Cl)e iLíbrarg Slnítier0ítp of iSoríb Carolina

djn^^' *• '•♦' <7rftf 5nml£ctíc

eTM4

THE LIBRARY OF THE

UNIVERSITY OF

NORTH CAROLINA

AT CHAPEE HILE

ENDOWED BY THE DIALECTIC AND PHILANTHROPIC ^^^ SOCIETIES

3UILDING USE OWflf

PQ6217

vol. 18 no. 1-17

in r

f.UÜ

8U0

197^

a 00002 33999 O

9Q

•He

'IVE

t on

iar^3

3 1 4 2

serafín y JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO

DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

LA DEL DOS DE MAYO

saínete

CON Mi' SICA DF TOMAs RAKKERA

MADRID 1920

LA DEL DOS DE MAYO

Esta obra es propiedad de sus autores.

Los representantes de la Sociedad de Autores Españoles son los encargados exclusivamente de conceder o negar e permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.

Droits de représentaiion, de traducñon et de reproductio» reserves pour tous les pays, y compris la Suéde, la Norvége et la Hollande.

Copyright, IQ20, by S. y J. Álvarez Quintero.

serafín y JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO

DB LA aSAL ACAOBMIA ESPAÑOLA

LA DEL DOS DE MAYO

saínete

CON MÚSICA DE TOMÁS BARRERA

Estrenado en el Teatro de Apolo el 5 de Noviembre de 1920.

MADRID 1920

MADRID -Imp. Clásica Española. Glorieta de Chamberí.— Teléi. J. 430.

A SALVADOR AZPIAZl

Tu nombre está ligado a nuestro corazón por muchos indelebles recuerdos... La fecha en que terminamos este saínete lo une más íntimamente todavía...

SERAFÍN y ¡O AQUÍ N

REPARTO

PERSONAJES ACTORES

ALMUDENA Rosario Leonís.

MARINA Luisa Odirós.

DOÑA TEODORA Elisa Moreu.

DÁMASA María Montes.

macaría Amalia Suárez.

UNA ^CANTAORA» Amparo Bori.

UNA NIÑA Lucía Hernández.

SANTITOS Casimiro Ortas.

CARMELO Juan Frontera.

CORONILLA Miguel A. Mihura.

APOLINAR Carlos Rufart.

PEPETE Eduardo Gómez.

UN MARINERO Rafael Agudo.

UN SOLDADO Fernando G. Fresno.

UN GUARDIA CIVIL Vicente García Valero.

UN CIEGO Antonio Segura.

MACARIO Manuel Bayo.

Un sexteto de músicos callejeros y algunos transeúntes.

PROLOGUILLO

^Un saínete?

—Sí.

^En un acto?

(Claro! ¡Si es un saínete!

Este diálogo lleva cientos de representaciones, na- cidas del hecho, ya muchas veces repetido, de que se hayan escrito saínetes en dos o tres actos... cosa que no nos cabe en la cabeza; en paz sea dicho de los que opinen de otro modo.

El saínete, por su origen, por su historia, por su objeto y por su carácter, lleva en su propio nombre su limitación. Un saínete, o deja de serlo, o no debe tener sino un acto. Ampliarlo a más es desvirtuarlo y deformarlo, trastrocar su naturaleza, desposeerlo de su encanto y su gracia, que estriban justamente en su ligereza y brevedad.

Lo de saínete en medio acto, que ahora también se estila, nos sume en un mar de confusiones. Comen- zar la representación de una obra y echar el telón a la mitad, es una cosa enteramente nueva, acaso da- daista^ cuya razón de ser escapa a nuestras luces.

Ciertas obras de observación superficial y tipos cómicos, ridículos o caricaturescos, sean o no popu- lares, como consten de más de un acto, no son saí- netes. Podrán tener intención sainetesca, lances y figuras propios del saínete; pero son otra cosa. Bus-

I o Prologuillo

queseles el nombre, si no lo hay. ;Ouién ha visto una décima de cincuenta versos?

Claro es que, en rigor, la clasificación de las obras siempre tendrá un valor de segundo orden, que nada quitará al mérito positivo de ninguna. Si hoy nos de- tenemos en esto, no es tan sólo por la cuestión del nombre, sino porque tememos que, desnaturalizán- dose el saínete por causas ajenas a él, pueda quizás perderse un género literario de gloriosa estirpe, de española gracia, de picante perfume y de sabroso gusto.

Valera decía: «Tonadilla puede haber que valga más que una ópera tan larga como las de Wagner, y sin duda hay saínete que vale más que muchas tra- gedias en cinco actos, y que no pocos dramas, ro- mánticos o trascendentales, con prólogo, con epílo- go y con tesis.»

Clarín^ por su parte., cuando recibió nuestro pri- mer entremés, la venta de un burro entre gitanos, dijo lo mismo en forma más concisa: «Prefiero El ojito derecho^ con burro, que no habla, a muchos dramas con tesis, que rebuznan.»

Fueron los saínetes las únicas voces vibrantes y verdaderamente españolas que sonaron al caer a tie- rra el drama nacional, agobiado por tragedias frías y exóticas. En el entremés, que se casó con la tonadi- lla para que el saínete naciera, están, a no dudarlo, los gérmenes de nuestro moderno diálogo dramáti- co, los cuales se buscarán en balde en muchas obras de más pretensiones. Los dramaturgos actuales de- bemos también al saínete la tendencia a la imitación directa de la realidad, sobre todo en lo que se refie- re al lenguaje.

Don Ramón de la Cruz, el más glorioso abuelo del género sin olvidar a Castillo, el gaditano , luego de pintar la vida y costumbres de los españoles de

Prolflguillo 1 1

SU época, de copiar lo que veía^ preguntó: «^Hicieron más Menandro, Apolodoro, Plauto, Terencio y los demás dramáticos antiguos y modernos?»

Nosotros, siempre que volvemos a ios barrios pin- torescos y alegres del sainete, y nos codeamos con la gente del pueblo, libre y dicharachera, y respira- mos en su aire fuertes olores de nardos y albahaca, o de claveles y jazmines, sentimos contento e ilusión: el gozo de pisar en el solar nativo.

Ello, por otra parte, nos rejuvenece. Es la evoca- ción de los más tempranos triunfos; el eco de los más lejanos aplausos... Algo así como visitar lugares en que se fué dichoso.

¡Haga Dios que al concluir la representación de La del Dos de Mayo con los versos clásicos de

Aquí termina el sainete: perdonad sus muchos yerros,

público y crítica hayan hallado en él algo de lo que el mes de mayo trae consigo: ráfagas de aire grato, aroma de flores, claridad... y particularmente salud!... Salud literaria, de la que tan necesitado está el arte, en estos calamitosos tiempos en que el delirio es rey.

S. y J. Alvarez Quintero.

LA DEL DOS DE MAYO

Portal de una casa modesta en un viejo barrio de Madrid, Al íoro, la puerta de entrada, que deja ver una calle es- trecha y de escaso tránsito. A la izquierda del actor, en primer término, el arranque de la escalera, y, de frente al público, una puertecilla del colmado de «El Dos de Mayo». Sobre ella una claraboya por donde llegan a ve- ces al portal los ruidos interiores. Un letrero reza en la pared, en lugar bien visible, y precedido de una mano in- dicadora: «Entrada a El Dos de Mayo.» A la derecha, en segundo término, la portería, y en primer término, el hu- milde comercio de Apolinar, pintoresco y gracioso: tras un mezquino mostradorcillo con atributos de taller, hay en la pared una muestra que dice: «Se componen abani- cos, paraguas y sombrillas», y bajo ella un estante que hace veces de escaparate )'■ de depósito. Un taburete para uso de Apolinar y un par de sillas para el público. Col- gados en lugar conveniente, dos cuadros con muestras de una fotografía establecida en el último piso.

Es por la mañana, en primavera.

Música Apolinar j ec abaniquero^ lija el palo de una sombri- lla, canturreando mientras una seguidilla que apren- dió de su bisabuelo. Damas a^ la portera^ monda -bata- tas a la puerta de su chiribitil.

Apolinar. Ya viene por las Rondas José Primero, con un ojo postizo y el otro huero. Tira, tirana, no me busques pendencias por la mañana.

14 t^(^ del Dos de Ma\o

Dámasa. ¡Contentito amanece el día, señor Apo- linar.

Apolinar. ¡Lo mismo que anocheció el de ayer, señora Dámasa!

Dámasa. {Pues que mucho dure! Apolinar. ¡Y usté que lo vea! Aparecen en la calle ^ y se detienen ante la puerta^ un Ciego y mía Niña. El Ciego, acompañándose de un guitarro, canta:

Ciego. Una jota es una gota

de sangre de un corazón, y el corazón de que brota tiene sangre de león.

Apolinar. Esa jota no es de estos tiempos.

Ciego. Moceta del Dos de Mayo,

asómate a tu balcón, que este ciego del Moncayo quiere echarte una canción.

Apolinar. Esa es del presente. Y al padre de la moceta le sabe a gloria.

Pasa la Niña al portal con un platillo, y Apolinar le da limosna. Luego entra en el colmado, donde hay hulla. Hasta el portal llegan unas soleares qne canta allá dentro una «Cantaora-^.

Dámasa. También en el colmao amanecen con- tentos.

Apolinar. El mes de mayo, que trae siempre alegría.

Cantaora. Dentro.

Mira si es mala mi suerte te quiero y he de orvidarte; me gustas y no he de verte.

La dfl Don de Mayo 15

Contigo en er desierto africano encuentro sombra y abrigo.

Sin ti en los palasios del rey me tenía de morí.

Ja leo, pa hn as y o les .

La Nina sale del colmado y vuelve junto al Ciego ^ u quien le echa en el bolsillo las limosnas que trae. El Ciego entonces canta:

Ciego, Son tus ojos pendencieros

ventanas de la pasión: las fraguas de los chisperos llevas en el corazón.

Apolinar. ¡Y a mucha honra!

El Ciego se va con la Niña calle arriba. Cesa la música.

Dámasa. ¡Cuidao si hay músicos callejeros en este Madrí!

Apolinar. ¡Más que pobres!

Dámasa. Ya siento yo que mi marido no haya sacao ninguna habilidá de ésas. Ni es ciego, ni es manco, ni es cojo, ni es mudo... En fin, que es un hombre inútil. Paciencia.

Apolinar. ^'En qué se ocupa ahora el señor Eu- sebio.^

Dámasa. ;Ahora? Un mes lleva queriendo pasar un billete falso.

Apolinar. ¡Ya es trabajo ése!

Dámasa. No tengo más que una esperanza con él: que le atropelle un auto y que me indenicen.

Apolinar. Pues eso, el mejor día.

Dámasa. El mejor día: usté lo ha dicho.

i6 La del Dos de Mayo

Se va con sus patatas. Apolinar cayiturrea por lo bajo. Por la puertecilla del colmado sale Coronilla., el dueño de él, andaluz de casta.

Coronilla. Buenos días, compadre Apoliná.

Apoll^ar. Buenos días, compadre Coronilla. ¿Tié usté fiesta ahí dentro.^

Coronilla. No, señó. Dos parejas de aperreaos, que después de los tumbos de la noche han entrao a toma café. ¿Nos cortamos nosotros la bilis.-'

Apolinar. Yo no tengo bilis, compadre; pero va- mos allá.

Coronilla. Llamando a la puerta del colmado. ¡Niño! Hay que entonarse er cuerpo. ¡Niño!

Sale del colmado Pepe te. Es el encargado de la tien- da. Trae una servilleta al hombro y ocultas a la espal- da las -manos.

Pepete. Er niño no está. Lo han mandao por ta- baco esos loros. ¿Qué se ofrese?

Coronilla. Tráenos dos copitas de Casaya.

Pepete. ¿Dos copitas.?

Coronilla. Sí. De Casaya.

Pepete. ¿De Casaya, eh? ¿Servirán estas dos.^* Le t>resenta las que trae en Las manos.

Apolinar. ¡Ja, ja, ja!

Coronilla. ¿Qué le paese a usté er pájaro, com- padre.?

Apolinar. Que adivina los pensamientos.

Pepete. En cuanto pasa el amo de la tienda ar porta, miro yo a los barriles y me hasen señas las caniyas: la der Casaya, la de la mansaniya, la der coñá... Según la hora. De salú sirva, cabayeros.

Apolinar. Gracias.

Va a marcharse Pepete, cuando llegan de la calle Macarla y Macario, del brazo, y se detiene al verlos. Son dos recién casados del pueblo, que de la iglesia vie- nen a retratarse.

La del Dos de. Mayo 17

es fea y bigotuda. Él más feo que ella, y chato. El hongo que trae se le cuela hasta las orejas. El ramo de azahar de ella es digno de la fotografía.

Macaría. Aquí es.

Macario. ¡Portera! jPorteral

Pepete. ¡Agua val

Asoma Dámasa.

Dámasa. ¿Quién es?

Macaría. ¿En qué piso vive el retratista?

Dámasa. En el último, porque no hay otro.

Pepete. ¿Se van ustés a retrata?

Macario. Sí, señor.

Macaría. Venimos de casarnos.

Pepete. Ya, ya se comprende. Que sea enhora- buena.

Macario. Gracias. A ella. Anda, paloma.

Pepete. ¿Se yama Paloma la joven?

Macario. No, señor, no; es un decir mío.

Macaría. Me llamo Macarla. Y él Macario. Que también ha sido casualidá. Buenos días.

Suben a la fotografía los novios. Así que se han ido, todos se ríen de ellos.

Dámasa. ¿Qué le paece a usté la parejita, señor Apolinar?

Apolinar. ¿A mír ¡Que los entierren juntosl

Pepete. ¿Que los entierren o que los ensierren?

Coronilla. ¡La seriedá que habrá nesesitao er cura pa no sortá la risa!

Apolinar. ¡Lo que hay que pedirle a Dios es que no salgan a la calle el doce de octubrel

CoROííiLLA. ¿Er dose de ortubre?

Apolinar. Sí: ¡la Fiesta de la Raza !

Nuevas risas.

Pepete. Cuando bajen mándemelos usté, que voy a convidarlos. Se vuelve a la tienda entonando por lo bajo alguna cop lilla.

i8 La del Dos de Mayo

La portera se retira también^ después de asomarse a la calle un uistante.

Apolinar. Es chusco el encargao nuevo.

Coronilla. Sí; tiene grasia: no es desangelao.

Apolinar. ^Andaluz, por supuesto?

Coronilla. Se lo hase; pero es montañés. Sólo que ha estao en Seviya media osena de años, y ya párese de Triana. Es simpático. Entiende er negosio. Tiene buena muleta.

Apolinar. Y pone banderillas también.

Coronilla. A usté no habrá sío. En mi tienda no se le ponen banderiyas más que a los que yo no quiero que vuervan.

Apolinar. Pues a mi cuñao le cobraron el o tro- día dos reales por un polvorón.

Coronilla. {Tendría papé de plata!

Llega de la calle doña Teodora, de velo.

Doña Teodora. ¡FelicesI

Apolinar. ¡Doña Teodora, buenos días!

Coronilla. Buenos días.

Apolinar. ¿Cómo tan tempranito en la calle.^

Doña Teodora. Ahí verá usté. Estas mañanitas de mayo no tienen precio en este Madrí de mi alma. Pero hoy no he salido solamente a gozarla ni a oler en los puestos de flores.

Apolinar. ;Y eso?

Doña Teodora. Me ha sacao a la calle una flor de más precio que todas.

Apolinar. ¿Mi chica?

Doña Teodora. Usté lo ha dicho. ¿Dónde está ella.^

Apolinar. Arriba, con su madre. ¿Qué la quiere usté?

Doña Teodora. Que la traigo un presente. Le muestra un estuche. Mire usté qué alhaja.

Apolinar. ¡Soberbios pendientes, doña Teodora!

Doña Teodora. Antiguos; de mérito.

La del Dos de Mayo 19

Apolinar. Mire usté, compadre.

Coronilla. ¡Superiores!

Doña Teodora. Son lindos, ;verdá' De una du- quesa eran. Se dice el milagro, pero no el santo. Me los vendieron anoche mismo, y en seguida pensé: «Pues lo que es éstos no son pa el público. Estos ya tienen dueño. De una duquesa han sido, pero van a ser de una reina».

Apolinar. {Doña Teodora!

Doña Teodora. ¿Digo mal.? ;En qué orejas han de lucir más que en las de la moza del Dos de ^layo, como la llaman.^

Apolinar. ¡Qué buena es usté con nosotros!

Coronilla. A mi compadre se le cae la baba: ¡místelo!

Doña Teodora. Pues ¿y a mí? ¡Si es que hace ocho días que estamos los dos que no nos cambia- mos por nadie! ¿Es o no es verdá.?

Apolinar. Es el Evangelio de la misa.

Doña Teodora. Como que sin decírnoslo mayor- mente, señor Coronilla, Apolinar y yo hemos llevao algunos años ^soñando con esto que ha cuajao hace una semana. El oensaba en mi hijo pa su chica, y yo en su chica pa mi hijo. ¡Y ya está arreglao!

Apolinar. ¡Y ya se terminaron en mi casa los disgustos que a toas horas nos daban las relaciones de ella con el otro! ¡Condenao estudiante!

Doña Teodora. ¡Y ya se acabó mi preocupación de la suerte que correría mi Santitos! Santitos y mi establecimiento, que to ha de declararse. Porque Santitos es un alma de Dios...

Coronilla. Lo yeva en la cara.

Apolinar. Es un angelote.

Doña Teodora. Un inocente. Y se la da cual- quiera. Necesita a su lao una persona que vele por lo suyo; que le abra los ojos. En mi tienda, como en

20 La del Dos de Mayo

todas las tiendas de antigüedades, hay muchas por- querías; pero hay también cosas que valen las pese- tas. Y compramos y vendemos y cambiamos, y la gente está siempre dispuesta a darnos el pego. Y el día que yo faltase, si Santitos no estuviera bien acompañao, ¡vamos, ni que decir tiene!... ¡La rui- na! ¡Gato por liebre a todas horas! Porque ayer mis- mo estuvo un señor conde a venderme una daga, que él decía que era florentina, del renacimiento, y yo le dije que era un cuchillo pa partir repoÜo. Así se lo dije. Y se quedó admirao de mi competencia. Bue- no, pues si le toca el caso a mi Santitos, compra la daga.

Coronilla. ¡La compra, la compra!

Apolinar. Y da por ella lo que le pidan.

Doña Teodora. Y luego hay que matarlo con ella a él. Mientras que Almudena...

Coronilla. ¡Armudena es capaz de clavársela en la barriga ar que se la presente!

Doña Teodora. uA.y, qué salao es este Coronilla! No diré yo tanto. En fin, voy a subirla los pendien- tes a esa chica y a comérmela a besos.

Apolinar. Ahora voy yo también.

Doña Teodora. ^Va usté a subir?

Apolinar. Dentro de un instante.

Doña Teodora. Hasta luego, señor Coronilla.

Coronilla. Usté lo pase bien.

Vase arriba Doña Teodora,

Apolinar. Contenta y satisfecha está ella, pero más lo estoy yo. ¡Yo estoy que bailo seguidillas bo- leras!

Coronilla. Ya, ya lo sé.

Apolinar. No hemos hablao bastante de estas cosas, compadre. ¡Diferencia va de casar a mi hija con un estudiantino charrán, como el tal Carmelo, hijo de unos porteros, sin más bienes que el día y la

La del Dos de Mayo 21

noche, a casarla con ese Santitos, hijo único de esta señora, con su cartillita en el Mont^, de Piedá y un comercio tan lucrativo!... ¡Y de mazapán de Toledo él, por añadidura! ¡Vamos! Lo toco y no lo creo.

Coronilla. ;Nos temamos otro copaso, compa- dre?

Apolinar. No; muchas gracias. El descanso y el consuelo de mi vejez será ese matrimonio.

Coronilla. ¿Otro copaso.?

Apolinar. No. Porque a en mi comercio lo que me produce algunos cuartejos no es más que el retoque de los abanicos; y ya se me van apagando los candiles pa esas filigranas. Y esta es otra. Bien es verdá que a Santitos le conviene al lao una mu- jer como Almudena; pero Almudena, por su parte, necesita también junto a ella un hombre de las con- diciones de Santitos: dócil, buenazo, manejable... Porque yo seré el último chispero, como usté dice, pero ella... ella que no es de este siglo, ¿verdá? Ella es propiamente una maja... una maja...

Coronilla. ¡Una maja capaz de majá a medio mundo!

Apolinar. ¡Con sangre de fuego! Y si se junta con otro que tal, arde la casa el mejor día.

Coronilla. Por los cuatro costaos.

Apolinar. En fin, compadre, yo le bauticé a usté la tienda con el nombre de «El Dos de Mayo», y ha tenido suerte.

Coronilla. Verdá que sí.

Apolinar. Yo ie bauticé a usté también un chico poniéndole Luis Pedro Jacinto Javier, por Daóiz y Velarde, el teniente Ruiz y el general Castaños; y el chico está como un pimpollo.

Coronilla. Verdá también.

Apolinar. Pues ahora quiere yo que usté sea el padrino de ese casamiento.

2 2 La del Dos de Mayo

Coronilla. [Y de lo primero que nazca!

Apolinar. ¡Hecho!

Coronilla. Dicho na más, hasta er presente. ^Otro copaso.^

Apolinar. ¡Que no, hombre! Quédese usté aquí al cuidao dos minutos mientras yo voy arriba.

Coronilla. Vayase usté tranquilo.

Apolinar. Dos minutos. Sube.

Coronilla. ¿Está argo engañao mi compadre.? ¡Pos no tienen que pasa muchas cosas antes que se casen Armudena y Santitos!...

Macaría y Macario bajan de ¡a fotografía satisfe- chos.

Macaría. Oye, Macario: ¿tú has pestañeao.''

Macario. Yo no. ¿Y tú.^

Macaría. Yo sí. Con este ojo. Pero me ha dicho el retratista que eso no sale.

Coronilla. ¿Quién ustés pasa ar cormao a toma una copita.?*

Macaría. Se agradece; pero a éste no le gusta el vino.

Macario. Ni a esta tampoco.

Macaría. ¡Que también es casualidá! Pero yo no lo escupo.

Coronilla. ¡Vamos! ¡Un día es un día!

Macaría. Tié razón el señor. ¡Atrévete, Macario!

Macario. ¡Pa luego es tarde!

Macaría. ¡Qué bien nos vamos a llevar! Entran en el colmado gozosos.

Coronilla. ¡Pepete' ¡A qué le das a esta pa- reja!— Esos dos que se han casao ya. ¡Y bien ca- saos! Lo que yo digo siempre, señó: ca uno con su ca una. To lo demás es a contrapelo. Por durse que sea un arcausí, ¿lo va usté a sembrá con unos clave- les? ¡Qué disparate! A Marifia, bella mujer, de mantón negro, que aparece rápidamente en el portal, como bus-

La del Dos de Mayo 23

cando a alguien y con cara de pocos amigos. ¡Marinal ^•Tú por esta casa?

Marina. Yo por esta casa. ;Es chocante?

Coronilla. ¿Qué buscas aquí?

Marina. ;Es que no sabe usté lo que busco? ¡A la del Dos de Mayo, que me quita a mi hombre; pa arrancarla ei moño!

Coronilla. ] Marina!

Marina. ¡Marina de guerra!

Tras la pueriecilla del colmado asoma cautelosa- mente el rostro Carmelo^ y presta oido.

Coronilla. Pero si eso ya se acabó: si tu hom- bre y Armudena han tarifao hase ya ocho días; (si Armudena tiene ya otro novio!...

Marina. ¡Esas son comedias!

Coronilla. ¿Comedias? ¡Pos arriba está la madre de él

Marina. ¡Pues a pesar de eso, son comedias! ¡Carmelo me ha dao a anoche la absoluta, y de eso nadie tié la culpa más que esta mujer! Dígase- lo usté de mi parte: que vendré a verla cuando esté sola: ¡a ver cuál de las dos tié el pelo más agarrao! ¡Que salimos en los papeles es viejo! Se va de estampía.

Coronilla. Cuando digo yo... ¡Cuarquiera le en- fría la mecha a ese petardo!

Sale Carmelo, después de pregimtar:

Carmelo. ¿No tié pararrayos la tienda?

Es un estudiante de Medicina madrileño, un tanto chidillo, pero que se hace más chtdo de lo que es.

Coronilla. ¡Carmelo! ¿Usté ha visto...?

Carmelo. He oído na más. Y me ha bastao. Anoche la di la absoluta, como ha dicho ella, pero voy a tener que darla algo más.

Coronilla. ¿Cuatro palos bien daos?

Carmelo. Cuatro tiros, que es lo que se merece. Es mi perdición; es mi tormento. Es la causa de que

24 La del Dos de Mayo

yo no estudie y es la causa también de tos mis dis- gustos con Almudena, que pa es el oxígeno... Si yo no fuera un hombre culto, ya habríamos tenido un crimen pasional. ¡Me lo está buscando esa golfal Pero no es por áhi. Soy un hombre culto. El doctor Suárez: especialidá en pupilas.

Coronilla. Pero, vamos a vé, vamos a vé... ¡lUsté y Armudena no han peleao?

Carmelo. ¿Y eso qué, pa dejar de querernos? ¿Usté ha visto que dos que se quieran con alma no peleen nunca?

Coronilla. Yo lo que he visto es que Armudena tiene ya otro novio.

Carmelo. ^Otro novio? ¡Bastante cosa se me da a mí! [Eso es un simulacro!

Coronilla. ¡Qué yo! A se me figura que es argo más. Y que van las cosas ligeras. ¡Hasta re- gaütos hay ya de por medio!

Carmelo. ¡Pamplinas! ¡Vamos, que mi novia ca- sándose con un pelele! ¡Tendría que ver!

Coronilla. Pos yo le digo a usté que no se fíe: que no es esto tan simulao como usté se piensa. Hay mu- chas mujeres, y Armudena es de ese linaje, capases de casarse por despecho; por que rabie otro hombre.

Carmelo. ¡Pero eso es darse con la badila en los nudillos!

Coronilla. ¡Pos se dan muy a gusto! Lo por esperiensia. Una novia mía se casó con un chupatin- ta por que yo rabiase.

Carmelo. ^Y usté rabió?

Coronilla. Ese es otro canta. Ha rabiao mucho más er marío.

Carmelo. ¡Pues lo que es Almudena no es pa otro! ¡Que no se compongan! Va a ser preciso arri- marla un fósforo a esta tela de araña. Esta tarde hablo yo aquí con Almudena.

La del Dos de Mayo 25

Coronilla. ;Aquí?

Carmelo. Aquí.

Coronilla. Trabajiyo va a usté a costarle.

Carmelo. {K mí? Menos trabajo que empeñar los libros, que ya se empeñan solos. Y al abaniquero, a este castizo de don Apolinar, yo le daré un asunto pa un país. ¡Va a ser goyesco! ¡Pa que diga que soy un fresco de la Florida! ¡Siempre con que no estudio! ¡Claro que no estudio, señor! Pero ¿quién estudia en el mes de mayo queriendo a esa mujer? ¡Si eso es un timbre de gloria pa su hija! Sin contar con que los hombres listos necesitamos estudiar muy poco. En cambio, los zoquetes tién que quemarse las cejas. ¡Por eso estudian tanto los catedráticos!

Coronilla. ¡Ja, ja, ja!

Carmelo. Y el tío de las sombrillas sin enterarse. No se merece la hija que Dios le ha dao. Es un taru- go. ¿Quién baja.'

Coronilla. Pué que sea er tarugo.

Carmelo. Pues como yo con quien tengo que hablar es con la astilla, lo dejo pa después. Déle usté recuerdos a su compadre. Se va a la calle decidido.

Coronilla. A mi compadre... Mi compadre está soñando despierto... En fin... ¡Anda! ¡Si no es él ¡Si es eya!... ¡Menudo encuentro iban a habé tenío!

En efecto^ es Almudena la. que baja. Su sola presen- cia justifica cuanto de ella se ha dicho. Viene a situarse junto al mostrador^ silenciosa y ceñuda.

Almudena. Buenos días, Coronilla.

Coronilla. Buenos días, Armudena. La mira. ¿Qué le pasa a usté?

Almudena. Que no traigo ganas de palique.

Coronilla. Entonses quéese usté con Dios.

Almudena. Por las dos copitas de aguardiente. Llévese usté esta peste pa su tienda!

Coronilla. ¿Peste? ¡Pos no huele muy bien!... No

26 La del Dos de Mayo

pague usté su mal humó con quién na le ha hecho.

Almudena. Falta que tenga yo mal humor.

Coronilla. Ah, ¿lo tiene usté bueno.^ Me habrá mareao el aguardiente.

Almudena. Le he dicho a usté que no quiero conversación.

Coronilla. Y yo no he hecho más que contes- tarle a usté a lo que me ha dicho.

Almudena. ^'Cuándo se muda usté de casa?

Coronilla. Cuando deje usté de bonita.

Almudena. Entonces, pronto; porque con esta vecindá me darán las viruelas.

Coronilla. ¡Revacúnese usté, por si acasol Ella le vuelve bruscamente la espalda. Malamente ha sen- tao er regalito de la suegra.

Almudena. Eso es cuenta mía.

Coronilla. «¡Sonsoniche!» Se mete en el colmado deleitándose con el olor de las dos copitas. ¡Peste le yama a esto!... ¡Ya la hubieran querío ios de Otran- to! jO los de Bombay!

Mtísica

Almudena. Desahogando su corazón. ¡Malditos sean los hombres! ¡Malhayan las que les quieren! ¡Malditos sean los celos! ¡Malhaya quien los padece!

Si llevar me dejara ^ del coraje que siento, de la rabia que paso, de la furia que tengo, yo no lo que haría, por vengar mi tormento, con quien tiene la culpa de este mal que padezco:

La ael Dos de Mayo 21

darle hiél en el vino y en el agua veneno, y pudrirle la sangre, y privarle del sueño.

Pero ¡ay! que no hay en el mundo remedio para mi mal: que quieren llorar mis ojos y no les dejo llorar.

¡Malditos sean los hombres! ¡Malhayan las que les quieren! ¡Malditos sean los celos! ¡Malhaya quien los padece!

Cesa la música.

Sale Pepete del colmado, con intención de aprove- charse de la soledad de Ahnudena.

Pepete. Después de contemplarla a distancia, sin conseguir que ella lo mire. Niña, eche usté pa acá esos faroles, que vi a ensendé un sigarro. Almudena lo mira con desprecio. Él chupa entonces cigarro como si hubiese ardido a la ^nirada de ella. Ya está. Muchas grasias. De lejos quema usté, presiosa. Sus- pirando. ¡Ay ay ay!... Las paredes de mi arcoba se escalichan de lo que suspiro yo por las noches. Silen- cio. Se me ha apagao er sigarro otra vez. Acercándo- sele. Convénsase usté, niña: ni el estudiante, ni San- titos: yo; Pepete; el encargao de Er Dos de Mayo. ¡Porque sí; porque hay sandunguera grasia en este cuerpo! Usté lo pensará.

Almudexa. Si a el mundo le hiciera usté la gracia que a mí, las veinticuatro horas del día esta- rían doblando en las iglesias. ¡Madre, qué funeral de hombre!

28 La del Dos de Alayo

Pepete. ^Fuñera?... Pos en Seviyiya... en Seviyiya esto es marcJia.

Almudena. ¡Pues aquí es marcha fúnebrel

Corta el diálogo la inesperada aparición de un Ma- rÍ7iero^ un Soldado y un Guardia civiU que pasan ha- cia la fotografía; andaluz el primero^ aragonés el otro y castellano el último.

Soldado. Mareao me trae mi novia con el retra- to. A ver cómo hi salido.

Guardia. Señalando uno de la tnuestra. ¿-Es así como éste?

Soldado. No; que a éste no se le ve más que un ojo. Es como éste.

Guardia. ¿Se le ven los dos ojosr

Soldado. ¡Los dos! ¡Me cuesta lo mismo!

Marinero. ¿Habéis reparao en aqueya mujé? Esa no estaba aquí el otro día.

Guardia. No estaba, no.

Soldado. ¡Viva España! ¡Si me gusta más que mi novia!

Marinero. Fuera está er so, pero ar bajá le com- pro yo un paraguas. ¡Vaya si se lo compro!

Soldado. ¡Viva España!

Guardia. Vamos, vamos arriba.

Suben sin dejar de mirar a Almudena.

Pepete. Me he esperao aquí por si se metían con usté Qsos patosos.

Almudena. ¿Y de cuándo acá cree usté que se asustan los hombres de los gatos?

Pepete. Niña...

ALMUDeNA. ¡Vaya, largo ya, que no hay sobras! |A la tienda, a comer raspas de pescaol

Pepete. ¡Rosa!... ¡Rosa... no me hable usté de es- pinas! ¿Y ese gorpe.?

Llega de la calle oportunamente Santitos. No hay más que ver su aire bonachón y pacífico para com-

La del Dos de Mayo 29

prender que es el reverso de su novia. Se dirige a ella enamorado, sonriente.

Santitos. Hola, nena.

Almudena. Hola, salao.

Santitos. ¡ Ay, salao! No empiezas a hablar, y ya me haces dichoso. Buenos días, Pepete.

Pepete. Buenos días, amigo. Con permiso de usté le estaba yo disiendo a este escándalo de mujé que tiene usté por novia, que ca día se pone ar le- vantarse un juego de ojos más bonito. Gritando, ha- cia el colmado . jV^oy! Unos permas que tenemos ahí hase dos horas

Almudena. Se habrán contagiao.

Pepete. ^Eh?

Almudena. Hablaba con éste.

Se vuelve Pepete a la tienda cantando bajito.

Santitos. Es marcho sillo, ;no.?

Almudena. Sí. Y se está tomando muchas liber- tades, ^te enteras?

Santitos. ^-Ah, sí.^ ¡Caray!

Almudena. Le vas a tener que dar cuatro tortas.

Santitos. ^'Cuatro tortas} jLas pone en el esca- parate! ¡Ja, ja, ja!

Almudena. Siéntate. ¡Qué tarde has venido!

Santitos. Ya lo sé. Perdona. Y ha sido por afei- tarme solo. Pero si a te parece tarde, -'qué no ha de parecerme a mí, princesa de los ojos negros?

Almudena. ^•]\Ie quieres mucho?

Santitos. ¡Más que a nadie en el mundo! Te quiero desde que te conozco. Te quería antes de le- jos, y ahora de cerca estoy tonto por ti.

Almudena. Mira, Santos, que yo al querer le pido mucho

Santitos. ¡Pide hasta cansarte!

Almudena. ¡Mucho! ¡mucho!

Santitos. ¡Te digo que pidas!

30 La del Dos de Mayo

Almudena. ¿Has mirao por el camino a alguna mujer?

Santitos. Mire a la que mire, no te veo más que a tí.

Almudena. Pero ¿has mirao a alguna?

Santitos. Chica, no me acuerdo. Una billetera me ofreció en la esquina un trece mil... y es claro... tuve que mirarla... Ja, ja, ja! No seas niña: no tengas celos.

Almudena. Tendrías que cambiarme la sangre.

Santitos. (Ole mi chisperillal

Almudena. ;Cuándo nos casamos, Santitos?

Santitos. Cuando quieras, gloria.

Almudena. ¡Prontol

Santitos. ¡Pronto!

Almudena. [Muy pronto!

Santitos. ¡Muy pronto!

Almudena. ¡Mañana, si es posible!

Santitos. Mañana no va a ser posible. ¡Pero cómo me gusta que te quieras casar conmigo a los ocho días de ser mi novia!

Almudena. ¡Es que cuanto antes me case conti- go, antes le digo al otro lo que le desprecio!

Santitos. ¿Eh?

Almudena. ¡Lo que le aborrezco, lo que le odio!

Santitos. ¿Crees que ya no lo ha visto él? Deja al otro: no te acuerdes más del santo de su nombre.

Almudena. jNo puedo remediarlo! ¡Maldito sea su corazón!

Santitos. Vamos, vamos, tontuela...

Almudena. ¡El hombre que teniendo amores con- migo le da el brazo a otra y pasa con ella a mi vista, me ofende de muerte! ¡Ni en cruz le perdonol

Santitos. Después de soplar. ¡Bah, bah! Tranqui- lízate. Aquí me tienes a pa quererte y hacerte di- chosa. Seremos muy felices. Pa ya en el mundo

La del Dos de Mayo 31

no hay más que hombres. Sueño contigo a todas ho- ras, encanto. Y durmiendo ¡no quieras saber!... Esta noche he soñao una cosa... ¡Ja, ja, ja! Vas a reírte. Verás lo qae he soñao esta noche.

Almudena. ;Qué has soñao? ;ConTnigo?

Santitos. Contigo. Con los dos. Verás. Conven- cido de que en el comercio de antigüedades no daba pie con bola, se me ocurrió venderlo y poner una va- quería. Y la puse. ¡Pero lo gracioso es que en la va- quería .. ¡ja, ja, ja!... en la vaquería no vendía más que leche de burras! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué cosas se sueñan! ^No te ríes.f*

Almudena. Estaba pensando en otra cosa.

Santitos. ¡Vaya! ¿En qué estabas pensando.^*

Almudema. ¡En una cosa que la voy a pedir a la Virgen de la Almudena!

Santitos. ¿-Puedo dártela yo sin que molestes a la Virgen."*

Almudena. No.

Santitos. ¿Qué la vas a pedir.?

Alnudena. Que cuando yo vaya por la calle con- tigo, no nos encontremos a Carmelo jamás.

Santitos. ¡Y dale con Carmelo!

Almudena. Porque si llegamos a encontrárnosle un día, le tienes que hacer pedazos.

Santitos. ¿Yo?

Almudena. ¡Tú, sí, tú! ¡Por vengarme! ¡Le has de abofetear; le has de pisotear las entrañas!

Santitos. ¡Caray!

Almudena. ¡Júramelo, Santitos!

Santitos. Te lo juro, pero no es menester. ¿Tú no la vas a pedir a la Virgen que no nos le encon- tremos? Pues descuida, que no hemos de encontrar- le. La Virgen es muy complaciente. Yo también se lo pediré. ¡Para marchar en todo de acuerdo contigo!

Almudena. ¡Ladrón! ¡ladrón!

32 La del Dos de Maro

Santitos. Deja ya eso. ¿Ha venido mi madre?

Almudena. ¡Ladrona!

Santitos. ^'Mi madre?

Almudena. ^Qué dices, hombre?

Santitos. ¿Ha venido mi madre?

Almudena. Sí: arriba está.

Santitos. Pues me vas a dispensar un se- gundo. Voy a enseñarla una antigualla. Me han llevao en venta un esmalte, que a me parece una calco- manía pega en un cenicero. Y no he querido com- prarlo en firme sin que ella lo vea.

Almudena. Has hecho bien.

Santitos. En seguida bajo. Aprovecha mien- tras el tiempo pa pedirla esa gracia a la Virgen. ¡Ayl ¡qué hermosa estás! Sube.

Almudena. ¡No puedo resistirme a misma!

Música

Vuelve Marina en la misma disposición que antes ^ al ver a Almudena se dirige a ella y se le encara dispuesta a todo.

Marina. ¡Ya quiso Dios del cielo!

Almudena. Sorprendida.

¿Qué? MAPaNA. ¡Ya era hora

de que yo me encontrase con usté sola! Almudena. ¿Y usté qué tiene

que decirme a sola ni ante la gente? Marina. Cuando vengo a buscarla,

quizás que tenga. Almudena. O es que se ha confundido

quizás de puerta.

La del Dos de Mavo

33

¿•De dónde y cuándo piensa usté que yo alterno

con estropajos? Marina. Usté no; pero el hombre

que fué su novio, por esta estropajosa

se vuelve loco. Almudena. Nadie lo duda.

¡Como que Dios los cría

y ellos se juntan! Marina. Menos desprecio, reina;

menos desdenes; porque está usté soñando

con que él me deje.

Y en cuanto a eso, despierte usté, ministra:

¡la vida es sueño!

Almudena. El hombre o el trapo

que tanto la gusta, hace tiempo que con las tenazas lo eché a la basura. Elija un trapero que tenga buen gancho, ¡y recoja orguliosa pa honrarse lo que yo he tirao!

Marina. ^Es caridá o es envidia?

Almudena. jEn todo caso, vergüenza!

Marina. ¡Hay quien tiene un saco de eso!

Almudena. ¡Pues mienten las apariencias!

Marina. El hombre muy hombre

que es rey de este cuerpo, hace tiempo que quiere un ricito pa un dije de pelo.

34

La del Dos de Ma%'0

Es le}^ de su gusto que sea de ese moño, ¡y si no se me da por las buenas, JO arranco o lo corto!

Almudena. (El corazón por la boca

te saco, si das un paso!

Marina. ¡Vamos a ver si es tan fiera

la fiera del Dos de Mayo!

Vienen a las manos Acuden al tumulto Ddmasa y Santitos^ que baja a tiempo. Logran separarlas, y en- tre los dos se llevan a la calle a Marina. Un mo^nento antes aparece Pepete por la puertecilla que da al col- mado, y se mantiene al paño observando el fin de la pendencia.

Almudexa. ¡Maldita sea tu sangre!

¡Perra! ¡ladrona!

Marina. ¡Te he de dejar sin pelo!

Almudena. ¿Sí? ¡Toma!

Marina. ¡Toma!

Dámasa. Pero ¿-qué pasa?

Santitos. ;Eh? ^Qué es esto? ¡Almudena!

Almudena. ¡Ladrona! ¡Mala!

¡A la calle este bicho!

Marina, (Jesús qué miedo!

Dámasa. ¡Vamos! ¡Basta! ¡Señora!

Santitos. ¡Calma! ¿Qué es esto?

Almudena. ¡Fuera! ¡A la calle!

Marina. ¡Ni la Virgen te libra!

Almudena. ¡Yo he de buscarte!

Cesa la música.

Pepete. Llegándose a Almudena con solicitud. ^Qué ha sío, gitana? ¿Qué ha pasao aquí? Almudena. Y a usté ¿qué le importa?

La del Dos de Mayo 35

Pepete. íQue no me importa y le toca a usté? Pero j'usté se ha ñgurao que es jonjana to lo que le digo? ¡Si nuestro sino está escrito aya arribal Almudena. ¡a ver si me deja usté en paz! Pepete. Acercándosele más aún, en actitud de con- quistarla. ¿En paz a usté, que es una declarasión de guerra?

«¡x^LJolá me den un tiro... con pórvora de tus ojos... con balas de tus suspiros!»

jVenga usté acá, mi arma!

Almudena. Rechazándolo violentamente. Pero ^se atreve usté a tocarme, so mono?

Pepete. A punto de caer al suelo del empellón. Niña, niña, que esas son palabras mayores... Si no mirara que es usté una mujé...

Almudena. ¡Ahí tiene usté a un hombre! Señala a Santitos, que llega en esto de la calle. Trae dos ara- ñazos en la cara, el nudo de la corbata deshecho., y vie- ne limpiando el sombrero con el pañuelo.

Santitos. ¡Caray!

Pepete. ¿A un hombre?

Almudena. :No lo está usté viendo?

Santitos. ^Otra bronca? Chica, dirás.

Almudena. ¡Pártele el corazón a este mico, que ha querido abrazarme!

Santitos. -Que ha... que ha querido abrazarte? ¿Que usté ha querido...?

Pepete. No, señó; mi intensión no era ésa. Pero ya que eya lo asegura, yo no desmiento nunca a una hembra tan juncá. ¡Vaya por el abraso!

Almudena. ^'Q^^ haces ya que ro te le comes?

Santitos. Que,., ¡que no me gustan los salmo- netes!

Pepete, Ni a los porvorones, poyo.

36 La del Dos de Mayo

Santitos. Los polvorones, jeh? Yendo a él de ve- ras^ un poco excitado. ^'U... us... usté no sabe que Al- mudena es mi novia?

Almudena. ¡Lo sabe!

Santitos. No me jalees, que no lo necesito.

Pepete. ¡Lo sel

Santitos. ^'Y ha intentao usté abrazarla, a pesar de ello?

Almudena. ¡Sí!

Pbpete. Cuando eya lo dise...

Santitos. ¿Aprovechando que no me hallaba yo presente?

Almudena. ¡Sí!

Pepete. Si quié usté que consume la suerte en presensia de usté...

SaíNtitos. ¡Adelante usté na más un paso hacia ella, y va usté a tomarle el gusto á un polvorón!

Pepete. Voy aya.

Santitos. Agarrando ufia silla para acometer a Pepete. ¿Que va usté allá?

Pepete. Retrocediendo. Carma. Lo he pensao mejó. Yo no quiero perjudica a mi amo con un es- cándalo en la casa. Y aquí, además, iban a separar- nos en seguía. Nos veremos en otro lao. Pa encon- trarse dos hombres siempre hay tiempo . Y muchos sitios que no sean éste.

Santitos. ¡Qué duda cabe! Pero pa abrazar a mi novia no va usté a tener ocasión ni sitio.

Pepete. ¡Jajayl Se entra en el colmado.

Santitos. Re^nedándolo en son de burla. ¡Jajay! Volviéndose luego a Almudena^ y hablándole con el aliento entrecortado. Se... se achicó el íuarchoso... ¡Se achicó!... ¡Pues hombre!... ¡Faltaría otra cosa!... Se achicó... se achicó...

Almudena. Sí; pero que no quede aquí esto. Has de marcarle, para memoria, dos chirlos en la cara.

La del Dos de Mayo 37

vSantitos. ¿Dos... dos chirlos?... Como quie- ras... Ya veremos... Que me busque él... Estos gua- pos de oficio... se creen que porque uno sea blando de genio...

Almudena. ¡Jesús, cómo estásl ;Es que de veras has pasao un susto? ¿Quiés que vaya por azahar a la botica?

Saxtitos. No, niña; no; es que me he agitao un poco... Se me han revuelto los humores... No estoy acostumbrao... [A cualquiera le pasa! Esto no es de todos los días...

Almudena. ^Quién te ha araña o?

Santitüs. ¿Quién había de ser? [Esa fiera que re- ñía contigo!

Almudena. ¡Santosl ;Te has dejao arañar por una mujer?

Santitos. ¡No, hija; no me he dejaol ¡Me ha ara- ñao ella sin que yo me deje! ¡Era una furia!

Almudena. ¡Bah! ¡A no ha podido arañarme! ¡Y soy mujer!

Santitos. Cállate, que baja tu padre. Disimula. No hay que decirle nada de esto. Arréglame el nudo de la corbata.

Obedece ella por ?io darle un nuevo sofión. Oportu- namente baja Apolinar y sorprende el atadro. Sonríe satisfecho y se les acerca.

Apolinar. ¡Vaya una escena pa un Wateau!

Santitos. ¿Eh? ¡Señor Apolinar!

Apolinar. ¿Estamos de idilio?

Santitos. ¡De idilios! ¡Uno detrás de otro!

Apolinar. Os dejo entonces y voy a entregar este abanico que he terminao de restaurar. A estas horas de la mañana no suele venir aquí nadie. Coge su sombrero y va a irse, pero se detiene tm momento a mostrarle el abanico a Santitos. Hombre, quiero en- señártelo. Verás una obra de arte. Es antiguo: go-

38 La del Dos de Mayo

yesco. De la marquesa de Santoral. Lo heredó de su abuela. Lo he retocao con mis cinco sentidos. Mira qué país. ¿Eh.?

En este punto vuelve Ddmasa, y viendo distraídos y separados de Almudena a Santitos y a Apolinar^ la llama disi^nuladamente y la hace entrar con ella en la portería.

Santitos. iPrecioso! ¡Muy bonito abanico!

Apolinar. La pradera de San Isidro a fines del siglo diez y ocho.

Santitos. Sí.

Apolinar. Majos y majas, castañeras y petime- tres... Este del castoreño y la capa grana dicen que es don Francisco Goya, que está aquí buscando mo- delos. Se descubre respetuosamente . Santitos lo imita. Y este del sombrero de medio queso y la casaca ne- gra, don Ramón de la Cruz, el gran sainetero de la época. Vnelve a descubrirse y a imitarlo Santitos.

Santitos. Ya, ya.

Apolinar. Mira qué dos majas, Santitos; desafián- dose como dos leonas. ¿Eh.^ ¡Se las ve que las hierve la sangre! De esto queda muy poco.

Santitos. ¡Pero queda algo todavía!

Apolinar. Madrí decae. Pues atiende a estos dos chisperos. Les decían chisperos a los herreros del barrio de Maravillas. No si ío sabes.

Santitos. No, no lo sabía; no, señor: oigo hablar de chispas y de chisperos, pero sin darme clara cuenta.

Apolinar. ¡Míralos; míralos! De seguro se con- ciertan pa ir a algún fandango de candil, de aque líos célebres, que siempre acababan a oscuras y a trastazos. De esto tampoco hay ya.

Santitos. Aunque se pierdan algunas costumbres no importa. No puede haber de todo siempre.

Apolinar. ¡Sí, hombre; sí! Desaparece lo pinto-

La ael Dos de Mayo 39

resco, lo castizo. ¡IMalditas sean la pelliza y la gorra! Que recuerde aquel tiempo apenas queda ya más que mi hija... y te la llevas tú, hombre afortunao. ^'Pero dónde está ella?

Saxtitos. Ale parece que ha entrao ahí en la por- tería.

Apolinar. Pues la ocasión la pintan calva, Santi- tos. Echa conmigo pa El Dos de Mayo.

Saxtitos. ¿Pa El Dos de Mayo}

Apolinar. Sí, hombre; estoy contento esta ma- ñana. Te quiero convidar. Vamos a que nos Pe- pete un copazo, como dice el compadre.

Santitos. ¿Pepete? ¿Un copazo?

Apolinar. Sí, a lo castizo: un copazo.

Santitos. Vamos allá... ¡Mientras no sea un bo- tellazo!...

Apolinar. Anda, anda. Va se acabaron también aquellas tazas de Tala-, era con el Cristo en el fondo... ¡Hasta verte, Cristo mío!

Santitos. Sí, señor; sí: la devoción también decae.

Apolinar. Anda.

Entran en el colmado los dos. En seguida reaparece Almiide7ia.

Almudena. ^.-Y mi padre? ¿Y Santitos?... Habrán sahdo juntos... Pausa. ¿Por qué te has alegrao, x\l- mudena, délo que te han dicho, si no hace diez mi- nutos querías matarle a éí? ¡Que esta mañana ha ve- nido a verme!... ¡Que ha plantao a esa mujer por mi causal... ¿Por qué te has alegrao, Almudena?

Bajan el Soldado^ el Marinero y el Guardia civil con buen humor y risas.

Soldado. Mirando su retrato. Hi salido una mia- ja asustadico. Paice que estoy frente al coronel.

Guardia. ¡Ja, ja, ja!

Marinero. Llegándose a Almudena. Niña, en

40 La del Dos de Mayo

aguas de Cádiz tengo yo una fragata pa que se fugue usté conmigo.

Soldado. ¡Viva España!

Almudena. ¡y yo aquí una sombrilla pa partír- sela a usté en la cabeza!

Soldado. ¡Viva España!

Marinero. ¡Ole las mujeres con sangre!

Soldado. Mal geniecico tiene, tú.

Almudena. ¡Descaraos! ¡Sinvergüenzas!

Guardia. Bueno, bueno, joven; que no es pa tanto.

Almudena. ¡Que no es pa tanto'... En cuanto ven a una mujer sola... ¡Sinvergüenzas he dicho!

Soldado. ¡Viva España!

Marinero. Como usté me quiera, yo me meto en las Ursulinas pa educarme a su gusto.

Guardia. Anda, vamonos, tú, que no está la jo- ven pa finuras.

Almudena. ¡Más que sinvergüenzas!

Guardia. ¡Y dale! ¡Que no se le ha faltao a usté, joven!

Almudena. ¡No lo que será pa usté faltar! ^•Quién les ha llamao pa que me den conversación? ¡Ea! ¡ea! ¡A la calle los tres ahora mismo, o empiezo a gritar y armo aquí la de Dos de Mayo y los pongo coloraos a los tres! ¡Lástima de uniformes!...

Soldado. ¡Viva España!

Santitos^ que ha ido a salir del colmado^ y ha escu- chado las últimas palabras, exclama con los pelos de punta:

Santitos. ^E1 Ejército, la Marina y la Guardia civil.'* ¡No en mis días! Da media vuelta y se vuelve al colmado.

Marinero. Así me gustan a los barcos: con mucho carbón en las máquinas.

Guardia. Anda, déjala y vamonos, no haya una

La del Dos de Mayo 41

tontería. Habrá peleao con el novio y está de mal humor.

Soldado. Y gracias a Dios que la hizo mujer y no hombre. ¡Miá, Faustino, que si esta moceta llega a ser coronel!

Marinero. ¡Pos mía que cuando yegue a suegra!

Soldado. ¡Viva España!

Se van los tres riéndose.

Almudena. Pero ^'y ese Santitos.^.. j Dónde anda? ]Cuando más falta me hubiera hecho!...

Baja doña Teodora.

Doña Teodora. ^Estás sola, xA.lmudena.^

Almudena. ¿No lo ve usté? Pero no crea usté, que a veces lo prefiero. Más vale estar sola...

Doña Teodora. ¿Eh? Pues hablabas aquí con alguien.

Almudena. Con tres descaraos que se metían conmigo.

Doña Teodora. ¿Sí, eh? ¡Mira qué graciosos! En fin, hija mía, yo me marcho, que se me ha hecho algo tarde ya. Adiós, pichona. Va a besarla y Almu- dena le suelta un bufido.

Almudena. ¡Señora, basta de besuqueo! ¡Ya em- palaga tanto merengue! La deja con la palabra en la boca, y sube.

Doña Teodora. Atónita. ¿Qué es esto? jQué ve- nate la ha dao? ¿Se habrá incomodao con Santitos?

Santitos se asojfta con cierta precaución por la puertecilla del colmado^ y al ver despejado el terreno sale.

Santitos. ¡Vía libre!

Doña Teodora. ¡Santitos!

Santitos. Mamá.

Doña Teodora. ;Ha pasao algo entre Almudena y tú?

Santitos. ;Por qué?

42 La ael Dos ae Mayo

Doña Teodora. Porque acaba de soltarme una rabotada y ha echao furiosa escaleras arriba.

Santitos. ¡Toma! ¡Y se la suelta a Alfonso trece 1

Doña Teodora. Oye, ¿qué arañazos son esos?

Santitos. Nada... ¡La manía de afeitarme solo!

Doña Teodora. No te los vi antes...

Santitos. Con un suspiro desgarrador. ¡Ay!...

Doña Teodora. ¿Qué es eso, hijo mío?

Santitos. ¡Ay, mamaíta, qué desencanto tengo!

Doña Teodora. ¿Tú, pichón?

Santitos. Yo, mamaíta. Hasta ayer he podido engañarme; pero hoy ya he visto claro que Almude- na no es mujer pa mí.

Doña Teodora. ¿Qué me dices?

Santitos. Que no es pa mí.

Doña Teodora. Pero ¿por qué, Santitos?

Santitos. ¡Porque me ha tomao por Malasañal Se descubre otra vez.

Doña Teodora. Como no te expliques...

Santitos. Esa mujer no quiere un novio, quiere un guerrillero. Por un quítame allá esas pajas le bus- ca a uno una cuestión con otro hombre.

Doña Teodora. ¿Sí, eh?

Santitos. Sí. Chispera y manóla que es eila. Sueña con pendencias por sus ojazos a cada instan- te. «¡Cómete a ese hombre!» ¡No tengo ganas! Es heredao. El mismo señor Apolinar, que es más cas- tizo que las bolas del puente de Segovia, me ha di- cho ahora mismo en El Dos de Mayo que a mi edá se debe querer con fatigas. ¡Y yo no puedo querer con fatigas! ¡Ni querer, ni hacer nada! ¡Hip!... Ahora, que si me da otro copazo, se sale con la suya. ¡Ni en- tiendo ese lenguaje tampoco! A me dice mi novia un día: < ¡Negro de mi sangre! » y me veo negro pa darla una contestación adecuada.

La del Dos de Mayo 43

Doña Teodora. Cálmate, hijito; cálmate... ¡Vaya por Dios! ¡vaya por Dios!...

Saxtitos. Usté no sabe la mañana que llevo. La he tenido que separar de una prójima que quería cortarla la cara; quiere que mate yo al estudiantino que fué su novio; quiere que señale a Pepete... ¡Y no hace nada estaba aquí insultando a un marinero, a un guardia civil y a un soldado, y mirando pa todas partes a ver si me veía y empezaba yo a bofetadas con los tres juntos!

Doña Teodora. ¡En el nombre del Padrei

Santitos. Yo no me asusto como un ratón, ma- maíta; ¡pero tampoco quiero vivir en estado de sitio!

Doña Teodora. ¡Claro que no, rico; claro que no!

Santitos. ¡Y tanto como no! Salí del colmao a tiempo de olerme la pendencia con los militares... y me hice el Goya.

Doña Teodora. ¿Qué?

Santitos. Que me hice el Goya. Goya era sordo. Me lo ha dicho también el padre de Almudena. No puede ser, mamaíta; no puede ser. Yo no soy un castizo. Es muy brava esa hembra pa un hombre tan inofensivo como yo. No soy un castizo. ¡No me da la gana de querer con fatigas! ¡Hipl...

Doña Teodora. ;Quién sabe todavía, monín.? no te precipites. A lo mejor es que hoy se ha levan- tao ella de mal temple... No te precipites, bobón.

Santitos. ¡Qué más quisiera yo, mamaíta!... ¡Con lo que a me gusta!... ¡Porque estoy tan enamorao de Almudena... tanto, tanto... como si yo fuera un castizo, sin serlo! ¡Ay! ¡Qué ojos tiene!

Doña Teodora. Bueno; en casa hablaremos des- pacio.

Santitos. Bueno. Adiós, mamaíta.

Doña Teodora. Adiós, salao. Dame un beso.

44 -^^ del Dos ae Mayo

Santitos. ¡Mamaítal...

Doña Teodora. ¡Si no lo ve iiadiel Lo besa.

Santitos. Por estas niñerías me dicen luego pol- vorón.

Doña Teodora. ¡Ay, qué lucha de hijos! Se mar- cha.

Santitos. Yo voy a hablar con la portera ahora que estoy solo, porque me huele un poquitín a cuer- no quemao. Un poquitín. Entra en la portería.

Música

En la calle, un sexteto de músicos ambulantes^ co- locándose en la acera de enfre^tte ante la puerta de la casa y toca una pieza popular, de aire alegre y ritmo animado. Baja Ahmidena.

Almud ENA. No está una en lo que hace... ¿Pues no dejé la tienda sola?... Pero ¿y Santitos.? jDónde se habrá metido ese simple.'' Hov termino con él. Place falta estar ciega o loca pa haberse dejao arrastrar a una cosa así, por despecho y por celos.

Uno de los músicos del sexteto, mal trajeado, coji- tranco, de enormes gafas negras, pasa al interior del portal y se dirige con la mano tendida a Almudena.

Músico. Con voz extraña y temblorosa. ¿Hay algo pa los ciegos, joven?

Almudena. Sí, hombre; sí. Los ciegos me dan compasión. ^Quién no lo ha estao alguna vez.? Va al mostrador por unos cuartos .

Músico. ¡Verdá que sí!

Almudena. ;Eh.?

Músico. Descubriéndose. Mira: mírame.

Almudena. jEh? ¡Carmelo! ¡Vete!

Carmelo. ¡No!

Almudena. ¡Me iré yo entonces!

Carmelo. Cerrándole el paso. ¡Tampoco! ¡Has de oírme!

La del Dos de Mayo

4S

Almudena. Carmelo. ¡

¡No quiero! A un grillo es y se le oyeí

Cantado

Óyeme, Almudena, oye, y no me quieras perder;

óyeme, morena, que ahora va de veras, mujer. Almudena. ¡Márchate, mal hombre^ márchate muy lejos de mí;

odio hasta tu nombre:

ya ni gloria quiero de til

Carmelo.

No te ciegues, ciega mía, que eso es ceguera na más, y ya que cegaste un día, mira claro los demás.

Yo que soy un mediquillo tu ceguera curaré, y seré tu lazarillo y a un altar te llevaré. Almudena. Yo no puedo ya fiarme

del que siempre me mintió, ni tampoco abandonarme al que tanto me ofendió.

pensaste que yo era maniquí para jugar, y ésa que fué ceguera imposible de curar.

Carmelo. Imposible, no;

que te juro que estoy bien curao,

Lo que te ofendió bajo tierra está ya sepultao.

¿Qué temes, que no? ¡Por mi madre lo dejo juraol

46 La del Dos de Mayo

Almudena lo viira a punto de creerlo. Pausa. Él se le aproxima confiado, y cogiéndola de las manos la obliga a mirarlo otra vez. Ella no se resiste; al fin sonríe... Carmelo entonces le pregunta:

^Pasó la tormenta?... iPasó!

Almudena se míe a él con exaltación amorosa.

Almudena. ¡Eres, aunque yo no quiera,

el imán que siempre sigo!

¡Con todos soy una fiera,

y una paloma contigo! Los DOS. ¡Otra vez así de nuevo,

porque así lo quiere Dios!

¡Tú me llevas! ¡Yo te llevo!

¡Es el sino de los dos!

Cesa la música.

Carmelo. ¡Gracias a Dios, chiquilla!

Almudena. ¡Gracias a Dios!

Carmelo. A los músicos. ¡A la otra esquina, com- pañeros! ¡Voy allá en seguida!

Los músicos se alejan.

Almudena. ¡Eres el diablo!

Carmelo. El diablo a las puertas del cielo, como en Do7t Juan Tenorio. No tenemos tiempo que per- der. Esta ocasión es única, Almudena. y yo po- demos entendernos; pero nadie más nos entiende. Después de lo pasao, aquí no cabe sino una solu- ción.

Almudena. Dímela.

Carmelo. Cada minuto que se va compromete nuestra ventura.

Almudena. ,jQué quieres.''

Carmelo. Que no dudes de un instante y que me hagas caso. Yo voy ahora mismo a casa de doña

La del Dos de Mayo 47

Candelas, mi madrina. Allí te aguardo, v allí te que- darás con ella a vivir hasta que nos casemos, que va a ser muy pronto.

Almuuena. jCarmelo!

Carmelo. Si vacilas ahora, ya no tendremos un momento de paz. La historia volverá a repetirse. ¡Un inñerno! Y tus padres acabarían por separarnos a nosotros pa siempre.

xAlmudena. ¡Eso, no!

Carmelo. ¡Pues a quemar las naves! ¡Ánimo! En casa de mi madrina estoy.

Almudena. Allá iré yo, siguiéndote los pasos.

Carmelo. ¡Bendita sea tu boca! Se marcha co- rriendo.

Almudena. Sí; tiene razón él. Hay que decidirse; hay que hacerlo. ¡Nos va todo!

Cuando se resuelve a subir ^ sale Santitos de lapor- teria, sobrecogiéndola.

Santitos. ¡Todo, todo!

Almudena. ¿Qué.? ¡Santitos!

Santitos. Y a también me va mucho en ello.

Almudena. ¡Santitos!

Santitos. Por primera vez te he visto pálida, leo- na de Castilla. Te marchas con el estudiante, ¿verdá?

Almudena. ¡Sí!

Santitos. Haces bien. Sube por el mantón y es- capa. Te vas con el único hombre a quien quieres.

x^LMUDENA. Sí; con el único. Le quiero, Santitos; le quiero... le quiero...

Santitos. ¡Le quieres con fatigas!

Almudena. ¡Sí! No te engaño.

Santitos. Pues anda, anda. Sed felices. Yo ante- pongo a la mía tu felicidad. Sin contar con que nos- otros dos no podríamos ser dichosos nunca.

Almudena. ¡Nunca!

Santitos. ¡Esa 3^a me la tenía yo tragada! ¡Y aun

48 La del Dos de Mayo

le quedo agradecidísimo a tu novio! ¡La de cuestio- nes que me ahorra!...

Almudena. Santitos, yo no puedo perder más tiempo...

Santitos. Una palabra, que no será perdida. Pa que veas cómo te quiero yo. Le vas a decir a ese hombre que yo mismo he amparao tu fuga; pero que si te hace una fechoría, todas las cuestiones que aho- ra me evita, las va a tener conmigo: seré yo quien le pida cuentas.

Almudena. No hará falta.

Santitos. Por si acaso, se lo dices de mi par- te. Santitos no será un castizo a diario, ni un majo, ni un jaque, ni un valiente; pero si te ofenden a tí, Santitos será un día una especie de Juan Martín el Empecinao. ¡Sube por el mantón y escapa!

Almudena. ¡Sí i Vase corriendo escaleras arriba.

Santitos. ¡Áy!... ¡No era pa la del Dos de Mayo!... La del Dos de Mayo es la que aquí va a ar- marse cuando se entere mi difunto suegro.

Simultáneameíite salen Dámasa de la porteiia y Co- ronilla del colmado. Los dos van a Santitos a felici- tarlo. Coronilla^ qne le da un abrazo^ lo "isusta a su pesar.

Coronilla. ¡Venga usté aquí, amigo; venga usté aquí!

Santitos. ¿Quién.í*

Coronilla. ¡Yo, soy yo!

Santitos. ¡Caray! ¡Creí que era mi difunto suegro I

Coronilla. ¡Así hasen los hombres; así se con- dusen los hombres!

Santitos. ^Le parece a usté.?

Coronilla. ¡Eso es castiso! ¡Castiso de verasl

Santitos. ^Castizo.? Pues mire usté, ¡no me pasa- ba por la imaginación!

Dámasa. ¡Pues hace usté lo único acertao! ¡Por-

La del Dos de Mayo 49

que Almudena no quiere más que a ese estudiante! jEstá loca por éll

Santitos. ¡Claro! ¡Y a me olía la cabeza a pól- vora! {Llamémosle pólvora!

Dámasa. Ya baja ella.

Efectivamente ^ Almudena baja presurosa^ acomo- dándose el mantón. Mira a todos y ^ sin palabras^ va a marcharse^ cuando retrocede asustada.

Almudena. [Mi padre!

Santitos. ¡Mi madre!

Coronilla. ¿Su padre.^

Santitos. ¡No importa; vete por el colmao!

Coronilla. ¡Es verdá!

Dámasa. ¡Casa con dos puertas...!

Almudena. ¡La Virgen me acompañe! Vase rápi- damente.

Coronilla. Entusiasmado, volviendo a abrazar a Santitos. ¡Ole los hombres con agayas! ¡Cuando digo que es esté un castiso!

Santitos. ¡Ahí ve usté: donde menos se piensa...!

Llega de la calle Apolinar, rebosando júbilo.

Apolinar. Hola, buena gente. ¡Vengo borracho de alegría, Santitos!

Santitos. ^Y eso?

Apolinar. ¡Verás qué abanico me han dao a restaurar! ¡Verá usté, compadre; verá usté! ¡Una joya !

Desenvuelve la joya y la muestra ufano.

Mientras tanto., asoma mollino Pepete^ llevándose una mano a un ojo. Se conoce que Almudena se ha despedido de él.

Pepete ¡Cámara con la der Dos de Mayo! ¡Es preferible que lo coja a uno un toro!

Apolinar. ^Qué tal, compadre? ^Eh, Santitos; qué tal? ¡Vaya colorido! ¡Vaya asunto! ¡Qué tiempos aque- llos! Unos estudiantes de la tuna que se conciertan

50 La del Dos de Mayo

con unos músicos pa burlar a un tutor o a un padre, mientras otro se lleva a la novia en silla de manos.

Santitos. ¡Vaya asunto!

Coronilla. ¡Y vaya coló!

Apolinar. ¡De esto ya no hay!

Santitos. Entre afirmación y suspiro . ¡Hay!

Apolinar. [Cosas de antaño, compadre!

Coronilla. ¡O cosa de tos los tiempos!

D.ÍMASA. ¡Cosas de hombres y mujeres!

Pepete. ¡Cosas pa quedarse tuerto!

Santitos. Al público:

Cosas que yo, por lo clásico, he de acabar como debo: aquí termina el saínete; perdonad sus muchos yerros.

FIN

Madrid, 14 de marzo de 1920.

OBRAS DE LOS MISMOS AUTORES

JUGUETES CÓMICOS

(primeros ensayos) Esgrima y amor. Belén, 12, principal. Güito. La media na- ranja.— El tío de la flauta. Las casas de cartón.

COMEDIAS Y DRAMAS

EN UN ACTO

La reja. La pena. La azotea. Fortunato. Sin palabras. Pedro López.

EN DOS ACTOS

La vida íntima. El patio. El nido. Pepita Reyes. El amor que pasa. El niño prodigio. La vida que vuelve. La escon- dida senda. Doña Clarines. La rima eterna. Puebla de las Mujeres. La consulesa. Dios dirá. El ilustre huésped. Así se escribe la historia. Febrerillo el loco.

EN TRES o MÁS ACTOS

Los Galeotes. Las flores. La dicha ajena. La zagala. La casa de García. La musa loca. El genio alegre. Las de Caín. Amores y amoríos. El centenario. La flor de la vida. Malvaloca. Mundo, mundillo... Nena Teiuel. Los Leales. El duque de Él. Cabrita que tira al monte... Marianela. Pipióla. Don Juan, buena persona. La calumniada. El mundo es un pañuelo.

SAÍNETES Y PASILLOS

La buena sombra.— Los borrachos.~El traje de luces.— El motete. El género ínfimo. Los meritorios. La reina mora. Zaragatas. El mal de amores, Fea y con gracia. La mala sombra. El patinillo. Isidrín o Las cuarenta y nueve provin- cias.— Los marchosos, La del Dos de Mayo.

ENTREMESES Y PASOS DE COMEDIA El ojito derecho. El chiquillo. Los piropos. El flechazo.— La zahori. El nuevo servidor. Mañana de sol. La pitanza.— Los chorros del oro. Morritos, Amor a oscuras. Nanita,

I

nana... La zancadilla. La bella Lucerito. A la luz de la luna. El agua milagrosa. Las buñoleras.-— Sangre gorda. Herida de muerte.— El último capítulo.— Soüco en el mundo.— Rosa y Ro- sita.—Sábado sin sol. Hablando se entiende la gente. ¿A quién me recuerda usted? El cerrojazo. Los ojos de luto. Lo que quieras. Lectura y escritura. La cuerda sensible. Secretico de confesión. La Niña de Juana o El descubrimiento de América. El corazón en la mano. La sillita. La moral de Arrabales. La flor en el libro.

ZARZUELAS

EN UN ACTO

El peregrino. El estreno. Abanicos y panderetas o ¡A Sevi- lla en el botijo! El amor en solfa. La patria chica. La muela del rey Farfán. El amor bandolero. Diana cazadora o Pena de muerte al Amor. La casa de enfrente.

EN DOS o MÁS ACTOS

Anita la Risueña. Las mil maravillas.

MONÓLOGOS Palomilla. El hombre que hace reír. Chiquita y bonita. Polvorilla el Corneta. La historia de Sevilla. Pesado y medido. VARIAS El amor en el teatro. La contrata. La aventiira de los ga- leotes.— Cuatro palabras. Carta a Juan Soldado. Las hazañas de Juanillo el de Molares. Becqueriana. Rinconete y Cor- tadillo.— Castañuela, arbitrista.

Pompas y honores, capricho literario en verso. Fernando fe, Madrid.

Fiestas de amor y poesía, colección de trabajos escritos ex profe- so para tales fiestas. Manuel Marín, Barcelona.

La madrecita, cuadros de costumbres. Biblioteca Nueva, Madrid.

La mujer española, una conferencia y dos cartas. Biblioteca His- fiania^ Madrid.

Ruido de faldas, pasos y entretneses escogidos, con un prólogo sobre el trabajo de la mujer. Enciclopedia, Madrid.

EDICIÓN ESCOLAR: Doña Clarines y Mañana de sol, Edited with introduction, no- tes and vocabulary by S. Grisiüold Morley, Ph. D. Assistant Pro- fessor of Spanish, üniversity of California. Heath's Modern Language Series. Boston, New York, Chicago.

TRADUCCIONES

AL ITALIANO:

1 Galeoti, II patio. I fiori (Las flores). La pena. L'amoic che passa. La Zanze (La Zagala)^ por Giuseppe Paulo Pac-

CHIEROTTI.

Anima allegra (El genio alegre), por Juan Fabré y Oliver y LüiGi Motta. Le fatiche di Ercole (Las de Caín), por Juan Fabré y Oliver.

I fastidi della celebritá (La vida intima), por Giuuo de Medici.

La casa di García. Al chiaro di luna. Amore al bulo (Amor a oscuras), por LuiGi Motta.

II centenario, por Franco Liberati. Donna Clarines, por Giülio de Frenzí.

Ragnatelle d'amore (Puebla de las Mujeres), por Enrico Te-

DESCHI.

Mattina di solé. L'ultimo capitolo. II fiore della vita. Mal- valoca. Jettatura (La mala sombra). Anima malata (Herida de muerte). Chi mi ricorda lei.^ (dA quién me recuerda usted?) Cosí si scrive la storia, por Gilberto Beccarj y Luigi Motta.

AL VENECIANO: Siora Chiareta {Doña Clarines), por Gino Cucchetti. El paese de le done {Puebla de las Mujeres), por Garlo Mon-

TICELLI.

AL ALEMÁN:

Ein Sommeridyll in Sevilla (^//a/w). Die Blumen {Las flo- res).— Die Liebe geht vorüber {El amor que pasa). Lebenslust {El genio alegre), por el Dr. Max Brausewetter.

Das fremde Glück {La dicha ajena), por J. Gustavo Rohde.

Ein sonniger Morgen {Mañana de sol), por Mary v, Haken.

Begegnung (Mañana de sol), por Franziska Becker y S. Gra" fenberg.

AL FRANCÉS: Matinée de soleil {Mañana de so¿), por V. Borzia. La fleur de la vie {Lafior de ¿a vida)^ por Georges Lafond y Albert Boücheron. Le patio. Le chouchou (El ojito derecho), por Maurick Coin-

DREAU.

AL HOLANDÉS:

De bloem van het leven {La flor de ¿a vida\ por N. Smidt- Reineke.

AL PORTUGUÉS:

O genio alegre. Mexericos {Puebla de las Mujeres). Malva- loca, por ToAO Soler.

Marianela. Assim se escreve a historia. Segredo de con- fissSo, por Alice Pestaña (Caíel).

A Dama Branca (Doña Clarines)^ por Alberto de Moraes.

AL INGLÉS:

A morning of sunshine {Manaría de soí), por Mrs. Lucretia Xavier Floyd.

Malvaloca, por Jacob S. Fassett, Jr.

By their words ye shall know them {Hablando se entiende la gente), por John Garpett Underhill.

LIBRERÍA «FERNANDO F 1^ » PUERTA DEI SOL, I S

SOCIEDAD DE AUTORES ESPAÑOLES PRADO, 24

I. SO PKSETAS

I

RARE BOOK COLLECTION

THE LIBRARY OF THE

UNIVERSITY OF

NORTH CAROLINA

AT

CHAPEE HILL

PQ6217 .T44 V.18 no. 1-17

f •{. -^

Ki

'^t::M.M'M

é¡:m%WW'»

.".. ^. - F fi' ^«l- |i^ " '"

;| 4 « ^^ ^ ■■

. J li^^-..-». .%

^^■'i't j