Cbe líbrarp einíuer^ítg of Boitb Carolina

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THE LIBRARY OF THE

UNIVERSITY OF

NORTH CAROLINA

AT CHAPEL HILL

ENDOWED BY THE

DIALECTIC AND PHILANTHROPIC

SOCIETIES

BUILDING USE OWLT

PQ6217 .TUU vol, 20 no. 1-lU

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-14

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SERAFÍN Y JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO

La musa loca

eOJyiEDIfl EN TRES ACTOS

(el tercero dividido en dos cuadros)

^^^^^^

SOCIEDAD DE AUTORES ESPAÑOLES Núffez de Balboa, 12

X©OS

LA MUSA LOCA

Esta obra es propiedad de sus antores, y nadie po- drá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los cuales se hayan celebrado ó se celebren en adelante tratados interna- cionales de propiedad literaria.

Los autores se reservan el derecho de traducción.

Los comisionados y representantes de la Sociedad de Autores Españoles son los encargados exclusivamente de conceder ó negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.

Queda hecho el depósito que marca la ley.

LA MUSA LOCA

eOMEDIfl EN TRES ACTOS

(el tercero dividido en dos cuadros)

SERAFÍN I JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO

Estrenada en el TEATRO DE NOVEDADES de Barcelona, el 4 de Julio de 1905

•*-

MADRID

B. ▼■LASCO. IMP., MABQDÉS DB SANTA ANA^ 11 O P. Teiéfono MÚtnero yf/

I906

Jacinto ^eqavenfe

tuuov-ado>i de la cduiedia esjiauoia, óuó deüóitóiHiOá adiuhado^eá u amiaóóf

7

I

REPARTO

(i)

PERSONAJES ACTORES

ACTO RRIIVIERO

FIDELA Srta. Suárez.

DON ABEL SECANO Sr. DÍAZ de Mendoza (F.)

DON MAUEICIO REGLA Y SALA- ZAR ClRERA.

URRUTIA Santiago.

CABRA Carsí.

TOLEDO Mesejo.

MANOLO Juste.

BARBUDO DÍAZ.

DON JESÚS Urqüijo.

LUCAS Cayüela.

UN PRESTAMISTA Gil.

UN CAMARERO Fernánde .

ACTO SEGUNDO

DOÑA ANTONIA PACHECO Sra. Morera.

IRENE Srta. Asquerino.

DOÑA ANDREA Sra. Guerrero.

FELISA. . Srta. Bremón.

MARIQUITA García.

DON ABEL SECANO Sb. Díaz de Mendoza (P.>

DON MAURICIO REGLA Y SALA- ZAR ClRERA.

(1) Merced á alí^nnas ligeras alteraciones introducidas en el acto segundo de esta comedia después de su estreno en Barcelona, consig- namos aquí el reparto de la primera representación en Madrid, en lugar del que allí se le dio.

Debemos, sin embargo, mencionar á la Sra. Guillen, á la Srta. To- rres, al Sr. Palanca y al niño Peral, que interpretaron en Barcelona los papeles de Laisita, Felisa, don Mauricio Regla y Salazar y Eduar- do respectivamente, y que no figuran en la actualidad en la compa- ñía del Teatro Español.

607053

UREUTIA Sr. Santiago.

UX SEÑOR ANÓNIMO Díaz de Mendoza (M.)

BUSTAMANTE Guerrero.

DON GENARO Medrano.

ROMERO SORiANO VioscA.

ACTO -TERCERO

IRENE Srta. Asquerino.

LUISITA Oancio.

LIBORIA Bueno.

DON ABEL SECANO Sr. Díaz de Mendoza (F.)

DON MAURICIO REGLA Y SALA-

! ZAR ClRERA.

URRUTIA Santiago.

FOSO Mesejo.

DON JO VITO Carsí.

EDUARDO Niño Quintín.

PARRA Sr. Viñals.

BERMÚDEZ Urquijo.

^ .^gpg^ ,^^

•jmmmmm,.

ACTO PRIMERO

Negociado de dou Mauricio Regla y Salazar, en una oficina del Es- tado, en Madrid. Mampara al foro. Ventana grande á la derecha del actor. Puertecilla de escape á la izquierda, empapelada como las paredes. Estera de cordelillo. A la derecha, en primer térmi- no, mesa y sillón de dou Mauricio. A la izquierda, frente á ella, mesa y sillón de don Abel Secano, oficial primero. En el foro, á la derecha de la puerta, un par de mesas de dos pupitres fronte- ros cada una. La del rincón está colocada, como las de don Mauri- . cío y don Abel, de suerte que al sentarse ante ella los empleados el público los vea de perfil. La otra en sentido contrario: un em- pleado dará la espalda al público y otro estará de frente á él. Hacia el centro de la habitación otra mesa análoga á la primera y colocada en igual forma. En las paredes, perchas correspon- dientes á las mesas y alguna anaquelería con legajos. Sobre todas las mesas, aparte el servicio de escribir, abundancia de papeles y libros. Sillas de gutapercha. Cerca de la ventana una estufa. Escu- pideras y cestos de papeles junto á las mesas. Pendiente del techo, sobre cada una de ellas, una bombilla de luz eléctrica con panta- lla verde. Timbres. Almanaque.— La vejez y mal estado de los muebles, el polvo de libros y legajos, el borroso color del papel de las paredes, y aun los remiendos de la estera, patentizan que por la covachuela que hoy rige don Mauricio, han pasado algunas generaciones.— Es por la mañana.

ESCENA PRIMERA

DON ABEL; luego LUCAS; después CABRA

(La oficina está sola. Ábrese la mampara y sale don Abel. Don Abel, protagonista de esta comedia, es un pobre diablo. Frisa

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con los cincuenta; tiene poco pelo, y éste gris, bigotillo y mosca. Los ojos, mortecinos y tristes. Alguna vez, no obstante, fulgura eu ellos siniestra llamarada. Lleva gafas de acero. Sus ropas son hu- mildes, defendidas con maña y bencina de las inclemencias del uso. Al llegar tiende la vista por la estancia, desde la misma puerta, cer- ciorándose de que aún no hay allí ningún empleado.)

D. Abel Nadie. Parece que es un crimen, y no es un

crimen, (corre a su mesa, y sin quitarse sombrero ni capa, se sienta, saca de uno de los cajones un cuader- no, y rápidamente, lleno de turbación y ansiedad, bus- ca una entre sus páginas manuscritas.) AqUÍ está. (Después de leer para si.) ¡Ah! ¡Ya deCÍa yo! El

ritmo de la frase era oiro. (Leyendo.) «¿Por qué? ¿Por qué no me contestas ahora? ¿Por qué?» ¡Claro! Se repite dos veces el por qué. ¡Qué tontería! Y no he podido pegar los

ojos en toda la noche, (sigue hojeando el cua- derno.) ¡Qué bien me ha salido esta esce- na!... ¡Qué linda es esta frase!... «No quiero más esclavitud que la de mi cerebro: no quiero más cadenas que las de mi concien- cia.» Aquí hay un aplauso, ó yo muy

poco de estas cosas. (Mirando con recelo á la puerta.) ¿Eh?... Temí... (Volviendo á la obra.)

¿Pues y ésto? Esto parece de Echegavay. «No pidamos á la carne humana en la tie- rra, resistencia de roca en la playa.» ¡Bravo!

Se me saltan las lágrimas. (Guardando el cua- derno.) Al cajón otra vez, drama mío, no me sorprenda alguien... Ahora causaría mofa, lo que luego ha de causar admiración y en- vidia. (Mientras cuelga la capa y el sombrero.) ¡Y dicen los críticos que el monólogo e.«^ falt-o!... ¡que no es real!... ¿Pues no vengo yo hablan- do solo desde mi casa? Por supuesto, ¿quién había de sospechar en el mundo que Abel Secano, el humilde oficial primero de esta mísera covachuela, iba á sentir bajo su crá- neo la llama de la inspiración; iba á escri- bir un drama como ese?. . (Sale Lucas, ordenan- de la oficina, por la puertecilla de escape.)

¿Quién?

Luc. Señor Secano, buenos días.

^'/Hs^

- 11

(Este Lucas procede de la Guardia civil. Usa grandes bigotes, y conserva en su empaque y modos el sello y los hábitos de su primera profesión. Eu la mano trae UD jarro lleno de agua, que vierte en una cacerola que hay sobre la estufa.) D. Abel Buenos días, Lucas. (Abstraído: entre dientes.)

«No pidamos á la carne humana en la tierra, resistencia de roca en la playa.»

Luc. ¿Manda usted algo?

D. Abel JNada, Lucas.

(Lucas va á irse por el foro, á tiempo que llega Cabra, á quien deja pasar.)

Cabra Hola, Lucas.

Luc. Felices, señor Cabra, (vase.)

Cabra Buenos días, don Abel. A usted no hay

quien le coja la delantera.

(e1 ciudadano Cabra, víctima resignada de la admi- nistración, y miope de añadidura, viene de capa casta- ña y hongo café, y usa gafas de gruesos cristales. En la oficina usa manguitos. Las rodilleras de sus panta- lones manifiestan que de los sesenta años que tiene ha pasado sentado cincuenta y cinco. Ocupa el primer pu- pitre de la derecha. Trae en la mano un rollo de pa- peles.)

ESCENA II

DON ABEL y CABRA; después DON MAURICIO

Cabra ¿Cómo sigue el chico?

D. Abel Mejor está. Cabra; muchas gracias. ¿Qué papeles son eí-os?

Cabra £1 trabajo extiaordinario que le dio el jefe

á Urrutia. Al fin y al cabo tuve yo que car- gar con él. Hasta las tres de la mañana no

he podido acostarme. (Arranca la hoja del alma- naque.)

D. Abel Le digo á usted que se está poniendo esta ca- sita... (Saea un periódico y lee de pie junto á la es- tufa, sin dejar de atender á Cabra.)

Cabra Y menos mal ustedes, los que suben. Ya ve

usted yo: ayer hizo cuarenta años que tomé posesión de este mismo pupitre.

12 -^

D. Abel ¿Con cuánto?

Cabra Con seis mil reales. Y hoy tengo cuatro

mil.

D. Abel ¡Sí que es una carrera loca!

Cabra (suspirando.) Aquí me he dejado la vista, el

pulso, el pelo, el estómago... No es que yo me queje... Aquí be cogido el reuma que me va á llevar al cementerio; aquí he cogi- do las jaquecas (]ue padezco alternando con el reuma... No es que yo me queje... Aquí conocí á mi mujer, que en paz descanse. Era hija del entonces portero mayor, que »3n paz descanse. Se em|)eñó en casarnos el jefe de esta sección en aquella época, don Inocencio Colmenar,que en paz descanse. La pobrecita me dejó doce hijos, que me viven todos... No es que yo me queje... A otros les va mucho peor... pero de cuándo en cuándo un desahoguillo... Iré haciendo el parte.

(Se levanta, coge de la mesa de don Mauricio una hoja de asistencia, y escribe en ella los nombres de los em- pleados del negociado, los cuales, á medida que lle- gan, la van firmando.)

D. Abel Mire usted, Cabra; yo también me veo ro- deado de mucha gente. El mayor de mis chi- cos ya es un pollo: usted lo conoce. Es listo, es bueno; vale. Será un hombrecito. Me tie- ne muy contento. Pues bit-n: si algún día se le ocurriera decirme: «Papá, yo quiero ser- vir al Estado», lo disecaba. No le digo á us- ted más. Lo disecaba.

Cabra Y haría usted muy bien. ¡Ojalá mi padre

me hubiera disecado á mí! Daría gusto de verme ahora.

D. Abel En cuanto á un servidor de usted... Pero, bueno; esto es otra cosa... Tiempo al tiem- po... No quiero hablar, (saludando á don Mauri- cio que llega por el foro.) Dios te guarde, Mau- ricio.

Cabra Don Mauricio, muy buenos días.

D, Maur. Hola, señores. ¿Qué hay?

(Don Mauricio Regla y Salazar, jefe del negociado, es hombre recto, inflexible, aunque cortés y cariñoso con sus subordinados. Para él la administración es un

~ 13 ^

culto y él un sacerdote. Su fisonomía es vigorosa, ex- presiva, muy española. Tiene cuarenta y tantos años. Viste de chaqué.)

D. Abhl ¡Psohé!

¡Hoy como ayer, mañana como hoy,

y siefmpre igual! ¡Tin cielo gris, un horizonte eterno, y andar... andar! D. Mauh. Chico, chico, qué por las nubes me recibes.

¿Es que te has dado á la poesía? D. Abel Tal vez. De poeta, músico y loco... D. Maur. ¿y tu pequeño?

D. Abel Parece que ha amanecido mejor. La noche ha sido buena. Luego vendrá la muchacha á decirme el parecer del médico. D. Mauk. Oye una cosa, (oon Abel se le acerca.) Mira el borradorcillo que he hecho para contestar á la Dirección. (Le da unas cuartillas.) A ver qué te parece.

(Don Abel lee para sí. Don Mauricio en tanto lo con templa con el resplandor del esperado triunfo en la fisonomía. Llega Manolo.)

ESCENA III

DICHOS y MANOLO; luego BARBUDO; después ÜRRÜTIA

Mav. Buenos días, señores.

D. Maur. Hola, Manolo. Cabra Buenos días.

Man. y fresco?. (Deja gabán y sombrero en la percha co-

rrespondiente, y antes de sentarse en su sitio, que es uno de los pupitres del centro de la escena, se acerca á la estufa para calentarse. Es un muchacho simpáti- co y listo. El gabán que lleva es de entretiempo y el traje de verano. Como se ve, tampoco nada en la abun- dancia. Para trabajar en la oficina se quita los puños y trueca la americana de la calle por otra remendada y llena de tinta que guarda en su pupitre.)

Cabra Ahí tienes el parte.

Man. Ahora voy.

D. Maur. (a don Abel, así que acaba la lectura.) ¿Qué tal?

D. Abel De lo más bonito que has hecho, Mauricio^

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D.Maur. ¿Eh?

D. Abel Pero fuerte.

D.Maur. P]so quiero: darle en la tetilla. Y ya habrás visto que le tapo todos los callejones. Que rae sale por peteneras: ley de 15 de Abril del 94; que esto, que lo otro, que lo de más allá: real orden de 26 de Agosto del 95; que tal y cual y qué se yo: real decreto de 14 de Mayo del 96; que si fué, que si vino: ins- trucción de 12 de Setiembre del 97; que patatín, que patatán: circular de 29 de Oc- tubre próximo pasado. Y no hay más. Tie- ne que meterse en el burladero.

D. Abfl Sí, sí: no hay escape, (se va á su sitio )

D Mauk. Manolo.

Man. Mande usted.

D. Maur. Ponga usted la minuta de esto.

Man. Sí, señor.

D. Maur. Y que luego Cabra lo saque en limpio.

Cabra E^tá bien.

(Llega Barbudo, viejo gruñón de malísimas piilgas. Disfruta un haber de seis mil reales, y toca la trompa en un teatro. Tiene más cejas que bigote. Viene de capa.)

Bar. ¡Qué atmósfera! ¡Se masca el carbón! ¡No

cómo pueden ustedes resistirla! ¡Aquí nos vamos á morir todos! Buenos días, señores.

Cabra Buenos días.

D. Maur. ¿Quieren ustedes que abramos la ventana un momento?

Bar. ¡Sí, hombre, sí!

Man. ¡No, hombre, no! Estos del norte no tienen

nunca frío.

Bar. ¡Lo que no quieren es respirar veneno!

Man. ¡Ojalá se muera usted mañana! ¡Así puede

que ascienda yo!

Bar. Sí, sí; no lo verán tus ojos. Tienes oficial

quinto para rato. (Después de colgar la capa y el sombrero, siéntase ante el pupitre de frente á Cabra.)

D. Maur . (Mirando el reloj.) La media ya y faltan cuatro todavía. El mejor día llevo el parte así. y vamos á tener un disgusto. ¿Se sabe de Ji- ménez?

D.Abel Continúa malo. Yo estuve ayer á verlo.

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D. Mauk . Pues Toledito y Urrutia me van á oir. Y eso que pierde uno la fuerza moral: luego se presenta á las doce ese niño gótico de Jor- gito, que abusa porque tiene el tío alcalde, ¿y quién les dice nada á los otros?

Bar. Aquí hay dos razas»: los que toman el sol y

los que toman quina en rama. Y ande el movimiento, (a cabra.) Ya me ha dado us- ted dos veces con el pie en la espinilla.

Cabpa Ha sido sin querer

Bar. Es que sin querer también me duele.

(Llega Urrutia todo jadeante. Es el hazmerreír del ne- gociado. Viste malamente: usa un hongo muy alto y un gabán color de hoja seca, entallado y con raja hasta la cintura. Es ligeramente tartamudo.)

Urrut. Fe... fe... felices.

D. Maur. ¡Vamos, hombre! ¡Firme usted el parte en seg;uida!

ÜRRUT. Us... usted perdone, don Mauricio. ¿So... soy el último?

D. Maur Firme usted el parte y no se meta en más.

Urrut Us.., usted perdone.

D Maur. No hay de qué. ¿Me quiere usted decir que ha estado usted haciendo?

Urrut. Re... re. . retratándome.

D. M.AUR. ¿Cómo?

Urrut. De... de cuerpo entero. Pien... pienso hacer- me unas postalitas.

D. Mauk . Siempre liabía usted de apearse por las ore- jas. Oiga usted. Ayer, en este oficio, me puso usted fecha de Octubre.

Urrut. ¿Y qué?

1). Maur. Que estamos en Noviembre.

Urrut. ^ues... pues tiene usted razón. Me... me ha- bré equivocado.

D. Maur. ¿Qué duda cabe?

Urrut. Lo... lo rasparé, y si no queda bien haré otro. Con... con permiso. Don... don Abel, ¿cómo sigue el enfermo?

D Abel Un poco mejor; muchas gracias.

Man. Es verdad; que yo no le he preguntado.

¿Sigue mejor, eh?

D. Abel Así parece.

í Deja Urrutia sombrero y abrigo en la percha corres-

16

pendiente, y se acomoda ante su pupitre, de frente al público. También se cambia de americana.^

ESCENA IV

DICHOS y un PRESTAMISTA

Pres.

D Maur

Pres.

D. Maur

Pres.

Bar.

Pres.

D. Maur Man.

Pres

ÜRRUT .

Pres.

Man.

Urrut.

Bar.

D. Abel

Cabra

D. Abel

(saliendo violentamente por el foro con el sombrero puesto, una estaca de la que Dios nos libre, y unas in- tenciones peores que la estaca.) BuenOS díaS.

Buenos dias. ¿El señor Toledo? No está. ¿No está?

¡Pero cúbrase usted!

¿CÓDQO? (se quita el sombrero.) Ustedes dispen- sen. ¿De modo que el señor Toledo no está? No, señor, no está. Creo que salta á la vista.

Espere usted un poco. (Levanta la tapa de su pupitre y mira hacia dentro en son de burla.) No; no

está.

¿Eso ha sido un chiste? Pues el señor Tole- do me anda buscando, y me anda buscando el señor Toledo, y no digo más sino que va á encontrarme el señor Toledo. Us... usted á él ya es más difícil. ¿Sí, verdad? Buenos día«. (Vase como entró.) jLadronazo! ¡Ju... judío! ¡Chupa sangre! Pero ¿quién es ese? Un prestamista.

¡Ah! El amigo Toledo trae siempre unas combinaciones y unos enjuagues...

ESCENA V

DICHOS menos el PRESTAMISTA. TOLEDO

ToL. (Asomando el rostro apicarado por la puerteeilla de es-

cape, y dando los buenos días en voz baja.) SeñorCF,

buenos días.

17

D. Maur. ¡Toledo!

ToL. ¡Schsss... Por Dios, don Mauricio, no me riña

iisied.

D. Mauk . Firme el parte al momento, que voy á lle- vármelo.

ToL. (obedeciendo sin quitarse la capa y con el sombrero en

la mano todavía.) Sí, señor. Usted Comprende- rá que hay peligros superiores al rayo. D. Maur. Ya, ya estoy. A trabajar ahora, (vase por el

foro con la hoja de asistencia.)

ESCENA VI

DICHOS, menos DON MAURICIO; después LUCAS

(Toledo es joven, madrileño de raza. Se peina entre chulo y señoiito. Usa cuello tajo, corbata encarnada y bota con caña de color. Su si- tio en el negociado es el de frente á Manolo. Deja capa y sombrero y abre su pupitre mientras le interrogan los demás sobre el pasado lance )

Man. Oye, tú, ¿qué belén es este?

ToL. ¡Poca cosa! Que le huyo el cuerpo á ese ma-

tatías, porque lo he clavado en cincuenta duros.

(Reefocijo general.) Man. ¿Sí?

Cabra ¿Si?

Bar. ¿a. ese?

Urrut. ¡\le... me alegro! D. Abel Pues es usted el príncipe de los ingenios,

amigo mío. ¿Cómo ha sido la cosa? A ver, á

ver... ToL. Ese es mi secreto. El hecho es que no ve

una peseta de los cincuenta duros. Bar. De las pocas veces que ha tenido usted

ííracia. Urrut. In... infeliz de mí: le tomé veinte á uno de

la calle del Salitre, y ya le llevo entregados

más de ochenta. D.Abel ¡Qué atrocidad! Ufrut. ¿No... no ve usted que hasta que no le la

2

~ 18

cantidad íntegra me está cobrando inte- reses?

ToL. tienes la culpa. Por bruto.

Urrut. Si... si... si fué cuando la enfermedad de mi madre. No... no digo eso: fi... fi... firmo y«> la horca.

D. Abel Tolfdo, ¿me da usted Ellmparcial?

ToL. Sí, señor.

D. Abel Tenga usted El Liberal.

Urrut. ¿Quie... quiere asted El País?

1). Abel Luego.

(Cada uno está sentado en su sitio. Don Abel y Toledo leen los periódicos; Urrutia raspa y enmienda su equi- vocación, en que vuelve á incurrir; Manolo compone un reloj, y Cabra y Barbudo trabajan. Todos, sin em- bargo, intervienen en la conversación. Toledo, antes de sentarse, toca dos veces el timbre, que se oye lejos.)

ToL. Beberemos agua, ¡que diablo! Para que pase

el susto.

Urrut. ¡Mal... maldita sea mi suerte!

Man. ¿Qué le sucede á usted?

Urrut. ¡Que... que he raspado Octubre y he vuelto á poner Octubre! ¿Es pata la mía? Se va á quedar esto como una lela de cebolla.

ToL. ¿Tu raspador no tiene sueldo?

Urrut. ¡No... no tiene sueldo!

ToL. ¡Pues es quien más trabaja en el negociado!

(Risas.)

D. Abel Amigo Barbudo: ayer á su novillerito de us- ted le echaron un bicho al corral.

Bar. También se los echaban á Lagartijo, amigo

Secano.

Man. ¡Ande usted con esa, don Abel!

Urrut. Es... es que en Madrid no se sabe ver toro^. ¿Verdad, Barbudo?

Bar. No señor; no se sabe.

ToL. Para ver toros hay que ir á su pueblo de us-

ted. ¡Creo que los lidian en la sala de sesio- nes del Ayuntamiento!

Cabra ¡Ja, ja, ja!

Urrut. ¡Hom... hombre: crisis!

(Gran alarma.)

Bar. ¿Crisis?

Cabra ¿Crisis?

- 19

Man. ¿Cómo crisis?

ÜRkUT. En... en Portugal.

Cabra ¡Ah, vamos!

Man . ¡Nos ha asustado u?ted!

LuC. (Por el foro, con dos vasos de agua en una bandeja.)

Agua, señores. ToL. Déme usted, Lucas.

D. Abel Déme usted á también. (Beben arabo,?.) Luc. ¿Quiere algún señor más?

D. Abel Gracias. Ldc. Servir á ustedes, (vase.)

ESCENA VII

DICHOS menos LUCAS

Man. Cómo se conoce que este Lucas ha sido de

la Guardia civil. Siempre está cuadrado. Bar. Ya lo malearán los otros bigardonea.

ToL. (Levantándose.) ¡Ah, señor Barbudo, ahora quo

me acuerdo! Ya decía yo que había entre nosotros una cuentecita pendiente. Anoche, en ca-a de Moran, estuve cenando con va- rias amigas y dos ó tres ilustres concurdá- neos\ uno de ellos, este chico que escribe de teatros... este... Calpena.

D. Abel ¿Ks usted amigo de Calpana?

ToL. Unas miajas. Coincidimos en gustos: Bláz-

quez ó N. P. U. Bueno, pues se me ocurrió preguntarle sobre la discusión que ayer tu- vimos, señor de Barbudo, y me aseguró que se puede decir ó muy gordo ó gordísimo; pero que muy gordísimo, como usted sos- tenía...

Bar. ¡y sostengo!

ToL. Es un disparate de á folio, impropio de toda

persona que ande en dos pies, aunque usted lo haya oído en el Congreso.

D. Abel ¡Claro! Escuche usted: un ministro, que ya es académico de la lengua, dice á por y dice riyéndose. Me consta.

ToL. Lo eren.

20

Cabra

D. Abel Cabra D. Abel Cabra

ÜRRUT,

D. Abel

ToL,

IjAR.

Urrut. Man.

TOL.

1). Abel

Bar. í). Abel

Bar.

1). Abel

Tol.

Pues un gobernador de provincia, protector mío, que en paz descanse, á las cocretas las llamaba croquetas.

Y las llamaba bien. ¿Bien? ¿Pero no son cocrefab? No señor.

Pues es un error en que llevo cincuenta años.

Y .. y mi portera con usted. (Risas.) Bueno, señores, vamos á trabajar, que luego don Mauricio me dice á que si no puede dejarme solo, que si yo alboroto el cotarro, etcétera, etcétera.

Vamos á trabajar. ¡Ya era hora!

(Todos obedecen la indicación de don Abel, á excep- ción de Urrutia, el cual levanta y sujeta la tapa de su pupitre con un cuadradillo, y oculto tras ella nadie puede ver lo que hace. Hay un breve silencio. A poco, hacia la derecha, principia á oírse un número popular de zarzuela tocado al violín por un músico callejero.) (Detrás de su tapadera.) A... ahí viene el CÍegO.

Pobre Lombre: á las dos de la noche está to- davía rascando el violín por esas calles. Anoche lo vi yo á última hora tocando los couplets de las enaguas. ¡Oh! ¡No puedo ya con las enaguaf-! ¿Va gente á ver eso. Barbudo? l'ican, pican.

Yo lo sentiría por usted, que toca la trompa en la orquesta y se gana un sueldo honra- damente; pero me alegraría de que cerraran ese teatrucho. ¡Hombre!

A déme usted arte: á no me usted pantorrillas. Opino todo lo contrario.

(e1 ciego ha ido aproximándose; luego pasa cerca de la ventana, y al fin se aleja. En cuanto lo que toca llega á ser bien perceptible, primero uno de los empleados, en seguida dos, después todos ellos, tararean ó silban á compás. Toledo, en algunos momentos, hace de direc- tor de orquesta, usando por batuta un cuadradillo. En el instante en que es más vivo el entusiasmo, presenta.-

21

se don Jesús por el foro. D. Jesús es un viejecito jubi- lado, recortadito y pulcro. Lo reciben con mucho afecto.)

ESCENA VIII

DICHOS y do:: JESÚS; después LUCAS

!). Je^\ [Buenos días, señoresl ¡Este es el negociado de la a egría! ¡le!

D. Abel ¡Don Je.sú-! ¡Dios le guarde!

Cabra ¡Querido Jesús!

Urrut. ¡Ho... hola, don Jesús!

Man. ¿Q^ié tal, don Jesús?

D. Jes. ¿Estábamos de concierto, eh? ¡Cómo se co- noce que anda por ahí Mauricio!

1\)L. ¡H'^y ^\^^ alegrar la \^ida, don Jesús!

D. Abel ¡No.-í tenía usted olvidados!

D Jes. La lluvia, hijo, la lluvia. Ya sabéis que cuan- do hace sol, vengo á la oficina como si estu- viera en activo. No puedo remediarlo: me veo en la calle y se me vienen los pies para acó.

D. Abel Por aquello de que

siempre, aunque sea una cárcel, hay un ricóa olvidado... ¿No es cierto, don Jesús?

D. Jfs. Muy cierto, muy cierto... (Acercándose á don

Abel.) ¿Qué hay, amigo Secano?

D. Abel Lo de siempre: dejándonos aquí la vida, día por día. Estoy más harto de estas cua- tro paredes...

D. Je-. Hombre, pues no te puedes quejar: llevas una carrera muy bonita...

D. Abel ¡Ay, don Jesús! El mundo es muy grande, muy vario... Hay en él muchas veredas por surcar.

D. Jes. Cíiico, no te entiendo.

Luc (Por el foro.) Señor Toledo; aquí le buscan.

J OL. (Levantándose y escondiéndose á prisa tras su capa )

¡No estoy! ¡Diga usted que no estoy!

(^Manolo y Urrutia contribuyen en seguida al engaño, suponiendo que es el prestamista otra vez.)

Man. (Alzando la voz.) ¡lili señor Toledo no ha veni-

do! ¡No está tn Madrid!

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Urrut. ;Es... está en Marruecos! D.Abel ¿Quién pregunta por él? IjUc. No conozco... Es una señora muy guapa, de

mantón.

TOL. (saliendo á escape del escondite.) ¡Pero, hombre,

haberlo dicho! ¡Si es una peinadora que me

proteje! (Vase por el foro corriendo. Todos se ríen del lance.) LUC. Señor, yo no sabía... (Se va también.)

]). Jes. Es mucho peine e&te Tcledito... Oye, Abel, ¿y tu gente?

D. Abel A Ricardín lo tengo algo malucho. Los de- más están bueno?.

D. Jes. Irenita se ha puesto monísima. El otro día me la encontré. Iba con tu cuñada. Es un pimpollo la criatura. ^

1). Abel Dios me fuerzas para verlos en camino á todos. Y son siete, querido don Jesús.

I). Jes. Ya, ya que son siete. Pero veiás coma

los sacas adelante. (Acercándose á Urrutia, el cual se levanta ) ¿Qué hay, pollo?

Urrut. Us... usted dirá, don Jesús.

1). Jes. Siéntate, hombre. ^.Y tu madre?

Urrut. Tan... tan buena: fastidiada con su reuma.

1). Jes. ¿Y tu padre?

Urhut. Tan... tan bueno: fastidiado con su hígado.

1). Jes. Hace un siglo que no los veo.

Man. Don Jesús: ¿se le volvió á parar á usted el

reloj?

D. Jes. (Acercándosele.) No, hijo mío: desde que me lo compusiste...

Man. Diga usted; ¿es cieito que va usted á insta-

lar en su casa la luz eléctrica?

D. Jes. Hombre, no sé: eso quiere Gertrudis. Ya veremos.

Man. Pues no se comprometa usted con nadie.

D. .Jes. ¿También electricista?

Man. Tanjbién. Hay que agarrarse á todo: tengo

ya dos chicos. Quedará usted satisfecho, don Jesús. Es más: le enseñaré á usted una traní pa para que no corra mucho el contador.

D. Jes. ¡Je! Lo que no discurras... ¿Y ahora qué te haces, Manolillo?

Man. Pues aparte esas menudencias que suelen

23

salirme, cuando acabo aquí en la oficina me voy casa de Rodríguez Kincón, donde llevo el correo; allí estoy hasta las seis ó las siete, según f\ número de carta?; luego al Real, ya sabe usted que soy acomodador de hs plateas...

D. Jes. Sí; eso es de mis tiempos. ¿Y á casita des- pués?

Man. ¿a casita? ¡A la buñoleríal

D. Jes. ¿A qué buñolería?

Man. a una que he abierto á medias con un fran-

cés en la calle Mesón de Paredes.

D. Jes. Ya.

Man. Mi socio ha puesto el dinero y yola inteli-

gencia. Y hay que estar encima. Poríjue no es posible fiarse de nadie, ^i siqíütra del socio.

D. Jes. Chico, chico...

Man. Al amanecer me retiro á casa, y trabajo un

poco en marquetería, compongo relojes, ilu- mino algún retratillo... Lo que cae.

D. Jes. Pero, muchacho, ¿y cuándo duermes?

Man. i^os domingos.

D. Jes. ¡Je! (volviéndose á don Abel un momento.) Escú- chame, Abel, ¿contestaron de la Adminis- tración de Huelva ó hubo necesidad de con- minarles con multa?

n. Abel No, no; contestaron.

D. Jes. ¿En la fornja que yo indicaba?

D. Abel íSí, señor.

D. Jes. ¡Claro! ¡Si aquello era de sentido común!

(Acercándose á la otra mesa.) ¿Qué hay, Señor

Barbudo? Bar. ¿Qué ha de haber? ¡Rabiando!

1). Jes. ¿y la señora? Uar. ¡Calcule usted: rabiando!

D. Jes. ¡Vaya por Dios! Tú, amigo Cabra, siempre

dando ejemplo de laboriosidad. Cabra Psché... ¡qué remedio!

D. Jes. Ya supe que se murió tu cuñada Pepa. Cabra La pobrecita descansó. Lo que no sabes es

que toda la familia está conmigo. D. .Jes. ¿Sí, eh? Cabra Una de esas gangas que á me caen... No

24

es que yo me queje, pero hazte cargo: aña- de cuatro bocas más á las doce que ya tenía, y dime si con cuatro mil reales es posible vivir. ¡Catorce nos sentamos á la mesa!

D. Jes. ¿Catorce?

Cabra ¡Catorce! Nos levantamos en seguida ¿eb? pero nos sentamos catorce.

D. Jes. (¡Tu. hijo mayor te ayuda?

Cabra Me entrega lo que gana el pobrecillo: una

miseria que le dan en ferrocarriles. El se- gundo quiere ser actor: me trae frito.

1). Jes. ¿y Leopoldín?

Cabra Á ese lo tengo en una imprenta, y á Salva-

dor en un comercio. Me los exprimen como limones y les dan dos reales los sábados, pero siquiera aprenden á trabajar.

D. Jes. ¿Y Asunción?

Cabra Asunción se casa en Febrero.

D. Jes. Que sea enhorabuena. ¿Con quién?

Cabra Con un sacriírtán. Lo primero que ha salido;

no íbamos á escoger... Parece buen mucha- cho; la quiere...

D. Jes Bueno, hombre, bueno... Está bien, está

bien... Voy á saludar á los de aquí junto.

Man. Vaya usted con Dios, don Jesús.

TüL. (Llegando.) Don Jcjús, vaya usted con Dics.

Siempre ha habido pobres y ricos.

1). Jhs. Adiós, buena pieza... Si como eres listo qui- sieras trabajar...

ToL. Es que si quisiera trabajar ya no seríi listo.

D. Jes. ¡Je! Quedaos con Dio.«. Hasta otro diíta.

D. Abel Adiós, don Jesús.

Urrut Va... vaya usted con Dios.

ToL. Déjese usied ver de cuándo en cuándo.

Man. No me eche usted en olvido, don Jesús.

D. Jes. Quedaos con Dios, que ¡áos con Dios .. (se

va por la puertecilla de escape.)

25 ~

ESCENA IX

DON ABEL, URRUTIA, MANOLO, TOLEDO, BARiiUDO y DON MAURICIO

ToL. Paes señor, ¡vaya un día! Después de la

buena vista de mi peinadora, se me ocurre entrar en el negociado de Bermúdez, es- taban tallando al monte y he ganado cua- renta céntimos.

Man. Eres el niño de la suerte.

D. MaUR. (Por el foro, con unos papeles en la mano ) Hoy vie- ne el jefe con los pantalonciios de montar. don Abel.) Chico, á Marchen a lo ha puesto verde.

D. Abel ¿Si, eh? Pues quiera Dios que no me llame á mí, porque traigo los nervios de punta.

D. Maur. Urrutia, ¿qué hace usted?

UrRUT. (Asomando la cabeza por encima de la tapa del pupi-

tre.) Pi... pi... pitillos.

D. Maur. No es ocasión de hacer pitillos. ¿Enmendó usted aquel oficio?

Urrut. señor; tome usted.

D. Maur. (indignado al ver lo lamentable de la raspadura. )

¡Hombre, por Dios! ¿Usted cree que esto se le puede presentar al jefe? ¡Ni que raspase usted con un cuchillo de cocina! Cabra, co- pie usted esto en limpio.

Cabra En seguida.

ÜRRUT. Piie... puedo copiarlo yo, don Mauricio.

D. M/^üR. No hace falta: usted sume estas cantidades y ponga en un papel aparte el total que arrojen. Manolo, déme usted mis cuartillas, que el jefe las quiere leer. Probablemente no servirá una letra; pero quien manda manda. ¡Ah! y todos en su sitio, que me temo que le hoy la ventolera de visitar

los negociados, (se va de estampía por el foro.)

Toi. ¡Cómo me molestan las lumbreras de la ad-

ministración!

Urrut. Y... y á este cura.

D. Abel A mime molestan la administración y las lumbrera*.

- 26 -~

ESCENA X

DICHOS, menos DON MAURICIO; un MOZO de café

Barb. Milagro será que no nos haga venir esta

noche. Man. Sí; porque empieza á torcerse el día.

ToL. Lo que será milagro es que nos escapemos

sin aquello de... (imitando á don Mauricio, pasea y dicta en tono campanudo.) Manolo: COJa USted

cuartillas y escriba, (los demás se ríen.) Bases... para la organización y reforma de la Ha- cienda pública, coma... del Ejército, coma...

(Auméntanse las risas.)

D. Abei, Señores, señores, que no está ni medio regu- lar burlarse así de nuestro jefe... á espaldas suyas.

ÜRRUT. ¿Y... y cómo vamos á burlarnos cuando esté delante, don Abel?

T )L. ¡Claro!

Cabra ¿Tiene usted papel de membrete, ürrutia?

ÜRRUT. Ten... tengo un pliego; pero está manchado de queso.

Man. Yo tengo limpio. Tome usted.

(Sale con un servicio el Mozo de café por la puerteci- 11a de escape, y lo deja sobre la mesa de Manolo.)

Mozo Buenos días.

ToL. Hola, Sebastián.

Man. ¿a quién le toca hoy?

Mozj Al señor ürrutia.

ÜRRUT. Pues apún... púntalo.

Mozo Está bien. Hasta luego, (se va por ei foro.)

(suena el timbre correspondiente á la mesa de don Abel )

D. Abel ¡Hombre! ¡qué gracia! ¿Qué tripa se le ha- brá roto á ese don Finchado que tenga yo

que componer? (Se levanta de mala gana). Va-

mos á ver á su excelencia. ¡Como si nos- otros tuviéram>os la culpa de que el se haya casado con una señora que lo trae de cabe- za! (Vase por el foro.)

ESCENA XI

TOLEDO, URRÜTIA, MANOLO, BARBUDO y CABRA; luego LUCAS

Man. Caballero?, ¿ustedes han visto cómo esta

cambiando e^te don Abel?

Barb. De eso justamente iba á hablar yo. Hace

una temporada que es otro hombre. ¿Qué diablos le pasa?

Urrut. a... anoche, serían las doce y media, lo vi yo por la calle del Colmillo discutiendo solo.

ToL. l'ues el domingo por la tarde miento, el lu-

nes,— estaba en un cafetín de la calle Toledo con tres ó cuatro tipos que si no eran cómi- cos le andaban muy cerca.

Man. ¿Cómicoí??

ToL. Así parecían. ¡Vaya usted á saber en qué

andará metidol

Luc. (por el foro.) ¿El señor Secano?

Cabra i£stá con el jefe.

ToL. ¿Quién lo busca?

Luc. La doncella que tiene ahora: esa que vino el

otro día.

ToL. ¡Ah! ¡Esa tan guapa!

Man. ¡Que pase!

ToL. Hombre, sí: dígale usted que pase; que don

Abel ha de tardar un rato.

Luc. Perfectamente. (Se va.)

Cabra ¿No se incomodará, señores?

ToL. ¿Por qué?

Man. La chica es preciosa.

[Irruí. Y... y muy dislinguidita, ¿verdad?

ToL. Eso es lo mejor: tus pretensiones de perso-

na fina.

Man. Digo yo: ¿si todo lo que tendrá don Abel

será que ha perdido el seso por la doñee- Hita?

ToL. No: me parece que no.

Luc. (Abriendo la mampara del foro y dejando pasará Fi-

deía.) Aquí. Pase usted.

« 28 -

ESCENA XII

DICHOS, menos LUCAS. FIDELA

(Aparece Fidela, en actitud entre resuelta y comedida, que ella cree de suprema distinción. Ks una muchacha de pueblo, que por azares de su vida se encuentra en Madrid, dedicada al servicio doméstico. Viste con arreglo á su posición actual, pero con ciertos detalles que quieien ser de señorío.)

FiD. Con permiso. Muy buenos días. Ay, toaos

son hombres.

Man. Buenos días.

ÜBRUT. Bue... buenos días.

FiD. ¿Cómo están ustedes? ¿Están ustedes bue-

nos?

Man. Bien, ¿y usted?

FiD. Yo bien; muchas gracias. ¿Sus famiUas de

ustedes están bien?

ToL. Bien; muchas gracias.

Urrut. ¿y... y la de usted?

FiD. Una servidora no tiene familia; pero mu-

chas gracias.

ToL. Siéntese usted aquí, (ofreciéndole una silla jun-

to á la estufa.)

FiD. Ahí, no; muchas gracias. Con permiso de

usted, me arrebata demasiado el calor.

ToL. (Trasladando la silla junto á la mesa de Secano.)

Pues aquí entonces.

FiD. Ahí tendré muchísimo gusto. Muchas gra-

cias. (Se sienta.)

ToL, ¿Hace frío en la calle?

FiD. Sí, señor; muchas gracias.

(Pausa. Todos la miran y ella alardea de que no siente turbación.)

ToL. En seguida vendrá don Abel. Le ha llama-

do el jefe á su despacho.

FiD. Una servidora no tiene prisa mayormente.

;Ay, mayormente!... Esto no lo dicen más que las personas de cierta claFe. Todo se pega menos io bonito.

(Manolo ha repartido el café en tres vasos. Le lleva

29

uno a ürrutia, él bebe de otro, y el otro lo deja en el pupitre de Toledo.)

ToL. Puede usted expresarse con libertad. Aquí

no nos asustamos de nada.

Man. y que, diga usted lo que diga, sus modales

y sus palabras dicen bien claro, que no es usted lo que parece.

FiD. Ay, no, señor; no soy lo que parezco.

Urrut Ya... ya se ve que es usted una persona muy di.-tÍDguida.

FiD. Muy distinguida, sí, señor. ¿Para qué voy

yo á negar lo que salta á la vista? (suspiran- do.) ¡Ay!... Los azares del mundo me han hecho descender unos cuantos peldaños en la sociedad... Fov eso digo que no tengo fa- milia, pero la tengo... y muy honrada... Si yo les declarase á ustedes el nomi)re de mi señor padre, tal vez se asustarían.

ÜRRur. ¿Ra... Ravachol?

Fin. Dispénseme usted que lo oculte.

ToL ¡b'í, señora! ¡Pues no faltaba másl (Bajo á aia

uoio, al ir por su vaso ) (¡Es uua doncella de abrigo!) ¿Quiere usted un sorbo de café?

Fip. Ay, muchas gracias.

ToL ^.De veras?

FiD. Muchas gracias.

Urrut. ¿La... la irrita á usted?

ToL. ¿Es que no le gusta?

FiD Sí, señor; que me gusta. He tomado mu-

cho café en este mundo. Pero de otro modo.

ÜRRur. ¿En... en grano?

ToL. ¿Quieres callarte, estúpido?

FiD. Ese caballero se burla. No hay como bajar

unos peldaños en la sociedad para ser la di- versión de la gente.

Urrut. No... no me burlo. Ha sido una broma, se- ñorita.

FiD. Señorita, bien dicho está: señorita. Emplea-

da hoy día por mi desgracia en bajos me- nesteres, pero muy señorita. ¡Ay, si mi fa- milia ganara un pleito que tiene en Portu- gal sobre unos títulos de nobleza! No lo ga- nará, porque cuando viene la mala todos son revese?. Pero sin arremontarme tanto: si

~ 80

usted supiera quien fué el padrino de boda de mi hermano el fraile... (msas.) De mi her- mano el fraile, no es equivocación. Casó muy bien, enviudó el pobrecito, y de pena se metió en un convento.

Urrut. Co... como don Alvaro.

ToL. Hombre, don Alvaro no enviudó.

Man. ¡Ni se casó siquiera!

ÜRRUi . Pe... pero se encerró en un convento, que es lo que yo digo.

Fio. ¡Ayl

Man. ¿y está usted á gusto en casa de don Abel:-^

FiD. Contenta estoy, porque todos allí son muy

cariñosos conmigo; pero derramo lágrimas interiores, porque quien ha sido y no es... usted calcule. Con todo, bendigo á Dios que me los puso en mi camino por una dichos i casualidad.

ToL. ¿Luego usted no tenía relaciones anteriores

con ellos?

FiD. No, señor. Yo, hace ya algunos mese-, ve-

nía en el tren sola con mis penas, huyendo de una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme, como dicen en el Don Quijote ya ven ustedes como tengo mi poquito de ilustración. Y lo que pasa en las Unias férreas en la segunda estación del trayeto se subió en mi coche una señora. Yo no po- día contener los sollozos, y la señora, á poco de oirme, se interesó por y me preguntó lo que me pasaba. Le riferí mi historia y me tuvo mucha piedad. ¡Mi historia es muy tris- te, señores míos, muy triste! tíi supieran us- tedes quien fué mi padrino de confirmación, comprenderían lo bajo que ha caído esta desgraciada. La señora aquella era la her- mana política de don Abel cuñada, que se dice ordinariamente, y como se enteró de mis intenciones y la conmoví tunto con mis lágrimas, me ofreció su casa desde lue- go y me llevó á ella, porque vio el peligro que en un Madrid corría una joven tan de- centita como yo y tan bien dotada por la naturaleza, avmque esté mal que yo lo diga.

31

Bar. (Dando un puñetazo eu la mesa.) (¡Ya me ha

equivocado tres veces!) FiD. En fin, señores míos, qué cosa no será mi

historia, (juando un señor de tanto talento como el señor Secano, ha compuesto un drama con ella.

(E1 empleado que menos abre un palmo de boca al es - cuchar tal revelación.)

ToL ¿Kh?

Man . ¿Cómo?

ÜRRUT. ¿Un... un drama?

Fm. Un drama, sí. ¿Pero ustedes no lo sabían?

ToL. ¡Ya lo creo! ¡Si nos lo ha leído! (Les guiña á

los demás.) Se titula...

FiD. La paloma herida.

ToL. La paloma herida; eso es. Lo que no sabía-

mos nosotros era que usted fuese la heroína de ese drama.

FiD. La heroína, justo: la heroína. Sí, señor;

pues yo soy.

ToL. ¡Vaya por Dios! ¿Tan desgraciada es usted

como aquella... no recuerdo el nombre .. como aquella...?

FiD. Alfonsa.

ToL. Alfonsa: cabalmente.

FiD. No ha querido ponerle Fidela, que es mi

gracia, por no echar un borrón sobre mi fa- milia. En el priioer ato y en el segundo ato, pasa todo de la misma manera que me ha pasado á mí. En el tercer ato ya varía un po- quito.

Man. ^.Yeso?

FiD. Pues usted imagine: varía en que Alfonsa

muere del pecho... y yo... en buena hora lo diga... me parece que... Don Abel no quería matarme: pero dice que luego los críticos, si no muere alguien en la obra, salen con que no es diama... ToT. Ya.

FiD. Y él quería que lo fuese.

ÜRRUT. Y... y lo probable es que lo sea.

Man. Sobre todo si llega á representarse.

FiD. En eso anda. Aquí le traigo yo una gran no-

ticia: una carta de un señor que tiene mu-

- 32

cha Dcano con los cómicos, que lo cita ma~ ñaña en su casa para que le lea el drama á un priii:er ator, á ver si lo quiere echar en su teatro. Yo me alegraré mucho de que lo eche.

ToL. Ah, pues lo echará, lo echará... ;En cuanto

que lo oiga!

Man. Si no echa el drama, echa á don Abel..

FiD. ¿Cómo?

ToL. (Por don Abel, que vuelve.) AqUÍ CStá nUCStrO

hombre.

ESCENA XIII

DICHOS V DON ABEL. Al fluai DON MAURICIO

D. Abel

FiD.

I). Abel F:d.

D. Abel b'ro. D Abel

FiD.

D. Abel

FiD.

D. Abel

FiD.

D. Abel

FiD.

ToL. Man .

FlD.

ToL.

Hola, Fidelita. A ver, qué carta es esa... Tome, señor. La que usted esperaba.

¿Sí? (Loco de júbilo lee la carta repetidas veces.)

La señotita Irene se atrevió á abrirla, por- que conoció la letra del sobre, y nos la leyó á todos. Figúrese usted qué alegría. Por esa me mandó al instante con ella. Ya, ya. ¿Y el chico? Mejor está. La fiebre ha rimitido. Pue.s vete allá y diles que me quedo saltan- do de gozo, y que hoy me marcharé más temprano. Bueno, señor.

Ah, mira. Ten ahí. (oándoie dinero.) Compra unos pasteles. ¿De ciernan De todos. Hasta luego, señor.

Adiós, Fidela. (Relee la carta radiante de alegría.)

(A los empleados.) ¿Mandan ustedes algo á una

servidora?

Gracias.

Muchas gracias.

Pues con su permiso... Yo he tenido mucho

gusto en conocerlos... (Se encamina hacia la puerta de la izquierda.)

Por ahí no...

- 33

FiD.

TOL. FiD.

ÜRRUT FiD.

D. Maur D. Abel

Ay, me había confundido. Es la primera vez que entro en este local... A cualquiera le pasa... No es por falta de trato... Servidora

de ustedes... (Encamínase á la vcntaua.)

Por ahí tampoco: esa es la ventana.

Ya, ya lo veo. Es que iba á mirar si llovía...

No es por falta de trato...

(Abriéndole la mampara.) Pa... pase UStcd.

Mucbas gracias. Servidora de ustedes... (sa- ludando á don Maiiricio, que llega á tiempo y la deja

pasar.) Beso á usted la mano. Adió-'.

(Frotándose las manos gozoso.) ¡JBÍen, hombre,

bien! ¡Perfectamente bien!

ESCENA XÍV

DICHOS menos FIDEL A. DON MAURICIO

TOL.

D. Abei, D. Mau»

D. Abel D. Maur D. Abel

Bar.

D. Maur Bar. Toi . Bar.

¡Vaya una doncellita que gasta usted para

andar por casa!

Guapa chica es, en efecto.

;,Es esta quizás aquella de que me ha-

bla.'rte?

La misDca.

que tiene buen ver.

Lo que yo siento es que un pobre oficial

primero como yo, cargado de familia, no

puede sostener doncellas de tal fuste.

(Acercándose á don Mauricio.) Dou MaUricio, ¿me

permite usted que me llegue un momento al teatro? Sí, hombre, sí. Muchas gracias.

¿Va usted á seguir á la doncelhta, eh? Ni más ni menos. Muérase u^ted de envi- dia. (Se pone el sombrero y la capa, y se va en medio de las risas de todos.)

- 34

ESCENA XV

DICHOS menos BARBUDO

(üon Abel no se puede estar quieto. La satisfacción no lo deja. Así. pues, mientras trabajan los demás, él pasea hablando de lo suyo.)

D, Abel Fidelita, Fidelita... Ha impresionado Fideli- ta... Ustedes, los jóvenes, claro es, se fijan más en el rostro hechicero, en los lahios de grana, en el seno turgente... ¿eh? Pero créan- me á mí: Fidela, con ser tan hermosa, es mujer, más que para vista por fuera, para vi^ta por dentro.

ToL. Eso no lo niego yo, don Abel.

D. Abel Sin mostaza. Su historia, que ya hs he con- tado á ustedes á grandes rasgos, es intere- santísima de veras.

¡Áy infeliz de la que nace hermosa!

D. Maur. ¿Nos la vas á contar otra vez?

D. Abel (sin atenderle.) Es la historia hermosamente vulgar y sencilla de la mujer que cae por

amor. (En sus ojos reluce la llamarada siniestra que se ha mencionado al principio.) Un hombre lo

miente al oído palabras engañosas: el niño ciego acecha entre flores: no pidamos á la carne humana en la tierra, resistencia de roca en la playa.

D. Maur. Pero, Abel, ¿qué dices?

ToL. (a Manolo.) Me da el corazón que está pro-

bando una escenita.

D. AbEI. y 3^0 pregunto... (non Mauricio lo mira asombrado

por cima de los lentes.) Y pregunto yo! ¿qué So- ciedad es esta que tiene vítores y aplausos para el ladrón de honras ¿eh? y no más que desdén y lodo para la víctima? ¿eh? ¿eh?

Man. Eso se pone en un drama y lo aplauden.

D. Abel ¿Lo aplauden, verdad? ¿Qué mundo es este en que vivimos, tan mezquino, tan misera- ble, tan pequeño...

D. Maur. (interrumpiéndole en el mismo tono, al oir el timbre correspondiente á la mesa de don Abel.) ¿En qUe á

~ 35 -

lo mejor te llama el jefe y tienes que ir á su despacho?

(Risas aduladoras de los subordinados.)

D Abel (un poco corrido.) Pero ¿es á mí?

(vuelve á sonar el timbre.)

D MxUR. A tí: no lo dudes. Ya lo estás oyendo.

D Abel (contrariado.) Nuestro dignísimo superior je- rárquico, sobre ser imbécil es inoportuno.

D. Maur. Paso, paso, querido Abel: sabes que no me gusta que se trate así á quien debe merecer nuestro respeto.

D Abel Pues son dos trabajos, si bien lo miras: es el uno, que no te guste, y es el otro, que tiene^í que aguantarte, (ai timbro, que vuelve á

sonar) ¡Voy, hombre, VOyl (Yéndose por el foro.)

¡Qué fastidio!

ESCENA XVI

DICHOS, menos DON ABEL

D. Mauh . Señores, necesito verlo para creerlo. Este Secano era trabajador, incansable, obedien- te, respetuoso; y de algún tiempo acá, yo no qué mala hierba habrá pisado, que se nos ha vuelto del revés: gandul, charlatán, alborotador, levantisco... Por las barbas de mi abuelo que no sé, no sé...

Tol. (Con júbilo.) ¡Nosotros, feí!

D Maur. ¿Cómo?

Man. (lo mismo.) ¡Hace diez minutos hemos des-

cubierto la clavel

D. Maur. ^iDe veras? ¿Pues qué hay?

Tol. Hay, que don Abel ha escrito un drama con

el argumento de la chica, es decir, que de la historia de Fidela ha sacado el argumen- to para un drama, y ese drama es el que le ha hecho perder la chabeta.

D. Maur. ¿,Qué me cuenta usted?

Tol. ¡Lo que nos ha contado la muchacha!

D. Maur. ¡Pero si hace falta estar loco!

Man. ¡Pues lo estará!

D. Maur. ¡Cristo, qué desgracia!

36 ~

CabRí

D. Maur.

TüL.

D.Maik

Urrui. D. Mair.

ÜRRUT.

D Maur. Urrut.

D. Maur

Urrut. D. Maur

Cabra D Maur, Cabra

D. Maur, D. Abel

Tremenda, don Mauricio, tremenda... Y cuer ta que una coí-a así le sucedió á mi hermano Baldomcro, que en paz descanse. jPobre Abel! ¡Pobre amigo mío! (Manolo y To- ledo se ríen.) No, no; no es caso de risa. Pues ¿de qué ha de ser, don Mauricio? De láhtima: créanme ustedes. Conozco ejem- plos estupendos. El hacülus del autor es más temible que el del cólera morbo. El hombre que escribe un drama sin deber escribirlo, ya no tiene una hora feliz. Y siéntense us- tedes, no venga y nos coja murmurando de

él. (Reparando en el pupitre de Urrutia que tiene la tapa levantada y á Urrutia detrás.) Urrutia, ¿USted

qué hace?

(Asomando la cabeza como la otra vez.) Li... limán- dome una uña.

Pues esa operación la deja usted para su casa. ¿Sumó usted las cantidades que le di?

(Yendo con los papeles á la mesa dei jefe.) oí... SI,

señor; aquí está el resultado. ¿Qué saca usted?

Vein... veintisiete mil quinientas cuarenta y cinco pesetas... con quin... con quin... con quince céntimos.

¿Ve usted, hombre? ¡Luego 'Uce usted que le tengo ojeriza! ¿Cómo han de dar estas ci- fras un total de veintisiete mil pesetas, si una sola de las partidas es de cuarenta mil? Me... me... me habré equivocado. (Mirándolo con indignación.) ¡Naturalmente! Ca- bra. Señor.

Haga el favor de sumar esto. En seguida.

(suenan sucesivamente y á diversas distancias varios timbres. Uno de ellos es el correspondiente á don Mau- ricio.)

(Levantándose.) ¡Bueno va! Tcuemos reunión

magna, (a don Abel, que llega cuando él va á mar-

charse ) ¿Qué succde, chico? Nada, hombre, nada: que las contrarieda- des domésticas de ese don Botijo las hemos de pagar aquí.

r

D. Maur. Mira, Ab^l, no olvides lo que te dije antes i D. A-BEL ¡Pues no olvides tampoco lo que te re-

pliqué!

no-

(Se va don Mauricio.)

ESCENA XVII

DICHOS y DON ABEL x). Abel (Barajando en la mesa papeles y libros y tomando

tas en una cuartilla.) Gauas de pedir dittos ridí- culos para darse tono... ¡Mentecato!... (suena

el timbre correspondiente á él.) Aguarda Un pOCO,

vida mía... ¿Eti dónde tendré yo esos pape- lotes? (vuelve á sonar el timbre.) Aguarda Un

poco, digo, hijo del alma, que es más fá-il dar con el dedo en el botón, que dar con

estas SancfeceS que quieres. (Tararea cual- quier musiquilla.) ¡JeSÚ^, qué CanUüba! (-uena

' el timbre de nuevo. j ¿Otra vez? ¡Mira no me

cruce de brazos, si hurgas mucho! Cabra (inquieto.) ¡Que se juega usted el destino,

don Abel! D. Abel ¡Y me lo juego á usted al mus, mi querido

amigo! (uisas.) ¡Pues hombre! ¡A fe que estoy

yo para templar gaitas!

D. MaUR. (Llegando y encarándose con su amigo.) Abel, ¿qué

es esto? ¿No has oído el timbre del jefe?

D. Abel !Si.

D. Maur. ¿y por qué no has ido inmediatamente al despacho?

O. Abel Porque... tengo reuma en los tobillos, ¿te enteras?

D. Maur. Para tener ese reuma es preciso ser accio- niáta del Banco; ¿te enteras tú? Y por la amistad particular que nos profesamí)S, y por la subordinación que como inferior je- rárquico me debes, te suplico que mientras birvas a mis óraenes no des espectáculos como este que acabas de dar. Conque al despacho del jefe en seguida, y tengamos en paz la ñesta. Si no basta el ruego del amigo, valga el mandato del superior. »

38 D. Abel (Un tanto amostazado y nervioso.) Mira, mirn,

Mauricio, no quiero contestarte.

D. Maup. Mejor es.

D. Abfx Para tí, por lo menos.

D. Mauh. y para tí.

D. Abel Bien está.

D. Maur. Pues bien está. Y silencio, ¿eh?

D. Abel (con desdén soberano.) ¡Eres un legajo que ha- bla! (Se va por el foro de mal temple.)

ESCENA XVIII

DICHOS menos DON ABEL; después BARBUDO

D. M

AUP.

Cabra

Urru I . Cabra

ÜRHU'J'.

Cabra

Urrut. D. Maur.

Tul.

D. Maur. Man. D. Maur.

TOL.

D. Maup. Ukrut.

(Paseándose preocupado.) ¡Inaudito! ¡inaudito! Y lo pongo á raya: esto no; esto no. Ni ami- go, ni hermano; esto no. Si se ha vuelto loco que lo encierren. Ante todo, subordi- nación y respeto.

(Que hasta ahora no ha podido respirar.) AmigO

Urrutia.

Man... mande usted. ¿Qué total era el que usted sacaba? Vein. . veintisiete mil quinientas cuarenta y cinco pesetas, con quin... con quin... con quince céntimos. ¿Y usted, qué saca? Catorce millones, trescientas veintidós mil novecientas ocho pesetas, con quince cén- timos. Es... estaban bien los céntimos.

(prestando atención hacia el foro.) ¿Aver?... ¿Oyen

ustedes? ¿Qué pasa?

(Oyese lejos un violento altercado entre el jefe supe- rior y don Abel. Todos escuchan.)

Ya se armó: la que yo me temía. Pero si don Abel está desatado... Callar.

(siguen escuchando. La tormen-.a arrecia allá dentro.)

¡Buena banderilla! ¡Qué bruto!

Va á costaría el destino. ¡De... demonio de hombre!

39

Cabra A}^ ay, ay... ¡Pobre familia! ¡!'obie don

Abel!

Bar. (Llegando en plena algarabía.) jParece que hay

bronca en el ocho! D. Maur. ¿Pero han visto ustedes qué insensatez?

¡Estoy horrorizado! ¡Estoy perplejo! ¡Ese

pobre diablo ha perdido el sentido común! Man. Aquí viene, aquí viene...

D. Maur. Pues ahora me va á escuchar á mí. Señores,

cada cual á su puesto.

(obedecen todos, en expectativa de una escena sabro- sa. Don Mauricio también se va á su sitio.)

ESCENA XIX

DICHOS y DON ABEL

(viene fuera de sí: lívido, descompuesto, temblón, el cabello en des- orden, los ojos chispeantes.)

D. Abel ¡Pues hombre!... ¡pues vaya!... ¿Es que so- mos una piara de borregos? (como si tuviera delante al jefe.) ¿Qué se ha fígurado ustcd, se- ñor vacío? ¿bJh? ¡Lo que le he dicho á us- ted en su despacho se lo repito con ilustra- ciones en la Puerta del Sol! (Buscando en sus interrogaciones el asentimiento de los compañeros.)

¿Eh? ¿eh? ¡Es usted una calabaza con gabá n

de pirles! ¿Eh? D MyiUR. (Levantándose.) i Abeh no puedo consentir que

eigas por ese derrotero! D. Abel ¡Pues vete, si no quieres oírme! ¡Yo tengo la

lengua para hablar, y nada más que para

habí

ar:

ción servil y baja, que dijo Cervantes! ¿Eh? ¿eh? ¿eh?

D. Maur. ¡Daré parte al director general y al minis- tro!

D. Abel ¡Yo me salto al uno y al otro! (Encarándose con la ventana.) ¡Sí, señor ministro! ¡me lo salto á usted, que todo lo que ha hecho en esta

40

D. Maur.

D. Abel D. Maur. D. Abel

D. Maur.

D. Abel Cabra

D. Abel

Man. D. Abel

oficina es quitamos al empleado más útil, para traernos á iin soVjrinito imbécil, que discurre meno.'j que un raspadorl ¿Eh? ;Mi^ nistritoa á mí!... ¡Si nadie ignora que entro vuecencia en el ministerio con un trapo atrás y otro delante, y ya tiene dos finca-í en el Escorial y una casa de vacas en los Cuatro Caminos! ¿Eh? ¿eh? ¿Me muerdo yo la lengua? ¿Eh?

(Eü tono duro, tratando de imponerse.) ¡ Basta ya!

¡No quieras que apele á la violencia! ¡Bas- ta ya!

¡Ba^ta, sí, basta, porque yo me voy á la calle! ¡Si te autorizo para ello! ¿Si me autorizas tú?... ¡Hombre, no suelto una carcajada volteriana, porque no sabes

quién fué Voltaire! (Murmurando palabras inco- herentes, saca del cajón de su mesa el cuaderno del drama, y luego coge su sombrero y su capa dispuesto

á marcharse.) ¡ Pues tendría salero!... ¡Qué salí- dita!... Ministro.^... jerarquías... autorizacio- nes... ¡Ja, jal ¡A con esas!... Si, sí..,

(Yéndose á las buenas, compadecido de su amigo )

Abel: no es el jefe, es el amigo quien te su- plica que te quedes, que te tranquilices. Déjame, déjame... ¡Si es que me ahogo! ¡si es que necesito aire puro en donde respirar!... Pero aguarde usted un ratito, y ya más se- reno...

¡Nadie me chiste!

¿No comprende usted que si sale así'?... ¡Nadie me conteste! ¡Hay mas horizonte que el de eí^ta mísera covachuela! ¡Hay más luz que la que entra por esa ventana! ¡Adiós, compañeros! ¡Quiero, aunque sea un día,

gozar del sol de la libertad! (Blandiendo el dra- ma.) ¡En la mano tengo la llave de mi cárcel! ¡No me compadezcáis, porque no soy digno de vuestra compasión, sino de vuestra envi- dia! ¡Quédese la compasión para vosotros iodo«; para usted, desdichado Cabra, qu^^ tendrá que seguir por los siglos de los siglos comiendo y almorzando obleas! ¡Esto dice el amigo, esto dice el caballero particular!

41 -.

¡El empleado grita, para que hasta los sor- dos lo oigan, que se sralta al jefe del negocia- do, y al de la sección, y al director general, y al mioistro del ramo, y al presidente del consejo, y á la Constitución vigente! ¡Aburl

< Vase por el foro, ante el asombro general.)

ESCENA XX

DICHOS menos DON ABEL'

(Hay un momento de estupor. Los empleados se miran en silencio,

como ante una cosa nunca vista. Luego rompen á comentar el lance

y acaban por charlar todos á la vez.)

Man. ¡Qué atrocidad!

Cabra ¡Pobre don Abel! ¡Cesantía segura!

Urrut. Pe... pero ¿han visto ustedes?

ToL. ¡Está más loco que un cencerro!

Urrut. ; \... á me da pena, la verdad!

Cabra ¡Es otro, es otro!

Bar. ¡y tiene más razón que un santo; esto es aparte!

D. MaUR. (Dando en su mesa un formidable puñetazo, para impo- ner su au toridad.) ¡Silencio! (Todos lo miran.) ¡Si- lencio he dicho! Esto se acabó, (con dignidad y energía.) No piensen ustede-í que vamos ahora á hacer camidilla de la desgracia de nuestro compañero, que por desgracia la diputo. El señor Secano ha sido hasta hoy un funcio- nario idóneo, un amigo leal, un compañero intachable. Censuremos en nuestra concien- cia sus flaquezas, pasajeras sin duda, pero sepamos no imitarlas. ¡A trabajar todos!

(Ante algún murmullo que no da la cara.) ¡A traba- jar he dicho! Ese es nuestro deber, (cada cual ocupa su puesto.) Manolo: escriba usted lo que voy á dictarle.

Man. Usted dirá.

D. Maur. Bases... para la organización y reforma de la Hacienda pública, coma... del Ejército, co-

42

ma... de la Armada, coma. . de la Agricul- tura, coma... de la Industria, coma... de...

(Dicta, paseándose, con candorosa solemnidad. Los em pleados lo miran á hurtadillas. Algunos se ríen disi- muladamente. Por la calle, en sentido contrario que antes y tocando lo mismo, pasa el ciego del violín* El telón ya cayendo con lentitud.)

FIN DEL ACTO PRIMERO

M.

...,6<@&,.^^Vai¿^¿;S»>.

^mm *>Mmm^.m^y'mi

ACTO SEGUNDO

Interior del cuarto de doña Antonia Pacheco, antigua actriz, en un teatro de la corte. Al foro, la puerta de entrada. A la derecha del actor, una cortina abierta por medio, que da al cuartito toca- dor. Decorado sencillo. Sillas y divanes. Una butaca. Una mesita. En las paredes, algunos retratos de autores y actores ilustres, muertos ya. En el techo, un globo de luz. Sobre la puerta, un timbre. Es de noche.

ESCENA PRIMERA

IRENE y FELISA

(e1 cuHrto está á oscuras y cerrado. De pronto se ilumina, ábrese la puerta y salen Felisa é Irene. Irene es hija de don Abel: viste con po- breza. Felisa es la doncella de doña Antonia Pacheco, joven y bonita.)

Fel, Pasa, pasa... ¿Ves cómo nadie te ha visto?

Estás temblando... ¡Pobrecita! Irene Si vieras que me da vergüenza... con e&tos

guiñapos... Y que no quiero que papá se

entere... Fel Tu papá estará en el saloncillo, í-i es que

ha venido ya. Mi señora está en escena

todavía. Irene ^unca he entrado en el cuarto de una actriz

hasta ahora... (Fijándose en uno de ios retratos)

¿Quién es este señor? Fel. Uno que escribía comedias muy bonitas...

- 44

no recuerdo su nombre. A todos estos los co. noció mi señora.

Irene ¡Ay! ¿Saldremos con bien de nuestro empe-

ño, Felisa?

Fel. fiQué duda cabe, tonta? ¿Es posible que sea

para mal nuestro encuentro del lunes, des- pués de más de un año de no vernos? Ade- más, mi señíjra ROza haciendo bien.

Irene ¡Ay, Felisa! ¡Ojala me atienda y me ampa-

re! Porque si se nos hunde también esta ta- bla, yo no qué va á ser de nosotros.

Fel. ¡Pobrecita! (a un movimiento de Irene.) Calla.

(Se asoma á la puerta.) ¡ OÍOS mío!

Irene rQ'-ié? ¿Viene alguien?

Fel. Sí.

Irene ¿Quién?

Fel. Tu papá.

Irene ¡Mi papá! ¡El señor nos valga!

Fel. No te apures. Escóndete aquí. (Entreabre la

cortina del tocador.)

Irene (obedeciéndola.) ¿Ves qué mala suerte?

Fel. No le apures, mujer. Está tranquila. Yo te

avisaré cuándo has de salir.

ESCENA II

FELISA y DON ABEL

(preséntase éste con las huellas de su padecer en el rostro y de su penuria en las ropas.)

D. Abel Felisa, Dios te guarde. Fel. Don Abel, buenas noches.

D. Abel (sentándose con abatimiento y soltando un profundo suspiro, que es el primero de una serie.) ¡Ay!... ¿ 1 U

señora está en escena aún?

Fel. Sí, señor. Y todavía tarda.

D. Abel Me parecen siglos los momentos. sabes que esta noche va á hacerme la merced de escuchar mi obra.

Fel. Sí, S3ñor: ayer me enteré. Como sólo traba-

ja en los dos primeros actos de e.'^ta come- dia, y quedan otros dos, tiene tiempo.

45

D. Abel ¡Ay!

Fel. y á propósito, señor don Abel: si usted me

diera su permiso, yo me quedaría á la lec- tura.

D. Abel Desde ahora lo tienes. Más entiende- que algunos zopencos.

Fel. Gracias: es favor.

I). Abel ¡Ay!

Fel. Pero ¿á qué vienen esos suspiros? ¿Por qué

está usted triste esta noche?

D. Abel Hija de mi alma, ^,cómo he de estar si llevo ya cuarenta y dos lecturas en año y medio? Me falta la í'e, me falta el entusiasmo... y aun temo que me falte la campanilla. Per- míteme este rasgo de humorismo: también cantan los pájaros en el sauce.

Fel. ¡Pobrecito don Abel: en cualquier tontería

que dice se echa de ver el talento que t'ene!

1). Abel |Ayl

Fel. Vayase usted al saloncillo, que estará más

animado que esto.

D. Abel (Levantándose maquinalmente.) Me iré... me iré

al saloncillo... Como me iría á la casa de fíe- ras, si me enviases... Bien es verdad que tsnto monta. Adiós, Felisa. Fel. Vaya usted con Dios, don Abel.

D. Abel (Marchándose.) ¡Ay!

Fel. jPobrecito! ¡Qué acabadito y qué derrotadi-

tO está! (Acércase á la cortina del tocador y habla

con Irene.) Irenita, pasó el peligro. Ya ^e fué. Pero bueno es que te quedes ahí, para que no te vea nadie hasta que mi señora llegue

y yo la prevenga. (Asómase á la puerta del cuarto

y luego vuelve al tocador.) Me parece que ha acabado ya el acto primero. Hay tiempo de todo, porque en el segundo sólo toma parte

en una eSCenita. (va otra vez á la puerta.) Ya

viene, ya viene.

46 -

ESCENA UI

FELISA y DONA ANTONIA; luego IRENE

(Llega doña Antonia del escenario. Viste un traje de época.)

D.^Ant. ¡Jesús, lo queme fatiga esta picara obra! Gracias á Dios que acabo pronto, (siéntase en

la butaca.)

Fel, (^Hay gente?

D.a Ant. ¿Quién ha de haber? ¡Nadie! La familia del

autor en un palco, y el autor entre cortinas

mordiéndose el bigote. Fel. Pues ya ve usted que los críticos dijeron que

esto era un asombro, y una maravilla, y

qué se yo qué... D.a Ant. Pues ningún crítico de esos ha vuelto otra

noche. De modo que ó tienen mucho que

hacer ó no les gusta tanto como dijeron.

(Pausa. Felisa mira hacia el tocador y luego va á la puerta del ciiarto y la cierra.) ¿Qué haceS, chica?

Fel. Perdone usted, pero ahora...

D.a Ant . ¿Qué pasa?

Fel. Esta noche es noche de audiencia. ¡Tiene

usted tan buen corazón! D.a Ant. ¡Ay, Dios mío! Siempre serán tus cosas.

¿Quieres decirme?...

Fel. (Entreabriendo de nuevo la cortina del tocador.) Sal,

írenita, sal. D.a Ant. Pero ¿quién está ahí?

Irene (saliendo cohibida y emocionada ) BucnaS UOCheS.

D.a Ant. (Levantándose.) Buenas uoches.

Fel Esta señorita es hija de don Abel Secano.

D.a Ant. ¡Ah! Celebro mucho...

Irene Servidora.

D.a Ant. se le parece.

Irene Usted dispensará mi atrevimiento al pre-

sentarme sin mi papá.

D.a Ant. Atrevimiento no hay ninguuo. S ént ese Venga aquí.

Irene (obedeciendo.) Con licencia.

47 ~

Fel. Si no es por no viene, le advierto á us-

ted. I.e daba vergüenza; le daba miedo.

D.a Ant. ¿Miedo? ¿Es que se asusta usted de las viejas?

Irene (sonriendo.) No, señora. Temíalo que pudiera

usted pensar de mí.

D.a Ant. Seguramente nada desfavorable.

Fel. Verá usted, doña Antonia; porque si no, to-

dos van á ser cumplimientos... Es el caso que Irenita y yo fuimos compañeras en el taller de una modista de sombreros... «Ma- dame Lulú»: una de Triana. Y hará cosa de cuatro días, nos encontram-os en la calle. ¡Lo que nos alegramos las dos! Irenita mo contó sus peni tas, yo le conté las mías que algunas tengo y lo demás... usted lo comprenderá sin que yo se lo explique. Dice bien; usted ya lo habrá comprendido, con sólo ver cómo me presento. Vengo á pe- dir por mi papá. A pedir es poco: á rogar, á implorar, á llorar, si fuese necesario. Conmigo no lo es, no se aflija. Usted quiere hablarme de La paloma herida, ¿no es eso? Sí, señora.

Pierda usted cuidado, que en no influye poco ni mucho la desventurada leyenda que ese drama tiene, ni menos aún la con- dición humilde de su autor. Los viejos so- mos compasivos. De algo bueno han de ser- vir los años.

Irene Dios se lo pagará. Todo el mundo se burla

de los autores desconocidos.

D.* Ant. Yo no. En todo caso de los conocidos. A los otros creo que es un deber escucharlos ¿Qué sabe nadie lo que hay en un manus crito que no ha abierto? Algunas veces, en tre el trigo asoman dos orejas; pero ¡caram ba! también pueden asomar dos amapolas ¿No es verdad?

Irene ;Qué buena es usted!

Fel. ¿Lo estás viendo? Tiene mi señora un cora-

zón que es una posada: para todo peregrino hay albergue. Mira: el otro día vino aquí un autor, tan mal de ropa el ángel de mi alma...

Irene

D.a Ant,

Irene

D.a Ant

- 48

D.a Akt. Tú, tú; deja las anécdotas sentimentaleF. Por hablar no sabes lo que dices, (a Irene.) Diga usted, niña: su papá de usted, y pei- done la indiscreción, ¿no es más que autor dramático?

Irene Ahora, nada más. Antes era empleado; pero

hace ya cerca de año y medio que quedó ce- sante. Cuando escribió el drama, el jefe lo tomó entre ojos.

D.aANT. ¿Porqué?

Fel. Por envidia, y nada más que por envidia.

D.a Ant. Calla. ¿Y son ustedes muchos hermanos?

Irene Siete. Sino que desde la cesantía nos que-

damos con papá sólo dos, porque así lo ha querido la necesidad. Les otros cinco, uno aquí, otro allá, están en casa de varios pa- rientes.

D.a Ant. ¿Su mamá vive con ustedes, por supuesto?

Irene No señora: mi mamá nos faltó cuando yo

tenía nueve años. Y soy la mayor.

D.a Ani. ¿y cómo nació en su papá de usted la idea de escribir ese drama á su edad, y de lan- zarse á estas andanzas? ¿O es que su voca- ción desde joven le empujó á ello?

Irene ¡Ca! no, señora. ¡Si todos en casa nos que-

damos con la boca abierta! Le sopló la mu&a de pronto.

D.aANT. ¿Le sopló la musa?...

li.ENE Papá sacó el drama de la historia desgracia-

da de una tal Fidela; una doncella que tu- vimos en casa... cuando podíamos permitir- nos esos lujos. Por cierto que Uugo hemos sabido que se casó con un cacharrero de Pozas, y que son felices. A papá le ha con- trariado, porque dice que su heroína no debe acabar de tan prosaica manera; pero no varía el final de su obra, por(]ue tam- bién dice que el arte tiene derecho á modi- ficar la realidad.

D.aANT. Indudablemente. Sólo que suele ser la rea- lidad la que lo modifica todo.

Irene Esa que es una gran sentencia. Ahí está

la triste realidad de mi casa. ¡Qué cambio! ¡qué vueltas! ¡qué carecer aun de lo más

~

D.a Ant.

Irene

D.a Ant. Irene

D.a Ant. Irene D . a Ant. Irene

preciso! ¡Ay, señora; crea usted que nos van faltando los alientos! Ya no nos queda más tabla á que agarrarnos que La paloma heri- da, ni tenemos otra esperanza que la que usted nos dé. Mi papá espera de su drama tranquilidad, satisfacción, dinero, alegría; yo, tal vez casarme: tengo un novio que me quiere mucho; mi hermano el mayor librar- se de las quintas; mis hermanitos los pe- queños, volver á casa... Por eso me he de- terminado á llegar hasta usted, venciendo mis escrúpulos. De usted depende la sal- vación de esta familia desgraciada. Usted puede llenar nuestra casa de luz. ¿Qué más quisiera yo, criatura? Yo no pue- do hacer mas que escuchar la obra, y pe- dirle á Dios que me guste mucho. Yo no soy aquí más que una actriz vieja; respeta- da y querida, eso sí, pero á la que no se le atiende... si no le conviene al empresario. De todos modos, haré cuanto eeté de mi parte. No lo dude usted. (Levantándose.) Pues no molesto más. Señora, le doy á usted infínitas gracias... A mi papá no le diga usted nada de esto. Adiós, se- ñora.

Adiós, niña.

Felisa, ¿quieres acompañarme por los pa- sillos?

Sí, sí; acompáñala hasta la salida. Muchas gracias. Adiós. Me voy muy contenta, muy contente, (se

marchan las dos.)

ESCENA IV

DOÑA ANTONIA, DOÑA ANDREA y MARIQUITA. Al final FELISA

D.a Ant. ¡Pobre niña! ¡Qué ilusiones más desatina- das! Esta locura del teatro la debían estu- diar los médicos. ¡Una familia que fía su porvenir, su vida, del drama de don Abel

60 -

Secano, hazmerreír de bastidores!... ¡Jesús, Dios mío! y dice que le sopló la musa... ¡Pobre señor! ¡Mns valía que le hubiera so- plado el Guadarramal

D.*AnD. (Asomándose cou Mariquita á la puerta del cuarto.)

¿Hay permizo? D.aANi. ¡Hola! Adelante.

(Pasan doña Andrea y Mariquita, madre é hija, anda- luzas las dos, y meritoria esta última en el teatro. Vis- te también un traje de época, en armonía con el de doña Antonia.)

D.a And. Nos vamos en zegnía: no molestamos. Veni- mos na; más que a darle á usté las gracias, y á darle á usté las gracias, y á darle á usté las gracias. Da las gracias, niña.

Mar. Muchísimas grasias.

D.a And. Esta es mu corta y no ze atreve á habla de- lante e nadie. Místela ya como una amapo- la. Y yo le digo que en er teatro la vergüen- za no zirve pa na. ¿Es ó no es?

D.aANT. Yo creo que no es.

D.a And. ¡Ay, qué gracioza ha estao! Po zí, po zí: d. usté ze lo debemos to. Yevaba la pobrecita mía arrincona zeis mezes de meritoria. Lo más que hacía era entre bastidores: de mor- muyo. Y usté la ha zacao, usté la ha zacao: Uí-té la ha puesto en las candilejas. Dios ze lo pague á usté, doña Antonia. En er tea- tro, ardabas, y ardabas, y ardabas.

D.a Ant. No, doña Andrea: en el teatro, como en to- dns partes, mérito, afición, estudio...

D.a And. ¡Y ardabas, y ardabas!

D.a Ant. Bueno, y ardabas, si usted quiere.

D.a And. ¡Ay, me remea, me remea! ¡Qué gracioza es! Ahora, un papelito, un papelito. Porque lo de e^ta noche no ha zio na: zacá dos velas, y apaga una. Zoj lá, zopla cuarquiera. ¿Es ó no es? Usté que es tan güeña y tiene tanta mano con loz autores, á zi le conzigue un papé. Ya zabe usté lo que zon estas cazas: ze está oscurecía hasta que ze agarra un papé. ¡Un papé, un papé, doña Antonia Pa- checo; búsquele usté un papé! Esta lo hace to, lo hace to. Le da usté una tonta, y la

51

hace; le da usté una lista, y la hace; (Acer- cándose mucho á doña Antonia y bajando ]a voz.) le

da usté una tunanta, y la hace, que no dónde lo ha aprendió la chiquiya. D.a AnTc Descuide, que no he de abandonarla.

(vuelve Felisa.)

D,a And. Ya lo estás oyendo. ¡Güeña madrina te has echao! No la dejes á eya. Pínchale, pín- chale; que en er teatro, ardabas y papeles, 3^ ardabas y papeles, y ardabas y papeles. ¿Es ó na es? Y vamonos ya, que no me gus- ta que incomodes.

l).a Ant. La niña no incomoda...

D.aAND. ¿Yo zí, verdá? ¡Me la ha zortao! ¡ene la ha zortao! ¡Con qué zalero me la ha zortao! ¡Quéeze usté con Dios, zo gracioza! Y rauchí- zimas gracias, muchízimas gracias, muchízi- mas gracias.

Mar. Muchísimas grasias.

D.ít Ant. Vayan con Dios. No las merece.

D.a And. (volviéndose desde la puerta.) ¡Doña Antonia Pa- checo... que zoy una madre... qae zoy una madre... que zoy una madrel

D.a Ant. Ya, ya lo sé.

(Se retiran la madre y la hija.)

Fel. Pero ¿por fin ha trabajado Mariquita esta

laocheV

D.a Ant. Sí, hija, sí: por no oirá la madre; que es una madre, como ella dice, pero que habla por toda una tamilia.

Fel. Pues tengo que darle el parabién á la mu-

chacha. ¡Pobrecita! ¡Es más buenecita y más pavita! ¿Qué ha hecho?

D.a Ant. Figúrate: tenía que apagar una vela, y la apagó diez minutos antes. La Ristori no es.

(Llega Bustamante, autor joven, de aspecto simpá'icQ.)

ESCENA V

DOÑA ANTONIA y BUSTAMANTE

Bust. Ilustre doña Antonia.

D.a Ant. Hola, Manolillo. ¿Cómo lo pa?as?

52

BuST. Bien, ¿y nsted?

D.a Ant. No te agradezco la visita. que vienes

aquí porque están cerrados los cuartos de

las jóvenes. BusT. No sea usted mal pensada.

D.a Ant. No seas hipócrita, (viendo que Felisa se entra

en el tocador.) Y también vieues porque te gusta mi doncella.

i5usT. Me gusta, sí; pero no vengo por eso. Yo,

como autor, seré una desdicha; pero como particular, soy de lo más formalito que pisa escenarios.

D.a Ant. Ya, ya te conozco.

BüST. Vengo del saloncillo, doña Antonia; y ven-

go á respirar, le soy á usted franco. ¡Ese se- ñor Secano es un ciprés! ¡No habla más que de asuntos tristes! Me ha entrecogido en un rincón y me la ha dado buena. Va á limpiar aquello de gente.

D.a Ant . ¡Pobre don Abel!

BusT. Pobre, sí; pero que no se meta en el salonci-

llo á amargarnos la vida á todos.

D.a Ant. Pues tú, y otros como tú, tennis la culpa. Porque os divertía le dabais bromas verda- deramente crueles, haciéndole creer que era un genio, y entre todos le habéis vuelto el juicio. Ayer recibió una carta de París, pi- diéndole su obra para la Comedia France- sa. ¿Te parece? El otro día le hicieron un retrato en el cuarto de la Peral, diciéndole que iba á publicarse en un periódico de Alemania. En fin, horrores.

BüST. Esas son co^as de Rufete.

D.aAjsiT. Pues bien podía Rufete emplear más inge- nio en las obras y menos en el saloncillo.

BüST, Más en las obras, lo comprendo; pero menos

en el saloncillo, no puede ser.

(Se ríen los dos.)

53

ESCENA VI

DICHOS y UN SEÑOR ANÓNIMO; después DON GENARO y ROMERO

(Este señor Anónimo es uno de esos seres insignificantes y entróme 1 tidos que conocen á todo el mundo, y á quienes no conoce nadie. Habla de lo suyo como si la humanidad viviera consagrada á pen- sar en él. Viste con pulcritud, está siempre contento, y saborea la di- cha de vivir.)

8eñor Da Ant. Señor D.a Ant.

Señor

BUST

8tÑ0R

D.a Ant. Señor D.^ Ant.

BüST.

Señor

BoST.

Señor D.a Ant. Señor

BusT. Señor BusT. D.a Ant.

Señor

D.a Ant. Señor D.a Ant.

Señor

(Asomándose á la puerta del cuarto.) ¿Se puede?

Adelante.

¿Cómo está usted, mi señora doña Antonia?

(sin saber con quién habla.) Bien... ¿y USted?

Bien, muchas gracias. ¡Caballero Bustaman- te! ¿qué tal?

(Lo mismo que doña Antonia.) Bien... ¿y USted?

¡Vamos tirando de esta vida perra! ¡Je! He

llegado hoy. Me voy mañana.

¿No se sienta usted?

Con mucho gusto. Estaré un ratillo.

(a Bustamante.) (¿Quién eS, tÚ?)

(a doña Antonia.) (No lo sé, doña Antonia.) Pues sí: he llegado hoy. ¿Y se va usted mañana? Mañana, sí; no puedo abandonar aquello. Claro.

Yo siempre como un meteoro. ¡Je! ¡Ni visto ni Jo! ¡Tan pronto aparezco como desapa- rezco! ¡Je! ¿Usted se caeó, Bustamante? No, señor.

¿No? Pues ¿quién se ha casado? ¡Mucha gentel ¡Como que es no parar! ¡Cualquiera pesca á este mariposón! Ya, eso sí; pero yo juraría haber leído... ¡ Ah, doña Antonia! Muy encarecidos afectos de Julia: ¡pero muy encarecidos! ¿De quién? ¡De Julia!

Ah... de Julia. Devuélvaselos usted de mi parte. Lo agradecerá muy de ver^s.sEstá encanta-

- 64 -

da coD usted: ¡encantada! ¿Se acuerda usted del día del chocolate?

D.a Ant. No. Digo, sí; me acuerdo.

Señor ¡Ya ha llovido! ¿Se lo ha contado usted á

este? Puede que le saque partido para una piececilla.

D.a Ant. Momentos antes de llegar usted mire us- ted qué casualidad— ha biabamos precisa^ mente de eso.

Señor ¡Lo que nos reimos! ¿Se acuerda usted?

D.a Ant. ¡C( mo que yo me puse mala!

BUST Y yo, cuando me lo contó, (a doña Antonia.)

(Es que no tengo la menor idea de este ca- ballero.)

(Se ríen los tres: doña Antonia y Bustamante, del señor Anónimo, y éste del día del chocolate. Llega don Genaro, caballero elegante.)

D. Gen. I'ues, señor, a ese don Abel á haber que darle un destino en Caracas. ¡Muy lejos!

.BusT. ¿Otro que huye?

D. Gen. ¡Y huirán hasta los retratos de la pared! ¡Si es tétrico! ¡Si es abrumador! ¡No hay diges- tión tranquila con ese hombre!

D.a An'j . ¡Ja, jal Mi cuarto es un refugio esta noche, ¡Qué p(>co pueden ustedes sufrir al ]uój'mo!

D. Gen. ¡A piójimos patibularios, desde luego! Yo no, yo no. He comido C(^n la de Vista Ale- gre: €staba guapísima. Nos ha dado uua co- mida espléndida: vinos y licores exquisitos... Yo terminé con pippermint. ¡Pues por causa de ese señor Secano, se me ha puesto la lan- gosta de pie! ¡Imposible! ¡imposible!

Señor (sorprendido de que dou Genaro no lo salude.)

¡Amigo don Genaro! ¡Desde que no nos ve- ' mos no nos conocemos! ¡Je! D, Gen. (confuso.) Ah... usted dispense... No había

reparado... Señor ¿Cómo está usted? D. Gen. Bien... ¿y usted? Señor He llegado hoy. Me voy mañana.

D. Gen. Ya.

Señor Si quiere usted algo para aquella gente... ¡.Je!

D- Gen. Nada: expresiones... (a doña /ntonia.) ^¿Quién : es este señor tan regocijado?)

' 55

D.» Ant. (a dou Genaro.) (Por lo visto se trata de un anóniaio: ha llegado ho}', pero viene sin firma.)

Señor Vaya, vaya, con don Genaro... ¡Je! ¿Se acuer-

da usted del día de las ostrasV ¡Je! ¡Ya ha llovido!

D. Gen. Le diré á usted... tomo ostras casi todos los días; de modo que no es fácil...

Señor ¡Je! ¡Cómo nos divertimop!

(Aparece Romero en la puerta. Viste, como doña An- tonia, de época.)

Rom. ¿Está aquí Bustamente? (viéndolo.) Bueno,

chico, esto es cosa resuelta: hay que sortear- se para ver quién mata á Secano.

(Risas.)

D.a Ant. Calle usted, mala sangre.

Rom. ¿Mala sangre? Mire usted, doña Antonia...

Señor (cortándole la palabra con un abrazo que no puede

retardar más tiempo.) ¡Romerillol ¿CÓmO te Va?

¡Dichoí^os ios ojos, hombre, dichosos los ojos!

¿Qué hay? Rom. (Perplejo.) ¿Quc qué hay? Pues... nada... Aquí

representando comedias. Señor Conñé-alo: ¿á que lo que menos esperabas

era verme? Rom. Sí, sí; efectivamente: lo que menos, (a don

Genaro.) (¿Qliiéll OS?)

D. Gen. (a Romero.) {Se ha perdido la fe de bautismo.) Señor Yo las gasto así: cuando menos se pien-a...

¡Je! D.a Ant. Ha llegado hoy. Señor Sí: he llegado ho3^

D.a Ant. Y se va mañana. Señor Sí: me voy mañana. ¿Qué he de hacer? No

tengo má?i remedio. El ojo del amo... ¡Je!

Al yunque, al yunque. Además, sabes lo

que es Julia. Rom ¡Oh! No rae hables de eso. ¿Está buena, eh?

Señor Sí, ya está buena. Aquello no fué nada. Un

parto doble: lo de todos los días. ¡Je! Ahora

sueña con su automóvil. BusT Amigo, cómo se conocen los ricos...

Señor ¡El que habla, y escribe cuatro patochadas y

gana un dineral! ¡Je!

56

BusT. ¡Hombre!

Señor No lo niegue usted, porque lo han dicho los

periódicos muchas veces. Siempre que estre- na usted le ajuf-tan las cuentas los críticos. ¡El teatro es un filón! lun filón!

D.aANT. ¡ün filón! ¡Y todos los autores, ricos! Ahí está don Abel Secano.

(Movimiento en todos como para irse.)

Rom. ¿Dónde?

D.a Ant. Lo cito como ejemplo.

Rom. Ya. Hasta esta noche no me ha colmado las

medidas el tal Secano. Antes no era así. ¡Se

ha puesto de un fúnebre que aterra! Señor Pero ¿quién es él? ¿Quién es ese?

D.a Ant. Un pobre señor que ha escrito un drama y

no consigue verlo representado. ¿Le parece

á usted floja desdicha? Señor Si fuese divertido me lo llevaba mañana á

almorzar. ¡Je! Yo me río mucho con esos

tipos. Rom. a eso estamos: á reírnos los unos de los

otros. ¿No es verdad? Señor ¡Je! ¡Qué punto! Romerillo, Romerillo... ¿Te

Rom. Señor D. Gen.

D.a Ant BusT. D. Gen.

D.a An

¡Calcúlate: no pienso en otra cosa! ¡Ya ha llovido, caramba, ya ha llovido! Oiga usted, doña Antonia: ¿y hay catástro- fe en ese drama? Yo no lo conozco todavía. ¿Que si hay catástrofe? ¡Espantosa! ¡Por Dios, que no nos pongan eso! ¡Va á ser imposible venir! ¡Si el teatro no es un sitio para digerir bien, no qué es el teatro! Compadezco á ese pobre hombre. Son tan- tos los que se han soltado á escribir come- dias á la buena de Dios, que ya va habiendo más autores que público.

^ 67

ESCENA VII

DICHOS y ÜRRUTIA UrrUT. (Presentándose en la puerta sombrero en mano, azorado

y temblón.) ¿Se... se puede pasar?

D.* Ant. Adelante.

Urrut. (sin oiría.) ¿Se... se puede pasar?

D.a Ant. Adelante.

Urrut. Bue... buenas noches.

D.a Ant. Buenas noches.

D. Gfn. Buenas noches.

(Urrutia mira á todos, con cuya presencia no contaba, y no acierta á decir palabra. Pausa angustiosa.)

D.* Ant. ¿A quién busca Uí^ted?

U«RUT. A... á la señora Pacheco.

D.a Ant. Yo soy.

ÜRRiJT. Lo... lo siento mucho.

D.a An'i . ¿Cómo?

CJrrut. No... nada... Me... me he equivocado.

(Nueva pausa y nuevas miradas. La reunión se ríe con disimulo.)

D.a Ant . Usted me dirá lo que quiere.

Urrut. A... ahora no es ocasión. Está usted ocupa- da. Vol... volveré.

D.a Ant . Como usted guste.

Urrut. Tra... traía una cartita.

D.a Ant. ¿Para mí?

Urrut. Pa... para usted.

D.^ Ant. Pues démela, y la leeré con permiso de es- tos señores.

Urrut. Sen... sentiría incomodar.

D.* Ant. No, no señor, no.

Urrut. To... tome usted entonces, (ai adelantarse hacia

doña Antonia para darle la carta, pisa á uno, y al re- troceder para ponerse donde estaba, pisa á otro.) Us...

usted dispense, caballero. D. Gen. No hay de qué. Urrut. ¿Le... le he hecho á usted daño? Señor No, señor.

D.a Ant. (Leyendo la carta para sí.) Ah, eS de Rovira.

Perfectamente. (Apartándose á un lado.) Haga; usted el favor.

~ 58

Urrut. Sen... sentiría incomodar. D.a Ant. Siéntese usted. Urrut. Gra... gracias: no tengo prisa. D.a Ant. Pues soy toda oidos. ÜRRUT. ¿To... toda oídos? D> Ani . Quiero decir que ya le escucho. ÜRRUT. No... no la entendí á usted. Se... se trata de un monologoito, escrito para usted expro- feso D." Ant. ¿De usted? ÜRRUT. y... y de tres compañeros de oficina. La idea

es de un servidor. D.a Ant. ¿í'ómo se titula? ÜRRUT. El... El baúl mundo se vende. D.a Ant. ¿Es cómico? ÜRRUT. Tie... tiene lo suyo.

D.a Ant. Bueno; pnes yo lo leeré con todo cariño, y usted se da una vuelta por aquí dentro de unos días. ÜRRUT. ¿Co... como cuando? D.a Ant. ¿Hoy qué es, jueves? El lunes próximo. ÜRRUT. Mu... muy bien. Me... me alegro de que no sea el martes. Le suplico á usted benevolen- cia; y que influya para que lo pongan; que está todo muy malo, y... y un servidor tiene á su padre, y... y tiene á su madre, y... y tiene á su novia, y... y tieoe cuatro mil reales de sueldo. \y.' Ant. Ya, ya me hago cargo. ÜRRUT. Puep... pues muchí-iuias gracia^, ü.^. . usted

perdone la libertad... y hasta el lunes. D.a Ant. Pero ¿y el monólogo?

ÜRRUT. ¿El... el monólogo? (palpándose.) ¡Es pata la mía! ¿Pues no me lo he dejado en casa? Y... y lo puse adrede con el sombrero. D.a Ant. ¡Vaya por Dios! ÜRRUT. Yo... yo se lo traeré á usted mañana. D.a Ant. (Reprimiendo la risa.) Cuando usted quiera. ÜRRUT. Bue... buenas noches. D.a Ant. Adiós.

ÜRRUT. (a los contertulios.) Bue... bueuas uoches. BusT. Buenas noches.

ÜRRUi . (Dándoles la mano uno por uno de puro aturdido que

está.) Que... que usted siga bueno... Que .. que

- 59

UFted siga bueco... Que... que usted siga bueno... Que... que usted siga bueno.

Señor Vaya usted con Dios.

Urrut. doña Antonia.) ¿Me... no e he despedido de usted?

D.a Ant. Sí, señor.

Urrut. Us... usted dispense la pregunta, frisando a otro al retirarse.) ü?... usted j^erdone. ¡Paiece que voy ciego! ¡Es pata la mía!

(Todos se rien de él cuando se va.)

ESCENA VIII

DICHOS menos URRUTIA. DON ABEL

Rom . ¿Quién es ese moscón que tanto tropieza?

D.aANT, Un autor que no viene más que á traerme un monólogo, y se lo deja en casa. Compa- dezcámosle también.

BusT. Dios le mejor suerte que á don Abel Se-

cano.

D. Gen. ¡Y una musa más regocijada!

(Suena el timbre.)

D.^Ant. Me llaman á escena, señores. Ustedes se

quedan en su cuarto, (saludando á don Abel, que llega é tiempo que ella se va ) jDon Abel: ¡TantO

guetol... D. Abel ¿Cómo está usted, mi buena amiga? Rom. (¡Uf!)

D. Gen. (jNos copó!) BusT. (¡A no me pesca!)

D.a Ant. Fase, pase; ahora vuelvo. No tengo masque

cuatro palabras, (se va.) D. Abiíl Buenas noche?', señores. Señor Buenas noches. Bustamante.) (¿Es este el

sombran?)

BuST. (ai Anónimo.) (El mismo.)

D, Abel ¿Qué hay de cosas, amigo Bustamante? BusT. ¡Psché!...

(Bustamante, Romero, don Genaro y el señor Anónimo se van marchando con toda suavidad y disimulo, suce- sivamente, huyendo de la quema y tarareando una mis- ma canción entre todos. Uno la empieza y los demás la siguen al marcharse.)

60

BUST.

Rom. D. Gen. Señor

Tara t^^rá tara tarara... Tiri tirí tirí tiró... Tora tora tora toriaro... Turú turii turú turó...

ESCENA IX

DON ABEL y FELISA

D Abel (con amargura.) Cuando no les distraigo me huyen... ¡Y se figuran que no me doy cuen- ta!... ¡Ay, Abel, qué camino más largo y má^

penoso! (siéntase dando muestras de postración.) FeL. (Saliendo del tocador.) ¿Está USted hablando

solo, señor Secano? D. Abel Sí, hija mía; estoy hablando so^o. Fel. ¡Ay, pobrecito! ¿Y por qué es eso?

D Ab£l Porque no tenía con quien hablar, y tenía

que hablar necesariamente. Fel. Pero, dígame usted; ¿no estaban aquí unos

señores? D, Abel Aquí estaban, sí; pero entré yo... y eso bastó

para que se fueran. Fel. ¡Pobrecito! Ande usted, que ya le llegará la

suya. D. Abel ¿l^o crees tú? Fel. a pies juntillas, don Abel. ¡No faltaba más

sino que se quedara oscurecido un talento

tan grande! Verá usted cómo mi señora le

da la mano. D. Abel Dime, Felisita, ¿qué piensa doña Antonia

de mí? ¿Qué dice de la lectura de esta no- che? ¿Le has oído algo? ¿Sabes algo? ¿Me

puedes contar algo? Fel. Don Abel... Don Abel... ¿Ve usted? Ya la

tenemos. D. Abel ¿Qué tenemos? Fel. Ya voy á decir lo que no debía.

D. Abel ¿Cómo?

Fel. Lo que he prometido callar.

Ü. Abel ¡Dímelo, por Dios! Fel. ¿Quién piensa usted que ha estado aquí

hace poco?

- 61 ~

D. Abel ¿En dónde?

Fel. Aquí: en este cuarto.

D Abel ¿Quién?

Fel. Irenita.

D Abel ¿Mi hija?

Fel bí, señor.

D. Abel ^iMi hija? ¿Que ha estado aquí mi hija? ¿Para qué?

Fel. Para pedirle á mi señora protección y am-

paro.

D Abel (conmovido ) ¡Hija de mi alma!

Fel. Yo la traje, yo la presenté, yo la acompañé

lue^o hasta la puerta... ¡Iba la pobrecita sal- tando de gozo! ¡Porque no sabe usted cómo la recibió mi señora!

D. Abel ¡Ay, si esto fuera el principio del fin!

Fel. Lo será, lo será.

ESCENA X

DICHOS y DOÑA ANIONIA

D.a Ant. (saliendo.) ¡Gracias á Dios! Esta noche ya no vierto más perlas, don Abel.

D. A BE!. ¿Acabó usted ya?

D.^Ant. Por fortuna. Nádame molesta tanto como trabajar con el teatro vacío. ¿Tiene usted ahí la obra?

D. Abel ¡Qué pregunta!

D.a Ant. Bueno, pues me voy á quitar estas galas y la leeremos en seguida.

D. Abel ¡Je!... Los malos tragos... ¿No?

D.a Ant. Una advertencia. Creo que debe usted invi- tar á Carranza. Es el primer actor de la compañía y le conviene á usted tenerlo de su parte. No vendrá, pero usted lo invita y queda bien. Dígale que ya estamos de acuerdo.

D. Abel ¡Cuántas bondades, doña Antonia! ¿Cómo podré pagar?... Yo también me he permiti- do invitar á un amigo... ¿Usted no tendrá inconveniente?

62

D.a Ant, D. Abel

D.a Ant.

D. Abel

D.a Ant

D Abel Fel.

iNinguno! Traiga usted á quien quiera. Gracias. ¿Será usted benévola con este po- bre autora

Lo soy con todos. Mi padre fué escritor también, y lo que cuesta prodicir. Es usted muy buena, muy buena... Usted no puede imaginar lo que va á resolverme... lo que para significa... Además, aquí, entre tantas burlas, entre tanto desprecio, si viera usted cuánto se estima es^ta consi- deración, esta cortesía... aunque no sea más que esto... Vaya, vaya, no quiero dar el es- pectáculo de echarme á llorar como un chi- quillo.

Por Dio^, don Abel; ¿á qué viene eso ahora? Ande usted á cumplir con Carranza. Yo sal- go al instante. Allá voy, allá voy...

¡Pobrecito! (Entrase con doña Antonia en el toca- dor.)

ESCENA XI

DON ABEL y el SEÑOR ANÓNIMO

D. Abel (Enjugándose los ojos.) Esperaré un momento... Temo que esas fierecillas me vean llorar. Porque si hay uno que se ría de estas lágri- mas, soy capaz de ahogarlo, (pausa.) ¡Quién sabe! ¡quién sabe! Puede (}ue la victoria esté cerca, y entonces... Yo no guardo rencor para nadie, pero esos que se mofan de descaradamente, esos que hacen saínete de mi desgracia... esos... lo que es esos...

oEÑOR (presentándose risueño y decidor como de costumbre.)

Felices.

D. Abel ¿Quién? (Reconociéndolo.) ¡Ah!

Señor ¿Sabe usted si la señora Pacheco está en el

tocador?

JJ. Abel (Después de mirarlo de arriba abajo, marchase tara- reando la misma canción que antes le tararearon á él.)

Tari tari tari tariaro...

~ 63

ESCENA XII

EL SEÑOR ANÓNIMO y DOÑA ANTONIA

Señor ¡Ay, qué gracia! ¡Me la ha devuelto! ¡Es el

sombrón! ¡el loco! ¡Je! ¿Pero que ese pobrete quiera escribir comedias? ¡Qué cosas se ven!

(Acercáudose al tocador y gritando ) ¡Doña Anto- nia! D.a Ant. (Dentro.) ¿Quíén? Señor Yo.

D.a Ant. ¿Quién? Señ'-ir Yo.

Da Ant ¿Quién? Señor Yo.

D.a Ant. ¡Ah!

Señor Un minuto nada más, doña Antonia. Me

voy mañana, y las despedidas á la francesa

no entran en mis costumbres. ¡Je! ¿Qué me

dice usted para Julia?

D.a Ant. ¿Para Julia? Nada... mis afectos... ¡Y que á

ver cuando voy por allá! Señor ¡Bravo! Otra cosita, y no molesto más por

ahora. Dentro de un mes volveré á verla. ¡Recíbame usted con un trabuco! D.a Ant. ¿Porqué?

Señor En mis ratos perdidos he escrito una come-

dia de chistes, y deseo que usted la conoz- ca. ¡Je! ¡Es un mamarracho muy grande! ¡Je! D.a Ant. ¡lesús, qué sorpresa! ¿Cómo había yo de

presumir...? Señor Cuando el diablo no tiene que hacer, escri-

be comedias con el rabo. ¡Je! ¡Ah! Y conste que si á usted le parece más mala que á mí, me la echa al corral sin rodeos. ¡Yo no me enfado! ;A otra! D.a Am. ¡Eso es! ¡A otra!

Señor Conque hasta pronto. Muchos aplausos, mu-

cha salud... y muchas pesetas. ¡Sin pesetas no se cancina! ¡Je! D.a Ant. ¡Adiós! Señor ¡ Adiós!

64

Señor

D. Maup Sfñor D. Mau. Señor

D. Maur. Señor

D. Maur. Señor D. Maur.

ESCENA XIII

EL SEÑOR ANÓNIMO y DON MAURICIO

(a don Mauricio, que llega cuando él va á marchar- se.) Pase usted. Usted primero. Hágame el favor. Muchas gracias.

¡Callel ¡No lo había conocido! ¿Cóeqo es- tamos?

(sin conocerlo á él.) Bien... ¿y usted, señor? ¡Tan famoso! ¡Je! He llegado hoy. Me voy mañana. ¿Quiere usted algo para allá? Nada: feliz viaje. Que usted siga bueno.

Vaya usted con Dios, (cuando se marcha el

otro ) No recuerdo haberlo visto en mi vida.

ESCENA XIV

DON MAURICIO y FELISA; después DONA ANTONIA

Fei..

D. Maur.

Fel.

D. Maur.

Fel.

D. Maur.

Fel.

D. Maur.

Fel.

D. Maur Fel.

D. Maur Fel.

D. Maur,

(saliendo del tocador.) ¿Quién CS?

Buenas noches. Buenas noches.

¿El cuarto de la señora Pacheco es este? Este es,

¿Está la señora?

Cambiándose de traje está. ¿Qué se le ofrece á usted?

Hablar con ella; pero por que no se im- paciente.

(Felisa entra y sale trayendo y llevando recaditos.)

Que tenga usted la bondad de decirme su

nombre.

Dígale que no me conoce; que es inútil.

Que haga usted el favor de sentarse.

(obedeciendo.) Muchas gracias.

Que no hay de qué. (Quédase en el cuarto. Pausa. Se miran los dos como queriendo reconocerse.)

Su cara de usted me es conocida.

- 65

Fel. y á la de usted, señor. Desde que salí

me estoy fijando, y juraría que le he visto en alguna parte.

D. Maur. Igual me ocurre á con usted.

Fel. (Recordando de pronto, y con muestras de complacen-

cia.) ¡Ah, ya caigo!... Sí, sí, el mismo; ya se quién es usted. Y es la tercera vez que le veo; pero s )y muy buena fisonomista. D, Maur Vamos á ver: ¿quién soy? Fel. Ahora, no sé: antes, era usted el jefe del se-

ñor don Abel Secano. D. Maur. Cierto. ¿Y usted?

Fel. Yo soy una amiguita de Irene. Y alguna

vez tuve el gusto de encontrar á usted en su casa. D. Mauk. Sí, es verdad; sí. Fel. ¿y qué le trae por aquí, señor? Por si pue-

do servirle en algo lo pregunto. D. Mauk. Por aquí me trae precisamente el propio

don Abel. Fel. ¿Ks usted quizás el amigo suyo á quien ha

invitado ala lectura? D. Maur. El mismo soj^ Ya veo que tiene usted no- ticias. Fel. Me hallaba presente cuando se lo advirtió á

la señora. ¡Es precioso el drama de don Abel! ¿Usted no lo conoce aún? D. Maur. Lo conozco, sí. No es drama: es tragedia. Fel. ¿TragedÍH? ^

D. Maur. Sí: tragedia.

Fel. Usted fué sipmpre gran amigo suyo.

D. Maur . Y sigo siéndolo. Por eso he venido á la lec- tura.

(Sale doña Antonia en su traje habitual de calle. Don Mauricio se levanta.)

Fel. La señora.

D.^ Ant. Muy buenas noches.

D. Maur. Buenas noches. Usted me perdonará la li- bertad... Ya creo que sabe usted por el se- ñor Secano...

D.» Ant. Ah, sí. ¿Es usted su amigo?...

D.Maür. Mauricio Regla y Salazar, para servirla. El iba á presentarme á usted: me presento yo, y tanto monta.

D.^ Ant. Siéntese usted. Ahora vendrá el reo.

U.Maur. ¿Quiere usted hablar cuatro palabra^! coa- migo, antes que venga él?

D.* Ant. Con mil amores. Felisa...

Fel. Yo le he pedido permiso á don Abel para

quedarme á la lectura.

D.^ Ant. A la lectura, sí; pero á esto, no.

(Vase Felisa y cierra la puerta tras sí.)

ESCENA XV

DOÑA ANTONIA y DON MAURICIO

D.* Ant. D. Maur

D.^ Ant.

D. Maur

D.^ Ant. D. Maur,

D.^ Ant .

D. ¡VlAUR,

D.* Ant .

D. Maur. D.a Ant .

D. Maur

Usted me dirá.

Lo primero, que no se figure usted que ven- g:o á leerle otro drama.

Mire usted; no dejo de agradecer la adver- tencia.

Soy moro de paz. Acaso el único español que no haya escrito un drama. Pero prefie- ro ser la excepción á ser uno de tantos. Y yo le felicito.

Mi intención no es otra que hablarle á us- ted del autor de La paloma herida. ¡El pobre Secano!

El pobre Secano: usted lo ha dicho. La amis- tad que me une á él es antigua y desintere- sada— de esa que nace en las aulas del insti- tuto— y me duele y me aflige verle como le veo.

En efecto: es una compasión. Yo no he sa- bido negarme á la lectura de esta noche. El piensa de que soy en esta casa una ins- titución, que mi autoridad en ella es indis- cutible... Se engaña. Pero sea lo que quiera, yo le aseguro á usted que no le faltará mi apoyo.

Eso ya es bastante. Y aquí entro yo con mis manos lavadas.

Ya adivino lo que va usted á hacer: reco- mendarme el drama de su amigo como si fuera suyo propio. ¡No lo permita Dios!

67

D.fi Ant. ¿Qae sea SU30?

D. Maur. Ni que sea mío, ni que yo recomiende tal.

D.a Ant. ¿Entonces?...

D. AJaür. íSeñora Pacheco, aquí se trata de salvar á un hombre; á una familia entera. Si Secano si- gue adelante sin más norte de vida que sus dramas y sus locuras, esa gente perece. Y sería un dolor. Yo tengo amigos en la situa- ción política actual: hoy por hoy, puedo fá- cilmente reponer á Secano en su antiguo empleo, y conseguir así que vuelvan las agna« á su curso. Mañana no si podré. Aquí se levanta uno con una situación y se acuesta con otra. Pues bien: yo pido á usted para ese pobre loco...

D.a Ant. (interrumpiéndole.) Chist, SÍlencio.

D. xMaur. ¿Qué?

D.a Ant. (Prestando oído hacia la puerta.) Nada: Creí que

llegaba. Siga usted. D. Mauk. Yo pido á usted para ese desventurado ami- go nuestro un desengaño tan doloroso y tan cruel que le obligue á romper la pluma y á quemar todos los papeles.

(Pausa.)

D.a Ant. Si usted hubiera oído á su hija, que ha es- tado á verme esta misma noche, y me ha hecho encargo muy distinto del que usted me hace, comprendería la pena y el asom- bro con que le escucho.

D. Mauk. Pues apelo á su conciencia de usted: si me oye á mí, entre los dos salvaremos á esa fa- milia; si atiende usted á los ruegos y lágri- mas de Irenita, no hará usted sino alentar en sus caballerías al infeliz Secano, empuja- do al despeñadero en que se halla, com ) tantos otros, por la ignorancia y por las di- ficultades de la vida.

D.a Ant. Me hace usted dudar. Pero ¿es que el dra- ma no tiene pies ni cabeza?

D. Maur. El drama... ¿Usted ve al autor? Pues como el autor es el drama. ¿Cree usted posible que un pobre diablo que jamás tuvo esas aficio- nes, á quien nunca le pasaron las letras por la imaginación, de pronto se siente á la

68

mesa y escriba un diama bueno, nada más que porque tiene siete chicos y el sueldo no le alcanza? Esto es muy doloroso, p^^ro..

D.» Ant. Sí, señor, es verdad: el drama no es el que él ha escrito, sino el que él vive y repre- senta. Se ha ponderado y voceado tanto, por lenguas y papeles, la ganancia del autor dramático en estos tiempos, que ha perdida la cabeza medio mundo.

D. Maur. Añada usted á eso, señora, los sueños de gloria, la eterna aspiración á descollar sobre quien nos rodea, el halago de los aplausos. .

D.a Akt. ¡Ah, los aplausos-!. .. A ellos, á ellos se debe principalmente que la escena tenga dos n u- sas, como digo yo: Talía, que á me pare- ce una gran señora, y una hera;anastra suya tan desatinada y tan loca, que es capaz de volver tarumba al hombre más equilibni- do y prudente Imagine usted, con cuarf i,- ta años de teatro, lo que pudiera yo cont;ii- le á usted de e->tas coí-as. Este arte, como ninguno, apasiona, deslumhra, embona- cha... No he visto nadíi igual. Aun aquellos mismos que públicamente fingen desdeñar- lo, allá en su fuero interno lo esliman, lo quieren, y envidian sus glorias doradas... No en vano es un arte capaz de unir á muchos hombres en un momento... Pero nos aparta- mos de nuestro asunto, y don Abel va á pre- sentarse y á dejarnos á media entrevisi;'. ^:En qué quedamos?

D. Maur. Eso usted lo ha de decir.

D.a Ani . Pues quedamos en que, si el drama efecti- vamente es un disparate, como ya creo, sal- varemó^s entre los dos á don Abel Secano.

D. Maur. De usted depende.

D.¡*Ant. La primera parte. La segunda, de usted. Cuente usted con el desahucio del dram i- turgo.

D. Mau.í. Cuente usted con que vuelve á su empleo. ¿Pactado?

D.sAnt. Pactado.

i). Maur. Y Dios dirá.

D.a Ant. Y don Abel también. Porque, dejando á un

(•)'.)

lado ya la foj malidad de nuestiü pacto, yo le aseguro á usted que Secano saldrá de aquí diciendo que usted es un mal amigo suyo y que yo soy una vieja loca.

D. Maur. Con tal que queme el drama...

D.aANT. Antes quema á uno de los chicos; no sea usted inocente.

ESCENA XVI

DICHOS, DON ABEL y FELISA (Desde dentro.) ¿Hay permisO?

Adelante.

(Sale don AbeL Felisa lo sigue.)

pi es nuestro hombre!

Te he estado buscando por )a sala para

presentarte á esta señora... ¡Tonto de mí!

Conociéndote, he debido comprender que te

anticiparías.

1).

Abel

D.

a Ant.

i).

MaUR.

J).

Abel

D.

,aANT.

D

Abül

i).

.a Ant.

D.

Abel

I).

,a Ant.

h\

L.

i),

.a Ant.

iX

Abel

¿No viene Carranza?

Xo, señora, no viene.

Me alegro.

Pero ha asrradecido mucho la atención.

¿Ve usted?

(Bajo á doña Antonia.) (Por SUpUCStO, yO OÍgO

ÍH lectura.) Sí, mujer; ya estoy.)

(Bajo á don Mauricio.) (¿Le habrás hecho el elo- gio de la obra?

1). Maur. (a don AbeL) He hecho... lo que he debido hacer.

1). Abel (^Estrechándole las manos.) ¡i^ue DioS te lo pil- que!)

D.a Ant. Cuando usted guste, amigo Secano.

1). Abi£l Cuando usted mande, señora mía.

D.aANT. (a Felisa.) Cierra la puerta, tú; que no nos interrumpan, (a don Abel.) Aquí estará me- jor. Siéntese.

D. Abel Muchísimas gracias.

(Se sientan todos. Doña Antonia, don Abel y don Mau- ricio, ante la mesita, formando un grupo. Felisa aparte, un poco lejos.)

70

Fel. (¡y poquito que le va á gustar á mi señora!

Con esta, ya la he oído yo seis veces.)

(Don Abel, temblando de emoción, desabróchase el chaleco y saca el trágico manuscrito.)

D.a Ant. ¿Querrá usted un poco de agua?

D. Abe'. Ahora no: más tarde, el acaso... (Lee con voz apagada y balbuciente.) «La paloma herida, dra- ma en tres actos, original de don Abel Se- cano y Canseco... Personajes... Alfcnsa, die- cinueve años... Manuela, veinticinco años... Lolita, quince años...» Bueno, ya iián ca- liendo los personajes... No quiero cansar...

D.a Ant. Pero, por Dios, don Abel, que no es noche de estreno... Está usted temblando...

D. Abel Sí, señora... estoy temblando... [Jhted me perdonará si soy ridículo... Estoy temblan- do... Y Cííle temblor no es sólo mío... no se queda aquí... va y viene... Porque ahora mismo... en este mismo instante... allá en U)i casa tiemblan también todos los míos esperando el resultado de esta lectura... Y es que, para ellos y para mí, hay mucho dolor ó mucha alegría detrás de estos pa- peles... Este lo sabe... usted acaso lo adivi- na... yo lo puedo jurar... Perdóneme... per- dóneme... Ya me iré serenando... (nace un es- fuerzo y continúa la lectura con voz cada vez más turbada.) «Acto primero... El teatro repre- senta una sala de casa pobre... muy pobre... en un histórico pueblo de Castilla... Puertas al foro y laterales... Muebles... muebhsdes- vencijadí s y rotos... A la izquierda una ventana... por doi.de entra un rayo de sol

(e1 telón ha caído lentamente. Todavía, sin embargo, se oyen algunas palabras de don Abel ) «Escena pri- mera... Aparecen Alfonsa y Lolita...»

FIN DEL ACTO SEGUNDO

-^^jj^.^^iy^r^ ..^ñ^

W) II jjr II 'iyi: II ^ II <b H í^ II -^ II -a II ^ !l <>; II -^ II -^ II ii o- il ^ai II -^ '' ^- 1) I

ACTO TERCERO

CUADRO PRIMERO

Comedor muy pequeño en casa de don Abel Secano, en Madrid. Puer- ta al foro. Mesa vieja y pobre con tapete de hule más pobre y viejo que la mesa. Aparador sin platos. Sillas. Es de noche. Pen- diente del techo, sobre la mesa, da su escasa luz una bombilla de cinco bujías enteramente «á cuerpo».

ESCENA PRIMERA

IRENE, LIBORIA y FOSO

(a Irene ya la conocemos; Liboria es la portera de la casa, que por cierto tiene bigote; Foso es un vecino viejo del cuarto de al lado, catador teatral y empleado en consumos. Viste de capa, gorro y ba- buchas. Fuma en pipa.)

Irene Le aseguro á usted, señor Foso, que et-toy

yerta: de miedo y de frío. Si llego á ir al teatro me pongo mala y tengo que vol- verme.

Foso Calma, Irenita, calma: tranquilidad. La hora

de la justicia ha llegado. Esta noche mor- derán el polvo los enemigos de su papá de usted. No siento más que no presenciarlo; pero me hace tanto mal salir de noche...

[rene ¡Ay, Dios le oiga!

72

LiB. ¡Que se fastidien! Yo, pa mí, como si lo es-

tuviera viendo; porque miste, señorita Ire- ne, que aquí el señor don Mauro sabe de cosas de teatro.

Foso (vanidosamente.) ¡Psché!

Irene ¡Vaya si sabe! Papá cree en lo que usted le

dice como en el Evangelio.

Foso Los años... la experiencia... He estrenado

mucho, me han silbado mucho... y perdien- do se aprende, Irenita. Sin embargo, en el teatro nunca se acaba de aprender: el teatro es un arca cerrada.

L\B. ¡Digo!

Irene Por eso yo no estoy tranquila...

LiB. ¿Se acuerda usté, señor don Mauro, de la

última obra que le echaron abajo en Nove- dades?

Foso ¡Ya lo creo! La deshonra de una madre enfer-

ma ó los crímenes de los jesuítas.

LiB. Cabal.

Foso Bueno; aquel era un drama de pelea, de

lucha: no podía salir bien. Kn el café lo dije yo por la tarde: «Esta noche me silban.» Y todos: «¡(Ja, hombre, ca!» Y me silbaron.

LlB. (a Irene.) ¿Eh?

Irenk Pero, por Dios, no hablemos ahora de sil-

bas; yo no tengo los nervios para oir hablar de silbas esta noch^... ¡Cómo estará el pobre papá!... ¡Cómo irá la representación!...

Foso ¿Cómo ha de ir, Irenita? jA pedir de boca!

ÍjIB. ]Ay, señorita, qué alegría!

Irene ¡Ay, portera, ay, vecino, yo no quiero creer-

lo! ¡Sería tanta felicidad! Deseo ver entrar á papá, y á mi hernii^no, y á la tía Lui^ita... y al mismo tiempo estoy temiéndolo... Diga usted, señor Foso: ¿la escena de Alfonsa y el sacerdote, no tiene peligro?

Foso ¿Quiere usted callar? ¡Si es la más segura

de la obra!

LiB. ¡Cómo lo ve todo desde casal

Foso (Engreído ) ¿Kecuerda usted, Irenita, aquella

frase del acto primero que dice: «El sol alumbra sin preocuparse de que quema, y quema sin preocuparse de que alumbra»?

73

Irene Foso

Irene

Foso

Irene

Foso Irene

Foso

LlB.

Irene

LlB.

Irene

Foso Irene

Foso

LlB.

Irene

Lie. Irene

Foso

Sí, señor.

Pues ahí ha debido ser el primer aplauso de

la noche. Tan seguro tuviera yo mi ascenso

en consumos.

¡Ay, Dios lo quieral Mire uí^ted que son ya

tres años y medio de padecer constante...

¡Cuánto disgusto! ¡Cuánto sinsabor! ¡Cuanto

desen^añt)!

¡Ah! En este terreno no hay amigos. Dígalo

el petardo que nos dio á todos aquel don

MauricioRegla y Salazir, el amigo del alma,

¿eh? el compañero de la escuela, que se fué

á pedirle á la Pacheco que ni á tres tirones

pusiese el drama. Poco le dijo su papá de

u<ted cuando lo descubrió, para lo que se

merecía.

Es una de las cosas que á se me resisle

creer: (^ue aquel señor siempre tan bueno

con nosotros...

Usted es un ángel, Irenita...

Como tampoco entiendo por qué la Pacheco

hizo más caso de él que de papá.

¡La Pacheco está chocheando! Pero, así y

todo, buenas tripas se le pondrán cuando

se entere del triunfo. Lástima que el estreno

sea en un teatrillo de mala muerte.

(prestando oído hacia la puerta.) Calle USté.

¿Qué pasa?

Me parece que llaman al sereno. ¿No oye

usté?

íSi, efectivamente. ¿Habrá acabado ya la

obra?

¡Es muy pronto!

Yo voy á asomarme al balcón, (vase por ei

foro hacia la izquierda.)

¡Qué alegría va á tener esta pobre niña! ¿Sí, verdá?

(Asomándose llena de inquietud á la puerta.) ¡Ls la

tía Luisita! ¡la tia Luisita!

¿Sola?

Con don Jovito el del tercero, (vase corriendo

hacia la derecha. J

Pues que lo extraño. ¿Qué hora es ya? (sacando su reloj.) Vaya usted á saber: este re- loj no anda más que de din...

74

LlB.

Foso

LlB.

Fos)

Se conoce que se nos han ido las horas charla que charla.

Eso debe de ser. i engo... tengo... No obstan- te mi seguridad en la obra, tengo... tengo cierta enooción. ¡Ay, Dios mío!

Nada, nada: descuide usted, que no ha pa- sado nada.

ESCENA II

DICHOS, LÜISITA y DON JOVITO

(salen con Irene. Luisita, solterona de buen ver, que usa quevedos, viene arrebatada, sofocadísima, llena de indiguación. Don Jovito, ve- cino de la casa, ya entrado en años, es hombre apagado y pacifico.)

IrENK (Pálida, trémula, asombrada.) PerO, por DioS, tía

Luisita, ¿es eso posible?

Luí. ¡Ay, qué rato! ¡ay, qué noche! ¡ay, qué in-

dignación! ¡Sinvergüenzas! ¡canallas! ¡ani- males!

Foso Pero ¿ha terminado ya el drama?

Luí. ¡Ay, qué gente! ¡ay, qué público! ¡ay, qué

picardíal ¡Bandidos! ¡tunantes! ¡borrachones!

Irene ¿Oye usted, señor Foso?

Luí. ¡Asesinos! ¡Destruir así el porvenir de una

familia honrada! ¡Ay! ¡ay! Un abanico... ¿Qué digo un abanico?... ¡Un revólverl Por- que yo mato á alguno, yo mato á alguno... ¡Ay, Dios mío! ¡ay, qué infamia! ¡qué infa- mia! ¡qué infamia!...

Foso (Atónito.) ¿Pero no hemos tenido un éxito

muy grande'?

Luí. ¿Pero no me está usted oyendo, señor?

D. Jov. Ha sido una desgracia; una mala noche...

Foso A ver, á ver, ¿quiere usted explicarnos?...

Irene Sí, sí; cuente usted, tía Luisita, cuente us-

ted...

LlB. Cuente usté...

Irene ¡Ay, Dios mío de mi alma! ¡Cuántas ilusio-

nes por tierra! ¡Pobrecito papá! ¡Pobrecitos

76

nosotros todos! (Llorando.) i Ay, señor Foso, el teatro es un arca cerrada: tiene usted razón!

Luí. Yo he pagado primero una angustia, y lue-

go un fcofoco, y después una ralñeta... ¡Ay! ¡Por supuesto, mi cuñado es un calzonazos, un viva la Virgen!... ¡Si llego yo á ser hom- bre esta nc che— que me ha faltado poco— yo no salgo de allí sin armar una gresca; sin pegarme con ocho ó diez, sin volar el teatro! {Piratas! ¡granujas! Y vengo decidida: tene- mos que fundar un periódico, cueste lo que cueste. ¡Esto no queda así! Al concluir el segundo acto casi me dio un insulto. Gracias que don Jovito es muy amable, y me subió un refresco. ¡Ay! ¡ay!

Foso (impaciente.) Peio, ¡por lo? clavos de Cristo!

¿tiene u-ted la bondad de referimos lo que ha pasado? ¿Es que ha habido muchas pro- testas?

Luí. ¿Cómo protestas? ¡Un motín! ¡un escándalo!

¡un terremoto!

D. Jov. Por ahí; por ahí...

Luí. ¡De seguro que ha ido gente pagada!

D. Jov. Por ahí...

Luí. Porque la tomaban con todo, señor: con el

drama, con los actores, ¡mala bomha en ellos! con las actrices, ¡mala peste en ellas! con los trajes, ¡ay, qué trajecitos! Y venga gritar, y pegar patadas, y dar bas- tonazos... iQué país este! En Francia no se silba; ni en Inglaterra... Y en Alemania, cuando no gusta una obra, se pide cerveza, y nada más.

Irene ¡Jesús! ¡Jesús!

Foso ¡Jesús mil veces!

Luí. El uno que hacía el gato, el otro que ha( la

el perro, el otro que hacía el mirlo, diez ó doce lo menos que hacían el gallo...

Foso (Filosóficamente.) ¡El teatro es un arca cerrada!

Irene ¡Virgen mía de las Angustias! ¿Era esto lo

que nos tenías reservado? Pero ¿ ónio ase- guraba usted, señor Foso, que iban á sacar á mi papá en triunfo?

Foso Irenita, ya estoy perplejo: yo estoy frente al

caos.

--

LiB. Si me dicen á que la inquiiina del en-

tresuelo ha venido una noche sola, no me asombro más.

D. Jov. ¡Mucho!

Foso \'amos á ver, señora, vamos á ver... Porque

yo me pellizco y... ¿Dónde empezó el jaleo?

Luí. Calcule usted: empezó en el acto primero:

en aquella frase tan bonita del galán en que dice que el sol alumbra sin reparar en que pica y viceversa.

Iren'e ('Estupefacta.) ¿Está ustcd oyendo, señor Foso?

Foso (Después de soplar la pipa.) Me lo temía.

Irene r^Que se lo temía usted?

Foso ¡Ya lo creo! Había callado, porque no me

jíusta alarmar; pero esa frase hay que decir- la muy bien, ó no tiene efecto ninguno.

D. Jov. Ahí le duele.

Luí. Pues aquel perro de cómico ¡mal rayo lo

parta!- -la dijo todo lo mal que pudo. Se equivocó al final. Por decir alumbra, dijo alambre. Y luego ¡qué galán! Así de estatura. Y sin voz. Del paraíso le gritaban: «¡Más alto!» «¡Más'altol»

Ikene ¿Por la voz?

Luí. ¡Y por la e>taturfi, seria!

Foso Con elementos así, no hay éxito posible: ya

me voy explicando la catástrofe.

D. Jov. Por ahí...

Irene Dígame Ufrted, tía: la escsna de Alfonsa y el

sacerdote, ¿cómo cayó?

Luí. No me la nombres, hija. Allí fué Troya: allí

fué lo grande. (Foso sopla otra vez la pipa por hacer

algo.) ¿No ves que el público la traía empren- dida desde el principio con el dichoso cura? Además, el briboiiazo que hacía el papel, en lugar de afeitarse el bigote ¡mala tina se lo consuma! se lo tapó con pasta. Y á la cuen- ta lo hizo tan mal, que con el calor del teatro, y con los gestos de la escena, se le empezó á salir una guía lo mismo quo una brocha. ¡No quieras oir á los guasones! «¡Que se afei- te!» «¡Que se afeite!» «¡Ese cura es de pega!» El hombre se cortó, se azoró, y quiso seguir la escena de espaldas al público; pero en

- 77 ~

esto se le cae el solideo, y cuando vieron que no tenía corona, fueron tales los gritos y las voces, que hubo que echar abajo el telón. ¡Ay, Dios mío! ¡Qué corajina tengo! ¡Estoy furiosa! Foso Ya no hay más que oir ni que pensar: ya

está descubierta la incógnita: lo imprevisto. El tiro que falla, el niño que llora, la estatua que estornuda... Lo imprevisto. ¡Si me ocu- rrió á en Price cuando estrené La sotana y la levita ó los crímenes de los masones! Primer acto: arriba; segundo acto: arriba; tercer acto: un personaje dice: «El señor obispo se acer- ca.» Y en lugar del obispo sale un perro de aguas. ¡Se acabó la obra! ¡No recuerdo tu- multo igual! Tuve que marcharnTiC á mi casa con barba postiza.

Irene (Eu súbito arranque de indignación.) PuCS SI lo han

silbado á usted tantas veces, ¿por qué se las echa de entendido?

Foso ¿Eh?

D. Jqv. Ahí le duele.

Foso Oiga usted, niña, ya que me sale usted por

peteneras: si su papá de usted hubiera sido un poco más modesto, y cogiendo su drama me hubiera dicho: «Amigo Foso, ahí está mi obra: dele usted cuatro toques?, otro ga- llo le cantaría.

Luí. ¿Otro gallo? ¡Si usted le da esos toques qie

dice, arrastran á mi cuñado esta noche!

Foso ¿Eh?

Lli. ¡Pues, claro, señor! Tiene razón Irene: ya

cansa usted con tanto echárselas de sabio, y predicar cómo debe hacerse, y esto Cí-tn mal y lo otro está peor... Y luego estrena usted y hay que avisar á la Cruz Roja.

D- Jcv. Por ahí; por ahí...

Foso Señora doña Luisita, el vulgo... etcétera, et-

cétera .. y pues lo paga... etcétera... hablarle en... etcétera, etcétera.

Luí . ¡Señor Foso, está usted en mi casa y me está

usted faltando!

Foso Señora doña Luisita, es que hay cosas...

Luí. ¡Pues si hay cosas, la primera cosa que debe

usted mirar es que habla con una dama!...

78

Foso Acepto la repulsa, á fuer de prudente.

Luí. Bueno, bueno.

Foso ¡Y tan bueno!

Luí. Bueno.

Irene Han llamado. Ya están ahí. (Yéndosa.) ¡Qué

noche más distinta de la que soñábamos! Luí. ¡Pobre Abell ¡Quería á su drama como á un

hijo! LiB. Quite usté; si se parte el alma...

Luí. (a Liboria, que S3 asoma á la puerta.) ¿SoU clloS?

Ltb. Ellos son, señora.

Luí. (Yéndose á recibirlos.) ¡Ay, Jesús! Esto parece

una pesadilla.

Foso ¡Culparme á mí!... ¡culparme á mí!... ¡''ues

hombre! ¿Soy yo el papa?

D. Jov. ¡Tremenda desgracia, señores! Yo he pre- senciado aquello y todavía no he entrado en calor.

LiB. Es un espanto, don Jovito. ¡Y en la situa-

ción que les coge!

D. Jov. Pues eso es lo horrible: que aquí no hay pan para mañana. ¡Deben hasta el aire!

Foso Chito, que llegan ya.

ESCENA III

FOSO, DON JOVITO y LIBORIA; DON ABEL, EDUARDO, IRENE y LUISITA

(Salen los cuatro últimos por este orden, silenciosos y mustios. Don Abel se sienta en una silla, abatido, sin decir palabra. Su hijo Eduardo permanece un momento abrazado á su hermana y luego se sienta sin hablar también. Luisita reprime sus nervios. Todos contemplan al autor con aire compasivo. Nadie se atreve á romper el silencio en un rato.)

D. Abel

Foso

D. Abel Foso 1). Abel

(Mirando á Foso, lleno de aflicción.) AmigO FoSO,

hemos perdido la batalla. ÍjO sé, don Abel; y soy el primero en la- mentarlo. Pero no tengo yo la culpií. ¿Y quién lo culpa á usted, señor? ¡Todos los presentes! ¿Por quéy La culpa no es de nadie. La cuU

- 79 -

pa es mía: enteramente mía. Y mucho me duele mi equivocación, si la hay, en efecto; pero lo que más me aflige, me in- digna, es la manera brutal, desconsiderada, soez, con que se ha rechazado mi trabajo, que á nadie ofendía; con que se han pisotea- teado mis ilusiones

Irene Pero la silba ¿ha sido tan grande como di-

cen, papá?

D. Abel Ha sido tremenda, hija mía.

Edu Tremenda, hermana.

Irene ¿Ni aun en el paso de la muerte han aplau-

dido?

Luí. (Estallando.") ¿Cómo habían de aplaudir si uno

de la orquesta había puerto su sombrero junto á la concha del apuntador, y los de arriba empezaron á tirarle cosas? ¡Qué país! ¡Qué asco!

Foso ¿ También de e-'O seré yo responsable?

Luí. Lo que debes hacer, Abel, es darle más en-

sayos á la obra, acortar algunas escenas y meterle tres 6 cuatro chistes al principio. Si á no te salen, Castañeda, el sastre del por- tal, tiene muy buenas ocurrencias.

LiB ¡"Eso! ¡Y que la traguen!

Foso Yo me reservo mi juicio.

D. Jov. ¿Y poniéndole música, gustaría?

Luí. ¡Qué barbaridad!

Irene Calle usted por Dios, don Jovito...

LiB. ¡Miste que música! ¡Vamos!

D. Jov. Ustedes perdonen.

Luí. No hay más que hacer lo que yo he dicho,

y quitar el cura. Al público le ha chocado el cura. SaHó el cura, y todo se lo llevó el diablo.

LiB. Como que dice mi marido que las cosas de

la iglesia no se deben sacar á las tablas.

D. Jov. ¡Mucho! ¡mucho!

Luí. Va recordará éste que se lo aconsejé: haz de

ese cura un comandante. No es preciso que sea el confesor de la familia. Los militares tienen mucha autoridad siempre. ¿Qué opi- na usted, Foso?

Foso Insisto en que me reservo mi juicio. Pero

- 80

diré, que cuando á me silbaron La he. renda fingida ó los crímenes de los protes- tantes...

Irene Déjese usted de protestantes ahora...

D. Abel Sí, sí; no deliremos. Lo ocurrido esta noche es irremediable.

Irene Irremediable: esa es la verdad.

LiB. iQué dolorl ¡Con lo que aquí se ha fa?i.

tasiao!...

D. Jov. Mala la hubisteis, ingleses,

en esa de Boncesvalles...

Foso Franceses, hom.bre.

D. Jov. Yo por lo que digo «ingleses».

Lie. ¿E tan llamando?

Irene ¿Quién podrá ser ahora?

Luí. Ca.^tañeda, el de abajo, seguramente.

LiB. Deje usté; yo iré. (vase )

Foso Pero, amigo don Abel, no qué me da ver-

lo de esa manera. Levante usted el ánimo, hombre de Dios, que quién más, quién me- nos, ya sabemos á qué sabe el jarabe de silba. ¿O cree usted, por ventura, que es el primero á quien le ponen las orejas callen tesV Han silbado á Lope, á Calderón, á Mo- reto, á Zorrilla, á Tamayo, á mí... ¡á todos, hombre, á todos!

Luí. Y, aparte de eso. Abel, que la obra es muy

bonita, digan lo que quieran; que en el pú- blico ha habido gente envidiosa, y gente pagada..

D. Jov. Y gente que no ha pagado también...

Luí. Que los cómicos la han degollado ..

D. Abel Eso sí; no cabe discutirlo.

Luí. Que tenemos que fundar un periódico...

Foso ¡Bravo! ¡Un periódico!

D. Jov. ror ahí...

Foso ¡Muy bien! ¡muy bien! Yo me encargo de

la revista de teatros.

Luí. Sí, señor; porque es muy triste que haya

que aguantarse en un caso así.

D. Abel Calla, Luisita, calla. Callad todos. No dis- paratemos en nuestro afán de hallar paha- tivos á lo que no los tiene. Mi desengaño ha sido tan grande, tan cruel, que me hace

- 81 -^

abrir los ojos á la realidad. ¿Qué importa ahora que el drama sea^malo ó sea bueno, ni que el cura deba ser militar, que yo tenga quien me envidie, ni que Foso se equivoque ó acierte, ni que en el público haya habido mala fe, ni que al castigarme haya empleado groserías de taberna ó de plaza de toros? Lo tremendo aquí, lo pavo- roso, es mi ruina total, mi ruina abrumado- ra; es que. yo dejé mis medios de vivir por estas caballerías del teatro, y sacrifiqué ne- ciamente á mis hijos; es que no veo solu- ción á este desastre; es que no sé, no qué va á ser de ni de los míos, derrumbadas las esperanzas que puse en mi obra...

ESCENA IV

DICHOS y DON MAURICIO U. Maup. (presentándose oportunamente en la puerta.) ¿Se

puede pasar?

(Movimiento en todos.) ü. Abel. ¿Eh? (Avergonzado al verlo.) ¡Mauriciol

Irene (con timidez.) Adelante, señor Regla, adelante.:

(Pasa don Mauricio y estrecha las manos é Irenita, mirando á los demás. Liboria asoma en este momento y contempla el cuadro. Foso vuelve á soplar la pipa. Cae rápidamente el telón.)

FIN DEL CUADRO PRIMERO

82

CUADRO SEGUNDO

Despacho elegante y severo de don Mauricio Regla y Salazar, en un ministerio. Al foro la mesa de trabajo y una mesita auxiliar. Chi- menea encendida á la derecha del actor. Mampara á la izquierda. Es de día.

ESCENA V

DON MAURICIO y BERMÚDEZ (Bermúdez poniendo documentos á la firma de don Mauricio.)

D. Maur. ¿Anoche se trabajó de firme?

Berm. Todo el personal estuvo aquí. El señor nai-

nistro quería esos datos para la sesión de boy. D. Maur. ¿Quién ba escrito esto? Berm. Un sobrinillo mío, que sirve de temporero

hace un mes. D. Maup. Tiene bonita letra. Berm. Algo recuerda la escuela todavía.

D. Maur. Esta noche lo necesito á usted. Berm ¿A qué hora?

D. Mauf. Después de cenar. Nos reunimos en el café

y nos venimos juntos. ¿Hay más? Berm. No, señor. ¿Manda usted otra cosa?

D. Maur. Nada. No deje usted de comprobar eso en

la Gaceta. Berm. Ahora mismo. Hasta luego.

D. Maur. Adiós, Bermúdez. (Vase éste con todos ios docu- mentos firmados.)

esce:na vi

DON MAURICIO y PARRA; luego DON ABEL

(Don Mauricio fuma y hojea papeles. Después oprime el botón de un timbre, que suena dentro, y aparece 1 arra por la mampara. Parra es el portero mayor. Frisa con los cincuenta. )

D. Malr. Oiga, Parra. Parra Usía me dirá.

«- 88

D. Maur. Sin usía.

Parra Como es la primera vez que veo á usía esta

mañana...

D. Mauk. ¡Sin usía, hombre! Menos usía y más obe- diencia. ¿Ha venido alguien?

Parra Precisamente acaba de llegar el caballero de

que ayer me habló usted.

D. Mauf. f;Y cómo no lo ha hecho usted pasar?

Parra Porque acaba de llegar, precisamente.

D. Maur. Pues que pase, que pase.

Parra En seo:uida. (se va.)

(Don Mauricio se levanta, y de espaldas á la chimenea espera la visita. De pronto, Parra vuelve á abrir Ih. mampara y deja pasar á don Abel.)

IX Abel. ¿Hay permiso?

D Maur. Entra, hombre, entra. ¿Cómo te va?

D. Abel. Tirando.

D. Maur. ¿Y la gente menuda?

D. Abel. Bien todos. ¿Y tu herma na?

D. Maur. Así, así. (Mira á Parra.)

Parra ¿Desea usted algo?

D. Maur. Sí, señor: que se va3^a usted, y que no se

quede escuchando detrás de la mampara,

como otras veces. Parra Entendido.

D. Maur. Lo he dicho bien claro.

(Vase Parra.)

ESCENA VII

don MAURICIO y DON ABEL

D. Abel Veo que no cambias de carácter. Genio y figura...

D. Maur. Es que este buen Parra es muy entrometido y muy hablador, y si no lo pongo á ray.i capaz es de acercarse á contarnos un cuen- to. Pero deja el sombrero, simple. ¿V' as a gastar cumplidos? ■^'

D Abel (obedeciéndolo.) Soy el pobre escribiente del ilustrísimo señor don Mauricio Regla y Sa- lazar. ^

D. Maur. Eso, luego. Ahora eres mi amigo Abel So- cano, (lo abraza.) ¿Te has veuido á cuerpo?

^ ^i

D.Abel Sí.

34 Ma"ür. Pues liaGe im frío de todos los demonios.

D. Abel (suspirando.) Jo hace, fí; pero... me he ve -nido á cuerpo. Achaque de escribiente?.

D. Maur. Ya st; atenderá á lodo. ¿Quieres un cigs-

. M, i Trillo?

D. Abel Dámelo. ¡Buen despacho tienes!

D. Maur. No es malo, no.

D.Abel Te lo mereces lodo, Mauricio. Mi familia está que no sabe dónde ponerte. Irenita h i recortado un retrato tuyo de no que pe- riódico; le ha hecho un marco de píija de un sombrero mío, y te ha colgado en ti come- dor.

D. Maur. ¡Ja, ja! Dile que lo quite. Yo os mandaré uno bueno.

D. Abel Te lo cuento para que veas haeta dónde mis hijos saben agradecer lo que haces por su padre.

D. Maur. *Bien está, bien está.

D. Abel A me has salvado.

O. Maur. Calla.

D. Abel Sobre sacarme de la cabeza mis caballerías literarias, mis locuras, me das un medio de- coroso para que no me muera de hambre. Recobro el juicio, tengo pan que llevar á nii casa, y tengo tu amistad, que vale más que todo ello junto.

D. Mauf. Oye una cosa. Tu reposición en tu antiguo destino va en vías de conseguirse. El minis- tro está conmigo á qué quieres boca. Allá veremos. Por de pronto, y por si tarda en , arreglarse la combinación, aquí tienes esto

que yo te doy. Es una á manera de gratifi- cación por trabajos extraordinarios: sale de los gastos del material. Yo siento que sea tan poca cosa, pero, chico, algo es aigo... Menos da una piedra.

D. Abel A me parece lo que me das un monte de oro; pero si te cuesta la menor violencia el proporcionármelo...

D. Maur. iSo digas tonterías... Ni se hable más del particular.

(Breve pausa.)

-^ 86- -^■

D. Abel Qné, ¿no trabajaQios?

D. Maur. Ahora, hombre, ahora; no tengas prisa. Lo tomas con ganas.

D. Abel Sí: te aseguro que ni. Creía yo que al volver á sabir las escaleras de e^ta casa, deí^pués de más de tres años de voluntario olvido, sentiría tristeza, pesadumbre; el dolor del retorno á la cárcel... Y ha sido al reVés; he entrado animoso, contenta... ¿Y á que no sa- bes a quién me he encontrado en la prime- ra mesetilla?

D. Mauk. ¿a quién?

D.Abel A don Jesús.

D. Mauk. ¡Ah! ICl gran don Jesús...

D. Abel Y está lo mismo: parece que duerme en aguardiente. Me ha dicho que sigue habien- do sus visitas á nuestro negociado. ¿Querrás creer, chico, que desde que me dediqué á dramaturgo nunca volví á poner los pies allí?

D. Maur. Ya, ya.

D. Abel ¿Se murió Cabra?

D. Mauk. No. En el mismo pupitre lo tienes. Por ra- zón de economías le han rebajado el sueldo mil reales, pero allí sigue.

D. Abel Y no es que él se queje, ¿eh? ¡Pobre Cabra!

D. Maur. Vamos á trabajar. (Toca el timbre.)

D. Abel Cuando quieras. Soy tuyo. Vuelvo á lo que fui lleno de alegría; de alegría sana... de ale- gría... de alegría... Yo tenía una facilidad de palabra que voy perdiendo.

D. Maur. No te importe, (a Parra, que se presenta en la mampara.) Traiga USted leña, (a don Abel.) Vas

•á ponsrte frente á mí; aquí, en mi mismn

mesa. (Se sienta en sa sillón. Don Abel obedece y se

coloca frente á él.) Primero que nada quiero que copies esto. ^ ' '

D. Abel Lo que me diga?. ¿Hago letra corriente ó ^ '. de adorno? ' •••

D. Maur. Corriente. Esmeradita, ¿sabes?

D. Abel Descuide usted. Digo, descuida. ¿Te parece?

D. Maur. Yo, mientras, voy a preparar. . t^orque, chi- co, me traen de cabeza. ( Pausa breve. Trabajan' los dos.) ''^',. ' •^^-

8a -

ESCENA VIII

DICHOS y BERMÚDEZ Berm. (Desde la manjpaia.) ¿Da USted SU permiso?

D. Mauf. Adelante, Bermúdez. ¿Qué hay?

Berm. El señor ministro que tenga usted la bon-

dad de ir á su despacho.

D. Maur. Dígale usted que voy en seguida. ;Hay al- guien con el?

Berm. 8í, señor; ese diputado andaluz...

D. Maur. ¿Narbona?

Berm. El mismo.

D. Maur. Ya lo que quiere. Voy allá.

(Vase Bermúdez. Don Mauricio busca unos papeles, y cuando va á marcharse lo llama don Abel.)

D. Abel Mauricio. D. Maur. ¿Qué pasa?

i). Abel (Mostrándole el original de lo que copia.) AqUÍ S&

te ha escapado un galicismo. D. Maur. Bueno, pues déjalo; no te preocupes de

esos detalles. D. Abel Dispensa. D. MaUt. Estás dispensado. PLn esta oficina, ninguno

que tenga menos sueldo que yo, escribe

mejor que yo. (vase.)

ESCENA IX

DON ABEL y PARRA

D. Abel ¡Je! Sus genialidades de siempre... Pero en esta oficina, como en todas, es un disparate escribir desapercibido por inadvertido. Y ni> hay que darle vueltas, (vuelve á su labor.) También este cuyo es sandunguero... En fin^ allá él... Una cosa es la amistad, y el estilo es Gira cosa.

(Llega Parra con leña para la chimenea, cautaudo flamenco.)

Parra me dfjnsfe sólito...

D. Abel ¿Eh?

87

Parra ¡Ah! Usted perdone. Como vi salir al señor

Regla, y no tenia costumbre de qi:.e usted viniese, creí que el despacho estaba solo.

D. Abel Ya.

(Parra mueve en la chimenea los tizones y echa leña de la que trae.)

Parra Se me hace raro que don Mauricio pida

fuego... ¡Digo! El está siempre echanda lumbre... VamoR, echando lumbre en el buen sentido... No es esto criticar.

ESCENA X

DICHOS y URHUTIA

(De improviso ábrese violentamente la mampara, y aparece Urrutia sombrero en mano.)

Parra

Urrut.

Parra

Urrut.

Parra

Urrut.

I'arra Ukrut.

D. Abel Urrut

D. Abel Urrut.

D. Abel

Urrut

Parra

Urrut.

¡Hombre! ¡hombre! ¿qué manera de entrar

en un despacho es esa?

No... no creí que el muelle estaba tan flojo.

Lo primero es pedir permiso.

¿Sí, verdad?

¿Qué se le ofrece á usted?

Me... me ha dicho el señor Regla que pase

y que lo espere aquí. Y... y no doy más ex-

l'hcaciones.

¡Bueno, hombre, bueno! ¿Tiene usted usía?

To... todo se andará. (Reparando en don Abel, que lo está mirando sonriente.) ¡DcU... dou Abell

¡Amigo Urrutia!

¡Tan... tanto tiempo sin verlo! ¿Cómo sigue

usted?

Bien, ¿y usted? Está usted más gordo.

La... la buena vida. Y... usted está más

alto.

¿Más alto? ¡Ya no tengo edad de crecer!

Se... serán los tacones.

(ai marcharse, por decir algo.) No alcei) mUCho

la voz, que luego se oye todo y se enfada el señor ministro.

¿Ah, sí? Yo... yo creí que el ministro era us- ted.

88

Parra] Pues yo lo tomé á usted por el Presidente del Consejo. ¡Mira éste ahora! (se va.)

Urrut. ¡Qué... qué tunante! Se... se figuran que son generales porque tienen galoné?. Me.,, me las traigo yo con los porteritos.

ESCENA X[

DON ABEL y URRUTIA

D. Abel ¡Vaya, vaya con el amigo Urrutia! ¡Si viera usted lo que yo gozo saludando á mis anti- guos compañeros de covachuelal

ürrut. ¿y... y qué hace usted aquí, ahora que me acuerdo?

D. Abel (vergonzosamente.) Pnes... nada... que Mauricio me necesita para un trabajo delicado... y como yo soy siempre el mismo... el amigo de mis amigos... ¿Y usted? ¿A. qué debemos esta visita?

ÜRRUT. Ven... vengo á darle las gracias á don Mau- ricio.

D. Abel ¿Por qué?

ÜRRUT. Me... me ha ascendido á seis... Me... me ha hecho hombre. Usted calcule: siete duritos más...

D. Abel Que sea enhorabuena, querido ürrutia. fse

sienta junto á la chimenea. Urrutia se sienta también, después de calentarse un poco.)

ÜRRUT. ¿A usted lo ha colocado de nuevo?

D. Abel Tras de ello anda ahora.

ÜRRUT. ¿Pe... pero eso no querrá decir que usted

abandone el teatro?

D. Abel Hombre... el teatro... el teatro...

ÜRRUT. ¿Ei-'... estrenó usted La cotorra herida?

D.Abel La paloma...

ÜRRUT. Eso ef^: La paloma mensajera.

D. Abel Herida, herida.

ÜRRUT. Herida, eso es. ¡Qué cabezota soy!

D. Abel La estrené, señor: en mal hora... y por mi

desgracia.

ÜRRUT. ¿Se.., Be la tnachacaron éi usted?

D. Abel ¿Y cómo no, querido ürrutia?. La vida es

80

sueño no resiste el embate de aquél público alborotador, levantisco, para quien la única diversión era el fracaso. ¡Qué noche! No quiero acordarme. Ya pasó, ya pasó.

Urrut. a... á mí, en buena hora lo diga, hasta el presente no me han machacarlo ninguna.

D.Abel (perplejo.) Pero... ¿cómo? ¿Usted?... ¿usted?...

ÜRRUT ¡Qué... qué cara pone!

D. Abel ¿Usted también se ha dado á las letras?

Urrut. ¿A... á las letras? ¡Un cuerno! ¡Al... al teatro! He estrenado un par de piececitas... con un amigo.

D. Abel ¿Dónde?

Ukrut. En... en la Sociedad Carrascosa. .

D. Abel ¿Y quién es Carrascosa?

Urrut. Ca... Carrascosa es un fresco que ha hecho dos sainetitos y que ya tiene Sociedad.

D. Abel ¡Caramba, hombre, caramba! ¡Qué sorpresal

Urrut La... la última la estrené el mes pasado.

D. Abel ¿Cómo se titula?

Urrut. Cas... Castañas al vapor. Es muy gorda.

I). Abel ¿Y gustó?

Urrut. Se... se rieron. A... ahora resulta que tengo gracia, don Abel...

D. Abel No es mala fortuna.

Urrut. Ver... verdad que no; porque el público no quiere tristezas.

D. Abel Si; pero métase usted á torcer el tempera- mento del artista. Yo no siento lo cómico; no lo siento. A usted, verbi gracia, le salo al paso una pelota de mosquitos en el Reti- ro, y hace un chiste.

Urrut. Se... seguramente.

D. Abel Yo no: yo veo el paludismo que acecha.

Urrut. Pues... pues es una gaita. Y ¿sabe usted lo que le digo? Que no ganará nunca dinero con esas cosas.

D. Abel Bien, esto es aparte; yo ya no me ocupo...

Urrut. ¿Có... cómo que no?

D. Abel No, señor, no; estoy desengañado, vencido.-..^' Paso de escritor á escribiente,

Urrut. ¡Buen tonto está usted! Pudiéndo hacer e rico...

B. Abel Hay mucho de leyenda en ^so.-

~ 90

Urrux.

D. Abel Urrut.

D. Abel

Urrut.

D. Abel Urrut.

D. Abel Urrut.

D. Abel Urrut.

D. Abel Urrut.

Si... si yo, con los argumentos que se me ocurren, supiera redactar como usted... ¿Qué quiere decir redactar? Re... redactar. Mire usted, don Abel: en lo que hablan los personajes de mis obras, ¡anda con Dios! que mal que bien, me apa- ño, porque si se me va alguna faltilla de or- tografía, co... como las hache¿ no tuenan, á Dios gracias, desde el público no se advier- te; pero me pongo á redactar, es un ejem- plo, dónde han de estar las puerta^, ó si hay escalinata en un jardín, ó un ga... ga- binetito modernista, de estos complicados, y ya me tiene usted sudando á chorros. Ah, naturalmente. Careciendo de letras, de cierta cultura... A eso no me importa. Yo tiro de pluma y me describo á San Fran- cisco el Grande sin dejar un santo en el tintero.

Es... es que usted ha leído muchas novelas. ¡Ojalá encontrara yo un colaborador como usted!

Vamos, vamos; ¿quiere usted callar, hom- bre?...

No... no se haga usted el chiquito. Oiga us- ted, oiga usted... Le... le voy á contar á usted un argumento que se me ha ocurrido en el tranvía. ¡Ja, ja, ja! ¡Este Urrutia!... Ve... verá usted. Ello es un capitán de un barco mer... mercante, que trae de América dos loros. ¿Dos loros?

Sí... si, señor; si por eso me equivoqué yo con lo de la cotorra; porque venía reinando en esto de los loros. Bueno, pues en la tra- vesía... Pero no; verá usted: uno de los loros es para la que... queridilla del capitán... ¡Je!

Y el otro para una vieja muy beata. En la tra... travesía, que es á lo que iba antes, al loro de su queridilla le enseña muchas pa... palabrotas, por... porquerías, co... cosas ver- des, para reírse luego cuando estén almor-

I

91 -

D. Abel Urrut. 1). Abel Hrrut. I). Abel Urrut. D. Abel

Urrut. !>. Abel Urrut.

D Abel U rrut.

D, Abel

Urrlt. I). Abel

(jRRUT.

D. Abel

Urrut.

D. Abel Urrut.

zando; y al de la beata le enseña la letanía* el gori-gori, y otras pamplinas por el estilo- Bueno, pues el criado del capitán, al llevar- los así que llegan, cana... cambia los loro?. ¡Ja, ja, ja! ¡Es graciosísimo! ¿Verdad que lo es? Está, está bien ideado.

¿Quiere usted que hagamos la. obra juntos? ¿Juntos? Sí, señor.

No... si yo no... Estoy fuera de juego... Ade- más, me he prometido á mismo... Apar- te de que no tengo gracia maldita. f^Qué no tiene usied gracia? iPor quintales! ¿Yo?

Natural. El que se cree que no la tiene es el que la tiene, como me pata á mí. Es posible... es posible... Há... hágame usted caso: yo vivo en la calle Latoneros, cuatro, segundo. Se va usted por allí unas cuantas tardes, y pitillo va, piti- llo viene, nos sorbemos la obra en ocho días. Pero si la cuestión que yo tengo el com- promiso moral... Y cuidado que en ese tema de los loros empiezo á ver cosas... ¿Usted habrá imaginado la acción en casa de la vieja?

Es... es igual.

P( rque á se me ocurre que esa vieja puede tener una criada picantilla... 8í, señor; ¡con un novio soldado! ¡Muy bien! ¡Y entre los dos le enseñan mñ-» picardihcelas al loro!

¡Y los sorprende la beata 5^ tiene que es- c'onderf-e el soldado debajo de la mesa! ¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja!

(i 03 dos se ríen de buena fe, con la llama do la ins- piración en los ojos. Llega don Mauricio eu tal punto, más cargado de papeles que se marchó, y los observa estupefacto. Don Abel y Urrutia, engolfados como se hallan en su creación, no advierten la presencia del jefe.)

- í>2 ^- ESCENA XII

DICHOS y DON MAURICIO

D. Abel ¡Y haremos que esté un poco borracho! ÜRRUT. ¡Su... superior! ¡Y que diga algunas cosas en

voz alta! D. Abel Y la criada le dirá á la vieja: «¡Es el loro,

ee el loro!» ¡Ja, ja, ja! ÜRRUf. ¡Ja, ja, jfi! ¡Tiene usted más gracia que yo! D. Abel No, hombre... Lo que hay es que en este

asunto veo... veo... reconozco que veo...

(En efecto, ve á don Mauricio y se qne-ña yerto, ürru- tia lo ve también después y quisiera que la tierra se lo tragase. Hay unos momentos en que don Mauricio acusa con la mirada á los dos y ellos uo se atreven ni á respirar.)

D. Maur. (con entereza ) ¡Salga ustcd ds dcspacho,

señor Urrutia! ÜRRUT. Don... Don Mauricio...

D. MaUL'. ¡Salga usted! (Urmtia se estremece y se encamina hacia la mampara tembloroso y desconcertado. A mitad de camino don Mauricio vuelve á llamarlo.) ¡Oiga

usted! ÜRRUT. (volviéndose de un salto.) Man... mande ustcd.

D. MaUK. ¡Sirva usted para algo! (Entregándole unos pocos

papeles de los que trae.) Llévele usted estos do- cumentos al seaor Cortegana. ÜRRUT. ¿Quién... quién es el señor Cortegana? - - D. Maur. ¡Tiene usted el deber de saberlo! ÜRRUT. Es... es verdad... Yo... yo venía á darle á us- ted la enhorabuena... digo, no... á queme diera usted las gracias... digo, no...

D. Maur ¡Silencio! (oice esto tan violentamente que* se' le caen los papeles á Urrutia.) ¡Bien! jMuy bien!

¡Recoja usted esos documentos enseguida, y ordénelos según estaban, ó lo suspendo á usted de enopieo y sueldo! ÜRRur. Sí... sí, señor. ¿Es j?a¿ci la mía? (como puede el

hombre recoge los papeles del suelo, Invirtiendo doble tiempo del que invertiría si estuviera tranquilo, y lúe-

,93

D. Maur. D. Abel

D. Maur.

D. Abel D. Mauk.

D. Abel D. Mauk,

D. Abel D.Mauk D. Abel

D. Maur,

go procura ordenarlos sobre la mesita auxiliar. Entro tanto don Abel y don Mauricio hablan lo que sigue.)

Abel, 1j que he visto, ni siquiera es dipno de tí. Me has engañado: nae has traicio- nado.

Perdóname. Es nniiy difícil en tan pocos días aventar las cenizas de unas ilusiones, acaso por locas más queridas... Si alguna vez has tenido ilusiones, sabrás perdonarme. He tenido ilusiones; y aún las tengo. Pero cuando han sido desatinadas, he sabido aho- garlas en flor. Para eso está el sentido co- mún. ¿Es que tus promesas nada pueden contigo? ¿Es que nada valen tampoco mis consejos? ¿O es que vas á recobrar la razón cuando te estés muriendo, como don Quijo- te? Siéntate, que para que le tomes el gusto al trabajo, vamos á llevarnos aquí hasta las tres de la madrugada. Lo que ordenes haré yo. Coge cuartillas, que te voy á dictar. (Mientras

don Abel se dispone á ello, dice contemplándolo con

lástima.) (Es enfermedad incurable. ¡Pobre amigo mío! Está loco: no tiene atadero.) Cuando gustes.

(Paseando.) Bascs... para la organización y re- forma de la Hacienda pública, coma... del Ejército, coma... de la Armada, coma...

(ürrutia, oyéndole dictar, se esfuerza en reprimir la

risa.)

(sin esperar más comas.) Pero, Mauricio...

¿Qué?

Me dejas turulato... ¿Aun sigues con tu an- tigua manía de reformar y regenerar á Es- paña?

Aun eigo, sí... Escribe. De la Agricultura, coa:ia... de la Industria, coma... (suena un tim- bre.) Aguarda un instante, (se va.)

94

ESCENA ULTIMA

DON ABEL y URRUTIA D. Abel (Apenas desaparece den Mauricio.) ¡Pobre amigO

mío! Está loco: no tiene atadero.

Urrut. No... no, señor, no lo tiene. Le... le riñe á us- ted porque escribe comedias, y está todavía con la pa... paparrucha de las bafes.

D. Abe(. ¡Jesús! ¡Jesús!... ¡Qué cosas!... Indudable, amigo Urrutia, indudable... La vida es una gran tragedia con personajes de sainete...

Urrut. ¡Mu... muy bien dicho!

D. Abel ¿Quién había de pensar que e«e hombre?... ¡Si hay para soltar la carcajada!

Urruc. ¡Pa... para soltar la carcajada!

D. Abel Ks claro: el público hace bien... Lo que quie- re es risa y más risa... y risa y más risa...

ürrut. ¿Qué... qué le he dicho á usted yo?

D. Abel ¡Como que en la vida no hay más que tipos cómicos! Yo soy un tipo cómico...

ürrut. ¡Sí... señor!

D. Abel Usted es un tipo cómico. .

ÜRKL'T. ¡Sí... seño:!

J). Abel Mauricio es otro tipo cómico...

Urrut. ¡Sí. . señor!

O. Abel El propio ministro del ramo, ¿no es un tipo cómico?...

ürrut jMás cómico que todos junto?!

D. Abel Sí, bí... Como la luz, como la luz... Hay que escribir una obra cómica. Amigo Urrutia.

Urrut. A... amigo don Abel. ¿Lo aguardo á usted mañana?

D. Abbl JSo, señor: esta noche.

Urrut. ¡Me., mejor que mejor!

D. Abel ¿Latoneros...?

Urrut. Cna... cuntro, segundo.

D.Abel Pues haf-ta luego.

Urrut. Hasta luego.

U. Abel ¡Un abrazo, colaborador!

Urrut. (Abrazándose á él.) ¡Un... uu abrazo! ¡El porve- nir es nuestro!

D. Abel CJkríjt. D. Abel Urrut.

D. Abel

- 96

¡Saldremos á la escena juntos! ¡Co... como Daoiz y Velarde! ¡Hasta luego!

¡Has... hasta luego! (Yéndose radiante de júbilo.)

Ti... tipos cómicos... ti... tipos cómicos... mu- chos ti... tipos cómicos...

(Echando llamas por los ojos.) TipOS CÓmicOS... ti-

pos cómicos... No hay más que tipos có- micos...

FIN DE LA COMEDIA

Madrid, Mayo, 1905,

OBHftS DE IiOS IWISIWOS flÜTOHES

Esgrrima y amor, juguete cómico. (2.'^ edición.)

Belén, 12, principal, jug-uete cómico.

Güito, jug^uete cómico-lírico. Miísica del maestro Osuna, (."i.* edición)

lia inedia naranja, juguete cómico. (2.'' edición.)

El tío <le la flauta, juguete cómico. (2.* edición.)

El ojito «lereclio, entremés. (3.* edición.)

lia reja, comedia en iin acto. (4.* edición.)

lia buena sombra, saínete en tres ciiadros, con miisica del maes- tro Brull. (6.* edición.)

El peregrino, zarzuela cómica en un acto. Mvisica del maestro Gómez Zarzuela.

Ea vida íntima, comedia en dos actos. (3." edición.)

Eos borrachos, saínete en cuatro cuadros, con música del maes- tro Griménez. (2.* edición.)

El cliiquillo, entremés. (5.* edición.)

Eas casas de cartón, juguete cómico.

El traje de luces, saínete en tres cuadros, con miisica de los maestros Caballero y Hermoso.

El patio, comedia en dos actos. (3.* edición.)

El motete, pasillo con mvisica del maestro José Serrano. (2.* edi- ción.)

El estreno, zarzuela cómica en tres cuadros, con mixsica del maes- tro Chapi.

Eos Galeotes, comedia en cuatro actos. (3." edición.)

Ea pena, drama en dos cuadros. (2.» edición.)

Ea azotea, comedia en un acto.

El g-énero ínfimo, pasillo con miísica de los maestros Valverde (liijo) y Barrera.

El nido, comedia en dos actos. (2.'' edición.)

Eas flores, comedia en tres actos.

Eos piropo.s, entremés.

El flechazo, entremés.

El amor en el teatro, capricho literario en cinco cuadros, pró- logo y epilogo.

Abanicos y panderetas ó ¡A Sevilla en el botijo! humorada satírica en tres cuadros, con música del mae.stro Chapí.

Ea dicha ajena, comedia en tres actos y un prólogo.

Pepita Reyes, comedia en dos actos.

Eos meritorios, pasillo.

lia zahori, entremés.

lia reina mora, saínete en tres cuadros, con música del maestro José Serrano. (2.* edición.)

Zarag-atas, sainete en dos cuadros.

lia zag'ala, comedia en cuatro actos.

lia contrata, apropósito.

£1 amor que pasa, com.edia en dos actos.

El mal de amores, sainete con música del maestro José Serrano.

El nuevo servidor, humorada.

Mañana de sol, paso de comedia.

Fea y con g-racia, pasillo con música del maestro Turina.

lia aventura de los g'aleotes, adaptación escénica de un capí- tulo del Quijote.

lia musa loca, comedia en tres actos.

lia pitanza, entremés.

El amor en solfa, capricho literario en cuatro cuadros y un pró- logo, con música de los maestros Chapí y Serrano.

Precio: DOS pesetas

Todo ejemplar que no lleve el sello de la Sociedad de Autoreá Españoles, será considerado como fraudulento.

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