto de dos maneras. Indirectamente, porque sus ataques cerrados sir- vieron de es ímulo a los especialistas católicos, a cuyos sudores deben los. estudios bíblicos en la edad contemporánea avances formidables y, bajo muchos aspectos, acaso definitivos. Directamente, porque el estu- dio de los documentos y de la primitiva literatura cristiana, acometido por los racionalistas con un tesón digno de mejor causa y con el pro- pósito de encontrar nuevas armas ofensivas, ha sido en muchos cacos y en innumerables cues iones la mejor confirmación de la doctrina ca- tólica y ha dado origen en el campo racionalista a un movimiento de tipo más conservador contra sus propios extremismos de primera hora. Unos a otros han ido refutándose, y nuevas teorías han venido a echar por tierra a otras anteriores, que parecieron inconmovibles y que hi- cieron a muchos temer por la fe y por la doctrina tradicional. Cuando se leen ciertas páginas de Harnack, por ejemplo, o de Sabatier, se tiene la impresión de que el racionalismo está completamente de vuelta. Se adivina la tragedia interior de estos hombres, en el fondo enamo- rados de la verdad histórica, pero encadenados a sus prejuicios con- fesionales, que prefieren salvar a toda costa, ahogando la sinceridad con menoscabo de la Crítica y de la Historia, cuyos paladines preten- den ser. Nosotros admitimos los textos en su estado actual, y apoyados en ellos y en la autoridad de la tradición ca ólica, no sentimos miedo en formular las concluciones que de ellos brotan espontáneamente. Las preocupaciones y las actitudes de los racionalistas no deben pesar en el criterio del exegeta católico, sujeto por convicción y por deber a Otras normas de interpretación.

108

LA PERSONA DEL REDENTOR

no necesita otra prueba que la lectura diligente de sus res- pectivos evangelios.

En ellos, lo mismo que en el de San Juan, la figura ado- rable de Jesús no sólo supera en poder, en santidad, en sabiduría, en prestancia moral, el tipo de hombre más per- fecto e ideal, sino que adquiere un relieve de grandeza ultrahumana. Decir, como se dice no sin ligereza, que. el campo de los evangelios sinópticos, por un lado, y el de San Juan, por otro, está perfectamente deslindado, el de aquéllos por el aspecto humano y el de éste por el divino de Jesús, en el mejor de los casos no pasa de ser un tópico demasiado vulgar, que entra en el área de la inexactitud, si se toma en un sentido absoluto.

La verdad es otra, por fortuna. Lo que sucede es que el cuarto evangelio, nacido en un ambiente religioso, que preludiaba ya las grandes herejías cristológicas, viene a ser, en parte, como un refuerzo de los tres anteriores, y, en parte, una refutación previsora, aunque indirecta, de aquellos errores en incubación, que, tras una disección irre- verente de la persona de Cristo, consiguieron que el dogma primitivo del Verbo hecho carne se les volatilizase entre las manos.

A esto se debe que el evangelio de San Juan presente ese carácter teológico, no inadvertido desde los primeros tiempos de la Iglesia, y que la divinidad de Jesús, tan al descubierto en él, parezca irradiar sobre todas sus páginas una luz vivísima y constante, sin las intermitencias y des- censos parciales con que se acusa en los sinópticos.

Lo que en éstos es relámpago y destello fugaz, en aquél es resplandor de mediodía. Bajo este aspecto de las reivin- dicaciones, por parte de Jesús, de sus prerrogativas divi- nas, si alguna diferencia existe entre el cuarto y los tres primeros evangelios, es la que media entre el simple dibujo y la realización pictórica de un cuadro.

Diferencia que tiene, además, su explicación en las dis- tintas situaciones y en el diverso ambiente en que se mue- ven los sinópticos y San Juan. Ante el auditorio que por regla general encontramos en aquéllos, integrado por las muchedumbres sencillas de las riberas dz\ Lago, gente dó- cil, humilde, profundamente religiosa, es verdad, pero sin cultura, a base más bien de las nociones fundamentales y de su conocimiento más bien afectivo y desde luego ruti- nario de la Ley, no se concibe que Jesús entrase en hondas

C.6. «EL PADRE Y YO SOMOS UNA MISMA COSA» 109

especulaciones teológicas ni arriesgase ciertas revelaciones inútiles.

A pesar de todo, en más de una ocasión quiso como levantar el velo que cubría el arcano de su verdadera per- sonalidad.

En cambio, con los jefes de Jerusalén, maestros y con- ductores del pueblo, curtidos en el estudio de las Escritu- ras, mejor preparados, por consiguiente, en el terreno in- telectual para comprenderle, no es extraño que Jesús se explayase más libremente y, aunque no sin ciertas cautelas, declarase de modo más explícito los caracteres de su obra, de su misión, de sus íntimas relaciones con el Padre.

Cautelas de Jesús.

No sin ciertas cautelas. Es otro dato que conviene te- ner en cuenta para valorar con precisión el alcance de las palabras de Jesús.

No se crea que Jesús desde el principio se confió a los judíos, aun a los mejor dispuestos. San Juan hace obser- var precisamente lo contrario4. La más elemental pruden- cia reclamaba una graduación progresiva, lenta y bien calculada, a fin de evitar que el exceso de luz hiriese los ojos y a fin de ir poco a poco previniéndolos a la supre- ma revelación. También en esta cuestión vital Jesús pro- cedió como pedagogo expertísimo y profundo conocedor de la capacidad humana.

El misterio inefable de su condición divina ni era para declarado de golpe, sin una preparación adecuada que fuera dejándolo entrever cada vez más cercano y definido, ni podía imponerse a nadie sin la garantía bien contrastada de una conducta y de unas obras que atestiguasen cumpli- damente la verdad de tan peregrinas afirmaciones y la autoridad de Jesús, testigo de su propia causa.

Esta garantía la ofreció Jesús con larga mano, según ha de verlo el lector en otro capítulo. Y en cuanto al pro- ceso gradual de sus manifestaciones, casi no es preciso indicar que sus diversas etapas han dejado honda huella en el cuarto evangelio 5.

4 lo. 2,24-25.

6 Sabido es que los racionalistas abusan de este progreso relativo en las revelaciones de Jesús, como si este crescendo indicase los pasos por los que Jesús hubiera llegado paulatinamente a adquirir conciencia

110

LA PERSONA DEL REDENTOR

"Enviado del Padre".

Sobre lo que más insiste Jesús, singularmente a los co- mienzos, es acerca de su condición de "Enviado del Pa- dre" y acerca de las naturales consecuencias y prerroga- tivas que se desprenden de esta circunstancia excepcional.

Pero aun esta fórmula, en misma la menos exigente, tiene en boca de Jesús un sentido nuevo, que permite adi- vinar otras más hondas realidades.

Enviados de Dios habían sido no sólo Moisés, sino los profetas, y el último de todos, Juan el Bautista 6. Jesús, desde luego, no se cuenta en est? número; él se mueve en un plano infinitamente superior. Moisés y los profetas le est^n subordinados, como el heraldo a su señor, y si los libros de aquéllos gozaban de tal autoridad y prestigio, en último término se lo debían a Tesús, porque "acerca de él todos escribieron" 7. El gran legislador del pueblo he- breo es verdad que estableció el sábado por mandato de Dios; pero sobre Moisés está quien, como Jesús, es "señor del sábado" 8.

Hay, sin embarao, otro dato que pone más a las claras el pensamiento de Tesús y especifica su cualidad de "En- viado del Padre". Es la fe que exige en su misión, en su palabra, en su persona.

Sin duda todos los profetas, como representantes de Dios, reclamaron la docilidad v la sumisión absolutas a sus órdenes. Llenos están sus libros de airadas invectivas contra el pueblo de dura cerviz, rebelde a los verdaderos

de mismo y de una misión mesiánica en la que nunca hubiera so- ñado, hasta creerse no sólo "enviado del Padre", sino "Hijo de Dios". La habilidad de Renán que puede decirse hizo de esta circunstancia la base de su análisis psicológico de la personalidad de Jesús, si bien siguiendo de cerca a críticos alemanes na seducido a muchos incau- tos. Trasladando la hipótesis a otro terreno, se echa de ver su in- consistencia y lo falaz del procedimiento. Un buen maestro, sencilla- mente porque sabe acomodarse a la capacidad de sus discípulos, irá graduando sus enseñanzas de menos a más. A quien de este hecho, tan de sentido común, concluyese que lo que progresaba era la cien- cia del maestro, ¿le llamaríamos cabio y le calificaríamos de psicólogo eminente? Pues éste es el caso. Recomendamos, no sólo por estar es- crito en castellano, riño por la solidez y ortodoxia de su doc'rina, a L. Morillo. S.I., El cuarto evangelio (Barcelona 1908), v especial-? mente, por lo que toca a este capítulo, su Introducción, p,9-135,

8 lo. 1.6.

T Le! 22.44.

Mt. 12,8; Me, 2,25; Le. 6.5; lo. 5,46,

C.6. «EL PADRE Y SOMOS ÜNÁ MlSiVÍA CÓSA*

111

profetas, mientras, como suele acontecer, corría iluso tras las "patrañas y necedades", en frase valiente de Jeremías 9, de aquellos falsos videntes, que sólo buscaban el aura po- pular y el halago de los monarcas más pervertidos. Mas ¡qué diferencia entre esto y el lenguaje de Jesús! A nin- guno de los profetas se le vino jamás a los labios esta frase: "Creed en mí". Diríamos que hasta su personalidad desaparece tras aquellas fórmulas invariablemente repeti- das en cada uno de sus discursos: "La boca del Señor lo ha dicho" y "Conoceréis que .ha hablado Dios", o esta otra, no menos sugerente y prodigada: "Dice el Señor".

Jesús, en cambio, no obstante aquel interés suyo por destacar en todo momento la actuación y la iniciativa del Padre, en otras ocasiones muy frecuentes en el cuarto evangelio, afirma que es preciso no sólo creerle a él, dar crédito a su palabra, sino creer en él, vinculando a esta fe nada menos que la vida eterna y la salvación del mundo.

Ya en los albores de su ministerio público había dicho a Nicodemus:

"Como Moisés hizo levantar la serpiente en el desierto, de la misma manera es preciso que sea puesto en alto el Hijo del hombre, a fin de que todo el que crea en él no perezca, antes bien tenga la vida eterna" 10.

Idea que reaparece en casi todos los discursos de Jesús a los judíos, particularmente en el de la sinagoga de Cafar- naún, sobre el Pan de vida 11 .

Y hablando a los apóstoles, Jesús avanza más, hasta reclamar de ellos una fe en él semejante a la que tienen en el Padre: "Creed en Dios, creed también en mí" 12, "porque dirá más adelante reafirmando el tono en esto consiste la vida eterna: en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo" 13.

Con razón San Juan, después de haber varias veces subrayado por su cuenta esta modalidad de la misión de Jesús14, cifró en esta sola frase el objeto de su evangelio:

6 Thren. 2,14.

10 lo. 3,14-15.

11 lo. 5,24.40; 6,29.35.40.47; 7,38; 8,24.

12 lo. 14,1. " lo. 17,3.

14 lo. 1,12; 3,16-18.36.

112

La PERSONA DEL REDENTOR

"Todas estas cosas se han escrito a fin de que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyéndolo ten- gáis en su nombre vida eterna" 15.

Naturaleza de esta misión*

Por otra parte, las palabras de Jesús sugieren de una manera indudable la naturaleza íntima de esta misión suya, que tampoco desde este punto de vista tiene nada de co- mún con la de Moisés y los profetas. Fueron éstos, es verdad, enviados divinos; pero esta prerrogativa atañe so- lamente a su mandato de representantes y órganos autori- zados de Dios, con lo que puede decirse completamente agotada.

La prerrogativa de Jesús roza, además, otro género de relaciones con el Padre, que salvan, hasta en su rigor lite- ral, el sentido de la palabra "enviado". El término entraña una noción de movimiento, de origen, de procedencia, y sobre este matiz es sobre el que Jesús requiere repetidas veces la atención de sus oyentes.

Para desempeñar su misión entre los hombres, Jesús ha tenido de alguna manera había que expresar una rea- lidad inaccesible a la comprensión y al lenguaje humanos que abandonar temporalmente su puesto al lado del Padre; allí volverá de nuevo. Antes de aparecer en el mundo, ya vivía en el cielo, compartiendo con el Padre todos los se- cretos divinos. Esta ancha perspectiva, iluminada, como se ve, con los resplandores misteriosos de una preexisten- cia celestial anterior al hecho histórico de su aparición en la tierra, es la que ponen de manifiesto las fórmulas de Jesús, apretadas de contenido teológico y, por añadidura, de una maravillosa flexibilidad en las aplicaciones.

Esta afirmación se encuentra constantemente en labios de Jesús, como argumento irrebatible de la legitimidad de sus poderes. Si él obra como lo hace, es porque sabe "de dónele ha venido y adonde va" 16 : sabe que procede de

16 lo. 20,31. A la vista de estas terminantes y reiteradas afirma- ciones de Jesús y del evangelista, no se comprende en qué pudo ba- sarse Harnack para asegurar, con el aplomo habitual en estos críticos, que de las palabras de Jesús, si bien se desprende la necesidad de creer al hijo, no puede deducirse que sea preciso creer en él.

18 lo. 8,14.

C.6. «EL PADkÉ V SOMOS UNA MISMA COSA¿>

113

Dios17; "Partí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y torno al Padre" 13 .

Con relación a su doctrina puede asegurar que no se trata de especulaciones de su propia cosecha, pues en su papel de Maestro y Revelador se limita a comunicar a los hombres lo que él y este privilegio es único y nadie es capaz de disputárselo 19 había oído directamente al Padre celestial 20.

Las derivaciones se extienden, a veces, hasta el caso peculiar de los judíos. Éstos presumían conocer el origen de Jesús, porque sabían de su familia y de su patria terre- nas; mas en esto estribaba su desdicha y su castigo: en que, a pesar de todo, seguían ignorando el misterio de su verdadera procedencia 21.

Ellos eran del mundo; Jesús no122. Y en esta circuns- tancia encuentra Jesús la explicación psicológica de la in- comprensión y del odio por parte de aquel pueblo: el mun- do ama lo suyo; mas porque él no es del mundo, el mundo le aborrece, como dirá más tarde a los apóstoles, dando la razón suprema de uno de los capítulos más largos e in- teresantes de la historia de la Iglesia 23.

En último análisis, estas afirmaciones, a falta de otras más terminantes, nos llevarían al dogma cristiano del ori- gen divino de Jesús, única realidad que las agota y las explica satisfactoria e integralmente. De hecho, a los mis- mos judíos no se les pasó inadvertido el alcance de estas fórmulas trascendentales.

Pero Jesús se expresó más explícitamente.

A las puertas del misterio*

a) En la fiesta de los Tabernáculos.

Durante las fiestas de los Tabernáculos, al final de un altercado vivísimo con sus enemigos de Jerusalén, cuyo endurecimiento definitivo se adivina irremediable, Jesús

17 lo. 6,38.46; 7,29. Por otra parte, Jesús es también el Pan "que ha venido del cielo" (lo. 6,33.35.50.51.59).

18 lo. 17,28.

19 lo. 3,13.

20 lo. 3,11; 8,26.28.38; 14,10.

21 lo. 7,28; 8,14. a lo. 8.23.

w lo. 15,19.

114

LA PERSONA DEL REDENTOR

había reafirmado una vez más, con extraordinaria valentía y con una nitidez en los términos que no hay modo de soslayar, la nota ya sugerida en otras cien ocasiones, se- gún acabamos de ver de su preexistencia y sus prerro- gativas sobre los profetas y, lo que colmó la rabia y el desconcierto de los judíos, sobre el mismo Abrahán, a quien ellos se ufanaban de contar por padre en la sangre y en la fe.

A pesar de su corta vida, que los interlocutores se cuidaron de calcular con generosa largueza 24 ¿qué im- portaban veinte años más o menos, cuando, como en el caso presente, los extremos de la comparación estaban se- parados por un abismo de siglos? , Jesús, cortando el di: logo ya muy enojoso, lanzó, como un reto, esta decla- ración, que tiene un raro sabor de eternidad:

"En verdad os digo: Antes de que fuera Abrahán lla- mado a la existencia, yo soy" 25.

La fórmula tuvo que evocar en sus adversarios, sacer- dotes y rabinos, el nombre sacrosanto de Yavé, el nombre bíblico de Dios por excelencia 26, que el judío no osaba pronunciar por respeto a la majestad divina. ¿No era esto igualarse al Padre? ¿No era arrogarse categoría de Dios? La actitud de los judíos nos ahorra la respuesta:

"Tomaron, pues, piedras para arrojarlas contra él",

anota el evangelista, consciente de la situación y de su trascendencia r¿1.

b) "Dijo el Señor a mi Señor".

Otro día Jesús, en el crepúsculo de su vida mortal, propuso a los fariseos esta extraña cuestión:

"Qué os parece de Cristo? ¿De quién es hijo? Dijé- ronle ellos: De David. Les replicó: Pues ¿cómo David, en espíritu, le llama Señor, diciendo: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra mientras pongo a tus

* lo. 8,57. "¿No tienes todavía cincuenta años y has visto a Abrahán?" 25 lo. 8,58. 28 Ex. 3,13-14. 97 lo. 8,59.

C.6. «EL PADRE Y YO SOMOS UNA MISMA COSA»

115

enemigos por escabel de tus pies"? Si, pues, David le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo?" 28

Aquellos maestros de la Ley y de las Escrituras, ¿nun- ca se habían planteado a mismos este problema que aflora en las palabras del Salmo? Habituados como está- ban al análisis minucioso y prolijo de los textos sagrados, ¿no habían sorprendido en este de David una especie de antinomia que invitaba a la reflexión? ¿Sería solamente cuestión de fórmulas? ¿O aquel modo insinuante de hablar que Jesús atribuye a un designio del Espíritu Santo, alma de todas las profecías alumbraba, tras la prerroga- tiva humana de hijo de David, otra prerrogativa misteriosa del Mesías?

¿Quién no ve que Jesús quiso llevar a sus adversarios a las puertas del misterio de su naturaleza, tantas veces sugerido, aunque sin fruto?

Como hombre, hijo de David; Señor suyo como Dios. El desconcierto de aquellos fariseos, hinchados de saber, palpita todavía en este comentario de San Mateo:

"Y nadie podía responderle palabra, ni se atrevió na- die desde entonces a preguntarle más" 29.

Jesús tampoco dió un paso más. El enigma había caí- do sobre el auditorio como una piedra sobre la superficie tersa de un laqo, poniendo en las conciencias una viva in- quietud, que bien aprovechada pudiera haber sido el ca- mino de la luz. Los datos para la solución del problema dispersos estaban en los hechos y en las palabras del pro- feta de Nazaret; los recordaban sin duda.

El silencio de Jesús, después de haber propuesto el problema, equivale a una invitación, acaso la última, a to- mar en serio, siquiera una vez, lo que ellos, sin medir las consecuencias, se habían empeñado desde el principio en calificar de pretensiones de loco o de endemoniado 30.

28 Mt. 22,41-44; Me. 12,35-37; Le. 20,41-44. La cita escriturística se refiere al salmo 2.

29 Mt. 22.46.

30 Mt. 9,34; 12,24; Me. 3,22; Le. 11,15; lo, 7,20; 8,48; 9,16; 10,21.

116

LA PERSONA DEL REDENTOR

Una misma cosa con el Padre*

Más entre todas, aun incluyendo las del discurso de la Cena, acaso ninguna tan transparente como la afirma- ción que encabeza este capítulo.

La escena que le sirve de marco señala, dentro de la perspectiva del cuarto evangelio, el momento culminante de las manifestaciones de Jesús. Nunca, hasta entonces, habíase éste arrogado tan sin ambages el privilegio de su consubstancialidad con el Padre.

a) En la fiesta de la Dedicación.

Las grandes controversias de las fiestas de los Taber- náculos se reanudaron con redoblado apasionamiento por parte de los judíos, a los pocos meses, en la festividad in- vernal de la Dedicación.

Sobre los espíritus pesaban todavía las rotundas afir- maciones de Jesús, a que nos referíamos más arriba, res- paldadas por el resonante milagro de la curación del ciego de nacimiento, que motivó el pintoresco proceso compro- batorio, tan insuperablemente descrito por el evangelista. Un ambiente de guerra, de guerra sin cuartel, se respira en estos capítulos del cuarto evangelio, de un dramatismo insospechado, sobre los cuales el desenlace final, que se presiente cercano, proyecta un siniestro resplandor.

Desde el primer momento, el grupo de los adversarios deja traslucir su decisión y su propósito de liquidar como sea, a cualquier precio, el pleito, ya largo y embarazoso, con Jesús. ¿Lograrían esta vez arrancarle una declaración abierta sobre su personalidad; una declaración tantas otras veces regateada, que les diera pie, no para rendirse a su contundencia, sino para deshacerse legalmente de él, con- denándole como blasfemo y enemigo de Moisés y del Dios de sus padres? Es lo que int2ntan al preguntarle:

"¿Hasta cuándo nos tienes suspensa el alma? Si eres el Mesías, dínoslo claramente" S1.

Como siempre, la figura de Jesús se yergue noble y se- rena, dominando la situación. La respuesta exigida por sus enemigos juzgóla inútil e innecesaria. A quien tuviese

w lo. 10,24,

C.6. «EL PADRE Y YO SOMOS UNA MISMA COSA»

117

oídos para oír y ojos para ver, se la habían dado ya las obras de Jesús. Mas la insolencia de los judíos nos valió, por parte del Señor, esta afirmación rotunda de su carác- ter divino y de su igualdad con el Padre, que no hay ma- nera de desfigurar: "El Padre y yo somos una misma cosa" 32.

b) Análisis de la fórmula de Jesús.

¿Qué especie de identidad es la que existe entre el Padre y Jesús, según esta fórmula impresionante? Obsér- vese, ante todo, que, a pesar de la identidad tan bizarra- mente proclamada, se mantiene con no menor energía una distinción entre ambos, como entre dos términos que, sin dejar de ser dos el Padre y yo , son, por otro lado, una misma cosa.

Es decir, que la forma paradójica de Jesús afirma, dentro de la diversidad real de las personas, una identidad igualmente real, cuyo alcance es necesario definir.

¿Sería una simple identidad de afectos, de voluntades, de ideas, de coordinación de miras y de actos, en el sen- tido, siempre metafórico y extensivo, en que nosotros lla- mamos a un amigo nuestro alter ego? Pero con esto, ¿que- daría a flote toda la verdad de las palabras de Jesús?

La verdad que pudiéramos llamar gramatical, lo que dice el tenor de la frase aislada del contexto, fuera de la trama lógica de las ideas, eso se salvaría tal vez. Pero es que la verdad gramatical es siempre como el soporte de otra verdad, cuyo secreto reside en la intención de quien habla o escribe. Intención, claro está, que, sin contradecir y anular el valor de las expresiones, lo puntualiza en cada caso, unas veces agotando y otras reduciendo a un míni- mo la capacidad significativa de las palabras y de las fra- ses. Por esto, en todo caso importa menos averiguar el significado estrictamente verbal de tal o cual fórmula que lo que con ella se nos quiso dar a entender.

Ahora bien, el pensamiento de Jesús no deja lugar a dudas. Esta afirmación excepcional constituye una de las premisas de un silogismo, y el rigor lógico exige un sen- tido determinado, que en última instancia nos lleva a la igualdad de Jesús con el Padre, en cuanto a la naturaleza.

32 lo. 10,30. San Agustín, Serm. 139: Obras de San Agustín (BAC. Madrid) t.7 (1950) p.102-111.

118

LA PERSONA DEL REDENTOR

De aquella actitud hermética y contumaz de los judíos, Jesús sz consuela recordando la docilidad de otras almas que ya creen o han de creer en él: sus ovejas, según había dicho en la célebre alegoría del Buen Pastor33. A los ras- gos más delicados de la imagen la vida comunicada por Jesús, la intimidad de relaciones entre el pastor y las ove- jas— añádese ahora este otro nuevo, vigorosamente acen- tuado: tan seguras están las ovejas bajo la amorosa vigi- lancia de Jesús, que no habrá quien pueda arrebatárselas. A quien dudare de ello, Jesús le ofrece una prueba de- cisiva:

"El Padre, que me las dió, es más poderoso que to- dos; y nadie puede arrancarlas de las manos de mi Pa- dre. (Ahora bien) : yo y el Padre somos una misma cosa" 34.

Si este razonamiento de Jesús no ha de reducirse a un juego irreverente de palabras, se cae de su peso que esta igualdad suya con el Padre tiene que referirse, cuando menos, al poder, de que se trata en la primera premisa del argumento. Así lo entendió San Juan Crisóstomo, aunque concluyendo: si el poder és el mismo, evidentemente lo es también la naturaleza; y ello por la sencilla razón de que ninguno, que no sea Dios, puede igualarse con Dios en poder, como en ninguno de los demás atributos.

Pero ¿no puede decirse que esta conclusión, a que en un segundo paso llega el Crisóstomo, es la que Jesús de- duce expresa y directamente?

Porque su fórmula, lejos de restringir el área a una cualidad determinada en este caso, el poder , brinda, hasta por su contextura gramatical unum , un sentido absoluto, universal, que parece no tener traducción exacta

33 lo. 1-21.

34 lo. 10,29-30. Siguiendo, con muchos comentaristas contemporá- neos, una de las tres variantes del texto griego, nos apartamos en este punto de la lectura de la Vulga'a: "Lo que mi Padre me ha dado es lo más excelente de todo." Muchos de los que se atienen a esta re- dacción ven ya insinuada en estas graves palabras la generación eter- na del Verbo, en virtud de la cual éste recibe del Padre, por iden- tidad, la misma naturaleza divina. Mas esta idea aparece en el ver- sículo siguien e, y no se ve razón para adelantarla. El paralelismo del v.29 parece se salva mucho mejor en la lectura que nosotros adoptamos; todo en él nos habla del poder del Padre, o, si se quiere, la primera parte es razón de la segunda. De todos modos esta cues- tión secundaria no altera absolutamente el raciocinio fundamental de Jesús, que es lo, interesante en nuestro caso,

c.6. «EL Padré y yo somos Una misma cosa»

119

sino en la igualdad perfecta del ser, de la naturaleza, prin- cipio y raíz de todas las cualidades y de todos los atri- butos.

Por algo los Santos Padres y los teólogos, sin excep- ción, han visto siempre en este texto uno de los más fir- mes puntales del dogma católico de la consubstancialidad del Padre y del Hijo.

Y con razón. Antes que ellos, los oyentes de Jesús comprendieron al primer golpe de vista el alcance insólito y profundo de esta extraña afirmación, como se ve por su respuesta: "No tratamos de apedrearte por tu buena obra, sino por (esta) blasfemia: porque siendo hombre, te haces a ti mismo Dios" 35. Ni aun la réplica de Jesús, no obs- tante la ilusión que pudiera producir una lectura superfi- cial, atenúa lo más mínimo la gravedad y trascendencia de la declaración, que tanto escandalizó a sus adversarios. Jesús mantuvo su posición sin desdecirse, como lo prue- ban dos datos: primero, la apelación a sus obras, y segun- do, la decisión de los judíos, tampoco retractada, de acu- dir a la violencia para apoderarse de él 36.

Supuesta esta igualdad de naturaleza, que es la forma monoteísta de confesar su divinidad, no deben extrañar a nadie otras manifestaciones de Jesús, aplicación y desdo- blamiento o, si se quiere, anticipo de esta doctrina capital. Son otros tantos elementos que, perfectamente ensambla- dos en esta suprema revelación, nos dan la cristología, no del cuarto evangelio, sino del mismo Jesús, naturalmente mucho más desarrollada por los apóstoles, como se ve cla- ramente en San Pablo.

Derivaciones*

Desde las alturas luminosas de esta solemne afirma- ción, ¡qué bien se comprende cómo en cierta ocasión, muy a los comienzos de su ministerio en Jerusalén, para defen-

33 lo. 10,33.

38 lo. 10,34-39. El raciocinio de Jesús es transparente. ¿Queréis ape- drearme porque me he declarado Dios? No hay que obrar tan a la ligera por una palabra que admite una explicación correcta, como lo demuestra el texto alegado del salmo 81,6: "Yo dije: dioses sois." Y si mis pretensiones rebasan este sentido figurado e impropio para en- trar en la esfera de la realidad divina, yo lo juctificaré A esto viene ¡la apelación a sus obras. Son notables en este pasaje otras dos fór- mulas, equivalentes a la primera: "Hijo de Dios soy" (v.36) y "el Padre está en mí, y yo en el Padre" (v.37). Con ambas hemos de tropezar en otros textos de los sinópticos y de San Juan.

120

LA PERSONA DEL REDENTOR

derse de las acusaciones de los judíos, que le echaban en cara la violación del sábado, pudo Jesús asegurar:

"Mi Padre sigue trabajando todavía, y por eso yo obro también" 37 ,

e insistiendo sobre el mismo pensamiento:

"En verdad, en verdad os digo, que no puede el Hijo hacer nada por mismo, sino lo que ve hacer al Padre, porque lo que Éste hace, lo hace igualmente el Hijo" 38.

¡Y qué lógicas estas derivaciones de orden práctico!:

"Quien me odia, odia también a mi Padre" 39; "el que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre" 40,

y otra, reverso de las anteriores:

"si Dios fuese vuestro Padre, me amaríais ciertamente a mí" 41 ;

o, finalmente, por no alargar demasiado la enumeración, esta tan repetida en el cuarto evangelio:

"si me conocieseis a mí, conoceríais de seguro a mi Pa- dre" 42.

Por cierto que esta idea motivó una peregrina demanda de Felipe, aprovechada por Jesús para dar a sus discípulos una profunda lección sobre sus relaciones con el Padre, densa de teología:

"Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Pa- dre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: Felipe, ¿tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo de mismo; el

37 lo. 5,17. Es curiosa la traducción que dan los judíos a esta fór- mula de Jesús: juzgan que Jesús llamaba a Dios su padre, "igualándose a Dios" (v.18).

38 lo. 5,19. 89 lo. 15,23.

40 lo. 5,23.

41 lo. 8.42.

c lo. 14,7; 8,19; 16,3. Bover, S.I.. Comentario al sermón de la

Cena (BAC Madrid 1951). p.36.

C.6. «EL PADRE Y YO SOMOS UNA MISMA COSA»

121

Padre, que mora en mí, hace sus obras. Creedme que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; a lo menos creedlo por las obras mismas" 48 .

En estas condiciones de absoluta igualdad, tampoco hay que sorprenderse de que Jesús se arroque como pre- rrogativa suya incomunicable y particularísima un cono- cimiento exhaustivo del Padre. Sólo a él, como a Hijo y como a Dios, y por lo mismo de una capacidad cognosci- tiva tan infinita como la infinita cognoscibilidad del objeto, le compete este privilegio, en virtud del cual sólo él es el auténtico y autorizado Revelador del Padre y de todos los secretos divinos.

Pensamiento que cruza como un soplo de vida por las páginas inmortales del cuarto evangelio, y en el que San Juan descubre la autoridad inapelable de las altas doctri- nas de Jesús, de cuya autenticidad él, como testigo e his- toriador, se declara responsable. Y todas estas manifesta- ciones de Jesús las condensa el evangelista en estas so- lemnes palabras:

"A Dios nadie le vió jamás; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos le ha dado a conocer" 44 .

Paralelamente cosa muy natural , sólo el Padre con su mirada infinitamente penetrante es quien puede escu- driñar y agotar la riqueza del ser del Hijo, en. mismo inaccesible, como la divinidad, a cualquier otra inteligen- cia que no sea la de Dios.

Esta modalidad del pensamiento de Jesús, tan insinuan- te, la encontramos, no en el cuarto evangelio, donde para nadie sería sorpresa, sino en San Mateo y San Lucas:

"Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo

y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo" 45.

43 lo. 14,7-11.

44 lo. 1,18. Por lo que se refiere a las declaraciones de Jesús, véa- se lo. 3,13; 6,46; 7,29; 8.55; 17.6.14.26.

46 Mt. 11.27; Le. 10,22. Constituye la parte central del llamado "himno de júbilo"-

122

LA PERSONA DEL REDENTOR

El Hijo de Dios.

A la luz de estas y otras no menos terminantes afir- maciones de Jesús, se aprecia en todo su valor y en toda su novedad el título de Hijo de Dios, que Jesús no sólo aceptó, sino que constantemente aplicó a mismo.

Hijos de Dios son, ciertamente, todos los hombres, como término de su acción creadora y de su amorosa pro- videncia; hijo de Dios lo fué en sentido peculiar el pueblo israelita; y en una medida que excede todo lo imaginable, hijos de Dios los que, según anunció Jesús a Nicodemus, nacieran de nuevo por el agua y el Espíritu Santo 46, en virtud de aquella filiación adoptiva, fruto dulcísimo de la fe y de la gracia, que inspiró a San Juan y a San Pablo las páginas más cálidas y emocionantes de sus cartas.

La filiación divina de Jesús nada tiene de común con estas prerrogativas. Las supera inconmensurablemente. Me- jor dicho, es única. Él es el Hijo, en toda la plenitud y en toda la regaladísima verdad que encierra esta palabra. Dios es el Padre común, universal, de los hombres, "que está en los cielos". Pero en este cómputo de hijos, Jesús nunca se incluye a mismo. Nos enseña a llamar a Dios "Padre nuestro", como él le llama en un singular expre- sivo y sugerente "mi Padre".

Ni por excepción suena en sus labios la fórmula equí- voca "nuestro Padre". Más aún: en el cuarto evangelio, en una escena inolvidable, Jesús quiso de intento enfren- tar estas dos expresiones, como si pretendiera poner al descubierto el abismo que separa su filiación y la nuestra respecto de Dios:

"pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" 47 .

Nosotros, conforme al pensamiento de San Juan, "po- demos ser hechos hijos de Dios, a condición de aceptar por la fe al Verbo venido a este mundo. Jesús es el Verbo de Dios hecho carne. Hijo eterno de Dios, copartícipe de la gloria y del amor del Padre "antes de que el mundo fuera" 4S. Desde este punto de vista, pudo afirmar el autor

46 lo. 3,3.5.

47 lo. 20,17. * lo, 17,5.24,

C.6. «EL PADRE Y YO SOMOS UNA MISMA COSA»

123

de la Carta a los Hebreos que Dios, entre todas las criatu- ras, ángeles y hombres, sólo a Jesús concedió el título de Hijo suyo 49. Él es, en todo el rigor literal del vocablo, "el Unigénito del Padre", como le llama San Juan 50; "el Hijo propio de Dios", conforme al calificativo de San Pablo 51.

Jesús, dijimos, aceptó este título, mas siempre encar- gándose él mismo de subrayar por su cuenta, a fin de evi- tar equívocos peligrosos, su plenitud teológica. De otra suerte, nunca lo hubiera admitido, o al menos no lo hubie- ra aprobado explícitamente 52.

a) La confesión de Pedro.

Los tres primeros evangelistas recogen con cariñosa diligencia el episodio de la confesión de San Pedro, de interés verdaderamente excepcional dentro de la perspec- tiva sinóptica 53.

La profesión de fe del apóstol distingue expresamente dos prerrogativas de Jesús: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" 54. No se trata de fórmulas sinónimas, como

49 Heb. 1,5. 80 lo. 1,14.18. B; Rom. 8,32.

82 En varias ocasiones en que sus discípulos, o los que solicitaban la gracia de sus milagros, le confiesan "Hijo de Dios", se siente la impresión de que Jesús no se da por enterado, si no es que con una discreta advertencia deja entrever lo imperfecto de una fe que, a juz- gar por las palabras, cualquiera creería consciente de mismo y de sus externas manife:taciones. Véase Mt. 14,33; lo. 6,70; lo. 1,49-51; 11,27 y 40. En cuan o al caso, realmente extraño, del ciego de naci- miento, lo. 9,35, en que Jesús dirige al recién curado esta pregunta: "¿Tú crees en el Hijo de Dios?", para terminar por decirle: "Y le has visto, y el que habla contigo, ése es", debe advertirre que la lec- tura de la Vulgata latina es cuando menos dudosa. Muchos códices de gran prestigio, y entre los antiguos Orígenes, leen: "¿Tú crees en el Hijo del hombre?" La primera forma es ciertamente excepcional, y está fuera de la economía, a la que Jesús suele ajustar sus manifesta- ciones cerca de su propia persona. La segunda es más natural desde luego, y recuerda el caso paralelo de la saman ana, a la que Jesús se reveló como Mesías (lo. 4,25-26) Este tratamiento de Hijo de Dios aparece también en boca de los demonios, Mt. 8,29; Me. 1,34; 3,11-12; 5,7; Le. 4,41; pero San Marcos y San Lucas advierten que Jesús no les permitía hablar. No necesitaba de este sospechoso testimonio.

53 Mt. 16,13-19; Me. 8,27-30; Le. 9,18-22.

54 Mt. 16,16. Mientras en la redacción de San Marcos sólo se lee: "Tú eres el Mesías", y en la de San Lucas: "Tú eres el Mesías de Dios", San Mateo, cuyo relato en este punto es más detallado y ex- tenso, nos da la fórmula completa. De hecho», según el plan divino,

LA persona del redentor

124

pudiera juzgarse a primera vista. La noción mesiánica no entrañaba, en el concepto popular, la idea de la filiación divina, cuando menos en su rigor dogmático. El título de Mesías o sus equivalentes, que tan a menudo nos salen al paso en el transcurso de las narraciones evangélicas, no tienen, en labios de las turbas y aun de los mismos discí- pulos, la rica significación teológica que en los nuestros.

Al contrario, cuando Pedro añade: "Tú eres el Hijo de Dios vivo", es que tiene conciencia de una prerrogativa de Jesús, hasta entonces ignorada o apenas entrevista. Ha sido un instante de luz súbita y deslumbradora como un relámpago; pero a Pedro le ha bastado para llegar con los ojos del alma hasta el fondo mismo del misterio inefable, tantas veces presentido, de la personalidad de su Maestro.

Ante las irradiaciones de poder, de sabiduría y de bon- dad de Jesús, la perspicacia humana o el sentido común hubieran tal vez adivinado en él esa presencia de lo divino en un grado nunca visto, esa espléndida manifestación de Dios, a través de un hombre distinguido por sus favores, de las que tan a su sabor nos hablan los racionalistas. Pero de esto a la realidad histórica y misteriosa a un tiem- po del propio Hijo de Dios hecho carne en Jesús, hay ciertamente un abismo, y este abismo lo ha salvado la mi- rada de Pedro, mas en virtud de una revelación singular por parte del Padre celestial. Es uno de los datos que de- bemos al primer evangelista: "Bienaventurado eres, Si- món, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo reveló, sino mi Padre, que está en los cielos".

Jesús acepta agradecido la generosa confesión del apóstol, otorgándola categoría aparte entre las otras acla- maciones del entusiasmo popular, y la refuerza por su parte con esta observación, a fin de que nosotros supiéra- mos a qué atenernos.

el Mesías tendría que ostentar la cualidad esencial de Hijo de Dios. Pero esta plenitud de concepto está ausente de la noción judía. Es la gran novedad dogmática, tema de los evangelios. Nótese cómo la confesión de Pedro coincide exacta y li.eralmente con aquella otra en la que San Juan cifra el objeto de su evangelio: "Ectas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Me:ías, el Hijo de Dios" (lo. 20,31), y con el encabezamien o del libro de San Marcos: "Co- mienzo del evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios" (Me. 1,1). Véase nuestra monografía La Iglesia en el Evangelio (Sevilla 1952) p.79-91.

C.6. «EL PADRE Y YO SOMOS UNA MISMA COSA»

125

b) A la diestra del Padre.

Los tres sinópticos refieren también, en términos subs- tancialmente concordantes 55, uno de los episodios más de- cisivos y dramáticos de la historia de la pasión, en el cual Jesús, consciente de que sus declaraciones iban a sellar su sentencia de muerte, rzafirma, con un valor sin igual y con una precisión en la forma que no deja lugar a dudas, su dignidad soberana de Hijo de Dios.

Tras un desfile enojoso y estéril de "falsos testigos", cuyas denuncias no habían logrado más que dilatar los trámites judiciales, en circunstancias que no admitían es- pera, Caifás, presidente, como pontífice, del Sanedrín o supremo tribunal de los judíos, puesto en pie, se deter- minó a encauzar y concluir el proceso. El trance es solem- ne, y en el relato de los dos primeros evangelistas se res- pira todavía la fuerte emoción del momento. "Si eres el Mesías, dínoslo". Jesús, impasible y mudo hasta enton- ces, contesta: "Aunque os lo dijera, no me habíais de creer... Con todo, desde el punto de ahora estará el Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios".

Esta afirmación de Jesús es la clave de todo el diálogo y justifica la instancia de Caifás, Para un lector asiduo de la Biblia o familiarizado con las modalidades y secretos de la mentalidad y de las lenguas semitas, la respuesta de Jesús es de una maravillosa e impresionante transparencia, tanto como para aquellos jueces que la oyeron de sus la- bios divinos.

c) "Yo soy el Hijo de Dios".

Jesús, al contestar, había desbordado la pregunta del pontífice. ¿Qué intentaba sugerir con aquel giro extraño de su pensamiento y de sus palabras? Un viento de escán- dalo sacudió de súbito la conciencia y el ademán de la asamblea. La traducción inequívoca de aquella audaz afir- mación dióla el sumo pontífice: "¿Luego eres el Hijo de Dios?" Jesús ratificó: "Vosotros decís que lo soy", o, según la expresión de San Marcos, desnuda de todo color hebreo: "Yo lo soy".

Fué la última palabra que el tribunal consiguió arran- car a Jesús. Y también el último esfuerzo de la Luz por

68 Mt. 26,62-66; Me. 14,60-64; Le. 22,66-71.

m

LA PERSONA DEL REDENTOR

abrirse paso a través de la ci?gá noche en que obstinada- mente se habían cerrado aquellas almas.

"Yo soy el Hijo de Dios". Así dió Jesús, hasta última hora, testimonio de la Verdad. Para eso había venido a este mundo 56.

"Yo soy el Hijo de Dios", y de esta suerte se cierra su ministerio entre los hombres con las mismas palabras con que se había inaugurado. Sobre el río Jordán dejóse oír esta voz del Padre: "Tú eres mi Hijo, el que yo amo" 57. Voz que volvió a resonar en "el monte santo" ñS en la única ocasión en que a través de su cuerpo trans- figurado quiso Jesús hacer visible la gloria de su divi- nidad 59.

56 El eco de e:ta escena repercute en el cuarto evangelio: "Repli- caron los judíos: "Nosotros tenemos una ley, y conforme a esta ley es preciso que muera, pues se declaró Hijo de Dios" (lo. 19,7). En cuan- to al relato de los sinóp icos, debe señalarse que, según San Mateo y San Marcos, el pontífice dirige a Jesús una sola pregunta: "¿Eres el Mesías, el Hijo del Bendito?" (Me); o: "Si eres el Mesías, el Hijo de Dios' (Mt.). No deja de extrañar esta fórmula en boca de Caifás. San Lucas, menos explícito en cuanto al autor de la pregunta la atribuye impersonalmente al concilio, y la segunda, de un modo expreso a todos , distingue dos fases o momentos. El interrogatorio graduado de la redacción de San Lucas me parece más verosímil y más en situación. Que San Mateo y San Marcos hayan fundido en una las dos preguntas de Caifas, no puede sorprender a quien conoz- ca la manera habitual de ambos evangelistas.

07 Me. 1,11; Le. 3,22: Mateo usa la tercera persona (3,17).

58 2 Ptr. 1,18.

69 Mt. 17,5; Me. 9,6; Le. 9,35.

CAPITULO VII

Sombras en la luz.

Contra esta interpretación tan obvia y segura de los textos suelen aducirse algunos hechos y ciertas expresio- nes de Jesús, que parecen desvirtuarla o anularla comple- tamente. ¿Cuáles son? ¿Qué valor y alcance tienen? Va- mos a verlo.

¿Miedo a la popularidad?

a) La dificultad.

Nosotros mismos insinuábamos en el capítulo anterior que Jesús esquivó los propósitos de las turbas ocultándose y hurtándose a ellas en el preciso momento en que venían a proclamarle Mesías y Rey. Con este rasgo, al parecer desconcertante, cierra San Juan el de las terminantes afirmaciones de Jesús su relato de la primera multiplica- ción de los panes; rasgo, por añadidura, que omiten unáni- memente los tres primeros evangelistas, en cuyas narracio- nes hubiera sorprendido mucho menos i.

En otras ocasiones, y por cierto con tal insistencia que parece denunciar una determinación irrevocable y fielmen- te mantenida, después de haber prodigado los milagros, Jesús exige el silencio, como temeroso de su divulgación 2.

A los tres discípulos, testigos únicos de su gloriosa transfiguración, al bajar del monte y antes de llegar al grupo de los demás apóstoles, les intima, con un acento de autoridad que todavía cree uno percibir en las fórmulas sinópticas, la reserva más absoluta sobre el caso hasta tanto que él no hubiese resucitado de entre los muertos 3.

1 lo. 6,15. Cf. Mt. 14,13-23; Me. 8,1-9; Le. 9,10-17.

2 Mt. 8,4; 9,30; Me. 1,44; 5,43; 7,36; Le. 5,14.

3 Mt. 17,9; Me. 9,8. San Lucas (9,36) no reseña este mandato de Jesús; sólo anota la conducta observada por los discípulos, inexplicable sin lo primero. San Marcos subraya el acento autoritario con que de- bió expresarse el Maestro, añadiendo este comentario significativo: "y (los discípulos) retuvieron (como violentándose) dentro de el suceso".

128

LA PERSONA DEL REDENTOR

Otro día también a San Juan debemos el episodio , los propios parientes de Jesús, no sabemos si escépticos o ambiciosos, o las dos cosas a un tiempo, le propusieron una exhibición aparatosa y solemne de sus poderes en Jerusalén aprovechando la propicia coyuntura de la fiesta de los Tabernáculos. Jesús, como en trances semejantes, rechazó secamente la propuesta4.

Ahora bien: ¿será que Jesús se proponía con esta con- ducta dar a entender que, por su parte, renunciaba a una investidura mesiánica, que no entraba en sus planes y con la que jamás había soñado? Tal es, de hecho, la explica- ción propuesta por muchos autores racionalistas, entre los cuales descuella Renán, de quien son estas palabras: "Que jamás pensó Jesús en hacerse pasar por una encarnación del mismo Dios, es cosa sobre la que no se puede dudar" 5.

b) La explicación.

Nada más falso sin embargo. Entre las palabras y obras de Jesús no existe contradicción. Las primeras no ofrecen duda, cuando se leen y se examinan sin segundas intenciones y sin prejuicios; las segundas admiten una ex- plicación razonable, que en síntesis es la siguiente:

1) Falsas ideas dominantes.

En el transcurso de este libro se ha aludido repetidas veces al concepto que el pueblo judío se había formado del Mesías y de las características del reino de Dios. La no- ción estrictamente espiritual, preconizada, según vimos, por

4 lo. 7,1-9.

B Renán, Vida de Jesús, editada por la Biblioteca de Filosofía (Ma- drid 1930) p.l 81 . Luego (p.182) añade: "A veces incluso Jesús parece adoptar precauciones para rechazar semejante doctrina." A pesar de esto, confiesa Renán más adelante que sobre Jesús fueron pesando insensiblemente, y en el correr de los días, el ambiente, el entusiasmo de sus discípulos, el halago del éxito, hasta dejarse arrastrar y des- bordar, y ya entonces comenzó a aceptar primero, y después a rei- vindicar, lo mismo que al principio había rechazado débilmente. Esta teoría ilusionó a muchos y sigue ilusionando a lectores que, en cuestio- nes religiosas, viven con medio siglo de retraso. Los racionalistas de última hora se ríen tanto como nosotros de esta poco seria y honrada interpretación de los textos, aunque al fin de cuentas vengan a coin- cidir en los resultados negativos tocantes a la divinidad de nuestro sSeñor Tesucristo.

C.7. SOMBRAS EN L\ LUZ

129

los profetas, habíase esfumado entre las adherencias de recio sabor carnal sobrepuestas m's tarde. La dorada pers- pectiva de un re no terreno, re no de prosperidades v de fuerza, con el brillo de un dominio universal, ¡se prestaba a fomentar la ilusión o la codicia de cualquiera que con la audacia, la temeridad o la inconsciencia suficientes, S2 hubiera prestado a hacer el juego a aquel estado enarde- cido de la opinión y de los espíritus. Brotes aislados de esta misma inquietud popular turbaron más tarde la paz bucólica de las campiñas galileas, para morir ahogados en sangre 6.

2) Prudencia de Jesús.

Jesús, sin duda, hubiera podido explotar las circuns- tancias. La resonancia de sus milagros, la elevación moral y la pureza de su doctrina, el prestigio de su vida y el encanto atrayente de su persona habíanle convertido en el blanco de todos los comentarios y en una especie de héroe del entusiasmo de las muchedumbres, dispuestas, a la menor insinuación, a seguirle sin reservas.

Mas un paso cualquiera en este sentido por parte de Jesús hubiera sido tanto como legitimar y dar alas a aque- lla orientación descaminada y falsa y condenar al fracaso su auténtica misión y los designios redentores del Padre celestial. Jesús, pues, hizo todo lo contrario de lo que afir- ma Renán, y lejos de dejarse envolver y desbordar por el entusiasmo de las turbas y de sus discípulos, hurtó el cuer- po, consciente de su papel y de la voluntad divina.

Y no contento con evitar aun el más leve pretexto, que hubiera contribuido a agravar la situación, con un alarde de paciencia sin ejemplo supo aprovechar todas las oca- siones, bien en público, bien en la intimidad de los suyos .no menos necesitados, en este punto, que las turbas , para corregir y retractar las ideas circulantes acerca del Mesías y para dar a conocer el perfil verdadero de su obra y de su reino.

6 En el libro de I05 Hechos (5,34-42) pone San Lucas en labios del famo°o Gamaliel, el maestro de San Pablo, el recuerdo de dos ca- becillas, Teodas y Judas Gal'leo, casos muy recientes ertonces. Flavio Josefo refiere hasta ocho levan amientos de este tipo, y tal vez el epi- sodio a que el mismo Jesú: se refiere (Le. 13,1-3), de ciertos galileos degollados por mandato de Pilato en el templo de Jerusalén, no sea ajeno a esta efervescencia patriót'co-re igiosa. (T. Castrillo, La Igle- sia en el Evangelio [Sevilla 1952] p.39-59).

Jesucristo Salvador

5

130

LA PERSONA DEL REDENTOR

3) La ¡ornada de las Parábolas.

La "jornada de las parábolas", de tan enorme tras- cendencia y de tan relevante fisonomía en el relato sinóp- tico 7, lo mismo que las prolijas instrucciones que a partir de aquella fecha consagró a sus discípulos, no reconocen otra causa.

Lo que Jesús temía y trataba de evitar a todo trance no era precisamente la publicidad de sus milagros y la di- vulgación de su doctrina y de sus reivindicaciones; al con- trario, él mismo había ordenado a sus apóstoles predicar a la luz del día y sobre las azoteas de las casas lo que él había enseñado de noche y en el secreto de la intimidad 8, y cuando el pontífice le pidió declaración sobre sus discí- pulos y su doctrina, Jesús pudo responder con toda exac- titud:

"Yo, públicamente, he hablado al mundo; yo siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, adonde concu- rren todos los judíos, y nada hablé en secreto. ¿Que me preguntas? Pregunta a los que han oído qué es lo que yo he hablado; ellos deben saber lo que les dije" 9.

4) Clara actitud de Jesús.

Ni tuvo miedo a que la credulidad popular sobrepasara el ámbito de sus afirmaciones en materia religiosa y en lo que tocaba a sus relaciones con el Padre; ni siquiera dió un paso atrás ante la reacción brutal de sus enemigos, como veíamos en el capítulo anterior. A lo que Jesús no quiso plegarse y con lo que jamás se avino a transigir fué con las consecuencias que de sus milagros y de sus pala- bras pudiera deducir la ideología torturada y contrahecha de sus contemporáneos.

A quienes soñaban con reino de grandezas terrenas, achatando y empequeñeciendo las inmensas proporciones del auténtico mesianismo y de su obra, pudo haberles con- testado Jesús, como a los hijos del Zebedeo: "No sabéis

7 Mt. 13.1-52. comparado con sus paralelos de Me. 4,1-40 y Le. 8.1- 15. Véase José María Bover. Problemas inherentes a la interpretación de la parábola del sembrador: Estudios Eclesiásticos, n.101 vol.26 (1952) p 169-173.

* Mt. 19.27.

lo. 18,20-21.

C.7. SOMBRAS EN LA LUZ

131

lo que pedís" 10. Nunca pretendió Jesús el aplauso y la adhesión ruidosa de la muchedumbre, cuanto m's ruidosa más efímera; buscaba su Í2: que creyeran en el Padre, de quien era Enviado, y en su misión, rubricada con milagros tan portentosos u.

A pesar de estas y otras precauciones, Jesús no pudo librarse de que los judíos le denunciasen ante la autoridad romana como amotinador del pueblo y rebelde al empera- dor. La malévola acusación vino, claro está, a estrellarse inexorablemente contra la evidencia de los hechos y la ni- tidez de su conducta, y Pilato hubo de rendirse a la defen- sa de Jesús, que, escudado en esos hechos, afirmó sin temor a que nada ni nadie fuera capaz de desmentirlo: "Mi reino no es de este mundo" 12.

¿Inferior al Padre?

Mas replicará por ventura algún lector de Renán Jesús, en el mismo cuarto evangelio, y precisamente en el ocaso de su vida, se declara inferior a su Padre celestial:

"Si me amaseis, os alegraríais sin duda de que vaya a mi Padre, porque es mayor que yo" 13.

No es nueva la objeción. El texto goza de extraordi- naria celebridad desde la época de las controversias ama- nas y de él se sirvieron los primeros heresiarcas que abrie- ron fuego contra la divinidad de Jesús, siglos antes que Renán y todos los críticos racionalistas.

En su tenor literal es por fortuna demasiado claro. Por fortuna hemos dicho, porque en esta misma claridad puede verse la prueba de que su alcance no perjudica ni atenúa las otras declaraciones de Jesús relativas a su igualdad con el Padre.

Hacia la solución.

Ni Jesús pudo contradecirse a mismo ni el autor del cuarto evangelio fué tan cegó que dejara pasar inadverti- do un desliz como éste. La Iglesia misma, que r:cibió el texto en su estado actual, tampoco tiene inconveniente en colocar con igual veneración al lado de las unas esta otra

10 Mt. 20.22: Me. 10,38. " lo. 6.26-29.

12 lo. 18.36.

13 lo. 14,38.

132

afirmación del divino Maestro. Por consiguiente, el sen- tido crítico más rudimentario aconseja inquirir la solución de la aparente antinomia, cuyos extremos, por lo que se acaba de indicar, deben ser por fuerza perfectamente con- ciliables.

La solución, que, como comprenderen los lectores, tam- poco es de hoy, tiene su raíz en el misterio mismo de la encarnación. Nadie menos sospechoso, por lo que a la di- vinidad de Jesucristo se refiere, que San Pablo. Esto lo saben bien y lo reconocen los racionalistas. Si en algo hay que buscar la nota más relevante de su cristología incom- parable, seguramente es en el aplomo y vigor con que afir- ma esta prerrogativa de Jesús, hasta el punto de que, a primera vista, podría juzgarse que el aspecto humano o lo desconoce o le interesa muy poco 14.

a) Habla San Pablo.

Es, a pesar de todo, San Pablo quien describe la en- carnación del Verbo en términos que, en crudeza si .no superan, igualan ciertamente a los del texto que estamos analizando.

En una fase previa de la encarnación, el Verbo apa- rece en la plenitud de su gloria, igual al Padre por su pro- pia condición y naturaleza; mas este resplandor de la di- vinidad se eclipsa por completo, hasta "aniquilarse" es el término, de una energía inusitada, que emplea el Apóstol tras el barro deleznable de la naturaleza humana con que se dejó ver en el mundo. Siendo Dios por naturaleza, ahora se muestra y lo es en realidad en estado de es- clavo, semejante en todo a los hombres 15.

El Apóstol compara dos estados de Cristo; el uno en

14 De hecho, esa acusación se ha lanzado alegre y ligeramente contra el Apóstol. Nada más parecido a la calumnia. Para proferirla en serio se necesita muy mala fe o confiar demasiado en la ignorancia de los lectores. Pero es la mejor prueba de que la divinidad de Jesús no ofrece la menor duda en los escritos paulinos.

16 Phil. 2 5-11. Es uno de los pasajes más bellos y más densos de la cristología de San Pablo. En riqueza dogmática, pocas páginas del Nuevo Testamento pueden equiparársele, sino es el prólogo del cuar- to evangelio. Por cierto que entre anbo: existe un paralelismo, no sólo de doctrina, sino redaccional. Sobre este pasaje de San Pablo y su valor dogmático nos remi irnos a nuestro estudio La Kcnosis de Cristo en la Teología de San Pablo, publicado en la extinguida re- vista de Barcelona Reseña Eclesiástica, enero-abril 1920.

C.7. SOMBRAS EN LA LUZ

su preexistencia divina y eterna, de perfecta igualdad con el Padre; el otro en su existencia temporal por la encar- nación, de manifiesta inferioridad por razón de su natu- raleza humana. Los destellos y la gloria de su divinidad permanecen, en el segundo, tan ocultos a los ojos de los hombres, que puede decirse, como lo dice San Pablo, que la "forma de Dios", más que desaparecer y esconderse, se ha desvanecido y anulado. Pero, téngase en cuenta, mo- mentáneamente nada más; pues tras la suprema humilla- ción de su muerte, y muerte de cruz, había de recobrar su estado primero y recibir aquel nombre que está sobre todo nombre, "para que al nombre de Jesús se doble toda ro- dilla de los moradores del cielo y de la tierra y del infier- no y toda lengua confiese que J sucristo es Señor a gloria de Dios Padre". ¿Qué hay aquí de extraño y contradicto- rio, capaz de escandalizar a uno que sepa medianamente el catecismo.

Pues bien, en nada difiere de éste el punto de mira del cuarto evangelio. A esta doctrina de San Pablo acudieron, para explicar la frase de Jesús que ha dado origen a la objeción, los Santos Padres griegos, singularmente San Cirilo de Alejandría, y entre los latinos, San Hilario y, al menos en parte, San Agustín.

No es necesario recurrir a la distinción, corriente entre los escritores occidentales, de la natural :za divina, en vir- tud de la cual Jesús es igual al Padre, y de la naturaleza humana, por la que es inferior, según la fórmula del Sím- bolo llamado Atanasiano: "Igual al Padre según la divi- nidad; inferior al Padre según la humanidad". No es ne- cesario, repito, semejante explicación por otra parte ver- dadera y ortodoxa , ni tal vez pueda sostenerse desde el punto de vista puramente exegético. San Juan, lo mismo que San Pablo, entabla la comparación, no entre natura- leza y naturaleza, sino entre estado y estado de Jesús.

b) El cuarto evangelio.

Los críticos más perspicaces que en nuestros días han estudiado el cuarto evangelio se han dado cuenta de que en él Jesús nunca habla ni como puro hombre ni como puro Dios, sino como Hombre-Dios. San Cirilo de Alejandría se les había adelantado en esta observación, acaso funda- mentalísima y decisiva para la inteligencia del libro de San Juan.

134

LA PERSONA DEL REDENTOR

Jesús es, conforme a la definición del propio evange- lista, "el Verbo hecho carne". Es una segunda manera de ser, de existir, del Verbo, diferente de aquella otra que se describe en las primeras frases del evangelio: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios". De esta grandeza ha descendido por la encar- nación, aceptando una situación inferior a la del Padre, que permanece en su gloria, y privándose, temporalmente también, "mientras puso su tienda entre nosotros" lVi, de los honores que, igualmente que al Padre, le eran debidos. Honores que recuperará después de la resurrección, cuan- do de nuevo haya entrado en posesión de su gloria al lado del Padre celestial.

Por esta razón debían alegrarse los suyos de que tor- nase al Padre, a compartir con Él aquel estado glorioso, al que habia renunciado, superior sin duda en excelencia y majestad al que tenía mientras vivió en la tierra.

El pensamiento de Jesús es transparente, y lejos de dar pie a una dificultad, viene a ser una derivación naturalísi- ma del hecho de la encarnación, tal como lo entiende y lo profesa la Iglesia católica 17.

"Los suyos no le recibieron";

a) Gravísima objeción.

Nos queda .una tercera dificultad, que puede formu- larse en estos términos: si la venida del Mesías, y sobre todo las circunstancias y características de su vida y de su obra, estaban tan puntualizadas en los vaticinios, y Je- sús es, como hemos demostrado, su realización histórica, ¿cómo explicar que el pueblo judío, celador, por una parte, de las profecías, y testigo, por otra, de los hechos y pala- bras de Jesús, no acertó a identificarle y, lo que es más grave todavía, lo rechazó por embaucador y blasfemo, pre- cisamente en nombre de la Ley y de las Escrituras?

La objeción es real, no hay por qué disimularlo, y, por

16 Ésta es la bellísima imagen de que se vale el evangelista que la Vulgata tradujo "y habitó entre nosotros" ; imagen que insinúa, por un lado, la realidad de la naturaleza humana de Jesús y su convi- vencia histórica con los hombre:, y por otro, lo breve y transitorio de este estado de abajamiento voluntario y misericordioso.

57 Véanse Lagrange, Evang, selon S. ]ean, p.395; Prat, Jésus Chríst, II p.296-297.

C.7. SOMBRAS EN LA LUZ

135

añadidura, muy antigua también; tan antigua como los primeros apologistas cristianos contra los judíos, comen- zando en el siglo n por el mártir San Justino. Y, hablando con más exactitud, tan vieja como los mismos evange- lios, hasta el extremo de que, para comprender totalmente el pensamiento de los evangelistas, es preciso tenerla en cuenta como elemento de juicio muy principal.

b) Tan antigua como los evangelios.

Porque los evangelios y el lector no debe olvidar este dato no son la historia o biografía completa de Jesús. Nacieron al calor de la catequesis oral, método primitivo e insubstituible, impuesto además por la naturaleza de las cosas y por orden expresa de Jesús 18, del que se valieron los apósto'es para propagar la religión cristiana y llevar a las almas la doctrina y la eficacia de la redención.

De aquí que el material histórico viene a ser en los evangelios como el armazón, el soporte de un pensamiento capital, en el que entran en juego un objetivo dogmático y un designio apologético, sin excluir, a veces, cierta in- tención polémica, más o menos visible. A este motivo obe- decen dos hechos: primero, el que los evangelistas se mues- tren menos interesados por los pormenores de cronología y por el encadenam'ento riguroso de los acontecimientos, y segundo, el que cada uno de los evangelios, no obstante ser un mismo el protagonista y el asunto, ofrecen su fiso- nomía peculiar, que le diferencia casi substancialmente de los otros. Conocer, pues, esta que pudiéramos llamar orien- tación primitiva de cada evangelio ha sido una de las preocupaciones más hondas de los intérpretes.

Mas, a pesar de este personalismo literario tan acusa- do, es lo cierto que, sea que lo intentasen de propósito, sea que lo impusiera la realidad objetiva de los hechos, se ad- vierte en los cuatro evangelistas una especie de obsesión por explicar y resolver la dificultad originada de la acti- tud del pueblo judío frente a Jesús, que ha dado pie a estas observaciones. Desde luego, esta preocupación no ofrece duda en los evangelios de San Mateo y San Juan; y res- pecto al último, hay que decir que la evidencia de este propósito, después de las "certeras y profundas intuicio-

18 Mt. 28,19-20; Me. 16,15-16.

136

LA PERSONA DEL REDENTOR

nes" del P.Olivieri, hi terminado por imponerse a la exe- gesis 19. Al estudiar el cuarto evangelio, nadie prescinde ya de este punto de vista, seguramente ni el único ni el principal, mas presente en el ánimo de San Juan.

c) En el evangelio de San Juan.

Ateniéndonos, pues, al cuarto evangelio, tratemos de averiguar su pensamiento acerca de esta enojosa cuestión.

El evangelio de San Juan, sin ser precisamente un dra- ma— contra la pretensión maliciosa de algunos racionalis- tas— , presenta ciertamente algunos caracteres dram' ticos. Todo él, puede decirse, gira en torno del tema, tan desta- cado en el prólogo, de la lucha entre la Luz y las tinie- blas 20. Pero esta lucha se desarrolla en el mundo interior de los espíritus, en el corazón de cada uno de los oyentes de Jesús.

Así se explica aquel interés constante de San Juan interés que no se manifiesta en los otros evangelistas por anotar, midiéndola y pesándola, la acogida que las palabras y los hechos de Jesús encuentran en los diversos sectores judíos; y esto es lo que con insistencia sistemática se complace en registrar en cada página y como remate de todos los episodios 21 .

A través de este registro y de las diversas etapas de

19 Así las califica el P. Bover (Estudios Bíblicos [1931] p.81-38), añadiendo: "con tal que no se den como exclusivas". El P.Olivieri expuso su teoría en carta al vez excesivamente famosa al P.La- grange, que se publicó en Revue. Biblique (1926) p 382-395. Según el docto benedie ino, San Juan se propuso en su evangelio, como San Pa- blo en lo: capítulos 9-11 de su Carta a los Romanos, resolver la for- midable objeción que contra el mesianismo de Jesús resulta de la re- probación del pueblo judío. La amplitud v el tono exclusivista del P.OÜvieri los rechazan de común acuerdo casi todos los exposi ores. Mucho menos admisibles son los argumentos de crítica textual en los que se preten^p cime^tpr su 'eoría. De todo ello el P.Lagrange sólo recogió la célebre opinión que no es original del P.Olivieri sobre la invers ón ce los capítulo;; 5 y 6 del cuarto evangelio, a la que el insigne domin'co dió, puede decirse, carta de naturaleza en el ca^po de la crítica, si bien muchos contemporáneos la oponen cerrada resistencia, apoyados en una base difícilmente conmovióle, cual es la unanimidad, sin excepción, de los documentos y códices en los que la pretendida inversión, en cuanto a la colocación de los dos famosos ca- píti^os. no ha dejado el menor ra^ro.

80 lo. 1,4-5.

21 lo. 2,11-23; 4,41-42; 5,16-18; 6,41,61.67.69; y así en otras cien ocasiones.

C.7. SOMBRAS EN LA LUZ

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la lucha, hay algo que, a medida que avanza el evangelio, va perfilándose con más terminante y terribh verdad, a saber: la obstinación implacable de los judíos, su volun- taria y culpable ceguera, mayor cuanto más deslumbrantes van siendo los destellos de la Luz.

Se vislumbra La solución»

Pues bien, en esta doble trayectoria de la Luz y de las tinieblas, magistralmente esbozada por el evangelista, des- cúbrese a flor de tierra uno de los datos capitales que en- tran en juego en la solución de la dificultad. Jesús, por su parte, agota todos los recursos, los más poderosos, de su sabiduría, de su omnipotencia y de su misericordia para persuadir su identidad, fácilmente contrastable, con el Me- sías de los vaticinios y con el "Esperado" de Israel. Pero es sabido que la verdad, por luminosa que sea, siempre esta pendiente de la libre aceptación de los hombres. Y cuando el hombre se empeña en cerrar los ojos al sol, trueca en noche cerrada las mayores claridades del día. No es, pues, defecto de culpa de la Luz; es un caso de perversidad por parte de los judíos.

San Juan aborda el problema.

A este precioso elemento de juicio, difuso en todo el evangelio, San Juan añade otros, que acaban de esclarecer el problema. Al final de la primera parte de su libro, el evangelista afronta de cara y paladinamente esta objeción en un pasaje celebérrimo, erizado de dificultades, que ha dado mucho que hacer a todos los expositores, acaso más de lo justo, por no haber tenido en cuenta el propósito del evangelista 22.

22 lo. 12,37-43. Dice el evangelista: "Aunque había hecho tan gran- des milagros en medio de ellos, no creían en él, para que se cumpliese la sentencia ¿el profeta Isaías, que dice: "Señor, ¿quién prestó fe a nuestro mensaje?, y el brazo del Señor, ¿a quién se ha revelado? Por ecto no pud:*eron creer, porque también había dicho Isaías: "El ha cegado sus ojos y endurecido su corazón, no sea que con sus ojos vean, con su corazón entiendan y se convierlan y los snne." Esto dijo Isaías porque vo su gloria y habló de Él. Sin errbargo, aun muchos de los jefes creyeron en Él, pero por causa de los fariseo: no lo con- fesaban, temiendo ser excluidos de la sinagoga, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios." Indudablemente, la ce-

138

LA PERSONA DEL REDENTOR

He aquí en pocas palabras el pensamiento del evange- lista y su terminante solución de la dificultad que nos ocupa.

a) Ni fracaso ni sorpresa.

En primer lugar, una cosa hay clara e indudable: que el fracaso de los milagros de Jesús entre los judíos no constituye una sorpresa y mucho menos un fracaso de los planes de Dios, pues, al contrario, estaba previsto, como lo demuestran los textos de Isaías alegados por el evan- gelista.

b) "No podían creer".

En segundo lugar y aquí está la razón de la previ- sión divina, que, como dice San Agustín, no hace ni im- pone las cosas, sino que las predice , dada la disposición de ánimo en que se habían situado los judíos, realmente no podían creer ni estaban en condiciones de aprovecharse de los milagros y de las palabras de Jesús.

gunda cita de Isaías recul a para nosotros de una crudeza desconcer- tante, pues la ceguera y el endurecimiento de los judíos se presentan como efecto directo de la voluntad divina. Mas, como advierte el P. Candamín en su magnífico Comentario a Isaías, es preciso no per- der de vista la mentalidad semita y la inc'ole de la lengua hebrea. La concepción semita no tiene apenas en cuenta las llamadas causas se- gandas o creadas, y acos umbra a atribuir directamente y sin interme- diarios a Dios todos los acontecimientos, aun los libres. Este defecto de psicología se refleja naturalmente en la misma lengua, que tampoco sabe expresar las diversas tonalidades y matices de la causa, idad. Para entendernos, concretemos las cosas. Existe un sentido estricta- mente causal, y así justificar a uno es hacerle o declararle justo. Hay otro sentido permisivo, como cuando decimos: "hacer vivir a uno", que puede significar simplemente dejarle vivir, cuando se podía quitar la vida. Y hay, intermedio entre ambos, otro tercer sentido, que pu- diera decirse ocasional, por ejemplo: la predicación de Isaías cemo después la de Jesús , supuesta la mala disposición de los oyentes, fué la ocasión de la ceguera de éstos. Pues bien, todos estos sentidos se expresan en hebreo por la misma forma verbal. Y, naturalmen e, lo que Dios permite, cuando lo ha previsto y ha podido evitarlo, es, según esta extraña ideología, como si Él mismo lo hiciera. Véase Lagrange, Evang. selon S. Jcan, p. 339-344. Esta dureza la evitó la versión griega de los Setenta, que es a la que se atiene en este caso San Mateo (13,14-15), y a la que se atuvo San Lucas en el libro de los Hechos (28,26-27), donde San Pablo se enfrenta con el mismo pro- blema, para resolverlo en idéntico sentido que San Juan.

C.7. SOMBRAS EN LA LUZ

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¿Qué disposición era ésta? San Juan no ha creído ne- cesario insistir aquí sobre ella, ya que en los cuadros pre- cedentes se había puesto de relieve, hasta lograr una evi- dencia histórica impresionante.

A juzgar por los altercados que sostienen con Jesús 23, se ve que los dirigentes judíos han tomado el partido irre- ductible de atenerse a la Ley, pero sin admitir una inter- pretación de ella que no fuera la suya. Encasillados en esta posición, como en últ:mo reducto, y pagados de sus pro- pias luces, llegan a una consecuencia obvia y nada extra- ña: negarse rotundamente a contrastar y comprobar los milagros de Jesús y si el joven Maestro de Galilea es o no un enviado de Dios, y rechazar a priori, como innovación y blasfemia, cualquier otro modo de entender y explicar la Sagrada Escritura, más atentos al vano renombre de las escu-las rabínicas y a la honrilla de ser tenidos como maestros, que a la gloria de Dios 24.

Así no podía creerse en Jesús. Al contrario, cuanto más se prodigaba la Luz, tanto más agravaban ellos su ceguera. Nada de esto se escapó a la previsión divina, a la que, hablando a nuestro modo, el caso planteaba el siguiente dilema: o renunciar a la redención del mundo, o consen- tir el endurecimiento de los judíos, causa de su repro- bación.

¿Renunciaría Dios a lo primero? No lo quiso así, por suerte nuestra; lo que equivalía a permitir lo segundo, con- forme a los vaticinios de los profetas.

"Nuestros archiveros"*

Quedáronse, pues, los judíos con sus Escrituras, con sus profecías, mas en adelante vacías para ellos de sentido por no haber aceptado a Aquel de quien hablaban las Es- crituras y los profetas. Hondísimo misterio, que motivó aquella ingeniosa frase de San Agustín: "El judío tiene el libro para que lea el cristiano...; ellos son nuestros ar- chiveros". Porque con los libros y documentos, que nos-

23 lo. 7,11-31; 8.12-59: 10.22-39.

24 Así lo afirma expresamente San Juan en este pasaje, recogiendo un pensamiento de Jesucristo: "¿Cómo vais a poder creer vosotros, que os ensalzáis los unos a los otros, y en cambio no buscáis la gloria que viene de sólo Dios?" (5,44).

140

LA PERSONA DEL REDENTOR

otros no hemos escrito ni hemos adaptado, falsificándolos, a los acontecimientos, podemos demostrar que Jesús es el objeto histórico y real de los vaticinios, y que, según un pensamiento de San Pedro 25t la Salud y la redención, obra de Jesús, fueron el bello horizonte que, a distancia de siglos, escudriñaron afanosamente los profetas.

* 1 Pet. 1.10.

CAPITULO VIII

"Creed en mis obras"*

El análisis del capítulo 6 pudiera aplicarse a muchas otras declaraciones de Jesús que giran en torno de su misión y de su persona, y que desembocan, como otros ta.ntos arroyuelos, en el dogma de su divin;dad. Y pudiera del mismo modo extenderse a los documentos apostólicos, en especial a los escritos de San Pablo, de un caudal cris- tológico inagotable.

Mas preferimos detenernos aquí, contentos con haber estudiado el pensamiento de Jesús, si no con toda la am- plitud que exigiría un trabajo de especialización, por lo menos creemos haberlo logrado con la diafanidad y di- ligencia suficientes para ilustrar y robustecer la fe de los lectores a quienes el libro s? dirige.

La palabra de Jesús es palabra viva y más penetrante que espada de dos filos, según la enérgica frase de San Pablo, y aun a ^sta distancia de siglos sigue ejerciendo sobre las almas de buena voluntad que se ponen en con- tacto con ella a través de los evangelios, aquel suave e ín- timo atractivo, aquel influjo irresistible, al que ni sus pro- pios enemigos de entonces y de ahora han podido substraer- se del todo.

Jesús, pues, recabó para si la dignidad soberana de Hijo de Dios; es como el Padre, e igual a Él, en poder y en na- turaleza. Todos los esfuerzos de la crítica racionalista ten- drán fatalmente que estrellarse contra estas rotundas afir- maciones de Jesús, cuyo sentido no hay ma,nera de eludir y cuva autenticidad no puede rechazarse sino de espaldas a la Historia.

El contraste de las obras*

Naturalmente, estas gravísimas pretensiones de Jesús, que entrañaban una profunda revolución en el orden reli- gioso, debían sujetarse al contraste de una prueba y ofre- cerse respaldadas por argumentos irrebatibles, sello y ga- rantía de su credibilidad.

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LA PERSONA DEL REDENTOR

También nosotros, lo mismo que sus contemporáneos, cuando Jesús nos pide el rendimiento absoluto de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad a su palabra, tenemos derecho a preguntarle: "Pero ¿qué señales nos das para que te creamos? ¿Cuáles son tus obras?" 1

La respuesta de Jesús va a ser el objeto del presente capítulo, complemento obligado de los anteriores.

a) Doble testimonio.

Jesús no regateó nunca este derecho. Su caso, es ver- dad, rebasaba la órbita de todas las leyes humanas, y en rigor caía fuera de aquel principio jurídico, tantas veces invocado por sus adversarios, de que nadie es testigo en su propia causa.

La circunstancia de su testimonio y de la condición excepcional de su persona, bien ponderadas y comprendi- das, le colocaban al abrigo de toda sospecha y aseguraban su veracidad aun en la hipótesis más desfavorable, formu- lada en estos términos por sus enenrgos: "Tú de ti mismo atestiguas; tu testimonio no es verdadero" 2.

Si ellos hubieran reparado en que Jesús no buscaba su propia gloria, sino la del Padre, que le había enviado 3, y afilando la mirada hubiesen escudriñado con un poco de buena voluntad el misterio, a cuyos bordes se había dig- nado llevarles en tantas ocasiones 4, hubieran, s'n duda, valorado la calidad y la fuerza perentoria de un testimonio que. como irradiación de la Verdad y de la Luz, no ne- cesitaba otra garantía que su propia luminosidad.

Pero habituado Jesús a condescender con otras exigen- cias y prejuicios de la miopía humana, lo hizo una vez más adelantándose a la perversidad de los judíos y aceptando voluntariamente una situación que, según acabamos de in- dicar, no era la suya.

"Si yo diera testimonio de mismo, mi testimonio no sería verídico" 5.

Había quien atestiguaba acerca de él. En primer tér- mino, Juan Bautista, cuyas terminantes declaraciones ellos

1 lo. 6.30.

9 lo. 8.13.

3 lo. 7.18.

* lo. 8.14.

B lo. 5,31.

C.8. «CREED EN MIS OBRAS»

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no ignoraban, por más que Jesús, sin desdeñar por esto la excelencia de los servicios de su precursor, no tenía por qué apelar al testimonio de los hombres 6. Y sobre el Bau- tista 7 y sobre todos, su Padre celestial. Si, pues, la Ley sancionaba como digna de crédito la declaración concor- dante de dos testigos 8, Jesús pudo afirmar en un tono de triunfo que desconcertó a sus adversarios:

"Porque no estoy selo, sino yo y el Padre, que me ha enviado. Y en vuestra Ley está escrito que el testi- monio de dos es verdadero. Yo soy el que da testimo- nio de mismo, y el Padre, que me ha enviado, da tes- timonio de mí" 9.

Jesús hubiera podido apelar también a otro testimonio: al de aquellos espíritus impuros que a gritos le habían pro- clamado "el Santo y el Hijo de Dios" 10; pero estas decla- raciones, ni espontáneas ni sinceras, arrancadas por el odio y por la desesperación, Jesús las tuvo siempre por espúreas.

Para él, el único testimonio autentico e inapreciable era el de sus propias obras y el del Padre celestial.

b) Testimonio del Padre: 1 ) Las Escrituras.

Y bien: ¿cuál fué este testimonio del Padre? La tradi- ción sinóptica recogió dos episodios de la vida de Cristo: el bautismo y la transfiguración, que cualquiera se sentiría tentado a identificar o relacionar, cuando menos, con ese testimonio del Padre invocado por Jesús.

En ambos, efectivamente, dejóse oír una voz del cielo, que refiriéndose a Jesús, protagonista de la escena, decla- raba: "Éste es mi Hijo muy amado, en el quz tengo mis complacencias" u.

lo. 5.32-35.

7 lo. 5.36.

8 lo. 8.16.-17. Véase Deut. 17,6; 19,15.

9 lo. 8.16-18.

10 Me. 1.24: 3.12; 5.7.

" El episodio del bautismo de ]csúz cuéntalo Mt. 3,13-17; Me. 1.9- 11; Le. 3,21-22. El relato substancialmente es el mismo, si bien ofrece variantes de redacción bas ante notables. Según San Mateo y San Mar- cos, es el propio Jesús quien vió bajar sobre la paloma, aunque ciertamente esto no es negar que otros la vieran. San Lucas emplea una fórmula menos restrictiva. Por confesión del Bautista, que recoge

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LA PERSONA DEL REDENTOR

Pero es casi seguro que a ninguno de estos casos ha- cen alusión las palabras de Jesús. La transfiguración no tuvo otros testigos que Pedro y los dos hijos del Zebedeo; y el Maestro se encargó de cerrarles la boca para que no la divulgasen ni aun entre el grupo de los discípulos. Y en cuanto al baut'smo, todo induce a pensar que, exceptuan- do el Precursor, nadie se dió cuenta de la paloma y de la voz misteriosa. Al menos en el transcurso del evangelio se siente la impresión de que el único beneficiario del pro- digio fué el Bautista.

Sea de esto lo que se quiera, la verdad es que la pri- mera apelación de Jesús al testimonio del Padre se lee en un cointexto que parece delimitar claramente su contenido y su alcance verdaderos.

Claro es que en último término, como luego se dirá, las mismas obras de Cristo, y en especial sus milagros, re- vist n este carácter de sello divino, y, en consecuencia, de testimonio que el Padre da públicamente de su Hijo, ga- rantizando su misión y su doctrina. Mas indudablemente, sin excluir nada de esto, Jesús, al invocar el testimonio del Padre, parece tener fijo su pensamiento en otra parte, a saber: en las Sagradas Escrituras, que desde Moisés a los profetas no hacen otra cosa que testificar a su favor.

Por esto, como completando su idea y orientando a los oyentes, dice Jesús:

"Y el Padre, que me ha enviado, ése da testimonio de mí. Vosotros no habéis o'do jamás su voz, ni habéis visto su semblante, ni tenéis su palabra en vosotros, por- que no habéis cre'do en aquel que Él ha enviado. Escu- driñad las Escrituras, ya que en ellas creéis tener la vida eterna, pues ellas dan testimonio de mí."

el cuarto evangelio (1,32-34), sabemos que él también vió la paloma, y hasta parece insinuarse que el ex raño prodigio no tuvo otro motivo que facili ar al Precursor la identificación y el reconocimiento de Je- sús, y, por tanto, que sólo él, aparte de Jesús, se dió cuenta del mila- gro. Entre los comentaristas, sin embargo, es corriente extender a al- gunos más de los espectadores el beneficio de esta manifestación ce- lestial. Pero indudablem nte esta exegcsis desborda los textos. Algunos creen encontrar un apoyo en la conducta de aquellos discípulos de Je^ús que, cuarenta d'as después, siguieron sin titubeos a Jesús; pero jes que no pudieren haber conocido al Maestro por los informes del Bautista? En cuanto a las palabras del Padre, según San Marcos y San Lucas, se dirigen drectamente a Jesús: "Tú eres mi H'jo..." El segundo ep:sodio lo refieren, como es sabido, los tres sinóptico:. En esta ocasión las palabras del Padre se completan con esta significativa invitación: "oídle".

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Y para sellar la identificación de este doble testimonio el del Padre y el de las Escrituras , termina con esta significativa amenaza, en la que de nuevo aparecen el Pa- dre y, como cifra de todas las Escrituras, Moisés:

"No penséis que vaya yo a acusaros ante mi Padre; hay otro que os acusará, Moisés, en quien vosotros te- néis pues' a la esperanza. Porque si creyerais en Moi- sés, creeríais en mí, pues de escribió él" 12.

En capítulos anteriores expusimos con la debida am- plitud este formidable testimonio.

2) El sello divino de las obras.

Sin embargo, cabe preguntar: ¿Bastaba de por este testimonio, que el Padre había dado mediante las Escri- turas, para justificar sin otros argumentes las gravísimas y trascendentales pretensiones de Jesús? Indicado queda que no.

Si es vei-dad que ciertas circunstancias externas a su persona, como su descendencia davídica, su concepción virginal, su nacimiento en Belén, vaticinadas por los pro- fetas, de hecho concurrían en él, no lo es menos que éstas constituían para sus contemporáneos un arcano. Forzosa- mente el testimonio del Padre exigía la prueba complemen- taria que acreditara su cumplida realización histórica en el Rabino de Nazaret.

Al árbol se le conoce por sus frutos, y al hombre por sus obras, había dicho Jesús 13, recordando un adagio vul- gar. Y de esta ley universal no se exceptuó a mismo. He aquí por qué Jesús, en los momentos más culminantes de sus controversias con los judíos, apela en última instan- cia a la prueba irrecusable de sus obras. Ellas dirán si es o no el Enviado del Padre.

"Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, porque las obras que mi Padre me dió a hacer, esas

12 lo. 5,37-47. A pesar de lo obscuro que resulta la ilación de las primeras palabras: "Y el Padre que me ha enviado, ése da testimonio de mí", con las siguientes: "vosotros no habéis oído jamás su voz...", es innegable, por otra parte, que el recurso a las Escrituran no es in- depend'ente del teo.imoniQ del Padre.

13 Mt. 7,15-20.

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LA PERSONA DEL REDENTOR

obras que yo hago, dan en favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado" 14.

Y en otra ocasión:

"las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan tes- timonio de mi",

e insistiendo:

"Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creáis a nr. creed a las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mi y yo estoy en el Padre" 13.

3) Amplitud del término "mis obras".

¿Qué obras son éstas? El término, en labios de Jesús, tiene un senado vasto y profundo. Sus obras, es decir, to- das las manifestaciones de su vida, el coniunto maravilloso de sus virtudes, el prodigio de su santidad incomparable, la sublime novedad de sus ideas religiosas, la fuerza y ele- vación de su doctrina moral, la profusión y claridad de sus milagros. Todo era en él como un divino resplandor, como un perfume celestial, que denunciaba un misterio, un algo de Dios, tras la suprema llaneza, humildad y sencillez de aquel joven Maestro, sin pretensiones humanas: tan pobre, que pudiera envidiar a las alimañas y a las avecillas del campo, dueñas de sus madrigueras y de sus nidos, mien- tras él no tenía ni dónde reclinar su cabeza 16.

Este raro contraste entre aquella pequeñez de las apa- riencias y la grandeza de unas obras que rebasaban el ni- vel de todo lo conocido hasta entonces, renovando con creces entre el pueblo judío los días gloriosos de Moisés y de los profetas, orgullo de sus tradiciones nac'onales, ¿no era prueba de que "el dedo de Dios estaba allí"? ¿No invitaba cuando menos a aquella prudente actitud, que en cierta ocasión aconsejó Nicodemus. de oír a Jesús y exa- minar en serio su doctrina y su conducta antes de conde- narle con tan insigne ligereza? 17

De haber procedido así, no sólo hubieran visto en Jesús

14 lo. 5.36.

15 lo. 10,25 y 37-38.

16 Mt. 8,20.

17 lo. 7,50-51.

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el Enviado del Padre, s:'no, al situarse por este primer paso en medio de la Luz, hubieran llegado gradualmente al to- tal conocimiento del misterio, que, en frase de San Pablo, "Dios hsbía predestinado antes de los siglos para gloria nuestra" 18.

Mas lo que ellos no quisieron hacer, hagámoslo nos- otros, analizando hasta qué punto y en qué medida las obras de Jesús nos revelan su verdadera condición de Hijo de Dios y de igualdad con el Padre en poder y en natu- raleza, o, lo que es lo mismo, su divinidad, tal como Él mismo la proclamó, la predicaran los apóstoles y la Igle- sia católica, desde su cuna, profesó y seguirá profesando hasta el fin de los tiempos.

4) Principio fundamental.

Es principio de filosofía, de experiencia y de sentido común que el obrar sigue al ser. Cada ser, cada natura- leza, tiene su modo de obrar peculiar y característico, que lo define y manifiesta. El obrar no es ciertamente el ser, pero es, como si dijéramos, la autorrevelación del ser. Nos- otros, tan a obscuras a pesar de los avances de la cien- cia— en lo que se refiere a la íntima constitución de los seres, de las esencias de las cosas tenemos que orientarnos atendiendo a sus reacciones, a sus propiedades, a su acti- vidad, a sus obras en una palabra. Es lo que mejor y casi lo único que conocemos, y de lo que nos dejamos guiar confiadamente, seguros de no equivocarnos en las deduc- ciones.

¿Habrá quien se atreva a poner en duda, en nombre de la ciencia, la verdad de esta ecuación: obrar como hom- bres es ser hombre; obrar como Dios es ser Dios? Ahora bien: ¿obró Jesús como Dios? Éste es el problema, que Él mismo planteó al apelar al testimonio de sus obras, y para cuva solución nos ofrecen numerosísimos datos los evan- gelios.

M 1 Cor. 2,7.

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Obras de Jesús:

a) Perdona los pecados.

Un día, estando Jesús en Cafarnaún, presentósele un paral tico en su camilla para que le curase. Jesús dijo al tullido: "Hijo, ten confianza; perdonados te son tus pe- cados".

Sorprende esta salida del Señor, ajena a la situación y a la súplica de aquellos hombres llenos de fe en el tauma- turgo; pero sorprendió mucho más a ciertos escribas, tes- tigos de la escena, no la desviación aparente de Jesús, sino el tono y, más que nada, la audacia increíble de sus pa- labras.

Corrían los primeres meses de la vida pública y estaba en su apogeo el entusiasmo de la muchedumbre. La oca- sión no era propicia para exteriorizar una protesta, que nadie sabe en qué hubiera terminado. Por eso los escri- bas se limitaron, allá en sus corazones, a tildar de blas- femia aquella extraña afirmación; porque "¿quién podía perdonar los pecados sino sólo Dios?"

En medio de aquel silencio profundo, que la emoción del momento, la expectación del suceso y el giro inespe- rado de las palabras de Jesús hacían más profundo toda- vía, dirlase que los pensamientos de los escribas, traicio- nando su secreto, latían en la estancia al compás de los corazones. Nueva sorpresa para los espectadores y nuevo alarde de poder superior y misterioso por parte de Jesús.

Se imagina uno el espanto y la turbación de los escri- bas al sentirse descubiertos por la mirada de aquel hom- bre, que penetraba en los corazones como en la transpa- rencia de un lago tranquilo. "/Por qué pens'is dentro de vosotros semejantes cosas?" No es que Jesús condene la lógica del raciocinio. Sólo el ofendido está autorizado para perdonar el agravio. Es un derecho personal, en el que los demás no pueden entrometerse sin atropellado. El pecado es ofensa de Dios, y nadie más que Dios puede otorgar su perdón. En esto no se equivocaban ciertamente. Ade- más, como buenos rabinos, no hacían más que formular una doctrina mil veces repetida en la Escritura. Jesús, pues, acepta la t:sis, convirtiéndola en premisa de una demos- tración, cuya consecuencia debían deducir ellos mismos si querían proceder con lógica y con nobleza.

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Sin retirar ni una letra de su primera afirmación, mo- ti/o del escándalo, Jesús, arguyendo implacable a sus ene- migos, les dice:

"¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdo- nados, o decir: Levántate y anda? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra poder de perdcnar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a casa. Y, levantándose, fuese a su casa" 19.

La verdad dz un hecho inaccesible a los sentidos y, por lo tanto, incomprobable, se hacía en cierto modo sensible y quedaba suficientemente garantizado por la evidencia del milagro, que tuvo por testigo a toda la ciudad de Cafar- naún. ¿Por qué la palabra de Jesús, eficaz en un caso y allí estaba la prueba experimental , no iba a serlo igual- mente e.n el otro? ¿Quién era, por tanto, aquel que hasta perdonaba los pecados? 20 El mismo que en la noche del domingo de resurrección había de decir a sus discípulos:

"Como me envió mi Padre, así os envío yo. Y di- ciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" 21.

b) Para Jesús no hay secretos.

En el episodio que acabamos de examinar hemos lla- mado la atención sobre el dato, muy subrayado por los tres sinópticos, de que a Jesús no se le ocultaron los ínti- mos y secretos pensamientos de sus enemigos. Y es pre- ciso volver sobre él.

19 Mt. 9,1; Me. 2,1-12; Le. 5,17-26. El relajo de San Mateo, ceñido a lo substancial del hecho, omite algunas circunstancias pintorescas, que, como de costumbre, recogen los de San Marcos y San Lucas. Así, por ejemplo, el da o de que el tullido hubo de ser descolgado por un hueco abierto en la techumbre de la casa por motivo de la aglomeración de gente, rasgo que pon' de relieve la gran fe de aque- llos hombres, tan ponderada por loo tres evangelistas. Tampoco ce lee en Mateo el raciocinio en que se apoyan los escribas, fundamental, como acabamos de ver. San Lucas añade que además de los escribas asistían algunos fari:eos, procedentes los unos y los otros de todos Ice lugares de Galilea y Judea y hasta de Jerusalén. Son los espías que encontramos siempre al lado de Jesús y que le seguían como su sombra.

20 Le. 7,49.

M lo. 20,21-23.

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San Pablo, en un pasaje de indudable interés trinitario, hace esta pregunta, que es un postulado de psicología y del sentir universal: "¿Quién de entre los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?" ^

Por muchos indicios que creamos poseer y por muy claras que nos parezcan las intenciones humanas, los pen- samientos, los verdaderos deseos del corazón, el proceso de nuestras determinaciones, las vicisitudes y alternativas de nuestro libre albedrío, siempre serán un arcano impe- netrable. Al recinto cercado de nuestra vida interior no tienen acceso la curiosidad ni la perspicacia ajenas. Tanto saben los denrs cuanto nosotros queremos comunicarles. Sin embargo, lo que es un secreto para los hombres, no lo es para Dios. "Todas las cosas están desnudas y paten- tes a sus ojos", dice el autor de la Carta a los Hebreos 23 y es tema muy corriente en los libros sagrados.

La Teología relaciona estos textos y esta verdad in- concusa con el dogma de la inmensidad de la omnipoten- cia divina. Pero conviene reparar en un aspecto intere- santísimo de la cuestión.

Tal como se presentan en la Sagrada Escritura esta presencia de Dios en todas las cosas y esta desnudez y transparencia de todos los seres, singularmente de las con- ciencias y de los corazones, respecto de Dios, revisten el carácter de verdadero atributo divino. Es algo tan propio de Dios, tan peculiar de su esencia perfectísima, que na- die, fuera de Él, podrá gloriarse de semejante prerrogativa.

Para Jesús, ya lo hemos dicho, los corazones eran como un libro abierto. De su mirada pudiéramos decir lo que San Pabío de la palabra de Dios: que, más cortante que espada de dos filos, llegaba hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y hasta la medula del alma, discerniendo los pensamientos 24. Y esto de manera tan habitual, tan sin afectación y sin esfuerzo, como de quien lo posee por condición y por naturaleza. Nada se le ocultaba, ni aun las más escondidas intenciones; esas que con frecuencia a nosotros mismos se nos pasan inadver- tidas.

Los evangelistas recogen con significativa insistencia

22 1 Cor. 2,11.

23 Heb. 4.13.

24 Heb. 4,12.

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hechos de esta índole, que ponen de manifiesto este poder sobrehumano de Jesús. Es inútil disimular afectando un celoso interés por el prestigio de la lew v de la virtud, como en el caso de la adúltera2"', o pretender envolver á Jesús en la red de la adulación, con palabras que suenan a respeto y adhesión, como en el episodio del tributo de- bido al César 2Ü; porque a Jesús no hay modo de enga- ñarle o sorprenderle.

Por esta causa sus invectivas, sus apostrofes, van dere- chos a la conciencia y al corazón de sus interlocutores, poniendo siempre, como suele decirse, el dedo en la llaga y dejándolos al descubierto, con lo que quedaban desar- mados o sin palabras para contestar, o en la rabia de la impotencia revolvíanse airados e insolentes, como serpiente pisada en el camino. El caso de Judas, sorprendido y des- cubierto por el Maestro en sus secretas maquinaciones, se ve que produjo en lo's evangelistas hondísima e imborrable impresión 27.

c) Legisla como Dios.

Otra de las cosas que más llama la atención en Jesús y que hubo de causar enorme extrañeza en sus oyentes, como lo anotan expresamente San Mateo y San Marcos 2á,

28 lo. 8.1-11.

26 Mt. 21.15-22; Me. 12-17; Le. 20-26. Los íres evangelizas subra- yan fuertemente la intención dolosa y las frases de halago de los comisionados judíos y la penetración de Jesús. En cuanto al primer rasgo, San Lucas es el más expresivo: '"Y quedándose al acecho, en- viaron espías, que ce presentaron como varones justos para cogerle en algo, de manera que pudieran entregarle a la autoridad y poder del gobernador." ¡Con qué habilidad y con qué sabiduría desbarató Jesús una trama al parecer tan bien urdida! Los tres sinópticos, a una también, recogen la impresión de asombro y de admiración que en los mismos espías produjo la serena y profunda respuesta de Jesús.

" Mt. 26.21-25; Me. 14.18-21; Le. 22.21-23; lo. 13.21-30. San Juan, que guardaba acerca de este punto recuerdos personales, alude a él muchas veces, no sin amarga tristeza. Sin duda d recuerdo de Jesús estaba muy presente en su alma cuando escribió estas misteriosas y en rijtecidas palabras: "En el tiempo en que estuvo en Jerusalén por la fie;ta de la Pascua, creyeron muchos en su nombre viendo los mi- lagros que hacía. Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los cono- cía a todos y porque no tenia necesidad de que nadie diese testimonio del hombre, pues Él conocía lo que en el hombre había" (lo. 2,23-25).

88 Mt. 7,29; Me. 1,22.

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es el taño de autoridad con que propone su doctrina, com- pletando y perfeccionando la Ley.

Jesús no es un rabino más, ni siqu:era un jefe de es- cuela al estilo de Hillel y Schammai. Jesús rompe con la manera tradicional por otra parte la única posible y ra- zonable— de los maestros e intérpretes de la Ley entre los judíos, para quienes la letra legal era intangible, y cuya incumbencia, cuando más. se extendía simplemente o a dis- cutir los textos obscuros o a resolver a la luz de los pre- ceptos la complicada y fastidiosa casuística de una infan- tilidad que hace sonreír que la vida, la sutileza y el amor propio de las diversas escuelas planteaban.

En el sermón de la Montaña 29 sorprende aquella por- fiada y sistemática contraposición entre esta fórmula de citación de la Ley: "Habéis oído que se dijo a los anti- guos", y esta otra, de la que se vale Jesús para enunciar su pensamiento sobre cada uno de los preceptos comen- tados: "Yo, en cambio, os digo" 30. Contraposición que, ciertamente, no enfrenta a Jesús, como innovador, con la Ley33, pues había comenzado por asegurar "que no había venido a anular la Ley, sino a darla su total cumplimien- to" 32; pero a lo menos le sitúa, respecto de ella, en un plano de igualdad, y esto en un tiempo en que entre los rabinos se había llegado casi a la divinización de la Ley, a la que hasta cierto punto se imaginaban estar sometido y supe- ditado el mismo Dios 33.

Igualarse, pues, de esta suerte con la Ley, atreviéndose al fin y al cabo a modificarla modificar es ampliar autori- tariamente el ámbito textual , equivale no sólo a colocarse por encima de Moisés, sino a compararse con el mismo

29 Mt. 5,1-7.29.

30 Hasta seis veces aparece esta fórmula doble en el capítulo 5 de San Mateo. Cuando Jesús se dirige a las turbas, que no leían las Escrituras, sino que las o'an leer y comentar los sábados en las sina- gogas, dice: "habéis oído".

31 En este sentido parecen interpretar maliciosamen'e la fórmula de JesÚ3 aquellos escribas y fariseos, a que se refiere San Juan (8,1-11) en el episodio de la adúltera: "En la Ley ordenó Moisés que la ape- dreásemos. Y tú, ¿qué dices?"

32 Mt. 5,17.

33 Extraña encontrarse con esta pregunta en boca de un rabino: "¿Si D:os observa el sábado la Ley?" Pero asombra y provoca risa leer algunas tradiciones de los viejos maestros, como esta: el día tiene doce horas, tres de las cuales son consagradas por Dios al estudio de la Tora. Véanse otros ejemplos todavía más peregrinos citados por Grandmaison, Jesucristo, p.397 nota3.

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Dios, autor de la Tora. Desde este punto de vista, la fór- mula de Jesús: "Y yo, en cambio, os digo", r:sulta de un alto valor apologético.

Es ci rto que esta misma fórmula se encuentra en labios de los doctores y maestros de la Ley; pero nunca en con- traposición a la letra legal; al contrario, apoyándose en ella como en base intangible34.

Debe añadirse a esto ese aire de absoluta independen- cia, con relación a la Escritura, adoptado por Jesús, que viene a reforzar su posición en este punto. Jesús, efectiva- mente, no invoca en su favor autoridad alguna de la Es- critura, ni mucho menos de la tradición. Ni es que ofrezca una interpretación personal de la Ley frente a otra inter- pretación; nada de esto. Resuelve por mismo y enseña nuevos aspectos de la justicia, de la moral, de la virtud, que deben tenerse en cuenta en el nuevo reino de Dios, tal como Él lo concibe y lo a,nuncia. En una palabra: no es un rabino más, como decimos, sino un verdadero le- gislador.

Así lo comprendieron las turbas, en cuyos labios pone San Marcos este comentario:

"Enseñaba como quien tiene potestad, no a la mane- ra de los escribas" 35.

M Nada significa en contra de esta afirmación un célebre pasaje de San Mateo (15,3-6) y de San Marcos (7,9-13), en el que Jesús re- crimina a los escriba.: y fariseos como transgresores de la ley por salvar sus tradiciones de hermenéutica jurídica. En él encontramoj las dos fórmulas: "Dios ha dicho" y "vosotros, al contrario, decís". Pero nótese muy bien lo que Jesús 1 s echa en cara, a saber: que por in- terpretar un precepto legal según cierta tradición rabinica, venían a chocar contra una ley terminante y clara nada menos que del decálogo. En el Deuteronomio (23,22) se ordena cumplir sin dilación todo voto hecho al Señor. La avaricia de lee malos hijos se había acogido y esta conducta se sancionaba por la interpretación tradicional a este precepto para negar a los padres cualquier socorro, pretextando que la cosa alimen os, dinero, etc. había sido ofrecida al Señor. Por este camino ce excusaba este feo comportam'ento, sin caer en la cuenta de que ello equivalga a abrogar en la práctica el otro precepto fundamen- tal y primario: "Honrarás a tu padre y a tu madre." El caso, como se ve, es muy dist nto. La frase que Jesús pone en boca de estos hijos desnaturalizados autorizada por los fariseos , bastante obscura en la Vulgata latina, la traduce así el P.Lagrange: "Sea consagrado (a D os) todo provecho que puedas reportar a mí." La redacción de San Marcos es mucho más natural y transparente.

36 Me. 1.22.

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Hemos insistido en que Jesús no se presentó como de- rogador de la Ley ni como émulo de Moirés, calumnia con la que tantas veces le hicieron guerra sus enemigos 36; mas no debe pasarse por alto una escena de innegable y extraordinario interés en esta materia.

En ella Jesús se declara paladinamente superior a Moi- sés, anulando para siempre una concesión autorizada por el legislador hebreo.

El Deuteronomio autorizaba en ciertas circunstancias 37 el divorcio, bajo la condición de extender por escrito el libe- lo de repudio. A este texto legal se acogieron los fariseos para tender asechanzas a Jesús; mas éste respondió: "Moisés, conforme a vuestra dureza de corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres... Yo, empero, os digo aquí la fórmula es en verdad antitética y deroga- toria— que quien repudia a su mujer... y se casa con otra es adúltero, y quien se casa con la repudiada es adúl- tero" 38.

M Ya hemos recordado la declaración de Jesús: "No he venido a derogar la Ley, sino a cumplirla." La frase es de múltiple sentido. Jesús por de pronto, como dice San Pablo (Gal. 4,4), se sometió a la ley, y asi lo comprobamoG en 'odos los pasos de su vida. En segundo lugar, en la ley existen preceptos morales de un valor eterno e incon- movible que interpretan y aplican la ley natural. Pero si tomamos la ley y los profetas como palabra de Dios y en su conjunto de ritos, le- yes y vaticinios, como sombra y figura de la nueva economía, es decir, el reino mes'ánico, es claro que Cristo no venía a derogar una tiFe, sino a cer él mismo su cabal cumplimiento, y a perfeccionarla y lle- varla a su última fase de espléndida madurez. Perfeccionar no es abrogar ciertamen e. No están en vigor las ceremonias y la legisla- ción mesiánicas; pero no hay ri ura tilde de ellas que haya quedado sin fruto al llegar la realidad del Nuevo Testamento. Véase Le. 16.16.

87 Deut. 24,1. La condición legal que la Vulgata traduce "a causa de alguna fealdad", un poco vaga, dió pie a diversas interpretacio- nes, unas restrictivas y ctras más benignas, que en la época de Cristo dividían a los partidarios de Hillel y Schamai. La frase hebrea indica con toda seguridad algo deshonesto, por ejemplo, el adulterio. Con el tiempo se relajó la disciplina y el repudio se hacía "por cualquier motivo", como dic~n los fariseos en este episodio, justamente célebre en la teolog:a sacramental.

35 Mt. 19,3-12; Me. 10.2-12. El pasaje de San Mateo es célebre en demasía en la historia de la exegesis y de la disciplina matrimonial. No puede negarse que la redacción 02 esta réplica de Jesús es bastante obscura, a causa de aquella excepción: "a no ser por fornicación", que no se lee en San Marco:. El texto de San Marcos es tajante y coincide con otra declaración similar c'e Cristo, que recogió San Lu- cas (16,18), y con la doc riña de San Pablo (1 Cor. 7.10), repitiendo este mandato del Señor. A priori debe asegurarse que el texto de San Mateo no puede estar en contradicción con estos otros. Sabido es que

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155

d) Sus milagros.

Pero, sin duda, Jesús, al remitirse a la prueba decisiva de sus obras, se refería de modo particular a sus milagros. En último término, la comprobación del testimonio del Pa- dre y de las Escrituras, la verdad de sus propias declara- ciones, la autoridad de su magisterio, estaban en función de aquella cadena de prodigios con los que Jesús iba res- paldando cada una de sus palabras y cada uno de sus hechos.

Acabamos de verle, en este mismo capítulo, recurrir al milagro la curación del tullido como garantía y argu- mento de su potestad sobre los pecados. Se explica, por esto, la relativa amplitud que a este asunto de los milagros del Señor conceden los evangelios, especialmente los si- nópticos.

Y se explica también el embarazo de los judíos y de los críticos racionalistas ante estos relatos de tan graves y trascendentales consecuencias.

Si se eliminasen los textos relativos a estos prodigios de Jesús, seguramente nadie se sentirá molesto por los evangelios.

1) El milagro, piedra de toque en la Crítica bíblica.

Lo mismo en la Filosofía que en la Crítica bíblica, el milagro ha sido, y continúa siéndolo, la piedra de toque. Mas no precisamente por motivos especulativos o por di- ficultades de orden metafísico, ni siquiera como sucede con los misterios de la fe por incapacidad de la razón humana para entenderlos y explicarlos, sino por otra clase dz prejuicios, muy ajenos en realidad a la Filosofía y a la Ciencia. Es un caso interesantísimo de lo que influyen la predisposición moral, el corazón y las pasiones en el terre- no de las ideas puras.

Sólo una Filosofía materialista y atea puede lógica- mente negar, en teoría, la posibilidad del milagro, aunque al bajar a la arena de la Historia se encuentre con hechos

el Concilio Tridcntino (ses.24 c.7) definió que la Iglesia no yerra cuando enseña, conforme a la doctrina del Evangelio y de los apósto- les, que el vínculo matrimonial no ze disuelve por el adulterio de uno de los cónyuges. La reserva de San Mateo se refiere al divorcio quoad thorum, permitido por el adulterio de cualquiera de los cónyuges.

156

LA PERSONA DEL REDENTOR

auténticos y comprobados, de los que, lógicamente también, no podrá dar explicación.

Pero, admitida la existencia de un Dios personal, autor de todas las fuerzas de la naturaleza, la cuestión teórica queda ipso [acto resuelta, y la tesis negativa, falta de base, se viene abajo sin remedio.

2) Primera hipótesis.

La pregunta: ¿Es posible el milagro?, puede decirse que carece de sentido, pues sea quien fuere el que la formule, la ha contestado antes de formularla: negativamente si es un ateo; si no lo es, afirmativamente. Las objeciones en contra de la posibilidad cuando no juega¡n con nociones adulteradas del milagro o tienen como punto de arranque hipótesis que nadie, fuera de los adversarios, ha imagi- nado, objeciones que en ambos casos no merecen tenerse en consideración , de hecho trasladan la contienda a la cuestión fundamental de la existencia de Dios, y ésta debe resolverse, como lo hacen la Filosofía teísta, desde Platón y Aristóteles acá, y la Teología cristiana, independiente- mente del milagro.

3) Segunda hipótesis.

Queda una segunda cuestión acerca de la cognoscibili- dad del milagro, a la que yo, sin miedo a pecar de ligere- za, calificaría de artificial. Es como una segunda línea de fortificación construida con el único objeto de cubrir la retirada.

Ignoramos ¿quién lo duda? hasta dónde pueden lle- gar las energías de la naturaleza; pero sabemos y de ello estamos convencidos los unos y los otros qué es lo que la naturaleza jamás ha conseguido ni conseguirá. A pesar de los avances de la Química y de la Medicina, hay leyes que permanecen inmutables. Cuando las fuerzas de la na- turaleza actúan, siguen siempre un proceso, más o menos largo, más o menos enérgico y eficaz, pero gradual, que rige y regula su intervención, sus reacciones, su eficiencia.

Ante una renovación instantánea de tejidos desgarra- dos o purulentos, ante un ciego de nacimiento que súbita- mente ve, ante un muerto que resucita, y esto sin otros recursos que el de una voz que ordena, el sentir universal,

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Í57

hoy como ayer y como mañana, pensará en una interven- ción extraordinaria de un poder que está por encima de las energías naturales.

fúzguese ahora si hechos de esta índole pueden o no comprobarse lo mismo que cualquier otro fenómeno co- rriente de la vida 39.

4) Prueba de la divinidad de Jesucristo.

Tras estas ligeras observaciones, que bastarán para orientar al lector en una materia de la que ta,nto se ha escrito sin haber conseguido acaso sin hab r pretendido en muchas ocasiones otro fruto que embrollarla, venga- mos a los milagros de Jesús.

¿Demuestran o no su divinidad?

a) Observación importante.

Se dirá, tal vez, que también los profetas de la antigua Ley y los santos que venera la Iglesia realizaron multitud de prodigios. Es cierto. Pero no se olvide que el milagro requiere una intervención divina y que en último análisis, por consiguiente, nos lleva á Dios. Dica se vale con fre- cuencia de los hombres, como de instrumentos suyos, para hacer estas ostentaciones de su poder, y en estos casos el milagro viene a ser como el sello, la rúbrica de autentici- dad, con que Dios garantiza, respondiendo de ellas y ha- ciéndolas suyas, la misión, la doctrma, la santidad de esos hombres o de la institución a que esa misión, esa doctrina o esa santidad están vinculadas.

Bajo este aspecto pueden y deben estudiarse también los milagros del Evangelio; y así considerados forman

39 Seguramente los críticos que han pretendido explicar los mila- gros del Evangelio como resultado de la explicación de las fuerzas y secretos de la naturaleza, nc» han reparado b:en en que por este pro- cedimiento desembocan en un nuevo milagro, mucho más admirable. Deben re ponder a este c'iler a: la ciencia, en el grrdo de progreso que hoy tiene, ¿sería capaz de repetir aquellos hechos o no? En caso afirmativo, ¿no es un verdadero milagro c'e sabiduría y de conoci- mientos haber llegado entonces Jesús por solo, sin estudios ni maes- tros, a este nivel en que, por hipótesi:, se encuentra la ciencia actual, tras el esfuerzo acumulado de veinte siglos? Y en caso negativo, ¿no es aumentar casi infinitamente el milagro de la hipótesis anterior? Es decir, en todo caso es milagro, que es lo que se trataba de evitar a toda costa.

Í5S

tA PEftSONA DEL PEDÉNTÓIl

como un elemento más del testimonio del Padre, tantas veces invocado por Jesús. En este sentido pudo decir Él mismo, a raíz de la primera multiplicación de los panes, que el Hijo del hombre habla sido sellado por el Padre 40, y en otra ocasión, atribuyéndole todos sus portentos, "el Padre, que mora en mí, Él hace estas obras" 41. Aspecto que San Pedro hizo resaltar en su primer sermón a las muchedumbres el día de Pentecostés, calificando a Jesús de "varón aprobado por Dios entre vosotros con milagros y portentos y señales que hizo Dios por medio de Él entre vosotros, según que vosotros mismos sabéis" 42.

La Apologética, por tanto, no debe desentenderse de este punto de vista, que utilizaron el mismo Jesús y los apóstoles, partiendo de un principio que en Teología y en sana Filosofía cobra categoría de axioma, a saber: que Dios no puede ejecutar un milagro, menos aún prodigar- los a manos llenas, para sancionar y revalidar un error o una coinducta escandalosa 43. Axioma que, aplicado al caso de Jesús, nos conduce al siguiente resultado: no sólo su doctrina, tomada en un sentido global, sino cada una de sus afirmaciones como refrendadas por tal número de mi-

40 lo. 6.27.

" lo. H.10. Eover, S.I., Comentario al sermón de la Cena, p. 1 14.

42 Act. 2,22.

43 Aquí se plan ea el delicado problema de los milagros atribuidos a los fundadores de religiones falsas o a personajes de la estofa de Apolonio de Tiana. El principio siempre queda en pie. de no cargar Dios con las supercherías de crímenes de tales hombres, lo que equi- valdría a negarse a mirno, negando sus atributos. Pero ¿se trata de verdaderos mi agros? ¡Ah! Si los de Jesús no tuvieran más garantías históricas que ésos, ¡qué poco se hubiesen preocupado los racionalis- tas de los uno: y de los otros! Sobre la leyenda de Apolon:o. véase Grandmaison, Jesucristo, p. 582-584. Acerca del caso singular de los "encantadores" egipcios, que imitaron algunos de los prodigios de Moisés, según refiere el libro del Exodo (7,11-12.22; 8.7), no lodos los comentaris as e. tan de acuerdo en definir si se trata o no. de ver- daderos milagros. La opinión corriente lo niega. Aun en el caso de una intervención diabólica, el triunfo de la verdad se impuso, pues Moisés los superó y los redujo al silencio. Para juzgar de esta clase de hechos tan extraños, véase lo que el célebre Celso, el primer ra- cionalista, verdadero Voltaire del siglo III, escribe de les magos y he- chiceros de Egipto, de quienes dice "que en medio de las piaras venden sus artes maravillosas por cuatro ochavos, arrojan a los dái- mones de loe posesos, soplan las enfermedades, evocan las alrras de los héroes, ponen ante los ojos banquetes opíparos, mesas, confituras y comidas que jamás se vieron. ag;tan animales que en verdad allí ro existen; todo ello puro juego de fantasmagoría" (J.Zameza, S.I., La Roma pagana y el cristianismo [Roma 1941 J n.261 p.202).

C.8. «CREED EN MIS OBRAS»

153

lagros, llevan el sello de la verdad y de la infalibilidad divinas.

Ahora bien, entre esas afirmaciones ya vimos en el capítulo séptimo las que se referían a su condición de En- viado del Padre, a su pr existencia anterior a la encarna- ción, a su origen divino, a su categoría y rango de verda- dero Hijo de Dios. Si, pues, Jesús afirma en estas condi- ciones su igualdad con el Padre, no nos engaña; es, por consiguiente, Dios como el Padre. He aquí por qué Jesús se remite con tanta seguridad e insistencia a este testimo- nio de sus milagros aun en aquellos momentos en que sus palabras, sus pretensiones y prerrogativas parecen rebasar todos los límites de lo imaginable 44.

/?) Carácter singular de los milagros de Jesús.

Para completar la materia, conviene poner de relieve otro aspecto de los milagros de Jesús, no menos intere- sante y fundamental. El poder taumatúrgico de Jesús pre- senta caracteres que en ningún otro encontramos.

No es preciso un análisis profundo y metódico de cada uno de sus milagros para comprender a primera vista que Jesús se mueve en este campo con la misma libertad, segu- ridad y confianza que un matemático entre sus cálculos y un sabio en el terreno de su especialidad. En todo momento el resorte de lo maravilloso está en sus manos. Cuando quiere y como quiere. Él manda; la naturaleza obedece como sierva. Nada, ni las enfermedades, ni los demonios, ni la misma muerte, se resisten a su voluntad soberana. Ni el número ni la calidad de los prodigios agotan su poder, o le producen el menor cansancio, o le exigen un esfuerzo extraordinario. Para Él es tan normal el milagro como el andar y el hablar.

"Esta clase de demonios de ninguna otra manera pue-

44 En varias ocasiones el mismo Jesús declara esta finalidad ex- presa c'e algunos de sus milagros, como en el caso del paralítico de Cafarnaún, que vimos más arriba; en el d 1 ciego de nacinrento (lo. 9.3-5) y la resurrección de Lararo, de la que afirma que tiene lugar "para que crean que me has enviado" (lo. 11.42). Por su cuenta también el cuarto evangelista se complace, como ya se ha he- cho notar repetidas veces, en subrayar las vici itudes y el proceso de la fe de los discípulos y de las turbas con ocasión de los milagros de Jesús. Es una de las características del cuarto evangelio. No hay por qué muLiplicar las citas.

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LA PERSONA DEL REDENTOR

den ser expulsados sino a costa de oración y de ayunos", dijo Jesús a sus discípulos; pero tales condiciones previas no rezan con Él. Un simple mandato suyo bastó para lo- grar el portento tras el que los discípulos se habían afana- do inútilmente 45.

Si en ciertas ocasiones retarda el milagro, haciéndose rogar, o acude a medios naturales, desde luego despropor- cionados con el resultado, es para avivar la fe de los favo- recidos, condición que siempre pide Jesús. "Si quieres, puedes limpiarme", le dijo un leproso. "Quiero", respondió Jesús, y en esta palabra nos dictó la fórmula de su poder, de su autodeterminación y de su independencia para reali- zar sus milagros 46.

Contra lo dicho nada significa el que Jesús, como en el caso de la resurrección de Lázaro 47 , parezca demandar la intervención de su Padre y atribuirle sus propios mila- gros. En este mismo capítulo hemos expuesto el alcance de esta conducta. No se olvide que, según la doctrina de Jesús, es imposible desconectar por un solo momento su obra y su misión de la voluntad del Padre, cuya es siempre la iniciativa. Ni se olvide ya lo hemos visto que las de- claraciones de Jesús reclaman para una absoluta identi- dad de poderes y de obras con los del Padre.

En nuestro caso Jesús intentaba poner de manifiesto una vez más, ante aquel pueblo trabajado por tantas y tan aguzadas esperanzas mesi' nicas, su condición de Enviado del Padre: "Para que crean que me has enviado". Por esto, en este ruidoso y espectacular milagro subraya, como nunca, el carácter de sello del Padre, tan a tono, por otra parte, con el ambiente y la doctrina del cuarto evangelio 4S.

45 Es el caso curiosísimo del lunático, que los tres sinópticos en- lazan con la transfiguración de Jesús. El relato tixkz pintoresco, com- pleto y detallado es el San Marcos, 9,13-28. Con la impotencia de los apóstoles contras a reciamente el dominio de Jesús. Note el lector cómo Jesús, seguro de si mismo, no tiene prisa ni p:erde la serenidad. En medio del tumulto de la escena movid sima y de la espantable reac- ción del endemoniado ante la presencia de Jesús, éste, como no ¿ando importancia a las cosas, se entretiene en preguntar al padre las cir- cunstancias del caso y en excitar su fe. ¡Con qué majestad, con qué imperio y seguridad se mueve Jesús!

40 Mt. 8,2-3.

47 lo. 11,41-42.

48 En cuanto a la extraña anotación de San Marcos (6,5) : "y no podía allí (en Nazare ) obrar milagro alguno, fuera de haber curado a unos pocos enfermos", ténga:e en consideración el contexto, harto significativo y transparente; se trata no de impotencia por parte de

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Por último, Jesús, como de cosa propia, hizo partícipes a sus apóstoles de este poder taumatúrgico, lo mismo que de sus otros poderes. Dispone de él libremente.

Refiriéndose a aquella primera misión de los apóstoles, en vida del Maestro especie de ensayo evangelizador , dice San Lucas:

"Habiendo convocado a los doce, les dió poder sobre todos los demonios y de curar enfermedades, y los envió a predicar el reino de Dios y a hacer curaciones" 49.

Con más lujo de pormenores ratifica Jesús estos pode- res después de la resurrección, haciéndolos extensivos a cuantos creyeran en él y dándonos la clave de un aspecto característico de la historia de la Iglesia y de la santidad:

"A los que creyeren les acompañarán estas señales: en mi nombre echarán los demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en las manos las serpientes y, si bebie- ran una ponzoña, no les dañará; pondrán las manos so- bre los enfermos y éstos recobrarán la salud" 50.

Conclusión»

¡En mi nombre! Con esta sencilla palabra quedan en- garzados al poder de Jesús todos los milagros que llenan y acreditan la historia de la Iglesia, cuya primera página abrió San Pedro fiel a este mismo pensamiento a las puertas del templo de Jerusalén:

"No tengo oro ni plata dijo al cojo mendigo , mas lo que tengo te doy: en el nombre de Jesús de Naza- ret, levántate y anda" 51.

Estas son las obras de Jesús. Hay que repetirlo: ¿Obra como Dios? Es Dios.

Para negar a Jesús su condición divina es preciso des- pojarlo previamente de todos sus milagros. ¿No ha sido

Jesú:, sino de incredulidad y ciega obstinación por parte de sus pai- sanos, que es lo que en cierto sentido ata las manos al taumaturgo.

49 Le. 9,1-2; Mt. 10,8; Me. 6,7. San Lucas refiere otra misión de los 72 discípulos en el capítulo 10,1-20, en circunstancias muy pare- cidas a la de los apóstoles. San Mateo y San Marcos prescinden de este episodio o lo engloban con el primero.

50 Me. 16,17-18. n Act. 3,1-10.

Jesucristo Salvador

6

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LA PERSONA DEL REDENTOR

ésta en todos los tiempos la táctica de sus enemigos? Los esfuerzos asombrosos del racionalismo para arrancar del Evangelio todo lo sobrenatural, bien negando los hechos de carácter milagroso, bien tratando de explicarlos dentro del orden ordinario, demuestran el p?so decisivo de las obras de Jesús como argumento incontestable de su divi- nidad. Lo había dicho Él:

"Si no me creéis a mí, creed a mis obras."

El reto sigue en pie, desafiando a los hombres y a los procedimientos más exigentes y demoledores de la crítica.

CAPITULO IX

Naturaleza humana de Cristo.

La tesis que vamos a desarrollar en este capítulo tiene sentido muy diferente del que suele presentar en los tra- tados de Teología.

La realidad o la integridad de la naturaleza humana de Jesús, en el estado actual de la Ciencia, no requiere, al contrario que en los primeros tiempos del cristianismo, una demostración especial. Las viejas herejías, que elimi- naron o mutilaron la humanidad adorable de Jesucristo, sobreviven en los anales de las grandes controversias cris- tológicas solamente como un recuerdo de tiempos y acti- tudes que pasaron definitivamente l.

El mundo sabio se reiría hoy de quien osara renovar las radicales negaciones de Baur acerca de la existencia

1 Los docetas a'ribuían a Jesús un cuerpo fantástico y aparente, no real. San Ignacio de Antioquía y San Ireneo se lanzaron briosa- mente contra estas afirmaciones, que destruían por su baze el misterio de la encarnación del Verbo divino. Los valentinianos, si no recha- zaban la realidad del cuerpo de Cristo, al menos negaban su condición humana, al sostener que la carne de Jesús era de origen celeste, que había pasado por la Virgen cerno por un canal sin deberle nada a ella. Los apolinaristas por su parte, admitiendo la realidad de la car- ne de Jesucristo, le negaron el alma humana, enseñando que el Verbo suplía su función informativa y vivificante. Los manoteletas suprimie- ron en Jesús la voluntad humana. La confusión que reinó en torno de esta solapada herejía, una de las más embrolladas de la historia de las herejía:, ha hecho célebre, acaso con demasía, esta ruidosa controversia. Con la doctrina de los doce as no debe identificarse la que San Juan denuncia en sus dos primeras cartas (1 lo. 4,1-3; 2 lo. 7). El apóstol se refiere al error de Cerinto o a una doctrina que prelu- diaba la de este famoso, heresiarca, que, echando los cimientos del nestorianismo, negó la unión substancial entre el Verbo (el Cristo) y el hombre (Jesús). Por otro camino, y más bien en las consecuencias, Eutiques, al colocar la unión del Verbo y de la humanidad no en la persona, sino en la naturaleza, vino a menoscabar el dogma de la verdadera naturaleza humana de Jesús, la cual, no obstante su unión con el Verbo, sigue siendo subetancial a la nuestra. Véase San Agus- tín, Sermón 183: Obras de San Agustín (BAC, Madrid 1950) t.7 p.128-143.

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LA PERSONA DEL REDENTOR

histórica de Jesús. Es éste uno de tantos puntos sobre los cuales la crítica ha terminado por ponerse de acuerdo 2.

Ahora bien, supuesta la existencia de Jesús, ciertamen- te se necesita una vista más que de lince para poder des- cubrir en su humanidad aquella falta de realidad que cre- yeron haber sorprendido los docetas. "Tocad y ved pu- diera repetir Jesús que un espíritu no tiene carne y hue- sos, como yo veis que los tengo" 3.

De cuantos convivieron con Él, a ninguno se le pasó por la imaginación que el Maestro de Galilea, aunque po- deroso en obras y en palabras, no fuera hombre como los demás :

"¿No es éste el artesano, hijo de María, hermano de Santiago, y de José, y de Judas, y Simón? ¿No viven con nosotros sus hermanos?" 4

Es que, para decirlo de una vez y con palabras de San Pablo, tan real fué la naturaleza humana tomada por el Hijo de Dios, tan semejante a la nuestra, que en todo procedió como hombre y no pudo sino ser tenido como hombre 5.

De otra suerte, nunca hubiera podido San Juan escri- bir estas expresivas y sugerentes palabras:

"lo que era desde el principio, lo que oímos, lo que vi- mos con nuestros ojos, lo que despacio miramos y nues- tras manos palparon acerca del Verbo de vida" 6.

La desventura irremediable de los judíos estuvo preci- samente en no haber visto en Jesús más que al hombre de

2 El mismo Renán (Vie de Jésus, c.28 p.464) confiesa que "la fe, el entusiasmo y la constancia de la primera generación cristiana no se explican sino suponiendo, en el origen de todo el movimiento*, un hombre de proporciones colosales". Y debe añadirle que la fermen- tación de las sectas gnósticas lo está reclamando con fuerza igualmen- te perentoria. Ante este y otros hechos de la historia, bien puede afir- marse con el P.Pinard de la Boullaye, "que la certeza histórica... de la existencia de Jesús no depende en modo alguno de ciertos cabos sueltos de textos espigados en Fl. Josefo, Tácito, Dión Casio o Pe- tronio" (El estudio comparado de las religiones [Madrid 1940] I p.477). Con más amplitud desarrolla el mismo autor es e pensamiento en la segunda de sus conferencias de Nuestra Señora de París, el año 1929 (Jesús y la Historia [Madrid 1929] p.35-63).

3 Le. 24,39.

4 Me. 6,3. Cf. lo. 6,42; Le. 3,23. 6 Phil. 2,7.

lo. 1,1.

165

carne y hueso, que "comía y bebía"; en no haber acertado o haberlo rehusado culpablemente a entrever, bajo aquella plena realidad humana, la otra "substancia o ser interior" de que habla Tertuliano.

Y el mal del racionalismo, desde Celso acá, estriba en haberse quedado tras otras pretensiones que fueron más lejos y hoy abandonadas con ese Jesús, todo lo grande y excepcional que se quiera, pero al fin y al cabo hom- bre, al que ellos califican de "Jesús de la historia", distinto del que llaman "Jesús de la fe".

Por consiguiente, la reacción que en este terreno se ha producido nos dispensa a nosotros de insistir sobre este punto, que tanto interesó a los Padres de la Iglesia y que provocó tan numerosas resoluciones pontificias y conci- liares.

Nuestro punto de vista»

Bajo otro aspecto merece, sin embargo, estudiarse la naturaleza humana de Jesús.

Aunque substancialmente unida a la divinidad, y por lo mismo elevada al rango de lo divino y a la categoría de instrumento vivo del Verbo, la humanidad sacratísima de Jesús, en todo aquello que es propio y peculiar del hom- bre en sus propiedades fisiológicas, psíquicas y espiritua- les, no sufrió por la unión hipostática el más leve menos- cabo. Son legión las fórmulas eclesiásticas que recogen esta verdad, a partir, sobre todo, del Concilio de Cal- cedonia 7.

Aquella frase, amarga de ironía, que el autor del Gé- nesis pone en labios de Dios a raíz del primer pecado: "Ved que Adán se ha hecho uno de nosotros" 8, tiene

7 Celebrado el año 451. En él se condenó la herejía monofisita. Suya es la fórmula siguiente, que en lo substancial se repite en los documentos posteriores: "Debe reconocerse un solo y un mismo Cris- to, Hijo, Señor unigénito, en dos naturalezas, sin confusión, sin alte- ración, sin división ni separación, sin que jamás pueda borrarse por la unión la diferencia de naturalezas, antes al contrario, puesta a salvo la propiedad de una y otra na.uraleza." Los Padres del Concilio aco- gieron la carta dogmática del papa San León I Lectis dilectionis tuae con esta significativa aclaración: "Pedro ha hablado por boca de León." De este documento es otra fórmula felicísima: "En entera y perfecta naturaleza de verdadero hombre nació Dios verdadero com- pleto en lo suyo, completo en lo nuestro: fofos irt suis, totus in nostris".

8 Gen. 3,22.

166

LA PERSONA DEL REDENTOR

ahora, invertidos los términos del problema, una dulce rea- lidad. Somos los hombres quienes, sin metáforas, podemos decir que Dios se ha hecho uno de nosotros.

Corremos, a pesar de todo, el riesgo, que ya advirtió San Bernardo, de diluir la condición humana de Jesús, alej'ndola demasiado de nosotros, entre los resplandores y la gloria de la divinidad. Nos sucede proporcionalmente lo mismo que cuando la majestad y la pompa en que se nos muestran los reyes y los altos personajes de la Histo- ria nos hacen olvidar más de la cuenta que, en medio de todo, son hombres como nosotros.

Y este error de perspectiva al estudiar la figura hu- mana de Jesucristo puede dar sus frutos tanto en el terreno de la exegesis como en el de la ascética. En el primero, contribuyendo á desfigurar o atenuar ciertos hechos pro- fundamente humanos de Jesús; en el segundo, situándonos a nosotros a tal distancia del modelo, que nos lo haga ver como inaccesible, con mengua, claro está, de uno de los aspectos más amables de la encarnación.

Siguiendo a San Pablo,

Este aspecto lo ha puesto de relieve, como nadie, el autor de la Carta a los Hebreos y constituye uno de los más firmes pilares de la ascética áz San Pablo.

La rehabilitación del hombre, según el plan divino, te- nía que resultar de una serie de factores que gradualmente fueran librándole del pecado y contrarrestando el peso de una concupiscencia en rebeldía y de una inclinación al mal impresa, como si dijéramos, en todo su ser. Este proceso de superación tendría en contra suya la flaqueza de una naturaleza ruin ya, por su condición de criatura y, sobre todo, malherida y desangrada por la culpa.

De este choque había de surgir una lucha constante, y de la lucha, el cansancio, el agotamiento a veces, la in- constancia, la tentación de ceder al halago de lo fácil, hu- yendo del esfuerzo, mayor o menor, preciso para la victo- ria. Todo lo cual, en suma, había de suponer una cadena de actividades contrarias, positivamente orientadas al bien, que en el lenguaje cristiano constituyen los actos de las virtudes.

¿Cabrá decir que el Evangelio nos pide demasiado? Con frecuencia nos sentiríamos tentados a responder afir- mativamente. Y esto es confesar lo que nos cuesta.

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

167

Pero el Señor quiso adelantarse a nuestra excusa. Como Dios y Creador nuestro, sabía lo que éramos con toda exactitud, aunque hablando a nuestro modo, especu- lativamente. Prefirió, sin embargo, conocerlo por expe- riencia, y con este fin se hizo hombre. De esta suerte mi- dió en mismo la tentación y las dificultades, añadiendo a la misericordia la compasión. Aprendió a valorar nues- tros triunfos y pudo garantizar, sin réplica posible por nuestra parte, el sentido maravillosamente humano de sus prescripciones tedas, por añadidura vividas y puestas en práctica por él, hombre como nosotros 9.

En el fondo, éste es el pensamiento, atrevido si se quiere, pero consolador, que reaparece con sorprendente insistencia en varios pasajes de la Carta a los Hebreos:

"Pues, como es sabido, no socorrió a los ángeles, sino a la descendencia de Abrahán. Por esto hubo de seme- jarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pont'fice misericordioso y fiel en las cosas que tocan a Dios para expiar los pecados del pueblo. Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado es capaz de ayudar a los tentados" 10.

"No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecer- se de nuestras flaquezas, antes fué tentado en todo a se- mejanza nuestra, fuera del pecado" 11 ,

9 Entiéndase bien. Al hablar del sentido humano del Evangelio, sólo quiero expresar su prodigiosa adaptabilidad a la naturaleza real del hombre. No se excluye por esto la necesidad de la gracia que nos enseña la fe. Jesucristo hizo estas dos cosas: estudiarnos, como quien dice, en nuestra propia carne, que ea también la suya, para no resultar un utópico, como tantos falsos redentores, y, además, prome- ternos y darnos su gracia, sin la cual nada podemos en. el orden so- brenatural. En este doble centido d^ce el Apóstol fl Cor. 10,13) que nadie es tentado más allá de sus fuerzas, y la Teología, repitiendo una conocida fórmula de San Agustín, que Dios no pide imponibles. Con una emotividad sin igual ha expresado esta misma doctrina el papa Pío XII en su mensaje de Navidad del 24 de diciembre de 1952: "En segundo lugar, para que el orden general sea eficaz en cada caso concreto, pues nunca un caso, es igual a o ro, establece Dios con los hombres un contacto personal e inmediato, y lo realiza en el mi:terio de la encarnación, por la que la segunda persona de la Santísima Tri- nidad se hace hombre entre los hombres, tendiendo así un como puen- te sobre la infinita distancia que media entre la Majestad misericor- diosa y la cria'ura indigente y concordando mutuamente la eficacia Inmutable de la ley general con las exigencias propias de cada uno/'

10 Heb. 2,16-18. " Heb. 4.15.

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LA PERSONA DEL REDENTOR

"Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia" 12.

En los escritos de Santa Teresa de Jesús, tan ardien- temente enamorada de la humanidad de Cristo, tiene fuer- tes resonancias esta doctrina de la Carta a los Hebreos 13 .

A la luz de estos principios y con esta orientación, va- mos a estudiar nosotros la naturaleza humana de Jesús, sobre la base de los evangelios.

Y no caeremos en el tópico, ya manido, de catalogar a los sinópticos, por lo que se refiere a esta materia, en categoría aparte del evangelio de San Juan. Los cuatro evangelistas, enfrentados con la realidad histórica, ofrecen en abundancia rasgos impresionantes, que dibujan tal cual es la humanidad sacratísima del Redentor.

Por encima de todos los convencionalismos, y a pesar de la célebre distinción de San Agustín 14 certera desde otro punto de vista , se impone el hecho irrebatible de que es tal vez en el cuarto evangelio donde la humanidad de Jesús, acaso por la fuerza del contraste, adquiere ma-

12 Heb. 5,8. Nótese cómo el autor sagrado enlaza invariablemente estas ideas con el sacerdocio de Cristo, respondiendo siempre a aquel elemento que en su definición del sacerdocio tiene relieve singular: "Porque todo pontífice escogido de entre los hombres es constituido en pro de los hombres..., capaz de ser indulgente con los ignorantes y extraviados, dado que también él está cargado de flaqueza" (Heb. 5,1 y 2).

13 Todo el capítulo 22 de su Vida lo consagra la Santa a esta dulce materia. Vuelve sobre el tema en las Moradas sextast c.7. Estas bellísimas páginas de la Santa son el mejor comentario a aquella frase de San Agustín: "Ambula per hominem, et pervenies ad Deum": "Si- guiendo el camino de su humanidad, llegarás a la divinidad" (Obras de San Agus'ín [BAC, Madrid 1950] t.7 serm.141 p.48 y 49). Acerca de la realidad de la naturaleza humana de Cristo, considerada desde este mismo punto de vista, contiene bellísimas y profundas reflexiones la encíclica Aurietis aquas, de S. S. Pío XII, de 15 de mayo de 1956, acerca del culto y devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

14 In lo., tr.36,1. En este punto San Agustín repite una doctrina tradicional ya en su tiempo, y que había formulado Orígenes {In lo., tr.1,6). No aprobamos del todo, en consecuencia, esfa afirmación de Ricciotti: "Así resultó un Jesús más iluminado de resplandor divino, pero ello precisamente a consecuencia de la selección de Juan; como a su vez el Jesús de los sinópticos es una figura más humana." (Vida de Jesucristo [Barcelona 1944] n.172 p.169). Nos parece mucho más exacta la posición de Cristiani: "Su autor el del cuarto evangelio abandona rápidamente el punto» de vista teológico para ponerse a con- tar los hechos de la vida del "Verbo encarnado"; en una palabra, para hacer historia" (Jesucristo [Bilbao 1944] p.18).

C.9. NATURALEZA HUMANA Dfc CHISTO

yor realce y presenta una fisonomía más amable y se- ductora.

Infancia de Jesús:

a) Características de los relatos evangélicos.

Desde este punto de vista tiene sumo interés la histo- ria de la infancia de Jesús, como vamos a verlo.

Ante todo conviene subrayar la sobriedad característi- ca de los relatos de San Mateo y San Lucas.

Flota ciertamente sobre ellos una atmósfera sobrena- tural, que envuelve los episodios como un halo luminoso. Pero no hay que perder de vista el ámbito de estas mani- festaciones extraordinarias y deben definirse con justeza sus límites y el área de su exteriorización.

En cierto sentido cabe decir que, aunque su razón de ser sea la persona de Jesús, ésta, por otro lado, queda como al margen de estas intervenciones sobrenaturales. Diríase que el divino Infante es ajeno e insensible a ellas.

Los protagonistas y actores humanos son María y José, los padres del Bautista, los pastores de Belén, los magos, Simeón, Ana la profetisa; pocos más. Como se ve, grupos reducidos en parte avaros de su secreto , cuya inquietud, a juzgar por los acontecimientos, logró, si acaso, repercu- siones muy superficiales y efímeras.

Lo mismo que la madre de Jesús, seguramente José, Isabel y Zacarías guardaron el recuerdo de aquellos suce- sos en lo más hondo de su alma para saborearlo a solas. Los demás, desvanecida muy pronto la primera impresión, y con ella la garrulería de los comentarios, pronto se ol- vidaron de todo.

La verdad es que en los relatos de la infancia, que de- bemos a los evangelios canónicos, no se encuentra otra huella que la de los recuerdos personales de la Santísima Virgen y de San José 15.

15 Que la fuente de San Lucas fuera la misma Virgen María, hoy no ofrece duda alguna; es más, parece bastante clara la insinuación del evangelista al afirmar por dos veces que María observaba y me- ditaba cuanto sucedía en torno de Jesús (Le. 2,19.51). Entre los mor demos expositores del evangelio cunde la opinión, no infundada, de que el primer evangelista ha conservado, acerca de la infancia del Se- ñor, los recuerdos de San José. Al menos hay que decir que en los episodios de estas dos narraciones toman parte más directa José en los de San Mateo, y María en los de San Lucas.

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LA PERSONA DEL REDENTOR

Descartados estos destellos fugaces, como de relám- pago, queda, silenciosa y fría, la realidad desnuda de una infancia pobre, olvidada, hasta vulgar. Tan pronto como desbordamos el círculo familiar de Nazaret, Ain-Karim, Belén, donde no fué un secreto el misterio de Jesús, tro- pezamos con los rasgos duros, con la hosca verdad del egoísmo humano: aquel "no había sitio para ellos en la posada" de Belén, o el viento de tragedia que sacude el episodio de los magos.

Por lo que a este último se refiere, impresiona cierta- mente comprobar hasta en la misma intervención divina, que se limita al mínimo a indicar los medios humanos de hurtarse al peligro, como si no fuera la omnipotencia de Dios la que anda en juego en el cielo y en la tierra, el doble teatro de la escena , de qué manera aquella familia inerme parece abandonada a los poquísimos recursos de un medio, en parte desconocido, en parte hostil, y a la improvisación en las determinaciones, que no admitían tregua ni casi serenidad, por el sobresalto de la hora y de quien despierta del sueño sacudido por la amenaza, tanto más desconcertante cuanto más imprevista.

El relato evangélico 16 produce la impresión de que el acento rítmico debe cargarse en aquella palabra del ángel: Huye, de tan poca prosapia divina. "Parece dice San Pe- dro Crisólogo que el terror ha hecho presa en el cielo antes de esparcirse sobre la tierra".

b) Contraste con los evangelios apócrifos.

¡Qué lejos del perpetuo idilio que, al tratar este episo- dio, dejaron los evangelios apócrifos! 17 Es un contraste que todos los comentaristas hacen notar con extraña una- nimidad.

Al dejar libre vuelo a la imaginación, bajo la presión

16 Mt. 2,13-14.

17 Así, por ejemplo, el "Evangelio de la nativ'idad" y el "Evangelio de la infancia". La leyenda y el arte cris iano: han hecho populares algunas de estas invenciones de los apócrifos: la palmera, que en el camino de Egipto, a una indicación del Niño, inclina sus ramos, car- gados de fruto, para saciar los deseos de María; el encuentro con los dos centinelas en un campamento de bandidos que treinta y tres años más tarde volverían a encontrarse con Jesús en el pretor5 o de Jerusa- lén y en el Calvario, compañeros de suplicio del Señor: Dimas y Ges- tas; las fieras y los dragones, que se postran ante el Niño, etc., etc. Por desgracia, la historia tiene menos poesía que la leyenda.

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

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de la curiosidad, unas veces, y otras, del fervor religioso, los apócrifos cayeron en el peligro arriba indicado, y di- bujaron un Jesús niño más cerca, en su modo de proce- der, del cielo que de la tierra, con una humanidad un tanto deshumanizada.

Lo maravilloso llena por completo estos relatos nove- lescos, bellos siempre, como es bella la leyenda; pero a costa de la simple y escueta verdad humana, luz y gala de los evangelios canónicos 1S.

c) Verdad humana.

¡Verdad humana! He aquí lo que la historia de la in- fancia de Jesús rezuma por todos los poros.

Se apaga en el cielo el aleteo de los ánge1es del naci- miento; la estrella de los magos se eclipsa definitivamente sobre Belén; calla el mensajero celestial, que ha traído a José órdenes tajantes, y... sobre el pesebre y la cunita de Belén, en torno del divino desterrado, lo mismo que en las soledades obscuras de Nazaret, de vuelta de Egipto, sólo brilla el amable destello de la "humanidad y benignidad" 19 de aquel Niño, igual en todo lo demás.

Tan niño y tan igual a los otros, que el evangelista, reproduciendo no sólo la experiencia inefable de la madre de Jesús, sino lo que vieron todos sus convecinos segura- mente sin admiración, porque lo contrario hubiera sido lo maravilloso, anota, para cerrar la primera fase de la infan- cia del Salvador, que el Niño crecía en estatura y robustez, por lo que hace al cuerpo, y por lo que al espíritu se refie- re, en manifestaciones de sabiduría y de gracia 20.

En esta forma lapidaria, y tal vez para nuestro gusto y para nuestros piadosos deseos demasiado seca y concisa, pero rebosante, hay que repetirlo, de verdad humana, San Lucas condensó los doce primeros años de la vida de Jesús. ¿Para qué más?

Aun en el episodio de la pérdida del Niño en Jerusa- lén, que no se borró jamás entre los recuerdos de María, sobre el colorido divino, innegable, predomina la luz de humanidad que le hace tan emotivo.

18 Disponemos de una traducción de los evangelios apócrifos, precedida de una doctísima e interesante introducción, debida a don Aurelio de Sanos Otero, publicada por la BAC, vol.148 (1956), a la que remitimos al lector.

19 Tit. 3,4. 80 Le. 2.40,

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LA PERSONA DEL REDENTOR

Hay un fulgor de la personalidad augusta y superior de Jesús, no sólo en su misteriosa respuesta al reproche no retiremos la palabra, que tan reciamente acentúa la verdad humana del relato y la tierna queja de su madre, sino en la misma decisión de quedarse en Jerusalén sin que María y José lo conocieran. Pero, fuera de esto, lo demás, todo lo demás, ¡qué bien sabe a historia nuestra, y cómo acaso a todos nos hace evocar escenas semejantes, en las que fuimos actores cuando rondábamos esos doce años de Jesús!

Quienes mejor subrayan la tonalidad humana del epi- sodio son José y María, acostumbrados, sin duda, a esta línea, a la que el Padre celestial quiso se plegase el des- envolvimiento de la vida terrena de su Hijo hecho hombre.

Lo ordinario era lo que a los niños permitía la costum- bre: podía estar con su padre, podía estar con su madre; lo ordinario, cuando comprobaron su falta, buscarlo entre "los parientes y conocidos"; lo humano, no esperar que los aires se lo devolvieran por caminos de milagro, sino pensar, transidos de amargura y de dolor, en la pérdida acaso irreparable, ponerse en lo peor, que es donde, en trances como éste, se coloca siemprs el amor, y buscarle todo el día sin respiro y sin sosiego, recorriendo mil veces los mismos lugares, para saborear otras mil el mismo des- encanto; lo humano, aparecer el Niño, entre otros de su edad, en los atrios del templo oyendo las lecciones de los maestros de la Ley; lo humano, el reproche y la queja de María; lo humano, "bajar con ellos" a Nazaret, compen- sando ahora con sus caricias y sus gracias infantiles, aun- que no lo diga el evangelista, ya que por natural y humano hay que suponerlo, las duras jornadas transcurridas. ¿No es éste el rico tapiz que supo tejer el evangelista?

Más aún. Puesto que el rasgo misterioso, que José y María no acertaron entonces a comprender, podía deiar la impresión, si no de una desobediencia, imposible en Jesús, de una demostración de su jerarquía divina, el relato de San Lucas se cierra con otra fórmula sintética, en la que se aprietan otros veinte años de la vida de Jesús, y que a la vez parece una contrapartida intencionada: si por unas horas convino estar en las cosas de su Padre celestial, por el resto de su vida, hasta la predicación de su Evangelio, Jesús se someterá a María y a José 21.

31 Mt. 2,41-52» Tal vez las profundas enseñanzas que el misterio.

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

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La vida oculta.

;Y qué decir de la vida oculta del Señor?

No hay biografía de Jesús ni comentario a los evan- gelios que no estudie con detención este período de la vida del Salvador, que los evangelistas pasan en silencio.

Desde los doce años hasta el momento de la aparición en la región del Jordán, donde Juan bautizaba, nada de lo que hizo Jesús consta en los evangelios. De nuevo nos sa- len al paso, con su contraste, los apócrifos, y de nuevo la exeqesis se plantea el problema del motivo de este altí- simo silencio.

Sin embargo, no conviene dejarse impresionar dema- siado. Este mismo pasar por alto tan largo y hermoso pe- ríodo de la vida de Cristo: su adolescencia y su juventud, guarda, sin duda, una incomparable lección de dulce hu- manidad, que no debemos despreciar nosotros.

¿Es que Jesús no hizo en ese tiempo cosa digna de ser contada para nuestro ejemplo? Acaso no resulte temerario, como pudiera parecer a simple vista, contestar que no, si la negativa se refiere a acciones singulares o a palabras concretas y determinadas; porque la ejemplaridad de esta fase de su historia terrena reside cabalmente en el conjunto de aquella aparente vulgaridad, de aquel hacer lo que to- dos solemos hacer, si bien con aquella perfección que en Jesús era patrimonio de su divina Persona, y que San Lucas insinúa sin contorsiones ni ditirambos en aquel epi- fonema final de su evangelio:

"Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres" S2.

Más tarde, ante la deslumbradora claridad de los pro- digios de Jesús y la maravilla de su palabra, sus paisanos de Nazaret nos darán, sin quererlo, la mejor medida de lo que fué, por amor nuestro, esta sencillez humana de Cristo mientras 'Convivió con ellos:

de la pérdida del Niño Jesús, y sobre todo su respuesta a María, en- cierran, y que tanto han dado que hacer a la exegesis, enriqueciendo, eso sí, el tesoro de la Ascética cristiana, nos hace olvidar más de lo justo este fondo tan deliciosamente humano que hemos puesto de relieve.

73 U Z.52,

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LA PERSONA DEL REDENTOR

"¿De dónde le vienen a éste tales cosas, y qué sabidu- ría es ésta que le ha sido dada, y cómo se hacen por su mano tales milagros? ¿No es acaso el carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, y de José, y de Judas, y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nos- otros?" ^*

Cuanto podía decirse de este período de la historia de Cristo, lo dice este animado y malintencionado comentario de los nazaritas.

Hasta el punto de que no ha faltado, entre los comen- taristas modernos de la historia de la infancia, quien afir- me que los evangelios sinópticos, escritos en principio por galileos, no quisieron contar lo que todos ya sabían de corrido 24 .

Y no sin razón, este mismo autor sostiene que en pu- ridad no puede hablarse de lagunas en los evangelios con relación a la vida oculta de Jesús. A la luz de cuanto la Ciencia ha ido poniendo en claro acerca de las costumbres, ideología y gustos de los iudíos contemporáneos de Cristo, podemos adivinar cómo Él vivió y cómo hubo de reaccio- nar ante los acontecimientos. Por esa plenitud de verdad humana, Jesús no se eximió de la ley universal, que hace de todos los hombres lo que solemos llamar "hijos de la época".

¿Y será aventurado decir que el lenguaje y el estilo de Jesús, tan llenos de la luz de aquellos cielos, del color y la fragancia de aquellos campos galileos y de la gracia ingenua de aquellas maneras aldeanas, nos están descu- briendo una de las predilecciones de su juventud: la con- templación y el goce de la campiña y de los pintorescos horizontes que desde las alturas de Nazaret podían disfru- tar unos ojos tan limpios y penetrantes como los suyos?

El campo y su madre: he aquí las dos fuentes princi- pales en las que durante aquellos años se bañó de trans- parencia y de ternura la adorable humanidad de Jesús 25.

23 Me. 6,2-3; Mt. 13,54-57.

24 J.Olivier, O.P., De Bethicém a Nazaveth (París 1908) p.IX.

25 ¡Qué dulce es al corazón devoto pensar en que Mar!a, como todas las madres, no sólo dió el ser humano a su hijo, ciño que le educó y le formó! El corazón de Jesús, en este senf'do, puede decirse formado también por María. Cuando se profundiza un poco en el es- tudio del Magníficat y de las bienaventuranzas, no se tarda en des- cubrir una mina común de pensamientos, que, en cuanto a la ciencia experimental y dquirida de Jesús pudieron tener, entre otros, el venero de los sentimientos de su Madre.

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"Perfecto hombre":

a) Algunas aclaraciones. Pasemos adelante.

Antes de preguntar al Evangelio conviene, sin embar- go, para encuadrar su respuesta en el marco de la Teolo- gía, indicar sumariamente lo que ésta enseña acerca de las propiedades de la naturaleza humana de jesús.

La tesis que recoge el sentir de la Iglesia se cifra en aquel principio fundamental de que la unión hipostática, al elevar a la humanidad de Jesús a un grado de perfec- ción de que es incapaz la nuestra, no la hizo distinta sino en aquello que es incompatible, es decir, contradictorio. Y sólo el pecado supone contradicción en Jesús, y por lo mismo, sólo el pecado resulta incompatible con la dignidad del Hijo de Dios 26.

Lógicamente, la verdad y la integridad de la natura- leza humana de Jesús ponen a salvo la existencia en Él de aquellos actos del apetito sensitivo que designamos con el nombre de pasiones 27. Acaso nos asuste la palabra, porque en el lenguaje ordinario entendemos por tales, más que los actos mismos, las imperfecciones y la desviación con que en nosotros se presentan; pero esta desviación dimana del pecado, y ya se ha dicho que en Jesús el pe- cado sería una contradicción.

Cuando desde este ángulo de mira se estudia la hu- manidad de Jesús, es cuando se comprende no sólo aquella simpatía avasalladora que irradiaba su persona, sino ese inmenso e inefable valor humano de su ejemplo y de su doctrina, que todos, los de dentro y los de fuera, tanto admiramos en el Evangelio.

Debemos a Santo Tomás de Aquino, como siempre, la sistematización genial de toda esta psicología humano- divina de Jesús, que, por un lado, tanto le acerca a nos- otros y, por otro, contribuye a explicar el plan de Dios

28 Tal vez, entre los Santos Padres, el que con más claridad habla sobre el tema es San Cirilo de Alejandría. A pesar de todo, por atre- v'das que pudieran parecer las fórmulas antidocetas de los Santos Padre:, no igualan ni en vigor ni en valen ía a las de San Pablo. Véanse, por ejemplo, las que acumula en el corto espacio de unas lineas en el pasaje ya citado de Phil. 2,7.

27 El actual pontífice Pío XII subraya este mismo principio en su encíclica Aurietis aquas.

LA PERSONA DEL REDENTOR

sobre la redención y el papel capital que en ella debía re- presentar la humanidad del Redentor.

Si la condición pasible de Cristo dice el santo Doc- tor— puede ocultar la divinidad, en ella, sin embargo, se pone de manifiesto su humanidad, que es el camino que lleva a la divinidad 28.

Aunque, a decir verdad, hemos de confesar que en la coexistencia de estas pasiones, y sobre todo de está pasi- bilidad de la humanidad de Jesús, con las dotes y propie- dades de su divinidad, reside, con toda su anchura y pro- fundidad, el mismo misterio que en su condición simultánea de hombre y de Dios, que en definitiva constituye el sobe- rano misterio de la unión hipostática, el misterio del abra- zo, en la unidad inefable de la persona del Verbo, de las dos naturalezas, la divina y la humana, sin confundirse, sin mezclarse y sin sufrir mutilación alguna.

Es decir, si intentamos dar la razón de las cosas, tro- pezaremos a cada paso con el misterio.

Pero esto no debe impedir que, con espíritu de fe, nos acerquemos reverentes a la sagrada humanidad de Jesús, tal como se ofreció en su vida mortal a los ojos de los hombres y se nos presenta ahora a nosotros en la bella urdimbre de los evangelios.

No sabremos, por ejemplo, razonar la tristeza y el do- lor de Jesús; pero ¿quién duda de que Jesús experimentó el dolor y la tristeza, y de que esos efectos le conmovieron sensible y visiblemente? 29

b) Rasgos humanos.

Hechas estas ligeras indicaciones, que eran necesarias, tratemos de recoger estos rasgos humanos de Jesús, de que hicieron tan crecido caudal los evangelios.

28 S.Th., 3 q.14 a.l. En el cuerpo del artículo expone Santo Tomás tres razones profundísimas que abonan la conveniencia de esta pasibi- lidad de Cristo; razones que luego se completan en la solución de las objeciones. No menos interesantes son todos los artículos que integran la cuestión 15.

29 Mucho se esfuerzan los teólogos con Santo Tomás (S.Th., q.14 a. 5 y 6) por explicar la pasibilidad y el hecho de la tristeza de Jesús y su capacidad de dolor fensible. No se ve contradicción, y esto basta; pero repetimos que el misterio de la unión hipostática nos sale cons- tantemente al paso. Por eso será más útil y sabroso comprobar es'os dulcísimos rasgos de humanidad, que tanto abundan para consuelo y estímulo nuestros en los evangelios canónicos.

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Y habremos, por fuerza, de limitar mucho la selección, para no alargar desmesuradamente este capítulo.

Pero hemos de intentar con toda reverencia, y, a ser posible, con aquel amor con que lo hicieron los evangelis- tas, el diseño de la humanidad de Jesús, fácil por la copia de datos, mas inabordable por la belleza de la figura, que corremos siempre el peligro de manchar y obscurecer. Ti2mbla la pluma al dibujarla, viendo cómo, al escribir, esta figura de Jesús se acerca en toda su dimensión hu- mana, hasta conmensurarse con nosotros, en virtud de un fenómeno visual semejante al que produce el telescopio cuando pone casi al alcance de la mano el mundo infinita- mente distante de las estrellas.

Y ¿por qué no comenzar por el cuarto evangelio? San Juan, que, como escritor dista mucho de la elegancia de San Lucas, tiene, sin embargo, sobre éste un raro poder para captar la realidad y una habilidad extrema para re- producir la vida y el movimiento de los episodios. Por eso su evangelio ofrece narraciones inolvidables, como la de la samaritana y la resurrección de Lázaro, y otras que mere- cen figurar en las mejores antologías, como la del ciego de nacimiento, sin rival en su género.

Y es curioso observar de qué manera en estas páginas del cuarto evangelio, aunque el bordado es divino y toda su lumbre sobrenatural, la malla, por decirlo así, es de la más recia calidad humana, no sólo por parte de los acto- res que intervienen en las escenas, sino porque, como uno de tantos, Jesús no se despega de ese fondo realista de los cuadros.

Cuando en el cuarto evangelio habla Jesús o nos regala con las perlas, ciertamente escogidas, de sus más insignes milagros, se recibe la impresión de que, como en la trans- figuración, la divinidad deslumhra y relampaguea, o de que se entreabren los cielos, como en el Jordán; pero infa- liblemente, aun en estas ocasiones, el evangelista se ha cuidado de anotar el rasgo humano, que atenúa esa luz y fija a Jesús en la tierra.

1) Junto al pozo de Jacob.

¿Hay algo de más puro sabor sobrenatural y hasta de más fina contextura mística que el diálogo de Jesús con la samaritana? El Maestro, que ha saltado del plano natural al plano divino de los misterios de la gracia, se lleva pren-

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dida en la red de su palabra a aquella dichosa muj?r, que, olvidándose de su cántaro, de su agua, de su sed, de sus amores de pecado, en pleno vuelo del alma, cielo arriba, se ha encontrado de pronto con que el Mesías esperado está allí: "Soy yo, que estoy hablando contigo"30.

Mas al lado de esto, ¡qué profusión de datos topográ- ficos, históricos, étnicos, que nos llaman a la realidad te- rrena del escenario, y qué rasgos tan acentuados, de hu- mana verdad, como recordándonos que Jesús, el Mesías, el Profeta, no deja por eso de ser hombre!

El pozo de Jacob, la ciudad de Siquem, el monte Gari- zim con su templo cismático y semipagano, rival del de Jerusalén; la enemistad entre samaritanos y judíos, y emer- giendo de ese fondo tan rico de color y de exactitud, la figura de Jesús, "cansado del camino", presa del hambre y de la sed, que en aquella hora sofocante del mediodía se deja caer sobre el brocal del pozo... Sobra toda des- cripción, que siempre diría mucho menos que el adverbio sic "así" empleado por el evangelista, tan sugerente, en medio de su no afectada ingenuidad, que, aun no traducido, parece estar invitando a la imaginación. El cuadro sugeri- do por San Juan en esta sola palabra se ve mejor que se describe 31.

30 En el cuarto evangelio se repite éste copio esquema común de los díscur.:os de Jesús; el da o material, el agua, el pan, el nacimiento corporal... nrven de punto de apoyo para remontarse a planos supe- riores: el agua de la gracia, en este pasaje, el Pan de vida (6,25 s.); el renacimiento espiritual por el bau ismo (3,1-10), etc., etc. Los ra- cionalistas han querido descubrir en este procedimiento literario la mano y el artificio del evangelista o del compilador, con perjuicio de la autenticidad y veracidad del evangelio. El método, sin embargo, es de un alto valor pedagógico y está muy en armonía con la manera habitual de la predicación de Jesús. ¿Pero es que no pudo ser de Jecús este método, que ellos atribuyen al evangelista? ¿Per qué no? ¿O es que no hay casos similares en los evangelios sinópticos? Recuérdese, por vía de ejemplo, aquel pasaje de San Marcos (8,14-20) en el que Jesús, después de la segunda multiplicación de los panes y a propósito de un descuido de los discípulo:, que, al embarcar, se encontraron con un solo pan, se refiere al fermento de los fariseos y de Herodes en un sentido parabólico y moral, que los apóstoles entendieron también literalmente. El episodio es curioso y pintoresco, como íantos otros del

31 lo. 4,1-42. Acerca del realismo de esta descripción, baste citar estas palabras, tan poco sospechosas, de Renán: "Sólo un judío de Palestina que hubiese pasado a menudo por la entrada del valle de Siquem pudo escribir estas cosas." Entre los comentarios de todos los tiempos merece ser citado en puesto de honor el de San Agustín. ¡Cómo se recrea el santo Doctor en poner de relieve esta fatiga de

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2) Ante el sepulcro de Lázaro.

Pocos milagros de Jesús alcanzaron la resonancia y tu- vieron las graves consecuencias que el de la resurrección de Lázaro; y en poos páginas del cuarto evangelio "las obras" de Jesús ponen tan de relieve su divinidad.

La manera peculiarísima ¿2 San Juan, que desde San Cirilo y San Agustín han advertido todos los comentaris- tas, a saber: aquel descubrir en los hechos mismos, bajo la primera realidad histórica, esa otra verdad, figurativa de realidades más altas, acaso nunca se manifestó tan a las claras como en este bellísimo eoisodio.

Si alguna vez la figura del Maestro aparece en el cuar- to evangelio nimbada de un halo divino, es aquí: a las puertas de Betania, en su conversación con las hermanas de Lázaro, pidiéndoles la fe y la esperanza en la Vida y en la resurrección, entre el hedor de un cadáver de cuatro días. Y, sin embargo, como siempre, aparece también el diseño ráoido y entrañable de la humanidad de Jesús, a la qu? San Juan no pierde de vista ni siquiera en estas ala- das elevaciones, gloria de su evangelio. Copiemos el texto sin comentario:

"Viéndola Jesús llorar, y que lloraban también los ju- d'os que venían con ella, se conmovió hondamente y se turbó, y dijo: ¿Dónde le. habéis puesto? Dijeron: Señor, ven y ve. Lloró Jesús. Y los jud'os dec'an ¡Cómo le amaba! Algunos de ellos dijeron: ¿No pudo éste, que abrió los ojos al ciego, hacer que no muriera? Jesús otra vez conmovido en su interior, llegó al monumento, que era una cueva cubierta con una piedra. Díjole Marta, la hermana del muerto: Señor, ya hiede, pues lleva cua- tro días... Quitaron, pues, la piedra, y Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, te doy las gracias porque me has escuchado; yo que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que me has enviado. Y diciendo esto, gritó con fuerte voz: Lázaro, sal fuera"32.

Jesús! "Tibi fatigatus est ab'itinere Iesus": "Para tu provecho, Jesús se ha fatigado de caminar". Tratados sobre el Evangelio de San Juan. Obras de San Agustín (Madrid, BAC) t.XIII p.409. 22 lo. 11,1-44.

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LA PERSONA DEL REDENTOR

3) El ciego de nacimiento.

En otras ocasiones la figura de Jesús, si bien eje de los episodios, se esfuma de la escena; pero el evangelista acier- ta, aun entonces, a acentuar el aspecto humano, bien a través de los comentarios de los actores y testigos, bien por medio de un recio claroscuro.

Tal sucede en el relato del ciego de nacimiento. Nada hay en él, si no es el milagro mismo, que no podamos cali- ficar de hondamente natural y humano: los altercados mo- vidísimos— que hoy podemos escuchar en cualquier pla- zuela de barrio entre los vecinos y el mismo protagonis- ta; el proceso jurídico de la curación, que alcanza un grado insospechado de apasionamiento; la pintura de caracteres; el dibujo impresionante del ciego, que con la verdad de su situación y con aquella ironía, tan acusada a veces en cier- tos tipos populares, triunfa moralmente del tribunal judio; la marrullería acomodaticia de los padres del curado; la malévola actitud de los enemigos del taumaturgo ante la irrefutable realidad del portento.

Nada tiene de extraño que, en medio de este desbor- damiento de verdad humana, la misma revelación final de Jesús: "¿Crees en el Hijo del hombre?", que trata de enfrentar al pobre mendigo con la luz deslumbradora del misterio, quiera como mitigarse y humanizarse con estos dos rasgos, tan delicados y amables: "Le estás viendo; es el que habla contigo" 83.

4) Cómo reaccionan los oyentes de Jesús.

Dígase con sinceridad si aquellos comentarios de la muchedumbre y de los enemigos de Jesús, que riza y en- crespa un viento de tragedia, en el episodio final del capí- tulo séptimo, no proyectan sobre la figura de Jesús un des- tello de humanidad, si es que no preferimos decir que lo tremenda y rudamente humano de estos altercados supone, como objeto y motivo, un Jesús-Hombre tallado a maravilla por este conjunto pintoresco de apreciaciones y datos que supo recoger el evangelista.

"De la muchedumbre, algunos que escuchaban estas palabras decían: Verdaderamente que éste es el profeta. Otros decían: Éste es el Mesías. Pero otros replicaban:

93 lo. 9,1-38.

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

181

¿Acaso el Mesías puede venir de Galilea? ¿No dice la Escritura que del linaje de David y de la aldea de Be- lén, de donde era David, ha de venir el Mesías? Y se originó un desacuerdo en la multitud por su causa. Algu- nos de ellos queran apoderarse de él, pero nadie le puso las manos. Volvieron, pues, los alguaciles a los pr nci- pes de los sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: Jamás hombre alguno habló como éste. Pero los fariseos les replicaron: ¿Es que también vosotros os habéis de- jado engañar? ¿Acaso alguno de los magistrados o de los fariseos ha creído en él? Pero esta gente ignora la Ley y son unos malditos" 34.

El Jesús del cuarto evangelio, lo mismo que el de los sinópticos, siendo Dios, es a la vez hombre, que puede sen- tir el calor y el frío 35, que llora, como se vió en el episodio de Betania 36, y huye, lo mismo que un simple mortal que no fuera dueño de los elementos y de las situaciones 37.

c) Vibraciones de humanidad.

Ensanchando más el campo de la investigación, la hu- manidad de Cristo puede presentarse, y así lo hacen los cuatro evangelistas, en la sorprendente vibración de todos los afectos humanos, en toda la escala y matización de va- riantes y de intensidad que pudiéramos exigir a la natura- leza humana más sensible y delicada.

1) La dulce amistad.

Jesús conoció y gozó las dulzuras de la amistad y del amor, y quiso dejarnos en el Evangelio regaladísimos ejemplos, que los hombres no acabaremos nunca de sa- borear.

La noble casa de Betania, a dos pasos de Jerusalén, fué testigo envidiable de estas delicadezas del Maestro, que cuando el dolor las sacudió, como sacude el viento los almendros floridos, embalsamó el Evangelio con la fragan- cia de esta triple confesión: por parte de Jesús: "Lázaro,

| " lo. 7,40-49.

36 "Era invierno, y Jesús se paseaba por el pórtico de Salomón" (lo. 10.22).

38 San Lucas (19,41) menciona otras lágrimas de Jesús en la entra- da de Jerusalén el día de los ramos. "Y así que estuvo cerca, lloró so- bre la ciudad."

31 Cuatro veces, cuando menos, anota San Juan, más o menos ex- plícitamente, cómo Jesús huye del encono de sus enemigos (4,1; 7,1; 8,59; 10,39.40).

182

LA PERSONA DEL REDENTOR

nuestro amigo"; por parte de las hermanas: "Señor, el que amas está enfermo"; por parte de la multitud: "Mi- rad cómo le amaba".

Y este sentimiento de amistad, para que fuera más hu- mano, no fué ajeno en Tesús al latido entrañable de la sin- gularidad y de la predilección. El apóstol San Juan mere- ció este amor de privilegio, del que tan hondas y numero- sas huellas quedan en su evangelio. Tras estas preferen- cias, le gusta descubrirse, declarando el anónimo, y en ellas, no cabe dudarlo, hay que buscar la razón de tantos atisbos, de vuelos tan altos y de tan profundo y peculiar conocimiento del corazón del Maestro, que sólo un amor así pudo iluminar38.

2) Miradas de amor.

No menos interesante, para nuestro propósito, es el cuadro miniatura insuperable entre tantas del segundo evangelio que encontramos en el capítulo décimo de San Marcos. La ingenuidad y la bondad de aquel joven en- cendieron en Jesús una viva llama de simpatía que, al es- capársele por los ojos, debió iluminar toda la escena. "Y Jesús, poniendo en él los ojos, le amó". Mas luego, ¡qué transiciones tan naturales y humanas ante la no menos humana reacción del joven! El amor irreprimible y no di-

38 Que el autor del cuarto evangelio se haya descubierto a mis- mo, sin levantar del todo el velo del anónimo, en estas referencias afectivas que, a partir del relato d" Ta última Cena, se repiten muchas veces (lo. 13,23; 19,26; 20,2; 21,7.29), es cosa que no puede negarse en serio. La identificación de este d'scípulo "a quien amaba Jesús" con el apóstol Juan no es diPcil a la luz de los evangelistas sinópti- cos, por los que sabemos que Juan forma parte de la terna de los dis- cípulos preferibles del Maestro; a la luz de tantas aluciones, cuya for- mulación aparentemente impersonal ce explica por delicadeza y a la luz de tantas particularidades de estilo y de composición. La profusión de datos y de recuerdos personales suponen, digámoslo, claramente, un corazón tiernamente enamorado del protagonista de su libro. En el cuar'o evangelio es innegable que toda la rica información con que se completa el relato sinóptico es de primera mano. Y esto desde el principio. Lo cual demuestra que Juan deb*'ó de ser recibido por Jesús con manifestaciones de singularísimo cariño, al que se abrió entregán- dose el alma pura del joven discípulo del Bautista. Porque sólo a fuego de un amor tan ardiente pudieron grabarse para siempre en la memoria de Juan los detalles más insignificantes de aquellas primeras jornadas de su evangelio, que producen la impresión en el relato de notas de un diario {lo. 1,19; 2,11). Solamente por prejuicios que no son de índole crítica y literaria se explica la hostilidad del raciona- lismo bíblico contra San Juan como autor del cuarto evangelio,

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CHISTO

simulado de Jesús se trueca en compasión; la compasión, en pena, y sus sombras forman el claroscuro de este bellí- simo tapiz:

"Salido al camino, corrió a él uno que, arrodillándose- le, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? Y Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya sa- bes los mandamientos: No matarás, no adulterarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no harás daño a nadie, honra a tu padre y a tu madre. Y él le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Y Jesús, poniendo en él los ojos, le amó y le dijo: Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y si- gúeme. Ante estas palabras, se nubló su semblante y fue- se triste, porque tenía muchas haciendas. Y mirando en torno suyo, dijo Jesús a los discípulos: ¡Cuán dif cilmen- te entrarán en el reino de Dios los que tienen hacien- das! Los discípulos se quedaron espantados al oír esta sentencia. Tomando entonces Jesús de nuevo la pala- bra, les dijo: Hijos m os, ¡cuán difícil es entrar en el reino de los cielos!"39

3) "Triste hasta la muerte".

Y en el polo opuesto, acaso con más impresionante verdad, porque en aquella hora, como que la naturaleza hu- mana del Señor se hubiera quedado, para estos efectos, incomunicada con la divinidad misterio incomprensible y adorable , aquellos sentimientos, de que fueron testigos el huerto de los Olivos y el Calvario, y qu2 los evangelis- tas parecen no acertar a describir; sentimientos de temor y de angustia, de pavor y de tristeza, de desolación y des- aliento, hasta no poder más, hasta ponerle al borde de la muerte 40.

39 Me. 10,17-24. El testigo que recogió el dato de las miradas de Jesús tuvo que ser otro gran enamorado del Maestro. La tradición desde Papías (que escribió hacia el 120 de núes ra era) sostiene que la fuente del segundo evangelio es la catequesis de San Pedro. Y esta referencia, tan acreditada históricamente, no Jo, está menos desde el punto de vis a de la crítica interna. También San Mateo recoge este episodio (19,16-26), pero sin la riqueza de pormenores y sin la emo- ción que acabamos de poner de relieve en el relato de San Marcos.

40 Mt. 26,37-38; Me. 14,33-34; Le. 22,44. San Juan (18,1) da por conocida esta escena tremendamente humana, contento con la indica- ción topográfica "donde había un huerto en e'l que entró con sus dis- cípulos", necesaria para localizar la traición de Judas y la prisión del

184

LA PERSONA DEL REDENTOR

4) Las tentaciones.

Otra prueba no menos sorprendente de la realidad hu- mana de Cristo han visto los Santos Padres y comenta- ristas en las tentaciones durante la cuarentena en el de- sierto de Judea. Yo no sabría decir dónde se manifiesta con más pavoroso relieve la humanidad de Jesús, si en la pasión o en esta humillante situación de sus tentaciones. Lo que puede asegurarse es qu2, si el demonio no hubiera descubierto en Jesús una naturaleza humana como la nues- tra, nunca se hubiera acercado a Él para tentarle. Ignora- ba su condición divina. Es, tal vez, lo que trataba de ave- riguar. De su condición humana no podía dudar, porque a la vista estaba, hasta en la flaqueza y la necesidad que aquel ayuno de cuarenta días le había acarreado 41. ¿No serán eco de este episodio las audaces afirmaciones de la Carta a los Hebreos a que aludíamos al comienzo de este capítulo? 42

Mas para sorprender a Jesús en toda la opulenta acti- vidad y en la riquísima gama de los afectos y sensaciones de su humana naturaleza, sería necesario leer y anotar el texto íntegro de los evangelios.

Aparte las manifestaciones que acabamos de estudiar, tropezaríamos en este recorrido con las explosiones de su misericordia incoercible, de su ternura y compasión infini- tas, y frente a ellas, con el agridulce de su ironía y con el estruendo tumultuoso, como de torrente embravecido, de su ira y de su indignación43.

Maestro, con que inicia su historia de la pasión. Cada una de las pa- labras empleadas por los sinópticos, que tanto dicen y no acaban de medir teda la realidad, debe ser para el alma cristiana un camino que la lleve al Corazón de Jesús, en este trance de su pación más humano que nunca, si cabe hablar así. En el relato de este episodio, San Lu- cas añade por su parte el dato del sudor de sangre;, en cambio, San Mateo (27,46) y San Marcos (15,34) registran la dolorosísima e insu- frible sensación de abandono que Cristo experimentó en la cruz, y que había predicho David en el salmo 21, ya conocido de los lectores. Es la cuarta de las "siete palabras".

41 Mt. 4,1-11. Me. 1,12-13; Le. 4,1-13. San Marcos se contenta con una somera indicación. San Mateo y San Lucas dan una amplia refe- rencia, si bien entre ambos relatos existe la diferencia, por ejemplo, del orden de las tentaciones.

4* Heb. 2,18; 4,15.

43 Su ternura con los niños, su compasión con las turbas hambrien- tas, que andaban "como ovejas sin pastor"; con la viuda de Naim, que acaso le recordó anticipadamente a su santísima Madre, que habría de

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

185

Palabra humana del Verbo de Dios.

a ) Generalidades.

Sin embargo, por la belleza y la viva emoción de esta verdad humana que encierran, debemos, para completar este análisis y acabar este dibujo, estudiar con algún de- tenimiento ciertos discursos y ciertas enseñanzas y conver- saciones de Jesús, en las cuales, según se indicó más arri- ba, dejó muy honda huella su ciencia experimental, por lo mismo humana, y además se volcó, impregnándolos de un fuerte aroma terreno, todo el ser humano de Cristo, "su carne, su alma, su sensibilidad", para decirlo con una vieja fórmula antipriscilianista 44.

Pero no vamos a analizar todos los discursos de Jesús.

Es cierto que su estilo, aun en aquellos casos en que los evangelistas nos transmiten, no la redacción literal y primitiva, sino un resumen más o menos ceñido de las pala- bras de Jesús, tiene un sabor de la más alta calidad humana. En ocasiones, este sello de originalidad y esta fragancia silvestre, como de olor de jara y de tomillo, que produce siempre la sensación de lo auténtico, sin refinamientos de I artificio, ha servido a los críticos, comenzando por los más hostiles a Jesús, para delimitar los trozos, que han debido conservarse tal como brotaron de labios del Maestro 45.

Mas tampoco es este aspecto el que ahora nos interesa. Preferimos entresacar de las enseñanzas o palabras de Je-

hallarse en trance parecido, aunque infinitamente más dramático y do- loroso, todo esto es muy conocido del lector. En cuanto a la ironía de Jesús, véase, por ejemplo, Io>. 5,43; 7,5. De su ira habla expresa- mente San Marcos: "y dirigiéndoles una mirada airada" (3,5); de su indignación son claro argumento sus diatribas contra los fariseos, de ¡j las que abundan los ejemplos no sólo en el cuarto evangelio, sino en los mismos sinóptico.3, como en Mt. 23,13-32, de donde son estas recias y durísimas imprecaciones: "sepulcros blanqueados", "serpientes, raza de víboras"; o contra los escandalosos (Mt. 18,6-7), o su reacción vio- lenta ante la profanación del templo por los traficantes y mercaderes (Mt. 21,12-13; lo. 2,13-16).

44 De autor desconocido, probablemenfe de fines del siglo iv. Véa- se H.Den'zinger, Enchitidium Symbolorum et De¡initionum (1922) n.16.

45 Tal suecede, verbigracia, con aquel pasaje inolvidable del ser- món de la Montaña (Mt. 6,25-34), en que Jesús, valiéndose del ejem- plo de las aves y los lirios del campo, nos encarece el abandono con- fiado en manos de la providencia de Dios, nuestro Padre,

186

LA PERSONA DEL REDENTOR

sús aquellas que, por la carga de verdad humana, de hu- mano sentimiento y de calor entrañable, sólo pudieron na- cer en un corazón y florecer en labios de un hombre.

b) Diálogo inmortal.

Tal es el caso de la Sirofenisa, sobre todo en la redac- ción de San Marcos, algo más concisa que la de San Ma- teo, pero también m's saturada de emoción y de esa im- presiónente verdad humana que se paladea y se goza, pero se escapa al comentario:

"Y partiendo de allí, se fué hacia los confines de Tiro. Y entrando en una casa, no quería ser de nadie cono- cido; pero no le fué posible ocultarse, porque luego, en oyendo hablar de Él, una mujer cuya hijita tenía un es- píritu impuro entró y se postró a sus pies. Era gentil, sirofenisa de nación. Y le rogaba que echase al demo- nio de su hija.

Y Él le decía: Deja primero hartarse a los hijos, que no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los cachorrillos.

Y ella le contestó, diciendo: Sí, Señor; pero los ca- chorrillos, debajo de la mesa, comen las migajas de los hijos.

Y Él le dijo: Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija.

Y llega a casa, y halló a la niña echada en la cama y que el demonio había salido" 46.

c) Alegoría del Buen Pastor.

Y tal es el caso de muchas parábolas de Jesús. Así la parábola-alegoría del Buen Pastor.

El secreto del encanto que encierra este pasaje del Nue- vo Testamento, más que en el colorido y, si se quiere, en el valor artístico del cuadro, está en el caudal profundo de sentimientos, sólo imaginables en un corazón capaz de hacerse todo ojos, boca y manos, con que ver y llamar y acariciar a esas ovejas, por cuyo amor el buen pastor, no el ladrón de rebaños, se dejaría matar, luchando cuerpo a cuerpo con los lobos enemigos.

¡Con qué fruición las dulces inflexiones de voz del Maestro irían subrayando cada uno de los rasgos de esta amable figura del pastor; bella estampa campesina tantas

Me. 7,24-30: Mt. 15.21-28.

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

187

veces contemplada por Él con la honda emoción de quien se sabía representado en esa misma imagen y en ella había de vaciar Él mismo la organización y la misión salvadora de su obra, la Iglesia!

Es página que todos debiéramos saber de memoria 47 .

d) La perla de las parábolas.

1) Tríptico incomparable.

Mas, a pesar de todo lo dicho hasta aquí, y para no hacernos interminables, acaso en ninguna otra ocasión y en ninguna otra página del Eva.ngelio se ha manifestado tan sugestiva y tan palpitante la humanidad de Jesús como en las tres bellísimas parábolas de San Lucas conocidas con el título de "las parábolas de la misericordia" 48.

Nada comparable en emoción humana a estas joyas del tercer evangelio, que sólo un Dios pudo imaginar y auto- rizar, no obstante sus aparentes antinomias, y sólo un hom- bre formular y sentir.

Y es curioso observar que este tríptico inimitable es la respuesta de Jesús, de su corazón humano, de su "huma- nidad y benignidad", a una calumnia denigrante, inter- pretando sus enemigos uno de los rasgos más amables de esa misma humanidad:

"Se acercaban a él todos los publícanos y pecadores para oírle, y ios fariseos y escribas murmuraban, dicien- do: Éste acoge a los pecadores y come con ellos" 49 .

Las tres parábolas son como variaciones distintas de un mismo tema musical, apenas esbozado en las dos pri- meras, desbordante de ritmo y de sonoridad, de luz y co- lor, de amplias líneas melódicas, que se desarrollan hasta formar como los tiempos de una maravillosa sinfonía, en la tercera, a la que aquéllas sirven dz pórtico.

47 lo. 10,1-16. ¿Quién no ha gustado con deleite el bellísimo co- mentario a esta página del cuarto evangelio de nuestro Fr. Luis de León, Los nombres dt Cristo: Pastor, que difícilmente podrá superarse k> mismo por la donosura de la forma que por la profundidad teoló- gica de contenido? Por lo que hace al fondo eclesiológico de este pa- saje, véase nuestra monografía La Iglesia en el Evangelio, p.101-103.

48 Le. 15,1-32. Son las parábolas de "la oveja y la dracma per- didas" y la del "hijo pródigo".

49 Ib., 1-3.

188 LA PERSONA DEL REDENTOR

2) El hijo pródigo,

"La perla de las parábolas" se ha llamado con razón a la parábola del "hijo pródigo". Si los ángeles hubie- sen recogido todas las lágrimas que han vertido los hom- bres leyéndola, a buen seguro que con ellas se hubieran llenado los senos inmensos de un inmenso océano. Si al- guien no se hubiera visto dibujado, al menos en algún mo- mento y en alguna situación de su vida interior, en la pintura del alocado muchacho, que con su libertad, sus caudales y su inexperiencia huye de la casa paterna, para caer en manos de unos malos amigos, pudiera decirse de él, parodiando una frase de San Juan, que "se engaña a mismo y no está en él la verdad" 50.

Tan grande es el caudal de verdad humana que atesora esta parábola.

3) Impresionante realismo.

Verdad humana y fuerte realismo en las dos estampas del primer acto, tan ricas de sugerencias en medio de su laconismo. No diría más una larga descripción. Verdad humana, en el proceso psicológico de la conversación del joven, especie de intermedio, en el que no se sabe qué ad- mirar más, si la rapidez y la seguridad vigorosa de los trazos, o el conocimiento perfecto del corazón humano y de los resortes y matices de sus más íntimas reacciones, o el sentimiento que palpita en cada una de las pinceladas de luz y de sombras, dignas del mayor de los poetas.

En el que pudiéramos llamar acto segundo, paralela- mente al protagonista y dominando la escena, la figura del padre se yergue radiante y jubilosa tras el dolor de la por tanto tiempo inútil espera, como en una especie de transfi- guración, en que, traspasada por la lumbre interior la en- voltura frágil de su cuerpo, se muestra aquel corazón de padre, estremecido de misericordia y de viva compasión, cual jamás supo vibrar corazón humano, y cual nosotros, aun juzgando por el nuestro en sus momentos de amor y de ternura, no hubiéramos podido imaginar.

Hay algo que abruma y enternece, que inunda de lá- grimas los ojos, en el acierto soberano de este abrazo del

lo. 1,8.

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

189

padre y del hijo, superior a todo lo conocido en la historia del arte literario, sin excluir los cuadros, tan humanos y bellos ciertamente, con los que la llama poética de Homero iluminó a veces su poema inmortal.

¡Y cómo esta humanidad entrañable del anciano des- pliega todo el resplandor de su hermosura allí, en el centro geométrico y espiritual de la parábola, entre la frivola in- gratitud del menor de los hijos y el mezquino egoísmo del mayor: dos nubes sombrías, entre las cuales Jesús, el artis- ta inimitable, tendió el rompimiento de cielo de esta in- mensa bondad!

Sombras humanas, muy humanas, es verdad, pero des- tellos de luz, muy humana también. Porque, a pesar de todo, junto a las ruindades de unos hombres florecen las perfumadas delicadezas de otros; mejor aún, dentro del mismo pecho, en un vaivén muy humano, se suceden los fríos latidos del egoísmo y las cálidas palpitaciones de la generosidad.

4) El texto de San Lucas.

Acto primero. Cuadro 1.°

"Un hombre tenía dos hijos, y dijo el más joven de ellos al padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Les dividió la hacienda, y pasados po- cos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tie- rra lejana, y allí disipó toda su hacienda viviendo diso- lutamente.

Cuadro 2.°

Después de haberse gastado todo sobrevino una fuer- te hambre en aquella tierra y comenzó a sentir necesi- dad. Fué y se puso a servir a un ciudadano de aquella tierra, que le mandó a sus campos a apacentar los puer- cos. Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado.

Intermedio.

Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi pa- dre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Pa- dre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.

190

LA PERSONA DEL REDENTOR

Acto segundo

Y levantándose, se vino a su padre. Cuando aún es- taba lejos, viole el padre, y compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. Díjole el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, traed la túnica más rica y vestíd- sela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, y traed un becerro bien cebado, y matadle, y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo se hab a perdido y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta.

Acto tercero Cuadro 1.°

El hijo mayor se hallaba en el campo, y cuando, de vuelta, se acercaba a la casa, oyó la música y los coros, y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar un becerro cebado, porque le ha reco- brado sano. Él se enojó y no quena entrar.

Cuadro 2.°

Pero su padre salió y le llamó. Él respondió y dijo a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos y nunca me diste un ca- brito para hacer fiesta con mis amigos; y al venir este hijo tuyo que ha consumido su fortuna con meretrices le matas un becerro cebado. Él le dijo: Hijo, estás siempre conmigo y todos mis bienes tuyos son; mas era preciso hacer fiesta y alegrarse, porque este tu hermano estaba muerto y vuelve a la vida, se había perdido y ha sido hallado."

La caridad de Dios, infinita en la triple dimensión que menciona San Pablo 51, para que .nosotros pudiéramos co- nocerla y de algún modo medirla, hubo de humanarse tam- bién y manifestarse en la ternura sensible y humana del corazón de Cristo. Y de esta como encarnación especial de la misericordia es eco y trasunto esta divina parábola.

Su valor humano resulta cabalmente el mejor realce de

Eph. 3,18.

C.9. NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

191

su divina verdad. Quien así nos conoce y así nos trata y nos perdona y nos ama es Dios sin duda, pero tuvo que ser hombre también.

"Pues bien, dice San Agustín, la palabra de Dios, Dios en Dios, la sabiduría de Dios, que permanece in- mutable en el Padre, para venir a nosotros buscó la carne, como sonido, encerrándose en ella y vino a nos- otros sin apartarse del Padre. Aprended y gustad esto que habéis o'do, meditad su grandeza y concebid de Dios cosas mayores" 52.

* Obras de San Agustín, VIII serm.141 (Madrid 1950) p.45.

CAPITULO X

Jesús en su trato con el Padre,

Es éste un aspecto que descubre riquísimos matices de la naturaleza humana de Jesús.

Conviene, sin embargo, advertir que, así como en el capítulo anterior esta naturaleza se nos presentaba en un plano deliciosamente humano y a una luz más familar a nuestra propia experiencia, los datos que en este capítulo vamos a estudiar nos transportarán en ocasiones a regio- nes más altas, fuertemente iluminadas con resplandores divinos, introduciéndonos de alguna manera en la zona misteriosa de interferencia de las actividades humanas y divinas de Jesús, fruto de la unión substancial de sus dos naturalezas en la Persona augusta del Verbo \

Singular condición del alma de Jesús por su unión con el Verbo»

La humanidad de Jesús, sin dejar de serlo, en virtud de esta unión, estaba toda ella como traspasada por la di- vinidad.

Cuando, al recorrer la historia de la santidad y al ex- plorar el campo ubérrimo de la vida mística, nos encontra- mos con los portentos de transformación moral, de sumi- sión y, a veces, de reducción a perfecta obediencia de la carne y de los sentidos, y con la opulencia y dinamismo

1 En realidad, y por efecto* de esta unión, todos los actos de la humanidad de Jesús eran humano-divinos, teándricos, según la expre- sión del Pseudo-Areopagita, adoptada por los Santos Padres y por la Teología. Sin embargo, esta calificación suele generalmente reservarse para aquellos en que intervienen las dos naturalezas: la divina, como causa principal; la humana, como instrumento de aquélla. Ejemplo tí- pico son los milagros. Otras operaciones, aunque siempre dirigidas y dignificadas por la Persona del Verbo, única en Jesús, por su condición no desbordan la capacidad de las facultades y potencias humanas. A esta clase de operaciones, comunes a todos los hombres, y zó\o en este sentido, las suelen denominar los teólogos operaciones humanas de Jesucristo. Los herejes monoteletas abusaron, como es sabido, del término "teándrico", por lo que el Concilio de Letrán en el año 649 hubo de condenar la herejía y fijar el sentido de la fórmula del Pseudo- Areopaqjta.

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

193

de la vida interior a que llegaron tantas almas mediante la unión ccn Dios por el conocimiento y el amor, es cuan- do podemos adivinar lo que tuvo que ser esta vida interior de Jesús.

No olvidemos que, en medio de esas elevaciones y vue- los del espíritu, los hombres más santos no dejan de expe- rimentar el peso y la resistencia del cuerpo y de los car- nales apetitos, de lo que no se vió libre el mismo San Pablo 2.

En Jesús, al contrario, no existía, ni podía existir, este lastre del pecado y de sus consecuencias en el orden moral. Su cuerpo y su alma eran un milagro de pureza y de san- tidad. Todo en aquella humanidad: sentidos y pasiones, inteligencia y voluntad, estaba en su puesto, sin desorden ni posibilidad de él, en un equilibrio perfecto, en un servi- cio espontáneo y nada forzado de lo sensible a lo racional, del cuerpo al alma, del alma a la divina voluntad.

Más aún: el cuerpo glorioso que tuvo Jesús después de su resurrección, en realidad es el que correspondía, por derecho, a una humanidad unida hipostáticamente al Verbo divino y, en consecuencia, dotada de la visión intuitiva de Dios, de suyo beatificante.

Esta glorificación, esta divinización de la carne de Cristo y no hay por qué retirar la palabra, sabiendo que la gracia santificante nos hace a nosotros mismos deifor- mes— , estuvo en Él, hasta la resurrección, como represada, porque así convenía a su papel de Víctima y de Redentor. Sólo en una ocasión y por unos momentos quiso Jesús ex- ceptuarse de esta ley, en la transfiguración; y ya sabemos qué impresión de asombro y de bienaventuranza causó en los tres privilegiados testigos.

Por eso San Pablo, en contraposición a Adán, llama a Jesús "hombre celestial" 3. Hombre celestial, o del cielo las dos expresiones emplea , "no sólo porque el cielo es su centro de gravitación y el lugar de su morada, de donde volverá glorioso en el momento de la parusía, sino principalmente por su preexistencia divina y por los dones celestiales que ésta le confiere para Él y para los suyos" 4.

2 Rom. 7,23-25; 1 Cor. 9,27.

3 1 Cor. 15,47-49.

* Prat, La Théologie de Saint Paul t.2 p.206.

Jesucristo Salvador

7

194

LA PERSONA DEL REDENTOR

El ciclo, centro de gravitación de Jesús»

De toda esta densa enumeración, quedémonos por aho- ra con aquello de que el cielo era el centro de gravitación de Jesús. Si San Pablo no duda en afirmar que todos los cristianos somos "ciudadanos del cielo", y que, por con- siguiente, hemos de vivir por anticipado en el cielo 3, ¿qué no debemos pensar de Jesús? Él mismo, según hemos teni- do ocasión de comprobarlo, puso muchas veces de relieve este su vivir en Dios con fórmulas tan vigorosas como ésta: "¿No creéis que yo estoy en el Padre?" 6

Por su parte, el cuarto evangelio, empapado del pensa- miento del Maestro, que logró asimilar como ninguno fijó toda la trayectoria de la vida del Verbo encarnado en estas densas palabras: "Sabiendo que había salido de Dios y a Él iba" 8, en las cuales no sólo están señalados, con asombrosa exactitud, el punto de origen y el término de la existencia histórica de Jesús, sino la orientación, la "gra- vitación" rectilínea, permanente y, puede decirse, totalitaria y esencial de esa existencia.

Aquel origen y aquella meta final, de los que Jesús tuvo conciencia, como el evangelista subraya intenciona- damente, alumbran, descorriendo un poco el velo del pro- fundo misterio, la riquísima vida interior del alma de Cristo, cuyo alimento, en frase del mismo Jesús, era cum- plir en todo y siempre la voluntad de su Padre 9.

8 Phil. 3,20. El texto griego puede traducirse literalmente: "Por- que nuestra ciudadanía está en los cielos." La versión latirá de la Vulgata exprera más fren una consecuencia natural de este principio: si somos ciudadano3 del cielo, allí debe estar nuestra vida, es decir, nuestros pensamientos, núes ros anhelos, nuestras esperanzas. Es lo que indica la palabra "conversatio", cen que se ha traducido el ori- ginal.

6 lo. 13.10 y 11. Y con más energía, si cabe, en la oración sa- cerdotal dirá Jesús: "como tú, Padre, estás en y yo en ti" (lo. 17,21).

T En la actualidad, todos los comentaristas católicos del cuarto evangelio reconocen de grado este maravilloso poder de asimilación del evangelista San Juan; hasta el pun o de que en su relato es dif cil deslindar la i palabras de Jesús y los comentarios del propio evange- lista. San Juan en numerosos pacajes ha dejado poderosas síntesis del pensamiento de Jesús, en términos tan precisos y de tan tuerte sabor primitivo, que los comentaristas anteriores no dudaron en atri- buírselos al mismo Jesús. El paso de las palabras del Señor a las del evangelista en muchos casos resul a imperceptible.

8 lo. 13.4.

8 lo. 4,32 y 34.

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

195

Todo lo cual supone que el alma de Jesús vivía pe- netrada, lo mismo que un vaso de lúcido cristal, de la pre- sencia divina, abismada y sumergida en Dios, en un grado que nadie ha podido o podrá igualar, y que San Juan mide por la misma presencia, esencial y eterna, del Verbo divino en el seno del Padre 10.

A los doce años»

Una ráfaga luminosa de esta vida interior de Jesús brilla momentáneamente, como un relámpago, en el episo- dio tan conocido, pero tan obscuro aun para las almas más endiosadas, como lo fué entonces para María y José ll, de la pérdida del Niño en Jerusalén, cumplidos sus doce años.

La respuesta de Jesús: "¿No sabíais que m? convenía estar en las cosas que pertenecen a mi Padre?", está en la misma línea que sus posteriores afirmaciones, principal- mente las recogidas, como hemos visto, en el cuarto evan- gelio.

Aun estrechando la frase de Jesús al sentido más rea- lista y local, "en la casa de mi Padre", preferido por no pocos Santos Padres, entre ellos San Agustín y San Cirilo de Alejandría, que insinuaría la ocupación del Niño en el templo, al que más tarde, utilizando una noción bíblica, llamaría "casa de oración" 12, parece claro también que no puede reducirse a su primera manifestación ante los doc- tores de la Ley, expresamente mencionada en el texto.

Algo más hizo en el transcurso de aquellas largas ho- ras. ¿Y cómo poner en duda que en la intención de San Lucas, el evangelista, .como vamos a ver, de la oración de Jesús, entre aquellas cosas que tocaban al Padre celestial hay que incluir esa misma oración, que en esta coyuntura fué acaso, hasta literalmente, el único alimento de Jesús?

Sin las llamadas a los pequeños, pero continuos, inci- dentes de la vida común, trivial, si se quiere, en el hogar de Nazaret, que le imponían la obediencia a sus padres,

10 lo. 1,18. Evidentemente el evangelista habla del Verbo hecho hombre, con lo que prueba todo el contexto y principalmente el rasgo final: ' ipse el revelador del Padre es Jesucristo enarravit" : "El, el Unigénito, nos le ha dado a conocer (a Dios)".

" Le. 2,50.

" Mt. 21,13. En otro episodio paralelo, pero seguramente distin'o, que se lee en el cuarto evangelio (2,13-22), Jesús no dijo "casa de oración", sino "la casa de mi Padre".

I9G

LA PERSONA DEL REDENTOR

las exigencias familiares y hasta los deberes de la amistad, Jesús, en la soledad del templo, extraño a todos, pudo des- plegar a su gusto las alas de su vida interior y entregarse sin prisas a las delicias de su trato con el Padre celestial. ¿Podrá decirse que esta interpretación violenta y desborda el texto del Evangelio?

Este episodio, además recordemos una vez más que lo recogió solamente San Lucas , aclara en parte el mis- terio de la vida oculta de Jesús. A lo dicho en el capítulo anterior hay que añadir ahora este dato.

En el hogar de Nazareé

Aquel hogar de Nazaret, centro del cielo y de la tie- rra, fué a la vez que ejemplo de la vida más pura, escuela de la más alta oración. El sentido cristiano no concibe a María y José desentendidos de D:'os, fuera cual fuera su ocupación corporal, y menos aún los imagina sin consa- grar ciertas horas al menos las usuales entre los judíos a la plegaria y al trato con Dios. Y al lado de ellos, Jesús, niño y adolescente, participando en aquella vida de pie- dad, y después, hasta su vida pública, gastando Él mismo largos ratos y ¿por qué no? gran parte de la noche en estas regaladas confidencias con el Padre.

Las almas contemplativas, del espectáculo de la natu- raleza han sabido siempre elevarse hasta Dios. El cielo estrellado, la majestad imponente del mar, el fragor de una tormenta, la paz idílica de los campos, la belleza y la fragancia de las flores de todo hay ejemplos en las pá- ginas de la Biblia tienen su lenguaje misterioso, que los espíritus privilegiados aciertan a descifrar.

De esta ley Jesús no fué una excepción. De aquella naturaleza que le rodeaba, de aquel paisaje riente y lumi- noso, de aquellas escenas campestres, de aquel sol, de aquellas lluvias... había de extraer más tarde, como ya se indicó en el capítulo precedente, las imágenes, los símbolos y hasta las fórmulas definitivas de su doctrina religiosa y de su revelación inédita de Dios, en el milagro amable de su paternidad sobre los hombres.

Los datos que vamos a estudiar confirman estas apre- ciaciones sobre la vida oculta de Jesús y nos dirán que aquella vida de oración, tan intensa y afectiva, durante su ministerio público, no fué ni una improvisación ni, como

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

197

los milagros, por ejemplo, un elemento circunscrito al anuncio oficial de su mensaje y de su obra.

La oración de Jesús,

Lo que resulta nuevo en el Evangelio, y se compren- de por qué, es la mención expresa y repetida de este as- pecto, tan sugestivo, de la vida terrena de Jesús y hasta el haber querido registrar más de una vez esas efusiones de su alma hablando con el Padre. Y merece la pena de analizar y comparar todos estos datos, no escasos en nú- mero, para, a través de ellos, descubrir, en cuanto cabe, algo de aquella luminosidad y de aquella llama de piedad, de adoración, de reverencia, de suprema confianza, de filial abandono, que irradia el alma de jesús cuando en una especie de transfiguración, aunque menos impresionante que la la del Tabor, se dignaba exteriorizarse en esta su actitud ante el Padre.

Dicho queda que el evangelista de la oración de Jesús es San Lucas. Siete veces la menciona expresamente, su- perando las referencias juntas de los dos primeros evan- gelistas; con la circunstancia de que cinco de estas refe- rencias pertenecen al patrimonio el "bien propio", como ha sido llamado de San Lucas 13.

Estas rápidas indicaciones, diseminadas acá y allá a lo largo del tercer evangelio, apuntan, sin género de duda, a algo habitual en Jesús, algo que formaba como una at- mósfera espiritual de aquella actividad exterior.

Todos los comentaristas están de acuerdo en que, al referirse San Lucas por primera vez a la oración de Je- sús 14, intentó señalar explícitamente esta práctica habitual en él, que los datos posteriores irían confirmando. Resu- miendo una etapa del misterio del Señor en Galilea, sub- raya San Lucas el contraste entre el entusiasmo de las muchedumbres que le asedian y la conducta de Jesús: "Y cada día se extendía su fama y concurrían numerosas mu- chedumbres para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero Él se retiraba a lugares desiertos y se daba a la oración".

San Lucas, pues, que había omitido 15 la alusión a la

13 Le. 5,16; 6,12; 9,18. 9,28, 11,1; 22,51; 22,41; Mt. 14,23; 26,36; Me. 1,35; 6,45; 14,32.

14 Le. 5,15 y 16. 13 Le. 4,35. ,

198

LA PERSONA DEL REDENTOR

oración de Jesús, expresa en San Marcos indica ahora que Jesús, cuando se retiraba a la soledad, era para dedi- carse a la oración. Esta observación del evangelista suple, por otra parte, otras muchas que pudieran echarse de me- nos en ciertas ocasiones de su relato.

En el monte de la cuarentena»

Acaso nos extraña que ninguno de los tres primeros evangelistas, incluyendo a San Lucas, aluda para nada a la oración de Jesús durante su retiro y su ayuno de cua- renta días después del bautismo en el Jordán. Pero éste es un caso en que la indicación resultaba totalmente ocio- sa, por sobrentendida.

El recuerdo de la cuarentena de Moisés17 y del pro- feta Elias 18 y el texto de Oseas: "Así la atraeré y la lle- varé al desierto y la hablaré al corazón" 19, resonancia de una mentalidad dominante sobre las preferencias topográ- ficas de Dios para sus comunicaciones con sus escogidos, ahorraban esta mención explícita.

¿Y qué pudo hacer Jesús aquellos cuarenta días de ayuno entre las fieras, según la nota pintoresca de San Marcos 20, sino abismarse y sumergirse en la oración y trato con su Padre celestial? Todo el contexto de San Ma- teo, en este episodio, está pidiendo esta interpretación. Lo que es lógico y evidente no hay por qué puntualizarlo.

Por añadidura, el ayuno riguroso y continuado de Je- sús, sobre el que San Lucas recarga las tintas con la re- dundancia expresiva de que "durante aquellos días no co- mió nada" 2\ eco del relato del Éxodo 22, induce a pensar que la vida natural de Jesús estuvo suspendida por mila- gro, sin haber sentido el aguijón del hambre hasta el final de la jornada, según hacen notar San Mateo y San Lu- cas 23, lo cual sugiere un estado de endiosamiento por parte de Jesús y d: altísima y extática oración.

16 Me. 1.35.

17 Ex. 34,28.

18 3 Reg. 19,8 ss.

19 O.c, 2,14.

20 Me. 1,13.

21 Le. 4,2.

22 Ex. 34,28 y 29: "Estuvo Moisés cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber... hablando con Yavé."

23 Mt. 4,2; Le. 4,2. A pesar de ciertos rasgos dp San Marcos y San Lucas, parece claro que las tentaciones tuvieron lugar, como pun~

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

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Intenciones de la oración de Jesús.

Tal vez, sin embargo, para nuestro propósito, interese más sorprender en el relato de San Lucas el objetivo in- mediato y la motivación de la oración de Jesús. Exceptuada la oración de Getsemaní, horas antes de la pasión, cuyo motivo trasciende de toda la escena y de las mismas pala- bras del Maestro, los dos primeros evangelistas pasaron por alto este pormenor tan importante. En cambio, San Lucas, fuera de un caso 2\ tuvo buen cuidado de señalarlo más o menos expresamente.

La noche anterior a la elección de los doce apóstoles, Jesús la pasa orando en la montaña, como si buscara allí el acierto y la aprobación del Padre:

"Y aconteció en aquellos días que salió él hacia la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando fué el día, llamó a a los disc'pulos y escogió a doce de ellos, a quienes dió el nombre de apóstoles" 2i5.

Igualmente en otra ocasión, tan solemne o más, de pa- ralela trascendencia eclesiológica: la confesión de Pedro y la promesa a éste por parte de Jesús del primado sobre su Iglesia futura, es San Lucas el único que antepone al relato este prólogo de la oración de Jesús:

"Y aconteció que, orando Él a solas, estaban con Él los

tualiza San Mateo, después de los cuarenta días de ayuno. Lo mismo en San Mateo- que en San Lucas, la primera ten ación tuvo como oca- sión el hambre de Jesús, que, como se ha dicho, no se dejó sentir sino hasta pa:ados aquellos dias. El texto de San Marcos, saniamente es- quemático, no ofrece dificultad alguna. En cambio, el de San Lucas parece oponerse a esta interpretación: "Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió al Jordán y fué llevado al desierto por el Espíri u Santo durante cuarenta días, y era lentado por el diablo." Sin embargo, el mismo Lagrange, que opina que las tentaciones tuvieron lugar durante todo el periodo del ayuno, reconoce que el dato "durante cuarenta días" se refiere indudablemente al verbo "fué llevado". Por anticipa- ción, manera muy de San Lucas, anota éste las tentaciones; al fin y al cabo, lo más impresionante v aleccionador de todo este misterioso episod'o. Hay que reconocer, cuando menos, que este rasgo de San Lucas no exige otra interpretación contraria a la que nosotros prefe- rimos. Puede armonizarse bien con la narración de San Mateo.

24 Le. 5,16. Es el texto que acabamos de analizar, y en el que por su carácter generalizador S3 explica la omisión.

25 Le. 6.12-16. Es notable la repetición "a orar" y "pasó la noche orando a D os". El texto original, lo mismo que la traducción la ina de la Vulgata, dice "en la oración de Dios". Se trata de un geni ivo de objeto que debe traducirse como lo hemos hecho: "orando a Dios".

200 LA PERSONA DEL REDENTOR

discípulos, a los cuales preguntó: ¿Quién dicen las muche- dumbres que soy yo?... Y vosotros, ¿quién dec^s que soy? Respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios" 2<?

Con toda seguridad Jesús encomendó al Padre esta elección, fundamental para su obra, y consiguió de Él la merced de aquella luz sobrenatural que San Mateo men- ciona 27 , en virtud de la cual Simón reconoció y confesó a su Maestro por Mesías e Hijo de Dios.

En el mismo episodio de la transfiguración, a pocos días d: la escena anterior en Cesárea de Filipo, es de nuevo San Lucas el único evangelista que subraya la preparación y hasta el momento psicológico del espectacular suceso:

"Y aconteció como unos ocho d as después que, to- mando a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte a orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro se trans- formó y sus vestidos se hicieron resplandecientes..." 28

Y no menos significativa resulta la referencia explícita de San Lucas a la oración de Jesús, en el pasaje que refie- re la promulgación del "Paternóster", como si esta fórmu- la divina de orar, la única que enseñó Jesús, hubiera sido fijada por Él y por el Padre en aquella íntima comunica- ción de toda una noche de recogimiento y de plegaria.

"Acaeció que, hallándose él orando en cierto lugar, así que acabó, le dijo uno de los discípulos: Señor, ensé- ñanos a orar, como también Juan enseñaba a sus discí- pulos. Y él les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, san- tificado sea el tu nombre..." 29

Conocemos por el mismo evangelista otra de las inten- ciones de la oración de Jesús, en el mismo plano de la preocupación por su Iglesia. Y es también Pedro el bene- ficiario inmediato de esta ardiente y eficaz plegaria de su Maestro:

"Simón, Simón, Satanás os buscará para zarandearos como trigo; pero yo he rogado por ti, y tú, una vez conver- tido, confirma a tus hermanos" 30.

28 Le. 9,18-20. 27 Mt. 16,17.

* Le. 9,28 y 29.

29 Le. 11,1-4. Es un dato más que revela el valer, la alcurnia y la soberana prestancia de la oración dominical". En esta circunstancia pocos han parado mientes.

30 Le. 22,31 y 32. Tex'o de reconocida importancia eclesiológica, que puede emparejarse con el ya mencionado y conocido de San Ma*

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

L'01

¿Sería temerario apuntar otros motivos concretos de la oración de Jesús sin entrar en el campo de las simples conjeturas? Parece que no.

a) La gloria del Padre.

Quien quisiera profundizar en el alcance de la primera petición del Padrenuestro: "santificado sea el tu nombre", forzosamente habría de recurrir al evangelio de San Juan, todo él esmaltado de estos mismos anhelos y de estas mis- mas fórmulas en labios de Jesús.

Santificar el nombre de Dios quiere decir proclamar santo a Dios, como los serafines de Isaías 31; reconocer su santidad con nuestra conducta más que con nuestras pala- bras; honrarle, venerarle, amarle; desear que todos los hombres se unan a nosotros para adorarle como a Señor y amarle como al mejor de los padres 32. Ahora bien, este tema reaparece a lo largo y a lo ancho de los discursos y controversias de Jesús, que constituyen el rico fondo del cuarto evangelio; con tanta insistencia, con tal variedad de enuncr'ación y con tal dejo de sentimiento y gusto, que puede afirmarse que alimentaba la máxima obsesión de Jesús hecha alma de su alma y de su vida.

Siendo esto así, ¿por qué no creer que, en esta primera petición del Padrenuestro, Jesús quiso asociarnos a todos a sus propias plegarias, al objeto de sus súplicas más ar- dientes? Lo que Él pedía sin desmayo, hizo que lo pidiéra- mos también nosotros.

b) Obreros para la mies.

Tampoco sería andar fuera de camino descubrir otro objeto preferido de las súplicas de Jesús, por añadidura tan natural, en aquel encargo a los apóstoles: "La mies es -mucha y los obreros pocos; rogad, pues, al amo que envíe obreros a su mies" 33. En el evangelio de San Mateo 34

teo (16.18-20) San Lucas crrit:ó en fu relato paralelo la promesa de Jesús, lo mismo que San Marcos (8,27-30); pero la supo-e ahora y la ratifica. Aquí cerno allí la idea central es la primacía de Pedro sobre lós ^emás apóstoles. 31 Is. 6.3.

m Véase Prat, Jésus Christ, II p.31; Lagrange, Evangile selon Sairt Luc (París 1927) p.322. : 83 Le. 10,2.

34 Mt. 9,37 y 38.

202

LA PERSONA DEL REDENTOR

encontramos el mismo ruego con idéntica redacción, pero en un contexto diferente y en circunstancias diversas que en la referencia de San Lucas. Esto hace pensar que Jesús, como lo hizo con tantos otros, reiteró este encargo a los suyos. Y en este caso, estaríamos ante otra de sus grandes preocupaciones, otra de sus ideas madres, que no podían hallarse ausentes de su propia oración. En esta dirección podríamos continuar el an'lisis.

Pero detengámonos aquí y pasemos a otro aspecto mu- cho más sugestivo de la oración de Jesús.

Jesús en oración»

Entra uno con temor en este campo nuevo, porque la materia se resiste al comentario. Mejor sería, como en tan- tas otras ocasiones, adorar en silencio y dejar al alma, si Dios se lo concede, saborear estas manifestaciones de la vida interior de Jesús, y adivinar el gesto, la mirada, la compostura y la vibración inefable de todo su ser en cada una de aquellas palabras transmitidas por sus cronistas, con las cuales le vemos y oímos hablar, en trances supre- mos de su vida, con el Padre celestial.

¿Podríamos con razón desear que el Evangelio nos hu- biera conservado más ejemplos de estas plegarias de Je- sús? No son tan pocos ciertamente. Bastantes, desde lue- go, para lograr conocer más íntimamente a Jesús y para la lección nuestra en asunto de tal importancia.

a) Los ojos al cielo.

A veces Jesús se dirigía al Padre sólo con la mirada. Y debía brillar en ella tal lumbre interior, que los testigos no pudieron olvidarla jamás. Hay un caso en el que la anotan unánimemente los tres primeros evangelistas; en la primera multiplicación de los panes 35f San Marcos intér- prete de Pedro, que tan indelebles recuerdos guardó de

* Mt. 14,19; Me. 6,41; Le. 9,10. San Juan lo exprera con otra fór- mula equivalente: "habiendo dado gracias", no únxa en los evangelios. Véase Mt. 26-27; Me. 14.28: Le. 22,17 y 19. San Pablo no omite este dato en su relación de la insti ución de la Eucaristía (1 Cor. 11,24). Tal vez desde la primera multiplicación de les pares, e te ges o de adoración, de súplica y de acción de gracias logró categoría de rito en Jesús para partir el pan: precisamente fué el dato que les hizo re- conocer al Maestro a los dos discípulos en Emaús el atardecer del día de la resurrección (Le. 24,30 y 35).

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

203

estas y otras miradas de Jesús 3,6 subraya delicadamente este mismo rasgo en la curación de un sordomudo 37 .

En presencia de estos datos, trae uno involuntariamen- te a la memoria aquelh promesa de Jesús a los discípulos en la aurora de su ministerio público, que recogió solícito San Juan: "En verdad, en verdad os digo que veréis abrir- se el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre" 38. ¿No cabría suponer que es- tas miradas de Jesús tendrían el poder de abrirle los cielos y de llamar hacia a los ángeles, mensajeros del Padre? Pero sigamos adelante.

b) El himno de júbilo.

Debemos a los comentaristas modernos del Evangelio haber puesto de relieve este punto de mira en un pasaje, por otros motivos, objeto siempre de preferente atención por parte de la exegesis tradicional a partir de la época patrística. Aludimos al llamado "himno de júbilo" d" Je- sús, del que nos queda una doble redacción en San Mateo y en San Lucas 39.

Los antiguos se fijaron, casi exclusivamente, en el fon- do dogm'tico, de una riqueza incomparable. Los moder- nos, sin perderlo de vista no hay posibilidad de ello , llaman la atención al mismo tiempo sobre su valor psicoló- gico y su capital importancia como revelación insospechada del alma de Jesús y de su peculiar manera de hablar con el Padre.

El emplazamiento de este discurso de Jesús parece más preciso en San Lucas, cuya redacción, en conjunto, resulta también mucho más rica y matizada 40.

36 Me. 10.21; Le. 22,61.

37 Me. 8.34.

38 lo. 1,51. Los comentaristas modernos ven en este lenguaje enig- mático de Jesús un modo de significar su comuricación y unión per- pe ua con el cielo. Como si entre el cielo y la tierra se hubiera esta- blecido un in ercambio de comunicaciones que tuviera por centro a Tpsús y por intermediarios a los ángeles (Fillion, LaSainte Bible [París 1924 J VII p.474. Prat. o.c. I p 149).

89 Mt. 11.25-30; Le. 10.21-24.

40 En ambos evangelios la redacción de las palabras del Señor es casi idéntica, con muy l:geras variantes. Es uno de los caros típicos del llamado "estilo oral", corriente entre los orientales, y del que nos han llegado curiosísimos ejemplos en los evangelios. Se trata de com- posiciones rítmicas que acen úan ciertas palabras más salientes, que pueden decirse palabras claves. Este artificio permite recordarlas y re-

204

LA PERSONA DEL REDENTOR

Acaban de regresar los setenta y dos discípulos de aquel ensayo misionero, que sólo conocemos por el tercer evangelista. Su gozo se desborda, ante el Maestro y el grupo de los apóstoles, en este comentario atropellado y acaso cien veces repetido por unos y por otros: "Señor, hasta ios demonios se nos sometían en tu nombre" *K Jesús se ha dejado invadir de aquella legitima alegría de los su- yos, y con palabras que evocan la primera derrota de Sa- tanás en el cielo, describe la segunda y definitiva, y de la que Él mismo y sus discípulos son ya actores victoriosos 42. El reino de Jesús irá abriéndose paso a costa de la retirada del demonio; cada posición perdida por éste será una avan- zadilla más donde el reino de Dios irá situándose y ase- gurándose.

Y de pronto, aquel sentimiento de alegría se transforma en una explosión extraña de júbilo desbordante, que por unos momentos ha transfigurado también el rostro y todo el ser de Jesús. El fenómeno es único en toda la vida de Cristo. Ni antes ni después volvemos a encontrar algo pa- recido. Es la antítesis de la situación en Jerusalén, la tarde del lunes santo, y en Getsemaní, la noche del jueves, que más abajo hemos de considerar.

Sobre la escena pesa un siendo solemne que apaga hasta el aliento de los discípulos. El espectáculo debió enajenarles. Ni un movimiento ni un comentaro denunció el doble relato evangélico. San Lucas, sin embargo, más psicólogo y mejor catador de las situaciones interiores, anota, como única circunstancia, el júbilo incontenible de Jesús. Es lo sorprendente y lo nuevo del episodio. Júbilo que, por una feliz coincidencia, se expresa con el mismo verbo griego con que la Virgen significó el suyo en el Magníficat, y San Juan trató de describir el de los bien- aventurados en el cielo 43.

Todo sucedió en un momento. Estremecido de gozo,

petirlas literalmente. Así se explica cómo no fué imposible conservar en su sabor y forma originales muchos tropos de las enseñanzas de jesús.

41 Le. 10.17.

42 Le. 10.18.

43 Le. 1,47; Apoc. 19.7. Es gra'o pensar en erra semejanza de si- tuaciones de Jesús y de María y de la de arrbos con la de aquellos que gozan ya de la bienaventuranza. Las derivaciones de esta consi- deración pueden ser interesantes lo mismo para la piedad que para la exegesis. Añadiríamos que Jesús tuvo también su Magníficat, que es este bellísimo "himno de júbilo".

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

205

fijando sus ojos en el cielo y abstraído de la tierra y de cuanto le rodeaba 44, Jesús comienza con voz armoniosa y ungida de ternura a desgranar en el aire, aquel aire tran- sido de luz y de fragancias, el ritmo de su canto incom- parable:

"Yo te bendigo, Padre, y Señor del cielo y de la Tie- rra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, las revelaste a los pequeños."

¡Padre! Entonces no cabía otro apelativo en labios de Jesús. La comunión inefable de las tres divinas Personas parece ha querido exteriorizarse "en aquella hora" 45, y en el seno de esta vida esencial y eterna de la Trinidad Bea- tísima vemos sumergida al alma de Jesús.

Jesús se ha reconcentrado de pronto dentro de mis- mo para saborear su gozo y esta misteriosa providencia del Padre. Y tras la breve pausa, que nada ni nadie osó turbar, la mirada de nuevo en el cielo, continuó:

"S?, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hiio sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo" 46.

44 Lo pide la situación y lo indica suficientemente San Lucas (v.23) al observar que, concluida la comunicación ccn el Padre, Jesús "se volvió a los discípulos". Al desahogo con el Padre siguió la confi- dencia, no menos gozosa, con los suyo\

45 San Lucas habla expresamente del Espíritu Santo, a quien se atribuye esta experiencia extraordinaria de alegría por parte de la human dad de Jesús.

48 Sin entrar ahora en más explicaciones, que derbordarían el ob- jeto de este capítulo, con entémonos con dirigir una llamada de aten- ción sobre la riqueza dcgmát'ca que había podido apreciarse en esta peregrina "pro a rimada" de Jesús. Es el más bello resumen del cuarto evangelio. Suele citarse a este propósito una frase, más o menos in- geniosa, del biógrafo protestante de Jesús Carlos Hase, según el cual este pasaje diríase "un aerolito caído del cielo joánico". Lo que demuestra una vez más la perfecta armonía doc rinal entre los evan- gelios sinópticos y el de San Juan, escrito no debe olvidarse este dato cerca de cincuenta años después que aquéllo:. No es la ún:ca vez, como apuntamos en uno de los capítulos precedentes, que estos destellos de alta teólog a y estas manifestaciones de la divinidad de Jesús, hab;tuales en el cuarto evangelio, nos sorprenden en cualquiera de los sinópticos. El mejor comentario a la ley de la Providencia divina, formulada aquí por Jesús, y que dicho sea de paro, tiene su paralelo en el Magníficat de la Santísima Virgen, se lo debemos a San Pablo (1 Cor. 1,17-31).

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LA PERSONA DEL REDENTOR

Ha terminado con esto la oración de Jesús. Pero aque- lla luz fulgurante irá apagándose suavemente en un dulce y sereno crepúsculo. De aquel su gozo quiere hacer parti- cipes a los discípulos. Vuelto humanamente a ellos, prosi- gue, según la redacción de San Lucas:

"Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, por- que yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que o's y no lo oyeron" 47 .

En el cuarto evangelio»

San Juan es el único evangelista aue ni una sola vez habla expresamente de la oración de Jesús. Ni siquiera de la oración en Getsemaní, contento ccn esta ligera indica- ción topográfica: "Dicho esto, salió Jesús con sus d'scípu- los al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huer- to, en el cual entró con sus discípulos" 48.

Mas a pesar de esto, en el cuarto evangelio es también donde en más ocasiones S"* nos describe á Jesús hablando con el Padre y donde se ha conservado aquel dechado de plegaria llamada "oración sacerdotal", superior en exten- sión y, si cabe, en trascendencia teológica, emoción y be- lleza, al mismo "himno de júbilo". Desde este punto de

*'' San Mateo tiene otro final no menos hermoso: "Venid a ni to- dos los que estáis fa igados y careados, que yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yuqo. y aprended de mí, que soy manco y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blanco y mi carga, ligera" (11,28 y 29). El final de San Lucas se lee también en el primer evanqelio, pero en otra ocación. a propósito de la* parábolas que Jesús había explicado en privado a sus após o- les (13.16-17).

48 lo. 18.1. La referencia al triple relato s:nóptico ro puede ser más clara: pero no deja de extrañar, al mismo tiempo, la omisión de un dato tan capital en el prólogo de la pasión como e.:te de la ora- ción y agonía de Jesús en el huerto. Otro tanto sucede en algún otro pasaje más del cuarto evangelio, por ejemplo, en 8,1 y 2: "Se fué Jesús al monte de los Olivos, pero de mañana o ra vez vo'vió al templo." Esta nota debe relaciorarse con estas ctras de San Lucas: "Y enseñaba durante el día en el templo, y por la noche sah'a para pasarla en el monte llamado de los Ol'vos" (21.37) "Y saliéndose, se fué, según co tumbre, al monte de los Olivos" (22 39). A esta cos- tumbre alude San Juan en el pasaje c'tado (v.2): "Y Judas... conocía el sitio, porque muchas veces concurra allí Jesús con sus discípulos". Cómo Jesús solía pasar estas noches, lo sabemos por San Lucas, aun- que a veces, según acabamos de ver, no lo diga. Por el "esti^onio del cuarto evangelio nada sabríamos de estas vigilias tensas del Señor.

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

207

vista, el evangelio de San Juan viene a completar el de San Lucas en lo que toca a la vida interior de Jesús y su trato con el Padre. A base de ambos evangelios habrá de construirse siempre el tratado sobre la oración de Jesús.

a) La resurrección de Lázaro.

En la misma actitud exterior y con sentimientos idén- ticos de suprema confianza en el Padre en que hemos contemplado a Jesús, lineas m's arriba, aunque cambiados el escenario, el ambiente y hasta la situación espiritual del Señor, reflejada ^n estas pinceladas: "Se conmovió hon- damente y se turbó", "y lloró Jesús" 49, lo encontramos en el trance de la resurrección de Lázaro, que describe San Juan:

"Y Jesús, alzando sus ojos al cielo, dijo: Padre, te doy las gracias, porque me has escuchado; yo que siempre me escuchas; pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que me has enviado" 30.

b) Un anticipo de la agonía en el huerto.

Pocos días después, ya en la semana de pasión, segura- mente el lunes santo, vuelve San Juan a poner en escena a Jesús hablando con el Padre. En esta ocasión el evange- lista nos acerca al misterio profundo y desconcertante de la agon'a de Cristo en el huerto. Tal vez por esto San Juan omitió, como se ha dicho, el relato de aquel episodio. Nos hab.'a dado anticipadamente una situación de Jesús idéntica o muy parecida.

Asombra en este pasaje del cuarto evangelio 51 la so- briedad esquemática de los rasgos al llegar al punto culmi- nante del episodio. La ocasión se narra en estos términos:

"Había algunos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta. Éstos, pues, se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, queremos ver a Jesús. Felipe fué y se lo dijo a Andrés; Andrés y Felipe vinieron y se lo dijeron a Jesús."

Pero la ingenua pretensión de estos prosélitos, en la que se alumbra el universalismo del Evangelio y el gran

49 lo. 11.33 y 35. 60 lo. 11,41 y 42. 51 lo. 12,20-33.

208

LA PERSONA DEL REDENTOR

secreto de la reprobación del pueblo judío y del llama- miento a la fe de la gentilidad, del que San Pablo tratará con hondísima emoción en una de sus cartas 52, transporta súbitamente a Jesús al momento, ya cercano, de su sacri- ficio y de su muerte:

"Jesús les contestó, diciendo: Es llegada la hora en que el Hijo del hombre será glorificado. En verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y mue- re, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto. El que ama su alma la pierde; pero el que aborrece su alma en este mundo la guardará para la vida eterna. Si al- guno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí esta- rá también mi servidor; si alguno me sirve, mi Padre le honrará."

Y la exacta representación de aquella hora la siembra y la muerte del grano de trigo provoca en su alma una situación que los comentaristas no tienen reparo en com- parar con la agonía de Getsemaní 53.

El mismo Jesús se encarga de descubrir el interior de su alma: "Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré?" Y la respuesta a esta pregunta queda en esta bellísima oración, que Jesús debió pronunciar mirando al cielo, como siempre, y con un raro temblor en la voz, vivo todavía en el texto de San Juan:

"¡Padre, líbrame de esta hora! jMas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre."

Esta vez no fué un ángel quien le trajo el consuelo d? la voluntad de su Padre celestial. Como un trueno así lo juzgaron muchos de los presentes, anota San Juan resonó en los aires una voz poderosa, diciendo: "Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré".

Y el comentario final de Jesús: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera", trae al recuerdo las palabras, ya conocidas, que prepararen el "himno de júbilo". ¡Feliz coincidencia!

62 Rom 9,1-11,36.

63 La comparación podrá urgirse y matizarse más o menos: pero en el fondo, ¿qir'én duda de la semejanza de ambas si uacicnes? La pri- mera reacción de Jesús y su contrarréplica inmediata, variadas las fór- mulas, son las mismas en uno y otro caso.

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

209

c) La oración sacerdotal.

Para estudiar como se debiera la llamada "oración sacerdotal" de Jesús 54, habría que repasar, profundizando hasta el fondo, todos los discursos y enseñanzas de Jesús dispersos en el cuarto evangelio. No hay pensamiento ni casi palabra que no tenga su antecedente en estos discur- sos. Sin hipérbole y sin vana figura retórica, puede afir- marse que e:ta "oración" resume en síntesis perfecta al fin y al cabo del mismo Jesús toda la doctrina del evan- gelio de San Juan.

Hemos escrito a este propósito: "El alma de J?sús vi- bra en cada una de sus palabras, que tienen un raro sabor de eternidad, como si los siglos todos se hubieran conden- sado en aquel momento sokmne, y las generaciones de los futuros creyentes, visibles a los ojos de Jesús, hubieran multiplicado de pronto en círculos concéntricos el grupo de los apóstoles, que allí, en el silencio d:l Cenáculo, se apre- taba, adivinando el misterio de la unidad, en torno del Maestro".

"No ha nacido todavía la Iglesia; pero está ya presen- te en el corazón y en los labios de Jesús. Diríase que, des- ligado del tiempo y del espacio, ante la visión gozosa de su Iglesia, Jesús lo olvida todo..., hasta los pasos de la gran tragedia, que ya suenan cercanos. Diríase que los apósto1es sienten sobre su conciencia acaso por primera vez el peso de una personalidad nueva, que los enlaza indisolublemente, por un lado, a Jesús y, por otro, a aque- lla muchedumbre evocada por el Maestro de "los que por la palabra de ellos habían de creer en Él..."

"La plegaria se desarrolla de un modo concéntrico: Je- sús ruega, primero, por mismo, pidiendo al Padre su glorificación; después, por sus apóstoles, instrumento de esta glorificación del Hijo en virtud de su consagración como heraldos de la verdad sanctificati in veritate y en- viados de Jesús; y finalmente, por los creyentes de todos los tiempos, en cuya unidad de fe, gracias a la predica- ción de los apóstoles, resplandecerá la gloria del Enviado del Padre".

"Fuera de la doctrina d: San Pablo sobre el cuerpo mís- tico de Cristo, yo no que en todo el Nuevo Testamento, aun incluidas las parábolas del reino, se diga tanto ni tan

M lo. 17,1-26.

210

LA PERSONA DEL REDENTOR

claro acerca de la naturaleza de la Iglesia como en esta bell sima página de San Juan, que Bossuet recomendaba saborear en silencio" 55.

Mas apuntada esta riqueza dogmática y eclesio^gica, que no debía quedar atrás, hagamos unas ligeras observa- ciones sobre el aspecto psicológico, que interesa más en este capítulo.

Sigue ambientando esta "plegaria" de Jesús el aire de despedida que aletea en sus discursos precedentes: los cua- les van alargándose, inacabables, como por miedo a pro- nunciar la última palabra. Una mezcla de pesadumbre y de tristeza, por un lado, y de clara esperanza y dulcísimo gozo, por otro, comunican a esta oración un algo indefi- nible de equilibrio, de augusta serenidad, que no es fácil percibir en otras plegarias de Jesús.

A las puertas de la pasión*', el alma d" Jesús, eleván- dose sobre la hora por la atracción de su Iglesia futura, aparece como colgada entre el tiempo y la eternidad, in- sensible, por unos instantes, a las llamadas de su pasión, que tan cerca le espera. De toda esta visión de gloria ne- cesitó, tal vez, Jesús para dar el paso de su entrega a los dolores y a la muerte. Por aquella Iglesia y por aquella glorificación suya y del Padre, bien podía afrontarse como lo hace el que ama el sacrificio supremo, precio de lo uno y de lo otro.

Y en tal estado del alma brota la oración al Padre, que Jesús va recitando lentamente, clavados los ojos en el cielo, como anota el evangelista; oración cargada, como nunca, de amorosísima confianza, de seguridad, de total abandono en los designios de aquel Padre, cuyo nombre repite hasta seis veces paladeando su dulzura. La presencia de lo di- vino se ha sentido pocas veces tan próxima y subyugante como en este momento de la vida de Jesús. Lo divino y lo humano de Jesús; porque sobre la humanidad suplicante se alza la divinidad, el Hijo de Dios, que en definitiva es quien habla y quien promete, quien descubre el misterio inefable de la unidad, e ntro ideológico de esta divina ora- ción. Tras estas indicaciones, leámosla íntegra:

55 T. Castrillo Aguado, La Iglesia en el Evangelio, p 70-72.

M Algunos autores cuponen que esta "oración" fué pronunciad! ca- mino del huerto de los Olivos, bajando al Cedrón, bajo el plenilunio de la Pascua. Y acaso en la paz y en el silenco de aquella roche, todavía dormida, pud era darse con el secreto de esta serenidad de la oración de Jesús que acabamos de subrayar.

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

211

"Esto dijo Jesús, y, levantando los ojos al cielo, aña- dió: Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique según el poder que le diste sobre toda carne, para que a todos les que le diste les Él la vida eterna. Ésta es la vida eterna, que te co- nozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado. Jesu- cristo. Yo te he glorificado sobre la tierra llevando i cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora tú, Padre, glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo existiese.

He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora saben que todo cuanto me diste viene de ti, porque yo les he comunicado las pa- labras que me diste, y ellos ahora las recibieron, y co- nocieron verdaderamente que yo salí de ti, y creyeron que me has enviado. Yo ruego per ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste: porque son tuyos, y todo lo m'o es tuyo, y lo tuyo mío, y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo mientras yo voy a ti. Padre santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado para que sean uno como nos- otros.

Mientras yo estaba con ellos, yo conservaba en tu nombre a estos que me has dado, y los guardé, y ninguno de ellos pereció, si no es el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora yo vengo a ti, y hablo estas cosas en el mundo para que tengan mi gozo cumplido en mismos. Yo les he dado tu palabra, y el mundo les aborreció, porque no eran del mundo, como yo no soy del mundo. No pido que los tomes del mun- do, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mun- do, como no soy del mundo yo. Santifícalos en la ver- dad, pues tu palabra es verdad. Como me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo, y yo por elloi me santifico, para que ellos sean santificados de verdad.

Pero no ruego sólo por éstos, sino por cuantos creen en por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros y el mundo crea que me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y en mí, para que sean consumados en la unidad y cenozca el mundo que me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí. Padre, los que me has dado quie- ro que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que me has dado, porque me amas- te antes de la creación del mundo. Padre justo» si el

212

LA PERSONA DEL REDENTOR

mundo no te ha conocido, yo te conocí, y éstos cono- cieron que me has enviado, y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que me has amado esté en ellcs y yo en ellos."

"En diciendo esto, salió Jesús ccn sus disc'pulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos". Así prosigue el evangelista después de haber consignado, como joya de su evangelio, la "oración" de Jesús.

Oración dezolada*

Mas todo cambiará a partir de este momento. Es la hora de que hemos oído hablar a Jesús. Una nueva situa- ción va a presentarse en su alma, que, según veremos, se prolongará desde aquella noche hasta muy poco antes de su muerte en la cruz. Todo produce la impresión de que la adorable humanidad del Señor va a sentirse misteriosa- mente sola y como abandonada, en cierto sentido, de la divinidad y de su mismo Padre. Sensación dolorosísima de miedo, de pavor, de tristeza indecible, de angustia, de tedio y hastío es la que registran, con mano temblorosa, los tres primeros evangelistas. Y no hay indicio de que seme- jante estado de alma se modificase por completo en el transcurso de la pasión. Volverá a manifestarse, si cabe, con más fuerza en la cruz.

Pero también en esta situación ora Jesús. Su oración, naturalmente ofrece características singulares, que no apa- recen en las plegarias que hemos analizado, si no es, aun- que menos acentuada, en la del capítulo 12 de San Juan.

Hay como un desgarramiento del alma, que impresiona fuertemente, en aquellos gritos gritos debieron ser en Getsemaní: "Padre mío, si es posible, pase de este cá- liz; pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú" 57. Y así durante tres horas. Mas nótese que en el huerto, en medio de su agonía, Jesús no olvida su cos- tumbre de invocar a Dios con el nombre, tan dulce en esta ocasión, de "Padre". "Padre mío", dice San Mateo, acen- tuando el posesivo.

Debemos registrar una excepción de esta ley general, la queja más desolada que ha brotado jamás de labios hu- manos: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis aban-

Mt. 26,39; Me. 1436; Le. 22,42.

C.10. JESÚS EN SU TRATO CON EL PADRE

213

donado?" r>8 Cierto que se trata de las primeras palabras d:l salmo 21; mas ¿por qué no pensar que el salmista, iluminado por el Espíritu Santo, entrevio a distancia de siglos el abandono espantoso de Jesús, en medio del cual no había de atreverse a pronunciar el nombre de "Padre"?

Acaso por esta misma razón, San Lucas no insertó en su evangelio esta palabra de Jesús en la cruz. ¿La juzgó demasiado dura; él, que nos había dejado la pintura insu- perable del Padre en la parábola del hijo pródigo? Mas, en compensación, recogió otras dos plegarias de Jesús ago- nizante, que comienzan por esta invocación: "Padre, per- dónalos, pues no saben lo que hacen" 59, y la última que en su vida mortal pronunciaron los labios de Jesús: "Pa- dre, en tus manos entrego mi espíritu" '60.

La tormenta ha pasado. De nuevo el sol del dulce abandono en el amor del Padre ha vuelto a brillar en el alma de Jesús. De nuevo la oración confiada, como en toda su vida.

Y así el evangelista de la oración ríe Jesús ha querido cerrar el opulento florilegio que de esta vida interior, de este trato de Jesús con el Padre, nos legó en su evangelio.

58 M\ 27,46; Me. 15,34.

59 Le. 23,34.

60 Le. 23,46.

CAPITULO XI

"Un solo Cristo, no cfos".

En los capítulos precedentes hemos visto a Jesús pre- sentándose y obrando como Hijo de Dios, igual al Padre, y al mismo tiempo procediendo como hombre. Dos reali- dades dogm. ticas que pertenecen también al fuero de la Historia.

De modo especial, en el capítulo inmediato, sobre todo en el "himno de júbilo" y en la "oración sacerdotal", nos hemos enfrentado, tal vez sin darnos demasiada cuenta de ello, con un problema de suma trascendencia: el tremendo problema de la cristología, mejor dicho, el misterio, en todo el sentido de la palabra, el misterio inefable y real del Verbo encarnado.

Planteamiento del proKema.

Reflexionando sobre el texto de estas dos oraciones de Jesús como sobre cien otros pasajes del Evangelio, se pre- gunta uno: ¿Quién habla? ¿El Verbo divino? ¿El hombre? Y no se trata de una vana especulación metafísica o de una de esas cuestiones bizantinas con las que tantas veces se han torturado los hombres.

Sucede que en cualquier discurso o actuación de Jesús se entrecruzan los planos de sus dos operaciones, la divina y la humana, sin que nosotros podamos trazar la línea exacta de intersección, ni drfinir la divisoria de estas dos vertientes. Habla el hombre, en plan de inferioridad respec- to del Padr: "inferior al Padre según la humanidad" 1 ; suplica y ruega como podemos hacerlo nosotros; pero a renglón seguido es el Verbo, Dios verdadero, el que nos revela los secretos maravillosos de su vida divina, di su igualdad con el Padre, de su preexistencia "antes que el mundo existiese" 2.

1 "Minor Patri secundum humanitatem", dice el Símbolo Quicum- que, corrientemente llamado Atanasiano.

2 lo. 17,5.

C.11. ftUN SOLO CRISTO, NO DOS»

215

Por eso, la pregunta: ¿Habla o actúa el Verbo, habla o actúa el hombre?, tiene, dentro de la máxima precisión dogmática, esta sola respuesta: habla y actúa Jesús, "per- fecto Dios y perfecto hombre", según otra fórmula cono- cidísima del Atanasiano.

Es decir, Dios y el hombre, en la unidad adorable de aquel personaje histórico que se llama Jesús. Unidad en Jesús del Verbo divino y del hombre. He aquí la otra cara del dogma de la encarnación. Además de la dualidad on- tológica y real de las dos naturalezas, la fe católica procla- ma en Cristo esta unidad, no del ser, sino de la Persona y en la Persona. Es lo que en el lenguaje d: la Teología se llama unión hipostática.

Pero se trata, indudablemente, de un misterio, inacce- sible, por tanto, a toda inteligencia creada. De aquí dima- na, no sólo la dificultad, sino la estricta imposibilidad de entenderlo y de explicarlo. Al cabo de quince siglos de las grandes y enconadas controversias cristológicas en torno a este misterio, la cuestión sigue en pie, con igual plantea- miento y sin haber avanzado un solo paso. Lo que no debe extrañar a nadie. Como sucede con todos los misterios ri- gurosamente tales, sabemos por la fe en qué consiste; igno- ramos, empero, su íntima naturaleza.

Límites de la solución.

Sin embargo, toda solución ortodoxa ha de encuadrarse forzosamente dentro de ciertos límites, impuestos por el dogma. Una limitación nace de la realidad de las dos na- turalezas de Cristo, la divina y la humana, perfectas am- bas, inconfundibles, con su esfera propia de operaciones cada una, no obstante la unión. Otra limitación proviene de la unidad, no accidental ni metafórica, sino substancial, que en todo caso debe reconocerse y salvarse en Cristo.

Si se pretende apuntalar la unidad a costa de la inte- gridad ontológica de ambas naturalezas, se cae en la he- rejía monofisita, o al menos en sus aledaños, como les sucedió a los monoteletas; si, al contrario, por ir más allá de lo justo en la defensa de las dos naturalezas, se cierra uno a mismo el camino, o no acierta a encontrarlo, para conjugarlas con la verdadera y realísima unidad de Cristo, puede afirmarse que se ha adoptado, o se ronda, la doc-

216

LA PERSONA DEL REDENTOR

trina, no menos heterodoxa y reprobable, del nestoria- nismo 3.

8 Los rronofis;tas, exagerando la unión persona! en Cristo, llegaron a la unidad en la naturaleza. El monofisitrsmo se manifestó en varias formas, si bien la más clásica y reconocida pretendía que de la mezcla o fu ión de las dos naturalezas surgió otra tercera el compuesto eán- drico , ni prop'arrente divina ri propiamente humana. Esta herejía tomó también el nombre de eutiquianismo, del archimandrita Eutiques. En la actualidad mucho se ha escrito y discutido sebre la posición personal de este famoso personaje. Por la misma época primera mi- tad del siglo v otra herejía lanzó al viento doctrinas diametralmente ooue:tas: el restonanisrro. Del verdadero pensamiento del ob'spo de Constantinopla Nestorio hay que repetir lo indicado sobre Eutiques; aunque no ha d? pasarse por alto eme el papa Pío XI hizo una ex- posición sumaria de la doctrina de Nestorio en su encíclica Lux ve~ ritatis (AAS 23, 1931), conmemorativa del Concilio de Éfeso. Es difícil precisar el contorno de su doctrina, o por qué él mismo no acertó a dárselo, o por qué no se expresó sinceramente. E" resumen puede de- cirse que Nes orio negó eme el H:io eterno, de Dios fuese el mismo que nació de la Virgen María. Ésta no e: madre de Dios, sino de Cristo. Según esto, una cosa es el Hijo de Dios, el Verbo: otra, Je- sús. Cada naturaleza lleva consino su persona. Contra la hereiía mo- nofisita se alzó el Concilio de Calcedonia (a.451), como el celebérri- mo Concilio de Éfeso (431), cuyo campeón y alma fué San Cir'lo de Alejandría, había condenado veinte años antes el nestorian'smo. Todos los errores posteriores en esta materia se alistan, más o menos fran- camente, en uno de estos dos bandos. Más aún, dentro del campo católico, es fácil acercarse a iro u otro campo si por un afán noble en mismo de aclarar e ilustrar el dogma de la encarnación no se respetan íntegramente el pensamiento y la misma terminolog'a tradi- cionales, o se concede demasiado a la especulación filosófica y a las singularidades y preferencias de escuela. Esto ha cucedHo en la re- ciente controversia, no acallada 'odavia, entre el jesuíta P.Galter con zu obra L'Unité du Christ, Etre-Personne-Conscicncc (París 1939) y Mons. Párente con la suya Lio di Cristo (Brescia 1 95 1 ) y sus ré- plicas re~pectivas: La conscience humana du Chris': Gregoranum. 32 (1951), del primero, y Unitá cntologica e psicológica del Uomo-Dio: Euntes Docete, 5 (1952) del segundo. Ambos autores se echan en cara ciertos resabios de sabor monofisita o nertoriano. Véase F. de Sola, S.I., Un libro de Mons. Párente...: Estudios Eclesiástico:, vol.27 (Madrid 1953) p.203-229. y El tratado "De Verbo Incarnato" a los quince siglos de discusiones cristológicas: Razón y Fe (Ma- drid 1953) t.H7 p.154-165. El P.Solá terminaba este artículo con estas palabras: "La evolución dogmática nos ha llevado de la ontología cristológica a su psicología. Aquel principio paulino: Om- nia et in ómnibus Christus, se ha plasmado en este o ro: Cor Iesu rcx et centrum omnium cordium. No es máj que el amor de Dios, manifestado en la encarnación del Verbo y estudiado en la Per- sona de Cristo, que se plasma ahora en el amor de Cristo tal como lo sentía su corazón humano, que estaba asumido e hiportát'camente unido a la divinidad, y por lo mismo era amor de la Persoga del Ver- bo. Por esto la revelación del Corazón de Jesús es la revelación de los últimos tiempos, la última etapa de la evolución del dogma cristo-

C.ll. «UN SOLO CRISTO, NO DOS»

217

En el campo de la Filosofía: concepto de penena.

En el fendo de toda esta cuestión palpita el problema del concepto de persona. Problema que, en realidad, no había surgido en la Filosofía hasta que el doble dogma de la Trinidad y de la encarnación lo planteó y lo trajo a un primer plano. Y no había emergido en el terreno pu- ramente filosófico por la sencilla razón de que nadie había sospechado que la persona o el suppositum en los seres irracionales, vivos o inertes pudiera separarse de la natu- raleza, el ser individual y concreto, dotado de subsistencia propia.

Pero estas dos verdades reveladas han dado a conocer a los hombres dos realidad :s objetivas; primera, que puede darse el caso de una sola naturaleza, de una sola esencia, subsistiendo en tres persc¡nas distintas Dios Uno y Tri- no— ; segunda, que puede, a su vez, darse el caso, reverso del anterior, de una sola persona en la que subsistan dos naturalezas o esencias, distintas también: Cristo, Hombre Dios.

La consecuencia es clara: luego naturaleza y persona, no sólo suponen conceptos diversos, sino realidades dis- tintas, puesto que objetivamente son separables.

Véase una de tantas perspectivas que la fe ha abierto a la especulación filosófica, uno de tantos motivos del re- conocimiento que la Filosofía debe a la fe4.

lógico" (ib., p. 1 64) . Nos complace anotar a este prepósito esta her- mosa observación de 'Pío XII, ene. Aurietis Aquas: "Así, pues, el Co- razón de nuestro Salvador en cierta masera refleja la imagen de la Divina persona del Verbo, y asimismo de sus dos naturalezas: huma- na y divina; y en El podemo.: considerar no sólo un símbolo,, sino también como un compendio de todo el misterio de nuestra reden- ción." ¿Quién no descubre en esta insinuación un amplísimo y lumi- noso horizonte de incalculable trascendencia teológica?

Redactado ya e:te capítulo, llega a mis manos la revista Estudios Eclesiásticos, vol.29 n. 1 1 5 (octubre-diciembre 1955), con un largo ar- tículo, que subscribo del P.Se^á. S.I., p. 443-478, a propósito de la obra dd P.Xiberta, O.Carm., El Yo de Jesucristo. Un conflicto entre dos cristologías (Barcelona 1954). La contienda sigue enconada. Con- tra Xiber a ha escrito también el P.M. Cuervo, O.P., en Ciencia Tomista, 32 (1955).

* No vale en contra el tópico excesivamente manoseado de que la Fe, al imponer a priori un resultado, coarta la libertad de la razón cortándole las alas, o que al menos, al iluminar sus caminos con la luz de la Revelación, la actividad intelectual se ejercitaría en la es- fera estricta de la Teología, nunca en la de la Filosofía propiamente

218

LA PERSONA DEL REDENTOR

Mas ¿qué es la persona? ¿Cuál su constitutivo? Toda- vía no se ha logrado una respuesta definitiva. Las mismas escuelas católicas no se han puesto de acuerdo, ni es fácil que se pongan, sobre esta cuestión 5.

Puntos de coincidencia»

A pesar de todo, en medio de estas controversias y de esta multiplicidad de opiniones, puede señalarse un área de coincidencia entre los filósofos y teólogos católicos; en Cristo hay una sola persona, y por cierto divina, porque sólo el Verbo posee las dos naturalezas, la divina y la hu- mana. Otro punto de contacto lo ofrece la teoría común

dicha. Scbre ecta materia, hoy de enorme actualidad, aconsejamos la lectura reposada y atenta de un estudio profundo, sereno y en mu- chos aspectos defin'tivo del Excmo. y Revdo. Sr. D. Fidel G. Martí- nez, aparecido en lengua francesa con el título De l'authenticité d'une Philosoph'e a l'intcñeur de la pernee chrétienne Oña, Burgos 1955). Parcialmente habíase publicado en la' rev'stas de MadrH Razón y Fe, t.151 (1955) p.l 17-132. y Arbor. t.31 (1955) p 381-416. Merece co- piarse este párrafo: "En resumen: que el sentir de todas las escuelas y pensadores cristiaro:, y aun de muchos y muy significados que no lo son, es que, dentro de este pensamiento cr'stiano, puede exis ir, y ex'ste de hecho, una verdadera y auténtica filosof a, distinta por su objeto, principios y método de la Teología, fundada, no en la autori- dad del magisterio, sino en la razón y en el discurso natural; que no es óbr'ce a esa autenticidad filcrófica el que algunas de sus conquis- tas, o de las verdades por ella alcanzadas, hayan sido facilitadas o hecho posibles por la Revelación, ya que el tema, en un principio ofre- cido por ésta, ha sido luego repensado y asimilado por el análisis y el discurso filosófico en un proceso propio y estrictamente racioral; y que tampoco es óbice a aquella autenticidad el que el filósofo cristiano haya de buscar la armonía obl:gada entre su razón y su fe, siendo esto lo lógico y lo racional, y la posición contraria lo irracional y antifi- losófico" {Razón y Fe, Le, p.l 27 y 128).

5 Según el teólogo alemán Gunther, que resbaló en la Fe cayendo en el racionalismo, y muchas de cuyas doctrinas condenó P o IX en 15 de junio de 1857, la persona se constituye por la conciencia que uno tiene de si mismo. Como Jesús tiene una dc^le conciencia, la divina y la humana, concluye que en e'l coexisten dos personas físicas. La teo- ría de la conciencia como constitutivo de la persona ha cobrado cate- goría de verdadera conquista en la Filosofía moderna, que en conse- cuencia so tiene que !a persona no pertenece al orden onto'ógico, sino al psicológico. Sin embargo, los teólogos escolásticos defienden que la conciencia, o el yo, no constituye, sino rupone la persona. Pero indudablemente el orden psicológico debe sustentarse en el orden on- (ológico. Descubrir y dilucidar el secreto y el hilo de uno de estos do:- órdenes seria tal vez haber dado un gran paso en el prob'ema filosófico acerca de la persona. Véase ].Ro:c G ronella, S.I , Con- catenación mutua de los aspectos ontológico, psicológico y ético so- bre la personalidad: Pensamiento, vol.9 (Madrid 1953) p.347-354.

C.ll. «UN SOLO CRISTO, NO DOST>

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que acaso pudiera designar el efecto, digamos formal, de la persona de que la persona es en último término el sujeto de atribución de todos los actos del ser; de donde se origina la dirección, la significación y la responsabilidad de esos mismos actos. La persona ostenta siempre la nota característica de ser sui iucis, como hasta vulgarmente se dice.

Que la persona sea el sujeto de atribución de toda la actividad consciente del ser, un ejemplo puede aclararlo. La acción de ver es propia de la vista; la acción de tocar, de las manos; la de pensar, de la inteligencia; la de amar, de la voluntad. Sin embargo, decimos: yo veo; yo toco; yo pienso; yo amo. O lo que es lo mismo; hay sentidos y potencias distintos; estos sentidos y potencias son princi- pios elicitivos de las operaciones, mediante los cuales obra la naturaleza, el ser; pero la persona lo que designamos por ese yo está dignificando, dirigiendo, haciendo suyos esos actos y aceptando la responsabilidad de los mismos.

Bastan estas ligerísimas observaciones. No hemos de seguir por este camino, que sin duda habrá fatigado al lector. En un libro de esta índole no sería conveniente en- trar en el terreno movedizo de las especulaciones humanas, en el cual, desde luego, nunca ha de pretenderse sea quien sea quien lo intente cimentar una verdad de fe, como si de nuestra especulación dependiera su consistencia y su invulnerabilidad.

La unidad viva de Jesús*

Nosotros preferimos volver, una vez más, a las páginas del Nuevo Testamento y sorprender en ellas la realidad de esa unidad misteriosa y admirable de Jesús: la cual po- dremos, ya que no comprender ciertamente, adorar cuan- do, como cinta de gloria, la veamos pasar ante nuestros ojos.

Recogiendo una observación de Pío XI*6 a otro propó- sito, puede decirse que los textos sagrados, más que afir- mar el misterio de la unidad personal de Cristo, nos lo describen viviendo, obrando y hablando como en una ac- tualización constante de esa portentosa unidad. Como si a

6 "Los evangelios, dice, más que enseñar que Jesús promulgó leyes, le presentan legislando" (ene. Quas primas, del 11 de diciembre de 1925).

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LA PERSONA DEL REDENTOR

los escritores sagrados les importase mucho más que el procedimiento sistemático y dogmatizador, ofr:cer los ele- mentos de juicio, los datos históricos, con los que nosotros, antes que a deducir, llegásemos a sentir la realidad viva y fragante de esa unidad misteriosa.

Para ello, claro es, se necesita contemplar el cuadro evangélico con la misma sencillez de mirada con que lo vieron sus autores, desprendiéndose generosamente de tan- to caudal humano y de tanta presunción crítica como es fácil aportar, si no tenemos en cuenta que estas maravillas divinas sólo se descubren a los "humildes y pequeñuelos", según oíamos decir al mismo Jesús.

En rigor, los datos analizados en los capítulos prece- dentes nos llevan, si no directamente creemos que 7 , cuando menos indirectamente, al conocimiento suficiente y seguro de la unidad personal de Jesús. No hay el más leve indicio de fisura y división en las obras ni en las palabras de Jesús, ni en Él se insinúa un no sabemos qué desdobla- miento que permitiera apuntar la total independencia o desconexión de las dos naturalezas.

Los mismos labios pronunciaron aquel yo de Jesús, sea cual fuere la actividad o la naturaleza a que se refiere; exactamente igual que nuestro yo en otro plano hace suyos todos los actos de cualquiera de nuestras facultades operativas, las orgánicas y las espirituales. ¿Por qué he- mos de sutilizar nosotros?

No obstante, aconsejando al lector no perder de vista los datos que ya conoce, y a los cuales repetidamente nos hemos referido, demos un paso más, para enfrentarnos con dos celebérrimos pasajes del Nuevo Testamento, en los que esta unidad personal de Jesús cobra un singular relieve. El uno es del evangelista San Juan; el otro de San Pablo. Ambos coinciden en la línea general del pensamiento, aun- que ofrezcan diferencias de matización, como hemos de ver.

7 Autores más exigentes sosfenen que, para refutar los errores de Nes orio, no ba ta der;o"trar que los atributos, tanto de la naturaleza humana como de la divina, se afirman de un mismo Cristo; si bien conceden que por este cam:no se obtendría u"a prueba indirecta que supondría una argumentación deductiva. Así J. Solano, S.I., De Verbo Incarnato: Sacrae Theologiae Summa, III (BAC, Madrid, 1950) n.35 p.34.

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a) El prólogo del cuarto evangelio.

Al citar a San Juan, nos referimos al prólogo de su evangelio, que todo católico medianamente instruido co- noce. Pocas páginas se han escrito tan serenas, tan pro- fundas, tan densas, tan solemnes y tan bellas. Ni aun en la misma Sagrada Escritura, a no ser otras del mismo evan- gelista y algunas del apóstol San Pablo, es fácil encon- trarles paralelo.

Según el testimonio de la antigüedad cristiana, San Juan redactó su evangelio en las postrimerías de su ancia- nidad venerable, tal vez alboreando el siglo Jl. Las ense- ñanzas del Maestro, las íntimas confidencias todo hace suponer que las hubo , ta.n vivas entonces como en aque- llos d'as de su juventud en flor en que las recogió de la- bios de Jesús, habían ido sedimentándose y adquiriendo esa clara lucidez de las ideas perfectamente asimiladas, sobre las que una meditación atenta y reposada ha traba- jado constantemente y con amor. Téngase en cuenta que, por ley natural, el amor entrañable al Maestro hubo de aguzar los ojos del discípulo y que a la limpieza virginal de su corazón hubo de serle otorgada la recompensa de la sexta bienaventuranza 8.

Y sobre todo esto, la acción iluminadora de la gracia y, en definitiva, el carisma de la inspiración divina. Con lo que se habría resuelto el artificial y fútil problema, el que dió ser y excesiva importancia al racionalismo bíblico °.

Véase cómo San Agustín subraya el juego de todos estos factores en la elaboración de este prólogo incom- parable:

"Así empezó el evangelista, esto vió, y levantándose sobre toda criatura, montes, aires, cielos, astros, tro- nos, dominaciones, principados, potestades, ángeles y ar- cángeles; elevándose, digo, sobre todo, vió en el princi-

8 "Bieraventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dos" (Mt. 5,8).

" La sublimidad y riqueza de la doctrina del cuarto evangelio, asombro de todo", hizo suponer al racionalismo la existencia de un filósofo so'itario que la elaborase y lograse idealizar al Jesús de la his oria. No les importa que la hipótesis contradiga a los documentos históricos. Por otra parte, ¿qué dificultad hay en suponer que el mis- mo Juan se hubiera encontrado en las condiciones de ese pretendido filósofo, cuyas huellas, caso de haber existido, se habrían borrado tan pronto?

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LA PERSONA DEL REDENTOR

pió al Verbo y le bebió. Le vió sobre toda criatura, le bebió en el pecho del Señor. Este Juan es el mismo san- to evangelista a quien Jesús amaba con preferencia, has- ta el punto de recostarse sobre el corazón de Cristo. Allí estaba este secreto; allí le bebió para eructarlo en el Evangelio" 10.

1) Un breve análisis.

Difícil es resumir el enorme caudal teológico del pró- logo del cuarto evangelio. Mas, por lo que hace a nuestro propósito, bastará con indicar la trayectoria del pensa- nrento fundamental del evangelista, de donde brota, con un celeste resplandor, el dogma de la unidad personal de Jesucristo.

Dintnguense, a primera vista, dos partes generales. En la primera el evangelista nos presenta la persona del Ver- bo n; en la segunda, más desarrollada, describe las distin- tas fases de la manifestación progresiva del Verbo, Luz de los hombres 12. A la manifestación definitiva, insospe- chada y maravillosa, precede una etapa el factor tiempo no cuenta de preparación y, digamos, justificación, ca- racterizada por una doble presencia del Verbo en el mundo.

El Verbo divino es Luz de los hombres, desde los orí- genes, en virtud de esa presencia en los seres y en la creación 13 que la Apologética llama "Revelación natural", tema corriente en los Salmos y en los libros sapienciales del Antiguo Testamento, y que desarrollan con vigorosos trazos el autor de la Sabiduría 14 y San Pablo en un cono- cido pasaje de su Carta a los Romanos 15.

"Pero el mundo no le conoció", anota el evangelista, haciéndose eco de estos textos bíblicos, de lo que se sigue la necesidad de otra m's clara manifestación de la Luz. La alusión a la revelación por ministerio de Moisés y los profetas parece no pudo ponerse en olvido: "Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" m. Estamos ya en la fase de la revelación sobrenatural, que, a pesar de todo, resultó tan insuficiente y estéril como la anterior. Esta

10 Serm. 120: Obras de San Agustín (BAC, Madrid 1950) t.8 p.lll.

11 lo. 1.1-5.

12 lo. 1.6-18.

13 lo. 1,10: "Estabé. en el mundo y por El fué hecho el mundo".

14 Sap. 13.1-9.

" Rom. 1,18-23. * lo. 1,11.

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ojeada a la Historia lleva al evangelista a la evidencia, hasta de tipo experimental, de la necesidad a la que nos referimos en la introducción de una nueva y maravillosa manifestación del Verbo, que vendrá a ser teológica o his~ tóricamente el punto de partida del evangelio.

El cuadro es de una sobriedad majestuosa e imponente: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" 17. Juan lo ha visto; ha visto su gloria, la que correspondía al Unigénito del Padre.

En esto se resume todo el evangelio de San Juan 18.

17 lo. 1.14.

18 Estas mismas ideas se encuentran en San Pablo. En este pun'o, como en 'aritos otros, la coinc'dencia de los dos escritores sagrados es sorprendente, no obstante la tes s tan traída y llevada del raciona- lismo. La ley de la Prov'dencia divina en el orden religioso la expene San Pablo en un celebérrimo pasaje de la pr'mera Carta a los Corin- tios, 1.18-25. La enuncia, en términos de tesis, en el v 25, y antes en el v.19; y la razona en el v.21. uno de le/; más profundos y de más vastas perspectivas de todo este pasaje. La sabHuria de D os se revela en la belleza y en el orden de la creación y en la economía del An- tiguo Testamento. "Cada criatura, dice Santo Tomás, es como una palabra del Maestro, que es Dios." Por consiguiente, la sab'dura de Dios, manifestada en la creación a tc»dos los hombres y en el Antiguo Testamento a los judíos, hubiera bastado para reconocer a Dios; pero la sabiduría de los horbres aun la de los judío- se hizo carnal, y al resultar insuficiente, Dios acude al medio paradójico y como opuerto a la sabiduría del mundo para calvar ro al mundo, sino a los creyen- tes. Tal parece ser el sentido del v.21. Con otro pasaje de San Pa- blo guarda asimismo un admirable para!el:smo e:te cuadro general del prólogo de San Juan, a saber, con Heb. 1,1-3, que se viene involun- taramente a la memoria leyendo el prefacio del cuarto evangel*o. En la Carta a los Hebreos se subrayan con extraño vigor las dos grandes fases de la Revelación (v.l-2a): se atribuye al H'jo el mismo doble papel de autor del orden natura] (v.2b y 3a) y del sobrenatural (v.3b), s:n olvidar las íntima: relaciones del Hijo con el Padre (v.3a). La mejor explicación teológica del concepto del Verbo en San Juan la tenemos en estas dos fórmulas de la Carta a los Hebreos: "esplendor de la gloria" y "sello, imagen de la substancia" del Padre. Pudiera ahondarse más en todos los aspectos de este paralelismo. Véase el texto de la Carta a los Hebreos:

1. Dios, que en los tiempos pasados muy fragmentaria y varia- damente habló a los padres por medio de los profetas.

2. Al fin de estos días nos habló a nosotros por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por quien hizo tamb'én el mundo.

3. El cual, siendo irradiación de su gloria y sello de su substan- cia, sustentando todas las cosas con la palabra de su poder, después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Grandeza en las al uras.

Utilizamos la traducción del P. Bover, Las Epístolas de San Pablo

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LA PERSONA DEL REDENTOR

2) El Verbo antes y después de la encarnación.

Sobre este andamiaje fundamentalmente histórico am- pliando el término más allá del t'empo y de la verdadera Historia se dibuja, en toda su grandeza divina y en toda su amable humanidad, el Verbo de Dios. Importa mucho esta pintura, porque, partiendo de ella, un paso más nos pondrá ante el misterio de la unidad de Jesús, objeto de este capítulo.

Comienza el evangelista por presentar la Persona del Verbo 19, primero, en su vida íntima, en su preexistencia divina, poniendo de relieve tres propiedades singulares, a saber: su eternidad 20 , su carácter personal 21 y su divini- dad 22; segundo, en sus relaciones con la creación, como autor del orden natural, arquetipo y causa de todo cuanto existe fuera de Dios 23; tercero, en sus relaciones pecul;a- res con el hombre, como Luz y Vida, ya en el plano de lo sobrenatural 24 .

Este Verbo de Dios es, como ya se dijo, Luz de los hombres desde que la humanidad existe, y Luz, sobre todo, después, y en virtud de la revelación patriarcal y mesiánica, para el pueblo judío. La ceguera de los hombres, de los unos y de los otros, inutilizó los resplandores de esta Luz. He aquí la razón de una nueva manifestación y de una nueva venida al mundo de la Luz. Nobilísimo fin el de esta nueva y más señalada misericordia:

(Barcelona 1940) t.2 p. 655-657. La misma o parecida confrontación ca- bría establecer con otro no menos célebre pasaje de San Pablo (Col. 1,16-20).

19 lo. 1.1-5.

50 lo. 1,1 y 2.

21 lo. 1,1b y 2. El tex'o original no dice, como pudieran sugerir ciertas versiones castellanas, por ejemplo, Nacar-Colnga, Sagrada Bi- blia (BAC. Madrid 1944), "en in Dios", ciño "pros", esto es, con Dios, al lado de Dios, "como el hijo, dice el P.Prat, al lado del Padre, vuelto hacia el Padre a manera de imagen viviente igual a su arque- tipo". La misma vers:ón latina de la Vulgata traduce exactamente "apud Deum". El P.Juan José de la Torre, Nuevo Testamento en griego y español (Friburgo de Brisgovia 1909), vierte asi el tex c ori- ginal: "con Dios". Por lo demás, huelga la advertencia de que aquí Dios designa al Padre.

22 lo. 1,1c.

23 lo. 1,3.

24 lo. 1,4-5.

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"Mas a cuantos le recibieron dióles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que crean en su nombre" 2r';

y no menos noble el medio de conseguir este fin:

"que no de la sangre ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos" 26.

Y tras este sublime prefacio, verdadero vuelo de águi- la, con el que ya le comparó San Agustín, la fórmula única, insubstituible, del misterio, definitiva y portentosa mani- festación de la Luz:

"Y el Verbo se hizo carne y habitó puso su tienda entre nosotros."

Finalmente, a manera de peroración o tiempo final de una sinfonía, la declaración concisa y robusta de la exce- lencia y frutos de este inefable misterio, a saber: la gloria divina y la plenitud de la gracia en Cristo; Cristo, incom- parablemente superior a Juan el Bautista, testigo de la Luz27; Cristo, fuente de todos los bienes28; su nueva eco- nom'a mucho más excelente que la de la antigua Ley "y; Cristo, por fin, perfecta revelación del Padre 30.

Mas he aquí que el prólogo se cierra acaso inespera- damente para el lector, pero dentro de la lógica del evan- gelista— con estas palabras, que nos remiten al principio:

"A Dios nadie le vió jamás: Dios Unigénito 31 que está en el seno del Padre, ése nes le ha revelado."

23 lo. 1,11.

26 lo. 1,14b.

27 lo. 1,15.

28 lo. 1,16.

29 lo. 1,17.

30 lo. 1,18. Comprenderá el lector que hemes de prercindir de más amplias explicaciones exegéticas, que nos llevarían muy lejos. Puede afirmarse que cada uno de los versos, cada una de las frases, y casi cada una de las palabras encierra un mundo de ideas, un s:stema. Sólo en lo: escritos de San Pablo podrá encontrarse parecida densi- dad de -"msamientos.

31 Ésta es la lectura más autorizada críticamente del texto griego original. La Vulgata ha substituido la expresión "Dios Unigénito", única en el Nuevo Testamen.o, por la más sencilla y comprensible

Jesucristo Salvador

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LA PERSONA DEL REDENTOR

Es decir, que el Verbo divino, Persona divina como el Padre, Dios como el Padre, agente principal de toda esta maravillosa actividad creadora, iluminadora y salvadora, descrita en el prólogo, continúa siendo, a través de todas las fases de su manifestación, el sujeto permanente o inmu- table de atribución y referencia; lo mismo en la eternidad que en el tiempo, lo mismo en la etapa preparatoria que en el momento supremo de la encarnación y en el trans- curso de su obra reveladora, santificante y salvadora.

Es el Verbo el que in principio está al lado del Padre; el que crea el mundo; el que habla por las criaturas y por los profetas; el que "se hace carne"; el que, ya hombre, sigue siendo "Unigénito del Padre"; el autor de la gracia y la verdad; el revelador de Dios en el magisterio de su mismo ser, de su ejemplo y de su palabra. El Verbo en el principio, antes y después de la encarnación. El Verbo siempre, en un estado o en otro, bien en su preexistencia y en su vida eterna e inmortal, como Dios, bien en su mo- dalidad histórica, por la unión con la naturaleza humana. Gramaticalmente, lógicamente, jurídicamente, siempre el Verbo. ¿Qué quiere decir esto?

La respuesta es clara. Si no hay cambio de sujeto gramatical, lógico, jurídico , la Persona es la misma antes y después de la encarnación. La esencial inmutabili- dad de la naturaleza divina no tolera el más mínimo me- noscabo de su unión con el hombre; a su vez, la realidad de esta humana naturaleza se proclama en el texto con igual fuerza que en todo el relato evangélico. Por tanto, si la unidad no se logra a costa de las dos naturalezas, o de una de ellas que es donde la dualidad hace pie y se mantiene , quiere decirse que es la Persona del Verbo el centro y la razón suficiente de la unidad de Jesús. Por eso, todo es del Verbo, todo se atribuye al Verbo antes y des- pués, de la unión. No otra cosa es lo que la Iglesia entien- de por Unión hipostática.

En la carta a los FOpenses»

En una de las notas precedentes se ha llamado la aten- ción sobre el paralelismo de ideas entre el prólogo del cuarto evangelio y algunos textos de San Pablo. De pro- hijo Unigénito". La fórmula griega sería la más rotunda confesión de la divinidad de Jesucristo,

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pósito pasamos por alto uno de ellos, el más impresionante sin duda, para estudiarlo ahora con mayor detenimiento. Se trata de uno de los pasaj:s del Apóstol más célebre y clásico en la cristología, que se lee en la Carta a la iglesia de Filipos32:

5 "Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús;

6 quien, siendo Dios en la forma, no reputó codicia- ble tesoro mantenerse igual a Dios,

7 antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre se humilló;

8 hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz,

9 por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre,

10 para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuan- to hay en los cíeles, en la tierra y en los abismos

1 1 y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre."

La sola lectura pone de manifiesto las diferencias de matiz entre este pasaje y el prólogo de San Juan. San Pa- blo es más conciso y, por ello, m:s denso. San Juan, a las líneas fundamentales ha ido añadiendo ideas, por un lado, secundarias; por otro, complemento doctrinal y ornamental del pensamiento primario y conductor. San Pablo se ciñe apretadamente a su esquema, y en el estrecho marco de seis versículos traza el mismo dibujo que San Juan en un texto tres veces más amplio. San Juan se propone resumir todo su evangelio; a San Pablo se le cayó, como quien dice, de las manos este trozo de la más alta sabiduría, para que sirviera de apoyo a un sencillo consejo de lo más elemen- tal en la vida cristiana. Mas, a pesar de estas diferencias, los dos pasajes, en el fondo, resultan convergentes.

Efectivamente, lo mismo que San Juan, distingue San Pablo dos fases, o, hablando a nuestro modo, dos momen- tos, o, con más propiedad, dos estados diversos en Cristo 33 :

32 Una de las cartas más bellas de San Pablo, efusión incontenida de aquel gran corazón, cargada de expresiones y sentimientos de ca- riño y de ternura como ninguna otra, si no es la Carta a Filemón. Fué escrita en Roma durante la primera cautividad del Apóstol, cua- renta años, más o menos, antes que el evangelio de San Juan.

33 Nótese cómo aquí San Juan habla del Verbo en su preexistencia y en su existencia histórica, efecto de la encarnación; San Pablo procede a la inversa: es Cristo Jesús el que se atribuye la preexis-

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uno antrrior a la encarnación, "subsistiendo en la forma de Dios", es decir, siendo Dios por natura^za: otro subsi- guiente, en el que el Hijo de Dios toma la "forma de es- clavo", esto es, se hace hombre.

Y ya en el área de la Historia, en la que el Verbo en- tra precisamente por la encarnación, a San Pablo le inte- resa mucho más al revés que a San Juan subrayar ios rasgos y la realidad de la naturaleza humana, sin insistir tanto en la verdad de la naturaleza divina, bien definida, por lo demás, y fuertemente afirmada en el punto mismo de arranque. De ahí que en el texto paulino el acento se cargue en la fase terrena y humana de la existencia de Cristo. Todas las fórmulas le parecen pocas o inexpresivas para caracterizar el "anonadamiento" de la divinidad por la encarnación: "tomando forma de esclavo", "hecho a se- mejanza de los hombres", "en su condición exterior pre- sent'ndose como hombre".

Y como si esto fuera poco, todavía en el fondo de ese abatimiento encuentra San Pablo nuevos peldaños que ba- jar: "hecho obediente hasta la muerte", aún más, "y muer- te de cruz". A esta humillación inverosímil y difícilmente imaginable, Dios corresponde con la "sobreexaltación" de Cristo, el cual, por la resurrección y por la ascensión a los cielos, recobra plenamente todos los honores, nunca per- didos, aunque temporalmente renunciados, inherentes a quien, por ser Dios, igual al Padre, es Señor, en la signi- ficación trascendente o divina que este título de Cristo tiene siempre en los escritos de San Pablo y en boca de la Iglesia primitiva 34.

La unidad de Persona,

Nos encontramos, pues, al final de este somero análi- sis con el dogma de las dos naturalezas de Cristo, y al mismo tiempo con el dogma de la unidad, cuyas caracterís-

tencia, como Dios, anterior a la "kénosis", o supremo abatimiento de la divinidad por la encarnación. El procedimiento es inver:o, y duda- ría uno en dictaminar cuál de las dos fórmulas, la de San Pablo o la de San Juan, nos habla más claro de la unidad personal de Jesús, clave del pensamiento de arrbos escritores sanrado\

34 El análisis de este texto, de una riqueza dogmática incomparable, sería en alto grado sugestivo; pero no Rodearos entretenernos. Lo pu- blicamos en la extinguida revista Reseña Eclesiástica, n. 135-144 (Barce- lona 1920), con el título La Kénms de Cristo en la Teología de San Pablo. Estudio exegético-teológico.

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ticas se acusan con rasgos más vigorosos y valientes que en el prólogo del cuarto evangelio, por el procedimiento que San Pablo, según su costumbre, sigue de presentar en el primer plano, no al Verbo, sino a Cristo Jesús, es decir, al Verbo encarnado, al que no teme atribuir propiedades, privilegios, actividades que sólo le corresponden como a Dios.

Las reflexiones que hicimos sobre este mismo punto de la unidad al estudiar el texto de San Juan, nos ahorran ahora su repetición. Solamente la unidad personal de Jesús, en virtud de y en la Persona divina del Verbo, Hijo de Dios, da sentido a estos dos pasajes del Nuevo Testamen- to, como a otros muchos que pudieran agregárseles.

No es necesario insistir más. La unidad de Cristo en la Persona del Verbo está claramente consignada en los textos. Con ocasión de las grandes herejías cristológicas, la Iglesia promulgó fórmulas dogmáticas, de las que un católico jamás podrá separarse. Cualquiera concesión, en este terreno, a las posiciones o gustos heterodoxos, por mucho que se vistan de ropaje científico, corre el peligro de resbalar en la fe, que la Iglesia proclamó solemnemente en el Concilio de Éfeso contra Nesto-rio, y contra Eutiques en el Concilio de Calcedonia.

Consecuencias»

De esta verdad dogmática fluyen lógicamente algunas consecuencias importantes, que, para completar la materia, vamos a tocar ligeramente.

a) La " comunicación de idiomas'.

La primera es la que en Teología se denomina comu- nicación de idiomas en. Cristo35. La fórmula significa que las propiedades y operaciones de las dos naturalezas de Cristo pueden afirmarse "predicarse", en término grama- tical y filosófico recíprocamente de cada una -de ellas. Puede decirse, por tanto, que esta comunicación de pro- piedades es la traducción práctica de la unidad personal.

Así, pues, todas las propiedades y operaciones de la naturaleza divina pueden afirmarse del hombre Jesús, y a

36 En el canon 4 del Concilio de Éfeso se definió esta doctrina con toda precisión, aunque no se emplea en él la fórmula "comunica- ción de idiomas", de elaboración más tardía.

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su vez, todas las propiedades y operaciones de la natura- leza humana pueden predicarse del Hijo de Dios; con esta condición: que en todo caso quede a salvo la perfecta in- tegridad de ambas naturalezas. San Cirilo d: Alejandría se expresa de este modo: "Ha venido a ser propio del Verbo lo que pertenece a la humanidad, y propio de la humanidad lo que pertenece al Verbo".

No hay, por consiguiente, dificultad alguna en decir que el Hombre es Dios, que Cristo es Creador, que el Hijo de Dios padeció y murió y resucitó. Expresiones como ésta son corrientes, no sólo en los tratados teológicos, sino en el mismo lenguaje popular. El catálogo de ellas, extraído de los escritos neotestamentarios, no sería corto cierta- mente. Con estas y con las que el magisterio eclesiástico, en todas sus formas, ha consagrado y puesto en circula- ción, el teólogo, el predicador y el escritor no necesitarían más. No es cuestión de ingenio, ni de brillantez oratoria, ni achaque de originalidad, sino de seguridad y precisión en la doctrina, tratándose como se trata de materia, según el lector habrá podido comprender, tan expuesta y deli- cada *.

b) Maternidad divina de María.

Otra consecuencia se refiere a la Virgen Santísima, y en concreto a su maternidad divina. Esta prerrogativa sin- gular de María está tan íntimamente enlazada con la uni- dad de las dos naturalezas de Cristo en la Persona del Verbo, que el Concilio de Éfeso, tantas veces mencionado, al condenar la herejía nestoriana, comenzó por definir que María es verdadera "Madre de Dios".

La fórmula conciliar, debida, como es sabido, a la plu- ma de San Cirilo de Alejandría, es en verdad solemne y al mismo tiempo bella, impregnada de un exaltado amor a la Virgen Madre:

"Si alguien no confesare que Dios es realmente el Ern- manuel esto es, el Cristo y, por tanto, que la Virgen Santa es Madre de Dios, puesto que dio a luz según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema."

* Las normas para discriminar entre lo concreto y lo inconcreto, lo admisible o no, en esta cuestión, se encontrarán en cualquier tratado teológico sobre el Verbo encarnado. Entre los modernos y españoles pueden consultarse Muncunill, Tractatus de Verbo Incarnato (Ma- drid 1905) n.565-587 p.293-304; Solano, o.c, n.384-404 p.154-1.59.

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Todo cuanto la mariología ha dicho y puede decir acer- ca de esta maternidad divina de María, se halla en ger- men aquí. El Concilio consagró para siempre, dándole ca- tegoría de expresión dogmática, insustituible, el término "Theotócos", usual ya entre los escritores eclesiásticos de los siglos m y IV, pero que, a partir del Concilio Efesino, había de quedar como bandera y consigna de la fe cató- lica, y como tal se irá repitiendo en otros Concilios y do- cumentos posteriores del magisterio de la Iglesia 37 .

La fe sencilla y humilde de los verdaderos creyentes nunca había puesto en tela de juicio el hecho y la trascen- dencia de la maternidad divina de María. La necesidad de salir a su defensa surgió, como siempre, cuando la falsa ciencia y la soberbia de los hombres dieron más valor a sus propias cavilaciones que a la palabra del Espíritu San- to. El fenómeno se produjo muy pronto por desgracia; mas nos valió a nosotros la clara postura de los primeros escritores eclesiásticos, testigos de una creencia que parte, sin interrupción de continuidad, de los mismos orígenes y empalma, hasta en las fórmulas, con el Evangelio escrito y con San Pablo.

San Ignacio de Antioquía, por ejemplo, martirizado el año 107, parece como obsesionado por esta idea, y podría ser calificado como el primer adalid de la maternidad divi- na de María. En su carta a la iglesia de Éfeso ¿cuántos años hacía que la Virgen había morado allí con el apóstol San Juan? , su fe en la maternidad divina se le escapa de la pluma a cada paso en las más variadas formas: "lo mismo de María que de Dios"; "Jesucristo llevado en su vientre por María". La misma afirmación va repitiéndose a manera de estribillo en sus cartas a los tralianos y a los de Esmirna 38.

" Así, veinte años después, el Concilio de Calcedonia; el Conci- lio II de Constantinopla, que hubo de salir a la defensa de los Con- cilios citados, aquilatando más los conceptos; el Concilio Lateranense, en 649; el III de Constantinopla. El . papa Juan II el año 534 reafir- maba la misma doctrina. El término griego '"Theotócos" equivale al latino "Dei genitrix", tan usado por los Padres latinos y en nuestra sagrada liturgia, y el castellano "Madre de Dios". En todos ello3 el acento se carga sobre el érmino de esta maternidad, que es Dios.

38 En esta carta del mártir San Ignacio se encuentra tal vez la pri- mera afirmación de la maternidad virginal de la Madre de Dios: "na- tum veré ex virgine": "verdaderamente nacido de una virgen". La alusión a los relatos evangélicos de San Mateo y San Lucas y al mismo tiempo a la profecía de Isaías resulta indudable. Con esta sen

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LA PERSONA DEL REDENTOR

Habl'bamos del Evangelio escrito y de San Pablo, tes- tigos irrefragables de la divina maternidad de María. Pa- san de treinta los testimonios expresos que en ellos pueden espigarse. Naturalmente, la historia de la infancia de Je- sús, en la doble redacción de San Mateo y San Lucas, es la que más prodiga estas referencias. Desde el punto de la anunciación hasta el dato final sobre la "vida oculta" con que se cierra esta etapa preliminar en el tercer evan- gelio, la cualidad de Madre de Jesús la afirman veintitrés veces de María San Mateo y San Lucas.

Por contraste, en el relato del ministerio público, sólo en una ocasión hablan los tres primeros evangelistas de la "madre de jesús" 39. Mas también en este punto San Juan viene a completar el relato sinóptico, con la circunstancia de que el cuarto evangelio casi se abre y termina con la presencia de la "madre de Jesús", en las bodas de Caná y en la crucifixión 40.

¿Qué dificultad, pues, ha de haber para aceptar el sen- tido obvio de estos textos concordantes? ¿Por qué reducir o desviar el alcance de esta maternidad, tan sistemática- mente consignada? Si el hecho histórico de que Jesús fué hijo de María es evidente, ¿qué motivo justificará el eludir el calificativo de "divina" aplicado a esta maternidad?

No sabemos que a nadie se le haya ocurrido oponer el

cillez de mirada leyeron aquellos Padres los textos sagrados, funda- mento de cu fe y de sus esperanzas.

30 Mt. 12,46; Me. 3,31; Le. 8,19. En el interesantísimo episodio, común a los sinópticos, en que María y algunos de sus parien es lle- gan con la pretensión de ver a Jesús. A la afirmac'ón de los evange- listas, que por su cuenta hablan de "la madre de él", hay que añadir en este caso la per:uasión de las gentes, sobre todo de los paisanos de Jesús, consignada alguna vez más en el texto sagrado: "¿Su madre no se llama María?" (Mt. 13,55: cf. Me. 6,3).

40 lo. 3,1-13; 19,25-27. Por cier o que San Juan en cada uno de estos dos brevísimos episodios, apenas diseñados, da a María por tres veces el título de "madre de Je ús", corno si con esta insistencia tra- tase de dejar bien sentada la dulce realidad de esta gloria de la Vir- gen, tan conocida y gustada por él. En el segundo episodio es clara una de la:; direcciones de la intención del cronista de completar, sino de corregir, el inexplicable silencio de los sinópticos acerca de la pre- sencia de Mar á en el Calvario; tanto más extraño cuanto que San Ma- teo y San Marcos mencionan por zu nombre a cuatro de aquellas p'a- dosas mujeres que no quisieron abaldonar al Maestro. San F.ncas, sin dar nombres, se contenta con anotar el hecho. ¿Por qué, si María es- taba con ellas, como consta por San Juan (19,25), no la mencionan los sinópticos? Es un problema exegético más curioso que impórtame, Pero no es de este lugar.

C.it. «UN SÓLO CRISTO NO DOS»

233

hecho simultáneo de que el evangelista San Lucas y la misma Virgen María llamen a José "padre de Jesús" 41. Ni al evangelista ni a María les era desconocida la realidad; ambos tenían conciencia de ella, como lo demuestra el re- lato del tercer evangelio, impregnado todo él del perfume de la virginidad de María. La diferente situación de María y José respecto a Jesús no impidz a "la madre" mostrarse generosa y delicada con su esposo, que, por otra parte, ejercía sobre el Niño todos los derechos de padre, hasta por su condición legal dentro de aquel matrimonio, que en los designios de Dios fué requisito previo y pretendido para la encarnación, y en consecuencia pertenecía, como la maternidad de María, aunque en distinto grado, al or- den divino de la unión hipostática.

Y cabalmente subrayemos esta no casual coinciden- cia— es San Lucas el único evangelista que atribuye a José el título de padre de Jesús, y sólo en la historia de la in- fancia, cuya fuente de información fué la Santísima Vir- gen. El caso de José no era el de María.

San Pablo, que no escribe como historiador, sino en plena especulación teológica, recoge también el hecho his- tórico, pero a la luz de su total trascendencia divina, su- ministrando así a la fe y a la Teología los datos esenciales que legitiman la auténtica maternidad divina de aquella "Mujer" privilegiada:

"Mas, cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios desde el cielo de cabe a su propio Hijo, formado de una Mujer" 42.

Es el propio Hijo de Dios, formado de una mujer; es la mujer, por la correlación de sentido, madre del propio Hijo de Dios. ¿Pudiéramos exigir mayor precisión y cla- ridad?

El raciocinio teológico se apoya efectivamente, a ma- nera de premisas, en estos dos datos: primero, la real hu- manidad de Jesús; segundo, la unidad hipostática en la

41 Le. 2,22.33.41.43.

42 Gal. 4,4. Implícitamente enseña lo mismo San Pablo en otros dos pasajes: "Pon delante de tus ojos a Jesucristo, resucitado de entre los muerto, del linaje de David" (2 Tim. 2,8); "Porque es cosa manifiesta que el Señor nuestro es retoño de Judá" (Heb. 7,14). Confrontando estos dos textos con el de Gal. 4,4, se deduce que el Apóstol, al ha- blar del linaje de David y de Judá, no piensa solamente en el aspecto puramente legal, sino en la realidad física y carnal.

La persona del redentor

Persona del Verbo divino. Lo que María engendra no es sólo el hombre, a quien más tarde, como soñó Fotino, hu- biera sobrevenido el Hijo de Dios; ni un cuerpo fantasmal o aparente, al gusto de los docetas; ni un cuerpo celeste, que simplemente hubiera pasado por ella como por un ca- nal, sin deberle un solo elemento de su ser físico, según enseñaron ciertos gnósticos y Valentín; ni una humanidad no unida a la Persona divina, sino soporte, como otra cual- quiera, de su personalidad humana, que es la herejía de Nestorio. Nada de esto.

Lo que engendró María fué un hombre verdadero, pero levantado desde el primer momento de su ser, por el Ver- bo, a la unidad adorable de su Persona divina; es decir, engendró a Jesucristo, siempre Hombre-Dios.

"Hay que confesar, dice Santo Tomás, que la bien- aventurada Virgen es llamada Madre de Dios no porque sea madre de la divinidad, sino porque es madre, según la humanidad, de una persona que posee la divinidad y la humanidad" 43.

La fórmula no puede ser más exacta.

c) Maternidad espiritual sobre los hombres.

Pero no se agota aquí la maternidad divina de María. Conviene volver sobre el texto de San Pablo. El Apóstol, además de anotar el hecho histórico, añade su motivación, su finalidad, conforme al plan divino;

"para rescatar a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la filiación adoptiva" 44.

El horizonte se ensancha maravillosamente. El Hijo de Dios se hace hombre, hijo de "una Mujer", para que por

43 S.772., 3 q.35 a.4 ad 2. Santo Tomás se remite a unas palabras de San Cirilo de Alejandría en una carta contra Nestorio recogida por el Concilio de Éfe.o, en las que el santo Doctor explica es e dog- ma comparando la maternidad de María con la maternidad humana de cualquier otra madre. Nace el alma espiritual unida al cuerpo or- gánico; mas como de tal unión se constituye la persona humana, la madre lo es no sólo de la carne, sino de todo el sujeto-persona. Exac- tamente lo mismo acón ece en nue:tro caso, en el que la persona es el Hijo de Dios, Dios verdadero. Por eso, con igual derecho y verdad que nuestra madre es madre de nuestro ser integral, lo que designo al decir "mi madre", María es madre de Cristo, Hombre-Dios. ¿Este hijo de María es Dios? Luego María es Madre de Dios.

44 Gal. 4,5.

C.ll. «UN SOLO CRISTO, NO DOS»

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Él los hombres fuésemos hechos "hijos adoptivos" de Dios. Es la fecundidad misteriosa del Hombre-Dios, del Unigé- nito de Dios encarnado, que tiene como fruto esta otra mu- chedumbre de hijos adoptivos de Dios. La fecundidad de la maternidad divina de María sigue la misma travectoria v alcanza las mismas dimensiones que la fecundidad re- dentora de su Hijo, Jesucristo. Por la fuerza misma de su divina maternidad, es madre también de todos los hijos adoptivos de Dios, hermanos de Jesús, como afirma San Pablo 45.

Tal vez por eso, en el momento en que esa como am- pliación de la maternidad de la Virgen se hace efectiva, al pie de la cruz, Tesús, en vez de llamarla por su nombre, la dice "Muier". Otro tanto hace San Pablo, seqún hemos visto, en esta ocasión. Por tanto, pudiéramos decir que la maternidad espiritual de María es en su qénero una ver- dadera maternidad divina, no en el orden hipostático, sino en el orden inferior de la gracia santificante, don divino al fin de cuentas, y causa en nosotros de una filiación que, aunque adoptiva, es divina también: somos llamados, y lo somos, "hijos de Dios", dirá San Juan4*5.

Cortemos el hilo de nuestras reflexiones, por no alar- gar demasiado este capítulo, aun a trueque de omitir lo que esta divina maternidad fué para la misma Santísima Virgen 47 .

45 Rom. 8 29: Heb. 2,11.17,

46 1 lo. 3,1-2.

47 La mater^Had divina es la más alta dicmidad a que puede ser elevada una criatura después de la urión hinostáfica: hasta el punto de oue la Madre de Dios es una de las posibilidades en que se aqota la divina omnipotencia. Este privileqio es no sólo fundamento y ra7ón de ser de todas las singulares prerroaativas y arandelas de María como preparación, como cor'eio y como corona de su divina materni- dad, si"o y es una opinión cada d:a más acariciada por los actuales marió^nnos, aunque no nueva en Teolooía que puede afirmarse sin temeridad que la Virqen es santa en virtud de su ma'ern'dad d'vina, de manara análooa a como la adorare humanidad de Tesucristo es sa^ta, con la misma santidad esencial del Verbo, en virtud de la unión hipostática, M»mín hemos de ver más adelante. Cf. J. Solano, o.c, n.128-130 p.354-355.

SEGUNDA PARTE

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

CAPITULO XII Ciencia humana de Jesús,

La realidad de la naturaleza humana de Jesús plantea lógicamente el problema de sus perfecciones humanas, de aquellas, sobre todo, que afectan a la vida específica del hombre, caracterizada por las dos facultades superiores y espirituales: el entendimiento y la voluntad, que le dife- rencian de los demás seres y le sitúan en la cumbre de la creación sensible.

Sin ellas ni se concibe ni tendría razón de ser el alma humana y, apurando las consecuencias, el hombre mismo. Esta doble potencialidad, cognoscitiva y volitiva, podrá circunstancialmente permanecer impedida y paralizada por su d?pendencia, en el obrar, del elemento somático, como acontece en el niño mientras el desarrollo corporal no lo- gra el grado conveniente, presupuesto y condición de la vida anímica; podrá, dentro ya de la actividad propia, tocar puntos más altos o más bajos de claridad o de energía, de amplitud o de firmeza, en relación con el objeto de -cada una de estas dos facultades; podrá darse el más y el me- nos; pero una y otra constituyen el patrimonio del hombre, de suerte que, sin su ejercicio, el hombre carecería de una perfección connatural, en el plano más elevado d2 su ser.

Quiere decir esto que, si el dogma católico impone, se- gún se ha visto, admitir en Jesús una humanidad "consubs- tancial a la nuestra" \ sin amputación alguna en lo que a la naturaleza se refiere 2, necesariamente hay que retener en él todo aquello que integra y p:rfeccioná esta natura- leza. En principio, pues, no cabe, sin ofensa del dogma,

1 Concilio de Calcedonia.

8 Totus in suis, totus in nosúris. Esta es la felicísima fórmula de San León Magno.

240 Las perfecciones del redentor

negar a Jesús la primera de las perfecciones humanas, que es la ciencia.

De ella vamos a ocuparnos en este capítulo 3.

Procedimiento»

Pero conviene, desde ahora, puntualizar el procedi- miento que hemos de seguir en esta materia. Se ofrecen dos caminos: el especulativo, o meramente doctrinal, y el que pudiera denominarse histórico-positivo, a base de los numerosísimos datos suministrados por los evangelios.

Los Santos Padres y los teólogos utilizan el primero. Desde el punto de vista dogmático, establecen las diver- sas clases de .conocimiento que adornaron el alma de Jesús, y analizan luego, con mayor o menor amplitud y precisión en los conceptos y en las conclusiones, según las épocas y el desarrollo d: la ciencia teológica, cada uno de estos diversos modos de conocer, su objeto, su perfección; sin soslayar el delicado problema, difícil de comprender y de explicar indudablemente, quz suscitan su coexistencia y su armonización.

La Teología no ha dejado parcela de este anchísimo campo sin explorar. Y acaso en est: noble afán de mini- mizar se ha creado a misma algunas dificultades, aparte de las que entraña, como es natural, el misterio del Hombre- Dios, con el que, en definitiva, si mpre se tropieza en todo lo que afecta a la humanidad de Jesucristo.

Nosotros preferiríamos el segundo sistema, no sólo por más sugestivo y realista, sino porque evita complicadas cuestiones, más secundarias y menos interesantes para el lector, y al mismo tiempo encaja mejor dentro del plan, mucho más exegético que doctrinal, como se habrá obser- vado, que adoptamos al escribir este libro.

Nociones previas:

a) Primer criterio.

Sin embargo, la naturaleza di asunto exige algunas nociones previas, convenientes para precisar las ideas, y reclama la fijación de ciertos principios fundamentales,

3 Ni que decir tiene que Jesús, como Dios, tuvo la ciencia propia de Dios; ciencia que no se distingue de la esencia divina; ciencia in- finita y perfectísima, como enceñan los teólogos. Mas de ésta pres- cindiremos aquí.

C.12. CIENCIA HUMANA. DE JESÚS

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sin los cuales resultaría arriesgado dar un paso en est2 terreno.

En el punto de arranque de toda investigación sobre las perfecciones humanas de Jesús se presenta, como cri- terio y como hito de referencia, el dogma de la unión hi- postatica, con toda su imponente verdad y con toda su proyección en las consecu:ncias.

La primera de las cuales es que la humanidad d^ Jesús, como asumida y elevada por la Persona del Verbo, no so- lamente adquiere una dignidad y categoría divinas, sino que, como tal, pide una perfección excepcional y única en su ser, en su alma, en su cuerpo, en sus facultades y en sus actos.

La singularidad del privilegio de su unión con el Ver- bo divino requiere la singularidad de su perfección onto- lógica y moral y de sus prerrogativas. La humanidad de Jesús tenía que ser la obra máxima de Dios, no sólo entre las criaturas que habían de existir en el tiempo, sino tam- bién entre las posibles. Si las almas que han hecho efec- tiva la redención de Cristo son calificadas por San Pa- blo de "poema de Dios" 4, la humanidad adorable del Re- dentor deberá decirse "el poema", la obra insuperable de la omnipot ncia divina.

Por eso San Pablo llama a Cristo, en cuanto hombre, como se comprenderá, "Primogénito de toda la creación" 5. Incluso, como hombre, Cristo, según el Apóstol, es "ima- gen del Dios invisible", "por cuanto en su misma huma- nidad, en sus actos humanos reblandecían sus perfeccio- nes divinas" '6.

b) Segundo criterio.

Por otra parte, Cristo, conforme a un pensamiento so- bradamente conocido de San Pablo, es, en cuanto hom- bre 7, recapitulación o síntesis, centro de unidad y con- verg ncia 8, ejemplar y molde de toda la creación, visible

4 Eph. 2,10. Es decir, nueva creación de nueva belleza, superior a la creación primera.

5 Col. 1,13. S:gnificando la inmensa distancia a que respecto a él quedan las demás criaturas.

6 Bover, Las Epístolas de San Pablo.

7 Así expresamente Srn Juan Crisóstomo comentando el texto de San Pablo (Eph. 1,10); lo cual, per añadidura, no ofrece dificultad ni en el contexto literario e ideológico del Apóstol ni en la Teología.

8 Epb 1,10. El texto griego debe traducirse así: "Recapitular en

242

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

e invisible 9, "para que en todas las cosas tenga él la pri- macía" 10. Aun dentro de la profundidad y carácter miste- rioso de estas afirmaciones de San Pablo, es fácil adivinar y sorprender el bellísimo horizonte de perfección y de grandeza del alma de Jesús, por encima de los mismos án- geles, si no en cuanto a la naturaleza, ciertamente en cuan- to a los dones y prerrogativas, proporcionados, como es obvio, a su excelsa dignidad y a su jerarquía de Primogé- nito, o Mayorazgo, entre todos los seres de la creación,

c) Tercer criterio.

Además, en todas estás cuestiones cristológicas no pue- de perderse de vista la misión redentora del Hombre-Dios. Esta finalidad de la encarnación 11, que según ha de verse en el capítulo siguiente cobra categoría de principio para medir la santidad de Jesús, juega, en lo que toca a su ciencia, un papel igualmente capital, puesto de relieve en esta densa fórmula del cuarto evangelio:

"Pues de su plenitud recibimos todos... La gracia y la verdad vinieron por Jesucristo" 12.

Cristo, por tanto, es la fuente de la gracia y de la ver- dad. ¿Cuántas veces no aborda Jesús este tema primordial en sus discursos, recogidos por el cuarto evangelista? Y si J^sús, como él mismo asegura en tantas ocasiones, es "Luz del mundo", o como, Alejando estás afirmaciones del Maestro, escribe San Juan:

Cristo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra." Todo el mundo conoce la traducción de la Vulgata. que además hizo popular el lema del pon ificado del santo Pío X: "Restaurar todas las cosas en Cris'o." El pensamiento es exacto; pero eco no es de lo que habla San Pablo.

Col. 1,16-17. "Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que están sobre la tierra, tanto las vi:ibles como las invisibles, ya sean los tronos, ya las dominaciones, ya los principados, ya las potestades con diversas jerarquías angélicas , to- das las cosas han sido creadas por medio de él y para él."

10 Col. 1,18.

11 No entramos aquí en la contienda teológica sobre si el Hijo de Dios se hubiera hecho hombre caso de no haber pecado Adán. A nuestro juicio, falta todavía la síntesis definitiva de las dos opiniones, a primera vis a opuestas. En ambas hay una suma de verdad y de belleza, que merece la pena hacer un esfuerzo no sólo intelectual, sino de buena voluntad, para compaginarlas, lo que estimamos posible.

u lo. 1.16 y 17.

C.12. CIENCIA HUMANA DE JESÚS

243

"Ésta era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre" 13,

nadie negará que esta misión iluminadora y orientadora la ejerce por su doctrina, por su ciencia, tan alta, en cuanto al caudal y a la perfección, como presuponen la universa- lidad y la trascendencia de este fin.

d) Cuarto criterio.

Finalmente, e insistiendo en lo ya muchas veces repe- tido, habrá que contar siempre con la integridad la naturaleza humana de Jesús y con la vigencia en Él, sin límites en cuanto al objeto fuera del pecado , de aquella ley psicológica que el autor de la Carta a los Hebreos apli- ca a la valoración experimental de la obediencia y de nues- tras flaquezas naturales 14. ^~~r,, --• - ; "

Múltiple ciencia humana de Cristo,

Combinando todos estos principios, la Teología llega a la conclusión de los diversos tipos de ciencia que fueron ornato preciosísimo, natural y sobrenatural, del alma de Jesús; de la que, utilizando una fórmula de San Pablo, podríamos decir su "ciencia multiforme" 15.

a) Ciencia beatífica.

Resumamos lo más ceñidamente posible la doctrina de los teólogos. Aunque el concepto de la unión hipostática parece que no incluye en mismo la exigencia de aquel conocimiento intuitivo, directo, de la esencia divina, pro- pio de los bienaventurados, conocido con el nombre de

13 lo. 1,9. El contexto lógico parece ser más propicio a esta inter- pretación del participio griego, gue traducimos "viniendo", como ca- lificativo no del subrtant'vo "hombre" según traduce la Vulgata , sino del substantivo "luz".

14 Heb. 4.15: 5.8. Véase Ib. 2.17 y 18.

15 Eph. 3.10. El Apóstol habla, claro es, de la ciencia de Dios, a la que califica de "multiforme", atendiendo a la variedad admirable de sus man:féstaciones y al arte soberano, prooio solamente de Dios, con gue la divina Sabiduría, en frase de San Gregorio Niseno, "con me- dios contrarios realizó cosas tan grandes y maravillosas" (In Cant., hom.8). Séanos permitido echar mano de esta fórmula paulina, que en su acepción material tan apta es para expresar la privilegiada y rica realidad de la ciencia de Cristo,

244

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

"ciencia o visión beatífica", sin embargo, dada la alteza de este don y supuesto el amor inefable de Dios a la huma- nidad de Cristo, sin dificultad se comprenda que, si Dios otorgó a esta humanidad la merced máxima de la unión hipostática, no iba a negarle una gracia de orden inferior, como es la visión beatífica, concedida por Él a los ángeles y a los hombres justos.

Y, apuntada esta referencia a los ángeles, ¿quién no ve la suma conveniencia de que Jesús, cabeza de ellos aun en su vida mortal, gozara de aquel conocimiento de la divi- nidad que los ángeles tenían?

Santo Tomás alega otra razón no mrnos poderosa que profunda. El hombre dice es capaz de este conocimiento de la esencia divina; es más: hacia él está orientado como a su último fin. Ahora bien, este fin lo consiquen los hom- bres en virtud de los mcritcs de la humanidad de Cristo. ¿Cómo, pues, no conceder a Jesús, v en más alto grado, lo que por Él alcanzan los hombres? La causa tiene que ser de mejor condición que su efecto. Así discurre Santo Tomás llB.

Una observación: todos estos motivos están, como es evidente, en función de la unión hipostática y de ella se derivan. Tienen, pues, valor desde el momento inicial de esta unión. Por consiguiente, tenemos derecho a afirmar, con la Teología, que Jesús poseyó esta "ciencia beatífica" d:sde el instante primero de la encarnación.

Contemplaba, por tanto, el alma de Jesús en su misma realidad la esencia divina, como la contemplan en el cielo los ángeles y los hombres; pero no será preciso añadir que en un grado de claridad y penetración incalculablemente superior, aunque nunca exhaustivo, porque el alma de Cris- to, creada al fin de cuentas, era incapaz del conocimiento infinito, que, para ser totalmente abarcada y comprendida, requiers la infinita cognoscibilidad del ser divino.

Si se preguntase, por último, qué es lo que el alma de Jesús conocía en esta visión de la divina esencia, respon- deríamos que "en el Verbo conoció desde el principio las

16 S.Th.f 3 q.9 a.2. En la respuesta a la segunda objeción, Santo Tomás añade una observación, que puede ser un nuevo argumento en pro de la doctrina que venimos exponiendo: "fué, además, conveniente que en la humanidad de Cristo hubiese cierto conocimiento beatífico creado, mediante el cual su alma fuera constituida en el fin último de la naturaleza humana".

C.12. CENCIA HUMANA DE JESÚS

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cosas pasadas, presentes y futuras" ir, y, ampliando más el horizonte, todas las circunstancias y modificaciones posi- bles a todos los seres reales. Campo inmenso, presente al conocimiento d? Jesús, que nos da la explicación de tantas de sus portentosas afirmaciones como nos salen al paso a cada página de los evangelios. Nada estaba oculto a su mirada.

b) Ciencia infusa.

De los mismos principios fluye una segunda conclu- sión: al alma de Jesús, además de este conocimiento intui- tivo de la esencia divina, hay que concederé otro género de conocimiento, todavía sobrenatural, mas de orden infe- rior, que los teólogos llaman "ciencia infusa"; esto es, una manera de saber que no se adquiere por la propia inves- tigación y el propio esfuerzo, sino que es comunicada al entendimiento directamente por Dios. De esta «ciencia dis- frutan los ángeles y los bienaventurados en el cielo, sin que obste la visión beatífica de que simultáneamente están dotados. ¿Por qué había de faltarle a Cristo, Señor de los ángeles y de los hombres?

La razón de lo uno y de lo otro se encierra en esta sencilla observación d^ Santo Tomás: la visión beatífica, estando como está sobre la potencia o facultad natural del alma humana, no actúa ni perfecciona esa potencia natu- ral, la cual, con sólo el conocimiento de visión, resulta- ría como estéril y frustrada 18. Se comprende, pu~s, que la ciencia beatífica ni excluye ni hace inútil a esta ciencia

" Es la contradictoria de cierta proposición declarada "no segura" por el Santo Oficio, 5 de junio de 1918. Con igual censura fué califi- cada en el mismo decre'o esta otra proposición: "No consta que en el alma de Grieto, mientras estuvo entre los hombres, hubiese aquel co- nocimiento que tienen les bienaventurados." En cuanto al valor teo- lógico de la doctrina que hemos estudiado, debe decirse que es sen- tencia común y cierta en Teología. Es verdad que es a virión o ciencia bea ífica crea una no leve dificultad a nuestra limitada inteligencia ante el hecho, c'erto también, del dolor y de los sufrimientos reden- tores de Jesús. En el capítulo 9 tocamos de pasada este punto, que siempre será para nosotros un misterio. Las explicaciones de los teó- logos, con Santo Tomás, demuestran suficientemente que no es impo- sible metafísicamente la coexistencia de estas realidades en Jesús y que la antinomia admite solución razonable. Esto basta.

18 S.Th. 3 q.9 a.3. El raciocinio de Santo Tomás se apoya prin- cipalmente sobre el postulado de que la naturaleza humana, asumida por la Persona divina del Verbo, no podía ser imperfecta.

24fl

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

infusa. Ambas son perfectamente compatibles. Y ya vere- mos cómo los resplandores de esta ciencia de Cristo, con su conocimiento de los misterios divinos, de los actos libres- no sólo presentes, sino futuros* de los hombres, con su pe- netración de las intenciones humanas, ilumina con destellos deslumbrantes los hechos y las palabras de Jesús, desper- tando oleadas de asombro y de entusiasmo entre las mu- chedumbres 19.

c). Ciencia experimenta!.

Queda, por último, la cuestión sabrosísima acerca de si a Jesús debe atribuírsele o rto la ciencia qui llamamos "adquirida" o "experimental", propia de los hombres; nuestro modo de conocer, subiendo1 de la sensación a las ideas, y de las id^as. por la abstracción y él raciocinio, a los principios, y de éstos a las conclusiones, hástn loqrar ese complejo orgánico de conocimientos que llamamos ciencia.

Después de lo que llevamos escrito sobre la naturaleza humana de J~sús, no sólo desde el punto de vista especu- lativo, sino, principalmente, sobre la base de los datos his- tóricos y de la provección que está realidad inefable tiene en la historia evanaélica. parecería ocioso formular la pre- gunta, pues ya está contestada de antemano.

Sin embargo, muchos teólogos, y precisamente los de

19 Sobre la ciencia infusa de Cr^to existe entre los teólooos alqún punto de fricción y discrepancia. Alnnnos rechazan la llamada "cien- cia per se. o ertricta v fotalmente infusa", cual sería la de los miste- nos p la de los actos libres futnros. T oninión afirmativa es. sin em- borno, casi rnmún entre los teóloqos. No bav dificultad, en cambio, en atrbuir a Je^ús un conocimiento accidentalmente infuso en cnanto al modo: es decir, de anuello eme midiendo ser obVm'do ñor el traba io de la propia inteliciencía, de hecho, en un caso dado, fuera ot^rqado por D'o^ como de aolpe. como un puro reaalo. Tampoco están de acuerdo alnnnos al determinar la extensión y el campo de esta ciencia infusa de Tecús. Con relación a todas estas cuestiones, aunque sean secundarias, hay que recordar siempre los principios a^te" enunciados, y anuel otro fundamentalísimo v de uso constante en la Crisroloqía y en la Marioloqía. a saber: nada que no sea una contradicción mani- fiesta o con el doiqma revelado o con la naruralera del oh'eto v del suieto, debe neqarsp a la adorable humanidad de Nuestro Se*or Jesu- cristo, y, ert su medida y proporción, a la Sanísima Virn*»n. Dios, que hizo lo más, meior dicho, lo máximo, con Jerús y con M^ría. no iba a detenerse en cosas de menos valor. Aun en estas cicaterías dinamos científicas, se descubre, sin pretenderlo, la pobreza y la limitación de nuestra inteligencia,

C.12. CIENCIA HUMANA ÜE JfcSÚS' 247

mayor nombradla y jefes de escuela, como San Buenaven- tura, Escoto y Suárez, contestan negativamente. Santo To- más mismo hubo de retractar en la Summa la actitud tam- bién negativa que ant:riormente había mantenido 20.

A pesar de todo, la respuesta afirmativa ha ido ganan- do terreno y en la actualidad no tiene contradictores. Y de- bemos a los avances de la exegesis bíblica este acuerdo de la ciencia sagrada, que con criterio tan tradicional y se- guro ha sabido acercarse a la humanidad de Jesucristo y poner de manifiesto tantos aspectos y matices, que nos la hacen más amable y seductora al contemplarla en todo ese encanto y atractivo con que la vieron y dibujaron sus cronistas.

Justo es que las especulaciones 21 cedan el paso a los datos positivos de la Revelación. Y el Evangelio ofrece no solamente hechos y palabras de Jesús, de los que nosotros, sin mucho esfuerzo, podemos deducir la realidad de este conocimiento de Cristo, humano por sus cuatro costados, de la misma especie que el nuestro, sino declaraciones con- cretas y terminantes que se resisten a toda tergiversación y a toda amputación y achicamiento de sentido. No es bueno empeñarse, contra la garantía y la transparencia tex- tual, en hacer d:cir a las palabras del Evangelio lo que nosotros queremos. Lo razonable será plegar nuestras opi- niones a lo que ellas expresan con la suficiente claridad y sin que otros factores legítimos obliguen a modular, más o menos, su nativa y literal significación.

Hay que huir, sin embargo, de otro extremo mucho más peligroso, cual sería enfocar estos datos con un cri- terio excesivo o puramente humano, prescindiendo o ne- gando la divinidad de Jesús, como lo hace el racionalismo. De espaldas a esta realidad, no menos histórica que la na- turaleza humana de Jesucristo, podrá llegarse a ciertos cuadros sugestivos, sobrecargados de certeros análisis psi- cológicos, de ingeniosas observaciones, de belleza literaria

20 S.Th. 3 q.9 a.4: "aunque de diverjo modo escribiera en otro lu^ gar", y cita su 3 Sent., q.3 a.3 q.a5.

21 No las desdeñamos, como habrá podido comprobarse en las pá- ginas precedentes. Es más, a nuestro juicio, el razonamiento de Santo Tomás, ejemplo de penetración psicológica y de fino espíritu metafí- sico, es en grado sumo convincente. Pero en este caso, como en tantos otros, creemos de mayor eficacia y más decisivos los datos de la reve- lación y los textos evangélicos en toda la encantadora sencillez con que los consignaron los evangelistas.

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

y alta calidad estilística, en lo que, por ejemplo, Renán no se quedó el último. Pero cualquiera advertirá que, cam- biada la hipótesis, falseado el ángulo de mira, fuera de cu:nta un elemento real y, por añadidura, el más eficiente y decisivo, ni el análisis ni las conclusiones pueden ofrecer seria garantía de exactitud.

Jesús era hombre ciertamente, y hombre de carne y hu:so como nosotros; pero también era Dios; y esta sin- gular circunstancia le coloca en un privilegiado plano de singularidad, que en ningún momento ni en ningún aspecto podrá olvidarse impunemente anie el fuero de la verdad. Tal es el caso del racionalismo, y no otra la tentación a la que sucumbieron tantos críticos de nota, que al mismo tiem- po, y bien a pesar suyo, viéronse obligados a reconocer la realidad impresionante de la excepcional e inexplicable for- mación espiritual de Jesús 22.

1) Lo que dice el Evangelio.

Hecha esta advertencia, veamos qué dice el Evangelio ác:rca de la ciencia experimental de Jesús. El dato es de San Lucas, consignado dos veces en los episodios finales del capítulo segundo. La insistencia del evangelista no deja de ser sintomática y muy significativa.

El rasgo cierra dos etapas de la historia de Jesús: la de su infancia y la de su juventud. San Lucas anota un doble progreso de Cristo, a saber: el crecimiento físico y el desarrollo intelectual, tan enlazados gramatical y lógica- mente en el texto, que la relación y d pendencia del se- gundo respecto del primero no ofrece duda alguna razo- nable. A medida que el organismo del Niño adelantaba en estatura y robustez, su alma "iba llenándose de sa- biduría" 2S.

Mas, por si esto fuera poco, San Lucas quiso terminar su referencia a la vida oculta de Jesús con estas tajantes palabras: "Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres" 24. El texto, no hay por qué ne-

23 Quien desee datos concretos sobre este punto puede consultar, en- tre otros, a Grandmaison, Jesucristo (Barcelona 1941) p.368-399; Fill on, Vie dz N. S. Jésus-Christ (París 1922) I p.542-550.

23 Le. 2,40. El participio griego, que la Vulgata traduce por "lleno" "plenus" , no es un participio de pasado en la voz pa.civa, sino un participio de presente en la voz media, que debe traducirse así: "iba llenándose (gradual y progresivamente) de sabiduría".

34 Le. 2,52.

C.12. CENCIA HUMANA DE JESÚS

249

garlo, ha chdo mucho qu^ hacer, desde el principio, a los exegetas, sin excluir a los Santos Padres, que no encontra- ban medio de conciliar esta afirmación con la ciencia per- fectísima de Jesús. Y en virtud de una inercia, que s^ re- gistra también en el campo científico, y cuyo peso no siempre se somete a examen, algunos teólogos y comenta- ristas salían del paso con el fácil recurso de una manifes- tación gradual que Jesús iba dando del tesoro, inicialmente p:rfecto, de sus conocimientos.

Pero esta tímida y recortada explicación no agota el dato de San Lucas. Ya San Cirilo de Alejandría hizo ob- servar que el Verbo encarnado permitió que las leyes de la humanidad conservaran ~n él todo su valor para ase- mejarse más a nosotros, pues un desarrollo súbito hubiera tenido algo de monstruoso. Y llega a esta conclusión: di- ríamos que él crecía en estatura y en gracia, como decimos que tuvo hambre y se fatigó u otras co~as semejantes25.

San Ambrosio fué todavía más explícito. Cristo escri- be— "progresó en cuanto al conocimiento sensitivo (o ex- perimental) propio del hombre, según está escrito: Jesús crecía en edad y sabiduría y gracia ante Dios y los hom- bres. ¿Cómo progresaba la sabiduría de Dios? Guíete el orden mismo de las palabras. Hay progreso en la edad v hay progreso en la ciencia, pero humana. Para eso men- cionó primero la edad, para qu^ creyeras que lo decía en cuanto al hombre. Pues la edad no es de la divinidad, sino del cuerpo. En consecuencia, si crecía en la edad como hombre, crecía en sabiduría como hombre: mas la sabidu- ría progresa por el conocimiento sensitivo" 2'3.

Digamos, pues, que el texto de San Lucas no tolera un progreso puramente aparente en la ciencia humana de Jesús, sino que reclama un crecimi:nto real27.

25 Onod unus sit Christus: MG 75.1332.

26 De lncarnatione. 1.1 n.71: ML 16,836.

27 L¿grange, EvangHe seíon S. Luc (Par's 1927) p 93, hace suyas estas palabras de Le Camus, La Via de N.S. Jésus-Christ, I p.236: "Los textos de San Lucas, el uno y el otro, establecen una correlación tan evidente entre el desarrollo físico y el desarrollo moral, que parece dif'cil ad" itir sólo un hecho real y otro simplemente aparente." Por su parte, B llot {Di Verbo Incarrato) eserbe: "Jesús iba proporcio- nando la manifestación de su ciencia superior al progreso de :u cien- cia adquirida, y de este medo su crecimiento en sabiduría era a la vez aparente y real: aparente, respecto a la ciencia infu:a, que no pod a aumentar; real, respecto a la ciencia adquirida, capaz de un progreso indefinido," Dignas observaciones del eximio teólogo.

250

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

Ahora bien, ni la ciencia beatífica ni la ciencia infusa, ambas perfectas en Jesús desde el instante primero de la encarnación, eran susceptibles de crecimiento; luego hay que admitir en él otra clase de ciencia, completamente hu- mana, basada en la experiencia, y en la que Jesús fué ade- lantando progresivamente, al compás de la edad y de la vida, como nos sucede a nosotros.

Claro es que el objeto de este conocimiento adquirido por Jesús lo abarca también y previamente en virtud de su ciencia infusa; mas esta circunstancia no impedía que á un modo de conocer se uniera otro más connatural; pues, como enseña Santo Tomás, este conocimiento es el propia- mente humano. En otro caso cabría decir que en el alma d"í Jesús algo había inactivo y como frustrado, al estar su inteligencia privada de está operación específica y natural. Con lo que carecería de una primordial y nobilísima per- fección humana 28.

Páginas más adelante hemos de comprobar cómo a los datos positivos de San Lucas se asociará el hecho, cien ve- ces recogido en los evangelios, de que Jesús utilizó su co- nocimiento experimental en sus determinaciones.

2) Amplitud de la ciencia experimental de Jesucristo.

Para terminar este punto, permítasenos unas reflexio- nes. La perfección y amplitud de esta ciencia experimental de Jesús ha de medirse por la capacidad de percepción y de penetración de su inteligencia, supuesto lo acabado y perfecto de su alma, según hemos apuntado; por el equili- brio admirable de su ser, por la pureza de su vida y por la sensibilidad exquisita de sus sentidos, nunca empañados, al contrario que acontece en nosotros; ni por la concupis- cencia, ni por las pasiones desbordadas, ni por la degra- dación corrosiva que causan los vicios y el pecado. Aquella humanidad limpia y serena como la superficie de un lago tranquilo podía ponerse en contacto directo con las cosas y los hombres sin las predisposiciones deformadoras que á nosotros tantas veces nos ocultan o desfiguran la ver- dad; y en las cimas más altas del entendimiento, el discurso podía explayarse y actuar libre de esos factores enemigos, que, en cambio, a nosotros tanto nos afectan y perjudican.

* >S,m 3 q.9 a.*

C.12. CIENCIA HUMANA DE JESUS ; _ jjjt

En la Psicología y en la Ética, por las que se regía Jesús, hay que suprimir muchos capítulos imprescindibles en las que al resto de los hombres se refieren.

Más o menos ancho el horizonte de esta ciencia expe- rimental de Jesús, materia en la que discrepan los teólo- gos, habrá que d:cir en todo caso que también en esto Jesús quiso asimilarse a nosotros. ¿Pudo, en consecuencia, ignorar algo con esta ciencia experimental? ¿Por qué no? ¿No hubiera sido monstruoso aplicando el calificativo de San Cirilo de Alejandría que ciertos conocimientos físi- cos, por ejemplo, en los que influye, además del discurso, una complejísima y múltiple experiencia, los hubiera lo- grado Jesús, en su tiempo, repitámoslo, con sola su ciencia adquirida?

No retrocedieron ante una respuesta negativa muchos Santos Padres, aunqu: otros, desde diferente punto de vis- ta, no quisieron admitir en Jesús ignorancia alguna. Ambas actitudes, sin embargo, pueden armonizarse sin dificultad dentro de esta doctrina cada día más corriente en la Teo- logía 29.

Pero ya es hora de volvsr al Evangelio. El cuadro que con sus datos puede trazarse de la sabiduría de Jesús es de lo más sugestivo e impresionantz. Si algo resplandece con destellos inmortales en la historia de Cristo, es la luz de aquella ciencia portentosa, que eclipsó a la de los rabi- nos más célebres 30 y a la del rey Salomón, prototipo bíbli- co de la sabiduría 31.

3) Ciencia no aprendida.

Ante todo conviene fijar la atención en un problema interesante que el saber de Jesús planteó al recelo de sus paisanos de Nazaret y a la envidia de sus enemigos: el

29 Ya Santo Tomás explicó y redujo a sus justos límites una afir- mación ciertamente dura de San Juan Damasceno: "Los que dicen que Cristo progresó en sabiduría y gracia, como quien recibe algo de los sentido;, no acatan con veneración aquella unión, que es según la per- sona". Santo Tomás tiene buen cuidado de adver ir que esta conde- nación del Damasceno afecta a los que así hablan sin distinguir entre ciencia y ciencia de Jesús, especialmente los que en.ienden este cre- cimiento en relación con la ciencia infusa, producida precisamente en el alma de Cristo por la unión hipostática. Mas no ha de entenderse lo mismo del crecimiento de la ciencia producida por un agente natu- ral (S.Th. 3 q.12 a.2 ad 3).

30 Mt. 7,29; Me. 1,22; lo. 7,45.

81 3 Reg. 3,12; 4,29-34; 10.1-9; Mt. 12,42. .

Las perfecciones del redentor

origen misterioso de aquella ciencia insospechada y des- concertante.

El primer dato es común a los tres primaros evangelis- tas, si bien la crítica no acaba de ponerse de acuerdo sobre si se trata o no de un mismo y solo episodio 32.

Jesús, mediado ya su ministerio público, se presentó en Nazaret, "donde se había criado", anota San Lucas, y adonde había llegado la fama de sus maravillas y de su doctrina, ante la cual aquellos rudos habitantes de la des- conocida y menosprzciada aldea33, acostumbrados, por lo visto, a que la vida de Jesús había discurrido allí por los cauces ordinarios de un sencillo menestral, no acertaban a darle crédito o hallarle explicación. Él, sin embargo, qui- so— acaso por la única vez desplegar ante sus incrédulos paisanos un poco de la gloria dz su poder y de su pa- labra 34.

Cuando Jesús, en la tarde de aquel sábado y en aque- lla sinagoga, testigo tantas veces de su piedad y de la de sus padres, después de haber le.do en pie, con voz serena y entonada, el pasaje del profeta Isaías que le cupo en suer- te, enrollando el pergamino y entregándoselo al hazzán, se sentó en actitud de hablar, las miradas de todos se cla- varon en él 35, encendidas de expectación y de un primer chispazo dz natural simpatía.

Habló Jesús, y habló de tal manera, que San Lucas no quiso omitir este rasgo, un poco desconcertante dentro del cuadro general: "Todos aplaudían y se mostraban sorpren-

32 Mt. 13,53-58; Me. 6,1-6; Le. 4,16-30. San Crisóstomo y San Agus- tín sostienen la identidad. El P.Maldonado llega a decir que no ve la posibilidad de defender lo cc¡ntrario. Entre los modernos, son muchos, lo mismo católicos que| protestantes, los que admiten la duplicidad, aunque la tesis de San Agustín cuenta también con autorizados y no pocoj partidarios. Lagrange {Evang. selon S. Luc p. 146-148) no ve clara la cuestión, y aunque parece inclinarse del lado de estos últimos, aventura una tercera hipó esis, a -.aber: que San Lucas motivo de esta discusión por el desplazamiento del hecho con relación a San Ma- teo y San Marcos hubiera podido refundir en uno :olo dos episodios numéricamente distintos; el uno, común a los otros dos sinópticos; el otro, no aludido por ellos. No nos agrada esta solución; preferimos la interpretación de San Agustín y Maldonado.

33 lo. 1,46.

34 San Marcos anota expresamente que "no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de que a algunos les impuso las manos y los curó". Es o descubre la mala disposición de los nazaritas, que es lo que en defi- nitiva se saca en conclusión de todo este curiosísimo episodio.

36 Este dato se lo debemos a San Lucas.

C.12. CENCIA HUMANA DE JESUS

didos por la gracia de sus palabras". Muy bien pudo ser ésta la primera r acción, tras de la cual, si suponemos lo que no violenta los textos que Jesús permaneció en Na- zaret varios días, la envidia y la cazurrería aldeana fueron nublando la admiración, hasta dar paso a las recriminacio- nes que consignan los evangelistas y a la brutal d termi- nación, que sólo por San Lucas conocemos, de arrojarle desde lo alto de la montaña en cuya falda la aldea se re- costaba, a la caricia del sol, sobre el tapiz policromado de sus flor:s.

Fué en el intermedio cuando la insidia se abrió camino. Todos conocían a Jesús; conocían a sus padres y á sus parientes. Ni libros, ni maestros, ni escuelas. Entre las cua- tro herramientas de aquel mezquino taller, a la vista dz todos habíanse deslizado, sin ruido y sin pretensiones, su adolescencia y su juventud. Jesús no se había preparado, como tantos escribas y rabinos, cuyo prestigio los había deslumhrado a ellos en sus viajes anuales a Jerusálén. "¿De dónde, pues, le venían tales cosas y qué sabiduría era esa que le había sido dada?" 3,6

Pero el malévolo reparo saltó los límites de Nazaret y corrió de boca en boca entrs las muchedumbres atónitas, para unos como reparo, para otros como aureola de la reputación de Jesús. El espionaje de los enemigos captó muy pronto la especie. San Juan pone en labios dz los ju- díos de Jerusálén estas palabras: "¿Cómo es que éste sabe letras sin haberlas aprendido?" 37

Muy otro fué, por ejemplo, el caso de San Pablo, el cual, formado en el conocimiento de la Ley bajo el ma- gisterio del célebre Gámaliel 38, seguirá ocupando las ho- ras de sus prisiones en Osarea 39 y en Roma 40 con el es- tudio y la meditación de los sagrados libros.

36 Me. 6,2. En el capítulo 9 hicimos notar que este episodio arro- a torrentes de luz sobre la "vida oculta" del Señor. El lector lo habrá :omprendido mucho mejor ahora.

37 lo. 7,15. "Letras" grámmata era el término usual para desig- íar las letras y las cencías, que un judío estudiaba robre la base de as Sagradas Escri uras. Los escribas son llamados "grammateis", "le- rados".

38 Act. 22.3.

39 Act. 26,24. El gebernador Fcsto. después de haber oído disertar . San Pablo, !e increpó a:í: "Deliras. Pablo; tus muchas letras te llevan . la locura." Cf. T. Castrillo, Pablo de Tarco 'Sevilla 1956) p.96.

40 2 Tim. 4,13. Pablo ruega a Timoteo le remi a, cen el manto de ivierno, los libros escritos en papiros , y especialmente los perga-

254

LAS PERFECCIONES DEL REDENfÓR

En este sentido hay que entender a Santo Tomás cuan- do sostiene que Jesús no aprendió nada de los hombres 41. Admitida la cirncia experimental y el progreso en ella con- forme al d:sarrollo físico, ¿que inconveniente puede haber en que Jesús, en cuanto a este género de conocimiento, se hubiera at:nido a aquella ley humana de que hablaba San Cirilo?

En su infancia y en su adolescencia, ¡cuántas cosas no aprendería de su madre y de su padre legal y aun ¿por qué no? del buen maestro de niños que nunca faltaba en cualquier población judía!

En lo que mantuvo su independencia y en lo que nada debió, ni pudo deber a los hombres, fué en la alta calidad de su doctrina religiosa y moral, en su revelación del Pa- dre, en su inteligencia de la Ley y de los Profetas. No será fácil tarea señalar a Jesús resabio alguno de escuela ni influencias de ninguno de aquellos grandes rabinos, que se dividían los partidarios entre la intelectualidad judía de su tiempo. El alto origen de su doctrina se lo hemos oído afirmar muchas veces al propio Jesús en el cuarto evan- gelio 42.

4) Asombro de las muchedumbres.

Y así se explican aquellas tempestades de asombro y de admiración, rayanas a veces con el delirio, que entre las muchedumbre levantaban sus discursos. No es que su palabra fuera arrebatadora y deslumbrante; no le intere- saban estos artificios o esas cualidades de la oratoria. La clave del secreto estaba en la originalidad de la doctrina, en la agilidad de la polémica, en la captación del momento y de las situaciones, en la penetración de su mirada, que

minos olvidados en Tróade. La carta es de la segunda cautividad en Roma.

41 S.Th. 2 q.12 a.3.

42 Renán, Vida de Jesús (Madrid 1930) p.28, escribe con su desen- fado habitual: "H llel fué el verdadero maestro de Jesús", aunque a esta afirmación se le pone inmediatamente la sordina de estas palabras: "si puede hablarse de maes ro cuando se trata de tan alta originalidad". Hillel fué uno de los dos jefes de escuela más destacados a la sazón; vivió en tiempo de Herodes el Grande, pocos años antes del naci- miento de Cristo. Críticos racionalistas contradijeron en este punto a Renán como opuesto a la His:oria. Sin riesgo de ser desmentidos, podemos afirmar que Jesús nada debió a los escribas.

C.12. CIENCIA HUMANA DE JESÚS

255

llegaba al fondo mismo de las almas, en la seguridad y do- minio de movimientos entre los temas más difíciles; en el acierto soberano con que manejaba todos los resortes del corazón humano para poner en vibración sus fibras más delicadas; y junto con esto, en aquella sencillez de fórmu- las y en aquel colorido y matización de su palabra, dócil instrumento en sus labios para decir lo que quería y como quería, como ningún otro maestro lo consiguió jamás.

De esta actitud del pueblo quedan en los evangelios múltipbs y expresivos testimonios. San Mateo cierra su relato del sermón le la Montaña con este comentario de los oyentes, en el cual el acento se carga sobre el contraste finamente captado por el pueblo entre la enseñanza de los fariseos y la de Jesús:

"Se maravillaban las muchedumbres de su doctrina, por- que les enseñaba como quien tiene potestad y no como sus doctores" 43.

San Lucas, a su vez, consigna estas dos curiosísimas observaciones:

"El pueblo todo estaba pendiente de él oyéndolo" 44. "Y todo el pueblo madrugaba para escucharle en el templo" 45.

Pero es a San Juan á quien debemos el rasgo más inte- resante, donde se refleja todo el poder de sugestión que tenía la palabra de Jesús, del que no se libraron los mismos esbirros de los judíos enviados para apresarle:

"Volvieron, pues, los alguaciles a los príncipes de los sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Respondieren los alguaciles: Jamás hombre alguno habló como éste" 46.

Este asombro vino a cuajar en aquella fama de profeta que conquistó Jesús entre el pueblo; lo atestigua San Mateo:

"Y cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmo- vió y decía: ¿Quién es éste? Y la muchedumbre respondía: Éste es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea" 47.

43 Mt. 7.27. Véase Me. 1,22.

44 Le. 19,48.

45 Le. 21,38.

46 lo. 7,45-46. 4: Mt. 21,11

256 LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

y lo confirma esta confesión de los príncipes de los sacer- dotes, recogida por el mismo evangelista:

"Y queriendo apoderarse de él, temieron a la muche- dumbre, que le tenía por profeta" 48.

Jesús, que, según se ha dicho, fué acompasando las manifestaciones de su sabiduría al ritmo de su edad, quiso anticipar, cuando acababa de cumplir sus doce años, algo de aquella luz que, andando el tiempo, había de ser res- plandor de mediodía.

La tónica de sencilla naturalidad que caracteriza a cuadro dibujado por San Lucas se escapó a los apócrifos 49 y a la generalidad de los artistas cristianos. El Niño, como otros muchos sin duda, atraído por la curiosidad, se acercó a un grupo de escribas que acaso discutían sobre un punto de doctrina legal. Como fuera, Jesús intervino en la con- tienda con una pregunta que, sin sobrepasar lo permitido a la capacidad de un niño de sus años, atrajo sobre él la atención de los doctores. La gracia y el encanto de su figura y de su modestia, la precocidad y la discreción d< sus palabras, en las que vieron tal vez la esperanza de un futuro maestro, le granjearon la simpatía de aquellos gra- ves Lqistas, a quienes un d'a el mismo Jesús echaría en cara la ridicula pretensión de querer "alzarse con la llavt de la ciencia" 50.

Poco a poco fué animándose la escena; insensibVmente, por el afán d-* oírle y preguntarle, los doctos rabinos hai ido rodeando a Jesús, que viene a ser momentáneament< el centro del grupo, como lo pinta San Lucas 51 . El evan- gelista anota, con suma diligencia, que J^sús oía, pregun- taba y respondía. Es el niño, como se ve, pero de vivé inteligencia, que termina por conquistar la admiración ató-

48 Mt. 21,46. De esta rrisma aureola de profeta había rodeado al Bautista el fervor popular (Mt. 21,26). En beca de los dos discípulos del episodio de Emaús, San Lúea;; pone estas palabras: "Lo de Jesús Nazareno, varón profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante el pueblo" (Le 24,19).

4:> El evangelio árabe de la infancia, c.51 y 52, describe a Jesús proponierdo a sus es upefactos oyentes obstrusos problemas de meta- física y a;trología.

50 Le. 11,52.

w Le, 2,46; "sentado en medio de los doctores".

C.12. CIENCIA HUMANA DE JESÚS

257

nita de todos 5'2, incluso de María y José, no menos sor- prendidos que los demás M.

No si el lector habrá reparado en el esquema de esta primera manifestación de la sabiduría de Jesús, que prelu- dia ya, en su trama de preguntas y respuestas, el estilo polémico, no nuevo, es verdad, que Jesús cultivó perfec- tamente en la predicación de su Evangelio, y en el que se reveló como maestro temible e insuperable.

Aquello fué la aurora; cerca de veinte años después, la luz de su doctrina, que Isaías anunció, brillará más que el sol sobre los campos risueños de Galilea, sobre el austero paisaje de Judea y bajo los grandiosos pórticos del templo de Jerusalén.

Destellos de sabiduría*

¡Qué bellos ejemplos guardan las páginas de los evan- gelios de esta peculiar manera de Jesús y qué difícil re- sulta la selección entre las piezas de tan rico tesoro! Las muestras más interesantes, y desde luego de más vivo y, en ocasiones, apasionado movimiento, las ofrece el evan- gelio de San Juan. Pero antes de entrar en ellas, conviene espigar en el campo, no menos fecundo, del triple relato sinóptico.

a) En los evangelios sinópticos.

Conocedor Jesús del corazón humano y de los más ín- timos pensamientos de los hombres 54, podía, como nadie, encauzar las controversias y dar en el blanco con aquella puntería infalible que desconcertaba a sus interlocutores, reduciéndolos al silencio. A veces una pregunta certera les hacía comprender, humillándolos, que con la sabiduría y habilidad del joven maestro no había manera de jugar. A veces, una salida inesperada bastaba para cortar el diá- logo, despertando, tras la sorpresa, la rabia de la impo- tencia y del orgullo vencido. A veces, finalmente, el arte de su lógica sutil triunfaba sobre todas las insidias, divi- diendo las opiniones del auditorio, que terminaba en aque-

52 Le. 2,47; "Y estaban todos atónitos de su inteligencia y de sus respuestas."

53 Le. 2,48.

64 lo. 2,24-25. "Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los co- nocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él conocía lo que en el hombre había."

Jesucristo Salvador

9

258

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

líos pintorescos comentarios, con los que tanta vida cobra el cuarto evangelio 55.

Un día refiere San Marcos 5,6 Jesús entró en la si- nagoga, donde .había un hombre con una mano seca. Los espías, que le seguían por doquier, acechaban maliciosa- mente qué haría Jesús con aquel hombre, porque aquel día era sábado. Jesús, como leyendo en sus pensamientos, di- rigiéndose al pobre manco le dijo: "Ponte de pie en me- dio". Es de imaginar, por una parte, el asombro, y por otra, el nerviosismo de los enemigos. Aquello tenía todas las trazas de un verdadero desafio. Jesús, volviéndose a ellos, les preguntó:

"¿Es lícito en sábado hacer bien o hacer mal, salvar la vida o dar la muerte?"

La pregunta era como para desconcertar a cualquiera. Optaron por callar. Entonces Jesús, dice el evangelista,

"dirigiéndoles una mirada airada, entristecido por la du- reza de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano. La extendió y fuéle restituida la mano".

Aquella humillación ante el pueblo no la perdonaron los fariseos:

"saliendo, se concertaron con los herodianos contra él para perderle".

Era sábado también cuando Jesús, en otra sinagoga, según cuenta San Lucas 57 , curó a una- pobre mujer encor- vada hacía ya dieciocho años. Enojado el árchisinagogo, decía a la gente:

"Seis días hay en la semana en los cuales conviene trabajar; en éstos, pues, venid a curaros, y no en día de sábado."

66 Dígase si el prestigie de los adversarios de Jesús podría resistir ironías del vulgo como ésta: "Decían, pues, algunos en Jerusalén: ¿No es éste a quien buscan matar? Y habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que de verdad habrán reconocido las autoridades que es el Me- sías?" (lo. 7,25-26). Y este porfiado comentario: De la muchedumbre, algunos que escuchaban estas palabras, decían: "Verdaderamente que éste es el profeta. Otros decían: Éste es el Mesías; pero otros repli- caban: ¿Acaso el Mesías puede venir de Galilea? ¿No dice la Escri- tura que del linaje de David y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Mesías? Y se originó un desacuerdo en la mul- titud por su causa" (lo. 7,40-43).

56 Me. 3,1-6.

67 Le. 13,10-17.

C.12. CIENCIA HUMANA DE JESÚS

259

Contra Jesús iba directo el reproche; lo recogió, pues, y encarándose con el archisinagogo y su grupo, les pre- guntó:

"Hipócritas, ¿cada cual de vosotros el sábado no des- ata su buey o su asno del pesebre y le lleva a beber? Pues esta hija de Abrahán, a quien Satanás tenía ligada die- ciocho años ha, ¿no debía ser soltada de su atadura en día de sábado?"

El evangelista anota el efecto de está salida insospe- chada, primero en los enemigos, que "quedaron confundi- dos", y después en la muchedumbre, gozosa de las obras y palabras de Jesús.

¿Y quién no conoce aquel episodio del tributo debido al César, divertido y trascendental al mismo tiempo, que narran los tres evangelistas? 58

En esta ocasión, los enemigos no se lanzaron contra Jesús improvisando el ataque. Eran los últimos días de la vida del Señor, entre el domingo de los ramos y el jueves de su prisión. San Mateo, más explícito, refiere que los fariseos se reunieron a deliberar sobre el modo de armarle lazos para cogerlo en la palabra. Tras maduro consejo, de- cidieron el punto sumamente delicado del tributo á Roma, que habían de someter a la decisión del joven maestro, no ellos, sino, para despistarle, algunos discípulos que le en- viaron con recomendaciones muy concretas y perfiladas. No faltaba un detalle. De nada les sirvió, sin embargo, aquel prólogo, meloso en la forma, y en el fondo cargado de perfidia:

"Maestro, sabemos que eres sincero y que con verdad enseñas el camino de Dios, sin darte cuidado de nadie, y que no tienes acepción de personas."

Jesús, sin inmutarse por tanta adulación, esperó la pre- gunta:

"Dinos, pues, tu parecer: ¿Es lícito pagar tributo al César o no?"

La cuestión, desde el punto de vista de la habilidad humana, no tenía fácil salida. No contaban, empero, con la sabiduría de Jesús. No los adula, como ellos acaban de

Mt. 22,15-22; Me. 12.13-17; Le. 20,20-26.

260

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

hacer con Él; indignado por su malicia, les cruzó el rostro coa este latigazo:

"¿Por qué me tentáis, hipócritas?"

Equivalía a hacerles saber que el juego de sus maestros estaba descubierto. Prosiguió Jesús:

"Mostradme la moneda del tributo."

Ellos le presentaron un denario. A su vista, Jesús pro- voca este diálogo rápido, cortante, que en un abrir y cerrar de ojos despejó la enfadosa discusión:

"¿De quién es esa imagen y esa inscripción? Le contes- taron: Del César. Díjoles entonces: Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios."

San Mateo, igual que los otros dos evangelistas, con- signa la admiración de aquellos pobres hombres. San Lu- cas, más observador, añade otro rasgo muy expresivo:

"No pudiendo cogerle en nada delante del pueblo y maravillados de su respuesta, callaron" 59.

b) En el evangelio de San Juan: 1) Polemista invencible.

Dicho queda en uno de los capítulos precedentes que el cuarto evangelio, en su primera parte, completando el relato sinóptico, recoge preferentemente la predicación de Jesús en Jerusalén. Allí estaba el foco de toda la cultura religiosa y el centro de los grandes maestros de la Ley, con el supremo sacerdocio y el grupo capital y dirigente de los fariseos y saduceos. Es allí donde Jesús aborda las cuestiones doctrinales más arduas y los puntos más subi- dos de su origen, naturaleza, personalidad y misión.

Frente a sus enemigos declarados, que terminaron por vencerle en apariencia, Jesús no adopta, al revés que en

69 A continuación de este episodio, San Mateo, en el mismo ca- pítulo, refiere otras tres cuestiones, dos propuestas por los enemi- gos, y otra de propia iniciativa de Jesús, en las que triunfó una vez más, a saber: la pueril objeción de los saduceos contra la resurrección de los muertos (Mt. 22.2.3-33); la pregunta de los fariseos acerca del más grande de los mandamientos de Dios (v.34-40) y la cuestión de la superioridad del Mesías sobre su padre David (v.41-46). El evan- gelista dice que "nadie se atrevió de aquel día en adelante a pregun- tarle a Jesús".

C.12. CIENCIA HUMANA DE JESÚS

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Galilea, ni el método parabólico ni el sistema de discursos o largas instrucciones, no interrumpidas por los oyentes. En esta primera parte no se lee más que un solo discurso de Jesús, y ése tuvo lugar en Galilea a las orillas del lago'30.

En este evangelio el arte soberano de Jesús en la polé- mica alcanza su más alto nivel, en cuanto a la agilidad de inteligencia, profundidad de conceptos, variedad de recur- sos, prontitud de las respuestas y habilidad suprema para llevar al adversario al terreno leal de la lucha, acorralán- dolos sin piedad, aun a trueque de que las manos intenta- ran lo que la boca no podía y con riesgo evidente de su- cumbir a sus iras y violentas reacciones tel.

Para que el lector pudiera admirar en toda su belleza este dominio de Jesús en el arte no fácil de la polémica, habría que copiar capítulos enteros del cuarto evangelio. Baste por todos un ejemplo, tal vez el más acalorado y violento, tomado del capítulo octavo. Obsérvese el ritmo en crescendo que tiene la controversia, llevada de acá para allá por el ciego furor y el desconcierto de los enemigos, mas centrada siempre por la serenidad augusta de Jesús, destello de aquella sabiduría incomparable, que, segura de mismá, no vacila entre el encrespado oleaje de la dis- cusión ni entre los embates furiosos de aquel viento de pasión que sopla sobre la escena.

"Jesús decía a los judíos que habían creído en él: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y reconoceréis la verdad, y la verdad os librará.

Respondiéronle ellos: Somos linaje de Abrahán y de na- die hemos sido jamás siervos; ¿cómo dices tú: Seréis li- bres?

Jesús les contestó: En verdad, en verdad os digo que todo el que comete pecado es siervo del pecado. El sier- vo no permanece en la casa para siempre; el hijo perma- nece para siempre. Si, pues, el hijo os librare, seréis ver- daderamente libres. que sois linaje de Abrahán; pero buscáis matarme, porque mi palabra no ha sido acogida por vosotros. Yo hablo de lo que he visto en el Padre; y vosotros también hacéis lo que habéis oído de vuestro padre.

Respondieron y dijéronle: Nuestro padre es Abrahán.

60 lo. 6,25-59. Aun en esta ocasión hay un breve diálogo prelimi- nar, que da pie y oportunidad a Jesús para entrar en la materia propia del discurso: la promesa de la Eucaristía.

61 lo. 5,18; 7,1; 7,19.25.30.32.44; 20,59; 10,31.39; 11,53.57.

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

Jesús les dijo: Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán. Pero ahora buscáis quitarme la vida, a un hombre que os ha hablado la verdad, que oyó de Dios; eso Abrahán no lo hizo. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.

Dijéronle ellos: Nosotros no somos nacidos de fornica- ción, tenemos por padre a Dios.

Díjoles Jesús: Si Dios fuera vuestro padre, me ama- ríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios, pues yo no he venido de mismo, antes es Él quien me ha en- viado. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no po- déis oír mi palabra. Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homi- cida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la menti- ra, habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, porque os digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios oye las palabras de Dios; por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios.

Respondieron los judíos y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros que eres samaritano y tienes demonio?

Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí. Yo no bus- co mi gloria; hay quien la busque y juzgue. En verdad, en verdad os digo: Si alguno guardare mi palabra, no verá jamás la muerte.

Dijéronle los judíos: Ahora nos convencemos de que estás endemoniado. Abrahán murió, y también los pro- fetas, y dices: Quien guardare mi palabra no gusta- rá la muerte nunca. ¿Acaso eres mayor que nuestro padre Abrahán, que murió? Y los profetas murieron. ¿Quién pretendes ser?

Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mismo, mi glo- ria no es nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís que es vuestro Dios, y no lo conocéis, pero yo le conozco; y si dijere que no le conozco, sería semejante a vosotros, embustero; mas yo le conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, se regocijó pensando en ver mi día; lo vió y se alegró.

Le dijeron entonces los judíos: ¿No tienes aún cin- cuenta años y has visto a Abrahán?

Respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo: An- tes que Abrahán naciese, era yo.

Entonces tomaron piedras para arrojárselas; pero Je- sús se ocultó y salió del templo" 62.

lo. 8,31-59.

C.12. CIENCIA HUMANA DE JESÚS

263

2) Un veredicto insospechado.

A Salomón le inmortalizó, y justamente, el fallo dic- tado en el pleito de las dos madres que se disputaban el hijo vivo1,3; pero aquella sabiduría, modelo de sentido co- mún y de perspicacia, se obscurece al lado de la que Jesús ostentó en el enternecedor episodio de la adúltera, joya del cuarto evangelio ,54. Ante la vehemencia acusadora de aquellos escribas y fariseos se viene involuntariamente a la memoria el caso de Susana Jesús, sin tomar aparente- mente partido, pero habiendo previsto el desenlace, con- testó con toda sencillez: "El que de vosotros esté sin pe- cado, arrójele la piedra el primero". La salida inverosímil de Jesús desarmó a los acusadores, que dice San Juan "fueron saliendo uno a uno, comenzando por los más an- cianos".

Las Parábolas.

Otra manifestación impresionante de la sabiduría de Jesús son sus parábolas, prodigadas con larga mano en la segunda mitad de su vida pública. El rico tesoro de doc- trina encerrado bajo las más variadas imágenes no admite parangón con la de los más célebres moralistas y funda- dores Ú2 religiones. Sorprende en ellas, por encima de la ingenua belleza de la envoltura literaria, el caudal in- exhausto de sabiduría, elevación religiosa, teológica, ascé- tica, buen sentido y aplicaciones sin cuento a la vida indi- vidual y colectiva que en ellas se contiene. Sólo una inteligencia superior y excepcional como la de Jesús pudo concebirlas. Nada igual se encuentra fuera del Evangelio.

a) Tradición bíblica.

El género parabólico, en su sentido más amplio, tenía una firme tradición bíblica. Ponderando la sabiduría de Salomón, su crónica nos dirá que compuso tres mil pará- bolas, de las que cerca de un millar se conservan en el libro de los Proverbios, de composición más tardía 6'3a. En estos pensamientos o sentencias sobre todo asunto, suge- rentes siempre y deliciosamente fecundos, quedó la huella

63 3 Reg. 3,16-28. w lo. 8,1-11. e* Dan. 13,1-64. WaProv. 1.1.

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

de aquel rey enamorado de la ciencia y de unos conoci- mientos universales verdaderamente legendarios. Suyo es también el más bello de los Salmos í?6b> de tipo alegórico, lo mismo que el Cantar de los Cantares, que la tradición judía y cristiana le atribuyen.

Los profetas, como es sabido, echaron mano, con rela- tiva frecuencia, de esta forma de enseñanza, tan apta para excitar la atención y ayudar á la memoria.

Ni falta en el Antiguo Testamento alguna que otra muestra del apólogo, género muy afín al parabólico y de profunda raigambre en las culturas primitivas de todos los pueblos'67.

Pero nada de esto puede compararse con las parábolas del Evangelio, forma literaria, cabe afirmar, creada por Jesús, aunque más tarde, en las colecciones talmúdicas, se encuentran imitaciones infinitamente inferiores al modelo.

b) Fijando el concepto.

En la parábola propiamente dicha hay que distinguir estos dos elementos: la envoltura literaria, esto es, el cua- dro remedo de la naturaleza, de las costumbres, de la vida, y la lección moral o la verdad dogmática que mediante aquélla se esclarece. Entre ambos elementos media una correlación de semejanza, como entre el signo y su signi- ficación. Se comprenderá, por tanto, que el mérito de la parábola, aparte la doctrina, á que sirve de vehículo, radi-

mb El 44 de la Vulgata.

67 Iud. 9,8-15. Se trata de uno de los apólogos más célebres y antiguos de la Literatura. Hacemos gracia de él al lector: "Pusiéronse en camino los árboles para ungir un rey que reinase sobre ellos, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Contestóles el olivo: ¿Voy yo a renunciar a mi aceite, que es mi gloria ante Dios y ante los hom- bres, para ir a mecerme sobre los árboles? Dijeron, pues, los árboles a la higuera: Ven y reina sobre nosotros. Y les respondió la hi- guera: ¿Voy a renunciar yo a mis dulces y ricos frutos para ir a mecerme sobre los árboles. Dijeron,, pues, los árboles a la vid; Ven y reina sobre nosotros; y les contestó la vid: ¿Voy yo a renunciar a mi mosto, alegría de Dios y de los hombres, para ir a mecerme so- bre los árboles? Y dijeron todos los árboles a la zarza espinosa: Ven y reina sobre nosotros, Y dijo la zarza espinosa a los árboles: Si en verdad queréis ungirme por vuestro rey, venid y poneos a mi som- bra, y si no, que salga fuego de la zarza espinosa y devore a los ce- dros del Líbano." No pasa de un esbozo este apunte del cuarto libro de los Reyes, 9,14. "El cardo envió a decir al cedro del Líbano: Dame tu hija para esposa de mi hijo; mas salieron las bestias del bosque del Líbano y pisotearon al cardo."

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ca en la prestancia y belleza, en el poder de sugestión y en la adaptabilidad de la imagen al pensamiento, del que viene a ser como un ropaje sutil que, velando castamente el cuerpo, se plegase muy ceñido a él, sin deformar sus líneas y contornos. En la yuxtaposición de estos dos ele- mentos es donde ha de brillar el poder de la fantasía y de la inteligencia creadoras.

Ahora bien, las parábolas del Evangelio, a quien aten- tamente las estudia, le producen esta doble impresión: que el fondo y la forma han brotado á la vez en la mente de Cristo, sin violencias ni esfuerzos para lograr la armonía, y que la imagen parabólica, por la dosis de verdad, adquie- re una personalidad propia, capaz de subsistir por mis- ma sin el apoyo de la vida que le prestan las ideas.

Es el mayor elogio que puede tributárseles desde el punto de vista de la composición.

c) Riqueza doctrinal.

Por otra parte, apenas si habrá un aspecto importante de la doctrina religiosa y moral de Jesús que no se toque, de primera o segunda intención, en las parábolas. Los mis- terios más altos, incluso el inquietante de la predestinación y el no menos sorprendente de la reprobación de Israel; los caracteres y leyes fundamentales del reino de Dios, que Jesús iba á instituir para perpetuar en la tierra su obra personal; el plan de la Providencia sobre la salvación de los hombres; las riquezas de la misericordia divina; las ideas directrices de la religión y la moral de Cristo; los puntos capitales de su originalísima eseatología; el mensaje de verdad, de amor y de justicia que trajo el Evangelio; en una palabra, toda la sabiduría de Jesús: su ciencia di- vina y su ciencia humana en la triple categoría, que en este mismo capítulo ha sido estudiada, todo se vació en este maravilloso troquel humano de las parábolas, gráfico in- comparable y pintoresco de la enseñanza directa de Jesús y a modo de recordatorio perenne de toda su doctrina puesto al alcance de todas las inteligencias y de la misma sensibilidad de los más rudos y de los niños. Las parábo- las acreditan el sistema pedagógico de Jesús, que es otra de las pruebas irrecusables de su estupenda sabiduría.

De ellas se sirvió Jesús en su magisterio como de pro- cedimiento habitual, hasta el punto que San Marcos escri- be expresamente:

2M

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

"Y con muchas parábolas como éstas les proponía la palabra, según podían entender, y no les hablaba sin parábolas; pero a sus discípulos se las explicaba todas aparte" 68.

Resulta, sin embargo, de enorme interés observar que las parábolas, casi en su totalidad, pertenecen a la segun- da etapa del ministerio de Jesús; y todavía más significa- tivo el complejo de circunstancias que acompaña a esta nueva forma de enseñar, a saber: la hostilidad sin disfraz de los enemigos de Jesús, la crisis del entusiasmo de las muchedumbres, la elección de los apóstoles y la reserva, hasta cierto punto, de Jesús, que a partir de esta fecha se consagra más de lleno a los suyos. Los datos son reales y constan diáfanamente en los evangelios.

Y tal vez en la conjugación discreta de todos ellos ra- dique la posibilidad de conciliar las dos teorías extremas: la teoría de la justicia y la teoría de la misericordia, para explicar la finalidad un tanto misteriosa de las parábolas G9.

68 Me. 4,33-34. No es fácil hacer un cómputo exacto de las pa- rábolas recogidas en lojs evangelios. Según el concepto más o menos rígido que se tenga de este recurso literario, el número puede variar en cifras considerables. Los críticos y comentaristas modernos oscilan entre las 23, que señala Steimayer, y las 101, que propone von Wes- senberg. Entre los sinópticos sobresalen, por el número y la calidad, San Mateo y San Lucas. Aquél reunió en un solo capítulo (13,1-53) las famosísimas del reino de Dios; éste, en otro capítulo (15,1-32), nos conservó la trilogía incomparable de las parábolas de la miseri- cordia. Aparte figuran otras muchas más en ambos relatos, lo mismo que en el de San Marcos. San Juan, en cambio, solamente incluye la parábola alegoría del Buen Pastor , una de las páginas más dulces y emotivas que se han escrito en todos los tiempos.

69 Como no pretendemos aquí un estudio completo de las parábo- las, no podemos detenernos en este punto, actualmente tan discutido. Solamente haremos unas ligeras indicaciones para que el lector pueda formarse una idea del estado de la cuestión y de las dos principales y opuestas direcciones por donde marchan la crítica y la exégesis des- de la época patrística. El texto de San Marcos arriba citado, solita- riamente considerado, parece no compaginarse bien con la teoría de la justicia, nno que más bien habla de la misericordia de Jesús al utili- zar un medio didáctico tan en consonancia con la capacidad de las indoctas multitudes. Diríamos que el evangelista apunta hacia este sentido de la condescendencia de Jesús en aquel inciso: "según podían entenderle". Esto es, pues, lo que pretendía Jesús. Sin embargo, el dato final introduce una distinción de trato en cuanto a la muchedum- bre y al grupo de los discípulos: a éstos "les explicaba todas las pa- rábolas aparte". Lo cual quiere decir que necesitaban ser explicadas para ser bien entendidas, y además que, por lo mismo, las turbas se quedarían ayunas de esta recóndita enseñanza. Con lo que este dato

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d) Un ejemplo.

La pluma no se resiste al deseo de trasladar aquí una de esas bellísimas parábolas de Jesús. La selección no es fácil cuando hay que escoger entre joyas. Aunque muy conocida, y precisamente por eso, nos decidimos por la del "sembrador", en la redacción de San Mateo70, de la que, por añadidura, tenemos la explicación auténtica dada a los discípulos por Jesús 71.

La pintura es de un verismo impresionante y de una luz apacible, como es siempre la luz otoñal de la sementera.

de San Marcos enlaza con los más expresivos y graves de San Ma- teo y San Lucas, origen de la teoría de la justicia, hoy preferida por los autores. San Mateo, a la referencia de San Marcos, añade: "Para que se cumpliese lo dicho por el profeta, que dice: Abriré en pará- bolas mi boca; borbotará cosas escondidas desde la fundación del mundo" (13,35). La cita es del salmo 77(78),2. Parece que la idea de "lo recóndito" es la que se acentúa en el texto de San Mateo. Pero antes (v. 10-1 8) escribe el mismo evangelista: "Y los discípulos, lle- gándose, le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? Mas él, res- pondiendo;, les dijo: Porque a vosotros es dado conocer los misterios del reino de los cielos; pero a aquéllos no les es dado... Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni en- tienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías." La profecía a que alude Jesús la explicamos en el capítulo VII, donde puede repa- sarla el lector. Y esta declaración de San Mateo se agrava todavía más con la terminante de San Lucas: "Y él dijo: A vosotros es dado co- nocer los arcanos del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, de modo que viendo no vean y oyendo no entiendan" (8,10). A primera vista parece que esta ignorancia es lo que Jesús pretendía al predicar en parábolas. Entonces sería un castigo. De ahí la llamada teoría de la justicia. Pero ¿podrían concillarse estas dos soluciones? Hemos apuntado que sí, a nuestro juicio. La parábola ha sido siempre un género literario popular, porque tiene mucho de intuitivo. Radicalmen- te, pues, su empleo por Jesús respondía a esta aptitud innata de la parábola; era, por consiguiente, una concesión de su misericordia. Pero, como toda la gran misericordia de Jesucristo, exigía buena voluntad, disposición y docilidad a la gracia, de las que dependería el fruto. Al fallar estas condiciones, sucedió con la parábola lo mismo que con los milagros, la enseñanza directa y toda la obra de Jesús, es decir, contribuyeron de hecho al endurecimiento y a la ceguera culpables de los hombres. La parábola, arma de dos filos, se convirtió, pues, en castigo de aquella perversidad o negligencia voluntarias. Últimamente se ha presentado otra solución, más afín a la teoría de la misericordia, apoyada en el texto citado de San Mateo (13,35); esto es: Jesús ha- bló en parábolas para realizar, aun en esto, su misión y oficio de pro- feta. Véase S. del Páramo, S.I., El fin de las parábolas de Cristo y el salmo 77: XIV Semana Bíblica Española (Madrid 1954) p.34 1-364.

70 Mt. 13,3-9.

71 Mt. 13,18-23.

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

Tan real es el cuadro y tal es su color local, que muchos comentaristas, han llegado a suponer que, cuando Jesús la pronunció, ante sus ojos y los de la muchedumbre, un la- brador galileo arrojaba su semilla, confiándola a la tierra y a Dios.

"Salió un sembrador a sembrar, y de la simiente, parte cayó junto al camino, y viniendo las aves, la comieron. Otra cayó en sitio pedregoso, donde no había tierra, y luego brotó, porque la tierra era poco profunda; pero le- vantándose el sol, la agostó, y como no tenía raíz, se secó. Otra cayó entre cardos, y los cardos crecieron y la ahogaron. Otra cayó sobre tierra buena y dió fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga.

Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador. A quien oye la palabra del reino y no la entiende, viene el maligno y le arrebata lo que se había sembrado en su co- razón; esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembra- do en sitio pedregoso es el que oye la palabra y desde luego la recibe con alegría; pero no tiene raíces en mismo, sino que es voluble, y en cuanto se levanta una tormenta o persecución a causa de la palabra, al instan- te se escandaliza. Lo sembrado entre espinas es el que oye la palabra; pero los cuidados del siglo y la seduc- ción de las riquezas ahogan la palabra y quedan sin dar fruto. Lo sembrado en buena tierra es el que oye la pa- labra y la entiende, y da fruto, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.

¡Cuántas páginas de historia, de psicología y pastoral se han condensado en esta ceñida explicación de Jesús!

A la luz de su ciencia experimental*

En el capítulo noveno, tratando de la humanidad de Jesús, hicimos la observación de que su lenguaje, sus pa- rábolas, toda su predicación, rezumaban por todos los po- ros lo que sus ojos, y en general sus sentidos y su alma, habían bebido con avidez en la fuente pura de la naturale- za que le rodeaba, de las costumbres y de la vida, en la que fué, como hombre, actor excepcional por la delicadeza de su sensibilidad y por la penetración de su inteligencia. Hablábamos, como comprenderá el lector, sin haberlo di- cho aún, de su ciencia experimental.

Mas, aparte de estas influencias naturales en la for- mación humana de Jesús, esta misma ciencia experimental

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ha dejado en los evangelios otras manifestaciones mucho más interesantes, porque se refieren a determinaciones y actitudes de Jesús que de hecho obedecieron a noticias e impresiones adquiridas por este medio en especial :s mo- mentos de su vida terrena. Es Jesús, como vamos a ver, el hombre despierto y avisado, de aguda percepción, que capta rápidamente las circunstancias y las situaciones, in- terpretándolas sin equivocaciones y dejándose conducir por ellas, si bien con un supremo dominio, como quien sa- bía que Dios nos alecciona y nos rige por ellas. A esta providencia de Dios corresponden, por nuestra parte, la prudencia y el buen sentido, maestros de la vida. Así com- pletaremos el cuadro de la ciencia de Jesús aun en este plano ínfimo de su experiencia humana, en el cual también fué luz del mundo y de los hombres sus hermanos.

Vayan algunos datos, a modo de muestrario, para no alargar excesivamente este capítulo. Jesús aparece inqui- riendo noticias e informaciones, que utiliza siempre, bien en su actitud, bien en sus instrucciones. Célebre es el caso de la multiplicación de los panes. Tiene ante el espec- táculo, por una parte gozoso, por otra descorazonador, de aquella inmensa multitud, que le ha seguido sedienta de su palabra y de sus milagros, pero que desfallece de ham- bre a aquella hora avanzada de la tarde primaveral. San Juan, muy minucioso, tomó este apunte del natural, en ver- dad emotivo. Jesús pide información detallada y toma to~ das las precauciones humanas antes de acudir a su poder taumatúrgico:

Levantando, pues, los ojos Jesús y contemplando la gran muchedumbre que venía a él, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para dar de comer a éstos? Esto lo de- cía para probarle, porque él bien sabía lo que había de hacer. Contestó Felipe: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno reciba un pedacito. Díjole uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Pedro: Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero esto, ¿qué es para tantos? 72

No es éste el único milagro que realizó Jesús tras ex- periencias semejantes. Recordemos el episodio, sin paralelo en todo el Evangelio por la gracia y la ternura que res- pira, de la mujer sirofenisa, con la que Jesús mantuvo este

lo. 6,5-9. Lo narran también los otros tres evangelistas.

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diálogo inmortal, a través del cual parece adivinarse al Señor en una vibración incontenible de todo su ser, por un fenómeno, casi físico, de mutua inducción, en que se cruzaron las ondas emocionales de ambos interlocutores, y que todavía, a esta distancia y tras el texto escrito, ha- cen estremecerse al lector:

"Saliendo de allí Jesús, se retiró a los términos de Tiro y Sidón. Una mujer cananea de aquellos lugares comen- zó a gritar, diciendo: Ten piedad de mí, Señor, hijo de David; mi hija es malamente atormentada del demonio. Pero él no le contestaba palabra. Los discípulos se le acercaron y le rogaron, diciendo: Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros. Él respondió y dijo: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Mas ella, acercándose, se postró ante él, dicien- do: ¡Señor, socórreme! Contestó él y dijo: No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos. Mas ella dijo: Cierto, Señor, pero también los perrillos co- men de la mesa de sus señores. Entonces Jesús le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quie- res. Y desde aquella hora quedó curada su hija" T3.

Otro día Jesús, como si lo ignorase, quiso informarse de oídas de la opinión en que le tenían los hombres y sus mismos apóstoles:

"Viniendo Jesús a los términos de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; otros, que Jeremías u otro de los profetas. Y él les dijo; Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" nA

Y son varios los casos en que sorprendemos a Jesús tomando determinaciones, deliciosa y extrañamente huma- nas, en virtud de informes que el rumor popular o los ami- gos le van trayendo sobre la situación peligrosa a que el rencor de los enemigos le van llevando por doquier. Con- tra lo que podía esperarse, es San Juan el que más veces hizo constar estas circunstancias. La ciencia experimental de Jesús puesta en juego como guía de sus pasos, de sus medidas humanas y hasta de sus vulgares cautelas.

El encuentro inolvidable con la samaritana tuvo como ocasión uno de estos trances enojosos:

73 Mt. 15,21-28; Me, 7,24-30.

74 Mt. 16,13-15.

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"Así, pues, que supo el Señor que habían oído los fa- riseos cómo Jesús hacía más discípulos y bautizaba más que Juan el Bautista..., abandonó la Judea y partió de nuevo para Galilea" 75.

Otras dos veces tropezamos en el cuarto evangelio con rasgos similares:

"Después de esto andaba Jesús por Galilea, pues no quería ir a Judea, porque los judíos lo buscaban para darle muerte" 76.

Y en el episodio de la resurrección de Lázaro:

"Jesús, pues, ya no andaba en público entre los ju- díos; antes se fué a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efrén, y allí moraba con los discí- pulos" 7€.

Pero, acaso, el hecho a este propósito más llamativo es el que narran los tres sinópticos de aquella mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años. Jesús no quiso valerse sólo de su ciencia superior, antes al contrario invo- có su propia experiencia sensitiva para manifestar que al- guien le había tocado en medio de aquel tropel de gentes que, al decir de Pedro y los demás, materialmente le oprimían:

"Mientras iba, la muchedumbre le ahogaba. Una mu- jer que padecía desde hacía doce años flujo de sangre... se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al instante cesó el flujo de su sangre. Jesús dijo: ¿Quién me ha tocado? Como todos negaban, dijo Pedro y los que le acompañaban: Maestro, la muchedumbre te rodea y te oprime. Pero Jesús dijo: Alguno me ha tocado, por- que yo he conocido que una virtud ha salido de mí. La mujer, viéndose descubierta, se llegó temblando y, pos- trándose ante él, le dijo ante todo el pueblo por qué le había tocado y cómo al instante había quedado sana. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz" 77.

Ultimas reflexiones.

¿A qué seguir por este camino? Hagamos unas consi- deraciones últimas antes de cerrar este capítulo.

Para medir de alguna manera toda la dimensión de la

75 lo. 4,1-2.

76 lo. 11,54. Véase Mt. 4,12; 12,15.

77 Le. 8,42-48

272

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ciencia de Cristo, habría que analizar el Evangelio entero y detenerse, sin apremios de tiempo, en cada uno de los discursos de Jesús, desde su conversación con Nicodemus 78 hasta sus recortados diálogos con el procurador romano 79.

Cualquier capítulo de su celestial doctrina revela aquel caudal, por una parte infinito su ciencia divina , por otra el más grande y perfecto concedido jamás a cria'- tura alguna su ciencia beatífica y su ciencia infusa , que le conquistaron la admiración de sus contemporáneos y la de todos los tiempos, sin excluir, claro está, a sus más por- fiados enemigos, los críticos racionalistas. Baste por todos el testimonio del hombre más representativo en ese cam- po, Adolfo Harnack: "La grandeza escribe y la fuerza de la predicación de Jesús se muestra en que ella es, a la vez, tan sencilla y tan rica: tan sencilla, que está encerrada en cada uno de los pensamientos fundamentales que Él ha expresado; tan rica, que nosotros jamás hemos llegado al fondo de sus sentencias y parábolas" 80.

Casi veinte siglos de Teología no han hecho más que vivir de esta mina perenne del Evangelio, que sigue brin- dando a los sabios del cristianismo material de meditación y de estudio, como relieves de la gran mesa de Jesús. Cien- cias nuevas nacieron, para orgullo y provecho de la hu- manidad, de esta raíz evangélica, cuyo poder germinal, a pesar del tiempo y de los avances de la cultura, continúa tan fresca y pujante como cuando la plantó en la tierra aquel a quien San Pablo llama "sabiduría de Dios" 81.

Más adelante tendremos ocasión de saborear nueva- mente los dulces frutos de la ciencia de Jesús al estudiar los capítulos principales y los principios básicos de su doc- trina redentora.

El apóstol Santiago el Menor escribió, sin duda, el me- jor elogio de la ciencia de Jesucristo al reseñar, puestos los ojos en el divino modelo, los rasgos característicos de la verdadera sabiduría cristiana, lo mismo que hizo San Pablo en su incomparable himno a la caridad 82.

75 lo. 3,146.

79 lo. 18,33-38; 19,8-11.

80 Véase J. A. Laburu, ¿Jesucristo es Dios? (Madrid 1933) p.38. Al mismo Renán, en perpetua contradicción consigo mismo, no le dolie- ron prendas al cantar la grandeza intelectual de Jesús y la originalidad y belleza de su doctrina (o.c, p.284-296).

81 1 Cor. 1,24.

82 1 Cor. 13.1-13.

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Santiago resume la naturaleza, tendencias y frutos de esta ciencia, diametralmente opuesta a la del mundo, en estas densas palabras:

"la sabiduría, que viene de arriba, primeramente es lim- pia (sin tacha moral), después pacífica, impregnada de dulzura, dócil, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Y es así como el fruto de la justicia se siembra en paz por los que prodigan la paz" 83.

Nada mejor para cerrar este capítulo.

83 Iac. 3,17-18.

CAPITULO XIII

Santidad de Jesús,

En las páginas precedentes, al estudiar la oración y la ciencia de Jesús, hemos tenido ocasión de contemplar, aun- que a la distancia que de Él nos separa, el cielo luminoso de su alma. Para tratar ahora el tema de su santidad, nos sería preciso sumergirnos en el abismo profundo de su espíritu y explorar las insondables riquezas, el divino: te- soro de gracia y de virtudes que fueron para Él como las arras de la unión hipostática; en suma, necesitaríamos nada menos que aquel conocimiento adecuado de todo su ser, que el mismo Jesús, en el "himno de júbilo", reveló que estaba reservado al Padre celestial.

Sólo Él conoció al Hijo, y sabemos que la hermosura y la perfección singular de esta obra prima de su omnipo- tencia y de su amor le robaron, por decirlo así, el corazón, hasta el punto de que sólo en Jesús, y por Él proporcio- nalmente en el resto de la creación \ centró toda su gozo- sa e infinita complacencia12.

San Pablo, que, acaso como ninguno, entrevio y vivió el misterio de Cristo '3, hubo de inventar una fórmula para, sin explicarse apenas; imposible por otra parte , dar sa- lida, como un volcán en erupción, al torrente irrestañable de ideas y sentimientos que el conocimiento de Jesús había hecho ebullir en su alma: "Porque plugo que en Él habi- tase toda la plenitud" 4.

1 Gen. 1,4.10.12.18.21.25.31.

2 Mt 3,17; Me. 1,11; Le. 3,22; y Mt. 17,5; Me. 9,6; Le. 9,35. Los tres evangelistas en el episodio del bautismo emplean las mismas pa- labras, si bien San Marcos y San Lucas dicen no "en él", como San Mateo„ sino "en ti". En cambio, en la transfiguración sólo San Mateo, constante en usar la tercera persona, como en este caso lo hacen tam- bién los otros dos evangelistas, consigna expresamente la complacen- cia del Padre. Esta doble manifestación celestial es un eco de lo que Dios había dicho por Isaías (42,1) refiriéndose al Mesías: "He aquí mi siervo, a quien sostengo yo; mi elegido, en quien se complace mi alma."

3 Eph. 3,3-4; Col. 1,25-29.

4 Col. 1,19. Más adelante, en la misma Carta (2,9), emplea una fórmula semejante: "porque en él habita toda la plenitud de la divi-

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Lo que más asombra en Jesús, cuando se le estudia con amor, es el portento de su santidad, que, como acontece también en los .hombres, deja en un segundo término la maravilla de su ciencia. Y es asimismo lo que mayores encomios ha arrancado a la pluma, por otra parte hostil, de los más insignes racionalistas en momentos irremedia- bles de sinceridad y lealtad a la Historia.

Augusto Sabatier, figura cumbre del modernismo fran- cés, hubo de confesar, a principios de siglo, que Jesús es el alma más bella que existió jamás: sincera, pura, capaz de remontarse a una altura a la que nunca el hombre po- drá llegar. Y Adolfo Harnack ha escrito: "Quien se es- fuerce en conocer a Aquel que trajo el Evangelio, testifi- cará que aquí lo divino ha aparecido con la pureza que es posible que aparezca en la tierra" 5.

nidad corporalmente". Puede decirse que ambas fórmulas son tan pro- fundas e inaccesibles a nuestros alcances como el misterio mismo a que se refieren. ¡Cuánto han sudado los teólogos y exégetas por esclare- cerlas! Pero sin llegar al fondo, como es natural. El adverbio "corpo- ralmente"- que parece una antinomia hablando de la divinidad, hace todavía más difícil el segundo texto. Mas no podrá negarse que estas explosiones ardientes del corazón del Apóstol son como un relámpago que ilumina súbitamente el misterio de Cristo; aunque cuando quere- mos reaccionar nosotros y volver sobre él, el resplandor ha pasado, después de habernos cegado con su viva llamarada. ¡Qué mundo se presiente en esta "plenitud" de Jesucristo!

B Un espléndido y fragante ramillete de esta clase de testimonios lo encontrará el lector en J. A. Laburu, o.c, p. 84-89. Resumía así este famoso conferenciante: "Ante la Ciencia pura racionalista, Jesu- cristo es lo sumo de la sabiduría, lo sumo de la moral, lo sumo de la rectitud, lo sumo de la verdad" (p.94) . Confesiones no menos intere- santes se encontrarán reunidas en Grandmaison, o.c, p.330-333. Pero tal vez nadie ha superado el lirismo de Renán, desbordado, a pesar suyo, ante la belleza incomparable del alma de Jesús, tal como se re- fleja en el Evangelio. Copiemos al azar: "Coloquemos, pues, en la cima de la grandeza humana la persona de Jesús" (o.c, p.292). "A esta persona sublime, que preside aún a diario el destino del mundo, está permitido llamarla divina" (p.294-295). "En él se ha condensado todo cuanto hay de bueno y elevado en nuestra naturaleza (p.295). "No vivía sino de su Padre y de la misión divina de que tenía la convicción de estar encargado" (p.296). "De cualquier modo, Jesús no será sobre- pasado nunca" (ib.) Volvemos a repetir lo que ya advertimos atrás: que nosotros no tenemos necesidad alguna de estos ditirambos; agra- dezcamos, sin embargo, a Dios que así quisiera disponer que Jesús, aun dentro del campo enemigo, no quedara sin testimonio.

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Primeros testigos de la santidad de Jesucristo»

a) Los enemigos.

No es de hoy este reconocimiento de la santidad de Jesús por parte de sus enemigos. El apóstol traidor acabó proclamando, aunque tardía y estérilmente, la inocencia del Maestro, a quien había vendido 6; Pilato, en aquel for- cejeo dramático y desesperado entre su conciencia y su debilidad, por un lado, y el rencor indomable de los judíos, por otro, confesó de todas las maneras y en todos los tonos posibles la inculpabilidad de aquel Justo 7; a la misma con- clusión había llegado Herodes, como públicamente lo anun- ció el procurador romano 8; el centurión encargado de la guardia durante el suplicio de Jesús, impresionado por lo que había visto, "glorificó a Dios, diciendo: Verdadera- mente este hombre era justo" 9; uno de los ladrones, so- breponiéndose a su propio dolor y herido en el alma por la bondad y la paciencia del divino reo, increpó, desde su cruz, al otro compañero de infortunio: "Nosotros justa- mente sufrimos, porque estamos recibiendo el digno cas- tigo de nuestras obras; pero éste nada malo ha hecho" 10. ¿Qué más? Los mismos demonios se vieron forzados a pu- blicar, por boca de algunos posesos, esta grandeza moral y santidad de Jesús: "Sé quién eres tú: el Santo de Dios" u,

b) El Bautista.

El primer testimonio de la santidad de Jesús lo dió el Bautista. Su bautismo de penitencia era para los pecadores. Cuando Jesús se presentó en el Jordán entre la turba de soldados y publícanos, Juan no pudo evitar un estremeci- miento de extrañeza y de humildad, y con clara conciencia de la situación y de la inmaculada pureza de Jesús, quiso atajarlo, diciendo: "Yo soy quien debe ser bautizado por

6 Mt. 27,4: "He pecado entregando sangre inocente."

7 Mt. 27,24; Le. 23,4.13-15.20-21; lo. 18,38; 19,4-6.

8 Le. 23,15.

9 Le. 23,47.

10 Le. 23,41.

11 Le. 4,34; Me. 1,24. Pero el demonio ignoró que Jesús era el Hijo de Dios, aunque pudo sospecharlo. Lo que no se le ocultó fué la santidad de Cristo y que había venido a arrebatarle su reino en e] mundo.

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ti, ¿y vienes a mí?" 12 Meses más tarde volverá a subra- yar, en dos días consecutivos, está santidad de Jesús, va- liéndose de una bella imagen, que ya Isaías tomó del sentir popular, como dulce expresión de la inocencia: "He aquí el Cordero de Dios" 13.

Una de las características, la más señalada y substan- cial, del reino de Dios anunciado por los profetas, es la santidad, según se vió en el capítulo segundo. Lógicamen- te, Aquel que venía a establecer este reino, a darle ser y forma, tanto con su predicación como con su misma pre- sencia vivificadora y operante, por ser principio y manan- tial de esta santidad, tenía que ser santo. El Mesías y su reino eran la antítesis del pecado; es decir, la santidad.

c) El mensaje de la encarnación.

Por eso el mensaje divino de la encarnación, de cara a las viejas profecías, en trance ya de convertirse en reali- dad, menciona explícitamente la santidad, no sólo inicial, sino connatural y nativa, de aquel hijo que, para serlo, no espera más que el consentimiento de María.

La historia de Jesús se abre, pues, aplicándole, por an- tonomasia, el título de Santo.

"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Al- tísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo en- gendrado será santo, será llamado Hijo de Dios" 14.

12 Mt. 3,14.

13 lo. 1,29.36; Is. 53,7.

14 Las dificultades exegéticas que origina el texto son muchas y han dadc bastante que pensar y escribir. Dejando a un lado las cues- tiones críticas, acumuladas por los racionalistas sin razón aunque ya se ve por qué , baste aludir al aspecto propiamente gramatical. Ni todas las antiguas versiones ni todos los comentaristas puntúan el último dístico de la misma manera. La primera duda recae sobre si el calificativo "santo" es sujeto o predicado. La Vulgata latina pa- rece insinuar lo primero: "por esto lo nacido de ti, santo, será lla- mado Hijo de Dios". Sin embargo, otras muchas traducciones difieren en esto. La segunda duda es si el verbo "será llamado" afecta por igual a los dos términos "santo" e "Hijo de Dios". Según Lagran- ge, o.c, p.35, la mayoría de los modernos prefieren esta lectura; a él mismo le sedujo durante algún tiempo; pero confiesa que, al redactar su comentario a San Lucas, no abrigaba la menor duda en sumarse a la lectura de las antiguas versiones, que es la que hemos dado en el texto. Sus razonamientos parecen convincentes. Prat, o.c, I p.50, adopta, sin discusión, esta misma lectura; lo mismo que Ricciotti, Vida de Jesucristo (Barcelona 1944) p.249, y la traducción española de la Biblia de Nácar-Colunga. En cambio, se atienen a la Vulgata, entre otros, Fillion, La S. Bible (París 1921) VII p.296; Vie de

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d) La Iglesia naciente.

El eco de estas palabras del ángel encontró fuerte re- sonancia en la Iglesia naciente, como lo demuestran las primeras páginas del libro de los Hechos. San Pedro el día de Pentecostés, en el discurso inaugural de la Iglesia, aplica a la resurrección de Jesús estas palabras de un sal- mo, que más tarde recogerá San Pablo en su discurso de Antioquía de Pisidia; "No permitirás que tu Santo expe- rimente la corrupción" 15; y con ocasión de su primer mila- gro, ante la puerta Preciosa del templo, echará valiente- mente en cara al pueblo judío el crimen de haber dado muerte "al Santo y al Justo":

"Vosotros negasteis al Santo y al Justo y pedisteis se os hiciera gracia de un homicida. Pedisteis la muerte para el autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos" 16.

Al día siguiente, la iglesia de Jerusalén, preocupada por el relato de Pedro y Juan y por el primer chispazo de persecución, que le trazaba para siempre su camino futuro, alzando la voz dice el relato , dirigió a Dios una patética oración, que a nosotros todavía nos conmueve. Y en ella por dos veces llama a Jesús "tu santo Siervo" 17.

El diácono San Esteban, tras un prolijo recorrido his- tórico por los anales de Israel, al intentar hablar de Jesús, no le llama por su nombre, sino sencillamente "el Justo". No pudo continuar, como sabemos; pero su sangre gene- rosa, primicias de los mártires, selló esta su confesión de la santidad de Jesucristo 1S.

N+~S. Jésus-Christ (París 1922) I p.240; Cristiani-Goenaga, Jesucristo (Bilbao 1944) p.50; Schuster-Holzammer, Historia Bíblica (Barcelo- na 1935) II p.82. Se comprenderá sin dificultad que, para lo que aquí nos interesa, poco o nada importa cualquiera de estas lecturas; es más bien cuestión de matices. La santidad de Jesús, de una manera o de otra, destaca en primer plano.

15 Act. 2,27; 13,35; Ps. 15,10.

16 Act. 3,14-15.

17 Act. 4,27-30. "En efecto, juntáronse en esta ciudad contra su san- to siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para ejecutar cuanto tu mano y tu Con- sejo habían decretado de antemano que sucediese. Y ahora, Señor, mira sus amenazas y da a tus siervos hablar con toda libertad tu palabra, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y pro- digios por el nombre de tu santo siervo Jesús.

18 Act. 7,52.

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Estos datos indican cuán hondamente había impresio- nado a los discípulos y primeros creyentes la santidad de Jesús, nimbo de su adorada figura.

Santidad singular.

Demos un paso más. A poco que se reflexione sobre los evangelios, se advierte que en ellos Jesús, no obstante aquella maravillosa adaptación a la realidad humana en su vida y en sus obras, en la que tanto hemos insistido, ocupa un plano privilegiado y único, de absoluta singulari- dad, en un aspecto sobre todo: el de su santidad incom- parable.

Acaso sea esto lo que primero y lo que más impresiona de la historia de Jesús. Y acaso también lo que mejor ex- plica la contradictoria actitud del racionalismo, que, aun resistiéndose a la última conclusión sobre la divinidad de Jesucristo, cae de rodillas ante su portentosa superioridad moral, ante la grandeza de su alma y ante la pureza y san- tidad de su vida y de su doctrina religiosa. Los que niegan lo más, hubieran negado lo menos, de no ser tan diáfano como la luz y tan irrecusable como la evidencia.

Por donde se ve cómo, pese a todos los sofismas y ren- cores de los, dirigentes judíos, el buen sentido hablaba por boca del pueblo al publicar sin jactancia que un hombre de las condiciones y conducta de Jesús, por fuerza tenía que ser "bueno" y "hombre de Dios" 19.

a) Sin tacha.

Se ha hecho notar, y con razón, que el odio sin segun- do de los enemigos de Jesús, dispuestos a todos los proce- dimientos y en acecho constante de todos sus pasos y pa- labras para acusarle y perderle después de haber desba-

19 lo. 7,12: "Y había entre las muchedumbres gran cuchicheo acer- ca de él. Los unos decían: Es bueno." El caso más significativo es el del ciego de nacimiento curado por Jesús. En él se pone de mani- fiesto esta lucha entre el buen sentido y la malicia contumaz: "Nos- otros sabemos que ese hombre es pecador. A esto respondió él: Si es pecador, no lo sé; lq que es que siendo ciego, ahora veo... Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés. Cuanto a éste, no sabemos de dónde viene. Respondió el hombre y les dijo: Eso es de maravillar, que vosotros no* sepáis de dónde viene habiéndome abierto a los ojos. Sabido es que Dios no oye a los pecadores; pero si uno es pia- doso y hace su voluntad, a ése le escucha. Jamás se oyó decir que nadie haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no fuera Dios, no podía hacer nada" (lo. 9,24-34).

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ratado su prestigio, no logró jamás poner sobre su limpia vida tacha alguna de tipo moral. Lo trataron de pecador, como se ha visto en el episodio del ciego de Jerusalén; de endemoniado y agente de Belzebú, príncipe de los demo- nios; incluso de blasfemo; mas obsérvense tres cosas: que nunca concretaron la materia de sus pecados, que ni de lejos insinuaron las flaquezas más connaturales a la fragi- lidad de los hombres y que, tras estas y otras inculpacio- nes semejantes, siempre venimos a parar al enorme delito que, quieras o no, tuvieron que hacer constar en el proceso oficial contra Jesús: que se decía Hijo de Dios. Éste fué el gran pecado de Jesús. ¡Qué fácil, de haber existido, les hubiera resultado acumular y demostrar otros delitos! Se hubieran ahorrado el trabajo estéril y bochornoso de pagar "testigos falsos" 50 y la ignominia de verse tratados por el procurador romano con aquel supremo^ desdén y biliosa ironía que envuelven muchas de sus respuestas 21, al com- prender que todas aquellas desesperadas acusaciones eran hijas de la envidia22.

b) Un mundo aparte [rente al mundo del pecado.

Desde el comienzo de su predicación, se observa que Jesús constituye un mundo aparte frente al resto de la hu- manidad. Ésta es como la masa de barro, más o menos dó- cil, que Jesús trata de modelar para rescatarla del pecado y rehacer lo que el pecado había destruido. A un lado están los hombres, todos sin excepción, con sus miserias morales y físicas, con sus envidias y faltas de caridad, con sus egoísmos y pasiones, con su desconocimiento de Dios o sus desviaciones religiosas; a otro, Jesús, solo, fuera de este cuadro general, por encima de todas esas' deficiencias, aje- no a ellas, en cuanto que ni le rozan ni le incluyen, como el médico la comparación es suya frente y dominando a la enfermedad. A un lado, el pecado, con todas sus con- secuencias y toda su espantosa proyección en la Historia; a otro, Jesús, incompatible con el pecado, norma en su vida y su Evangelio de superación moral, y caudillo inven- cible en la guerra contra la tiranía del mal y del pecado. ¿No es éste el panorama que ofrece el Evangelio?

20 Mt. 26,59-60; Me. 14,56-57.

21 lo. 18,31; 19,5-15.

22 Mt. 27,18: "Sabía que por envidia se lo habían entregado." Me. 15,10.

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Se dirá que otros muchos hombres se han arrogado este mismo papel y se han presentado a mismos como algo superior al tipo corriente y multitudinario de los hombres. Por tales intentaban pasar, en tiempo de Jesús, los fari- seos— "separados" , que evitaban, en una actitud de so- berano desdén, el roce con "los malditos" 23, como llama- ban al pueblo rudo, extraño a las especulaciones sobre la Ley, de que ellos, envanecidos y empachados, hacían pun- tillo de honra y tan crecido caudal.

Pese a éstas y parecidas pretensiones, la realidad era otra. Aun sin la penetración de Jesús, cualquiera de en- tre ellos mismos y del pueblo podía hacerse cargo, con sólo mirar, del divorcio absoluto entre su encrespada sabi- duría legalista y su conducta, entre lo que salía de sus labios y lo que se agazapaba en la sima cenagosa de su alma.

Muchos de los reproches de Jesús 24 eran eco, sin duda, de lo que el pueblo murmuraba contra ellos, aun temién- dolos. Sabemos con qué indignada sinceridad y heroico va- lor los desenmascaró Jesús. Entre los más necesitados de su misericordia y de su acción reformadora, ellos eran los primeros.

c) Pero con los pecadores.

Precisamente Jesús, sin miedo a contaminarse, al con- trario, con el ímpetu amoroso del fermento 25, gustaba de mezclarse con los pecadores y con aquellos que por tales eran vulgarmente tenidos, afrontando el riesgo de que se lo censurasen y convirtiesen su afabilidad en motivo de acusación y de calumnias.

Por cierto que estas malévolas insinuaciones de quie- nes estaban con el fango hasta los ojos dieron pie a ciertas respuestas de Jesús, que iluminan la bella perspectiva que

23 lo. 7,49.

24 Véase, por vía de ejemplo, las que recogió San Mateo (23,13-39), y entre ellas ésta, que tiene cierto sabor de queja popular: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis las casas de las viudas y hacéis por aparentar largas oraciones!" (Me. 12,40). "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que diezmáis la mente, el anís y el comino y no os cuidáis de lo más grave de la Ley: la justicia, la misericordia y la buena fe!" "... Guías de ciegos, que coláis un mosquito y os tragáis un camello!"

25 San Gregorio Nacianceno emplea esta misma comparación: "(Jesucristo) es a modo de fermento para toda la masa" (R 995).

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venimos analizando 5,6 y nos valieron para siempre el rega- lo de las más hermosas y alentadoras de sus parábolas 27 .

De esta suerte, Jesús dió valor casi literal a aquella sugerente fórmula de San Pablo: "Habiendo Dios enviado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado" 28. Pero, volvemos a repetir, Jesús está personalmente en otro plano. Basta leer con atención cualquier discurso de Jesús, el de la montaña 29, el del pan de vida 30, por ejemplo, para apreciar de un modo intuitivo y experimental el fenómeno emerge del texto esta situación espiritual de Jesús res- pecto a la humanidad pecadora, sobre la que Él opera, digámoslo una vez más, como el alfarero con el barro.

Jesús se cierne, lo mismo que el águila en medio de la tormenta, sobre el mundo ensombrecido y agitado de los hombres. Ni por concesión oratoria ni por fórmula litera- ria aparece una sola vez sometido al régimen de ascesis y depuración que receta a toda la humanidad. Vige para todos menos para Él.

San Pablo se apodera de está realidad palpitante en el Evangelio y la eleva a categoría de tesis, que, en una for- ma o en otra, salta de su pluma en cada página de sus Cartas. Toda la teoría paulina de la redención operada por Cristo descansa sobre este principio de la singularidad de Jesús, en cuanto al pecado, frente a la totalidad de los hombres, "los muchos", como en frase diáfana dice en su Carta a los Romanos 31.

"Dejamos probado, dice, que judíos y gentiles la to- talidad— , todos, están bajo el pecado" 32.

26 Mt. 9,9-17: "No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significa: "Prefiero la misericordia al sa- crificio." Porque no he venido a llamar a los justos, sino a los peca- dores" (Me. 2,15).

27 La parábola de los dos deudores (Le. 7,36-50) y las tres, tantas veces mencionadas, "de la misericordia" (Le. 15,1-32), que fueron la contestación de Jesús a esta insidia de los fariseos y escribas: "Éste acoge a los pecadores y come con ellos."

28 Rom. 8,3.

29 Mt. 5,1-7,29.

30 lo. 6,25-59.

31 Rom. 5,12-21. El Apóstol indistintamente escribe unas veces "to- dos los hombres", otras "los muchos", pero siempre en contraposición a "uno": Adán o Jesús, según las fases del paralelismo antítesis que entre ambos establece.

32 Rom. 3,9.

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"Porque todos han pecado y se hallan privados de la gloria de Dios" 33.

Y frente á este estado de cosas, frente a este reino universal del pecado, nos presenta a Jesús, en el que los hombres

"son justificados por su gracia, mediante la redención que se da en Cristo Jesús; al cual propuso Dios como monu- mento expiatorio, mediante la fe, en su sangre, para de- mostración de su justicia, a causa de la tolerancia en los pecados pasados, en el tiempo de la paciencia de Dios, para la demostración de su justicia en el tiempo presente, a fin de mostrar ser él justo y quien justifica al que radica en la fe de Jesús" 34.

Haría falta repasar toda la cristología del Apóstol, en la que esta contraposición entre la humanidad pecadora y la santidad redentora de Jesús tiene valor de principio capital 35.

Testimonio de Jesús: "¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?"

Pero Jesús no se contentó con esto solo. Tuvo a bien proclamar en público su propia santidad. En el capítulo anterior tuvimos ocasión de saborear este episodio, uno de los más violentos, que recogió el cuarto evangelio. En aquel ir y venir de acusaciones y respuestas, provocado y hábil- mente conducido por Jesús, en un momento en que los ju- díos se baten en retirada, á la defensiva, Jesús, dueño de la situación y seguro de mismo, les lanzó al rostro, como un desafío, esta pregunta, que tiene, además, el valor de una solemne afirmación: "¿Quién de vosotros me conven- cerá de pecado?" 36 Como si dijera: Muchas acusaciones estáis propalando contra mí: pero no tienen otro funda- mento que vuestra malevolencia y vuestro espíritu de men- tira, como hijos que sois del diablo, padre de la mentira y enemigo antiguo de la verdad.

33 Rom. 3,23.

34 Rom. 3,24-26.

35 Sobresalen las Cartas a los Romanos, Gálatas, Efesios, Colo- senses y la primera a los Corintios. Sobre algunos de estos pasajes habremos de insistir más adelante.

88 lo. 8,46.

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La pregunta no obtuvo respuesta; pero el reto de Jesús quedó en el aire y permanece en el Evangelio, desafiando a todos sus enemigos de entonces y de siempre.

Sin embargo, mientras resuena, como melodía divina, esta afirmación de la santidad de Jesús, los pecados de los hombres ponen el fondo orquestal de está otra aseveración del apóstol San Juan:

"Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros" 37.

¡El mismo contraste siempre subrayando la estupenda santidad de Jesucristo!

Afirmaciones de San Pablo*

Más enérgicamente aún enunciará San Pablo la santi- dad de Jesús, en una fórmula paradójica y desconcertante como ninguna de las suyas, que sintetiza, de manera ma- ravillosa y con insuperable originalidad de pensamiento, toda su rica y jugosa soteriología:

"Al que no conoció pecado, por nosotros (Dios) le hizo pecado, a fin de que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en él" 88.

Admire el lector la doble paradoja: Jesús, incapaz de pecado, viene a ser, no pecador, sino pecado en la presen- cia divina; nosotros, en cambio, pecadores, somos hechos, en virtud de esta antinomia de Cristo y en Él, justicia o santidad de Dios. Cuando estudiemos más tarde el valor redentor de la muerte de Cristo, tendremos oportunidad de desentrañar este bellísimo texto de San Pablo.

En la Carta a los Hebreos volverá el Apóstol a reafir- mar la santidad de Jesucristo, en un pasaje rebosante de ritmo y de frescura, que subraya, como no podía por me- nos, el aspecto interesante, y ya se ve que insoslayable,

31 1 lo. 1,8. San Agustín dejó un protfundo y emotivo comentario de este texto en uno de sus sermones (Obras de San Agustín [BAC, Madrid] t.7 [1950] p.672^683).

38 2 Cor. 5,21. Es la antinomia más fuerte que puede establecerse hablando de Jesús, santo, como vamos a ver por la unión hipostáti- ca, con la misma santidad substancial del Verbo. San Pablo no re- trocede ante la cruda antítesis: el impecable hecho, por decirlo así, el pecado mismo ante los ojos de la justicia divina, que en él sanciona y destruye el pecado, para que los verdaderos pecadores fuésemos no sólo santos, sino hechos "justicia de Dios". Todo es oro en este texto, que debió ser objeto de hondas meditaciones para San Pablo.

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de la singularidad de Jesús, de tantos modos puesta de relieve en este capítulo:

"Porque tal Pontífice nos convenía sin duda a nosotros, santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecado- res y encumbrado por encima de los cielos; que no tiene necesidad de ofrecer víctimas día tras día como los pon- tífices, primero por los pecados propios, luego por los del pueblo; porque esto hizo de una vez para siempre ofreciéndose a mismo. Es que la Ley constituye sacer- dotes a hombres sujetos a fragilidad; mas la palabra del juramento, que vino después de la Ley, al Hijo consuma- do para siempre" 39.

Ahondando en el problema»

No hemos hecho más que despejar el terreno y consi- derar muy por encima la letra de los textos sagrados que hablan, como de cosa conocida e incontrovertible, de la santidad de Jesús. Nos hemos detenido, y no sin fruto, en la superficie, ciertamente llena de encantos y sugerencias, del hecho real y único de esta peregrina santidad. Trate- mos, pues, ahora de ahondar algo más y acercarnos, re- verentes, al abismo, que San Pablo califica de "no investi- gable" 40, de las riquezas de Cristo, intentando, en cuanto sea posible, restaurar "la anchura, y longitud, y profundi- dad, y alteza" 41 de este soberano y amable misterio.

a) Santidad ontológica.

Comencemos por lo que los teólogos llaman "santidad ontológica" de Jesús. En resumidas cuentas, la santidad no es otra cosa que la unión con Dios y la "semejanza", en el orden sobrenatural, con la misma naturaleza divina; semejanza que tenemos también, en el orden natural, como criaturas, y en un grado más alto que los otros seres del mundo sensible 42.

39 Heb. 7,26-28. Véase también el pasaje tan admirado, y con ra- zón, de la primera Carta de San Pedro, en el que resuena la voz de Isaías y del Bautista, a que más arriba aludíamos: ' 'Considerando que habéis sido rescatados de vuestro vivir, según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de Cordero sin defecto y sin mancha" (1,18-19). To- davía insistirá en el pensamiento y en las fórmulas.

40 Eph. 8,3. ^ Eph. 3,18.

42 El relato mosaico de la creación pone en boca de Dios estas pa- labras: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gen. 1,26).

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En la misma proporción aumentan la unión con Dios y la santidad. Y si en este progresivo acercamiento a la perfección divina fuera posible la identificación con el mo- delo, se .habría alcanzado la misma santidad esencial e in- finita de Dios.

Desde luego, esta identidad con la naturaleza divina, fuera de las divinas Personas, es un absurdo; porque, en virtud del principio de contradicción, equivaldría a negar uno de los términos de la ecuación, o ambos á un tiempo.

Mas lo que es una quimera en el plano de la naturale- za, sabemos por la fe que es una maravillosa realidad his- tórica en el terreno de la persona. Con aquella precisión de términos que le es peculiar, escribió San Juan Damas- ceno que la humanidad de Cristo "tuvo identidad con el Verbo según la Persona" 43.

Y no puede ser otra la conclusión a que lleva toda la doctrina revelada sobre la unión hipostática, según se ex- puso en el capítulo noveno. Santo Tomás, apoyándose en San Agustín, no encuentra inconveniente en afirmar que la unión hipostática entre el Verbo divino y la humanidad de Jesús es la máxima de todas las uniones posibles, en algún aspecto dice superior a la unión que el Hijo de Dios tiene con el Padre144.

Los comentaristas ven aquí insinuada no sólo la semejanza natural, sino la sobrenatural, por la gracia. San Pablo cifra también toda la tendencia de la santidad en nacernos alcanzar la más estrecha seme- janza con el Hijo de Dios, única forma de la justicia, de la santidad y de la glorificación (Rom. 8,29-30); otra fórmula de la soteriología paulina es ésta: "si hemos sido injertados en él (Jesucristo) por la semejanza de su muerte, es que también lo seremos por la de su resu- rrección" (Rom. 6,5).

43 MG 94,1088 (R 17,2368).

44 S.Th. q.2 a.9. Lo que a primera vista pudiera tener de disonante esta última afirmación, lo matiza Santo Tomas, respondiendo a la ter- cera objeción: "la unidad de la divina Persona (en Cristq) es mayor unidad que la unidad de la persona y de la naturaleza en nosotros; y así la unidad de la encarnación es mayor que la unión del alma y del cuerpo en nosotros; mas como quiera que lo que se objeta supone una falsedad, a saber, que la unión de la encarnación sea mayor que la unidad de las divinas Personas en esencia, debe decirse, en cuanto al testimonio de San Agustín, que la naturaleza humana no está más en el Hijo de Dios que el Hijo de Dios en el Padre, sino mucho me- nos; pero, en algún aspecto, el hombre está en el Hijo más que el Hijo en el Padre; a saber, en cuanto la misma cosa se sobrentiende en lo que llamo hombre, designando a Cristo, y en lo que llamamos Hijo de Dios; en cambio, no es el mismo supuesto el del Padre y el del Hijo".

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1 ) En virtud de la unión hipostática.

Es verdad que ignoramos el cómo, pues al fin perte- nece al patrimonio del misterio; podrán los teólogos, acaso en alas de un no superado bizantinismo, discutir especu- lativamente sobre algunas modalidades del hecho funda- mental, aunque sea para venir a dar en conclusiones, si bien distintas en la formulación, en realidad convergen- tes45; pero, dejando a un lado todo esto, ¿será lícito dudar que Jesucristo es santo por el mero hecho de la unión? A la pregunta: ¿La humanidad de Jesucristo, aunque no tuviera la gracia santificante, sería verdaderamente santa?, o, si se prefiere, ¿Cristo hombre, sólo por ser Hijo de Dios, sería santo?, el sentir cristiano contestaría unánime- mente con una rotunda afirmación; lo contrario podría so- narle un si es no es a blasfemia. ¿No subscribiríamos todos estas palabras de San Juan Damasceno: "No llegó (Jesús) a la comunicación de todo lo que pertenece al Verbo para participar de la gracia, ni siquiera por la gracia, sino más bien para, en virtud de aquella unión según la Persona, derramar sobre el mundo la gracia, la sabiduría y toda la plenitud de los bienes"?416

Bellamente expresó Orígenes este mismo pensamiento: "De un modo fué ungido por el Verbo y la Sabiduría de Dios esta alma (la de Cristo), y de otro modo sus copar- tícipes, esto es, los santos profetas y apóstoles. Porque de éstos se dice que corren tras sus perfumes; aquella alma, en cambio, fué el vaso del mismo perfume" 47.

45 Así, por ejemplo, se da el caso de que algunos escotistas pare- cen contradecir a la generalidad de los teólogos en el punto de si la unión hipostática es por sola, independientemente de la gracia, causa de la santidad de Cristo; cuestión que plantea en un segundo término y tras haber admitido, como todos, que la humanidad de Je- sús es santa por el mero hecho de esta unión. Aun así, creemos más razonable y en consonancia con toda la enseñanza católica sobre la encarnación, la respuesta afirmativa; tal vez hay un defecto de en- foque o algo de espejismo al trasladar en bloque al caso de Cristo toda la teoría de la gracia, que es el medio de nuestra santificación. Pero existe un "orden hipostático" y existe un "orden de la gracia santificante", el primero superior al segundo. El primero está en el plano natural de lo divino; el segundo también, es cierto, pero de un modo accidental y por denominación; el primero se sustenta en la filia- ción divina natural de Jesucristo; el segundo, en la filiación divina por adopción de los justos, que es cosa muy distinta.

46 L.c.

47 MG 11,214. La misma idea, y a propósito también del salmo 44.

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

2) Consecuencias.

Una primera consecuencia de esta inefable realidad es que la santidad de la humanidad de Jesús, en virtud de la unión hipostática, es infinita, al menos en la línea de la participación. El Verbo es santo por esencia; la sagrada humanidad, por participación; mas el Verbo y la humani- dad son santos merced a la misma santidad, y ésta es infi- nita. Santo Tomás lo afirma sin atenuantes 48.

Otro corolario que fluye lógicamente es que no sólo el alma, sino la misma carne de Jesús, participaba de esta santidad infinita del Verbo; por eso el cuerpo de Cristo merece nuestra adoración con la misma clase de culto de- bido a Dios, el culto llamado de latría. El mejor criterio de la santidad de una persona es el culto que reclama. Recuerde, además, el lector que esta razón de la santidad singularísima de la carne de Cristo era la que alegaban San Pedro y San Pablo en favor de la resurrección de Je- sús: aquella carne santa no debía experimentar la corrup- ción connatural a nuestra carne pecadora. Santa y santifi- cante, debemos añadir, y en este sentido, carne de vida y vivificadora, y, por tanto, germen de nuestra propia 'resu- rrección. Es el dulcísimo pensamiento desarrollado por Je- sús en su discurso de Cafarnaún49.

3) Impecabilidad de Jesucristo.

Interesa, mucho, para completar la materia, señalar otra deducción que lógicamente brota de todo lo expuesto, es decir: que Jesús no sólo careció de pecado, entendida la palabra en toda su extensión, sino que en Él fué imposible el pecado. En suma, que la humanidad de Cristo gozó del singularísimo privilegio de la impecabilidad. Y eso en vir- tud de la misma unión hipostática, por ser Persona divina, como enseña la fe.

se lee en otros Santos Padres. San Gregorio Niceno escribe: "es Cristo Ungido en virtud de la divinidad; pues aquella unción de la huma- nidad resulta, no de la operación, como en los demás ungidos o santos, sino que es la total presencia santificante del mismo autor de esta unión" (l.c, 995).

48 "Una es la gracia de unión..., y consta que esta gracia es infi- nita (S.Th. 3 q.7 a.ll). Los autores se dividen de nuevo, y puede de- cirse que también en la forma de hablar, aunque en el fondo coin- cidan."

49 lo. 6,25-59.

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No es que la voluntad humana de Jesús, al fin creada, fuera de suyo indefectible y, en consecuencia, no pudiera pecar, lo que por condición natural sólo de Dios puede afirmarse; sino que, perteneciendo esta voluntad humana a la Persona del Verbo, y gracias a la unión personal, par- ticipaba de la indefectibilidad natural de aquélla, hasta el punto de que la defectibilidad de Cristo, en el orden moral, sería una contradicción con el concepto y la realidad de la unión hipostática.

La tradición cristiana testifica de completo acuerdo, además del hecho de la impecabilidad de Cristo, la razón y el principio formal de esta prerrogativa. El énfasis que San Pablo pone en algunas de sus fórmulas revela que el sentido de éstas, rebasando el campo de los simples hechos, entra de lleno en el área de la posibilidad.

"El que no conoció pecado 50, dice el Apóstol, fué ten- tado en todo, a semejanza nuestra, fuera del pecado" 51.

¿La extraña energía de estos dos textos permitiría, aun en la esfera de lo puramente posible, la compatibilidad del pecado con la unidad personal de Cristo con el Verbo?

Es ahora cuando podemos medir toda la pureza moral de Cristo que declaran los adjetivos acumulados en este otro texto, anteriormente citado:

"Y tal convenía que fuera nuestro Pontífice, santo, ino- cente, inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los cielos" 52,

a pesar de lo cual, nos quedará siempre la dolorosa im- presión de no haber agotado el gran misterio de la santi- dad de Jesús. Por mucho que ahondemos y digamos, no habremos pasado de los umbrales de esta maravilla, sólo comparable con la misma santidad de Dios.

4) La voluntad humana de Jesús, en perfecto acuerdo con la divina.

Esta indefectibilidad de la voluntad humana de Jesús nace, pues, de la unidad de las dos naturalezas en la Per- sona del Verbo. Entre ambas voluntades de Cristo, la di-

50 2 Cor. 5.21.

61 Heb. 4,15. Nada ir.ás categórico y lleno de energía que esta ex- clusión del pecado en Jesús: "absque peccato". 52 Heb. 7,26.

Jesucristo 8<i.hnñ>ctr

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

vina y la humana, existía una identidad de fines, de comu- nes aspiraciones y anhelos, por la que la voluntad huma- na, no en el orden ontológico en el que la distinción de facultades y operaciones viene impu?sta por el dogma , sino en el orden moral, estaba sometida a la divina, sin querer otra cosa que lo que ella quería, en una actitud go- zosa de sumisión y de entrega, hasta el extremo de que en este sentido, y sólo en éste, puede hablarse, dentro de la ortodoxia, de una sola voluntad en Cristo.

El mismo Jesús hizo de esta unión de voluntades tema frecuente de muchas declaraciones suyas, de gran relieve, sobre todo, en el cuarto evangelio. Y la fórmula definitiva brotó, puede decirse, de sus labios en el trance en que más a prueba estuvo sometida está compenetración y subordi- nación de sentir, de querer y de actuar: en la "oración del huerto" :

"Que no se haga mi voluntad, sino la tuya" 53.

"No se haga como yo quiero, sino como quieres tú" 5á.

Por haber exagerado esta compenetración de las dos voluntades de Jesús, trasladando la unión del orden moral al orden ontológico o físico, el patriarca de Constantino- pla Sergio provocó, en el siglo vil, una nueva y solapada herejía cristológica, conocida con el nombre de monotelis- mo, que eliminó la voluntad humana de Cristo, y que hubo de ser condenada, tras gravísimas incidencias, en el sexto Concilio Ecuménico, cuarto de Constantinopla 55.

63 Le. 22,42.

54 Mt. 26.39; Me. 14,36-.

65 La historia de esta herejía, que nació al calor de preocupaciones políticas, es una de las que. más han dado que hablar contra la infali- bilidad pontificia, a causa de la actitud del papa Hcíiorio. Fué tal vez ligero en su primera decisión por las presiones y doblez del patriarca con:tantinopolitar.o. Éste le convenció de que todo era cues.ión de palabras, cuando la verdad era que Sergio, bajo estos formulismos, lo que estaba haciendo era resucitar la herejía monofbita. Los adalides de la verdad católica fueron dos monjes de Alejandría: San Sofronio, elevado en el transcurso de la contienda a patriarca de Jerusalén, y el mártir San Máximo. La pasión de los herejes hizo otro mártir, el papa San Martín, cuarto sucesor de Honorio. Por fin, el IV Concilio de Constantinopla (680-681) condenó la herejía mono'eleta. El Con- cilio condenó al papa Honorio. Pero éste no erró en la fe, como se deduce de un examen desapasionado de sus dos celebérrimas cartas. El Papa habla de la unidad moral, no de la unidad física de las vo- luntades en Cristo. El contexto y hasta el estado de la cuestión aun- que se equivocó Honorio aceptando la buena fe de Sergio abonan este sentido de la celebérrima frase: "confesamos, pues, una sola vo-

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5) Pero sin menoscabo de su libertad.

Mas esta compenetración y unión moral de las dos vo- luntad :s de Cristo no fué obstáculo a la libertad de la voluntad humana. Ni la misma visión beatífica anuló esta libertad. Bs otro de los misterios del Hombre-Dios. Jesús mereció en su vida y en su pasión redentora, como San Pablo no se cansa de inculcar. Sin la libertad no cabe me- recimiento.

Por otra parte, fué el mismo Jesús quien se encargó de subrayar, , en forma categórica y solemne, esta libre aceptación, por su parte, de la voluntad del Padre:

"Por esto el Padre me ama, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mismo. Tengo poder para darla y poder para vol- ver a tomarla" 56.

San Juan Crisóstomo comenta: "Podía Jesús no pade- cer, si hubiera querido... Podía, si hubiera querido, no ir a la cruz" ST.

luntad en Jesucristo nuestro Señor". El Concilio citado condenó tam- bién a Honorio, mas pe? haber permitido que la Sede Apostólica hubiera sido afeada con una traición herética; en definitiva, por un grave descuido, falta de vigilancia y negligencia en no haber cortado los pasos a la herejía. Para un estudio más amplio de toda esta inte- resante historia de la herejía moynoteleta, consúltese B. Llorca, His- toria de la Iglesia católica (BAC, Madrid 1950) I p.802-828. 56 lo. 10,17-18.

67 PG 63,194 (R 1224). Casi con las mismas palabras se expresa San Ambrosio (PL 16,1827; R 1275) .

Claro es que esta libertad de Cristo singularmente por lo que se refiere a su muerte en la cruz plantea un grave y obscurísimo pro- blema, que la Teología afronta a fin de conciliar esta libertad para cumplir o no el pecado a la vista el precepto del Padre, de que a renglón seguido habla Jesús en el texto citado de San Juan, con la impecabilidad, que acabamos de sostener. No podemos guiarnos ni por lo que sucede a los hombres mientras viven en la tierra viaco- res ni por lo que origina Ja visión beatífica en el cielo comprenso- res— ; pues el estado de Cristo es singular, y de hecho en él se armo- nizaron ambos, y con la visión beatífica de la esencia divina coexistió en él la capacidad de sufrir y el sufrimiento llevado al grado máximo. Andamos un poco a ciegas cuando tenemos que entrar en el terreno del misterio íntimo del Verbo encarnado. Sin embargo, no se ve con- tradicción metafísica entre esos dos aspectos del estado de Cristo como viador y comprensor a un mismo liempo. Puede verse toda esta materia admirablemente resumida y tratada en J. Solano, Sacrae Theologiae Summa (BAC, Madrid) III (1950) p.177-186.

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

b) Gracia santificante.

Pero hay otro aspecto de la santidad de Jesús que re- clama nuestra atención: el tesoro de gracia santificante, principal riqueza de su alma. Esta dotación espléndida co- rresponde a la humanidad de Cristo, en virtud asimismo de la unión hipostática.

1) Definición y efectos.

Es la gracia santificante, según enseña la Iglesia, una participación creada, misteriosa, pero real, de la naturaleza divina; una entidad física del orden sobrenatural, que so- breviene, por pura merced de Dios, al ser creado: ángel, hombre, y que penetrándolo, empapándolo, con más ener- gía y eficiencia que la luz del sol convierte en luz a la nube o a un diáfano cristal, transforma el espíritu en algo divino; mas no sólo con una especie de renovación extá- tica, sino con una virtualidad operante que invade e infor- ma la naturaleza, sus facultades operativas y sus actos.

El alma en gracia viene a ser como una reproducción, un reverbero de Dios, con irradiaciones divinas. Y al mis- mo tiempo, sus operaciones, sin dejar de ser actividad vital propia y suya, elevadas así a la categoría de lo sobrena- tural, serán capaces de empalmar, a través de este hilo de oro, con la misma esencia divina, como término supremo y objeto terminal de todas las tendencias del alma, que un día, al alcanzarla, se aquietarán en la fruición eterna de la misma, específicamente la misma bienaventuranza de Dios.

Hay, pues, en el alma en gracia dos realidades: su ser natural, en virtud del cual su vida y su actividad le perte- necen, y su ser sobrenatural, coprincipio de esa misma vida y actividad, por el que recibe, no sólo la denominación, sino la entidad nueva de lo sobrenatural, de lo divino. Y no hay que temer a estas afirmaciones. El apóstol San Pedro, en un texto, clásico en esta materia, llega a decir que por la gracia somos hechos "partícipes de la divina naturaleza" 58; de suerte, concluye el evangelista San Juan, que, "llamados hijos de Dios, lo seamos" 59. Es la nueva creación de que habló Jesús a Nicodemus 60, que anuncia

58 2 Petr. 1,4. 89 1 lo. 3,1. 60 lo. 3,1-7.

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el prólogo del cuarto evangelio161 y de que con tanta com- placencia tratan en sus Cartas San Pedro y San Pablo tí2.

Que el alma de Jesús poseyera también este don divino áz la gracia santificante, no puede ponerse en duda. Son legión los textos del Antiguo y Nuevo Testamento que lo afirman y lo suponen. Lo que importa en este caso, más que el hecho mismo, es la medida y la singularidad de esta merced.

2) "Lleno de gracia".

Los textos hablan de una plenitud, sin cortapisas ni atenuantes, de la gracia de Cristo, y esto desde un doble punto de vista, a saber: el de la dignidad personal y el de la función r-dentora. Bajo este doble aspecto estudian la cuestión los teólogos, con Santo Tomás á la cabeza i,2a.

La Teología, pues, establece estos criterios o principios fundamentales: el principio de dignidad y el principio de capitalidad, que convergen en la misma conclusión. Por ambos caminos vamos a desembocar en la inefable reali- dad de la "plenitud" absoluta de la gracia santificante, prerrogativa de Cristo Nuestro Señor. Veámoslo.

En virtud del principio de dignidad, es decir, supuesta la gracia de unión de la que antes hemos tratado, el alma de Jesús reclamaba, como ornato connatural, la plenitud de la gracia santificante. Por dos motivos: primero, por- que "cuando una capacidad dz recepción dice Santo To- más 63 está más cerca a la causa fontal y de origen, tanto más participa en su influjo"; segundo, porque a la nobleza y altísima dignidad de aquel alma convelía que sus operaciones, el conocer y el amar, pudieran establecer con Dios el contacto más próximo posible. Ahora bien, pensemos, por una parte, que siendo Dios la fuente de la gracia, nadie tan cercano a Él como el alma de Cristo, unida substáncialmente a la divinidad; y por otra, que para

61 lo. 1,12-13.

62 1 Petr. 1,22-23; Rom. 8,14-17.28-30; Phil. 2,13; Eph. 1,4-8; 5,22-23.

^ Dos cuestiones sucesivas dedica Santo Tomás en la Summa a esta materia, la séptima y la octava de la Tercera Parte. En la primera se investiga la gracia habitual de Cristo "en cuanto hombre singular o individuo; en la segunda, en cuanto "cabeza de la Iglesia".

83 S.Th. 3 q.7 a.l y a.9. En el primero establece la necesidad y conveniencia de la gracia en Cristo; en el segundo aborda el tema de la plenitud de esa misma gracia, pero utilizando en el segundo los mis- mos motivos fundamentales que expuso en el primero.

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

alcanzar a Dios por la doble tendencia del conocimiento y del amor con aquella perfecta aproximación que hemos acabado de insinuar, el ser creado ha de ser elevado por la gracia, en un grado proporcional a la línea y calidad de esos actos.

En la base de este razonamiento encontraremos el he- cho trascendente de la filiación divina de Jesús aun en cuanto hombre. Por la generación eterna, el Verbo es, como Hijo, "imagen del Dios invisible" l64, "irradiación de su gloria y sello de su substancia" 65; es decir, no sólo por semejanza, aun la más perfecta posible, sino por identidad con la esencia divina. Por la unión hipostática, la huma- nidad de Cristo debía también reproducir en misma, en cuanto cabe, sin dejar de ser creatura, la imagen más aca- bada de la divinidad G6, como convenía a su dignidad infi- nita de Hijo de Dios.

Mas esta semejanza, esta imagen de Dios, es obra y fruto de la gracia santificante. Por tanto, para llegar a aquel "consorcio con la divina naturaleza" de que habla San Pedro, y esto en el grado máximo, debido a la condi- ción de Hijo y de "Primogénito entre todas las creatu- ras" 67, es evidente que a Jesús debió serle concedida una gracia proporcional a un efecto tan excepcional, que, en frase de San Pablo< 68, supera todo conocimiento.

a ) Principio de dignidad.

Se trata, en una palabra, de la "plenitud" de la gracia santificante. Ésta es la medida sin medida de la gracia de Cristo que dan San Juan y San Pablo. "Lleno de gra- cia" 69, escribe el primero; el segundo, más expresivo y enérgico en sus fórmulas, substituye el adjetivo por el abs- tracto, indicando la ausencia de toda limitación: "Porque en Él (Cristo) tuvo a bien Dios que morase toda la pleni- tud". La plenitud, ¿en qué? El Apóstol no quiso concretar

64 Col. 1,15.

65 Heb. 1,3. Imagen grabada en un sello. Así el original de la Vul- gata traduce "figura".

66 En realidad, en el texto citado San Pablo habla del Verbo en- carnado, Jesucris o. jesús, aun en cuanto hombre, y sobre todo en cuanto hombre, es imagen del Dios invisible; esto es, manifestación visible del Dios invisible.

67 Col. 1,15.

68 Eph. 3,19. 68 lo. 1,14.

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el objeto. Lo cual qui?re decir que todo el mundo sobre- natural de la gracia, con su cortejo de virtudes y dones del Espíritu Santo, a los que alude Isaías 70, había sido depo- sitado en el alma de Cristo 71 .

Alguien taJ vez objetará que otros textos conceden la plenitud de gracia a la Santísima Virgen 72, al Bautista 78 y al protomártir San Esteban 74. Es verdad. Santo Tomás, que se hizo cargo de esta dificultad, dió una solución diáfana y profunda. La plenitud de gracia puede enten- derse de dos maneras: por parte de la gracia misma y por parte del que la posee. En el primer sentido, quiere de- cirse que gracia alcanza el grado sumo, la máxima ex- celencia y la extensión a todos los efectos de la gracia. En el segundo, la plenitud es siempre algo relativo a la condición y capacidad del sujeto, según la misión y digni- dad a que Dios en su beneplácito se haya dignado levan- tarle. En este segundo caso están la Virgen y los santos 75.

$ ) Principio de capitalidad.

El certero análisis de Santo Tomás nos lleva como de la mano a estudiar el segundo criterio con que ha de en- juiciarse la plenitud de la gracia en Jesucristo, que deno- minamos "principio de capitalidad".

70 Is. 11,2.

71 Col. 1,19. Otra fórmula semejante se lee en la misma Carta de San Pablo, 2,9: "Porque en él habita la plenitud de la divinidad cor- poralmente." En la primera faltan estos dos datos: "la divinidad" y "corporalmente". En e^ta segunda se trata de la encarnación; la di- vinidad es'á en Cristo o real y verdaderamente corporalmente. en oposición a una presencia figurada y analógica o unida a la carne, a la humanidad; y en esta hipótesis, la fórmula paulina sería equiva- lente a la de San Juan: "y el Verbo se hizo carne".

72 Le. 1,28. 7S Le. 1,15.

74 Act. 6,8; 7,55.

78 S.Th. 3 q.7 a. 11 c.l. Desde este punto de vista se vislumbra la plenitud de gracia concedida a la Virgen Santísima, que tampoco ad- mite comparación con la de los mayores cantos. Ella está en el orden de la unión hipostática, y su dignidad como Madre de Dios es "casi infinita" al decir de los teólogos. A esta dignidad y a esta misión corresponde la plenitud de su gracia. Mas por su oficio de correden- tora y medianera, a María, en un sentido participado, se le concedió la gracia "como a fuente universal de la gracia", podemos decir apli- cando en su plano el principio de Santo Tomás con relación a Cristo. De ahí que la plenitud de la gracia propia de la Santísima Virgen constituye una categoría aparte, más cerca de Cristo, su Hijo, que $e jos santos.

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

En este segundo avance llegamos a lo más hondo y amable del "misterio de Cristo", al que San Pablo, singu- lar heraldo de este designio divino, con tanta frecuencia se refiere en sus Cartas. Puede decirse que toda la cristo- logia y toda la soteriología del Apóstol se alzan sobre la base de este dulcísimo misterio.

La vida sobrenatural de los hombres, en todas sus fa- ses y en cualesquiera de sus grados, no da un solo paso fuera de esta realidad arcana y vivificante. La incorpora- ción á Cristo por el bautismo, punto de partida de toda la teoría y de toda la historia de la salvación, nos introduce ya en el torrente vital de la gracia de Cristo, y desde este momento, cada uno de nosotros, mientras el pecado no cierr? las puertas á la comunicación, podrá decir con el mismo derecho que San Pablo: "Vivo... no ya yo, sino que Cristo vive en mí" 7<J.

Doctrina de San Pablo»

Pero no intentamos ahora exponer ampliamente la doc- trina de San Pablo acerca de nuestra vida en Cristo, sino trazar su esquema general, en orden a la plenitud de la gracia, que a Jesús le corresponde, como a cabeza y prin- cipio universal de esta vida de los hombres en Él.

En los escritos de San Pablo es fácil distinguir dos métodos fundamentales, empleados por el Apóstol, para proponer y explicar esta inefable y trascendente verdad.

La fórmula "en Cristo Jesús" y otras equivalentes que a cada página nos salen al paso, bien sea concretando la iniciativa y el designio misericordioso de Dios, que todo lo que al orden natural y sobrenatural, y de manera sin- gularísima a nuestra justificación y salvación pertenece, ha querido supeditarlo a la acción mediadora de Cristo, bien sea puntualizando el origen, desarrollo y consumación de nuestra situación y de nuestra propia eficiencia dentro del cuadro de la gracia y de la redención. Estas fórmulas paulinas, de una riqueza de contenido y una capacidad de matización inigualables, traducen la misteriosa realidad del influjo vital de Cristo en todos y cada uno de los actos sobrenaturales dz los hombres unidos a Él por la fe y la gracia.

San Pablo no exceptúa la más insignificante de nues- tras operaciones. Nuestra dependencia de Cristo, en este

** Gal. 2,20.

C.13. SANTIDAD DE JESUS

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plano, es integral, lo mismo quz la de nuestra vida física respecto de su principio y su fuente, el alma.

Todas las mercedes de Dios se nos hacen efectivas "en Cristo Jesús"; todas nuestras obras saludables, "en Cristo Jesús" cobran su valor y su eficacia santificante y de vida sobrenatural. Aunque San Pablo no hubiera desarrollado expresamente, y con la amplitud que sabemos, su peculiar y sorprendente teoría del "cuerpo místico", en la que va- mos a detenernos, no seria difícil perfilarla, al menos en sus rasgos esenciales, con los elementos extraídos de esta su fórmula cristológica 77.

El Cuerpo Místico de Cristo*

En la teología, tan viva y opulenta, de San Pablo des- cuella, por su originalidad y hondura, la doctrina del "cuerpo místico". Éste es el inefable "misterio de Cristo"; nota la más característica de lo que el Apóstol llama "su evangelio" 78.

a) Progreso de esta doctrina en los escritos paulinos.

Ciertamente, toda la enseñanza de San Pablo está como traspasada por el aroma y la luz de esta maravillosa uni- dad de los cristianos con Cristo. Cuando menos podía es- perarse, aparece en sus escritos el rasgo evocador. El mis- terio de Cristo llenaba el alma del Apóstol, como síntesis felicísima de toda su cristología, principio de su profunda vida interior y de su inverosímil actividad apostólica.

Se ve, desde luego, que la idea no ha surgido en él perfilada y completa como una intuición; aunque la ráfaga inicial, al irradiar de las palabras de Jesús en su primer encuentro con él, camino de Damasco, debió deslumhrarle

" Puede decirse que la fórmula es propia de San Pablo, aun reco- nociendo que San Juan y San Pedro la emplean algunas veces. Con razón se ha dicho que es uno de los pilares de la teología de San Pa- blo. El Apósol la usa 164 veces en sus Cartas, preponderantemente en aquellas cuyo asunto principal es la unión mística de los cristianos con Cricto. Como única excepción se señala la Carta a Tito, en la que la fórmula no aparece. Ha:ta en la minúscula misiva a Filemón la perla de las Epístolas paulinas se lee seis veces. La fórmula presenta estas cuatro variedades: "en Cristo Jesús" (48 veces), "en Cristo" (34), "en el Señor" (50), en él" (29).

78 Rom, 16.21; 2 Tbes. 2,14; 2 Tim. 2,8.

Las perfecciones del redentor

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a un mismo tiempo los ojos del espíritu y los de cuerpo 79.

Con el tiempo, y bajo nuevas y más intensas ilumina- ciones sobrenaturales, que el Apóstol no deja dz insinuar, el misterio de Cristo le fué abriendo el abanico de sus an- chas perspectivas, que acaso contempló en toda su mara- villosa belhza y verdad, sin estorbos humanos, en las horas de oración y en el obscuro recinto de su primera cárcel de Roma. De hecho, es la Carta a la iglesia de Éfeso, escrita en esta coyuntura, la que pudiera decirse "carta magna" del "cuerpo místico". Ni antes ni después, en los escritos de San Pablo, encontramos una tan acabada y perfecta exposición de esta doctrina. Hasta el estilo habitual de sus Cartas, aunque siempre animado de cierto estremecimien- to lírico, cobra en ésta un ritmo extraño y un movimiento apasionado, que hace de ella un verdadero himno más que una carta.

Cierto es que unos seis años antes so, en su primera Carta a la iglesia de Corinto, San Pablo incluye, por vez primera, una exposición, relativamente amplia, de esta doc- trina, a la que hay que acudir forzosamente para ilustrarla y completarla; pero ¡cuánto dista de la madurez y armonía logradas en la Carta a los Efesios! A la misma época que las dos a los Corintios pertenecen, con breves intervalos, las Cartas a los Romanos y a los Gálatas, de fondo, en cierto sentido, semejante. En ambas se desliza un rápido apunte de la teoría sobre el cuerpo místico, mera insinua- ción en la segunda 81, con justeza de esquema, en la pri- mera 82 .

19 Act. 9,4: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Esta fórmula del cronista se repite otras dos veces más en el libroi de los Hechos, pero ya en boca del mismo Pablo (22,7; 26,14). La queja de Jesús se grabó a fuego en la memoria del Apóstol. Parece indudable que aquí está en germen toda la doctrina del "cuerpo místico". La idea funda- mental de la solidaridad de Cristo con su Iglecia contra la que se habían desa ado las iras juveniles y el celo judío de Sauta se revela en las palabras de Jesús. Cualquiera comprende que esta primera lla- mada de Cristo, principio de tantas misericordias, constituiría uno de los objetos predilectos de las meditaciones del Apóstol, no sólo en Arabia (Gal. 1,17), sino durante toda su vida, y de modo especial en la relativa ociosidad de sus prisiones.

80 La Carta a los Efesios se escribió el año 62, estando San Pablo por primera vez preso en Roma. La primera a los Corintios puede datarse con bastante precisión entre el 55 y el 57.

81 Gal. 3,28.

82 Rom. 12,44-5: "Porque así como en un solo cuerpo tenemos mu- chos miembros, y no todos los miembros tienen la misma función, así

C.13. SANTIDAD DE JESÚS

299

Más fuerte resonancia, debido tal vez a la proximidad de fechas y al estrecho parentesco en el asunto, tiene esta doctrina en la Carta a los Colosenses 83, en la que, por añadidura, se lee una fórmula que en solas dos palabras traduce toda la misteriosa eficiencia de esta unión de los cristianos con Cristo 84. Pero sobre este rasgo sugerente y denso habremos de volver más adelante.

Tras estas referencias a las fuentes, provechosa en asunto de tal importancia, veamos de concretar el pensa- miento del Apóstol con la mayor diafanidad y precisión posible. Notemos, ante todo, que San Pablo se vale de dos metáforas o comparaciones fundamentales para expresar este misterio de nuestra unión en Cristo y con Cristo, a saber: el cuerpo humano y el edificio, pasando de la una a la otra dentro de un mismo contexto, y en alguna oca- sión fusionándolas hábilmente, como en está frase: "Para la edificación del cuerpo de Cristo" 85. Sin embargo, por la mayor fuerza expresiva y por la más estrecha analogía con el concepto de la organización y de la vida, el Apóstol prefiere la comparación con el cuerpo humano, que se ha hecho clásica e insubstituible.

b) Elementos constitutivos.

Ateniéndonos, pues, a esta analogía con el organismo humano, analicemos la doctrina del Apóstol. Comparados y agrupados los textos, nos llevan a estos tres capítulos o puntos de reflexión: elementos constitutivos del cuerpo místico, sus funciones y sus efectos. El examen de estos

los muchos somos un solo cuerpo en Cristo, y por lo que toca a cada uno, miembros los unos de los otros." El diseño es perfecto, si bien la función de cabeza que Criíto desempeña en este organismo mís- tico sólo se insinúa en la conocida fórmula "en Cristo".

83 También esta Carta salió de la cárcel romana durante el primer cautiverio de San Pablo. En sublimidad supera fácilmente a la Carta a los Efesios. De una riqueza cristolóqica admirable, encierra profun- dos misterios, de ardua interpretación. Las dos, con la Carta a los Fi- lipenses, forman la trilogía bellísima, producto de la situación psico- lógica de su autor entre sus cadenas, y de un precio inestimable para la cristología y para sondear el inmenso corazón de aquel hombre, que aunó, como pocos, la energía indomable con la ternura más delicada. Cf. T. Castrillo, Pablo de Tarso, p.28-66.

84 Col. 3,4.

Eph. 4,12. San Pablo utiliza, además, la metáfora del injerto, que- parece tener relación estrecha con la alegoría de la vid y los sarmien- tos, propuesta por el mismo Jesús (lo. 15,1-8; 6,5; IL16-24),

300

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

tres aspectos dará como resultado el concepto integral del misterio, en cuanto pueda s~r conocido por nosotros.

Los elementos de los que surge este organismo sobre- natural son cuatro: la cabeza, o miembro primario, con- forme a la idea vulgar, que discurre, como es sabido, por caucas distintos que en las ciencias fisiológicas, es Cris- to 8'6; el cuervo, constituido por todos los cristianos, que es la Iglesia 87 ; los miembros de este cuerpo, en la pródiga variedad y jerarquía de todo orqanismo vivo, somos cada uno de nosotros, seqún la vocación divina88; finalmente, el alma dz este ser misterioso es el Espíritu Santo 89.

c) Funciones vitales.

Este perenrino orqanismo tiene, como es natural, sus funciones vitales características. El punto de arranque de todas ellas está en nuestra incorporación á Cristo, que San Pablo explícitamente sitúa en el bautismo 90.

Pero la función primordial de un cuerpo orqanizado es su vida, y en vivir se cifra su finalidad específica. El cuer- po místico posee, por supuesto, su propia vida, de la que San Pablo nos habla con fórmulas tan varias y sugerentes.

88 Roh. 1.22; 4,15; 5,23: Col. 1.18.

87 Rom. 12.4; 1 Cor. 12,13.20.27; Eph. 1,23; 4,12.16; 5,23.30; Col. 1 18; 3.15.

88 Ror^. 12 4-5: 1 Cor. 12.14.20 26 27: Eph. 3.6: 4.16: 5.30.

88 1 Cor. 12.13: Eph. 4.4. E<=ta función vivificante del Espíritu San- to, alma de la Iolesia. es una de las p'ezas dav^s de to^o el edificio soteriolóqíco de San Pablo, con la que se tronieza fremrnf-p^entf» en sus escritos. Véase, por ejemplo, Rom. 5,5; 8.9-1 1.14-1 7.20-27; 1 Cor. 12.4-31. En este célebre pasaje tienen especial relieve estos textos: "Mas todas estas cosas obra un mismo y sólo Espíritu, que reparte a cada uno seqún quiere" (v.ll). "Porque fodos vosotros, ya iudíos y griegos, ya esclavos y libres, en un mismo Esoíritu fuisteis bauti- zados en razón a formar un solo cuerno" ív.13). Esta idea no es aje- na, ni mucho menos, al Fvangelio (T. Castrillo, La Iglesia en el EvangeVn, p.l 13-1 16.122-123) .

M 1 Cor. 12.13: Gal. 3.27; Eph. 4,4; 5,26; Col. 2,12. Sabido es el simbolismo que San Pablo descubre en el bau'ismot, y del que nace todo su valor como sacramento de purificación y causa de nuestra incorporación al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Nuestro renaci- miento rupone una muerte previa; esto es, hay una muerte y una re- surrección. Por eso el Apóstol relaciona este sacramento con la muerte y la resurrección de Cristo, con el cual venimos a conmorir y conre- sucitar. Véase Rom. 6,3-8: Col. 2 12. Responde esta idea a lo que Je- sús insinúa a Nicodemus (lo. 3.5). Del valor jurdico del bautismo como puerta de entrada en la Iglesia, habla también el manda'o de Jesús a los apóstoles antes de la ascensión (Mt 28,19; Me, 16,16; Act. 2,38, comparado con 41),

C.13. SANTIDAD DE JESÚS

301

Esta vida, común a todo el organismo, no es otra cosa que la misma vida de Cristo comunicándose en un perenne fluir de la cabeza a los miembros, a modo de divino to- rrente circulatorio, cuva sangre es la gracia 91.

De este riego vital, que el Apóstol asemeja a la fun- ción del organismo humano 92, depende otra segunda, que es la del crecimiento y desarrollo biológico de este cuerpo. El pasaje clásico bajo este aspecto es éste de la Carta a los Efesios:

"crezcamos en todos sentidos para ser como él, que es la cabeza. Cristo; por quien todo el cuerpo, bien con- certado y trabado, gracias al íntimo contacto que sumi- nistra el alimento al organismo, va obrando su propio crecimiento en orden a su plena formación en virtud de la candad" 93 ;

que puede y d~be compararse con otro texto, absolutamen- te paralelo, de la misma Carta, pero con relación a la me- táfora del edificio:

"edificados sobre el fundamento de los apóstoles y pro- fetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús, en el cual todo el edificio, armónicamente trabado, se alza hasta ser templo santo en el Señor; en el cual también vosotros sois juntamente edificados para ser morada de Dios en el Espíritu" 94.

¿Cabe algo más bello y expresivo?

Mas este crecimiento, analógicamente al desarrollo en los organismos naturales, debe tener su término y su meta. San Pablo lo señala en frases de una densidad pocas veces igualada dentro de sus mismos escritos. Naturalmente, este crecimiento siempre es indefinido por lo que al cuerpo místico, en su totalidad, se refiere; el cual, mientras no arriba a la glorificación en el cielo, término, según el Após- tol, de toda la santidad y vida de la gracia, no habrá lo- grado su plenitud. Entonces se cumplirá lo que San Pablo

91 Eph. 2,5; 4,16; 5,29; Col. 3,4. Por lo demás, esta vida en Cristo es otro de los pilares de la teología de San Pablo; la clave de toda la perfección cristiana es vivir en Cristo, de Cristo, con Cristo y para Cristo; y el secreto de la ascesis del Evangelio, desarrollada por el Apóstol, no es otro que defender, asegurar y fomentar esta vida, li- brándola del pecado, que es la muerte, y de cuanto al pecado lleva q del pecado proviene.

82 Eph. 4,16; 5,29.

M Eph. 4,15-16.

* Eph. 2,20-22.

302

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

anuncia en un texto desconcertante, mas prodigiosamente diáfano a la luz de esta doctrina del cuerpo místico:

"Y cuando todas las cosas le hubieren sido sometidas, entonces también el mismo Hijo se someterá al que le había sometido todas las cosas, para que sea Dios todas las cosas en todos" 95.

Es el mismo panorama que ofrecen las parábolas del reino, al fin centradas en este mismo tema de la Iglesia, reino de Cristo 9te.

San Pablo, sin embargo, como era de suponer, se pre- ocupa más del crecimiento individual dz cada uno de los miembros, aunque, es preciso subrayarlo, dentro de la uni- dad y de la comunión de vida en el cuerpo místico de Cristo. Casi exclusivamente de este desarrollo tratan las diversas fórmulas en los pasajes que estamos analizando. El influjo vivificante de Cristo tiende "a la consumación de los santos" 97; a la "plena formación" de cada uno de los miembros 9\ hasta lograr según la más hermosa y completa de estás fórmulas "la madurez del varón per- fecto", en un desarrollo orgánico "proporcionado a la ple- nitud de la edad de Cristo", que es la cabeza 99. Otra cosa sería, como se comprende, una monstruosidad, lo mismo que la desproporción de miembros en el hombre.

A su vez, este crecimiento y tocamos la última de las funciones del cuerpo místico exige la cooperación, sin fa- llos ni desfallecimientos, de todos los miembros, dentro de la unidad de espíritu y de miras. Fuera de las Cartas a los Efesios y a los Colosenses, cuando en otras recuerda San Pablo su doctrina del cuerpo místico, es para encarecer y afianzar sobre firme base esta cooperación a la obra común del cuerpo de Cristo, en orden a realizar en el mundo su misión salvadora. Así sucede en la primera Carta a los Co- rintios, donde el Apóstol desmenuza hasta el mínimo, y con detalles, gratamente pintorescos, esta doctrina. ¡Qué lec- ción de caridad, de apostolado, de solidaridad y compene- tración, de desinterés y de unidad, contiene este pasaje de San Pablo que transcribimos, y que pudiera ser el código

96 1 Cor. 15,22.

98 En ellas, Jesús pone como meta final "la consumación" (T. Cas- trillo, o.c, p.47-58),

97 Eph. 4,12.

98 Eph. 4,16,

99 Eph, 4,13.

C.Í3. SANTIDAD DE JESUS

303

fundamental de la Acción Católica, hoy tan acariciada y recomendada por los papas!:

"Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino mu- chos. Si dijere el pie: Puesto que no soy mano, no soy del cuerpo, no por eso deja de ser del cuerpo. Y si dijere el oído: Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo, no por eso deja de ser del cuerpo. Si todo el üuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo oído, ¿dónde el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros, cada uno de ellos en el cuerpo como ha querido. Que si todos ellos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Mas ahora muchos son los miembros, uno empero es el cuerpo. Ni puede el ojo decir a la mano: No te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: No me sois necesarios. Antes bien, los miembros del cuerpo que parecen ser más débiles son más necesarios, y los que pensamos ser más viles en el cuerpo, a ésos los rodeamos de mayor honor; y a los más indecorosos en nosotros los tratamos con mayor decoro. Que los honestos en nosotros no lo necesitan. Mas Dios atemperó el cuerpo, dando mayor honor a lo que más lo necesitaba, a fin de que no haya escisión en el cuerpo, sino que los miembros tengan la misma solicitud los unos de los otros. Y si padece un miembro, juntamente padecen todos los miembros; y si se goza un miembro, juntamente se gozan todos los miembros" 10°.

d) Efectos.

Las consecuencias de esta unión con Cristo no es fácil abarcarlas en una ojeada general. Nos fijaremos solamen- te en algunas que hacen más a nuestro propósito.

1) El "Cristo tora/".

Comencemos por lo que San Agustín, con frase certera, llama el Christus totus, el "Cristo total", y que San Pablo apunta en este texto cargado de misterios:

100 1 Cor. 12,14-26. Esta idea la enuncia San Pablo de forma sin- tética en varias fórmulas semejantes: Rom. 12,5; 1 Cor. 12,27; Eph. 4,25. Más adelante, en la misma Carta, hace San Pablo otra aplicación, flor de esta maravillosa solidaridad: la resurrección de los cuerpos, a la que los miembros de Cristo tienen, entre oíros, un título peculiar: la Cabeza no puede resucitar sola si el cuerpo» no participa de esta resurrección (1 Cor. 15,12-23).

304

LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

"la cual (la Iglesia) es el cuerpo suyo, la plenitud del que recibe de ella su complemento total y universal" 10 1.

Cristo, por tanto, no es Él solo este cuerpo místico, sino su miembro principal, la cabeza, de donde la vida se deriva y se difunde; juntamente con Él lo formamos todos los cristianos. Lo cual quiere decir que la Iglesia, tantas veces denominada "cuerpo de Cristo" por el Apóstol, está constituida por Cristo y por nosotros, en esta asombrosa e insospechada unidad de operaciones y de vida que media entre la cabeza y los miembros.

Dz donde se sigue la dignidad incomparable del cristia- no; dignidad y grandeza que en San Pablo recibe un nom- bre, que nosotros debiéramos retener y saborear como eje- cutoria divina de nuestra alcurnia sobrenatural. Somos concorpóreos dz Cristo, como el Apóstol, con énfasis no reprimido y con augusta solemnidad, proclama en un texto inolvidable 102.

2) Nuestra vida.

Mas lo que de todo lo dicho se desprende y hemos de recoger como punto de enlace con el tema de la plenitud de la gracia de Cristo, es que toda la vida de este orga- nismo sobrenatural no sólo proviene de Cristo, sino que proviene en tal grado, que el mismo Cristo es "nuestra vida", como enseña San Pablo:

"Cuando se manifestare Cristo, nuestra vida, enton- ces también vosotros seréis con él manifestados en glo- ria" 103.

¡Nuestra vida! Lo había dicho Jesús: "Yo soy el ca- mino, la verdad y la vida" 104. Es uno de los temas que el cuarto evangelio nos hace oír más reiteradamente ele labios de Cristo, y que presta al relato de San Juan un color y una luz inconfundibles. Jesús, que es la vida y la resurrec-

101 Eph. 1,23.

102 Eph. 3,6. El término griego synsoma puede decirse de propia invención de San Pablo. Jamás aparece en autor alguno, ni sagrado ni profano.

108 Col. 3,4. Aunque la Vulgata lee "vuestra vida", parece más aceptable, desde el punto de vista crítico, la lectura "nuestra". m lo. H6.

C.14. SANTIDAD DEJESUS

ción105, ha venido para que los hombres "tengan vida, y la tengan con más abundancia" 1016.

Y San Pablo ha promulgado, en su doctrina del cuer- po místico, el secreto inefable de esta misión vivificante de Jesucristo.

Por otra parte, de todo el entramado teológico del cuarto evangelio y de los escritos paulinos, emerge otra verdad fundamentalísima: esta vida, de la que Jesús es "autor" 107 y fuente, no es otra que la vida de la gracia, la cual, como arriba se indicó, desempeña el papel de la sangre y de la savia vital en este organismo dibujado por San Pablo.

3) Cristo, fuente de la gracia y de la santidad.

Llegamos con esto al final de nuestro razonamiento. El "principio de capitalidad" no dice otra cosa que Jesús, como cabeza del cuerpo místico y razón de su vida, es el principio fontal, el manantial perenne, inagotable y fecun- do de esta vida de la gracia. O, en otros términos, la ple- nitud de la gracia, que en Él, además de la función digni- ficante de aquella humanidad unida al Verbo, ejerce otra función santificadora en un orden de universalidad y to- talidad 108.

Toda la santidad dimana de Él; isin Él nada es santo, nada se redime y se salva 109. De esta plenitud de Cristo, "todos recibimos gracia sobre gracia 110, porque, como la verdad, "la gracia vino por Jesucristo" m.

105 lo. 11,25. 108 lo. 10,10.

107 Act. 3,15.

108 S.Th. 3 q.8 a.5. Santo Tomás se plantea esta cuestión: si esta gracia capital de Cristo es la misma que su gracia habitual personal. Y responde, como es lógico, afirmativamente.

109 Act. 3,12.

110 lo. 1,16.

111 lo. 1,17. Pío XII ha hecho un magnífico estudio teológico y práctico de esta materia en su famosa encíclica Mystici corporis (AAS 35 [1943] 205). Para completar este punto, podría examinarse la cuestión sobre la perfección cuantitativa de la gracia de Jesucristo. ¿Fué infinita? ¿Fué capaz de aumento? ¿Qué responde la Teología a estas preguntas?

I. Si consideramos esta gracia en si» ser, en su entidad física, desde luego hay que responder que no es infinita, pues el sujeto re-

306

LAS PERFECCIONES DÉL REDENTOR

"El más hermoso de los hijos de los hombres"*

Quedaría imperfecto este cuadro de la santidad de Je- sús si no añadiésemos a lo dicho algunas consideraciones, por ligeras que sean, acerca de las virtudes y de los dones del Espíritu Santo que completaron el adorno de su alma y el tesoro de las mercedes con que Dios tuvo a bien en- riquecerla.

Sabemos por la Teología que la gracia santificante nun- ca llega sola á las almas. Tiene su cortejo nupcial, a ma- nera de aquellas "amigas de la esposa" que establecía el ritual matrimonial entre los orientales, al que Jesús se re- fiere en algunas de sus parábolas 112. Este espléndido cor- tejo lo forman las virtudes y los dones.

á) Las virtudes.

Son, por otra parte, las virtudes, en relación a la gra- cia, lo que las facultades y potencias a la naturaleza de un

ceptor de esta gracia es el alma de Cristo, creada, y por lo mismo no infinita.

II. Pero, si atendemos tanto a la dignidad (principio de dignidad) de la Persona divina del Verbo, cuya es el alma de Cristo, cuanto a la razón de principio universal de la gracia (principio de capitali- dad), por la que se le concede, hay que decir que la gracia de Jesús como gracia puede calificarse de negativamente infinita, o sea, la mayor y la más perfecta y excelente posible, al menos en la actual providencia; mejor aún, sin medida.

III. Por lo mismo, la gracia de Cristo1 no fué capaz de aumento; pues la tuvo toda desde el primer momento de la unión, esto es, de la encarnación. Los teólogos se muestran unánimes sobre este punto; si alguno disiente en la actualidad, parece que no debe ser oído mientras no aporte razones más poderosas y perentorias.

IV. El texto, que ya conocemos, de San Lucas (2,52) : "Y Jesús adelantaba en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres", no crea especial dificultad. Porque no consta que se trate de la gracia santificante, que no puede crecer ante los hombres, como es claro. Mejor sería decir que este progreso se refiere a la crecien'e admira- ción, simpatía y favor que el Niño se conquistaba en re los que le iban tratando, y que podía considerarse como una prueba del favor de Dios, conforme a un pensamiento de los Proverbio:, que acaso prestó a San Lucas la fórmula, indudablemente popular: "Que no te abandonen jamás la bondad y la fidelidad; átatelas al cuello, escríbelas en tu corazón, y hallarás favor, buena opinión ante Dios y ante los nombres" (Prov. 3,3-4).

Sobre estas cuestiones puede consultarse S.Th. 3 q.7 a.ll y 12. » Mt. 25,143.

C.13. SANTIDAD DE JESÚS

307

ser. La gracia afecta, traspasándola y elevándola, a la subs- tancia, al ser mismo del alma. Las virtudes vienen a ser como los brazos y las manos de ese ser así ennoblecido, en orden a una mayor facilidad en sus operaciones sobrena- turales. La comparación, acaso no del todo exacta, servirá al menos para que el lector adquiera una idea aproximada de la naturaleza y la razón de ser de las virtudes. Con esto basta a nuestro intento.

La clasificación corriente de las virtudes las agrupa en dos categorías: teológicas v morales. Las primeras to- can inmediatamente al mismo Dios y constituyen la clásica trilogía de la fe, la esperanza y la caridad. Las segundas buscan la bondad y honestidad de nuestras acciones. La riquísima gama en que se abre, como un haz de luz, este segundo grupo, y cuyos nombres son legión, pueden cómo- damente reducirse, y así lo hace Santo Tomás 113, a las cuatro llamadas cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

b) Los dones del Espíritu Santo.

Distintos de estas virtudes son los "dones del Espíritu Santo", así denominados por esta enumeración del profeta Isaías hablando de Cristo:

"Y brotará una vara del tronco de Jesé, y retoñará de sus ra'ces un vastago. Sobre el que reposará el Es- p'ritu de Dios; espíritu de sabiduría y de inteligencia, es- píritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimien- to y de piedad y le llenará del espíritu de temor de Dios"

Es el "sagrado septenario" sacrum septenarium que conmemora la secuencia de la misa de Pentecostés ri{i.

Ahora bien: ¿cómo negar a Jesús este que es el más bello adorno de las almas santas? Santo entre los santos,

113 S.Th. 1-2 q.61 a.2 y 3.

114 Is. 11,1-2.

115 Este número está consagrado por la tradición patrística y por el uso de la Iglesia, si bien algunos autores, principalmente exegetas, lo han puesto en duda. Acerca del texto de Isaías, fundamento de este cómputo, existe una sabrosa cuestión exegética, que no es de esfe lugar. Una sutil, pero admisible, explicación a fin de obtener el número siete aun en el texto hebreo de Isaías ha sido propuesta por el P.Vaccari, Spiritus septiformis ex Isaia, 11 2: Verbum Domini, 11 (1931) p.131-133.

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LAS PERFECCIONES DEL REDENTOR

fuente pura de toda la santidad, modelo y ejemplo d? las grandezas morales, Jesús no podía carecer de las virtudes y los dones con que la santidad se arrea y engalana. Y lo mismo que sucede con la gracia, y en virtud de los mismos principios antes estudiados, en la escala más alta de per- fección y de esplendor.

Pero ¿podremos hablar de todas las virtudes? Se cae de su peso que algunas son incompatibles con el estado y con la santidad misma de Jesús. San Pablo enseña que la fe y esperanza no son flores del cielo, porque allí se que- daron sin objeto n'6. La visión intuitiva y la posesión de Dios desplazarán, por inútiles, a la fe y a la esperanza. Esto mismo acontecía en Jesús, que, como antes dijimos, gozó en su vida mortal de la visión beatífica 117. Otro tanto cabría decir de la penitencia como virtud; á no ser que se quiera limitarla al dolor por el pecado en general, como ofensa de Dios.

¡Qué hermoso y atrayente se presenta Jesús en esta gloria radiante de su maravillosa santidad y de sus virtu- des! ¿Cómo extrañarse de aquellos encendidos ditirambos que a la pluma de San Agustín arranca la hermosura de Jesús? 118 San Jerónimo hizo notar que en los ojos de Cristo brillaba algo celestial, .había como destellos de los astros, "en lo que consistía, en parte, aquella fuerza de atracción ante los enfermos y pobres pecadores".

Esta soberana belleza, contemplada a distancia de si- glos, inspiró a los autores sagrados aquellos poemas in- comparables que se llaman el salmo 44 y el Cantar de los Cantares.

"Eres el más hermoso de los hijos de los hombres. La gracia se ha derramado en tus labios" 119.

118 1 Cor. 13,10-13.

117 Del modo de concebir los elementos esenciales de la esperanza dependerá naturalmente el conceder o negar a Cristo esta virtud. Al menos en el sentido de tendencia hacia Dios, como a objeto no po- seído, es evidente que Jesús no pudo tener la virtud teologal de la esperanza. En u:i sentido más amplio, como sinónima de la confianza, la Sagrada Escritura, especialmente el libro de los Salmos, por ejem- plo el 21, la afirman de Cristo. Sería interesante un estudio a fondo de estos textos y otros del Nuevo Testamento.

118 Véase J. Zameza, Amcmus Ecclesiam (Burgos 1936) p. 74-78.

119 Ps. 44 (43), 3.

LA EMPRESA DE LA REDENCION

CAPITULO XIV Por su doctrina. "Yo soy la Verdad."

Hemos visto que en Jesús moraba la plenitud de la sa- biduría y de la gracia, y que d^ este infinito caudal "to- dos los hombres recibimos". Es decir, que tanto la ciencia como la gracia de Jesús fueron en sus manos instrumento de su empresa redentora.

No se concibe, efectivamente, una reforma de tipo reli- gioso, ético, político y social sin una bace doctrinal que la sustente y la dirija. La Historia guarda en sus archivos toda la aportación de doctrinas y principios, acertados o no, que los hombres, con mayores o menores anhelos de constituirse en faro de la humanidad, han ido legándola al correr de los siglos. No vamos a negarles la noble am- bición de la verdad. Tras ella vienen afanándose eterna y laboriosamente los individuos y los pueblos. Pero ¿con qué resultados? Esto es lo que hay que ver y calibrar.

La misma Historia se encarga de pon^v al descubierto la poca monta del rendimiento. Esta búsqueda, con fre- cuencia atormentada y febril, al no aquietar la pasión de las inteligencias por la verdad, que produce la impresión ch jugar al escondite con sus aventureros conquistadores, desemboca en una actitud de cansancio pesimista, que al fin se traduce en frío y doloroso escepticismo sobre la exis- tencia de la verdad y el valor de esta palabra.

Esto fenómeno se repite periódicamente en el terreno de la Filosofía y de las especulaciones religiosas, como no es difícil comprobar. El caso de Pilato preguntando a Je- sús, con un dejo de incredulidad y de ironía: "¿Qué es la verdad?" \ no era una excepción; era la actitud ante la verdad, generalizada entre aquella sociedad romana, que él representaba en Jerusalén, y se ha convertido en símbolo y paradigma de tantas reservas y desilusiones mortales en torno a la verdad, como registra la Historia.

* lo. 1838.

310

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Concretémonos al problema religioso, mas sin olvidar su influencia trascendente y universal que de alguna ma- nera invade todas las esferas de las ciencias filosóficas, en la máxima amplitud de este calificativo, aunque no sea más que por la relación directa que la religión entraña con el fin último del hombre y dz toda su actividad vital: Dios. Y en este campo de la religión y de la moral su compa- ñera inseparable , ya quedó, en la introducción de este libro, diseñado el esbozo de la penosa realidad.

La verdad perdida»

La verdad se había perdido entre los hombres, al haber éstos perdido a Dios. Allí recordamos los dos célebres pa- sajes bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en los que el autor del libro de la Sabiduría y San Pablo aborda- ron esta cuestión desde el ángulo de mira de la Filosofía y de la Historia 2. Y explicado queda también, en páginas anterioras, la raíz más honda de este problema, tal como San Pablo la entendió8.

Arrinconada, por decirlo así, la verdad religiosa en la obscuridad racial y geográfica del pueblo judío, entre mil vicisitudes, con períodos alternos de esplendor y decaden- cia, que proyectan su luz o sus sombras sobre la literatura bíblica, no ignoramos en qué .había venido a parar en los días de Cristo. Por mucho que se recarguen las tintas, no será fácil superar el cuadro duro y sombrío que en el Evan- gelio dibujan acordes la actitud del sacerdocio y los inte- lectuales y las acusaciones de Jesús.

Cristo y la verdad*

La verdad era patrimonio de muy pocos; entretanto, el mundo se devanaba desgastándose en la búsqueda inútil d<> un Dios que desconocía 4 y al que a tientas, como en un juego de niños, trataba de localizar 5. En este instante preciso de desorientación y de crisis desesperada, que "Dios echó al olvido" e, Cristo aparece en la Historia como

2 Sap. 13,1-9; Rom. 1,18-32. 8 1 Cor. 1.17-25.

* Act. 17.23. 6 Act.. 17,27.

Act. 17,30.

C.14. POR SU DOCTRINA: «YO SOY LA VERDAD»

ni

heraldo divino de la verdad, predicando la penitencia 7, esto es, el cambio de mentalidad y de pensamiento, punto inicial de la transformación y de la Salud.

Cristo devolvió al mundo la verdad, llenándolo de su Evangelio y dejándole su Iglesia, "columna y base de la verdad" 8. Y por el cauce de la verdad ha ido haciendo llegar a todas partes la gracia de su redención, puesto que la verdad, en frase suya, libra a los hombres del pecado 9.

Vamos, pues, en este capítulo a recopilar, del inmenso campo de la verdad de Cristo, los elementos principales de su doctrina.

Ni filósofo ni rabino*

Jesús, desde el primer momento de su vida pública, se presentó como Legado divino, como Profeta y Maestro de una doctrina religiosa que al principio se ofrece a manera de reacción espiritualista contra el excesivo y deprimente literalismo de los fariseos y depuración o restauración del sentido íntimo de la Ley; pero que muy pronto va dibu- jando perspectivas grandiosas de sorprendente originali- dad, hasta terminar, cuando se abarcan sus contornos en una mirada de conjunto, por destacar su recia personalidad y su novedad divina. Jesús, lo mismo que el escriba, que Él proponz como modelo, ha sabido sacar de la despensa de su sabiduría "lo nuevo y lo añejo" 10.

Nada de especulaciones o teorías filosóficas. Jesús no es un filósofo a la manera griega, ni siquiera un rabino al estilo hebreo. Jesús va derecho a las almas, más que para convencerlas, para conquistarlas, para después introducir- las en la corriente profunda y desbordante de su propia vida religiosa. Sus instrucciones son eso: fuego y vida, saetas que se clavan en el corazón de los oyentes. Antes que inteligencia perfecta de su doctrina, les pide que la gusten

7 Ibid. Éste es el sentido literal y etimológico de la palabra griega me'anoia: penitencia.

8 1 Tim. 3,15. lo. 8,32.

10 Mt. 13,52.

11 Conocida es de todos la teoría de San Agustín: "creer para entender", traducción práctica de esta nola distintiva del Evangelio. Véase su Sermón 43: Obras de San Agustín (BAC, Madrid) VII (1950) p.733*742.

La empresa üe La redención

Es un sistema pedagógico nuevo, que busca ante todó y sobre todo la asimilación de la verdad, mas de forma semejante a como se asimilan los alimentos, es decir, con- viniéndola en substancia vital, en estímulo y norma de conducta. Así se explica, aun en lo que tiene de humano, el poder proselitista de su palabra, dotada todavía hoy, a pesar de los siglos, de maravillosa actualidad y jugosísima frescura.

Monoteísmo acendrado»

Punto de partida de la doctrina religiosa de Jesús es el monoteísmo, o sea la creencia en un solo Dios. El mo- noteísmo constituía la quintaesencia del judaismo y es el dogma fundamental de la religión natural, puesto que la existencia de Dios, y de un Dios único, es algo tan obvio a la razón humana, que sólo por degradación o debilita- miento de la inteligencia se concibe y se explica el poli- teísmo 12.

Es cierto, como se dijo en la Introducción, que el mun- do pagano hacia la época de Cristo se debatía en el centro de una crisis religiosa, orientada, aunque confusa y desati- nadamente, en un sentido espiritualista. Los grandes filó- sofos griegos acertaron, acercándose al monoteísmo, a vis- lumbrar muchos de los atributos divinos y aun a definirlos con cierta justeza.

Sin embargo, su Teodicea resultaba tan desvaída, con tal número de lagunas en las nociones más elementales, tan llena de contradicciones, sobre todo en lo que toca al concepto y a la realidad de la Providencia, que debe esti- marse sólo como tanteo y esfuerzo generoso, nunca como retractación definitiva del rebajamiento de la divinidad, característica del paganismo, y mucho menos como una idea-fuerza destinada a penetrar, para transformarla, en la conciencia religiosa de las muchedumbres, que con Pla- tón y Aristóteles, y con Cicerón más tarde, siguieron

32 La misma teoría evolucionista supone este principio. Ahora que invierte los términos del problema, como ha podido demostrarse a la luz de la Historia y de los hechos. En el proceso religioso no ha subido la Humanidad de lo imperfecto (politeísmo) a lo perfecto (mo- noteísmo), sino al contrario, el politeísmo no es más que una defor- mación monstruosa del monoteísmo primitivo. El libro de la Sabiduría (13,1) califica de "necios" y San Pablo (Rom. 1,20) llama "inexcu- sables" a estos adulteradores de la idea genuina de Dios-

C.14. POR SU DOCTRINA: «YO SOY LA VERDAD»

313

igualmente alejadas de la elevación relativa de aquellas estériles especulaciones.

Jesús, en cambio, partiendo del monoteísmo judío, y después áz haber iluminado con los resplandores de su alma el concepto de Dios, mucho más completo, elevado y puro en sus labios que en la misma Revelación del Anti- guo Testamento, lo arrancó de aquel marco racial, casi exclusivista, que lo achicaba dentro del judaismo, y así universalizado, se lo ofreció a todos los hombres, sin pri- vilegios de pueblos ni de razas.

Y no es que el Dios de Jesús pierda un punto de aque- lla grandeza y majestad con que se complacen en pintarlo los libros del Antiguo Testamento; al contrario, nadie ha- bló jamás de Dios con tanto acatamiento ni supo poner más de relieve su inmensidad, su poder, su íntima presen- cia a todas. las cosas sin confundirse con ellas y, sobre todo, su inefable santidad y su infinita perfección. "Nadie es bueno sino Dios", replicó al joven que acababa de lla- marle a Él "Maestro bueno" 13.

Paternidad de Dios sohre los hombres»

Lo que sucede es que Jesús ha enriquecido la noción de la divinidad con la nota de la paternidad de Dios sobre los hombres, tal vez la mayor novedad que encierra el Evangelio. A quienes regatean a Jesús el mérito de la ori- ginalidad en materia religiosa, podíamos oponerles esta doctrina sin paralelo ni precedentes, al menos dentro de la modalidad y riqueza de matices con que Él la presentó.

La idea de la paternidad de Dios respecto de los hom- bres no es del todo ajena a la concepción religiosa del judaismo; pero ¡cuánto dista del pensamiento de Jesús! Es verdad que en el Antiguo Testamento se llama a Dios "nuestro Padre" y que en la literatura prof ética y, más que en libro alguno, en el Salterio tan cercano al Evan- gelio por su emoción religiosa se exalta la misericordia de Dios con palabras tan regaladas como éstas:

"Lo mismo que un padre se apiada de su hijo, se com- padece el Señor de los que le temen" 14.

" Mt. 19.16-17.

14 Ps. 102,13. Enfre los salmos consagrados a la misericordia di- vina, los comentaristas hacen mérito singular del 102. ¿Qué definición de Dios, desde el punto de vista de la misericordia, más bella que la que nos da eJ v.8- "Piadoso y misericordioso es el Señor, ancho de

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Pero éste y otros rasgos aislados se refieren, principal- mente, a una paternidad basada principalmente en la elec- ción del pueblo judío y en su "alianza", como pueblo, con Dios; o derivada del hecho de la creación, en la misma me- dida que, por ella, Dios puede decirse Padre de todos los seres 15.

Además, sobre éstos prevalecen los rasgos, mil veces repetidos, de la majestad imponente de Dios, ante quien los montas y la tierra tiemblan como becerrillos. "Dios de los ejércitos", inaccesible y formidable en su grandeza, cuyo nombre no osarían pronunciar labios hebreos y cuya presencia parece más propicia a despertar temor que con- fianza.

De Jesús no sab?mos que insistiera en este aspecto de la majestad de Dios. Prefiere llamarle Padre y presentarle casi exclusivamente como padre, hasta el punto de que esta idea de la paternidad de Dios invade todo el Evan- gelio y viene a ser como su aliento interior o como el hilo de oro que engarza el doble elemento dogmático y moral en que se cifra la religión de Jesús.

Nada más dulce ha sonado en oídos humanos que aque- llas palabras del Maestro:

"Ni llaméis padre a nadie sobre la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos" 16.

Es como si ante esta realidad suavísima de la paterni- dad de Dios se eclipsara la misma paternidad de nuestros padres terrenos.

corazón y misericordioso en gran manera"? Sin embargo, el pensa- miento del salmista nq acierta a desprenderse de la consideración de su pueblo (c.7), objeto colectivo de la piedad de Dios. Y es que, si el judío se siente hijo de Dios, es ante todo por su condición de miembro de aquel pueblo. Concepto muy estrecho de la paternidad divina, que sólo en boca de Jesús había de desplegar la plenitud ma- ravillosa de su profunda y ancha significación.

16 Conviene, sin embargo, matizar ecta observación, como lo hace el papa Pío XII, ene. Hautietis aquas. El pacto de Dios con el pueblo judío también "se consolidaba y vivificaba con los más nobles moti- vos del amor". Pero contrapone a aquella alianza la nueva, mediante el Verbo encarnado, basada toda ella en la caridad y en los sentimien- tos de una dulcísima amistad. Más adelante, hablando del "manda- miento nuevo", dirá Pío XII que, si bien exi:tía la antigua ley, no era "como pronto de ella", sino "como preparación" de la nueva ley.

16 Mit. 23,9,

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a) Su providencia.

¡Y cómo Jesús se entretiene en describir con los más vivos colores las manifestaciones de esta paternidad de Dios, que, en su amor a los hombres, desciende con la so- licitud de su providencia a los menores detalles! ¡Hasta su lenguaje se perfuma de poesía al trazar esos cuadros sugestivos, que no pueden leerse sin sentir, a través del relato evangélico, la emoción primitiva, palpitante en las palabras del Maestro y en las almas ingenuas de aquellos discípulos, estremecidos de pasmo ante revelaciones de un mundo nuevo como ésta:

"Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?... Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Mirad los lirios del cam- po cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se arroja al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todas estas co- sas. Pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todas estas cosas tenéis necesidad" 17.

Las delicadezas de la Providencia que hemos consig- nado sugieren una presencia del Padre atento a todas nues- tras vicisitudes y necesidades. Su mirada se derrama, en un gesto de tierna solicitud, sobre el mundo, y dz un modo especial sobre los hombres. ¡Qué lejos de aquella olímpica y fría indiferencia del Dios de los filósofos griegos!

Pero hay más todavía. En un pasaje inolvidable del sermón de la Montaña, ¡esús nos enseñó hasta qué punto el Padre celestial está tan cerca de nosotros, que no pre- cisamos de gritos para demandarle socorro; antss bien, nos oye sin hablarle, porque, como Padre, adivina el deseo aun no formulado. Merece copiarse íntegro:

"Y cuando oréis no seáis como los hipócritas, que gus- tan de orar en pie en las sinagogas y en los rincones de las plazas para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio,

17 Mt. 6,26-32; Le. 12,22-30. San Lucas tiene una| nota pintoresca; en lugar del término colectivo "las aves del cielo", dice "los cuervos".

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LA EMPRESA LA REDENCIÓN

cuando ores, entra en tu alcoba y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en el secreto; y tu Padre, que ve lo escondido, te recompensará. Y orando no seáis habla- dores como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar. No os asemejéis, pues, a ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis" 18.

Estamos en el umbral de las intimidades más sabrosas de la religión de Cristo.

Notemos ahora otro rasgo, fecundo en aplicaciones mo- rales. Nada más sagrado que el secreto de nuestras inten- ciones; pero, si bien inaccesible a los hombres, está abi2rto a los ojos del Padre celestial, que no dejará sin recompen- sa la más oculta de nuestras buenas obras: la limosna, ig- norada hasta de la mano izquierda del mismo que la hace 19; el ayuno, disimulado con los afeites del rostro 20.

b) Una consecuencia: teoría de la oración.

A la vista de estas sublimes realidades de la paterni- dad divina, se comprende fácilmente la importancia capital que en la religión de Jesús posee la oración. Esta inclina- ción a comunicarse, en plan de mendigo, con la divinidad, espontánea en el hombre, y que, contra todas las leyes de la lógica, da sus frutos aun en medio> de religiones hostiles á la Providencia, encuentra en la doctrina de Jesús, como se dice ahora, su "clima de salud".

Al hombre se le abre de súbito un horizonte nuevo de intimidad y de comunicación continua con el Padre celes- tial, a quien todo debe iser pedido y de quien todo debe ser esperado. El mismo Jesús, como sabemos por uno de los capítulos anteriores, reservó sus más encendidos afec- tos, las efusiones más puras de su alma, para estos colo- quios con el Padre.

¿Quién no recuerda con deleite aquella invitación a la oración, en la que no se sabe qué admirar más, si la dulce insistencia de Jesús:

"Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe, y el que busca, halla, y al que llama se le abrirá",

18 Mt. 6,5-8.

19 Mt. 6,2-4.

20 Mt. 6,16-18. Las fórmulas del pasaje antes citado se repiten en

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o su pintoresco razonamiento?:

"Pues ¿quién de vosotros es el que, si su hijo le pide pan, le da una piedra, y si le pide pescado le da una serpiente? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Pa- dre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide!" 21 .

¿Y a quién no le viene a la memoria la oración por ex- celencia, única fórmula de orar que debemos a Cristo: el Padrenuestro, tantas veces repetida por el pueblo cristia- no, y quizá por eso tan poco meditada, y que, sin embargo, a un tiempo que regalada oración, es el himno más bello a la paternidad de Dios y síntesis felicísima de la teodicea de Jesús?

c) Otra consecuencia: la caridad.

Mas no se agotan con esto las derivaciones de la doc- trina evangélica sobre la paternidad de Dios. Sobre la moral de Jesús refleja sus destellos más vivos, marcándola aquella dirección originalísima por el camino del amor, de la caridad, para decirlo con la palabra cristiana, que re- duce toda la ley del Evangelio a estos dos mandamientos: el amor de Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a nosotros mismos 22. Preceptos ambos de la ley na- tural, sancionados, además, por la Revelación antigua; pero que, a la luz de esta doctrina de la paternidad de Dios, logran nuevo y vigoroso .relieve, matices insospechados de amplitud, de fecundidad y de eficacia.

Limitémonos al amor al prójimo el "mandamiento nuevo" , ya que en realidad, según el pensamiento de Jesús, no sólo es "semejante al primero" 23, sino su pro- yección y su desdoblamiento. Amigos y enemigos .han can- tado al unísono la elevación y el valor ético y social dz esta doctrina de Jesús. Forman legión los ditirambos que pudieran transcribirse. Pero a nosotros, que estamos estu- diando las ideas religiosas de Cristo, nos interesa más pe- netrar en el fondo de su pensamiento y seguirle a través de la rica trama de sus aplicaciones.

estos últimos. Son los recursos nemotécniccs; propios del estilo oral, tan corriente entre los orientales, como ya advertimos más arriba.

21 Mt. 7,7-11; y con algunas notables diferencias,. Le. 11,9-13.

22 Mt. 22,35-40; Me. 12,28-34. - Mt. 22,39; Me. 12,31.

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LA EMPRESA DE LA REDENCION

No se piense que Jesús desconocía los obstáculos con que este amor al prójimo tropieza en la práctica. Mejor que Kant, conocía que "hay en las desgracias de nuestros mejores amigos algo que no nos desagrada d:l todo". In- dudablemente, la insistencia del Evangelio sobre este punto, por otra parte, especulativamente al menos, tan simpático y humano, se explica, o porque el Maestro vino al mundo cuando los hombres no se amaban, o porque en todos los tiempos es muy difícil que los hombres se amen cordial y recíprocamente 24.

Al escriba que le replicó: "Amar al prójimo como a mismo es el mayor de los holocaustos y de los sacrificios", Jesús le responde, aprobando su "sabia" observación, con estas nobles y expresivas palabras: "Tú no estás lejos del reino de Dios" 25.

Pero Jesús no retrocede ante esta dificultad o, mejor dicho, ante la cerrazón del egoísmo humano. Debe triunfar la verdad. Y la verdad es que, si los hombres tenemos un Padre común, Dios, somos todos hermanos 26: constituímos la gran familia de Dios sobre la tierra. Y el vínculo de la familia es el amor.

Para superar los obstáculos, Jesús nos propone el in- centivo y el camino de su ejemplo: "Como yo os he ama- do" '2T, con la particularidad de que este amor del Maestro se sometió al contraste de la prueba definitiva, que consiste en dar la vida por los amigos 28.

d ) Algunas aplicaciones de la doctrina sobre la caridad.

Presidiendo las múltiples aplicaciones de esta doctrina sobre el amor está aquel principio que viene llamándose "la regla de oro"; norma de derzcho natural, ¿quién lo ignora?, pero que, formulada por Jesús, tiene, por lo dicho hasta aquí, un sentido nuevo:

"Por eso, cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacedlo vosotros con ellos" 29.

24 Papini, Historia de Cris'.o (Madrid 1924) 1 p.372; al capítulo en

que trata esta materia, pudo titularlo "Antes del amor". 23 Me. 12,32-34.

38 Mt. 23,8.

27 lo. 13,34.

28 lo. 15,13.

39 Mt. 7,12; Le. 6,31.

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Vengamos a las aplicaciones. Nada como los juicios temerarios, tan contrarios a esta ley de igualdad, que colo- ca a nu?stros prójimos, en cuanto al amor, en nuestro mis- mo plano. Jesús los condena:

"No juzguéis y no seréis juzgados; porque con el jui- cio con que juzgareis seréis juzgados y con la medida con que midiereis se os medirá."

Y añade a modo de epílogo:

"¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? ¿O cómo osas decir a tu hermano: Deja que te quite la paja del ojo, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo, y entonces verás de quitar la paja del ojo de tu herma- no" 30.

La vida y la integridad del cuerpo, por sagradas que sean, no admiten comparación con la vida sobrenatural del alma. Y si el amor a nuestros hermanos ha de traducirse en el socorro a los necesitados, a los hambrientos, a los desnudos 31, con mayor motivo cuidarán de no lesionar las almas con el veneno del escándalo. Y así, nunca la palabra de Jesús vibró de indignación como al fustigar a los escan- dalosos. ¡Ay de ellos! ¡Mejor les sería que con una piedra al cuello los arrojasen al mar! s'2

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdo- namos a nuestros deudores, nos enseñó Jesús a pedir en el Padrenuestro.

"Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano que peque contra mí? ¿Siete? Y contestó Jesús: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete."

Y esta candorosa pregunta de Pedro nos valió a nos- otros una de las más bellas parábolas del primer evan- gelio33.

e) Hacia la cumbre: el amor a los enemigos.

Más aún: ¿quién iba á sospechar que el culto divino y la adoración debida al Padre celestial pudieran ceder su

30 Mt. 7.1-5.

31 Mt. 25.35. * Mt. 18.6-7.

y' Mt. 17,31-35.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

puesto a la caridad para con el prójimo? Pues a eso llega Jesús:

"Si vas, pues, a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconci- liarte con tu hermano, y luego vuelve a presentar tu ofren- da" 34.

Y sobrepasando todo lo imaginable en este anhelo de superación, no contento Jesús con habernos abierto las puertas al heroísmo en aquella inversión extraña de la ley del talión: "A quien te hiere en la mejilla derecha, vuél- vele también la otra" 35, quiso elevarnos a las cumbres, donde sólo el Evangelio, que cuenta con la gracia, puede desplegar sus vuelos, con esta recomendación postrera, sello divino de toda su doctrina sobre el amor:

"Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bende- cid a los que os maldicen, haced el bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y persiguen."

Divino programa, que solamente los discípulos de Jesús han sabido realizar. Y ¡qué tono de dulce persuasión adop- ta la palabra del Maestro al razonarlo! Nada menos que el ejemplo de Dios, ofreciéndose a los hombres en la veri- ficación diaria de su paternidad:

"Para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen esto tam- bién los publícanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen esto también los gentiles?" 36

¡Qué contraste entre la doctrina de Jesús sobre el amor y este párrafo comunista!:

"Nosotros aborrecemos a la cristiandad y a los cris- tianos; aun los mejores de ellos deben ser considerados como nuestros peores enemigos. Ellos predican el amor al prójimo y la misericordia, lo que es contrario a núes tros principios. El amor cristiano es una traba para

34 Mt. 5,23-24.

35 Mt. 5,38-42. 98 Mt. 5,45-47.

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desarrollo de la revolución; abajo el amor al prójimo; lo que necesitamos es el odio. Debemos saber aborrecer; a este precio conquistaremos el universo" 37 .

La Trinidad,

Mucho nos hemos alargado, y no nos pesa, en el estu- dio de este aspecto fundamental de la religión enseñada por Jesús; pero debe completarse siquiera con una alusión a otro dogma capitalísimo, sostén de la Teología cristiana; el dogma de la Trinidad.

Misterio profundo, impenetrable á la razón humana, la cual no pudo sospecharlo, y tiene que contentarse con ado- rarlo en silencio. Misterio de misterios, cuya luz ilumina de lejos las páginas del Antiguo Testamento y se difunde con resplandor de pleno día en la revelación del "Hijo", la única que descorrió el velo tras el cual la vida íntima de Dios, toda actuación y fecundidad perenne, se triplica, sin triplicarse aquí caben todas las paradojas , sin dejar de ser una, en la inefable realidad de una Trinidad de Per- sonas subsistiendo en la unidad de una sola naturaleza.

Monoteísmo inflexible el de Jesús, pero enriquecido con esta verdad trinitaria; nuevo punto de mira que, al amparo de la fe, señala rumbos insospechados de horizon- tes infinitamente más amplios a nuestro conocimiento de la esencia divina.

Proyección trinitaria en el Evaaigelio*

Y icomo Jesús no ise detiene jamás en la esfera de las ideas especulativas, el dogma de la Trinidad tiene en el Evangelio repercusiones fundamentales. En él está la clave de toda la teoría y de toda la realidad de la redención: iniciativa del Padre, como no se cansa de repetir Jesús en el cuarto evangelio; consumada por el Hijo, según hemos de ver; aplicada por la actuación santificante del Espíritu Santo, tema principalísimo de la teología de San Pablo.

Sin la Trinidad, el lenguaje de Jesús carece de sentido; sería para todos como de hecho lo es para los racionalis- tas— un juego de palabras, propicio a las más caprichosas interpretaciones.

37 Lunachaski, comisario del Pueblo y ministro de Instrucción. Ci- tado en Razón y Fe, t.84 (1928) p.406. ¡Verdad es que con estas con- signas se explican muchas cosas!

J es ii i si o Salvador

13

322

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

La religión de Jesucristo:

a) Algunos principios característicos.

Un paso más. Como líneas directrices de la religión, tal como la entiende Jesús, pueden entresacarse de su ense- ñanza algunas con categoría de principios, de múltiples aplicaciones prácticas.

Los intereses de Dios y del alma han de prevalecer, como es lógico, sobre las cosas temporales; ante todo hay que buscar el reino de Dios; lo demás se nos dará por añadidura 38 :

"¿Pues qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo, pero sufriere la pérdida de su alma?" 39

La religión no es mera cuestión de fórmulas; tiene que florecer en obras, realización de la voluntad del Padre40; mas, por otra parte, tampoco consiste en puras exteriori- dades, vacías de "espíritu y verdad" m.

La religión ha de ser activa. Nada de quietismos in- fecundos o de estériles efusiones afectivas. Jesús ha seña- lado, como ninguno, ancho camino a una generosa activi- dad exterior en las obras de misericordia 42 y ha abierto perspectivas dilatadísimas a una actividad más noble del alma, en pos de su mejoramiento moral y de un ideal de perfección progresiva, cuyo modelo es nada menos que la perfección y santidad del Padre 43.

Como estímulo nos propone la bienaventuranza eterna, que será no sólo herencia, sino también recompensa pro- porcional a nuestros personales merecimientos 44. Todo al- canzará su galardón; hasta el vaso de agua ofrecido por caridad 45.

Sin embargo, y saliendo al paso a la vanidad, por mu-

38 Mt. 6,33.

39 Mt. 16,23; Me. 8,36-37.

40 Mt. 7,21-23.

41 lo. 4,24.

42 Mt. 25,14-30; Le. 10,30-37. Quizá no se haya reparado bastante en la importancia capital que para la vida cristiana tienen estas sen- tencias del divino Juez. Las palabras de Jesús traducen a la práctica aquella 'semejanza" del mandamiento segundo con el primero.

43 Mt. 5,45.47; Le. 6,36.

44 Mt. 16,27.

45 Mt. 10,42.

C.H. POR SU DOCTRINA: «YO SOY LA VERDAD»

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cho que hiciéremos, pensemos siempre que no hemos hecho sino cumplir con nuestro deber:

"Así también vosotros, cuando hayáis hecho todas las cosas que os han sido mandadas, decid: siervos inútiles somos; lo que debíamos hacer, hicimos" 46.

b) La moral del Evangelio.

De índole más estrictamente moral, merecen apuntarse otras enseñanzas de Jesús, que justifican, no menos, la admiración que siempre ha despertado el Evangelio. Ha- bremos de contentarnos con algunas indicaciones generales.

Por de pronto, subrayemos que la doctrina moral del Maestro abarca todo el proceso de las acciones humanas, desde el acto externo hasta su raíz, que se esconde en el deseo y la intención, patrimonio de la voluntad. Una gran parte del sermón de la Montaña, según la redacción de San Mateo 47 nos descubre el alcance del pensamiento de Jesús sobre este punto.

Tal vez la Filosofía moral no encuentre novedad en es- tas enseñanzas evangélicas; pero téngase en cuenta que una legislación de carácter social, como la de Moisés que es la que trata de perfeccionar Jesús en este pasaje , co- rría el peligro de atraer toda la atención hacia los actos externos únicos legalmente controlables y punibles , con el olvido o la indiferencia consiguientes para lo que, desde el punto de vista ético y psicológico, debe ser el alma de toda conducta. Peligro real, con el que Jesús hubo de en- frentarse para desvanecer ridiculas y perjudiciales convic- ciones circulantes.

"Oíd y entended: No es lo que entra en la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca, eso es lo que al hombre hace impuro... ¿No comprendéis que lo que entra por la boca va al vientre y acaba en la le- trina? Pero lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón pro- vienen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, blasfemias. Esto es lo que hace impuro al hombre; pero comer sin lavarse las manos, eso no hace impuro al hombre" 48.

46 Le. 17,10.

47 Mt. 5.21-32.

48 Mí. 15,11-20; Me. 7,17-23. Es otro caso representativo del esti- lo oral.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Además, Jesús, Redentor y Maestro de los hombres, fuera del círculo judío, isc encontró con una humanidad moralmsnte envilecida, sin noción apenas aun incluyendo en el cómputo a sus más altos pensadores 49 de los prin- cipios más elementales de la moral. Para el paganismo, sin duda, las enseñanzas de Jesús tuvieron el brillo des.- lumbrante d>2 una. verdad nueva o hasta entonces práctica- mente olvidada.

1) La hipocresía al desnudo.

Se concederá, al menos, que el hombre, sin el freno de hondas convicciones y claras ideas morales, se expone a desembocar en la hipocresía, lepra de toda moral. Perfecto conocedor del corazón .humano, Jesús, reaccionó violenta- mente contra este vicio repulsivo. Su alma generosa, ajena á toda doblez, no podía soportar la presencia de ciertos hombres que tienen es suya la calificación mucho de "sepulcros blanqueados" 50; que, haciendo ostentación de escrupulosa observancia en las cosas triviales, desprecian lo fundamental, y exigiendo a los demás el máximo rendi- miento de probidad, ellos, "de la virtud infames histriones", en frase de nuestro poeta, tienen harto con encubrir, bajo capa de honradez, la inmundicia aborrecible de su alma.

Jesús tuvo el acierto de personificar su doctrina, por antítesis, en el tipo repugnante del fariseo de su tiempo. El vicio resulta más odioso cuando le vemos moverse y actuar en el drama de la vida. También en esto se reveló Jesús excelente e inimitable pedagogo 51.

2) Nada de utopías.

Otro mérito singular de la moral de Cristo es el haber colocado al hombre en el plano de la realidad, de su ínte- gra realidad, cosa nada corriente entre los fundadores de religiones o moralistas y sociólogos, que suelen padecer en esto un error inicial de funestas consecuencias.

Todos los sistemas extraños u hostiles al Evangelio derivan, en fin de cuentas, o hacia un pesimismo deprimen- te o hacia un optimismo exagerado, que los inutilizan por falta de adaptabilidad, de comprensión, de verdad, en una

49 Las excepciones no abundan, como vimos en la Introducción.

50 Mt. 23,27.

B1 Merece leerse el capítulq» 23 de San Mateo, muestra bellísima de las enseñanzas de Jesús sobre esta materia.

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palabra. Ahora bien, el hombre ni es,, como muchos lo han supuesto, esencialmente malo, ni tampoco, como se lo figu- ran otros, bueno por naturaleza. Lo que quiere decir, por una parte, que sus defectos admiten remedio, y por otra, que las inclinaciones y los instintos de la naturaleza no pueden erigirse en norma, de moralidad.

El hombre, reo de un pecado de origen según sabe- mos— , arrastra los efectos y el castigo de aquella culpa, grabados en su propia naturaleza. Con alas para volar como los ángeles, sucumbe, si no hay quien le ayude y lo sostenga, al peso de su concupiscencia en rebeldía, que tira de él hacia la tierra, Se impone, por tanto, una vigi- lancia rigurosa sobre mismo y, como punto de partida de toda moral práctica, una lucha sin tregua contra los resabios de esa concupiscencia, siempre desmandada, fácil para lo malo, refractaria al bien. Se impone, digámoslo de una vez, un constante y puro renunciamiento.

¿Y no está la palabra misma, que resuma toda la as- cética de Jesús, aun en el grado elemental indispensable a todos los hombres para salvarse?

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a mismo y tome su cruz y sígame" 52.

Cabalmente en esta saturación de verdad valga la fra- se— radica el profundo sentido humano del Evangelio. No es un utópico Jesús ni un poeta. Toma al hombre tal como es, sin substraerlo al ambiente de la vida, sin pretender inmunizarlo contra el dolor, fruto amargo y único de este valle de lágrimas, desolado por el pecado; pero aquí vie- ne el arte divino del Maestro: el hombre, la vida, el dolor se transforman entre sus manos; el hombre, regenerado por la gracia, en vaso de oro donde florece la santidad; la vida y el dolor, por una inversión maravillosa de sentido y orientación, en instrumento de la gracia y de la redención, en medio de rehabilitación y de perfeccionamiento espi- ritual.

De esta suerte, Jesús ha resuelto, como un mero caso práctico, el problema del dolor, piedra de toque de todas las filosofías, que hicieron de él un insoluble problema me- tafísico 53.

5* Mt. 16,24.

53 Este aspee td de la redención y del Evangelio lo ha puesto de relieve el papa Pío XII en su Mensaje de Navidad del 24 de diciem- bre de 1952.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

El problema del dolor*

Insistamos sobre este punto del dolor, cuya importan- cia ya queda insinuada. Sin salir del ámbito de la litera- tura bíblica, podemos contemplar el problema en toda su amplitud e impresionante fisonomía. Los hombres no han tenido que especular mucho para plantearlo. El dolor nos acompaña, como nuestra propia sombra, desde la cuna al sepulcro. La Historia no es más que un archivo descomu- nal de los dolores, desgracias, infortunios y catástrofes de los pueblos.

La realidad misma sugiere, como se ve, las preguntas obligadas sobre el origen, la razón de ser y la finalidad del dolor. De espaldas a la Revelación, la paradoja del hombre, nacido para la felicidad es un hecho de concien- cia— , pero encadenado por el dolor como lo sabemos ex- perimentalmente , no tiene solución razonable. Mas, aun dentro del campo de la doctrina revelada, el problema, inicial y parcialmente esclarecido, mantuvo estancias cerra- das, que sólo se iluminaron plenamente cuando, al avanzar la Revelación, ésta alcanzó con Jesús el cénit de su carrera y el máximo apogeo de su luz.

a) En el Antiguo Testamento.

La literatura del dolor en la Biblia es copiosa. Los libros llamados sapienciales, en cuyas páginas aflora con frecuen- cia el tema, resultan, por este lado, el mejor comprobante de aquel calificativo de "fraccionaria" que el autor de la Carta a los Hebreos dijimos aplicaba a la Revelación del Antiguo Testamento. Esparcidos acá y allá se encuentran muchos datos que, ensamblados, proporcionan una solu- ción, no muy lejana de la de Jesús, pero todavía imper- fecta.

En el Salterio, muchos de cuyos salmos abordan deci- didamente el tema del dolor, se recibe la impresión de que el difícil problema debe abandonarse, en un gesto mitad de resignación, mitad de esperanza, al juicio definitivo de Dios, sin empeñarnos en descifrar el arcano de la Provi- dencia. Es una salida que alguien se sentiría tentado a calificar de hábil, pero que en realidad se ha apoderado de uno de los hilos de la solución verdadera, en lo que se detuvo, como veremos.

C.14. POR SU DOCTRINA: «YO SOY LA VERDAD»

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Los profetas, tan hechos a elucubrar sobre las catás- trofes de su pueblo, casi no pasan de la consideración de castigo, aunque sin dejar de insinuar el matiz misericor- dioso que suele ofrecer casi siempre en manos de Dios. Son datos, como se ve, que habrá que tener en cuenta.

Como excepción está el libro del Eclesiastés bellísi- mo por cierto ; de tono más optimista, cuyo tema, al me- nos parcial, parece ha de centrarse en el disfrute razona- ble y morigerado muy por encima de la áurea medio crit as de Horacio de los bienes y placeres de la vida, la cual, ciertamente, muchísimas veces se hace más intolerable por nuestra propia culpa.

Pero en la Biblia hay un libro consagrado todo él a este problema del dolor: el poema de Job, acaso el más bello que se ha escrito hermanando el propósito didáctico con el más exquisito estilo poético; aunque a la manera oriental, con un predominio exuberante de la imaginación y un verdadero derroche de luz y de color, ropaje inimi- table del lirismo y del sentimiento más ardiente y arre- batado.

El problema toma cuerpo en el protagonista, cuya his- toria 54 es sobradamente conocida, y se plantea y desarro- lla en forma dramática. Las prolijas y sesudas razones de los tres amigos de Job, que llenan más de dos terceras par- tes del poema 55, se hacen eco de la opinión vulgar, por lo mismo simplista y tajante: aquello no puede ser más que un castigo de pecados, que el paciente debe inquirir y re- conocer. Contra esta postura se yergue, desafiante y segu- ra, la conciencia del protagonista, atestiguando su inocen- cia. Es sencillamente el hecho, la realidad frente a una interpretación que, al menos en su pretendida universali- dad, ha de ser falsa.

Entra en escena un quinto personaje, el joven Eliú, decididamente al lado de Job, si bien aconsejándole volver sobre algunas de sus palabras y pretensiones menos justas y prudentes. Viene como refuerzo contra la solución de

54 Contra la opinión de muchos críticos, parece ha de mantenerse el carácter histórico del personaje y de la terrible prueba a que fué sometido. Así lo piden las célebres alusiones de tres libros sagrados posteriores: el libro de Tobías (2,12.15), la profecía de Ezequiel (14,14.20) y la Carta del apóstol Santiago (5,11).

56 De los 40 capítulos que componen propiamente el poema, 29, y los más extensos, se llenan con la disputa entre Job y sus tres amigos, o sea, del 3 al 31 inclusive,

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

los tres primeros, y sobre todo a preparar la situación psi- cológica e ideológica para la espléndida e incomparable teofanía final.

Dios mismo va a ser el arbitro de la contienda. Los amigos de Job están equivocados; Job es inocente, aunque también ha podido excederse en sus lamentos, en su de- fensa y en su apelación a Dios. De todo el parlamento di- vino— magnífico de fuerza descriptiva y de lirismo, sublime a veces 56 , una magnífica lección se desprende, la misma que mencionábamos hablando del Salterio: el hombre no ha de entrar en juicio con Dios, ni escudriñar sus miste- riosos caminos.

Sin embargo, la solución total del libro de Job no está aquí. El lector del poema sabe de antemano, por el pró- logo, que el dolor de Job no es precisamente un castigo: es una prueba, a instancia del demonio, a la que accede Dios. Job termina victorioso; declarado inocente por Dios, recibe, según el epílogo del libro, la recompensa duplicada de su paciencia y fortaleza inconcebibles.

El dolor, pues, puede ser un castigo tal fué su ori- gen— , pero no lo es siempre; el dolor puede ser una traza de Dios para poner a prueba la auténtica virtud; siempre es un designio misterioso de Dios, que el hombre hará mal en inquirir, deformando los cálculos y las cosas. No va más allá la solución del problema antes de Cristo.

b) En el Evangelio.

Pasar de estos libros del Antiguo Testamento al Evan- gelio es como pasar de la aurora al día. En el Evangelio, repetimos, es donde el problema del dolor tiene su solu- ción total y definitiva, y a más de esto, insospechada.

Nos sale al paso también la idea vulgar del castigo, esta vez en labios de los mismos discípulos de Jesús, en el encantador episodio del ciego de nacimiento: "Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que él naciera cie- go?" 57 La respuesta de Jesús, que no adelantamos, deja fuera de combate la hipótesis en su cruda universalidad.

Por otro lado, aun tratándose de un .castigo, tampoco podemos afirmar que el que lo sufre sea el más culpable. El pasaje de San Lucas que contiene esta enseñanza ae Jesús es interesante:

56 C.38-42.

57 lo. 9,2.

C.14. POR SU DOCTRINA : «YO SOY LA VERDAD»

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"Por aquel tiempo se presentaron algunos, que le con- taron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pi- lato con la de los sacrificios que ofrecían, y respondién- doles, dijo: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecado- res que los otros por haber padecido todo eso? \o os digo que no... Aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿creéis que eran más culpa- bles que todos los hombres que moraban en Jerusalén? Os digo que no" 58.

Pero en amb^s casos citados, la respuesta del Señor, además del elemento negativo ya anotado, encierra otros elementos positivos que, en parte, descorren el velo de la Providencia divina; en el primero, indicándonos una fina- lidad más alta, que justifica temporalmente un dolor, tro- cado luego en alegría más pura:

"Contestó Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios" 59;

en el segundo, apuntando* una permisión divina que debe aprovecharse como aviso paternal a los demás hombres:

"y que, si no hiciereis penitencia, todos igualmente pere- ceréis" 60.

c) Jesús mismo es la solución.

Sin embargo, la solución divina al problema del dolor, más que de las enseñanzas de Jesús, brota de su vida. Desde que Jesús se abrazó al dolor y lo hizo meta y em- blema de su empresa, y al fin, al apurarlo en Getsemaní y sublimarlo en la cruz, lo hizo instrumento de la reden- ción y precio de la reconciliación de los hombres con el Padre celestial, puede decirse que el dolor cambió de signo y de nombre.

Las consecuencias son claras: Jesús no eliminó de nues- tra vida el dolor, pues sabía que, tras el pecado de Adán, entró para siempre en la tierra con la muerte; Jesús, em- pero, ateniéndose a la realidad insoslayable, recogió el do- lor, primero, para dignificarlo con el contacto de su misma persona; después, para levantarlo a la categoría de instru- mento de redención, y, por último, para trocarlo de casti-

68 Le. 13,1-5.

59 lo. 9,3. Lo mismo en el caso de Lázaro (lo. 11,4.41-42).

60 Le. 13,3.5.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

go, no sólo en prueba y en aviso misericordioso, sino en caricia de Dios.

¡Caricia de Dios! Las almas más puras, la de Jesús y su Madre, son las que más supieron del dolor. Desde en- tonces, Jesús a los suyos, a los más suyos, los invitará con el regalo de su cruz y con el dolor, y los suyos, los más suyos, llegarán a experimentar la alegría y el gozo de sufrir por Jesús 61 y tendrán a gala ostentar en mismos el sello glorioso de los tormentos del Maestro y la imagen de Cristo crucificado G2.

Los hombres que más hayan asimilado esta doctrina y este ejemplo de Cristo, ¿no es verdad que están en condi- ciones de restar mucho dolor al mundo?

Aunque sólo esto hubiera enseñado Jesús, bien merece- ría el reconocimiento y la adoración eterna de la Huma- nidad.

Doctrina social de Cristo»

¿Y cómo prescindir del aspecto social de la doctrina de Jesús? La insistencia de los últimos papas, a partir de León XIII, sobre este problema, sin duda el más candente y el de mayor urgencia en nuestros días, y sobre todo la no interrumpida llamada del pontífice actual, Pío XII, á la conciencia del mundo, de los Estados y de los cristianos todos, sobre el problema social en toda su amplitud, nos obliga a dedicar por unos instantes la atención á las ense- ñanzas del Evangelio, básicas y de perenne actualidad en esta difícil y delicada materia.

Es tanto lo que sobre el particular se ha escrito y se ha dicho, que a ratos se sentiría uno tentado a creer que el problema es insoluble o que los hombres nos hemos empeñado en que lo sea.

La Iglesia tiene una historia larga y densa, testigo de su actuación en este campo; y tiene, sobre todo, una doc- trina, que no cesa de inculcar, aunque de hecho una parte de la semilla, como en la parábola, haya caído en tierra pedregosa o demasiado erizada de cardos y de zarzas. No es suya la culpa ciertamente; aunque no pueda decirse otro tanto de muchos de sus hijos, que cerraron los oídos y el corazón, y cuando quisieron darse cuenta, se encon- traron con la sorpresa de que el programa de la Iglesia se

61 Act. 5,41. " Gal. 6.14.17.

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había hecho bandera, aun frente a ella, en manos de sus enemigos. El cuadro es duro y descorazonados pero ¿quién se atrevería a negar que no es exacto?

No seguiremos en esta dirección, tal vez excesivamente fácil, porque sería alejarse del propósito de este libro. Ahora nos importa más, como lo venimos haciendo, entrar en el terreno del Evangelio y recoger en él los princi- pios fundamentales en los que la Iglesia, según afirmaba León XIII y repetía Pío XI 63 , ha cimentado siempre su doctrina social, inmutable en su base, pero maravillosa- mente plegable a las circunstancias del momento y a los contornos que el problema va sucesivamente presentando en cada época y en cada pueblo.

a) Principios evangélicos fundamentales.

Preguntemos, pues, al Evangelio. El lector habrá caído en la cuenta, al leer las primeras páginas de este capítulo, de que la doctrina acerca de la paternidad de Dios, y sin- gularmente las múltiples aplicaciones que de ella fué ha- ciendo Jesús, ofrecen un nutrido manojo de principios so- ciales, bastantes por solos para resolver el problema.

La igualdad de derechos ante Dios de todos los hom- bres, que más tarde San Pablo se encargó de poner de relieve 64, y que exige por nuestra parte aquella medida de trato de la "regla de oro" arriba mencionada; el perte- necer todos a la gran familia de Dios sobre la tierra; la ley del amor recíproco, sin otros límites que el infinito amor de Cristo; la sinceridad de las relaciones mutuas; todo esto y mucho más, que un análisis somero puede descubrir, bas- ta para demostrar los valores sociales del Evangelio.

b) La autoridad.

Aparte de esto, es evidente que en el problema a que nos referimos representan un principalísimo papel el prin- cipio de autoridad y las relaciones de los súbditos con ella. Por este lado fallan muchos sistemas sociales. ¿Qué enseñó Jesús sobre este punto? San Mateo recogió unas palabras del Maestro, que llevan implícito un mandato, a primera

63 Ene. Rerum novar um, de 15 de mayo de 1891, y ene. Quadrage- simo anno, de 15 de mayo de 1931.

64 Rom. 10,12; Gal. 3,25: "Porque todos sois hijos de Dios"; y 27: "No hay ya judío ni gentil, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni hembra". Eph. 6,8-9; Col. 3,11.

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LA EMPRESA. DE LA REDENCIÓN

vista desconcertante en el marco ocasional y personal que las encuadra. Conocemos el juicio de Jesús sobre los es- cribas y fariseos; pero, a pesar de todo, ellos ejercían una función en cierto modo oficial y autorizada por el uso v las costumbres. En ellos residía, aunque fuera en este sen- tido tan limitado, una autoridad doctrinal y religiosa. Y con las salvedades necesarias respecto al comportamiento de estos conductores del pueblo en disonancia con sus leccio- nes— hecho frecuente en el que solemos tropezar y con el que intentamos justificar las rebeldías , Jesús trazó esta línea de conducta:

"En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no ha- cen" 65.

Con todo, tenemos otras palabras de Jesús más termi- nantes, que se han granjeado justa celebridad. Han sido estudiadas, tras paciente anatomía, desde todos los puntos de vista, para deducir de ellas las más variadas conclu- siones, con las que se podría integrar un completísimo tra- tado de Derecho público de la Iglesia.

Cierto que la divina fórmula de Jesús resulta inagota- ble. Pero deteniéndonos en la superficie de las palabras y sin rebasar la pregunta de los judíos, aunque reconociendo que la respuesta de Jesús la desborda ampliamente, báste- nos retener la doctrina, norma de uno de nuestros deberes con la autoridad y con el Estado.

En la coyuntura en que las pronunció Jesús y en la que los tres sinópticos las incluyeron en sus respectivos relatos, las palabras revisten una gravedad excepcional, que acentúa su importancia y el valor que, a juicio del Maestro, había de concedérseles en todos los tiempos. La cuestión sobre el tributo a Roma estaba planteada con una habilidad gemela de la intención insidiosa de los enemigos de Jesús:

"Dinos, pues, tu parecer: ¿es lícito pagar tributo al César o no?"

Jesús, en esta ocasión, quiso saborear su triunfo y la pública humillación de aquellos falsos aduladores. Con la moneda en la mano, y a base de la identificación, que ellos mismos hicieron, de la imagen y de la inscripción, Cristo

65 Mt. 23,2-3.

C.14. POR SU DOCTRINA: «YO SOY LA. VERDAD»

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respondió con la mayor naturalidad, pero formulando en su réplica una lección soberana y eterna:

"Pues dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César" 66.

Por muchas vueltas que quisiéramos dar a esta res- puesta, una cosa es diáfana e indiscutible: hay que pagar el tributo al César. Y para disipar todas las dudas posibles, Jesús se nos muestra cumpliendo este deber, que a Él no le alcanzaba, y realizando para ello un pintoresco milagro, índice de su pensamiento sobre esta materia:

"Entrando en Cafarnaún, se acercaron a Pedro los per- ceptores de la didracma y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga didracma? Y él respondió: Cierto que sí. Cuan- do iba a entrar en casa, le salió al paso Jesús y le dijo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quié- nes cobran censos y tributos? ¿De sus hijos o de sus extraños? Contestó él: De los extraños. Y le dijo Jesús: Luego los hijos son libres. Mas para no escandalizarlos, vete al mar. echa el anzuelo, coge el primer pez que pi- que, ábrele la boca, y en ella hallarás una estatera; tó- mala y dala por y por ti" 67.

Huelga todo comentario.

Ante estos hechos y esta limpia conducta de Jesús se estrellaron todas las acusaciones de sus enemigos. Si Pila- to, representante del César, hubiera logrado el más leve indicio de la hostilidad de Jesús contra Roma y su señor, no hubiera tenido que debatirse buscando motivos para su sentencia. Un hecho es claro en aquel proceso civil contra Cristo: la actitud de Jesús a este respecto era transparente y pública.

c) Los pobres.

Volvamos la página y fijemos la atención en otro as- pecto del problema social: los pobres. Materia de especula- ción y de explotación han sido los pobres en todos los tiempos, aun concretando la consideración al terreno doc- trinal. ¿Cómo y qué pensaba Jesús acerca de los pobres? Todos lo sabemos, y esto nos ahorraría detenernos aquí. Pero conviene completar este repaso interesantísimo de la

Mt. 22,15-29; Me. 12,13-17; Le. 20.20-26. Mt. 17,24-27.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

doctrina redentora del Evangelio. En el capítulo siguiente tendremos oportunidad de admirar el ejemplo vivo de Jesús sobre este punto.

Vengamos, pues, a sus enseñanzas, fragantes de cari- dad y de preocupación por los necesitados. Ante todo, una observación: en el Evangelio no hay manera de dar con promesas irrealizables de Jesús a los pobres. Sabía que és- tas y otras utopías semejantes iban a sembrar de odios y de sangre la redondez de la tierra. Pero ¡con qué tierna solicitud se cuida de ellos! No los olvida en la trama de sus proyectos y de su doctrina.

Una extraña parábola, salvada por la diligencia de San Lucas, contiene el pensamiento de Jesús sobre los deberes de los ricos para con los pobres. El relieve de las imágenes tuvo que fijar hondamente en la conciencia de los oyentes esta gravísima e ineludible obligación. El contraste entre el rico epulón, vestido de lino y púrpura en la orgía per- petua de sus banquetes, y el mendigo Lázaro, ulcerado y hambriento, cobra un fuerte resalte en la inversión de las situaciones después del juicio de Dios: Lázaro en el seno de Abrahán; el epulón en el infierno. La moraleja hemos de sacarla nosotros 68.

d) La limosna,

Y aunque a muchos pudiera desonarles por las ideas en uso, hemos de añadir que Jesús no se desdeñó de esti- mular la limosna, que en estos pasajes del Evangelio se hizo cristiana y adquirió carta de ciudadanía en la Iglesia y entre los verdaderos seguidores de Cristo.

"Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cie- los" 69.

Y al joven rico que se le acercó inquiriendo el camino del reino de los cielos, Jesús le contestó:

"Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sigúeme" 70.

Le. 16,19-31. Le. 12,33.

Mt. 19,21; Me. 10.21. Le, 18.22,

C.14. POR SU DOCTRINA: «YO SOY LA VERDAD»

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De cómo los discípulos entendieron estas insinuaciones del Maestro, es argumento toda la historia de la Iglesia. En los días de su nacimiento ostentó esta característica singular, que San Lucas atestigua con delectación en el libro de los Hechos 7\ Por su parte, San Pablo organizará aquellas famosas colectas de que nos habla en varias de sus Cartas, y á propósito de ellas formulará el elogio más profundo y bello de la limosna que jamás se ha oído en el mundo 72 . ¡Con qué emoción se lee aquella nota final de su relato del Concilio de Jerusalén cuando la Iglesia rubricó su apostolado! Tembloroso por el dulce recuerdo, recoge esta recomendación de la asamblea:

"solamente que nos acordásemos de los pobres, lo cual por mi parte he tenido empeño en hacerlo" 73.

e) Presencia de Cristo en sus pobres.

Mas por mucho que signifiquen en favor de los pobres estas enseñanzas de Jesús, palidecen frente a otra declara- ción del mismo Cristo, que resume, en forma solemne y no exenta de misterio, situación privilegiada de los pobres en el pensamiento y en el corazón de Cristo y la sanción del Padre a toda esta doctrina social del Evangelio.

Si Jesús mismo no lo hubiera declarado de modo tan diáfano que elimina cualquiera otra interpretación que no sea la que de la letra misma se desprende, nadie se hubiera atrevido a imaginarlo. Unas breves líneas del evangelio de San Mateo 74 dicen más que todo y es mucho lo que los hombres más altruistas, más llenos de caridad, más poetas y sentimentales, hayan podido escribir sobre los pobres y la misericordia humana hacia estos desheredados de la for- tuna, clientela numerosa del dolor.

San Agustín 75 confiesa de mismo que ésta es una de las verdades de la Sagrada Escritura que más le impresio- naban. Nos referimos a la sentencia del Juez supremo el día del juicio final. Lo impresionante en ella es que Jesús no da otra razón del premio o del castigo eternos que la

71 Act. 2,43-46; 4,32-36; 6,1-4.

72 2 Cor. 9,6-15 Sólo puede comparársele, salvando las distancias, el de San Agustín en su Sermón 60: Obras de San Agustín (BAC, Madrid) VII (1950) p.797-812.

73 Gal. 2,10.

74 Mt. 25,31-46.

75 L.c.

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práctica o la omisión de las obras de misericordia. "¡Cuál no será la excelencia de tal obra exclama San Agustín , cuando el Señor pasa en silencio las demási para mencionar esta sola!"

"Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; perseguido, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestísteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme."

Pero lo que sobrepasa todo lo imaginable es la res- puesta del divino Juez a los justos y pecadores, sobrecogi- dos de asombro y de sorpresa;

"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimenta- mos, sediento y te dimos de comer?..."

Oigamos la contestación;

"Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de mis hermanos menores, a me lo hicisteis."

No es poco que Jesús, con una palabra de cariño y de ternura, califique a los pobres de sus "hermanos menores", los más regalados en todos los hogares. La respuesta des- cubre muchísimo má&: un misterio estupendo, sobre el que nunca los hombres habrán reflexionado bastante. El mis- terio de esta increíble substitución de Cristo por sus pobres.

Viene a ser permítasenos la comparación que mejor aclara el pensamiento del Maestro como una especie de segunda Eucaristía, en la que Jesús .ha querido dejar a su Iglesia el legado de esta extraña presencia suya en los po- bres. ¿Se entiende ahora lo que la Iglesia de Jesús ha hecho siempre con los pobres, con los desgraciados, con los en- fermos, que en otras filosofías sociales han podido ser juz- gados como una carga insoportable, un peso muerto para la sociedad?

¿No vale la pena traer a colación estas delicadezas de Jesús en esta hora en que tanto se calumnia a su Evangelio y a su Iglesia, presentándolos ya se ve con qué mentira como enemigos de los pobres y de los obreros?

Las consecuencias sociales de este ejemplo y de esta doctrina de Cristo las registra la Historia. Los hechos son irrecusables.

C.H. POR SU DOCTRINA. «YO SOY LAi VERDAD»

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La persona misma de Jesús en su mensaje*

Este estudio sumario de la doctrina de Jesús quedaría incompleto si lo terminásemos aquí.

Queda un aspecto esenciálísimo, que la fija y la carac- teriza específicamente, a saber: el puesto que la misma persona de Jesús ocupa dentro de su doctrina y de su men- saje, y que en definitiva no es más que una proyección espontánea de sus enseñanzas acerca de su identidad con el Padre, que ya conocemos por otros capítulos.

Porque se da el caso extraño de que Jesús, que todo lo subordina al Padre e incluso en su predicación habitual y en su conducta, parece no tener otra preocupación que el Padre, al propio tiempo se presenta a mismo identificado con su mensaje, como centro de toda su doctrina, ante quien no se puede permanecer indiferente, so pena de ha- ber equivocado el camino y escapado a la órbita religiosa que el Padre, por Jesús, se dignó revelarnos.

Analicemos su pensamiento. Jesús parte de una afirma- ción: su identidad con el Padre. Las grandes controversias con sus adversarios de Jerusalén, que forman la trama he- roica del cuarto evangelio, convergen, de una manera o de otra, en esta afirmación, por otro lado en modo alguno ajena a los sinópticos, como ya se advirtió.

Conviene reptir y resumir: "El Padre y yo somos una misma cosa", dijo Jesús, sin eludir las consecuencias más radicales, que tanto alarmaron a los círculos judíos y que, en definitiva, le llevaron a la cruz. ¿Que esto equivalía a hacerse igual a Dios? ¡No importa! Jesús insistirá en las deducciones. Ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad 76, es decir, para volver a lcis hombres al cami- no, perdido, de la verdad; para iluminarlos con nuevos y más radiantes destellos de la verdad; para ser, en una pa- labra, Maestro y heraldo de la verdad. Pero Él mismo es la Verdad 77 . Hasta el punto de que conocerle a Él es ha- ber conocido la verdad 78.

Si hay algo contundente en el Evangelio, es, sin duda, esta necesidad de creer en el Hijo para salvarse, aunque Harnack haya escrito lo contrario, cerrándose a cal y can- to, según el sistema de los racionalistas, al sentido obvio

76 lo. 18,37.

77 lo. 14,6.

78 lo. 8,31-32.

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de los textos. Lo cual no obsta para que, de vez en cuando, hasta esas posiciones herméticas se filtren los rayos de la verdad, incoercibles como el sol, y para que esos mismos críticos nos sorprendan a veces con afirmaciones como la citada más arriba del mismo Harnack, que, sinceras o no, parecen una autorrefutación de la tesis racionalista 79.

Lleva razón Harnack: para los suyos, para los que le aceptan, Jesús ha dicho:

"Ésta es la vida eterna: Que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo" 80.

Esta identificación con el Padre, hasta el extremo de constituir con Él un mismo y isolo objeto de nuestro cono- cimiento sobrenatural por la fe, la mantiene lógicamente Jesús en lo que se refiere al "primero y máximo" de los mandamientos: el del amor a Dios. Quien ama al Padre, tiene que amarle a Él 81 , y, por el contrario, el que le odia a Él, odia también al Padre 82.

Recordemos ahora que, según se dijo, el ideal de per- fección propuesto por Jesús a los hombres es nada menos que la perfección infinita del Padre celesitiál. A nadie se le oculta que semejante norma, por su misma amplitud y elevación, está expuesta a la esterilidad o, cuando menos, a una utilización arbitraria. Todo depende, al fin, del con- cepto que de Dios se hayan formado los hombres.

Jesús, lo hemos visto, se esforzó por corregir y com- pletar nuestras ideas sobre Dios. Pero ¿sería esto bastante? ¿No necesitamos algo más? El requerimiento del apóstol Felipe: "Muéstranos al Padre y será suficiente", interpre- ta un anhelo común de cuantos oyeron hablar a Jesús o leemos ahora sus enseñanzas acerca de Dios.

Esta escena, que ya ha sido explicada en páginas an- teriores, marca el momento culminante de la revelación de Jesús acerca de mismo, como Hijo de Dios, y vierte torrentes de luz sobre la totalidad de su obra y su doc- trina, inseparables de su persona. Y a la luz de estas ma- nifestaciones supremas de Cristo es como se entiende per- fectamente por qué, cuando desciende de las alturas de

79 Aquellas palabras terminaban con este nuevo reconocimiento: "y sentirá que Jesús mismo fué para los suyos la potencia de este evangelio".

80 lo. 17,3.

81 lo. 8,42.

82 lo. 15,23.

C.14. POR SU DOCTRINA «YO SOY LA VERDAD»

339

los principios cardinales de su doctrina moral y religiosa a la práctica diaria para regularla y conformarla a la vida, se advierte en sus fórmulas una substitución a primera vis- ta desconcertante.

El amor totalitario, "con todas las fuerzas del alma y del corazón", que ha exigido para el Padre, lo reclama para en una medida superior a todo cálculo:

"Quien ama al Padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí" 83.

El ápice de la perfección consiste, en último término, en hacer la voluntad de Dios; pero la fórmula práctica es la que Jesús ofreció al joven rico: "Ven y sigúeme" 84 , porque renunciar a todas las cosas, á ejemplo de los apóstoles, para ir tras Él tendrá como galardón la vida eterna" 85.

¿Y qué tiene esto de extraño, si sabemos! que la vida eterna no es sino la consumación y el fruto logrado de un proceso de crecimiento y de madurez espiritual, que tiene su raíz en la vida de la gracia, y de esta vida, según se ha dicho, Jesús es el principio, como lo es la cabeza res- pecto del cuerpo, y la vid para los sarmientos?

Los ejemplos y las citas pudieran multiplicarse indefi- nidamente. Pero baste lo dicho para que nos convenzamos de que la persona de Jesús no es en manera alguna ajena a su Evangelio. Con lo que acabamos de estudiar, aunque en forma tan esquemática, otra de las novedades la más impresionante acaso de la doctrina religiosa de Jesús.

"Estas cosas se han escrito cabría decir con San Juan a fin de que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y creyéndolo, tengáis vida en su nombre" 86.

Es decir, aunque otra cosa pretenda el racionalismo, para salvarse no es suficiente creer lo que enseña el Hijo; es asimismo necesario creer en el Hijo.

En síntesis, ésta es la doctrina salvadora de Jesús, ver- dad y luz de los hombres.

83 Mt. 10,37; Le. 14,26.

84 Mt. 19,21.

85 Mt. 19,29.

86 lo. 20,31. !' <

CAPITULO XV

Por su ejemplo. "Yo soy el camino".

Característica de Cristo que pocos pueden ostentar, ninguno en su grado desde luego, es aquella que San Lu- cas subraya al comenzar el libro de los Hechos, resumien- do toda la vida de Jesús: "Comenzó a .hacer y á enseñar" *. Dos líneas paralelas que marchan maravillosamente acor- des en el Evangelio.

En la historia de Jesús hay dos elementos: sus obras y sus palabras, ambos inseparables, porque el segundo no es más que la formulación del primero o su aplicación á las posibilidades de los hombres, escasas, es verdad, si atendemos a nuestras propias fuerzas, mas inverosímilmen- te multiplicadas por la gracia.

Primacía del ejemplo»

Se observa, además, en el Evangelio que las obras de Jesús superan en cifras a sus discursos y enseñanzas. Esto quiere decir que el Maestro concedió más importancia que a las palabras a sus hechos. Hablaban y hablan éstos más íntima y eficazmente a las almas, con ese poder de persua- sión que lleva siempre el ejemplo cuando los demás com- probamos la ecuación entre lo que se dice y lo que se hace, entre las normas de vida que se predican y la conducta.

Por otra parte, la fórmula de San Lucas, como si se hubiera inspirado en la de Jesús, es la antítesis de la que éste había empleado lo veíamos en el capítulo anterior para caracterizar a los maestros de los judíos, escribas y fariseos, "que dicen y no hacen", o hacían precisamente lo contrario. ¿No tendría San Pablo ante los ojos este des- aprensivo magisterio cuando con fuerte mano trazó aquel cuadro vigoroso y realista, de negros colores, en cuyo fon- do se mueven las mismas figuras que nosotros conocemos por el Evangelio, y que a él le eran tan familiares desde joven por haber frecuentado sus escuelas?

1 Act. 1,1.

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

341

"Que si te apellidas judío, y descansas satisfecho en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, y sabes apreciar lo mejor, siendo amaestrado por la ley, y presumes de ti mismo ser guía de los ciegos, luz de los que andan en tinieblas, educador de los necios, maestro de los niños, que posees la experiencia de la ciencia y de la verdad en la ley: tú, pues, que enseñas a otro, ¿a ti mismo no te enseñas?; que predicas no hurtar, ¿hur- tas?; tú que prohibes adulterar, ¿adulteras?; que abo- minas de los ídolos, ¿saqueas los templos?; que te glo rías en la ley, por la transgresión de la ley afrentas a Dios. Porque "el nombre de Dios por causa de vosotros es blasfemado entre las gentes", según está escrito" 2.

"Me llamáis Maestro, y lo soy".

Frente a estos maestros, "ciegos, guías de ciegos" 3, que derribaban con una mano lo que con otra edificaban; que, juzgándose con "la llave de la ciencia" 4, se pagaban de "ser llamados rabinos" 5, Jesús se presenta como único Maestro 6, y al fin de su vida, consumada su obra, decla- rará su complacencia, porque los apóstoles le dieron este nombre, pues lo era 7.

a) Maestro, ante todo, por el ejemplo.

Y lo era, más que nada, por el ejemplo: "Ejemplo os he dado para que lo que acabo de hacer con vosotros, lo hagáis vosotros también" 8. En estas pláticas de despe- dida, terminada la Cena, es cuando Jesús insiste en las lecciones soberanas de su ejemplo, cuya presencia y cuya imitación quería fuesen en el corazón de lo® discípulos el mejor recuerdo del Maestro y la prueba más fina de que le amaban y le seguían. El ejemplo del amor de Jesús, he- cho en ellos vivo amor de los unos a los otros, habría de ser la única señal inequívoca, como si dijéramos, el único certificado de escuela, de que eran discípulos del Maestro 9.

2 Rom. 2,17-24. Muy poco costaría ilustrar cada una de las frases de este interesantísimo pasaje con otras del Evangelio.

3 Mt. 15,14; 23,24.

4 Le. 11,52. B Mt. 23,7.

6 Mt. 23,10.

7 lo. 13,13.

8 lo. 13,15.

9 lo. 13,35.

342

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Y como todo el Evangelio venía a condensarse en este "nuevo mandamiento" del amor, en definitiva tenemos de- recho a afirmar que la fuente primaria del Evangelio se esconde entre la fronda fresca y perfumada del ejemplo del mismo que lo .había promulgado.

b) Teoría de Jesús sobre el ejemplo.

Por eso, la aspiración suprema de los discípulos no podía ser otra que la de reproducir el modelo de su Maes- tro. Esto es, les bastaría 10. Ni menos ni más. Con lo que Jesús salía precisamente al paso de la vanagloria que de tan alto ideal pudiera derivarse. Este segundo matiz lo hace resaltar San Mateo; mientras que San Lucas, sin des- conocerlo, trae al primer plano una advertencia de Jesús que define, en nuestro caso, el alcance y la eficacia del ejemplo que les había dado, clave de la historia de la san- tidad, que el Evangelio ha hecho florecer, en una eterna primavera, entre los hombres 11 .

Sólo así los apóstoles y los seguidores de Jesús estarán en condiciones de ejercer sobre el mundo la función de la sal y de la luz 1,2 . Todo el que enseña es sal y es luz. Pero los maestros del pueblo judío, en los días de Cristo, habían apagado aquella luz y hecho que la sal se hubiera desvir- tuado. A ellos alude, como se ve por este serio aviso que anota San Lucas: "Quien tenga oídos para oír, que oiga" 13.

Que Jesús, al hablar de esta suerte, pensaba en el po- der pros elitista del ejemplo, está claro en las palabras con que perfila su pensamiento, según la redacción del primer evangelista:

"Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín, sino sobre el can- delero, para que alumbre a cuantos hay en la casa. Así ha de ser vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" 14.

Esta primacía de las obras y de la conducta es la que especifica en total oposición a los escribas y fariseos

10 Mt. 10,25.

11 Le. 6,40.

12 Mt. 5,13-14.

13 Le. 14,35. , í '

14 Mt. 5.14-16.

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

343

el método pedagógico de Jesús. Nadie podrá echarle en rostro con motivo aquel adagio popular, que en cierta oca- sión Él mismo recordaba: "Médico, cúrate a ti mismo" 15. Si algo encendía la envidia y el odio de sus enemigos, era cabalmente el reproche tácito en que se convertía para ellos la inmaculada e intachable conducta de Jesús 16.

Tal es, pudiéramos decir, la bella teoría del ejemplo profesada y puesta en práctica por Jesús. A ella responde exactamente toda su vida.

A veces cobra una impresionante plasticidad. Su ejem- plo, en las situaciones más duras de su vida, aun adelan- tándose a los acontecimientos, lo ofrece como escuela y molde irreemplazable de cuantos aspiren a tenerle por maestro. Jesús no retrocede ante las reacciones de muchos que han de creerse incapaces de tal heroísmo y tanto amor. Él sabía, sin embargo, que ¡su amor y su gracia triunfarían sobre las más poderosas exigencias del egoísmo humano.

<c) Renunciamiento.

Son dos estampas que parecen .haber sido dibujadas so- bre un fondo transparente, sólo descifrables al trasluz de la vida de Jesús. Para seguirle pone como condición indis- pensable renunciar a todas las cosas, fundamental y radi- calmente en cuanto al afecto, conforme a la primera de las bienaventuranzas 17 , y abrazándose realmente con la pobre- za, cuando la vocación y el designio divino lo impusieren, como en el caso de aquel joven a quien, según la redac- ción expresiva de San Lucas, dijo el Maestro:

"Todavía te falta una cosa: vende cuanto es tuyo y dáselo a los pobres" 18.

Mas la asperidád de la invitación iba del brazo del asombroso ejemplo de Jesús, que, en trance parecido, ha-

16 Le 4,23. 16 lo. 7,7.

" Mí. 5,3; Le. 6,20.

18 Le. 18,22. San Mateo (19,21) puntualiza una circunstancia: "si quieres ser perfecto", implícito en el tenor mismo de las preguntas y respuestas que forman el entramado de la escena. La fórmula de San Lucas repite la de San Marcos (10,21), pero añadiendo el adverbio "todavía" eti en griego , que acentúa: vigorosamente la respuesta de Jesús y el sentido de aquella necesaria renuncia.

344

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

bía dicho al anónimo de San Lucas, empeñado en seguirle:

"Las raposas tienen sus madrigueras, y las aves del cie- lo nidos, mientras que el Hijo del hombre no tiene dónde recline la cabeza" 19.

Y lo maravilloso es que el ejemplo del Maestro fué copiado a la letra por los apóstoles. En su nombre pudo San Pedro, con la aprobación y la recompensa prometida de Jesús, asegurar:

"Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos se- guido, ¿qué tendremos?" 20

De esta generosidad en el renunciamiento ha quedado constancia en el triple relato sinóptico, al menos en cuanto a cinco de los apóstoles: Pedro y su hermano Andrés21; los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan 2'2, y el evangelista San Mateo 23, los cuales, abandonando sus barcas y sus redes, su mesa de arbitrios y a su padre con los jornaleros, o "habiéndolo dejado todo", como dice San Lucas con frase más recia y de más total alcance, siguieron pronta- mente 24 a Jesús.

Lógicamente, si "el discípulo no ha de ser más que el maestro" 25, ni "el apóstol más que aquel que le envía" 26, eran de esperar las instrucciones de Jesús a los doce, en vísperas de aquel ensayo de evangelización que se dignó confiarles; instrucciones .cuyo eje lo forman las normas acerca de la pobreza y el desprendimiento:

19 Le. 9,58. La declaración del Señor trae involuntariamente al re- cuerdo la escena con sabor de idilio, que narra el evangelista San Juan, de su misma incorporación a la escuela de Jesxis; "Rabí, ¿dónde mo- ras? Venid y ved. Fueron y vieron donde posaba", lo más seguro en alguna cabana de ramaje, para defenderse del rocío y de las in- clemencias de la noche. La insinuación, tan dulcemente sugerente, de Jesús es muy significativa, y no menos el dato de la comprobación por parte de los dos nuevos discípulos: Andrés y Juan. Parécenos percibir aun hcy, a través del relato de San Juan, la admiración y la sorpresa de aquellos recién llegados (lo. 1,37-40).

20 Mt. 19,27; Me. 10,28.

21 Mt. 4,20; Me. 1,18; Le. 5,10.

22 Mt. 4,22; Me. 1,20; Le. 5.11.

23 Mt. 9,9; Me 2,14; Le. 5,28.

24 El dato de la prontitud lo registran, en cuanto a Pedro, Andrés y Mateo, los dos primeros evangelistas; San Mateo dice otro tanto de Santiago y San Juan.

25 Mt. 10,24; Le. 6,40.

26 lo. 13,16.

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

345

"No llevéis oro, ni plata, ni cobre en vuestro cinto, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón" 21 .

d) La cruz.

La otra estampa a que aludimos es de rasgos más rea- listas, mejor diríamos una evocación emocionada de una situación futura del Maestro, que apenas se esboza, pero que un día, al trocarse en tremenda realidad, quedaría indeleble en la retina y en el alma de los discípulos, y para siempre, sobre el fondo de la Historia, como blanco de los siglos y modelo de todos los grados de perfección cris- tiana, que los creyentes habrán de reproducir más o menos de cerca.

Cuando las cosas sucedieron, aquellos discípulos, que acaso no habían comprendido al Maestro o habían juz- gado parabólico el diseño, se darían cuenta de la exactitud matemática de la copia que Jesús les había puesto ante los ojos.

La fórmula de Jesús es solemne y enfática como en pocas ocasiones:

"Quien quiera venir en pos de mí, que se niegue a mismo, tome su cruz y me siga" 28.

Son dos rasgos que pudiéramos pensar dibujan la ima- gen de Jesús marchando al suplicio con su cruz sobre los hombros. Tal vez. Pero, trazado así el camino por sus huellas sangrientas, ¿no sería mejor decir que el Maestro nos espera y nos invita desde la cruz, en aquella actitud de sufrimiento, misericordia y amor inmenso, en la que arrebató el corazón y el pensamiento de San Pablo 29 y continúa siendo el imán de las almas y perfecto espejo de santidad?

27 Mt. 10,9-10. Con alguna diferencia, motivo de viejas querellas xegéticas, repiten la recomendación San Marcos (6,8-9) y San Lu- cas (9,3). Este último anota otra parecida instrucción de Jesús a los setenta y dos discípulos, grupo aparte, al que también el Maestro envió a predicar en cierta ocasión (Le. 10,4).

28 Mt. 16,24; Le. 9,23. Los dos evangelistas dan cuenta de otra afir- mación de Jesús muy semejante, pero menos solemne: "y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí" (Mt. 10,38; Le. 14,27).

29 1 Cor. 1,22; Gal. 6.14.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Así lo vió, ciertamente, San Pablo, a juzgar por este bellísimo testimonio de su carta a las iglesias de Galacia:

"¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fué presentada la figura de Jesucristo clavado en la cruz?" 30

Bajo la sugestión de este cuadro terminó por simpli- ficar la dualidad de rasgos del Evangelio, fundiéndolos en uno solo, que, después de todo, es el que sintetiza la ascé- tica de Jesús, según se dijo en el capítulo precedente. Ese único rasgo de San Pablo es la cruz; más exactamente: la crucifixión con Cristo. La negación de mismo, el renun- ciamiento, tiene en el lenguaje y en la teología del Após- tol su correlativo o su traducción en esta fórmula vigorosa, inconfundible:

"Mas los que son de Cristo crucificaron la carne con las pasiones y concupiscencias" 31.

Fórmula que se repite en los escritos de San Pablo con el mismo sentido dentro de la más rica diversidad redaccio- nal. Nuestra vida cristiana, en cuanto tal, es sencillamente una crucifixión, un morir en la cruz de Jesús. El hombre viejo "ha sido crucificado juntamente" con Cristo 32; "ha- béis muerto con Cristo", dirá a los colosenses 33; de mismo, en una de esas personificaciones tan características de su estilo epistolar, llega a escribir que está "cosido a la cruz con Cristo" 34, "crucificado para el mundo", como Cristo estuvo por él 35.

Jesús, modelo universal.

Si ahora tratásemos de desdoblar esta ejemplaridad pe- dagógica, tan fecunda y universal en el terreno de las aplicaciones de la vida de Jesús, necesitaríamos recorrer a lo largo y a lo ancho todo el Evangelio. No hay página

30 Gal. 3,1. El texto griego es sumamente expresivo; evoca la idea de una imagen pintada con vivísimos colores ante los ojos de los cre- yentes. Se ve que el Apóstol hacía girar toda su predicación sobre el eje de Cristo crucificado, y se adivina con qué fuerza de palabras y de afecto tenía que describir esta imagen adorada, que era lo único

-que se gloriaba saber y conocer: "Cristo, y éste crucificado."

31 Gal. 5,24.

32 Rom. 6,6.

33 Col. 2,20.

34 Gal. 2,19. * Gal. 6,14.

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

347

ni apenas sección o episodio que no la brinde con excep- cional viveza. Desde este punto de vista es como adquiere sentido completo aquel principio, ya estudiado, capital y de valor decisivo en la Carta a los Hebreos: la humanidad de Cristo sujeta a todas las pruebas a las que han de verse sometidos los creyentes, para que nada le fuera a Él des- conocido ni extraño y en nada careciésemos nosotros del socorro de su ejemplo y compasión 36.

Se impone, pues, la selección de esta materia, a fin de no repetir ni alargar con exceso este capítulo.

a) De oración.

Nuestra actitud ante el Padre celestial, concretamente en cuanto a nuestra ilimitada confianza y en cuanto a la práctica y cualidades de nuestra, oración, Jesús se ofrece a todos como perfecto dechado, según hemos podido con- trastar en páginas anteriores. Baste ahora una observa- ción. El análisis del texto de San Lucas lleva a la conclu- sión de que el ejemplo vivo de Jesús hizo brotar en el áni- mo de los apóstoles el deseo de la oración y aquella inge- nua demanda a la que debemos el Pater noster.

"Acaeció que, hallándose él orando en cierto lugar, así que acabó, le dijo uno de los discípulos: Señor, ensé- ñanos a orar, como también Juan enseñaba a sus discí- pulos" 37 .

b) De humildad.

Entre las virtudes de que más necesidad tenemos los cristianos sobresalen la humildad y la obediencia, tan con- trapuestas al espíritu del mundo y a las inclinaciones del "hombre viejo", que tan hincado llevamos todos en el co-

38 Heb. 2,17-18; 4,15-16; 5,2.8.

37 Le. 11,1. La nota ocasional falta en San Mateo (6,9). Por otra parte, no deja de ser significativa la insinuación de San Lucas: "oran- do él..., así que acabó, le dijo uno de los discípulos: Señor, enséñanos a orar". Tras esta indicación no es difícil imaginar los comentarios de los discípulos, acaso un tanto pueriles y no exentos de cierta ri- validad de escuela; pero sobre los que domina el ejemplo aleccionador del Maestro. ¿Sería temerario suponer que ese discípulo anónimo, se- guramente antiguo discípulo del Bautista, fuera el evangelista San Juan? La súplica, respetuosa en la forma, pero en el fondo llena de confianza, parece delatar al discípulo predilecto de Jesús. Tal vez en esta coyuntura, como más tarde en las averiguaciones sojbre el apóstol traidor (lo. 13,23-26), le comisionaron sus compañeros.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

razón. La soberbia engendra la rebeldía, y ambas actuaron en la desdichada culpa de Adán, origen de todos los ma- les y patrón de todas nuestras caídas.

No faltan en la enseñanza de Jesús referencias explí- citas a estas dos virtudes fundamentales, principalmente a la humildad, clave de la obediencia. Este espíritu infor- ma las bienaventuranzas, lo mismo que el Magníficat de la Virgen, de tan impresionante parentesco ideológico; palpita en el fondo de aquellas instrucciones de Jesús so- bre la mensurabilidad de los discípulos con el maestro, que acabamos de comentar, y salta como venero cristalino en el subsuelo de algunas parábolas1, tales como la del fariseo y el publicano 38 y la de los convidados a unas bodas 39. La moraleja de estas dos parábolas quiso deducirla por mismo Jesús en esta fórmula única:

"Pues el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado."

En la misma escuela de Jesús, igual que después den- tro de la Iglesia, las situaciones privilegiadas, mal enten- didas, pueden trocarse en pábulo de la vanidad y aun de la soberbia. El fenómeno se produjo más de una vez entre los discípulos de Jesús.

La escena sucede en Cáfarnaún 40. Lois1 discípulos, que, como en otros casos, iban en grupo aparte, mientras el Maestro se les había adelantado, suscitaron en la conver- sación una acaso añeja disputa de primacía. Ya en la ciu- dad, Jesús les preguntó: "¿Qué discutíais en el camino?" Atónitos y corridos, "ellos callaron, porque en el camino habían discutido entre sobre quién sería el mayor". En- tonces Jesús, "sentándose llamó a los doce" y les dió esta soberana lección de humildad, doblemente bella por las palabras y por la personificación en aquel niño que mere- ció las caricias del divino Maestro:

"Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos y abrazándole les dijo: Quien reciba a uno de estos niños en mi nombre, a me recibe, y quien

38 Le. 18,9-14.

39 Le. 14,7-11.

40 Expresamente San Marcos. Del contexto inmediato de San Ma- teo (17,23) se deduce lo mismo; San Lucas omitió esta indicación to- pográfica.

C.15. POli SU EJEMPLO: "YO SOY EL CAMINO'>

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me recibe a mí, no es a a quien recibe, sino a quien me ha enviado" 41.

Sobradamente vulgar se .ha hecho la pretensión, ino- cente en medio de sus ambiciones, de los hijos del Zebedeo y de su madre, narrada pintorescamente por los dos pri- meros evangelistas. Por lo visto no acababan de asimilar las enseñanzas de Jesús sobre este punto y habían echado al olvido la lección, no muy lejana, de Cáfarnaún. Lo más curioso, sin embargo, es la indignada reacción de los diez ante la interesada propuesta de los dos hermanos, que acre- cienta el color del relato. De nuevo intervino Jesús con esta seria advertencia:

"Y sabéis cómo los que en las naciones son príncipes, las dominan con imperio, y sus grandes ejercen poder sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; antes, si al- guno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servi- dor; y el que de vosotros quiera ser el primero, sea sier- vo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir..." 42

San Lucas, de cuyo relato está ausente este episodio, pone en labios de Jesús idéntica o muy parecida recomen- dación en coyuntura más sorprendente: al comenzar la cena de la última Pascua. ¡Qué atrás habían quedado las lecciones de humildad recibidas del Maestro! Entre líneas adivina uno la escena, tal vez un poco agitada, de la dispu- ta por los puestos de más honor en la mesa. ¡Cómo disue- nan estas pequeñeces en aquella hora cargada de miste- rios! Pero así somos los hombres.

"Se suscitó entre ellos una contienda sobre quién ha- bía de ser tenido por mayor. Él les dijo: Los reyes de las naciones imperan sobre ellas y los que ejercen au- toridad sobre las mismas son llamados bienhechores; pero

41 Me. 9,35-37; Mt. 18,1-4; Le. 9,46-48. El relato de San Marcos es el más completo y detallado: una de esas espléndidas y exactas miniaturas a que nos tiene acostumbrados el segundo evangelista, y que tanto admiran les mismos críticos racionalistas. San Lucas, menos explícito, se acerca, sin embargo, a San Marcos. San Mateo es más singular en esta ocasión, e incluso hace que los mismos discípulos so- metan la contienda al arbitraje del Maestro, lo que parece contradecir abiertamente los datos expreso^ de los otros dos cronistas, acordes también en esto. Pero conocida la manera peculiar de San Mateo de abreviar y simplificar muchos de los hechos, no es para preocuparse demasiado de estas aparentes discrepancias.

42 Me. 10,35-45; Mt. 20,20,28.

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no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros será como el menor, y el que manda como el que sirve. Porque ¿quién es mayor, el que está sentado a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está sentado a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como quien sirve" 43.

Todas estas lecciones, sin embargo, por bellas que sean, quedan muy por bajo de la lección perenne de profunda e impresionante humildad que fluye de toda la vida de Jesús, desde la encarnación hasta su muerte. También en este punto el ejemplo del Maestro va delante de sus enseñan- zas. Ya le hemos visto apelar a esta dulce ejemplaridad de siu conducta. En ella venían a desembocar los avisos y las recomendaciones que acabamos de recoger. La humildad y la mansedumbre, tan hermanas, son lo que ante todo que- ría Jesús que de Él y en Él aprendiéramos losi creyentes:

"Aprended de mí, que soy manso y humilde de cora- zón" 4*.

La presencia de este halo divino, que en vez de des- lumhrar atrae y en lugar de alejar la figura de Jesús la acerca tanto a nosotros, el evangelista San Mateo la hace constar en isu evangelio, descubriendo en ella el cumpli- miento de un amable vaticinio de Isaías:

"Muchos le siguieron, y les curaba a todos, encargán- doles que no le descubrieran, para que se cumpliera el anuncio del profeta Isaías, que dice: He aquí a mi sier- vo, a quien elegí; mi amado, en quien mi alma se com- place. Haré descender mi espíritu sobre él y anunciará el derecho a las gentes. No disputará ni gritará, nadie oirá su voz en las plazas. La caña cascada no la quebrará y no apagará la mecha humeante hasta hacer triunfar el de- recho; y en su nombre pondrán las naciones su esperan- za" *5.

Humildad en su cuna; humildad en su infancia; humil- dad en su vida oculta; humildad en el arranque, en el

43 Le. 22,24-27. A pesar de la semejanza, no creemos que pueda identificarse este hecho con otros parecidos o paralelos (Mt. 18,1-5; Me 10,35). La localización de San Lucas no ofrece duda. La res- puesta de Jesús tiene, además, el mismo sabor local: "el que está sentado a la mesa". ¿Tan inverosímil es, dada la condición humana, la repetición de estos hechos y de estas ambiciones, seguramente más despiertas a medida que los doce presentían la proximidad del reino de Jesús?

44 Mt. 11,29.

45 Mt. 12,15-21; Is. 42,1-4. La cita está hecha muy libremente.

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

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desenvolvimiento y final de su predicación; humildad en su pasión, y humildad, sobre todo, en la ignominia de su muerte. Es la fragancia de violeta que exhala toda la his- toria de Cristo. ¿Para qué detenernos en puntualizar casos y ejemplos que todos tantas veces hemos saboreado con deleite?

c) De obediencia.

Otro tanto hay que decir de la obediencia, de la que tan claros ejemplos nos dejó Jesús, como vimos en capítu- los anteriores, y que cifra en una sola palabra nunca más exacta la frase su vida oculta 46 y toda su vida terrena 47.

Cabalmente el apóstol San Pablo nos ahorra el trabajo de citar casos y hechos particulares, gracias a aquella sín- tesis soberana, que nadie podrá mejorar, de la vida de Cristo bajo el punto de mira de su humildad y obediencia. Y aun a trueque de tener que volver más adelante sobre este personalísimo procedimiento pedagógico del Apóstol de acudir para todo al ejemplo de Cristo, no se resiste la pluma al placer de comentar este pasaje, al que en más de una ocasión nos hemos referido.

En una de aquellas efusiones del alma que dan la tó- nica a esta bellísima carta a su iglesia predilecta, San Pa- blo aborda el tema de la caridad, tan de su agrado y pre- ferencia. Para aquellos cristianos, "su gozo y su corona" 48, el Apóstol desea una caridad desinteresada y humilde, más que nada humilde: "Nada por rivalidad ni por vanagloria el toque es certero y acusa un raro conocimiento del co- razón humano , antes bien, por la humildad, estimando los unos a los otros como superiores a sí, mirando cada cual, no por sus propias ventajas, sino también por las de lois otros" 49.

Como estímulo, San Pablo les pone ante los ojos aque- lla misma imagen de Cristo crucificado, de la que habla, •como vimos, a las iglesias de Galacia; con la particularidad sorprendente de que, tratándose de un simple caso de mo- ral y de perfección cristiana, el Apóstol se remonta a las cumbres máis enhiestas del dogma, con alas que nada tie-

46 Le. 2,51.

47 Phil. 2,8.

48 Phil. 4,1.

49 Ib., v.2-4.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

nen que envidiar a las del evangelista San Juan en el pró- logo de su evangelio.

La humillación fruto y contraste de la virtud de la humildad , la humillación de Cristo debe medirse, prime- ro, por las alturas de que procede y por la gloria que le corresponde como a Hijo de Dios, Dios igual al Padre 50, y segundo, por el abismo en que, anonadándose, se hundió voluntariamente, al hacerse esclavo en la ínfima categoría, pues esclavos respecto de Dios son también los ángeles; es decir, al tomar la humana naturaleza, tan real, que en todo fué semejante y en todo se comportó y fué tenido como hombre 51 .

Mas, puesto en este plano, Cristo quiso bajar más to- davía. San Pablo subraya con pulso estremecido, pero fir- me, este progresivo abatimiento, añadiendo a la humildad los destellos de la obediencia. Obediencia que aroma toda la vida de Jesús "hasta la muerte", a la que llega obede- ciendo. Y la pincelada final, que completa el cuadro y que sirve para relacionarlo, según el constante pensamiento del Apóstol, con la cruz:

"Se anonadó a mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" 52.

La rápida e incontenible progresión de este texto ma- ravilloso es otro de los secretos de la profunda impresión que inevitablemente produce todavía hoy, como hubo de causarla, sin duda, en aquellos fervorosos cristianos de Filipos. ¿Puede decirse más y mejor de la obediencia y de la humildad, de las que Cristo es ejemplar dechado incom- parable?

d) De caridad.

No menos arduo, como que participa en alto grado del precepto de la humildad, resulta para nosotros el manda- miento del amor a nuestros prójimos llevado al heroísmo del amor á lois propios enemigos. Las ideas de Jesús sobre esta materia, tan importante en el orden social y religioso, las conocemos por el capítulo anterior.

Y fué aquí donde, según hemos visto, más reafirmó Jesús el valor de su ejemplo: "Como yo os he amado".

50 Ib., v.5-6.

61 Ib., v.7.

62 Ib., v.8.

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

353

¿Será necesario traer a cuentas la prueba y la riquísima abundancia de estos ejemplos de Cristo? ¿No bastará tam- bién ahora recordar aquel grito agradecido de San Pablo: "Me amó y se entregó á mismo por mí"? 53

Ésta era la prueba decisiva del amor, que el mismo Je- sús había señalado:

"Nadie tiene más amor que este de dar uno la vida por sus amigos" 54.

Y más si, como en nuestro caso, al decir de San Pablo, que corrige en cierto modo es la sinceridad de la humil- dad— al. Maestro, al tiempo de que Cristo muere por nos- otros éramos "pecadores" y "enemigos" 55. Enemigos a quienes, porque lo eran, alcanzó aquella plegaria de Jesús, flor y nata del amor:

"Padre, perdónalos, ya que no saben lo que hacen" 56.

Este ejemplo de Cristo tardó en fructificar lo que la Iglesia en abrir el catálogo de sus mártires. El primero de ellos, el diácono San Esteban, moría, apedreado, con esta plegaria en los labios: "Señor, no les tomes a cuenta este pecado" 57.

Mas a esta manifestación suprema de amor, vértice de toda su vida, llegó Jesús por un camino pródigamente ja- lonado de testimonios estupendos de su ardiente caridad. Su paso por la tierra fué dejando una estela luminosa de amor y de misericordia, a la que San Pedro alude cuando cifra toda la historia de Cristo en esta sola frase: Pasó haciendo bien" 58.

Tal prisa se dió Jesús a derramar esta lluvia de bene- ficios y de amor, y lo .hizo tan copiosamente, que los evan- gelistas causan la sensación de que no pudieron seguirle.

53 Gal. 2,20. La misma fórmula, pero en sentido colectivo, en la Carta a los Efesios: "Nos amó y se entregó a mismo por nosotros" (5,2); y esta otra de la misma Carta (5,25): "Amó a la Iglesia y se entregó a mismo por ella."

64 lo. 15,13.

55 Rom. 5.8-10.

06 Le. 23,34. El eco de esta delicadísima excusa resuena en el se- gundo sermón de San Pedro: "Yo que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros magistrados" (Act. 3,17); y en San Pablo: "Porque, si la hubieran conocido (la sabiduría de Dios), no crucificaran al Señor de la gloria" (1 Cor. 2,8).

67 Act. 7,60

ss Act. 10,38.

Jesucristo Salvador

1-2

354

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Esta especie de agotamiento o de pena por la dificultad en la selección, se advierte, más que en otro alguno, en San Mateo, que reiteradamente acude al recurso literario de referencias tan densas como ésta:

"Se le acercó una gran muchedumbre, en la que na- fra cojos, mancos, ciegos, mudos y muchos otros, y se echaron a sus pies, y los curó" 59.

Legión de milagros, que obligaba a las atónitas muche- dumbres a exclamar: "Muy bi^n lo ha hecho todo: a los sordos hace oír, y a los sin habla hablar" 60.

e) De compasión.

El secreto de tanta magnanimidad radicaba en la in- mensa compasión que conmovía las entrañas de Cristo ante el espectáculo conmovedor de aquellas multitudes empo- brecidas y "esquilmadas" 61 , presa del hambre, la enferme- dad y el infortunio. Los labios de Jesús debieron en más de una ocasión dejar escapar una reflexión, que los dos primeros evangelistas no quisieron pasar en silencio: las muchedumbres se 1? ofrecían a sus ojos "como ovejas sin pastor" 6~. Y a manera de preludio de la segunda multipli- cación milagrosa de los panes, los dos cronistas anteponen estas tiernas palabras del Maestro:

"Tengo compasión de la muchedumbre, porque hace ya tres días que me siguen y no tienen qué comer; si los despido ayunos para sus casas, desfallecerán en el cami- no, y algunos de ellos son de lejos" 63.

Sólo el corazón que no ama permanece insensible al dolor y a las lágrimas del que sufre. A Jesús le atraía la desgracia; el sufrimiento ajeno le inundaba las entrañas de una indecible ternura, arrancándole los milagros. Su pod^r divino se le iba a torrentes por el cauce de aquel corazón humano, todo caridad y misericordia. Los pobres,

RB Mt. 15,30. Otras tres síntesn con-'o ésta, a manera de estribillo, se leen en el primer evangelio (4,23; 9,35; 19,2). Ni falta en San Mar- cos (6.56) ni en San Lucas (4,40; 7,15; 9,11).

60 Me. 7,37.

61 Es el término que usa San Mateo, el cual, como cobrador de tributos, sabía en qué grado era explotado aquel pueblo por los de dentro y los de fuera.

62 Mt. 9,36; Me. 6,34. 6S Me. 8,2; Mt. 15,32,

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

355

los lisiados, los enfermos de todas clases, eran el cortejo que nunca le faltaba a Jesús; hasta los leprosos, expulsa- dos de la sociedad por la ley, aborrecidos y temidos áz todos, le salían al paso, seguros de hallar en Él lo que todo el mundo les negaba. El amor de Jesús no conocía otros límites que la anchura y la profundidad inconmen- surables d:l dolor humano. ¡Qué pocas veces encontramos al lado de Jesús a los ricos y a los poderosos, si no es para espiarle, arrebatarle las muchedumbres, contradecirle y perderle! Los fieles eran una excepción que viene a con- firmar la regla.

Así, prácticamente, con su ejemplo nos enseñó el amor de los prójimos, a los desheredados y doloridos, que son quienes más lo necesitan y, sin embargo, los que más so- lemos olvidar 'nosotros.

A veces, la piedad de Jesús se anticipaba a las súpli- cas del necesitado, que, por ley natural, gustaba de espe- rar, como señal y estímulo de la confianza en Él y de la fe en su misión. No sólo en milagros que beneficiaban a las muchedumbres, como el de la doble multiplicación de los panes, sino en los casos particulares, cuándo la nece- sidad o la desgracia revestían matices de excepcional gra- vedad. Entonces la compasión áz Jesús, vivamente estre- mecida, lo suplía todo. Bastó aquella respuesta del paralí- tico de la piscina, respuesta tan saturada de resignación como de amargura: "Señor, no tengo a nadie que al mo- verse el agua me meta en la piscina, y mientras yo voy, baja otro antes que yo", para que Cristo, usando de su po- der, le dijera conmovido: "Levántate, toma la camilla, y anda" 64.

Pero tal vez el caso más señalado es el de la resurrec- ción del joven de Naín, que San Lucas refiere en estos términos:

"Aconteció tiempo después que iba a una ciudad lla- mada Na'n, e iban con él sus discípulos y una gran mu- chedumbre. Cuando se acercaban a la puerta de la ciu- dad vieron que llevaban un muerto, hijo único de su ma-

64 lo. 5,1-9 Los numerosos problemas exegéticos y críticos, moti- vados por este pasaje, de tanta repercusión en la primera parte del cuarto evangelio no son, aunque sabrosos y de mucho interés, de este lugar. La orden al tullido es idéntica a la que San Mateo y San Lucas ponen en boca de Jesús con ocasión de la curación de otro paralítico en Cafarnaún (Mí. 9,1-8; Le. 5,17-26).

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

dre, viuda, y una muchedumbre bastante numerosa de la ciudad que la acompañaba. Viéndola el Señor, se com- padeció de ella y le dijo: No llores, Y acercándose, tocó el féretro; los que le llevaban se detuvieron, y él dijo: Joven, a ti te hablo, levántate. Sentóse el muerto y co- menzó a hablar, y él se lo entregó a su madre" 65.

¡Quién sabe si la estampa de aquella madre, viuda y desolada, tras el cadáver de su hijo único, muerto en la primavera de la vida, le hizo evocar a Jesús otra estampa paralela, que un día sería realidad, y cuyos protagonistas serían otra madre viuda: la suya, y otro hijo único muerto: Él! ¿Reprimió esta vez sus lágrimas Jesús ante aquella es- cena presente, símbolo de la otra futura? Nada dice el texto. Lo que afirma es la compasión que las lágrimas y lamentos de aquella madre despertaron en su corazón.

Después de esto sorprenderá más la actitud de Jesús con las dos atribuladas hermanas de Lázaro, su amigo. Si en algún trance el amor de Jesús, su bella amistad y su compasión debieron adelantarse y evitar aquella situación dolorosa, que San Juan acertó a poner tan de realce 66, pa- rece que debió ser ésta. Con todo, la indiferencia de Jesús no es más que aparente y momentánea. En aquel caso ju- gaban factores más altos de la gloria del Padre y de la auténtica misión de Cristo. A esto se subordina lo demás. Pero en cuanto este fin trascendental estuvo asegurado, compruébese en el hábil relato de San Juan cómo la ter- nura y la compasiva sensibilidad de Jesús vibraron como nunca a compás del amargo desconsuelo de las dos her- manas del amigo difunto.

El evangelista anota estos datos: "Viéndola Jesús llo- rar, y que lloraban también los judíos que venían con ella (María), se conmovió hondamente y se turbó" 67 ; "Lloró Jesús"68; "Jesús, otra vez conmovido en s/u interior..."69; y como corolario de esta dulcísima actitud de Jesús, el co- mentario de los judíos: "¡Cómo le amaba!" 70

« Le. 7,11-15. 88 lo. 11,1-44.

87 Ib., v.33.

88 Ib., v.35

89 Ib., v.38. 70 Ib., v.36.

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

f) De todas las virtudes.

¿Y qué virtud no tiene su testimonio en la vida de Je- sús? La vida de familia, el trabajo honrado, el respeto a la ley y a la autoridad, la fiel amistad, la mansedumbre, la humildad, la obediencia, la afabilidad, la llaneza, la parti- cipación en las tristezas y alegrías, la templanza, la pobre- za, la paciencia, la piedad, la religión, la circunspección, la prudencia, la fortaleza en la adversidad y el sufrimiento, el sacrificio por el bien de los demás, el desinterés, la ge- nerosidad, la misericordia, la no aceptación de personas, la sinceridad..., todo resplandece con vivos destellos en la vida de Jesús. De todo nos dejó, "para nuestra enseñan- za" 71, el regalo de su ejemplo. Toda vida digna tiene su programa en la de Jesús.

El ejemplo de Cristo en los escritos de San Pablo*

Siendo esto así, ¿qué tiene de extraño que San Pablo, en sus múltiples aplicaciones morales, no pierda nunca de vista, aunque no lo cite, el ejemplo de Jesús? Es éste uno de los caracteres más personales y simpáticos de los escri- tos del Apóstol.

Viéndolo acudir a cada momento al ejemplo de Cristo, entra la sospecha de que muchos de los pasajes parenéticos de sus Cartas no son más que sistematización del ejemplo vivo de Jesús, difuso en toda su historia terrena. Mas para aquel que ha estudiado a fondo el Evangelio, saboreando cada una de sus páginas, la sospecha se trueca en certi- dumbre. Nada nuevo y no podía ser otra cosa hay en la moral de San Pablo, nada que antes no se haya ense- ñado, más que en los discursos, en los hechos de Jesús.

Cuando los evangelios se escribieron y se fijó la catc- quesis primitiva, corrían ya por las iglesias las Cartas del Apóstol, a las cuales alude ya encomiásticamente San Pe- dro 72. Lo cual demuestra que San Pablo conocía perfecta- mente el Evangelio, y "no por los hombres como él afir- ma— , sino por revelación de Jesucristo" 73.

11 Tit. 2,12.

72 2 Petr. 3,15-16.

n Gal. 1,12.

35S

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

a) El himno a la caridad.

Sz ha dicho que el elogio y descripción de la caridad que teje San Pablo en su primera Carta a los Corintios 74, una de las páginas más bellas y sugestivas del Apóstol, no es otra cosa que un estudio de la caridad de Cristo, cuyos atributos se aprietan en aquel recu:nto macizo y felicísimo de los rasgos de la auténtica caridad según el espíritu del Evangelio. No se hallará uno solo que no tenga su paralelo y su prototipo en el amor, tal como Jesús lo practicó.

Estos cuadros abundan en los escritos de San Pablo. Fijemos la atención en uno que, a nuestro juicio, no ofrece duda de esta evidente inspiración en el ejemplo de Cristo. El pasaje aludido guarda muy estrecho parentesco con el "himno de la caridad" de la primera Carta a los Corintios, si bien le aventaja en riqueza y movimiento, a pesar de las imperfecciones estilísticas, tan peculiares dz San Pablo en los momentos de emoción y arrebato en que con frecuencia dictaba sus Cartas, rompiendo el torrente de las id:as el cauce de la palabra y de la forma.

La traducción latina de la Vulgata pierde muchos ma- tices inestimables, que destacan en el texto original. En ellos reside ese poder de evocación, tan a flor de tierra en la letra y en el espíritu del texto. Helo aquí:

"La caridad no fingida; aborreciendo lo malo, ape- gándose a lo bueno; en la caridad fraterna, amorosos unos con otros; en la honra, previniéndose recíprocamente; en la solicitud, no perezosos; en el espíritu, fervientes, sir- viendo al Señor; gozosos en la esperanza, sufridos en la tribulación, perseverantes en la oración; socorriendo las necesidades de los santos, ejercitando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen: bendecidlos y no los maldigáis. Gozarse con los que gozan; llorar con los que lloran; sintiendo lo mismo unos de otros; no poniendo el pensamiento en cosas sublimes, sino conformándonos con las humildes. No seáis prudentes en vuestra opinión; a nadie volviendo mal por mal, proveyendo lo bueno de- lante de todos los hombres; si es posible, viviendo en

H 1 Cor. 13,4-7. En sólo tres versículos se enumeran quince rasgos o propiedades de la caridad, repartidos en cuatro grupos perfectamen- te diferenciados: a) dos propiedades generales, expuestas en forma positiva (v.4); b) siete cualidades, en forma negativa (v.4-5); c) una antítesis, que realza las relaciones de la caridad con la verdad y la justicia (v.6); d) cuatro manifestaciones de su eficacia (v.7).

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

359

paz, cuanto esté de vuestra parte, con todos los hom- bres; no vengándoos, car'simos, sino dad lugar a la ira, porque escrito está: A la venganza, yo daré el me- recido, dice el Señor. Antes bien, si tiene hambre tu ene- migo, dale de cerner; si tiene sed, dale de beber, porctue esto haciendo, carbones de fuego amontonarás sobre tu cabeza. No seas vencido del mal, sino vence con el bien el mal" 75.

Cualquiera medianamente conocedor del Evangelio se- ría capaz de ir acotando al margen cada uno de los hechos de la vida de Jesús, en los que está la fuente de este admi- rable pasaje. Con lo que el lector ha visto en los capítulos precedentes tendría adelantado el trabajo.

Con estos antecedentes se explican aquellas llamadas explícitas al ejemplo de Cristo, tan numerosas en los escri- tos paulinos. Todo en el creyente ha de llevar el s°llo de Cristo y comenzar y consumarse en la imitación progresiva del Maestro, de cuvo conocimiento y gusto irán allegando aquel "sentido d? Cristo" de que se gloriaba el Apóstol 76, meta de toda la vida cristiana, la cual, dejando a un lado los literalismos formulistas, debe aspirar a la "novedad de espíritu", que con tanta insistencia recomienda San Pa- blo

La clásica fórmula paulina: "Revestios de Jesucristo", tan prodigada ^n sus Cartas, aunque nos transporta el mis- terio del cuerpo místico, donde recibe la plenitud de signi- ficación, luce, sin embargo, un matiz peculiar, prendido en la misma metáfora, que guarda muy clara relación con la imitación del divino Modelo, reproducido paso a paso en nuestra forma de vida y en nuestras costumbres, para que así como por la carne "portamos la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen del celeste" 78.

El mismo pensamiento, aunque más directamente em- palmado con la imitación de Jesucristo, late en otro texto del Apóstol qu^ sirve de puente entre dos cuadros antité- ticos: la seducción de las costumbres paganas, peligro real en aquel ambiente en que iban naciendo las iglesias, y el antídoto de la imitación de Jesucristo. "Mas así no apren- disteis a Cristo", les dice tras la evocación de la estampa

76 Rom. 12,9-21. Damos la traducción del P.La Torre, que conser- va, en cnanto cabe, el sabor del texto griego. 76 1 Cor. 2,16. " Rom. 7,6. 78 1 Cor. 15.49.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

pagana 79. Lo que ellos "habían oído de Cristo, en lo que habían sido amaestrados, según es la verdad en Jesús" 80, les aseguraba la certeza y la posesión de una moral nue- va, de una norma de vida cuya síntesis es Cristo. Cristo es toda la moral. Por eso, en el texto reaparece la alusión al hombre viejo y la consabida fórmula "revestios en este caso del hombre nuevo, creado, según el ideal de Dios, en la justicia y en la santidad" 81 .

b) La imitación de Cristo.

Aparte de esto, San Pablo, descendiendo de la arena de las necesidades peculiares de los destinatarios de sus Cartas, echa mano habitualmente del ejemplo de Cristo, modelo de toda virtud.

Si es verdad que a veces se hace cuesta arriba tolerar las flaquezas de los débiles en la fe y buscar, antes que acariciarnos a nosotros, complacer al prójimo, ahí está Cristo, que "no trató de complacerse a ¡sá mismo, sino que, como está escrito, "los ultrajes de los que te ultrajaban cayeron sobre mí" 82.

Si es preciso, dada la oportunidad, abrir las puertas de la hospitalidad a los hermanos, también Cristo nos lo en- seña con su conducta, puesto que "por su parte dice a los Romanos os acogió para gloria de Dios" 83.

. Si la triste situación económica de la iglesia de Jerusa- lén sobradamente conocida, más que por nadie, por las noticias del mismo San Pablo reclamaba con urgencia la cooperación de los fieles de Corinto, retrasados en la eje- cución de lo que un año antes ellosi mismos habían prome- tido, el Apóstol sabe espolearlos con el ejemplo "de nues- tro Señor Jesucristo, por cuanto por vosotros, siendo rico, se empobreció para que vosotros con su pobreza os enri- quecieseis" m.

Si el amor, en una de sus proyecciones más evangéli- cas, nos pide entrañas de benignidad, de compasión, de humilde y magnánima mansedumbre a fin de no sólo so- portarnos mutuamente, sino perdonarnos nuestras recípro-

79 Eph. 4,17-19.

80 Ib., v.20-21.

81 Ib., v.22-24.

82 Rom. 15,1-2.

83 Ib., v.7.

M 2 Cor. 8.7-15.

C.15. POR SU EJEMPLO: ¿YO SOY EL CAMINO" ¿61

cas querellas, pongamos la mirada en Cristo, el cual, "por su parte, os perdonó a vosotros", advierte a los Colosenses el Apóstol 85.

Si, en general, la vida cristiana entraña un ejercicio de paciencia sin desfallecimientos, sobre todo al tiempo en que la persecución nos acecha y nos someten a prueba las tribulaciones, "corramos la carrera que se nos propone, fijos los ojos en el autor y consumador de la fe, Jesús; el cual, en vez del gozo que se le ponía delante, sobrellevó la cruz 8<\

Finalmente, si nuestra cualidad de hijos de Dios ha de completarse y hacerse forma de vida con el amor a los hombres, como a hermanos, según exponíamos en el capí- tulo anterior tratando de la paternidad de Dios, ese ca- mino de amor tiene su modelo en Cristo, y su medida en el amor con que "Crisito nos amó" 87.

c) Un caso concreto: el amor conyugal,

¿Y cómo pasar por alto aquel otro pasaje, tan vulgari- zado por la liturgia sacramental, en el que San Pablo, ga- llarda y emotivamente, desentraña el "gran misterio" del matrimonio cristiano, exprimiendo, como quien dice, la com- paración con "el misterio de Cristo y de la Iglesia", para llegar a la conclusión práctica del amor recíproco entre los esposos, después del amor de Dios, el amor mayor que debe existir en la tierra, con aquella hermosura de colores y de luz, aquella efectividad y verdad con que ha de reproducir el modelo? Bastará copiar el texto, sin más comentarios:

85 Col. 3,12-13. Completamente paralelo es otro pasaje de Eph. 4,32; con la diferencia de que en éste se invoca el ejemplo de Dios, aunque, como tenía que ser dentro de la teología paulina, incluyendo a Cristo, acaso con alusión intencionada a la súplica de Jesús en la cruz a fa- vor de sus enemigos, entre los cuales, como advertimos, debemos en- congamos también nosotros.

86 Heb. 12,1-2. El rasgo "en vez del gozo que se le ponía delante" es difícil de interpretar. Algunos suponen que es una anticipación de la gloria, fruto de su inmolación (Phil. 2,9-11), estímulo de Jesús para llevar su cruz. Sin embargo, parece que esta exegesis violenta el texto y desdora el sublime desinterés de Cristo, tan de relieve en este bello pasaje. ¿Insinuará el Apóstol que a Cristo le fué propuesto otro medio de hacer la redención; un camino de gozo en vez de la vida dolorosa? No lo sabemos de cierto; pero parece transparentarse en el texto otro, que hubiera sido también "misterio de Cristo,".

87 Eph. 5,2. La frase de San Pablo reproduce a la letra la de Jesús.

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LA EMPRESA DE LA REDENCION

"Los varones amad a vuestras esposas, como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó a mismo por ella para santificarla, purificándola con el baño del agua por la palabra, a fin de hacer parecer ante gloriosa a la Iglesia, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben también los varones amar a sus esposas como a sus propios cuerpos. Quien ama a su esposa, a mismo ama. Porque nadie jamás aborreció a su propia carne, sino que la mantiene y la regala. Como también Cristo a la Iglesia, puesto que somos miembros de su cuerpo. Por esto abandonará el hombre al padre y a la madre y se adherirá a su espo- sa, y serán los dos una sola carne. Este misterio es grande, mas yo lo entiendo de Cristo y de la Iglesia" 8S?.

Tamhíén San Pedro,

De la misma manera que San Pablo, también San Pedro se remite al ejemplo de Cristo. En una ocasión, para incul- car a los esclavos cristianos la sumisión a sus dueños lle- vada al heroísmo:

"Los esclavos estén con todo temor sujetos a sus amos, no sólo a los honrados y humanes, sino también a los ri- gurosos. Agrada a Dios que por amor suyo soporte uno las ofensas injustamente inferidas. Pues ¿qué mérito ten- dríais si, delinquiendo y castigados por ello, lo soportáis? Pero si por haber hecho el bien padecéis y lo lleváis con paciencia, esto es lo grato a Dios. Pues para esto fuis- teis llamados, ya que también Cristo padeció por nos- otros y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos. Él, en quien no hubo pecado y en cuya boca no se halló en- gaño, ultrajado, no replicaba con injurias y, atormentado, no amenazaba, sino que lo remitió al que juzga con jus- ticia" 89.

68 Eph. 5,25-32.

80 1 Petr. 2,18-23. San Pablo tocó también este tema, que constituía el tremendo problema de aquellos tiempo:. Maravillan el tacto exqui- sito y la acabada prudencia con que los abordaron, dadas las circuns- tancias. La esclavitud era, como es sabido, uno de los pilares de aquella economía. Una supresión en bloque y forzada hubiera dado en tierra con aquella sociedad, hundiéndolo lodo en el más horrendo e irremediable cataclismo politico y social Los apóstoles, como después la Iglesia, se preocupare^ de sentar los principios y establecer la igualdad de derechos de todos ante Cristo y el Evangelio hemos ci- tado varios textos de San Pablo en este mismo capítulo , de elevar la moral y la espiritualidad sobrenatural de los esclavos, que tantos mártires dieron a la fe, y de excitar al mismo tiempo en los señores

C.15. POR SU EJEMPLO: «YO SOY EL CAMINO»

3B3

En otra ocasión, para animarnos á todos, con el ejem- plo de Cristo, a evitar el p:cado:

"Puesto que Cristo padeció en la carne, armaos tam- bién del mismo pensamiento, de que quien padeció en la carne ha roto con el pecado, para vivir el resto del tiempo no en condiciones humanas, sino en la voluntad de Dios" 90.

Conclusión: fe y obras»

Una observación ant"<s de poner fin a este capítulo. La doctrina de Jesús puede llegar a ser conocida y profundi- zada por nosotros. Cuanto más la conozcamos, mejor; por- que en ella, en su maravillosa armonía y elevación, encon- traremos una base solidísima para nuestra fe y un apoyo muy firme para nuestra moral y nuestra vida cristiana.

Mas. por desgracia, ambas cosas pueden separarse y andar divorciadas, como en los fariseos del tiempo áz Je- sús. Hace falta una síntesis del pensamiento cristiano y de la conducta. La fe con las obras. El primero en realizar y hacer viable esta síntesis fué Jesús con su predicación y con su vida. Su magisterio, en frase de San Cipriano, con- sistió "en hacer el primero lo mismo que enseñó hacer" 91 .

En Jesús no podía faltar el elemento pedagógico del ejemplo, que hemos visto tiene más importancia y amplitud qu? el factor puramente doctrinal. El tiempo que dedicó a

sentimientos de humanidad y conducirlos hasta la manumisión y al amor smcero y operante a aquellas miserables criaturas. La Carta de San Pablo a Filerrón, recomendándole al esclavo de é:te, Onésimo, fugitivo y acaso desleal y ladrón, es modelo de espíritu cristiano, pauta de doc'rina social, aparte de habernos revelado, en su brevedad, las fibras más delicadas del corazón del Apóstol y su habilidad y di- plomacia. Por otra parte, estas enseñanzas de los apóstoles deben ser- virnos a nosotros de modelo, en esta hora social del mundo y de los pueblos. A veces podemos sufrir desviaciones los sacerdotes y católicos al tratar de buscar entrada en los med'os obreros, y acaso podemos caer en la fácil tentación de disimular el carácter de nues'ro aposto- lado y la fisonomía evangélica de nuectra doctrina, pensando en que, de otra manera, ese mundo no se nos entregaría. Es cuestión de pru- dencia ciertamente- pero no olvidemos que las almas de esos esclavos de hoy así los han llamado los papas son capaces de percibir la belleza y el atractivo de la palabra viva y desnuda de Cristo, como aquellos a quienes se dirigían San Pedro y San Pablo. Esto debe hacernos reflexionar.

80 1 Petr. 4,1.

91 ML (epist.56) 4,351.

364

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

la predicación y enseñanza de su Evangelio fué una míni- ma parte de su vida.

Las almas de sensibilidad espiritual más aguzada han aprendido más en el silencio y en el aparente ostracismo de la infancia y de la vida oculta de Jesús. La primera, su Madre.

Sobre su ejemplo, claro está, y sobre su doctrina, tene- mos, además, como hemos de ver, otro agente de primera categoría: su gracia.

Así, pudo decir Jesús a cada uno de los hombres, pro- mulgando un precepto insoslayable: "Ven y sigúeme" 92.

Me. 10,21: Mt. 19,21; Le. 18,22.

CAPITULO XVI

Por su muerte. "Yo soy la vida".

Efectivamente, la muerte de Jesús es el principio de la vida. Para Él y para nosotros. Para, Él, porque su muerte desembocó en la resurrección, que, si para alguien, para Jesús fué en sentido pleno la "resurrección a la vida", de que Él mismo había hablado1, y en relación a la cual es- cribe el Apóstol: "Cristo, resucitado de entre los muertos, no muere ya más; la muerte sobre Él ya no tiene señorío" 2.

Para Él, además, porque la muerte tal muerte , como lo anunciaron los profetas, había de ser el paso para su gloria 3, aquella gloria inmortal de la que también San Pablo afirma que la recibió Cristo del Padre como galar- dón, a título de su muerte4.

Y para nosotros, puesto que, según veremos» la causa de nuestra vida sobrenatural que se incoa por la gracia y se consuma en el cielo no es otra que la muerte de Je- sús, "causa dz salud eterna" 5, por un designio divino, del que la Iglesia canta agradecida: "De manera que de donde había brotado la muerte, de allí mismo saltase la vida, ven- cida la muerte con su muerte" 6.

La muerte, centro de la vida de Jesús*

Por estas razones, y en un sentido que sólo conviene a Jesús, puede afirmarse que su muerte fué la "consuma- ción" de su vida; esto es, donde, a pesar de la paradoja, la vida de Cristo encontró, como si dijéramos, la forma y la medida de su perfección. En la muerte llegó a su total

1 lo. 5,29.

8 Rom. 6,9.

8 Le. 24.26-27.44-46.

4 PhiJ. 2.9.

6 Heb. 5,9.

6 Prefacio de la Cruz. Más valiente aún esta imprecación, que la primera an ífona de laudes del Sábado Santo pone en boca de Jesús muerto: "¡Oh muerte!, yo seré tu muerte"; tomada de la profecía de Oseas (13,14), v citada también por San Pablo en este mismo sen- tido (1 Cor. 15,55).

3^6

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

perfección su vida. Tal parece ser el pensamiento de San Pablo en el texto, bellísimo, aunque conciso en demasía, de la Carta a los Hebreos que acabamos de citar.

Alusiones y datos*

Esta ancha perspectiva se aprieta, pugnando por rom- perlo, en un solo participio el "consumado" de la Vul- gatá , que etimológicamente suscita la idea de finalidad, como si la vida de Jesús no hubiera tenido otro fin, otro objetivo, diríase ahora, que su muerte. Lo cual, por otra parte, responde a una realidad de estirpe no sólo teológica de ahí arranca , sino empírica, que la historia de Jesús recogió con profusión de datos. Jesús sabía, y de ello tuvo siempre conciencia muy clara, que su vida estaba total- mente orientada hacia su muerte. El camino del Calvario era la trayectoria rectilínea y única de su vida mortal. La cruz era el centro de atracción hacia el que convergía con fuerza incoercible la vida de Jesús 7. A medida que iban acortándose las distancias, parece como si hasta físicamen- te experimentase Jesús aquel influjo magnético que le arrastraba misteriosamente, traduciéndose en aquel extra- ño caminar de prisa que tanto maravilló y alarmó a los discípulos, según anota San Marcos s, y que San Lucas sugiere en uno de los textos más solemnes y enfáticos de su evangelio 9.

Es, sin embargo, San Pablo quien aporta el dato fun-

7 De esta verdad se hace eco Pío XII, ene. Haurietis aquas: "Ahora bien, los símbolos de la fe, perfectamente concorda con las divinas Escrituras, nos aseguran que el Hijo unigénito de Dios tomó la naturaleza pasible y mortal con la mira puesta principalmente en el sacrificio cruento de la cruz, crue Él dereaba ofrecer con el fin de realizar la obra de la salvación del hombre." Y cita textos, sumamen- te expresivos, de San Justino, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín v San Juan Damasceno.

8 Me. 10.32.

9 Le. 9,51. "Y sucedió, al cumplirse los días de su asunción, que enderezó firmemente su faz para encaminarse a Jerusalén." Es un texto plagado de hebraísmos, que apenas caben en el griego del evangelista. Con él abre San Lucas una sección prop'a, baio la denominación ge- neral, un tanto amplia, del último viaje de Jecús a Jerusalén. El viaje dura varios meses, con avances y retrocesos que no cortan la unidad del propósito. San Lucas entiende que los días del viaie forman parte de la "asunción" de Jesús, que no es sólo su "ascención a los cielos", sino que comprende su pasión, su muerte y su resurrección. Jesús se enfrenta con aquel horizonte y en un supremo esfuerzo de voluntad se encamina a Jerusalén, sabiendo lo que hacía y le esperaba.

C.íé. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

damental. Según él, el primer acto de Cristo "al entrar en el mundo", es decir, en el instante de su encarnación en el templo de oro de las entrañas virginales de María, fué su oblación consciente y voluntaria, aceptando el plan di- vino para la redención de los hombres por el dolor y por la muerte. Y en función de esta mizión redentora, irá mo- delándose— ad hoc aquel cu:rpo, aquella humanidad de Jesús, cuya razón de ser, conforme a este pensamiento, que San Pablo debe a uno de los salmos 10, será substituir a las antiguas víctimas legales aparejándose en pureza, sensibi- lidad y capacidad de sufrimiento, para ofrecerse como úni- co sacrificio grato a Dios y digno de la infinita majestad.

"Por lo cual, al entrar en el mundo, dice: "Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propó- sito; holocaustos y sacrificios por el pecado no te agra- daron; entonces dije: Heme aquí presente. En el pomo del libro está escrito de mí: Quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad." Diciendo más arriba: "Sacrificios y ofrendas" y "holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisis- te ni te agradaron" los que según la ley se ofrecen; "en- tonces" ha dicho: "Heme aquí que vengo a hacer tu vo- luntad". Suprime lo primero para establecer lo segun- do" «.

Anotemos bien desde ahora que la encarnación nos da, como fruto, al Hombre-Dios y la Víctima del futuro sacri- ficio por el p:cado.

Este esquema de la Salud, según expusimos en el ca- pítulo tercero, se encuentra substancialmente perfilado en los profetas dz\ Antiguo Testamento, sobre todo en Isaías y el Salterio. De aquí que, cuando los evangelistas se re- miten o anotan referencias á la visión global de la Salud mesiánica en los vaticinios, no puede excluirse la cita in- tencional de este aspecto primario de Redentor.

a) El nombre de Jesús.

Esto ocurre, por ejemplo, con el mensaje del ángel a José, que recogió el primer evangelista. El mote divino de la empresa redentora de aquel fruto, nonato aún, de la virginidad de María, lo ha fijado el cielo en el nombre que ha de serle impuesto: Jesús. Nombre que resume, además,

w Ps. 37,7-9. Con algunas variantes de la versión griega alejandrina. " Heb. 9,5-9.

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

todos los antiguos vaticinios, como añade el ángel, subra- yando la dirección espiritualista de los profetas, tan olvi- dada o desfigurada entonces: "Pondrásle por nombre Je- sús, pues salvará a su pueblo de sus pecados" 12.

¿Se hizo cargo José en aquellos momentos de toda la perspectiva que las palabras del mensajero celestial, tan recortadas y avaras de mismas, trataban de iluminar y ponerle ante los ojos? ¿En su memoria despertó, al menos, la imagen doliente del "siervo de Dios", que con mano temblorosa había dibujado Isaías? Para responder afirma- tivamente, no tenemos datos; ni su caso y situación eran los de su esposa. Pero concedamos que en la aurora del Evangelio hay tintes cárdenos de atardecer y una luz de muerte, que irá creciendo a compás de la misma vida de Jesús.

b) La profecía de Simeón.

A San Lucas debemos otro dato, nacido ya Jesús. El anciano Simeón, al tiempo de la presentación del Niño en el templo de Jerusalén, descorrió, ante los atónitos padres, el velo del porvenir, logrando acaso que aquellos corazones vibraran al unísono con el del Niño, que entonces, ¿por qué no?, reafirmaría el ofrecimiento al Padre, de que he- mos oído hablar a San Pablo. Aquella "luz de los pueblos" recién encendida en la lamparilla frágil de aquel cuerpecito sonrosado volvía a emitir irisaciones de dolor:

"Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción; y una espada atravesará tu alma dijo a María para que se descu- bran los pensamientos de muchos corazones" 13.

Ya en plena predicación de su Evangelio, Jesús aparece desde el primer momento orientado y orientándolo todo a su muerte en la cruz. Es otra circunstancia sin la cuál la obra personal de Cristo, sus enseñanzas sobre todo, care- cería dz sentido. No ignoraba Jesús lo que los hombres llamarían su tragedia final. Seguro de mismo y con un dominio impresionante de las situaciones y vicisitudes, se mueve entre las redes de sus enemigos como quien tiene las cosas en la mano. Hacia ese final, que era el designio del Padre, libremente aceptado por Él, caminaba tranquilo, 1

15 Mt. 1,21.

18 Le. 2.34-35.

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

369

conociéndolo y en el secreto de la hora, pero sin olvidarlo jamás y, por añadidura, demostrando que lo sabía y ha- ciendo de ello punto central de su vida y de su Evangelio. El cual, desde primera hora, presenta estos destellos de esa muerte, desenlace previsto y acariciado por Jesús.

c) Insinuaciones de Jesús.

San Juan, que omite otros datos más explícitos, reco- gidos, en cambio, por los sinópticos, se hace cargo de cier- tas alusiones, más veladas, de Jesús, que a veces el evan- gelista se encarga de apostillar, esclareciéndolas por su cuenta.

Muy a los principios de su ministerio público, en el co- nocido episodio de los vendedores y cambistas del templo, que volverá a repetirse dentro de la semana de pasión, se- gún narran los tres primeros evangelistas 14, Jesús dió a sus contradictores esta señal, entonces misteriosa, de sus po- deres:

"Destruid este templo, y en tres días lo levantaré."

Habiéndolo ellos tomado en un sentido local, expresa- ron su asombro; pero el evangelista anota:

"Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Cuando re- sucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho" 15.

Más adelante el Señor reiterará esta misma señal con la referencia al triduo de su sepultura, aunque echando mano del símbolo de Jonás, cuya aventura tan popular debió ser entre los judíos:

"Esta generación mala y adúltera busca una señal, pero no les será dada más señal que la de Jonás el profeta. Porque como estuvo Jonás en el vientre de una ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el seno de la tierra" 16.

Días después de la escena del templo, en la entrevista nocturna con Nicodemus, Jesús dejó caer esta frase insi-

14 Mt. 21,12-13; Me. 11,15-17; Le. 19,45-46.

15 lo. 2,13-22.

16 Mt. 12,39-40; Le. 11,29-30.

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LA EMPRESA, DE LA REDENCIÓN

nuante, que reaparecerá en otros dos pasajes posteriores del cuarto evangelio:

"A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que creyere en él tenga la vida eterna" 11 .

d) Va creciendo la luz.

No es fácil puntualizar el orden cronológico con que Jesús fué descubriendo más o menos diáfanamente el últi- mo acto de su vida mortal, idea a la que los discípulos no podían hao?rse sin haber desechado antes prejuicios de formación y de ambiente, muy hondos en todo judío de su

17 lo. 14-15. Desde ahora llamamos la atención sobre esta fórmula "ser levantado", que usa Jesús en el cuarto evangelio: doj veces en forma pasiva y una en forma activa. En dos de estos textos, el verbo va sin complemento alguno; en otro está afectado por la circunstancia "de la tierra". Pudiera creerse que Jesús juega con dos ideas: cu exaltación precisamente por el abatimiento de la cruz. Conocemos la paradoja; pero tal vez no está insinuada, de primera intención, en el verbo utilizado. La comparación con la serpiente, "levantada", puesta en alto para ser vista por Moisés, parece fijar el sentido de esta pa- labra sistemáticamente empleada, equivalente en labios de Jesús a "al- zar en la cruz". De hecho es lo que entiende y a lo ~ue alude Jesús. ¿Por qué, pues, no pensar que el término, en esta significación pre- cisa de crucificar, se había vulgarizado en el lenguaje común? Cuando Jesús, ya al fin de su vida, vuelve a emplear esta fórmula, si bien añadiendo "de la tierra", sus enemigos creyeron encontrar en la fra:e de Cristo una contradicción con sus pretensiones mesiánicas (lo. 12,32- 34). Según la ley. dicen, el Mesías debe permanecer en la tierra disfrutando y manteniendo el esplendor glorioso de su reinado; ¿cómo dices que ha de ser levantado el Hijo del hombre? ¿Quién es o qué clase de Mesías es ése? Los autores comúnmente dicen que los judíos entendieron mal a Jesús en el sentido de una ausencia o emi- gración de la tierra, y de ahí su objeción. Pero creemos sinceramente que no es preciso echar mano de e:ta salida, aunque estamos acostum- brados, es verdad, a las interpretaciones excesivamente li erales, que solían darse, como evasiva, a las palabras de Jesús. Suponiendo las falseadas ideas circulantes en los tiempos de Cristo acerca de la na- turaleza del reino mesiánico y del Mesías, y suponiendo que enten- dieron perfectamente la alusión de Jesús a su muerte ignominiosa, se explican bien el escándale y la protesta de aquellos judíos. No era eso lo que ellos cabían y esperaban de su Mesías, como el lector recordará por otros capítulos de es e libro. Y en este caso, la actitud de los judíos no se diferenciaría en el fondo de la de San Pedro en ocasión semejante, ante el anuncio que Jesús hizo a los apóstoles de su pasión y de su muerte: "Lejos de ti, Señor; no te ha de suceder esto", que le valió una dura reprimenda del Maestro (Mt. 16,22-23; Me 8,32-33).

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

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tiempo. La dificultad es la misma que presenta la cronolo- gía general de los hechos todos del Evangelio. Pero, desde lu?go, se observa una gradación en la luz y claridad de las manifestaciones de Jesús. En la primera mitad de la vida pública son menos frecuentes y más obscuros, como acabamos de ver.

e) Jesús habla expresamente de su cruz,

1 ) Toma tu cruz y s'gueme.

El primer evangelista sitúa en esta época la primera mención dz la cruz, aunque, de no conocer los aconteci- mientos posteriores, costaría identificarla con la realidad de la crucifixión de Jesús. Sin embargo, la advertencia:

"el que no toma su cruz y sigue en pos de mi",

ofrece un horizonte nuevo a la luz de la frase siguiente, con la que forma una evidente unidad gramatical e ideo- lógica:

"el que halla su vida, la perderá, y el que la perdiere por amor de mí, la hallará" 18.

Es decir, que seguir a Cristo con nuestra cruz supone dos cosas: que Jesús va delante con la suya; que a nos- otros, como le sucedió a Él, esta cruz puede llevarnos hasta el sacrificio de la vida. De este modo la alusión de Jesús resulta bastante clara, "si hay oídos para oírla".

Tampoco habría que forzar los textos, en el discurso sobre el Pan de Vida, para dar con la corriente cristalina de esfe misterio de la muerte de Jesús que circula inte- riormente por todo él, fecundándole y prestando a cada una de sus cláusulas una frescura incomparable y un gusto a rito sacrifical, no extraño ciertamente ni al pensamiento de Jesús ni a la intención del cronista. Que la mente del Señor mientras hablaba, desgranando sobre aquel audito- rio incomprensivo y desdeñoso 19 el dulce rocío de su pro- mesa, estaba clavada en su cruz, lo delata, por otra parte, la alusión al discípulo traidor, que no quiso o no pudo reprimir:

"/No he elegido yo a los doce? Y uno de vosotros es un diablo."

18 Mt. 10,28-29.

18 lo. 6,30.41.52.60.66.

372

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Y comenta San Juan, con un dejo no disimulado de amargura:

"Hablaba de Judas Iscariote, porque éste, uno de los doce, había de entregarle" 20.

Era la primera vez que Jesús, a muchos meses de dis- tancia, denunciaba la perfidia de un discípulo.

2) Su propia Cruz.

El panorama cambia radicalmente en la segunda mitad de la vida pública, que puede contarse a partir del episo- dio de Cesárea de Filipo 21, o acaso de la "jornada de las parábolas 22 , ambos no muy distantes de la multiplicación de los panes, ocasión y prólogo del discurso sobre el Pan de Vida, que puso de manifiesto una profunda crisis es- piritual de las muchedumbres y d? los mismos discípulos de Jesús. Más dedicado desde entonces a los apóstoles y más próximos los desconcertantes acontecimientos fina- les, el Maestro tuvo buen cuidado de ir preparando los ánimos de los suyos, a fin de prevenir lo que no consiguió del todo la sorpresa y el escándalo.

Durante este tiempo menudean las declaraciones de Jesús en este sentido. La referencia al signo de Jonás, an- tes comentada, que San Lucas parece situar tiempo des- pués de San Mateo 23, corresponde, sin duda, a la misma situación psicológica de Jesús que se transparenta en el cuarto evangelio, en la época movida de las grandes con- troversias de Jerusalén, muy avanzado ya el ministerio de Cristo. Quiso el Señor que sus enemigos participasen tam- bién de estos pensamientos suyos, como aviso no exento de misericordia. En dos ocasiones habla Jesús en Jerusalén de una misteriosa desaparición suya, que tanto desconcertó á los oyentes 24; pero la segunda vez, como apuntando un camino e iluminándolo con un rayo de luz, añadió:

"Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, enton- ces conoceréis que soy yo, y no hago nada de mis- mo, sino que según me enseñó mi Padre, así hablo" 25.

20 Ib., v.70-71.

S1 Mt. 16,12-20; Me. 8,27-30; Le. 9,18-21. K Mt. 13.1-52.

23 Le. 11.29-32; Mt. 12,39-40. M lo. 7,33-36; 8.21-22.

58 lo. 8,28-29. Es la segunda vez que Jesús emplea la fórmula a la

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

373

f) En las proximidades de la pasión.

No fué a los enemigos a quienes más prodigó Jesús estas manifestaciones, sino, como ya queda insinuado, a sus discípulos, y entre ellos a "los doce". Los tres sinópticos están de acuerdo en dar cabida en su relato a una triple manifestación, muy explícita, de Jesús y contestes en se- ñalar la ocasión y las circunstancias en que cada una tuvo lugar. Se ve, aun por esta unanimidad, la impresión que estos anuncios del Maestro causaron en los apóstoles y lo profundamente grabados que debieron permanecer en su memoria. Estás declaraciones no están muy separadas las unas d? las otras en el triple relato sinóptico, lo que prue- ba que tampoco Jesús las distanció mucho. Dan un matiz singular a esta etapa dz la vida de Cristo y hasta, litera- riamente consideradas, preparan gradual y suavemente la gran catástrofe que cortó de súbito la historia y la ense- ñanza ds Jesús.

La primera confidencia de Jesús acerca de lo que le aguardaba en Jerusalén fué hecha a raíz de la confesión de Pedro en la brillante escena de Cesárea, al norte del Lago 26; la segunda, tal vez al día siguiente de la transfi- guración la tercera, subiendo a Jerusalén, según pun- tualizan los tres evangelistas, seguramente en las cercanías de Jericó, a juzgar por San Lucas 28, e indudablemente muy pocas fechas antes del día de los ramos 29.

Tienen de común estas tres manifestaciones que sólo fueron hechas en la intimidad a los apóstoles, a quienes más interesaban y quienes mejor podían soportarlas; aun- que sabemos las reacciones primeras de Pedro, la tristeza

cual nos referíamos más arriba, y cuyo sentido tratamos de fijar en la nota 16 de es^e mismo capítulo.

26 Mt 16.21-22; Me. 8,31-33; Le. 9,22.

27 Mt. 17.21-22; Me. 9,30-32; Le. 9,43-45. San Marcos, sin embar- go, pone en boca de Jesús, al descender del mojite, estas palabras, que de algún modo anticipan la predicción a los doce: "Pero ¿cómo está escrito del Hmo del hombre que padecerá mucho y será despreciado?" (Me. 9,12). Es una respuesta a la preocupación interior de los tres testigos por la orden de ]ecús de no decir nada de lo que hab;an visto en el monte "hasta que resucitase de entre los muertos". Acaso in- fluyó también lo que habían oído hablar a Jesús con Moisés y con Elias "acerca de la partida de él la muerte , que se cumpliría en Jerusalén" (Le. 9.31).

28 Le. 18.35-42.

- Mt. 20,17-18: Me. 10,32-34; Le. 18,31-34.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

de todos y el t^mor de pedir aclaraciones al Maestro, y, en todo caso, el total desconcierto al no entender lo que Jesús quería decirles. San Lucas termina con este epifonema in- teresante y pintoresco:

"Pero ellos no entendían nada de esto; eran cosas :n- inteligibles para ellos, no entendían lo que les decía" 30.

En aquellas mentes entristecidas y desilusionadas ba- rajábanle, sin sedimentarse ni ponerse en orden, los múl- tiplas datos de Jesús: los gentiles, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos, los escribas, los escarnios e insul- tos, los azotes, la cruz, la muerte, la resurrección. Cuando todas estas cosas acontecieron, ciertamente ellos no pudie- ron llamarse a engaño; pero ahora, al lado del Maestro y en plenas esperanzas de sus sueños, no estaban para en- tenderlas. La prueba está en la petición de Santiago a Juan, que más arriba mencionábamos, hecha precisamente a raíz de la tercera confidencia del Maestro, el cual, al contestarles, hubo de recordársela:

"No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber?" 31

Con esta metáfora del "cáliz" Jesús designó todo el tropel de sufrimientos que sobre Él caería en el transcurso de su pasión, lo mismo que había de hacerlo en la oración de Getsemaní 3'2.

Naturalmente, en vísperas de los acontecimientos, Je- sús se muestra más afectado por estás ideas de su pasión y de su muerte, cuyo espectro tiñe de un tono violáceo aquellos días y pone un acento singular de tristeza en sus palabras.

La unción en Betania, la víspera de la entrada en Jeru- sálén, y el escándalo de los apóstoles ante la pródiga deli- cadeza dz María, la hermana de Lázaro, dió pie a Jesús para aludir de nuevo a su sepultura33.

30 Le. 18.34.

31 Mt. 20.22; Me. 10,38.

82 Mt. 26.39-42; Me. 14,36; Le. 22,42.

33 Mt. 26,12; Me. 14,8; lo. 12,7. San Juan localiza más exactamente el hecho. La alusión a la sepultura e:tá más clara en la redacción de San Marcos: "Ha hecho lo que ha podido, anticipándose a ungir mi cuerpo para la sepultura." San Juan, por su parte, explica la mur- muración de Judas, iniciador de la protesta: "Esto decía, no por amor a los pobres, sino porque era ladrón y, llevando él la bolsa, hurtaba

C.16. POR SU MUhRTE: «YO bOY LA VIDA»

375

A poco que se reflexione sobre el aire sombrío que envuelve el discurso escatológico de J?sús, pronunciado el lunes o el martes de la semana de pasión 34, podrá adivi- narse el estado de ánimo de Cristo frente a la gran catás- trofe de aquel pueblo y de aquella ciudad, en castigo de su ceguera y del horrendo deicidio que entre sus muros estaba fraguándose, y del que esos mismos muros y la mag- nificencia de su templo iban a ser testigos tan pronto. Por algo había llorado Jesús, en medio de su triunfo momen- táneo, el domingo de los ramos. Las lágrimas brotaron de sus ojos a la vez que de sus labios estas doloridas y graves palabras:

"¡Si al menos en este día conocieras (Jerusalén) lo que hace a la paz tuya! Pero ahora está oculto a tus ojos. Porque días vendrán sobre tí, y te rodearán de trincheras tus enemigos, y te cercarán, y te estrecharán por todas partes, y te abatirán al suelo a ti y a los habitantes que tienes dentro, y no dejarán en ti piedra sobre piedra por no haber conocido el tiempo de tu vi- sitación" 35.

No hacía mucho que el Señor, según el mismo evange- lista, había roto en este apostrofe, mezcla de ternura y de reproche:

"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y ape- dreas a los que te sen enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como el ave a su nidada debajo de las alas y no quisiste!" 36

Todo está indicando la atmósfera espiritual que rodea esta última etapa de la vidá de Jesús. Todo nos habla del fin. Jesús tampoco quiere disimularlo. ¿Para qué? Faltaban sólo dos días para la Pascua cuando el Maestro reveló terminantemente la fecha y las circunstancias de su muerte:

"Sabéis que dentro de dos días es la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para que le crucifiquen" 37.

de lo que en ella echaban." La acotación prepara psicológicamen'e al lector para entender el proceso aleccionador de la traición de Judas.

34 Mt. 24,1-31; Me. 13,1-27; Le. 24,5-33.

35 Le. 19,42-44. 38 Le. 13,34-35. w Mt. 26.2.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Tras este aviso, en la cena y en el camino de Getse- maní no sólo insistirá sobre lo mismo 38, sino que, que- brando parcialmente la reserva, denunciará que uno de ellos, traicionándole, había de ponerle en manos de sus implacables adversarios 39ü El momento debió ser de una intensa y desusada emoción. San Juan, que no perdió un solo detalle de estas últimas escenas, anota que Jesús "se turbó en su espíritu" 40. La delicadeza del Maestro brilló una vez más en esta tristísima ocasión; solamente al mismo Judas 41 y a Juan 42, el más amado de los discípulos, quiso comunicarles la verdad y revelarles el secreto. Los demás siguieron en sus dudas y sin entender ciertas palabras y ciertos gestos de Jesús 43.

Judas era, sin embargo, el punto de cita de los desig- nios eternos de Dios y de los planes de los hombres. ¡Triste destino de este apóstol, ambicioso y ladrón, cuyo nombre abominable destacará la Historia mientras quede entre los hombres un mínimo de pudor y de buen sentido!

Plan de los hombres»

a) Primeros chispazos.

Porque paralelamente a estas manifestaciones de Jesús corren los proyectos de sus enemigos, las huellas de cuyo proceso han quedado principalmente en el cuarto evange- lio. La trama de sus hilos impresiona mucho más vista a la luz del dogma de la Providencia divina; pues entonces aparece de resalte el aspecto puramente instrumental de las manipulaciones humanas, las mismas que aspiran con harta frecuencia al papel rector de los acontecimientos y de Historia. Desde estas alturas de la fe, ¡qué pequeños re- sultan los hombres de mayor influencia y qué ridiculas ciertas actitudes y ciertos orgullos humanos!

Este punto de mira es el que San Pedro, en dos de sus discursos, pres:nta á la consideración de aquel pueblo de Jerusalén, todavía bajo la pesadilla de los tremendos su-

38 Mt. 26,30-35; Me. 14,26-31; Le. 22,15-16; lo. 13,33. 89 Mt. 26,21-25; Me. 14,18-21; Le. 22,22-23; lo. 13,10-11.18-19; 21-30.

40 lo. 13,21.

41 Mt. 26,25.

« lo. 13.23-26. w lo, 13,28.

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

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cesos de Jerusalén. Las dos advertencias son como un rayo de luz que intentara filtrarse hasta el fondo de las con- ciencias de aqu2llos verdugos, individuales o colectivos:

"A éste (Jesús), entregado, según el definido consejo y previo conocimiento de Dios, enclavándole por mano de los infieles, le quitasteis la vida" 44.

"Empero, Dios, lo que pronunció por boca de todos los profetas, que padecería el Cristo suyo, de esta suer- te lo cumplió" 45.

Combinadas estas dos fórmulas, dan este doble cuadro, divino y humano, de una precisión histórica y teológica verdaderamente asombrosa en medio de su concisa bre- vedad.

En el cHo: el decreto divino; manifestado por los pro- fetas; hecho por Dios cumplir en Jesús.

En la tierra: el traidor traditor, el que entrega , Ju- das; los ejecutores materiales: los romanos; los deicidas y principales responsables: los judíos, autoridades y pueblo.

He aquí los elementos que concurren a la muerte de Cristo, cada uno en su medida y en su plano, mas todos maravillosamente conjugados en el designio divino dado a conocer por los profetas. Los hombres, sin embargo, pro- cedieron por su cuenta y con una a su juicio absoluta independencia de Dios; como si aquellos dos actos: el del cielo y el de la tierra, no hubieran de -cumplirse a un tiem- po, el segundo en función del primero.

¿Cuál fué, pues, el plan de los hombres? ¿Cuál su tra- yectoria? Volvamos a las páginas del Evangelio.

b) Una pista en el cuarto evangelio.

Los primeros chispazos, que acaso no delatan todavía un plan bien pensado y maduro, sino más bien la reacción de la envidia, de la soberbia pisada y dz la maldad puesta al desnudo por Jesús, nos sorprenden en el capítulo sépti-

44 Act. 2,23. Más impresionante, si cabe, es esta fórmula, que el libro de los Hechos pone en boca de la primitiva Iglesia, los primeros días de su vida: "En efecto, juntáronse en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gen- tiles y el pueblo de Israel, para ejecutar cuanto tu mano y tu Consejo habían decretado de antemano que sucediese" (Act. 4,27). También San Pablo formula el mismo pensamiento en su discurso de Antioquía de Pisidia (Act 13,27-29).

45 Act. 3.18.

378

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

mo de San Juan, tantas veces citado en este libro, y con ocasión de la fiesta judía de los Tabernáculos, que se ce- lebraba terminada la recolección, y por eso una de las más jubilosas, populares y concurridas. El capítulo se abre con esta nota informativa:

"Después de esto 46, andaba Jesús por Galilea, pues no quer'a ir a Judea, porque los judíos le buscaban para darle muerte" 47 .

Sabido es que Jesús, habiéndole negado en un princi- pio a subir a Jerusalén con sus parientes 48, mediada la fiesta, se dejó ver en el templo 49. En el transcurso de su primera controversia con sus enemigos de Jerusalén, Jesús denunció, sin remilgos, los propósitos que éstos abrigaban:

"¿Por qué buscáis darme muerte?" 50

La muchedumbre, ajena a estas primeras conjuras de sus dirigentes, le contestó:

"Tú estás poseído del demonio; ¿quién busca matar- te?" 51

Mas que Jesús había puesto el dedo en la llaga, bien claro lo dice esta apostilla del evangelista:

"Buscaban, pues, prenderle, pero nadie le echó mano, porque aún no había llegado su hora" 52.

Y esta otra pincelada final de los agitados sucesos de aquel día:

"Algunos de ellos querían apoderarse de él, pero na- die le puso las manos" 53.

Estos vacilantes y acobardados enemigos son alguaci- les o esbirros del Sanedrín, según aclara San Juan 54; lo cual quiere decir que el proyecto de apoderarse de Jesús y darle muerte era ya un cálculo oficial de las autoridades religiosas.

46 El discurso cobre el Pan de vida en Cafarnaún.

47 lo. 7,1. 45 lo. 7,3-9.

49 Ib., v.14.

50 Ib., v.19. 81 Ib., v.20. 62 Ib., v.30.

53 Ib., v.44.

54 Ib., v.45,

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

379

Por segunda vez, durante aquella estancia en Jerusalén, Jesús echó en rostro a sus enemigos la decisión de rná- tarh 55; y ciertamente hubiérase perpetrado el crimen si Jesús, aprovechando la confusión, no se hubiera ocultado, dejándoles con las piedras en las manos 56.

En otra ocasión, no mucho después, San Juan vuelve á pintar a los judíos acarreando piedras para apedrear a Jesús 5T. De momento Jesús salvó hábilmente la situación; pero al final de sus palabras, anotará el evangelista:

"De nuevo buscaban cogerle, pero él se deslizó de entre sus manos" &8.

Esta falta de decisión, fundada, en parte, en la actitud desconcertada d2 las muchedumbres, pero a la que San Juan señala el motivo más hondo de que aún no habia llegado la hora de Jesús, debió hacer meditar a las autori- dades judías sobre el cambio de táctica. Y es de nuevo San Juan qui:n nos sitúa en la pista de todas estas maqui- naciones.

El pretexto lo ofreció el milagro, ruidoso, a las mismas puertas de Jerusalén, de la resurrección de Lázaro. No tarao en llegar la noticia a oídos de los fariseos merced a la oficiosidad y al celo dz algunos de los testigos del prodigio 59. El efecto fué inmediato:

"Convocaron entonces los príncipes de los sacerdotes y los fariseos una reunión y dijeron: ¿Qué hacemos, que este hombre hace muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y destrui- rán nuestro lugar santo y nuestra nación. Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vos- otros no sabéis nada; ¿no comprendéis que conviene que muera un hombre por el pueblo y no que perezca todo el pueblo?... Desde aquel día tomaron la resolución de matarle" 60.

Como se ve, la sentencia se había dictado ya. Es más: la vida de Jesús fué puesta a precio, como se insinúa en este comentario del evangelista:

65 lo. 8,40. M Ib., v.59. 67 lo. 10,31.

58 lo. 10,39.

59 lo. 11,46.

80 lo. 11,47-53.

380

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

"Pues los príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes que, si alguno supiese dónde esta- ba, lo indicase, a fin de echarle mano" tíl.

y como parece exigirlo la actitud posterior de Judas, que pronto entrará en escena.

c) Marcha atrás.

Así las cosas, el recibimiento dispensado a Jesús en Jerusalén el día de los ramos, con caracteres de apoteosis, alarmó a sus enemigos, según se desprende dz esta infor- mación recogida por San Juan:

"Entre tanto los fariseos se decían: Ya veis que no adelantamos nada; ya veis que todo el mundo se va en pos de él" 62.

Era arriesgado, a juzgar por lo sucedido aquella ma- ñana, desafiar la volubilidad de las multitudes. De esta perpleja situación se hace eco el acuerdo adoptado por el Sanedrín, cuando faltaban muy pocos días para la Pas- cua; acuerdo que recae sobre dos puntos principales: pri- mero, apoderarse de Jesús con engaño y astucia, como subrayan San Mateo y San Marcos; segundo, d?jar que transcurrieran los días de la fiesta para evitar en lo que están de acuerdo los tres sinópticos un tumulto popular 63.

d) Judas, en escena.

En este momento es cuando Judas entra en juego. San Lucas pon? de relieve la intervención del demonio, del que será juguete el desgraciado apóstol G4. Esta actitud de ju- das, registrada por los tres primeros evangelistas ü5, impri- me nuevo rumbo a los acontecimientos y viene a ser, como decíamos ant?s, el punto de conjunción de los designios divinos y de los planes humanos. Éstos, en medio de su apasionamiento y su decisión de llegar hasta el fin, se muestran ahora vacilantes, inseguros, desconfiados. Pero una vez más acabarán, por la fuerza misma dz las cosas, plegándose a los decretos de Dios, de que hablaba San Pedro.

61 lo. 11,57.

62 lo. 12,19.

63 Mt. 26,3-5; Me. 14,1-2; Le. 22,1-2.

64 Le. 22,3.

Mt. 26,14; Me. 14,3; Le. 22,3-6.

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA» 38J

No ha de ser durante las fiestas, habían concluido; mas no se habían percatado de que, precisamente en la Pascua, el sacrificio ritual del cordero, símbolo de siglos de otro definitivo sacrificio, agotada su capacidad figura- tiva, había de tocar los límites de la realidad, dejando paso a Cristo, que en adelant?, como dice San Pablo, será "nuestro cordero pascual" C6.

Durante las últimas horas, Judas asume el papel prin- cipal en este drama de incertidumbres y de intrigas. En el relato sinóptico la det:rmináción del traidor guarda inne- gable relación con el suceso de Betania y la defensa que Jesús hizo de la hermana de Lázaro. El alma endurecida de Judas no pudo soportar aquella tácita reprensión, que él solo debió calibrar. San Lucas amplía un tanto el dato de San Marcos; pero, como éste, omite el raz<go de San Mateo, que retrata al traidor y descubre hasta el fondo el abismo de ingratitud y de sórdida avaricia en que se había hun- dido irremediablemente. La propuesta parte de él:

"¿Qué me dais y os lo entrego? Se convinieron en treinta piezas de plata" 67.

La sorpresa de los enemigos de Jesús se cambió en alegría, s^gún anotan San Marcos y San Lucas168. El pa- norama presentaba un aspecto más favorable a sus propó- sitos, aunque siguiera pesando sobre ellos el temor a la multitud. Fué igualmente Judas quien decidió ia balanza, la misma noche del jueves santo. El dato es de San Juan:

"Él, que estaba recostado ante el pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? Jesús le contestó: Aquel a quten yo mojare y diere un bocado. Y mojando un bocado, lo tomó y se lo dió a Judas, hijo de Simón Iscariote. Des- pués del bocado, en el mismo instante, entró en él Sa- tanás. Jesús le dijo: Lo que has de hacer, hazlo pronto... Él, tomando el bocado, se salió luego; era de noche" fi9.

66 1 Cor. 5,7.

67 Mt. 26,15; Me. 14,10; Le. 22,4.

68 Me. 14,11; Le. 22,4.

69 lo. 13,25-30. No parece sino que San Juan estuviera interesado en dar la razón profunda de este cambio de rumbo del Sanedrín, por la intervención de Judas, mediante la cual el plan de los hombres se encajará en el plan de Dios. Diríase que Jesús mismo le hace caer en la cuenta del poco tiempo de que el traidor dispone. La acotación misteriosa del evangelista: "era de noche", puede ser, al mismo tiem- po, un dato con idéntico fin de cálculo: unas horas nada más entre

382

LA EMPRESA DE LA REDENCION

Adonde se encaminó Judas, lo sabemos por el mismo evangelista:

"Judas, el que hab'a de traicionarle, conocía el sitio, porque muchas veces concurría allí Jesús con sus discí- pulos. Judas, pues, tomando la cohorte y los alguaciles de los pontífices y fariseos, vino allí con linternas y ha- chas y armas" 70.

Ya estaba en marcha el plan de Dio©, a pesar de todas las vacilaciones humanas de última hora. Lo demás lo co- nocemos todos.

Teología del plan divino»

Mas, en definitiva, ¿cuál era, en el plano teológico de la redención, el plan divino? Es lo que más nos interesa conocer después de este recorrido por el campo del Evan- gelio, necesario para situar histórica y psicológicamente la muerte de Jesús. Pero ante todo conviene responder a esta pregunta: ¿Dijo algo Jesús sobre este punto? ¿Se con- tentó con anunciar el hecho o dió a entender además la finalidad trascendental de su muerte?

Ciertamente, sobre este aspecto no insistió mucho Je- sús, quién sabe si por no estar preparados para ello sus oyentes. Sin embargo, al menos en tres ocasiones que se- pamos, lo apunta, y en dos de ellas muy explícitamente. La primera vez que Jesús quiso levantar un poco el velo de este hondísimo y amable misterio fué en Jerusalén, a poco de la curación del ciego de nacimiento, y en el con- texto de la alegoría del Buen Pastor. Uno de los rasgos más salientes de esta bellísima imagen, retrato que de mismo hace Jesús, es que "el buen pastor da la vida por sus ovejas" 71. Casi a renglón seguido añade, pasando de la metáfora a la realidad:

"Yo soy el buen pastor, y conozco a las mías, y las rrras me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, y pongo mi vida por las ovejas" 72.

la decisión final de Judas y la ejecución del proyecto en Getsemaní. San Juan tampoco ha querido omitir la parte del demonio en este en- durecimiento y en esta negra conducta del apóstol, ejemplo de cómo las mayores delicadezas de Dios, y a ve ?s, y en su plano, la de los hombres, se truecan en veneno para ciertas almas de la estofa de Judas. Todos son misterios en este breve trozo del cuarto evangelio.

70 lo. 18,2-3.

71 lo. 10,11. 73 Ib., 15.

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

383

Los dos elementos que Jesús pone, o voluntariamente "da su vida" y "por sus ovejas", tienen un sabor paulino inconfundible, como hemos de comprobar en seguida. Como lo tiene más acentuado aún esta otra afirmación la se- gunda cronológicamente , qu2 recogen San Mateo y San Marcos:

"el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención por muchos" 73.

Ni es del todo ajena a este pensamiento aquella ter- cera y no menos sorprendentz sentencia de Jesús:

"y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí" 74.

Fijémonos en que la muerte de Cristo es el principio, no sólo cronológico, sino causal, de este movimiento de los hombres, cuyo centro será la cruz dz Jesús. Lo cual trae de nuevo a la memoria otros textos de San Pablo que expresan esta misma idea, incluso con ese matiz de "orien- tación", de "movimiento", que tiene en el cuarto evangelio. Baste citar uno muy conocido y característico:

"Por lo cual acordaos que un tiempo vosotros los gen- tiles..., que estabais en aquel tiempo fuera de Cristo, ex- trañados en la república de Israel y forasteros de las alianzas de las promesas, que no ten'ais esperanzas, ni teníais Dios en el mundo; pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, los que un tiempo estabais lejos, habéis sido puesto cerca mediante la sangre Cristo. Porque Él es nuestra paz, el que hizo de ambas cosas una, y de- rribó el valladar de división, la enemistad, en la propia carne..., y venido, evangelizó paz a vosotros los de le- jos, y paz a los de cerca: porque por él tenemos los unos y los otros, en un solo espíritu, el acercamiento al Pa- dre" 75.

' ¡

73 Mt. 20,28; Me. 10.45. Cualquiera diría que la fórmula "en re- dención por muchos" e arrancada de la cantera del Apóstol. Por donde se ve que toda la teoría de San Pablo sobre la muerte reden- tora de Cristo está germinalmente en la enseñanza de Jesús, dinamos que concretamente en este texto de los sinópticos.

74 lo. 12,32. La lectura más familiar a los lectores, merced a la traducción Vulgata latina: "atraeré todas las cosas a mí", está menos atestiguada por los documentos. Parece más crí.ica la que damos en el texto: "todos", es decir, todos los hombres, todos los pueblos.

75 Eph, 2.11-13,

384

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Jesús, pues, llevó a sus oyentes a las puertas mismas del misterio de la redención por su muerte en la cruz. Par- tiendo de aquí, s^gún hemos indicado ya, San Pablo nos dió, en sus escritos, una teoría completa de la redención por Cristo, en la que se aúnan la belleza y la profundidad. Comprender el pensamiento d:l Apóstol será haber en- tendido, en cuanto cabe, este adorable misterio, suma de la Teología católica y eje de toda la vida sobrenatural, de la que Jesús es autor y consumador: "He venido aseguró Él mismo para que tengan vida, y la tengan muy abun- dante" 7b.

Oigamos a San Pablo»

La doctrina de San Pablo arranca de un doble aspecto o, si se prefiere, doble objetivo de la redención. Son los dos elementos que fijan los términos exactos del problema.

a) Doble aspecto de la redención.

La redención presenta un aspecto negativo y otro posi- tivo. Supone, en su razón de ser, el pecado del hombre, más concretamente, el pecado de Adán; pecado, según se explicó ampliamente en la Introducción, de la naturaleza humana, del cual son como prolongación y derivación to- dos los pecados personales, que, desde el punto de vista de la redención, constituyen una unidad moral con el pe- cado de origen. Por eso, para trazar el esquema teológico de la redención, basta en rigor tener en cuenta el pecado original; que es lo que fundamentalmente hace San Pablo. En cuanto a los pecados personales, baste apuntar, por ahora, que el proceso de la justificación de las almas, des- pués del pecado mortal, responde a este mismo esquema básico de la redención, según lo señala el Concilio de Trento 77 .

A "destruir" el pecado, a "borrarle", a "quitarle" son términos que aparecen alternativamente en San Pablo , viene la redención. Éste es su aspecto negativo. Pero des- truido el pecado, hecho desaparecer el pecado, que es en la muerte del alma, por la pérdida de la gracia santifi- cante; sobre esa ruina del hombre viejo ha de levantarse la nueva vida sobrenatural, la "nueva criatura", el "hom-

76 lo. 10,10.

n Ses.6. Decretum de iustificatione.

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

385

bre nuevo", por la presencia y la actuación vital de esa misma gracia, que es a la vez muerte del pecado y "resu- rrección a la vida" en Cristo y por Cristo. Éste es el as- pecto positivo de la redención. Entendiendo, sin embargo, que ambos aspectos no son separables, sino que represen- tan dos fases simultáneas de una misma operación dotada de este doble efecto.

Sin el efecto negativo, imposible de ser y concebirse el efecto positivo, como la resurrección no cabe sin la muerte, que es su condición previa. Ya en páginas ante- riores, lo mismo que ahora, insistíamos sobre esta especie de comparación de la obra redentora con la resurrección y con la muerte. No sólo porque esclarece maravillosamente el concepto, sino porque es la comparación que utiliza San Pablo.

Quien con algún detenimiento baya saboreado los es- critos del Apóstol, se .habrá visto sorprendido al observar la persistente y sistemática regularidad en unir, a los efec- tos de la obra redentora, la resurrección de Cristo con su muerte. Se trata, ciertamente, de una novedad originalísi- ma en la soteriología de San Pablo.

El pensamiento, diáfanamente formulado, reaparece va- rias veces en la Carta a los Romanos; pero a manera de luz difusa, más o menos intensa, no es difícil captarle en cualquiera otro de sus escritos. Sería ocioso advertir, co- nociendo el peculiar estilo del Apóstol, que la idea se pre- senta en las más diversas formas y con esa asombrosa riqueza de matices y tonalidad tan característica de las ideas madres de la teología paulina, de donde proviene la dificultad de ser entendida que todos, desde San Pedro 78 acá, reconocen.

Lo que es evidente, a poco que uno se haya fami- liarizado con las Cartas de San Pablo, es que el Apóstol no pierde jamás de vista el elemento histórico, quiero de- cir, los hechos reales de la vida de Jesús, en los que, con una perspicacia sin par, va descubriendo el paradigma de la obra redentora, el molde donde luego vaciará toda la concepción teológica de la redención, tan saturada de Cris- to y tan parálela a la acción personal del Redentor. No ver esto es renunciar a lo más bello, profundo y amable de la doctrina soteriológica de San Pablo. Como en pocas materias, aquí cabría aplicar a la enseñanza del Apóstol

2 Petr. 3,16.

Jesucristo Salvador

13

388

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

lo que él mismo, a otro propósito, escribía: "Nadie podrá poner otro fundamento que el ya puesto, que es Cristo

Jesús" 79.

Sobre este patrón irá calcando y dibujando, línea a línea, toda su teoría de la redención.

b) Muerte y resurrección.

Ahora bien, en la historia de Cristo, ¿se entendería su muerte sin la resurrección? Más aún: ¿hubiera siquiera muerto Jesús, de no ser para resucitar? Recordemos, una vez más, que es. el propio Jesús quien, al anunciar su muer- te, según veíamos, añade siempre el augurio reconfortante de su resurrección. El fracaso aparente y temporal de su muerte fué un duro hachazo a la fe, tierna todavía, de sus discípulos; de no haber resucitado Jesús, con su cadáver habría sido sepultado eternamente su Evangelio.

Y es San Pablo, como era de esperar, quien con más energía y viveza ha acentuado el absurdo de que Jesús no hubiera resucitado de entre los muertos:

"Y si Cristo no ha resucitado, vana es, consiguiente- mente, nuestra predicación, vana también nuestra fe; y somos hallados además falsos testigos de Dios... Y si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. Por donde también los que ya mu- rieron en Cristo perecieron. Si solamente en esta vida tenemos puesta en Cristo nuestra esperanza, somos los más dignos de lástima de todos los hombres" 80.

La resurrección de Jesús es, por tanto, el complemento y, en consecuencia, un postulado de su muerte. En este sentido la toma San Pablo. De su modo de pensar y de hablar se deduce que el Apóstol había llegado a vivir y, como si dijéramos, a experimentar esa fuerza de atracción mutua que une estos dos hechos y estos dos términos, tra- tándose de Cristo y de su obra.

Y cuando a veces los separa, o prescinde del uno o del otro, es porque sólo piensa o intenta hacer resaltar uno de los dos aspectos de la redención.

Por el contrario, su visión integral de la salud en Cristo incluye indefectiblemente la liberación del pecado por la

1 Cor. 3,11. 1 Cor. 15,14-19.

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

387

muerte la de Jesús y la nuestra en Él y la nueva vida la de Jesús y la nuestra por la resurrección.

No quiere decir esto que la muerte de Jesús deje de ser el elemento primordial de la redención, conforme a los profetas y a la enseñanza del mismo Jesucristo. Tampoco lo ignora San Pablo, como hemos de ver más adelante, y nadie como él lo ha expresado con tanta exactitud y con fórmulas tan densas, variadas y a la vez tan henchidas de emoción y de gratitud. No olvidemos, si queremos no des- figurar el pensamiento del Apóstol, que para él no había nada fuera de Cristo, "y éste crucificado". Sin embargo, para abarcar todas las dimensiones de su teoría de la re- dención, tampoco hemos de echar al olvido los dos aspec- tos, el negativo y el positivo, que en ella considera San Pablo, y la atribución, por apropiación, que hace de cada uno a la muerte o a la resurrección del Señor. Veamos al- gunos de estos textos:

"el cual (Jesús) fué entregado por nuestros delitos y fué resucitado por nuestra justificación" 81.

Es la forma más sencilla y menos compleja de cuan- tas se leen en los escritos del Apóstol. Más rica y de más anchos y luminosas perspectivas es esta otra:

"¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuimos bautizados? Así que fuimos sepultados juntamente con él por el bautismo en orden a la muerte, para que como Cristo fué resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así tam- bién nosotros en novedad de vida caminemos. Porque si hemos sido injertados en él por la semejanza de su muer- te, es que también lo seremos por la de su resurrección: sabiendo esto, que nuestro hombre viejo con él fué cru- cificado, para que sea destruido el cuerpo del pecado, a fin de que en adelante no seamos ya esclavos del pecado; porque el que murió queda absuelto del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también vivire- mos con él; sabiendo que Cristo, resucitado de entre los muertos, no muere ya más, la muerte sobre él ya no tie- ne señorío. Porque eso que murió, al pecado murió de una vez para siempre; pero eso que vive, vive para Dios. Así también vosotros haceos cuenta que estáis muertos

81 Rom. 4,25.

388

LA EMPRESA DE LA REDENCION

para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" 82.

Con todo, acaso la fórmula más feliz, en su concisión, sea ésta, en que, hablando del beneficio otorgado por Je- sucristo, dice:

"que abolió la muerte e iluminó la vida y la inmortali- dad" S3,

completándola con esta otra:

"Pues si con él hemos muerto, también viviremos con él" *4.

Recojamos al menos estas dos indicaciones, que de se- guro habrán llamado la atención al lector: "Si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte" y "si con Él hemos muerto", que conducen directamente a otro prin- cipio— acaso el fundamental de la doctrina de San Pa- blo sobre la redención, y desde luego imprescindible para entender y admirar el misericordioso y sapientísimo desig- nio de Dios sobre el pecado.

c) El principio de solidaridad. 1 ) Fundamentos.

Hablamos del célebre y misterioso "principio de soli- daridad"; solidaridad mutua de Cristo redentor y de los hombres sus redimidos. Es la réplica al principio de soli- daridad entre Adán y la humanidad toda, que en defini- tiva, por un camino o por otro, por la ley de la naturaleza y por disposición positiva de Dios, nos lleva a explicar, en lo posible, la participación de todos los hombres en el pecado de Adán.

De esta solidaridad de los hombres con el padre común de toda la humanidad arranca, sin duda, la idea de San Pablo acerca de nuestra solidaridad con Cristo, también padre común de los hombres, en cuanto a la vida sobrena- tural, después de la caída. Y la razón de ambas es la na- turaleza humana, que Adán nos transmitió herida por el pecado y despojada de la gracia, y que Cristo, a su vez,

82 Rom. 6,3-11. Otro pasaje parecido en la misma Carta (7,4-6). Véase asimismo 2 Cqr. 7,15; Gal. 2,19-20; CoL 2,12; 3,1.

83 2 Tim. 1,10.

84 2 Tim. 2,11.

C.16. POR SU MUERTE" «YO SOY LA VIDA»

asumió para devolvérnosla redimida, santificada, "renova- da" y, por decirlo así, "re-creada" en la paz de Dios tras la reconciliación en la cruz.

Adán es un hombre concreto, histórico, individuo; pero al mismo tiempo era el manantial de la vida, tronco de la humanidad, y en ese sentido, su nombre es legión. Jurídi- camente era toda la humanidad, presente en él, contenida en él, asociada a él: el hombre. Jesús es también un hom- bre histórico, concreto, individuo en este caso unido a la Persona del Verbo ; pero es, además, fuente de la nueva vida, cabeza de la misma humanidad que brotó de Adán, ahora contenida en Él, asociada a Él: el hombre.

Pilato no midió el alcance trascendente de su frase: "Aquí tenéis al hombre" 85; pero, tal vez, lo mismo que por Caifás s,<\ aquel día habló Dios por boca del procura- dor romano. Y más que nunca, la humanidad en Jesús, en aquellos momentos, cuando la pasión y la muerte de Jesús alumbraban una nueva humanidad y una nueva vida: la unión en uno "de todos los hijos de Dios, que estaban dispersos" 87.

Principio Adán y principio Cristo. En esto coinciden. Principio Adán del pecado y de la muerte; principio Jesús de la gracia y de la vida. En esto se contraponen. Ambas realidades se yuxtaponen, por una especie de atracción mutua, en el pensamiento de San Pablo. Un pasaje cono- cidísimo de la Carta a los Romanos, que ya hemos estu- diado nosotros, es el que por vez primera lanza á los cua- tro vientos este sorprendente paralelismo, que termina, en antítesis, en Cristo y Adán, como principio y cabeza aun- que en distinto plano de todos los hombres:

"Por esto, como por un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte... Mas no cual fué el delito, así también el don; pues si por el delito de uno solo los que eran muchos murieron, mucho más la gracia de Dios y la dádiva en la gracia de un solo hombre, Jesucristo, redundó en los que eran muchos... Así, pues, como por el delito de uno solo recae sobre todos los hombres la condenación, así también por la obra de la justicia de uno solo viene sobre todos los hombres la jus- tificación de vida. Pues como por la desobediencia de

* lo. 19,5. 88 lo. 11,50-51. 87 Ib., v.52.

390

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

un solo hombre fueron constituidos pecadores los que eran muchos, así también por la obediencia de uno solo eran constituidos justos los que son muchos" 88.

La misma antítesis, si bien más vigorosamente expre- sada, reaparece en este texto, no menos clásico en la ma- teria:

"Pues ya que por un hombre vino la muerte, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo to- dos serán vivificados" 89.

2) Un primer paso.

De este paralelismo no hay mási que un paso al prin- cipio de solidaridad aplicado a la redención por la muerte de Cristo. En virtud de este principio debe ser verdad que, así como estábamos en Adán, pecando en él y con él, reos, por tanto, del mismo pecado el pecado original , siendo los que eran "muchos" "uno solo", según la valiente ex- presión del Apóstol, así también hemos debido estar todos en Cristo y con Cristo en el acto de la redención, pade- ciendo.y muriendo con Él en la cruz, es decir, haciendo nuestra la muerte de Cristo, incorporados y asociados a su sacrificio redentor. ¿Enseña esto San Pablo?

Ya se ha apuntado que este concepto de la solidaridad con Cristo redentor es básico en la teología del Apóstol, y más o menos explícitamente aflora con frecuencia en sus escritos. Con todo, la fórmula más impresionante la ofrece este texto de la segunda Carta a los Corintios:

"Pues el amor de Cristo nos apremia, el pensar esto: que uno murió por todos; luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven no vivan ya para mismos, sino para aquel que por ellos murió y resuci- tó" 90.

88 Rom. 5,12-19. Los do|S principios: el solo hombre primero y el solo hombre segundo, están especificados nominalmente en el pasaje del Apóstol: v.14 (Adán), v.15.17 y 21 (Cristo).

*9 1 Cor. 15,21-22. Implícitamente, este paralelismo-antítesis está claro en textos como éste: "Así también está escrito: Fué hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu vivifi- cante...; el primer hombre, de la tierra, terrestre; el segundo hombre, del cielo" (1 Cor. 15,45.47); y en general en todos aquellos en que se habla del "hombre viejo", como en Rom. 6,6.

60 2 Cor. 5,14-15. El texto original presenta algunas variantes, de las que la más interesante es la supresión de la conjunción "si" en

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

391

No se trata de que Cristo muriera "por todos", en un sentido puro y escueto de mera substitución, en la que los hombres no tomaran parte alguna, fuera de ser el objeto pasivo sobre quien recaen los beneficios de esa muerte. Ni mucho menos, como algunos interpretan el texto, ha de entenderse la segunda cláusula de la muerte moral de los hombres por el pecado. Son dos verdades parciales dentro del cuadro de la Teología, y con ellas tropezamos también en los escritos de San Pablo. Pero en este pasaje ni agotan ni reflejan siquiera el profundo y originalísimo pensamiento del Apóstol. La idea de la muerte por el pe- cado es completamente ajena al contexto ideológico y, como elemento intruso, dislocaría la recia unidad del pen- samiento.

San Pablo, para deducir una conclusión de tipo moral acerca de la abnegación con que trata de llevar a cabo su misión evangelizadora, sienta como base el amor de Cris- to, ideal y modelo de caridad desinteresada del Apóstol. Este amor de Cristo lo descubre San Pablo al meditar y ponderar ésta es la fuerza del verbo griego dos asom- brosas realidades: que Cristo murió por todos y que todos murieron. La muerte de Cristo pregona su amor; la muerte de todos si lo es resulta incompatible con el egoísmo y el interés propio. Han dejado de ser para mismos al mo- rir, fundidos con Aquel que por ellos murió.

Este vigoroso razonamiento supone, por tanto, una muerte en nosotros y a nosotros, que en modo alguno pue- de ser la muerte por el pecado, triunfo del egoísmo y del amor propio, sino la muerte de todo aquello que llevamos de este hombre y cuerpo de pecado. En una palabra: una muerte mística, que, por otra parte, aparece hasta grama- tical y lógicamente unida a la muerte de Jesús. En la cruz, pues, muere Jesús, y mueren todos por lo que Él muere. La idea de asociación y solidaridad es evidente.

Vistos a esta luz, otros muchos textos de San Pablo cobran una clara transparencia, que, á su vez, refuerza la interpretación que acabamos de formular. Ahora se ve

el v.14; con lo que la frase deja de ser condicional, ganando en cla- ridad y en vigor. El sentido es el mismo. También resulta más diáfano y tajante el pensamiento, teniendo en cuenta que el "quoniam" de la Vulgata, a pesar de su aire causal, equivale al "quod" nuestroi "que" ilativo . De él dependen las dos consideraciones siguientes; de esta manera: "pensando esto: que murió por todos, y que, por consiguien- te, todos murieron",

392

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

con qué honda y misteriosa verdad puede decir el Apóstol que "hemos sido injertados en Él (Cristo) por la semejan- za de su muerte"; que "nuestro hombre viejo con Él fué crucificado"; que "hemos muerto con Cristo" 91 ; que debe- mos conocer "la comunicación de sus padecimientos", con- figurándonos "conforme a su muerte" 92; que "hemos muer- to y nuestra vida está escondida con Cristo" M, y que en la muerte de Cristo quedó "eliminado muerto el cuerpo de la carne", ¡sepultado con Él para con Él resucitar M.

Y ahora, con los ojos puestos, además, en la realidad del "cuerpo místico", ise vislumbra el misterio encerrado tras aquella fórmula del Apóstol, todo lo audaz que se quiera, pero lógica dentro de esta maravillosa doctrina:

"Ahora me gozo en mis padecimientos sufridos por vosotros, v cumplo por mi parte lo que faltaba de las fa- tigas de Cristo, en mi carne, por el bien del cuerpo, que es la Iglesia" 95.

La proyección del principio de solidaridad sobre el pro- blema de la redención por la muerte de Cristo es de di- mensiones insospechadas. Muchísimos puntos obscuros y no pocas dificultades se esclarecen de pronto, y las diver- sas explicaciones parciales que se encuentran en los tra- tados de Teología pueden, sin gran esfuerzo, unificarse y completarse, superando las diferencias, al converger en este principio fundamental, del que no es lícito prescindir.

"Ya lo veis: el hombre primero se perdió, y ¿dónde es- taría él dice San Agustín de no haber venido el Hom- bre segundo? Hombre aquél y hombre éste" 96.

Estamos acostumbrados a este lenguaje y a estos con- ceptos. En cualquier libro piadoso o en cualquier texto de religión hemos leído todos ideas semejantes.

Pecó el hombre, y para ser redimido, por el restableci- miento del equilibrio trastornado y con satisfacción plena de justicia camino de hecho elegido, entre mil otros, por Dios , se precisaba inevitablemente una reparación de la ofensa inferida a la divina Majestad. Pecó el hombre, y el hombre, por tanto, era el obligado a esta reparación. Un

91 Rom. 6.5. Véase Gal. 2,19; 5,24.

92 Phil. 3,10.

93 Col. 3,3.

94 Col. 2,1142.

95 Col. 1,24.

* Sermón 174: o.c, p.119.

C.16. POR SU MUERTE:' «YO SOY LA VIDA»

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imposible estando Dios en el otro extremo de la córrela- ción ofendido-ofensor. De urgir Dios esta restauración previa de la justicia, la redención podría parecemos una quimera, o un simple juego de palabras, sin voluntad sin- cera y eficaz del perdón por parte del ofendido. Pero tam- bién conocemos la bondad y la misericordia del Señor. Sólo Él, sabiduría y omnipotencia infinitas, podía resolver la paradoja, mejor aún, la contradicción, que implicaban los términos del problema. La solución es Jesús Hombre- Dios. Como hombre satisfizo por el pecado; como Dios satisfizo dignamente.

3) Un paso más.

Mas, a poco que se recapacite, se echa de ver que la solución es incompleta. Verdad es que anda el hombre por medio en esta obra de reparación y de satisfacción llevada a cabo por Cristo; es algo. Pero no es menos cierto que es un hombre inocente, ajeno completamente al pecado. Los hombres pecadores, hasta ahora, siguen sin aportar al caso otro elemento que su ofensa. ¿Dónde están ellos aplacando á Dios?

Hay que avanzar un paso más. Y este paso es el que San Pablo da en virtud del principio de solidaridad. Si los hombres, lo mismo que para pecar y haber incurrido en el enojo de Dios 97 , tuvieron que participar de alguna manera, no sólo jurídica, sino real, en el pecado de Adán, habían de ofrecer a Dios la reparación, y esta reparación tenía que ser insoslayablemente la de Jesús; quiere decirse que á este acto redentor habían de estar asociados todos los hombres. Cristo Hombre-Dios, y, como hombre, soli- dario con los hombres, recapitulación y síntesis mística de toda la humanidad, es la única solución admisible. Y este segundo elemento es el que entra en juego merced al prin- cipio de solidaridad.

Las conclusiones no se detienen aquí. Por atrevidas y desconcertantes que sean, San Pablo no retrocede ante ellas una vez situado en el terreno de los principios y de la lógica. Paremos mientes, temblorosos de reverencia, en lo que pudiera calificarse de punto negro del problema. Son los hombres, cierto, a los que Cristo asocia y une a mismo; pero aquí está lo impresionante: los hombres en

97 Eph. 2,3: "Éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás."

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

cuanto pecadores. Esto es, la humanidad entera con la carga de isus pecados ¿quién sería capaz de medirlos y contarlos, si el vicio y el desorden recorren una escala infinita? , la humanidad toda, con este peso de sus peca- dos, es la que Cristo, a la hora de la redención, ha metido dentro de sí, místicamente incorporada a su carne, a la que., para ser nuestra, sólo le faltaba esta pequeñez y miseria del pecado. Acaso nos horrorice hablar así, porque ¿no cabría temer que esta densa negrura, esta tiniebla, espesa como la noche, pudieran eclipsar los resplandores de la santidad— la santidad que ya conocemos de Jesús? Y, sin embargo, en un sentido verdadero misterio incomprensi- ble de dignación y de caridad , esto es lo que sucedió, según San Pablo.

El texto no per conocido deja de ser escalofriante. El Apóstol ha llegado en él al fondo mismo de esta solidari- dad de los hombres con Cristo redentor. Esta asociación de la humanidad es tan real, que, sin metáfora y sin hipér- bole, puede decirse fijémonos: puede decirse que, en la cruz y en ciertos momentos del suplicio, el Padre no ha visto más que el pecado, a la humanidad pecadora, revis- tiendo a Cristo, mejor que las pieles de cabrito a Jacob 98, de los pecados del mundo.

La fórmula de San Pablo no busca paliativos ni matices favorables; antes bien, como si se gozara en recargar las tintas y en agravar hasta el límite de lo imaginable la si- tuación y el pensamiento:

"El que no conocía el pecado; por nosotros se hizo pe- cado" ".

Dios, según esto, hizo pesar sobre Cristo nuestros pe- cados, sumergiéndole en este abismo de corrupción moral. Cristo, así, apareció a los ojos de Dios "pecado", un puro pecado. Murió como si fuera pecador; pero su propia san- tidad se sobrepuso a la malicia del pecado y, muriendo, mató al pecado con su muerte 10°. Por eso San Pablo pudo escribir en otra parte:

"Quien no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros" 101.

88 Gen. 27,16. Según muchos Santos Padres, Jacob, en esta guisa, es figura de Cristo vestido de nuestros pecados.

99 2 Cor. 5,21.

100 Bover, Las Epístolas de San Pablo, I p,299.

101 Rom. 8,32.

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA» 395

4) Completando el concepto.

Un paso más todavía. Desde el Concilio Vaticano ha ido abriéndose plaza entre los teólogos la expresión "satis- facción vicaria" de Cristo, aunque la realidad sea tan an- tigua en la tradición eclesiástica como el hecho mismo de la redención. Esquemáticamente está teoría no dice sino que Cristo, suma inocencia, padeció "en lugar" de los hom- bres y por ellos se inmola en compensación a la divina justicia.

Pero en esta materia hay que caminar sobre seguro y aquilatar conceptos y palabras, so pena de caer en los erro- res del protestantismo y en ciertas explicaciones menos co- rrectas de algunos teólogos.

La teoría de la substitución, en algún sentido, debe ad- mitirse y está apuntada en la misma Sagrada Escritura, principalmente en Isaías y San Pablo. Mas debe matizarse con cuidado, reduciéndola a 'sus verdaderos límites. No pue- de decirse que Cristo cargó con el rearo de la culpa de la humanidad, y como pecador sufrió en mismo toda la pena; aun la de daño al menos en intensidad, si no en du- ración— , en la que los hombres habían incurrido. Afirmar que el inocente es castigado por el culpable "es inexacto y, por añadidura, ininteligible. Cabe pagar una deuda por medio de otro; más en modo alguno sufrir una pena por procurador. El castigo es cosa esencialmente personal, in- separable del delito; si recae sobre un extraño, deja de ser castigo" 102.

Para evitar los gravísimos inconvenientes que han des- acreditado a la teoría pura o exagerada de la substitución penal, es preciso suavizarla, condicionándola, de un ládo, a la realidad de una solidaridad entre el reo y quien por él satisface, y de otro, a la aceptación de esta substitución por parte del ofendido. "Es lícito decir escribe un pres- tigioso teólogo moderno que Cristo recibió sobre nues- tros pecados; pero solamente en el sentido de que Cristo, permaneciendo siempre inocente y amadísimo del Padre, asumió libremente el oficio de satisfacer por nuestros pe- cados. Puede decirse que Cristo sufrió las penas debidas por nosotros, mas en mánera alguna en el sentido de que Cristo propiamente fuera castigado en lugar nuestro o

Prat, La Théohgie de Saint Paul (París 1923) II p.235.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

padeciera un mal debido a él como reo, sino solamente en cuanto que Cristo aceptó libremente los sufrimientos, con los que, sobrellevados por obediencia y caridad, nos libró a nosotros de tener que soportar la pena propiamente tal, sobr? todo la del infierno" 103.

La solidaridad de los hombres en la satisfacción, amo- rosamente ofrendada por Cristo, hace que no sea del todo extraño quien la ofrece. Con una caridad sin paralelo, qui- so Jesús asociarnos a su sacrificio y hacernos partícipes de su santificación, con lo que ésta puede decirse también nuestra en la misma medida de nuestra solidaridad con él.

Esto es lo que enseña San Pablo, que nunca, ni por excepción, habla de esa substitución pura, cuya paternidad tantos le han atribuido con excesiva ligerszá 104. Y es lo que ya Isaías, con menos precisión teológica cosa nada extraña , pero con suficiente claridad, en medio de su elegante y emocionado lenguaje poético, había expresado en el celebérrimo pasaje del siervo paciente de Dios, que tanto eco halló en otros libros posteriores d^l Antiguo y Nuevo Testamento. Los rasgos fundamentales de este glo- rioso vaticinio, que el lector ya conoce, por lo que se re- fiere a este aspecto de la redención, son éstos:

"Pero fué él, ciertamente, quien tomó sobre nues- tras enfermedades y cargó con nuestros dolores... Fué traspasado por nuestras iniquidades y molido por nues- tros pecados. El castigo salvador pesó sobre él, y en sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros andábamos errantes, como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Dios cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros... Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado, tendrá posteridad..." 105

103 Lercher, Institutiones Theologiae Dogmaticae (Barcelona 1951) vol.3 n.169 p.140.

104 Es curioso, como observa el P.Prat (l.c.), y cualquiera puede comprobarlo por su cuenta, el hecho de que el Apóstol sistemáticamen- te dice que Cristo fué crucificado, que murió, fué hecho maldición y pecado por en qriego, hyper, una sola vez, peri los pecadores, y jamás en lugar de anti los pecadores. "¿No es esto una señal pal- pable de que la idea de la substitución no refleja todo el pensamiento del Apóstol y de que debe corregirse y completarse con alguna noción o concepto de otro orden?" (l.c, p.236).

*■ Is. 53,4-6.10.

C.16. POR SU MUERTE: «YO SOY LA VIDA»

397

5) En plena luz.

A esta distancia de siglos asombran, ciertamente, la clarividencia de Isaías y la misericordia de Dios, que se diqnó revelar, por su medio, a los hombres aspectos tan íntimos, consoladores y trascendentales de la redención.

/Quién hubiera podido imaginar esa inefable delicade- za de Dios y este amor inmenso de Jesucristo, nunca más "hermano" 106 nuestro que en la cruz? Fué en la cruz, don- de quiso tenernos tan cerca, que nos reunió y abrazó á to- dos en su carne nuestra carne , víctima y sacrificio por nuestros propios pecados. En la cruz, desde la cual nos proclamó hijos de la misma madre suya 107, que es lo que hace hermanos a los hombres. Indiscutiblemente, a la luz de este principio de solidaridad, adquiere un valor nuevo y un sentido más real y maravilloso esta maternidad de la Madre de Jesús sobre los hombres, que San Juan, no sin intención muy marcada, pretendió hacernos entrever en es- tás augustas palabras, de las que el evangelista fué depo- sitario y ejecutor en nombre de la humanidad.

En verdad que Jesús pudo hacer suyas en este momen- to, el más solemne de su vida, aquellas otras palabras, fra- gantes de ternura y de sublime patetismo, que el profeta pone en labios de Dios, dirigiéndose a su pueblo, y que tuvieron literal cumplimiento en Cristo, en relación con to- dos los hombres:

"Los até con ataduras humanas, con ataduras de amor; fui para ellos como quien alza a una criatura hasta tocar sus mejillas, y me bajé hasta él para darle de comer" 10S.

Y puestos a agradecer la caridad de Dios, que San Juan no se cansa de ponderar, pensemos en una de las de-

106 Heb. 2,17. 1OT lo. 19,26-27.

108 Os. 11.4. Damos la traducción de Nácar-Colunqa. La Vulgata latina lee: "In funiculis Adam", "con ataduras de Adán", tomando como nombre pronio el substantivo común hombre. De todos modos, en Cristo se verifica a la letra esta frase del profeta, dejando de ser metafórica. La requnda imagen es emotiva y pintoresca; el texto he- breo parece hablar de un buey, o yunta de bueyes, al que su dueño llega a tratar con una ternura incomparable, quitándole el yugo de sobre la cerviz para que pueda comer más libre y cómodamente. La traducción que damos en el texto sugiere la imagen de una madre que levanta en brazos a su pequeñuelo para cubrirle de besos y luego se baja para darle de comer. Cualquiera de los dos cuadros es impre- sionante como revelación del amor entrañable de Dios y de Cristo.

398

LA EMPRESA. DE LA REDENCIÓN

ovaciones más bellas de nuestra solidaridad con Cristo re- dentor. La humanidad, según esto, no se presenta ante Dios con las manos vacías. Al participar de la satisfacción de Cristo, crucificada con Él, según oíamos decir a San Pablo, .ha puesto de su parte, dentro del plan divino, y su- puestas la determinación y la aceptación de Dios, algo que Dios no puede rehusar; algo que, siendo insuficiente por lo que tiene de nuestro, resulta digno de Él, por lo que tiene de Cristo. En el arcano de esta unidad inefable, la parte de Jesús y nuestra parte se abrazan y complemen- tan; acaso mejor, en la. contribución espléndida y sobreabun- dante de Jesús está incluida la nuestra.

En un sentido real, aunque misterioso, tenemos derecho a decir a Dios:

"Lo que pedías, Señor, para perdonarme, ahí lo tienes; te has comprometido a otorgarme generosamente tu per- dón si yo reparaba la ofensa. Todo es tuyo, Señor, pero quisiste que fuera mío también".

Por eso, nuestra gloria, nuesitra salvación, será fruto, no sólo de la misericordia, sino de la justicia de Dios, como escribe jubiloso San Pablo:

"Ya me está preparada la corona de la justicia, que me otorgará aquel día el Señor, justo Juez" 109.

En el capítulo siguiente determinaremos los límites exac- tos de esta conclusión. Pero, ya desde ahora, podemos re- petir, con San Agustín, que "el que me creó sin mí, no me salvará sin mí".

2 Tim. 4,8.

CAPITULO XVII

Valores de la Redención.

Quedan por estudiar otros aspectos, no menos llama- tivos, de la redención. Indicábamos en el capítulo ante- rior que las diversas teorías en circulación entre los San- tos Padres eran explicaciones parciales que, aisladas entre y desconectadas del principio de solidaridad, corrían el riesgo de la inexactitud, cuando no, como aconteció más tarde, de errores de tan perniciosas consecuencias como los de Lutero.

A pesar de todo, cada una de estás teorías enfoca, des- de un punto de vista determinado, los diversos valores que en su fecunda virtualidad encierra la redención. Por tan- to, vale la pena fijarse en ellas, a fin de obtener el pano- rama completo de los frutos copiosísimos de la muerte de Cristo.

Por otra parte, estas consideraciones parciales y sucesi- vas— ante la imposibilidad de abarcar de una vez el mis- terio— nos darán al final una visión de conjunto y de sín- tesis, haciéndonos vislumbrar las insondables riquezas del "misterio escondido desde los siglos" en la cruz, que cons- tituyen, al fin y al cabo, el fondo inagotable de la soterio- logía de San Pablo, norte supremo en esta materia de la Teología católica.

"Nosotros predicamos a Cristo, y a Cristo crucificado; escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para aquellos que han sido llamados (a la fe), ya sean judíos, ya griegos"1.

Por añadidura, estas reflexiones nos abrirán la puerta a otros aspectos interesantísimos de la redención, cuyo es- tudio no es .lícito eludir. La generosidad de Jesús para con los hombres alcanza dimensiones inconmensurables, que ire- mos admirando y agradeciendo a través de este capítulo. Después de este recorrido, podremos decirnos a nosotros mismos con Isaías: "Considerad la roca de que habéis sido

1 1 Cor. 1,23-24.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

tallados, la cantera de donde habéis sido .cortados" 2, y aplicarnos aquella recomendación de San Pedro: "Habéis sido rescatados... no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo" 3.

Concepto de la redención»

La misma palabra redención implica una idea que debe ser puntualizada. Comencemos por ella.

Etimológicamente, el término latino "redemptio", del verbo "redimere" reemere , quiere decir "volver a com- prar". Se trata, como es claro, de un término comercial, que, por lo mismo, entraña la referencia a un precio a cam- bio de la cosa adquirida. La palabra latina corresponde á otros vocablos griegos fundamentalmente dos , que uti- lizan los escritores del Nuevo Testamento, con San Pablo a la cabeza.

Estamos, pues, ante una metáfora de sentido más o me- nos elástico, como acontece siempre con el lenguaje figu- rado. En nuestro caso, la cuestión radica en determinar hasta dónde puede urgirse y llevarse la metáfora. Si es- tablecemos una ecuación total entre el término metafórico y la realidad expresada pasando así de la metáfora a la alegoría , deberemos precisar los cuatro elementos que intervienen en una operación de compra o de rescate: el objeto, el precio, el comprador y el vendedor. En cuanto a los tres primeros, no ofrece el acto redentor especial difi- cultad, y cualquier lector los apuntaría al momento, como haremos más adelante.

a) ¿Quién recibió el precio del rescate?

No así por lo que al cuarto se refiere. ¿Quién es el vendedor? ¿A quién debió pagar Cristo el precio del res- cate? ¿Al Padre? ¿Al demonio? "Eramos cautivos del demo- nio— escribe San Gregorio Nacianceno , vendidos como esclavos al pecado... Y si el precio del rescate no es satis- fecho sino a aquel que tiene en su poder a los cautivos, pregunto: ¿a quién se le entregó y por qué?" 4 >

2 Is. 51,1.

3 1 Pet. 1,18-19.

4 MG 36,653.

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

401

1) Una vieja teoría sobre los derechos del demonio.

A primera vista, y teniendo en cuenta que Cristo nos adquiere para Dios, del que habíamos huido por la culpa, y que el pecado nos ata a la esclavitud del demonio, nos sen- tiríamos tentados a responder que Jesús se dió y dió su vida por nosotros al demonio, nuestro dueño. Por extraña que parezca esta conclusión, no ilógica dentro de la hipótesis, a ella llegaron algunos Santos Padres, como San Ambrosio y San Gregorio Niseno, y tal vez la hayamos encontrado en algún libro de piedad u oído en algunos sermones.

San Ambrosio escribe: "El precio de nuestra libera- ción era la sangre de Cristo, precio que necesariamente te- nía que ser entregado a aquel a quien por nuestros peca- dos estábamos vendidos" 5. El pensamiento de San Gre- gorio Niseno, que trata con más detención este punto, puede reducirse a esto: el contrato de venta concluido por los hombres con el demonio debe decirse bueno y valede- ro; nosotros le pertenecíamos en realidad. Dios hubiera podido rescatarnos del poder de nuestro dueño por la fuerza, mas, prefirió respetar los derechos de la equidad y de justicia; por eso le entregó un precio: la muerte de Cristo, compensación aceptada por el demonio. Pronto se percató éste de que había hecho un mal negocio; pero el hombre no ha quedado libre de sus atentados y reivindica- ciones 16 .

Esta doctrina de los supuestos derechos del demonio ha sido muy duramente calificada ppr los historiadores

6 ML 14,981.

6 MG 45,59-66. La misma idea pugna por saltar en algunas frases aisladas de otros Padres y escritores de la antigüedad, como Orígenes. San Jerónimo y el mismo San Agustín. De Orígenes es esta frase: "¿Y a quién entregó (Cristo) su vida como precio de redención para muchos? A Dios, no. ¿Al demonio entonces? Porque nos tenía en su poder mientras no se le diera como precio la vida de Jesús" (MG 13,1397). Bajo la influencia indudable de Orígenes, escribe San Jeró- nimo: "No podíamos alcanzar el perdón de nuestros delitos y dejar de ser esclavos antes de que el en otro tiempo cruel vencedor reci- biera el precio" (ML 26,450-451). A San Agustín se le escapan estas palabras, con cierto sabor a la teoría de que venimos tratando: "En esta redención se dió en precio por nosotros la sangre de Cristo; mas el diablo, recibiéndola, no se enriqueció, sino que quedó atado para que nosotros nos viéramos libres de sus cadenas" (ML 42,1027). Véase Obras de San Agustín (BAC, Madrid) V p.744.

402 La empresa de la redención

de la Teología. El P.Prat la llama "burlesca" 1 , aunque, como otros mucho<si8, se esfuerza por excusar a los Santos Padres citados, que, por regla general, es cierto tocaron este punto como de pasada, sin propósitos dogmáticos.

Ni vaya a creerse que refleja el sentir de los escrito- res eclesiásticos de aquella épo<ca; por el contrario, se tra- ta de rarísimas excepciones. Más aún: algunos de esos mis- mos escritores, como San Jerónimo y San Agustín, cuando abordan más de plano la cuestión de la redención, coinci- den con la explicación correcta, más en armonía con los textos paulinois.

San Gregorio Nacianceno, en el pasaje arriba citado, reacciona horrorizado contra la idea del demonio acree- dor de Dios: "¿A quién se le entregó (el precio del r2sca- te)? Si al maligno, ¡oh injuria!" Ni es menos enérgica la postura de San Juan Damasceno. Aunque, a decir verdad, el golpe d2 muerte a esta teoría se lo asestaron Abelar- do 9 y San Anselmo 10, con razones que se vienen repitiendo por los teólogos posteriores.

2) Otro matiz de esta teoría.

Sobre la misma base de la justicia algunos Santos Pa- dres levantaron otra teoría de la redención, que nada tien2 que ver con la que acabamos de esbozar, y que pudiera re- sumirse en estos términos: el demonio recibió de Dios la facultad de matar a los hombres a causa de sus pecados; pero al atacar a Cristo, qu2 era inocente, traspasó grave- mente sus derechos, y entonces Dios, con toda justicia, por este abuso de poder, le despojó de sus cautivos. Así, pues, el demonio no r:cibe una compensación, sino el castigo de su crimen 11.

3) Ingeniosas explicaciones

de San Agustín.

San Agustín echa mano de esta teoría al menos en dos de sus obras. Véase con qué bizarría construye el santo

I O.c, II p.232

8 Pesch, Praelect. Dogmat. (Friburgo de Brisgovia 1922) IV n.412 p.238-240.

9 ML 178,833 y 1730.

10 ML 158,363 y 763. Santo Tomás rechaza de plano el derecho del demonio {S.Th. 3 q.48 a.1,3).

II M. J. Riviére, Le dogme de la redemption (1905) p.396.

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

403

Doctor esta bella explicación, que tanto favor obtuvo en- tre los Padres latinos :

"Y de esta manera el Verbo de Dios, hijo único de Dios, que siempre tuvo y tendrá al diablo sometido a sus leyes, como Dios que es, habiéndose hecho hombre, lo sometió también al imperio del hombre; y lo sometió sin exigirle nada por la ley de la fuerza, sino venciéndo- le según ley de justicia, la cual pedía que, si bien el demonio, después de haber engañado a la mujer y ha- ber derribado al hombre por medio de la mujer, anima- do, es verdad, del malvado deseo de hacer daño, pero con perfectísimo derecho, pretendía someter a la ley de la muerte a toda la posteridad de Adán, que en él había pecado, no fuera, sin embargo, valedero su derecho sino hasta el punto y hora en que hubiera dado muerte a aquel justo en el que no pudo encontrar causa alguna digna de i muerte, no sólo por haber sido condenado a muerte sin culpa alguna para ello, sino también porque fué conce- bido y nació sin haber intervenido para nada la concu- piscencia, a la que de tal modo había subyugado él a todos los cautivos... Justísimamente, pues, se le obliga a dejar en libertad a los que creen en aquel a quien dió muerte tan injusta... Así se cumplió lo que pedía la jus- ticia, o sea, que el hombre, a quien el diablo había sub- yugado no por la fuerza, sino por la persuasión, le fué arrebatado también, no por la ley de la fuerza, sino de la justicia..." 12

En virtud de una fácil tentación, con la atenuante de todos los recursos oratorios, la idea fundamental de esta teoría, a la que no puede oponerse reparo teológico, halló a veces cauce pintoresco en ciertas metáforas de gusto muy dudoso, si bien, por otra parte, ingeniosas e impre- sionantes, como ésta, del mismo San Agustín:

"Habíamos venido a manos del príncipe de este si- glo, el seductor y esclavizador de Adán, principio y ori- gen de nuestra esclavitud; pero vino el Redentor, y fué vencido el seductor. Y ¿qué le hizo el Redentor al escla-

12 ML 32,1285-1287. Obras de San Agustín, III, De libero arbitrio, III, X p.453-455. Las mismas ideas se encuentran en el lugar, arriba citado. De Trinitate. Con San Agustín están de acuerdo, entre otros, San Hilario, San León M. y San Gregorio el Grande. La teoría no es extraña a los Padres griegos, como San Juan Crisóstomo, San Ci- rilo de Alejandría y San Juan Damasceno.

Fray Luis de Granada resume esta exposición de San Agustín, casi con sus mismas palabras, en su obra Memorial de la vida cristiana. Adiciones, c.19.

404

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

vizador? Para rescatarnos, hizo de la cruz un lazo, don- de puso de cebo su sanare; sanqre que pudo el enemigo verter y no mereció beber. Y poroue derramó la sangre de auien nada le debía, fué obligado a devolver los que debía; por haber derramado la sanare del inocente, se le obligó a desprenderse de los culpables" 13 .

Lo curioso es que nada de estos derechos del demonio, ni siquiera de estas rebuscadas especulaciones apologéti- cas u oratorias de lo® Santos Padres y escritores eclesiás- ticos, se insinúan en los textos sagrados, por otra parte tan numerosos y sugestivos principalmente en los escritos del Apóstol. Es evidente gue el término redención, en el pen- samiento de San Pablo, lejos de ir tan allá como para tro- car la metáfora en alegoría, ti°ne un sentido singular, mas limitado, según la naturaleza del caso.

Idea de la redención en San Pablo*

San Pablo, al m?nos cuando trata del acto redentor, no habla una sola vez del demonio. La victoria de Cristo es

13 ML 38 726. Obras de San Agustín, VII serm.130 p.368-371. Le siguen San Gregorio Maqno: "(El demonio) fué cogido en p! anruplo; pues vino a sucumbir allí donde tanto había devorado" (ML 76,677- 680); y nuestro San Isidoro, de quien es esta ingeniosa exposición: "El diablo fué enqañado en la muerte del Señor como un pajarillo. Pues Cristo, habiéndole puesto delante su carne mortal, cuyo acaba- miento apetecía el demonio, le ocultó su divinidad, tendiéndole un lazo, en el que. cual incauta avecilla, le enredara con una bien disi- mulada trampa" (ML 83.567). No andan muv lejos de estos concep- tismos esfas líneas del P La Palma en su bellísima y iugosa Historia de la sagrada pasión (c.44) : "Hízola (a la muerte) el Señor una burla tal, que cuando pensó prender, ella quedó presa; y levantándola con- siqo en lo alto de la cruz, la despeñó e hizo, pedazos para siempre." El P.Granada (o.c.) hace suya; esta otra consideración, que califica de "eleqante": "Esta bestia fiera (el demonio) llegó a tragar el ánima de Cristo cuando expiró en la cruz para llevarle a su reino, como llevaba las otras. Mas dió el bocado en tal parte, que le quedaron los dientes hincados en él: y así ya no tiene dientes ni armas con que pelear, porque en Cristo y por Cristo las' perdió. Y así, no pelea anora sino con los labios desarmados y con el silbo de sus palabras. Por aquí, pues, paresce cuán mal librado quedó el demonio desta cabalgada; porque por una parte fué despojado y saqueado de todos los tesoros que en su reino tenía desde el principio del mundo ayuntados... y por otra quedó enfiaquescido v desarmado." Lo atribuye al obispo Eusebio de Emesa. t hacia el año 359, aunque, según Morín, la homilía, como otras muchas que circulan con su nombre, deben adscribirse a Fausto de Rietz, obispo de esta ciudad de la Provenza hacia el año 458. Como Eusebio, Fausto fué semiarriano. Véase B. Altaner, Patrología (Ma- drid-Barcelona 1944) p.159 y 323-324.

C.17. VALOPES DE LA REDENCIÓN

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siempre sobre el pecado, la concupiscencia, la muerte, la carne, el hombre viejo. Habla de un rescata, de una com- pra, incluso de un precio, que es la sanqre, la vida de Cristo, el mismo Cristo entreqado a la muerte por nosotros. Pero todo esto: precio, redención, objeto de su compra y su conquista, lo pone en manos de Dios, que de esta manera adquiere de nuevo su pueblo, mejor dicho, recobra la humanidad, antes perdida por el pecado.

El pensamiento del Apóstol distinque estas etapas su- cesivas: primera, por la creación y por la qracia, el hom- bre pertenecía a Dios. Segunda, el pecado nos aleja de Dios, que de esta suerte nos pierde; de la libertad pasa- mos a la esclavitud del pecado y, en consecuencia, del demonio; de hijos nos trocamos en "hijos de ira"; aun los que estaban cerca, como el pueblo judío, ha ido alejándose al paso de sus infidelidades colectivas y de sus culpas in- dividuales; los unos y los otros tienen necesidad de retor- no v de la liberación. Tercera, Cristo, Hombre-Dios, Hijo de Dios, se ofrece como rescate y como precio en nombre de toda la humanidad. Cuarta, Dios acepta la interven- ción redentora del Hijo, y los hombres, incorporados a él, vuelven ya rescatados, redimidos, recobrada la libertad, al abrazo y a la propiedad de Dios.

San Pablo habla unas veces del acto redentor, desig- nándole con dos términos equivalentes, pedidos, según in- dicábamos, al lenguaje comercial, y que la Vulgata tra- duce por "comprar" o "redimir" 14; otras, del precio de la redención: "habéis sido comprados a precio", que el con- texto sugiere 15 o especifica: su sagre16, la entrega de mismo17. Pero en definitiva cabe preguntar: ¿qué compra es ésta o cuál es la realidad que se arropa en esta metá- fora? ¿Por qué y en qué sentido se habla de un precio y de un rescate? La respuesta a estas prequntas nos per- mitirá esclarecer el pensamiento de San Pablo o, hablando

14 El verbo agoratso (1 Cor. 6,20), o su compuesto exagoratso (Gal. 4,5), derivados del substantivo agota: plaza, foro, mercado y aun las mismas cosas vendibles. Si echa mano del substantivo, usa ar>olufrn*is, en el que entra el substantivo lytron (precio), que usan Mt. 20.28 y Me. 10.45.

10 1 Cor. 6.20. El original griego suprime el calificativo "grande", que trae la Vulqata.

M Eph. 1,7; Áct. 20.28. En el texto de Col. 1,14, las ediciones crí- ticas del texto original borran la adición "por su sangre" de la tra- ducción latina.

57 Gal. 1,4; 2,20, etc.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

con más propiedad, del mismo Jesús, en una de cuyas fórmulas, como se hizo notar, está radicalmente la teoría de la redención, apuntada por San Pedro y San Juan y desarrollada con amplitud y profundidad por San Pablo. Intentemos, puesi, la respuesta.

Para ello, y como punto de partida, desentrañemos dos textos del Apóstol, que combinados proyectan un rayo de luz sobre el misterio de la redención. Son éstos:

El cual (el Espíritu Santo) en arras de nuestra he- rencia para el rescate de su patrimonio (de Dios), para alabanza de su gloria" 18.

"En quien (Cristo) tenemos la redención por su san- gre, la remisión de los pecados por su gracia" 19.

Pocos pasajes, entre los mil de San Pablo, tan d?nsos de contenido, de exaltado lirismo, de belleza poética y has- ta de ritmo en las frases, como la introducción de la Carta a los Efesios; a ninguna otra semejable, si no es a su hermana la introducción de la Carta a los Colosenses, que, a pesar del parentesco, queda muy por debajo 20.

18 Eph. 1,14.

19 Eph. 1,7. Véase Col. 1,14; "En quien (Cristo) tenemos la reden- ción, la remisión de los pecados."

20 Los comentaristas modernos hacen ncjtar el carácter singularísimo de esta introducción, verdadero himno en tres estrofas iguales, sub- divididas en dos períodos sensiblemente iguales también. Bover, Las Epístolas de San Pablo, II p.397-398). Este cauce de la forma resulta estrecho, como siempre, y más en este caso, para el torrente desbor- dado de los pensamientos un sistema cada uno , que producen por eso la impresión de frases que se atropellan y se estorban, de un "amontonamiento desencuadernado", dice el P.Bover. Por creerla ajus- tada, y para ahorrarnos una exposición exegética que nos llevaría muy lejos, trasladamos en esta nota la síntesis del mismo autor: Estrofa l.a-A) Dios nos bendijo según nos eligió para ser santos;

B) Predestinándonos según su beneplácito para su gloria. Estrofa 2.a-A) En Cristo: en quien tenemos la redención según la riqueza de su gracia que derramó sobre nosotros. B) Manifestándonos el misterio según su benepláci- to— que se había de realizar en la plenitud de los tiempos la recapitulación de todas las cosas en Cristo.

Estrofa 3.a-A) En quien los judíos fuimos constituidos herederos según su propósito deliberado para alabanza de su gloria;

B) En quien también los gentiles- habiendo creído en el Evangelio habéis sido sellados con el Espíritu Santo que es arras de nuestra herencia para alabanza de su gloria.

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

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a) Datos fundamentales.

Nos interesa, como verá el lector, recoger estos cua- tro datos, que, a nuestro modo de ver, centran y explican la idea de San Pablo:

a) El rescate, o redención del patrimonio de Dios.

b) La remisión de los pecados.

c) Por la sangre de Cristo.

d) Para alabanza de la gloria de Dios.

1) El patrimonio de Dios.

El primero tiene, según creemos, una importancia de- cisiva y capital. El rescate, la redención, tiene un objetivo inmediato, a saber: el patrimonio, el peculio de Dios. La redención, por tanto, substancialmente no es otra cosa que la recuperación, para Dios, de un patrimonio que se había perdido. Con esta concreción, única en sus múltiples fórmu- las, San Pablo nos transporta de golpe al clima ideológico del Antiguo Testamento.

La idea de patrimonio o peculio de Dios, aplicada al pueblo judío, invade e informa toda la concepción teocrá- tica de la organización mosaica. Arranca, como es sabido, del pacto de Dios con Abrahán. Desde ese momento, Is- rael pertenece a Dios como propiedad singularísima, el "pueblo peculiar" populus peculiaris entre todos los pue- blos de la tierra 21.

En virtud de su dominio soberano, Dios lo ha elegido libremente, imponiéndole, en reciprocidad, el deber de ser- virle, "oír su voz" y observar la alianza, so pena de la ley del talión, que constituye la norma histórica de la con- ducta de Dios con su pueblo.

Sin embargo, puede decirse que a esta concepción no le es extraña la idea de conquista, de adquisición, de cier- to trabajo y afanoso empleo por parte de Dios para for- marse este peculio propio, que, en consecuencia, también le pertenece por una especie de título oneroso. Es el pueblo que Dios ha ido preparándose pacientemente, como el padre de familia su patrimonio o el artista su obra 2'2; es también su adquisición y su conquista 23.

21 Deut. 7,6; 14,2; 26,18.

22 Tal es la fuerza del verbo griego en la versión alejandrina de este texto de Isaías: "Para abrevar a mi pueblo, a mi elegido, al pue- blo que hice para mí, que cantará mis loores" (Is. 43,21).

23 Por ejemplo en Éx 15,16: "Hasta que pase el pueblo que has

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Por este motivo, el Señor, a pesar de los castigos y abandonos temporales á que le fuerzan las deslealtades del pueblo, no renuncia a su peculio ni se desentiende de la carga de librarle y vengarle de sus opresores. Tema es este que va pasando, como estribillo persistente, de una página á otra en los libros proféticos.

Mas si entre esta riqueza de metáforas y textos inten- tamos descubrir la idea de precio o compensación, saldre- mos defraudados. La razón es muy sencilla, Dios es el dueño universal, y además, como dirá el Señor por boca de Isaías, "gratuitamente es decir, a cambio de nada habéis sido vendidos y sin plata seréis rescatados" 24.

Esta idea de adquisición, de propiedad y de liberación se proyecta en el pensamiento de San Pablo. Pero obser- vemos un cambio radical en cuanto al objeto de esta ad- quisición y al plano en que se realiza. No es sólo Israel se ha cumplido la fase de preparación , sino toda la huma- nidad en su amplitud universal. Ni se trata de una reden- ción de tipo terreno, militar o político; entramos en el área sobrenatural de la "salud mesiánica", de la que aquella antigua economía fué cauce y figura al mismo tiempo.

2) La remisión de los pecados.

En los textos paulinos que estamos analizando, la "re- dención" se traduce en esta otra fórmula equivalente: "la remisión de los pecados". El término, pues, adquiere ahora un sentido técnico, que, en los escritos de San Pablo, se redondea y perfila, completando el aspecto negativo de la remisión del pecado, con el positivo de la justificación y la glorificación, sin que, por otra parte, aunque no tan acen- tuada como en el Antiguo Testamento, falte el matiz de una verdadera "liberación".

Pero en la doctrina del Apóstol, esta liberación tiene un sentido concreto, explícitamente definido en una legión de textos, y de manera inequívoca en un característico pa- saje de la Carta a los Romanos:

Entregados, pues, al pecado, éramos esclavos del pe- adquirido"; y en Ps. 73,2: "Acuérdate de tu comunidad; aquella que desde el principio hiciste tuya, la que adquiriste para hacerla tu tribu propia."

M Is. 52,3. Por excepción, un solo texto de Isaías menciona el pre- cio: "Yo soy Yavé, tu Dios, el santo de Israel, tu salvador. Yo doy a Egipto por rescate tuyo, doy por ti a Etiopía y Seba" (43,3).

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

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cado. Pero, libertados del pecado, pasamos a otra esclavi- tud, la "libre esclavitud" de la justicia, de Dios, que tie- ne "como fruto la santidad y como remate la vida eter- na" 25. No hay modo de salirse de este campo ni de eludir estas ideas madres de San Pablo sobre la redención.

Ahora bien, estas nociones fundamentales no llevan de por á la noción de verdadera compensación o nrecio del rescate en su sentido estrictamente literal. San Pablo, sin embargo, como hemos visto, habla expresamente de un precio. Contra todo lo dicho, y desbordando su pensamien- to, ¿será que el Apóstol intenta urgir hasta el límite los términos metafóricos "compra" y "redención"? Ciertamen- te, no.

No olvidemos dos datos: que se trata oVl pecado, ofen- sa de Dios, v eme la adquisición ^s para Dios. Por su ca- rácter esencial de ofensa, el pecado supone otras dos co- sas: la voluntaria deserción de Dios por nuestra parte y la «consiquiente indignación divina. La redención, por tan- to, según hemos de ver en seauida, entraña el concepto ck una verdadera "reconciliación". A esta reconciliación Dios ha puesto condiciones, y condiciones onerosas, con- forme a Ja índole misma del pecado, que es, en todo caso, lo que San Pablo quiere expresar con la metáfora d^l pre- cio y de la compensación, que, por lo mismo, es a Dios a quien deben satisfacerse. La sombra del demonio y de sus derechos sique sin empañar la clara luminosidad de este magnífico cuadro.

3) Por la sangre de Cristo.

Esta condición, onerosa y dura en verdad, es "la san- qre de Cristo", feliz metonimia con que se expresa, no sólo la muerte de Cristo en la cruz, sino su entrega y total in- molación, hecho él mismo precio de nuestro rescate, y con él, en él y por él el inevitable nrincipio de solidaridad toda la humanidad, ofrecida a Dios en satisfacción por el pecado. Dios tiene ya "su pueblo de adquisición", "antes no su pueblo, ahora pueblo suvo", como dice San Pedro, utilizando una terminología proféticá y en perfecto acuer- do con San Pablo 26.

85 Rom. 6,15-23.

** 1 Petr. 2.9-10. La primera fórmula es, como sabemos, de Isaías; la segunda, de Oseas (2,24), citada por San Pablo (Rom. 9,24).

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LA EMPRESA. DE LA REDENCIÓN

Comprenderá el lector que este "pueblo peculiar" de Dios es la Iglesia, fruto de la sangre de Cristo, abierta a todos los pueblos y a todos los hombres sin privilegio de razas o de condición, con destino de mundo y de eterni- dad. La Iglesia que Jesús "adquirió con su sangre" 27 y por la cual "se entregó a la muerte" 28.

4) La gloria de Dios.

El último dato que anotábamos en nuestro esquema en- cuadra toda esta maravilla, este incomparable poema de la redención por Cristo, en el cuadro general de la Teo- logía, lo mismo la natural que la revelada; y nos trae el eco de aquella afirmación de Jesús que perfuma el cuarto evangelio, blanco único de todo su ser y de toda su vida, y que, por una extraña ^coincidencia, brota a cada paso de la pluma de San Pablo: "para alabanza de la gloria" de Dios, fin último de la redención, como de todas las cosas 29.

Reconciliación*

Hemos aludido a la "reconciliación", insinuando uno de los aspectos o valores más interesantes de la reden- ción por Cristo, que entramos a estudiar de propósito, con más detenimiento. Esta faceta de la obra redentora ha sido puesta de relieve por San Pablo. Cuatro pasajes de otras tantas de sus Cartas se refieren explícitamente a este tema. Los cuatro van completándose y ensanchando visiblemen- te, en su misma sucesión cronológica, el horizonte ideoló- gico, cada vez mási rico de luz y de conceptos. Muy poco, o nada, podrá añadirse, en cuanto á lo substancial, a la ex- posición acabadísima y extraordinariamente bella del Após- tol. Dentro del misterio fundamental, el pensamiento de San Pablo no puede ser más diáfano y de más psrfilados contornos.

Los textos están enclavados en las Cartas a los Roma-

27 Act. 20,28 La frase es de San Pablo en su discurso de despedida a la iglesia de Éfero. Nos encontramos aquí con el mismo verbo de la versión alejandrina de Isaías a que nos referimos en la nota 22.

28 Eph. 5,25.

39 En el pasaje de la Carta a los Efesios, base de este comentario, aparece por tres veces la misma frase (v.6,12 y 14). Fué tema perenne de la predicación de Jesús, seqún el cuarto evangelio y en los escri- tos de San Pablo se repite pudiera decirse que machaconamente.

0.17. VALÓftÉS DE LA REDÉNCIÓN

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nos 30, segunda a los Corintios 81, a los Efesios 32 y a los Colosenses 33.

a) Eramos enemigos de Dios.

El estado previo a la reconciliación, San Pablo lo su- giriere unas veces con una sola palabra o con un trazo ra- pidísimo, pero enérgico; otras, lo describe con toda pre- cisión, y en todo caso lo supone conocido, no sólo por pro- pia experiencia de los destinatarios, venidos del paganis- mo al Evangelio, sino por las múltiples llamadas que hacia ese negro panorama se hacen en las mismas Epístolas, como se habrían hecho mil veces de palabra en la predi- cación del Apóstol.

Este panorama, que sirve para acentuar la contraposi- ción con la obra de Cristo, impresiona fuertemente en el pasaje de la Carta a los Efesios. Nuestra condición de "enemigos" 34, que por una parte justifica la necesidad de la reconciliación, por otra subraya la infinita misericordia de Dios y la caridad inenarrable de Cristo. Es verdad. Pero en la Carta a los Efesios salta a la vista que nada hemos puesto de nuestra cuenta, como punto de partida, si no es precisamente la distancia que nos separa de Dios, y nuestras manos vacías de cuanto sie relacionaba con esta misericordia divina.

La pintura cobra un realismo singular en ralación al mundo pagano. San Pablo fija el estado del paganismo moralmente la totalidad del género humano con estos firmes y gruesos trazos, de los cuales, el primero y el úl- timo no admiten comparación, en cuanto a la gravedad de- cisiva de la triste situación, con los otros tres, que señalan el contraste con la del pueblo judío, punto más secundario, como es fácil comprender:

"¿No sabéis que cuando os entregáis a uno como es- clavos, para obedecerle, quedáis esclavos de aquel a quien obedecéis...?

"Por lo cual acordaos de que un tiempo vosotros, los según la carne..., estabais sin Cristo.

30 Rom. 5,10-11.

31 2 Cor. 5,10-20.

32 Eph. 2,11-18.

33 Col. 1,20-22.

34 Rom. 5,10; Col. 1,21.

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LA EMPRESA DE LA REDENCION

Excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas, sin esperanza de la promesa, sin Dios en el mundo" 35.

El cuadro se completa indudablemente, superándose en dureza y en tintas recargadas, con este vigoroso diseño de la Carta a los Colosenses:

"Vosotros, que erais un tiempo completamente extraños y enemigos

en vuestro pensamiento por las malas obras" 36.

¿Puede, en menos palabras, decirse más de la profun- didad que alcanza esta enemistad del mundo infiel con Dios! La maldad, enraizada en lo más íntimo del ser, en la cuna de la vida racional, que es la inteligencia, se mani- festaba, desnuda y sin pudor, en la perversidad de las obras, cuya gráfico completo en tantas ocasiones había trazado San Pablo37.

b) El judaismo y el paganismo, enemigos entre si.

Desde otro punto de vista, esta "enemistad" se plan- teaba, a la vez, entre Israel y el paganismo. Eran dos mundos hostiles, entre los cuales se interponía "el muro de la división", causa y sustento de esta enemistad38. La Ley, muralla levantada por Dios para defender espiritual- mente a su pueblo del contagio de la infidelidad, resultaba de hecho un factor insuperable de aislamiento, de mutuos recelos, de guerras enconadas y sangrientas, cuyos escom- bros y dolores llenan toda la historia de aquel pueblo. Era, como se ve, un mundo desgarrado, a costa de la unidad de origen y destino del género humano. Pero divididos

* Eph. 2,11-12. Esta sombría enumeración se cierra con la más pro- funda de las desgracias humanas: a pesar de la multi..ud de dioses que encerraban todas las teogonias paganas, los hombres vivían sin idea ni conocimiento del verdadero Dios "en este mundo"; es decir, en medio del abismo de tantos vicios y pecados, angustias y zozobras, condenados a pasar sin Dios, sin Cristo, sin esperanza. No cabe un cuadro más triste.

* Col. 1,21.

87 Rom. 1,24-32; 1 Cor. 6,9-10; Gal. 5,19-21.

38 Eph. 2,14. . _ ;

C.17. VALORES DE LA REDENCION 413

entre estos dos mundos, ambos, cada cual por su cami- no 3U, habían llegado a encontrarse reñidos con Dios 40.

c) La creación entera, dislocada.

Las cosas no paran aquí. La perspectiva de esta infausta enemistad se abre desmesurada e insospechadamente en el pasaje paralelo de la Carta a los Colosenses. En él aparece, participando de esta división inquietante y desgarradora, toda la creación: 'todas las cosas", dice el texto, "ya las que están sobre la tierra, ya las que están en los cielos" 41 .

No es nuevo el concepto en la ideología de San Pablo, aunque no por eso deje de sorprender en este su cuarto esbozo de la reconciliación. Y le hemos recordado en otro capitulo. Según un memorable pasaje de la Carta a los Romanos:

"lo creado (toda la creación sensible) fué sometido a la vanidad (la destrucción continua), no espontáneamente, sino por causa del que lo sometió con esperanza. Por- que lo creado mismo será también libertado de la servi- dumbre de la corrupción para la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Porque sabemos que todo lo creado gime a una, y a una está con dolores como de parto has- ta la hora presente" 42.

Por el pecado del hombre, la misma creación sensible se desconcertó como un reloj. Todo está desencajado y

39 Tema de la primera parte de la Carta a los Romanos.

40 Eph. 2,16.

41 Col. 1,20; Creemos que esta fórmula distributiva no tiene en el caso más que un puro valor de universalidad, no de especificación. Sentido perfectamente bíblico desde la primera página del Génesis (1,1). Y esto a pesar de la no) dudosa indicación del v.16, tan cercano y contextual. juzgamos, sin embargo, que el panorama cambia en el v.20. Allí se trata de la primacía de jesús sobre los mismos espí- ritus celestiales; aquí, de la conciliación y pacificación de la creación visible, concepto también muy paulino, como exponemos a continua- ción en el texto. La hipótesis de los ángeles da pie a un enojoso pro- blema exegéáco: ¿también los ángeles necesitaban reconciliarse con Dios? Porque se trata de la reconciliación con Dios, "consigo". Ante esta dificultad, los Santos Padres, teólogos y comentaristas, rompiendo la armonía del pensamiento y violentando el texto sagrado, lo refieren a la reconciliación de los ángeles con los hombres, como si aquéllos participasen de la ipdignación de Dios, su Señor. La idea no es in- correcta; lo incorrecto está, a nuestro juicio, en deducirla de estas pa- labras de San Pablo. En este sentido de los ángeles las entienden, en- tre otros, San Juan Crisóstomo, Teodoreto y San Agustín.

42 Rom. 8,20-22.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

fuera de su sitio, gimiendo, por eso, como quien sufriera el dolor de un hueso dislocado. Al hombre mismo alcanzan los efectos de esta violentísima situación. San Pablo se hace eco de aquella maldición divina en el paraíso:

"Para ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos" 43.

Uno de los extremos de la reconciliación es, por ende, fundamentalmente el hombre, reo del pecado, lo mismo ju- dío que gentil; como en una etapa previa, Israel y el paga- nismo, y por redundancia, toda la creación visible. El otro extremo es Dios, como con variedad de fórmulas unánime- mente lo dicen los textos 44.

d) ¿A quién se debe la reconciliación? 1 ) Antinomias aparentes.

En cuanto al autor de la reconciliación, San Pablo no es constante, si bien no puede ser acusado de contradicción. En la Carta a los Romanos se habla de la reconciliación en forma impersonal; en la Carta a los Efesios es atribuida a Cristo; por el contrario, en la segunda a los Corintios 45 y en la Carta a los Colosenses, es Dios mismo quien lleva a cabo la reconciliación. Todo es perfectamente compatible. Según San Pablo y la idea responde en absoluto a cuanto sabzmos sobre este punto por el cuarto evangelio hay que distinguir dos causas: la principal y la instrumental. Causa principal es siempre Dios; al Padre pertenece la iniciativa; Cristo, a su vez, es la causa instrumental, la causa merito- ria 46. Y esto nos coloca ya dentro del plan de la re- dención.

43 Gen. 3,17-18.

44 Rom. 5,10; 2 Cor. 5,18.19.20; Eph. 2,16; Col. 1,20.

45 En la segunda a los Corintios (v.19), una sola frase abarca in- geniosamente las dos causas: "Dios ectaba en Cristo reconciliando al mundo consigo." La fórmula es sugerente para el exegeta y para el teólogo.

46 Subsidiariamente el Apóstol (2 Cor. 5,18.19.20) menciona, com- pletando así el designio redentor, la participación ministerial diako- nía de los apóstoles, y, por tanto, de la Iglesia, en la reconciliación del mundo con Dios. Es más, en una de estas frases sintetiza todo el oficio del apóstol en este precepto, que no han de cansarse en inculcar los hombres: "Reconciliaos con Dios."

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

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La parte de Cristo es la que preferentemente y con más delectación subraya el Apóstol. Se contenta, es ver- dad, en la segunda a los Corintios, con el dato escueto: "mediante Cristo" 4T; algo más expresivo en la Carta a los Romanos 4\ habla de "la muerte del Hijo de Dios", pero sin la matización que logra en los otros dos pasajes.

2) Vigorosas fórmulas de San Pablo.

Las fórmulas más vigorosas de San Pablo, nunca usa- das en otros escritos suyos, las tenemos en la Carta a los Colosenses. La primera de ellas: "en la sangre de su cruz" 49, junta bellamente, logrando un efecto impresionan- te, otras dos más simples de la Carta a los Efesios: "me- diante la sangre de Cristo" 50 y "por medio de su cruz" 51. La segunda: "en el cuerpo de su carne por la muerte" 52 , produce la impresión de que San Pablo, al dictarlas, acen- tuó enérgicamente cada una de las palabras, que, con aire de redundancia, expresan la inefable realidad de la carne pasible y mortal de Cristo, arma de su redención y de su paradójica victoria.

3) Cristo, "nuestra paz" .

Por este camino de la cruz y a este precio de su san- gre, Cristo mereció nuestra reconciliación, cuyos efectos no acierta a declarar el Apóstol, y, a decir verdad, no caben en el lenguaje humano. Cosa notable es que en la Carta a los Efesios introduce un elemento nuevo, con el que se escla- recen la noción y el contenido de esta reconciliación. En el ambiente de este pasaje explicado más arriba, denso de enemistades: enemistad en la tierra paganismo y judais- mo— , enemistad en los cielos la ira de Dios contra la humanidad , ¡qué dulce y esperanzadoramente suena de pronto la palabra "paz"! Cristo "ha hecho las paces" 53, más exactamente, "Él es nuestra paz" 54, por lo que no es de maravillar que Cristo fuera el Evangelista de la paz:

47 2 Cor. 5,18.

48 Rom. 5,10.

49 Col. 1,20.

50 Eph. 2,13.

61 Ib., v.16.

62 Col. 1,22. 53 Eph. 2,15. 64 Ib., v.H.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

"evangelizó paz a vosotros los de lejos (gentiles) y paz á los de cerca (judíos)" 55.

Así se yuxtaponen como sinónimos estos dos términos, sugiriendo todo el alcance de la reconciliación con la pro- funda perspectiva que la paz, en su sentido bíblico, encie- rra. Ya no hay extranjeros ni advenedizos, "sino que sois ciudadanos de los santos y de la casa o familia de Dios" 56. ¡Qué distancia entre la antigua situación de los efesios y de todos y este nuevo estado subsiguiente a la reconciliación! Y todavía añade San Pablo:

"os reconcilió... para presentaros santos, e inmaculados e irreprensibles ante su acatamiento" 57.

4) La "Ley" clavada en la cruz, garantía de reconciliación.

Esta reconciliación fué tan completa, eficiente y, por decirlo así, formal como la describe San Pablo en otro pasaje, indudablemente correlativo, de la Carta a los Co- losenses. Entre las metáforas que en esta materia de la redención utiliza el Apóstol, acaso ninguna tan sorpren- dente y audaz como ésta a eme estamos aludiendo. El cuadro, de un dramatismo y colorido insuperables, nos si- túa en medio del paisaje ideológico de la Carta a los Efesios, en que veíamos moverse, como dos bandos contra- puestos, al judaismo y al mundo gentil.

Semejante situación, como veíamos, constituía uno de los principales obstáculos para la reconciliación. Pero San Pablo va más adelante. La ley mosaica, el muro de "la di- visión"— de ella se trata sin qénero de duda , no sólo en- frentaba a los dos sectores del mundo, sino que había lle- gado a ser ella misma una especie de interferencia entre los hombres y Dios. Para que Dios y los hombres volvie- ran a encontrarse la reconciliación debía ser eliminada esta barrera. ;Por qué todo esto?

De un lado, la ley imponía a los judíos una nube de preceptos y riqurosas obliaaciones, cuya violación los ex- ponía a muv duras represalias: les era "contraria" en con- secuencia. Por otro, el paganismo, en virtud de la ley, que- daba fuera de la teocraciá, y por cierto tiempo, como al

BB Ib., v.17. M Ib., v.19. w Col. 1,32.

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mareen de Dios: "Extranjero, sin Dios, sin esperanza". La lev, pues, con la fronda de sus preceptos, debía ser anulada como condición previa de la reconciliación y de la paz. ;Cómo?

San Pablo lo dirá con su viveza incomparable. Él ima- gina á la ley a manera de una "escritura" quirógrafo de deuda en manos del acreedor, testigo perenne y a un tiempo acusador irrecusable. Cristo interviene en este mo- mento. Nadie, en adelante, podrá esarimir esa "escritura" contra sus clientes. Para ello, al subir a la cruz, donde la ley le clavó, llevará consigo la "escritura" y él mismo la rasgará al fiiarla con sus propios clavos en el madero del suolicio, castiqándola así por sus maleficios y dando a su abronádón la solemnidad y la fuerza de este acto anu- latorio. "La Lev mosaica termina en la cruz su dramática carrera; ella mató á Cristo, y Cristo, a su vez, la mató a ella" 58.

Saboree el lector el bellísimo texto de San Pablo:

"Y a vosotros, como estuvisteis muertos por los de- litos v por la incircuncisíón de vuestra carne, os vivificó con él, perdonándoos todos los delitos, borrando el acta escrita contra nosotros con sus prescripciones que nos era contraria, y la quitó de en medio clavándola en la cruz" 59.

58 Prvt. o.c. II n.277.

69 Col. 2.13-14. Dejemos a un lado todas las cuestiones exeaéticas en one se afanan los comentaristas, va que la marcha qeneral del pen- samiento no tropieza en esos datos secundario*. La obscuridad de cier- tog detalles nroviene, como siempre, del estilo conciso y denso de San Pablo. El texto es una especie de minuta o apunte sumamente reconcentrado sobre un tema muy meditado y predilecfo del Apóstol. Este modo de pensar sobre la ley, esta manera desconcertante de en- focarla, se nroyecta repetidas veces sobre su* escritos. ¿Quién no re- cuerda aquellas diatribas de la Carta a los Romanos v su eco alqo apagado en la Carta a las iqlesias de Galacia? En el v.15, ctue no he- mos transcrito, San Pablo introduce un elemento nuevo: "los princi- pados y las potestades", qup. despojados también, son exhibidos "en público espectáculo" oor Cristo como corteio de vencidos ante el carro de su triunfo. El colorido sinqular de la imaqen empleada por S^n Pablo indujo a muchos comentaristas, comenzando ñor alqunos Santos Padres, a interpretarla de los espíritus infernales. Sería ésta la única vez orne fiqurarían en la teoría naulina de la redención. No pa- rece admisible esta exeqesís por muchos motivos one no son de este luqar; y aunque resulfe difícil puntualizar el sentido que San Pablo da a este triunfo de Cristo sobre los ángeles. Bover fl.c.) es partida- rio de la interpretación que nosotros hemos insinuado: lo mismo que el P.Prat, o.c, II p.201-202. No así Fillion, La Sainte Bible, VIII p.410-411.

Jesucristo Salvador

14

418

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

5) Nuestra esperanza.

Tan efectiva es la reconciliación, que en ella funda San Pablo el apoyo más firme de nuestra esperanza. En la reconciliación por Cristo alcanza su más alta expresión el amor de Dios a los .hombres. La infalibilidad de la esperan- za cristiana, tesis con que se abre el capítulo quinto de la Carta a los Romanos, estriba en este amor impondera- ble de Dios, que, en un supremo latido de caridad, le arranca el don de la reconciliación por la muerte de su Hijo, en las circunstancias que el Apóstol pone tan de re- lieve en este delicadísimo pasaje:

"Porque el amor de Dios ha sido derramado en nues- tros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.

Porque Cristo, siendo todavía nosotros impotentes, to- davía entonces, a su tiempo, murió por los impíos. Por- que apenas por un justo moriría uno: pues por el bueno quizás uno se animara a morir. Mas acredita Dios su propio amor para con nosotros en que. siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. Con mu- cha más razón, justificados ahora en su sangre, seremos por él salvados de la cólera. Porque, siendo enemiqos, fuimos reconciliados con Dios con la muerte de su Hijo; con mucha más razón, una vez reconciliados, seremos salvos en su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gozamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora obtuvimos la reconciliación" 60.

Méritos de Jesucristo»

Hicimos notar que Dios es la causa principal de la reconciliación, y que Jesús, en su muerte, fué la causa ins- trumental, o, dicho acaso con mayor precisión, la causa me- ritoria. He aquí otro aspecto importante de la redención por Cristo. Vamos a estudiarlo brevemente, prescindiendo de una multitud de cuestiones en las que se dividen los teó- logos, después de haber dejado a salvo lo que pertenece al patrimonio dogmático y nos da resuelto el magisterio de la Iglesia.

Rom. 5,5-11,

C.l7. VALORES DE LA REDENCIÓN

a) Noción y sentido.

Entiéndese por mérito y esto basta a nuestro propó- sito— una obra buena digna de galardón. Si entre la obra meritoria y el premio correlativo se da como cierta ecua- ción, que ponga los dos miembros en relación de igualdad, el mérito recibe el calificativo "de condigno"; si no sucede así, denomínase "de congruo". En el primer caso intervie- ne la justicia61; en el segundo, solamente una especie de conveniencia, lo que decimos "está bien". Huelga advertir que, hablando de los méritos de Cristo redentor, nos re- ferimos al mérito en su sentido más propio y riguroso, el "de condigno".

La palabra "mérito" no entra en el tecnicismo del Nue- vo Testamento; ni siquiera se hallará en la tradición pa- trística, al menos como expresión formal de un acto de Cristo meritorio para nosotros. Pero una cosa es el nom- bre y otra la realidad.

Y la realidad, como acabamos de ver prolijamente, es que toda la obra de nuestra redención, de nuestra vida so- brenatural, de nuestro nuevo ser, es decir, de nuestra jus- tificación, es atribuida por la Sagrada Escritura a la in- tervención de Cristo, a ciertos actos de Cristo, en aten- ción a los cuales Dios concede a los hombres la merced de su favor y de su gracia. Y esto con una amplitud y dimensión de merecimiento, que lo hemos visto en San Pablo nada escapa ni queda al margen de este influjo mediador, de este como poder adquisitivo de Cristo Jesús. Y resulta muy significativo que Santo Tomás, por ejemplo, no hace más que insistir en nuestra solidaridad con Cris- to, en nuestra configuración y adentramiento en el cuer- po místico, para dar la última razón de esta especie de simbiosis divina y admirable, mediante la cual los méri- tos de la cabeza se comunican y fluyen, por ley natural, a todos los mi2mbros 62. Lo cual quiere decir que el Doctor Angélico, y con él la Teología, ha descubierto en la doc- trina del Apóstol, si no el nombre, ciertamente todos los elementos con que la ciencia eclesiástica y el magisterio de la Iglesia han ido elaborando la noción teológica de los méritos de Cristo, incorporada al depósito de los dogmas

61 S.Th. 1-2 q 104 a.l.

62 5. Th, 3.q.l9 a.4; q.48 a.l.

420

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

expresamente definidos por obra y gracia del Concilio de Trento.

La declaración conciliar establece no sólo el hecho de los méritos de Cristo, sino su extensión, dentro de «cuyos límites cae el principio o exordio de la justificación, la justificación misma y la satisfacción por la pena temporal, reato del pecado 63 .

Y, aunque con diversa calificación teológica, debemos añadir que el aumento de gracia, la glorificación y el au- mento de la gloria esencial, según la doctrina dei mismo Concilio, no se substraen a esta causalidad de los mereci- mientos de Cristo 64, que, para decirlo de una vez, abarca todos los dones de Dios, encaminados a la vida sobrena- tural y a la vida eterna. "Nada sin mí", dijo Jesús b5.

b) ¿Cuándo y cómo mereció Cristo?

Alguien podía preguntar: ¿A qué actos de Cristo hay que vincular estos merecimientos? Nos interesa recoger la pregunta, porque la respuesta pondrá a la vez en claro y centrará con toda precisión cuanto llevamos dicho y he- mos de decir sobre la muerte redentora de Jesús.

Verdad es que los textos de San Pablo lo mismo que los de todos los autores sagrados , que en tanto número hemos revistado, procurando, en cuánto cabe, desentrañar- los para mejor comprenderlos, hablan sistemáticamente de la sangre, de la cruz, de la pasión, de la muerte de Jesús. Y estas fórmulas sacramentales pasan a los escritos pa- trísticos, a los documentos conciliares y pontificios y al

es Ses.5, Decreto sobra el pecado original, cn.3 (D 790): El pe- cado original no tiene otrq remedio que los méritos del único me- diador, nuestro Señor Jesucristo"; por el sacramento del bautismo, tanto a los niños como a los adultos que legítimamente lo reciben, se les aplican "los mismos méritos de Jesucristo". Ses.6, Decreto sobre la justificación, c.7 (D 799) : Al enumerar las causas de la justifica- ción, cataloga entre ellas la causa meritoria, que es "el amadísimo unigénito de Dios, Señor nuestro Jesucristo, el cual, siendo nosotros enemigos, gracias a aquella excesiva caridad con que nos amó, con su pasión santísima en el leño de la cruz nos mereció la justificación y satisfizo al Padre por nosotros." Véase también el canon 10 (D 820). Ses.H, Del sacramento de la penitencia, cn.13 (D 923). Queremos anotar que también el Concilio de Trento en esta materia recuerda con mucha insistencia nuestra cualidad de miembros del cuerpo mís- tico de Cristo; así en el citado c.7 del Decreto sobre la justificación y aun dentro del cn.32.

64 Ses.6, cn.32 (D 842).

65 lo. 15,5.

C.17. VALORES DE LA kEDENClÓN

421

lenguaje de la Teología y de las escuelas. Lo que hay que averiguar es si el sentido de estas frases es exclusivo, o sólo de afirmación, y, si se quiere, de preferencia y de an- tonomasia.

1) Durante toda su vida.

La respuesta no es difícil. Cristo mereció desde el pri- mer momento de su encarnación, en el que San Pablo co- loca, como vimos en el capítulo anterior, su primer ofreci- miento al Padre. Todos y cada uno de los actos de Jesús durante toda su vida, como actos de la divina Persona del Verbo, tienen una dignidad y un valor infinitos, según diji- mos también. Cada uno de ellos, el más insignificante al criterio humano, hubiera bastado para redimirnos; ¿quién lo duda?; pero la "excesiva caridad" de que hemos oído hablar al Concilio de Trento, citando palabras de San Pablo le llevó a manifestarla en aquella suprema medida del amor que Él mismo señaló a los amigos: morir por el mundo.

2) Especialmente en su pasión y

en la cruz.

Quisimos también en el capítulo precedente y ahora el lector se dará cuenta del motivo hacer hincapié en que la muerte dolorosa fué la orientación integral y única, pudiéra- mos decir absorbente, de toda la vida de Jesús: su consu- mación, en frase de la Carta á los Hebreos, en razón no sólo del tiempo, sino de la perfección y consagración de esa vida. La pasión y la cruz fueron el camino propuesto por el Padre y elegido por Cristo. Todo lo demás se unió y se sumergió en ese abismo de amor para engrosar el caudal infinito de los merecimientos de Jesús, coloreados así y como especifi- cados por las tintas de la pasión y la púrpura de su sangre. "Cristo escribe Santo Tomás , desde el principio de su concepción, nos mereció la salud eterna; mas de nuestra parte había algunos obstáculos, con los que nos veíamos im- pedidos de conseguir los efectos de los méritos precedentes; de donde, a fin de renovar esos obstáculos, convino que Cristo padeciera, como más arriba se dijo" 67.

"Hay que decir escribe, por su parte, un insigne teó- logo de nuestros días que, conforme a la doctrina católica, hay que atribuir especialmente los méritos de Cristo a su

68 Rom. 5,10.

m S.Th. 3 q.48 a 1.1.

¿22

pasión, bien porque fué la principal obra de nuestra salud, bien porque, disponiéndolo así Dios, todos los demás méri- tos de Cristo estaban -como haciéndose in [ieri hasta ser consumados por pasión; y hay muchas razones de con- gruencia por las que lo dispuso Dios de este modo" 68.

Estas razones las resume maravillosamente el mismo Santo Tomás en el lugar de su obra a que antes le oímos remitirse. Se alegrará el lector de conocerlas. "Por el hecho de que el hombre fuera liberado mediante la pasión de Cris- to, concurrieron muchas otras cosas tocantes a la salvación de los hombres, aparte la liberación del pecado; porque, primero, por esto liega a medir el hombre cuánto le ama Dios y es movido a amarle, en lo que consiste la perfección de la salvación humana...; segundo, porque de este modo nos dió ejemplo de obediencia, humildad, constancia, justi- cia y de las demás virtudes que resplandecieron en la pa- sión de Cristo, todas ellas necesarias para la salvación de los hombres...; tercero, porque, gracias a su pasión, Cristo no sólo libró al hombre del pecado, sino también le mereció la gracia santificante y la gloria de bienaventuranza...; cuarto, porque asi le hizo sentir al hombre una mayor nece- sidad de conservarse inmune al pecado pensando haber sido redimido del pecado por la sangre de Cristo...; quinto, porque ello redundó en más grande dignidad del hombre, que como habla sido el hombre vencido y engañado por el demonio, sucediera que fuera hombre también el vencedor, y como el hombre había merecido la muerte, así un hom- bre, muriendo, triunfara de muerte" 69.

Para completar y puntualizar las ideas conviene, antes de pasar adelante, hacer unas ligeras observaciones a pro- pósito de este texto de Santo Tomás.

Los autores modernos hablan de un doble aspecto de la redención. Desde Abelardo acá, pasando por los soci- nianos, hasta el protestantismo liberal o racionalista y el modernismo teológico, muchísimos escritores, recortando el valor de la obra de Cristo y la interpretación unánime de la Iglesia, se acogen a una redención puramente subje- tiva. En síntesis, estas teorías no admiten la satisfacción y los méritos objetivos de Cristo. Su vida, su pasión y su

68 L Solano, De Verbo incarnato: Sacrae Theologiae Summa (BAC, Madrid) III (1950) n.610 p.233.

69 S.Th. 3 q.46 a<l. En el artículo cuarto trata muy prolijamente de la conveniencia de la muerte en la cruz.

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

423

muerte no implican una verdadera y objetiva compensación por el pecado, aceptada por el Padre y aplicada a los hom- bres, en cuyo nombre la ofreciera Jesús. Valen solamente como un ejemplo, insigne y espléndido ciertamente, con un poder incomparable y, si se quiere, irresistible de atracción, paralelo a la fuerza persuasiva de la doctrina de Cristo. Ejemplo y doctrina capaces de arrastrar a los espíritus hacia la imitación de Jesús y encender en ellos el anhelo de reproducir sus virtudes y hacer norma de vida sus pre- ceptos. Nada más que esto.

La Teología católica no desconoce este aspecto subjetivo de la redención. En este libro hemos dedicado dos largos capítulos a exponer las enseñanzas y el ejemplo de Jesús como elementos de su obra redentora; y Santo Tomás, como acabamos de ver, logra exprimir en esos cinco puntos toda la fecunda virtualidad docente y toda la carga de. ejemplaridad que guarda la pasión de Jesucristo. Esto es verdad. Pero juntamente, y como alma, presupuesto y con- dición para la efectividad del ejemplo y de la doctrina, otras dos cosas: Dios aplacado y los méritos de Cristo hechos gracia lo objetivo , a fin de que los hombres pu- dieran cumplir los preceptos divinos, conocidos y hechos amar merced a la doctrina y al ejemplo de Jesús.

Bellísimo el aspecto subjetivo de la redención, y ya he- mos indicado repetidas veces la admiración y los ditiram- bos que ha arrancado a los mismos racionalistas; pero mu- cho más bello todavía el aspecto objetivo, que no sólo mereció el reconocimiento eterno de la Iglesia y de los santos, sino la complacencia del mismo Dios.

Satisfacción infinita*

¿Y qué valor tiene la redención? O, lo que es lo mismo, ¿qué valor tuvo la satisfacción ofrecida a Dios por Jesús? La respuesta a estas preguntas ha de desdoblarse, pues deben ser consideradas por separado su intensidad y su extensión.

a) Intensidad.

Para calibrar con justeza la intensidad es pr-eciso de- terminar ante todo en qué sentido y en qué grado la satis- facción o la compensación dada por Cristo fué digna de Dios.

Con los datos que el lector conoce puede decirse que

424

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

está sobradamente resuelta la cuestión. Pero concretemos un poco más las cosas.

1 ) Valor obietivo de los actos satisfactorios.

Santo Tomás enfoca el caso desde un doble punto de vista, para converger en el mismo vértice. La satisfacción de Cristo puede valuarse en misma, es decir, en el com- plejo de actos que la integran y en cuánto a la dignidad y prestancia que les comunica la Persona. De estos dos factores depende la solución del problema.

Quien rapase mentalmente la historia de Jesús desde su concepción hasta su muerte, estará en condiciones de apreciar el primero de estos dos factores. La humillación suprema del Verbo, que nos recuerda San Pablo, rayana en el "aniquilamiento" aparente de la misma divinidad; la pobreza heroica de quien, "siendo rico" es también suge- rencia dz\ Apóstol , quiso carecer de todo, superando in- cluso a las alimañas más despreciables y a las avecillas del cielo, como hizo resaltar el mismo Jesús; la obediencia y sumisión más perfecta a la voluntad del Padre, que tan fuertemente acentúan San Lucas y San Juan y el mismo San Pablo; el abandono total de mismo, del que Jesús hizo esquema de vida para todos sus seguidores; la pacien- cia, nunca vencida por las más encontradas contradicciones y las más bravas hostilidades; y, sobre todo, el abatimiento inverosímil, el dolor físico y moral de su pasión y de su muerte; todo esto, ¿no es verdad que, aun dando de lado al otro segundo aspecto, proclama la indecible grandeza del precio que por nuestro rescate hubo de pagar Jesús?

a) Dolor sin paralelo.

Es más: aquellas horas de sufrimiento y de martirio total, de dolor del alma y dolor del cuerpo, sin atenuantes, que van desde la agonía en Getsemaní hasta el último alien- to en la cruz, ¿en qué dolor humano encontrarán paralelo y medida? Toda la capacidad de sufrimiento de la natura- leza humana y por experiencia sabemos que supera todos los cálculos fué desbordada infinitamente por la adorable humanidad de Jesucristo.

De las razonas con que Santo Tomás intenta demostrar que el dolor de Jesús fué el mayor de todos los dolores, dos recaban principalmente nuestra atención. Por un lado,

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

425

la peculiar complexión de aquel cuerpo, formado exprofeso para el sacrificio, como sabemos por San Pablo, y de una sensibilidad aguzada y exquisita, más la clara visión de aquel alma pura, a cuya previsión nada podía ocultarse en su objetiva realidad; por otro lado, el propósito expreso y siempre actualizado de Cristo de padecer por el pecado, "por lo que se dignó aceptar el dolor en una medida pro- porcional a los frutos que de él habían de derivarse" 70.

Tan fuerte fué en Jesús esta voluntad de sacrificio, se- gún Santo Tomás, que hizo que sus dolores, a más del va- lor, en razón de la divinidad, a que estaba unido, tuvieran en mismos, como dolores humanos, todo el volumen y toda la acerbidad que reclamaba la magnitud de la deuda contraída por los hombres 71.

Superando todos los padecimientos humanos, los de Jesús quedan en la Historia, con más derecho que los de Job, como paradigma del dolor, según canta la liturgia, po- niendo en labios de Cristo crucificado aquella conmovida invitación de Jeremías: "¡Oh vosotros cuantos por aquí pasáis: Mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor!" 72 Y si algo impresiona fuertemente, dejando un amargo sa- bor en el alma, en el vaticinio doloroso de Isaías y en el salmo 21, es la viva descripción de los tormentos del Re- dentor desde este punto de vista de la singularidad por su aterradora fiereza. Fué tanta que, cuando jesús la vió cara a cara, gravitando de golpe sobre su entendimiento, como toda una inmensa esfera de plomo sobre un punto, su hu- manidad se vino abajo triste hasta la muerte , y, arrum- bado bajo la mole de tantos dolores, prorrumpió en aquella desolada súplica al Padre: "Si puede ser, que pase de este cáliz sin que yo tenga que beberlo". Jesús lo ha di- cho todo.

Pero ¿será verdad que el dolor de Jesús igualó, como compensación, a la ofensa inferida a Dios por el pecado? Yo no me atrevería a negarlo absolutamente. Al menos sin poner en aquel platillo de la balanza de la justicia el peso de una circunstancia que discrimina y singulariza el dolor de Jesucristo entre los mayores dolores de cualquiera otra criatura. No es solamente que el Padre le exigiera "no perdonó a su propio Hijo", decía San Pablo lo que a na-

70 S.Th. 3 q.4 a.6.

71 Ib., ad 6. 78 Thr. 1,12.

426

LA EMPRESA LA REDENCION

die, incluyendo a la Virgen María, ha p2dido jamás en el mundo. Es mucho, pero no es todo. Lo singular en el caso de Jesús es que su dolor fué literalmente un dolor de mi- lagro.

|3 ) Dolor de milagro.

Porque para que Cristo sufriera tuvo que intervenir un milagro. El milagro, siempre inaccesible para nosotros, de que la visión intuitiva de la esencia divina, sin dejar de iluminar las cumbres del alma de Jesús, suspzndiera sus efectos y su influjo, incompatibles con el dolor. Por mucho que los hombres ahondemos en este hecho real, nunca lle- garemos al fondo de está extraña renuncia que Jesús aceptó por nosotros. Renuncia que informa y sitúa en categoría aparte a sus sufrimientos. ¿No fué, por ventura, esta pecu- liar modalidad de su pasión, ciertamente con nada compa- rable, lo que el mismo Jesús insinuó, para que nosotros tuviésemos que reflexionar, cuando "con fuerte voz" dijo desde la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has des- amparado?"

2) Valor subjetivo por razón de la persona

divina de Jesús.

A mayores, juega otro segundo factor en este punto. La dignidad y el valor que todos los actos de Jesús reci- bían de su divina Persona, como veíamos en uno de los capítulos precedentes. Siendo éstos actos del Verbo, aun- los más corrientes, eran dignos de Dios, de un valor infi- nito. Bajo este aspecto, el dolor redentor irradia una nueva luz; luz divina, que evidentemente nos lo hace ver, como diremos después, no sólo conmensurable con la ofensa por enorme y "cuasi-infinitá" que la veamos , sino sobrepa- sándola cuantitativamente en una medida inconcebible.

3) Consecuencias.

Digamos, pues, que la satisfacción ofrecida por Cristo fué sencillamente "de condigno". La justicia quedó enton- ces en su punto, recobrando su roto equilibrio. ¿Por qu especular, pues, con la corrección o incorrección de cierta afirmaciones como ésta: la satisfacción de Cristo fué d rigurosa justicia: ex toto vigore iustitiae? ¿Qué dificulta puede hallarse en esta aseveración? Si alguna, ciertament

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

427

no dependerá de la obra de Cristo, sino del concepto que nosotros tengamos de la justicia.

A la vista del plan divino y de la generosa entrega de Jesús, diríamos -con muchos teólogos que han podido pare- cer más audaces, que los hombres, en virtud de la satisfac- ción de Cristo, tienen ante Dios un titulo de justicia, un verdadero derecho. ¿Quién se atrevería a demostrar que esto argüiría imperfección en Dios; en Dios, que tantos de- rechos nos ha otorgado por su Hijo? San Pablo, al menos, no tropezó con dificultades de esta índole, y nadie ha ido más allá que él en este terreno de la redención y de nues- tra solidaridad con el Redentor.

El Apóstol avanza mucho más. Varias veces hemos acudido al capítulo quinto de la Carta a los Romanos, bá- sico en la cristología de San Pablo, y una más tenemos que adentrarnos por él para recoger nuevos frutos, no los últimos todavía. La originalísima antítesis en que según hicimos observar viene a trocarse el paralelismo entre Cristo y Adán, acentúa, aparte el hecho mismo de la res- tauración, la modalidad cuantitativa del beneficio, en tér- minos que no hay manera de tergiversar su pensamiento.

San Pablo enfrenta dos situaciones, obra con obra: la obra mortífera de Adán y la obra vivificante de Cristo; el pecado de Adán con todas sus consecuencias y la gracia de Cristo con las suyas; la infausta desobediencia del "pri- mer hombre" y la bienhadada obediencia del "segundo". En el primer miembro de la antítesis, el pecado, la muerte, en su tremenda universalidad y eficacia destructora; en el segundo, la redención. Pero el Apóstol no deja al lector el trabajo de deducir por mismo el resultado de este contraste; todo lo da hecho:

"Mas no cual fué el delito, así también fué el don" 73 .

"Y no como por uno que pecó, así fué el don" 74.

¿Cuál es la diferencia? Adelantando la respuesta de San Pablo, respondamos que la diferencia radica en la inmensa ventaja que lleva la obra salvadora de Cristo a la obra destructora de Adán: más honró a Dios la satis- facción ofrendada por Cristo que le había ofendido el pe-

73 Rom. 5,15.

74 Ib., v.16 .

428

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

cado de Adán; la obra de justicia y la obediencia de Jesús encerraban más eficacia para salvar que el pecado de Adán para perder. Lo dirá en todas las fórmulas posibles:

"Pues si por el delito de uno solo los que eran muchos murieron,

mucho más la gracia de Dios y la dádiva en la gracia de un solo hombre, Jesucristo, redundó en los que eran mu- chos" 75.

"Pues si por el delito de uno solo reinó la muerte..., mucho más los que reciben la sobreabundancia de la gracia y el don de la justicia reinarán en la vida por uno solo, Jesucristo" 76.

Ni retrocede ante la imagen del pecado con toda su malicia y con la gravedad que la ley, "atravesándose", le añadió, porque y para expresarlo tuvo que inventar la palabra:

"donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" 77 .

¿Qué mejor comentario del pensamiento de San Pablo que estas frases de San Cirilo de Alejandría?:

"La iniquidad del pecado no era tan grande como la santidad del que moría en favor nuestro; no pecamos tanto como fué de excelsa la santidad de quien por nos- otros dió su vida" 78.

Que pueden completarse con esta expresiva compara- ción del Crisóstomo:

"Es como si uno echara en la cárcel a quien le debie- ra diez monedas, v no a él solo, sino, por su causa, a la mujer, hijos y esclavos; y entonces un tercero le pagara no ya las diez monedas, sino muchísimos talentos de oro, y le introdujera en un palacio, haciéndole sentar en el trono del primer magistrado y participar del sumo honor y de la gloria correspondiente: el acreedor no podría en adelante sacarle a relucir aquellas diez monedas; esto su- cedió con nosotros."

Y termina con está exacta y primorosa sentencia:

7S Ib., v.15. 70 Ib., v.17.

77 Ib., v.20.

78 MG 33,812.

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

429

"Muchísimo más de lo que debíamos pagó Cristo; tan- to cuanto es, en comparación de una gotita, el piélago inmenso" 79.

Por lo que llevamos, dicho, comprenderá el lector que esta sobreabundancia de la redención se debe a la obra sa- tisfactoria de Cristo en misma y al valor que le presta la Persona divina en virtud del principio de dignificación.

b) Extensión de la redención.

Unas palabras ahora acerca de la extensión de la obra redentora. Podría deducirse, como corolario, del valor cuantitativo del rescate, y así lo hacen muchos Santos Pa- dres, entre ellos, con viveza maravillosa, San Agustín:

"Ahí tienes a Cristo padeciendo; ahí tienes al merca- der mostrando su compra; ahí tienes el precio que pagó; su sangre fué vertida. En la bolsa llevaba nuestro pre- cio; volcó la bolsa y manó el precio de toda la tierra... Ahí tienes nuestro precio. Dígaseme qué ha comprado con él" 80.

"Vino el Redentor y dió el precio; derramó su sangre y compró la redondez de la tierra...; por toda ella dió tanto quantum como dió".

A San Agustín le indignaba que alguien, como los donatistas, osara poner límites a la redención de Cristo, negando su universalidad82.

79 MG 60,1185. Con las reservas convenientes respecto a la con- dición del generoso mediador, completamente ajeno a los deudores, según lo que hemos explicado, la comparación o parábola de San Juan Crisóstomo es extraordinariamente bella y sugerente. Claro es que el santo Doctor no lo desconocía, sino que quiso prescindir del aspecto de nuestra solidaridad con Cristo.

80 ML 36,179.

82 Por ejemplo en el Sermón 183: "Ahí tenéis al Esposo. Hablemos de la esposa, firme el acta matrimonial. Oíd: es la Esposa." Y que se predique, dice a continuación: "era menester padeciera Cristo y resucitara de entre los muertos al tercer día, y se predicara en su nombre la penitencia y remisión de los pecados por todas las nacio- nes... ¿Dónde vas a esconderte, oh donatista? Por todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Ésta es mi luz; ¿dónde está tu obscuridad? Luego Cristo es el Esposo de esta Iglesia que se aprecia en todas las naciones y se multiplica y se corre hasta los fines de la tierra... ¿Qué dices ahora? ¿Quién es la Esposa de Cristo? ¿La facción de Donato? No, no, no, buen hombre; no lo es..." (Obras de San Agustín, VII p.136-137).

430

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

1 ) Universalidad.

En el capítulo segundo vimos cómo era una de las ca- racterísticas del reino mesiánico dibujado por los profetas. Los apóstoles lo sabían también, pues el mandato del Maestro había sido terminante:

"Id, pues, y enseñad a todas las gentes" 83.

"Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda

criatura" 84.

No fué San Pablo el inventor del universalismo del Evangelio, como se ha dicho con mucha mala fe y ninguna lealtad a los documentos. Como Pablo pensaban Pedro, Juan y el mismo Santiago 85, cuyo color judaizante tanto se ha tratado de subrayar, aunque pudieran tener sus du- das acerca del momento y de la oportunidad. Algún sector de verdaderos judaizantes, excesivamente celosos de sus prerrogativas, pudi?ron encender la discordia, terminando ellos por desfigurar y adulterar el Evangelio á juzgar por la dureza con que los trata San Pablo. Éste triunfó, como no podía por menos, y hasta se permitió jactarse de ha- berle sido confiado por Jesús "el Evangelio de los gentiles" incircuncisos , lo mismo que "a Pedro el de la circun- cisión". No es extraño, pues, que en los escritos de San Pablo aparezca tan diáfana y segura la noción del univer- salismo absoluto de la redención.

¿Para qué repetir de nuevo aquellos textos paulinos, que igualan ante Cristo y su Evangelio al judío y al griego gentil , al varón y a la mujer, al libre y al esclavo? Bástenos: recordar aquellos en que, tratando precisamente de la sangre y de la muerte de Jesús, se acentúa el hecho de esta universalidad. En las páginas anteriores quedan registrados.

Mas como índice del pensamiento de San Pablo, y para extraer todo su jugo, volvamos, por última vez, al pasaje, tan familiar para nosotros, de la Carta a los Romanos. En cada uno de los miembros del paralelismo se repite una antítesis: el uno y los muchos. Es decir, Adán y todos los hombres, sus .hijos; Jesús y toda la humanidad redimida.

99 Mt. 28,19. M Me. 16,15. " Gal. 2,9.

C.Í7. VALORES DE LA REDENCIÓN

431

Con esto sería suficiente. Pero el Apóstol ha dado vida, como sabemos, a otra amplia antítesis, que acaba por ilu- minar plenamente el cuadro. Lo que Adán fué pecando, lo fué Jesús redimiendo. La obra de J^sús se mide en su extensión por la de Adán: el don y la gracia alcanzan a los mismos a quienes Adán hizo partícipes de su pecado. ¿Quiénes pecaron en Adán? Otra medida nos servirá de critzrio: la muerte. Ahora bien, todos mueren hecho ex- perimental— , hasta los niños, dice San Pablo. La conse- cuencia no es difícil de formular con estos datos.

2) No puede limitarse.

¿De dónde podría originarse la limitación de este uni- versalismo de la redención/ La voluntad saivíiica de Dios respecto a todos los hombres es un dogma católico. ¿Por parte nuestra/ ¿bl pecado, la degradación, el desconoci- miento de Dios/ Pero a poner remedio a todo esto vino Jesús; éste fué el objetivo de la redención. De los vicios y crímenes más abyectos habían sido víctimas algunos de los cristianos de L>ormto: "Y eso erais algunos". ¿V qué/ "fe.ro luísteis lavados, pero fuisteis santificados, pero fuis- teis justiticados en el nombre de nuestro Señor Jesucris- to" 6o. ".bntonces dirá a ios Gálatas , no conociendo a Dios, servísteis a los que por naturaleza no son dioses; mas ahora, después de conocer a Dios, o más bien, ha- biendo sido conocidos de Dios..." s7. "trais un tiempo tinieblas escriba a los Efesios , mas ahora luz en el Señor" 6£S. Nadie ha definido al paganismo mejor que San Pabio: "Enemigos, en el pensamiento y en las malas obras, de Uios" *y, y, sin embargo, para ellos es también la re- conciliación.

¿Qué decir entonces? ¿Será obstáculo nuestra libertad? Lo es ciertamente; pero esto plantea un problema de otra índole, ajeno a la redención considerada en misma, al que dedicaremos espacio en seguida.

Toda limitación en este terreno ha sido condenada por la Iglesia 90, en consonancia con aquel anhelo de Cristo,

86 1 Cor 6,1041.

87 Gal. 4,8-9.

88 Eph. 5,8; Gal. 1,12.

89 Gal. 1,21.

90 Entre otras proposiciones de los jansenistas (D 1294) y de Ques- nell (D 1382), la Iglesia condenó ésta de Jansenio; "Es semipelagiano

432

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

que, mirando al mundo pagano, dejó escapar de su corazón esta frase, toda fuego, como un volcán, de misericordia y de amor: "Tengo otras ovejas que no son de este redil el pueblo de Israel , y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor" 91 .

3) Bellos simbolismos de Santo Tomás

y San Agustín.

De estas ansias de universalidad en que se abrasaba el alma de Jesús descubre Santo Tomás bellos símbolos en los brazos abiertos de la cruz y en haber querido Cristo ser crucificado entre dos ladrones. "Con una mano quiere atraer hacia al antiguo pueblo (el judío), y con la otra a los gentiles" 92; "Dos ladrones fueron crucificados a la derecha y a la izquierda de Cristo, significándose con esto que toda la humanidad era llamada a participar del mis- terio de la pasión del Señor" 93.

San Agustín, en una de esas composiciones ingeniosas que tanto abundan en sus escritos, habla dei testamento de Cristo y dice: "Hágase público su testamento; y cuan- do el testamento haya sido presentado, callen todos, a fin de que las tablillas se abran y se lean; el juez escucha atento, lois abogados enmudecen, los pregoneros imponen silencio, todo el pueblo asiste suspenso para que puedan ser leídas las palabras del muerto, que yace insensible en el sepulcro... Pero, en este caso, el que hizo el testamento vive para siempre" 94. Y el testamento es éste: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulas a todas las naciones" 95.

4) Proyección misionera.

De esta universalidad de destino que caracteriza a la redención y del dogma del cuerpo místico fluye una con-

decir que Cristo murió o derramó su sangre por todos los hombres." La calificación no puede ser más dura: "Declarada y condenada por falsa, temeraria, escandalosa; y entendida en el sentido de que Cristo solamente murió por la salvación de los predestinados, impía, blasfema, contumeliosa, atentatoria a la piedad divina y herética" (D 1096). 61 lo. 10,16.

92 S.Th. 3 q.46 a.4. Citando palabras de San Juan Crisóstomo.

93 Ib., a. 11. El texto es de San Hilario.

94 ML 36,180.

96 Mt. 28,16-20.

C.17. VALORES DE LA REDENCION

433

secuencia importantísima e insoslayable, que puede formu- larse con estas palabras del mismo San Agustín:

"Te importa, pues, trabajar todo lo posible para que los que no creen se conviertan a la fe" 96.

Más allá de la Iglesia quedan, aun hoy, más de dos mil millones de hombres redimidos como nosotros, pero a quienes no ha llegado el riego vivificante y salvador de la sangre de Cristo. Ni uno solo de ellos está exceptuado de este derecho, que le confiere la muerte de Jesús y el hecho misterioso de haber estado asociado a ella, lo mismo que nosotros, simplemente por pertenecer a la humanidad.

Para ellos, exactamente igual que para los pueblos evangelizados y hace siglos incorporados a la fe, pero que otrora no lo fueron y ahí estamos nosotros , Jesús puso sobre los hombros de los apóstoles, aquéllos y los de todos los tiempos, el deber y la misión de "hacer discípulas suyas a todas las naciones".

Esto por un lado. Por otro, repare el lector en la afir- mación de San Agustín: "Te importa interest tua , toca a tus propios intereses". ¿Por qué? Es un motivo de biolo- gía sobrenatural. El desarrollo y crecimiento del cuerpo místico se realiza, por voluntad de Jesús, en dos planos diferentes, de dos maneras distintas: por agregación, cre- cimiento externo, o, si vale la palabra, geográfico catoli- cidad— , y por el aumento interior de la santidad y de la gracia, que dimanan de Cristo y son la obra y el don del Espíritu Santo.

De todos modos, trátase de una vitalidad creadora y eficiente de este misterioso organismo, a la que nunca pue- de ser ajena la más insignificante y chica de sus células. Todas convergen y cooperan en está vida común, en este crecimiento, que sólo tienen un término, al decir de San Pablo, "hasta que Cristo sea formado en vosotros"; es decir, que habrá de estar en esta vibración vital mientras quede un hombre que incorporar y mientras la meta de la virilidad y edad adulta de este organismo siga siendo nada menos que la santidad de Jesús y la perfección del Padre celestial, a la que Jesús, como hemos visto, nos remitía. Nos importa, pues; nos interesa completar nuestro ser mís- tico en Cristo.

Pero de estos hombres, hoy como antes sumidos en la

88 ML 182,760.

m

La EMPRESA Dfe LA kEbENCiÓN

densa tiniebla de la incredulidad, "sentados en las som- bras de la muerte" 9\ puede entablarse el mismo razona- miento de San Pablo sobre el pueblo judío:

"¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no creyeron? ¿Y cómo creerán a aquel de quien nada oyeron? ¿Y cómo oirán sin quien predique? ¿Y cómo predicarán sin haber sido enviados?" ys

Toda la caridad y el celo ardiente del Apóstol vibra en estas preguntas, a las que nosotros debemos dar res- puesta. ¡Ojalá fuera tan emocionada como las mismas pre- guntas!

Los Santos Padres, San Agustín entre ellos, descubren relaciones misteriosas entre el creced y multiplicaos y lle- nad la tierra" 99 y el ' id y predicad el Evangelio a toda creatura", principio y bendición de la fecundidad de ia Iglesia. De la iglesia somos y en la Iglesia estamos. ¿Quien se librará de este mandato de CriSLO? He aquí el porqué de la historia misionera de la Iglesia. Misionera fué siem- pre y misionera será "hasta que se cumpla el tiempo de las naciones" lu0. rVlas no olvidemos que nosotros somos la Iglesia.

5) La Acción Católica.

Los que no creen se encuentran no sólo allá, sino, con más frecuencia de lo que imaginamos, más c:rca, entre nosotros. Los que no creen, o aparentan no creer, o viven como si no creyeran. El paganismo moderno, inoculado en los mismos pueblos católicos, ha sido denunciado muchas veces, con estremecimientos de alarma, por los últimos pa- pas, singularmente por el actual, Pío XII. Paganismo que, a costa de una fe perdida o traicionada, va creando entre nosotros una nueva gentilidad, igual a aquella en las cos- tumbres, mucho peor; porque aquélla, desorientada y todo, era religiosa, buscaba a Dios, lo que no es y no hace la nuestra. ¡Pavorosa realidad presente! Pero la Iglesia, dice San Agustín, "toma a la gentilidad como materia o campo de sus operaciones" 101.

Y al lado de éstos..., sin cuento los que peligran, los

97 Le 1,79.

98 Rom. 10,14-15.

99 Gen. 1,28.

100 Le. 21,24.

101 ML 34,127.

C.17. VALORES DE LA REDENCIÓN

435

indiferentes, los pecadores, los cristianos de nombre y de figura, de exterioridades y bellísimas frases, o los que pi- den más, sedientos de Evangelio, hambientos de pan espi- ritual, y... a veces "no encuentran quien se lo parta" 102. "¿Dónele está el trigo y el vino?" 103, nos preguntan. ¿Les respondemos nosotros? ¿Nosotros? ¡Ah! ¡Cuán cumplida- mente podría aplicarse a tantos, a tantos, aquello de San Pablo: "¿Es que va a perderse por ti el hermano por quien Cristo murió?"! 104

Aquí hay algo que suena a "apostolado misional" y a "apostolado de Acción Católica". A esa voz, si somos Je Cristo, no podemos ninguno cerrar los oídos. "Abrasémo- nos en su amor, si somos la Esposa" 105; si somos, no basta decir "de la Iglesia", sino "la Iglesia". Toda la Teología misional y de la Acción católica brota y se nutre de estas dos fuentes: la universalidad de la redención y el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.

Cristo, ¿lo hizo todo?

Resta, como complemento de todo lo dicho y como ra- zón de estas últimas consideraciones, una última cuestión: ¿Quedó hecho todo, en orden a la redención, con la muerte de Jesús? y no. Sí, por cuanto llevamos escrito en estos dos últimos capítulos; no, por lo que vamos a ver.

Sí, porque Jesús puso de su parte y en nuestro nombre lo que exigía la justicia y reclamaba la santidad divina para reconciliar con Dios a los hombres, y porque lo de- más, lo que .haya que añadir por parte nuestra para entrar, como en baño purificador, h?rmoseador y vivificante, en el torrente de la sangre de Cristo, se deberá á Cristo y será fruto de su muerte y de su amor.

No, porque cada uno de los hombres, para eso, habrá de incorporarse a Cristo por la fe, por la gracia y por ía vida renovada por la gracia y por la fe, mas con el juego de la propia libertad.

"Ahora, con todo dice San Pablo , os ha reconci- liado en el cuerpo de su carne por medio de la muerte, para presentaros santos e inmaculados e irreprochables en su acatamiento, con tal que permanezcáis cimentados

102 Thren. 4,4 ,03 Thren. 2.12. m 1 Cor. 8,11.

1<B ML 37,1170, , ' , \

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

en la fe e inconmovibles por la esperanza del Evangelio

que habéis oído" 106.

La aplicación de la redención de Cristo, por mucho que tenga de misteriosa ¡misterio tremendo de la predestinan ción! , es cierto, y ello debe bastarnos, que también de- pende de nosotros: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo"; "hay que purificarse de toda mancha de carne y de espíritu, realizando el ideal de santidad en el temor de Dios", a fin de entrar a la parte "en las promesas" que canta la sangre de Cristo108, y "hacer ciertos el llama- miento y elección de Dios por nuestras buenas obras" 109. Con esto y sobre esto, la gracia de Cristo hará lo demás; sin esto... nos lo dirá San Pablo:

"Según tu dureza e impenitente corazón atesoras para ti ira para el día de la ira y de la manifestación del jus- to juicio de Dios, el cual dará a cada uno el pago con- forme a sus obras; a los que con la perseverancia del bien obrar buscan gloria y honor e inmortalidad, vida eterna; mas para los amigos de porfía y que, rebeldes a la verdad, se rinden a la injusticia, ira e indignación. Tribulación y angustia sobre toda alma humana que obra el mal, así judío, primeramente, como gentil; gloria, en cambio, honor y paz para todo el que obra bien, así ju- dío, primeramente, como gentil. Que no hay aceptación de personas para Dios" 110.

Misterio de la sangre de Cristo.

Terminemos este capítulo con unas bellas palabras de San Agustín: "La sangre de tu Señor, si lo quieres, se dió por ti; si no quieres que así sea, no se dió por ti. Acaso digas: Mi Dios tuvo su sangre, con la que redimirme; mas ahora, después que padeció, ¿qué le ha quedado que pueda dar por mí? Esto es lo asombroso, que la dió de una vez para siempre y la dió por todos. La sangre de Cristo es salud para el que lo quiere; para el que no, será suplicio eterno. Tú, que no quieres morir, ¿por qué dudas de ser librado con más razón de la muerte segunda? De ella serás librado si quieres tomar tu cruz y seguir al Señor, puesto que Él tomó la suya y vino a buscar a los siervos 1U.

308 Col. 1,22-23.

108 2 Cor. 7,1.

109 Petr. 1,10.

110 Rom. 2,5-11.

J11 Jn lo., lec.9 de Maitines en la fiesta de la Preciosísima Sangre.

CAPITULO XVIII

Cristo sacerdote,

A lo largo de estos dos capítulos han venido resonando las palabras sacrificio, victima, oblación y otras semejan- tes. No es posible ahondar, por poco que sea, en el mis- terio de la redención sin tropezar con el sacerdocio de Cristo.

La redención de los hombres es fruto de un verdadero sacerdocio, y todo sacerdocio supone un sacerdote. Sacri- ficio y sacerdocio son términos correlativos. Jesús, pues, al ofrecer al Padre el sacrificio redentor, actuó real y pro- piamente como sacerdote. Ésta es una de las prerrogativas más singulares, características y trascendentes de Jesucris- to redentor.

Pero ni la índole de este libro ni la excesiva copia de cuestiones secundarias y declarativas que la elaboración de los teólogos ha ido acumulando sobre esta materia, nos permiten un estudio especializado, ni siquiera completo, de tema tan sugestivo. Más que esto, con frecuencia pura especulación, y a veces, en lugar de esclarecimiento, atmós- fera enrarecida en torno al núcleo revelado, importará a la generalidad de los lectores conocer lo que la Sagrada Es- critura y el magisterio de la Iglesia enseñan acerca del sacerdocio de Cristo.

El sacerdocio de Cristo*

Que Cristo es sacerdote; que su muerte en la cruz fué una oblación sacrifical; que la misma Eucaristía, tal como fué instituida por Jesús, envuelve esencialmente la noción del sacrificio, y que la misa renueva y perpetúa, por vo- luntad de Jesucristo, el sacrificio de la cruz, son puntos de fe definidos sobre los que a ningún católico le está permi- tido opinar. Pero no intentaremos exponer cada uno de estos extremos, que, como se ve, desbordan el plan de estas páginas. Ciñéndonos rigurosamente al objeto de los dos capítulos precedentes, tratamos de descubrir en la obra di- vina de la redención consumada por Jesús este aspecto

438

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

interesante y capital de su sacerdocio y, al mismo tiempo, la singularidad y la alcurnia de este prerrogativa.

a) La Carta a los Hebreos.

Tal vez el lector, entre el caudal riquísimo de textcs y de pasajes de San Pablo consagrados al misterio de la redención, haya echado de menos referencias más diáfanas y explícitas al sacerdocio de Cristo, que hubieran comple- tado la noción paulina, de suyo tan acabada y perfecta, de la redención. Sin embargo, en San Pablo converge también, lo mismo que en tantas otras ocasiones, la revelación del A. y del N. Testamento sobre el sacerdocio de Cristo.

Los capítulos centrales y más densos de una de sus más extensas Cartas la Carta a los Hebreos están dedicados a exponer e ilustrar este tema, acerca del cual el Apóstol, una vez más, nos ha legado una teoría definitiva, como siempre bellísima y profunda, a la que el magisterio de la Iglesia y la Teología católica han de volver los ojos, como a luz revelada, en cuantas ocasiones hayan de tocar y ex- plicar el hecho y las mil facetas de este sacerdocio de Cristo, clave de la redención y de la misión santificadora de la Iglesia. Sin salimos, pues, de nuestro campo y sin abandonar nuestra línea directriz, vamos a estudiar el sacer- docio de Cristo a la luz de estas enseñanzas de San Pablo.

Ellas constituyen el mejor comentario de un celebérri- mo texto cristológico del salmo 109. El carácter directa- mente mesiánico de este salmo, uno de los más bellos y sublimes 1, está bien garantizado por las citas y referencias del Nuevo Testamento 2. En él se cantan, con palabras y fórmulas inolvidables, dos grandes prerrogativas de Cristo: su realeza y su sacerdocio.

Por lo que hace a esta última, diríase que el Espíritu Santo quiso adelantar, a tantos siglos de distancia, el tema, completo hasta en su peculiar matización, de la primera parte de la Carta de San Pablo a los Hebreos. Desde los

1 Un antiguo comentarista decía que este salmo debiera encua- drarse en un marco de oro y pedrería, a tono con las bellezas que encierra.

2 Jesús mismo, que atribuye el salmo expresamente a David, bajo la inspiración del Espíritu Santo (Mt. 22,43), cita el v.l como prueba escriturística de su divinidad (Mt. 22,41-46; Me. 12.35-37; Le. 20.41- 44). Véase, además, Act 2.34-35: 1 Cor. 15.25; Heb. 1,13: 5,6.10; 6,20; 7,17.21; 10.13.

C.1&. CRISTO SACERDOTE

4¿J9

días de David, autor del salmo, aguardaba su esclareci- miento esta solemne y jurada promesa de Dios a su Hijo hecho hombre, el Mesías:

"Dios lo ha jurado, y no se volverá atrás: eres sacerdote para siempre según el orden de Mel-

[quisedec" \

Cada una de las palabras de este admirable texto da- vídico ha sido objeto de comentario en la Carta a los He- breos. De las tres grandes secciones en que se divide la primera parte, dos, abarcando un conjunto de seis largos capítulos, están dedicadas al sacerdocio de Cristo.

1 ) Destinatarios de la Carta.

Para comprender el pensamiento del Apóstol conviene tener en cuenta los destinatarios de la Carta: cristianos procedentes del judaismo palestinense. La situación de es- tos fieles creaba un problema de excepcional importancia y de gravísimo peligro para su fe. Es evidente que en aquella época postrera de su vida y preludio de la gran catástrofe el judaismo venía luchando por restaurar su nacionalidad y, como eje de este movimiento, el esplendor religioso de su culto. A ello contribuyó no poco la magni- ficencia de aquel templo, cuya suntuosidad, debida en mu- cho a Herodes el Grande, atraía la admiración y desper- taba el orgullo de los judíos, como sabemos por el historia- dor Flavio Josefo y por el mismo Evangelio 4.

El contraste entre la sencilla y pobre liturgia cristiana y la pompa del culto levítico tenía que encender en estos

3 Ps. 109,4. No estará demás ofrecer al lector una idea, siquiera sumaria, del argumento de este salmo. A juzgar por el comienzo, po- dría decirse que en él se describen la gloria y la misión del Mesías en la etapa que va desde la ascensión hasta el juicio final. En este tiempo, Cris'o se sentará glorioso a la diestra de Dios, mientras en la tierra su reino se desenvuelve y crece en medio de la ho:tilidad y embates de sus enemigos. Este principado le corresponde a Cristo como a Hijo unigénito de Dios. Pero no sólo reina en el cielo, sino que allí mismo ejerce el oficio de sacerdote Rey y Sacerdote como Melquisedec , intercediendo por los hombres y ofreciendo el sacrificio perenne de expiación y de santificación. A su debido tiempo llegará el día de la ira de Dios contra los enemigos y con él la victoria de- finitiva de Cristo y de los suyos. Existen diferencias notables entre el texto hebreo actual, por un lado, y la versión griega alejandrina y la Vulgata latina, por otro. Sobre el sentido de los dos úl .irnos versos tampoco están de acuerdo los comentaristas.

4 Me. 13,1; Le. 21,5.

440

LA EMPRESA DE LA REDENCION

cristianos palestinenses el recuerdo y la viva añoranza de tan espléndida religiosidad, poniendo en grave riesgo su fe, tierna todavía. Por otro lado, el odio y la persecución por parte de sus hermanos de raza acrecían el peligro de una desilusión y de un terror que podían comprometer la sinceridad de su conversión al Evangelio.

San Pablo salió al paso de esta triste situación con esta oportunísima Carta. Había que levantar el ánimo y llenar un vacío casi abismal en el corazón de aquellos creyentes. A este doble objetivo obedecen las dos partes de la Carta, claramente definidas. La primera, más teórica, pone de re- lieve la virtud sántificadora, mucho más poderosa, de la nueva religión; la segunda, de tono parenético, se encamina a infundir un valor capaz de superar las persecuciones.

2) Las dos Alianzas.

Como es fácil adivinar, en la primera surge inevitable- mente una recia antítesis entre las dos Alianzas; aunque, en un alarde de delicadeza, San Pablo se contenta, con es- bozarla apenas y dejarla muy a flor de tierra, evitando así el recelo y herir más de la cuenta en lo vivo los senti- mientos», entonces muy exacerbados, de los judíos.

Sin embargo, ¡cómo resplandece en toda su grandeza y radiante hermosura la figura de Cristo! Superior a los án- geles y a Moisés, como Hijo de Dios, por Él habla Dios a los hombres, viniendo a ser, de está suerte, el autor y consumador de nuestra fe. El mismo sacerdocio de Aarón se eclipsa y queda eliminado por el nuevo sacerdocio de Cristo, no temporal y estéril como aquél, sino eterno y do- tado de una infinita eficacia. Cristo es el Apóstol y el Pon- tífice de nuestra fe, y al mismo tiempo la Víctima de este nuevo sacrificio. Y en este sacrificio fecundo de Cristo, punto central de toda la Carta, se encuentran, a la manera de dos lados de un ángulo, los dos objetivos antes indica- dos: Cristo crucificado, fuente de toda la santidad y sobe- rano modelo de paciencia en la hora de la persecución.

3) El sacerdocio levitico.

Dentro de esta ancha perspectiva se mueve bizarramen- te el pensamiento del Apóstol acerca del sacerdocio de Cristo, tema que ahora nos interesa a nosotros. Como pun- to de partida, San Pablo traza la imagen exacta del sacer- docio levitico. Debe tenerse muy presente esta circunstan-

C.18. CRISTO SACERDOTE

441

cia. A San Pablo no le importa en este momento el sacer- docio como tal, o, si se quiere, la noción genérica y uni- versal del sacerdocio. Su definición, antes descriptiva que metafísica, se concreta al sacerdocio judío, por otra parte el único legítimo e instituido por Dio§. Éste era la sombra, el tipo, que preludiaba la realidad del sacerdocio de Jesús, que tendrá, ciertamente, con aquél puntos de contacto, pero superándolo infinitamente.

La definición del sacerdocio levítico está contenida en estas palabras del Apóstol:

"Porcme todo pontífice escoqido de entre los hombres, es constihrdo en pro de los hombres, cuanto a las co- sas que miran a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, capaz de ser indulnente con los ino- rantes y extraviados, dado que también él está cercado de flaqueza; razón por la cual debe por mismo, no menos eme por el pueblo, ofrecer sacrificios por los pe- cados. Y nadie se apropia este honor sino cuando es llamado por Dios, como lo fué Aarón" 5.

San Pablo, como es claro, distingue estos cuatro ele- mentos o propiedades más salientes: la elección divina; la representación de los hombres: las cosas sobre las que se ejerce el ministerio, a saber: "las que miran a Dios"; la función sacrificál por la oblación de ofrendas y sacrificios. A estas características, que perfilan, en su fiaura jurídica y litúrcrica, el sacerdocio mosaico, el Apóstol añade una cualidad moral, propia del sacerdote, "escogido de entre los hombres": la indulgencia "para con los ignorantes y extraviados", basada en la consideración de la propia fla- queza y en la experiencia de los propios pecados, por los que tiene que ofrecer también sus sacrificios.

5 De esta noción paulina se deriva la definición del sacerdocio co- rriente en Teoloqía, si bien los teólogos se enredan después en una intrincada maraña de cuestiones especulativas secundarias para de- limitar los elementos esenciales de la definición o al menos el orden de nrimacía entre ellos. ;Es la Drimaria la función mediador*? ¿Lo será la función snrrifical? San Pablo no se para en esto. Santo Tomás, siquiendo las huellas del Apóstol, señala ambas funciones como pro- pias y discriminativas del sacerdocio, sin descender a más pormenores {S.Th. 3 o. 22 a.l). Sin embarqo, tanto en el texto de San Pablo como en el de Santo Tomás parece primaria v fundamental la función de mediación: en virtud de la cual por un lado, y para hacerla efecfiva por otro, el sacerdote trae a los hombres las mercedes de Dios y pre- senta la satisfacción por los pecados mediante su función sacrificál, Pero es cuestión que ahora nos interesa, menos,

442

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Pero a lo largo de estos interesantísimos capítulos de la Carta a los Hebreos; San Pablo va dejando caer opor- tunamente otros datos no menos relevantes, que completan el cuadro de aquel sacerdocio legal, preparando así el te- rreno y la entrada al pensamiento central sobre el sacer- docio de Cristo, superación y anulación de la antigua litur- gia mosaica, que, como la sombra y la figura, perderá la razón de ser al presentarse la realidad.

Sobre el cuadro moral integrado por el sacerdocio, el santuario, el culto, la liturgia sacrifical, la Ley misma, ani- mada y sostenida por aquéllos, la pluma de San Pablo cae, como bisturí de habilísimo cirujano, haciendo anatomía im- placable de todo, con el propósito de dejar al desnudo, ante los ojos de sus lectores, la caducidad e ineficacia santifica- dora de aquella compleja institución legal.

"Apasionado de las tradiciones de sus padres" 6, "ins- truido según el rigor de la ley patria" 7, el Apóstol cono- cía, como pocos, todas las circunstancias y modalidades del ritual mosaico, del que su espíritu, esencialmente religioso, se había nutrido durante su juventud, bajo la dirección ex- perta y el magisterio de Gamaliel, uno de los más célebres rabinos de Jerusalén.

Se imagina uno con qué dolor hubo de renunciar San Pablo á tan arraigadas y vivas convicciones. Cada una de las conclusiones a que este análisis había de conducirle, y que vamos a recoger nosotros, se llevaba tras un jirón de lo que él más había amado, dejando en su alma de judío y de fariseo un vacío profundo, en el que, por fortuna, la nueva fe había de volcar, hasta desbordarle, la inmensa y dulce verdad de Cristo.

Consecuente con aquella idea, una de las más caracte- rísticas y manejadas en sus Cartas, de que toda la econo- mía mosaica era puramente un camino que desembocaba en Cristo, "nuestro pedagogo con relación a Cristo", como escribe gráficamente en la Carta a los Gálatas 8, San Pa- blo señala a la liturgia sacrifical judía el papel transitorio de "introducción a una esperanza mejor" 9. El culto no

8 Gal. 1,14.

7 Act. 22,3.

8 Gal. 3,24. El pedagogo era el esclavo que acompañaba a los ni- ños a la escuela. Suponía, pues, la minoría de edad. Con la fe llega- mos a la mayor edad, en la cual el adolescente romano quedaba libre fie la tutela del pedagogo y éste daba por terminada su misión,

8 H*b. 7,19,

C.18. CRISTO SACERDOTL

pasaba de ser un "trasunto y proyección del ideal celes- te" 10, como el templo de Jerusalén, con toda su riqueza, una "imagen del verdadero" n, y la misma Ley, orgullo de Israel, una "sombra de los bienes futuros y no expresión real de las cosas" T2.

En este plano, el Apóstol busca los puntos más débiles de aquella vieja institución, centrando sobre ellos, en una especie de acoso despiadado, los embates de su ágil y cer- tera dialéctica. Todo pregona la imperfección intrínseca y la nativa insuficiencia de aquel sacerdocio: su carácter te- rreno u; su vinculación a un sacerdocio material 14 ; su frá- gil legitimación por el hecho de una herencia carnal 15; su inevitable multiplicidad en la sucesión y número de sacer- dotes, a causa de la muerte, que "les impedía perdurar" 16; sus sacrificios y ofrendas, "meras observancias de una jus- ticia carnal" 17 , incapaces de purificar la conciencia 18, por- que "es imposible que la sangre de toros y machos cabríos borre los pecados 19, como lo demuestra el que "todo sacer- dote está día tras día desempeñando sus funciones y ofre- ciendo muchas veces unos mismos sacrificios, que no pue- den jamás hacer desaparecer los pecados" 20.

Y puesto a denunciar todos los fallos de aquel edificio, que se cuarteaba sin remedio, cercano a su total derrumba- miento, San Pablo se fija en la misma topografía del ta- bernáculo, descubriendo en este simple hecho de construc- ción material "una figura del templo presente", es decir, de la etapa mosaica, que, cuando escribía el Apóstol, esta- ba a punto de ser sepultada para siempre entre los escom- bros calcinados de Jerusalén y de su templo. Es curioso el esfuerzo y el derroche de ingenio de San Pablo para descifrar la alegoría:

"Porque se construyó un tabernáculo, cuya primera estancia, en la cual estaba el candelabro y la mesa y la

10 Heb. 8,5. San Pablo cree encontrar la razón de esta cualidad figurativa, por lo mismo efímera y temporal, en aquellas palabras de Dios a Moisér-: "Mira y haz todas las cosas conforme al modelo que te fué mostrado en el monte" (Ex. 25,40). Es un caso típico del uso que San Pablo hace de los textos bíblicos y de su peculiar manera de citarlos.

11 Heb. 9,24. 16 Heb. 7,23.

12 Heb. 10.1. " Heb. 9,10. 33 Heb. 9,1. 18 Heb. 9,9. 14 Heb. 8,2. 19 Heb. 10,4. 18 Heb. 7,16. 20 Heb. 10,11.

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exposición de los panes, era llamada "lugar santo"; de- trás del segundo velo, otra estancia, que era llamada "lugar santísimo", la cual tenía un altar de oro para incienso y el arca de la alianza, recubierta de oro por todos lados, en la que estaban una urna de oro con el maná dentro, y la vara de Aarón que retoñó, y las tablas de la Alianza; y por encima de ella los querubines de gloria, que cobijaban con su sombra el propiciatorio; acer- ca de lo cual no hay para qué hablar ahora en particular. Dispuestas así estas cosas, en la primera estancia del tabernáculo entran continuamente los sacerdotes al des- empeñar las funciones del culto; mas en la segunda, una sola vez al año el sumo sacerdote, no sin sangre, la cual ofrece por y por los pecados del pueblo: significando con ello el Espíritu Santo que todavía no está abierto el camino para el lugar santo mientras subsiste aún la primera estancia del tabernáculo, la cual es figura que se refiere al tiempo presente, conforme a la cual ofre- cen dones y víctimas, impotentes para dar la consumada perfección..." 21

El velo que separa del santo al sancta sanctorum, ocultándolo avaramente y cerrando la entrada a todos, con excepción del sumo sacerdote, que penetraba una sola vez aJ año, el día de la Expiación 22, le representaba a San Pa- blo, bajo la luz del Espíritu Santo, aquel culto levítico, no sólo incapaz de santificar interiormente, sino interpuesto a modo de barrera infranqueable entre los hombres y Dios. De aquí la necesidad de que se rasgase ese i;e/o, como sa- bemos que sucedió a la muerte de Jesús 23.

La consecuencia no podía ser más clara: la inutilidad de aquel sacerdocio con la fronda exuberante de su vis- toso ceremonial:

21 Heb. 9,2-9. El diseñe corresponde a la traza del primer taber- náculo dada por Dios a Moisés, según el relato del Éxodo 25,1-30,38. Estas líneas generales se guardaron al edificarse el primer templo de Jerusalen en el reinado de Salomón, y a ellas se atuvo la restauración después del cautiverio babilónico.

~ lista fiesta se celebraba cinco días antes de la gran fiesta de los Tabernáculos, el de tischri, primero del año civil y séptimo del año eclesiástico de los hebreos, correspondiente a la segunda mitad de nuestro septiembre y primera de octubre, terminada la recolección. La liturgia sumamente pintoresca de esta fiesta de la Expiación se describe en el libro del Levítico (16,1-34). Uno de los ritos más cu- riosos era soltar al desierto un macho cabrío.

23 Mt. 27,51; Me. 15,38; Le. 23,45.

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"Y es así que la derogación de la prescripción prece- dente se produce a causa de su ineficacia e inutilidad; pues nada llevó la Ley a la perfección, sino que fué introducción a una esperanza mejor, por medio de la cual nos acercamos a Dios" 24.

Si algún valor tenía, era el de augurar estas esperanzas mejores. Con esta finalidad había sido "impuesto, hasta el tiempo de la reformación", por obra del Mesías 25.

4) El nuevo sacerdocio.

Frente a este sacerdocio, intrínsecamente imperfecto, ineficaz, de un valor puramente relativo, como prólogo de otras realidades futuras, interino y transitorio. San Pablo sitúa, resplandeciente de luz, cargado de fecundidad y de verdad eterna, el sacerdocio de Cristo.

Lógicamente, por lo que llevamos dicho, este sacerdo- cio, aunque en plano superior, reproduce los rasgos tunda- mentales de aquel otro sacerdocio mosaico que le sirvió de preparación, de anticipo profético, de figura o esbozo. Ül Aposto! se complace en acentuar este paralelismo, como vamos a ver, aunque, lo mismo que en otras ocasiones, la analogía se trueca muy pronto en antítesis, que es lo que ai fin triunfa a lo largo y a lo ancho de estos densos capí- tulos de la Carta a los Hebreos.

No es menester gran esfuerzo para comprender a una primera lectura que la estampa de Cristo Pontífice, Sacer- dote, centra desde un principio toda la atención de ban Pablo, y que, aun sin pretenderlo, diríamos impremedita- damente, este titulo de Jesús se le viene a los labios, ade- lantándose por su propio peso al momento literario en que el tema ha de convertirse en centro de atracción ideológica de toda la Carta. A partir del capítulo segundo, a manera de diseño temático que se insinuara preparando el ambien- te, esta prerrogativa de Cristo se anuncia con una insisten- cia significativa: Jesús, "el fiel pontífice en las cosas que miran a IJios, a tin de expiar los pecados del mundo' 20, "pontífice de nuestra fe" 2i, "pontífice grande que ha pe- netrado los cielos " "pontífice capaz ae compadecerse de nuestras flaquezas" 29. bi en los capítulos siguientes no hu-

24 Heb. 7,18-19. 38 Heb. 9,10. 36 Heb. 2,17.

27 Heb. 3,1.

28 Heb. 4,14.

29 Heb. 4,15.

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LA EMPRESA DE LA REDENCION

biera San Pablo desarrollado con toda amplitud y minu- ciosidad su concepto del sacerdocio de Cristo, estos cua- tro rasgos apuntados aquí hubieran sido suficientes para fijarlo.

Pero volvamos al punto de las analogías que el Apóstol descubre entre el tipo y antitipo de este sacerdocio. Todas las propiedades del sacerdocio levítico tienen en el de Cris- to su correlativa. Aun aquellas que pudieran juzgarse in- compatibles con la personalidad divina y con la infinita santidad de Jesús. San Pablo se dará trazas para resolver las posibles antinomias.

El primer problema lo plantea la vocación divina, como se recordará, una de las características más subrayadas del sacerdocio legal. Con ella abre San Pablo su originalísima exposición. Tratándose de Cristo, claro es que esta nota de la vocación divina no podía conmensurarse por la de Aarón, el primer pontífice hebreo y cabeza de la estirpe a la que se vinculó este honroso privilegio. Pero existe, según el Apóstol, un ilamamiento peculiar y sui generis. Nada menos que en la generación eterna del Verbo en- cuentra San Pablo la raíz primera de este sacerdocio de Cristo y el módulo de su incomunicable dignidad. Por este lado, el pensamiento del Apóstol rima perfectamente con los principios fundamentales de su cristología, y en este punto recoge, como corolario, todo lo que en la primera sección de la Carta a los Hebreos había dicho acerca de la superioridad de Cristo sobre los ángeles y Moisés por su condición de Hijo.

Pero hay otro segundo acto que pudiera llamarse la investidura y proclamación de esta prerrogativa sacerdotal, y que supone ya el hecho histórico de la encarnación. El sacerdocio es conferido a Cristo como hombre, pero no lo olvidemos, Hombre-Dios. He aquí el texto paulino, eco, en su grandiosidad, de dos sublimes escenas, recogidas por dos célebres salmos mesiánicos:

"Así también Cristo no se glorificó a mismo en ha- cerse Pontífice, sino el que le habló: "Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado". Como también en otro lugar dice: "Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec" a0.

30 Heb. 5,5-6. Los textos citados corresponden a Ps. 2.7 y Ps. 109,4.

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Agrupando diversos pasajes de San Pablo, a muchos de los cuales nos hemos referido en páginas anteriores, se llega a la conclusión, a nuestro juicio incontrovertible, de que esta investidura tiene su fecha en el instante mismo de la encarnación, en el que ya hicimos notar la primera ac- tuación sacerdotal de Cristo, al ofrecer al Padre su propia inmolación substituyendo a los inútiles sacrificios rituales 31.

Conocemos ya, por los capítulos precedentes,, a costa de qué divinas industrias estuvo Cristo en condiciones de ejer- citar su inefable "indulgencia con los ignorantes y extra- viados", hecho "en todo semejante a sus hermanos" 32, "probado en todo a ' semejanza nuestra" 33 y habiendo aprendido qué era la obediencia en las cosas que, obede- ciendo, padeció" 34.

Pero aquí es cuando entran en escena las numerosas antítesis y cuando San Pablo se explava con un gozoso detenimiento en poner de resalte las sinaularidades y ras- gos personalísimos del sacerdocio de Cristo; la novedad ante la que. "anticuado y envejecido", estaba a punto de desaparecer 35 aouel sacerdocio leaal, en cuya reglamenta- ción tanto se había esmerado Moisés, y cuyas frecuentes y profundas desviaciones tanto habían dado que hacer a los profetas 36.

31 Heb 1 0.5-1 0. No hay duda de que en ecre texto los términos son sacrificóles. Por o' ra oarte, S^nfo Tomás (S.Th. 3 q.48 a.3) ex- tiende la nooó-"> de verdadero sacrific'o a toda la pación de Cristo por lo que h^a (3 q.47 a. 2) del "sacrificio de la pasión y mneríe de Cristo". La razón última de es^a afirmación la p^ne S^nto Tomás en "la máxima caridad", que resplandece como motivación en la pasión del Señor. Ahora b'en: /quién .ce atrevería a poner en tela de juicio que esos .mismos sentimientos de suprema caridad y obediencia lle- naron el alma de Jesús desde el prímer instante de la encarnación lo mismo que duran^p toda su vida? Además, como expusimos en el c.16, toda la vida de Cristo estuvo no rólo orientada, sino informada por la muerte, en la oue su vida, al decir de San Pablo, tuvo "la per- feccón consumada". Es un todo moral indivisible, que participa, igual que la nasión. de la índole sacrifical de la muerte en cruz.

32 Heb. 2.17.

33 HpH. 4.15.

34 H-b. 5.8. 85 H-b. 8.13.

88 No hay más que repagar en las pánina<; de Isaías y Jeremías, en- tre otros, las durísimas recriminaciones de Dios contra aquel sacerdo- cio mil veces envilecido y contra aquel culto de meras exterioridades de fórmulas y ceremonias cada vez más vacías de sentido. La gran prueba de su inutilidad la dió precisamente en la muerte de Jesús, con cuya sangre inocente se manchó para siempre. Aquel "¿A nosotros qué?;

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

5) La figura de Melquisedec.

Uno de los rasaos que en el salmo 109 más había im- presionado a San Pablo, y del que 'sacará m^s partido en favor de su teoría, es el eme relaciona el sacerdocio de Cristo con el de Melquisedec; ciertamente era para sor- prender a cualquier mentalidad judía, empapada en la ley, como la del Apóstol, y modelada en la vida ritual de aquel pueblo. Bien pensadas las cosas, el oráculo divino plantea- ba un problema de cortantes aristas, en el cual, sin em- bargo, parece que ninguno había parado mientes antes de San Pablo. ¿Por qué, no admitiendo la ley otro sacerdocio leqítimo que el aarónico, el salmo dibuiaba el sacerdocio del Mesías, no sobre este patrón conocido y familiar, sino sobre el modelo, aieno a Israel y a la vieia economía de la "salud", de aquel personaie, extraño meteoro que cruza fugazmente el cielo hebreo en la aurora de su historia?

El análisis y la solución del problema, implícitamente formulado en el salmo 109, esitaba reservado a San Pablo, qui^n oor cierto solamente se hace cargo de él en la Carta a los Hebreos.

El pintoresco episodio, fragante de aromas campestres, de este personaje, tipo del sacerdocio de Cristo, se narra en el Génesis en estos términos ingenuos:

"Después que volvió (Abraham) de derrotar a Codor- laomor y a los revés que con él estaban, salióle al en- cuentro el rey de Sodoma en el valle de Save, que es el valle del Rey; y Melcmisedec. rev de SMem, sacando pan v vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, bendiio a Abrahán, diciendo: Bendito Abrahán del Dios Altísimo, dueño de cielos y tierra. Y bendito el Dios Altísimo, que ha puesto a tus enemiqos en tus manos". Y le dió Abra- hán diezmo de todo" 91 .

Sobre este apunte histórico, apenas esbozado, levantará el Apóstol el complicado armazón de su rico comentario.

viéraslo tú", con que los sacerdotes rechazaron el tardío intento de Jurlas (Mt. 27.4), revela su obstinada cequera y viene a ser como la rúbrica, puesta por ellos mismos, a su definitiva reprobación. En el famoso vaticinio de Malcomías, Dios da como razón del nuevo sacri- ficio y del nuevo sacerdocio, con oue un día buscará el honor de su nombre, esta cínica corrupción del sacerdocio leoal, A su ineficacia intrínseca se suma esta otra extrínseca indiqnidad. Es el tema de todo el breve, pero sabroso vaMcinio, y cobra una fuerza singular en 1,6-11; uno de los pasajes proféticos más famosos del Antiguo Testamento, clásico, como es cabido, en la Teología sacramental. 91 Gen. 14,17-20.

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Ni una sola de las circunstancias quedará sin su acomodo al sacerdocio de Cristo. Tres puntos abarca el razonamien- to de San Pablo, oue vamos a considerar por su orden.

Melquisedec, figura de Cristo sacerdote. Lo es por su nombre, por su titulo, por su función sacerdotal, por cada uno de los rasgos de su efímera actuación, incluso por los elementos negativos del relato saqrado. Su nombre quiere decir "rey de justicia"; su título, "rey de paz"; como sacer- dote del Altísimo, bendice a Abrahán, y de él recibe el diezmo del botín; "sin padre, ni madre, sin genealogía", comenti San Pablo, interpretando ingeniosamente un mero silencio del relato bíblico; "sin principio de días ni fin de vida", Melquisedec "permanece sacerdote perennemente". /Qué mayor "semejanza con el Hijo de Dios", sacerdote eterno? 38

Pero éste es un primer paso. Un nuevo análisis le lle- va a la conclusión, sin duda desconcertante para toda mentalidad judía, de la superioridad del sacerdocio de Melquisedec consiouientemente del de Cristo sobre el sacerdocio levítico. El raciocinio de San Pablo se basa en dos circunstancias del episodio del Génesis y en una con- sideración que pudiéramos decir de tipo biológico, en la que entra a la parte el famoso princioio de solidaridad, de tanta imnortanciá y tan continua aplicación en la teología de San Pablo.

El diezmo ofrecido por Abrahán era un reconocimiento a la grandeza y superioridad de Melquisedec 39. Cierto que los sacerdotes hebreos tenían el derecho, "según la ley, de cobrar el diezmo del pueblo, esto es, de sus hermanos,

68 Heb. 7,1-3. No quiere decir San Pablo que Melquisedec no tuvo padres, ni nació ni murió, sino que juega hábilmente con el silencio, para él intencionado, de la Sagrada Escritura, como si esta omisión de sus antecedentes genealógicos e históricos y de sus hechos poste- riores hicieran del personaje un símbolo más apto de Cristo, sin princi- pio de días en cuanto Dios y sin fin en la gloria de su realeza y de su sacerdocio. No deja de sorprender que San Pablo haya pasado en silencio la circunstancia singularísima del sacrificio de pan y vino ofrecido por Melquisedec, que a primera vista hubiera servido para afianzar la semejanza con Cristo. Los Santos Padres, los documentos conciliares y la Teología han sabido sacar el mayor partido de este dato en relación con el sacrificio de la Nueva Alianza, bajo las espe- cies de pan y vino. Pero conviene observar y sobre esto hemos de insistir más adelante, a fin de evitar deducciones incorrectas que, en la Carta a los Hebreos, San Pablo no habla para nada del sacrificio eucarístico, del que habla en otras Cartas,

39 Heb. 7,4.

Jesucristo Salvador

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aunque procedentes de la estirpe de Abráhán 40. Pero ello no argüía la inferioridad del patriarca respecto de los hijos de Leví también hijos suyos. El caso de Melquisedec era otro; éste "no derivaba de ellos su genealogía" 41. No eran los hermanos diezmando a los hermanos, en justa compen- sación de una herencia territorial, a la que, por prescripción de la ley, éstos no tuvieron acceso. Ahora es un extraño, el cual, para recibir este homenaje, no pudo ostentar otro tí- tulo que su condición personal y figurativa, en cierto sen- tido más alta que la del propio Abrahán. Tan por encima, que el padre del pueblo hebreo, el que tenía las promesas 42, no rehusó la bendición de aquel sacerdote del Altísimo. "Ahora bien añade el Apóstol : fuera de toda controver- sia, lo que es inferior es bendecido por lo que es supe- rior" 43.

Todavía más. No es sólo Abrahán el que ofreció el diezmo a este misterioso sacerdote; apurando los hechos, es lícito decir que el mismo sacerdocio levítico, "el que re- cibe los diezmos", pagó su diezmo en la persona de Abra- hán. La razón es muy sencilla: "porque estaba todavía en germen, en su padre, cuando fué a su encuentro Melqui- sedec" 44.

6) Consecuencias.

Así las cosas, San Pablo torna nuevamente al sal- mo 109, a cuya luz venía profundizando en el misterio del sacerdocio de Cristo. La dificultad á la que aludíamos antes que un espíritu judío pudiera encontrar en el tex- to, desfavorable al sacerdocio legal, es afrontada ahora, en un tercer paso, por el Apóstol, para deducir una conse- cuencia trascendentalísimá, acaso imprevista por los des- tinatarios de la Carta, pero que realmente, expresándolo con una fórmula de San Pablo, "estaba en germen" en el mismo texto davídico, es decir, en la buscada substitución del sacerdocio de Aarón por el de Melquisedec.

40 Ib., v.5. 43 Ib., v.6.

42 Ib., v.6.

43 Ib., v.7.

44 Ib., v.9-10,

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a ) El sacerdocio leuítico, incapaz de llevar a la santidad.

Sigamos a San Pablo. Si el sacerdocio levítico hubiera conseguido la perfección espiritual "ya que a base de él recibió el pueblo la legislación" , ¿qué necesidad había de que surgiera otro sacerdote según el orden de Melqui- sedec y no se denominase según el orden de Aarón?" 45 La objeción, como se ve, a la vista en toda su fuerza y desnudez; pero en ella misma la solución; esto era señal de que el sacerdocio levítico no era capaz de llevar a la con- sumación de la santidad.

(3 ) Anulación del sacerdocio levítico.

Pero hay que avanzar más. La entrada en escena de Melquisedec supone una transferencia del sacerdocio, equi- valente a la anulación del sacerdocio levítico. ¿Por qué? "Porque aquel de quien se dicen estas cosas, a otra tribu pertenecía, de la cual nadie se ha llegado al altar; pues es manifiesto que el Señor nuestro es retoño de Judá, a cuya tribu para nada- se refiere Moisés al hablar de sacerdo- tes" 46. Era el fin de un privilegio temporal y transitorio, inútil, por -otra parte, en orden a la santificación.

y) Derogación de la "Ley mosaica".

Diríase que una tercera deducción, a que arriba San Pablo, desborda las premisasi; es la relativa a la transferen- cia o derogación de la misma ley junto con el sacerdocio kvítico. Y, sin embargo, a eso llega después ele haber he- cho observar, con extraña agudeza, que la legislación mo- saica descansaba toda ella, como en su base, sobre la institución y los poderes del sacerdocio, compartiendo con él -la total ineficacia para "llevar nada a la perfección"47. A esta universal y definitiva consecuencia endereza San Pablo todo su razonamiento. "Y es así que la derogación del sacerdocio carnal de Aarón se produce a causa de su ineficacia e inutilidad" 4S.

45 Heb. 7,11.

46 Ib., v.13-14. 4T Ib., v.19.

** Ib., v.18.

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7) El de Cristo, sacerdocio intransferible.

Mas el texto del salmo 109 contiene otros elementos de no menor importancia, que San Pablo no pierde de vis- ta. Tal es, en primer término, el "juramento irrevocable" de Dios iuravit Dominus et non poenitebit eum , circuns- tancia que no puede alegar a su favor el sacerdocio levíti- co 49. De donde concluye el Apóstol una propiedad singular del sacerdocio de Cristo: su estabilidad, su perennidad, que le diferencia substancialmente del antiguo sacerdocio. Jesús sacerdote no tiene sucesores, sino que "posee el sa- cerdocio intransferible" 50, eterno, como dice el salmo. "Es que la ley constituye sacerdotes a hombres sujetos á fra- gilidad; mas la palabra del juramento, que vino después de la ley, al Hijo consumado para siempre" 51. Es otra de las raíces dz la eficacia inmarcesible del sacerdocio de Je- sús: "por donde puede también salvar perennemente a los que se llegan a Dios por él, siempre vivo para interceder a favor de ellos" 52.

8) Cristo Mediador.

Esta fecunda idea se da la mano con otro de los datos del salmo objeto ahora del comentario del Apóstol. El salmista ponía en boca de Dios estas palabras dirigidas a Cristo, su Hijo: "Siéntate a mi diestra mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies" 53. Y en ellas sor- prende San Pablo nada menos que "el punto capital de lo que vamos diciendo" 54. ¿Hará falta advertir que se trata de la operante y eficacísima mediación de Cristo, cuyos destellos aunque nada hayamos apuntado no han cesado de irradiar su luz a lo largo de estos capítulos de la Carta de San Pablo?

Por oficio y misión especial, el sacerdote es mediador entre Dios y los hombres, como el Apóstol hacía constar al definir el sacerdocio levítico. Si, pues, alguna de las no- tas diferenciales de aquel sacerdocio, esbozo d 1 verdadero, había de adaptarse literalmente al sacerdocio de Cristo,

49 Ib., v.20. 30 Ib., v.24. 81 Heb. 7,28. 52 Ib., v.25. M Ps. 109,1. M Heb. 8,1.

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debía ser ésta, tan peculiar, por otra parte, de aquel a quien San Pablo no se cansa en sus escritos de presentar como el único y gran Mediador entre los hombres y Dios 55. "Tenemos un Pontífice tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad de los cielos" 56.

Los cielos son el santuario de este Sacerdot2. Allí ejerce su ministerio sagrado; no en un santuario material levan- tado por los hombres, como era el de Jerusalén, sino edifi- cado por el mismo Dios. Allí es donde, como había dicho poco más arriba, Cristo vive hora "para interceder perpe- tuamente por los hombres"; el mismo "que murió, o mejor, el que resucitó, es quien está a la diestra de Dios la atrac- ción que ejerce sobre el pensamiento del Apóstol el sal- mo 109 y quien, además, intercede por nosotros" 57. Allí ej, en fin, donde San Pablo considera consumado y perfecto el sacrificio de Cristo, pues si sólo se hubiera tratado de un holocausto terreno, "ni siquiera sería sacerdote". ¿Para qué, "si ya había quienes, según la ley, ofccen dones"?58

La insuperable estirpe de esta mediación de Cristo sacerdote y ésta es otra de las razones de la superioridad dzl nuevo sacerdocio 59 corresponde, según el Apóstol, a la mejor condición de la Nueva Alianza, "establecida a base de promesas mejores" 60. En la confrontación de las dos Alianzas, resulta vencedora e infinitamente ventajosa la Alianza Nueva; aquélla, pactada a base de promesas te- rrenas, temporal zs, en mismas defectuosas 61; ésta toda espiritual, más íntima, más misericordiosa sobre todo, como lo demuestra San Pablo con una larga cita del profeta Je- remías 6'2.

El abismo . que media entre las dos Alianzas separa también el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio legal, "el sacerdocio nuevo y el sacerdocio antiguo, que por caduco

65 1 Tim. 1,5. A este testimonio expreso podrían agregarse todos aquellos en los que de una manera o de otra se trata o se su- pone la mediación de Cristo, que comienza por ser ontológica, en virtud de la doble naturaleza, y termina por ser moral, meritoria y de intercesión. La doctrina es básica en la cristología de San Pablo.

58 Heb. 8,1.

57 Rom. 8,34.

68 Heb. 8,4.

69 Heb. 8,6. De "ministerio sagrado más distinguido" lo califica el Apóstol.

60 Ib.

61 Ib., v.7.

62 Ib., v.8,2, correspondientes a Ier. 31,31-34.

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la empresa de la redención

y viejo está a punto de desaparecer 63, dice el Apóstol, reafirmando un concepto fundamental muy repetido, como hemos tenido ocasión de comprobar.

Tras esto, cualquiera podrá juzgar por mismo la exactitud y la belleza de esta definición o descripción del sacerdocio de Cristo:

"Porque tal Pontífice nos convenía sin duda a nos- otros, santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos; que no tiene necesidad de ofrecer víctimas día tras día, como los pontífices, primero por los pecados propios, luego por los del pueblo; porque esto hizo de una vez para siempre ofreciéndose a mismo" C4.

Sólo la misma pluma de San Pablo era capaz de trazar esta soberana y luminosa síntesis.

9) Sacrificio único.

Para no repetir conceptos ni volver sobre los mismos datos, recojamos de este último texto dos ideas, indudable- mente fundamentales y desde luego necesarias para com- pletar el pensamiento o, si se quiere, teoría del Apóstol sobre el sacerdocio de Cristo. Son, por otro lado, las que forman el núcleo central de la tercera sección de la Carta a los Hebreos, con que culmina todo este maravilloso ca- pítulo de la rica y profunda cristología de San Pablo.

Nos referimos a la noción de "sacrificio único", sobre la que tanto insiste el Apóstol, y a la víctima de este sa- crificio: el mismo Cristo, según esto, víctima y sacerdote juntamente; dos novedades características d'e este augusto sacerdocio.

Siete veces llama la atención de sus lectores hebreos sobre esta unicidad del sacrificio de la Nueva Alianza. La vieja economía religiosa, por razón de las mismas víctimas, pedía a voces su multiplicación indefinida. No sólo "año tras año" 65, como en la fiesta de la Expiación, sino "día tras día" 66, las víctimas y "dones" se ofrendaban sobre el altar. Esta pluralidad pregonaba por misma el escaso valor y la ineficacia expiatoria de aquellos sacrificios.

68 Ib., v.13.

64 Heb. 7,26-27.

65 Heb. 9,25. 98 Heb. 7,27.

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El nuevo, al contrario, se ofreció "una sola vez" se- mel , "para 'siempre", con una virtualidad de eficiencia tan extensa y tan amplia como el pecado. "Porque can una sola oblación ha consumado para siemore a los que son santifi- cados" 67. Por el profeta Jeremías 68 había anunciado el Señor el perdón y la reconciliación de los hombres, hasta el punto de que "no volvería a acordarse más d^ sus pe-( cados y de sus iniquidades". "Ahora bien, concluye San Pablo, donde hay remisión de esas cosas, no es menester más oblación por el pecado" 69. El lector .se habrá dado cuenta de que este principio es el mismo que resumía toda la doctrina paulina sobre la eficacia y la universalidad de la redención por la muerte de Cristo.

¿Que tal afirmación parece crear una seria dificultad a la doctrina católica acerca del sacrificio de la misa, repe- tido sin trequa, "de sol a sol en toda la tierra" 70 , según el vaticinio de Malaquías? Cierto. Pero San Pablo, que no ignoraba la clara profecía ni la fisonomía sacrifical de la institución eucarística, no vió incompatibilidad ni contra- dicción entre estas dos realidades, magnífico tesoro de la Nueva Alianza. Lo que prueba que debe haber manera de reducir a unidad esta dualidad aparente y de explicar sa- tisfactoriamente la antinomia. Mas no adelantáremos la solución, que hemos de exponer más adelante, después de dedicar algún espacio a la segunda novedad indicada: la víctima de este sacrificio, dato, por añadidura, necesario para mayor esclarecimiento de esta dificultad, urgida más allá de lo justo por el protestantismo y por todos los ene- migos de la Eucaristía y del sacerdocio católico.

Indudablemente el centro unificador de toda esta doc- trina del Apóstol y el principio dignificador del sacerdocio de la nueva economía hay que buscarlos en el valor y calidad de la víctima. Desde el punto de vista negativo, es decir, por lo que toca a las antiguas víctimas durante la etapa de preparación y de esperanza, ya conocemos la ma- chacona insistencia de San Pablo en hacer patente su va- ciedad e ineficacia, consiguiendo a la vez, en virtud del contraste, realzar el aspecto positivo: la suficiencia de la

87 Heb. 10,14. 68 Ier. 31,34. 89 Heb. 10,18. 70 Mal, UJ,

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nueva víctima, subrayada, en esta Carta, de todas las formas imaginables.

Otra vez hemos de traer a cuento, aunque no sea más que como punto de partida, la primera oblación de Cristo sacerdote, "al entrar en el mundo", oblación que acentúa el hastío de Dios por los viejos "sacrificios y holocaustos", y su infinito agrado por la "oblación del cuerpo de Jesu- cristo de una vez para siempre" 71. En esta primera y radi- cal actuación ministerial de Cristo se nos descubre esta extraña fusión del sacerdote y de la víctima. Y esta identi- dad misteriosa será la clave de la nueva "liturgia" y la medida de su eficacia, de su necesidad v su grandeza. Cris- to se ofrece "a mismo" 72; Él es la Víctima la hostia de su sacrificio 73; su propia sangre reemplaza, con creces, a la de "los becerros y machos cabríos" 74 .

Su sangre sella, como garantía de legitimidad y validez, el Testamento nuevo. Toda una teoría jurídica sirve de premisa a este bello razonamiento del Apóstol:

"Y por esto es mediador de un Nuevo Testamento, a fin de que, habiendo intervenido la muerte para rescate de las transgresiones ocurridas durante la primera Alian- za, reciban los que han sido llamados la promesa de la herencia eterna. Pues donde hay testamento, menester es que conste la muerte del testador; pues un testamen- to es válido en caso de defunción, como quiera que nun- ca tiene valor mientras el testador vive. Por donde tam- poco el primero se inauguró sin sangre. Porque Moisés, después de recitar todos los mandatos, a tenor de la Ley, a oídos de todo el pueblo, habiendo tomado la sangre de los becerros y machos cabríos con lana y agua teñida en grana e hisopo, roció así el libro como a todo el pueblo, diciendo: "Esta es la sangre de la Alianza que para vos- otros ha dispuesto Dios" 75. De semejante manera ro- ció también con la sangre el tabernáculo y todos los ob-

71 Heb. 10,1-10.

72 Heb. 7,77; 9,14.25.

73 Heb. 9.26.

74 Heb. 9,12-13.14; 10,19.

75 Observemos de paso el paralel'smo casi li'eral de esta fórmula mosaica con la fórmula sacramental de la consagración de la sangre de Cristo, sobre todo según la redacción de San Mateo ^26,28) y de San Marcos (14,24). San Pablo (1 Cor. 11,25), lo mismo que San Lu- cas (22.20), cambia los términos: "es el nuevo testamento en mi san- gre". Véase cómo se trata de fórmulas litúrgicas y sacrifícales. Es dato de suma importancia, que luego tendremos presente al resolver la dificultad que antes indicábamos.

C.18. CRISTO SACtkDOTL

457

jetos del culto. Y casi todo, según la Ley, se purifica con sangre, y sin efusión de sangre no se obtiene remisión Era, pues, necesario que las que eran figuras de lo que existe en los cielos, con estas cosas se purificasen; mas las cosas mismas celestiales, con víctimas más excelentes que no éstas" 77 .

La ley de las proporciones sencillamente. A tal empre- sa, tales medios. Los objetos materiales del tabernáculo, "hecho por manos de hombre", y de aquel culto figurativo, aun la misma limpieza del pueblo, puramente legal, debían contentarse con sangre de animales; el culto interior, celes- tial por su origen y su destino, y la purificación real de las almas por la gracia reclamaban, en cambio, "víctima más excelente", la cual, según hemos visto en los capítulos an- teriores, a la luz de la teología áz San Pablo, no podía ser otra que el propio Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, que "mediante su propia sangre entró de una vez para siempre en el santuario para conseguir una redención eter- na" 78.

Y como síntesis de todas estas enseñanzas, fruto por igual de la inteligencia procer y del corazón magnánimo, de la fe y del amor del Apóstol, el cuadro final, como una apoteosis, luminoso y sugerente como un brochazo audaz de luz divina; el nuevo tabernáculo, el cielo, abierto a los creyentes en virtud de la sangre de Cristo; ancha la entra- da hasta lo más íntimo de la gloria, sin el velo de los viejos arcanos y de la larga separación, que Cristo rompió, inau- gurando así para nosotros "un camino nuevo y viviente a través del velo de su propia carne", rasgada en la cruz por los clavos y la lanza; y en el centro de este maravilloso escenario, milagro de imaginación y de originalidad, entre la fastuosidad inigualable de este verdadero templo supec domum Dei , la figura radiante de Jesús, como "Gran Sacerdote", "Apóstol y Pontífice de nuestra fe", garantía de nuestras esperanzas mejores" 79.

76 No olvidemos que San Pablo se mueve exclusivamente en el plano de la liturgia mosaica, a cuyos ritos de purificación alude. Dar un alcance más general a esta frase, como hacen algunos, sería re- basar su pensamiento.

" Heb. 9,15-24.

78 Ib., v.12.

79 Heb. 10,19-21. Entre las sorprendentes bellezas de este pasaje destaca, sin duda, el rasgo "a través del velo de su carne" (v.20)^ San Pablo considera la carne de Jesús, es decir, su humanidad, abs-

458 LA tMPKÉSA DE LA KKDhNUu.N

10) Síntesis.

En síntesis, toda esta frondosa exposición teológica de San Pablo se reduce a estas tres conclusiones:

Primeva. Jesús es el único verdadero sacerdote de la Nueva Alianza. Es, además, Sacerdote eterno, que reem- plaza y substituye a todos lo© sacerdotes humanos.

Segunda. A este sacerdocio corresponde un sacrificio único. No hay otro sacrificio que el de la cruz.

Tercera. En este único sacrificio se inmola una sola víctima: Cristo.

Es decir: sacerdocio, víctima, fundidos en una mara- villosa unidad indestructible y eterna.

b) Una dificultad:

1 ) ¿Sacerdocio de Cristo y sacerdocio de la Iglesia?

Hasta aquí la doctrina del Apóstol no ofrece dificultad alguna. La dificultad, en cambio, se presenta en el momento en que, saliendo del ámbito de la Carta a los Hebreos, y, si se quiere, del cuadro histórico de la obra redentora, personal y visible de Cristo, intentamos penetrar en la vida de la Iglesia, en la nueva fase del reino mesiánico, en la religión implantada por Jesús como heredera suya

tracción hecha de la divinidad, a la que estaba unida hipostática- mente, a manera de un tupido velo interpuesto entre Cristo y el san- tuario <ty cielo, en el que no podía entrar sino mediante su pasión y su muerte. Pero roto este velo, el "camino nuevo" se abrió para él y para nosotros. No fué otro el simbolismo del velo del templo, ras- gado de arriba abajo al morir Jesús, de que nos hablan los evange- listas sinópticos. De un modo especial puede aplicarse esta profunda consideración de San Pablo al corazón de Cristo, rasgado también por la lanzada, y hecho entonces camino nuevo de las almas para llegar a Dios. En el fondo, éste es uno de los aspectos fundamentales, que la Iglesia en su lilurgia, el magisterio de lc>s romanos pontífices y de la Teología nos proponen en la devoción al Corazón de Jesús; como se ve, bastante más sólida y enraizada en el dogma de lo que muchos ligeramente juzgan. Esta especie de apoteosis final se cierra con una mirada de pesadumbre racial al día tan cercano, cuando se escribió esta Carta, de la catástrofe de aquel templo material, orgullo de un pueblo del que Jesús había dicho* no quedaría piedra sobre piedra. ¿Cuántos años habían de transcurrir hasta la destrucción de Jerusalén por las legiones de Tito el año 70? ¿Diez, doce? De todos modos, bien pudo escribir San Pablo a estos desconcertados cristianos de Jerusalén: "tanto más cuanto veis que se acerca el día" (ib., 10,25). ¡Cuántos de ellos no fueron testigos de la gran tragedia de su pueblo, de su ciudad y de su templo!

C.18. CRISTO SACERDOTE

459

y continuadora, entre los hombres, de su empresa redento- ra y santificadora; en una palabra, en el área de la Teolo- gía sacramental, que también, por su parte, nos habla de un sacerdocio y de un sacrificio, al menos en su realidad tangible, litúrgica y jurídica, distintos del sacerdocio y del sacrificio de Cristo. ¿Estará todo esto en contradicción con San Pablo?

2) Solución.

Páginas atrás nos hicimos eco de esta objeción, de va- lor mucho más aparente que real. En definitiva, la dificul- tad es la misma que podría oponerse como de hecho ha sucedido a la eficacia y universalidad de la redención consumada personalmente por Cristo. En el «capítulo an- terior incluímos unas observaciones generales acerca de este punto capital de la Teología católica. Apuntábamos entonces una diferencia esencialísima entre la redención consumada por Cristo, entre la eficacia radical, fontal o de principio, como quiera llamársela, y entre la aplicación sin- gular de aquellos frutos, de aquellos méritos del Redentor a cada uno de los hombres. En este camino también San Pablo, como recordará el lector, nos sirvió de guía y de maestro.

Así considerada, la redención puede decirse, sin reparo alguno dogmático, que está y seguirá estando, mientras dure el mundo, in fieti, haciéndose y verificándose en las almas. En un sentido, ésta es obra personal de cada uno de nosotros, porque, como advertíamos, en ello ^ntra en juego nuestra libertad, nuestra voluntaria y libre coopera- ción. En un sentido hemos dicho; en otro sentido y simul- táneamente, sigue siendo, y lo será siempre, obra de Cristo, de su misericordia y de su gracia. ¿Qué dificultad hay en esto, fuera del misterio no dificultad de la conciliación de la gracia con nuestra libertad?

Mas, por este motivo, Dios no quiso dejarnos solos. Tan ahjados cronológicamente del acto redentor, a tanta distancia de Cristo, de su vida, de su pasión y de su muer- te, no lo estamos en realidad por el milagro de amor del mismo Jesús, que se quedó, más que entre nosotros, con nosotros, en una perpetuación misteriosa de su activa pre- sencia y de su operante misión de redención y de santidad. Eso es su Iglesia, y nada más que eso.

Él mismo, que "se sentó a la diestra de Dios", como

460

LA "MPRESA. DE LA REDENCIÓN

"sacerdote eterno", "para interceder por nosotros", vive a la vez en su Iglesia, y en ella y por ella tal como Él mis- mo la concibió y la instituyó continúa su función sacer- dotal, actuándose cada día y cada momento en cada una de las almas que conquistó al precio de su sanare. ;No se vislumbra en esto la razón de su eterno sacerdocio?

Por otra narte. el lector bpbrá llenado a comprender, a través de la doctrina de San Pablo, oue la misión de Cristo fué total y absolutamente sacerdotal: su redención, fruto maduro de su sacerdocio v de su sacrificio. Sin éstos, la redención no se hubiera realizado. Es un dato real de tras- cendentales consecuencias.

Girando todo sobre el eie de^ sacerdocio de Cristo, se exótica o"e la Tnlesiá no oodía ser cortada sino sobre este patrón. Fn ella habían oV ocupar un nrimer nlano el sacer- docio v el sacrificio de Cristo: pero de icrual suerte oue la función de récn'rmn v maarterio. en una forma humana- mente discernióle, a fin de evitar la desorientación de los hombres y con esto la fecundidad de su presencia y de su obra.

He aquí una observación qu'* no puede perderse de vista jamás. El qobierno y el magisterio, aunque humanos en su encarnación histórica y en su proyección sucesiva, son alqo permanente e inmutable en lo que toca a la vida esencial de la Iglesia y, además, no son otra cosa que los mismos poderes de Jesús depositados en su totalidad tal como él los recibió del Padre80 en manos de Pedro y los apóstoles, es decir, en manos de la Iglesia. Todo lo han de hacer en su nombre81; con ellos, como tales enviados y vicegerentes suyos, Jesús "estará hasta la consumación de los siglos" 82. ¿Se puede hablar en realidad de poderes distintos de Jesús y de su Iglesia?

Aplicando este criterio a la función sacerdotal, tendre- mos el camino despejado para la solución de la antinomia sobre la que venimos reflexionando. Con decir que el sa- cerdocio de la Iglesia y el sacrificio eucarístico son, en un sentido verdadero, el mismo sacerdocio y el sacrificio de Jesús, se habrán salvado todos los escollos que en la doc- trina de la Carta a los Hebreos hayan podido salimos al paso. ¿Enseña otra cosa la Iglesia? Ciertamente, no.

80 Mt. 28,18; lo. 20,21. S1 Me. 16,17-, Le. 24,17. * Mt. 28,20.

C.1S. CRISTO SACERDOTE 4fíl

c) El Sacrificio Eucaristico. 1 ) El Magisterio de la Iglesia.

Acerca del sacrificio de la misa, anunciado, según diji- mos, por el profeta Málaquías 83, el magisterio de la Iglesia nos obliga a admitir no sólo que es verdadero sacrificio S4, sino que fué entregado por Cristo a su Igbsia como repre- sentación del sacrificio de la cruz. Con estos fines: perpe- tuar el recuerdo de aquel sacrificio hasta el cabo de los siglos y aplicar su eficacia redentora al perdón de los pe- cados que a diario cometemos los hombres 85,

Pero la fórmula conciliar pudiera prestarse, en rigor, a una interpretación minimista, patrocinada de hecho por los protestantes, como si sólo se tratase de "un mero re- cuerdo"; por eso el Concilio cerró el paso a esta salida, cond nándola expresamente86.

Es mucho más que un recuerdo; es una representación objetiva y real con el mismo valor propiciatorio así el citado canon del Tridentino ; una renovación, todo lo maravillosa que se quiera, incruenta y mística ciertamen- te, pero efectiva, de la inmolación de Cristo en el Calvario Son palabras del papa León XIII87:

"Aquel sacrificio se continúa en el sacrificio eucar'sti- co... Pues siendo, como era, necesario que un rito sacri- fical acompañase siempre a la religión, fué divino desig- nio del Redentor que el sacrificio consumado de una vez para siempre en la cruz se hiciera perpetuo y perenne. Y esta noción de perpetuidad va entrañada en la sacra- tísima Eucaristía, la cual comporta, no sólo una mera semejanza o un mero recordatorio de la realidad, sino la realidad misma, aunque de distinta forma" 88.

Ni son menos terminantes estas palabras del actual pon- tífice, Pío XII:

83 Mal. 1,11. He aquí el célebre texto; "Desde el orto del sol hasta el ocaso, mi nombre es grande entre las gentes y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura, porque es grande mi nombre en re las gentes, dice el Señor de los ejércitos." D2 este vaticinio tenemos la interpretación auténtica del Concilio de Trerto (ses.22. c.l: D 939)

84 Ses.22 c.l.

83 Ib. (D 938).

88 Ib., c.3 (D 950).

87 Ene. Mirae cantatis: ASS 34 (1901-1902) p.645,

88 Ib., p-653r

462

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN'

"Así, pues, el augusto sacrificio del altar no es una mera y simple conmemoración de los tormentos y de la muerte de Jesucristo, sino un verdadero y propio sacri- ficio— sacrificado , mediante el cual, por esta incruenta inmolación, el Sumo Sacerdote realiza lo mismo que ya harra hecho en la cruz ofreciéndose a mismo como gratísima víctima al Eterno Padre" *

2) Para la Teología, "misterio de fe' .

Esta sistemática insistencia del magisterio eclesiástico, principalmente desde León XIII a nuestros días, invita a una seria reflexión desde el punto de vista tanto de la piedad como de la Teología. Tal vez las especulaciones teológicas de los últimos tiempos, excesivamente apriorís- ticas y basadas más de la cuenta en una noción g?nérica del sacrificio, que la Iglesia jamás ha querido proponer auténticamente, necesitaban el freno de una humilde y sabia prudencia y plegarse más estrechamente a la doctrina tradicional y a las enseñanzas conciliares, sin perder de vista que, al fin y al cabo, el sacrificio de nuestros altares en su íntima esencia será siempre, para nosotros, el "mis- terio de fe", que, en la consagración del cáliz, nos recuer- da la liturgia sacrificál.

3) Unidad de sacrificio.

Adondequiera nos volvamos entre la penumbra del misterio, toparemos con los rasgos específicos de una uni- dad insoslayable, expliqúese como se quiera, entre el sa- crificio eucarístico y el sacrificio de la cruz. Unidad que pertenece en un sentido al patrimonio de la fe, aunque en las mismas fuentes dogmáticas tenga, bajo otros aspectos, su limitación. Hay elementos comunes, los más esenciales ciertamente, y hay elementos diferenciales, que tocan, más que a la realidad, a la modalidad del sacrificio. Al apre- ciar la trascendencia de los unos y de los otros es cuando se multiplican las teorías de los teólogos. Pero éstas im- portan medios.

89 Ene. Mediator Dei: AAS 39 (1947) p.548. Suya es también la afirmación, no menos tajante y vigorosa, de que el sacrificio eucarístico "representa y renueva cada día" el sacrificio de la cruz (ib., p.550). Fórmula equivalente y casi idéntica emplea Pío XI (ene. Miserenfissi- mus Rcdemptor: AAS 20 [1928] p.170): el sacrificio; cruento de la cruz "se renueva sin interrupción en nuestros altares de manera in* cruenta".

C.Í8. CRISTO SACfcKUOlt:

463

Elementos comunes son el sacerdote, la víctima, el va- lor del sacrificio; elementos de diversidad ¿hasta qué pun- to?— es la forma de la oblación, que, sea lo que sea, en todo caso no puede destruir la unidad del sacrificio, tan enérgicamente acentuada por San Pablo.

Del IV Concilio Lateranense 90 es esta fórmula, inequí- voca y diáfana: "Una sola es la Iglesia universal de los creyentes..., en la cual uno mismo, Jesucristo, es el sacer- dote y el sacrificio". Fórmula a la que se remiten los do- cumentos posteriores y que desarrolló más ampliamente el Concilio de Trento:

"Una misma es, pues, la víctima; el que ahora la ofre- ce por ministerio de los sacerdotes, es el mismo que en- tonces se inmola a mismo en la cruz, sin otra dife- rencia que el modo de la oblación. Y en verdad los fru- tos de aquel sacrificio se adquieren ubérrimamente por medio de éste (el incruento); tan lejos está el que aquél haya sido derogado o anulado por éste" 92.

4) De nuevo el Magisterio eclesiástico.

Aquilatando más los conceptos y situándonos, como quien dice, en el centro mismo de la cuestión, muy debati- da entre los teólogos, Pío XII escribe: "Según esto, el sacerdote es uno mismo, Cristo Jesús, cuya vicegerencia personam gerit ostenta su ministro" 93 . Pío XI califi- ca al sacerdote de instrumento dz\ Redentor 94. Para ex- trañarse de este lenguaje, corriente en el magisterio de la Iglesia, había que olvidar el hscho, litúrgico y dogmático a la vez, sobre el que llama la atención el Catecismo Ro- mano: "Los que ofrecen el sacrificio (del altar), dsjando a un lado la propia, se revisten de la persona de Cristo en el momento de consagrar su cuerpo y su sangre" 95, y que ya habían ponderado los Santos Padres, entre ellos San Juan Crisóstomo y San Ambrosio; son expresiones in- substituibles y clásicas en esta materia.

90 D 430.

w Ses.22 c.2 (D 940).

63 Ene. Mediatot Dei: l.c, p.548. Pocas líneas antes arriba citá- bamos el testimonio atribuye el sacrificio del al ar al "Sumo Sacer- dote", sin mencionar siquiera al sacerdote humano. El dato es de un valor definitivo, a nuestro parecer.

M Ene. Ad catholici Sacerdotii: AAS 28 (1936) p.10.

86 Catee. Rom. 2,4,75. El sacerdote no dice: "éste es el cuerpo, ésta es la sangre de Cristo", sino: "éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre".

464

LA EMPRESA DE LA REDhNClON

"No es el hombre dice el Crisóstomo quien hace que las ofrendas se conviertan en el cuerpo y sangre de Cristo, sino el mismo Cristo, que fué crucificado por nos- otros. Representándole está allí el sacerdote, que pro- nuncia aquellas palabras, pero intervienen también el po- der y la gracia de Dios. "Éste es mi cuerpo dice. Esta palabra transforma la oblata" 96.

Suyo es también este comentario:

"La oblación es la misma, sea quienquiera quien la ofrezca, bien sea Pedro, bien Pablo; la misma es la que Cristo entregó a sus discípulos y la que ahora ofrecen los sacerdotes... Porque así como las palabras que Dios pronunció son las mismas que ahora emplea el sacerdo- te, así el sacrificio es el mismo... Es, pues, esto el cuerpo de Cristo y lo es aquello; y quien pensara que esto es inferior a aquello, ignoraría que también ahora está pre- sente y actúa Cristo" 91 .

Pero acaso ninguno superior en movimiento, belleza y seguridad a estz de San Ambrosio:

"Acaso dirás: Mi pan es el pan ordinario. Pero este pan es pan antes de las palabras sacramentales; cuando sobreviene la consagración, el pan se convierte en carne de Cristo. Dejemos, pues, esto bien sentado. ¿Cómo lo que es pan puede ser cuerpo de Cristo? En virtud de la consagración. Y la consagración, ¿con qué palabras, con qué expresiones se hace? Con las del Señor Jesús. Por- que todo lo que antes se dice, es dicho por el sacerdote, se dan gracias a Dios, se pide por el pueblo, por los reyes, por los demás; mas cuando se llega a realizar el venerado sacramento, ya no emplea el sacerdote sus pa- labras, sino palabras de Cristo. Luego la palabra de Cristo es la que hace el sacramento" 98.

96 MG 49,380 (R 1157). 91 MG 62,612 (R 1207).

m ML 16,439 (R 1339). Según el mismo San Ambrosio, Jesús, el príncipe de los sacerdotes, va delan e; los demás sacerdotes, como pue- den, en po¿ de él, pobres de merecimientos, mas dignos de honor por su ministerio. Y aunque no aparezca al exterior, Cristo es el que ahora se ofrece cuando se ofrece el sacrificio de su cuerpo; más aún, es claro que él mismo es quien lo ofrece, pues suyas son las palabras del sacrificio (ML 14,1051: R 1260). Oro tanto enseñan los Santos Padres al explicar cómo la indignidad del ministro no influye en el sacramento, pues Cristo es quien obra por medio de él. San Juan Crisóstojmo, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín, por citar nombres de primera magnitud, tienen sobre esto bellísimos y termi- nantes testimonios. Véase como muestra este de San Agustín* Comen ^

C.Í8. CRISTO SACERDOTL

Mucho nos hemos extendido en este punto, y no nos pesa, porque, al menos, el lector habrá caído en la cuenta del sentir del magisterio eclesiástico y de la tradición pa- trística sobre esta importante materia, y de cómo puede pasarse, sin advertir cambio de clima ni en las ideas ni en las fórmulas, de un texto San Ambrosio al Concilio de Trento o una encíclica de Pío XII. Hay una constante a través de los documentos de los siglos.

5) Acción de Cristo en el sacrificio de la misa.

Hemos tropezado hasta con los términos formales "principal" e "instrumento" referidos a Cristo, Sumo Sacerdote, y a los "ministros" humanos del sacrificio euca- rístico. ¿Podrá ponerse en tela de juicio que Cristo es causa y sacerdote principal, y causa instrumental los hom- bres? Y sin restar a las fórmulas gran parte de su valor significativo y su expresividad, ¿podrá d:cirse que Cristo es el sacerdote principal solamente porque instituyó la Eucaristía, porque sólo en su nombre puede ofrecerse este sacrificio en la Iglesia y porque el influjo de su institución perdura perennemente? Reducir a esta actuación en raíz y en principio la actuación de Cristo, nos parece, ante la an- cha abertura de las fórmulas eclesiásticas, exczsivámente mezquino.

Parece evidente un mayor influjo de Cristo en todos y en cada uno de los sacrificios de nuestros altares y que su sacerdocio debe calificarse de "principal" en un sentido más amplio y verdadero.

Contra la posibilidad y el hecho de que Cristo hombre

tando aquellas palabras del cuaro evangelio (4,2): "Si bien él (Cris- to) no bautizaba, sino sus discípulos", escribe: "Él y no él; él por el poder, ellos por el ministerio; para bautizar ellos aportaban sus servi- cios, mas el poder de bautizar permanecía en Cri:to. Bautizaban, pues, sus discípulos, y entonces todavía se contaba Judas entre ellos. ¿En- tonces los que Judas bautizó no fueron bautizados de nuevo, y los que Juan (el Bautis a) bautizó? Ciertamente, de nuevo; mas sin reite- rar el bauti:mo. Pues los que bautizó Juan, Juan los bautizó; mas los que bautizó Judas, Cristo los bau izó. Así, por tanto, los que bautizare un borracho, los que bautizare un homicida, los que bautizare un adúl- teri, si es de Cristo el bautismo, Cristo los bautizó" (ML 35,1424: R 1810). Poco más adelan e, en el mismo comentario del evangelio de San Juan, volverá a decir: "Bautice Pedro, Cristo es quien bautiza; bautice Pablo, Cristo es quien bautiza; bautice Judas, Cristo es quien bautiza."

La empresa de La redención

concurra físicamente a la acción sacrifical, siendo, por otra parte, como sabemos, todavía ahora sacerdote y mediador nuestro, ¿de dónde puede originarse la dificultad, si no es acaso de que nosotros empequeñecemos las cosas al pro- yectar en las cuestiones de Dios la limitación de nuestro propio ser y áz nuestra inteligencia, cayendo así, aun den- tro del área de los misterios divinos, en un peligroso an- tropomorfismo?

Creemos sinceramente que la dignidad del sacrificio eu-carístico y su identidad real salvada la modalidad in- cruenta de la inmolación con el sacrificio de la cruz co- bran mayor relieve en virtud de la identidad no sólo de la víctima, sino del sacerdote principal, actualizado en cada una de las misas. A esta luz, el sacrificio del altar y el mismo sacerdocio católico ss presentan a nuestros ojos in- dudablemente más grandes, más sublimes y más bellos. ¿Por qué robarles ni un solo quilate de esta sublimidad y grandeza?

d) Sacrificio y Cuerpo Místico.

1) Un texto de San Agustín.

Un paso más. San Agustín, adelantándose, como tan- tas veces, a su tiempo, indicaba ya una idea, que hoy ha tomado mucho vuzlo y cuyas importantes derivaciones no pueden desconocerse y soslayarse.

"Si quieres entender dice qué es el cuerpo de Cris- to, escucha lo que el Apóstol dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Si, pues, sois el cuerpo de Cristo, vuestro propio misterio ha sido pues- to sobre el altar del Señor. A lo que sois contestáis amén, y lo subscribís al responder. Oyes decir: El cuer- po de Cristo, y contestas: Amén. miembro del cuerpo de Cristo para que tu amén sea verdadero"

2) Otro de Pío XII.

Diríase que estamos oyendo a Pío XII, cuyos son estos profundos pensamientos:

"Y así como el divino Redentor, muriendo en la cruz, se ofreció al Eterno Padre a mismo, como cabeza de todo el género humano, así también en el sacrificio eu- carístico se ofrece al Eterno Padre no sólo a mismo,

90 ML 38,1246 (R 1524).

C.18. CRISTO SACERDOTE

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como Cabeza de la Iglesia, sino en mismo a todos sus miembros místicos, como quiera que a todos ellos, aun los más débiles y enfermos, los lleva amantísimamente en

ri 100

su corazón

No deben sorprendernos estas afirmaciones después de lo que, siguiendo a San Pablo, dijimos sobre el princi- pio de solidaridad como factor de la redención. Y mucho menos reflexionando acerca de lo que cualquiera de los lectores seguramente conocerá del espíritu de la liturgia, proyectado en tantas oraciones y colectas de la misa. La Iglesia, puede decirse con una profunda gratitud por nues- tra parte, no pierde un momento de vista esta inefable realidad del pueblo fiel, ofreciéndose, a una con su Cabeza, como víctima asociada al sacrificio.

3) Las cosas en su punto.

Pero hay que puntualizar las cosas para no caer en inexactas y peligrosas apreciaciones. Al hablar de este modo, "no quiere decirse que el cuerpo místico de Cristo, ya se entienda toda la Iglesia, ya cada uno de los fieles, sea la víctima propiamente dicha de la misa, en un sentido físico, equiparable o paralela al cuerpo y sangre del Se- ñor, sobre los que algo se realiza en el altar" 101. No es éste el alcance de esta estimulante y consoladora doctrina. Sería desnaturalizar el sacerdocio eucarístico de Jesucristo. Lo que se pretende significar es esto sencillamente: "que la condición de víctima de tal manera se desborda de Cristo, como Cabeza, sobre todos los miembros de su cuer- po místico, que la Iglesia, en un sentido moral verdadero, adquiere esa calidad de hostia ofrecida conjuntamente con el sacrificio de su Cabeza" 102.

A la dolorosa inmolación física añadió Jesús aquella "máxima caridad" y aquella rendida obediencia a la vo- luntad del Padre de que hablaba Santo Tomás, y que constituyen la atmósfera espiritual que se respira en el cuarto evangelio y en los escritos de San Pablo. Y a este sacrificio "interior" de Cristo debe agregarse el sacrificio "interior" de su cuerpo místico y de cada uno de sus miem- bros. Cada uno de los fieles, según Pío XII, ha de con-

100 Ene. Mystici Corpons: AAS 35 (1943) p.233.

101 Lercher, o.c, vol.4/2 n.354,2 p.284. m Ib.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

sagrarse a procurar la gloria de Dios y unirse íntimamente a los dolores de Cristo, ofreciéndose como víctima espiri- tual con y por el Sumo Sacerdote Jesús 103.

Es el mismo pensamiento, más ampliamente desarrolla- do por Pío XI. Después de haber asentado con toda pre- cisión el principio fundamental de que la expiación reciba su valor y su eficacia, como de única fuente, del sacrificio cruento de Cristo en la cruz, renovado sin tregua en nues- tros altares, dice el Papa:

"Por tanto, con este augusto sacrificio eucar'stico debe unirse la inmolación de los ministros y de todos los fie- les, ofreciéndose de este modo como hostias vivas, san- tas y aceptadas por Dios. Más aún, San Cipriano no duda en afirmar que el sacrificio del Señor no se celebra- rá con la natural eficacia y santificación si nuestra pro- p;a oblación y sacrificio no responden a la pasión (de Cristo" 1W.

103 Ene. Mcdiator D?i: l.c, p.557.

104 Ene. Miserentissimus Rrdemp or: 1 c. Esta encíclica de Pío XI quedará en los anales de la Iglesia catól;ca como la carta magna de la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús. Al margen de ella no podrá darse un paso seguro en la explicación de es a devoción, tan enraizada en el evangelio y en la teología de San Pablo, como hace ver el Papa, y en torno a la cual re ha creado una de^sa atmósfera de confudonismo peligroso, más que nunca en nuestros días, y de ma- nera especial entre muchos de nuestros jóvenes católicos, por no haber ahondado toJo lo debido en este subsuelo teológico y bíbl'co, en el que esta devoción de los último^ tiempos debe apoyarse, repitien- do un pensamiento de León XIII. como "síntcs's de toda la reli- gión" y "norma de una vida cristiana más perfecta". Después de tantos años de olvido de Cnsto y hasta de falseamiento, unas veces intencionado, otras inconsciente, de su figura y de su vida, es necesa- rio y urgente darle a conocer en la misma fisonomía en que le vie- ron los evangelio as, San Pablo y la Iglesia. Es lo que pr'meramente intentamos en este libro, y ésta es la razón del método adoptado, a base de las fuentes de la Revelación escrita y del Magisterio de la Iglesia. ¡Ojalá lo hayamos conseguido!

La revista Sal Terrae, vol.42 (1954) n.7 p.370-372, publicaba una curiosa referencia a cierta encuesta entre la juventud europea sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, realmente desfavorable a esta devoc'ón tal como suele entenderse y aun propagarse por no po- cos. Los jóvenes rechazaban el símboJo, para quedarse con la realidad del amor y de la persona de Cristo. Es e estado de cosas hacía es- perar una intervención pontificia, que se ha produedo en esto: mo- mentos. Terminado este libro y en trance de su publ'cación. llega la encíclica Haurietis aquas de Pío XII. del 15 de mayo de 1956, acerca del culto y la devoción al Sagrado Corazón de Je:ús. Esta encíclica reclama un estudio a fondo y una amplia difusión a fin de disipar muchos recelos, iluminar puntos dudosos o discutidos y sobre todo

C.18. CRISTO SACERDOTE

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e) ¿Sacerdocio de los seglares?

De esta doctrina no hay más que un paso al sacerdocio de todos los fieles, y ese paso lo da con toda firmeza Pío XI. De la misteriosa misión de satisfacer y sacrificar escribe en la citada encíclica no participan únicamente aquellos a quienes Jesucristo utiliza para ofrecer, según el vaticinio de Malaquías, la oblación pura de su cu?rpo y de su sangre, es decir, los sacerdotes propiamente tales, dotados, en virtud de la ordenación sagrada, de este poder ministerial, sino también todos los fi?les.

"Éstos, justamente llamados por el Príncipe de los Apóstoles pueblo escogido, real sacerdocio, deben, tan- to en beneficio propio como de todo el género humano, ofrecer sacrificios por los pecados, de manera no muy desemejante a como todo sacerdote y pontífice, elenido de entre los hombres, está constituido en favor de los hom- bres sobre las cosas que miran a Dios" 105.

Desembocamos con esto en una cuestión apasionada, traída hoy a un primer plano. Es uno de los temas que va encontrando clima más propicio en concrr^sos, reuniones y semanas católicas internacionales, sin duda por la tras- cendencia indudable que entraña en relación con el apos- tolado seglar, tan requerido y elogiado por los últimos papas.

Como sucede siempre en los comienzos de todo movi- miento ideológico, aunque y así hay que decirlo en nues- tro caso no sea substancialmente una novedad, la nece-

puntualizar la teología profunda de e:ta devoción, tan recomendada por Pío XII, y avivar en las almas el amor a Cristo y a fodo lo que Él amó. Visto así el corazón de Cristo, tal como lo ertudia el papa Pío XII, ya te ve que su devoción gira en torno de la persona de Jesús y viene a ser la traducción litiirgica y práctica de la unidad de la Persona del Verbo encarnado. Esta cons'deración deb'era bastar para recomendar no sólo la belleza, sino la hondura teológica y la conveniencia práctica de esta devoción. ¿No habrá una pluma enamo- rada del coraron de Cristo qi^e aborde y real:ce este estudio de la encíclica de Pío XII? Nunca el magisterio de la Iglesia había hecho una exposición tan detenida y completa de esta devoción y de sus raíces bíblicas y dogmáticas. En adelante nmgún teólogo ni propaoan- dista de esta devoción podrá prescindir de este documento pontificio, verdaderamente áureo y decis'vo en la materia. Al la^o de la encíclica Miserentissimus Redemptor, de Pío XI, figurará siempre, y superándola en el conjunto, la Hauvietis aquas, de Pío XII. 106 Ene. Miserentissimus Redemptor: l.c.

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

sidad de improvisar o buscar la terminología y aquilatar los conceptos, la noble pasión por el bello y sublime ideal que se adivina, las mismas reacciones contrarias que los excesivos primeros avances despi2rtan, la desorientación inevitable y otras causas parecidas, obligan a una máxima circunspección e imponen el grave deber de procurar la exactitud y de sujetar el movimiento de péndulo, reducién- dolo a su justo equilibrio. Si no fuera por redondear la materia de este capítulo y no quedarnos al margen de asunto tan del día, lo hubiéramos pasado por alto, temien- do los mismos riesgos que acabamos áz apuntar.

Por fortuna, la encíclica, tantas veces mencionada, Me* diator Dei, de Pío XII, ha fijado con diafanidad y justeza los principios fundamentales que han de dar la medida y la verdad de esta misteriosa y dulcísima doctrina católica.

Un prim?r punto de partida es el hecho irrecusable de que lo mismo San Pedro que San Pablo hablan de este sacerdocio sui generis de todos los fieles. San Pablo, por más que no lo diga explícitamente, lo supone en varias ocasiones, como cuando escribe a los Hebreos:

"Por medio, pues, de él ofrezcamos a Dios perenne sacrificio de alabanzas, esto es, fruto de labios que ben- dicen su nombre. De la beneficencia y mutuo socorro no os olvidéis; pues en semejantes víctimas se complace Dios" 106;

o cuando habla a los Filipenses del "sacrificio y sagrado ministerio liturgia de su fe" 107, o recomienda a los Ro- manos que ofrezcan sus "cuerpos como víctima viviente, santa, agradable a Dios", en lo que ha de consistir su culto espiritual 108.

Es, sin embargo, el Príncipe de los Apóstoles, según recordaba Pío XI, quien de un modo expreso y terminante se refiere al sacerdocio de los fieles:

"También nosotros, cual piedras vivas, somos sobre ella (la piedra fundamental: Cristo) edificados, casa es- piritual para sacerdocio santo, para ofrecer espirituales hostias muy aceptadas a Dios por Jesucristo" 109. "Mas

108 Heb. 13.15-16.

107 Phil. 2,17.

108 Rom. 12,1.

109 1 Petr. 2,5.

C.18. CRISTO SAChKIXJTl.

47!

vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente san- ta, pueblo de adquisición..." 110

Simultáneamente se nos pr?senta otro hecho de más entidad dogmática: el sacerdocio jerárquico y ministerial, que Cristo instituyó dentro de su Iglesia como continuador de su poder sacrifical y de su misión santificadora, me- diador entre los fizles y Dios, "dador de las cosas sagra- das"— sacra dans , "ministro de Cristo y dispensador de los ministerios de Dios" m. Este sacerdocio "visible y ex- terno", fruto de un sacramento, 'Consagra a los elegidos ccfti un sello imborrable, que los separa del pueblo clero y los sitúa entre Dios y los hombres. Se trata de un dogma de fe definido, como es sabido, por el Concilio de Trento ltz.

Por el cauce que discurre entre estas dos líneas parale- las ha de circular la noción de este "real sacerdocio" de los fieles, sin exageraciones que invadan la zona del sacer- docio ministerial ni en el aspecto cultural ni en el papel de administrador de la gracia y de la palabra de Dios; pero sin temor, al mismo tiempo, a este arcano privilegio no metafórico, como creemos, sino verdadero que la incor- poración al cuerpo místico de Cristo confiere a todos los creyentes dentro de la Iglesia.

Las desviaciones prácticas a que han llegado los des- orbitadamente celosos de este sacerdocio social las señala Pío XII en la citada encíclica, y posteriormente ha tenido que salir al paso de otras consecuencias en la esfera del magisterio, propicia como se ha visto y como era de su- poner— a esta confusión de derechos y de poderes.

Concretamente, según la doctrina pontificia, ha de re- chazarse en absoluto la teoría no nueva de que el poder sacerdotal en la nueva economía de Cristo se refiere direc- tamente a la comunidad de los fieles. El pueblo no consa- gra y sacrifica el cuerpo d? Cristo ni siquiera en el sen- tido de una concelebración propia y rigurosamente tal, como cuando, en la ordenación, concelebran el obispo y los ordenados. Esto por una parte. Mas por otra "hay que afirmar, además, dice el Papa, que los fieles ofrecen la Víctima divina, aunque bajo un distinto aspecto". Al ha- blar así, el Papa mira a la unión que existe entre los fieles

Ib., v.9. 1 Cor. 3,1. Ses.23 el cn.J.

472

LA EMPRESA LA REDENCION

y el sacerdote y a la forma en que aquéllos ofrecen tam- bién, de algún modo, la divina ofrenda.

"Que los fieles ofrezcan también el sacrificio por ma- nos del sacerdote, aparece claramente en que el minis- tro del altar actúa en nombre de Cristo, que, como Ca- beza, ofrece el sacrificio en representación de todos los fieles; de donde resulta que toda la Iglesia puede decirse que ofrece por Cristo la oblación de la víctima. Pero no se establece con esto que el pueblo, a una con el sacer- dote, ofrece como si los miembros de la Iglesia, no de otra suerte que el sacerdote, realizaran el rito litúrgico visible, lo cual es privativo del ministro divinamente de- ' signado para ello, sino por la razón de que sus alaban- zas, oraciones, expiaciones y acciones de gracias las une con los votos o intenciones del sacerdote, más todavía, del mismo Sumo Sacerdote, a fin de que todo ello sea ofrecido a Dios Padre en la misma oblación y en el rito externo del sacerdote" 113.

Habrá reparado, sin duda, el lector en la triple clasifi- cación del sacerdocio que registra este luminoso texto pon- tificio: el Sumo Sacerdote, Cristo Jesús; el sacerdote, mi- nistro; los fieles. El dato daría pie a más amplias reflexio- nes, en las que no podemos detenernos.

Felicitémonos de que esta cuestión haya tomado estado en la conci:ncia católica. La Iglesia, a quien más interesa el hecho, irá poniendo las cosas en su punto y dictará las normas prácticas a fin dz agrupar en una empresa coordi- nada de reeducación, tan urgente y vital para el mundo, todas estas fuerzas, cuyo ideal es Cristo; Cristo, su razón de ser y el principio de su eficacia salvadora. *

113 Ene. Medidor Dei: l.c, p.555. El Papa señala otros modos de cooperación de los fieles. Es muy digna de atención la razón que aduce como legitimación de este sacerdocio de los fieles, que es el mismo bautismo, y de un modo especial el carác er que imprime este sacra- mento, gracias al cual los fieles son dedicados al culto divino. E:te modo de hablar abona ciertamente la opinión de los que sostienen que se trata de un sacerdocio no metafórico, sino real y verdadero, aunque de naturaleza distinta del sacerdocio visible y minis erial.

CAPITULO XIX

Cristo Rey.

Una de las cosas que más sorprende en la vida de Jesús es aquella luz de su reabza que cruza tan a menudo el cielo del Evangelio. Y sorprende más aún el signo siniestro que, desde el nacimiento de Cristo hasta su muerte, tuvo en la actitud de sus enemigos.

Siempre que está prerrogativa asoma a la vida de Cris- to, es para provocar en torno suyo una oleada de inquietu- des, de animosidad, de hostilidad abierta y un presuroso afán de eliminarla y ahogarla en un diluvio de odios y de sangre. Desde el principio hasta el fin, todo el movimiento dramático que da la tónica a la historia de Cristo gira, de una forma o de otra, alrededor de la desconfianza, mejor dicho, d"l temor que este posible título de Jesús enciende en aquellos que, por otra parte, menos debían haber rece- lado de un título y de una noción tan en consonancia con sus más profundas esperanzas religiosas y raciales.

Esta realeza vien-í a ser a un tiempo, para Jesús, en su verdad, aureola gloriosa, y en su falsa interpretación, cer- tificado de fracaso, o de aquello que por fracaso tuvieron los hombres. Y como entonces, después, siglo tras siglo, durante toda la historia d? la Iglesia.

Lo más desconcertante en este aspecto de la vida de Jesús es que Él nunca se arrogó este título, si no es cuando hubo de contestar a una pregunta de su juez romano y -cuando las cosas ya no tenían remedio ni otra salida que su sentencia de muerte. ¿Cómo, pues, y por qué causas, Jesús, un pobre obrero de Nazaret \ de donde nada bu?no podía salir2, según la opinión de los judíos, a lo más un profeta, "poderoso, sí, en obras y en palabras" 3, pero sin clientes ni legiones que lucharan por él 4, pudo s^r tenido por rey o, cuándo menos, acusado de tan extrañas ambi- cines?

1 Mt. 13.55.

2 lo. 1,46.

3 Le. 24,19.

4 lo. 18,36.

474

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

El proceso es interesante y guarda estrecha relación con el origen y la historia de esta prerrogativa, título de Cristo fluestro Señor.

Historia»

Por primera vez sale a la luz pública en el episodio de los magos. Fué la primera voz de alarma a la conciencia judía 5, que en su sacudida llegó, también por vez primera, al crimen, arranque de una larga cadena de ellos, todavía sin remachar. Un día la relativa paz de la corte de Hero- des 6 se vió turbada por un peregrino mensaje, del que eran portadores unos hombres llegados de Oriente. Su porte y el lujo de su cortejo revelaban su alta y privilegiada alcur- nia. No era, pues, para tomar a juego su pretensión ni para dejarla morir entre el frío de la indiferencia o de la burla.

Con una seguridad que humanamente podía parecer irresponsable, venían preguntando:

"¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto una estrella en el Oriente y venimos a adorarle" 7.

No tardó en llegar la noticia a oídos del rey. Su policía, ducha en el espionaje más artero, le llevó el soplo del ex- traño suceso, que comenzaba a intranquilizar a toda la ciudad. Sin perder tiempo, tomó las primeras medidas con su habilidad acostumbrada. Reunió "a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo", sus conse- jeros, que seguramente habrían de librarle de aquella per- plejidad.

La cuestión que les planteaba Herodes puede sorpren-

6 Mt. 2,3.

6 Herodes, de origen idumeo, "semijudío", como le llama Flavio; Josefo, fué nombrado rey de los jud'03 el año 40 (a. C), en tiempos de Antonio y Octavio, por un senado-cosulto. Tres años de lucha le costó la posesión del reino y de su capital, Jerusalén. Su reinado está jalonado por una estela de crímenes odiosos y por lagos de sangre. A pesar de sus arrestos y su indudable esplendidez por el embelleci- miento de ciudades como Cesárea del Mar, Samaría, Jericó y robre todo Jerusalén, de cuyo templo puede ser llamado el segundo cons ruc- tor y mecenas, superando bajo algunos aspectos al mismo Salomón: el pueblo nunca le amó. Hubo de sofocar en sangre intrigas frecuen- tes de sus enemigos, Sin embargo, tras un largo reinado de treinta y siete años, pasó a la historia con el título de el Grande,

7 Mt. 2¿,

C.\9. CRISTO REY

475

der a primera vista. Los magos hablaban del "Rey de los judíos". Herodes traduce la fórmula por esta otra: "el Me- sías". Sin embargo, dada la efervescencia nacionalista y religiosa, la equivalencia no era difícil de encontrar; a cualquier enterado se le hubiera venido a las mientes, lo mismo que a Herodes. ¿Dónde había de nacer el Mesías? "Ellos contestaron: En Belén de Judá", y en su abono ci- taron, solemnes y pomposos, el pasaje de Miqueas, donde la predicción estaba terminante.

Todos conocemos el episodio y su trágico desenlace. Sólo una cuestión pudiera interesarnos ahora, aunque tam- poco resulta costoso resolverla. ¿Cómo Herodes y su corte identificaron al rey que buscaban los magos con Jesús recién nacido? Sin duda, el acontecimiento que el arribo de aquellos fastuosos personajes representaba tuvo que ser ruidoso en la aldea de Belén. Los comentarios se correrían hasta la capital. Aparte de que la astucia de Herodes se cuidó de que sus espías llegaran a Belén tras el séquito de los orientales.

Pero ¿tuvo resonancia el hecho? Momentáneamente, quizá. Mas, como tantos otros de la infancia de Jesús, se perdió en el vacío de la frivolidad y de los años. Sin temor puede asegurarse que nadie volvió a recordarlo y que nada influyó en los sucesos posteriores.

Más adelante, ya en la vida pública de Jesús, el pres- tigio de su persona, de su palabra y de sus milagros fué calando en las muchedumbres y despertando en ellas un entusiasmo que en ocasiones llegó a tomar cuerpo en el propósito de proclamar rey al Maestro. San Juan es el único, entre los cuatro evangelistas, que registra este dato como resultado de la primera multiplicación de los panes:

"Y Jesús, conociendo que iban a venir para arreba- tarle y hacerle rey, se retiró otra vez al monte él solo" s.

Positivamente no sabemos que el proyecto se repitiera; pero otra cosa hubiera sido más imposible, supuesta la mentalidad y la situación de aquel pueblo, que en su mi- seria y abandono se le representaba a Jesús "como ovejas sin pastor" 9.

Con todo, los acontecimientos de última .hora permiten adivinar, si no el plan acariciado todavía por las muche-

8 lo. 6,15.

9 Mt. 6,34.

476

LA EMPRESA DE LA REDENCION

dumbres, al menos la previsión de las autoridades judías. Los temores del sumo sacerdote, no sabemos si reales o fingidos, a las represalias de Roma, que determinaron la actitud radical del Sanedrín frente a Jesús l0, pueden ser un síntoma de que el movimiento popular continuaba en pie, como una amenaza. Días después, en la entrada del Señor en Jerusalén, como apuntando el sentido de aquella inesperada apoteosis, resonaron gritos alarmantes, como este recogido por San Lucas:

"Bendito el rey que viene en nombre del Señor" n.

La reacción de los dirigentes la conocemos por este comentario pesimista de un grupo de fariseos:

"Ya veis que no adelantamos nada, ya veis que todo el mundo se va en pos de él" 12.

¿Por qué, sin embargo, en el proceso religioso contra Jesús ni una sola vez, que sepamos, se mencionó este mo- tivo político? Este detalle prueba que los enemigos sabían que Jesús no había condescendido jamás con estas preten- siones extremistas y esporádicas de las muchedumbres. Pero lo más asombroso, después de todo, es que, en el pro- ceso civil de Pilato, la inculpación dominante, la que al cabo triunfó, fué precisamente que Jesús se hacía rey, y con esta bandera alentaba la insurrección del pueblo con- tra el César.

Por estos tortuosos y entrecruzados caminos, como ob- servábamos en uno de los capítulos anteriores, vinieron a tener cumplimie ato los designios de Dios. Sin medir la trascendencia de lo que hacía, Pilato logró dos cosas: arrancar a Jesús la confesión de su realeza rasgo nuevo de su mensaje y declarar él oficialmente, aunque fuera por despecho y por sarcasmo, que Jesús era Rey. Lo único que en aquella catástrofe, entre las ruinas de tantas cosas,

10 lo. 11,47-53.

11 Le. 19,38. San Mateo y Sar. Marcos se hacen eco de otros víto- res, que en el fondo equivalen a este de San Lucas: "Hosanna al Hijo de David" (Mt. 21,9); "Bendito el reino que viene de David, nuestro padre" (Me. 11.10). La fermentación nacionalista palpita en este pe- regrino episodio de la vida de Jesús.

12 lo. 12,19. Tal vez la célebre cuestión sobre el tributo al César, que tanto humilló a los fariseos, obedeciera a esta misma causa. El ambiente psicológico que la provocó parece el mismo que delatan es- tos comentarios. El episodio tuvo lugar el lunes o martes de aquella semana.

C.l$. CRISTO REY

477

quedó enhiesto sobre la cruz, como un reto del cielo a aquel pueblo dei-cida y a la Historia, fué el título trilingüe que había dictado Pilato:

"Este es el rey de los jud!os" 13.

a) La realeza de Cristo en el Antiguo Testamento.

El hecho es éste. Veamos su explicación. En los pri- meros capítulos expusimos largamente cómo una de las facetas más rehvantes de "la Salud" y uno de los rasgos del Mesías eran el carácter de reino y de Rey, tan acen- tuados ambos por los profetas. Abundan, como veíamos allí, los textos del Antiguo Testamento en los qu: no sólo se alumbra, sino se perfila netamente la fisonomía de este reino y de este Rey. A partir, sobre todo, dz la promesa hecha a David, viva siempre en todo pecho judío, según hemos comprobado también, el título de Hijo de David, sinónimo de Rey, hered:ro de aquella promesa divina, será el que reúna, en una sugestiva síntesis, todos los vaticinios relativos al Mesías y a su obra. ¿Para qué repetir íntegra- mente lo que el lector ya conoce? 114

Fuera de Isaías, en cuya profecía el tema del nuevo reino y de la realeza del Mesías tienz un largo catálogo de fulgurantes pasajes, y de Daniel, al que debemos otra indicación taxativa sobre el mismo asunto 15, el libro sagra- do qu: pudiera decirse el libro del Mesías Rey es el Sal- terio. No en vano su autor principal es David, y los de- más, en su generalidad posteriores a él, vivieron ya en el clima espiritual creado por la promesa del Hijo y del trono eterno, hecha mediante Natán 16 al rzy profeta.

Es la época en que la nación mesiánica adquiere la fisonomía de un "reino", el reino de Dios, objeto constante di la predicación de Jesús y blanco de todos los anhelos y de todos los ensueños del pueblo judío. En medio de las tremendas catástrofes que tejen su historia, original y ex- traña, sus esperanzas se cifraban en aquel R_y futuro que

1J lo. 19,19. Seguramente San Juan, testigo ocular, conservó el título original. Los demás evangelistas atienden más bien al sentido (Mt. 27.37; Me. 15,26; Le. 23.38).

14 T. Castrillo, La Iglesia en el Evangelio, p.39-59.

u Dan. 7,13-14. El Hijo del hombre recibe de Dios la investidura de un reino que no tendrá fin. A este texto; aludió Jesús ante el Sa- nedrín (Mt. 26,64).

w 2 Reg. 7,4-17.

LA EMPRESA DE LA KEDENCION

.había de conducirles al desquite total contra sus enemigos. De aquí nacieron, en parte, las mixtificaciones que, al co- rrer de los siglos, como obs:rvábamos más arriba, desfi- guraron la noción auténtica del Rey y de su reino.

El Salterio casi se abre con el anuncio de este gran Rey. He aquí las valientes pinceladas del salmo segundo:

"Y yo por él he sido constituido rey sobre Sión, su monte santo.

Voy a promulgar su decreto: "Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado yo. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra, podrás regirlos con cetro de hierro, romperlos como vasija de alfarero" 17.

Gemelo a este salmo es el 109, que estudiamos parcial- mente en el capítulo anterior. Y no dzja de sorprender que en él la realeza de Cristo va unida a la prerrogativa de su sacerdocio. Sin duda, el centro de gravitación ideológica radica en la figura de Melquisedec, rey y sacerdote; rey de justicia y de paz, dos notas eminentemente mesiánicas, como explicamos en el capítulo segundo. Merece copiarse íntegro:

"Oráculo de Dios a ti, mi Señor: Siéntate a mi diestra en tanto que pongo a tus enemigos por escabel de tus pies.

Extenderá Dios desde Sión tu poderoso cetro:

"Domina en medio de tus enemigos".

"Tu pueblo se te ofrecerá espontáneamente el día

de tu esfuerzo en ornato sagrado.

Serán para ti tus jóvenes guerreros como rocío del

seno de la aurora 18.

17 Ps. 2,6-9. Scbre este salmo véase el c.3 nota 5.

:s La traducción corresponde al texto hebreo en su estado actual. Las versiones griega, alejandrina y latina llamada Vulgata difieren totalmente de aquélla. Y probablemente en este caco, no único, con más autoridad critica que el texto hebreo masoré ico. Véase cómo éstas, trasladando al cielo la escena, traducen el verso tercero:

"Contigo el principado en el día de tu nacimiento entre resplandores de santidad, antes de la aurora, como rocío, te engendré."

Aquí se trata de la generación eterna del Verbo. En el texto he- breo el escenario es completamente terreno: En Jerusalén la muche- dumbre del pueblo y la juventud, numerosa y pura como el rocío de

C. 19. CRISTO REY

479

Ha jurado Dios y no se arrepentirá: eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec". Dios estará a tu diestra, quebrantando reyes el día de

[su ira.

Juzgará a las naciones, llenando la región de cadáveres.

Aplastará cabezas en vasto campo.

Beberá del torrente y por eso erguirá la cabeza."

Baste recordar, aunque después hayamos de recoger algunos de sus rasgos, los dos salmos más bellos, hasta por su aliento poético, dedicados al Mesías Rey: el 44 y el 71, estudiados también en los primeros capítulos; así como el salmo 88, prolijo y movido comentario a la pro- mesa de Natán 19.

b) En los evangelios.

Valgan estas indicaciones y estas citas para dar razón del ambiente ideológico en que se movieron, en cuanto a la realeza de Jesús, su pueblo y sus enemigos. Como se ve, esta actitud respondía a un estado psicológico enraiza- do en las tradiciones nacionales, nacidas de los libros sa- grados y nutridas de la literatura extrabíblica más reciente. Adivinaban la realidad, y, sin ellos saberlo, estas ideas tenían su punto de atracción, objetivo y verdadero, en aquel joven Maestro, ciertamente blanco de todos los pro- fetas, el Mesías Rey de sus esperanzas, "a quien darían obediencia los pueblos", según el arcaico vaticinio del pa- triarca Jacob20.

la aurora, se aprestan al seguimiento de su Rey. El cuadro es bellísi- mo, y sería una magnífica profecía de los ejércitos de Cristo-Rey, prin- cipalmente de las avanzadas de la pureza de los jóvenes cristianos. El nuevo Salterio latino, promulgado por Pío XII el 19 de junio de 1945, generalmente adaptado al texto hebreo, en este verso ha preferido la versión alejandrina a nuestra Vulga'a latina.

19 El mismo tema del salmo 44: la alegoría de unas bodas reales, se trata más ampliamente, con un verdadero derroche de poesía, en el Cantar de los Cantaren. De la realeza de Cristo podría formarse un voluminoso florilegio con los textos del Antiguo Testamento que di- recta o indirectamente rozan el tema. ^

20 Gen. 59,10. Parece mejor esta lectura, conforme al texto hebreo, que la de la Vulgata; "Y él será la expectación o la esperanza de los pueblos", aunque en el fondo no es notable la diferencia. En esta ben- dición del patriarca Jacob, ya moribundo su testamento puede de- cirse— a su hijo Judá, del que había de nacer el Mesías, está en ger- men toda la bella teoría posterior de la realeza del Hijo de David:

"No faltará de Judá el cetro ni de entre tus pies el báculo hasta que venga aquél cuyo es. y a él darán obediencia los pueblos,"

480

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Por contraste, esta realidad, sospechada con mejores o peores intenciones por los compatriotas de Jesús, no fué un secreto dentro del círculo, estricta y reducidamente fa- miliar, de los favorecidos de Dios. Lo veíamos en el capí- tulo cuarto. A la madre de Jesús el ángel del mensaje le anunció expresamente el carácter real de aquel Hijo, a quien ella transmitiría la sangre de David 81 ; por su parte, el padre del Bautista, a la luz divina que aquellos días se vertió a torrentes sobr2 su casa, reconoció en el fruto de su prima al hijo de David, "prometido (de Dios) por la boca de sus santos profetas desde antiguo" 22.

Tal es el panorama que de la realeza de Cristo presenta el Evangelio y tales sus antecedentes históricos. En la cumbre, dominándolo todo, queda la afirmación de Jesús ante Pilato: Yo soy Rey 23.

c) En el libro de los Hechos.

De las profecías y de esta declaración de Jesús, ¿qué nos dicen los escritos posteriores del Nuevo Testamento? Vamos a verlo.

En las primeras páginas del libro de los Hechos han quedado registradas las dos caras, por decirlo así, que, como el lector habrá comprendido, ofrecía entonces y aca- so siempre la realeza de Jesús. El concepto bastardo, humano y carnal en que lo entendieron los judíos, á fuerza ¿2 pegarse a la letra y a la corteza de los vaticinios, y el concepto auténtico que de él tuvieron los profetas y Jesús.

El mismo día de la ascensión, momentos antes, los dis- cípulos dirigen al Maestro está pregunta, candorosa e in- teresada al mismo tiempo, que a nosotros nos hace sonreír: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?" 24 Mas apenas recibido el Espíritu Santo, las cosas cambian por completo. Las primeras palabras de Pedro, la mañana misma de Pentecostés, son para recordar a los judíos la realeza de Jesús, pero en el sentido auténtico de

21 Le. 1,31-33.

22 Le. 1,69-70. Desde el punto de vista de la realeza de Cristo sería interesantísimo un ectudio del "Benedictus".

23 lo. 18,37. A est rotunda afirmación equivale el hebraísmo con que Jesús respondió a Pilato: "Tú dices que yo soy rey." "Tú lo has dicho", según la redacción más lacónica de San Marcos (15,2); o "Tú lo dices", según la de San Mateo (27,11) y la de San Lucas (23,3). 74 Act 1,6,

C.19. CRISTO REY

481

las profecías y del Evangelio. La noción de la Iglesia sobre esta prerrogativa de Jesús se fijó entonces para siempre:

"Pero, siendo profeta (David) y sabiendo que Dios lo había jurado solemnemente que un fruto de sus en- trañas se sentaría sobre su trono, le vió de antemano y habló de la resurrección de Cristo... Tenga, pues, por i cierto toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado."

Ésta es la realidad; pero su sentido lo dan estas otras palabras con que Pedro responde a la pregunta de los pri- meros creyentes: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?"

"Pedro les contestó: Arrepentios y bautizaos en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros peca- dos, y recibiréis el don del Espíritu Santo" 25.

No menos interesante es la interpretación del salmo segundo, cuyo carácter y asunto conocemos, que se lee po- cas páginas más adelante. Pedro y Juan, tras el milagro de la curación del tullido 26, fueron echados en la cárcel hasta que a la mañana siguiente el Sanedrín tomara una determinación. Se adivinan la inquietud de la Iglesia y su júbilo ante la vuelta inesperada de los dos apóstoles. Fru- to de este doble efecto fué la maravillosa oración que "a una, levantando la voz", dirigieron al Señor. Sobre ella aletea la realeza de Cristo:

"Señor, que hiciste el cielo y la tierra, el mar y cuan- to en ella hay, que por boca de David, tu siervo, dijiste:

"¿Por qué braman las gentes y los pueblos meditan cosas vanas? Los reyes de la tierra han conspirado y los príncipes se han federado contra el Señor y contra su Cristo.*'

En efecto, juntáronse en esta ciudad contra tu siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para ejecutar cuanto tu mano y tu consejo hab;an decretado de antemano que sucediese. Y ahora, Señor, mira sus amenazas y da a tus siervos hablar con toda libertad tu palabra, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús" 27

25 Act. 2.30-38. 28 Act: 3,1-11.

71 Act. 4,24,31. Tomando el texto a la letra, creeríamos que la ora- ción salió, por un milagro de inspiración un caso carismático , de la-

Jesucristo Salvador

10

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LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

d) En las Cartas de San Pablo.

En los escritos de San Pablo la doctrina de la realeza de Cristo no es llamarada deslumbrante como otras: la inutilidad de la Ley, el misterio de nuestra incorporación a Cristo, la redención, por ejemplo, sino luz difusa de un dorado atardecer, que les presta el encanto de un suave y cálido resplandor. En efecto, la realeza de Cristo tiene en el Apóstol un singular testigo y un intérprete de una justeza magistral.

San Pablo, en la misma línea de los profetas y el libro de los Hechos, no olvida la sangre real de Jesús, por su linaje humano, como hijo de David 28, ni su investidura como Rey, en virtud de su filiación divina 29; subrayando así las dos fuentes de esta realeza, como Dios y como Hombre. Hijo del "Rey de reyes y Señor de los señores" 30, por su generación eterna, y aun como hombre, en virtud de la unión hipostática; Hijo de reyes, además, en cuanto a hombre, por su generación temporal "según la carne".

A estos dos títulos de origen añade el Apóstol otro más, que puede desdoblarse: la munificencia amorosísima del Padre en recompensa a la obediencia y abnegada su- misión del Hijo 31 y el derecho de rescate y de conquista, a precio de sangre, mediante el cuál Cristo purificó "para un pueblo que fuese suyo", su "pueblo peculiar" 32.

La realeza entraña, por una parte, la superioridad y el poder del que la posee, y, por otra, el sometimiento ren- dido de aquellos sobre los que se ejerce. Pues bien, nin- guno como San Pablo ha insistido tanto, hablando de Cris- to, en estas dos realidades correlativas.

"Todas las cosas han sido creadas por Él y para Él" 33;

bios de todos los reunidos. Pero lo más verosímil es, o que los após- toles iban delante, repitiendo los fieles sus palabras, o que la pronun- ció sólo Pedro y la Iglesia hizo suya la oración con el "Amén" li- túrgico. De hecho la oración lleva el sello inconfundible del estilo y de las ideas de San Pedro en los discursos que de él nos dan los ca- pítulos anteriores de los Hechos. La oración es conmovedora. Dios aprobó aquellos sentimientos rubricándolos con un portento: "Y des- pués de haber orado, tembló el lugar en que estaban" (v.31). 28 Rom. 1,3.

89 Heb. 1,8, citando el salmo 44.

30 1 Tim. 6,15.

31 Phil. 2,9-11.

32 Tit. 2,14.

;'3 Col. .1,10. La Vulga ta. latina no expresa bien este matiz de fina-

C.19. CRISTO KhY

la poderosa energía de Cristo es capaz "de subyugar a todas las cosas"34; más aún: toda la creación, la visible y la invisible, en su infinita variedad y riqueza, tiene en Cristo su cúspide y su centro, su principio de unidad y de cohesión; todo está bajo Él, todo "se recapitula en Cris- to" 35; "coronado de gloria y honor", domina plenamente en el mundo de la naturaleza y de la gracia, "pues al so- meter a Él todas las cosas, nada dejó (Dios) no sometido a Él" 3G. De esta forma tan bella el Apóstol aplica a Cristo lo que el salmo canta del hombre, rey de la creación. La corona es el símbolo de los reyes y de los triunfadores; ambas cosas es Cristo; vencedor de la muerte, por su muer- te, ahora triunfa y reina sobre la tierra y el cielo, coronado de gloria y honor.

Y a esta grandeza y poderío universal de Cristo res- ponde nuestra categoría de súbditos, "como siervos de Cristo" 37 o "como soldados" suyos, según otra vigorosa expresión del Apóstol 3S; sin otra preocupación ni otro afán que "servir a Cristo, el Señor" 39, cual conviene a quienes saben que tienen Señor en el cielo" 40.

Señor es el título de Cristo preferido por San Pablo. Nunca le llama Rey, tal vez por un caso de atavismo bíbli- co; pero es evidente que el término en sus labios equivale al nombre de Dios y de Rey. La brillante apoteosis de la Carta a los Filipenses, tan divulgada por la liturgia de la Iglesia, parece un traslado, a lo divino, de la entronización del rey en el más fastuoso de los imperios. En primer pla- no, Cristo, "soberanamente exaltado" por Dios, tras la hu- millación de su vida y de su muerte, recibiendo "el nombre que es sobre todo nombre", es decir, el poder, la majestad, grandeza, como en las clásicas visiones del Apocalipsis. En segundo término, la adoración y el acatamiento "de los seres celestes y de los terrenales y de los infernales", que la acatan "doblando la rodilla". Y sobre este cuadro im- ponente y maravilloso, el cántico de todas las criaturas

Hdad o de tendencia, que es diáfano en el texto griego original. En vez del "in ipso", en él"', estaría en su punto el acusativo de movi- miento "in ipsum", "para él".

34 Phil. 3,21.

35 Eph. 1,10

38 Heb. 2,5-9. Aplicación del salmo 8. 71 Eph. 6,6. 38 2 Tim. 2,3. 30 Col. 3,24. 40 Col. 4,1.

484 LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

"confesando que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre" 41 . ¿Qué poeta romano imaginó jamás un ditirambo tan bello para honrar a su emperador? Véase, sin embargo, cómo, en el máximo esplendor de la realeza de Cristo, San Pablo no encuentra otro nombre más a tono con la gloria del momento que este de Señor.

Decíamos que el Apóstol no da una sola vez á Cristo el título de Rey, y debiera matizarse esta afirmación. Cier- tamente el parangón entre Melquisedec y Cristo, que ex- pusimos en el capítulo anterior, se apoya, en parte, sobre el título de Rey, que implica el nombre mismo de aquel original personaje y su mismo oficio de rey. San Pablo ahonda hasta lo inverosímil en esta cualidad de aquel tipo de Cristo, hasta descubrir plenamente la bella relación con éste, que es, como aquél, y con más verdad que él, "Rey de justicia y Rey de paz" 42.

Como Rey, Jesús tiene su reino, y a éste se refiere ex- plícitamente San Pablo; la impureza, dirá en una ocasión, "no tiene parte en la herencia del reino de Cristo y de Dios" 43 ; y en otra instará a su discípulo Timoteo a cum- plir con fidelidad el ministerio de la palabra, conjurándole, <con una fórmula de extraña solemnidad, por el adveni- miento de Cristo "y por su reino" 44.

Y si Homero, en una delicada sugerencia, llamaba a los reyes "pastores de pueblos", San Pablo da también a "Je- sús, el Señor nuestro", el título, cargado además de reso- nancias bíblicas, de "Gran Pastor de las ovejas" 45.

c) En el Apocalipsis.

Más explícito que San Pablo se muestra San Juan en el Apocalipsis cuando llama a Cristo "Príncipe de los reyes de la tierra" 46, o cuando pone en boca de los bienaventu- rados este misterioso grito de triunfo: "Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo, y reinará

41 Phil. 2,9-11.

42 Heb. 9,1-2.

43 Eph. 5,5.

44 2 Tim. 4,1. San Pedro habla también del "reino eterno de nues- tro Señor y salvador Jesucristo" (2 Petr. 1,11), e igualmente de la gloria y "el imperio de Cristo" (1 Petr. 4,11). Lo mismo que el apóstol San Judas en su Carta (v.25).

46 Heb. 13,20. a Ap. 1,5.

C.19. CRISTO REY

por los siglos de los siglos" 47 . Y, finalmente, en esta es- tampa primorosa, con sabor áz batalla y de victoria:

"Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que le montaba es llamado Fiel, Verídico, y con jus- ticia juzga y hace la guerra. Sus ojos son como llama de fuego, lleva en su cabeza muchas diademas, y tiene un nombre escrito, que nadie conoce sino él mismo, y viste un manto empapado en sangre, y tiene por nombre Ver- bo de Dios. Y le siguen los ejércitos celestes sobre ca- ballos blancos, vestidos de lino blanco, puro. Y de su boca sale una espada para herir con ella a las naciones, y Él las regirá con vara de hierro, y Él pisa el lagar del vino del furor de la cólera de Dios todopoderoso. Y tiene sobre su manto y sobre su muslo escrito su nom- bre: Rey de reyes, Señor de señores" 4S.

Teología de esta realeza*

Además de este aspecto histórico, la realeza de Cristo tiene, naturalmente, su teología, a la que vamos a consa- grar el resto de este capítulo, sigui2ndo los pasos del papa Pío XI en su luminosa encíclica Quas primas, del 1 1 de diciembre de 1925, por la que estableció en la Iglesia la festividad de Cristo Rey 49.

47 Ap. 11,15.

48 Ap. 19,11-16. Los rasqos de este incomparable retrato son todos del más rancio linaje bíblico. Isaías y los Salmos han prestado a San Juan sus más vivos colores. Las recias pinceladas del manto empa- pado en sangre y d:l lagar pisado son ecos de aquella descripción no menos impresionante de Isaías: "¿Quién es aquel que avanza enro- jecido, con vestidos más rojos que los de un lagarero, tan magnífica- mente vestido, avanzando en toda la grandeza de su poder? Soy yo el que habla de justkia, el poderoso para salvar. ¿Cómo está, pues, rojo tu vestido, y tus ropas como las de los que pisan en el lagar? He pisado en el lagar yo solo y no había conmigo nadie de las gen- tes. He pisado con furor, he hollado con ira, y su sangre salpicó mis vestiduras y manchó mis ropas" (Is. 63,1-3). El título "Rey de reyes y Señor de señores", que en realidad no es más que una forma su- perlativa hebrea, como Cantar de Cantares, es una repetición de Ap. 17,14. En el Antiguo Testamento aparecen las dos fórmulas, pero disociadas. "Señor de señores" en Dt. 10,17; Ps. 135,3. El título "Rey de reyes" lo usaban a veces los monarcas orien ales, como el Nabucodonosor de la Biblia, según se ve en Ez. 26,7. La primera vez que en el Antiguo Testamento "Rey de reyes" se dice del verdadero Dios es en 2 Mach. 13,4 Una síntesis o combinación de ambos, "Se- ñor de reyes", aplicado por Nabucodonosor al Dios de Daniel, se lee en la profecía de éste (2,47). El título completo como propio de Dios se encuentra, según vimos más arriba, en San Pablo (1 Tim. 6,15).

49 AAS 17 (1925),

LA EMPRESA DE LA REDENCION

Y lo primero que ocurre preguntar es: ¿En qué sentido Jesucristo es Rey? Ante todo puntualicemos los términos. Al hablar de Cristo, claro es que la cuestión no puede limitarse al Verbo. Cristo, como Dios, igual al Padre en su misma esencia y en todos los atributos divinos, posee, como Él, el supremo poder y dominio sobre todas las cosas que vinieron al ser por su acción creadora 50.

Se trata, pues, de Cristo .hombre, es decir, del Verbo encarnado. Más aún: en cuanto hombre, bien entendido, sin embargo, que la naturaleza humana no es la razón de este privilegio, o, lo que es lo mismo, que la realeza com- pete a la humanidad adorable de Cristo, no por la huma- nidad, sino como consecuencia de la unión hipostática y en atención, digamos, a la Persona del Verbo, cuya es y a la que está substancialmente unida 51.

Alcance de esta prerrogativa:

a) Título de excelencia.

Volviendo a otro lado la consideración, conviene de igual suerte concretar el sentido de la palabra "rey". En el lenguaje corriente de todos los pueblos y de todas las épocas, está palabra tiene una significación metafórica, le- gitimada por el consentimiento universal. La recuerda tam- bién Pío XI. Desde este ángulo de mira, el título de rey es un título de excelencia, de superioridad no de poder en una línea determinada, o de un conjunto de ellas, y hasta en la integridad de las perfecciones de un ser. Ha- blamos del "rey de la épica", del "rey de la tragedia, de la música, de la filosofía, de la teología", y todos sabemos que estamos hablando de Homero, de Sófocles, de Bach, de Platón, de Santo Tomás...

50 Ene. Quas primas l.c.

51 Esto no está en contradicción con lo que antes hemos indicado acerca de la sangre real de Jesús. Es verdad que era hijo de reyes y que la sangre de David corría por sus venas. Pero no es en este plano en el que Cristo es Rey. Ni la promesa de David ni su trono eterno tenían un puro valor terreno. Hijo de David según la carne, sería Rey con una verdad de otro orden más alto y más trascendente y su reinado no tendría fin, porque el Hijo de David sería el Cristo, el Hijo de Dios, en virtud de la "unión hipostática". Por esta razón, aun siendo hijo, sería Señor del mismo David, como hizo notar el mismo Jesús a los judíos, arguyéndolos con aquella expresión del sal- mo 109: "Dijo el Señor a mi Señor..." (Mt. 22,41-46; Me. 12,35-37; Le. 20,41-44).

C.l 9. CRISTO REY

487

Aun así, Cristo es Rey. Lo reclama la incomparable "excelencia con que aventaja a todas las cosas creadas" 52. Reina Cristo sobre las inteligencias, no tanto por la pe- netración de su mente y por lo inmenso de su sabiduría, cuanto porque Él mismo es la verdad, de la que los hom- bres, como de fuente, han de bebería, aceptándola sin re- servas y sin evasivas. Reina sobre las voluntades, no sólo porque su voluntad humana, en perfecta armonía con la divina, atesoró la más grande santidad, sino porque de tal manera con su gracia y su inspiración somete las nues- tras, que nos capacita para las más nobles empresas. Reina sobre los corazones por aquella infinita caridad, benigni- dad y mansedumbre con que arrebata las almas, en un incendio de amor que ningún otro, ni antes ni después, ha levantado ni levantará entre los hombres 53. En esta soberana grandeza de Cristo, en esta maravillosa perfec- ción y santidad, en esta hermosura sobre toda hermosura, tenía puestos los ojos San Pablo al escribir que Cristo era la cumbre y la superación, síntesis y corona, de todas las cosas creadas del cielo y de la tierra.

b) Rey en sentido propio.

Mas la realeza de Cristo no se circunscribe a esto so- lamente. La palabra "rey" tiene, además, un sentido pro- pio y específico, que supone un triple poder: legislativo, judicial y ejecutivo, "sin el cual apenas se concibe el prin- cipado" r>4. Esta noción jurídica de la realeza en orden al régimen supremo de una sociedad perfecta, postulado fun- damental del derecho político y social, se ajusta íntegra- mente a la prerrogativa de Cristo que la Teología expresa al apropiarle el título de Rey.

1 ) Poder legislativo de Cristo.

Cristo no es sólo Redentor de los hombres, en quien éstos han de poner toda su confianza, sino Legislador que exige nuestra obediencia. "Los evangelios dice Pío XI se complacen no tanto en narrar que promulgó leyes cuán- to en presentarle legislando" 55.

62 Ene. Quas primas: l.c.

63 Ib. En este sentido la Iglesia le llama "Rey y centro de todos los corazones" (letanías del Sagrado Corazón de Jesús),

KJ TI 1

488

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

a ) El Evangelio, código maravilloso.

El Evangelio es un código admirable, de originalidad sorprendente por igual en la forma que en el fondo. La vida religiosa y moral de la humanidad reciba de él un impulso nuevo, una nueva orientación, que divide su .his- toria en dos etapas radicalmente distintas. San Pablo pudo decir justamente que "en Cristo todo se ha hecho nuevo" 56.

Aun en aquellos casos en que, como no podía menos de suceder, recoge preceptos antiguos o de derecho natu- real, es para infundirles un espíritu renovador que los transforma; lo que hace, dice el mismo Jesús, "todo sa- bio en la ley, que, como el amo de casa, de su tesoro saca lo nuevo y lo viejo" 57. El vino viejo que merecía guar- darse lo echó en los odres nuevos de su Evangelio 58; sus preceptos fueren no remiendo nuevo en el paño añoso y gastado de la antigua economía 59, sino aquel vestido nue- vo, rozagante como túnica nupcial, de que habla el propio Jesús en una de sus parábolas 60.

P ) Asombro de unidad.

Quien lea atentamente el Evangelio no tardará en per- suadirse de que no hay materia ni aspecto de la vida, no sólo en el orden sobrenatural, sino en su misma proyec- ción humana, que pueda decirse al margen de esta previsión legisladora de Cristo. En la unidad de la conciencia y de la personalidad humanas participan todos nuestros actos de la vitalidad y de la savia vivificante que Jesús ha depo- sitado allí merced a la fecundidad de sus principios fun- damentales, a los que nada puede substraerse.

Y esta característica de la unidad se extiende hasta la unidad más exterior de sus preceptos, tan prodigiosamente nueva y asombrosa, que no podrá encontrársele paralelo en ninguna otra codificación moral, religiosa o jurídica.

A nadie, fuera de Cristo, se le ha ocurrido afirmar que toda su ley se cifra en estas dos leyes trascendentales: el amor a Dios y el amor al prójimo. Síntesis todavía más desconcertante para la mentalidad corriente de los hom*

2 Cor. 5,17. Mt. 13,52. Le. 5,37-38. Le. 5,36. Mt, 22.1?

C.19. CRISTO REV 489

bres cuando se analiza a fondo esta frase de Jesús: "El segundo mandamiento amar al prójimo es semejante al más grande y primero amar a Dios " 61, cuyo alcance fijó San Juan en la identificación dz ambos conceptos, dan- do, además, al segundo el extraño valor de único criterio para controlar y comprobar el cumplimiento del prime- ro 62, y San Pablo llevó más al extremo, al decir que "quien ama al prójimo ha cumplido plenamente la Ley" M.

y) Cristo, superior a Moisés.

Como legislador, Jesús está muy por encima de Moi- sés, cuya autoridad y prestigio eran intangibles para todo judío. San Pablo aborda este sugestivo tema en un céle- bre pasaje de la Carta a los Hebreos, aunque apenas se contentó con desflorarlo. Conforme á su habitual proce- dimiento, establece primero una comparación entre los dos, que termina en una vigorosa y razonada antítesis, en la que Jesús resulta ventajoso, con la diferencia que existe entrz un criado y un hijo.

Moisés, apóstol, esto es, enviado de Dios, cumplió fiel- mente su misión de testigo y transmisor "de las cosas que S2 habían de decir"; frase de una densidad admirable, que expresa toda la obra legislativa, base de la Antigua Alian- za, y figura del futuro mesiánico umbra futuri , en el- que aquélla había de transformarse, como la flor en su fruto 64. Jesús es también Apóstol de nuestra fe. Pero en la casa de Dios, donde Moisés no fué más que un criado, Jesús es el Hijo "en su propia casa". Por eso "ha sido juzgado digno de mayor gloria en comparación de Moi- sés" 65 .

La prueba histórica de esta superioridad de Cristo so- bre el legislador hebreo, demostración incontestable, ade- más, de su poder legislativo, es el "sermón de la Monta-

61 Mt. 22,39.

62 1 lo. 4,20-21.

63 Rom. 13,8. Es realmente significativo este texto del Apóstol: "A nadie quedéis debiendo nada, si no es el amaros los unos a los otros; porque el que ama al prójimo ha cumplido la ley. Porque aquello de "No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no codiciarás, y si algún otro mandamiento hay, en esta palabra se recapitulan, es a saber:. "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". La caridad no hace mal prójimo. Plenitud, pues, de la ley es el amor" (Rom. 13,8.10).

64 Gal. 3,23-25. * Heb. 3.1-6.

490

La empresa de La redención!

ña", que, al menos en la redacción de San Mateo, presenta una distribución ordenada y sistematizada de materias.

Jesús mismo, según veíamos en el capítulo octavo, tuvo conciencia de esta superioridad suya sobre Moisés. El ve- nía á perfeccionar la Ley, y frente al gran legislador pre- senta la elevada concepción de sus propios mandatos. Y así la Ley de Cristo reviste una doble ventaja sobre la antigua: su propio valor y la autoridad de su autor. "Se os ha dicho..., mas yo os digo", irá repitiendo Jesús, con una significativa insistencia, sin temor a la audacia de es- tas fórmulas y a las innovaciones en aquel ambiente re- ligioso y social, que todo lo subordinaba a la Ley.

8 ) Exige nuestra obediencia.

No hace falta traer a cuento la legislación de Jesús. En gran parte la comentamos en el capítulo 14, al que ahora nos remitimos. Importa más recoger, para glosarla y confrontarla con la enseñanza de Jesús, la indicación de Pío XI acerca de la obediencia que los hombres debemos a sus mandatos, que es lo que toda ley y todo legisla- dor recaban imperiosamente de sus súbditos 66.

Efectivamente, la necesidad de obedecer sus mandatos es la última recomendación de Jesús a sus apóstoles y una de las cláusulas más importantes de su testamento:

"Id, pues, y enseñad a todas las gentes... enseñándo- las a observar todo cuanto yo os he enseñado" 67.

Esto no debe extrañar á quien, a través del Evangelio, ha seguido de cerca la predicación de Jesús. Él mismo, como hemos podido contrastar en varias ocasiones, no hizo durante su vida otra cosa que cumplir puntualmente la voluntad de su Padre. Y está misma actitud con relación a mismo reclama de nosotros. No busca la admiración y el embeleso platónico ante sus enseñanzas por lo que tengan de sugerentes y de bellas. Por encima de los víncu- los de la sangre colocó un día otra afinidad más efectiva y más estimada por Él: la obediencia a la voluntad de su Padre, de la que Él mismo era heraldo y revelador.

66 El imperio es nota esencial de toda ley. Por eso supone autori- dad en el legislador, y en los súbditos la obligación correlativa de la sujeción y del cumplimiento. Sin esto la autoridad sería irrisoria y la ley completamente inútil y vacía.

6T Mt. 28,19-20.

C.19 CRISTO REY

491

"¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?... quien quiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi ma- dre" «

Veíamos también en qué medida recaba nuestro amor: más que a los padres, a los hermanos, a los hijos y a la vida, debemos amarle a Él ü9. Todo en Jesús estuvo mara- villosamente combinado para arrancarnos casi inevitable- mente nuestro amor. Él hizo todo lo posible para hacerse amar de los hombres, como mendigando nuestro corazón y nuestro afecto. A Pedro, antes de confiarle su Iglesia —lo que Jesús tanto amaba , no le puso otra condición sino que le amara más que los otros apóstolesi 70. A pesar de todo, el amor que buscaba Jesús, el que exige imperio- samente, es un amor nuevo, un amor nutrido de obediencia :

"No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre... Aquél, pues, que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente, que edifica su casa sobre roca... Pero el que me oye estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edificó su casa sobre arena..." 71

Nos pide, pues, Jesús un amor de obediencia; como nuestra obediencia a su palabra debe ir impregnada de amor.

2) Poder judicial.

En cuanto a- la potestad judicial, es cierto, como afir- ma Pío XI 72, que Jesús la recabó para si, según consta en el cuarto evangelio 73.

a) Una profunda página de San Juan.

Este pasaje de San Juan goza de una celebridad ex- traordinaria por la riqueza de su contenido y por las di- ficultades exegéticas de que está erizado. La ocasión se la deparó a Jesús la reacción de sus enemigos de Jerusa-

68 Mt. 12,48-50.

69 Mt. 10,35-39.

70 lo. 21,15-17.

11 Mt. 7,21.24.26; Le. 6,47-49.

13 Ene. Quas primas: l.c.

78 lo. 5,19-30.

492

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

lén ante el milagro del paralítico de la piscina un día de sábado.

Hay que tener en cuenta qu? no se trata de un discurso perfilado según las normas literarias. Si bien es verdad que las líneas generales son diáfanas, lo es también que las -circunstancias y el mismo tono dzl discurso, polémico unas veces, otras compasivo, imponen al pensamiento de Jesús algunas como desviaciones del tema fundamental, dando lugar a ciertos episodios secundarios, aunque nun- ca ajenos del todo a la cuestión.

P') Un poco de exegesis.

El punto de partida es la discusión acerca del sábado. Jesús había dicho que el Hijo obra lo mismo que el Padre, sin limitación de tiempos ni de días T4; pero en el discurso el horizonte se agranda y se generaliza. El Hijo obra en todo como el Padre, y la razón es que el Padre, amando como ama al Hijo, no guarda para Él ningún secreto 75. De aquí proceden sus obras: las que han visto, y en es- pecial el milagro, motivo de la controversia, y las que ve- rán algún día, porque el Padre le ha conferido mayores poderes y realizar obras más grandes 76.

Un doble poder ha recibido el Hijo: el pod^r vivifi- cante y el poder de juzgar 77 . Tal es el tema de esta parte del discurso de Jesús, que nos interesa analizar para nues- tro propósito.

Mas ¿qué relación existe entre una y otra potestad? No parece obscuro el pensamiento de Jesús. Su capacidad vivificante puesto que Él es la Vida mira primordial- mente a la vida de la gracia, a la resurrección de las al- mas, antes muertas por el pecado. Pero esta plenitud de vida y esta eximia eficacia vivificadora hacen que áz las almas, como desbordándose, la vida rebose hasta la mis- ma carne. Y en este punto puede decirse que la mirada de J~sús abarca la idea de la resurrección en un sentido intearal.

Este poder de Cristo se manifiesta palpablemente en su dominio sobre las enfermedades y sobre la muerte, como en el caso de Lázaro, y habrá de culminar en la resurrec-

74 Ib., v.17.

15 Ib., v.19 y 20.

T< Ib., v.20.

" Ib., v.21 y 22.

C.19. CRISTO REY

493

ción general; pero todo esto no es más que un símbolo o, como insinuábamos antes, una exuberante extensión de la resurrección espiritual de las almas.

La resurrección general en el último día era más fami- liar a la tradición bíblica y judía; por eso discurre más a flor de tierra en las palabras de Jesús que evocan clara- mente la idea del juicio en sentido propiamente escato- lógico 78. No resulta, pues, extraña la asociación de estos dos poderes de Jesús, el vivificante y el judicial.

Y ) El Padre ha dado al Hijo el poder de juzgar.

La primera alusión a este último envuelve ciertamente alguna obscuridad; mas no es que niegue al Padre el poder de juzgar, pues aun esto lo llevará a cabo el Hijo bajo la iniciativa del Padre 79; lo que dice sencillamente Jesús es que, como el Padre no juzga, "ha dado al Hijo todo el poder de juzgar" so. Poco más adelante volverá sobre la misma idea;

"y le dió al Hijo el poder de juzgar, por cuanto Él es Hijo del hombre" 81

Notemos está última cláusula. Parece indicar que, sien- do el juicio el último acto de la historia de la humanidad redimida por Cristo, así como éste murió por salvarla, de- berá juzgar a los que rechazaron la salud. Un hombre murió por los hombres, un hombre los juzgará; en ambos casos un Hombre-Dios, Cristo Jesús 8'2.

El rasgo final acentúa todavía el carácter escatológico de este juicio de Jesús. Tras la resurrección general, en virtud del poder vivificante de Cristo, a cuya voz se abri-

78 Ib., v.21. 22.26.27.28.29.

19 Ib., v.30: ' Yo no puedo hacer nada por mismo* según le oigo y juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió."

80 Ib., v.21.

81 Ib., v.27.

82 Tal vez tenga conexión con esta idea la promesa de Jesús a sus apóstoles de que el día del juicio se habrán de sentar con él "para juzgar a las doce tribus de Icrael" (Mt. 19.28). Los apóstoles fueron los cooperadores de Cristo en su obra vivificadora y de resurrección de las almas; ellos participarán también del poder de juzgar a los que no quisieron creer. San Pablo (1 Cor. 6,2-3) extiende este privilegio a todos los fieles; la misma idea parece insinuarse en el Apocalipsis (24,4).

494

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

rán los sepulcros 83, el juicio, descrito de una sola pince- lada, que recuerda el cuadro más perfilado y completo del primer evangelio hasta por la mención expresa de las bue- nas y malas obras 84.

A medida que avanza el discurso, va haciéndose más visible la antítesis entre la vida conferida por Cristo y el juicio; antítesis del todo transparente en esta última con- traposición: "Y saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal para la resurrección del juicio" 85. Y, efectivamente, este matiz, digamos peyorativo, de juicio condenatorio es el que corrientemente ostenta la palabra "juzgar" en los textos del Nuevo Testamento.

8) Eco de esta doctrina en San Pablo.

Lo mismo que San Juan, el apóstol San Pablo atribuye a Jesús el poder judicial:

"Todos nosotros dice a los Corintios hemos de apa- recer de manifiesto delante del tribunal de Cristo" S6.

Y en su discurso en el areópago de Atenas, ante aquel auditorio pagano y frivolo, lanzará esta misma idea, sin haber nombrado todavía a Jesús:

"Y Dios... intima ahora en todas partes a los hom- bres que se arrepientan, por cuanto tiene fijado el día en que juzgará a la tierra con justicia, por medio de un Hombre, a quien ha constituido juez, acreditándole ante todos por su resurrección de entre los muertos" 87

3) Poder ejecutivo.

Mas como la sentencia sigue al juicio, por ser cosas

83 lo. 5,28. El dato trae a la memoria aquel texto de San Pablo (1 Thes. 4,16); "Porque el mismo Señor, con voz de mando, al grito del arcángel y al son de la trompeta de Dios..., y los muertos en Cris- to resucitarán."

84 Mt. 25.31-46.

85 lo. 5,29.

80 2 Cor. 5,10. La Vulgata menciona, acaso por atracción de este primer texto, el tribunal de Cristo en Rom. 14,10; pero la lectura crí- ticamente más aceptable es: "ante el tribunal de Dios", como parece además exigirlo la razón alegada por el Apóstol: "Así que cada cual de nosotros dará cuenta de a Dios" (v.12).

87 Act. 17,30-31.

CA9. CRISTO REY

inseparables, al decir de Pío XI 88, Cristo será quien dicte el veredicto de salvación o condznación a los hombres. Es la escena, que ya conocemos, pintada con tan vivos colo- res por el evangelista San Mateo, y cuyo primer acto se describe poco antes, con luz de apoteosis, en estas pala- bras finales del discurso escatológico:

"Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hom- bre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Y enviará a sus án- geles con poderosa trompeta y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos desde un extremo del cielo hasta el otro" s9.

El mismo pasaje de San Mateo atestigua la com- probación terminante del poder de ejecución, tercer ele- mento, que, con Pío XI, señalábamos a la realeza o su- prema potestad de jurisdicción. La eficacia insoslayable de la sentencia de Cristo se trasluce en este epifonema final:

"E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eter- na" 90,

que en su concisión encierra toda la energía de este otro texto de San Pablo, acaso más impresionante y fuerte de color:

"... en la revelación del Señor Jesús, cuando vendrá desde el cielo con los ángeles de su poder en fuego lla- meante, y tomará venganza de los que no conocen a Dios y no dan oídos al Evangelio 91 del Señor nuestro Jesús; los cuales pagarán la pena con perdición eterna ante la presencia del Señor y ante la gloria de su fuerza, cuan- do viniere, en el día aquel, a ser glorificado en sus san- tos y mostrarse admirable en todos los que creyeron" 92.

88 Ene. Quas primas.

89 Mt. 24,30-31. El cortejo de los ángeles, mencionado aquí como en 25,31, aparece también en San Pablo (2 Thes. 1,7).

90 Mt. 25,46.

91 Indudablemente en este espléndido pasaje vibra el eco de aque- llas palabras de Je:ús: "Id por todo el munc'o y predicad el Evange- lio...; el que no creyere se condenará" (Me. 16,16). También está a flor de tierra el parentesco con las dos sentencias de Jesús, conser- vadas por San Mateo. A esta misma escatología tan viva, como se ve, en la conciencia de la primitiva Iglesia, alude San Pedro en el discur- so de Cesárea (Act. 10,42): "(Cristo) ha sido constituido por Dios juez de vivos y muertos."

82 2 Thes. 1,6-10.

496

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

a) Aun en esta vida.

El papa Pío XI sugiere una idea, a la que los teólogos no suelen prestar atención, y que, sin embargo, debe me- ditarse. En virtud de su poder judicial, Cristo, dice el Papa, puede decretar premios y castigos a los hombres, "aun en esta vida" 93, sin esperar al juicio individual des- pués de la muerte, del que habla San Pablo 94, o al uni- versal, el único con que hasta aquí habíamos tropezado en los textos del Nuevo Testamento.

El pensamiento de Pío XI es lógico, supuesto el poder de Cristo. Acaso la Historia está llena de estas interven- ciones del divino Juez, aunque a nosotros nos resulte im- posible o muy difícil comprobarlas por falta de datos.

En el salmo segundo veíamos que entre los poderes otorgados por Dios al Rey Jesucristo se enumeraba el de "romper a sus enemigos como a vasijas de barro", que, a pesar de su tremenda dureza, no hay por qué limitar al orden espiritual. Tanto más cuanto que la historia del pue- blo judío antes de Cristo viene a ser bajo este aspecto la más soberana lección de la Providencia.

P ) El caso del pueblo judío.

Y he aquí, en efecto, un caso el del pueblo judío perennemente actual, como con lágrimas y hondo desga- rro de su corazón lo comenta San Pablo 95, en el que la comprobación de este poder de Cristo es profundamente aterradora en su viva realidad histórica. Ab uno disce omnes; un botón de muestra es suficiente, diríamos con el poeta latino 96.

Y, aun dejando a un lado esta amplitud del proble- ma, no sin una súplica ardiente a Jesucristo en favor de este pueblo, "de quien Él es, según la carne" 97, y "cuyas son las promesas" 98, de que nosotros por la bondad de Dios participamos, volvamos los ojos a la primera mani- festación del poder de Cristo contra aquel pueblo, que un día, ebrio de odio y de locura, pidió a gritos ante el pa-

93 Ene. Quas primas.

w Heb. 9.27.

65 Rom. 9,1-11,36.

86 Virgilio, Eneida, canto 2.

m Rom. 9,5.

C.19. CRISTO REY

497

lacio de Pilato que la sangre del Inocente "cayera sobre ellos y sobre sus hijos" ". .

La sentencia de Jesús estaba clara y terminante. San Lucas la recogió, según vimos en uno de los capítulos pre- cedentes. La reiteró, dentro de la semana de su pasión, en el discurso llamado escatológico, al que también más de una vez hemos aludido. Vale la pena trasladar el es- peluznante texto de San Lucas, que no puede leerse sin estremecimientos y sin experimentar una sensación de an- gustia:

"Cuando viereis a Jerusalén cercada por los ejércitos, entended que se aproxima su desolación. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; los que estén en medio de la ciudad, ret.rense; quienes en los campos, no entren en ella, porque días de venganza serán aqué- llos para que se cumpla todo lo que está escrito. jAy entonces de las encintas y de las que estén criando en aquellos días! Porque vendrá una gran calamidad sobre la tierra y gran cólera contra este pueblo. Caerá al filo de la espada y serán llevados cautivos entre todas las naciones, y Jerusalén será hollada por los gentiles hasta que se cumplan los tiempos de las naciones" 10°.

Sería preciso leer toda la obra de Flavio Josefo De la guerra judía para ir comprobando paso a paso el cumpli- miento literal de esta sentencia de Cristo contra la ingra- titud y el crimen sin ejemplo de su pueblo. De aquella ciu- dad y de su templo no quedó piedra sobre piedra, confor- me al vaticinio de Jesús. Los horrores de aquel asedio por las legiones de Tito han quedado en la Historia como pa- radigma de la tribulación y argumento irrecusable de la clarividencia y del poder de Cristo, que dará eternamente qué hacer á la incredulidad 101.

Y) Advertencia importante.

Sin embargo, no conviene dejarse impresionar por es- tos acontecimientos ni concederles una importancia deci- siva como dato sobre la naturaleza del reino de Cristo. Como castigo del pecado tienen un valor inapreciable;

09 Mí:. 27,25.

100 Le. 21,20-24.

101 Los cristianos, según testimonio del historiador Eusebio, atentos a los avisos del Maestro, cuando vieron venir el peligro cumplieron a la letra el consejo de abandonar la ciudad y la región, acogiéndose a los montes de Perea, al otro lado del Jordán.

498

La empresa de La redención

pero que no nos desoriente su entidad externa, haciéndo- nos pensar que el reinado y el poder de Cristo son de ín- dole o puramente, o preferentemente, terreno y temporal. La Iglesia se lo advierte a los príncipes de la tierra en uno de los himnos de la Epifanía:

"No arrebata los reinos terrenales el que vino a dar el del cielo."

A veces podemos caer nosotros mismos en esta tenta- ción, con grave detrimento de la verdad y del prestigio del Evangelio y de la Iglesia. El ¡Viva Cristo Rey! ha sido en la época contemporánea grito de martirio y de ad- hesión a Jesucristo, y sería lamentable que, por una in- consciente ligereza, alguien lo convirtiera en lema po- lítico.

Por esta razón, Pío XI quiso subrayar, de propósito, el carácter fundamentalmente espiritual de este reino de Cris- to: "Espiritual es y a las cosas espirituales se endereza", dice el Papa 10<2.

Reino espiritual»

Desde la primera página venimos delineando en este libro la fisonomía espiritual y sobrenatural de la reden- ción, única empresa de Cristo contra el pecado de la hu- manidad y sus amargas consecuencias. Lo que nos dis- pensa ahora de tener que insistir sobre este punto.

Cristo mismo desmintió, de una vez para siempre, la interpretación temporal de su realeza, que en su tiempo acariciaron los judíos, y que en el transcurso de los tiem- pos pudieron abrigar desorientados, iluminados o ambicio- sos. Terminantemente contestó a Pilato:

"Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían para que no fuese entregado a los judíos; [luchado pero mi reino no es de aquí" 103 .

El más justo y autorizado comentario de esta trascen- dental declaración de Jesús lo ha hecho Pío XI, resumien- do en muy pocas palabras toda la doctrina católica:

"Este reino, pues, se presenta de tal manera en los evangelios, que a él han de prepararse los hombres me-

im Ene. Quas primas. 109 lo. 18,36.

C.19. CRISTO REY

499

diante la penitencia, no podrán entrar en él sino por la fe y por el bautismo, que, siendo un rito externo, signi- fica y opera la renovación interior; únicamente se opone al reino de Satanás y al poder de las tinieblas, y exige a sus clientes que, dando de lado a las riquezas y a las cosas de la tierra, sean ejemplo de mansedumbre en su vida, hambrientos y sedientos de la justicia, y lo que es más, se nieguen a mismos y carguen con su cruz" 104.

Y añade el Papa esta profunda reflexión, síntesis mag- nífica de cuanto llevamos escrito en estos últimos capí- tulos:

"Y habiendo Cristo, como Redentor, comprado su Igle- sia al precio de su sangre, y habiéndose como Sacerdote ofrecido a mismo como víctima por los pecados, y si- gue inmolándose perpetuamente, ¿quién no ve que su oficio de Rey debe estar revestido y participar de la na- turaleza de aquellos dos oficios?" 105

La realeza de Cristo, por tanto, participa de su sa- cerdocio y de su misión redentora. Es Rey, Redentor y Sacerdote. Sacerdote y Rey en orden a la redención. Esta trilogía defina, sin posibles tergiversaciones, el auténtico sentido y el verdadero alcance de la realeza de Cristo.

a) Las cosas temporales y la realeza de Cristo.

Una observación sin embargo. En el Salterio, y prin- cipalmente en San Pablo, que lo hizo postulado y axioma fundamental de su cristología, constan de modo terminan- te el dominio y el derecho de Cristo sobre todas las cosas creadas, "hechas para Él", en frase del Apóstol. La mis- ma creación sensible, y en cierto sentido los ángeles, en- tran a la parte en los frutos y derivaciones de la reden- ción. Atendiendo á esto, añade Pío XI estas gravísimas palabras, que nadie debe desconocer u olvidar:

"Por lo demás, se equivocaría torpemente quien ne- gara a Cristo hombre el dominio de todas las cosas civi- les, siendo así que recibió del Padre un derecho sobre las cosas creadas tan absoluto, que todas están bajo su arbitrio" 106

104 Ene. Quas primas. 1<B Ib.

108 Ene. Quas primas.

500

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Lo que sucede es que Cristo nunca vindicó para el ejercicio in actu secundo, dirían los teólogos de esta potestad y derecho suyos sobre las coras temporales y sobr2 la vida civil de los pueblos. Al contrario, según he- mos comprobado repetidas veces en este mismo capítulo, lo rechazó positivamente.

b) Los gobernantes de la tierra no son "vicarios" de Cristo,

Los reyes y gobernantes de la tierra, que tenían y tie- nen su propio poder, conforme al módulo del derecho na- tural, traducción del divino, no pueden decirse "vicarios y lugartenientes" de Cristo, que no ha querido entrecruzar- se con ellos en el campo específico de su autoridad. Cristo, renunciando a su derecho indiscutible y connatural, por su condición de Hijo de Dios y Redentor universal, esta- bleció los límites entre los reinos temporales y su reino espiritual, aunque con zonas de interferencia, por razón de los súbditos los mismos en ambos casos y por razón de la unidad de destino de los hombres, al que todo el hombre y todas sus actividades deben servir y cooperar.

Teóricamente la doctrina es clara. No siempre en la práctica los hombres han querido o sabido utilizarla. Como los judíos de Jerusalén en la historia de la Iglesia, los príncipes y gobernantes han seguido echando en cara a Cristo que intentaba "hacerse rey" frente a los derechos del César. Es fácil la tentación cuando se trata de justi- ficar con "razones de Estado" lo mismo que Caifás y Pilato actitudes que tienen otra fuente y otro nombre 107.

c) Pero el reinado espiritual de Cristo

se extiende a los pueblos y a los Estados.

Cuestión enteramente distinta, bien entendidos su plan- teamiento y alcance, es si el reinado espiritual de Cristo se extiende, a más de los individuos, a los pueblos y a los Estados como tales. La tesis católica lo afirma en abso- luto. En medio del confusionismo reinante, alzan, como

im No queremos eludir la objeción. Hemos insinuado más arriba el posible y a veces real abuso por parte no de la Iglesia esto lo han vindicado siempre los papas , sino de algunos católicos que han pretendido, más o menos de buena fe, respaldar sus ideas políticas o económicas con la autoridad de Cristo.

C.19. CRISTO REY

601

antorchas de un vivo resplandor, las enseñanzas de los papas, sobre todo a partir de León XIII, que nunca per- derán su vigencia 108. Pero entrar de lleno por este camino sería rebasar los límites de este libro y de nuestro pro- pósito.

Baste recoger las líneas generales del pensamiento de Pío XI acerca de esta importantísima materia. El reco- nocimiento sincero del reinado espiritual de Cristo, la acep- tación de su doctrina, garantizarían la justa libertad, la disciplina y la tranquilidad del orden. La realeza de Cristo, dice el Papa, "así como informa de una especie de religión la autoridad humana de los príncipes y Gobernantes, así también ennoblece los deberes y la sumisión de los ciu- dadanos". Animados por e*ta fe, los príncipes no usarían de su poder sino con justicia y sabiduría y al leorislar tendrían presente*? tanto el bien común como la dignidad humana de los subditos 109.

¡Oué bellas perspectivas abren a este mundo disloca- do estas ideas tan sugerentes! ¿De quién será la respon- sabilidad si, en el otro extremo del programa, la libertad, o se arrea con el disfraz d^l libertinaje o muere entre ca- denas— las qu~ sean, cadenas de hierro o ataduras de có- diqos< , v los hombres, divididos de arriba abajo, separa- dos ñor abismos de odios, se consumen en los azares de una lucha entre hermanos política, económica, social, in- cluso religiosa? De Cristo, ciertamente, no. Ni de Cristo ni de su Evanoelio.

La fuerza transformadora que San Pablo admiraba en el Evanoelio como "una fuerza de Dios" 110 no ha cadu- cado todavía, como tantos han dado en afirmar ahora; ni ha perdido un punto de aquella maravillosa adaptabili- dad que le ha permitido sobrevivir a todas las vicisitudes humanas. Sucede que somos nosotros los que esteriliza- mos el Evangelio al haber perdido la fe y la confianza en

108 Los documentos pontificios son numerosísimos. Véanse algunos de los más célebres: de Gregorio XVI, encíclica Mirad vos, de 25 de agorto 1832: León XIII, encíclicas Immortah Dei. de 1 de noviem- bre de 1885: Avcanum, de 10 de febrero de 1888: Librrtas, de 20 de junio de 1888: Rerum novarum, de 15 de mayo d? 1891; Au mileu, de de 16 de febrero de 1892: de Pío XI, encíclicas Quadragesimo anno, de 15 de mayo de 1931; Dilectissima npbis (para España), de 3 de junio de 1931.

199 Ene. Quas primas.

n0 Rom. 1,16.

502

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

él. Para que sea efectivamente esa fuerza de Dios, San Pablo exige una condición: "para todo el que cree".

d) Ya las familias.

Y como los pueblos-, las familias. Hubiera sido extra- ño que Pío XI, el papa que había dedicado sus más en- cendidos afanes a la familia cristiana, en aquellas dos lu- minosas encíclicas sobre el matrimonio y la educación de la juventud u\ que, con la Quadragesimo anno, seña- lan tres inmortales momentos de su largo y fecundo pon- tificado, hubiera dejado a la familia al margen de la rea- leza de Cristo. La liturgia de Cristo Rey recoge, con un lirismo ardiente, el pensamiento del Pontífice que la dió carta de ciudadanía en la Iglesia. No puede decirse más bellamente:

"La fidelidad defiende al matrimonio, crece pura la juventud, florecen los púdicos hogares merced a las domésticas virtudes" 112 .

Pueblos, familias, individuos: he aquí el trinomio que da el ámbito de la realeza de Cristo. Y en la misma me- dida que el reino de Jesús consiga arraigar en este triple campo, la unidad y la paz serán el tesoro de la tierra113.

Reino de paz.

La unidad y la paz, por las que lloran los pueblos, y que, como en tantas ocasiones ha subrayado Pío XII, sólo se lograrán en Cristo y por Cristo. ¡Qué contraste entre el cuadro sombrío del mundo actual y aquellos horizontes de paz y de justicia el mundo mejor que nos hacen so- ñar, con una ilusión igual al desengaño, los salmos más hermosos que cantan al soberano Rey, Cristo Jesús:

"Bullendo está en mi corazón un bello canto, que al Rey voy a cantar...

C'ñete la espada sobre tu robusto muslo, ¡oh héroe!, tus galas y preseas.

Y marcha, cabalga sobre la verdad y justicia ...

111 Encíclicas Divini illius Magistti, d> 21 de diciembre de 1929; Casti connubii, de 31 de diciembre de 1930.

m Himno de laudes. El texto latino es insubstituible. m Secreta de la misa de Cristo Rey.

C.19. CRISTO REY

Tu trono, ¡oh Dios!, es por los siglos eterno, y cetro de equidad es el cetro de tu reino. Amas la justicia y aborreces la iniquidad..." 114

La misma preocupación en este otro incomparable di- seño:

"Da, ¡oh Dios!, al rey tu justicia, y tus juicios al hijo del rey.

Para que juzgue a tu pueblo con justicia,

y a tus oprimidos con juicio.

Germinen los montes la paz del pueblo,

y los collados la justicia.

Haga justicia a los oprimidos del pueblo,

defienda a los hijos del menesteroso.

y quebrante a los opresores...

Florezca en sus días la justicia.

y haya mucha paz mientras dure la luna...

Porque protegerá al desvalido que le implora,

y al oprimido que no tiene quien le ayude...

Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso

y defenderá la vida de los pobres...

Habrá abundancia de trigo así en el llano como en la

[cima de los montes, y florecerán las ciudades con la hierba de la tierra" 115.

¿Serán un día realidad estos augurios? Y ¿por qué no? El papa Pío XII nos habla, con un acento de convicción verdaderamente significativo, de un mundo mejor, hacia el cual trata de hacer andar a los pueblos y a los hom- bres. En marcha estamos por esa ruta de luz. Nunca, sin embargo, lo imaginemos como lo soñaron los milenaristas de todos los tiempos. Siempre existirá el mal sobre la tie- rra, conforme á lo previsto por Jesús en sus parábolas del reino 116. La norma en este caso ha de ser aquella de San Pablo: "Vencer al mal a fuerza de bien"117.

114 Ps. 44,1,4.5.7.8.

115 Ps. 71.

116 La de la cizaña, por ejemplo, y la de la red (Mt. 13,24-30.47-50). No participamos, desde luego, de la concepción milenaria ni aun en su versión más mitigada. Reciente en es'e sentido es la obra de Joa- quín Sangran y González, marqués de los Ríos, ¿Una nueva edad del mundo? (Madrid 1953). Nos permitimos disentir de las apreciacio- nes históricas y método exegético de nuestro ilustre amigo.

117 Rom. 12,21.

504

LA EMPRESA DE LA REDENCIÓN

Duración de este reinado: El reino del Hijo y el reino del Padre*

Queda un último aspecto que dilucidar: la duración de este reino de Cristo. "Su reino no tendrá fin", vatici- naron los profetas, cantaron con lujo de metáforas y com- paraciones los salmos y anunció el ángel a María 1ÍS, y así lo profesamos nosotros en el Símbolo de la Fe. Sin embargo, no hay que perder de vista un rasgo misterioso, que adelantó el mismo Jesús. Explicando la parábola de la cizaña, el Maestro dejó caer esta idea, acaso para mu- chos desconcertante: a partir del día de la consumación término de pleno sabor escatológico , separados defi- nitivamente el trigo y la cizaña, "los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre" lie.

¿A qué viene esta mención del reino del Padre en con- traposición al reino del Hijo? 120 La explicación se la debe- mos a San Pablo:

"Luego el fin: cuando hará entrega de su reino a Dios Padre, cuando habrá destruido todo principado y toda potestad y fuerza. Porque es menester que él reine, hasta que haya rendido a todos sus enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será destruido es la muer- te. Porque ha sometido todas las cosas debajo de sus pies.

Y al decir que todas las cosas le han sido sometidas, claro es que excepto Aquel que sometió a él todas las cosas. Y cuando todas las cosas le hubieren sido some- tidas, entonces también el mismo Hijo se someterá al que le había sometido todas las cosas: para que sea Dios todas las cosas en todos" 121

El pasaje es valiente y no tiene desperdicio. La evoca- ción del conocido salmo 109, que tanto pesa en la cristolo- gía de San Pablo, nos introduce en el centro de la teoría paulina del cuerpo místico.

Cristo reina sobre la Iglesia como Cabeza; su reinado

118 Le. 1,33.

119 Ml 13,43.

^.La antítesis es evidente. Véase T. Castrillo. La Iglesia en el Evangelio, p.47-49. 1 Cor. 15.24-28.

C.19. CRISTO REY

505

es otra de las funciones capitales que ejerce sobre sus re- dimidos. Pero, consumado y lbgado a la plenitud de su desarrollo este organismo misterioso, Cristo, hombre, como conquistador victorioso que torna con el botín de sus ba- tallas, coronada su obra y su misión, hará entrega de todo al Padre, sometiéndose a Él para realizar, por toda la eternidad, la suprema sínt?sis, que también puso de relieve San Pablo: "Todo es vuestro, decía a los cristianos; mas vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" 122.

1 Cor. 3. 22-23.

EPILOGO

El Salvador del mundo. Jesucristo. Acabamos de con- templarlo a través de estas páginas.

Y, como San Ambrosio, le hemos visto "blanco con cía- ridades de Dios y bermejo por el color humano que tomó en la encarnación" \ Éste es.

De propósito hemos querido ceñirnos en este libro a un esquema, cuya paternidad no nos pertenece. Más autori- zado, por no ser nuestro. Reproduce las líneas del plan divino de la redención tal como lo< entendieron San Pedro y San Pablo.

Este designio de Dios tuvo tres fases:

El "misterio" de Cristo,

oculto "por tiempos eternos" en el seno mismo de Dios; Notificado a los hombres por los profetas; Y manifestado "ahora" en la dulce realidad del Evan- gelio 3.

Sobre estos rasgos de San Pablo traza San Pedro un dibujo todavía más acabado, aportando nuevos elementos ornamentales que embellecen el diseño.

Los profetas, que, como profundiza el minero tras la veta del oro 4, inquirieron y ahondaron en las profundida- des del "misterio", se afanaron por averiguar "en qué y en qué clase de tiempo" tendrían puesto en la Historia "los padecimientos y las subsiguientes glorias" de Aquel que en la lejanía velada iba apuntándoles "el Espíritu de Cristo" 5.

Más los profetas, añade San Pedro, supieron muy bien que esta iluminación no era para ellos. Ellos, ya entonces, servían ministrabant a la Iglesia; nos servían a nosotros.

A nosotros, a quienes más tarde los apóstoles, recibido

1 ML 15,1253,

2 Rom. 16,25-26.

3 1 Petr. 1,10-12.20-21.

4 Ib., v.10. Ésta es la fuerza expresiva del verbo original.

6 Ib., v.ll. El esquema no puede ser más exacto. Llama la aten- ción la fórmula "el Espíritu de Cristo" referida a una época anterior a la encarnación. En San Pablo hemos encontrado este mismo audaz pensamiento, que oportunamente explicamos,

¿o:

del cielo el Espíritu Santo, evangelizarían, sin velos ni sombras ni figuras, la verdad y la plenitud del "misterio", sobre cuyas insondables riquezas los ángeles, asombrados, "se inclinan para contemplarlas" 6.

No hemos hecho otra cosa. Aquellas miradas de los profetas al porvenir y el Evangelio, escrito y predicado por los apóstoles, han sido los dos caminos para acercar- nos a Jesús, y a través de su carne, hermana de la nuestra, aunque infinitamente más pura, entrar en los secretos de su alma, de su voluntad, de su inteligencia, y, guiados de su palabra, asomarnos al abismo iluminado de su Persona divina 7.

Éste es Jesucristo.

Y a nosotros, ¿qué frutos pueden reportarnos la reve- lación y el conocimiento de Cristo?

En otro primoroso tríptico los sugiere San Pedro: Sin haber visto a Jesús, amarle; Sin haberle visto, creer en Él;

Y en virtud de esta fe y de este amor, el júbilo sobre- natural de una felicidad incomparable, presentida y hecha anticipadamente nuestra por la esperanza 8.

Las tres virtudes teologales sobre las que gira, desde la raíz a la cumbre, toda la vida del cristiano 9.

Alguien echará de menos en este libro un capítulo con- sagrado al amor de Cristo. Quizá tenga razón.

Mas, por otra parte, el amor es como la fragancia que esparcen todo el ser de Jesús, toda su vida, sus obras, sus palabras, su perenne sacrificio, su pasión y su muerte.

Apenas la brisa mueve la selva augusta del Evangelio, el aroma divino de este amor de Jesús embalsama los aires.

No hay página de nuestro libro que no guarde, como tesoro, algún testimonio de este amor: desde el amor crea- dor y el amor que le forzó a tomar nuestra mortalidad hasta el amor que le inmoló en la cruz 10.

6 Ib., v.Í2. Los ángeles inclinándose, según el texto griego, para contemplar desde el cielo la predicación de los misterios por los após- toles, es una be'lla metáfora que, además, parece insinuar que los án- geles no conocieron todos los arcanos del "misterio".

7 Ni que decir tiene cuánto nos ha complacido ver que no es otro el camino seguido y recomendado por Pío XII en la encíclica Haurietis aquas.

8 1 Petr. 1,8.21.

9 1 Cor. 13,13.

13 La ardiente inspiración de la liturgia canta estos tres amores: 1. "Ule amor almus artifex terrae marisque ac siderum"

508

EPÍLOGO

¿Cómo agotar el tema de Jesús? Siempre podrá decirse con San Juan: "Muchas otras cosas hizo Jesús, que, si se escribieran una por una, creo que este mundo no podría ■contener los libros" 11. Perdonamos la hipérbole y quedé- monos con la realidad.

Si al cerrar este libro el lector ha logrado conocer más y mejor a Jesucristo, que tenga en cuenta aquello del mismo San Juan: "Estas cosas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre" 12; ya que "ésta es dice Je- sús— la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios ver- dadero, y a tu enviado, Jesucristo" 13.

Conocer a Dios y a Jesucristo es una misma cosa; pues quien ha visto a Jesús ha visto al Padre 14.

Él es el camino para Dios. Camino que Él abrió en las fibras de nuestra misma carne. Para eso la tomó.

Ya nada hay lejos para el hombre, aunque distemos tanto de Dios. Ya no podrá decirse con motivo que el hom- bre "busca á ciegas" a Dios 15.

Mas, en definitiva, grabemos en la memoria este con- sejo de San Bernardo: "Si acaso no pudieres seguir a Jesús adondequiera que fuere, dígnate al menos seguirle a donde Él bajó condescendiendo contigo" 16.

"Aquel amor, artista fecundo de la tierra, el mar y el cielo".

2. "Amor coegit te tuus— -mortale Corpus sumere", "Tu amor te forzó a tomar cuerpo mortal".

3. "Almique membra corporis amor sacerdos immolat",

"Los miembros de aquel augusto cuerpo el amor sacerdote los inmola".

En la encíclica de Pío XII Hauriatis aquas, singularmente en la tercera parte, se pone muy de relieve es:e mismo pensamiento sobre el amor que exhala toda la vida terrena de Cristo. "El misterio de la divina redención es ante todo, y por su propia naturaleza, un miste- rio de amor", dice el Papa.

11 lo. 21,25.

12 lo. 20,31.

13 lo. 17,3.

14 lo. 14,9.

15 Act. 17,27.

38 Homilía 1 super Missus, lec.7 de los maitines de la fiesta de la Sagrada Familia.

INDICE ANALITICO

Págs.

Al lector IX

INTRODUCCION

Necesidad de la redención 3

De Dios y para Dios 3

En el plano sobrenatural 7

a) La gracia santificante 7

b) La inmortalidad 9

c) La integridad 10

Entrega condicionada 11

La caída , 12

Doctrina de San Pablo 14

El dogma del pecado original 15

Consecuencias de la caída 17

Tristes páginas de la Historia 18

El mundo pagano 20

Concluyamos 22

PRIMERA PARTE A) La promesa del Redentor.

CAPITULO I.— Luces de esperanza 27

Alba cristiana 27

La revelación en marcha 29

Los profetas 30

Isaías 31

Una observación necesaria 32

El Libro de Emmanuel 32

Otras páginas de Isaías 34

Ezequiel 35

Daniel 36

La realidad cercana 37

0 10 ÍNDICE ANALÍTICO

Págs.

CAPITULO TI. El reino mesiánico en los profetas. Carac- teres esenciales 39

U niversalidad 39

Privilegios de Israel 40

Cauce de la redención 41

Para todos los pueblos 41

a) La promesa a los patriarcas 41

b) En el Salterio 42

c) Isaías, cantor de la universalidad de la Salud 43

Perpetuidad 46

Nota común a todos los vaticinios 47

Santidad 48

a) El reino de Dios remedio del pecado 50

b) Retorno a Dios 52

c) El pecado obstáculo del reino de Dios 53

d) La purificación previa 53

e) Magnífico cuadro de Isaías 55

Reino de justicia 57

Reino de paz 59

Egloga divina '. 60

CAPITULO III. Semblanza del Redentor en los profetas. 62

La paradoja 62

Hijo de Dios 64

Hijo del hombre 65

Rasgos heroicos 66

Matizando 68

El Evangelio doloroso 69

a) En Isaías 69

b) En el salmo 21 71

c) Elegía final de Zacarías 73

B) El Redentor en la Historia.

CAPITULO IV.— La venida del Redentor 75

Nuestro punto de vista 75

El problema 76

El Hijo de David 77

Doble prueba 77

a) Prueba testifical 77

b) Prueba documental 78

1) Una dificultad 78

2) Valor en uso de las genealogías 80

3) La ley del levirato y la adopción 81

Genealogía de San José 82

ÍNDICE ANALÍTICO 511

Págs.

Hijo de una virgen ••• 85

a) El vaticinio de Isaías 85

b) El Evangelio de cara a la profecía 86

1) La Anunciación 86

2) La duda de San José 87

c) Los hermanos de Jesús 89

De la ciudad de Belén ••• 90

CAPITULO V.— Presentación de Jesús como Redentor 93

Primera fase 94

a) Observaciones 94

b) A los pastores de Belén 95

c) Al anciano Simeón 96

Ecos que se apagan 1 97

'Segunda fase: El Bautista 97

a) Penitencia 100

b) En el cuarto evangelio 100

¿Hasta cuándo? 102

C) La persona del Redentor.

CAPITULO VI.— "El Padre y yo somos una misma cosa" ... 104

Viejas y nuevas actitudes 104

Divergencias convergentes 105

El creyente 106

Aclarando conceptos 107

Cautelas de Jesús 109

"Enviado del Padre" 110

Naturaleza de esta misión 112

A las puertas del misterio 113

a) En la fiesta de los Tabernáculos 113

b) "Dijo el Señor a mi Señor" 114

Una misma cosa con el Padre 116

a) En la fiesta de la Dedicación 116

b) Análisis de la fórmula de Jesús 117

Derivaciones 119

El Hijo de Dios 122

a) La confesión de Pedro 123

b) A la diestra del Padre 125

c) "Yo soy el Hijo de Dios" 125

CAPITULO VIL Sombras en la luz 127

¿Miedo a la popularidad? ...... 127

a) La dificultad J¿7

512

ÍNDICE ANALÍTICO

Págs.

b) La explicación 128

1) Falsas ideas dominantes 128

2) Prudencia de Jesús 129

3) La jornada de las parábolas 130

4) Clara actitud de Jesús 130

¿Inferior al Padre? 131

Hacia la solución 131

a) Habla San Pablo 132

b) El cuarto evangelio 133

"Los suyos no le recibieron" 134

a) Gravísima objeción 134

b) Tan antigua como los evangelios 135

c) En el evangelio de San Juan 136

Se vislumbra la solución 137

San Juan aborda el problema 137

a) Ni fracaso ni sorpresa 138

b) "No podían creer" 138

"Nuestros archiveros" 139

CAPITULO VIII.— "Creed en mis obras" 141

El contraste de las obras 141

a) Doble testimonio 142

b) Testimonio del Padre 143

1) Las Escrituras 143

2) El sello divino de las obras 145

3) Amplitud del término "mis obras" 146

4) Principio fundamental 147

Obras de Jesús 143

a) Perdona los pecados 148

b) Para Jesús no hay secretos 149

c) Legisla como Dios 151

d) Sus milagros 155

1) El milagro piedra de toque en la crítica bíblica... 155

2) Primera hipótesis 156

3) Segunda hipótesis 156

4) Prueba de la divinidad de Jesucristo 157

a) Observación importante 157

/3) Carácter singular de los milagros de Jesús ... 159

Conclusión 161

CAPITULO IX.— Naturaleza humana de Cristo 163

Nuestro punto de vista 165

Siguiendo a San Pablo 166

Infancia de Jesús ••• 169

ÍNDICE ANALÍTICO

513

Págs.

a) Características de los relatos evangélicos 169

b) Contraste con los evangelios apócrifos 170

c) Verdad humana 171

La vida oculta 173

"Perfecto hombre" 175

a) Algunas aclaraciones 175

b) Rasgos humanos 176

1) Junto al pozo de Jacob 177

2) Ante el sepulcro de Lázaro 179

3) El ciego de nacimiento 180

4) Cómo reaccionan los oyentes de Jesús 180

c) Vibraciones humanas 181

1) La dulce amistad ..' 181

2) Miradas de amor 182

3) "Triste hasta la muerte" 183

4) Las tentaciones 184

Palabra humana del Verbo de Dios 185

a) Generalidades 185

b) Diálogo inmortal 186

c) Alegoría del Buen Pastor 186

d) La perla de las parábolas 187

1) Tríptico incomparable 187

2) El hijo pródigo 188

3) Impresionante realismo 188

4) El texto de San Lucas 189

CAPITULO X.— Jesús en su trato con el Padre 192

L

Singular condición del alma de Tesús por su unión con el

: Verbo 192

El cielo, centro de gravitación de Jesús 194

A los doce años , 195

En el hogar de Nazaret 196

La oración de Jesús 197

En el monte de la cuarentena 198

Intenciones de la oración de Jesús 199

a) La gloria del Padre 201

b) Obreros para la mies 201

Jesús en oración 202

a) Los ojos al cielo 202

b) El himno de júbilo 203

En el cuarto evangelio 206

a) La resurrección de Lázaro 207

b) Un anticipo de la agonía en el huerto 207

c) La oración sacerdotal 209

Oración desolada 212

Jesucristo Salvador 17

ÍNDICE ANALÍTICO

Páys.

CAPITULO XI.— "Un solo Cristo, no dos" 214

Planteamiento del problema 214

Límites de la solución 213

En el campo de la Filosofa : concepto de persona 217

Puntos de coincidencia 218

La unidad viva de Jesús 219

a) El Prólogo del cuarto evangelio 221

1) Un breve análisis 222

2) El Verbo antes y después de la encarnación 224

b) En la Carta a los Filipenses 226

La unidad de persona 228

Consecuencias - 229

a) La "comunicación de idiomas" 229

b) Maternidad divina de María 230

c) Maternidad espiritual sobre los hombres 234

SEGUNDA PARTE A) Las perfecciones del Redentor.

CAPITULO XII.— Ciencia humana de Jesús 239

Procedimiento 240

Nociones previas 240

a) Primer criterio 240

b) Segundo criterio 241

c) Tercer criterio 242

d) Cuarto criterio 243

Múltiple ciencia humana de Cristo 243

a) Ciencia beatífica 243

b) Ciencia infusa 245

c) Ciencia experimental 246

1) Lo que dice el Evangelio 248

2) Amplitud de la ciencia experimental de Jesucristo. 250

3) Ciencia no aprendida 251

4) Asombro de las muchedumbres 254

Destellos de sabiduría 257

a) En los evangelios sinópticos 257

b) En el evangelio de San Juan 260

1) Polemista invencible 260

2) Un veredicto insospechado 263

Las parábolas 263

a) Tradición bíblica 263

b) Fijando el concepto 264

ÍNDICE ANALÍTICO SÍo

Págs.

c) Riqueza doctrinal 265

d) Un ejemplo •••••• 267

A la luz de su ciencia experimental 268

Ultimas reflexiones 271

CAPITULO XIII.— Santidad de Jesús 274

Primeros testigos de la santidad de Jesucristo 276

a) Los enemigos 276

b) El Bautista 276

c) El mensaje de la encarnación 277

d) La Iglesia naciente 278

Santidad singular '. 279

a) Sin tacha , 279

b) Un mundo aparte frente al mundo del pecado 280

c) Pero con los pecadores 281

Testimonio de Jesús: "¿Quién de vosotros me convencerá

de pecado?" 283

Afirmaciones de San Pablo 284

Ahondando en el problema 285

a) Santidad ontológica 285

1) En virtud de la unión hipostática 287

2) Consecuencias 288

3) Impecabilidad de Jesucristo 288

4) La voluntad humana de Jesús en perfecto acuerdo

con la divina 289

5) Pero sin menoscabo de su libertad 291

b) Gracia santificante 292

1) Definición y efectos 292

2) "Lleno de gracia" 293

a) Principio de dignidad 294

/3) Principio de capitalidad 295

7) Doctrina de San Pablo 296

El Cuerpo místico de Cristo 297

a) Progreso de esta doctrina en los escritos paulinos 297

b) Elementos constitutivos 299

c) Funciones vitales 300

d) Efectos 303

1) El "Cristo total" 303

2) Nuestra vida 304

3) Cristo, fuente de la gracia y de la santidad 305

"El más hermoso de los hijos de los hombres" 306

. a) Las virtudes 306

b) Los dones del Espíritu Santo ... , 307

.516

ÍNDICE ANALÍTICO

Págs.

B) La empresa de la redención.

CAPITULO XIV.— Por su doctrina: "Yo soy la verdad" ... 309

La verdad perdida ••• 310

Cristo y la verdad 310

Ni filósofo ni rabino 311

Monoteísmo acendrado 312

Paternidad de Dios sobre los hombres 313

a) Su providencia 315

b) Una consecuencia: teoría de la oración 316

c) Otra consecuencia: la caridad 317

d) Algunas aplicaciones de la doctrina sobre la caridad... 318

e) Hacia la cumbre : el amor a los enemigos 319

La Trinidad 321

Proyección trinitaria en el Evangelio 321

La religión de Jesucristo 322

a) Algunos principios característicos 322

b) La moral en el Evangelio 323

1) La hipocresía al desnudo 324

2) Nada de utopías 324

El problema del dolor 326

a) , En el Antiguo Testamento 326

b) En el Evangelio 328

c) Jesús mismo es la solución 329

Doctrina social de Cristo 330

a) Principios evangélicos fundamentales 331

b) La autoridad 331

c) Los pobres 333

d) La limosna 334

e) Presencia de Cristo en sus pobres 335

La persona misma de Jesús en su mensaje 337

CAPITULO XV.— Por su ejemplo: "Yo soy el camino" 340

Primacía del ejemplo 340

"Me llamáis Maestro, y lo soy" 341

a) Maestro, ante todo, por el ejemplo 341

b) Teoría de Jesús sobre el ejemplo 342

c) Renunciamiento 343

d) La cruz 345

Jesús modelo universal 346

a) De oración 347

b) De humildad 347

c) De obediencia 351

d) De caridad 352

ÍNDICE ANALÍTICO 517

Págs.

e) De compasión 354

f) De todas las virtudes 357

El ejemplo de Cristo en los escritos de San Pablo 357

a) El himno a la caridad 358

b) La imitación de Cristo 360

c) Un caso concreto: el amor conyugal 361

También San Pedro 362

Conclusión: Fe y obras 363

CAPITULO XVI.— Por su muerte: "Yo soy la vida" 365

La muerte, centro de la vida de Jesús 365

Alusiones y datos 366

a) El nombre de Jesús 367

b) La profecía de Simeón 368

c) Insinuaciones de Jesús 369

d) Va creciendo la luz . 370

e) Jesús habla expresamente de su cruz 371

1) Toma tu cruz y sigúeme 371

2) Su propia cruz 372

f) En las proximidades de la pasión 373

Plan de los hombres 376

a) Primeros chispazos 376

b) Una pista en el cuarto evangelio 377

c) Marcha atrás 380

d) Judas en escena 380

Teología del plan divino 382

Oigamos a San Pablo ••• 384

a) Doble aspecto de la redención 384

b) Muerte y resurrección ■•• 386

c) El principio de solidaridad 388

1) Fundamentos 388

2) Un primer paso 390

' 3) Un paso más ••• 393

4) Completando el concepto : 395

5) En plena luz ............ ...í........ 397

CAPITULO XVII.— Valores de la redención 399

Concepto de la redención 400

a) ¿Quién recibió el precio del rescate? 400

1) Una vieja teoría sobre los derechos del demonio. 401

2) Otro matiz de esta teoría 402

3) Ingeniosas explicaciones de San Agustín 402

Idea de la redención en San Pablo 404

a) Datos fundamentales 407

1) El patrimonio de Dios 407

518

ÍNDICE ANALÍTICO

Págs.

2) La remisión de los pecados 408

3) Por la sangre de Cristo 409

4) La gloria de Dios 410

Reconciliación 410

a) Eramos enemigos de Dios 411

b) El judaismo y el paganismo enemigos entre 412

c) La creación entera dislocada 413

d) ¿A quién se debe la reconciliación? 414

1) Antinomias aparentes . 414

2) Vigorosas fórmulas de San Pablo 415

3) Cristo "nuestra paz" 415

4) La "Ley" clavada en la cruz, garantía de la re-

conciliación 416

5) Nuestra esperanza 418

Méritos de Jesucristo 418

a) Noción y sentido 419

b) ¿Cuándo y cómo mereció Cristo? 420

1) Durante toda su vida 421

2) Especialmente en su pasión y en la cruz 421

Satisfacción infinita ,.. 423

a) Intensidad 423

1) Valor objetivo de los actos satisfactorios 424

a) Dolor sin paralelo 424

P) Dolor de milagro 426

2) Valor subjetivo por razón de la persona divina

de Jesús 426

3) Consecuencias 426

b) Extensión de la redención 429

1) Universalidad 430

2) No puede limitarse 431

3) Bellos simbolismos de Santo Tomás y San Agustín. 432

4) Proyección misionera 432

5) La Acción Católica 434

¿Cristo lo hizo todo? 435

Misterio de la sangre de Cristo ; 436

CAPITULO XVIII.— Cristo Sacerdote 437

El sacerdocio de Cristo 437

a) La Carta a los Hebreos 438

1) Destinatarios de la Carta 439

2) Las dos Alianzas 440

3) El sacerdocio levítico 440

4) El nuevo sacerdocio 445

5) La figura de Melquisedec 448

6) Consecuencias 450

ÍNDICE ANALITICO 519

Págs.

a) El sacerdote levítico incapaz de llevar a la

santidad 451

Anulación del sacerdocio levítico 451

7) Derogación de la "Ley mosaica" 451

7) El de Cristo sacerdocio intransferible 452

8) Cristo Mediador 452

9) Sacrificio único , 454

10) Síntesis 458

b) Una dificultad 458

1) ¿Sacerdocio de Cristo y socerdocio de la Iglesia? 458

2) Solución 459

c) El sacrificio eucarístico 461

1) El Magisterio de la Iglesia , 461

2) Para la Teología "misterio de fe" 462

3) Unidad de sacrificio 462

4) De nuevo el Magisterio eclesiástico : 463

5) Acción de Cristo en el sacrificio de la misa 465

d) Sacrificio y Cuerpo místico 466

1) Un texto de San Agustín 466

2) Otro de Pío XII 466

3) Las cosas en su punto 467

e) ¿Sacerdocio de los seglares? 469

CAPITULO XIX.— Cristo Rey 473

Historia 474

a) La realeza de Cristo en el A. Testamento 477

b) En los evangelios 479

c) En el libro de los Hechos 480

d) En las Cartas de San Pablo 482

e) En el Apocalipsis 484

Teología de esta realeza 485

Alcance de esta prerrogativa 486

a) Título de excelencia 486

b) Rey en sentido propio 487

1) Poder legislativo de Cristo 487

a) El Evangelio, código maravilloso 488

£) Asombro efe unidad 488

7) Cristo superior a Moisés 489

8) Exige nuestra obediencia 490

2) Poder judicial 491

a) Una profunda página de San Juan 491

/3) Un poco de exegesis 492

7) El Padre ha dado al Hijo el poder de juzgar. 3) Eco de esta doctrina en San Pablo

520

ÍNDICE ANALÍTICO

Págs.

3) Poder ejecutivo 494

a) Aun en esta vida 496

/8) El caso del pueblo judío 496

7) Advertencia importante 497

Reino espiritual 498

a) Las cosas temporales y la realeza de Cristo 499

b) Los gobernantes de la tierra no son "vicarios" de

Cristo 500

c) Pero el reinado espiritual de Cristo se extiende a los

pueblos y a los Estados f 500

d) Y a las familias 502

Reino de paz 502

Duración de este reinado : El reino del Hijo y el reino del

Padre 504

EPILOGO , , 506

INDICE ONOMASTICO

Abelardo, 402, 422.

Agustín (San), 5, 6, 13, 22, 83, 84,

88, 98, 105, 117, 123, 138, 139,

163, 167, 168, 178, 179, 191, 195.

221, 225, 252, 284, 303, 308, 311.

335, 366, .392, 398, 401, 402, 403.

404, 413, 429, 432, 433, 434, 435.

436, 464, 466. Altaner, 404.

Ambrosio (San), 13, 93, 94, 249,

291, 366, 401, 463, 464, 465. Anselmo (San), 402. Apócrifos, 170. Apuloyo, 21-

Arausicano (Concilio), 17. Aristófanes, 21. Aristóteles, 4, 20, 156, 312.

Baeh, 486. Balmes, 21, 22. Basilio (San), 13, 366. Baur, 163. Bayo, 10. Benedicto XIII, 8. Beraza, 14.

Bernardo (San), 88, 166, 508. Billot, 14, 249. Borgoncini Duca, 26. Bover, 120, 130, 136, 158, 223, 241, 394, 404, 417.

C alcedonia (Concilio), 165, 206, 231 239

Castrillo (T.) , 82. 88, 124, 129, 132, 187 , 209-210 . 228 , 253, 299, 300, 302, 477, 504.

Celso, 158, 164.

Cerinto, 163.

Cicerón, 4, 20, 312.

Cipriano (San), 13, 363.

Cirilo de Alejandría, 123, 176, 179, 195, 230, 234, 249, 250, 403, 428.

Condamin, 138.

Constantinopla (Concilio III), 231. Constantino-pía (Concilio IV), 290. Cristiani-Goeniaga, 88, 168, 277. Crisóstomo (San Juan), 10, 13, 17,

84, 118, 241. 252, 291. 366, 403.

413, 428. 429, 432, 463, 464. Cuervo, 217.

De la Torre, 224. 359.

Delitzsch (F.), 77.

Da Maistre, 22.

Del Páramo (S.), 60, 267.

Denzinguer, 185.

Dión Casio, 164,

Efeso (Concilio), 206, 229, 231, 234. Erasmo, 82. Esquilo, 20.

Eusebio de Ce?jarea, 80, 497. Eusebio de Emesa, 404, Eutiques, 163, 206, 229.

Fausto de Riestz, 404. Fillion, 203, 248, 277, 417, Fl. (Josefo), 164, 497- Fotino, 234.

Galtler, 216.

G. Martínez (F.), 218.

Granada (Luis de), 4, 403, 404.

Grandmaison, 20, 23-24, 152, 158,

248, 275. Gregorio XVI, 501. Gregorio Magno (San), 403, 404. Gregorio Nacianceno (San), 281,

400, 402. Gregorio Niseno (San), 288, 401. Gregorio Taumaturgo (San), 88. Gunther, 218.

Harnack, 107, 272, 275, 337, 338. Hase (C.), 205. Hegesipo, 80.

Hilario, 13, 123, 403, 432. Homero, 484, 486. Honorio (papa), 290.

Ignacio de Antioquía (San), 84, 163, 321.

Ignacio de Loyola (San), 5. Isidoro (San), 404. Ireneo (San), 163.

J ansenio, 431.

Jerónimo (San), 13, 73, 88, 98, 401,

403, 464. Juan Damasosno (San), 251, 285,

287, 366, 403. Juan II, 231. Julio Africano, 82. Justino (San), 84, 135, 366.

Laburu, 272, 275.

Lagrange, 26, 83, 101, 134, 136, 138,

153, 201, 249, 252. La Palma. 404. Lebretón, 24. Le Oamus, 249.

León (Luis de), 5, 40, 49, 68, 187. León Magno (San), 239, 403, Lercher, 396.

322!

ÍNDICE ONOMÁSTICO

León XíII, 330, 331, 461, 462, 468. 501.

Letrán (Concilio), 192. Letrán (Concilio IV), 463. Luciano de Samosata, 21. Lunachaski, 321.

Llorca (B.), 291.

Maldonado, 252. Martín (papa), 290. Maniqueo, 77. Máximo (San), 290. Meléndez (B.) , 4. Morin, 404. Muncunill, 230. Murillo' (L.), 110.

N ácar-Oolunga, 224, 277, 397. Nestorio, 206, 229, 234.

Olivieri, 136. Ollivier, 174. Orígenes, 287, 401.

apías, 183. Papini, 318. Párente, 216.

Pedro Crisólogo (San), 170.

Pesen (C), 14, 402.

Petronio, 21, 164.

Pío IX, 218

Pío X (San), 3, 242.

Pío XI, 206, 219, 331, 462, 463, 468, 469, 485, 486, 487, 490, 491, 495, 496, 498, 499, 500, 501, 502.

Pío XII, 4, 60, 167, 168, 175, 206, 305, 314, 325, 330, 366, 434, 461, 463, 465, 467, 468, 469, 470, 471, 472, 503, 507, 508.

Pinard de la Boullaya. 20, 164

Platón, 4, 20, 156, 312, 4,86.

Plauto, 21.

Plutarco, 20.

Prat, 14, 83, 101, 193, 201, 203, 224,

277, 395, 396, 401, 417. Proel o (San), 88. Pseudo-Areopagita, 3 92.

Quesnell, 431.

Renán, 110, 128, 164, 254, 272, 275

Ricciotti, 83, 168, 277.

Riviére, 402.

Roig Gironella, 218.

Sabatier, 107. Sangrán (G.), 503. Santos Otero, 171. Schroeder (A.), 88. Schuster-Holzamnier, 277. Sócrates, 20. Sófocles, 486. Sofronio (San), 290. Séneca, 22. Sergio, 290. Serrano (P.), 82. Sola, 216, 217.

Solano (J.), 220, 230, 235, 291, 422.

Xaciano, 22.

Tácito, 22, 164.

Teodor eto, 413.

Teresa de Jesús (Santa), 168.

Tertuliano, 165.

Tomás de Aquino (Santo), 4, 10, 16, 17, 22, 175, 176, 234, 244, 245. 247, 250, 251, 254, 285, 288, 293, 295, 306, 307, 402, 419, 421, 422, 423, 424, 425, 432, 441, 447, 467, 486.

Trento (Concilio), 7, 8, 14. 16, 17. 155, 384, 420, 421, 461, 463, 465.

acoari, 307. Valentín, 234.

Vaticano (Concilio), 3, 395. Vigouroux, 9, 83. Virgilio, 21, 60, 496. Voltaire, 158.

Xiberta, 217.

Zameza, 158, 308.

ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE VOLUMEN DE "JESU- CRISTO salvador", de la biblioteca de au- tores CRISTIANOS, EL DÍA 12 DE ABRIL DE 1957, FESTIVIDAD DE EOS DO- LORES DE NUESTRA SEÑORA, EN LOS TALLERES DE RIVADE- NEYRA, S. A. MADRID

LAUS DBO VIRGINIQUE MATRI

Biblioteca de Autores Cristianos

VOLUMENES PUBLICADOS

1 SAGRADA BIBLIA, de Nácar-Colunga, 7.a ed , corregida en el texto y copiosamente, aumentada en las notas. Prólogo del excelentísimo y reveren-

dísimo Sr. D. Gaetano Cicognani, Nuncio de Su Santidad en España. 1957. LXXVI + 1-409 págs. en papel biblia, con profusión de grabados y 7 mapas. 100 pesetas tela, 145 piel.

O SUMA POETICA, por José María Pemán y M. Herrero García. 2* edi-

ción 1950. XVI + 800 págs.— 50 pesetas tela, 95 piel. Q OBRAS COMPLETAS CASTELLANAS DE FRAY LUIS DE LEON.

Edición revisada y anotada por el P. Fr. Félix García, O. S. A. 2.a edi- ción. 1951. XII + 1.799 págs. en papel biblia. 95 pesetas tela, 140 piel. A SAN FRANCISCO DE ASIS: Escritos completos, las Biografías de sus ^ contemporáneos y las Florecillas. Edición preparada por los PP. Fr. Juan R. de Legísima y Fr. Lino Gómez Cañedo, O. F. M. 3 ed. 1956. XL + 856 páginas con profusión de grabados. 75 pesetas tela, 120 piel, r HISTORIAS DE LA CONTRARREFORMA, por el P. Ribadeneyra, S. I.

Vida de los PP. Ignacio de hoyóla, Diego Laínee, Alfonso Salmerón y Fran- cisco de Borja. Historia del Cisma de Inglaterra. Exhortación a los capitanes y soldados de la "Invencible". Introducción y notas del P. Eusebio Rey, S. I. 1945. CXXVI + 1.355 páes., con grabados. 50 pesetas tela, 95 piel £ OBRAS DE SAN BUENAVENTURA. Tomo I: Introducción. Breviloquio.

Itinerario de la mente a Dios. Reducción de las ciencias a la Teología. Cristo, maestro único de todos. Excelencia del magisterio de Cristo. Edición en latín y castellano, dirigida, anotada y con introducciones por los PP. Fr. León Amorós, Fr. Bernardo Apees ibay y Fr. Miguel Oromí, O. F. M. 2.* cd. 1955. XLVIII -f- 755 págs. 80 pesetas tela, 125 piel. Publicados los tomos II (9), III (10). IV (2S>. V (36) y VI y último (49).

7 CODIGO DE DERECHO CANONICO Y LEGISLACION COMPLEMEN- TARIA, por los Dres. D. Lorenzo MiguélEz, Fr. Sabino Alonso Mo- ran, O. P., y P. Marcelino Cabreros de Anta, C. M. F., profesores de la Uni- versidad Pontificia de Salamanca. Prólogo del Excmo. y Rvmo Sr. Dr. Fr. José Lóp*z Ortiz. obispo de Túy. 5.* cd. 1954. XLVIII + 1.092 página*— 85 pe- setas tela. 130 piel.

O TRATADO DE LA VIRGEN SANTISIMA, de AlastrüEY. Prólogo del Excmo. y Rvmo. Sr Dr. D. Antonio García y García, arzobispo de Valla- dolid. 4.a ed. 1956. XXXVI + 978 págs., con grabados de la Vida de la Virgen de Durero. 80 pesetas tela, 125 piel.

O OBRAS DE SAN BUENAVENTURA. Tomo II: Jesucristo en su ciencia divina y humana. Jesucristo, árbol de la viña. Jesucristo en sus misterios:

1) En su infancia 2) En ¡a Eucaristía. 3) En su Pasión. Edición en latín y cas- tellano, dirigida, anotada y con introducciones por los PP. Fr. LE|ÓN Amorós, Fr. Bernardo Aferribay y Fr. Miguel Oromí, O. F. M. 2.a ed. 1957. XVI + 849 páginas.— 85 pesetas tela, 130 piel —Publicados los tomos III (19), IV (28), V (36) y VI (49).

-tf\ OBRAS DE SAN AGUSTIN, Tomo I: Introducción general y bibliogra- J-V fía. Vida de San Agustín, por Posidio. Soliloquios. Sobre el orden. Sobre la vida feliz. Edición en latín y castellano, preparada por el P. Fr. Victorino Capánaga, O. R. S. A. 2.a ed. 1950. XII + 822 págs., con grabados.— Agotada en. tela. 95 pesetas piel.— Publ'cados los tomos II (11), III (21), IV (30), V (39), VI (50), VII (53), VIII (69), IX (79;, X (95), XI (99), XII (121) y XIII (139).

-■ "i OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo II: Confesiones (en latín y caate- AJ- llano). Edición crítica y anotada por el P. Fr. Angel Custodio Vega.

O. S. A. 3.a ed. 1955. VIII + 740 págs. 75 pesetas tela, 120 piel.— Publicados los tomos III (21), IV (30), V (39), VI (50), VII (53), VIII (69), IX (79), X (95). XI (99), XII (121) y XIII (139).

12-13 OBRAS COMPLETAS DE DONOSO CORTAS (dos volúmenes).

Recopiladas y anotadas por el Dr D. Juan JurETschke, profesor de la Facultad de Filosofía de Madrid. 1946. Tomo I: XVI 4- 953 págs Tomo II i

VIII 4- 869 págs.— (Agotada. Se prepara la 2* ed.).

]^ BIBLIA VULGATA LATINA. Edición preparada por el P. Fr. Alberto

Colünga, O. P., y D. Lorenzo Turrado, profesores de Sagrada Escritura

en la Universidad Pontificia de Salamanca. 1953. Reimpresión. XXIV -f 1.592 4- 122* págs. en pape] biblia, con profusión de grabados y 4 mapas. En tela,

80 pesetas; en piel, 135.

ir VIDA Y OBRAS COMPLETAS DE SAN JUAN DE LA CRUZ. Bio- grafía, por el P. Crtsógono de Jesús, O. C. D. Subida del Monte Carmelo. Noche oscura. Cántico espiritual. Llama de amor viva. Escritos breves y poesías. Prólogo general, introducciones, revisión del texto v notas por el P. Lucinio del SS. Sacramento, O. C. D. 3.» ed. 1955. XXXVI -f 1.400 págs., con gra- bados.— 90 pesetas tela, 135 piel.

I £ TEOLOGIA DE SAN PABLO, del P. Jost María Bover, S. I. 1952.

v líeimpresión. XVI + 971 págs. 65 pesetas tela, 110 piel.

TEATRO TEOLOGICO ESPAÑOL. Selección, introducciones J-*-' notas de Nicolás González Rutz. Tomo I: Autos sacramentales. 2.* ed. 1°53. LXXII -4- 924 págs. Tomo II: Comedias teológicas, bíblicas y de iVda.r de santos. 2.a ed. 1953. XLVIII 4- 924 páes.--Cada tomo, 60 pesetas tela, 105 piel. OBRAS DE SAN BUENAVENTURA. Tomo IIIí Colaciones sobre «i Hexaémeron. Del reino de Dios descrito en las parábolas del Hvangelto. Tra- tado de la plantación del paraíso. Edictón en latín y castellano, dirigida, anota da y con introducciones por los PP. Fr. Ceón Amores, Fr. Bernardo Aperrirat y Fr. Miguel Oromí, O. F M. 1947. XII -f 798 págs —45 pesetas tela, 90 piel. Publicados los tomos TV C2K). V (36) v VI (49).

OH OBRA SELECTA DE FRAY LUIS DE GRANADA: Una ruma de Je

v vida cristiana. Los textos capitales del P. Granada seleccionados por el orden mismo de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aqumo, por el P. Fr. An- tonio Trancho, O. P., con una extensa introducción del P. Fr. Desiderio Día* de Triana, O. P. Prólogo del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. Fr. Francisco Barbado Viejo, obispo de Salamanca. 1952. Reimpresión. LXXXVIII 4- 1.162 págs.— 70 pesetas tela, 115 piel.

O] OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo III: Contra los académicos. Del bre albedrío. De la cuantidad del si-ma. Del maestro. Del alma y su ori- gen. De ¡a naturaleza del bien: contra los manxqueos. Texto en latín y castellano. Versión, introducciones y notas de los PP. Fr. Victorino Capánaga, O. R. S. A.; Fr. Evaristo Seijas, Fr. Eusebio Cuevas, Fr. Manuel Martínez y Fr. Mateo L,anseros, O. S. A. 1951. Reimpresión. XVI -4- 1.047 págs. 65 pesetas tela, 110 piel.— Publicados los tomos IV (30), V (39), VI (50), VII (53), VIII (69).

IX (79), X (95). XI (99), XII (121) y XIII (139).

22 SANTO DOMINGO DE GUZMAN: Origen de la Orden de Predicadores- Proceso de canonización. Biografía del Santo, Relación de la Beata Cecilia. Vidas de los Frailes Predicadores. Obra literaria de Santo Domingo. In- troducción general por el P. Fr. Jost María Garganta, O. P. Esquema biográ- fico, introducciones, versión y notas de los PP. Fr. Miguel Gelabert y Fr. Josi María Milagro, O. P. 1947. LVI + 955 págs., con profusión de grabados. (Agotada. Se prepara U 2.* ed. ).

oo OBRAS DE SAN BERNARDO. Selección, versión, introducciones y no- tas del P. Germán Prado, O. S. B. 1947. XXIV + 1.515 págs., con gra- bados. (Agotada. Véase núm 110 de este catálogo.)

24 OBRAS DE SAN IGNACIO DE LOYOLA. Tomo I: Autobiografía y Diario espiritual. Introducciones y notas del P. Victoriano Larraña- Ga. S. I. 1947. XII + 881 págs.— 35 pesetas tela, 80 piel.

Of* SAGRADA BIBLIA, de üover-Cantera. Versión crítica sobre los textos hebreo y griego. 3.a edición, en un solo volumen. 1953. XVI + 2.057 páginas en papel biblia, con profusión de grabados y 8 mapas. (Agotada. En prensa la 4.a ed.).

27 LA ASUNCION DE MARIA. Tratado teológico y antología de textos, por * el P. José María Bover, S. I. 2.* ed., con los principales documentos pon- tificios de la definición del dogma. 1951. XVI -f- 482 págs. 40 pesetas tela, 85 piel.

¿>0 OBRAS DE SAN BUENAVENTURA. Tomo IV: Las tres vías o incen- dio de amor. Soliloquio. Gobierno del alma. Discursos ascético-misticos. Vida perfecta para religiosas. Las seis alas del serafín. Veinticinco memoriales de perfección. Discursa mariológxcos- Edición, en latín y castellano, preparada por los PP. Fr. Brrnardo Aperribay, Fr. Miguel Oromí y Fr. Miguel Ol- tra, O. F. M. 1947. VIII + 975 págs. 45 pesetas tela, 85 piel— Publicados los tomos V (36) y VI (49).

9Q SUMA TEOLOGICA de Santo Tomas de Aquino. Tomo I: Introducción general por el P. Santiago Ramírez, O. P., y Tratado de Dios Uno. Tex- to en latín y castellano. Traducción del P. Fr. ' Raimundo SuáreIz, O. P., con in-

troducciones, anotaciones y apéndices del P. Fr. Francisco Muniz, O. P. 2 * ed. 1957. XVI -f 231* + 718 págs., con grabados. 90 pesetas tela, 135 piel - - Publicados los tomos II (41), III (56), IV (126), V (122), VI (149), VIII (152), IX (142), X (134), XII (131), XIV (163) y XV (145). ÓQ OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo IV: De la verdadera religión. De

las costumbres de la Iglesia católica. Enqtiiridlón. De la unidad de la Iglesia. De la fe en lo que no se ve. De la utilidad de creer. Versión, introduc- ciones y notas de los PP. Fr. Victorino Capánaga, O. R S. A.; Fr. Teófilo Prieto, Fr. Andrés Centeno. Fr. Santos Santamarta y Fr. Herminio Rodrí- guez, O. S. A. 1956. Reimp. XVI + 899 págs.— 70 pesetas tela. 115 piel —Pu- blicados los tomos V (39), VI (50), VII (53), VIII (69), IX (79), X (*5> XI (99). XTT (121) v XTTT (13Q).

OBRAS LITERARIAS DE RAMON Lt/ULL: Libro de Caballería. Libro

de Evast y Blanquerna. Félix de las Maravillas. Poesías (en catalán y cas- tellano). Edición preparada y anotada por los PP. Miguel Batllori, S. I., y Miguel Caldentey, T. O. R., con una introducción biográfica de D. Salvados Oalmés y otra al Blanquerna del P. Rafael Ginard BaucA, T. O. R. 1948. XX + 1.147 págs., con grabados. 55 pesetas tela, 100 piel. OO VIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, por el P. Andrés FernAn-

DEz. S. I. 2." ed. 1954. XXXII + 65* + 760 págs., con profusión de gra- bados y 7 mapas 75 pesetas tela, 120 piel.

OQ OBRAS COMPLETAS DE JAIME BALMES. Tomo I: Biografía y Epis- tolario. Prólogo del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Juan PerElló, obispo de Vich. 1948. XLIV -f- 898 págs. en papel biblia, con grabados. 50 pesetas tela.

95 piel.— Publicados los tomos II (37), III (42), IV (48), V (51), VI (52). VTT (571 y VTTT (66).

VA LOS GRANDES TEMAS DEL ARTE CRISTIANO EN ESPAÑA Tomo I: Nacimiento e infancia de Cristo, por el Prof. Francisco Javier

Sánchez Cantón. 1948. VIII + 192 págs., con 304 láminas. Agotada en tela, 115 piel.— Publicados los tomos II (64) y III (47).

05 MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO, del P. Francisco SuArbz, S. I.

Volumen 1.°: Misterios de la Virgen Santísima. Misterios de la infancia v vida pública de Jesucristo. Versión castellana por el P. Galdos, S. I. 1948. XXXVI + 915 págs.— 45 petas tela, 90 piel— Publicado el volumen 2.° (55), Q/: OBRAS DE SAN BUENAVENTURA. Tomo V: Cuestiones disputadas

sobre el misterio de la Santísima Trinidad. Colaciones sobre los siete dones del Espíritu Santo. Colaciones sobre los diez mandamientos. Edición eu latín y castellano, preparada y anotada por los PP. Fr. Bernardo ApErribay, Fr. Miguel Oromí y Fr. Miguel Oltra, O. F. M. 1948. VIII + 754 páginas. 40 pesetas tela, 85 piel. Publicado el tomo VI (49).

07 OBRAS COMPLETAS DE JAIME BALMES. Tomo II: Filosofía fun~ ** damental. 1948. XXXII + 984 págs. en papel biblia. 50 pesetas tela, 90 piel— Publicados los tomos III (42), IV (48), V (51), VI (52), VII (57) y VTII (KM.

QO MISTICOS FRANCISCANOS ESPAÑOLES. Tomo I: Fray Alonso di Madrid: Arte para servir a Dios y Espejo de ilustres personas; Fray Francisco dE Osuna: Ley de amor santo. Introducción del P. Fr. Juan Bau- tista Gomis. O. F. M. 1948. XII -4- 700 págs. en papel biblia. 45 pesetas tela.

90 piel. Publicados los tomos II (44) y III (46).

QQ OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo V: Tratado de la Santísima Trini- dad. Edición en latín y castellano. Primera versión española, con intro- ducción y notas del P. Fr. Luís Arias, O. S. A, 2.» ed. 1956. XX -f 943 págs. con grabados. 80 pesetas tela, 125 piel. Publicados los tomos VI (50), VII (53), VTTT (69). T* (79). X (95). XI (99). XII (121) y XIII (139). AQ NUEVO TESTAMENTO, de Nácar-Colunga. Versión directa del texto v original griego. (Separata de la Nácar-Colunga.) 1948. VIII 4- 451 págs. en papel biblia, con profusión di- grabados y 8 mapas.— (Agotada. ) AVI SUMA TEOLOGICA de Santo TomAs de Aquino. Tomo II: Tratado d* la Santísima Trinidad, en latín y castellano; versión del P. Fr. Raimundo SuArez, O. P., e introducciones del P. Fr. Manuel Cuervo, O. P. Tratado dr la creación en general, en latín y castellano: versión e introducciones del pa- dre Fr. Jesús Valbuena, O. P. 2.* ed. 1953. XX + 594 págs.— 65 pesetas Ha 110 piel.— Publicados los tomos III (56). IV (126), V (122), VI (149), VIII (152), IX (142). X (134). XII (131). XIV (163) y XV (145) lo OBRAS COMPLETAS DE JAIME BALMES. Tomo III: Filosofía ele- mental v El Criterio. 1948. XX -f- 755 págs. en papel biblia. 50 ntas. tela. 95 piel.— Publicarlos los tomos IV (48), V (51), VI (52), VII (57) y VIII (66). 4«> NUEVO TESTAMENTO. Versión directa del griego con notas exegéti- cas. por r\ P. José María Bover, S. I. (Separata de la Bover-Cantera.) 1948. VTII + 622 págs. en papel biblia, con 6 mapas. Agotada. A A MISTICOS FRANCISCANOS ESPAÑOLES. Tomo II: Fray Bernardino ^* de LarEdo: Subida del monte Sión; Fray Antonio de Guevara: Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos; Fray Miguel de Medina: Infancia espi-

ritual ; Beato Nicolás Factor: Doctrina de tas tres vías. Introducciones del P. Fr. Juan Bautista Gomis, O. F. M. 1948. XVI + 837 págs. en papel biblia

50 pesetas tela, 95 piel. Publicado el tomo III y último (46).

LAS VIRGENES CRISTIANAS DE LA IGLESIA PRIMITIVA, por el P. Francisco de B. Vizmanos* S. I. Estudio histórico-ideológico se- guido de una antología de tratados patrísticos sobre la virginidad. 1949. XXIV + 1.306 págs. en papel biblia 65 pesetas tela, 110 piel. 4¿: MISTICOS FRANCISCANOS ESPAÑOLES. Tomos III y último: Fray Diego de Estella: Meditaciones del amor de Dios; Fray Juan de Pi- neda: Declaración del "Pater Noster"; Fray Melchor de Cetina: Exhortación a la verdadera devoción de la Virgen; Fray Juan Bautista de Madrigal: Ho- miliario evangélico. Introducciones del P. Fr. Juan Bautista Gomis, O. F. M. 1949. XII -f- 868 págs. en papel biblia. 50 pesetas tela, 95 piel. ¿•7 LOS GRANDES TEMAS DEL ARTE CRISTIANO EN ESPAÑA. ^* Tomo III: La Pasión de Cristo, por José Camón Aznar. 1949. VIII + 166 págs., con 303 láminas. 60 pesetas tela, 105 piel.

¿O OBRAS COMPLETAS DE JAIME BALMES. Tomo IV: El protestan**.

mo comparado con el catolicismo. 1949. XVI -f- 768 págs. en papel bi- blia.—50 pesetas tela, 95 piel —Publicados los tomos V (51), VI (52), VII (57) y VIII (66).

AQ OBRAS DE SAN BUENAVENTURA. Tomo VI y último: Cuestiones disputadas sobre la perfección evangélica. Apología de los pobres. Edi- ción en latín y castellano, preparada y anotada por los PP Fr. Bernardo Aperribay, Fr. Miguel Oromí y Fr. Miguel Oltra, O. F. M. 1949. VIII +

48* + 779 págs.— 50 pesetas tela, 95 piel.

rQ OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo VI: Del espíritu y de la letra. D*

la naturaleza y de la gracia. De la gracia de Jesucristo y del pecado original. De la gracia y del libre albedrio. De la corrección y de la gracia. De la predestinación de los santos. Del don de perseverancia. Edición en latín y castellano, preparada y anotada por los PP. Fr. Victorino Capanaga, O. R. S. A.; Fr. Andrés Centeno, Fr. Gerardo Enrique de Vega, Fr. Emi- liano LópeIz y Fr. Toribio de Castro, O. S. A. 2 * ed. 1956. XII + 953 págs. 80 pesetas tela, 125 piel.— Publicados los tomos VII (53), VIII (69), IX (79), X (95). XI (99). XII (121) y XIII (139).

tr | OBRAS COMPLETAS DE JAIME BALMES. Tomo V: Estudios apoto- **A géticos. Cartas a un escéptico. Estudios sociales. Del clero católico. De Cataluña. 1949. XXVIII + 1.002 págs. en papel biblia. 50 pesetas tela, 95 piel.— Publicados los tomos VI (52), VII (57) y VIII (66). ro OBRAS COMPLETAS DE JAIME BALMES. Tomo VI: Escritos polí- ticos: Triunfo de Espartero. Caída de Espartero. Camban" a dr aobi***» Ministerio Narvaez. Campaña parlamentaria de la minoría balmista. 1950. XXXII + 1.061 págs. en papel biblia 50 pesetas tela, 95 piel. Publicados los tomos VII (57) y VIII (66).

M OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo VII: Sermones. Edición en latín y

castellano, preparada por el P. Amador del Fueyo, O. S. A. 1950. XX + 945 págs.— 50 pesetas tela, 95 piel. Publicados los tomos VIII (69), IX (79). X (95), XI (99), XII (121) y XIII (139).

¡TA HISTORIA DE LA IGLESIA CATOLICA. Tomo I: Edad Antigua

(1-681)_: La Iglesia en el mundo grecorromano, por el P. Bernardino

Llor

130 1

55

Llorca, S I. 2* ed. 1955. XXXII + 961 págs., con grabados. 85 pesetas tela,

130 piel —Publicados los tomos II (104) y IV (76).

MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO, del P. Francisco Suáríz, S. I.

Volumen 2.° y último: Pasión, resurrección y segunda venida de Jesu- cristo. Versión castellana por el P. Galdos, S. I. 1950. XXIV + 1.226 págs.— 60 pesetas tela, 105 piel.

Cf: SUMA TEOLOGICA de Santo Tomas de Aquino. Tomo III: Tratado de los Angeles. Texto en latín y castellano. Versión del P. Fr. Raimundo SuárEz, O. P., e introducciones del P. Fr. AurEliano Martínez, O. P. Tratado de la creación del mundo corpóreo. Versión e introducciones del P. Fr. Alber- to Colunga, O. P. 1950. XVI + 943 págs.. con grabados. 50 pesetas tela, 95 piel.— Publicados los tomos IV (126), V (122), VI (149), VIII (152), IX (142), X (134), XII (131). XIV (163) y XV (145).

¿7 OBRAS COMPLETAS DE JAIME BALMES. Tomo VII: Escritos ío- líticos: El matrimonio real: Campaña doctrinal. Campaña nacional. Cam- paña internacional. Desenlace. Ultimos escritos políticos. 1950. XXXII + 1.053 páginas en papel biblia. 50 pesetas, tela, 95 piel Publicado el tomo VIII (66). tro OBRAS COMPLETAS DE AURELIO PRUDENCIO. Edición en latín y **** castellano, dirigida, anotada y con introducciones por el P. Fr. Isidoro Rodríguez, O F. M., y D. José Guillén, catedráticos en la Pontificia Uni- versidad de Salamanca, 1950. VIII -+- 84* + 825 págs.— 50 pesetas tela, 95 piel. CQ COMENTARIOS A LOS CUATRO EVANGELIOS, por el P. Juan di ** Maldonado, S. I. Tomo I: Evangelio de San Mateo. Versión castellana, introducción y notas del P. Luis María Jiménez Font, S. I. Introducción bio-

bíbÜágr aflea del P. }os¿ Caballero. §. t. 1956. Reimp. VIIÍ + 1.15» págs. en papel biblia -95 pesetas tela. 140 piel.— Publicados los tomos II (72) y III (112) fifi CURSUS PHILOSOPHICUS, por una comisión de profesores de las Fa- OV cultades de Filosofía en España üe la Compañía de Jesús. Tomo V: Theo- loaia Ncturalis, por el P. José Hellín, S. L 1950. XXVIII + 928 págs.— 65 pesetas tela, 110 piel.

f.-i SACRAE THEOLOGIAE SUMMA, por una comisión de profesores de las Facultades de Teología en España de la Compañía de Jesús. Tomo I: Introductio in Theologiam. De revelatione thristiana. De Ecclesia Christi. De sacra Scriptura, por los PP. Miguel Nicolau y Joaquín Salav*-

rri, S. I. 3 » ed. 1955. XX + l 191 págs.— 90 pesetas tela, 135 piel. Publi- cados los tomos IT (00). ITT (62) v TV (73).

SACRAE THEOLOGIAE SUMMA, por una comisión de profesores de **** las Facultades de Teología en España de la Compañía de Jesús. Tomo III: De Verbo incarnato. Mariologia. De gratia Christi. De virtutibus infusis, por los PP. Jesús Solano, José A. de Aldama y Severino Gonzáleíz, S. I. 3.a ed. 1956. XXIV + 902 págs. 90 pesetas teli, 135 piel. Publicado el tomo IV (73).

f*> SAN VICENTE DE PAUL: BIOGRAFIA Y ESCRITOS. Edición prepa- v¿> rada por los PP. José Herrera y Veremundo Pardo, C. M. 2.* ed. 1955. XVI -f- 976 págs. en papel biblia, con profusión de grabados. 85 pesetas tela,

130 piel.

frA LOS GRANDES TEMAS DEL ARTE CRISTIANO EN ESPAÑA. Tomo II: Cristo en el Evangelio, por el Prof. Fbancisco J. Sánchez Cax-

tón. 1950. VIH -f- 124 págs., con 255 láminas. 60 pesetas tela, 105 piel. Publicado el tomo III (47).

/:r PADRES APOSTOLICOS: La Didaché o Doctrina de los doce apóstoles.

Cartas de San Clemente Romano. Cartas de San Ignacio Mártir. Carta y martirio de San Policarpo. Carta de Bernabé. Los fragmentos de Papias. El pastor de Hermas. Edición bilingüe, preparada y anotada por D. Daniel Ruiz Bueno, catedrático de lengua griega y profesor a. de la Universidad de Salamanca. 1950 VIH + 1.130 págs. en papel biblia. 65 pesetas tela, 110 piel. fif. OBRAS COMPLETAS DE JAIME BALMES. Tomo VIH y último: Bio- uu grafías. Misceláneas. Primeros escritos. Poesías. Indices. 1950. XVI + 1.014 páginas en papel biblia. 50 pesetas tela, 95 piel.

ETIMOLOGIAS, de San Isidoro de Sevilla. Versión castellana total, por vez primera, e introducciones parciales de D. Luis Cortés, párroco de San Isidoro de Sevilla. Introducción general e índices científicos del Prof. San- tiago Montero Díaz, catedrático de la Universidad de Madrid. 1951, XX + 88* + 563 págs. Agotada en tela, 100 piel.

/CO EL SACRIFICIO DE LA MISA. Tratado histórico-litúrgico. Versión es- pañola de la obra alemana en dos volúmenes Missarum sollemnia, del

P. Jungmann, S. I. 2.» ed. 1952. XXVIII + 1 264 págs.— 80 ptas. tela, 125 piel.

£0 OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo VIH: Cartas. Edición en latín j castellano, preparada por el P. Lope CilleruElo, O. S. A. 1951. VIII +

921 páginas. 55 pesetas tela, 100 piel. Publicados los tomos IX (79), X (95),

XI (99). XII (121) y XIII (139).

70 COMENTARIO AL SERMON DE LA CENA, por el P. Jos* M. Bo-

VER, S. I. 2 a ed. 1955. VIH -f- 334 págs.— 60 pesetas tela, 105 piel.

71 TRATADO DE LA SANTISIMA EUCARISTIA, por el Dr. D. G**Q(¿ 4 x rio Alastruey. 2* ed. 1952. XL + 426 págs., con grabados. 45 pese- tas tela, 90 piel.

70 COMENTARIOS A LOS CUATRO EVANGELIOS, por el P. Juan de Maldonado, S. I. Tomo II: Evangelios de San Marcos y San Lucas. Ver- sión castellana, introducción y notas del P. José Caballero, S. L 1954.

Reimpresión. XVI + 881 págs. en papel biblia.— 65 pesetas tela, 110 piel. Publi- cado el tomo III y último (112).

70 SACRAE THEOLOGIAE SUMMA, por una comisión de profesores de las Facultades de Teología en Eapaña de la Compañía de Jesús. Tomo IV: De sacramentis. De novissimis, por los PP. José A. de Aldama, Francisco de P. Sola, Severino González y José F. Sagüés, S I. 3.a ed. 1956. XXVIII -f 1.110 páginas. 90 pesetas tela, 135 piel.

OBRAS COMPLETAS DE SANTA TERESA DE JESUS. Nueva revi- sión del texto original con notas críticas. Tomo I: Bibliografía teresfana, por el P. Otilio del Niño Jesús, O. C. D. Biografía de Santa Teresa, por el P. Eprén de la Madrk d< Dios, O. C. D. Libro de la Vida, escrito por la Santa. Edición revisada y preparada por los PP. EíRÉn de la MadrS de Dios y Otilio del Niño Jesús. 19bl. XII + 904 págs. en papel biblia. Agotada en tela, 105 pesetas piel.— Publicado el tomo II (120).

75 ACTAS DE LOS MARTIRES. Edición bilingüe, preparada y anotada por

D. Daniel Ruiz Bueno, catedrático de lengua griega y profesor a. de ía Universidad de Salamanca. 1951. VIH + 1.185 págs. en papel biblia. Agotada en tela, 125 pesetas piel.

Jesucristo Salva lor 18

76

HISTORIA t>£ tA 1GLL.SIA CATOLICA. Tomo IV y último: HáaÁ Moderna: La Iglesia en su lucha y relación con el laicismo, por el P. Fran- cisco Javier Montalbán, S. I. Revisada y completada por los PP. Bernardina Llorca y Ricardo García Villoslada, S- I. 1953. Reimpresión. XII + 851

páginas. 70 pesetas tela, 115 piel.

*in S-U5IMA THEOLOGICA Sancti Thomae Aquinatis, cura fratrum eius- dem Ordinis, in quinqué volumina divisa. Vol I: Prima pars. 1955, Reimpresión. XXIV + 851 págs. 75 pesetas tela, 120 piel. Publicados los tomos II (80), III (81), IV (83) y V (87).

70 OBRAS ASCETICAS DE SAN ALFONSO MARIA DE UGORIO.

Tomo I: Obras dedicadas al pueblo en general. Edición crítica. Introduc- ción, versión del italiano, notas e índices del P. Andrés Goy, C. SS. R. 1952.

XVI + 1.033 págs. en papel biblia. 70 pesetas tela, 115 piel. Publicado el tomo II y último (113).

■jg OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo IX: Los dos libros sobre diversas cuestiones a Simpliciano. De los méritos y del perdón de los pecados. Contra las dos epístolas de los pelagianos. Actas del proceso contra P 'elogio. Edición en latín y castellano, preparada y anotada por los PP. Fr. Victorino Capánaga y Fr. Gregorio Erce, O. R. S. A. 1952. XII -f- 799 págs. 60 pe* setas tela, 105 piel.— Publicados los tomos X (95), XI (99), XII (121) y XIII (139).

SUMMA THEOLOGICA S. ThomaE Aquinatis, cura fratrum eiusdem Ordinis, in quinqué volumina divisa. Vol. II: Prima secundae. 1955. Reim- presión. XX + 348 págs— 75 pesetas tela, 120 piel. Publicados los tomos III (81), IV (83) y V (87).

OI SUMMA THEOLOGICA Sancti Thomae Aquinatis, cura fratrum eius- dem Ordinis, in quinqué volumina divisa. Vol. III: Secunda secundae. 2.a ed. 1956. XXVIII + 1.230 págs. 90 pesetas tela, 135 piel.— Publicados los tomos IV (83) y V (87).

OBRAS COMPLETAS DE SAN ANSELMO. Tomo I: Monologio. Pros- logio. Acerca del gramático. De la verdad. Del libre albedrio. De la caída del demonio. Carta sobre la encarnación del Verbo. Por qué Dios se hiso hombre. Edición en latín y castellano, con extensa y documentada introducción general, preparada por el P. Julián Alameda, O. S. B. 1952. XVI + 897 pági- nas.— 70 pesetas tela, 115 piel. Publicado el tomo II y último (100). oo SUMMA THEOEOGICA Sancti Thomae Aquinatis, cura fratrum eius- W dem Ordinis, in quinqué volumina divisa. Vol. IV: Tertia pars. 1952. XX + 798 págs. 80 pesetas tela, 125 piel.— Publicado el tomo V (87). QA EA EVOLUCION HOMOGENEA DEL DOGMA CATOLICO, por el P. Francisco Marín-Sola, O. P. Introducción general del P. Emilio Sau- ras, O. P. 1952 VIII + 831 págs 60 pesetas tela, 105 piel.

EL CUERPO MISTICO DE CRISTO, por el P. Emilio Sauras, O. P. 2.a ed. 1956. VIII + 960 págs. 80 pesetas tela, 125 piel. OBRAS COMPLETAS DE SAN IGNACIO DE LOYOLA. Edición crí- tica. Transcripción, introducciones y notas de los PP. Cándido de Dal- masEs e Ignacio IparraguirrE, S- L 1952. XVI + 80* + 1-075 págs 85 pese- tas tela, 130 piel.

on SUMMA THEOEOGICA Sancti ThomaE Aquinatis, cura fratrum eius- °* dem Ordinis, in quinqué volumina divisa. Vol. V: Supplementum. Indi- ces. 1952. XX + 652 -f- 389* págs —90 pesetas tela, 135 piel. OO TEXTOS EUCARISTICOS PRIMITIVOS. Edición bilingüe de los con- 00 tenidos en la Sagrada Escritura y los Santos Padres, preparada por el P. Jesús Solano, S. I. Tomo I: Hasta fines del siglo IV. 1952. XL + 754 págs., con grabados. 75 pesetas tela, 120 piel— Publicado el tomo II y último (118). OQ OBRAS COMPLETAS DEL BEATO MAESTRO JUAN DE AVILA.

- Edición crítica. Tomo I: Epistolario. Escritos menores. Biografía, intro- ducciones y notas del Dr. D. Luis Sala Balust, catedrático de la Pontificia Universidad de Salamanca. 1952. XL + 1.120 págs— 75 pesetas tela, 120 piel.— Publicado el tomo II (103).

QA SACRAE THEOLOGIAE SUMMA, por una comisión de profesores Oe

las Facultades de Teología en España de la Compañía de Jesús. Tomo II: De Den uno et trino. De Deo creante et elevante. De peccatis, por los PP. Josi M. Dalmáu y José F. Sagüés, S. 1. 2.a ed. 1955. XXXII + 1.066 págs.— 90 pe- setas tela, 135 piel —Publicados los tomos III (62) y IV (73).

LA EVOLUCION MISTICA, por el P. Mtro. Fray Juan G. Arinte- ro, O. P. 1952. LXIV + 804 págs.— 70 pesetas tela, 115 piel. PHILOSOPHIAE SCHOLAST1CAE SUMMA, por una comisión de pro- fesores de las Facultades de Filosofía en España de la Compañía de Jesús. Tomo III: Theodicea. Ethica, por los PP. José Hellín e Ireneo Gonzá- lez, S. I. 1952. XXIV + 924 págs.— 90 pesetas tela, 135 piel, no THEOLOGIAE MORALIS SUMMA, por los PP. F. Regatillo y M. Zal- ba, S. I. Tomo I: Theologia moralis fundamentalis. Tractatus de vvrtyir

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tibus theologicis, por el P. Marcelino Zalba, S. I. 1952. T-XVTII + 965 págs.—

90 pesetas tela. 135 piel —Publicados los tomos II (105) y III y último (117). Q4 SUMA CONTRA LOS GENTILES, de Santo Tomás de Aquino. Edi-

ción bilingüe con el texto crítiu) de la leonina. Tomo I: Libres I y II: Dios- su existencia y su naturaleza. La creación y las criaturas. Tnducción di- rigida y revisada por el P. Fr. Jesús M. Pla, O. P. Introducciones particulares y notas de los PP. Fr. Jesús AzaGra y Fr. Mateo Febrer, O. P. Introducción «reneral por el P. Fr. Josí M. DE Garganta. O. P. 1952. XVI + 712 págs.— 70 pesetas tela, 115 piel. Publicado el tomo II y último (102). Q¿ OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo X: Homilías. Edición en latín y

castellano, preparada por el P. Fr. Amador del Foeyo. O. S. A. XTT 4- 043 páginas. 70 pesetas tela, 115 piel. Publicados los tomos XI (99), XII (121) y XIII (139).

96 OBRAS DE SANTO TOMAS DE VILLANUEVA. Sermones de ¡a Vit- -s** gen Maria (primera versión al castellano) y Obras castellanas. Introduc- ción biográfica, versión y notas del P. Fr. Santos Santamabta, O. S. A. 1952.

XII -f- 665 págs. 65 pesetas tela. 110 piel.

07 LA PALABRA DE CRISTO. Repertorio orgánico de textos para el es- tudio de las homilías dominicales y festivas, elaborado por una comisión de autores bajo la dirección de Mons. Angel Herrera Oria, obispo de Málaga. Tomo I: Adviento y Navidad: El juicio final. La misión del Precursor. El testimonio de Juan a los judíos. Predicación del Bautista. Presentación y Pu- rificación en el templo. El Dulce Nombre de Jesús. 2.» ed. 1955. XXIV + 948 páginas. 80 pesetas tela, 125 piel. Publicados los tomos II (119), III (123). IV (129), V (133), VI (138), VII (140) y VIII (107).

QO PHILOSOPHIAE SCHOLASTICAE SUMMA, por una comisión de pro- fesores de las Facultades de Filosofía en España de la Compañía de Jesús. Tomo I: Introductio in Philoscphiam. Lógica, Critica. Metaphysica generalis, por los PP. Leovigildo Salcedo y Jesús Iturrioz, S. I. 1953. XXJV + 893 pá- ginas.—80 pesetas tela, 125 piel. Publicados los tomos II (137) y III y ü.. mo (92)

QQ OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo XI: Cartas (2.°). Edición en latín y castellano, preparada por el P. Fr. Lope Ollerublo, O. S. A. 1953. VIII + 1 100 págs.— 70 pesetas tela, 115 piel. Publicados los tomos XII (121) y XIII (139).

100 0BRAS COMPLETAS DE SAN ANSELMO. Tomo II y último: De la concepción virginal y del pecado original. De la procesión del Espí- ritu Santo. Cartas dogmávicas. Concordia de la presciencia divina, predestina- ción y gracia divina con el libre albedrío. Oraciones y meditaciones. Cartas. Edición en latín y castellano, preparada por el P. Fr. Julián Alameda, O. S. B. 1953. XVI + 804 págs.— 70 pesetas tela, 115 piel.

1Q1 CARTAS Y ESCRITOS DE SAN FRANCISCO JAVIER. Unica pu- VA blicación castellana completa según la edición crítica de "MDnuinenta Histórica Soc. Iesu" (1944-1945), anotadas por el P. Félix ZubillaGa, S. L. re- dactor de "Mon Hist. Soc. Iesu". 1953. XVI + 578 págs.— -60 pesetas tela, 105 piel.

i AO SUMA CONTRA LOS GENTILES, de Santo Tomás de Aquino. Edi- l-"^ ción bilingüe con el texto crítico de la leonina. Tomo II: Libros III y IV: Dios, fin último y gobernador supremo. Misterios divinos y postrimerías. Traducción dirigida y revisada por el P. Fr. Jesús M. Pla, O. P. Introduc- ciones particulares y notas de los PP. Fr. Josí M. Martínez y Fr. Jesús M. Pla, O. P. 1953. XVI + 560 págs.— 75 pesetas tela, 120 piel. I OS °BRAS COMPLETAS DEL BEATO JUAN DE AVILA. Edición crl- ■* tica. Tomo II : Sermones. Pláticas espirituales. Introducciones y notas del Dr. D. Luis Sala Balust, catedrático de la Pontificia Universidad de Sala- manca. 1953. XX + 1.424 págs. 85 pesetas tela, 130 piel. 104 HISTORIA DE LA IGLESIA CATOLICA. Tomo II: Edad Media: La cristiandad en el mundo europeo y feudal, por el P. Ricardo García Villoslada, S. I. 1953. XII + 1.006 págs. 75 pesetas tela, 120 piel— Publicado el tomo IV (76).

lftP CIENCIA MODERNA Y FILOSOFIA. Introducción fisicoquímica y XVtJ matemática, por el P. Josí María Riaza, S. I. 1953. XXXII -4- 756 pá- ginas, con profusión de grabados y 16 láminas. 75 pesetas tela, 120 piel. lOfí THEOLOGIAE MORALIS SUMMA, por los PP. Eduardo F. Regati- llo y Marcelino Zalba, S. I. Tomo II: Theologia moralis specialis: De mandatis Dei et Ecclesiae, por el P. Marcelino Zalba. S. I. 1953. XX 4" 1.104 páginas. 90 pesetas tela, 135 piel Publicado el tomo III y último (117). 1 07 kA PAJ-'ABRA DE CRISTO. Repertorio orgánico de textos para el AV* estudio de las homilías dominicales y festivas, elaborado por una co- misión de autores bajo la dirección de Mons. Angel Herrera Oria, obispo de Málaga. Tomo VIII: Pentecostés (4.°) Lo parábola de los invitados a la boda. La curación del hijo del régulo. El perdón de las ofensas. El tributo al César Resurrección de la hija de Jairo. Cristo Rey. La última venida de Cristo. 1^57. XXXII -f 1.36S págs. 100 peseta* tela, 145 piel.

108 TE0I*0GIA D^ SAN JOSE, por el P. Fr. Bonifacio Llamera, O. P., con la Suma de los dones de San José, de Fr. Isidoro Isolano, O. P..

en edición bilingüe. 1953. XXVIII + 663 págs. 65 pesetas tela, 110 piel.

109 0BRAS SELECTAS DE SAN FRANCISCO DE SALES. Tomo I: Introducción a la vida devota. Sermones escogidos. Conversaciones espi- rituales. Alocución al Cabildo catedral de Ginebra. Edición preparada por el

P Francisco de la Hdz, S. D. B. 1953. XX + 800 págs— 65 pesetas tela, 110 piel. Publicada el tomo II y último (127).

I 10 OBRAS COMPLETAS DE SAN BERNARDO. Tomo I: Vida de San A Bernardo, por Pedro RibadenEira, S. I. Introducción general. Sermones de tiempo, de santos y varios. Sentencias. Edición preparada pot el P. Grego- rio Díez, O. S. B. 1953. XXXVI + 1.188 págs.— 70 pesetas tela, 115 piel. Publicado el tomo II y último (130).

\\\ OBRAS DE SAN LUIS MARIA GRIGXIOX DE MOXTFORT- Car- tas. El amor de la Sabiduría eterna. Carta a los Amigos de la Cruz. Bi secreto de María. El secreto admirable del Santísimo Rosario. Tratado de la verdadera devoción. Escritos destinados a los misioneros de la Compañía de María y a las Hijas de la Sabiduría. Preparación para la muerte. Cánticos. Edición preparada por los PP Nazario Pérez (f ) y Camilo María Abad, S. I. 1954. XXVIII + 984 págs. 70 pesetas tela, 115 piel.

110 COMENTARIOS A LOS CUATRO EVANGELIOS, por el P. Juan de Maldonado, S. I. Tomo III y último: Evangelio de San Juan. Ver- sión castellana, introducción y notas del P. Luis María Jiméníz Font. S. I.

1954 VIII -f 1.064 págs.- -70 pesetas tela, 115 piel.

113 OBRAS ASCETICAS DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO.

_ Tomo II y último: Obras dedicadas al clero en particular. Edición crlticft. Introducciones, versión del italiano, notas e índices del P. Andrés Goy, C. SS. R. 1954. XXIV + 941 páginas en papel biblia.— 75 pesetas tela,

120 piel.

|]4 TEOLOGIA DE LA PERFECCION CRISTIANA, por el P. Antonio ±J-^ Royo Marín, O. P. Prólogo del Excmo. y Rvmo. Dr. Fr. Albino G. Menéndez-Reigada, Obispo de Córdoba. 2.» ed. 1955. XL + 904 págs. 75 pesetas

tela, 120 piel.

115 SAN BENIT0- $u vidn y su Reala. Por los PP. García M. Colombás, León M. Sansegundo y Odilón M. Cunill, monjes de Montserrat. 1954.

XX -f- 760 págs. 70 pesetas tela, 115 piel.

1U PADRES APOLOGISTAS GRIEGOS (s. II). Edición bilingüe, pre-

parada por D. Daniel Rurfc Bueno, catedrático de lengua griega y pro- fesor a. de la Universidad de Salamanca. 1954. VIII + 1.006 págs. en papel

biblia. 80 pesetas tela. 125 piel.

II 7 THEOLOGIAE MO RALIS SUMMA, por los PP. Eduardo F. Regati-

llo y Marcelino Zalba, S. I. Tomo III y último: Theologia moralis specialis: De sacramentis. De delictis et poenis, por el P. Eduardo F. Regati- llo, S. I. 1954. XVI -r 1-000 págs 90 pesetas tela, 135 piel.

118 TEXTOS EUCARISTICOS PRIMITIVOS. Edición bilingüe de los contenidos en la Sagrada Escritura y los Santos Padres, preparada por

el P. Jesús Solano, S. I. Tomo II y último: Hasta el fin de la época patrística. 1954. XX + 1.012 págs., con grabados.— 85 pesetas tela, 130 piel.

119 ^A PA^ABRA °E CRISTO. Repertorio orgánico de textos para el estudio de las homilías dominicales y festivas, elaborado por una comi- sión de autores bajo la dirección de Mons. Angel Herrera Oria, obispo de Málaga. Tomo II: Epifanía a Cuaresma: La Sagrada Familia. El milagro de las bodas de Caná. La curación del leproso y la fe del centurión. Jesús calma la tempestad. La cizaña en medio del trigo. Parábola del grano de mostoso- y de la levadura. Los obreros enviados a la viña. La parábola del sembrador. El anuncio de la pasión y el ciego de Jericó. 1954 XL + 1.275 págs. 85 pesetas tela, 130 piel. Publicados los tomos III (123), IV (129), V (133), VI (138), VII (140) y VIII (107).

1 20 0BRAS COMPLETAS DE SANTA TERESA DE JESUS. Nueva re- " visión del texto original con notas críticas. Tomo II: Camino de perfec- ción. Moradas del castillo interior. Cuentas de conciencia. Apuntaciones. Medv taciones sobre los Cantares. Exclamaciones. Libro de las Fundaciones. Constitu- ciones. Visita de Descaigas. Avisos. Desafio espiritual. Vejamen. Poesías. Orde- nanzas de una cofradía. Edición preparada y revisada por el P. Efrén de la Madre de Dios, O. C. D. 1954. XX 1.046. págs. en papel biblia. 80 pesetas tela, 125 piel.

121 OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo XII: Del bien del matrimonio.

Sobre la santa virginidad. Del bien de la viudes. De la continencia.

De los enlaces adulterinos. Sobre la paciencia. El combate cristiano. Sobre la mentira. Contra la mentira. Del trabajo de los ntonjes. El sermón de la mon- taña. Texto en latín y castellano. Versión, introducciones y notas de los pa- dres Fr. Félix García, Fr. Lope CillERUElo y Fr. Ramiro Flórez. O. S. A.

19,54- XVI + 995 págs.— 75 pesetas tela, 120 piel.— Publicado el tomo XIII (139),

122

SUMA TEOLOGICA de Santo Tomás de Aquino. Tomo V: Tratado de los hábitos y virtudes en general, en latín y castellano; versión, in- troducciones y apéndices del P. Fr. Teófilo Urdánoz. O. P., Tratado de los vi- cios y pecados, en latín y castellano; versión del P. Fr Cándido Aniz, O. P., e introducciones y apéndices del P. Fr. Pedro Lumbreras, O. P. 1954. XX -4- 975 páginas. 75 pesetas tela, 120 piel. Publicados los tomos VI (149), VIII (152), iX (142), X (134), XII (131), XIV (163) y XV (145).

ÍOQ LA PALABRA DE CRISTO. Repertorio orgánico de textos para el estudio de las hornillas dominicales y festivas, elaborado por una co- misión de autoies bajo la dirección de Mons. Angel Herrera Oria, obispo de Málaga. Tomo III: Cuaresma y tiempo de Pasión: Las tentaciones de Jesús en el desierto. La transfiguración. Curación del endemoniado ciego y mudo. La multiplicación de los panes. Los fariseos acusan a Cristo. La entrada en Jerusalén. 1954. XXXII + 1 210 págs. 75 pesetas tela, 120 piel— Publicados los tomos IV (129), V (133), VI (138), Vil (140) y VIII (107). 1 24 SINOPSIS CONCORDADA D5 LOS CUATRO EVANGELIOS. Nueva -*-^*,versión del original griego, con notas críticas, por el P. Juan Leal, S. I. 1954. XX + 353 págs.— 55'pesetas tela, 100 piel.

1 *jr LA TUMBA DE í>AJN PEDRO Y LaS CATACUMBAS POMANAS, por los Dres. Engelberto Kirschbaum, Edüardj Junyent v José Vives-

1954. XVI + 616 págs , con 127 láminas— 90 pesetas tela, 135 piel. |9¿ SUMA TIPOLOGICA de ^anto TomAs de AyuiNO. Tomo IV: Tratado ^■^^ de la bienaventuranza y de los actos humanos, en latín y rastellano; versión e introducciones del P. Fr. Teófilo Urdánoz, O. P. Tratado de las

pasiones, en latín y castellano; versión e introducciones de los PP. Fr. Ma- nuel Ubeda y Fr. Fernando Soria, O. P. 1954. XX + 1.032 págs. 80 pesetas tela. 125 piel.— Publicados los tomos V (122), VI (149), VIII (152), IX (142), X (134), XII (131), XIV (163) y XV (145).

|27 OBRAS SELLCTA6 DE SAN FRANCISCO DE SALES. Tomo II y último: Tratado del amor de Dios. Constituciones y Directorio espi- ritual. Fragmentos del epistolario Ramillete de cartas enteras. Edición prepa- rada por el P. Francisco de la Hoz, S. D. B. 1954. XXIV + 982 págs.— 75 pe- setas tela, 120 piel.

128 DOCTRIXA PONTIFICIA. Tomo IV: Documentos marianos, por el ° P. Hilario Marín, S. I. 1954. XXXII -4- 892 págs.— 80 pesetas tela,

125 piel.

129 ^A PAI<ABRA DE CRISTO. Repertorio orgánico de textos para el estu- dio de las homilías dominicales y festivas, elaborado por una comisión

de autores bajo la dirección de Mons. Angel Herrera Oria, obispo de Malaga. Tomo IV: Ciclo pascual: La resurrección del Señor. "¡Señor ntio y Dios mió I" Bl Buen Pastor. "Vuestra tristeza se volverá en gozo". La promesa del Parácli- to. "Pedid y recibiréis". Persecución y martirio. 1954. XXIV + 1.275 págs.— 85 pesetas tela, 130 piel.— Publicados los tomos V (133), VI (138). VII (140) y VIII (107).

130 OBRAS COMPLETAS DE SAN BERNARDO. Tomo II y ultimo: Ser mones sobre el Cantar de los Cantares. Sobre la consideración. De las

costumbres y oficios de ios obispos. Sobre la conversión. Del amor de Dios. Del precepto y de la dispensa. Apología. De la excelencia de la Nueva Muicia De los grados de la humildad y de la soberbia. De la gracia y del libre albe- drio. Sobre algunas cuestiones propuestas por Hugo de San Víctor. Contra ioj errores de Pedro Abelardo. Vida de San M alaquias. Cartas. Edición preparada por e! P. Gregorio Díez, O. S. B. 1955. XVI 1.260 págs.— «5 pesetas tela.

130 piel.

131 SUMA TEOLOGICA de Santo Tomás de Aquino. Tomo XII: Tratado di la vida de Cristo, en latín y castellano. Versión e introducciones dei

P. Fr. Alberto Coluxga, O P 1955 XVI -f 684 págs. 70 pesetas tela, 115 piel. Publicados los tomos XIV (163) y XV (145).

1 S2 HIST0RIA DE LA LITURGIA, por Mons. Mario Righetti, abad mi- trado de la Pontificia Colegiata de Nuestra Señora del Remedio (Ge- nova). Tomo I: Introducción general. El año litúrgico. Bl Breviario. Edición preparada por D. CornElio Urtasun, Prof. de Liturgia en el Seminario Metro- politano de Valencia. 1955. XX -f- 1-343 págs. en papel biblia, con profusión de grabados. 95 pesetas tela, 1401 piel.

"1 99 LA PALABRA DE CRISTO. Repertorio orgánico de textos para el es- tudio de las homilías dominicales y festivas, elaborado por una comi- sión de autores bajo la dirección de Mons. Angel Herrera Oria, obispo de Málaga. Tomo V: Pentecostés (1.°): La venida del Espíritu Santo. La Santísi- ma Trinidad. "Sed misericordiosos" . La gran cena. La oveja perdida. La pesca milagrosa. 1955. XXIV + 1.100 págs. 80 pesetas tela, 125 piel. Publicados los tomos VI 038). VTI 0401 y VÍII (107)

i o¿| SUMA TEOLOGICA de Santo Tomás de Aquino. Edición bilingüe. Tomo X: Tratado sobre la templanza- Versión e introducciones del

P. Fr- CÁNpipo Ani1?, O- P- Tratado sobre la profecía,. Versión e introdueyioru-s

<W P. Fr. Amkrto CotüNOA, O. P. Tratado de los distintos géneros de vida y

estados de perfección. Versión del P. Fr. Jesús García Alvarez, O. P.. e intro- ducciones del P. Fr. Antonio Royo Marín, O. P. 1955 XX 4- 887 páes— 75 pe- setas tela, 120 piel.— Publicados los tomos XII (131), XIV (163) y XV (145)

135 BIOGRAFIA Y ESCRITOS DE SAN JUAN BOSCO. Memorias del Oratorio. Ideario pedagógico. Ascética ai alcance de todos Extractos

ie artículos y discursos. Vidas de Domingo Savio y Miauel Magone. 'Epistolario Edición preparada por el P. Rodolfo Fierro, S. D. B. 1055. XXIV -f 090 pági- nas.— 75 peseta* tela. 1 1 5 r»'el

136 DOCTRINA PONTIFICIA. Tomo I: Documentos bíblicos, por Salvador

Muñoz Iglesias. Prólogo del Excmo. y Rvmo. Sr. D'r. D. Leopoldo Eijo Garay. patriarca de las Indias Occidentales y obispo de Madrid-Alcalá. 1955. XXXIII + 705 págs.— 75 pesetas tela, 120 piel.— Publicado el tomo V (128).

PHILOSOPHIAE SCHOLASTICAE SUMMA, por una comisión de profesores de las Facultades de Filosofía en España de la Compañía de Jesús. Tomo TI: Cosmología, Psychologia, por los PP. José Hellín y Fernando M Palmes. S. I. 1955. XX + 845 págs.— 85 pesetas tela. 130 piel. Publicado el tomo TTT y último (921.

1 O LA PALABRA DE CRISTO. Repertorio orgánico de textos para el estudio de las homilías dominicales y festivas, elaborado por una comi- sión de autores bajo la dirección de Mons. AncEl Herrera Oria, obispo de Málaga. Tomo VI: Pentecostés (2.°): Reconciliación fraterna. Segunda mul- tiplicación de los panes. Lobos con piel de oveja. El mayordomo infiel. Llanto sobre Jerusalén. El fariseo y el publicano. El sordomudo. 1955. XXIV +1-301 páginas— 85 pesetas tela, 130 piel.— Publicados los tomos VII (140) y VIII (107). 139 OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo XIII: Tratados sobre el Evangelio de San Juan (1-35). Texto en latín y castellano. Versión, introducción y notas del P. Teófilo Prieto. O. S. A. 1955. VIII + 800 págs.— 75 pesetas tela, 120 piel.

J^Q LA PALABRA DE CRISTO. Repertorio orgánico de textos para el es- tudio de las homilías dominicales y festivas, elaborado por una comi- sión de autores bajo la dirección de Mons. Angel Herrera Oria, obispo de Má- laga. Tomo VII: Pentecostés (3.°): El buen santaritano. Los diez leprosos. "Buscad primero el reino de Dios y su justicia..." Resurrección del hijo de la viuda. La curación del hidrópico. El más grande y primer mandamiento. El paralítico de Cafarnaúm. 1955. XXIV + 1.244 págs. 85 pesetas tela, 130 piel. Publicado el tomo VIII (107)

J41 OBRAS DE SAN JUAN CRISOSTOMO. Tomo I: Homilías sobre San Mateo (1-45). Edición bilingüe, preparada por D. Daniel Ruiz Bueno, catedrático de lengua griega y profesor a. de la Universidad de Salaman- ca. 1955. XVI + 894 págs. en papel biblia— 80 pesetas tela, 125 piel. Publicado el tomo II (146).

1 42 SUMA TEOLOGICA de Santo Tomas dE Aqütno. Edición bilingüe. \.^±¿i Tomo IX: Tratados de la religión, de las virtudes sociales y de la for- taleza. Versión bajo la dirección del P. Fr. Teófilo Urdánoz, O. P. Introduccio- nes y apéndices del P. Fr. Pedro Lumbreras, O. P. 1955. XX + 906 págs.

80 pesetas tela, 125 piel.— Publicados los tomos X (134), XII (131), XIV (163) v XV (145).

1 4^ OBRAS DE SANTA CATALINA DE SIENA. El Diálogo. Edición pre- J-^*,¿* parada por D. Angel Morta. Prólogo del excelentísimo y reverendí- simo Sr. Dr. Fr. Francisco Barbado Viejo, obispo de Salamanca. 1955. XXXII

+ 642 págs. 70 pesetas tela, 115 piel.

144 HISTORIA DE LA LITURGIA, por Mons. Mario RighEtti, abad mitrado de la Pontificia Colegiata de Nuestra Señora del Remedio (Génova). Tomo II y último: La Eucaristía. Los sacramentos. Los sacramenta- les. Edición preparada por D. Cornelio Urtasun. 1956. XX -f 1 192 págs. en

papel biblia, con grabados.— 95 pesetas tela, 140 piel.

1 ¿fCt SUMA TEOLOGICA de Santo Tomas de Aquino. Edición bilingüe. X^O Tomo XV: Tratado del orden. Versión e introducciones del P. Fr. Ar- mando Bandera, O. P., Tratado del matrimonio. Versión e introducciones del P. Fr Sabino Alonso Moran, O. P. 1956. XX + 645 págs.— 70 pesetas tela, 115 piel.

i±fk 0BRAS DE SAN JUAN CRISOSTOMO. Tomo II: Homilías sobre J-'*0 San Mateo (46-90). Edición bilingüe, preparada por D. Daniel Ruiz Bueno, catedrático de lengua griega y profesor a. de la Universidad de Sala- manca. 1956. XII -f 880 págs. en papel biblia. 75 pesetas tela, 120 piel. lAJ TEOLOGIA DE LA SALVACION, por el P. Fr. Antonio Royo J-'* * Marín, O. P. Prólogo del Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. Fr. Francisco Barbado Viejo, O. P., obispo de Salamanca 1956. XX -j- 660 págs. 70 pesetas tela,, 115 piel

148

LOS EVANGELIOS APOCRIFOS. Colección de texto», renuótt cri- tica, estudios introductorios, comentarios e ilustraciones por Aurelio uk Santos Otero. 1956. XVI 4- 761 págs. con 32 láminas. 80 pesetas tela, 125 piel. 14Q SUMA TEOLOGICA de Santo Tomás dk Aquino. Edición bilingüe.

Tomo VI: Tratado de la ley en general. Versión e introducciones del Padre Fr, Carlos Soria, O. P. Tratado de la ley antigua. Versión e introducciones del P. Fr. Alberto Colunga, O. P. Tratado de la gracia. Ver- sión del P Fr. Juan José Ungidos, O. P., e introducciones del P. Fr. Fran- cisco Pérez Muñiz, O. P. 1956. XVI + 923 págs.— 75 pesetas tela. 120 piel. Publicados los tomos VIII (152), IX (142); X (134), XII (131), XIV (163) y XV (145).

| HISTORIA DE LOS HETERODOXOS ESPAÑOLES, de Marcelino

MenéndEz Pelayo. Tomo I: España romana y visigoda. Periodo de la Reconquista. Erasmistas y protestantes. 1956. XVI 4- 1.086 págs. en papel biblia. 80 pesetas tela, 125 piel.

l^-l HISTORIA DE LOS HETERODOXOS ESPAÑOLES, de Marcelino -* MenéndeIz Pelayo. Tomo II y último: Protestantismo y sectas ntísticas. Regalismo y Enciclopedia. Heterodoxia en el siglo XIX. Con un estudio final sobre Menéndez Pelayo y su Historia de los heterodoxos, por el Dr. Rafael García y García de Castro, arzobispo de Granada. 1956. XVI 4- 1.223 págs. en papel biblia. 80 pesetas tela, 125 piel.

| ro SUMA TEOLOGICA de Santo Tomás de Aquino. Tomo VIII: Tratado de la prudencia. Versión e introducciones del P. Santiago RamírEíz, O. P. Tratado de la justicia. Versión e introducciones del P. Teófilo Urdáno^z . O. P 1956. XVI + 880 págs. 75 pesetas tela, 120 piel. Publicados los tomos IX (142), X (134), XII (131), XIV (163) y XV (145).

1 r O BIOGRAFIA Y ESCRITOS DE SAN VICENTE FERRER. Edición ****** preparada por los PP. Fr. José M. de Garganta y Fr. Vicente Forca- da, O. P. 1956. XXXII -f 730 págs.— 75 pesetas tela, 120 piel. | r¿| CUESTIONES MISTICAS, por el P. Mtro. Fr. Juan G. Arinte- Aüií ro, O. P. 1956. LVI 4- 689 págs.— 75 pesetas tela, 120 piel. 1 ffrr ANTOLOGIA GENERAL DE MENENDEZ PELAYO. Recopilación ^ orgánica de su doctrina. Elaborada por José María SáncheIz de Mu- niáin. Tomo I: Biografía y autorretrato. Juicios doctrinales. Juicios de _ His- toria de la filosofía., Historia general y cultural de España. Historia religiosa de España. Prólogo del Excmo. y Rvdmo. Dr. Angel Herrera, obispo de Málaga. 1956. 172* 4- 968 págs. 90 pesetas tela, 135 piel.

1 C?¿ ANTOLOGIA GENERAL DE MENENDEZ PELAYO. Recopilación orgánica de su doctrina. Elaborada por José María Sánchez de Mu- niáin. Tomo II: Historia de las ideas1 estéticas. Historia de la literatura es- pañola. Notas de Historia de la literatura universal. Selección de poesías. In- dices. Prólogo del Excmo. y Rvdmo. Dr. Angel Herrera, obispo de Málaga. 1956. 68* 4- 1.352 págs.— 90 pesetas tela, 135 piel.

1C7 OBRAS COMPLETAS DE DANTE. Versión castellana de Nicolás GonzáleIz Ruiz sobre la interpretación literal de Giovanni M. Bertini. Colaboración de José Luis Gutiérrez García. 1956. VIII 4- 1.146 págs. 85 pe- setas tela, 130 piel.

158 CAT^CISMO ROMANO de San Pío V. Texto bilingüe y comentario.

Versión, introducciones y notas de Pedro Martín Hernández, sacerdote operario. 1956. XL 4- 1.084 págs.— 85 pesetas tela, 130 piel. ICO SAN JOSE DE CALASANZ. Estudio pedagógico y selección de escritos

por el P. Gyórgy Sántha, Sch. P. Versión del estudio pedagógico sobre el original inédito, por el P. César Aguilera, Sch. P. Versión de la selección de escritos por una comisión diirigida por el P. Julián Centelles, Sch. P. 1956. LII 4- 830 págs. 85 pesetas tela, 130 piel.

I fifi HISTORIA DE LA FILOSOFIA. Tomo I: Grecia y Roma, por el P. Guillermo Fraile, O. P. 1956. XXVIII 4- 840 págs.— 90 pesetas tela, 135 piel.

161 Sí'Ñ0RA NUESTRA. El misterio del hombre a la luz del misterio de María, por José María CarodEvilla. Prólogo del excelentísimo y reve- rendísimo Sr. Dr. D. Casimiro Morcillo, arzobispo de Zaragoza. 1957. XII 4- 433 págs. 65 pesetas tela, 110 piel.

162 JESUCRIST0 SALVADOR. La persona, la doctrina y la obra del Re- denior, por Tomás Castrillo. 1957. XII 4- 524 págs.— 75 pesetas tela,

120 piel.

163 SUMA TEOLOGICA de Santo Tomás de Aquino. Edición bilingüe. Tomo XIV: Tratado de la penitencia. Introducciones del P. Fr. Ar- mando Bandera, O. P., y versión bajo su dirección. Tratado de la extremaun- ción. Versión e introducciones del P. Fr. Arturo Lobo, O. P. 1957. XX + 611 páginas.— 80 pesetas tela, 125 piel. Publicado el tomo XV (145).

PROXIMA APARICION Y EN PREPARACION

SUMA TEOLOGICA de Santo Tomás de Aquino. Tomo XIII.

LA PALABRA DE CRISTO. Tomo IX.

MORAL CRISTIANA, por el P. Royo Marín, O. P.

OBRAS COMPLETAS DEL BEATO JUAN DE AVILA. Tomo III y último. OBRAS COMPLETAS DE SANTA TERESA. Tomo III y último.

OBRAS DE SAN AGUSTIN. Tomo XIV.

HISTORIA DE LA IGLESIA. Tomo ni. (Aparecido* ra el I, d U y d IT

y último.)

Este catálogo comprende la relación de obra* publicada* hasta el mes de

abril de 1957.

La BAC viene publicando, al menos, doce volúmenes nuevos cada año.

Al hacer su pedido haga siempre referencia al número qae la obra solicitada tiene, según este catálogo, en la serie de la Biblioteca de Autores Cristianos

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