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)r. Francisco Alfonzo Ravard

CATOLICOS

^uhU a ta

CUESTION SOCIA

PROLOGO DEL DR. HECTOR CUENC

JU^ Católicos ^i^HÍc a ta CuesUán Social

Del

mismo

autor:

LA CUESTION SOCIAL

Obra laureada por ¡a Universidad Central de Venezuela.

Un volumen de 454 pp. Caracas - 1942.

Dr. FRANCISCO ALFONZO mAVARP

Los Católicos

fi^f»^ a ta CuuiíÓH Social

Prólogo del DR. HECTOR CUENCA,

Ministro del Trabajo y de Comunicaciones de la República de Venezuela.

C. A. ARTES GRAFICAS Coracos 1943

Derechos reservados.

E pide el autor de este lil)ro, Doctor Francisco Alfonzo Ravard, un pequeño prólogo para este volumen, y con la mejor voluntad cumplo con esta exigencia que me honra, porque me parece nece- sario que los católicos propaguemos los principios fundamentales de la doctrina social católica, en la seguridad de que hacemos un vcdioso aporte en esta hora de tremenda zozobra de la humanidad.

El autor empieza su estudio haciendo un previo análisis de los principios sociales del ccdolicismo. Las ' cuestiones aparecen enfocadas bajo la lente de la más profunda filosofía. Los grandes autores cató- licos desfilan por estas páginas explicando las cues- tiones fundamentales, como la comunión de los san- tos en su condición de dogma; el contenido social del Evangelio; el alcance de las enseñanzas de Jesucristo; las nociones de la justicia y la caridad contrapuestas una a otra, pero sin que ninguna de las dos desborde

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los líniiics de conceptos que aquí aparecen netamente establecidos. Y aun cuando conviene el autor en que, según la doctrina evangélica, la caridad es tan am- plia que sin confundirse con la justicia, la incluye den- tro de su radio de acción y la perfecciona, concluye afirmando que los deberes de la justicia se distinguen fundamentalmente de los de la caridad. Yo, sin cm- barfjo, me airevería a pensar que dentro de nuestra filosofía cristiana, la caridad en su amplío sentido no es sino la forma desbordada de una justicia social que cobra en el individuo categoría de verdad obliga- toria, por cuanto los deberes que nos impone la Igle- sia nos llevan indeclinablemente al bien de los de- más, aun cuando este bién signifique muchas veces la renuncia del propio bien.

Hay en este estudio un punto que aparece espe- cialmente considerado con el mayor acierto: es el del carácter impersonal del Evangelio. Con toda exac- titud así se expresa el doctor Alfonzo iiavard, a este respecto: "Sería inútil pretender encontrar un pro- grama de reformas sociales particulares en el Evan- gelio. Jesucristo sentó las bases de un programa ge- neral, aplicable a todos los pueblos y en todos lo.^ tiempos." "Lo que preocupaba principalmente a Jesucristo en su ministerio, no era la reorganización de la sociedad, sino la revelación a la conciencia hu- mana de sus relaciones con Dios: Buscad el reino de Dios y su Justicia y el resto se os dará por añadidura".

La Iglesia no ha propugnado un determinado sistema social y de aquí que su enseñanza no esté organizada en un verdadero cuerpo de doctrina. Pero en los documentos fundamentales que exponen la teoría social católica están contenidos los principios

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guías que dentro de sistemas políticos y sociales actuantes pudieran mejorar las condiciones del hom- bre en comunidad con los demás y en sus relaciones con el Estado.

La Unión Internacional de Estudios Sociales de Malinas, bajo la sabia dirección del Cardenal Mer- cier. Primado de Bélgica, emprendió lo que pudiéra- mos llamar la sistematización de los principios eco- nómico-sociales contenidos en las Enciclicas "Sobre la condición de los obreros", de León XIII y "Sobre la restauración del orden social", de Pío XI, y en esa obra de admirable perfección: el Código Social de Malinas, aparecen condensados los principios socia- les católicos.

El doctor Alfonzo Ravard dedica el segundo ca- pitulo de su estudio a un examen histórico sobre la reacción de los católicos socialesf. cmte los serios pro- blemas originados por el industrialismo creciente del siglo XIX, para exponer después la voz oficial de la Iglesia ante los mismos graves problemas de la hu- manidad a ese respecto.

Desearía ser un poco más extenso en este Pró- logo, pero, cuites de concluir esta especie de antesala del libro, quiero llamar la atención del lector sobre las cuestiones que el autor deja sentadas en su estu- dio, avaloradas por la opinión de grandes autores. Habla el doctor Alfonzo Ravard del contenido social del Evangelio y de la condición abiertamente opuesta al individualismo que caracteriza su doctrina. Desde el momento mismo en que se interprete fielmente la importancia fundamental que el interés espiritual, los valores morales y las eficacias sociales de orden cristiano tienen en la doctrina social católica, se ha-

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brá comprendido cuánto es el alcance social de esta doctrina.

El concepto de la riqueza más como función en servicio de la sociedad que como una simple facultad del propietario en provecho propio, quiebra hasta tal punto la concepción clásica de este derecho indi- vidualista, que no es aventurado asegurar que en un futuro muy próximo la propiedad llegue a tener den- tro de lo legislativo de cada país tantas cargas, que más aparecerá como una institución de obligaciones sociales que como privilegio de un derecho en interés propio. El concepto católico de justicia y el más am- plio aún de caridad, irrumpen dentro del clásico campo doctrinario y razonan una nueva posición al respecto.

Mientras que otros sistemas predican la lucha de clases como medio para buscar soluciones heroicas a los graves problemas del trabajo, el catolicismo pro- pugna una estrecha colaboración en los factores de la producción, y de aqui la perseverante palabra del Obispo Barón de Ketteler sobre cooperativas de pro- ducción, y los dispersos, pero exactos principios , que aparecen de relieve en las Enciclicas ya aludidas sobre la conveniente intervención del Estado en el orden social y económico, auspiciando un sistema como de corporativismo que pudiera mantener estado de paz social conveniente desde todo punto de vista; sobre asociaciones profesionales; sobre la cues- tión social, que no es sólo problema económico sino también grave problema moral; sobre deberes mu- tuos de patronos y obreros; sobre el valor de las ri- quezas; sobre la fraternidad cristiana; sobre la for- mación de las conciencias como una edificación de

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la responsabilidad ; sobre moral social; sobre el pa- pel de la beneficencia católica; sobre la regulación del salario y demás condiciones justas del trabajo, etc.

Estamos los católicos dentro de un gran movi- miento social y cuantos hayamos dedicado buenas horas de estudio a la consideración sosegada de los varios problemas que azotan a los hombres, tenemos la obligación de propagar principios que cada vez más han de contribuir fundamentalmente a la estruc- turación de una humanidad mejor. Bien ha cum- plido el doctor Alfonzo Ravard su deber de estudioso y de católico, y mi palabra en su libro no puede ser otra que la ratificación del aplauso al mérito que ya le tributé en mi condición de Jurado Examinador de su monografía "La Cuestión Social" de la que este estudio no es sino una parte en la ocasión de haber optado al título de Doctor en Ciencias Políticas, en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela.

Caracas, 1943.

!Mini5iro del Trabajo y de Comunicaciones de la República de Tenezueh

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iHUaducUÓH

INTRODUCCION

Una acusación contradictoria

^ OCIALISTAiS y liberales han coincidido en sus ataques a la Iglesia Católica, por su po- sición frente al problema social.

Para los primeros, la religión es el opio del pue-^

blo:

"La Iglesia Católica ha sido siempre un auxilio eficacísimo de los privilegiados, de los poderosos, y un dique a los legítimos anhelos reivindicadores de la masa explotada. Inculcando en ésta el espíritu de sumisión y de conformidad con su suerte con su mala suerte elevó a la categoría de axioma el tópico de que siempre habrá pobres y ricos, bien que para consolar a los desheredados les prometía, en la

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otra vida, un soberbio desquite de las penalidades su- fridas en este bajo mundo". (1).

Para los liberales, la Iglesia ha pactado con los peores revolucionarios:

"...la resistencia que el cristianismo ha opuesto a la difusión de las ideas liberales, ha preparado el terreno sobre el cual los fermentos del destruccionis- mo moderno han podido prosperar. No solamente la Iglesia no ha hecho nada por extinguir el incendio, sino que lo ha atizado.

"Asi, la religión que se dice la religión de la ca- ridad, se ha convertido con el Syllabus en la religión del odio del mundo. . . Cualquiera que emprendía la obra de combatir el orden social, podia estar seguro de encontrar un aliado en el cristianismo". (2).

Cuando la Iglesia juzga conveniente intervenir en las cuestiones sociales, los liberales la acusan de desborde en su actuación. Cuando guarda una actitud de reserva prudente, los socialistas, le re- prochan su abstención. "Si aparece sobre el forum, dice Maurice Rigaux, S. J. (3), una protesta indig- nada la envia "a la sacristía"; si permanece en el templo, el. clamor popular la acusa de "capitalista".

En este ataque convergente de pensamientos di- versos, se encuentra la mejor garantía de la posición^

(1) El Socialista, 18 de diciembre de 1931.

(2) LUDWIG VON MISSES, Le Socialisme, París, 1939, pp. 483-489.

(3) MAURICE RIGAUX, Est-il vraie que l'Eglise s'en desinte- resse? Editions Spes, París, 1935.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

social católica. Ni las convulsiones sociales han lo- grado atraerla hacia las prédicas revolucionarias, ni los intereses conservadores han podido retenerla en- tre sus patrocinadores. La posición de la Iglesia, de- finida y justa, ha marchado siempre con entera in- dependencia.

A fin de aclarar debidamente la posición católi- ca frente al problema social, creemos necesario divi- dir este estudio en tres partes fundamentales:

a) Principios sociales del Catolicismo

b) El Industrialismo del siglo XIX y la reac- ción de los católicos sociales.

c) La voz oficial de la Iglesia.

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a)- LOS PRINCIPIOS SOCIALES DEL CATOLICISMO

El catolicismo, doctrina social por excelencia

1^1 INGUNA doctrina más opuesta, por su misma ^ entraña filosófica, al individualismo, como la católica. Su dogma fundamental, la Comunión de los Santos, establece la comunidad de todos los hom- bres y su unión en una sola familia, cuyo jefe es el mismo Jesucristo. "Todos, en efecto, dice San Pa- blo a los corintios, judíos, griegos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un sólo espíritu, para for- mar vm sólo cuerpo y hemos sido todos empapados de un sólo espíritu". (4).

(4) I. Corinth, Xll. 13.

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La idea de comunidad, tan aparente entre los pri- meros cristianos, está en la base misma del dogma católico. La unidad de la Iglesia se realiza en Cris- to (5). Así, en toda función, en todo ministerio de la Iglesia, la personalidad humana, el individuo co- mo tal desaparece. En lugar de la persona misma del ministro, es la potencia redentora de Jesús, espar- cida en el cuerpo místico de Cristo, la que obra. (6).

Por eso, religiosamente, la humanidad no existe sino en grupos: en parroquias, diócesis, en catolici- dad y apostolícídad sin cortes. (7).

"Yo me atrevería a decir, afirma el R. P. Sertillan- ges, que si el Espíritu Santo se contentara con obrar sobre las almas individuales, faltaría en gran parte a su misión. Jesús mismo no se mostraría entonces como Hijo del Hombre, y la religión humana no exis- tiría, puesto que la humanidad auténtica es sociedad antes de ser individuo, ya que el individuo nace en la sociedad, antes de obrar sobre ella". (8).

La Iglesia, es la sociedad más universal que pue- da concebirse. En su realidad actual comprende la Iglesia militante, la Iglesia purgante y la Iglesia triun- fante. Ella se extiende a todos los siglos y a todos los seres racionales.

(5) K. ADAM. La vraíe vísage du Catholicisme, París, 1931, p. 39.

(6) K. ADAM. ibid, pp. 39-40.

(7) SERTILLANGES, Qu-est -ce que le Catholicisme, París, 1938, p. 36.

(8) Id., 36.

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A la comunidad incesante de bienes espirituales establecida por el dogma, que hace de todos los hom- bres ramas de un mismo árbol, ha de seguirse, natu- ralmente, una participación común en la vida de la Iglesia, en los sacramentos, en las oraciones y sacri- ficios y en cierto sentido en los bienes mate- riales de este mundo. (9).

(9) "El dogma de la Comunión de los Santos, escribe el P. C. Rutten, nos enseña a apreciar mejor la naturaleza y la importancia de los deberes impuestos por la justicia social. Este dogma nos recuerda que los méritos acumu- lados por las oraciones, las intenciones generosas, los es- fuerzos desinteresados de los vivos constituyen un patri- monio inmenso, del cual la Providencia saca provecho en beneficio de todos. La Iglesia, depositaria de este te- soro sagrado, no recibe sino para dar y no es feliz sino dando. El excedente de los méritos de los hombres vir- tuosos permite la reversibilidad y el esfuerzo más humilde del más oscuro de los hombres puede tener sobre el des- tino de la humanidad una repercusión profunda y lejana.

"Es así también en el orden temporal y social. La sociedad en que vivimos pone a nuestra disposición una especie de enorme depósito de riquezas intelectuales y materiales, del cual usamos durante toda nuestra vida. Lo que tenemos y sabemos, es el resultado del trabajo de aquellos que nos han precedido. El sentimiento más elemental de equidad nos hará ver que no tenemos el de- recho de tomar constantemente de ese tesoro común sin poner jamás nada de nosotros. Destinado para todos, debe ser también alimentado por todos. Aquel que re- husa a la sociedad el concurso que su talento y su si- tuación le permiten prestarle, se empobrece y empobrece a los demás. El Evangelio lo compara al árbol que no frutos y que es preciso arrancar, porque ocupa un sitio que se puede utilizar". C. RUTTEN, Doctrina Social de la Iglesia, 3^ edición, Santiago de Chile, 1939, pp. 52-53.

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Las enseñanzas sociales de Jesiícristo

"Es sorprendente, escribe Mr. Peabody, (10), que en una época en la cual los cristianos se interesan tanto por los problemas sociales. . . se hayan empren- dido tan pocos trabajos científicos sobre la enseñan- za social de Jesús".

Se habla, ciertamente, de evangelio social, de cristianismo social, de catolicismo social. Los unos emplean estas palabras sin estar bien seguros de su contenido real. (11). Los más se refieren al hecho modernísimo de las Encíclicas Sociales de León XIII y Pío XI, como originador de la doctrina social-ca- tólica. No faltan, tampoco, quienes hablen no ya de catolicismo social, sino de socialismo católico, pre- tendiendo referir las aspiraciones social-católicas a una rama del socialismo moderno. (12),

Para algunos autores socialistas como Meunier, Víllegardelle, Cabet, Considerant, Renán, Labanca, Max Beer, Jesucristo fué "el primer comunista": un precursor religioso de nuestros modernos agitadores. (13).

(10) PEABODY, Jesús Christ and the Social Question, c. I

P. 53.

(11) Cf . A. LUGAN, L'Enseigmente social de Jesús, 4^ edi- ción, París, (1), p. 10.

(12) Cf. NITTI, Le socialisme catholique, trad. francesa de la Lib. Guillaumin et Cié., París, 1894.

(13) "Toda la propaganda de Jesús, escribe MAX BEER, es- taba llena del espíritu anárquico-comunista". (Historia. General del Socialismo, p. 92).

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El contenido social del Evangelio

La mayor parte de los racionalistas, tienen al evangelio como asocial, si no como anti-social.

En Jesucristo, no se encuentra, para ellos, más que un sobei'bio desdén por todo aquello que no es supra- terrestre. Inútil sería pretender encontrar en el Evangelio más que un profundo individualismo. En sus enseñanzas no se mira más que al individuo, y en él, el alma en sus relaciones con el más allá.

Para Renán, en su Vie de Jesús, ch. IV, "Bajo ciertos aspectos, Jesucristo es un anarquista, pues no tiene idea alguna de gobierno civil. Este gobierno le parece pura y simplemente un abuso. Una inmensa re- volución social en la cual los rangos serian invertidos, y humillado todo cuanto es oficial en este mundo, he ahí su sueño".

Cabet no veía en el Evangelio y el Cristianismo pri- mitivo más que puro socialismo, la negación de la pro- piedad, el elogio del comunismo. "Si el cristianismo hu- biera sido interpretado y aplicado en el espíritu de Je- sucristo; si hubiera sido bien conocido y practicado fiel- mente por la numerosa porción de cristianos que están animados de una piedad sincera y que no tienen nece- sidad más que de conocer bien la verdad para seguirla; este cristianismo, su moral, su filosofía, sus preceptos, habrían bastado y bastarían para establecer una organi- zación social y política perfecta, para librar a la huma- nidad del mal que la atormenta y para asegurar la fe- licidad del género humano sobre la tierra". CABET, Le vraie christianisme suivant Jesús Christ, 1850, Prefacio.

Jesús, escribe un autor socialista mexicano, "odia al rico, a los sacerdotes, a los mercaderes que según sus propias palabras convierten el templo en cueva de la- drones. . . predicaba en contra de las riquezas, de los ricos y a favor de los pobres y de los trabajadores". JESUS SILVA HERZOG, Historia y Antología del Pensamiento Económico, México, 1939, p. 23.

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Para Compte, Renán, Jules Soury, Charles Mau- rras, Jesús y el Evangelio son humanamente peli- grosos.

Para el iniciador del sindicalismo moderno, Geor- ges Sorel, "el Evangelio está escrito para el hombre purificado, para el anacoreta, para el santo y no pue- de enseñarnos nada sobre aquello que es menester ha- cer en la sociedad civil moderna". (14).

Para Paul Janet, Jesucristo no fué otra cosa que un refoiniador de almas. "La única sociedad que te- nía delante de los ojos, era la sociedad celeste, que él consideraba como la inversión de la sociedad te- rrestre". (15).

Jesús, decia Boutroux, "no se preocupaba seria- mente por las condiciones de la vida real. Quien vive en el cielo ¿puede esperar o temer alguna cosa de la tierra?". (16).

Para la maj'or parte de los teólogos protestantes, sobre todo en Alemania, la Biblia es absolutamente extraña a las cuestiones económicas y sociales.

En Erfurt, (1896), algunos grupos de jóvenes pro- testantes, reunidos bajo la dirección de Naumann, proclamaron que "del Evangelio en particular no se podría sacar indicación política, social o económica; que, por consiguiente, entre el cristianismo y no im-

(14) G. Sorel, La ruine du monde antique, p. 270.

(15) JANET, Histoire de la sciencie poiitique, p. 2170.

(16) BOUTROUX, Questions de moi-ale.

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porta i'uál programa social, no podría existir lazo or- gánico inmediato". (17).

Ulhorn, el ilustre doctor en teología protestante, sostenía, que, para Jesucristo, la situación social del hombre era sin importancia. (18).

Kervaillan, expresaba, en cuanto al fondo, el mis- mo pensamiento : "El nuevo Testamento predica el Decálogo, la justicia hacia todos y la caridad hacia los indigentes; nada más. Apenas encontramos libro menos socialista y menos demócrata que el Evange- lio". (19).

Se renunciaba, como dice el P. H. Pesch "comple- ta y públicamente a encontrar primero en la Biblia, pero también en el Cristianismo, ninguna idea o prin- cipio director. No se descubría más que una fuerza moral para las relaciones sociales". (2ü).

Aún en el mismo seno católico, la influencia jan- senista y protestante había de hacerse sentir.

Asi florecieron, particularmente en el siglo XIX, al lado del racionalismo y del naturalismo, un fideís- mo y supra naturalismo ultramontanos. Se situaba la religión tan encima de las contingencias terrestres, que muchos concluían que únicamente podían vivirla

(17) LUGAN, ob. cit., 1, 145.

(18) ULHORN, Kathoiicismus und Protestantismus gegenüber der Sociaien Frage, cit., LUGAN,; ob. cit. I, )46.

(19) R. DE KERVAILLAN, Revue Historique, mai 1901.

(20) H. PESCH, Die Soziale Befahigung der Kirche, p. 502. Cit. LUGAN, ibid.

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completamente los hombres retirados del mundo. La religión no como institución, sino por boca de muchos de sus representantes renunciaba a mora- lizar la vida económica. Católicos sinceros, como L. Veuillot, condenaban en bloque el progreso de la ci- vilización humana, sin hacer las necesarias distin- ciones.

Los liberales católicos del siglo pasado, contribu- yeron no poco a extender la concepción asocial del cristianismo. Algunos, como Lacordaire, hubieran protestado de haber sido acusados de querer sustraer la sociedad humana, como tal, a la influencia evangé- lica. Pero, a su pesar, sus ideas conducían a este re- sultado.

A ios ojos del católico liberal, dice Lugan, "el mundo humano y el reino de Dios eran realidades absolutamente separadas, que no podrian compene- trarse. El Evangelio, la moral cristiana, de un lado, la sociedad civil, política y económica del otro, avan- zan sobre dos lineas paralelas. El reino de Dios no debe realizarse aquí abajo, pues no es de este mundo. Se concluía, por consiguiente, que querer mezclar a Jesucristo con la sociología, las finanzas o el comercio, era introducirlo en un dominio extraño". (21).

Las consecuencias de ese catolicismo "de sacris- tía" han sido dolorosas para la Iglesia. Apartado el Evangelio del mundo, la Economía y la Sociología, la

(21) LUGAN, ob. cit., p. 211.

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Política y el Comercio han seguido sus propios rum- bos.

Esa fué una de las razones de los tropiezos que encontraron en su obra los primeros católicos socia- les, y aún el mismo Papa León XIÍI.

¿Hay una doctrina social en el Evangelio?

Si por doctrina social se entiende una enseñanza cuyo objetivo inmediato es determinar las relaciones deí hombre con sus coasociados, no hay duda que el Evangelio no puede llamarse social. Pero si un con- junto de verdades de un orden más elevado bastan para aclarar y resolver los problemas humanos ¿quién duda que en el Evangelio se contiene la más perfecta doctrina social de todos los tiempos?

El valor social y humano de una doctrina, ha de medirse por las transformaciones profundas que su aplicación provoca en el seno de la sociedad, por la adhesión sincera que suscita entre sus seguidores, por su aplicabilidad a los diferentes tiempos y países. Sentado lo anterior ¿cuál podría discutir al Evangelio su primacía?

"La aparición de Jesús, como Jo dice un escritor racionalista, permanece como el único principio de toda cultura moral. Las naciones serán más o me- nos civilizadas, según que ellas estén más o menos penetradas de este principio". (22).

(22) Cit. por LUGAN, I, 15.

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La palabra de Jesús fué el fermento que sembró la civilización moderna. "Que se tracen sobre un mapamundi, ha observado un ilustre historiador, las fronteras de la civilización, y se notará que se han trazado las fronteras del cristianismo". (23).

A Jesucristo, como escribe Lugan, "debe tenér- sele por el más grande y universal doctor social que la tierra haya jamás producido. Ninguno enseñó, no solamente con tanta autoridad y sabiduría, sino con tanta amplitud y alcance. Un Platón, un Aristóteles, un Bouddlia, un Moisés, se dirigieron a un tiempo, a un medio, a una raza... en Jesucristo se encuentra, no un Rabbí que habla a los judios, sino un maestro que instruye a la humanidad". (24).

Carácter impersonal del Evangelio

Seria inútil pretender encontrar un programa de reformas sociales particulares en el Evangelio. Jesu- cristo sentó las bases de un programa general, aplica- ble a todos los pueblos y en todos los tiempos.

La impersonalidad del Evangelio constituye su mayor originalidad. La doctrina que de él se des- prende "convendrá a todas las sociedades, puesto que no fué dictada en vista de una sociedad particular. Los siglos se sucederán, los hombres desaparecerán

(23) G. KURTH, Les Origines de la Civilization, Introduction, IV.

(24) LUGAN, ob. cit.. L p. 19.

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para ceder su sitio a otros, pero el Sermón de la Mon- taña conservará su mismo valor social. ¡ Cuánto se equivocan aquellos que pretenden encontrar un "tra- tado de Economía Política" y un programa de refor- mas en el Evangelio! Es afortunado que ello no sea así. Los tratados de Economía Política y los progra- mas envejecen; ellos mueren con las circunstancias que les hicieron nacer. Los de Jesucristo hubieran tenido la misma suerte". (25).

Jesucristo, como bien lo escribe Harnack, "no ha trazado un programa social, si se entiende por esta palabra instrucciones y organizaciones bien defini- das. El se mantuvo apartado de las relaciones eco- nómicas y contingentes". (26).

Lo que preocupaba principalmente a Jesucristo en su ministerio, no era la reorganización de la socie- dad, sino la revelación a la conciencia humana de sus relaciones con Dios: "Buscad el reino de Dios y su Justicia y el resto se os dará por añadidura",

Pero del hecho de que Jesucristo dirigiera su atención principalmente al aspecto religioso del hom- bre, no hay que deducir su desinterés por todo aque- llo que atañe a las necesidades y urgencias mate- liales. ¿No sería más justo proclamar la sabiduría divina, que se dirigió a atacar el mal en sus raíces, más bien que en sus aspectos accidentales? (27).

(25) LUGAN, ob. cit„ I, 21.

(26) Das Wesen des Christenthum, V lección, cit. por LUGAN ob. cit.

(27) "Queriendo perfeccionar al hombre, escribe el Canóni- go Cagnac, Jesús lo ha tomado todo entero, cuerpo y

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El mal mayor no parece haber estado para Jesu- cristo en la sociedad misma, sino en el interior de las conciencias. Su influencia tremenda, afirma Gui- z-ot, (28), estuvo en ei cambio que operó en el hom- bre interior, en sus creencias, en sus sentimientos. Un nuevo hombre moral e intelectual surgió del cris- tianismo. De la reforma individual del hombre, y como inmediata consecuencia, surgió también la re- forma total de la sociedad.

Tuvo razón Harnack, cuando dijo que Jesucristo fué a la vez "el doctor profundamente individualista y el doctor profundameiite social". (29).

Lo fundamental en el pensamiento cristiano

Es cierto que en el Evangelio no se proclama un orden económico determinado, ni se defiende, como ingenuamente ha observado alguno, el régimen cor- porativo. Pero no hay duda que un sistema econó- mico determinado, puede o estar conforme con los principios evangélicos.

alma, con su destino social, con sus deberes múltiples, con sus relaciones necesarias. El reino del cielo no le ha hecho perder completamente de vista su morada en el mundo. El sabía que el hombre vive de pan y que para llegar a la tierra prometida le era menester primero vivir en el desierto. Si la miseria es una fuente de vicios, es por- que para ser virtuoso es necesario un mínimum de bien- estar". MOISE CAGNAC, Fenelón, Politique tiree de- l'Evangile, París 1912, p. 3.

(28) Histoire de ia civiÜzation en Europa, c. I.

(29) Cit. por LUGAN, ob. cit., I, p. 34.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

Lo fundamental en el pensamiento cristiano está en la subordinación de lo humano a lo divino: en el carácter instrumental que tienen todas las cosas de este mundo.

Guando la proporción se invierte, y el instru- mento se convierte en fin, y los valores del espíritu pretenden subordinarse a las exigencias materiales, reina no ya un orden determinado, sino un desorden ante el cual es legítima la intromisión religiosa. Fué ése el desorden que encontró Jesucristo en Galilea: de ahí sus anatemas contra el rico Epulón, que hacía mal uso de sus riquezas; es ése tamnién, el desorden contemporáneo: de ahí la voz de la Iglesia de Cris- to, que se eleva desde la cátedra de Pedro y reclama el curr.plimiento de los deberes de justicia y de ca- ridad, define la función social de la propiedad, exige para el obrero un salario ajustado a sus necesidades.

Es indudable que para aquellos que sostienen que la Economía Política es una ciencia pura, sin cone- xiones de ninguna clase con la moral, el Evangelio ha de tener muy poco valor como fuente de solución de los problemas contemporáneos.

Pero si admitimos con los teólogos católicos, y en especial con los Papas León XIll, Pío X y Pío XI, que en todo acto económico o social se encierra también

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un problema moral, la influencia social del Evangelio aparece evidentísima. (30).

Los principios fundamentales del catoücismo,.

y su trascendencia social

Del hecho mismo de la subordinación de las ac^ tividades del cristiano al logro final de la salud eter- na, se siguen, a manera de consecuencia, principios fundamentales de acción práctica. El aspecto reli- gioso de la vida, y la trascendencia de todos los actos mundanos para el destino del hombre, preparan el te- rreno donde ha de fructificar todo el contenido de la doctrina social católica. (31).

(30) "En opinión de algunos, dice León XIII, la llamada cuestióit social es solamente económica, siendo por el contrario ciertísimo que es principalmente moral y religiosa, y por esto ha de resolverse en conformidad con las l^yes de la moral y de la religión". Encíclica Graves de comuni, I I.

"La Cuestión Social y las contiendas con eüa relacio- nadas acerca de la forma y tiempo del trabajo, del precio del salario y de las huelgas voluntarias, no son problemas meramente económicos, y por ende, de tal género, que puedan resolverse dejando de lado la autoridad de la Iglesia", Pío X, Encíclica Singulars quadam, 8.

"Entre la Economía y la Moral hay relaciones nece- sarias y verdadera compenetración, porque las relacio- nes humanas de que se ocupa la Economía Política entre propietarios y arrendatarios patronos y obreros, fisco y contribuyentes, vendededores y compradores, productores y consumidores, no se sustraen a la inspección y al juicio de la conciencia moral". Código Social de Malinas, 8.

(31) No hay que deducir de aquí, como lo han hecho, por ej.: GIDE y RIST en su Historia de las Doctrinas Económica» y Sociales, que la doctrina social católica no tiene valo»-

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

El católico sincero aquel que cree en Dios y practica su doctrina de todo corazón siente que la vida terrenal tiene un valor muy escaso, para tomar- la demasiado en serio. Aprecia los valores humanos, "no como el esclavo hambriento que se lanza sobre ellos y se harta hasta morir, sino como el trovador, a

sino para una sociedad que profese enteramente la ca- tólica. Hay, desde luego, grados en la aplicación de cual- quier doctrina. La Doctrina Social Católica no puede llevar bienestar completo y resolver enteramente la cues- tión social sino cuando las costumbres cristianas se res- tauren en toda su integridad. Sin embargo, el catoli- cismo social tiene principios concretos (el régimen cor- porativo, el salario familiar, etc.) que pueden ser apli- cados en cualquier sociedad, aún no necesariamente cris- tiana. Los resultados, desde luego, no serán los mismos. De todas maneras, si el valor práctico de una doctrina ha de medirse por la universalidad de su aplicación, no creo que ninguna de las soluciones sociales en boga, pueda compararse a la católica: el catolicismo, por naturaleza es o al menos pretende ser universal; en cambio las demás tesis sociales tienen necesariamente un carácter particu- larista más o menos marcado, y aunque algunas como el comunismo hayan pretendido revestir un carácter inter- nacionalista, no hay que olvidar que sus postulados se di- rigen exclusivamente a una parte de la población: la pro- letaria.

"No es posible negar dicen por otra parte los

mismos Gide y Rist que las doctrinas social cristia- nas han ejercido una acción real sobre un número de fieles mucho más grande que la de un Fourier, un Saint Simón o un Proudhon, ni se puede tampoco sostener que no se encuentren íntimamente ligadas al desenvolvimiento de muchas instituciones económicas de grandísimo al- cance, tales como el intento de reconstitución de las corporaciones, la defensa de la clase media, las cajas rurales, las sociedades cooperativas en Inglaterra, las ligas contra el alcoholismo, las luchas por el descanso dominical, etc., etc. Ni hay que olvidar que los hombres a quienes se puede saludar como los iniciadores, en el primer cuarto del siglo XIX de la legislación protectora del trabajo y do las instituciones obreras, Lord Shaftes-

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DR. FRANCISCO ALFONZO RAVARD

quien de paso, el don recibido hace cantar con alegre gratitud". (32).

Uno de los más activos católicos sociales france- ses, el marqués de La-Tour-Du-Pin La Charce, pro- clamaba ya la renovación religiosa como eje medu- lar de la paz social. "Cuando la religión, decia vie- ne en auxilio de la conciencia para gravar en el co- razón de los hombres, no solamente el espíritu de la Ley natural sino su amor, no se producen ni grandes injusticias, ni grandes reivindicaciones sociales. . . Es- to es desde luego visible no solamente en los pueblos cristianos, sino también en los del Islam . . . que no se mantienen en paz sino por la conformidad de la ley civil a la religiosa. Desde que la independencia de los dos órdenes es por el contrario proclamada, la guerra social estalla, porque los ricos son entonces

bury en Inglaterra, el pastor Orbelin y el industrial Daniel Legrand en Francia, eran ya cristianos sociales '. CARLOS GIDE y CARLOS RIST, Historia de las Doctrinas Económicas y Sociales, trad. de C. MARTINEZ PEÑAL- VER, Madrid, 1927, pp. 715-757.

En países católicos como Venezuela, la aplicación de la doctrina puede hacerse con las mejores garantías de éxito: como tesis social de las grandes mayorías, no creo que pueda ninguna competir con la católica. Por eso es loable la acción de los sacerdotes que desde el templo y en conferencias radiales, van exponiendo serenamente los principios sociales del catolicismo; de revistas como S!C que reclaman insistentemente el cumplimiento de sus de- beres sociales a los católicos; de los jóvenes abnegados de la acción católica que van llevando a nuestras grandes masas los preceptos y las prácticas de un catolicismo mo- derno, juvenil, vigoroso. Todo ello es preparación fe- cunda para un porvenir cuyos horizontes, aún lejanos, aparecen sin embargo cuajados de promesas.

(32) K. DAM, ob. cit., p. 281.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

proclives a abusar de los pobres, y éstos a detestar a los ricos". (33).

Fué la misma idea que iluminó al gran sociólo- go Le Play, después de lai'gos años de estudio. "Yo he hecho, decía, un afortunado descubrimiento. Es- tudiante, desde hace largos años, de las reformas so- ciales, creía haber aprendido mucho. Pero he reco- nocido que no sabia nada. Ignoraba que todo depen- de de la religión. Esta idea me ha traído luz. . . Los pueblos que practican el decálogo prosperan; aque- llos que lo violan declinan; aquellos que lo niegan, perecen".

En su obra reciente Esquema de la Doctrina So- cial Católica (34), condensa el P. Manuel Aguirre

(33) Le marquis de LA-TOUR-DU-PIN LA CHARCE, Apho- rismes de Politique Sociale, tercera edición, París, 1930.

(34) Temas y Cuestionarios para los Círculos de Estudio, Edi- ciones SIC, Caracas 1940, p. 22. La obr^ del P. Manuel Aguirre Elorriaga, a pesar de sus modestas pretensiones, tiene el indudable mérito de presentar con claridad me- ridiana la posición de la Iglesia Católica frente a los pro- blemas sociales de mayor actualidad: el derecho de pro- piedad, el capital y el trabajo, el justo salario, los con- flictos del trabajo. Editada primero bajo la forma de ar- tículos, en la revista SIC que dirige el mismo P. Aguirre Elorriaga, representa el primer esfuerzo serio por llevar al público católico venezolano, de una manera ordenada, el profundo contenido social de las Encíclicas Pontificias. A ella refiero al lector para aplicaciones concretas de la doctrina social católica, junto a las obras de José Goe- naga, S. J., La Iglesia y el Orden Social (Montevideo, 193 7), Direcciones Pontificias de Joaquín Azpiazu (edi- ción mexicana, 1939), Rutten, P. G. C, La doctrina social de la Iglesia (3^ edición castellana, Santiago de Chile, 1939), y el trabajo fundamental de Ferdinand Cavallera,

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Elorriaga, todo el contenido de este pensamiento fun- damental. "El hombre que teme a Dios, escribe, co- noce el verdadero carácter transitorio de los bienes de la tierra y ama a la caridad y a la justicia, el tra- bajo y la mansedumbre. El rico creyente reconoce la fraternidad humana de su asalariado y cumple con la justicia, la caridad, la equidad y el amor al pró- jimo. El pobre que cree y teme a Dios, reconoce sus deberes de súbdito, sus obligaciones de trabajo, pa- ciencia y templanza.

"Arrancada la fe, el mundo se convierte en una batalla campal de todos los egoísmos ; los egoísmos del pobre y del rico. El poderoso mira al pobre co- mo una máquina que hay que explotar; el pobre con- sidera al acaudalado como un vampiro que hay que aplastar y exterminar".

Para remedio del mal social, recuerda Pió XI a todos los cristianos, ricos y pobres, que deben tener siempi'e fija su mirada en el cielo sin olvidar que "no tenemos aqui ciudad permanente, sino que vamos tras de la futura". "Los ricos no deben poner su felicidad en las cosas de la tierra, ni enderezar sus

Precis de la Doctrine Sociale Catholique, París, 193 7 (no conozco que se haya hecho traducción española de esta última obra, aún cuando su utilidad sería evidente).

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

mejores esfuerzos a conseguirlas; sino que conside- rándose sólo como administradores, que saben tienen que dar cuenta al supremo Dueño, se sirvan de ellas como de preciosos medios que Dios les otorga para ha- cer el bien; y no dejen de distribuir entre los pobres lo superfino, según el precepto evangélico. . . Los pobres» a su vez, aunque se esfuercen según las leyes de la ca- ridad y de la justicia por proveerse de lo necesario y por mejorar de condición, deben permanecer siem- pre "pobres de espíritu", estimando más los bienes espirituales que los bienes y goces terrenos". (35).

Las leyes sociales de la justicia y de la caridad

Los deberes de Justicia y de Caridad cuyo cumplimiento reclaman hoy con tanta insistencia los doctrinarios del catolicismo social -r- son de purísi- ma extracción evangélica.

A la doctrina católica, muchos la han llamado la religión del amor. La caridad es el distintivo del discípulo de Cristo. (36). En sus agudas respuestas a los doctores de la Ley, (37), en sus famosas pa- rábolas (38), confirma Jesucristo, en todo momento, la ley del amor.

(35) Ene. Divmi Redemptoris, 19 de marzo de 193 7, (44-45).

(36) JOAN. XVIII. 20-21.

(37) Ver LUC. X. 25-37.

(38) Es particularmente significativa la parábola del buen sa- maritano.

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"En el mundo moderno, proclama Taine, el cris- tianismo es la única fuerza moral capaz de sustituir, al amor de si mismo, el amor de los demás, Bajo su envoltura griega, católica o protestante, él es toda- vía, para cuatrocientos millones de seres humanos, el órgano espiritual, el gran par de alas indispensable para conducirlo, a través de la paciencia, de la re- signación y de la esperanza, hasta la serenidad; para llevarlos, a través de la templanza, la pureza y la bondad, hasta la abnegación y el sacrificio". (39).

La caridad, sin embargo, ha caido en la sociedad moderna en profundo descrédito. "El hecho irritan- te de que patronos, con aureola de piedad, que se preciaban de realizar o proteger obras espléndidas de caridad y beneficencia, faltaran a los más sagrados deberes de justicia en la remuneración de sus opera- rios, ha hecho odiosa a la clase menesterosa la santa palabra caridad. Con frecuencia se oye la reclama- ción airada de las masas proletarias: "No queremos caridad, reclamamos justicia; pedimos lo que se nos debe". (40).

A menudo se ha tomado por caridad una de sus formas exteriores de manifestación. Se ha olvidado que la caridad, antes que todo, es el amor al prójimo por Dios : se ha creído cumplir a cabalidad con el se- gundo mandamiento de la ley de Dios, "haciendo caridad": dando una limosna material, la más de las veces consistente en dinero, al pobre y al necesitado.

(39) TAINE, Origines de la France Contemporaine, t. V.

(40) AGUIRRE ELORRIAGA, ob. cit., p. 142.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

Hacer caridad y dar limosna, han venido a ser casi -sinónimos.

La caridad cristiana, para ser tal, ha de ser la virtud "paciente y benigna" que evita toda aparien- cia de protección envilecedora y toda ostentación; esa misma caridad que desde los comienzos del cris- tianismo ganó a Cristo a los más pobres entre los po- bres, los esclavos. . . "Cuanto más experimenten en mismos los obreros y los pobres lo que el espíritu de amor animado por la virtud de Cristo hace por ellos, tanto más se despojarán del prejuicio de que el cristianismo ha perdido su eficacia y de que la Igle- sia está de parte de quienes explotan su trabajo". (41).

Para asegurar el éxito de las reformas sociales, es menester que se todo su valor a la ley de la caridad cristiana. "Cómo se engañan los reforma- dores incautos, exclama Pió XI, que desprecian so- berbiamente la ley de la caridad, cuidando sólo de hacer observar la justicia conmutativa!

"Ciertamente, la caridad no debe considerarse como una sustitución de los deberes de justicia que injustamente dejan de cumplirse. Pero aún supo- niendo que cada uno de los hombres obtenga todo

(41) PIO XI, Divíni Reáemptoris, 46.

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aquello a que tiene derecho, siempre queda para la caridad un camjio dilatadisimo.

"La justicia sóla, aún observada puntualmente, puede, es verdad, hacer desaparecer la causa de las luchas sociales, pero nunca unir los corazones y en- lazar los ánimos. Ahora bien, todas las institucio- nes destinadas a consolidar la paz y promover la co- laboración social, por bien concebidas que parezcan, reciben su principal firmeza del mutuo vinculo espi- ritual, que une a los miembros entre si: cuando falta ese lazo de unión, la experiencia demuestra que las fórmulas más perfectas no tienen éxito alguno,

"La verdadera unión de todos en aras del bien común sólo se alcanza cuando todas las partes de la sociedad sienten íntimamente que son miembros de una gran familia e hijos del mismo Padre Celestial, más aún, un solo cuerpo en Cristo "siendo todos, re- ciprocamente, miembros los unos de los otros"; por donde "si un miembro padece, todos se compadecen",

"Entonces los ricos y demás directores cambia- rán su indiferencia habitual hacia los hermanos más pobres en un amor solicito y activo, recibirán con co- razón abierto sus peticiones justas y perdonarán de corazón sus culpas y errores,

"Por su parte, los obreros depondrán sincera- mente ese sentimiento de odio y de envidia, de que tan hábilmente abusan los propagandistas de la lu- cha social y aceptarán sin molestia el puesto que les ha señalado la divina Providencia en la sociedad hu- mana, o mejor dicho, lo estimarán mucho, bien per-

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

suadidos de que colaboran útil y honrosamente al bien común, cada uno según su propio grado y ofi- cio, y que siguen así de cerca las huellas de Aquel que siendo Dios, quiso ser entre los hombres obrero, y aparecer como hijo de obrero". (42).

La caridad, según la doctrina evangélica, es tan amplia, que sin confundirse con la justicia, la incluye dentro de su radio y la perfecciona. (43).

Por eso dice muy bien Pío XI, que la caridad no será nunca verdadera caridad, si no tiene en cuenta la justicia. "Si pues según el Apóstol, todos los de- beres se reducen al único precepto de la verdadera caridad, también se reducirán a él los que son de es- tricta justicia, como el no matar y el no robar; una caridad que prive al obrero del salario al que tiene estricto derecho, no es caridad, sino un vano nombre y una vacía apariencia de caridad. Ni el obrero tie- ne necesidad de recibir conjo limosna lo que le co- rresponde por justicia; ni puede nadie eximirse con pequeñas dádivas de misericordia de los grandes de- Jieres impuestos por la justicia. La caridad y la jus- ticia imponen deberes, con frecuencia acerca del mis- m.o objeto, pero bajo diversos aspectos; y los obreros por razón de su propia dignidad, son justamente muy

(42) PIO XI, Quadragésimo Anno, 148.

(43) Rom., VIH, 8-9.

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sensibles a estos deberes de los demás que dicen ra- lación a ellos". (44).

La justicia ocupa en la predicación de Jesucristo, lugar de extraordinaria importancia.

Justos eran aquellos, que, como José (45), tenían una conciencia inclinada a dar a Dios y al prójimo lo que por su situación y función les correspondía. Je- sucristo llama "bienaventurados" a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia (46). En su personal carácter, no deja tampoco de rendir home- naje a la justicia aún a la justicia humana; testi- go elocuente su actitud frente a las reclamaciones le- gales del César. (47),

La idea de la eminente dignidad de la persona humana que ya aparecía proclamada desde las pri- meras páginas del Génesis sirve como base funda- mental para la práctica de la justicia: el hombre, co- mo hombre, tiene derechos frente a los demás. Na importa que sea débil, de nacionalidad distinta o aún opuesta, enemigo de religión o de raza, poderoso o desheredado de la fortuna, virtuoso o pecador : su so-

(44) FIO XI, Ene. Dlvín! Redemptoris, 32.

(45) MATH., I, 19.

(46) MATH., V. 1-12.

(47) MATH., XXIIl, 17-21.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

la condición de hombre lo hace acreedor al respeto de sus congéneres. (49).

Para Jesucristo, la justicia, junto con la miseri- cordia y la fidelidad, eran los preceptos más graves de la Lev. (50).

La justicia la definió Santo Tomás, con el Diges- to romano (51), como coiistans et per peina voluntas jas suum unicuique tribuens.

Lo que la caracteriza es el hecho de estar fun- dada sobre el derecho correlativo de otro: de donde se sigue la posibilidad, para aquel que ha sido lesio- nado, de reinvindicar su derecho por las vías legales. Los deberes de justicia, se distinguen, pues, fundamen- talmente, de los deberes de caridad.

Al lado de la justicia conmutativa y de la justicia distributiva, ha entrado recientemente en circulación en todos los medios pero muy particulai-mente en el católico la expresión justicia social. (52).

(49) Cf. LUC. XII, 13. MATH.. 32-34, XCI. MARC. IX. 36, MATH. XIX. 14, LUC. XVilI. 17-19; MATH., IX, II; LUC. VII. 34.

(50) Cf. MATH.. XXIII. 23.

(51) Dig. I, I, de Justit, et Jure, 10.

(52) "Las palabras Justicia Social, dice Rutten. no se encuen- tran en la Encíclica Rerum Novarum, pero se las encuentra frecuentemente bajo la pluma de Pío XI, que ha dado así derecho de ciudadanía definitiva a una expresión fa- vorita de los católicos sociales", (ob. cit., p. 45).

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La justicia social no es más que la antigua justi- cia general o legal de Santo Tomás (53), con una denominación adaptada a la manera moderna de pensar.

El cumplimiento de los deberes de justicia con- mutativa, distributiva, y social y los de cristiana caridad, constituyen el presupuesto necesario del or- den social para los doctrinarios del catolicismo social. Ellos se remontan a la predicación misma de Jesu- cristo, y han llegado hasta nosotros explicados y con- cretados por los filósofos de la Escolástica.

Los papas sociales no han hecho sino revivir la antigua tradición cristiana, al afirmar que el or- den social no puede restablecerse sin dar satisfacción

(53) "Los teólogos de la Escuela tomista dividen la justicia en justicia particular y en justicia general o legal. La jus- ticia particular comprende la justicia conmutativa y la justicia distributiva. La primera rige las relaciones que están estipuladas por contrato entre los individuos; la se- gunda preside las relaciones entre los que poseen la au- toridad y sus subditos. Como su nombre lo indica, el calificativo de justicia conmutativa viene de la palabra latina conmutare, cambio. Tiene por objeto los derechos individuales estrictamente determinados por las transac- ciones y por los contratos. el derecho de reivindicar lo que les es debido antes los tribunales, a aquel que ha sido perjudicado. La justicia distributiva confiere a cada miembro de la sociedad el derecho de ser tratado por la autoridad tomando en cuenta sus aptitudes y sus necesi- dades; y obliga a los detentores de la autoridad a distri- buir las obligaciones y beneficios proporcionalmente a las facultades y a los méritos de cada cual.

"La justicia general es una virtud que se encuentra en cierto modo sobrepuesta a los actos de las otras vir- tudes, porque tiene por objeto orientar todas nuestras acciones hacia el bien común de la sociedad de la cual somos miembros. Esta virtud es la que llamamos ahora de preferencia "justicia social". Rutten, ob. cit. 45 ss.

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completa a las exigencias de la justicia y de la cari- dad.

El Evangelio y los bienes terrestres

"Vende todo lo que tienes: ven y sigúeme" (54). No €s sorprendente, dice Peabody, que estas palabras y otras reseñadas en el Evangelio, hayan sido saluda- das como testimonio decisivo de la enseñanza de Je- sús, situándolo en la historia como el gran precursor de las protestas modernas contra el sistema industrial basado sobre el capital privado.

"La democracia de la propiedad, que es la más amplia revelación de Cristo. . . es la condenación del salariado". (55).

"Cuando Jesús, escribe Newmann (56), dice no amontonéis tesoros en la tierra, se muestra, por moti- vos morales, radicalmente opuesto a la acumulación de toda riqueza".

En los medios socialistas y comunistas, no pocas veces se presenta a Jesús como el primer profeta

(54) LUC, XVm. 2\.

(55) HERRON, The New Redemption.

(56) NEWMANN, Was Heist Christlichsocial, p. 9, cit. por LUGAN, ob. cit. Tomo IX, p. 13.

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anunciador de la abolición del régimen de la propie- dad privada.

No sin malicia, se entresacan a menudo, de los sermones y alocuciones de los primeros Padres de la Iglesia, las condenas que lanzan contra las riquezas y aún contra la propiedad privada.

En general no se trata de hacer revivir el idealis- mo de Cristo puesto que se rechazan los funda- mentales principios de la caridad y del amor, la hu- mildad y la templanza sino de explotar la aparen- te contradicción entre las prédicas de Jesús y la de sus actuales seguidores.

¿Es cierto, como se dice, que Jesucristo fué el pri- mer comunista?

¿Puede admitirse la afirmación de Edmond Pi- card, "El Sermón de la montaña, desprovisto de todo disfraz, es una gran obra que el Socialismo tiene el derecho de reivindicar, como haciendo parte de su vasto patrimonio"?. (57).

Ya en el siglo IV, San Agustín defendía frente al monje Pelagio que "Jesucristo no condena las ri- quezas, sino su amor inmoderado; él nos autoriza a conservar los bienes legítimamente adquiridos".

(57) Le Sermón sur la Montagne et le Socialisme con^empo-- rain^ Bruselas, 1896.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

Jesucristo, en efecto, como repetidas veces lo de- clara, no viene a abolir la ley, sino a completarla. (58). E! orden de hecho de la sociedad lo reconoce expresamente al someterse a la autoridad del César.

Sus parábolas, dice Lugan, expresan las relacio- nes legitimas entre el propietario, el dueño, el acree- dor y su obrero, su intendente y su deudor; ellas enu- meran los diversos contratos, venta, compra o arren- damiento que suponen el respeto de la fortuna pri- vada y la distinción de patrimonios. La limosna no hubiera merecido sus bendiciones, si no hubiera re- presentado más que una restitución. Proscribe el ro- bo : "non furtum facies", condena la avaricia de los fariseos: "vae vobis pleni rapiña". (59).

Al lado del rico avariento, cuyas entrañas no se conmueven por las miserias del pobre Lázaro, el Evangelio nos presenta también el tipo de ricos ho- nestos: los reyes magos, que acuden al nacimiento de Jesús y le ofrecen los dones de incienso, mirra y -oro; Simón y El Levita, que lo invitan a cenar; Za- queo, el publicano "muy rico"; házavo que le ofrece su casa para el descanso y la meditación; Nicodemo y José de Arimatea, que gastan fuertes sumas para asegurarle una sepultura honrosa.

El rico, para Jesucristo, no es más que un admi- nistrador; el hecho de serlo, no es por su naturaleza misma reprobable, aún cuando si extraordinariamen- te peligroso: si se le han de tomar cuentas, no es por

(57) Cf. MATH.. V. 17.

(59) A. LUGAN, ob. cit., VII, 48-49.

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la vastedad del patrimonio administrado, sino por la. forma como el ecónomo ejerció la representación de su Señoi. (60).

A ninguna persona reprocha Jesús el hecho de poseer tierras, dinero o bienes inmuebles, sino de ad- quirirlos mal o administrarlos mal. No es, por con- siguiente, la forma de la propiedad lo que le preocu- pa, sino la manera como se dispone de los bienes. (61).

Si Jesús no condena expresamente la propiedad,, su insistencia sobre el uso normal de los bienes te- rrestres, es, a juicio de Lugan, "impresionante": "Es- ta cuestión le llega a las entrañas. El sabía que no habria obtenido nada para su reino, de sus auditores y de aquellos que los reemplazaran en el curso de

(60) LUC, VI, 1-13.

(61) Cf. LUGAN, ob cit., VII, 49. Al mismo tiempo que tenía lugar la predicación de Jesús, cuatro mil monjes ds En- gaddi, los Esenianos, vivían en la rivera occidental del mar muerto, teniendo como precepto principal, que aque- llo que era de uno, era de todos, y lo de todos, de cada uno. Era indudablemente, una forma comunista de propiedad y de administración. Es hecho comprobado que Jesucristo encontró repetidas veces Esenianos de la Orden Tercera, que ensayaban realizar en el mundo las ideas de los monjes del oasis de Engaddi. Sin embargo, no sólo no se mezcla con ellos, sino que predica contra la manía ds pu- rificaciones exteriores que constituía el fondo principa! de- su doctrina.

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los siglos, si no les hubiera enseñado, no a menos- preciarlos o a burlarse de ellos, sino a colocarlos en su sitio, el de servidores y no de dueños". (62).

Jesús no condena las riquezas, pero condena "al rico que vestido de púrpura, hacía cada día una cena espléndida, en tanto que un pobre hombre llamado Lázaro, estaba echado a sus puertas, cubierto de úl- ceras". (63).

La propiedad, para Jesucristo, está muy lejos del individualismo romano: los bienes privados se con- vierten en comunes cuando una necesidad urgente y legítima se hace sentir, i&i).

El propietario, al disponer legítimamente de sus liiencs, debe ayudar a los otros a vivir, prestándoles, sin esperanza de compensación, aquello que les es ne- cesario y de que ellos carecen. (65).

Quien posee bienes en abundancia está obligado a dar limosna a los necesitados (66), a dar de comer al hambriento como hizo Jesús. (67).

Al trabajador se le debe una compensación por el esfuerzo que hace en nuestro provecho. (68).

(62) Ibid, 17.

(63) PEABODY, ob. cit., pp. 218-223.

(64) MATH.. XII. I -8.

(65) LUC, VI, 29-36.

(66) LUC. VI. 30; X. 2537.

(67) MARC. VIII, í-iO.

(68) MATH., X. 10.

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Cuando la Iglesia, por boca de León XIII o Pío XI, establece, repitiendo la doctrina de Santo Tomás, que en la propiedad hay que considerar un elemento individual de administración, y otro social de uso, no hace más que "sacar del Evangelio las doctrinas que pueden resolver completamente el conflicto (social)". (69).

Las Encíclicas Pontificias, en lo fundamental, no han innovado nada. En los detalles particulares, han aplicado tesis y principios generales a las condiciones de nuestro siglo.

Los preceptos sociales del catolicismo, son, hoy en día, los mismos que hace 19 siglos proclamaba Jesu- cristo en las sinagogas y en las calles de Jerusalem,

(69) Ene. Rerum Novarum, 13.

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«

6-) IhdusUíaíUfHO- del Si^<> X/X ^ ta Ue^ícdán de ios CaiéiUas Sadcdes

b)-EL INDUSTRIALISMO DEL SIGLO XIX Y LA REACCION DE LOS CATOLICOS SOCIALES

L MISMO tiempo que la gran industria se establecía definitivamente sobre bases libe- rales y creaba una inmensa población obrera despro- vista de protección y de recursos, se iniciaba en los medios católicos de Francia, España, Suiza, Alema- nia e Inglaterra, una reacción que iba cobrando cada vez mayor impulso. Frente a los liberales rnanches- terianos que negaban la existencia de la cuestión social y en ocasiones antes que los socialistas (70), algunos católicos de sincero espíritu apostólico, daban

(70) Esto es particularmente cierto de la reacción social cató-

La continuación de una vieja tradición

lica alemana.

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el frente al problema obrero, preconizando la nece- sidad de una reforma urgente que devolviera a los trabajadores sus derechos lastimados.

La reacción católica, se distingue profundamente de la socialista, en que procura restablecer el orden social sin atropello de las instituciones existentes respetando particularmente el derecho de propie- dad — Y fomentando entre las diversas clases socia- les la colaboración y la armonia.

Los católicos sociales, se muestran, además, pro- fundamente espiritualistas: el mal social que apa- rentemente se debe a causas económicas responde también a una perturbación aguda de las conciencias. Al lado de las instituciones prácticas que mejoren la suerte desgraciada de los grupos proletarios, consi- deran urgente una reforma moral, basada en el Evan- gelio de Cristo, que restablezca los valores del espíritu al lugar que el materialismo les había arrebatado.

Los primeros ensayos católico- sociales en el siglo XIX

En 18ü2 aparece el Genio del Cristianismo de Chateaubriand: al lado de las preocupaciones políti- cas, se esbozan ya algunas inquietudes de orden so- cial. En sus Memorias de Ultratumba seduce su imaginación lo que un príncipe cristiano podría in- tentar: destruir los monopolios, balancear equitati-

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vamente el salario con el trabajo, asegurar la propie- dad conteniendo sus abusos. (71).

Al lado de Chateaubriand, el Vizconde de Bo- nald verdadero precursor de la escuela social ca- tólica, según F. Mourret escribía en 1818, recla- mando un poco más de justicia en la distribución de los bienes. (72).

El doctor Foderc, católico convencido, publica en 1825 su Ensayo hisíúrico y moral sobre la pobreza de las naciones, la población, la mendicidad, los hospi- tales y los niños abandonados. En cl, anticipa este médico extraordinario, todas las cuestiones que años más tarde habrían de constituir el eje principal de las reformas sociales: oposición al liberalismo económi- co, protección legal del trabajo asalariado, preven- ción social de los accidentes, enfermedades y retiros, política familiar.

El Libro de los Afligidos y la Economía Política Cristiana de Alban de Villeneuve Bargemont

Uno de los primeros y más notables doctrinarios del catolicismo social en el siglo XIX, fué Alban de Villeneuve-Bargemont.

(71) Memoires d'Outre-tombe, concl. Inegalité des fortunes.

(72) "Me gustaría más, e nun Estado, menos millonarios y menos gente a cargo de la parroquia; el deber de un go- bierno es perfeccionar los hombres en lo moral como en

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Ya en 1828, apuntaba en su Libro de los afligidos las ideas que habría de defender, seis años más tarde, en su obra fundamental. Economía Politica Cristiana.

Señalando las aberraciones del régimen indivi- dualista, Villeneuve-Bargemont era más preciso que su contemporáneo Sismondi. Adelantándose a las reclamaciones de los sociólogos modernos, exigía la intervención del Estado en las cuestiones obreras, so- licitaba la acción social del clero, y proponía diversas reformas en favor de los trabajadores.

"¿Qué importa a los empresarios, escribía en 1828, la edad, la fuerza, la moralidad y la inteligen- cia de los hombres máquinas?. . . Es más importante, según la moral científica de los intereses, que esta multitud permanezca, numerosa y hambrienta, a mer- ced de sus patronos, yo casi diría de sus opresores".

Más adelante defendería con el mismo vigor en su Economía Política Cristiana la causa de los obreros oprimidos por la maquinaria y pov la inhumanidad de sus amos:

"Desde hace largo tiempo, y por grados, una nue- va feudalidad se formaba, mucho más despótica, mu- cho más opresiva, mil veces más dura que la feuda- lidad medieval.. . : la aristocracia del dinero y de la industria. . . En cuanto a los vasallos de la feudalidad moderna, nada podría expresar suficientemente el

lo físico, más bien que perfeccionar las máquinas" (Ob- servations sur la Revolution Francaise, 1818, VI : De l'Angleterre).

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estado de servidumbre, de abj'ección y de sufrimien- to a donde se les ha hecho descender". (73).

"La sociedad tiene el derecho y hasta la obliga- ción de garantizar la existencia de los obreros que la organización actual de la industria deja a la dispo- sición casi despótica de los empresarios". (74).

"Las masas proletarias, privadas de alimento mo- ral y de bienestar fisico, piden entrar a su vez, de gra- do o por fuerza en la partición de los bienes de este mundo..." (La transición) "no puede operarse más que de dos maneras. . . : por un retorno a la barbarie, o por la aplicación práctica y general de los principios de justicia, de moral, de humanidad y de caridad... Fundemos, pues, el sistema francés sobre una justa y amplia distribución de los productos de la indus- tria, sobre la equitativa remuneración del trabajo, sobre el desenvolvimiento de la agricultura". (75).

Un activo decenio

Entre 1830 y 1840 la acción social católica cobra nuevos impulsos. La Mennais y Lacordaire fundan el periódico L'Avenir y el Dr. Buchez, iEiiropeen. Ozanam publica, en 1831, sus Reflexions sur la doc- trine de Saint Simón; al año siguiente aparecen: De la Misere des ouvrieres, del barón de Morogues,

(73) Economie Politique Chretienne, p. 389.

(74) Ibid, 287.

(75) Ibid., 24-25.

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Essais d'Economie Politique de De Coux, Introduc- tion a la philosophie de l'Histoire del abate Gerbet. En 1833 Ozanam funda las Conferencias de San Vi- cente de Paúl y sale a la luz pública la obra de Bu- chez, Introduction a la science de l'histoire. Más ade- lante aparecen las obras de Tocqueville, Etat social et politique de la France, de la Democralie en Ame- rique, Memoire sur le pauperisme, el Cours d'Econo- mie Politique de De Coux, el tratado De la bienfai- sance publique de De Gerando.

Dos precursores españoles

En 1843 sale impresa, al mismo tiempo en espa- ñol en Barcelona y en francés en París, la obra del filósofo catalán Jaime Balmes, "El protestantismo comparado con el catolicismo".

Balmes merece, dice A. Lugan (76), "un puesto de honor entre los teóricos del catolicismo social. Ket- teler, Manning, Vogelsang, no construyeron más só- lidamente, ni con más atrevimiento que él, la Ciudad moderna sobre la base evangélica".

La desigualdad en la repartición de los bienes económicos, hace que la industria, para Balmes "tien- da necesariamente al aumento de los pobres". El pa- trono no se contenta, generalmente, con la ganancia que en estricta justicia le corresponde. A menudo no titubea en explotar la situación en su provecho, me-

(76) A. LUGAN, Balmes, París, 1911, 16.

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nospreciando toda consideración de moralidad. No tiene más que un objeto: aumentar rápidamente su lortuna a costas de sus semejantes. Esta potencia de absorción adquiere un desenvolvimiento inimagina- ble y no deja al pobre más que lo indispensable para que no desfallezca en su trabajo. (77).

Así se forma la aristocracia del oro, que reem- plaza a la aristocracia del blasón. Los pergaminos de la nueva nobleza son los billetes de banco. La desigualdad creada por esta aristocracia nueva, es to- davía más chocante que la antigua: al lado del lujo y de la abundancia provocadora, se ven desgraciados, siempre encoi'vados sobre su trabajo, que tienen ape- nas lo necesario para no morirse de hambre. (78).

El mal está en que se han descubierto los medios de producir abundantemente, pero no los de distri- buir los productos como conviene: "Muy avanzada como ciencia puramente material, dice Balmes, la Economía Política lo es bien poco como ciencia so- cial. Se ha mirado en la riqueza un simple producto de la inteligencia y de la fuerza, sin tener en cuenta sus relaciones con el hombre que la ha creado y al bienestar del cual está destinada". (79).

La suerte de los trabajadores no puede ser aban- donada a los caprichos de la circulación de las ri- quezas. Es necesario dar a cada uno su justa parte

(77) Ibid.. p. 128.

(78) Ibid., p. 129.

(79) BALMES, La Sociedad, 1843, IV, p. 130.

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en la producción. Hay que buscar con el mayor in- terés combinaciones justas y oportunas, que sin le- sionar el derecho de piopiedad, impidan a la clase obrera estar sumergida en la desesperación, la pos- tración y la miseria. Abstracción hecha de los incon- venientes y del peligro que semejante situación en- traña, es seguramente doloroso que las conquistas y la prosperidad de la industria, se paguen con la mise- ria de una infinidad de familias. (80). Los ricos, por su parte, han de observar la gran ley social de la caridad, es decir "hacer aprovechar a los necesitados de los recursos de que ellos disponen". Es a las cla- ses ricas a quienes corresponde dar los primeros pa- sos en la obra de conciliación social. (81).

Al lado de Balmes, otro español, Juan Donoso Cortés, merece que lo citemos en esta introducción a la obra de los católicos sociales en el siglo XIX. Do- noso puede ser considerado como uno de los más eminentes pensadores de la escuela ultramontana es- pañola. Fué particularmente significativo su Ensa- yo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (Madrid. 1851) que despertó considerable controver- sia. Su obra tuvo eco notable en la escuela francesa ?. través de Montalembert, siendo discutida por Sche-

(80) Sociedad, I. p. 185.

(81) Sociedad, I, pp. 243-244.

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Jling, Ranke, Bismarck y Federico Guillermo IV de Prusia.

Una pastoral del Cardenal de Croi, y la "Memoria sobre la cuestión obrera" de Monseñor Rendú

Dos intervenciones episcopales tienen lugar en Francia, en 1838 y 1845, respectivamente.

La primera es la del Cardenal de Croi, Arzobispo de Rouen. En la Pastoral de Cuaresma de 1838, con- sagrada al reposo dominical, protestaba vigorosamen- te contra el trabajo de los niños: "Es menester, de- cia, en estos días de progreso, una lej' de hierro para prohibir matar a los niños por el trabajo".

El 15 de noviembre de 1845, Monseñor Rendú, enviaba al Rey de Cerdeña su "Memoria sobre la cues- iión obrera".

"A la ambición de dominación y a la ambición de gloria, ha sucedido en la sociedad moderna una inmensa ambición de dinero, la cual ha llevado la industria al más alto grado de su poder. A su vez, la industria ha creado una población obrera, que, aglo- merada en ciudades especiales o en ciertos lugares aislados, forma una sociedad aparte, dependiente de uno o de algunos jefes que disponen de ella, no por dereciu; de soberanía, sino por el de la necesidad, que €s mucho más imperioso. Si esta clase no es en to-

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das partes la más numerosa, es, al menos, la más des- graciada, porque la sociedad no se ha ocupado toda- vía de ella. Entre los paganos esta clase se encon- traba representada por los esclavos, y en la Edad Me- dia, por los siervos. La esclavitud tenía su legisla- ción dura, cruel, inhumana, porque ella provenia del paganismo, al cual la ley de caridad, de humanidad, no era conocida. La ley feudal proveía a la conser- vación y a la subsistencia del siervo, y las costumbres cristianas sei'vían de complemento a su imperfec- ción. La legislación moderna no ha hecho nada por el proletariado. A la verdad ella protege su vida como hombre; pero lo olvida como trabajador, no hace nada por su porvenir, nada por su alimenta- ción, nada por su progreso moral. La ley no ha vis- to más que al hombre, ella no ha visto al obrero. . ."

Lo que hace falta para mejorar la cuestión obre- ra, "no es la organización del trabajo, como se repite todos los días; el trabajo, más bien, ha recibido la más sabia, la más ingeniosa organización que fuere posible inventar; lo que falta es una voluntad, una ley, que pueda introducir la justicia, el comedimien- to, la moralidad, la rectitud y sobre todo la caridad cristiana". (82).

L'Ere Nouvelle

En 1848, Lacordaire, Mareí, Ozanam y sus ami- gos fundan L'Ere Nouvelle.

(82) El texto completo se encuentra en I'Association catholi- que de 1681 (tomo II, pp. 325-344).

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"Nosotros vemos con dolor, decía el prospecto del nuevo periódico, las aflicciones morales y corpo- rales de tantos de nuestros hermanos, que llevan aquí ^bajo la más pesada parte del trabajo común, la cual se ha agravado aún más por el desenvolvimiento de la industria y de la civilización. Nosotros no cree- mos estos males sin remedio, y si el sufrimiento es impuesto a todos los hijos del hombre, la caridad, unida a la ciencia, puede, sin embargo, aliviar el azo- te, si destruirlo enteramente".

En uno de sus primeros artículos, los redactores de L'Ere Noiwelle comparaban la solución que los comunistas y socialistas proponían, con aquella que se desprendía del Evangelio:

"Para combatir el mal (la desigual distribución de riquezas) el Evangelio ha creado la dignidad del pobre, y le ha constituido un patrimonio sagrado, una propiedad inviolable en lo superfino del rico. El amor cristiano ha creado prodigios de beneficencia, y todos ios pasos de la Iglesia, a través de los siglos, están jalonados por alguna institución reparadora.. . En esta carrera de generosidad y de justicia, ¿nos dejareníos aterrar por el fantasma del comunismo? Estas funestas teorías han nacido de los errores de esa ciencia económica sin entrañas que ha abjurado del cristianismo; de esa ciencia que ha querido estable- cer la riqueza para el provecho de un pequeño nú- mero, y que no ha podido más que engendrar, en al seno de las clases trabajadoras, ignorados sufrimien- tos. Que los problemas sociales reciban una so- lución sabia y cristiana, y el comunismo se converti- rá en ia risa del mundo".

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Un poco fogosamente pero siempre mucho- más ponderado que La Mennais el abate Maret es- cribía en febrero de 1848:

"La fraternidad no es para nosotros más que el íínior evangélico del prójimo pasando a las leyes y a las costumbres; nosotros miramos el mejoramiento progresivo de la suerte moral y material de la clase obrera como el fin mismo de la sociedad". (83).

Un gran sociólogo católico: Le Flay

Un personaje singularmente diferente, Le Play, merece también un sitio, dice Georges Goyau, entre los precursores del movimiento social católico. "El aportó dos ideas nuevas cuyos resultados fueron con- siderables. Osó, el primero, descubrir la fuente del mal social. Es necesario, hoy en día, algún valor pa- ra aventurar, sin ningunas reservas, una apología de los principios de 1789; se necesitaba valor, hace treinta años, para oponer algunas reservas a la apo- logía de que entonces eran objeto. Le Play tuvo ese valor: en un edificio que se decía inviolable, él dió el primer golpe de azadón. Tuvo también un se-

(83) "Como unos de sus fines" habría debido escribir Maret como muy bien asienta Maurice Rigaux, S. J., ya que la sociedad debe tener en cuenta el mejoramiento ás todas las clases. Aunque "en plena fiebre de revolución social,, estaba permitido exagerar".

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gundo mcrifo: el de indicar un excelente método para el estudio de las cuestiones sociales". (84).

Le Play preconizaba el Decálogo como fundamen- to de la constitución esencial de la sociedad, haciendo así entrar la moral en las cuestiones de Economia Política. Rehabilitó y puso a la moda la costumbre, la tradición y la autoridad, tres cosas particularmen- te negadas por el esijíritu revolucionario y modernis- ta.

Aún cuando es cierto que Le Play tuvo un mérito indiscutible no solamente por el contenido de sus doctrinas, por su vigor anti-revolucionario, sino tam- J>ícn por su método monográfico de interpretación, no lo es menos que testimoniaba una confianza exce- siva al patronato o aristocracia de padres y madres de familia virtuosos. No estimaba necesario y qui- zás hasta temía la realización absoluta de la justicia social por medio de instituciones públicas y por la fuerza de la ley. Si colocaba en el Decálogo el fun- damento de la constitución esencial de la humanidad, 86 abstenía de determinar las grandes lineas a la luz de las enseñanzas de Cristo, y de buscar en el Evan- gelio la carta fundamental del verdadero orden so- cial. (85).

(84) LEON GREGOIRE (Georges Goyau), Le Pape, les catho- Hques et la question sociale, 5^ edición, París 1921, pp. 6-7.

(85) GOYAU. ibid.. 7.

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La acción práctica de algunos de estos precurso- res fué notable, Buchez fué el fundador de las aso- ciaciones cooperativas de producción (1832). El Pa- dre La Mennais preconizó la asociación cooperativa de crédito, bajo la misma forma en que más adelante la llevaría a la práctica Raiffeisen en Alemania.

Villeneuve-Bargemont, exigía, ya en 1834, la inter- vención del Estado en la inspección de los talleres, la exclusión de los niños menores de 14 años, la sepa- ración de los sexos en las manufacturas, el estableci- miento de cajas de ahorro y de previsión.

Un artículo de V Avenir reclamaba en 30 de junio de 1831, la limitación de la jornada de trabajo a 12 horas como máximum, en lugar de 15 a 17.

Gracias a los esfuerzos de tres católicos eminen- tes, ]Müntalembert, Daniel Legrand y Carlos Dupin, fué votada en Francia, el 22 de marzo de 1841, la pr'- mera ley protectora de los niños y mujeres emplea- dos en las manufacturas. Otro activo católico, M. de Melun, hizo establecer en Francia, en 1848, una comi- sión parlamentaria de 30 miembros llamada la Co- misión de Asistencia con el objeto de preparar las le 3'es de previsión y de asistencia pública. Una serie de leyes sociales lograron dictarse gracias a su celo extraordinario por la Asamblea Legislativa, concer- nientes a las cajas de retiro para la vejez, las socie- dades de socorros mutuos, la represión de la usura.

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la asistencia judicial, los contratos de aprendizaje, el matrimonio de los indigentes, el saneamiento de los alojamientos insalubres.

Es particularmente notable, que en 1841, Daniel Le Grand, manufacturero alsaciano y cristiano, publi- cara — adelantándose cincuenta años a la realidad, su "Pelilion en faveur d'une legislation internationa- le du irauail".

Ketíeler: el iniciador del movimiento social-católico

Eii los medios católicos, se señala, generalmente, como el primero y verdadero iniciador del movimien- to social católico, al barón Guillermo-Emmanuel de Ketteler, cura de Holslen en 1846, diputado de Tock- jemburg a la dieta de Frankfurt en 1848, obivspo de Ma- guncia en 1850.

Keiíeler nació en Munster, el 25 de diciembre de 1811, de una familia muy rica y noble. Desde tem- prana edad recibió una educación religiosa, entrando en 1824 a hacer estudios en un colegio de jesuítas en el cantón suizo de Valais. Habiendo terminado sus estudios clásicos, se aplica de 1829 a 1833 a adquirir el conocimiento de las leyes sociales y jurídicas, to- mando en seguida los cursos de Derecho y Econonáa Política en las cuatro universidades de Goettingue, Berlín, Heidelberg y Munich. En 1834 abraza la ca- rrera administrativa, que abandona en 1837, por no

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poder permanecer siendo funcionario de un gobie:no qu€, como le escrilje a su hermano, lo forzaba a aban- donar sus convicciones religiosas.

El conde de Reisach, entonces obispo de Eichs- tadt y más tarde arzobispo de Munich, lo induce a re- vestir el hábito eclesiástico; en el otoño de 18415 enira al Seminario de Munster y se ordena de sacerdote el 1^ de junio de 1844.

Hasta 1849 permanece como vicario de Becleum, primero, y más tarde de Holsten. En 1818 es elei;¡do diputado de Tecklemburg al Parlamento de Frank- furt. El 15 de marzo de 1850 es nombrado por el Papa obispo de Maguncia.

Cuando en 1864 publica su Arbeiterfrage and das Christemthiim (85), toda Alemania se ocupa de él. Era la primera vez que un obispo, muy conocido por sus opiniones ultraclericales, tomaba abieríamento la defensa de las clases obreras con ardor tan singular.

Ketteler estimaba su deber ocuparse de la cues- tión social como obispo y como cristiano. Desde el momento mismo en que había sido nombrado obispo, había prometido ocuparse con amor de los déblh's, los desgraciados y los pobres. ¿Podía faltar a una promesa tan solemne? Cristo, redentor de la huma- nidad, no quería solamente salvarla espiritualmente, sino convertir la vida aquí abajo en menos dura y penosa.

El problema obrero que alcanza al mayor núme- ro — era, a sus ojos, de importancia más considerable

(86) La Cuestión Social y el Cristianismo.

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que las cuestiones políticas, las cuales agotaban el tiempo de las discusiones parlamentarias.

Sería inútil negar la gravedad de la cuestión. Ei trabajo se había convertido en una mercancía.

El salario dependía, como el precio de los pro- ductos, de la oferta y de la demanda. Como la con- currencia exigía que el productor se procurara la m.e - cancía al menor precio posible, los salarios iban de ;- cendiendo cada vez más: no pocas veces llegaba el día de desolación en que el obrero infortunado, pre- sionado por las urgentes necesidades de la vida, te- nía que comprometer su tral)ajo por un salario cue ni siquiera subvenía completamente a sus necesida- des físicas : "He aquí, dice Ketteler, el mercado de esclavos abierto para la Europa moderna".

¿Cuáles son las causas que influyen en esta con- dición desastrosa de las clases obreras? Ketteler en- cuentra causas de orden económico y de orden ideo- lógico. La supresión de toda organización en mate- ria de trabajo, y el empleo creciente de la maquina- ria, han hecho decrecer el número de obreros que pu- diendo disponer de un pequeño capital, trabajan por su cuenta. La población asalariada ha aumentdo así paralelamente al desarrollo de la gran industria. El partido liberal, por su parte, compuesto de "adeptos a la francmasonería, de grandes capitalistas, de doc- tores racionalistas", engaña sin cesar al pueblo con vanas promesas: los liberales hablan de "self heip" y de la educación del pueblo: ridiculizan las limosnas de caridad: desconocen, con su racionalismo superfi-

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cial, el aspecto sobrenatural del cristianismo y las en- señanzas de la Iglesia.

La libertad absoluta que pregonan los liberales, es, para los obreros, una verdadera burla, pues para ellos consiste en ofrecer su trabajo a cualquier pre- cio y en morirse de hambre si nadie tiene necesidad de sus servicios: "Los abusos de la libertad indus- trial y de la libertad de trabajo, que nada limita, que ninguna persona ha tratado de reprimir, serán muy pronto más perniciosos que los que han podido pro- ducirse en las corporaciones de oficios", (87).

Con una actividad que casi podría llamarse pro- íética, Ketteler avanzaba las protestas de Lasaile y de Karl Marx contra ciertas iniquidades del régin'.en económico moderno. Alemania es, tal vez, el único país del continente, donde, por mismo, el clero ca- lólico ha criticado vigorosamente esos abusos, sin es- perar las vigorosas solicitaciones del peligro socia- lista. (88).

El remedio más eficaz estaba, para Ketteler, al menos al principio, en las asociaciones cooperativas de producción que ya había preconizado Lasaile. Pe- ro seria inútil esperar, con Hubert, que el capital de osas asociaciones pudiera reunirse por los obreros mismos. A diferencia de Lasaile, que invitaba al Es- tado a iniciar su fundación, el obispo de Maguncia se dirigía a los fieles católicos, a los ricos, a la Iglesia,

(87) Aiberterfrage und cias Christemthum.

(88) GEORGES GOYAU, ob. cit., p. 9.

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spelando a sus sentimientos de deber cristiano, que jamás habían faltado. Se había visto a la Iglcsii fundar monasterios: ¿por qué no podría, mediante contribuciones voluntarias, estimular la creación de las cooperativas de producción?

Las esperanzas que concebía en 1864, cuando pu- blicaba su libro sobre la cuestión social y el cristia- nismo, debían irse debilitando al choque con la rea- lidad: aún cuando continuó escribiendo sobre el pro- blema social, no insistió más sobre su proyecto primi- tivo.

Su interés por la causa obrera, no disminuía, sin embargo : testigo elocuente su discurso de 25 de julio de 18G9, cuando en el plano de Liebefrauen se diri- gía a los trabajadores alemanes allí reunidos:

"La primera reivindicación de la clase obrera ts la siguiente: un aumento de salario correspondiente ai verdadero valor del trabajo.

"Esta reivindicación es, en general, muy equita- tiva. La religión, también, exige que el trabajo hu- mano no sea tratado como una mercancía, ni avalua- do puramente según las fluctuaciones de la oferta y de la demanda.

"Es a este último resultado a donde han llegado los principios económicos que han hecho abstrac- ción de toda moral y de toda religión. . . De la mis- ma manera que se compra la máquina al mejor mer- cado posible y se usa día y noche hasta su extinción, así también el hombre, de acuerdo con esos sistemas, es fuertemente explotado. Este estado de cosas ha

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alcanzado en Inglaterra espantosas proporciones. La resistencia a esos abusos ha venido, antes que todo, <\e los Trade-Unions ingleses, que han ganado pronto un terreno considerable. El principal medio emplea- do por los Trade-Unions, contra el capital y los gran- des industriales, ha sido la huelga. Se ha pretendi- do a menudo que esas huelgas, entorpeciendo los ne- gocios y privando de su salario a los obreros que ha- bían abandonado su trabajo, han dañado a los traba- jadores en lugar de aprovecharles. Bien considera- do, eso no es cierto. Las huelgas han elevado nota- blemente la tasa de los salarios, como acaba de de- mostrarlo victoriosamente el inglés Thornton. En los cuarenta últimos años, desde que los Trade-Unions iniciaron su acción, el salario subió 50 por ciento en algunas industrias; de 25 a 30 por ciento en otras, y en todas 15 por ciento por lo menos. Thornton hace observar que los obreros, es cierto, han sucumbido en apariencia en la maj^or parte de las huelgas, peí o que, de todas maneras, un aumento de salario ha sido la consecuencia inmediata, casi en todas partes, de suerte que la derrota de los obreros no ha, sido más que aparente". (89).

Es sin duda sorprendente el vigor de la pieza oi-a- toria cuyos párrafos iniciales hemos trascrito. Hace más de 70 años, cuando aún no contaba la Iglesia con las precisas directivas sociales de los Papas, un Obis- po como Monseñor Ketíeler no titubeaba en apoyar

(89) El texto ha sido tomado de la traducción francesa publi- cada por ¡Vlaurice Rigaux, S. J., Est il vraie que l'Eglise »'en desinteresse ?, París 193 5, pp. 210-214.

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resueltaiiieiile la causa de los obreros. ¿No resalta singularmenle el contraste entre esa defensa sincera y casi a¡)asionada de las reclamaciones legítimas de los Iraliaj adores, con la timidez de numerosos grupos de católicos en pleno siglo XX, y con el apoyo ro- busto de las Encíclicas Pontificias?

Ya Ketteler, predecesor ideológico indiscutible de León XIII, señalaba con certera mano la orientación del movimiento obrero católico, apoyándolo de cora- zón, "La impiedad del capital, decía, que abusa del obrero y lo convierte, hasta el agotamiento de sus fuerzas, en una máquina, es necesario destruirla. Ella no conviene más que a la teoría que hace descender el hombre del mono".

Sin embargo, si es cierto que la justicia y el cri.>- tianismo exigen que el trabajo del hombre reciba una retribución equitativa, también la justicia y la caridad cristiana ponen límite a las ambiciones del trabaja- dor: "Xo es la lucha entre el patrono y el obrero, lo que debe ser el objetivo; es necesario tender, al con- trario, a establecer entre ellos una paz equitativa". Por eso Ketteler dice a los obreros: "En vuestros es- fuerzos hacia la elevación del salario, tenéis necesi- dad (ie la religión y de la moral, a fin de que vues- tras reivindicaciones no pasen de sus justos límites. En consecuencia, en nuestro tiempo, cuando el movi- miento que se manifiesta entre los obreros se vuelve cada vez más poderoso, es de la más alta importan- cia que esas exigencias no franqueen los límites justos V que los obreros no se dejen explotar por otros fi- nes".

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El más elevado salario no procurará bienestar a los obreros, "más que en tanto que una gran sobrie- dad y economia formen la base entera de su vida. . . Está absolutamente comprobado que el bienestar de los obreros no depende siempre, en razón directa, de la altura del salario; hay más bien lugares donde funcionan empresas que pagan salarios muy eleva- dos, y donde, de todas maneras, la miseria es muy grande entre los obreros. Por el contrario, hay otros sitios donde los obreros, menos pagados, han adquiri- do un bienestar mayor".

Reclamaciones justas, si. Pero por parte del obrero, espíritu de justicia y de caridad, sobriedad y economía. Es, en el fondo, el mismo pensamiento que iba a ser proclamado veinte y dos años más tar- de, desde el Vaticano por el Papa León XIII.

La influencia de Ketteler y la escuela social católica alemana.

Las ideas de Ketteler penetraron rápidamente en casi todo el clero católico de Alemania. En Junio de 1868, tuvo lugar en Crefeld, la primera reunión de aso- ciaciones católicas, aceptándose, casi sin reservas, las tesis sociales del Obispo de Maguncia. Se decidió adoptar por órgano del nuevo movimiento, el diario que el rector Schings publicaba, desde hacía poco, en Aix-la-Chapelle : Die Christlich sociale Blatter.

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El 9 de setiembre de 1869, tuvo lugar la segunda reunión, decidiéndose la formación de una sección permanente, encargada de provocar la pronta for- mación de sociedades católico-sociales, para fomen- tar el mejoramiento moral de los obreros y estimu- lar su protección económica. Esta sección quedó in- tegrada por el vicario Gronheid, de Munster, el pro- fesor Schulze, de Paderbon, y el barón de Schorle- mer-Alst, diputado católico de Westfalia.

Al mismo tiempo, un congreso de obispos alema- nes, reunido en Fulde, se ocupaba igualmente de la cuestión social. Las ponencias allí discutidas, fue- ron las siguientes:

1. La cuestión social ¿interesa también a Ale-

mania?

2. La Iglesia ¿puede y debe intervenir?

3. ¿Cuáles son los remedios?

4. ¿Cómo puede contribuir prácticamente la

Iglesia a la aplicación de estos remedios?

Lis conclusiones a que llegaron los obispos fue- ron las siguientes:

1. ^La cuestión social interesa no solamente a un estado sino a todos los estados de Europa. El mal no se encuentra en ninguna parte circunscrito: en Alemania, como en otras partes, las mismas causa* producen los mismos efectos.

2. La Iglesia puede y debe intervenir. "Fal- tarla hacia millones de almas, al deber que le ha im-

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puesto Cristo, si ignorara la cuestión social y se li- mitara a querer conjurar el peligro por el ejercicio usual de su ministerio".

3. Como medidas prácticas se preconizaba:

a) Tomar las medidas necesarias para poner a los obreros al abrigo de la necesidad y de la miseria.

b) Trabajar por extirpar el vicio.

c) Perseguir el mejoramiento de las condicio- nes morales e intelectuales de los obreros.

d) Organizar el trabajo en forma tal que el es- tado del obrero sea progiesivamente mejor (sistema de trabajo por tarea, aumento del salario en razón del número de años de ser- vicio, participación en los beneficios de la empresa) .

e) Asegurar la paz interior de los obreros.

í) Favorecer los hábitos de economía.

g) Esforzarse por hacer reinar la armonía en- tre el personal de las manufacturas.

h) Fomentar buenas relaciones entre patronos y obreros.

i ) Hacer alternar los trabajos industriales, cou trabajos de economía rural.

j) Proteger las costumbres de los obreros jóve- nes.

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k) Hacer posible, a las obreras madres de fa- milia, el cumplimiento de sus deberes do- mésticos.

1) Activar la legislación en favor de lo3 obre- ros, y por consiguiente: prohibir el trabajo precoz a los niños; limitar las horas ae tra- bajo de los adolescentes; separar los obrei'os de las obreras en los talleres; cerrar los loca- les de trabajo insalubres; determinar las ho- ras de trabajo; asegurar el reposo dominical; acordar indemnizaciones a los obreros que temporal o definitivamente se hubieren con- vertido, sin su falta, en incapaces para el tra- bajo; acordar garantías locales a las socieda- des obreras; hacer controlar enérgicamente por el Estado, la ejecución de las leyes so- ciales.

4. La Iglesia no puede ni debe permanecer iner- te. Ella debe, inmediatamente, estimular el celo del clero en favor de la clase obrera.

El programa del partido social católico alemán fué expuesto posteriormente, con mayor amplitud por el canónigo de la Catedral de Maguncia, Cristóbal von Moufang.

En torno al Christlich sociale Blatter llegó a com- pactarse en Alemania un numeroso grupo de escri-

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tores católicos, que, gracias a la influencia de Kette- 1er y de Moufang, defendían que la Iglesia debía inte- resarse vivamente por la reforma social.

Así se fundó una verdadera escuela social cató- lica, que contó con la adhesión de hombres notables como el abate Hitze, el conde de Losewitz, Rodolfo Meyer, Ratzinger, Albertus, Hohenberg, Bongartz. Jorg, el conde von Hertling.

Los más influyentes fueron, sin duda alguna, Ro- dolfo Meyer por su crítica imparcial y su profundo conocimiento de la Economía Social y el canónigo Hitze, por su actividad en el Reichstag. Hitze fué durante mucho tiempo el jefe efectivo del partido social católico alemán. Sus ideas franquearon las fronteras de Alemania y encontraron una favorable acogida entre los católicos de Suiza, Austria y Fran- cia.

El catolicismo social en Austria

La influencia de Ketteler, traspasó bien pronta las fronteras de Alemania. Gracias al profesor Ma- xen, las ideas del obispo de Maguncia conquistaron nuevos adeptos en Austria, muy particularmente en- tre los jóvenes de la aristocracia vienesa: el periódi- co católico Das Vaterland, el príncipe de Lichtensi- tein, el conde Belcredi, comenzaron a defender con ardor, que a la Iglesia Católica correspondía intere- sarse vivamente por resolver la cuestión social; que la usura era contraria al cristianismo y que la socie-

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dad debía organizarse según los principios medieva- les. Así se establecieron los fundamentos del parti- do católico social, que pronto agrupó un buen núme- ro de intelectuales, entre otros el Conde de Falken- hayn más tarde ministro, el conde Zallinger, el conde Bíome, el barón Dipauli y el famoso economis- ta protestante alemán, refugiado en Austria, R. Me- yer.

El personaje más eminente entre todos los publi- cistas católicos austríacos, es, sin duda alguna, el ba- rón Karl de Vogelsang.

Vogelsang era hijo espiritual de Ketteler: este último trabajó, en efecto, por su conversión al cato- licismo, y presidió más tarde toda su formación so- cial.

En el periódico Vaterland, pero sobre todo en su Monatschrift für Christliche Social Reform, que dirigió durante doce años, se dió con celo infatiga- ble a la propaganda de las ideas social católicas.

Para Vogelsang, el orden social moderno deja en lucha desigual los más débiles y los más fuertes; cada individuo, abandonado a mismo, se debate por la defensa de sus propios intereses en un com- bate cuya victoria no tiene resultados engañosos: ha de pertenecer a los más fuertes. Estos últimos no triunfan más que porque poseen un capital elevado, que no deben la mayor parte de las veces ni a su in- teligencia ni a su habilidad.

Ese régimen de libre concurrencia y lucha des- enfrenada, es lo que se llama capitalismo. El capí«

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talismo, "es decir, la máxima de que toda porción de riquezas constituye una propiedad individual sin de- beres ni cargas, destinada a procurar a su propieta- rio la mayor suma de provechos, sin consideración por la comunidad o por aquellos que han ayudado a procurársela. Esta máxima encuentra su expresión más exacta en el capital monetario, es decir, en el valor separado del objeto, el cual debe producir in- tereses al capitalista en toda circunstancia. . . Es ba- jo esta forma que la idea capitalista domina actual- mente toda la vida económica de los pueblos". (90)^

Ei capitalismo ha triunfado con el advenimienlo de la burguesía liberal, que ha deslumhrado a todos con el espejismo de la libertad. La revolución fran- cesa de 1789 reproducida en Austria en 1848 señaló el derrocamiento definitivo de los principios del orden social antiguo, que reposaba sobre el con- cepto fundamental de que toda propiedad debía ser considerada como una parcela de la fortuna nacio- nal común, concedida a titulo de gozo particular a cambio de servicios prestados a la comunidad. (91).

Los trabajadores han pagado duramente el pre- cio del nuevo régimen: "El obrero de las ciudades, despojado de su independencia, sin seguridad de ob- tener el pan del día siguiente, ha sido rebajado al ni- vel del proletario.

"El campesino, alejado de su país, de su casa, ha entrado también en los rangos del proletariado. El

(90) Cit. por NITTI, ob. cit., 227-228.

(91) Ibid., 226.

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obrero, desmoralizado por la corrupción de las cor- poraciones, no encuentra, desde entonces, más ga- rantias que las nuevas leyes del Estado, para que su señor y dueño no lo deje morir en la vejez sobre un pajonal; su suerte, bajo el régimen de la economía capitalista, se ha convertido en más miserable de lo que podría imaginarse". (92).

Es menester encontrar un remedio adecuado a la cuestión social: siendo a la vez moral y económica, la solución ha de atender también a ambos aspectos del problema. Es cierto que "no se puede esperar crear una organización social basada sobre la justi- cia hacia los débiles, si no es bajo la influencia de la cristiana", pero se equivocan aquellos católicos "que quieren que la solución de la cuestión social tenga lugar por la intervención única de la Iglesia, proscribiendo la intervención del Estado... no hay que hacerse ilusiones: hay que comprender que no hay remedio posible a los males de esta sociedad in- festada de capitalismo, sin una intervención enérgica del Estado". (93).

Entre los católicos, dice Vogelsang, hay muchos que se hacen demasiadas ilusiones recurriendo al calmante piadoso de la caridad. La caridad es insu- ficiente y querer substituirla a la justicia es interpre- tar falsamente la doctrina cristiana. 'Se quiere de- jar así, a merced de la caridad, el cumplimiento de obligaciones que todo hombre debe reconocer como un deber.

(92) Ibid., 228.

(93) Ibid., 229.

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Como remedio de orden práctico, preconizaba Vogelsang el restablecimiento, sobre nuevas y sóli- das bases del sistema corporativo. En lugar de lí- neas horizontales formadas en la sociedad, era nece- sario, a su juicio, fundar un sistema de superposicio- nes verticales según la profesión de cada uno.

Vogelsang fué el inspirador de toda la legisla- ción corporativa austriaca. A pesar de la oposición de la prensa liberal, y gracias a la colaboración de- cidida de Meyer, Kuefstein, Blome, Belcredi, el prin- cipe de Lichstenstein y otros, el partido católico ejer- ció una gran influencia sobre la política social del Imperio y sobre las tendencias económicas de Aus- tria.

Las leyes industriales de 1883 fueron la prime- ra victoria del partido: las corporaciones, abolidas desde 1859, fueron restablecidas el 15 de marzo de 1883 en Austria y el 21 de mayo del año siguiente, eu Hungría.

La insistencia de los diputados católicos, logró, así mismo, que la ley de 8 de marzo de 1885, asignara límites precisos al trabajo de los niños y de las mu- jeres y fijara en once horas el máximum de la jor- nada de trabajo.

A Vogelsang se debió también la primera encues- ta sobre la condición de los trabajadores austríacos, que fue la base de las reformas sociales del Reichs- rath.

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El Cardenal Manning y los orígenes del movimiento social-católico en Inglaterra

A comienzos del siglo XIX la Iglesia católica ha- bía desaparecido del escenario de la vida inglesa: la Gran Bretaña aparecía como la nación más altamen- te industrializada y más completamente protestante del mundo. Los católicos eran, como lo ha señalado Ne-A'íman, (94), "gens lucífuga": personas que huían de la Juz.

La Catholic Emana pation Act de 1829, restable- ció a los católicos ingleses el ejercicio de sus dere- chos políticos. Con el Movimiento de Oxford que <;ondiijo a la conversión de Newman y de William Ward renació el interés por el estudio de las ins- tituciones medievales. Así comenzó a apreciarse sinceramente una época en la cual las relaciones so- ciales y las condiciones económicas no estaban a la discreción de un individualismo sin freno y de una competencia ilimitada. Pronto se hicieron oír las primeras voces que solicitaban la intervención de la autoridad pública y rechazaban el laissez faire.

En Escocia, particularmente, la acción de los ca- tólicos fué considerable. Allí fueron los primeros como lo reconoció Lady Mackenzie hablando fren- te a la Alberdeen Women Citizens' Association en hacer provisión para el cuido de los débiles menta- les.

(94) The second spring.

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El movimiento social católico inglés, no debía co- brar pujanza extraordinaria sino bajo el impulso del Cardenal Henry Edward Manning (1808-1892).

Manning permanece junto a Newman, como uno de los más conspicuos representantes del catolicismo en Inglaterra en el siglo XIX.

Equipado singularmente con un celo inmenso por el bienestar humano, dedicó buena parte de su actividad al trabajo de la reforma social:

"Por más de cincuenta años, escribió, yo he vivi- do entre el pueblo: diez y siete entre los labradores y pastores de Sussex, y nueve y treinta entre el pue- blo de Londres. Yo he visto, he oído y conocido sus deseos, sus sufrimientos, sus penalidades, y el fra- caso de sus peticiones y esperanzas; mi espíritu está completamente con ellos". (95).

Las ideas sociales del Cardenal fueron expresa- das por primera vez, completamente, el 28 de enero de 1874 en su discurso sobre La dignidad y los dere- chos del trabajo:

El trabajo, declaraba, debía ser garantizado am- plia y libremente. Al obrero correspondía el deter- minar para quién debía trabajar y sobre cuáles jor- nales podía vivir.

El derecho de asociación es incontestable: Man- ning no tituteaba en reconocer, en principio, la legiti- midad de la huelga, muy a menudo la única arma

(95) GEORGIANA PUTMAN McENTEE. The Socia! CathoUc Movement in Great Britain, New York, 192 7, p. 19.

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suficientemente fuerte, en manos de los trabajado- res, para oponerse al despotismo del capital.

En la lucha entre el capital y el trabajo, no veía igualdad de ninguna especie: a su juicio el Estado debia intervenir a favor de la parte más débil, repre- sentada por los obreros.

"Si el objeto de la vida, decía, fuera multiplicar los metros de paño y de algodón; si la gloria de In- glaterra consistiera en multiplicar sin límites los pro- ductos de sus manufacturas y en venderlos al más bajo precio posible a todas las naciones del globo, yo no tendría nada que decir. Por el contrario, si la vida doméstica de un pueblo es la verdadera vida; si la paz y el honor del hogar, si la educación de los hijos, los deberes de madre y de esposa, los deberes de marido y de padre, están inscritos en una ley na- tural, tanto más importante que todas las leyes eco- nómicas, si todas esas cosas son tanto más sagradas que todas las que se venden en el mercado, entonces yo declaro que hay que obrar en consecuencia. Si en algunos casos no reglamentados, el trabajo con- duce a la destrucción de la vida doméstica, a descui- dar la educación de los hijos; si transforma a las ma- dres en máquinas vivientes, a los padres y espesos (que se me perdone el término) en bestias de carga que se levantan con el sol y vuelven a la guarida en la noche agotados por la fatiga y sólo con las fuer- zas necesarias para comer un pedazo de pan y echar- se sobre un lecho miserable para dormir: la vida de familia ya no existe y no podemos seguir a ese pa- so.. . Semejantes excesos no pueden continuar; hay

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que poner un término a tales abusos. La acuaiula- ción de la riqueza en el país, el amontonamiento de fortunas en provecho de ciertas clases y de ciertos individuos, no puede continuar si las condiciones de vida de las masas no se cambia. La prosperidad pú- blica no puede reposar sobre semejantes bases".

En cartas notables dirigidas al Times y en un ar- ticulo publicado en la Fortnightly Review, Manning combatió enérgicamente el liberalismo económico, que a su juicio no formaba parte del orden cósmico, como lo pretendían los manchesterianos.

"La Economía política, escribiría algo más tarde r Mons. Doutreloux, no debe tener por objeto so- lamente los valores y los cambios, sino también la vida humana considerada en todas sus necesidades y su bienestar. El trabajo es una función social, y debe ser considerado como tal. No es posible pre- cisar el número de horas de trabajo diarias necesa- rias a im hombre o a una mujer, hasta que no se haya determinado el número de horas que un hombre de- be consagrar todos los días a los trabajos de la vida doméstica. Hacer pasar el trabajo y el salário rutes de las necesidades de la vida humana y doméstica, es invertir el orden establecido por Dios y la natu- raleza, es arruinar la sociedad en su principio origi- nal. La economía de la industria se rige por la su- prema ley moral que determina, limita y controla sus operaciones".

Episodio significativo en la vida de Manning, fué su intervención, en 1889, con ocasión de la huelga de trabajadores del puerto de Londres: 200.000 dockers

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habían abandonado los muelles, reclamando por el trabajo casual y pobremente remunerado al que es- taban sometidos.

Había intermediarios inescrupulosos que aplica- ban el sweating system con el propósito de cubrir, me- diante una cantidad abusiva de trabajo, la miserable remuneración de los trabajadores.

De acuerdo con los datos y cifras reunidos por el Cardenal, las reclamaciones de los dockers esta- ban justificadas. Sin embargo, algunos agitadores, en- tre otros John Burns, se habían apoderado de la direc- ción del movimiento: los administradores de los mue- lles se mostraban poco dispuestos a ceder: ceder "se- ria cobardía, traición al orden social". Manniug con- testa resueltamente que no cediendo, no se haría más que añadir nuevos combustibles al incendio de odios y que el único fundamento del orden social verdade- ro es la justicia.

"Pero, my Lord, se le objetaba, eso que estáis haciendo es socialismo". Y el Cardenal, renovando sin saber las palabras de León XIII a La Tour du Pin, declaraba: "Yo no si para vosotros es socia- lismo. Fara es puro cristianismo". (96).

Al cabo de poco tiempo, y entre los aplausos ge- nerosos del Morning Post, del Times, del Daily News y otros periódicos de Londres, se firmó la Paz del

(96) GEORGES GUITTON, 1891 Une date dans l'Histoire des Travailleurs, París 1930, p. 57.

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Cardenal que puso fin al doloroso conflicto. "Algu- nos hombres han hecho mucho en esta gran contro- versia, escribió la Pall Malí Gazette, pero el Cardenal los ha excedido a todos ellos".

En 1890, Manning favoreció intensamente la Con- ferencia Internacional de Berlín, convocada por el Emperador alemán para la consideración de los pro- blemas sociales. En una carta que escribió al editor de la Deiitche Revue, caracterizaba su invitación como "lo más importante que ha procedido de un sobera- no de nuestros tiempos".

Las tesis sociales de Manning, le costaron, sin embargo, numerosos ataques, de los cuales hubo de defenderse en las páginas de la American Catholic Quarterly Review: como uno de sus biógrafos escri- bió, las ideas de Manning constituían "las más odio- sas de las nuevas doctrinas para aquellos creyentes que miraban a la Iglesia como la guardiana de sus intereses y a la religión como la mejor salvaguardia de la propiedad". (97).

El Cardenal mismo declaró en una ocasión que "aún cuando algunos hombres lo hubieran llamado a veces socialista y revolucionario, él estaba contento

(97) F. de PRESSENSE, Cardinal Manning, London 1897, p. 209.

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de haber dicho y escrito como lo había hecho delante del público". (98).

No hay duda, por lo demás, que en algunos cam- pos, León XIII debe al Cardenal Manning inspiración y hasta información directa en lo concerniente a la condición de las clases trabajadoras: muchas de las doctrinas del prelado inglés fueron legítimas pre- cursoras de las que se expondrían, años más tarde, en la Encíclica Rerum Novarum. (99).

Católicos liberales e intervencionistas en Francia

En la reacción social de los católicos franceses de mediados del siglo XIX, pueden distinguirse cla- ramente dos tendencias: la liberal, que siguiendo de cerca el pensamiento de Le Play y de Perin, mani- fiesta una confianza más o menos marcada en la libertad económica, y la intervencionista, que se re- laciona más directamente con las tesis sociales de los católicos alemanes y del austríaco Vogelsang.

Las ideas de libertad económica de Le Play, cu- yo órgano era la Reforme Sociale, encontraban un eco favorable entre los profesores de las universida- des católicas y eran defendidas por el grupo de ju- risconsultos que presidía el senador Luciano Eium,

(98) American catholic Quarterly Review, vol. 13 (1888). pp. 193-198.

(99) Cf. PUTMAN McENTEE. ob. cit., 34.

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por la Reoue des Insíitutions et du Droit, por Mons. Freppel y un gran número de los industriales católi- cos del norte de Francia.

Su principal intérprete fué Claude Jannel, uno de los más sabios economistas franceses: según él, las reformas sociales debían ser fruto de la libre ini- ciativa y de la acción combinada de la religión, de la familia y de la caridad. Fuera del reposo domi- nical, la ley debía imponerse grandes reservas en lo que se refiere al trabajo de los obreros adultos. La intervención del Estado aún cuando en ciertos ca- sos indispensable debía limitarse a hacer respetar la justicia.

Los seguidores de Le Play y de Perin, daban al problema social un carácter más moral que econó- mico: admitían, con Ludovico de Besse, que en la libre concurrencia industrial no había nada contra- rio a los principios del cristianismo, y sostenían que no era misión del Estado la repartición de la rique- za social.

Los liberales católicos franceses no se cruzaban enteramente de brazos como los manchesterianos : si compartían con aquéllos su temor por toda inter- vención autoritaria, reclamaban, en cambio, de la ac- ción individual, un sincero empeño de renovación: en su programa particularmente en la breve me- moria presentada por Ludovico de Besse al Congre- so de Lieja preconizaban como medios de resolver la cuestión social, las sociedades cooperativas de con- sumo, las habitaciones obreras a precio económico, los bancos populares, las agencias gratuitas de co- locación.

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Los católicos liberales o conservadores franceses formaron el núcleo principal de lo que más adelante iba a conocerse como Escuela de Angers.

No hay duda que esta corriente derrotada en el congreso de Lieja en octubre de 1890 gozó de pocas simpatías entre los Papas y aún parece fué francamente desaprobada por León XIII v Pío XI. (100).

El conde de Mun y la Obra de los Circuios Católicos de Obreros.

Al lado de la corriente conservadora, se destaca en Francia la tendencia eminentemente social inicia- da por el conde Alberto de Mun.

Prisionero de los alemanes en 1870, Alberto de Mun fué internado junto con René La Tour du Pin en el campo de concentración de Aix-la-Chapelle. En un interesante estudio biográfico, nos cuenta el pri- mero, cómo en los meses de cautiverio y mediante la lectura de una obra de Emilio Keller y el contacto con algunos miembros del famoso "centro" católico ile- mán particularmente el doctor Lingens gevjninó en su alma la vocación social que habia de procurar tanto bien a la obra de los católicos de Francia. (101).

(100) Cf. LLOVERA, ob cit.. p. 420 (en nota).

(101) Comte. ALBERT de MUN, Ma Vocation Sociale, Souve- nirs de la fondation de i'oeuvre des cercles catholiques d'ouvríers (1871-1875), París, 1908.

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A pesar de los ataques de los liberales (102) y aúu de los grupos de católicos conservadores (103), el Conde de Mun se entrega con increíble actividad, a su vuelta a Francia, a una empresa fecunda y que ha quedado para siempre unida a su nombre: la fun- dación de la Obra de los círculos católicos de obreros.

Los horrores de la comuna de Paris lo hablan he- cho meditar profundamente acerca de las causas últi- mas del malestar obrero: ¿Cómo explicar, que, tan fá- cilmente, la masa obrera hubiera aceptado, bajo la palabra de orden de sus desconocidos jefes, la lucha fratricida?

¿Podía todo explicarse, como lo pretendían tan- tos negociantes y patronos, por los simples manejos de la internacional esa gran asociación obrera for- mada en los últimos tiempos del Imperio y cuyo mis- terioso poder servía para explicar todas las convul- siones sociales? (104).

(102) El periódico liberal le XXe. Siecle, de 18 de febrero de 1884, escribía: "El socialismo cristiano es el comunismo más violento y más radical". El más moderado e impar- cia! de los órganos del partido conservador liberal, de- claraba que el socialismo católico predicado por la Obra de los círculos católicos de obreros "no sería menos da- ñoso que el socialismo de Estado" (NlTTl, Le Socialisme Catholique, p. 280).

(103) Los adictos al grupo de la Escuela de Angers, solían di- rigir contra el Conde de Mun y demás reformistas, vio- lentos ataques calificando sus doctrinas de alemanas, teu- tónicas, protestantes y socialistas. Un interesante análisi» de estas críticas se encuentra en la obra de HENRI FON- TANILLE, L'oeuvre Sociale d'Albert de Mun, París 1926. pp. 121-145.

(104) A. de MUN, Ma Vocatíon Sociale, p. 4 1 .

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¿No estaría la responsabilidad principal en las clases directoras? "¿Qué ha hecho esta sociedad le- gal — se preguntaba de Mun desde que ella encar- na el orden público, para dar al pueblo una regla mo- ral, para despertar y formar su conciencia, para apa- ciguar, por un esfuerzo de justicia, el quejido de sus sufrimientos?". (105).

En el "Llamamiento a los hombres de buena vo- luntad", publicado en diciembre de 1871, y que cree- mos de interés transcribir integramente, se contienen las bases fundamentales del programa de la Obra, mediante la cual de Mun y sus partidarios, creian lo- grar la reconciliación social tan deseada:

"La cuestión obrera, a la hora presente, no es un problema a discutir. Ella se plantea delante de nosotros como una amenaza, como un peligro per- manente. Es menester resolverla. De lo contrario, la sociedad, de igual manera que los poderes que ago- nizan y no pueden salvarse ni aún abdicando, oirá pronunciar esta terrible sentencia: Es demasiado larde!

"La Revolución está próxima a obtener sus fines. Del cerebro de los filósofos, ha descendido al cora- zón del pueblo, y organiza hoy en dia, mediante una lucha suprema, a los obreros, que constituyen la subs- tancia de la nación.

(105) Ibid.

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"¿Dejaremos nosotros a estos niños (pues el pue- blo es un niño sublime o egoísta) y a estos obreros halagados en sus pasiones y en su orgullo, consumar la ruina de la patria y del mundo, o más bien, extra- yendo fuerzas invisibles del Corazón de Jesús obre- ro, acordándonos de las glorias de Francia y de su título de hija mayor de la Iglesia, haremos nosotros un último esfuerzo para salvar al pueblo y apresu- rar el reino de Dios en el taller regenerado?

"Tal es la cuestión. Ya no es hora de discursos: es menester obrar! A aquellos que no quieren des- esperar ni de nuestra querida Francia ni de ellos mis- mos, nosotros hacemos un enérgico llamamiento.

"A las doctrinas subversivas, a las enseñanzas funestas, es necesario oponer las santas lecciones del Evangelio : al materialismo, las nociones de sacrifi- cio; al espíritu cosmopolita, la idea de patria; a la negaciim atea, la afirmación católica.

"Es necesario, además, destruir esos prejuicios que dividen y engendran de una parte el menospre- cio y la indiferencia, y de la otra el odio y la envi- dia.

"Los hombres de las clases privilegiadas tienen deberes que cumplir frente a frente de los obreros, sus hermanos; y si la sociedad ha tenido el derecho de defenderse con las armas en la mano, ella sabe que los obuses y las balas no curan, y que es menes- ter algo más.

"Es sobre el terreno de la verdad católica y no en otra parte, donde las manos pueden unirse y las. almas comprenderse.

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"Pues bien: existe en París un circulo de jóve- nes obreros donde se aplican con éxito esas máximas de salud. Ese circulo es la piedra de esperanza del edificio futuro y el tipo viviente de las asociaciones obreras católicas que un día veremos florecer. Allí se combale sin cesar el peligro que amenaza las cla- ses trabajadoras, sobre todo en París; la palabra di- vina se predica, el santo sacrificio se ofrece, la cari- dad activa se practica; libros honestos y sanas pu- blicaciones se ponen a la disposición de los asocia- dos; amistades duraderas se forman; la fuente de buenos consejos y de ejemplos saludables nunca se agota. iSe ama la Iglesia y la Francia. Hombres de mundo, todavía en pequeño número, frecuentan ese círculo y tienen a honra tratar como amigos a esos obreros cristianos.

"Pues bien! He ahí el remedio! El medio se ha encontrado. Es necesario ampliarlo, aplicarlo sobre una escala más vasta.

"En lugar de un círculo en París, son necesarios veinte; se necesitarían en todas las grandes ciuda- des. Inglaterra y Alemania los cuentan por cente- nares.

"Los hombres de las tinieblas se asocian: aso- ciémonos nosotros! Ellos se unen para destruir: uná- monos nosotros para construir! Ellos fundan clubs revolucionarios: fundemos círculos católicos.

"Eso costará cien mil francos, quinientos mil francos, un millón: ¿Qué importa? ¿Creéis que la recuperación de París, de la Comuna, no ha costado más caro?

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"Nosotros nos dirijimos a todos los corazones de buena voluntad: que reflexionen y comprendan.

"La patria tiene pesadas cargas, y todos los ciu- dadanos deben contribuirá aliviarlas: ese es un im- perioso deber; pero hay lugar para otros sacrificios, y en esta hora de nuestra historia, en la cual las di- versiones profanas serian una impiedad nacional» nosotros pensamos que obrando con ese producto la reforma exigida por las circunstancias, se reunirían fácilmente los recursos necesarios para realizar una Obra que es actualmente, se podría decir, la obra que-^ rida por Dios, la obra de las obras".

Acogido por los grandes diarios católicos l'Uni- vers y le Monde; y reproducido por multitud de pe- riódicos franceses entre otros, por Le Fígaro, el Llamamiento a los hombres de buena voluntad lográ conmover algunos espíritus. Aún entre los socialis- tas consiguió despertar la Obra de los círculos católi- cos de obreros sinceras simpatías aunque, desde lue- go, sólo en sus aspectos puramente sociales. (106.)

El primer círculo fué fundado en BelleviHe el 7 de abril de 1872. Esa fué la señal de una activa pro- paganda: de Mun, lleno de entusiasmo, comienza a dis- tribuir folletos en París y a pionunciar conferencias sociales; recorre el país organizando reuniones pú- blicas y contradictorias. Pronto la obra de los circu-^ los deja de ser exclusivamente parisina y se establecer en las provincias.

(106) Cf. NITTI, ob. c¡t. 178-79.

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En 1873 tiene lugar la primera asamblea general de la Obra de los Circuios: a ella asisten 350 miem- bros llegados desde todas las regiones de Francia.

En 1875 había en Francia 150 circuios, con un to- tal de 18.000 miembros, de los cuales 15.000 eran obreros-

El Comité Central de París, reservándose la di- rección del movimiento, dividió a Francia en siete grandes zonas, asignando a cada una comités locales. En cada comité había cuatro secciones: la primera se ocupaba de la propaganda; la segunda de la funda- ción y del mantenimiento de los círculos; la tercera de las finanzas, de la creación y de la administra- ción de las entradas; la cuarta, de la enseñanza.

Cada círculo, instituido por comités locales, tenía una capilla, una sala de juegos, dos salas de reunión, una biblioteca, un gabinete para el director, otro para el capellán y un pequeño jardín. En ellos encon- traban los obreros un lugar de educación y de recreo, y las maneras de procurarse un medio de existencia más respetable y una efectiva protección económica.

El 15 de diciembre de 1876, apareció el primer número de "L'Association Catholiqiie", órgano efec- tivo de la Obra, en torno al cual habían de compac- tarse los esfuerzos de muchos católicos sociales fran- ceses, como La Tour du Pin-Chambly, de Segur-La- moignon, Urbain Guerin, Grandmaison, de Pascal.

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No es posible estudiar detenidamente, en este li- gero esbozo del movimiento social católico, la obra completa de Alberto de Mun: debemos pasar necesa- riamente por alto la influencia de la Obra de los Círculos Obi'eros en la fundación de los primeros sin- dicatos agrícolas católicos en Francia, los círculos de estudios de los cuales se advierte una floración tan prometedora en Venezuela, la Asociación Católica de la Juventud Francesa,

Quisiéramos, sin embargo, decir dos palabras acerca de la obra legislativa de este eminente cató- lico francés. De él ha podido escribir M. Barthou, (107), que "ha sido el colaborador y a veces el pre- cursor de todas las grandes leyes obreras de la Re- pública, aún antes que la Encíclica Rerum Novarum hubiera trazado con una tan admirable altura de vis- ta, sus deberes sociales a los católicos. Sobre este terreno, si llegaba a extrañar y tal vez a alarmar a sus amigos, tenía la buena fortuna de encontrarse con sus adversarios y de crear alrededor de su per- sona una atmósfera de deferente y unánime sim- patía".

Alberto de Mun, fué, en la Cámara Francesa, de- cidido defensor de la libertad sindical, de la limita- ción de la jornada de trabajo, y de la reglamenta- ción y protección del trabajo.

Si no llevó al parlamento ni la ciencia de un eco- nomista, ni la experiencia de un profesional, parti-

(107) Cit. por HENRl FONTANILLE, L'oeuvre sociale d'Albert de Mun, París, 1926. p. 217.

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cipo ampliamente para cumplir con sus deberes de cristiano. (108).

El pensamiento social del Marqués de La Tour du Pin

Junio a Alberto de Mun su amigo intimo e in- mediato colaborador René La Tour du Pin ocupa entre los católicos sociales de Francia, un puesto de extraordinaria importancia.

En la Obra de los Círculos Católicos de Obreros, en la Unión de Friburgo, es el infatigable batallador que busca con decidido empeño una solución cristia- na a la cuestión social.

La cuestión social se presenta a sus ojos "como un dilema de vida o de muerte". (109).

El liberalismo y el individualismo, han creado un sistema de cosas que no es posible mantener:

"De todas los regímenes de trabajo en curso en la humanidad comprendido el trabajo servil ninguno menores garantías al cumplimiento de los fines providenciales, que aquel que se dice "de

(108) Sobre la actividad legislativa de Alberto de Mun, puede leerse con provecho la síntesis de Henri Fontanille en su obra citada, pp. 17 7-218.

(109) MARQUIS DE LA-TOUR-DU-FIN LA CHARCE, Vers un crdre social chretien, Jalons de route, 1882-1907, nou- velle edition, París. MCMXIX, p. 217.

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la libertad de trabajo", que es característico de la so- ciedad moderna. La concurrencia ilimitada, que es- su resorte, subordina, en efecto, las relaciones econó- micas a la Ley que se dice de la oferta y de la de- manda, la cual funciona precisamente a la inversa de la ley natural y divina del trabajo, puesto que por su juego, la remuneración del trabajo asalariado es tanto más débil cuanto que la necesidad de la clase obrera es más intensa". (110).

Si el contrato de trabajo o de cambio es absolu- tamente libre; si no hay justo salario, ni justo pre- cio, ni condiciones de equidad en el intercambio de servicios; si, en una palabra, las transacciones eco- nómicas no están sometidas a la ley moral, es la fuer- za la que hace ley. (111)

La desorganización social procede en gran parte del individualismo consagrado por la revolución de 1789. El individualismo "es la ausencia del concep- to social en todas las cuestiones que interesan al hom- bre. Es el considerarlo como un ser abstracto, per- fecto, de quien dependería o vivir en sociedad, y que no tiene en la vida social otro deber que el de no hacer aquello que daña directamente a otro, en tanto que el deber social consiste en hacer aquello que apro- veche al bien común. Tal es la diferencia entre las teorías de los economistas esos doctores de la plu- tocracia — y la concepción cristiana de la sociedad^ ¿Hay nada más individualista que esta doctrina ne-

(110) Ibid, 209.

(111) Ibid, 222.

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gativa del lazo social o que la definición de la pro- piedad: el derecho de excluir a otro de un bien? Esos dos ejemplos bastan, creemos, para caracterizar al individualismo". (112).

La escuela moderna ha vuelto, además, a la noción pagana e inhumana de la propiedad; la propiedad, en realidad, es el fruto del trabajo social, es decir, del trabajo ejecutado en sociedad: ella tiene como aquél un carácter social, estando destinada a aprovechar no solamente al propietario, sino también a la so- ciedad. Tal es la concepción que tenían los doctores cristianos medievales, por oposición a los antiguos, que la definían de la misma manera que hoy lo hacen los economistas liberales como el derecho a un bien con exclusión de los demás, en lugar del derecho a disponer para comunicarlo a los otros. (113).

Si se quiere salvar la sociedad, afirmaba, es nece- saria una contra-Revolución, tendiente a reconstruir los organismos esenciales sobre los cuales la Revo- lución ha ejercido su acción disolvente: la sociedad religiosa, la sociedad doméstica, la sociedad profe- sional.

La sociedad religiosa debe ser objeto preferen- te de los estudios del reformador, porque ella es la guardiana y la intérprete natural de la ley moral, fundamento de la ley y de las sociedades civiles.

(112) Ibid. 228-29.

(113) Ibid, 210.

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Después de la sociedad religiosa, nada más dig- no de solicitud que la sociedad doméstica, la familia. En tanto que no se haya dado a la familia, con la plenitud de sus funciones, la ayuda social necesaria a su ejercicio, se habrá obrado al contrario de lo que reclaman los intereses sociales.

La sociedad profesional debe ser también resta- blecida. No hay que pensar, desde luego, en reins- talar la corporación de tipo antiguo: las circunstan- cias han cambiado extraordinariamente. Lo que hay que hacer es favocerer y guiai", en vistas al bien co- mún, el impulso que toman en estos momentos las asociaciones obreras.

Para la Tour du Pin las corporaciones del futuro habrán de ser, a la vez, unidades económicas y poli- ticas, aún cuando seria prematuro establecer el papel que jugarán en la organización del Estado. (114).

León Harmel y las corporaciones cristianas

Esta breve reseña acerca de los orígenes del mo- vimiento social católico en Francia, estaría incomple- ta si pasáramos por alto la figura de León Harmel, el bon pere de Val-des-Bois.

"La Economía moderna, dice Harmel, basada so- bre el principio de la concurrencia y de la lucha, es injusta y anticristiana. El trabajo, que debía consti- tuir el lazo de unión entre los hombres, se ha conver-

(114) Ibid. 212-217.

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tido, al contrario, en un elemento de disociación, de odio, de lucha fratricida. En tanto que el Evangelio dice : "Amaos los unos a los otros", la economía mo- derna dice: "Destruios". La pretendida libertad del trabajador no es más que una servidumbre, y aquello que se habia creido debía realzar la digni- dad del obrero, no ha servido, al contrario, más que para rebajarla. El aislamiento ha engendrado la desconfianza, más tarde, la rivalidad; la economía se ha convertido, así, en el campo de luchas terribles, cuyos clientes, patronos y obreros, son sucesivamente rivales y enemigos. Es menester, pues, que aprove- chándose de la ley sobre los sindicatos, los católicos procuren crear sociedades profesionales. La expe- riencia prueba que el sindicato mixto es uno de los medios más eficaces para asegurar la paz social. La organización profesional se impone como una cues- tión de vida o muerte. Los enemigos del orden so- cial trabajan con energía por agrupar en todas par- tes los obreros, bajo pretexto de protección del tra- bajo, pero, en realidad, para organizarlos como má- quinas de guerra contra la sociedad. Es menester, pues, que se formen grupos cristianos contra el mal que nos invade". (115).

Harmel predicaba con el ejemplo: de sus fábri- cas de Val-des-Bois hizo un modelo de corporación cristiana, que funcionando desde 1867, ha atraído

(115) LEON HARMEL, Manuel d'une Corporation Chretienne, p. 223.

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siempre el interés y el respeto de todos aquellos que se preocupan por los problemas del trabajo, (116).

El catolicismo social en Suiza: Mermillod y Decurtins

El 23 de febrero de 1868, Mons. Mermillod, obis- po auxiliar, de Ginebra, pronunciaba en la Iglesia de Santa Clotilde, de París, un notable discurso, cuyo tema central era el problema social obrero:

"Nuestro siglo, decía, levantarse delante de él el terrible problema de la desigualdad de condicio- nes. Es alli donde se encuentra el nudo de las di- ficultades actuales, el enigma planteado al mundo moderno por las ideas y por las cosas. . . A través de nuestras agitaciones actuales, el ojo que quiere dis- cernir el fondo de las cosas, ve enseguida que la cues- tión social es la última palabra de todas nuestras lu- chas . . . Ya los campos se forman, y nosotros nos pre-

(116) Sobre LEON HARMEL y sus iniciativas corporativas de Val des Bois, puede leerse el interesantísimo estudio con- tenido en la obra de GEORGES GUITTON, S. J. León Harmel (2 tomos), París, 1927. El mismo Georges Guitton, que se ha constituido en el biógrafo más auto- rizado del famoso patrono cristiano, ha publicado una síntesis de la obra anterior en su Vie ardent9 et feconde de León Harmel, París 1929, y un pequeño es- tudio titulado León Harmel et l'initiative ouvriere, París, 1938. Consultar también, para el estudio de su influen- cia sobre el movimiento patronal católico en Francia, la obra de PIERRE HENRY, Le Mouvement patronal catho- lique en France, París 1936, pp. 4 7-91.

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gun tamos si el mundo se convertirá en un campo de bataiía, o si un tratado de paz será firmado entre ri- cos y pobres,

"Las obras cristianas y nuestra actividad perso- nal, deben aportar su vivo concurso a la solución pa- cifica de esos innumerables problemas.

"No os extrañéis, pues, que la cátedra sagrada los aborde con una valiente franqueza y que reclame el derecho de iluminar estas cuestiones tenebrosas amenazantes. Si es el honor de nuestro siglo i^lan- tear esos grandes problemas a la humanidad, es tam- bién honor eterno de la Iglesia sondearlos con valor y resolverlos con energía".

Solamente la Iglesia, por su acción conciliadora, podría procurar la paz, a juicio de Mermillod, entre tantos odios y discordias. Pero las clases elevadas han de concurrir sinceramente: su primer deber es estudiar la situación tal cual ella es en realidad, y dar el ejemplo, procurando ajuslar su vida a las normas del cristianismo: "Lo que nos salvará, decía Mermi- llod, no es un cristianismo débil y enervado, sino un cristianismo serio y vivo, encarnándose en las virtudes que atañen al pueblo y que le inspiran esas fuerzas que hacen su alegría y su dignidad... no se podría condenar a la vez las diversiones públicas del obre- ro e ir a ver desnudos obscenos en los teatros; se pier- de el derecho de reprochar al obrero, como un cri- men, arruinarse en el cabaret, cuando en los clubs elegantes se sacrifica en una noche el honor de la familia y la fortuna de los hijos".

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Los que interpretan el Evangelio no deben ha- cerse cómplices de los abusos sociales, pues "no está permitido tener dos doctrinas: la una para proteger los refinamientos de la devoción: la otra para bende- cir la cadena del pobre".

Cuando Monseñor Mermillod pronunciaba su dis- curso en Santa Clotilde, "fué considerado como un iluso; la sociedad elegante y corrompida del Impe- rio, se escandalizó, y en los salones de París, la pa- labra altiva y leal del obispo socialista produjo un efecto inesperado y penoso". (117).

Años más tarde reafirmaría con mayor vigor su posición social: "No solamente decía Mermillod presentando al ¡Soberano Pontífice los representantes de la Unión Católica de Estudios sociales y económi- cos — el derecho moderno no toma en cuenta algunas leyes de la Iglesia, sino que las concep- ciones que tenían esas leyes como punto de par- tida, se han eclipsado del espíritu público; los princi- pios sacados del Evangelio y puestos a la luz por los doctores, especialmente por Santo Tomás Aquino, se han obscurecido; se ha perdido la sana noción del trabajo y de la propiedad, desconociendo las obliga- ciones que ésta impone y los derechos que aquél con- fiere. Habiéndose admitido hoy en día la lucha por la vida como la ley de las relaciones humanas, el tra- bajo es tratado como una mercancía, la existencia del trabajador es sometida al libre juego de las fuer- zas materiales, reduciéndolo a un estado que recuer-

(117) NITTI, ob. cit.. 247.

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da la esclavitud pagana... La propiedad, tomada únicamente en su sentido egoista, separada de las obligaciones correspondientes que le hacen contra- peso, ha tomado nuevamente el carácter absoluto que tenia en tiempo del paganismo. En fin, la economia racionalista, haciendo una distinción entre las cosas \ su valor, ha establecido, como base del sistema de producción y de cambio, la extracción previa de un interés fijo en proporción del valor a repartir entre todos aquellos que por su actividad, han cooperado a la empresa. Se encuentran ahí, evidentemente, tra- zos característicos de usura. El desorden ha llegado en todas partes a tal punto que en el mundo entero la cuestión social se ha impuesto a las preocupacio- nes de todos".

En su posición frente a la intervención del Es- tado en la cuestión social, Mermillod adoptaba la áurea vía media: "Es necesario, decía en el Congre- so de Lieja de 1886, evitar dos escollos: no hay que rehusar la protección del Estado para aquellos que tienen necesidad, y es menester guardarse de caer en el extremo opuesto. No hay que ser ni de la escuela pagana de Rousseau, ni sectario de una neutralidad que acabaría por reducir a la nada los deberes de los poderes públicos".

Figura excepcional y eminente, entre los católi- cos de Europa, Gaspard Decurtins, fué durante mu-

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chos años el impulsor decisivo del catolicismo social en Suiza. "Erudito, elocuente, enérgico, dotado de una incomparable capacidad de trabajo y de una in- comparable potencia de voluntad" (118), Decur- tins marcó todas sus actividades con un sello incon- fundible: entre los católicos sociales de Francia, de Austria, de otras regiones de Europa, el pueblo era una masa separada: los más bellos discursos del Conde de Mun, como dice Georges Goyau "no eran aquellos en los cuales enseñaba al pueblo, sino los que con- cluían con un: "Allez au peuple!" El pueblo, al con- trario, he ahi el auditorio favorito del doctor Gaspard Decurlins. Decurtins estaba hecho para hablar a las masas, como de Mun para hablar en su favor. Esca- la, si es necesario, la tribuna parlamentaria, pero pre- fiere las tribunas populares. Domina, con su abrup- ta y cálida elocuencia, esos inmensos concilios anua- les a los cuales el mundo obrero suizo envía sus re- presentantes. Decurtins era un miembro efectivo del partido obrero. (119).

Desde el año de 1885, Decurtins, convertido en jefe de los católicos suizos, trazaba las primeras lí- neas de su programa social, invitando al Consejo Fe- deral a revisar cuidadosamente la ley sobre la res- ponsabilidad civil de los patronos: "Es menester, escribía, que el obrero encuentre en su salario el equi- valente de los peligros que corre. El exceso de pro-

(118) CHARLES BEÑO IST. Revue de Famille, 1893. I. 434. (cit. por LEON GREGOIRE, Le Pape, les cathoUques et la question sociale. 5^ edición, París 1921, p. 23).

(119) LEON GREGOIRE, ob. cit., 24.

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ducciÓR, que se ha convertido en general y casi cons- tante, es causa de que los salarios hayan llegado a un mínimum y que no representen a menudo más que aquello que es justamente indispensable para no morirse de hainJjre. Es la terrible ley de hierro de Lasalle. El término medio de los salarios es precisa- mente aquél que permite a los obreros vegetar y re- producirse. Este no puede elevarse a causa del exceso de la producción, y no podria tampoco bajar, pues en ese caso la mortalidad se encargarla de disminuir el número de brazos disponibles. El Estado debe in- tervenir, corregir la brutalidad de las leyes económi- cas. El obrero tiene, como todos los demás, el de- recho de existir. Es ese un principio de derecho na- tural, al cual el Estado no puede renunciar sin dañar- se, si quiere servir las altas aspiraciones de un ideal de justicia. Es necesario que el salario satisfaga co- mo mínimum a tres condiciones: subvenir a las ne- cesidades de existencia del obrero, indemnizarlo del peligro de muerte o de mutilación que corre al ser- vicio de su patrón, darle, en fin, compensación por el uso normal y regular de sus fuerzas".

Entre los más decididos empeños de Decurtins, ■estuvo siempre el de una legislación internacional, que permitiera, sin inferioridad para ningún Estado, aplicar las leyes sociales de mejoramiento obrero. Aliado con Favon, director del diario radical Le Ge- nevois, logró que el Consejo Federal Suizo convocara Ja conferencia de Berna, que sería reemplazada, por razones políticas, por la Conferencia Internacional de Berlín.

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Para mejor salvaguardia de los derechos obre- ros, hizo adoptar la institución del Secretariado Obre- ro, que no existia anteriormente en ningún otro país, industrial de Europa.

La influencia de Decurtins en los medios obre- ros de Suiza fué profunda: hacia fines del siglo XIX contaba, no solamente con el apoyo de los católicos, sino de la mayor parte de los trabajadores suizos, cualesquiera que fuesen su partido o religión. De-^ curtins fué defensor ardiente de la Arbeiterbun, la poderosa asociación de obreros suizos que constituía un verdadero Estado dentro del Estado, logrando eiL su seno la fusión de protestantes y católicos.

Decurtins trabajó tan bien y tan rápidamente en Suiza que pronto la legislación obrera de ese país fué la más audazmente desenvuelta. "Habcis sido el primero que ha expuesto a la conciencia del pú- blico europeo la condición de esos millares de personas cuya vida entera no la constituye más que el trabajo", le escribió en 1890 el Cardenal inglés Manning. (120).

Monseñor Pottier y la escuela de Lie ja

Gracias a la decidida protección del obispo de Lieja, Mons. Doutreloux, se inicia en Bélgica, a par- tir de 1880, una corriente social vigorosa, que al po- co tiempo convierte a Lieja en uno de los princi-

(120) ASSOCIATION CATHOLIQUE, 1890, II, 96 (Cit. por GREGOIRE, ob. cit. 25).

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pales centros del catolicismo social. En los congresos de 1886, 1887 y particularmente en el de 1890, se fija de una manera casi definitiva la posición de los ca- tólicos frente al problema social.

La Escuela de Lieja, se ha conocido también co- mo escuela de la autoridad o de los reformadores ca- tólicos; y es opuesta decididamente a la Escuela de Angers o de los católicos conservadores o liberales.

Por sus ideas se refieren a la Escuela de Lieja los franceses Alberto de Mun, La Tour du Pin, Har- mel, Lecour-Grandmaison, de Pascal, de Cabrieres; los alemanes Lehmkuhl, Lowenstein, Hitze, Winds- thorst, Hertling, Bachem y el conde de Loe; el alsa- ciano Winterer; los austríacos Blome y Kuefstein; los ingleses Mons. Bagshawe y Lord Asliuburnham; el íuizo Decurtins; el italiano Medolago-Albani; el es- pañol Rodríguez de Cepeda; los belgas Mons. Dou- treloux, duque de Ursel, Levie, Helleputte; los car- denales — que envían por esci-íto sus informes al congreso de 1890, Gibbons, Manning, Lagenieux y jMermillod.

El título de jefe de la Escuela de Lieja parece, sin embargo, corresponder con justicia al belga Mons. Pottier. (121).

Desde sus años de profesorado en el gran semi- nario de Lieja, el abate Pottier había llegado a con- clusiones firmes : ellas lo llevaban a reintegrar la mo- lal en la economía, a someter el salariado, no sola-

•.(121) Cf. GEORGES LEGRAND, Les grands courants de la so- ciologie catholique a l'heure presente, Paria, 1927, p. 63.

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mente a leyes económicas, sino a leyes morales; a restaurar la noción cristiana, tradicional, de la pro- piedad, del trabajo y de la remuneración. (122).

En el informe que presentó al Tercer Congreso de Lieja, en setiembre de 1890, bajo el titulo "Lo que hay de legítimo en las reivindicaciones obreras", la doble noción del salario justo y del salario mínimo que muy pronto debia consagrar la Enciclica Re- rum Novarum de León XIII, era objeto principal de sus preocupaciones.

Al mismo tiempo reclamaba que los católicos se unieran en un programa común, para asi "en la uni- dad de la verdad, tener fuerza en la acción". (123)^

La Unión de Friburgo

En octubre de 1884, Monseñor Mermillod, obispo de Friburgo, recibía con Rene de La Tour du Pin y Luis Milcent, a un alemán, el Príncipe de Loevensteiu y a un austríaco, el conde Kuefstein: el movimiento social católico se implantaba sobre nuevas bases: aquella recepción tenía por objeto estudiar el proyec- to de creación de un centro católico internacional de estudios sociales.

Tres fuentes, confluían en ese salón episcopal: el grupo de Cristianos sociales de lengua alemana, el

(122) Ibid. p. 69.

(123) Ibid, 74.

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Consejo de estudios de la Obra de los Círculos Cató- licos de Francia, y el Comité íntimo instituido ha- cía dos años en Roma por León XIII. (12^4).

La Unión de Fribiirgo pretendía seivir de centro y de lazo de unión entre las asociaciones de estudios sociales formadas por los católicos de diversos paí- ses.

El régimen del trabajo, el régimen de la propie- dad, la posibilidad de una organización corporativa, fueron seriamente discutidos en las reuniones anua- les de Friburgo. Los informes preparatorios perma- necían confidenciales; sólo se publicaban las conclu- siones resumidas en algunas breves fórmulas, y aún esta misma publicidad era considerablemente res- tringida.

Sin ser secreta, la Unión de Friburgo pretendió una labor discreta, apartada de las criticas apasiona- das de la opinión.

Entre 1885 y 1891, la Unión vió desfilar por sus salones, a los franceses Alberto de Mun, La Tour du Pin, el P. de Pascal y Milcent; los alemanes Lowens- tein y Lehmkuhl; los austríacos Conde de Blome, Conde de Kuefstein y el P. de Weis; los suizos Decur- tins y Python; los belgas Helleputte y el duque d'Usel: los italianos Toniolo, Medolago y el P. Liberatore; el español de Cepeda.

La Unión de Friburgo no tardó en convertirse en un laboratorio de estudios, que inspirándose en la

(124) GEORGES GUITTON, I89I, Une date dans rHisloire des travailleurs, pp. 15-39.

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Summa Theologica de Santo Tomás, pretendía apli- car el pensamiento cristiano a la solución de los pro- blemas contemporáneos.

Entre las tesis que aceptó la Unión de Friburgo, se encontraban las siguientes:

1) El trabajo engendra para el trabajador un derecho moral, y por consiguiente, para la sociedad, el deber correspondiente de velar porque en tesis ge- neral, el trabajador pueda, por medio de un trabajo moderado, procurarse una subsistencia suficiente pa- ra sí V para los suyos,

2) En tesis general, los poderes públicos (cor- poraciones, comunas, estados), deben abstenerse una intervención directa y favorecer más bien la par- tición equitativa y justa, mediante una buena orga- nización del trabajo. Dondequiera que el contrato libre entre patrono y obrero acarree, sea la opresión, sea el peligro de opresión de éste por el primero, los poderes públicos pueden y aún deben, según las cir- circunstancias, ejercer su acción a fin de que los tra- bajadores reciban, cuando menos, la subsistencia ne- cesaria para ellos y sus familias y para procurar re- medio a la miseria.

3) El régimen corporativo, es el modo de or- ganización social que tiene por base la agrupación de los hombres según la comunidad de sus intereses naturales y de sus funciones sociales, y por corona- miento necesario, la representación pública y distinta de esos diferentes organismos. El restablecimiento de la corporación profesional es una de las aplica- ciones parciales de ese sistema.

1C4

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Las diversas proposiciones elaboradas lentamen- te en la Unión de Friburgo, fueron trasmitidas al Va- ticano en 1888: tres años más tarde León XIII iba a confirmar con autoridad pontificia, los actos de aquellos católicos ejemplares, admitiendo en la carta magna del obrerismo católico, la Encíclica Rerum Novarum, la mayor parte de sus principios.

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c) la (/^ 6(idai de ta Intuía

c)-LA VOZ OFICIAL DE LA IGLESIA

Una fecha histórica

pL 15 DE MAYO DE 1891, todas las miradas del orbe cristiano se dirigían a Roma: un Papa, que ya se había distinguido por su apoyo a los católi- cos sociales de Europa y América, abordaba resuelta- mente la cuestión social en un amplio y densísimo do- cumento. El antiguo cardenal Joaquín Pecci, quien ya como Arzobispo de Perusa, había dado innegables manifestaciones de preocupación por la suerte de las clases proletarias, convertido en Sumo Pontífice, to- maba desde el Vaticano la defensa de los trabajadores oprimidos por el yugo de la economía moderna: el día de San Juan Bautista, promulgaba en Roma la Encíclica Rerum Novarum, S. S. León XIII.

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León XIII proclama la gravedad de Ix cuestión obrera

Comienza la Encíclica Rerum Novarum, asentan- do la gravedad de la cuestión obrera: "Los aumen- tos recientes de la industria y los nuevos caminos por que van las artes, el cambio obrado en las re- laciones mutuas de amos y jornaleros, el haberse acu- mulado las riquezas en unos pocos y empobrecido la multitud; y en los obreros la mayor opinión que de su propio valer y poder han concebido, y la unión más estrecha con que unos y otros se han juntado ; y finalmente, la corrupción de las costumbres, han he- cho estallar la guerra". (125). No hay ya cuestión ninguna, por grande que sea, que con más fuerza que esta preocupe los ánimos de los hombres: de ahí la viva expectación que tiene los ánimos suspensos, las juntas de los prudentes, las asambleas populares y el juicio de los legisladores.

Sin embargo, es difícil y no carece de peligros, señalar la medida justa de los derechos y deberes en que ricos y proletarios, capitalistas y operarios de- ben encerrase : hombres turbulentos y maliciosos, por otra parte, tuercen la contienda para pervertir el jui- cio de la verdad y mover a sediciones la multitud. Como quiera que sea, León XIII, se siente obligado a hablar: "vemos claramente, dice, y en esto convie- nen todos, que es preciso dar pronto y oportuno au- xilio a los hombres de ínfima clase, puesto caso que

(125) Enciclica Rerum Novarum, I.

liO

LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

sin merecerlo, se hayan la mayor parte de ellos en una condición desgraciada y calamitosa". (126).

La destrucción de las corporaciones y la ausen- cia de protección legal, ha entregado los obreros, so- Ios e indefensos, a la inhumanidad de sus amos y a la desenfrenada codicia de sus competidores: la usura, por su parte, ha venido a aumentar el mal, pues aun- que condenada repetidas veces por la Iglesia, sigue siempre ejercitada por hombres avaros y codiciosos.

La industria moderna ha llevado a la concentra- ción económica: la producción y el comercio de to- das las cosas está casi todo en manos de pocos; esa pequeña minoría de hombres opulentos y riquísimos, "ha puesto sobre los hombros de la multitud innu- merable de proletarios, un yugo que difiere poco del de los esclavos". (127).

Es necesaria la colaboración de la Iglesia

Después de rechazar la solución propuesta por los socialistas, como perjudicial al obrero, injusta y subversiva (128), dice León XIlí que seria inútil pre- tender resolver enteramente la cuestión social, si no se acude a la Religión y a la Iglesia; porque ella cuenta no sólo con muchas útilísimas instituciones para el mejoramiento de la situación de los prole-

(126) Rerum Novarum, 2.

(127) Reram Novarum, 2.

(128) Rerum NoTarum, 3-12

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tarios, sino con las doctrinas del Evangelio, que rigen con sus preceptos la vida y las costumbres; madre común, puede dirigirse, además, a todas las clases sociales, a fin de que se unan en común esfuerzo para poner remedio a las necesidades de los obreros^ (129).

Entender, además, en su realidad y apreciar en su justo valor las cosas perecederas, es imposible si no se ponen los ojos del alma en la otra vida impe- recedera: los dogmas de la cristiana, las terribles amenazas de Jesucristo contra todos aquellos que hi- cieren mal uso de sus riquezas, han de conmover a los católicos y propender a una unión más íntima y amistosa de una clase con otra. (130).

Los instrumentos de que para mover los ánimos se sirve la Iglesia, reciben su eficacia del mismo Dios : son ellos los únicos que pueden llegar hasta los se- nos recónditos del corazón y hacer al hombre obe- diente y pronto a cumplir con su deber, y que gobier- ne los movimientos de su apetito y ame a Dios y al prójimo con singular y suma caridad. (131).

La intervención del Estado

No se puede dudar que para conseguir el fin de concordia propuesto, se requieren también medios

(129) Rerum Novarum, 13.

(130) Rerum Novarum, 18.

(131) Rerum Novarum, 22.

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materiales. El Estado puede y debe ayudar a resolver la cuestión : el deber de los que gobiernan es hacer que de la misma conformación y administración de la cosa pública, brote la prosperidad, asi de la comuni- dad como de los particulares. La probidad de las costumbres, la rectitud y orden de la constitución de la familia, la observancia de la religión y de la jus- ticia, la moderación en imponer y la equidad en re- partir las cargas públicas, el fomento de las artes y del comercio, una floreciente agi'icultura y otras co- sas semejantes, son de lo que más eficazmente con- tribuye a la felicidad de un pueblo. Pero debe te- nerse en cuenta otra cosa que va más al fondo de la cuestión: que en la sociedad civil una es, e igual, la condición de las clases altas y la de las Ínfimas. Por- que son los proletarios, con el mismo derecho que los ricos, y por su naturaleza, ciudadanos; además de que en toda ciudad es la suya la clase sin compara- ción más numerosa. La autoridad pública debe te- ner cuidado conveniente del bienestar de la clase pro- letaria, fomentando todas aquellas cosas que se vea pueden aprovecharle en algo: con razón podría de- cirse que no de otra cosa sino del trabajo de los óbre- los, salen las riquezas de los estados: justo es, pues, que les corresponda algo de lo que aportan a la co- mún utilidad. (132).

En la protección de los derechos de los particula- res, débese tener cuenta principalmente con los de clase ínfima y pobre, "porque la clase de los ricos, como que se puede amurallar con sus recursos pro-

(132) Rerum Novarum, 27.

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pios, necesita menos del amparo de la pública auto- ridad; el pobre pueblo, como carece de medios pro- pios con que defenderse, tiene que apoyarse grande- mente en el patrocinio del Estado. Por esto, a los jornaleros que forman parte de la multitud indigen- te, debe con sigular cuidado y providencia cobijar el Estado". (133).

En lo que toca a la defensa de los bienes corpo- rales y externos, lo primero que hay que hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de hom- bres codiciosos, que a fin de aumentar sus propias ganancias, abusan sin moderación alguna de las per- sonas, como si no fuesen personas sino cosas. (134).

El Estado debe velar por que el salario no sea insuficiente para la sustentación de un obrero frugal y de buenas costumbres (135), por que se a los trabajadores tanto descanso cuanto compense las íuerzas gastadas en el trabajo, teniendo especialisi- mo cuidado en lo que se refiere al empleo de niños o de mujeres, que por su condición de tales no pue- den soportar duras tareas (136). Debe, además, fo- mentar el ahorro y facilitar la adquisición de la pe- queña propiedad por parte de los trabajadores (137) y evitar en general las huelgas, apartando a tiempo Jas causas posibles de conflictos. (138).

(133) Rerum Novarum, 29.

(134) Rerum Novarum, 33.

(135) Rerum Novarum, 34.

(136) Rerum Novarum, 33.

(137) Rerum Novarum, 35.

(138) Rerum Novarum, 35.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

Limites de la intervención autoritaria

A igual distancia de los liberales que negaban toda intervención al Estado y de los socialistas, que reclamaban la absorción completa de las actividades por la comunidad, defendía León XIII que a los par- ticulares se les dejara en libertad de obrar en todo aquello que, salvo el bien común y sin perjuicio de nadie, se puede hacer. (139).

Para que no se entrometa demasiado la autori- dad, sería prudente reservar la decisión de todas las cuestiones concernientes al trabajo y las empresas, a las corporaciones.

Pero si ello no fuere posible y se hubiera hecho o amenazara hacerse algún daño al bien de la comu- nidad o al de alguna de las clases sociales, y si tal daño no pudiera de otro modo remediarse o evitarse menester es que le salga al encuentro la pública au- toridad. (140).

Por esto, "si acaeciere alguna vez que amenaza- len trastornos, o por amotinarse los obreros, o por de- clararse en huelga; que se relajasen entre los pro- letarios los lazos naturales de la familia; que se hi- ciese violencia a la religión de los obreros, no dán- doles comodidad suficiente para los ejercicios de pie- dad; si en los talleres peligrase la integiúdad de las costumbres, o por la mezcla de los dos sexos o por

(139) Rerum Novarum, 28.

(140) Rerum Novarum, .28.

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otros perniciosos incentivos de pecar; u oprimieren los amos a los obreros con cargas injustas o condi- ciones incompatibles con la persona y dignidad hu- manas; si se hiciera daño a la salud con un trabajo desmedido o no proporcionado al sexo ni a la edad; en todos estos casos es claro que se debe aplicar, aunque dentro de ciertos limites, la fuerza y autori- dad de las leyes". (141).

Pero aún entonces, los limites de la intervención quedan determinados por el fin mismo por que se apela al auxilio de las leyes, "no debiendo éstas abar- car más ni extenderse más de lo que demanda el re- medio de estos males o la necesidad de evitarlos". (142).

Papel de las asociaciones profesionales

Los amos y los mismos obreros, dice León XIII, pueden hacer mucho para la solución de esta con- tienda, estableciendo medios de socorrer convenien- temente a los necesitados y acortar las distancias en- tre unos y otros.

Entre estos medios deben contarse las asociacio- nes de socorros mutuos, y esa variedad de cosas que la previsión de los particulares ha establecido para atender a las necesidades del obrero y a la viudez de su esposa y orfandad de sus hijos; y en caso de re-

(141) Rerum Novarum, 29.

(142) Rerum Novarum, 29.

116

LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

pentinas desgracias o de enfermedad y para los otros accidentes a que está expuesta la vida humana, y la fundación de patronatos para niños y niñas, jóvenes y ancianos. (143).

Pero corresponde el primer lugar a las asocia- ciones de obreros, cuyos beneficios en la antigüedad fueron tan evidentes, bajo la forma de corporacio- nes o gremios de artesanos. No se trata, desde luego, de revivirlas en su forma original : como éste nuestro siglo es más culto y mayores las exigencias de la vi- da cotidiana, preciso es que los tales gi-emios o aso- ciaciones de obreros se acomoden a las necesidades del tiempo presente.

Esas sociedades o corporaciones existen por de- recho natural: a no ser que de propósito se pretenda mediante ellas algo que a la probidad, a la justicia, al bien del Estado claramente contradiga, la autori- dad pública no tiene poder para prohibir su existen- cia. (144).

Hay algunas de esas asociaciones, fundadas por el celo de católicos eminentes, con la ayuda de las cuales pueden fácilmente los obreros procurarse, no sólo algunas comodidades en lo presente, sino tam- bién la esperanza de un honesto descanso en lo por- venir. Deber del Estado es proteger esas asociacio- nes, aunque sin entrometerse en su ser intimo y en las operaciones de su vida.

(143) Rerutn Novarum, 36. <I44) Rerum Novarum, 38,

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DR. FRANCISCO ALFONZO RAVARD

Estos grupos de obreros solos o de obreros y ca- pitalistas, que León XIII "vé foi'marse con gusto, de- seando que crezcan en número y actividad", pueden desempeñar un papel de primera importancia en la í-olución de los conflictos entre patronos y trabajado- res. Sería de desear, afirma el Papa, que para el caso de que alguno de la clase obrera o patronal cre- yese que se le había faltado en algo, pudiera recurrir directamente, en la misma corporación, al arbitrio de varones prudentes e íntegros, a cuya autoridad co- rrespondiera dirimir la cuestión. (143).

Frutos de la Encíclica Rerum Novarum

La Encíclica, dice Ferdinand Cavallera, "sor- prendió a unos, escandalizó a otros, fué para mu- chos la ocasión de ilustrarse sobre los males de la situación actual, provocó ásperas contradicciones, y aún entre los católicos, oposiciones e incomprensio- nes que paralizaron lamentablemente su acción, par- ticularmente en lo que concierne a la organización profesional". (146).

Pero, por otra parte, fué el punto de partida de, un inmenso movimiento social en todos los países. No faltaron la admiración y el elogio. El Economiste Francais, órgano de la ortodoxia liberal y poco adic- to a la escuela social católica, reconocía, sin embar- go, el 3 de octubre de 1891, que "si el Santo Padre no estuviera por encima de todas las distinciones mun-

(145) Rerum Novarum, 43.

(146) Ob. cit., p. 42.

118,

LOS CATOLICOS FRÉNTE A LA CUESTION, SOCIAL

dañas, la Academia de Ciencias Morales y Políticas, podría elegirlo, por unanimidad, como uno de sus miembros".

El Cardenal Gibbons, a través del Atlántico es- cribía que "en ninguna parte ocupaba León XIII un sitio más elevado en el pensamiento público, como en el seno de ese grande y libre país de los Estados Uni- dos".

Pero fué entre los trabajadores, donde la Encí- clica fué recibida con más franco entusiasmo. A los pocos meses de darse a la publicidad la Rerum Nouarum, tenia lugar en Suiza un Congreso de Aso- ciaciones Obreras. De sus trescientos delegados, di- ce Georges Guitton (147), la mayor parte eran hugo- notes, muchos incrédulos, bastantes socialistas. En esa heterogénea asamblea, se vió, sin embargo, acla- mar las doctrinas de León XIII y votar casi unánime- mente la moción siguiente : "Se invita a las organi- zaciones católicas obreras, a desarrollar una propa- ganda internacional a favor de la realización de los postulados que León XIII ha enunciado en su Encí- clica sobre la cuestión obrera".

La Encíclica Rerum Novarum, permitió a los ca- tólicos orientar sus esfuerzos sobre una base doctri- nal común. A partir de 1891 la acción se afirma:

(147) Ob. cit., p. 2.

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"Fortalecidos intelectualmente, y guiados por la fi- losofía de Santo Tomás de Aquino, que León XIII había puesto en sitio de honor desde los comienzos de su reinado, los teólogos releyeron con preocupaciones nuevas los Padres de la Iglesia y el Evangelio, des- cubriendo principios básicos, cuya aplicación concre- ta a las condiciones de la vida actual, fué para mu- chos cristianos una revelación". (148).

Revistas, manuales y diarios, surgieron en todas partes. En Lyon vió la luz pública, hacia fines de 1892, la Chronique des Comités du Sud-Est, qus diez y seis años más tarde habría de convertirse en la Croniqiie Sociale de France; en París, la revista Le Sillón, fundada en enero de 1894 por Paul Renaudin; en Lila, La Democratie Chretienne.

En Inglaterra, el Cardenal Manning recibía en- tusiasmado la Encíclica Pontificia: "Desde que las palabras divinas, "Yo tengo compasión de la multi- tud'' fueron pronunciadas en el desierto, escribía en la Dnblin Review, ninguna voz se ha oído a través del mundo abogando por el pueblo, con tan profun- da y amante simpatía por aquellos que se fatigan y sufren, como la voz de León XIII... León XIII, mi- rando desde la torre de observación del mundo cris- tiano, como San León el Grande acostumbraba de- cir, tiene frente a lo que ningún Pontífice había visto todavía: todos los reinos del mundo, con sus sufrimientos". (149).

(148) GEORGES GUITTON, ob. cit., 118.

(149) Cít. por PUTMAN McENTEE, The social catholic move- jnent in England, p. 3 3.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

Los estudios de sociología cristiana, en abierta contradicción con la economía liberal, se multipli- can. En 1895 aparece el primer fascículo del R. P. Henri Pesch, El Liberalismo, el Socialismo y la Socio- logía cristiana; en 1896 el Manual social cristiano del R. P. Dehon y el Curso de Economía Social del R. P. Carlos Antoine.

Entre los católicos germinan los centros nacio- nales de estudios sociales: el Volksverein de Mün- chen-Gladbach, en Alemania; La Ligue democratique y más recientemente el Secretariat general des oeuvres sociales, en Bélgica ; V Association Po pulaire Catholique, en Suiza; L' Association Catholique Sociale, en los Paí- ses Bajos; el Katolikus Nepszovetseg, en Hungría; el Volksbund des Katoliken Oesterreichs, en Austria; la Catholic Social Guild, en Inglaterra; la Unión Econó- mico Sociale, que más tarde había de ser reemplaza- da por la Giunta céntrale dell'azione cattolica, en Ita- lia; el Fomento Social, en España. En el Canadá, en Estados Unidos, Colombia, México, Argentina, Chi- le, se fundan asociaciones análogas. En Francia, la Action Populaire se inicia en Reims el año de 1903.

Después de la guerra de 1914-1918, se crea un nuevo centro de estudios internacionales en Malinas, alrededor del Cardenal Mercier. A la luz de la Re- rum Novarum, se establece allí una verdadera sínte- sis católica en el Código Social, recopilación de las tesis aprobadas en las seis primeras sesiones del año de 1927.

El movimiento sindical católico cobró un impul- so decisivo con la nueva Carta del Trabajo Cristiano :

121

DR. FRANCISCO ALFONZO RAVARD

en Francia ha sido incontestable la fuerza de la Con- federation Fiancaise des Travailleurs Chretiens; en. Alemania, en Bélgica, en los Países Bajos, el sindica- lismo cristiano llegó a representar una fuerza consi- derable. La Internacional Sindical Cristiana de Utrecht agrupaba, antes de cumplirse los cuarenta años de la Reruni Novarum, dos millones y medio de trabajadores.

El fruto conseguido en el campo legislativo, fué profundo: fué un gobierno católico el primero que estableció en Europa un Ministerio del Trabajo. (150).

En Francia los esfuerzos legislativos del abate Lemire, el abate Gayraud, Henri Cochin, Dussaussoy, Dansette, Motte, Laurens Castelet, de Gailhard-Ban- cel, Jacques Piou, Leonce de Castelnau, Louis Olivier, estuvieron asentados sobre la base doctrinal de la Encíclica.

Católicos eminentes, defensores de la doctrina so- cial de León XIII, han tenido una influencia evidente en la política del trabajo de muchas naciones: bás- tenos citar a Seipel, Presidente varias veces del Con- sejo en Austria; al jefe del Gabinete holandés, No- lens; a Sramek, ministro de higiene y de previsión social en Checoeslovaquia; Brauns, ministro del tra- bajo durante ocho años en Alemania; Korochet, mi- nistro y presidente del Consejo en Checoeslovaquia; Vass, ministro de varias carteras en Hungría; a los cuales habría que añadir los más recientes ejemplos

(150) En Bélgica. 25 de mayo de 1895.

122

LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

de Oliveira Salazar en Portugal, de de Valera en Ir- landa, y del sacrificado DoIIfus en Austria.

La colaboración de los católicos a la fundación y funcionamiento del Bureau Internacional del Tra- bajo ha sido fructuosa: en definitiva, el Bureau no es más que la culminación del viejo sueño de De- curtins y de los ensayos internacionales de la Unión de Friburgo y los Congresos de Lieja,

El primer Director del Bureau Internacional del Trabajo, Albert Thomas, escribía al respecto en 1931, que la semilla de una organización internacional del trabajo, habia sido sembrada en una tierra cuidado- samente preparada desde hacía largos años por óbre- los entusiastas de la justicia social, entre otros, por aquellos que se reclamaban discípulos de la Rerum Nouarum. (151).

El año anterior no habia titubeado en declarar que la doctrina originada de Rerum Novarum, cons- tituía, en materia de reivindicaciones sociales, la ba- se común de los diversos partidos políticos, que sin ser confesionales se inspiran en el catolicismo: "Ella aparece como un signo de unión, y opera como un factor de aproximamiento". (152).

De la acción social fecunda iniciada por la Je- rarquía Eclesiástica en todos los países, después de la promulgación de la Rerum Novarum, da esa impresionante recopilación de documentos publica-

(151) ALBERT LE ROI, CathoHcisme Social et organisation In- ternational du travail, París, 193 7, p. 16.

(152) GEORGES GUITTON, ob. cit. 140.

123

DR. FRANCISCO ALFONZO RAVARD

da en 1931 por la Unión Internacional de Estudios So- ciales de Malinas: La Hierarchie Catholique et le Pro- bleme Social. (153).

Un grueso volumen de 336 páginas, apenas si bas- ta para señalar los títulos, fechas y nombres de los autores de los documentos sociales emanados de las autoridades eclesiásticas, con una ligerísima indica- ción acerca de su contenido. Aunque, desde luego, de desigual valor, ese inventario metódico de documen- tos — que abarca alrededor de unos 2.000 debe, sin duda alguna, como lo indica una nota de redac- ción "reconfortar a los hijos de la Iglesia Católica" fc "interesar aquellos de sus hermanos que viven a su lado". El es muestra de la vitalidad social del catolicismo, en el primer tercio transcurrido del siglo XX.

Reafirmación doctrinal de Pío XI

A los cuarenta años de la Rerum Novarum, otro documento pontificio, la Encíclica Quadragesimo Anno, promulgada por S. S, Pió XI, el 15 de maj-o de 1931, vino a reafirmar la posición doctrinal de la Iglesia Católica frente a la cuestión social.

La Encíclica es, en iDrimer lugar, como expresa Joaquín Azpiazu, "el reconocimiento claro y explí- cito de las verdaderas doctrinas de León XIII, doctri- nas que en el transcurso de cuarenta años de produc-

(153) Edit. "Spes", París. 1931.

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LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

ción acelerada, capitalismo absorbente y luchas so- ciales enconadísimas, no solamente no perdieron na- da de su fuerza, sino que ganaron continuamente te- ireno, tanto en el campo de las ideas como en el de los hechos. Al mismo tiempo, la Encíclica Quadra- gesimo Anno, representa una expresión más fija y exacta de muchas ideas de León XIII. El progreso económico habia sido inusitado, los avances del ca- pitalismo enormes, la dominación del socialismo ate- rradora y, sin embargo, las ideas directrices de Pío XI son las mismas: defensa de la propiedad, enalte- cimiento del ti'abajo, determinación del salario justo, intervención obligatoria del Estado, instauración de im ordenamiento corporativo, si bien deíermmando de manera más explícita la doble función individual y social de la propiedad privada, el doble aspecto in- dividual y social del trabajo humano". (154).

Junto a la Encíclica Quadragesimo Anno, "La Encíclica de la Justicia Social" como la llamó Oswald V. Nell-Breuning, otra Encíclica del mismo Papa Pío XI, vino a completar el cuadro de documentos ponti- ficios sobre el problema obrero contemporáneo: la carta Divini Redemploris, sobre el comunismo ateo, promulgada en Roma el 19 de marzo de 1937.

La posición social de S. S. Pío XII

Desde el año de 1939, ocupa la cátedra de Pedro un Santo Padre en quien se unen las virtudes del

(154) JOAQUIN AZPIAZU, Direcciones PonUficias, 3? edición, Madrid, 1933, pp. 130-131.

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DR. FRANCISCO ALFONZO RAVARD

cristiano ejemplar y la sagacidad y el talento del hombre público: el Papa Pió XII. En los pocos años de su agitado reinado, se le ha visto abordar con ciencia profunda e infatigable celo las más delica- das cuestiones: su prudencia, sabiduría y santidad, JO hacen en esta hora peligrosa, seguro puntal de la Iglesia de Cristo.

Albert Miiller ha recogido en un grueso folleto, La pensee sociale de S. S. Píe XII (155), aspectos diversos de la actitud del antiguo cardenal Pacelli frente a los problemas de orden civil, social e internacional. Na- da hace presumir que el discípulo de Pío XI contra- dirá desde el Vaticano la doctrina social del anterior Pontífice; ni desautorizará, como jefe de la cristian- dad, su palabra como Nuncio de la Santa Sede en Ale- mania, Secretario de Estado y Legado pontificio.

En el más solemne de sus actos pontificios, la Encíclica Summi Pontificatus, aunque destinada prin- cipalmente a analizar la situación creada por la pre- sente guerra mundial. Pío XII señala el mal principal como León XIII y Pío XI en el interior de las conciencias. Lo que dice del orden internacional, puede, con igual derecho, aplicarse al orden interno de las naciones: "La salvación de los pueblos, dice, no viene de los medios externos, de la espada, que puede imponer condiciones de paz, pero no crear la paz. Las energías que deben renovar la faz de la ^ierra, tienen que proceder del interior del espíritu". (156).

(155) Edit. "Spes". París, 1939.

(156) Encíclica Summi Pontificatus, 20 de octubre de 1939, (32)-

126

LOS CATOLICOS FRENTE A LA CUESTION SOCIAL

Refiriéndose más concretamente a las causas de las perturbaciones que aquejan a la humanidad ac- tual, dice que "si es verdad que ellas provienen en parte del desequilibrio económico y de la lucha de intereses por una distribución más justa de los bie- nes que Dios ha concedido a los hombres... no es menos verdad que su raiz es más profunda e inter- na, pues toca a las convicciones religiosas y a las creencias morales". (157).

"Ante todo es cierto, que la raiz profunda y últi- ma de los males que deploramos en la sociedad mo- derna, es el negar y rechazar una norma de morali- dad universal, asi en la vida individual como en la vida social y en las relaciones internacionales . . . Aho- ra bien: la negación de la base fundamental de la moralidad tuvo en Europa su raiz originaria en la separación de aquella doctrina de Cristo de la que es depositaria y maestra la cátedra de Pedro. . . aban- donado el magisterio infalible de la Iglesia, no po- cos hermanos separados llegaron hasta negar el dog- ma central del cristianismo, la divinidad del Salva- dor, acelerando así el proceso de disolución espiri- tual". (158).

Por eso, si se quiere paz duradera, así en la vida nacional como en la internacional "el orden nuevo del mundo, una vez que cesen las amarguras y las crueles luchas actuales, no deberá en lo adelante apo- yarse sobre la incierta arena de normas mudables y

(157) Ibid, (32).

(158) Ibid, (11-12).

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DR. FRANCISCO ALFONZO RAVARD

efímeras, abandonadas al arbitrio del egoísmo colec- tivo e individual", sino más bien "sobre la roca in- conmovible del derecho natural y de la revelación divina". (159).

(159) Ibid, (32).

i2S

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134

ImUcc

INDICE

Pág.

Prólogo Vil -XI

Introducción 3—5

a) LOS PRINCIPIOS SOCIALES DEL CATOLICISMO 9-40

SUMARIO: El catolicismo, doctrina social por ex celencia (9-1 I). Las enseñanzas sociales de Je- sucristo (12). El contenido social del Evangelio

(13-17). ¿Hay una doctrina social en el Evan- gelio? (17-18). Carácter impersonal del Evange- lio (18-20). Lo fundamental en el pensamiento

cristiano (20-22). Los principios fundamentales del catolicismo y su trascendencia social (22-2 7). Las leyes sociales de la justicia y de la caridad (27-35). El Evangelio y los bienes terrestres (35-40).

b) EL INDUSTRIALISMO DEL SIGLO XIX Y LA RE- ACCION DE LOS CATOUCOS SOCIALES . . . . 43-105

SUMARIO: La continuación de una vieja tradición (43-44). Los primeros ensayos católico-sociales

Pág.

en el siglo XIX (44-45). El Libro de los Afligidos y la Economía Política Cristiana de Alban de Ville-

neuve Bargemont (45-47). Un activo decenio

(47-48). Dos precursores españoles (48-51).

Una pastoral del Cardenal de Croi y la "Memoria sobre la cuestión obrera" de Monseñor Rendu (51-51).— L'Ere Nouvelle (52-54).— Un gran so- ciólogo católico: Le Play (54-57). Ketteler: el

iniciador del movimiento social-católico (57-64).

La influencia de Ketteler y la escuela social cató- lica alemana (64-68). El catolicismo social en

Austria (68-72). El Cardenal Manning y los orí- genes del movimiento social católico en Inglaterra

(73-79). Católicos liberales e intervencionistas en

Francia (79-81). El Conde de Mun y la Obra de

los Círculos Católicos de Obreros (8) -89). El pen- samiento social del Marqués de La Tour du Pin (89-92). León Harmel y las Corporaciones Cris- tianas (92-94). El Catolicismo Social en Suiza:

Mermillod y Decurtins (94-100). Monseñor Pot-

tier y la Escuela de Lieja (100-102). La Unión de Friburgo (102-105).

e) LA VOZ OFICIAL DE LA IGLESIA 109-128

SUMARIO: Una fech.i histórica (109).- León Xlll proclama la gravedad de la cuestión obrera (110-

1 1 I). Es necesaria la colaboración de la Iglesia

( 1 1 I-l 12).-La intervención del Estado (112-114).

Límites de la intervención autoritaria (115-

1 16). Papel de las asociaciones profesionales (116-

I 18). Frutos de la Encíclica Rerum Novarum

1 18-124). Reafirmación doctrinal de Pío X! (124-

123). La posición social de S. S. Pío Xll (125-

128).

Bibliografía

131-134

ESTE I.IBHO HA SIDO IMPHESO EN I.OS TALLKHES DE LA C. A. ABTES GRAFICAS . CARACAS 1913