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LA ODISEA

HOMERO .o^'fi^^

La Odisea

Universidad Nacional de México

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NOTA PRELIMINAR

S posible que deepués de la Ilíada j del mismo modo que ella se hayan formado otros poemas, ahora perdidos. Del único que podemos hablar con conocimiento de causa es la Odisea. El regreso de los jefes aqueos a sus mora- das después de la destrucción de Ilion era una de lae partes más interesantes en la ma- teria troyana. La leyenda refería a este pro- pósito, viajes involuntarios y dramas domés- ticos. El regreso de Agamenón, asesinado en su hogar por su mujer Clitemnestra y por Egisto; el de Meuelao, arrojado sobre las pía-

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yas de Egipto ; el de Ayax el locrense, ahogado cerca de las rocas de Eubea, fueron sin duda cantados por diversos aedos . Pero probable- mente se formó en torno del regreso de Odiseo una leyenda más rica, más atrayente, a la que cupo la dichosa fortuna de producir un gran poema.

Esta leyenda, tal como la encontramos en la Odisea, comprende dos partes principales, los viajes de Odiseo y las pruebas que tuvo que soportar en su casa hasta que mató a los pre- tendientes de Penélope.

La primera debió desarrollarse desde luego. Conserva, hasta en el poema actual a pesar de las modificaciones que ha sufrido, la hue- lla de una concepción más ingenua. La fanta- sía de los narradores paseó a Odiseo a través de mares desconocidos llevándole hasta regio- nes fabulosas. Mientras que sólo se hizo esto, hubo cantos aislados, pero no poema. La idea creadora de donde nació la Odisea pertenece al que representó a Odiseo a su llegada al país de los Feacios, en el reino de Esqueria, última etapa de sus largos viajes, cuando re- fiere él mismo a sus huéspedes todo lo que ha- bía sufrido. Gracias a este pensamiento, agru- pó los relatos esparcidos, los encuadró por decirlo así, y les dio un acento personal que aumentó su interés. Su obra en lo que tiene

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de esencial, subsiste en la parte central de la Odisea (de la rapsodia V a la XII inclusive), bajo restauraciones cuya importancia es difí- cil de determinar con precisión. Mientras más se estudian los caracteres propios de este poe- ta, más difícil parece identificarlo con el autor primitivo de la Ilíada. No podemos insistir aquí sobre las diferencias que los separan: son múltiples y muy notables.

3los ediciones principales han dado a este primer grupo de rapsodias la forma del poe- ma actual. Por una parte, se imaginó relatar en detalle cómo Odiseo, al regresar a Itaca, tu- vo que disfrazarse de mendigo para entrar a su casa invadida, y cómo triunfó de los pre- tendientes que la saqueaban. Por otra parte, se inventó un viaje del joven Telémaco, hijo de Odiseo, en busca de eu padre. Estas dos in- venciones, aumentadas a su vez por escenas secundarias, están ahora refundidas en la Odisea, de modo de constituir un conjunto muy hábilmente trabado. Sin embargo, la im- perfección demasiado visible de ciertos enla- ces, y más aún la desemejanza misma de las escenas, que ofrecen caracteres muy diversos, no permiten pensar que hayan podido ser con- cebidas simultáneamente. Una de las tareas de la crítica es tratar de discernir la edad re- lativa de estas invenciones y de estos enlaces.

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Baetan aquí indicaciones sumarias que no tie- nen más objeto que hacer comprender la ver- dadera naturaleza de los poemas homéricos.

Principiados sin duda hacia el año 900 an- tes de nuestra era, estos poemas debieron de terminarse en un spacio de dos siglos apro- ximadamente. Las interpolaciones que pudie- ron sufrir más tarde principalmente en el si- glo VI, cuando Atenas se los apropió y los marcó con su sello no tuvieron en suma sino una importancia muy secundaria.

Admirada universalmente desde su apari- ción hasta nuestros días, la poesía homérica corre riesgo, no obetante, de sorprender en un principio al lector moderno, sobre todo si la aborda sin haber adquirido previamente por el estudio de la lengua griega el sentimiento de las diferencias profundas que separan esta remota humanidad de la humanidad moderna. Algunas observaciones sobre este punto son, pues, necesarias.

La poesía de la Ilíada y de la Odisea ofrece en primer lugar ciertas particularidades de forma que se conservan aparentes aún, en una traducción, siempre que no sea completamen- te infiel.

Nos sorprende por una especie de lentitud intencional, que contrasta extrañamente con nuestras costumbres modernas. Ni el aedo ni

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'NOTA FRSLIMINAR

sus oyentes tenían el hábito de apresurarse. Era un deleite para el público simple y pa- ciente ver de«5envolverse majestuosamente el amplio relato del cual todos los pormenores le maravillaban. Casi todos los artificios de estilo que dan vivacidad a la escena son igno- rados por esta poesía ingenua. No existen diá- logos cortados y casi ninguna exclamación o interrupción. Cuando los personajes charlan entre o discuten, lo hacen por una serie de discursos completos que se suceden regular- mente. Si un mensajero viene a traer órdenes, repite palabra por palabra lo que le ha sido dicho. Si hay cambio de preguntas y respues- tas entre dos personajes, el que pregunta, in- quiere en un discurso continuo todo lo que se propone averiguar, y el que responde repite las preguntas una a una, frecuentemente en los mismos términos.

Agreguemos que los relatos, así como los discursos que con ellos alternan, están llenos de fórmulas hechas. Cada vez que un persona- je ha acabado de hablar, estamos seguros de que el poeta va a decirnos: "Habló en estos términos y tal otro le respondió como sigue.'^ Esto nos parece de una extraña monotonía totalmente contraria a la idea que nos hace- mos del arte de componer. Diferentes de noe* otros a este respecto, los oyentes de Homero

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gustaban de esa fraseología tradicional, que aumentaba la majestad del relato. También se complacían en que los personajes, al dirigirse la palabra unos a otros, cuidaran de anunciar sus títulos, siempre los mismos. No toleraban que el poeta dejara de seguir esta costumbre. No les disgustaba tampoco que los dioses y los héroes fuesen siempre calificados con los mismos epítetos.

Aquiles debía ser llamado "el de los pies ligeros;" Agamenón, "rey de hombres;" Zeus, "el dios que amontona las nubes," etc. Esto se hacía desde tiempo inmemorial y no se sentía la necesidad de modificar tal ueanza.

Las comparaciones que el gusto moderno sólo admite de cuando en cuando, prefiriendo en general las que son breves, abundan en esta poesía antigua y se desenvuelven en ella am- pliamente. Quizá se hayan introducido en un principio como medio suplementario de expre- sión y quedaron después como ornamen- to. Lo que nosotros les reprochamos es que constituyen un procedimiento de estilo muy aparente. Pero el público de Homero no tenía estos escrúpulos. Le bastaba con que sus poe- tas al usar de los recursos de su arte, pusieran bajo sus ojos imágenes graciosas o terribles, y los autorizaba para que las desarrollaran li- bremente para regalo suyo.

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NOTA PRELIMINAR

Se podrían multiplicar estos ejemplos y ob- servaciones. Pero basta llamar la atención sobre este carácter de la poesía homérica, para hacer comprender que no debe ser juz- gada de acuerdo con nuestras reglas. El arte que la creó era un arte ingenuo aún. Lo que hay en ella de candida inexperiencia no debe apartarnos del sentimiento de su grandeza.

Pero no sólo por la forma pueden sorpren- der y desconcertar la Ilíada y la Odisea a un lector extraño a las cosas antiguas, sino tam- bién, y más todavía, por ciertos sentimientos. La vida humana nos aparece allí envuelta e impregnada de religión. Indudablemente la idea que los hombres de este tiempo se for- maban de la potencia divina tenía aún algo de toeco. Multiplicaban los dioses al infinito y los concebían como sujetos a las pasiones humanas; inmortales, es cierto, y armados con una fuerza superior; pero expuestos a sufrir, divididos entre sí, odiándose y combatiéndose mutuamente. Se les llamaba bienaventurados, pero la dicha que se les atribuía estaba mezclada con males muy reales. A pesar de esto o quizás aun a causa de ésto, los dio- ses dominaban a los mortales de la manera más estrecha. Obedeciendo a sus propios ca- prichos, guiados por sus simpatías o antipa- tías, eran aliados o enemigos del hombre que

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los sentía constantemente presentes, inspirán- dole algunas veces confianza y otras te- rror. La grande e incesante preocupación de su vida era tenerlos propicios y si esto le pare- cía imposible» cuando menos trataba de apla- carlos. Precisa representarse bien la fuerza y la naturaleza de esta obsesión religiosa para comprender una epopeya en que los dioses obran tanto como los héroes, y en la que todos actúan sin preocuparse de la justicia : los dio- ses son sin cesar objeto de ruegos, los sacrifi- cios se multiplican, las palabras de un adivi- no deciden lo que hay que hacer. En el alma de un héroe griego de ese tiempo hay terrores pueriles. Un ave que vuela es para él un pre- sagio; un rayo le anuncia el éxito o la derro- ta; tiembla si el cielo se obscurece; pero por otra parte tiene confianza en sus dioses ami- gos, los ve, les habla, se pone de acuerdo con ellos. Lo sobrenatural es para él la cosa más natural del mundo.

Ingenuos en su concepción de la divinidad, los griegos de este tiempo no lo eran menos en la expresión de sus demás sentimientos. Fn una multitud de circunstancias en que noso- tros nos creeríamos obligados ya por cortesía, o respeto humano a disimular nuestras im- presiones, ellos las dicen con toda simplici- dad. Confiesan que tienen miedo, que quieren

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NOTA PRELIMINAR

enriquecerse, que anhelan ser los primeros ; no ocultan ni sus despechos ni sus debilidades; se ensalzan ingenuamente, injurian a sus ad- versarios. Por esto aún parecen niños, aunque sean hombres potentes por la energía del ca- rácter, hombres terribles por la violencia de la pasión.

Estas breves observaciones muestran que es indispensable formarse una educación especial para gustar plenamente de estas bellas poe- (sías. Si queremos comp.renderlas como las comprendían los griegos hemos de despojar- nos con la imaginación de todo lo que hay en nosotros de moderno y hacernos un alma anti- gua. Esto se consigue leyéndolas varias veces. Debemos acostumbrarnos a ellas como nos acostumbraríamos al trato de un extranjero cuyo acento y maneras nos hubieran sorpren- dido desde luego, pero a quien acabáramos por amar y admirar a causa de la hermosura de su naturaleza moral.

Lo que constituye su incomparable encanto, es que bajo estas diferencias superficiales en- contramos lo que hay de eterno en la natura- leza humana, expresado con una sinceridad y una fuerza sorprendentes. Ninguna obra, en ninguna literatura es más viva ni más natu- ral que estos dos poemas. Todos los sentimien- tos que mueven a los personajes son verdade-

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ros porque provienen del fondo mismo de la humanidad. No hay nada en ellos convencional ni artificioso. Son hombres que aman, odian, sufren, esperan, se exaltan y se serenan. Tie- nen relámpagos de furor, crisis de lágrimas, accesos de desaliento, impaciencias bruscas, movimientos de piedad inaudita. No hay actitudes aprendidas y deliberadas ni vanas fanfarronerías, ni estoicismo, sino todas las debilidades de la naturaleza con sus manifes- taciones nobles e inesperadas. Odiseo teme en medio de la tempestad, llora y se desalienta; lucha sin embargo y cuando está a salvo su alma se expansiona como la del más insigni- ficante de nosotros; abraza la tierra; goza de- liciosamente del sueño que le da reposo. Héc- tor es terrible en la pelea y su potente voz re- percute en medio de las naves y siembra el espanto; la sangre corre al rededor de él; pe- ro cuando el feroz guerrero lleva a su hijo entre sus brazos, le sonríe con amor y tiene para él las más tiernas palabras que haya ja- más inspirado el amor paternal.

A causa de estas verdades que le son pro- pias, la poesía homérica debe ser considerada como un elemento necesario de toda elevada educación. El que no ha leído a Homero está por esto condenado a una cierta inferioridad moral. No podría tener en el mismo grado la

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visión clara de lo que ha sido la humanidad de antaño, ni por consecuencia discernir lo que hay en ella de duradero y de cambiante. Agreguemos que esta poesía junta a su valor moral un valor literario que no es menor. Nin- guna otj'a le es superior ni la iguala quizá en la perfección del lenguaje, en la brillantez de las expresiones, en la grandeza o la gracia de las pinturas, en la vivacidad del estilo, en la profundidad de las impresiones, en la liber- tad del movimiento, en una palabra, en todo lo que constituye la belleza y la vida. Es cierto que una parte de estos méritos desaparece en una traducción. Aun cuando el traductor se esfuerce en ser fiel, no puede verter adecuada- mente ni el sonido de las palabras ni el ritmo de las frases, ni la melodía de loe versos ; y en cuanto a los atrevimientos de estilo, aun cuan- do esté deseoso de conservarlos se ve obligado frecuentemente muy a pesar suyo a atenuar- los, a menos de hacerse ininteligible o de hablar griego en romance.

Por esto el lector que no puede recurrir al texto deberá decirse siempre, cuando más vi- vamente admire a su autor, que apenas ha logrado entreverlo.

Maurice Croiset,

Fragmento de la Introducción a HOMERO, en la Co- lección ** Páginas Escogidas de los Grandes Escrito, res. ' '

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Propone Atenea hacer que vaj'a Kermes a visitar a Calipso y a ordenarle que despida a' Odiseo.

RAPSODIA PRIMERA

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ABLAME, Musa, de aquel va- rón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciu- dad de Troya, anduvo peregri- nandio larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombrea y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo lí- bralos, como deseaba, y todos perecieron por sus pro- pias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas de He- lios, hijo de Hiperión; el cual no permitió que llegara el día del regreso. ¡Oh Diosa, hija de Zeus!: cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.

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Ya en aquel tiempo los que habían podido escapar de una muerte horrorosa estaban en sus hogares, sal- vos de los peligros de la guerra y del marj y sola- mente Odiseo, que tan gran necesidad sentía de res- tituirse a su patria y ver a su consorte, hallábase detenido en hueca gruta por Calipso, la ninfa vene- randa, la divina entre las deidades, que anhelaba to' marlo por esposo. Con el transcurso de los años llegó por fin la época en que los dioses habían decretado que volviese a su patria, a Itaca, aunque no por eso debía poner fin a sus trabajos, ni siquiera después de juntarse con los suyos. Y todos los dioses le com- padecían, a excepción de Poseidón, que permaneció constantemente airado contra el divinal Odiseo has- ta que el héroe no arribó a su tierra.

Mas entonces habíase ido Poseidón al lejano pue- blo de los etíopes los cuales son los postreros de los hombres y forman dos grupos, que habitan respecti- vamente hacia el ocaso y hacia el orto del Hiperiónida, para asistir a una hecatombe de toros y corderos. Mien- tras aquel se deleitaba presenciando el festín, con- gregáronse las otras deidades en el palacio de Zeus Olímpico. Y fué el primero en usar de la palabra el padre de los hombres y de los dioses, porque en su ánimo tenía presente al ilustre Egisto, a quien matara el preclaro Orestes Agamenónida. Acordándose de él, habló a los inmortales de esta manera:

'*¡0h dioses! ¡De qué modo culpan los mortales a los númenes! Dicen que las cosas malas les vienen de nosotros, y son ellos quienes se atraen con sus lo- curas infortunios no decretados por el destino. Así ocurrió con Egisto, que, oponiéndose a la voluntad del hado, casó con la mujer legítima del Atrida y mató a este héroe cuando tornaba a su patria, no obstante que supo la terrible muerte que padecería luego. Noso-

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tros mismos le habíamos enviado a Kermes, el vigilan- te Argicida, con el fin de advertirle que no matase a aquél ni pretendiera a su esposa; pues Orestes Atri- da tenía que tomar venganza no bien llegara a la ju- ventud y sintiese el deseo de volver a su tierra. Así se lo declaró Hernies; mas no logró persuadirlo, con ser tan excelente consejo, y ahora Egisto lo ha pa- gado todo junto."

Eespondióle Palas Atenea, la deidad de los claros ojos: ''¡Padre nuestro, Cronida, el más excelso de los que imperan! Aquel yace en la tumba por haber pade- cido una muerte muy justificada. ¡Así perezca quien obre de semejante modo! Pero se me quiebra el co- razón por el prudente y desgraciado Odiseo, que, mu- cho tiempo ha, padece penas lejos de los suyos, en una isla azotada por las olas, en el centro del mar; isla poblada de árboles, en la cual tiene su mansión una diosa, la hija del terrible Atlante, de aquel que conoce todas las profundidades del Ponto y sostiene las grandes columnas que separan la tierra y el cielo. La hija de este dios retiene al infortunado y afligido Odiseo, no cejando en su propósito de embelesarle con tiernas y seductoras palabras para que olvide a Itaca; mas el héroe, que está deseoso de ver el humo de su país natal, ya de morir siente anhelos. ¿Y a tí, Zeus Olímpico, no se te conmueve el corazón? ¿No te era acepto Odiseo, cuando sacrificaba junto a los bajeles de los argivos? ¿Por qué así te has airado contra él, oh Zeus?'*

Contestóle Zeus, que amontona las nubes: ''¡Hija mía! ¡Qué palabras se te escaparon de los labios! ¿Có- mo quieres que ponga en olvido al divino Odiseo, que por su inteligencia se señala sobre los demás morta- les y siempre ofreció muchos sacrificios a los inmor- tales dioses que poseen el anchuroso Uranos? Pero Po-

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seidón, que ciñe la tierra, le guarda vivo y constante rencor porque cegó al cíclope Polifemo, semejante a un dios; que es el más fuerte do todos los cíclopes y nació de la ninfa Toosa, hija de Forcis, que impera en el mar estéril, después que ésta se ayuntara con Poseidón en honda cueva. Desde entonces Poseidón, que sacude la tierra, si bien no se ha propuesto matar a Odiseo, hace que vaya errante lejos de su patria. Mas, ea, tratemos de su vuelta y del modo como haya de llegar a su patria; y Poseidón depondrá la cólera, que no le fuere posible contender, solo y contra la voluntad de los dioses, con los inmortales todos.'*

Eespondióle Palas Atenea, la deidad de los ojos zarcos: '* ¡Padre nuestro, Cronida, el más excelso de los que imperan! Si les place a los bienaventurados dioses que el prudente Odiseo vuelva a su casa, man- demos a Hermes, el mensajero Argicida, a la isla Ogigia; y manifieste cuanto antes a la ninfa de her- mosas trenzas la resolución que hemos tomado para que el héroe se ponga en camino. Yo, en tanto, yéndo- me a Itaca instigaré vivamente a su hijo, y le infun- diré valor en el pecho para que llame al agora a los aqueos de larga cabellera y prohiba la entrada en el palacio a todos los Pretendientes, que de continuo le degüellan muchísimas ovejas y flexípides bueyes de retorcidos cuernos. Y le llevaré después a Esparta y a la arenosa Pilos para que, preguntando y viendo si puede adquirir noticias de su padre consiga ganar honrosa fama entre los hombres."

Dicho esto, calzóse los áureos y divinos talares que la llevaban sobre el mar y sobre la tierra inmensa, con la rapidez del viento; y asió la lanza fornida, de punta de bronce, ponderosa, luenga, robusta, con que la hija del prepotente padre destruye filas enteras de héroes, siempre que contra ellas monte en cólera.

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Descendió presurosa de las cumbres del Olimpo y, en- caminándose al pueblo de Itaca, detúvose en el vestí- bulo de la morada de Odiseo, en el umbral que prece- día al patio: Palas Atenea empuñaba la broncínea lanza, y había tomado la figura de un extranjero, de Mentes, rey de los tafios. Halló a los soberbios Pre- tendientes, que para recrear el ánimo jugaban a los dados ante la puerta de la casa, sentados sobre cue- ros de bueyes que ellos mismos mataran. Varios he- raldos y diligentes servidores mezclábanles vino y agua en las cráteras; y otros limpiaban las mesas con esponjas de muchos ojos; colocábanlas en sus sitios, y trinchaban carne en abundancia. \i^ Fué el primero en advertir la presencia de la diosa

fe el divino Telémaco, que se hallaba en medio de los Κ Pretendientes, con el corazón apesadumbrado, pues te- fe nía el pensamiento fijo en su valeroso padre, por si, iP volviendo, dispersase a aquéllos y recuperara la digni- dad real y el dominio de sus riquezas. Tales cosas meditaba, sentado con los Pretendientes, cuando vio a Palas Atenea. Al instante fuese derecho al vestí- bulo, muy indignado en su corazón de que un huésped tuviese que esperar tanto tiempo en la puerta, asió por la mano a la diosa, tomóle la broncínea lanza y le dijo estas aladas palabras:

*' ¡Salve huésped! Entre nosotros has de recibir amistoso acogimiento. Y después que hayas comido, nos dirás si necesitas algo.*'

Hablando así, empezó a caminar, y Palas Atenea 1• fué siguiendo. Ya en el interior del excelso palacio, Telémaco arrimó la lanza a una alta columna, me- tiéndola en la pulimentada lancera donde había mu* chas lanzas del paciente Odiseo; hizo sentar a la diosa en un sillón, después de tender en el suelo rica al- fombra bordada y de colocar el escabel para los pies

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HOMERO

y acercó para una labrada silla; poniéndolo todo aparte de los Pretendientes para que al huésped no le desplaciera la comida, molestado por el tumulto de aquellos varones soberbios, y él, a su vez, pudiera interrogarle sobre su padre ausente. Una esclava les dio aguamanos que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y les puso delante una pulimentada mesa. La veneranda despensera trájoles pan y dejó en la mesa buen número de manjares, ob- sequiándoles con los que tenía reservados. El trinchan- te sirvióles platos de carne de todas suertes y colocó a su vera áureas copas. Y -un heraldo se acercaba a menudo para escanciarles vino.

Ya en esto, entraron los orgullosos Pretendientes. Apenas se hubieron sentado por orden en sillas y si- llones, los heraldos diéronles aguamanos, las esclavas amontonaron el pan en las canastillas, los mancebos llenaron las cráteras, y todos los comensales echaron mano a las viandas que les habían servido. Satisfechos de las ganas de comer y de beber, ocupáronles el pen- samiento otras cosas: el canto y el baile que son los ornamentos del convite. Un heraldo puso la bellísima cítara en manos de Femio, a quien obligaban a cantar ante los Pretendientes. Y mientras Femio comenzaba al son de la cítara un hermoso canto, Telémaco dijo estas razones a Palas Atenea, la de los claros ojos, después de aproximar su cabeza a la deidad para que los demás no se enteraran.

**¡Caro huésped! ¿Te enojarás conmigo por lo que voy a decir? Estos sólo se ocupan en cosas tales como la cítara y el canto; y nada les cuesta, pues devoran impunemente la hacienda de otro, la de un varón cu- ^os blancos huesos se pudren en el continente por la acción de la lluvia o los revuelven las olas en el seno del mar. Si le vieran aportar a Itaca preferi-

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rían tener los pies ligeros a ser ricos de oro y de vestidos. Mas aquél ya murió, víctima de su aciago destino, y no hay que esperar su retorno, aunque algunos de los hombres terrestres afirmen que aún ha de volver: el día de su regreso no amanecerá ja- más. Pero, ea, habla y responde sinceramente: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? ¿En cuál embarcación llegaste? ¿Cómo los marineros te trajeron a Itaca? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no me figuro que hayas venido andando. Dime también la verdad de esto para que me entere: ¿Vienes ahora por vez primera o has sido huésped de mi padre? Que son muchos los que cono- cen nuestra casa, porque Odiseo acostumbraba visi- tar a los demás hombres."

Eespondióle Palas Atenea, la deidad de los claros ojos: '*De todo esto voy a informarte circunstan- ciadamente. Me jacto de ser Mentes, hijo del beli- coso Anquíalo, y de reinar sobre los tafios, amantes de manejar los remos. He llegado en mi galera, con mi gente, pues navego por el vinoso ponto hacia unos hombres que hablan otro lenguaje: voy a Temesa para traer bronce, llevándoles luciente hierro. Anclé la embarcación cerca del campo antes de llegar a la ciudad, en el puerto Eetro, que está al pie del selvoso Neyo. Nos cabe la honra de que ya nuestros proge- nitores se daban mutua hospitalidad desde muy an- tiguo, como se lo puedes preguntar al héroe Laertes; el cual, según me han dicho, ya no viene a la pobla- ción, sino que mora en el campo, atorméntanle los pesares, y tiene una anciana esclava que le apareja la comida y le da de beber cuando se le cansan los miembros de arrastrarse por la fértil viña. Vine por- que me aseguraron que tu padre estaba de vuelta en la población. Mas sin duda lo impiden las deidades,

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poniendo obstáculos a su retorno; porque el divino Odiseo no ha desaparecido aún de la fértil tierra, pues vive y está detenido en el vasto ponto, en una isla que surge de entre las olas, desde que cayó en poder de los hombres crueles y salvajes que lo retienen a su despecho. Voy ahora a predecir lo que ha de suce- der, según los dioses me lo inspiran en el ánimo y yo creo que ha de verificarse aunque no soy adivino ni hábil intérprete de sueños: Aquél no estará largo tiempo fuera de su patria, aunque lo sujeten férreos vínculos; antes hallará algún medio para volver, ya que es ingenioso en sumo grado. Mas, ea, habla y dime con sinceridad si eres el hijo del propio Odiseo. Es extraordinario tu parecido en la cabeza y en los bellos ojos con Odiseo; y bien lo recuerdo, pues nos reunía- mos a menudo antes de que se embarcara para Troya, adonde fueron los príncipes argivos en las cóncavas naos. Desde entonces ni yo le he visto ni él a mí."

Contestóle el prudente Telémaco: **Voy a hablarte, oh huésped, con gran sinceridad. Mi madre afirma que soy hijo de aquél, no más; que nadie consi- guió conocer por su propio linaje. ¡Ojalá que fuera vastago de un hombre dichoso, que envejeciese en su casa, rodeado de sus riquezas I; mas ahora dicen que desciendo, ya que me lo preguntas, del más infeliz de los mortales hombres."

Eeplicóle Palas Atenea, la deidad de los zarcos ojos: **Los dioses no deben de haber dispuesto que tu linaje sea obscuro, cuando Penélope te ha parido cual eres. Mas, ea, habla y dime con franqueza: ¿Qué comida, qué reunión es ésta, y qué necesidad tienes de darla? ¿Se celebra un convite o un casamiento? que no nos hallamos evidentemente en un festín a escote. Paréceme que los que comen en el palacio con tal arrogancia ultrajan a alguien; pues cualquier

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hombre sensato se indignaría al presenciar sus mu- chas torpezas.''

Contestóle el prudente Telémaco: '^jHuésped! Ya que tales cosas preguntas e inquieres, sabe que esta casa hubo de ser opulenta y respetada en cuanto aquél varón permaneció en el pueblo. Cambió después la voluntad de los dioses, quienes, maquinando males, han hecho de Odiseo el más ignorado de todos los hombres; que yo no me afligiera de tal suerte, si aca- bara la vida entre sus compañeros, en el país de Troya, o en brazos de sus amigos luego que terminó la guerra, pues entonces todos los aqueos le habrían erigido un túmulo y hubiese legado a su hijo una gloria inmensa. Ahora desapareció sin fama, arrebatado por las Har- pías; su muerte fué oculta e ignota; y tan sólo me dejó pesares y llanto. Y no me lamento y gimo única- mente por él, que los dioses me han enviado otras funestas calamidades. Cuantos proceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y en la selvosa Zakinto, y cuantos imperan en la áspera Itaca, todos preten- den a mi madre y arruinan nuestra casa. Mi madre ni rechaza las odiosas nupcias, ni sabe poner fin a tales cosas; y aquellos comen y agotan mi hacienda, y pronto acabarán conmigo mismo."

Contestóle Palas Atenea, muy indignada: ''¡Oh dioses! ¡Qué falta no te hace el ausente Odiseo, para que ponga las manos en los desvergonzados Preten- dientes! Si tornara y apareciera ante el portal de esta casa, con su yelmo, su escudo y sus dos lanzas, como la primera vez que le vi en la mía, bebiendo, y recrean;^ dose, cuando volvió de Efira, del palacio de lio Mer- mérida; fué allá• en su velera nave por un veneno mor- tal con que pudiese teñir las broncíneas flechas; pero lio, temeroso de los sempiternos dioses, no se lo pro- porcionó y entregóselo mi padre que le quería mu-

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chísimo. Si, pues, mostrándose tal, se encontrara Odi- seo con los Pretendientes, fuera corta la vida de és- tos y bien amargas sus nupcias. Mas está puesto en manos de los dioses ha de volver y tomar venganza en su palacio, y te exhorto a que desde luego medites cómo arrojarás de aquí a los Pretendientes. Óyeme, si te place, y presta atención a mis palabras. Mañana convoca en agora a los héroes aqueos, habíales a todos y sean testigos las propias deidades. Intima a los Pretendientes que se separen, yéndose a sus casas; y si a tu madre el ánimo la mueve a casarse, vuelva al palacio de su muy poderoso padre y allí le dispon- drán las nupcias y le aparejarán una dote tan cuan- tiosa como debe llevar una hija amada. También a ti te daré un prudente consejo, por si te decidieras a se- guirlo: apresta la mejor embarcación que hallares, con veinte remeros; ve a preguntar por tu padre, cu- ya ausencia se hace ya tan larga, y quizás algún mor- tal te hablará del mismo o llegará a tus oídos la fama que procede de Zeus y es la que más difunde la gloria de los hombres. Trasládate primeramente a Pilos e interroga al divino Néstor; y desde allí endereza los pasos a Esparta, al rubio Menelao, que ha llegado el postrero de los argivos de broncíneas lorigas. Si oyeres decir que tu padre vive y ha de volver, sú- frelo todo un año más, aunque estés afligido; pero si te participaren que ha muerto y ya no existe, retor- na sin dilación a la patria, erígele un túmulo, hazle las muchas exequias que se le deben, y búscale a tu madre un esposo. Y así que hayas realizado y lle- vado a cumplimiento todas estas cosas, medita en tu mente y en tu corazón cómo matarás a los Preten- dientes en el palacio: si con dolo o a la descubierta; porque es preciso que no andes en niñerías, que ya no tienes »dad para ello. ¿Por ventura no sabes euán-

LA ODISEA

ta gloria ha ganado ante los hombres el divino Ores- tes, desde que mató al parricida, al doloso Egisto, que le había asesinado a su ilustre padre? También tú, amigo, ya que veo que eres gallardo y de elevada estatura, fuerte para que los venideros te elogien. Y yo me voy hacia la velera nave y los amigos que ya deben de estar cansados de esperarme. Cuida de hacer cuanto te dije y acuérdate de mis consejos."

Respondióle el prudente Telémaco: **Me dices es- tas cosas de una manera tan benévola, como un padre a su hijo, que nunca jamás podré olvidarlas. Pero, ea, aguarda un poco, aunque tengas prisa por irte, y después que te bañes y deleites tu corazón, volve- rás alegremente a tu nave, llevándote un regalo pre- cioso, muy bello, para guardarlo como presente mío, que tal es la costumbre que suele seguirse con los huéspedes amados."

Contestóle Palas Atenea, la deidad de los claros ojos: *'No me detengas, oponiéndote a mi deseo de irme en seguida. El regalo con que tu corazón quiere obsequiarme, me lo entregarás a la vuelta para que me lo lleve a mi casa: escógelo muy hermoso y será justo que te lo recompense con otro semejante."

Diciendo así, partió Palas Atenea, la de los claros ojos: fuese la diosa, volando como un pájaro, des- pués de infundir en el espíritu de Telémaco valor y audacia, y de avivarle aún más el recuerdo de su padre. Telémaco, considerando en su mente lo ocu- rrido, quedóse atónito, porque ya sospechó que había hablado con una deidad. Y aquel varón, que parecía un dios, se apresuró a juntarse con los Pretendientes. Ante éstos, que lo oían sentados y silenciosos, canta- ba el ilustre aeda, la vuelta deplorable que Palas Ate_ nea deparaba a los aquivos cuando partieron de Troya. La discreta Penélope, hija de Icario, oyó de lo alto

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de la casa la divinal canción, que le llegaba al alma; y bajó por la larga escalera, pero no sola, pues la acompañaban dos esclavas. Cuando la divina entre las mujeres llegó adonde estaban los Pretendientes, detú- vose cabe la columna que sostenía el techo sólida- mente construido, con las mejillas cubiertas por es- pléndido velo y una honrada doncella a cada lado. Y arrasándosele los ojos de lágrimas, hablóle así al divinal aeda: **¡Femio! Pues que sabes otras mu. chas hazañas de hombres y de dioses, que recrean a los mortales y son celebradas por los aedas, cántales alguna de las mismas sentado allí, en el centro, y óiganla todos silenciosamente y bebiendo vino; pero deja ese canto triste que me angustia el corazón en el pecho, ya que se apodera de un pesar grandí- simo. jTal es la persona de quien padezco soledad, por acordarme siempre de aquel varón cuya fama es grande en la Hélade y en el centro de Argos!"

Ecplicóle el prudente Telémaco: ** ¡Madre mía! ¿Por qué quieres prohibir al amable aeda que nos divierta como su mente se lo inspire? No son los aedas los culpables, sino Zeus que distribuye sus presentes a los varones de ingenio del modo que le place. No ha de increparse a Femio porque canta la suerte aciaga de las dáñaos, pues los hombres alaban con preferencia el canto más nuevo que llega a sus oídos. Kesígnate en tu corazón y en tu ánimo a oír. ese canto, ya que no fué Odiseo el único que perdió en Troya la espe- ranza de volver; hubo otros muchos que también pere- cieron. Mas, torna ya a tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de hablar nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando de esta casa."

Volvióse Penólope, muy asombrada, a su habitación,

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LA ODISEA

revolviendo en el ánimo las discretas palabras de su hijo. Y así que hubo subido con las esclavas a lo alto de la casa, echóse a llorar por Odiseo, su caro consorte, hasta que Palas Atenea, la de los bri- llantes ojos, le difundió en los párpados el dulce sueño.

Los Pretendientes movían alboroto en la obscura sala y todos deseaban acostarse con Penélope en su mismo lecho. Mas el prudente Telémaco comenzó a decirles:

''¡Pretendientes de mi madre, que os portáis con orgullosa insolencia! Gocemos ahora del festín y cesen vuestros gritos; pues es muy hermoso escuchar a un aeda como éste, tan parecido por su voz a las pro- pias deidades. Al romper el alba, nos reuniremos en el agora para que yo os diga sin rebozo que salgáis del palacio: disi^oned otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva y recíprocamente en vuestras casas. Mas si os pareciere mejor y más acer- tado destruir impunemente los bienes de un solo hom- bre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré a los sempiternos dioses, por si algún día nos concede Zeus que vuestras obras sean castigadas, y quizás muráis en este palacio sin que nadie os vengue.*'

Así dijo; y todos se mordieron los labios, admirán- dose de que Telémaco les hablase con tanta audacia.

Pero Antínoo, hijo de Eupites, le repuso diciendo: "¡Telémaco! son ciertamente los mismos dioses quie- nes te enseñan a ser grandílocuo y a arengar con au- dacia; mas no quiera el Cronida que llegues a ser rey de Itaca, rodeada por el mar, como te correspon- de por el linaje de tu padre."

Contestóle el prudente Telémaco: "¡Antínoo! ¿Te enfadarás acaso por lo que voy a decir! Es verdad que me gustaría serlo, si Zeus me lo concediera.

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HOMERO

¿Crees por ventura que el reinar sea la peor desgra- cia para los hombres? No es malo ser rey, porque la casa del mismo se enriquece pronto y su persona se ve más honrada. Pero muchos príncipes aquivos, en- tre jóvenes y ancianos, viven en Itaca, rodeada por el mar: reine cualquiera de ellos, ya que murió el divi- no Odiseo, y yo seré señor de mi casa y de los escla- vos que éste adquirió para como botín de guerra."

Eespondióle Eurímaco, hijo de Pólibo: '*¡Telémaco! Está puesto en mano de los dioses cuál de los aqueos ha de ser el rey de Itaca, rodeada por el mar; pero sigue disfrutando de tus bienes, manda en tu pala- cio, y jamás, mientras Itaca sea habitada, venga hombre alguno a despojarte contra tu querer. Y aho- ra, óptimo Telémaco, deseo preguntarte por el hués- ped. ¿De dónde vino tal sujeto? ¿De qué tierra se glo- ría de ser? ¿En qué país se hallan su familia y su patria? ¿Te ha traído noticias de la vuelta de tu padre o ha llegado con el único propósito de cobrar alguna deuda? ¿Cómo se levantó y se fué tan rápida- mente, sin aguardar a que le conociéramos? Dado su aspecto no debe ser un miserable.'^

Contestóle el prudente Telémaco: ** ¡Eurímaco! Ya se acabó la esperanza del regreso de mi padre; y no doy fe a las noticias, vengan de donde vinieren, ni me curo de las predicciones que haga un adivino a quien mi madre llame e interrogue en el palacio. Este huésped mío lo era ya de mi padre y viene de Tafos: se precia de ser Mentes, hijo del belicoso Anquíalo y reina sobre los tafios, amantes de manejar los remos."

Así habló Telémaco, aunque en su mente había re- conocido a la diosa inmortal. Volvieron los Preten- dientes a solazarse con la danza y el deleitoso canto, y así esperaban que llegase la obscura noche. Sobre- vino ésta, cuando aún se divertían, y entonces par-

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tieron γ se acostaron en sus casas. Telémaco subió al elevado aposento que para él se había construido dentro del hermoso patio, en un lugar visible por todas partes; y se fué derecho a la cama, meditando en su espíritu muchas cosas. Acompañábale con teas encendidas en la mano, Euriclea, hija de Opos Pisenó- rida, la de los castos pensamientos; a la cual comprara Laertes en otra época, apenas llegada a la pubertad, por el precio de veinte bueyes; y en el palacio la hon- ró como a una casta esposa, pero jamás se acostó con ella a fin de que su mujer no se irritase. Aquélla, pues, alumbraba a Telémaco con teas encendidas, por ser la esclava que más le amaba y la que le había criado desde niño; y en llegando, abrió la puerta de la habitación sólidamente construida. Telémaco se sentó en la cama, desnudóse la delicada túnica y diósela en las manos a la prudente anciana; la cual, después de componer los pliegues la colgó de un clavo que había junto al torneado lecho, y de seguida salió de la estancia, entornó la puerta, tirando del anillo de plata y echó el cerrojo por medio de una correa. Y Te- lémaco, bien cubierto de un vellón de oveja, pensó toda la noche en el viaje que Palas Atenea le había aconsejado.

Sorprenden los pietendieutes a Penélope cuando está destejiendo la finísima tela. '

RAPSODIA SEGUNDA

O bien se descubrió la hija de la mañana, Eos, de sonrosa- dos dedos, el caro hijo de Odi- seo se levantó de la cama, vis- tióse, colgó del hombro la aguda espada, ató a sus nítidos pies hermosas sandalias y, seme- jante por su aspecto a un dios, salió del cuarto. En seguida mandó que los heraldos, de voz sonora, llamaran al agora a los aqueos de larga cabellera. Hízose el pregón y empezaron a reu- nirse muy prestamente. Y así que hubieron acudido y estuvieron congregados, Telémaco se fue al agora con la broncínea lanza en la mano y dos perros de ágiles pies que le seguían, adornándolo Palas Atenea

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Μ O Μ Ε Β Ο

con tal gracia divina que al verle llegar todo el pue- blo le contemplaba con asombro, y se sentó en la silla de su padre, pues le hicieron lugar los ancianos.

Fué el primero en arengarles el héroe Egiptio, que ya estaba encorvado de vejez y sabía muchísimas cosas. Un hijo suyo muy amado, el belicoso Antifo, había ido a Ilion, la de los hermosos corceles, en las cóncavas naves del divino Odiseo; y el feroz Cíclo- pe lo mató en la excavada gruta e hizo del mismo la última de aquellas cenas. Otros tres tenía el ancia- no— uno Eurínomo, hallábase con los Pretendientes, y los demás cuidaban los campos de su padre , mas no por eso se había olvidado de Antifo y por el lloraba y se afligía, ügiptio, pues, les arengó, derramando lágrimas, y les dijo de esta suerte:

**Oíd, itacenses, los que os voy a decir. Ni una sola vez fué convocada nuestra agora, ni en ella tu- vimos sesión desde que el divino Odiseo partió en las cóncavas naves. ¿Quién al presente nos reúne? ¿Es joven o anciano aquél a quien le apremia una necesi- dad tan grande? ¿Eecibió alguna noticia de que el ejército vuelve y desea manifestarnos públicamente lo que supo antes que otros? ¿O quiere exponer o decir algo que interesa al pueblo? Paréceme que debe de ser un varón honrado y proficuo. Cúmplale Zeus, llevándolo a feliz término, lo que en su espíritu re- vuelve. ' '

Así les habló. Holgóse del presagio el dilecto hijo de Odiseo, que ya no permaneció mucho tiempo senta- do: deseoso de arengarles, se levantó en medio del agora y el heraldo Pisenor, que sabía dar prudentes consejos, le puso el cetro en la mano. Telémaco, diri- giéndose primeramente al viejo, se expresó de esta guisa :

*'¡0h anciano! No está lejos ese hombre y ahora

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L ± ODISEA

sabrás que quien ha reunido al pueblo fui yo, que me hallo sumamente afligido. Ninguna noticia recibí de la vuelta del ejército, para que pueda manifestaros pú- blicamente lo que haya sabido antes que otros y tampoco quiero exponer ni decir cosa alguna que inte- rese al pueblo: trátase de un asunto particular mío, de la doble cuita que se entró por mi casa. La una es que perdí a mi excelente progenitor, el cual reina- ba sobre vosotros con la suavidad de un padre; la otra, la actual, de más importancia todavía, pronto des- truirá mi casa y acabará con toda mi hacienda. Los Pretendientes de mi madre, hijos queridos de los va- rones más señalados de este país, la asedian a pesar suyo y no se atreven a encaminarse a la casa de Icario, su padre, para que la dote y la entregue al que él quiera y a ella le plazca; sino que, viniendo todos los días a nuestra morada nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran banquetes, be- ben locamente el rojo vino, y así se consumen muchas cosas, porque no tenemos un hombre como Odiseo, que fuera capaz de librar a nuestra casa de tal ruina. No me encuentro yo en disposición de realizarlo sin du- da he de ser débil y ha de faltarme el valor marcial que ya arrojaría esta calamidad si tuviera bríos suficientes, porque se han cometido acciones intolera- bles y mi casa se pierde de la peor manera. Parti- cipad vosotros de mi indignación, sentid vergüenza an- te los vecinos circunstantes y temed que os persiga la cólera de los dioses irritados por las malas obras. Os lo ruego, por Zeus Olímpico y por Temis, la cual di- suelve y reúne las ágoras de los hombres: no prosi- gáis, amigos míos; dejad que padezca a solas la triste pena; a no ser que mi padre, el excelente Odiseo, haya querido mal y causado daño a los aqueos de hermosas grebas y vosotros ahora, para vengaros en

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HOMERO

mí, me queráis mal y me causéis daño, incitando a éstos. Mejor fuera que todos juntos devorarais mis inmuebles y mis rebaños, que si tal hiciereis quizás algún día se pagaran, pues iría por la ciudad recon- viniéndoos con palabras y reclamándoos los bienes hasta que todos me fuesen devueltos. Mas ahora, las penas que a mi corazón inferís, son incurables."

Así dijo encolerizado; y brotándole las lágrimas, arrojó el cetro en tierra. Movióse a piedad el pueblo, y todos callaron; sin que nadie se atreviese a contes- tar a Telémaco con ásperas palabras, salvo Antínoo, que respondió diciendo:

''¡Telémaco elocuente, incapaz de moderar tus ím- petus! ¿qué has dicho para ultrajarnos? deseas cu- brirnos de baldón. Mas la culpa no la tienen los aqueos que pretenden a tu madre, sino ella, que sabe proceder con gran astucia. Tres años van con éste, y pronto llegará el cuarto, que juega con el corazón de los aquivos. A todos les da esperanza, y a cada uno en particular le hace promesas y le envía mensajes; pero son muy diferentes los pensamientos que en su inteligencia revuelve. Y aún discurrió su espíritu este otro engaño: se puso a tejer en el palacio una gran tela sutil e interminable, y al instante nos habló de esta guisa: ¡Jóvenes Pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo no sea que se me pier- dan inútilmente los hilos , a fin de que tenga sudario el héroe Laertes en el momento fatal de la aterradora muerte. ¡No se me vaya a indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos bienes! Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche tan luego como se alumbraba con las antorchas,

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LA ODISEA

deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el en- gaño y que sus palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio; mas, así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las estaciones, nos lo reveló una de las mujeres, que conocía muy bien lo que pasa- ba, y sorprendimos a Penélope destejiendo la espléndi- da tela. Así fué como, mal de su grado, se vio en la necesidad de acabarla. Oye, pues, lo que te responden los Pretendientes, para que lo sepa tu espíritu y lo sepan también los aqueos todos. Haz que tu madre vuelva a su casa, y ordénale que tome por esposo a quien su padre le aconseje y a ella le plazca. Y si atormentare largo tiempo a los aqueos, confiando en las dotes que Palas Atenea le otorgó en tal abundan- cia, ser diestra en labores primorosas, gozar del buen juicio, y valerse de astucias que jamás hemos oído decir que conocieron las anteriores aquivas Tiro, Ale- mena y Micene, la de hermosa diadema, pues ninguna concibió pensamientos semejantes a los de Penélope no se habrá decidido por lo más conveniente, ya que tus bienes y riquezas serán devorados mientras siga con el propósito que los dioses le infundieron en el pecho. Ella ganará ciertamente mucha fama, pero a ti te quedará tan sólo la añoranza de los copiosos bienes que hayas poseído; y nosotros ni tornaremos a nuestros negocios, ni nos llegaremos a otra parte, hasta que Penélope no se haya casado con alguno de los aqueos."

Contestóle el prudente Telémaco: ''¡Antínool No es razón que eche de mi casa, contra su voluntad, a la que me dio el ser y me ha criado. Mi padre quizás esté vivo en otra tierra, quizás haya muerto; pero me será gravoso haber de restituir a Icario muchísi- mas cosas si voluntariamente las envío a mi madre. Y entonces no sólo padeceré infortunios a causa de

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Ε o ME R O

la ausencia de mi padre, sino que los dioses me cau- sarán otros; pues mi madre, al salir de la casa, im- precará a las diosas Erinnas, y caerá sobre la indignación de los hombres. Jamás, por consiguiente, daré yo semejante orden. Si os indigna el ánimo lo que ocurre, salid del palacio, disponed otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva y re- cíprocamente en vuestras casas. Pero si os parece mejor y más acertado destruir impunemente los bienes de un solo hombre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré a los sempiternos dioses por si algún día nos concede Zeus que vuestras obras sean catigadas y quizás muráis en este palacio sin que nadie os vengue. ' '

Así habló Telémaco; y el longividente Zeuz envió- le dos águilas que echaron a volar desde la cumbre de un monte. Ambas volaban muy juntas^ con las alas extendidas, y tan rápidas como el viento; y al hallarse en medio de la ruidosa agora, giraron veloz- mente, batiendo las tupidas alas, miráronles a todos a la cabeza como presagio de muerte, desgarráronse con las uñas la cabeza y el cuello, y se lanzaron hacia la derecha por cima de las casas y a través de la ciudad. Quedáronse todos los presentes muy admirados de ver con sus propios ojos las susodichas aves, y meditaban en su espíritu qué fuera lo que tenía que suceder; -cuando el anciano héroe Haliterses Mastórida, el único que se señalaba sobre los de su edad en co- nocer los augurios y explicar las cosas fatales, les arengó con benevolencia, diciendo:

'Oíd, itacenses, lo que os voy a decir, aunque he de referirme de un modo especial a los Pretendientes. Grande es el infortunio que a éstos les amenaza, porque Odiseo no estará mucho tiempo alejado de los suyos, sino que ya quizás se halla cerca y les apareja a

LA ODISEA

todos la muerte y el destino; y también les ha de venir daño a muchos de los que moran en Itaca, que se ve de lejos. Antes de que así ocurra, pensemos cómo les haríamos cesar de sus demasías, o cesen es- pontáneamente, que fuera lo más provechoso para ellos mismos. Pues no lo vaticino sin saberlo, sino muy enterado; y os aseguro que al héroe se le ha cumplido todo lo que yo declarara, cuando los argi- vos se embarcaron para Ilion y fuese con ellos el ingenioso Odiseo. Díjele entonces que, después de pasar muchos males y de perder sus compañeros, tor- naría a su patria en el vigésmo año sin que nadie le conociera; y ahora todo se va cumpliendo."

Eespondióle Eurímaco, hijo de Pólibo: **¡0h an- ciano I Vuelve a tu casa y adivínales a tus hijos lo que quieras, a fin de que en lo porvenir no padezcan ningún daño; mas en estas cosas yo vaticinar harto mejor que mismo. Muchas aves se mueven de- bajo de los rayos del sol, pero no todas son agoreras; Odiseo murió lejos de nosotros, y debieras haber perecido con él, y así no dirías tantos vaticinios ni incitarías al irritado Telémaco, esperando que mande algún presente a tu casa. Lo que ahora voy a decir se cumplirá: si tú, que conoces muchas cosas anti- quísimas, engañares con tus palabras a ese hombre más mozo y le incitares a que permanezca airado, primeramente será mayor su aflicción, pues no por las predicciones le será dable proceder de otra suerte; y a ti, oh anciano, te impondremos una multa para que te duela el pagarla y te cause grave pesar. Yo mismo, delante de todos vosotros, daré a Telémaco un con- sejo: ordene a su madre que torne a la casa paterna y allí le dispondrán las nupcias y le aparejarán una dote tan cuantiosa como debe llevar una hija amada. No ereo que hasta entonces desistamos loe jóvenes

HOMBRO

aquivos de nuestra laboriosa pretcnsión, porque uo tememos absolutamente a nadie, ni siquiera a Telé- maco a pesar de su facundia; ni nos curamos de la mala profecía que nos haces y por la cual has de sernos aún más odioso. Sus bienes serán devorados de la peor manera, como hasta aquí, sin que jamás se le indemnice, en cuanto a Penélope entretenga a los aqueos con diferir la boda. Y nosotros, esperando día tras día, competiremos unos con otros por sus eximias prendas, y no nos dirigiremos a otras muje- res que nos pudieran convenir para casarnos."

Contestóle el prudente Telémaco: '*¡Eurímaeo y cuantos sois ilustres Pretendientes! No os he de supli- car ni arengar acerca de esto, porque ahora ya están enterados los dioses y los aqueos todos. Mas, ea, pro- porcionadme una embarcación muy velera y veinte compañeros que me abran camino acá y allá del Ponto. Iré a Esparta y a la arenosa Pilos, a pregun- tar por el regreso de mi padre, cuya ausencia se hace ya tan larga; y quizás algún mortal me hablará del mismo o llegará a mis oídos la fama que procede de Zeus y es la que más difunde la gloria de los hom- bres. Si oyere decir que mi padre vive y ha de vol- ver, lo sufriré todo un año más, aunque estoy afligi- do; pero si me participaren que ha muerto y ya no existe, retornaré sin dilación a la patria, le erigiré un túmulo, le haré las muchas exequias que se le deben y a mi madre le buscaré un esposo."

Cuando así hubo hablado, tomó asiento. Entonces levantóse Mentor, el amigo del preclaro Odiseo éste, al embarcarse, le había encomendado su casa entera para que los suyos obedeciesen al anciano y él se lo guardara todo y lo mantuviese en pie y benévolo les arengó de este modo:

**Oíd, itacenses, lo que os voy a decir. Ningún rey

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L Á ODISEA

que empuñe cetro, sea benigno, ni blando, ni suave, ui ocupe la mente en cosas justas; antes, al contrario, obre siempre con crueldad y lleve a cabo acciones nefandas; ya que nadie se acuerda del divino Odiseo, entre los ciudadanos sobre los cuales reinaba con la suavidad de un padre. Y no aborrezco tanto a los or- gullosos pretendientes por la violencia con que proce- den, llevados de sus malos propósitos, pues si devo- ran la casa de Odiseo, ponen a ventura sus cabezas y creen que el héroe ya no ha de volver, como me indigno contra la restante población, al contemplar que permanecéis sentados y en silencio, sin que inten- téis, sin embargo de ser tantos, refrenar con vues- tras palabras a los Pretendientes que son pocos/'

Eespondióle Leócrito Evenórida: ** ¡Mentor, per- verso θ insensato! ¡Qué dijiste! ¡Incitarles a que nos hagan desistir! Dificultoso les sería y hasta a un nú- mero mayor de hombres, luchar con nosotros para privarnos de los banquetes. Pues si el mismo Odiseo de Itaca, viniendo en persona, encontrase a los ilus- tres Pretendientes comiendo en el palacio y resolvie- ra en su corazón echarlos de su casa, no se alegraría su esposa de que hubiera vuelto, aunque mucho lo desea, porque allí mismo recibiría el héroe indigna muerto si osaba combatir con tantos varones. En verdad que no has hablado como debías. Mas, ea, se- peraos y volved a vuestras ocupaciones. Mentor y Aliterses, que siempie han sido amigos de Telémaco por su píidre, le animarán para que emprenda el v:a- je; pero se me figura que, permaneciendo quieto du- rante mucho tiempo, oirá en Itaca las noticias que vengan y jamás realizará su propósito.'*

Así dijo, y al punto disolvió el agora. Dispersá- ronse todos para volver a sus respectivas easas y los

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Β o ME R O

Pretendientes enderezaron su camino a la morada del divino Odiseo.

Telémaco se alejó hacia la playa y, después de la- A^arse las manos en el espumoso mar, oró a Palas Ate- nea, diciendo:

** ¡Óyeme, oh numen que ayer viniste a mi casa y me ordenaste que fuese en una nave por el obscuro mar en busca de noticias del regreso de mi padre cuya ausencia se hace ya tan larga! A todo se oponen los aqueos y en especial los en mal hora ensober- becidos Pretendientes."

Tal fué su plegaria. Acercósele Palas Atenea, que había tomado el aspecto y la voz de Mentor, y le dijo estas aladas palabras:

''¡Telémacol No serás en lo sucesivo ni cobarde ni imprudente, si has heredado el buen ánimo que tu padre tenía para llevar a su término acciones y pala- bras; si así fuere, el viaje no te resultará vano, ni 'quedará por hacer. Mas, si no eres hijo de aquél y de Penélope, no creo que llegues a realizar lo que an- helas. Contados son los hijos que se asemejan a sus padres, los más salen peores, y solamente algunos los aventajan. Pero tú, como no serás en lo futuro ni cobarde ni imprudente, ni te falta del todo la inte- ligencia de Odiseo, puedes concebir la esperanza de dar fin a tales obras. No te preocupes, pues, por lo que resuelvan o mediten los insensatos Pretendien- tes; que éstos ni tienen cordura ni practican la justicia, y no saben que se les acerca la muerte y el negro hado para que todos acaben en un mismo día. Ese viaje que deseas emprender, no se diferirá largo tiempo: soy tan amigo tuyo por tu padre, que apa- rejaré una velera naAre y me iré contigo. Vuelve a tu •asa, mézclate con los pretendientes y ordena que 90 dispongan provisiones en las oportunas vasijas,

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echando el vino en ánforas γ la harina, que es la sustentación de los hombres, en fuertes pellejos; y mientras tanto juntaré, recorriendo la población, a los que voluntariamente quieran acompañarte. Mu- chas naves hay, entre nuevas y viejas, en Itaca, ro- deada por el mar: después de ojearlas, elegiré para ti la que sea mejor y luego que esté equipada la bo- taremos al anchuroso ponto. '^

Así habló Palas Atenea, hija de Zeus; y Telémaco no demoró mucho tiempo después que hubo escu- chado la voz de la deidad. Fuese a su casa con el corazón afligidOj y halló a los soberbios pretendientes que desollaban cabras y asaban puercos cebones en el recinto del patio. Entonces Antínoo, riéndose salió al encuentro de Telémaco, le tomó la mano y le dijo estas palabras:

''¡Telémaco elocuente, incapaz de moderar tus ím- petus! No revuelvas en tu pecho malas acciones o palabras, y come y bebe conmigo como hasta aquí lo hiciste. Y los aqueos te prepararán todas aquellas cosas, una nave y remeros escogidos para que muy pronto vayas a la divina Pilos en busca de nuevas de tu ilustre padre."

Eeplicóle el prudente Telémaco: ''¡Antinool No es posible que yo permanezca callado entre vosotros tan soberbios y coma y me regocije tranquilamente. ¿Aca- so no basta que los Pretendientes me hayáis destruido muchas y excelentes cosas, mientras "fui muchacho? ahora que soy hombre y lo que ocurre, escuchando lo que los demás dicen, y crece en mi pecho el áni- mo, intentaré daros la muerte, sea acudiendo a Pilos, sea aquí en esta población. Pasajero me iré y no será infructuoso el viaje de que hablo pues no ten- go nave ni remadores; que sin duda os pareció más convenient• que así fuera."

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HOMERO

Dijo, 7 desasió su mano de la de Antínoo. Los Pretendientes, que andaban preparando el banquete dentro de la casa, se mofaban de Telémaco y le za- herían con palabras. Y uno de aquellos jóvenes so- berbios habló de esta manera:

**Sin duda piensa Telémaco cómo darnos muerte: traerá valedores de la arenosa Pilos o de Esparta, ¡tan vehemente es su deseo!, o quizá se proponga ir a la fértil tierra de Efira para llevarse drogas mortí- feras y echarlas luego en la crátera, a fin de acabar con todos nosotros."

Y otro de los jóvenes soberbios repuso acto con- tinuo: "¿Quién sabe si, después de partir en el cón- cavo bajel, morirá lejos de los suyos vagando como Odiseo? Mayor fuera entonces nuestro trabajo, pues repartiríamos todos sus bienes y daríamos esta casa a su madre y a quien la desposara para que en común la poseyesen.*'

Así decían. Telémaco bajó a la anchurosa y elevada cámara de su padre, donde había montones de oro y de bronce, vestiduras guardadas en arcas y gran co- pia de odorífero aceite. Allí estaban las tinajas del dulce vino añejo, repletas de bebida pura y divinal, y arrimadas ordenadamente a la pared; por si algún día volviese Odiseo a su casa, después de haber pade- cido multitud de pesares. La puerta tenía dos hojas sólidamente adaptadas y sujetas por la cerradura; y junto a ella hallábase de día y de noche, custodián- dolo todo tan precavidamente, una despensera: Eu- riclea, hija de Opos Pisenórida. Entonces Telémaco la llamó a la estancia y le dijo:

*'lAma! Vamos, ponme en ánforas dulce vino, el que sea más suave después del que guardas para aquel infeliz, esperando siempre que torne Odiseo, de divine linaje; por haberse librado de la muerte y de las Keree.

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Llena doce odree y aiérralos eoa eui tapadera!. Aparta también veinte medidas de harina de trigo, y échalas en pellejos bien cocidos. sola lo sepas, Esté todo apartado y junto, y vendré a tomarlo al anochecer, así que mi madre se vaya arriba a reco- ger. Quiero hacer un viaje a Esparta y a la arenosa Pilos, por si logro oír o averiguar algo del regreso de mi padre."

Así habló. Echóse a llorar su ama Euriclea y, suspirando, dijo estas aladas palabras•.

*'¡Hijo amado! ¿Cómo te ha venido a las mientes tal propósito? ¿Dónde quieres ir por apartadas tie- rras, siendo unigénito y tan querido? Odiseo, el de divino linaje, murió lejos de la patria, en un pueblo ignoto. Así que partas, éstos maquinarán cosas ini- cuas para darte muerte con algún engaño y repartirse después todo lo tuyo. Quédate aquí cerca de tus bie- nes; que nada te obliga a padecer infortunios yendo por el estéril ponto, ni a vagar de una parte a otra."

Contestó el prudente Telémaco: ** Tranquilízate, ama, que esta resolución no se ha tomado sin que un dios lo quiera. Pero júrame que nada dirás a mi madre hasta que transcurran once o doce días, o hasta que sienta deseos de mirarme, o haya oído decir que partí; para evitar que llore y dañe así su hermoso cuerpo."

Tal dijo; y la anciana prestó el solemne juramento de los dioses. En acabando de jurar, ella, sin perder un instante, llenó con vino los odres y echó la ha- rina en pellejos bien cosidos; y Telémaco volvió a subir y se juntó con los pretendientes.

Entonces Atenea, la deidad de los ojos grandes, or- denó otra cosa. Tomó la figura de Telémaco, recorrió la ciudad, habló con distintos varones y les encargó

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π o Μ ERO

que al anochecer se reunieran junto al barco. Pidió tam- bién una velera nave al hijo preclaro de Fronio, a Noemón, γ éste se la cedió gustoso.

Púsose el sol y las tinieblas llenaron todos los ca- minos. En aquel instante la diosa echó al mar la ligera embarcación y colocó en la misma cuantos aparejos llevan las naves de muchos bancos. Condújola después a una extremidad del puerto, juntáronse muchos y ex- celentes compañeros, y Palas Atenea los alentó a todos.

Entonces Atenea, la deidad de los ojos zarcos, or- denó otra cosa. Fuese al palacio del divino Odiseo, in- fundióles a los Pretendientes dulces sueños, les en- torpeció la mente en tanto que bebían, e hizo que las copas les cayeran de las manos. Se apresuraron todos a irse por la ciudad y acostarse, pues no estu- vieron mucho tiempo sentados desde que el sueño les cerró los párpados. Y Atenea, la de los claros ojos, que había tomado la figura y la voz de Mentor, dijo a Télemaco después de llamarlo afuera del palacio.

"¡Telémaco! Tus compañeros, de hermosas grebas, ya se han sentado en los bancos para remar, y sólo esperan tus órdenes. Vamonos y no tardaremos en co- menzar el viaje."

Cuando así hubo hablado, Palas Atenea echó a an- dar aceleradamente, y Telémaco fué siguiendo las pi- sadas de la diosa. Llegaron a la nave y al mar, y hallaron en la orilla los compañeros de larga cabellera. Y el esforzado y divino Telémaco habló, diciéndoles:

"Venid, amigos, y traigamos los víveres; que ya es- tán dispuestos y apartados en el palacio. Mi madre nada sabe, ni las criadas tampoco; a excepción de una, que es la única persona a quien se lo he dicho.'*

Cuando así hubo hablado, se puso en camino y los demás le siguieron. En seguida se lo llevaron todo y lo cargaron en la nave de muchos bancos, como el

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LA ODISEA

amado hijo de Odiseo lo ordenara. Después embarcóse Telémaco, precedido por Atenea que tomó asiento en la popa, y él a su lado, mientras los compañeros quitaban las amarras y se acomodaban en los bancos. Atenea, la ojizarca, envióles próspero viento, el fuerte céfi- ro, que resonaba por el vinoso ponto. Telémaco ex- hortó a sus compañeros, mandándoles que apare- jasen la jarcia, y su amonestación fué atendida. Izaron el mástil de abeto; lo metieron en el travesano, lo ataron con las cuerdas, y al instante descogieron la blanca vela con correas bien torcidas. Hinchó el vien- to la vela, y las purpúreas olas resonaron a los lados de la quilla, mientras la nave corría siguiendo su rum- bo. Así que hubieron atado los aparejos a la veloz nave negra, levantaron cráteras rebosantes de vino e hicieron libaciones a los sempiternos, inmortales dio- ses y especialmente a la hija de Zeus, la de los claros ojos. Y la nave siguió su rumbo toda la noche y la siguiente aurora.

Néstor ha reconocido a Palas Atenea, al partir esta diosa, y le ofrece un sacrificio.

RAPSODIA TERCERA

A el sol desamparaba el hermo- sísimo lago, subiendo al bron- cíneo cielo para alumbrar a los inmortales dioses y a los hom- bres mortales sobre la fértil tie- rra, cuando Telémaco y los suyos llegaron a Pilos, la bien cons- truida ciudad de Neleo, y halla- ron en la orilla del mar a los habitantes, que inmolaban toros de negra piel al que sacude la tierra, al dios de cerúlea cabellera. Nueve asientos había, y en cada uno estaban sentados quinientos hombres y se sacri- ficaban nueve toros. Mientras los pillos quemaban los muslos para el dios, después de probar las entrañas, los de Itaca tomaron puerto, amainaron las velas de

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Η O Μ Ε R C

la bien proporcianada nave, ancláronla y saltaron a tierra. Telémaco desembarcó, precedido por Atenea. Y la deidad de los claros ojos, rompió el silencio con estas palabras:

** ¡Telémaco! Ya no te cumple mostrar vergüenza en cosa alguna, habiendo atravesado el ponto con el fin de saber noticias de tu padre: cuál tierra lo tiene oculto y qué suerte le lia cabido. Ea, ve directamente a Néstor, domador de caballos, y sepamos qué guarda allá en su pecho. Ruégale mismo que sea veraz, y no mentirá porque es muy sensato."

Eepuso el prudente Telémaco: *' ¡Mentor! ¿Cómo quieres que yo me acerque a él, cómo puedo ir a sa- ludarle? Aun no soy práctico en hablar con discreción y me da vergüenza que un joven interrogue a un an- ciano."

Di jóle Atenea, la diosa de los claros ojos: "¡Te- lémaco I Discurrirás en tu mente algunas cosas y un numen te sugerirá las restantes, pues no creo que tu nacimiento y tu crianza hayan sido contra la volun- tad de los dioses."

Cuando así hubo hablado, Palas Atenea caminó a buen paso y Telémaco fué siguiendo las pisadas de la diosa. Llegaron adonde estaban en junta los va- rones pillos: allí se había sentado Néstor con sus hijos y a su alrededor los compañeros preparaban el banquete, ya asando carne, ya pasándola en los asa- dores. Y apenas vieron a los huéspedes, adelantáronse todos juntos, los saludaron con las manos y les invita- ron a sentarse. Pisístrato Kestórida fué el primero que se les acercó, y asiéndolos de la mano, los hizo sentar para el banquete en unas blandas pieles, so- bre la arena del mar, junto a su hermano Trasimedes y su propio padre. En seguida dióles parte de las entrañas, echó vino en una copa de oro y, ofrecién-

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LA O D ι i^ Ε A

dosela a Palas Atenea, hija de Zeus que lleva la égida, así le dijo: ''Eleva tus preces, ¡huésped mío! al so- berano Poseidón, ya que al llegar acá os habéis en- contrado con el festín que a él ofrecemos. Mas tan pronto como hicieres la libación y hubieres rogado, como es justo, pasa la copa de dulce vino a tu com- pañero para que lo libe también, pues imagino que invocará asimismo a los inmortales; que todos los hombres están necesitados de las deidades. Pero a causa de ser el más joven debe de tener mis años te doy primero a ti la áurea copa."

Dijo, y le puso en las manos la copa de dulce vino. Atenea holgóse de ver la prudencia y la equidad del varón que le ofrecía la copa de oro a ella antes que a Telémaco. Y al punto hizo muchas súplicas al so- berano Poseidón:

''¡Óyeme, Poseidón, que circundas la tierral No te niegues a llevar a término lo que ahora te pedimos. Ante todo llena de gloria a Néstor y a sus vastagos; da a los pilios, grata recompensa por tan señalada he- catombe, y concede también que Telémaco y yo ten- gamos feliz regreso, después de realizar la obra que nos movió a cruzar el Ponto en la rápida y negra nave.'^

Tal fué su ruego, y ella misma cumplió lo que aca- baba de pedir. Entregó en seguida la hermosa copa doble a Telémaco, y el caro hijo de Odiseo oró de semejante manera. Asados ya los cuartos delante- ros, retiráronlos, dividiéronlos en partes y celebraron un gran banquete. Y cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Néstor, el caballero Gere- nio, comenzó a decirles:

*'Esta es la ocasión más oportuna para interrogar a los huéspedes e inquirir quiénes son, ahora que se han saciado de comida: ¡Forasteros! ¿Quiénes sois?

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JI Θ Μ ¿ι R Φ

jD• dónde llegásteie, navegando por loi húmedo• ••- minos? ¿Venís por algún negocio o andáis por el mar, a la ventura, como los piratas que exponiendo su vida, llevan la desgracia a los hombres de extrañas tierras? El prudente Telémaco, alentado porque Atenea había infundido la audacia en su corazón, para que preguntara por el ausente padre y adquiriese gloriosa fama entre los hombres, repuso:

"¡Oh Néstor Neleida, gloria insigne de los aqueosl Preguntas de dónde somos, y yo te lo diré. Venimos dp Itaca, situada al pie del Neyo, y el negocio que nos trae no es público, sino particular. Ando en pos de la gran fama de mi padre, por si oyere hablar del divino y paciente Odiseo; que un tiempo, a lo que dicen, destruyó la ciudad troyana combatiendo a tu lado. De todos los que guerrearon contra los teneros, sabemos dónde padecieron deplorable muerte; pero el Cronida ha querido que la de Odiseo sea ignorada: nadie puede decirnos claramente dónde- pereció, ni si ha sucumbido en el continente, por mano de enemigos, o en el piélago, entre las ondas de Anfitrite. Por eso he venido a abrazar tus rodillas, por si quisieras con- tarme cuál fué su triste muerte, ora la hayas visto con tus ojos, ora te la haya relatado algún peregrino. I Jamás madre alguna dio vida a hombre más desgra- ciado! Y nada por respeto y compasión atenúes, al contrario, entérame bien de lo que hayas visto. Yo te ruego: si mi padre, el noble Odiseo, te cumplió algún día la palabra que te hubiese dado, o llevó a tér- mino una acción que te hubiera prometido, allá en el pueblo de los troyanos donde tantos males padecisteis los aquivos, acuérdate de ellos y dime la verdad de lo que te pregunto.*'

Eespondió Néstor, el caballero Gerenio: *'¡0h ami- go! Me traes a la memoria las calamidades que en

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aquel pueblo sufrimos los aqueos, indomables por el valor, unas veces vagando en las naves por el som- brío ponto, hacia donde nos llevara Aquiles en busca de botín, y otras combatiendo alrededor de la gran ciudad del rey Príamo. Allí recibieron la muerte los mejores guerreros; allí yace el valeroso Ayax; allí, Aquiles; allí, Patroclo, semejante a los dioses en el consejo; allí, mi amado hijo, fuerte y eximio, Antí- íoro, muy veloz en el correr y buen guerrero. Paae- cimos infortunios sin cuento. ¿Cuál de los mortales hombres podría referirlos? Aunque deteniéndote cin- co o seis añas, te ocuparas en preguntar cuántos ma- les padecieron allá los divinos aqueos, no te fuera posible saberlos todos, y antes de llegar al término, cansado te irías a tu patria tierra. Nueve años estuvi- mos urdiendo cosas malas contra ellos y rodeándolos de acechanzas de toda suerte, y apenas si entonces puso fin el Cronida a nuestros trabajos. No hubo nadie que en prudencia igualase al divino Odiseo, tu padre, que entre todos descollaba por sus ingeniosos ardides, si verdaderamente eres su hijo, pues me he que- dado atónito al contemplarte. Semejantes son tus pa- labras a las suyas y no se creería que un joven pudie- ra hablar con tanta prudencia. Nunca Odiseo y yo estuvimos discordes al hablar en la agora o en la junta; sino que, teniendo el mismo ánimo, aconsejá- bamos con inteligencia y prudente decisión a los ar• givos para que todos fuesen de la mejor manera. Mas después de haber destruido la excelsa ciudad de Pría- mo, nos embarcamos en las naves y una deidad dis- persó a los aqueos. Zeus tramó en su mente que fuese luctuosa la vuelta de los argivos, acaso porque no todos habían sido sensatos y justos, y a causa de elle les vino a muchos una funesta suerte por la cólera de la diosa de los claros ojos, hija del padre prepotente,

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HOMERO

la cual suscitó entre ambos Atridas una gran con- tienda. Llamaron al agora a los argivos, pero te- meraria e inoportunamente al ponerse Helios fué y todos comparecieron cargados de vino, y expusieron la razón de haber congregado al pueblo. Menelao exhortó a todos los aqueos a que pensaran en volver a la patria por el ancho dorso del mar; mas esto des- plugo a Agamenón, pues quería detener al pueblo y aplacar con sacras hecatombes la terrible cólera de Atenea. ¡Oh insensato! ¡No alcanzaba que no habría de convencerla, porque no tienen mudanza las deci- siones de los sempiternos dioses. Así ambos, después de altercar con duras palabras, seguían en pie; y los aqueos de hermosas grebas, se levantaron producién- dose un vocerío inmenso, porque el parecer de uno y otro de los capitanes tenían sus partidarios, Aquella noche la pasamos meditando graves propósitos los unos contra los otros, pues ya Zeus nos aparejaba fu- nestas calamidades. Al llegar la aurora, echamos las naves al mar divino y embarcamos nuestros bienes y las mujeres de hermoso cuerpo. La mitad del pueblo se quedó allí con el Atrida Agamenón, pastor de hom- bres; y los demás nos hicimos a la mar, pues un nu- men calmó el ponto, que abunda en monstruos. ISTo bien llegamos a Ténedos, ofrecimos sacrificios a los dioses con el anhelo de tornar a nuestros hogares; pero Zeus tenía otra cosa ordenada y suscitó ¡oh cruel!, una nueva discordia entre nosotros. Y los que acom- pañaban a Odiseo, rey prudente y sagaz, se volvieron en los corvos bajeles para complacer nuevamente a Agamenón Atrida. Pero yo, con las naves que juntas me seguían continué el viaje, porque comprendí que alguna divinidad meditaba causarnos daño. Huyó también con los suyos el belicoso hijo de Tideo, traa 4€ incitarlos a que lo siguieran; y reuniósele má•

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LA ODISEA

tarde el rubio Meuelao, el cual nos encontró en Les- bos, mientras deliberábamos acerca de la larga nave- gación que nos esperaba, a saber, si pasaríamos por cima de la escabrosa Qiiíos liacia la isla de Psiria, para dejar esta última a la izquierda, o por debajo de la primera a lo largo del ventoso Mimas. Supli- camos a la divinidad que nos mostrase alguna señal y nos la dio ordenándonos que atravesáramos el pié- lago con rumbo a la Eubea a fin de que huyéramos lo antes posible del infortunio venidero. Comenzó a soplar un ronco viento, y las naves, surcando con gran celeridad el camino abundante en peces, llegaron por la noche a Geresto: allí ofrecimos a Poseidón gran número de muslos de toro por la feliz travesía del dilatado piélago. Ya era el cuarto día cuando los compañeros de Diomedes Tideida, domador de caballos, se detuvieron en Argos con sus bien propor- cionadas naves; pero yo tomé la ruta de Pilos y nunca me faltó el viento desde que un dios fué servido de que soplara. Así vine, hijo querido, sin saber nada, ignorando cuáles aqueos se salvaron y cuáles pere- cieron. Mas, cuanto referir desde que torné a mi palacio, lo sabrás ahora, como es justo; que no debo ocultarte nada. Dicen que han llegado bien los vale- rosos mirmidones a quienes conducía el hijo ilustre del magnánimo Aquiles; que asimismo aportó con feli- cidad Filoctetes, hijo preclaro de Peantio; y que Ido- meneo llevó a Creta todos sus compañeros que esca- paron de los combates, sin que el mar le quitara ni uno solo. Del Atrida, vosotros mismos habréis oído contar, aunque vivís tan lejos, cómo vino y cómo Egisto le aparejó una deplorable muerte. Pero de lamentable modo hubo de pagarlo. ¡Cuan bueno es para el que muero dejar un hijo! Así Orestes se ha vengado del matador de su padre, del doloso Egidto,

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Η o Μ É É, ύ

que le había muerto a su ilustre progenitor. También tú, amigo, ya que veo que eres gallardo j de elevada estatura, fuerte para que los venideros te elogien."

El prudente Telémaco le repuso: '* ¡Néstor Neleida, gloria insigne de los aqueos! Orestes tomó venganza con justicia y los aquivos difundirán su excelsa gloria y los hombres venideros se ocuparán en su fama. ¡Hubiéranme concedido los dioses bríos bastantes para castigar la penosa soberbia de los pretendientes, que me insultan, maquinando inicuas acciones I Mas los dioses no nos otorgaron tamaña ventura ni a mi padre ni a mí, y fuerza es conformarse con el destino ad- verso. ' '

Néstor, el caballero Gerenio, le repuso: "|0h amigo! Ya que me recuerdas lo que has contado, afirman que son muchos los que, pretendiendo a tu madre, cometen a despecho tuyo acciones inicuas en el palacio. Dime si te sometes voluntariamente o te odia quizás la gente del pueblo a causa de lo revelado por un dios. ¿Quién sabe si algún día castigará esa iniquidad tu propio padre, viniendo solo o juntamente con todos los aqueos? Ojalá Atenea, la de los ojos zarcos, te quisiera como en otro tiempo lo hizo con el glorioso Odiseo en el sitio de Troya, donde los aqueos padeci- mos tantos males que nunca que los dioses amasen tan manifiestamente a ninguno como a él le asistía Palas Atenea pues si de semejante modo la diosa quisiera distinguirte y protegerte, bien pronto olvi- darían los Pretendientes, uno a uno, su deseo de boda.*»

El prudente Telémaco replicóle: '*iOh anciano! no pero que se realice lo que auguras. Es muy grande 10 que dijiste, y me tienes pasmado, mas no espero que tales cosas se cumplan, aunque así lo quieran lo• ínJsmoB diosea.'*

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L A O D 1 Ε Λ.

Díjole Atenea, la deidfd de los ojos claros: *'¡Teié- maco! Qué palabras acaban de proferir tus labios I Páeil P5 a un dios cuando lo quiere, salvar a un hom- bre por lejano que se halle. Y yo preferiría resti- tuirle a mi casa γ ver lucir el día de la vuelta, ha- biendo pasado muchos males, a perecer a mi arribada, como Agamenón, víctima de la perfidia de Egisto y de su propia esposa. Mas ni aun los dioses pueden librar de la muerte, igual para todos, a aquellos que les son más queridos, cuando la fatal Moira llama a su puerta."

Contestóle el prudente Telémaco: ^'¡Mentor! No hablemos más de tales cosas, aunque nos sintamos afli- gidos. Odiseo no tornará nunca; pues los inmortales deben de haberle enviado la muerte y la negra Kera. Y ahora quiero interrogar a Néstor que en justicia y prudencia sobresale entre todos y dicen que ha rei- nado durante tres generaciones de hombres, de suer- te que al contemplarlo me parece un inmortal ¡Oh Néstor Neleida! Dime la verdad. ¿Cómo murió el pode- rosísimo Agamenón Atrida? ¿Dónde estaba Menelaof ¿Qué género de muerte fué la que urdió el doloso Egis- to para que pereciera un varón que tanto le aven- tajaba? ¿Fué quizás al no encontrarse Menelao en Argos, la de Acaya, pues andaría peregrino entre otras gentes, la causa de que Egisto tuviese osadía para matar a aquel héroe?"

Eespondióle Néstor, el caballero Gerenio: **Te diré, hijo mío, la verdad pura y sabrás cómo acaeció aque- llo. Si el rubio Menelao Atrida, al volver de Ilion hallara en el palacio a Egisto λάνο aún, diérale muer- te y, sin recibir sepultura, pasto fuera de los perros y de las voraces aves, en medio de la llanura, lejos de Argos, sin que le llorase ninguna de las aqueas, por- que había cometido un abominable crimen. Pues

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Μ o Μ Β Η Ο

mientras nosotros permanecíamos allá, realizando mu- chas empresas belicosas, él se estaba tranquilo en lo más hondo de Argos, tierra creadora de corceles, y se- ducía con blandas palabras a la esposa de Agamenón. Al principio la divina Clitemnestra rehusó cometer el hecho infame, porque tenía buenos sentimientos y a más tenía consigo a un aeda a quien el Atrida confiara la custodia de su esposa al partir para Troya. Mas, cuando vino el momento en que, cumpliéndose la Moira inexorable, el aeda tenía que sucumbir, Egisto lo condujo a una isla inhabitada donde lo abandonó para que fuese pasto de las aves de rapiña; y llevóse de buen grado a su casa a la mujer, que también lo deseaba, quemando después gran cantidad de muslos en los sacros altares de los dioses y colgando sus paredes con innúmeros adornos y áureas vestiduras, por haber salido bien con la gran empresa que nunca su ánimo esperara llevar a cabo. Veníamos, pues, de Ilion, el Atrida y yo, navegando juntos y en buena amistad; pero así que arribamos al sacro promontorio de Sunion, cerca de Atenas, Febo Apolo mató con sus suaves flechas a Frontín Onetórida, piloto de Menelao, que entonces tenía en las manos el timón del barco y a todos vencía en el arte de gobernar una embarca- ción en medio de la tempestad. Así fué como, a pesar de su deseo de proseguir el camino, se vio obligado a detenerse para enterrar al compañero y hacerle fune- rales. Luego atravesando el vinoso ponto en las cón- cavas naves, pudo llegar a toda prisa al elevado pro- montorio de Malea, y el prepotente Zeus hízole traba- joso el camino, enviándole olas de ronco soplo e hin- chadas que parecían montañas. Entonces el dios dis- persó las naves y algunas las llevó hacia Creta, donde habitaban los Cidones junto a las corrientes del Yár- dano. Hay en el obscuro ponto una peña escarpada y

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LA θ D I ^ Ε A

alta que eale del mar eerea de Gortina: allí el Note lanza las olas contra el promontorio de la izquierda, contra Festo, y una roca pequeña rompe la grande oleada. En semejante sitio fueron a dar y costóles mucho escapar con vida; pues habiendo las olas arro- jado los bajeles contra los escollos, naufragaron. Me- nelao con cinco naves de azules proas siguió rumbo a Egipto, favorecido por el mar y los vientos; y en tan- to que con sus galeras iba errante por extraños países, juntando oro y riquezas Egisto tramó en el palacio aquellas deplorables acciones. Siete años reinó éste en Micenas, la opulenta, después de la muerte del Atrida. Al comenzar el octavo fué de Atenas el divino Orcstes y dio muerte al asesino de su padre, al pér- fido Egisto. Después de matarle, Orestes dio a los argivos el banquete fúnebre en las exequias de su odiosa madre y del cobarde Egisto; y aquel mismo día llegó el valeroso Menelao, portador de tan grandes riquezas que con trabajo las contenían las naves. Y tú, amigo, no andes mucho tiempo fuera de tu hogar, habiendo dejado allí riquezas y unos hombres tan soberbios: no sea que te despojen de tus bienes y el viaje te resulte inútil. Pero yo te exhorto e insto para que vayas en busca de Menelao, el cual recien- temente ha regresado de tierras remotas, adonde le desviaron las tempestades, en piélago tan extenso que ni las aves llegarían del mismo en todo un año, pues es dilatadísimo y horrendo. Ve ahora en tu nave y con tus compañeros a encontrarle, y si deseas ir por tierra, aquí tienes un carro y corceles, y a mis hijos que te acompañaríln hasta la divina Lacedemo- nia, donde se halla el rubio Menelao, y suplícale te sea veraz, y no mentirá porque ee muy sensato.'*

Dijo. Ocultóse Helios y sobrevino la noche. Y en- tonces Atenea, la diosa de los claros ojos, habló así:

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Η O Μ Ε Ιί Ο

''|0h anciano! Todo lo has referido discretamente, y ahora separad las lenguas de las víctimas, mezclad el vino y hagamos las libaciones a Poseidóu y a los demás inmortales, y pensemos en acostarnos, que ya es tiempo. La luz se apagó en el horizonte y no conviene que prolonguemos el festín consagrado a los dioses, pues es preciso recogerse."

Así habló la hija de Zeus y todos la obedecieron. Los heraldos diéronles aguamanos; unos mancebos col- maron las cráteras de vino, distribuyéndolas a los presentes, después de haber ofrecido las primicias; lue- go arrojaron las lenguas a las encendidas brasas, y de pie hicieron las libaciones. Ofrecidas éstas y ha- biendo bebido cuanto desearon, Atenea y Telémaco quisieron retirarse a la nao. Pero Néstor los retuvo con estas palabras:

"Presérvenme Zeus y todos los dioses inmortales de que vosotros os vayáis de mi lado para volver a la velera nave, como si os fuerais de junto a un varón menesteroso, en cuya casa no hay mantos ni lechos para que él y sus huéspedes puedan dormir blanda- mente. Pero a no me faltan lechos ni lindas col- chas, y el caro hijo de Odiseo no se acostará cier- tamente en las tablas de su bajel mientras yo viva o queden mis hijos en el palacio para alojar a los huéspedes que a mi casa vengan."

Le repuso Atenea, la diosa de los brillantes ojos: "Bien hablaste, anciano querido, y conviene que Te- lémaco te obedezca, porque es lo mejor que puede hacer. Te seguirá, pues, a tu casa, y allí dormirá; y yo volveré al negro bajel a fin de animar a los compañeros y ordenarles cuanto sea oportuno, ya que me glorío de ser entre todos el más anciano, pues todos son mozos de pocos años, como Telémaco, a quien por amistad acompaño. Me acostaré en el eón-

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L A ODISEA

cavo y negro bajel y al rayar el día me llegaré a loa magnánimos Cancones, en cuyo país he de cobrar una deuda antigua nada insignificante; y tú, puesto que Telémaco ha venido a tu casa, envíale a Esparta con uno de tus hijos y dale tu mejor carro y los más rápidos y vigorosos corceles."

Dicho esto, partió Atenea, la de brillantes ojos, de igual modo que si fuera un águila; y todos se que- daron suspensos. Atónito el anciano por lo que sus ojos habían visto, asió de la mano a Telémaco y pro- nunció estas palabras:

'*jAmigo! No temo que en lo sucesivo seas co- barde ni débil, ya que de tan joven te acompañan y guían los propios dioses. Pues esa deidad no es otra, de las que poseen olímpicas moradas, que la hija de Zeus, la gloriosísima Tritogenia, que también hon- raba a tu padre entre todos los argivos: ¡Oh reina! Senos propicia y danos gloria insigne a mí, a mis hijos y a mi venerable consorte! Te ofreceré una novilla añal de ancha frente, ni domada ni uncida a yugo, inmolándola en tu honor después de verter oro alre- dedor de sus cuernos."

Tal fué su plegaria y Palas Atenea oyó su ruego. Néstor, el caballero Gerenio, se puso al frente de sus hijos y de sus yernos, y con ellos se encaminó al hermoso palacio. Tan presto como llegaron a la ín- clita morada del rey, sentáronse por orden en sillas y sillones. De allí a poco mezclábales el viejo una crátera de dulce vino que había estado once años en una odre que abrió la despensera; mezclábalo, pues, el anciano, y haciendo libaciones rogaba ferviente- mente a la hija de Zeus, que lleva la égida.

Hechas las libaciones y habiendo bebido todos cuanto les plugo, fuese cada cual a su estancia. Nés- tor, el caballero Gerenio, hizo que Telémaco, caro hijo

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Η o ME R O

de Odiseo, se acostase en torneado leeho, bajo el sonoro pórtico, y que a su lado durmiese el belicoso Pisístrato, único de sus hijos que se conservaba mozo. Luego fué a reunirse con su esposa, en lo interior de la excelsa morada, donde la reina le tenía ya el le- cho preparado.

No bien mostróse Eos, la de sonrosados dedos, hija de la mañana, Néstor, el caballero Gerenio, le- vantóse de la cama y fué a tomar asiento sobre las pulidas piedras, blancas y lustrosas por el aceite, en las que otras veces se sentaba Neleo, para dictar sus consejos, saludables como los de un dios; pero ya éste, arrebatado por la Moira, había bajado a la man^ sión de Hades, y a la sazón era Néstor, fuerte mura- lla de los aqueos, el que ocupaba su sitio, cetro en mano. De las estancias nupciales salieron sus hijos y le rodearon: Equefrón, Estratio, Perseo, Areto y el divino Trasimedes. El héroe Pisístrato llegó el sexto y todos hicieron que se acercase Telémaco, hermoso cual un dios; y Néstor, el caballero Gerenio, comenzó a decirles:

*' ¡Amados hijos míos! Cumplid pronto mis deseos, para que sin tardar me sea propicia Atenea, la cual acudió visiblemente al opíparo festín que celebramos en honor del dios. Ea, uno de vosotros vaya al cam- po para que el vaquero traiga con toda premura una novilla; encamínese otro al negro bajel del magnáni- mo Telémaco y conduzca aquí a todos los compañeros, sin dejar más que dos; y mande otro al orífice Lacrees que venga a derramar el oro sobre los cuernos de la becerra. Los demás quedad conmigo y decid a los esclavos que están dentro de la ínclita casa, que pre- paren un banquete y saquen asientos, leña y agua clara. ' '

Así habló y todos se apresuraron a obedecerle. De

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L Á ODISEA

la, dehesa trajeron, la novilla y llegaron d• la rápida y bien proporcionada nave los compañeros del mag- nánimo Telémaco; presentóse el broncista con los me- nesteres de su oficio: el yunque, el martillo y las bien construidas tenazas con que trabajaba el oro. Y acu- dió Atenea, deseosa de asistir al sacrificio. Néstor, el anciano jinete, dio el oro, y el orífice lo vertió alre- dedor de los cuernos de la novilla, para que la diosa se holgase de ver tal adorno. Estratio y el divino Equefrón trajeron de los cuernos la novilla; Areto sacó de la estancia nupcial floreadas jofainas, llenas de agua para lavarse, en una mano, y una cesta con las molas en la otra; el intrépido Trasime- des, provisto de tajante hacha, hallábase pronto para inmolar la víctima; Perseo sostenía el vaso para re- coger la sangre; y Néstor, el anciano jinete, comenzó a derramar el agua y esparcir las molas, y ofreciendo las primicias imploraba a Atenea y arrojaba en el fuego los pelos de la cabeza de la víctima.

Hecha la plegaria y esparcida las molas, aquel hijo de Néstor, el magnánimo Trasimedes, descargó un golpe mortal sobro la becerra, cortándole con la segur los tendones del cuello. Y las hijas y nueras de Néstor, y también su venerable esposa, Euridice, que era la mayor de las hijas de Climeno, prorrumpieron en piadoso vocerío. En seguida levantaron de la espaciosa tierra la becerra, sostuviéronla en alto, y la degolló Pisístrato, príncipe de hombres. Tan pronto como se desangró y el cuerpo quedó sin vida, la des- cuartizaron; cortáronle los muslos, haciéndolo según el rito, y después de cubrirlos con grasa por uno y otro lado y con trozos de carne, el anciano los puso sobre la encendida leña y los roció con rojo vino. Cer- ca de él, unos mancebos sostenían en sus manos los asadores de cinco puntas. Quemados los muslos, pro-

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barón las entrañas; y después dividieron lo demás en pequeños trozos, lo pusieron en asadores, para tos- tarlos, sosteniendo con sus manos las varillas.

Al mismo tiempo la bella Policasta, liija menor de Néstor Neleída, conducía a Telémaco al baño. Des- pués que lo hubo lavado y ungido con óleo suavísimo, vistióle un hermoso manto y una túnica; y Telémaco •alió del baño con el cuerpo semejante al de los dioses, y fué a sentarse junto a Néstor, pastor de pueblos.

Asados ya los cuartos delanteros, los retiraron de las llamas, y, sentándose, todos celebraron el festín. Va- rones ilustres se levantaban a escanciar el vino en áureas copas. Y cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Néstor, el caballero Gerenio, comenzó a decirles;

"¡Hijos míos! Aparejad al punto los caballos de hermosas crines y uncidlos al carro, para que pueda Telémaco llevar a término su viaje."

De esta suerte habló; y ellos lo escucharon y obe- decieron, enganchando prestamente al carro los veloces corceles. La despensera les trajo pan, vino y manja- res, como aquellos que suelen regalar a los reyes, ama- dos de Zeus. Subió Telémaco al magnífico carro, y tras de él Pisístrato Nestórida, príncipe de hombres, quien tomó en sus manos las riendas y azotó a los caballos para que partiesen. Y éstos volaban gozosos por la llanura, dejando atrás la excelsa ciudad de Pilos, y no cesaron en todo el día de agitar el yugo que los sujetaba.

Poníase Helios y las tinieblas comenzaban a llenar los caminos, cuando llegaron a Feras, la morada de Diocles, hijo de Orsíloco, a quien engendrara Alfeo. Allí pasaron aquella noche, aceptando la hospitalidad que Diocles se apresuró a ofrecerles.

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L A O D I 8 Ε A

Mas apenas se descubrió la hija de la mañana, Eos, la de rosadas manos, ai)arejaron los bridones, subie- ron al hermoso carro y salieron del vestíbulo y del sonoro pórtico. Pisístrato azotó los corceles, que se lanzaron en veloz carrera. Y así llegaron a una fértil llanura, que era el término de su viaje. ¡Con tanta rapidez los condujeron los ágiles caballos! Y Helios se puso, y las tinieblas llenaron todos los caminos.

Atenea envía a Penélope un fantasma semejante a Iftima, para decirle que Telémaeo retornará sano y salvo.

RAPSODIA CUARTA

PENAS llegaron a la vasta y ca- vernosa Lacedemohia, encamina- ron sus pasos a la morada del glorioso Menelao, a quien halla- ron con muchos amigos, de fiesta por las bodas de su hijo y de su ilustre hija. Daba a ésta por marido al hijo de Aquiles, pues allá en Troya prestó su asentimiento y prometió en- tregársela, y los dioses hicieron por fin que las nupcias so llevaran a cabo. La enviaba, con caballos y carros, a la ciudad insigne de los mirmidones, donde aquél reinaba. Y al mismo tiempo casaba con una hija de Aléctor, llegada do Esparta, a su hijo, el fuerte Me- gapentes, a quien ya en edad madura había procreado

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U o Μ Ε R o

en una esclava; pues a Helena no le concedieron los dioses otra prole que la hermosa Hermione, la cual tenía le belleza de la áurea Afrodita.

Así se holgaban en celebrar el festín, en el gran palacio de elevada techumbre, los vecinos y amigos del glorioso Menelao. Un divino aedo estaba cantan- do al son de la cítara, y dos bailarinas, siguiendo el son de la música, salían brincando de en medio de la muchedumbre.

Entonces fué cuando los dos jóvenes, el héroe Te- lémaco y el preclaro hijo de Néstor, detuvieron los corceles ante el vestíbulo del palacio. Advertida su presencia, el noble Eteoneo, diligente servidor del ilus- tre Menelao, corrió a la estancia del rey a dar la nueva al pastor de hombres. Y cuando estuvo delante de él, le dijo estas aladas palabras:

"Dos hombres acaban de llegar, ¡oh Menelao, amado de Zeus!, dos varones que se asemejan a los descen- dientes del gran Cronida. Dime si hemos de desuncir sus veloces corceles, o enviar a los viajeros con al- guien que les amistoso acogimiento. '*

Poseído de vehemente indignación el rubio Mene- lao, le replicó: ''Antes no eras tan insensato, Eteoneo Boetida; mas ahora hablas sin sentido, como un niño. Nosotros también, antes de volver a nuestra patria, comimos frecuentemente en la hospitalaria mesa de otros varones; y quiera Zeus librarnos de nuevas des- gracias en lo porvenir. Desunce los caballos de los viajeros y hazles entrar a fin de que participen de la fiesta. ' ' ''

Dijo, y Eteoneo salió presuroso del palacio y llamó a otros diligentes servidores para que lo acompaña- ran. Al punto desuncieron los corceles, que sudaban bajo el yugo, los ataron a sus pesebres y les echaron trigo mezclado con blanca cebada; arrimaron el carro

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LA ODISEA

a las relucientes paredes, e introdujeron a los hués- pedes en aquella divina morada. Ellos caminaban ab- sortos, contemplando el palacio del rey, amado de Zeus; pues resplandecía como la mansión excelsa de Helios y de Selene. Después que se cansaron sus ojos de contemplarla, fueron a lavarse en los pulidos baños. Y una vez lavados y ungidos con aceite por las es- clavas que les vistieron túnicas y lanosos mantos, se acomodaron en sillas junto al Atrida Menelao. Una esclava ofrecióles aguamanos, que traía en magnífica ánfora de oro y vertió en fuente de plata, y colocó delante de ellos una pulida mesa. La veneranda des- pensera trájoles pan y numerosos y raros manjares, obsequiándoles con los que tenía reservados. El trin- chante presentóles platos de carne de todas suertes y les ofreció áureas copas. El rubio Menelao, saludán- dolos con la mano, les habló de esta manera:

'* Tomad los manjares y regocijaos; y después que hayáis comido os preguntaremos quiénes sois entre los hombres, pues claramente se advierte que el li- naje de vuestros padres no se ha perdido en la obs- curidad y debéis de ser hijos de reyes, amados de Zeus, que empuñan cetro, ya que de gentes viles no nacerían semejantes varones."

Así dijo y les presentó con sus manos un suculento lomo de buey asado, que para honrarle le habían servido. Los jóvenes tendieron las manos a las vian- das que les ofrecía; y cuando hubieron satisfecho los deseos de comer y de beber, Telémaco habló así al hijo de Néstor, acercando la cabeza para no ser oído de los demás:

''Observa ¡oh Nestórida carísimo a mi corazón!, el esplendor del bronce en el sonoro palacio, a la par que el del oro, del electro, de la plata y del marfil. Así debe de ser por dentro la morada del olímpico

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Η Q Μ Ε R Ο

Zeuf. ι Cuántas eoiae indecibl••, qu• m• dejan atónito al contemplarlas!"

Y el rubio Menelao, presumiendo lo que decía, les habló con estas aladas palabras:

''¡Hijos amados I Ningún mortal puede competir con Zeus, cuyas moradas y riquezas son eternas; mas entre los hombres habrá quien me aventaje y quien no me iguale en las riquezas que traje en mis bajeles, cumplido el octavo año, después de haber padecido y vagado mucho, pues en mis peregrinaciones fui a Chipre, a Fenicia, y conocí a los egipcios, a los etíopes, a los sidonios, a los erembos, y a la Libia, donde los eorderitos echan cuernos muy pronto y las ovejas paren tres veces en un año. Allí nunca les falta ni al amo ni al pastor, queso, carnes o dulce leche, porque en abundancia las hinchadas ubres se las ofrecen en todas las estaciones. Mientras yo andaba perdido por aquellas tierras y reunía muchas riquezas, otro hom- bre mató traidoramente a mi hermano, de súbito, auxi- liado por la astucia de una pérfida esposa; y por eso vivo ahora sin alegría entre estas riquezas que poseo. Sin duda habréis oído tales cosas de labios de vues- tros padres, sean quienes fueren, pues padecí muchí- simo y arruiné una magnífica casa que contenía abun- dantes y preciosos bienes. Ojalá morara en este palacio con sólo la tercia parte de lo que poseo, y se hubiesen salvado los que perecieron en la vasta Ilion, lejos de Argos, la criadora de corceles. Por todos lloro y me entristezco. Muchas veces, sentado en mi es- tancia, ya recreo mi ánimo con las lágrimas, ya dejo de hacerlo, porque cansa muy pronto el terrible llan- to. Por nadie vierto tal copia de lágrimas ni me aflijo de igual suerte como por uno, y en acordándome de él, aborrezco el dormir y el comer, porque ningún aqueo padeció lo que Odiseo hubo de sufrir y pasar:

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LA O D I íti Β A

para él habían de ser los dolores, y para nosotros una pesadumbre continua e inolvidable a causa de su larga ausencia y de la ignorancia en que nos lialla- mos de si vive o ha muerto. Seguramente le lloran el viejo Laertes, la discreta Penélope y Telémaco, a quien dejó en su casa recién nacido."

Así habló, y despertó en Telémaco el deseo de llorar por su padre. Y como cayera de sus ojos una lá- grima, al oír hablar así de su progenitor, levantó con ambas manos el purpúreo manto y se cubrió el rostro. Menelao lo advirtió y estuvo indeciso en su mente y en su corazón, entre esperar a que Telémaco hiciera mención de su padre, o interrogarle para que le dijese lo que pensaba.

Mientras tales pensamientos revolvían en su ment• y en su corazón, salió Helena de su perfumada es- tancia de elevado techo, semejante a Artemisa, la que lleva arco de oro. Ofrecióle Adrasta un sillón hermosamente construido, puso a sus pies Alcipe un tapiz de muelle lana y trájole Filo el canastillo de plata que le había dado Alcandra, mujer de Pólibo, morador en Tebas la de Egipto, cuyo palacio guardaba insignes riquezas. Pólibo regaló a Menelao dos ar- génteas bañeras, dos trípodes y diez talentos de oro; y otros regalos hacía su mujer, Alcandra, a Helena: una rueca de oro y un canastillo redondo, de plata, con los bordes de oro. La esclava dejó el canastillo lleno de hilo ya devanado, y sobre él puso la rueca con lana de color violáceo. Sentóse Helena, descansan- do los pies en un escabel, y al momento interrogó a su marido con estas palabras:

''¿Sabemos ya, ¡oh Menelao, amado de Zeus!, quié- nes se glorían de ser esos hombres que han venido a nuestra morada? ¿Me engañaré o será verdad lo que Toy a decir? El corazón me ordena hablar. Jamás

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R O Μ ERO

vi persona alguna, ni hombre, ni mujer tan parecida a otra jse enseñorea de el asombro al contem- plarlo!— cómo se asemeja al hijo del magnánimo Odi- seo, a Telémaco, a quien dejara recién nacido en su casa cuando los aqueos fuisteis por a empeñar ru- dos combates con los troyanos."

Eespondióle el rubio Menelao: ''Ya se me había ocurrido, oh mujer, lo que supones: sus pies, sus manos, la mirada de sus ojos, la cabeza y los cabellos, son los de Odiseo. Ahora mismo, cuando acordándome de Odi- seo, les relataba los trabajos que sufrió por mi cau- sa, este mozo comenzó a verter amargas lágrimas y se cubrió los ojos con el purpúreo manto."

Entonces Pisístrato Nestórida habló diciendo: ''¡Me- nelao Atrida, amado de Zeus, príncipe de hombres!, en verdad que es hijo de quien dices, pero tiene discre- ción y no cree decoroso, habiendo llegado por vez pri- mera, decir palabras frivolas delante de ti, cuya voz escuchamos con el mismo placer que si fuese la de al- guna deidad. Con él me ha enviado Néstor, el caba- llero Gerenio, para que le acompañe, pues deseaba verte a fin de que le aconsejaras lo que ha de decir o llevar a cabo; que muchos males padece en su casa el hijo cuyo padre está ausente, si no tiene otras personas que le auxilien como ahora le ocurre a Te- lémaco: fuese su padre y no hay en todo el pueblo quien pueda librarle del infortunio."

Eespondióle el rubio Menelao: "¡Oh dioses! Ha llegado a mi casa el hijo del caro varón que por sostuvo tantas y tan trabajosas luchas y a quien me había propuesto amar, cuando volviese, más que a ningún otro de los aquivos, si el longividente Zeus olím- pico permitía que nos restituyéramos a la patria, atra- vesando el mar en las veloces naves. Y le asignara una ciudad en Argos, para que la habitase, y le labrara

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LA ODISEA

un palacio, trayéndolo de Itaca, a él con sus riquezas y su hijo y todo el pueblo, después de hacer evacuar una sola de las ciudades circunvecinas sobre las cua- les se ejerce mi imperio. Y nos hubiésemos tratado frecuentemente y, siempre amigos y dichosos, nada nos habría separado hasta que so extendiera sobre nos- otros la nube sombría de la muerte. Mas de esto debió de tener envidia el dios que ha privado a aquel infeliz, a él tan sólo, de tornar a la patria."

Así dijo, y a todos les excitó el deseo del llanto. Y lloraba la argiva Helena, hija de Zeus; y lloraban Telémaco y Menelao Atrida; y el hijo de Néstor no se quedó con los ojos muy enjutos de lágrimas,, pues le volvía a la memoria el irreprochable Antíloco, a quien matara el hijo ilustre de la resplandeciente Eos. Y, acordándose de él mismo, pronunció estas aladas palabras:

*' ¡Atrida! Decíanos el anciano Néstor, siempre que en el palacio se hablaba de ti, con^'-ersando los unos con los otros, que en prudencia excedes a los de- más mortales. Pues ahora pon en práctica, si po- sible fuere, éste mi consejo. Yo no gusto de lamen- tarme en la cena; pero, cuando apunte Eos, hija de la mañana, no llevaré a mal que se llore a aquel que haya muerto en cumplimiento de su destino, porque tan sólo esta honra les queda a los míseros mortales: que los suyos se corten la cabellera y surquen con lágrimas las mejillas. También murió mi hermano, que no era ciertamente el peor de los argivos; y le debiste conocer yo no estuve allá, ni llegué a verlo , y dicen que descollaba entre todos, así en la carreras como en las batallas."

Respondióle el rubio Menelao: ''¡Amigo! has ha- blado cerno lo hiciera un varón sensato que turiese

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Η O Μ Ε R Ο

más edad. De tal padre eres hijo, y por eato te ex- presas con gran prudencia. Fácil es conocer la prole del varón a quien el Cronida tiene destinada la dicha desde que se casa o desde que ha nacido; como ahora concedió a Néstor constantemente, todos los días que disfrute de placentera vejez en el palacio y que sus hijos sean discretos y sumamente hábiles en manejar la lanza. Pongamos fin al llanto que ahora hicimos, tornemos a acordarnos de la cena, y dennos agua a las manos.''

Así habló. Dióles aguamanos Asfalión, diligente servidor del glorioso Menelao, y acto continuo echa- ron mano a las viandas que tenían delante.

Entonces Helena, hija de Zeus, mudó de parecer. Echó en el vino que estaban bebiendo un bálsamo contra el llanto y la cólera, que hacía olvidar todos log D.ales. Quien lo tomare, después de mezclarlo en la crátera, no logrará que en todo el día le caiga una sola lágrima en las mejillas, aunque con sus propios ojos vea morir a su pfidre y a su madre o degollar con el bronce a su hermano o a su mismo hijo. Po- seía este precioso licor la hija de Zeus, porque se lo había regalado la egipcia Polidamna, esposa de Ton, cuya fértil tierra produce innumerables bálsamos, saludables unos, mortales otros. Los médicos de allí son los más consumados entre los hombres, del linaje del ilutre Peón todos ellos. No bien hubo hecho la mixtura, ordenó Helena que escanciaran el vino, y habló así:

"¡Atrida Menelao, amado de Zeus, y vosotros, hi- jos de hombres esforzados! En verdad que el Cronida, como lo puede todo, ya nos manda bienes, ya nos envía males; comed ahora, sentados en esta sala, y deleitaos con la conversación, que yo os diré cesas opor-

LA ODISEA.

tunas. No podría narrar ni referir todos los traba- jos del paciente Odiseo, y contaré tan sólo esto, que el fuerte varón realizó y sufrió en el pueblo troyano donde tantos males padecisteis los aqueos. Infirióse vergonzosas heridas, echóse a la espalda unos viles ha- rapos, como si fuera un siervo, y se entró por la ciudad de anchas calles, donde sus enemigos habitaban. Así, encubriendo su ser, transfigurado en otro hom- bre que parecía un mendigo, quien no era tal cierta- mente, junto a las naves aqueas, fué como penetró en la ciudad de Troya. Todos se dejaron engañar, y yo sola le reconocí e interrogué, pero él con sus mañas se me escabullía. Mas cuando lo hube lavado y ungido con aceite, y le entregué un vestido, y le prometí con firme juramento que a Odiseo no se le descubriría a los troyanos hasta que llegara nueva- mente a las tiendas y a las veleras naves, entonces me refirió todo lo que tenían proyectado los aqueos. Y después de matar con el bronce de larga punta a buen número de troyanos, volvió a los argivos, lle- vándose el conocimiento de muchas cosas. Prorrum- pieron las troyanas en fuertes sollozos, y a el pecho se me llenaba de júbilo, porque ya sentía en mi corazón el deseo de volver a mi casa, y deploraba el error en que me pusiera Afrodita cuando me condujo allá, lejos de mi patria, y hube de abandonar a mi hija, el tálamo y un marido que a nadie le cede ni en inteli- gencia ni en gallardía."

Eespondióle el rubio Menelao: **Sí, mujer, con gran exactitud lo has contado. Conocí el modo de pensar y do sentir de muchos héroes, pues llevo re- «íorrida gran parte de la tierra; pero mis ojos jamás pudieron dar con un hombre que tuviera el corazón do Odiseo, de ánimo paciente. ¡Qué no hizo y sufrió

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Η o ME R O

aquel fuerte varón en el caballo de pulimentada ma- dera, cuyo interior ocupábamos los mejores argivos para llevar a los troyanos la carnicería y la muerte! Viniste en persona pues debió de moverte algún numen que anhelaba dar gloria a los troyanos , y te seguía Deífobo, semejante a los dioses. Tres veces rodeaste, tocando la hueca emboscada y llamando por su nombre a los mejores argivos, de cuyas mujeres remedabas la voz. Yo y el Tideida, que con el divino Odiseo estábamos en el centro, te oímos cuando nos llamaste, y queríamos salir o responder desde dentro; mas Odiseo lo impidió y nos contuvo a pesar de nues- tro deseo. Entonces todos guardaron silencio y sólo Anticlo deseaba contestar, pero Odiseo tapóle la boca con su robusta mano, y salvó a todos los aqueos con sujetarle continuamente, hasta que te apartó de allí Palas Atenea."

El prudente Telémaco le repuso: *'¡Atrida Mene- lao, discípulo de Zeus, príncipe de hombres! Más do- loroso es que sea así, pues ninguna de estas cosas le libró de una muerte deplorable, ni la evitara aunque tuviese un corazón de hierro. Mas, ¡ea!, mándanos a la cama para que gocemos del dulce sueño."

Dijo, y la argiva Helena mandó a las esclavas que aparejasen los lechos bajo el pórtico, con hermosas y purpúreas mantas, blandos tapices, y lanudas col- chas. Salieron ellas de la sala, alumbrándose con encendidas hachas, y diligentes prepararon los lechos. Un heraldo condujo a los huéspedes. Así se acosta- ron en el vestíbulo de la casa Telémaco y el ilustre hijo de Néstor; el Atrida retiróse al interior de su morada, y Helena, la de largo peplo, la más bella de todas las mujeres, reposó a su lado.

No bien mostróse Eos, de sonrosados dedes, liifa de

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LA O D I ó^ Ε A

la mañana, Menelao, valiente en los combates, se le- vantó de la cama, púsose sus vestidos, colgóse al hombro la aguda espada y calzadas a los lustrosos pies las hermosas sandalias, parecido a un dios salió de la habitación y fué a sentarse junto a Telémaco, a quien dijo:

''¡Héroe Telémaco! ¿Qué necesidad te ha obligado a venir aquí, a la divina Lacedemonia, por el ancho dorso del mar? ¿Es un asunto del pueblo o propio tuyo? Dímelo francamente."

Eespondióle el prudente Telémaco: **¡Atrida Mene- lao, amado de Zeus, príncipe de hombres! He venido afanoso de que me comuniques alguna nueva de mi padre. Mi casa se arruina y mi hacienda perece. El palacio está lleno de hombres perversos que, preten- diendo a mi madre y portándose con gran insolencia, degüellan mis rollizas ovejas y mis bueyes de tor- nátiles patas y retorcidos cuernos. Por tal razón ven- go a abrazar tus rodillas, por si quisieras contarme la irreparable muerte de aquél, ora la hayas visto con tus ojos, ora la hayas oído referir a algún peregrino. ¡Cuan sin ventura le parió su madre! No me engañes para consolarme ni tengas piedad de mí. La verdad dinie toda. Y te lo suplico por lo que por hiciera el valeroso Odiseo, cumpliendo su palabra con el va- lor y elocuencia suyos, entre la gente troyana, donde tantas desdichas pasaron los aqueos. Acuérdate y dime la verdad."

Enojadísimo le repuso el rubio Menelao: *'¡0h dioses! ¡El lecho nupcial de héroe tan valeroso han querido profanar de esa suerte unos cobardes! Así co- mo una cierva puso sus hijuelos recién nacidos en la guarida de un bravo león y fuese a pacer por valles y oteros, y él volvió a la madriguera y dio a entrambos

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HOMERO

cervatillos indigna muerte; de semejante modo tam- bién Odiseo les ha de dar vergonzosa muerte a aque- llos. Ojalá se mostrase, ¡oh padre Zeus!, Atenea y Apolo, tal como era cuando en la bien construida Lesbos se levantó contra él Filomélida, en una dispu- ta, y luchó con él, y lo derribó con ímpetu, entre el aplauso de los aqueos; si mostrándose tal, se encon- trara Odiseo con los Pretendientes, breve fuera la vida de éstos, y harto amargas sus bodas! Las nuevas que preguntas y de demandas te las daré como a llegaron, referidas por el verídico anciano de los mares.

*'Los dioses me habían detenido en Egipto por no haberles sacrificado hecatombes perfectas, a pesar de mi anhelo de volver acá; que las deidades quieren que no se nos vayan de la memoria sus mandamientos. Hay en el alborotado ponto una isla, enfrente de Egipto, que la llaman Faro, y se halla tan lejos de él cuanto puede andar en todo el día una cóncava nave, si la empujan sonoros vientos. Tiene la isla un puerto magnífico desde el cual echan al mar las bien propor- cionadas naves, después de hacer aguada en un pro- fundo manantial. Allí me tuvieron los dioses veinte días, sin que soplasen los vientos que conducen los navios por el ancho dorso del mar. Ya todos los bas- timentos se iban agotando, y también menguaba el ánimo de los hombres; pero nos salvó una diosa que tuvo piedad de mí: Idotea, hija del insigne Proteo, el anciano de los mares; la cual, sintiendo conmovér- sele el corazón, se me hizo encontradiza miéntraá va- gaba solo y apartado de mis hombres, que erraban por el litoral, de pesca con el corvo anzuelo, pues el hambre les atormentaba. Paróse Idotea y díjome es- tas palabras:

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LA ODISEA

"¡Forastero! ¿Tan simple y poco avisado eres I i O te abandonas voluntariamente y te huelgas de pasar dolores, puesto que detenido en la isla desde largo tiempo, no hallas medio de poner fin a semejar- te situación, a pesar de que ya desfallece el ánimo d* tus amigos?"

"Tal habló, y le respondí de este modo: "Te diré, seas cual fueres de las diosas, que no estoy detenido por mi voluntad; sino que debo de haber pecado contra los inmortales que habitan el espacioso Uranos. Mas revélame ya que los dioses lo saben todo cuál de los inmortales me detiene y me cierra el camino y cómo podré llegar a la patria, atravesando el mar en peces abundoso/'

"Así le hablé. Contestóme en el acto la divina en- tre las diosas:

"¡Oh forastero!, con verdad te hablaré. En esta isla habita el veraz anciano de los mares, el inmor- tal Proteo egipcio, que conoce las honduras de todo el mar y es servidor de Poseidón; dicen que es mi padre, que fué el que me engendró. Si poniéndote en acechanza lograres agarrarlo de cualquier manera, te diría el camino que has de seguir, cuál será su duración y cómo podrás restituirte a la patria, atra- vesando el mar en peces abundoso. Y también te re- lataría, oh alumno de Zeus, si deseares saberlo, lo que haya ocurrido en tu casa, en lo que duró la ausencia de tu largo y peligroso viaje."

"Así habló, y le repuse: "Muéstrame, pues, los ardides do que puedo valerme para con ese anciano. Temo, en verdad, que si advierte mi presencia y nota mi propósito, me esquive; que es muy difícil para un mortal sujetar a un dios."

"Así le dije, y la insigne diosa me repuso: "¡Oh

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II o ME R O

forastero 1, voy a instruirte con gran sinceridad. Cuando Helios se halla en la mitad de su carrera, el veraz anciano de los mares surge de las aguas al so- plo del Zéfiro, envuelto en espesa bruma. En se- guida se acuesta en honda gruta y a su alrededor se ponen a dormir, todas juntas, las focas de natátiles pies, hijas de la hermosa Halosidne, que salen del es- jíumoso mar exhalando el acerbo olor de las aguas profundas. Allí he de llevarte al romper el día y te apostaré en sitio a propósito. Elige para que te acompañen a los tres más valerosos que traigas en la naves de muchos bancos. Voy a decirte todas las astucias del anciano. Primero contará las focas, y después de contarlas en grupos de cinco, acuéstase en medio de ellas como un pastor entre su grey. Tan luego como lo viereis dormido, apelad a todo vuestro valor y fuerza, echaos sobre él y sujetadle fuertemen- te, aunque intente escaparse. Trocaráse entonces en cuantas cosas rastrean la tierra, y se mudará en agua y en ardiente fuego; pero vosotros tenedle con firme- za y apretadle más. Y cuando te interrogue con pa- labras mostrándose tal como lo visteis dormido, depon la violencia y déjale en libertad. Entonces, ¡oh héroe!, pregúntale qué dios se opone a tu camino y cómo po- drás volver a la patria a través del mar en peces abundoso.'*

''Dijo y hundióse en el agitado mar. Eestituíme a mis naves, varadas en la playa, mientras mi corazón revolvía muchos propósitos. Y llegado a mi nao y al mar, dispusimos la cena, y como entrase la divina noche, nos echamos en la ribera. No bien mostróse Eos, de resáceos dedos, hija de la mañana, fuíme por la orilla del espacioso mar, haciendo fervientes súpli-

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LA ODISEA

eas a los dioses, con trea de mis compañeros euj• valor me era conocido.

''E]i tanto la diosa, que se había sumergido en el vasto seno del mar, sacó cuatro pieles de focas re- cientemente desolladas; pues con ellas pensaba urdir la acechanza contra su padre. Y habiendo cavado unos hoyos en la arena de la playa, nos aguardaba sentada. No bien llegamos, hizo que nos tendiéramos por orden dentro de los hoyos, y nos echó encima sendas pieles de foca. Penosa era la asechanza, por- que nos ofendía cruelmente el olor nauseabundo de las focas, criadas en el mar. ¿Quién podría acostarse junto a un monstruo marino? Pero ella nos salvó, poniéndonos en las narices un poco de ambrosía, cuyo fragante perfume extinguió el hedor de aquellas bes- tias. Toda la mañana estuvimos aguardando con ánimo paciente; hasta que al fin las focas salieron juntas del mar y fueron a echarse en orden a lo largo de la ribera. Al mediodía salió del mar el anciano; acer- cóse a las obesas focas y comenzó a contarlas a nos- otros entre las primeras , y sin recelar la malicia, se acostó también. Súbito, con clamorosas voces, nos arro- jamos sobre él, ciñéndole con nuestros brazos. No olvidó el viejo sus ardides; transfiguróse al punto en melenudo león, en dragón, en pantera y en corpulento jabalí más tarde; después se nos convirtió en agua y hnsta en árbol de excelsa copa. Mas como lo tenía- mos reciamente asido, con ánimo firme, aburrióse al cabo aquel astuto viejo, y di jome de esta guisa:

**jIIijo de Atreo! ¿Cuál de los diosos te aconsejó, para que mal de mi grado así me venzas? ¿Qué deseas?"

''Así habló, y le contestó diciendo: ''¿Por qué tra- tas de engañarme con tu pregunta? Sabes que, deto-

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Ε o ME R O

aido en la isla desde largo tiempo, iie hallo medio d• poner fin a tal situación, y ya mi ánimo desfallece. Dime, pues nada ignoran los dioses, cuál de los inmor- tales me detiene y me cierra el camino, y cómo podro llegar a la patria hendiendo el mar en peces abun- doso. ' *

''Así le dije, y me repuso: ''Debieras haber ofre- cido, antes do embarcarte, hermosos sacrificios a Zeus y a los demás dioses para llegar sin dilación a tu patria, navegando por el sombrío mar. No verás a tus amigos, ni tornarás a tu bien construida casa, ni a la patria tierra, hasta que no vuelvas nuevamen- te al río de Egipto, cuyas aguas alimenta Zeus, y sacrifiques sacras hecatombes a los inmortales dioses que habitan el anchuroso Uranos. Sólo entonces te permitirán las deidades lo que ansias."

"De esta suerte habló. Se me partía el corazón al considerar que me ordenaba volver a Egipto por el obscuro ponto, viaje largo y peligroso. Mas, con todo eso, le repuse de esta suerte:

"Haré, oh anciano, lo que me mandas, Pero, ea, dime sinceramente si volvieron salvos en sus galeras los aquivos a quienes Néstor y yo dejamos al partir de Troya, o si alguno pereció de cruel muerte en su nave o en los brazos de sus amigos, después de la guerra. ' \

"Así le hablé, y me repuso: "jAtrida! 4 Por qué me preguntas tales cosas? No te cumple a ti cono- cerlas ni explorar mi pensamiento; y me figuro que no estarás mucho rato sin llorar tan luego como las sepas todas. Innumerables aqueos fueron arrebata- dos por la muerte; mas otros tantos viven. Sólo dos capitanes de los aquivos, revestidos de bronce, han perecido al retorno; pues en cuanto a la batalla,

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LA ODISEA

mismo la presenciaste. Uno, vivo aún, fe encuentra detenido en el anchuroso ponto. Ayax sucumbió con sus naves de largos remos: primeramente acercóle Poseidón a las grandes rocas de Gyras, sacándole in- cólume del mar; y se librara de la muerte, 'aunque aborrecido de Atenea, si no hubiese proferido una palabra imijía: dijo que, aun a des]3echo de los dioses, escaparía del gran abismo del mar. Poseidón oyó sus jactanciosas palabras, y al instante, agarrando con las robustas manos el tridente, golpeó la roca de Gy- ras y partióla en dos: uno de los pedazos quedó allí, y el otro, en el cual se había sentado Ayax, cayó en el piélago y llevóse al héroe arrastrándolo al abis- mo. Y allí murió después de haber bebido las sa- lobres aguas del mar. Tu hermano esquivó la muerte escapando en su cóncava nave, y la vene- randa Hera lo salvó. Mas cuando iba a llegar al excelso promontorio de Malea, arrebatóle una tempestad, que le llevó por el ponto abundante en peces, mientras daba grandes gemidos a una extremidad del campo donde Tiestos poseyó un tiempo su vivienda, habitada a la sazón por Egisto Ticstíada. Ya desde allí les pareció la vuelta segura y, como los dioses tornaron a enviarles próspero viento, llegaron por fin a sus casas. Agamenón pisó alegre el suelo de su patria, que tocaba y besaba, y de sus ojos corrían ardientes lágrimas al contemplar con júbilo aquella tierra. Pero viole desde una eminen- cia un espía, puesto allí por el doloso Egisto, quien le prometió como gratificación dos talentos de oro, el cual hacía un año que vigilaba no fuera que Aga- menón viniese sin ser advertido y mostrase su im- petuoso valor , y corrió a palacio a dar la nueva al insigne caudillo. Egisto urdió al momento una en-

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ganosa trama: escogió de entre el pueblo veinte hombres muy valientes, y los puso en emboscada, mientras por otra parte ordenaba que se prepa- rase un banquete. Fuese después a invitar a Agame- nón, pastor de hombres, con caballos y carros, re- volviendo en su ánimo execrables propósitos. Y se llevó al héroe, que nada sospechaba acerca de la muerte que le habían preparado, dióle de comer y le quitó la vida como se mata a un buey en el establo. No quedó ninguno de los compañeros del Atrida que con él llegaron, ni se escapó ninguno de los de Egisto, sino que todos fueron muertos en el palacio."

''Así habló, y sentí destrozárseme el corazón. Echa- do en la arena lloraba y no quería vivir ni contem- plar ya más la luz de Helios. Pero cuando mis ojos se hartaron de verter lágrimas, hablóme así el veraz anciano de los mares:

"No llores, oh hijo de Atreo, mucho tiempo, y sin tomar descanso, que ningún remedio se puede ha- llar. Pero haz por volver lo antes posible a la patria tierra y hallarás a Egisto vivo aún; o si Orestes se te adelantase, llegarás a punto para asistir al ban- quete fúnebre."

''Así se expresó. Eegocijéme en mi corazón y en mi ánimo generoso, aunque me sentía afligido, y ha- blé al anciano con estas aladas razones:

"Ya de éstos. Nómbrame al tercer varón, aquel que, vivo aún, se encuentra detenido en medio del anchuroso mar, pues, a pesar de que estoy triste, deseo tener noticias suyas."

"Así le dije, y me respondió en el acto: "Es el hijo de Laertes, el que tiene en Itaca su morada. Le vi en una isla vertiendo de sus ojos abundantes lá- grimas: está en el palacio de la ninfa Calipso, que

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le detiene por fuerza, y no le es posible restituirse a su patria tierra, porque no dispone de naves provistas de remos ni de compañeros que le conduzcan por el anchuroso dorso del mar. Por lo que a ti se refiere, oh Menelao, caro a Zeus, no te reserva el destino sufrir la Moira ni acabar tu existencia en Argos, fe- cunda en corceles, sino que los inmortales te enviarán a los Campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Eadamanto allí se vive dichosa- mente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni llu- via, sino que el Océano envía el suave aliento del Zéfiro para que refresque a los hombres , pues, esposo de Helena, j'Orno eres de Zeus."

^* Dicho esto, sumergióse en el espumoso ponto. Yo me encaminó hacia los bajeles con mis divinos com- pañeros y con el corazón agitado por numerosos pro- pósitos. Así que hubimos llegado a mi embarcación y al mar, dispusimos la cena; y como se entrase la solitaria Noche, nos acostamos en la playa. Y al pun- to que se descubrió Eos, de sonrosados dedos, hija de la mañana, echamos las bien proporcionadas naves al mar y arbolamos sus mástiles y velas; después, sen- táronse mis compañeros ordenadamente en los bancos y comenzaron a herir con los remos el espumoso mar. Volví a detener las naves en el Egipto, río que las celestiales lluvias alimentan, y sacrifiqué cumplidas hecatombes. Aplacada la ira do los sempiternos dio- ses, erigí un túmulo a Agamenón, para que su gloria fuera inextinguible. En acabando estas cosas, em- prendí la vuelta, y los inmortales concediéronme prós- pero viento y trajéronme con gran rapidez a mi querida patria. Y ahora, hijo mío, continúa en mi palacio hasta el onceno o el deceno día, y entonces te despe- diré digna«iente y haré espléndidos regalos; ^res

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corceles y un carro hermosamente labrado; y tam- bién he de darte una magnífica copa para que hagas libaciones a los inmortales dioses y te acuerdes de todos los días/'

Eespondiólo el prudente Telémaco: ''¡Atrida, no me detengas mucho tiempo! Yo pasaría un año a tu vera, sin sentir añoranza por mi casa y por mis padres, tan deleitosas son para tus palabras y ra- zones; mas deben sin duda alguna afligirse ya por los compañeros que dejé en Pilos, pues hace ya mucho que me detienes. El don que me hagas consista en algo que se pueda guardar. Los corceles no pienso llevarlos a Itaca, sino que los dejaré para tu ornamento. En tu reino hay dilatadas llanuras don- de crecen boyantes el loto, la juncia, el trigo, la avena y la cebada; en Itaca no hay caminos para los carros, ni praderas, y sus pastos son más propios de cabras que para corceles. Las islas que se inclinan sobre el mar no son propias para la equitación ni tieneu her- mosos prados, e Itaca menos que ninguna.'*

Así dijo. Sonrióse Menelao, valiente en la pelea, y acariciándole con la mano, lo habló de esta ma- nera:

'*¡Hijo querido 1 Bien se muestra en lo que hablas la noble sangre de que procedes. Cambiaré el regalo, ya que puedo hacerlo, y de cuantas cosas se guardan en mi palacio, voy a darte la más bella y preciosa. Te haré el presente de una crátera labrada, toda de plata con los bordes de oro, que es obra de Hefestos, y diómela el héroe Fédimo, rey de los sidonios, cuan- do a mi regreso me detuve en su morada. Tal es lo que deseo regalarte.

Así éstos conversaban. Los convidados fueron lle- ganáo a la mansión dd divino rey: unos traían ove-

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jas, otros cenfortante vino; sus esposas, ceñidas a la cabeza lindas cintas, traían el pan. De tal suerte se ocupaban, dentro del palacio, en preparar la comida.

Mientras tanto, solazábanse los Pretendientes en. el palacio de Odiseo, tirando diseos y jabalinas en el labrado pavimento donde acostumbraban ejecutar sus insolentes acciones. Autínoo estaba sentado y también Eurímaeo, semejante a loa dioses, que eran los príncipes de los Pretendientes y sobre todos des- collaban por su bravura. Y fué a encontrarlos Noe- món, hijo de Fronio, el cual dirigiéndose a Antínoo, interrogóle con estas palabras:

*' ¡Antínoo! ¿Sabemos por ventura cuándo volverá Telómaco de la arenosa Pilos? Se fué en mi nave y ahora la necesito para ir a la vasta Elide, que allí tengo doce yeguas y apacibles mulos, aún sin desbra- var, y traería alguno de éstos para domarle.'*

Así les habló; y quedáronse atónitos porque no se figuraban que Telémaco hubiese tomado la ruta de Pi- los, la ciudad de Neleo; sino que estaba en el campo, viendo las ovejas, o en la cabana del porquerizo.

Antínoo, hijo de Eupites, contostóle diciendo: * 'Ha- bla con sinceridad. ¿Cuándo se fué y qué jóvenes es- cogidos de Itaca le siguieron? ¿O son quizás hom- bres asalariados o esclavos suyos? ¿Pues también pudo hacerlo de semejante manera. Eefiéreme asimis- mo la verdad de esto, para que yo me entere: ¿Te quitó la negra nave por fuerza y mal de tu grado, o se la diste voluntariamente cuando fué a hablarte?"

Noemón, hijo de Fronio, le respondió de esta guisa: **So la di yo mismo y voluntariamente. ¿Cómo obrar de otra suerte? Difícil fuera reliusar a hombres de su linaje.

Los mozos que lo siguen son los que más sobre-

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salen en el pueblo, entre nosotros, y como capitán vi embarcarse a Mentor, o a un dios, que en todo le era semejante. Y lo que me pasma es que ayer a la mañana, vi aquí al divino Mentor y entonces es cuan- do se ha embarcado para ir a Pilos."

Dicho esto, fuese Noemón a la casa de su padre. Indignáronse en su corazón soberbio Antínoo y Eu- rímaco; y los demás Pretendientes se sentaron con ellos, cesando de jugar. Y ante todos habló Antínoo, hijo de Eupites, que estaba afligido y tenía las en- trañas llenas de negra cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego:

'*¡0h dioses! ¡Gran proeza ha realizado orgullosa- mente Telémaco con ese viaje! \Y decíamos que no lo llevaría a efecto! Contra la voluntad de muchos se fué el adolescente, habiendo logrado botar una nave y elegir compañía entre lo más granado de Itaca. De aquí adelante comenzará a ser un peligro para nos- otros; ojalá Zeus al traste con su vida antes que llegue a la flor de la juventud. Mas, ¡ea!, proporcionad- me ligero bajel y veinte compañeros, y le armaré una emboscada cuando vuelva, acechando su retorno en el estrecho que separa a Itaca de la abrupta Saraos, a fin de que le resulte funestísima la navegación que emprendió para tener noticias de su padre."

Así les dijo, y todos lo aprobaron exhortándole a ponerlo por obra; y levantándose, entraron en seguida al palacio de Odiseo.

No tardó Penélope en saber los propósitos que los Pretendientes formaban en secreto, porque so lo dijo el heraldo Medón, que oyó lo que hablaban, desde el exterior del patio, mientras en éste urdían la trama. Entró, pues, en la casa, para contárselo a Penélope; y ésta al verle en el umbral, le habló diciendo:

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A υ D [ o β A

"¡Heraldo! ¿Con qué objeto te envían los ilustres Fretendienteef ^ Acaso para decir a las esclavas del divino Odisco que suspendan el trabajo y les preparen el festín! Ojalá que dejaran de pretenderme y de frecuentar esta morada, celebrando hoy su postrera y última comida. Oh, vosotros, los que, reuniéndoos a menudo, consumís los muchos bienes que constituyen la herencia del prudente Telémaco: 4N0 oísteis decir a vuestros padres, cuando erais todavía niños, de qué manera los trataba Odiseo, que a nadie hizo agra- vio ni profirió en el pueblo palabras ofensivas, como acostumbran hacer los divinales reyes, que aborrecen a unos hombres y aman a otros? Jamás cometió aquél la menor iniquidad contra hombre alguno; y aho- ra son bien patentes vuestro perverso ánimo y abo- minables aciones, porque ninguna gratitud guardáis por los beneficios."

Entonces le respondió Medón, el de discretos pensa- mientos: "Fuera ese, oh reina, el mayor mal. Pero los Pretendientes fraguan ahora otro más grande y más grave, que ojalá el Cronida no quiera se llevo a término. Propónense matar a Telémaco con el agudo bronce, al punto que llegue a este palacio; pues ha ido a la sagrada Pilos y a la divina Lacedemonia en busca do noticias de su padre."

Tal dijo. Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su corazón, estuvo un buen rato sin poder hablar, llenáronse de lágrimas sus ojos y la voz se le cortó, lías, al fin hubo de responder con estas palabras:

"¡Heraldo! ¿Por qué se fué mi hijof Ninguna ne- eesidad tenía dt tmbarcarse en las nave• de ligero eurso, que sirven a los hombres como caballos por el mar y atraviesan la grande extensión del agua. ¿Lo

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hizo acaso para que ni memoria quede de su nombre entre los mortales f

Le contestó Medón, que concebía sensatos pensa- mientos: ** Ignoro si le incitó alguna deidad o fué úni- camente anhelo suyo el ir a Pilos para saber noticias de la vuelta de su padre, y tampoco cuál suerte le haya cabido/'

En diciendo esto, fuese por la morada de Odiseo. Apoderóse de Penélope el dolor, que destruye los áni- mos, y ya no pudo permanecer sentada en la silla^ habiendo muchas en la casa; sino que fué a sentarse en el umbral del hermoso aposento y lamentábase de tal modo que inspiraba compasión. En torno suyo plañían todas las esclavas del palacio, así las jóvenes como las viejas. Y díjoles Penélope, mientras derra- maba abundantes lágrimas. "Oídme, amigas mías; pues el Olímpico me ha dado más pesares que a nin- guna de las que conmigo nacieron y se criaron: anteriormente perdí mi egregio esposo que tenía el ánimo de un león y descollaba sobre los dáñaos en toda clase de excelencias, varón ilustre cuya fama se difundía por la Hólade y llegó hasta Argos; y he aquí que ahora las tempestades habrán arrebatado sin gloria alguna a mi amado hijo, lejos de su morada, y sin que ni siquiera me enterara de su partida. ¡Crueles! ¡A ninguna de vosotras le vino a las mien- tes hacerme abandonar el lecho, sabedoras de que Telémaco se iba a embarcar en la cóncava y negra navel Pues de llegar a mis oídos que proyectaba ese viaje, quedárase en casa por deseoso que estuviera de partir, o me hubiese dejado muerta en este pa- lacio. Vaya alguna a llamar prestamente al anciano Dolió, el que me dio mi padre cuando vine aquí y cuida de mi huerto, para que corra a encontrar a

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Laertes; para que éste, ideando algo, salga a quejarse de los ciudadanos que desean exterminar su linaje y el del divino Odiseo."

Díjole entonces Euriclea, su nodriza amada: ** ¡Ni- ña querida!, ya me mates con el cruel bronce, ya me dejes viva en el palacio, nada te quiero ocultar. Yo lo supe todo y di a Telémaco cuanto me ordenara pan y dulce vino : pero hízome prestar solemne juramento de que no te lo dijese hasta el duodécimo día, o hasta qué te aquejara el deseo de verle u oyeras decir que había partido, porque temía que con el llanto se marchitase tu hermosura. Mas ahora, sube con tus esclavas a lo alto de la casa, lávate, envuelve tu cuerpo en vestidos puros, y allí implora a Atenea, hija de Zeus tempestuoso, que lleva la égida, para que ella salve a tu hijo de la muerte. No angusties más a un anciano afligido, pues yo no creo que el linaje del Arcesíada les sea odioso hasta tal grado a los felices inmortales; sino que siempre quedará alguien que po- sea la casa de elevada techumbre y los fértiles cam- pos.'^

Así le dijo, y calmóle el llanto, consiguiendo que sus ojos dejaran de llorar. Lavóse Penélope, envolvió su cuerpo en vestidos puros, subió con las esclavas a lo alto de la casa, puso las molas en un cestillo, y suplicó de este modo a Atenea:

'* ¡Óyeme, hija de Zeus, que lleva la égida; indómita deidad!, si alguna vez el ingenioso Odiseo quemó en tu honor, dentro de este palacio, pingües muslos de bueyes o de ovejas, recuérdalo y protege a mi amado hijo, y aparta a los perversos y ensoberbecidos Pre- tendientes.'*

Acabando de hablar lanzó un gemido, y la diosa

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acogió 6u mego. Loe Pretendientes movían alborote en la obscura sala, y uno de los insolentes jóvenes dijo de esta guisa:

**La reina por tantos codiciada, está preparando el casamiento, pero sin duda ignora que la muerte pró- xima acecha a su hijo/*

Asi habló; pero no sabían lo que dentro pasaba. Y Antínoo arengóles diciendo:

** ¡Desgraciados! Absteneos^todos de pronunciar fra- ses temerarias; no sea que alguno vaya a contarías a Penélope. Mas, ea, levantémonos y pongamos por obra, silenciosamente, el proyecto que a todos place."

Dicho esto, escogió los veinte hombres más esfor- zados y fuese con ellos a la orilla del mar, donde es- taba la velera nao. Ante todo, botaron al mar el negro bajel, y arbolado el mástil y el velamen, luego aparejaron los remos con correas de cuero, haciéndolo como era debido, y dieron al aire las blancas velas, y sus bravos servidores trajéronles las armas. Ancla- ron la nave, después de llevarla adentro del mar; sal- taron en tierra y se pusieron a comer, aguardando que alumbrase Véspero.

Mientras tanto, la discreta Penélope yacía en el piso 8ui)erior y estaba en ayunas, pensando siempre en si su irreprochable hijo escaparía de la muerte o lo ha- rían sjicumbir los orgullosos Pretendientes. Y cuantas cosas piensa un león al verse cercado por multitud de hombres que lo acosan, otras tantas revolvía Pe- nélope en su mente cuando le sobrevino el dulce sueño. Durmió recostada y relajáronse todos sus miembros.

Entonces Atenea, la de los claros ojos, ordenó otra cosa. Hizo un fantasma parecido a una mujer, a Ifti- ma, hija del magnánimo Icario, mujer de Enmelo, qu• tenia su casa en Peres; y envióle a la morada del di-

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vino Odiseo, para poner fin de algún modo al llanto y a los gemidos de Penélope, que se lamentaba sollo zando. Y el fantasma entró en la cámara nupcial, deslizándose por la correa del cerrojo, y suspenso so- bre la cabeza de Penélope, di jóle estas palabras:

*' ¿Duermes, Penélope, con el corazón afligido? Los dioses, que viven felizmente, no te permiten llorar ni angustiarte; pues tu hijo aún ha de volver y nun- ca ofendió a los Olímpicos.'*

'*Eespondióle la prudente Penélope, suavemente traspuesta en los umbrales del sueño:

** ¡Hermana! ¿A qué has venido! Hasta ahora no solías frecuentar el palacio, porque se halla muy lejos de tu morada. ¡Mandas que cese mi aflicción y los mu- chos pesaresque conturban la mente y el ánimo! An- teriormente perdí a mi valiente esposo, semejante a un león por su ánimo, más que nadie entre los dáñaos poseedor de todas virtudes, cuya fama se derramó por la Hélade y llegó hasta Argos; y he aquí que ahora mi amado hijo se fué en cóncavo bajel, niño aún, inexperto en los trabajos y en el habla. Por éste me lamento todavía más que por aquél; por éste tiemblo, y temo que padezca algún mal en los países adonde ha ido o en el ponto. Que son muchos los enemigos que están maquinando contra él, deseosos de matarlo antei que llegue a su patria tierra."

El obscuro fantasma le respondió diciendo: ''Cobra ánimo y no sientas 'en tu pecho excesivo temor. Tu hijo va acompañado por quien desearan muchos hom- bres que a ellos los protegiese como puede hacerlo, por Palas Atenea, que se compadece de ti y me envía a participarte estas cosas.'*

Entonces hablóle do esta manera la discreta Pené- lope: *'Si eres diosa y de alguna otra diosa oíste la

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voz, habíame del sin ventura Odiseo. ¿Vive aún y ve la luz de Helios, o murió y está en la mansión de Hades?''

El vagaroso fantasma le repuso: *'No te revelaré claramente si vive o ha muerto, porque no conviene hablar de cosas vanas."

Cuando esto hubo dicho, fuese por la cerradura de la puerta como un soplo de viento. Despertóse la hija de Icario y se le alegró el corazón, porque había tenido tan claro el sueño entre las sombras de ía noche.

Ya los Pretendientes se habían embarcado y na- vegaban por la líquida llanura, maquinando en su pe- cho una muerte cruel para Telémaco. Hay en el mar, entre Itaca y la abrupta Same, una isla pedre- gosa, Asteris, que no es extensa, pero tiene puertos de doble entrada, excelentes para que fondeen los na- vios: allí los aqueos se pusieron en emboscada para aguardar a Telémaco.

Hermee, enviado por Zeus, ordena a Calipso que deje partir a Odiseo

RAPSODIA QUINTA

OS se levantaba del lecho, de- jando al ilustre Titón, para lle- var la luz a los inmortales y a los míseros hombres, cuando los dioses se reunieron en junta, sin que faltara Zeus tempes- tuoso, cuyo poder es grandísi- mp. Y Atenea, trayendo a la memoria los muchos infortunios de Odiseo, los refirió a las deidades; interesándose por el héroe, que se hallaba entonces en el palacio de la ninfa:

** ¡Padre Zeus, felices y sempiternos diosesl Nin- gún rey, que empuñe cetro, sea benigno, ni blando, ni suave, ni emplee el entendimiento en cosas justas; antes, por el contrario, obre siempre con crueldad y lle- ve a cabo acciones nefandas; ya que nadie se acuerda

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del divine Odiseo entre los ciudadanos sobre los cuales reinaba con el afecto de un padre. Hállase en una isla atormentado por rudos pesares: en el palacio de la ninfa Calipso, que le detiene por fuerza j y no le es posible llegar a su patria porque le faltan naves provis- tas de remos y compañeros que le conduzcan por el an- cho dorso del mar. Y ahora quieren matarle al hijo ama- do así que torne a su casa, pues ha ido a la sagrada Pilos y a la insigne Lacedemonia en busca de noticiar• de su padre.''

Kespondióle Zeus, que amontona las nubes: "¡Hija mía! ¡Qué palabras se te escaparon del cerco de lo• dientes! 4 No formaste misma eso proyecto: que Odiseo, al tornar a su tierra se vengaría de aquéllo• f Pues acompaña con discreción a Telémaco, ya que 1• puedes, a fin de que se restituya incólume a su patria y los Pretendientes que están en la nave tengan que volverse."

Dijo; y dirigiéndose a Hermes, su hijo amado, ha- blóle de esta suerte: "¡Hermes! Ya que en lo demá• eres el mensajero, ve a decir a la ninfa de hermo- sas trenzas nuestra firme resolución que Odiseo tor- ne a su patria para que el héroe emprenda el re- greso sin ir acompañado por los dioses ni por loa mor- tales hombres: navegando en una balsa fuertemente trabada, llegará en veinte días y padeciendo traba- jos a la fértil Esqueria, la tierra do los feacios, que por su linaje son cercanos a los dioses; y ellos le hon- rarán cordialmente, como a una deidad, y le enviarán en un bajel a su patria tierra, después de regalarle bronce, oro, vestidos y tantas cosas como jamás sa- cara de Troya si llegase indemne con la parte de botín que le correspondiese. Dispuesto está por la Moira que

LA ODISEA

Odiseo vea a sus amigos 7 llegue a su casa de alta techumbre y a su patria/'

Asi habló. El mensajero, matador de Argos no fué desobediente: al puuto ató a sus pies los áureos y divinos talares, que le llevaban sobre el mar y so- bre la tierra inmensa con la rapidez del viento, j tomó la vara con que aduerme los ojos de los hom- bres o los despierta. Teniéndola en las manos, el po- deroso Argicida emprendió el vuelo, y al llegar a la Pieria, bajó al ponto y comenzó a volar rápidamente, como la gaviota que pescando peces en los grandes senos del mar estéril, moja on el agua salobre sug tupidas alas: tal parecía Hermes volando a ras de las espantables olas. Cuando hubo arribado a aquella isla tan lejana, salió del violáceo ponto, saltó en tierra, prosiguió su camino hacia la vasta gruta donde mo- raba la ninfa de hermosas trenzas, y hallóla dentro. Ardía en el hogar un gran fuego y el olor del hen- dible cedro y de la tuya, que en él se quemaban, difundíase por la isla hasta muy lejos; mientras ella, cantando con voz hermosa, tejía en el interior con lanzadera de oro. Rodeando la gruta, había crecido una verde selva de chopos, álamos y cipreses oloro- sos, donde anidaban aves de luengas alas: buhos, ga- vilanes y chulonas cornejas marinas, a las que sus- tenta el ponto. Allí mismo, junto a la honda cueva, extendíase una viña floreciente, cargada de raernos en sazón; y cuatro fuentes manaban, muy cerca la una de la otra, dejando correr en varias direcciones sus aguas cristalinas. Veíanse en contorno frescos y amenos prados de violetas y apio silvestre; y al Ho- gar allí hasta un inmortal se hubiese admirado, re- creándose su alma. Detúvose Hermea a contemplar aquello; y después de admirarlo, penetró •η la vasta

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gruta, y fué conocido por Calipso, la insigne diosa, desde que a ella se presentara, porque los inmortales se conocen todos por muy apartados que vivan; pero no halló al magnánimo Odiseo, que estaba llorando en la ribera, donde tantas veces, consumiendo su áni- mo con lágrimas, suspiros y dolores, fijaba los ojos en el ponto estéril y derramaba copioso llanto. Y Calipso, la insigne entre las diosas, hizo sentar a Hermes en magnífico sitial, e interrogóle de esta suerte:

**¿Por qué, oh Hermes, el de la varita de oro, caro y venerable, vienes a mi morada? Antes no solías frecuentarla. Di qué deseas, pues mi ánimo me im- pulsa a realizarlo si puedo y es factible. Pero sigúe- me, a fin de que te ofrezca los dones de la hospi- talidad."

Habiendo hablado de semejante modo, la diosa pú- sole delante una mesa, que cubrió de ambrosía, y mezcló el rojo néctar. Allí bebió y comió el mensa- jero. Y cuando hubo cenado y repuesto su ánimo, res- pondió a Calipso con estas palabras:

*'Me preguntas, oh diosa, a que soy dios, por qué he venido. Voy a decírtelo con sinceridad, ya que así lo mandas. Zeus me ordenó venir, sin que yo lo de- seara: ¿quién recorrería gustoso las inmensas «lalo- bres aguas, donde no hay ciudad alguna, residencia de hombres mortales, que hagan sacrificios a los dio- ses y les ofrezcan selectas hecatombes! Pero no le es posible a ningún dios ni transgredir ni dejar sin efec- to la voluntad de Zeus, que lleva la égida. Dice que está contigo un varón, que es el más infortunado de cuantos combatieron alrededor de la ciudad de Pría- mo, durante nueve años, y en el décimo, habiéndola destruido, tornaron a sus casas; mas en la vuelta ofendieron a Atenea y ésta concitó contra ellos los

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vientos y ol aborotado mar. En las olas hallaron muerte sus esforzados compañeros; y a él trajéronlo acá el viento y el oleaje. Zeus te ordena que a tal varón le permitas que se vaya cuanto antes, porque su destino no es morir lejos de sus amigos, sino antes verles y regresar a su alta mansión y a la patria tierra. ' *

Tal dijo. Estremecióse Calipso, la insigne diosa, y respondió con estas aladas palabras: **Sois, olí dio- ses, malignos y celosos como nadie, pues sentís en- vidia de las diosas que no se recatan de compartir su lecho con los hombres a quienes han tomado por esposos. Así, cuando Eos, de rosáceos dedos, arrebató a Orion, le tuvisteis envidia vosotros los dioses, que vivís sin cuidados, hasta que la casta Artemisa, de áureo trono, lo mató en Ortigia, alcanzándole con sus suaves flechas. Asimismo, cuando Deméter, la de her- mosa cabellera, cediendo a los impulsos de su corazón, juntóse en amor y lecho, con Jasión, en una tierra noval, labrada tres veces, Zeus que no tardó en sa- berlo, mató al héroe, hiriéndole con el ardiente rayo. Igual ahora me tenéis envidia, oh dioses, porque está conmigo un hombre mortal, a quien salvé cuando bo- gaba solo y montado en una quilla, después que Zeus hubo hendido su nave en mitad del sombrío i^onto, con el fuego celeste. Allí acabaron la vida sus fuer- tes compañeros; mas a él trajéronle acá el viento y el oleaje, y le acogí amigablemente, le mantuve y díjele a menudo que le haría inmortal y libre de la vejez para siempre jamás. Pero ya que no le es po- sible a ningún dios transgredir ni dejar sin efecto la^ voluntad de Zeus, que lleva la égida, vayase aquél por el mar estéril, si ése lo incita y se lo manda; con todo no me es hacedero despedirle, porque no poseo bajeles

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bien provisto de remos, ni hombres que le lleven por el ancho dorso del mar; aunque le aconsejaré de muy buena voluntad, sin ocultarle nada, para que llegue sano y salvo a su patria tierra."

Eeplicóle Hermes, el mensajero: ''Despídele pront• y teme la cólera de Zeus; no sea que este dios, irri- tándose, se ensañe contra ti en lo sucesivo."

En diciendo esto, partió el poderoso Argicida; j la veneranda ninfa, oído el mensaje de Zeus, fuese jt encontrar al magnánimo Odiseo. Hallóle sentado en la playa, que allí se estaba, sin que sus ojos se secasen del continuo llorar, y consumía su dulce exis- tencia suspirando por el regreso; pues la ninfa ya no le era grata. Obligado a pernoctar en la profunda cueva, durmiendo con la ninfa que le quería sin qu•? él la quisiese, pasaba el día sentado en las rocas de la ribera del mar y, consumiendo su ánimo en sus- piros y dolores, clavaba los ojos en el ponto estéril y derramaba copioso llanto. Llegándose a él, la in- signe diosa, le dijo:

''¡Desdichado! No llores más, ni consumas tu vida, pues de muy buen grado dejaré que partas. Ea, corta maderos grandes; y ensamblándolos con el bronce, construye una espaciosa balsa y cúbrela con piso de tablas, para que te lleve por el obscuro ponto. Yo pondré en ella pan, agua y el rojo vino, regocijador del ánimo, que te librarán de padecer hambre; y te daré vestiduras. Haré que sople próspero viento a fin de que llegues sano y salvo a tu patria tierra, si así lo quieren loa dioses que habitan en el vasto Uranos, los cuales me aventajan lo mismo en formar propósitos que en llevarlos a término."

Tal dijo. Estremecióse el paciente Odiseo y respon- dió con estas aladas palabras:

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' * Algo revuelves en tu pensamiento, eli diosa, 7 no por cierto mi partida, ai ordenarme surcar en frá- gil balsa el gran abismo del mar, tan terrible y pe- ligroso, que no lo pasaran fácilmente naves de bue- nas proporciones, veleras, favorecidas por el soplo de Zeus. Yo no subiría en la balsa, mal de tu grado, si no te resolvieras a prestar firme juramento de que no maquinas causarme ningún daño."

De tal suerte habló. Sonrióse la insigne diosa, y acariciándole con la mano, lo dijo estas palabras:

"Eres en verdad invencionero y astuto, aunque no sueles pensar cosas livianas, cuando tales palabras te has atrevido a proferir. Por Gea y el espacioso Uranos que la cubre, y por las subterráneas aguas de la Estigia, que es el juramento mayor y más terrible de los dioses felices , no maquinaré contra ti ningún pernicioso daño, y pienso y he de aconsejarte cuanto para misma discurriera, si en tan grande necesidad me viese. Mi intención es recta, que no guardo en mi pecho un corazón insensible, sino compasivo."

Dijo, y la insigne diosa precedió a Odiseo, quien siguió las rápidas huellas de la ninfa. Llegaron a la profunda cueva la diosa y el varón, éste se aco- modó en la silla do donde so levantara Kermes, y la ninfa sirvióle toda clase de alimentos, así comesti- bles como bebidas, de lo que se mantienen los mor- tales hombres. Luego sentóse ella enfrente del divino Odiseo, y las esclavas trajeron la ambrosía y el néc- tar. Y entrando tendieron las manos a los manjaies que se les ofrecían; y apenas satisficieron el ham- bre y la sed, la insigne diosa Calipso, rompió el ei- lencio, diciéndole:

"¡Laertíada, de linaje divino I ¡Odiseo, fecundo ea recursos! Así pues, ¿quieres abandonarme y regrosar

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HOMERO

a tu casa y a la querida patria tierral Bien ido seas. Pero, si tu inteligencia conociese los males que habrás de padecer fatalmente antes de llegar a tu patria, te queaaras conmigo, custodiando esta morada, y fué^ ras inmortal, aunque estés deseoso de ver a tu es- posa, de la que padeces nostalgia todos los días. Sabe que me vanaglorio de no serle inferior ni por la her- mosura ni en el natural, que no pueden las mortales competir con las diosas ni por su cuerpo ni por su belleza. ' '

Eespondióle el ingenioso Odiseo: **|No te enojes conmigo, veneranda deidad! Conozco muy bien que la prudente Penélope no puede igualarte en hermo- sura ni en gentil persona; siendo ella mortal y inmortal y exenta de la vejez. Con todo quiero y ansio continuamente irme a mi casa y ver lucir el día de mi vuelta. Y si alguno de los dioses quisiera aniquilarme en el obscuro mar, lo sufriré con el ánimo que llena mi pecho y tan paciente es para los dolores; pues he padecido muy mucho, así en el mar como en la guerra, y venga este mal tras de los otros.'*

Así habló. Ocultóse Helios y sobrevino la obscu- ridad. Al fondo de la socavada gruta, retiráronse los dos, y compartieron el mismo lecho, gozándose en el amor.

No bien se mostró Eos, de rosadas manos, hija de la mañana, vistióse Odiseo la túnica y el manto; y la ninfa se atavió con amplia vestidura, fina y hermosa, ciñó el talle con lindo cinturón de oro, veló su cabeza, y ocupóse en disponer la partida del mag- nánimo Odiseo. Dióle un hacha broncínea, de doble filo, fácil manejo y excelente astil de olivo bien ajus- tado; entrególe después una azuela muy afilada; y

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LA ODISEA

lo condujo a un extremo de la isla donde crecían grandes árboles, chopos, álamos y el abeto, cuya copa escala el alto Uranos, y cuyos troncos secos desde antiguo, eran muy duros y a propósito para mante- nerse a flote sobre las aguas. Y tan presto como le hubo enseñado el sitio de aquellos grandes árboles, la insigne diosa Calipso volvió a su morada.

Puso Odiseo mano a la obra y no tardó mucho en dejarla concluida. Derribó veinte hermosos troncos, y desbastándolos con el bronce, encuadrólos, alineán- dolos a cordel. Calipso, la insigne diosa, trájole unos barrenos, con los cuales taladró el héroe todas las pie- zas, que unió luego, sujetándolas con clavos y cla- vijas. Cuan ancho es el redondeado fondo de un buen navio de carga, que hábil artífice construyera, tan grande hizo Odiseo la balsa. De recias tablas unió la cubierta, y labró el mástil con su correspondiente antena, y en seguida el timón. Con ramas de sauce, bien tejidas, rodeó la balsa, para resguardarla de los golpes de las olas, y la lastró con abundante madera. Mientras tanto, Calipso, la insigne diosa, trájole vien- to para las velas; que Odiseo aparejó con gran maña. Y, atando en la balsa cuerdas, maromas y bolinas, echóla por medio de unos parales al espacioso mar.

Al cuarto día ya todo estaba terminado, y al quinto despidióle de la isla la divina Calipso, después de lavarle y de vestirle perfumadas vestiduras. Entre- góle la diosa un odre de negro vino, otro mayor de agua, un zurrón de cuero, en el que se contenían abun- dantes provisiones gratas al ánimo; y mandóle favo- rable y plácido viento. Gozoso desplegó las velas el divinal Odiseo, y, sentándose, comenzó a regir há- bilmente la balsa con el timón, sin que el sueño ca- yese en sus párpados, fijos los ojos en las Pléyades

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π θ ΜΕ R Ο

J •1 Boetei, que ι• pon• muy tarde, y la Osa, lla- mada el Carro por sobrenombre, la cual gira siempre en el mismo lugar, acecha a Orion y es la única que no se baña en el Océano; pues Calipso, insigne entre las diosas, le había ordenado que tuviera la Osa a mano izquierda durante la travesía. Diecisiete días navegó a través del ponto, y al décimo octavo pudo ver los umbrosos montes del país de los feacios, en la parte más cercana, apareciéndosele como un es- cudo en medio del ponto sombrío.

El poderoso Poseidón, que sacude la tierra, regre- saba entonces de Etiopía y vio a Odiseo de lejos, desde los montes Solimos, pues se le apareció nave- gando por el ponto. Encendióse en ira la deidad y, sacudiendo la cabeza, habló para mismo de esta manera:

"¡Ah! Sin duda cambiaron los dioses de parecer con respecto a Odiseo, mientra» yo me hallaba entre los etíopes. Ya está cerca del país de los feacios, don- de el destino quiere que se libre del cúmulo de des- gracias que le han alcanzado. Pero imagino que aún le queda algo por sufrir."

Dijo; y echando mano al tridente, congregó la• nubes y turbó el mar; suscitó grandes torbellinos y te- da clase de vientos; cubrió de nubes la tierra y el ponto y del alto Uranos cayó profunda noche. Sopla- ron a la vez el Euro, el Noto, el impetuoso Zéfiro y el Bóreas, que nacido en el éter, levanta olas inmensas. Flaqueáronle las rodillas y el corazón al héroe, y con tristeza suma, así exclamó en su magnánimo espíritu:

*'¡Ay infeliz I i Qué va a ser de míf Teme que resulten verídieas las predicciones de la diosa, la eual me aseguraba que había de pasar grandes trabajos en el ponto antes de volver a la patria tierra, pues

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LA O D ί Η Ε A

ahora todo se está cumpliendo. ¡Con qué nubes lia cerrado Zeus' el anchuroso Uranos! ¡Con qué estruendo se levantan las olas y rugen los vientos! Ahora me espera, a buen seguro, una terrible muerte. ¡Oh, una y mil veces dichosos los dáñaos que cayeron en Ilion, luchando para complacer a los Atridas! ¡Así hubiese muerto también, cumpliéndose mi destino, el día en que multitud de teneros me arrojaban broncíneas lanzas junto al cadáver del Peleida! Allí obtuviera honras fúnebres y los aqueos ensalzaran mi gloria j pero dispone el hado que yo sucumba con deplorable muerte. ' '

Mientras esto decía, vino una grande ola, que desde lo alto cayó horrendamente sobre Odiseo, e hizo que la balsa zozobrara. Fué arrojado el héroe lejos de la balsa, sus manos dejaron el timón, y llegó un horrible torbellino de mezclados vientos, que rom- pió el mástil por la mitad, y la vela y la entena ca- yeron en el ponto a gran distancia. Mucho tiempo permaneció Odiseo sumergido, que no pudo salir a flote inmediatamente, por el gran ímpetu de las olas y porque le apesgaban los vestidos que le había en- tregado la divina Calipso. Emergió, por fin, despi- diendo do la boca el agua amarga que asimismo le corría de la cabeza en grandes chorros; mas, aunque fatigado, no se olvidó de la balsa; sino que, nadando vigorosamente al través de las olas, pudo asirla y sentóse sobre ella para evitar la muerto. El gran oleaje llevaba la balsa de acá para allá, según la co- rriente. Así como el otoñal Bóreas arrastra por la llanura unos vilanos, que entre se entretejen espe- sos, así los vientos impelían de un lado a otro la balsa por el piélago; ya Euro la arrojaba a Zéfiro

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Ε o ME Ε O

para que éste la empujase, ora Isoto la impelía Bobre Bóreas, a fin de quo éste la persiguiera.

La hija de Cadmo, Ino, la de bellos pies, que un día fué mortal, y a la sazón so llamaba Leucotea y compartía los honores de los dioses, residiendo en el fondo del mar, vio a Odiseo y apiadándose de él, errante y abrumado por la fatiga, emergió del abis- mo, a la manera de somormujo, y posándose en la bal- sa, construida con muchas ataduras, díjole estas pa- labras :

** ¡Desdichado! ¿Por qué Poseidón, que sacude la tierra^ se airó tan fieramente contigo y te está sus- citando numerosos males? No logrará anonadarte por mucho que lo anhele. Haz lo que voy a decirte, pues me fir-uro que no te falta prudencia: quítate esos vestid í Λ, deja la balsa que los vientos se la lleven, y gana a nadó la tierra de los feacios, donde acabarán tus evitas. Toma, extiende este velo inmortal debajo de tu pecho y no temas padecer, ni morir tampoco. Y así que toques con tus manos la tierra firme, quí- tatelo y arrójalo en el vinoso ponto, volviéndote a otro lado.*'

Dichas estas palabras, la diosa le entregó el velo y siempre transfigurada, en somormujo, tornó a su- mergirse en el undoso ponto y las negruzcas olas la cubrieron. Mas el paciente divinal Odiseo estaba in- deciso y, gimiendo, habló de esta guisa en su mag- nánimo espíritu:

*'¡Ay de mí! No sea que alguno de los inmortales me tienda un lazo, cuando me da la orden de que desampare la balsa. No obedeceré todavía, que con mis ojos veo que está muy lejana la tierra donde, según afirman, he de hallar refugio; antes procederé

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L A ODISEA

de otra suerte, por ser, a mi juicio, lo mejor: mien- tras los maderos sigan unidos por la trabazón, segui- ré aquí y sufriré los males que haya de padecer, y luego que las olas deshagan la balsa, me pondré a nadar; pues no se me ocurre nada más provechoso. '*

A par que así discurría en su mente y su corazón, Poseidón, que sacude la tierra, levantó una ola in- mensa, pavorosa, alta como un techo y lanzóla contra el héroe. De la suerte que impetuoso viento revuelve un montón de pajas secas dispersándolas por todos lados; de la misma manera desbarató la ola los gran- des leños de la balsa. Empero, Odiseo pudo aferrarse a un madero y sobre él montó a horcajadas, desnu- dóse los vestidos que la divinal Calipso le entregara, extendió prestamente el velo debajo de su pecho y tendidos los brazos, echóse al agua, deseoso de nadar. Viole el poderoso dios, que sacude la tierra, y mo- viendo la cabeza, dijo para sí:

"Sufre ahora mil males, errante por el ponto, has- ta que arribes a la tierra de esos hombres, amados de Zeus. Mas, confío en que aún guardarás memoria del castigo."

Dicho esto, picó con el látigo a los corceles, y se fué a Egas, donde posee ínclita morada.

Entonces Atenea, hija de Zeus, ordenó otra cosa. Cerró el camino a los vientos, y les mandó que se sosegaran y durmieran; y, haciendo soplar el rápido Bóreas, quebró las olas, hasta que Odiseo, de divino linaje, esquivadas las Keras y la muerte, ganase la ami- ga tierra de los feacios, amantes de manejar los remos.

Dos días con sus noches anduvo errante el héroe sobre las densas olas, y su corazón presagióle la muer- te en repetidos casos. Mas tan luego como Eos, dt blonflft ¿alrellera, <tóó principio al tercer día, aplacóse

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Η o Λΐ Ε R Ο

el vendaval, y encalmáronse las aguas; y Odiseo pudo ver, desde lo alto de una ingente ola, aguzando mucho la vista, que la tierra se hallaba cerca. Con aquel gozo con que los hijos ven recobrar la vida al padre moribundo, que, postrado por la enfermedad, se consumía desde largo tiempo, a causa de la perse- cución de infesto numen, cuando los dioses lo libran felizmente del malj tan agradable apareció para Odi- seo la tierra y el bosque. Nadaba, pues, esforzán- dose por asentar el pie en tierra firme j mas, así que estuvo tan cercano a la orilla, que hasta ella hubiesen llegado sus gritos, oyó el estrépito con que en las pe- fias se rompía el mar. Bramaban las inmensas olas, azotando horrendamente la áspera costa, cubierta de salada espuma; allí no había puertos, donde las naves se acogiesen, ni siquiera ensenadas, sino orillas abrup- tas, rocas y escollos. Entonces desfallecieron las ro- dillas y el corazón de Odiseo; y gimiendo, dijo, para BU propio magnánimo espíritu:

'* ¡Triste de mí! Después que Zeus me concedió que viese inesperada tierra, y acabé de surcar este abismo, ningún paraje descubro por donde consiga salir del turbio mar. Por de fuera yérguense ante agudos peñascos, a cuyo alrededor mugen las olas im- petuosamente, y la roca se levanta lisa; y aquí es el mar tan hondo, que no puedo hacer pie para esquivar sus rigores. Tal vez, de intentarlo, una ola inmensa me estrelle contra los peñascos y resulten baldíos mis esfuerzos; y si nadase aún, deseoso de encontrar una playa lamida por las aguas, o un puerto, temo que la tempestad me arrebate de nuevo y rae lleve al ponto, a pesar de mis lamentos, en el mar abundoso en peces; o que una deidad incite contra algún Hionetruo maxino, de los que cría ea gran número la

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LA ODISEA

ilustre Anfitrite; pues que el ínclito dios, que bate la tierra, está enojado conmigo. '^

Mientras tales pensamientos revolvía en su mente 7 su corazón, una oleada lo arrebató hacia la áspera ribera. Allí se habría desgarrado la piel y roto los huesos, si Atenea, la deidad de los claros ojos, no hubiera sugerido en el ánimo lo que llevó a efecto: lanzóse a la roca, asióse a ella con sus robustas ma- nos, y gemebundo, permaneció adherido a la misma hasta que la enorme ola hubo pasado. De esta suerte la evitó; mas, al refluir, dióle tal acometida, que lo echó en el Ponto bien adentro. Así como el pulpo cuando lo arrancan de su escondrijo, lleva pegadas a los tentáculos muchas predrezuelas, así la piel de las dormidas manos de Odiseo se desgarró y quedó en las rocas, mientras le cubría la inmensa ola. Y allí aca- bara el infeliz Odiseo, contra lo dispuesto por el hado, si Atenea, la deidad de los brillantes ojos, no le ins- pirara prudencia. Salió a flote, y apartándose de las olas que se rompen con estrépito en la ribera, nadó avizorando el litoral, por ver do hallar una playa lamida por las aguas o un puerto. Y llegó nadando a la desembocadura de un río, de hermosa corriente, pareciéndole óptimo el lugar, por carecer de roca y formar un reparo contra el viento. Y como viese que era un río, suplicóle así en su corazón:

** ¡Óyeme, oh soberano, quienquiera que seas! Ven- go a ti, tan deseado, huyendo del Ponto y de las amenazas de Poseidón. Es digno de respeto, aun para los inmortales dioses el hombre que se presenta erra- bundo, como llego ahora, al abordar tu curso, des- pués de haber padecido numerosos males. ¡Oh rey, apiádate do mí, ya que me glorío de ser tu supli- cante!'*

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Μ o Μ Ε R 9

Talos fueron lug palabrai. En seguida iutp«udié •! río iu corriente, apaciguó lag olas, h.Í20 reinar la calma delante de si y acogió a Odiseo en su desem- bocadura. El héroe dobló entonces las rodillas y los fuer- tes brazos, pues su corazón estaba fatigado de luchar eon el Ponto. Tenía Odiseo todo el cuerpo hinchado, de su boca y de su nariz manaba en abundancia el agua del mai; y, falto de aliento y de voz, quedóse tendido y sin fuerzas, porque el terrible cansancio le abrumaba. Cuando ya respiró y volvió -en su acuerdo, desató el velo de la diosa y arrojólo en el río, que corría hacia el mar: llevóse el velo una ola grande en la dirección de la corriente y pronto Ino lo tuvo en sus manos. Odiseo se apartó del río, echóse al pie de unos juncos, besó la fértil tierra y gimiendo, se habló a mismo en su magnánimo espíritu:

"¡Ay de mí! iQué no padezco? ¿Qué es lo que al fin me va a suceder? Si paso la molesta noche junto al río, quizás la dañosa helada y el rocío mañanero me acaben; pues estoy tan débil, que apenas puedo respirar, y una brisa glacial viene del río antes de rayar el alba. Y si subo al ribazo y me duermo entre los espesos arbustos del bosque, si el frío y la fatiga no lo impiden, temo ser presa de las bestias fe- roces."

Después de meditarlo, se le ofreció como mejor el último partido, y fuese en busca de las florestas, que se aparecían en un altozano, a par de la costa, y metióse debajo de dos arbustos entrelazados, que eran un acebnche y un olivo. Ni el húmedo soplo de los vientos pasaba a través de ambos, ni el resplande- ciente Helios los hería con sus rayos, ni la lluvia los penetraba del todo; tan espesos y entrecruzados se elevaban: debajo de ellos se introdujo Odiseo y

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LA ODISEA

al initanti dispuso eon sus manos ancha cama, j)ues había tal abundancia de hojas secas, que bastaran para abrigar a dos o tres hombres durante el más riguroso invierno. Mucho holgó de verlas el paciente y divino Odiseo, que se acostó en medio γ se cubrió con aquel abrigo. Así como el que vive en remoto campo y no tiene vecinos, esconde un tizón en la negra ceniza pa- ra conservar el fuego j no tener que ir a encenderlo a otra parte; de esta suerte se cubrió Odiseo con la hojarasca. Atenea derramó sobre sus ojos el dulce Bueño y le cerró los párpados, para que descansara al punto de sus abrumadoras penas.

Nauáícaa guía a Üdiseo, que se le ha preseotado cerca del río, al palacio de Alcíuoo

RAPSODIA SEXTA

lENTEAS así dormía el pacien- te y divino Odiseo, rendido del sueño y del cansancio, Atenea se encaminó al pueblo y a la ciudad de los feacios, los cua- les habitaron antiguamente en la espaciosa Hipcrea, frontera a los soberbios Cíclopes, varones altivos, que les cau- saban daño, porque eran más fuertes y robustos. De allí los sacó Nausítoo, semejante a un dios: condu- ciéndolos a la isla Esqucria, lejos de los hombres industriosos, donde se establecieron; construyó un muro alrededor de la ciudad, edificó casas, erigió tem- plos a los dioses, y repartió las tierras. Pero ya en- tonces, abatido por la Ker, había bajado a la morada de Hades, y reinaba a la sazón Alcínoo, cuyos con-

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Μ o ME R O

«•JM •ΓΑΜ istpiriiá•» ρ•Γ loi propiee ái»i(«iÍ; j ^l p»- l&cio de ést• se dirigió Atenoa, la deidad de los «laros ojos, deseosa de acelerar el regreso del maenánime Odiseo. Penetró la diosa en la estancia labrada oon gran primor en que dormía una doncella parecida a las in- mortales, por su natural y por 3U hermosura: Nausí- eaa, hija del magnánimo Alcínoo; cabe a la misma, a uno y otro lado de la entrada, hallábanse dos es- elavas, a quienes las Carites habían dotado de be- lleza; y las magníficas hojas de la puerta estaban entornadas. Atenea se lanzó, como un soplo de vien- to, al lecho de la doncella; púsose sobre su cabeza y empezó a hablarle, tomando el aspecto de la hija de Dimante célebre nauta , tan muchacha como Nausi caá, y muy querida de ésta. De tal suerte transfigu- rada, dijo Atenea, la de loe claros ojos:

"¡Nausícaa: ¿Por qué tu madre te dio a luí tan perezosa Τ Tienes descuidadas las espléndidas ves- tiduras, y cercano está tu casamiento, en el que necesitarás ataviarte con los más hermosos vestidos, y habrás menester de ofrecérselos también a tu cor- tejo. La fama se allega entre los hombrea con las bellas vestiduras, y los amados padres se huelgan con ello. Vayamos, pues, con el alba, a lavar tus ves- tidos, y te acompañaré y ayudaré para que en seguida lo tengas todo listo; que no ha de prolongarse mucho tu doncellez, puesto que ya te pretenden los mejores de los feacios, cuyo linaje es también el tuyo. Ea, insta a tu padre para que mande prevenir, al rayar el alba, las muías y el carro en que llevarás tus ceñidores, peplos y mantas espléndidas. Para ti mis- ma es mejor ir de este modo y no a pie, porque loa lavaderos se hallan a gran distancia de la ciudad."

Dijo, τ Atínea, la de los claros ojos, tornó al Olim-

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LA O D I S £ A

p«; doud• ti fain« qu• lüs dioiei posten lui p«r«im«s

y ieguras moradas, exentas de los rigore• del furioio viento, de la ofensa de las lluvias, y de la injuriai de la fría nieve, gozando ambiente purísimo y circuidas de esplendorosa claridad, en que los inmortales i• solazan de continuo. Allí se encaminó la diosa de los brillantes ojos, tan luego como hubo aconsejado a la doncella.

Pronto vino Eos, de hermoso trono, y despertó a Nausícaa, la del lindo peplo; y la doncella, admirada del sueño, se fué por el palacio a contárselo a sus progenitores, al padre querido y a la madre, y a entrambos los halló dentro: a ésta, sentada junto al fuego, con las siervas, hilando lana de color purpú- reo; y a aquél apercibiéndose para reunirse en consejo con los ilustres príncipes, pues demandaban su pre- sencia los más nobles feacios. Detúvose Nausícaa muy cerca de su padre, y di jóle:

'^ ¡Padre querido! ¿Querrías ordenar que me apa- rejasen un carro, de fuertes ruedas, para que fuese al río y lavase nuestras hermosas vestiduras? A ti mismo te conviene llevar vestiduras limpias, cuando con los varones más principales deliberas en el mega- ron. Tienes, además, cinco hijos en el palacio: dos ya casados, y tres que son mozos de floridos años y cuantas veces van a danzar, quieren llevar vesti- dos limpios; y tales cosas están a mi cuidado.'*

Así dijo; sin alargarse a referir a su padre lo de sus florecientes nupcias. Mas él, comprendiéndolo to- do, le repuso:

**Nada te rehuso, hija mía: ni muías ni cosa al- guna. Vé. Mis esclavos te prepararán un carro, alto y grande, capaz para llevar tu carga.'*

Dijo, y le dio la orden a los esclavos, y al punto

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no ME R φ

1• obedecioron. Aparejaron fuera de la easa un carr• de fuertes ruedas, propio para muías; y, conducien- do éstas, unciéronlas al yugo. Mientras tanto, la don- cella sacaba de la habitación los espléndidos vestidos y los colocaba en el pulido carro. Su madre púsole en una cesta toda clase de gratos manjares y viandas; echóle vino en un odre de piel de cabra; y cuando aquélla subió al carro, entrególe líquido aceite en una ampolla de oro, a fin de que se ungiese con sus esclavas. Nausícaa tomó el látigo y, asiendo las lus- trosas riendas, azotó las muías para que corrieran; arrancaron éstas con estrépito y trotaron ágilmente, llevando los vestidos y a la doncella, que no iba sola, sino acompañada de sus criadas.

Así como llegaron al río, de límpida corriente, en aquel punto donde había unos lavaderos rebosantes todo el año de agua purísima, buena para lavar cual- quier cosa desaseada, desuncieron las muías y echá- ronlas hacia el vortiginoso río ,a pacer la dulce gra- ma. Luego sacaron las ropas del carro, lleváronlas y las metieron en las profundas aguas y las pisotearon en las pilas, rivalizando unas con otras en hacerlo con destreza. Después que las hubieron limpiado, qui- tándoles toda impureza, tendiéronlas ordenadamente sobro las piedras de la playa, lamidas de continuo por las olas. Entonces se bañaron, perfumándose, con el lustroso aceite, y se pusieron a comer a la orilla del río, mientras Helios secaba con sus resplandores las húmedas ropas. No bien hubieron comido Nausícaa y sus esclavas, despojáronse del velo que ceñía sus cabezas, y jugaron a la pelota; y entre ellas, Nau- sícaa, la de brazos de nieve, comenzó a cantar. Como Artemisa, que se complace en tirar flechas, sobre el es- carpado Taigeto o el Erimanto, corre alegre tras los

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LA ODISEA

jabalíes y rápidos ciervos y comparten sus juegos agrestes ninfas, liijas de Zeus que lleva la égida, y de Leto, se complace contemplándolas, y sobre todas des- cuella, y sobre todas se la reconoce por su cabeza y su frente, no obstante ser todas de extremada hermosura, así sobresalía la linda doncella entre sus esclavas.

Mas cuando ya estaba a punto de volver a su mo- rada, unciendo las muías y plegando los hermosos vestidos, Atenea, la do los brillantes ojos, ordenó otra cosa para que Odiseo despertase, viese a esta doncella de lindos ojos y fuese conducido a la ciu- dad de los feacios. La princesa arrojó la pelota a una de las esclavas y erró el tiro, echándola en un hondo remolino; y todas gritaron muy fuertemente. Despertóse con esto el divinal Odiseo, y sentándose, así discurrió en su mentó y su corazón:

''[Ay de mí! ¿Qué gentes habitarán esta tierra a que he llegado? ¿Serán violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de los dioses? A llegan

voces de mujer ¿Será la voz de las ninfas, que

viven en la cumbre de las montañas, en los manan- tiales de los ríos y en las herbosas marismas? ¿Es- taró por ventura cerca de hombres do voz artienlada? Quiero salir de dudas.'*

Hablando así el divino Odiseo, salió do entre los arbustos y en la poblada selva desgajó con su ro- busta maao una rama frondosa, con que encubrir sus desnudeces. Púsose en marcha, de igual manera que un montaraz león, confiado de sus fuerzas, sigue andando a pesar de la lluvia o del viento, y ardien- tes los ojos, se echa sobre los bueyes, las ovejas o las agrestes ciervas, pues el hambre le muevo a ata- car los rebaños y penetrar en el sólido establo; tal modo se apareólo Odiseo en medio de las donce-

U7

Η o Μ Jbi R O

Has di hermosas trenzas, aunque estaba desnudo, pues la necesidad lo obligaba. Antojóseles horrible, afeado como estaba del marino légamo, y huyeron despavo- ridas, dispersándose por el ribazo. Sólo la hija de Alcínoo se mantuvo firme ante Odiseo, porque Ate- nea dióle ánimo y libró del temor a sus miembros. Siguió pues, delante del héroe sin huir; un punto permaneció dudoso Odiseo, sin saber si implorar a la doncella de lindos ojos, o si de lejos debía suplicarla con blandas palabras, que le diese vestidos y le mos- trase la ciudad. Pensándolo bien, le pareció que lo mejor sería rogarle desde lejos con suaves frases: no fuese a irritarse la doncella si la abrazaba sus ro- dillas. Y en seguida le habló con estas blandas e in- sinuantes palabras:

'*¡0h, reina, ya seas diosa, ya mortal, yo te im- ploro! Si eres una diosa, de aquellas que habitan en el anchuroso Uranos, te hallo muy parecida a Arte- misa, hija del omnipotente Zeus, por tu hermosura, talle y gracia; y si naciste de los hombres que moran en la tierra, ¡tres veces felices sean tu padre y tu venerable madre y tus hermanos 1 Sin duda sus alm.as rebosan alegría cuando te ven salir al corro dan- zando! ¡Pero más venturoso que todos, quien colmán- dote de presentes nupciales, por esposa te lleve a su morada! Que nunca se ofreció a mis ojos un mortal semejante, ni hombre ni mujer, y me he quedado ató- nito al contemplarte. Solamente una vez vi algo que se te pudiera comparar en un tierno retoño de pal- mera, que creció en Délos, junto al ara de Apolo a donde fui con mis huestes en viaje que había de acarrearme dolores de la suerte que al verle quedé confuso largo tiempo, admirado de que árbol t«n hermoso pudiera brotar de la tierra; de la misma

lie

LA ODISEA

manera tt centemplo con admiración, oh mujer, y me tienes absorto y me infunde miedo abrazar tus rodi- llas, aunque estoy abrumado por un pesar muy gran- de. Ayer pude salir del vinoso ponto, después de veinte días de permanencia en 61, donde me vi a mer- ced de las olas y de los veloces torbellinos desde que desamparó la isla Ogigia; y algún numen me ha echa- do acá, para que padezca nuevas desgracias, que no espero que éstas se hayan acabado, antes los dioses deben de prepararme otras muchas todavía. Pero tú, oh reina, apiádate do mí, ya que oros la primer per- sona a quien me acerco después de soportar tantos males y me son desconocidos los hombres que viven en la ciudad y en esta comarca. Muéstrame la población, y dame, para que me cubra, algún trapo, si alguno trajiste para envolver tus ropas. Así los dioses te concedan cuanto en tu corazón anheles: esposo, fa- milia y feliz concordia; pues no hay nada mejor ni más útil, que el que gobiernen su casa el marido y la mujer, con ánimo concorde, lo cual produce tris- teza a sus enemigos, alegría a los allegados, y entram- bos son venturosos. '*

Nausíeaa, la de brazos de nieve, le repus•: '* ¡Forai- tero! Ya que no me pareces ni vil ni insensato, sabe que el mismo Zeus distribuye la felicidad, así a los bue- nos como a los malos, y si te dio esas penas, fuerza es que las sufras pacientemente. Mas ahora, que has llegado a nuestra ciudad y a nuestro país, ne carecerán de vestido ni de ninguna de las cosas que por decoro debe obtener un mísero suplicante. Te mostraré la po- blación y diré el nombre de nuestro pueblo: los feacios poseen la ciudad y la comarca, y yo soy la hija del magnánimo Aleínoo, cuyo θβ el imperio y el poder <m este pueblo."

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Dijo; y dio esta orden a ia^ eaciavas; de ücnuosas trenzas: "¡Deteneos, esclavas! ¿Adonde huís, por haber visto a un hombre! ¿Pensáis acaso que sea un enemigo? Ni nació, ni nacerá el hombre que trai- ga la guerra al país de los feacios, porque este pue- blo es carísimo a los dioses inmortales. Vivimos se- paradamente y nos circunda el mar alborotado y no te- nemos relación alguna con los demás hombres. Este es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle; pues todos los forasteros, huéspedes y mendigos, pro- vienen de Zeus, y los dones que se les hagan por mo- destos que sean, le son aceptos. Así, pues, esclavas, dadle de comer y de beber, y lavadle en el río en un lugar que esté resguardado del viento."

De tal suerte habló. Detuviéronse las esclavas y, animándose mutuamente, condujeron a Odiseo a un lugar abrigado, conforme a lo dispuesto por Nausí- caa, hija del magnánimo Alcínoo. Dejaron cerca de él un manto y una túnica, para que se vistiera; entre- gáronle, en ampolla de oro, líquido aceite, y lo invi- taron a lavarse en la corriente del río.

Entonces les dijo el divino Odiseo:

^'¡EsclavasI Alejaos un poco de suerte que Rueda lavarme de los hombros el sarro del mar, y me unja con el aceite, pues ha largo tiempo que no lo hago. Jamás me lavaré entre vosotras, pues haríasemo ver- güenza desnudarme entre mozas de lindas trenzas."

Así se expresó. Ellas se apartaron y fueron a con- társelo a Nausícaa. Entretanto el divino Odiseo se lavaba en el río el sarro que la salobre espuma le dejara en la espalda y en los anchurosos hombros, y se limpiaba la cabeza de la espuma del mar indómi- to. Luego que se hubo bien lavado y ungido, cu- brióse con las vestiduras que le diera la doncella. Τ

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Atenea, hija de Zeus, liizo que apareciese más alto γ más grueso y que de su cabeza colgaran entortija- dos cabellos, semejantes a las fiores de jacinto. Igual que hábil artíñce, aleccionado por Ilefes- tos y Palas Atenea, orla de oro la plata y consuma obras de primoroso arte, así Atenea derramó la gra- cia sobre la cabeza y los hombros del héroe. Este, apartándose un poco, se sentó en la ribera del mar y resplandecía por su gracia y hermosura. Admiróse la doncella y dijo así a sus esclavas do hermosas trenzas:

**Oíd, esclavas do niveos brazos, lo que os voy a decir: no sin la voluntad de los dioses, que habitan el alto Olimpo, viene ese hombre divino al país de los feacios. Túvele antes por un miserable y ahora se me representa cual los dioses, moradores del an- churoso Uranos. ¡Pluguiera a los inmortales que hom- bre igual a éste, y de los nuestros, pudiera llamarse mi esposo 1 ¡Ojalá que nuestra patria tenga atrac- tivos bastantes para retenerle! Esclavas ofreeedle de beber y de comer al forastero. ' '

Así habló, y no bien oída, obedecieron las esclavas, ofreciéndole a Odisco manjares y bebidas. Y el pa- ciente y divino Odiseo bebió y comió con avidez, por- que desde hacía mucho tiempo estaba en ayunas.

Entonces Nausícaa, la de brazos de nieve, imaginó otro arbitrio: acomodó en el hermoso carro las ropas bien plegadas, unció las muías de fuertes cascos, y ya montada en él, con estas palabras arengó a Odiseo: "Levántate, ¡oh forastero! y partamos a la ciudad Yo te guiaré a la casa de mi prudente padre, donde conocerás, sin duda alguna, a los más ilustreí de todos los feacios. Y, pues no me pareces exento de discreción, haz lo que te indique. En tanto que ca-

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minemos a campo traviesa, por terrenos cultivados por el hombre, anda ligeramente con las esclavas, de- trás del carro. Yo te mostrare el camino. Al llegar a la ciudad, rodeada de alto y torreado muro, y partida eu dos por hermoso puerto de estrecha boca, donde los bajeles hallan seguro refugio; verás ante él mag- nífico templo erigido a Poseidón en el agora, cuyo pavimento es de piedras de acarreo profundamente hundidas. Allí están los aparejos de las negras naves, las gúmenas y los cables, las antenas, los aguzados re- mos— porque los arcos y el carcaj no los usan los fea- cios, sino los mástiles y los remos y los bien proporcio- nados navios, sobre los que surcan gozosos la espumo- sa mar. Ahora quiero evitar sus amargos dichos; no sea que alguien me censure después, que hay en la población hombres insolentísimos, u otro peor hable así al encontrarnos: ¿Quién es ese forastero, tan alto y tan hermoso que sigue a Nausícaa? ¿Dónde lo halló? de seguro es su esposo. Acaso lo recogió, ca- riñosa, perdido en el mar, do vagaba lejos de su bajel, pues nadie habita en estos contornos; quizás sea un dios, a quien suplicó fervorosa, bajado del anchuroso Uranos, y que permanecerá a su lado por toda la vida ¡Bien hizo en buscarse marido forastero, si es que menosprecia a los insignes feacios que la soli- citan! Así acaso hablen, y sus palabras serían afren- tosas para mi padre. Porque también yo vituperaría a aquélla que, a hurto de su amado padre y de su madre, anduviese entre los hombies antes del día de sus nupcias. Óyeme, pues, forastero, si quieres que mi padre te compañeros y te haga conducir a tu patria. A la mitad del camino, hallaremos un hermoso bosque de álamos, a Atenea consagrado, en el cual mana una fuente y un prado se extiende alrededor:

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allí tiene mi padre un campo y una viña floreciente, tan cerca de la ciudad, que puede oírse el grito que en ésta se dé. Siéntate en aquel lugar, y aguarda que nosotras, entrando en la población, lleguemos al pa- lacio de mi padre. Y tan pronto como nos creas lle- gadas, entra en la ciudad de los feacios, y busca la morada de mi progenitor, el magnánimo Alcínoo. Fá- cil te será reconocerla, y hasta un niño podría guiar- te, porque ninguna otra se parece a la suya. Así que entres en palacio y cruces el patio, atraviesa la man- sión y donde está mi madie. En su estancia, junto al fuego, hilando purpúrea lana, admirable a la vista, la hallarás. Sobre una columna estará apoyada y ro- deada de sus esclavas. A par suyo aparece el trono de mi padre, donde éste se sienta para beber vino, semejante a un inmortal. Pasa por delante de él y tiende los brazos a las rodillas de mi madre, para que pronto amanezca el alegre día de tu regreso a la patria, por lejos que ésta se halle. Pues si mi madre te fuere benévola, puedes concebir la esperanza de que verás a tus amigos y llegarás a fu bien construida casa y a la patria tierra.^'

Dijo, y castigó con el reluciente látigo a las muías, que dejaron al punto la corriente del río, pues trotaban muy bien y alp^rgaban el paso en la carrera. Guiá- balas Nausícaa con exquisito arte, valida de las rien- das y el látigo, de modo que Odiseo y sus escla- vas la pudieran seguir a pie. Al ponerse Helios, llega- ron al sacro bosque de Atenea, donde el divinal Odi- seo so detuvo solo, y en seguida imploró de esta ma- nera a la hija del gran Zeus:

* 'Óyeme, ¡oh, indómita hija de Zeus que lleva la égida! Atiéndeme ahora, ya que nunca lo hiciste cuan- do me maltrataba el inmortal que sacude la tierra. Con-

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cédeme eer bienvenido a la patria de los feacio• y que se apiaden de mí!''

Tal fué su plegaria, que oyó Palas Atenea. Per• la diosa no se le apareció aún, porque temía a su tío paterno, quien estuvo vivamente irritado contra Odiseo, hasta que éste no estuvo de regreso en la patria tierra.

Refiere Odiseo, como partió de la isla Ogigia y llegó al país de los feacios

RAPSODIA SÉPTIMA

lENTEAS así rogaba el pacien- te y divino Odiseo, la doncella era conducida a la ciudad por las vigorosas muías. Apenas hu- bo llegado a la ínclita morada de su padre, paró en el umbral; sus hermanos, que se aseme- jaban a los dioses, rodeáronla, desengancharon las muías y llevaron los vestidos adentro de la casa; y ella se encaminó a su habita- ción, donde encendía fuego Euiimedusa, la vieja es- clava epirota, su camarera, a quien en otro tiempo habían traído en las corvas naves y elegido para ofrecérsela como regalo a Alcínoo, que reinaba sobre todos los feacios y era escuchado x)or el pueblo, cual

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HOMERO

si fuese un dios. A sus pechos había amamantado Eurimedusa a Nausícaa, la de los brazos de nieve, en la real morada, y a la sazón le encendía el fuego y aderezaba la cena.

En aquel momento levantábase Odiseo para ir a la ciudad j y Atenea, que le quería bien, envolvióle en cerrada nube; no fuera que algún insolente feacio, saliéndole al camino, le zahiriese con palabras y le preguntase quién era. Mas, al entrar el héroe en la magnífica población, se le hizo encontradiza Atenea, la deidad de los brillantes ojos, transfigurada en don- cella portadora de un cántaro, y se detuvo ante él. Y el divinal Odiseo le dirigió esta pregunta:

"¡Oh, hija mía! 4N0 podrías mostrarme el palacio de Alcínoo, que impera en este pueblo? De remoto y extranjero país llego a esta tierra, después de pade- cidos innumerables trabajos, y no conozco a nadie de los que habitan la ciudad y el pueblo.*'

Eespondióle Atenea, la deidad de los brillantes ojos: "Yo te mostraré, oh forastero venerable, el palacio de que hablas, pues se halla próximo al de mi eximio padre. Anda sin desplegar los labios,^y te guiaré en el camino; pero no mires ni interrogues a ninguno de los hombres que topemos, que ni son muy tolerantes con los forasteros, ni acogen amistosamen- te al que viene de otro país. Aquél que sacude la tierra, les ha dado naves rapidísimas, como el ala de los pájaros y el pensamiento, y fiados en ello, cruzan el gran abismo del mar.

Cuando así hubo dicho, Palas Atenea caminó a buen paso y Odiseo fué siguiendo las pisadas de la diosa. Y los feacios, ínclitos navegantes, no se per- cataron de que anduviese por la ciudad y entre ellos, porque no lo permitió Atenea, la terrible deidad, de

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hermosas trenzas, la cual usando de benevolencia; cu- brióle con una niebla celeste. Atónito contemplaba Odiseo los puertos, las naves bien proporcionadas, el agora de aquellos héroes y los muros grandes, altos, provistos de empalizadas, que era cosa admirable de ver. Y así que llegaron al magnífico palacio del rey. Atenea, la deidad de los brillantes ojos, comenzó a hablarle de esta guisa:

*'Este es, oh forastero venerable, el palacio que me ordenaste mostrara: encontrarás en él a los re- yes, alumnos de Zeus, celebrando un banquete; entra y no se conturbe tu ánimo; de doquier venga, el audaz es quien más pronto mira logrados sus deseos. Ya en la sala, hallarás primero a la reina, cuyo nom- bre es Arete, y procede de los mismos ascendientes que engendraron al rey Alcínoo. En un principio, en- gendraron a Nausítoo el dios Poseidón, que sacude la tierra, y Peribea, la más hermosa de las mujeres, hija menor del magnánimo Eurimedonte, rey un tiempo de los altivos gigantes. Pero éste perdió a su pueblo malvado y pereció él mismo; y Poseidón hubo en aquélla un hijo, el magnánimo Nausítoo, que imperó luego sobre los feacios. Nausítoo engendró a Eexénor y a Alcínoo: mas, estando el primero recién casado y sin hijos varones, fué muerto por Apolo, el del arco de plata, y dejó en el palacio una sola hija, Arete, a quien Alcínoo tomó por consorte, honrándola siem- pre mucho más que suelen serlo las mujeres de la tierra que rijen su casa, sumisas a sus esposos. Así, tan cordialmente ha sido y es honrada de sus hijos, del mismo Alcínoo y de los ciudadanos, que la con- templan como a una diosa y la saludan con cari- ñosas palabras, cuando anda por la ciudad. Animada de muy buenos pensamientos y bondadosa para con

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todos, ella es quien dirime lois litigios de las mujeres y aun de los hombres. Si ella te fuere benévola, pue- des confiar ver nuevamente a tus amigos, y regresar a tu casa de elevada techumbre y a tu patria tierra.**

Cuando Atenea, la de los brillantes ojos, hubo dicho esto, se fué por encima del mar; y, saliendo de la encantadora Esqueria, llegó a Maratón y a Ate- nas, la de anchas calles, y entróse en la tan sólida- mente construida morada de Erecteo. Ya Odiseo en- derezaba ftus pasos a la ínclita casa de Alcínoo, y, al llegar frente al broncíneo umbral, meditó en su ánimo muchas cosas; pues la mansión excelsa del magnánimo Alcínoo resplandecía con el brillo do He- lios o de Selene.

A derecha e izquierda corrían sendos muros bronce desde el imibral al fondo; en lo alto de los mis- mos extendíase una cornisa de lapislázuli; puertas de oro cerraban por dentro la casa sólidamente cons- truida; las dos jambas eran de plata y arrancaban del broncíneo umbral; apoyábase en ellas argénteo dintel, y el anillo de la puerta era de oro. Estaban a entram- bos lados unos perros de plata y de oro, inmortales y exentos para siempre de la vejez, que Hefestos había fabricado con sabia inteligencia para que guardaran la casa del magnánimo Alcínoo. Había sillones arrima- dos a la una y a la otra de las paredes, cuya serie lle- gaba sin interrupción desde el umbral a lo más hondo, y cubríanlos delicados tapices hábilmente tejidos, obra de las mujeres. Sentábanse allí los príncipes fea- cios a beber y a comer, pues de continuo celebraban banquetes. Sobre pedestales muy bien hechos hallá- banse de pie unos niños de oro, los cuales alumbraban de noche, con hachas encendidas en las manos, a los convidados que hubiera en la casa. Cincuenta esclavan

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tiene Alcínoo en su palacio: unas quebrantan con la muela el rubio trigo; otras tejen telas j, sentadas, hacen girar los husos, moviendo las manos cual si fue- sen hojas de excelso plátano, y las bien labradas telas relucen como si destilaran aceite líquido. Cuanto los feacios son expertos sobre todos los hombres en con- ducir una velera nave por el ponto, así sobresalen grandemente las mujeres en fabricar lienzos, pues Ate- nea les ha concedido que sepan hacer bellísimas la- bores y posean excelente ingenio. En el exterior del patio, cabe las puertas, hay un gran jardín de cua- tro yugadas, y alrededor del mismo se extiende un seto por entrambos lados. Allí han crecido grandes y florecientes árboles: perales, granados, manzanos de espléndidas pomas,* dulces higueras y verdes olivos. Los frutos de estos árboles no se pierden ni faltan, ni en invierno ni en verano; son perennes; y el Céfiro, soplando constantemente, a un tiempo mismo produ- ce unos y madura otros. La pera envejece sobro la pera, la manzana sobre la manzana, la uva sobre la uva y el higo sobre el higo. Allí han plantado una viña muy fructífera y parte de sus uvas se secan al sol en un lugar abrigado y llano, a otras las vendimian, a otras las pisan, y están delante las verdes, que dejan caer la flor, y las que empiezan a negrear. Allí, en el fondo del huerto, crecían liños de legumbres de toda clase, siempre lozanas. Hay en él dos fuentes: una co- rre por todo el huerto; la otra va hacia la excelsa mo- rada y sale debajo del umbral, adonde acuden por agua los ciudadanos. Tales eran los espléndidos pre- sentes de los dioses en el palacio de Alcínoo.

Detúvose el paciente divinal Odiseo a contemplar todo aquello; y, después do admirarlo, pasó con ligo- reza el umbral, entró en la casa y halló a los cau-

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dillos y príncipes de los feacios ofreciendo con las copas libaciones al vigilante Argicida, que era el último a quien las hacían cuando ya determinaban acostarse; mas el paciente divinal Odiseo anduvo por el palacio, envuelto en la espesa nube con que lo cu- brió Atenea, hasta llegar adonde estaban Arete y el rey Alcínoo. Entonces tendió Odiseo sus brazos a las rodillas de Arete, disipóse la celeste niebla, en- mudecieron todos los de la casa al percatarse de aquel hombre a quien contemplaban admirados, y Odiseo comenzó su ruego de esta manera:

*' ¡Arete, hija de Eexénor, que parecía un dios! Después de sufrir mucho, vengo a tu esposo, a tus rodillas y a estos convidados, a quienes permitan los dioses vivir felizmente y legar sus bienes a los hi- jos que dejen en sus palacios, así como también los honores que el pueblo les haya conferido. Mas, apresu- raos a darme hombres que me conduzcan, para que muy pronto vuelva a la patria; pues hace mucho tiempo que ando lejos de los amigos, padeciendo infortunios."

Dicho esto, sentóse junto a la lumbre del hogar, en la ceniza; y todos guardaron silencio. Pero, al fin, el anciano héroe Equeneo, que era el de más edad en- tre los varones feacios y descollaba por su elocuencia, sabiendo muchas y muy antiguas cosas, les arengó benévolamente y les dijo:

*'j Alcínoo! No es bueno ni decoioso para ti que el huésped esté sentado en tierra, sobre las cenizas del hogar; y estos se hallan cohibidos, esperando que hables. Levántate, pues, hazle sentar en una silla de clavazón de plata y manda a los heraldos que mez- clen vino para ofrecer libaciones a Zeus que se huelga con el rayo, dios que guía a los venerandos suplican-

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tes. Y tráigale de cenar la despensera, de aquellas cosas que allá dentro se guardan."

Cuando esto oyó la sacra potestad de Alcínoo, asien- do por la mano al prudente y sagaz Odiseo, alzóle de junto al fuego o hízolo sentar en una silla esplén- dida, mandando que se la cediese un hijo suyo, el valeroso Laodamante, que se sentaba a su lado y érale muy querido. Una esclava dióle aguamanos, que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y puso delante de Odiseo una pulimentada mesa. Ve- neranda despensera sirvióle luego el pan y le regaló con innúmeros manjares, y el ingenioso y divino Odiseo comenzó a comer y a beber; y entonces el poderoso Alcínoo dijo al heraldo:

*'¡Pontónool Mezcla el vino en la crátera y distri- buyelo entre todos los que haya en el palacio, a fin de que hagamos libaciones a Zeus que se huelga con el rayo, guía del venerable suplicante."

Así se expresó. Pontónoo mezcló el dulce vino y lo distribuyó a todos los presentes, no sin gustar las primicias en todas las copas, y cuando hubieron hecho la libación y bebido cuanto plugo a su ánimo, Alcí- noo les arengó, diciéndoles de esta suerte:

''Oíd, príncipes y capitanes feacios, pues voy a deciros lo que en el pecho mi corazón me dicta. Ahora, ya acabada la cena, idos a dormir a vuestra casa. A la mañana, después de convocar a los ancianos, ejer- ceremos en palacio los deberes do la hospitalidad para con nuestro huésped, ofreciendo a las deidades her- mosos sacrificios. En seguida concertaremos lo más oportuno para que, sin fatigas ni trabajos, asistido por nosotros y alegre el alma, pueda nuestio huésped restituirse a la patria tierra por remota que esté. Ni males, ni daños han de alcanzarle ahora antes de

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que pise la tierra natal, y ya en su casa, sufra el destino que las terribles Moiras hilaran para él cuan- do su madre le dio el ser. ¡Quién sabe si nuestro hué-^- ped no es uno de los inmortales, que baja del anchu- roso Uranos! Si tal fuera, será que los dioses abrigan algún otro propositó. Tantas cuantas veces les ofre- cimos magníficas hecatombes, se nos manifestaron de modo visible, sentándose entre nosotros y compar- tiendo el banquete. Jamás se ocultaron si algún ca- minante feacio los topó en su camino, porque descen- demos de su linaje, cual los Cíclopes y la salvaje raza de los Gigantes. '*

Eespondiólo el ingenioso Odiseo: **¡Alcínoo! ¡Hu- ya de ti tal idea! En nada, ni en cuerpo ni en natural me asemejo a los Inmortales, que poseen, el anchuroso Uranos, sino a los hombres mortales, y el más casti- gado por los rigores de cuantos fueron conocidos. A éstos, por mis males, soy igual. Los innúmeros tra- bajos que pudiera referiros, los padecí todos por la voluntad de los dioses. Empero, dejadme que coma, no obstante mi pesadumbre. Nada hay peor que un estómago hambriento, ya que se sobrepone a los hombres más afligidos, cuyo espíritu se halle ator- mentado por mil inquietudes. Así, dolorida el alma, el hambre y la sed fuérzanme a que coma y beba, y me sacie, sean cuales fueren los dolores por sufri- dos. Mas tan pronto como despunte Eos, apresuraos a enviarme a la patria, ¡triste de mí!, para que, des- pués de lo mucho padecido, no se me acabe la vida, sin ver nuevamente mis bienes, mis esclavos y mi gran casa de eleA^ado techo.''

Así habló. Todos aprobaron sus palabras y aconse- jaron que al huésped se le llevase a la patria, ya que era razonable cuanto decía. Hechas las libacionee

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y habiendo bebido todos cuanto les plugo, fueron a recogerse en sus respectivas moradas; pero el divinal Odiseo se quedó en el palacio y a par de él, sentáronse Arete y Alcínoo, semejante a un dios, mientras las esclavas levantaban las mesas. Arete, la de los niveos brazos, fué la primera en hablar, pues, contemplando los hermosos vestidos de Odiseo, reconoció el manto y la túnica que labrara con sus siervas. Y en seguida habló al héroe estas aladas razones:

**¡IIuéspedl Ante todo, quiero interrogarte: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Quién te dio esos ves- tidos? ¿No dices que llegaste vagando por el ponto?

Respondióle el ingenioso Odiseo: ** Difícil me fue- ra, ¡oh reina!, relatar al punto todos los males que los dioses del Uranos desataron contra mí. Mas satis- faré tu demanda. En medio de los mares, existe una isla, Ogigia, morada de Calipso, la temible diosa de lindas trenzas, dolosa hija de Atlante. Ni dioses ni hombres mortales se comunican con ella. Pero a mí, ¡oh desdichado!, me llevó a su hogar algún numen, después que Zeus, con ardiente rayo, había hundido mi rápida nave en medio del vinoso ponto, donde perecieron mis esforzados compañeros. Asiéndome a la quilla de mi ba- jel, de muchos bancos, anduve errante nueve días, y en la décima y obscura noche, arrastráronme los dioses a la isla Ogigia, morada de Calipso, la temible deidad ;de hermosas trenzas. Esta acogióme con bondad, susten- tóme y aun me dijo no pocas veces, que me haría inmortal y me libraría por siempre de los rigores de la vejez. No obstante, sus palabras no persuadieron mi alma. Allí pasó siete años, regando con mis lágri- mas las divinales vestiduras que me dio Calipso. No bien llegó el octavo año, ora fuese por orden de Zeus, ora porque hiciesen mudanza sus sentimientos, invi-

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tome a partir. Y dispuso mi regreso en una balsa, afian- zada con cuerdas, dándome abundante pan y vino, luego de vestirme divinales ropas. Sobre mi nave soplo viento propicio, y así navegué durante diecisiete días, al través del ponto, ejroni ruta. Al decimoctavo, pude ver los umbrosos moOd:)3 de vuestra tierra y mi corazón latió alboroz^si^. ¡Ay, infeliz! Nuevos males, enviados por Poseidón, que sacude la tierra, habían de abrumarme. Levantó vientos contrarios, apartán- dome del camino. Conmovió el inmenso mar y dis- puso que las olas, en tanto yo gemía, barriesen la balsa, cuyos leños dispersó la tempestad. Nadó vigo- rosamente, hendiendo las aguas, hasta que el viento y las olas me acarrearon a tierra, donde el mar me arrojó a vuestro país. Al salir del mar, la ola me hu- biese estrellado contra la tierra firme, arrojándome a unos peñascos y a un lago funesto; pero retrocedí na- dando y llegué a un río, el cual paraje parecióme ópti- mo por carecer de rocas y formar como un reparo contra los vientos. Dejóme caer a tierra y recobróse mi aba- tido espíritu. Entró la divina noche y me alejé del río, que las celestiales lluvias alimentan, y me acostó bajo unos arbustos, después de aparejarme un lecho de hojas. Envióme un dios profundo sueño, y no obstante las penas que afligían mi corazón, dormí toda la noche en aquella yacija, y la mañana y todo el día, hasta que al ocultarse Helios, dejóme el dulce sueño. Entonces a las siervas de tu hija que se solazaban en la ribera, y vi a tu propia hija, seme- jante a una diosa entre todas sus mujeres. La su- pliqué, y mostróseme con discreción que nunca pu- diera esperarse de tan verdes años, porque la mocedad suele ser inconsiderada. Dióme al punto manjares y rojo vino, dispuso que me lavasen en el río y me

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entregó estas vestiduras. No obstante mi tribulación, te he dicho la verdad toda de lo acaecido.'^

Respondióle Alcínoo, diciendo:

*' ¡Huésped! En verdad que mi hija no tomó el acuerdo más conveniente; ya que no te trajo a nuestro palacio, con las esclavas, habiendo sido la primera persona a quien suplicaste.*'

Contestóle el ingenioso Odiseo: '*;0h, héroe! No por mi culpa censures a esta eximia doncella. Me rogó que la siguiese con sus esclavas, mas no lo hi- ce, porque temía te irritaras, si por acaso nos vieras. Los hombres que moramos en la tierra, somos muy suspicaces.

Alcínoo, en respuesta, le dijo: "¡Huésped I No hay en mi pecho un corazón de tal índole, que se irrite sin motivo, y lo mejor es siempre lo más justo. ¡Ple- gué al padre Zeus, a Atenea y a Apolo, que, siendo tal cual eres, y pensando como yo pienso, tomases a mi hija por mujer y fueras llamado yerno mío, per- maneciendo con nosotros. Diórate casa y riquezas, si de buen grado te quedaras; que contra tu volun- tad, ningún feacio te ha de detener, pues esto dis- gustaría al padre Zeus. Y desde ahora decido, para que lo sepas bien, que fijo para mañana el día de tu conducción mientras dormirás, vencido por el sueño; los compañeros remarán por el mar en calma, hasta que llegues a tu patria y a tu casa, o adonde te fuere grato, aunque esté mucho más lejos que Eubea; la cual dicen que es lo más distante de la tierra, quienes allí guiaron al rubio Radamanto, en su visita a Tieio, hijo de Gea; fueron allá y en un sólo día y sin cansarse, terminaron el viaje y se restituyeron a su3 casas. mismo apreciarás cuan

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excelentes son mis naves y cuan hábiles los jóveuet •n quebrantar el mar con los remos."

Así habló, y el ingenioso y divino Odiseo, lleno de gozo, elevó esta súplica:

'^ ¡Padre Zeus! ¡Ojalá Alcínoo cumpla su promesa! ¡Sea su gloria inmortal en la fecunda tierra, si torno a mi patria 1 ' '

En tanto que de este modo departían. Arete, la de los niveos brazos, ordenó a las esclavas que arre- glaran un lecho, bajo el pórtico, proveyéndolo de purpúreos cobertores, cubriéndolo con tapices y dejan- do en él afelpadas túnicas para abrigarse. Salieron las siervas de la estancia, alumbrándose con hachas en- cendidas, y con gran diligencia, prepararon el lecho. Acercándose en seguida a Odiseo, le dijeron:

** Levántate, huésped, y a descansar. Tu lecho te aguarda,"

Así hablaron, y le paieció grato dormir. Do esta suerte, el i^aciente y divinal Odiseo, durmió allí en torneado lecho, debajo del sonoro pórtico. Y Alcínoo acostóse en lo interior de la excelsa mansión, y a par suyo, se acostó la reina después de aparejar el lecho y caiua.

Se entristece Odiseo y derrama lagrimas al oír a Demoduco que canta la toma de Ilion

RAPSODIA OCTAVA

L punto que se descubrió la hi- ja de la mañana, Eos, de ro- sáceos dedos, la sacra potestad de Alcínoo abandonó el lecho, en tanto que el aselador de ciu- dades, el divino e ingenioso Odiseo, dejaba también el suyo. La sacra potestad de Aleínoo «e puso al frente de los demás, y juntos se encami- naron al agora, que los feacios habían construido cerca de las naves. Tan luego como llegaron, sentá- Tonse en unas piedras pulidas, unos al lado de los otros; mientras Palas Atenea, deseosa de acelerar el retorno del magnánimo Odiseo, recorría la ciudad, bajo la figura de un heraldo del prudente Alcínoo, y alie-

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gándose a cuantos veía, los incitaba con estas pa- labras:

*'¡Ea, caudillos y i)ríncii)es de los feacios! Acudid al agora y conoceréis al forastero que uo ha mucho llegó al palacio del prudente Alcínoo, luego de vagar erran- te por el ponto. Semejante es por su cuerpo a los in- mortales."

Diciendo así movíales el corazón y el ánimo. El agora y los asientos llenáronse bien presto de varones que se iban juntando y eran en gran número los que contemplaban con admiración al prudentísimo hi- jo de Laertes, pues Atenea difundió la gracia por BU cabeza y hombros, haciéndole aparecer más alto y más grueso para que fuera más grato y respetable a los feacios, y triunfara en las pruebas a que lo sometiesen. A punto que todos estuvieron reunidos, Alcínoo les arengó de esta manera:

''¡Oíd:ne, caudillos y príncipes de los feacios, y os diré lo que en el pecho mi corazón me dicta! Ignoro quién es este forastero, que errante llegó a mi casa, si morador de las tierras que existen por donde nace Eos o si de las que caen hacia el Héspero. Ayuda nos pide para restituirse a la patria y nosotros lo habremos de conducir, como anteriormente lo hicimos con tantos otros; porque nunca entró hombro alguno en mi casa que llorase mucho tiempo en sus deseos de tornar entre los suyos. Ea, pues, botemos al mar divino ne- gra nave sin estrenar aún y escójanse de entre el pue- blo los cincuenta y dos mancebos que hasta aquí ha- yan sido los más excelentes. Sujetad al banco los re- mos, y partamos a mi casa a disponer un banquete con que nos regalemos todos. Esto mando a los jóvenes; pero vosotros, reyes portadores de cetro, venid a mi hermoso palacio, para que agasajemos al huésped. Nadie se me niegue. Y llamad a Demódoco,

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LA ODISEA

el divino aedo, a quien los númenes otorgaron gran maestría en el canto para deleitar a los hombres, siem pre que a cantar le incita su ánimo.

Cuando así hubo hablado, se puso en marcha; si- guiéronle los reyes portadores de cetro, y el heraldo fué a llamar al divinal aedo. Los cincuenta y dos jó- venes elegidos, cumpliendo la orden del rey, endereza- ron a la ribera del estéril mar, y ya junto a la negra nave, lanzáronla a las profundas aguas. Y erguido el mástil, apercibidas las velas y afianzados los remoi con correas, dieron al aire el velamen y anclaron el bajel en lo hondo. Y hecho todo con diligencia, fué- ronse en seguida a la gran mansión del prudente Al- cínoo. Llenos de hombres estaban el pórtico, la sala y el patio, pues eran muchos, entre jóvenes y an- cianos. Para ellos inmoló Alcínoo doce ovejas, ocho puercos de albos colmillos y dos bueyes de tornátileí patas: todos fueron desollados y se dispuso un agra- dable convite.

Compareció el heraldo con el amable aedo, a quien la Musa quería extremadamente y le había dado un bien y un mal: privóle de la vista y concedióle el dulce canto. Adosado a alta columna, en medio del concurso colocó Pontónoo, para él, un sitial guarne- cido con tachuelas de plata, y por cima de su cabeza suspendió la sonora cítara, advirtiéndole cómo había de valerse para alcanzarla. Púsole enfrente una her- mosa mesa, y en ella un canastillo y una copa de vino para que bebiese siempre que su ánimo se lo aconse- jara. Todos tendieron las manos a los manjares que delante se les ofrecían. No bien hubieron saciado el deseo de comer y beber, la Musa excitó al aedo a loar la gloria de los guerreros con un cantar cuya fama lle- gaba entonces al anchuroso Uranos: era la diiputa tjutre Odiaee j el Peleida Áquiles, quieaes trabáronse

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de palabras en el espléndido banquete ofrecido a los dioses, mientras el rey de hombres Agamenón se regoci- jaba en su alma, al ver querellarse a los héroes más fa- mosos de los aqueos, pues así se cumplía la predicción que Febo Apolo le hiciese en la divina Pito, cuando pasó el umbral de piedra para cunsultar el oráculo, y éste le anunció que desde aquel punto comenzaría a re- volverse la calamidad entre los teucros y dáñaos, por la decisión del gran Zeus.

Tal era lo que cantaba el ínclito aedo. Odiseo tomó en sus robustas manos el gran manto de color de púrpura y se lo echó por encima de la cabeza, cubriendo su faz hermosa, porque le daba vergüenza que brotaran lágrimas de "Bus ojos, delante de los feacios. Pero al acabar el divinal aedo, detúvose su lloro, y, quitándose el manto de la cabeza, asió una doble copa e hizo libaciones a las deidades. Empe- ro, cuando el aedo comenzó a cantar nuevamente, insta- do por los príncipes feacios a quienes deleitaban sus relatos, Odiseo se cubrió nuevamente la cabeza y tornó a llorar. Mas, no obstante su diligencia, no a todos pasó inadvertido que derramara lágrimas: Al- cínoo, que estaba sentado junto a él, dióse cuenta de sus lágrimas y oyó sus gemidos, y habló entonces a los feacios, amantes de manejar los remos:

'Oídme, príncipes y capitanes feacios: ¡Satisfecha ya el alma con este banquete y a los acordes de' la cítara, que es la compañera de los convites, salgamos y entreguémonos a toda suerte de juegos, para que nuestro huésped pueda referir a sus amigos de retor- no en su patria cómo superamos a todos los hombres en el pugilato, la lucha, el salto y la carrera.'*

Dijo y salió al punto, siguiéndole todos. Suspendió el heraldo la sonora cítara del clavo, y asiéodole do

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LA ODISEA

la maiiü a Demódoco, io condujo fuera de la casa, guiándole por el mismo camino que llevaran los prin- cipes feacios para gustar de los juegos. Seguidos por apretada multitud de pueblo llegaron al agora. Allí se pusieron en pie muchos γ muy vigorosos man- cebos: Acroneo, Ocialo, Elatreo, Nauteo, Primneo, Au- quialo, Eretmeo, Ponteo, Proreo, Toon, Anabesineo, Anfíalo, hijo de Polineo Tectónidaj Enríalo, seme- jante a Ares, matador de hombres, γ Naubólides, que descollaba entre los feacios por su cuerpo y hermosura después del intachable Laodamante. También se alza ron los tres hijos del excelso Alcínoo: Laodamante, Hallo y Clitoneo, parecido a un dios. Empezaron por probarse en la carrera. De la raya partieron ve- locísimos todos a la vez, levantando el polvo de la llanura. Pero a todos aventajaba el eximio Clito- neo. Cuan largo es el surco abierto por las muías en un campo noval, así los precedía, dejándolos muy a su zaga, cuando apareció ante el pueblo. Otros se midie- lon después en la lucha, y en ella Enríalo sobrepujó a los más briosos. Anfíalo fué el vencedor en el salto. Elatreo el más fuerte en arrojar el disco, y en el pugi- lato Laodamante, el buen hijo de Alcínoo. Y cuando to- dos hubieron recreado su ánimo en los juegos, Laoda- mante, vastago de Alcínoo, hablóles de esta guisa:

"Ahora, amigos, preguntemos a nuestro huésped si conoce algún juego. En verdad que no tiene maJa presencia. Vigorosos son sus muslos, sus brazos y su cerviz, y además es joven aunque el mucho padecer el haya quebrantado. A lo que pienso nada hay peor que el mar para abatir al hombre más sobrado de bríos.''

Enríalo le repuso:

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Ε o ME R O

"Discreto hablaste, Laodamante. Vé, pues, y rétalo, repitiéndole nuestras palabras."

Oído esto, el insigne hijo de Alcínoo púsose en me- dio de todos, y así habló a Odiseo:

*^Ea, padre huésped, ven también a probarte en los juegos, si aprendiste alguno; y debes de cono- cerlos, que no hay gloria más ilustre para el varón en esta vida, que la de campear por las obras do sui pies o de sus manos. Ven, pues, y destierra de tu alma las pesadumbres, pues tu viaje no se diferirá mucho: ya la nave ha sido botada y los que te han de acompañar están prestos."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: **¿Por qué, oh Laodamante, me ordenáis tales cosas para hacerme burla? Más que de deseos de juegos hállase mi alma ahita de dolores, por los males sin cuento padecidos y las muchas fatigas soportadas. Si ahora me siento con vosotros en el agora es para implorar mi vuelta a la patria y suplicarles al rey y a todo el pueblo."

Mas Enríalo le contestó, "ultrajándole claramciite:

*' ¡Huésped! Pareces ignorar aquellos ejercicios en que se instruyen los hombres. Más que a un atleta, te asemejas a patrón de marineros mercantes que, sobre su nave de carga, sólo se cuida de sus merca- derías y del lucro de sus rapiñas."

Mirándole torvamente, le repuso el ingenioso Odi- seo: "¡Huésped! sin juicio hablaste y me pareces un insensato. Los dioses no dispensan igualmente a to- dos los mortales sus amables presentes: hermosura, ingenio, elocuencia. Acontece que, a un hombre no dotado de belleza, lo favorece una deidad con la pa- labra, y todos se sienten seducidos ante él, porque habla con seguridad y suave modestia, y domina el agora, y el pueblo lo considera como a un Numen cuando anda por la población; otro, en cambio, aseméjase a

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LA O D í Β Ε A

los iiimortules por su exterior y no tiene gracia algu- na en sus dichos. Así, tu aspecto ea irreprochable y un dio» no te habría configurado de otra suerte, mas tu inteligencia es ruda. Como me ofendiste, has irri- tado en mi pecho el corazón. No soy ignorante en los juegos, como afirmas, antes pienso que me po- dían contar entre los primeros, mientras tuve confian- za en mi ju\'^entud y en mis manos. Ahora me siento abrumado por las pesadumbres y las fatiga•, pues no en balde padecí mucho, ya guerreando con los hom- bres, ya surcando el peligroso mar. Con todo, no obs- tante lo mucho que he padecido, me mediré con vos- otros, porque tus palabras hirieron mi alma y me irritaste con tu arenga."

Dijo; y sin despojarse del manto, lanzóse impetuoso, y, asiendo un disco más grande, más recio y más pe- sado que los que solían usar los feacios en sus depor- tes, lo volteó, arrojándole con vigorosa mano. Partió líi piedra silbando y todos los feacios, ilustres navegan- tes que usan largos remos, inclinaron la cabeza, anto su impetuosidad. El disco se detuvo más allá de la raya, meta de todos los otros. En figura de hombre corrió prestamente Atenea, y luego de señalar el pun- to donde cayera, les dijo:

''Hasta un ciego, oh huésped, podría reconocer a tientas tu señal, porque no se halla entre la mul- titud de las otras, sino mucho más allá; en este juego puedes estar tranquilo, que ninguno de los feacios lle- gará a tu golpe y mucho menos logrará pasarlo.'*

Así habló, y el paciente y divinal Odiseo holgóse mucho de tener en el agora un compañero benévolo. Entonces con más dulzura, dijo a los feacios:

"Ahora, |oh jóvenes! llegad a mi disco y si lo al- canzáis, juzgo que muy pronto me veréis arrojar otro tan lojo» o más aún. Y en loa restantes juegos, aquél

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ϊϊ o Μ Έ1 ΪΙ O

a quien lo impulse el corazón y el ánimo a probare• conmigo, venga acá ya que me habéis encolerizado fuertemente pues en el pugilato, la lucha o la carre- ra, a nadie recuso de entre todos los feacios a ex- cepción del mismo Loadamante, que es mi huésped: ¿Quién lucharía con el que le acoge amistosamente? Sólo el insensato y el miserable fueran capaces de me- dirse con su huésped en los juegos, ante un pueblo que no es el suyo, pues con ello a mismo se perjudica De los demás, a ninguno rechazo ni desprecio; sino que me propongo conocerlos y probarme con todos frente a frente; pues no soy completamente inepto para cuan tos juegos se hallen en uso entre los hombres. ma- nejar bien el pulido arco, y sobrepujara a todos eu herir a un guerrero de la enemiga hueste, aunque un gran número de compañeros en torno mío disparasen sug dardos contra ella. Filoctetes fué el único que, allá en el pueblo de Troya, me excedió en el arco cuantas ve- ces dispararon sus flechas los aqueos. Mas a lo presente, me jacto de ser el más hábil de los mortales que comen pan en la tierra. No presumo, en verdad, competir con los antiguos héroes, como Heracles y Eurito, Ecaliense, porque ello srivalizaban en dea- treza aun con los* propios dioses. Así, el gran Eurito pereció harto mozo y no pudo envejecer en su mora- da: irritado porque lo retase en desafío, matóle Apolo. Tan fácilm.ente como otro arroja una flecha, tiro yo la lanza. Sólo temo que en la carrera me aventaje algún feacio, agobiado como estoy y abatidos mis miembros por las muchas fatigas pasadas entre las olas, casi sin provisiones ni bajel."

Así se expresó. Y todos permanecieron silenciosos. Solamente Alcínoo le habló de esta manera:

Huésped! No nos desplacieron tus palabras ya que con ellas te propusiste mostrar el valor que tienes,

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enojado de que ese liombre i% increpase dentro del aireo, siendo así que ningún mortal quo pensara razo- nablemente pondría reproche a tu bravura. Y ahora escucha atentamente lo que voy a decirte, pues ansio que hables con elogio de nuestros héroes cuando te sientes a la mesa en tu casa, a par de tu esposa e hijos, y recuerdes nuestra virtud y las obras en que Zeus se dignó hacernos superiores a todos desde los días de nuestros antepasiidos. Cierto que no somos los más fuertes en el pugilato ni luchadores consuma- dísimos, pero descollamos en la carrera y excedemos a todos en gobernar las naves. Agradables nos son los banquetes, e igualmente la cítara, las danzas, las vesti- duras limpias, y los baños calientes y los lechos. Pero, ea; danzad vosotros, los más consumados bailarines feacios, para que nuestro huésped, de retorno en su mansión, diga a sus amigos cuan superiores somos a los demás mortales en la ciencia del mar, en la agili- dad de los pies y en el baile y el canto. Y vaya al- guno en busca de la cítara, que quedó en nuestro palacio, y tráigala presto a Demódoco.'*

Tal dijo el deiforme Alcínoo. Levantóse el heraldo y fué a traer del palacio del rey la hueca cítara. Alzáronse los nueve jueces, elegidos por la suerte, que entendían en los pormenores de los juegos, y alla- naron el piso y formaron ancho y hermoso corro. Volvió el heraldo, trayéndole a Demódoco la melodio- sa cítara; éste se puso en medio, y los adolescentes hábiles en la danza, habiéndose colocado a su alre- dedor, hirieron con los pies el divinal circo. Odiseo, absorto de admiración ante la destreza de sus movi- mientos, tenía suspensa el alma.

Por hermoso estilo comenzó a cantar el aedo los amores de Ares y Afrodita, la de bella corona, y su furtiva unión en la morada de Hefestos, cuyo tálamo

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infamó el belicoso dios, lueifo de reíjalar a aquélla eon innúmeros presentes. Mas Helios, que vio el amoroso ayuntamiento, fué en seguida a contárselo a Hefestos. Al oír la cruel nueva, éste corrió aceleradamente a su fragua, agitando en lo íntimo de su alma propósitos si- niestros, y dispuso el enorme yunque y forjó redes irrompibles, para que permanecieran firmes donde los dejara. Después que, poseído de cólera contra Ares, construyó este engaño, fuese a la cámara nupcial don- de tenía su lecho, y suspendió las redes de la techum- bre, a manera de círculo, de modo que caían de las traviesas alrededor del tálamo, cual telas de araña, invisibles aún para los mismos dioses inmortales. Tal fué su ardid. Ύ luego que en\Olvió el lecho, fingió partirse a Lemnos, la bien construida ciudad, la más grata para él de todas las ciudades de la tierra. Ojo avi?or. Ares, el de áureas riendas, tan pronto como viese marcharse al insigne artífice corrió a la morada del ilustre Hefestos ávido del amor de Citerca, la de bella corona. La deidad, recién venida de junto a su padre, el prepotente Cronida, se hallaba sentada. En- tróse Ares en la estancia, y tomándole de la mano, así le dijo:

* 'Amada mía, holguémonos en el tálamo. Hefestos no está. No ha mucho partió a Lemnos, abandonán- dote por los Sinties de bárbaro lenguaje.'*

Así habló, y a ella parecióle grato acostarse. Metié- ronse ambos en la cama, y se extendieron a su alrede- dor, los lazos tan habilidosamente preparados por el prudente Hefestos; los aprisionaron impidiéndoles mo- verse ni levantarse; entonces comprendieron que no había medio de escaj^arse. Advertido por Helios, que vigilaba en su ausencia, no tardó en presentárseles el ínclito Cojo de ambos pies, de retorno de su viaje a

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LA ODISEA

Lemnos, adonde no llegara. Aflgido el corazón detúvo- se en el vestíbulo, y presa de feroz cólera, comenzó a gritar por modo tan horrible, que le oyeron todos los dioses:

"¡Padre Zeus, y vosotros bienaventurados y sempi- ternos dioses! Venid a presenciar estas cosas ridiculas e intolerables: Afrodita, la hija de Zeus, me infama de continuo, a mí, que soy cojo, y se entrega al pernicioso Ares, porque es gallardo y tiene los pies sanos, mientras que yo nací débil; mas de ello nadie tiene la culpa, sino mis padres que nunca debieron haberme engendrado. Veréis como se han acostado en mi lecho y duermen, amorosamente unidos, y yo me angustio al contemplar- los. Mas, aunque mi pesadumbre sea mucha, al con- templarlos en ese lecho, imagino que no han de rego- cijarse, por grande que sea su pasión, pues mis redes les impedirán unirse. Y allí permanecerán retenidos hasta que su padre me restituya la dote que le di por BU hija, desvergonzada. Que ésta es hermosa, pero no s:ib6 contenerse.''

Tal dijo; y los dioses se reunieron en la morada de broncíneo pavimento. Compareció Poseidón, que ci- ñe la tierra, y el benéfico Hermes llegó también. Lle- gó asimismo más tarde el soberano flechador Apolo. Las diosas quedáronse, por pudor, cada una en su casa. Los dioses, dispensadores de bienes, detuviéronse en el umbral; y al advertir la ingeniosa treta del prudente Hefestos, prorrumpieron en grandes risas los felices númenes. Y uno de ellos dijo al que tenía más cerca: **No prosperan las malas acciones y el más tardo suele alcanzar al más ligero. He aquí cómo Hefestos, que es cojo, aprisionó a Ares, el más ágil de todos los dioses que habitan el Olimpo, prevaliéndose de su arte, y so hará pagar una multa."

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Β Q Μ. Β R Ο

Así departían. Τ el goberano Apolo, hijo de Zetu, ¿i jo a Hermes:

''¡Mensajero Hermas, hijo de Zeus, otorgador d• bienes! 4 Querrías hallarte prisionero de estas indes- tructibles redes por el gusto de reposar en un tálamo con la áurea Afrodita?"

Eespondiól© el mensajero Argicida:

** ¡Pluguiera a los dioses, oh, soberano flechero Apo- lo, que tal acaeciere! Ojalá fuese prisionero de redes tres, veces más inextricables y a la vista de todos los dioses y diosas, con tal que yo durmiese con la dorada Afrodita.

Así se expresó, y alzóse nueva risa entre los in- mortales dioses. Mas Poseidón contuvo el regocijo y con estas aladas palabras sui)licó al insigne Hefestos, que otorgase la libertad a Ares:

** Desátalo y yo te fío que pagará, como lo mandas, cuanto sea justo entre los inmortales dioses."

Ecplicóle el ínclito Cojo de ambos pies: **¡No me pidas semejante cosa, oh Poseidón que circundas la tierra! Mala es la caución de los malos. ¿Cómo te podría apremiar yo ante los inmortales dioses si Ares deja de satisfacer su deuda, una vez a salvo de mis redes?"

Contestóle Poseidón, que sacude la tierra: *'Si Ares huyere, rehusando satisfacer la deuda, seré yo quien te la pague."

El insigne Cojo de ambos pies le repuso: "Incon- veniente fuera ya negarme a tu palabra, y eso no ha de ser."

Dicho esto, la fuerza de Hefestos les quebró las redes. Libres de las inextricables mallas, alzáronse con toda premura y Ares huyó a Tracia y la risueña Afrodita a Chipre y Pafos, donde posee sagrados bos-

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LA ODISEA

ques y aromosos altares. Allí las Carites la bañaron y ungieron eon el divino aceite que hermosea a los sempiternos dioses y la ataviaron con lindas vesti- duras que dejaban admirado a quien las contemplaba.

Tal era el canto del ínclito aedo, a quien oían con arrobo Odiseo y los feacios, hábiles en el uso de los largos remos de las naves.

Alcínoo ordenó entonces a Halio y a Laodamanto que bailaran solos, pues con ellos no competía nadie Al momento tomaron en sus manos una preciosa pe- lota de color de púrpura, que les hiciera el habilido- so Pólibo; y el uno, echándose hacia atrás, la arro- jaba a las sombrías nubes, y el otro, dando un salto, la cogía fácilmente antes de caer al suelo. Tan pronto como se probaron en tirar la pelota rectamente, pusié- ronse a bailar en la fértil tierra, alternando con fre- cuencia, entre el aplauso estruendoso de los mancebos, que estaban en el circo. En aquel punto el divinal Odiseo, hablóle a Alcínoo:

**¡Eey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciu- dadanos! Me anunciaste los más excelentes danzado- res, y en verdad que has cumplido tu promesa. Pas- mado me siento al verles.*'

Tal dijo. Holgóse de la lisonja la sacra jwt^tad de Alcínoo. Dirigiéndose a los feacios, amantes de ma- nejar los remos, les habló así:

'*jOíd, caudillos y príncipes de los feacios I Discreto me parece nuestro huésped. Ea, pues, ofrezcámosle los dones de la hospitalidad como es justo. Doce precla- ros reyes gobernáis como príncipes la población y yo soy el treceno: traiga cada uno un manto bien limpio, una túnica y un talento de precioso oro; y vayamos todos juntos a llevárselo al huésped para que, al ver- lo en sus manos, asieta a la cena con el corazón alo-

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gre. Y desenójelo Euríalo con palabras y un regalo, pues en verdad que no estuvo muy comedido."

Así les arengó. Aplaudieron todos y ordenaron a los heraldos que les trajesen los presentes. Y Euría- lo le repuso a Alcínoo de esta guisa:

''¡Eey Alcínoo, el más ilustre de los cuidadanosl Cuanto mandes, apaciguaré a nuestro huésped, y le haré regalo de esta espada de bronce de argéntea em- puñadura, y vaina de marfil recién labrado. El pre- sente será digno de tal persona."

A par que así decía, puso la espada guarnecida de argénteos clavos en manos de Odiseo, a quien dirigió estas aladas razones:

*' ¡Salud, padre huésped! Si alguna palabra dije que te molestase, llévensela cuanto antes los impe- tuosos torbellinos. Y las deidades te permitan regre- sar a tu patria y ver a tu esposa nuevamente, ya quo tanto sufriste lejos de los tuyos!"

El ingenioso Odiseo, le repuso:

'* ¡Salud, amigo! Los dioses te concedan felicidades y ojalá que nunca eches de menos esta espada que ahora me das, después de apaciguarme con tus pa- labras."

Dijo, y echóse al hombro aquella espada guarnecida de argénteos clavos. Al ocultarse Helios ya habían traído los espléndidos presentes, y conspicuos heral- dos condujéronlos al punto a la morada de Alcínoo, β hiciéronse cargo de ellos los vastagos del ilustre rey, quienes transportaron los bellísimos regalos adonde estaba su veneranda madre. Volvieron todos al pala- cio, precedidos por la sacra potestad de Alcínoo, y sentáronse en altas sillas, y la sacra potestad de Al- cínoo, dijo entonces a Arete:

"¡Esposa mía! Trae un hermoso eofre, el mejor qae tuvieres, y encierra en él un mante bien limpio

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LA ODISEA

y una túnica. Poned al fuego un barreño, y que se temple el agua para que nuestro huésped, ya lavado, pueda admirar los presentes traídos por los eximios feacios, y se regocije con el banquete y el canto del aedo. Y yo le daré mi hermosísima copa de oro, para que me recuerde todos los días al ofrecer en su casa libaciones a Zeus y a los demás dioses.'*

Así dijo, y Arete ordenó a las esclavas poner al punto un gran trípode en el hogar. Junto a la lum- bre colocaron la gran trébede usada para los baños, y después de vertida el agua, prendieron la leña ha- cinada debajo. Y brotó la llama, envolviéndola, y calentóse el agua.

Arete, en tanto, sacó de su estancia un arca muy hermosa, donde acomodó, los espléndidos presentes, las vestiduras y el oro que los feacios dieran al huésped. De suyo añadió un manto y bellísima túnica. Luego dijo a Odiseo estas aladas palabras:

''Examina mismo la tapa y échale apretado nu- do: no sea que te hurten alguna cosa en el camino, cuando en la negra nave estés entregado al dulce sueño."

ISTo bien lo hubo oído el paciente divinal Odiseo, en- cajó la tapa y le echó un complicado nudo que le enseñara a hacer la venerable Circe. Acto seguido invitóle la despensera a bañarse en una pila; y Odi- seo sintió gozoso el agua caliento, porque hacía mu- cho tiempo que no disfrutara de estos cuidados, des- de su partida de la morada de Calipso, la de hermosas trenzas, donde estuviera asistido siempre cual si fuere un dios. Ya bañado y ungido con aromoso aceite, vistiéronle las esclavas una túnica y bello manto, y compareció Odiseo ante los hombres, bebedores de vino, que a la sazón allí se encontraban. Pero Ñau-

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sícaa, a quieu las deidades concedierou el dóu de la belleza, detúvose en el umbral de la bien construida estancia, y contemplando a Odiseo toda suspensa, di- rigióle estas aladas razones:

"jSalud, huésped! ¡Plegué a los dioses que cuando te halles en la patria tierra, te acuerdes de mí, a quien debes la vida!'*

Respondióle el ingenioso Odiseo: **¡Nau8Ícaa, hija del magnánimo Alcínoo! Si Zeus, el tenante esposo de Hera, me concede ver el día del regreso y resti- tuirme a mi casa, allí, como a diosa, te elevaré mis preces de por vida. Porque fuiste tú, ¡oh doncella!, quien me salvaste."

Dijo y fué a sentarse en un sitial a la vera del rey Alcínoo, y a par que se distribuían las viandas y se mezclaba el vino. Llegó el heraldo con el amable aedo Demódoco, venerable al pueblo, y dióle plaza en medio de los convidados, cabe excelsa columna. En- tonces el ingenioso Odiseo, cortando una tajada del espinazo de un puerco de albos colmillos, bien cubier- ta de grasa, habló al heraldo de esta manera:

*'Toma, heraldo, y ofrece esta carne a Demódoeo para que la coma. No obstante mis tribulaciones, también yo le reverencio. Los aedos son dignos de honor y de respeto entre todos los mortales, porque la Musa los instruyó en el canto y los ama a todos.*'

Dijo, y el heraldo pasó la vianda al héroe Demó- doco, quien la recibió jubiloso. Y todos tendieron las manos a los manjares que delante se les ofrecían.

Y tan pronto como satisficieron las ganas de comer y de beber, el ingenioso Odiseo habló de esta suerte a Demódoco:

''¡Demódoco! Más que a hombre alguno te reveren- cio, porque el don que posees lo recibiste de la Musa,

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liija de Zeus, o te lo concedió Apolo. Por admirable esiilo cantaste las hazañas de los aqueos, los rigores que los curtieron y las desventaras por ellos sufridos cual si en persona lo hubieras visto o te lo hubiese narrado alguno de ellos. Mas, cauta ahora el caballo de madera, construido por Epeo, con la ayuda de Ate- nea: máquina engañosa que el divinal Odiseo llevó con sus ardides a la acrópolis, luego de llenarla con los guerreros que destruyeron a Ilion. Si esto lo cuentas como se debe, yo diré a todos los hombres que una deidad benévola te concedió el divino canto."

Así hablo; y el aedo, movido por divinal impulso, entonó un canto cuyo comienzo era que los argivos diéronse a la mar en sus naves de muchos bancos, después de haber incendiado el campamento, mien- tras algunos ya se hallaban con el celebérrimo Odiseo en el agora de los teneros, ocultos por el caballo que estos mismos llevaron arrastrando hasta la acrópolis. El caballo estaba en pie allí, mientras los teneros, sen- tados a su alrededor, decían muy confusas razones y vacilaban en la adopción de uno do estos tres parece- res: o hacerle astillas con el afilado bronce, o preci- pitarle desde una altura, o guardarle como ofrenda a los dioses. Esta última resolución debía prevalecer, porque era fatal que la ciudad se arruinase cuando tu- viera dentro aquel enorme caballo de madera, en cuyo interior se hallaban los más valientes argivos, porta- dores del estrago y la Kera a los troyanos. En seguida relató Demódoco de qué suerte los aqueos, precipitán- dose fuera de la hueca emboscada, asolaron la ciudad; cantó asimismo cómo, dispersos" unos por un lado y otros por otro, iban devastando la excelsa urbe, mien- tras que Odiseo, semejante a Ares, con el divino Me- nelao, sitiaron la morada de Deífobo, y refirió el rudí-

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simo encuentro que se librara en aquel punto y la victoria que alcanzó con la ayuda de la magnánima Atenea.

Tal fué lo que cantó el eximio aedo, y Odiseo desfa- llecía bañado el rostro con las lágrimas que manaban de sus párpados. Asi como una esposa rodea con sus brazos y llora al querido esposo, que cayó ante la ciu- dad y su pueblo en defensa de la patria y de los suyos, para que se libraran del día cruel la ciudad y los hijos, y así como se arroja sobre él gritando al verlo mori- bundo y todavía palpitante, mientras los enemigos la tunden a golpes hombros y espaldas con el cuento de la lanza, y se la llevan en esclavitud, donde sufrirá dolores y trabajos innumerables, y verá marchitarse sus días en continua desesperación, no de otra suerte vertía Odiseo amargo lloro, que movía a compasióu Sólo Alcínoo, junto a él sentado, advirtió sus lágri- mas, y oyéndole gemir profundamente, hablóles de ee- guida a los feacios, amantes de manejar los romos:

"¡Oíd, caudillos y príncipes de lo"s feacios! Cese de tocar Demódoco la armoniosa cítara, ya que su canto no agrada por igual a todos. Desde que empezamos la cena y el divinal aedo principió su canto, nues- tro huéáped no dio tregua a las lágrimas. Duelo cruel, sin duda, señorea su alma. Cese, pues, Demó- doco, para que conjuntamente nosotros y el huésped nos satisfagamos todos en el regocijo, pues es lo que más conviene. Apercibido está el regreso de nuestro huésped y los presentes amistosos que el afecto nos inspira. Como a un hermano debe tratar al huésped y al suplicante quien tenga un poco de sensatez. Así, forastero, no ocultes con malicia nada de lo que te pregunte, porque es justo que hables con todas veras. Dime cómo te llama tu madre, tu padre, los habitantes

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LA ODISEA

de la ciudad y las gentes vecinas; nadie, entre los nacidos, ya sea vil, ora insigne, carece de nombre desde que nace. Los padres que nos engendran nos lo dan a todos. Dime, asimismo, cuál es tu tierra na- tal, cuál tu pueblo y cuál tu ciudad, para que nues- tras naves, cumpliendo inteligentemente tu propósito, allá te conduzcan. Porque sabe, forastero, que nues- tras naves no llevan pilotos, ni timones como los de- más bajeles, y no por ello ignoran los deseos de los hombres y conocen las ciudades y los fértiles cam- pos de todos los países, cruzan velocísimas el pro- fundo mar, cubierto de bruma o nubes, sin temor a ningún tropiezo ni pérdida. Una vez decir a Nau- sítoo, mi padre, que Poseidón se irritaría con nosotros porque conducimos sin riesgo alguno a todos los fo- rasteros a su patria. Aseguraba que liaría nau- fragar en el sombrío ponto a una bien construida nave de los feacios, de vuelta de un viaje, y cubriría la vista de la ciudad con una gran montaña. Así nos lo habló el anciano. Quizás algún día se realice el augurio. El dios lo ci plirá o no, según le plegué. Pe- ro habla, y dinos po. qué parajes anduviste errante, las tierras que vieras, ' las populosas ciudades, y los hombres, crueles y salvajes, o justos y hospitalarios y temerosos de los dioses, que hubieses tratado. Di por qué lloras cuando oyes las desgracias de los argivos, de los dáñaos y de Ilion. Los dioses lo decretaron de tal suerte y quisieron la muerte de tanto temeroso caudillo para que sirvieran a los venideros de asunto para sus cantos. ¿Pereció algún allegado tuyo delante de Ilion? ¿Era acaso tu yerno ilustre o tu suegro, loa más queridos después de los que llevan nuestra sangre? ¿Fué quizás un esforzado y agradable compañero? El compañero dotado de prudencia, en verdad, no es in- ferior a un hermano.'*

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Odieeo embriaga al Cíclope Polífemo.

RAPSODIA ixOVENA

L irigenioso Odiseo le repuso: ''¡Eey Alcínoo, el más escla- recido de todos los ciudadanos I En verdad que es hermoso oír a un aedo como ésto, cuya voz se asemeja a la de un dios. No creo que haya cosa tan agradable como escuchar al aedo y ver que la alegría se enseñorea del pueblo y de los comensales que se sientan en orden al convite en tu mansión, ante las mesas agobiadas so la pesadumbre del pan y las car- nes, mientras el escanciador vierte el vino de la crá- tera en las copas y las distribuye. Dulcísimo es para mi alma ver esto. Mas, sin duda, para colmar mis penas, quieres ahora que relate mis infortunios. 4 Cómo empezaré? ¿De qué modo continuarlo? ¿Cómo le daré término? Porque los dioses Uranios abrumáronme con

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innumerables desventuras. Mi nombre diré al punto, para que lo sepáis y no ignoréis quién soy y por siempre sea vuestro huésped, una vez evitada la cruel muerte, aunque habite en remota morada."

**Soy Odiseo Laertiada, harto conocido de los hom- bres por mis astucias. Mi gloria llega hasta el Uranos Habito en Itaca, que se ve a distancia, en ella se alza el monte Nérito, cuyos ingentes árboles baten los vien- tos. Alrededor y vecinas hay otras islas, Duliquio, Sa- me y la umbrosa Zakinto: Itaca no se eleva mucho so- bre el mar, y es la más distante del continente y emerge de las aguas del lado de la Noche. Las otras caen a la parte de Eos y de Helios. Áspera es, pero excelente criadora de mancebos. No existe, en verdad, tierra alguna que para mi sea más dulce de ver. Y aun cuando la divina entre las deidades, Calipso, me retuvo en sus huecas grutas con ansia de hacerme su esposo, y la dolosa Circe de Eea túvome igualmente en su morada, queriéndome también para marido, jamás persuadieron mi ánimo ni una ni otra, porque nada es más grato que la patria y los padres para aquel que, lejos de los. suyos, habita en tierra extraña, aun en opulento palacio. Mas te relataré el lamentable retorno decretado por Zeus, a mi partida de Troya.

''De Ilion llevóme el viento al país de los Cicones, en Ismaro. Entré a saco en la ciudad, y maté a sus moradores. Las mujeres y el cuantioso botín que lo- gramos lo repartimos equitativamente, sin que nadie se quedara sin su parte de botín. Exhorté a mi gente a que nos retiráramos con pie ligero, y los muy sim- ples no se dejaron persuadir. Y mientras bebían con exceso, y degollaban en el litoral ovejas y bueyes de retorcidos cuernos y de tornátiles patas, los Cicones fugitivos corrieron en busca de los Cicones de los

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aledaños, habitantes en lo interior del país. Estos eran en cuantía y valerosos, tan hábiles jinetes como peo- nes excelentes cuando fuere menester. Presentáronse con la mañana en tan gran número cuantas son las hojas y flores que brotan en la primavera; y ya se nos presentó a nosotros, joh infelices!, el funesto des- tino que nos ordenara Zeus, a fin de que padeciéramos multitud de males. Junto a los rápidos bajeles nos combatieron y por los dos lados menudeaban los golpes de las broncíneas lanzas. Todo lo que duró la mañana y fué entrándose el sacro día, no obstante su número, sostuvimos el empuje. Mas cuando Helios señaló la hora de desuncir los bueyes, los Cicones derrotaron a los aqueos, y seis de los nuestros, de hermosas grebas, perecieron de cada lado. Los restantes pudimos esqui- var a la Moira y a la muerte.

''Seguimos adelante, alegres por haber huido a la muerte y triste el corazón por la pérdida de los ex- celentes compañeros. Mas mis bajeles de muchos bancos no partieron del litoral hasta que no hubimos llamado por tres veces a cada uno de los camaradas que acabaron su vida en el llano, heridos por los Cico- nes. Zeus, que amontona las nubes, soliviantó a Bó- reas y sobrevino la tempestad, cubriendo de negrura la tierra y el ponto, y la noche cayó del anchuroso Uranos. Perdido el rumbo, corrían las naves arrebata- das, rotas las velas en tres o cuatro pedazos por la impetuosidad del viento. Entonces amainamos éstas, pues temíamos nuestra perdición; y apresuradamente, a fuerza de remos, conseguimos embarrancar en la playa, donde permanecimos dos días con sus noches, royéndonos el ánimo la fatiga y los pesares. Mas al punto que Eos, de lindas trenzas, nos trajo el día tercero, izamos los mástiles, descogimos las blancas

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velas, y nos sentamos en los bancos, conducidas las naves por el viento y los pilotos. Ύ hubiese llegado incólume a la tierra patria, si la corriente de las olas y el Bóreas no nos hubieran desviado, al doblar el cabo de Malea, hasta más allá de Citera.

''Desde allí dañosos vientos lleváronme nueve días por el ponto abundante en peces; al décimo arribamos a la tierra de los Lotófagos, que se nutren con un flo- rido manjar. Bajamos al litoral, y después de hacer aguada, mis compañeros tomaron la comida junto a las ligeras naves. Escogí entonces a dos de ellos y a un heraldo, y los envié a informarse cuáles hombrea comían el pan en aquella tierra. Partiéronse al punto y dieron con los Lotófagos, gentes que, sobre no ha- cerles ningún mal, nos regalaron con lotos para que comiéramos. Tan pronto como hubieron gustado el fruto, dulce como la miel, olvidáronse de sus diligen- cias, y ya no pensaron en tomar a la patria, antes bien, llenos de olvido, querían quedarse con los Loto- fagos. A pesar de sus lágrimas los llevé conmigo y átelos a los bancos de las cóncavas naves, ordenan- do a mis compañeros que saltaran con premura a sus bajeles, temeroso de que olvidasen la vuelta a la pa- tria si comían la dulce flor.

'Obedeciéronme, y sentados por orden en los ban- cos comenzaron a azotar con los remos el espumoso mar. Partimos, con el ánimo afligido y llegamos a la tierra de los soberbios Cíclopes, gentes sin ley, que confiados en los dioses Inmortales no cultivan los campos ni labran las tierras, sino que todo les nace sin semilla y sin arada trigo, cebada y viñas, que, en grandes racimos, bien alimentados por las lluvias de Zeus, les ofrecen el mosto. No tienen ágoras donde se reúnan para deliberar, ni leyes tampoco. Moran

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LA ODISEA

en las cumbres de empinados montes, en hondas gru- tas, y cada uno gobierna a su mujer y a sus hijos, sin cuidarse de los otros.

"Ni muy próximo ni muy alejado, existe un islo- te delante del puerto del país de los Cíclopes. Hálla- se cubierto de floresta, donde se reproducen en cuan- tía considerable las cabras monteses, jamás asusta- das por la presencia del hombre, porque allí no van nunca los cazadores que se fatigan recorriendo la umbría en las cumbres de las montañas. Allí no pas- tan los rebaños ni se ara la tierra, ni hay labradío ni sementeras, pues carece de pobladores, y sólo sustenta balantes cabras. Los Cíclopes no poseen naves de rojas proas, ni cuentan con artífices que se las construyan de muchos bancos, como las que transportan mercancías a distintas poblaciones en los frecuentes viajes que los hombres efectúan por mar, yendo los unos a encontrar a los otros, las cuales hubieran podido hacer que fuese muy poblado este islote, no nada estéril y excelente para producir en cada estación lo que le es propio, por- que tiene junto el espumoso mar, prados húmedos y tiernos, y allí la vid jamás se perdiera. La parte inte- rior es llana y labradera; y podrían segarse en la esta- ción oportuna mieses altísimas por ser el suelo muy pingüe. El puerto es seguro y en él no son menester ni cables, ni áncoras, ni amarras para sujetar las naves; en abordando allí se está a salvo cuanto se quiere, hasta que el ánimo incita a partir al marinero y el viento sopla. Al fondo del puerto, en una gruta rodeada de álamos, mana una fuente de limpia agua. Tal era la tierra a que arribamos, conducidos, sin duda, por un dios, en noche oscura, pues nada podía- mos ver nosotros. Apretada niebla envolvía las na- ves, y Selene no lucía en el anchuroso Uranos, cubierto do nubes. Nadie vio el islote ni las grandes olas

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que irrumpían en la playa, hasta que lo abordaron nuestros bajeles de muchos bancos. Entonces amai- namos todas las velas, saltamos a la orilla y nos dor- mimos en espera de la divina Eos.

"No bien mostróse Eos, de rosados dedos, hija de la mañana, recorrimos el islote, absortos de admira- ción. En esto las ninfas, prole de Zeus, que lleva la égida, levantaron montaraces cabras para que comie- ran mis compañeros. Al instante, pues, requerimos de las naves los corvos arcos y los venablos de larga punta, nos distribuímos en tres grupos y comenzó el ojeo, otorgándonos un dios cobrar abundante caza. Seguíanme doce bajeles y a cada uno le cupo en suer- te nueve cabras y diez al mío. Así, todo el día, hasta que se ocultó Helios, permanecimos sentados, comien- do de la abundosa carne y bebiendo rojo vino, pues aún nos quedaba de las innúmeras ánforas cogidas en la sacra ciudad de los Cicones. Y en tanto, veíamos el humo de la próxima tierra de los Cíclopes y nos llegaban su voz y el balar de las ovejas y cabras. Al ponerse Helios y sobrevenir la noche, nos acosta- mos en la playa. No bien mostróse Eos, de rosados dedos, hija de la mañana, convoqué el agora y dije a todos mis amigos:

"Permaneced aquí, caros compañeros. Con mi na- ve y mi gente iré a enterarme de quiénes son esos hombres, si soberbios, salvajes e injustos u hospita- larios y temerosos de los dioses.

"Dije, y subí a mi nave, ordenándoles a los míos que hicieran lo propio y soltasen las amarras. Obe- decieron al punto, y apercibido? y por orden en los bancos azotaron con los remos el espumoso mar. Y llegado que hubimos a la cercana tierra, se nos mos- tró en una extremidad, frontera a las aguas, alta gruta a la sombra de algunos laureles. Numerosos

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hatos de ovejas y cabras sesteaban en sus inmedia- ciones. Ceñíanla alto muro de piedras labradas y gran- des pinos y encinas de elevada copa. Allí tenía su asiento un varón de gigantesca talla. Solo y apartado de todos, llevaba a pastar su grey, sin cuidarse de los demás. Pero su desvío era para urdir cosas ini- cuas. Era un monstruo horrible, en nada parecido al hombre que come pan, pero si a umbrosa cumbre de ingente montaña, que descuella sola, entre las cimas que la rodean.

** Entonces ordené a mis fieles compañeros que se quedasen a guardar la nave; escogí los doce mejores y echamos a andar juntos, llevándome un odre de piel de cabra rebosante de dulce negro vino, pre- sente de Marón, vastago de Evánteo, y sacerdote de Apolo, dios tutelar de Ismaro. A él, juntamente con su esposa e hijos, que moraban en el sacro bosque de Febo Apolo, perdonamos por respeto. Hízome gran- des presentes, pues me dio siete talentos de oro bien labrado, una crátera de plata maciza y doce ánforas de un vino dulce y puro, bebida de dioses, no cono- cido en su palacio ni de sus siervos ni de sus es- clavas, antes sólo de él, de su esposa y de la despen- sera. Cuando a gustarse iba este dulce rojo licor, dulce como la miel, mezclábanse a cada copa otras veinte de agua, y aún su perfume trascendía en la crá- tera de tal suerte, que fuera difícil sustraerse al deseo de probarlo. De este vino llevaba un gran odre, y a más bastimentos en un zurrón, porque mi valeroso ánimo impelíame a acercarme a aquel hombre gigan- tesco, dotado de extraordinaria fuerza, salvaje y des- conocedor de la justicia y las leyes.

''Pronto llegamos a la gruta; mas no dimos con• él, porque estaba apacentando las pingües ovejas. Irrumpimos en su mansión y miramos absortos lo que

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allí había: los zarzos gemían so la pesadumbre de los quesos; los establos rebosaban de corderos y cabri- tos— en grupos y separadamente : a una parte los que ya garbeaban, a otra los recentales, y más allá, los recién nacidos. En las ahitas colodras flotaba la crema de sobre el suero. Instóme mi gente, deseosa de tomar algunos quesos y llevarse del aprisco cor- deros y cabritos, para que regresáramos a la nave y huir al punto a través del salobre mar. Mas yo no me dejé persuadir y en verdad ello hubiera sido lo más prudente en mis ansias de ver a aquel hom- bre y que me hiciera los dones hospitalarios. Empe- ro, bien pronto su presencia no debía serles muy agra- dable a mis gentes.

"Encendimos fuego, ofrecimos un sacrificio a los dioses, comimos de los quesos y nos sentamos en es- pera de su retorno. Al regresar traía un enorme haz de leña para preparar su comida, y a la entrada de la gruta lo arrojó con gran estruendo. Presa de horrible temor, huímos al fondo de la gruta. Hizo que entrasen las cabras y ovejas de pingües ubres, que debía ordeñar, y dejóse fuera, en el espacioso recinto, los cabrones y los moruecos. Y alzando gran- dísimo pedruzco, tan grande que veintidós carros de cuatro ruedas no lo habrían movido, acomodólo a guisa de puerta. ¡Tan inmenso era el peñasco que co- locó en la entrada! Sentóse en seguida, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe ha- cerse, poniéndole debajo a cada madre su hijuelo. La mitad de la blanca leche cuajó a punto, depositán- dola en trenzados cestillos, y vertió la otra parte en las colodras, con el propósito de trasegarla a su estómago en la cena. Y dado fin con toda premura a tales faenas, encendió fuego y, al vernos nos hizo estas preguntas:

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LA ODISEA

*' ¡Fürasterus! ¿Quiénes sois? ¿De dónde venía por el ponto? ¿Os lleva algún negocio o vagáis a la ven- tura, como lo3 piratas que, exponiendo su vida, re- corren los mares y acarrean desgracias a los demás hombres?*'

"Así dijo. Nos quebraba el corazón el temor que nos produjo su voz grave y su aspecto monstruoso. Mas, con todo eso, le respondí de esta manera:

** Somos aqueos a quienes extraviaron, al salir de Troj^a, vientos de todas clases que nos llevan por el gran abismo del mar: deseosos de volver a nuestra patria, llegamos aquí por otros caminos, porque de tal suerte debió ordenarlo Zeus. Nos preciamos de pertenecer a las huestes del Atrida Agamenón, cuya gloria es inmensa debajo del Uranos, pues ha abatido una gran ciudad y sojuzgado a innúmeros hombres. Su- plicantes nos postramos a tus rodillas, para que nos acojas con bondad y hagas los dones que se usa en- tre huéspedes. Eespeta, pues, a los dioses, varón ex- celente; que nosotros somos ahora tus suplicantes. Y a suplicantes y forasteros nos venga Zeus hospita- lario, el cual acompaña a los venerandos huéspedes."

**Así le hablé, y respondióme en seguida con ánimo cruel: "¡Insensato eres, oh forastero, o de muy re- moto vienes para instarme a que tema a los dioses y los acate! Nada se nos importa a los Cíclopes de Zeus que lleva la égida, ni de los dioses felices, por- que somos más fuertes que ellos; y yo no te perdona- ría ni a ti ni a tus compañeros por temor a la ene- mistad de Zeus, si mi ánimo no me lo ordenase. Pero dirae, en qué sitio, al venir, dejaste la bien cons- truida embarcación: si fué, por ventura, en lo más apartado de la playa o en un paraje cercano, a fin de que yo lo sepa."

"Así me dijo para tentarme. Pero su intención

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// o MERO

no me pasó inadvertida, a mí, con mi experiencia, y de nuevo le habló <}on engañosas palabras:

*'Poseidón, que sacude la tierra, rompió mi nave llevándola a un promontorio y estrellándola contra los rocas, en los confines de vuestra tierra; el viento que soplaba del ponto se la llevó y pude librarme, junto con éstos, de una muerte terrible."

"Así le dije. El Cíclope, con cruel talante, no rae dio respuesta; pero, revolviéndose de súbito, extendió las manos sobre mis camaradas, agarró a dos y, cual si fuesen cachorrillos, arrojólos en tierra con ta- maña violencia, que el encéfalo fluyó al suelo y mojó el piso. Seguidamente despedazó los miembros, se aparejó una cena y se puso a comer cual montaraz león, sin perdonar las entrañas, ni la carne ni los medulosos huesos. Ante tal horror alzamos las ma- nos gemebundos en oración a Zeus, invadida el alma por cruel desesperanza. El Cíclope, tan luego como hubo llenado su enorme vientre, devorando carne hu- mana y bebiendo encima la leche que le plugo, se acostó en la gruta tendiéndose en medio de las ovejas. Entonces formé en mi magnánimo corazón el propó- sito de acercarme a él y, sacando la aguda espada que colgaba de mi muslo, hundírsela en el pecho don- de las entrañas rodean el hígado, palpándolo previa- mente; mas otra consideración me contuvo: todos hu- biéramos perecido allí de espantosa muerte, a causa de no poder apartar con nuestras manos el pe- sadísimo pedruzco que colocara el monstruo en la alta entrada. Así pues, aguardamos gimiendo, que apa- reciera la divina Eos.

' * Cuando se descubrió la hija de la mañana. Eos, de resáceos dedos, encendió lumbre el Cíclope, y ya sen- tado, comenzó a ordeñar mañosamente su insigne hato, poniéndole debajo a cada madre su hijuelo.

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Acabadas con prontitud tales faenas, echó mano a otros dos de los míos, y con ellos se aparejo el al- muerzo. En acabando de comer, sacó de la cueva los pingües ganados, removiendo con facilidad la enor- me pella de la puerta; pero al instante tornó a colo- carla del mismo modo que si encajase la tapadera a un carcaj; y fuese guiando sus animales con gran es- trépito. Allí quedé, empleada la mente en trazar horribles propósitos, por si de algún modo pudiese vengarme y Atenea me otorgara la victoria. Al fin parecióme' que la mejor resolución sería la siguiente. Echada en el suelo del establo veíase una gran cla- va de olivo verde, que el Cíclope había cortado para llevarla cuando se secase. Nosotros, al contemplar- la, la comparábamos con el mástil de un negro y ancho bajel que tiene veinte remos y atraviesa el dilatado abismo del mar: tan larga y tan gruesa se nos pre- sentó a la vista. Cortó de ella un trozo, no mayor de una braza, que di a los compañeros mandándoles que lo puliesen. Una vez alisado, agucé uno de sus cabos, lo endurecí, pasándolo por el ardiente fuego, y lo oculté cuidadosamente debajo del abundante es- tiércol esparcido por la gruta. Ordené entonces que se eligieran por suerte los que, uniéndose conmigo, deberían atreverse a levantar la estaca y clavarla en el ojo del Cíclope cuando de él se enseñorease el dulce sueño. Cayóle la suerte a los cuatro que yo mismo hubiera escogido en tal ocasión, y me juntó con ellos formando el quinto. Por la tarde volvió el Cíclope con el rebaño de hermoso vellón, que venía de pacer, e hizo entrar en la espaciosa gruta a todas las pingües reses, sin dejar a ninguna fuera del recin- to; ya porque sospechase algo, ya porque algún dios así lo ordenara. Cerró la puerta acomodando la enor- me piedra, que llevó a pulso; sentóse, y comenzó a

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ordeñar mañosamente las ovejas y buiadoras cabras, todo como debe hacerse, poniéndole debajo a cada madre su hijuelo. Acabadas con jDrontitud tales cosas, agarró otros dos de mis compañeros y aparejó la cena. Entonces acerquéme al Cíclope, y, teniendo en la ma no una copa de negro vino, le hablé de esta manera:

* ' ¡ Cíclope ! Ya que comiste carne humana, toma y bebe este vino, y sabrás qué licor encerraba nues- tro bajel. Para ti lo traía, deseoso de ofrecértelo, si, apiadándote de disponías mi regreso a la pa- tria. Mas, ¡a nadie te igualas en la cólera! ¡Insen- sato! ¿Cómo se acercará a ti ningún nacido, en adelante, si careces de compasión?

**Así le hablé. Tomó el vino y bebióselo. Y gustóle tanto el dulce licor que me pidió más:

"Dame de buen grado más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para que te ofrezca un don hospitalario con el cual te huelgues. Pues también a los Cíclopes la fértil tierra les proporciona vino en grue- sos racimos, que crecen con la lluvia enviada por Zeus; pero éste está hecho con ambrosía y néctar."

**De tal suerte habló, y volví a servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres bebió incau- tamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cíclope, díjele con lisonjeras palabras:

" I Cíclope! Preguntas cuál es mi nombre ilustre, y voy a decírtelo; pero dame el presente de hospita- lidad que me has prometido. Mi nombre es Outis (nadie), y Outis me llama mi padre, mi madre y mis compañeros todos."

**Así le hablé; y en seguida me respondió, eon cruel talante:

'*A Outis me lo eom.eré el último, después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezca."

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'*Dijo, tiróse hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado dobló la gruesa cerviz y rindióle el sueño, domador de todo. Harto de bebida, eructaba de modo horrible, a par que de su garganta fluía el vino, re- vuelto con carne humana. Entonces metí la estaca debajo del abundante rescoldo, para calentarla, y animé con mis palabras a todos los compañeros, te- meroso de que me abandonasen aterrorizados. Mas cuan- do la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y relumbraba intensamente, fui y la saqué del fuego; rodeáronme mis compañeros, y una deidad nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, hincáronla por la aguzada punta en el ojo del Cíclope; y yo, alzándome, hacíala girar por arriba. De la suerte que cuando un hombre taladra con el barreno el mástil de un navio, otros lo mueven por debajo con una correa, que asen por ambas extremi- dades, y aquél da vueltas continuamente: así noso- tros, asiendo la estaca de ígnea punta, la hacíamos girar en el ojo del Cíclope y la sangre brotaba alre- dedor del caliente palo. Quemóle el ardoroso vapor párpados y cejas, en cuanto la pupila estaba ardiendo y sus raíces crepitaban por la acción del fuego Así como el broncista, para dar el temple que es la fuer- za del hierro, sumeríre en asrna fría una gran secrur o un hacha que rechina grandemente: de igual ma- nera rechinaba el ojo del Cíclope en torno de la es- taca de olivo. Dio el Cíclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca, y nosotros, amedrentados, huímos prestamente; mas él se arrancó la estaca, toda manchada de sangre, arrojóla furioso lejos de y se puso a llamar con altos gritos a los Cíclopes que ha- bitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ven- tosos promontorios. En oyendo sus voces acudieron muchos, quien por un lado y quien por otro, y parándo-

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se junto a la cueva, le preguntaron qué le angustiaba:

"¿Por qué tan enojado, oh Polifemo, gritas de se- "mejante modo en la divina noche, despertándonos a ** todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas '*mal de tu grado? ¿O por ventura, te matan con ** engaño o con fuerza?"

'^Eespondióles desde la cueva el robusto Polifemo: **¡0h amigos! Outis (nadie) me mata con engaño, no "con fuerza."

"Y ellos le contestaron con estas aladas palabras: "Pues si nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no "es posible evitar la enfermedad que te envía e? gran "Zeus; pero, ruega a tu padre, el soberano Poseidón."

"Apenas^ acabaron de hablar, se fueron todos; y yo me reí en mi corazón de cómo mi nombre y mi excelente artificio les había engañado. El Cíclope, gi- miendo por los grandes dolores que padecía, anduvo a tientas, quitó el peñasco de la puerta y se sentó en la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano a alguien que saliera con las ovejas: ¡tan mentecato, esperaba que yo fuese! Mas yo me- ditaba como pudiera aquél lance acabar mejor, y si hallaría alj^ún recurso para librar de la muerte a mis compañeros y a mismo. Eevolví toda clase de engaños y de artificios, como que se trataba de la vida y un gran mal era inminente, y al fin parecióme la mejor resolución la que voy a decir. Había unos carneros bien alimentados, herniosos, grandes, de es- pesa y oscura lana; y, sin desplegar los labios, los até de tres en tres, entrelazando mimbres de aquellos so- bre los cuales dormía el monstruoso e injusto Cíclope: y así el del centro llevaba a un hombre y los dos iban a entrambos lados para que salvaran a mis com- pañeros. Tres carneros llevaban, por tanto, a cada varón; mas yo, viendo que había otro carnero que

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sobresalía entre todas las reses, lo asgo por la espalda, me deslizo al vedijudo vientre y me quedo agarrado con ambas manos a la abundantísima lana, mante- niéndome en esta postura con ánimo paciente. Así profiriendo suspiros, aguardamos la aparición de la divinal Eos.

"Cuando se descubrió la hija de la mañana, Eos, de rosáceos dedos, los machos salieron presurosos a pacer y las hembras, como no se las había ordeñado, balaban en el corral con las tetas retesadas. Su amo afligido por los dolores, palpaba el lomo a to- das las reses, que estaban de pie, y el simple no ad- virtió que mis compañeros iban atados a los pechos de los vedijudos animales. El último en tomar el camino de la puerta fué mi carnero, cargado de su lana y de mismo que pensaba en muchas cosas. Y el robusto Polifemo lo palpó y así dijo:

"¡Carnero querido! ¿Por qué sales de la gruta el "postrero del rebaño? Nunca te quedaste detrás "de las ovejas, sino que, andando a buen paso, pacías "el primero las tiernas flores de la yerba, llegabas el "primero a las corrientes de los ríos y eras quien "primero deseaba tornar al establo al caer de la tar- "de; mas ahora vienes, por el contrario, el último de "todos. Sin duda echarás de menos el ojo de tu "señor, a quien cegó un hombre malvado con sus per- "niciosos compañeros, perturbándole las mientes con "el vino. Nadie, pero me figuro que aun no se ha "librado de una terrible muerte. ¡Si tuvieras mis scn- "timientos, y pudieses hablar, para indicarme dónde "cviía mi furor I Pronto su cerebro, molido a golpes, "se esparciría acá y allá por el suelo de la gruta, y "mi corazón se aliviaría de los daños que me ha "causado ese despreciable Nadie.'*

"Diciendo así, dejó el carnero y lo echó afuera.

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Cuando estuvimos algo apartados de la cueva y del corral, soltéme del carnero y desaté a los amigos. Al punto recogimos aquellas gordas reses de gráciles piernas y, dando muchos rodeos, llegamos por fin a la nave. Nuestros compañeros se alegraron de vernos a nosotros, que nos habíamos librado de la muerte, y empezaron a gemir y a sollozar por los demás. Pero yo, haciéndoles una señal con las cejas, les prohibí el llanto y les mandé que cargaran presto en la nave muchas de aquellas reses de hermoso vellón y vol- viéramos a surcar el agua salobre. Embarcáronse en seguida y, sentándose por orden en los bancos, tor- naron a herir con los remos el espumoso mar. Y, al estar tan lejos cuanto se deja oír un hombre que grita, hablé al Cíclope con estas mordaces palabras:

"¡Cíclope! No debías emplear tu gran fuerza para ** comerte en la honda gruta a los amigos de un varón *' indefenso! Las consecuencias de tus malas accio- **nes habían de alcanzarte, oh cruel, ya que no te- " miste devorar a tus huéspedes en tu misma morada: *'por esto Zeus y los demás dioses te han castigado.'*

"Así le dije; y él, airándose más en su corazón, arrancó la cumbre de una gran montaña, arrojóla de- lante de nuestra embarcación de azulada proa, y poco faltó para que no diese en la extremidad del gober- nalle. Agitóse el mar por la caída del peñasco y las olas, al refluir desde el ponto, empujaron la nave ha- cia el continente y la llevaron a tierra firme. Pero yo, asiendo con ambas manos un larguísimo botador, éche- lo al mar y ordenó a mis compañeros, haciéndoles con la cabeza silenciosa señal, que apretaran con los remos a fin de librarnos de aquel peligro. Encorvá- ronse todos y empezaron a remar. Mas, al hallarnos dentro del mar, a una distancia doble de la de antes, hablé al Cíclope, no embargante que mis compañeros

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me rodeaban γ pretendían disuadirme con suaves pa- labras unos por un lado y otros por el opuesto:

** ¡Desgraciado! ¿Por qué quieres irritar a ese hom- ''bre feroz que con lo que tiró al ponto hizo tornar *'la nave a tierra firme donde creíamos encontrar la *' muerte? Si oyera que alguien da voces o habla, *'nos aplastaría la cabeza y el maderamen del bar- beo, arrojándonos áspero bloque. Tan lejos llegan sus "tiros!''

*'Así se expresaban. Mas no lograron quebrantar la firmeza de mi ánimo; y, con el corazón irritado, le habló otra vez con estas palabras:

** ¡Cíclope! Si alguno de los mortales hombres te ** pregunta la causa de tu vergonzosa ceguera, dile que ** quien te privó del ojo, fué Odiseo, el asolador de ciu- **dades, hijo de Laertes que tiene su casa en Itaca."

"Tal dije; y él, dando un suspiro, respondió: "¡Oh "dioses! Cumpliéronse los antiguos pronósticos. Hu- "bo aquí un adivino excelente y grande, Télemo Eu- "rímida, el cual descollaba en el arte adivinatoria y "llegó a la" senectud profetizando entre los Cíclopes: "éste, pues, me vaticinó lo que hoy sucede: que sería "privado de la vista por mano de Odiseo. Mas es- "peraba yo que llegase un varón de gran estatura, "gallardo, de mucha fuerza; y es un hombre peque- "ño, despreciable y menguado, quien me cegó el ojo, "subyugándome con el vino. Pero, ea, vuelve, Odiseo, "para que te ofrezca los dones de la hospitalidad y "exhorte al ínclito dios que bate la tierra, a que "te conduzca a la patria; que soy su hijo y él se "gloría de ser mi padre. Y ser-á él, si le place, quien "me curará y no otro alguno de los bienaventurados "dioses ni de los mortales hombres."

"Habló, pues, de esta suerte; y le contesté dicien•

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HOMERO

*'do: "¡Así pudiera quitarte el alma y la vida, y en- *'viarte a la morada de Hades, como ni el mismo ''dios que sacude la tierra te curará el ojol'*

"Dije. Y el Cíclope oró en seguida al soberano Poseidón, alzando las manos al estrellado cielo:

"¡Óyeme, Poseidón, que ciñes la tierra, dios do "cerúlea cabellera! Si en verdad soy tuyo y te "glorías de ser mi padre, concédeme que Odiseo, el "a solador de ciudades, hijo de Laertes, que tiene su "casa en Itaca, no vuelva nunca a su palacio. Mas "si le está destinado que ha de ver a los suyos y tor- "nar a su bien construida casa y a su patria, sea "tarde y mal, en nave ajena, después de perder todos "los compañeros, y encuentre nuevas cuitas en su mo- "rada.'»

"Tal fué su plegaria y la oyó el dios de cerúlea cabellera. Acto seguido tomó el Cíclope un peñasco mucho mayor que el de antes, lo despidió, haciéndolo voltear con fuerza inmensa, y arrojólo detrás de nues- tro bajel de azulada proa, y poco faltó para que no diese en la extremidad del gobernalle. Agitóse el mar por la caída del peñasco, y las olas llevando la em- barcación hacia adelante, hiciéronla llegar a tierra firme.

"Así que llegamos a la isla donde estaban los res- tantes navios, de muchos bancos, y en su contorno los compañeros que nos aguardaban llorando, salta- mos a la orilla del mar y sacamos la nave a la arena. Y tomando de la cóncava embarcación las reses del Cíclope, nos las repartimos de modo que ninguno se quedara sin su parte. En esta partición que se hizo del ganado, mis compañeros de hermosas grebas, asignáronme el carnero, además de lo que me correspondía; y yo lo sacrifiqué en la playa a Zeus Cronida, que amontona las nubes y sobre todos

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LA ODISEA

reina, quemando en su obsequio ambos muslos. Pero el dios, sin hacer caso del sacriflcio, meditaba cómo podrían llegar a perderse todas mis naves, de mu- chas bancos, con los fieles compañeros. Y ya todo el día, hasta la puesta del sol, estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el sol se puso y llegó la noche, nos acostamos en la orilla del mar. Pero, apenas se descubrió la hija de la mañana. Eos de resáceos dedos, ordené a mis compañeros que subieran a la nave y desataran las amarras. Embarcáronse prestamente y, sentándo- se por orden en los bancos, tornaron a herir con los remos el espumoso mar.

' ' Desde allí seguimos adelante, con el corazón tris- te, escapando gustosos de la muerte, aunque perdi- mos algunos compañeros.

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Odiseo, compadecido de la suerte de sus compañeros, s-uplica a Circe que les torne su anterior figura.

RAPSODIA DECIMA

LEGAMOS a la isla Eolia, don- de moraba Eolo Hipótada, caro a los inmortales dioses; isla natátil, a la cual cerca broncí- neo e irrompible muro, levan- tándose en el interior una es- carpada roca. A Eolo nacié- ronle doce vastagos en el pala- cio: seis hijas y seis hijos florecientes; γ dio aquéllas a éstos para que fuesen sus esposas. Todos juntos a la vera de su padre querido y de su madre veneran- da, disfrutan de un continuo banquete en el que se les sirven muchísimos manjares. Durante el día percíbese en la casa el olor del asado y resuena toda con la flauta; y por la noche duerme cada uno con

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HOMERO

su púdica mujer sobre tapetes, en torneado lecho. Llegamos, pues, a su ciudad y a sus magníficas vi- viendas, y Eolo tratóme como a un amigo por espa- cio de un mes y me hizo preguntas sobre muchas cosas sobre Ilion, sobre las naves de los argivos, sobre la vuelta de los aqueos de todo lo cual le in- formé debidamente. Cuando quise partir y le roguó que me despidiera, no se negó y me preparó mi viaje. Dióme entonces, encerrados en un cuero de un buey de nueve años que antes desollara, los soplos de los mugidores vientos; pues el Cronida habíale hecho arbitro de los mismos, con facultad de aquietar o de excitar al que quisiera. Y ató dicho pellejo en la cóncava nave con un reluciente hilo de plata, de manera que no saliese ni el menor soplo; enviándome el Céfiro para que, soplando, llevara nuestras na- ves y a nosotros en ellas. Mas, en vez de suceder así, había de perdernos nuestra propia imprudencia.

"Navegamos seguidamente por espacio de nueve días con sus noches. Y en el décimo se nos mostró la tierra patria, donde vimos a los que encendían fue- go cerca del mar. Entonces me sentí fatigado y me rindió el dulce sueño; pues había gobernado continua- mente el timón de la nave, que no quise confiar a nin- guno de los amigos para que llegáramos más pronto. Los compañeros hablaban los unos con los otros de lo que yo llevaba a mi palacio, figurándose que era oro y plata, recibidos como dádiva del magnánimo Eolo Hipótada. Y alguno de ellos dijo de esta suerte al que tenía más cercano:

"¡Oh dioses! ¡Cuan querido y honrado es este varón, de cuantos hombres habitan en las ciudades y tierras adonde llega! Muchos y valiosos objetos se ha llevado del botín de Troya; mientras que los

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LA ODISEA

demás, con haber hecho ©1 mismo viaje, volveremos a casa con las manos vacías, Y ahora, Eolo, obse- quiándolo como a un amigo, acaba de darle estas cosas. Ea, veamos pronto lo que son y cuánto oro y plata hay en el cuero. '*

'*Así razonaban. Prevaleció aquel mal consejo y, desatando mis amigos el odre, escapáronse con gran ímpetu todos los vientos. En seguida arrebató las naves una tempestad y llevólas al ponto; ellos llora- ban, al verse lejos de la patria; yo, recordando, medi- té en mi irreprochable espíritu si debía tirarme del bajel y morir en el ponto, o sufrirlo todo en silencio y permanecer entre los vivos. Lo sufrí, y quedóme en el barco y, cubriéndome, me acosté de nuevo. Las naves tornaron a ser llevadas a la isla Eolia por la funesta tempestad que promovió el viento, mientras gemían cuantos me acompañaban.

** Llegados allá, saltamos en tierra, hicimos aguada, y a la hora empezamos a comer junto a las veleras naves. Mas, así que hubimos gustado la comida y la bebida, tomé un heraldo y un compañero y, encami- nándonos al ínclito palacio de Eolo, llamamos a éste, que celebraba un banquete con su esposa y sus hijos. Ya en la casa, nos sentamos al umbral, cerca de las jambas; y ellos se pasmaron al vernos y nos hicie- ron estas preguntas:

''¿Cómo aquí, Odiseo? ¿Qué funesto numen te persigue? Nosotros te enviamos con gran recaudo para que llegases a tu patria y a tu casa, o a cual- quier sitio que te plugiera. *'

**Así hablaron. Y yo, con el corazón afligido, les dije: **Mis imprudentes compañeros y un sueño per- nicioso causáronme este daño; pero remediadlo voso- tros, oh amigos, ya que podéis hacerlo."

**En tales términos me expresé, halagándoles con

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suaves palabras. Todos enmudecieron y, por fin, el padre me respondió:

'*¡Sal de la isla y muy pronto, malvado más que ninguno de los que hoy viven! No me es permitido tomar a mi cuidado y asegurarle la vuelta a un varón que se ha hecho odioso a los bienaventurados dioses. Vete noramala; pues si viniste ahora, es porque los inmortales te aborrecen."

* 'Hablando de esta manera me despidió del pala- cio, a mí, que profería hondos suspiros. Luego se- guimos adelante, con el corazón angustiado. Y ya iba agotando el ánimo de los hombres aquel molesto remar, que a nuestra necedad debíamos; pues no se presentaba medio alguno de volver a la patria.

"Navegamos sin interrupción durante seis días con sus noches, y al séptimo llegamos a Telépilo de La- mes, la excelsa ciudad de la Lestrigonia, donde el pastor, al recoger su rebaño, llama a otro que sale en seguida con el suyo. Allí un hombre que no dur- miese, podría ganar dos salarios: uno, guardando bue- yes; y otro, apacentando blancas ovejas. |Tan inme- diatamente sucede al pasto del día el de la noche I Apenas arribamos al magnífico puerto, el cual estaba rodeado de ambas partes por escarpadas rocas y tenía en sus extremos riberas prominentes y opuestas que dejaban un estrecho paso, todos llevaron a éste las corvas naves y las amarraron en el cóncavo puerto, muy juntas, porque allí no se levantan olas ni gran- des ni pequeñas y una plácida calma reina en rede- dor; mas yo dejé mi negra embarcación fuera del puerto, cabe a uno de sus extremos, e hice atar las amarras a un peñasco. Subí luego a una áspera ata- laya y desde ella no columbré labores de bueyes ni de hombres, sino tan sólo el humo que se alzaba de la tierra. Quise enviar a algunos compañeros para que

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LA ODISEA

averiguaran cuáles hombres comían el pan en aque- lla comarca; y designé a dos, haciéndoles acompañar por un tercero que fué un heraldo. Fuéronse y, si- guiendo un camino llano por donde las carretas lleva- ban la leña de los altos montes a la ciudad, poco antes de llegar a la población encontraron una don- cella, la eximia hija del Lestrigón Antífates, que ba- jaba a la fuente Artacia, de hermosa corriente, pues allá iban a proveerse de agua los ciudadanos. De- tuviéronse y hablaron a la joven, preguntándole quién era el rey y sobre quiénes reinaba; y ella les mostró en seguida la elevada casa de su padre. Llegáronse entonces a la magnífica morada, hallaron dentro a la esposa que era alta como la cumbre de un monte, y cobráronle no poco miedo. La mujer llamó del agora a su marido el preclaro Antífates, y éste maquinó contra mis compañeros cruda muerte: agarrando pres- tamente a uno, aparejóse con el mismo la cena, mien- tras los otros dos tornaban a los barcos en precipitada fuga. Antífates gritó por la ciudad y, al oírle, acu- dieron de todos lados muchos y fuertes Lestrig\> es, que no parecían hombres sino gigantes, y desde las peñas tiraron pedruzcos muy pesados: pronto se alzó en las naves un deplorable estruendo causado a la vez por los gritos de los que morían y por la rotura de los barcos; y los Lestrigones, atravesando a los hombres como si fueran peces, se los llevaban para celebrar nefando festín. Mientras así los mataban en el hondísimo puerto, saqué la aguda espada que llevaba junto al muslo y corté las amarras de mi bajel de azulada proa. Acto continuo exhorté a mis amigos, mandándoles que batieran los remos para librarnos de aquel peligro; y todos azotaron el mar por temor a la muerte. Con satisfacción huímos en mi nave

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desde las rocas prominentes al ponto; mas las restan- tes se perdieron en aquel sitio, todas juntas.

"De allí seguimos adelante, con el corazón triste, escapando gustosos de la muerte, aunque perdimos algunos compañeros. Llegamos luego a la isla Eea, donde moraba Circe, la de lindas trenzas, deidad po- derosa, dotada de voz, hermana carnal del terrible Eetes; pues ambos fueron engendrados por Helios, que alumbra a los mortales, y tienen por madre a Perse, hija del Océano. Acercamos silenciosamente el navio a la ribera, haciéndolo entrar en un amplio puerto, y alguna divinidad debió de conducirnos. Sal- tamos en tierra, permanecimos echados dos días con sus noches, y nos roían el ánimo el cansancio y los pesares. Mas, al punto que Eos, de lindas trenzas, nos trajo el día tercero, tomé mi lanza y mi aguda espada y me fui prestamente desde la nave a una atalaya, por si conseguía ver labores de hombres mor- tales o percibir la voz de los mismos. Y habiendo subido a una altura muy escarpada, me paré y apa- rcí'ióseme el humo que se alzaba de la espaciosa tie- rra, en el palacio de Circe, entre un espeso encinar y una selva. A la hora que divisó el negro humo, se me ocurrió en la mente y en el ánimo ir yo mismo a enterarme; mas, considerándolo bien, parecióme me- jor tomar a la orilla, donde se hallaba la velera nao, dispoTier que comiesen mis compañeros y enviar a algunos para que se informaran. Emprendí la vuelta, y ya estaba a poca distancia del corvo bajel, cuando algún dios me tuvo compasión al verme solo, y me hizo salir al camino un gran ciervo de altos cuernos; que desde el pasto de la selva bajaba al río para beber, pues el calor del sol le había entrado. Apenas se presentó, acertóle con la lanza en el espinazo, en medio de la espalda, de tal manera que el bronce lo

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atravesó completamente. Cayó el ciervo, quedando tendido en el polvo, y perdió la vida. Llegúeme y saquéle la broncínea lanza, poniéndola en el suelo; arranqué después varitas y mimbres, y formé un soga como de una braza, y bien torcida de ambas partes, con la cual pude atar juntos los pies de la enorme bestia. Me la colgué al cuello y enderecé mis pasos a la negra nave, apoyándome en la pica; ya que no hu- biera podido sostenerla en la espalda con solo la otra mano, por ser tan grande aquella pieza. Por fin la dejé en tierra, junto a la embarcación; y comencé a animar a mis compañeros, acercándome a los mismos y ha- hablándoles con dulces palabras:

** ¡Amigos! No descenderemos a la morada de Hades, aunque nos sintamos afligidos, hasta que nos llegue el día fatal. Mas, ea, en cuanto haya víveres y br bida en la embarcación, pensemos en comer y no nos dejemos consumir por el hambre."

**Así les dije; y, obedeciendo al instante mis pa- labras, quitáronse la ropa con que se habían tapado allí, en la playa del mar estéril, y admiraron el ciervo, pues era grandísima aquella pieza. Después que se hubieron deleitado en contemplarle con sus propios ojos, laváronse las manos ν aparejaron un banquete esplendido. Y ya todo el día, hasta la puesta de Helios estuvimos sentados, comiondr carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el s.:l se χιηβο y llegó la noche, nos acostamos a la orilla del mar. Pero, no bien se descubrió la hija do la mañana. Eos de resáceos dedos, reuní en junta a mis amigos y les hablé de esta manera:

'Oíd mis palabras, compañeros, aunque padez- cáis tantos males. ¡Oh amigos! Ya que ignoramos dónde está el poniente, ni el sitio en que aparece Eos, por donde Helios, que alumbra a los mortales, des-

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ciende debajo de la tierra, γ por dónde vuelve a salir; examinemos prestamente si nos será posible tomar alguna resolución, aunque yo no lo espero; mas, desde escarpada altura contemplé esta isla, que es baja y a su alrededor forma una corona el ponto inmenso, y con mis propios ojos vi salir humo de en medio de la misma, a través de los espesos encinares y de la selva.'*

''Tal dije. A todos se les quebraba el corazón, acordándose de los hechos del Lestrigón Antífates y de las violencias del feroz Cíclope, que se comía a los hombres, y se echaron a llorar ruidosamente, vertien- do abundantes lágrimas, aunque para nada les sir- vió su llanto.

** Formó con mis compañeros de hermosas grebas, dos secciones, a las que di sendos capitanes; pues yo me puse al frente de una y el deiforme Euríloco mandaba la otra. Echamos suertes en broncíneo yel- mo y, como saliera la del magnánimo Euríloco, par- tió con veintidós compañeros que lloraban; y nos dejaron a nosotros, que también sollozábamos. Dentro de un valle y en un lugar visible descubrieron el pala- cio de Circe, construido de piedra pulimentada. En torno suyo encontrábanse lobos montaraces y leones, a los que Circe había encantado, dándoles funestas drogas; pero estos animales no acometieron a mis hombres, sino que, levantándose, fueron a halagarles con sus colas larguísimas. Como los perros halagan a su amo siempre que vuelve del festín, porque les trae algo que satisface su apetito; de tal manera los lobos, de uñas fuertes, y los leones fueron a halagar a mis compañeros, que se asustaron de ver tan espantosos monstruos. En llegando a la mansión de la diosa do lindas trenzas, detuviéronse en el vestíbulo y oyeron

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a Circe que con voz pulcra cantaba en el interior, mientras labraba una tela grande, divinal y tan una, elegante y espléndida, como son las labores de las diosas. Y, Polites, caudillo de hombres, que era para el más caro y respetable de los compañeros, empezó a hablarles de esta manera:

**¡0h amigos! En el interior está cantando her- mosamente alguna diosa o mujer que labra una gran tela, y hace resonar todo el pavimento. Llamémosla cuanto antes."

''Así les dijo; y ellos la llamaron a voces. Circe se alzó en seguida, abrió la magnífica puerta, los lla- mó y siguiéronla todos imprudentemente; a excepción de Euríloco, que se quedó fuera por temor de algún engaño. Cuando los tuvo dentro, los hizo sentar en sillas y sillones, confeccionó un potaje de queso, ha- rina y miel fresca, con vino de Pramnio, y echó ei él drogas perniciosas para que los míos olvidaran por completo la tierra patria. Dióselos, bebieron, y, se_ guídamente, los tocó con una varita y los encerró en pocilgas. Y tenían la cabeza, la voz, las cerdas y el cuerpo como los puercos, pero sus mientes quedaron tan enteras como antes. Así fueron encerrados y todos lloraban; y Circe les echó, para comer, fabucos, be- llotas y el fruto del cornejo, que es lo que comen los puercos, que se echan en la tierra.

"Euríloco volvió sin dilación al ligero y negro ba- jel, para enterarnos de la aciaga suerte que les había cabido a los compañeros. Mas no le era posible pro- ferir una sola palabra, no obstante su deseo, por tener el corazón sumido en grave dolor; los ojos se le llenaron de lágrimas, y su ánimo únicamente en sollo zar pensaba. Todos le contemplábamos con asombro

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y le hacíamos preguntas, hasta que por fin nos contó la pérdida de los demás compañeros:

**Nos alejamos a través del encinar, como man- daste, preclaro Odiseo, y dentro de un valle y en lu- gar visible descubrimos un hermoso palacio, hecho de piedr'a pulimentada. Allí, alguna diosa o mujer cantaba con voz sonora, labrando una gran tela. Lla- máronla a voces. Alzóse en seguida, abrió la mag- nífica puerta, nos llamó, y siguiéronla todos impru- dentemente; pero yo me quedé fuera, temiendo que hubiese algún engaño. Todos a una desaparecieron y ninguno ha vuelto a presentarse, aunque he perma- necido acechándolos un buen rato.*'

"De tal manera se expresó. Yo entonces, colgándome del hombro la grande broncínea espada, de clavazón de plata, y tomando el arco, le mandé que sin pérdida de tiempo me llevara por el camino que habían segui- do. Mas él comenzó a suplicarme, abrazando con entrambas manos mis rodillas; y entre lamentos de- cíame CvStas aladas palabras:

*'¡0h alumno de Zeus! No me lleves allá, mal de mi grado; déjame aquí; pues que no volverás ni traerás a ninguno de tus compañeros. Huyamos en seguida con los presentes, que aún nos podremos li- brar del día cruel."

**Así me habló; y le contesté diciendo: **¡Eurílo- co! Quédate en este lugar, a comer y beber junto a la cóncava y negra embarcación; mas yo iré, que la dura necesidad me lo exige." *

*' Dicho esto, aléjeme de la nave y del mar. Pero cuando, yendo por el sacro valle, estaba a punto de llegar al gran palacio de Circe, la conocedora de mu- chas drogas, y ya enderazaba mis pasos al mismo, ealióme al encuentro Hermes, el de la áurea vara, en

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figura de un mancebo a quien comienza a salir el bozo 7 está graciosísimo en la flor de la juventud. Y, tomándome de la mano, me habló diciendo:

**|Ah infeliz! ¿Adonde vas por estos altonazos, so- lo y sin conocer la comarca'^ Tus amigos han sido encerrados en el palacio de Circe, como puercos, y se hallan en pocilgas sólidamente labradas. ¿Vienes quizás a libertarlos? Pues no creo que vuelvas, antes te quedarás adonde están los otros. Ea, quiero preser- A'arte de todo mal; quiero salvarte: toma estb ex- celente remedio, que apartará de tu cabeza el día cruel, y a la morada de Circe, cuyos malos propó- sitos he de referirte íntegramente. Te preparará una mixtura y te echará drogas en el manjar; mas, con todo eso, no podrá encantarte, porque lo impedirá el excelente remedio que vas a recibir. Te diré ahora lo que ocurrirá después. Cuando Circe te hiriere con su larguísima vara, tira de la aguda espada que llevas cabe el muslo, y acométela como si desearas matarla. Entonces, cobrándote algún temor, te invitará a que yazgas con ella: no te niegues a compartir el lecho de la diosa, para que libre a tus amigos y te acoja benignamente, pero hazle prestar el solemne ju- ramento de los bienaventurados dioses de que no maquinará contra ti ningún otro funesto daño: no sea que, cuando te desnudes de las armas, te prive de tu valor y de tu fuerza.'*

*' Cuando así hubo dicho, el Argicida me dio el reme- dio, arrancando una planta cuya naturaleza me ense- ñó. Tenía negra la raíz y era blanca como la leche su flor; llámanla moly los dioses, y es muy difícil de arrancar para un mortal; pero las deidades lo pue- den todo. ''Hermei se fué al vasto Olimpo, a travée de 1a

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selvosa isla; y yo me encaminé a la morada de Cfirce, revolviendo en mi corazón muchos propósitos. Lle- gando al palacio de la diosa de lindas trenzas, paróme en el umbral y empecé a dar gritos; la deidad oyó mi voz y, alzándose al punto, abrió la magnífica puerta y me llamó; y yo, con el corazón angustiado, me fui eras ella. Cuando me hubo introducido, hízome sen- tar en una silla de argénteos clavos, hermosa, labrada, con un escabel para los pies; y en copa de oro pre- paróme la mixtura para que bebiese, echando en la misma cierta droga y maquinando en su mente cosas perversas. Mas, tan luego como me la dio y bebí, sin que lograra encantarme, tocóme con la vara mien- tras me decía estas palabras:

"Vé ahora a la pocilga y échate con tus compañe- ros." Así habló. Desenvainé entonces la aguda es- pada que llevaba cerca del muslo y arremetí contra Circe, como deseando matarla. Ella profirió agudos gritos, se echó al suelo, me abrazó por las rodillas y me dirigió entre sollozos estas aladas palabras:

•'¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? Me tiene suspensa que hayas bebido estas drogas sin quedar encantado, pues ningún otro pudo resistirlas, tan luego como las tomó y pasaron el cerco de sus dientes. Hay en tu pecho un ánimo indomable. Eres sin duda aquel Odiseo de multiforme ingenio, de quien me hablaba siempre el Argicida, que lleva áurea vara, asegurándome que vendrías cuando volvieses de Troya en la negra y ve- lera nave. Mas, ea, envaina la espada y vamonos a la cama para que, unidos por el lecho y el amor, crezca entre nosotros la confianza."

**Así se expresó, y le repliqué diciendo: "¡Oh Cir- ce! ¿Cómo me pides que te sea benévolo, después

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que en este mismo palacio convertiste a mis compa- ñeros en cerdos y ahora me detienes a mí, maquinas engaños y me ordenas que entre en tu habitación y suba a tu lecho a fin de privarme del valor y de la fuerza, apenas deje las armas? Yo no querría subir a la cama, si no te atrevieras, oh, diosa, a prestar solemne juramento de que no maquinarás contra mi ningún otro pernicioso daño.'*

*'Así le dije. Juró al instante, como se lo manda- ba. Y en seguida que hubo prestado el juramento, subí al magnífico lecho de Circe.

** Aderezaban el palacio cuatro siervas, qué son las criadas de Circe, y han nacido de las fuentes de los bosques, o de los sagrados ríos- que corren hacia el mar. Ocupábase una en cubrir los sillones con her- mosos tapetes de púrpura, dejando a los pies un lienzo; colocaba otra argénteas mesas delante de los asien- tos, poniendo encima canastillos de oro; mezclaba la tercera el dulce y suave vino en una crátera de plata y lo distribuía en áureas copas; y la cuarta traía agua y encendía un gran fuego debajo del trípode donde aquélla se calentaba. Y cuando el agua hirvió dentro del reluciente bronce, llevóme a la bañera y allí me lavó, echándome la deliciosa agua del gran trípode, a la cabeza y a los hombros, hasta quitarme de los miembros la fatiga que roe el ánimo. Después que me hubo lavado y ungido con pingüe aceite, vistióme un hermoso manto y una túnica, y me condujo, para que me sentase, a una silla de argénteos clavos, her- mosa, labrada y provista de un escabel para los pies. Una esclava dióme aguamanos que traía en un mag- nífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y me puso delante una pulimentada mesa. La veneranda despensera trajo pan, y dejó en la mesa buen número

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de manjarea, obsequiándome con los que tenía reser- vados. Circe invitóme a comer, pero no le plugo a mi ánimo y seguí quieto, pensando en otras cosas, pues mi corazón presagiaba desgracias.

"Cuando Circe notó que yo seguía quieto, sin echar mano a los manjares, y abrumado por fuerte pesar, se vino a mi lado y me habló con estas aladas palabras:

"¿Por qué, Odiseo, permaneces así, como un mudo, y consumes tu ánimo, sin tocar la comida ni la be- bida! Sospechas que haya algún engaño, y has de desechar todo temor, pues ya te presté solemne jura- mento. ' '

**Así se expresó; y le repuse diciendo: ''¡Oh Circe! ¿Cuál varón, que fuese razonable, osara probar la co- mida y la bebida antes de libertar a los compañeros y contemplarlos con sus propios ojos? Si me invitas de buen grado a beber y a comer, suelta a mis fieles amigos, para que con mis ojos pueda verlos."

**De tal suerte hablé. Circe salió del palacio con la vara en la mano, abrió las puertas de la pocilga y sacó a mis compañeros en figura de puercos de nueve años. Colocáronse delante, y ella anduvo por entre los mismos, untándolos con una nueva droga: en el acto cayeron de los miembros las cerdas que antes les hizo crecer la perniciosa droga suministrada por la ve- neranda Circe, y mis amigos tornaron a ser hombres, pero más jóvenes aún y mucho más hermosos y más altos. Conociéronme, y uno por uno me estrecharon la mano. Alzóse entre todos un dulce llanto, la casa resonaba fuertemente, y la misma deidad hubo de apiadarse. Y deteniéndose junto a mí, dijo de esta suerte la divina entre las diosas:

*'¡Laertíada, de linaje divino! ¡Odiseo, fecundo en recursos! ahora adonde tienes la velera nave en

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la orilla del mar, y ante todo sacadla a tierra firme; llevad a las grutas las riquezas y los aparejos todos, y trie en seguida tus fieles compañeros."

"Pales fueron sus palabras, y mi ánimo generoso se ¿ejó persuadir. Enderecé el camino a la velera na- ve y la orilla del mar, y hallé junto a aquélla a mis fieles compañeros, que se lamentaban tristemente y derramaban abundantes lágrimas. Así como las ter- neras que tienen su cuadra en el campo, saltan y van juntas al encuentro de las gregales vacas que vuelven al aprisco después de saciarse de yerba; y ya los cerca- dos no las detienen, sino que, mugiendo sin cesar, co- rren en torno de las madres; así aquéllos, al verme con sus propios ojos, me rodearon llorando, pues a su ánimo les produjo casi el mismo efecto que si hu- biesen llegado a su patria y a su ciudad, a la áspera Itaca donde nacieron y se criaron. Y sollozando, es- tas aladas palabras me decían;

"Tu vuelta, oh amado de Zeus, nos alegra tanto como si hubiésemos llegado a Itaca, nuestra patria tie- rra. Mas, ea, cuéntanos la pérdida de los demás compañeros."

"De tal suerte se expresaron. Entonces les dije con suaves palabras: "Primeramente saquemos la nave a tierra firme y llevemos a las grutas nuestras riquezas y los aparejos todos; y después apresuraos a seguirme juntos para que veáis cómo los amigos beben y comen en la sagrada mansión de Circe, pues todo lo tienen en gran abundancia."

"Así les hablé; y al instante obedecieron mi man- dato. Euríloco fué el único que intentó detener a los compañeros, diciéndoles estas aladas palabras:

"¡Ah infelicesl ¿Adonde vamos? ¿Por qué buscáis vuestro daño, yendo al palacio de Circe, que a todos

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Ε o ME R O

nos transformará en puercos, lobos o leones, para que le guardemos, mal de nuestro grado, su espaciosa mansión? Se repetirá lo que ocurrió con el CícUpe cuando los nuestros llegaron a su cueva con el audaz Odiseo, y perecieron por la loca temeridad del mismo"

*'De tal modo habló. Yo revolví en mi pensamier- to desenvainar la espada de larga punta, que llevaba, a un lado del vigoroso muslo, y de un golpe echarle la cabeza al suelo, aunque Euríloco era deudo mío muy cercano; pero me contuvieron los amigos, unos por un lado y otros por el opuesto, diciéndome con dulces palabras:

"¡Oh, amado de Zeus! A éste le dejaremos aquí, si lo mandas, y se quedará a guardar la nave; pero a nosotros llévanos a la sagrada mansión de Circe."

"Hablando así, alejáronse de la nave y del mar. Y Euríloco no se quedó cerca del cóncavo bajel; pues fué siguiéndonos, amedrentado por mi terrible ame- naza.

"En tanto. Circe lavó cuidadosamente en su mora- da a los demás compañeros y los ungió con pingüe aceite, les puso los lanosos mantos y túnicas; y ya los hallamos celebrando alegre banquete en el palacio. Después que se vieron los unos a los otros y contaron lo ocurrido, comenzaron a sollozar, y la casa resonaba en torno suyo. La divina entre las diosas se detuvo entonces a mi lado, y me habló de esta manera:

"¡Laertíada, de linaje divino I ; Odiseo, fecundo en recursos! Ahora dad tregua al copioso llanto: yo también cuántas fatigas habéis soportado en el ponto, abundante en peces, y cuántos hombros enemigos os dañaron en la tierra. Mas, ea, comed viandas y be- bed vino hasta que recobréis el ánimo que teníais en el pecho cuando dejasteis vuestra patria^ la escabrosa

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LA ODISEA

Itaea. Actualmente estáis flacos y desmedrados, tra- yendo de continuo a la memoria la peregrinación mo- lesta, y no cabe en vuestro ánimo la alegría por lo mucho que habéis padecido."

"Tales fueron sus palabras, y nuestro ánimo gene- roso se dejó persuadir. Allí nos quedamos día tras día, un año entero, y siempre tuvimos en los ban- quetes carne en abundancia y dulce vino. Mas cuando se acabó el año y volvieron a sucederse las estacio- nes, y después de transcurrir los meses y de pasar muchos días, llamáronme los fieles compañeros y me hablaron de este modo:

"¡Ilustre! Acuérdate ya de la patria tierra, si el destino ha decretado que te salves y llegues a tu casa, de alta techumbre."

"Así dijeron, y mi ánimo generoso se dejó persuadir. Y todo aquel día, hasta la puesta del sol, estuvimos sentados comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el sol se puso y sobrevino la noche, acostáronse los compañeros en las obscuras salas.

"Mas yo subí a la magnífica cama de Circe y em- pecé a suplicar a la deidad, que oyó mi voz, y a la cual abracó las rodillas. Y, hablándole, estas aladas palabras le decía:

"¡Oh Circe! Cúmpleme tu promesa de mandarme a mi casa. Ya mi ánimo me incita a partir, y tam- bién el de los compañeros, quienes aquejan mi cora- zón, rodeándome, llorosos, cuando estás lejos."

"Así le habló. Y la divina entre las diosas con- testóme acto seguido:

"¡Laertíada, de linaje divino! ¡Odisco, fecundo en recursos! No os quedéis por más tiempo en esta casa, mal de vuestro grado. Pero ante todo, debéis emprender un viaje a la morada de Hades y de la

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Μ Q Μ S Β 9

reneranda Perséfone, para consultar el alma del tá- bano Tiresias, adivino ciego, cuyas mientes se conser- van íntegras. A él tan sólo, después de muerto, dióle Perséfone inteligencia y saber; pues los demás revolotean como sombras."

*'Tal dijo. Sentí que se me quebraba el corazón, y, sentado en el lecho, lloraba y no quería vivir ni ver más la lumbre del sol. Pero cuando me sacié de llorar y de revolearme por la cama, le contesté con estas palabras:

*'¡0h Circe i ¿Quién nos guiará en este viaje, ya que ningún hombre ha llegado jamás al Hades en ne- gro navio?"

''Así le hablé. Respondióme en el acto la divina en- tre las diosas: ** ¡Laertíada, de linaje divino 1 ¡Odiseo, fecundo en recursos! No te preocupe el deseo de tener quién guíe el negro bajel: iza el mástil, descoge las blancas velas, y quédate sentado, que el soplo del Bóreas conducirá la nave. Ύ cuando hayas atrave- sado el Océano y llegues adonde hay una playa es- trecha y bosques consagrados a Perséfone y elevados álamos y estériles sauces, deten la nave en el Océa- no, de profundos remolinos, y encamínate a la tene- brosa morada de Hades. Allí el Piriflegetón y el Cocito, que es un arroyo del agua de la Estigia, llevan sus aguas al Aqueronte; y hay una roca en el lugar donde confluyen aquellos sonoros ríos. Acercándote, pues, a este paraje como te lo mando, oh héroe, abre un hoyo que tenga un codo por cada lado; haz alrede- dor del mismo una libación a todos los muertos, prime- ramente con aguamiel, luego con dulce vino, y a la tercera vez con agua; y polvoréalo de blanca harina. Eleva después muchas súplicas a las inanes cabezas de loa muertos, y vota que, en llegando a Itaca, lea

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•aerificarás en el palacio una vaca no paridera, la mejor que haya, y llenarás la pira de cosas excelentes en su obsequio; y también que a Tiresias le inmolarás aparte un carnero completamente negro, que descuelle entre vuestros rebaños. Así que hayas invocado con tus preces al ínclito pueblo de los difuntos, sacrifica un carnero y uua oveja negra, volviendo el rostro al Erebo, y apártate un poco hacia la corriente del río. Allí acudirán muchas almas de los que murieron. Ex- horta en seguida a los compañeros y mándales que desuellen las reses, tomándolas del suelo donde ya- cerán degolladas por el cruel bronce, y las quemen pres- tamente, haciendo votos al poderoso Hades y a la ve- nerable Perséfone; y desenvaina la espada que llevas cabe al muslo, siéntate y no permitas que las inanes cabezas de los muertos se acerquen a la san- gre hasta que hayas interrogado a Tiresias. Pronto comparecerá el adivino, príncipe de hombres, y te dirá el camino que has de seguir, cuál será su duración y cómo podrás volver a la patria, atravesando el mar en peces abundoso.'*

'*Tal dijo, y al momento llegó Eos, de áureo trono. Circe me vistió un manto y una túnica; y se puso amplia vestidura blanca, fina y hermosa, ciñó el talle con lindo cinturón de oro, y veló su cabeza. Yo andu- ve por la casa y amonesté a los compañeros, acercán- dome a los mismos, y hablándoles con dulces pa- labras :

**No permanezcáis acostados, disfrutando del dul- ce sueño. Partamos ya, pues la veneranda Circe me lo aconseja.'*

'*Así les dije; y su ánimo generoso se dejó persuadir. Mas ni de allí pude llevarme indemnes a todos los compañeros. Un tal Elpénor, el más joven de todos,

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Η o ME R O

que ni era muy valiente en los combates, ni estaba muy en juicio, yendo a buscar la frescura después que se cargara de vino, habíase acostado separadamen- te de sus compañeros en la sagrada mansión de Circe; y al oír el vocerío y estrépito de los camaradas que empezaban a moverse, se levantó de súbito, olvídesele volver atrás a fin de bajar por la larga escalera, cayó desde el techo, se le rompieron las vértebras del cuello y su alma descendió al Hades.

"Cuando ya todos se hubieron reunido, les dije es- tas palabras: "Creéis sin duda que vamos a casa, a nuestra querida patria tierra; pues bien. Circe nos ha indicado que hemos de hacer un viaje a la morada de Hades y de la veneranda Perséfone, para consultar el alma del tebano Tiresias."

"Así les hablé. A todos se les quebraba el cora- zón y, sentándose allí mismo, lloraban y se mesaban los cabellos. Mas ningún provecho sacaron de sus lamentaciones.

"Tan luego como nos encaminamos, afligidos, a la velera nave y a la orilla del mar, vertiendo copiosas lágrimas, acudió Circe y ató al obscuro bajel un car- nero y una oveja negra. Y al hacerlo, logró pasar inadvertida, muy fácilmente, ¿pues quién podrá ver con sus propios ojos a una deidad que va o viene, si a ella no le place?'*

üdiHco desciende A Hades, por consejo de Circe, para consultar el alniü de Tiresia?.

RAPSODIA DEGIMAPRIMERA

Ν llegando a la nave y al divino mar, echamos en el agua la ne- gra embarcación, izamos el más- til y descogimos el velamen; cargamos luego las reses, y por fin nos embarcamos nosotros, muy tristes y vertiendo copiosas lá- grimas. Por detrás de la nave de azulada proa, soplaba favorable viento, que hin- chaba las velas: buen compañero que nos mandó Cir- ce, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz. Colocados cada uno de los aparejos en su sitio, nos sentamos en la nave. A ésta conducíanla el viento y el piloto, y durante el día fué andando a ve- las desplegadas, hasta *que se puso el sol y las tinie- blas llenaron todos los caminos.

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Ε o Μ Ε Β o

"Entonces arribamos a los confines del Océano, de profunda corriente. Allí están el pueblo y la ciudad de los Cimerios, entre nieblas y nubes, sin que jamás Helios resplandeciente los ilumine con sus rayos, ni cuando sube al estrellado Uranos, ni al declinar de Uranos a la tierra, pues una noche perniciosa se ex- tiende sobre los míseros mortales. A tal paraje fué nuestro bajel, que sacamos a la playa; y nosotros, llevando las ovejas, anduvimos a lo largo de la co_ rriente del Océano hasta llegar al sitio que nos indicara Circe.

**Allí Perimedes y Euríloco sostuvieron las víctimas y yo, desenvainando la aguda espada que cabe al muslo llevaba, abrí un hoyo de un codo por cada lado; hice alrededor del mismo una libación a todos los muertos, primeramente con aguamiel, luego con dulce vino, y a la tercera vez con agua; y lo polvoreé todo de blanca harina. Acto seguido, supliqué con fervor a las inanes cabezas de los muertos, y voté que, cuando llegara a Itaca, les sacrificaría en el palacio una vaca no paridera, la mejor que hubiese, y que en su obsequio llenaría la pira de cosas excelentes, y también que a Tiresias le inmolaría aparte un car- nero completamente negro que descollase entre nues- tros rebaños. Después de haber rogado con votos y súplicas a las generaciones de los muertos, tomé las reses, las degollé encima del hoyo, corrió la negra sangre, y al instante se congregaron, saliendo del Erebo, las almas de los fallecidos: mujeres jóvenes, mancebos, ancianos que en otro tiempo padecieron muchos males, tiernas doncellas con el ánimo angus- tiado por reciente pesar, y muchos varones que habían muerto en la guerra, heridos por broncíneas lanzas, y mostraban ensangrentadas armaduras: agitábanse to-

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LA ODISEA

daa con grandísimo clamoreo alrededor del hoyo, unas por un lado y otras por otro: y, al verlas, enseñoreóse de el pálido terror. En seguida exhorté a los compañeros y les di orden de que desollaran las reses, tomándolas del suelo donde yacían degolladas por el cruel bronce, y las quemaran inmediatamente, haciendo votos al poderoso Hades y a la veneranda Perséfone; y yo, desenvainando la aguda espada que cabe al muslo llevaba, me senté y no permití que las inanes cabezas de los muertos se acercaran a la sangre, antes que hubiese interrogado a Tiresias.

**La primera sombra que vino, fué la de mi com- pañero Elpénor, el cual aún no había recibido sepul- tura en la tierra inmensa; que dejamos su cuerpo en la mansión de Circe, sin enterrarlo ni llorarlo, por- que nos apremiaban otros trabajos. Al verlo lloré, le compadecí en mi corazón, y, hablándole, le dije estas aladas palabras:

**¡0h Elpénor! jCómo viniste a estas tinieblai caliginosas? has llegado a pie, antes que yo en la negra nave.*'

**Así le hablé; y él, dando un suspiro, me respondió con estas palabras:

" iLaertíada, de linaje de diosesl ¡Odiseo, fecundo 'en recursos! Dañáronme la mala voluntad de algún 'Daimón y el exceso de Λάηο. Habiéndome acostado 'en la mansión de Circe, no pensé en volver atrás, 'a fin de bajar por la larga escalera, y caí desde el * techo; se me rompieron las vértebras del cuello, y *mi alma descendió al Hades. Ahora te suplico en 'nombre de los que se quedaron en tu casa y no es- *tán presentes de tu esposa, de tu padre, guarda- *dor de tu niñez, y de Telémaco, el único vastago *que dejaste θα ©1 palacio: que, partiendo de

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''acá, de la morada de Hades, detendrás la bien cons- "truída nave en la isla de Eea ; pues yo te ruego, "oh rey, que al llegar a la misma, te acuerdes de mí. "No te vayas, dejando mi cueri^o sin llorarle ni ente- errarle, a fin de que no excite contra ti la cólera de "los dioses; por el contrario, quema mi cadáver con "las armas de que me servía y erígeme un túmulo en "la ribera del espumoso mar, para que de este hom- "bre desgraciado tengan noticia los venideros. Hazlo "así y clava en el túmulo aquel remo con que, estando "vivo, bogaba yo con mis compañeros.'*

"Tales fueron sus palabras: y le respondí diciendo: "Todo lo haré, oh infeliz; todo te lo llevaré a cum- plimiento. ' '

"De tal suerte, sentados ambos nos decíamos es- tas tristes razones: yo tenía la espada levantada so- bre la sangre; y mi compañero, desde la parte opues- ta, hablaba largamente.

"Vino luego la sombra de mi difunta madre An- ticlea, hija del magnánimo Autólico; a la cual dejé yo viva cuando partí para la sagrada Ilion. Lloré al verla, compadeciéndola en mi corazón; mas con todo eso, a pesar de sentirme muy afligido, no permití que se acercara a la sangre antes de interrogar a Tiresias.

"Vino después el alDia de Tiresias, el tebano que empuñaba áureo cetro. Conocióme y me habló de es- ta manera:

" ¡Laertíada, de linaje de dioses! jOdiseo, fecundo "en recursos! ¿Por qué, oh infeliz, has dejado la "luz de Helios y vienes a ver a los muertos y esta re- "gión desapacible? Apártate del hoyo y retira la "aguda espada, para que bebiendo sangre, te revele "la verdad de lo que quieras.**

' ' Tal dijo. Me aparté y metí en la vaina la espada

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guarnecida d• argénteos clavo•. El tximio vate be- bió la negra sangre y hablóme al punto con estas pa- labras:

"Buscas la dulce vuelta, preclaro Odiseo, y un "dios te la hará difícil; pues no creo que le pases "inadvertido al que sacude la tierra, quien te guarda "rencor en su corazón, porque se irritó cuando le ce- " gaste el hijo. Pero aún llegarías, desxDués de pa- "decer trabajos, .si quisieras contener tu ánimo y el "de tus compañeros, así que ancles la bien construida ' ' embarcación en la isla Trinacria, escapando del vio- " laceo ponto, y halléis paciendo las vacas y las pin- "gües ovejas de Helios, que todo lo ve y todo lo "oye. Si las dejares indemnes, ocupándote tan sólo ' ' en preparar tu vuelta, aún llegarías a Itaca, después "de soportar muchas fatigas; pero si les causares da- "ño, desde ahora te anuncio la perdición de la nave "y la de tus amigos. Y aunque te libres, llegarás "tarde y mal, habiendo perdido tu nave y tus com- " pañeros; triste darás la vuelta a la patria en extran- "jera nao, y hallarás en tu mansión otra plaga: unos "hombres soberbios, que se comen tus bienes y pre- "tenden a tu divinal consorte, a la cual ofrecen re- " galos de bodas. Tú, en llegando, vengarás sus dema- ' ' sías. Mas, luego que en tu mansión hayas dado "muerte a los pretendientes, ya con astucia, ya cara "a cara con el agudo bronce, toma un manejable re- "mo y anda hasta que llegues a aquellos hombres "que nunca vieron el mar ni comen manjares sazona- "do8 con sal, ni conocen las naves de encarnadas proas, "ni tienen noticia de los manejables remos que son "como las alas de los buques. Para ello te daré una "señal muy manifiesta, que no pasará inadvertida. "Cuando encontrares otro caminante y te dijere que

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HOMERO

''llevas un aventador sobre el gallardo hombre, clava •& "tierra el manejable remo, haz al soberano Poseidón "hermoso sacrificio de un carnero, un toro y un ve- "rraco, y vuelve a tu casa, donde sacrificarás sagradas "hecatombes a las deidades que poseen el anchuroso "Uranos, a todas por su orden. Te vendrá más ade- "lante y lejos del mar, una muy suave muerte, que "te quitará la vida cuando ya estés abrumado por "placentera vejez; y a tu alrededor los ciudadanos "serán dichosos. Cuanto te digo es cierto."

"Así se expresó, y yo le respondí: "¡Tiresias! Esas "cosas decretáronlas sin duda los propios dioses. Mas, ' * ea, habla y responde sinceramente. Veo el alma de "mi difunta madre, que está silenciosa junto a la "sangre, sin que se atreva a mirar frente a frente a "su hijo ni a dirigirle la voz. Dime, oh rey, cómo "podrá reconocerme."

"Así le hablé; y al punto me contestó diciendo: ' ' Con unas sencillas palabras que pronuncie, te lo "haré entender. Aquel de los difuntos a quien per- " ñutieres que se acerque a la sangre, te dará noticias "ciertas; aquel a quien se lo negares, se volverá en ' ' seguida. ' '

* ' Diciendo así, el alma del rey ^Tiresias se fué a la morada de Hades, apenas hubo proferido los orácu- los. Mas yo me estuve quedo hasta que vino mi ma- dre y bebió la negra sangre. Reconocióme en el acto y di jome entre sollozos estas aladas palabras:

"¡Hijo mío! ¿Cómo has bajado en vida a esta "obscuridad tenebrosa? Difícil es que los vivientes "puedan contemplar estos lugares, separados como es- "tán por grandes ríos, por impetuosas corrientes y, "antes que todo, por el Océano, que no se puede atra- "vesar sino en una nave bien construida. ¿Vienes

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LA ODISEA

''acaso de Troya, después de vagar mucho tiempo cou '•la nave y los amigos? ¿Aún no llegaste a Itaca, **ni viste a tu mujer en el palacio?''

"Tal dijo, y yo le respondí de esta suerte: *';Ma- "dre mía! La necesidad me trajo a la morada de "Hades, a consultar el alma de Tiresiaa el tebano; pe- "ro aún no me acerqué a la Acaya, ni entré en mi "tierra, pues voy errante y padeciendo desgracias "desde el punto que seguí al divino Agamenón hasta "Ilion, la de hermosos corceles, para combatir con "los troyanos. Mas, ea, habla y responde sincera- " mente; ¿Cómo la Ker de la inexorable muerte te "hizo sucumbir? ¿Fué una larga enfermedad, o "Artemisa, que se complace en tirar flechas, te mató "con sus suaves tiros? Habíame de mi padre y del "hijo que dejé, y cuéntame si mi dignidad real la "conservan ellos o la tiene algún otro varón, porque "se figuran que ya no he de volver. Eevélame tam- "bién la voluntad y el pensamiento de mi legítima "esposa: si vive con mi hijo y todo lo guarda y man- " tiene en pie, o ya se casó con el mejor de los aqueos."

"Así le hablé; y respondióme en seguida mi vene- " randa madre: "Aquélla continúa en tu palacio con ' ' el ánimo afligido, y pasa los días y las noches tris- "temente, llorando sin cesar. Nadie posee aún tu al- "ta autoridad real: Telémaco cultiva en paz tus he- "redades y asiste a decorosos banquetes, como debe "hacerlo el varón que administra justicia, pues todos "le convidan. Tu padre se queda en el campo, sin "bajar a la ciudad, y no tiene lecho, ni cama, ni man- "tas, ni colchas espléndidas; sino que en el invierno "duerme entre los esclavos de la casa, en la ceniza, "junto al hogar, llevando miserables vestiduras; y, "no bien llega el verano y el fructífero otoño, so le

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"ponen por todas partes, en la fértil viña, huinildei "lechos de hojas secas, donde se echa afligido y aere- * * cienta sus penas deplorando tu suerte, además de * ' sufrir las molestias de la senectud a que ha llegado. "Así morí yo también, cumpliendo mi destino: ni "Artemisa, que con certera vista se complace en arro- "jar saetas, me hirió con sus suaves tiros en el pa- " lacio, ni me acometió enfermedad alguna de las que "se llevan el vigor de los miembros por una odiosa "consunción; antes bien la soledad que de ti sentía y "el recuerdo de tus cuidados y de tu ternura, preclaro "Odiseo, me privaron de la dulce vida.*'

"De tal modo se expresó. Quise entonces realizar el propósito, que formara en mi espíritu, de abra- zar el alma de mi difunta madre. Tres veces me acerqué a ella, pues el ánimo incitábame a abrazarla; tres Λ^eces se me fué volando de entre las manos como una sombra o un sueño. Entonces sentí en mi corazón un dolor que iba en aumento, y dije a mi madre estas aladas palabras:

"¡Madre míal ¿Por qué huyes cuando a ti me acerco, ansioso de asirte, a fin de que en la misma mo- rada de Hades nos echamos en brazos el uno del otro, y nos saciemos de triste llanto? i Por ventura en- vióme esta vana imagen la ilustre Perséfone, para que se acrecienten mis lamentos y suspiros?''

"Así le dije; y al momento me contestó la veneranda madre: "¡Ay de mí, hijo mío, el más desgraciado de "todos los hombres! No te engaña Perséfone, hija * ' de Zeus, sino que ésta es la condición de los mortales "cuando fallecen: los nervios ya no mantienen unidos "la carne y los huesos, pues los consume la viva fuer- "za de las ardientes llamas tan pronto como la vida "desampara la blanca osamenta; y el alma se va

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LA ODISEA

''volando, como un sueño. Mas, procura volver lo *' antes posible a la luz, y sabe todas estas cosas para ''^que luego las refieras a tu consorte/'

'* Mientras así conversábamos, vinieron enviadas por la ilustre Perséfone cuantas mujeres fueron es- posas o hijas de eximios varones. Reuniéronse en tropel alrededor de la negra sangre, y yo pensaba de qué modo podría interrogarlas por separado. Al fin parecióme que la mejor resolución sería la siguiente: desenvainé la espada, de larga punta, que llevaba al lado del muslo y no permití que bebieran a un tiempo la renegrida sangre. Entonces se fueron acercando sucesivamente, me declararon su respectivo linaje, y a todas les hice preguntas.

"La primera que vi, fué a Tiro, de ilustre naci- miento, la cual manifestó que era hija del insigne Salmoneo y esposa de Creteo Eólida. Habíase ena- morado de un río, que es el más bello de los que discurren por el orbe, el divinal Enipeo, y frecuentaba los sitios próximos a su hermosa coiriente; pero Po- seidón, que ciñe y bate la tierra, tomando la figura de Enipeo, se acostó con ella en la desembocadura del vortiginoso río. La ola purpúrea, grande como una montaña, se encorvó alrededor de entrambos, y ocultó al dios y a la mujer mortal. Poseidón desatóle a la poncella el virgíneo cinto y le infundió sueño. Mas, tan pronto como hubo realizado sus amorosos deseos, le tomó la mano y le dijo estas palabras: "Huélgate como mujer en este amor. En el transcurso del año, pa- rirás hijos ilustres, que nunca son estériles las unio- nes de los inmortales. Cuídalos y críalos. Ahora, vuelve a tu casa y abstente de nombrarme, pues sólo para ti soy Poseidón, que sacude la tierra." Cuando est© hubo dicho, sumergióse en el agitado ponto. Tiro qu•-

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en cinta, y parió a Pelias y a Neleo, que habían de ser esforzados servidores del gran Zeus; y vivieron Pelias, rico en ganado, en la extensa Yaolco, y Neleo, en la arenosa Pilos. Además, la reina de las mujeres tuvo de Creteo otros hijos: Esón, Peres y Amitaón, domador de corceles.

** Después vi a Antíope, hija de Asopo, que se glo- riaba de haber dormido en brazos de Zeus. Parió dos hijos Anfión y Zeto los primeros que fundaron a Tebas, la de las siete puertas, y la ciñeron de torres; pues no hubiesen podido habitar aquella vasta ciudad sin tal resguardo, no obstante ser ellos muy esfor- zados.

''Después vi a Alcmena, esposa de Anfitrión, la cual, del abrazo de Zeus, tuvo al fornido Heracles, de corazón de león; y luego parió a Megara, hija del animoso Créente, que fué la mujer del Anfitriónida, de valor indómito.

**Vi también a la madre de Edipo, la bella Epl- casta, que cometió inconscientemente una gran falta, casándose con su hijo; pues éste, luego de matar a su propio padre, la tomó por esposa. No tardaron los dioses en relatar a los hombres lo que había ocurrido: y, con todo, Edipo siguió reinando sobre los cadmeos en la codiciable Tebas, por los funestos designios de las deidades; mas ella, abrumada por el dolor, d^- cendió a la morada de Hades, de sólidas puertas, atando un lazo al elevado techo, y dejóle a su hijo tantos dolores como causan las Erinnas de una madre.

*'Vi igualmente a la bellísima Cloris a quien por su hermosura tomara Neleo por esposa, constituyén- dole una dote inmensa hija menor* de Anfión Yá- sida, el que imperaba en Orcómeno Minieo; ésta reinó en. Pilos y tuvo de Neleo hijos ilustres: Néstor, Cro-

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mió y el arrogante Periclímeno. Parió después a la ilustre Pero, encanto de los mortales, que fué pre- tendida por todos sus vecinos; mas Neleo se empeñó en no darla sino al que le trajese de Fílace las vacas de retorcidos cuernos y espaciosa frente, del robusto Ificlo; empresa difícil de llevar a cabo. Tan sólo un eximio vate prometió traérselas; pero la Moira fu- nesta de algún dios, juntamente con unas fuertes cadenas y los boyeros del campo, se lo impidieron.

**Mas, después que pasaron días y meses, transcu- rrido el año, volvieron a sucedcrse las estaciones, el robusto Ificlo soltó al adivino, que le había revelado todos los oráculos, y cumplióse entonces la voluntad de Zeus.

**Vi también a Leda, la esposa de Tíndaro, que le parió dos hijos de ánimo esforzado: Castor, domador de caballos, y Polux, excelente púgil. A éstos los mantiene vivos la alma tierra, y son honrados por Zeus debajo de la misma; de suerte que viven y mueren alternativamente, pues el día que vive el uno, muere el otro, y viceversa. Ambos disfrutan de los mismos honores que los númenes.

*' Después vi a Ifimedia, esposa de Aloeo, la cual se preciaba de haberse ayuntado con Poseidón. Había dado a luz dos hijos de corta vida: Oto, igual a un dios, y el celebérrimo Enaltes; que fueron los mayo- res hombres que criara la fértil tierra y los más gallardos, si se exceptúa al ínclito Orion, pues a los nueve años, tenía nueve codos de ancho y nuevo brazas de estatura. Oto y Eííaltes amenazaron a los Inmortales del Olimpo con llevarles el tumulto de la impetuosa guerra. Quisieron poner el Osa sobre el Olimpo, y encima del Osa el frondoso Pelión, para que les fuera accesible el mismo Uranos. Y dieran fin

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a su propósito, si hubiesen llegado a la flor de la juventud; pero el hijo de Zeus, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera, exterminólos a entrambos antes que el vello floreciese debajo de sus sienes, y su barba se cubriera de suaves pelos.

**Vi a Fedra y a Procris y a la hermosa Ariadna, hija del prudente Minos, que Teseo so llevó de Creta al feraz territorio do la sagrada Atenas; mas no pudo lograrla, porque Artemisa la mató en Día, si- tuada en medio de las olas, por la acusación de Dio- nisos.

*'Vi a Mera, a Clímene y a la odiosa Eríüle, que aceptó el preciado oro para traicionar a su marido. Y no pudiera decir ni nombrar todas las mujeres e hijas de héroes que vi después, porque antes llegara a su término la divina noche. Mas ya es hora de dormir, sea yendo a la velera nave, donde están loa compañeros, sea permaneciendo aquí. Y cuidarán de acompañarme a mi patria los dioses, y también vos- otros.''

Tal fué lo que contó Odiseo. Enmudecieron los oyentes en el obscuro palacio, y quedaron silenciosos, arrobados por el placer de oírle. Pero Arete; la de los niveos brazos, rompió el silencio y Jes dijo:

''¡FeaciosI ¿Qué os parece este hombre por su as- pecto, estatura y sereno juicio? Es mi huésped, pero de semejante honra participáis todos. Por tanto, no apresuréis su partida; ni le escatiméis las dádivas, ya que se halla en la necesidad y existen en vuestros palacios tamañas riquezas, por la voluntad de los dioses."

Entonces el anciano héroe Equeneo, que era el de más edad de los feacios, hablóles de esta suerte: "¡Amigos! Nada nos ha dicho la sensata reina que

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LA ODISEA

no sea a propósito γ conveniente. Obedecedia, pues; aunque Alcínoo es quien puede, con sus palabras y obras, dar el ejemplo."

Alcínoo le contestó de esta manera: **Se cumplirá lo que decís, en cuanto yo viva y reine sobre los feacios, amantes de manejar los remos. El huésped, por más que esté deseoso de volver a su patria, resíg- nese a permanecer aquí hasta mañana, a fin de que le prepare todos los regalos. Y de su partida, se cui- darán todos los varones y principalmente yo, cuyo es el mando en este pueblo."

El ingenioso Odiseo respondióle diciendo: *'|Eey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! Si me mandarais permanecer aquí un año entero, y du- rante el mismo dispusierais mi vuelta y me hicierais espléndidos presentes, me quedaría de muy buena ga- -na; pues fuera mejor llegar a la patria con las manos llenas y verme así más honrado y querido de cuantos hombres presenciasen mi tornada a Itaca."

Entonces Alcínoo le contestó, hablándole de esta guisa: '* ¡Odiseo! Al verte no sospechamos que seas un impostor ni un embustero, como otros muchos que cría la obscura tierra; los cuales dispersos por doquier, forjan mentiras que nadie logra descubrir: tii das belleza a las palabras, tienes excelente ingenio a hiciste la narración con tanta habilidad, como un aedo, con- tándonos los deplorables trabajos de todos los argivos y de ti mismo. Mas, ea, habla y dime sinceramente, si viste alguno de los deiformes amigos que te acom- pañaron a Ilion y allí recibieron la obscura muerte. La noche es muy larga, inmensa, y aún no llegó la hora do recogerse en el palacio. Cuéntame, pues, esas hazañas admirables; y yo me quedaría hasta la diyi-

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Η o ME R O

nal Eos, si te decidieras a referirme en esta sala tus desventuras.'^

Bespondióle el ingenioso Odiseo: ^'jRey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! Hay horas oportunas para largos relatos y horas destinadas al sueño; mas si tienes todavía voluntad de escuchar- me, no me niego a referirte otros hechos aún más miserandos: los infortunios de mis compañeros, que, después de haber escapado de la luctuosa guerra de los teneros, murieron al volver a su patria, porque así lo quiso una mujer perversa.

*' Después que la casta Perséfone hubo dispersado acá y allá las almas de las mujeres, presentóse muy angustiada el alma de Agamenón Atrida; a cuyo alre- dedor se congregaban las de cuantos en la mansión de Egisto perecieron con el héroe, cumpliendo su destino. Reconocióme así que bebió la negra sangre y al punto comenzó a llorar ruidosamente: derramaba copiosas lágrimas y me tendía las manos con el deseo de abra- zarme; mas ya no disfrutaba del firme vigor, ni de la fortaleza que antes tenía en los flexibles miem- bros. Al verlo lloré, y, compadeciéndole en mi cora- zón, le dije estas aladas palabras:

*' ¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres, Agamenón! ¿Qué fatal Ker de la aterradora muerte te ha hecho sucumbir? ¿Acaso Poseidón te mató en tus naves, desencadenando el fuerte soplo de terribles vientos, o unos hombres enemigos acabaron contigo en la tie- rra firme, porque te llevabas sus bueyes y sus her- mosos rebaños de ovejas, o porque combatías «ara apoderarte de su ciudad y de sus mujeres?"

**Así le dije; y me respondió en seguida: " jLaertíada, de linaje de dioses! ¡Odiseo, fecundo en recursos! Ni Poseidón me mató en las naves, desencadenando el fuer-

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LA ODISEA

te soplo de terribles vientos, ni hombres enemigos acabaron conmigo en la tierra firme; fué Egisto quien me apercibió la Moira y la muerte, de acuerdo con mi funesta esposa; me llamó a su casa, me dio de comer y me quitó la vida como se mata a un buey junto al pesebre. Morí de este modo, padeciendo deplorable muerte; y, a mi alrededor, fueron asesinados mis com- pañeros, unos en pos de otros, como en la casa de un hombre rico y poderosísimo son degollados los puercos de albos colmillos para una comida de bodas, un festín a escote, o un banquete espléndido. Ya has presenciado la matanza do un tropel de hombres, que son muertos aisladamente en el duro combate; pero hubieras sentido la mayor compasión al contemplar aquel espectáculo, al ver cómo yacíamos en la sala, al- rededor de las cráteras y de las mesas llenas, y cómo el suelo manaba sangre por todos lados. la misérrima voz de Casandra, hija de Príamo, a la cual estaba matando, junto a mí, la pérfida Clitemnestra; y yo, en tierra y moribundo, alzaba los brazos para asirle la espada. Mas la ojos de perra fuese luego, sin que se dignara bajarme los párpados y cerrarme la boca, aunque me veía descender a la morada de Hades. Nada hay tan horrible e impudente, como la mujer que con- cibe en su espíritu propósitos como el de aquélla, que cometió la inicua acción de tramar la muerte contra su esposo legítimo. Figurábame que, al tornar a mi casa, se alegrarían de verme mis hijos y mis esclavos; pero aquélla, hábil más que otra alguna en cometer maldades, cubrióse de infamia a misma y hasta a las mujeres que han de nacer, por virtuosas que fueren. ' '

/'Así se expresó; y le contestó diciendo: "jOh dio- its! En verdad el Ion sri vidente Zeus aborreció de

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HOMERO

extraoidinaria manera la estirpe de Atreo, ya desde sus orígenes, a causa de la perfidia de las mujeres: por Helena nos perdimos muchos, y Clitemnestra te preparó una celada mientras te hallabas ausente."

^'Así le hablé; y en seguida me respondió: **Por tanto, jamás seas benévolo con tu mujer, ni le des- cubras todo lo que pienses, antes bien, particípale unas cosas y ocúltale otras. Mas a tí, oh Odiseo, no te vendrá la muerte por culpa de tu mujer, porque la prudente Penélope, hija de Icario, es muy sensata, y sus propósitos son razonables. La dejamos recién ca- sada, al partir para la guerra y daba el pecho a su hijo, infante todavía; el cual debo do contarse ahorú feliz y dichoso en el número de los hombres. Y su padre, volviendo a la patria, le verá; y él abrazará a su padre, como es justo. Pero mi esposa no dejó que me saciara contemplando con estos ojos al mío, ya que previno con darme la muerte. Otra cosa voy a decir, que pondrás en tu corazón: al tomar puerto en la patria tierra, hazlo ocultamente y no a la des- cubierta, pues no hay que fiar en las mujeres. Mas, ea, habla y dime sinceramente si oíste que mi hijo vive en Orcómeno, o en la arenosa Pilos, o quizás con Menelao, en la extensa Esparta; pues el divinal Orestes aún no ha desaparecido de la tierra."

**De esta suerte habló; y le respondí diciendo: " |0h Atrida! ¿Por qué me haces tal pregunta t Ignoro si aquél vive o ha muerto, y es malo hablar inútil- mente. * '

"Mientras nosotros estábamos afligidos, diciéndo- nos tan tristes razones y derramando copiosas lágri- mas, vinieron las almas de Aquiles, hijo de Peleo, de Patroclo, del irreprochable Antíloco y de Ayax, qu• fué el más excelente de todos los dáñaos en cuerxx»

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LA ODISEA

y hermoeura, después del eximio Peleida. Becouooióiut «1 alma del Eácida, el de los pies ligeros, y lamen- tándose, me dijo estas aladas palabras:

''¡Laertíada, de linaje de dioses I ¡Odiseo, fecundo en recursos! ¡Desdichado! ¿Qué otra empresa mayor que las pasadas revuelves en tu espíritu? ¿Cómo te atreves a bajar al Hades, donde residen los muertos, que están privados de sentido y son imágenes de los hombres que ya fallecieron?"

"Así se expresó; y le respondí diciendo: "¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, el más valiente de los aquivos! Vine por el oráculo de Tiresias, por si me diese algún consejo para llegar a la escabrosa Itaca; que aún no me acerqué a la Acaya, ni entró en mi tierra, sino que padezco infortunios continuamente. Pero tú, oh Aquiles, eres el más dichoso de todos los hombres que nacieron y han de nacer, puesto que antes, cuan- do vivías, los argivos te honrábamos como a una deidad, y ahora, estando aquí, imperas poderosamente sobre los difuntos. Por lo cual, oh Aquiles, no has de entristecerte porque estés muerto.'*

"Así le dije; y me contestó en seguida: "No in- tentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otro, a un hombre indigente que tuviera pocos recursos para mantener- se, a reinar sobre todos los muertos. Mas, ea, había- me de mi ilustre hijo: dime si fué a la guerra para ser el primero en las batallas, o se quedó en casa. Cuéntame también si oíste algo del eximio Peleo, y si conserva la dignidad real entre los numerosos mir^ midones, o le menosprecian en la Hélade y en Ptía porque la senectud debilitó sus pies y sus manos. ;Así pudiera valerle, a los rayos del sol, siendo yo cual era en la vasta Troya, cuando mataba a guerrero!

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A' o ME R Q

muy fuertes, combatieudo por los aigivoa! Si siendo tal, volviese, aunque por breve tiempo, a la casa de mi padre, daríales terribles pruebas de mi valor y de mis invictas manos, a cuantos le hagan violencia e intenten quitarle la dignidad regia."

**Así habló; y le contesté diciendo: **Nada cierta- mente he sabido del irreprochable Peleo; mas de tu hijo Neoptólemo te diré toda la verdad, como lo man- das, pues yo mismo lo llevé, en una cóncava y bien proporcionada nave, desde Esciro al campamento de los aqueos, de hermosas grebas. Cuando teníamos con- sejo, en los alrededores de la ciudad de Troya, hablaba siemxDre antes que ninguno y sin errar; y de ordina- rio, tan sólo el divino Néstor y yo le aventajábamos. Mas, cuando peleábamos con las broncíneas armas en la llanura de los troyanos, nunca se quedaba entre muchos guerreros ni en la turba; sino que se adelan- taba a toda prisa un buen espacio, no cediendo a nadie en valor, y mataba a gran número de hombres en el terrible combate. Yo no pudiera decir ni nombrar a cuántos guerreros dio muerte, luchando por los argi- vos; pero referiré que mató con el bronce a un varón como el héroe Eurípilo Teléfida, en torno del cual fueron muertos muchos de sus compañeros Ceteos, a causa de los presentes que se habían enviado a una mujer. Aun no he conseguido ver a un hombre más gallardo, fuera del divinal Memnón. Y cuando loa más valientes argivos penetramos en el caballo que fabricó Epeo y a se me confió todo (así el abrir como el cerrar la enorme máquina), los caudillos y príncipes de los dáñaos se enjugaban las lágrimas y les temblaban los miembros; pero nunca vi, con estos ojos, que a él se le mudara el color de la linda faz, ni que se secara las lágrimas de las mejillas: sino

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LA O Ώ 1 Η Ε ±

que me suplicaba con insisteucia que le dejase salir del caballo, y acariciaba el puño de la espada y la lanza que el bronce hacía poderosa, meditando males contra los troyanos. Y así que devastamos la excelsa ciudad de Príamo, y hubo recibido su parte de botín, y además, una señalada recompensa, embarcóse sano y salvo, sin que le hubiesen herido con el agudo bronce, ni de cerca ni de lejos, como ocurre fre- cuentemente en las batallas, pues Ares se enfurece contra todos, sin distinción alguna/'

*'Así le dijej y el alma del Eácida, el de pies lige- ros, se fué a buen paso por la pradera de asfódelos, gozosa de que le hubiese participado que su hijo era insigne.

*'Las otras almas de los muertos se quedaron aún, y nos refirieron muy tristes, sus respectivas cuitas. Sólo el alma de Ayax Telamonio, permanecía algo distan- te, enojada porque le vencí en el juicio que se cele- bró cerca de las naves, para adjudicar las armas de Aquiles; juicio propuesto por la veneranda madre del héroe y fallado por los teneros y por Palas Ate- nea. ¡Ojalá que no le hubiese vencido en el mismo I Por tales armas, guarda la tierra en su seno una ca- beza cual la de Ayax; quien, por su gallardía y sus proezas, descollaba entre los dáñaos, después del irre- prochable Peleida. Mas entonces le dije con suaves pa- labras:

*'¡0h Ayax, hijo del egregio Telamón! 4 No debías, ni aún después de muerto, deponer la cólera que con- tra mí concebiste, con motivo de las perniciosas ar- mas? Los dioses las convirtieron en una plaga contra los argivos, ya que pereciste tú, que tal baluarte eras para todos, A los aqueos nos ha dejado tu muerte constantemente afligidos, tanto como la del Peleida

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ft.

ü OMERO

Aquilee. Mas nadie tuvo culpa, bino Zeus, que, en 8U grande odio contra los belicosos dáñaos, te im- puso semejante destino. Ea, ven aquí, oh rey, a es- cuchar mis palabrasj y reprime tu ira y tu corazón valeroso."

*'Así le hablé; pero nada me respondió y se fué hacia el Erebo, a juntarse con las otras almas de los difuntos. Desde allí quizás me hubiese dicho algo, aunque estaba irritado, o por lo menos yo a él, pero en mi pecho incitábame el corazón a ver las almas de los demás muertos.

*'Allí vi a Minos, ilustre vastago de Zeus, sentado y empuñando áureo cetro, pues administraba justicia a los difuntos. Estos, unos sentados y otros en pie a su alrededor, exponían sus causas al soberano, en la morada, de anchas puertas, de Hades.

"Λ^ί después, al gigantesco Orion, el cual perseguía por la pradera de asfódelos, las fieras que antes ma- tara en las solitarias montañas, manejando irrompi- ble clava toda de bronce.

**Vi también a Ticio, el hijo de la augusta Gea, echado en el suelo, donde ocupaba nueve yugadas. Dos buitres, uno a cada lado, le roían el hígado, penetrando con el pico en sus entrañas, sin que pudie- ra rechazarlos con las manos; porque intentó hacer •fuerza a Leto, la gloriosa consorte de Zeus, que se en- caminaba a Pito, a través de la riente Pauopeo."

**Vi asimismo a Tántalo, el cual padecía crueles tormentos, de pie en un lago cuya agua lo llegaba a la barba. Tenía sed y no conseguía tomar el agua y beber: cuantas veces se bajaba el anciano con in- tención de beber, otras tantas desaparecía el agua, ab- sorbida por la tierra; la cual se mostraba negruzca en torno a sus pies y un dios la secaba. Encima

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LA ODISEA

de él, colgaban las frutas de altos árboles perales, manzanos de espléndidas pomas, higueras y verdes olivos ; y cuando el viejo levantaba los brazos para cogerlas, el viento se las llevaba a las sombrías nubes.

*'Vi de igual modo a Sísifo, el cual padecía duros trabajos empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejaba con los pies y las manos, e iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte; pero, cuando ya le faltaba poco para doblarla, una fuerza poderosa hacía retroceder la insolente piedra, que caía rodando a la llanura. Tomaba entonces a empujarla, haciendo fuerza, y el sudor le corría de los miembros y el polvo se levantaba sobre su cabeza.

Vi después al fornido Heracles, o, por mejor decir, su imagen; pues él está con los inmortales dioses, se deleita en sus banquetes, y tiene por esposa a Hebe, la de los pies hermosos, hija de Zeus y de Hera, de las áureas sandalias. En contorno suyo dejábase oír la gritería de los muertos cual si fueran aves que huían espantadas a todas partes; y Heracles, semejante a tenebrosa noche, llevaba desnudo el ar- co, con la flecha sobre la cuerda, y volvía los ojos atrozmente, como si fuese a disparar. Llevaba alre- dedor del pecho un tahalí do oro, de horrenda vista, en el cual se habían labrado obras admirables: osos, agrestes jabalíes, leones de relucientes ojos, luchas, combates, matanzas y homicidios. Ni el mismo que con su arte construyó aquel tahalí, hubiera podido hacer otro igual. Eeconocióme Heracles apenas me vio con sus ojos, y lamentándose, me dijo estas ala- das palabras:

''¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en recursos I ¡Ah mísero! Sin duda te persigue algún hado funesto, cómo el que yo sufría mientras mo

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Η o ME Β O

alumbraban los rayos de Helios. Aunque era hijo de Zeus Cronida, hube de padecer males sin cuento, por encontrarme sometido a un hombre muy inferior que me ordenaba penosos trabajos. Una vez me envió aquí para que sacara el can, figurándose que ningún otro trabajo sería más difícil; y yo me lo llevé y lo saqué del Hades, guiado por Hermes y por Palas Atenea, la de los claros ojos.'*

''Cuando así hubo dicho, volvió a internarse en la morada de Hades; y yo me quedé inmóvil, por si vi- niera algún héroe de los que murieron anteriormente. Y hubiese visto a los hombres antiguos, a quienes deseaba conocer, a Teseo y a Pirítoo, hijos gloriosos de las deidades; pero congregóse, antes que llegaran, un sinnúmero de difuntos, con gritería inmensa, y el páliílo terror se apoderó de mí, temiendo que la ilus- tre Perséfone no me enviase del Hades la cabeza de Gorgo, horrendo monstruo. Volví en seguida al bajel y ordené a mis compañeros que subieran al mismo y desatasen las amarras. Embarcáronse acto continuo, y se sentaron en los bancos. Y la onda de la corriente llevaba nuestra embarcación por el río Océano, em- pujada al principio por el- remo y más tarde por próspero viento.

J

Ciieei va con algunas de sus criadas a la orilla del mar al encuentro de Odiseo

RAPSODIA DECIMASEGUNDA

r^m

AN luego como la nave, dejando la corriente del río Océano, lle- gó a las olas del vasto mar y a la isla Eea donde están la mansión y las danzas de Eos, hija de la mañana, y el orto de Helios; la sacamos a la are- na, después de éaltar a la pla- ya, nos entregamos al sueño, y aguardamos la aparición de la divinal Eos.

''Cuando se descubrió la hija de la mañana, Eos, de sonrosados dedos, envié algunos compañeros a la mo- rada de Circe, para que trajesen el cadáver del di- funto Elpénor. Seguidamente cortamos troncos y, afligidos y vertiendo lágrimas, celebramos las eie-

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Η o Μ Ε R Ο

quias en el lugar más eminente de la orilla. Y no bien hubimos quemado el cadáver y las armas del difunto, le erigimos un túmulo, con su correspondiente cipo, y clavamos on la izarte más alta el manejable remo.

*' Mientras en tales cosas nos ocupábamos, no se le encubrió a Circe nuestra llegada del Hades, y se atavió y vino muy presto con criadas que traían pan, mucha carne y vino rojo, de color de fuego. Y puesta en medio de nosotros, dijo así la divina entre las diosas:

''¡Oh desdichados, que, viviendo aún, bajasteis a ''la morada de Hades, y habréis muerto dos veces "cuando los demás hombres mueren una sola! Ea, "quedaos aquí, y comed manjares y bebed vino, todo "el día de hoy; pues así que despunte la aurora, vol- " veréis a navegar, y yo os mostraré el camino y os "indicaré cuanto sea preciso, para que no padezcáis, "a causa de una maquinación funesta, ningún infor- "tunio, ni en el mar ni en la tierra firmo."

"Tales fueron sus palabras, y nuestro ánimo gene- roso se dejó persuadir. Y ya todo el día, hasta la puesta del sol, estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Apenas el sol se puso y sobrevino la noche, los demás se acostaron cabe las amarras del buque. Pero a mí. Circe me tomó por la mano, me hizo sentar* separadamente de los compañeros y, acomodándose a mi vera, me pre- guntó cuanto me había ocurrido, y yo se lo conté por su orden. Entonces me dijo estas palabras la ve- neranda Circe:

"Así, pues, se han llevado a cumplimiento todas "estas cosas. Oye ahora lo que voy a decir y un dios "en persona te lo recordará más tarde. Llegarás pri-

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LA ODISEA

"mero a las Sirenas, que encantan a cuantos hombres "van a encontrarlas. Aquél que imprudentemente se "acerca a ellas y escucha su voz, ya no vuelve a "ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeán- "dole, llenos de júbilo, cuando torna a sus hogares; "sino que le hechizan las Sirenas con su canto, sen- "tadas en una pradera y teniendo a su alrededor "enorme montón de huesos de hombres putrefactos "cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa "las orejas de tus compañeros con cera blanda, pré- "viamente adelgazada, a fin de que ninguno las oiga; "mas si deseares oírlas, haz que te aten en la vele- "ra embarcación de pies y manos, derecho y arri- "mado a la parte inferior del mástil y que las cuer- "das se liguen al mismo; y así podrás deleitarte es- " cuchando a las Sirenas. Y en el caso de que supli- "ques o mandes que te suelten, átente con más lazos "todavía.

"Después que tus compañeros hayan conseguido "llevaros más allá do las Sirenas, no te indicaré e:n "precisión cuál de los dos caminos te cumple recorrer; "considéralo en tu ánimo, pues voy a decir lo que "hay a entrambas partes. A un lado, se alzan ponas "prominentes, contra las cuales rugen las inmeiígas "olas de la ojizarca Anfitrite: llámanlas Erráticas "los bienaventurados dioses. Por allí no pasan las "naves sin peligro, ni aun las tímidas palomas que "llevan la ambrosía al padre Zeus; pues cada vez "la lisa peña arrebata alguna y el padre manda otra "para completar el número. Ninguna embarcación, "en llegando allá, pudo escapar salva; pues las olas "del mar y las tempestades, cargadas de pernicioso "fuego, se llevan juntamente las tablas del barco y 'Hos cuerpos de los hombres. Tan sólo logró doblar

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ü Q ME R Φ

'aquellas rocas nna nave, surcadora del ponto, Argos, 'por todoa tan celebrada, al volver del país de Eetes: *y también a ésta habríala estrellado el oleaje con- tra las grandes peñas, si Hera no la hubiese hecbo 'pasar, por su afecto a Jasón.

**A1 lado opuesto hay dos escollos. El uno alcanza *al anchuroso Uranos con su pico agudo, coronado por *el pardo nubarrón que jamás le abandona; de suer- *te que la cima no aparece despejada nunca, ni si- 'quiera en verano, ni en otoño. Ningún hombre mor- *tal, aunque tuviese veinte manos e igual número *de pies, podría subir al tal escollo, ni bajar del mis- 'mo, pues la roca es tan lisa, que parece pulimen- *tada. En medio del escollo hay un antro sombrío 'que mira al ocaso, hacia el Erebo, y a él endereza- 'réis el rumbo de la cóncava nave, preclaro Odiseo. 'Ni un hombre joven, que disparara el arco desde 'la cóncava nave, podría llegar con sus tiros a la 'profunda cueva. Allí mora Escila, que aulla terri- 'blemente, con voz semejante a la de una perra re- ' cien nacida, y es un monstruo perverso a quien nadie *se alegrara de ver, aunque fuese un dios el que con 'ella se encontrase. Tiene doce pies, todos deformes, 'y seis cuellos larguísimos, cada cual con una horrible 'cabeza, en cuya boca hay tres filas de abundantes 'y apretados dientes, llenos de negra muerte. Está 'sumida hasta la mitad del cuerpo en la honda gruta, 'saca las cabezas fuera de aquel horrendo báratro 'y, registrando alrededor del escollo, pesca delfines, 'perros de mar, y también, si puede cogerlo, alguno 'de los monstruos mayores que cría en cantidad in- ' mensa la ruidosa Anfitrite. Por allí jamás pasó una 'embarcación cuyos marineros pudieran gloriarse de 'haber escapado indemnes; pues Escila les arrebata

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D

Ε

A

'αοη sus «abez»• loiidoe hombres do la nave de iizu> 'lada proa.

**E1 otro escollo es más bajo y lo verás, Odiseo, 'cerca del primero; pues hállase a tiro de flecha. 'Hay allí un cabrahigo grande y frondoso, y a su 'sombra, la divinal Caribdis sorbe las turbias aguas. 'Tres veces al día las echa afuera y otras tantas 'vuelve a sorberlas por modo horrible. No te eneuen- 'tres allí cuando las sorbe, pues ni Poseidóu, que 'sacude la tierra, podría librarte de la perdición. 'Debes, por el contrario, acercarte mucho al escollo 'de Escila y hacer que tu nave pase rápidamente; 'pues mejor es que eches de menoa a seis tompañe- 'ros, que a todos juntos."

"Así se expresó; y le contesté diciendo: "Ea, oh, 'diosa, habíame sinceramente: si por algún medio lo- ' grase escapar de la funesta Caribdis, ¿podré atacar 'a Escila cuando quiera apoderarse de mis compa- 'ñeros?"

"Así le dije, y al punto me respondió la divina 'entre las diosas: ¡Oh infeliz! ¿Aun piensas en obras 'y trabajos bélicos, y no has de ceder ni ante los 'inmortales dioses? Escila no es mortal, sino una 'plaga imperecedera, grave, terrible, cruel e inelue- 'tablc. Contra la misma no hay defensa: huir de su 'lado es lo mejor. Si armándote, demorares junto al 'peñasco, temo que se lanzará otra vez y te arreba- 'tará con sus cabezas sendos varones. Debes hacer, 'por tanto, que tu navio pase ligero β invocar, dando 'gritos, a Crateis, madre de Escila, que les parió tal 'plaga a los mortales; y ésta la contendrá, para que *no os acometa nuevamente.

"Llegarás más tarde a la isla de Trinacria, donde 'pacen las muchas vacas y pingües ovejas de Helios.

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i.

Β o ME R O

*' Siete son las vacadas, otras tantas las hermosas ''greyes de ovejas, y cada una está formada por ci«_ "cuenta cabezas. Dicho ganado no se reproduce ni "muere, y son sus pastoras dos deidades, dos ninfas "de hermosas trenzas: Faetusa y 1 ampetia; las cua- tíes concibió de Helios Iliperión la divina Neera. "La veneranda madre, después que las dio a luz "y las hubo creado, llevólas a la isla de Trina- "cria, allá muy lejos, para que guardaran las ove- "jas de su padre y las vacas de retorcidos cuer- "nos. Si a éstas'^ las dejares indemnes, ocupándo- "te tan sólo en preparar tu regreso, aun llegaríais "a Itaca, después de pasar muchos trabajos; pero si "les causares daño, desde ahora te anuncio la per- "dición de la nave y la de tus amigos. Y aunque "escapes, llegarás tarde y mal a la patria, después "do perder todos los compañeros.^'

"Así dijo; y al punto apareció Eos, de áureo tro- no. 'La divina entre las diosas se internó en la isla, y yo, encaminándome al bajel, ordené a mis compa- ñeros que subieran a la nave y desataran las ama- rras. Embarcáronse en seguida y, sentándose por or- den en los bancos, comenzaron a herir con los remos e? espumoso mar. Por detrás de la nave de azulada proa, soplaba próspero viento que henchía las velas; buen compañero que nos mandó Circe, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz. Colocados los aparejos cada uno en su sitio, nos sentamos en la nave, que era conducida por el viento y el piloto. Entonces , dirigí la palabra a mis compañeros, con el corazón triste, y les hablé de este modo:

"¡Oh amip'os! No conviene que sean únicamente uno "o dos quienes conozcan los vaticinios que me reveló "Circe, la divina entre las diosas; y os los voy a

224

LA ODISEA

*' referir, para que, sabedores de los mismoe, o mu- *' ramos o nos salvemos, librándonos de la muerte y "del destino. Nos ordena, ante todo, reliuír la voz **de las divinales Sirenas y el florido prado en que ''éstas se hallan. Manifestóme que tan sólo yo debo "oírlas; pero atadme con fuertes lazos, de pie y arri- "mado a la parte inferior del mástil . para que me "esté allí sin moverme y las cuerdas ligúense al "mismo. Y en el caso de que os ruegue o mande que "me soltéis, atadme con más lazos todavía."

"Mientras hablaba, declarando estas cosas a mis compañeros, la nave bien construida llegó muy presto a la isla de las Sirenas, pues la empujaba favorable viento. Desde aquel instante, echóse el viento, reinó sosegada calma y algún numen adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron las velas, y pusiéronlas en la cóncava nave; y, habiéndose senta- do nuevamente en los bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los remos de pulimentado abeto. Tomé al instante un gran pan de cera y lo partí con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a apre- tar con mis robustas manos. Pronto se calentó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza y a los rayos del soberano Helios Hiperiónida, y fui tapando con ella los oídos de todos los compañeros. Atáronme éstos en la nave, de jjies y manos,, derecho y arri- mado a la parte inferior del mástil; ligaron las cuer- das al mismo; y, sentándose en los bancos, tornaron a herir con los remos el espumoso mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente, y, al hallarnos tan cerca de la orilla que allá hubiesen llegado nuestras voces, no so les encubrió a las Sirenas que la ligera embar- cación navegaba a poca distancia y empezaron un sonoro canto:

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Ά o ME R Φ

**¡Ea, célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! ''Acércate y deten la nave, jjara que oigas nuestra **voz. Nadie ha pasado en su negro bajel, sin que "oyera la suave voz que fluye de nuestra boca, sino "que se van todos después de recrearse con ella y "de aprender mucho; pues sabemos cuántas fatigas "padecieron en la vasta Troya argivos y teneros, por "la voluntad de los dioses, y conocemos también todo "cuanto ocurre en la fértil tierra."

"Esto dijeron con su hermosa voz. Sintióse mi co- razón con ganas de oírlas, y moví las cejas, mandando a los compañeros que me desatasen; pero todos se inclinaron y se pusieron a remar. Y, levantándose al punto Perimedes y Euríloco. atáronme con nuevos lazos, que me sujetaban más reciamente. Cuando de- jamos atrás las Sirenas y ni su voz ni su canto se oían ya, quitáronse mis fieles compañeros la cera con que tapara sus oídos y me soltaron las ligaduras.

"Al poco rato de haber dejado atrás la isla de las Sirenas, vi humo e ingentes olas y percibí fuerte es- truendo. Los míos, amedrentados, hicieron volar los remos, que cayeron con gran fragor en la corriente; y la nave se detuvo porque ya las manos no batían los largos remos. Al instante anduve por la embarca- ción y amonesté a los compañeros, acercándome a los mismos y hablándoles con dulces palabras:

Amigos 1 No somos novatos en padecer desgra- "cias y la que se nos presenta no es mayor que la "sufrida cuando el Cíclope, valiéndose de su poderosa "fuerza, nos encerró en la excavada gruta. Pero de allí "nos escapamos también por mi valor, decisión y pru- "dencia, como me figuro que todos recordaréis. Ea, * ' hagamos todos lo que voy a decir. Vosotros, sentados "en los bancos, batid con los remos las grandes olas

326

LA ODISEA

"del mar; por si Zeus nos tonceds que escapemos d• **6sta, librándonos de la muerte. Y a ti, piloto, voy "a darte una orden que fijarás en tu memoria, pues- *Ho que gobiernas el timón de la cóncava nave. Apár- cala de ese humo y de esas olas, y procura acer- *' caria al escollo: no sea que la nave se lance allá, "sin que lo adviertas, y a todos nos lleves a la * ' ruina. ' '

"Así les dije, y obedecieron sin tardanza mi man- dato. No les hablé de Escila, plaga inevitable, para que los compañeros no dejaran de remar, escondién- dose dentro del navio. Olvidé entonces la penosa re- comendación de Circe, de que no me armase de ningún modo; y, poniéndome la magnífica armadura, tomé dos grandes lanzas y subí al tablado de proa, lugar de donde esperaba ver primeramente a la pétrea Es- cila que iba a producir tal estrago en mis compañeros. Mas, no pude verla en parte alguna, y mis ojos se cansaron de mirar a todos los sitios, registrando la obscura peña.

"Pasábamos el estrecho llorando, pues a un lado estaba Escila y al otro Caribdis, que sorbía de ho- rrible manera la salobre agua del mar. Al vomitarla dejaba oír sordo murmullo, revolviéndose toda como una caldera que está sobre un gran fuego, y la espuma caía sobre las cumbres de ambos escollos. Mas, ape- nas sorbía la salobre agua del mar, mostrábase agi- tada interiormente, el peñasco sonaba alrededor con espantoso ruido y en lo hondo se descubría la tierra mezclada con cerúlea arena. El pálido temor se en- señoreó de los míos, y mientras contemplábamos a Caribdis, temerosos de la muerte, Escila me arrebató do la cóncava embarcación los seis compañeros que más sobresalían por sus manos y por su fuerza. Cuan-

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Μ o ME R Q

do quis• velver los ojos a la velera nave y a los ami- gos, ya vi en el aire los pies y las manos de loa que eran arrebatados a lo alto y me llamaban con el corazón afligido, pronunciando mi nombre por la vez postrera. De la suerte que el pescador, al echar desde un promontorio el cebo a los pececillos, valiéndose de la luenga caña, lo arroja al ponto entre el cuerno de un toro montaraz, y así que coge un pez lo saca palpitante; de esta maneía, mis compañeros, palpi- tantes también, eran llevados a las rocas y allí, en la entrada de la cueva, devorábalos Escila, mientras gritaban y me tendían los brazos en aquella lucha horrible. De todo lo que padecí, peregrinando por el mar, fué éste espectáculo el más lastimoso que vieron mis ojos.

** Después que nos hubimos escapado de aquellas rocas, de la horrenda Caribdis y do Escila, llegamos muy pronto a la irreprochable isla del dios; allí pacían las hermosas vacas, de ancha frente, y muchas pingües ovejas de Helios, hijo de Hiperión. Desdo el mar, en la negra nave, el mugido de las vacas encerradas en los establos y el balido de las ovejas, y me acordé de las palabras del vate ciego, Tiresias el tebano, y de Circe de Eea, la cual me encargó muy mucho que huyese de la isla de Helios, que alegra a los mortales. Y entonces, con el corazón afligido, dije a los com- pañeros:

**Oíd mis palabras, amigos, aunque padezcáis tantos '* males, para que os revele los oráculos de Tiresias **y de Circe de Eea, la cual me recomendó en cx- *' tremo, que huyese de la isla de Helios, que alegra "a los mortales, diciendo que allí nos aguarda el *'más terrible de los infortunios. Por tanto, encami- "nad el negro bajel por fuera de la isla."

228

LA ODISEA

*'Así les dijo. A todos se les quebraba el corazón y Euríloco me respondió en seguida con estas odiosas palabras:

''¡Eres cruel, olí Odiseo! Disfrutas de vigor gran- '^dísimo, y tus miembros no se cansan, y debes de ''ser de hierro, ya que no permites a los tuyos, mo- flidos de la fatiga y del sueño, tomar tierra en esa ''isla azotada por las olas, donde aparejaríamos una "agradable cena; sino que les mandas que se alejen "y durante la rápida noche, vaguen a la ventura "por el sombrío ponto. Por la noche se levantan fuer- "tes vientos, azotes de las naves. ¿Adonde iremos, "para librarnos de una muerte cruel, si de súbito vie- "ne una borrasca suscitada por el Noto o por impe- "tuoso Céfiro, que son los primeros en destruir una "embarcación hasta contra la voluntad de los sobe- " ranos dioses? Obedezcamos ahora a la obscura no- "che y aparejemos la comida junto a la velera nave; "y al amanecer nos embarcaremos nuevamente, para "lanzarnos al dilatado ponto.*'

"Tales razones profirió Euríloco y los demás com- pañeros las aprobaron. Conocí entonces que algún dios meditaba causarnos daño y, dirigiéndome a aquél, le dije estas aladas palabras:

"¡Euríloco! Gran fuerza me hacéis, porque estoy "solo. Mas, ea, prometed todos con firmo juramento "que si encontráremos una manada do vacas o una "hermosa grey de ovejas, ninguno de vosotros matará, "cediendo a funesta locura, ni una vaca tan sólo, ni "una oveja; sino que comeréis tranquilos los man- " jares que nos dio la inmortal Circe."

"Así les hablé; y en seguida juraron, como se los mandaba. Tan pronto como hubieron acabado de pres- tar el juramento, detuvimos la bien construida nave

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Η o ME R O

en el hondo puerto, cabe una fuente de agua dulce; j los compañeros desembarcaron, y luego aparejaron muy hábilmente la comida. Ya satisfecho el deseo de comer y de beber, lloraron, acordándose de los ami- gos a quienes devoró Escila después de arrebatarlos de la cóncava embarcación; y mientras lloraban les sobrevino dulce sueño. Cuando la noche hubo llegado a su último tercio y ya los astros declinaban, Zeus, que amontona las nubes, suscitó un viento impetuoso y una tempestad deshecha, cubrió de nubes la tierra y el ponto, y la noche cayó del Uranos. Apenas se des- cubrió la hija de la mañana. Eos, de sonrosados de- dos, pusimos la nave en seguridad, llevándola a una profunda cueva, donde las Ninfas tenían asientos y hermosos lugares para las danzas. Acto continuo, los reuní a todos en junta y les hablé de esta manera:

''¡Oh amigos! Puesto que hay en la velera nave ''alimentos y bebida, abstengámonos de tocar esas "vacas, a fin cíe que no nos venga ningún mal, por- "que tanto las vacas como las pingües ovejas, son "de un dios terrible, de Helios, que todo lo ve y todo ' ' lo oye. ' *

"Así les dije y su ánimo generoso se dejó persuadir. Durante un mes entero sopló incesantemente el Noto, sin que se levantaran otros vientos que el Euro y el Noto; y mientras no les faltó pan y rojo vino, abs- tuviéronse de tocar las vacas por el deseo do conser- var la vida. Pero tan pronto como se agotaron todos los víveres de la nave, viéronse obligados a ir erran- tes tras de alguna presa peces o aves, cuanto les viniese a las manos , pescando con corvos anzuelos, porque el hambre nos atormentaba el vientre; yo me interné en la isla con el fin de orar a los dioses y ver si alguno me mostraba el camino para llegar a la

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LA ODISEA

patria. Después que, andando por la isla, estuve lejos de los míos, me lavé las manos en un lugar resguar- dado del viento y oré a todos los dioses que habi- tan el Olimpo, los cuales infundieron en mis párpados dulce sueño. Y en tanto, Euríloco comenzó a hablar con los amigos, para darles este pernicioso consejo:

'Oíd mis palabras, compañeros, aunque padezcáis ''tantos infortunios. Todas las muertes son odiosas "a los infelices mortales, pero ninguna es tan mísera "como morir de hambre y cumplir de esta suerte el "propio destino. Ea, tomemos las más excelentes de "las vacas de Helios y ofrezcamos un sacrificio a los "dioses que poseen el anchuroso Uranos. Si consiguié- " sernos tornar a Itaca, la patria tierra, erigiríamos un "rico templo a Helios, hijo de Hiperión, poniendo en ' ' él muchos valiosos simulacros. Y si, irritado a causa "de las vacas de erguidos cuernos, quisiera Helios per- "der nuestra nave y lo consintiesen los restantes dio- "ses, prefiero morir de una vez, tragando agua de las "olas, a consumirme con lentitud, en una isla inhabi- "tada."

"Talos palabras profirió Euríloco y los demás com- pañeros las aprobaron. Seguidamente, habiendo echa- do mano a las más excelentes de entre las vacas de Helios, que estaban allí cerca pues las hermosas va- cas de retorcidos cuernos y ancha frente pacían a poca distancia de la nave de azulada proa se pusieron a su alrededor y oraron a los dioses, después de arran- car tiernas hojas de una alta encina, porque ya no tenían blanca cebada en la nave de muchos bancos. Terminada la plegaria, degollaron y desollaron las re ses; luego cortaron los muslos, los pringaron con gor- dura por uno y otro lado y los cubrieron de trozo• d• carne; y, fonio carecían de vino que pudiesen ver-

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Β o ME R O

ter en el fuego sacro, hicieron libaciones con agua mientras asaban los intestinos. Quemadas los muslos, probaron las entrañas; y, dividiendo lo restante en pedazos muy pequeños, lo espetaron en los asadores.

^'Entonces huyó de mis párpados el dulce sueño y emprendí el regreso a la Acelera nave y a la orilla del mar. Al acercarme al corvo bajel, llegó hasta el suave olor de la grasa quemnda, y, dando un sus- piro, clamé de este modo a los inmortales dioses:

'* ¡Padre Zeus, bienaventurados y sempiternos dio- ''ses! Para mi daño, sin duda, me adormecisteis con el *' cruel sueño; y mientras tanto los compañeros, que- ** dándose aquí, han consumado un gran delito."

''Lampetia, la del ancho peplo, fué como mensajera veloz a decirle a Helios, hijo de Hiperión, que había- mos dado muerte a sus vacas. Inmediatamente Helios, con el corazón airado, habló de esta guisa a los In. mortales:

"¡Padre Zeus, bienaventurados y sempiternos dio- "sesl Castigad a los compañeros de Odiseo Laertíada, ''pues, ensoberbeciéndose, han matado mis vacas; y '*yo me holgaba de verlas así al subir al estelífero "Uranos, como al tornar nuevamente de éste a la "tierra. Que si no se me diere la condigna compen- "sación por estas vacas, descenderé a la morada de "Hades y alumbraré a los muertos."

"Y Zeus, que amontona las nubes, le respondió di- "ciendo: ¡Oh Helios! Sigue alumbrando a los inmor- " tales y a los mortales hombres, que viven en la "fértil tierra; pues yo despediré el ardiente rayo "contra su velera nave, y la haré pedazos en el vinoso "ponto."

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LA ODISEA

''Esto me lo refirió Calipso, la de hermosa cabellera, y afirmaba que se lo había oído contar a Hermes, el mensajero.

"Llegado que hube a la nave y al mar, reprendí a mis compañeros acercándome ora a éste, ora a aquél, mas no pudimos hallar remedio alguno, por- que ya las vacas estaban muertas. Pronto los dioses les mostraron varios prodigios: los cueros serpeaban, las carnes asadas y las crudas mugían en los asadores, y dejábanse oír voces como de vacas.

''Durante seis días, mis fieles compañeros celebraron banquetes, para los cuales echaban mano a las mejores vacas de Helios; mas así que Zeus Cronida nos trajo el séptimo día, cesó la violencia del vendaval que cau- saba la tempestad y nos embarcamos, lanzando la nave al vasto ponto, después de izar el mástil y de des- coger las blancas velas.

"Cuando hubimos dejado atrás aquella isla y ya no se divisaba tierra alguna, sino tan solamente el cielo y el mar, Zeus colocó por cima de la cóncava nave una parda nube, debajo de la cual se obscureció el ponto. No anduvo la embarcación largo rato, pues sopló en seguida el estridente Céfiro y, desencadenán- dose, produjo gran tempestad: un torbellino rom- pió los dos cables del mástil, que se vino hacia atrás, y todos los aparejos se juntaron en la sentina. El más- til, al caer en la popa, hirió la cabeza del piloto, que cayó desde el tablado, como salta un buzo, y su alma generosa se separó de los miembros. Zeus despidió un trueno y simultáneamente arrojó un rayo en nuestra nave: ésta se estremeció, al ser herida por el rayo de Zeus, llenándose del olor del azufre; y mis hombrea cayeTon en el agua. Llevábalos el oleaje semejantes

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Ü o ME R O

a * cornejas marinas, alrededor del negro bajel y un dios les privó de la vuelta a la patria.

"Seguí andando por la nave, hasta que el ímpetu del mar separó los flancos de la quilla, la cual fíotó en el agua; y el mástil se rompió en su unión con la misma. Sobre el mástil hallábase una soga hecha de cuero de buey: até con ella mástil y quilla y, sentán- dome en ambos, déjeme lleΛ^ar por los perniciosos vientos.

*' Pronto cesó el soplo violento del Céfiro, que cau- saba la tempestad, y de repente sobrevino el Noto, el cual me afligió el ánimo con llevarme de nuevo hacia la temible Caribdis. Toda la noche anduve a mer- ced de las olas, y al salir el sol llegué al escollo de Escila y a la horrenda Caribdis, que estaba sorbiendo la salobre agua del mar; pero yo me lancé al cabra- higo y me agarró como un murciélago, sin que pudiera afirmar los pies en sitio alguno, ni tampoco encara- marme en el árbol, porque estaban lejos las raíces y a gran altura los largos y gruesos ramos que daban sombra a Caribdis. Me mantuve, pues, reciamente asi- do, esperando que Caribdis vomitara el mástil y la quilla; y éstos aparecieron por fin, cumpliéndose mi deseo. A la hora en que el juez se levanta en el agora, después de haber fallado muchas causas de jóvenes liti- gantes, dejáronse ver los maderos fuera ya de Ca- ribdis. Soltóme de pies y manos y caí con gran es- trépito en medio del agua, junto a los larguísimos maderos; y, sentándome encima, me puse a remar con los brazos, y no permitió el padre de los hombres y de los dioses, que Escila me viese; pues no me hubiera librado de una terrible muerte.

''Desde aquel lugar fui errante nueve días y en la

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LA ODISEA

noche del décimo, lleváronme los dioses a la isla Ogi- gia, donde vive Calipso, la de las lindas trenzas, dei- dad poderosa, dotada de voz; la cual me acogió amis- tosamente y me prodigó sus cuidados. Mas, ¿a qué contar el resto? Os lo referí ayer, en esta casa, a ti y a tu ilustre esposa, y me es enojoso repetir lo que se ha explicadp claramente. ' '

Los feacios dejan en la playa de Itaca a Odiseo dormido

RAPSODIA DECIMATEBCERA

rrra

AL fué lo que Odiseo contó. En- mudecieron los oyentes y, arro- bados por el placer de escu- charle, se quedaron silenciosos en el obscuro palacio. Mas Al- cínoo le respondió diciendo:

**¡0h, Odiseo! Pues llegaste a mi mansión de pavimento de bronce y elevada techumbre, creo que tornarás a 'tu patria sin tener que vagar más, aunque sean en tan gran número los males que hasta ahora has padecido. Y dirigiéndome a vosotros todos, los que siempre be- béis en mi palacio el negro vino de honor y oís ai aedo, he aquí lo que os encargo: ya tiene el huésped en pulimentada arca las vestiduras y oro labrado y los demás presentes que los consejeros feacios le han

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HOMERO

traído; ea, démosle sendos trípodes y grandes calde- ros; y reunámonos después para hacer una colecta por la población, porque nos sería difícil a cada uno de nosotros obsequiarle con tal regalo, valiéndonos ex- clusivamente de nuestros recursos."

De tal suerte los exhortó Alcínoo, y a todos les plugo cuanto dijo. Salieron entonces para acostarse en sus respectivas casas; y así que se descubrió la hija de la mañana. Eos, de rosáceos dedos, encami- náronse diligentemente hacia la nave, llevando a ella el varonil bronce. La sacra potestad de Alcínoo fué también, y él mismo colocó los presentes debajo de los bancos: no fueía que se dañara alguno de los hom- bres cuando, para mover la embarcación, se curvasen sobre los remos. En seguida transladáronse al pa- lacio de Alcínoo y se ocuparon en aparejar el ban- quete.

En medio de ellos, la sacra potestad de Alcínoo sacrificó un buey al Cronida Zeus, el dios de las som- brías nubes, que reina sobre todos. Quemados los muslos, celebraron un espléndido festín, y cantó el divinal aedo, Demódoco, tan honrado por el pueblo. Mas Odiseo volvía a menudo la cabeza hacia Helios resplandeciente, con gran afán de que se pusiera, pues ya anhelaba irse a su patria. Como al labrador, que apetece la cena después de pasar el día rompiendo con la yunta de negros bueyes y el sólido arado, una tierra noval, se le pone el sol muy a su gusto para ir a comer, y, al andar, siente el cansancio en las rodi- llas;'así, tan agradablemente, vio Odiseo que se ponía Helios. Y al momento, dirigiéndose a los feacios, amantes de manejar los remos, y especialmente a Alcínoo, les habló de esta manera:

*'¡Rey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciu-

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LA ODISEA

•ládanos! Ofreced las libaciones, despedidme sano y salvo, y vosotros quedad con alegría. Ya se ña cum- plido cuanto mi ánimo deseaba: mi conducción y las amií5tosas dádivas; hagan los dioses que éstas sean para mi dicha y que halle en mi palacio a mi irre- prochable consorte e incólumes a los amigos. Y vos- otros, que os quedáis, sed el gozo de vuestras legí- timas mujeres y de vuestros hijos; los dioses os con- cedan toda clase de bienes, y jamás a esta población le sobrevenga mal alguno."

Así se expresó. Todos aplaudieron sus palabras y aconsejaron que se llevase al huésped a su patria, puesto que hablaba razonablemente. Y entonces, la potestad de Alcínoo, dijo al heraldo:

^'¡Pontónoo! Mezcla vino en la crátera y distri- buyele a cuantos se hallan en la sala, a fin de que después de orar al padre Zeus, enviemos al huésped a su patria tierra."

Así habló. Pontónoo mezcló el vino, dulce como la miel, y lo sirvió a todos, ofreciéndoselos sucesivamen- te: ellos lo libaban, desde sus mismos asientos, a los bienaventurados dioses que poseen el anchuroso Ura- nos; y el divino Odiseo, levantándose, puso en las manos de Arete una copa doble, mientras le decía estas aladas palabras:

**Sé constantemente dichosa, oh reina, hasta que vengan la senectud y la muerte, de las cuales no se libran los humanos. Yo me voy. continúa holgán- dote en esta casa con tus hijos, el pueblo y el rey Alcínoo."

Dicho esto, el divino Odiseo traspuso el umbral. La potestad de Alcínoo le hizo acompañar por un heraldo, que lo condujese a la velera nave, a la orilla del mar. Y Arete le envió también algunas esclavas:

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η o ME R o

cuál le llevaba un manto muy limpio y una túni- ca, cuál una sólida arca; y cuál otra, pan y rojo vine.

Cuando hubieron llegado a la nave y al mar, Jos ilustres marineros, tomando tales cosas, juntamente con la bebida y los víveres, lo colocaron todo en la cóncava embarcación y tendieron una colcha y una tela de lino sobre las tablas de la popa, a fin de que Odiseo pudiese dormir profundamente. Subió éste, y acostóse en silencio. Los otros se sentaron por orden en sus bancos, desataron de la piedra agujereada la amarra del barco, e inclinándose, azotaron el mar con ios remos j mientras caía en los párpados de Odiseo un sueño profundo, suave, dulcísimo, muy semejante a la muerte. Del modo que los caballos de una cua- driga, se lanzan a correr en un campo, a los golpes del látigo y, levantándose sobre sus pies, terminan prontamente la carrera; así se filzaba la popa del navio y dejaba tras muy agitadas las olas pur- púreas del estruendoso mar. Corría el bajel con un andar tan seguro e igual, que ni el gavilán, que es e; ave más ligera, lo hubiese acompañado: así, co- rriendo con tal rapidez, cortaba las olas del mar y llevaba un varón que en el consejo se parecía a los dioses; el cual tuvo el ánimo acongojado muchas veces, ya combatiendo con los hombres, ya surcando las temibles ondas, pero entonces dormía plácidamen- te, olvidado de cuanto padeciera.

Cuando salía la más rutilante estrella, la que de modo especial anuncia la luz de Eos, hija de la ma- ñana, entonces la nave, surcadora del ponto, llegó a 'a isla.

Hay en el país de Itaca el puerto de Forcis, el anciano del mar, formado por dos orillas promi- nentes y escarpadas que convergen hacia las puntas

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LA ODISEA

y protegen exteriormente de las grandes olas y los vientos, de funesto soplo; y en el interior, las corvas naves, de muchos bancos, permanecen sin amarras así que llegan al fondeadero. Al cabo del puerto, está un olivo de largas hojas y muy cerca, una gruta agra- dable, sombría, consagrada a las ninfas, que Náyades se llaman. Allí existen cráteras y ánforas de piedra, donde las abejas fabrican los panales. Allí pueden verse unos telares, también de piedra, muy largos, donde tejen las ninfas mantos de color de púrpura. Allí el agua constantemente nace. Dos puertas tiene el antro: la una mira al Bóreas y es accesible a los hombres; la otra, situada frente al Noto, es más divina, pues por ella no entran los humanos, siendo el camino de los Inmortales.

A este sitio, que ya con anterioridad conocían, fueron a llegarse; y la embarcación andaba velozmen- te, y varó en la playa, saliendo del agua hasta la mitad. ¡Tales eran los remeros, por cuyas manos fué conducida I Apenas hubieron saltado de la nave, de hermosos bancos, en tierra firme, comenzaron por sacar del cóncavo bajel a Odiseo, con la colcha es- pléndida y la tela de lino, y lo pusieron en la arena, entregado todavía al sueño; y seguidamente, desem- barcando las riquezas que los feacios le habían dado al volver a su patria, gracias a la magnánima Palas Atenea, las amontonaron todas al pie del olivo, algo apartadas del camino: no fuera que algún viandante se acercara a las mismas, en tanto que Odiseo dor- mía, y le hurtara algo. Después de esto, volviéronse los feacios a su país. Pero Poseidón, que sacude la tierra, no olvidó las amenazas que desde un prin- cipio le hiciera a Odiseo, semejante a un dios, y quiso explorar la voluntad de Zeus:

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i

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"jPadre Zeus! Ya no seré honrado nunca entre los inmortales dioses, puesto que no me honran en lo más mínimo, ni tan siquiera los mortales, los feacios, que son de mi propia estirpe. No dejaba de figurarme que Odiseo tornaría a su patria, aunque padeciendo multitud de infortunios, pues nunca le quité del todo que volviese, por considerar que, con tu asentimiento, se lo habías prometido; mas los feacios, llevándole por el ponto en velera nave, lo han dejado en Itaca, dormido, después de hacerle innumerables regalos: bronce, oro en abundancia, ves- tiduras tejidas, y tantas cosas, como nunca sacara de Troya si volviese indemne, y habiendo obtenido la parte que del botín le correspondiera."

Respondióle Zeus, que amontona las nubes: **iAh, poderoso dios, que bates la tierra! jQué dijiste! No te desprecian los dioses, que sería difícil herir con el desprecio al más antiguo y más ilustre. Pero si deja de honrarte alguno de los hombres, por confiar en sus fuerzas y en su poder, está en tu mano tomar venganza. Obra, pues, como quieras y a tu ánimo le agrade."

Contestóle Poseidón, que sacude la tierra: "Ya hu- biera obrado como me lo aconsejas, oh dios de las sombrías nubes, pero me espanta tu cólera, y procuro evitarla. Ahora quiero hacer naufragar en el obscuro ponto la bellísima nave de los feacios, que vuelve de conducir a aquél con el fin de que en adelante se abstengan y cesen de llevar a los hombres y cubrir luego la vista de la ciudad con una gran montaña."

Repuso Zeus, que amontona las nubes: **|0h que- rido! Tengo para mí, que lo mejor será que, cuando todos los ciudadanos estén mirando desde la pobla- ción cómo el barco llega, lo tornes en peñasco, junto

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LA ODISEA

íi la costa, de suerte que guarde la semejanza de una velera nave, para que• todos ios hombres se ma- ravillen, y cubras luego la vista de la ciudad con una gran, montaña."

Apenas lo oyó Poseidón, que sacude la tierra, fuese a Esqueria, donde viven los feacios, y allí se detuvo. La nave, sureadora del ponto, se acercó con rápido impulso, y el dios, que sacude la tiena, salicndole al encuentro•, la tornó en peñasco y con un golpe de su mano inclinada, hizo que echara raíces en el suelo, después de lo cual, fuese a otra parte.

Mientras tanto, los feacios, que usan largos remos y son ilustres navegantes, hablaban entre con ala- das palabras. Y uno de ellos se expresó, de esta suerte, dir.igióndose a su vecino:

*'¡Ay! ¿Quién encadenó en el ponto la velera na- ve, que tornaba a la patria y ya se descubría toda?"

Tales fueron sus palabras, pues ignoraba lo que ha- bía pasado. Entonces Alcínoo les arengó de esta ma- nera:

'*¡0h dioses! Cumpliéronse las antiguas prediccio- nes de mi padre, el cual decía que Poseidón nos mi- raba con malos ojos porque conducíamos, sin recibir daño, a todos los hombres; y aseguiaba que el dios haría naufragar en el obscuro ponto, una hermosísima nave de los feacios, al volver de llevar a alguien, y cubriría la vista de la ciudad con una gran montaña. Así lo afirmaba el anciano, y ahora todo se va cum- pliendo. Ea, hagamos lo que voy a decir: absteneos de conducir a los mortales que lleguen a nuestra po- blación y sacrifiquemos doce toros escogidos^ a Posei- dón, para ver si se apiada de nosotros y no nos cubre la vista de la ciudad con la enorme montaña."

Así habló. Entróles el miedo y aparejaron los toros.

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HOMERO

Y mientras, los caudillos y príncipes del pueblo fea- cio, oraban al soberano Poseidón, permaneciendo de pie en torno de su altar, Odiseo despertó de su sueño en la tierra patria, de la cual había estado ausente mucho tiempo, y no pudo reconocerla, porque una diosa Palas Atenea, la hija de Zeus , le cercó de una nube, con el fin de hacerle incognocible y ente- rarle de todo: no fuese que su esposa, los ciudadanos y los amigos lo reconocieran antes que los Preten- dientes pagaran por completo sus excesos. Por esta causa, todo se le presentaba al rey en otra forma, así los largos caminos, como los puertos cómodos para fondear, las rocas escarpadas y los árboles florecien- tes. El héroe se puso*en pie y contempló la patria tie- rra; pero en seguida gimió y, bajando los brazos, golpeóse los muslos, mientras suspiraba y decía de esta suerte:

*'¡Ay de mí! ¿Qué hombres deben de habitar esta tierra a que he llegado? ¿Serán violentos, salvajes, β injustos, u hospitalarios y temerosos de los dioses f ¿Adonde podré llevar tantas riquezas? ¿Adonde iré perdido? Ojalá me hubiese quedado allí, con los fea- cios, pues entonces me llegara a otro de los magná- nimos reyes, que, recibiéndome amistosamente, me hubiera enviado a mi patria. Ahora no dónde poner estas cosas, ni he de dejarlas aquí: no vayan a ser presa, de otros hombres. ¡Oh dioses! No eran, pues, enteramente sensatos ni justos los caudillos y prín- cipes feacios, ya que me traen a estotra tierra; di- jeron que me conducirían a Itaca, que se ve de lejos, y no lo han cumplido. Castigúelos Zeus, el dios de los suplicantes, que vigila a los hombres e impone castigos a cuantos pecan. Mas, ea, contaré y exami-

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LA ODISEA

liaré estas riquezas: no se hayan llevado alguna cosa en la cóncava nave cuando de aquí partieron.**

Hablando así, contó los bellísimos trípodes, los cal- deros, el oro y las hermosas vestiCíüras tejidas; y, aunque nada echó de menos, lloraba por su patria tierra, arrastrándose en la orilla del estruendoso mar y suspirando mucho. Acercósele entonces Palas Ate- nea en figura de un joven pastor de ovejas, tan deli- cado como el hijo de un rey; que llevaba en los hombros un manto doble, hermosamente hecho; en los nítidos pies, sandalias; y en la mano, una jaba- lina. Odiseo so holgó de verle, salió a encéntrale y le dijo estas aladas palabras:

'^jAmigoI Ya que eres el primer hombre a quien encuentro en este lugar, ¡salud!, y ojalá no vengas con mala intención para conmigo; antes bien, salva estas cosas y sálvame a mismo, que yo te lo ruego como a un dios y me postro a tus rodillas. Mas, dime con verdad, para que yo me entere: ¿Qué tierra es ésta? ¿Qué pueblo? ¿Qué hombres hay en la comarca? ¿Estoy en una isla que se ve a distancia, o en la ribera de un fértil continente que hacia el mar se inclina?'*

Palas Atenea, la deidad de los brillantes o>s, le respondió diciendo: ** ¡Forastero! Eres un simple, o vienes de lejos, cuando me preguntas por esta tierra, cuyo nombre no es tan obscuro, ya que la conocen muchísimos, así de los que viven hacia el lado por donde salen Eos y Helios, como de los que moran en la otra parte, hacia el tenebroso Ocaso. Es, en verdad, áspera e impropia para la equitación; pero no completamente estéril, aunque pequeña, pues pro- duce trigo en abundancia y también vino; nunca le falta ni la lluvia ni el fecunde rocío; es muy a pro-

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HOMERO

pósito para apacentar cabras y bueyes; cría bosques de todas clases, y tiene abrevaderos que jamás se agotan. Por lo cual, oh forastero, el nombre de Itaca llegó basta Troya, que, según dicen, está muy apar- tada de la tierra aquiva."

De esta suerte habló. Alegróse el paciente divinal Odiseo, holgándose de su patria, que le nombraba Pa- las Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida; y pro- nunció en seguida estas aladas palabras, ocultándole la verdad con hacerle un relato fingido, pues ¡siempre revolvía en su pecho ideas muy astutas:

'*0í hablar de Itaca allá en la espaciosa Troya, muy lejos al otro lado del ponto, y he llegado ahora con estas riquezas. Otras tantas dejé a mis hijos, y voy huyendo, porque maté al hijo querido de Ido- meneo, a Orsíloco, el de los raudos pies, que aventa- jaba con su ligereza en el correr a los hombres indus- triosos de la vasta Creta; el cual deseó privarme del botín de Troya, por el que tantas fatigas padeciera, ya combatiendo con los hombres, ya surcando las temibles ondas, a causa de no habeime prestado a complacer a su padre, sirviéndole en el pueblo de los troyanos, donde yo era caudillo de otros compañeros. Como en cierta ocasión aquél tornara del campo, en- vásele la broncínea lanza, habiéndole acechado con un amigo junto a la senda: obscurísima noche cubría el cielo, ningún hombre fijó su atención en nosotros, y así quedó oculto que le hubiese dado muerte. Después que lo mató con el agudo bronce, fuíme hacia la nave de unos ilustres fenicios, a quienes supliqué y pedí, dándoles buena parte del botín, que me llevasen a Pilos o a la divina Elide, donde ejercen su dominio los Epeos. Mas la fuerza del viento extraviólos, mal de su grado, pues no querían engañarme; y, errabun-

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LA ODISEA

dos, llegamos acá por la noche. Con mucha fatiga pudimos entrar en el puerto^ a fuerza de remos; y, aunque muy necesitados de tomar alimento, nadie pensó en la cena; desembarcamos todos, y nos echa- mos en la playa. Entonces me vino a mí, que estaba cansadísimo, un dulce sueño; sacaron aquéllos de la cóncava nave mis riquezas, las dejaron en la arena donde me hallaba tendido y volvieron a embarcarse para ir a la populosa Sidón; y yo me quedó aquí, con el corazón triste. *'

Así se expresó. Sonrióse Palas Atenea, la deidad de los brillantes ojos, le halagó con la mano y, trans- figurándose cu una mujer hermosa, alta y diestra en eximias labores, le dijo estas aladas palabras:

''Astuto y falaz habría de ser quien te aventajara en cualquier clase de engaños, aunque fuese un dios el que te saliera al encuentro. ¡Temerario, invencio- nero, incansable en el dolo! ¿Ni aun en tu patria habías de renunciar a los fraudes y a las palabras engañosas, que siempre fueron de tu gusto? Mas, ea, no se hable más de ello, que ambos somos peritos en las astucias, pues si sobresales mucho entre los hombres por tu consejo y tus palabras, yo soy cele- brada entre todas las deidades por mi prudencia y mis astucias. ¿Pero, aun no has reconocido en a Palas Atenea, hija de Zeus, que siempre te asisto y protejo en tus cuitas, β hice que les fueras agradable a todos los feacios? Vengo ahora a forjar contigo algún plan, a esconder cuantas riquezas te dieron los ilustres feacios por mi voluntad e inspiración, cuando viniste a la patria, y a revelarte todos los trabajos que has de soportar fatalmente en tu morada bien construida; toléralos, ya que es preciso, y no digas a ninguno de los hombres ni de las mujeres, que lie*

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gaste peregrinando; antes bien, sufre en silencio los muchos pesares y aguanta las violencias que te hi- cieren los hombres. ''

Kespondióle el ingenioso Odiseo: ** Difícil es, oh diosa, que un mortal al encontrarse contigo logro conocerte, aunque fuere muy sabio, porque tomas la fi- gura que te place. Bien que me fuiste propicia mien- tras los aqueos peleamos en Troya; pero después que arruinamos la excelsa ciudad de Príamo, partimos en las naves y un dios dispersó a los aqueos, nunca te he visto, oh, hija de Zeus, ni he advertido que subieras en mi bajel para ahorrarme ningún pesar. Por el contrario, anduve errante constantemente, teniendo en mi pecho el corazón atravesado de dolor, hasta que los dioses me libraron del infortunio; y tú, en el rico pueblo de \o^ feacios, me confortaste con tus palabras y me condujiste a la población. Ahora, por tu padre, te lo suplico pues no creo haber arribado a Itaca, que se ve de lejos, sino que estoy en otra tierra y que hablas de burlas para engañarme : díme si en verdad he llegado a mi querida tierra.*'

Contestóle Palas Atenea, la deidad de los claros ojos: *' Siempre guardas en tu pecho la misma cordura, y no puedo desampararte en la desgracia, porque eres afable, perspicaz y sensato. Cualquiera que volviese después de vagar tanto, deseara ver en su palacio a los hijos y a la esposa; mas a ti no te place saber de ellos, ni preguntar por los mismos, hasta que hayas probado a tu mujer, la cual permanece en tu morada y consume los días y las noches tristemente, pues de continuo está llorando. Yo jamás puse en duda, pues me constaba con certeza, que volverías a tu pa- tria, después de perder todos los compañeros; mas no quise luchar con Poseidón, mi tío paterno, cuyo áni-

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LA ODISEA

mo se encolerizó e irritó contigo, porque le cegaste su caro hijo. Pero, ea, voy a mostrarte el suelo de Itaca, para que te convenzas. Este es el puerto de Forcis, el anciano del mar; aquél, el olivo de largas hojas, que existe al cabo del puerto; cerca del mismo se halla la gruta deliciosa, sombría, consagrada a las ninfas que Náyades se llaman; aquí tienes la above- dada cueva, donde sacrificabas a las ninfas gran nú- mero de perfectas hecatombes; y allá puedes ver el Nérito, el frondoso monte."

Cuando así hubo hablado, la deidad disipó la nube, apareció el país y el paciente divinal Odiseo se ale- gró, holgándose de su tierra, y besó el fértil suelo. Y acto continuo, oró a las ninfas, con las manos le- vantadas:

"¡Ninfas Náyades, hijas de Zeus! Ya me figuraba que no os vería más. Ahora os saludo con dulces vo- tos y os haremos ofrendas, como antes, si la hija de Zeus, la que impera en las batallas, permite bené- vola que yo viva y vea crecer a mi hijo."

Díjole entonces Palas Atenea, la deidad de loa ojos zarcos: '* Cobra ánimo y no te preocupes por esto. Pero metamos ahora mismo las riquezas en lo más hondo del divino antro, a fin de que las tengas seguras, y delibéremeos, para que todo se haga de la mejor manera."

Cuando así hubo hablado, penetró la diosa en la sombría cueva y fué en busca de los escondrijos; y Odiseo le llevó todas las cosas el oro, el duro bron- ce y las vestiduras bien hechas que le regalaran los feacios. Así que estuvieron colocadas del modo más conveniente, Palas Atenea, hija de Zeus, que lle- va la égida, obstruyó la entrada con una piedra. Sen- táronse después en las raíces del sagrado olivo, y de-

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liberaron acerca del exterminio de los orgulloáos Tre- Lendientes. Palas Atenea, la deidad de los brillantes ojos, fué quien rompió el silencio, pronunciando estas palabras:

"¡Laertíada, de linaje divino! ¡Odiseo, fecundo en recursos! Piensa cómo pondrás las manos en los des- vergonzados Pretendientes, que tres años ha que man- dan en tu palacio y solicitan a tu divinal consorte, a la que ofrecen regalos de boda; mas ella, suspirando en su ánimo por tu regreso, si bien a todos les da es- peranzas y a cada uno le hace promesas, enviándole mensajes, revuelve en su espíritu muy distintos pen- samientos/'

El ingenioso Odiseo le respondió diciendo: **¡0h númenes! Sin duda iba a perecer en el palacio, con el mismo hado funesto de Agamenón Atrida, si tú, oh diosa, no me hubieses instruido convenientemente acerca de estas cosas. Mas, ea, traza un plan para que los castigue, y ponte a mi lado, infundiéndome for- taleza y audacia, como en aquel tiempo en que des- truíamos las lucientes almenas de la ciudad de Troya. Si con el mismo ardor de entonces me acompañares, oh deidad de los brillantes ojos, yo combatiría solo hasta contra trescientos guerreros; pero con tu ayuda, veneranda diosa, siempre que benévola me socorrie- res. ' *

Contestóle Palas Atenea, la deidad de los ojos cla- ros: **Te asistiré ciertamente, sin que me pases in- advertido cuando en tales cosas nos ocupemos, y creo que alguno de los Pretendientes que devoran tus bie- nes, manchará con su sangre y sus sesos el exten- sísimo pavimento. Mas, ea, voy a hacerte incognos- cible para todos los mortales: arrugaré el Kermoso cutis de tus ágiles miembros, raeré de tu cabeza los

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LA ODISEA

blondos cabellos, te poudré unos harapos que causen horror al que te vea, y haré sarnosos tus ojos, ahora tan bellos, para que les parezcas un ser despreciable a todos los Pretendientes y a la esx:)osa y al hijo que dejaste en tu palacio. Llégate ante todo al porque- rizo, al guardián de tus puercos, que te quiere bien, y adora a tu hijo y a la prudente Penélope. Lo ha- llarás sentado entre los puercos, los cuales pacen jun- to a la roca del Cuervo, en la fuente de Aretusa, comiendo abundantes bellotas y bebiendo aguas tur- bias, cosas ambas que hacen ciecer en los mismos la floreciente grosura. Quédate allí de asiento e interró- gale sobre cuanto deseares, mientras yo voy a Es- parta, la de hermosas mujeres, y llamo a Telémaco, tu hijo, oh Odiseo, que se fué junto a Menelao, en la vasta Lacedemonia, para saber por la fama, si aún ostabas vivo en alguna parte.''

Respondióle el ingenioso Odiseo: *'¿Y por qué no se lo dijiste, ya que tu mente todo lo sabía? ¿Acaso ]-nra que también pase trabajos, errante por el esté- ril ponto, y los demás se le coman los bienes?"

Contestóle Palas Atenea, la deidad do los brillan- tes ojos: ''Muy poco has de inquietarte por él. Yo misma le llevé, para que, con ir allá, adquiriese ilus- tre fama; y no sufre trabajo alguno, sino que se está tranquilo en el palacio del Atrida, teniéndolo todo en gran abundancia. Cierto que los jóvenes le acechan, embarcados en negro bajel, y quieren ma- tarle cuando vuelva al patrio suelo; pero me parece que no sucederá así y que antes la tierra tendrá en su seno a alguno de los Pretendientes que devoran lo tuyo. ' '

Dicho esto, tocóle Palas Atenea con una varita. La diosa le arrugó el hermoso cutis en los ágiles

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Ε o Μ Ε R φ

miembros, le rayó de la cabeza los blondos cabellos, púsole la piel de todo el cuerpo de tal forma, qu• parecía la de un anciano, hízole sarnosos los ojos, antes tan bellos; vistióle unos harapos y una túnica, que estaban rotos, sucios y manchados feamente por el humo; le echó encima el cuero grande, sin pelam- bre ya, de una veloz cierva, y le entregó un palo y un astroso zurrón lleno de agujeros, con su correa retorcida.

Después de deliberar así, se separaron, yéndose Pa- las Atenea a la divinal Lacedemonia, donde se ha- llaba el hijo de Odiseo.

Odiceo transfigurado en un anciano, conversa con el por- querizo Eumeo

RAPSODIA DECIMACUARTA

DISEO, dejando el puerto, empe- zó áspero camino, por lugares selvosos, entre unas eminencias hacia donde le indicara Palas Atenea que hallaría al porque- rizo; el cual era, entre todos los criados adquiridos por el divino Odiseo, quien con mayor solicitud le cuidaba los bienes.

Hallóle sentado en el vestíbulo de la majada ex- celsa, hermosa y grande, construida en lugar des- cubierto, que se andaba toda ella en rededor; la cual labrara el porquerizo para los cerdos del ausente rey, sin ayuda de su señora ni del anciano Laertes, em- pleando piedras de acarreo y cercándola con un seto

Sftt

HOME R O

espinoso. Puso fuera de la majada, acá y allá, una larga serie de espesas estacas, que había cortado del corazón de unas encinas; y construyó dentro, doce po- cilgas muy juntas, en que se echaban los puercos. En cada una tenía encerradas cincuenta hembras pari- das, de puercos, que se acuestan en el suelo; y los machos, pasaban la noche fuera, siendo su número mucho menor, porque los Pretendientes, iguales a los dioses, los disminuían, comiéndose siempre el mejor de los puercos grasos, que les enviaba el porquerizo. Eran los cerdos, trescientos sesenta. Junto a los mis- mos, hallábanse constantemente cuatro perros, seme- jantes a fieras, que había creado el porquerizo, ma- yoral de los pastores. Este cortaba entonces un cuero de buey, de color vivo y hacía unas sandalias, ajus- tándolas a sus pies; y de los otros pastores, tres se habían encaminado a diferentes lugares, con las pia- ras de los cerdos, y el cuarto, había sido enviado a la ciudad por Eumeo, a llevarles a los orgullosos Pre- tendientes, el obligado puerco, que inmolarían para saciar con laL carne su apetito.

De súbito los perros ladradores vieron a Odiseo y, ladrando, corrieron a encontrarle; mas el héroe se sentó astutamente y dejó caer el báculo que llevaba en la mano. Entonces quizá hubiera padecido vergon- zoso infortunio, cabe sus propios establos; pero el porquerizo siguió en seguida y con ágil pie a los ca- nes y, atravesando apresuradamente el umbral, donde se le cayó de la mano aquel cueio, les dio voces, los echó a pedradas a cada uno por su lado, y habló al rey de esta manera:

**¡0h, anciano! Poco faltó para que los perros te despedazaran súbitamente, con lo cual me habrías causado gran oprolbio. Ya los dioses me tienen dolo-

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LA ODISEA

rido y me hacen gemir por una causa bien distinta; pues mientras lloro y me angustio, pensando en mi señor, igual a un dios, he de criar estos pueicos gra- sos para que otros se los coman; y quizás él esté hambriento y ande peregrino por pueblos y ciudades de gente de extraño lenguaje, y si aún vive y con- templa la lumbre de Helios. Pero ven, anciano, si- gúeme a la cabana, para que, después de saciarte do manjares y de vino, conforme a tu deseo, me digas dónde naciste y cuántos infortunios has sufrido.'^

Diciendo así, el divinal porquerizo, guióle a la ca- bana, introdújole en ella, e hízole sentar, después de esparcir por el suelo muchas ramas secas, las cuales cubrió con la piel de una cabra montes, grande, vellosa y tupida, que lo servía de lecho. Holgóse Odi- seo del recibimiento que le hacía Eumeo, y le habló de esta suerte:

**¡Zeus y los inmortales dioses te concedan, oh huésped, lo que más anheles; ya que con tal benevo- lencia me has acogido!"

Y le contestaste así, porquerizo Eumeo: '*¡0h forastero! No me es lícito despreciar al huésped que se presente, aunque sea más miserable que tú, pues todos los forasteros y pobres son de Zeus. Cualquier donación nuestra les es grata, no embargante que haya de ser exigua; que así suelen hacerlas los sier- vos, siempre temerosos, cuando mandan amos jóve- nes. Pues las deidades atajaron sin duda la vuelta del mío, el cual, amándome sobre todo extremo, me hu- biese proporcionado una posición, una casa, un pe- culio y una mujer hermosa; todo lo cual da un amo benévolo a su siervo, cuando ha trabajado mucho para él y las deidades hacen prosperar su obra, como hicieron prosperar ésta en que me ocupo. Grande-

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Β o ME R O

mente me ayudara mi señor, si aquí envejeciese; pero murió ya: jAsí hubiera perecido completamente Ja estirpe de Helena, por la cual a tantos hombres les quebraron las rodillas! Que aquél fué a Ilion, la de hermosos corceles, para honrar a Agamenón, comba- tiendo contra los teneros."

Diciendo así, en un instante se sujetó la túnica con el cinturón, se fué a las pocilgas donde estaban las piaras de los puercos, volvió con dos, y a entrambos los sacrificó, los chamuscó y, después de descuarti- zarlos, los espetó en los asadores. Cuando la carne estuvo asada, se la llevó a Odiseo, caliente aún y en los mismos asadores, polvoreándola de blanca harina; echó en una copa de hiedra vino, dulce como la miel, sentóse en frente de Odiseo, e invitándole, hablólo de esta suerte:

''Come, oh huésped, esta carne de puerco, que es la que está a la disposición de los esclavos; pues los Pretendientes devoran los cerdos más gordos, sin pen- sar en la venganza de las deidades, ni sentir piedad alguna. Pero los bienaventurados númenes no se agra- dan de las obras perversas, sino que honran la jus- ticia y las acciones sensatas de los varones. Y aun los varones malévolos y enemigos que invaden el país ajeno, y, permitiéndoles Zeus que recojan botín, vuel- ven a la patria con las naves repletas; aún éstos sien- ten que un fuerte temor de la venganza divina les oprime el corazón. Mas los Pretendientes, algo deben de saber de la deplorable muerte de aquél, por la voz de alguna deidad que han oído, cuando no quieren pe- dir de justo modo el casamiento, ni restituirse a sus casas; antes muy tranquilos, consumen los bienes or- gullosa e Inmoderadamente. En ninguno de los días ni de las noches, que proceden de Zeus, se contentan con

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LA ODISEA

sacrificar una víctima, ni dos tan sólo; j agotan el vino, bebiéndolo sin tasa alguna. Pues la hacienda de mi amo era cuantiosísima, tanto como la de ninguno de los héroes que viven en el negro continente o en la propia Itaca, y ni juntando veinte hombres la su- ya, pudieran igualarla. Te la voy a especificar. Doce vac>^das hay en el continente; y otras tantas greyes de oVejas, otras tantas piaras de cerdos, y otras tan- ^AS copiosas manadas de cabras apacientan allá sus pastores y gente asalariada. Aquí pacen once hatos numerosos de cabras, en la extremidad del campo, y los vigilan buenos pastores, cada uno de los cuales lleva todos los días a los Pretendientes una res, aqué- lla de las bien nutridas cabras que le parece mejor. Y yo guardo y protejo estas piaras y, separando siem- pre el mejor de los puercos, se los envío también."

Así habló. Odiseo, sin desplegar los labios, se apre- suraba a comer la vianda y bebía vino con avidez, maquinando males contra los Pretendientes. Después que hubo eenado y repuesto el ánimo con la comida, dióle Eumeo la copa que usaba para beber, llena de vino. Aceptóla el héroe y, alegrándose en su corazón, X^ronunció estas aladas palabras:

*'¡0h amigo! ¿Quién fué el que te compró con sus bienes y era tan opulento y poderoso, según cuen- tas? ¿Decías que pereció por causa de la honra de Agamenón? Nómbramelo, por si en alguna parto hu- biese conocido a tal hombre. Zeus y los dioses inmor- tales saben si lo he visto y podré darte alguna nueva, pues anduve perdido por muchos pueblos."

Respondióle el porquerizo, mayoral de los pastorea: "¡Oh, viejo I A ningún vagabundo que llegue con no ticias de mi amo, le darán crédito ni la mujer de éste ni su hijo; pues los que van errantes y necesitan eo-

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Η o ME R O

corro, mienten sin reparo y se niegan a hablar since- ramente. Todo aquél que, peregrinando, llega al pue- blo de Itaca, va a referirle patrañas a mi señora, y ésta le acoje amistosamente, le hace preguntas sobro cada punto, y al momento solloza y destila lágrima sus párpados, como es costumbre de la mujer cuyo marido lia muerto en otra tierra. mismo, anciíi no, inventarías muy pronto cualquier relación, si le diesen un manto y una túnica con qué vestirte. Mas ya los perros y las veloces aves han debido de separar- le la piel de los huesos y el alma le habrá dejado; o quizás los peces lo devoraron en el ponto y stís huesos yacen en la playa, dentro de un gran montón de arena. De tal suerte murió aquél y nos ha dejado pesares a todos sus amigos y especialmente a mí, que ya no hallaré un amo tan benévolo en ningún lugar a que me encamine, ni aun si me fuere a la casa de mi padre y de mi madre, donde nací y ellos me cria- ron. Lloro no tanto por los mismos, aunque deseara verlos con mis ojos en la patria tierra, como porque me aqueja el deseo del ausente Odiseo; a quien, oh huésped, temo nombrar, hallándose ausente, puea me amaba mucho y se preocupaba por en su corazón, y yo le llamo hermano del alma por más que esté lejos."

Hablóle entonces el paciente divinal Odiseo: **j01i amigo! Ya que a todo te niegas, asegurando que aquél no ha de volver, y tu ánimo permanece incrédulo; no sólo quiero repetirte, sino hasta jurarte, que- Odi seo volverá. Por albricias de la buena nueva, reves- tidme de un manto y una túnica, que sean hermosas vestiduras, tan presto como aquél llegue a su palacio; pues antes nada aceptaría, no obstante la gran ne- cesidad en que me encuentro. Me es tan odioso como

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las puertas del Hades, aquél que, cediendo a la mise- ria, refiere embustes. Sean testigos, primeramente Zeus entre los dioses y luego la mesa hospitalaria y el hogar del irreprochable Odiseo, a que he llegado, de que todo se í?umplirá como lo digo: Odiseo vendrá aqui este mismo año; al terminar el corriente mes y comenzar el otro, volverá a su casa, y se vengará de quien ultraje a su mujer y a su preclaro hijo."

Y le contestaste así, porquerizo Eumeo: '*¡0h anciano! Ni tendré qué pagar albricias por la buena nueva, ni Odiseo tornará a su casa; pero bebe tran- quilo, cambiemos de conversación y no me traigas tal asunto a la memoria; que el ánimo se me aflige en el pecho cada vez que oigo mentar a mi venerable se- ñor. Prescindamos, pues, del juramento y preséntese Odiseo, como yo quisiera y también Penélope, el an- ciano Laertes y Telémaco, semejante a los dioses. Por este niño me lamento ahora sin cesar, por Telémaco, a quien engendró Odiseo; como las deidades le cria- ran, lo mismo que un pimpollo, pensé que más ade- lante no sería entre los hombres inferior a su padre, sino tan digno de admiración por su cuerpo y su genti- leza; mas, habiéndole trastornado alguno de los In- mortales o de los hombres el buen juicio de que dis- frutaba, se ha ido a la divina Pilos, en busca de noticias de su progenitor, y los ilustres Pretendientes le preparan asechanzas para cuando torne, a fin do que desaparezca de Itaca, sin gloria alguna, el linaje de Arcesio, strsí,cjante a los dioses. Pero, dejémoslo, ora sef). crcpturg/o, ora logre escapar, porque el Croni- da exti£ii4tr su brazo encima, del mismo. Ea, anciano, reñérenie tus cuitas, ydimo la verdad de esto, para que yo me entere: ¿Quién eres y de qué país pro- cedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? ¿En

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HOMERO

cuál embarcación llegaste? ¿Cómo los marineros te trajeron a Itacaf ¿Quiénes se precian de ser? Pues no me figuro que hayas venido andando."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: "De todo esto voy a informarte circunstanciadamente. Si tuviéra- mos comida y dulce vino para mucho tiempo, y nos quedásemos a celebrar festines en esta cabana, mien- tras los demás fueran al trabajo, no me sería fácil referirte en todo el año, cuántos pesares ha sufrido mi espíritu, por la voluntad de los dioses.

*'Por mi linaje, me precio de ser natural de la es- paciosa Creta, donde tuve por padre un varón opu- lento. Otros muchos hijos le nacieron también y se criaron en el palacio, todos legítimos, de su esposa, mientras que a mí, me parió una mujer comprada, que fué su concubina; pero guardábame igual considera- ción que a sus hijos legítimos. Castor Hilácida, cuyo vastago me glorío de ser, y a quién honraban los cre- tenses como a un dios, por su felicidad, por sus ri- quezas y por su gloriosa prole. Cuando las Keres de la muerte se lo llevaron a la morada de Hades, y sus hijos magnánimos partieron entre las riquezas, echando suertes sobre las mismas, me dieron muy poco, asignándome una casa. Tomé una mujer, de gen- te muy rica, por sólo mi valor; que no era yo des- preciable, ni tímido en la guerra. Ahora, ya todo lo he perdido; esto no obstante, viendo la paja cono- cerás la mies, aunque me tiene abrumado un gran infortunio. Diéronme Ares y Palas Atenea audacia y valor para destruir las huestes de los contrarios, y en ninguna de las veces que hube de elegir los hom- bres de más bríos y llevarlos a una emboscada, ma- quinando males contra los enemigos, mi ánimo gene- roso me puso la muerte ante los ojos; sino qu•.

SM

LA ODISEA

arrojándome a la lucha mucho antes que nadie, era quien primero mataba con la lanza al enemigo que no me aventajase en la ligereza de sus pies. De tal modo me conducía en la guerra. No me gustaban las labores campestres, ni el cuidado de la casa que cría hijos ilustres, sino tan solamente las naves con sus remos, los combates, los pulidos dardos y las saetas; cosas tristes y horrendas para los demás y gratas para mí, por haberme dado algún dios tal inclinación; que no todos hallamos deleite en las mismas acciones. Ya antes que los aqueos pusieran el pie en Troya, había capitaneado nueve veces hombres y navios de ligero andar, contra extranjeras gentes, y todas las cosas llegaban a mis manos en gran abundancia. De ellas me reservaba las más agradables y luego me to- caban muchas por suerte; de manera que, creciendo mi casa con rapidez, fui poderoso y respetado entre los cretenses. Mas cuándo dispuso el longividente Zeus aquella expedición odiosa, en la cual a tantos varones les quebraron las rodillas, se me mandó a y al perín- clito Idomeneo que fuéramos capitanes de los bajeles que, iban a Ilion, y no hubo medio de negarse, por el temor de adquirir mala fama entre el pueblo. Allá peleamos los aqueos nueve años y al décimo, asolada por nosotros la ciudad de Príamo, partimos en las naves hacia nuestras casas; pero un dios dispersó a los aqueos. Y el próvido Zeus meditó males contra mí, desgraciado, que estuve holgando un mes tan sólo con mis hijos, mi legítima esposa y mis riquezas; puei luego llevóme el ánimo a navegar hacia Egipto, pre- parando debidamente los bajeles con los compañeros iguales a los dioses. Equipé nueve barcos y pronto se reunió la gente necesaria.

"Seis días pasaron mis fieles compañeros celebran-

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π o Μ ERO

lio banquetes, y yo les proporcioné muchas víctimas para los sacrificios y para su propia comida. Al sép- timo, subimos a los barcos y, partiendo de la espaciosa Creta, navegamos al soplo de un fuerte y próspero Bóreas, con igual facilidad que si nos llevara la co- rriente. Ninguna de las naves recibió daño y todos estábamos en ella sanos y salvos, pues el viento y los pilotos las conducían. En cinco días llegamos al río Egipto, de hermosa corriente, en el cual detuve las corvas galeras. Entonces, después de mandar a los fieles compañeros que se quedasen a custodiar las embarcaciones, envié espías a los lugares oportunos para explorar la comarca. Pero los míos, cediendo a la insolencia, por seguir su propio impulso, empezaron a devastar los hermosos campos de los egipcios; y se llevaban las mujeres y los niños, y daban muerte a los varones. No tardó el clamoreo en llegar a la ciu- dad. Sus habitantes, habiendo oído los gritos, vinie- ron al amanecer: el campo se llenó de infantería, de jinetes y de reluciente bronce; Zeus, que se huelga con el rayo, envió a mis compañeros la perniciosa fuga; y ya, desde aquel momento, nadie se atrevió a resistir, pues los males nos cercaban por todas partes. Allí nos mataron con el agudo bronco muchos hom- bres, y a otros, se los llevaron para obligarles a tra- bajar en pro de los ciudadanos. A mí, el mismo Zeus púsome en el alma esta resolución ojalá me Hubiese muerto entonces y se hubiera cumplido mi hado allí en Egipto, pues la desgracia tenía que perseguirme aún: al instante me quité de la cabeza el bien la- brado yelmo y de los hombros el escudo, arrojé la lanza lejos de las manos y me fui hacia los corceles del rey, a quien abracé por las rodillas, besándoselas. El rey me protegió y salvó; pues, haciéndome subir al

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carro en que iba montado, me condujo a su casa, mien- tras mis ojos despedían lágrimas. Acometiéronme mu- chísimos con sus lanzas de fresno e intentaron matar- me, porque estaban muy irritados; pero aquél los apartó, temiendo la cólera de Zeus hospitalario, el cual se indigna en gran manera por las malas accio- nes. Allí me detuve siete años y junté muchas ri quezas entre los egipcios, pues todos me daban alguna cosa. Mas, cuando llegó el octavo, presentóse un fe- nicio muy trapacero y falaz, que ya había causado a otros hombres multitud de males; y, persuadiéndome con su ingenio, llevóme a Fenicia, donde se hallaban su casa y sus bienes. Estuve con él un año entero; y tan pronto como, transcurriendo el año, los meses y los días del mismo se acabaron y las estaciones volvieron a sucederse, urdió otros engaños y me llevó a la Li- bia en su nave, surcadora. del ponto, con el aparente fin de que le ayudase a conducir sus mercancías; pe- ro, en realidad, para venderme allí por un precio cuan- tioso. Tuve que seguirle, aunque ya sospechaba algo, y me embarqué en su bajel. Corría ésto por el mar al soplo de un próspero y fuerte Bóreas, a la altura de Creta; y en tanto, meditaba Zeus cómo a la per- dición nos llevaría.

*' Cuando hubimos dejado a Creta y ya no so divisa- ba tierra alguna, sino tan solamente el cielo y el mar. Zeus colocó por cima do la cóncava embarcación una parda nube, debajo de la cual se obscureció el ponto, despidió un trueno y simultáneamente arrojó un ra- yo en nuestra nave: ésta se estremeció al ser heri- da por el rayo de Zeus, llenándose del olor del azu- fre; y mis hombres cayeron en el agua. Llevábalos el oleaje alrededor del negro bajel y un dios los pri- vó de la vuelta a la patria. Pero a mí, aunque afli-

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gido en el ánimo, el propio Zeus echóme en las manos el mástil larguísimo de la nave de azulada proa, para que, aun entonces, escapase de la desgracia. Abraza- do con él fui juguete de los perniciosos vientos, du- rante nueve días; y al décimo, en una noche obs- cura, ingente ola me arrojó a la tierra, de los Tespro- tos. Allí el héroe Eeidón, rey de los Tesprotos, aco- gióme graciosamente; pues habióndose presentado su hijo donde yo me encontraba, me llevó a la mansión del padre, cuando ya me rendían el frío y el can- sancio, y me entregó un manto y una túnica, para que me vistiera.

'*Allí me hablaion de Odiseo: participóme el rey que le estaba dando amistoso acogimiento y que ya el héroe iba a volver a su patria tierra; y me mostró todas las riquezas que Odiseo había juntado en bron- ce, oro y labrado hierro, con las cuales pudieran mantenerse un hombre y sus descendientes hasta la décima generación: ¡tantos objetos preciosos tenía en el palacio de aquel monarca! Añadió que Odiseo se hallaba en Dodona, para saber por la alta encina la voluntad de Zeus sobre si convendría que volviese manifiesta o encubiertamente al rico país de Itaca, del cual habíase ausentado hacía mucho tiempo. Y juró en mi presencia, ofreciendo libaciones en su ca- sa, que ya habían botado al mar la nave y estaban a punto los compañeros, para conducirlo a su patria tierra. Pero antes despidióme a mí, porque se ofreció casualmente una nave de marineros Tesprotos que iba a Duliquio, la abundosa en trigo. Mandóles que me llevasen con toda solicitud al rey Acasto; mas a ellos les plugo tomar una perversa resolución, para que aún me cayeran encima toda suerte de desgracias β infortunios. Así que la nave surcadora del ponto,

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LA ODISEA

estuvo muy distante de la tierra, decidieron que hu- biese llegado para el día de la esclavitud, y, desnudándome del manto y de la túnica que llevaba puestos, vistiéronme estos miserables harapos y esta túnica, llenos de agujeros, que ahora contemplas con tus ojos. Por la tarde, vinimos a los campos de Itaca, que se ve de lejos; en llegando, atáronme fuerte- mente a la nave de muchos bancos con una soga re- torcida, yi acto continuo, saltaron en tierra y toma- ron la cena a orillas del mar. Pero los propios dioses desligáronme fácilmente las ataduras; y entonces, liándome yo los harapos a la cabeza, me deslicé por el pulido timón, di a la mar el pecho, nadé con am- bas manos, y muy pronto me hallé alejado de aqué- llos, y fuera de su alcance. Salí del mar, adonde hay un bosque de florecientes encinas y me quedé echado en tierra; ellos no cesaban de agitarse y de proferir hondos suspiros, pero al fin, no les pareció ventajoso continuar la busca y tornaron a la cóncava nave; y los dioses me encubrieron con facilidad y me trajeron a la majada de un varón prudente, porque quiere el hado que mi vida sea más larga.*'

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: '*|Ah, huésped sin ventura! Me has conmovido hondamente el ánimo, al relatarme tan en particular cuánto pa- deciste y cuánto erraste de una parte a otra. Pero no me parece que hayas hablado como debieras, en lo referente a Odiseo, ni me convencerás con tus pala- bras. ¿Qué es lo que te obliga, siendo cual eres, a mentir inútilmente? niuy bien a qué atenerme con respecto a la vuelta de mi señor, el cual debió de serles muy odioso a todas las deidades, cuando éstas no quisieron que acabara sus días entre los teneros, ni en brazos de sus amigos, después que terminó la

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Η o ME R O

guerra; pues entonces todos los aqueos le habrían eri- gido un túmulo y hubiese legado a su hijo una gloria iuniensa. Ahora desapareció sin fama, arrebatado por las Harpías. Mas yo vivo apartado, cabe los puercos, y sólo voy a la ciudad cuando la prudente Penélope me llama, porque le traen de alguna parte cualquier noticia: sentados los de allá junto al reciói* venido, hácenle toda suerte de preguntas, así los que se en- tristecen por la prolongada ausencia del rey, como los que de ella se regocijan, porque devoran impune- mente sus bienes; pero a no me place escudriñar ni preguntar cosa alguna, desde que me engañó con sus palabias un hombre etolo, el cual, habiendo vaga- do por mnchas regiones, a causa de un homicidio, liego a mi morada y le traté afectuosamente. Ase- gnró que había visto a Odiseo en Creta, junto a Ido- meneo, donde reparaba el daño que en sus embarca- ciones causaran las tempestades; y dijo que llegaría hacia el verano o el otoño, con muchas riquezas, y juntamente con los compañeros, iguales a los dioses. Y tú, oh viejo, que tantos males padeciste, ya que un dios te ha traído a mi casa, no quieras congraciarte ni halagarme con embustes; que no te respetaré ni te querré por esto, sino por el temor de Zeus hospi- talario y por la compasión que me inspiras."

Bespondióle el ingenioso Odiseo: "Muy incrédulo es, en verdad, el ánimo que en tu pecho se encierra, cuando ni con el juramento he podido lograr que de te fiases y creyeses cuanto te dije. Mas, ea, ha- gamos un convenio y por cima de nosotros sean tes- tigos los dioses, que en el Olimpo tienen su morada. Si tu señor volviere a esta casa, me darás un manto y una túnica para vestirme y me enviarás a Duliquio, que es el lugar adonde a mi ánimo le place ir; y

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LA ODISEA

si no volviere, como te he dichO; iucita contra mi a tus criados, y arrójenme de elevada peña, a ña de que los demás pordioseros se abstengan de engañarte."

Eespondióle el divinal porquerizo: "¡Oh, huésped! Buena fama y opinión de * virtud ganara entre los hombres ahora y en lo sucesivo, si, después de traerte a mi cabana y presentarte los dones de la hospitalidad, te fuera a matar, privándote de la existencia. ¡Con qué disposición rogaría al Cronida Zeus! Pero ya es hora de cenar: ojalá viniesen pronto los compañeros, para que aparejáramos dentro de la cabana una agra- dable cena."

Así éstos conversaban. Entretanto, acercáronse los puercos con sus pastores, quienes encerraron las ma- rranas en las pocilgas, para que durmiesen; γ un gruñido inmenso se dejó oír, mientras los puercos se acomodaban en los establos. Entonces el divinal por- querizo dio esta orden a sus compañeros:

** Traed el mejor de los puercos, para que lo sa- crifique en honra de este forastero, venido de lejas tierras y nos sirva de provecho a nosotros, que ha mucho tiempo que nos fatigamos por los cerdos de albos colmillos y otros se comen impunemente el fru- to de nuestros afanes."

Diciendo así, cortó leña con el despiadado bronce, mientras los pastores introducían un gordísimo puer- co de cinco años, que dejaron junto al hogar; y el porquerizo no se olvidó de los Inmortales, pues tenía buenos sentimientos: ofrecióles las primicias, arrojan- do en el fuego algunas cerdas de la cabeza del puerco de blancos dientes, y pidió a todos los dioses que el prudente Odiseo tornara a su casa. Después, alzó el brazo, y con un tronco de encina que dejara al cortar la leña, hirió al puerco, que cayó exánime.

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HOMERO

PJllos lo degollaron, lo chamuscaron, y seguidamente lo partieron en pedazos. El porquerizo empezó por tomar una parte de cada miembro del animal, envolvió en pingüe grasa los trozos crudos y, polvoreándolos de blanca harina, los echó en el fuego. Dividieron lo restante en pedazos más chicos, que espetaron en los asadores, los asaron cuidadosamente y, retirándolos del fuego, los colocaron todos juntos encima de la mesa. Levantóse a hacer partes el porquerizo, cuya mente tanto apreciaba la justicia, y, dividiendo los trozos, formó siete porciones; ofreció una a las Nin- fas y a Hermes, hijo de Maya, a quienes dirigió votos, y distribuyó las demás a los comensales, hon- rando a Odiseo con el ancho lomo del puerco de albos colmillos, obsequio que alegró el espíritu a su señor. En seguida, el ingenoiso Odiseo le habló, diciendo:

''¡Ojalá seas, oh Eumeo, tan caro al padre Zeus como a mismo, pues, aun estando como estoy, me honras con excelentes dones!"

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: **Come, oh el más infortunado de los huéspedes, y disfruta de lo que tienes delante; pues la divinidad te dará esto y te rehusará aquello, según le plegué a su áni- mo, puesto que es todopoderosa."

Dijo, sacrificó las primicias a los sempiternos nú- menes y, libando el negro vino, puso la copa en manos de Odiseo, asolador de ciudades, que junto a su por- ción estaba sentado. Eepartióles el pan Mesaulio, a quien el porquerizo había adquirido por sólo, en la ausencia de su amo y sin la ayuda de su señora, ni del anciano Laertes, comprándolo a unos Tafios, con sus propios bienes. Todos echaron mano a las vian- das que tenían delante. Y así que hubieron satisfecho •1 deseo de comer y de beber, Mesaulio quitó el pan, j

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LA ODISEA

ellos, hartos de pan y de carue, fuéronse sin dilación a la cama.

Sobrevino una noche mala y sin luna, en la cual Zeus llovió sin cesar y el lluvioso Céfiro sopló cons- tantemente y con gran furia. Y Odiseo habló del siguiente modo, tentando al porquerizo, a fin de ver si se quitaría el manto para dárselo o exhortaría a alguno de los compañeros a que así lo hiciese, ya que tan gran cuidado por él se tomaba:

''¡Oídme ahora, Eumeo y demás compañeros I Voy a proferir algunas palabras para gloriarme, que a ello me impulsa el perturbador vino; pues hasta el más sensato le hace cantar y reír blandamente, le incita a bailar y le mueve a revelar cosas que más conviniera tener calladas. Pero, ya que empecé a ha- blar, no callaré lo que me resta decir: ¡Ojalá fuese tan joven y mis fuerzas tan robustas, como cuando guiábamos al pie del muro de Troya la emboscada previamente dispuesta! Eran sus capitanes, Odiseo y Menelao Atrida, y yo iba como tercer jefe, pues ellos mismos me lo ordenaron. Tan pronto como llegamos cerca de la ciudad y de su alto muro, nos tendimos en unos espesos matorrales, entre las cañas de un pantano, acurrucándonos debajo de las armas. Sobre- vino una noche mala, glacial; porque soplaba el Bó- reas, caía de lo alto una nieve menuda y fría, como escarcha, y condensábase el hielo en torno de los es- cudos. Los demás, que tenían mantos y túnicas, esta- ban durmiendo tranquilamente, con las espaldas cubier- tas por los escudos; pero yo, al i)artir, cometí la necedad de entregar el manto a mis compañeros, por- que no pensaba que hubiera de padecer tanto frío, y me puse en marcha con sólo el escudo y una esplén- dida cota. Mas, tan luego como la noche hube llegado

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Ε o Μ Ε R o

a su último tercio 7 ya los astros declinaban, toqué con el codo a Odiseo, que estaba cerca, y me atendió muy pronto, y díjele de esta guisa:

**¡Laertíada, de linaje divinol ¡Odiseo, fecundo en recursos 1 Ya no me contarán en el número de los vivientes, porque el frío me rinde. No tengo manto. Engañóme algún dios, cuando partí con la sola tú- nica y ahora no hallo medio alguno para escapar con vida. * '

**A8Í me expresó. Pronto se le ofreció a su ánimo un recurso, siendo como era tan señalado en aconsejar como en combatir; y, liablándome quedo, pronunció estas palabras: '* ¡Calla! No sea que te oiga alguno de los aqueos.*' I>ijo; y, estribando sobre el codo, levantó la cabeza y comenzó a hablar de esta ma- nera:

''¡Oídme, amigos 1 Un sueño divinal so me presentó mientras dormía. Como estamos tan lejos de las naves, vaya alguno a decir al Atrida Agamenón, pastor de hombres, si nos enviará más guerreros de junto a los barcos."

*'Tal dijo; y levantándose con presteza Toas, hijo de Andremón, arrojó el purpúreo manto y se fué co- rriendo hacia las naves. Me envolví en su vestido, y me acosté alegremente, y en seguida apareció Eos, de áureo trono.

'Ojalá fuese tan joven y mis fuerzas se hallaran tan robustas como entonces, pues alguno de los porque- rizos de esta cuadra me daría su manto por amistad y por respeto a un valiente; más ahora, me despre- cian, porque cubren mi cuerpo miserables vestidos.**

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: "¡Oh, viejo! El relato que acabas de hacer es irreprocha- ble, y nada has dicho que sea inútil o inconveniente:

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LA ODISEA

por esto no carecerás ui de vestido ni de cosa alguna que deba obtener el infeliz suplicante que nos sale al encuentro; mas, apenas amanezca, tornarás a sa- cudir tus harapos, pues aquí no tenemos mantos y túnicas para mudarnos, sino que cada cual lleva pues- tos los suyos. Y cuando venga el caro hijo de Odi- seo, te dará un manto y una túnica para vestirte y te conducirá adonde tu corazón y ánimo deseen.''

Dichas estas palabras, se levantó, puso cerca del fuego una cama para el huésped- y la llenó de pieles de ovejas y de cabras. Odiseo se tendió en ella, y Eumeo echóle un manto muy tupido y amplio que guardaba para mudarse siempre que alguna recia tempestad lo sorprendía.

De tal modo se acostó Odiseo y a su vera los jóve- nes pastores; mas al poiquerizo no le plugo tener allá su cama y dormir apartado de los puercos; sino que se armó y se dispuso a salir, y holgóse Odiseo al ver con qué solicitud le cuidaba los bienes durante su ausencia. Eumeo empezó por colgar de sus robus- tos hombros la aguda espada; vistióse después un manto muy grueso, reparo contra el viento; tomó en seguida la piel de una cabra grande y bien nutrida; y, finalmente, asió un agudo dardo, para defenderse de los canes y de los hombres. Y se fué a acostar en la concavidad de una elevada peña, donde los puercos de albos colmillos dormían al abrigo del Bóreas.

Cuando en la isla Siria envejecen los individuos de una gene- ración, Apolo y Artemisa los matan con suaves flechas.

RAPSODIA DECIMAQUINTA

lENTEAS tanto, encaminóse Pa- las Atenea a la vasta Lacedemo- nia, para traerle a las mientes la idea del regreso al hijo ilustre del magnánimo Odiseo, e incitar- le a que volviera a su morada. Halló a Telémaco y al preclaro hijo de Néstor acostados en el vestíbulo de la casa del glorioso Menelao: el Nestóri- da estaba vencido del blando sueño; mas no se habían señoreado de Telémaco las dulzuras del mismo, por- que durante la noche inmortal desvelábale el cuidado por la suerte que a su padre le hubiese cabido. Y, parándose a su lado, dijo Palas Atenea, la de los ojos claros: "¡Telémaco! No es bueno que demores

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Η o ME li Kj

fuera de tu casa, habiendo dejado en ella las riquezas γ unos hombres tan soberbios: no sea que se repartan tus bienes y se los coman, y luego el viaje te resulte inútil. Solicita con instancia, y lo antes posible, de Menelao, valiente en la pelea, que te deje partir, α fin de que halles aún en tu palacio a tu eximia madre; pues ya su padre y sus hermanos le exhortan a que contraiga matrimonio con Eurímaco, el cual sobrepuja en las dádivas a todos los Pretendientes, y va aumen- tando la ofrecida dote: no sea que, a pesar tuyo, se lleven de tu morada algún valioso objeto. Bien sabes qué ánimo tiene en su pecho la mujer: desea hacer prosperar la casa de quien la ha tomado por esposa; y ni de los hijos primeros, ni del marido difunto con quien se casó virgen, se acuerda más ni por ellos pregunta. Mas tú, volviendo allá, encarga lo tuyo a aquella de tus criadas que tengas por mejor, hasta que las deidades te den ilustre consorte. Otra cosa te diré que pondrás en tu corazón. Los más conspi- cuos de los Pretendientes se emboscaron, para acechar tu llegada, en el estrecho que media entre Itaca y la escabrosa Samos; pues quieren matarte cuando vuel- vas al patrio suelo; pero rae parece que no sucederá así, y que antes tendrá la tierra en su seno a alguno de los Pretendientes que devoran lo tuyo Por eso. haz que pase el bien construido bajel a alguna distan- cia de las islas y navega de noche; y aquel de los Inmortales que te guarda y protege, enviará detrás de tu barco próspero viento. Así que arribes a la costa de Itaca, manda a la nao y a todos los compa- ñeros a la ciudad; y llégate ante todo al porquerizo, que guarda tus puercos y te quiere bien. Pernocta allí y envíale a la ciudad para que lleve a la discreta

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LA O D 1 8 Ε A

Penélope la noticia de que estás salvo y has llegado de Pilos.''

Cuando así hubo hablado, fuese Palas Atenea al vas- to Olimpo. Telémaco despertó al Nestórida de su dul- ce sueño, moviéndolo con el pie, y le dijo estas pala- bras:

** ¡Despierta, Pisístrato Nestórida! Lleva al carro los solípedos corceles y úncelos, para que nos ponga- mos en camino."

Mas Pisístrato Nestórida le repuso: "¡Telémaco! aunque tengamos prisa por emprender el viaje, no es posible guiar los corceles durante la tenebrosa noche; y ya pronto despuntará Eos. Pero aguarda que el héroe Menelao Atrida, famoso por su lanza, traiga los presentes, los deje en el carro y nos despida con suaves palabras. Que para siempre dura en el huésped la memoria del varón hospitalario que le ha recibido amis- tosamente." Así le habló; y al momento vino Eos, de áureo trono. Entonces se les acercó Menelao, valiente en los combates, que se había levantado de la cama, de junto a Helena, la de hermosa cabellera. Apenas lo hubo visto el caro hijo de Odiseo, cuando se ajire- suró el héroe a cubrir su cuerpo con espléndida túni- ca, se echó el gran manto a las robustas espaldas y salió a encontrarlo. Y, deteniéndose a su vera, ha- bló así el hijo amado del divinal Odiseo:

"¡Menelao Atrida, alumno de Zeus, príncipe de hombres! Deja que parta ahora mismo a mi querida patria, que ya siento deseos de volver a mi morada."

Eespondióle Menelao, valiente en la pelea: *' ¡Telé- maco! No te detendré mucho tiempo, ya que deseas irte; pues me es odioso así el que, recibiendo a un huésped, lo quiere sin medida, como el que le abo- rrece en extremo; más vale usar de moderación en

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Η o *^Μ Ε R Ο

todas las cosas. Tan mal procede eon el huésped quien le incita a que se vaya cuando no quiere irse, como el que lo detiene si le urge partir. Se le debe tratar amistosamente mientras esté con nosotros y des- pedirlo cuando quiera ponerse en camino. Pero aguar- da a que traiga y coloque en el carro hermosos presentes que veas con tus propios ojos, y mande a las mujeres que aparejen en el palacio la comida con las abundantes provisiones que tenemos en el mis- mo; porque hay a la vez honra, gloria y provecho en que coman los huéspedes antes que se vayan por la tierra inmensa. Dime también si acaso prefieres volver por la Hélade y por el centro de Argos, a fin de que yo mismo te acompañe; pues unciré los corceles, te llevaré por las ciudades populosas y nadie nos dejará partir sin darnos alguna cosa que nos lle- vemos, ya sea un hermoso trípode de bronce, ya un caldero, ya un par de mulos, ya una copa de oro."

Eespondióle el prudente Telémaco: ''¡Menelao Atri- da, alumno de Zeus, príncipe de hombres! Quiero restituirme pronto a mis hogares, pues a nadie dejé encomendada la custodia de los bienes: no sea que en tanto busco a mi padre igual a los dioses,^ muera yo o pierda algún excelente o valioso objeto que se lleven del palacio."

Al oír esto, Menelao, valiente en la pelea, mandó en seguida a su esposa y a las esclavas que preparasen la comida en el palacio con las abundantes provisio- nes que en él se guardaban. Llegó entonces Eteoneo Boétida, que se acababa de levantar, pues no vivía muy lejos; y, habiéndole ordenado Menelao, valiente en la batalla, que encendiera fuego y asara las carnes, obedeció al momento. Menelao bajó entonces a una estancia perfumada; sin que fuera solo, pues le acom-

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pañaron Helena y Megapentes. En llegando adonde estaban los objetos preciosos, el Atrida tomó una copa doble y mandó a su hijo Megapentes que le llevase una crátera de plataj y Helena se detuvo cabe las arcas en que se hallaban los peplos de muchas bor- daduras, que ella en persona había labrado. La pro- pia Helena, la divina entre las mujeres, escogió y se llevó el peplo mayor y más hermoso por sus bordados, que resplandecía como una estrella y estaba debajo de los otros. Y anduvieron otra vez por el palacio hasta juntarse con Telémaco, a quien el rubio Mene- lao habló de esta manera:

** ¡Telémaco! Zeus, el tonante esposo de Hera, te permita hacer el viaje como tu corazón desee. De cuantas cosas se guardan en mi palacio, te voy a dar la más bella y preciosa. Te haré el presente de una crátera labrada, toda de plata con los bordes de oro, que es obra de Hefestos y diómela el héroe Fédimo, rey de los Sidonios, cuando me acogió en su casa al volver yo a la mía. Tal es lo que deseo regalarte. '^

Diciendo así, el héroe Atrida le puso en la mano la copa doble; el fuerte Megapentes le trajo la esplén- dida crátera que dejó delante del mismo; y Helena, la de hermosas mejillas, preséntesele con el peplo en las manos y hablóle de esta suerte:

"También yo, hijo querido, te haré este regalo, que será un recuerdo de las manos de Helena, para que lo lleve tu esposa en la ansiada hora del casamiento; y hasta entonces guárdelo tu madre en el palacio. Y ojalá vuelvas alegre a tu casa bien construida y a tu patria tierra."

Diciendo así, se lo puso en las manos y él lo recibió con alegría. El héroe Pisístrato tomó los presentes y fué colocándolos en la cesta del carro, después de

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contemplarlos todos con admiración. Luego el rubio Menelao se los llevó a entrambos al palacio, donde se sentaron en sillas y sillones. Una esclava dióles aguamanos, que traía en magnífico jarro de oro y ver- tió en fuente de plata, y puso delante de ellos una pulimentada mesa. La veneranda despensera trájoles pan y dejó en la mesa buen número de manjares, ob- sequiándolos con los que tenía reservados. Junto a ellos, el Boétida cortaba la carne y repartía las por- ciones; y el hijo del glorioso Menelao escanciaba el vino. Todos echaron mano a las viandas que tenían delante. Y apenas hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Telémaco y el preclaro hijo de Nés- tor engancharon los corceles, subieron al labrado carro y lo guiaron por el vestíbulo y el pórtico sono- ro. Tras ellos se fué el rubio Menelao Atrida, lle- vando en su diestra una copa de oro, llena de dulce vino, para que hicieran la libación antes de partir; y, deteniéndose ante el carro, se las presentó y les dijo:

'* ¡Salud, oh jóvenes, y llevad también mi saludo a Néstor, pastor de hombres; que me fué benévolo, co- mo un i)adre, mientras los aqueos peleamos en Troya! "

Eespondióle el prudente Telémaco: '*En llegando allá, oh alumno de Zeus, le diremos a Néstor cuanto nos encargas. ¡Así me fuera posible, al tornar a Ita- ca, contarle a Odiseo en su morada, que vuelvo de tu palacio, habiendo recibido toda clase de pruebas de amistad y trayendo conmigo muchos y excelentes obje- tos preciosos!"

Así que acabó de hablar, pasó por cima de ellos, hacia la derecha, un águila que llevaba en las uñas un ánsar doméstico, blanco, enorme, arrebatado de algún corral; seguíanla, gritando, hombres y mujeres; y, al llegar junto al carro, torció el vuelo a la dere-

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LA ODISEA

cha, enfrente mismo de los corceles. Al verla so holgaron; a todos se les regocijó el ánimo en el pecho, y Pisístrato Nestórida dijo de esta suerte:

'^Considera, oh Menelao, alumno do Zeus, prínci- pe de hombres, si el dios que nos mostró este presagio lo hizo aparecer para nosotros o para ti mismo.'*

Así habló. Menelao, caro a Ares, se puso a meditar cómo le respondería convenientemente; mas Helena, la de largo peplo, adelantósele pronunciando estas palabras:

** Oídme, pues os voy a decir lo que sucederá, según los dioses me lo inspiran en el ánimo y yo me figuro que ha de llevarse a cumplimiento. Así como esta águila, viniendo del monte donde nació y tiene su cría, ha arrebatado el ánsar creado dentro de una casa; así Odiseo, después de padecer mucho y de ir errante largo tiempo, volverá a la suya y conseguirá vengarse; si ya no está en ella, maquinando males contra los Pretendientes."

Respondióle el prudente Teléraaco: "¡Así lo haga Zeus, el tenante esposo de Hera; y allá te invocaré todos los días, como a una diosa!"

Dijo, e hirió con el azote a los corceles. Estos, que eran muy fogosos, arrancaron al punto hacia el cam- po, a través de la ciudad, y en todo el día no cesaron de agitar el yugo.

Poníase el sol, y las tinieblas empezaban a ocupar los caminos, cuando llegaron a Peras, a la morada de Dioeles, hijo de Orsíloco, a quien engendrara Alfeo. Allí durmieron aquella noche, aceptando la hospitali- dad que Diocles se apresuró a ofrecerles.

Más, así que se descubrió la hija de la mañana, Eos, de resáceos dedos, engancharon los corceles, su- bieron al labrado carro y guiáronlo por el vestíbulo y

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•1 pórtico sonoro. Pisístrato azotó a los corceles para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Prestamente llegaron a la excelsa ciudad de Pilos; y entonces Telé- maco habló de esta suerte al hijo de Néstor:

'' ¡Nestórida! ¿Cómo llevarías a cumplimiento, con- forme prometiste, lo que te voy a decir? Nos gloria- mos de ser para siempre recíprocamente huéspedes el uno del otro, por la amistad de nuestros padres; te- nemos la misma edad, y este viaje habrá acrecentado aún más la concordia entre nosotros. Pues no me lleves, oh alumno de Zeus, más adelante de donde está mi bajel; déjame aquí, en este sitio: no sea que el anciano me detenga en su casa, contra mi voluntad, por el deseo de tratarme amistosamente; y a me urge llegar allá lo antes posible."

Tal dijo. El Nestórida pensó en su alma cómo lle- varía a cabo, de una manera conveniente, lo que ha- bía prometido. Considerándolo bien, le pareció que lo mejor sería lo siguiente: dio la vuelta a los caballos hacia donde estaba la veloz nave en la orilla del mar; tomó del carro los hermosos presentes los vestidos y el oro que había entregado Menelao, y los dejó en la popa del barco; y, exhortando a Telémaco, le dijo estas aladas palabras:

' ' Corre a embarcarte y manda que lo hagan, asi- mismo, tus compañeros, antes que llegue a mi casa y se lo refiera al anciano. Bien sabe mi entendimiento y presiente mi corazón que, dada su vehemencia de ánimo, no dejará que te vayas, antes vendrá él en persona a llamarte; y yo te aseguro que no se volverá de vacío, pues entonces fuera grande su cólera."

Diciendo de esta manera, vohdó los caballos de her- mosas crines hacia la ciudad de los Pilios, y muy pron- to llegó a su casa. Mientras tanto, Telémaco daba

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órdeues a sus compaüeroe y les exhortaba dicleudo: "Poned eii su sitio loa aparejos de la negra nave, compañeros, y embarquémonos para emprender el viaje. ' '

Así les dijo; y ellos le escucharon y obedecieron; pues, entrando inmediatamente en la nave, tomaron asien- to en los bancos.

Ocupábase Telémaco en tales cosas, hacía votos y sacrificaba en honor de Palas Atenea junto a la popa de la nave, cuando se le presentó un extranjero que venía huyendo de Argos, donde matara a un hombre, y era divino, del linaje de Melampo. Este último vivió anteriormente en Pilos, creadora de ovejas, y allí fué opulento entre sus habitantes, y habitó una magnífica morada; pero transladóse después a otro país, huyendo de su patria y del magnánimo Neleo, el más esclarecido de los vivientes, quien le retuvo por fuer- za muchos y ricos bienes un año entero. Durante el mismo, permaneció Melampo atado con duras cade- nas en el palacio de Fílace, pasando muchos tormentos, por la grave falta que, para alcanzar la hija de Ne- leo, le había inducido a cometer una diosa: la ho- rrenda Erinis. Al fin se libró de la Ker, llevóse las raugidoras vacas de Fílace a Pilos, castigó por aquella mala acción al deiforme Neleo, y, después de conducir a su casa la mujer para el hermano, fuese a otro pueblo, a Argos, tierra creadora de corceles, donde el hado había dispuesto que habitara reinando sobre muchos argivos. Allí tomó mujer, labró una excelsa mansión y le nacieron dos liijos esforzados: Antífates y Mantio. Antífates engendró al magná- nimo Oicleo y éste a Anfiarao, el que enardecía a los guerreros; al cual así Zeus, que lleva la égida, como Apolo, quisieron entrañablemente con toda suer-

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te de amistad; pero no llegó a los umbrales de la vejez, por haber muerto en Tebas a causa de los regalos que su mujer recibiera. Fueron sus hijos Alc- meón y Anfíloco. Por su parte, Mautio engendró a Polifides y a Clito: a éste. Eos, la de áureo trono, lo arrebató por su hermosura, a fin de tenerlo con los inmortales; y al magnánimo Polifides hízole Apolo el más excelente de los adivinos entre los hombres, des- pués que murió Anfiarao. Mas, como Polifides se irritara contra su padre, emigró a Hiperésia, y, vi- , viendo allí, daba oráculos a todos los mortales.

Era un hijo de éste, llamado Teoclímeno, el que entonces se presentó a Telémaco. Hallóle cuando ora- ba y ofrecía libaciones junto al negro bajel: y, ha- blándole, profirió estas aladas palabras:

*' ¡Amigo! Puesto que te encuentro sacrificando en este lugar, ruégote por estos sacrificios, por el dios y también por tu cabeza y la de tus compañeros que te siguen, que me digas la verdad de cuanto te pregun- to, sin ocultarme nada: ¿Quién eres y de qué país pro- cedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres?"

Eespondióle el prudente Telémaco: "De todo, oh forastero, voy a informarte con sinceridad. Por mi familia soy de Itaca y tuve por padre a Odiseo, si todo no ha sido un sueño; pero ya aquél debe de haber acabado de deplorable manera. Por esto vine con los compañeros y el negro bajel, por si lograba adquirir noticias de mi padre, cuya ausencia se va haciendo tan larga."

Di jóle entonces Teoclímeno, semejante a un dios: ** También yo desandaré la patria por haber muerto a un varón de mi tribu, cuyos hermanos y compañe- ros son muchos en Argos, tierra creadora de corceles, y gozan de gran poder entre los aqueos; y ahora huyo

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LA O D ι ¡S Ε A

de ellos, evitando la muerte y la negra Ker, porque mi Hado es ir errante entre loa hombres. Pero acó- geme en tu bajel, ya que huyendo he venido a supli- carte: no sea que me maten, pues sospecho que soy perseguido. ' '

Eespondióle el prudente Telémaco: *'No te recha- zaré del bien prox3orcionado bajel, ya que deseas em- barcarte. Sígneme, y allá te trataremos amistosa- mente, según los medios de que dispongamos."

Dicho esto, tomóle la broncínea lanza que dejó ten- dida en el tablado del corvo bajel. Subió a la nave, surcadora del ponto, sentóse en la popa y colocó cer- ca de a Teoclímeno. Al punto soltaron las ama- rras. Telémaco, exhortando a sus compañeros, les mandó que aparejasen la jarcia, y obedeciéronle to- dos diligentemente. Izaron el mástil de abeto, lo metieron en el travesano, lo ataron con sogas, y acto continuo extendieron la blanca vela con correas bien torcidas. Palas Atenea, la de los brillantes ojos, en- vióles próspero viento que soplaba impetuoso por el aire, a fin de que el navio corriera y atravesara lo más pronto posible la salobre agua del mar. Así pa- saron por delante do Crunos y del Caicis, de hermoso caudal.

Púsose Helios, y todos los caminos se poblaron de sombra. La nave, impulsada por el favorable viento de Zeus, se acercó a Feras y pasó a lo largo de la divina Elide, donde ejercen su dominio los Epeos. Y desde allá Telémaco puso la proa hacia las islas agu- das, caviloso de si se libraría de la muerte o caería preso.

Mientras tanto, Odiseo y el divinal porquerizo cena- ban en la cabana, y junto con ellos los demás hombres. Apenas satisficieron el deseo de comer y do beber,

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Η Θ Μ Ε Κ Ο

Odiseo ^probando si el porquerizo aún le trataría con amistosa solicitud, mandándole que se quedara allí, en el establo, o le incitaría a que ya se fuese a la ciudad , les habló de esta manera:

*' ¡Oídme, Eumeo y demás compañeros! Así que amanezca, quiero ir a la ciudad para mendigar y no seros gravoso ni a ti ni a tus amigos. Aconséjame bien y proporcióname un guía experto que me conduz- ca; y vagaré por la población, obligado por la nece- sidad, para ver si alguien me da una copa de vino y un mendrugo de pan. Yendo al palacio del divinal Odiseo, podré comunicar nuevas a la prudente Pené- lope y mezclarme con los soberbios Pretendientes, por si me dieren do comer, ya que disponen de in- numerables viandas. Yo les serviría muy bien en cuanto me ordenaren. Voy a decirte una cosa, y atiende y óyeme: gracias a Hermes, el mensajero, el cual da gracia y fama a los trabajos de los hombres, ningún otro mortal rivalizaría conmigo en el servir, lo mismo si se tratase de amontonar debidamente la leña para encender un fuego, o de cortarla cuando está seca, que de trinchar o asar carne, o bien, es- canciar el vino, que son los servicios que los inferiores prestan a los grandes."

Y tú, muy afligido, le hablaste de esta manera, porquerizo Eumeo: ''¡Ay huésped! ¿Cómo se te a^jo- sentó en el espíritu tal pensamiento? Quieres sin duda perecer allá, cuando te decides a penetrar por entre la muchedumbre de los Pretendientes, cuya insolencia y orgullo llegan al férreo Uranos. Sus criados no son como tú, x^ues siempre les sirven jóvenes ricamente vestidos de mantos y túnicas, de luciente cabellera y de lindo rostro; y las mesas están cargadas de pan, de carne y de vino. Quédate con nosotros, que nadie

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se euoja de que estes jjicücüIu; yo, üi uiugiuie de mis compañeros. Y cuando venga el amado hijo de Odiseo, te dará uu manto y nua túnica para vestirte y te conducirá adonde tu corazón y ánimo prefieran."

Eespondióle el paciente y divinal Odiseo: ''¡Ojalá seas, Eumeo, tan caro al padre Zeus como a mí, ya que pones término a mi fatigosa y miserable vagancia! Nada hay tan malo para los hombres como la vida errante: por el funesto estómago, que atormenta el hambre, pasan los mortales muchas fatigas, cuando los abruman la vagancia, el infortunio y los pesares. Mas ahora, ya que me detienes, mandándome que aguarde la vuelta de aquél, ea, dime si la madre del divinal Odiseo y su padre, a quien al partir dejara en los umbrales de la vejez, viven aún y gozan de los rayos del sol o han muerto y se hallan en la morada de Hades.''

Díjole entonces el porquerizo, mayoral de los pas- tores: ''De todo, oh huésped, voy a informarte con exactitud. Laertes vive aún y en su morada ruega continuamente a Zeus que el alma se le separe de los miembros; porque padece grandísimo dolor por la ausencia de su hijo y por el fallecimiento de su legítima y prudente esposa, que le llenó de tristeza y le ha anticipado la senectud. Ella tuvo deplorable muerte por el pesar que sentía por su glorioso hijo; ojalá no perezca de tal modo persona alguna, que, habitando en esta comarca, sea amiga mía y como a tal me trate. Mientras vivió, aunque apenada, hol- gaba yo de preguntarle y consultarle muchas cosas, porque me había criado juntamente con Ctímene, la de largo peplo, su hija ilustre, a quien parió la postrimera: juntos nos criamos, y era yo honrado casi lo mismo que su hija. En llegando a la deseable pubertad, a Ctí-

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mene casáronla eu Same, recibiendo por su causa infi- nitos dones; y a púsome aquélla un manto y una túnica, vestidos muy hermosos, dióme con que calzar los pies, me envió al campo y aún me quiso más en su corazón. Ahora me falta su amparo, pero las bien- aventuradas deidades prosperan la obra en que me ocupo, de la cual como y bebo, y hasta doy limosna a venerables suplicantes. Pero no me es posible oír al presente dulces palabras de mi señora ni lograr de ella ninguna merced, pues el infortunio entró en el palacio con la llegada de esos hombres tan soberbios; y, con todo, tienen los criados gran precisión de ha- blar con su dueña y hacerle preguntas para cada asunto, y comer y beber, y llevarse al campo alguno de aquellos presentes que alegran el ánimo de los servidores. '^

Eespondióle el ingenioso Odiseo: "¡Oh dioses! ¡Có- mo, niño aún, oh porquerizo Eumeo, tuviste que vagar tanto y tan lejos de tu patria y de tus padres! Mas, ea, dime, hablando sinceramente, si fué destruida la ciudad de anchas calles en que habitaban tu padre y tu vene- randa madre, o si, habiéndote quedado solo junto al ganado de ovejas o de bueyes, unos piratas te echa- ron mano y te trajeron en sus naves para venderte en la casa de este varón que les entregó un buen precio. ' ^

Díjole entonces el porquerizo, mayoral de los pasto- res; ''¡Huésped! Ya que sobre esto me preguntas e interrogas, óyeme y recréate, sentado y bebiendo vi- no. Estas noches son inmensas, hay en las mismas tiempo para dormir y tiempo para deleitarse oyendo relatos, y a ti no te cumple irte a la cama antes de la hora, puesto que daña el dormir demasiado. De los demás aquel a quien el corazón y el ánimo í?e lo aconse-

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LA ODISEA

je, salga y acuéstese; γ, no bien raje el día, tome el des- ayuno y vayase con los puercos de su señor. Nos- otros, bebiendo y comiendo en la cabana, deleitémonos con renovar la memoria de nuestros tristes infortu- nios; pues halla placer en el recuerdo de los tra- bajos sufridos, quien padeció muchísimo y anduvo errante largo tiempo. Voy, imes, a hablarte de aque- llo acerca de lo cual me preguntas e interrogas.

^'Hay una isla que se llama Siria quizás la oís- te nombrar , sobre Ortigia, donde Helios vuelve su gi- ro: no está muy poblada, pero es fértil y abundosa en bueyes, en ovejas, en vino y en trigales. Jamás se padece hambre en aquel pueblo y ninguna dolencia aborrecible les sobreviene a los míseros mortales: cuan- do envejecen los hombres de una generación, preséntase Apolo, que lleva arco de plata, y Artemisa, y los van matando con suaves flechas. Existen en la isla dos ciudades, que se han repartido todo el territorio, y en ambas reinaba mi padre, Ctesio Orménida, semejante a los Inmortales.

"Allí vinieron algunos fenicios, hombres ilustres en la navegación, pero falaces, que traían innúmeros joyeles en su negra nave. Había entonces en casa de mi padre una mujer fenicia, hermosa, alta, y diestra en irreprochables labores; y los astutos fenicios la sedujeron. Uno, que la encontró lavando, unióse con ella, junto a la cóncava nave, en amor y concúbito, lo cual les turba la razón a las débiles mujeres, aun- que sean laboriosas. Preguntóle luego quién era y de dónde había venido; y la mujer, señalándole al punto la alta casa de mi padre, le respondió de esta guisa:

'*Me jacto de haber nacido en Sidón, que abunda ''en bronce, y soy hija del opulento Aribante. Eo-

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"bároume unos piratas Taños un día que tornaba d^I "campo y, habiéndome traído aquí, me vendieron al **amo de esa morada, quien les entregó un buen ' ' precio. ' '

*'Díjole a su vez el hombre que con ella se había "unido secretamente: ¿Querrías tornar a tu patria ''con nosotros, para ver la alta casa de tu padre y "de tu madre, y a ellos mismos? Pues aún viven *'y gozan fama de ricos."

"La mujer le respondió con estas palabras: Así "lo hiciera si vosotros, oh navegantes, os obligaseis de "buen grado y con juramento a conducirme sana y ' ' salva a mi patria. ' '

Así les habló; y todos juraron como se lo man- daba. Tan pronto como hubieron acabado de pres- tar el juramento, la mujer les dirigió nuevamente la palabra, y les dijo:

"Silencio ahora, y ninguno de vuestros compañe- "ros me hable si me encuentra en la calle o en la "fuente: no sea que vayan a decírselo al viejo allá "en su morada; y éste, poniéndose receloso, me ate "con duras cadenas y maquine cómo exterminaros a "vosotros. Guardad en vuestra mente lo convenido "y apresurad la compra de las provisiones para el "viaje. Y así que el bajel esté lleno de vituallas, ' ' penetre alguien en el palacio para anunciármelo ; y "traeré cuanto oro me venga a las manos. Encima ' ' de esto, quisiera daros otra recompensa por mi pa- "saje: en la casa tengo a mi cuidado a un hijo de ese "noble señor, y es tan despierto, que ya corre con- "migo fuera del palacio; lo traeré a vuestra nave y "os reportará una suma inmensa dondequiera que "en país de otras gentes lo vendiereis."

"Cuando así hubo dicho, fuese al hermoso palacio.

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Quedúronsr: lo:^ fenicios uu año entero con noBoixos, y compraron muchas vituallas para la cóncava navo; mas así que estuvo cargada y en disposición de par- tir, enviaron un propio para decírselo a la mujer. Presentóse en casa de mi padre un hombre muy sa- gaz, que traía un collar de oro engastado con ámbar; y, mientras las esclavas y mi veneranda madre lo to- maban en las manos, lo contemplaban con sus ojos y ofrecían ijrecio, aquél hizo a la mujer silenciosa se- ñal, y se volvió acto continuo a la cóncava nave. La fenicia, tomándome por la mano, me sacó del pala- cio y, como hallara en el vestíbulo las copas y las mesas de los convidados que frecuentaban la casa de mi padre, y que entonces habían ido a sentarse en la junta del pueblo, llevóse tres copas que escondió en su seno; y yo la fui siguiendo simplemente. Po- níase Helios, y las tinieblas llenaban todos los cami- nos, en el momento en que nosotros, andando a buen paso, llegamos al famoso puerto donde se hallaba la veloz embarcación de los fenicios. Nos hicieron su- bir, embarcáronse todos, empezó la navegación por la húmeda llanura, y Zeus nos envió próspero viento. Navegamos seguidamente por espacio de seis días con sus noches; mas, cuando Zeus Cronida nos trajo el séptimo día. Artemisa, que se complace en tirar Hechas, hirió a la mujer, y ésta cayó con estrépito en la sentina, cual si fuese una gaviota. Echáronla al mar para pasto de focas y de peces; y yo me quedé con el co- razón afligido. El viento y las olas nos trajeron a Ttaca, y acá Laertes me compró con sus bienes. Así fué como mis ojos vieron esta tierra."

Odiseo, el de linaje divino, respondióle con estas palabras: ''¡Eumeo! Has conmovido hondamente mi corazón al contarme por menudo los males que pade-

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ciste. Mas Zeus te ha vuelto cerca del mal un bien, ya que, aunque a costa de muchos trabajos, llegaste a la morada de un hombre benévolo que te da solíci- tamente de comer y de beber, y disfrutas de buena vida; mientras que yo tan sólo he podido llegar aquí, después de peregrinar por gran número de ciudades."

Así éstos conversaban. Echáronse después a dor mir, mas no fué por mucho tiempo: que en seguida vino Eos, de áureo trono.

Entretanto, los compañeros de Telémaco, cuando ya la nave se acercó a la tierra, amainaron las velas, abatieron rápidamente el mástil, y llevaron el buque, a fuerza de remos, al fondeadero. Echaron anclas y ataron las amarras, saltaron a la playa y apareja- ron la comida, mezclando el negro vino. Y así que hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, el prudente Telémaco empezó a decirles:

'* Llevad ahora el negro bajel a la ciudad; pues yo me iré hacia el campo y los pastores; al caer de la tarde, cuando haya visto mis tierras, bajaré a la po- blación. Y mañana os daré, como premio de este viaje, un buen convite de carnes y dulce vino."

Di jóle entonces Teoclímeno, semejante a un dios: "¿Y yo, hijo amado, adonde iré? ¿A qué casa de los varones que imperan en la áspera Itaca? ¿O ha- bré de encaminarme adonde está tu madre, a tu pro- pio palacio?"

Eespondióle el prudente Telémaco: ''En otras cir- cunstancias, te mandaría a mi casa, donde no faltan recursos para hospedar al forastero: mas ahora fuera lo peor para ti, porque yo no estaré y mi madre tam- poco te ha de ver; que en el palacio no se muestra a menudo a los Pretendientes, antes vive muy apar- tada en la estancia superior, labrando una tela. Voy

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a indicarte un varón a cuja casa puedes ir; Eurímaeo, preclaro hijo del prudente Pólibo, a quien los itacen- ses miran ahora como a un numen, pues es, con mu- cho, el mejor de todos y anhela casarse con mi madre y alcanzar la dignidad real que tuvo Odiseo. Mas, Zeus Olímpico, que vive en el éter, sabe si antes de las bodas hará que luzca para los Pretendientes un infausto día. ' '

No bien hubo acabado de hablar, cuando voló en lo alto, hacia la derecha, un gavilán, rápido mensaje- ro de Apolo; el cual desplumaba una paloma que te- nía entre sus garras, dejando caer las plumas a tierra entre la nave y el mismo Telémaco. Entonces Teoclí- meno llamóle a éste, separadamente de los compañe- ros, le tomó la mano y así le dijo:

''¡Telémaco! No sin ordenarlo un dios, voló el ave a tu derecha; pues, mirándola de frente, he compren- dido que es agorera. No hay en la población de Itaca un linaje más real que el vuestro, y mandaréis aquí perpetuamente."

Eespondióle el prudente Telémaco: 'Ojalá se cum- pliese lo que dices, oh forastero, que bien pronto cono- cerías mi amistad, pues te hiciera tantos presentes, que te considerara dichoso quien contigo se encon- trara. ' '

Dijo; y habló así a Píreo, su fiel amigo: " ¡Pireo Clítidal Tú, que en las restantes cosas eres el más obediente de los compañeros que me han seguido a Pilos, llévate ahora mi huésped a tu casa, trátale con solícita amistad y hónrale hasta que yo llegue."

Bespondióle Píreo, señalado por su lanza: "| Telé- maco 1 aunque fuere mucho el tiempo que aquí te detengas, yo me cuidaré de él y no echaré de menos los dones de la hospitalidad."

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Cuando así hubo hablado, subió a la nave y ordené a los compañeros que le siguieran y desataran las amarras. Estos se embarcaron en seguida, sentándose por orden en los bancos. Telémaco se calzó las hermo- sas sandalias y tomó del tablado del bajel la lanza fuerte y de broncínea punta, mientras los marineros soltaban las amarras.

Hiciéronse a la vela y navegaron con rumbo a la población, como se lo mandara Telémaco, hijo amado del divinal Odiseo. Y él se fué a buen paso hacia la majada donde tenía innumerables puercos, junto a los cuales pasaba la noche el porquerizo, que tan afecto era a sus señores.

Atenea toca α üdiseo con una vara y le devuelve su primitiva figura.

RAPSODIA DECIMA8EXTA

O bien rayó la luz de la aurora, Odiseo y el divinal porquerizo, encendieron fuego en la cabana y prepararon el desayuno, des- pués de despedir a los pastores que se fueron con los cerdos agrupados en piaras. Cuando Telémaco llegó a la majada, los perros ladradores le halagaron, sin que ninguno ladra- se. Advirtió Odiseo que los perros movían la cola, percibió el ruido de las pisadas, y en seguida dijo a Eu- meo estas aladas palabras: ''¡Eumeo! sin duda viene algún compañero tuyo u otro conocido, porque los pe- rros en vez de ladrar mueven la cola y oigo ruidos de pasos."

Aún no había terminado de proferir estas palabras,

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cuando su caro hijo se detuvo al umbral. Levantóse atónito el porquerizo, se le cayeron las tazas con las cuales se ocupaba en mezclar el negro vino, fuese al encuentro de su señor, y le besó la cabeza, los bellos ojos y ambas manos, vertiendo abundantes lágrimas. De la suerte que el padre amoroso abraza al hijo unigénito que le nació en la senectud y por quien ha pasado muchas fatigas, cuando éste torna de lejanos países después de una ausencia de diez años; así el divinal porquerizo estrechaba al deiforme Telémaco y le besaba, como si el joven se hubiera librado de la muerte. Y sollozando, estas aladas palabras le decía.

*'¡Has vuelto, Telémaco, mi dulce luzl No pensaba verte más, desde que te fuiste en la nave a Pilos. Mas, ea, entra, hijo querido, para que se huelgue mi ánimo en contemplarte, ya que estás en mi cabana recién llegado de otras tierras. Pues no vienes a me- nudo a ver el campo y los pastores, sino que te quedas en la ciudad: ¡tanto te place fijar la vista en la mul- titud de los funestos Pretendientes!"

Eespondióle el prudente Telémaco: **Así lo haré, abuelo, que por ti vine por verte con mis ojos y saber si mi madre permanece todavía en el palacio o ya alguno de aquellos varones se casó con ella y el lecho de Odiseo, no habiendo quien yazga en él, está cu- bierto por las telarañas."

Le dijo entonces el porquerizo, mayoral de los pas- tores: * 'Aquélla permanece en tu palacio, con el áni- mo afligido, y consume tristemente los días y las noches, llorando sin cesar."

Cuando así hubo hablado, tomóle la broncínea lan- za; y Telémaco entró por el umbral de piedra. Su pa- dre Odiseo quiso ceder el asiento al que llegaba, pero Telémaco prohibióselo con estas palabras:

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LA ODISEA

** Siéntate, huésped, que ya hallaremos asiento en otra parte de nuestra majada, y está muy próximo el varón que ha de prepararlo."

Así le dijo; y el héroe tornó a sentarse. Para Te- lémaco, el porquerizo esparció por tierra ramas verdes y cubriólas con una pelleja en la cual se acomodó el caro hijo de Odiseo. Luego sirvióles el porquerizo platos de carne asada que habían sobrado de la co- mida de la víspera, amontonó diligentemente el pan en los canastillos, vertió en una copa rústica de ye- dra, vino dulce como la miel, y sentóse enfrente del divinal Odiseo. Todos echaron mano a las viandas que tenían delante. Y ya satisfecho el deseo de comer y de beber, Telémaco habló de este modo al divinal porquerizo :

''¡Abuelo! ¿De dónde te ha llegado este huésped! ¿Cómo los marineros lo trajeron a Itaca? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no me figuro que haya venido andando."

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: "¡Oh hijo! De todo voy a decirte la verdad. Se precia de tener su linaje en la espaciosa Cretai y dice que ha andado vagabundo por muchas de las poblaciones de los mortales, porque su hado así lo dispuso. Ahora llegó a mi establo huyehdo del bajel de unos Tespro- tas, y a ti te lo entrego: haz por él lo que quieras, pues se gloría de ser tu suplicante."

Contestóle el prudente Telémaco: ''¡Eumeo! En verdad que me produce gran pena lo que has dicho. ¿Cómo acogeré en mi casa al forastero? Yo soy joven y no tengo confianza en mis manos para rechazar a quien lo injurie; y mi madre trae en su pecho el ánimo indeciso entre quedarse a mi lado y cuidar de la casa, por respeto al lecho conyugal y temor del dicho de la gente, o irse con quien sea el mejor de

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los aqueos que la preteudeu en el xialacio y le haga más donaciones. Pero, ya que eso huésped llegó a tu morada, le entregaré un manto y una túnica, vestidos muy hermosos, le daré una espada de doble filo y sandalias para los pies, y le enviaré adonde su cora- zón y su ánimo prefieran. Y si quieres, cuídate de ól, teniéndolo en la majada; que yo te enviaré vestidos y manjares de toda especie para que coma y no os sea gravoso ni a ti ni a tus compañeros. Mas, no he de permitir que vaya allá, a juntarse con los Preten- dientes, cuya malvada insolencia es tan grande, para evitar que lo zahieran y me causen un grave dis- gusto; pues un hombre por fuerte que sea nada con- sigue -evolviéndose contra tantos, que al fin han de resultar más poderosos."

Di jóle entonces el paciente divinal Odiseo: "¡Oh amigo! Puesto que es justo que te responda, se me desgarra el corazón cuando te oigo hablar de las iniquidades que, según decís, maquinan las Pretendien- tes en Ivi palacio contra tu voluntad y siendo cual eres. Dime si te sometes 'voluntariamente o te odia quizás la gente del pueblo a causa de lo revelado por una deidad, o por acaso te quejas de tus hermanos; pues con la ayuda de éstos, cualquier hombre peiea confiadamente, aunque sea grande la lucha que se suscite. Ojalá que, con el ánimo que tengo, gozara de tu juventud y fuera hijo del eximio Odiseo, υ Odiseo en persona, que vagando, tornase a su patria pues aún hay esperanza de que así suceda: cortá- rame la cabeza un varón enemigo, si no me convertía entonces en una calamidad para todos aquéllos, enca- minándome al palacio de Odiseo Laertíada. Y si, con estar yo solo, hubiera de sucumbir ante la mul- titud de los mismos, más querría recibir la muerte en mi palacio que presenciar continuamente esas ac-

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ciones inicuas: huéspedes maltratados, siervas for- zadas indignamente en las hermosas estancias, el vino exhausto, γ los Pretendientes comiendo de temera- rio modo, sin cesar, y todo por una empresa inútil que no ha de llevarse a cumplimiento."

Respondióle el prudente Telémaco: **¡0h forastero 1 Voy a informarte con gran sinceridad. No me hice odioso para que se airara conmigo todo el pueblo; ni tampoco he de quejarme de los hermanos, con cuya ayuda cualquier hombre pelea confiadamente, aunque sea grande la lucha que se suscite, pues el Cronida hizo que fueran siempre unigénitos los de mi linaje: Arcesio engendró a Laertes, su hijo único; éste no engendró más que a mi padre Odiseo; y Odi- seo, después de haberme engendrado a tan sola- mente, dejóme en el palacio y no disfrutó de mi com- pañía. Por esto hay en mi mansión innumerables enemigos. Cuántos proceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y en la selvosa Zakinto, y cuántos imperan en la áspera Itaca, todos pretenden a mi madre y arruinan mi casa. Mi madre ni rechaza las odiosas nupcias, ni sabe poner fin a tales cosas; y aquéllos comen y agotan mi hacienda y pronto aca- barán conmigo mismo. Mas el asunto está en manos de los dioses. Y ahora tú, abuelo, ve aprisa y dile a la discreta Penélope, que estoy en salvo y que he llegado de Pilos. Yo me quedaré aquí y vuelve inmediatamente que se lo hayas participado, pero a ella sola y sin que ninguno de los aqueos so entere; pues son muchos los que maquinan en mi daño cosas malas."

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: * 'En- tiendo, hágome cargo, lo mandas a quien te com- prende. Mas, ea, habla y dime con sinceridad si me iré de camino a participárselo al infortunado Laertes;

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el cual, aunque pasaba gran jDena ]por la ausencia de Odiaeo, iba a vigilar las labores y dentro de su casa comía y bebía con los siervos cuando su ánimo se lo aconsejaba; pero dicen que ahora, desde que te fuiste en la nave a Pilos, no come ni bebe como acostumbraba, ni vigila las labores, antes está sollo- zando y lamentándose, y la piel se le seca en torno de los huesos."

Contestóle el prudente Telémaco: **Muy triste es, pero dejémoslo aunque nos duela; que si todo se hi- ciese al arbitrio de los mortales, escogeríamos prime- ramente que luciera el día del regreso de mi padre. vuelve, así que hayas dado la noticia y no vayas por los campos en busca de aquél; pero encarga a mi madre que le envíe escondidamente y sin perder tiempo la esclava despensera; y ésta se lo participará al anciano."

Dijo, y dio prisa al porquero, quien tomó las san- dalias y, atándoselas a los pies, se fué a la ciudad. No dejó Palas Atenea de advertir que el porquerizo Eumeo salía de la majada; y se acercó a ésta trans- figurándose en una mujer hermosa, alta y entendida en primorosas labores. Paróse al umbral de la caba- na y se le apareció a Odiseo, sin que Telémaco la viese ni notara su llegada, pues los dioses no se hacen visibles para todos; mas Odiseo la vio y también los canes, que no ladraron, sino que huyeron, dando ga- ñidos, a, otro lugar de la majada. Hizo Atenea una señal con las cejas; la entendió el divino Odiseo y salió de la cabana, trasponiendo el alto muro del pa- tio. Detúvose luego ante la deidad y oyó a Atenea que le decía:

** ¡Laertíada, de linaje divino! ¡Odiseo, fecundo en recursos! Habla con tu hijo y nada le ocultes, para que, después de tramar cómo daréis la muerte y la

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Kera a los Pretendientes, os vayáis a la ínclita ciu- dad; que yo no permaneceré mucho tiempo lejos de vosotros, deseosa como estoy de entrar en combate."

Dijo Atenea; y, tocándole con la varita de oro, le cubrió el pecho con una túnica y un manto limpio, y le aumentó la talla y el vigor juvenil. El héroe recobró también su color moreno, y se le redondearon las mejillas, ennegreciéndosele el pelo de la barba.

Hecho esto, la diosa "se fué, y Odiseo volvió a la cabana. Viole con gran asombro su hijo amado, el cual se turbó, volvió los ojos a otra parte, por si aquella persona fuese alguna deidad, y le dijo estas aladas palabras:

*'¡0h forastero! Te muestras otro en comparación de antes, pues se han cambiado tus vestiduras y tu cuerpo no se parece al que tenías. Indudablemente debes de ser uno de los dioses que poseen el anchu- roso Uranos. Pues senos propicio, a fin de que te ofrezcamos sacrificios agrables y áureos presentes de fina labor. ¡Apiádate de nosotros!"

Contestóle el paciente divinal Odiseo: ''No soy nin- gún dios. ¿Por qué me confundes con los inmortales? Soy tu padre por quien gimes y sufres tantos dolores y aguantas los ultrajes de los hombres."

Diciendo así, besó a su hijo y dejó que las lágri- mas, que hasta entonces había detenido, le cayeran por las mejillas al suelo. Mas Telémaco, como aún no estaba convencido de que aquél fuese su padre, res- pondióle nuevamente con estas palabras:

''Tú no eres mi padre Odiseo, sino un dios que me engaña para que luego me lamente y suspire aún más; que un mortal no haría tales cosas con su inte- ligencia, a no ser que se le acercase un dios y lo trans- formara fácilmente a su antojo en joven o viejo. Poco

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Ε o ME no

híi eras anciano y estabas vestido miserablemente; mas ahora te pareces a los dioses que habitan el an- churoso Uranos.'*

Eeplicóle el ingenioso Odiseo: ''¡Telémaco! No conviene que te admires de tan extraordinaria mane- ra, ni te asombres de tener a tu padre aquí dentro; pues ya no vendrá otro. Odiseo, que ese soy yo, tal como ahora me ves, que habiendo padecido y vaga- do mucho, torno en el vigésimo año a la patria tie- rra. Lo que has presenciado es obra de Atenea, que impera en las batallas; la cual me transforma a su gusto, porque puede hacerlo; y unas veces me cambia en un mendigo y otras en un joven que cubre su cuerpo con hermosas vestiduras. Muy fácil es para las deidades que residen en el anchuroso Uranos, dar gloria a un mortal o envilecerle."

Dichas estas palabras, se sentó. Telémaco abrazó a su buen padre, entre sollozos y lágrimas. A entram- bos les vino el deseo del llanto y lloraron ruidosamen- te, plañendo más que las aves, águilas o buitres de corvas uñas, cuando los rústicos les quitan los hijue- los que aún no volaban: de semejante manera, derra- maron aquéllos tantas lágrimas que movían la compa- sión. Y entregados al llanto los dejara Helios al po- nerse, si Telémaco no hubiera dicho repentinamente a su padre:

*'¿En qué nave los marineros te han traído acá, a Itaca, padre amado? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no creo que hayas venido andando."

Díjole entonces el paciente divinal Odiseo: *'Yo te contaré, oh hijo, la verdad. Trajéronme los Feacios, navegantes ilustres que suelen conducir a cuantos hom- bres arriban a su tierra: me transportaron por el ponto en su velera nave, mientras dormía y me de- jaron en Itaca, habiéndome dado espléndidos presen-

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LA ODISEA

tes, bronce, oro eii abundancia y vestiduras tejidas, que se hallan en una cueva por la voluntad de los dioses. Y he venido acá, por consejo de Atenea, a fin de que tramemos la muerte de mis enemigos. Mas, ea, enumérame y descríbeme a los Pretendien- tes para que, sabiendo yo cuántos y cuáles son, me- dite en mi ánimo irreprochable, si nosotros dos nos bastaremos contra todos o será preciso buscar ayuda."

Ecspondióle el prudente Telémaco: *'¡0h padre! siempre decir que eres famoso por el valor de tus manos y por la prudencia de tus consejos; pero es muy grande lo que dijiste y me tienes asombrado, que no pudieran dos hombres solos luchar contra mu- chos y esforzados varones. Pues aquéllos no son una decena justa, ni dos tan solamente, sino muchos más, y pronto vas a saber el número. De Duliquio vinieron cincuenta y dos mozos escogidos, a los que acompa- ñan seis criados; otros veinticuatro mancebos son de Same; de Zakinto hay veinte jóvenes aqueos, y de la misma Itaca, doce, todos ilustres; y están con ellos el heraldo Medón, un divinal aedo y dos cria- dos peritos en el arte de trinchar. Si cerramos con todos los que se hallan dentro, no sea que ahora que has llegado pagues do una manera bien amarga y terrible el propósito de castigar sus demasías. Pero piensas si es posible hallar algún defensor que nos ayude con ánimo benévolo."

Contestóle el paciente divinal Odiseo: **Voy a de- cirte una cosa; atiéndeme y óyeme. Eeflexiona si nos bastarán Atenea y el padre Zeus, o he de buscar algún otro defensor."

Kespondióle el prudente Telémaco. *' Buenos son los defensores de que me hablas, aunque residen en lo alto, en las nubes; que ellos imperan sobre los hom- bres y los inmortales dioses."

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Ε o ME R O

Di jóle a su vez el paciente divinal Odiseo: *'No permanecerán mucho tiempo apartados de la encar- nizada lucha, así que la fuerza de Ares ejerza el oficio de juez en el palacio entre los Pretendientes y nosotros. Ahora tú, apenas se descubra Eos, vete a casa y mézclate con los soberbios Pretendientes; y a el porquerizo me llevará mas tarde a la pobla- ción, transformado en viejo y miserable mendigo. Si me ultrajaren en el palacio, sufre en el corazón que tienes en el pecho que yo padezca malos tratamientos. Y si vieras que me echan, arrastrándome en el pa- lacio por los pies, o me hieren con saetas, sopórtalo también. Mándales únicamente, amonestándolos con dulces palabras, que pongan fin a sus locuras; mas ellos no te harán caso, que ya les llegó el día fatal. Otra cosa te diré que guardarás en tu corazón: tan luego como la sabia Atenea me lo inspire, te haré una señal con la cabeza; así que la notes, llévate las marciales armas que hay en el palacio, colócalas en el hondo de mi habitación de elevado techo y en- gaña a los Pretendientes con suaves palabras cuando, echándolas de menos, te pregunten por las mismas: ''Las he llevado lejos del humo, porque ya no parecen ''las que dejara Odiseo al partir para Troya, sino que "están afeadas en la parte que alcanzó el ardor del "fuego. Además, el Cronida sugirióme en la mente esta "otra razón más poderosa: no sea que, embriagándoos, "trabéis una disputa, os hiráis los unos a los otros, y "mancilléis el convite y el noviazgo; que ya el hierro "por solo atrae al hombre." Tan solamente dejarás para nosotros dos espadas, dos lanzas y dos escudos de boyuno cuero, que podamos tomar al acometer a los Pretendientes; y a éstos los ofuscarán después Palas Atenea y el próvido Zeus. Otra cosa te diré que pon- drás en tu corazón: si en verdad eres hijo mío y de

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LA ODISEA

mi sangre, ninguno oiga decir que Odiseo está dentro, ni lo sepa Laertes, ni el porquerizo, ni los domésti- cos, ni la misma Penélope; sino sólo y yo proeure- mos conocer la disposición en que se hallan las mu- jeres y pongamos a prueba los esclavos, para averi- guar cuáles nos honran y nos temen en su corazón y cuáles no se cuidan de nosotros y te desprecian a ti siendo cual eres."

Eepúsole su preclaro hijo: *'¡0h padre! Figuróme que pronto te será conocido mi ánimo, que no es la po- breza dé espíritu lo que me domina; mas no creo que lo que propones haya de sernos ventajoso y te invito a meditarlo. Andarás mucho tiempo y en vano si quieres probar a cada uno, yéndote por los campos; mientras aquellos, muy tranquilos en el palacio, devo- ran nuestros bienes orguUosa e inmoderadamente. Yo te exhorto a que averigües cuáles mujeres te hacen poco honor y cuáles están sin culpa; pero no quisiera ir a probar a los hombres por las majadas, sino de- jarlo para más tarde, en el supuesto de que hayas visto verdaderamente alguna señal enviada por Zeus, que lleva la égida."

Así éstos conversaban. En tanto, arribaba a Itaca la bien construida nave que trajera de Pilos a Telómaco y a todos sus compañeros; los cuales, así que llegaron al profundo puerto, sacaron la negra embarcación a tierra firme, y, después de llevarse los aparejos unos diligentes servidores, transportaron los magníficos pre- sentes a la morada de Clitio. Luego enviaron un heral- do a la casa de Odiseo, que diese nuevas a la pru- dente Penélope do cómo Telémaco estaba en el cam- po y había ordenado que el bajel navegase hacia la ciudad, para evitar que la ilustro reina, sintiendo te- mor en su corazón, derramara tiernas lágrimas. En- contráronse el heraldo y el divinal porquerizo, que

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iban a dar la misma nueva, y tan pronto como lle- garon a la casa del divino rey, dijo el heraldo en medio de las esclavas: "¡Oh reina! Ya llegó de Pi- los tu hijo amado." El porquerizo se acercó a Pené- lope, le refirió cuanto su hijo ordenaba que se le dije- se, y hecho el mandado, volvióse a sus puercos, dejando atrás la cerca y el palacio.

Los Pretendientes, afligidos y confusos, salieron del palacio, traspusieron el alto muro del patio y sentá- ronse delante de la puerta. Y Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a arengarles:

''¡Oh amigos! ¡Gran proeza ha realizado orgullosa- mente Telémaco con ese viaje! ¡Y decíamos que no lo llevaría a efecto! Mas, ea, botemos al agua la me- jor nave, proveámosla de remadores, y vayan al punto a decir a aquéllos que tornen prestamente al palacio."

Apenas hubo dicho estas palabras, cuando Anfí- nomo, volviéndose desde su sitio, vio que el bajel en- traba en el hondísimo puerto y sus tripulantes amai- naban las velas o tenían el remo en la mano. Y con suave risa, dijo a sus compañeros:

*'No enviemos ningún mensaje, que ya están en el puerto, sea porque un dios se lo haya dicho, sea por- que vieron pasar la nave y no lograron alcanzarla."

Así habló. Levantáronse todos, fuéronse a la ri- bera del mar, sacaron en el acto la nave a tierra firme y los diligentes servidores se llevaron los aparejos. Se- guidamente se encaminaron juntos al agora, no dejan- do que se sentase con ellos ningún otro hombre, ni mozo ni anciano. Y Antínoo, hijo de Eupites, habló- les de esta suerte:

**¡Ah, cómo las deidades libraron del mal a ese hombre! Durante el día, los atalayas estaban senta- dos en las ventosas cumbres, sucediéndose sin in- terrupción. Y después de ponerse el sol, jamás pasa-

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mos h noche en tierra firme, pues, yendo joor el pon- to en la velera nave hasta la aparición de la divinal Eos, aceehábanios la llegada de Telémaco para apri- sionarle y acabar con él; y en tanto, lo condujo a su casa alguna deidad. Mas, tramemos algo ahora mismo para que le podamos dar deplorable muerte; no sea que se nos escape; pues se me figura que mientras viva no se llevarán a cumplimiento nuestros propósitos, ya que él sobresale por su consejo e inteligencia y nosotros no nos hemos congraciado totalmente con el pueblo. Ea, antes que Telémaco reúna a los aqueos en el agora y opino que no dejará de hacerlo, sino que guardará su cólera y, levantándose en medio de todos les participará que tramamos contra él una muerte te- rrible, sin que lográramos alcanzarle; y los demás, en oyéndolo no han de alabar estas malas acciones y quizás nos causen algún daño y nos echen de nues- tra tierra, y tengamos que irnos a otro país , pre- vengámosle con darle muerte en el campo, lejos de la ciudad, o en el camino; apoderémonos de sus bienes y heredades, a fin de repartírnoslos equitativamente; y entreguemos el palacio a su madre y a quien la despose, para que en común lo posean, y si esta pro- posición os desplace y queréis que Telémaco viva y conserve íntegros los bienes paternos, de hoy más no le comamos en gran abundancia, reunidos todos aquí, las agradables riquezas; antes bien, pretenda cada cual desde su casa a Penélope, solicitándola con regalos de boda, y cásese ella con quien le haga más presentes y venga designado por el destino."

Así habló. Todos enmudecieron y quedaron silen- ciosos, hasta que les arengó el preclaro hijo del rey Niso Aretiada, Anfínomo, que había venido de la her- bosa Duliquio, abundante en trigo, estaba a la cabe- za de los Pretendientes y era el más grato a Pené-

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Η o ME R O

lope porque sus palabras revelaban buenos sentimien- tos. Este, pues, les arengó con benevolencia diciendo:

'*¡0h amigos! Yo no quisiera matar de tal suerte a Telémaco, que es grave cosa destruir el linaje de los reyes; sino consultar primeramente la voluntad de las deidades. Si los decretos del gran Zeus lo apro- baren, yo mismo lo mataría, exhortándoos a todos a que me ayudarais; mas si los dioses nos apartaren de este propósito, os invitaría a que desistierais.*'

De tal manera se expresó Anfínomo y a todos les plugo lo que dijo. Levantáronse en seguida, fuéronse a la casa de Odiseo y, en llegando tomaron asiento en pulimentadas sillas.

Entonces la prudente Penélope decidió otra cosa: mostrarse a los Pretendientes, que se portaban con orgullosa insolencia; pues supo por el heraldo Medón, el cual había escuchado las deliberaciones, que en el palacio se tramaba la muerte de su propio hijo. Fuese hacia la sala, acompañándola sus esclavas. Cuando la divina entre las mujeres hubo llegado adon- de estaban los Pretendientes, paróse ante la co- lumna que sostenía el lecho sólidamente construido, con las mejillas cubiertas por espléndido velo, e in- crepó a Antínoo, diciéndole de esta suerte:

**¡Antínoo, poseído de insolencia, urdidor de mal- dades! Dicen en el pueblo de Itaca que descuellas sobre los de tu edad en el consejo, y en la palabra, mas no eres ciertamente cual se figuran, j Desatinado! ¿Por qué estás maquinando cómo dar a Telémaco la muerte y la Moira, y no te cuidas de los suplicantes, los cuales tienen por testigo a Zeus? No es justo que traméis males los unos contra los otros. ¿Acaso igno- ras que tu padre vino acá huido, con gran temor del pueblo? Hallábase éste muy irritado contra él, porque había ido en conserva de los piratas Tafios a causar

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LA ODISEA

daño a los Tesprotos, nuestros aliados; y querían ma- tarle, y arrancarle el corazón, y devorar sus muchos y agradables bienes;' más Odiseo los contuvo e impidió que lo hicieran, no obstante su deseo. Y ahora te co- mes ignominiosamente su casa, pretendes a su mujer, intentas matarle el hijo y me tienes grandemente contristada. Mas, yo te requiero que ceses ya y man- des a los demás que hagan lo propio."

Eespondióle Eurímaco, hijo de Pólibo: *'¡Hija de Icario! ¡Discreta Penélope! Cobra ánimo y no te preocupes por tales cosas. No hay hombre, ni lo ha- brá, ni nacerá siquiera, que ponga sus manos en tu hijo Telémaco, mientras yo viva y vea la luz acá en la tierra. Lo que voy a decir, llevárase a cabo: pres- to su negruzca sangre correría en torno de mi lan- za. Muchas veces Odiseo, el aselador de ciudades, tomándome sobre sus rodillas, me puso en la mano carne asada y me dio a beber rojo vino; por eso, Te- lémaco me es caro sobre todos los hombres y le ex- horto a no temer la muerte que pueda venirle de los Pretendientes; que la enviada por los dioses es ine- vitable. ' '

Así le habló para tranquilizarla; pero también ma- quinaba la muerte de Telémaco. Y Penélope se fué nuevamente a la espléndida habitación superior, don- de lloró por Odiseo, su querido esposo, hasta que Atenea, la de los ojos claros, le difundió en los párpa- dos el dulce sueño.

Al caer de la tarde, el divinal porquerizo volvió junto a Odiseo y su hijo, los cuales habían sacrifí- cado un puerco añal y aparejaban la cena. Enton- ces se les acercó Palas Atenea y, tocando con su vara a Odiseo Laertíada, lo convirtió otra vez en anciano y le cubrió el cuerpo con miserables vestidu- ras: no fuera que el porquerizo, al verle cara a cara,

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HOMERO

le reconociese, y, en vez de guardar la noticia en su pecho, partiera para anunciársela a la discreta Pe- nélope.

Telémaco fué el primero en hablar y dijo de esta suerte: ** ¡Llegaste ya, divinal Eumeo! ¿Qué se dice por la población? ¿Están en ella, de regreso de la emboscada, los soberbios Pretendientes o me acechan aún, esperando que torne a mi casa?"

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: **No me cuidé de inquirir ni de preguntar tales cosas, mientras anduve por la ciudad; pues tan luego como di la noticia incitóme el ánimo a venirme con toda prisa. Encontróse conmigo un heraldo, diligente nun- cio de tus compañeros, que fué el primero que lo habló a tu madre. También otra cosa, que he visto con mis ojos. Al volver, cuando ya me hallaba más alto que la ciudad en la colina de Hermes, vi que una velera nave bajaba a nuestro puerto; y en ella había multitud de hombres, y estaba cargada de escu- dos y de lanzas de doble filo. Creí que serían los Pretendientes, mas no puedo asegurarlo."

Así se expresó. Sonrióse el esforzado y divinal Te- lémaco y volvió los ojos a su padre, recatándose de que lo viera el porquerizo.

Terminada la faena y dispuesto el banquete, co- mieron, y a nadie le faltó su respectiva porción. Ya satisfecho el deseo de comer y de beber, pensaron en acostarse y el don del sueño recibieron.

Odiseo, al Hogar a sn palacio, es reconocido por su perro Argos, que muere en seguida.

RAPSODIA DECIMASEPTIMA

SI que se descubrió la hija de la mañana, Eos de resáceos de- dos, Telémaco, hijo amado del divinal Odiseo, ató a sus pies hermosas sandalias, asió una fornida lanza que se adaptaba a su mano y, disponiéndose a par- ^ tir para la ciudad, habló de este

modo a su porquerizo:

''¡Abuelo! Voyme a la ciudad, para que mi madre me vea; pues no creo que deje el ^triste llanto, ni el luctuoso gemir, hasta que nuevamente me haya visto. A ti te ordeno que lleves ol infeliz huésped a la población, a fin de que mendigue en ella para comer, y el que quiera le dará un mendrugo y una copa de

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vino; pues yo tengo el ánimo apesarado y no puedo hacerme cargo de todos los hombres. Y si el huésped se irritase mucho, peor para él; que a me agrada decir las verdades.'*

Eespoudióle el ingenioso Odiseo: ''¡Amigo! Yo también prefiero que no me detengan, pues más le conviene a un pobre mendigar la comida por la ciu- dad que por los campos. Me dará el que quiera. Por mi edad ya no estoy para quedarme en la majada y obe- decer a un amo en todas las cosas que ordenare. Vete, pues; que a me acompañará ese hombre a quien se lo mandas, tan pronto como me caliente al fuego y venga el calor del día: no fuera que, ha- llándose en tan mal estado mis vestiduras, el frío de la mañana acabase conmigo, pues decís que la ciudad está lejos."

Así se expresó. Salió Telémaco de la majada, an- dando a buen paso . y maquinando males contra los Pretendientes. Cuando llegó al cómodo palacio arri- mó su lanza a una alta columna y entróse más aden- tro, pasando el umbral de piedra.

A''ióle la primera de todas Euriclea, su nodriza, que se ocupaba en cubrir con pieles los labrados asientos, y corrió a encontrarle derramando lágrimas. Asimis- mo se juntaron a su alrededor las demás esclavas de Odiseo, de ánimo paciente; y todas le abrazaron, be- sándole la cabeza y los hombros.

Salió de su estancia la discreta Penélope, que pa- recía Artemisa o la dorada Afrodita; y, muj' llorosa, echó los brazos sobre el hijo amado, besóle la cabeza y los lindos ojos, y dijo, sollozando, estas aladas pa- labras :

*'¡Has vuelto, Telémaco, mi dulce luz! Ya no pen- saba verte más desde que te fuiste en la nave a Pi- los, ocultamente y contra mi deseo, en busca de no-

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LA ODISEA

ticias de tu padre. Mas, ea, relátame lo que hayas visto."

Contestóle el prudente Telémaco. *' ¡Madre mía! Ya que me he salvado de una terrible muerte, no me incites a que llore, ni me conínuevas el corazón dentro del pecho; antes bien, torna con tus esclavas a lo alto de la casa, lávate, envuelve tu cuerpo con vesti- dos puros, y haz voto de sacrificar a todos los dioses perfectas hecatombes, si Zeus permite que tenga cum- plimiento la venganza. Y yo, en tanto, iré al agora para llamar a un huésped que se vino conmigo desde Pilos y lo envié con los compañeros iguales a los dioses, con orden de que Pireo, llevándoselo a su mo- rada, lo tratase con solícita amistad y lo honrara hasta que yo viniera."

Así le dijo; y ninguna palabra voló de los labios de Penélope. Lavóse ésta, envolvió su cuerpo en vestidos puros, e hizo voto de sacrificar a todos los dioses perfectas hecatombes, si Zeus permitía que tu- viera cumplimiento la venganza.

Telémaco salió del palacio con su lanza en la mano y dos canes de ágiles pies que le siguieron. Y Ate- nea puso en él tal gracia divinal que, al verle lle- gar, todo el pueblo lo contemplaba con admiración. Pronto le rodearon los soberbios Pretendientes, pro- nunciando buenas palabras y revolviendo en su espíritu cosas malas; pero se apartó de la gran mu- chedumbre de los mismos y fué a sentarse donde estaban Mentor, Antifo y Aliterses, antiguos compa- ñeros de su padre, que le hicieron preguntas sobro muchas cosas. Preséntesele Pireo, señalado por su lanza, que traía el huésped al agora, a través de la ciudad; y Telémaco no se quedó lejos do éste, sino que en seguida se le puso al lado. Pireo fué el prime- ro en hablar y dijo de semejante modo:

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Η o ME R O

*'¡Telémaeo! Manda presto mujeres a mi casa, pa- ra que te remita los presentes que te dio Menelao.''

Eespondióle el prudente Telémaco: '^¡Pireo! Aun no sabemos cómo acabarán estas cosas. Si los soberbios Pretendientes, matándome a traición en el palacio, se repartieren los bienes de mi padre, quiero más que goces de los presentes, que no alguno de ellos; y si yo alcanzare a darles la muerte y la Kera, en- tonces, que estaré con alegría, me los traerás alegre a mi morada."

Diciendo así, llevóse al infortunado huésped a su casa. Llegados al cómodo palacio, dejaron sus man- tos en sillas y sillones, y fueron a lavarse en unas bañeras muy pulidas. Y una vez lavados y ungidos con aceite por las esclavas, que les pusieron túnicas y lanosos mantos, saReron del baño y sentáronse en sillas. Una esclava dióles aguamanos, que traía en un magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y puso delante de ellos una pulimentada mesa. La ve- neranda despensera trájoles pan y dejó en la mesa buen número de manjares, obsequiándolos con los que tenía reservados. Sentóse la madre enfrente de los dos jóvenes cerca de la columna en que se apoyaba el techo de la habitación; y, reclinada en una silla, se puso a sacar de la rueca tenues hilos. Aquellos echa- ron mano a las viandas que tenían delante. Y cuan- do hubieion satisfecho las ganas de comer y de beber, la discreta Penélope comenzó a hablarles de esta siicrte:

''¡Telémaco! Me iré a la estancia superior pa- ra acostarme en aquel lecho que tan luctuoso es para y que siempre está regado de mis lágrimas, desde que Odiseo se fué a Ilion con los Atridas; y aún no habrás querido decirme con claridad, antes que los

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soberbios Pretendientes vuelvan a esta casa, si en al- gún sitio oíste hablar del regreso de tu padre."

Eespondióle el prudente Telémaco: **Yo te referiré, oh madre, la verdad. Fuimos a Pilos para ver a Nés- tor, pastor de hombres,• el cual me recibió en su ex- celso palacio y me trató tan solícita y amorosamente como un padre al hijo que vuelve tras larga ausen- cia. ¡Con tal solicitud me acogieron él y sus glorio- sos hijos! Pero me aseguró que no había oído que nin- gún hombre de la tierra hablara del paciente Odiseo, vivo o muerto; y envióme al Atrida Menelao, fa- moso por su lanza, dándome corceles y un sólido carro. Vi allí a la argiva Helena que fué causa, por la vo- luntad de los dioses, de que tantas fatigas padecieran argivos y teneros. No tardó en preguntarme Mene- lao, valiente en la pelea, qué necesidad me llevaba a la divina Lacedemonia; yo se lo relaté todo since- ramente y entonces me respondió con estas palabras:

*'¡0h dioses! En verdad que pretenden dormir en la cama de un varón muy esforzado aquellos hombres tan cobardes. Así como una cierva puso sus hijue- los recién nacidos en la guarida f"**. un bravo león y fuese a pacer por los bosques y los herbosos valles, y el león volvió a la madriguera y dio a entrambos cervatillos indigna muerte; de semejante modo tam- bién Odiseo les ha de dar a aquéllos vergonzosa muerte. Ojalá se mostrase, ¡oh padre Zeus, Atenea y Apolo!, tal como era cuando en la bien construi- da Lesbos se levantó contra él Filomélida, en una disputa, y luchó con él, y le derribó con ímpetu, de lo cual se alegraron todos los aqueos; si mostrándose tal se encontrara Odiseo con los Pretendientes, fuera cor- ta la vida de éstos y las bodas les resultarían muy amargas. Pero en lo que me preguntas y suplicas que te cuente, no quisiera apartarme de la verdad

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ni engañarte; y de cuantas cosas me refirió el veraz anciano de los mares, no te callaré ni ocultaré nin- guna. Dijo que lo vio en una isla, abrumado por recios pesares en el palacio de la ninfa Calipso, que le detiene por fuerza y que no le es posible llegar a la patria tierra, porque no tiene naves provistas de remos ni compañeros que lo conduzcan por el ancho dorso del mar.

"Así habló el Atrida Menelao, famoso por su lan- za. Eealizadas tales cosas, emprendí la vuelta, y los inmortales concediéronme próspero viento y me han traído con gran rapidez a mi querida patria."

Tales fueron sus palabras; y ella siutió que en el pecho se le conmovía el corazón. Entonces Teoclíme- no, semejante a un dios, les dijo de esta suerte:

*'¡0h veneranda esposa de Odiseo Laertíada! Aquél nada sabe con claridad; pero oye mis pala- bras, que yo te haré un vaticinio cierto y no he de ocultarte cosa alguna. Sean testigos primeramente Zeus entre los dioses y luego la mesa hospitalaria y el hogar del irreprochable Odiseo a que he llegado, de que el héroe ya se halla en su tierra patria, sen- tado o moviéndose; tiene noticia de esas inicuas ac- ciones, y maquina males contra todos los Pretendien- tes. Tal augurio observé desde la nave de muchos ban- cos, como se lo dije a Telémaco.'*

Eespondióle la discreta Penélope: 'Ojalá se cum- pliese lo que dices, oh forastero, que bien pronto cono- cerías mi amistad; pues te hiciera tantos presentes, que te considerara dichoso quien contigo se encon- trase.*^

Así éstos conversaban. En tanto divertíanse los Pretendientes, ante el palacio de Odiseo, tirando discos y jabalinas en el labrado pavimento donde acostum- braban hacer sus insolencias. Mas cuando fué hora

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1

LA ODISEA

de cenar y vinieron de todos los campos reses con- ducidas por los pastores que solían traerlas, dijo Me- dón, el heraldo que más grato les era a los Preten- dientes y a cuyos banquetes asistía:

**¡JÓA^enes! Ya que todos habéis recreado vuestro ánimo con los juegos, venid al palacio y dispondremos la cena, pues conviene que se tome en tiempo opor- tuno. ' '

Así les habló; y ellos se levantaron y obedecieron sus palabras. Llegados al cómodo palacio, dejaron sus mantos en sillas y sillones, y sacriñcaron ovejas muy crecidas, pingües cabras, puercos gordos y una gregal vaca, aparejando con ellos su banquete.

En esto, disponíanse Odiseo y el divinal porqueri- zo a partir del campo hacia la ciudad. Y el porquerizo, mayoral de los pastores, comenzó a decir:

** ¡Huésped! Ya que deseas encaminarte hoy mismo a la ciudad, como lo ordenó mi señor yo preferiría que permanecieses aquí para guardar los establos; mas, respeto a aquél y temo que me riña, y las in- crepaciones de los amos son muy pesadas ea, vamo- nos ahora, que ya pasó la mayor parte del día y pron- to vendrá la tarde y sentirás el fresco.**

Eespondióle el ingenioso Odiseo: ** Entiendo, bagó- me cargo, lo mandas a quien te comprende. Vamos, pues, y guíame hasta que lleguemos. Y si has cortado algún bastón, dámelo para apoyarme; que os oigo decir que la senda es muy resbaladiza.*'

Dijo, y echóse al hombro el astroso zurrón lleno de agujeros, con su correa retorcida. Eumeo le entregó el palo que deseaba; y seguidamente einprendieron el camino. Quedáronse allí, custodiando la majada, los perros y los pastores; mientras Eumeo conducía hacia la ciudad a su rey, tranformado en un viejo y mise-

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HOMBRO

rabie mendigo que se apoyaba en el bastón y lliraba el cuerpo revestido de feas vestiduras.

Mas cuando, recorriendo el áspero camino, hallá- ronse a poca distancia de la ciudad y llegaron a la labrada fuente de claras linfas, de la cual tomaban el agua los ciudadanos era obra de Itaeo, Nérito y Políctorj rodeábala por todos lados un bosque de ála- mos, que se nutren en la humedad; vertía el agua, sumamente fresca, desde lo alto de una roca; y en su parte superior se había construido un altar a las nin- fas, donde todos los caminantes sacrificaban, encon- tróse con ellos el hijo de Dolió, Melantío, que llevaba las mejores cabras de sus rebaños para la cena de los Pretendientes y le seguían dos pastores. Así que los vio, increpóles con palabras amenazadoras y groseras, que conmovieron el corazón de Odiseo:

*' Ahora se ve muy cierto que un ruin lleva a otro ruin, pues un dios junta siempre a cada cual con su semejante. ¿A dónde, no envidiable porquero, condu- ces ese glotón, ese mendigo importuno, esa peste de los banquetes, que con su espalda frotará las jambas de muchas puertas no pidiendo ciertamente trípodes ni calderos, sino tan sólo mendrugos de pan? Si me lo dieses, para guardar mi majada, barrer el establo y llegarles el forraje a los cabritos, bebería suero y echaría gordo muslo. Mas, como ya es ducho en malas obras, no querrá aplicarse al trabajo; antes irá men- digando por la población para llenar su vientre in- saciable. Lo que voy a decir se cumplirá: si fuere al palacio del divinal Odiseo, rozarán sus costados mu- chos escabeles que habrán hecho llover sobre su ca- beza las manos de aquellos varones.*'

Así dijo; y, acercándose, dióle una coz en la ca- dera, locamente; pero no le pudo arrojar del camino, sino que el héroe permaneció muy firme. Entonces

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LA ODISEA

se le ocurrió a Odiseo acometerle y quitarle la vida con el palo, o levantarlo un poco y estrellarle la ca- beza contra el suelo. Mas al fin, sufrió el ultraje y contuvo la cólera de su corazón. Y el porquerizo increpó a aquél, mirándole cara a cara, y oró fervien- temente levantando las manos:

** ¡Ninfas de las fuentes! ¡Hijas de Zeus! Si Odi- seo os quemó alguna vez muslos de corderos y de ca- britos, cubriéndolos de pingüe grasa, cumplidme este voto: Ojalá vuelva aquel varón, traído por algún dios; pues él te quitaría toda esa jactancia con que ahora nos insultas, vagando siempre por la ciudad, mientras pastores perversos acaban con los rebaños.'*

Eeplicóle el cabrero Melantio: *'¡0h dioses! ¡Qué dice ese perro, que sólo entiende en cosas malas! Un día me lo lie de llevar lejos de Itaca, en negro bajel de muchos bancos, para que, vendiéndolo, me proporcio- ne una buena ganancia. Ojalá Apolo, que lleva arco de plata, hiriera a Telémaco hoy mismo en el palacio, o sucumbiera el joven a manos de los pretendientes; como perdió Odiseo, lejos de aquí, la esperanza de ver el día de su regreso.'*

Cuando así hubo hablado, dejólos atrás, pues cami- naban lentamente, y llegó muy presto al palacio del rey. Acto continuo entró en el mismo, sentándose en medio de los Pretendientes, frente a Eurímaco, que era a quien más quería. Sirviéronle unos trozos de car- ne, los que en esto se ocupaban, y trájole pan la ve- neranda despensera. En tanto, detuviéronse Odiseo y el divinal porquerizo junto al palacio, y oyeron los sones de la hueca cítara, pues Femio empezaba a can- tar. Y tomando aquél la mano del porquerizo hablóle de esta suerte:

**¡Eumeo! Es ésta, sin duda, la hermosa mansión de Odiseo, y sería fácil conocerla aunque entre muchas

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Η ñ Μ Ε R φ

se la viera. Tiene más de un piso, cerca su patio almenado muro, las puertas están bien ajustadas y son de dos hojas: ningún hombre despreciaría una casa semejante. Conozco que, dentro de la misma, multitud de varones celebran un banquete; pues lle- gó hasta el olor de la carne asada y se oye la cí- tara, que los dioses hicieron compañera de los festines.''

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: ** Fácil- mente lo habrás conocido, que tampoco te falta discreción para las demás cosas. Mas, ea, delibere- mos sobre lo que puede hacerse. O entra primero en el cómodo palacio y mézclate con los Pretendientes, y yo me detendré un poco; o, si lo prefieres, quédate y yo iré delante, pero no tardes: no sea que al- guien, al verte fuera, te tire algo o te un golpe. Yo te invito a que pienses en esto."

Contestóle el paciente divinal Odiseo: "Entiendo, hágome cargo, lo mandas a quien te comprende. Mas, adelántate y yo me quedaré, que ya he pro- bado lo que son golpes y heridas y mi ánimo es sufri- do por lo mucho que hube de padecer, así en el mar como en la guerra; venga, pues, ese mal tras de los otros. No se pueden disimular las instancias del ávi- do y funesto vientre, que tantos perjuicios les origina a los hombres y por el cual se arman las naves de muchos bancos que surcan el estéril mar y van a cau- sar daño a los enemigos."

Así éstos conversaban. Y un perro, que estaba echado, alzó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Odiseo, a quien éste criara, aunque luego ro se aprovechó del mismo porque tuvo que partir a la sagrada Ilion. Anteriormente llevábanlo los jó- venes a correr cabras monteses, ciervos y liebres; mas entonces en la ausencia de su dueño, yacía abandona- do sobre mucho fiemo de mulos y de bueyes, que ver-

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I

LA ODISEA

tían junto a la puerta a lin do que los siervos de Odiseo lo tomasen para estercolar los dilatados cam- pos: alli estaba tendido Argos, todo lleno de garra- patas. Al advertir que Odiseo se aproximaba, le ha- lagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas ya no pudo íalir al encuentro de su amo; y éste, cuando lo vio, enjugóse una lágrima que con facilidad logró ocultar a Eumeo, a quien hizo después esta pregunta: **¡Eumeo! Es de admirar que este can yazca en el fiemO; pues su cuerpo es hermoso; aunque ignoro si, con tal belleza fué ligero para correr o como los que algunos tienen en su mesa y sólo por gusto los crían sus señores."

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: "Ese can perteneció a un hombre que ha muerto lejos de nosotros. Si fuese tal como era en el cuerpo y en la actividad cuando Odiseo le dejó al irse a Troya, pron- to admirarías su ligereza y su vigor: no se le esca- paba ninguna fiera que levantase, ni aún en lo más hondo de intrincada selva, porque era sumamente há- bil en seguir un rastro. Mas ahora abrúmanle los males a causa de que su amo murió fuera de la patria, y las negligentes mozas no lo cuidan, porque los sier- vos, así que el amo deja de mandarlos, no quieren trabajar como es debido; que el longividente Zeus le quita al hombro la mitad de la virtud el mismo día en que cae esclavo.*'

Diciendo así, entróse por el cómodo palacio y se fué derecho a la sala, hacia los ilustres Pretendientes. Entonces la negra muerte se apoderó de Argos, des- pués que tornara a ver a Odiseo al vigésimo año.

Advirtió el deiforme Telémaco mucho antes que na- die la llegada del porquerizo; y, haciéndole una señal, lo llamó a su vera. Eumeo miró en contorno suyo,

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HOMERO

tomó una silla desocupada la que solía utilizar el trinchante al distribuir carne en abundancia a los Pre- tendientes cuando celebraban sus festines en el pala- cio— y fué a colocarla junto a la mesa de Telémaco, enfrente de éste, que se hallaba sentado. Y luego sirvióle el heraldo vianda y pan, sacándolo de un canastillo.

Poco después que Eumeo, penetró Odiseo en el pala- cio transfigurado en un viejo y miserable mendigo, que se apoyaba en el bastón y llevaba feas vestiduras. Sentóse en el umbral de fresno, a la parte interior de la puerta, y se recostó en la jamba de ciprés que en otro tiempo el artífice había pulido hábilmente y enderezado valiéndose de un nivel. Y Telémaco lla- mó al porquerizo y le dijo, después de tomar un pan entero del hermoso canasto y tanta carne como le cu- po en sus manos:

** Dáselo al forastero y mándale que pida a todos loo Pretendientes, acercándose a los mismos; que al que está necesitado no le conviene ser vergonzoso."

Así se expresó. Fuese el porquero al oírlo y, llega- do que hubo adonde estaba Odiseo, díjole estas ala- das palabras:

'*¡0h forastero! Telémaco te da lo que te traigo y te manda que pidas a todos los Pretendientes, acer- cándote a los mismos; pues dice que al mendigo no le conviene ser vergonzoso."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: ''¡Zeus soberano! Haz que Telémaco sea dichoso entre los hombres y cumpla cuanto su corazón desea."

Dijo; tomó las viandas con las dos manos, las puso delante de sus pies, encima del astroso zurrón, y comió mientras el aedo cantaba en el palacio; de suerte que cuando acabó la cena, el divinal aedo lle- gaba al fin de su canto. Los pretendientes empezaron

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LA ODISEA

a mover alboroto eu la sala, y Palas Atenea se acer- có a Odiseo Laertíada excitándole a que les pidiera algo y fuera recogiendo mendrugos, para que cono- ciese cuáles de aquellos eran justos y cuáles malva- dos, aunque ninguno tenía que librarse de la ruina. Fué, pues, el héroe a pedirle a cada varón, comen- zando por la derecha, y a todos les alargaba la mano como si desde largo tiempo mendigase. Ellos, com- padeciéndole, le daban limosna, le miraban con extra- ñeza y preguntábanse unos a otros quién era y de dónde había venido. Y el cabrero Melantio hablóles de esta suerte:

'Oídme, oh Pretendientes del ilustre reino, que os voy a hablar del forastero, a quien vi antes que aho- ra. Guiábalo hacia acá el porquerizo, pero a él no le conozco, ni de donde se precia de ser por su linaje." Así les habló; y Antínoo increpó al porquerizo con estas palabras: '^jAh, famoso porquero I ¿Por qué le trajiste a la ciudad? ¿Acaso no tenemos bastantes va- gabundos, que son mendigos importunos y peste de los festines? ¿O te parece poco que los que aquí se juntan devoren los bienes de tu señor y has ido a otra parte a llamar a éste?"

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: *' ¡Antí- noo I No hablas bien, aunque seas noble. ¿Quién iría a parte alguna a llamar a nadie, como no fuere de los que ejercen su profesión en el pueblo: un adivino, un médico para curar las enfermedades, un carpintero o un divinal aedo que nos deleite cantando? Estos son los mortales a quienes se llama en la tierra in- mensa; y nadie traería un pobre para que le arruinase. Siempre has sido el más áspero de todos los Preten- dientes para los esclavos de Odiseo y en especial para mí; aunque no por ello he de preocuparme, mientras

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Ε. o ME R O

me vivan en el palacio la discreta Penélope y Telé- maco, semejante a un dios.'*

Contestóle el prudente Telémaco: '* Calla, no le res- pondas largamente; que Antínoo suele irritarnos siem- y de mal modo con ásperas palabras, e incita a los demás a hacer lo propio.'*

Dijo; y hablóle a Antínoo con estas aladas pala- bras: ** ¡Antínoo! ¡En verdad que te tomas por tan buen cuidado como un padre por su hijo, cuando con duras voces me ordenas arrojar del palacio a ese huésped! ¡No permitan las númenes que así suceda! Coge algo y dáselo, que no te lo prohibo, antes bien te invito a hacerlo; y no temas que lo lleven a mal ni mi madre, ni ninguno de los esclavos que viven en la casa del divinal Odiseo. Mas no hay en tu pecho tal propósito, que prefieres comértelo a darlo a nadie.'*

Antínoo le respondió diciendo: ** ¡Telémaco altílo- cuo, incapaz de moderar tus ímpetus! ¿Qué has dicho? Si todos los Pretendientes le dieran tanto como yo, se estaría tres meses en su casa, lejos de nosotros."

Así habló; y mostróle, tomándolo de debajo de la mesa, el escabel en que apoyaba sus nítidas plantas cuando asistía a los banquetes. Pero todos los de- más le dieron algo, de modo que el zurrón se llenó de pan y de carne. Y ya Odiseo iba a tornar al umbral para comer lo que le habían regalado los aqueos, pe- ro se detuvo cerca de Antínoo y le dijo estas pa- labras:

**Dame algo, amigo; que no me pareces el peor de los aqueos, sino por el contrario, el mejor; ya que te asemejas a un rey. Por eso te corresponde a ti, más aun que a los otros, darme pan; y yo divulgaré tu fama por la tierra inmensa. En otra época, tam- bién yo fui dichoso entre los hombres, habité una rica morada, y di muchas veces limosna al vagabun-

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LA ODISEA

do, cualquiera que fuese y liallárase eu la uecesidad en que se hallase; entonces tenía innúmeros esclavos y otras muchas cosas con las cuales los hombres vi- ven en regalo y gozan fama de opulentos. Mas Zeus Cronida me arruinó, porque así lo quiso, incitándome a ir al Egipto con errabundos piratas; viaje largo, en el cual había de hallar mi perdición. Así que de- tuvo en el río Egipto los corvos bajeles, después de mandar a los fieles compañeros que se quedaran a custodiar las embarcaciones, envió espías a los para- jes oportunos para explorar la comarca; pero los míos, cediendo a la insolencia por seguir su propio impulso, empezaron a devastar los hermosos campos de los egipcios; y se llevaban las mujeres y los ni- ños, y daban muerte a los varones. No tardó el cla- moreo en llegar a la ciudad. Sus habitantes, habien- do oído los gritos, vinieron al amanecer: el campo se llenó de infantería, de jinetes y de reluciente bronce; Zeus, que so huelga con el rayo, mandó a mis com- pañeros la perniciosa fuga; y ya, desde entonces, na- die se atrevió a resistir, pues los males nos cercaban por todas partes. Allí nos mataron con el agudo bronce muchos hombres, y a otros se los llevaron pa- ra obligarles a trabajar en provecho de los ciudada- nos. A me entregaron a un forastero que se en- contró presente, a Dmétor Yásida; el cual me llevó a Chipre, donde reinaba con gran poder, y de allí he venido, después de padecer muchos infortunios.''

Antínoo le respondió diciendo: ''¿Qué dios nos tra- jo esa peste, esa amargura del banquete? Quédate ahí, en medio, a distancia de mi mesa: no sea que pronto vayas al amargo Egipto y a Chipre por ser un mendigo tan audaz y sin vergüenza. Ahora te detie- nes ante cada uno de éstos que te dan locamente, por- que ni usan de moderación ni sienten piedad al re-

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HOMERO

galar cosas ajenas de que disponen en gran abun- dancia. * '

Di jóle, retrocediendo, el ingenioso Odiseo: '*;01i dioses! En verdad que el juicio que tienes no se co- rresponde con tu presencia. No darías de tu casa ni tan siquiera sal a quien te suplicara, cuando, sen- tado a la mesa ajena, no has querido entregarme un poco de pan, con tener a mano tantas cosas.*'

Así se expresó. Irritóse Antínoo aún más en su co- razón y, encarándole la torva vista, le dijo estas pa- labras:

*'Ya no creo que puedas volver atrás y salir im- pune de este palacio, habiendo proferido tales in- jurias. ' '

Asi habló; y, tomando el escabel, tiróselo y acer- tóle en el hombro derecho, hacia la extremidad de la espalda. Odiseo se mantuvo firme como una roca, sin que el golpe de Antínoo le hiciera vacilar; pero meneó en silencio la cabeza, agitando en lo íntimo de su espíritu siniestros propósitos. Eetrocedió en se- guida al umbral, sentóse, puso en tierra el zurrón que llevaba repleto, y dijo a los Pretendientes:

''Oídme, Pretendientes de la ilustre reina, para que os manifieste lo que en el pecho el ánimo me ordena deciros. Ningún varón siente dolor en el alma ni pesar alguno, al ser nerido cuando pelea por sus haciendas, por sus bueyes o por sus blancas ovejas; mas Antínoo hirióme a por causa del odioso y fu- nesto vientre, que tantos males acarrea a los hom- bres. Si en alguna parte hay dioses y furias para los mendigos, cójale la muerte a Antínoo antes que el casamiento se lleve a término."

Di jóle nuevamente Antínoo, hijo de Eupites: ''Co- me sentado tranquilamente, oh forastero, o vete a otro lugar; no sea que, con motivo de lo que hablas,

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LA ODISEA

estos jóvenes te arrastren por la casa, asiéndote de un pie o de una mano, y te laceren todo el cuerpo. '*

Tales fueron sus palabras. Todos sintieron vehe- mente indignación y alguno de aquellos soberbios mo- zos habló de esta manera:

''¡Antínoo! No procediste bien, hiriendo al in- feliz vagabundo. ¡Insensato! ¿Y si por acaso fuese alguna celestial deidad...? Que los dioses, haciéndose semejantes a huéspedes de otros países y tomando toda clase de figuras, recorren las ciudades para co- nocer la insolencia o la justicia de los hombres.'*

Así hablaban los pretendientes, pero Antínoo no hizo caso de sus palabras. Telémaco sintió en su pecho una gran pena por aquel golpe, sin que por esto le cayese ninguna lágrima desde los ojos al sue- lo; pero meneó en silencio la cabeza, agitando en lo íntimo de su espíritu siniestros propósitos.

Cuando la discreta Penélope oyó decir que al hués- ped lo había herido Antínoo en el palacio, habló así en medio de sus esclavas: ** ¡Ojalá Apolo, célebre por su arco, te hiriese a de la misma manera!"

Di jóle entonces Eurínome, la despensera: *'Si nues- tros votos se cumpliesen, ninguno de aquéllos viviría cuando se descubra Eos, de hermoso trono."

Eespondióle la discreta Penélope ''¡Ama! Todos son aborrecibles porque traman acciones inicuas; pero Antínoo casi tanto como la negra Ker. Un infeliz forastero anda por el palacio y pide limosna, pues la necesidad lo apremia; los demás llenaron el zurrón con sus dádivas, y éste le ha tirado el escabel, acer- tándole en el hombro derecho."

De tal suerte habló, sentada en su estancia entre las siervas, mientras el divinal Odiseo cenaba. Y lla- mando después al divinal porquero, di jóle de este modo.'

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SOMERO

'^Yé, divinal Eumeo, acércate al huésped y mán- dale que veuga, para que yo le salude y le interrogue también aceica de si oyó hablar de Odiseo, de ánimo paciente, o le vio acaso con sus propios ojos, pues parece que ha vagado por muchas tierras."

Y le respondiste así, porquerizo Eumeo: * 'Ojalá se callaran los aqueos, oh reina; pues cuenta tales cosas, que encantaría tu corazón. Tres días con sus noches lo detuve en mi cabana, pues fui el primero a quien acudió al escaparse del bajel, pero ni aun así pudo terminar la narración de sus desventuras. Como se contempla al aedo, que, instruido por los dio- ses, les canta a los mortales deleitosos relatos, y ellos no se sacian de oírle cantar; así me tenía transportado, mientras permaneció en mi majada. Asegura que fué huésped del padre de Odiseo y que vive en Creta, donde está el linaje de Minos. De allí viene, habien- do padecido infortunios y vagando de una parte a otra; y refiere que oyó hablar de Odiseo, el cual vive, está cerca en el opulento país de los Tesprotos y trae a esta casa muchas preciosidades.''

Eespondióle la discreta Penélope: ''Anda, vé, hazle venir, para que lo relate en mi presencia. Regocíjense los demás, sentados en la puerta, o aquí en la sala, ya que tienen el corazón alegre, porque sus bienes, el pan y el dulce vino, se guardan íntegros en sus casas, si no es lo que comen sus esclavos; mientras que ellos vienen día tras día a nuestro palacio, nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran espléndidos banquetes, beben el vino loca- mente y así se consumen muchas cosas, porque no tenemos un hombre como Odiseo, que fuera capaz de librar a nuestra casa de la ruina. Si Odiseo tornara, y

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LA ODISEA

volviera a su patria, no tardaría en vengar, juntán- dose con su hijo, las violencias de estos hombres.'*

Así dijoj y Telémaco estornudó tan recio, que el ;^:alacio retumbó horrendamente. Eióse Penélope y en seguida dirigió a Eumeo estas aladas palabras:

*'Anda y traeme ese forastero. ¿No ves que mi hijo estornudó a todas mis palabras? Esto indica que no dejará de llevarse a cabo la matanza de los Pre- tendientes, sin que ninguno escape a la muerte. Otra cosa te diré, que pondrás en tu corazón: Si llego a conocer que cuanto me relatare es verdad, le entre- garé un manto y una túnica, vestidos muy hermosos." Así se expresó; fuese el porquerizo al oírle y, lle- gándose adonde estaba Odiseo, le dijo estas aladas palabras:

** ¡Padre huésped! Te llama la discreta Penélope, madre de Telémaco; pues, aunque afligida por los pesares, su ánimo la incita a hacerte algunas pre- guntas sobre su esposo. Y si llega a conocer que cuan- to le relatares es cierto, te entregará un manto y una túnica, de que tienes gran falta; y en lo sucesivo mantendrás tu vientre yendo por el pueblo a pedir pan, pues te dará limosna el que quiera."

Respondióle el paciente divinal Odiseo: ** ¡Eumeo! To diría incontinenti la verdad de todas estas cosas a la hija de Icario, a la discreta Penélope, porque muy bien de su esposo y hemos sufrido igual infor- tunio; mas temo a la muchedumbre de los crueles Pretendientes, cuya insolencia y orgullo llegan al fé- rreo Uranos. Ahora mismo, mientras andaba yo por la casa sin hacer mal a nadie, dióme este varón un doloroso golpe y no lo impidió Telémaco ni otro al- guno. Así, pues, exhorta a Penélope, aunque estS

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Μ φ Μ Ε R o

impaciente, a que aguarde en el palacio hasta la puesta de Helios j e interrogúeme entonces sobre su marido y el día en que volverá, haciéndome sentar cerca del fuego, pues mis vestidos están en mísero esta- do, como sabes muy bien, por haber sido el primero a quien dirigí mis súplicas.'*

Tal dijo. El porquero se fué en cuanto oyó estas palabras. Y ya repasaba el umbral, cuando Penélope le habló de esta manera:

*'¿No lo traes, Eumeo? ¿Por qué se niega el vaga- bundo? ¿Siente hacia alguien un gran temor, o se avergüenza en el palacio por otros motivos? Malo es que un vagabundo peque de vergonzoso. ' '

Y le respondiste así, poiquerizo Eumco: ** Habla razonablemente, y dice lo que otro pensara en su caso, queriendo evitar la insolencia de varones tan soberbios. Te invita a que aguardes hasta la puesta de Helios. Y será mucho mejor para ti, oh reina, que estés sola cuando le hables al huésped y escuches sus respuestas. ' *

Contestóle la discreta Penélope: **No pensó necia- mente el forastero, sea quién fuere; pues no hay en país alguno, entre los mortales hombres, otros de más insolencia, ni que maquinen más inicuas acciones, que los Pretendientes.'*

Así habló. El divinal porquero se fué hacia la tur- ba de los Pretendientes, tan pronto como dijo a Pe- nélope cuanto deseaba, y acto seguido, dirigió a Te- lémaco estas aladas palabras, acercando la cabeza para que los demás no se enteraran:

*' ¡Amigo! Yo me voy a guardar los puercos y to- das aquellas cosas que son tus bienes y los míos; y lo de acá, quede a tu cuidado. Mas lo primero de todo, sálvate a ti mismo y considera en tu espíritu

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Ώ

8 Ε

cómo evitarás que te hagan daño; pues traman mal- dades muchos de los aqueos, a quienes Zeus destruya antes que se conviertan en una plaga para nosotros/'

Eespondióle el prudente Telémaco: **Así se hará, abuelo. Vete después de cenar, γ al romper el alba traerás hermosas víctimas; que de las cosas presentes cuidaré yo y también los Inmortales.*'

Tal dijo. Sentóse Eumeo nuevamente en la bien pulimentada silla, y después que satisfizo el deseo de comer y de beber, volvióse a sus puercos, dejando atrás la cerca y la casa, que rebosaban de convidados y recreábanse éstos con el baile y el canto, porque ya la tarde había venido.

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Tdvbasele el ánimo a Tro, después de haber provocado a Odiseo,

y los criados

lo sacan a viva fuerza para que luche con el héroe.

RAPSODIA DECIMAOCTAVA

LEGO entonces im mendigo, que andaba por todo el pueblo; el cual pedía limosna en la ciu- dad de Itaca, se señalaba por su vientre glotón pues comía y bebía incesantemente y ha- llábase falto de fuerza y de vi- gor, aunque tenía gran presen- cia. Arneo era su nombre, el que al nacer le puso su veneranda madre; pero llamábanle Iro todos los jó- venes, porque hacía los mandados que se le ordenaban. Propúsose el tal sujeto, cuando llegó, echar a Odiseo de su propia casa e insultóle con estas aladas pa- labras :

''Retírate del umbral, oh viejo, para que no hayas

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Ε Q ME R O

de haberte muy pronto asido de un pie y arrastrado afuera. ¿No adviertes que todos me guiñan el ojo, instigándome a que te arrastre, y no lo hago porque me vergüenza? Mas, ea, álzate, si no quieres que en la disputa lleguemos a las manos."

Mirándole con torva faz, le respondió el ingenioso Odiseo; ** ¡Desdichado! Ningún daño te causo, ni de palabra ni de obra; ni me opongo a que te den; aun- que sea mucho. En este umbral hay sitio para entram- bos y no has de envidiar las cosas de otro; me parece que eres un vagabundo como yo, y son las deidades quienes proporcionan la opulencia. Pero no me pro- voques demasiado a venir a las manos, ni excites mi cólera; no sea que, viejo como soy, te llene de sangre el pecho y los labios; y así gozaría mañana de ma- yor descanso, pues no creo que asegundaras la vuelta a la mansión de Odiseo Laertíada."

Contestóle muy enojado el vagabundo Iro: **¡0h dioses! Cuan atropelladamente habla el glotón, que parece la vejezuela del horno. Algunas cosas malas pudiera tramar contra él; golpeándole con mis bra- zos, le echaría los dientes de las mandíbulas al suelo como a una marrana que destruye las mieses. Cíñete ahora, a fin de que éstos nos juzguen en el combate. Pero ¿cómo podrás luchar con un hombre más joven?"

De tal modo se zaherían ambos, con gran animosi- dad en el pulimentado umbxal, delante de las eleva- das puertas. Advirtiólo la sacra potestad de Antínoo y, con dulce risa, dijo a los Pretendientes:

** ¡Amigos! Jamás hubo una diversión como la que un dios nos ha traído a esta casa. El forastero e Iro riñen y están para venir a las manos; hagamos que peleen cuanto antes."

Así se expresó. Todos se levantaron con gran risa

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LA ODISEA

y se pusieron alrededor de los haiaposos mendigos. Y Antínoo, hijo de Eupites, díjoles de esta suerte:

'Oíd, ilustres Pretendientes, lo que voy a propone- ros: de los vientres de cabra que llenamos de gordura y de sangre, y pusimos a la lumbre para la cena, es- coja el que quiera, aquél que resulte vencedor, por ser el más fuerte; y en lo sucesivo, comerá con nos- otros y no dejaremos que entre ningún otro mendigo a pedir limosna/*

Así se expresó Antínoo, y a todos les plugo cuanto dijo. Pero el ingenioso Odiseo, meditando engaños, hablóles de esta suerte:

*' ¡Amigos! Aunque no es justo que un hombre vie- jo y abrumado por la desgracia, luche con otro más joven, el maléfico vientre me instiga a aceptar el combate, para que haya de sucumbir a los golpes que me dieren. Ea, pues, prometed todos, con firme jy- ramento, que ninguno, para socorrer a Iro, me gol- peará con pesada mano, procediendo inicuamente y empleando la fuerza para someterme a aquél.'*

Así les dijo; y todos juraron, como se les pedía. Y tan pronto como hubieron acabado de prestar el juramento, el esforzado y divinal Telémaco habló- les con estas palabras:

*'¡Huéspedl Si tu corazón y tu ánimo valiente te impulsan a quitar a éste de en medio, no temas a ningún otro de los aquivos; pues con muchos tendría que luchar quién te pegare. Yo soy aquí el que hospitalidad, y aprueban mis palabras los reyes An- tínoo y Eurímaco, prudentes ambos.**

Así le dijo, y todos lo aprobaron. Odiseo se ciñó los andrajos, ocultando las partes verendas, y mostró sus muslos hermosos y grandes; también aparecieron las anchas espaldas, el pecho y los fuertes brazos; y

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U o ME R O

Atenea, poniéndose a su lado, acrecentándole los miembros al pastor de hombres. Admirándose mu- ellísimo los Pretendientes, y uno de ellos dijo al que tenía más cercano:

''Pronto a 1ro, al infortunado Iro, le alcanzará el mal que se buscó. ¡Tal muslo ha descubierto el viejo, al quitarse los harapos!"

Así decían; y a Iro se le turbó el ánimo misera- blemente. Mas con todo eso, ciñéronle, a viva fuerza los criados, y sacáronlo lleno de temor, pues las car- nes le temblaban en sus miembros. Y Antínoo le in- crepó de esta guisa:

* 'Ojalá no existieras, fanfarrón, ni hubieses naci- do, puesto que tiemblas y temes de tal modo a un viejo, abrumado ^por el infortunio, que le persigue. Lo que voy a decir, se cumplirá. Si éste quedare ven- cedor, por tener más fuerza, te echaré en una negra embarcación y te mandaré al Epiro, al rey Eque- to, plaga de todos los mortales, que te cortará la nariz y las orejas con el cruel bronce y te arrancará las partes viriles, para dárselas crudas a los perros."

Así habló; y a Iro crecióle el temblor que agitaba sus miembros. Condujéronlo al centro y entrambos contendientes le\^antaron los brazos. Entonces pensó el paciente y divinal Odiseo si le daría tal golpe a Iro, que el alma se le fuera en cayendo a tierra, o le pegaría con más suavidad, derribándolo al suelo. Y después de considerarlo bien, le pareció que lo mejor sería pegarle suavemente, para no ser reconocido por los aquivos. Alzados los brazos, Iro dio un golpe a Odiseo en el hombro derecho; y Odiseo, tal puñada a Iro en la cerviz, debajo de la oreja, que le que- brantó los huesos allá en el interior y le hizo echar roja sangre por la boca: cayó Iro, y, tendido en el

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suelo, batió los dientes y golpeó con los pies la tie- rra; y en tanto los ilustres Pretendientes levantaban los brazos y se morían de risa. Pero Odiseo cogió a Iro del pie y, arrastrándolo por el vestíbulo hasta lle- gar al patio y a las puertas del pórtico, lo asentó, re- costándolo contra la pared, le puso un bastón en la mano y le dirigió estas aladas palabras:

** Quédate allí sentado para ahuyentar los puercos y los canes; y no quieras, siendo tan ruin, ser el señor de los huéspedes y de los pobres; no sea que te atraigas un daño aún peor que el de ahora.''

Dijo; y colgándose del hombro el astroso zurrón lleno de agujeros, con su cuerda retorcida, volvióse al umbral y allí tomó asiento. Y entrando los demás, que se reían placenteramente, le festejaron con estas palabras:

**¡Zeus y los inmortales dioses te den, oh huésped, lo que más anheles y a tu ánimo le sea grato, ya que has conseguido que ese pordiosero insaciable deje de mendigar por el pueblo; pues en seguida lo llevare- mos al Epiro, al rey Equeto, plaga de todos los mortales!"

Así dijeron; y el divinal Odiseo holgó del presagio. Antínoo le puso delante un vientre de cabra grandí- simo, lleno de gordura y de sangre, y Anfínomo le sirvió dos panes, que tomara del canastillo, ofrecióle vino en copa de oro, y le habló de esta manera:

** ¡Salve, padre huésped! dichoso en lo sucesivo, ya que ahora te abruman tantos males."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: '* ¡Anfínomo! Me pareces muy discreto, como hijo de tal padre. Llegó a mis oídos la buena fama que el duliquiense Niso gozara de bravo y de rico; dicen que él te ha engen- drado, y en verdad que tu apariencia es la de un

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varón afable. Por esto voy a decirte una cosa, y atiéndeme y óyeme: la tierra no cría ser alguno mas mísero que el hombre, entre cuantos respiran y se mueven sobre el suelo. No se figura el hombre que haya de padecer infortunios, mientras las deidades le proporcionan la felicidad y sus rodillas se mueven; pero cuando los bienaventurados dioses le mandan la desgracia, ha de soportarla, mal de su grado, con ánimo paciente, pues es tal el pensamiento de los te- rrestres varones, que cambia según el día que les trae el Padre de los hombres y de los Dioses. Tam- bién yo, en otro tiempo, hubiera debido ser feliz en- tre los hombres; pero cometí repetidas maldades, pre- valiéndome de mi fuerza y de mi poder y confiando en mi padre y en mis hermanos... Nadie, por con- siguiente, sea injusto en cosa alguna; antes bien, dis- frute sin ruido de las dádivas que los Númenes le deparen. Observo que los Pretendientes maquinan mu- chas iniquidades, consumiendo las posesiones y ultra- jando a la esposa de un varón que te aseguro que no estará largo tiempo apartado de sus amigos y do su patria, porque ya se halla muy cerca de nosotros. Ojalá un dios te conduzca a tu casa y no te encuen- tres con él cuando torne a la patria tierra; que no ha de ser incruenta la lucha que entable con los Pretendientes, tan luego como vuelva a estar debajo de la techumbre de su morada. *'

Así habló, y, hecha la libación, bebió el dulce vino y puso nuevamente la copa en manos del prín- cipe de hombres. Este se fué por la casa, con el co- razón angustiado y meneando la cabeza, pues su áni- mo le presagiaba desventuras; aunque no por eso ha- bía de librarse de la Ker, pues Atenea lo detuvOj. a fin de que cayera vencido por las manos y la robusta lan-

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za de Telémaco. Mas entonces, volvióse a la silla que antes ocupaba.

Entretanto, Atenea, la deidad de los claros ojos, puso en el corazón de la discreta Penélope, hija de Icario, el deseo de mostrarse a los Pretendientes, para que se les alegrara grandemente el ánimo y fuese ella más honrada que nunca por su esposo y por su hijo. Rióse Penélope sin motivo y profirió estas palabras:

''¡Eurínome! Mi ánimo desea lo que antes no ape- tecía: que me muestre a los Pretendientes, aunque a todos deteste. Quisiera hacerle a mi hijo una adver- tencia, que le será provechosa: que no trate de con- tinuo a estos soberbios, que dicen buenas palabras y maquinan acciones inicuas.'*

Eespondióle Eurínome, la despensera: "Sí, hija, es muy oportuno cuanto acabas de decir. Vé, hazle a tu hijo esa advertencia y nada le ocultes, pero antes, la- va tu cuerpo y unge tus mejillas; no te presentes con el rostro afeado por las lágrimas, que es malísima cosa afligirse siempre y sin descanso, ahora que tu hijo ya tiene la edad que anhelabas cuando pedías a las deidades que pudieses ver que echaba barbas. '*

Respondióle la discreta Penélope: ''¡Eurínome! Aun- que andes solícita por mi bien, no me aconsejes tales cosas que lave mi cuerpo y me unja con aceite pues destruyeron mi belleza los dioses que habitan el Olimpo, cuando aquél se fué en las cóncavas naves. Pero manda que Autónoe e Hipodamia vengan y me acompañarán por el palacio; que sola no iría adonde están los hombres, porque me vergüenza.*'

Así habló; y la vieja se fué por el palacio a de- cirlo a las mujeres y mandarles que se presentaran.

Entonces Atenea, la deidad de los zarcos ojos,

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tramó otro arbitrio: infundióle, dulce sueño a la hija de Icario, que se quedó recostada en el lecho y todas las articulaciones se le relajaion; y acto con- tinuo, la divina entre las diosas la favoreció con in- mortales dones, para que la admiraran los aqueos: primeramente, le lavó la bella faz con ambrosía, que aumenta la hermosura, del mismo modo que se unge Citerea, la de linda corona, cuando va al amable coro de las Carites, y luego hizo que apareciese más alta y más gruesa, y que su blancura aventajara la del marfil recientemente labrado. Después de lo cual, par- tió la divina entre las diosas.

Llegaron al interior de la casa, con gran alboroto, las doncellas de niveos brazos j y el dulce sueño dejó a Penélope, que se enjugó las mejillas con las manos, y habló de esta manera:

** Blando sopor se apoderó de mí, que estoy tan apenada. Ojalá que ahora mismo me diera la casta Artemisa una muerte tan dulce, para que no tuviese que consumir mi vida, lamentándome en mi corazón y echando de menos las cualidades de toda especie que adornaban a mi esposo, el más señalado de todos los aqueos."

Diciendo así, bajó del magnífico aposento superior, sin que fuese sola, sino acompañada de dos esclavas. Cuando la divina entre las mujeres hubo llegado adon- de estaban los Pretendientes, paróse ante la columna que sostenía el techo sólidamente construido, con las mejillas cubiertas por espléndido velo y una honrada doncella a cada lado. Los Pretendientes sintieron fla- quear sus rodillas, fascinada su alma por el amor, y todos deseaban acostarse con Penélope en su mismo lecho. Mas ella habló de esta suerte a Telómaco, su hijo amado:

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''¡Telémaco! Ya no tienes ni firmeza de voluntad ni juicio. Cuando estabas en la niñez, revolvías en tu inteligencia pensamientos más sensatos; pero ahora que eres grande, por haber llegado a la fior de la juventud, y que un extranjero al contemplar tu es- tatura y tu belleza, consideraría dichoso al varón de quien eres prole, no muestras ni recta voluntad, ni tampoco juicio. ¡Cuál acción no ha tenido lugar en esta sala, donde permitiste que se maltratara a un huésped de semejante modo! i Qué sucederá si el hués- ped que se halla en nuestra morada es objeto de una vejación tan penosa? La vergüenza y el oprobio cae- rán sobre ti, ante todos los hombres.'^

Eespúudióle el prudente Telómaeo: ** ¡Madre mía! No me causa indignación que estés iiritada; mas ya en mi ánimo conozco y entiendo muchas cosas bue- nas y malas, pues hasta ahora he sido un niño. Esto no obstante, me es imposible resolverlo todo prudente- mente, porque me turban los que se sientan a mis lados, pensando cosas inicuas, y no tengo quien me auxilie. El combate del huésped con Iro, no terminó como lo habían acordado los Pretendientes, y fué vencedor aquel que tuvo más fuerza. Ojalá, ¡oh padre Zeus, Atenea, Apolo!, que los Pretendientes ya hubieran sido vencidos en este palacio y se hallaran, unos en el patio y otros dentro de la sala, con la cabe- za caída y los miembros relajados; del mismo modo que Iro, sentado a la puerta del patio mueve la cabeza como un beodo y no logra ponerse en i)io ni tornar a su morada por donde solía ir, porque tiene los miem- bros relajados."

Así éstos conversaban. Y Eurímaco habló con estas palabras a Penélope:

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aqueos te viesen en Argos de Yaso, muchos más se- rían los Pretendientes que desde el amanecer celebra- sen banquetes en tu palacio, porque sobresales entre las mujeres por tu belleza, por tu estatura y por tu buen juicio.'*

Contestóle la discreta Penélope: **¡Eurímaco! Mis atractivos la hermosura y la gracia de mi cuerpo-—, destruyéronlos los inmortales cuando los argivos par- tieron para Ilion, y se fué con ellos mi esposo Odi- seo. Si éste, volviendo, cuidara de mi vida, mayor y más bella sería mi gloria. Ahora estoy angustiada por tan- tos males como me envió algún dios. Por cierto que Odiseo, al dejar la tierra patria, me tomó por la dies- tra y me habló de esta guisa:

**¡0h mujer! No creo que todos los aquivos, de '* hermosas grebas, tornen de Troya sanos y salvos; '*pues dicen que los teucros son belicosos, sumamente ''hábiles en tirar dardos y flechas, y peritos en montar ''carros de veloces corceles, que acostumbran a deci- "dir muy pronto la suerte de un empeñado y dudoso "combate. No sé, por tanto, si algún dios me dejará "volver, o sucumbiié en Troya. Todo lo de aquí que- "dará a tu cuidado; acuérdate, mientras estés en el "palacio, de mi padre y de mi madre, como lo haces "ahora, o más aún durante mi ausencia; y así que no- "tes que nuestro hijo ya tiene barba, cásate con quién "quieras y abandona esta morada." Así habló aquél y todo se va cumpliendo. Vendrá la noche en que ha de celebrarse el casamiento tan odioso para mí, ¡oh infeliz!, a quien Zeus ha privado de toda ven- tura. Pero un pesar terrible me llega al corazón y al alma, porque antes de ahora no se porta- ban de tal modo los Pretendientes. Los que pretenden a una mujer ilustre, hija de un hombre opulento,

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γ rivalizan entre para alcanzarla, traen bueyes y pingües ovejas para dar un convite a los amigos do la novia, hacen espléndidos regalos y no devoran in- punemente los bienes ajenos.'*

Así dijo; y el paciente divinal Odiseo se holgó de que les sacase regalos y les lisonjeara el ánimo con dulces palabras, cuando eran tan diferentes los propósitos que en su inteligencia revolvía.

Eespondióle Antínoo, hijo de Eupites: **¡Hija de Icario! ¡Prudente Penélope! Admite los regalos que cualquiera de los aqueos te trajere, porque no está bien que se rehuse una dádiva, pero nosotros ni vol- veremos a nuestros campos ni nos iremos a parte alguna hasta que te cases con quien sea el mejor de los aqueos.''

Así se expresó Antínoo; a todos les plugo cuanto dijo, y cado uno envió su propio heraldo para que le trajese los presentes. El de Antínoo le trajo un peplo grande, hermosísimo, que tenía doce hebillas de oro sujetas por sendos anillos, hermosamente retorcidos. El de Eurímaco se apresuró a traerle un collar mag- níficamente labrado, de oro engastado en electro, que resplandecía como Helios. Dos servidores le trajeron a Euridamante unos pendientes de tres piedras precio- sas, grandes como ojos, espléndidas, de gracioso bri- llo. TJn siervo trajo de la casa del príncipe Pisandro Polictórida, un collar, que era un adorno bellísimo, y otros aqueos hicieron traer, a su vez, otros costosos regalos.

La divina entre las mujeres, volvió luego a la es- tancia superior con las esclavas, que so llevaron los magníficos presentes; y ellos volvieron a solazarse con la danza y el deleitoso canto, en espera de que lie-

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gase la noche. Sobrevino la obscura noche cuando aún se divertían, y entonces colocaron en la sala tres tederos para que alumbrasen; amontonaron a su alrededor leña seca, cortada desde hace mucho tiempo, muy dura, y partida recientemente con el bronce; mezclaron teas con la misma y las esclavas de Odi- seo, de ^nimo paciente, cuidaban por turno de man- tener el fuego. A ellas el ingenioso Odiseo, de linaje divino, les dijo de esta suerte:

*' ¡Esclavas de Odiseo, del rey que se halla ausen- te desde largo tiempo! Idos a la habitación de la ve- nerable reina y dad vueltas a los husos y alegradla sentadas en su cuarto, o cardad lana con vuestras manos; que yo cuidaré de alumbrarles a todos los que aquí se encuentran. Pues aunque deseen quedarse has- ta que venga Eos, de hermoso trono, no me cansarán, que estoy habituado a sufrir mucho."

Así dijo; ellas se rieron, mirándose las unas a las otras, e increpóle groseramente Melanto, la de bellas mejillas, a la cual engendrara Dolió y creara y edu- cara Penélope como a hija suya, dándole cuanto le pudiese recrear el ánimo; mas con todo eso, no com- partía los pesares de Penélope y se juntaba con Eu- rímaco, de quien era amante. Esta, pues, increpó a Odiseo con injuriosas palabras:

*' ¡Miserable forastero! estás falto de juicio, y en vez de irte a dormir a una herrería o a la Lesque, hablas aquí largamente y con audacia ante tantos varones, sin que el ánimo se te turbe: o el vino te trastornó el seso, o tienes este carácter, y tal es la causa de que digas necedades. ¿Acaso te desvanece la victoria que conseguiste contra el vagabundo Iro? No sea que se levante de súbito alguno más

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valiente que Iro, que te golpee la cabeza con su mano robusta y te arroje de la casa, llenándote de sangre." Mirándola con torva faz, exclamó el ingenioso Odi- seo: "Yoy en el acto a contarle a Teiémaco lo que dices, ¡perra!; para que aquí mismo te despedace." Diciendo así, espantó con sus palabras a las muje- res. Fuéronse éstas por la casa, y las piernas les íia- queaban, del gran temor, pues figurábanse que había hablado seriamente. Y Odiseo se quedó junto a los tederos, cuidando de mantener la lumbre y dirigiendo la mirada a los que allí se encontraban; mientras en su pecho revolvía otros propósitos, que no dejaron de llevarse a cabo.

Pero tampoco permitió Atenea aquella vez que los ilustres Pretendientes se abstuvieran por com- pleto de la dolorosa injuria, a fin de que el pesar atormentara aún más el corazón de Odiseo Laertíada. Y Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a hablar para hacer mofa de Odiseo, causándoles gran risa a sus compañeros:

'Oídme Pretendientes de la ilustre reina, para que os manifieste lo que en el pecho el ánimo me ordena deciros. No sin la voluntad de los dioses, vino ese hombre a la casa de Odiseo. Paréceme como si el res- plandor de las antorchas saliese de él y de su cabeza, en la cual ya no queda cabello alguno."

Dijo; y seguidamente habló de esta manera a Odi- seo, asolador de ciudades: ** ¡Huésped! ¿Querrías ser- virme en un rincón de mis campos, si te tomase a sueldo y te lo diera muy cumplido , atando setos y plantando árboles grandes? Yo te proporcionaría pan todo el año, y vestidos, y calzado para tus pies. Más como ya eres ducho en malas obras, no querrás

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aplicarte al trabajo, sino tan sólo a pedir limosna por la población, a fin de poder llenar tu vientre insa- ciable. ' '

Eespondióle el ingenioso Odiseo: "¡Eurímaco! Si nosotros hubiéramos de competir sobre el trabajo de la siega en la estación vernal, cuando los días son más largos, y yo tuviese una bien curvada hoz y otra tal para probarnos en la faena, no quedáramos en ayunas hasta el anochecer, y la hierba no faltara; o si conviniera guiar unos magníficos bueyes de lucien- te pelaje, grandes, hartos de hierba, parejos en la edad, y una carga, cuyo vigor no fuera chico, para la labranza de un campo de cuatro yugadas y de tan buen tempero, que los terrones cediesen al arado; ve- ríasme rompiendo un no interrumpido surco. En igual modo, si el Cronida suscitara una guerra en cualquier parte y yo tuviese un escudo, dos lanzas y un casco de bronce, que se adaptara a mis sienes; veríasme mezclado con los que mejor y más adelante lucharan, y ya no me reprocharías por mi vientre como ahora. Pero te portas con gran insolencia, tienes ánimo cruel y quizás te creas grande y fuerte, porque estás entre po- cos y no de los mejores. Si Odiseo tornara y volviera a su patria, estas puertas tan anchas te serían angostas cuando salieses huyendo por el vestíbulo.^'

Así habló. Irritóse Eurímaco todavía más en su corazón, y, encarándole la torva vista, le dijo estas aladas palabras: "¡Ah, miserable! Pronto he de im- ponerte el castigo que mereces por la audacia con que hablas ante tantos varones y sin que tu ánimo se turbe o el vino te trastornó el seso, o tienes este carácter, y tal es la causa de que digas necedades. ¿Te desvanece acaso la victoria que conseguiste con- tra el vagabundo Iro?'*

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En acabando de hablar, cogió un escabel; pero, como Odiseo, temiéndole, se sentara en las rodillas del duliquiense Anfínomo, acertó al copero en la mano derecha; el jarro de éste cayó a tierra con gran es- tréíjito y él mismo fué a dar, gritando, de espaldas en el polvo. Los Pretendientes movían alboroto en la obscura sala, y uno de ellos dijo al que tenía más cerca:

"Ojalá acabara sus días el forastero, vagando por otros lugares, antes que viniese; y así no hubiera originado este gran tumulto. Ahora disputamos por los mendigos; y ni en el banquete se hallará placer al- guno, porque prevalece lo peor.''

Y el esforzado y divinal Telémaco les habló, di- ciendo: "¡Desgraciados! Os volvéis locos y vuestro ánimo ya no puede disimular los efectos de la comida y del vino; algún dios os excita sin duda. Mas, ya que comisteis bien, vaya cada uno a recogerse a su casa, cuando el ánimo se lo aconseje; que yo no pien- so echar a nadie."

Esto les dijo; y todos se mordieron los labios; admi- rándose de que Telémaco les hablase con tanta auda- cia. Y Anfínomo, el preclaro hijo del rey Niso Are- tíada, les arengó de esta manera:

Amigos 1 Nadie se irrite, oponiendo contrarias razones al dicho justo de Telémaco; y no maltratéis al huésped, ni a ninguno de los esclavos que moran en la casa del divinal Odiseo. Mas, ea, comience el escanciador a repartir las copas, para que, en haciendo la libación, nos vayamos a recoger en nuestras casas; dejaremos que el huésped se quede en el palacio de Odiseo, al cuidado de Telémaco, ya que a la morada de éste enderezó el camino.''

Así habló; y su discurso les plugo a todos. El héroe

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Mulio, heraldo duliquienae y criado de Anfínomo, mezcló la bebida en una crátera, y sirvióla a cuantos se hallaban presentes, llevándosela por su orden j y ellos, después de ofrecer la libación a los bienaventu- rados dioses, bebieron el dulce vino. Mas después que hubieron libado y bebido cuanto desearan, cada uno se fué a acostar a su mansión.

Euriclea reconoce a Odiseo al tocarle una cicatriz del muslo.

RAPSODIA DECIMANOVENA

UEDOSE en el palacio el divi- nal Odiseo y, junto con Ate- nea, pensaba en la matanza de los Pretendientes, cuando de súbito, dijo a Telemaco estas aladas palabras:

'^¡Telémacol Es preciso lle- var adentro las marciales ar- mas y engañar a los Pretendientes con suaves frases cuando las echen de menos y te pregunten por las mismas: "Las he llevado lejos del humo, porque ya no parecen las que dejó Odiseo al partir para Troya, sino que están afeadas en la parto que alcanzó el ardor del fuego. Además, alguna deidad me sugirió en la mente esta otra razón más poderosa: no sea que, embriagándoos, trabéis una disputa, os hiráis los

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unos a los otros, y mancilléis el convite y el noviazgo; que ya el hierro por solo atrae al hombre."

Así se expresó. Telémaco obedeció a su padre, y, llamando a su nodriza Euriclea, hablóle de esta suerte:

''jAma! Ea, tenme encerradas las mujeres en sus habitaciones, mientras llevo a otro cuarto las mag- níñcas armas de mi padre, pues en su ausencia nadie las cuida y el humo las empaña. Hasta aquí he sido un niño. Mas ahora quiero depositarlas adonde no las alcance el ardor del fuego."

Eespondióle su nodriza Euriclea: "¡Oh hijo! Ojalá hayas adquirido la necesaria prudencia, para cuidarte de la casa y conservar tus heredades. Pero, ¿quién será la que vaya contigo, llevándote la luz, si no de- jas venir las esclavas, que te hubiesen alumbrado!"

Contestóle el prudente Telémaco: "!Este huésped; pues no toleraré que permanezca ocioso quien coma de lo mío, aunque haya llegado de lejas tierras."

Así dijo; y ninguna palabra voló de los labios de Euriclea, que cerró las puertas de las cómodas ha- bitaciones. Odiseo y su ilustre hijo, se ajíresuraron a llevar adentro los cascos, los abollonados escudos y las agudas lanzas; y precedíales Palas Atenea, con una lámpara de oro, la cual daba una luz hermosísi- ma. Y Telémaco dijo de repente a su padre:

"¡Oh padre! Grande es el prodigio que contemplo con mis propios ojos: las paredes del palacio, los hermosos intercolumnios, las vigas de abeto y los pi- lares encumbrados, aparecen a mi vista como si fue- ran ardiente fuego. Sin duda debe de estar aquí alguno de los dises que poseen el anchuroso Uranos."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: "Calla, refrena tu pensamiento y no me interrogues; pero de este modo suelen proceder, en efecto, los dioses que habitan el

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Olimpo. Ahora aeuéetat•, yo m• quedaré, para provoear todavía a las esclavas y departir con tu madre; la cual, lamentándose, me preguntará muchas cosas.''

Así habló; y Telémaco se tuó i3or el palacio, a la lúa de las resplandecientes antorchas, y se recogió en ei aposento donde acostumbraba dormir cuando el du'ee sueño le vencía; allí se acostó para aguardar que se descubriera la divinal Eos. Empero, el divino Odiseo se quedó en la sala, y junto con Atenea concertaba la matanza de los Pretendientes.

Salió de su cuarto la discreta Penélope, semejante a Artemisa o a la dorada Afrodita, y colocáronle junto al hogar el torneado sillón, con adornos de marfil y de plata, en que solía sentarse; el cual había sido fabricado antiguamente por el artífice Icmalio, que le puso un escabel para los pies, adherido al mismo y cubierto con una grande piel. Allí se sentó la discreta Penélope. Llegaron de dentro de la casa las doncellas de niveos brazos, retiraron el abundan- te pan, las mesas, y las copas en que bebían los so- berbios Pretendientes, y, echando por tierra las bra- sas de los tederos, amontonaron en las mismas gran cantidad de leña, para que hubiese luz y calor. Y Me- lanio increpó a Odiseo por segunda vez:

" ¡Forastero! ¿Nos importunarás todavía, andando por la casa durante la noche y espiando a las mujeres? Vete afuera, oh mísero, y conténtate con lo que co- miste, o muy pronto te echarán a tizonazos.'*

Mirándola con torva faz, exclamó el ingenioso Odi- seo: ** ¡Desdichada! ¿Por qué me acometes de esta manera, con ánimo irritado? ¿Quizás porque voy su- cio, llevo miserables vestiduras y pido limosna por la población? La necesidad me fuerza a ello, y así son los mendigos y los vagabundos. Pues en otra épo-

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ca también yo fui dichoso entre los hom])res, habité una rica morada y en multitud de ocasiones di li- mosna al vagabundo, cualquiera que fuese y hallá- rase en la necesidad en que se hallase; entonces poseía innumerables siervos y otras muchas cosas, con las cuales los hombres viven en regalo y gozan fama de opulentos. Mas Zeus Cronida me arruinó, porque así lo quiso. No sea que también tú, oh mujer, vayas a perder toda la hermosura por la cual sobresales en- tre las esclavas; que tu señora, irritándose, se em- bravezca contigo; o que Odiseo llegue, pues aún hay esperanza de que torne. Y sí, por haber muerto, no volviese, ya su hijo Telémaco es tal, por la voluntad de Apolo, que ninguna de las mujeres del palacio le pasará inadvertida si fuere mala; pues ya tiene edad para entenderlo.''

Así habló. Oyóle la discreta Penélope, y respondió a su esclava diciéndole de este modo:

*' ¡Atrevida! ¡Perra desvergonzada! No se me ocul- ta la mala acción que estás cometiendo y que pagarás con tu cabeza. Muy bien te constaba, por haberlo oído de mi boca, que he de interrogar al forastero en esta sala, acerca de mi esposo; pues me hallo sumamente afligida. ' '

Dijo; y acto continuo dirigió estas palabras a Eu- rínome, la despensera: *'¡Eurínome! Trae una silla y cúbrela con una piel, a fin de que se acomode el fo- rastero, y hable y me escuche, que deseo interro- garle. ' *

Así habló. Apresuróse Eurínome a traer una puli- mentada silla, la cubrió con una piel, y en ella tomó asiento el paciente divinal Odiseo.

Entonces rompió el silencio la discreta Penélope hablando de esta suerte:

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''¡Forastero! Ante todo te haré yo mi>.ma estas preguntas: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿1)6η- de se hallan tu ciudad y tus padres?"

Respondióle el ingenioso Odiseo: "¡Oh mujer! Nin- guno de los mortales de la vasta tieria podría cen- surarte, pues tu gloria llega hasta el anchuroso Ura- nos como la de un rey eximio y temeroso de los dio- ses, que impera sobre muchos y esforzados hombres, hace triunfar la justicia, y al amparo de su buen go- bierno, la negra tierra produce trigo y cebada, los árboles se cargan de fruta, las ovejas paren hijuelos robustos, el mar da peces, y son dichosos los pueblos que le están sometidos. Mas ahora, que nos hallamos en tu casa, hazme otras preguntas, y no te propongas averiguar mi linaje, ni mi patria; no sea que con el recuerdo acreciente los pesares de mi corazón, pues he sido muy desgraciado. Y tampoco conviene que en casa ajena esté llorando y lamentándome, porque es muy malo afligirse siempre y sin descanso; no fue- ra que alguna de las esclavas se enojara conmigo, o misma, y dijerais que derramo lágrimas porque el vino me perturbó el entendimiento."

Contestóle en seguida la discreta Penélope: '* ¡Hués- ped! Mis atractivos la belleza y la gracia de mi cuerpo destruyéronlos los Inmortales cuando los ar- givos partieron para Ilion y se fué con ellos mi es- poso Odiseo. Si éste, volviendo, cuidara de mi vida, mayor y más hermosa fuera mi gloria; pues estoy angustiada por tantos males como me envió algún dios. Cuantos proceres mandan en las islas, en Duli- quio, en Same y en la selvosa Zakinto, y cuantos viven en la propia Itaca, que se ve de lejos, me pretenden contra mi voluntad y arruinan nuestra casa. Por esto no me curo de los huéspedes, ni de los suplicantes, ni

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de los heraldos, que son ministros públicos; sino que, padeciendo la ausencia de Odiseo, se me consume el ánimo. Ellos me dan prisa a que me case, y yo tramo engaños. Primeramente sugirióme un dios que me pu- siese a tejer en el palacio una gran tela sutil e in- terminable, y entonces les hablé de este modo: "¡Jó- venes Pretendientes míos! Ya que ha muerto el di- vinal Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo no sea que se pierdan inútilmen- te los hilos , a fin de que tenga sudario el héroe Laertes en el momento fatal de la aterradora muerte. I No se me vaya a indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos bienes! Así les dije y su ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante, pa- sábame el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como me alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido. De esta suerte logré ocultar el engaño y que mis palabras fueran creídas por los aqueos du- rante un trienio; mas, así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las estaciones, después de trans- currir los meses y de pasar muchos días, entonces, gracias a las perras de mis esclavas, que de nada se cuidan, vinieron a sorprenderme y me increparon con sus palabras. Así fué como, mal de mi grado, me vi en la necesidad de acabar la tela. Ahora, ni me es posible evitar las bodas, ni encuentro ningún otro conse- jo que me valga. Mis padres desean apresurar el casa- miento y mi hijo siente gran pena al notar cómo son devorados nuestros bienes, porque ya es un hombre apto para regir la casa y Zeus le da gloria. Mas, con todo eso, dime tu linaje y de dónde eres; que no serán tus progenitores la encina o el peñasco de la vieja fábula.'*

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Kespondióle el ingeuioso Odiseo: ''¡Oh veneranda esposa de Odiseo Laertíada! ¿No cesarás de interro- garme acerca de mi progenie? Pues bien, voy a de- círtela, aunque con ello acrecientes los pesares que me agobian; pues así le ocurre al hombre que, como yo, ha permanecido mucho tiempo fuera de su pa- tria, peregrinando por tantas ciudades y padeciendo fatigas. Mas, con todo, te hablare de aquello, acerca de lo cual me preguntas e interrogas.

**En medio del sombrío ponto, rodeada del mar, existe una tierra hermosa y fértil. Greta; donde hay muchos, innumerables hombres, y noventa ciudades. Allí se oyen mezcladas varias lenguas, pues viven en aquel país los aqueos, los magnánimos cretenses in- dígenas, los Cidones, los Dorios, que están divididos en tres tribus, y los divínales Pelasgos. Entre las ciudades se halla Cnoso, gran urbe, en la cual reinó por espacio de nueve años. Minos, que conversaba con el gran Zeus y fué padre de mi padre, del mag- nánimo Deucalión. Este engendróme a y al rey Idomeneo, que fué a Ilion en las corvas naves, jun- tamente con los Atridas; mi preclaro nombre es Eton y soy el más joven de los dos hermanos, pues aquél es el mayor y el más valiente. En Cnoso, conocí a Odiseo y aun le ofrecí los dones de la hospitalidad. El héroe enderezaba el viaje para Troya, cuando la fuerza del viento lo apartó de Malea y lo llevó a Creta; y entonces ancló sus barcos en un puerto pe- ligroso, en la desembocadura del Amniso, donde está la gruta de Ilitia, y a duras penas pudo escapar de la tormenta. Entróse en seguida por la ciudad y pre- guntó por Idomeneo, que era, según afirmaba, su hués- ped querido y venerado; mas ya Eos había aparecido diez u once veces desde que partiera para Ilion con

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rius corvas naves. Al punto lo conduje al palacio, le proporcioné digna hospitalidad, tratándole solícita y amistosamente en nuestra casa reinaba la abun- dancia— e hice que a él y a los compañeros que lle- vaba, se les diera harina y negro vino, en común por el pueblo, y también bueyes para que los sacri- ficaran y satisficieran de este modo su apetito. Los divinales aqueos permanecieron con nosotros doce días, por soplar el Bóreas tan fuertemente, que casi no se podía estar ni aún en la tierra. Debió de exci- tarlo alguna deidad malévola. Mas, en el día treceno echóse el viento y se dieron a la vela."

De tal suerte forjaba su relato, refiriendo muchas cosas falsas que parecían verdaderas; y a Penélope, al oírlo, le brotaban las lágrimas de los ojos y se le desconcertaba el cuerpo. Así como en las altas mon- tañas se derrite la nieve al soplo del Euro, después que el Céfiro la hiciera caer, y la corriente de los ríos crece con la que se funde; así se derretían con el llanto las hermosas mejillas de Penélope, que llo- raba por su marido, teniéndolo a su vera. Odiseo, aun- que interiormente compadecía a su mujer que sollo- zaba, tuvo los ojos tan firmes dentro de los párpados, cual si fueran de cuerno o de hierro, y logró con as- tucia que no se le rezumasen las lágrimas. Y Pené- lope, después de que se hubo saciado de llorar y de gemir, tornó a hablarle con estas palabras:

'* Ahora, oh huésped, pienso someterte a una prue- ba, para saber si es verdad, como lo afirmas, que en tu palacio hospedaste a mi esposo con sus compa- ñeros iguales a los dioses. Dime qué vestiduras lleva- ba su cuerpo y cómo eran el propio Odiseo y los com- pañeros que le seguían.'*

Eespondióle el ingenioso Odiseo: ''¡Oh mujer! Es

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difícil referirlo después de tanto tiempo, porque hace ya veinte años que se fué de allá y dejó mi patria; esto no obstante, te diré como se lo representa mi corazón. Llevaba el divinal Odiseo un manto lanoso, doble, purpúreo, con áureo broche de dos agujeros; en la parte anterior del manto estaba bordado un perro que tenía entre sus patas delanteras un man- chado cervatillo, mirándole forcejear; y a todos pas- maba que, siendo entrambos de oro, aquél miraba al cervatillo a quien ahogaba, y éste forcejeara con los pies, deseando escapar. En torno al cuerpo de Odiseo, vi una espléndida túnica que semejaba sutil binza de cebolla, ¡tan suave era! y relucía como Helios; y en verdad, que muchas mujeres la contemplaban admi- radas. Pero he de decirte una cosa que fijarás en la memoria: no si Odiseo ya llevaría estas vestiduras en su casa o se las dio uno de los compañeros, cuando iba en su velera nave, o quizás algún huésped; que Odiseo tenía muchos amigos, como que eran pocos los aqueos que pudieran comparársele. También yo le re- galé una broncínea espada, un hermoso manto doble, de color de púrpura, y una túnica talar; después de lo cual fui a despedirle con gran respeto, hasta su na- ve de muchos bancos. Acompañábale un heraldo un poco más viejo que él, y voy a decirte cómo era: metido de hombros, de negra tez y rizado cabello, y su nombre Euríbates. Honrábale Odiseo mucho más que a otro alguno de sus compañeros, porque ambos solían pensar de igual manera."

Así le dijo, y acrecentóle el deseo del llanto, pues Penélope reconoció las señales que Odiseo describiera ββη tal certidumbre. Y cuando estuvo harta de llorar y de gemir, le respondió con estas palabras:

**¡0h huésped! Aunque ya antes de ahora te tuve

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compasión, en adelante has de ser querido y venerado en esta casa; pues yo misma le entregué esas vesti- duras que dices, sacándolas bien plegadas de mi es- tancia, y les puse lustroso broche, para que le sir- viese de ornamento a Odiseo. Mas ya no tornaré a reci- birle, de vuelta a su hogar y a su xiatria; que con hado funesto partió en las cóncavas naves, para ver aquella Ilion perniciosa y nefanda.'*

Respondióle el ingenioso Odiseo: "¡Oh veneranda consorte de Odiseo Laertíada! No mortifiques más el hermoso cuerpo, ni consumas el ánimo, llorando a tu marido; bien que por ello no he de reprenderte, por- que la mujer acostumbra sollozar cuando perdió el varón con quien se casó virgen y de cuyo amor tuvo hijos, aunque no sea como Odiseo, que, según cuentan, se asemejaba a los dioses. Suspende el llanto y pres- ta atención a mis palabras, pues voy a hablarte con sinceridad y no te callaré nada de cuanto sobre el regreso de Odiseo; el cual vive, está cerca en el opulento país de los Tesprotos y trae muchas y ex- celentes preciosidades que ha logrado recoger por en- tre el pueblo. Perdió sus fieles compañeros y la cón- cava nave en el vinoso ponto, al venir de la isla de Trinacria, porque contra él se airaron Zeus y Helios, a cuyas vacas habían dado muerte sus compañeroa. Los demás perecieron en el alborotado ponto, y Odi- seo, que montó en la quilla de su nave, fué arrojado por las olas a tierra firme, al país de los Feacios, que son cercanos por su linaje a los dioses; y ellos le honraron cordialmente como a un numen, le hicieron muchos regalos y deseaban conducirlo sano y salvo a su casa. Y ya estuviera Odiseo aquí mucho tiempo ha, si no le hubiese parecido más útil irse por la vasta tierra, para juntar riquezas; como que sobre-

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sale por sus astucias entre los mortales hombres j con él no puede rivalizar ninguno. Así me lo dijo Fidón, rey de los Tesprotos, y juró en mi presencia, haciendo libaciones en su casa, que ya habían botado la nave al mar y estaban a punto los compañeros para con- ducirlo a su tierra. Pero antes envióme a mí, porque se ofreció casualmente un barco de varones Tespro- tos que iba a Duliquio, la abundosa en trigo, y me mostró todos los bienes que Odiseo había juntado, con los cuales pudiera mantenerse un hombre y sus descendientes hasta la décima generación: ¡tantos objetos preciosos tenía en el palacio de aquel rey! Añadió que Odiseo estaba en Dodona para saber por la alta encina la voluntad de Zeus acerca de si con- vendría que volviese manifiesta o encubiertamente a su patria, de la cual tanto ha que se halla ausente. Salvo está, pues, y vendrá pronto, que no permanece- rá mucho tiempo alejado de sus amigos y de su pa- tria; y sobre este punto voy a prestar un juramento. Sean testigos Zeus, el más excelso y poderoso de los dioses, y el hogar del irreprochable Odiseo a que he llegado, de que todo se cumplirá como lo digo: Odiseo vendrá aquí este año, al terminar el corriente mes y al comenzar el próximo."

Eespondióle la discreta Penélope: * 'Ojalá se cum- pliese cuanto dices, oh forastero, que bien pronto co- nocerías mi amistad, pues te haría tantos regalos que te considerara dichoso quien contigo se encontrase. Pero mi ánimo presiente lo que ha de ocurrir: ni Odiseo volverá a esta casa, ni conseguirás que te lleven a la tuya; que no hay en el palacio quienes lo rijan, siendo cual era Odiseo si todo no fué un sueño para acoger y conducir a los venerables hués- pedes. Mas vosotras, criadas, lavad al huésped y apa-

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Tejadle un lecho, con su cama, mantas y colchas es- pléndidas; para que, calentándose bien, aguarde la aparición de Eos de áureo trono. Mañana, muy tem- prano, bañadle y ungidle; y coma aquí dentro, en esta sala, al lado de Telémaco. Mal para aquél que con el ánimo furioso le molestare, pues será la última acción que aquí realice por muy irritado que se ponga. 4 Cómo sabrías, oh huésped, si aventajo a las demás mujeres en inteligencia y prudente consejo, si dejara que así, tan sucio y miserablemente vestido, comieras en el palacio? Son los hombres de vida corta: el cruel, el que procede inicuamente, consigue que todos los mortales le imprequen desventuras mien- tras vive y que todos lo insulten después que ha muerto; mas, el intachable, el que soporta con correc- ción, alcanza una fama grandísima que sus huéspe- des difunden entre todos los hombres y son muchos los que le llaman bueno.''

Eespondióle el ingenioso Odiseo: **¡0h veneranda mujer de Odiseo Laertíada! Los mantos y las colehas espléndidos los tengo aborrecidos desde la hora en que dejé los nevados montes de Creta y partí en la nave de largos remos. Me acostaré como antes, cuan- do pasaba las noches sin pegar el ojo; pues en mu- chas de ellas descansé en ruin lecho, aguardando la aparición de la divinal Eos, de hermoso trono. Tam- poco le agradan a mi ánimo los baños de pies, ni to- cará los míos ninguna mujer de las que te sirven en el palacio, si no hay alguna muy vieja y de honestos pensamientos, que en su alma haya sufrido tanto como yo; pues a ésa no le he de impedir que mis pies toque."

-Contestóle la discreta Penélope: '^jHuésped ama- do! Jamás aportó a mi casa otro varón de tan buen

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juicio entre los amigables huéspedes que vinieron de lejas tierras a mi morada; tal perspicuidad y cordura denotan tus palabras. Tengo una anciana de pruden- te espíritu, que fué la que alimentó y crió a aquél infeliz después de recibirlo en sus brazos cuando la madre lo parió: ésta te lavará los pies aunque sus fuerzas son ya menguadas. Vamos, prudente Euriclea, levántate y lava a este varón coetáneo de tu señor; que en los pies y en las manos debe de estar Odiseo de semejante modo, pues los mortales envejecen pres- to en la desgracia."

Así habló. La vieja cubrióse el rostro con ambas manos, rompió en ardientes lágrimas y dijo estas las- timeras razones:

*'¡Ay, hijo mío, que no puedo salvarte! Sin duda Zeus te cobró más odio que a hombre alguno, a pesar de que tu ánimo era tan temeroso de las deidades. Ningún mortal quemó tantos pingües muslos en honor de Zeus, que se huelga con el rayo, ni le sacrificó tantas y tan selectas hecatombes, como le has ofre- cido, rogándole que te diese placentera senectud y te dejara criar a tu hijo ilustre; y ahora te ha pri- vado, a ti tan sólo, de ver lucir el día de la vuelta. Quizás se mofaron de mi señor las criadas de lejano huésped a cuyo magnífico palacio llegara, como se burlan de ti, oh forastero, estas perras cuyos denues- tos y abundantes infamias quieres evitar no permi- tiendo que te laven; y por tal razón me manda que lo haga yo, no ciertamente contra mi deseo, la hija de Icario, la discreta Penélope. Y así, te lavaré los pies por consideración a la propia Penélope y a ti mismo; pues siento que en el interior me conmueven el ánimo tus desventuras. Mas, ea, oye lo que voy a decir: muchos huéspedes infortunados vinieron a es-

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ta casa, pero en ninguno he advertido una semejanza tan grande con Odiseo en el cuerpo, en la voz y en los pies, como en ti la noto."

Bespondióle el ingenioso Odiseo: "¡Oh anciana! lo mismo dicen cuantos nos vieron con sus propios ojos: que somos muy semejantes, como lo has obser- vado.'*

Tales fueron sus palabras. La vieja tomó un relu- ciente caldero en el que acostumbraba lavar los pies, echóle gran cantidad de agua fría y derramó sobre ella otra caliente. Mientras tanto, sentóse Odiseo cabe al hogar y se volvió hacia lo obscuro, pues súbita- mente le entró en el alma el temor de que la anciana, al asirle el pie, reparase en cierta cicatriz y todo que- dara descubierto. Euriclea se acercó a su señor, co- menzó a lavarlo y pronto reconoció la cicatriz de la herida que le hiciera un jabalí con sus albos colmi- llos, con ocasión de haber ido aquél al Parnaso, a ver a Autólico y sus hijos. Era éste el padre ilustre de la madre de Odiseo, y descollaba sobre los hombres en hurtar y jurar, presentes que le había hecho el propio Hermes en qmjo honor quemaba agra- dables muslos de corderos y de cabritos; por esto el dios le asistía benévolo. Cuando anteriormente fué Autólico a la opulenta población de Itaca, halló un niño recién nacido de su hija; y, después de cenar, Euriclea se lo puso en las rodillas, y le habló de se- mejante modo:

*' ¡Autólico! Busca ahora algún nombre para po- nérselo al hijo de tu hija, que tanto deseaste."

Y Autólico respondió diciendo: ** ¡Yerno, hija mía! Ponedle el nombre que os voy a decir: como llegué aquí después de haberme airado contra muchos hom- bres y mujeies, yendo por la fértil tierra, sea Odi-

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seo el nombre por el que se le llame. Y cuando llegue a mozo y vaya al Parnaso, a la grande casa materna donde se hallen mis riquezas, le daré parte de las mismas y os lo enviaré contento."

Por esto fué Odiseo: para que aquél le entregara los espléndidos dones. Autólico y sus hijos recibiéron- lo afectuosamente, con apretones de manos y dulces palabras; y Anfitea, su abuela materna, lo abrazó y le besó la cabeza y los lindos ojos. Autólico mandó a sus gloriosos hijos que aparejasen la comida; y, habiendo ellos atendido la exhortación, trajeron un buey de cinco años. Al instante lo desollaron y pre- pararon, lo partieron todo, lo dividieron con suma ha- bilidad en pedazos pequeños que espetaron en los asadores y asaron cuidadosamente, y acto continuo, distribuyeron las raciones. Todo el día, hasta la pues- ta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su respectiva porción. Y tan pronto como el sol se puso y sobrevino la noche, acostáronse y el don del sueño recibieron.

Así que se descubrió la hija de la mañana. Eos de rosáceos dedos, los hijos de Autólico y el divinal Odi- seo se fueron a cazar llevándose los canes. Encami- náronse al alto monte Parnaso, cubierto de bosque, y pronto llegaron a sus ventosos collados. Ya el sol he- ría con sus rayos los campos, saliendo de la plácida y profunda corriente del Océano, cuando los cazadores penetraron en un valle: iban al frente los perros, que rastreaban la caza; detrás, los hijos de Autólico, y con éstos, pero a poca distancia de los canes, el divinal Odiseo, blandiendo ingente lanza. En aquél sitio estaba echado un enorme jabalí, en medio de uña espesura tan densa que ni el húmedo soplo de loi vientoB pasaba a su través, ni la herían los ra-

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yos del resplandeciente Helios, ni la lluvia la penetraba del todo, ¡así era tan densa!, habiendo en la misma gran copia de hojas secas amontonadas. El ruido de los pasos de los hombres y de los canes, que se acercaban cazando, llegó hasta el jabalí; y éste dejó el soto, fuá a encontrarles con las crines del cuello erizadas y los ojos echando fuego, y se detuvo muy cerca de los mismos. Odiseo, que fué el primero en acometerle, levantó con su mano robusta la luenga lanza, deseando herirle; pero adelantándosele el ja- balí, le dio un golpe sobre la rodilla, y, como arre- metiera oblicuamente, desgarró con sus colmillos mu- cha carne sin llegar al hueso. Entonces Odiseo le acer- tó en la espalda derecha, se la atravesó con la punta de la luciente lanza, y el animal quedó tendido en el polvo y perdió la vida. Los caros hijos de Autólico reuniéronse en torno del eximio Odiseo, igual a un dios, para socorrerle; vendáronle hábilmente la herida, restañaron la negruzca sangre con un ensalmo, y vol- vieron todos a la casa paterna. Autólico y sus hijos, después de curarle bien, le hicieron espléndidos rega- los; y pronto, con mutuo regocijo, lo enviaron a Itaca. El padre y la veneranda madre de Odiseo holgáronse de su vuelta y le preguntaron muchas cosas y qué le había ocurrido que llevaba aquella cicatriz; y él re- firióles por menor cómo, habiendo ido al Parnaso a cazar con los hijos de Autólico, hirióle un jabalí con sus albos colmillos.

Al tocar la vieja con la palma de la mano esa ci- catriz, reconocióla y soltó el pie a Odiseo; dio la pierna contra el caldero, resonó el bronce, inclinóse la vasija hacia atrás, y el agua se derramó en tierra. El gozo y el dolor invadieron simultáneamente el co-

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razón de Euriclea, se le arrasaron los ojos de lágri- mas y la voz sonora se le cortó. Mas luego tomó a Odiseo de la barba y hablóle así:

**ϊύ eres ciertamente Odiseo, hijo querido; y yo no te conocí, hasta que pude tocarte todo, mi señor, con estas manos. '^

Dijo; y volvió los ojos hacia Penélope, queriendo indicarle que tenía dentro de la casa a su marido. Mas ella no pudo notarlo ni advertirlo desde la par- te opuesta, porque Atenea le distrajo el pensamiento. Odiseo, tomando del pescuezo a la anciana con la ma- no derecha, con la otia la atrajo a y le dijo:

**¡Ama! ¿Por qué quieres perderme? Sí, me criaste a tus pechos, y ahora, después de pasar mu- chas fatigas, he llegado en el vigésimo año a la pa- tria tierra. Mas, ya que lo entendiste y un dios lo sugirió a tu mente, calla y nadie lo sepa en el pala- cio. Lo que voy a decir llevarase a efecto. Si un dios hiciere sucumbir a mis manos los ilustres Pre- tendientes, no te perdonaría a ti, a pesar de que fuis- te mi ama, cuando matare a las demás esclavas en el palacio. '*

Contestóle la prudente Euriclea: ''¡Hijo míol ¡Quó palabras se te escaparon del cerco de los dientes! Bien sabes que mi ánimo e3 firme o indomable, y guardaré el secreto como una sólida piedra o como el hierro. Otra cosa quiero manifestarte, que pon- drás en tu corazón: si un dios hace sucumbir a tus manos los ilustres Pretendientes, te diré cuáles mu- jeres no te honran en el palacio y cuáles están sin culpa. ' '

Eespondióle el ingenioso Odiseo: *'¡AmaI ¿A qué nombrarlas? ninguna necesidad tienes de hacerlo. Yo

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miaino las observaré, para eonocerlae una por uua. Guarda silencio y confía en los dioses."

Así dijo; y la vieja se fué por el palacio a buscar agua para lavarle los pies, porque la primera se había derramado toda. Después que lo hubo lavado y ungido con pingüe aceite, Odiseo acercó nuevamente la silla al fuego, para calentarse, y cubrióse la cica- triz con los harapos. Entonces rompió el silencio la discreta Penélope, hablando de este modo:

** ¡Huésped! Aún te haré algunas preguntas, muy pocas; que presto será hora de dormir plácidamente, para quien logre conciliar el dulce sueño, aunque esté afligido. A me ha dado algún dios un pesar in- menso, pues durante el día me complazco en llorar, gemir y ver mis labores y las de las siervas de la casa; pero, así que viene la noche y todos se acues- tan, yazgo en mi lecho y fuertes y punzantes inquie- tudes me asedian el oprimido corazón y me excitan los sollozos. De la suerte que Aedon, la hija de Pan- dáreo, canta hermosamente en la verde espesura, al comenzar la primavera; y, posada en el tupido follaje de los árboles, deja oír su voz de variados sones que muda a cada momento, llorando a Itilo, el vastago que tuvo del rey Zeto y mató con el bronce por impru- dencia: de semejante manera está mi ánimo, vacilan- do entre dos partidos, pues no si seguir viviendo con mi hijo y guardar y mantener en pie todas las cosas mis posesiones, mis esclavas y esta casa gran- de y de elevada techumbre por respeto al tálamo conyugal y temor del dicho de la gente; o irme ya con quien sea el mejor de los aqueos que me preten- den en el palacio y me haga muchísimas donaciones nupciales. Mi hijo, mientras fué incipiente muchacho, no quiso que me casara y me fuera de esta mansión

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de mi esposo; mas ahora, que ya es grande por haber llegado a la flor de la juventud, desea que desampare el palacio, viendo con indignación que sus bienes son devorados por los aquivos. Pero, ea, oye y declárame este sueño: hay en la casa veinte gansos que comen trigo remojado en agua y yo me huelgo en contem- plarlos; mas, he aquí que bajó del monte un águila grande, de corvo pico, y, rompiéndoles el cuello, los mató a todos; quedando éstos tendidos en montón y subióse aquélla al divino éter. Yo, aunque entre sueños, llore y di gritos; y las aquivas, de hermosas trenzas, fueron juntándose a mi alrededor, mientras me lamen- taba tanto de que el águila hubiese matado mis gan- sos, que moví a compasión. Entonces el águila tornó a venir, se posó en el borde de la techumbre, y me calmó diciendo con voz humana:

' * ¡ Cobra ánimo, hija del celebérrimo Icario, pues no es sueño, sino visión veraz que ha de cumplirse. Los gansos son los Pretendientes; y yo, que era el águi- la, soy tu esposo, que he llegado y daré a todos los Pretendientes ignominiosa jnuerte."

*'Así dijo. Ausentóse de el dulce sueño, y mi- rando en derredor vi los gansos en el palacio, junto al pesebre, que comían trigo como antes.

Eespondióle el ingenioso Odiseo: '^0^^; mujer! No es posible declarar el sueño de otra manera, ya que el propio Odiseo te manifestó cómo lo llevará a cabo; aparece clara la i)erdición de todos los Pretendientes y ninguno escapará do la Kera y de la muerte."

Contestóle la discreta Penélope: *' ¡Huésped! Hay sueños inexplicables y de lenguaje obscuro, y no so cumple todo lo que anuncian a los hombres. Existen dos puertas para los leves sueños: una, construida de cuerno; y otra, de marfil. Los que vienen por el bru-

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nido marfil nos engañan, trayéndonos iDalabras sin efecto; y los que salen por el pulimentado cuerno, anuncian, al mortal que los ve, cosas que realmente han de cumplirse. Mas, no me figuro que mi terrible sueño haya salido por el último, que nos fuera muy grato a y a mi hijo. Otra cosa voy a decirte que pondrás en tu corazón. No tardará en lucir la infaus- ta Eos que ha de alejarme de la casa de Odiseo, pues yo quiero ofrecer a los Pretendientes un certamen: las segures, que aquél fijaba en línea recta y en número de doce, dentro de su palacio, cual si fuesen los pun- tales de un navio en construcción, y desde muy lejos, hacía pasar una flecha por los anillos. Ahora, pues, los invitaré a esa lucha y aquél que más fácilmente maneje el arco, lo arme y haga pasar una flecha por el ojo de las segures, será con quien yo me vaya, de- jando esta casa a la que vine doncella, que es tan hermosa, que está tan abastecida, y de la cual me figuro habré de acordarme aún entre sueños."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: **¡0h veneranda mujer de Odiseo Laertíada! No difieras por más tiem- po ese certamen que ha de efectuarse en el palacio; pues el ingenioso Odiseo vendrá antes que ellos, ma- nejando el pulido arco, logren tirar de la cuerda y consigan que pase la flecha a través del hierro.'*

Di jóle entonces la discreta Penélope: ** ¡Huésped! Si quisieras deleitarme con tus dichos, sentado junto a mí, en esta sala, no caería ciertamente el sueño en mis ojos; mas no es posible que los hombres estén sin dormir porque los númenes han ordenado que los mortales de la fértil tierra empleen una parte del tiempo en cada cosa. Voyme a la estancia superior y me acostaré en mi lecho tan luctuoso, que siempre está regado de lágrimas desde que Odiseo partió pa-

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ra ver aquella Ilion perniciosa y nefanda. Allí des- causaré. Acuéstate en el interior del palacio, ten- diendo algo por el suelo o en la cama que te hi- cieren.

Diciendo así, subió a la espléndida habitación su- perior sin que fuese sola, pues la acompañaban las esclavas. Y, en llegando con ellas a lo alto de la casa, se puso a llorar por Odiseo, su caro marido, hasta que Atenea, la de los ojos zarcos, le difundió en los párpados el dulce sueño.

Las hijas de Pandáreo sou arrebatadas por las Harpías,

RAPSODIA VIGÉSIMA

COSTÓSE a su vez el divinal Odiseo en el vestíbulo de la ca- sa: tendió la piel cruda de un buey, echó encima otras muchas pieles de ovejas sacrificadas por los aqueos y, tan pronto como yació, cobijóle Eurinome con un manto. Mientras Odiseo estaba echado y en vela y discurría males contra los Preten- dientes, salieron del palacio, riendo y bromeando unas con otras, las mujeres que con ellos solían jun- tarse. El héroe sintió conmovérsele el ánimo en el pecho, y revolvió muchas cosas en su mente y en su espíritu, pues se hallaba indeciso entre echarse sobre las criadas y matarlas o dejar que por la última y postrera \'cz se uniesen con los orgullosos Preten-

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dientes; y en tanto el corazón desde dentro le ladraba Como la perra que anda alrededor de sus tiernos ca- chorrillos, ladra y desea acometer cuando ve a un hombre a quien no conoce; así, al presenciar con indig- nación aquellas malas acciones, ladraba interiormente el corazón de Odiseo. Y éste, dándose de golpes en el pecho, reprendiólo con semejantes palabras:

'^ ¡Sufre, corazón, que algo más vergonzoso hubiste de soportar aquel día en que el Cíclope, de fuerza indómita, me devoraba los esforzados compañeros; y lo toleraste, hasta que mi astucia nos sacó del antro donde creíamos perecer.'^

Tal dijo, increpando en su pecho al corazón que en todo instante se mostraba sufrido y obediente; mas Odiseo revolvíase ya a un lado ya al opuesto. Del modo que, cuando un hombre asa a un grande y en- cendido fuego un vientre repleto de gordura y de san- gre, le da vueltas acá y allá con el propósito de aca- bar pronto; así se revolvía Odiseo a una y otra parte, mientras pensaba de qué manera conseguiría poner las manos en los desvergonzados Pretendientes, hallándose solo contra tantos. Pero acércesele Atenea, que había descendido del cielo; y transfigurándose en una mu- jer, se detuvo sobre su cabeza y le habló diciendo:

**¿Por qué velas ^odavía, oh desdichado sobre todos los varones? Esta es tu casa y tienes dentro a tu mujer y a tu hijo, que es tal como todos desearan que fuese el suyo."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: ''Sí, muy opor- tuno es, oh diosa, cuanto acabas de decir; pero mi ánimo me hace pensar cómo lograré poner las manos en los desvergonzados Pretendientes, hallándome solo, mientras que ellos están siempre reunidos en el pala- cio. Considero también otra cosa aún más importan-

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te: si logro matarlos, por la voluntad de Zeus ν la tuya, ¿adonde me podré refugiar? Yo te invito a que lo pienses.''

Díjole entonces Atenea, la deidad de los ojos cla- ros: ** ¡Desdichado! Se tiene confianza en un com- pañero peor, que es mortal y no sabe dar tantos consejos; y yo soy una diosa que te guarda en todos tus trabajos. Te hablaré muy claramente. Aunque nos rodearan cincuenta compañías de hombres de voz articulada, ansiosos de acabar con nosotros peleando, te fuera posible llevarte sus bueyes y sus pingües ove- jas. Pero ríndete al sueño, que es gran molestia pasar la noche sin dormir y Λdgilando; y ya en breve saldrás de estos males."

Así le habló; y, apenas hubo infundid© el sueño en los párpados de Odiseo, la divina entre las diosas vol- vió al Olimpo.

Cuando al héroe le vencía el sueño, que deja el ani- mo libre de inquietudes y relaja los miembros, des- pertaba su honesta esposa, la cual rompió en llanto, sentándose en la mullida cama. Y así que su ánimo se cansó de sollozar, la divina entre las mujeres elevó a Artemisa la siguiente súplica:

"¡Oh Artemisa, venerable diosa hija de Zeusl ¡Oja- lá que, tiráudomo una saeta al pecho, ahora mismo me quitaras la vida; o que una tempestad me arreba- tara, conduciéndome hacia las sombrías sendas, y me dejara caer en los confines del renuente Océano, do igual modo que las borrascas se llevaron a las hijas do Pandáreo. Cuando, por haberles los númenes muer• to los padres, se quedaran huérfanas en el palacio, la diosa Afrodita las crió con queso, dulce miel y fragante vino; dotólas Hera do hermosura y pruden- cia sobre todas las mujeres; dióles la casta Artemisa

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buena estatura, y adiestrólas Atenea en labores exi- mias. Pero, mientras la diosa Afrodita se encami- naba al vasto Olimpio a pedirle a Zeus, que se huelga con el rayo, florecientes nupcias para las don- cellas — ^pues aquel dios lo sabe todo y conoce el destino favorable o adverso de los mortales arrc- baráronlas las Harpías y se las dieron a las odio- sas Erinuias como esclavas. Háganme desaparecer de igual suerte los que viven en olímpicos palacios o máteme Artemisa, la de lindas trenzas, para que yo penetre en la odiosa tierra, teniendo ante mis ojos a Odiseo, y no haya de alegrar la mente de ningún hombre inferior. Cualquier mal es soportable, aun- que pasemos el día llorando y con el corazón muy tris- te, si por la noche viene el sueño, que nos trae el olvido de las cosas buenas y malas al cerrarnos los ojos. Pero a me envía algún dios perniciosos en- sueños. Esta misma noche acostóse a mi lado un fan- tasma muy semejante a él, tal como era Odiseo cuan- do partió con el ejército; y mi corazón se alegraba, figurándose que no era sueño sino feras.*'

Así dijo; y al punto se descubrió Eos, de áureo tro- no. Odiseo oyó las voces que Penélope daba en su llanto, meditó luego y le pareció como si la tuviese junto a su cabeza por haberle reconocido. A la hora recogió el manto y las pieles en que estaba echado y lo puso todo en una silla del palacio, sacó fuera la piel de buey y, alzando las manos, dirigió a Zeus esta súplica:

"¡Padre Zeus! Si vosotros los dioses me habéis traído de buen grado, por tierja y por mar, a mi patrio suelo, después de enviarme multitud de infortunios; haz que diga algún presagio cualquiera de los que

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Jj A ODISEA

en el interior despiertan y muéstrese en lo exterior otro de tus prodigios/'

Tal fué su plegaria. Oyóla el próvido Zeus y en ei acto mandó un trueno desde el resplandeciente Olimpo desde lo alto de las nubes, que le causó a Odiseo profunda alegría. El presagio dióselo en la casa una mujer que molía el grano cerca de él, donde estaban las muelas del pastor de hombres. Doce eran las que ahí trabajaban solícitamente, fabricando harinas de cebada y de trigo, que son el alimento de los hom- bres; pero todas descansaban ya, por haber molido su parte correspondiente de trigo, a excepción de una que aún no había terminado porque era muy flaca. Esta, pues, paró la muela y dijo las siguientes palabras, que fueron una señal para su amo:

** ¡Padre Zeus, que imperas sobro los dioses y sobre los hombres! Has enviado un fuerte trueno desdo el Uranos estrellado, y no hay nube alguna; indudable- mente es una señal que haces a alguien. Cúmpleme ahora también a mí, a esta mísera, lo que te voy a pedir: ''Tomen hoy los Pretendientes por la última y postrera vez la agradable comida en el palacio de Odiseo; y, ya que hicieron desfallecer mis rodillas con el penoso trabajo de fabricarles harina, sea tam- bién ésta la última vez que cenen."

Así se expresó; y holgóse el divinal Odiseo con el presagio y el trueno enviado por Zeus, pues creyó que podía castigar a los culpables.

Las demás esclavas, juntándose en la bella mansión de Odiseo, encendían en el hogar el fuego infatigable. Telémaco, varón igual a un dios, se levantó de la ca- ma, vistióse, colgó del hombro la aguda espada, ató a sus nítidos pies hermosas sandalias y asió la fuerte

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lanza de broncínea punta. Salió lueg• 7, parándose en el umbral, dijo a Euriclea:

^*¡Ama querida! ¿Honraste al huésped dentro de la casa, dándole leche y cena, o yace por ahí sin que nadie lo cuide? Pues mi madre es tal, aunque la dis- creción no le falta, que suele honrar inconsiderada- mente al peor de los hombres de voz articulada y despedir sin honra alguna al que más vale."

Respondióle la prudente Euriclea: **No le acuses ahora, hijo mío, que no es culpable. El huésped estu- vo sentado y bebiendo vino hasta que le plugo; y en cuanto a comer, manifestó que ya no tenía más gana, y fué ella misma quien le hizo la i^regunta. Tan lue- go como decidió acostarse para dormir, ordenó tu ma- dre a las esclavas que le aparejasen la cama; pero como es tan mísero y desventurado, no quiso descansar en un lecho ni entre colchas y se tendió en el ves- tíbulo sobre una piel cruda de buey y otras de ovejas. Y nosotras le cubrimos con un manto.*'

Así le dijo: Telemaco salió del palacio con su lan- za en la mano y dos perros de ágiles pies que le se- guían; y fuese al agora, a juntarse con los aqueos de hermosas grebas. Entonces la divina entre las mu- jeres, Euriclea, hija de Opos Pisenórida, comenzó a mandar de este modo a las esclavas:

**Ea, algunas de vosotras barran el palacio diligen- temente, riegúenlo y pongan tapetes purpúreos sobre las labradas sillas; pasen otras la esponja por las me- sas y limpien las cráteras y las copas dobles, artís- ticamente fabricadas; y vayan las demás por agua a la fuente y tráiganla presto. Pues los Pretendientes no han de tardar en venir al palacio; antes acudirán muy de mañana, que hoy es día de fiesta para todos."

Así les habló; ellas la escucharon y obedecieron.

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LA ODISEA

Veinte esclavas se encaminaron a la fuente de aguas profundas y las otras se pusieron a trabajar hábil- mente dentro de la casa.

Presentáronse poco después los servidores de los aqueos y cortaron leña con gran pericia; volvieron de la fuente las esclavas; e inmediatamente llegó el por- querizo con tres cerdos, los mejores de cuantos tenía a su cuidado. Eumeo dejó que pacieran en el hermoso cercado y hablóle a Odiseo con dulces palabras:

"¡Huésped! ¿Te ven los aqueos con mejores ojos, o siguen ultrajándote en el palacio como anteriormen- te?''

Respondióle el ingenioso Odiseo: "Ojalá castigue un dios, oh Eumeo, los ultrajes que con tal descaro infieren, maquinando inicuas acciones en• la casa de otro, sin tener ni sombra de vergüenza."

De tal suerte conversaban. Acercóseles el cabrero Melantio, que traía las mejores cabras de sus rebaños para la comida de los Pretendientes y le acompañaban dos pastores. Y, atando a aquéllas debajo del sonoro pórtico, le dijo a Odiseo estas mordaces palabras:

"¡Forastero! ¿Nos importunarás todavía en esta casa, con pedir limosna a los varones? ¿Por ventura no saldrás de aquí? Ya me figuro que no nos sepa- raremos hasta haber probado la fuerza de nuestros brazos; porque no mendigas como se debe. ¿Por ventura no hay otros convites de los aqueos?"

Así se expresó. El ingenioso Odiseo no le dio respuesta; pero meneó la cabeza silenciosamente, agi- tando en lo íntimo de su alma siniestros propósitos.

Fué el tercero en llegar, Filetio, mayoral de los pastores, que traía una vaca no paridera y pingües cabras. Los barqueros, que conducen a cuantos hom- bres se les presentan, los habían transportado. Y,

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Η o ME R O

atando aquél las reses debajo del sonoro pórtico, píi- róse cabe el porquerizo y le interrogó de esta ma- nera:

'* ¡Porquerizo! ¿Quién es ese forastero recién llega- do a nuestra casa? ¿A qué hombres se gloría de pertenecer? ¿Dónde se hallan su familia y su patria tierra? ¡Infeliz! Parece, por su cuerpo, un rey soberano; mas los dioses anegan en males a los hom- bres que han vagado mucho, cuando hasta a los reyes les destinan infortunios."

Dijo. Y, parándose junto a Odiseo, le saludó con la diestra y le habló con estas aladas palabras:

** ¡Salve, padre huésped! dichoso en lo sucesivo, ya que ahora te abruman tantos males. ¡Oh, padre Zeus!: no hay dios más funesto que tú; pues, sin compadecerte de los hombres, a pesar de haberlos crea- do, los entregas al infortunio y a los tristes dolores. Desde que te vi, empecé a sudar y se me arrasaron los ojos de lágrimas, acordándome de Odiseo; porque me figuro que aquél vaga entre los hombres, cubierto con unos harapos semejantes, si aún vive y goza de la lumbre de Helios. Y si ha muerto y está en la morada de Hades, ¡ay de mí!, a quien, desde niño, puso el eximio Odiseo al frente de sus vacadas en el país de los kefalonios. Hoy las vacas son innumerables y a ningún hombre podría crecerle más el ganado vacu- no de ancha frente; pero unos extraños me ordenan que les traiga vacas para comérselas, y no se cuidan del hijo de la casa, ni temen la venganza de las dei- dades, pues ya desean repartirse las posesiones del rey cuya ausencia se hace tan larga. Muy a menudo mi ánimo revuelve en el pecho estas ideas: malo es que en vida del hijo me vaya a otro pueblo, emigrando con las vacas hacia los hombres de un país extraño;

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LA O D I Β Ε Α.

pero ιπΘ resulta más duro quedarme, guardando las vacas para otros y sufriendo pesares. Y mucho ha que me hubiese ido a refugiarme cerca de alguno de los prepotentes reyes, porque lo de acá ya no es to- lerable; pero aguardo aún a aquel infeliz, por si, vi- niendo de algún sitio, dispersa a los Pretendientes que están en el palacio/'

Eespondióle*el ingenioso Odiseo: *' ¡Boyero! No me pareces ni vil ni insensato, y conozco que la pruden- cia rige tu espíritu; voy a decirte una cosa que afirmaré con solemne juramento: Sean testigos pri- meramente Zeus entre los dioses y luego la mesa hos- pitalaria y el hogar del irreprochable Odiseo a que he llegado, de que Odiseo vendrá a su casa, estando en ella; y podrás ver con tus ojos, si quieres, la ma- tanza de los Pretendientes que hoy señorean en el palacio."

Di jóle entonces el boyero: ''¡Oh huésped! Ojalá el Cronida llevara a cumplimiento cuanto dices; que no tardarías en conocer cuál es mi fuerza y de qué bra- zos dispongo."

Eumeo suplicó asimismo a todos los dioses que el prudente Odiseo volviera a su casa.

Así éstos decían. Los Pretendientes maquinaban contra Telémaco la Moira y la muerte, cuando de súbito apareció un ave a su izquierda, un águila al- tanera, con una tímida paloma entre las garras. Y Amfínomo les arengó diciendo:

''¡Amigos! Esto propósito la muerte de Telémaco no tendrá buen éxito para nosotros; mas, ea, pen- semos ya en la comida."

De tal suerte se expresó Amfínomo, y a todos les plugo lo que dijo. Volviendo, pues, al palacio del di- vinal Odiseo, dejaron «us mantos en sillas y sillones;

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HOMERO

sacrificaron ovejas muy crecidas, pingües cabras, puer- cos gordos y una gregal vaca ; asaron y distribuyeron las entrañas; mezclaron el vino en las cráteras; y el porquerizo les sirvió las copas. Filetio, mayoral de los pastores, repartióles el pan en hermosos canastillos; y Melantio les escanciaba el vino. Y todos echaron mano a las viandas que tenían delante.

Telémaco, con astuta intención, hizo sentar a Odi- seo dentro de la sólida casa, junto al umbral de pie- dra, donde le había colocado una pobre silla y una mesa pequeña; sirvióle parte de las entrañas, escan- cióle vino en una copa de oro y le habló de esta ma- nera:

"Siéntate aquí, entre estos varones, y bebe vino. Yo te libraré de las injurias y de las manos de todos los Pretendientes; pues esta casa no es pública, sino de Odiseo que la adquiíió para mí. Y vosotros, oh Pretendientes, reprimid el ánimo y absteneos de las amenazas y de los golpes, para que no se suscite dispu- ta ni altercado alguno."

Tales fueron sus palabras y todos se mordieron los labios, admirándose de que Telémaco les hablase con tanta audacia. Entonces Antínoo, hijo de Eupites, di- jo de esta suerte:

"¡AqueosI Cumplamos, aunque es dura, la or- den de Telémaco, que con tono tan amenazador acaba de hablarnos. No lo ha querido Zeus Cronida; pues, de otra suerte, ya le habríamos hecho callar en el pala- cio, aunque sea arengador sonoro."

Así habló Antínoo; pero Telémaco no hizo caso de sus palabras. En esto, ya los heraldos conducían por la ciudad la sacra hecatombe de las deidades; y los aqueos, de luenga cabellera, se juntaban en el umbrío bosque consagrado al flechador Apolo.

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I

LA ODISEA

Tan pronto como los Pretendientes hubieron asa- do los cuartos delanteros, retirándolos d^ la lumbre, dividiéronlos en partes, y celebraron un gran banque- te. A Odiseo sirviéronle los que en esto se ocupaban, una parte tan cumplida como la que a ellos mismos les cupo en suerte; pues así lo ordenó Telémaco, el hijo amado del divinal Odiseo.

Tampoco dejó entonces Atenea que los ilustres Pre- tendientes se abstuvieran por completo de la dolo- rosa injuria, a fin de que el pesar atormentara aún más el corazón de Odiseo Laertíada. Hallábase en- tre los mismos un hombre de ánimo perverso llamado Ctesipo, que tenía su morada en Same, y, confiando en sus posesiones inmensas, solicitaba a la esposa de Odiseo ausente a la sazón desde largo tiempo. Este tal dijo a los ensoberbecidos Pretendientes:

'Oíd, ilustres Pretendientes, lo que os voy a decir. Eato ha que el forastero tiene su parte igual a la nuestra, como es debido j que no fuera decoroso pi justo privar del festín a los huéspedes de Telémaco, sean cuales fueren los que vengan a este palacio. Mas, ea, también yo voy a ofrecerle el don de la hospi- talidad, para que a su vez haga un presente al ba- ñero o a algún otro de los esclavos que viven en la casa del divinal Odiseo."

Habiendo hablado así, tiróle con fuerte mano una pata de buey, que tomó ^o un canastillo; Odiseo evitó el golpe, inclinando ligeramente la cabeza, y en seguida se sonrió con risa sardonia; y la pata fué a dar en el bien construido muro. Acto continuo in- crepó Telémaco a Ctesipo con estas palabras:

*'¡Ctesipol Mucho mejor ha sido para ti no acertar al forastero, porque éste haya evitado el golpe; que yo te traspasara con mi aguda lanza y tu padre te

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Ε o Μ Ε R o

hiciera largos funerales en vez de celebrar tu casa- miento. Por tanto, nadie se iDoite insolentemente dentro de la casa, que ya conozco y entiendo muchas cosas, buenas y malas, aunque antes fuese un niño. Y si toleramos lo que vemos que sean degolladas las ovejas, y se beba el vino, y se consuma el pan , es por la dificultad de que uno solo refrene a muchos. Mas, ea, no me causéis más daño, siéndome malévolos; y si deseáis matarme con el bronce, yo quisiera que lo llevaseis a cumplimiento, pues más valdría morir que ver de continuo esas inicuas acciones: maltrata- dos los huéspedes y forzadas indignamente las sier- vas en las hermosas estancias."

Así habló. Todos enmudecieron y quedaron silen- ciosos. Mas al fin les dijo Agelao Damastórida:

**jAmigos! Nadie se irrite, oponiendo contrarias razones al dicho justo de Telémaco; y no maltratéis al huésped, ni a ningún esclavo de los que moran en la casa del divinal Odiseo. A Telémaco y a su madre les diría unas suaves palabras, si fuere grato al co- razón de entrambos. Mientras en vuestro pecho es- peraba el ánimo que el prudente Odiseo volviese, fio po- díamos indignarnos por la demora, ni porque se en- tretuviera en la casa a los Pretendientes; y aun hu- biese sido lo mejor, si Odiseo viniera y tornara a su palacio. Pero ahora ya es evidente que no volverá. Ba, pues, siéntate al lado de tu madre y dile que tome por esposo al varón más eximio y que más dona- ciones le haga; para que sigas en posesión de los bienes de tu padre, comiendo y bebiendo en los mis- mos, y ella cuide la casa de otro."

Eespondióle el prudente Telémaco: "¡No, por Zeus y por los trabajos de mi padre que ha fallecido o va errante lejos de Itaca!, no difiero, oh Agelao, las

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LA O D I S S A

nupoias de mi madre; antea la exhorto a aasarge coa aquel que, siéndole grato, 1• haga muchísimo» pr•* gentes; pero me daría vergüenza arrojarla del pftláeie contra su voluntad y con duras palabras. ¡No per- mitan los dioses que así suceda!'*

Tales fueron las palabras de Telémaco. Palas Ate- nea movió a los Pretendientes a una íisa inextingui- ble y les perturbó la razón. Eeíanse con risa for- zada, devoraban sanguinolentas carnes, y se les lle- naron de lágrimas los ojos y su ánimo presagiaba el llanto. Entonces Teoclímeno, semejante a un dios, les dijo de esta suerte:

**jAh míseros! ¿Qué mal es ése que padecéis? Noche obscura os envuelve la cabeza, y el rostro, y abajo las rodillas; crecen los gemidos; báñanse en lágrimas las mejillas; y así los muros como los her- mosos intercolumnios aparecen rociados de sangre. Llenan el vestíbulo y el patio las sombras de los que descienden al tenebroso Erebo; el sol desapareció del cielo y una horrible obscuridad se extiende por do- quier. ' '

En tales términos les habló; y todos rieron dulce- mente. Entonces Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a decirles:

''Está loco este huésped venido do país extraño. Ea, jóvenes, llevadle ahora mismo a la puerta y va- yase al agora, ya que aquí le parece que es de noche."

Contestóle Teoclímeno, semejante a un dios: ''¡Eu- rímaco! No pido que me acompañen. Tengo ojos, orejas y pies, y en mi j)echo la razón que está sin menoscabo: con su auxilio me iré afuera, porque com- prendo que viene sobre vosotros la desgracia, de la cual no podréis huir ni libraros ninguno de los Preten-

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HOMERO

dieatei que en el palacio del divinal Odieee insultáis a los hombres, maquinando inicuas accienes."

Cuando eso hubo dicho, salió del cómodo palacio y se fué a la casa de Pirco, que lo acogió benévolo. Los Pretendientes se miraban los unos a los otros y zaherían a Telémaco, burlándose de sus huéspedes. Y entre los jóvenes soberbios hubo quien habló de esta manera:

** ¡Telémaco! Nadie tiene entre los que se huel- gan de recibir huéspedes más desgracias que tú. Uno es tal como ese mendigo vagabundo, necesitado de que le den pan y yino, inhábil para todo, sin fuerzas, carga inútil de la tierra; y el otro se ha levantado a pronunciar vaticinios. Si quieres creerme y sería lo mejor, echemos a los huéspedes en una nave de muchos bancos, y mandémoslos con los Sículos; y allí te los comprarán por razonable precio.''

Así decían, pero Telémaco no hizo ningún caso de estas palabras; sino que miraba silenciosamente a su padre, aguardando el momento en que había de poner las manos en los desvergonzados Pretendientes.

La discreta Penélope, hija de Icario, mandó colocar su magnífico sillón enfrente de los hombres, y oía cuanto se hablaba en la sala. Y los Pretendientes reían y se pieparaban al almuerzo que fue dulce y agrada- ble, pues sacrificaron multitud de reses; pero ninguna cena tan triste como la que pronto iban a darles la diosa y el esforzado varón, porque habían sido los primeros en maquinar acciones inicuas.

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Penélope, por inspiración de Atenea, entrega a los pretendientes

el arco y las segures de Odiseo

y promete casarse con el que venza en el torneo.

RAPSODIA VIGESIMAPRIMERA

TENEA, la deidad de los ojos claros, inspiróle en el cora- zón a la discreta Penélope, hija de Icario, que en la propia casa de Odiseo les sacara a los Pretendientes el arco y el pulido hierro; a fin de celebrar el certamen que había de ser el preludio de su matanza. Subió Penélope la alta escalera de la casa; tomó en su hermosa y robusta mano una magnífica llave bien curvada, de bron- ce, con el cabo de marfil; y se fué con las siervas al aposento más interior donde guardaba los ob- jetos preciosos del rey bronce, oro y labrado hierro y también el flexible arco y la aljaba para

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SOMERO

l&á flecha», que contenía muchas y dolorosas saetas; dones ambos que a Odiseo le hiciera su huésped Ifito Eurítida, semejante a los Inmortales, cuando se juntó con él en Lacedemonia. Encontráronse en Mesena, en casa del belicoso Orsíloco. Odiseo iba a cobrar una deuda de todo el pueblo, pues los mesemos sq habían llevado de Itaea, en naves de muchos bancos, tres- cientas ovejas con sus pastores: por esta causa Odi- deo, que aún era joven, emprendió como embaja- dor aquel largo viaje, enviado por su padre y otros ancianos. A su vez, Ifito iba en busca de doce ye- guas de vientre con sus potros, pacientes en el tra- bajo, que antes le quitaran y que luego habían de ser la causa de su muerte y miserable destino; pues, habiéndose ligado a Heracles, hijo de Zeus, varón de ánimo esforzado que sabía realizar grandes ha- zañas, éste le mató en su misma casa, sin embargo de tenerlo como huésped. ¡Inicuo! No temió la ven- ganza de los dioses, ni respetó la mesa que le puso él en persona: matóle y retuvo en su palacio las yeguas de fuertes cascos. Cuando Ifito iba, pues, en busca de las mentadas yeguas, se en- contró con Odiseo y le dio el arco que antiguamente llevara el gran Eurito y que éste legó a su vastago al morir en su excelsa casa; y Odiseo, por su parte, regaló a Ifito afilada espada y fornida lanza; presen- tes que hubieran originado entre ambos cordial amistad, mas los héroes no llegaron a verse el uno en la mesa del otro, porque el hijo de Zeus mató antes a Ifito Eurítida, semejante a los Inmortales. Y el divinal Odiseo servíase en su patria del arco que le ha- bía dado Ifito, pero no lo quiso tomar al partir para la guerra en las negras naves; lo dejó en el palacio como recuerdo de su caro huésped.

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LA ODISEA

Al instante que la divina entre las mujeres llegó al aposento y puso el pie en el umbral de encina que en otra época puliera el artífice con gran habilidad, y enderezara por medio de un nivel, alzando los dos postes en que había de encajar la espléndida puerta; desató la correa del anillo, introdujo la llave e hizo correr los cerrojos de la puerta, empujándola hacia dentro. Eechinaron las hojas como muge un toro que pace en la pradera ¡tanto ruido produjo la hermosa puerta al empuje de la llave! y abriéronse inmedia- tamente. Penélope subió al excelso tablado donde estaban las arcas de los perfumados vestidos; y, ten- diendo el brazo, descolgó de un clavo el arco con la funda espléndida que lo envolvía. Sentóse allí mismo, teniéndolo en sus rodillas, lloró ruidosamente y sacó de la funda el arco del rey. Y cuando ya estuvo har- ta de llorar y de gemir, fuese hacia la habitación donde se hallaban los ilustres Pretendientes; y llevó en su mano el flexible arco y la aljaba para las flechas, la cual contenía abundantes y dolorosas saetas. Junta- mente con Penélope, llevaban las siervas una caja con mucho hierro y bronce que servía para los juegos del rey. Cuando la divina entre las mujeres hubo lle- gado adonde estaban los Pretendientes, paróse ante la columna que sostenía el techo sólidamente construido, con las mejillas cubiertas por espléndido velo y una honrada doncella a cada lado, Y allí dirigió la pa- labra a los Pretendientes, hablándoles de esta guisa:

"Oídme, ilustres Pretendientes, los que habéis caí- do sobre esta casa para comer y beber de continuo durante la prolongada ausencia de mi esposo, sin poder hallar otra excusa que la intención de casaros conmi- go y tenerme por mujer. Ea, Pretendientes míos, os propongo este certamen: pondré aquí el gran arco del

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R O Μ ERO

divinal Odiseo, y aquel que más fácilmente lo mane- je, lo tienda y haga pasar una ñecha por «1 ojo de las doce segures, será con quien yo me vaya, dejando esta casa a la que vine doncella, que es tan hermosa, que está tan abastecida, y de la cual me figuro 'que habré de acordarme aun entre sueños."

Tales fueron sus palabras; y mandó en seguida a Eumeo, el divinal porquerizo, que ofreciera a los Pre- tendientes el arco y el blanquizco hierro. Eumeo lo recibió llorando y lo puso en la tierra; y desde la parte contraria el boyero, al ver el arco de su señor, lloró también. Y Antínoo les increpó, diciéndoles de esta suerte:

" ¡Eústicos necios, que no pensáis más que en lo del dial jAh míseros! 4 Por qué, vertiendo lágrimas, conmovéis el ánimo de esta mujer, cuando ya lo tie- ne sumido en el dolor desdo que perdió a su consorte Τ Comed ahí, en silencio, o idos afuera a llorar; dejando ese pulido arco que ha de ser causa de un certamen fatigoso para los Pretendientes, pues creo que nos se- rá difícil armarlo. Que no hay entre todos los que aquí nos encontramos un hombre como fué Odiseo. Le vi y de él guardo memoria, aunque en aquel tiem- po era yo un rapaz.**

Así les habló, pero allá dentro en su ánimo tenía esperanzas de armar el arco y hacer pasar la flecha a través del hierro; aunque debía gustar antes que nadie la saeta despedida por mano de Odiseo, a quien estaba ultrajando en su palacio y aun incitaba a sus compañeros a que también lo hiciesen. Mas el es- forzado y divinal Telémaco les dirigió la palabra y les dijo:

**¡0h dioses! En verdad que Zeus Cronida me ha vuelto el juicio. Díceme mi madre querida, siendo

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LA ODISEA

tan discreta, que se irá con otro y saldrá de esta casa; y yo me río y me deleito con ánimo insensato. Ea, Pretendientes, ya que os espera este certamen propues- to por una mujer que no tiene par en el país aqueo, ni en la sacra Pilos, ni en Argos, ni en Micenas, ni en Ja misma Itaca, ni en el obscuro continente, como vosotros mismos lo sabéis ¿qué necesidad tengo de alabar a mi madre? Ea, pues, no difiráis la lucha con pretextos y no tardéis en hacer la prueba de armar el arco, para que os veamos. También yo lo intentaré; y si logro armarlo y hacer pasar la flecha a través del hierro, mi veneranda madre no me dará el disgusto de irse con otro y abandonar el palacio; pues me de- jaría en él, si es que yo pudiera alcanzar la victoria en los hermosos juegos mi padre."

I^ijo; y, poniéndose en pie, se quitó el purpúreo manto y descolgó de su hombro la aguda espada. Ac- to continuo comenzó por hincar las segures, abriendo para todas un gran surco, alineándolas a cordel, y po- niendo tierra a entrambos lados. Todos se quedaron sorprendidos al notar con qué buen orden las colocaba, sin haber visto nunca aquel juego. De seguida fuese al umbral y probó a tender el arco. Tres veces lo movió, con el deseo de armarlo, y tres veces hubo de desistir de su propósito; aunque sin perder la es- peranza de tirar de la cuerda y hacer pasar la flecha a través del hierro. Y lo hubiese armado, tirando con gran fuerza por la cuarta vez; pero Odiseo se lo prohibió con una seña, y le contuvo en su deseo. Entonces habló de esta manera el esforzado y divinal Telémaco:

''¡Oh dioses! O tengo que ser en adelante ruin y menguado, o soy aún demasiado joven y no puedo confiar en mis brazos para rechazar a quien me ul-

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traje. Mas, ea, probad el arco vosotroS; que me »u- ptráis en fuerzas, y acabemos el certamen."

Diciendo así, puso el arco en el suelo, arrimán- dolo a las tablas de la puerta que estaban sólidamen- te unidas y bien pulimentadas; dejó la veloz saeta apoyada en el hermoso anillo; y volvióse al asiento que antes ocupaba. Y Antínoo hijo de Eupites, les habló de esta manera:

*' Levantaos consecutivamente, compañeros, empe- zando por la derecha del lugar donde se escancia el vino. ' '

De tal modo se expresó Antínoo y a todos les plu- go cuanto dijo. Levantóse el primero Liodes, hijo de Enope, el cual era el arúspice de los Pretendientes y acostumbraba sentarse en lo más hondo, al lado de la magnífica crátera, siendo el único que aborrecía las iniquidades y que se indignaba contra los demás Pretendientes. Tal fué quien primero tomó el arco y la veloz flecha. En seguida se encaminó al umbral y probó el arco; mas no pudo tenderlo, que antes se le fatigaron con tanto tirar, sus manos blandas y no encallecidas. Y al momento hablóles así a los de- más Pretendientes:

*' ¡Amigos! Yo no puedo armarlo; tómelo otro. Esto arco privará del ánimo y de la vida a muchos prín- cipes; porque es preferible la muerte a vivir sin realizar el propósito que nos reúne aquí continuamente y que nos hace aguardar día tras día. Ahora cada cual espera en su alma que se le cumplirá el deseo de casarse con Penélope, la esposa de Odiseo; mas, tan pronto como vea y pruebe el arco, ya puede dedicarse a pretender a otra aquiva, de hermoso peplo, solici- tándola con regalos de boda; y luego se casará aquc-

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LA ODISEA

lia con quien le haga más presentes y venga desig- nado por el destino/*

Dichas estas palabras, apartó de el arco, arri- mándolo a las tablas de la puerta, que estaban sólida- mente unidas y bien pulimentadas, dejó la veloz saeta apoyada en el hermoso anillo, y volvióse al asiento que antes ocupaba. Y Antínoo le increpó, diciéndole de esta suerte:

*'¡Liodes! ¡Qué palabras tan graves y molestas se te escaparon del cerco de los dientes! Me indignó al oírlas. Dices que este arco privará del ánimo y de la vida a los príncipes, tan sólo porque no puedes armarlo. No te parió tu madre veneranda para que entendieses en manejar el arco y las saetas; pero verás cómo lo tieden muy pronto otros ilustres Pre- tendientes. ' '

Así le dijo; y al punto dio al cabrero Melantio la siguiente orden: ''Ve, Melantio, enciende fueg© en la sala, coloca junto al hogar un sillón con una pe- lleja, y trae una gran bola de sebo del que hay en el interior, para que los jóvenes, calentando el arco y untándolo con grasa, probemos de armarlo y termi- nemos este certamen."

Tal fué lo que le mandó. Melantio se puso inme- diatamente a encender el fuego infatigable, colocó junto al mismo un sillón con una pelleja y sacó una gran bola de sebo del que había en el interior. Un- tándolo con sebo y calentándolo en la lumbre, fueron probando el arco todos los jóvenes; mas no consiguie- ron tenderlo, porque les faltaba gran parte de la fuerza que para ello se requería. Y ya sólo queda- ban sin probarlo Antínoo y el deiforme Eurímaco, que eran los príncipes entre los Pretendientes y a todos superaban por su fuerza.

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HOMERO

Entonces salieron juntos de la casa el boyero y el porquerizo del divinal Odiseo; siguióles éste y di joles con suaves palabras así que dejaron a su espalda la puerta y el patio:

*' ¡Boyero, y tú, porquerizo! ¿Os revelaré lo que pienso o lo mantendré oculto? Mi ánimo me ordena que lo diga. ¿Cuáles fuerais para ayudar a Odiseo, si llegara de súbito porque alguna deidad nos lo tra- jese? ¿Os pondríais de parte de los Pretendientes o c!el propio Odiseo f Contestad como vuestro corazón y vuestro ánimo os lo dicten/'

Dijo entonces el boyero: '* ¡Padre Zeus! Ojalá me cumplas este voto: que vuelva aquel varón traído por alguna deidad. verías, si así sucediese, cuál es mi fuerza y de qué brazo dispongo. '*

Eumeo suplicó asimismo a todos los dioses que el prudente Odiseo volviera a su casa. Cuando el héroe conoció el verdadero modo de pensar de entrambos, hablóles nuevamente diciendo de esta suerte:

*'Pues dentro está, aquí lo tenéis: soy yo, que des- pués de pasar muchos trabajos he vuelto en el vigé- simo año a la patria tierra. Conozco que entre mis es- clavos tan solamente vosotros deseabais mi vuelta, pues no he oído que ningún otro hiciera votos para que tornara a esta casa. Os voy a revelar con since- ridad lo que ha de llevarse a efecto. Si, por orde- narlo un dios, sucumben a mis manos los eximios Pre- tendientes, os buscaré esposa, os daré bienes y sen- das casas labradas junto a la mía, y os consideraré en lo sucesivo como compañeros y hermanos de Te- lémaco. Y, si queréis, ea, voy a mostraros una mani- fiesta señal para que me reconozcáis y se convenza vuestro ánimo: la cicatriz de la herida que me infi-

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LA ODISEA

rió un jabalí con su blanco diente cuando fui al Par• naso con los hijos de Autólico.*'

Apenas hubo dicho estas palabras, apartó los hara- pos para enseñarles la extensa cicatriz. Ambos la vieron y examinaron cuidadosamente, y acto conti- nuo ron^.pieron en llanto, echaron los brazos sobre el prudente Odiseo y, apretándole, le besaron la cabeza y los hombros. Odiseo, a su vez, besóles la cabeza y las manos. Y entregados al llanto los dejara He- lios al ponerse, si el propio Odiseo no les hubiese cal- mado, diciéndoles de esta suerte;

''Cesad ya de llorar y de gemir: no sea que alguno salga del palacio, lo vea y se vaya a contarlo allá dentro. Entremos en el palacio pero no juntos, si- no uno tras otro: 'yo primero y vosotros después. Te- ned sabida una señal que os quiero dar y es la si- guiente: los ilustres Pretendientes no han de per- mitir que se me el arco y carcaj; pero tú, divinal Eumeo, tráelo por la habitación, pónmelo en las ma- nos, y di a las mujeres que cierren las sólidas puertas de las estancias y que si alguna oyere gemidos o es- trépito de hombres dentro de las paredes de nuestra sala, no se asome y quédese allí, en silencio, junto a su labor. Y a ti, divinal Filetio, te confío las puertas del patio para que las cierres, corriendo el cerrojo que sujetarás mediante un nudo.''

Hablando así, entróse por el espléndido palacio y fué a sentarse en el mismo sitio que antes ocupaba. Luego penetraron también los dos esclavos del divinal Odiseo.

Ya Eurímaco manejaba el arco, dándole vueltas y calentándolo, ora por esta, ora por aquella parte, al resplandor del fuego. Mas ni aun así consiguió ar-

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SOMERO

marlo; por lo cual sintiendo gran angustia en su co- razón glorioso, suspiró y dijo de esta suerte:

''¡Oh dioses! Grande es el pesar que siento por y por vosotros todos. Y aunque me afligen las frustra- das nupcias, no tanto me lamento por las mismas pues hay muchas aqueas en la propia Itaca, rodeada por el mar, y en las restantes ciudades, como por ser nuestras fuerzas de tal modo inferiores a las del divinal Odiseo que no podamos tender el arco: ¡vergonzoso será que lleguen a saberlo los venideros!"

Entonces Antínoo, hijo de Eupites, le habló dicien- do: ''¡Eurímaco! No será así y mismo lo compren- des. Ahora, mientras se celebra en la población la sa- cra fiesta del dios, ¿quién lograría tender el arco? Ponedlo en tierra tranquilamente y permanezcan cla- vadas todas las segures, pues no creo que se las lleve ninguno de los que frecuentan el palacio de Odiseo Laertíada. Mas, ea, comience el escanciador a repartir las copas para que hagamos la libación, y dejemos ya el corvo arco. Y ordenad al cabrero Melantio que al romper el día se venga con algunas cabras, las me- jores de todos sus rebaños, a fin de que, en ofrecien- do los muslos a Apolo, célebre por su arco, probemos de armar el de Odiseo y terminemos este certamen."

De tal suerte se expresó Antínoo y a todos les plugo lo que proponía. Los heraldos diéronles agua- manos y unos mancebos llenaron las cráteras y dis- tribuyeron el vino después de ofrecer en copas las primicias. No bien se hicieron las libaciones y bebió cada uno cuanto deseara, el ingenioso Odiseo, medi- tando engaños, les habló de este modo:

''Oídme, Pretendientes de la ilustre reina, para que os exponga lo que en mi pecho el ánimo me ordena de- ciros; y he de rogárselo en particular a Eurímaeo y al deiforme Antínoo que ha pronunciado estas opor-

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LA ODISEA

tunas palabras: dejad por ahora el arco y atended a los dioses, y mañana algún numen dará bríos a quien le plazca. Ea, entregadme el pulido arco y x)robare con vosotros mis brazos y mi fuerza: si por ventura hay en mis flexibles miembros el mismo vigor que anteriormente o ya se lo hicieron perder la vida errante y la carencia de cuidados.'^

Así dijo. Todos sintieron gran indignación, temien- do que armase el pulido arco. Y Antínoo le increpó, hablándole de esta manera:

'*¡0h, el más miserable de los huéspedes! no tienes ni sombra de juicio. ¿No te basta estar sen- tado tranquilamente en el festín con nosotros los ilustres, sin que se te prive de ninguna de las cosas del banquete, y escuchar nuestras palabras y conver- saciones que no oye huésped ni mendigo alguno? Sin duda te trastorna el dulce vino, que suele perjudicar a quien lo bebe ávida y descomedidamente. El vino dañó al ínclito centauro Euritión cuando fué al país de los Lapitas y se halló en el palacio del magnánimo Pirítoo. Tan luego como tuvo la razón ofuscada por el vino, enloquecido, llevó al cabo perversas acciones en la morada de Pirítoo j los héroes, poseídos de dolor, arrojáronse sobre él y, arrastrándolo hacia la puerta, le cortaron con el cruel bronce orejas y narices; y así se fué, con la inteligencia perturbada y sufriendo el castigo de su falta con ánimo demente. Tal origen tuvo la contienda de los centauros con los hombres; mas aquél fué quien primero se atrajo el infortunio j)or haberse llenado de vino. De semejante modo, te anuncio a ti una gran desgracia si llegares a tender el arco; pues no habrá quien te defienda en este pue- blo, y pronto te enviaremos en negra navo al rey Equeto, plaga de todos los mortales, del cual no has

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Η o ME R O

de escapar sano y salvo. Bebe, pues, tranquilamente y no compitas con hombres que son más jóvenes."

Entonces la discreta Penélope le habló diciendo: "¡Antínoo! No es decoroso ni justo que se ultraje a los huéspedes de Telémaco, sean cuales fueren los que vengan a este palacio. ¿Por ventura crees que si el huésped, confiando en sus manos y en su fuerza, tendiese el grande arco de Odiseo, me llevaría a su casa para tenerme por mujer propia? Ni él mismo concibió en su pecho tal esperanza, ni por su causa ha de comer ninguno de vosotros con el ánimo triste; pues esto no se puede pensar razonablemente.'*

Kespondióle Eurímaco, hijo de Pólibo: **¡Hija de Icario! ¡Discreta Penélope! No creemos que éste te haya de llevar, ni el pensarlo fuera razonable, pero nos da vergüenza el dicho de los hombres y de las mujeres; no sea que exclame algún aqueo peor que nosotros: ** Hombres muy inferioree pretenden la esposa de un varón excelente y no pueden armar el pulido arco; mientras que un mendigo que llegó erran- te, tendiólo con facilidad hizo pasar la flecha a través del hierro.*' XtA. diráo, cubriéndonos d<i oprobio. * '

Bepuso entonces la discreta Penélope: "¡Eurímaco! No es posible qu• en el pueblo gocen d• buena fama quienes injurian a un varón principal, devorando lo de su casa: |por qui os hacéis merecedores de estos oprobios Τ El huésped es alto y vigoroso, y s• precia de tener por padre a un hombre de buen linaje. Ea, entregadle el pulido arco y veamos. Lo que voy & de- cir se llevará a cumplimiento: si ten diere el arco, por concederle Apolo esta gloria, le pondré un manto y una túnica, vestidos magníficos; le regalaré un agudo dardo, para que se defienda de los hombres y de los perros, y también una espada de doble filo; le daré

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LA ODISEA.

sandalias para los pies y le enviaré adonde eu corazón y su ánimo deseen.'*

Eespondióle el prudente Telémaco: '* ¡Madre míal Ninguno de los aqueos tiene poder superior al mío pa- ra dar o rehusar el arco a quien me plazca, entre cuantos mandan en la áspera Itaca o en las islas cercanas a la Elide, tierra fértil de caballos: por consiguiente, ninguno de éstos podría forzarme, opo- niéndose a mi voluntad, si quisiera dar de una vez este arco al huésped aunque fuese para que se lo llevara. Vuelve a tu habitación, ocúpate en las la- bores que te son propias, el telar y la rueca, y or- dena a las esclavas que se apliquen al trabajo, y del arco nos cuidaremos los hombres y principal- mente yo, cuyo es el mando en esta casa."

Asombrada se fué Penélope a su habitación, po- niendo en su ánimo las discretas palabras de su hijo. Y así que hubo llegado con las esclavas al aposento superior, lloró por Odiseo, su querido consorte, hasta que Atenea, la de los ojos claros, difundióle en los párpados el dulce sueño.

En tanto, el divinal porquerizo tomó el corvo urce para llevárselo al huésped; mas todos los Pretendien- tes empezaron a increparle dentro de la sala, y uno de aquellos jóvenes soberbios le habló de esta ma- nera :

* '¿Adonde llevas el corvo arco, oh porquero no dig- no de envidia, oh vagabundo? Pronto te devorarán, junto a los marranos y lejos de los hombres, los ágiles canes que mismo has criado, si Apolo y los demás inmortales dioses nos fueren propicios.''

Así decían; y él volvió a poner el arco en el mismo sitio, asustado de que lo increpasen tantos hombree dentro de la sala. Mas Telémaco le amenazó, gritán- dole desde el otro lado:

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Ε Q ME R O

''¡Abuelo! Sigue adelante con el arco, que muy pronto verías que no obras bien obedeciendo a to- dos: no sea que yo, aun siendo el más joven, te eche al campo y te hiera a pedradas, ya que te aventajo en fuerzas. Ojalá superase de igual modo, en brazos y fuerzas, a todos los Pretendientes que hay en el pa- lacio; pues no tardaría en arrojar a alguno vergon- zosamente de la casa, porque maquinan acciones mal- vadas."

Así les habló; y todos los Pretendientes lo recibie- ron con dulces risas, olvidando su terrible cólera con- tra Telémaco. El porquerizo tomó el arco, atravesó la sala y, deteniéndose cabe al prudente Odiseo, se lo puso en las manos. Seguidamente, llamó al ama Eu- riclea y le habló de este modo:

"Telémaco te manda, prudente Euriclea, que cierres las sólidas puertas de las estancias y que si alguna de las esclavas oyere gemidos o estrépito de hom- bres dentro de las paredes de nuestra sala, no se asome y quédese allí, en silencio, junto a su laboi "

Así le dijo: y ninguna palabra voló de los labios de Euriclea, que cerró las puertas de las cómodas ha- bitaciones,

Filetio, a su vez, salió de la casa silenciosamente, fué a entornar las puertas del bien cercado patio y, como hallara debajo del pórtico el cable de papi- ro de una corva embarcación, las ató con el mis- mo. Luego volvió a entrar y sentóse en el mismo sitio que antes ocupaba, con los ojos clavados en Odi- seo. Ya éste manejaba el arco, dándole vueltas por todas partes y probando acá y allá: no fuese que la carcoma hubiese roído el cuerno durante la ausencia del rey. Y uno de los presentes dijo al que tenía más cercano:

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LA ODISEA

**Debe de ser experto y hábil en manejar arco», o quizás haya en su casa otros semejantes, o se pro- ponga construirlos; de tal modo le da vueltas en sug manos acá y allá, ese vagabundo instruido en malas artes."

Otro de aquellos jóvenes soberbios habló de esta manera: *'¡Así alcance tanto provecho, como en su vida podrá armar el arco!"

De tal suerte se expresaban los Pretendientes. Mas el ingenioso Odiseo, tan luego como hubo tentado y examinado el gran arco por todas partes, cual un hábil citarista y cantor tiende fácilmente con la clavija nueva la cuerda formada por el retorcido in- testino de una oveja que antes atara del uno y del otro lado: de este modo, sin esfuerzo alguno, armó Odiseo el grande arco. Seguidamente probó la cuer- da, asiéndola con la diestra, y dejóse oír un agudo sonido muy semejante a la voz de una golondrina. Sintieron entonces los Pretendientes gran pesar y a todos se les mudó el color. Zeus despidió un gran trueno como señal y holgóse el paciente ν divino Odiseo de que el hijo del artero Orónos le enviase aquel presagio. Tomó el héroe una veloz flecha que estaba encima de la mesa, porque las otras se hallaban dentro de la hueca aljaba, aunque muy pronto habían de gustarlas los aqueos. Y acomodándola al arco, tiró a la vez de la cuerda y de las barbas, allí mismo, sentado en la silla; apuntó al blanco, despidió la saeta y no erró a ninguna de las segures, desde el primer agujero hasta el último: la flecha, que el bron- ce hacía poderosa, las atravesó todas y salió afuera. Después de lo cual dijo a Telémaco:

"iTelémaco! No te afrenta el huésped que está en tu palacio: ni erró el blanco, ni me costó gran fa- tiga armar el arco; mis fuerzas están íntegras toda-

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Μ o ME R O

vía, no cual los Pretendientes, menospreciándome, m• lo echaban a la cara. Pero ya es hora de aprestar la cena a los aqueos, mientras hay luz; para que des- pués se deleiten de otro modo, con el canto y la cítara, que son los ornamentos del banquete."

Dijo, e hizo con las cejas una señal. Y Telémaco, el caro hijo del divinal Odiseo, ciñó la aguda espada, asió su lanza y, armado de reluciente bronce, se puso en pie al lado de la silla, junto a su padre.

Odiseo, valiéndose del arco, mata a los Pretendientes de Penélope.

RAPSODIA VIGESIMASEGUNDA

L instante desnudóse de sus ha- rapos el ingenioso Odiseo, sal- tó al grande umbral con el arco y la aljaba repleta de veloces flechas, y derramándolas delan- te de sus pies, habló de esta guisa a los Pretendientes: *'Ya este certamen fatigoso está acabado; ahora apuntaré a otro blanco adonde jamás tiró varón alguno, y he de ver si lo acierto por concederme tal gloria el dios Apolo/'

^iJOj y enderezó la amarga saeta hacia Antínoo. Levantaba éste una bella copa de oro, de dos asas, y teníala ya en las manos para beber el vino, sin que la idea de la muerte preocupase su espíritu:

II o ME R O

¿Quién pensara que, entre tantos convidados, un solo hombre, por valiente que fuera, había de darle tan mala muerte y negra Kera? Pues Odiseo, acertándole en la garganta, hirióle con la flecha y la punta aso- por la tierna cerviz. Desplomóse Antínoo, al re- cibir la herida, cayósele la coj^a de las manos, y brotó de sus narices un espeso chorro de humana sangre. En la caída empujó la mesa, dáíidole con el pie, y esparció las viandas por el suelo, donde el pan y la carne asada se mancharon. Al verle caído, los Pre- tendientes levantaron un gran tumulto dentro del pa- lacio; dejaron las sillas y moviéndose por la sala, re- corrieron con los ojos las bien labradas paredes; pero no había ni un escudo siquiera, ni una fuerte lanza de que echar mano. Ε increparon a Odiseo con airadas voces:

'^¡Oh forastero! Mal haces en disparar el arco con- tra los hombres. Pero ya no te hallarás en otros cer- támenes; ahoia te aguarda una terrible muerte. Qui- taste la vida a un varón que era el más señalado de los jóvenes de Itaca, y por ello te comerán aquí mis- mo los buitres."

Así hablaban, figurándose que había muerto a aquel hombre involuntariamente. No pensaban los muy sim- ples que la ruina pendiera sobre ellos. Pero, encarán- doles la torva faz, les dijo el ingenioso Odiseo:

**¡Ah perros! No creíais que volviese del i)ueblo troyano a mi morada y me arruinabais la casa, for- zabais las mujeres esclavas y, estando yo vivo, corte- jabais a mi esposa; sin temer a los dioses que habitan el vasto Uranos, ni recelar venganza alguna de parte de los hombres. Ya pende la ruina sobre vosotros todos."

Así se expresó. Todos se sintieron poseídos del pá-

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I

Λ ODISEA

lido temor y cada uuo buscaba adonde huiría para librarse de una muerte espantosa. Y Eurímaco fué el único que le contestó diciendo:

*'Si eres en verdad Odiseo itacenso, que has vuelto, te asiste la razón al hablar de este modo de cuanto hacían los aqueos; pues se han cometido muchas ini- quidades en el palacio y en el campo. Pero yace en tierra quien fué culpable de todas estas cosas, Antínoo; el cual promovió dichas acciones, no porque tuviera necesidad o deseo de casarse, sino por haber concebido otros designios que el Cronida no llevó al cabo, es a saber, para reinar sobre el pueblo de la bien construida Itaca, matando a tu hijo con ace- chanzas. Ya lo ha pagado con su vida, como era jus- to; mas perdona a tus conciudadanos, que nosotros, para aplacarte públicamente, te resarciremos de cuan- to se ha comido y bebido en el palacio, estimándolo en el valor de veinte bueyes por cabeza, y te daremos bronce y oro hasta que tu corazón se satisfaga; pues antes no se te puede reprochar que estés irritado."

Mirándole con torva faz, le contestó el ingenioso Odiseo: ** ¡Eurímaco! Aunque todos me dierais vues- tro respectivo patrimonio, añadiendo a cuanto tenéis otros bienes de distinta procedencia, ni aun así se abstendrían mis manos de matar hasta que todos los Pretendientes hayáis pagado por completo vuestras demasías. Ahora se os ofrece la ocasión de combatir conmigo o de huir, si alguno puede evitar a la muerte y a la Ker; más no creo que nadie so libre de un fin desastroso."

Tal dijo; y todos sintieron desfallecer sus rodillas y su corazón. Pero Eurímaco habló nuevamente para aeeirles:

"¡Amigos! No contendrá este hombre sus manos indómitas: habiendo tomado el pulido arco y la alja-

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Η o ME R O

ba, disparará desde el liso umbral hasta que a todoi nos mate. Pensemos, pues, en combatir. Sacad las espadas, poned las mesas por reparo a las saetas, que causan rápida muerte, y acometámosle juntos por si logramos apartarle del umbral y de la puerta e irnos por la ciudad, donde se promovería gran alboroto. Y quizás disparara el arco por la vez postrera."

Diciendo así, desenvainó la espada de bronce, agu- da y de doble filo, y arremetió contra aquél, gritan- do de un modo horrible. Pero en el mismo punto ti- róle el divinal Odiseo una saeta y, acertándole en el pecho junto a la tetilla, le clavó en el hígado la veloz flecha. Cayó en el suelo la espada que empuñaba Eu- rímaco y éste, tambaleándose y dando vueltas, vino a dar encima de la mesa y tiró los manjares y la copa doble; después, angustiado en su espíritu, hirió con la frente el suelo y golpeó con los pies la silla; y por fin, obscura nube se extendió sobre sus ojos.

También Anfínomo se fué derecho hacia el glorioso Odiseo, con la espada desenvainada, para ver si ha- bría medio de echarlo de la puerta. Mas Telémaco le previno con tirarle la broncínea lanza, la cual se le hundió en la espalda, entre los hombros, y le atra- vesó el pecho; y aquél cayó ruidosamente y dio de cara contra el suelo. Eetiróse Telémaco con pronti- tud, dejando la luenga pica clavada en Anfínomo; pues temió que, mientras la arrancase, le hiriera al- guno de los aqueos con la punta o con el filo de la espada. Fué corriendo, llegó en seguida adonde se hallaba su padre y, parándose cerca del mismo, díjole estas aladas palabras:

*'¡0h padre! Voy a traerte un escudo, dos lanzas y un casco de bronce que se adapte a tus sienes; y de camino me pondré también las armas y daré otras

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al porquerizo y al boyero; porque ei mejor «star armado. ' '

Kespoudióle el ingenioso Odiseo: ''Corre, trdelo mientras tengo saetas para rechazarlo^: no sea que, por estar sólo, me lancen de la puerta."

Así le dijo. Obedeció Telémaco y se fué al aposento donde estaban las magníficas armas. Tomó cuatro es- cudos, ocho lanzas y cuatro yelmos de bronce ador- nados con espesas crines de caballo; y, llevándoselo todo, volvió pronto adonde se hallaba su padre. Prime- ramente protegió Telémaco su cuerpo con el bronce; dio en seguida hermosas armaduras a los dos esclavos para que las vistiesen; y luego colocáronse todos cabe el prudente y sagaz Odiseo.

Mientras el héroe tuvo flechas para defenderse, fué apuntando e hiriendo sin interrupción a los Preten- dientes, los cuales caían unos en pos de otros. Mas, en el momento en que se le acabaron las saetas al rey, que ]ls tiraba^ arrimó el arco a un poste de la sala sólidamente construida, apoyándolo contra el lustroso muro; echóse al hombro un escudo de cuatro pieles, cubrió la robusta cabeza con un labrado yelmo cuyo penacho de crines de caballo ondeaba terriblemente en la cimera, y asió dos fuertes lanzas do broncínea punta.

Había en la bien labrada pared un postigo con su umbral mucho más alto que el pavimento de la sala sólidamente construida; que daba paso a una calle- juela y lo cerraban unas tablas perfectamente ajus- tadas. Odiseo mandó que lo custodiara el divinal por- quero, quedándose de pie junto al mismo, por ser aqué- lla la única salida. Y Agelao hablóles a todos con estas palabras:

"¡Amigos! ¿No podría alguno subir al postigo, ha- blarle a la gente y levantar muy pronto un clamoreo!

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Haciéndolo así, quizás este hombre disparara el arco por la vez postrera."

Mas el cabrero Melantio le replicó: '*No es posi- ble, oh Agelao, alumno de Zeus. Hállase el postigo muy próximo a la hermosa puerta que conduce al patio, la salida al callejón es difícil y un solo hom- bre que fuese esforzado bastaría para detenernos a todos. Ea, para que os arméis traeré armas del apo- sento en el cual me figuro que las colocaron y no será seguramente en otra parte Odiseo con su pre- claro hijo."

Diciendo de esta suerte, el cabrero Melantio subió a la estancia de Odiseo por la escalera del palacio. Tomó dos escudos, igual número de lanzas y otros tantos broncíneos yelmos guarnecidos de espesas cri- nes de caballo; y, llevándoselo todo, lo puso en las manos de los Pretendientes. Desfallecieron las rodi- llas y el corazón de Odiseo cuando les vio coger las armas y blandear las luengas picas; porque era gran- de el trabajo que se le presentaba. Y al momento di- rigió a Telémaco estas aladas palabras:

**¡Telémaco! Alguna de las mujeres del palacio o Melantio, enciende contra nosotros el funesto com- bate."

Eespondióle el prudente Telémaco: *'¡0h padre! Yo tuve la culpa y no otro alguno, pues dejé sin ce- rrar la puerta sólidamente encajada del aposento. Su espía ha sido más hábil. Ve tú, divinal Eumeo, a ce- rrar la puerta y averigua si quien hace tales cosas es una mujer o Melantio, el hijo de Dolió, como yo presumo."

Así estos conversaban, cuando el cabrero Melantio volvió a la estancia para sacar otras magníficas ar- mas. Advirtiólo el divinal porquerizo y al punto dijo a Odiseo, que estaba a su lado:

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<'¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en recursos! Aquel hombre pernicioso en quien sospechá- bamos vuelve al aposento. Dime claramente si lo he de matar, en el caso de ser yo el más fuerte, o traértelo aquí, para que pague las muchas demasías que cometió en tu casa.''

Eespondiüle el ingenioso Odiseo: **Yo y Telémaco resistiremos en esta sala a los ilustres Pretendientes, aunque están muy enardecidos; y vosotros id, retor- cedle hacia atrás los pies y las manos, echadle en el aposento y, cerrando la puerta, atadle una soga bien torcida y levantadlo a la parte superior de una colum- na, junto a las vigas, para que viva y padezca fuer- tes dolores por largo tiempo."

De tal modo habló; y ellos le escucharon y obede- cieron, encaminándose a la cámara sin que lo advir- tiese Melantio que ya estaba en la misma. Halláronle ocupado en buscar armas en lo más hondo de la habi- tación y pusiéronse respectivamente a derecha e iz- quierda de la entrada, delante de las jambas. Y ape- nas el cabrero Melantio iba a pasar el umbral con un hermoso yelmo en una de las manos y en la otra un escudo grande, muy antiguo, cubierto de moho, que el héroe Laertes llevara en su juventud y que se hallaba abandonado y con las correas descosidas; aquéllos se le echaron encima, lo asieron y lo llevaron adentro, arrastrándolo por la cabellera. En seguida tiráronlo contra la tierra, angustiado en su corazón, y, retorciéndole hacia atrás los pies y las manos, suje- táronselos juntamente con un penoso lazo, conforme a lo dispuesto por el hijo de Laertes, por el paciente di- vinal Odiseo; atáronle luego una soga bien torcida y levantáronle a la parte superior de una columna, junto a las vigas. Entonces fué cuando haciendo burla de él, le dijiste así, porquerizo Eumeo:

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*^Ya, oh Melantio, velarás toda la noche, acostado en esa blanda cama cual te mereces; y no te pasará inadvertida Eos, de áureo trono, hija de la mañana, cuando salga de las corrientes del Océano a la hora en que sueles traerles las cabras a los Pretendientes para aparejar su almuerzo.

Así se quedó Melantio, suspendido del funesto lazo; y aquéllos se armaron en seguida, cerraron la esplén- dida puerta y fuéronse hacia el prudente y sagaz Odiseo, a cuyos lados se pusieron, respirando valor. Eran, pues, cuatro los del umbral, y muchos y fuertes los de adentro de la sala. Poco tardó en acercárse- les Atenea, hija de Zeus, que había tomado el aspecto y la voz de Mentor. Odiseo se alegró de verla y le dijo estas palabras:

*' ¡Mentor! Aparta de nosotros el infortunio y acuér- date del compañero amado que tanto bien acostum- braba hacerte; pues eres coetáneo mío."

De tai suerte halló, sin embargo de haber recono- cido a Atenea, que enardece a los guerreros. Por su parte zaheríanle los Pretendientes en la sala, comen- zando por Agelao Damastórida, que así le dijo:

*' ¡Mentor! No te persuada Odiseo con sus pala- bras a que los auxilies, luchando contra los Preten- dientes; pues me figuro que se llevará a cabo nues- tro propósito de la siguiente manera: así que los mate- mos a entrambos, al padre y al hijo, también tu pe- recerás por las cosas que quieres hacer en el palacio y que has de expiar con tu cabeza, y cuando el bron- ce haya dado fin a vuestra violencia, sumaremos a los de Odiseo todos los bienes de que disfrutas dentro y fuera de la población, y no permitiremos ni que tus hijos e hijas habiten en tu palacio, ni que tu casta esposa ande por la ciudad de Itaca. ' '

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Tal dijo. Acrecentósele a Atenea el enojo que sentía en su corazón e increpó a Odiseo con airadas voces:

*'Ya no hay en ti, oh Odiseo, aquel vigor ni aque- lla fortaleza con que durante nueve años luchaste continuamente contra los teneros por Helena, la de los brazos de nieve, hija de nobles padres; diste muer- te a muchos varones en la terrible pelea; y por tu con- sejo fué tomada la ciudad de Príamo, la de anchas calles. ¿Cómo, pues, llegado a tu casa y a tus pose- siones, no te atreves a ser esforzado contra los Pre- tendientes? Mas, ea, ven acá, amigo, colócate jun- to a mí, contempla mis hechos y sabrás como Mentor Alcímida se porta con tus enemigos para devolverte los favores que le hiciste."

Dijo; mas no le dio completamente la indecisa vic- toria, porque deseaba probar la fuerza y el valor de Odiseo y de su hijo glorioso. Y tomando el aspec- to de una golondrina, emprendió el vuelo y fué a posarse en una de las vigas de la espléndida sala.

En esto concitaban a los demás Pretendientes Age- lao Damastórida, Eurímono, Anfimedón, Democtólemo, Pisandro Polictórida y el valeroso Pólibo, que eran los más señalados por su bravura entre los que aún vivían y peleaban por conservar su existencia; pues a los restantes habíanlos derribado las respectivas fle- chas que el arco despidiera. Y Agelao hablóles a todos con estas palabras:

*'|Amigos! Ya este hombre contendrá sus manos in- dómitas; pues Mentor se le fué, después de proferir inútiles baladronadas, y vuelven a estar solos en el umbral de la puerta. Por tanto, no arrojéis todos a una la luenga pica; ea, tírenla primeramente estos seis, por si Zeus nos concede herir a Odiseo y alcanzar gloria. Que ningún cuidado nos darían los otros, si 61 cayese."

Asi les habló; arrojaron sus lanzas con gran ím-

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petu aquellos a quienes se lo ordenara, β hizo Ate- nea que todos los tiros saliesen vanos. Uno acer- tó a dar en la columna de la habitación sólidamente construida, otro en la puerta fuertemente ajustada, y otro hirió el muro con la lanza de fresno que el bronce hacía ponderosa. Mas, apenas se hubieron li- brado de las lanzas arrojadas por los Pretendientes, el paciente divinal Odiseo fué el primero en hablar a los suyos de esta manera:

*'| Amigos! Ya os invito a tirar las lanzas contra la turba de los Pretendientes, que desean acabar con nos- otros después de habernos causado los anteriores males.*'

Así se expresó; y ellos arrojaron las agudas lan- zas, apuntando a su frente. Odiseo mató a Demop- tólemo, Telémaco a Euríades, el porquerizo a Elato y el boyero a Pisan dro; los cuales mordieron juntos la vasta tierra. Eetrocedieron los Pretendientes al fon- do de la sala; y Odiseo y los suyos corrieron a sacar de los cadáveres las lanzas que les habían clavado.

Los Pretendientes tornaron a arrojar con gran ím- tu las agudas lanzas, pero Atenea hizo que los más de los tiros saliesen vanos. Uno acertó a dar en la colum- na de la habitación sólidamente construida, otro en la puerta fuertemente ajustada, y otro hirió el muro con la lanza de fresno que el bronce hacía ponderosa. Anfimedón hirió a Telémaco en la muñeca, pero muy levemente, pues el bronce tan sólo desgarró el cutis. Y Ctesipo logró que su ingente lanza rasguñase el hombro de Eumeo por cima del escudo; pero el arma voló al otro lado y cayó en tierra.

El pr-idente y sagaz Odiseo y los que con él se hallaban, arrojaron otra vez las agudas lanzas con- tra la turba de los Pretendientes. Odiseo, aselador de ciudades, hirió a Euridamante, Telémaco a Anfime-

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L Λ ODISEA

doute y el porquerizo a Polibo; y en tanto el boyero acertó a dar en el pecho a Ctesipo y, gloriándose, ha- blóle de esta manera:

"¡Oh Politersida, amante de la injuria! No cedas nunca al impulso de tu mentecatez para hablar alta- neramente; antes bien, deja la palabra a las deidades, que son mucho más poderosas. Eecibirás este pre- sente de hospitalidad por la patada que diste a Odiseo, igual a un dios, cuando mendigaba en su propio pa- lacio. ' '

Así habló el pastor de bueyes, de retorcidos cuer- nos; y en tanto Odiseo le envasaba su gran pica al Damastórida. Telémaco hirió por su parte a Leócrito Evenórida con hundirle la lanza en el ijar, que el bronce traspasó enteramente; y el varón cayó de bruces, dando de cara contra el suelo. Atenea desde lo alto del techo, levantó su égida, perniciosa a los mortales; y los ánimos de todos los Pretendientes que- daron espantados. Huían éstos por la sala como las vacas de un rebaño al cual agita el movedizo tábano en la estación vernal, cuando los días son muy largos. Y aquéllos, de la suerte que unos buitres de retorcidas uñas y corvo pico bajan del monte y acometen a las aves que, temerosas de quedarse en las nubes, han descendido al llano; y las persiguen y matan sin que puedan resistirse ni huir, mientras los hombres se regocijan presenciando la captura: de semejante mo- do arremetieron en la sala contra los Pretendientes, dando golpes a diestro y siniestro; los que eran heri- dos en la cabeza levantaban horribles suspiros, y el suelo manaba sangre por todos lados. En esto, Lio- des corrió hacia Odiseo, le abrazó por las rodillaB y comenzó a suplicarle con estas aladas palabras:

**Te lo ruego abrazado a tus rodillas, Odiseo: res-

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HOMERO

pütaiütí γ apiádate de mí. Yo te aseguro que a las mu- jeres del palacio nada inicuo les dije ni les hice ja- más j antes bien, contenía a los Pretendientes que de tal modo se portaban. Mas no me obedecieron en tér- minos que sus manos se abstuviesen de las malas obras; y de allí que se hayan atraído con sus ini- quidades una deplorable muerte. Y yo, que era su arúspice y ninguna maldad he cometido, yaceré con ellos; pues ningún agradecimiento se siente hacia los bienhechores."

Mirándole con torva faz, exclamó el ingenioso Odi- seo: ''Si te jactas de haber sido su arúspice, debiste de rogar muchas veces en el palacio que se alejara el dulce instante de mi regreso, y se fuera mi esposa contigo, y te diese hijos; por tanto, no te escaparás tampoco de la cruel muerte."

Diciendo así, tomó con la robusta mano la espada que Agelao, al morir, arrojara en el suelo, y le dio un golpe en la cerviz; y la cabeza cayó en el polvo, mientras Liodes hablaba todavía.

Pero libróse de la negra Ker al aedo Femio Ter- píada; el cual, obligado por la necesidad, cantaba ante los Pretendientes. Hallábase de pie junto al pos- tigo, con la sonora cítara en la mano, y revolvía en su corazón dos resoluciones: o salir de la habita- ción y sentarse junto al bien construido altar del gran Zeus, protector del recinto, donde Laertes y Odiseo quemaran tantos muslos de buey; o correr hacia Odiseo, abrazarle por las rodillas y dirigirle súplicas. Considerándolo bien, parecióle mejor tocar- le las rodillas a Odiseo Laertíada. Y dejando en el suelo la cóncava cítara, entre la crátera y la silla de clavazón de plata, corrió hacia Odiseo, abrazóle por las rodillas y comenzó a suplicarle con estas ala- das palabras:

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Β

**Τβ lo rutígo abrazado a tus rodillaa, Odisoo; res- pétame y apiádate de mí. A ti mismo te pesará más tarde haber quitado la vida a uu aedo como yo, que canto a los dioses y a los hombres. Yo de mío me he enseñado, que un dios me inspiró en la mente can- ciones de toda especie y soy capaz de entonarlas en tu presencia como si fueses una deidad: no quieras, pues, degollarme. Telémaco, tu caro hijo, te podrá decir que no entraba en esta casa de propio impulso ni obligado por la penuria a cantar después de los festines de los Pretendientes; sino que éstos, que eran muchos y me aventajaban en poder, forzábanme a que viniera. ' '

Así habló: y, al oírlo el vigoroso y divinal Teléma- co, dijo a su padre que estaba cerca:

** Tente y no hieras con el bronce a ese inculpable. Y salvaremos asimismo al heraldo Medente, que siem- pre me cuidaba en esta casa mientras fui niño; si ya no le han muerto Filetio o el porquerizo, ni se encontró contigo cuando arremetías por la sala."

Así dijo y oyóle el discreto Medente, que se halla- ba acurrucado debajo de una silla, tapándose con un cuero de buey para evitar la negra Ker. Corrió en seguida hacia Telémaco, abrazóle por las rodillas y comenzó a suplicarle con estas aladas palabras:

** ¡Amigo! Este soy yo. Detente y di a tu padre que no me cause daño con el agudo bronce, prevalién- dose de su fuerza, irritado como está contra los Pre- tendientes que agotaban sus bienes en el palacio y a ti, los muy necios, no te honraban en lo más mí- nimo. ' '

Di jóle sonriendo el ingenioso Odiseo: ** Tranquilí- zate, ya que éste te libró y salvó para que conoz- cas en tu ánimo y puedas decir a los demás cuanta

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Η Θ ΜΕ R Ο

ventaja llevan las bueuai aeeionei a lai malas. Pero salid de la habitación γ el aedo tan afamado y tomad asiento en el patio, fuera de eate lugar de ma- tanza, mientras doy fin a lo que debo hacer en mi morada."

Así les habló; γ ambos salieron de la sala γ se sentaron junto al altar del gran Zeus, mirando a to- das partes y temiendo recibir la muerte a cada paso.

Odiseo registraba con los ojos toda la estancia por si hubiere quedado vivo alguno de aquellos hombres, librándose de la negra muerte. Pero los vio a tan- tos como eran, caídos todos entre la sangre y el polvo. Como los peces que los pescadores sacan del espumoso mar a la corva orilla en una red de infinidad de ma- llas, yacen amontonados en la arena, deseosos de las olas, y el resplandeciente Helios Faetón les arrebata la vida: de tal manera estaban tendidos los Preten- dientes los unos sobre los otros. Entonces el ingenioso Odiseo dijo a Telémaco:

**¡Telémaco! y haz venir al ama Euriclea, para que le diga lo que tengo pensado."

Así se expresó. Telémaco obedeció a su padre y, tocando a la puerta, hablóle de este modo al ama Euriclea:

** ¡Levántate y ven, añosa vieja que cuidas de vigi- lar las esclavas en nuestro palacio! Te llama mi padre para decirte alguna cosa."

Tal dijo; y ninguna palabra voló de los labios de Euriclea, la cual abrió las puertas de las cómodas habitaciones, comenzó de andar precedida por Teléma- co, y halló a Odiseo entre los cadáveres de aquellos a quienes matara, todo manchado de sangre y polvo. Así como un león que acaba de devorar a un buey mon- tes, se presenta con el pecho y ambos lados de las man-

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LA ODISEA

díbulas teñidas en sangre, e infunde horror a los que lo ven: de igual manera tenía manchados Odiseo loe pies 7 las manos. Cuando ella vio los cadáveres j aquel mar de sangre, empezó a proferir exclamaciones de alegría porque contemplaba una grandiosa hazaña; pero Odiseo se lo estorbó y contuvo su gana de dar gritos, dirigiéndole estas aladas palabras: '* ¡Anciana I Eegocíjate en tu espíritu, pero contente y no profie- ras exclamaciones de alegría; que no es piadoso al- borozarse por la muerte de estos varones. luciéron- los sucumbir la Moira de los dioses y sus obras per- versas, pues no respetaban a ningún hombre de la tierra, malo o bueno, que a ellos se llegase; de allí que con sus iniquidades se hayan atraído una deplo- rable muerte. Mas, ea, cuéntame ahora cuáles mu- jeres me hacen poco honor en el palacio y cuáles están sin culpa."

Contestóle Euriclea, su ama querida: 'Ύο te diré, oh hijo, la verdad. Cincuenta esclavas tienes en el palacio, a las cuales enseñé a hacer labores, a car- dar lana y a sufrir la servidumbre; de ellas, doce se entregaron a la impudencia, no respetándome a ni a la propia Penélope. Telémaco ha muy poco que llegó a la juventud, y su madre no le dejaba tener mando en las mujeres. Mas, ea, voy a subir a la es- pléndida habitación superior para enterar de lo que ocurre a tu esposa, a la cual debe de haberle envia- do alguna deidad el sueño en que está sumida."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: **No la despiertes aún; pero di que vengan cuantas mujeres han come- tido acciones indignas."

Así le habló; y la vieja se fué por el palacio a decirlo a las mujeres y mandarles que se presentaran. Entonces llamó el héroe a Telémaco, al boyero y al porquerizo, y les dijo estas aladas palabras:

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''Proceded ante todo al traslado de los cadáveres, que ordenaréis a las mujeres; y seguidamente limpien éstas con agua y esponjas de muchos ojos, las mag- níficas sillas y las mesas. Y cuando hubiereis puesto en orden toda la estancia, llevaos las esclavas afuera del sólido palacio y allá, entre la rotonda y la bella cerca del patio, heridlas a todas con la espada de larga punta hasta que les arranquéis el alma y se olviden de Afrodita, de cuyos placeres disfrutaban uniéndose en secreto con los Pretendientes."

Así se lo encargó. Llegaron todas las mujeres jun- tas, las cuales suspiraban gravemente y derramaban abundantes lágrimas. Comenzaron por sacar los ca- dáveres de los que habían muerto y los colocaron unos encima de otros debajo del pórtico, en el bien cercado patio: Odiseo se lo ordenó, dándoles prisa, y ellas se vieron obligadas a transportarlos. Después limpiaron con agua y esponjas de muchos ojos, las magníficas sillas y las mesas. Telémaco, el boyero y el porquerizo pasaron la rasqueta por el pavimento de la sala sólidamente construida y las esclavas se llevaron las raeduras y las echaron fuera. Cuando hubieron puesto en orden toda la estancia, sacaron aquéllos a las esclavas de palacio a un lugar angosto, entre la rotonda y la bella cerca del patio, de donde no era posible que se escaparan. Y el prudente Telé- maco dijo a los otros:

*'No quiero privar de la vida con una muerte hon- rosa a estas esclavas que derramaron el oprobio sobre mi cabeza y sobre mi madre, durmiendo con los Pre- tendientes. * '

De tal suerte habló; y, atando a excelsa columna la soga de una nave de azulada proa, cercó con ella la rotonda, tendiéndola en lo alto para que ninguna

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LA ODISEA

de las esclavas llegase con sus pies al suelo. Así co- mo los tordos de anchas alas o las palomas que, al entrar en un seto, dan con una red colocada ante un matorral, encuentran en ella odioso lecho; así las esclavas tenían las cabezas en línea y sendos lazos alrededor de sus cuellos, para que muriesen del modo más deplorable. Tan solamente agitaron los pies por un breve espacio de tiempo, que no fué en verdad de larga duración.

Después sacaron a Melantio al vestíbulo y al patio; le cortaron con el cruel bronce las narices y las orejas; le arrancaron las partes verendas, para que los perros las despedazaran crudas; y amputáronle las manos y los pies, con ánimo irritado.

Tras de ésto, laváronse las manos y los pies, y vol- vieron a penetrar en la casa de Odiseo, pues la obra estaba consumada. Entonces dijo el héroe a su ama Euriclea:

•'¡Anciana! Trac azufre, medicina contra lo malo y trae también fuego, para azufrar la casa. Y manda- rás a Penélope que venga acá con sus criadas, y que se presenten asimismo todas las esclavas del palacio."

Eespondióle su ama Euriclea: "Sí, hijo mío, es muy oportuno lo que acabas de decir. Mas, ea, voy a traerte un manto y una túnica para que te vistas y no permanezcas en tu palacio con los anchos hom- bros cubiertos de harapos; que esto fuera repren- sible."

Contestóle el ingenioso Odiseo: "Ante todo encién- dase fuego en esta sala."

Tal dijo; y no le desobedeció su ama Euriclea, pues le trajo fuego y azufre. Acto seguido azufró Odiseo la sala, las demás habitaciones y el patio.

La vieja se fué por la hermosa mansión de Odiseo

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HOMERO

a llamar a las mujeres y mandarles que se presenta- ran. Pronto salieron del palacio con hachas encendi- das, rodearon a Odiseo y le saludaron y abrazaron, besándole la cabeza, los hombros y las manos que le tomaban con las suyas; y un dulce deseo de llorar y de suspirar se apoderó del héroe, pues en su alma las reconoció a todas.

Penélope reconoce al héroe Odiseo.

RAPSODIA VIGESIMATERCERA

UY alegre se internó la vieja a la estancia superior para de- cirle a su señora que tenía den- tro de la casa al amado esposo. Apenas llegó, moviendo firme- mente las rodillas y dando sal- tos con sus pies, inclinóse sobre la cabeza de Penélope γ le dijo estas aladas palabras:

"Despierta, Penélope, hija querida, para ver con tus ojos lo que anhelabas todos los días. Ya llegó Odiseo, ya volvió a su casa, aunque tardo, y ha dado muerte a los osados Pretendientes que contristaban el palacio, se comían los bienes y violentaban a tu hijo.** Respondióle la discreta Penélope: *'¡Ama querida 1 Los dioses te han trastornado el juicio; que ellos

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Ε o ME R O

pueden entontecer al muy discreto y dar prudencia al simple, y ahora te dañaron a ti cuyo espíritu era tan sesudo. ¿Por qué haces burla de mí, que padez- co en el ánimo multitud de pesares, refiriéndome em- bustes y despertándome del dulce sueño que me tenía absorta por haberse difundido sobre mis párpados? No he descansado de semejante modo desde que Odi- seo se fué para ver aquella Ilion perniciosa y nefanda. Mas, ea, torna a bajar y ocupa tu sitio en el palacio: que si otra de mis mujeres viniese con tal noticia a despertarme, pronto la mandara al interior de la casa de vergonzosa manera; pero a ti la senectud te salva."

Contestóle su ama Euriclea: *'No me burlo, hija querida; es verdad que vino Odiseo y llegó a esta casa, como te lo cuento: era aquel huésped a quien todos insultaban en el palacio. Tiempo ha sabía Telé- maco que se hallaba aquí; mas con prudente espíritu ocultó los propósitos de su padre, para que pudiese castigar las violencias de aquellos hombres orgu- llosos. ' '

Así habló. Alegróse Penélopc y, saltando de la ca- ma, abrazó a la vieja, comenzó a destilar lágrimas de sus ojos y dijo estas aladas palabras:

'^Pues, ea, ama querida, cuéntame la verdad: si es cierto que vino a esta casa, como aseguras, y de qué manera logró poner las manos en los desvergon- zados Pretendientes, estando él solo y hallándose los demás siempre reunidos en el interior del palacio."

Eespondióle^su ama Euriclea: *'No lo he visto, no lo sé, tan sólo percibí el suspirar de los que caían muertos; pues nosotras permanecimos, llenas de pavor, en lo más hondo de la sólida habitación, con las puertas cerradas, hasta que tu hijo Telémaco fué desde la sala y me llamó por orden de su padre. Hallé

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LA ODISEA

a Odiseo de pie entre los eadáveree, que estaban ten- didos en el duro suelo, a su alrededor, los unos en- cima de los otros: se te holgara el ánimo de verle manchado de sangre y polvo, como un león. Ahora todos yacen amontonados en la puerta del patio y Odiseo ha encendido un gran fuego, azufra la mag- nífica morada y me envió a llamarte. Sígneme, paes, a fin de que ambos llenéis vuestro corazón de con- tento, ya que padecisteis tantos males. Por fin se cum- plió aquel gran deseo: Odiseo tornó vivo a su hogar, hallándoos a ti y a tu hijo; y a los Pretendientes, que lo ultrajaban, los ha castigado en su mismo pa- lacio."

Contestóle la discreta Penélope: **¡Ama querida! no cantes aún victoria, regocijándote con exceso. Bien sabes cuan grata nos fuera su venida a todos los del palacio y especialmente a y al hijo que engendra- mos; pero la noticia no es cierta como la das, sino que alguno de los inmortales ha dado muerte a los ilustres Pretendientes, idignado de ver sus dolorosas injurias y sus malvadas acciones. Que no respetaban a ningún hombre de la tierra, malo o bueno, que a ellos se llegara; de ahí que, a causa de sus iniquidades, hayan padecido tal infortunio. Pero para Odiseo la esperanza de volver murió lejos de Acaya y éste también ha muerto."

Eespondióle en el acto su ama Euriclea: '^jHija mía! ¡qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes, al decir que jamás volverá a esta casa tu ma- rido, cuando ya está junto al hogar! Tu ánimo es siempre incrédulo. Mas, ea, voy a revelarte otra se- ñal manifiesta: la cicatriz de la herida que le infirió un jabalí con su blanco diente. La reconocí mientras le lavaba y quise decírtelo; pero él, con sagaz previ- sión, me lo impidió tapándome la boca con su mano.

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Ε O Μ Ε R Ο

Sigúeme; yo misma me doy en prenda y, si te en- gaño, me maías haciéndome padecer la más deplora- ble de las muertes."

Contestóle la discreta Penélope: *'|Ama querida! Por mucho que sepas, difícil es que averigües los designios de los sempiternos dioses. Mas, con todo, vayamos adonde está mi hijo, para que yo vea muer- tos a mis Pretendientes y a quien los ha matado."

Dijo así; y bajó de la estancia superior, revolvien- do en su corazón muchas cosas: si interrogaría a su marido desde lejos, o si, acercándose a él, le besaría la cabeza y le tomaría las manos. Después que entró en la sala, trasponiendo el umbral de piedra, fué a sentarse enfrente de Odiseo, al resplandor del fuego, en la pared opuesta; pues el héroe• se hallaba sentado de espaldas a una elevada columna con la vista baja, esperando si le hablaría su ilustre consorte así que en él pusiera los ojos. Mas Penélope permaneció mu- cho tiempo sin desplegar los labios por tener el co- razón estupefacto: unas veces, mirándole fijamente a los ojos, veía que aquel era realmente su aspecto; y otras no lo reconocía a causa de las miserables vestiduras que llevaba. Y Telémaco la increpó con es- tas voces:

*' ¡Madre mía, injusta madre puesto que tienes un ánimo cruel 1 ¿Por qué estás tan apartada de mi padre, en vez de sentarte a su vera, y hacerle pregun- tas y enterarte de todo? Ninguna mujer se quedaría así con el ánimo firme, lejos de su esposo; cuando éste después de pasar tantos males, vuelve en el vi- gésimo año a la patria tierra. Pero tu corazón ha sido siempre más duro que una roca.

Eespondióle la discreta Penélope: ''¡Hijo mío! Estupefacto está mi ánimo en el pecho, y no podría decirle ni una sola palabra, ni hacerle preguntas, ni

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LA ODISEA

mirariü frcute a frente. Pero, si verdaderamente Odiseo que vuelve a su casa, ya nos reconoceremos mejor; pues hay señas para nosotros, que los demás ignoran."

Así se expresó. Sonrióse el paciente y divinal Odi- seo y en seguida dirigió a Telémaco estas aladas pa- labras:

*'¡Telémaco! Deja a tu madre que me pruebe den- tro del palacio; pues quizás de este modo me reco- nozca más fácilmente. Como estoy sucio y llevo mise- rables vestiduras, me tiene en poco y no cree toda- vía que sea aquél. Deliberemos ahora para que todo se haga de la mejor manera. Pues si quien mata a un hombre del pueblo, el cual no deja tras de muchos vengadores, huye y desampara a sus deudos y a su patria tierra; ¿qué haremos nosotros que hemos dado muerte a los que eran el sostén de la ciudad, a los más eximios jóvenes de Itaca? Yo te inA'ito a pensar en ésto.''

Eespondióle el prudente Telémaco: "Conviene que mismo lo veas, padre amado, pues dicen que tu consejo es en todas las cosas el más excelente y que ninguno de los hombres mortales competiría contigo. Nosotros te seguiremos muy pronto, y no han de fal- tarnos bríos en cuanto lo permitan nuestras fuerzas.''

Contestóle el ingenioso Odiseo: ''Pues voy a decir lo que considero más conveniente. Empezad por lava- ros, poneos las túnicas y ordenad a las esclavas que se vistan en el palacio; y acto seguido el divinal aedo, tomando la sonora cítara, nos guiará en la alegre danza; de suerte que, en oyéndonos desde fuera algún transeúnte o vecino, piensen que son las nup- cias lo que celebramos. No sea que la gran noticia de la matanza de los Pretendientes se divulgue por la ciudad antes de salimos a nuestros campos llenos

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HOMERO

dt arboledas. Allí uxauíiiiaremos lo que nos ¡jreseute el Olímpico como más provechoso."

Así les dijo; y ellos le escucharon y obedecierou. Comenzaron por lavarse y ponerse las túnicas, ataviá- ronse las mujeres, y el divioo aedo tomó la hueca cítara y movió en todos el deseo del dulce canto y la eximia danza. Presto resonó la gran casa con el ruido de los pies de los hombres y de las mujeres de bella cintura que estaban bailando. Y los de fuera, al oírlo, solían exclamar:

**Ya debe de haberse casado alguno con la reina, que se vio tan solicitada. ¡Infeliz! no tuvo constan- cia para guardar la casa de su primer esposo hasta la vuelta del mismo."

Así hablaban, por ignorar lo que dentro había pa- sado. Entonces Eurínome, la despensera, lavó y un- gió con aceite al magnánimo Odiseo en su casa, y le puso un hermoso manto y una túnica; y Atenea esmaltó con una gran hermosura la cabeza del héroe β hizo que apareciese más alto y más grueso, y que de su cabeza colgaran ensortijados cabellos que a flores de jacinto semejaban. Y así como el hombre experto, a quien Hefestos y Palas Atenea han ense- ñado artes de toda especie, cerca de oro la plata y hace lindos trabajos; de semejante modo. Palas Ate- nea difundió la gracia por la cabeza y por los hom- bros de Odiseo. El héroe salió del baño con el cuerpo parecido completamente al de los inmortales; volvió a sentarse en la silla que antes ocupara, frente a su esposa, y le dijo estas palabras:

'* ¡Desgraciada! Los que viven en olímpicos pala- cios te dieron un corazón más duro que a las otras mujeres. Ninguna se quedaría así, con el ánimo fir- me, alejada de su marido; cuando éste, después de pasar tantos males, vuelve en el vigésimo año a la

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patria tieria. Pero ve, liüdrizU; y apar ó jama ia cama para que pueda acostarme; que ésta tiene en su pecho uii corazón de hierro."

Contestóle la discreta Ponélope: ''¡Infortunado! Ni me crezco, ni me tengo en poco, ni me admiro en demasía; pues muy bien cómo eras cuando partiste de Itaca en la nave de largos remos. Vé, Euriclea, y ponle la fuerte cama en el interior de la sólida ha- bitación que construyó él mismo: sácale ahí la fuerte cama y aderézale el lecho con pieles, mantas y col- chas espléndidas. ' '

Habló de semejante modo para probar a su marido; pero Odiseo, irritado, di jóle a la honesta esposa:

" ¡Oh mujer! En verdad que me produce gran pena lo que has dicho. ¿Quién me habrá trasladado el lecho? Difícil le fuera hasta al más hábil, si no vi- niese un dios a cambiarlo fácilmente de sitio; mas ninguno de los mortales que hoy viven, ni aún de los más jóvenes, lo movería con facilidad, pues hay una gran señal en el labrado lecho que hice yo mismo y no otro alguno. Creció dentro del patio un olivo de alargadas hojas, robusto y floreciente, que tenía el grosor de una columna. En torno del mismo labré las paredes de mi cámara, empleando multitud de piedras; la cubrí con excelente techo, y la cerró con puertas sólidas, firmemente ajustadas. Después corté el rama- je de aquel olivo de alargadas hojas; pulí con el bronce su tronco desde la raíz, haciéndole diestra y hábilmen- te; lo enderecé por medio de un nivel para convertirlo en pie de la cama, y lo taladré todo con un barreno. Comenzando por este pie, fui haciendo y pulimentando la cama hasta terminarla; la adorné con oro, plata y marfil; y extendí en su parte interior unas vistosas correas de piel de buey, teñidas de púrpura. Esta es la

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Η o ME no

ieñal de que te hablaba; pero ignoro, oh mujer, si mi lecho sigue incólume o ya lo trasladó alguno, ha- biendo cortado el olivo por el pie."

Así le dijo; y Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su corazón, al reconocer las señales que Odiseo des- cribiera con tal certidumbre. Al punto corrió a su encuentro, derramando lágrimas; echóle los brazos al- rededor del cuello, le besó en la cabeza y le dijo:

"No te enojes conmigo, Odiseo, ya que eres en todo el más circunspecto de los hombres; y las dei- dades nos enviaron la desgracia y no quisieron que gozásemos juntos de nuestra juventud, ni que juntos llegáramos al umbral de la vejez. Pero no te enfados conmigo, ni te irrites si no te abracé, como ahora, tan luego como estuviste en mi presencia; que mi ánimo, acá dentro del pecho, temía horrorizado que viniese algún hombre a engañarme con sus palabras, pues son muchos los que traman diversas astucias. La argiva Helena, hija de Zeus, no se hubiera juntado nunca en amor y concúbito con un extraño, si hubiese sabido que los belicosos aqueos habían de traerla nue- vamente a su casa y a su patria tierra. Algún dios debió de incitarla a realizar aquella vergonzosa ac- ción; pues anteriormente jamás pensara cometer la de- plorable falta que fué el origen de nuestras penas. Ahora, como acabas de referirme las señales evidentes de aquel lecho, que no vio mortal alguno sino solos y yo, y una esclava, Actoris, que me había dado mi padre al venirme acá y custodiaba la puerta de nuestra sólida estancia, has logrado traer el convencimiento a mi espíritu con ser éste tan obstinado."

Diciendo de esta guisa, acrecentóle el deseo de so- llozar; y Odiseo lloraba, abrazado a su dulce y honesta esposa. Así como la tierra parece grata a los que

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vienen nadando porque Poseidón les hundió en el pon- to la bien construida embarcación, haciéndola juguete del viento y del gran oleaje j y unos pocos, que consi- guieron salir del espumoso mar al continente, lleno el cuerpo de sarro, pisan la tierra muy alegres porque se ven libres de aquel infortunio; pues de igual manera le era agradable a Penélope la vista del esposo y no le quitaba del cuello los niveos brazos. Llorando los hallara Eos, de rosí'iceos dedos, hija de la mañana, si Atenea, la deidad de los claros ojos, no hubiese orde- nado otra cosa: alargó la noche, cuando ya tocaba a su término, y detuvo en el Océano a Eos, de áureo trono, no permitiéndole uncir los caballos de pies li- geros que traen la luz a los hombres, Lampo y Faeton- te, que son los potros que conducen su carro. Y enton- ces dijo a su consorte el ingenioso Odiseo:

*' ¡Mujer! Aún no hemos llegado al fin de todos los trabajos, pues falta otra empresa muy grande, larga y difícil, que he de llevar a cumplimiento. Así me lo vaticinó el alma de Tiresias el día que bajé a la morada de Hades, procurando la vuelta de mis compa- ñeros y la mía propia. Mas, ea, mujer, vamonos a la cama para que, acostándonos, nos regalemos con el dulce sueño."

Eespondióle la discreta Penélope: **E1 lecho lo tendrás cuando a tu ánimo le plegué, ya que los dioses te hicieron tornar a tu casa bien construida y a tu pa- tria tierra. Mas, puesto que pensaste en ese trabajo, por haberte sugerido su recuerdo alguna deidad, ex- plícame en qué consiste; me figuro que más tarde lo he de saber y no será malo que me entere desde ahora."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: ** ¡Desdichada! 4 Por qué me incitas tanto, con tus súplicas, a que te

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lo explique! Voy a declarártelo sin omitir cosa alguna. No se alegrará tu ánimo de saberlo, como yo no me alegro tampoco, pues Tiresias me ordenó que recorriera muchas poblaciones, llevando en la mano un manejable remo, hasta llegar a aquellos hom- bres que nunca vieron el mar, ni comen manjares sazonados con sal, ni conocen las naves de encarna- das proas, ni tienen noticia de los manejables remos que son como las alas de los buques. Para ello me dio una señal muy manifiesta, que no te he de ocul- tar. Me mandó que, cuando encuentre otro caminan- te y me diga que llevo un aventador sobre el gallardo hombro, clave en tierra el manejable remo, haga al soberano Poseidón hermosos sacrificios de un carnero, un toro y un verraco, y vuelva a esta casa, donde ofreceré sagradas hecatombes a los inmortales dio- ses que poseen el anchuroso Uranos, a todos por su orden. Me vendrá más adelante, y lejos del mar, una muy suave muerte, que me quitará la vida cuando ya esté abrumado por placentera vejez; y a mi alrededor los ciudadanos serán dichosos. Todas estas cosas ase- guró Tiresias que habían de cumplirse."

Eepuso entonces la discreta Penélope: "Si los dio- ses te conceden una feliz senectud, aún puedes es- perar que te librarás de los infortunios."

Así éstos conversaban. Mientras tanto, Eurínome y el ama aparejaban el lecho con blandas ropas, alum- brándose con antorchas encendidas. En acabando de hacer la cama diligentemente, la vieja tornó al pa- lacio para acostarse y Eurínome, la camarera, fué delante de aquéllos, con una antorcha en la mano, hasta que los condujo a la cámara nupcial, retirán- dose en seguida. Y entrambos consortes llegaron

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LA ODISEA

muy alegres al sitio donde se hallaba su antiguo lecho.

Entonces Telémaco, el boyero y el porquerizo, de- jaron de bailar, mandaron que cesasen igualmente las mujeres, y acostáronse todos en el obscuro pa- lacio.

Después que los esposos hubieron disfrutado del deseable amor, entregáronse al deleite de la conversa- ción. La divina entre las mujeres refirió cuanto ha- bía sufrido en el palacio al contemplar la multitud de los funestos Pretendientes, que por su causa de- gollaban muchos bueyes y pingües ovejas, en tanto que se agotaba el copioso vino de las tinajas. Odiseo, de linaje divino, contó a su vez cuantos males había causado a otros hombres y cuantas penas había so- portado en sus propios infortunios. Y ella se holgaba de oírlo y el sueño no le cayó en los ojos, hasta que se acabó el relato.

Empezó a narrarle cómo venciera a los Cicones; y le fué refiriendo su llegada al fértil país de los Lo- tófagosj cuanto hizo el Cíclope y cómo él tomó ven- ganza de que le hubiese devorado despiadadamente los fuertes compañeros; cómo pasó a la isla de Eolo, quien le acogió benévolo hasta que vino la hora de despedirle, pero el hado no había dispuesto que el héroe tornara aún a la patria y una tempestad le arrebató nuevamente y lo llevó por el ponto, abun- dante en peces, mientras daba profundos suspiros; y cómo desde allí aportó a Telépilo, la ciudad de los Lestrigones, que le destruyeron los bajeles y le ma- taron a todos los compañeros, de hermosas grebas, escapando tan sólo Odiseo en su negra nave. Descri- bióle también los engaños y múltiples astucias de Circe; y explicóle luego cómo había ido en su nave

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de muchos bancos a la lóbrega morada de Hades para consultar al alma del tebano Tiresias, y cómo pudo ver allí a todos sus compañeros y a la madre que lo dio a luz y que lo crió en su infancia; cómo oyó más tarde el cantar de las sirenas, de voz sonora; cómo pasó por las peñas Erráticas, por la horrenda Caiib- dis y por la roca Escila, de la cual nunca pudie- ron los hombres escapar indemnes; cómo sus compa- ñeros mataron las vacas de Helios; cómo el altitonan- te Zeus hirió la velera nave con el ardiente rayo, habiendo perecido todos sus esforzados compañeros y librádose él de la perniciosa muerte; cómo llegó a la isla Ogigia y a la ninfa Calipso, la cual le le- tuvo en huecas grutas, deseosa de tomarle por ma- rido, le alimentó y le dijo repetidas veces que le haría inmortal y le eximiría perpetuamente de la senectud, sin que jamás consiguiera llevarle la persuasión al ánimo; y cómo, padeciendo muchas fatigas, arribó a los Feacios, quienes le honraron cordialmcnte, cual si fuese un numen, y lo condujeron en una nave des- pués de regalarle bronce, oro en abundancia y vesti- dos. Tal fué lo postrero que mencionó, cuando ya le vencía el dulce sueño, que relaja los miembros y deja el ánimo libre de inquietudes.

Luego Atenea, la deidad de los claros ojos, ordenó otra cosa. Tan pronto como le pareció que Odiseo ya se habría recreado con su mujer y con el sueño, hizo que saliese del Océano la hija de la mañana, Eos de áureo trono, para que les trajera la luz a los humanos. Entonces se levantó Odiseo del blando le- cho y dirigió a su esposa las siguientes palabras:

*' ¡Mujer! Los dos hemos padecido muchos traba- jos; tú aquí, llorando por mi vuelta tan abundante en fatigas, y yo sufriendo los infortunios que me en-

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LA ODISEA

viaron Zeus y los demás dioses para detenerme lejos de la patria cuando anhelaba volver a ella. Mas, ya que nos hemos reunido nuevamente en este deseado lecho, cuidarás de mis bienes en el palacio; y yo, para reponer el ganado que los soberbios Pretendien- tes me devoraron, apresaré un gran número de reses y los aqueos me darán otras hasta que llenemos todos los establos. Ahora me iré al campo, lleno de árboles, a ver a mi padre que tan afligido se halla por mi ausencia; y a ti, oh mujer, aunque eres juiciosa, oye lo que te encomiendo: como con la luz de Helios se di- vulgará la noticia de que maté en el palacio a los Pretendientes, vete a lo alto de la casa con tus sier- vas y quédate allí sin mirar a nadie ni preguntar cosa alguna. '*

Dijo; cubrió sus hombros con la magnífica armadu- ra y, haciendo levantar a Telémaco, al boyero y al porquerizo, les mandó que tomasen las marciales ar- mas. Ellos no dejaron de obedecerle: armáronse to- dos con el bronce, abrieron la puerta y salieron de la casa, precedidos por Odiseo. Ya la luz se esparcía por la tierra; pero cubriólos Atenea con obscura nube y los sacó de la ciudad muy prestamente.

Hormes conduce al Hades las almas:de los Pretendientes.

RAPSODIA VIGESIMACUARTA

L Cilenio Hermes llamaba las sombras de los Pretendientes, teniendo en su mano la hermo- sa áurea vara, con la cual ador- mece los ojos de cuantos quie- re o despierta a los que duer- men. Empleábala entonces para mover y guiar las sombras y éstas le seguían profiriendo estridentes gritos. Como los murciélagos revolotean chillando en lo más hondo de una vasta gruta si alguno de ellos se separa del racimo colgado de la peña, pues se traban los unos con los otros: de la misma suerte, las almas andaban clamando, y el benéfico Hermes, que las precedía, llevábalas por lóbregos senderos. Transpusieron en primer lugar las corrientes del Océano y la roca de

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Léucade, después las puertas de Helios y el país de los Sueños, y pronto llegaron a la pradera de asfódelos, donde residen las almas, que son imágenes de los difuntos.

Encontráronse allí con las sombras de Aquiles, hijo de Peleo; de Patroclo, del irreprochable Antíloco, y de Ayax, que fué el más excelente de todos los Dáñaos, en cuerpo y hermosura, después del eximio Peleida. Estos andaban en torno de Aquiles; y se les acercó, muy angustiada, el alma de Agamenón Atri- da, a cuyo alrededor se reunían las de cuantos en la mansión de Egisto perecieion con el héroe, cumplien- do su destino. Y el alma del Peleida fué la primera que habló, diciendo de esta suerte:

**¡0h Atrida! Nos figurábamos que entre todos los héroes eras siempre el más acepto a Zeus, que se huel- ga con el rayo, porque imperabas sobre muchos y fuertes varones allá en Ilion, donde los aqueos pade- cimos tantos infortunios; y, con todo, te había de alcanzar antes de tiempo la funesta Moira, de la cual nadie puede librarse, una vez nacido. Ojalá se te hu- biesen presentado la muerte y el destino en el país teucro, cuando disfrutabas de la dignidad suprema con que ejercías el mando; pues entonces todos loa aqueos te erigieran un túmulo, y le legaras a tu hijo una gloria inmensa. Ahora el hado te ha hecho su- cumbir con la más deplorable de las muertes."

Eespondióle la sombra del Atrida: *' j Afortunado tú, oh hijo de Peleo, Aquiles semejante a los dioses, que expiraste en Ilion, lejos de Argos, y a tu alrede- dor murieron, defendiéndote, otros valentísimos tro- yanos y aqueos; y yacías en tierra sobre un gran espacio, envuelto en un torbellino de polvo y olvida- do del arte de guiar los carros! Nosotros luchamos

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todo el día γ por nada hubiésemos suspendido el combate; pero Zeus nos obligó a desistir, enviándonos una tormenta. Después de haber llevado tu hermoso cuerpo del campo de la batalla a las naves, lo pusimos en un lecho, lo lavamos con agua tibia y lo ungimos; y los dáñaos cercándote, vertían muchas y ardientes lágrimas y se cortaban las cabelleras. También vino tu madre, que salió del mar, con las inmortales dio- sas marinas, en oyendo la nueva: levantóse en el ponto un clamoreo grandísimo y tal temblor les en- tró a todos los aqueos, que se lanzaran a las cónca- vas naves . si no los detuviera un hombre que conocía muchas y antiguas cosas, Néstor, cuya 0]DÍnión era considerada siempre como la mejor. Este, pues, aren- gándolos con benevolencia, les habló diciendo:

** ¡Deteneos, argivos; no huyáis, varones aqueos! **Esta es la madre que viene del mar, con las inmor- *' tales diosas marinas, a ver a su hijo muerto. '*

*'Así se expresó; y los magnánimos argivos sus- pendieron la fuga. Rodeáronte las hijas del anciano del mar, lamentándose de tal suerte que movían a compasión, y te pusieron divinales vestidos. Las nueve Musas entonaron el canto fúnebre, alternando con su hermosa voz, y no vieras a ningún argivo que no llorara; ¡tanto les conmovía la canora Musa! Die- cisiete días con sus noches te lloramos, así los inmor- tales dioses como los mortales hombres, y al decio- cheno te entregamos a las llamas, degollando a tu alre- dedor y en gran abundancia pingües ovejas y bueyes de retorcidos cuernos. Ardió tu cadáver, adornado con vestiduras de dios, con gran cantidad de ungüen- to y de dulce miel; agitáronse con sus armas multitud de héroes argivos, unos a pie y otros en carros, en torno de la pira en que te quemaste; y prodújoae un

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gran tumulto. Después que la llama de Hefestos aca- bó de consumirte, oh Aquiles, y se mostró Eos, reco- gimos tus blancos huesos y los echamos en vino puro y ungüento. Tu madre nos entregó un ánfora de oro, di- ciendo que se la había regalado Dionyso y era obra del ínclito Hefestos; y en ella están tus blancos huesos, preclaro Aquiles, junto con los de Patroclo Menetíada, y aparte los de Antíloco, que fué el com- pañero a quien más apreciaste después del difun- to Patroclo. En torno de los restos el sacro ejército de los argivos te erigió un túmulo grande y eximio en un lugar prominente, a orillas del dilatado Heles- ponto; para que pudieran verlo a gran distancia, des- de el mar, los hombres que ahora viven y los que nazcan en lo futuro. Tu madre puso en la liza, con el consentimiento de los dioses, hermosos premios para el certamen que habían de celebrar los argivos más señalados. te hallaste en las exequias de mu- chos héroes cuando, con motivo de la muerte de algún rey, se ciñen los jóvenes y se aprestan para lob juegos fúnebres; esto no obstante, te hubieses asombrado mu- chísimo en tu ánimo al ver cuan hermosos eran los que en honor tuyo esableció la diosa Tetis, la de los pies argénteos, porque siempre fuiste muy caro a las deida- des. Así, pues, ni muriendo has perdido tu nombradla; y tu gloriosa fama, oh Aquiles, subsistirá perpetua- mente entre todos los hombres. Pero yo, ¿cómo he de gozar de tal satisfacción, si, después que acabé la guerra y volví a la patria, me aparejó Zeus una de- plorable muerte por la mano de Egisto y de mi funes- ta esposa? '*

Mientras de tal modo conversaban, presentóseles el mensajero Argicida, guiando las almas de los Pretendientes a quienes matara Odiseo. Ambos, al

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punto que los vieron, fuéronse muy admirados a en- contrarlos. El alma del Atrida Agamenón reconoció al hijo amado de Menelao, al perínclito Anfimedonte, cuyo huésped había sido en la casa que éste habi- taba en Itaca, y comenzó a hablarle de esta manera:

<* ¡Anfimedonte! ¿Qué os ha ocurrido, que penetráis en la obscura tierra tantos y tan selectos varones, y todos de la misma edad? Si se escogieran por la población, no se hallaran otros más excelentes. ¿Aca- so Poseidón os mató en vuestras naves, desencade- nando el fuerte soplo de terribles vientos y levan- tando grandes olas? ¿O quizás unos hombres enemi- gos acabaron con vosotros en el continente, porque os llevabais sus bueyes y sus magníficos rebaños de ovejas o porque combatíais para apoderaros de su ciudad y de sus mujeres? Eesponde a lo que te digo, pues me precio de ser huésped tuyo. ¿No recuerdas que fui allá, a vuestra casa, junto con el deiforme Menelao, a exhortar a Odiseo para que nos siguiera a Ilion en las naves de muchos bancos? Un mes en- tero empleamos en atravesar el anchuroso ponto, y a duras penas persuadimos a Odiseo, aselador de ciu- dades. ' '

Di jóle a su vez el alma de Anfimedonte: *'i Atri- da gloriosísimo, rey de hombres Agamenón! Eecuer- do cuanto dices, y te contaró exacta y circunstancia- damente de qué triste modo ocurrió que llegáramos al término de nuestra vida. Pretendíamos a la esposa de Odiseo, ausente a la sazón desde largo tiempo, y ni rechazaba las odiosas nupcias ni quería celebrar- las, preparándonos la muerte y la negra Ker; y en- tonces discurrió en su inteligencia este nuevo engaño: Se puso a tejer en el palacio una gran tela sutil e inter- minable, y al punto nos habló de esta guisa: " ¡ Jóve-

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nes, Pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo no sea que se me pierdan inútilmente los hilos, a fin de que tenga sudario el héroe Laertes en el momento fatal de la aterradora muerte. ¡No se me vaya a indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos bienes!" Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante, pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como se alumbra- ba con las antorchas, deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el engaño y que sus palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio; mas, así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las estaciones, después de transcurrir los meses y de pa- sar muchos días, nos lo reveló una de las mujeres, que conocía muy bien lo que pasaba, y sorprendimos a Penélope destejiendo la espléndida tela. Así fué como, mal de su grado, se vio en la necesidad de acabarla. Cuando, después de tejer y lavar la gran tela, nos mostró aquel lienzo que se asemejaba a Helios o a Selene, funesta deidad trajo a Odiseo de algu- na parte a los confines del campo donde porquero tenía su morada. Allí fué también el hijo amado del divinal Odiseo, cuando volvió de Pilos en su negra nave; y, concertándose para dar mala muerte a los Pretendientes, vinieron a la ínclita ciudad, y Odiseo entró el último, pues Telémaco se le anticipó algún tanto. El porquero acompañó a Odiseo; y éste, con sus pobres harapos, parecía un viejo y un miserable mendigo que se apoyaba en el bastón y llevaba feas vestiduras. Ninguno de nosotros pudo reconocerle, ni aún los más viejos, cuando se presentó de súbito;

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LA ODISEA

y i'j muitratúbamüs, dirigiüiidolfe injuriosas palabras y dándole golpes. Con ánimo paciente sufrió Odiseo que en su propio palacio se le pegara e injuriara; mas apenas le incitó Zeus, que lleva la égida, comenzó por quitar de las paredes, ayudado de Telémaco, las mag- níficas armas, que depositó en su habitación, corrien- do los cerrojos; y luego, con refinada astucia, acon- sejó a su esposa que nos sacara a los Pretendientes el arco y el luciente hierro a fin de celebrar el cer- tamen que había de ser para nosotros, oh infelices, el preludio de la matanza. Ninguno logró tender la cuer- da del recio arco, pues nos faltaba mucha parte del vigor que para ello se requería. Cuando el gran arco iba a llegar a manos de Odiseo, todos increpábamos al porquero para que no se lo diese, por más que lo solicitara; y tan sólo Telémaco, animándole, mandó que se lo entregase. El paciente divinal Odiseo lo to- mó en sus manos, tendiólo con suma facilidad, e hizo pasar la flecha a través del hierro; inmediatamente se fué al umbral, derramó j)or el suelo las veloces flechas, echando terribles miradas, y mató al rey Antínoo. Pero en seguida disparó contra los demás as dolorosas saetas, apuntando a su frente; y caían los unos en pos de los otros. Era evidente que alguno de los dioses les ayudaba; pues muy pronto, dejándose llevar de su furor, empezaron a matar a diestro y si- niestro por la sala: los que recibían los golpes en la cabeza levantaban horribles suspiros, y el suelo mana- ba sangre por todos lados. Así hemos perecido, Agame- nón, y los cadáveres yacen abandonados en el palacio de Odiseo; porque la nueva aún no ha llegado a las casas de nuestros amigos, los cuales llorarían después de lavarnos la negra sangre de las heridas y de coló-

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carnos en lechos; que tales sou los honores que han de tributarse a los difuntos. '*

Contestóle el alma del Atrida: ** ¡Feliz hijo de Laer- tesl ¡Odiseo, fecundo en recursos 1 acertaste a po- seer una esposa virtuosísima. Como la irreprochable Penélope, hija de Icario, ha tenido tan excelentes sen- timientos y ha guardado tan buena memoria de Odi- seo, el varón con quien se casó virgen, jamás se per- derá la gloriosa fama de su virtud y los Inmor- tales inspirarán a los hombres de la tierra graciosos cantos en loor de la discreta Penélope. No se portó así la hija de Tíndaro, que, maquinando inicuas ac- ciones, dio muerte al marido con quien se casara virgen; por lo cual ha de ser objeto de odiosos can- tos, y ya ha proporcionado triste fama a las mujeres, sin exceptuar a las que son virtuosas/'

Así conversaban en la morada de Hades, dentro de las profundidades de la tierra.

Mientras tanto, Odiseo y los suyos, descendiendo de la ciudad, llegaron muy pronto al hermoso y bien cultivado predio de Laertes, que éste comprara en otra época después de pasar muchas fatigas. Allí es- taba la casa del anciano, con un cobertizo a su alre- dedor, adonde iban a comer, a sentarse y a dormir los siervos propios de aquél; siervos que le hacían cuantas labores eran de su agrado. Una vieja sícula le cuidaba con gran solicitud allá en el campo, lejos de la ciudad. En llegando, pues, a tal paraje, Odiseo les habló de esta manera a sus servidores y a su hijo:

''Vosotros, entrando en la bien labrada mansión, sacrificad al punto el mejor de los cerdos para el al- muerzo; y yo iré a probar si mi padre me reconoce al

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verme ante sus ojos, o no distingue quien soy, después de tanto tiempo de hallarme ausente."

Diciendo así, entregó las marciales armas a los criados. Fuéronse éstos a buen paso hacia la casa y Odiseo se encaminó al huerto, en frutas abundoso, para hacer aquella prueba. Y, bajando al grande huerto, no halló a Dolió, ni a ninguno de los esclavos, ni a los hijos de éste, pues todos habían salido a coger espinos para hacer el seto del huerto, y el an- ciano Dolió los guiaba. Por esta razón halló en el bien cultivado huerto a su padre solo, aporcando una planta. Vestía Laertes una túnica sucia, remendada y miserable; llevaba atadas a las piernas unas po- lainas de vaqueta cosida, para reparo contra los ras- guños y en las manos guantes por causa de las zar- zas; y cubría su angustiada cabeza con un gorro de piel de cabra. Cuando el paciente divinal Odiseo le vio abrumado por la vejez y con tan grande dolor allá en su espíritu, se detuvo al pie de un alto peral y lo saltaron las lágrimas. Después encontrábase inde- ciso en su mente y en su corazón, no sabiendo si besar y abrazar a su padre, contárselo todo y ex- plicarle cómo había llegado al patrio suelo; o inte- rrogarle primeramente con el fin de hacer aquella prueba. Tan luego como lo hubo pensado, parecióle que era mejor tentarle con burlonas palabras. Con este propósito, fuese el divinal Odiseo derecho al mis- mo, que estaba con la cabeza baja . cavando en torno de una planta. Y, deteniéndose a su vera, hablóle así su preclaro hijo:

*'jOh anciano! No te falta pericia para cultivar un huerto, pues en éste se halla todo muy bien cui- dado y no se ve planta alguna, ni higuera, ni vid, ni olivo, ni peral, ni cuadro de legumbres, que no lo

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esté (le igual manera. Otra cosa te diré, más no por ello recibas enojo en tu corazón; no tienes tan buen cui- dado de ti mismo, pues no sólo te agobia la triste vejez, sino que estás sucio y mal vestido. No será sin duda a causa de tu ociosidad el que un señor te tenga en semejante desamparo; y, además, nada ser- vil se advierte en ti, pues por tu aspecto y grandeza te asemejas a un rey, a un varón que después de la- varse y de comer haya de dormir en blando lecho; que tal es la costumbre de los ancianos. Mas, ea, habla y responde sinceramente: |De quién eres siervo Τ ¿Cuyo es el huerto que cultivas! Dime con verdad, a fin de que lo sepa, si realmente he llegado a Itaca; co- mo me aseguró un hombre que encontré al venir, y que no debe de ser muy sensato, pues no tuvo pa- ciencia para referirme algunas cosas ni para escu- char mis palabras cuando le pregunté si cierto hués- ped mío aún vive y existe o ha muerto y se halla en la morada de Hades. Voy a contártelo a ti: atiende y óyeme: en mi patria hospedé en otro tiempo a un varón que llegó a nuestra morada; y jamás mortal alguno de los que vinieron de lejas tierras a posar en mi casa me fué más grato: preciábase de ser na- tural de Itaca y decía que Laertes Arcesíada era su padre. Yo mismo lo conduje al palacio, le proporcionó digna hospitalidad, tratándolo solícita y amistosamen- te,— que en mi mansión reinaba la abundancia, y le hice los presentes hospitalarios que convenía dar a tal persona. Le entregué siete talentos de oro bien labrado; una argéntea crátera floreada; doce mantos sencillos, doce tapetes, doce bellos palios y otras tan- tas túnicas; y además, cuatro mujeres de hermosa fi- gura, diestras en hacer irreprochables labores, que él mismo escogió entre mis esclavas."

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Eespoudióle su padre, con los ojos anegados en lágrimas: *' ¡Forastero! Estás ciertamente en la tierra por la cual preguntas; pero la tienen dominada unos hombres insolentes y malvados, y te saldrán en vano esos múltiples presentes que a aquél le hiciste. Si lo hallaras vivo en el pueblo de Itaca, no te despidiera sin corresponder a tus obsequios con otros dones y una buena hospitalidad, como es justo que se haga con quien anteriormente nos dejó obligados. Mas, ea, ha- bla y responde sinceramente: ¿Cuántos años ha que acogiste a ese tu infeliz huésped, a mi hijo infortu- nado, si todo no ha sido un sueño? Alejado de sus amigos y de su patria tierra>-.o se lo comieron los pe- ces en el ponto o fué pasto, en el continente, de las fieras y de las aves: y ni su madre lo amortajó, llo- rándole conmigo que lo engendramos; ni su rica mu- jer, la discreta Penólope, gimió sobre el lecho fúne- bre de su marido, como era justo, ni le cerró los ojos; que tales son las honras debidas a los muertos. Dime también la verdad de esto, para que me entere: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres! ¿Dónde está el rápido bajel que te ha traído con tus compañeros iguales a los dioses? ¿O viniste pasajero en la nave de otro, que después de dejarte en tierra continuó su viaje?"

Di jóle en respuesta el ingenioso Odisco: **De todo voy a informarte circunstanciadamente. Nací en Ali- bante, donde tengo magnífica morada, y soy hijo del rey Afidante Polipcmónida; mi nombre es Epérito; algún Dios me ha apartado de Sicania para traer- me aquí a pesar mío, y mi nave está cerca del cam- po, antes de llegar a la población. Hace ya cinco años que Odiseo se fué de allá y dejó mi patria. | Infeliz! Propicias aves volaban a su derecha cuando partió,

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y, al notarlo, le despedí alegre y se alejó contento; porque nos quedaba en el corazón la esperanza de que la hospitalidad volvería a juntarnos y nos podría- mos obsequiar con espléndidos presentes."

Tales fueron sus palabras; y negra nube de pesar envolvió a Laertes que tomó ceniza con ambas ma- nos y echóla sobre su cabeza cana, suspirando muy gravemente. Conmoviósele el corazón a Odiseo; sin- tió el héroe aguda picazón en la nariz al contem- plar a su padre, y dando un salto, le besó y le dijo: **Yo soy, oh padre, ese mismo por quien pregun- tas; que torno en el vigésimo año a la patria tierra. Pero cesen tu llanto, tus sollozos y tus lágrimas. Y te diré, ya que el tiempo nos apremia, que he muer- to a los Pretendientes en nuestra casa, vengando así sus dolorosas injurias y sus malvadas acciones."

Laertes le contestó diciendo: "Pues si eres mi hijo Odiseo que ha vuelto, muéstrame alguna señal evi- dente para que me convenza."

Respondióle el ingenioso Odiseo: '* Primeramente vean tus ojos la herida que en el Parnaso me infirió un jabalí con sus albos colmillos, cuando y mi ma- dre veneranda me enviasteis a Autóiico, mi caro abue- lo paterno, a recibir los dones que al venir acá pro- metió hacerme. Y, si lo deseas, te enumeraré los ár- boles que una vez me regalaste en este bien cultivado huerto; pues yo, que era niño, te seguía y te los iba pidiendo uno tras otro; y, al pasar* por entre ellos, me los mostrabas y me decías su nombre. Fueron tre- ce perales, diez manzanos y cuarenta higueras; y me ofreciste, además, cincuenta liños de cepas, cada uno de los cuales daba fruto en diversa época, como que hay aquí racimos de uvas de todas clases cuando los

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hacen madurar las estaciones que desde lo alto nos envía Zeus."

Así le dijo; y Laertes sintió desfallecer sus rodillas y su corazón, reconociendo las señales que Odiseo des- cribiera con tal certidumbre. Echó los brazos sobre su hijo; y el paciente divinal Odiseo trajo hacia al anciano, que se hallaba sin aliento. Y cuando Laer- tes tornó a respirar y volvió en su acuerdo, respon- dió con estas palabras:

** ¡Padre Zeus! Vosotros los dioses permanecéis aún en el vasto Olimpo, si es verdad que los Pretendientes recibieron el castigo de su temeraria insolencia. Mas ahora teme mucho mi corazón que se reúnan y ven- gan muy pronto los itacences, y que además envíen emisarios a todas las ciudades de los cefalenos."

Eespondióle el ingenioso Odiseo: "Cobra ánimo y no te preocupes por tales cosas. Pero vamos a la casa que se halla próxima a este huerto, que allí envié a Telémaco, al boyero y al porquerizo . para que cuanto antes nos aparejen la comida."

Pronunciadas estas palabras, encamináronse a la hermosa casa. Cuando hubieron llegado a la cómoda mansión, hallaron a Telémaco, al boyero y al porque- rizo ocupados en cortar mucha carne y en mezclar el negro vino.

Al punto la esclava sícula lavó y ungió con aceite al magnánimo Laertes dentro de' la casa, echán- dole después un hermoso manto sobre las espaldas; y Atenea se acercó e hizo que le crecieran los miem- bros al pastor de hombres, de suerte* que apareciese piás alto y más grueso que anteriormente. Cuando salió del baño, admiróse Odiseo de verle tan parecido a los inmortales númenes y le dirigió estas aladas» palabras :

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"¡Oh padre I Alguno de loa sempiternos dioses ha mejorado a buen seguro tu aspecto y tu grandeza.**

Contestóle el discreto Laertes: * 'Ojalá me hallase, ¡oh padre Zeus, Atenea, Apolo!, como cuando rei- naba sobre los Kefalenos y tomé a Nérico, ciudad bien construida, allá en la punta del continente: si, siendo tal, me hubiera encontrado ayer en nuestra casa, con los hombros cubiertos por la armadura, a tu lado y rechazando a los Pretendientes, yo les que- brara a muchos las rodillas en el palacio y tu alma se regocijara al contemplarlo.'*

Así éstos conversaban. Cuando los demás termina- ron la faena y dispusieron el banquete, sentáronse por orden en sillas y sillones. Y así que comenzaban a tomar los manjares, llegó el anciano Dolió con sus hijos que venían cansados de tanto trabajar; pues salió a llamarlos su madre, la vieja sícula, que los había criado y que cuidaba al anciano con gran es- mero desde que el mismo llegara a la senectud. Tan pronto como vieron a Odiseo y lo reconocieron en su espíritu, paráronse atónitos dentro de la sala; y Odi- seo les habló halagándolos con dulces palabras:

**¡0h anciano! Siéntate a comer y cese tu asom- bro, porque mucho ha que, con harto deseo de echar mano a los manjares, os estábamos aguardando en esta sala.**

Así se expresó. Dolió se fué derechamente a él con los brazos abiertos, tomó la mano de Odiseo, se la besó en la muñeca, y le dirigió estas aladas palabras:

''¡Amigo! Como quiera que has vuelto a nosotros que anhelábamos tu retorno aunque ya perdíamos la esperanza y los mismos dioses te han traído, 'sal- ve, sé muy dichoso, y las deidades te concedan toda

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clase de venturas. Dime ahora la verdad de lo que te voy a preguntar, para que me entere: ¿la discreta Pe- nélope sabe ciertamente que te hallas de regreso, o convendrá enviarle un propio?"

Kespondióle el ingenioso Odiseo: *'¡0h anciano I Ya lo sabe. ¿Qué necesidad hay de hacer lo que pro- pones?"

Así le habló; y Dolió fué a sentarse en su puli- mentada silla. De igual manera se allegaron a Odi- seo los hijos de Dolió, le saludaron con palabras, le tomaron las manos y se sentaron por orden cerca de su padre.

Mientras éstos comían allá en la casa, fué la Fama anunciando rápidamente por toda la ciudad la horro- rosa muerte y la Ker de los Pretendientes. Al punto que los ciudadanos la oían, presentábanse todos en la mansión de Odiseo, unos por éste y otros por aquél lado, profiriendo voces y gemidos. Sacaron los muer- tos; y, después de enterrar cada cual a los suyos y de entregar los de otras ciudades a los pescadores para que los transportaran en veleras naves, encamináron- se al agora todos juntos, con el corazón triste. Cuan- do hubieron acudido y estuvieron congregados, le- vantóse Eupites a hablar; porque era intolerable la pena que sentía en el alma por su hijo Antínoo, que fué el primero a quien mató el divinal Odiseo. Y, de- rramando lágrimas, los arengó diciendo:

''¡Oh amigosl Grande fué la obra que ese varón maquinó contra los aqueos: Llevóse a muchos y va- lientes hombres en sus naves y perdió las cóncavas naves y los hombres; y, al volver, ha muerto a los, más señalados entre los kefalenos. Mas, ea, marche- mos a su encuentro antes que se escape a Pilos o a

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Ευ ME R o

la divina Elide, donde ejercen su dominio los Epeos, para que no nos veamos perpetuamente confundidos. Afrentoso será que lleguen a enterarse de estas cosas los venideros^ y, si no castigáramos a los matadores de nuestros hijos y de nuestros^ hermanos, no me fue- ra grata la vida y ojalá me muriese cuanto antes pa- ra estar con los difuntos. Pero vayamos pronto: no sea que nos prevengan con la huida."

Así les dijo, vertiendo lágrimas; y movió a com- pasión a los aqueos todos. Mas en aquel punto . presen- táronse Medón y el divinal aedo, que al despertar habían salido de la morada de Odiseo; pusiéronse en- medio, y el asombro se apoderó de los circunstantes. Y el discreto Medón les habló de esta manera:

** Oídme ahora a mí, oh itacences; pues no sin la vo- luntad de los inmortales dioses ha realizado Odiseo tal hazaña. Yo mismo vi a un dios inmortal que se ha- llaba cerca de él y era en un todo semejante a Men- tor. Este dios inmortal a las veces aparecía delante de Odiseo, a quien animaba; y a las veces, corriendo fu- rioso por el palacio, tumultuaba a los Pretendientes, que caían los unos en pos de los otros."

Así se expresó; y todos se sintieron poseídos del pálido temor. Seguidamente dirigióles la palabra el anciano héroe Haliterses Mastórida, el único que co- nocía lo pasado y lo venidero. Este, pues, les arengó con benevolencia, diciendo:

*Oíd ahora, oh itacenses, lo que os digo. Por vues- tra culpable debilidad ocurrieron tales cosas, amigos; que nunca os dejasteis persuadir ni por mí, ni por Mentor, pastor de hombres, cuando os exhortábamos a poner término a las locuras de vuestros hijos; y éstos, con su pernicioso orgullo, cometieron una gran

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I

I

LA ODISEA

faita, devorando los bienes y ultrajando a la mujer de un varón eximio, que so figuraban que ya no ha- bía de volver. Y al presente, ojalá se haga lo que os voy a decir. Crecdme a mí; no víi Abamos; no sea que alguien halle el mal que se habrá buscado."

Así les dijo. Levantáronse con gran clamoreo más de la mitad; y los restantes, que se quedaron allí por- que no les plugo la arenga* y en cambio los persuadió Eupites, corrieron muy pronto a tomar las armas. Apenas se hubieron revestido de luciente bronce, jun- táronse en compacto escuadrón fuera de la espaciosa ciudad, y Eupites asumió el mando, dejándose llevar por su simpleza; pensaba vengar la muerte de su hijo y no había de volver a la población, porque estaba dispuesto que allá fuera le alcanzase el hado.

Mientras esto ocurría, dijo Atenea a Zeus Cronida: ** ¡Padre nuestro, Cronida, el más excelso de los que imperan! Eesponde a lo que voy a preguntarte. ¿Cuál es el propósito que interiormente has formado? ¿Llevarás a efecto la perniciosa guerra y el horrible combate, o pondrás amistad entre unos y otros?"

Contestóle Zeus, que amontona las nubes: **¡Hija mía! ¿Por qué inquieres y preguntas tales cosas? ¿No formaste misma ese proyecto: que Odiseo, al tor- nar a su tierra, se vengaría de aquéllos? Haz ahora cuanto te plazca; mas yo te diré lo que es oportuno. Puesto que el divinal Odiseo se ha vengado de los Pretendientes, inmólense víctimas y préstense jura- mentos de mutua fidelidad; tenga aquél siempre su rei- nado en Itaca; hagamos que se olvide la matanza de los hijos y de los hermanos; ámense los unos a los otros, como anteriormente; y haya paz y riqueza en gran abundancia."

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Ε o ME R O

Con tales palabras instigóle a liaeer lo que ella deseaba; y Atenea bajó presurosa de las cumbres del Olimpo.

Cuando los de la casa de Laertes hubieron satisfe- cho el apetito con la agradable comida, el paciente divinal Odiseo rompió el silencio, para decirles: ''Sal- ga alguno a mirar; no sea que ya estén cerca los que vienen."

Tal dijo. Salió uno de los hijos de Dolió, cumplien- do lo mandado por Odiseo; detúvose en el umbral, y, al verlos a todos ya muy próximos, dirigió al héroe es- tus aladas palabras: "Ya vienen cerca; armémonos cuanto antes."

Así les habló. Levantáronse y vistieron la arma- dura los cuatro con Odiseo, los seis hijos de Dolió y además, aunque ya estaban canosos, Laertes y Dolió, pues la necesidad les obligó a ser guerreros. Y cuan- do se hubieron revestido de luciente bronce, abrieron la puerta y salieron de la casa, precedidos por Odi- seo.

En aquel instante se les acercó Atenea, hija de Zeus, que había tomado la figura y la voz de Mentor. El paciente y divinal Odiseo se alegró de verla y al pun- to dijo a Telémaco, su hijo amado:

*'¡Telémaco! Ahora que vas a la pelea, donde se señalan los más eximios, procura no deshonrar el li- naje de tus mayores; pues en ser esforzados y va- lientes hemos descollado todos sobre la haz de la tierra. ' '

Eespondióle el prudente Telémaco: ** Verás, si quie- res, padre amado, que con el ánimo que tengo no deshonraré tu linaje como dices."

Así se expresó. Holgóse Laertes y dijo estas pala-

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II

LA ODISEA

bras: "iQué día este para mí, amados dioses! ¡Cuan grande es mi júbilo! ;Mi hijo y mi nieto rivalizan en ser valientes ! ' ^

Entonces Atenea, la de los claros ojos, se detuvo junto a él y hablóle en estos términos; ^^Oh, Arces- tíada, el más caro de todos mis amigos! Eleva tus preces a la doncella de loa claros ojos y al padre Zeus, y acto continuo blande y arroja la ingente lanza."

Diciendo así, infundióle gran valor Palas Atenea. Incontinenti, elevó sus preces a la hija del gran Zeus, blandió y arrojó la ingente lanza, e hirió a Eu- pites a través del casco de broncíneas carrilleras, que no logró detener el arma, pues fué atravesado por el bronce. Eupites cayó con estrépito, y sus armas resonaron. Odiseo y su ilustre hijo se habían arro- jado a los enemigos que iban delante y heríanlos con espadas y lanzas de doble filo. Y a todos los mataran privándoles de volver a sus hogares, si Atenea, la hija de Zeus que lleva la égida, no hubiese alzado su voz y detenido a todo el pueblo:

''¡Dejad la terrible pelea, oh itacences, para que os separéis en seguida sin derramar más sangre!"

Así dijo Atenea; y todos se sintieron poseídos del pálido temor. No bien se oyó la voz de la deidad, las armas volaron de las manos y cayeron en tierra; y los itacenses, deseosos de conservar la vida, se volvieron hacia la población. El paciente divinal Odiseo gritó horriblemente y, encogiéndose, lanzóse a perseguirlos como un águila de alto vuelo. Mas el Cronida despidió un ardiente rayo, que fué a caer an- te la diosa de los claros ojos, hija del prepotente Padre. Y entonces Atenea, la de los claros ojos, dijo a Odiseo de esta suerte:

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HOMERO

" ¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en recursos! Tente y Laz que termine esta lucha, este combate igualmente funesto para todos: no sea que el longividente Zeus Oronida se enoje contigo."

Así habló Atenea; y Odiseo, muy alegre en su ánimo, cumplió la orden. Y luego hizo que juraran la paz entrambas partes, la propia Palas Atenea, hi- ja de Zeus, que lleva la égida, que había tomado el aspecto y la voz de Mentor.

EXPLICACIÓN DE ALGUNOS NOMBRES PROPIOS

I

Afrodita o Venus, diosa del amor, hija de Zeus.

Ares o Marte, dios de la guerra, hijo de Zeus.

Argicida, epíteto de Herines, ITernieias o Mercurio.

Artemisa o Diana, diosa de la caza, hija de Zeus.

Atenea o Minerva, diosa de la sabiduría, hija de eus.

Atlante o Atlas, Cíclope, padre de Calipso, que sos- tiene las columnas del cielo y de la tierra.

Calipso, deidad, hija de Atlante, que habitaba la isla Ogigia.

Caribdis, monstruo marino del escollo de eso nombre, η el estrecho de Mesina.

Circe, deidad, hija del Sol y de Perse, que moraba en la isla de Eea.

Cronida, epíteto de Zeus.

Orónos, dios, padre de Zeus, Poseidón, Hades, Hera y Deméter.

Deméter o Ceres, diosa hija de Orónos y de Rea.

Egida, atributo con que los poetas y los artistas representan a Zeus y a Palas Atenea.

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LA ODISEA

Erinnias, diosas vengadoras de las acciones que perturban el orden moral.

Escila, o Scila, hija de Gratéis, monstruo marino que residía en una gruta sobre el mar y enfrente de Caribdis.

Esqueria o Squeria, isla fabulosa situada según Ho- mero al Occidente.

Hades u Orco, lugar adonde van los muertos. Se entiende también por este nombre al dios Pintón.

Helena, hija de Tíndaro y de Leda, esposa de Menelao.

Helios, el Sol, hijo de Hiperión, divinización de la luz.

Hera o Juno, diosa, hija de Cronos y de Eea, espo- sa de Zeus.

Hermes, Hcrmeias o Mercurio, dios, hijo de Zeus.

Idotea, deidad hija de Proteo.

Ker, Kera o Keres, el destino, la muerte.

Leto o Latona, diosa, madre de Apolo y de Artemisa.

Lesque, lugar público que por la noche utilizaban como dormitorio los transeúntes y mendigos.

Mégarou, concejo o lugar donde se efectuaban las asambleas.

Moiras, las Parcas: Clotho, Laquesis y Átropos, hi- jas del Erebo y de la noche.

Poseidón, Poseidaón o Neptuno, dios del mar, hijo de Cronos y de Eea.

Proteo, dios marino, servidor o hijo de Poseidón.

Selene, la Luna, hija de Hiperión.

Temis, diosa que junta y disuelve las ágoras de loa hombres.

Tritogenia, epíteto de Atenea. Significa acaso, "na- cida de la cabeza," o bien *' nacida del agua." Los epítetos de los dioses son de la mayor antigüedad.

Zeus o Júpiter, dios máximo hijo de Cronos y de Eea.

452

índice

PáKS.

Tota Preliminar 5

Rapsodia Primera 17

lapsodia Segunda 33

lia Tercera 49

tapsodia Cuarta 67

tapsodia Quinta 95

Rapsodia Sexta 113

tapsodia Séptima 125

íapsodia Octava 137

Rapsodia Novena 157

Rapsodia Décima 177

Rapsodia Décimaprimera 197

ípsodia Décimasegunda 219

Rapsodia Déeimatercera 237

Rapsodia Décimacuarta 253

tapsodia Décimaquinta 273

tapsodia Dócimasexta 293

lapsodia Décimaséptima 309

ípsodia Décimaoctava 331

ípsodia Dócimanovcna 347

Rapsodia Vigésima 369

tapsodia Vigésimaprimera 383

ípsodia Vigésimasegunda 399

ípsodia Vigésimatercera 417

ípsodia Vigésimacuarta 421

:plicación de algunos nombres propios 451

;qs^

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