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FRANCISCO 1. MADHRO

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PRESIDENCIAL

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FRANCISCO I. MADERO

SEOUNDA EDICION, CORREGIDA Y AUMENTADA

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ES PROPIEDAD.

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A los héroes de niiestra patria; A los periodistas independientes; A los buenos mexicanos.

Dedico este libro a los béroes quecon su sangre conquis- taron la independencia de nuestra patria; quecon su heroîs- mo }' su magnanimidad, escribieronlas hojas mas brillantes de nuestra historia; quecon su abnegacion, constancia y lu- ces nos legaron un côdigo de le5'es tan sabias, que constitu5'en unode nuestros mâs legîtimos timbres de gloria, 5' que nos han de servir para trabajar, todos unidos, siguiendo el gran- dioso principio defraternidad, paraobtener, por medio de la libertad, la realizaciôn del magnîfico idéal democrâtico de la igualdad ante la le}'.

He dedicado en primer lugar mi libro a esos héroes, porque se me haensenado a venerarlos desde mi mâs tier- na infancia; porque para escribirlo me he inspirado en su acendrado patriotismo, y porque en su glorioso ejemplo he encontrado la fuerza suficiente para emprender la di- fîcil tarea que entrana este trabajo.

S6I0 en el estudio de su historia he podido fortificar mi aima, porque encuentro que ella nos hace respirar otro

ambiente que el que hoy se respira en la Repûblica de uno â otro confîn: el ambiente de la libertad, saturado de los perfumes que exhalan las plantas que solo se desarrollan en ese medio, Esa historia nos hace tener una idea mâs elevada de nosotros mismos, al ensenarnos que los gran- des hombres cuvas hazanas admiramos, nacieron en el mismo suelo que nosotros, y que, en su inmenso amor â la patria, que es la misma nuestra, encontraron la fuerza necesaria para salvarla de los mâs grandes peligros, para lo cual no vacilaron en sacrificar por ella su bienestar, su hacienda v su vida.

En segundo lugar, dedico este libro â la Prensa Inde- pendiente de la Repûblica, que con rara abnegacion ha sostenido una lucha désignai por mâs de- 30 anos contra el poder omnîmodo que ha centralizado en sus manos un solo hombre; â esa prensa que, tremolando la bandera cons- titucional, ha protestado contra todos los abusos del po- der y defendido nuestros derechos ultrajados, nuestra Cons- tituciôn escarnecida, nuestras leyes burladas.

Muchas veces, en tan larga lucha lehallegado â faltar aliento y ha estado proxima â sucumbir; pero nuestra pa- tria posée gran vitalidad, debido â las hazanas de nues- tros antepasados, y esa vitalidad réanimé las fuerzas de sus abnegados servidores 3^ les dio nuevo vigor para se- guir luchando, al grado que ahora presenciamos una vi- gorosa reacciôn de la Prensa Independiente, que hahecho â un lado las antiguas rencillas que la dividîan en dos bandos, para no formar sino una masa compacta que lucha con energîa y con fe por la realizaciôn del grandioso idéal democrâtico consistente en la reivindicacion de nuestros derechos, â fin de dignificar al ciudadano mexicano, ele- varlo de nivel, hacerle ascender de la categorîa de sùb- dito â que prâcticamente esta reducido, â la de hombre

libre; a fin de transformar â los mercaderes y viles adu- ladores, en hombres utiles â la patria y en celosos defen- sores de su integridad y de sus instituciones.

Por este motivo quiero présentât un homenaje de res- peto â esos modestos luchadores, â quienes no han arre- drado las persecuciones, la prisiôn, los sarcasmes, los insultos y las privaciones de todas clases; â quienes no ha podido seducir el ofrecimiento de brillantes posiciones oficiales, pues han preferido vivir pobres, pero con la f ren- te muy alta; perseguidos, pero con la noble satisfaccion de que servîan â su patria; oprimidos, pero alentando siem- pre en su corazôn el idéal de libertad.

A estos valientes paladines, la patria sabra premiar sus servicios; pero entre tanto, sepan que sus esfuerzos no han sido estériles, que la semilla que pusieron en el surco y con persévérante celo han protegido contra el vendabal, ha germinado 3'a, y que el ârbol de la libertad crece lozano y vigoroso, para mu_v pronto protegernos con su sombra bienhechora.

Por ûltimo, dedico este libro â todos los mexicanos en quienes no haj'a muerto la nocion de Patria y que noble- mente enlazan esta idea con la de libertad, y de abnega- ciôn; â esa pléyade de valientes defensores que nunca han faltado â la Nacion en sus dîas de peligro y que ahora permanecen ocultos por su modestia, esperando el momen- to de la lucha en que asombrarân al mundo con su vigo- rosa y enérgica actitud; â esos valientes paladines de la libertad que ansiosos aguardan el momento de la lucha: i esos estoicos ciudadanos que muy pronto se revelarân al mundo por su entereza y energia; â todos aquellos que sientan vibrar alguna de las fibras de su aima al leer este libro, en el cual me esforzaré por hablar el lenguaje de la Patria.

EL AUTOR.

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MOYILES m ME HAN GUIADO

PARA ESCRIBIR ESTE LIBRO

Antes de dar principio al trabajo que tengo la satisfacciôn de présentai' al pûblico, précisa que diga unas cuantas pala- bras sobre los moviles que me han guiado al publicarlo.

Empezaré por exponer la evoluci6n que han sufrido mis ideas â medida que se han desarrollado los acontecimientos derivados del actual régimen poHtico de la Repûblica, y en seguida trataré de estudiar con el maj'or dôtenimiento posi- ble, las consecuencias de este régimen, tan funesto para nuestras instituciones.

Como la inmensa mayorîa de nuestros compatriotas que no han pasado de los 50 anos (idos generaciones!), vivîa tranquilamente dedicado â mis négocies particulares, ocupa- do en las mil futilezas que hacen el fonde de nuestra vida social, estéril en lo absoluto!

Los négocies pûblicos poco me interesaban, y menos aûn meocupaba de ellos, pues acostumbrado â ver â mi derredor que todos aceptaban la situaciôn actual con estoica resigna-

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ci6n, set^uîa lacorriente gênerai y me encerraba, como todos. en mi egoîsmo.

Conocia por teorîa los grandioses principios que conquis- taron nuestros antepasados, asî como los derechos que nos aseguraban, le^àndonos en la Constituciôn del 57 las mâs preciadas garantfas para poder trabajar unidos, por el pro- greso y el engrandecimiento de nuestra patria,

Sin embargo, esos derechos son tan abstractos y hablan tan poco a los sentidos, que aunque los vei'a claramente vio- lados bajo el gobierno que conozco desde que tengo uso de razôn, no me apercibi'a de la falta que me hacfan, puesto que podîa aturdirme dedicândome febrilmente â los negocios y â la satisfacciôn de todos los goces que nos proporciona nues- tra refinada civilizaciôn.

Ademâs, eran tan raras y tan débiles las voces de los es- critores independientes que Uegaban â mî, que no lograron hacer vibrar ninguna de mis fibras sensibles; permanecîa en la impasibilidad en que aùn permanecen casi todos los me- xicanos.

Por otro lado, consciente de mi poca significaciôn poli- tica y social, comprendîa que no séria yo el que pudiera ini- ciar un movimiento Salvador, y esperaba tranquilamente el curso natural de los acontecimientos, confiado en lo que to- dos afirmaban: que al desaparecer de la escena polîtica el senor General Poriîrio Dfaz, veudria una reacciôn en favor de los principios democrâticos; 6 bien, que alguno de nuestros pro-hombres iniciara alguna campana democrâtica, para afi- liarme en sus banderas.

La primera esperanza la perdi cuando se instituyô la \'i- cepresidencia en la Repùblica, pues comprendf que aùn des- apareciendo el General Dîaz, no se verificarîa ningûn cam' bio, pues su sucesor sen'a nombrado por él mismo, induda- blemente entre sus mejores amigos, que tendrân que ser los que mâs simpaticen con su régimen jde Gobierno. Sin em- bargo, la convocatoria para una Convenciôn por el Partido que se llamô en aquellos dîas Nacionalista, haci'a esperar

que, por lo menos, el candidate â la Vicepresidencia, serîa nombrado por esa Convenciôn. No fué asî, 5' la convocato- ria résulté una farsa, porque después de haber permitido â los delegados que hablaran de sus candidates con relativa libertad, se les impuso la candidatura oficial del senor Ra- môn Corral. completamente impopular en aquella asamblea, la cual fué recibida con ceceos, silbidos y sarcasmes.

Entences comprendî que no debîamos ya esperar ningûn cambie al desaparecer el General Di'az, pueste que su sucesor, irnpuesto por él â la Repûblica, seguirîa su misma pelîtica, lo cual acarrearîa grandes maies para la patria, pues si el pueblo deblaba la cerviz, habrîa sacrificado para siempre sus mas cares derechos; 6 bien, seerguirîaenérgico y valereso, en cu3^e case tendrîa que recurrir â lafuerza para reconquis- tar sus derechos y volverîa âensangrentar nuestrosuele pa- trio la guerra civil con todos sus horrores y funestas conse- cuencias.

En cuanto al prohombre que iniciara algûn movimiento regenerador, no ha parecido y hay que perder las esperanzas de que parezca, pues en mas de treinta anos de régimen absolu- to, no se han podido dar â cenecer mas prohembres que los que rodean al General Dîaz, y eses ne pueden ser grandes po- lîticos, ni mucho menés pelîticos independientes: tienen que ser forzosamente hombres de administracion, que se resig- nen â obrar siempre segûn la consigna, pues sole asî son tolerados por nuestro Présidente, que ha impuesto como mâ- xima de cenducta â sus Ministres, Gobernaderes, y en gê- nerai â todos les ciudadanos mexicanos, la A& poca politica y mucha administracion, reservândose para él el privilégie ex- clusive de ecuparse en polîtica, â tal grade, que para les asuntes que cenciernen â este ramo de gobierne, ne tiene ningûn censejero; sus mismes Ministres ignoran con frecuen- cia sus intencienes.

Ne hablaré del movimiento polîtico por medie de clubs li- bérales, iniciade por el ardiente demôcrata y estimade ami- go mîo, Ing. Camilo Arriaga, porque ese movimiento fué

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sofocado en su cuna con el escandaloso atentado que se ve- rifico en San Luis Potosî, }• no tuvo tiempode conmover prc^ fundamente a la Repûblica. Sin embargo, conviene recordar ia rapidez con que se propagé y se ramifico, pues es uno de tantos argumentes en que me apoyaré para demostrar que es un error créer qu^ no estamos aptos para lademocraciay que el espîritu pûblico ha muerto.

Por estos acontecimientos comprend! que los aspirantes a un cambio en el sentido de ver respetada nuestra Consti- tucion, nada podiamos esperar de arriba y no debfamos con- fiar sino en nuestros propios esfuerzos.

Sin embargo, el problema para reconquistar nuestros de- rechos se presentabade dificilîsima solucion, sobre todo pa- ra los que, satisfechos como 3'0, de la vida, encerrados en su egoismo y contentos con que se les respetaran sus bienesma- teriales, no se preocupaban grandemente enestudiar tal pro- blema.

Ese indiferentismo criminal, hijo de la época, vino a re- cibir un rudo choque con los acontecimientos de Monterrey el 2 de Abril de 1903.

Hasta aquella época permanecî casi indiferente a la marcha de los asuntos polîticos, y casi casi a la campana polîtica que sostenîan los neoleonenses, cuando me llegaron noticias del infâme atentado de que fueron vîctimas los oposicionistas al verificar una demostracion pacîfîca, que résulté grandiosa por el inmenso concurso de gente y que tuvo un fin trâgico debido a la emboscada en que cayô.

Ese acontecimiento, presenciado por algunos parientes y amigos mîos que concurrieron a la manifestaciôn, me impre- siono honda y dolorosamente.

Con este motivo, el problema se presentaba aun mas difi- cil, pues claro se veîa que el gobierno del Centre estaba re- suelto â reprimir con mano de hierro y aun ahogar en sangre cualquier movimiento democrâtico. Y digo el "gobierno del Centro,' ' porque este supo todo lo que paso en Monterrej-, quizâs se hizo con su acuerdo pré\ io, y por ûltimo, absolviô

a aquel a quien acusaba la vindicta pùblica de tan horren- do crimen.

Sin embargo, si el problema se presentaba cada vez mas difîcil, empezaba â sentirse la falta de esas garantîas que nos otorga la Constituciôn. Algunos amigos mi'os y yo, Ue- nos de noble indignacion, pudimos pertfibir distintamentelos fulgores siniestros de aquel atentado, que con su luz, tinta en sangre, alumbraba nuestras llagas, y comprendimos que el sutil venenc invadîa lentamente nuestro organisme 5' que si no nos esforzâbamos en ponerle remedio enérgico y eficaz, pi^onto nuestro mal serîa incurable, y debilitados por él, no tendn'amos fuerzas para luchar contra alguna de las huraca- nadas tempestades que nos amenaza y estarîamos expuestos â sucumbir al primer soplo del vendabal, peligrando hasta nuestra nacionalidad.

Una vez que esta conviccion echô raices en nuestra con- ciencia, comprendimos que era deber de todo ciudadano preo. cuparse por la cosa pùblica, y que el temor 6 el miedo que nos detenîa, era quizâs infundado; pero seguramente humi- liante y vergonzoso.

Por estas razones, nos formâmes el propôsito de aprove- char la primera oportunidad que se presentara, para unir nuestros esfuerzos â los de nuestros conciudadados, afin de principiar la lucha por la reconquista de nuestras libertades.

Esa oportunidad se présenté con motivo de las elecciones para Gobernador del Estado, el ano 1905.

Para dar principio â la campana électoral, organizamos un Club polîtico denominado "Club Democrâtico Benito Juâ- rez, " que pronto fué secundado por numerosos Clubs, que se ramificaron por todo el Estado, y los cuales siempre nos prestaron una ayuda eficaz, luchando con serenidad y estoi- cismo admirables, contra toda clase de atentados y persecu- ciones de que fueron victimas.

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Siguiendo las costumbres americanas, no quisimos lanzar ningûn candidato, sino que convocamos â una Convencion électoral que se verificô en la capital de la Repûblica, por- que algunos temîan que aquî en el Estado no tuviésemos bastantes garantîas. En esta Convencion se aprobô lo que en los E. U. se llama <plataforma électoral,» 6 sea el plan polîtico â que debîa sujetar sus actos el nuevo gobierno en caso de que nuestro partido triunfara. En ese plan se esta- bleci'a el principio de no-reelecciôn para el Gobernador y Pre- sid-entes Municipales y se apremiaba al nuevo mandatario para que dedicara todos sus esfuerzos al fomento de la Ins- trucciôn Pûblica, sobre todo â la rural, tan desatendida en nuestro Estado y en toda la Repûblica; igualmente se tra- taban otros puntos de buena administracion.

Una vez aprobado el plan polîtico, se procedio â la elec- ciôn de candidato entre los varios que fueron presentados y calurosamente sostenidos por diferentes grupos.

Terminado el cômputo de votos, un atronador aplauso sa- ludô el nombramiento del agraciado.

Ya no habîa màs que un solo grupo, que con su esfuerzc unanime estaba resuelto â trabajar por el triunfo de su can- didato. La Convencion tuvo gran resonancia no solamente- en la Capital, sino en toda la Repûblica, pues venîa â ha- blar el lenguaje de la libertad, que casi se ha llegado â con- siderar exotico en la patria de Juârez, Ocampo, Lerdo, Arria- ga, Zarco y tantos otros ilustres patricios cuyo recuerdo aûn nos hace vibrar de entusiasmo y revive nuestro patrio- triotismo.

Una vez terminados los trabajos de la Convencion, se dis- persaron los miembros, y todos en perfecta armonîa siguie- ron trabajando por el nuevo candidato.

La opinion del Estado se habîa uniformado por completo, debido â los trabajos de la prensa independiente, al grandî- simo numéro de clubs que se instalaron, y sobre todo al de la Convencion, â la cual concurrieron mâs de loo represen-

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tantes de todo el Estado, y se mostraba unanime en favor de nuestro candidate.

A pesar de lo expuesto, Uegado el dîa de las elecciones, nos encontramos con todas las casillas j'a instaladas por el ele- mento oficial, y sostenidas con gente armada y con fuerza de policîa.

Esto no constituj'o un obstâculo para que nuestro triunfo fuera completo en algunos pueblos; pero este esfuerzo fué nulificado en las juntas de escrutinio por las chicanas ofi- - ciales.

Este atentado contra el voto pûblico no tenîa ejemplo en nuestra historia, y nosotros no encontramos otro camino que el de levantarenérgicas protestas para que supiera la Naciôu entera cômo se respetaba la ley électoral en nuestro Estado.

A nosotros nos hubieran sobrado elementos para hacer respetar nuestros derechos por la îuerza 5' sin que hubiera habido derramamiento de sangre; a tal grado estaba unifor- mada la opinion y desprestigiada la administraciôn del Lie. Cârdenas; pero sabîamos que al dîa siguiente de obtenido el triunfo, tendrîamos que sostener una lucha tremenda contra el gobierno del Centro, que de modo ostensible apoyaba la candidatura oficial, y retrocedimos ante esa idea, no por miedo, sino por principio; porque no queremos mas revoluciones, porque no queremos ver otra vez el suelo patrio ensangren- tado con sangre hermana, porque tenemos fe en la democra- cia. Los triunfos que se obtienen por el sistema democrâti- co, son mâs tardîos; pero mas seguros y mâs fructîferos, como procuraré demostrarlo en el curso de mi trabajo.

Casi al mismo tiempo que nosotros y en otro extremo de la Repiiblica, en el Estado de Yucatân, se habia entablado una lucha semejante. El resultado fué el mismo, pues triunfo la candidatura oficial. A la vez, hubo movimientos oposicio- nistas en otros Estados; pero no tan bien organizados como ios de Coahuila y Yucatân.

Durante esa campana polîtica, claramente nos convenci- mos de la simpatîa con que eran vistos en toda la Repûblica

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los esfuerzos que hacîan los demâ,s Estados y el nuestro para libertarnos de la tutela del Centre y nombrar independiente- mente mandatarios, haciendo respetar la soberania de los Estados segûn el Pacto Fédéral.

Sin embargo, esas simpatîas no podi'an menos que ser pla- tônicas, pues no tenîan ningûn medio légal de que valerse para ayudarnos en la lucha que sostenîamos con el gobierno del Centre, quien estaba resuelto a emplear la fuerza para imponer su voluntad.

Hondas reflexiones nos sugirieron esos acontecimientos, que fueron para nosotros una gran ensenanza y pro3'ecta- ron luz vivîsima sobre el problema cuya soluciôn cada dia nos apasionaba mas; esa temporada de lucha habîa tem- plado nuestro carâcter, nos habîa puesto frente â frente con los grandes intereses de la patria, tan seriamente amenaza- dos, habîa sacudido ese letargo en que desde tantos anos yacîamos, y nos habîa hecho vibrar al unîsono de nuestros grandes hombres, cuyos ejemplos habîamos tomado por mo- dèle y nos esforzâbamos en imitar.

Comprendimos que la lucha de cada Estado aislado, en contra de la influencia del Centre, tendrîa que fracasar, y nos prepusimos esperar una epertunidad propicia para luchar en condiciones mas ventajosas.

Yo propuse un proyecto para la formaciôn desde entonces del «Partido Nacienal Democrâtico,» principiando por de- clarar nuestros clubs «permanentes;» pero muchos amiges me hicieron comprender que no era oportuno, porque una lucha tan larga nos hubiera aniquilade antes de llegar â las siguientes elecciones, sin obtener ningûn resultado prâctico.

Ademâs de esas razones, tome en consideraciôn una muy importante, y es el carâcter de nuestra raza, que es de suyo impulsive, capaz de un gran esfuerzo en un momento dado, pero incapaz de sostener una lucha prolongada. Me refiero

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â las luchas en el terreno de las ideas, que con las armas en la mano, ha dado pruebas de inquebrantable constancia al tratarse de conquistar su independencia 6 defender su so- beranîa.

Por esos motivos desistî de mi proyecto, que fué publicado en algunos de los periôdicos independientes, y aûn defendi- do por alguno de los que mas se distinguieron en aquella. época con la firmeza de sus principios y lo rudo de sus ata- ques contra el centralismo y absolutisme.

Una vez desechado ese proyecto, resolvimos esperar la siguiente campana électoral, que tendrîa verificativo el ano 1909, para hacer otro esfuerzo que quizâ tendrîa mayores resultados, por estar tan cerca las elecciones para Présidente de la Repûblica, con cuyo motivo es posible que se organice •el Gran Partido Nacional Democrâtico, ramificado en toda la Nacion y con el cual nos fundiriamos para luchar por los mismos principios, enlazando de ese modo nuestra campana local con la gênerai de la Repûblica.

De este modo lucharemos raâs ventajosamente, pues si se organizan en varios Estados movimientos democrâticos se- mejantes al nuestro, dependiendo todos de una Junta Central nombrada oportunamente por delegados de toda la Federa- ciôn, se podrân obtener resultados muy importantes, y al re- solverse la gran cuestiôn presidencial, quedarân resueltas las locales de los Estados.

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Como un movimiento de esa naturaleza casi no tiene pré- cédente en nuestra historia, 6 por lo menos en estos ûltimos treinta anos, me ha parecido de gran importancia publicar el présente trabajo para divulgar la idea, demostrando su viabilidad y los grandes bénéficies que acarrearâ al paîs la formaciôn de un Partido Nacional Independiente.

Principiaré por estudiar las causas que han traîdo sobre nuestro paîs el actual régimen de centralismo y absolutisme,

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â fin de no recaer en aquellas faltas que tan funestas con- secuencias nos han acarreado.

Esas causas no fueron sino las continuas revoluciones, que siempre dejan como triste herencia â los pueblos, las dicta- duras militares, las cuales tienen efectos diversos segùn su naturaleza.

Cuando son francas y audaces, no tienen otro efecto que el de marcar un paréntesis en el desenvolvimiento democrâ- tico de los pueblos, después del cual viene una poderosa reacciôn que restablece la libertad en todo su esplendor, y al pueblo en el uso de sus derechos.

En cambio, cuando la dictadura se establece en el fondo y no en la forma, cuando hipôcritamente aparenta respetar todas las leyes y apoyar todos sus actos en la Constitucion, entonces va minando en su base la causa de la libertad, los ciudadanos se ven oprimidos suavemente por una mano que los acaricia, por una mano siempre prodiga en bienes mate- riales; entonces con facilidad se doblegan, y ese ejemplo, dado por las clases directoras, cunde râpidamente, al grado de que pronto llega â considerarse el servilismo como una de las formas de la cortesîa, como el ûnico medio de satisfacer todas las ambiciones .... las ambiciones que quedan cuando se ba destrufdo en los ciudadanos la noble ambiciôn de tra- bajar por el progreso y el engrandecimiento de la patria, y s61o se les ha permitido y fomentado la de enriquecerse, la de disfrutar de todos los placeres materiales.

Estos placeres llegan â ser el ûnico campo de actividad para los habitantes de un pais oprimido, puesto que, no ha- biendo libertad, les estân vedados los vastîsimos campos que ofrecen las prâcticas democrâticas, que son las que ne- cesita el pensamiento para elevarse sereno â las alturas donde se encuentra la clarividencia necesaria para discurrir sobre los negocios pûblicos. La consecuencia inmediata es el enervamiento de los pueblos, la muerte en su germen de las nobles aspiraciones, la pérdida de la idea de su respon- sabilidad para con la patria, resultando que cuando llegan

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los momentos de supremo peligro, el pueblo permanece in- diferente, la patria se encuentra sin defensores, porque sus hijos la han olvidado y la dejan caer inerme bajo los golpes del invasor extranjero.

Los que llevan una vida regalada, tranquila, indiferente, entregados â las mil diversiones que proporcionan las baga- telas que acompanan â nuestra civilizacion; los que solo se preoupan por su bienestar material, encontrarân sin duda, que soy un espîritu pesimista, que veo todo con colores de- masiado sombn'os. Pero que esas personas se tomeri la mo- lestia de hojear la historia, y verân la suerte que han corrido los pueblos que se han dejado dominar, que han abdicado de todas sus libertades en manos de un solo hombre; que han sacrificado la idea de patriotismo, sinônimo de abnega- cion, â la del mas ruin de los egoîsmos; que han dejado de preocuparse de la cosa pùblica, para ocuparse exclusiva- mente de sus asuntos privados.

Pues bien, esta es la situacion porque atraviesa actual- mente la Repûblica y me esforzaré en hacer su pintura con colores tan vivos, que logre comunicar mi zozobra é inquie- tud â todos mis compatriotas, con el objeto de que hagamos todos unidos un vigoroso esfuerzo para detener â nuestra patria en la pendiente fatal por donde la impulsan los par- tidarios del actual régimen de cosas.

También procuraré estudiar frfamente el modo como po- drîan organizarse los elenientos que tengan el deseo de co- labôrar â tan magna obra, y las probabilidades de éxito de un partido que se organizara con tal fin.

Las probabilidades son inmensas, pues un partido formado y cimentado sobre principios, tiene que ser inmortal como los principios que proclama; pueden sucumbir muchos de sus miembros; pero el principio nunca sucumbirâ 3' siempre servira de faro para guiar los pasos de los que quieran tra- bajar por el bien de la patria; siempre servira de punto de concentraciôn â todas las ambiciones nobles, â todos los pa- triotismos puros. No pasa asî con los partidos personalis-

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tas, que tienden a disgregarse si no a la muerte de su jefe, mu}' poco después.

Por todo lo cual afirmo que un partido constituido actual- raente de acuerdo con las aspiraciones de la Naciôn é ins- pirado en los principios democrâticos, tendrîa la seguridad de triunfar tarde 6 temprano, pues si mientras viva el Ge- neral Dîaz este triunfo es difîcil, no sucederâ lo mimo al desaparecer él de la escena polîtica; porque entonces sera el ûnico partido que se encontrarâ bien organizado, y orga- nizado sobre bases firmîsimas.

El principal objeto que perseguiré en este libro, sera ha- cer un llamamiento a todos los mexicanos, â fin de que for- men este partido; que sera la tabla de salvaciôn de nuestras instituciones, de nuestras libertades y quizâs hasta de nues- tra integridad nacional.

Mi llamamiento se dirigirâ igualmente hacia el hombre que por mas de treinta anos ha sido el ârbitro de los destinos de nuestra patria.

Le hablaré con el acento sincero y rudo de la verdad, y espero que un hombre que se encuentra â su altura sabra apreciar en lo que vale la sinceridad de uno de sus conciu- dadanos que no persigue otro fin que el bien de la patria.

Asî lo espero, pues supongo que el General Dîaz, habiendo Ilegado â disfrutar de todos los honores posibles, habiendo visto satisfechas todas sus aspiraciones y habiendo sentido por tanto tiempo el aliento envenenado de la adulaciôn, ten- dra deseos de oîr la severa voz de la verdad y no conside- rarâ como enemigos â los que tengan la virilidad necesaria para decîrsela, para mostrarle el precipicio â donde va la patria 3' ensenarle también cuâl es el remedio.

Parecerâ que es presunciôn mîa querer saber en estos asuntos mâs que el General Dîaz, quien por tantos anos ha estado al frente de los destinos del paîs; pero no tengo sino la convicciôn de que el General Dîaz ha visto tan claro como yo en este asunto, y si no, allî estâp las declaraciones que hizo â Creelman, y mâs alla, remontândonos hasta el origen

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de su gobierno, veremos que si tomô las armas contra los gobiernos de juârez y Lerdo, fué precisamente porque juz- gaba una amenaza para las instituciones democrâticas la reelecciôn indefinida de los gobernantes; y esto seguirâ su- cediendo, mientras no estén organizados los partidos polîti- cos; pero tundados sobre principios que satisfagan las aspi- raciones nacionales, y no personalistas, como los que actual- mente existen en la Repûblica.

El hecho de que el General Dîaz haya obrado en contra de sus principios, sera uno de los que procuraré estudiar en el curso de mi trabajo; pero de cualquier modo que sea, queda en pie mi aiirmaciôn de que el General Dîaz se da perfecta- mente cuenta de que serîa un bien para el pais su retiro de îa Presidencia. Pero existen fuerzas poderosas que lo retie- nen: su costumbre inveterada de mando, su hâbito en dirigir à la Nacion segûn su voluntad, y por otro lado la presiôn que hacen en su ânimo un sinnûmero de los que se dicen sus amigos y que son los beneficiarios de todas las concesiones, de todos los contratos lucratives, de todos los puestos p\i- blicos donde pueden satisfacer su vanidad 6 su codicia y que temen que un cambio de gobierno los prive del favor de que disfrutan y que tan hâbilmente saben explotar.

Esas son las causas porque quiere seguir al frente de los destines del paîs el General Dîaz, y lo dijo en una entre- vista que se publicô en casi todos los peri6dicos y segùn la cual, contestando â las insinuaciones que le habîa hecho un pariente 6 amigo suj^o para que volviera â aceptar otra re- elecciôn habîa dicho: «por mi patria y por los mîos, todo.>

Como esta version no fué desmentida oficialmente, debe- mos creerla cierta 3' no solo cierta, sino mas sincera que la famosajentrevista con Creelman, pues esta mas de acuer- do con el lenguaje y sobre todo, con la polîtica que ha ob- servado el General Dîaz. (i)

(i) Ya escrito lo anterior y para niandar los 01 iyinales â la prensa, diô â luz el "Diario del Hogai " una importante caria del General Dîaz, de la cual claramente se desprenden dos hechos piincipales: primero, que negô al seiior Mata, que se dirieia A é\ en nombre de varios periodistas de la Repûblica, la eutrevista que solicitaba pa-

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También la Nacion esta ya acostumbrada â obedecer sin discutir las ôrdenes que recibe de su actual mandatario.

El General Dîaz, acostumbrado â mandar, difîcilmente se resolverâ â dejar de hacerlo.

La Nacion, acostumbrada â obedecer, tropezarâ aûn con mayores dificultades para sacudir su servilismo.

Todo es, pues, cuestiôn de costumbres; pero costumbres que han echado tan hondas raîces en el suelo nacional, que no podrân desarraigarse sin causar en él profundas altera- ciones; sin demandar esfuerzos gigantescos; sin necesitar la abnegada cooperacion de todos los buenos mexicanos.

No por esto perdamos las esperanzas. Si la Nacion Ilega â conmoverse en la proxima campana électoral, si los parti- darios de la democracia se unen fuertemente y forman un partido poderoso, es posible que se efectûe un cambio aun en el ânimo del General Dîaz, pues el rudo acento de la pa- tria agitada podrâ conmover al caudillo de la Intervenciôn y quizâ logre que predominando en él el mas puro patriotis- me, siga la via que este le seîïala y haga â un lado las pe- queneces, las miserias que podrîan desviarlo deprestaràsu patria el servicio mas grande que nunca le ha prestado: el de dejarla libre para que se un gobierno segûn sus aspi- raciones y segûn sus necesidades.

Hay otras razones de gran peso y que el General Dfaz hadetomar en consideracion.

El que ha gobernadoâ la Repûblica iMexicana por mas de treinta anos y enlazado toda su vida â sus mas importan- tes acontecimientos, y que se acerca â los ochenta anos, per- tenece mâs â la historia que â sus contemporânecTs, y debe preocuparse mâs del fallo de aquélla, que de satisfacer la insaciable avaricia de los que solo persiguen el medro Per- sonal en la adulacion que le prodigan, de los que s61o pien-

ra un escritor mexicano, con objeto de tratar sobre la cuestiôn presidencial. habiendo observado una conducta diauietrahnente opues'a con un periodista norteamerica- .lo; y en segundo lusar, insinuaba Que s( aceptarâ otra reelecci(3n; asf es que viene â corroborar lo que afirmo: que el General Dfaz desea seguir ocupando la silln presi- dencial.

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san en ellos mismos, sin preocuparse no solamente por la patria, pero ni siquiera por el prestigio de su administraciôn.

Por mas que una literatura malsana, basada en la menti- ra \^ la hipocresîa ha querido desviar el criterio nacional, no lo ha logrado. En nuestra patria solo tiene eco la verdad; solo ella conmueve los ânimos, despierta las conciencias dor- midas, enciende el fuego del patriotisme, que por fortuna aûn se encuentra latente en las masas profundas de la Naciôn, a donde no ha llegado la corruptora influencia delà riqueza y del servilismo.

Por este motivo espero que mi voz sera oîda, porque sera la voz de la veardad; sera la voz de la patria aflijida que re- clama d® sus hijos un esfuerzo para salvarla.

Me répugna hablar de mi humilde personalidad, y en el curso de este trabajo lo haré solocuando sea indispensable; creo, sin embargo, que en este lugar debo hacer una decla- raciôn, pues antes que todo debo ser leal.

Pertenezco, por nacimiento, a la clase privilegiada; mi fa- milia es de las mas numerosas é influyentes en este Estado, y ni yo, ni ninguno de los miembros de mi familia tenemos el menor motivo de queja contra el General Di'az, ni contra sus ministres, ni contra el actual Gobernador del Estado, ni siquiera contra las autoridades locales.

Los multiples négocies que todos los de mi familia han tenido en los distintos ministerios, en los tribunales de la Repûblica, siempre han sido despachados con equidad y jus- ticia.

Esto no ha variado ni después de la campana électoral de 1905 para Gobernador del Estado, en la cual 3'o tome una parte niuj'^ activa afiliadoen el partido independiente. Como nunca me ha gustado valerme de convencionalismos, en los articules que con aquel motivo escribî, ataqué la polîtica centralizadera y abselutista del General Dfaz.

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Hay mas: cuando estaba mas acre la campana, las auto- ridades del Estado dictaron orden deaprehension contra mî: pero antes de ejecutarla parece que llegô orden del Centre de que se me respetara, pues ni siquiera lo intentaron, âpe- sar de que por muchas personas supe que habîa llegado esa orden, lo cual pude comprobar después por fuente fidedif^na.

Aunque a no me atemorizaba la prisiôn, porque no es- ta, sino las causas que llevan allî son las que manchan, no por eso dejo de agradecer que se me hiciera justicia en aquei caso.

Por lo expuesto, ningûn odio personal, ni de familia, ni de partido me guîa a escribir este libro.

En lo particular, estimo al General Dîaz y no puedo mè- nes de considerar con respeto al hombre que fué de los que mas se distinguieron en la defensa del suelo patrio, y que después de disfrutar por mas de treinta anos el mas absolu- to de los poderes, hay a usado de él con tanta moderaciôn; acontecimiento de los que muy pocos registra la historia. Pero esa alta estimaciôn, ese respeto, no me impedirân ha- blar alto y claro, y precisamente porque tengo tan elevado concepto de él, creo que estimarâ mas mi ruda sinceridad, que las galantes adulaciones que quizâ 3'a lo tengan has- tiado.

Los numerosos miembros de mi familia siguen la corrien- te gênerai por donde van encauzadas las energîas de la Na- ciôn: dedican sus esfuerzos y su fortuna al desarrollo de la agricultura, la industria, la minerîa, y gozan de las garan- tias necesarias para el tomento de sus empresas. Ademas, desde que mi abuelo, el senior Don Evaristo Madero, se reti- ré del gobierno de este Estado el ano 1884, s61o se ha ocu- pado accidentalmente de la poHtica local, por lo que puede decirse que mi familia no se ocupade los négocies pûblicos, estando en este caso, como todos los que no disfrutan de puestos gubernativos ni militan en los escasîsimos ranges de la oposiciôn, casi exclusivamente compuestos de perie- distas independientes, que con abnegaciôn rara han lucha-

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do deiendiendo palmo a palino la Constitucion y los idéales democrâticos.

Tampoco pertenezco a ninguno de los partidos militantes, que son el Rcyishi y el Cicniijico. No me guîa, pues, ningu- na pasion baja, y si juzgo con dureza los resultados del go- bierno absoluto que ha implantado el General Dîaz, es por- que asî me lo dicta mi conciencia.

Por lo demâs, me someto de antemano al fallo del gran juez en estas cuestiones: â la opinion pûblica. Ella dira si mi palabra tiene el acento de laverdad, inspiradaen los ver- daderos intereses de la patria, 6 el de la torpe mentira, en- caminada â desviar los esfuerzos de los mexicanos del noble fin â que deben dirigirlos.

El ûnico sentimiento que me guîe, sera el amor â la pa- tria, 5' aunque este es casi siempre véhémente .v entusiasta, procuraré reprimir mis impulsos de vehemencia y entusias- mo para no parecer exagerado.

A pesar de este proposito, dudo mucho que al describir algunas de nuestras llagas pueda contener las amargasque- jas de mi aima; que al hablar de las grandes infamias que se han cometido bajo este régimen, pueda comprimir la irri- tada vehemencia de mi indignaciôn.

También sera necesario tomar en consideraciôn que no soy el historiador frîo, sereno y desapasionado quetratalos acontecimientos importantes después de transcurridos mu- chos anos, con datos oficiales y otros de no menor inipor- tancia, y que juzga los hechos por sus resultados; sino el pensador que ha descubierto el precipicio hacia donde va la patria, y que con ansiedad se dirige â sus conciudada- nos para ensenarles el peligro; que debe hablar alto, muy al- to, para ser oi'do; que quiere pintar la situacion con colores tan vivos, que logre representarla palpitante y amenazadora, co* mo realmente es; que necesita hablar con vehemencia, para sacudir fuertemente â este pueblo, otras veces heroico y que ahora ve con criminal indiferencia los atentados mas inicuos contra su libertad, contra sussagradas prerrogativas deciu-

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dadanfa y, lo que es peor, contra los inviolables dereclios del hombre. Hoy, con mirada estûpida 6 indiferente, ve pasar por sus centres populosos rebanos de carne humana, reba- ncs que van â la esclavitud, §in que un grito de indignaciôn brote de sus pechos congelados por e! terrer, sin que una mirada compasiva los acompane en su cautiverio. . . . Pero no, esto no es cierto; no puede serlo. Sî, han causado in- dignaciôn tan répugnantes espectâculos; pero el egoîsmo 3' el miedo han reprimido los gritos proximos â estallar; sî, ha habido miradas compasivas paraaquellos desdichados; pero han sido ocultadas cuidadosamente para no provocar con ellas las iras de sus verdugos.

Para escribir este trabajo, voy â tropezar con grandes dificultades, porque es sumamente difîcil apreciar los acon- tecimientos contemporâneos en su justo valor, pues ademâs de que se necesita un criterio mu3' amplio y muy superior al mîo, se necesita igualmente desprenderse por complète de las pasiones que agitan tanto â aquel que tiene sus idéales bien definidos y se preocupa por el progrese de la patria, como al que solo persigue pi medio personal 6 esta impul- sado por cualquier sentimiento bajo y despreciable.

Ademâs, en muchos casos me faltarân dates oficiales pa- para peder hacer alguna afirmaciôn, asî ceme para narrar con- fidelidad algunos bêches importantes. En ambos casos, tendre que atenerme â lo que dice la voz pûblica, y en vez de hacer afirmacienes retundas, sentaré los hechos como muy probables.

Por ultime, la situacion que atraviesa actualmente nues- tra patria, es ûnica en su histeria, y para estudiarla no de- bemos buscar su analogîa en nuestre turbulente pasado, desde que conquistamos nuestra independencia, ni tampoco en la sépulcral época de les \'irreyes, sine en la histeria de otros puebles que, abdicande como nosotros le hemes he-

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cho de sus libertades en favor de alguno de sus gober- nantes, han tenido que sufrir las tremendas consecuencias de su debilidad, porque no hay que olvidarlo: «En los aten- tados contra los pueblos, hay .dos culpables: el que se atre- ve, y los que permiten; el que emprende y los que permiten que se emprenda contra las leyes, el que usurpa y los que abdican.» (*)

A pesar de todas estas grandes difîcultadesy de los pe- ligros que aqui en Mexico corre todo escritor independien- te, no he vacilado en abordar esta ardua empresa. Para ven- cer las dificultades enumeradas, procuraré siempre obrar con imparcialidad 3' patriotismo, y con eso habré cumplido mi deber, que es siempre relativo a nuestro grado de ade- ianto, de ilustraciôn, de moralidad, y nadie esta obligado â dar mâs de lo que tiene. En cuanto a arrostrar los peligros referidos, mi contestaciôn invariable â los amigos que me ha- blan de ellos con el ânimo de disuadirme demi empresa, ha estado siempre encerrada en el siguiente dilema: «O bien no es cierto que el peligro sea tan grande, y en tal caso te- nemos alguna libertad aprovechable para trabajar por el provecho de nuestra patria procurando la formaciôn de un Partido Nacional Independiente; ô bien es real el peligro, lo cual demuestra que no hay ninguna libertad, que nuestra Constituciôn es burlada, que nuestras instituciones son ho- lladas, que la opresion ejercida por el gobierno es insopor- table; y en esos casos supremos, cuando la libertad peligra; cuando las instituciones estân amenazadas; cuando se nos arrebata la herencia que nos legaron nuestros padres 3' cu- ya conquista les costô raudales de sangre, no es el momen- to de andar con temores ruines, con miedo envilecedor, ha3' que arrojarse â la lucha resueltamente, sin contar el numé- ro ni apreciar la fuerza del enemigo, de esta manera logra- ron nuestros padres conquistas tan gloriosas, y necesitamos observar la misma conducta, seguir su noble ejemplo para

(*) M, Beule. "El Proceso de los Césares"

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salvar nuestras instituciones del naufragio con que las ame- nazan las embravecidas olas de la tiranîa, que pretenden ha- cer de ellas su presa y sumergirlas en el abismo insondable del olvido.

San Pedro, Coahuila, Octubre de 1908.

Francisco I. Madero^

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CAPITULO I

EL MILITARISMO EN MEXICO

Considerando que es el militarismo la causa directa de la situaciôn en que nos encontramos, sera muy conveniente principiar por estudiarlo con detenimiento, a fin de que una vez conocidos sus efectos, tan desastrosos para la tranqui- lidad 6 para la libertad de la Repûblica, podamos, con ma- yor conocimiento de causa, aplicarles el remedio necesario, a fin' de lograr el restablecimiento delà paz dentro delaley; de la paz, algo turbulenta si se quiere, pero Uena de vida, de los pueblos libres, y no la paz sépulcral de los pueblos oprimidos, en los cuales ningùn acontecimiento tiene el pri- vilegio de turbar su impasible tranquilidad.

Para que nuestro estudio sea corapleto, necesitamos re-

montarnos â la guerra de independencia, tocando de paso

brevemente las causas que la originaron.

DominaPion ^ "^^^ siglos de opresiôn, durante los cuales es-

~ I tuvieron proscritos del suelo mexicano todos

^ los derechos que podi'an servir de baluarte al

hombre contra la tiranîa, dieron por resultado que se con-

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siderara como estigma nacer en este suelo y como un cri- men ser mexicano, crimen castigado por los conquistadores con crueldad, no desprovista de avaricia, puesto que la pe- na principal que imponîan a los naturales, era reducirlos a la esclavitud y hacerlos trabajar sin descanso en el cultivo de sus tierras y la explotacion de sus minas, para Uenar sus arcas de oro.

El régimen virreinal establecido por Espana, era verda- deramente odioso, puesto que todos los indigenas, y aun los mestizos y los crioUos estaban completamente a merced del Virrey que venîa de Espana y que ejercîa un poder absoluto, en alto grado despotico.

Es cierto que algunos virreyes de nobles sentimientos obraron con rara magnanimidad en todos sus actos, y cuyos nombres aûn se citan con veneracion; pero su conducta, no- l)le y generosa, solo servfa para poner mas de relieve la avaricia, el despotismo y la crueldad de los mas.

Mexico, lo mismo que todas las colonias hispanoameri- canas, era explotado sistemâticamente, y para que la Me- trôpoli obtuviera mas pingiies ganancias, tenîa prohibido todo comercio con el extranjero, la explotacion de algunas industrias y de ciertos ramos de la agricultura. con el obje- to de no perder estos mercados.

A estas prohibiciones que tenîan por objeto sacar el mayor producto posible de las coFonias, se agregaban otras menos sensibles a las masas; pero de un alcance mas profundo pa- ra asegurar su dominaciôn: estaba prohibida la introducciôn y la publicacion de todos los libros que pudieran ilustrar al pueblo y elevar su nivel intelectual y moral. La instrucciôn pûblica estaba reducida a uno que otro Seminario a donde aprendîai^^j^^^ ^ispensable para abrazar la carrera eclesiâs- tica, per^Qj.çg y^ûn caso lo que necesitaban para conocer sus derec. „yj.^l^^v'js poder apreciar su situacion historica y geogrâfica; pCrque estas ideas les podn'an hacer concebir es- peranzas de libertad y redencion.

Tal sistema habîa reducido â los indios a la mâs triste

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condiciôn. Considerâbanlos como esclaves y los trataban como â bestias de carga, pues no tenîan mas patrimonio que las migajas de pan que les arrojaba el amo, no por hu- manidad, sino por el interés de no perder al sirviente.

Los mestizos y los criollos, descendientes de espanol, eran tratados un poco mejor; pero tenîan vedado el acceso â todos los puestos pûblicos de importancia; en el ejército, so- lo Uegaban al grado de capitân; en el sacerdocio, nunca pa- saban de humildes pârrocos; pero ese puesto, considerado como sagrado en la época colonial y que muchos santifica- ron con sus virtudes, no los ponîa â cubierto de las vejacio- nes de sus superiores; los obispos venidos de Espana, in- quisidores féroces con instintos depravados y que con su insaciable sed de riquezas y sangre humana, no respetaban ni los fueros eclesiâsticos, cuando estaban santificados por la virtud 3'a que ella siendo forzosamente un estorbo para dar satisfaccion â sus diabolicos instintos, tenîa que erguirse se- rena y enérgica para protestar contra sus inicuos atentados: debîa cobijar con su manto protector muchos desamparados, sabrîa arrancar de sus garras muchas vîctimas.

El desenvolvimiento natural de los acontecimientos, au- mentaba constantemente el numéro de los oprimidos cuj^as filas eran engrosadas principalmente por los descendientes de espanol, mas ilustrados que los indîgenas, y para quie- nes era cada vez mas humiliante* 3' pesado el yugode laMe- trôpoli, mientras que el numéro de los opresores permane- cîa sensiblemente igual, aumentando esto la desproporcion entre opresores y oprimidos.

El resultado de esta angustiosa situacion era que los na- tivos del pais vivîan en una ignorancia extrema y su nivel intelectual estaba tan poco elevado, quenopando compren- der ni las mâs sencillas ceremonias del eu' ico â pe-

sar de ser lo ûnico que se les ensenaba |^ los cuban esas prâcticas con las que heredaron de sus mayoï'es, resultando un conjunto extrano, mâs parecido â la idolatrîa que â nin- gûn otro culto.

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Tal era su estado en cuanto a religion. En lo demâs, très siglos de esclavitud, durante los cuales se habîan sucedido muchas generaciones pasando bajo el mismo yugo, hicieron perder a nuestra clase indîgena toda nociôn de sus derechos, de la dignidad de que estaban investidos como hombres, y con tristîsima resignacion arrastraron la pesada cadena que los privaba de su libertad.

Los mestizos y los crioUos, mas en contacte con los pe- ninsulares que venîan de Europa, con mas ilustracion y fa- cilidad para adquirir alguno que otro libro que les abriera amplios horizontes, estaban cada dia mas impacientes al ver la irritante desigualdad con queeran tratados, y la tem- pestad empezaba a prepararse sordamente en sus pechos.

Las humildes pârrocos, en su ma.vorîa mexicanos, veîan los altos puestos de la iglesia ocupados por obispos é inqui- sidores corrompidos, crueles y âvidos de riquezas, cu3'0 mé- rito para ocupar tan alta jerarquîa consistîa en venir de la Metrôpoli; compadecîan a sus queridos feligreses, explota- dos sistemâticamente con el diezmo, las primicias y toda clase de gabelas del gobierno virreinal}"^ se sentîan poseîdos de noble indignacion al ver las atrocidades cometidas con su desventurado rebano por el cruel conquistador, al ver falseada en sus principios mas puros y bellos, la doctrina del Crucificado, que estaban ellos encargados de difundir entre esos desheredados de la fortuna, entre esos desdicha- dos que tenîan hambre y sed de justica, entre esos seres hu- manos a quienes el Creador concediô derechos iguales â los mâs encumbrados personajes y que sus dominadores habîan declarado bestias de carga y los trataban como â taies.

Pârrocos tan virtuosos, que cumplîan verdaderamente con su santa mision, eran objeto de desconfianzas para los inquisidores y el alto clero que los vigilaban constantemen- te y procuraban por medio del confesionario 6 el martirio. encontrar pruebas contra ellos, siendo las mâs terribles, las que podîan demostrar que amaban verdaderamente â sus fe- ligreses, y procuraban instruirlos, elevarlos, infundirles

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ideas salvadoras capaces de sacarlos de la abyecta situa- ciôn en que se encontraban.

Al vénérable cura Hidalgo, padre de nuestra independen- cia, le seguîan secretamente en la Inquisiciôn un proceso desde el ano 1800. Si mâs tarda en lanzarse â la lucha, qui- zâs se lo impidan los esbirros del Santo Oficio, que ya afi- laban sus garras para abalanzarse sobre él como fieras se- dientas de sangre humana.

Todas las tierras, minas y propiedades urbanas, pertene- cîan al alto clero y â los dominadores, que gozaban de la mayor impunidad para cometer toda clase de atentados con- tra las clases oprimidas.

El continente hispanoamericano se encontraba todo él en semejante situaciôn, cuando la gran ola de libertad que invadio al mundo â fines del siglo XVIII, llego â nuestras playas, siendo saludada con alborozo por un pueblo que por priiuera vez, después de larguîsima 3' dolorosa esclavitud, ofa la mâgica palabra de libertad.

Esa ola bienhechora, que tuvo su origen en Francia, no pudo arribar â los pueblos mal preparados para recibirla, y fué llevada por los batalloHes de la Repûblica y el Imperio â toda Europa, inclusive â Espana, cuyos nobles hijos se encontraban en una situaciôn casi tan triste como los america- nos, pues pesaba sobre ellos la doble tiranîa de un clero fa- nâtico y âvido de riquezas y de una monarquia absoluta, corrompida y degenerada.

La America Espanola, sumida en la mâs negra obscuri- dad, veîa como meteoros luminosos las raras noticias que recibîa de los triunfos obtenidos por pueblos que conquista- ban su independencia, como el de los E. U. de America, 5^ â sus oîdos llegaba, aunque vago, el eco de las entusiastas aclamaciones con que en Europa era saludado el adveni- miento de la libertad.

Los derechos del hombre, proclamados solemnemente por el pueblo francés ante la Europa monârquica, hicieron â los reyes temblar de pavor, porque sintieron que sus coronas va-

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cilaban, y â la vez, en el corazôn de los oprimidos desperta- ron la conciencia de su dignidad, de su derecho, y les dieron fuerza para emprender una lucha que antes consideraban im- posible.

Los mexicanos ilustrados, especialmente los crioUos, vie- ron abrirse nuevos y vastîsimos horizontes para sus nobles deseos y légitimas aspiraciones.

El clerc bajo, compuesto de mexicanos, adivino que los principios sublimes proclamados por la revoluciôn francesa estabaH de acuerdo con el espîritu de la doctrina cristiana, y todos comprendieron que, si los conquistadores y los que por très siglos habîan dominado este Continente, no se apoj^a- ban en otro derecho que el de la fuerza para ejercer sus ve- jaciones, era imprescindible recurrir al mismo poderoso ar- gumente para sacudir tan pesado yugo,

Por este motivo vemos al bajo clero mexicano tomar una parte tan activa en nuestra guerra de independencia, en cuva empresa fué a3^udado eficazmente por el amor y la confianza de las masas que ciegamente lo seguîan, porque compren- dieron que si esos hombres virtuosos habîan cambiado la sotana por la espada, era para mejor defender sus derechos, castigar â sus amos insolentes y libertarlos de tan oprobiosa servidumbre.

Guerra de Me- ^"^ ^^^ iniciada la guerra por el ve- DendenCia nerable cura de Dolores, D. Miguel

Hidalgo y Costilla, y por sus valero- ros companeros Allende, Aldama y Abasolo, la idea cundiô con maravillosa rapidez por todo el territorio de la Nueva Ëspana, â la vez que en otros pueblos hermanos era procla- mado el mismo principio Salvador por invictos americanos, que con denuedo admirable lucharon, como nosotros, hasta conquistar la independencia de su patria.

En toda la America Espanola, la guerra revistiô un ca- râcter especial, debido â la naturaleza del territorio en donde tuvo lugar.

La inmensa superficie que servfa de teatro d la guerra,

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ponîa a los insurgentes al abrigo de derrotas de consecuen- cias funestas, porque les era fâcil desbandarse cuando la suerte en los combates les era adversa, y como las guerrillas recorrîan terreno àmigo, en todas partes encontraban ayu- da é informes que hacian imposible toda persecuciôn eficaz.

Ese inmenso territorio se encontraba dividido por altas cordilleras de montanas, en parte inaccesibles, ostentando majestuosamente sus picos coronados de nieve, sus flancos cubiertos de espesos bosques, que brindaban fâcil y seguro refugio a los hijos del pais, quienes conocîan todas las vere- das para Uegar a ellos, y las cuales constituîan caminos es- trechos, pero rectos, que ora bordeando el precipicio, ora pa- sando la canada por el ùnico punto transitable, ora vadeando el rîo por el lugar menos peligroso, pronto los ponia â cu- bierto de la persecuciôn de sus enemigos y les permitîa con- centrarse y rehacerse en puntos solo de ellos conocidos, solo para ellos accesibles.

Por otro lado, rîos caudalosos, selvas impénétrables y de- siertos que inspiraban pavor y servîan de sepultura al im- prudente que se atrevîa â penetrar en ellos sin conocerlos, eran otros tantos refugios para los que tenazmente luchaban por la vida de su patria. Parece que esta, como madré ca- rinosa, convertia para sus hijos en seguro abrigo los luga- res en donde sus enemigos solo encontraban desolacion y muerte. Su manto, que bienhechor abrigaba â los patriotas, servîa tan s61o de sudario â sus opresores.

Batalla del Pueote ^^ P'^^^^.' ^J^'^^*° levantado por los dp faldPron independientes,compuestodechusmas

sin disciplina y mal armadas, difîcil- inente podîa encontrar abrigo seguro en las montanas, sel- vas 6 desiertos, y como al principio tuvo algunas victorias sobre las fuerzas realistas, que arrollô âsu paso, audazmente retô al enemigo, que con fuerzas considérables venîa â ata- •carlo, siendo completamente derrotado en la tristemente cé- lèbre batalla del puente de Calderôn.

A partir de esa derrota fué cuando se organizaron multitud

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de guerrillas, que con incansable constancia lucharon por la independencia de su patria, obteniendo frecuentes victorias que avivaban mas su te en el triunfo final de la causa )' au- mentaban sus elementos de guerra. También sufrîan derro- tas; pero estas nunca los aniquilaban, pues en el bosque cercano 6 en determinada montana se volvîan a reunir los disperses, se reorganizaban y a los pocos dîas se les veîa atacando de nuevo algûn punto ocupado por los realistas, 6 recorriendo los pueblos donde no habia enemigos, para en- grosar sus filas con nuevos patriotas y hacerse de los ele- mentos indispensables para seguir la guerra.

La unidad de mando era imposible en aquellas circuns- tancias, y cada quien obraba segûn su inspiracion, no si- guiendo otra consigna que la de vencer 6 morir; no obede- ciendo a otro plan que atacar al enemigo donde quiera que se encontrara.

A pesar de esas condiciones en que tan di- fflOrClOS. ficil era que alguien ejerciese el mando su-

premo, brotô en las filas insurgentes una estrella de gran magnitud que, deslumbrando con sus épi- cas glorias â todos los partidarios de la independencia, los sub\^ugô con sugenio, los domino con su grandeza de aima, y por algûn tiempo el partido independiente tuvo como jefe â un gran gênerai, â un patriota magnânimo, â un ciudada- no que sabîa respetar la ley: al gran Morelos, figura que se destaca gloriosa entre sus contemporâneos y sobresale â pesar de haber vivido en una época en la cual tuvo la patria tantos héroes â su servicio.

Morelos, ansiando dar â la guerra el sello de grandeza que le caracterizaba y después de tener bajo su dominio gran parte del territorio nacional, convocô â los mexicanos para mandar représentantes â un Congreso que se reuniô en Chil- pancingo.

Pero el éxito de la guerra estaba aûn indeciso; los realis- tas, contando siempre con elementos inagotables, prepara- ban y equipaban ejércitos poderosos.

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No era aûn tiempo de poner las riendas del gobierno en manos de un Congreso; se necesitaba un jefe militar. No era oportuno tener un gobierno compuesto de tantos miem- bros, pues para asegurar su existencia, su estabilidad, se necesitaba, no de la escolta que requière para su protecciôn un gênerai en Jefe en sus constantes evoluciones por el tea- tro de la guerra, sino de un ejército formidable que pudiese hacer frente a todas las fuerzas enemigas, que 3'a tendrîan marcado el punto a donde reconcentrar el ataque y dirigir todos sus esfuerzos.

Esta falta cometida por nuestro héroe inmaculado, con la mayor buena fe, tuvo resultados transcendentales para la patria, pues retardé por muchos anos el triunfo de los in- surgentes 3' nos costo la pérdida irréparable de Morelos, inmolado en la defensa del Congreso que él mismo creô. Decimos irréparable, porque ninguno de los insurgentes que logro ver a nuestra patria libre, tenîa una aima tan grande como él; quizâs, si hubiera sobrevivido a la prolongada gue- rra de independencia, nuestra suerte habrîa sido otra, por- que con su gloria, su prestigio, su inmenso ascendiente sobre sus companeros de armas, hubiera dominado todas las am- biciones; con su patriotismo y altos sentimientos civicos, de que diô prueba en el Congreso de Chilpancingo, hubiera en- carrilado a la Repùblica, desde su nacimiento, por un caraino en donde habrîa encontrado menos tropiezos, escollos y vi- cisitudes.

Pero dejemos de ocuparnos de lo que pudo ser.

El hecho es que Morelos sucumbio debido a una falta co- •netida por él de buena fe. Su muerte fué una pérdida de incalculable importancia para la patria.

Esa falta la vemos ahora clarfsima, porque sabemos cua- les fueron sus funestas consecuencias; si hubiéramos vivido en su época, indudablemente habrîamos participado de sus kermosos idéales, de la noble ambicion que lo guiaba: la de ver â su patria gobernada por représentantes del pueblo.

Si insisto sobre estepunto,es para demostrar como los hom-

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bres mâs grandes y mâs bien intencionados pueden cometer faltas que a veces llegan a ser de funestas consecuencias

Por ese motivo no debemos nunca dejarnos deslumbrar por el brillo del que se encuentra en el poder, y para ilus- trar nuestro criterio, debemos recorrer las paginas de nues- tra historia 6 la de otros pueblos, en las cuales encontrare- mos saludables ensenanzas.

En muchos casos, aun de buena fe, es difîcil saber que conducta debe seguir un pueblo, cual es la polîtica que mâs le conviene para salvarse de los enemigos visibles queda atacan con bandera desplegada, 6 de los invisibles que se ocultan en la sombra y que solo esperan la oportunidad pro- picia para atacarlo; me refîero a los enemigos exteriores y sobre todo a los interiores, que mas seguramente minan nuestro organismo social, aniquilando sus fuerzas. En esos casos, alli esta la historia. Consultémosla. Ella nos ense- narâ el derrotero que han seguido otros pueblos para sal- varse; nos mostrarâ gloriosos ejemplos en que inspirar nues- tra conducta; reglas sabias para no dejar torcer nuestro cri- terio con los sofismas de los que pretenden enganarnos, y encontraremos tambien en ella ejemplos reconfortantes que harân renacer en nuestra aima el entusiasmo por lo bueno; la en la fuerza de las grandes virtudes cîvicas; la seguri- dad en vencer si como buenos, sabemos luchar.

En este caso especial, la historia nos ensena que es indis- pensable la unidad en el mando, como lo tenian establecido los romanos en su legislaciôn, y segûn la cual, cuando la patria estaba en peligro, se nombraba un Dictador con pode- res omnimodos.

Terminada esta corta, pero util digresiôn, prosigamos nuestro estudio.

GUerra de gUerrillaS— Su UnavezmuertoMorelosydes- inîlUenCia en el CarâCter l^andadoelprmcipalnncleodel de nUeStrOS libertadOreS. "^^^'^'^^ mdependiente, la gue-

rra se sostuvo por varios jefes que al frente de sus guerrillas operaban independientemente,

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siendo el terror de los realistas por su arrojo, su audacia, la rapidez de sus movimientos, lo cual les permitîa, con un punado de patriotas, traér en constante agitaciôn y alarma à tropas muy superiores en numéro, a las cuales solo ata- caban cuando estaban fraccionadas, resultando de esto f.re- cuentes victorias para los insurgentes, a cuyo arbitrio estaba determinar el lugar 3- dîa de la batalla, y casi casi el numéro de sus enemigos.

Estos héroes, âquienes debemos la independencia, vivien- do constantemente sobre las armas, teniendo encuentros fre- cuentîsimos con el enemigo, a quien derrotaban las mas ve- ces, pero que también les infligîa descalabros de importancia, Uegaron a organizar sus fuerzas perfectamente, puesto que de su organizacion dependîa el triunfo de su causa, para ellos mas cara que su propia existencia.

Esa vida austera del campamento, esas largas y penosas marchas, esos triunfos comprados tan caramente, después de haber sido derrotados y andado profugos por la sierra, casi solos, perseguidos de cerca por el enemigo, deben haberles inspirado pensamientos muy bellos; ilusiones muy hermosas que se realizarian cuando la patria fuera libre. Quizâ se sonaban ellos con el mando supremo de la Repû- blica, guiando sus destinos hacia los idéales que sonaban, con la misma facilidad con que dirigîan a sus aguerridas huestes. También debemos considerar, que solo aimas de una elevacion verdaderamente rara en el mundo, pueden apreciar en su justo valor sus propios méritos. Sin embar- go, la maj'orîa de los que no tenîan esa grandeza de aima, tenîan la fuerza de voluntad que proviene de una modestia incompleta, pero 3'a muy noble, para no hacer alarde de los servicios que prestaron â la patria y para no proclamarlos superiores â los de sus companeros; pero en sufuero întimo si lo han de haber creîdo asî, siendo raras las excepciones. Esos héroes, se imaginaban que, al conquistar la indepen- dencia, se habrïa asegurado para siempre la tranquilidad, la paz y el progreso de la patria, y grande fué su sorpresa

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cuando vieron que esto ûltimo no se realizaba, y sin vaciiar le atribuyeron a la ineptitud de sus companeros, à quienes la suerte habfa puesto al frente de los destines de la Nacion y los cuales no la guiaban por el camino que ellos habîan sonado: con la mano certera y con la facilidad con que estaban acostumbrados a dirigir sus legiones. No tomaron en consideraciôn las inmensas difïcultades con que tropeza- ban los que tenfan que reorganizar un pais devastado por once anos de guerra; supusieron que para ellos serîa mas fa- cil la empresa; que ellos podrîan labrar la felicidad de la Repûblica, é ignorando la eficacia de las prâcticas democrâ- ticas, y convencidos del temple de la espada que habîa ser- vido para conquistar la libertad, volvieron a desen\ainarla p.ara que les ayudara a asegurar la felicidad de la patria.

Para estos incansables guerreros, la vida del campamento habîa llegado â tener grandes atractivos; las luchas los se- duci'an; los descalabros les servîan de aliciente; tenîan la nostalgia de la guerra y no se daban cuenta de los maies que esta causaba, puesto que los mejores anos de su vida los habîan pasado viendo al paîs envuelto en ella; y habîan pal- pado los grandes bénéficies acarreados por la larguîsima guerra que sirvio para conquistar nuestra independencia.

Indudablemente que â esos môviles tanelevados debemos nuestras primeras revoluciones, pues no se les puede atri- buirotros â hombres tan puros y tan grandes como Guerre- ro y Bravo.

Principales causas de las revo- -^^ ^^"^^ "^^ ^^^^'^ néroes- luciones.--El militarismo des- ''"-^'^ '■^cuerdo la patna ve, pues de la guerra de ludepen- "^'■^' >' ^^^ desenvamaron

^««Ajn la espada de buena fe cre-

yendo que de ese modo coo- perarîan al progreso de su patria, se alzô una nube de am- biciosos, que habiendo prestado servicios menores, reclama- ban mayor recompensa; ya porque lograron hacer resaltar sus servicios, como Iturbide y Hustamante, 6 porque con un cinismo desconcertante desfiguraron los hechos, hacien-

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do aparecer brillantes victorias donde solo habîan encon- trado derrotas vergonzosas.

Esos amhiciosos de mala ley se pasaroii à las filas de los insurgentes cuando comprendieron que éstos tendrian que triunfar: pero después de haberlos combatido tenaz y feroz- mente, haciéndoles una guerra sin cuartel, persiguiéndolos como fieras, no permitiéndoles en muchos casos, antes de tusilarlos, ni los consuelos que hubieran podido encontrar ea las prâcticas de su religion. No solamente fueron estos ma- los mexicanos los verdugos mas encarnizados de los liber- tadores durante la guerra de independencia, sino que, una vez conseguida esta, a la que contribuyeron débilmente con su tardîa defeccion del campo realista, se hicieron pagar muy caro sus servicios; y cuando llegaron a obtener elman" do supremo, después de ensangrentar el pais con nuevas re- vueltas, fueron el azote de la patria, dieron rienda suelta a sus instintos perversos y ejercieron venganzas ruines contra los héroes mas queridos y mas venerados, como Guererro, que fué fusilado cobardemente y de un modo tan alevoso, que hasta en el extranjero causô indignaciôn.

Desde luego se noté que los verdaderos héroes como Bra- vo. Guerrero, Victoria y Alvarez, tan pronto como compren- dieron el mal que hacian al pais con las revoluciones, enca- minadas solo a cambiar de Présidente de la Repûblica, no volvieron a cometer faltas tan funestas. y solo se les volvio â ver queempunaban las armas cuando las instituciones de- mocrâticas corrîan grave peligro de ser para siempre olvi- dadas, y cuando se haci'an insufribles las dictaduras militâ- tes de los insurgentes de ûltima hora, de los ambiciosos de mala ley, que de un modo tan espléndido hacîan pagar â la patria sus insignificantes servicios. En cambio, estos ûlti- mos, llevados de su afân de dominar, nunca dejaron endes- canso â la Repûblica con sus continuas asonadas, sus levan- tamientos, sus revoluciones; siempre ofrecîan al pueblo: or- den, garantîas, respeto â la religion; pero tan pronto coma

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Ilegaban al poder, olvidaban sus promesas y se converti'aa en desalmados tiranos.

Paralelamente a los abusos

TrabaiOS demOCratiCOS de esos militares ambiciosos.

(161 6l6ni6ni0 CIYll. que debîan sus ascensos a la

asonada y a la traiciôn y que

solo buscaban en el poder la satisfacciôn de sus bajas pa-

siones, notâbanse desde un principio los esfuerzos del ele-

mento civil, del elemento sano, que aprovechaba todas las

oportunidades que encontraba para hacer sentir su saluda-

ble influencia, mandando, siempre que se convocaba a elec-

ciones de diputados, représentantes que supieron cumplir

fiel 3' patrioticamente con su cometido.

Al estudiar atentamente la época que sucediô a la decla- racion de nuestra independencia, causa satisfacciôn ver que siempre que de buena fe se convocô a la Nacion para que mandara sus représentantes al Congreso, éstos dieron prue- bas de gran patriotismo; y si bien al principio cometieron algunas faltas, hijas necesarias de la inexperiencia, muy pronto enmendaron sus errores, y aquéllas no fueron de tan funestas consecuencias para la Repùblica, como las conti- nuas asonadas y revoluciones del insubordinado elemento militarista, que ha skie la verdadera rémora para que el paîs marche râpidamente a sus grandes destinos impulsado por las prâcticas democrâticas.

Rellexiones sobre f"^ ^""'""'f '"°''° """ """• "'"

militarismo y democracia ''''=''?. "°' '"^■""«''«'■^ [i"^ <>^

tan diticil que se miplanten en un pais nuevo las prâcticas democrâticas y para que en Me-, xico y en las demâs naciones hispanoamericanas se haya luchado tanto para lograrlo, no ha sido por la ignoracia del pueblo, sino porque después de las grandes guerras, siem- pre les queda a los palses victoriosos la pesada carga de sus salvadores que muy caro se hacen pagar sus servicios. Ade- mâs, la situaciôn que se créa con esos desôrdenes, es hâ- bilmente explotada por los intrigantes y los ambiciosos.

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Para probar lo anterior, citaremos el ejemplo del Brasil, que hizo una revolucion pacîfica para cambiar de régimen de gobierno, y como sus nuevos caudillos no teni'an que recla- mar grandes servicios, pronto hubo la Nacion saldadocuen- tas con ellos y recobrado su tranquilidad y la paz dentro de la libertad.

En cambio, la antigua Roma, modelo de democracias, en donde el pueblo habîa conquistado palmo a palmo su's de- rechos y practicâdolos varies siglos, se vi6 arrancar esos preciosos derechos por sus générales victoriosos, quienes después de conquistar el mundo, vinieron â Roma â exigir- le que con sus libertades pagara sus servicios.

Ejemplos de esa naturaleza encontramos con frecuencia en la historia, y por no ser mâs extensos, solo citaremos el ca- so de la Francia Republicana, que victoriosa rechazo y ven- ciô â casi todas las naciones de Europa, porque solo le ha- cîan la guerra las testas coronadas, mientras los pueblos re- cibîan como â sus salvadores â las huestes republicanas cuando estas â su vez invadieron los paîses vecinos, obte- niendo triunfos que cada vez mâs aseguraban la grandeza de la Francia y consolidaban las preciosas conquistas que habîa hecho para el género humano.

Pues bien, esa Francia que habîa hecho mil pedazos el cetro de sus antiguos reyes; que habîa roto con todas las tradiciones del pasado, y que altiva y victoriosa ostentaba en una mano el gorro frigio de la libertad para todos los pue- blos, y en la otra un azote para todos los tiranos de la tie- rra; esa Francia tan grande y tan noble y que habîa sido invencible en la guerra, la vemos inclinar sumisa la cabeza ante el afortunado militar que en Italia conquistô gloria in- marcesible para las armas francesas, y con la corona, es de- cir, con el sacrificio de su libertad, le pagô sus brillantes victorias.

ilgual habîa hecho Roma con César!

iY cuâl fué para Francia el fruto de aquella debilidad?

Bien amargo por cierto; después de una corta aunque bri-

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llantfsima epopeya durante la cual las âguilas impériales pasearon victoriosas por toda Europa, y quele costô lapér- dida de millares de hijos, v\6 derrumbarse como un castillo de naipes el imperio que parecîa coloso y vi6 también su territorio mutilado después del ûltimo desastre de Waterloo.

Asî pasa con todos los edificios que no tienen base sôlida, que no se asientan sobre instituciones libérales, que no des- cansan en el pueblo mismo, sino que dependen de la vida, de la fortuna 6 del capricho de un solo hombre.

Los vastîsimos imperios de Alejandroel Grande y de Car- lo Magno, s61o subsistieron mientras vivieron sus iundado- res; en cambio, las repûblicas y los pai'ses en donde funcio- nan con regularidad las instituciones democrâticas, aunque con menos brillo en sus acciones guerreras, tienen una gran- deza mâs efectiva 5' sobre todo mas duradera; y si no, alli îenemos ejemplos para el mas exigente: En la antigûedad, Roma, cu3'a grandeza y cuya fortuna fué constante mientras fué repûblica; en los tiempos modernes, los ejemplos mas sobresaîientes son Inglaterra y Estados Unidos; Inglaterra, en donde por primera vez anidô la libertad después de ha- ber sido proscrita de Roma, y cuyas sôlidas instituciones reposan sobre la voluntad popular, ha ensanchado constan- temente sus dominios, y nunca ha estado sujeta a las velei- dades de la fortuna que acompanan â las naciones cuando depositan todo el poder en un solo hombre y abdican de su libertad.

La grandeza creciente de los Estados Iftidos nos es de- raasiado conocida y debemos imitarlos en sus prâcticas, so- bre todo, en, ese apego a la ley de que dan ejeinplosus man- datarios.

Por ûltimo, la Europa contemporânea nos présenta un cuadro vivo de la fuerza de la democracia.

Francia, después de sus ûltimas convulsiones, à résulta de las cuales sepultô para siempre la idea monârquica bajo todas sus formas, ha entrado en calma, logrado progresos

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portentosos en todos los ramos, y despviés de obtener brillan- tes triunfos diplomâticos debido a su prudencia, a su calma, al patriotismo y serenidad de sus directores, ocupaunlugar prépondérante en Europa, a pesar de la catâstrofe del 70, que tanto la débilité; mientras queAlemania, a pesar de ser el temperamento sajon mas calmoso y sereno, se ve cons- tantemente agitada por las veleidades de su Emperador, que en un arranque de vanidad, orgullo, ira 6 ceguedad, pare- cida a la que impulsé al pequefio Napoleén a la guerra del 70, puede traer sobre ella y sobre toda Europa una guerra desastrosa por causas bien mezquinas, bien indignas del brillo que los Emperadores pretenden dar a su purpura, y ademâs, de consecuencias espantosas para su propio pais, aun en el caso de salir victorioso de la contienda, pues si bien es cierto que las inagotables riquezas de su rival po- drian indemnizarle los gastos que hiciera en la guerra, nun- ca podrîa devolverle los innumerables hijos que perdiera en los campos de batalla. Es cierto que esto no pesa nadaen la balanza de los pueblos cuando dependen de un soberano, pues tiene tantos sûbditos, que bien puede sacrificar algu- nos cientos de miles para ensanchar sus dominios, paracon- quistar una poca de gloria, para satisfacer su vanidad. Pe- ro no piensan de igual manera las madrés, que desoladas esperan y nunca ven Uegar â los hijos de sus entranas; las viudas y los huérfanos, que en la miseria llorarân sin con- suelo la muerte del esposo, del padre. Estos Uantos, que en un pueblo democrâtico repercuten por todo el territorio nacional inspirando cordura y prudencia â los hombres que llevan las riendas del gobierno, é bien haciendo que sean reemplazados por otros si se ve que quieren embarcar â la nacién en una aventura peligrosa,' en las autocracias no tie- nen ningùn eco, pues al autécrata no llegan esos gemidos inoportunos: sélo Uega el bélico acento del clarin, y la voz de la prudencia permanece en la puerta del palacio, pues los hombres dignos que podrîan aconsejarla, no son del agrado del soberano \' solo estân cerca de él los que mejor saben

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adular sus pasiones, aunque con sus pérfidos consejos los encaminen â las aventuras mas desastrosas.

Al leer lo anterior quizaS' haya quien suponça quetodolo dicho es efecto de nuestra imaginacion; pero que se estudie detenidamente las relaciones franco-alemanas con motivo de la cuestion de Marruecos, y se verâ que|permanecemos aun fn'os al relatar acontecimientos de interés tan palpitante; recuérdese el funesto acontecimiento de la guerra ruso-ja- ponesa tan imprudentemente iniciada por el orguUo y la de- bilidad del Zar, la cual costô tantos hijos â Rusia y al Ja- pon, y tuvo por epi'logo la mas vergonzosa de las derrotas para los antes invencibles ejércitos moscovitas.

A grandes reflexiones se prestan aûn estos acontecimien- tos, pero quizâs mas alla, en el curso de este trabajo, en- contremos oportunidad de hacerlas; por lo pronto, el hecho que querîamos hacer resaltar, es el relative â los grandes maies que sufren los pueblos cuando se dejan dominar por un solo hombre; el peligro tan grande de que esto suceda despues de guerras en que las armas nacionales resultan vic- toriosas: la frecuencia con que ha pasado tal cosa en todos los pueblos del mundo y por ûltimo, que el militarismo ha sido siempre el enemigo de la libertad y el principal obstâ- culo para el funcionamiento de la democracia. y no la igno- rancia de los pueblos, pues por mas atrasados que nos en- contremos desde 1821, no lo estamos tanto como Grecia en sus tiempos de apogeo y Roma en el de su grandeza.

Por consiguiente, debemos hacer â un lado ese grosero pretexto que han invocado siempre los tiranos para oprimir â los pueblos: que no estân aptos para la libertad, y con- vencernos de que aquî en Mexico, hemos sufrido las conse- cuencias que invariablemente nos présenta la historia des- pués de las grandes guerras. l*na vez vencido el enemigo extranjero, ha sido necesario pagar caramente sus servicios â los générales afortunados. Por ese motivo pusimos la co- rona en las sienes de Iturbide, cuya hoja de servicios con-

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sistiô ûnicamente en la oportuna defeccion â la que antes habfa considerado como patria.

Por una gratitud mâs merecida, pero igualmente ciega, se quiso premiar â los demâs caudillos de la independencia con la silla presidencial, 6 bien éllos lo exigieron con la espada en la mano, como Guerrero y Bravo.

Aprovechando el estado caotico que résulté de las asona- das promovidas por aquellos eminentes patriotas, una tur- ba de antiguos caudillos, muchos de ellos patriotas de ûlti- ma hora, alteraron constantemente el orden de la Repûblica con sus frecuentes asonadas, dando por resultado que el mâs afortunado 6 el mâs hâbil militar era quien ocupaba la silla presidencial, convocando algunas veces â elec- ciones para el nombramiento de représentantes, pero disol- viendo las asambleas que estas constituyeron, tan pronto co- mo no respondîan servilmente â sus miras.

Entre estos audaces militares, figura en pri-

SdDtd'Anft. mera lînea el General Santa-Ana, el mâs ve- leidoso de todos los mandatarios, el mâs intri- gante de todos los ambiciosos, el mâs cînico en sus ofreci- mientos al pueblo, el que defeccionô de todos los partidos y traicionô â todas las causas.

Entre él y otros cuantos ambiciosos, tenian al paîs en constante alarma, resultando que los Estados que estaban lejos de la acion del Centro, vivîan casi independientes y no sabîan â que autoridad obedecer: pero también con Santa- Ana contrajo una deuda la Naciôn, pues habîa sido de los revolucionarios mâs afortunados y tenido la suerte de derrotar â Barradas, acciôn militar que él supo explotar hâbilmente para aparecer ante la patria como uno de sus hi- jos beneméritos.

En pago de esa deuda se le permitiô que escalara la Pre- sidencia de la Repûblica repetidas veces, siendo él quien se encontraba al frente del gobierno cuando se separo Texas declarândose independiente.

Santa-Ana marché con fuerzas considérables â combatir

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a los texanos, pero debido a su impericia militar y a su co- bardîa, sacrifice inûtilmente los elementos y las fuerzas na- cionales, pues una vez prisionero, di6 orden a las fuerzas mexicanas para que se retiraran }• abandonaran el terrreno en disputa.

iConsideraba de mâs valor su tranquilidad y su vida, que la integridad de su Patria! >• fué a soldado tal a quien la Na- cion encomendô su defensa cuando se viô invadida por los norteamericanos. Apenas es concebible que haya hombres que con sus descarados embustes y sus intrigas puedan llegar a imponerse de tal modo a naciones como la mexica- na, que siempre ha contado con hijos dignîsimos y valero- sos, prontos â sacrificarse por ella.

Sin embargo, esa es la amarga realidad.

Santa-Ana habîa encontrado el modo de reivindicarse ante la Nacion, haciendo un alarde de resistencia en Vera- cruz contra las fuerzas francesas y publicando proclamas en las cuales describîa como un triunfo para las armas na- cionales, lo que en realidad habîa sido una derrota si no para la may or parte del ej ército que con valor se defendio den- tro de sus cuarteles, si para él y para las fuerzas direeta- mente â su mando, pues â la primer noticia del desembarco de los franceses. corrio despavorido y s61o recobrô la calma y vino â atacar al enemigo, cuando va este se retiraba, cre- yendo haber logrado su objeto al llevarse prisionero al Ge- neral Arista, â quien confundiô con Santa-Ana.

En esa acciôn, â pesar del brio de que hablaba en sus proclamas, esta demostrado fuera de duda por el sagaz his- toriador y apreciable amigo mio, Sr. Fernando Iglesias Cal- derôn, que debio la pérdida de su pierna al hecho de no ha- berse ocultado bastante bien tras un muro, como lo intenté, mientras ordenaba una carga enteramente inûtil, y que costô la vida â muchos buenos soldados,

La sangre que derramô Santa-Anna en esta ocasiôn, por su pierna mutilada, costô muy caro â la Repûblica.

Las torpezas é intrigas de Santa-Ana y de otros jefes,

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quienes aprovechabaii los elementos que para su defensa ponîa laNaciôn en sus manos rebelândose contra el gobierno constituido, derrocando y poniendo otro en su lugar, dieron por resultado que no pudiéramos hacer trente â las tropas americanas cuando invadieron nuestro territorio, por no ser posible la organizaciôn^de ninguna defensa séria en medio de . tantas disenciones, pues para eterno baldon de sus auto- res, estas no cesaron ni cuando el suelo patrio era profanado por el invasor extranjero.

Tan dolorosa experiencia viene â demostrarnos que no debemos esperar nada de esos militares ambiciosos, puesto que va hemos visto como siempre han antepuesto sus am- biciones personales â los mas sagrados intereses de la pa- tria.

Desde que un hombre, niilitar 6 no, toma el funeste ca- niino de las revoluciones para escalar el poder, deben sernos sospechosos todos sus actos y debemos desconfiar de sus promesas, por mas halagadoras que nos parezcan.

Lo que debemos entender ^'^ ^"^ ^'^" duramente hemos in-

por fflilitariSmO. ^œpado en este lugar â militares

ambiciosos que han sido la causa del desmembramiento de la Repûblica, conviene hacer una aclaraciôn importante.

Siempre hemos tenido en nuestro ejército militares pun- donorosos, valientes hasta la temeridad, caballerosos hasta lo novelesco y nobles y abnegados hasta el sacrifîcio.

EUosestân siempre listes para defender â su patria cuando corre algûn peligro, luchan valientemente en su defensa, 5' cuando el riesgo ha pasado, se retiran â la vida privada 6 siguen en su puesto, habiendo satisfecho su ambiciôn, con inscribir en las paginas de la historia patria un dîa mâs de gloria al salvarla del peligro que corrîa.

Tan valientes y modestes héroes, ne hacen alarde de sus servicios ni exigen â la patria el page de la sangre por ella derramada; saben que al defenderla han cumplide con su deber, y con eso estân satisfeches.

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Esos son los verdaderos militares, los sostenes de la pa- •tria en los dias de peligro, los que le han legado sus glorias mâs paras y nunca han sido una carga para la naciôn, como los ambiciosos a que nos referimos mâs arriba. Por eso al hablar de militarismo 3' de los maies que ha causado, nos referimos exclusivamente a los militares insubordinados, sin conciencia, que han abrazado la noble carrera de las armas, no con el fin levantado de defender a su patria, sino con el de llegar a dominarla para satisfacer pasiones ruines y su insaciable ambiciôn.

En la guerra con los Estados Unidos, exceptuanto a Santa- Ana y a uno que otro ambicioso, el ejército se porté con bravura, 3' si su gênerai en jefe no hubiera traicionado 6 por lo menos cometido una falta inexplicable, las armas na- cionales se habrîan cubierto de gloria en la batalla de la An- gostura, lo cual hubiera asegurado nuestra integridad na- cional, pues este ejército, una vez victorioso, habrîa regresado al centro del paîs en excelentes condiciones para bâtir al enemigo que amenazaba por otro lado, 3^ por lo menos, no hubiera sido tan humiliante el tratado celebrado para obte- ner la paz 3' la evacuaciôn del territorio nacional, por las fuerzas norte americanas.

No hablaremos de las demâs faltas que Santa-Ana come- tio durante esa guerra de tan tristes recuerdos para los me- xicanos, por ser demasiado conocidas.

Dictadura ^"^ ^^ diremos, es que a pesar de ha-

d6 SantA—Ana ^^^ observado una conducta tan sospe- chosa que merecîa la excecraciôn nacio- nal, por medio de una de tantas intrigas volvio Santa-Ana al poder, poco tiempo des pues de haberlo abandonado el în- tegro pero débil Arista.

Santa Ana, despechado por sus derrotas con los Estados Unidos de America, y mâs aûn con quienes habîan critica- do su conducta censurando sus actos, iniciô una era deper- secuciones v de venganzas como raras veces se habîan vis- to desde que Mexico era independiente. Se revistiô del poder

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dictatorial, se hizo proclamar "Alteza Serenisima, " decretar los honores y tratamientos mâs extravagantes 3' para soste- nerse en el poder, équipé muj' bien y aumento considera- blemente el ejército. poniéndolo en condiciones muy supe- riores a cuando se tratô de defender la patria. A los escri- tores independientes los persiguiô y gobernô despôticamen- te, procurando centralizar todo el poder en sus manos, como lo intentô cada vez que habîa ascendido al poder 3' como lo intentaron tambièn cuantos pretendieron gobernar al paîs por medio de dictaduras militares.

La desesperàcion de los pueblos ha-

RcyOlUCÎOD u6 bîa Uegado a su maximum y la Naciôn,

AyUtld. aunque aparentemente tranquila, como

siempre que pesa sobre ella alguna dic-

tadura, estaba en una gran efervescencia y solo faltabauna

chispa para encender otra vez la guerra civil.

La chispa fué encendida por el General Don Juan Alva- rez, uno de los héroes de nuestra independencia; de esos hombres tan raros en todas las épocas por su patriotismo y su desinterés. El nunca pidiô nada a la patria en cambio de su sangre que mil veces derramô por ella; se contenté con verla libre y desde su modesto retiro, gobernandocon acier- to é integridad el Estado deGuerrero, contemplaba con hon- da tristeza los frecuentes tropiezos sufridos por la patria que él a\udé a crear. Mâs tarde, cuando fué nombrado Pré- sidente de la Repûblica, con una magnanimidad 3^ un des- iiîterés que raramente encontramos en la historia, renuncié ese elevado puesto, dejando en su lugar a quien él juzgaba apto para sustituirlo.

La revolucién iniciada en Ayutla y encabezada por el vénérable insurgente de quien acabamos de hablar, asî como por hombres de gran valer, como Comonfort, fué secundada por toda la Nacién, y a pesar de los espléndidos ejércitos con que contaba la dictadura, triunfé en poco tiempo, arro- iando del suelo patrio al funesto dictador, é implantando un gobierno netamente popular, al trente del cual estuvo pro-

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visionalmente el General Alvarez, desigaado para ocuparla Presidencia mientras se reunîa el Congreso Constituj^ente y al elaborar la Constitucion, determinaba el modo como debia ser electo su sucesor.

Como dijimos antes, el General Alvarez delego elaltopo- der con que se le habîa investido, en sudignîsimo colabora- dor, el General Comonfort. Parece que una de las principa- les causas que lo determinaron a tomar esa resoluciôn, fué su avanzada edad, la cual no le permitîa llevar el grandisi- mo peso de la administraciôn, en aquella época tan difîcil.

La elecciôn que hizo de sustituto no podîa ser mâs acer- tada, como acierta siempre quien no obedece a mezquinas pasiones, sino que procura inspirarse en los altos intereses de la patria.

Comonfort cino sus actos fielmente a lo ofrecido en el Plan de Ayutla, convocô al Congreso Constituyente, dejân- dolo en entera libertad para que cumpliera su cometido y llevara a cima su magna obra. Goberno al pais con acier- to, reprimiô los movimientos revolucionarios con actividad y energia, y procuré quitar a las guerras civiles el carâcter de ferocidad que siempre habîan tenido, usando deunarara magnanimidad con los vencidos.

El Congreso Constituyente, protegido tODêrCSO por el fuerte brazo de Comonfort y aun-

tODSilUiy6Dl6 que en medio de las tremendas agitacio-

nes de partido que conmovîan en aquella época a la Repû- blica, pudo con relativa calma dedicarse a sus labores; el fruto de estas fué la Constitucion proclamada y jurada el ano de 1857, ^J^ la cual se reconocîan todos los derechos del hombrey se daba al pais la forma de un gobierno represen- tativo fédéral, satisfaciendo de esta manera las manifiestas aspiraciones de la Naciôn.

Los trabajos de ese Congreso son mémorables por la mag- nitud de sus resultados, por el altopatriotismo de sus miem- bros, por su clarividencia, su elocuencia persuasiva, su se- renidad en medio de las tempestades que los amenazaban,

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y por ûltimo, por su desinterés, virtud cada vez mas rara en nuestro tiempo.

Ese Congreso grabô en nuestra historia, con letra indele- ble, una de sus paginas mas gloriosas, pues justamente po- demos vanagloriarnos los mexicano* de poseer una de las constituciones mas sabias y libérales del mundo.

La reunion de aquel Congreso es la pruebamâs elocuen- te de que en Mexico estâmes perfectamente capacitados pa- ra la democracia. Como para su elecciôn no se ejerciô pre- sion alguna, fueron représentantes genuinos, légitimes del pueblo, los que a él concurrieron, y como parte intégrante del mismo, conocedores de sus necesidades y sedientos de libertad.

Su labor fué admirable, y asambleas tan notables honran â cualquier pais. Pero esos hombres necesitan para su desa- rrollo el ambiente de la libertad; la opresion, la tiranîa, los asfixian.

Después de terminadas sus labores, el Congreso Consti- tuyente clausuro sus sesiones, y los ilustres patricios que lo formaban regresaron â sus hogares.

De acuerdo con la nueva PreSidenCia d* ComOnîOrt. Constïtucion, se procedlo a

elegir al Présidente de la Repûblica, recayendo el nombramiento en el General Co- monfort, quien habîa revelado notables dotes administrati- vas, que unidas â su energîa y proverbial magnanimidad, lo habian hecho verdaderamente popular.

El General Comonfort empezô â gobernar con dificulta- des de todas clases, debido principalmente â.los continues pronunciamientos del elemento netamente militarista, que asociado con el clero y el partido conservador, solo quen'a el poder para saciar sus ambiciones, pues si bien es cierto que cuando esos afortunados y audaces générales Uegaron al poder, dieron algunos décrètes favorables al clero, en realidad fué mas lo que le quitaron en forma de empréstitos. En cuanto â piedad, salve su concurrencia ofîcial â las mâs

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suntuosas ceremonias del culto, poco se preocupaban por los verdaderos intereses de la religion, cuando no se mofaban de ella; por mas partidario del clero que fuera Mârquez,nunca podremos convencernos que fué un verdadero crej'ente; asî como los demâs générales, quienes aunque no tan féroces co- mo este, no demostraban tener muchos escrûpulos religiosos en ninguno de sus actos, como lo demuestra principalmente la facilidad con que se afiliaban ya âuno, va â otro partido. Su espada, salvo rarîsimas y honrosas excepciones, estaba al servicio de quien pagara mejor 3' ofreciera mas galones.

En vista de taies dificultades, el Congreso, obrando con gran cordura y con patriotica prudencia, invistio â Comon- fort de poderes omnîmodos, para que pudiera combatir efi- cazmente â los revolucionarios, y con la unidad de mando, tan necesaria cuando las naciones pasan por sus grandes crisis, pudiera remediar la situaciôn y restablecer el orden. A pesar de esta noble conducta del G0lp6 de EStadO. Congreso, Comonfort, obedeciendo â inexplicable sugestion, élque habîa si- do tan leal para cumplir lo pactado en el Plan de Ayutla y que habîa dado tantas pruebas de patriotismo, de pruden- cia y de rectitud, se resolviô â dar el funesto golpe de Es- tado para investirse con el poder dictatorial y convocar â otro Congreso Constituyente, porque le parecîaque la Cons- tituciôn, que él mismo habîa jurado cumplir y hacer cum- plir, no llenaba las aspiraciones nacionales.

En presencia de estos hechos, se encuentrael historiador abrumado, aterrado, no acierta â explicarse como un hom- bre tan recto y noble haya cometido una falta tan imperdo- nable; un hombre tan apegado â la ley, la haya roto en sus m-anos, y por ùltimo, quien respeto como un ofrecimiento sagrado el que hizo en las efusiones de la Victoria, dicien- do: ' los heridos pertenecen â Dios, yo los perdono, " no se acordara, antes de romper la Constitucion, que hacîa dos meses habîa jurado solemnemente cumplirla y hacerla cum- plir,

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Sin embargo, el hecho existe y hay que buscarle una explicacion.

Esta es muy sencilla, si seguimos el hilo de la idea que hemos venido desarollando.

Comonfort, a pesar de sus brillantes y notables cualida- des, era ante todo militar, y mal se aviene un militar acos- tumbrado 6 mandar sus ejércitos, con que se le haga nin- guna observaciôn; a tener un Congreso a quien consultar en todos sus actos, El acostumbrado a mandar, no puede obedecer, y menos un militar que, como él, habîa conquis- tado tan frecuentemente las palmas de la vàctoria, no podi'a verse subordinado a una asamblea de particulares, de hom- bres que no sabîan ni manejar el sable.

Ademâs, Comonfort habîa sido el principal motor de la revolucion contra la dictadura; a él debîa la patria su liber- tad, y tenîa que pagarle caramente sus servicios. Un ano de Dictadura que habîa ejercido legalmente, lo habîa enca- riîïado con el poder; va no podîa tolerar congresos que es- tuvieran sobre él. Quien habîa libertado a la patria de las garras de la Dictadura y que en cien combates habîa derro- tado a los enemigos del orden, tenîa mis derecho a gober- nar, que esa Asamblea de demagogos que nada habîan he- cho, sino apresurarse â disfrutar de las victorias obtenidas con su espada.

Comonfort, al dar su golpe de Estado, «cambiô sus tîtu- los légales por los de un misérable revolucionario,» segûn sus palabras textuales. La razôn en que se apoyaba, fué que no podîa gobernar con la Constituciôn; pero los hechos vi- nieron a demostrar cuan grande era su error, puesto que mientras gobernô constitucionalmente, su administraciôn gozo de tal prestigio y estuvo apoj'ado de un modo tan unanime por la nacion, que su gobierno parecîa inconmovi- ble, é indudablemente si no hubiera cometido falta tan tras- cendental, se habrîa ahorrado la patria muchos rîos de san- gre 3' mas pronto hubiéramos recobrado la paz, y con ella,

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el progreso en todos los ramos. Por lo menos, ta) es la opi- nion de la ma3'orîa de nuestros historiadores.

Son raros los casos que nos présenta la historia, en que â las faltas sigan tan de cerca sus funestas consecuencias.

Comonfort, J'residente Constitucional, tenîa el apo\'o de la Naciôn entera.

Comonfort, revolucionario, ocho dîas después de su gol- pe de Estado no contaba ni con la ayuda de quienes lo in- duieron â cometer falta tan grande; las fuerzas que se pro- nunciaron â su favor, fueron las primeras en volverse con- tra él, y tuvo que salir de su paîs â llorar en el destierro los maies que en un momento de ceguedad produjo â su pa- tria.

Otro ejemplo que no conviene olvidar: !un hombre como este, tan merecedor â los mas altos honores y â la gratitud nacional; de una prudencia y un tacto admirables, de una conducta irréprochable, de un desinterés y patriotisme â to- da prueba, cometiendo en un momento de ceguedad, de lo- cura 6 de debilidad una falta irréparable! iDesgraciados pueblos cuyos destines dependen de la vida, voluntad 6 ca- pricho de un solo hombre!

La ûnica falta cometida por un hom- (jQBFFâ W trCS dflOS. bre que 'siempre presto servicios eminentes â la patria, volviô â aca- rrear sobre ella todos los horrores de la guerra civil durante très anos, pues el Jefe de las fuerzas que proclamaron el Plan de Tacuba5'a, una vez dado el golpe de Estado a favor de Comonfort, juzgo que podîa dar otro golpe â su favor y asî lo hizo, rebelândose contra el que acababa de investirse con los poderes dictatoriales y ocupando la codiciada silla pre- sidencial, de donde arrojo â su antiguo ocupante. Ouien esto hizo, el General Zuloaga, habfa ocupado un puesto de gran confianza entre las fuerzas libérales y comprendiô que estas no podîan aprobar su conducta, ni menos aûn apoyarlo, y se pasô al bando opuesto, al partido conservador, el cual con estos elementos y casi todas las fuerzas de Ifnea que se pa-

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saron a su lado, emprendiô la obra de asegurarse en el po- der, persiguiendo a los libérales, quienes en aquellos momen- tos se encontraban en condiciones angustiosisimas, pues casi todas las f uerzas de Ifnea, los elementos de guerra y los me- jores générales, sostenian al nuevo gobierna que se habîa instalado en la Capital de la Repûblica.

Sin embargo, las ideas libérales habîan echado hondas rai- ces en la conciencia pùblica, porque se viô que de ningûn modo atacaban los verdaderos intereses de la religion, y si aseguraban a todos los ciudadanos el uso de sus derechos, de esos sagrados derechos del hombre, que una vez recono- cidos, lo elevan de la categorfa de siervo a la de ciudadano; de la de esclavo a la de hombre libre.

Los defensores de esos principios se encontraban disemi- nados por el vasto territorio de la Repûblica, sirviéndoles de centro de union, de jefe, la grandiosa figura de Juârez, quien siendo sustituto del Présidente de la Repûblica por derecho, habi'a recogido el poder perdido por Comonfort, primero por su golpe de Estado 5^ después por delegaciôn que hizo, segûn declaraciones al efecto.

Juârez, investido de la legalidad de que se habla despo- jado Comonfort, recogio el prestigio que aquél tenîa, pres- tigio que supo acrecentar con la rectitud de sus actos, su admirable serenidad en los mas grandes peligros, su indo- mable constancia, su honradez acrisolada, su patriotismo a toda prueba.

Juârez era la encarnaciôn de la ley, el représentante ge- nuino de la legalidad 3' respondîa â las aspiraciones de la parte sana de la Nacion, tanto del elemento civil, como del militar que se preocupaba por la prosperidad y la tranqui- lidad de su patria. La prueba de esto fué que los jefes que permanecieron fieles â la causa de la Reforma, jamâs se re- belaron contra él ni desconocieron sus ôrdenes, â pesar de que él, sin medios de accion para hacerse obedecer de sus générales, permanecîa bloqueado en Veracruz.

En esa lucha tremenda se habîa aduenado del poder el ele-

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mento malsano del ejército, en aquella época prédominante, 6 sea el militarismo de siempre; pero careciendo de jefe con quien la patria hubiera contraîdo esas deudas que a tan alto precio ha tenido que pag'ar. Por ese motivo no teni'a ese ele- mento la fuerza de otras veces y aunque sus jefes eran mu- cho mas habiles y audaces y contaban con mayores elenien- tos de guerra, no podîa ostentar ninguno de ellos, laureles conquistados en alguna guerra extranjera.

Adeniâs, la Nacion habîacomprendido cuales eran sus ver- daderos intereses; tantos anos deguerras intestinas, tan nu- merosos ensayos"de régimen poli'tico, habîan constituido una verdadera escuela, y el pueblo habîa manifestado de un modo claro y terminante cuando habi'a podido nombrar con libertad a sus représentantes, que estaba cansado del centralismo, porque solo servi'a para sostener dictaduras militares, las cuales siempre habîan oprimido al pueblo, privândolo de to- das sus libertades y que optaba resueltamente por el sistema fédéral representativo.

La mejor prueba de ésto, fué que los Constituyentes de 57 no solamente no recibieron presiôn ninguna para formu- lar las grandiosas bases de su magna obra, sino poc el con- trario, su labor era desaprobada por el Jefe Supremo del Gobierno, Gral. Comonfort; pero este, a pesar de que no aprobaba los trabajos del Congreso, nunca se atreviô âejer- cer presiôn alguna para que obrara segùn su parecer, y obrando con cordura y patriotismo, respetô los fueros de los Constitu^'entes, a quienes dejô que trabajaran en libertad.

Por taies razones, la Constituciôn de 57, debîa ser en lo sucesivo la bandera que seguirian todos los buenos hijos de Mexico, y esa bandera era Uevada muy alto dignamente por el gran Juârez, que al fin logrô vencer a los reaccionarios, a los militares ambiciosos que encubrîan su ambiciôn bajo la sombra de la religion, a la parte maleada del clero, la igno- rante de «que su reino no es de este mundo» y de su deber en limitarse a ejercer saludable influencia sobre las concien- cias, sin temor â la luz del libéralisme, porque este no ha

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venido sino a poner en prâctica las ensenanzas de Jésus: â levantar al oprimido, â castigar al orgulloso.

Después de las victorias obtenidas por las fuerzas libéra- les en Silao y Calpulâlpam, se consolidé el triunfo del par- tido de la legalidad y Juârez volviô â la Capital de la Repù- blica para seguir gobernando la Nacion, con ese patriotisme, esa energîa y esa imperturbable serenidad de que siempre dio pruebas.

TratadO Mar-TanP ^'" em.bargo, un acto cometido por él ftramnn ^" "^^ momento de desaliento, nos obli-

ga â abrir un paréntesis.

juârez, por las necesidades de la guerra, estaba investido de poderes dictatoriales, de los que siempre usô con pruden- cia y magnanimidad; pero como hombre que era, tuvo un momento de desfallecimiento, y él, que siempre se distinguiô por su impasibilidad ante el peligro, por su serena constan- cia cuando se trataba de defender los grandes intereses de la patria, por su inquebrantable fe en la justicia y en el triunfo final de la causa que sostenîa; él, â quien con orgullo reco- nocemos como uno de nuestros hombres mas grandes y que en paîses extranieros, aunque hermanos, ha sido declarado Benemérito de la America, tuvo un momento de debilidad y pactô el tratado Mac-Lane-Ocampo, que de haber sido apro- bado por el Senado Americano, habrîa constituido una gran amenaza para nuestra integridad nacional.

Hablamos de tan desgraciado incidente, solo para hacer resaltar el hecho de que siempre es peligroso para los pue- blos dejar todo el poder en manos de un solo hombre. Ya vimos como uno, con los méritos de Comonfort, en un mo- mento de ofuscaciôn cometiô una falta que costô â la Repû- blica très anos de guerra civil, y ahora vemos al inquebran- table patriota, en un momento de desfallecimiento, cometer una falta que p-udo acarrear grandes maies â la patria.

Falta que algunos escritores apasionados han querido ha- cer aparecer como una traicion, no puede ser considerada co- mo tal por ninguna persona imparcial. Nosotros creemos que

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debe considerarse como una debilidad de nuestro grande hombre. Ese tratado no tenîa ninguna clâusula por la cua! se ceciera alguna pulgada de territorio nacional, y solo ha- cia concesiones que podn'an constituir un peligro para la patria igual al que podrâ resultar del permise concedido ûl- timamente por el Gobierno del General Dfaz a la misma Xa- ciôn, para que estacione buques carboneros en la Bahi'a de la Magdalena y para que su escuadra haga en aquel punto sus ejercicios de tiro al blanco.

Somos de los que consideran amenazadora la concesiôn hecha a la vecina Repûblica del Norte para que haga uso de la Bahîa de la Magdalena; pero no por eso hemos dicho ni pensado que el General Dîaz traicionara a la Patria. Con- sideramos este acto como una prueba de debilidad de un hombre cercano â los 80 anos 6 bien de extremada condes- cendencia haçia el ilustre huésped que tan hâbilmente supo halagarlo.

El tratado ]\Iac-Lane-Ocampo lo consideramos igualmente como un acto de debilidad de Juârez: debilidad que todos los hombres estân sujetos a sufrir en determinados momen- tos de la vida. El mismo Jésus de Nazaret, el ejemplo de mas pura abnegaciôn que ha venido al mundo, teniendo la vision de lo que le esperaba, tuvo sus momentos de desfa- llecimiento en el Monte de los Olivos, cuando lloroso dijo à su Padre: «Si es posible, aparta de este câliz >

A los hombres no podemos juzgarlos por un acto, ni por varios actos aislados de su vida. Todos tienen acciones bue- nas que presentar en su abono, acciones perversas que cons- tituyen una deuda terrible.

El mismo hombre puede cometer acciones meritîsimas y otras vituperables y no es raro encontrar en la vida de al- gûn criminal empedernido acciones tan bellas, que conmue- ven, pero tamhién, no hay hombre por grande que sea, que no ha)'a cometido sus faltas. Sin ir muy lejos, nuestra his- toria nos présenta muchos ejemplos, pues ni el mas inmacu- lado de nuestros héroes dejô de cometer alguna falta, y

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aunque la cometiera de buena fe, no por eso dejo de tener consecuencias funestas para la Patria. Apo\'aremos en he- chos nuestra afirmaciôn, y sin el deseo de denigrar a seres cuya memoria veneramos y cuyas faltas encontramos muy disculpables, citaremos algunos ejemplos ademâs de los de Comonfort, juârez y Dîaz, de que acabamos de hablar.

El vénérable cura Hidalgo coraetiô una falta de conse- cuencias trascendentales no ocupando la ciudad de Mexico después de la batalla del Monte de las Cruces. Esa falta fué cometida debido a los sentiniientos humanitarios del vénérable sacerdote; pero es indudable que si hubiera ocu- pado la Capital, el mal causado a sus habitantes no habrîa guardado relaciôn con los beneficios para.la causa de la In- dependencia.

El cura Morelos diô pruebas de ser un gran conoce- dor del arte de la guerra, un gran organizador, habilisimo administrador y un verdaderoclarividente; y âpesar de esto, cometiô el error de convocar a un Congreso y querer gober- nar con él, en plena guerra, siendo lo ûnico que podrîa dar resultado en aquel caso, un gobierno militar, como estaba establecido de hecho. En otra parte hablamos ya de este asunto y lo comentamos suficientemente.

Guerrero y Bravo, tan nobles, tan desinteresados, que han escrito con su espada y magnanimidad algunas de las pagi- nas mas bellas de nuestra historia, también cometieron la falta de ser de los primeros iniciadores del régimen de pro- nunciamientos y asonadas militares.

Pero cerremos este largo paréntesis para proseguir nues- tra narracion.

Una vez establecido en el

PreSidenCia del SenOr Lie. poder el goblemo de la legali-

BenitO Juârez. dad, sostenido por el inmenso

prestigio de esta 3' conquista- do por el grande hombre que estaba a su cabeza, râpidanien- te se establecio el orden en toda la Repûblica, pues el go- bierno era sostenido por la Nacion entera 5"^ tenîa a su ser-

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vicio las espadas que tan brillâmes triunfos le dieron en Si- lao y Calpulalpam.

Ademâs, Benito Juarez unîa a su apego a la ley, una in- quebrantable energîa, y habîa logrado subyugar con su gran- deza de aima a todos los jefes libérales, que lealmente sos- tenîan a su gobierno como al représentante delà legalidad y al portaestandarte de la Constituciôn de 57, lo cual, como hemos dicho mas arriba, habîa servido de centro de union y de bandera a todos los buenos hijos de Mexico.

El militarismo habîa sufrido un golpe mortal, porque los nuevos jefes del ejército solo ambicionaban la tranquilidad, el progreso y la feîicidad de la patria, y satisfacîan esa no- ble ambicion sirviéndola con infatigable celo.

Los jefes de las antiguas asonadas habîan tenido quehuîr sin esperanzas de volver.

Todo parecîa tranquilo, pues los principios libérales y ei ' sistema fédéral représentative, habîan triunfado en las sangrientas revoluciones y después de la ùltima, ya estaban tan desprestigiados los enemigos de la Libertad, que su grito de guerra: "Religion y fueros", ya no habîa casi ni quien lo pronunciara, ni menos aùn quien siguiera a uno que otro insensato que intentaba perturbar el orden con ese pretexto.

Terminada la guerra civii.

EleCCiÔn del Lie. Benito el gobierno de don Benito Jua-

JilâreZ para la PreSi- rez convoco a la Nacion para

denCia de la RepÙbliCa. que eligiera Diputados, Ma-

gistrados y el nuevo Présiden- te de la Repûblica a quien debîa entregar las riendas del poder.

Dos candidatos principales se disputaron ese puesto: Jua- rez, que con su estoicisnio y constancia habîa salvado las instituciones libérales, y el magnânimo jefe Gonzalez Orte- ga, que con su espada victoriosa habîa sido quien decidiô el triunfo de la Reforma.

La balanza se incliné por Juârez, y Gonzalez Ortega,

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aunque consciente del inmenso prestigio de que gozabaante la Nacion, y sobre todo en el ejército, se incliné ante el fallo del voto pûblico, y puso su espada al servicio desuconten- diente, conquistândose con ese acto, mayor gloria que la que hubiera podido conquistar gobernando hâbilmente â su patria después de haber desconocido su voluntad, x'^iaber arrojado con las armas en la mano â su legîtimo représen- tante, del puesto que ocupaba. lOtro ejemplo que imitar!

La Nacion, después de haber conquistado tan preciosos bienes, y contenta de tençr al frente de sus destinos al in- mortal Juârez, creîa que era llegado el momento dereposar, â fin de curar sus heridas y restanar la sangre que aûn ma- naba; pero estaba en un error: el triunfo de las ideas libéra- les no se habi'a logrado sin lastimar grandes intereses; las ►■leyes de Reforma habian privado al clero de sus riquezas, y este difîcilmente se resignaba â ello; ademâs, las guerras ci- viles encienden 3' alimentan terribles pasiones, y con trecuen- cia se ha visto â un partido prefiriendo sacrificar la indepen- dencia de su patria, con tal que el partido contrario no ocu- pe el poder.

Tal cosa paso en Mexico: unié- GUCrrd de Id ronse al clero los conservadores

InterVenCiÔn FranCeSa. mas récalcitrantes y apasionados, asi como algunos de los généra- les que habfan perdido la esperanza de cometer sus (echo- rias acostumbradas, desde que el partido libéral obtuvo triunfos tan importantes, que lo habîan consolidado definiti- vamente, é intrigando con habilidad en Europa, lograron acarrear una tormenta sobre su patria, haciendo que très na- ciones poderosas mandaran sus barcos de guerra y sus ejér- citos â nuestras playas.

De estos hechos tan tristes encontramos en .la historia muchos casos; pero solo citaremos algunos, siguiendo lacos- tumbre que hemos observado en el présente trabajo, de apo- yar todas nuestras afirmaciones en hechos historicos, â fin

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es sacar de ellos la luz necesaria para iluminar los asuntos mas obscures.

Para no remontarnos mu\' lejos, recordemos la conducta de los emigrados franceses durante la Revoluciôn: ellos fue- ron a engrosar las filas de los enemigos de la patria, de los que pretendîan desmembrarla, tan solo por no estar confor- mes con el gobierno que aquélla le habîa dado.

La Repûblica de Cuba nos dio recientemente un tristi'si- mo ejemplo: el présidente Estrada Palma, viendo que no po- drfa asegurar su reeleccion ni luchar contra el partido libé- ral, solicité la intervencion del Gobierno Americano, la cual ha costado tan caro a la Perla de las Antillas. Los hechos posteriores han venido a probar loapasionado del juicioque Estrada Palma tenîa acerca de los libérales, puesto que a éstos sera a quienes los americanos dejen en el poder des- pués de evacuar la isla, y de haber intervenido para que las elecciones se verifiquen libremente (a lo menos esto se de- duce de las noticias que nos trae el cable, pues en la fecha en que escribimos estas lîneas, Octubre de 1908, aun no se resolvîa la cuestion). (i)

Por ûltimo, para que en nuestro paîs se llevara a cabo el tratado Mac-Lane Ocampo, indudablemente que entre otras razones obrô el profundo despecho de Juârez y su Gabine- te contra el partido contrario, que tantas amarguras habîa acarreado a la patria.

Taies son las funestas consecuencias de las guerras civi- les, que encienden entre hermanos odios inextinguibles, odios que les hacen perder hasta la nocion de patriotisme, pues ciegos por la ira, solo desean ardientemente la ruina de sus enemigos, aunque arrastren â la patria en su caida.

Por esc debemos felicitarnos de que treinta anos de paz y la polîtica conciliadora del General Dîaz hayan acabado con esos profundos rencores que nos tenîan constantemente

(i) Después de publicada la primera ediciôn. los acontecimientos haa demosttado la exactitud de nuestro dicho, puesto «jue en las elecciones générales, el partido li- béral résulté triunfante, y al abandonar los americanos la Isla. es â ellos â nuienes dejaron en el poder.

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divididos. Esa polftica de conciliaciôn, tan frecuentemente vituperada, la juzgamos como uno de los timbres de gloria mâs legîtimos del General Dîaz, lo cual declaramos con sa- tisfaccion, para probar que no somos apasionados, y que siguiendo las indicaciones de nuestro escaso criterio y de nuestra amplia buena fe, procuramos dar "al César lo que es del César".

Ha de dispensar el lector tan frecuentes digresiones del principal tema desarroUado en este capitule; pero no es pro- piamente un trabajo historico el que présentâmes al pûbli- co; buscamos mâs bien en la historia el material necesario para el desarrollo de nuestra tesis, y juzgamos indispensa- ble comentar taies hechos, a fin de aprovechar las deduccio- nes que nos sugieran en la parte mâs importante de nues- tro modesto trabajo.

Volvamos a la vituperable accion cometida por los elemen- tos del partido conservador, aliados con los militares que no vei'an su ambiciôn satisfecha con el régimen dominante.

Por medio de emisarios mandados a Europa, que traba- jaron sordamente pero con constancia, lograron esos malos mexicanos seducir la aventurera imaginaciôn de Napoléon III, y este, enmascarando sus propôsitos de establecer una monarquîa en Mexico, invitô a Inglaterra, Espaîia y Esta- dos Unidos de America, para unirse, con el fin de hacer a Mexico las reclamaciones por perjuicios que pretendîan ha- ber recibido sus nacionales. Los Estados Unidos no acep- taron la invitaciôn, pero Inglaterra y Espana, celebrando un convenio con el Emperador de los franceses, para man- dar sus escuadras â Veracruz, con algunas fuerzas de des- embarque.

Llevaron adelante lo pactado, y ocuparon el puerto de Ve- racruz los ejércitos de las potencias unidas.

El gobierno de Juârez entablô desde luego negociaciones diplomâticas y observando un lenguaje correcte, pero enér- gico, digne y prudente, logrô disolver en parte la tempestad que amenazaba nuestra patria, obteniendo que las fuerzas

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de Inglaterra y Espana evacuaran el territorio nacional.

Tan brillante triunfo diplomâtico se debio también en gran parte a la buena fe de los représentantes de Inglaterra y Es- .pana, quienes no quisieron precipitar a sus paîses en una guerra injusta, y a la hidalguîa, caballerosidad y patriotis- mo del General Prim, cuyo noble comportamiento tanto ha influido para estrechar los lazos que nos unîan a nuestra madré patria, después de haber estado largo tiempo âpunto de romperse.

La hâbil, digna y sincera diplomacia del gabinete de Juâ- rez, no podîa convencer al représentante de Francia, porque traîa instrucciones terminantes, aunque reservadas, en abier- ta pugna con los convenios de Londres, consistentes en no admitir ningûn arreglo con el gobierno de Juârez, sino de penetrar hasta la Capital, procurar la pacifîcaciôn del paîs y coronar Emperador de Mexico al Archiduque Maximiliano, de la casa reinante de Austria.

Por tal motivo fué imposible todo arreglo con los repré- sentantes de Napoléon III, y principiaron las hostilidades, dando desde luego pruebas de su mala fe con el hecho de no haber respetado los tratados delà Soledad, segûn los cuales, al romperse las hostilidades, las fuerzas invasoras debîan retirarse a ocupar los puestos que tenîan antes de firmar dichos tratados.

En esta guerra, la suerte corrida por las armas naciona- les fué diversa, 3' lo que indudablemente nos dio el triun- fo, fué la inquebrantable firmeza de Juârez, que tremolaba en su mano la bandera de 57, unida a la de independencia patria, porque él, electo legalmente Présidente de la Repù- blica, era su représentante légitime y con este carâcter lo reconocîan los jefes militares.

Al principio de la guerra, las armas nacionales lograron cubrirse de gloria en la mémorable batalla del 5 de Mayo, en la cual el modeste y valiente General Zaragoza rechazô con fuerzas inferiores en numéro, â las aguerridas huestes napoleônicas.

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En esa batalla se distinguieron todos los jefes mexicanos, contândose entre ellos el General Portîrio Dîaz, actual Pré- sidente de la Repûblica. '

El resultado de ese triunfo fué inmenso desde el punto de vista moral, porque demostrô al mundo que la fuerza de Me- xico era de tenerse en consideraciôn y no se le podîa humi- llar impunemente.

For desgracia, a tan brillante triunfo sucedieron una série de desastres, principiando en Orizaba, donde nuestras fuer- zas se derrotaron casi solas debido a un golpe audacîsimo de los franceses, quienes atacaron con fuerzas insignifican- tes el cerro del Borrego, siendo ayudados eficazmente por la oscuridad de la noche y por la confusion que el inesperado ataque llevo a las fuerzas mexicanas.

Mas tarde, cuando el ejército francés fué considerablemen- te reforzado 3' volviô â tomar la ofensiva, las fuerzas mexi- canas se encerraron en Puebla, é hicieron una defensa he- roica, considerada como una de las paginas mâs brillantes de nuestra historia militar; pero de consecuencias fatales para la Repûblica. Efectivamente, al tomar el enemigo la plaza, la nacion perdio casi todos sus elementos de guerra, sus ejércitos mâs bien organizados y muchos de sus jefes mâs habiles.

El Gobierno de Juârez hizo cuanto pudo por auxiliar la plaza, mandando un convo}' sostenido por fuerte columnaal mando del General Comonfort; pero fué derrotado comple- tamente y no pudo prestar el auxilio tan necesario para la plaza sitiada.

Descalabros tan funestes para las armas nacionales, abrie- ron las puertas de la Capital de la Repûblica â las fuerzas invasoras, y Juârez, acornpanado de su Gabinete, evacuô la Capital y fué â establecer su gobierno en los Estados que se encontraban libres, viéndose obligado â cambiar fre- cuentemente de residencia, y llevô â cabo esa famosa pere- grinaciôn hasta los limites de la Repûblica, en la que diô nuevas pruebas de su inquebrantable fe en el triunfo final

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de las armas nacionales, porque con su rara clarividencia, sabîa cuan grande es la fuerza del derecho, y estaba cons- ciente del que le amparaba.

Juârez, en su peregrinacion, tremolando constantemente la bandera de la independencia; représentante siempre dig- no de la patria; imperturbable, sereno, incorruptible, servîa de centro de union a todos los buenos mexicanos que fieles militaron bajo las banderas republicanas hasta obtener el triunfo definitivo de la Repûblica.

En esa guerra volvio a darse el mismo caso que en la de Reforma: los que defendîan â la patria en aquellos momen- tos, no tenîan mas ambiciôn quesalvarla, y comprendiendo cuan funesta hubiera sido cualquiera division, y subyuga- dos por el prestigio de Juârez, pelearon en union perfecta, ayudândose mutuamente los jefes militares en sus respecti- vas operaciones, sin que estos movimientos fueran en nin- gûn caso entorpecidos por celos 6 por envidia.

iNo cabe duda que los grandes peligros despiertan las grandes virtudes, asi como los placeres y la molicie, ener- van las mâs nobles facultades del aima!

Una vez disuelto en Puebla el principal cuerpo de ejérci- to, y ocupado el centro de la Repûblica por las fuerzas in- vasoras, la defensa tomô un carâcter parecido al denuestra guerra de Independencia, pues ocupado el pais en su mayor parte por los ejércitos franceses, tan aguerridos, bien equi- pados y rapides en sus movimientos, era muy difîcil para los republicanos organizar grandes ejércitos con los pocos elementos de que podi'an disponer, y se limitaron â la orga- nizaciôn de guerrillas, las cuales, pudiendo siempre esqui- var el combate cuando comprendîan que la suerte les séria adversa, podîan emprenderlo tan pronto como juzgaban la Victoria segura, debido â la gran movilidad que les propor- cionaba la falta de pesada artillen'a y de voluminosos ba- gajes.

En esta clase de guerra sobresalen nuestros compatriotas,

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eficazmente ayudados por la configuraciôn del territorio na- cional.

A pesar de las numerosas defecciones en las filas republi- canas ocasionadas por los continuos triunfos de los invaso- res, y a pesar de que éstos tenîan como aliadas a numero- sas fuerzas de mexicanos traidores y conocedores del terre- no, la causa de la independencia fué defendida sin descanso por muchos jefes republicanos, a quienes nuncaabatieron las derrotas ni los mayores desastres.

jefes tan dignos de la veneraciôn nacional por su constan- cia, nunca desma3'aron en sus esfuerzos para atacar los puestos del enemigo, que no era dueno sino del terreno que pisaba, y estaba obligado a marchar siempre en gruesas co- lumnas, porque las pequenas eran atacadas y frecuentemen- te destrozadas por los incansables jefes republicanos.

Resistencia tan heroica, hizogas- EvaCUaCiÔn del Territorio Na- tar a Francia énormes sumas de

CiOnalpOrlaSÎUerZaS Iran- dlnero, perder en combates esté-

CesaS. riles sus mejores soldados, y di-

sipar las esperanzas abrigadas por Napoléon III, de llegar âconsolidar el Imperio Mexica- no y obligado a retirar sus huestes para llevarlas a su pais, a pagar muy caro el atentado cometido en nuestra patria.

iPobre pueblo francés, tan duramente castigado por ha- ber inclinado la cabeza ante el descendiente del gran Na- poléon!

Ese hombre nefasto para su patria y también para la nues- tra, es el unico responsable de tanta sangre derramada.

iOtro ejemplo del tremendo castigo que reciben los pue- blos que abdican de su libertad; del peligro de dejar el po- der en manos de un solo hombre!

Una vez retiradas las fuerzas francesas del territorio na- cional, se desplomô el llamado imperio de Maximiliano, porque las fuerzas traidoras que lo sostenîan, ni eran sufi- cientemente numerosas, ni tenîan ese entusiasmo, esa fe, que hacîan invencibles a los republicanos.

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El golpe de gracia lo recibiô el Imperio con la toma de Querétaro, en donde el llamado Emperador y sus principa- les générales fueron hechos prisioneros, juzgados y condena- dos segûn las leyes del paîs.

Acontecimiento de tal importancia, permitio al General en jefe de las fuerzas sitiadoras de Querétaro, don Maria- no Escobedo, desprender parte de sus fuerzas para estre- char el sitio de Mexico, iniciado por el General Dîaz con buen éxito.

La plaza tenîa qne rendirse tarde 6 temprano; las fuerzas sitiadas estaban desmoralizadas y nunca podrîan hacer una salida con éxito. Por estas razones procediô el General Dîaz con gran cordura al no atacar la ciudad, para evitar derramamientos inutiles de sangre.

En esa larga guerra mucbos ReîIeXiOneS sobre fueron los jefes republicanos

la guerra de Interyenciôn que se distinguieron por su

inquebrantable constancia, su incansable acti\ idad y su lealtad a la causa republicana.

De esos héroes descuellan très: Escobedo, Corona y Dîaz. Todos ellos combatieron con constancia 3^ obtuvieron frecuentes victorias sobre las fuerzas francesas.

A los très debîa la patria grandes servicios, y aunque la adulacion ha querido atribuir al actual Présidente de la Re- pûblica la mayor parte del mérito en aquella gloriosa gue- rra, allî esta la historia, imparcial para pesar las acciones de cada quien, y si bien es cierto que las batallas de Mia- huatlân y la Carbonera, las tomas de Puebla y Mexico, son timbres de gloria muy legîtimos para el General Dîaz, tam- bién lo es que Escobedo obtuvo victorias mucho mâs im- portantes por el numéro de combatientes 3' por los resulta- dos obtenidos, como la de Santa Gertrudis, y que la toma de Querétaro fué de resultados mâs trascendentales que las de Puebla 3' Mexico. Ademâs, las fuerzas de caballerîa que destacô Escobedo en observaciôn de Marquez, le estorbaroa

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el paso a Puebla y permitieron al General Di'az tomar por asalto aquella ciudad el 2 de Abril.

A esta toma de Puebla se le ha querido dar una importan- cia exagerada, al grado de celebrar como fiesta nacional el aniversario de ese hecho de armas.

S6I0 la adulaciôn, que pocos escrûpulos tiene, puede ha- ber concebido tal idea, pues en nuestras guerras civiles y extranjeras contamos hechos mas gloriosos y de mayor tras- cendencia.

Las fuerzas que defendîan â Puebla estaban completa- mente abatidas 3' eran mu3' inferiores en numéro â las de los asaltantes, como lo demuestra el hecho de que en muy po- cas horas se apoderaron estas ûltimas de la plaza.

No es nuestro ânimo menoscabar la gloria del General Di'az y de su ejército por el éxito obtenido en aquella Jorna- da; pero SI nos parece injusto querer darle una importancia exagerada para opacar la gloria de otros caudillos que tuvie- ron aûn mayor mérito que él, pues no solamente el General Escobedo obtuvo victorias de mas trascendencia que el Ge- neral Dîaz, sino también la campana de Sinaloa por el Ge- neral Corona fué mucho mâs activa, mas brillante y de re- sultados muy superiores â la verificada por el General Dîaz en Oaxaca durante la intervenciôn; las batallas de Miahua- tlân y la Carbonera, no pueden pesar mâs que la campana de Sinaloa, puesto que fueron dadas cuando los franceses estaban evacuando el territorio nacional, mientras que el General Corona tuvo constantemente en jaque â los france- ses y no les permitiô salir de Mazatlân y Guaymas, sino para hacerles sufrir derrotas tras derrotas, habiendo logra- do que las capitales de aquellos dos Estados y todo su te- rritorio, â excepciôn de los dos puertos mencionados, estu- vieran siempre ocupados por las fuerzas republicanas.

En cuanto â la toma de Puebla, la accion fué dada contra fuerzas mexicanas, puesto que eran muy pocos los austria- cos que se encontraban en la ciudad, y por las razones ya expresadas, no puede considerarse esa jornada la mâs glo-

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riosa de la guerra de Intervenciôn, ni mucho menos al gra- de de celebrar su aniversario como dîa de fiesta nacional.

En nigûn paîs del mundo se célébra como fiesta nacional el aniversario de alguna Victoria, y menos aûn cuando ha sido obtenida en alguna guerra civil. Solo âla camarilla de aduladores de nuestro actual gobernante le ha ocurrido tal cosa.

El General Diaz, en cuanto a gloria militar, puede estar satisfecho con la suN'a, indisputable y meritisima, y no ne- cesita que sus aduladores revistan con falso brillo sus accio- nes de armas, porque este, dada sumala ley, siempre resul- tara pâlido al lado de la verdad.

Ningûn paîs como Francia cuentaen su historia paginas mas brillantes escritas porsus ejércitos victoriosos; ninguna nacion ha obtenido triunfos mas portentosos, victorias mas gloriosas y trascendentales, y sin embargo, el ûnico dia que se célébra en Francia como fiesta nacional, es el 14 de Ju- lio, aniversario de la toma de la Bastilla, primer paso dado por el pueblo francés para conquistar su libertad.

Hemos insistido sobre lo anterior, porque escribimos en una época en que la adulacion intenta hacer del General Dîaz un semidiôs, pretendiendo que no haj' otro hombre capaz de igualarle en sus dotes extraordinarias. Todos sabemos que lo comparan con Napoléon y Washington, que le decla- ran mas grande que Bolivar, y deducen que la Nacion tiene para él una deuda de gratitud que nunca le podrâ pagar, y precisamente por ese motivo, queremos aquilatar sus méri- tes, para saber igualmente cuanto le debe aûn la patria.

Una vez evacuado el territorio nacional

R6Y0lUClÔD y por los ejércitos invasores y destruidas

PlftD de Id Norid. las fuerzas de traidores que intentaron

sostener el llamado imperio, volvi6 el

gobierno de Juârez à la Capital de la Repûblica.

Habîa pasado ya la tremenda tempestad que por cinco anos asolo el suelo patrio.

La Nacion Mexicana habfa salido victoriosa de una con-

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tienda en que midio sus fuerzas con una de las naciones mâs poderosas del mundo.

E.sa Victoria habîa afirmado nuestra vida como nacion in- dependiente y asegurado para siempreel triunfo de las ins- tituciones libérales, pues los conservadores y los militares enemigos del orden se habîan desprestigiado en grado su- nio con el hecho de haber traicionado â su patria.

El gobierno del Sr, Juârez tenîa que tropezar con obstâcu- los de todas clases y resolver arduos problemas; pero pare- cîa que unidos todos los que habîan salvado â la Patria de tan tremenda crisis, la sacarîan también airosa de peligros menores.

Sin embargo, no paso asi; ja dolorosa experiencia de las guerras civiles que habi'an sucedido â la de nuestra primera independencia, no fué suficiente para poner un freno â las ambiciones de los caudillos.

Como hemos dicho, logramos rechazar las huestes extran- jeras, debido no»solamente â la admirable firmeza de Juârez, sino â la constancia y al indomito valor de muchos jefes re- publicanos que nunca abandonaron las armas, ni después de los mâs funestos reveses.

Pues bien, la mayor parte de esos héroes, una vez termi- nada la guerra siguieron prestando su ayuda al gobierno de juârez, poniendo lealmente su espada â su servicio; pero no todos estaban conformes con desempenar papel tan secun- dario; algunos de ellos juzgaban que la Patria no habîa re- compensado suficientemente sus servicios, y como de cos- tumbre, los estimaban muy alto; ademâs, no comprendîan que un particular, un Licencia do que nunca empuno las armas, pudiera tener mâs méritos que ellos, y cuando vie- ron â la Nacion no opinar del mismo modo y tributar una prueba de agradecimiento y de confianza al Ltcenciado, reeligiéndolo para Présidente de la Repûblica, resolvieron desenvainar de nuevo la espada para ascender ellos al po- der.

Los héroes de nuestra independencia, cuando se pronun-

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ciaron en contra del gobierno constituîdo, tenfau conio dis- culpa las inévitables faltas que cometîa aquél debido â su inexperiencia; faltas que ellos creîan poder corregir fâcil- mente al subir al poder; pero una vez convencidos por mismos de las inmensas difîcultades que presentaba tal em- presa, se abstuvieron de volver â perturbar el orden y solo empunaron de nuevo la espada para defender los fueros de la libertad cuando fué holîada sin piedad por algunos de los dictadores militares, 6 para repeler alguna invasion extran- jera.

Los que promovieron la revolucion de la Noria no teni'an esa disculpa, puesto que todos admirabanla seguridad y fir- meza con que Juârez llevaba las riendas del Gobierno y ade- mâs debîan haber tomado experiencia en nuestro doloroso pasado, para no volver â cometer faltas que tan f unestas ha- bîan sido para la Repûblica.

Uno de los problemas de mas difîcil soluciôn para el Go- bierno de Juârez, era que una vez terminada la guerra, tenîa un ejército demasiado numeroso para las necesidades de la Naciôn en tiempo de paz, y su gobierno no podîa sostenerlo debido â la escasez de recursos de todaclase, porque las fuentes de riqueza se hallaban cegadas y después de una guerra de cinco anos, solo se encontraban escombros por todas partes.

Para resolver tan arduo problema, Juârez convocô â una junta â todos los générales victoriosos, y en ella se acordô licenciar una parte del ejército con su oficialidad respec- tiva.

Este elemento militar inesperadamente se encontre en la calle sin recursos para su subsistencia y acostumbrado co- mo estaba â la vida del campamento, fué una amenaza cons- tante para la tranquilidad pûblica, y estuvo siempre listo para secundar cualquier asonada, cualquier levantamiento

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que le proporcionara los medios de subsistencia acostumbra- dos y le permitiera atacar al Gobierno de Juârez de quien estaban profundamente resentidos gran parte de sus miem- bros, porque pretendi'an haber sido vîctimas de una injusti- cia, puesto que por premio de sus servicios a la patria, los habîa dado de baja.

A este elemento se unîa el de los ejércitos sostenedores del llamado imperio, que habfan sido desbandados y dada de baja su oficialidad. Estos se encontraban aùn en peores condiciones y mas resueltos para empunar de nuevo el sa- ble 6 el fusil a la primera oportunidad.

Sin embargo, estos elementos disperses en todo el pais, apenas podrîan turbar la tranquilidad de alguna pequena région, sin constituir una amenaza séria para el gobierno.

Para que esto pudiera suceder era necesario que tuvieran â su frente algûn jefe de prestigio que los uniera â todos y organizara sus esfuerzos; pero esto no se tuvo en considera- cion en la referida junta, pues alli se encontraban todos los jefes que pudieran tener prestigio suficiente para promover algûn movimiento serio, y todos ofrecîan su incondicional ayuda al Gobierno, pareciendo dispuestos âdefenderloenér- gicamente contra cualquier levantamiento.

Los mismos générales fueron â desbandar â sus tropas y licenciar â sus oficiales; pero itodos serîan tan sinceros pa- ra explicar â sus oficiales que la penuria del erario obligaba al gobierno â tomar aquella determinacion?

Si todos los jefes hubieran hablado â sus subalternes el lenguàje que en aquel momento aconsejaba el patriotisme; si les hubieran hecho comprender que debîan estar orgullo- sos y satisfechos con haberTsalvado â su patria y esa satis- facciôn estimarla como su mejor recompensa, puesto que por lo pronto la Naciôn estaba imposibitada para pagar sus servicios en otra forma; si ademâs les hubiesen dicho que ]a patria necesitaba aûn sus servicios, pero no ya en el ejér- cito, sino en el taller, en el campo, y que el mejor modo de servirla en la nueva era porque atravesaba, era dedicarse à

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formar un patrimonio, aprendiendo â. manejar el martillo y el arado y â servir de nûcleo para la formacion de una fa- milia honrada: por ûltimo, si hubiesen unido el ejemplo â las exhortaciones y no solamente hubieran permanecido su- misos al Gobierno, sino colaborado eficazmente para conser- var la paz, indudablemente que desde entonces habrîa echa- do esta hondas raices en nuestro suelo.

Desgraciadamente no fué asî, pues une de los jefes mâ& prestigiados, el General Porfirio Diaz, â pesar del empeno de Juârez en que permaneciera al servicio del Gobierno, lo- grô separarse debido â sus reiteradas instancias y empezô â conspirar contra el Gobierno. Reunio â su derredor parte de esos oficiales descontentos porque los habfan licenciado, se puso de acuerdo con algunos otros jefes de los que se dis- tinguieron en la pasada guerra, y seguido igualmente por sus antiguos adictos, oficiales y soldados, no tardé en le- vantarse en armas contra el gobierno constituido, procla- mando el principio de no-reeleccion, segûn proclama que desde su hacienda de la Noria, lanzô â la Nacion, en No- viembre de 1871, y que â la letra dice: Al Pueblo Mexicano:

"La reeleccion indefinida, forzosa y violenta, del Ejecu- tivo Fédéra), ha puesto en peligro las instituciones nacio- nales.

"En el Congréso* una mayorfa regimentada por medios re- probados y vergonzosos, ha hecho ineficaces los nobles es- fuerzos de los diputados independientes 3' convertido â la Representacion Nacional en una câmara cortesana, obse- quiosa y resuelta â seguir siempre los impulsos del Eje- cutivo.

' En la Suprema Corte de Justicia, la minorfa indepen- diente que habia salvado algunas veces los principios cons- titucionales de este cataclismo de perversion é inmoralidad, es ho}' impotente por la falta de dos de sus mâs dignos re- présentantes, y el ingreso de otro llevado allf por la protec- ciôn del Ejecutivo. Ninguna garantîa ha tenido desde en-

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tonces el amparo; los Jueces y Magistrados pundonorosos de los Tribunales Fédérales son sustituidos por attentes su- misos del Gobierno, los intereses mas caros del pueblo y los principios de mayor trascendencia quedan a merced de los perros guardianes.

Varios Estados se hallan privados de sus autoridades légitimas 3' sometidos a gobiernos impopulares y tirânicos, impuestos por la acciôn directa del Ejecutivo y sostenidos por las fuerzas fédérales. Su soberanîa, sus leyes y la vo- luntad de los pueblos han sido sacrificadas al ciego encapri- chamiento del poder personal.

El Ejecutivo, gloriosa personificaciôn de los principios conquistados desde la Revoluciôn de Ayutla hasta la ren- dicion de Mexico en 1867, que debiera ser atendido y respe- tado por el gobierno para conservarle la gratitud de los pueblos, ha sido abajado y envilecido, obligândolo a servir de instrumento de odiosas violencias contra la libertad del sufragio popular, y haciéndole olvidar las leyes y los usos de la civilizaciôn cristiana en Mexico, Atexcatl, Tampico, Barranca del Diablo, la Ciudadela y tantas otras matanzas que nos hacen rétrocéder a la barbarie.

"Las rentas fédérales, pingûes, saneadas como no lo ha- bîan sido en ninguna otra época, toda vez que el pueblo su- fre los gravâmenes decretados durante la guerra, y que no se pagan la deuda nacional ni la extranjera, son mâs que suficientes para todos los servicios pûblicos, y deberian ha- ber b.astado para el pago de las obligaciones contraîdas en la ûltima guerra, asi como para fundar el crédite de la Na- ciôn, cubriendo el rédito de la deuda interior y exterior le- gîtimamente reconocida. A esta hora, reducidas las eroga- ciones y sistemada la administracion rentîstica, fâcil serfa dar cumplimiento al precepto constitucional, librando al comercio de las trabas 3' dificultades que sufrecon los ve- jatorios impuestos de alcabalas, y al erario de un personal oneroso.

"Peio lejos de esto, la ineptitud de unos, el favoritismo

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de otros y ia corrupcion de todos, ha cegado esas ricas fuen- tes de la pûblica prosperidad: los impuestos se reagravan, las rentas se dispendian, la Nacion pierde todo crédite y los favoritos del poder monopolizan sus espléndidos gajes. Ha- ce cuatro anos que su procacidad pone a prueba nuestro amor â la paz, nuestra sincera adhésion a las instituciones. Los maies pûblicos exacerbados produjeron los movimien- tos revolucionarios de Tamaulipas, San Luis, Zacatecas 3' otros Estados; pero la mayorîa del gran partido libéral no concedio sus simpatîas â los impacientes, y sin tenerla por la polftica de presiôn y arbitrariedad del gobierno, quiso es- perar con el término del perîodo constitucional del encarga- do del Ejecutivo, la rotaciôn légal democrâtica de los pode- res que se prometi'a obtener en las pasadas elecciones.

"Ante esta fundada esperanza que, por desgracia, ha sido ilusoria, todas las impaciencias se moderaron, todas las as- piraciones fueron aplazadas y nadie pensé mas que en olvi- dar agravios y resentimientos, en restanar las heridas de las anteriores disidencias y en reanudar los lazos de union en- tre todos los mexicanos. Solo el gobierno y sus agentes, des- de las regiones del Ejecutivo, en el recinto del Congres o, en la prensa mercenaria, y por todos los medios, se opusie- ron tenaz y caprichosamente â la amnistia que, â su pesar, Uegô â decretarse por el concurso que supo aprovechar la inteligencia y patriôtica oposiciôn parlamentaria del Con- greso Constitucional. Esa ley que convocaba â todos los mexicanos â tomar parte en la lucha électoral bajo el ampa- ro de la Constitucion, debiô ser el principio de una época de positiva fraternidad, 3' cualquiera situaciôn creada realmeu- mente en el terreno del sufragio libre de los pueblos, conta- rîa ho3' con el apoyo de vencedores 3' vencidos.

"Los partidos, que nunca entienden las cosas en el mis- mo sentido, entran en la liza électoral Uenes de fe en el triunfo de sus ideas é intereses, y vencidos en buena lid, conservan la légitima esperanza de contrastar mâs tarde la obra de su derrota, reclamando las mismas garantias deque

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gozaban sus adversarios; pero cuando la violencia se arroga los fueros de la libertad, cuando el soborno sustituye â la honradez republicana, y cuando la falsificaciôn usurpa el lugar que corresponde â la verdad, la desigualdad de la lu- cha, lejos de crear ningûn derecho, encona los ânimos y obli- ga â los vencidos por tan malas arterîas, â rechazar el re- sultado como ilegal y atentatorio.

"La revolucion de Ayutla, los principios de la Reforma y la conquista de la independencia y de las instituciones na- cionales, se perderîan para siempre si los destines delà Re- pûblica hubieran de quedar â merced de una oligarquîa tan inhâbil como absorbente y [antipatriôtica; la reelecciôn in- definida es un mal de menos trascendencia por perpetuidad de un ciudadano en el ejercicio del poder, que por la con- servaciôn de las prâcticas abusivas, de las confabulaciones ruinosas y por la exclusion de otras inteligencias é intere- ses, que son las consecuencias necesarias de la inmutabili- dad de los empleados de la administraciôn pùblica.

"Pero los sectarios de la reelecciôn indefinida prefieren sus aprovechamientos personales â la Constituciôn, â los principios y â la Repûblica misma. Ellos convirtieron esa suprema apelaciôn al pueblo en una farsa inmoral, corrup- tora, con mengua de la majestad nacional que se atreven â invocar.

' 'Han relajado todos los resortes de la administraciôn, bus- cando complices en lugar de funcionarios pundonorosos.

"Han derrochado los caudales del pueblo para pagar â los falsificadores del sufragio.

"Han conculcado la inviolabilidad de la vida humana, convirtiendo en prâctica cotidiana asesinatos horrorosos, hasta el grado de ser proverbial la funesta frase de "Le^' fuga."

"Han empleado las manos de sus valientes defensores en la sangre de los vencidos, obligândolos â cambiar las ar- mas del soldado por el hacha del verdugo.

"Han escarnecido los mas altos principios de la democra-

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cia; han lastimado los mas intimos sentimientos delà huma- nidad, 3' se han befado de los mas caros y trascendentales préceptes de la moral.

"Reducido el numéro de diputados independientes por haberse negado ilegalmente toda representaciôn a muchos distritos, 3' aumentando arbitrariamente el de los reeleccio- nistas, con ciudadanos sin mision leg'al, todavîa se abstu- vieron de votar cincuenta 3' siete représentantes en la elec- ciôn de Présidente, 3' los pueblos la rechazan como ilegal y antidemocrâtica.

"Requerido en estas circunstancias, instado 3'exigido por numerosos 3' acreditados patriotas de todos los Estados, lo mismo de ambas fronteras, que del interior y de ambos lito- rales, «iqué debo hacer?

"Durante la revolucion de A3-utla salî del colegio a tomar las armas por odio al despotismo: en la guerra de Reforma combat! por los principios, 3' en lucha contra la invasion ex- tranjera, sostuve la independencia nacional hasta restable- cer al gobierno en la capital de la Repûblica.

"En el curso de mi vida polîtica he dado suficientes prue- bas de que no aspiro al poder, a cargo, ni empleo de ninguna clase; pero he contraîdo también graves compromises para con el pais por su libertad é independencia, para con mis companeros de armas, con cu3'a cooperacion he dado cima â difîciles empresas, 3' para conmigo mismo, de no ser indi- ferente â los maies pùblicos.

"Al llamado del deber, mi vida es un tributo que jamâs he negado â la patria en peligro; mi pobre patrimonio, de- bido â la gratitud de mis conciudadanos, medianamente me- jorado con mi trabajo personal, cuanto valgo por mis esca- sas dotes, todo lo consagro desde este momento â la causa del pueblo. Si el triunfo corona nuestros esfuerzos, volveré â la quietud del hogar doméstico, prefiriendo en todo caso la vida frugal 3^ pacîfica del obscuro labrador à las ostenta- ciones del poder. Si por el contrario, nuestros adversarios

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son mâs felices, habré cumplido mi ûltimo deber con la Re- pûblica.

"Combatiremos, pues, por la causa del pueblo, y el pue- blo sera el ûnico dueno de su Victoria. "Constituciôn de 57 y libertad électoral" sera nuestra bandera; "menos gobier- no y mâs libertades," nuestro programa.

"Una convenciôn de très représentantes por cada Estado, elegidos popularmente, darâ el programa de la reconstruc- cion constitucional y nombrarâ un Présidente Constitucio- nal de la Repùblica, que por ningûn motivo podrâ ser el ac- tual depositario de la guerra. Los delegados, que serân pa- triotas de acrisolada honradez, llevarân al seno de la con- venciôn, las ideas y aspiraciones de sus respectivos Esta- dos, y sabrân formular con libertad y sostener con entereza las exigencias verdaderamente nacionales. Solo me permiti- hacer eco a las que se me han senalado como mâs ingen- tes; pero sin pretensiôn de acierto ni ânimo de imponerlas como una resoluciôn preconcebida, y protestando desdeaho- ra que aceptaré sin resistencia ni réserva alguna, los acuer- dos de la convenciôn.

"Que la eleccién de Présidente sea directa, personal, y que no pueda ser elegido ningûn ciudadano que en el ano anterior haya ejercido por un solo dîa autoridad 6 encargo cuyas funciones se extiendan â todo el territorio nacional.

"Que el Congreso de la Union solo pueda ejercer funcio- nes électorales en los asuntos puramente economicos, y en ningûn caso para la designacion de altos funcionarios pû- blicos.

"Que el nombramiento de los Secretarios del despacho y de cualquier emplëado 6 funcionario que disfrute por suel- dos 6 emolumentos mâs de très mil pesos anuales, se some- ta â la aprobaciôn de la Câmara.

"Que la Union garantice â los Ayuntamientos derechos y recursos propios, como elementos indispensables para su libertad é independencia.

"Que se garantice â todos los habitantes de la Repûblica

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el juicio por jurados populares que declaren y califîquen la culpabilidad de los acusados; de manera que a los funciona- rios judiciales solo se les concéda la facultad de aplicar la pena que designen las le5'es preexistentes.

"Que se prohiban los odiosos impuestos de alcabala y se reforme la ordenanza de aduanas marîtimas y fronterizas, conforme a los preceptos constitucionales y a las diversas necesidades de nuestras costas y fronteras.

' 'La convenciôn tomarâ en cuenta estos asuntos y promo- verâ todo todo lo que conduzca al restablecimiento de los principios, al arraigo de las instituciones y al comùn bien- estar de los habitantes de la Repùblica.

"No convoco ambiciones bastardas ni quiero avivar los profundos rencores sembrados por las demasi'as de la admi- nistraciôn. La insurrecciôn nacional que ha de devolver su iMPERio a las leyes y a la moral ultrajadas, tiene que inspi- rarse de nobles y patrioticos sentimientos de dignidad y justicia.

"Los amantes de la Cortstitucion y de la libertad électo- ral son bastante fuertes y numerosos en el pai's de Herre- ra, Gômez Fan'as y Ocampo, para aceptar la lucha contra los usurpadores del sufragio popular.

"Que los patriotas, los sinceros constitucionalistas, los hombres del deber, presten su concurso a la causa de la li- bertad électoral, 3' el pais salvarâ sus mas caros intereses. Que los mandatarios pûblicos, reconociendo que sus pode- res son limitados, devuelvan honradamente al pueblo elec- tor el deposito de su confianza en los perîodos légales, y la observancia estricta de la Constitucion sera verdadera ga- rantîa de paz. Que ningûn ciudadano se imponga y perpé- tue en el ejercicio del poder, y esta sera la ultima revolucion.

PORKIRIO DÎAZ.

"La Noria," Noviembre de 1871."

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*

Indudablemente los principios proclamados y los cargos hechos al gobierno, solo eran pretexto para quitar del poder a Juârez, puesto que para lograr la reforma de la Constitu- ,ci6n en ese sentido, no se necesitaba apelar â las armas; ,ella misma indicaba cuales eran los trâmites légales para reformarla, 3^ el General Di'az 5' los demâs descontentos que 4o siguieron, teni'an bastante prestigio para haber logrado el triunfo de ese principio, iniciando una campana democrâ- ■tica, enérgica 5' sincera, por medio de la prensa, clubs y trabajos électorales.

Pero no es â militares ambiciosos- â quienes se ha de ha- blar de prâcticas democrâticas ni de la fuerza del derecho; para ellos no hay mas derecho que el de la fuerza, ni prâc- •tica mas efîcaz que la de desenvainar el sable.

La verdadera causa de ese levantamiento, fué la ambiciôn ,de algunos militares, quienes estimaban que su patria no les habîa recompensado ampliamente sus servicios, y con la es- pada en la mano le exigîan ese pago, como antes lo exigie- ron Iturbide, Guerrero, Bravo, Bustamante, Santa Ana y otros muchos.

iEl militarismo en acciôn!

iLa guerra fratricida volviô â encenderse!

Por un lado luchaban militares insubordinados, ensan- grentando el suelo patrio para satisfacer sus ambiciones, para hacerle pagar mu}' caro la sangre por él derramada!

iPor el otro, muchos militares también; pero pundonoro- sos, esclavos de su palabra, contentos con seguir sirviendo â su patria y que se consideraban ampliamente pagados con la satisfaccion de haberla salvado!

Sostenîan estos ûltimos al gobierno de Juârez, que con su grandeza de aima, su tacto, su patriotismo, se habîa im- puesto sobre todos ellos y sereno guiaba la navedel Estado ayudado por tan buenos mexicanos.

Juârez es el ûnico Présidente civil quehaya logrado tener

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en jaque al militarismo, pues con su patriotismo sedujo a los militares pundonorosos que le sirvieron de firme apo\'0, y con su inquebrantable energîa domino a los que se levan- taron contra él encabezados por el General Dîaz.

Las fuerzas del gobierno, victoriosas, habîan casi sofoca- do la revoluciôn, cuando fallecio el gran Juârez.

La noticia de su fallecimiento lleno de consternaciôn a toda la Repûblica y puso fin a la contienda civil, pues ya no subsistîa el pretexto para seguir luchando, y como las fuerzas del gobierno eran las victoriosas, los pronunciados se vieron obligados a capitular y la tranquilidad volvio a reinar en todo el territorio nacional.

A la muerte de nuestro grande hombre, ReYOlUCiÔn de subi© ai poder con aplauso de toda la Na- TllXtepeC. cion el eminente jurisconsulto don Sé-

bastian Lerdo de Tejada, que habîa pres- tado importantîsimos servicios a la Repûblica, siendo uno de los Ministres de Juârez, a quien acompanô en su larga y penosa peregrinacion por los Estados del Norte, como uno de sus mas firmes é inteligentes colaboradores. Era gran orador, de brillantîsima inteiigencia y de unahonradez acri- solada; pero le faltaba aquella energîa, aquel prestigio, aquel tacto superior que constituîan la fuerza de Juârez.

El senor Lerdo, acostumbrado â ver que las mayores tempestades no acertaban â desviar el rumbo con que mar- chaba la nave del Estado y que imperturbablemente seguîa esta su derrotero, llegô â créer que el gobierno legîtimo era invulnérable, nunca comprendiô el peligro que corrîa su ad- ministraeiôn, y hasta en los ùltimos momentos estuvo ador- mecido por esperanzas tan halagiienas como infundadas.

Con este motivo, no tuvo el tacto necesario para tratar â sus subordinados, sin tener en cuenta que con su conducta disgustaba â muchos altos militares, â multitud de hombres prestigiados que iban â engrosar las filas de los desconten- tos, los cuales reconocian como Jefe al General Porfirio Dfaz, quien una vez lanzado en la funesta pendiente de las

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revueltas, teni'a que vencer definitivamente 6 morir, pues no era hombre que se contentara con los términos medios.

El senor Lerdo pudo tener a su disposiciôn el remedio para calmar a los descontentos, satisfacer la ambiciôn 6 la necesidad de quienes lo abandonaban, premiar a los milita- res que habfan derramado su sangre en defensa de la patria y sacar al tesoro nacional de la penuria en que se encon- Iraba.

El remedio era aceptar algunas ofertas que le hacîan fi- nancieros extranjeros para laemisiôn de un empréstito; pero rehusô esas ofertas por juzgar las operaciones que le propo- nfan, onerosas para la Naci6n, y no podîa ser de otro modo, pues era bien sabido que el General Di'az conspiraba cons- tantemente, lo cual constituîa una amenaza perenne para la paz pùblica, y eso atemorizaba â los capitalistas extranje- ros.

Lerdo de Tejada, con altîsimas miras, se preocupaba mâs l^or el porvenir de la Patria que por asegurar su administra- ci6n. No cabe duda que fué esta una gran falta, pues si hu- biera asegurado la tranquilidad del paîs, aun â costa de un empréstito oneroso, hubiera hecho mâs bien â la Patria que dejando tanto descontento en la pobreza, pues estos consti- luîan una amenaza constante para el orden pûblico,

Sin embargo, ahora juzgamos después de pasados los acontecimientos; pero indudablemente esa medida aislada no hubiera salvado la situacion, la cual provenîa de que el senor Lerdo no tenîa un carâcter â propôsito para gobernar en aquellas circunstancias. Si hubiera lanzado el emprésti- to y enriquecido â algunos de los patriotas, habrîan tenido prétextes de mâs peso y algunos visos de razôn en levantar- se los que tal hicieron, puesto que de todos modos perma- necerîan descontentos por ser su ambiciôn difi'cil de satisfa- cer. Lo que se necesitaba para poner orden en aquel caos, era la mano de hierro de juârez, ique demasiado pronto aban- donô este mundol

No pudiendo recurrir el senor Lerdo, por temperamento,

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à medios que él juzgaba peligrosos, la revoluciôn era iné- vitable, pues de contînuo aumentaban las filas de los des- contentos, que abiertamente conspiraban en la Capital de la Repùblica y aun en el mismo Palacio Nacional.

El General Dîaz anduvo mucho tiempo oculto, sufriendo mil aventuras, y si esto demuestra que es un hombre intré- pide y afortunado, demuestra igualmente su invencible te- nacidad; habîa sonado con la Presidencia de la Repùblica y ténia que valerse de cuantos medios estuvieran â su alcance para lograr su objeto y saciar su ambiciônde gobernar.

En las elecciones presidenciales résulté reelecto el senor Lerdo de Tejada; y este, para satisfacer las necesidades siem- pre crecientes del erario, habfa promulgado la ley del timbre; ley equitativa que reparte automâticamente el im- puesto en proporciôn â las operaciones mercantiles de cada contribuyente.

Es cierto que en algunos Estados hubo presiôn en las elec- ciones, pero nos han referido personas, en aquella campana porfiristas, que â pesar de la presencia en sus pueblos de luerzas fédérales, ganaron ellos las elecciones, lo cual de- inuestra que la presiôn no fué tan grande ni constitu^'o un obstâculo invencible para que la Nacion hubiera votado en contra del senor Lerdo, en caso de no estar satisfecha con sus servicios.

. De todos modos, esa arbitrariedad noera motivo para en- sangrentar el pais con otra revoluciôn, ni lo era el pretender la reforma de la Constituciôn en el sentido de no-reelecciôn; ni tampoco el deseo de abolir el impuesto del timbre.

Como hemos dicho al referirnos à la revoluciôn de la No- ria, acaudillada por el mismo General Dfaz, la Constituciôn tiene previsto el caso en que se quiera reformarla, é indica los trâmites.

Una campana vigorosa y honrada en la prensa y en los clubs, hubiera logrado esa reforma sin efusiôn de sangre.

Para emprenderla solo se necesitaba patriotisme, pues du- rante la administraciôn del senor Lerdo la imprenta gozô dt

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gran libertad y este nunca hubiera recurrido al régimen de persecucioiies contra los que trabajaran legalmente porque se reformara la Constituciôn en un sentido mas libéral.

Pero para seguir esa conducta, se necesitaba no tener otro môvil que el bien de la Patria y querer trabajar por su en- grandecimiento sin miras egoîstas, puesto que los luchado- res en el terreno de la idea, generalmente no tienen otra re- compensa que la mu}' abstracta de haber satisfecho una de las mas nobles aspiraciones del aima, como es la de servir desinteresadamente a su Patria, Pero esa recompensa no sa- tisface a todos; no todos saben comprenderla. El caudillo de la intervenciôn estaba convencido de que la Patria habîa contraîdo una gran deuda con él; el antiguo jefe que se habia visto cubierto de gloria al verificar su entrada triunfal en Mexico, en donde fué tratado con gran carino y respeto por sus conciudadanos, admiradores de sus laureles y mas que todo de su modestia verdaderamente republicana, no podia resignarse a vivir oculto entre las montanas mas escabro- sas, en las selvas mas impénétrables, y vivir siempre pros- crito de la sociedad 6 lejos de la Patria.

Porestos motivos, 3' cuando hubo reunido loselementos ne- cesarios, volvio â levantarse en armas el General Uîaz, ha- ciendo â la Naciôn las promesas mas halagûenas en el plan de Tuxtepec, que fué después reformado en Palo Blanco, quedando como signe:

«Considerando: Que la Repûblica Mexicana esta regida por un Gobierno que ha hecho del abuso un sistema polîtico, despreciando y violando la moral y las le3"es, viciando â la sociedad, despreciando â las instituciones, y haciendo im- posible el remedio de tantos maies por la via pacîfica; que el sufragio pûblico se ha convertido en una farsa, pues el présidente y sus amigos por todos los medios reprobados hacen llegar â los puestos pûblicos â los que llaman sus "Candidatos Oficiales," rechazando â todo ciudadano inde- pendiente; que de este modo y gobernando hasta sin minis- tres se hace la burla mas cruel â la democracia que se fun-

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da en la independencia de los poderes; que la soberanfa de los Estados es vulnerada repetidas veces; que el Présidente y sus favoritos destituyen a su arbitrio a los Gobernadores, entregando los Estados a sus amigos, como sucedio en Coahuila, Oaxaca, Yucatân y Nuevo Léon, habiéndose in- tentado hacer lo mismo con Jalisco; que a este Estado se le segregô para debilitarlo, el importante canton de Tepic, e! cual se ha gobernado militarmente hasta la fecha, con agra- vio del pacto fédéral y del derecho de Gentes; que sin con- sideraciôn â los fueros de la humanidad se retiré â los Es- tados fronterizos la mezquina subvencion que les servîa para defensa de los indios bârbaros; que el tesoro pûblico se di- lapida en gastos de placer, sin que el Gobierno liaya llegado a presentar al Congreso de la Union la cuenta de los fondos que maneja.»

«Que la administracion de justicia se encuentra en la ma- yor prostituciôn, pues se constituye â los Jueces de Distri- to en agentes del centro para oprimir â los Estados; que el poder municipal ha desaparecido completamente pues los Ayuntamientos son simples dependientes del Gobierno para hacer las elecciones: que los protegidos del Présidente per- ciben très y hasta cuatro sueldos por los empleos que sirven con agravio de la moral pûblica; que el despotismo del po- der Ejecutivo se ha rodeado de presidiaros y asesinos que provocan, hieren y matan â los ciudadanos ameritados; que la instruccion pûblica se encuentra abandonada; que los fon- dos de ésto paran en manos de los favoritos del Présidente; que la erecciôn del Senado, obra de Lerdo de Tejada y sus favoritos, para centralizar la acciôn legislativa, importa el veto â todas las lej'es; que la fatal ley del timbre, obra también de la misma funesta administracion, no ha servido sino para extorsionar â los pueblos; que el pais ha sido entregado âla Companîa Inglesacon la concesiôn del Ferrocarril de Vera- cruz y el escandaloso convenio de las tarifas, que los exce- sivos fîetes que se cobran han estancado al comercio y â la agricultura; que con el monopolio de esta lînea se ha impe-

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dido que se establezcan otias produciéndoseel desequilibrio del comercio en el interior, el ani(iuilamiento de todos los demâs puertos de la Repûblica y la mâs espantosa miseria en todas partes: que el Gobierno âotorgado à la mismacom- pani'a con prétexte del Ferrocarril de Leôn, el privilegio pa- ra celebrar loterfas, infrinij^iendo la Constitucion; queel Pré- sidente y sus favorecidos han pactado el reconocimiento de la énorme deuda In^lesa, mediante dos millones de pesos que se reparten par sus aj^encias; que ese reconocimiento ademâs de inmoral es injusto, porque a Mexico nada se indemniza por perjuicios causados en la intervenciôn.»

«Que aparté de esa infamia, se tiene acordada la de ven- der tal deuda a los Estados Unidos, lo cual équivale a ven- der el pais a la naciôn vecina: que no mereceremos el nombre de ciudadanos mexicanos, ni siquiera el de hombres los que sigamos consintiendo el que estén al trente de la adminis- traciôn los que asi roban nuestro porvenir y nos venden en el extranjero; que el mismo Lerdo de Tejada destruyô toda esperanza de buscar el remedio a tantos maies en la paz, creando facultades extraordinarias y suspenciôn de garan- tias para hacer de las elecciones una farsa criminal.»

«En nombre de la sociedad ultrajada y del puebio mexi- cano vilipendiado, levantamos el estandarte de la guerra contra nuestros comunes opresores, proclamandoel siguien- te plan:»

«Art. i" Son leyes supremas de la Repûblica, la Cons- titucion de 1857, la acta de reformas promulgada el 25 de Septiembre de 1873, y la ley de 1874.*

«Art, 2^ Tendrân el mismo carâcter de ley suprema la No-Reelccciôn del Présidente de la Repûblica y Gobernado- res de los Estados, mientras se consigue elevar este prin- cipio al rango de reforma constitucional, por los medios lé- gales establecidos por la Constitucion.»

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«Art. Se desconoce a D. Sébastian Lerdo de Tejada como Présidente de la Repûblica y a todos los funcionarios y empleados por él, asî coino los nomi^rados en las eleccio- nes de Julio del ano de 1875.»

*Art. Sérân reconocidos todos los sobernadores de los Estados que se adhieran al présente plan. En dondeestono suceda se reconocerâ interinamente corno j^obernador al qu.^ nombre el jefe de armas.*

«Art. s'^' Se haran elecciones para Supremos Poderes de la Union a los dos meses de ocupada la capital de la Repû- blica, en los termines que disponga la convocatoria que ex- pedirâ el Jefe del Ejecutivo, un mes después del dîa en que tenga lugar la ocupacion. con arreglo a las leyes électorales de 12 de Febrero de 1857 y 23 de Diciembre de 1872.»

«Al mes de verificadas las elecciones secundarias se réuni- ra el Congreso, y se ocuparâ inmediatamente de llenar las prescripciones del art. 51 de la primera de dichas leN'es, a fia de que desde luego entre al ejercicio de su encargo el Pré- sidente constitucional de la Repûblica y se instale la Corte Suprema de Justicia.»

«Art. El Poder Ejecutivo, sin mas atribuciones que las meramente administrativas, se depositarâ mientras se hacen las elecciones, en el Présidente de la Suprema Corte de Justicia actual, ô^en el magistrado que desempene sus funciones, siempre que uno û otro en su caso, acepte en to- das sus partes el présente plan, y haga conocer su acepta- ciôn por medio de la prensa, dentro de un mes, contado des- de el dîa en que el mismo pian se publique en los periodi- cos de la capital. El silencio 6 negativadel funcionario que rija la Suprema Corte, investira al Jefe de las armas con el carâcter de Jefe del Ejecutivo.»

«Art. 7"? Reunido el octavo Congreso constitucional, sus primeros trabajos serân la reforma constitucional de que ha- bla el art. 2". la que garantiza la independencia de los mu- nicipios y la ley que de organizaciôn politica al Distrito Fé- déral y Territorio de la Baja California.»

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«Art. 8? Los générales, jefes y oficialesque con oportu- nidad secunden el présente plan, serân reconocidos en su^ empleos, grados y condecoraciones.

«Campo en Palo Blanco, INIarzo 21 de 1876. Porfirio

DlAZ."

Este plan, propuesto por el caudillo de la intervencion; por el que habîa consumado algunos de los hechos de armas mas gloriosos peleando bajo la bandera republicana; que ha- bîa dado grandes pruebas de integridad .v desinterés al en- tregar a Juârez cuando entrô â la capital de la Repûblica, $300,000.00 que ténia en caja; que habîa revelado una gran modestia al entrar â Mexico, y ademâs, siendo apoyado su movimiento por gran parte de los jefes que se habîan dis- tinguido en la guerra de Intervencion, presentaba â la Re- pûblica espejismos engaîïadores y le hacîa concebir las mas risueîïas ilusiones para cuando triunfara el movimiento re- volucionario, pues en aquellos momentos de febril entusias- mo, â ninguna persona se le ocurrîa poner en duda la sin- ceridad de los austeros jefes republicanos que habîan dado â la patria independencia y gloria, y todos abrigaban las mas halagiierïas esperanzas para cuando llevaran las riendas del poder los gloriosos caudillos de la Intervencion, los honra- dos jefes que sabrîan cumplir fielmente sus promesas.

Taies eran las esperanzas de la Naciôn mientras duraba el confiicto, 3' por eso permanecio en su ma3'orîa en una si- tuaciôn espectante mientras duré la lucha, y se alegrô cuan- do hubo triunfado el partido revolucionario.

Como hemos dicho, al General Dîaz lo secundaban en su movimiento todos los militares insubordinados y ambicio- sos que siempre quedan después de las grandes guerras; los antiguos jefes y ofîciales que habîan combatido â sus ôrde- nes, y por ûltimo, indudablemente se unieron â él muchos patriotas de buena fe, que juzgaban salvadores los principios proclamados en Tuxtepec por un jefe como el General Dîaz, que garantizaba cumplir esas promesas, debido â su gran prestigio, realzado por su integridad en el manejo de los

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fondos pûblicos. Otras circunstancias favorables a su movi- miento, fueron que el senor Lerdo, soltero a su edad, teni'a las costumbres de la mayorîa de éstos, lo cual se prestaha â acerbos ataques de sus enemi^os, que criticaban todos los- actos de su vida privada, la cual, en honor â la verdad, no podîa citarse como modelo.

Ataques de esa naturaleza llenaban de ridîculo al senor Lerdo, é influîan grandemente en la opinion pûblica, tenien- do por efecto que no fuera un hombre verdaderamente po- pular, pues no todos teni'an el desarrollo intelectual suficien- te para poder apreciar las grandes dotes de aquel hombre eminente, mientras que estaba al alcance de todos juzgar sus defectos.

Es incalculable lo que influye la vida privada de ungober- nanteen el aprecio de sus conciudadanos. En ese respecto,- el General Dîaz gozaba de la fama de ser un austero repu- blicano, y en verdad, hasta ah(ira no ha desmentido esa- fama, sino que la ha consolidado mas y mas con la vida privada que lleva, unânimemente calificada de intachable.

Por ûltimo, la desunion surgiô en el bando gobiernista, porque el senor Iglesias, como Présidente de la Suprema Corte de Justicia de la Naciôn, déclaré que consideraba fraudiilenta y atentatoria la reelecciôn del senor Lerdo para Présidente de la Repùblica, y por tal motivo descono- ciô su autoridad.

Su actitud fué apoyada por algunos Estados y por parte de las fuerzas fédérales, que lo reconocieron como al legîti- mo représentante de la Naciôn.

De esta division, asi como de las demâs circunstancias^ se aprovechô hâbilmente el General Dfaz, y ayudado por el irrésistible brillo de los galones, hizo que se inclinara la balanza por el Plan de Tuxtepec.

Por otra parte, cuando la primera revolucion promovida por el General Dîaz, ademâs de que luchô contra juârez en vez de ser contra Lerdo, estaba aûn muy reciente la epope- ya de las armas republicanas; en los corazones ardia aûn eL

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fuego del patriotismo que los hizo vencer a su formidable enemigo; pero ese fuego se habfa ido apagando poco a po- co, y el trabajo de zapa de los descontentos segui'a infîltran- do en las conciencias que se habîanraantenido mâs limpias, el veneno de la envidia, de la ambiciôn, y como no estaban contenidas ni porel irrésistible prestigio ni por la inquebran- table energîa de Juârez, iban a engrosar las filas de los re- voltosos, aumentando asî cada vez mâs las fuerzas del nue- vo caudillo, que con su maravilloso conocimiento del cora- z6n humano, â cada quien ofrecîa lo que mâs halagaba sus pasiones 6 su patriotismo.

Con estos antécédentes, se ve fâcilmente que el éxito de la revoluciôn no podîa ser dudoso, pues aunque la Naciôn deseaba ante todo la paz, una vez iniciada la lucha, prefi- riô el triunfo del partido que mâs garantîas le ofrecîa de la- brar su felicidad.

La Naciôn no tenîa aùn bastante experiencia para saber cuan poca confianza deben inspirarle los ofrecimientos que le hacen sus hijos cuando tienen las armas en la mano, pues desde que esto hacen, desconocen sus mâs sagrados intere- ses, hoUando los grandes principios de fraternidad y de jus- ticia, ensangrentando sus campos, destruyendo sus ciuda- des y por todas partes sembrando llanto, luto y desolaciôn.

La batalla de Tecoac, dada entre las fuerzas lerdistas y las del Gênera! Dîaz, mandadas en persona por él mismo. fué la ûltima carta del gobierno del senor Lerdo. La suerte le fué adversa. Las fuerzas del General Dîaz resultaron vic- toriosas, gracias en gran parte â la intrepidez y â la auda- cia del General Manuel Gonzalez,

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El senor Lerdo abandono el pafs.

El General Diaz, queriendo aparentar que sus ofrecimien- tos a la Nacion eran sinceros y que no pisoteaba abierta- mente la Constituciôn, celebro en Acatlân con ei représen- tante del senor Ig^lesias un convenio, reconociéndolo como Présidente de la Repiiblica mediante determinadas condi- ciones, que en el fondo, y en lo que no lastimaban su di^f- nidad, aceptô el senor Iglesias.

Mientras se tramitaban esos arreglos, el General Di'az lle- go â la capital de la Repiiblica, incorpora a su ejército las fuerzas que Lerdo habîa dejado sin instrucciones de ningu- na naturaleza, y disponiendo de los cuantiosos elementos y del prestigio que le daba la ocupaciôn de plaza tan impor- tante, rompiô las negociaciones pendientes y al f rente de sus ejércitos victoriosos, fué â atacar las fuerzas que apoyaban al senor Iglesias, las cuales, inferiores en numéro, no in- tentaron resistencia séria, y muy pronto. por medio de la de- fecciôn, fueron â engrosar las filas tuxtepecanas.

El sefior Iglesias se vio obligado â trasladarseâ otra par- te del territorio nacional, y se embarco en Manzanillo con rumbo â Mazatlân, en donde pensaba encontrar fuerzas que le seri'an fieles y lo apoyarîan para seguir sosteniendo los incuestionables derechos que él defendîa. Desgraciadamen- te, cuando llegô â aquel puerto encontre que la guarnicion ya habîa defeccionado. siguiendo el ejemplo de sus demâs companeros de armas, y que el jefe de la plaza pretendîa aprehenderlo.

Por estas circunstancias, el senor Iglesias, que tan digna- mente habîa representado el principio de legalidad, emigrô al extranjero, con la intenciôn de regresar al paîs al presen- tarse alguna circunstancia propicia para defender la causa en él encarnada.

Pronto desistio de sus propositos al ver que la Xacioii entera habîa aceptado de hecho la nueva situacion.

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El Gobierno Constitucional que existia desde 1857, fuê sus- tituido por una diciadura militar^ al /rente de la cual se en- cuentra de^de entont-es^ salvo una fcqucna inierrufciôn, el Ge- neral Dîaz.

En los capitules siguientes, veremos como cumpliô este jefe las promesas que hizo a la Naciôn, y cual ha sido la influencia de su gobierno sobre sus destinos.

1 I r

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CAPITULO II

EL GENERAL DIAZ, SUS AMBICIONES, SU POLITICA

Y MEDIOS DE QUE SE HA VÂLIDO PARA

PERIHANECER EN EL PODER

Hasta ahora hemos conocido al senor General Porfirio Diaz como valeroso caudillo en la guerra de lasegunda Indepen- dencia, y mâs tarde como incansable revolucionario, y constante perturbador de la paz; veamos ahora que con- ducta ha observado como gobernante. Pero antes de pro- seguir nuestra narraciôn, abramos un paréntesis para estu- diar la interesante personalidad del hombre que ha sido poi mâs de 30 anos ârbitro de los destinos de nuestra Patria. Poco tendremos que decir de él, puesto que habiendo go- bernado al pais por tanto tiempo, ha llegado â ser la en" carnacion de un principio: el del poder absoluto; mientras

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que si seremos muy extensos al tratar de las consecuencias de su sistema de gobierno.

El General Porfîrio Dîaz es de estatura alta, Su C8LFâCt6r. complexiôn robusta, porte marcial, mirada pé- nétrante; su semblante révéla la energîa y la tenacidad de su aima. Al verlo, aun en fotografîa, révéla un aspecto de eslinge; parece que encierra un gran misterio; que oculta cuidadosamente en el fondo de su aima un pen- samiento intenso, una idea fija, que solo se manifestarâ in- cidentalmente porhechos trascendentales, pero que normarâ los actos de su vida toda.

Procuraremos descifrar ese misterio, y al hacerlo, encon- traremos la clave de muchos de sus actos que no podrian ex" plicarse de otra manera.

La energîa de su carâcter la ha aplicado al dominio de si mismo: solo el hombre que sabe dominarse, puede domi- nar â los demâs.

Como resultado de ese dominio, es muy metodico en to- dos sus actos, sumamente madrugador, incansable para el trabajo y sobrio en el comer y en el beber, lo cual le per- mite ser siempre dueno de si mismo.

Este régimen le ha permitido, â los 78 anos, conservar re- lativamente gran vigor material é intelectual, pues para un hombre de tari avanzada edad, es asombrosa la labor que desempena.

Su vida privada es intachable. Como padre de familia, ha sabido dirigir con acierto la educacion de sus hijos, co- mo lo demuestran las grandes virtudes de sus hijas y la correcciôn, modestia y actividad de su hijo; como esposo, es un modelo, pues â su distinguida companera la trata con todas las consideraciones y carino que se merece.

Estas virtudes domésticas nos revelan que la alta per-

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sonalidad que venimos estudiando no es un hombre vulgar, como lo hacen aparecer sus enemigos.

El General Dîaz, se conmueve fâcilmente: «lâgrimas de cocodrilo,» dicen sus detractores; pero para formular ese juicio, solo los guîa la pasiôn, la cual impide comprender que las lâgrimas nunca son fîngidas, pues nadie tieneelpo- der de hacerlas brotar â voluntad.

Por este motivo }* por el modo de ser del Gral. Dîaz, nos- otros SI las juzgamos sinceras, pues bajo su semblante de bronce, late una aima humana, y como humana sensible.

La sensibilidad no es prueba de debilidad y menos aûn en el General Dîaz, que nos ha demostrado como sabe domi- nar hasta ese sentimienfo, para subordinarlo, como todos los actos de su vida, â la idea fija, dominante, que hemos descubierto en el fondo de su aima.

Como administrador, siempre ha sido întegro, de lo cual

dio una prueba brillante cuando entrego al Sr. Juârez

$300,000.00 que tenîa como sobrante en la caja del cuerpo de ejército que estaba â su mando.

Muchos de sus enemigos aseguran que se ha enriquecido

considerablemente en la Presidencia, y que posée

$60.000,000.00 en el extranjero; pero noaducen ningunas pruebas, pretendiendo queserîamuy difîcil y peligroso bus- carlas bajo el régimen actual de gobierno. Por este motivo, generalmente se da crédito â los rumores mas absurdos: pero nosotros, fieles â nuestro proposito de hacer un estu- dio concienzudo, decimos resueltamente que no damos cré- dito â taies rumores, fundândonos en sus costumbres tan sencillas, en la educaciôn que ha dado â su hijo, haciéndo- lo trabajar para que labrase de un modo lîcito sufortuna: en que su administraciôn, se ha distinguido por el orden en el manejo de los caudales de la Naciôn, sin el cual hubiera sido imposible nivelar los presupuestos y presentar sobran- tes en la Tesorerîa. Ademâs, un hombre que tuviera tal sed de dinero. serîa un ente vil, completamente despreciable, y nunca hubiera poseîdo ni la energîa ni el prestigiosuficien-

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tes para dominar por mas de 30 anos a la Repûblica, ya que felizmente no esta â tal punto perdida la dignidad nacio- nal.

El General Dîaz en sus actos ha dado siempre pruebas de gran modestia; pero no cabe duda que le agrada la lisonja y que esa modestia no es sino aparente, no es sino el re- sultado del gran dominio ejercido sobre mismo, el cual le hace dar â todos sus actos la apariencia que él desea, para coadyuvar al fin tenazmente perseguido en la realiza- ciôn de su ideafija.

Lo anterior es demasiado conocido; todo el mundo sabe los elogios exagerados que hacen al General Dîaz los ôrga- nos subvencionados con fondos del gobierno, 3' todos los que, por cualquier motivo, reciben sueldo de la Nacion.

Ademâs, el hecho de haber permitido que se celebrara como dîa de fiesta nacional el 2 de Abril, dénota mu}»^ poca modestia.

El debe comprender que no es â sus contemporâneos â quienes toca juzgar sus actos, sino â la historia, y hubiera sido mas prudente esperar el fallo de esta, no dando su consentiminnto para que se celebrara ese aniversario, pues- to que corre gran peligro de que no se vuelva â conmemo- rar después de su muerte.

Como una prueba de tantas que podrîa citarse sobre la exagerada adulaciôn de sus amigos, vamos â referir el si" guiente caso:

Por casualidad llego â nuestras manos un librito impre- so el présente ano, titulado «El ejemplo de una vida» «Por- firio Dîaz y su obra» «Para los ninos; para los obreros, pa- ra el pueblo,» el cual fué distribuîdo prof usamente en Mon- terrey por el elemento oficial. En ese librito, cu3'o autor oculto prudentemente su nombre, quizâs porque se aver- giienze él mismo de su obra, en la pagina 24, al pie de una fotografîa del General reaccionario Leonardo Marquez, di-

ce lo siguiente: « el General Dîaz lo derrotô

siempre, desde el primer encuentro en Jalatlaco, en que

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vencio con 272 hombres â cerca de 4,000 con 11 Générales entre ellos los Cobos 3' Negrete »

Esa es la inexactitud mas estupenda; pero vienen muchas otras por el estilo.

Probablemente se imprimio esa obra con fondos del go- bierno, pues no es de esperarse que un particular anônimo, hiciera ese gasto tan fuerte; pero de cualquier modo que sea, es indudable que ha circulado con el consentimiento, por lo menos tâcito, del Gral. Diaz.

Otro hecho bastante significativ'o, demuestra que al Ge- neral Diaz no solamente le agrada la lisonja, sino que ve con desagrado tributar elogios â otro que no sea él, es el no haber permitido, en la Capital de la Repûblica, la erecciôn de un monumento â Juârez; cosa rara, si se tiene en cuenta que el General Dîaz, por la posicion oficial que ocupa, de- bîa ser el mas celoso guardîan de las glorias nacionales y tener predilecciôn especial por el Indio de Guelatao, hijo de su mismo Estado Natal; su maestro, en las aulas, su correligionario y jefe durante la guerra de Reforma; su ban- dera durante la guerra de Intervencion _v â quien se han erijido monumentos en todo el territorio Nacional, con mo - tivo del centenario de su nacimiento.

Hemos visto cuales son las virtudes del

Ià6& lijâ estadista que nos ocupa; también hemos

del General Dîaz. descubierto algo de vanidad tras su apa-

rente modestiaj procuremos ahora descifrar

el misterio que oculta bajo su aspecto de esfinge: la idea fi-

ja que nos revelan su semblante y su mirada.

Aparentemente encontramos grandes contradicciones en sus actos:

Cuando por primera vez se levante en armas contra el gobierno constituîdo, decîa en su proclama de la Noria: «...

En el curso de mi vida politica he dado sufi"

cientes pruebas de que no aspiro al poder, â cargo ni em- pleo de ninguna clase:> y vemos que al triunfar en Tecoac, se fué directamente â la Capital de la Repûblica y tom6

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posesiôn de la silla presidencial, que con s61o un intervalo de cuatro anos ha ocupado desde entonces.

Por dos veces ha ensangrentado el pais cou la guerra ci- vil, para conquistar el principio de no-reelecci6n, y â pesar de ello, se ha reelecto cinco veces y apoyado a los Gober- nadores de los Estados para que hagan otro tanto.

Mientras estuvieron en el gobierno Juârez y Lerdo, fué el constante perturbador del orden, y después que él ha em- punado las riendas del poder, se ha convertido en el héroe ie la paz.

Cuando el General Dîaz hizo sus revoluciones, no tuvo en cuenta que la Naciôn necesitaba mâs que nunca de Ja paz para consolidar su crédito en el extranjero y poder restafiar sus heridas: mientras que ahora ha llegado â dar gran im- portancia al hecho de que los bonos del gobierno bajaran al- gunos puntos cuando él estuvo enfermo en Cuernavaca.

Por ùltimo, lo vemos conferir puestos pûblicos de impor- tancia a los que han sido sus enemigos y aun a quienes han conspirado contra su vida, mientras persigue â algunos de sus amigos que lucharon con las armas en la mano porque ël subiera al poder y que profesan sus mismos principios de- «locrâticos.

Estas aparentes contradicciones nos servirân admirable- Hiente para descubrir cuâl es la idea fija del General Dîaz: cuâl es el môvil de todos sus actos.

En su proclama de la Noria afirmaba no tener ninguna ambiciôn para ocupar puestos pûblicos, y después de Tecoac •cupa la Presidencia â pesar de los convenios de la Capilla.

Esto nos demuestra que no cran sinceros sus ofrecimien- tos de la Noria 3' que lo que ansiaba era el apoyo de la Na- ciôn para llegar â la Presidencia.

Si proclamaba en sus planes revolucionarios el principio àe no-releccion, era porque comprendîa que el pueblo consi- deraba peligrosa para los principios democrâticos la reelec- cion indefinida de los gobernantes, y que proclamando este principio, lo ayudarîa en su lucha contra el gobierno, y eso

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era lo que él buscaba por lo pronto, pues una vez en la silla presidencial, ya sabrîa bien conservarla, aun contra la vo- luntad nacional.

Si el verdadero môvil que lo guîa para conservar la paz, tuera la conveniencia de la Nacion, cpor que no puso su es- pada al servicio de Juârez y de Lerdo para haberla consoli- dado desde entonces? tpor que, en vez de observar conduc- ta tan noble, fué el constante perturbador del orden, aca- rreando maies sin cuento â la Patria?

La contestacion â estas pret^untas es sencilla: La paz la conserva ahora con tan decidido empeno, no tanto por amor â la patria, sino porque es el medio mas eficaz para conservar indefinidamente el poder.

cPor que no se preocupô por el crédite de la Nacion cuan- do no era Présidente, y ahora es tan celoso de él?

Por la misma razôn, porque el crédito en manos de sus antecesores, habria robustecido sus gobiernos y dificultado mâs quitarles el poder; y ahora que él lo tiene, necesita del crédito para afianzarse mâs y mâs en la silla Presidencial.

èPor que confiere puestos pûblicos â sus enemigos, y per- sigue â los que han sido sus amigos y profesan sus mismos principios democrâticos?

Pues sencillamente porque el General Dîaz no tiene pasio- nes polîticas, y solo considéra como enemigos â los que pue- den entorpecer sus proyectos, y amigos â todos los que le ayudan. Asî, tan pronto como sus enemigos capitulan 6 los ha nulificado, déjà de considerarlos como taies y mâs bien procura atraerlos â su lado dândoles puestos pûblicos de importancia. En cambio, si sus amigos, por la rectitud en sus principios 6 por su ambiciôn personal, Uegan â ser un estorbo 6 una amenaza para su poder, déjà de considerar- los como amigos y los persigue tenazmente hasta que los nulifica de cualquier modo

De lo anteriormente expuesto, résulta que la idea lîja del General.Dîaz, era, mientras no tenîa el poder, conquistarlo

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a toda Costa,, y una vez en su posesion, no desprenderse de él por ningûn motivo.

Para la realizacion de esta idea, no vacilarâ en promover sangrientas revoluciones; en perdonar a sus enemigos desde que capitulen; en perseguir â sus amigos cuando constitu- yan un estorbo para sus fines; en enganar â la Nacion _v aun â los amigos que lo ayudaron en sus levantamientos.

Pero para conservar el poder en una Nacion belicosa, se necesita no exacerbarla, 3' veremos como el General Dîaz harâ al pais el mayor bien que pueda, siempre que sea compati- ble con su reelecciôn indefinida.

Hemos encontrado cual es la idea

MediOS de que se ha fija del Gênerai Dîaz, y cual es el ValidO para COnSer- movil de todos sus actos; veamos de Yar el poder. que medios se ha valido para con-

servar el poder por tantos anos.

Desde luego puede afirmarse que cuando un pueblo se le- vanta en armas para conquistar un principio, el jefe de ese movimiento se haya investido de poderes dictatoriales, om- nimodos, y como â ese jefe y al uso que hace de sus facul- tades debe la Nacion el triunfo anhelado, résulta que déjà al frente de sus destinos al mismo jefe con los mismos am- plîsimos poderes.

El hombre llegado al gobierno en estas circunstancias, seencuentra, por consiguiente, investido con los poderes mas amplios que pudiera desear, afianzados por la simpati'a del pueblo y su inmenso prestigio.

En taies circunstancias, esos hombres, si cumplen las promesas que hicieron â su patria, llegan â prestarle ser- vicios de incalculable importancia; pero en la mayoria de los casos sucede que esos afortunados militares, una vez ob- tenido el triunfo, se sienten embriagados por la victoria y mareados por la adulaciôn, y olvidan las promesas que hi- cieron â la patria, 3' olvidan que sus éxitos los debieron a. la fuerza de los principios que proclamaban, â la fuerza de la opinion pûblica 3' â la ayuda del pueblo.

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La historia nos présenta niuchos casos de indeficiencias de esa naturaleza, habiendo tenido para los infidentes re- sultados diverses, segûn la conductaque observaron en el poder.

Cuando de un modo franco y audaz han intentado burlar las promesas hechas al pueblo, ijeneralmente han caîdo ba- )0 el peso de su desprestigio, como le paso al General Co- monfort, cuyo gobierno no pudo subsistir ni ocho dîas a su golpe de Estado; siendo que, cuando estuvo amparado por la legalidad y cumplio fielmente sus promesas contenidas en el Plan de Ayutla, su gobierno parecîa inconmovible. En cambio, cuando el afortunado militar que llega al gobierno de ese modo, tiene gran tacto, y respetando la forma vaes- tableciendo su poder absoluto por medio de una red de fun- cionarios adictos, que se extiende invadiéndolo todo; cuando va usurpando una a una todas las funciones del poder; cuan- do va minando lentamente las instituciones sin quenadiese cuenta de ello >' a la vez impulsa el desarrollo mate- rial para aturdir los espîritus, entonces puede establecer una dictadura estable y oprimirà â su patria cada \ez mas, sin que ella pueda darse cuenta, pues habrân desaparecido los que podrîan guiarla; tanto sus escritores, sus pensadores. como sus caudillos, habrân sucumbido ante las seducciones del nuevo César, 6 caîdo bajo el peso de su espada omni- potente.

No es grandeza de aima lo que se necesita para seguir esa conducta; sino astucia, paciencia, hipocresîa.

Frecuentes eiemplos de esa naturaleza nos présenta la his- toria, pero el que tiene mas semejanza con el método segui- do por el General Uîaz para absorber en sus manos todo el poder, lo encontramos en la vida de Augusto, que acabôcon las libertades romanas â la vez que con las causas de su grandeza, y dio principio con su despotisme â la era de la decadencia de aquel gran imperio.

Tâcito describe del siguiente modo los medios de que se valiô Augusto para absorber todo el poder en sus manos:

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"Desde que sedujo al soldado cou dàdivas; al pueblo con distribuciones de triyo; a todos por el encatito del reposo, principiô a elevarse poco a poco y atrajo hacîa a él todo e! poder del Senado. de los Magistrados, de las levés. Nadie se oponîa: los republicanos mas dignos habfan sucumbido en las batallas y en las proscripciones. los nobles que sub- sisti'an se elevaban en ri(|uezas y en honores a medida que aumentaba su servilisnio; aquellos que habîan sido elevados por los nuevos acontecimientos, amaban mas el présente y su seguridad que el pasado y sus peligros."

Tratando del mismo asunio dice Montesquieu lo siguiente:

"Auguste (este es el nombre que la adulaciôn diô a Oc- tavio), astuto tirano, condujo a los romanos a la servidum- bre.-

"No es imposible que aquello que mas le deshonraba, ba- ya sido lo que le favoreciô mejor. Estableciô el orden, es decir, una servidumbre duradera, pues en un Estado libre, en donde se acaba de usurpar la soberanîa, se llama régla todo lo que puede estableçer la autoridad sin limites de uno solo; y se llama disturbio, disension, mal gobierno, todo lo que puede mantener la honrada iibertad de los sûbditos."

Beule, en el "Proceso de los Césares," comenta la poHti- ca de Auguste de un modo magistral en las siguientes fra- ses:

"Que Augusto haya desarrollado singularmente con su habllidad lo que yo llamo la ahnoJiada poIUica^ ese senti- miento suave, fâcil, amable, que dispensa a los ciudadanos del peso de sus negocios; que en los dîas de crisis y de pe- ligro, en que es necesario mostrar que se tiene corazôn, los dispensa también de la energîa necesaria para resistir; que les haya dicho: "vivid tranquilos, ahî tenéis granos, tenéis juegos, la paz esta asegurada, el templo de Jano esta cerra- do;" todo esta muy bueno: pero es el sueno â la sombra de un ârbol venenoso; pero también sabéisque Roma y las pro- vincias han visto levantarse fortunas escandalosas, sobre

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todo, entre los arnii>os del principe."

"En las épocas de coninociôn y de sacudimiento, cuando la hez de la sociedad sube a la superficie, se* ve surgir cier- to numéro de hombres que han pasadosu juventud, siii tener para nada en cuenta las leyes civiles ni las prescripciones mâs delicadas de la conciencia 6 del honor, y que no ven mas que un fin, la satisfaccion de sus pasiones. Esas gentes es- tân listas para intentarlo todo el di'aque pueden pisotear las leyes y la justicia. Desde muy temprano han aprendido a despreciar la opinion, a los hombres honrados, los juramen- tos, la libertad, la patria, y a no reconocer mâs divinidad que la fuerza. Estos son ambiciosos de alta jerarqufa, pues la depravaciôn es una escuela terrible de ambiciôn, de au- dacia y de servilismo.

"Los otros, mucho mâs numerosos, que son gentes bas- tante honradas; afeminados. mâs bien que delicados; mâs bien acomodaticios (lue convencidos; sin energîa, si no es pa- ra el placer; egoîstas y ûnicamenfë preocupados en su bien- estar; amantes de la buena mesa; de los buenos teatros; de los paseos bien trazados; de las calles comodas y tranqui- las; que los rholesta un pétalo de rosa en su cama; en una palabra, esos son lo^-«ibaritas; multitud creciente en las épo- cas de decadencia, que quiere la calma â todo precio y que no se vuelve implacable sino cuando sus goces se ven ame- nazados.

"Poco les importa que la libertad 6 la dignidad del pafs estén en peligro; no piden mâs que latranquila posesiôn de si mismos y de sus mâs amables vicios. Estas gentes aman con pasiôn eli despotismo, porque no quieren que se nuble su estado de satisfaccion y de contento."

Como se ve, el establecimiento del imperio que no pudo iograr César con toda su audacia, grandeza y gloria, lo ob- tuvo Augusto con su habilidad, astucia é hipocresîa.

Por eso decîamos que las cualidades de Augusto son las mâs propias para establecer un gobierno absoluto en una

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Repùblica, pues para llegar â ese fin se necesita no tener principios, saber ocultar constantemente su ambiciôn, y po- ner por encima de los intereses de la patria la satisfacciôn de sus propias pasiones.

Ningûn escritor reconoce grandes virtudes a Napoleôw III, y sin embargo, logro establecer el poder absoluto en Francia, paîs republicano por excelencia y el mâs adelanta- do en el mundo en instituciones y prâcticas democrâticas. iLos franceses nunca se cansarân de lamentar las funestas consecuencias que trajo â su patria ese gobierno!

Esto viene â demostrar, que para un hombre en el poder, y sobre todo cuando ha ascendido â él por medio de una re- voluciôn, es relativamente fâcil conservarlo si seempenaen ello y observa una polîtica moderada, porque los pueblos cuanto mâs se civilizan, mâs hu3'en de las revoluciones, y prefieren soportar un gobierno relativamente malo â siifrir las desastrosas consecuencias de una revoluciôn. Esto es cierto para los pueblos en su estado normal; en cambîo, cuan- do son vîctimas de convulsiones polîticas 6 acaban de sos- tener grandes guerras, raro es el gobierno estable, por- que después de esas sacudidas quedan muchos gérmenes revolucionarios, muchos caudillos que premiar; en una pa- labra, la funesta plaga del militarismo; mientras que, por otra parte, èxisten pocos intereses cimentados â la sombra del gobierno constituido.

Para que un pai's en estado normal pueda renovar pacîfi- camente sus autoridades supremas, se necesita que quien lleva las riendas del gobierno tenga gran patriotismo, esté acostumbrado â respetar la lev, y que â esta deba el poder, â fin de que pueda someterse en todos casos al fallo de la suprema ley de la opinion pûblica; 6 bien, necesita tener una rara magnanimidad para no aceptar por mâs tiempo el gobierno, aunque tal sea el deseo de la Naciôn. De estos ejemplos encontramos uno grandioso en nuestras hermanas repùblicas de Sud America: en Bolivar, que por ningûn mo- îivo consintio en seguir al frente del gobierno y que contes-

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tando â quienes sostenîan que era necesaria para la patria su nueva reeleccion, dijo: "La naciôn cuya existencia dé- pende de un solo hombre, no puede tener vida duradera ". . .... y en nuestra vecina del Norte dos ejemplares no me- nos sugestivos: Washington, el héroe de la independencia americana, rechazando su segunda reeleccion, porque pre- tendîa sentirse menos democrata con ocho anos de habitar la Casa Blanca, y Roosevelt, que prefiriô la gloria de imitaf el ejemplo del padre de la patria, en vez de seguir el conse- jo de sus amigos y los impulsos de su ainbiciôn personal. Ejemplos de esta naturaleza son cada vez mas frecuentes en las naciones civilizadas, en donde todos respetan la ley y en donde impera la fuerza del derecho y no el derechode la fuerza, como en los pueblos atrasados.

Aun en la mayorîa de las repûblicas Centro y Sudame- ricanas, presenciamos esos cambios pacîficos, y en Europa se ha desmembrado un reino ( el de Suecia y Xoruega ) sin efusion de sangre,

Por lo visto, es mas fâcil de lo que parece conservar el poder, sobre todo, cuando se ha llegado â él de un modo violento.

Las razones de esto son las siguientes: en todo pueblo, por mas avanzado que se encuentre, no son muchos los pen- sadores, escritores, estadistas, militares, que dirigen la opi- nion pûblica, y de éstos, la mayorîa no son deprincipios tan rectos ni tan acendrado patriotismo, que rechazen perseve- rantemente las prodigalidades del jefe del Gobierno y pre- rieran ser vîctimas de toda clase de persecuciones, dando por resultado, que es fâcil seducir â la mayoria; en cuanto â la minorîa, todo se reduce â saberse deshacer de ella aprovechando la época de entusiasmo y procéder con gran habilidad y paciencia, resultando que, cuando la Naciôn quiera darse cuenta de ese hecho, sera porcjue todos los ciudadanos rectos, dignos é incorruptibles que podrîan ser- virle de guîas, ban desaparecido, >• ella misma seencontrarâ

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nianiatada a los pies del îdolo elevado por sus propias ma- nos.

Una vez expuesto lo anterior, vea- PolîtiCa CentraliZadOra. mos como llév6 a la practlca el Ge- neral Dîaz estos priucipios généra- les para llegar â centralizar en sus inanos la mayor suma de poderes que envidiarîa el monarca mas autocrâtico.

Desde luego observamos en su gobierno el sello de la idea fija que le conocemos; desde que ocupô la silla pre- sidencial, todos sus actos han tendido â asegurar su per- manencia en ella; pero no ha ido â su objeto brutalmente y con audacia, sino que ha procedido con cautelasuma, va- lorizando con calma la importancia de los obstâculos que se atravesaban en su camino, los cuales procuraban mas que vencer, hacer â un lado. En cuanto â las personas que se oponian â su polîtica, siempre ha principiado intentando seducirlas, ofreciéndoles puestos pùblicos de importancia, o proporcionândoles el modo de enriquecerse fâcilmente; solo con los irreducibles, con los que no han querido do- blegarse y han rechazado toda capitulacion, ha empleado el rigor: â unos los hizo abandonar el suelo patrio; otros lo abandonaron por si sôlos: algunos fueron nulificados, va- liéndose para ello de una paciencia, de un arte en el que nadie le supera; por ûltimo, algunos, los menos por cierto, han desaparecido de la escena polîtica por medio de pro- cedimientos cuya legalidad es muy discutible.

Por este motivo se ha descrito grâficamente la polîtica del General Dîaz en dos palabras: «pan 6 palo,» y el nota- ble tribuno y escritor, Ing. Francisco Hulnes, la ha con- densado en su célèbre frase: «El minimum de terror y el maximum de benevolencia.»

Esta habil polîtica, seguida con constancia, ha dado por resultado que todos los hombres de prestigio que podrîan hacerle alguna sombra y servir de guîas al pueblo, han de- saparecido del campo de la opcsiciôn para ir â engrosar las

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filas de los presupuestîvoros; 6 bien, decepcionados, se han retirado â la vida privada.

Como al General Dîaz siempre ha importado que no se opongan â su polîtica personal, ha sido sumamente toléran- te en cuestiones de principios, y con los brazos abiertos re- cibe en sus filas â libérales y conservadores, empleando la politica de conciliaciôn con el clero, que ha dado muy bue- nos resultados en el sentido de borrar odios antiguos; pero en cambio, ha sido irréconciliable con quienes han seguido siendo partidarios del hermoso idéal por él mismo procla- inado en el plan de Tuxtepec: la no-reelecciôn.

El General Dîaz ha debido emplear mucha habilidad pa- ra llegar â los resultados que ahora palpamos.

Sus primeros pasos en el po'der fueron para cuniplir los ofrecimientos que hizo â la Xaciôn, y desde luego se ocupo en expedir las proclamas y decretos necesarios â fin de re- tormar la Constituciôn en el sentido indicado; pero esa re- forma no lue franca; el General Dîaz no se atreviô, quizâs porque no se sentîa bastante fuerte â burlar al pueblo des- de luego, y le parecio prudente esperar: por lo pronto, al. hacer la reforma dejo una puerta abierta para volver al poder.

El artîculo 78 quedô reformado en los siguientes térmi- nos: «El Présidente entrarâ â ejercer sus funciones el de Diciembre y durarâ en sa encargo cuatro anos, no pudien- do ser reelecto, sixo cuatro anos después de haher cf.sa-

D() EN sus FUNCIONES.»

Una vez llevada â cabo esta reforma â la Constituciôn, en un sentido que le perniitirîa volver â la Presidencia, se ocupo en preparar lo mejor posible el terreno, influyendo para que los puestos de Gobernadores en los Estados fue- raii ocupados por amigos sunos de los mas adictos, y em- pezando à promover la construcciôn de ferrocarriles, que derramarîan cierto bienestar y le facilitarîan el modo de niandar prontamente sus ejércitos â las mâs lejanas regio- nes del territorio nacional, para sofocar cualquiera intento- na revolucionaria.

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Con sus grandes dotes administrativas, procuré reorga- 'lizar la Hacienda, pero no pudo desde luego nivelar los presupuestos.

Durante ese perîodo, con la auréola de popularidad que se habîa creado, no necesito perseguir a la prensa, pues fâ- cilmente atrajo a los escritores que sostenîan la administra- ciôn anterior, puesto que siempre son vénales los escritores gobiernistas; ademâs, contabaconel apoyo decidido de to- da la prensa independiente, que en el terreno de las ideas le fué un poderoso auxiliar para su lucha contra la adminis- traciôn del senor Lerdo.

En los Estados tampoco encontre grandes dificultades para obtener cambios favorables a sus proyectos, porqueel prestigio de la Victoria le allanaba todos los caminos, sobre todo, para hacer a un lado el elemento lerdista.

Durante su primer periodo, uno de los sucesos mâs nota- bles fué la contra-revoluciôn iniciada por el General Es- cobedo con tan mal éxito, que antes de disparar un tiro ha- bîa caîdo en manos del General Dîaz, que se contentô con procesarlo y nulificarlo. El General Escobedo fracasô, por- que no tenîa ni la audacia ni la ?stucia necesarias para ser revolucionario. El solo sabîa atacar de frente a los enemi- gos de su patria, y su grande aima no estaba educada para promover guerras fratricidas.

Otro acontecimiento mâs trâgico y de resultados trascen- dentales, fué el fusilamiento de varios jovenes en Veracruz, ûnica,mente por sospechar el Gobierno que intentaban le- vantarse en armas.

Como hemos querido dar a este trabajo un tono modera- do, nos abstenemos de narrar ese sangriento episodio con todos sus detalles y decomentarlo, pues difîcilmente podrîa- mos reprimir los impulsos de nuestra indignaciôn.

Solo diremos que ese acontecimiento ha influîdo grande- mente para infundir el terror mâs vergonzoso en las mul- titudes, y ha paralizado los esfuerzos de los buenos hijos de

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Mexico, celosos de sus derechos \' amantes de sus liberta- des.

El General Dîaz, acababa de reformar la Constituciônen el sentido de la no-reelecciôn y le era imposible reelegirse de nuevo, pero como habîa dejado una puerta abierta para volver a la Presidencia, quiso aprovecharse de ella.

Para lograr ese objeto, le era preciso dejar por sucesor a uno que le debiera todo y no tuviera grandes méritos, a fin de estar seguro de su adhésion y de que en ningim caso le serîa un competidor peligroso.

En el General Manuel Gonzalez, que no tenîa mas méri- to que el de haber cooperado mu}- eficazmente al triunfo de las armas tuxtepecanas en la batalla de Tecoac, encontre la persona deseada.

El General Manuel Gonzalez era el tipo del militar au- daz y caballeroso; leal con sus amigos y franco en su tra- to con todos, asi como en los actos de su administraciôn, Esto le convenia al General Diaz, porque en la palabra de un hombre tal podîa confiar y estar seguro de que fielmen- te cumplirîa el pacto celebrado entre ambos para alternar- se en la Presidencia.

En cambio, a la Nacion no le convenia el nombramiento del General Gonzalez para Présidente, pues no era sino un soldado audaz sin ningûn prestigio ni méritos como esta- dista, segun lo demostrô con el desbarajuste de su admi- nistraciôn, que permitiô la improvisaciôn de énormes for- tunas.

Los acontecimientos mâs nota-

AdminiStraCiÔD del Ge- bles durante su administraciôn, fue- nerfll Gonzalez. ron los motines populares provoca-

dos con motivo de la emisiôn del niquel, y las tempestades levantadas en las Câmaras por- que el Gobierno pretendîa reconocer la deuda inglesa.

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Poco antes de terminar su peri'odo presidencial, reformé la Constituciôn con ei objeto de que los periodistas, en vez de ser juzgados por jurados, lo fueran por jueces, es decir, administrativamente, puesto que éstos son nombrados por el Gobierno del Centre, â pesar de disponer otra cosa la Constituciôn. Prâcticamente quedô la prensa â merced del Gobierno.

La administraciôn del General Gonzalez se hundiô en ei desprestigio mas absoluto.

Sin embargo, su cîrculo de ami-

VUelVe â la preSidenCia gos le instaba a reelegirse, pero él el General DîaZ. no quizo taltar a la fe de su pala-

bra y volvio â entregar las riendas del poder al General Dîaz, que fué electo Présidente de la Kepûblica, porque, ademâs de estar apo3'ado por el ele- mento oficial, contaba con las simpatîas de la Naciôn, pues comparado el desbarajuste de la administraciôn del Gene- ral Gonzalez con la anterior del General Dîaz, resaltaba mâs el relativo orden de esta, y todos esperaban como un Salvador al General Dîaz, que con Ijeneplâcito de la Naciôn volviô al poder.

Sin embargo, â pesar de que la Naciôn aceptaba gustosa su nuevo Présidente, no se verificaron elecciones en régla: de igual manera se habîa hecho para nombrar al General Gonzalez.

cA que atribuir esta pasividad de la Naciôn?

La. razôn es muy sencilla.

Cuando estaba en el poder el seîïor Lerdo, existîan dos grandes partidos polîticos: los Lerdistas representando al Gobierno constitucional, y los Porfiristas que hacîan laopo- siciôn por cuantos medios tenîan â su alcance, inclusive el de las armas.

El partido Porfirista llegô â ser el mâs popular, porque hacîa los ofrecimientos mâs halagadores â la Naciôn, y al hn triunfô; pero este triunfo se obtuvo con las armas en la mano, y la organizaciôn del partido Porfirista se resintiô de

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ello, llegando â estar constituido como un gran cuerpo de ejército obediente â la consigna.

El gran defecto de los partidos personalistas consiste en que, una vez obtenido el triunfo, nadie vuelve â ocuparse de la cosa pûblica, dejândolo todo en manos de su jefe y li- mitândose â obedecer sus ordenes sin discutirlas, principai- mente cuando el triunfo se ha obtenido por la fuerza de las armas.

El triunfo del Porfïrismo acabô muy pronto con el parti- do Lerdista, pues el General Dîaz con su hâbil polîtica, lo- gro seducir â la inmensa mayorîa de los Lerdistas, 3' los pocos que permanecieron fieles, no pudieron organizar nin- gûn movimiento democrâtico, porque era temeridad inten- tar ese sistema contra una dictadura militar naciente, que no vacilaba en recurrir â medidas de terror paraconsolidar- se, como lo demostraron los fusilamientos de Veracruz.

Por este motivo el General Dîaz no encontre ninguna opo- siciôn para volver al gobierno, ni hubo elecciones en régla. Cuando volviô al poder va estaba mas acostumbrada la Na- cion al régimen tuxtepecano.

Ocho anos de paz y la construcciôn de algunas vîas férreas, habîan traîdo cierto bienestar â la Nacion.por el dinerodes- parramado y por la nueva vida que senti'an las industrias y el comercio.

Se iniciaba con los ferrocarriles la nueva era de progre- so material que ha invadido â todo el mundo civilizado.

La Nacion, cansada de tantas revueltas y habiendo em- pezado â sentir el bienestar que trae la paz, se adormecio con el ruido atronador de los ferrocarriles, las industrias y la actividad comercial; sintio que nueva savia recorri'a por sus venas y la dejo ejercer saludable influencia en su debili- tado organisme.

No volviô â ocuparse en la cosa pûblica, dejando todo el poder en manos de su Caudillo, en cuyas promesas con- liaba.

Circunstancias tan especiales, permitieron al General Dîaz

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pieparar â la sordina su reelecciôn, principiando porejercer presiôn en los Estados, para que resultaran electos Gober- nadores adictos â él.

Tuvo mas dificultad para sustituir â los Gobernadores francamente Gonzalistas, que reconocîan al General Gonza- lez como jefe y abrigaban esperanzas de verlo de nuevo en el poder, que para remover â los Lerdistas, , sin jefe 5' sin ningûn apoyo; asî es que por si solos cayeron al triunfar la revolucion de Tuxtepec

En los Estados donde encontraba esas dificultades, buscô cualquier pretexto 6 hizo que sus amigos promovieran algûn disturbio, para declarar aquéllos en estado de sitio y des- pués verificar las elecciones bajo la presiôn de sus ba5'one- tas y segûn sus deseos.

De este modo fueron nombrados los gobernadores de Coahuila, Tamaulipas y otros muchos, notablemente el de Nuevo Leôn, pues desde esa época es gobernador de aquel Estado el General Bernardo Reyes, que tomô por asalto â Monterrej'.

Con tal polîtica, logro que todos los miembros del Con- greso 3' del Senado, asî como la ma3'orîa de los Gobernado- res, fueran de sus incondicionales, y entonces reforme de nuevo la Constituciôn; pero â fin de no alarmar â la Repû- blica ni â muchos de sus amigos que también codiciaban la silla presidencial, se reformo en el sentido de que solo una vez podîa ser reelecto el Présidente de la Repûblica. A la vez quedaron facultados los Gobernadores de los Estados para reformar las Constituciones locales en el mismo sen- tido.

El pacto estaba celebrado.

El General Dîaz apoj'arîa â los Gobernadores para que se reeligieran indefinidamente, y éstos lo sostendrîan contra to- do viento y marea en la silla presidencial.

Desde esa época se han perpetuado en el poder tanto el General Dîaz, como la inmensa mayorîa de los Goberna- dores.

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Raros han sido los cambios entre estos ûltimos, Casi el l'inico factor que los ha determinado, es la muerte, ûnico elemento anti-reeleccionista que subsiste en la Repùblica.

Los cambios debidos â la opinion pûblica son rarîsimos; mâs alla nos ocuparemos de ellos.

Los Gobernadores siguiendo la misma polîtica del Gene- ral Dîaz, han nombrado â la vez Jefes Polîticos 6 Présiden- tes Municipales que se hanperpetuadoen el poder, constitu- yendo verdaderos cacicazgos.

De esa manera, prâcticamente se ha centralizado el poder y concentrado en manos del General Dîaz, pues desdeel mo- mento en que los Gobernadores deben â él su puesto, asî co- rne las autoridades inferiores, verifican las elecciones â su gusto y para la elecciôn de Diputados, Senadores, Magis- trados, etc., solo se consulta la opinion presidencial.

For tal motivo, entre los polîticos se désigna familiarmen- te al General Dîaz con el nombre de "El Gran Elector."

La imprenta, el cuarto poder en los pueblos libres, fué amordazada cort la ley expedida durante la administracion del General Gonzalez.

De esta ley no podemos hacer responsable sino al Gene- ral Dîaz que fué quien se aprovechô de ella, pues fué expe- dida por el General Gonzalez poco antes de dejar el poder. Ademâs, si el General Dîaz no la hubiera aprobado, fâcil le habrîa sido derogarla.

Uho de los actos del General Dîaz fué limpiar los cami- nos de salteadores, y para abreviar los procedimientos, se puso en vigor «la ley fuga, » segûn la cual, los conductores de algûn delincuente tenîan instrucciones de hacer fuego contra él al notar que intentara fugarse.

Procedimientos tan someros, limpiaron muy pronto al paîs de bandidos; pero dio tan bueuos resultados, que se sigui6 aplicando el mismo procedimiento â todos los descontentos y amantes de la libertad, que en su limitada esfera, protes- taban contra las arbitrariedades de los caciques.

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ICuântas infarnias quedaron sepultadas en las encrucija- ias de los caminos!

ICuântos obscuros mârtires inmolados por su amor a la libertad!

Con esta série de medidas y debido principalmente â las razones antes expuestas, la Nacion estaba tranquila y deja- ba toda libertad de accion al General Dîaz, quien, para obli- gar â sus turbulentes companeros de armas â guardar la misma tranqqilidad, tuvo que recurrir â otros medios.

A los mâs les di6 empleos de importancia en suadminis- traciôn 6 los hizo elegir Gobernadores de Estados, puestos considerados como filones inagotables, que con gran habili- dad han sabido explotar en su provecho personal.

A otros les daba concesiones que, si eran ruinosas para la Nacion en la mayon'a de los casos, en cambio para los con- cesionarios constituîan fuentes inagotables de riquezas.

Casi todos los terrenos nacionales han sido tepartidos de esa manera, logrando hacer riquîsimos â sus duenos, sinde- iar casi ningiin producto â la Nacion, que tan bien podîa haberlos utilizado fundando colonias de agricultores para iomentar la inmigracion.

Con esta tâctica logrô enriquecer â sus companeros de armas y tenerlos tranquilos, pues el elemento antirevolu- çionario por excelencia, es la riqueza,

Sin embargo, no todos sus amigos se contentaban con te- ner riquezas; algunos de ellos aspiraban â la Presidencia de la Repûblica, 6 por lo menos no estaban conformes con la reelecciôn indefinida del General Dîaz. Estos fueron vigi- lados cuidadosamente y como resultado de tan estricta vi- gilancia, parece que fué descubierta una conspiracion enca- bezada por el General Garcîa de la Cadena,

No se supo mâs, sino que este General fué fusilado en el Estado de Zacatecas sin formaciôn de causa.

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Este General habîa sido de los que combatieron al lado del General Dîaz contra la administraciôn Lerdista.

éCômo comentar ese acto?

^Serîa necesario para consolidar la paz, como dicen los partidarios de la actual administraciôn?

Pero <ino habîa levés para juzgarlo?

iQué, habiéndolo encerrado en alguna lortaieza por unos seis û ocho anos, no se huhiera obtenido el mismo resulta- do?

De cualquier modo que sea, la causa del General Garcia de la Cadena gozô de pocas simpatias en la Repûblica, pues todo el mundo se estremecîa al anuncio de una revo- luciôn.

El paîs habîa gustado los beneficios de la paz y querîa conservarla indefinidamente.

Ciertamente, empezaba a sentirse la necesidad de un cam- bio en las esteras del poder: pero la Nacion entera deseaba desde entonces un cambio pacîfîco por los medios légales. Estaba desengaîïada: nunca le habrîan de cumplir sus pro- mesas los caudillos cuando con las armas ascendieran al poder, y una revoluciôn siempre Uevarîa â tan alto puesto, al afortunado militar que la consumara. Estos nunca da- rân libertades â la Repûblica, y lo ûnico que se podrâ es- perar de ellos, es una buena administraciôn y que no hagan sentir demasiado el filo de su sable.

En este sentido, no es fâcil encontrar un militar que su- père al General Dîaz, pues su gran raoderaciôn en el poder. es admirable y difîcil de igualar.

Quizâs para el cumplimiento de los inescrutables desig- uios de la Providencia haya sido necesario que fuésemos gobernados por un militar con mano de hierro para sofocar las ambiciones de los de su género y acabar con el germen del militarisme, siempre tan funesto para la Repûblica.

El General Dîaz ha prestado dos grandes servicios â la Patria: acabar con el militarisme que perdiô ya su falso bri- llo y su enganoso prestigio en treinta anos de paz, y borrar

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los odios que dividfan a la gran familia mexicana, por rîie- dio de su hâbil 3' patriôtica polîtica de conciliaciôn, y aun- que él se haya apoyado en esta polîtica para conservar el poder, no por eso pierde su mérito, sino al contrario, da testimonio de él el éxito obtenido.

Parece que todo, hasta la misma fatalidad, ha concurrido allanando al General Dîaz los obstâculos para desarrollar su plan.

Prâcticamente habîa logrado seducir 6 amordazar a la prensa; los antiguos partidarios del sefior Lerdo ocupaban puestos de importancia en su gobierno, 6 se habian retira- do a la vida privada; los militares capaces de levantarse en armas eran estrechamente vigilados 6 estaban â su lado ocu- pando puestos de confianza; los demâs, como Escobedo, ha- bian sîdo nulificados; otros se encontraban proscrites, como el General Ignacio Martînez, que desde Laredo, Texas, ata- caba por la prensa al Gobierno, y CU30S ataques f ueron sus- pendidos por la muerte que encontre en manos de misterio- sos agresores; la Naciôn adormecida con el progreso mate- rial, estaba tranquila. Solo quedaba un jefe de prestigio entre los que no habîan manchado su hoja de servicios en la revoluciôn; ese jefe, gobernando con acierto el Estado de Jalisco y rodeado de una auréola de gloria que no habi'a logrado disipar el tiempo, se erguîa potente ante el General Dîaz; las miradas de los amantes de la libertad se dirigîan ansiosas hacia su épica ngura, 5' toda la Naciôn esperaba que el General Corona, serîa el ûnico que podrîa contraba- lancear el poder creciente del General Dîaz.

Parece que esas miradas ansiosas empezaban â cristali- zarse en hechos y seprincipiaba la organizaciôn de trabajos democrâticos para lanzar la candidatura del General Coro- na para Présidente delà Repûblica; pero cuando los pueblos abdican sus libertades, la fatalidad los persigue, quizâs con tl objeto de castigarlos duramente por su criminal indife- rencia; el hecho es que ese hado terrible quitô â laPatriael

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inico hijo en quien cifraban todas sus esperanzas los aman- tes de la libertad.

El hecho brutal se consumé por un maniâtico, quehundio su acerado punal de doble filo en el pecho de nuestrohéroe, pirivândolo de la existencia.

El asesino muy pronto pago la inmensa deuda acabada de contraer: a pocos pasos del lugar en donde yacxa su vîc- tima, encontre la muerte, cajendo al golpe de la misma cor- tante y misteriosa daga que con tan siniestra destreza aca- baba de manejar para quitar a la Naciôn Mexicana uno de sus hijos mâs preclaros, de sus héroes mas caballerosos, nobles y leales, en quien un valor legendario, unamagnani- midad sin igual y un talento despejado, se unîan â un co- razon li'mpido como el cristal.

El recuerdo de este héroe querido, â cuya menioria tribu- tamos este débil homenaje, nos aleja de nuestra narraciôn.

Volvamos â ella.

Hemos visto que la série de medidas tomadas por el Ge- neral Dîaz, eficazmente secundado por la Nacion y por las circunstancias especiales que le rodeaban, dieron por resul- tado afirmar la paz.

Pero el General Dîaz no se contentaba ùnicamente con ese objeto; no le bastaba reprimir con mano de hierro cual- (luier intentona revolucionaria, sino que tampoco permitia que se desarrollara ningûn movimientodemocrâtico, ni gê- nerai en la Repùblica, ni local en los Estados, como lo de- mnestran la suerte del naciente Partido Libéral, muerto en su cuna con los atentados de San Luis Potosî, y la de los movimientos locales en algunos Estados para sacudir elpe- sado yugo de sus déspotas, cuyos movimientos fueron so- focados por medio de la fuerza.

Hemos visto los principales medios de que se valiô el Ge- neral Dîaz para consolidar su gobierno; veamos ahoracomo

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obraron sobre el organisme de la Nacion, para adormecerla y hacerle perder sus mas caras libertades.

El principal resultado obtenido con las diferentes medi- das ya expuestas, fué la consolidaciôn de la paz; esta, me- cânica y artificial al principio, dan'a, al prolongarse, deter- minados frutos.

Habiéndose logrado este objeto, la agricultura, la mine- n'a, la industria y el comercio pudieron desarrollarse libre- mente; los capitales antes ocultos, fueron invertidos en ei desarrollo de diferentes empresas, y se principio â sentir una oleada de bienestar en la Repûblica.

A la vez que aumentaba el comercio, aumentaban las en- tradas al tesoro nacional, lo que le permitîa atender â sus gastos mas urgentes.

Sin embargo, necesitaba hacer uso del crédito de la Na- cion para emitir empréstitos que le permitieran el desarro- llo de las riquezas pùblicas y la consolidaciôn de su go- bierno.

^ Ninguno de los anteriores, ni el de Lerdo ni el de Gonza- lez, habîa podido conseguir tal objeto, porque la primer exi- gencia de los capitalistas extranjeros, era que el Gobierno Mexico reconociera la Deuda Inglesa, y no pudieron hacerlo, porque el pueblo en masa se oponîa â ello por medio de manifestaciones pùblicas y de sus représentantes en el Con- greso.

El mismo General Dîaz calificaba de inmoral é injusto el reconocimiento de tal deuda, en su proclama de Tuxtepec.

En realidad se trataba de una deuda injusta, >• el intento que hicieron los Gobiernos de Lerdo y de Gonzalez parare- conocerla, les acarreô tormentas populares y en las Câma- ras, que les hicieron desistir de sus propôsitos.

A pesar de ello, cuando el General Di'az comprendio que la opinion pûblica ya no se atreven'a â manifestarse, y que las Câmaras acatan'an sin murmuraciôn sus ôrdenes en asun- to tan delicado, reconocio la famosa Deuda Inglesa.

Situacion tan bonancible y el reconocimiento de esa deu-

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da, aumentaron el crédito de la Repùblica eu el extranjeio. y el gobierno del General Dfaz aprovecho esta circunstan- cia para emitir frecnentes empréstitos.

Aunque segûn se dice, parte de éstos fueron derrochados 6 repartidos en forma de comisiones, indudablemente lama- yor parte se invirtiô en obras pùblicas, sobre todo, en la construccion de puertos, ferrocarriles y otras vlas de comu- nicaciôn.

Los ferrocarriles principalmente, derramarori mucho di- nero en el pais, aumentando el bienestar economico por lo pronto, é impulsando después todas las fuentes de riqueza nacional.

En el extranjero se traducîa esta prosperidad creciente por aumento de crédito, del cual ha seguido haciendo amplio uso el gobierno del General Diaz, al grado de que ahora gra- vita sobre la Nacion una deuda énorme.

Con el producto de esos empréstitos se siguieron desarro- llando nuestras redes ferroviarias y aumentando las facili- dades en nuestros puertos, siguiéndose asî un encadena- miento de causas y efectos que han tenido por resultado un progreso reai en cuestiones econômicas, puesto que se ha multiplicado prodigiosamente la riqueza nacional.

Este movimiento portentoso, tendiendo a restanar la san- gre que aûn manaba por las heridas abiertas en las ûltimas guerras f ratricidas y a dar nueva vida a la Repùblica, absor- biô toda la atencion de los mexicanos, que con ahinco se de- dicaron al trabajo, habiéndose acostumbrado â él a tal gra- do, que ahora prefieren el arado â la bayoneta.

La Naciôn, adormecidacon el ruido de los silbatos del va- por; deslumbrada con las multiples y admirables aplicacio- nes de la electricidad; ocupada por completo en su desarro- llo economico, fiada en la palabra de su Caudillo, i\o volvi6 â ocuparse en la cosa pirblica.

Las débiles voces de la prensa independiente no lograban hacerse oîr en medio de aquel ruido atronador. Todos pen-

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saron en enriquecerse; poquîsimos se preocupaban de sus derechos polîticos.

El General Dîaz, en quien tanto fiaba la Nacion, aprove- cho esa confianza para afirmarse mâs y mâs enel poder; las riquezas que derramaba a manos llenas, aumentaban los in- tereses creados â su sombra; la indefinida reeleccion de los Gobernadores hacîa que su administraciôn echase hondas raîces, y todas ellas han sostenido y vigorizado su poder absoluto.

Entretanto, él no perdia de vista la idea fija que siempre habîa acariciado y que ya le conocemos.

Por este motivo vemos que, cuando toda la Naciôn piensa en su progreso econômico y olvida por completo la funesta costumbre de las revoluciones, solo él se prépara sordamen- te â la guerra, aumentando el efectivo del ejército, dotân- dolo de armamento mâs moderno, acumulando cerca de él los elementos de destruccion mâs eficaces y almacenando canones de todos los tipos, sobre todo del de montana, pro- pio en las guerras civiles.

Podrîa creerse que estos armamentos tienen por objeto preparar la defensa nacional contra algûn ataque eventual de nuestro poderoso vecino del Norte; pero no es asi, pues la principal defensa contra esa naciôn tan poderosa, sen'a estrecharnos todos los mexicanos en abrazo fraternal, en respetar nuestros mutuos derechos, en trabajar todos unidos por levantar el niyel intelectual y moral del pueblo mexica- no, haciéndolo mâs fuerte por medio de la instrucciôn, mâs digno por medio de las prâcticas democrâticas, mâs patrio- ta con la conciencia de sus propios derechos, mâs hâbil en la guerra por medio de una educaciôn militar adecuada, y nada de esto ha hecho el General Dîaz; lo ûnico que le ha preocupado es sostenerse en el poder. For este motivo nin- gûn punto estratégico de las fronteras del Norte se encuen- tra fortificado, porque quiere tener los canones cerca de él, en la misma capital de la Repûblica, como el mejor auxiliar ^e sus bayonetas.

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En una palabra, el General Dîaz ha reconcentrado en sus manos un poder absoluto, para lograr sostenerse en el go- bierno. S61o de este modo ha podido gobernar a la Repû- blica segûn su voluntad y sin respetar la libertad de impren- ta, que podrîa despertar al pueblo y dirigir la opinion: el de- recho de reunirse en clubs, porque podrîan série hostiles; la soberanîa de los Estados, porque mandan'an Diputados y Senadores independientes, y elegirîan Gobernadores no tan complacientes para obsequiar sus deseos manifiestos y aun los que él mismo no se atrev^e a manifestar.

La Repûblica se dio cuenta de esa situaciôn cuando pa- la influencia del primer entusiasmo causado por la nueva era de progreso material; pero ha comprendido que para con- quistar sus derechos necesitarîa emprender una sangrienta revoluciôn para derrocar al General Dîaz, que difîcilmente se resolverâ â permitir que por medios légales se le quite un poder conquistado por él en Tecoac con la punta de su es- pada.

La Naciôn ha preferido hacer el sacrificio de sus liberta- des por algunos anos, en aras de la paz.

Confiaba que ai desaparecer el General Dîaz de la escena polîtica recobrarîa sus derechos; pero esa esperanza se ha desvanecido desde la creacion de la Vicepresidencia, quetie- ne por objeto visible protéger los intereses creados â la sombra de la actual administraciôn y no permitir al pueblo que recobre sus libertades, â fin de perpetuar en el poder al grupo que rodea â nuestro actual mandatario.

La Naciôn se contentarîa por ahora con nombrar al \'i- cepresidente, que indudablemente sera el sucesor del Gene- ral Dîaz, porque su avanzada edad hace muy probable que no llegue con vida al ano de 1916, fin del prôximo perîodo presidencial.

Para lograr aunque sea esa débil concesiôn, parece que el pais esta resolviéndose â sacudir su letargo: pero el des- pertar de los pueblos suele ser tormentoso, y â nosotros, que

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pretendemos guiar con nuestros escritos la opinion pûblica, nos corresponde la tarea de encauzar las energîas populares por el anchuroso camino de la democracia, a fin de evitar <jue se desvîen por los tortuosos senderos de las revueltas y ijfuerras intestinas.

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<SU^ig^N:^i?ig4iC^H:J<:<Jg^iC<'it^lg^ig^lgïIl

CAPITULO III

EL PODER ABSOLUTO

Ya hemos visto de que medios se ha valido el General Dîaz para establecer en nuestra patria ese régimen tan con- trario a las aspiraciones nacionales, expresadas de un modo terminante y grandiose en nuestra Constitucion de 57.

Las grandes faltas cometidas por el General Dîaz para lograr su objeto, deben imputarse â él personalmente.

Sin embargo, estas faltas son sin importancia comparadas con las funestas consecuencias que el régimen del poder ab- solut© ha acarreado sobre nuestra patria.

No estudiaremos taies consecuencias sino en el prôximo ca- pîtulo, porque antes de entrar de lleno en la cuestiôn, nos ha parecido conveniente estudiar el poder absolutoen térnii- nos générales, para después aplicar â nuestra situaciôn las deducciones que resulten de nuestroestudio

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El régimen deî poder absoluto, OriéCD dôl pOdCF consiste en el dominio de un solo

8,bS0lQt0. hombre, sin mas ley que su volun-

tad, sin mas limites que los impues- tos por su conciencia, su interés, 6 la resistencia que en- cuentre en sus gobernados. Tiene su origen en la vida pa- triarcal: las primeras sociedades noeran sino grandes fami- lias que reconocîan como jefe al anciano mas vénérable.

Mâs tarde, las necesidades de la vida obligaron â varias familias â unirse para formar un nùcleo mâs poderoso, a fin de mejor defenderse contra los enemigos de todas clases que atacaban â los primeros pobladores de la tierra, y for- maron tribus que vivi'an en constante guerra con las veci- nas, pues no existiendoen aquella época ninguna nociôn de derecho, cada uno consideraba como su propiedad lo que esta- ba al alcance de su mano, y en las comarcas fertiles, donde se habîa aglomerado mâs la poblaciôn, las mismas riquezas es- taban al alcance de varias tribus, que se las disputaban ha- ciendo uso del ûnico derecho conocido: la fuerza.

Vida tan azarosa hizo adoptar â las tribus una organiza- ciôn guerrera, y nombraban como jefes de ellas, no ya al mâs anciano 6 vénérable, sino al tnâs valeroso y guerrero, â fin de que, con su fuerte brazo, pudiera sacarlas victorio- sas de las frecuentes luchas con sus vecinos.

A medida que se ha ido civilizando el mundo, esas tri- bus se han hecho cada vez mâs numerosas, ya por medio de alianzas, 6 bien por conquistas.

En los primeros tiempos, cada vez que fallecîa el jefe de la tribu, se nombraba otro por elecciôn; pero cuando las tri- bus aisladas llegaron â agruparse en naciones, ya no era posible dicha eleccciôn y se estableciô el poder absoluto he- reditario, sujeto siempre â uno que otro cambio cuando se kacîan insufribles los principes; entonces subîa al gobiernp •tra dinastfa.

En nuestros tiempos solo subsiste legalmente el poder ab- soluto en China y en algunos paîses de Asia y Africa; pues-

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to que en Europa va ningûn paîs esta regido por ese siste- ma; aun los paîses clâsicos del despotisme, Rusia y Tur- quîa, se rigen \-a por el sistema parlamentario.

Este ûltimo sistema en su

SitUaCiÔn equiVOCa de aigu- mas ampUa acepcion, consti-

nOS gObiernOS latinOame- tuye el régimeu republicano y

riCaDOS. es el ûnico que por derechori-

ge en America, y aunque en los paîses mâs atrasados no existe aûn de hecho, no puede ser mu}' duradera situacion tan anormal, puesto queestando consignados en sus respectivas constituciones los principios democrâticos, tendrân que imponerse en un plazo mâs 6 menos prôximo.

Como en estos paîses estân tan arraigadas las formas re- publicanas los gobernantes que llegan a imponerse, para regirlos autocrâticamente, se ven obligados a respetar la for- ma, so pena de ver a la nacion entera levantarse contra ellos.

De esta circunstancia résulta un caso bastante curioso: aparentemente hay elecciones, las câmaras estân integradas por représentantes del pueblo, los Estados (en los pueblos en donde rige el sistema fédéral) conservan su soberanîa y los ayuntamientos su independencia, siendo que en reali- dad, solo existe el poder absoluto de un hombre, gobernan- do sin mâs le}' que su voluntad y oprimiendo al pueblo sin otros lîmites que su conciencia, su interés 6 la resistencia que encuentra en el mismo pueblo.

Aparentando que se respeta la Constituciôn, se adoptan oficialmente todas las formulas republicanas: los funciona- rios protestan solemnemente cumplir la ley; todos sus actos sujetanse â los trâmites légales; resultando de esto un lenguaje convencional, hipôcrita, que falsea todo y en el cual nadie crée, aunque todos aparentan lo contrario por el terror que infunde el poder absoluto y porque toda la Nà- ciôn se acostumbra al disimulo. Los periodistas que llaman â las cosas por su nombre y que intentan quitar la mascara

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à esos hipocritas, se les persigue encarnizadamente; pero eso si, se les castiga conforme â la ley, aunque para ello sea necesario dar tormento â los côdigos,

Por estas razones es tan erronée el juicio en el extranjero y aun en el mismo pais donde pasa tal cosa, pues mientras nnos afirman que hay libertad, otros lo niegan; y como es- tes ûltimos son los menos, y para hacerlo deben ser mu}- prudentes, résulta que poco â poco se va faiseando hasta la opinion pûblica, tan perspicaz en los pueblos libres en don- de es iluminada por los genios de la tribuna y de la pluma.

Para vencer esa dificultad y con-

LO QUe debe entenderse testar a todos los sofismas de los

por pOder abSOlUtO. defensores del poder absoluto, en-

contramos una régla segura en las

enérgicas palabras de Montesquieu, escritor profundo y sa-

gaz cuyos luminosos escritos contribuyeron â preparar los

ânimos para la gran revoluciôn de 93.

«Lo que se llama union en un cuerpo polîtico, es algo muy engaîioso: la verdadera union es una armonîa, cuyas partes, por mas discordes que parezcan, concurren al bien gênerai de la sociedad, como las asonancias en la mûsica, concurren al acorde total. Puede existir union en un Esta- do donde en apariencia existen perturbaciones, es decir, una armonîa de donde résulta la felicidad, que es la paz ver- dadera. Sucede lo que en las diferentes partes deluniverso, eternamente ligadas por la acciôn y la reacciôn de unas con otras.

«Pero en todo acuerdo del despotisme asiâtico, es decir, de todo gobierno que no es moderado, siempre existe una division real: el labrador, el guerrero, el négociante, el magistrado, el noble, estân unidos solo porque los unes oprimen â los otros sin resistencia; no es el acuerdo de ciudadanos que estân unidos, sine el orden silenciosode los cadâveres enterrados unos cerca de otros.»

En otra parte estampa el mismo escritor esta frase laco- nica y vigorosa: «en esta clase de gobierno, el hombre es

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UNA CKIATURA QUE OBEDECE A UN A CRIATURA QUE QUIERE.»

Por consiguiente, las mejores pruebas de que un pueblo esta gobernado por un poder absoluto, son a saber: que no haj' nunca oposicion ostensible, que no existen partidos po- lîticos, que la prensa independiente apenas vi\e y es muy tîmida, y por ûltimo, la mâs conciuyente de todas, es que los funcionarios pûblicos resultan siempre electos por una- nimidad de votos, y con la misma unanimidad las câmaras aprueban los actos del gobierno.

Verdad tan palmaria, no necesitademostrarse; cualquiera que haN'a estudiado algo de historia 6 esté al tanto de la polî- tica europea contemporânea, podrâ convencerse de que los paîses mejor gobernados, donde hay mâs libertad y el pro- greso es mâs patente, son aquellos donde existen podero- sos partidos polîticos que hacen oposicion â los actos del gobierno cuando no estân de acuerdo con sus idéales.

Francia, en la actualidad uno de los paîses mas democrâ- ticos del mundo, al frente de cuyos destinos se encuentra el eminente patriota y estadista Clemenceau, cuenta en las câ- maras con un formidable partido de oposicion que frecuente- mente détermina cambios ministeriales; el actual Gabinete solo se ha sostenido porque ha sabido Uevar con acierto las riendas del gobierno en circunstancias verdaderamente pe- ligrosas, respondiendo de este modo â las mâs altas aspi- raciones de la Repûblica.

En los Estados Unidos cada cuatro anos se presencian las gigantescas luchas électorales entre los dos grandes par- tidos que dividen la opinion: el demôcrata y el republicano.

En Inglaterra, primer paîs donde encontre refugio la li- bertad después de su destierro de Roma, existen dos po- derosos partidos polîticos: el Tory y el Whig; éstos se al- ternan en el poder cuando el que esta al frente de los desti- nos de tan vasto Imperiô no satisface las aspiraciones na- cionales retlejadas en el voto del Parlamento.

En Espaîïa, nuestra madré patria, cuyas virtudes y de- fectos forman la base de nuestro carâcter, también estân en

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constante lucha el partido libéral 3' el conservador, alternân- dose en el poder lo mismo que en Inglaterra, Francia, Ita- lia y demâs paîses donde rige el parlamentarismo, cada vez que el partido comète faltas que lo desprestigian ante la opinion pûblica, todopoderosa en aquellos paîses.

El régimen del poder absoluto El poder absoluto en ha exlstldo desde los tiempos mâs la antiêiiedad. remotos y ha sldo causa de las ma-

jores desgracias sufridas por la hu- manidad, porque los principes 3' re5'es ambiciosos promo- vi'an constantes guerras para aumentar sus dominios; gue- rras de las que no siempre resultaban victoriosos; pero en las cuales sucumbîan millares de sûbditos.

Esas guerras casi nunca tenîan otro fin que el de ensan- char los dominios de los principes para satisfacer su vani- dad 6 su codicia, y encender odios implacables entre los pueblos vecinos; odios hâbilmente fomentados por sus prin- cipes para arrastrarlos a la guerra, de tal manera, que los pueblos Uegaban a participar de sus pasiones.

Como la grandeza de esos pueblos dependîa del talento militar de sus principes, resultaba que cuando éstos falle- ci'an, si sus hijos no heredaban su talento militar 6 algunas otras virtudes que lo reemplazaran, muy pronto se veîan despojados de las conquistas del padre, 3^ frecuentemente su paîs era desmembrado, cuando no sometido al >'Ugo de sus enemigos victoriosos.

La influencia del poder ab- El poder absoluto en EgiptO soluto siempre ha sido funes-

ta para los pueblos: asî nos ensena la historia que Egipto debiô su grandeza 3' llegô â un alto grado de civilizacion, mientras el gobierno de los Faraones estuvo contrabalanceado y dirigido por la casta sacerdotal, en aquellaépoca seleccionada por mediodeprue- bas tremendas; mientras que, cuando esta casta perdio su influencia, los reyes dieron rienda suelta â sus pasiones, se dedicaron â construir los monumentos mâs grandes é inû-

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tiles que conoce la humanidad, sacrificando miles de escla- ves en la elevaciôn de las pirâmides quedebian servirles de mausoleo.

Servidumbre tan prolongada apagô en el pueblo egipcio todo sentimiento de dignidad nacional, y desde enfonces lo hemos visto aceptar el yugo de sus diferentes conquistado- res con la misma impasibilidad; pero no es el estoicismo de las aimas bien templadas, â quienes no arredran los mas gran- des obstâculos para la conquista de su libertad 6 de los idéales que persiguen; sino la impasibilidad de las bestias de carga, para quienes es indiferente el arriero que las ha de dirigir; lo ûnico que desean es la ligereza de la carga. Por tal motivo, ese pueblo es ahora feliz bajo la dominaciôn in- glesa; porque el gran tacto de Inglaterra ha consistido en hacer que los pueblos, bajo su dominio, sufran lo menos po- sible el peso de su carga y la afrenta de su yugo.

Igual suerte han sufrido casi

El pOder abSOlUtO en ÂSia. todos los pueblos de Asia, el Con- tinente clâsico de la tiranîa, del poder absoluto, de los iraperios brillantes y poderosos, pero carcomidos en su base; con sus monarcas cargados de pe- drerîas y disfrutando de todas las magnificencias de Orien- te, mientras sus sûbdifos arrastran una vida misérable.

La historia, al hablarnos de la grandeza de aquellos im- perios, se ocupa principalmente en descripciones del fausto, del lujo inmoderado, de la magnificencia que desplegaban los emperadores en su corte y de la tiranîa tan hdbil que ejercîan sobre sus pueblos. Algunas veces, cuando los prin- cipes tenîan grandes talentos militares, con sus inmensas ri- quezas y tantos millares de sûbditos diligentes en obede- cer las ôrdenes de su amo, organizaron ejércitos poderosos que fueron el azote de la tierra, como los de Tamerlân, Atila y tantos otros grandes conquistadores, cuya obra fué tan effmera como sangrienta.

Sin embargo, esos hechos de armas, brillantes, y aquel fausto de los reyes, se destacan lûgubremente en la noche

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tenebrosa de la tiranîa oriental, bajo la que gimen con re- signaciôn musulmana millares de sûbditos, en la tétricaobs- curidad de la ignorancia.

El ûnico fruto conocido de ese régimen de gobierno en aquellos pueblos, allî lo tenemos: el Egipto y la India do- minados por un punado de europeos; el vasto imperio de la China ansiando, sin lograrlo aûn, despertar y sacudir la tiranîa que lo tiene inmovilizado, petrificado en la civili- zaciôn que obtuvo alla, en la noche de los tiempos, en los cuales quizâs fué gobernado mâs liberalmente; Turquîa y Persia teniendo vida independiente gracias a las necesida- des del equilibrio europeo, que ha puesto un freno a la am- biciôn de las potencias. En estos paîses también se han no- tado ùltimamente las convulsiones de un pueblo que des- pierta; pero es debido a la fuerza irrésistible del progreso, de la civilizaciôn moderna que todo lo invade.

El ûnico imperio asiâtico que se ha sustraîdo aparente- mente a taies consecuencias, es el japonés; pero la verdad es que ese pueblo, rodeado en todas partes por el mar, fué mâs accesible a la civilizaciôn europea y le tocô la fortuna de que el actual Mikado quiso dar libertades âsu pueblo, como el mejor medio de promover su progreso, y el resultado ob- tenido por magnanimidad tan rara, ha sorprendido al mun- do. En cuarenta anos de administraciôn democrâtica, regu- lada por el meritîsimo prestigio de su fundador, del mismo Mikado, ha hecho de un pueblo semisalvaje uno de los mâs avanzados de la tierra, no tanto por la fuerza irrésistible de sus ejércitos, sino por el desarroUo intelectual y moral de que hablan los viajeros.

El Japon présenta un ejemplo notable sobre la influencia eminentemente regeneradora de la democracia.

Pasando ahora â Europa, ve-

EI pOder abSOlUtO y la de- mos los efectos del poder abso-

mOCraCia en la Euro- luto en toda su vasta extension,

paantiéUa. hasta que los primeros albores

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ëe lalibertad vinieron a iluminarel mundo en las costas he- lénicas.

La fuerza de esta fué tal, que de un pueblo pequeno por su superficie, hizo uno de los pueblos mas grandes de la tierra.

Pero a Grecia le pasô lo que a todas las repûblicas anti- guas cuando se extendîan considerablemente, }• es que no pu- do subsistir como tal, pues sus levés estaban hechas para for- mar un gran pueblo y no para gobernarlo (observacion de Montesquieu), resultando de esto que cuando llegô â un al- to grado de poder y riqueza y que su territorio habîa au- mentado considerablemente por medio de la conquista, vol- vio â caer en manos del despotismo, y vino Alejandro el Grande, aprovechando todos los elementos acumulados por la fuerza de la democracia, y asombrô al mundo con sus épi- cas glorias, fundando el mas grande imperio de la tierra, pero cuya grandeza no le impidio desmembrarse â la muer- te de su fundador.

Sin embargo, las ideas democrâticas estaban tan arraiga- das en Grecia, que después de esta corta epope^'a militar, siguiô dividida en muchas repûblicas, hasta caer bajo el yugo romano.

La semilla de libertad que tan opimos frutos habîa dado en Grecia, fué llevada por las olas del mar â las playas itâ- licas, en donde floreciô pujante y vigorosa, dandonacimien- to â la Repûblica Romana, la cual, debido â la fuerza de sus principios, â la pureza de sus costumbres republicanas y â la dignidad de que se sentîa investido todo ciudadano. llegô â tal poderîo, que conquistô todo el mundo civilizado, hasta doblegarse bajo el peso de su misma grandeza, y su- friô la misma suerte de Grecia; pero las consecuencias fue- ron mâs funèstas, porque Roma en todo supo ser grande, hasta en su caîda.

Las fuerzas acumuladas lentamente por la democracia ro- mana, fueron aprovechadas por César, quien se cubriô de gloria con los elementos que la repûblica puso en sus ma-

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nos para conquistar las Galias. Una vez terminada esta con- quista y â la cabeza de sus victoriosas legiones, fué â con- quistar â la misma Roma, â imponerle su voluntad, arran- carle sus libertades y establecer los cimientos del despotismo que tan hâbilmente sabria consolidar Augusto.

El gran imperio romano no supo subsistir en manos del poder absoluto; principiô por desmembrarse como vasto or- ganismo carcomido por la gangrena. A eso se debi6 la rui- na de Roma y no â las invasiones de los bârbaros.

Lo ûnico que estes hicieron, fué pasar casi sin resisten- cia las fronteras del imperio romano y establecerse en su corazôn como en paîs conquistado, fundiéndose muy pronto con los pueblos que lo habitaban. La amalgama por acciôn mutua de esas dos razas, de costumbres, leyes y religiones tan diversas, dio origen â la sociedadde laEdad Media, du- rante la cual tuvo una gran recrudescencia el régimen del poder absoluto, que trajo sobre Europa una de las noches mas sombrias y trâgicas.

Pero el ârbol de la libertad, que otras veces habîa floreci- ilo en Roma, dejô abundante semilla conservada cuidadosa- mente en el granero de la historia, â donde irîan â buscarla para alimentar su inteligencia los espîritus selectos, los amantes de la libertad, quienes encontrarfan en aquellos he- chos heroicos alimento para su aima y fuerza necesaria pa- ra destrozar las cadenas de la tiranîa.

Por esta brève resena histôrica com-

ReîlexiOneS sobre ei prenderemos que los efectos invaria- pOder absoluto. bles del absolutismo han sido sumir â los pueblos en la obscura noche de la ignorancia y del fanatisme, haciéndoles perder la nocion de su dignidad y olvidar el amor patrio. En efecto, iquéamor puede tener â su patria un hombre sin ninguna libertad, victima de la mas odiosa tiranîa, no considerândosedueno de nada, pues que hasta los seres mas queridos le son arreba- tados para poblar los palacios de concubinas y losejércitos de soldados; no teniendo ni un pedazo de tierra que amar,

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porque la ûnica regada con su sudor, en vez de ser parj^ él la madré solicita que le alimenta, abriga y hace feliz, no es sinola madrastraiiigrata quele hace trabajar sin descansoy apenas le da alimento necesario para no sucumbir de hambre? Sin mâs ejemplos que los corrompidos de sus principes; sin otro alimento para su espîritu que el amarguîsimo de verse siempre vi'ctima de la fuerza bruta, y siempre â su vista el premio al éxito y â la fuerza. Los pueblos en estas condi- ciones, consideran â la fuerza como una divinidad â la cual rinden culto, venga de donde viniere; por eso vemos â los pueblos sujetos al poder absoluto no importarles sufrir yu- 'go extrano, mientras que los pueblos libres defienden su li- bertad como el don mâs precioso, pues con ella esta vincu- lada la propiedad del terreno, el amor â la familia, la satis- facciôn que encuentran las mâs nobles ambiciones dentrode una Repûblica, puesto que todos pueden aspirar â las n:\as altas dignidades.

El ejemplo mâs notable de lo anterior, se encuentra en Roma, vencida en las mâs grandes batallas por Anibal, abandonada por casi toda Italia, que volviô sus armas con- tra ella. y con los ejércitos victoriosos de su poderoso ene- migo â las puertas de la ciudad, luchando con entereza y energi'a, hasta vencer defînitivamente â su formidable adver- sario. Antes de esa guerra,cuyamagnitud resonô en el mun- do entero, se habîa visto Roma amenazada de grandes pe- ligros; la poblaciôn llegô â estar en manos de los galos, y los romanos no eran ya duenos sino del Capitolio. Sin em- bargo, sus hijos nunca la abandonaron; preferîan morir â ser esclavos. Muchos murieron en efecto, dando admirables ejemplos de héroïsme, como los ancianos senadores, que no quisieron abandonar la ciudad, y revestidos de sus altas in- signias, esperaron en las puertas de sus casas una muerte segura, pero gloriosa; mientras que los mâs, enardecidos por ejemplo tan sublime, vivieron para salvar â su patria amada y con ella su libertad.

En cambio, esa gran naciôn abdicô 'de su libertad en

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manos de sus audaces guerreros; que establecieron el poder absoluto; el pueblo perdio sus propiedades territoriales, que ensancharon los dominios de los magnâtes, viô como le arrancaban a sus hijos, que iban a morir en lejanas'tierras, sus hijas â perder la honra en las suntuosas mansiones de los agraciados de la fortuna. Su libertad la perdiô poco â poco; ya no fué el mérito el factor necesario para ocupar puestos pûblicos, sino el servilismo, la adulaciôn, la baje- za; el que no adulaba no medraba, el que no se arrastraba no subîa; era preciso imitar al vil gusano para elevarse por las antesalas de palacio, en vez del vuelo majestuoso del âguila, porque ella hubiera presentado un blanco infalible para las certeras fléchas de la tirania.

Resultado: el poder fué â dar â las manos mâs viles; el pueblo se dégradé, se entrego al vicio, imitando â las cla- ses directoras, y al invadir unas cuantas tribus de barba- res el imperio romano, encontraron al pueblo sin deseos de defenderse, pues para él lo mismo era sufrir el 5'ugo pro- pio que el extrano. Encuanto â sus emperadores, degene- rados por la corruptora influencia del poder, tampoco tuvie- ron energi'a para luchar; solo intentaron detener la inva- sion corrompiendo â los jefes de las tribus invasoras, man- dândoles présentes valiosos, pagândoles tributos que no hacîan sino fortalecer al enemigo y no consiguieron con esos paliativos humiliantes, sino retardar por unos cuantos afios la ruina del imperio.

En compensaciôn â tanto mal, los emperadores dejaron obras materiales de gran magnificencia, que solo sirvieron para dar mâs esplendor â sus imperios y ocultar mejor^el cancer que lentamente invadîa su organismo.

Esas mejoras materiales, esos palacios, esos monumen- tos de la tiranîa, construldos con sudor y sangre, solo sir- vieron para avivar la codicia del invasor; de ningunamane- ra para contener su marcha.

Haciendo balance al régimen del poder absoluto, vemos que ha sido la causa de todos los maies de la humanidad;

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que en los pueblos donde se ha arraigado mâs hondamente, ha llegado a matar toda dignidad, todo patriotismo, y cau- sado la ruina de los mâs grandes imperios.

En cambio, en cualquier parte donde llega a germinar la libertad, los pueblos alcanzan gran desarrollo y un nivel muy superior al de los pueblos esclavos.

También hemos observado que las Repûblicas no han podido subsistir cuando han sido demasiado grandes, pues como mu}' bien dice Montesquieu: «Indudablemente las le- 5^es de Roma llegaron a ser impotentes para gobernar a la Repûblica; pero es una cosa bien observada: las levés bue- nas, cuando han determinado que una Repûblica pequena se haga grande, han constituido para ella una carga cuando se ha engrandecido, porque eran de tal naturaleza, que su efecto era hacer un cran pueblo; pero no gobernar lo.> Lo cual demuestra que las Repiiblicas deben contentarse con su territorio y no alimentarotro idéal que la conservaciôn de su libertad. El ûnico modo como pueden existir las grandes Repûblicas, nos lo han demostrado nuestros vecinos del Norte, con su magnîfico sistema fédéral, pues con ese sis- tema es mâs difîcil que el poder llegue â ser absorbido por uno solo, cosa que ha sucedido con frecuencia en varias Re- pûblicas, como Francia, en donde Napoléon III implanté el poder absoluto y en algunas de las Latinoamericanas, en donde solo existe el sistema fédéral en la forma, estando en realidad gobernadas por dictaduras militares.

Sin embargo, el poder absoluto ha existido de toda anti- gûedad, porque es el patrimonio de los pueblos atrasados é ignorantes, cuj'a imaginacién no es impresionada sino por las hazanas de sus monarcas, que los deslumbran con su brillo. Ademâs, ignorando la historia, ignoran también los altos hechos de sus antepasados, de los grandes .hombres de la humanidad, y desconocen las fuerzas que un pueblo libre puede desarrollar.

Por este motivo, la instrucciôn y la escuela son los ma-

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yores enemigos del despotisme; los mâs firmes apoyos de la democracia.

En el curso de este trabajo he-

EI pOder abSOlUtO y la mos encontrado algunos casos en

democracia en los donde ha podldo comprobarse la

tiempOS mOdernOS. Influencla nefasta del poder absolu-

to en las naciones modernas; pero

en este punto sera conveniente investigar mâs profunda-

mente los hechos, para demostrar de un modo mâs conclu-

yente la influencia del poder absoluto en las grandes cala-

midades que han azotado â-la humanidad, y veremos â la

vez c6mo en muchos casos el régimen democrâtico ha evi-

tado sérias conflagraciones.

La guerra rusojaponesa se debio â la ambiciôn, no tanto del Zar, sino de los grandes duques, cuya fatuidad les impidio ver el peligro que corrîan, pues no apreciaron debidamente las fuerzas enemigas; y con su pereza, no prepararon las su5'as, pues se ocupaban mâs en sus place- res que en los negocios pùblicos, y cuando lo hacîan era tan solo por medio de bravatas que no hicieron sino em- pujarlos al precipicio.

Rusia no estaba preparada para la guerra, porque la ad- ministraciôn se veia en manos ineptas y libertinas, pues en una autocracia solo ascienden â los puestos piiblicos los que saben adular al autocrata, porque los hombres dignos, que tienen ideas firmes y principios rectos, no pueden do- blegarse ante un ser en muchos casos inferior â ellos, y este, aun menos tolerarâ que haya â su derredor hombres que valgan mâs.

Esto nos explica las grandes faltas cometidas por la ad- ministraciôn rusa y la inmoralidad en las altas esferas del gobierno, al grado de que alguno de los grandes duques fué acusado por haber sustrafdo los fondos destinados â la curacion de los heridos.

Taies abusos casi no se conocîan y no era posible re- mediarlos, pues si la prensa independiente los denunciaba,

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era perseguida sin piedad, y el Zar no podia saber lo que pasaba en su vasto imperio, contentândose con loque le de- cîan sus consejeros que, segûn hemos visto, no podîan ser hombres de carâcter y principios. Asî es como ocupan esos puestos los que tienen mâs esprit y saben mejor halagar las pasiones del soberaiio.

Esto en cuanto a los preparativos de laguerra. Una vez que hubo estallado, se vio lo inferior que era la oficialidad rusa comparada con la japonesa, pues aquélla, compuesta en gênerai de nobles, valientes, es cierto, pero cuyo valor fué estéril por lo ostentoso y sobre todo, por la falta de co- nocimientos y de disciplina, pues asi' como el Soberano s61o admite â su lado quienes lo adulan, asimismo el gênerai s61o confiere ascensos â los que mejor saben atraerse sus simpatîas, resultando no el mérito, sino el favoritismo, el principal factor en los ascensos.

Llegando por ûltimo al soldado, ignorante, arrancado de su hogar contra su voluntad para defender una causa que no le simpatizaba, pues para esos desheredados de la for- tuna poco importaba que el imperio moscovita Uegara has- ta los Montes Urales 6 hasta el mar Amarillo, si â ellos no habîan de aprovechar esas conquistas,- que solo servirîan para enriquecer â sus amos. â quienes odiaban cordialmen- te, pues mâs los conocîan por el peso de su fuete, y la he- rida de su lâtigo, que por la largueza de su mano 6 por la magnificencia de su corazon.

Esos soldados, peleando contra su voluntad en defensa de un amo â quien odiaban, y para conquistar paîses que les eran desconocidos, Uevados al combate por oficiales dés- potas, presuntuosos é ignorantes, no sabrîan resistir alem- puje de los japoneses,que conscientemente defendîan su vida como nacion; sabîan que los terrenos conquistados eran pa- ra ellos; amaban con fanatisme â su Mikado, â quien debi'an su libertad y eran Uevados al combate por una oficialidad austera, valerosa hasta la temeridad, sin ostentaciôn, ins- truida, disciplinada, que debîa sus puestos al mérito, ûnico

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medio de seleccionar la oficialidad y los funcionarios pûbli- cos en los paîses democrâticos.

Ademâs, los japoneses estaban perfectamente preparados para la j^uerra; su servicio administrative era admirable por el orden y la honradez; pero también en Japon existe la libertad de imprenta, quedenuncialas faltas delos funciona- rios, )' una democracia bien organizada que descansa en po- derosos partidos polîticos.

Este ejemplo es por demâs instructive, y nos révéla comc un coloso de la talla de Rusia, debilitado por el absolutis- me, no puede resistir el empuje de un pueblo pequeno, for- talecido por las prâcticas democrâticas.

Remontândonos mas alla en la historia, encontramos que Francia después de su grandiosa revolucion, contaba con el apoyo tan decidido de todos sus hijos, que siempre fué in- vencible, y las coaliciones de toda la Europa reunidanopu- dieron hacerle mella, mientras la libertad movio con su so- berano impulso a todo el pueblo francés.

En cambio, una vez que ese heroico pueblo perdio su li- bertad bajo el yugo de Napoléon, vio con indiferencia pro- fanar el suelo patrio por los invasores extranjeros, y j'a no opuso ninguna resistencia a la desmembraciôn de su terri- torio.

Napoléon quiso que la patria fuera él, y se equivocô; su decepcion fué tremenda al ver que tan pronto como la fortu- na dejô de favorecerle, todos lo abandonaron: lo abandonô el pueblo francés a quien él habîa oprimido, y lo abandona- ron los mariscales y funcionarios a quienes él habîa elevado.

En este caso es donde mejor se comprueban las funestas consecuencias del poder absoluto, pues Napoléon no solo era un genio en la guerra, sino también en la administra- cion; poseîa una actividad incansable, un golpe de vista asombroso, y llevaba con tal orden los asuntos pûblicos, que todo se movîa con précision matemâtica; contaba con ejércitos los mâs numerosos y aguerridos del mundo; con riquezas inagotables para prepararse â la guerra, y por ûl-

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timo, tenîa subyugada a casi toda Europa. Sin embargo, su grandeza fué efîmera, pues su ambiciôn personal lo llevo a guerras desastrosas para Francia, y cuando mas necesitaba de la ayuda de los franceses para defender la integridad del territorio nacional, éstos no respondieron a su llamado, pues â su gênerai solo lo obedecîan cuando teni'a f uerza su- ficiente para hacerse respetar, y tan pronto como la fortuna principiô â série adversa, le falto tal fuerza; mientras que al llamamiento de la patria siempre respondîan, porquecon ella estaban vinculadas sus instituciones y su libertad.

Si Napoléon en vez de coronarse se contenta con el con- sulado vitalicio, habn'a cubierto â Europa de consulados semejantes al francés, la libertad habn'a echado mas hondas raîces en Europa y la grandeza de Francia habn'a sido mâs duradera.

En cambio, Napoléon dejô obras materiales que aun se admiran en todo el territorio francés; abriô caminos magnl- licos, cavô canales importantîsimos; pero las obras de esta naturaleza, son el recuerdo que dejan siempre los déspotas.

La obra mâs duradera de Napoléon fué su admirable c6- digo de leyes, que rige en casi todo el mundocivilizado. iSiempre los productos del pensamiento sereno del escritor, son mâs duraderos que los hechos de armas del impetuoso guerrero!

La catâstrofe epîlogo de la epopeya napoleônica, provi- no de la debilidad del sistema del absolutisme, porque no puede achacarse ni â corrupciôn administrativa, ni â inep- titud de los jefes, ni â falta de valor de los soldados, pues los que permanecieron fieles â las banderas impériales pe- learon con valor admirable hasta el ùltimo momento.

Si de esta catâstrofe pasamos â la de 1870, encontramos con que â pesar de no tener Napoléon el pequeno los tama- nos de su tio, logrô imponer un gobierno absoluto,îpero no supo impedir la gran corrupciôn administrativa, y â Fran- cia le pasô con.Alemania lo que â Rusia con el Japon: que

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en el momento de declarar la guerra no estaba preparada, â pesar de la presuntuosa afirmaciôn del ministre de guerra de Napoléon, que «no faltaba ni un bot6nen el uniforme de los soldados.> Los Jefes, seleccionados por el favoritisme, eran ineptos, como se demostrô por las increibles torpezas cometidas. Los soldados, sin confîanza en sus jefes, vién- dose enganados por el lenguaje oficial lleno de falsos con- vencionalismos, no hallaban â quien créer, se desmoraliza- ron, y apenas lograron salvar el honor de Francia, va que no su integridad, muriendo con gran heroîsmo cuando 11e- garon â encontrarse frente â un enemigo de quien sus je- fes les hacian casi siempre huir y con quien ellos deseaban ardientemente medirse, pues muy pronto comprendieron que no debîan ya esperar nada de su inepto emperador, y la con- ciencia de su responsabilidad para con la patria, desde el momento en que habîan sacudido el yugo de la tirani'a, les daba alientos para salvar lo ùnico posible en aquelJas cir- cunstancias: el honor, y notemos que el honor no por ser un bien abstracto déjà de tener menos influencia sobre los pueblos, pues siempre les presentarâ imâgenes vivas del he- roîsmo de sus antepasados, )' en las grandes crisis inspi- rarâ las abnegaciones sublimes, los grandes hechos que sal- van frecuentemente â las naciones.

De un modo clarisimo hemos podido apreciar los efectos del poder absoluto bajo todas sus formas. El Zar, rodeado del inmenso prestigio de sus antepasados, sostenido por se- culares intereses creados â su sombra, y apoyado en la ig- norancia de sus subditos, déjà indolentemente las riendas del gobierno en manos de los favoritos, que Uevan su im- perio â una aventura desastrosa en la cual escapo de naufra. gar hasta su misma corona, pues las grandes catâstrofes dçspiertan â los pueblos, que reaccionan vigorosamente con- tra el causante de sus desgracias.

El gran Napoléon, arrastrando con irrésistible atractivo â toda Francia â las empresas mâs gloriosas; deslumbran- do â todos con sus hazanas, se siente embriagado por la vic-

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toria é impele â su patria al desastre, para caer con ella en el abismo â donde lo empujô su ambiciôn.

Napoléon el pequeno no tenîa otro motivo para fascinar al pueblo francés, que el glorioso nombre de su tîo, y quiso deslumbrarlo con el brillo de su corte, la construcciôn de magnîficos palacios, la apertura de espléndidas avenidas y el ruido de guerras lejanas; pero no lo logrô por completo. pues la libertad habîa echado hondas raîces en Francia y se alzaba vigoroso el acento de los republicanos, el del gran proscripto de la Isla Jersey, que al dirigirse al pueblo fran- cés lo estremecfa con el canto robusto que entonaba â la li- bertad, con los solemnes anatemas que lanzaba à la tiranîa.

Por este motivo Napoléon, sintiendo su corona vacilar, se resolviô â promover la guerra contra Alemanîa, conlaes- peranza de vencerla y afianzar su trono. Ya hemos visto cuan infundadas eran esas esperanzas; pero â los déspotas les preocupa mas consolidar su poder que salvar â la pa- tria.

*

Pasando ahora â la polîtica contemporânea, podemos ob- servar como treinta y seis anos de sistema democrâtico han levantado â Francia â unaaltura envidiable entre las nacio- nes europeas, pues con la sabia y prudente polîtica republi- cana, ha rehuido toda aventura peligrosa y se ha dedicado à reconstruirse interiormente, logrando un desarrollo por- tentoso de su riqueza; y con su polîtica tan prudente, hâbil y patriôtica, ha logrado atraerse las simpatîas de toda Eu- ropa, al grade de haber concertado una entente formidable, que déjà enteramente aislada â Alemania, su poderosa ri- val.

Pero estudiemos cases especiales en que pedremes mejor apreciar las ventajas de la democracia.

Exploradores franceses abordaron â un villorrio del cen- tre de Africa, Fashoda, y plantaron la bandera francesa.

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Inglaterra pretendio que ese villorrio estaba dentro de los limites de su influencia, de donde se originô una controver- sia que llegô â exaltar a tal grado la opinion pûblica en ambas naciones, que la guerra estuvo â punto de estallar. Pero ambos paises cuentan con instituciones democrâticas, y los ministres que gobiernan no tenian la indolencia ni la debilidad del Zar de Rusia, niel orgullo del gran Napoléon, ni necesitaban consolidar una corona como el pequeno; mien- tras que sf tenian un gran amor â la patria, y no la querîan comprometer en aventuras peligrosas; ademâs, para esos ministros eran perceptibles los temores de las madrés, las esposas y las hijas que no querîan perder â sus hijos, espo- sos y padres por una ridicula cuestiôn de honor mal enten- dido. Si la opinion popular estaba acalorada y con su îm- petu acostumbrado se preparaba â la guerra, la voz de los prudentes que la guîan, se hizo oir y prevalecio en ambos Gabinetes, y la cuestiôn quedô arreglada de un modo tan satisfactorio, que desde entonces empezaron â estrecharse las relaciones de los dos paises para preparar su en- tentc.

Posteriormente surgiô otra dificultad que estuvo â punto de precipitar â Europa en una conflagracion espantosa.

Un soberano casi absoluto y bien conocido por lo impe- tuoso de su carâcter, por cuestiones de amor propio promo- vi6 sérias dificultades â Francia, poniendo como prétexte la influencia que esta ûltima tenîa sobre Marruecos.

La guerra hubiera estallado en toda Europa si no hubie- ra sido por la fuerza de las instituciones democrâticas que rigen â Francia, pues cuando se viô que la imprudencia 6 temeridad de un ministre podîa precipitar la guerra, se le hizo renunciar su cartera â pesar de los brillantes servicios que habîa prestado; pero se prefiriô sacrificar â un. hombre, por mâs mérites que tuviera, antes que lanzarse en tan pe- ligresa aventura. Una vez que la Repûblica hizo tan gran sacrificio, y gracias â la polîtica tan hâbil y prudente de sus sucesores, apoyada por las simpatîas de todos los pue-

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blos de Europa, logrô arreglar la cuestion de un modo pa- cîfico y honroso.

La democracîa salio triunfante 3^ prestigiada de esa aven- tura, mientras que el absolutismo se puso en ridîculo y evi- denciô su flaqueza; y eso que el pueblo alemân es muy se- reno, reposado y cuerdo: pero no era el pueblo quien desea- ba una guerra que tanta sangre le costarîa aun en el caso de salir airoso, sino el soberano, que cegado por su orgullo é impulsado por su desmedida ambiciôn, querîa extender aun mâs sus dominios,

Al fin logro conmover tan profundamente la opinion pû- blica en su vasto imperio, que se ha visto obligado â sacrificar parte de su poder absoluto en aras de la democracia. En lo sucesivo, Alemania representarâ en el mundo el gran papel â que esta llamada, y dejarâ de ser la amenaza constante de la paz europea.

*

En resumen, podemos afirmar que los paîses en donde existe el poder absoluto, como Rusia y Turquia, (apenas en los ûltimos anos han cambiado de régimen,) â pesar de es- tar en Europa, en contacto con las naciones mâs civilizadas del mundo y de haber sido la ûltima cuna, de la antigua ci- vilizaciôn, han permanecido indiferentes al progreso moder- no, y petrificados en sus antiguas civilizaciones, progresan- do muy lentamente; mientras que en los paîses libres, el progreso ha sido portentoso y les alcanza por mâs lejos que se encuentren de los centros de cultura.

No citaré el ejemplo de nuestra vecina del Norte, porque ella debiô su nacimiento â la emigraciôn de hombres libres que se asfixiaban en la atmôsfera de intolerancia y despo- tisme de su patria, y con taies ideas, tenîan que constituir una democracia tan poderosa, que servirîa de ejemplo al mundo; pero citaré la mayorîa de las repûblicas hispano- americanas, que â pesar de su agitadisima vida polîtrca, des-

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de que son independientes han dado pasos agigantados en la via del progreso, pues el nivel intelectual y moral deesos pueblos es muy superior al de Rusia, Turquîa y demâs pai- ses, en donde aûn impera el absolutismo.

Otro ejemplo del maravilloso poder creador de la libertad, se encuentra en el surgimiento del Jap6n â la vida de las naciones civilizadas, entre las cuales ha llegado â ocupar lugar importante después de 40 anos de prâcticas democrâ- ticas.

Este asunto tan interesante, necesitarîa varies volûme- nes para desarrollarse debidamente; pero para el objeto que perseguimos en el présente libro, quizâs hasta nos hayamos extendido demasiado.

Sin embargo, antes de terminar,

CODieiltariOS sobre el sera conveniente exponer en con- pOder abSOlUtO. creto cuales son las causas déter-

minantes para que el poder absoluto sea el mayor azote de la humanidad, no obstante que en mu- chos casos quienes lo ejercen son hombres verdaderamente notables y bien intencionados.

Las razones son las siguientes:

Para que el poder absoluto exista, es necesario suprimir la libertad y que los pensadores permanezcan silenciosos sobre el resultado de sus meditaciones.

La consecuencia de esto es que las faltas de los gober- nantes pasan inadvertidas y si se notan, nadie puede ha- blar de ellas, porque todos comprenden que son irrémédia- bles; faltas que, al repetirse con frecuencia, Uegan â cons- tituir el régimen normal, â nadie extrafian, y por ùltimo, la multitud se acostumbra y amolda su criterio y su carâc- ter al medio en donde se desarroUa. De esto se sigue que el lenguaje convencional y falso empleado en las esferas ofi- ciales, llega â ser el corrienie en toda una naciôn. Los que hablan la verdad, son considerados por el pûblico como desequilibrados, y por el gobierno como conspiradores.

La inmensa mayorîa de la humanidad no tiene un senti-

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miento tan afinado para conmoverse con los grandes acon- tecimientos; para indignarse con los atentados mas inicuos; para armarse con patriôtico ardor â fin de volar â. la defen- sa de la patria cuando esta en peligro; para revestirse de) estoicisrao necesario 3' defender derechos, cuya importancia no puede apreciar. Pero habla un pensador de los que sienten hondo y claro, y trasmite â las multitudes por me- dio de sus vibrantes escritos el verbo de su indignacion, de su entusiasmo, de su patriotismo, las electriza con su pala- bra, les infunde ese sentimiento que le ha hecho vibrar tan poderosamente, les arrastra â los grandes destinos, les hace acometer las empresas jiiâs temerarias, y arrostrar con la sonrisa en los labios aun el mismo fuego de la metralla.

Por eso cuando los escritores independientes que alien- tan nobles pasiones no pueden publicar sus pensamientos, los pueblos no se dan cuenta de la importancia de los acon- tecimientos, permanecen en una impasibilidad que llega â ser criminal, puesto que no logran conmoverlos las desdi- chas mâs grandes ni los mas inicuos atentados contra sus hermanos.

En esos pueblos llegan â atrofiarse â tal grado los sen- timientos nobles, que ni viendo â su patria en el peligro, salen de su impasibilidad.

Otro orden de circunstancias que infiuye poderosamente para hacer el nefasto absolutismo en los pueblos que lotole- ran, es que los soberanos, autôcratas 6 dictadores, son gran- des egoîstas, que prefieren satisfacer su pasiôn de mando, al bien de la patria, pues la historia demuestra claramente que el mejor medio de consolidar el progreso de una naciôn, es la libertad, y ese bien nunca se lo conceden. Para hacer el sacrificio del poder en aras de la patria, se necesita una grandeza de aima poco comûn, que generalmente descono- cen tan encumbrados personajes, en quienes la modestia es la mâs rara de las virtudes. Para no dejar en libertar â su pais, fâcilmente se persuaden de que ellos ûnicamente pue- den gobernarlo con acierto, que el pueblo es muy ignorante

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é incapaz de conocer sus verdaderos intereses. Por ûltimo, no pueden apreciar la magnitud de sus faltas, pues la lison- ja que los rodea acaba por falsear aun su mismo criterio, ya que todo les es presentado con aspectos enganosos pa- ra no causarles desagrado.

Ya vemos porqué no ejercen el poder absoluto sino los ambiciosos 6 los fatuos.

Ademâs de estos defectos que invariablemente acompa- nan â los déspotas de la tierra, los signe una turba de para- sites que viven de la adulaciôn y Uegan â formar un muro compacto que no déjà Uegar â los oîdos de su soberano si- no las lisonjas, porque en la puerta-de los palacios son de- tenidas siempre las importunas quejas de los oprimidos, las protestas de los ultrajados, la indignaciôn de los bue- nos.

Agreguemos que por mas actividad y buena intencion de quien ejerce el poder absoluto, no puede saber lo que pasa lejos de él, sino por el intermedio de sus mismos amigos.de los empleados que él nombra, y que lo enganan sobre el verdadero estado de las cosas. Le es muy difîcil salir de ese engano, porque es natural que confien mâs en lo que di" cen sus empleados y amigos, que en la voz de los descon- tentos, âquienes la lisonja fâcilmente hace pasar âsusojos, como dîscolos 6 enemigos.

De ese modo la administracion se va corrompiendo poco â poco, pues el autôcrata no conoce el mal, y los ûnicos que se podrîan senalar, los periodistas independientes, per- manecen callados.

Vamos ahora â ocuparnos del poder absoluto en Mexico, y con este motivo quizâs se nos présente la oportunidad de tratar tan interesante cuestiôn desde otro punto de vlsta.

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CAPITULO IV

El poder absoluto en Mexico

En el bosquejo histôrico que hicimos del militarismo, ha- blamos de las funestas consecuencias que para Mexico ha tenido el poder absoluto ejercido por medio de dictaduras militares. y ese estudio nos facilitarâ grandemente nuestro trabajo actual.

En nuestra patria tiene su origen el poder absoluto en las guerras intestinas y en las grandes guerras extranjeras, pues como ya hemos visto, cuando un paîs sostiene victo- riosamente alguna guerra extranjera, le queda la pesada carga de recompensar â sus héroes. En Mexico esta întima- mente ligada la idea de poder absoluto, â la de militarismo, porque este ha sido la causa de aquél.

Lo cual nos servira en el curso de nuestro estudio para encontrar el remedio â los maies que nos aquejan.

Por taies razones abordaremos de Ueno la cuestiôn.

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La Repûblica Mexicana esta ac-

PrUBbftS de que existe tualmente gobemada por una dic-

el pOder abSOlUtO tadura mllitar que ejerce el poder

en Mexico. absoluto, aunque moderadamente.

Las mejores pruebas son:launani-

midad de votos en el nombramiento de todos los funciona-

rios pûblicos: la servil conformidad de las câmaras ai

aprobar las iniciativas del Gobierno; la inamovilidad de los

primeros, euyo poder en todos casos dimana directamente

de la administraciôn, la escasîsima libertad de que goza la

imprenta, etc., etc.

La mayorîa de estos hechos no los niegan ni los organos semioficiales, por cuva circunstancia y por el hecho de estar tal idea en la conciencia nacional, no nos parece opor- tuno presentar mayor copia de datos para probar nuestro aserto.

El General Dîaz ha establecido,

COnseCUenCiaS del poder de facto, el poder centrai absoluto,

absoluto en Mexico. pues â nlngûn Estado permite que

nombre sus Gobernadores,ni siquie-

ra â sus Présidentes Municipales, segûn henios visto al ha-

blar de los medios de que se ha valido para afianzarse en

el poder.

Los maies emanados de este régimen de poder absoluto, pertenecen â los dos ôrdenes de ideas que hemos expuesto en el capîtulo anterior.

La falta de libertad de imprenta ha ejercido su infiuencia especial en la marcha de la administraciôn, pues no habien- do quien se atreva â denunciar las faltas de los funciona- rios, no son bien conocidas del pûblico y mucho menos de sus superiores. Esas faltas, que han permanecido impunes, se repiten con frecuencia. Al principio, la opinion pûblica protestaba contra ellas; pero cansada de tanto esfuerzo estéril, dejô de protestar y se acostumbrô â dominar su indignaciôn, logrando al fin ver como cosas normales los abusos de las autoridades. Esta costumbre ha corrompido

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â tal grado los ânimos, que ahora vinicamente se prétende evitar que esos abusos recaigan sobre uno mismo, para !o cual se procura estar bien con la autoridad. Tal conducta es la observada por la mayorîa, generalmente acomodaticia, que quiere vivir tranquila,preocupândose iinicamente de sus bienes materiales, del progreso de sus négocies; que concè- de mâs importancia â la belleza de los paseos que â sus dere- chos de ciudadano, y protesta con mâs indignacion cuando las basuras obstruyen su paso y le hacen desagradable el paseo, que cuando le arrancan sus mâs valiosos derechos 6 se comète un atentado coHtra alguno de sus conciudadanos. En su egoista miopîa no alcanza â comprender que al ser vulnerado un derecho, lo serân poco â poco todos los de- mâs; que las mismas persecusiones sufridas por su conciu- dadano, puede sufrirlas él mismo 6 alguno de los miembros de su familia; pero el egoîsmo es ruin, no tiende â la unie» que fortifica; se inclina por el aislamiento, sin comprender lo que esto débilita.

En todos los pueblos, al lado de quienes se doblegan pa- cientemente y s6k> tratan de no estar mal con las autorida- des, existe en tiempos de despotisme un numéro creciente de ambiciosos que quieren aprovechar la oportunidad para elevarse y enriquecerse, no vacilando en adular â los man- datarios para atraerse su favor.

Estas dos categorîas de sujetos, los resignados y los ex- plotadores, son el apoyo de las autocracias; los ultimos son los emisarios activos, diligentes, que escriben periodi- cos llenos de las mâs bajas adulaciones, adulteran los he- chos, extravîan la opinion pûblica, van entre los pertene- cientes â la otra categorîa â recoger firmas en escritos pom- posos, en los cuales se afirma que el pueblo es feliz, que la patria prospéra bajo la hâbil direcciôn de nuestros manda- tarios, etc. Esas firmas y aun contribuciones para festejar â los gobernantes, son arrancadas por medio de una disi- mulada amenaza 6 de ima sonrisallena de falsos ofrecimien- tos.

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Para contrarrestar la influencia nefasta de esos parasites del poder, y para sacar de su apatîa a los pacîficos ciudada- nos no existe la prensa independiente, dando por resultado que los funcionarios pûblicos, aunque muchas veces llegan al poder eon buenas intenciones, se corrompen poco a poco, porque la lisonja leshace creerse superiores a los demâs;la adulaciôn les pone una venda que les impide apreciar de- bidamente la consecuencia de sus actos, llegando por fin a considerar el poder como su legîtimo patrimonio.

De esta clase de funcionarios, cada vez menos habiles para llevar a la Naciôn â sus grandes destinos, son los que go- biernan actualmente â la Repûblica Mexicana, debido â la influencia del poder absoluto que acabô con la libertad de imprenta.

El resultado de todo esto ha refluido hasta el mismo Ge- neral Dîaz; él ignora la mayor parte de los acontecimientos que pasan diariamente en la inmensa superficie del territo- rio nacional, y aunque quisiera poner remedio, no lo podn'a por dos razones:

La primera, porque si procediera con justiciaen todos sus actos, deberîa quitar de sus puestos â la inmensa mayo- rîa de las autoridades y no encontrarîa con quienes susti- tuirlas, pues difîcilmente hallarîa personas que reunieran à la dignidad necesaria para obrar en todo conforme â la ley, el suficiente servilismo para acatar sus ordenes cuando es- tuvieran contra la misma le^^ En estecaso reacciona cons- tantemente la personalidad del General Dîaz, dominado por la idea fija de conservar el poder, contra el hombre de Es- tado que desearîa el bien de la patria.

La segunda razon, es que las personas de su mayor con- fianza son quienes cometen los mayores abusos, lo cual le impide conocerlos, porque naturalmente, tiene mas confian- za en la afirmaciôn de sus adictos y viejos amigos, que en la de cualquier discolo. La prueba de ello es que, cuando un particular escribe al General Dîaz quejândose por los abu- sos de alguna autoridad, manda la carta original â la auto-

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ridad acusada para que informe, y ya podremos imaginarnos que el tal informe solo es una hâbi] defensa de sus actos, acompanada en muchos casos de pérfida acusaciôn contra el quejoso.

De esto résulta que en laRepùblica se han cometido gra- ves faltas, y aunque no lo han sido directamente por el Ge- neral Diaz y en muchos casos se han llevado a cabo contra su voluntad, no por eso déjà él de ser el verdadero respon- sable ante los ojos de la Nacion y ante el severo juicio de la historia.

Ya lo hemos dicho, el General Diaz desea hacer el mayor bien posible a su patria, siempre que sea compatible con su permanencia indefinida en el poder, dando por resultado que los esfuerzos portentosos del habilîsinio hombre de Es- tado son par^izados por la personalidad del General Dîaz; sus nobles arranques de patriotisme moderados por su egoîs- ta ambiciôn.

Por esta circunstancia hemos querido tratar de las conse- cuencias del poder absoluto en capîtulo por separado, por- que iguales las sufriremos con cualquier gobernante que si- ga la misma polîtica y haga uso del mismo poder absoluto del General Dîaz, quien ha usado de él con una moderacién de que pocos ejemplos encontramos en la historia. Ademâs, su intachable vida privada es una constante fuente de ener- gîa que le permite desplegar una actividad admirable.

Y si con un hombre extraordinario al trente del poder, te- nemos que lamentar consecuencias tan terribles, cqué sera cuando el mismo poder vaya â otras manos y el nuevo man- datario, quizâs enervado por los placeres, no pueda des- plegar tan portentosa actividad ni conservar tan admirable lucidez? Porque haj' que desenganarse, la lucidez y energîa solo se conservan observando una conducta intachable, pues el vicio atrofia las mâs nobles cualidades del aima; paraliza sus esfuerzos hacia todo lo grande, engendra laxitud y un entorpecimiento intelectual qu^ aumenta con el numéro de anos en progresiôn aterradora.

151

* îl

Como séria imposible 6 por lo meiios largo y fastidioso entrar en detalles sobre las consecuencias del actual régi- men de gobierno. vamos a tratar por separado las mâs gran- des faltas cometidas, solo al terminar este capîtulo haremos el balance de la actual administracion.

La Naciôn no supo nunca la ver- Guerra de TomÔChiC. dadera causa de esa guerra; pero se dijo que fué ocasionada porque los habitantes de aquel pueblo, que se encuentra en el corazôn de la sierra Madré, no querîan pagar las contribuciones, 6 algo tan baladi é insignificante como eso. Pues bien, les esfuerzos hechos por el Gobierno para arreglar pacîficamen- te la cuestion, fueron bien pocos y quizâs neiitralizados por la ineptitud, orgullo 6 ambiciôn de sus delegados. El re- sultado fué el envîo de fuerzas fédérales en gran numéro, que destruyeron por completo al pueblo, acabando, 6 pocomenos, con todos los habitantes, quienes opusieron una resistencia he- roica y causaron à las fuerzas fédérales numerosas bajas, al grado de desorganizar por completo los primeros cuerpos que marcharon al ataque.

He ahî un cuadro terrible.

Hermanos matando a hermanos y la Nacion gastando énor- mes sumas de dinero, por la ineptitud 6 falta de tacto de alguna autoridad subalterna.

El General Dîaz, encerrado en su magni'fico castillo de Chapultepec, supo las dificultades, pidiô informes alGober- nador, este a su vez se dirigiô a la autoridad subalterna, verdadera causa del confîicto; esta informé favorablemente a sus miras, y por los mismos trâmites llegô su informe â manos del General Dîaz, quien juzgo necesario mandar des- truir â aquellos humildes labradores y pacificos ciudadanos, representados ante su vista como terribles perturbadores de la paz piiblica, %• para hacer r^sfetar el princifio de autoridad, ordenô el envîo de fuerzas â Tomôchic.

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En este caso, el criterio del General V)ia.7. fué el de unje- fe Polîtico.

iDe que nos sirve, pues, que el General Dîaz tenga un crite- rio tan recto, un tacto tau admirable para tratar â todo el mun- do, si en muchos cases, por la razon natural de las cosas, su juicio se déjà gcuiar-por el înfimo de sus subordinados?

Heriberto Frîas, valiente y pundonorosooficial, pensador y escritor notable, indignado por las torpezas de sus supe- riores y las infamias que le hicieron cometer Uevândolo â exterminar â sus hermanos, escribio un bellîsimo libro de- nunciando esos atentados: pero la voz varonil de los hom- bres de corazôn nunca es grata â los déspotas de la tierra, y ese oficial pundonoroso fué dado de baja, procesado y es- tu vo â punto de ser pasado por las armas.

El epîlogo de ese drama no podria ser mâs conmovedor: Un pueblo destruido por el incendio, regado con los cadâ- veres de sus valientes defensores, abandonado por las nume- sas madrés, viudas y huérfanos que muy lejos fueron â Uo- rar su muerte; y mâs alla, entre los bosques que rodean al pueblo, muchos cadâveres también, pero de resignados ofi- ciales y soldados, que sin saber por que, fueron los porta- dores del exterminio, encontrando la muerte en su tarea, y â quienes hacîan melancolicamente los honores de reglamen- to los companeros que les sobrevivieron.

iLa patria perdiô muchos hijosl

iEl tesoro nacional fué sangrado abundantementel

iY las contribuciones origen esa de hécatombe no fueron pagadas!

iMil veces mejor hubiera sido que ese pueblo no pagara contribuciones por algunos anos. esperando que las luces de la instrucciônpenetraran en él y le hicieran comprender sus deberes!

Pero no: si no conocen sus deberes, â balazos han de en- sefïarles, en vez de hacerlo por medio de la instruccion.

Ese es el mal de los gobernantes militares, que todo lo quieren hacer valiéndose de la fuerza bruta.

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Otro atentado del cual no podemos Guerra del YaQni. hablar sln sentlmos conmovidos; Ile- nos de profunda piedad hacia tantas vîctimas; poseîdos detremenda indignaciôn contra sus ver- dugos, es la guerra del Yaqui.

iCuântas veces nos horrorizamos al leer en la prensa las lacônicas noticias del teatro de la guerra!

tCuântas veces nos hemos visto impulsados â tomar la pluma para lanzar â la Repûblica nuestras protestas indig- nadas, nuestras véhémente inprecaciones para conmoverla, pintândole con toda su horrible desnudez les crîmenes sin cuento que se estân cometiendo en las fertiles regiones ba- nadas por el Yaqui y el Mayo.

Pero <ide que hubiera servido nuestra protesta? «ihabrîa- mos logrado conmover la opinion pûblica para evitar el aten- tado? Indudablemente que nuestros esfuerzos habn'an sido estériles. A una Naciôn oprimida no se le despierta con un escrito aislado, se necesita un conjunto de hechos que la despierten y â la vez le hagan concebir esperanzas de re- denciôn.

Por esas razones comprimîamos nuestra indignaciôn, ocultâbamos nuestras lâgrimas, esperâbamos llenos de ar- dor el momento oportuno para lanzar â los cuatro vientos nuestra protesta inflamada de indignaciôn.

Creemos llegado el momento; pero si no es asf, que nues- tro optimismo nos enganare, habremos satisfecho una de las mâs apremiantes exigencias de nuestra aima al lanzar este acto de protesta contra tan inîcuos atentados.

Sepan los desventurados sobrevivientes deesa heroicara- za, que no todos los blancos, los yoris, somos sus enemigos; sepan los que gimen bajo el lâtigo del esclavista, que muchos de sus hermanos compartimos su dolor, que lloramos con ellos su esclavitud, que no estân sôlos en el mundo, que hay quienes se preocupen por su felicidad y que existe una po- derosa corriente de opinion indignada, clamandopor la jus- ticia.

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Una vez satisfecha en este preâmbulo Ja necesidad que tenîan de manifestarse nuestros sentimientos mas elevados; una vez salida de nuestro pecho esta doliente queja: una vez que hemos cumplido con el deber mâs noble que nos exi- gîa nuestro amor â aquella desventurada raza hermana nues- tra, descendamos al terreno de la razon, de la lôgica infle- xible, para proseguir nuestro estudio.

En una de las mâs feraces regiones de la Repûblica, sur- cada por dos caudalosos rîos que la fertilizan y fecundan, el Yaqui y el Mayo, vivîan dedicados â la agricultura va la ganaderîa los numerosos miembros de la tribu Yaqui. Esos indios se habîan desparramado por todo el Estado de Sono- ra y constituîan los mejores jornaleros, tanto para la agri- cultura como para la minerîa, pues tienen un gran desarro- llo fîsico, una gran resistencia para el trabajo y su inteli- gencia es superior â la de muchas razas indigenas de las que habitan el vasto territorio de la Repûblica.

En la région, ocupada casi exclusivamente por ellos, se dedicaban con buen éxito â la agricultura, ganaderîa y pes- ca; surtîan â Guaymas, Hermosillo y casi todo el Estado de Sonora con legumbres, céréales, volaterîa, mariscos, y en gênerai, con los productos del mar, los agrîcolas y pasto- riles.

Esos indios, fuertemente organizados, independientes de la accion del Gobierno mexicano, dândose sus propias leyes y viviendo bajo el régimen patriarcal; estaban en paz y qui- zâs habîa menos disturbios y mâs seguridad en los caminos de Sonora que en muchas otras regiones de la Repûblica, antes de que los ferrocarriles vinieran à ayudar poderosa- mente la acciôn del Gobierno en la persecuciôn de bando- leros.

Pues bien, durante el Gobierno del General Diaz, que tan prôdigo ha sido con los terrenos nacionales llamados bal-

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dîos, se dio una concesiôn para explotar los terrenos del Yaqui a algunos amigos de la administraciôn 6 de sus miem- bros mas influyentes. Estos traspasaron sus derechos â una companîa extranjera que fracasô en sus trabajos.

Pero lo mas funesto del asunto fué que los yaquis se vie- ron despojados de los terrenos que cultivaban desdetiempo inmemorial, y como eran valientes, numerosos y estaban bien armados, empezaron a defender sus propiedades con rara energia.

El Gobierno fédéral, inf ormado por las autoridades loca- les, probablemente por los mismos beneficiarios de la pro- ductiva concesion, juzgô necesario mandar tropas para so- focar a los indios rebeldes.

Los indios, conocedores del terreno, que les proporciona seguro albergue, han sostenido una defensa interminable por el sistema de guerrillas.

Los jefes de las fuerzas fédérales han obrado con mani- fiesta mala intenciôn 6 con torpeza suma, pues se ha pro- longado la guerra mas de lo que debîa esperarse contando con tan poderosos elementos.

La Naciôn ha perdido en esa guerra infructuosa é inter- minable muchos de sus hijos, y a otros de los mas laborio- sos les ha arrancado los terrenos que cultivaban para pa- sarlos â favoritos del Gobierno, que no los cultivan, ha em- pobrecido â todo el Estado de Sonora quitândole sus mejo-

res labradores y mas habiles mineros, y ha gastado

$50.000,000.00 en esa guerra.

Viendo el Gobierno que no podîa terminar con los valero- sos indios, quienes se defendîan en las inaccesibles monta- nas que les sirven de fortalezas naturales, ha recurrido al inicuo expediente de deportar â toda la raza, empezando por los mas inofensivos, los que estaban mas â la mano.

Los deportados, son prâcticamente reducidos â la escla- vitud en los Estados en donde el clima es mâs inclemente; quizâs se ha3'a escogido de intento lugares malsanos, para

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que tan valerosos guerreros hallen mas pronto la tumba que no pudieron encontrar defendiendo sus patrios lares.

Los relatos que se hacen de esas deportaciones, aunque lacônicos, son desgarradores.

Mujeres hubo que viéndose arrancar de su suelo natal, separadas de sus maridos y quizâs de sus mismos hijos, se arrojaron al mar, prefiriendo la pronta muerte entre las on- das amargas, a les espantosos sufrimientos de la esclavi- tud.

En Mexico, la Capital de la Repûblica, que blasona de civilizada, que ha querido imitar todas las magnificencias de Europa y tan solo ha sabido imitar sus vicios; por esa flamante y bellîsima ciudad, han desfilado los lugubres con- voyés de carne humana.

Los esclavistas interesados en llevarlos a sus haciendas, disputâbanse la presa, y como si esos desgraciados se re- mataran en pûblica subasta, pujaban cada vez mâs, ofre- ciendo mâs y mâs dinero, hasta lograr comprarlos y tras- portarlos â sus haciendas para reducirlos â la esclavitud, en la cual encontraron prontamente su tumba esos leones del combate por la defensa de su libertad.

Hemos dicho la terrible palabra comprarlos; quizâs no sea exacta, pues no sabemos quien fuera el vendedor; pero lo cierto es, que los interesados en Uevar los indios â sus te- rrenos, pusieron en juego toda clase de influencias y quizâs usaron del cohecho para llegar â ser los preferidos.

Hemos sabido de un ciudadano francés que explotabauna rica mina en Sonora. Por intrigas de las cuales él no se diô cuenta, declararon conspiradores 6 complicados de algùu modo, â todos sus sirvientes, y en masa fueron deportados.

Ese frances, de entranas mâs sensibles que nosotros, 6 que no estaba bajo la influencia del vergonzoso pânico infil- trado en todas las capas sociales de la Repûblica Mexicana. vino â esta Région tratando de arreglar que se quedaran â trabajar aquî, en donde se les trataria bien, en donde po- drian vivir tranquilos. Al hablar de sus fieles sirvientes se

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le inundaban los ojos de làgrimas, la garganta se le cerra- ba de congoja

No logrô su objeto, aquellos seres humanos que tanto amaba, corrieron la misma suerte de todos sus desventura- dos companeros.

Medidas tan despiadadas, en vez de calmar a los yaquis les han hecho perder toda esperanza, 3^ aun los mansos han tomado las armas para defender su libertad y sus ho- gares,

La deportaciôn ha llegado â ser énorme, al grado de alar- mar seriamente â los agricultores de Sonora, quienes se han dirigido al Présidente de la Repûblica para que révoque esa orden, pues calculan que si sigue deportaciôn tan râpida, no tendrân peones para levantar su cosecha de trigo.

El Gobierno federel se alarmé de taies consecuencias, porque era importantisimo levantar el trigo, y gra- cias â esas reflexiones meramente econômicas, revocô la orden hasta cierto punto, declarando que se suspen- diera la deportaciôn sistemâtica de indios, advirtiendo que por cada fechorîa cometida por un yaqui, se deportarîan 500!

Un hacendado de aquellos rumbos, tanto por humanidad como por conveniencia propia, llevô â sus fieles sirvientes al"vecino Estado de Sinaloa, y de allî lo hicieron regre- sarlos â Sonora para ser deportados con los demâs.

Las mujeres yaquis ven morir â sus ninos con impasibi- lidad. Preguntada una de ellas de donde provenîa esa in- diferencia, contesté que como de grandes los habîan de ma- tar los yon's, era mejor que murieran de una vez

*. * *

Basta ya de narraciôn que tan profundamente nos afecta. Notemos la conducta de la prensa en casi toda la Repûbli- ca, absteniéndose de comentar taies noticias, y es natural, puesto que no tenîa permis© de hacerlo.

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Un anciano General extranjero es asesinado en las calles de la metrôpoli. Noble indignacion estalla en todos los 6r- ganos de la prensa: tenîan permise para indignarse. En cambio, â nuestros desventurados hermanos se les despoja de su patrimonio, se les sépara de sus familias, se les redu- ce â la esclavitud: silencio sépulcral. iAy de quien diga una palabra!

Pero los tiempos han cambiado. El centenario de nues- tra independencia se anuncia majestuso, recordando los al- bores de la Libertad,

Los escritores independientes, los que amamos â la pa- tria, ya no estamos solos; el pueblo— leôn empiezaâ sacudir su melena y perezosamente se prépara al combate. El sera nuestro firme sostén, y necesitamos todos prepararnos igual- mente para la lucha, erguirnos, sacudir el miedo Jetai que ha sellado nuestros labios, diciendo alto y claro la verdad.

En cumplimiento de ese sagrado deber, pasamos ahora â comentar tan desastrosa contienda entre hermanos.

Ya hemos hecho un especie de resumen de los incalcula- bles perjuicios sufridos por la Naciôn con tan inicua gue- rra. Sin embargo, veamos ahora el mismo asunto desde otro punto de vista.

A la Naciôn le hubiera convenidô mas conservar esa co- lonia, que con su trabajo fecundaba una fértil région de la Repûblica, y que, en caso de guerra extranjera, hubiera prestado importantîsimo contingente, pues los yaquis han demostrado que si son excelentes labradores, también son incomparables guerreros.

En vez de esto, casi toda esa région ha estado â punto de pasar â manos de una companîa extranjera, y ahora esta di- vidida entre unos cuantos propietarios que no la explotan por falta de brazos.

Veamos ahora si lo que nosotros creemos conveniente pa-

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ra el pais, habrîa sido posible siguiendo una polîtica mâs patriôtica.

Indudablemente que si, pues bastaba reconocer à los ya- quis como duenos de la gian extension de terreno que ocu- paban, lo cual era perfectamente légal, puesto que se con- sidéra como tîtulo perfecto de una propiedad, el haber esta- do en posesiôn no interrumpida por mâs de 20 anos, y los yaquis, desde tiempo inmemorial, por derecho de origen, estaban en quieta y pacîfica posesiôn de sus terrenos, puesto que nadie les habîa disputado la propiedad.

Para seguir esta conducta, encontramos un antécédente en la observada por el Gobierno Americano, que ha dedicado à los indios y les ha reconocido como propiedad para que lo habiten, un vastîsimo territorio. Nuestros vecinos del Nor- te han preferido civilizar aun a gran costo, a los indios, au- tes que exterminarlos, 5' vamos que en aquel caso se trata- ba de indios bârbaros, indomables y de raza distinta de los americanos del Norte, mientras que aquî se trataba de in- dios pacîficos, dedicados â la agricultura. El mismo gobier- no mexicano ha seguido ese saludable ejemplo, dedicando con buen éxito una fértil région en el Estado de Coahviila en un punto llamado Nacimiento, sobre las mârgenes del rio Sa- binas, para que lo habiten exclusivamente los indios lipanes y comanches, que eran el terror de la comarca y ahora viven en paz, civilizândose lentamente.

En cuanto al hecho de que no reconocian de un modo abso- luto la autoridad fédéral, no era motivo para exterminarlos, pues con paciencia se hubiera logrado introducir entre ellos la luz de la ensenanza, las ventajas de nuestra civilizaciôn, y muy pronto, en mucho menos tiempo que el necesitado para exterminarlos, se habn'a logrado convertirlos en ciuda- danos utiles.

Examinando el pretexto de que no pagaban contribucio- nes, lo encontramos bien mezquino para declararles una guerra sin cuartel, mâs costosa que su tributo de 100 anos, unido al valor de los terrenos de que se les despojô. Ade-

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mas, de todos modos pagaban contribuciones indirectas, puesto que todos los efectos manufacturados que consumian, los compraban después que éstos habîan pagado sus contri- buciones al Fisco.

iPor que no se habrâ seguido esa poHtica tan fâcil }' pa- triôtica, que habrîa contribuido poderosamente paraaumen- tar la poblaciôn y la riqueza del Estado deSonora, tan ale- jado de la acciôn del centro y que tanto necesita poderosos elementos de defensa para resistir el primer choque de al- guna invasion que nos amenazare por aquellos rumbos?

Indudablemente que el General Dîaz, como hombre de Es- tado, como patriota, lamenfa las consecuencias de esa gue- rra; pero taies consecuencias son el fruto inévitable de su poHtica absolutista, indispensable para satisfacer su ambi- ciôn Personal. Asi siempre veremos las flaquezas del hom- bre entorpeciendo la accion del estadista.

Las causas de esta guerra son obscuras, como todos los actos de un 'gobierno absoluto; pero se han llegado a vis- lumbrar; la opinion pûblica senala quiénes han sido los be- neficiados con esa guerra y los déclara culpables aplicando el sencillo procedimiento judicial para investigar quién es el responsable de algûn crîmen cometido.

Esos beneficiados ocupan altos puestos en la administra- ciôn, la polîtica, el ejército, }' todo el mundo los désigna por sus nombres; pero no entra en la îndole de este trabajo acusar â todos los culpables de la administracion actual, pues en el fondo de todos esos atentados no reconocemos otro responsable que el régimen de poder absoluto implan- tado por el General Dîaz.

La actual administracion al pasar â lahistoria, conserva- como mancha indeleble la sangre hermana, la sangre inocente derramada en esa inîcua contienda, y los mexica- nos que con nuestra debilidad hemos sido complices de tal atentado, también tendremos que pagar cara nuestra indi- ferencia. Esa cadenaque ahora doblegaal yaqui, muy pron- to tendremos que arrastrarla. La que llevamos ahora es do-

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rada y ligera; pero con el tiempo se harâ cadavez mâsdura» y odiosa.

IHagamos, pues, un soberano impulso para romperla aho- ra que aûn es tiempo!

Lejos esta comarca de los centres de co-

GUCm COD los municacion, poco sabemos de ella, si no iUdiOS niayftS. son los épicos relatos consignados en los partes oficiales.

Hemos sabido por algunos yucatecos, que los indios es- tabanen paz cuando fueron sorprendidos por las fuerzas fé- dérales, y segûn parece, no estaba justificada esa guerra, porque ya lo hemos dicho, la civilizaciôn no se lleva en la punta de las bayonetas, sino en los libros de ensenanza; no es el militar quien ha de ser su heraldo, sino el maestro de escuela.

De cualquier modo, allî tuvimos otra guerra costosa para el Erario nacional, y como resultado, el territprio de Quin- tana Roo, repartido entre un reducido numéro de potenta- dos, lo cual sera una rémora para que habiten colonos que podrîan poblarlo y hacer efectivas las ventajas obtenidas por las armas fédérales.

En la antigua Roma, como el mejor medio de asegurar las posesiones lejanas, mandaban ciudadanos. romanos y les repartfan equitativamente los terrenos para su cultivo. De ese modo formaban colonias que servian de parapeto formidable a la Repûblica.

iMuy opuesta ha sido la conducta del Gobierno del Gene- ral Diaz!

Por las huelgas de Puebla y Orizaba

HuelgaS de Puebla supimos como opina el General Dîaz

y Orizaba,. sobre las necesidades de los obreros,

y hasta donde llega su amor hacia

ellos, lo cual nos servira cuando tratemos de investigar las

tendencias de su administraciôn y lo que de ella debe espe-

rar el obrero mexicano.

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En el Estado de Puebla, y sobre todo en sus alrededores, existen grandes fâbricas de hilados y tejidos de algodôn.

En esos establecimientos industriales se hace trabajar â los obreros hasta doce y catorce horas diarias, pagândoles un salarie insuficiente para sus necesidades, 6 por lo menos, no en relaciôn con la labor que desempenan.

Con tal motivo, y haciendo uso de un derecho legîtimo, se organizaron f uertemente todos los obreros, constituyendo una poderosa liga; principiaron â organizar sus fuerzas pa- ra emprender la lucha, y siguiendo el ejemplo dado por los obreros de todo el mundo, se unieron para no sucumbir en la incesante lucha entre el capital y el trabajo.

La primera precaucion tomada por los miembros de esta asociaciôn, consistiô en reunir un fondo bastante fuerte pa- ra hacer frente â las necesidades de sus miembros cuando, para conseguir los fines que persigue lasociedad, debieran abandonar el trabajo declarândose en huelga.

Al sentirse la asociaciôn bastante fuerte, principiô por hacer respetuosas solicitudes â sus patrones, â fin de obte- ner que su suerte mejorara con un salario algo superior, y rebajando las horas de trabajo, pues el tiempo que descan- saban no era suficiente para recuperar por completo sus fuerzas ni dedicarse â algunas distracciones utiles, porque el trabajo de la fâbrica absorbîa todas sus fuerzas. Ade- mâs, los obreros reclamaban un tratamiento equitativo.

En esa época pasaba la industria algodonera por una cri- sis bastante séria, y todos los fabricantes tenîan existencias énormes sin realizar, por cuyo motivo no quisieron hacer concesiôn alguna â los obreros, porque no les preocupaba que se declarasen en huelga sus operarios.

Viendo los obreros que no se daba satisfacciôn â sus re- clamaciones, juzgaron que declarando una huelga gênerai en las fâbricas de Puebla y Tlaxcala, lograrîan su objeto, y asî lo hicieron después de celebrar asambleas numerosas, en las que se discutieron los intereses de la asociaciôn con calma y prudencia significativas.

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Los obreros, poco experimentados, no supieron elegir el momento mas propicio para declararse en huelga, porque en aquella época pasaba la industria algodonera por una crisis mu}»^ séria y era la menos à. propôsito para tomar tal determinaciôn, puesto que los fabricantes no se perjudica- rian nada con cerrar sus fâbricas por una temporada mâs 6 menos larga. Las consecuencias de esta falta de experien- cia fueron fatales para los obreros, que después de varios dîas de huelga se encontraron con sus recursos agotados y sin medio de Uegar a un arreglo cuaiquiera.

Toda la Repûblica estuvo al tanto de las peripecias de la primera lucha entre el capital y el trabajo; y ostensiblemen- te las simpatias de la Nacion estaban por el elemento obre- ro. Por este motivo recibieron los huelguistas socorros de todas partes, siendo los mâs cuantiosos los enviados por sus hermanos (es el tratamiento tan simpâtico que se dan entre ellos) de Orizaba 5' de algunasotras fâbricas delpaîs.

En estas circunstancias, bastante angustiosas para ellos, puesto que â pesar de la ayuda recibida empezaban â sentir varias necesidades difîciles de satisfacer, tuvieron varias reuniones en uno de los principales teatros de Puebla, acor- dando dirigirse al senor Présidente de la Repûblica afin de que interviniera en lacuesti6n,ejerciendo su valiosa influen- cia para que los industriales Uegaran âun avenimiento. Di- gamos de paso que en sus reuniones reino el mâs perfecto orden, lo cual habla muy alto en favor del obrero mexicano.

Igualmente acordaron dirigirse â los Gobernadores de Puebla y Tlaxcala, y aun al Obispo de su diôcesis, para que intervinieran en su favor.

Pues bien, principiaron los obreros â cambiarse telegra- mas con el General Dîaz y este â tener conferencias con los industriales, mientras iba â Mexico una delegaciôn obrera â tratar la cuestion directamente con él.

En tal estado las cosas, se supo que los fabricantes de Orizaba habîan cerrado las fâbricas para evitar que sus

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operarios siguieran mandando auxilios a los huelguistas de Puebla.

Unico en su género es este caso, pues no se tiene noticia de que haya pasado otro semejante en ninguna parte del mundo.

Por otra parte, es atentatorio, pues si estuviera al arbri- trio de los industriales cerrar bruscamente sus estableci- mientos, expondrîan constantemente a millares de operarios â perecer de hambre con sus familias.

No sabemos hasta que punto ampararîa la ley â los in- dustriales de Orizaba para tomar tal determinaciôn; pero indudablemente que el Gobierno, y especialmente el Gene- ral Dîaz, podîan haberla evitado.

Se nos contestarâ que el General Dîaz no puede tener ninguna intervencion en los Estados, cuya soberanîa res- peta; pero nadie darâ crédito â tal afirmacion, pues esta en la conciencia pûblica que la tal soberanîa solo le sirve de pretexto cuando se quiere quitar de encima alguna comi- sion cuyos miembros traen para él peticiones enojosas.

Ademâs, el General Dîaz fungîa en aquel momento co- mo ârbritro en la cuestiôn, é indiscutiblemente los indus- triales de Orizaba no se habrîan atrevido â cerrar las puer* tas de sus fâbricas, sin el consentimiento, por lo menos tâ- cito, del General Dîaz; sobre todo si tenemos en cuenta la influencia personal de que goza con los directores de aque- 11a negociacion.

Existen tantas circunstancias que hacen tan verosîmil el que la clausura de las fâbricas se hiciera de acuerdo con el General Dîaz, que entonces corri6 el runior de que asî ha- bîa pasado.

Pues bien, â pesar del desagradable incidente que puso â los obreros en angustiosas circunstancias, siguieron ade- lante las negociaciones entre industriales y obreros, con la intervencion del General Dîaz y de su Secretario de Go- bernaciôn, el senor Vicepresidente de la Repûblica, don Ramôn Ccrral.

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Los obreros expusierpn sus quejas y presentaron un pro- yecto de reglamento; los industriales presentaron el suyo.

En estos casos, se comprende que se encontrarîa bastan- te perplejo cualquiér ârbitro para saber a quién daba la ra- zon, puesto que el principal punto de la controversia era esencialmente econômico.

Las razones que cada grupo alegaba no carecian de peso: el obrero decîa que era poco el jornal y el trabajo aniquila- dor; el fabricante contestaba que tendrîa que parar su fâ- brica si se le obligaba a pagar jornal mas elevado,

El fallo que en este caso diô el General Dîaz no pode- mos considerarlo como tal, pues no tuvo en cuenta los vi- tales intereses de la Nacion; no considéré que el humilde obrero es la base de la fuerza de la Repûblica, y que dig- nificândolo y elevândolo, harâ que se consoliden las prâc- ticas democrâticas y se robustezca la nacion.

El General Dîaz podîa haber hablado a los industriales en los siguientes términos:

«A pesar de que ustedes han obtenido pingiies ganancias con sus establecimientos fkbriles, pasan actualmente por una crisis muy séria y no quiero obligarlos â que aumenten los jornales de los operarios; pero si exijo de ustedes que los traten con equidad, les proporcionen habitaciones higié- nicas, no permitan que sean explotados en las tiendas de raya, con multas indebidas, ni con cualquiér otro pretexto; por ûltimo, les exijo que sostengan el numéro de escuelas suficientes para educar â los hijos de los obreros. Para es- to ûltimo, si es necesario, a5'udarâ la Nacion; pero lo esen- cial es que no falten escuelas. >

Los fabricantes habrîan aceptado esas proposiciones, y los obreros quedado muy complacidos con ellas, pues hu- bieran dado un gran paso en el terreno de las reivindicacio- nes que ellos persiguen.

En vez de esto, ^cuâl fué el fallo del General Dîaz?

Poco 6 nada modificô las tarifas de pago. Le concede- mos en este punto razôn, pues los obreros escojieron un

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momento econômicamente inoportuno para declararse en huelga.y forzosamente tendrîan que sufrir ias consecuencias de su imprevisiôn.

En cambio, estableciô un sistema de libretas en las cua- les se anotarîa cada vez que concurriera el obrero al talier, asî como sus faltas; libretas que constituirian un arma po- derosa en manos de los fabricantes, quienes por ese medio, cuando algûn operario fuera expulsado de cuaiquier fâbri- ca, no podrîa,encontrar trabajo en ninguna de las otras.

Otra disposicion del General Dîaz.que nos demuestra su incansable tesôn en perseguir la libertad hasta sus mas mo- destas manifestaciones, fué la que establecîa prâcticamente la censura previa en la prensa obrera, pues exigia, 6 por lo menos aconsejaba, que no se publicara ningûn articule sin la previa aprobaciôn del Jefe Polîtico del lugar.

Estas dos disposiciones, pintândonos de relieve la actitud del General Diaz, nos ensenan lo que debe esperar de él el obrero mexicano.

Fallo tan inesperado causô indescriptible impresion en el elemento obrero, sobre todo en Orizaba, en donde estaban doblemente indignados, porque de un modo atentatorio se habîa cerrado la fâbrica en donde ellos trabajaban.

Lo que mas indignaciôn causô entre los obreros, fueron las famosas libretas, que ellos consideraban dégradantes, y que de un modo resuelto y unanime rechazaron.

Los obreros mexicanos dieron pruebas de gran cordura y gran patriotisme, pues â pesar de su indignaciôn, volvie- ron â sus puestos de trabajo con esaresignaciônestoicaque caracteriza â nuestro pueblo.

Sin embargo, bajo esa aparente indiferencia, se agitaba un volcan de pasiones; el mâs ligero incidente lo han'aesta- llar.

En Orizaba, donde era mayor la indignaciôn por las ra- zones indicadas, en los momentos de entrar â la fâbrica, los gritos de una mujer exaltada desviaron los pasos de la multitud, que en vez de entrar â ocupar sus puestos en el

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trabajo, se arrojô frenética como todas las multitudes en- furecidas, al ataque y destrucciôn del ûnico establecimien- to mercantil que tenîa monopolizado todo el comercio, y contra cuyo dueno existîan indudablemente rencores sordos, puesto que allî dirigieron su ira, en vez de dirigirla contra las propiedades de sus patrones.

iCuântos desventurados obreros habrian pasado por las Horcas Caudinas de aquel abarrotero que en tan poco tiem- po amasô una fortuna considérable!

Con ese motivo, el Gobierno fédéral tomô medidas enér- gicas, y sobre el terreno de los sucesos MANDO FUER- ZAS FEDERALES QUE FUSILARAN SIN PIEDAD Y SIN FORMACION DE CAUSA A MUCHOS DES- VENTURADOS, CUYA FALTA CONSISTIO EN UN MOMENTO DE EXTRAVIO.

El numéro exacto de los que fueron ejecutados, permane- ce aûn en el misterio; pero lo pûblico y notorio, es que esa medida de rigor tan inusitada en casos semejantes, causé honda impresion en todo el paîs. Segûn la opinion gênerai, fueron tratados con demasiado rigor los huelguistas de Ori- zaba, y hubiera sido mâs patriôtico y humano prévenir la exacerbaciôn de las iras populares, no permitiendo que los industriales cerraran su fâbrica, ni obligando a los obreros â suscribir las humiliantes libretas.

Mucho mâs de lo que pensâbamos nos

G2ID&D6&. hemos extendido en este capîtulo y esa cir-

cunstancia nos obliga â tratar brevemente

los demâs puntos que entran en el cuadro que nos hemos

trazado.

En Cananea se han registrado dos acontecimientos im- portantes:

Con motivo de las huelgas de los mineros, el Gobernador del Estado de Sonora parece que pidio auxilio â las autori- dades de la vecina Repûblica del Norte, y que en su viaje â Cananea para calmar los descontentos, se hizo acompa- nar por un destacamento de fuerzas americanas.

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Este hecho, aunque lo han negado los ôrganos oficiales, esta admitido generalmente por la opinion pûblica, pues ademâs de que â las declaraciones oficiales de nuestras au- toridades nadie les da crédito, bien sabido es que en la ve- cina Repûblica procesaron 6 amonestaron seriamente a los funcionarios que tomaron parte en tan culpable condescen- dencia.

Esto pasô en los Estados Unidos, mientras que nuestras autoridades, mucho mas culpables, puesto que su accion significaba un atentado contra la soberanîa nacional, no fue- ron procesadas como era debido.

Hubo otro acontecimiento de importancia en ese rico mi- nerai; â causa de haber bajadoel cobre en los Estados Uni- dos, el trust de ese métal déterminé suspender algunas mi- nas y entre otras la de Cananea.

Con este motivo quedaron sin trabajo multitud de mine- ros y trabajadores de todas clases.

Pues bien, laûnicamedida que tomô el Gobierno, fué la de mandar tropas para impedir â los hambrientos obreros co- meter algûn desorden. iEstâ bien que mueran de hambre; pero que se mueran en orden, en silencio, sin protestar, sin incentar organizarse para la defensa de sus derechos!

Con tal motivo nos preguntamos: <iel Gobierno mexicano, que tantos privilegios concède â la companîa explotadora d.e aquel riqui'simo minerai, no hubiera podido interponer su influencia afin de que no tomara tal medida? ^el Gobierno esta completamente desarmado, para protéger en casos como el que nos ocupa, los intereses del obrero mexicano?

O bien, £por que no aprovechô esaoportunidad, asi como las huelgas de Puebla y Orizaba, para formar con los que carecîan de trabajo colonias agrîcolas?

Con esa conducta, el Gobierno hubiera prestado un im- portante servicio â los desgraciados que no tenîan trabajo, é influido indirectamente para que los patrones hubieran ce- dido, aumentando los salaries, lo cual, ademâs de mejorar la situaciôn del obrero mexicano, fomentarîa indudablemen-

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te la inmigraciôn. A estos beneficios se agregarla que co- lonias agrîcolas fundadas bajo tan buenos auspicios, fecun- daran inmensas superjfîcies de tierra, con gran provecho pa- ra la patria mexicana.

iPor que no se observarîa esa conducta, que toda la Na- ciôn habrîa aprobado?

Porque el General Dîaz no puede pensar en todo, ni le conviene apoyar al obrero en sus luchas contra el capita- lista; porque mientras el obrero al elevarse constituye un factor importante en la democracia, el capitalista siempre es partidario del gobierno constituîdo, sobre todo cuando es un gobierno autocrâtico 3' moderado. El General Dîaz en- cuentra uno de sus mas firmes apoyos en los capitalistas, y por ese motivo sistemâticamente estarâ contra los intereses de los obreros.

iEl General Dîaz permanece impasible ante las catâstro- fes obreras; lo ûnico que le conmueve es que peligre su po- der, pues su principal papel consiste en ser el celoso guar- diân del absolutismo!

Indudablemente la instruccion

InStrUCCiOD PÛbliCa. pûbllca es la base de todo progre-

so y adelanto; la iinica que ha de

elevar el nivel intelectual y moral del pueblo mexicano, afin

de darle la fuerza necesaria para salir airoso en las tormen-

tas que lo ahienazan.

Dedicarse a impulsarla era la mas grande necesidad de la patria. Asî lo comprendiô el mismo General Dîaz; a pe- sar de sus esfuerzos, ha fracasado en su obra, porque con su sistema de gobierno tiene que valerse de personas ineptas, y su mirada, por mas pénétrante que sea, no puede abarcar un gran radio.

Segûn el censo de 1900, résulta que de los mexicanos sa- ben leer 5' escribir apenas el dieciseis por ciento.

Para que se tenga una idea del pavoroso significado de esa cifra, diremos que segûn las ûltimas estadîsticas del Japon, concurren a los planteles de ensenanza de aquel flo-

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ciente imperio el noventa y ocho por ciento de los varones en edad de hacerlo, 3^ el noventa y très por ciento de las mujeres.

Esta es la prueba mas elocuente del fracaso de la admi- nistracion del General Dîaz en ramo de tan vital importan- cia.

En el mismo Distrito Fédéral donde mas se siente la ac- ciôn del Ejecutivo, solo el treinta y ocho por ciento de sus habitantes saben leer y escribir.

No entraremos a comentar el género de ensenanza impar- tida en las escuelas oficiales, tan rudamente atacado por el Doctor Vâzquez Gômez, y solo nos limitaremos a afirmar un hecho: la juventud educada en los planteles oficiales sa- le de los colegios perfectamente apta para la lucha por la vida, todos poseen grandes conocimientos que los ponen en condiciones de labrarse mu}^ pronto una fortuna, puestoque poseen el principal factor: la maleabilidad para amoldarse a todas las circunstancias y representar todos los papeles; con la misma imperturbable serenidad los vemos protestar so- lemnemente el cumplimiento de la ley, que son losprimeros en vulnerar, como los encontramos declamando contra el Gobierno, que son los primeros en apoyar.

En cambio, esa juventud dorada esta poseîda del mâs desconsolador escepticismo, y las grandiosas palabras de Patria y Libertad, que conniueven tan profundamente a los hombres de corazôn, los dejan a ellos indiferentes, frîos, imperturbables. El que tiene fe, que ama â la patria y esta resuelto a sacrificarse por ella, pasa a sus ojos por un loco, 6 cuando menos, lo tratan amablemente de desequilibrado.

Sin embargo, la savia de la Patria es tan vigorosa, que en la juventud se manifiesta en todo su esplendor el entu- siasmo por lo grande y lo bello; pero las escuelas oficiales, y mâs aûn el medio ambiente, van minando esos nobles y optimistas sentimientos y sembrando en sus corazones el desconsolador escepticismo, la fria increduHdad, el amor i lo positivo, â lo que palpan, a lo que ven; y cuando Uegan à

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la edad madura es esto lo ûnico que consideran real, y cla- sifican las palabras de Patria, Libertad, Abnegaciôn, entre la metafîsica que acostumbran â considérai con cierto des- dén.

Nuestra poli'tica con las naciones

RelaCiOneS ExteriOreS. extranjeras, ha consistido siempre en una condescendencia exagerada hacia la vecina Repûblica del Norte, sin considerar que entre naciones, lo mismo que entre individuos, cada concesiôn constituye un précédente y muchos précédentes Uegan â constituir un derecho.

No abogamos por una polîtica hostil a nuestra vecina del Norte, de cu3'a grandeza somos admiradores, no solamente por su riqueza y poderîo, sino por sus admirables institu- ciones y los grandioses ejemplos que ha dado al mundo.

Sin embargo, si abogamos por una polîtica mâs digna, que nos elevaria aun a los mismos ojos de los americanos é influirîa para que nos trataran con mâs consideraciones; con las consideraciones a que se hace acreedora una naciôn celosa de su dignidad y honor. Esas consideraciones cons- tituyen una f uerza mucho mâs poderosa que la de las bayo- netas, pues el derecho de la fuerza ha perdido considerable- mente su prestigio con los progresos de la civilizaciôn y muchos conftictos se han evitado por el respeto que impone el derecho cuando es sostenido con dignidad y energîa.

Por no tratar sino dos de los puntos ûltimamente debati- dos entre ambas Repûblicas, recordaremos que al permitir el Gobierno mexicano al de los Estados Unidos laconstruc- ciôn de una gran presa para almacenar las aguas del Rio Grande, con el pretexto de que nuestros vecinos suministra- rîan los_ fondos necesarios para construir esa obra colosal, se les concediô la mayor parte del agua, dejândonos una cantidad verdaderamente ridîcula, si se considéra que tene- mos derecho a la mitad.

El Gobierno mexicano debîa haber insistido en disponer

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de la mitad del agua, aun en el caso de desembolsar lo ne- cesario para cubrir la mitad del costo de la presa.

Posteriormente, con motivo de la visita del senor Root a Mexico, se suscité la cuestiôn de la bahîa de la Magdalena.

Mucho habria que decir sobre este punto; pero nos limita- remos â hacer las brevîsimas consideraciones siguientes:

iQué gana la Repûblica Mexicana con permitir al Gobier- no de los Estados Unidos que sus escuadras hagan sus ejer- cicios de tiro al blanco en la bahia de la Magdalena y ten- gan alll constantementebuques carboneros?

Indudablemente que si los Estados Unidos necesitan aho- ra esa bahîa, también la necesitarân cuando termine el pla- zo concedido, y entonces sera mas difîcil negarles el permi- se, el cual, repetido varias veces, llegarâ a constitnir una servidumbre, y sera una constante amenaza para la integri- dad nacional.

Al dar un paso tan importante, ipor que no consulté el General Dîaz de un modo franco la voluntad nacional? ipor que hizo que se tramitara ese asunto en sesiôn sécréta del Senado?

Si Root amenazo «ipor que no dio un manifïesto a la Na- ciôn exponiendo el ultraje que entranaba esa amenaza y pre- guntândole que actitud debîa de asumir?

Si Root halagô su amor propio, el General Dîaz hizoaùn peor en premiar sus agasajos, sus brillantes discursos en 'que tan alta viô su vanidad, con una concesiôn juzgada por él mismo peligrosa para la Patria, como lo demuestran las palabras de un alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores al ser entrevistado sobre ese asunto por un repor- ter de *E1 Tiempo:» que à la solicitud del Gobierno americano para la estancia de los buques carboneros en la Bahîa de la Magdalena por el térniino de cinco aiios, el senor Présidente habia c ont est ado que pedirîa autorizacién al Senado para otor- garla ûnicamente por el termino que f alta para que termine su periodo prcsidencial, pues no querîa dejar para sus sucESO-

RES COMPROMISOS POR ÉL CONTRAIDOS.

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De todos modos, la opinion pûblica no aprobô esa con- ducta y si no manifesté de un modo hostil su parecer, fué porque toda manifestaciôn en ese sentido, habrîa sido con- siderada como desafecciôn al Gobierno, y susautores hubie- ran sido el blanco de todas las persecuciones. Ademâs, cuando se supo la noticia en Mexico, por telegrama de Washington, era ya un hecho consumado la concesiôn a los Estados Unidos y toda protesta, ademâs de inûtil, habrîa sido sumamente peligrosa.

Supimos de una protesta calzada con numerosas fir- înas, que estuvo a punto de publicarse; pero sus autores comprendieron el peligro tan infructuoso para ellos de tal publicaciôn,y prefirieron conservar toda su fuerza de acciôn para la proxima campana électoral de Présidente de la Re- pûblica y demâs funcionarios fédérales, pues esas épocas de agitaciônson las de verdadero combate en los paîses democrâ- ticos, y aunque hasta ahora esas prâcticas no se han acli- matado en nuestro suelo, todo hace prever que los mexica- nos haremos pronto un vigorosoensa3'0.

No terminaremos este asunto sin recordar la mala impre- siôn causada en el pûblico, por haber alojado al senor Root en el castillo de Chapultepec y celebrado en su honor fiestas excesivamente suntuosas.

El castillo de Chapultepec es el sîmbolo de una de nues- tras glorias mas puras, y los mexicanos consideraron pro- fanado el lugar que sirviô de gloriosa tumba â nuestros héroes infantiles, albergando al représentante del pueblo que ocasionô en otros tiempos aquella guerra funesta.

No decimos esto porque queramos perpetuar odios; no, muy lejos de nosotros tal idea; pero <iâ que venîa hacer tan suntuosa recepciôn al représentante de un pais democrâ- tico?

Dos veces ha visitado la Repûblica vecina el Vicepresiden- te de nuestro pais (decimos esto, porque cuando fué el se- nor Mariscal lo hizo con tal carâcter) y nunca le han hecho recibimiento tan suntuoso; mas bien le han corrido ciertos

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desaires 3' hecho pasar bochornos, para lo cual nunca les ha faltado algûn pretexto.

Por tcdas esas razones, la recepciôn del senor Root fué algo humiliante para Mexico, sobre todo si se considéra la misiôn diplomâtica que tan reservadamente y con tanto éxi- to supo cumplir.

Ademâs, en aquella época habîa gran miseria en el pue- blo, contrastando tristemente con el esplendor de las fies- tas, mas que reaies, verificadas en honor de nuestro ilustre visitante.

En Europa, cuando un Soberano visita a otro, raras ve- ces se desplega tanta magnificencia; 3' nosotros, un pais pobre, lo hicimos con un huésped cuya misiôn fué mas in- teresada que amistosa.

En Mexico se dijo con mucha insistencia que el mismo se- nor Root, se habîa sorprendido de tan suntuosa recepciôn.

iQué razones tendrîa el General Dîaz para obrar de tal manera?

Parece que su polîtica tiende a evitar a toda costa un conflicto con nuestra poderosa vecina del Norte; pero en verdad, solo ha logrado aplazarlo haciéndolo cada vez mas probable, pues siendo tan condescendiente con ellos, cuando otrociudadano de mas energîas ocupe su lugar y no quiera- ser tan complaciente, se resentirân sin duda nuestras rela ciones diplomâticas con la Repûblica del Norte: pero no debemos temer un rompimiento, pues esa gran Naciôn no nos declaran'a por causas baladîes una guerra que en Me- xico séria considerada como guerra nacional, y la resisten- cial con que tropezaran muy distinta â la encontrada por los franceses durante la guerra de Intervenciôn y apenas comparable â la que Napoléon I encontrô en Espana, â quien nunca pudo pacificar. Ademâs, la Repûblica Norte- americana es eminentemente democrâtica y los pueblos de esta îndole; aunque son unos leones para defender su inde- pendencia, son poco afectos â la guerras de conquista, que benefician â unos cuantcs capitalistas, con perjuicio de la

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inmensa ma5'orîa del pueblo, ûnico que carga con las contri- buciones de dinero y de sangre.

La noble actitud de los Estados Unidos hacia la Perla de las Antillas,que solo han ocupado temporalmente para ase- gurar el normal funcionamiento democrâtico, nos demues- tra elocuentemente la magnanimidad del pueblo americano y que nada debemos temer de él si son leales nuestras re- laciones con ellos; pero la lealtad no excluye la dignidad; por lo contrario, esta no harâ sino dar mas realce a nues- tras relaciones amistosas.

Es posible que el General Dîaz tenga otro criterio, lo cual fâcilmente se explica, pues un hombre que debe su fortuna â la fuerza bruta, debe tener un singular concepto de ella y ha de conservarle un respeto supersticioso.

*

Pasando ahora â estudiar nuestras relaciones con las re- pûblicas hermanas de Centro y Sudamérica, lamentamos que no se haya hecho mayor esfuerzo para estrechar mâs nuestras relaciones con ellas.

Queriendo aplicar el criterio de la politica interior â laex- terior de la Repûblica, se ha creîdo que con esas frases de convencionalismo, y con suntuosas recepciones â los dele- gados del Congreso Panamericano, serîa suficiente para mantener el prestigio de Mexico entre sus hermanos del Sur.

Nada mâs equîvoco que tal creencia, pues â esas frases convencionales nadie les da crédito; aqui en el interior, to- do el mundo calla por temor de aparecer descontento del Go- bierno; pero en el extranjero es diferente y nuestra polîtica internacional, como se m^erece, ha sido acremente criticada por la prensa de aquellos paîses.

A mâs de parecernos poco efîcaz el esfuerzo hecho por el Gobierno Mexicano para estrechar nuestras relaciones con aquellos pueblos, creemos que ha cometido dos grandes fal-

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tas. La primera, unirse â todas las potencias europeas cuando en una vasta coaliciôn exigian de Venezuela el pago de cuentas adeudadas por esta. A Mexico no le convenia por ningûn motivo asumir esa actitud, tanto por antécéden- tes, como por propia conveniencia. Por antécédentes, por- que amarga experiencia nos demuestra lo injusto que sue- len ser taies deudas, y por conveniencia, porque el ûnico modo de llegar a un posible equilibrio de fuerzas en el Con- tinente Americano, es la union de todas las Repûblicas la- tinas para contrabalancear el poderîo de la Anglosajona.

Aunque somos de los que no temen una guerra con esa Naciôn por las razones j'a indicadas, la prudencia aconseja aumentar nuestra fuerza, pues â medida que esta sea mâs grande, disminuirân las probalidades de un conflicto.

Si Mexico en vez de haberse unido â las potencias re- clamantes, hubiera interpuesto su influencia y a3'udado con su crédito â Venezuela, su situaciôn en la America Latina serîa muy distinta de la actual y las demâs Repûblicas con cierto orgullo considerarîan â la Mexicana como â su hermana maj'or, mientras que ahora la consideran mâs bien con cierta lâstima al ver su polîtica tan poco digna y levantada.

La otra falta trascendental ha sido no trabajar para que las cinco Repûblicas centroamericanas formen una sola Re- pûblica federativa. De ese modo, terminando las eternas guerras que las agitan 5^ los odios que las dividen, for- man'an una Naciôn poderosa, nuestra aliada natural, y que, con la union y la paz, progresarîa may râpidamente aumentando su fuerza, lo cual redundarîa igualmente en nuestro beneficio por la comunidad de intereses é idéales.

En vez de eso, mientras estén divididas, corremos el pe- ligro de que alguna de ellas vaya â dar â manos de cualquier potencia ambiciosa, como pas6 con Panama, constituyendo tan peligrosa vecindad para nosotros una séria amenaza.

Para llegar â esa federaciôn, se hubieran preparado to- dos los hilos de la trama â fin de aprovechar la primera

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oportunidad que se presentara, como fué el asesinato del General Barillas, pues ese acontecimiento caus6 tal efer- vescencia en la America Central, que una intervenciôn de Mexico en aquellos momentos, hubiera sidoconsiderada co- mo una ayuda de la Providencia, porque habrîa influido pa- ra quitar del poder al tirano Estrada Cabrera, que ocupa el puesto de Présidente de la Repûblica de Guatemala y que es tan odiado en su paîs.

En vez de esa conducta tan conveniente, como nuestra polîtica no tenia orientaciôn fija, anduvimos vacilantes, de- jândonos llevar por las impresiones de momento y nos pusi- mos en ridîculo, acabando de perder todo el prestigio que tenîamos con nuestras vecinas del Sur, con desenvainar la espada sin razân y envainarla sin honor, frase con que tan grâfica y hâbilmente résume nuestra polftica en aquellas circunstancias, nuestro ya citado y apreciable amigo el se- nor Fernando Iglesias Calderôn.

No terminaremos de tratar este punto sin decir que nos pareciô altamente impolîtica una declaraciôn del General Dîaz â un reporter de «The Herald, > en la cual decîa, ha- blando de nuestro ejército, que s61o lo necesitâbamos para repeler algûn ataque eventual de nuestras vecinas del Sur, puesto que por el Norte estâbamos perfectamente â cubier- to con la amistad de los Estados Unidos.

Alabamos la segunda parte de su declaraciôn, pero no le tenemos â bien la primera, por demostrar cierta hos- tilidad para nuestros hermanos del Sur, y cierta arrogancia con el débil, mientras que con el fuerte es tan condescen- diente.

Ya que el General Dîaz es tan hâbil en el arte de callar y de permanecer impénétrable, bien pudo haber puesto en juego en esa vez su habilidad.

Antes de pasar adelante queremos hacer una declara- ciôn deimportancia:

No es nuestro ânimo atacar al senor Mariscal, nuestro dignîsimo Secretario de Relaciones. Tenemos el mâs eleva-

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do concepto de su patriotismo é integridad, y hemos sabi- do que en la mayorîa de los casos citados él ha apoyado la polîtica que esbozamos, como mas conveniente para la Naciôn, pero ha tenido que transigir ante la omnipotente opinion del General Dîaz.

Ya que en este libro nos hemos propuesto hablar el len- guaje de la verdad, debemos decir lo siguiente: como nun- ca se sabe lo que pasa en los consejos de ministres, fâ- cilmente ha logrado el General Dîaz que recaigan sobre cada uno de ellos todas las faltas cometidas en el ramo a su cargo, y atribuirse todo el mérito de lo bueno que se hace. Para ello es aj'udado admirablemente por la prensa asalariada y por las mezquinas divisiones que tan hâbil- mente sabe fomentar entre sus ministros, a fin de tener siempre en equilibrio sus fuerzas para que ninguno de ellos llegue a imponérsele.

Lo ocurrido con el famoso proyecto de le}^ minera, nos demuestra que el General Dîaz es quien resuelve todos los asuntos importantes, aun contra la conviccion de sus minis- tros.

En este caso el asunto llegô à. tener gran publicidad, por circunstancias especiales pero indudablemente tal hecho; es anormal en la polîtica del General Dîaz.

Lo ûnico queostenta la adminis- PrOgreSO niaterial. traclôn del General Dîaz en suapo- yo, es nuestro progreso material. Los diarios oficiales publican estadîsticas y mas estadîsti- cas demostrandoque el aumento en nuestro comercio es fa- buloso, que las fuentes de riqueza pûbliça y privada han aumentado considerablemente, que nuestra red ferrocarrile- ra se extiende mâs y mâs, que en los puertos se construj^en magnîficas obras para hacerlos mâs accesibles â los buques de gran calado, que en todas las grandes ciudades se ha hecho el drenaje, la pavimentaciôn de las calles, se han construido magnîficos edificios, etc.. etc.

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Todo es muy cierto; nuestro progreso econômico, indus- trial, mercantil, agrîcola y minero, es innegable.

Ya lo hemos dicho: el General Dîaz harâ al paîs todo el bien que pueda, compatible con su reelecciôn indefinida.

Pues bien, si es cierto que en el orden de libertades to- das constitufan un estorbo para lograr su fin, por cuyo mo- tivo ha procurado acabarcon ellas, nopasalo mismo con las cuestiones econômicas, pues mientras mâs desarrolladaesté la riqueza pûblica y mayores sean los intereses creados a su sombra, sera mayor la estabilidad de su gobierno.

Para llevar à cima esta obra, los dos factores mâs impor- tantes han sido: la paz y la oleada de progreso material traîda al mundo por el vapor con sus multiples aplicaciones al transporte y â la industria.

Ya hemos visto de que medios tan habiles se ha valido para conservar la paz, siendo uno de los principales la cons- trucciôn de grandes ferrocarriles. Pero éstos no solamente han servido para trasportar râpidamente las tropas, sino que han traido un desarroUo maravilloso de las riquezas de la Naciôn.

El General Dîaz, consumado estadista y con sus grandes dotes administrativas, ha sabido fomentar nuestro progreso material, poniendo orden en todo aquello â donde alcanza su actividad. Sin embargo, un paîs tan extenso como el nues- tro, no puede ser gobernado por un solo hombrey si es cier- to que se ha rodeado de personas capaces y lo que esta â su vista anda relativamente bien, no pasa lo mismo en los Estados, en los cuales la inmensa mayorîa de los Goberna- dores no se ocupan sino en acrecentar su fortuna por me- dios mâs 6 menos lîcitos, pero siempre en detrimento, por lo menos, de la buena administraciôn de su Estado, puesto que no le dedican todas sus energîas.

La mejor prueba de nuestro progreso material y del orden en las finanzas nacionales, esta en que se cubren con desaho- go los presupuestos de egresos â pesar de los intereses de

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nuestra deuda extranjera que ha aumentado considerable- mente durante la actual administracion.

No publicaremos cifras para demostrar nuestro progreso, porque son bien conocidas de toda la naciôn las estadfsti- cas respectivas.

Solo diremos que es un error atribuir todo nuestro pro- greso al General Dîaz, puesto que en igual perîodo de tiem- po han alcanzado un desarrollo que no guarda relacion con el nuestro, muchas naciones del mundo, entre las cuales ci- taremos: el Japon, Francia, Estados Unidos, Italia, Alema- nia, y entre nuestras hermanas del Sur, Costa Rica, Argen- tina, Chile y el Brasil.

En todos esos paîses se ha notado como entre nosotros, la influencia bienhechora del vapor que ha revolucionado to- das las industrias _v los medios de trasporte.

En todos los paîses mencionados existen las prâcticas democrâticas; en los queestân bajo el régimen republicano, se han alternado en el poder varios ciudadanos, asî es que no es principalmente al General Dîaz a quien debemos nues- tro bienestar econômico, sino a la grande ola de progreso material que ha invadido todo el mundo civilizado.

Si en vez de un gobierno absoluto lo hubiéramos tenido democrâtico, indudablemente nuestro progreso material hu- biera sido superior, porque el despilfarro en los Estados no hubiera sido tan escandaloso, y si bien es cierto que los Gobernadores no estarîan tan ricos, en cambio las obras ma- teriales habrîan recibido mayor impulso, y sobre todo, la instrucciôn pùblica estarîa mas atendida.

En este ramo tan importante de la riqueza

AériCUltUTd. pùblica, poco ha hecho el Gobierno por su desarrollo, pues con el régimen absolutis- ta, résulta que los ùnicos aprovechados de todas las concesiones son los que lo rodean, y mas particularmenteen el caso actual, toda vez que uno de los medios empleados por el General Dîaz para premiar â los jefes tuxtepecanos, ha sido darles grandes concesiones de terrenos, loque cons-

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tituye una rémora para la agricultura puesto que los gran- des propietarios raras veces se ocupan en cultivar sus te- rrenos, concretândose generalmente al ramo de ganaderîa, cuando no los dejan abandonados para venderlos después â alguna companfa extranjera, como sucede con mas frecuen- cia.

Las concesiones para aprovechamiento de aguas en los n'os, han sido inconsideradas, y siempre van â darâmanos del reducido grupo de favorites del Gobierno, resultando que el agua no se aprovecha con tan buen éxito como hubiera sucedido subdividiéndose entre muchos acricultores en pe- quena escala.

El resultado de esta polîtica ha sido que el paîs, â pesar de su vasta extension de tierras laborables, no produce el al- godon ni el trigo necesario para su consumo en anos nor- males, y en anos estériles tenemos que importar hasta el maîz y el frijol, bases de la alimentaciôn del pueblo mexi- cano.

Parece que las plantaciones de mague}' si' alcanzan gran desarrollo, y aunque la venta del pulque proporciona pin- gûes ganancias, no por eso debemos considerar su produc- to como una riqueza nacional, sino por el contrario, una de las causas de nuestra decadencia.

Estos dos ramos, han recibido un im-

MiOCrld é iDdUStriâ. pulso portentoso con los ferrocarriles, sobre todo la minen'a se desarrolla asombrosamente, debido tanto â los ferrocarriles como â la ley minera tan libéral.

En cuanto â la industria, ha recibido un positivo impul- so de parte del Gobierno con la exencion de contribuciones â las industrias nuevas y establecimiento de derechos pro- teccionistas.

Sin embargo, en ciertos casos ha ido el Gobierno dema- siado lejos en su afân por desarrollar la industria, permi- tiendo que se beneficien con esas franquicias, explotaciones perniciosas. Nos referimos especialmente â las fàbricas de

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alcoholes de todas clases y sobre todo a los de maîz, que transformai! ese grano, base de la alimentaciôn del pueblo, en alcohol, uno de los venenos mâs perjudiciales para el progreso de la Repûblica. Esta industria ha encarecido el precio de ese cereal y aumentado la miseria del pueblo en anos estériles.

En cuestiôn de tarifas proteccionistas, no siempre anda mu}' acertado el Gobierno; para decretarlas, solo tiene en cuenta los intereses especiales de personas 6 sociedades amigas a quienes desea protéger, sin consultar los grandes intereses de la Naciôn, que no tiene ningûn représentante legîtimo en esas discusiones.

El resultado de esta polîtica ha sido crear los monopolios del papel y la dinamita y encarecer considerablemente los artîculos de hierro y acero, con perjuicio de toda la Naciôn y provecho de unos cuantos.

Este es uno de los ramos mâs dif îciles

Hacienda PÛbliCa. de tratar para una persona que no pertenece a las esferas del Gobierno, pues para emitir juicios fundados sobre la mayor parte de los asuntos que le conciernen, séria preciso hacer estudios comparatives y minuciosos sobre estadîsticas y datos de otras clases.

Por tal razôn no's veremos precisados a tocar este punto superfîcialmente.

Numerosas estadîsticas se publican con frecuencia, de las cuales resalta nuestro progreso material y el estado bonan- cible de la Hacienda Pûblica.

Por otra parte, los progresos materiales saltan â la vista y nadie los pone en duda.

Lo que â nosotros corresponde averiguar, siguiendo las tendencias de este libro, es la infîuencia ejercida por la ad- ministraciôn del General Dîaz sobre nuestro desarroUo eco- nômico.

Desde luego podemos decir que su influencia ha sido énor- me; pero lo repetimos: la causa principal de nuestro progre-

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so, no es una causa local, sino mundial, pues el siglo XIX y los principios del XX se han caracterizado por el prodi- gioso desarroUo de las ciencias de aplicaciôn â la industria y al progreso material.

Sin embargo, la administracion del General Dîaz tiene el grandîsimo mérito de haber impulsado al paîs en la via del progreso material, fomentando la construcciôn de ferroca- rriles, protegiendo la industria, etc., etc.

Ademâs, hemos dicho que el General Dîaz hace al paîs todo el bien que puede, mientras sea compatible con su reelecciôn indefinida.

Teniendo en cuenta la cortapisa expresada, veamos que bien le ha permitido hacer â la Naciôn, y cuanto ha influî- do en que ese bien no fuera mayor.

Desde luego, debemos hacer justicia â su administracion, que ha logrado ni\ elar los presupuestos 5^ aun presentar so- brantes en la Tesorerîa â pesar del énorme servicio de la deu- da; lo cual prueba nuestra bonancible situacion economica y que en el ramo de Hacienda existe un orden minucioso, orden que s61o logro establecerse cortando de raîz grandes abusos.

La inmensa deuda contraîda por la administracion actual, ha servido para desarrollar considerablemente nuestra ri- queza, y no creemos que constituya gran carga para la Na- ciôn, desde el momento que con desahogo se pagan sus in- tereses y se va amortizando parte de ella/

La crisis financiera porqueatraviesa actualmente el paîs, no quiere decir nada contra el desarroUo de la riqueza na- cional. Sus causas son también mundiales; sobre nosotros se reflejô la crisis sentida en los Estados Unidos, haciendo bajar considerablemente nuestros productos de exportaciôn y dejando de entrar capital extranjero.

El senor Ministre de Hacienda se alarmô con la crisis de los Estados Unidos, y temiô que de alcanzarnos, amenaza- ra seriamente â los bancos de emisiôn; éstos habîan adqui- rido ciertas prâcticas incompatibles con instituciones de

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ese carâcter, y prâcticamente se habian convertido en bancos refaccionarios. Ademâs, en algunos de ellos sus consejeros cometîan grandes abusos.

Para conjurar el mal, el senor Limantour convoco a una junta de banqueros por medio de una circular, en laqueex- puso las modificaciones convenientes a su juicio para refor- mar la Ley Bancaria.

Esa circular causô honda impresiôn en los cîrculos finan- cières y aumento la tirantez monetaria que ya se empezaba â sentir.

Sin embargo, se ha exagerado mucho el ef^cto de esa cir- cular en el aumento de la crisis; ya hemos dicho que las causas déterminantes fueron mundiales. Ademâs, sufrimos las consecuencias de una le_v econômica bien conocida, se- gûn la cual, los paîses prôsperos sufren crisis periodicas.

No terminaremos el ramo de Hacienda sin decir unas pa- labras sobre la fusion ferrocarrilera 3' el dominio del Go- bierno sobre una gran extension de las lîneas nacionales.

Esta importante operaciôn ha sido motivo de sérias con- troversias en la prensa; no obstante, déclarâmes francamen- te que considérâmes como un gran bien para el pais el do- minio del Gobierno sobre los ferrocarriles; de ese modo nos ponemos â cubierto de algûn frus/ extranjero que los ad- quiera y explote, paralizando nuestras -fuentes de riqueza.

Ademâs, el Gobierno se preocuparâ mejor que una com- pania extianjera, de los intereses nacionales, y aunque ac- tualmente se conocen algunas quejas, quizâs no sean mu^' fun- dadas, pero sobre todo, sera fâcil remediar el mal, y si la actual administracion no lo hace, lo harâ la siguiente, ique algûn dîa ha de cambiar esta situaciôn!

Otra razôn de gran peso: esa adquisiciôn quita el prétex- te de reclamacienes internacionales en el case desgraciado de trastornes intestines 6 de algûn cenflicte internacienal.

Por ultime, razenes muy importantes de orden econômi- ce, determinaron al Gobierno â censumar tan magna epera-

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ciôn, segûn lo ha demostrado el senor Limantour en su in- forme.

El cargo ûnico imputado a esta operaciôn, es que podrîa haberse verificado en condiciones mas ventajosas para la Naciôn, pretendiéndose que sirviô de pretexto â fructuosas especulaciones.

Afirmaciôn difîcil de comprobar, por mas que el pûblico da siempre crédito â taies rumores, porque es indisputable que bajo el actual régimen de gobierno se pueden cometer los mâs grandes abusos, sin que sea fâcil comprobarlos, faltando el control de las câmaras y de la prensa indepen- diente.

A pesar de lo expuesto, en el caso que nos ocupa la pren- sa ha usado gran libertad para combatir los actos del senor Ministro de Hacienda.

Circunstancia que no ha sido apreciada debidamente, por- que ese acto del senor Limantour, de dejar que la prensa discuta, debîa mâs bien enaltecerlo que desprestigiarlo. Pe- ro sucede que, sin darnos cuenta, obramos bajo la suges- tion del General Dîaz, â quien no desagrada que la prensa ataque de cuando en cuando â sus ministros, sobre todo, cuando empiezan â adquirir cierto prestigio. En cambio, â él nadie lo puede censurar; él nunca es culpable de ningu- na determinaciôn desacertada de sus Secretarios, mientras que â él solo se atribuye todo el mérito de las buenas.

Résulta que, mientras se ataca â uno de sus ministros porque se comète alguna falta en el ramo de su cargo, se prodigan toda clase de adulaciones al General Di'az, dicien- do que se espéra de su alta justificacion, de su clarîsimo ta- lento, etc., etc., que remédie el mal, sin comprender, 6 ha- ciendo que no se comprende, que él es responsable de todas esas faltas, tanto porque los ministros son nombrados por él y no toman una determinaciôn importante sin su consenti- miento, como porel régimen del poder absoluto establecido, y el cual ha paralizado la influencia que podrîan ejercer to- dos los ciudadanos si hiciefan uso de los derechos que les

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concède la Constitucion, para inmiscuirse en los asuntos pû- blicos.

Ya hemos estudiado su activo

Balance al pOder abSOlUtO y su pasivo, procuremos ahora en Mexico. sacar las deduciones générales.

Desde luego, el poder absolu- to nos présenta en su abono el gran desarrollo de la rique- za pûblica, la extension considérable de las vias férreas, la apertura de magni'ficos puertos, la construcciôn de esplén- didos palacios, el enbellecimiento de nuestras grandes ciu- dades, principalmente la capital de la Repùblica, y sobre todo eso, como la hada bienhechora de tanta maravilla, la paz que hemos disfrutado por mas de treinta anos, y que segûn parece ha echado hondas raîces en nuestro suelo.

En cambio, el actual régimen de gobierno nos présenta un pasivo aterrador; acabo con las libertades pûblicas, ha ho- llado la Constitucion, desprestigiado la ley que ya nadie procura cumplir, sino evadir 6 atormentar para sus fines particulares, y por ùltimo, acabô con el civismo de los me- xicanos.

Para apreciar debidamente la nefasta labor del absolutis- mo, veamos cual es el idéal que debe perseguir todo gober- nante que ama â la patria.

Desde luego podremos citar como un bellîsimo programa de gobierno, el que tan elocuentemente encerraba en estas pala- bras e) inmortal Morelos, cuando convocô al Congreso de Chilpancingo:

"Soy el siervo de 4a Naciôn, porque esta asume la mâs grande, légitima é inviolable de las soberanîas; quiero que tenga un gobierno dimanado del pueblo 3' sostenido por el pueblo. Quiero que hagamos la declaraciôn de que no hay otra nobleza que la de la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad: que todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos; que no hay abolengos ni privilegios; que no es racional, ni humano, ni debido que haya esclavos; que se eduque â los hijos del labrador y del barretero como à los

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del mâs rico hacendado y dueno de minas; que todo el que se queje con justicia tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario; que ten- gamos una fe, una causa y una bandera bajo la cual jure- mos morir antes que ver â nuestra patria oprimida como lo esta, y que cuando ya sea libre, estemos siemprelistos pa- ra defender con toda nuestra sangre esa libertad preciosa."

En estas sencillas palabras estân pintados con elocuencia conmovedora, los grandiosos idéales con que sonaban quie- nes no vacilaron en derramar toda su sangre para legarnos la preciosisima conquista de nuestra independencia.

Ese idéal es el que aûn alienta â todos los pechos gene- rosos que sobr.eponen el amor â la patria â las ruines pa- siones.

Pues bien, el poder absoluto del General Dîaz ha creado en Mexico una situaciôn muy distinta de la sonada por Mo- relos.

El jefe de la Naciôn, en vez de ser siervo y acatar los de- cretos del pueblo, se ha declarado superior â él y descono- cido su soberanîa; asi es como el Gobierno actual no esta nombrado por el pueblo ni sostenido por él. Su fuerza di- mana de las bayonetas que lo llevaron de Tecoac al Palacio Nacional, en donde lo sostienen todavîa.

La nobleza de la virtud, del saber, del patriotismo, es completamente desconocida por la actual administraciôn, que s61o premia las acciones de los que le sirven y adulan, y persigue â todos los que no se doblegai-i.

La instrucciôn pùblica es tan désignai, que mientras en la capital de la Repûblica yen las grandes ciudades se cons- truyen costosos y espléndidos edificios dedicados â la ense- nanza, y se mandan â educar â Europa muchos de los afortu- nados, permanece aûn el ochenta y cuatro por ciento de la poblaciôn sin conocer las primeras letras.

En cuanto â la administracion de justicia, esta tan co- rrompida, que para fallarse cualquier litigio de importancia, se toma en consideraciôn, no la justicia de su causa, sino

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]as influencias de los litigantes, resultando que el hilo siem- pre se revicîita por lo mâs delgado, como vulgarmente se di- ce, asî es que la administracion de justicia en vez de servir para protéger al débil contra el fuerte, sirve mâs bien para dar forma légal â los despojos verificados por este.

Por ûltimo, para que estuviéramos resueltos â defender nuestra patria hasta morir, necesitarîamos que se nos en- senara â amarla, y hasta ahora no ha pasado tal cosa; ve- mos que entre nosotros goza de mâs prerrogativas el extran- jero que el nacional; que cuando debemos litigar en paîses extranos confiâmes mâs en la justicia, que en el nuestro; que una parte de nuestros conciudadanos se han apropiado las riendas del Gobierno y declarado ineptos para llevarlas â todos los demâs mexicanos, y no solamente, sino que los han declarado incapaces hasta para designar los funciona- rios pûblicos, y que, en vez de combatir esa incapacidad por medio de la instrucciôn 3' de las prâcticas democrâticas, se les impide con la fuerza bruta cualquier ensaj'o que in- tentan para elevarse.

Por consecuencia, se haacabadoel patriotisme entre nos- otros, porque hay que decirlo claro: el patriotisme no sola- mente se demuestra en el momento de una guerra extranje- ra, rechazando una agresiôn injustificada, sino que debema- nifestarse constantemente, puesto que en tiempo de paz es cuando pueden organizarse las fuerzas de una nacion y no es lôgico esperar grandes esfuerzos en la defensa de la pa-' tria, de hijos que no han sabido trabajar para fortalecerla.

No hay que imaginarse que para sostener las guerras ex- tranjeras lo ûnico necesario sea el dinero; esto es cierto so- lamente para las guerras de conquista, â las que se referi'a el gran Napoléon. Para las guerras defensivas lo indispen- sable, ante todo, es el patriotisme: Espana, el pais mâs po- bre de Europa, fué el ûnico que Napoléon nunca pudo so- meter.

Aquî en Mexico, â no ser por el patriotisme de un puna- do de hérees, habrîamos perdide nuestra independencia

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cuando en Puebla fueron destruidos nuestros elementos de guerra por el ejército francés.

Pues bien, esos patriotas se habîan forjado en las luchas democrâticas, en las guerras intestinas defendiendo nuestros caros principios de libertad. «ÏDônde estân ahora esos hom- bres que salven â la patria en caso de peligro?

Todas las esperanzas de la Nacion las han querido con- centrar en un anciano octogenario.

Este, celoso de su poder mas que de las glorias patrias, no ha preparado â la Nacion para una detensa séria, yaque en vez de militarizarla adoptando algûn sistema econômico, se ha reducido â sostener un ejército que solo siive para oprimirnos.

Por otra parte, vemos que el General Dîaz ya no puede con la carga del gobierno, y quizâs para evitarse la dificul- tad de resolver problemas arduos, prefiere posponer su re- soluciôn indefinidamente, y estâ'amontonando problemas que revestirân 'una importancia pavorosa cuando tengan que resolverse todos de golpe, con la muerte del que ha logrado mantener un equilibrio artificial en nuestra situaciôn.

No declamamos. tQué haremos con la concesiôn otorga- da â los Estados Unidos, para que ya no hagan uso de la Bahfa de la Magdalena como estacion carbonîfera, cuando la Nacion no quiera prorrogar el permise?

iEn donde encontraremos al que ha de llevar constitucio- nalmente las riendas del gobierno, si s61o conocemos crea- turas del General Dîaz, que engreîdos con su polîtica han de querer seguirla?

Indudablemente que existen hombres de mérito; pero no los conocemos, ni ellos mismos han tenido tiempo de for- marse en las candentes luchas de la" la idea, en el vasto cam- po de la Democracia.

En resumen, el poder absoluto ha aniquilado las fuerzas de la Nacion, porque los ciudadanos que podrîan prestar su contingente para la buena marcha del gobierno, se han abs- tenido de hacerlo por temor de no aparecer como descon-

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tentos. Esa costumbre les ha hecho perder todo interés por la cosa pûblica, sabiendo que no podrân remediar la situa- cion.

Tal indiferencia en el elemento intelectual, ha paralizado todo esfuerzo porel mejoramiento. Las mismas autoridades, viéndose aduladas en todos sus actos, creen firmemente que no se puede hacer mas ni mejor.

Ademâs, los pueblos son siempre influidos por el ejemplo de arriba. Los que gobiernan, embriagados por la adulacion, van dando poco a poco rienda suelta a sus pasiones; por costumbre, vulnerarf^la ley 3' sus mâs solemues protestas las ven como fprmulas vanas. Como resultado, el pue- blo también va dando rienda suelta a sus pasiones, segûn lo atestigua el aumento pavoroso del alcoholismo, la crimi- nalidad y la prostitucion; se acostumbra a no apreciar el imperio de la ley; obedece servilmente al principio de auto- ridad, y se acostumbra al disimulo, amoldândose en todo al medio en que se encuentra.

Total: una nacion en donde la virtud es escarnecida y bur- lada; el éxito siempre premiado aunque sea obtenidoâ Cos- ta del crimen, y el patriotismo visto con desdén 6 persegui- do, tiene que ir por una pendiente fatal, a donde la impul- san ademâs las riquezas con todas sus voluptuosidades.

Los hombres superiores, los que con la clarividencia del patriotismo han visto el peligro, permanecen silenciosos; una mordaza terrible los ahoga 3' les impide articular una palabra.

Que en estas circunstancias venga una tempestad sobre la patria, 3^ adiôs independencia; la perderemos con la mis- ma indiferencia con que hemos perdido nuestra libertad; 3' asî como hemos visto pisotear nuestra Constituciôn, vere- mos hollar nuestro territorio.

En tal caso, la pérdida de nuestra independencia no séria considerada como un mal por los hombres de negocios, pues todas las propiedades subirîan de valor; y como el espîritu mercantil es el ûnico que se ha desarroUado â la sombra del

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despotisme, resultarâ que ese espîritu seguirâ invadiendo poco â poco todas las masas sociales, hasta que Uegue â predominar lo que en estos tiempos se llama ser prdctico, y todo el mundo sera prdctico y â nadie se le meterâ en la ca- beza la locura de dejarse matar por defender â la patria, pues la patria <îqué es? Es un fnito, una cosa inmaterial, in- tangible, que no produce nada.

Ese principio ha llegado â ser el criterio nacional en gran parte de la Repûblica, pues ya hemos visto como se expre- san algunos malos hijos de Mexico que habitan la Baja Ca- lifornia; la indiferencia con que el pueblo se enterô de la concesiôn de la Bahîa de la Magdalena y mas que todo, es- tamos presenciando el indiferentismo con que todos dejan hollar sus mas sagrados derechos de ciudadanos.

Quizâs al leer esto asome una sonrisa volteriana â los labios de los escépticos. Otros pensarân que vemos el por- venir al través de la lente del pesimismo.

Que todas esas personas relean el capîtulo anterior en donde â grandes rasgos procuramos describir los efectos del poder absoluto en el mundo. No baj»^ que olvidarlo, estamos durmiendo bajo la fresca, pero danosa sombra del arbol ve- nenoso; sonamos deslumbrados por el progreso material; arrullados por la voluptuosidad de la riqueza y el bienes- tar; enervados por la inacciôn y sobre todo esto, el miedo paraliza nuestras facuîtades, hasta la del discernimiento, puesto que, para no abochornarnos de nuestra debilidad, exageramos demasiado la importancia de los obstâculos que se nos presentan en el camino del deber, y para no vernos obligados â salir de nuestra inacciôn, nos convencemos fâ- cilmente de que navegamos por un mar de aceite y que nin- guna tempestad asoma por el horizonte de la patria.

Para terminar este capîtulo, haremos las consideraciones siguientes:

El actual gobierno se ha preocupado tan poco del pueblo, de la clase trabajadora, que tiene establecidos en los Esta- dos fuertes impuestos para los trabajadores que emigran

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aun a otras partes del paîs en busca de mejores sueldos. Los impuestos estân disimulados bajo la forma de una con- tribuciôn en los contratos de enganche, a razôn de ianto por cabeza.

'L.'a. situacion del obrero mexicano es tan precaria, que a pesar de las humillaciones sufridas por ellos allende el Rio Bravo, anualmente emigran para la vecina Repûblica mi- llares de nuestros compatriotas, \' la verdad es que su suer- te alla es menos triste que en su tierra natal.

iDe toda la America, Mexico es el ûnico paîs cu\'os nacio- nales emigran al extranjerol

iDe que nos sirve nuestro portentoso progreso material, si no tenemos asegurado ni siquiera el sustento honrado â nuestras clases desvalidas?

Y lôs progresos aterradores del aicoholismo «ipor que no se han evitado?

iPor que no emplea el General Diaz su mano de hierro para extirpar esa gangrena social? iSerâ mâs perjudicial el anhelo de la libertad, que el deseo de embriagarse?

El estudio que hemos hecho de la situacion actual, se pue- de condensar en las siguientes frases:

En las esferas del gobierno prédomina la corrupcion ad- ministrativa, pues aunque el General Dfaz y algunos de sus consejeros son honrados, no pueden por si solos saber todo lo que pasa en la Repûblica; pero ni siquiera cerca de ellos; bien sabido es que entre las personas que los rodean se co- meten grandes abusos, va sea especulando con los secretos de Estado 6 3'a por medio de concesiones ventajosas para ellos.

Ademâs, todos los funcionarios pûblicos se han acostum- brado â burlar la ley, gozan de una impunidad absoluta y estân muy engreîdos con el actual réginien de cosas.

En las esferas de los gobernados, tenemos en primera linea la clase privilegiada, la gente rica que goza de toda clase de garantîas caando solo emplea su actividad en los negocios, cosa que no le cuesta mucho trabajo, porque la ri-

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queza siempre ha fomentado el egoîsmo. Parte de estacla- se es constantemente beneficiada por el gobierno, y la inmen- sa ma^'oria, que no lo es, esta también contenta con la si- tuaciôn actual, pues le permite dedicarse al lujo, al placer, â todas las voluptuosidades que le proporciona el dinero, y no solamente tiene libertad absoluta para ello, sino que go- za de impunidad relativa.

Por ûltimo, tenemos la clase humilde, el pueblo bajo que nunca se ve obligado â ir â la escuela 5^ encuentra en todas partes el medio de satisfacer sus instintos bestiales, sobre todo, el desenfrenado deseo de alcohol. Ese no sabe si estarâ ô no contento, pues en el triste estado de abyecciôn â que esta reducido, no se da cuenta de su situacion ni sabe si podrâ aspirar â elevarse.

Sin embargo, ese pueblo aplaude todos los espectâculos que se le presentan â su vista; aplaude al torero, al cirque- ro, al comico, y también aplaude las ceremonias oficiales, que no considéra sino como representaciones teatrales en grande escala, pues en el fondo, â pesar de su ignorancia, bien comprende que todo cuanto le dicen es mentira.

Por lo expuesto se verâ como puede decirse que la maj^o- rîa de la Repûblica esta contenta con el actual orden de co- sas. Pero los iinicos que no estân contentos, son los inte- lectuales pobres, que no han sufrido la corruptora influencia de la riqueza, y entre los cuales se encuentran los pensado- res, iïlôsofos, escritores; los amantes de la Patria y de la Libertad; la clase média que no tiene grandes distracciones, se dedica al estudio y no recibe ningûn bénéficie con el ac- tual régimen de gobierno y que, en el taller, mientras pone en juego su fuerza fîsica para el desempeno de su tarea diaria, déjà vagar su inquiéta imaginacion por el espacioso campo del pensamiento, concibiendo brillantes ensuenos de reden- ciôn, de progreso é igualdad; por ûltimo, entre las clases obreras, el elemento seleccionado que aspira â mejorar y que ha llegado â formar ligas poderosas, â fin de obtener por

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medio de la union, la fuerza necesaria para reivindicar sus derechos y realizar sus idéales.

A pesar de lo modesto de estos elementos, la Patria tie- ne cifradas en ellos sus esperanzas y serân los que la salven. /

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CAPITULO V. êA DONDE NOS LLEVA EL GENERAL DIAZ?

En el capîtulo anterior intentamos estudiar las consecuen- cias del régimen de gobierno implantado por el General Dîaz. Este trabajo, incompleto porque debimos extender- nos mâs a permitirlo las dimensiones de este libro, se com- pletarâ sin embargo, con las observaciones que tendremos oportunidad de hacer antes de terminarlo.

Por ahora, procuraremos decifrar el porvenir en caso de que siga imperando el actual régimen.

Desde luego vemos que la tendencia manifiesta del Gene- ral Dîaz y del grupo que lo rodea, es perpetuar el sistema del poder absoluto y hasta se empieza â iniciar un movi- miento en las altas esferas, reflejado en laprensa gobiernis- ta, para reformar la Constituciôn de modo que la le}^ san- cione el actual régimen de centralizaciôn.

Por otro lado, â pesar de las declaraciones del General Dîaz al periodista americano serior Creelman, vemos que prépara su sexta reeleccion, pues entre otras pruebas, en

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ningûn Estado ha permitido que se verifiquen elecciones para Gobernador, ûnico medio indicado para cumplir hon- radamente con dichas declaraciones, si en su mente hubiera estado el cumplirlas.

Puesto que deseamos indagar â EOtreViSta con Creelman. donde nos lleva el Gênerai Diaz, serîa mu3' oportuno estudiar aquî sus declaraciones â Creelman; pero lo juzgamos ocioso, por- que no las creemos sinceras por estar en contradicciôn ma- nifiesta con sus actos posteriores, y ya el General Dîaz nos tiene acostumbrados â las promesas mas falaces, desde el plan de la Noria hasta sus ûltimas declaraciones.

Lo que si intentaremos, es indagar que movil perseguîa al hacer taies declaraciones. Notemos desde luego la cir- cunstancia de que el General Dîaz hiciera â un periodista extranjero confidencias trascendentales, que en el caso re- vistieron el carâcter de solemnes declaraciones, mientras que â un honrado periodista mexicano, el senor Filomeno Mata* Director de «El Diario del Hogar» le nego una au- diencia solicitada por él para un représentante de varios periôdicos nacionales, con objeto de tratar %obre el mismo asunto.

Esto no viene sino â poner una vez mâs de relieve, la exagerada condescendencia del General Dîaz para los ex- tranjeros y el desdén con que ve la opinion pûblica nacio- nal y â sus mâs genuinos représentantes.

En cuanto al fin que persiguiera el General Dîaz al ha- cer las referidas declaraciones, es bien difîcil descifrarlo y las opiniones son muy diversas.

Hay quienes opinen que fué una especie de buscapié pa- ra pulsar la opinion. Otros creen que el General Dîaz, dan- do crédito â la adulaciôn, llegô A considerarse sumamente popular y â imaginarse que al declarar su intenciôn dedejar el poder, se levantaria en toda la Naciôn un clamor gêne- rai pidiéndole que siguiera en la presidencia. Otros se ban imaginado que el General Dîaz perseguîa como fin, el de

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saber quienes eran los que podîan alborotarse con esas de- claraciones, para nulificarlos oportunamente. Por ûltimo, él mismo ha dicho posteriormente que lo manifestado por él en aquella entrevista era solamente un deseo personal.

Nosotros creemos que todas las opiniones anteriormente emitidas, son mas 6 menos exactas, a excepciôn de la ûl- tima, porque no es de creerse que si el deseo personal del General Dîaz fuera retirarse de la presidencia, encontrara fuerzas extranas bastante poderosas para impedirselo. Por mas condescendiente que sea con los que lo rodean, no 11e- ga â ese grado de sumisiôn. Ademâs, no sabemos que ba- ya quien le inste para que siga al frente de los destines del paîs, sino algunos de los que lo rodean, 6 han medrado â su sombra; pero esas opiniones interesadas no pueden consi- derarse como el deseo de la Nacion,

En resumen: de sus declaraciones, no podemos sacar en limpio cual sea el programa de Gobierno del General Dîaz; mejor sera buscar la solucion del problema en la lôgipa in- fllexible de los hechos,

Estos hablan con rara elocuen-

COntinUaCiÔn del pOder ci a y dlcen de un modo fuera de

abSOlutO. duda, que el General Dîaz desea

seguir en la presidencia reeligién-

dose una vez mas, j- dicen también que no piensa cambiar

de polîtica ni quiere permitir i>inguna libertad âla Nacion,

siquiera para que esta désigne al que ha de sucederle.

Muchos se preguntarân: iqué interés tendra el General Dîaz en nombrar sucesor? Efectivamente, â primera vista parece que ninguno; pero si buscamos mas profundamente las causas ocultas que lo guîan en todos sus actos, encon- tramos las razones siguientes:

Si el General Dîaz permitiera â la Nacion nombrar al Vicepresidente, tendrîa que permitirle también nombrar parte de las Câmaras, lo cual entorpecerîa su acciôn para seguir gobernando â la Repûblica segùn su voluntad, en-

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torpecimiento a que difîcilmente se resignarâ el caudil^I tuxtepecano.

Por otra parte, a la sombra de su administracion se han improvisado fortunas inmensas y cometido grandes faltas; 5' él }• el cîrculo que lo rodea han de querer que su suce- sor constituj-a una garantia para los intereses creados a su sombra y un vélo para las faltas cometidas durante su ad- ministracion.

Con estos antécédentes nos sera mas fâcil descifrar el enigma: El General Dîaz escogerâ como Vicepresidente y como sucesor, al que mas garantîas ofrezca para cumplir con dichos requisitos, sin tener para nada en cuenta los grandes intereses de la Patria.

Al fundar esta afirmacion, nos apoyamos en los môviles que siempre lo han guiado para el nombramiento de Go- bernadores de los Estados, desconociendo por completo los intereses de éstos y preocupândose ûnicamente de su poH- tica Personal; en la elecciôn que hizo del General Manuel Gonzalez para confiarle la Presidencia por cuatro anos, en la que, como hemos demostrado, solo busco la seguridad de volver nuevamente a la Presidencia, sin considerar el mal que han'a a la Patria su companero de armas; y por ul- time, en la designacion que hizo del senor Corral para Vice- presidente, tan mal recibida hasta por la misma Conven- ciôn, formada por elementos oficiales.

En vista de lo anterior, estudiemos entre quienes podrâ escoger el General Dîaz su sucesor.

Desde luego se nota una profunda division en el elemen- to oficial: division que ha servido al General Dîaz para guardar el equilibrio entre sus amigos, y no permitir que determinado grupo llegue a adquirir demasiada preponde- rancia, creando dentro de su misma admistracion una po- tencia que podrîa entorpecer su acciôn.

Esta division ha dado por resultado la formaciôn de dos partidos politicos, el Cientîfico y el Reyista.

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<iA cuâl de los dos dejarâ el General Diaz como herencia la silla presidencial?

Los dos tienen grandes esperanzas, pero todo hace créer que el General Diaz se inclina mas pçr el partido cientîfico.

En este caso, el candidate oficial para la Vicepresiden- cia sera el senor Corral.

Este senor reune todos los re- Ei Sr. D. RainÔD Corral. qulsitos que desean tanto el Gene- ral Diaz como su grupo.

Al General Diaz nunca le ha entorpecido su accion, y sus antécédentes hacen esperar que seguirâ su misma polîtica, aprovechando los poderosos elementos de que dispone la actual administracion y constitu3'en la mejor garantîa pa- ra los intereses creados a su sombra.

Vemos,pues, que el senor Corral corresponde debidamen- te a las esperanzas del General Dîaz y del grupo cientîfico. Examinemos ahora que debe de esperar la Naciôn de él. Para esto necesitamos hacer un estudio de su personalidad, por cierto bastanté difîcil, pues si el General Diaz es una esfinge que no habla, pero obra, el senor Corral es también una esfinge, pero que no habla ni obra desde que ocupa el alto puesto de Vicepresidente de la Repùblica y aun desde antes, desde que fué a radicarse a la metropoli a prestar sus servicios en la actual administracion.

Por este motivo encontramos pocos de sus actos que nos sirvan para juzgarlo, 3' solo podremos hacerlo, exponiendo apreciaciones sobre esa inaccion y sus actos anteriores, alla cuando vivi'aen Sonora.

Principiaremos por estos ûltimos, siguiendo asf el orden cronolôgico.

El senor Corral, como Gobernador de Sonora, fué muy superior al General Torres y al senor Izâbal, por cu5ro mo- tivo es popular en aquel Estado; pero la verdad es que esa popularidad proviene de una apreciacion superficial de las cosas.

Si el senor Corral se preocupa seriamente por la felicidad

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del Estado de Sonora, <ipor que no ha hecho lo posible para quitar el Gobierno a los senores Torres é Izâbal que se lo alternan para desdicha de aquel Estado?

iPor que en vez de seguir esa polîtica benéfica se ha aliado con aquellos funestos gobernantes, constituyendo lo que alla denominan triunvirato?

La razon es que el senor Corral tiene mâs fe en la ayu- da de sus amigos que en la del Estado; luego no podemos considerarlo como un democrata convencido, puesto que no tiene fe en la fuerza del pueblo.

Ese triunvirato es el culpable de la guerra del Yaqui, y aunque aparentemente, el que menos parte ha tenido en ese atentado es el senor Corral, haj^ que convencerse de esto: él es el aima del triunvirato, la inteligencia directora y el jefe de los très. Si hubiera querido, no le habrîa faltado medio para evitar que esa guerra se iniciara ni seprolonga- se por tanto tiempo.

La Nacion nunca podrâ separar el nombre del senor Co- rral de la inicua guerra del Yaqui, porque si él no la promo- viô, la ha tolerado, probando que se preocupa mâs por sos- tener a sus amigos, a sus fieles partidarios, en los puestos polîticos, que por defender los grandes intereses de la patria.

Cuando Izâbal fué â Mexico, confuso ante la opinion pû- blica que lo acusaba de un atentado contra la soberanîa na- cional en Cananea, su buen amigo, el senor Corral, lo re- cibiô con toda clase de consideraciones, lo cual es altamente significative, pues en aquellos momentos el senor Corral era el Vicepresidente de la Repùblica y el senor Izâbal un Gobernador que acababa de cometer un atentado contra la soberanîa, y el deber obligaba al primero â olvidar la amis- tad, para hacer que se leprocesara debidamente.

Aunque al parecer de poca importancia estas acciones, nos harân pensar seriamente sobre el porvenir que espéra â la Nacion el dîa que el senor Corral llegue â ser Présidente de la Repùblica. En todos los Estados impondrâ Goberna- dores (como sus amigos Izâbal y Torres) â quienes absol-

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verâ de todas sus faltas por inicuas que sean, aun cuando traten de exterminar una raza hermana 6 de atenlar contra la soberanîa nacional: todo con tal de que lo sostengan en el poder.

Si pasamos ahora a estudiar su labor como Ministre de Gobernaciôn, no encontramos ningûn dato para juzgarlo, pues las relaciones entre él y los gobernadores de les Esta- dos son de tal naturaleza, que el pûblico no se da cuenta de ellas.

Como Vicapresidente si podemos apreciarlo; aunque en virtud de la ley no puede hacer nada mientras subsista en el poder el Présidente, ya era tiempo que de alguna manera hubiese dado â conocer cuales son sus tendencias, para dar a conocer â la Naciôn lo que debe esperar de él.

A través de su inacciôn, lo ùnico fâcil de comprender es que aprueba la polîtica del General Dîaz en todo y por to- do; pues siendo Vicepresidente ha aceptado una cartera en el Gabinete. Ademâs, se ha revelado como hombre pruden- te que sabe amoldarse â las circunstancias, y como ha com- prendido que cuanto menos se hable de él mas lo estimarâ el General Dîaz, ha procurado permanecer en la sombra.

Por este motivo muchas personas creen dék-il al senor Co- rral, pero se enganan. Lo contrario, es un hombre de gran- des energîas, como lo demostrô en Sonora, y como lo de- mostrarâ el dîa que ocupe la presidencia. Sucede que para él tiene mas importancia la omnipotente amistad del Gene- ral Dîaz, que la del pueblo, tan débil é ineficaz para la rea- lizaciôn de sus ensuenos.

Los que conocen mas â fondo al senor Corral, opinan que al recibir la presidencia se revelarâ un hombre de ener- gîas inesperadas, como pasô con Sixto V en Roma.

Por todo lo anterior, el seîïor Corral llena perfectamente las condiciones que el General Dîaz apetece para ^su suce- sor; pero la Naciôn no debe esperar de él sino la prolonga- cion del poder absoluto, exacerbândolo mas, pues para im- ponerse necesitarâ algunos actos de energla.

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Hemos oido afirmar que el senor Corral gobernarâ cons- titucionalmente, porque segûn dicen, no tendra el prestigio necesario para imponerse como se ha impuesto el General Dîaz. Cualquiera que se ponga a meditar sobre el mecanis- mo de la situaciôn actual, comprenderâ cuan infundada es tal esperanza.

El General Diaz se apoya en el ejército, pero mas que en él sobre el mecanismo de su administracion, toda vez que las câmaras de représentantes son nombradas por él 5' en conse- cuencia obran en todo de acuerdo con sus disposiciones. Igual cosa sucede con los Gobernadores de los Estados y las autoridades subalternas.

A pesar de ello no debe creerse que todos los Diputados, Senadores y Gobernadores son partidarios personales del General Dîaz. Son partidarios del régimen que les permite vivir holgadamente, disfrutando honores, buenos sueldos é influencia para el arreglo de negocios productivos.

Tanto es asi, que las câmaras son serviles no solamente en obsequiar las ordenes del General Dîaz, sino las de cual- quiera de sus Secretarios de Estado. El servilismo ha 11e- gado a tal punto, que los représentantes del pueblo va no necesitan consignas, pues con su clara inteligenciaadivinan siempre cual es la voluntad del César.

Los Diputados, si no hacen oposiciôn, no es por te- mor â la muerte, pues a nadie se le ocurre que el General Dîaz fusile â los que no obedecieran la consigna; lo que ellos temen es perder su curul, y con la curul el sueldo, la inmu- nidad y la influencia que les proporciona pingiies ganan- cias.

Pues bien, ipor que estos représentantes tan habiles para adivinar la consigna del actual amo, no harîan lo mismo al tener un amo nuevo? El seîïor Corral tampoco los manda- rîa matar porque le hicieran oposiciôn. pero los borrarîa de las listas de los reelectos y los privarîa de su influencia. Con esto bastarîa para que las câmaras siguieran obede- ciendo al senor Corral, como ahora obedecen al General

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Diaz; para ello no necesitan'an un gran esfuerzo, porque y"^ desde ahora estân acostumbradas a acatar respetuosamente sus ordenes.

Pensar que siguiendo el actual régimen de cosas habrâ libertad en las câmaras, es una utopia, pues los Diputados deben sus puestos al Gobierno y a él tendrân que servirle, llâmese Dîaz 6 Corral. Si los représentantes del pueblo quisieran apoyarse en sus distritos électorales, fracasarîan lastimosamente, puesto que en aquella parte dg la Repûbli- ca que los nombre como su représentante es donde son mè- nes conocidos.

Con los Gobernadores las cosas pasarîan de un modo se- mejante.

Al desaparecer el General Dîaz de la escena polîtica, el senor Corral, 6 quien sea designado en su lugar para ocu- par la Vicepresidencia, se pondrîa en relaciôn con todos los Gobernadores, y éstos reanudarîan el pacto celebrado con su antecesor: A^ûs sosiienes en el ■poder y â niiestra vez te sos- tcneiHos indéfini dam en te.''' Ouizâs hubiera algùn Gobernador que no estuviera de acuerdo con él. En tal caso, mandarîa algunos emisarios para agitar la opinion pûbiica en el Es- tado y organizar un partido de oposicion, el que, apoyado por el Gobierno del Centro, séria el que resultara triunfante en las elccciones mas prôximas, asegurando muy pronto un cambio de Gobernador.

Al pasar tal cosa en los Estados todo el pueblo estarîa cohtentîsimo con su triunfo aparente; pero en realidad, de poco le servirîa ese cambio. El nuevo Gobernador tendrîa que marchar en todo acuerdo con el Gobierno del Centro y no podrîa concederles ninguna libertad, ûnico me- dio de que los mandatarios obren bien. Una de las cosas en que marchan'a de acuerdo con el senor Corral, era en 1^. reelecciôn 3^ esta corrompe â los gobernantes, asî es que después de dos reelecciones, tendrîan en dicho Estado otro tirano como el anterior.

Aun en caso de que resultara bueno el gobernante,

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séria una casualidad que se conservara asf, y sobre todo, no serîan sino muy pocos losEstados favorecidos.

Algunos escritores opinan que al morir el General Dîaz, los Estados harân respetar su soberanfa, sin comprender que solo podrîan hacerlo por medio de sus mandatarios y siempre que éstos se sintieran apoj-ados por el pueblo, lo cual no sucede. Por el contrario, la çiayoria de los Gober- nadores no desea que se respete la soberania de sus respec- tives Estados, porque el primer acto de éstos al sentirse libres, séria destituirlos del poder 3' en muchos casos, pro- cesarlos.

Ya vemos como todo el mecanismo administrativo seguirâ inaltérable.

Igual pasarîa si en algûn Estado quisieran verificar elec- ciones locales, pues, aislado, nunca podria luchar ventajo- samente contra la accion del centro.

Todo lo anterior nos hace ver como se prolongarîa el ré- gimen de poder absoluto con todas sus funestas consecuen- cias.

Sin embargo, los que gozan con esa situaciôn, no deben estar mu3' tranquilos, pues una tempestad amenaza sus in- tereses, asî como los mas caros de la Patria.

El General Dîaz ha fomentado, 6 por lo menos tolerado las rivalidades entre el General Rej'es y el senor Corral.

Esas rivalidades han llegado â engendrar odios profun- dos, y el General Reyes nunca tolerarâ que el senor Corral llegue â la Presidencia, y dado su carâcter impulsivo, no sera remoto que vuelva â acarrear sobre nuesetra Patria la guerra civil con todos su horrores.

Tal es la opinion imparcial de muchas personas sensa- tas.

El General Reyes ha afirmado en sus protestas que nun- ca ensangrentarâ el suelo nacional con una revoluciôn, pero â sus protestas, lo mismo que â todas las declaraciones de origen oficial, nadie les da crédito; ya estanios acostumbra- dos â concéder â esas declaraciones, el mismo valor que â

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sus protestas de respetar la Constitucion, que son los pri-* meros en vulnerar.

Este es el gran peligro que amenaza â la Naciôn; todoel mundo lo siente; el mismo General Dîaz lo sabe, pero con- fia que mientras él viva, nunca pasarâ tal cosa. En eso tiene razôn; pero no la tiene al confiar demasiado en que sobrevivirâ al General Rej^es.

En resumen, subiendo el senor Corral al poder, estamos amenazados de que sobrevenga una revolucion, 6 se pro- longue el sistema de poder absoluto, indudablemente no tan mesurado como el del General Diaz, porque después de to- do, nuestro viejo Présidente tiene grandes méritos y virtu- des que han suavizado el peso de su mano, mientras que la del senor Corral se harîa sentir mucho mas, no poseyendo las virtudes que moderan los actos del General Dîaz y le permiten desarroUar una actividad portentosa.

En cuanto â la Naciôn, si no hace un esfuezo en la pr6- xima campana électoral para Présidente y Vicepresidente de la Repûblica, se encontrarâ después maniatada, y seguirâ en la mas triste ab3'ecci6n, y asî como Roma después de Augusto quedô tan acostumbrada â la servidumbre que aceptô el yugo Tiberio; asi entre nosotros habrâ echado ta- ies raîces el régimen del absolutismo, que después del Ge- neral Dîaz, doblegàremos igualmente la cabeza ante el se- nor Corral, y entonces se establecerâ de un modo per- manente tan funesto régimen, pues si la Naciôn puede es- perar que el General Dîaz por sus antécédentes histôricos y por las repetidas promesas que le ha hecho, le concéda alguna libertad, no podrâ esperar lo mismo del senor Co- rral que empezô su carrera polîtica bajo la corruptora in- fluencia del poder absoluto, del que ha sido un factor de los mas importantes.

Aunque no tiene tantas proba-

General BernardO ReyeS. bilidades de llegar â la Vlcepre-

sidencia como el seîïor Corral, es

de los mas nombrados en conexiôn con ese alto puesto, y

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no cabe duda que él hace una polîtica activîsima para llegar â tal fin. Ademâs, es el jefe de un grupo importante que siempre ha contrabalanceado la influencia del partido cientîfico en la administraciôn del General Dîaz.

Por estas circunstancias, sus partidarios tienen gran es- peranza en que llegue à ser el agraciado por el Caudillo pa- ra tan alto puesto; pero de cualquier manera, es indudable que al desaparecer el General Di'az, tendra que representar un papel muy importante en la polîtica nacional, por cuyo motivo nos parece oportuno hacer un ligero estudio de su personalidad. '

En este caso no tropezaremos con las dificultades que se nos presentaban al estudiar la personalidad del senor Corral, pues el General Reyes esta en constante actividad \' encon- tramos muchos de sus hechos y declaraciones que nos servi- rân para hacer de él un estudio mas preciso.

El General Reyes llego â Monterre}^ y con las armas en la mano se instalô en el Palacio de Gobierno, declarando â Nuevo Leôn en estado de sitio.

î)espués; se hizo nombrar Gobernador constitucional pero en realidad solo cubrio las apariencias, con ese respe- to â la forma que caracteriza la Administraciôn Tuxtepeca- na. Posteriormente se ha hecho reelegir, hasta la actuali- dad. Durante su gobierno, el Estado de Nuevo Leôn ha progresado de un modo admirable, pero es un error atribuir ese progreso â su acciôn; 3'a lo hemos dicho, el progreso se debe â los ferrocarriles,que en el mundo civilizado han sido los precursores de la gran oleada de progreso material. La prueba de lo anterior es que el Estado de Coahuila que ha tenido los Gobernadores menos habiles, ha progresado mâs que el de Nuevo Leôn.

Sin embargo, hay que hacer justicia al General Reyes: tiene grandes dotes administrativas, una actividad poco co- mûn y es de los funcionarios mâs intègres de la actual ad- ministraciôn.

A pesar de esas cualidades, no ha hecho todo el bien que

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el Estado de Nuevo Leôn podîa esperar de él, aun en la es- tera administrativa, porque debido al régimen de absolutis- mo, él nombra las autoridades locales entre los que estén resueltos a apo5'ar su administraciôn a todo trance, 5' éstos, que forzosamente conculcan la ley para lograr tal fin, tam- poco tienen grandes escrûpulos para burlarse de ella en cualquier otra circunstancia, y de allî, a la inmoralidad ad- ministrativa, no hay sino un paso, y para darlo, fâcilmen- te se encontrarâ el momento oportuno en tan prolongada administraciôn.

Con este motivo, el Estado de Nuevo Leôn nos présenta el singular espectâculo de que su capital, teatro de la ac- tividad del General Rej^es, se ha desarrollado normalmen- te, mientras que el resto del Estado, en manos de sus su- bordinados, ha permanecido casi estacionario y si ha pro- gresado algo, es â pesar de ellos, que constituyen una ré- mora formidable para su desenvolvimiento.

Aquî observamos en pequena escala lo que en grande con el General Dîaz; â pesar de sus grandes dotes adminis- trativas, el General Reyes no ha podido hacer todo el bien que hubiera hecho â Nuevo Leôn, con un poco mas de li- bertad.

El General Reyes esta profundamente imbuido en las prâcticas absolutistas, y si llega al poder, indudablemente que seguiremos bajo el régimen del sable, pero este sera mâs filoso y pesado que el del General Diaz. Efectivamente, co- mo lo hemos dicho muchas veces, nuestro actual Présiden- te tiene grandes virtudes, entre ellas, una rara moderaciôn 3^ una calma â toda prueba, mientras que el General Rej^es es sumamente impulsivo y apasionado, é indudablemente al ocupar el primer puesto en la Repûblica, darâ rienda suel- ta â sus pasiones.

Pero aun no es tiempo de juzgarlo; narremos algunas de sus acciones, ellas lo pintarân con colores tan vivos que nos- otros no podriamos emplear.

El General Rej-^es fué llamado por el General Di'az â la

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Subsecretaria de Guerra. Allî desplegô su gran actividad; pero acostumbrado a mandar como soberano en el Estado de su cargo, difîcilmente podîa obedecer a su superior je- rârquico, el Ministro de la Guerra, de donde resultaron va- ries conflictos que lo hicieron regresar a Monterrey.

Poco tiempo después volvio a llamarlo el General Dîaz; pero en esta vez fue para que se encargara del Ministerio de la Guerra. *

Desde luego desplegô su gran actividad y allî habrîa si- do un Ministro inmejorable, si su inquiéta ambicion no lo hubiera impulsado a una polîtica activîsima, atacando a al- guno de sus companeros de Gabinete en periodicos sosteni- dos por él, segûn se dijo en aquel tiempo, y segûn parece comprobado por el hecho de que al dejar el General Reyes el Ministerio, a la vez dejaron de existir aquellos periodi- cos, Uamados La Protesta y El Reyque Rabiô.

Con tal motivo parece que el General Dîaz se disgusto profundamente }'■ lo hizo renunciar su cartera.

Regresô el General Reyes a Monterrey para hacerse car- go del Gobierno del Estado de Nuevo Leôn, y queriendo demostrar que allî era querido 3' verdaderamente popu- lar, lo cual parece que él creîa sinceramente, ofreciô toda clase de garantîas a los ciudadanos de aquel Estado, pa- ra que trabajaran con entera libertad en las elecciones para Gobernador,

Mu}' pronto se arrepintiô de tal determinaciôn, pues los neoloneses no habîan olvidado la manera como entré el General Rej'es a Monterrej', y lo consideraban como usur- pador de su soberanîa, y tan pronto como encontraron una oportunidad que ellos juzgaron propicia, seorganizaron con el objeto de sacudirel yugo exotico del Gobernador*que se habia impuesto con las armas en la mano.

El partido independiente se organizô con una rapidez'ad- mirable y se ramificô por todo el Estado.

Sin embargo, este partido adolecîa de un gran defecto: fundaba casi todas sus esperanzas en el apoyo de un im-

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portante grupo de polîticos de Mexico, el cual perseguia co- mo ûnico fin nulificar por completo al General Reyes, sin preocuparle la suerte de quienes casi inconscientementeiban â servirle de instrumentos. A este grupo de polîticos, crea- turas del General Dîaz y cuya fuerza de él dimana, les pa- reciô que el medio mâs eficaz para atraer su ayuda, era de- mostrarle su celo y adhésion haciendo que el partido inde- perwiiente organizara una gran manifestaciôn en su honor para el 2 de Abril de 1903. Como en esa época se acerca- ban las elecciones presidenciales, â los independientes de Nuevo Léon les corresponderia la honra de ser los primeros en proclamar la candidatura del General Diaz, y este in- dudablemente premiarîa su celo quitândoles al General Re- 3^es.

Este, que no querîa quedarse atrâs en muestras de adhé- sion al Caudillo, también pensé solemnizar aquel aniversa- rio con una gran manifestaciôn.

El resultado lue que ese dîa se organizaron dos manifes- taciones: la preparada por el General Reyes ayudado del elemento oficial, que résulté verdaderamente ridfcula por el escaso 3' abigarrado contingente que la formé, 5'^ la organi- zada por el partido independiente, que résulté grandiosa por la inmensa y variada concurrencia, représentante genuina de todas las clases sociales, y que mu_v elocuentemente de- mostraba que \'a estaba cansada del régimen del sable y querîa su libertad y la soberanîa de su Estado.

De esta manera, la grandiosa manifestacién de los inde- pendientes quiso escudarse tras el nombre del General Dîaz, en cuyo honor se verificaba dicha manifestacién. Sin em- bargo, no le valié ese pretexto. El General Reyes estaba irritadîsimo por el auge del partido de oposiciôn, y habîa resuelto acabar con él por medio de un golpe audaz que sembrarîa el pânico en las filas de sus enemigos.

Los manifestantes, segûn su programa, se detendrîan en uno de los ângulos de la Plaza Zaragoza, frente al Palacio del Ayuntamiento.

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Pues bien, alH les esperaba una emboscada, pues apenas hubieron llegado los manifestantes al lugarindicado, cuando fueron saludados por una lluvia de balas. iEl pretextopara tan inicuo atentado? Un policia que disparo un tiro en medio de los manifestantes. <iPor que motivo? iEra consigna 6 fué casual? Ignoramos quien pueda contestar esta pre- gunta.

Lo que sabemos es que las Câmaras reunidas en Gran Jurado absolvieron al General Reyes de la acusacion con- tra él presentàda, de haber cometido tan horrendo crimen.

tQuién se atreverâ a dudar de la rectitud del fallo de tan augusta asamblea?

iQuién pone en duda la sinceridad de las protestas, lale- galidad de los tftulos, la independencia de acciôn de los pa- dres de la patria?

El resultado de esa emboscada fué un considérable numé- ro de manifestantes heridos 6 muertos por las balas; otros reducidos a prisiôn, y los restantes que pudieron escapar, abandonaron su Estado natal, cambiando su residencia â otros puntos de la Repiiblica donde encontraran las garan- tîas necesarias para vivir tranquilos.

A estos sucesos se siguieron circulares â los alcaldes de los pueblos de dicho Estado para ya no concéder la liber- tad que se habîa pensado. Pretexto: los escândalos del 2 de Abril. Estos habîan demostradp que el pueblo no sabfa aùn hacer uso de sus derechos y tendrîa que seguir tutoreado, Y de estos hechos sacan sus conclusiones nuestros graves publicistas para decir: r/ pueblo ignorante es una rémora pa- ra las frâctiias dcmoirdticas; ai/n no estanias aptos fara go- bernarnos pur nosotros niisnios.

Pero iqué nuestra historia patria no ha sido bastanteelo- cuente para demostrarles que la rémora ha sido el machete del militarisme?

Cou este motivo el Estado de Nuevo Leôn fué declarado nuevamente incapaz de gobernarse solo, porque no tenfa la

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clarividencia necesaria para comprender que s61o el General Reyes podrîa gobernarlo con acierto, y porque aprovechaba las libertades concedidas para promover escândalos como el del 2 de Abril; con este motivo, decimos, volviô a ser suje- to â tutela y se le obligé a reelegir al General Reyes. To- dos los ciudadanos estaban obligados âcumplircon sus de- rechos électorales, ya que el progresista gobernante querîa que sus gobernados se familiarizasen con las prâticas de- mocrâticas 3' puso en vigor la ley électoral.

El ciudadano que no fuera â depositar su voto en las urnas électorales serîa multado. A esto se agrego una pequena disposiciôn de policîa, indispensable bajo el régimen patriar- cal â que estaba sujeto el Estado de Nuevo Leôn. Era ne- cesario ilustrar el criterio de los votantes, y al llegar â las urnas ya encontrarîan impresas las candidaturas que debîan votar, elaboradas con toda calma por quien sabîa dirigir â los hijos de ese Estado con paternal solicitud, â fin de evi- tarles que eligieran para tan alto puesto â una persona in. digna.

Resultado final: el General Reyes quedô reelecto por una- nimidad de votos.

En vista de lo anterior ^qué debe esperar la Naciôn del General Reyes si Uega â la presidencia de la Repûblica?

Un hombre que dice al pueblo: "te concedo la libertad para elegir tus mandarios," pero que al no verse favoreci- do por el voto popular retira esa libertad y no vacila en recurrir â las medidas mas extremas para imponerse contra la voiuntad de sus conciudadanos.

iQué debe esperar la Naciôn de un hombre que gobierna como verdadero autocrata, sin concéder ninguna libertad é interviniendo personalmente en todo?

Indudablemente, si el General Reyes subiera â la presi- dencia, serîa un hombre honrado como lo es General Dîaz, pero como este, se valdrîa de personas que no lo son, como lo hemos demostrado extensamente en capîtulos anteriores.

Ademâs, los hechos confifman que el General Reyes no

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vacilarâ en apQvar a gente inmoral en los Gobiernos de los Estados, siempre que le sirvan de sostén para sus fines po- lîticos.

El Gobernador actual de Coahuila fué apoyado por ei General Reyes en la campana électoral pasada, tan s61o por ser partidario suyo, a pesar de que el Estado unânimemente rechazaba la reelecciôn.

Asî como hablando del senor Corral dijimos que una vez en la presidencia nombrarîa muchos Gobernadores como Izâbal y Torres, asf decimos que, en iguales circunstancias, el General Reyes nombrarîa muchos Gobernadores como Cârdenas.

Es cierto que de algûn tiempo acâ se ha querido revestir de cierta popularidad, dando leyes que tavorecen al obrero y haciendo por medio de la prensa activa propaganda poli- tica, la cual ha tenido algûn eco, apareciendo el General Re\'es â los ojos de la Naciôn como el ûnico capaz de en- frentarse al General Dîaz y salvar las instituciones. Su si- lencio aumentaba su prestigio: todo el mundo esperaba que al desplegar sus labios el brillante General, el que daba le- yes en favor del obrero y aparecîa como el sîmbolo de re- generaciôn, harîa alguna declaraciôn solemne, abrasarîa re- sueltamente la causa del pueblo, arrostrarîa con valor las iras del Centro y se pondrîa â la cabeza del movimiento re- generador por medio de la democracia. Esas esperanzas, hâbilmente fomentadas aumentaban singularmente su pres- tigio

Grande fué la decepcion de sus leales admiradores, de sus partidarios sinceros, cuando escucharon sus palabras. En efecto, desde la cima de la montana donde tiene su man- siôn veraniega, lanzo â la publicidad sus declaraciones por medio de una entrevista previamente arreglada y en estilo tragicômico, déclaré que él nunca habfa pensado levantar- se en armas y que siempre apoyarîa al Gobierno constituido, ya fuera el del General Diaz 6 el del seiïor Corral. En las declaraciones anteriores si que puede aplicarse la moraleja

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del cuento: safisfacciôn no fedida, acusaciôti manijiesta. Se déclaré, ademâs, incondicional partidario del General Di'az, juzgando indispensable para el coronamiento de su obra su continuaciôn en el poder, etc., etc., y en gênerai empleô el lenguaje que ha llegado a vulgarizarse en fuerza de la fre- cuencia con que se repite en los documentos de origen ofi- cial.

Con taies declaraciones, el General Reyes persigue como fin ostensible adular al General Dîaz, para atraerse sus sim- patîas con la esperanza de heredar la codiciada silla. Anti- cipândose â los cientîficos en proclamar la candidatura del General Dîaz, pensé hacer grandes méritos â sus ojos.

Asî ha de haber pasado en efecto, 3' aunque no obtendrâ todo lo que deseaba, si habrâ logrado contrarrestar los tra- bajos de sus enemigos en el ânimo del General Dîaz.

En cuanto al pueblo, declarado cero â la izquierda por quienes ambicionan elevarse en las esferas del Gobierno, ni siquiera ha pensado en él para atraerse su ayuda, pues si bien es cierto que no desdeîïa su cooperacién, considéra la voluntad del General Dîaz como factor déterminante.

Decimos lo anterior, porque el pueblo no se contenta con las leyes que ha promulgado en favor de los obreros, pues mientras la libertad no sea efectiva, esas disposiciones no darân ningûn resultado prâctico, como todas las admirables leyes que tenemos tan sélo escritas en los cédigos.

El pueblo no quiere le3'es nuevas; desea ûnicamente el cumplimiento de las antiguas, porque de ese modo recobra- la libertad necesaria para darse las nuevas â su gusto, y sobre todo, efectivas.

Por tal motivo afirmamos que el General Reyes nunca se- ra un gobernante demécrata.

Su prestigio en algunos Estados proviene del odio que allî profesan â sus autoridades locales apo5'adas por el par- tido cientîfico encabezado por el senor Corral, y dirigen su vista hacia Reyes con la esperanza de que los aN'ude â sa- cudir el pesado 3'ugô de sus caciques.

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En ese sentido, tiene inâs prestigio que el senor Corra!, porque son mas los Estados bajo el dominio de este ûltimo.

En cambio, los Estados de NuevoLeôn 3' Coahuila, bajo su dependencia directa, tienen grandes simpatîas por Co- rral, â quien estiman como su apoyo natural.

Lo anterior solo demuestra claramente que tanto Reyes como Corral son queridos en los Estados que no estân ba- jo su férula, a donde nd han llegado las quejas de los opri- midos y en donde no se les conoce; en cambio, no tienen ningûn partido en los Estados que estân bajo su dominio directo.

De esto résulta que en los Estados bajo el dominio de Reyes, el elemento independiente, compuesto de la inmen- sa ma3^orîa, tienen cifradas sus esperanzas en Corral, â quien considéra como â su protector natural, y en los Es- tados bajo el dominio de Corral, el elemento independiente tiene cifradas sus esperanzas en Reyes.

Todo esto proviene de la miopîa causada por la falta de libertad, y porque las opiniones independientes no tienen ga- rantîas para manifestarse ni menos aûn para circular.

Por ûltimo, las medidas â favor de los obreros, dictadas por el General Re3'es, debemos considerarlas sospechosas, pues si tanto se interesa por el obrero, c porque no le concè- de el principal bien que esta en su mano, dândole libertad para el nombramiento de sus autoridades? Ya hemos visto como el pueblo anhela la libertad, por ser el bien que mâs necesita.

Ademâs, bien conocidas son sus aspiraciones â la presi- dencia de la Repûblica, 3' es natural que para hacerse po- pular, procure dar ciertas leyes de relumbrôn.

Doiîa Leonor, como todas las muchachas bonitas, no de- be juzgar â sus cortesanos por las manifestaciones de res- peto 3' las protestas amorosas que le hacen mientras preten- den su bel la mano. Que busqué por sus antécédentes cual es su verdadero carâcter.

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Con toda sinceridad hemos expresado nuestra opinion sobre el General Reyes, asîcomo sobre el senor Corra); y ella nos obliga a decir lo siguiente: si creemos que estos dos perso- najes serân funestos en la presidencia de la Repûblica, se debe principalmente â que continuarîan e! régimen de po- der absoluto, cuva prolongaciôn serîa mortal para nuestras instituciones y peligrosa para nuestra independencia.

Sin embargo, debemos decir que al General Reyes le reco- nocemos grandes cualidades; se hamantenido honrado en el manejo de fondos, en medio de la corrupciôn administrativa que lo rodea, y cuando estavo al frente del Ministerio delà Guerra, diô pruebas de incansable actividad, de gran espî- ritu organizador y de preocuparse en preparar à. la Naciôn para su defensa contra algùn ataque eventual.

Estas circunstancias nos hacen sentir hacia él cierta sim- patîa, é indudablemente que si la patria estuviera en peli- gro, si se viese amenazada por una invasion extranjera, quizâs ningùn mexicano serîa mas apto que él para salvar- la; convencidos de ello, le darîamos nuestro voto para el mando supremo del Ejército hasta que terminara la guerra, y confiadamente in'amos â morir bajo sus banderas por la defensa de la patria, con la seguridad de que, en esas cir- cunstancias solemnes, quizâs ninguno otro llevarîa mâs alto ni mâs dignamente el Pendon Nacional.

Pero asî como para las guerras se necesitan los grandes capitanes, que sin trabas de ninguna especie puedan llevar todos los hilos de la defensa nacional; para el tiempo de paz, que es de reconstrucciôn, se necesita el juicio sereno del estadista, la cooperaciôn de todas las inteligencias, la aj'u- da de todos los buenos ciudadanos, y este resultado solo se obtienehabiendo libertad, lacual permite que la patria apro- veche las luces y los esfuerzos de todos sus buenos hijos, y â la vez los fortifica por medio de las prâcticas democrâ- ticas, los hace mâs dignos, mâs celosos de sus derechos, y

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por ûltimo, mas amantes de ella, â quien Uegan a conside- rar como â ia madré carinosa, y a su vez como â su propia creatura, puesto que con sus esfuerzos contribu3'en â su en- grandecimiento.

Solo la libertad ha dado alientos â los pueblos para de- fender su independencia.

iNo olvidemos las lecciones de la historia!

iNo nos dejemos deslumbrar por los galones!

IRecordemos que Napoléon I, con toda su gloria, arras- trô â su patria â una catâstrofe!

iQue Napoléon III, con su falso brillo, llevô âFranciaal desastre!

iQue el General Santa Ana, mas hâbil aûn que el Gene- ral Reyes para confeccionar proclamas patrioticas, fué la causa del desmembramiento de nuestro territorio nacional! y por ûltimo, que el General Dîaz, con todo su prestigio, su prudencia y moderaciôn, nos ha traîdo â la servidumbre!

Desconfiemos pues, de los m.ilitares ambiciosos; si aman â su patria que lo demuestren trabajando por su engrande- cimiento, que solo se obtiene por la libertad.

Por este motivo, si queremos asegurar nuestra vida como Nacion independiente, necesitamos defender nuestra liber- tad como nuestra mâs preciosa herencia, porque ella sera el faro que nos dirija aun en medio de las mâs deshechas tem- pestades.

Ademâs, no por iraaginarnos que el General Reyes sea capaz de salvar â la patria en un momento dado, vayamos â premiarlo de antemano dândole como recompensa nues- tra libertad. El General sera de los que hagan pagar muy caro cualquier servicio prestado â la Nacion, y si no, alli estân los alardes que hace â cada momento de la sangre por él derramada en la defensa de la patria y de la toma de Pue- blo Nuevo, de cuya insignificante acciôn de armas se han hecho magni'ficas pinturas, y de estas, fotografîas que se reparten entre sus partidarios para que admiren el porte marcial y la bizarrîa del bravo General.

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No por eso nos oponemos sistemâticamente a que un mi- litar ocupe la silla presidencial, pero es preciso que por sus antécédentes nos ofrezca garantîas de respetar la Constitu- ciôn, y como mejor prueba de ello, que ascienda a ese alto puesto por medio del sufragio de sus conciudadanos.

Si por ese camino llegara el General Reyes â la Presiden- cia, serîamos los primeros en guardarle todas las cpnside- raciones. Pero mientras eso suceda, creemos que las pre- tensiones del General Reyes constituyen una séria amena- za para la Libertad, y por consiguiente, para la Repûblica, lo cual nos obliga â llamar la atenciôn de nuestros con- ciudadanos.

Desde el principio de nuestra obra hemos otrecido hablar el lenguaje de la Patria, 3' por ese motivo se vera como no vacilamos en desenmascarar â los personajes que gozan de ma3'or prestigio. Sabemos que no les agradarâ nuestro len- guaje; pero no nos preocupa, pues â quien quereinos sei'vir, es al pueblo mexicano; tenemos fe en su poder, estamos re- sueltos â luchar â su lado, y con él venceremos 6 correre- mos su suerte; pero sea cual fuere el resultado de la lucha que se inicia entre el pueblo deseoso de reivindicar sus de- rechos 3'- los miembros de la actual administracion empena- dos en perpetuar el régimen de poder absoluto, nosotros tendremos la satisfacciôn de haber cumplido con nuestro deber.

Un dilema se présenta al tratar de CODSMôFdCÎOfleS cualesquier sucesor que el General Dîaz Générales. desee Imponemos.

Continuaciôn de la servidumbre, con la perpetuaciôn indefinida del actual régimen de Gobierno, 6 la anarquîa con el cambio de Gobierno por medio de una revoluciôn.

Por esta circunstancia, las personas independientes se muestran tan difîciles de contentar cuando se habla de can- didatos; â todos les encuentran grandes defectos 3' temen,

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con razon, que al tener en sus manos el poder absoluto, den rienda suelta a sus pasiones.

El General Dîaz, para llevar adelante sus planes, ha te- nido que violar la le}' en el fondo, respetândola en la for- ma.

Este ejemplo, seguido por toda la Nacion, ha traido por resultado el desprestigio de la le_v, que todo el mundo in- terpréta segûn su con\eniencia, y que el disimulo sea con- siderado como una forma de cortesîa, como una cualidad indispensable para prosperar en estos tiempos; con lo cual ha desaparecido la idea que debe tenerse de honor 3' digni- dad; lo que siempre se busca, es la observacion de las for- mulas, el respeto a las apariencias, y el honor y la digni- dad no pueden existir sino en el fondo de las cosas, en las profundidades de la conciencia.

La Naciôn ha contrai'do esos hâbitos funestos }■ eldeobe- decer ciegamente las ordenes de sus mandatarios.

Para que se extirpen tan profundos hâbitos, sera necesa- rio una reacciôn vigorosa por medio de las prâcticas de- mocrâticas, pues de continuar el actual régimen, la Nacion seguirâ por el camino que lleva. Los sucesores del General Dîaz, procurarân hacer que el pueblo no pierda las cos- tumbres adquiridas.

Pero no serîa eso lo mas funesto, sino que la Naciôn irîa enriqueciendo su caudal de hâbitos perniciosos, con cada nuevo mandatario.

Asî por ejemplo: el General Diaz es un hombre honrado y puro de costumbres, y sin embargo, no ha podido impe- dir la gran corrupcion administrativa y cierta degeneraciôn en las costumbres. iPero que sucederia si su sucesor Uegara a ser un libertino? Que ese ejemplo nefasto cundirîa aun mâs râpidamente que la costumbre de violar la le}-, porque después de todo, al violarla se lesionan ciertos iiftereses materiales y no falta quien proteste, mientras que, contra los desôrdenes del disoluto, no habrâ quien clame, sino que todos se apresurarân a imitar su ejemplo y â disculpar sus

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propias faltas con las lecciones que reciben de mas arriba. Asî como ahora â nadie se le tiene a mal que viole la ley, en- tonces nadie se escandalizarâ al ver que se cometan los mâs vergonzosos atentados contra la moral.

Debemos estremecernos al pensar en esta posibilidad, desgraciadamente tan probable, si comparamos nuestra si- tuaciôn con la sufrida por otros pueblos.

Pero sin ir mu3' lejos ^no vemos como aquî en Mexico todos intentan imitar al General Dîaz, hasta en cosas tan trivia- les como tener su cîrculo de amigos y tomar un bano de re- gadera â las 5 delà mafiana, segûn el senor Lie. Moheno?

iNo vemos al General Reyes mandando hacer un magnî- fico cuadro en donde se représenta la toma de Pueblo Nue- vo, tan solo porque el General Di'az le hicieron otro repre- sentando el asalto de Puebla el 2 de Abril?

<iNo vemos que todos los Gobernadores imitan el ejem- plo del Caudillo Tuxtepecano, empleando hâbilmente el fa- mosp cxtinguidor?

Pues bien, si no vacilan en remedar â nuestro actual Jefe de Estado manejando el peligroso exù'n£'uidor, t como no h.s.n de imitar al future cuando este rienda suelta â sus pasio- nés?

Asfcomo el General Dîaz acabô con el valor civil y pres- tigio de la ley, su sucesor acabarâ con el valor personal 3'^ el respeto â la dignidad humana. En una sociedad prostitui- da se enervan todas las facultades nobles del aima y el hombre se rebaja al estado de animalidad, pues siendo la satisfacciôn de los insaciables apetitos de la bestia hujnana el ûnico môvil que lo guîa, las nobles aspiraciones del es- pîritu de Libertad, Igualdad y Fraternidad, no encuentran cabida en taies sociedades.

Que ademâs, el nuevo Gobernante 6 los que le rodean sean âvidos de riquezas, 5' entonces hasta el bien material de que disfrutan los ricos se verâ amenazado, y aumentarâ la corrupcion y la Repûblica seguirâ por una senda fatal hacia su ruina.

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Otra vez nos defendemos dèl cargo de pesimistas que nos harân algunos de los que tienen ojos y no ven; pero les contestaremos lo de siempre: alli esta la historia inflexible y serena. Ella nos demuestra que los pueblos mas podero- sos llegaron a una degradaciôn lastimosa, tan pronto como abdicaron su libertad 3' se pusieron en manos de un solo hombre.

Una vez establecido el poder absoluto, va no habrâ régla para escoger al Gobernante.

Roma, acostumbrada por Augusto a la servidumbre, ad- mitiô a su muerte el j^ugo de Tiberio, austero y valeroso militar, quien una vez en el poder, dio rienda suelta a sus mas bajas pasiones, ocultadas antes, pues se distinguîa en el arte del disimulo, tan en bogaen nuestros dîas. iCuidé- monos de los que tan bien saben disimular!

Después, Roma admitiô el yugo del primero que se pre- sentaba; y la historia nos ofrece un tristîsimo espectâculo: el pueblo mas grande del mundo, coronando Césares a los mas corrompidos cortesanos, a aquellos que habîan hecho su carrera prestando servicios vergonzosos a sus antecesores. (Suetonio, «Los Doce Césares.»)

- Y esos hechos han pasado en otros paîses también, pero en ninguna parte tuvieron un escenario tan vasto. motivo por el cual no han tenido la misma resonancia.

Vemos, pues, cuan funesto séria para nuestra Patria de- jar que se implante definitivamenteen nuestro suelo el ab- solutismo.

Lo hemos dicho varias veces, pero no nos cansaremos de repetirlo. El régimen de poder absoluto sera funesto para Mexico, pues si el General Dîaz, a quien se reconocen gran- des virtudes, nos présenta un balance tan desfavorable â su administracion, solo por haber establecido el absolutis- mo, iqué sera cuando quien le suceda lo prolongue indefi- nidamente sin tener las virtudes de nuestro actual mandata- rio?

Desenganémonos: vamos por una pendiente râpida al

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abismo, y no podremos sufrir tantos anos de decadencia co- mo resistio Roma, porque aquella gran Repûblica tenîa una vitalidad asombrosa y habîa conquistado â todo el mundo, no existiendo ninguna Naciôn que pudiera atacarla; en tan- to que nosotros somos un pueblo débil 5'^ tenemos por veci- na una Naciôn poderosa que bien puede desear el ensanche de sus fronteras, invocando algûn pretexto, como lo sei'îa el de regenerar â nuestro pais corrompido por el despotisme. En este caso, nuestra resistencia sen'a muy débil y la pér- dida de nuestra independencia segura.

A esto nos llevarâ uno de los extremos del dilema enun- ciado.

Si por el contrario, â la niuerte del General Dîaz la Na- ciôn no toléra mâs al sucesor impuesto y por cualquiermo- tivo se levanta en armas contra él, volveremos â la era de revueltas intestinas con su inséparable cortejo de calamida- des y con la amenaza constante de la intervenciôn extran- jera, que aunque nos encontrara mâs fuertes, no poresode- jarîa de constituir un gran peligro, por lo menos, para la integridad de nuestro territorio.

Decimos que en taies condiciones nos encontrarîamos mds fuertes, porque la circunstancia de que la Naciôn hubiera re- accionado dem^ostrarîa la existencia de grandes energîas.

Este extremo del dilema, aunque mâs violento, acarrearia menos maies â la Patria, pues no es lo mismo perder parte del 'territorio de la Repûblica después de haberlo defendido valerosamente con las armas, que caer inermes bajo el peso de nuestros vicios, sufriendo lamuerte vergonzosa del liber- tine.

A nadie se oculta que nuestra situaciôn internacional es muy delicada; necesitamos gran habilidad para evitar todo conflicto y gran patriotisme para fortalecernos y elevarnos, â fin de que nuestra fuerza sea cada vez mâs respetable é imponente.

Mexico esta pasando por uno de los périodes mâs peligro-

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SOS de su historia, y sôlo el patriotisme de todos los mexi- canos podrâ salvarlo de los peligros que lo amenazan.

Pero la palabra patriotisme se ha corrompido como todo lo demâs. Ya nadie la interpréta en su verdadero sentido, sino que lo adulteran para servirse de ella segûn su con- veniencia, asî como hacen con todas las lej'es.

Nosotros decimos: en este caso el patriotisme consiste en que todos sacrifiquen sus ambiciones personales 3' procuren amoldar sus actos a la le}', respetando nuestra sabia Cons- tituciôn y rindiendo culto a la voluntad nacional libremen- te manifestada.

Los aduladores del General Dîaz nos dicen: el patriotis- me en las accuales circunstancias consiste en reelegir al hombre extraordinario que per mas de 3e anos ha llevade con rare acierte las riendas del Gobierne; solo él sera ca- paz de conducir la Nacion a sus grandes destines; dejémos- lo que corene su ebra.

Muy bien, decimos nosotros, no nos oponemos a que siga el General Dîaz en el poder, si tal es la voluntad de la Na- cion; pero que se le deje el medio de manifestarla libre- mente.

Elles contestan que siempre se ha dejade a la Nacion en abseluta libertad, que el Jefe del Estade siempre ha rendi- de culto â la Censtitucion y ha sido el infatigable sostén de la ley.

Con tal contestacion nos privan de todo argumente, pues nos hablan en un idioma que ne es el nuestre. Nosotros emplearaes el de la verdad 3' nuestros adversarios el con- vencienal, tan en boga en estes tiempes, en los cuales re- présenta magistralmente su papel. Con este motive, des- confiamos de todo le diche per nuestre interlocutor, hasta lo referente al coronamiento de la obra del General Dfaz, pues si por elle debemos entender que va â coronar su obra develviéndenos nnestras libertades, no sabemes perqué ne habrâ empezade â hacerle poco â poco,ûnice medio con que no resintirfa ningùn trastorno la Nacion; en canibio, si per

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coronamiento, debemos entender la implantaciôn definitiva del centralismo y absolutismo, entonces si lo comprendemos muy bien; pero no estamos de acuerdo en que se Ueve ade- lante tal coronamiento y nos opondremos â ello dentro de la le}^ hasta donde nos alcancen nuestras fuerzas.

Sin embargo, algunos escritores 3'a no se toman la moles- tia de disfrazar su pensamiento y nos dicen con ruda fran- queza: «Aûn no estamos aptos para la democracia, necesita- mos una mano de hierro que nos gobierne.»'

Desgraciadamente hasta la ruda franqiieza es falsa; no es eso lo que piensan; su ideaes defender â todo trance el ac- tual régimen de cosas, tan favorable â sus intereses, pues quienes hablan asî, son generalmente los que reciben bene- ficios mas 6 menos directos del Gobierno.

En efecto, su afirmaciôn se contesta fâcilmente: Admi- tiendo por un momento que no estemos aptos para la de- mocracia, ide que manera lograremos llegar â familiarizar- nos con sus prâcticas, si nunca se nos déjà practicarlas? La frase de prâcticas democrâticas, consagrada por la costum- bre, implica desde luego la teoria puesta en accion y mien- tras esto no suceda, mientras los pueblos no lleven â la prâctica los idéales democrâticos, nunca se familiarizarân con ellos.

Por consiguiente, si ahora estamos menos aptos para la democracia que hace 30 anos, como lo demuestra el hecho de que en aquella época existîa en las câmaras de représen- tantes un elemento oposicionista bien organizado, y ahora no existe ni sombra de oposiciôn, iqué sucederâ si la ac- tual situaciôn se prolonga aun mas? Lo logico es esperar que el poco espîritu pûblico aûn subsistente, desaparezca y cada dîa estemos menos aptos para la democracia.

Decfamos que solamente el patriotismo de todos los me- xicanos puede salvar â la Patria de los peligros que la amenazan.

Ya hemos visto que la corruptora influencia del poder ab- soluto ha falseado hasta la significaciôn de la palabra pa-

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trioti smo, y hemos podido comprender que no debemos es- perar del elemento oficial ningûn esfuerzo para salvar â la Patria; pues nuestros mandatarios, mareados por la adula- ciôn, preocupados de su polîtica personal, no quieren 6 no pueden ver el peligro â donde nos llevan.

Una vez hecha esta dolorosa réflexion, nos preguntamos: ipor el solo hecho de no tener esperanzas de que nos sal- ven nuestros actuales gobernantes, vamos â dejarnos llevar al desastre? iqué entre el elemento independiente no se en- contrarân ciudadanos bastante valerosos para organizar las fuerzas de la Nacion y procurar salvarla, aun arrostrando las iras de los actuales mandatarios?

Frîamente hemos estudiado los dos extremos del dilema â donde nos llevarân el General Diaz y el cfrculo que lo rodea.

Para esto solo hemos considerado los elementos general- mente tomados en cuenta, sin considerar para nada el prin- cipal elemento el pueblo, la voluntad nacional, que forzosa- mente terciarâ en la lucha de los dos baudos porfiristas al disputarse la preciosa herencia. Nosotros asî lo creemos, y no solamente abrigamos tal convicciôn, sino la seguridad de que ese elemento tan despreciado en estos dîas, muj' pronto revestirâ gran importancia, siendo quien détermine cual ha de ser su destino.

Pero antes de estudiar las fuerzas de que dispone el ele- mento independiente para la reivindicacion de sus derechos, convendrâ plantear de un modo claro el problema que ha de resolver.

El problema se reduce â lo si-

Problema trascendental. guiente:

tConviene â la Nacion Mexicana la continuaciôn del actual régimen de poder absoluto,ô bien la implantaciôn de las prâcticas democrâticas?

Si lo primero, indudablemente que el papel de los ciuda- danos independientes sera aprobar con su silencio 6 indi' ferencia, la nueva reeleccion del General Dfaz, y el de los

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que quieran seguir en el poder, formar entre banderias para que resuite electo Vicepresidente quien mâs convenga a sus intereses particulares.

Pero si al pais conviene la alternabilidad de los funcio- narios por medio de la implantacion de las prâcticas de- mocrâticas, entonces el papel de los ciudadanos indepen- dientes sera importantîsimo, pues deben organizar un par- tido de tendencias democrâticas y luchar valerosamente en la proxima campana électoral contra los elementos oficiales, porque de éstos no podrâ esperarse ningûn esfuerzo en pro de la demoracia.

Creemos haber demostrado de un modo fuera de duda, que la prolongacion del absolutismo sera funesto para la Repûblica y que no podemos esperar de la actual adminis- traciôn ningûn cambio de tendencias; por tal motivo, es in- dispensable que el elemento independiente piense seriamente en el porvenir de la Patria, sacuda su pesado indiferentis- mo, haga un vigoroso esfuerzo, se organice y luche por la reivindicacion de sus derechos.

En estas circunstancias, la l'inica lucha posible 3' patriô- tica, sera entre el absolutismo r la democracia. '

Los partidarios del Gobierno, va sea por conveniencia 6 por miedo, afiliense en las banderas porfiristas, pues 3'a sea que como Vicepresidente proclamen al senor Corral 6 al General Reyes, sus tendencias serân las mismas.

En cambio, el elemento independiente, el que quiere el Gobierno de fodûs, que se afilie en las banderas de algùn Partido verdaderamente Democrâtico.

Este partido aun no existe de hecho, aun no esta orga- nizado, pero existe en las aspiraciones nacionales 3' el pro3^ecto que vamos â presentar lo proponemos de base pa- ra su organizaciôn.

Conocemos mu3^ bien las grandes dificultades que présen- ta la idea para Uevarse â la prâctica; pero juzgamos indis- pensable para la salvacion de la patria afrontar resuelta- mente la situaciôn y no vacilamos en hacerlo.

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Cuântas veces al grito de "al enemigo" han volado nuestros escuadrones afrontando una muerte segura para desalojar al invasor extranjero de sus inexpugnables trin- cheras.

Pues bien, ahora nos dice nuestra Patria: 'al enemigo," y aunque este es el poder absoluto; volemos al ataquerh'a- gamos a la Patria el sacrificio de nuestra tranquilidad, de nuestro reposo, de nuestra vida si es preciso; pero sa'lvé- mosla, pues no debemos enganarnos, vamos a un precipicio y asf como nunca hemos vacilado en exponernuestras vidas cuando la independencia de la Patria ha sido amenazada Dor el invasor extranjero, tampoco debemos escatimarlas ahora que el enemigo esta dentro de nosotros mismos y amenaza seriamente nuestras libertades,pues aunque no tan visible como aquél, no por eso déjà de darnos golpes certe- ros, minando nuestras instituciones, arrancândonos nues- tras libertades y maniatândonos, para entregarnos inermes al mvasor extranjero, 6 hacernos caer en tal degradaciôn que sucumbiremos bajo el peso de nuestros propios vicios- ^ Pero si aconsejamos el desprecio de la vida para salvar a la Patria, no por eso queremos que se tomen las armas para combatir al actual Gobierno, pues volverîamos a caer en el tristfsimo dédalo de las guerras intestinas, que tantos pehgros acarrearian a la Patria.

En las grandes luchas democràticas nunca corre la san- gre hermana, ni se arriesga la vida en ellas; pero aquf en nuestro pafs es diferente, pues los que estân en el poder desde la Victoria de Tecoac, nunca han respetado la opi- nion pûbl.ca y cuando el pueblo ha querido hacer uso de sus derechos democrâticos, se lo ha impedido el Gobierno vahéndose de la fuerza bruta, como lo atestiguan los ruido- sosatentados del 2 de abril en Monterrev v los menos rui- dosos que se han visto en los Estados que han querido rei- vmdicar sus derechos.

Por estas circunstancias decimos: los deseosos de luchar en la prôxima campana politica y militar en los bandos

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antireeleccionistas, deberân afrontar los P^'S"; ™^ /^^ ves; la misma muerte si es preoso; pero es prefenble que alginas vlctimas sean sacrificadas por la vctor.osa espada que nos domina, y no que se vaya â ensangrenta el pa, con un numéro muy superior, como el que resultar.a deuna

"Estimas, à pesar de serinnumerab.es, consti.uirian un sacrificio estéril, mientras que las otras, a P-a": de su pequeno numéro, prestarian inmensos ^^"'"°' ^}^^^12 pues con su sangre lograrlan cimentar la base del Partido ?rdependiente cuva formacién trataremos y que una vez onstituido, sera la salvaciôn delà Patr.a ya sea que en a p'ôxima contienda électoral resuite vencdo 6 v.ctor.oso.

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CAPITULO VI.

^ESTAMOS ÂPTOS PARA LA DEMOCRACIA?

Hasta ahora solo nos hemos ocupadoen estudiar la situa- ciôn creada por el militarismo en Mexico, dedicando nues- tra atencion preferente al actual régimen que consideramos como natural consecuencia de aquél.

Hemos visto los maies acarreados al pai's por el absolu- tisme del General Dîaz y sobre todo hemos procurado des- cifrar el porvenir que espéra a la Patria Mexicana con la prolongacion de este régimen, y lo encontramos pavoroso, pues hemos visto que con vertiginosa velocidad marchamos â un abismo en donde quedarân para siempre sepultadas nuestras virtudes cîvicas y nacionales, asî como nuestra li- bertad y muy pronto también nuestra independencia.

Sin embargo, recapacitando sobre nuestro pasado; re- leyendo nuestra historia, encontramos episodios tan sor- prendentes, acciones tan heroicas, mexicanos tan grandes y magnânimos que han aparecido en nuestro suelo nacio- nal con tanta oportunidad para salvar â In Patrîa, que nos

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ha parecido percibir la mano de la Providencia giiiândonos hacia nuestros grandes destinos.

Toda nuestra historia tiene cierto sello de grandeza que impresiona, y ese sello no déjà de tenerlo ni aun la niisma Dictadura de! General Dîaz, pues al fin de todo, nuestro actual Présidente ha podido ilevar a cabo una obracolosal, y se ha rodeado de tal prestigio en el extranjero 3' aun en el pais, que se ha formado un pedestal altîsimo, en la cima del cual ostenta su bronceada figura, siempre serena, siem- pre tranquila y con la mirada fijaen los grandes destinos de la Patria.

El General Dîaz no ha sido un déspota vulgar, y la his- toria nos habla de muy pocos hombres que hayan usado del poder absoluto con tanta moderacion.

La obra del General Dîaz ha consistido en borrar les odios profundos que antes dividîan a los mexicanos y en asegurar la paz por mas de 30 aîlos; esta, aunque mecânica al principio, ha echado profundas raîces en el suelo nacio- nal, de tal modo que su florecimiento en nuestro paîs, pa- rece definitivo.

La mano de hierro del General Dîaz, acabô con nuestro espîritu turbulente é inquieto y ahora que tenemos la cal- ma necesaria y comprendemos cuan deseable es el reinado de la ley, estamos aptos para concurrir pacîficamente a las urnas électorales y deposifar nuestro voto.

* * *

La primera parte de nuestro estudio.que ha consistido en escudrinar los hechos y sacar de ellos las deducciones 16- gicas, esta incompleta, en ella solo nos ha guiado la razôn, la cual solo puede actuar en el terreno de los hechos. Por esa circunstancia fuimos inflexibles para valuar la obra del General Dîaz.

Si para nuestras investigaciones no pudiéramos disponer de otro instrumente que nuestra frîa razôn, nuestro trabajo

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va hubiera terminado. Habrfamos encontrado el porvenir muy pavoroso, nos verîamos sin armas para combatirio, y tristemente deberîamos resignarnos a ver perecer a nuestra Patria querida.

Efectivamente, la razôn nos révéla las insuperables difi- cultades que existen para intentar en el terreno de la de- mocracia una lucha fructuosa entre el pueblo adormecido, olvidado de sus derechos, y sin fuerzas ni deseos para re- conquistarlos, y el poder absoluto apoyado por el prestigio del General Dîaz, por los innumerables miembros de su ad- ministraciôn, por los inmensos recursos de que dispone, por los cuantiosfsimos intereses creados a su sombra, y mez- clado con todos tan poderosos elementos, el brillo siniestro de las bayonetas y las bocas de fuego, listas para arrojar sus candentes pro3'ectiles.

Al estudiar frîamente este problema, no se encuentra mas solucion que cruzarse de brazos y esperar estoicamente el porvenir, con tan pocas esperanzas de salvacion, ccmo las que tendrîa una nave sin timon azotada por las enbraveci- das olas del mar.

Pero afortunadamente no es asî. Penetrando mas profun- damente en el fondo de las cosas encontraremos fuerzas po- tentes, elementos importantes de combate, los mismos que han estado siempre al servicio de la patria en sus dîas de peligro.

Existen medios, conocidos por todos los grandes hombres de la humanidad, familiares para los creyentes, y que lla- mamos fe, intuiciôn, inspiraciôn, sentimiento, los cuales llevan â un terreno que la raz6n por impotente no puede abordar.

Esa fe siempre ha inspirado los grandes sacriftcios y las abnegaciones sublimes; pero no es la fe ciega que crée sin apoyarse en la ciencia, sino la fe ilustrada y profunda de los clarividentes, quienes.â través de la metodica y fn'ana- rraciôn de los liechos, saben descubrir los grandes destines

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de las naciones y llegan â percibir la misteriosa mano de la Providencia que solicita guîa â los pueblos.

Bellîsimos ejemplos de lo que significa y vale esa fe los encontramos en Cristo redimiendo a la humanidad, en Cris- tôbal Colon descubriendo un Nuevo Mundo, en Hidalgo proclamando la independencia de nuestra patria, y en Juâ- rez defendiéndola del invasor francés.

Pues bien, esa fe que nuestros grandes hombres tuvieron en el brillante porvenir de nuestra patria, nos la han tras- mitido, y la actual generaciôn siente correr por sus venas la sangre generosa no en vano derramada por nuestros pa- dres.

La nueva generaciôn alienta véhémentes deseos de liber- tad.

En el vasto territorio de la Repùblica se siente un estre- mecimiento, el precursor de los grandes acontecimientos, el del guerrero que antes de entrar al combate concède un mo- mento de expansion â sus nervios.

Todo nos hace créer que la Naciôn mexicana se apresta al combate, y para el pueblo mexicano luchar es vencer. Lo esencial es que se resuelva â entrar en la lid.

Procuraremos estudiar con la mayor serenidad posible las fuerzas de que el pueblo dispone; pero antes de pasar ade- lante debemos una explicaciôn al lector.

Quizâs le haya extranado la apreciaciôn que al principiar este capîtulo emitimos sobre el General Dîaz, encontrândo- la poco de acuerdo con algunos de nuestros juicios anterio- res.

La explicaciôn es sencilla.

Ahora lo consideramos desde otro punto de vista: nuestro criterio ya no es guiado por la razôn inflexible, sino por el sentimiento, que ve mâs hondo y mâs claro. Nosotros cree- mos que toda acciôn humana es determinada por factores muy diversos y complejos.

El valeroso soldado que en primera lînea marcha al asal- to puede ser impulsado â la vez, por el temor de que lo de-

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claren cobarde, por la ambiciôn de ascender, por la envi- dia, y en muchos casos, viendo imposible toda retirada, se resolverâ a emprender alguna acciôn heroica En todas esas circunstancias no obra el patriotismo de un modo directo; sin embargo, la causa para que haya ido al ataque fué el amor a la patria, el cual sintiô en un momento de entusias- mo 6 le fué comunicado por alguno de sus amigos, animân- dolo para alistarse bajo las banderas.

También parece que sobre las naciones se mece un genio protector preparando los ânimos para hacerlos coadyuvar insensiblemente al mismo fin.

Esto pasa actualmente en nuestra patria; creyendo vis- lumbrar albores de redenciôn, encontramos que el General Dîaz puede ser uno de los instrumentes de la Providencia para Ilevarnos â nuestros grandes destinos.

Efectivamente, hasta ahora hemos hablado del General Dîaz por los hechos pasados; pero, dquién nos asegura que este hombre extraordinario no vaya â consumar su carrera con una acciôn magnânima 5' generosa que le pondrîa en primera lînea entre los grandes hombres no solamente de la patria, sino de la humanidad?

El juicio definitivo sobre el General Dîaz corresponde âla historia, que podrâ valorar serenamente el resultado de to- das sus acciones.

Nosotros no sabemos cual sera el ûltimo acto del gran drama nacional iniciado en Tecoac. cPresenciaremos una lucha en que la libertad banada en sangre sea ahogada pa- ra siempre, 6 bien resuite victoriosa en la contienda y el poder absoluto se desplome con ruido atronador?

Esos desenlaces solo serân posibles si el General Dîaz se obstina en no hacer ninguna concesiôn â la voluntad nacio- nal.

Pero si en vez de observar tal conducta el General Dîaz, obrando con magnanimidad rara se resuelve â respetar la voluntad nacional, el final de su carrera sera tan glorioso,

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que opacarâ su historia anterior y las faltas por él cometi- das aparecerân pâlidas ante los fulgores de su gloria.

El General Dîaz por solo, seguramente no observarâ tal conducta; pero viendo a la Naciôn exigîrselo, quizâs ha- ga como el soldado que ante la difîcil retirada se resuelve a cometer una acciôn heroica. El resultado sera el mismo, pero mientras mas espontânea sea la determinaciôn del Ge- neral Dîaz, mas lehonrarâ.

En resumen, en los capitulos anteriores hemos juzgadoal General Dîaz tal como se ha presentado; pero también he- mos juzgado con dureza a todo el pueblo mexicano, que se ha dejado arrastrar por la corriente avasalladora del servi- lismo.

En lo sucesivo 3' atentos al despertar de la Nacion, juz- garemos al pueblo mexicano y al General Dîaz como cree- mos puedan comportarse en la lucha. El pueblo fuerte; el General Dîaz magnânimo.

Si el pasado acusa al General Dîaz, el porvenir podrâ reivindicarlo.

De cualquier manera que sea, el pueblo, que hasta ahora se ha mostrado indiferente por la cosa pûblica, asumirâ en lo sucesivo el papel que le corresponde y principiarâ por hacer balance a la administracion del General Dîaz; apro- vechando todo el bien que este le haya hecho y sin recrimi- naciones inutiles se dedicarâ â rem.ediar los maies que le haya causado.

Ese es el porvenir que soîïamos para nuestra patria.

Veamos si es posible.

Lo esencial es saber realmente si estamos aptos para la democracia.

Dos factures importantes tendrân que influir de un modo poderoso en las luchas democrâticas:

El primero, el pueblc.

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El segundo, el Gobierno.

Estudiemos estos dos elementos separadamente.

Segûn intentamos demostrar an-

El piieblO meXicanO terlomiente, no es tan difîcil como

esta aptO para la se aparenta créer el que un pueblo

âeniOCraCia. haga uso paclficamente de sus de-

rechos électorales.

La principal dificultad para que se implanten esas prâcti- cas en nuestro suelo, la han querido encontrar alguncs es- critores en la ignorancia del ochenta y cuatro por ciento de nuestra poblaciôn, enteramente analfabeta.

Nosotros creemos que se exagéra la importancia de ese obstâculo, por falta de valor para denunciar el principal, del cual nos ocuparemos adelante.

Temen algunos escritores que el pueblo ignorante consti- tu5'a un factor poderoso en manos del gobierno, que lo ma- nejarâ a su voluntad, 6 del clero, que lo llevarâ a donde qaiera valiéndose de la influencia de los pârrocos.

Algo cierto debe haber en el fondo de esa afirmaciôn; pero nosotros hemos observado en algunos ensayos democrâticos practicados en Nuevo Léon, Yucatân y en este Estado, que el pueblo segufa mas bien à sus amos 6 a las personas que le inspiraban mâs simpatîa, y la autoridad solo contabacon los empleados â su servicio \' con los sirvientes de sus parti- darios.

El clero no tomô parte en esos movimientos, pero algu- nos sacerdotes aislados intervinieron, luchando con ente- reza al lado del pueblo. El clero mexicano ha evolucionado mucho desde la guerra de Reforma, pues lo que ha perdido en riqueza lo ha ganado en virtud. Ademâs, el clero seglar siempre ha sido partidario del pueblo; el que ha tendido â la dominaciôn es el regular, pero este ha desaparecido y acabado con su prestigio en Mexico, y 5'a no intentarâ un imposible, como serîa que retrogradâramos mâs de medio siglo.

Decimos esto, porque no nos parece oportuno preocuparse

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por la influencia del clero: este se ha identificado con las aspi- raciones nacionales, y si Uega â ejercer alguna influencia moral en los votantes, sera mu3^ légitima; la libertad debe cobijar con sus amplias alas â todos los mexicanos, y no sé- ria logico pedir la libertad para los que profesamos deter- minadas ideas y negarla â los que profesan diferentes. Con esa polîtica falsearîamos la libertad y caerîamos en el ex- tremo opuesto.

Es puéril temer en nombre de la libertad la luz de la dis- cusiôn.

Mientras las armas del pensamiento sean usadas libre- mente por todos los mexicanos, no debemos temerias. Que unos profesen una f e, otros otra; que unos crean en la efica- cia de unos principios y otros los juzgen perniciosos, poco importa; por el contrario: vengan las luchas de la idea, que serân luchas redentoras, pues de su choque ha brotado siempre la luz, y la libertad no la teme, la desea.

No debemos, pues, temer la influencia del clero, ni mucho menos querer obstruir su accion siempre que sea légitima.

En cuanto â la accion de la autoridad, indirectamente es mayor sobre las masas, porque los grandes capitalistas ge- neralmente son partidarios del Gobierno constituido y ocu- pan muchos obreros en sus talleres y jornaleros en sus ha- ciendas, â los que fâcilmente obligan â votar en favor de las candidaturas oficiales.

Esta accion, sin embargo, no debemos temerla grande- mente, pues el Gobierno no se ha preocupado en disciplinar â sus partidarios porque no los ha necesitado, y el dia que los necesite tendra que hacerles algunas concesiones que redundarân en bien de la colectividad. Ademâs, la influen- cia Personal de los mandatarios es igualmente légitima y no debemos discutirla.

Cuando los gobernantes lleguen â la necesidad de recurrir â esas maniobras électorales, sera porque se ha iniciado la lucha democrâtica, y con tal que no se recurra â medios vio- lentos, la democracia no tiene nada que temer.

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El pueblo ignorante no tomarâ una parte directa en de- terminar quienes han de ser los candidates para los pues- tos pûblicos; pero indirectamente favorecerâ a las personas de quienes reciba mayores beneficios, y cada partido atrae- â sus filas una parte proporcional de pueblo, segûn los elementos intelectuales con que cuente.

Aun en paîses muy ilustrados no es el pueblo bajo el que détermina quienes deben llevar las riendas del gobierno.

Generalmente los pueblos democrâticos son dingidos por los jefes de partido, que se reducen âun pequeno numéro de intelectuales.

Estos estân constantemente pulsando la opmiôn publica, a fin de adoptar en su programa lo mas adecuado para satisfacer las aspiraciones de la mayorîa, resultando de esto la cons- tante evolucion de las partidos. Asî observâmes en los Es- tados Unidos que el partido republicano, el de los capita- listas, tuvo que atacar â los trusts para poder conservar el poder por cuatro anos mâs.

Aqui en Mexico pasarâ lo mismo y no sera la masa anal- fabeta la que dirija al pais, sino el elemento intelectual.

Pasando â otro orden de ideas, diremos que la ley concè- de el sufragio â todos los mexicanos mayores de veintiûn anos, y lo que deseamos por lo pronto es que se cumpla con la ley. Después, cuando las Câmaras sean nombradas por el pueblo, en uso de los derechos que le concède la ley élec- toral vigente, entonces sera tiempo de reformarla, si la prâc- tica demuestra que es defectuosa. Nosotros creemos que es posible emitir juicios sobre ella, porque desde que tenemos uso de razon no la hemos visto funcionar. Opinamos que sera preferible observar la ley électoral por mala que sea, â seguir con el actual régimen, que no obedece â ninguna ley ni buena ni mala.

Hemos procurado demostrar que la ignorancia no es un obstâculo para que se implanten entre nosotros las prâcti- cas democrâticas, y ahora pasaremos â probarlo con he- chos.

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iEn la Grecia de Pericles y en la Roma de los Cônsules, habrîa mas del dieciseis por ciento de sus habitantes que supieran leer y escribir 6 estarîan mas civilizados que nos- otros?

iLa Francia del 93 tendrîa tan desarrollada su instruc- cion, pùblica que en parangon con la nuestra no pudiéramos resistir la comparaciôn?

Pues bien, los griegos y los romanos de aquella época, que en su inmensa mayorîa no sabîan leer ni escribir, que eran infantilmente supersticiosos y tenîan costumbres tan bârbaras que no resisten comparaciôn con nuestro actual estado de adelanto, estaban, â pesar de todo, perfectamen- te aptos para la democracia y precisamente â sus prâcticas regeneradoras debieron la gloria de elevarse â una altura y grandeza no conocidas hasta entonces.

La Francia de 93, en su maj'orîa analfabeta, llevô âcima una de las empresas mas colosales que Ha presenciado el mundo, tan pronto como implanté en su suelo las prâcticas democrâticas, aclimatadas tan râpidamente en ese pais por tantos siglos sometido â la tiranîa del poder absoluto, que el mismo Napoléon con su irrésistible prestigio, no se atreviô â atacarlas en principio, y el haberlas conculcado en su esencia fué lo que acarreô su estruendosa cafda.

Por ûltimo, el Japon de hace cuarenta anos, era mâs ig- norante que nosotros hace treinta, y sin embargo, gracias â la solicitud verdaderamente paternal del Mikado, que diô libertad â su pueblo, florecieron en su suelo las prâcticas democrâticas, que han elevado el Japon â un puesto envi- diable entre las naciones civilizadas.

Volviendo ahora â nuestra historia, èqué mejor prueba puede haber sobre la aptitud del pueblo mexicano para la democracia, que la eleccion de représentantes al Congreso Constituyente de 57, Congreso que honraria â cualquiera naciôn civilizada?

Y después, durante las administraciones de Juârez 3^ Ler- do, ino hubo en el Congreso un partido independiente que

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hacîa oposicion a los actos del Gobierno cuando no estaban de acuerdo con sus aspiraciones? Ese grupo de représen- tantes nombrados por el pueblo, ino fué ensalzado hasta las nubes por el mismo General Dîaz?

Por iiltimo, los movimientos democrâticos iniciados en Nuevo Léon, Yucatân 5' en este Estado, demuestran que el pueblo se aviene mu}' bien a esas prâcticas, conio se evi- denciô por los numerosos clubs ramificados en las diferen- tes ciudades y subordinados â un club central, director del partido polîtico. Estos partidos estaban per/ectamente or- ganizados, contaban con numerosos periôdicos 3' eran diri- gidos con acierto 3' patriotismo en las raaniobras électora- les, por las directivas electas oportunamente. Si estos par- tidos fracasaron en sus luchas, fué porque armados ùnica- mente con el derecho, no pudieron neutralizar la influencia de la fuerza bruta empleada por el Gobierno. Ademâs un Estado solo nunca podrâ luchar en contra de la Federacion.

A pesar de que entonces los partidos populares fueron derrotados con armas de mala ley, el pueblo dio gran prue- ba de cordura; se viô asimismo vilmente ultrajado 3' per- seguido, y no obstante, prefiriô permanecer en paz antes de recurrir é. medios violentos para hacer respetar sus dere- chos.

<;No son pruebas bastantes de que el pueblo mexicano ha olvidado la costumbre de acudir en todo caso â la re- vuelta?

iNo es de esperarse por esto que un pueblo respetuoso a sus autoridades, aun cuando infringen la ley, las respete mâs seguramente 3^ con verdadera satisfaccion, cuando en la misma le3' apo3'en sus actos?

Por otra parte, el espîritu de asociaciôn ha echado hon- das raîces en la Repûblica, como lo demuestran las formi- dables sociedades de ferrocarrileros, fogoneros, empleados de todas clases y obreros de las fâbricas de tejidos de al- god6n.

Esas agrupaciones han dado prueba de gran cordura, de

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patriotismo 3' de verdadero espîritu de union; sus asambleas revisten tal seriedad, sus acuerdos tienen tal sello de ilus- traciôn y de sentido comûn, que sus directores no represen- tari'an mal papel en un Congreso Independiente.

Porûltimo, la prueba mâs notable del espîritu de union 3^ de la ansiedad que abrigan los pechos de los independien- tes por hacer algo en pro de la reivindicaciôn de nuestros derechos democrâticos, la tenemos en el Congreso de Pe- riodistas, al cual concurrieron delegados hasta de los ûlti- mos confines de la Repûblica: de Yucatân, Sonora 3" Sina- loa.

En él se consolidô una union estrechîsima, 3'' en lo suce- sivo, toda esa falange de valientes luchadores marcharâ al unîsono, 3^ fortalecidos con la solidaridad, representarân un papel importante en la gran lucha que muy pronto presen- ciaremos entre el poder absoluto y la democracia.

Como conclusion de las razones expuestas, podemos afir- mar enfâticamente que s/ estamos aptos para la democracia.

Comprendemos que 30 anos de no practicarla han atro- fîado algo el organismo de la Naciôn; pero también com- prendemos que cuanto mâs se deje pasar el tiempo, la atro- fia sera mâs compléta.

Es, pues, indispensable, si no queremos que nuestra Pa- tria Uegue â verse miserablemente atrofiada, que hagamos un vigoroso esfuerzo para poner en movimiento su organis- mo.

Indudablemente que el principal ^La aCtiial adminiStraCiÔU obstâculo para que en nuestro pais

tOlerarâ las prâCtiCaS hayan podldo implantarse las prâc-

àeinOCrâtiCaS? ticas democrâticas, es el militaris-

mo: este no reconoce mâs ley que

la fuerza bruta. Creemos haberlo demostrado suficiente-

m.ente en el curso de este trabajo.

El militarisme sera, por consiguiente, el principal escollo con que tropezarâ el pueblo para hacer uso de sus derechos électorales.

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Veamos como podrâ vencer este obstâculo.

Desde luego, el General Dîaz que debe el poder a su es- pada victoriosa, difîcilmente permitirâ le sea quitado mien- tras su espada conserve su prestigio,

La conciencia nacional asî lo comprende, y como todos opinan que vale mâs esperar la muerte del General Dîaz, aun cuando esta situaciôn se prolongue todavîa poralgunos anos, con tâl que el suelo patrio no vuelva a ser manchado con sangre hermana, résulta que no ha}' quien se anime a promover ningûn movimiento democrâtico, porque prevale- ce la opinion de que se fracasarâ ruidosamente, si es que no se corren peligros maj'ores.

Na^a difîcil séria esperar unos cuantos anos para hacer uso de nuestros derechos democrâticos si tal cosa sucediera al abandonar estemundo el General Dîaz, pues por mâs hi- giénica y arreglada que sea su vida, no puede j^a prolon- garse mucho. Es un error créer que las cosas pasen de tal modo. Lo mâs probable es que se prolongue yaunseagra- ve el actual estado de cosas.

En vista de este obstâculo, iqué determinaciôn tomar? <icuâl el remedio para la situaciôn présente?

El remedio consiste en luchar con constancia hasta que se logre el primer cambio de funcionarios por medios de- mocrâticos. Si la Naciôn llega â organizarse fuertemente en partidos polîticos, al fin lograrâ que se respeten sus de rechos, y una vez obtenido el primer triunfo, se habrâ sen- tado el précédente, 3' sobre todo, un gobernante que debe su poder â la ley y al pueblo, siempre sera respetuoso pa- ra con ellos y obedecerâ sus mandatos.

Para obtener ese triunfo pueden contribuir muchos otros factores, pues viendo â la Naciôn tan fuerte por medio de la organizaciôn de partidos, algunos de los Gobernadores ô de los Présidentes cederân por temor â la opinion pûblica, 6 porque ellos también se hayan contagiado de las ideas de- rnocrâticas y quieran hacerse grandes por medio de una ac- ciôn magnânima.

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Sobre todo, hay que tener présente que cualquiera venta- ja, concesion, 6 conquista obtenida por las prâcticas de- mocrâticas, sera una cosa duradera, mientras que un triun- fo, por importante que sea, obtenido con las armas, no ha- sino agravar nuestra situaciôn interior, sin contar con los peligros de una intervencion, que aunque no creemos tan probable como muchos otros, no por eso dejamos de to- marla en consideraciôn.

Reasumiendo lo que hemos dicho en este capitule, encon- tramos que se ha calumniado al pueblo mexicano al decir que no esta apto para la democracia; quien no lo esta, es el actual Gobierno, cu3'o poder dimana de la fuerza, y por consiguiente, considéra à. esta como ley suprema.

Hemos llegado a conseguir que toda la Nacion respete la ley. Ya solo falta que la respeten el General Dîaz y los que lo rodean, para que la Nacion pueda entrar de lleno en el ejercicio de sus derechos, a fin de restablecer en el fondo, el régimen constitucional, '■

Si el General Diaz llegara a dar el grandioso ejemplo de respetar la lej'^ 5' la voluntad de la Nacion en la proxima lu- cha électoral, sentarîa un précédente que ninguno de sus sucesores quebrantarâ y entonces si coronarîa su obra de pacificacion, consolidândola con el prestigio de la le}', con la sancion de la voluntad nacional y con la gloria que le dari'a acciôn tan magnânima.

No hay que im.aginarse que esto sea tan diffcil. Hasta la fecha, al tratarse de elecciones presidenciales, mu}'^ pocos signos ha dado la Nacion de que no quiere al frente de sus destinos al General Dîaz, y ese asentimiento tâcito, bien puede él tomarlo como la aprobaciôn de todos sus actos. Por este motivo repetimos que aun no es tiempo dejuzgar- lo. Esperemos su conducta en la proxima campana électo- ral, pues todo hace créer que habrâ lucha, porque el pue- blo comienza a darse cuenta del peligro que corre si signe como observador impasible de los hechos, en vezdeasumir su soberanîa.

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Por consiguiente, si estamos convencidos de que el pue- blo mexicano esta apto para la democracia y que es indis- pensable principie a ejercer sus derechos, veamos como po- drâ organizar sus fuerzas.

Después estudiaremos la probable actitud de la actual administraciôn frente al pueblo perfectamente organizado.

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CAPITULO VII.

EL PÂRTIDO ÂNTIREELECCIONISTA. (i)

Antes de abordar de lleno la cuestiôn, haremos un ligero examen de los partidos polîticos en Mexico.

Los dos grandes partidos que se formaron una vez ob- tenida nuestra independencia, el libéral y el conservador, representaban en aquella época las aspiraciones y los in- tereses de dos grandes grupos de mexicanos.

El primero, de ideas avanzadas, querîa implantar en nuestro pais los principios mas modernos, y el segundo de- seaba conservar hasta donde fuere posible, las tradiciones antiguas. Este partido, integrado principalmente por la gente de dinero, siempre consôrvadora, y por el clero, po-

[i] En la prtmera ediciôn, leste capitulo trataba de un Partido Nacional Democrâ- tico cuya organizacion proponi'amos.

Antes de salir a luz dicha ediciôn, se organizô en esta Capital el Partido Deinocra- tico, pero con tendencias diferentes de las senaladas por nosotros.

Para evitar confusiones hemos resuelto cambiar la denominaciôn de este capftulo reservândonos para el apéndice ocuparnos del Partido Detnocrâtico.

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seedor de inmensas riquezas, buscaba a la sombra de un Gobierno de su hechura, la protecciôn a sus cuantiosos in- tereses.

Inûtil sera referir las largas luchas sostenidas por esos dos partidos.

Nos bastarâ decir que en el Cerro de las Campanas que- sepultado para siempre el antiguo partido conservador.

Cuarido el partido libéral hubo triunfado definitivamente, se disgregô en dos partidos personalistas, pues ambos pro- clamaban los principios libérales y enarbolaban la Constitu- ciôn de 57 como su divisa de combate.

Estos dos grandes partidos los constituîan los Juaristas y Lerdistas por un lado, y por el otro los Porfiristas.

Ya hemos visto como llegô al poder este ûltimo partido.

La polîtica de conciliaciôn del General Dfaz vino â bo- rrar los ûltimos vestigios del partido conservador. ^ Sin embargo, la polîtica anticonstitucional del General Diaz ha creado muchos descontentos, y estos se encuen- tran entre aquellos â quienes preocupa el porvenir de la Patria, ya sea que sus ideas los acerquen al antiguo parti- do conservador 6 al libéral.

Estos descontentos 6 sea el elemento oposicionista, cons- tituyen en realidad un partido, pues aunque no esté organi- zado, existe la aspiraciôn uniforme de un grupo de ciudada- nos hacia un mismo fin, y esa aspiraciôn sera el môvil que los lleve â unirse y organizarse.

Este partido no tiene por lo pronto otra aspiraciôn, sino que la voluntad nacional pueda libremente intervenir en el nombramiento de los gobernantes.

La aspiraciôn de ese partido, es por consiguiente, substi- tuir el Gobierno absoluto de uno so/o,. por el Gobierno cons- titucional de ^o^Us los ciudadanos.

Por estas circunstancia encontramos que las dos grandes banderfas ya organizadas, las cuales dividen actualmente la opinion del elemento oficial, estân constituidas por quie- nes desean la prolongaciôn del actual régimen de Gobier-

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no. Estas se llamarân reeleccionistas, pues han querido ocultar sus verdaderas ambiciones detrâs del General Dîaz, cuya reelecciôn proclaman como indispensable, aunque en realidad los grupos de reeleccionistas, el Cientîfico y el Re- yista, verîan con gusto que el grande hombre que nos go- bierna dejara el poder para apoderarse de su rica herencia.

Los dos partidos, de tendencias semejanies, debîan lla- marse absolutistas, por ser el absolutismo el princ'ipio de Gobierno que profesan, pero no se atreven a declarar fran- camente sus tendencias, y pretenden ser partidarios de la Constituciôn; lo cual no es cierto.

El otro gran partido, formado por los que no estân con- tentos con la conducta anticonstitucional del General Di'az, podrîan llamarse "Constitucionalistas;" pero esta deno- ininaciôn serîa poco précisa, pues ningùn partido rechaza la Constituciôn; todos pretenden apoyarse en ella; la dife- rencia consiste en que un grupo determinado quiere respe- tarla solamente en la forma, y en el fondo continuar con el poder absoluto, mientras que el otro desea se aplique en la forma y en el fondo, por medio de las prâcticas democrâti- cas.

Creemos,por consiguiente,bastante justifîcado en el nom- bre que proponemos para el gran Partido que seorganizarâ con los elementos dispersos de lo que hasta ahora se ha 11a- mado partido independiente, ô de oposiciôn, y que mâs bien han existido localizados en los Estados, pues nunca se ha iniciado un movimiento verdaderamente nacional pa- ra unir esos elementos; el ùnico que podrîa reclamar esa honra, el "Partido Libéral," no manifesté francamente sus tendencias, y aparentemente intentaba resucitar las anti- guas luchas entre libe.rales 3^ conservadores; ademas, pron- to fué ahogado en su cuna por medio del ruidoso atentado de San Luis Potosî.

Tendencias del Partido Todo partido polîtico debe tener

AntireeleCCiOniSta. Su su programa; que desarrollarâ cuan-

prOérama. do obtenga el poder, y por cuyo

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triunfo trabajarâ en las Câmaras en la Prensa y en los clubs.

Mientras mas extenso sea el programa y encierre mas principios, sera mâs reducido el numéro de quienes lo aprueben en su integridad.

Partiendo de este principio, convendrâ que el programa del Partido Antireeleccionista, sea lo mâs conciso posible, a fin de que quienes ingresen a su seno puedan encontrar el medio de satisfacerse sus diversas tendencias, siempre que fueren sanas y patriôticas.

Repetimos que el antiguo partido conservador ya no exis- te. Sus elementos dispersos han ingresado, segûn sus ten- dencias, a los dos grandes partidos que se esbozan: el re- eleccionista 6 absolutista y el antireeleccionista 6 constitu- cional.

Igual cosa ha ocurrido con los elementos del partido li- béral.

Por consiguiente, al derredor del Gobierno se han agrupa- do los elementos que solo piensaii en svi bienestar personal, lo cual les hace prescindir de principios y cualesquiera que sean los que profese el Jefe de Gobierno, serân ellos sus partidarios.

No pasarâ de igual manera entre las filas del Partido Antireeleccionista, pues quienes ingresen a el, tendrân que ser por la naturaleza misma de las cosas, personas de prin- cipios firmes 3' que no transigirân tan fâcilmente con ellos.

En nuestro concepto, y segûn el movimiento que hembs observado en la prensa independiente, llâmese catolica 6 libéral, parece que prédomina la idea siguiente:

TraBAJAR DENTRO de LOS LÎMITES DE LA CONSTITUCIÔN,

porque el pueblo concurra a los comicios, nombre libre- mente a sus mandatarios y a sus representantes en las cAmaras.

Una vez obtenido este primer triunfo y habiendo logrado que las Câmaras estén integradas por représentantes légiti- mes del pueblo, trabajar porque se decreten las leyes ne- cesarias â fin de evitar la repeticiôn de que un hombre con-

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centre en sus manos todos los poderes y los conserve du- rante una época tan prolongada.

La medida mas eficaz para lograr este objeto, consiste en adoptar de nuevo en nuestra Constituciôn fédéral y en las locales de los Estados, el principio de no reeleccion.

Por consiguiente, estos serân los principios que propone- mos para que sirvan de Programa al Partido Antireeleccio- nista:

LIBERTAD DE SUFRAGIO.

NO-REELECCCION.

Una vez obtenido el triunfo del primer principio y esta" blecido en nuestra Constituciôn el segundo, entonces sera tiempo 9e estudiar con entera calma y con las luces de la experiencia, que reformas conviene hacer a la ley électo- ral; estudiar si debemos modifùcar la Constituciôn adoptan- do defînitivamente el parlamentarismo con ministros res- ponsables y un Présidente que no gobierne a fin de que présida con mâs majestad los destines de la Naciôn. Con este motivo, habrâ acaloradas discusiones en las Câmaras, y el Partido Antireelecionistas se dividirâ â su vez en los dos grandes partidos que en todos los paîses del mundo han representado las tendencias opuestas de la opinion: el libéral y el conservador.

El primero, queriendo siempre avanzar con febril en- tusiasmo; el segundo moderando sus impulses, haciéndolo marchar con pies de plomo, dando por resultado que esos dos partidos, equilibrândose constantemente, harân nues- tro progreso pausado, pero seguro. Sin embargo, los dos futures partidos estarân de acuerde en los grandes princi- pios, democrâticos y Antireeleccionista, motivo por el cual dejarâ de subsistir esta denominaciôn para ser reemplazada por otras mâs oportunas.

Cuando este llegue â suceder y que de modo définitive se implanten las prâcticas democrâticas, el pueblo tendra â su dispesiciôn el medie de dar â conocer sus aspiraciones, las cuales serân en muchos cases definidas por los parti-

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dos polîticos, siempre ocupados en buscar la formula mas aceptada en la Repûblica, tanto por el deseo muy patriô- tico de obtener el progreso y el bienestar de la Naciôn, co- mo por conveniencia para el mismo partido.

Asi como ahora vemos al Partido Cientîfico y al Reyista adular al General Dîaz à quien juzgan omnipotente, enton- ces veremos à. los partidos que resulten halagando al pue- blo, cuya omnipotencia sera mas duradera y efectiva.

La frase tan popularizada: <des-

OpOrntnidad para ÎOr- pues del Gênerai Diaz no admi- MF el Partido Antire- tiremos mas dominio que el de la eleCCiOniSta. ley,» hace créer a muchas personas

que el momento oportuno para pro- céder a la formacion de este partido, sera â la muerte del General Dîaz, juzgando que mientras viva no lo permitirâ, y que intentar la formacion de un partido oposicionista des- de ahora, sen'a una temeridad.

Nosotros no opinâmes de tal manera; mas bien estamos convencidos de que la época actual es la mâs oportuna pa- ra la formacion de este partido.

Efectivamente, los peligros para formarese partido serân mayores â la desapariciôn del General Dîaz, porque su su- cesor, joven y con gran ambiciôn, no vacilarâ en recurrir â medidas violentas para afîanzarse en el poder, el que in- dudablemenre desearâ disfrutar por muchos aîios; mientras que el General Dîaz, va tan cerca de la tumba, no tiene el mismo aliciente; mâs bien ha de encontrarse cansado deUe- var por tantos ànos el'peso de los négocies pûblicos, y no sera remoto que aspire al descanso.

Ademâs, el General Dîaz ha adquirido tal gloria y tanto prestigio, que no querrâ exponerlos cometiendo atenta- dos sangrientos al fin de su carrera, con el objeto de soste- nerse unos anos mâs en el poder que ha disfrutado por tan largo perîodo de tiempo, por lo que va no tendra â sus ojos la misma novedad.

Por ûltimo, el General Dîaz es indudablemente de una

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moralidad superior â sus probables sucesores, y es mâs 16- gico esperar de él que de cualquiera de estos ûltimos, algu- na concesiôn â la voluntad nacional, porqueno debemos ôl- vidarlo: el General Di'az tiene grandes compromisos con la Nacion, â quien no ha cumplido sus promesas de Tuxtepec 3' ahora que no tiene âquien temer sino al fallo de la liisto- ria, ni mâs que desear sino la gratitud nacional, no serâre- moto que procure atraerse esta ûltima y asegurarse un fallo favorable de la primera, respetando en sus ûltimos dias la voluntad del pueblo y cumpliendo todas las promesas que antes hizo â la Nacion.

En este caso, el General Dîaz podrîa justifîcarse ante la historia, diciendo: «Es cierto: no cumpli â la Nacion las promesas que le hice cuando por dos veces la induje â le- vantarse en armas para conquistar el principio de no reelec- ciôn; pero fué porque temîque al dejar el Gobierno volviera la Repûblica â la era funesta de las revueltas intestinas. Con mi permanencia en el poder reduje al militarismo; ma- té el espîritu turbulento, hice que en todos los âmbitos de la Repûblica se respetara la le\', consolidé la paz, extendî por todo el pais una vasta red ferrocarrilera construî grandio- sas obras materiales, favorecî la creacion de cuantiosos in- tereses privados, aumenté la riqueza pi'iblica. De mi Pa- tria turbulenta, pobre, sin crédito, he hecho un paîs pacîfi- co, rico y que goza de justo crédito en el extranjero. Es posible que para llevar â cima esta obra, haya cometido al- gunas faltas; todo el mundo esta expuesto â errar; pero esas faltas han sido de buena fe y en prueba de ello, la principal que se me puede imputar, el que me haya coloca- do encima de la le}^ solo la cometî mientras lo juzgué in- dispensable para llevar â feliz término mi obra, puesto que ahora que la creo terminada }' al paîs apto paraejercer sus derechos, devuelvo â la le}- su imperio y su majestad y yo mismo me coloco bajo de ella, â fin de que en lo sucesi- vo sea la le}^ la guardiana de la paz y la que asegureel pro- greso indefînido de mi Patria, porque creo fîrmemente no

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encontrar sucesor mas digno que la Ley. Los ûltimos dîas de mi vida los consagraré a defenderla, âconsolidar su pres- tigio, poniendo a su servicio todo el mîo, y iay de quien intente violar la le}' que yo seré el primero en respetar!>

Aunque los intransigentes podrîan hacer algunas objecio- nes, la inmensa ma3'orîa, la casi unanimidad de los ciuda- danos aclamarîa al General Dîaz, que con este hecho en un solo momento conquistarîa la gloria reservada a Washing- ton: ser el primero en el corazôn de sus conciudadanos.>

El prestigio del General Dîaz llegarîa entonces a tal gra- do, que en cualquiera parte donde se encontrara, serîa con- siderado como el ârbitro de nuestros destines, y la gratitud nacional hacia él no tendrîa limites.

Es cierto que en substancia el General Di'az dijo esto mis- mo â Creelman; pero esas declaraciones, hechas a un ex- tranjero, fueron desde luego desvirtuadas y han perdido el resto de su valor por haberse demostrado que no eran sin- ceras.

No pasarîa lo mismo si el General Dîaz en vez de nuevas declaraciones se limitara â respetar la le\', â garantizar â todos los ciudadanos el uso de sus derechos, â noponer tra- bas para la formaciôn de partidos independientes, â no per- mitir que el sufragio fuera adulterado. Entonces sî, apo^'a- do en los hechos, sus declaraciones tendrîan gran peso; su palabra, el acento conmovedor de la verdad; sus actos, la grandeza digna de nuestra historia y de nuestros destinos.

Ya lo hemos dicho: no sera remoto que el General Dîaz se resuelva â observar esta conducta cuando vea que la Naciôn, organizada formidablemente en partidos polîticos y agitada por el calor de la lucha. le haga oîr su voz y lema- nifieste virilmente sus deseos; entonces el General Dîaz con- vendrâ en que la Naciôn esta verdaderamente apta para la democracia, y en parte por el deseo decùmplir sus antiguos ofrecimientos, por respeto al fallo de la historia y por el deseo de aparecer magnânimo y en parte por el temor de no comprometer en tan avanzada edad el brillo de sus laureles

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en una lucha contra el pueblo, tomarâ la determinaciôn he- roica de abdicar del poder absoluto, sometiéndose a la le}'.

Lo comprendemos; estas consideraciones son de poco pe- so para la mayorîa, que no crée posible una lucha électoral; pero nosotros hablamos para el caso de que el pueblo despier- tey se levanteenérgico y decidido a hacer uso de sus dere- chos. En caso contrario, no serâel General Dîaz ni ninguno de sus indicados sucesores quienes lo han de despertar y hacer que reclame sus derechos, y esto por la razôn misma delas cosas, porque siempre han existido tendencias opuestas en- tre gobernantes y gobernados; los primeros procurando ad- quirir la mayor suma posible de poder; los segundos, limi- tândolo para mejor garantizar su libertad.

De todos modos, comprendemos que estas consideraciones por solas no demuestran que ahora sea la oportunidad para la formacioiî del Partido Independiente; pero tenemos otras razones muy atendibles que pasamos a exponer.

Organizândose este partido antes de las elecciones de 1910, se tendrîa la seguridad de que quienes ingresaran a su seno, por la razôn misma de las cosas, serîan demôcratas verdaderos, partidarios sinceros de la no-reeleccion, ele- mentos completamente sanos, hombres de gran energîa, de verdadero valor civil y de idéales bien definidos.

Efectivamente, en las actuales circunstancias, no podrân ingresar otra clase de personas a este partido, porque lage- neralidad considéra temerario intentar la formaciôn de una agrupacion oposicionista, asî es que los promotores que lo encabecen, necesitan tener un valor poco coraûn en las ac- tuales condiciones porque atraviesa el pais; ademâs, a nadie se le ocurrirâ ingresar a este por ambiciôn personal, pues serîa mucho mas fâcil obtener un puesto en la actual admi- nistraciôn haciendo las declaraciones de los incondicionales 6 capitulando oportunamente; mientras que el Partido Inde- pendiente tiene muy pocas y lejanas probabilidades de triun- far, al menos segûn el criterio dominante. Este partido, por su audacia en haberse opuesto a la reeleciôn del General

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Dîaz y por su valor 3- patriotisme en despertar la opinion pûblica, tendrîa siempre un gran prestigio en la Naciôn, pues aunque fuera derrotado en la primera lucha, su influen- cia en los destines del pais seri'a grande en un futuro no le- jano.

En cambio, si se espéra la muerte del General Dîaz para organizar este partido, desde luego sera mucho mâs difîcil formarlo, porque serîa ilôgico que antes de saber como se comportarîa su sucesor, se le hiciera oposiciôn.

Ademâs, la impresion que causara tal acontecimiento na- die puede preverla, y si seguimos como hasta aquî, sin or- ganizar partidos polîticos independientes, no sera remoto un conflicto armado entre los dos partidos reeleccionistas, los cuales si desde ahora no desplegan maj'or actividad, es tan solo por temor al General Dîaz.

Pero aun no surgiendo este conflicto, indudablemente el partido de oposiciôn serîa encabezado desde luego por uno de los dos bandos actuales, por el que no reciba como he- rencia el poder. Este, para prestigiarse proclamarâ los prin- cipios democrâticos 5' harâ al paîs las promesas mâs seduc- toras; y no habiendo otro partido prestigiado, se afiliarân â él todos los elementos independientes. El gran inconvenien- te de esto consistirâ en que quienes encabecen el partido no sean verdaderos democratas, ni sinceros antireeleccionis- tas, y solo proclamarân esos principios para hacerse de par- tidarios, pero los olvidarân al dîa siguiente de llegar al po- der, como tantos de ellos olvidan al dîa siguiente las solem- nes protestas que hacen de cumplir la le}'.

En estas circunstancias, los independientes de buena fe afiliados â ese partido, no tendrân la libertad de acciôn su- ficiente para hacer respetar el pacto que entranaban las pro- mesas del jefe del partido, porque este, siendo personalista, tendra que resentirse de su origen.

No pasarâ lo mismo con un verdadero partido democrâti- co, del cual surgira el candidato escogido entre los mâs dig- nes y cuya fuerza estribarâ en su partido.

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Otra circunstancia en' apoj^o de nuestra afirmaciôn sobre la oportunidad de organizar un partido polîtico, es que la Nacion lo desea, como se puede comprobar por los movi- mientos électorales en algunos Estados, en los cuaies hato- mado parte activa el pueblo, y aunque éstos fracasaron, han dejado en los ânimos el fermento de la libertad 3' todos es- tân ansiosos por renovar la lucha. Lo demuestran las gran- diosas asociaciones de obreros, cu3'0 fin ostensible es el mu- tualismo, pero cuj'a sécréta tendencia es la reivindicaciôn de los derechos de ciudadano, y también la Asociacion de Periodistas, que aparentemente persigue la union, y cuyo verdadero môvil es el anhelo de libertad, el deseo de volver a la le}'^ su prestigio 3^ el ardor por combatir en el campo de la democracia. Este anhelo se siente por toda la Repûblica 3^ se ha manifestado en multitud de foUetos, opùsculos, li- bros, periôdicos nuevos que defienden con mas 6 menos vi- gor la gran idea de que es indispensable la lucha électoral. Estelibroobedece al mismo môvil, pues creemos, como todo el elemento pensador de la Repûblica, que ahora se nos présenta el momento oportuno para la reivindicaciôn de nuestros derechos, que atravesamos por el pen'odo histôrico de mas trascendencia para los de.stinos de la patria, y que so- bre nosotros, los de la nueva generaciôn, pesa una responsabi- lidad énorme. dVeremos perder con criminal indiferentismo la preciosa herencia que nos legaron nuestros antepasados, 6 valerosamente lucharemos por reconquistarla? Esa es la pregunta que habremos de contestar ante la historia.

Por todas estas circunstancias, opinâmes que ha llegado el momento solemne en que debemos organizarnos en parti- dos politicos, y los que acariciamos el idéal democrâtico de- bemos procéder sin pérdida de tierapo a organizar nuestras fuerzas, â fin de que, llegado el dîa de las elecciones presi- denciales, nuestro partido esté ramificado por toda la Repû- blica y estemos en condiciones de luchar. Esa lucha se- ra salvadora, aun en el caso de que nuestro partido resuite derrotado.

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El Partido Antireeleccionista se

/CÔmO S6 ÎOFIDdFl 6l formarâ uniéndose los elementos

Partido AntireelCC- disperses que se encuentran en la

CÎOniStâ? Repûblica y que abrigan el mismo

idéal de la reivindicaciôn de nues-

tros derechos.

Para lograr este objeto, serâconveniente que en cadalugar donde se encuentre un grupo de personas que simpaticen con la idea, se organicen en Club Poiîtico, se pongan enre- laciôn con los demâs de la misma îndole y procuren propa- gar sus ideas por medio de la prensa.

La organizaciôn de Clubs aislados solo servira para prin- cipiar los trabajos y todos ellos deberân unirse â fin de for- maren cada Estado un nùcleo con su Club Central Direc- tor.

A su vez los Clubs Centrales de los Estados se pondrân de acuerdo para nombrar en la capital de la Repûblica un Comité Directivo que sirva de centro y dirija los trabajos del partido.

Este Comité Directivo deberâ ser integrado por los miem- bros mas enérgicos y adictos al partido, pues tendra que desempenar un papel importantîsimo. Su mision sera man- dar delegaciones â los Estados en donde no existan Clubs Democrâticos, â fin de instalarlos, hacer propaganda activa por la prensa 3' convocar â una Gran Convenciôn Electoral cuando lo créa oportuno, â fin de que en ella se acuerde de- finitivamente el programa poiîtico del Partido, y se elijan los candidatos para Présidente, Vicepresidente y Magistra- dos.

De un modo notable se simplificarân estos trabajos, si en esta capital se organiza un Club netamente indepen- diente. En tal caso podrîan adherirse 6 aliarse â él todos los Clubs independientes de la Repûblica, aunque hubiera alguna diferencia en los "principios proclamados por cada uno, porque actualmente el ûnico que todos debemos perse- guir, es despertar el espfritu pûblico y organizar un poderoso

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partidoindependiente, que lleve savia nueva â las esferas del Gobierno )' ocasione una vigorosa reacciôn, â fin de que la ley sea respetada por todos y la voluntad nacional logre im- ponerse.

No aconsejamos que se unan al Partido Democrâtico j'a organizado, porque no lo consideramos netamente indepen- diente, por ser sus directores miembros de la actual admi- nistracion, lo cual les impedirâ defender eficazmente y con energîa los intereses del pueblo,

A este propôsito, sabemos que en esta capital se trata de instalar un Club Independiente, que podrâ ser el nûcleo del Partido cuj'^a formaciôn proponemos.

No pretendemos contestar esta-

^Quién sera el CandidatO pregunta, porque serîa imposi-

del Partido Anti-reeleC- ble, puesto que en definïti va la re-

Oionista? solvera una Gran Convenciôn in-

tegrada por delegados de todala

Repûblica.

Si intentaremos hacer algunas reflexiones que nos parecen pertinentes, sobre todo, para no dejar laguna en este tra- bajo.

En la Convenciôn Electoral se nombrarâ por mayorîa de votos quién ha de ser el candidato; pero es indudable que la opinion de la Directiva del Club Central, 6 del Comité que se nombre por delegados de los Estados y Distritos de la Repûblica, tendra gran peso en las determinaciones de la Asamblea, sobre todo si con su actitud digna y enérgica se ha captado la confianza de los independientes.

Este Comité, que â una gran energîa y un gran patrio- tismo debe unir un criterio recto y desapasionado, habrâ de estudiar con gran calma ese asunto.

Nosotros opinamos que de preferencia debîa fijarse el Comité en alguno de los miembros mas prominentes de la actual Administraciôn, siempre que su gestion gubernativa sea una garantîa de que respetarâ la Constituciôn; pues por lo pronto no debe desearse otra cosa sino un hombre que

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respete la ley y que, va. sea por convicciones 6 temperamen- to, sea incapaz de disolver el Congreso, lo cual se conocerâ no por sus promesas, sino por sus antécédentes.

Las ventajas de tal polîtica son las siguientes:

Al escoger el Partido Independiente su candidato entre los miembros de la actual administracion, demostrarâ que no lo guîan ambiciones personales ni espfritu de oposiciôn sis- temâtica, lo cual constituirâ la mejor prueba delapurezade sus intenciones y de su verdadero patriotismo; ademâs, de esta manera se lograrâ evitar que la campana asuma un ca- râcter muy violento, pues moralmente estarân desarmados los miembros de la actual administracion y sus partidarios, para atacar un partido que da tantas pruebas de cordura; por ûltimo, los cuantiosos intereses extranjeros invertidos en nuestra Patria se juzgarîan mas a cubierto, y bien debe- mos esa prueba de deferencia, que por espontânea serâhon- rosa para nosotros, a quienes. tan poderosamente han con- tribuido para nuestro desarroUo econômico. Las naciones cada vez tienen mas ligas entre si y se deben guardar mu- tuamente todas las consideraciones compatibles con la dig- nidad y el honor.

Para seguir esta lînea de conducta, creemos indispensa- ble que el candidato su consentimiento previo.

En este caso, se contarîa hasta con la ayuda de parte del elemento oficial.

Sin embargo, no hay que forjarse ilusiones; convendrâ in- tentar esa polîtica, pero no debe esperarse un resultado sa- tisfactorio, a menos que el General Dîaz diera su consenti- miento al candidato, lo cual es muy poco probable, aunque no imposible del todo.

Las negociaciones para que aceptara la candidatura la persona en quien se fijara el Comité Directivo, podrîan 11e- var â plâticas con el General Dîaz y quizâs se lograrîa arre- glar con él un pacto 6 convenio, que darîa por resultado arreglar la gran cuestion électoral fraternalmente entre la gran familia mexicana.

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Mientras las fuerzas de los independientes fueran majo- res, sen'a este convenio mâs ventajoso para los interesesque représenta; este convenio podrîa consistir en que continua- ra en la Presidencia el General Diaz, aceptando como Vice- presidente al candidatoen quien los demôcratas se hubieran fijado para el mismo puesto, y dando determinadas liberta- des â fin de que paulatinamente y sin sacudimiento, se fue- ran renovando las autoridades municipales en toda la Repù- blica, las legislaturas de las Estados, los Gobernadores y las Câmaras de la Union.

De esta manera, sin sacudidas violentas y sin luchas de resultados inciertos, pero que de todos modos dejan'an odios difi'ciles de extinguir, se habrîa verificado la transformaciôn de Mexico, y el General Dîaz, que podrîa dejar el peso de esa obra al Vicepresidente, permanecerîa en un pedestal al- tîsimo, como el severo guardiân de la ley, como laencarna- ciôn verdadera de la Patria.

Pero el General Dîaz, para representar ese grandioso pa- pel, necesita elevarse sobre las banderias polîticas, y en vez de acaudillar una de ellas y recurrir â las artimanas, intri- gas, persecusiones y fraudes para que triunfe la suya, debe elevarse muy por encima, declarândose la encarnaciôn de la Patria, el guardiân de la ley y decir â los mexicanos con voz tonante: «Ya se llegô la hora en que hagâis uso de vues- tros derechos. Yo no favorezco â ningûn partido. Unica- mente deseo que en vuestras luchas électorales respeteis la ley, como la respeto y la haré respetar por todos los agentes de mi gobierno.>

Esa serîa la soluciôn mâs de desearse, pero no la mâs probable.

En caso que ninguno de los miembros prestigiados de la actual Administracion admitiera ser el candidato del Parti- do independiente, serîa necesario elegir este entre los miem- bros del Partido y resolverse â entrar de lleno â la lucha électoral, en contra de las candidaturas oficiales.

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Indudablemente, esta lucha

CainpaDa électoral y SnS sera ruda; pero es imposible

CODSeCUenClaS pOSibleS predeclr cual sera la actitud

del Gobierno, de la cual dé- pende el carâcter que asuma la campana.

Si el Gobierno se resuelve a respetar la le_v, â no ejercer presiôn en las elecciones y â no adulterar el sufragio, la lu- cha sera agitada, pero no correrâ sangre, 3' esa agitacion, despertarâ por complète al pueblo ensenândole â hacer uso de sus derechos.

En este caso, aun triunfando las candidaturas oficiales, el partido independiente habrîa obtenido el triunfo de uno de sus idéales: la Libertad del Sufragio, y aseguiarîa}' pre- pararfa el terreno para que pronto triunfara el principio de la no-reelecciôn, pues por mal que le fuera en las eleccio- nes, indudablemente su triunfo serîa completo en algunos distritos )' tendria sus représentantes en las Câmaras, que aun en minoria, constituirîan un importantîsimo elemento para evitar los desmanes del poder y velar por el respeto de la ley électoral en toda la Repiiblica.

En cal caso, si la libertad en las elecciones fuera complé- ta y el Gobierno respetara fîelmente la ley, podrfa suceder que el partido independiente triunfara, pues â pesar del in- menso prestigio del General Diaz, una gran parte de la Na- ciôn verâ con satisfaccion que deje el poder en manos mas ovenes.

Esta solucion, la menos probable de todas, séria el coro- namiento mas brillante de la obra del General Dîaz y del Partido Independiente; en lo sucesivo marcharîan de comûn acuerdo, pues este serîa fâcil teniendo una base honrosa pa- ra ambos, como serîa la le}'.

Los independientes habrîan visto coronados sus esfuer- zos con un éxito inesperado, y en lo sucesivo estarîa asegu- rado el régimen constitucional y la paz definitivamente con- solidada, puesto que las energîas nacionales habrîan encon- trado su cauce natural.

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El General Dîaz, retirado a la vida privada, tendrîa la satisfacciôn de ver de lejos su obra coronada brillantemente y mas de cerca palparîa la gratitud nacional, inmensa, en caso de que observara tal conducta.

Pero estamos hablando en el caso idéal de que por una pronta regresiôn el General Di'az se fesolviera a ponerse sobre los partidos y se declarase el protector de la le}'.

Desgraciadamente los hechos hasta hoj- no nos autorizan à. formarnos tan halagûenas esperanzas.

Lo mâs probable sera que el General Dîaz, obsesionado por la idea fija que va le conocemos, impulsado por el cîrculo que lo rodea y que tan bien sabe aprovechar su privanza, quiera reelegirse por ùltima vez y no transija con la Na- ciôn ni en el nombramiento de Vicepresidente, Magistrados, Diputados, Senadores, etc., ni en concederle las libertades que desea. En una palabra, que quiera perpetuar el actital régimen de poder absoluto, y dejar a la Repûblica maniata- da en manos de un sucesor elegido por su capricho, cuyos actos ni él mismo podrâ moderar cuando ya no sea de los de este mundo.

Las consecuencias de esta poli'tica serân funestas para la Repûblica, como se desprende del estudio que hemos hecho para demostrar el peligro tan grande que correrâ nuestra pa- tria si seguimos bajo el régimen del poder absoluto con el sucesor del General Dîaz.

Por esta circunstancia, es indispensable luchar con ener- gîa, aun en el caso de que se prevea una derrota segura, porque con el solo hecho de luchar en el campo de la demo- cracia, de concurrir a las urnas électorales, y sobre todo, de habernos constituido en partido polîtico, los independien- tes habremos logrado que el pais despierte, y el Partido In- dependiente, aunque derrotado, habrâ salvado en realidad las instituciones, pues con esa lucha habrâ adquirido tal prestigio, que al morir el General Dîaz, se constituirâ en un vigîa constante para su sucesor, que por este motivo de- berâ obrar con gran moderaciôn y hacer paulatinamente

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concesiones al pueblo, que se las arrancarâ en las frecuen- tes luchas électorales, pues los independientes no descan- sarân, y promoverân campanas électorales en los Estados, a fin de renovar poco a poco los Aj^untamientos, las Le- gislaturas locales, los Gobernadores y las Câmaras de la Union.

El Partido Independiente se fortalecerâ cada vez mas, al grado de contrabalancear el poder absoluto, â fin de que re- suite el equilibrio necesario para el funcionamiento normal de nuestras ipstituciones.

Ya vemos como de cualquier manera que sea, el Partido Independiente prestarà grandes servicios â lapatria.

Veamos, sin embargo, que podrâ suceder si el Gobierno recurre â medidas demasiado violentas para obtener su triun- fo, puesto que, para llegar hasta la lucha en los comicios, se necesitarâ una relativa libertad.

En el caso de que esta faite por com.pleto, imposible sera pronosticar lo que suceda, pues bien puede darse el caso de que la Nacion, indignada por las violencias y persecuciones de que son vîctimas sus buenos hijos tan solo porquequie- ren hacer uso.de sus derechos, se levante en masa y presen- ciemos otra revolucion popular como la de Ayutla.

No porque la Nacion haya permanecido impasible hasta ahora, ha de imaginarse que presenciarâ con la misma im- pasibilidad que se cometan numerosos atentados; ahora pa- samos por una época de transicion; se nota gran agitamien- to y ansiedad en todas partes, y si las energîas del pueblo, ansiosas pormanifestarse, no encuentran expedita la vîade- mocrâtica, podrân d'esviarse por los senderos torcidos de la revuelta y acarrearan m^ales sin cuento â la patria.

Las consecuencias serîan funestas para el paîs, aunque no creamos tan probable una intervenciôn de los Estados Unidos. Estos, antes de resolverse â una guerra con noso- tros, lo pensari'an muy maduramente. Ya los boeros han probado de lo que es capaz un pueblo en la defensivay mâs aûn, un pueblo que lucha por su independencia. Una guerra

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con Mexico costarfa a los Estados Unidos un numéro muy superior de millones al que tienen invertidos en nuestro te- rritorio, y los cuales no serân tan amenazados en caso de una revoluciôn como se ha dado en suponer. Ademâs, ten- drîan que resolverse â sacrificar algunos cientos de miles de sus hijos, pues los mexicanos no nos resolveremos tan fâcilmente a perder parte de nuestro territorio, ni menos aûn nuestra independencia.

Esa guerra es, ademâs, mu)' poco probable, porque al elevado nivei intelectual y moral del pueblo americano, repugnarîa una guerra tan sangrienta solo por protéger los intereses de algunos capitalistas, que muy bien podrân en- contrar proteccion 6 indemnizaciôn valiéndose de las \:îas diplomâticas.

Decimos lo anterior, no porque creamos que una revolu- ciôn dejara de ser funesta por estar tan remoto aquel peli- gro, sino porque queren;os rechazar la humiliante idea que han dado en propalar algunos sostenedores de la actual ad- ministracion, de que los Estados Unidos intervendrân en caso de un confiicto interior. El mismo General Reyes, que se precia de ser tan gran patriota, ha dicho en su célèbre entrevista con el senor Heriberto Barron: '^"Creerme capaz de atentar asî co7itra la paz interior, y por ende, hasta la de carâcter internacioiial, pues la intervencion extranjera

HOy SE IMPONE PARA GARAÇÎTIZAR LOS CUANTIOSOS CAPITA- LES VENIDOS DEL EXTERIOR A NUESTRAS IXDUSTRIAS Y MER- CADOS "

La intervencion solo podrîa tener lugar, en el caso de que nuestro Gobierno siguiera la misma conducta antipa- triôtica de Estrada Palma en Cuba, pero estamos conven- cidos de que no pasarâ asî 3' que, en caso de una interven- cion extranjera, desapareceria instantâneamente toda divi- sion intestina, y los mexicanos, unidos todos y capitaneados por nuestro vénérable Présidente, no tendri'amos mas que un pensamiento: luchar hasta morir, antes de perder nues- tra independencia.

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Pero a pesar de las pocas probabilidades de un conflicto internacional, icuânto mejor es evitar todas las causas que posiblemente puedan acarrearlo! Para lograr este objeto no se necesita un gran esf uerzo. Basta que todos los mexicanos nos respetemos mutuamente nuestros derechos, pues, tengâmos- lo siempre présente: "el respeto al derecho ajeno es la paz, " tanto en asuntos internacionales como en los domésticos.

La hipôtesis de que estalle una revolucion es la menos probable de todas, pues por un lado, el elemento gobiernista procurarâ evitarla a toda costa, y el medio mas eficazy sen- cillo consistirâ en hacer concesiones a la voluntad nacional, lo cual esta en su mano; por otro lado, los que formen el Partido Independiente, son partidarios de la ley, y por amar- ga experiencia sabemos los mexicanos que, cuando hemos empunado las armas para derrocar algûn mal Gobierno, he- mos sido cruelmente decepcionados por nuestros caudilios, que nunca han cumplido sus promesas, por cuyo motivolas tendencias del Partido Independiente serân, trabajar por- que se verifique el cambio de luncionarios por medio de las prâcticas democrâticas.

A pesar de loanterior, la probabilidad existe de que sise levante la Naciôn si la opresiôn es demasiado vigorosa. Si es cierto que esta acostumbrada a permanecer tranquila y en perpétua paz, también lo esta a no presenciar sino muy raros atentados cometidos aisladamente, y si ahora viniera una série numerosa, como tendrîa que suceder, le causarîa uua indignaciôn difîcil de contener.

En este caso desgraciado, sen'a el culpable el General Dfaz, que por su obstinacion en no hacer concesiôn alguna a la Repûblica, habri'a precipitado esa catâstrofe, pues ha\' que decirlo alto y claro: el General Dîaz, ayudado por las circunstancias y de un modo tâcito por todos los mexicanos, ha creado un orden tal de cosas, que ni él mismo puede al- terar impunemente.

Otra eventualidad posible en caso de que se iniciara con vigor el régimen de persecuciones, sen'a callar todas las

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voces independientes, quitar de enmedio â todos los hom- bres de energîa capaces de dirigir al pueblo,y establecer pa- ra siempre en nuestra Patria el régimen de poder absoluto con todas sus funestas consecuencias.

Entonces, el General Dîaz habn'a causado â la Patria Me- xicana el mayor mal posible, pues habn'a aniquilado para siempre sus fuerzas, y la entregarâ maniatada en manos de su sucesor, cuya conducta ni él mismo puede prever ni mucho menos podrâ remediar cuando va haj'a abandonado este mundo.

Estas dos posibles contingencias: la revolucion 6 la con- solidacion definitiva de la dictadura son precisamente las que intentarâ evitar el Partido Independiente. La primera la evitarâ encauzando las energîas de la Naciôn por un cami- no hasta ahoranuevo para ella: por el de la Democracia. La segunda, luchando en los comicios, aun sin esperanzas de triunfOjCon tal de despertar el espîritu pûblico y prestigiarse lo suficiente para poder luchar con el sucesor del General Dîaz y arrancarle una â una nuestras libertades,

Sin embargo, para que el Partido" Independiente pueda cumplir su noble mision, ya lo hemos dicho, es necesario que el General Dîaz renuncie al régimen de persecuciones y concéda la libertad suficiente para que la Naciôn se or- ganice en partidos polîticos y pueda nombrar libremente sus mandatarios.

Terminaremos este capîtulo ha- COnSideraCiOneS générales, ciendo las sigulentes conslderacio-

nes hara demostrar que el pueblo debe esperar mucho de sus propios esfuerzos.

Las Compaîïîas Ferrocarrileras en Mexico, en su mayo- rîa extranjeras, ocupaban â un gran numéro de empleados mexicanos y los trataban con desigualdad irritante, en rela- ci6n â los empleados americanos. El Gobierno Mexicano jamâs se preocupô del asunto, pero los ferrocarrileros me^ xicanos, comprendiendo que nada debîan esperar del Go- bierno, se unieron, formaron una asociaciôn poderosa que

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ha logrado no solamente que se trate al mexicano sobre una base de igualdad con el americano, sino que ha obtenido importantes concesiones del Gobierno.

En Coahuila, a consecuencia del estado de sitio que fué declarado en el ano 1884 a rafz de subir el General Dîaz al poder, el pueblo no pudo hacer libremente sus elecciones y fué impuesto un Gobernador de acuerdo con las tendencias tuxtepecanas.

Ese Gobernador résulté insoportable, 5' 12 anos después todo el Estado se levant© indignado y hasta se registraron algunos levantamientos con las armas. El General Dîaz vi6 que si se empenaba en sostener tan mal gobernante podîa venir una conflagraciôn en la Repùblica, y cediô.

El nuevo Gobernante de Coahuila era un excelente suje- to, pero después de su primera reelecciôn se corrompio, como pasa con casi todos los hombres que permanecen mu- chos anos en el poder. Al intentar su tercera reelecciôn, se organizô un fuerte movimiento oposicionista, y el triunfo de la oposicion no résulte mâs completo, porque es imposible que después de 30 anos de inmovilida.d, el primer esfuerzo para agitar la oposicion pûblica obtuviera un éxito com- pleto.

Sin embargo, merced a aquel movimiento, se logrô que fue- ran removidas todas las autoridades locales, con lo cual sintiô alivio el Estado. Es cierto que posteriormente han empeorado en algunos pueblos, pero se debe al régimen de poder absoluto, bajo el cual tendrân que cometerse grandes faltas, aunteniendo buena intencion.

Ahora aparece asegurado el cambio de Gobernador, é in- dudablemente que esto obedecerâ â la campana polîtica de hace très anos.

Por lo anterior, demostramos con hechos que no hay es- fuerzo perdido cuando lleva un fin bueno.

Por esta circunstancia no debemos vacilar en organizar- nos los que profesamos el idéal democrâtico, porque ya ve- mos cuan indispensable es hacerlo para salvar â la Patria

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de los horrores de la guerra civil, 6 de la decadencia que acarrearâ la prolongaciôn del absolutismo.

En cuanto al temor tan generalizado de que el General Dîaz sofocarâ con mano de hierro cualquier movimiento de- mocrâtico, lo creemos exagerado y quizâs hasta infundado por las razones siguientes: El General Dîaz tiene gran tacto y ha de comprender cuan funestas serîan las consecuencias de inaugurar una era de persecuciones. A su edad, después de haber gobernado por mas de 30 anos en medio de una tranquilidad nunca vista en nuestra historia; de haber 11e- vado a su Patria â un alto grado de desarrollo industrial y mercantil; de haber implantado la paz en nuestro turbulento suelo, }■ por ûltimo, habiendo Uegado â formarse una re- putaciôn casi mundial, no querrâ ir â comprometer sus lau- reles en una ûltima contienda con el pueblo, en la cual 11e- va todas las probabilidades de perder, pues aunque lograra sostenerse en el Gobierno por algunos anos mas, los ùnicos que le quedarân de vida, sera â costa de tanta sangre, de tanta perfidia, que 3"a no podrâ vivir tranquilo; como pesa- dilla horripilante se le aparecerân las sombras de sus vîcti- mas, y el ùltimo grito de indignaciôn de la Patria amorda- zada y retorciéndose en las convulsiones de la agonîa, ten- dra un eco siniestro en las profundidades de su conciencia.

El General Dîaz, que tiene derecho â pasar los ûltimos anos de su vida con entera calma, acompaîïado por las ben- diciones del pueblo, arruUado por la gratitud nacional, ten- drîase que resignar â vivir en constante zozobra,â no ver en el pueblo sino rostros sombrîos, â no adivinar en su sinies- tro silencio, sino protestas de indignaciôn y las maldicio- nes que siempre acompaîlan â los tiranos de la tierra.

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REISUMEIN

Hemos terminado nuestro trabajo, 3' aunque adolece de grandes deficiencias,como toda producciôn humana.creemos haber cumplido hasta donde nos ha sido posible con el ofre- cimiento que hicimos desde el principio, de sobreponernos a todas las pasiones bajas y no inspirarnos sino en el mas puro patriotismo, a fin de hablar el lenguaje de la Patria é interpretar fielmente sus angustias, sus necesidades, sus deseos, sus ardientes aspiraciones.

Pero antes de terminar, procuraremos condensar ei re- sultado de nuestro estudio, a fin de describir de un modo mâs conciso nuestra idea gênerai sobre la situaciôn.

A consecuencia de nuestra larga era de guerras intesti- nas, en la cual no se conocîamâs derecho que el del mâs fuerte, al fin tuvimos que caer bajo el dominio del mâs poderoso y afortunado de los militares de aquella época,

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que estableciendo una dictadura bajo las formas republica- nas, ha logrado extirpar de nuestro suelo el gérmen de las revoluciones, pues al militarismo lo ha desprestigiado con 30 anos depaz 5' al pueblo le ha permitido crearse intereses materiales de tal cuantîa, que constituyen un factor impor- tantîsimo para alejarlo de las revueltas.

El pueblo mexicano, que antes era sumamente turbulente, es ahora el mas pacîfico de todos los pueblos de la tierra, y no solamente respeta con gusto la le}', sino que obedece servilmente a la autcridad.

Por otra parte, ningùn Gobierno habîa llegado a tener la gran estabilidad y duraciôn del actual.

De esto ha resultado que de un extremo hemos cai'do en el opuesto.

Si antes éramos turbulentes, ahora somos serviles.

Si antes éramos tan exigentes cuando se trataba dehacer respetar nuestros derechos y siempre tenîamos la carabina en lamano como el supremo argumente, ahora ebedecemes sin discutirlas ordenes mâs arbitrarias de infimes représen- tantes de la auteridad.

Si antes solo pensâbamos en les grandes intereses de la Patria y siempre estâbamos listes para velar â su defensa, ahora hemos perdido todo interés por la cosa pûblica, por- que se nos ha ensenade â ne mezclarnos en ella, y como nuestras indicaciones en vez de ser oîdas, son frecuente- mente motive de persecuciôn, por esta causa s61o pensâ- mes en nuestros intereses particulares, resultando que el sentimiento patriôtico ha sido substituîdo por el egoîsme.

Ne discutiremos en este lugar si esta polîtica habrâ sido la mâs cenveniente paraencauzar debidamente las energias del pais.

Unicamente afirmames que al seguir por el misme cami- no, no interviniendo el pueblo para nada en el nombramien- te de sus mandatarios, corremes el gravîsime peligro de que se establezca entre nesetros de un mode définitive el régimen del Peder absolute, cuyas censecuencias funestas

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nos hemos esforzado en pintar, a fin de que todos sepan â donde vamos.

Ya lo hemos dicho: la Dictadura del General Dfaz ha sido una dictadura militar, pero relativamente honrada; â pesar de ello se han cometido grandes abusos y faltas tras- cendentales; las costumbres se han viciado, el pueblo ha perdidosus energîas y la ley su prestigio. iQué sucederâ cuando venga la série de Dictadores que le sucedan, en- vileciendo â la Naciôn con sus vicios 5^ haciendo cada vez mas pesadas las cadenas que la oprimen?

Por mas talento que reconozcamos en el General Dîaz, la razon misma de las cosas y el régimen de Gobierno es- tablecido, no le permiten conocer â todos los buenos mexi- canos,y si se empena en nombrar â quien le suceda, tendra que incurrir en error, como incurriô dejando al General Gonzalez en la Presidencia, al senor Corral en la Vicepre- sidencia y en sus puestos â tantos Gobernadores indignos.

Pues bien, con taies antécédentes, el pueblo mexicano no debe fiar sus destinos en manos del General Dîaz y debe resolverse â representar el papel que le corres<^onde en la prôxima campana électoral.

Al implantarse entre nosotros de un modo définitive el ab- solutismo, nunca podremos prever que conductaobservarân nuestros mandatarios, pues no teniendo compromise alguno con la Naciôn, solo se guiarân por los impulsos de sus pa- siones y sin reconocer mas ley que sus deseos personales. Con este motivo, nuestra decadencia sera segura, pues los buenos patriotas irân desapareciendo, los pensadores per- manecerân silenciosos, y el pueblo, â ciegas, no sabra dis- tinguir ni apreciar el precipicio â donde lo llevan sus man- datarios, ciegos también. La adulaciôn, los vicios, el brillo del poder, formarân una venda espesa que cubrirâ sus ojos, porque no haj' que olvidarlo: el poder absoluto corrompe â quienes lo ejercen y â quienes lo sufren.

Mexico, por su situaciôn internacional, debe temer mâs que otros paîses las consecuencias del absolutismo.

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Para convencernos de ello, recordemos que la dictadura de Santa Ana nos hizo perder la mitad de nuestro territorio, y la del General Dîaz ha cometido faltas tan graves como la guerra de Tomochic, del Yaqui, la condescendencia exa- gerada hacia nuestros vecinos del Norte al grado de per- mitirles que sus flotas hagan sus ejercicios de tiro al blan- co y tengan sus depositos decarbôn en la Bahîa de la Mag- dalena, 3'^ por ûltimo, el haber debilitado â la Repûblica ma- tando todo civismo; esta, que solo florece al calor vivifican- te del sol de la liberiad, la nocbe del absôlutismo la mar- chita.

Pues bien, .que se prolongue este régimen, y toda idea de patriotisme desaparecerâ por completo, y la mayor corrup- ciôn de costumbres acabarâ de matar cuanto sentimiento noble y generoso puedan abrigar aûn los pechos mexicanos. La decadencia sera cada vez maj^or, y Mexico, quenecesita ser una Naciôn fuerte para el cumplimiento de sus grandes destinos, tendra que resignarse â sucumbir bajo el peso de sus vicios 6 ante el victorioso invasor, que no encontrarâ otro obstâculo que el hallado por los bàrbaros para entrar â Roma: la distancia.

Tal es el triste porvenir que nos espéra si no interveni- mos todos los mexicanos resueltamente en la proxima cam- pana électoral.

Podemos hasta admitir que ha3'^a sido necesario para el pafs que lo gobernara por treinta y dos aîïos con mano de hierro el General Dîaz; pero lo que si rechazamos en lo ab- soluto, es que sea conveniente que este régimen se prolon- gue.

Para evitarlo, para salvar â nuestra patria del inminente peligro que la amenaza, debemos hacer un vigorosô esfuer- zo, organizândonos en partidos polîticos, â fin delograrque el pueblo esté debidamente representado y pueda luchar en las contiendas électorales, para que saïga de su sopor, se fortalezca por medio de la lucha y conciba un amor mas grande â la patria, â medida que sean mayores los bienes

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que reciba de ella, y maj'or su participaciôn en la cosa pû- blica; a medida que esta aumente, aumentarâ su preocupa- ciôn por los grandes problemas nacionales que esta llamado â resolver.

La patria espéra este esfuerzo de todos los buenos mexi- canos.

(ÎQuern'a el General Dîaz ser de ese numéro y con su pres- tigio facilitar ese movimiento?

Si tal sucede, la tarea resultarâ, fâcil y en perfecta armonîa todos los miembros de la gran familia mexicana, nos habre- mos puesto de acuerdo para salvar â la patria, y con nues- tro esfuerzo. unanime indudablemente la salvaremos.

Pero si el General Dîaz, en vez de emplear en los gran- des intereses de la Repùblica el inmenso poder de que se ha revestido, lo pone al servicio de alguna banderfa polîtica, y en vez de facilitar la accion del pueblo protegiéndolo con las leyes, se empena en entorpecerla, entonces la solucion del problema se presentarâ niucho mas difîcil; pero no por eso debemos vacilar en abordarlo resueltamente.

iEs necesario salvar â la patria!

Hagâmoslocon la aj'uda del General Di'az, 6 sin ella, yaun â pesar de sus esfuerzos en contra, pues primero es cumplir con ese deber sagrado que complacer al General Dîaz, y sin vacilaciôn debemos luchar contra él mismo, si es preciso, eh el caso de que peligre nuestra existencia, con tal de salvar â la Repùblica de los inminentes peligros que la amenazan.

iPero esta lucha entre el pueblo y el absolutismo serâpo- sible y tendra probabilidades de éxito?

Sî, posible es, y tiene el éxito asegurado. Aun en el caso de que el General Dîaz, aferrado al poder, no lo dejara has- ta noabandonar este mundo, el pueblo, despierto va, se ha- brîa organizado y estarîa en condiciones de luchar ventajo- samente en contra de los sucesores del General Dîaz, en caso de que intentasen seguir su misma polîtica.

Nadie se imagina de lo que un pueblo es capaz, les esta- distas mâs notables, los escritores mâs serios, se equivo-

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can, y si no, allî estân las sorpresas que nuestra patria ha dado al mundo, conquistando su independencia, derrocando â las dictaduras mâs fuertemente establecidas, como la de Santa Ana 3" oponiendo una resistencia que nos hizo inven- cibles â las huestes napoleônicas.

En otras partes del mundo han sido tan frecuentes esas sorpresas, que por no hablar sino de las mâs recientes, re- cordaremos â Turquîa, Rusia y Persia, paîses clâsicos del despotismo, que han conquistado su libertad en estos ùlti- mos anos.

Pues bien, ante la perspectiva de una lucha tan vigorosa, como podrâ ser si se organiza poderosamente un Partido In- dependiente, quizâs el General Dîaz se resuelva â respetar la ley y â emplear los poderosos elementos puestos â su dis- posiciôn por el pueblo, para hacer que el orden se observe, sin favorecer â ninguno de los partidos que luchen.

Esto es mâs fâcil de lo que aparentan créer los defenso- res del actual régimen de cosas.

En Cuba, un numéro reducido de fuerzas americanas bas- to para que las elecciones se hicieran en toda calma.

Pues bien, iel General DIaz, proporcionalmente, no dis- pone en nuestro pais de mayor numéro de fuerzas que los americanos en cuba?

En este caso, «itendrfan mâs interés los americanos por Cuba que el General Dîaz por su propia Patria? porque no podremos decir que somos mâs turbulentes que los cubanos y que éstos estân mâs acostumbrados que nosotros â las prâcticas democrâticas, pues nadie lo créera.

Si aqui en Mexico se han registrado con frecuencia dis- turbios en las elecciones, es porque el Gobierno, apo3'ado en el ejército, ha sido la causa de ellos, pues nunca ha de- jado al pueblo hacer uso de sus derechos.

El pueblo ha demostrado que ya no necesita de tutela; que esta apto para hacer uso de sus derechos pacîficamente, y el General Dîaz cuénta con elementos suficientes para con- servar el orden, siempre que obligue â las autoridades su-

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balternas â respetar la le}' électoral. En caso de surgir al- gûn disturbio en las elecciones presidenciales ô locales de los Estados, serîa fâcil restablecer el orden, porque el tal disturbio serîa aislado, pues ya en Mexico nadie piensa en revoluciones, ni las secunda, como se demostrô con las ûl- timas intentonas de las Vacas y Viesca, que fracasaron por que la Naciôn permaneciô impasible.

No comprendemos por que circunstancias el General Dîaz se obstina en proseguir con su misma polîtica de abso- lutismo, y â la vez hace por conducto de Creelman declara- ciones solemnes afirmando que el pueblo mexicano esta ap- to para la Democracia.

Si estas declaraciones hubieran sido sinceras, 3'a eratiem- po de haber permitido que en los Estados 3' en los Munici- pios, se etectuaran elecciones; pero hemos visto lo contra- rio; precisamente en el mes de Diciembre ûltimo, se organi- zaron los demôcratas del Distrito del Centro en Coahuila, y se propusieron concurrir â las urnas électorales, pero fue- ron burlados en sus esperanzas por el Gobierno, que come- tiô toda clase de irregularidades y atropellos para talsearel voto pûblico.

Pues bien, aunque todo indica que el General Dîaz desea perpetuar su polîtica absolutista, y que debemos resolver- nos â luchar contra él mismo, no por eso debemos perder todas las esperanzas de que cambie de derrotero â su polî- tica. Si entre los mexicanos no ha muerto por complète el patriotisme y logramos organizarnos fuertemente haciendo que la voz de la Naciôn se haga oîr potente y vigorosa, quizâs el General Dîaz se sienta conmover y las fibras mâs sensibles de su aima se pondrân en vibraciôn al escuchar la sonora voz de la Patria que le hablarâ como sigue:

«Hasta ahora, con el pretexto de dar estabilidad al go- bierno, de transformar el espîritu turbulente de los mexica- nos, de sofocar las ambiciones malsanas, te has puesto por encima de la ley y olvidado tus mâs solemnes compromises, sosteniéndote en el poder que has usado â tu arbitrie.

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«Pues bien, tu obra esta terminada: has logrado dar â tu Gobiemo una estabilidad hasta peligrosa por su duraciôn; el espîritu de tus conciudadanos lo has transformado de turbulente, en servil; has terminado con todas las ambicio- nes, no solamente las malsanas, sino también con las de mâs buena ley.

«iCuâles el objeto que persigues ahora empenândote en perpetuar tan peligroso régimen de Gobierno?

«Hasta ahora todas tus faltas pueden ser disculpadas, tus actos explicados por la historia de un modo satisfactorio para tî, si pruebas tu buena fe cumpliendo ahora, que aun es tiempo, tus promesas y resolviéndote en los ùltimos anos de tu vida, â ponerte bajo la le}', respetândola sinceramen- te y declarândote su protector.

«De este modo habrâs logrado coronar brillantemente tu obra de pacificacion; habrâs llevado la Repûblica â una al- tura envidiable; tu nombre sera bendecido por tus conciu- dadanos, venerado por las generaciones futuras, j^figurarâ en la historia entre los mâs grandes.

«Mientras que, si por la estéril vanidad de demostrar que tienes mâs poder que el pueblo, te empenas en prolongar esta era de despotismo y si en vez de declararte el représen- tante de mis mâs caros intereses te obstinas en defender los del cîrculo que te rodea, entonces habrâs comprometido el exito de tu obra, pues las aspiraciones nacionales, encon- trando obstruidos los conductos por donde deben encauzar- se, se desbordarân arrastrando cuanto encuentren. Tu mis- mo tiembla, pues te declararé mal hijo, y tu nombre sera inscrite en la historia como el de un ambicioso y afortunado militar que con inmensos elementos â su disposiciôn, s61o supo ser un tirano vulgar que nunca cumpliô sus promesas mâs solemnes, que con su desprecio â la ley le hizo perder todo su prestigio; que con su ambiciôn personal llev6 â sus conciudadanos â la servidumbre y la Repûblica â la de- cadencia.»

Este severo lenguaje demostrarâ al General Dfaz que es-

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ta su carrera para terminar y que los ûltimos actos de su vida le darân su aspecto définitive, pues actualmente seen- cuentra en el caso de justificar sus acciones ante la historia y de atraerse las bendiciones del pueblo mexicano si respe- ta la ley y se déclara su protector 6 de atraerse eljuicio mas severo de la posteridad y las maldiciones de sus conciuda- danos, en el caso de seguir violândola 5' considerândose su- perior â ella.

General Dîaz: Pertenecéis mas â la historia que â vues- tra época, pertenecéis mâs â la Patria que al estrecho cîr- culo de amigos que os rodea: no podéis encontrar un suce- sor mâs digno de vos y que mâs os enaltezca que la LEY.

Declarâos su protector y seréis la encarnaciôn de la Pa- tria.

Declarândola vuestra sucesora, habréis asegurado defini- tivamente el engrandecimiento de la Repùblica y coronado espléndidamente vuestra obra de pacificaciôn.

Por ûltimo, en nombre de la Patria y de su historia, que tendria orgullo en mostrar vuestro ejemplo como uno de los mâs dignos de ser imitado, vuestra vida como uno de sus timbres de gloria mâs puros, os conjuramos â que, por res- peto â vuestra gloria y â los mâs caros intereses de la Na- ciôn os pongâis bajo la ley, pues entonces ya nadie se atre- verâ â vulnerarla y su imperio se habrâ establecido perdu- rablemente, y asî legareis vuestra herencia polîtica al pue- blo mexicano, 5' como sucesor tendriais al mâs digno de to- dos: â la LEY.

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CONCLUSIONES

Como resultado de nuestro trabajo, podemos logicamente deducir las siguientes conclusiones:

i^ Nuestra guerra de Independencia y la que sostuvi- mos con Napoléon III, nos legaron la plaga del milita- ri smo.

2^ Al militarismo debemos la Dictadura del General Dîaz que ha durado por mas de treinta anos,

3^. Esta dictadura restableciô el orden y cimento la paz, lo cual ha permitido que llegue libremente a nuestro pais la gran oleada de progreso material que invade al mundo civi- lizado desde â mediados del siglo ûltimo.

4^ En cambio, este régimen de gobierno ha modificado profundamente el carâcter del pueblo mexicano, pues ocu- pado ûnicamente en su progreso material, olvida sus gran- des deberes para con la Patria.

5^ Si en rigor puede admitirse que la Dictadura del Ge- neral Dîaz ha sido benéfica, indudablemente séria funesto para el pais que el actual régimen de gobierno se prolonga- ra con su inmediato sucesor, porque nos acarrearîa la anar-

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quia 6 la decadencia, y ambas pondrian en peligro nuestra vida como naciôn independiente.

6^ Todo hace créer que si las cosas siguen en tal esta- do, el General Dfaz, va sea por conviccion 6 por condescen- der con sus amigos,nombrarâ como sucesor a alguno de es- tes, el que mejor pueda seguir su misma polftica, con lo cual quedarâ establecido de un modo definitivo el régimen de poder absoluto.

7? Buscar un cambio por medio de las armas, séria agravar nuestra situacion interior, prolongar la era del mi- litarisme y atraernos graves complicaciones internaciona- les.

8^ El ûnico medio de evitar que la Repûblica vaya â ese abismoi es hacer un esfuerzo entre todos los buenos mexica- nos para organizarnos en partidos politicos, â fin de que la voluntad nacional esté debidamente representada y pueda hacerse respetar en la proxima contienda électoral.

9^ El que mejor interpréta las tendencias actuales de la Naciôn es el que proponemos: «El Partido Antireeleccionis- ta* con sus dos principios fundamentales.

LIBERTAD DE SUFRAGIO.

NO-REELECCION.

10^ Si el General Dîaz no pone obstâculos ni permite que los pongan los miembros de su Gobierno, para la libre manifestacion de la voluntad nacional, y se constituye en el severo guardiân de la ley, se habrâ asegurado la transforma- ciôn de Mexico, sin bruscas sacudidas; el porvenir de la Repûblica estarâ asegurado, y el General Dîaz reelecto li- BREMENTE 6 retirado â la vida privada, sera uno de nues- tros mâs grandes hombres.

11^ Cuando el Partido Antireeleccionista esté vigorosa- mente organizado, sera muy conveniente que procure una transaccion con el General Dîaz para fusionar las candi- daturas, de modo que el General Dîaz siguiera de Présiden- te, pero el Vicepresidente y parte de las Câmaras y de los Gobernadores de los Estados, serîan del Partido Antireelec

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cionista. Sobre todo, se estipularîa que en lo sucesivo hu- biera Libertad de Sufragio y si posible fuera desde luego seconv^endrîa en reformar la Constitucion en el sentido de no reelecciôn.

12^ En caso de que el General Dîaz se obstinara en no hacer ninguna transacciôn con la voluntad nacional, séria preciso resolverse a luchar abiertamente en contra de las candidaturas oficiales.

13a Esta lucha despertarâ al pueblo y sus esfuerzos ase- gurarân en un futuro no lejano, la reivindicaciôn de sus de- rechos.

14^ El Partido Antireeleccionista, tiene grandes pro- balidades de triunfar desde luego, pues nadie sabe de lo que es capaz un pueblo cuando lucha por su libertad, sino cuando con sorpresa se ve el resultado.

15^ Aun en el caso de una derrota,corno el Partido Anti- reeleccionista estarâ constituido por el elemento indepen- diente seleccionado, y habrâ ganado prestigio por haber tenido el valor de luchar contra la Dictadura, llegarâ â ejercer una influencia dominante en nuestro pals, por lo menos al desaparecer el General Di'az.

16^ Por ûltimo, la Patria esta en peligro y para salvar- la es necesario el esfuerzo de todos los buenos mexicanos.

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APENDICE DE LA SEGUNDA EDICION

En menos de très meses se agotô la primera ediciôn de esta obra; nos satisface vivamente, por ser ese hecho una demostraciôn de la entusiasta acogida que han tenido en el pûblico las ideas por nosotros emitidas.

Exito tan halagiieno ha venido a confirmar el optimismo abrigado por nosotros bajo la influencia del entusiasmo mas véhémente.

Nunca nos ha faltado- la fe en el triunfo de la Democra- cia; pero estudiando friamente el problema, encontrâbamos tan pocos datos para robustecer nuestra fe, que para no de- bilitarla, necesitâbamos remontarnos â los tiempos glorio- sos, cuando nuestros antepasados grabaron en nuestra his- toria sus paginas mas brillantes.

Solo asî encontrâbamos argumentes para apoyar nuestra fe, pues nos decîamos: cuando en la Nueva Espana reinaba el silencio sépulcral causado por la ignorancia ylaopresiôn, nadie sospechaba que repentinamente aparecerîa en nuestra patria una pléyade de héroes que la libertarîan; cuando Santa-Ana estaba mâs poderosoque nunca, rodeado deejér- citos numerosos y aguerridos, sostenido por las clases pri-

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vilegiadas y bajo su gobierno sumido el paîs en el mas ver- gonzoso servilismo, nadie sospechaba que lachispa encendi- da en A^'utla muy pronto serîa devorador incendio que de- rrumbarîa la Dictadura; cuando Juârez 3' el reducidonûcleo de grandes hombres que lo rodeaba se encontraban en Ve- racruz, aislados de toda la Repûblica, con escasas fuerzas para defenderse, luchando contra los ejércitos mas aguerri- dos y disciplinados del paîs 3' contra los Générales mâs ha- biles, nadie se imaginaba que muy pronto entrarîa â la Ca- pital de la Repûblica, siguiendo muy de cerca â las vence- doras huestes de Silao y Calpulalpam; por ûltimo, cuando el "triunviro" de grandes repùblicos se encontraba en los confines de la Repûblica, en las mârgenes del Bravo, casi sin fuerzas para defender lacausa sagrada de la independen- ciade la patria, recibiendo por cada correo nuevas noticias de derrotas y defecciones, sin armas, ni elementos de guerra y luchando contra los ejércitos mâs aguerridos y disciplina- dos del mundo, nadie se imaginaba que muy pronto volve- rîa â la Capital de la Repûblica después de haber ajusticia- do en el Cerro de las Campanas â los principales culpables de tantas desgracias.

Pero ahora 3"a encontramos hechos en que robustecer nuestra fe; de todas partes de la Repûblica hemos recibido entusiastas felicitaciones por nuestra obra, lo cual nos de- muestra que nuestras ideas tienen muchos simpatizadores resueltos â la lucha; esto es confirmado por muchas perso- nas que nos manifiestan el véhémente deseo de principiar la campana, organizândose en Clubs, lo cual han llevado â ca- bo en algunos puntos de la Repûblica, y en otros, para obrar de igual manera, solo esperan el llamamiento de un grupo que les inspire confianza.

Por otra parte, se observa un movimientoinusitado en los cfrculos polîticos; se organizan nuevos partidos y cada dîa surjen mâs periôdicos aprestândose â la lucha.

En este apéndice procuraremos estudiarlos acontecimien- tos ocurridos en los ûltimos meses, que no hacen sino con-

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firmar nuestras esperanzas sobre el triunfo de la Democra- cia; pero antes de pasar adelante deseamos coHtestar algu- nos cargos que se han hecho a nuestra obra.

Como lo esperâbamos, nuestra obra

ObjeCiODeS â la SUCeSiÔn ha sidocomentadapor todalapren-

PreSidenCial de 1910 sa independiente de la Repûblica,

y nuestra COnteStaCiÔn que en gênerai ha hecho grandes

elogios de ella, elogios que solo me-

rece por haber sabido interpretar fielmente las aspiraciones

de tan modestos 3^ valientes luchadores, asf como las delos

mexicanos amantes de la patria.

En este lugar damos las gracias a quienes se han ocupa- do bien de nuestra obra, y pasamos a contestar las obje- ciones que creemos de buena fe; pues de los insultos y dia- tribas de uno que otro periôdico asalariado, no nos ocupa- mos 5'- solo haremos constar que la prensa gobiernista que en algo se respeta, ha guardado sobre nuestro libro un si- lencio muy significativo.

La objecion mas fundada hecha a nuestro trabajo, es que el final no corresponde al resto de la obra; que las conclu- siones no estan de acuerdo con las premisas; que al termi- nar nuestro libro fiaqueamos 6 nos forjamos acerca del Ge- neral Dîaz ilusiones que no justifica la fri'a exposicion de los hechos narrados por nosotros.

Esa objecion estaba contestada de antemano. Efectiva- mente: nuestra obra, en lo referente al General Dfaz, puede dividirse en dos partes principales: su historia hasta la fe- cha en que escribimos, y lo que esperamos de él en lo future.

En la primera parte estudiamos sus actos con serenidad y los valoramos con justicia, por lo menos, hasta donde nos lo permitieron nuestro criterio v las circunstancias especia- les porque atraviesa el paîs.

En la segunda, y ya en el terreno de las hipotesis, lo ma- nifestamos claramente: si s61o contâramos con la razôn pa- ra llevar â cabo nuestro estudio, hubiéramos encontrado el

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problema pavoroso; pero â la vez nos habriainos hallado sin niedios para resolverlo.

Por tal motivo recurrimos al sentimiento, que ve mas cla- ro y mas hondo; evocamos para fortalecer nuestra fe, el re- cuerdo de nuestros antepasados, y escudados por la fey ar- mados con el sentimiento, abordamos resueltamente el pro- blema, con la esperanza de encontrarle una soluciôn favo- rable.

Al llegar al terreno de las hipotesis hemos supuestocomo FACTOR INDISPENSABLE, QUE EL PUEBLO DES- PERTARA, y en seguida, si tal sucede, que el General Dîaz también cambiarâ de politica.

Esto es lôgico, porque no es de suponerse que siga la misma polîtica gobernando enmedio de absoluta calma, que enmedio de las tempestades de la opinion pùblica, de- sencadenada por el esfuerzo viril del pueblo.

Otro factor que contribuirâ â un cambio de polîtica en el General Dîaz, es su edad. Efectivamente, cuando subiô al gobierno, joven y con grandes ambiciones, le interesaba con- servar el poder, ya fuera por ambicion personal 6 por el de- seo de desarrollar determinado sistema de gobierno para afianzar la paz y promover el progreso material.

Pero ahora que ya esta para abandonar este mundo y ha satisfecho su deseo de ver â su patria en paz y encaminada por la senda del progreso, ahora ya no tiene el mismo inte- rés en detener en sus manos todo el poder. Por el contrario, si sus ambiciones son puramente personales, ha de compren- der que en las actuales circunstancias el medio mas seguro de permanecer en el gobierno y aumentar su gloria, sera hacer concesiones al pueblo, permitiéndole que nombre al Vicepresidente, las Câmaras, Gobernadores, etc.; asî como si sus ambiciones son nobles y patriôticas, ha de compren- der también que el ûnico medio de consolidar la paz es apo- yarla en la ley, y que, para volver â esta su prestigio y su imperio, necesita él mismo dar el ejemplo de respetarla, so- metiéndose â la voluntad nacional.

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De lo expuesto se desprende claramente que la ambicion Personal del General Dîaz 3- su deseo de hacer bien a la pa- tria lo impulsarân a seguir la misma polîtica de hacer con- cesiones a la voluntad nacional. Para ello no vacilarâ, Ue- gado el momento, en sacrificar a quienes lo rodean y que ansiosos esperan la sonada herencia.

Por otra parte, debemos considerar que ei General Dîaz es habilîsimo polîtico 5' nunca tirarâ de la cuerda al grado de reventarla. El conocerâ mu)'^ bien el momento en que de- ba aflojar.

Por ûltimo, la ideafija del General Dîaz, siendo permane- cer en la Presidencia, se ^solverâ hasta a gobernar consti- tucionalmente si comprende que tal es el ùnico medio de permanecer seis anos mas en el gobierno.

Otra objecion que nos han hecho algunos amigos, es la siguiente: en el curso de nuestra obra parece que logramos infundir en el ânirao del lector la idea de los maies sincuen- to que al pais ha acarreado la Dictadura, y al terminar pro- ponemos que siga el General Dîaz en el poder, lo cual cau- sa gran decepciôn en el ânimo de algunos lectores.

Esta decepciôn proviene de no haber comprendido el es- pîritu de nuestro trabajo, que es el de buscar un reniedio prâctico â nuestros maies.

Demostramos que el régimen de poder absoluto es de fa- tales consecuencias para los pueblos, que la misma Dictadu- ra del General Dîaz, (que reconocemos moderada) ha cau- sado grandes maies, y proponemos que el pueblo haga un esfuerzo para salir de su apatîa, reconquiste sus derechos y acabe con la Dictadura, imponiendo condiciones al mismo General Dîaz en caso de seguir él en el gobierno, condicio- nes que harân imposible la continuacion del absolutismo, puesto que, antetodo, proponemos queel pueblo nombre sus représentantes en las Câmaras, los Estados sus Gobernado- res y la Naciôn entera el Vicepresidente.

En taies condiciones el Geneial Dîaz no podrîa seguir go- bernando como lo ha acostumbrado, 3' acomodândose al nue-

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vo régimen, dejai îa todo el peso de los négocies al Vicepre- sidente, que poco à poco harîa que entrâsemos de lleno en el régimen constitucional, aspiraciôn suprema de la Na- ci6n.

No creemos muy probable esa soluciôn, pero si posible EN CASO DE QUE EL PUEBLO DESPIERTE.

Creemos mas. Creemos que SIN LLEGAR A UNA RE- VOLUCIÔN, ES ALO ÛNICO QUE SE PODRÂ ASPI- RAR, PORQUE EL GENERAL DÏAZ, QUE DEBE SU PODER À LA FUERZA DE LAS ARMAS, NO LO DE-

JARA SINO OBLIGADO POR la MISMA FUERZA.

«t

Como afortunadamente ha desaparecido de entre nosotros el espiritu revolucionario, creemos que la inmensa mayorîa de la Nacion se conformarîa con una transacciôn en los ter- mines indicados, antes de verse envuelta en una guerra ci- vil.

Nosotros creemos que serîa un bien para el pais que el General Dîaz se retirara del poder al fin^izar el actual pé- riode presidencial; pero no lo dejarâ a pesar de sus declara- ciones â Creelman. Los recientes trabajos de su cîrculo han venido â confirmar lo que preveîamos en nuestra primera ediciôn y que todo el mundo ha previsto: que solola muer- te 6 una revoluciôn triunfante harân dejar la Presidencia al General Diaz. No asî su poder, que ha tenido interés en aumentar por conservarse en el Gobierno, y bien podrîa sa- crificar parte de él, cuando en ello vea el medio de realizar sus deseos de continuar en el-alto puesto que ocupa.

Por consideraciones de tanto peso, hemos creîdo que â la inmensa mayorîa de la Naciôn, â quien no anima el odio, sino el patriotisme y el desee de volver al régimen constitu- cional, le convendrîa el plan que proponemos, y que en re- sumen consiste en lo siguiente: organizar al pueblo en par- tidos politicos, y en la prôxima lucha électoral arrancar par- te del poder al General Dîaz, â fin de crear uua situaciôn tal, que haga imposible la continuaciôn de la Dictadura, no

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solamente para el sucesor del General Dîaz, sino para él mismo en su proximo perîodo.

Tampoco creemos que fuera inconsecuente consigo mismo el partido antireeleccionista aceptando una ûltima reelec- ciôn del General Dîaz, por las razones siguientes:

El partido antireeleccionista dira: «Soy partidario de la no reelecciôn, tanto como principio constitucional, como por su triunfo en la prôxima contienda, porque honradamente creo que sera un mal para el pais que el General Dîaz vuelva a reelegirse. A pesar de esto, comprendo que la reeleccion de este ûltimo no la podré evitar sino por medio de las ar- mas, y aunque tan culpable sera el General Dîaz en pro- vocar una revolucion no respetando la voluntad nacional, como yo promoviéndola,quiero dar un alto ejemplo de patrio- tismo al mismo General Dîaz, y en vez de recurrir a la fuer- za y con tal de no acarrear sobre la Patria los horrores de laguerra civil, transijo con la ûltima reeleccion del General Dîaz, siempre que taies garantîas al paîs que hagan im- posible la prolongacion delà Dictadura.»

En este caso el partido antireeleccionista solo pospondrîa por poco tiempo el triunfo définitive de sus idéales, que no consisten solo en asegurar el principio de no reeleccion, sino principalmente en asegurar el triunfo de las prâcticas de mocrâticas,' las cuales lograrîaaclimatar en nuestro paîs con un primer triunfo, aunque fuera parcial.

Cuando dimos a luz la primera Carta del aUtOr al Gène- edlcion de este libro, como una

rai Dîaz. prueba de lealtad al General Dîaz,

le remitimos un ejemplar acompa- îïado con la carta siguiente:

San Pedro, Coah,, 2 de Febrero de 1909. Senor General Porfirio Dîaz. Présidente de la Repii- blica Mexicana. Mexico, D, F.

Muy respetable senor y amigo:

Priacipiaré por manifestar a Ud. que si me tomo la li-

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bertad de darle el tratamicnto de amigo, es porque Ud. niismo me hizo la honra de concedérmelo en una carta que me escribio con motivo de un folleto que le remiti sobre la Presa en el Canon de Fernândez.

Por le demâs, creo ser mâs merecedor â ese honroso titulo hablândole con sinceridad y franqueza, puesto que de este modo puedo série mâs util para ayudarle con mi modesto contingente a resolver el problema de vital im- portancia que se présenta actualmente a la consideracion de todos los mexicanos.

Para el desarroUo de su politica, basada principalmen- te en la conservaciôn de la paz, se ha visto Ud, precisa- do a revestirse de un poder absoluto que Ud. llama pa- triarcal.

Este poder, que puede merecer ese nombre cuando es ejercido por personas moderadas como Ud. y el inolvida- ble emperador del Brasil, Pedro II, es, en cambio, uno de los azotes delà humauidad cuandoel que lo ejerce es un hombre de pasiones.

La historia, tan'to extranjera como patria, nos demues- tra que son raros los que con el poder absoluto conser- van la moderaci6n y no dan rienda suelta a sus pasio- nes,

Por este motivo la Naciôn toda desea que el sucesor de Ud. sea la Ley, mientras que los ambiciosos que quie- ren ocultar sus miras personalistas y pretenden adular à Ud, dicen que «necesitamos un hombre que siga la hâ- bil politica del General Diaz.> Sin embargo, ese hombre nadie lo ha encontrado, Todos los probables sucesores de Ud, inspiran serios temores à la Naciôn,

Por lo tanto, el gran problema que se présenta en la actualidad, es el siguiente:

dSerâ necesario que continue el régimen de poder ab- soluto con algùn hombre que pucda seguir la politica de Ud,, 6 bien sera mâs conveniente que se implante fran-

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camente e! régimen democrâtico y tenga Ud, por sucesor â la Ley?

Para encontrar una soluciôn apropiada, é inspirândo- me en el mas alto patriotisme, me he dedicado â estudiar profundamente ese problema con toda la calma y sereni- dad posibles. El fruto de mis estudios y meditaciones lo he publicado en un libro que he llamado «LA SUCE- SION PRESIDENCIAL EN 1910. EL PARTIDO NA- CIONAL DEMOCRATICO,» del cual tengo la honra de remitirle un ejemplar por Correo.

La conclusion â que he llegado es que sera verdadera- mente amenazador para nuestras instituciones y hasta para nuestraindependencia, la prolongaciôn del régimen de poder absoluto.

Parece que Ud. mismo asi lo ha comprendido segùn se desprende de las declaraciones que hizo por conducto de un periodista americano.

Sin embargo, en gênerai causé extraneza que Ud. hicie- ra declaraciones tan trascendentales por'conducto de un periodista extranjero, y el sentimiento national se hasen- tido humillado. Ademâs, quizàs contra la voluntad de Ud. 6 por lo menos en contradiccion con sus declaracio- nes, se ha ejercido presiôn en algunos puntos en donde el pueblo ha intentado hacer uso de sus derechos électo- rales.

Por estas circunstancias, el pueblo espéra con ansiedad saber que actitud asumirâ Ud. en la prôxima campaûa électoral,

Dos papeles puede Ud. representar en esa gran lucha, les que dependerân del modo como Ud. entienda resol- vcrel problema.

Si por convicciôn, 6 por consecuentar con un grupo re- ducido de amigos, quiere Ud. perpetuar entre nosotros el régimen de poder absoluto, tendra que constituirse en jcfc de partido, y aunque no entre en su ânimo recurrir à medios ilegales y bajos para asegurar el triunfo de su

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candidatura, tendra que aprobar 6 dejar sin castigo las faltas que cometan sus partidarios, y cargar con la res- ponsabilidad de ellas ante la historia y ante sus contem- porâneos.

En cambio, si sus declaraciones a Creelman fueron sin- ceras, si es cierto que Ud. juzga que el pais esta apto pa- ra la democracia y comprendiendo los peligros que ame- nazan a la Patria con la prolongacion del absolutisme, desea dejar por sucesor a la Ley, entonces tendra Ud. que crecerse, elevândose por encima de las banderias po- liticas y declarândose la encarnaciôn de la Patria.

En este ûltimo caso, todo su prestigio, todo el poderde que la Naciôn lo ha revestido, lo pondra al servicio de los verdaderos intereses del Pueblo.

Si tal es su intencion, si Ud. aspira a cubrirse de gloria tan pura y tan bella, hâgalo saber à la Naciôn del modo mas digno de ella y de Ud. mismo: por medio de los he- chos. Erijase Ud. en defensor del pueblo y no permita que sus derechos électorales sean vulnerados, desde aho- ra que se inician movimientos locales, â fin de que se con- venza de la sinceridad de sus intenciones, y confiado con- curra â las urnas â depôsitar su voto para ejercitarse en el cumplimiento de sus obligaciones de ciudadano, y cons- ciente de sus derechos y fuertemente organizado en par- tidos politicos, pueda salvar â la patria de los peligros con que la amenaza la prolongacion del absolutisme.

Con esta politica asegurarâ para siempre el reinado de la paz y la felicidad de la Patria y Ud. se elevarâ â una al- tura inconcebible, â donde solo lellegarà elmurmullo de admiracion de sus conciudadanos.

Don Pedro del Brasil, en un caso semejante al de Ud., no vacilô: prefiriô abandonar el trono que â sus hi- jos correspondia por herencia, con tal de asegurar para siempre la felicidad de su pueblo, dejândole la libertad.

Senor General: le ruego no ver en la présente carta y en el libro â que me refiero, sino la expresiôn leal y sincera

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de las ideas de un hombre que ante todo quiere el bien de la Patria y que crée que Ud. abriga los mismos sen- timientos.

Si me he tomado la libertad de dirigirle la présente, es porque me creo con el deber de delinearle â grandes rasgos las ideas que he expuesto en mi libro, y porque tengo la esperanza de obtener de Ud. alguna declaracién, que, publicada y confirmada muy oronto por los hechos, haga comprender al pueblo mexicano que ya es tiempo de que haga uso de sus derecbos ci'vicos y que al entrar por esa nueva via, no debe ver en Ud. una amenaza, sino un protector; no debe considerarlo como el poco escru- puloso jefe de un partido, sino como el severo guardiân de la Ley, como â la grandiosa encarnaciôn de la Patria.

Una vez mâs me honro en subscribirme, su respetuoso amigo y segtkro servrdor,

FRANCISCO I. MADERO.

En la carta que acabamos de inser-

C0in6Dt&ri0S, tar se notarâ que en termines comedi-

dos, pero firmes, le pintamos la si-

tuaciôn actual del pais, asî como las esperanzas 3' temores

del pueblo mexicano.

Una contestaciôn del General Dîaz, inspirada en el mis- mo patriotisme que dicto nuestra carta y concebida en ter- mines claros y sinceros, hubiera causado en el piîblico una impresiôn muy profunda, disipando esa incertidumbre que tanto oprime â la mayorîa de los mexicanos, y excita â una pequena minorîa que empieza â agitarse.

En una palabra, el General Dfaz pudo haber resuelto de una piumada la situaciôn actual del modo mâs favorable para los intereses nacionales; pero no debemos esperar esa conducta de él.

El General Dîaz, dando pruebas de gran cortesia, nunca

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déjà ninguna carta sin contestacion, por baladî que sea el asunto que se le trate.

Fundados en estas consideraciones, era logico esperar que nuestra carta hubiera merecido la honra de ser contes- tada, puesto que en ella tratâbamos de los intereses mas altos de la Naciôn.

Podria alegarse que nuestra carta no llegô a sus manos; pero eso es inverosi'mil. Podrân extraviarse cuantas cartas se quiera, pero nunca las dirigidas al General Dîaz. Ade- mâs, sabemos de buena fuente que nuestra carta llegô a sus manos.

Nos explicamos perfectamente su silencio. En aquellos dîaz se agitaba fuertemente la cuestiôn électoral en el Es- tado de Morelos, a la cual aludîamos indirectamente, y cualquiera declaraciôn respecto a sus intenciones de dejar en libertad al paîs para que nombrara sus mOTidatarios, no hubiera hecho sino aumentar la agitacion en aquellaentidad federativa que tan râpidamente supo organizarse y luchar con inesperado vigor.

Esta cuestiôn fué originada precisamente por una de- claraciôn su3'a, porque dijo que verîa con gusto que el pue- blo de Morelos eligiera libremente su Gobernador.

Como el candidato del pueblo era el senor Ingeniero Pa- tricio Le3"va, empleado en el Ministerio de Fomento, se imaginô el General Dîaz que llegado el caso harîa que el senor Leyva renunciara su candidatura, y cubriéndose con el ridîculo mas vergonzoso, desprestigiara las prâcticas de- mocrâticas y disolviera su partido.

Pero no sucediô asî. El Ingeniero Leyva, aunque modes- to 5^ sencillo en sus costumbres, es un hombre de carâcter y de honor, y no quiso traicionar a sus partidarios; prefi- riô sufrir las venganzas del poder antes de cometer una ac- ciôn indigna.

En este caso apreciô el General Dîaz la importancia de cualquier declaraciôn cuando es hecha a hombres de honor.

A la vez, principiaba a palpar las consecuencias de sus

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declaraciones a Creelman; estas, aunque nadie las juzgô sincetas, dieron prétexte a la prensa independiente para ha- blar de la sucesiôn presidencial, con lo cual se logro des- pertar hasta cierto punto el espîritu pûblico.

En resumen, el hecho de no haber contestado nuestra carta, demuestra lo que hemos afirmado en elcurso de nues- tra obra: el General Di'az no provocarâ por mismo un verdadero movimiento democrâtico.

Ademâs, esto lo confirma su actitud en la cuestion de Morelos.

Sin embargo, en la cuestion gênerai de la Repûblica, pa- rece que si esta dispuesto â céder, como lo demuestran la libertad de que principia â disfrutar la imprenta, lacircuns- tancia de no haber entorpecido la formacion de partidos polîticos, pues aunque hasta ahora éstos no se han mostra- do agresivos, cuando se sientan fuertes indudablemente asumirân otra actitud, 3' por ûltimo, es mu}' significative que el Cîrculo Nacional Porfirista no lanzara candidate pa- la Vicepresidencia de la Repûblica.

Esto ûltimo demuestra claramente que el General Dîaz quiso dejar cubierta una retirada honrosa, para el caso que se resuelva â apoyar otra candidatura, por considerar insos- tenible la del senor Corral.

Es muy posible que los mismos amigos del Sr. Corral ha- yan contribuido para que el Cîrculo Nacional Porfirista no lanzara su candidatura. <iSe tratarîa de intrigas palaciegas, de celos, del deseo de aparecer como los mâs adictos y no aumentar el numéro de amigos, asî como de desprestigiar al circule rival?

Todo es muy posible; pero al General Diaz, que ve muy lejos, le convenia dejar esa puerta abierta é indudablemen- te que él mismo provocô 6 por le menés permitiô esos ce- los tan utiles para sus proyectes.

Los amigos del senor Corral, imaginândose desprestigiar al Circule Nacional Porfirista si lograban por medie de sus intrigas que no lanzara candidatura de \'icepresidente, no

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"hicieron sino aumentar su importancia y facilitar al Gene- ral Dîaz el medio de no cumplirles las promesas en que in- dudablemente fundan todas sus esperanzas, rw L-j- A n««l„«/^Jx., Efectivamente, los pocos Co-

Desprestigio de la Reeleccion, ' J

especialmentela del senorRa- ^^''*^' T 7^'*^'^' '^^° ^'■ mon Corral ^ ^°'' ^ ^^°''''

del General Dîaz; no solo des- precian soberanamente al pueblo, cuya voluntad ni siquie- ra toman en consideraciôn, sino comprenden que el pueblo ha correspondido a ese desprecio; prueba de ello, el ruidoso fracaso de las manifestaciones populares en honor del senor Corral.

La primera, organizada el domingo 25 de Abril de 1909 en honor del General Dîaz y del senor Corral, résulté un fias- co completo.

Los miembros de'l Club Reeleccionista arreglaron que al- gunos industriales y hacendados hicieran que sus sirvientes asistiesen a los desfiles por ellos organizados; pero no pu- dieron obtener que aclamaran a su candidate.

Para que la sègunda manifestaciôn, organizada el 5 de ' Mayo, tuviera mas éxito, fué preciso verificarla ûnicamente en honor del senor General Dîaz. De esta manera se logrô ja ayuda de algunos Gobernadores, quienes comprometie- ron â varios industriales que mandaran sus obreros a la Ca- pital, pagândoles el pasaje, gastos y una buenagratificaciôn. Con estos alicientes lograron aumentar a. seis 6 siete mil el numéro de los manifestantes, pero no su entusiasmo. Efectivamente, fué notable la frialdad del pueblo, tanto del que desfilaba f rente â palacio como del que presenciô el desfile y el paseo del General Dîaz y su comitiva. Parece que en anos anteriores no era tan marcada la frialdad del pûblico para el Présidente.

Indudablemente el pueblo mexicano esta ya cansado de tanta reeleccion, y verâ con gusto un cambio, pero lo que mâs ha contribuido â desprestigiar al General Dîaz, es que después de haber hecho sus famosas declaraciones de que el

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pueblo esta apto para la democracia, pretenda imponer la candidatura del senor Corral, tan poco popular.

La candidatura del senor Corral para la Vicepresidencia de la Repûblica, es sumamente impopular por las razones siguientes:

Hasta ahora ninguno de sus actos ha tendido a atraerse las simpatîas del pueblo; solo se ha preocupado por sergra- to al General Dîaz, de quien todp lo espéra. Tal conducta demuestra que la opinion pùblica la tiene en poca cuenta, y solo concède valor a la fuerza, puesto que a esta se acoie incondicionalmente.

En cuanto â programa de gobierno, no ha dado oinguno. Cuando se ha hecho ocasiôn, ha manifestado que piensa se- guir la hâbil poliiica del General Dîaz.

Taies declaraciones demuestran un sobrado desprecio â la opinion pùblica, precisamente ansiosa de que el sucesor del General Di'az no siga su misma polîtica, porque la Nacion entera desea volver al régimen constitucional.

Lo vinico que si demuestra, es su timidez para hablardel General Dîaz, â quien no trata de igual â igual como le co- rresponde por su alto puesto de Vicepresidente.

Toda la Nacion aplaudin'a si el senor Corral hubiera pu- blicado un manifiesto diciendo que: "Aunque admiraba la hâbil poli'tica del General Dîaz, no pensaba imitarla porque ya no era preciso gobernar â la Nacion con mano dehierro, sino con la Constitucion."

Pero ese manifiesto no podrâ publicarse, porque nunca se atreverâ â decir que el General Dîaz hace poco aprecio de la Constitucion. Indudablemente que una proclama asî hubie- ra despertado entusiasmo en muchas personas, y permitido â sus partidarios defender su candidatura.

A pesar de ello, el pueblo mexicano, como ha sufrido de- masiadas decepciones, se muestra muy escéptico para dar crédito â las declaraciones de los hombres pûblicos.

Por tal circunstancia, en los antécédentes es donde el pue- blo busca la conducta probable de sus mandatarios.

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Ya al hablar del senor Corral en el curso de este libro he- mos tratado someramente de sus antécédentes; pero ahora, que aparece como el candidate oficial, sera muy convenien- te hacer algunas otras observaciones.

Como decîamos, el senor Corral, a pesar de su timidez y su humildad respectoal General Dîaz, es de grande energîa, y esa timidez y esa humildad para tratar al poderoso, se trocarân en altivez y soberbia para tratar al débil.

Los hombres mas humildes con los poderosos, son los mas déspotas con los débiles.

Estas circunstancias, asî como las anteriores y los anté- cédentes del senor Corral, solo proraeten que sera un déspota que gobernarâ segûn su capricho y no segûn la ley.

Por otra parte, la circunstancia de ser el candidato oficial, le facilitarà gobernar al pais de tal manera, pues se sentira apoyado por esa muchedumbre de funcionarios pûblicos que aunque esparcidos por todo el pais, forman un block tan compacto y poderoso, que pesa hasta sobre el mismo Gene- ral Dîaz.

Por este motivo sera el candidito oficial quien menos con- venga a la Naciôn, pues cualquier otro que suba al poder, tendra que rodearse de elementos nuevos y sanos, y el régi- men actual de gobierno sufrirâ profunda alteraciôn.

En la conciencia nacional esta grabada tal idea, por cuyo motivo observamos la unanime oposicion que se hace al se- nor Corral en toda la Repûblica.

En la misma Capital no ha sido posible organizar una manifestacion en su honor, pues ya no son solamente los obreros quienes se oponen, sino hasta los raismos propieta- rios, que solo quieren prestarse a esas farsas, en honor del General Dîaz, a quien algunos quieren y los mas temen, pe- ro a quien todos reconocen cualidades que el seîlor Corral esta muy lejos de poseer.

Solo a los amigos del seîïor Corral, que estabansumamen- te ansiosos porque se lanzara su candidatura junto con la del General Dîaz, se les ocultô lo que todo el mundo habîa

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visto: que la mayor torpeza polîtica, era ianzar con tanta anticipacion su candidatura.

Hubiera estado muy bien pensado si las cosas debieran pasar como hace seis anos; pero eso solo lo esperan quienes alejados del pueblo y cegados por el poder, no perciben la agitaciôn y la ansiedad que reina en todos los ânimos.

Es indudable que el pueblo empieza â'despertar. El Ge- neral Dîaz lo ha comprendido, y si lanzô las candidaturas de él y del senor Corral con tanta anticipacion, fué para de- mostrar que no pensaba cumplir las promesas hechas por conducto de Creelman, a fin de calmar la agitaciôn que pro- ducîa en la Repûblica la esperanza y el deseo de que aban- donara el poder. A la vez, proclamando candidatura para Vicepresidente, presentarîa un blanco a los ataques de los descontentos, que por temor de no atacarlo a él directamen- te, 6 por polîtica, solo dirigirîan sus tiros sobre el senor Co- rral. Sin embargo, previendo gran agitaciôn en los ânimos 3' la posibilidad de verse obligado a hacer concesiones al pueblo, maniobrô de modo que el Partido Nacional Porft- rista, el genuinamente suyo, el que lo postulô hace seis anos, no lanzara candidato para la \'icepresidencia a fin de que le sirva de ôrgano ilegado el momento para proclamar otra candidatura.

El partido Reeleccionista es mas bien Corralista, como lo demuestra por haber sido el ûnico que proclamara candida- to para la \'icepresidencia, y por tener como principal ins- tigador y ûltimamente como présidente al senor licenciado Rosendo Pineda, conocido por su gran adhésion al senor Corral.

Lo curioso es que hasta en el Club anti-reeleccionista de esta ciudad es poco querido el senor Corral, \' si sus miem- bros votaron por su candidatura, fué tan solo por compla- cer al General Dîaz.

En resumen, podemos aftrmar que el seîïor Corral es su- mamente impopular en toda la Repûblica; que de ser elec- to, sera quien mas probabilidades tenga de continuar la

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dictadura; que a pesar de ser actualmente el candidat© ofi- cial, no cuenta con el apo.yo incondiciônal del General Dîaz, quien llegado el momento de las concesiones 6 de una tran- sacciôn, no vacilarâ en sacrificarlo y resultarâ candidate oficial alguna otra persona que goce de mas simpatîas.

El General Re3'es goza actual-

Actitud del General Reyes, mente de bastante populari- sas probabilidades de Ile- dad, porque se crée que él es êaf al pOder. el unico capaz de salvar la ac-

tual situacion enarbolando la bandera de No-reelecci6n, 6 por lo menos asumiendo una actitud completamente independiente a fin de ponerse al frente de su partido en la proxima contienda électoral.

Indudablemente que dadas las condiciones porque atra- viesa el paîs, si asumiera tal actitud, se atraerîa las simpa- tîas de toda la Nacion; pero no sera asî, porque él también, como el senor Corral, tiene mas confianza en la fuerza del elemento oficial, que en la del pueblo, y prefiere el apo}'o del General Dîaz a las simpatîas de la Naciôn.

Todos sus actos lo demuestran. A sus amigos que han querido trabajar por su candidatura siempre los ha desauto- rizado, y no solamente, sino que hizo publicar su entre- vista con el seîïor Heriberto Barron, en la cual afirmaba que seguirîa incondicionalmente la polîtica del General Dîaz, asî es que tanto sus actos pûblicos como privados, Uevan el mismo sello: su incondicional adhésion al General Dîaz.

Muchos de sus amigos asî lo han comprendido*}^ se sien- ten grandemente decepcionados.

Sin embargo, los inquietos, los que estân ansiosos por lanzarse a la lucha con el noble fin de reivindicar los dere- chos pûblicos, han tomado el nombre del General Reyes para entrar en campaîïa, porque creen que de ese modo no aparecerân como hostiles al Gobierno, y las agrupaciones que han formado tendrân asegurada la vida siquiera mien- tras logren robustecerse.

De cualquier manera que sea, la agitaciôn re5'ista sera

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benéfica para la Democracia, pues los partidarios del Gene- ral Rej'^es, viéndolo negarse resueltamente â aceptar la je- fatura del partido, irân â engrosar las filas de los partidos independientes, porque la mayorfa de sus partidarios son patriotas de buena fe, que consideran como el ûnico cami- no existente para trabajar por el triunfo de la Democracia, aclamar su candidatura aunque sea para la Vicepresiden- cia.

Considerando superficialmente las cosas, los que ven un peligro en la ascension del General Reyes al poder, se alar- man en alto grado. Juzgamos infundada su alarma, porque el General Reyes tiene muy pocas probabilidades de llegar al poder atendiendo â las razones siguientes:

Solo très caminos tiene de ascender â ese puesto. El mas fâcil, y por tal motivo mas apetecido, serîa como candidato oficial, substituyendo por medio de una transaccion al se- fîor Corral. Esto es casi imposible, porque mientras no sea jefe militante de algùn partido, no lograrâ orillar las cosas al grado de imponer un arreglo en taies condiciones. Por otra parte, como candidato de transaccion seri'a el menos indicado de todos, por el terror que inspira al grupo de amigos que rodea al General Dîaz, é indudablemente que este no han'a â sus mejores amigos 3' mas adictos partidarios la inconsecuencia de traer al poder â quien consideran como su enemigo mâs temible.

Otro camino lleno de espinas y con pocas probabilida- des de éxito, sera aceptar la candidatura del pueblo y en- trar de lleno en la lucha électoral. Para esto necesitarîa po- nerse frente â frente al General Dfaz, lo cual nunca harâ el General Reyes, por las razones )'a indicadas. Una candi- datura en taies condiciones, solo la aceptarâ quien tenga j^^ran fe en la fuerza del pueblo y esté resuelto â sacrificar- se en aras de la patria.

El ûltimo camino que le queda, el de la revoluciôn, no lo intentarâ, por lo menos, mientras viva el gênerai Diaz.

Por todas las razones que hemos expuesto se verâ c6mo

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el General Reyes tampoco tiene grandes probabilidades de llegar al poder.

El peligro que veîamos cuando es-

G6D6Fdl Félix DidZ. cribimos nuestra primera edicion, de

que subiera al poder este General,

parece que no existe, pues la opinion gênerai considéra

inadmisible tal idea. Por esta razôn suspendemos en esta

edicion el artîculo respective.

De lo expuesto parece que prin- COnSideraCiOneS Générales, cipia a alejarse el peligro de la con-

tinuaciôn de la Dictadura en el prôximo sexenio. Para ello ha bastado con la ligera agita- ciôn que se ha notado en la opinion publica.

Si esta agitaciôn aumenta y se logra la organizaciôn de poderosos partidos independientes, el peligro se alejarâca- da vez mas, hasta quedar por completo conjurado.

Este partido no puede ser consi- PartidO DemOCrâtiCO. derado completamente independiente, pues sus directores ocupan puestos pûblicos, y algunos de ellos tienen fuertes ligas con el Ge- neral Dîaz. Por lo demâs, ese partido no prétende hacer oposiciôn al General Dîaz, }• bajo la bandera de algunos principios polîticos que proclama, se prépara. modestamen- te a luchar por obtener que el Vicepresidente sea mas de acuerdo con la voluntad nacional.

Las personas al frente de dicho partido parecen bien in- tencionadas; si en alguno'de ellos existe ambiciôn personal, la aplaudimos con tal de que sea sana y viril. Ya que pa- triotismo puro mueve a tan pocos, no es de despreciarse el contingente de los ambiciosos, siempre que su ambiciôn sea noble y dignos los medios que empleen para satisfacerla.

A pesar de la buena intenciôn que m'anifiestan sus direc- tores, no podrân hacer nada por si solos, pues siendo de- cididos partidarios del General Dîaz, en definitiva tendrân que obedecer sus ordenes.

Sin embargo, los trabajos de este partido han sido utiles,

298

porque algo han contribuîdo a despertar la opinion pûblica; han formado aljjunos Clubs que no obedecerân con la mis- ma facilidad las ordenes del General Dîaz, 3^ que llegado el momento, se fusionarân con algûn partido independiente.

El gran papel que podrâ Uegar a représentât el Partido Democrâtico, sera el de intermediario entre los partidos in- dependientes .y el General Dîaz, para Uegar a algûn arreglo, en caso de ser posible.

Entonces se pondrîan de acuerdo los di versos partidos para reunir sus Convenciones en la Capital en la misma época. El General Dîaz también convocarîa al Cîrculo Na- cional Porfirista con el mismo objeto.

Pero esta soluciôn es la menos probable, porque el Gene- ral Dîaz solo la aceptarâ cuando considère imponente la fuerza de los partidos independientes.

Lo mas seguro es que habrâ lucha électoral, pnes tene- mos la seguridad de que se organizarâ algûn partido fran- camente antireeleccionista, 6 por lo menos independiente en lo absoluto.

En este caso el Partido Democrâtico se aliarâ con el In- dependiente para trabajar por Vicepresidente, 6 lomâs pro- bable se dividirâ en dos fracciones; una de ellas ira a las filas porfiristas y la otra la mâs importante sin duda, a las independientes. Los Clubs de los Estados serân de és- tos ûltimos, 3' el de^a Capital de los primeros, porque en los Estados existe mâs independencia y mâs valor civil que en la Capital, debido â razones que estân en la concien- cia de todos, y que no viene al caso estudiar.

En la primera ediciôn, en las

El pueblO despierta. «Ultimas palabras del Autor» ex-

ESperanzaS de redenCiÔn. pusimos ideas que han sido tacha-

das de optimistas é inconsecuentes

con el resto de la obra.

De optimistas, porque se estiman infundadas nuestras esperanzas de que el General Dîaz no sofoque con mano de hierro algûn movimiento democrâtico independiente.

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De inconsecuentes con el resto de la obra, porque se ha crefdo encontrar un mea ciilpa en las ûltimas palabras.

Si ahora no reproducimos de nuevo aquella parte de nues- t'ro libro, es porque la creeinos ventajosamente reemplaza- da con este Ape'ndice.

En cuanto à nuestro optimismo, hasta ahora solo tene- mos motivo para ccnfirmarlo, pues el General Dfaz demues- tra no abrigar va aquel espîritu suspicâz y estrecho que 10 haci'a perse^uir cualquiera manifestaciôn de virilidad y civismo. Ahora se nota una libertad de imprenta muy su- perior â la que ha existido desde que el General Dîaz su- bie por segunda vez al poder. Esta libertad despertarâpor completo el espîritu pùblico que empieza ya â dar pruebas patentes de vida.

En cuanto â la pretendida inconsecuencia por manifestar nuestra simpatîa hacia el General Dîaz, después de atacar su régimen de Gobierno, tampoco existe.

Si el General Dîaz ha cometido grandes faltas, también liene en su abono una brillante hoja de servicios como mi- litar, y como estadista y gobernante ha prestado innega- bles servicios â la patria.

La principal ideaque hemos querido inculcar en el pueblo mexicano, no es de odio para el General Dîaz, sino deamor â la libertad, procurando demostrarque solo ella harâ gran- de â nuestra querida patria.

Como lo hemos repetido varias veces, es una tarea su- perior â las fuerzas humanas valorar justamente los hechos de nuestros contemporâneos cuando estamos mezclados de alguna manera con ellos. Por ese motivo hemos dicho que dejamos esa tarea â la historia; ûnicamente queremos hacer resaltar los peligros del absolutismo, para impedir que la Dictadura se proîongue con el sucesor del General Dîaz.

Alla van todos nuestros esfuerzos. No queremos que la Naciôn pague con odio una vida dedicada â la patria; pero si deseamos vivamente que no se deje enganar por quienes pretenden perpetuar la Dictadura.

300

Dedicamos todos nuestros esfuerzos a evitar ese peligro que nos amenaza, y no solamente esperamos ser secunda- dos por el pueblo mexicano, sino que tenemos la seguridad de que el General Diaz, comprendiendo la trascendencia de laformacion de un gran partido independiente, aunque se llame antireeleccionista, no pondra trabas para elle, no lo aplastarâ en su cuna, que si tal fuera su intencion 3-a hu- biera perseguido al autor de este libro, quien, sin ocultarse, trabaja con empeno por la formaciôn de ese partido,

El autor de este libro se compiace en declarar altamente que no ha sido vîctima de ninguna hostilidad por parte de los miembros del Gobierno, lo cual demuestra que no esta-, ba errado al créer que en el corazon del Caudillo de la In- tervencion también encuentran albergue los sentimientos nobles.

Nosotros, llenos de fe en los grandes destines de la pa- tria, vemos vislumbrar cada dîa mas claramente la mano de la Providencia que prépara todos los acontecimientos ha- ciéndolos converger al mismo fin, al de asegurar el triunfo de la libertad.

Por una parte observamos que el General Dîaz esta co- metiendo grandes errores, si su intencion es asegurar la prolongacion de la Dictadura. Taies son su famosa entre- vista con Creelman, la campana électoral que provocô en Morelos, la prematura proclamaciôn de su candidatura y sobre todo la del senor Corral.

Por otra parte, cada vez mas nos convencemos de que el pueblo mexicano despierta y se prépara a la lucha.

Cada di'a surgen nuevas hojas periodîsticas que con gran brro atacan â la Dictadura y trabajan porque volvamos al régimen constitucional. Ya son numerosos los Clubs polî- ticos independientes que se han constitui'do en toda la ex- tension de la Repûblica y en muchas partes s61o esperan la iniciativa de un grupo independiente para organizarse en Clubs y lanzarse â la lucha.

Por taies razones esperamos fundadamente que el espîri-

301

tu pûblico despertarâ muy pronto por completo y alentarâ â los mexicanos para dar la gran batalla en contra del abso- ' lutismo; pero 5'a no sera la guerra fratricida por medio de las armas, sino las luchas de la idea por la prensa, la tri- buna, en las urnas électorales, en el vasto campo de la De- mocracia.

Los pesimistas generalmente intentan ocultar su miedo encontrândolo reflejado en los demâs. Pretenden que no se lanzan â la lucha porque no serân seguidos. Con ellos no contamos. Mâs vale un punado de valientes que una légion de tîmidos.

Los optimistas, los que encuentran en todos su mismo en- tusiasmo y resoluciôn, son los que salvarân â lapatria; pues si ven entusiasmo en los demâs, es porque ellos lo habrân comunicado; si en todos encuentran su misma resoluciôn, es porque el valor, comunicativo por naturaleza, electriza âlos hombres de corazôn y arrastra â las multitudes.

El tiempo vuela, y â pasos agigantados se acerca el dîa en que hemos de resolver el gran problema sobre el cual es- triba el porvenir de la patria.

Hacemos un llamamiento â todos los mexicanos que par- ticipan de nuestras ideas, para que se congreguen en Clubs y principien la lucha.

Aunque esperamos que muj' pronto paxtirâ la iniciativa de esta Capital, convocando â la Nacion para constituir un par- tido independiente, por si no fuere asî, es conveniente que los Estados se preparen para lanzar dicha iniciativa.

Una vez mâs nos dirigimos â nuestros compatriotas para decirles:

«Si no hacemos un esfuerzo, pronto veremos consolidar- «se en nuestro pais una dinastîa autocrâtica, y la Constitu- «ciôn, con las libertades que nos asegura, zozobrarâ para «siempre en el mar de nuestra ignominia.

«En las actuales condiciones, un esfuerzo en el terreno de «la Democracia podrâ saîvarnos todavia. IMâs tarde, solo

302

«las armas podrân devolvernos nuestra libertad, y por do- «lorosa experiencia sabemos cuân peligroso es tal remedio.

«Evoquemos el glorioso recuerdo de nuestros antepasa- «dos, é inspirândonos en su ejemplo, cumplamos con los sa- «grados deberes que nos imponela patria, sin dejarnos arre- «drar por los fantasmas que engendra nuestra imaginacion, «ni por los peligros reaies que encontremos en nuestro ca- «mino.

«La Libertad es un bien precioso solo concedido a «los pueblos dignes de disputarla, a los que la han sabidp «conquistar luchando valerosamente contra el despotismo.

«No olvideraos que ahora se présenta la oportunidad mas «propicia para conquistar nuestra libertad con las armas de «la democracia.

«Luchemos, pues, con resoluciôn y serenidadpara demos- «trar la excelencia de las prâcticas democrâticas, asegurar «para siempre nuestra libertad y consolidar definitivamente «la paz; la paz de los pueblos libres que tiene por apoyo la «Lev.»

FIN.

^^^^^^^^^^^^^^i^:^/=7rx=r/=7£y^

303

■*•*■* y » z s z z X z z_

indice:

Pâgs.

Dedicatoria , 3

iMdviles que me han ^uiado para escribir este libro, 6

Cap. I. El Militarismo en Mexico 26

Dominaciôn Espanola 26

Guerra de Independencia 31

Batalla del Puente de Calderôn 32

Morelos 33

Guerra de Guerrillas. Su influencia en el carâcter de

nuestros libertadores 35

Principales causas de las revoluciones. El Militarismo

después de la guerra de Independencia 37

Trabajos democrâticos del elemento civil 39

Reflexiones sobre militarismo y democracia 39

Santa Ana , 44

Lo que debemos entender por militarismo 46

Dictadura de Santa Ana 47

Revoluciôn de .Vyutla 48

Congreso Constituyente 49

Presidencia de Comonfort 50

Golpe de Estado 51

305 20

Pâcs,

Guerra de très anos 5^

Tratado Mac-Lane-Ocampo 56

Presidencia del senor Lie. Don Benito Juârez 58

Eleccion del Lie. Benito Juârez para la Presidencia de

la Repûbliea 59

Guerra de la Intervenciôn Franeesa 60

Evacuaciôn del Territorio Naeional por las Fuerzas

Franeesas 66

Reflexiones sobre la Guerra de Intervenciôn 67

Revoluciôn y Plan de la Noria 69

Revolueiôn de Tuxtepec 81

Cap. ii. El General Dîaz, sus ambiciones, su politica, medios

de que se ha valido para permanecer en el poder 93

Su earâeter 94

Idea fija del General Dîaz 97

Medios de que se ha valido para conservar el poder. . . 100

Polîtiea eentralizadora 106

Administracion del General Gonzalez 109

Vuelve a la Presidencia el General Dîaz iio"

Cap. m. El Poder Absoluto 123

Origen del poder absoluto 124

Situaciôn equîvoea de algunos gobiernos Latinoame-

ricanos 125

Lo que debe entenderse por poder absoluto 126

El poder absoluto en la antigiiedad 128

El poder absoluto en Egipto 128

El poder absoluto en Asia 129

El poder absoluto y la democracia en la Europa anti-

gua 130

Reflexiones sobre el poder absoluto 132

El poder absoluto y la democracia en los tiempos mo-

dernos 136

Comentarios sobre el poder absoluto 144

Cap. IV, El Poder Absoluto en Mexico 147

Pruebas de que existe el poder absoluto en Mexico. . . . 148

306

Psigs.

Consecuencias del poder absoluto en Mexico 14.8

Guerra de Tomochic 152

Guerra del Yaqui 1 54

Guerra con los indios ma\'as 162

Huelgas de Puebla y Orizaba 162

Cananea 168

I nstrucciôn Pûblica 1 70

Relaciones Exteriores 172

Progreso M.iterial 17g

Agricultura , 181

Minerîa é Industria 182

Hacienda Pûblica 183

Balance al poder absoluto en Mexico 187

Cap. V. lA ddnde nos lleva el General Diaz? 106

Entrevista con Creelman 197

Continuaci6n del poder absoluto 198

El Sr. D. Ramon Corral 200

General Bernardo Reyes 206

Consideraciones Générales 218

Problema trascendental 225

Cap. VI. iEstamos aptos para la democracia? 22g

El pueblo mexicano esta apto para la democracia 235

iLa actual administraciôn tolerarâ las prâcticas de-

mocrâticas? 240

Cap. VII. El Partido Antireeleccionista 244

Tendencias del Partido Antireeleccionista Su Pro-

grama 246

Oportunidad para formar el Partido Antireeleccionis- ta 24g

<iC6mo se formarâ el Partido Antireeleccionista? 255

cOuién sera el candidate del Partido Antireeleccio- nista? 256

Campana électoral y sus consecuencias posibles 25g

Consideraciones générales 264

Resumen 26:

307

Phes.

Concluslooes 276

Apéodice de la sef unda edicida 279

Objeciones a la Sucesiôn Presidencial de 1910, y nues-

tra contestaciôn 281

Carta del autor al General Dîaz 285

Comentarios 289

Desprestigio de la reelecciôn, especialmente la del Sr.

Corral 292

Actitud del General Reyes, sus probabilidades de llegar

al poder 296

(leneral Félix Dîaz .• 298

Consideraciones générales 298

Partido Democrâtico 298

El pueblo despierta. Esperanzas de redenciôn 299

308

Los pedidos de esta obra

dirijaimse: a i_a

LIBRERIA DE EDUCACION

DT5 BAI.T>OMERO DE liA PIÎIDA

AVE. 5 DE MAYO 39

MEXICO, D. F.

El autor concède permise para re- prodticir total 6 parcialmente esta obra, siempre que la publicaciop se haga en castellano y se ajusté con fidelidad â esta segunda edicion.

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