HUGO FERNANDEZ ARTUCIO

LA CUESTION RELIGIOSA

Y EL

SOCIALISMO

ENSAYOS MONTEVIDEO

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HUGO FERNANDEZ ARTUCIO

LA CUESTION RELIGIOSA

Y EL

SOCIALISMO

(ESBOZO PARA UN ENSAYO POLITICO)

MONTEVIDEO

AÑO MCMXXXVI

LA CUESTION RELIGIOSA Y EL SOCIALISMO

(Esbozo para un ensayo político)

Lo religioso auténtico no excede, para nosotros, de las fronteras del alma individual. En ella se formula la inquie- tud central acerca del misterio de nuestra vida y allí, si al- guna respuesta existe, es que lia de darse. La relación, el choque, la interferencia de la cuestión religiosa con el so- cialismo afecta la proyección de historicidad de ambos tér- minos del problema, en punto a su capacidad para trasmu- tarse en fuerzas vectoras de la acción de las masas, consus- tanciadas hasta la raiz con los destinos, eminentemente po- líticos del estado. He ahí por qué, un ensayo para elucidar las múltiples y complejas derivaciones del problema del so- cialismo y la religión, ha de ser ensayo político.

Suele ocurrir, empero, que la ausencia de realidades históricas en cuya filigrana pudiesen hallar objetividad as- pectos profundos de ciertos problemas, inhibe, aun a los más agudos ingenios, para discernir aquello que el tiempo muda, de las formas enraizadas en estratos fundamentales de vi- da; lo adherido a meros estados de tránsito, del cogollo de una realidad espiritual básica. Entre nosotros, la cuestión religiosa ilustra esta suerte de situaciones. La discusión al rojo vivo, mezcló hace treinta años y más religión y catolicismo, confundiendo, a partir de ello, todos los pro- blemas, en medio del fragor polémico suscitado por la fran- ca intolerancia o la incomprensión estrecha y agresiva. Y en lo que hace propiamente al catolicismo, fué confundida

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su significación psicológica y moral verdadera, por la ante- posición del aspecto de ecclesia militans que esa confesión ofrece. Tanto más grave circunstancia, si se tiene en cuenta i|uc la iglesia católica fuera como lo es hoy (lia. aliada incondicional en Hispanoamérica, por sus jerarcas, de oli- garquías rapaces y tiranuelos, y enemiga acérrima de la renovación espiritual de las jóvenes repúblicas. Mas, sería ociosa tentativa, la que pretendiera establecer en qué punto un positivo propósito de poner dique a la influencia de la iglesia romana, saliéndose de cauce, se tradujo en 'modos de pensamiento propensos a incurrir en la más variada gama' de paralogismos. En cotejo con esa aleccionadora realidad de nuestro pasado, vendremos sobre la situación actual de la cuestión religiosa, tomándola por uno de sus cabos, aquel que tiende una relación con el movimiento socialista. Mol- deada hoy sobre una más vasta realidad que nos la muestra en extensiones dilatadas, procuraremos no incurrir en pa- recidas falacias a las (pie se deslizaran en debates histó- ricos. En ellos buscaremos a cambio, para continuarlos, los positivos desenvolvimientos del impulso que moviera la in- quietud de otros espíritus y épocas.

De muy antiguo, parece verdad incorporada al acervo del sentido común, (pie lo religioso posee una condición aglu- tinante que le es inberente. lÜen por causa de la irradiación de estructuras espirituales individuales sobre el ámbito de la colectiv idad, si se trata del homo religiosas hechicero, sacerdote, fundador ; ocasiones por la unificación deri- vada de la práctica de comunes ritos; ya por la comunicati- vidad emotiva de la liturgia; quizá en virtud de la identi- ficación en san/as palabras, en becbos. doctrinas o escritos tenidos per sagrados, es incuestionable que lo religioso posee calidades para dar pie a ciertas precipitaciones sociales, en grupos poseedores de inconfundible fisonomía. Precipitados de una tal naturaleza, conjuntamente con otras fracciones recortadas en torno a diferencias nacionales o económica* y en tanto que aglomeración de grupos, más que como masa compacta y homogénea constituyen, para cierto

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eminente ideólogo contemporáneo del derecho político, la esencia del pueblo. ( t ) Kste, unitario tan sólo en sentido normativo, es un postulado etico-político afirmado por la ideología nacional o estatal mediante una ficción general- mente empleada, por lo que se refiere a la coincidencia o disparidad en pensamientos, sentimientos, voluntades e in- tereses. Encuadrados estrictamente en los grupos religiosos, caben, junto a la primeramente nombrada confesión apostó- lica de Rema, los que pertenecen a otras sectas cristianas, como sería oportuno también, citar a budbistas, musulma- nes, teósofos, etc., si no nos guiase el propósito de atenernos ajustadamente a la realidad, bajo un paralelo y un meri- diano dados, correspondientes a esta tierra oriental del Uru- guay. Y bien ; para cualquier esfuerzo tendiente a extender sobre nuestro magro paisaje físico el territorio ideal de la justicia, será preciso tomar conocimiento de aquellos gru- pos religiosos v contar con ellos, positiva o negativamente, pesando su influencia en la vida nacional, discriminando alcance real y virtual, de presente y de futuro (pie poseen. Tarea que también es política, puesto que configura un ine- ludible deber de ciudadano.

Pero más profundo aún. por bajo nodulos tan diversos de agregación humana ; más allá de la realidad de los frac- cionamientos del pueblo en sectores religiosos, nacionales y económicos, subyace una realidad sustancial, que guarda con ellos, la razón de un denominador común : un hecho ob- jetivo y poseedor de propia evidencia, la lucha de clases, cuya constatación y explayamiento, es piedra angular del socialismo moderno. Si tarea socialista es, también será, po- lítica, ubicar aquellos distintos órdenes de agrupación de los hombres, relativamente a la realidad social y económica de la lucha de clases. Esta realidad y su interna dinauiicidad. se identifican, por su parte, con la causa de la justicia so- cial y de la democracia, intentar un supremo esfuerzo, por

(1) Hans Kelsen : ''Eser.cia y valor de la democracia", Ed. Eabor, Barce- lona-Buenos Aires, 19.14. Traducción de la 2a. edición alemana.

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subsumir en sus categorías básicas los mayores sectores den- tro de los distintos grupos humanos, es tarea que halla su justificativo en su propia imperatividad. Si se quiere que el socialismo tifia hasta la última porciúncula del alma de este pais, habrá de buscarse identificarlo con el pueblo. Y los grupos religiosos, hacen parte del pueblo. De ahí que sea necesario el esfuerzo emprendido para juzgar por qué modo y hasta qué punto, la cuestión religiosa es o no compatible, en fines primarios o secundarios, con la realidad del movi- miento obrero socialista.

Henos aquí con que, al cabo de estas reflexiones, diri- gidas a demostrar que la cuestión de la religión y el socia- lismo es punto a mostrarse en el plano de lo político, hemos, por manera impensada, diseñado sin equívocos, una actitud personal, en lo fundamental, política ella misma. Esto es evidente : nos hemos ubicado en la curva que la historicidad va dejando tras sí, a medida que se rea- lizan sus valores ; pretendemos incorporarnos al pasado his- tórico de nuestro pueblo y ansiamos revivirlo subjetivamen- te de fuego a fuego, en esfuerzo inaudito por identificar- nos con el genio de la raza. Pugnamos por sobrepasar los puntos muertos a que arribaran meditaciones anteriores en la elucidación de este problema, que nos calienta y ateza el alma y la voluntad. Todo ello, en procura de incorporar, en calidad de milicianos de la justicia, a todos los grupos humanos apetentes de identificarse con los fines y la tác- tica del socialismo. Ya lo dijera don Manuel Azaña. He ahí cifrada en sus móviles una central emoción política. Es decir, en síntesis, que, escribiendo esto y lo que sigue, la emoción política ha hallado un paso y lo ha franqueado. Y bien, de tal suerte, ¿qué es ella? Que la política informa la manifestación de ciertos estilos vitales, es concepto que ilustra la opinión de meditadores profundos y publicistas sagaces, muy largo tiempo ha. Al cabo de él, en nuestros días, por virtud de investigaciones psicológicas que se es- fuerzan en recortar en toda su grandiosa nitidez las for- mas de vida esenciales, mediante síntesis de gran estilo, el

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homo politicus ha hallado su puesto junto a tantos otros. Por punto a mis convicciones, ahorrara a hipotéticos lec- tores estas reflexiones. Que, de mucho tiempo atrás, retor- no con frecuencia a cierta sentencia de un prudente filó- sofo francés del siglo XVI, el cual, con su vida, signaba la palabra : bene vixit qui bou- latuit, debiéndose entender por tal, más que la significación literal, el recato de perma- necer sumergido en lo que uno es y aun en lo (pie no es, ¿por qué no? y amurallarse en ello. Pero pienso que esta generación junto -\ la cual ando, y algunas más, están des- tinadas a olvidar o a recordar con nostalgia la máxima car- tesiana. Tanto la política aprieta en torno suyo, vocaciones, ocasiones desencontradas. Y al constatarse uno, político, por natural manera de dar expansión a una emoción, con- trae un compromiso ineluctable: trasmitir a los demás, en forma semejante, la vibración (pie los sucesos en uno des- piertan y resuenan con graves o agudos tonos. Por cuanto se sigue que. al hablar de la cuestión religiosa y el socialis- mo, ensayaré una dilucidación política. A ello contribuye la cuestión propuesta, dado su carácter peculiar.

LEGITIMIDAD SUSTANTIVA DF.I. HOMO REIJGIOSUS

Por punto general ocurre, que aquel cuyas preocupacio- nes no han sido jamás asaltadas por las características in- quietudes crepusculares que preludian el despertar de un sentimiento religioso, tiende a recitar de coro cuanto lugar común moteja de risible, o interioriza, subestimando, la ac- titud del que cree o siente determinados objetos o la vida minina, religiosamente. Ante estados tales de comprensión, o parecidos, el creyente es imaginado inevitablemente, far- fullando rezos, víctima propiciatoria de frailes de voz rep- tante que, entre un remangarse los hábitos para dar entre- tenimiento a las ávidas manos sarmentosas, y un acomo- darse la muceta, si su dignidad alcanza para tanto, desli- zan sentencias cenizosas, malignamente edificantes. Tan- to más si alguna vez se ha oído decir que la religión es el

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opio del pueblo, sentencia que parece al punto, cifra y lí- mite, compendio e ilustración, del estado de espíritu asi- milable al de un toxicómano en que el creyente, en último término un enfermo o engañado, se halla lamentablemente sumido. Que. aunque la expresión en posea una textura seria y enraizada en premisas filosóficas que merecen dete- nimiento y análisis, por ello mismo, pasa con semejante contenido insospechada por delante de las narices romas del incrédulo hinchado de pedantería. Pongamos ahora, sobre esas romas narices unas gafas desgastadas de tanto mirar a su través, y tendremos a nuestro hombre de tal modo in- telectualizado por su nuevo hábito, que a poco de aludir te- mas tan escabrosos, hasta puede resultar capaz de repetir sin frangollo, aquello de (pie nada hay fuera del hombre y de la naturaleza, y los seres superiores que erca nuestra fan- tasía son los fantásticos reflejos de nuestro propio ser, con (pie Federico Engels, buen discípulo de Feuerbach, ci- fraba un pensamiento (pie a una filosofía bautiza, ¡y no de las menores! (i). A todo lo cual, y no en pequeña parte, contribuyen situaciones que ocurren con inusitada frecuen- cia, o de ello son culpables aquellos que, poseídos de un efectivo sentido de religiosidad o que tal aparentan, por pertenecer a una confesión dada y aspirar lo cual, a su vez puede así mismo ser sincero a (pie se extienda, lle- van su proselitismo a extremos tales, como el presentar, va- ya por caso, a Jesús, como un propagandista demócrata o como un lector de Michelet o de Castelar, o, quién sabe, si como un precursor de la ley agraria. (Valga la sonrisa de un ilustre español contemporáneo). Pues bien; la religiosi- dad como forma vital, no puede ser tema de proselitismo ni de botigheria intelectual. Que es tan honda y seria, lo suficiente para justificar plegarias y reverencias en el ámbito de una necesaria expresión de emociones sin que ello implique garrulería, como para afirmar que puede ex- perimentarse en toda verticalidad lo religioso, sin necesi-

(1) "I.udwig Feuerbacli", píg. 11.

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dad de sentirse ciertas presencias, sean ellas de Jesús, de Wotan o de Zorcastro. De igual suerte que, para saber a ciencia cierta la parte y papel que el termino medio des- empeña en el silogismo, sobra el conocimiento de los voca- blos mnemotécnicos, con que los lógicos de antaño bautiza- ban las distintas figuras derivadas de la posición de aquél : Bárbara, Ferio, etc., para la primera, Camcstres, Festino y otras para la segunda, y así en un recorrido de las cua- tro conocidas. Xo. La experiencia de los homines religiosi es cuestión tan terrible, y en ciertas circunstancias tan dra- mática, que sólo puede tratarse en serio.

Desde Manuel Kant, se admite que la religión es una genuina manera de conducirse, de manifestarse el alma. El espíritu se encañonaría, según ello, en la dimensión de la religiosidad, (pie es anterior, en tanto que elemento sub- jetivo, a la religión misma, supuesta becho objetivamente experimentable . Por idéntico modo, podría afirmarse la misma relación entre la experiencia afectiva y los objetos de la afectividad, entre la experiencia intelectual y los ór- denes de realidad a que ella se aplica en sus procesos de ela- boración. Comenio, junto a Pascal; ambos, a un Henri Poincaré; respectivamente, religiosidad, logique du coeur y soberanía de la inteligencia. Para William James, a su tur- no, el sentimiento religioso no tiene porque ser, necesa- riamente, un algo intrínsecamente válido, genuino, consus- tanciado con el espíritu mismo, del que sería de ese modo, explicitación. Constituye una experiencia, dotada de un grado más hondo de iñmediaticidad . Participando en ella, deviniendo ella misma, cualquier sentimiento es pasible de adquirir entonación religiosa, siempre y cuando esté refe- rido a un tema vital; en tanto colabore en la unidad funda- mental del espíritu, en la reacción total contra la vida. Por su parte, Harald Hoffding, el excepcional meditador da- nés, que comparte la tesis precitada, según la cual, lo carac- terístico y sustantivo de la religiosidad es el estado de ar- monía, de paz, la unidad alcanzada si se quiere , a tra- vés de agonías, deduce, de que lo religión del hombre está

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determinada por la relación de valores que conoce a la rea- lidad que le es familiar, en las conclusiones a que arriba el genial filósofo yanqui, la legitimidad del valor, como ele- mento de coteje, en punto a validez. V agrega: "Partiendo de este punto de vista, llegué a la hipótesis de (pie la con- servación del valor es la idea religiosa fundamental, o el axioma religioso". Tesis en la cual parece acuciarse ya la dirección que tomarán algunos filósofos contemporáneos ( Scheler. Spranger), para acordar sustancial legitimidad a la religión, cuando logra apoderarse de la médula vital in- dividual.

Para aquél, la simpatía constituye el vehículo esencial para el ingreso a la categoría del saber culto

"Pero también la idea humanística del saber culto tal como en Alemania la encarna riel modo más sublime Goetbe ha de subordinarse a su vez y ponerse al servicio del saber de salvación. Porque todo saber es, en definitiva, de Dios y para Dios". (1)

Para Spranger, allí adonde la vivencia de valor ha inundado todas la- manifestaciones de la personalidad, nada es religiosamente indiferente y, además, todo puede situar- se a dvversa proximidad o distancia de lo religioso de acuer- do con su significación por lo que a la vida mental integra de la persona se rcfii re. Casos en (pie se encontrarían Shaí- tesbury y Giordano Bruno, para el autor.

Per punto general, estas doctrinas sustentan, con dis- tinta argumentación y origen metafísico, la legitimidad de raíz del homo religiosas. Lo religioso, de tal suerte, cabal- gando el alma misma, es algo metafísico, porque en él se explícita, en él vibra, fundamentalmente, un ser.

vSi este punto de vista es o no definitivo, irrebatible o fácilmente rebatible, corresponde decir al análisis profundi- zado, en esta dimensión metafísica en la cual también

(1) Max Scheler, saber y la cultura", Rev. de Occidente, Madrid, 1926. \>kg. 78.

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ir

cabe la penetración de la ciencia traida a mujeriegas por la razón hasta donde la razón es capaz de penetrar, de no- minar, de esclarecer.

LO RELIGIOSO SE DA NO SOLO A PROPOSITO DE LOS TRADICIONALES OBJETOS DE LA RELIGION

Cabe que se muestre la naturaleza religiosa correspon- diente a la religiosidad como forma de vida, sin que se exija la aparición en escena del "homo credulus", prosternado ante los objetivos a que adhiere por necesidad alusiva de tener fe en algo, o alguien, terreno o extrahumano. La creencia, pues, no constituye elemento integrante indispen- sable, para (pie el hombre religioso actúe en planos de his- toricidad. Razón de ello podría dar Spencer citemos uno entre muchos posibles en quien lo incognoscible, ontolo- gizado y presente, ocupa meramente un puesto, junto a otros conceptos integrantes del sistema (i).

Sin duda, aquellas ocultas motivaciones psicológicas de aureola metafísica, inspiraban a don Fernando de los Ríos ¡ un socialista de su porte y estilo ! cuando exclamara en cierto debate famoso de las Cortes Constituyentes de país: "Habéis velado a España, no se le ha dicho; se ha interpretado pérfidamente el fondo de nuestras intenciones; 'no se le ha dicho que nosotros, a veces no somos católicos, no porque no seamos religiosos, sino porque queremos ser- lo más. Hasta la última célula de nuestra vida espiritual está saturada de emoción religiosa; algunos de nosotros te- nemos la vida entera prosternada ante la idea de lo abso-

(1) Cuando la '"creencia" aparece, en cambio, se da un dualismo sujeto-objeto, tic singular carácter ; en efecto : la naturaleza desbordante de religiosidad que siente la necesidad de referir esa religiosidad a un objeto que es exterior al ámbito de la subjetividad, adhiere su sentimiento a algo cosa material o ideal ante lo cual, luego, asume la actitud de sumisión, de tal suerte, que parecería que una existencia se hubiese conferido al objeto mismo. Pero no por ello, ese algo cosa material o ideal ha dejado de ser lo que era (indiferente en punto a religión, por ejemplo, para el que no cree). I,a religiosidad, pues, es, en ese caso, super- puesta, y, en verdad, sólo es proyección transubjetiva de ur. sentimiento.

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luto, c inspiramos cada uno de nuestros actos en una espe- ranza ascensional" (i). Sólo un trasunto de emoción no el menor asomo de creencia se da en las palabras men- cionadas del ilustre autor de "El vSentido Humanista del Socialismo". ¿Cuántos Iwmines religiosi habrán de contar- se — para terminar entre los millones de socialistas obreros, empleado-, intelectuales, técnicos: trabajadores de todas las c'ases, en síntesis que militan en los movimien- tos de los paises nórdicos, en aquellos anglosajones y en muchos otros cuya enumeración resultaría fatigosa, y que profesan una religión perfectamente definida, basta en el plano positivo de lo histórico? Centenas, millares, abstra- yendo los que definen su religiosidad como creyentes. Claro está que oscuros casi todos, perdidos en el anónimo; pero por ello, ¿menos valiosos intrínsecamente? Lejos de eso, acaso clavados, algunos, más hondo en lo auténtico, en ra- zón, precisamente de su anonimidad.

Mas, al margen de la falange de 'nombres religiosos, de brío y prestancia singulares, a modo de subproductos de es- ta técnica del siglo XX, proyectan su figura hecha de me- dios tonos y fuga de perfiles, muchos malogrados en su des- tino individua}, por causas que no son inherentes a ellos mismos. Llenan el interludio que media del homo religiosas al homu credulus . Ninguna época como esta presente, afir- ma Karl Jaspers (2) ha fijado con tanta dureza, al hom- bre, en un punto, cuyas coordenadas son en verdad incon- movibles. La división del trabajo, perfeccionada por su or- ganización científica, sistemada por el régimen del stan- dard ha parcializado la atención del trabajador y véase que no se trata sólo del manual - alejando de él la pers- pectiva de su época como totalidad, del mundo como sis- tema relaciona! y panorama. Carente de "conciencia epo- cal", lejos de arregostarse a esa limitación de horizontes y

(1) "Documentos Políticos", Xo. 12, Ediciones ''Oriente", Madrid. 1934. págs. 26-27. (De un discurso pronunciado ei; las C. Constituyentes, el 8 de Oc- tubre de 19.U).

(2) ''T,a situación espiritual de nuestro tiempo", Edición Labor. KarcOo- na-Buecoi Aires.

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acomodar el espíritu a eso ipte se le da, el hombre en esa situación proyecta fuera de su inquietud, su angustia, su aburrimiento; por vía subconsciente hace de ellos una en- tidad dotada de una vida que es inversión de valores, y ha- cia ella dirige lo (pie no es, tendiendo a ser eso mismo; ¡que no es nada ! Ciertos irracionalismos con cuya presencia se sofoca el ambiente de nuestro tiempo, por giros frecuente- mente religiosos, llenan el monstruoso alvéolo de la ausen- cia de contenido vivo que padecen millones de vidas. Y bien; por antonomasia, el socialismo, aunque en determina- do memento no domine esos estratos sociales, debe buscar penetrarlos e infundirles la savia de su vitalidad. Pueblo también, con esas capas del moderno proletariado de overall o cuello y corbata ha de contarse : positiva o negativamente.

Estímese en calidad de punto de arranque que el hom- bre es un ser anhelante, cuyo impulso más poderoso es ape- tecer; o bien la tesis de que, siendo el espíritu estrecho, es preciso descargar contenidos ingresando en la objetividad, cierto es que el •'homo creclulus" presenta en su fe una fi- sura tajante, la cual nos lo muestra desdoblado en un su- jeto que cree y un objeto que es creído. Que es esta una actitud hasta del hombre primitivo, bien lo ha sentado con riqueza de erudición un Levy Brühl. Pero ello tanto da. Lo importante es que existe, hoy, como hecho. Fuera des- propósito pretender mostrarlo en punto a las religiones po- sitivas, desde que, come acontecimiento ahí está a la vista del menos curioso . Otra cosa nos importa : un desdobla- miento de la naturaleza del señalado, implica que uno de los términos de la dualidad sujeto-objeto, suele rebasar al otro. Lo trasciende. ¿Cómo? Pues bien, en la proyección de lo finito a lo infinito, ya en la relación de lo cognosci- ble a lo incognoscible, líien está que en uno u otro caso, el vínculo, aquello que permite conocer la incognoscible, el artilugio para transportarse de la finitud a la infinitud, se encuentra en lo religioso. Mas, ¿por qué ha de ser el oh-

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jeto, uno vulgar, contenido en los registros de las religio- nes positivas? Apelemos a James. Si la reclamación reli- giosa de objetividad se apoya en una experiencia orientada a concretar una "reacción total contra la vida", pero que lejos de apoyarse en un sentimiento asimilable a los que in- forman la común experiencia religiosa, hace pie en un sen- timiento tendido en la dimensión de la justicia, por ejem- plo, el objeto no tiene por qué ser necesariamente, de con- tenido, una institución ni una tradición. Puede darse a propósito de una fórmula, cuya sea la virtud de plenificar la objetividad del impulso religioso. Así, el postulado de la lucha de clases; en igual sentido para mantenernos en las líneas del socialismo marxista la fórmula de la "dic- tadura del proletariado". Un sustitutivo religioso, pide cierto filósofo alemán contemporáneo ya aludido : el "esta- do del porvenir" del marxismo mesiánico! Para el obrero medio, el "socialismo científico", es postulado existencial, ontologismo puro. 'Panto más las premisas y conclusiones sostenidas en la doctrinal Alguien ha dicho que el socialis- mo se debate en medio de una profunda contradicción ló- gica : el constituir un movimiento que, exigiendo ilustra- ción para ser comprendido en sus tesis básicas, debe mane- jarse con las ma-as menos capacitadas intelectualmente . Lo cual quedaría muy bien, siempre que no se tuviera en cuen- ta este hecho (pie venimos de señalar: que las fórmulas y pragmáticas político-sociales, que para una comprensión profunda exigen cierto nivel cultural, actúan por sortile- gio religioso sobre las masas. Estas depositan allí su anhe- lante tensión de objetivar un sentimiento que les tiñe todo el ser, a la manera como en la alta edad media, depositaran fe y esperanza, los contingentes aldeanos, en el quiliastismo,

Para ambas situaciones anteriormente citadas, vale, sin dejar resquicio a vacilaciones, el pensamiento de Jorge Simmel. La religión, en el plano analizado, y virgen aún de historicidad, es un sentimiento que, como tal, sólo al indi- viduo afecta; por análogo modo como ese sentimiento ex- presa la relación con la imagen de la divinidad, en conse-

La cuestión religiosa

cuencia, se tiende el nexo unitivo del patriota a la patria, del cosmopolita al mundo, del trabajador a su clase.

Sentimientos colectivos practicados efectivamente en el movimiento obrero socialista, por su intencionalidad afec- tiva y su procedencia localizada en la médula vital indivi- dual, ofrecen un ejemplo más, notable por su evidencia y notoriedad. Se dice que la solidaridad de las masas obre- ras, obedece a la solidaridad de intereses frente a la explo- tación capitalista. No creemos, como Henri de Man, «pie e] marxismo, s stenedor de la tesis anterior, haya falseado lo que esta idea contiene de verdad dándole un carácter de- masiado absoluto e interpretando la noción de interés cu un sentido puramente económico . La noción de interés a que hace alusión el ilustrado enmarada belga, no pierde la resonancia ideal que la acompaña en otros explayamientos de la doctrina de Marx, ni aún cuando es usada en la ex- plicación desnuda de las relaciones económicas, puesto que, aunque no haya en semejante caso mención expresa, el con- tenido de sentido ético continúa implícito. Mas, ¿a qué contenido ético de ventido, de qué sobretonos ideales se ha- bla cuando la referencia se apoya en el interés? Craso error, la creencia de que el interés, en tanto que móvil personal, es el motor de la historia. Atribución infundada, por otra parte, y acreditable sólo a ignorancia o incomprensión, ésta que se imputa a la concepción económica ríe la historia, para despreciarla .

"El materialismo histórico dice el doctor Emilio Frugoni en su obra Ensayos sobre Marxismo no atribuye al interés personal más pa- pel que a la pasión amorosa o a la emoción artística o al entusiasmo por la especulación filosófica o el fervor religioso o el frenesí por la inves- tigación de la verdad científica o el abnegado ardor político de los in- dividuos, en la determinación y orientación de la vida social. Porque ese interés no es sino un móvil individual acaso no el más difundido y ge- neralizado como impulso preponderante en ciertos casos para la mayoría de los hombres mientras que el factor determinante de la historia según esa teoría es de carácter social o colectivo." (1)

(1) ''Ensayos sobre marxismo". Kd. In Bolsa de los Libros, Montevideo, 1936, p.'igs. 102-103. Contribuyendo a la documentación de la tesW, el autor cita

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El interés opera como primer 'motor en la tesis mar- xista; por tanto, como Motor idea! . Luego, concurre sin me- noscabo para la solidaridad, a la génesis de ésta, acaso si- multáneamente, y cuando menos junto a ese instinto elemen- tal del ser social que los psicólogos llaman el instinto gre- gario y los moralistas el instinto altruista, y que está en el origen de toda moralidad ( i ).

Reconocido de esta suerte el sentimiento en el fondo de la solidaridad, queda por apuntar el modo cómo retornar a una identificación real con lo religioso, de esta o parecidas experiencias. Desde luego, el sentimiento, haciendo parte de la experiencia afectiva, se reconoce, en la medida en que entra en ella como ingrediente, más o menos idéntico a ella misma. Por su parte, es sabido que la experiencia afectiva es uno de los tipos fundamentales, irreductibles, de expe- riencia psíquica. Como tal entra a constituir, juntamente con múltiples aportes, bien de otras experiencias bases, bien de experiencias más complejas, la experiencia religiosa, que pertenece al orden de las últimas nombradas. La expe- riencia religiosa a su vez, suele confundirse en una relación unívoca con la sentimental, en casos (pie podrían ilustrarse con ejemplos reales. De consiguiente; si la solidaridad i restringida su latitud al campo obrero-socialista por obe- decer esencialmente a un sentimiento (De Man) se halla comprendida o es reductible al tipo más vasto de la expe- riencia afectiva, y ésta hace parte de lo religioso pudien- do hasta identificarse con ello no se fuerzan los hechos si se afirma, suficientemente condicionada esta conclusión, lógicamente necesaria, por otra parte : en la proyección sub- jetiva, la solidaridad puede adquirir un vivo colorido reli- gioso y, acaso, éste pueda ser, en ciertas situaciones, su en- traña, su más íntima textura. Esto, en lo que hace proyec-

así a Marx, ("Sagrada Familia"), donde señala: "Por otra parte, es fácil com- prender que todo interés de orden colectivo, cuando aparece por primera vez so- bre la escena mundial, rebasa siempre con mucho sus l'mites verdaderos y se con- funde más o menos con el interés humano".

(1) Henri de Man, "Au délá du marxisme", París, Alean, 1929, pág. 86.

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tando la cuestión hacia adentro. Pero la solidaridad es por misma, uno de los términos de la razón que se establece entre el alma individual y un orden que le e- trascendente, razón de indubitable cariz religioso (Siromel, citado, lo co- rrer* raría en la extensión de su tesis). La solidaridad, que unifica los contingentes socialistas, aun por encima de las fronteras nacionales venciendo, pues, otros sentimientos actúa como sustitutivo de un objeto consagrado por la extensión acordada tradicionalmente a la religión en una; conexión de sentido religioso, entre un individuo y un sis- tema relacional supraindividual.

Resumiendo: el ¡ionio religiosas interesa por tres mo- dos al socialismo. Por cuanto el socialista es admitido que se encuentre, en relación con la doctrina y el movimiento, en la postura del creyente, tanto más próxima, por analo- gía, a la del fideísta, cuanto sea de sencilla y humildemente dotada. ( 1 ) Interesa al socialismo, además, aquel que, de- rrotado por frustración de destino personal, busca en cier- to irracionalisroo de giro religioso, sostén y estructura para el ánimo. Por último, el homo religiosas plenamente dota- do, denso, hondo, dramático, acaso llegue a prestar a la causa de la emancipación de los explotados, el genio direc- tor, la personalidad aglutinante, cuyas categorías espiritua- les devienen por instantes, categorías sociales, en las cuales, cerno en fulcros, ha de vaciarse la conciencia revoluciona- ria de las masas. Así, para Levy Brühl, la gigantesca figura de Jean Jaurés.

Las razones expuestas, podrán ser tomadas por trivia- lidades. Algo queda, sin embargo, inconmovible: la adusta

(O Henrí de Man, ya citado, en un brillante capítulo de su obra "Au délá du marxisme", señala tres signos eminentemente religiosos en el movimiento socia- lista: una cscatología, un simbolismo, un culto de héroes y mártires. Así, para la primera, dice: "I.a disposición escatológica se desenvuelve allí donde existe una alta tensión entre la aspiración de las masas hacia un mejoramiento social y la posibilidad de realizarlo inmediatamente en un porvenir aproximado". (Op. cit., pájf. 96). Siendo a la escatologí.i el ''estado socialista del porvenir", lo que las fechas, leyendas revolucionarias, mártires, (de la Commune, por ejemplo), him- nos, líderes (apóstoles), son al simbolismo y al culto de los héroes.

H. Fernández Artucté

seriedad del tema. Con ella, nada tienen que ver, ¡quién lo duda!, ni las gárrulas razones de los incomprensivos en el paroxismo de su agresividad, ni las pláticas de diez cortes de obispos reverenciando la birreta del cardenal camarlen- go. Quizá muy poco que ver tenga, asi mismo, sea dicho sin clerofobia, lo religioso, con el atiborramiento de galas mundanas, objeto con que una pléyade de clérigos, teólogos y bedeles, exornan, hinchando de temporalidad, des- de las más graves ceremonias de la liturgia, hasta la más sencilla que debiera ^er espontánea jaculatoria.

LO RELIGIOSO HISTORIZADO ¿ESTAMOS FRENTE A UNA CUESTION PRIVADA?

Kn qué punto correspondería amojonar la frontera de lo histórico y lo ahistórico, parécenos problema de conven- ción. Es indudable (pie todo hecho que está objetivamente puesto, hace histeria, o es historizable, lo cual es ajeno a su destino mismo. Sin embargo, pocos son, relativamente hablando, los que pican la historia. Y éstos, poseen esa con- dición por lo que sean capaces de influir sobre otros hechos. Y aunque en lo ahistórico suele darse una mayor frescura y vida, no cuenta de modo mensurable, perceptible. En pun- to a lo religioso, puede aparecer la historicidad cuando lo individual se conjuga con lo social, por virtud de mera tras- cendencia o de correspondencia estructural. En ciertas cir- cunstancias, coexisten ambas pendientes. Dejemos de lado lo religioso ahistórico, que con el socialismo, hecho histórico y eminentemente social, no puede admitir otras superficies de contacto, que aquellas (pie determina una apetencia por él, en virtud de imperativos morales o cualquiera otros de los que se han examinado. Plantados así en el plano de lo históricamente sustancial, no se resuelven con mayor faci- lidad las múltiples cuestiones que surgen. En efecto; la cues- tión religiosa ¿es asunto privado o no? Y si lo es ¿en qué medida? Carlos Marx sostenía desde los albores de su obra, la tesis de que lo religioso es cuestión prkwda. Sin duda se

La cuestión religiosa

avienen, hoy día, a esa concepción, actitudes como ta que adopta tomemos por vía de ejemplo Emilio Vander- velde.

"iQilé sodios, se pregunta el líder del Partido Obrero Socialista l>elga que devenimos, adónde vamos? Pese al progreso de las ciencias, sobre la vida, sobre la muerte, sobre el mundo, sobre los por qué de las cosas, no hemos avanzado prácticarrrcnte nada desde el tiempo de Platón y Sócrates. Pero delante de esta imposibilidad orgánica para la razón de resolver parecidos problemas, los hombres adoptan actitudes bien diferen- te^." I.os unos, después de haber adquirido la convicción de que fuera del mundo fenomenal, del mundo cognoscible, no hay conocimiento científico pesiblc, retornan a sus asuntos, a sus estudios o a sus placeres y "dejan el cielo a los ángeles y a los monjes". Los otros, al contrario, bien que también convencidos de la imposibilidad de resolver científicamente pro- blemas que no son del dominio de la ciencia, permanecen inclinados sobrfa vi misterio de la vida y del mundo... y, sin pretender aportar a los otros o descubrir por mismos verdades absolutas, piden al sentimiento rjeli- gioso... lo que el conocimiento científico no es en mismo ni tiene por misión darles. Osaría decir, de todo corazón y de más en más que, sobre ese terreno me encuentro con otros hombres... que hacen a la ciencia su parte el mundo de los fenómenos pero que reclaman el derecho de existencia para el sentimiento religioso, librado del despotis- mo de las religiones dogmáticas." (])

O aquella que derivaría de la concepción de Simmel. cuando establece (pie un hombre una colectividad tam- bién cabría decir siendo religioso de raíz ( homo religio- sus), pone el acento de su emoción central en el acto más nimio de la vida. ". . .trabaja o g'oza, espera o teme, ríe o llora, todo esto lo hace con una entonación y un ritmo pro- pio, una relación de cada acción singular con la totalidad de la vida. . . " (2)

Para un género de hechos como el precedente, que se avienen las palabras del Dr. Breitscheid, líder uno de los más destacados de la socialdemocracia de Alemania (pie,

(1) Emilio Vandervelde, Carta a "Le Peuple", 1910. (Fragmentos).

(2) Simmel, "Cultura Femenina-- y otros ensayos. Rev. de Occidente, Ma- drid, 1934.

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por otra parte, constituyen lo que podríamos llamar la re- sonancia política de la primitiva sentencia de Marx: Heñios de partir del supuesto que. en el gran partido r.ocialdemó- erata hay sitio y cabida para todos, sean cualesquiera sus opiniones sobre otra rida. can tal que en este mundo quie- ran colaborar con nosotros. (Congreso de M 'agdeburgo ,

Frente a esta tesis, cabría hoy día señalar limitaciones profundas, sustentadas, especialmente, en las aportaciones de la sociología. Mas, sin llegarnos tan prontamente al pun- to actual del debate, es interesante destacar que ya los filó- sofos del siglo XVIII, con los cuales preludia la gran re- volución, no tenían, ninguno, la idea de relegar completa- mente la religión a la categoría de las cosas privadas, de las cuales la sociedad no tiene que ocuparse y que deben es- capar, por su naturaleza, a su control. ( i )

Sostiene Albert Mathiez, subsidiariamente que, habien- do sido la pléyade de filósofos, anticlericales y alguno ateo, nunca fueron irreligiosos, ya en la expresión de su posición espiritual, bien por el ataque a las religiones históricas. Así Montesquieu ("Espíritu de las Leyes" y "Cartas Persas") permanece convencido de la utilidad social de las religiones, soñando con arribar a una alianza de razón entre la Ig.e- sia y el Estado. Punto de viste que, en lo que hace a la tesis de la separación, comparten además Mably, Turgot, Con- dercet y otros. Ya en la pendiente más radical, Yoltaire, que pretende reservar la incredulidad a las élites, por enten- der que la religión posee una invalorable utilidad para man- tener a los hombres en el orden, sostiene la tesis de la "re- ligión sirviente del Estado". Posición con la cual coincide, a su vez, y por las conclusiones a que arriba en sus medita- ciones Helvecio, para el cual el Estado debe absorber la re- ligión. Meslier, negador de la utilidad social del ateísmo que

(1) Albert Mathiez, "1.a Révollltion a I Esr'.ise". ArmanU Colín, París, 1910, pág. 3. j .

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profesa, sostiene, por el contrarió, que los sacerdotes deben desempeñar sil misión bajo el control del Estado y para el servicio de él. Todos permanecen adheridos al punto de vista del Estado antiguo y si bien coinciden en combatir des- piadadamente al catolicismo, la idea del listado laico v neu- tro les fué extraña. Son adversarios del catolicismo re- petimos — (jne juzgan antisocial e incivil, como dicen, pero no sí>ii adversarios de la idea religiosa. Mismo los más ra- cionalistas en apariencia, no conciben un Estado sin religión, un Estado sin dogmas, por lo menos políticos y morales, un Estado neutro, un Estado que no exigiera de todos sus miem- bros el reconocimiento de un credo.

Es evidente que las razones (pie estos filósofos y pen- sadores esgrimen, fundamentando !>n posición, niegan la tesis de la religión "cuestión privada" en atención a razo- nes de utilidad social, más o menos manifiestas, o de ca- rácter político. Así mismo, pesan, para los que operan con el derecho político, las tradiciones en la estructuración del Estado. Siguiendo estas líneas, los discípulos de los filó- sofos, (pie actúan en la revolución, arribarán, tras la "cons- titución civil del clero", a los cultos revolucionarios, sin abandonar lo religioso al fnero privado. Hoy cabría una posición en cierto modo intermedia, puesto pie lo religio- so, en tanto (pie cuestión del fuero privado que sería pcstulable como la pragmática política poseedora del má- ximo ideal de compatibilidad con el movimiento socialis- ta — sólo aparece en contadas ocasiones, nunca tratándose de grandes masas (pie adhieren a la concreción positiva de las religiones históricas, en función de causas fáciles de con- cebir. La religión "cuestión privada", dentro de nuestra so- lución intermedia y transitoria, operaría como ideal límite, hacia el cual fuera preciso tender. Mas queda con toda su gravitación la religión hecho positivo, colectivo e histórico (pie se concreta en iglesias, las cuales, por la interna diná- mica de los acontecimientos, habrán de coincidir o entablar lucha con el socialismo, o viceversa.

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i LA RELIGION ES EL OPIO DEL PUEBLO?

La expresión del epígrafe, (pie ha hecho fortuna pues- ta en hoca ele Marx y los marxistas, no pertenece a aquél, empero, originariamente. Carlos Kingsley, el socialista cris- tiano que desde el pulpito pronunciara en Londres, 185 1, su sermón memorable que luego se conociera bajo la deno- minación de "mensaje de la iglesia" (i), fué quien pri- mero afirmó:

"La Biblia fué convertida en un simple manual de mando, en una dosis de opio suministrada a las bestias de carga para mantenerlas tran- quilas." (2)

Más tarde, Carlos Marx adopta la expresión, sin duda arrancando de muy distinta raíz, en el conocido pasaje de la "Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel", cuyas principales partes dicen como sigue:

"..El hombre hace la religión, no es la religión que hace al hom- bre. La religión es en realidad la conciencia y el sentimiento propio del hombre que, o bien no se ha encontrado todavía, o bien se ha vuelto ya a perder. Pero el hombre no es un ser abstracto, exterior al mun- do real. El hombre es el mundo del hombre, el Estado, la sociedad. Este Estado, esta sociedad, producen la religión, una conciencia errónea del mundo, porque constituyen ellos mi,smos un mundo falso. La reli- gión es la teoría general de ese mundo, su compendio enciclopédico... su razón general de consuelo y justificación. Es la realización fantás- tica de la esencia humana, porque la esencia humana no tiene realidad verdadera. La religión es el suspiro de la criatura abrumada .por la des- gracia, el alma de un mundo sin corazón, lo mismo que es; el espíritu de una época sin espíritu. Ks el opio del pueblo".

La expresión de Marx debe referirse a las ideas de la época. En esc orden podríamos señalar tres distintos puntos

(1) Agncs de Neufville, "l.e niuuvemeut social protestant en Franee, depais 1880". Ed. Les presses universitaires de France, 1927, pápr. 106.

(2) Stanley Jones, "Cristo y el Comunismo'', VA. l.a Idea, Montevideo, 1936,

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de referencia. De una pane, las resonancias de la tesis de Augusto Comte. tan afortunada, la "ley de los tres estados". Como derivativo de ella, resulta fácilmente comprensible que Marx, para quien la idea de (pie la explotación está en el origen mismo de la agregación social, estimase que las religiones fueran, históricamente consideradas, estadios pro- yectados dé dentro afuera por los hombres, y símbolos, no sólo de les sentimientos deductibles de su condición de ex- p'otados. cuanto, así mismo, de sus temores y esperanzas, del misterio, apareciendo a cada paso, en las etapas en que la razón no dominaba aún todos sus medios, ni la ciencia poseía sazón para reducir al mínimo lo irracional. Condicio- nada así mismo, a la filosofía de Hegel, a la cual veía Marx como el catálogo y sistema de todas las filosofías anteriores. Hegel, para Marx, como para su amigo Heine, sin duda era el Orléans de la filosofía, capaz de asegurar un perfecto or- den constitucional al autoritario Kant, al solitario Fichte y a los emigrados de Schelling. Condicionada, en último térmi- no, y principalmente, al pensamiento de Feuerbach, para quien religión es antropología. ¿Cuál es hoy día, viene al caso preguntar, la actuación que resta a la expresión, ha- ciendo abstracción de su significado político, tal cual se usa en la U. R. S. S. ?

Hemos de empezar por retornar a la tesis del ilustre auto r de "La esencia del Cristianismo", para quien el hom- bre atribuye a Dios su propia naturaleza, sus deseos y sus aspiraciones. De ahí que si la religión es la proyección ideal de las miserias reales del hombre, vestidas lujosamente por la esperanza, invertidas en tanto que valores, religión de- venga antropología. Conocida es la tesis hegeliana : "todo lo real es racional"; no menos, para los marxistas la mu- tación que .Marx introduce en ella, para deducir que la realidad ha de ser racional, y a su apuntamiento debe con- tribuir el proletariado, recreándola. A cada modo de esta- blecerse un sistema de relaciones económicas, corresponde, a su turno, una disposición en la superestructura del conte- nido de filosofías, arte, instituciones jurídicas y religiones.

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(Marx). Por consiguiente, en las religiones hallarán espejo ilusorio las condiciones de existencia de la sociedad humana. Ilusiones o esperanzas (tales serian para Max Beer) las ideas- religiosas serían trasunto, proyección transubjetiva de los es- tad< s psicológicos correspondientes a la diversas categorías sociales. Hasta aquí con Marx v sus antecesores, especialmente Feueri ach, para quien la base de toda concepción doctrinal ra- dica en su posición filosófica de adherente a la tesis del ma- terialismo. Abura bien; traspongamos distancias hasta el pensamiento actual. Hemos visto, al fundamentar la legi- timidad del homo religiosus, (pie no es categoría fundamen- tal de él, la creencia ; pero, dada ésta, aparece como un des- doblamiento del sujeto, que objetiva, su naturaleza anhelan- te en alga, material o ideal. Use algo permanece indiferen- te, empero, a la vestimenta idealizadora que se le ha puesto, para el no creyente. De donde, los objetos de la religiosidad, no serían otra cosa que verdaderas pantallas, en que se pro- yectarían las representaciones psíquicas, mediante la magia de la linterna del espíritu. Este concepto es compartido, pa- ra lo científico y filosófico, por James y Russell cuando ba- ldan de los antropocentrismos y por Hófíding, cuando ha- ce lo propio con los antropomorfismos, verdaderas sistemati- zaciones construidas sobre la porciúncula de realidad que cae bajo el radio de acción del investigador, si bien valida- das como imágenes del mundo, bajo el espoleo de la nece- sidad de dar respuesta, tomando a la humana esencia como eje, a las centrales intrigas que el misterio pone ante el hombre.

He aquí, tras inesperado retorno, la tesis de Engeis que poníamos en tono de sorna,, en labios de los pedantes, enfebrecido su seso por un atracón de indigesta librería: nada hay fuera del hombre, y los seres superiores que unes- Ira fantasía en\i, son los fantásticos reflejos de nuestro propio ser. Es decir, que la religión, para las modernas in- \ estigaciones, parece ser también, antropología, mas no de base material, traducción término a término y exclusiva- mente de las condiciones materiales de la vida y de la esen-

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cia material del ser, sino de la propia y legítima en tan- to que respuesta medular naturaleza anhelante del homo religiosas.

Legitimada, con apoyo de modernas investigaciones la tesis que sirve de soporte a la expresión devenida marxista, la religión es el opio del pueblo, ¿qué alcance adquiere ésta en punto a estrictez? Vemos acerca de esta cuestión dos posi- bilidades : si lo religioso corresponde a la esfera de lo exclu- sivamente individual, sin proyección vectora sobre la capa de hechos sociales, es evidente que la expresión resulta ina- decuada. Que no es inhibitorio lo (pie se piense o sienta en el ámbito de la subjetividad, aunque ese pensamiento o sen- timiento se materialice en un objeto exterior, si ello no com- porta renuncio de las actividades fundamentales en un su- jeto, en lo ipie atañe a su vida de relación. De acuerdo con esta primera conclusión, la expresión de Marx no resulta- ría contradictoria con la primera de sus tesis enunciadas, aquella que veía en la religión una "cuestión privada". La segunda posibilidad aparece, cuando la religión, sea su raíz individual o social, aleja a su sujeto particular o colecti- va — de la consideración estricta de su situación real hu- mana, conduciéndolo a un olvido de ella en función de en- soñaciones o creencias en promesas acerca de un mundo mejor.

Pensadores cristianos corroboran nuestra segunda con- clusión. Así, Berdiaeff:

''...Pero nosotros, cristianos, deberíamos reconocer valientemente que c! cristianismo deformado por los hombres y adaptado en el curso de la historia a sus intereses, apoya la teoría de que (en tanto que opio del pueblo n. del a.) "la religión es un instrumento de explotación.'' (1)

Y agrega Stanley Jones (Cristo y el Comunismo) :

"Si lo que estas buenas nuevas significan es lo primero (conformi- dad con la pobreza, confiando en la promesa de una futura recompensa),

(1) Nicolás Berdiaeff, "El Cristianismo y el problema de Comunismo". Ed. Espasa-Carpe, Madrid, 1935, pápf. 27.

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entonces la religión llega a ser, en verdad, como dicen los comunistas, "un opio del pueblo". Si la predicación de la conformidad es la actitud de la religión, en justicia, jamás le ha sido lanzado al corazón un dardo más merecido y más terrible que el calificativo de opio."

Henos aquí con que para el homo religiosm, la tesis de Marx es inadecuada, siempre que la religiosidad no obli- gue a aquél a renunciamientos o le escamotee la realidad, de manera de escamotearle su propio destino. En lo social e histórico, será preciso investigar en la concreción de las religiones en iglesias, hasta qué punto opera la terrible ex- presión de Marx.

RELIGION POSITIVA Y SOCIALISMO

La religión se hace positiva, en tanto forma una iglesia, que es imagen de la temporalidad del poder divino y orga- nización que pretende abarcar todos los órdenes humanos. Kl contenido doctrinal de aquélla, nos dará la pauta acerca de la cuestión central que llama nuestro interés. En nuestro país, coexisten dos ramas de tina misma raíz religiosa (cris- tianismo) : la iglesia romana, que ocupa una más vasta área espiritual, en razón de haber sido transportada con las ar- mas del conquistador, en tiempos en que España, atezada su entraña por el genio político de Castilla, derramaba por el- mundo su esencia vital : la iglesia protestante, en segundo término. Diferenciada internamente en algunas de sus sec- tas características, ha comenzado desde hace varios lustros, a extenderse muy lentamente.

El punto en torno al cual han de efectuarse todas las discriminaciones requeridas por el tema, afecta la proyec- ción social de la iglesia. Lleva implícita, de consiguiente, la cuestión de "dios y césar". No obstante, antes de abocarnos de lleno a e>te aspecto del asunto, hemos de decir algo en torno a la raigambre de ambos gajos del mismo árbol reli- gioso. Eduardo Spranger establece ante todo, los caracteres esenciales de lo religioso en el alma individual. Luego, dis- cierne dos tipos básicos, dos modalidades genuinas; el tipo

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místico inmanente, en primer termino. Aparece teñido de fuerte amor al mundo; su verdadero patitos se identifica con un legítimo amor a la sabiduría. Además, sobre la base del terreno altanado por la ilustración , pudo adquirir des- arrollo este impulso vital como sentimiento fundamental del moderno protestantismo. Por oposición, el místico trascen- dente, segundo tipo fundamental, es de tal suerte, que la vo- cación de trabajo en conexión con la vida económica, pierde todo valor religioso. ¿Hasta qué punto, a su turno, es la iglesia romana asimilable a este segundo tipo? Ta- rea difícil responder a esta embarazosa interrogante. Si la respuesta ha de ser directa, corresponde decir, que históri- camente formulada su doctrina sin abandonar empero el plano de lo abstracto parece posible establecer ca- racterizaciones de acuerdo con aquel modelo. Mas, estable- cido lo que precede, si se procede luego al cotejo de lo históricamente doctrinario y lo bistóricamente realizado-, se observa (pie la imagen de la iglesia católica queda cogida1 en una grave contradicción lógica : mística trascendente, de- biera apetecer solamente lo ultraterrenal, considerando lo que ecurre aquí abajo, como mera etapa necesariamente col- mable de extremo a extremo, para transitar a lo extrahuma- no. Históricamente empero, ocurre otra cosa : la iglesia apos- tólica, lejos de acordar al dominio de cesar puro contenido espiritual, lo toma bencbido de realidades históricas, preten- diendo acogerlo así, rebosante de esa materialidad, en un afán de ser. simultáneamente cesar y dios, apuntando ambos tér- mino- del binomio hacia el establecimiento del poder tem- poral en el sentido político, social y económico.

"Dios y césar", he ahí la síntesis de este problema, en su verdadero quid. Del sentido que el segundo de los términos reciba depende el porvenir de todo lo examinado. Las posi- ciones de ambas iglesias, son antagónicas. En un punto coin- ciden, sin embargo : la suposición de que el cristianismo es total, encuentra afirmativas de ambas partes. Mas en segui- da surge el divorcio. En tanto el protestantismo se conside- ra en este mundo, pero no de este mundo; el catolicismo, (pie

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pregona el reino nltraterreno se abraza sensualmente al mundo.

Para un protestante, las cosas serán así:

"\ osotros os acordáis de la palabra que se invoca sin cesar, diciendo Jesús: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que pertenece a Dios". ¿ Os acordáis vosotros en qué condiciones esta cuestión fué puesta? Los judíos, queriendo saber si Jesús aceptaba someterse a la autoridad remana, el enemigo que ocupaba en ese momento el país, que percibía el impuesto, vienen a preguntarle: ",; Debemos obedecer a César? Y Jesús dijo: "Dadme una pieza de moneda. Sobre esta pieza, ¿que efigie veis vosotros en ella? La efigie de César. Dad. pues, a César, lo que es de César; el dinero, el impuesto y los bienes materiales; dadle lo que es de él, que es de la sociedad, pero guardad para Dios lo que es de Dios, es decir, todo el resto, toda vuestra vida personal, toda vuestra existen- cia, todos vuestros principios fundamentales. Dad vuestro dinero si os lo vienen a reclamar. dejad al Fstado socializar, mismo sin indemniza- ción, vuestras propiedades, pero guardad vosotros mismos a vosotros, porque vosotros, es a Dios sólo que pertenecéis y a ninguna otra auto- ridad."' (1)

Claro está (pie ello CCIIIO afirmación de sentido "ene- ral, porque existen sectas protestantes v miembros de esa iglesia, extremadamente conservadores y reaccionarios.

En cambio, un católico ha de pensar según el siguiente canon :

"La iglesia católica ba reconocido siempre como jurídica la po- sesión aun de inmuebles y tierras, según el ejemplo de Cristo y de los apóstoles. (La entera verdad de esta aseveración, valdría largas aclara- ciones, pues es permisible sostener, acaso con más rigor en la exégesis de los textos correspondientes, la tesis contraria). Ella misma ha tenido siempre propiedades, otorgadas por los fieles, y ha protegido el derecho de propiedad contra los herejes como los apostólicos, los circunceliones, los valdenses y los anabaptistas. Apoyados en la doctrina de la Escritura y Tradición, los teólogos califican como opuesta a la fe la doctrina que dice que la propiedad privada es injusta o ilícita. Los Papas de los tiem- pos modernos se vieron obligados a defender la propiedad privada ante

(D André Philip, "Dh-u o César". Rev. "I,c chriatbralsme social'. T.y.m, pág. 493.

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l(<s ataques de los socialistas. Así J.eón XIII, en su encíclica Quod Apos- lolici, del 26 de diciembre de 1878, declara que el derecho de propiedad tiene su origen en la naturaleza y que está defendido por la moral na- tural." (2).

( En apoyo ele esta tesis, podrían citarse los siguientes documentos: León XI IT. Rerum Movarum; Pío X, Mota profirió', Pío XI, Quadragcssimo auno y otros).

Luego de largo rodeo nos hallamos en condiciones de tomar el cabo de la cuestión religiosa y el socialismo, por donde lo abandonáramos al principio de esta exposición . La doctrina acerca de la propiedad privada, se identifica con la esencia del socialismo, en sus soluciones colectivistas. En ella hace pie, además, la realidad básica de la lucha de clases/ A ésta, ,en tanto que hecho social objetivamente constatable, como a un denominador común habrían de referirse los gru- pos religiosos y de otro carácter que componen el pueblo. He aquí que, por lo que hace a nuestro país, estamos en condiciones de establecer perspectivas, relativamente a los grupos religiosos. La cuestión referente al reino de cesar y dios, nos da la pauta, para enderezar por seguro derrotero.

Para algunos grupos protestantes, sinceramente dis- puestos a luchar por la doctrina social del cristianismo, "primero vendría la revolución general": esparció los so- berbios en los pensamientos de su corazón. Luego, la revo- lución política: arrancó a los príncipes de sus tronos. En fin, la revolución social : ensalzó a los de humilde condición. Por último, la revolución económica: a los hambrientos hin- chió de bienes, y a los ricos envió vacíos.

Para otros, los católicos: primero, la jerarquía, el es- tablecimiento per in eterno de las clases: más la desigualdad de derecho y la potestad dimana del mismo Autor de la na- turaleza, por quien es nombrada paternidad en los cielos y en la tierra. Luego, la sumisión política y el servilismo: mas si alguna ve.:: sucede que los príncipes ejercen su po-

(2) V. Catbreiu, "Socialismo y catolicismo", FM. R;izón y Fe, Madrid, 1934, pág. 41.

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testad temerariamente y fuera de sus límites, la doctrina de la iglesia católica no consiente insurrecciones contra ellas, no sea que la tranquilidad y el orden sea más pertur- bada, o que la sociedad reciba de ahí más detrimento; y si la cosa llegase al punto de no zislumbrarse otra esperanza ile salud, enseria que el remedio se ha de acelerar con los méritos de la cristiana paciencia y las fervientes súplicas a Dios. En fin, la condenación de la igualdad social: Ordena, además, que el derecho de propiedad y de dominio, proce- dente de la naturaleza misma se mantenga intacta. Por úl- timo, la salvaguardia de la raíz de todos los privilegios eco- nómicos : lo que principalmente y como de todo se ha de te- ner, es esto: que se debe guardar intacta la propiedad pri- vada.

En síntesis : para unos Stanley Jones es su porta- voz — césar y masas explotadas forman un todo sustan- cial. Dejar a aquél lo que le pertenece, es doctrina de re- dención, preludio revolucionario en el hondo sentido del vo- cablo. Para otros, el dominio de césar es el reino de la ex- plotación y la injusticia; León XIIT, Pío X y Pío XI han sido traídos en apoyo de nuestro aserto . En el seno de la comunidad de la iglesia romana poseedores y despo- seídos son llamados a una fraternidad espiritual, pero mien- tras a los primeros no se pone otro dique a sus privilegios que un llamado a su conciencia para humanizar la explota- ción del hombre por el hombre, la iglesia, que dice ser aque- lla de Pablo de Tarso, fulmina con la ira de dios toda ten- tativa de rebeldía de las masas contra los privilegiados; aconseja paciencia y resignación, espera vanamente ilu- sionada de un mundo mejor. Así, de la antítesis de las dos posiciones que admite sutiles correcciones por lo (pie hace a los matices destinados a poner medios tonos entre los contrastes tajantes establecidos, surge la oposición de estilos vitales. Drama, lucha, vocación heroica para reali- zar el "reino de dios" en la inmediaticidad del dolor terre- no, es para unos la misión de los homines religiosi . Para los segundos, por cuanto ven pasivamente que el reino de

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cesar es inundó de opresión económica, moral v política, la religión es opio, renunciación, envilecimiento.

Eshozo para un ensayo político es el presente. Por agregado, y como si aquello constituyese razón de ligero pe- so, resuena el tema en nosotros con apoyos de emoción po- lítica. Xo debe extrañar de consiguiente, que entendamos que el lógico, necesario término de lo que precede, enun- cie una ceñida, clara norma incitante a la acción .

Por virtud de tan honda vocación política que es en su más puro sentido cosa una y única con el ideal más alto de justicia aspiramos llevar el socialismo hasta la más recóndita célula del alma de este país. Para ello he- mos de contar con el aliento del pueblo. A éste, no se le mueve con elocuciones, por caudalosas que fueren. Es pre- ciso allegarse hasta las inquietudes que lo acongojan y que sen, sin duda, características de cada uno de los agregados humanos (pie lo componen . Mas, del pueblo, hacen parte los grupos religiosos, según vimos. Primera tarea, luego, ha de ser voltear las barreras psicológicas que separan del socialismo a los grupos religiosos; demostración de (pie pue- de vivirse cualquier contenido vital, religiosamente: ¡hasta las fórmulas escuetas de Engels y Marx! Tramonto de las fronteras de lo psicológico individual, en segundo lugar, para constatar que, de los miembros de las comunidades religiosas, pueden hacer parte del movimiento socialista los (pie no pertenezcan a aquellas que, por principios u orienta- ción, se hallaren en pugna con la conciencia revolucionaria de los trabajadores socialistas.

Y bien ; por virtud de honda vocación política, se ha expresado, queremos llevar el socialismo hasta las más ínti- mas profundidades del pueblo uruguayo, sea dicho a modo de justificación de lo (pie antecede y sigue: es:i es la locura de que estamos tocados. Locura es, sin duda, querer salvar de los embate» de la lucha, mas templándola en ella, a la única idea conservadora que queda en el inundo el so-

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Cialismo . con cuyo destino corre parejas la suerte de la civüización ; también es locura querer abrir hondo surco y duradero en un mar de pasiones, sentimientos e intereses, para sembrar a voleo simientes de libertad; locura, terca y cavilosa, decidida y razonada es ésta, que nos guarda de exclamar con Pablo: la locura de Dios vale más que la sa- biduría de los hombres, pues sabe que más alto que el saber de dios, estaría siempre el anhelo de justicia, devenido lo- cura en los hombres !

Huyo Fernández Artucio.