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MISTERIOS DE PARÍS.

TOMO PRIMERO.

MISTERIOS DE PARÍS,

REVISADOS y CORREGIDOS POR SU AUTOR

EDICIÓN POPllAR

^ Ador nada con CIEIV láminas

Y PUBLICADA POR LA

TOMO PRIMERO.

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BARCELONA : Imprenta de Sairí, A. Gaspar y Berdagi er.

1845.

Al. TBAOIJCTOK

D. 31. 3í. Sttu íttartin,

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LA EMPRESA DEL IIAIICELO.^ÉS.

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Los Misterios de Paris I ! ! nombre que resuena de un confín á otro del mundo.... parto sublime de la fértil, ardiente é inagotable imaginación del tan célebre escritor francés Eugenio Sue:... novela que se la arrancan todos de las manos para leerla ó mas bien devorarla.... cuerno de abundancia de engaños y desengaños... obra que ha merecido los mayores y mas justos elogios de la prensa litera- ria del orbe entero.... producción moral para unos, filantrópica para otros, reformista para los mas, y agradable para todos.... cuadro que abraza toda» las clases de la sociedad desde el primer escalón de la Aristocracia hasta el último de la Democra- cia.... autopsia de los vicios y virtudes de que tan- to abunda la especie humana;.... y últimamente espejo fiel en donde reflejan constantemente la di-

yin PRÓLOGO.

versidad de imágenes que abriga la organización social con sus defectos é ilusiones.... He aquí lo que son los Misterios de Paris, de quienes la em- presa del Barcelonés , impelida del zelo que la anima para corresponder á la benevolencia y bue- na acogida que el público barcelonés se ha dig- nado tributar á su diario , ha determinado el tirar la presente edición verdaderamente popular y de una baratura hasta el^ia nunca visía, á fin y efecto deque tanto el modesto J-rtcsano, como el opulen- to Magnate no carezcan de tan preciosa novela , cuya moral está divinamente aliada con la parte recreativa, habiendo logrado su autor llenar en todas »us partes aquella máxima que dic«: instruir deleitando.

Empero la empresa del Barcelonés no concreta sus anhelos puramente en esto, sino que deseosa de complacer en un todo á los suscritores que le han prodigado su aprecio y simpatía, ha consa- grado todos sus desvelos á conciliar el poco coste de la obra con una colección de cien láminas que análogas al texto, servirán de ornato á la novela, y darán mayor realce é interés á su narración.

Ninguna traducción se ha emprendido hasta el dia de esta última edición corregida y reformada , y no solo es nuestra la honra de ser los primeros en adquirir para nuestra lengua el nuevo trabajo de Sue, sino también la de presentar nuestra ver- sión castellana con la rica gala tipográfica de la re- ferida edición francesa; ventaja de que no disfruta ninguna de las innumerables traducciones que se

PllÓLOGO. IX

han hecho y se están haciendo á todas las len- guas de Europa.

Por lo demás no pretendemos gran mérito de originalidad ni sutileza de interpretación: nos fe- licitamos, por el contrario, de haber tenido que seguir paso á paso, obligados por la combinación tipográfica de esta edición, el estilo y conceptos del original; que son lisos é inteligibles como to- do lo que producen las grandes inteligencias en Francia, en España y en todas partes. Si alguna ventaja obtuviere nuestro trabajo sobre las demás versiones castellanas que hastú el dia se han he- cho, consistirá mas bien en esta circunstancia que en nuestro propio merecimiento.

La conveniencia de sustituir al argot francés el caló español ó la germanía , á fin de presentar en su luz algunos de los principales caracteres de la obra, nos parece tan evidente que nos abstene- mos de insistir en ella. Esta persuasión nos ha obligado á formar un copioso vocabulario del horrible idioma de los presidios y de las gavi- llas de ladrones; improbo y enojoso trabajo en el cual nos ha llamado la atención la similitud ge- neral y la frecuente identidad de los signos del lenguaje de los malhechores en ambos países.

i-OOO^E**

LOS

MISTERIOS DE PARÍS,

CAPÍTULO PRIMERO.

J.A TASCA.

Al anochecer de un dia frió j lluvioso de octubre de 1838, cruzó el Puente del Cambio (1) un hombre vestido con blusa azul, panlalon del mismo color y un sombrero de paja usado y de ala ancha en la cabeza. Un momento después desapareció en la Cité [2), laberinto de calles estrechas, oscuras y tor- tuosas, que se estiende desde el Palacio de la Jus- ticia (3) hasta el antiguo templo de Nuestra Seño- ra (4).

Este cuartel de Paris, aunque pequeño y muy vigilado por la policía, sirve de asilo y madriguera á un sin número de malechores de la ciudad , los cuales celebran en las tascas suscitas y reuniones. Tasca , en caló , habla ó dialecto de los ladrones y rufianes significa una taberna de humilde cons- trucción. Dueños de estas tabernas , frecuentadas por la escoria de la población de Paris , como pre- sidarios que han cumplido su condena, ladrones y asesinos, son por lo general, ó bien un hombre que ha sido ya perseguido ó castigado por la jus- ticia á causa de su malvi\ir, ó una mujer que ha

2 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

sufrido la misma degradación. Cuando se comete algún crimen, la policía echa sus redes , por de- cirlo así, en el fangal de aquellas cloacas, y casi siempre coje en ellas á los culpados.

Corría bramando el viento en la noche referida por los callejones oscuros de la Cilé, y los rever- Iberos agitados reflejaban su luz pálida é incierta en la humedad qne inundaba el lodoso pavimento.

Las calles eran tan angostas, que casi se toca- ban los tejados de las casas opuestas, todas de color negruzco, y con al unas ventanas de marcos vie- jos y carcomidos. Los portales, sucios y asquerosos daban paso á usas escaleras fétidas, negras y tan ])erpendiculares , que apenas se podia subir por ellas asiéndose á una cuerda sujeta á la pared con gara- balcs de hierro.

Ocupaban el piso bajo de algunas de estas tristes mansiones, tiendas de carboneros, traperos y re- vendedores de malos comestibles; y á pesar del po- co valor de las mercancías , era tal el temor que inspiraba á sus dueños la audacia de los ladrones de aijuel barrio, que todas las tiendas tenían á la calle fuertes rejas de hi rro.

El hombre de que hemos hablado dejó de cami- nar tan aprisa al entraren la calle de Feves, situa« da en el centro de la Cité : estaba sin duda en su elemento.

La oscuridad de la noche era profunda, y las rá- fagas de viento azotaban con ímpetu furioso las paredes . Se oyó dar las diez en el reloj del tribu- nal de Justicia.

Había en los portales abovedados, oscuros y pro- fundos como cavernas, algunas mujeres, de las cua- les cantaban unas á media voz letrillas populares, otras hablaban entre , y otras calladas é in- móviles, tenían maquinalmenle fija la vista en el

LA TASCA. 3

agua que caía á torrentes. El hombre de la blusa azul se paró de repente delante de una de aquellas mujeres, que estaba triste j silenciosa, y asiéndola de un brazo !a dijo :

Buenas noches , Guillábaora (a) Esta retrocedió contestando con voz tímida: Buenas noches, Churiador (b). No me lastimes. Era el Churiador un galeote cumplido, á quien hablan dado este nombre en presidio.

Ya que estás aquí , dijo el hombre me "vas á pagar el peñascaró (c)... ¡porque sino te hago bai- lar ti zapateado! añadió soltando una bronca risotada. j Dios mió , si yo no tengo dinero ! respondió temblando la Guillábaora ; porque aquel hombre era el terror de todo el barrio. Si no hahülas carrn les (d) , te fiará la Pelona por tu bue- na cara, No, no me fiará... la debo va el alqui- ler de la ropa que traig ) puesta. ¡ Hola ! ¡ parece que me replicas!... dijo el Churiador alzando la voz y corriendo tras de la Guillábaora, que se había refugiado en un portal angosto y oscuro co- mo la noche. \ Ya te cojí I gritó el Churiador al cabo de algunos momentos, apretando con una de sus enormes manos un brazo suavísimo y de- licado.— ¡Ahora que lo vas aballar!... ¡Tu si que lo bailarás ! i'ijo una voz firme y amenaza- dora.— ¡ Por Sambruno, aquí hay un hombre ! ¿ Eres tú, Brazo Rojo?

Responde luego y no aprietes tanto... rae había

(a) Guillábaora. En argot francés , goualcuse. (b) el queda cuchilladas ó piiña!adas de clutrí, cuchillo 6 puñal en argot francés Cliourineur. No usaremos mucho tiempo esta jerga repugnante, y solo daremos de ella algunas muestras características. (c) Aguardiente. (d )Si no tienes dine- ro menudo, ó cuartos.

!t. LOS MISTERIOS DE PARÍS.

puesto aquí en el portal de tu casa... Sí, puede ser que seas tú...— No es Brazo Rojo... respondió la Yoz. i Bueno está I pues ya que no eres un amigo, tendremos jarana y temblará el mun- do ! gritó el Churiador. Pero ¿de quien diablos es esta patita que tengo aquí? ¡si parece la mano de una mujer'... esa pata tiene esta compañera lepuso la voz. Y el Churiador sintió que la de- licada cutis de aquella mano que lo cogió súbita- mente por la garganta , cubría unos nervios de ace- ro.

La Guillabaora,'que había buido al fondo del por- tal y subido algunos pasos de la escalera , se detu- vo un momento, y dirigiéndose á su protector, le dijo :

¡Oh, gracias, Señor, gracias!... Me queréis defender... ¡ pero mirad que es el Churiador I... Dijo que me iba á hacer mal si no le pagaba el aguar- diente... pero se chanceaba ¿quien sabe? Ahora que estoy segura, dejadle. ¡Cuidado, Señor!... mi- rad que es el Churiador. Si él es el Churiador, también yo soy un nicabao que no es liando ni lon- gares (a) dijo el desconocido; y todo quedó en silencio.

Algunos momentos después se oyó en las tinieblas el ruido de una pelea.

¿Quién es este rabioso? gritó el bandido haciendo un violento esfuerzo para desprenderse de su enemigo, en quién conoció desde luego un vi- gor eslraordinaiio. ¡Aguarda! le dijo con voz terrible y rechinando los dientes ¡aguarda, que las vas á pagar por y por la Guillabaoral

¿Pagar? ¡ y en buena moneda de puñetazos!

(a) Rambien yo soy un bandido que ns es flojo ni co- lear de.

LA TASCA. 5

no tengas cuidado, que ya le cobrarás.,. repuso el desconocido. Si no me largas la corbata , te como las narices murmuró el Ghuriador con voz sofocada. Las tengo muy pequeñas, amigo; y además apuesto á que no las ves. Pues acerque- monos al farol. Vamos, dijo el desconocido ; allí nos veremos la cara.

Y empujando al Ghuriador, á quien tenia cojido aun por la garganta, le hizo retroceder hasta la salida del portal, y lo echó á la calle, alumbrada apenas por la luz del reverbero.

El bandido perdió de todo punto el equilibrio; mas recobrando luego una actitud firme, se arrojó con furor sobre el desconocido, cuya figura esvelta y delicada no revelaba el vigor prodigioso que aca- baba de manifestar. Después de algunos minutos de combate, el Ghuriador, aunque de contestura atlética y muy hábil en esta especie de lucha lla- mada vulgarmente la zancadilla, halló, como sue- len decir, á su maestro... El desconocido le pasó el pié con una destreza maravillosa , y lo echó á tierra dos veces.

No queriendo reconocer aun la superioridad de su adversario, volvió á la carga el Ghuriador rugien- do de cólera. Pero cambió entonces de método el defensor déla Guillabaora, y descargó sobre la cara del bandido una lluvia de puñetazos, tan re- cios y terribles como si fueran dados con un guan- te de hierro.

Estos puñetazos, digí os por cierto de la envidia y admiración de Jack Turner, uno de los pugelis- tas mas famosos de Londres, eran tan ajenos de las reglas déla zancadilla, que aturdido el Ghuriador cayó en tierra como un buey, murmurando entre dientes:

Me doy por vencido ; me basta. I Ay , Dios

{> LOS MISTERIOS DE PARÍS.

mió! ¡tened compasión, dejadlo! dijo la Guilla- baora, que durante la pelea se habia adelantado hasta el dintel de la puerta, y luego añadió con asombro « Pero ¿quien sois? á no ser el Maestro de Escuela ó el Esqueleto, nadie hay des- de la calle de San Eloy basta Nuestra Señora , ca- paz de luchar con el Churiador. ¡Ah, cuanto os lo agradezco. Señor! A no ser por vos quizá me hubiera pegado*

El desconocido escuchó con atención aquella voz de mujer. Jamas habia oído un acento mas dulce, mas sonoro ni mas angelical, Quiso distinguir las facciones de la Guillabaora, pero I a noche era os- cura y muy escasa la luz del reverbero.

Después de haber permanecido algunos minutos sin movimiento, el Cburiador empezó á menear las piernas, después los brazos, y por último se levantó.

¡Cuidado! gritó la Guillabaora refugiándo- se de nuevo en el portal y tirando del brazo á su protector: ¡Cuidado! se querrá vengar. No te- mas, prenda mia; si quiere mas, aun tengo para darle.

El rufián oyó estas palabras y dijo al descono- cido:

Gracias... tengo la calabaza desecha y un ojo no como. Por hoy me basta. Otra vez será otra cosa... si te vuelvo á encontrar... ¿Te quejas de lo poco? Si no estás contento aun... dijo el des^ conocido en tono amenazador. No por cierto, no me quejo; me regalaste á m .nos llenas... Vaya que eres pájaro de cuenta... dijo el Churiador con voz áspera y mohína", pero con aquella atención respetuosa que la fuerza física impone siempre á la gente de su clase; Cierto, me apretaste fir- me: pero mira, á no ser el Esqueleto, que es tan flaco y tan fuerte que nadie diria sino que tiene los

LA. TASCA. 7

huesos de hierro , j el Maestro de Escuela que se comería tres gigantes de un almuerzo , nadie hasta la fecha puede alabarse de haberme pisado las cos- tillas.— Bien ¡y qué! ¿Y qué? nada; que en- contré por fin á mi maestro. ¡Cáspita! También hallarás lil tuyo con el tiempo... todos le tenemos. Lo cierto es que ahora que has pateado el Churia- dor, podrás meter en un puño á {odo el barrio. Todas las mujeres serán tus esclavas; los taberneros y taberneras te fiaran de miedo que se les caiga en- cima el tinglado; ¡serás un verdadero rey, y to- do lo que quieras I Pero, vamos claros ¿quién eres que chimullas (a) caló como la jente? Si eres siempre tan valiente como hace poco , confieso que no soy hombre para tí. Es cierto que he dado al- gunas puñaladas , porque cuando la sangre se me sube á la cabeza, pierdo el sentido y allá va el gol- pe caiga donde cayere... pero he pagado mis moja- das (b) con quince años de presidio: mi tiempo se cumplió, estoy libre, puedo vivir en la capital, no debo nada á los avisados (c) ; y en la vida del mundo he robado nada á nadie: pregúntaselo á la Guillabaora. Es verdad lo que dice ; no es la- drón — repuso la joven. Entonces vamos á be- ber un vaso de peñascaró y y sabrás quien soy, di- jo el desconocido. Vamos , camarada , sin pisca de rencor: pelos á la mar. Por mi, tierra á lo pasado. Eres mi maestro , lo confieso; meneas los puños.,, que es maravilla sobre todo la última andanada. ¡San-ta Maria, que chubasco! nunca me cojió otro igual... he de aprender e§e modo áeendiñar fd).

Volveré á empezar cuando quieras ¡ Hola, oh,

conmigo, nol -^ contestó riendo el Ghuriador.

(a) Que liablascaló. (b) Puñaladas, (c) Jueces, (d) Pe- gar, dar golpes.

T. 1. 2

8 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Aquello parecía un mazo de fragua., aun me parece que lo estoy sintiendo. Pero debes conocer á Brazo Rojo , ya que estabas en el portal de su casa. ¿Brazo llojo? respondió algo inmutado el desconocido; y luego añadió con indiferencia ; No quién es Brazo Rojo. ¿Habita solo esta casa? Llovía , he entrado un momento en ese portal para abrigarme, quisiste hacer daño á esachica, yo te lo hize á tí... y no hubo nada mas. Ni mas ni menos: nada tengo que ver con tu vida. Brazo Rojo tiene un cuarto aquí, pero pocas veces viene á él, porqué está siempre en su jabardillo de los Campos Elíseos. No hablemos mas del asunto... Y volviéndose luego á la Guillabaora continuó, A de hombre que eres una guapa muchacha; yo no quería zurrarte, porque sabes que no soy capaz de hacer daño á una niña. Es cierto que todo fué una pura broma; pero sin embargo diste pruebas de buen corazón en no haber azusado contra mi á este rabioso; ya no podía mas cuando me tenía de- bajo de los pies. Vendrás á beber con nosotros; el Señor es quien paga, Pero á todo esto, camara- da continuó , dirigiéndose al desconcido ¿ no seria mejor que en lugar de piar peñascaró (a) fuésemos á cenar á la tasca del Conejo Blan- co? — Dicho y hecho... yo pago la cena. ¿Quieres venir tú, Guillabaora? dijo el desconocido. Gracias, Señor: me puse mala al veros pelear, y se me quitó la gana de comer. ¡ Qué impor- ta ! las ganas vienen comiendo dijo el Churia- dor. La mesa del Conejo Blanco es de lo bueno que hay.

Y se dirigieron los tres á la taberna en la mejor armonía.

(a) De beber aguardiente.

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LA TASCA. 9

i)urante la pelea del Churiador y el desconocido, un carbonero de talla colosal babia observado con inquietud, emboscado en un portal, los trances del combate, sin prestar el menor ausilio á ninguna de las partes como hemos visto ; y cuando el descono- cido, el Churiador y la Guillabaora se dirijieron á la taberna, los siguió sin perderlos de vista.

El bandido y la Guillabaora entraron primero en la tasca, y los seguia el desconocido, cuando acer- cándose á él el carbonero , le dijo en voz baja en alemán y con aire respetuoso :

] Ande Vuestra Alteza con cuidado!

El desconocido encogió los hombros , hizo un jes- to de indiferencia y se reunió con sus compañeros.

El carbonero no se separó de la puerta de la taberna. Escuchaba con la maj^or atención, y mi- raba de cuando en cuando por un pequeño claro del espeso baño de greda , que cubre los vidrios de estas tabernas por el lado esterior.

CÁPÍTILO SEGIXDO.

LA FIGONERA.

El figón ó la taberna del Conejo Blanco está situa- do en el centro de la calle de Feves, y ocupa el pi- so bajo de una casa alta, en cuya fachada hay dos ventanas de cierta construcción llamada á la gui- llotina,

Sobre el dintel de la puerta está colgado un farol oblongo , en cuyo vidrio hendido se leen estas pala- bras : aquí se hospeda de noche.

En esta taberna entraron el desconocido y sus dos compañeros.

Figurémonos una sala espaciosa de techo bajo, ahumado y cruzado de vigas negras, alumbrado apenas por la triste luz de un mal quinqué; las paredes llenas de hendiduras, revocadas aquí y allí con cal y cubiertas de dibujos groseros y de sentencias o palabras en caló; el piso desigual , gastado ó cu- bierto de lodo, y un haz de paja colocado, á manera <le tapiz , al pié del mostrador ó tablero de la figo- nera, situado á la derecha de la puerta bajo el quinqué.

A cada lado de esta sala hay seis mesas, con bancos clavados en un estremo de la pared. En el fondo se un tablero, que dice á la cocina , y á la derecha y cerca de la puerta hay otra que da" sali- da á los zaquizamíes, en donde se duerme de nocbe por tres sueldos.

LA FIGONERA. ^ 11

Diremos algo de la figonera y de sus huespe- des.

Llamábase aquella la tia Pelona: su triple pro- fesión consislia en dar posada en cuartos amuebla- dos; tener una taberna y alquilar vestidos á las míseras criaturas que pululan en aquellas calles immundas.

Tenia cuarenta años; era alta, robusta , corpu- lenta, de color subido y algo barbuda. Su voz era ronca y varonil, sus brazos gordos y sus anchas manos indicaban una fuerza poco común: llevaba sobre el gorro ó papalina un pañuelo viejo de color encarnado y amarillo, y por los hombros un chai de piel de conejo, que cruzaba sobre el pecho y se anudaba en la espalda. El vestido de lana le bajaba hasta los zuecos, mugrientos y quemados por varias partes en el brasero. Finalmente, el color de esta mujer era cobrizo é inflamado por el abu- so de los licores fuertes.

Adornaban el (ablero emplomado algunas vasijas con aros de hierro, y diversas medidas de estaño, y sobre un estante pegado á la pared se veian va- rias botellas de vidrio, dispuestas de manera que representaban la figura del emperador en pié. Con- tenian estas botellas diversos brevages chapurrados verdes y color de rosa, conocidos por los nombres de Espíritu de los valientes , Ratafia de la columna^ y otros títulos pomposos.

Un gato gordo, negro y de ojos amarillos, acur- rucado junto á la figonera, parecía el diablo fami- liar de aquel sitio; y por un contraste peregrino, se veia detras de la caja de un antiguo relox de coco, un ramo de mirto bendito qno la tia Pelona habia comprado en la iglesia el üüsningo de Ramos.

Dos hombres de aspecto siniestro, de barba eri- zada y cubiertos de andrajos, apenas tocaban al

12 LOS 3IISTERI0S DE tARIS,

jarro de vino que tenían delante , y hablaban en voz baja con señales maniflestas de inquietud.

Uno de ellos, sobre todo, descolorido y lívido, calaba con frecuencia hasta los ojos un mal í^orro griego que llevaba en la cabeza , y casi siempre tenia escondida la mano izquierda, sacándola á ve- ces con el mayor disimulo cuando no podia menos de servirse de ella.

Mas allá se veia un joven como de diez y seis años, de rostro imberbe , descarnado , macilento, los ojos hundidos y amortiguados , y con largas melenas negras que le caian al rededor del pescue- zo : este joven , símbolo del vicio desenfrenado y precoz, fumaba en una pipa blanca de tubo corto. Arrimado de espaldas á la pared, las manos meti- das en los bolsillos de la blusa, las piernas tendidas sobre el banco , solo dejaba la pipa y alteraba su postura para beber de cuando en cuando un trago del aguardiente que tenia delante de sí.

Nada singular habia en los demás huéspedes de la taberna : aqui algunos semblantes feroces y brutales, allá una alegría torpe y licenciosa, mas allá un silencio estúpido y sombrío.

Esta era la concurrencia de la taberna del Co- nejo Blanco, cuando entraron en ella el descono- cido, el Ghuriador y la Guillabaora , de quienes haremos una descripción especial , pues ocupan un lugar mu}*^ importante en esta historia.

El Ghuriador era alto , de proporciones atléli- ticas; su pelo era de un rubio muy claro, sus ce- jas pobladas y enormes y sus patillas color de fuego. Los rigores del tiempo, la miseria y el du- ro trabajo del presidio habian bronceado su cutis, dándole el tinte aceitunado que se observa en to- ados los galeotes. A pesar del nombre terrible que llevaba, sus facciones no indicaban ferocidad, si-

)

u

LA FIGONERA. 13

10 cierta franqueza brutal y una audacia indo-

nable.

Hemos dicho que el Churiador llevada un pan- talón y una blusa de tela azul ordinaria , y en la cabeza un gran sombrero de paja, como los que usan comunmente en Paris los oficiales de carpintero y Jos leñadores,

í La Guillabrora apenas había cumplido diez y 5eis años. Una frente blanca y pura coronaba el óvalo perfecto y el tipo celestial de su rostro: unas lar- gas cejas, algo rizadas, cubrian en parte sus gran- des ojos azules llenos de melancolía. El vello suave de la primera juventud poblaba sus mejillas, teñidas apenas de un sutil encarnado. Su pequeña boca de púrpura, que casi nunca sonreia, su nariz fina y rec- ta, el contorno angelical de la parte inferior de su cara, tienen la nobleza y la suavidad de las líneas de Rafael. Por cada sien de raso, baja una trenza hermosísima de pelo rubio ceniciento , y desde la megilla vuelve á subir por detras de la oreja, de- jando ver el glóbulo de marfil rosado, y desaparece luego en los pliegues de un pañuelo de algodón de cuadros azules.

Al cuello nevado lleva una sartita de corales, y el ancho vestido de alepin oscuro revela una cintu- ra delicada, flexible y redonda como un junco. Un pequeño chai color de naranja con cenefa verde, cruza su blanco seno y está sujeto con un nudo á la espalda.

Con razón habia sorprendido la voz de la Guilla- baora á su incógnito defensor. Era en efecto tal el encanto irresistible de su voz dulce , plateada y ar- moniosa, que la turba de malvados y mujeres perdi- das entre quienes vivia esta desgraciada criatura, la rogaban con frecuencia que cantase, y la escucha- ban con indecible entusiasmo.

14 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

La Guillabaora habia recibido otro nombre, de- bido sin duda al candor \irginal de sus faccio- nes.

Llamábanla también Flor de MariOy palabras que en el caló francés significan la Vírqen,

Podrá concebir el lector cual fué la impresión que hemos sentido al hallar en el odioso vocabula- rio, cuyos signos del robo, de la sangre y del homi- cidio son mas espantosos aun que los objetos que re- presentan, cual seria, decimos, nuestra sorpresa al descubrir esta metáfora de tan dulce poesia y de una piedad tan tierna y delicada: ¡Flor de María!

Nos parece un blanco lirio, alzando su oloroso cáliz en medio de un campo cubierto de sangre y carnicería.

¡ Contraste singular y peregrino! ¿Cómo han po- dido realzar este castísimo pensamiento y elevarse á una poesía tan santa los inventores de tan odioso dialecto? A ningún hombre pensador dejará de ofre- cerse aqui la horrible consideración de que estas gentes son tan numerosas y viven en tal unión, que han llegado á formar un idioma peculiar, y de que tienen costumbres propias y habitan un barrio, que llaman suyo, en la ciudad

El defensor de la Guillabaora, á quien llamare- mos Rodolfo desde ahora , parecia ser de unos treinta y seis anos de edad. Su mediana talla y su contestura delgada, esvelta y bien proporcionada, no indicaban el prodigioso vigor que acababa de manifestar en la lucha con el formidable y atlético Churiador.

Seria obra difícil determinar el carácter de la fi- sonomía de Rodolfo. Algunos pliegues de la frente indicaban á un hombre meditabundo; pero en la firmeza de su rostro y en su ademan imperioso y atrevido se descubría el hombre de acción, cuya

LA ^IGO^ERA, 15

fuerza física y cuya audacia ejercen sobre la mu- chedumbre un ascendiente irresistible.

No había dado señales de odio ni de cólera en la pelea con el Cburiador; pues confiado en su propia fuerza y en su destreza y agilidad, no manifestó en aquel lance mas que un desprecio burlador hacia la especie de bestia brava que se habia propuesto domar.

Terminaremos el retrato de Rodolfo, observando que sus facciones parecian demasiado regulares y hermosas para un hombre. Sus ojos eran grandes, rasgados y de un pardo brillante, la nariz aguileña, la barba algo saliente y el cabello castaño claro, del mismo color que ias grandes cejas arqueadas, y que su bigote fino y suave como la seda.

Por lo demás en nada se distinguía de los otros huéspedes de la taberna: tal era la increible facili- dad con que hablaba la lengua y fingía los modales de aquella gente. Al cuello suelto y tan bien forma- do como el del Baco Indio, llevaba una corbata ne- gra atada con desaliño, cuyas puntas caían por delante sobre la blusa azul. Dos hileras de clavos rodeaban las suelas de sus anchos y groseros zapa- tos: finalmente, á escepcion de las manos, que eran de una rara belleza, n^ida lo distinguía en lo mate- rial de los demás concurrentes del figón ; al paso que, moralmente observado, su aire resuelto, audaz y sereno ponia entre ellos y él una distancia infi- nita.

Al entrar en la taberna tocó el Churiador con una de sus enormes manos el hombro de Rodolfo, y dijo c.on voz estrepitosa:

¡Viva el maestro del Churiador!... Amigos, este mocito acaba de sacudirme el polvo... Sépanlo cuantos estén á mal con sus muelas y costillas, sin escluir al Maestro de Escuela ni al Esqueleto, que

16 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

por esta vez no se las arriendo... Lo dicho dicho; y el que quiera apostar, á ello I

Miraron lodos con tímido respeto al vencedor del Churiador, desde la figonera hasta el último hués- ped de la taberna.

Unos retiraron los vasos y jarros á un estremo de la mesa á que estaban sentados, apresurándose á hacer sitio á Rodolfo ; otros se levantaron como tocados por un resorte; y otros se acercaron al Chu- riador, y le preguntaron quien era aquel descono- cido que tan victoriosamente hacia su entrada en el gran mundo.

La figonera, dirigiendo por fin á Rodolfo una sonrisa del modo mas gracioso que pudo, cosa inau- dita, hiperbólica y fabulosa en los anales del Conejo Blanco, se levantó de su mostrador y fué á tomar las órdenes de su admirable huésped para saber lo que debia servir á la compañía; atención que jamás ha- bia tenido la tia Pelona con el Maestro de Escuela ni con el Esqueleto, terribles facinerosos que hacían temblar al mismo Churiador.

Uno de los dos hombres de aspecto siniestro ( el de semblante pálido, que escondia la mano y calaba á cada instante el gorro griego hasta las cejas,) se inclinó hacia la tabernera, que enjugaba con el ma- yor cuidado la mesa de Rodolfo, y la dijo con so- carronería:

¿ No ha venido hoy el Cojo Gordo? No; res- pondió la tia Telona. ¿ Y ayer? Ayer ha venido.

¿Estaba acaso con Calabaza, la hija de Marcial el guillotinado ? Ya sabes... Marcial el de la isla..,

I Vaya unas preguntas de hombre ! ¡Si pensarás que %y algún guro (a) y que ando al rabo de mis parroquianos para saber la vida que hacen! di-

fa) Esbirro 6 Aiffuacil.

LA FIGONERA. 17

jo la tabernera con tono brutal. Tengo cita esta noche con el Cojo Gordo y el Maestro de Escuela añadió el bandido; tenemos que hablar los tres. ¡ Buenas cosas hablaréis! ¡valientes engibaores, nicabaosl (a) ¡Nicabaos ! esclamó irritado el ban- dido; con los nicabaos sacas la barriga de mal año. ¿Quieres dejarme en paz? gritó la figo- nera, amenazando al bandido; con la medida que tenia en la mano.

El hombre descolorido se volvió á sentar refun- fuñando entre dientes. El Cojo Gordo se detu- vo acaso para ajustar la cuenta á aquel mocito llamado Germán, que vive en la calle del Tem- ple...-^ dijo á su compañero. ¿ Lo quieren des- pachar?— No, lo quieren sangrar, no mas: pa- rece que ha denunciado á algunos de Nantes

Todo se supo por Brazo Bojo. ¡Vaya un hom- bre ese Cojo Gordo! Apenas salió de presidio y le sobra ya que hacer.

Flor de María habia entrado en la taberna de- tras del Churiador. Este, después de haber res- pondido con un meneo de cabeza á la salutación del joven adolescente de ojos hundidos y cara ma- cilenta , le dijo: ¡Qué tal, Barbillon! Siempre á vueltas con tu aguardiente; eh I Siempre: mas quiero andar con zuecos y en ayunas, que me falte el peñascaró y la pipa... respondió el joven con una voz ronca y amortiguada, sin mu- dar de postura y echando nubes de humo por la boca. Buenas noches, Flor de María, dijo la tia Pelona acercándose á la Guillabaora y miran- do con atención la ropa de la joven, que ella misma le habia alquilado; y hecho este examen añadió con una especie de satisfacción brutal ;

(a) Rufianes, ladrones.

18 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Me gusta alquilarte á mis cosas... eres limpia como una gatila... Y á fe que no hubiera con- fiado este rico chai color de naranja á unas per- dularias como la Saltona y la Bolera. Mas para eso te estoy educando desde hace tres semanas que entrastes en mi casa; y hablando en plata, no hay persona mejor que en toda la Cité; damita de los pucheros, aunque pecas mucho de triste, de vergonzosa y de melindres... ¡Quién pa- rará contigo de aquí á cuatro años! Después que saques la pata como las otras, no habrá moza mas real y salerosa que en toda la calle de Feves. Dio un suspiro la Guillabaora, y bajó la ca- beza sin responder ¡Calla!... dijo Rodolfo á la figonera; ¿es bendito aquel ramo de mtfto que tenéis junto á vuestro coco? y seríalo con el dedo el sanio ramo colocado detras del relox. Pues qué, judío ¿hemos de vivir como los per- ros? — respondió sencillamente la horrible mujer; y dirigiéndose luego á Flor de María continuó:

Dime tú, dengosita ¿no nos quUlabarás a) al- guna de tus cantigas? Vamos primero á cenar, tía Pelona. dijo el Churiador. ¿Qué queréis que os sirva, valeroso? preguntó la tabernera á Rodolfo, con aire de querer agradarle y de ga- nar su protección á todo trance. Preguntad al Churiador, que es quien nos regala: yo no hago mas que pagar. ; Oyes tú, vinagre! dijo la Pe- lona volviéndose al bandido ¿qué quieres cenar?

Dos chuletas esparrilladas , un arlequín (b),

(a) Cantarás, (b) Un ailequin es iin revoltillo de carne, de pescado y de toda especie de mendrugos y desperdicios que sobran de las mesas de lus criados de Ips grandes y ricos. Sentimos entrar en estos pormenores , pero deben contribuir a formar el cuadro de estas costumbres espe- ciales.

LA FIGONERA. 19

tres rebanadas de manró (a) y dos azumbres de vino de á doce sueldos, dijo el Churiador des- pués de baber pensado un momenlo en la com- binación de este amasijo. Ya yo que eres bombre de gusto, y que guardas siempre tus ga- nas para los arlequines. ¿Vas teniendo bambre, Guillabaora ? dijo el bandido. No. ¿Queréis algo mas que el arlequín , bija mia? dijo Rodol- fo— ;0b no, Señor, gracias!... no tengo ham- bre.— Pero mira de frente á mi maestro, palo- mal la dijo el Churiador riendo con estrépito. Parece que ni de medio lado te atreves á mirarle.

Encendióse el rostro de la Guillabaora y bajó los ojo%,sin mirar á Rodolfo.

Al cfbo de algunos momentos vino la misma tabernera á poner en la mesa un jarro de vino, el pan y el arlequín, del cual no procuraremos dar una idea al lector, aunque el Cburiador pa- rece que lo halló muy de su gusto, porque al verlo esclamó:

i Qué plato 1 ¡Santo Dios I ¡qué plato I Pa- rece un ómnibus. Hay para todos los gustos del mundo; para los que mezclan y para los que co- men de vigilia; para los que q^iieren azúcar y para

los que quieren pimienta Pedazos de ave y de

jíalleta, colas de pescado, huesos de costilla , ojaldre de pasteles, criadillas, cabezas de alabancos, le- gumbres, queso, ensalada... ¡Jesús!... Pero no comes, Guillabaora... mira que es cosa buena... ¡ Apuesto á que hoy has estado de boda '... Lo mismo que los demás días. Esta mañana he co- mido como siempre sueldo de leche y mi sueldo de pan.

La entrada de un nuevo huésped en la taberna

(a) Pan.

20 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

interrumpió todas las conversaciones, y se levan- taron á un mismo tiempo todas las cabezas de los concurrentes.

Era este un hombre de mediana edad , activo al parecer y robusto, y vestido de chaqueta y gor- ra. Acostumbrado á los usos del Conejo Blanco, empleó el lenguaje común de sus parroquianos pa- ra pedir de cenar.

Colocóse de manera el recienvenido que podia observar á los dos individuos de cara siniestra, uno de los cuales Labia preguntado por el Cojo Gordo y por el Maestro de Escuela, No apartaba la vista de uno ni otro; y la postura en que ellos estaban no les permitía observar la vigil^icia de que eran objeto. '

Al cabo de un rato de silencio empezaron de nuevo las conversaciones. El Churiador, á pesar de su audacia, manifestaba la atención mas defe- rente hacia Rodolfo; y no se atrevia á tutearlo.

A de hombre dijo á Rodolfo; aunque las pagó la pelleja , no por eso me alegro menos de haberos encontrado. Porque te gusta el ar- lequín ¿verdad? Eso ya.,, y después porque de- seo veros agarrado con el Maestro de Escuela, que siempre me las puso á cuarto... También él las llevará ahora... -j Rabio por verle entre vues- tras uñas ! ¡ Qué gusto seria! Pues ya... Te pa- rece que por divertirte me voy á echar como un mastin al Maestro de Escuela. Eso no; pero él os echará la zarpa al instante que llegue á saber que sois mas fuerte que él respondió el Chu- riador frotándose las manos. Tengo con que pa- garle en buena moneda, dijo Rodolfo con aire indiferente; y luego continuó ; ¡ Cáspita ! hace un tiempo de perros... ¿Tomaremos un jarro de aguar- diente azucarado? ISos vendrá como una mÍFa

LA FIGONERA. 21

al alma en penal dijo el Churiador. Y para co- nocernos nos diremos quienes somos , añadió Ro- dolfo. — ¿Yo? soy el Albino dijo el Churiador ; galeote cumplido, descargador de leña y ma- deras en el muelle de San Pablo, helado en el in- vierno , asado en el verano , doce ó quince horas por dia en el agua, medio hombre y medio rana; ahí está mi vida y mi retrato, dijo el convidado de Rodolfo haciendo una salutación militar con la mano izquierda. Veamos ahora, añadió; ¿ y vos, señor amo ? esta es la vez primera que se os ve en la Cité... No es por echároslo en cara, pero ha- béis entrado triunfante marchando sobre y á tambor batiente sobre mi pellejo... ¡cuerpo de tal qué terremoto !... parece que lo estoy sintiendo... sobre todo los martillazos de despedida... ¡ qué chubasco! Pero, de veras ¿tenéis mas oficio que el de aporrear al Churiador? Soy pintor de aba- nicos, y me llamo Rodolfo. ¡Pintor de abani- cos? por eso tenéis las manos tan blancas, dijo el Churiador. Si todos vuestros compañeros tienen el mismo brio, parece que es menester ser de bue- nos puños para ese oüciu... Pero ya que sois ar- tista ¿como venís á una tasca de la Cité en don- de no se encuentra mas que murcios , (tinadores y penados de estardó (a) como yo, porque no pode- mos ir á otra parte? Esta no es vuestra tierra: los artistas honrados tienen sus tabernillas fuera de la Cité, y no hablan caló. Vengo aquí porque me gusta la buena sociedad. ¡ Queah ! dijo el Churiador meneando la cabeza con aire de incre- dulidad. Os he encontrado en el portal de Brazo Rojo: en fin... adelante... ¿Decís que no le cono- céis?— j Hasta cuando me vas á fastidiar con tu

(a) Ladrones , asesinos y g-aleotes ú presidarios.

22 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Brazo Rojo ó con tu diablo!.. Desconfiáis de mí; j en verdad que no tenéis razón. Si queréis os contaré mi historia , pero con la condición de que me habéis de enseñar el arte de dar aque- llos puñetazos de remate... cuento con eso... Concedido : bien , dinos ahora tu historia, y la Guillabaora nos contará después la suja. Ma- nos á !a obra dijo el Churiador. ¡ Qué tiem- po ! se hieían las uñas... apuesto á que no an- da un solo corchete por las calles... con vuestro plan nos vamos á divertir... ¿Qué te parece, Gui- llabaora?— A mi bien; pero por mi parte poco tendré que contar dijo Flor de María. Tam- bién nos garlaréis (a) vuestra historia , camarada Rodolfo añadió el Churiador. Sí, yo Impeza- ré. Pintor de abanicos .. es un oficio muy bo- nito— dijo Flor de María. ¿Y cuánto ganáis por derrení^aros en esa fatiga ? dijo el Churia- dor.— Cuando da bien, tres francos, y á veces cuatro; pero esto en los dias de verano que son largos. ¿Y andáis mucho á la que salta, peri- llán?— Mientras tengo barro á manos no lo gas- to mal. Pago diez sueldos diarios por mi cuarto. ¡Oh! perdonad, Monseñor... (b) ¡Pagáis diez sueldos por cíida noche... ¡ vos pagáis diez sueldos, eh ! dijo el Churiador llevando la mano al som- brero.

El título de Monseñor, dicho con ironía por el Churiador, escitó en Rodolfo una sonrisa casi im- perceptible: y continuó:

Sí, me uusta la comodidad y el aseo. Aquí tenemos un par de Francia! ¡un banquero! ¡un ricachón! gritó el Churiador. ¡Paga diez suel-

(a) Cantareis, (b) Tratamiento de los principes de la familia real y otras dignidades eminentes.

LA FIGONERA. 23

dos por SU cuarto! Y cuatro de tabaco, hacen catorce continuó Rodolfo; cuatro el almuer- zo, son diez y ocho ; quince la comida y uno ó dos de aguardiente , anda todo por unos treinta y cuatro ó treinta y cinco sueldos diarios. ISo ne- cesito trabajar toda la semana , y paso como pue- do el tiempo que me sobra. ¿Y vuestra fami- lia?— preguntó la Guillabaora. Se la llevó el cólera respondió Rodolfo. ¿Y que oficio te- nían vuestros padres? dijo la Guillabaora. Pren- deros de los portales del mercado: ropaviejeros. ¿Cuánto habéis sacado de su trato? dijo el Chu- riador. Era aun muy muchacho, y mi tutor lo vendió todo. Cuando llegué á ser mayor de edad le debia ya treinta francos... Esta fué toda mi herencia. ¿Como se llama vuestro patrón? preguntó el Churiador. Mr. Gautier , caile de Bourdonnais ; muy tonto , pero muy brutal, y tan ladrón como avaro. Se dejarla sacar los ojos por no pagar á los oficiales: si se lo lleva el rio no le des la mano. Aprendí el oficio con él á la edad de quince años , me tocó buen numero en la cons- cripción, me llamo Rodolfo Durand .. Ahí está to- da mi historia. Veamos ahora la tuya, Guilla- baora — dijo el Churiador. La mia queda para postre-

T. I,

CAPilXLO TERCERO.

HISTORIA DE LA GÜILLABAORA.

Empecemos por el principio dijo el Churia- dor. Cierto dijo Rodolfo. ¿Tus padres? No los conozco respoudió Flor de María. ¡Qué ca- sualidad !.., ¿no lo digo yo? Somos los de una mis- ma familia... interrumpió el Ghuriador. ¿Tam- bién tú , Churiador? Huérfano de las calles de Paris... como ni mas ni menos, hija mia. ¿Quién te ha criado , Guillabaora? preguntó Ro- dolfo. — No sé, señor. Desde que yo me acuerdo... tendría entonces unos seis ó siete años... estaba con una vieja tuerta que se llamaba la Lechuza, porque tenia la nariz de gancho, un ojo verde muy redon- do, y se parecía á una lechuza que le falla un ojo.

¡Ja... ja... ja!!! parece que la estoy viendo gritó el Churiador. La tuerta continuó Flor de María me hacia vender buñuelos de noche en el Puente Nuevo ; que era un modo de hacerme pedir limosna. Cuando no la llevaba diez sueldos por lo menos, me pegaba en vez de darme de cenar.

¿Y estás segura de que esta muger no era tu madre? preguntó Rodolfo. Vaya si lo estoy; la misma Lechuza me echaba muchas veces en ca- ra el que no tenia padre ni madre , y siempre me decia que me habia recogido en la calle, Según eso dijo el bandida le daba correa por cena cuando no le llevabas la receta de los diez sueldos.

HISTORIA DE LA GUILLABAOílA. 25

Y después me acostaba en unas pajas y tenia tanto frió! Ya se ve... ¡ la paja ! esclamó el Churiador; el estiércol seria cien veces mejor I Pero dicen que hay gente tan melindrosa... ¡por- querial... sale de mala parte.

Este chiste grosero hizo sonreír á Rodolfo. Flor de Maria continuó: Por la mañana el almuerzo que me daba la tuerta era igual á la cena del día anterior, y me enviaba á Montfaucon á buscar mi- ñosas para pescar, porque por el dia tenia la vieja su tienda de sedales junto al puente de Nuestra Señora. ¡Qué largo me parecía el camino desde la Mortelleria hasta Montfaucon!... Ya se ve; como no tenia mas que siete años y andaba muerta de hambre y de frió... El ejercicio te hizo crecer derecho como un husa dijo el Churiador , sa- cando fuego con los chismes de fumar para encen- der la pipa. Llegaba siempre muy cansada continuó la Guillabaora, y á mediodia me daba la Lechuza un mendrugito de pan. Que no se podia comer ¿verdad? dijo el bandido aspirando el humo á |)ocanadas: no te quejes, prenda mia; que por eso te cabe la cintura en un puño. Pero ¿que tenéis, camarada?... camarada no... ¿Señor Rodolfo? Estáis como triste: ¿Será porque esta ga- chona ha pasado miseria? á todos nos apretó bien la tripa. ¿Qué importa la miseria? ¡ Ah! no haz pasado tanta como yo, Churiador dijo Flor de María ¡Quién , yo , Guillabaora ! Hija del alma, íigúraíe que eras una reina comparada conmigo. Cuando eras pequeña , tenias á lo menos paja en que dormir y pan que comer; pero yo, prenda, yo pasaba mis mejores noches de descanso en los hor- nos de yeso de Clichy , como un verdadero vaga- mundo, y mi comida eran tronchos de berza que cogia por las calles; pero las mas veces, como habia

28 LOS 3IISTER10S DE PARÍS.

tanto camino hasta los hornos de Clichy, y viendo que la gaza (a) me roia los huesos, me echaba á la larga debajo de los portales del Louvre... y por el invierno tenia sábanas blancas... como la nieve. Un hombre es mas duro : pero una pobre niña.., dijo Flor de María. Así andaba yo gorda co- mo una golondrina. ¿Y te acuerdas de eso, pim- pollo?—-Vaya si me acuerdo. Cuando me zurraba la Lechuza, siempre me caia al primer golpe; y entonces me daba puntapiés y me decia gritando: a esta lagartita no tiene mas fuerza que un pollo; ni siquiera aguanta un bofetón sin caer- patas ar- riba. » Y luego me llamaba Chulona , que es mi nombre de bautismo: no tengo otro. Lo mismo que yo: mi bautismo fué el de los perros perdidos. Me llamaban cosa... máquina... oijcs... el albino... ; qué se yo 1 Es de pasmar como nos asemejamos los dos, dijo el Churiador. Es claro: en la mise- ria — repuso Flor de Maria, que casi siempre di- rigía la palabra á este hombre, pues se sentía como avergonzada delante de Rodolfo, y no se atrevía á levantar los ojos para mirarlo , sin embarco de que al parecer era de su misma clase. ¿Y qué hacías después de traer las miñosas para la Lechu- za?— preguntó el Churiador. La tuerta me hacía pedir limosna cerca del sitio en que estaba porque hasta el anochecer no se iba á freír los buñuelos al Puente Nuevo. ¡Qué lejos est ba á aquella hora mi pedacito de pan ! Pero pobre de si la pedia de comer, porque entonces me pe- gaba y me decia: « Anda , Chillona , anda á hacer diez sueldos de limosna, y después te daré de ce- nar. " Entonces yo , como tenia hambre y la Le- chuza me pegaba tanto, lloraba todas las lágrimas

(a) Hambre.

HISTORIA DE LA GL'ILLABAORA. 27

del cuerpo. La tuerta me colgaba al cuello mi ta- blerito de buñuelos j me ponía en el Puente Nuevo, en donde me traspasaba el frió en el invierno. Al- gunas veces me dormia de pié, pero no me duraba mucho el sueño, porque la Lechuza me despertaba á puntapiés. En fin, jo estaba en el Puente Nuevo hasta las once de la noche con mi tablerito al cue- llo , y muchas veces lloraba hasta no poder mas. Al verme llorar los que pasaban tenian lástima de mí, y entonces me daban hasta diez y hasta quince sueldos, que yo entregaba á la Lechuza; mas esta, para ver si me quedaba aun algo, me registraba de pies á cabeza y miraba hasta dentro de la boca.

Quince sueldos es un jornal muy grande para una pajarilla como tú. Ya lo creo ; por eso la tía Lechuza al ver... Con un ojo ¿verdad? interrumpió el Churiador. Ya se ve; jsi no te- nia mas que uno! Pues como iba diciendo, la tuerta tomó por costumbre el darme una zurra, para ha- cerme llorar y aumentar así la caridad de los que pasaban. Malo es eso ; pero no tiene pisca de lerdo. Al fin me acostumbré á los golpes; y como la tuerta se desesperaba cuando no me vela llorar, para vengarme de ella, cuanto mas me surraba mas rae reía, aunque tuviese los ojos llenos de lágrimas.

¡ Pobre ratilla ! díme , mucho te debían tentar los buñuelos... Es claro; y como nunca los había probado, toda mi ambición se reducía á comer al- gunos; pero esta ambición me perdió. Un día al volver de Monlfaucon , me dieron de golpes y me robaron el cestíllo unos muchachos. Ya sabía yo lo que me esperaba al llegar; y asi fué que la tuer- ta me dio una zurra y no me dio pan. Por la noche antes de ir al puente, furiosa la tía Lechuza porque no le había vendido los buñuelos la víspera , en lugar de pegarme como tenía de costumbre , me

23 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

martirizó hasta hacerme sangre, arrancándome los pelos de las sienes , que es por donde duele mas.

jira de Dios! ¡eso ya pasa de marca! gritó el Churiador frunciendo las cejas y dando una fu- riosa puñada sobre la mesa. Azotar á una niña, pase ; aunque ya no me hacia buen estómago... ¡Pero martirizarla!... ¡Bruja de los demonios!...

Rodolfo , que habia escuchado atentamente á Flor de María , miró con asombro al Churiador ; sorprendido por este relámpago de sensibilidad.

¿Qué tienes Churiador? Le dijo. ¡ Qué ten- go! ¿Qué he de tener? ¡Como! ¿No os llega aden- tro lo que oís ? ¡ Ese monstruo de Lechuza que martiriza á esta niña! ¿O sois acaso tan duro como vuestros puños? Sigue, hija mia dijo Rodolfo á Flor de alaría , sin responder al apostrofe del bandido. Iba diciendo que la tia Lechuza me habia martirizado hasta hacerme llorar: me fui al puente con mis buñuelos. La tuerta estaba con su sartén , y de cuando en cuando me amenazaba con el puño cerrado. Entonces , como no habia comido desde la víspera y tenia mucha hambre , tomé un buñuelo y lo comí , á riesgo de que se enfureciese la Lechuza. ¡ Bravo, hija mia ! escla- mó el Churiador. Después comí dos. ¡ Bravo I ¡Viva la libertad!!! Caramba, qué bien me supieron!... No fué por golosina, no... ¡Tenia una hambre !... Pero á todo esto, una naranjera que allí cerca estaba empezó á gritar: « Oyes, Lechuza, mi- ra que la Chillona te come el trato!' ¡Hola! ¡ra- yo! ahora si que va á haber morena... ahora dijo el bandido singularmente interesado. ¡Pobre ratita mia I ¡Que temblor de mundo cuando la Le- chuza lo haya sabido! ^:es verdad? ¿Como sa- liste del paso, Guillabaora? dijo Rodolfo, no menos interesado que el Churiador. ¡Ha! muy mal;

HISTORIA D3Í LA GLILLABAORA. 29

pero mas tarde ; porque aunque la tuerta se llenó de rabia al verme comer los buñuelos , no podia dejar la sartén que estoba hirviendo. ¡Ja.., ja- já I... es verdad. ¡Miren ustedes que de...po...s¡cion difícil J Gritó el Churiador soltando una carca- jada. — La tuerta me amenazaba desde su banqui- llo con el gran tenedor de hierro, y luego que aca- bó de freir se vino hacia mí. Me habían dado tres sueldos de limosna , y yo habia comido por valor de seis. Me agarró de la mano sin decirme una sola palabra. Yo no como no caí muerta de miedo en aquel instante: me acuerdo como si fuera hoy , porque justamente era dia de año nuevo. Ha- bia muchas tiendas de juguetes en el Puente Nuevo., toda la tarde se me habia estado desvaneciendo la cabeza... solo con mirar para tantas muñecas boni- tas y tantos enredos como allí habia... Ya sabéis que los juguetes son para una niña el mejor regalo del mundo. ¿Y nunca hablas tenido juguetes, paloma? dijo el Churiador. ¿Yo? ¡ Dios mío ! ¿ Quién me los habia de dar? respondió con tristeza Flor de María. Aunque era en el rigor del invierno no llevaba mas que un vestidito de tela, sin medias ni camisa, y unas almadreñas en los pies. El calor no debia ahogarme ¿ verdad ? Pues con todo eso , cuando la tuerta me cogió por la mano , todo mi cuerpo se cubrió de sudor. Lo que mas me espantaba era que la tia Lechuza, en lugar de jurar y echar maldiciones como de costumbre, no hacia mas que refunfuñar entre dientes todo el camino... no me dejaba de la mano , y como iba tan liger;i , tenia

3ue correr para seguirla. Se me cayó una alma- reña, y como no me atrevia á decir palabra, seguí así con el pié descalzo por las piedras , y cuando llegamos á casa todo el pié me sangraba. ¡ Ah. perra bruja 1 volvió á gritar el Churiador hi-

30 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

riendo de nuevo la mesa lleno de furor: Me quema los hígados el pensar que esta pobre cria- tura va corriendo tras la vieja ladrona, con su po- bre pie sangrando.., Vivíamos en un desván de la calle de la Mortellería , y al lado de la puerta de la casa había una tienda de bebidas, en la cual entró la Lechuza sin soltarme de la mano. En el mostrador se bebió medio cuartillo de aguardiente. ¡ Cáspita ! no la bebeiia yo sin caer redondo co- mo un mazo. Era la ración ordinaria de la tuer- ta: puede ser que por eso me zurrase tanto por las noches. En fin, subimos á nuestro desván; la^ Le- chuza dio dos vueltas á la llave , y yo me eché de rodillas suplicándola que me perdonase por ha- ber comido los buñuelos. A nada me respondía, y solo murmuraba pasando furiosa de un lado á otra del cuarto: « ¿ Qué voy á hacer con esta Chillona, con esta ladrona de mis buñuelos ?... Vamos á ver... ¿ Qué haré con ella ? " Y se detuvo para mirarme con el ojo verde, que parecía una brasa. Yo seguía de rodillas: y en esto la tuerta se arrojó á un es- tante y cogió unas tenazas. ¡ Unas tenazas 1 gritó el Churíador. Sí, unas tenazas. ¿ Y para qué las tenazas ? ¿ Para pegarte con ellas ? dijo Rodolfo. ¿ Para pellizcarte ? dijo el Chu- ríador. — ¿. Para arrancarte mas cabellos ? No, para arrancarme un diente (a).

El Churíador prorrumpió en una blasfemia tal, y la acompañó de imprecaciones tan furibundas , que todos los huéspedes de la taberna volvieron asombrados la cabeza hacia éL

(a) Creemos ;q«e el lector no hallará exagperadas estas cnieldades teniendo presentes las piovidencias casi diarias contra esos seres feroces que castigan y martirizan sin pie- dad á sus hijos. Algunos hay, entre los mismos padres y madres, que imponen castigos abominables..

HISTORIA DE L\ GUILLADAOP.A.

¡ Qué es eso I j qué tienes ! dijo Rodolfo. ¿ Qué tengo ? ¡ Oh , tuerta , bruja de Satanás ! ¿ Dónde está ? ¡ Dinne donde está que la voy á asesinar I Y por fin , hija mia , ¿ te arrancó ei diente esa vieja miserable? preguntó Rodolfo, mientras que el Churiador se entregaba á la es- plosion de su cólera. Sí, Señor, pero no fué del primer tirón, ¡ Oh, Dios mió I j Cuanto he sufridol me apretaba la cabeza entre sus rodillas como si fueran un torno. Por último, con las tenazas y los dedos me acabó de arrancar el diente, y luego me dijo: «Ahora, Chillona, te arrancaré otro como este todos los dias, y cuando no tengas ya dientes que arrancar, te echaré al rio para que te coman los peces. j Ah , maldita , infernal demonio ! ¡ Romper, arrancar los dientes á una niña desdi- chada I esclamó el Churiador mas y mas enfu- recido. — ¿ Cómo te has escapado de la tia Le- chuza! preguntó Rodolfo á la Guillabaora. Era tal el miedo que tenia de que me ahogase, que en lugar de ir la mañana siguiente á Montfaucon, me escapé por el lado de los Campos Eliseos: hubiera corrido hasta el fin del mundo con tal de no caer en sus manos. Tanto anduve , que llegué á un barrio allá lejos: no habia encontrado á quien de- dir una limosna , y ademas iba tan asombra- da que no me acordaba de comer. Llegada la noche entré en un almacén de maderas y leña, y como era pequeñita me melí por debajo de una puerta vieja, me escondí en unas cortezas y virutas que habia debajo de un montón de palos , y me quedé dormida. Cuando iba á ser de día sentí ruido y me introduje mas, debajo de los maderos. Casi tenia calor , y si hubiera tenido que comer , nunca habria pasado mejor noche de invierno. Como yo en el horno de yeso. No me atrevía á salir

32 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

del almacén , porque pensaba que la Lechuza me buscaria por todas partes para arrancarme los dien- tes y ahogarme, y que me cogeria sin remedio si me meneaba de aUí. ¡ Vaya, no me hables mas de esa bruja , que me revuelves la sangre ! Lo cierto es que pasaste mucha miseria; mucha. ¡Po- bre pajarilla! Por eso me pesa de haberte asustado ahí fuera:... no te hubiera cascado, no... á fe mia. ¿ Porqué no me habias de pegar, si no tengo en el mundo quien vuelva por ? Pues justamente no te pegaria porque no eres como las demás , y porque no tienes quien te defienda. Pero aunque digo que no .tienes, sin contar con el amigo se- ñor Rodolfo... puedo jurar que no se duerme cuando oye que te quejas. Adelante , hija mia , dijo Rodolfo. ¿ Cómo has salido del almacén ? Ál dia siguiente, á eso del mediodia, ladrar un per- ro grande debajo de los maderos que me encubrían, y cuanto mas escuchaba mas sentia que se iba acercando hacia ; hasta que por último una voz de hombre que decia: « El perro ladra; sin duda hay gente en el almacén. " « Son ladrones, " re- puso otra voz. Y los dos hombres azuzaban el per- ro y le gritaban: « ¡ Entra, entra ! '' Como el perro se acercaba y temia que me mordiese, empezé á gritar pidiendo socorro con todas mis fuerzas. « ¡ Hola ! " dijo la voz; cualquiera diria que es un niño el que está ahí." Llamaron al perro , salí de entre los maderos, y me hallé cara á cara con un señor y con un muchacho vestido de blusa. « ¿ Qué haces en mi almacén , ladroncilla ? " me dijo el señor muy enfadado ; y le respondí juntando las manos. « Por Dios, señor, no me hagáis mal ; hace dos dias que no cómo nada: me escapé de casa de ia tia Lechuza, que me arrancó un diente y quería echarme á los peces. Como no tenia en donde acos-

HISTORIA DE LX GUILL4nA0IU. 33

tarme, me metí por debajo de la puerta y dormí esta noche sobre las cortezas entre vuestra madera, creyendo que no hacia daño á nadie. « ¿ A con esas ? es una ladroncita que viene á robarme los palos. «Anda á buscar la guardia," dijo el señor á su criado. ¡Mira el viejo chocho! ¡ qué tio lanas! iqué tarugo! ¡Llamar la guardia! ¿Porqué no lla- mó también la artillería sobre la marcha? esclamó el Churiador. ¡ Robarle los maderos !... y no te- nias mas que ocho años... ; qué animal! Es verdad, porque el criado le dijo; « ¿ Cómo había de robar esta criatura , Señor ; si es mayor que ella el menor de los palos que hay aquí?'* alie- nes razón, le contestó el Señor ; pero has de sa- ber que no se introdujo en el almacén para ro- barlo ella , sino para que otros lo robasen. Los ladrones se valen de niñas como esta para que se ocullen y les abran luego las puertas de las ca- sas. Es preciso llevarla al comisario. Cuidado que no se escape. ¡Cuerpo de tal 1 dijo el Chu- riador ; ese hombre era mas bruto que sus pa- los...— Me presentaron al comisario continuó la Guillabaora; dije que era una vagamunda y me llevaron á la cárcel , de donde fui compare- cida ante el tribunal y condenada á permanecer, hasta la edad de diez y seis años en una casa de corrección. ¡Mucho se lo agradecí á los jueces! \. á lo menos en la prisión tenia que comer, y na- die me zurraba; era un paraíso comparado con el desván de la tia Lechuza. Me ensiíñaron á co- ser; pero era muy perezosa, y me gustaba mas cantar que trabajar, sobre todo cuando veia el sol. i Ah ! cuando hacia buen tiempo en el patio de la cárcel , cantaba sin poder contenerme , y á fuerza de cantar me parecia que no estaba presa; y como cantaba tanto me pusieron entonces el

SI LOS 31ISTERÍ0» DE PARÍS.

nombre de GuiUabaora, en lugar del de Chillona que tenia. Por último me dieron libertad luego que cumplí los diez y seis años. A la puerta de la prisión hallé á la tia Pelona, dueña de esta taberna, y dos ó tres viejas de las que visita- ban algunas veces á mis compañeras de encier- ro, las cuales me tenian ofrecido que me darian que hacer cuando saliese de la prisión. ¡Ya, ya! ¡ya entiendo! dijo el Churiador. «Pren- da mia, me dijeron la Pelona y las viejas, ¿quie- res venirte con nosotras? Te daremos Testidos nuevos, y no tendrás mas que hacer que diver- tirle. « Como desconfiaba de ellas, rehusé la ofer- ta y me dije á mi misma. «Sé coser y tengo dos- cientos francos en el bolsillo... Hace ya ocho años que estoy presa, y deseo ser libre y feliz, por- que esto no hace daño á nadie : cuando se me acabe el dinero no me faltará de que ganarlo...» Así es que me puse á gastar sin precaución mis doscientos francos, y este fué mi gran pecado (aña- dió Flor de María dando un suspiro): Mejor me hubiera sido buscar desde luego algún trabajo... Pero no tenia quien me aconsejase. Ya se ve... á la edad de diez y seis años... sola en medio de París. En ñn, lo hecho hecho: en el pecado lle- vé la penitencia. Empecé, pues, á gastar sin tino el dinero. Llené de floreros mi cuarto... ¡ me gus- tan tanto las flores!... Luego compré un vestido y un lindo chai, y me iba de pasco al bosque de ÍBoulogne, á San Germán, á Vincennes, al cam- po... ¡ah, me gusta tanto el campo! Con un amante ¿es verdad, paloma? preguntó el Chu- riador. — Nunca he pensado en eso ; Dios lo sa- be. Lo que yo quería era que nadie me mandase. Andaba siempre con una compañera de prisión , muy buena muchacha, á quien dieron el nombre

HISTORIA DE LO GUILLABAORA. 35

de Alegría f porque siempre estaba riendo. ¡Ale- gría, Alegría ! yo conozco ese nombre dijo el Churiador con aire pensativo. A postaria á que ñola conoces: es una muchacha muy honrada. En la prisión, aunque era la mas alegre, era tam- bién la mas trabajadora, y sacó lo menos cuatro- cientos francos libres de su trabajo... Luego es tan ordenada y tan económica!... Cuando dije que no tenia con quien acompañarme no tuve razón: /Ah/ si hubiera seguido sus consejos otro gallo me can- tara... Después de habernos divertido por espacio de ocho dias, rae dijo: «Ya hemos andado bastan- te á la que salta, y ahora es menester buscar tra- bajo y no gastar el tiempo en fruslerías...» Iba á concluir entonces la primavera de este año... /que tiempo hermoso/... y como me gustaba tanto an- dar por el campo y por las alamedas, la respon- dí: «Quiero divertirme aun un poco mas, y hasta que pase algún tiempo no pienso buscar trabajo.» Desde entonces no la he vuelto á ver; pero supe liace algunos dias que vive en el barrio del Tem- ple, que es muy buena costurera , que gana lo me- nos veinte y cinco sueldos diarios y que vive en un cuarto amueblado por su cuenta... /Dios mió, no iria ahora á verla por cuanto vale el mundof Me parece qne me moriría de vergüenza si me en- contrase con ella. ¡Pobre niña ! dijo Rodolfo; gastaste todo tu dinero en ir y venir al campo. ¿ Te gusta mucho el campo ? ¡ Ah , , Señor ! toda mi ambición es vivir en el campo. Alegría, por el contrario , prefiere vivir en París y pasear- se en los Baluartes,., pero era tan buena y tan complaciente, que solo por darme gusto salia con- tnigo de la ciudad. ¿Y no has guardado siquie- la algunos sueldos para vivir mientras no hallas trabajo? progunló el Churiador. Sí; había re-

3Q LOS MISTERIOS DE PARÍS.

servado unos cincuenta francos... pero quiso la fortuna que mi lavandera fuese una muger llama- da Loreto , que no tenia amparo debajo del cie- lo; tenia entonces la barriga á la boca-, y estaba siempre metida con los pies y manos en el agua para ganar la vida. Llegado ya el caso de no po- der trabajar se vio desamparada , próxima á la bora de parir y sin tener con qué pagar el cuarto, del cual la echaron por último. Solicitó entrar en la Bourbe (5), y no había vacante. Por fortuna halló una noche junto al puente de Nuestra Se- ñora á la muger de Gobin, que estaba oculta ha- cia algunos dias en la bodega de una casa medio demolida detras del hospital general... ¿Porqué se ocultaba de dia la muger de Gobin? Para huir de su marido que la queria matar. No salia sino de noche para comprar pan, y asi fué como encontró á la pobre Loreto, la cual estaba tan mala que apenas podia andar y esperaba la hora del parto de un momento á otro. Viendo esto la mujer de Gobin la llevó á la cueva en donde dor- mía... á lo menos era un refugio. Partió la paja y el pan que tenia con Loreto, y esta dio á luz un niño sin tener una triste manta con que abrigar- se... La mujer de Gobin, llena de compasión y sin temer que su marido la matase, salió de su cue- va p r el dia claro y vino á hablarme. Sabia que conservaba aun algún dinero y que era amiga de servir; y así es que cuando me contó la desdicha de Loreto, la dije que la ' trajese pronto á mi cuarto y que alquilarla para ella otro inmediato al mió. Asi lo hizo. /Qué contenta estaba la po- bre Loreto cuando ser vio acostada en una cama con su pequeñito junto á en una cuna de mim- bres que yo le habia comprado I... La cuidamos mucho Helmina y yo, y luego que pudo levan-

HISTORIA DE LA GUILLABAORA. 37

tarse la socorrí con mi dinero hasta que empezó á ganar para mantenerse. ¿Qué has hecho, hi- ja mia , después de haber gastado el dinero que te quedaba con la pobre Loreto y con su hijo? preguntó Rodolfo.

Entonces he buscado que hacer, pero ya era tar- de. 8abia coser bien, tenia buenas intenciones, y pensaba que cuando quisiese trabajar hallaria aco- modo en todas partes... / Ah, como me engañaba/... Entré en una costurería, y como por no mentir di- je que salia de la prisión; me enseñaron Ja puerta por única respuesta. Supliqué que me diesen tra- bajo de prueba, y me arrojaron á la calle como si fuese una ladrona... Entonces me acordé de lo que me habia dicho Alegría, pero ya era tarde... Fui vendiendo poquito á poco la ropa blanca y los vestidos que me quedaban; y por último, cuando ya no tenia mas que vender, me echaron del cuar- to... No habia comido en dos dias ni tenia en don- de dormir... Entonces volví á encontrar á la Pelo- na y á una de las viejas, que sabian donde vivia y no me habían perdido de vista desde salida de la prisión... Como me habían prometido bus- carme trabajo, me fui con ellas... El hambre me había estenuado tanto que apenas tenia conocimien- lo... Me hicieron beber aguardiente... y... y... ;no sé/ dijo la infeliz criatura cubriéndose el ros- tro con las manos. ¿ Hace mucho tiempo... que vives con la tía Pelona, hija mía? la preguntó Rodolfo conmovido. Seis semanas, Señor res- pondió la Guillabaora temblando. Ya entiendo, ya dijo el Churiadoi; te comprendo como si te pariera... Vamos, es preciso que nos desem- buches aquí tu confesión. Parece quv le pesa do habernos contado lu vida, prenda mia. dijo Ro- dolfo— ;Ah, Señor/ repuso con tristeza Flor

38 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

(le María; es la primera vez que traigo á la memoria estas cosas... y á la verdad no son muy alegres. /Vaya una muchacha/ dijo con ironía el Churiadoi". ¿ Sientes por ventura no haber si- do cocinera de un figón, ó criada de alguna vieja regañona? No importa... nunca debe pesarle á una de ser honrada... contestó Flor de María dando un profundo suspiro. / Qué puntillosa es su merced.'... gritó el Churiador soltando una risotada. ¿ No será mejor que te vuelvas de so- petón un angelito con alas, para honra y gloria de tu linaje, que no conoces? Mis padres me echaron á la calle como una cosa sobrante... /pue- de ser que no -tuviesen con que mantenerse á mismos.'... dijo la Guillabaora con amargura. no se lo echo en cara, no, ni me quejo; pero hay fortunas mejores que la mia. ¿Y á tí, que te taita ? Eres hermosa como una Venus ; no tienes mas que diez y seis años y medio; canias como «¡na calandria; ])areces una Nuestra Señora; te lla- man Flor de María... ¡y aun te quejas'!! ¿Qué dirás cuando tengas un brasero para calentar los pinreles a y una tinaja de pimiento á tu lado, como la tia Pelona? ; Ah ! nunca llegaré á su edad. Tienes un privilegio de invención para no envejecer... ¿ verdad ? No, pero no soy tan fuer- te como ella; y ademas siento hace tiempo una los muy maligna. ¡ Oh ' eso sí. Ya me parece que le estoy viendo ir en el carro de los muertos. ¡ Qué boba eres ! ¡ Vaya una muchacha \'.\ ¿Te ocur- ren muchas veces esas ideas, hija mia ? la pre- guntó Rodolfo. Algunas... Mirad, Señor Rodol- fo, vos me entenderéis mejor: cuando voy por las mañanas á comprar la leche con el cuarto que me

HISTORIA DE LA GUILLABAORA. 39

da la tía Pelona, á la lechera que se pone en la esquina de la calle de la Srapería, y cuando la veo volver á su aldea con su carretilla tirada por un pollino, . ¡ Qué envidia me da, señor Rodolfo!... Entonces empiezo á reflexionar , y digo: « Se va para el campo á respirar el aire libre , á ver á su (amilla;... y yo me vuelvo sola al desván de la ta- berna, en donde no se ve bien á mediodia. Pues bien, palomita; muy honrada y ándate con pu- cheritos, ya que te gusta la farsa, dijo el Chu riador. ¡ Honrada I ¡ Dios mió ! ¿ Cómo quieres que sea honrada ? La ropa que llevo puesta es de la tia Pelona; la debo el cuarto y la asistencia... no puedo menearme de aquí , porque me haria prender por ladrona... Soy suya en cuanto no la pago.

Estremecióse la infeliz criatura al pronunciar estas horribles palabras , y brilló una lágrima en sus largas pestañas. No andes queriendo otra vida, bobona, ni te compares con una aldeana, dijo el Churiador. ¿ Perdistes el juicio ? Acuérdate de que luces en la capital , mientras que la lechera cuece la berza para sus cachorritos, ordeña las va- cas , siega la yerba para el ganado y aguanta una somanta de su marido cuando viene enfadado de la taberna, j Mira qué fortuna envidias tan brillante !

La Guillabaora no respondió. Tenia la vista fija, el pecho oprimido y su fisonomía revelaba una congoja profunda.

Rodolfo había escuchado con indecible interés este terrible diálogo. La miseria , el abandono , la ignorancia de la vida habian perdido á esta desdi- chada criatura, sola en la inmensidad de París á la edad de diez y seis años.

Se acordó involuntariamente de una hija querida

T. I. 'i.

vo

LOS MISTERIOS DE PARIS.

que le había arrebatado la muerte á la edad de diez años , y que entonces debería tener diez y seis como Flor de María. Este recuerdo encendió mas su interés por la criatura desventurada cuya histo- ria dolorosa acababa de escuchar.

CAPÍTULO CUARTO.

HISTORIA DEL CHURIADOR.

No habrá olvidado el lector que un huésped recien llegado á la taberna, observaba con aten- ción á otros dos que en el íigon estaban.

Uno de estos , como llevamos dicho , tenia un gorro griego en la cabeza, escondía la mano iz- quierda y habia preguntado con instancia á la íigonera si no habian llegado aun el Maestro de Escuela y el Cojo Gordo.

Mientras la Guillabaora contó su historia , que no pudieron oir , hablaron uno con otro en voz baja , y á cada paso miraban hacia la puerta con maniQesta inquietud.

El del gorro griego dijo á su compañero: El Cojo Gordo no viene, ni tampoco el Maes- tro de Escuela. ¡ Como el Ksqueleto no le haya des puchado para murciarle el marisco ! (a) Eso no nos vendria mal á nosotros, que hemos prepa- rado el negocio y que debemos tener nuestra parte, repuso el otro.

El desconocido que observaba á estos dos hom- bres, estaba demasiado lejos de ellos para oir lo que decían. Después de haber consultado con suma precaución un papel que llevaba en el fondo de la gorra, pareció satisfecho de su perspicacia, se le- ía) Nv> ?() liaya as-r-sitiailo jinia rohaih- el robo.

42 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

vantó de la mesa y dijo ala figonera que dormi- taba en el mostrador , con los pies sobre el ca- lentador y el gato negro en el regazo :

Adiós, Pelona, hasta , luego: cuidado con mi jarro y con mi plato... no le fies en tus parroquia- nos. — No tengas cuidado , gachón , dijo la tia Pelona ; si tu jarro y tu plato quedan vacíos , nadie los tocará.

Rióse el desconocido del chiste de la figonera, y desapareció sin que nadie lo observase.

En el momento que salió este hombre y antes que la puerta se hubiese cerrado, percibió Rodolfo allá en la calle al carbonero de estatura colosal y cara tiznada, de quien hemos hablado. Manifestóle Rodolfo con un gesto cuan importuna le era su vigilancia; pero el carbonero, sin atender á la in- sinuación de Rodolfo, no se apartó de la inme- diación del Conejo Rlanco.

El semblante de la Guillabaora se entristecia por momentos: arrimada de espaldas á la pared , la cabeza caida sobre el pecho , giraba al rededor de sus grandes ojos y parecía sumerjida en ne- gros pensamientos.

Habia apartado dos ó tres veces la vista al en- contrarse con la mirada fija de Rodolfo, sin poder esplicarse la singular impresión qne le causaba aquel desconocido. Turbada y hasta oprimida con su presencia, casi se arrepentía de haber referido lan sinceramente delante de él su vida miserable.

E\ Churiodor, por el contrario, estaba muy ale- gre; se babií tojnído solo todo el arlequín, el vino y el aguarciici.ío le hacían hablador y comu- nicativo. La vergüenza de haber encontrado á su Maestro, como él decía, había desaparecido á vista del generoso proceder de Rodolfo, en quien reco- nocía un grado tal de superioridad física, que su

HISTORIA DEL CHL III ADOR. 43

humillación había dado hjgar á un sentimiento compuesto de admiración, de temor y de respeto. El carácter sin rencor que habia manifestado, y el orgullo salvaje con que se alababa de no haber robado nunca , probaban á lo menos que no era un hombre enteramente endurecido en la perver- sidad; observación que no se escapó á la sagacidad de Rodolfo, el cual deseaba con impaciencia oir su historia.

Vamos, Churiador... ahora tú. Ya te escu- chamos, — le dijo.

El Churiador echó otro trago, y empezó de esta manera:

á lo menos , pobre Guillabaora , tuviste una Lechuza que te recogiese... i malos diablos la lleven !... tuviste donde dormir desde que te pren- dieron por vagamunda... En cuanto á puedo asegurar que no supe lo que era cama hasta los diez y nueve años, cuando senté plaza de soldado.

¿ Has servido , Churiador ? dijo Rodolfo. Tres años; pero eso vendrá á su tiempo. Las pie- dras del Louvte, los hornos de yeso de Clichy y las canteras de Montrouge , aquí las posadas de mi juventud. Ya veis... tenia casa en Paris y en el campo... nada mas... ¿Cual era tu oficio?

A decir verdad no conservo mas que un recuer- do muy oscuro de haber andado cuando niño con un trapero que me hundia á palos. Esto debe ser verdad, porque jamas he encentrado á uno de esos hombres revolviendo basura, sin que me diese gana de caerle encima á garrotazos. Mi primer oficio ha sido el de ayudar á los desolladores á matar y de- sollar caballos en Montfaucon. Tenia entonces diez 6 doce años. Cuando empecé á matar y desollar caballos viejos me daban alguna lástima los ani- malitos ; pero al cabo de un mes estaba ya tan

i i LOS .MISTERIOS DE PARÍS.

corriente y me gustaba el oficio. Nadie tenia cu- chillos tan afilados como los míos : solo el verlos daba ganas de cortar con ellos. Después que de- sollaba algunos caballos, me arrojaban un pedazo del anca de algún vejestorio que habia muerto de enfermedad ; porque los que nosotros matábamos se vendían á ios figoneros del barrio de la Escuela de ]\Iedicina, que los convertian en carne de vaca, de carnero, de ternera , ó de caza bravia , al gusto y placer de los golosos... ¡ Cáspita 1 cuando yo me veia con mi rebanada de carne de caballo entre las uñas ¿qué rey ni qué roque era mejor que yo?... Entonces me largaba á mi horno como un lobo á su cueva, y con permiso de los horneros asaba en Jas brasas mi rica tajada. Cuando los hornos no trabajaban, cogia leña en el bosque de Romainville, sacaba fuego con los chismes (a) y hacia mi asado en un rincón de los muros del cementerio. ¡Kayol entonces que lo comia sangrando y casi crudo; pero tampoco comia tanto como otras veces. Dinos tu nombre, Churiador, , interrumpió Ro- dolfo. — El color de mi cabello era aun mas claro que ahora; siempre tenia los ojos encarnados como sangre, y por eso me llamaban el Albino (b). Los albinos son los conejos blancos de los hombres, y tienen los ojos encarnados, añadió gravemente el Churiador, á manera de paréntesis fisiológico.

(a) Eslabón, piedra é yesca, (b) Albinos se llamaa los que de padres negros ó de su raza , son blancos como el Jienzo ó la cera blanca. Su cabello, cejas, pestañas y la bar- ba rasa y desplobada tienen también un cclor pálido y blanquizco, ya sea liso el pelo, 6 bien encrespado como el de su raza. Los ojos lagrimosos y muy sensibles á la luz, tienen comunmente el iris color de rosa ó encarnado, y la pupila de lui rojo de fuego como el ojo de las perdices ó de los conejos blancos.

HISTORIA DEL CHURIADOR. 45

¿ Y tus padres y familia? ¿ Mis padres? viven en la misma calle y número que los de la Guilla- baora... ¿ En donde he nacido ? en el primer rincón de la primera calle, á derecha ó izquierda, bajando ó subiendo hacia el Sena. ¿No has maldecido nunca á tus padres por haberte abandonado ? j Eso si que me hubiera sacado de mal año !... i vaya una preguntal ... Con todo, no me hicieron mucho favor en haberme echado á este mundo... si siquiera me hubieran hecho como Dios debe hacer á los pobres... es decir, sin hambre, sed, ni frió!... poco le costana esto, y entonces los pobres que no roban andarían algo mejor. ¿ Tu- viste hambre y sed y no has robado Churiador ?

A fe que no, ^ por eso he pasado tanta miseria. Hubo tales dos días en que no he comido una aris- ta ; y esto sucedia mas veces de lo que me tocaba en ley de Dios. Pero no importa... no he robado nada á nadie, y se acabó. Por causa del esta- ribé (a)... ¿verdad? ¡Vaya una salida I dijo el Churiador alzando los hombros y soltando una carcajada. ¡Con que no hubiera rojbado por temor de tener pan !... Sin robar me moria de hamlM-e : robando me mantendrían en la cárcel á boca de cardenal... Pero no he robado porque... porque... en fin, no me cuadraba á mi el robar, y se acabó.

Esta hermosa respuesta, cuyo valor no compren- día el Cburiador, hizo en Rodolfo la mas profun- da impresión. Vio que el pobre honrado en medio de la miseria era con doble motivo digno de res- peto; siendo así que el castigo de su crimen po- dia convertirse en un recurso cierto de subsis- tencia.

Rodolfo alargó la mano á este infeliz salvaje de

(a) Cárcel.

46 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

la civilización, á quien la miseria no habia de- pravado enteramente.

El Churiador miró asombrado y casi con res- peto á su favorecedor : apenas se atrevia á tocar- le la mano. Un pensamiento vago le hacia en- trever un abismo que lo separaba de Rodolfo.

¡Buenol le dijo Rodolfo; ya vemos que tie- nes corazón y honor. ¿Corazón?... ¿honor?... ¿yo?... ¡Cah! ¿os chanceáis? respondió con sor- presa.— Sufrir miseria y hambre mas bien que robar, es tener honra y corazón, dijo Rodolfo con gravedad. ¡Sil... pero... ¿Quién sabe?... di- jo el Churiador. Pudiera ser... ¿Te espantas de eso? ¿Pues no?... Si no tengo costumbre de oír esas palabras, siempre me han tratado como á un perro sarnoso... \ Pero vaya un efecto que me ha hecho lo que acabáis de decir !... [ Cora- zón I... ¡honor! repitió con aire mas pensativa. Pero ¿qué tienes? Por Dios que no lo sé, dijo el Churiador conmovido; pero esas pala- bras... vea usted... me revuelven el juicio... y me agradan mas que si me dijesen que era mas fuer- te que el Esqueleto y que el Maestro de Escue- la... Lo cierto es que esas palabras... y los pu- ñetazos que me habéis dado por remate de fies- ta... tan bien ribeteados... sin contar con que me pagáis la cena... y que n>e decís unas cosas que... En fin, adelante'; gritó de repente como si le fuera imposible espresar su pensamiento. Lo cierto es que en la vida y en la muerte podéis contar con el Churiador. ¿Has servido mucho tiempo á los desolladores ? preguntó Rodolfo con mas frialdad, no queriendo descubrir la emoción que sentia. Ya lo creo... al principio me daba alguna lástima malar aquellos vejestorios, que ni capaces eran de largarme una coz; pero luego que

HISTORIA DEL CHURIADOU. */

llegaé á los diez j seis aík>s y fui siendo mas hombre, se convirtió en rabia, en pasión, en ne- cesidad, en furor, mi afición á malar y desollar! b3Jaba de comer y beber... \ no pensaba en otra cosa!.,. Era de ver cuando estaba con las manos en la obra: á no ser un pantalón viejo que tenia, lo demás estaba en cueros vivos. Guando tenia al re- dedor de mi quince ó veinte caballos arreatados esperando su vez, con mi gran cuchillo bien afi- lado en la mano... ; Caay I cuando me ponia á matar, no lo que me pasaba... me volvia loco; me zumbaban las orejas... todo el mundo era en- carnado ; la sangre se me subia á los ojos, mataba... y desollaba... y desollaba... y desolla- ba , hasta que me caia el cuchillo de la mano I i Rayo I ¡ qué gusto ! Si hubiera tenido millones los hubiera dado por hacer aquel oficio. De ahí te habrá venido el gusto de pintar jabeques (a) dijo Rodolfo. Bien puede ser: pero cuando pasé de los diez y seis años, el furor aquel cre- ció de tal manera que cuando empezaba á de- sollar perdía el juicio y echaba á perder toda la obra... Destruia las pieles á fuerza de dar cuchi- lladas por aqui y por allá, y tanto me encarni- zaba que no sabia lo que hacia. En una palabra me despidieron del osario. Rogué conmigo á al- gunos carniceros, porque siempre tuve amor al oficio... pero era de ver como se hacian de pen- cas... ¡qué Señores! me despreciaron como los de la obra prima , desprecian á los remendones. En- tonces me di á buscar el pan por otro camino, pe- ro no lo hallé de contado. ¡Qué gaza (b) pasé to- do aquel tiempo! Por fin hallé trabajo en las can- teras de Montrouge ; pero al cabo de dos años me

(a) Dar puñaladas, (h) Hambre

V8 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

aburrí de romperme el espinazo dando á la rueda para sacar piedra, sin mas jornal que veinte suel- dos diarios. Era de buena talla y robusto , sen- té plaza en un regimiento. Me preguntaron por mi nombre, mi edad y mis papeles. ¿Mi nombre? dije yo, soy el Albino : ¿ mi edad ? miradme el diente : ¿ mis papeles ? ahí está el certificado de mi amo el cantero. Como vieron que podia ser un buen granadero, me alistaron sin mas ni mas. Con tu fuerza, tu valor y tu manía de cortar, si hubiera habido guerra , acaso hubieras llegado á ser oficial. ; Ojalá ¡ Cuanto mas me agradaría degollar ingleses y prusianos que rocines viejos I... Pero ahí estaba el mal: no habia guerra, y ha- bia disciplina. Un jornalero puede dar una man- ta de palos á su amo: si es mas fuerte los da, es mas flojo los recibe: le plantan en la calle, coje las del martillado (a), y se acabó la fiesta. En la milicia es cosa diferente. Un dia mi sargento me echó una ronca para hacerme andar mas apri- sa: tenia razón, porque yo hacia la buena mau- la. Sin embargo, eso me incomodó y me repuse: me dio un empujón, y yo le di otro empujón, me echó la mano al gañote, y yo le destaqué un pu- ñetazo. Cayeron sobre mí, y entonces si que hubo morena; bramaba de rabia... tenia toda la sangre en los ojos y no veia mas que sangre I... sangre 1... y como tenia el chuH b) en la mano porque es- taba de rancho, empecé á matar... á matar.,, á ma- tar... á clavar como en una carnicería... Tendí frió al sargento, herí á dos soldados... ¡qué visión I on- ce puñaladas á los tres 1... sí, once puñaladas... ¡Todo era sangre como en Montfauconl... Yo tam- bién chorreaba sangre.

(a) Cojif las de Villadiego., (h) Cuchillo.

HISTORIA DEL GHURIADOR. 49

Bajó la cabeza el bandido con un aire torbo y abatido, y permaneció un rato en silencio.

¿En que piensas ,Ghuriador? dijo Rodolfo observándolo con interés. En nada... le res- pondió bruscamente, y luego prosiguió con su bru- tal indiferencia: Por último me sujetaron , y fui juzgado y sentenciado á muerte. ¿Y cómo has salvado la vida? ¿huíste? No; en lugar de qui- tarme el resuello, me sentenciaron por quince años al estardó (a). Se me pasó deciros que habia salva- do la vida á dos compañeros que estaban para «1 bogarse en el Maine: nos hallábamos de guarni- ción en Melun. En otra ocasión... vais á reiros y á decir que soy un animal del fuego y del agua , que así salva hombres como mujeres... en otra ocasión, estando de guarnición en Rúan, prendió fuego en un barrio : en Rúan todas las casas son de madera como barracas. Me hicieron acudir al fuego,- y al llegar al sitio decir que una vieja no podía ba- jar de su cuarto, en donde entraban ya las llamas Subí: jcáspita, que caliente estaba aquello!... ni los hornos de yeso le ganaban. Finalmente, he salvado á la vieja, pero salí con las plantas de los pies, abrasadas. En una palabra, gracias á es- tos servicios mi alimo (b) se puso de puntillas, y habló y se estiró tanto que me conmutaron la pena; y en lugar de ir á finibusterre (c), me mandaron á gurupas (d) por quince años... al ver que no me ma- taban y que me mandaban á presidio , me dio ganas de echarme al cuello de mi charlatán para aho- garlo... cuando se vino á mi haciendo de persona pa- ra decirme que me habia salvado la vida... j poder de Dios!.*., ¡si no me hubiera contenido I....

(a) Presidio. (b) Procurador : abogado, (c) Patíbulo; horca, (d) Galeras ; presidio.

50 LOS 3Í1STEU10S DE PAUíS.

Luego no te gustó la conmutación de pena. , Que rae había de gustar!... el que con hierro mata jus- to es que con hierro muera , así como es justo que el ladrón calce grillos... á cada cual su merecido... Pero obligar á uno á vivir entre galeotes cuando tiene derecho de ser ahorcado sobre la marcha , es una infamia. No se mata a un hombre sin que que- de de ello alguna memoria... pero de vivir en ga- leras... — Parece que has tenido remordimientos. ¿ Remordimientos ? j cah! no... yo no hice mas que lo que pude , dijo el salvaje; pero en mis pri- meros años de presidio ni una noche pasaba sin que viese en sueños como una pesadilla al sargento y los soldados que habia despachado, es decir... no estaban solos , añadió con una especie de terror;

aguardaban su vez por docenas , por centenares por millares, como en un matadero... como los ca- ballos que degollaba en Montfaucon... y entonces novela mas que sangre, y empezaba á matar.... á matar... á degollar, como hacia en otro tiempo con los caballos viejos... Pero sucedía que cuantos mas soldados mataba, mas aparecían., y al espirar volvían hacia unos ojos de piedad, que yo me maldecía por haberles quitado la vida... pero ya no podia contenerme. Ademas , aunque no tuve nun- ca hermano ninguno, sucedía que todos los que mataba eran mis hermanos... y les quería del alma.. Por fin , cuando ya no podia mas , dispertaba cu- bierto de un sudor frío, como la nieve derretida...

¡ Sueños crueles eran esos, Ghuriadorl ¡Ah! sí... ; Que sueños !... era cosa de perder el juicio... Así es que quise matarme por dos veces, una de ellas tomando cardenillo, y la otra ahorcándome con una cadena ; pero ¡ rayo ! soy mas fuerte que un toro. El cardenillo no hizo mas que darme sed, y la cadena me dejó al rededor del cuello una cor-

HISTORIA DEL CHUIUADOR. 51

bata natural , sin mas novedad. Andando el tiem- po venció ia costumbre de vivir, los sueños y las pesadillas me atormentaron cada dia menos, y me fui dando de alta como los demás compañeros. ¡Buena escuela has tenido en presidio para aprender á ro- bar ! Cierto, pero faltaba la inclinación ; y aun- que algunas bromas me daban por eso los demás galeotes, también les costaba caro, porque andaba la cadena por fustanque (a;. Allí fué donde he co- nocidoal Maestro de Escuela;... pero en cuanto á este... es decir... en cuanto á cosa de puñetazos, me dio mi ración correspondiente , como vos me la disteis ahí fuera hace un minuto. ¿Es galeote cumplido el Maestro de Escuela? A saber era fenado eterno [b], [)ero se libró como un gavilán, dando por cumplida su condena. ¡ Huyó de pre- sidio y no lo denuncian ! No seré yo quién le de- nuncie, por vida mia: cualquiera loecharia á mie- do. — ¿ Gomo no con él la policía ? ¿ No tiene por ventura filiación ? ¿Filiación ?... ¡Buen pá- jaro es el Maestro ! Hace mucho tiempo que se qui- tó de la fila (c) lo que Dios le había dado y el dia- ])loquelo conozca ahora. ¿Pero cómo ha podi- do hacer eso? ¿Como? carcomiéndose poco á poco las narices con vitriolo. Tenían medio palmo de largo. Vamos , te chanceas sin duda. Si vie- ne esta noche le veréis : tenia unas narices de papa- gayo descomunales, y ahora es un chato como una loma : los labios son como puños , y tiene la cara llena de costurones como sayo de trapero. ¿Se- rá posible que se haya desfigurado hasta el punto de que nadie le conozca ? Hace seis meses que huyó de Rochefort, mil veces le encontraron los

(a) garrote; rebenqu-.'. (b) galeote per vida. (c) Caía.

5-2 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

maitines a , y pasan de largo sin conocerlo. Por- qué ha estado en presidio ? Por falsario , ladrón V asesino. Le llaman Maestro de Escuela porque escribe muy bien y sabe mucho. ¿ Le temen mu- cho por ahí? No le temerán, no, cuando le ha- vais sacudido la pavana como á mí. ¡ Qué ganas tengo de que le llegue el dia 1 ¿De qué vive? Vive en compañía de una vieja tan mala como él, y tan fina como la pólvora; pero no se la ve jamás. Sin embargo ha dicho á la tia Pilona que la trae- ría un dia á la taberna. ¿ Toma parte esa mujer en los robos que hace ? Y en los asesinatos tam- bién. Dicen por ahí que se alaba de haber cometido con ella dos ó tres últimamente, y que entre los des- pachados se encuentra un boyero, á quien robaron y quitaron la vida en el camino de Poissy. El caerá tarde 6 temprano. Es preciso ser muy diestro: lleva siempre debajo de la blusa dos pistolas carga- das y un puñal. Dice que por nada se le da, que solo perderá la vida una vez y que para escaparse matará cuanto se le ponga delante; y como es dos veces mas tuerte que vos y que yo, no se le podrá cojer así á dos por tres. ¿A que te has dedicado después de salir de presidio? Me ajusté con un descargador del muelle de San Pablo, y gano la vida en este oficio. ¿Porque .no vives en la Cité no siendo nicaboo (b) ? ¿Y á donde iria yo con mi cuerpo ? ¿Quién se acompañaría de un galeote ? Yo no puedo estar solo ; me gusta la sociedad y aquí vivo entre mis ¡guales. Me meto en algunas pen- dencias, me temen como el fuego en la Cité, y el comisario no tiene por qué decirme esta boca es mia , fuera algunos lances de poca monta que me valen algunas horas de corrección. ¿ Cuánto ga-

(aj Alguaciks; criadus de justicia. ' (b) Ladrón.

HISTORIA DEL CHÜRIADOR. o3

naspordia? Treinta y cinco sueldos; y para eso tomo en el río pediluvios hasta la cintura de de diez á doce horas cada dia, así en verano co- mo en invierno.. Cuando no pueda mas con la fa- tiga tomaré un gancho y un cuevo de mimbres, y volveré al oficio de trapero como en mis prime- ros años. Y sin embargo parece que no eres in- feliz. — Otros hay mas que yo : á no ser por los sueños del sargento y de los soldados muertos, sueños que tengo aun de cuando en cuando es- peraría tranquilo la última hora y moriria al pié de un muro , como acaso habré nacido. Pero los sueños... vaya hablemos de otra cosa, dijo el Churiador, vaciando la pipa contra la esquina de la mesa.

Mientras el Churiador contó su historia , Flor de Maria permaneció distraída, absorta y silenciosa. Rodolfo le habia escuchado con aire pensativo.

Un accidente trágico recordó por fin á los tres el lugar en que se hallaban.

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CAPÍTllO QrWTO.

LA PRISION-

El hombre que | oco antes habia salido después de habe/ encargado á la figonera su plato y su jarro , volvió á entrar acompañado de otro hom- bre de anchas espaldas y ademan enérgico, á quien dijo :

Feliz casualidad, amigo, la de habernos en- contrado: entra y echaremos un trago.

El Churiador dijo en voz baja á Rodolfo y á la Ouillabaora :

Vamos á tener jarana,., es un agente de po- licía. ¡ Alerta !

Los dos bandidos , uno de los cuales tenia gorro griego calado hasta las cejas y habia preguntado por el Maestro de Escuela y por el Cojo Gordo, se dieron una mirada rápida , y levantándose á un mismo tiempo la mesa se dirigieron hacia la puerta ; pero los ajenies les cortaron el paso arro- jándose sobre ellos.

Abrióse de repente la puerta de la taberna, entraron con precipitación en la sala otros ajentes y relumbraron en la calle algunos fusiles.

El carbonero de quien hemos hablado, se ade- lantó hasta el umbral del Conejo Blanco aprove- chándose del tumulto , dio á Rodolfo una mirada y llevó á los labios el índice de la mano de- recha.

LA PRISIÓN. 55

Rodolfo le indicó con un gesto rápido é impe- rioso que se alejase.

El hombre del gorro griego bramaba como un león , y medio tendido sobre un banco daba tales respingos que apenas podian sujetarlo otros tres hombres.

Su compañero, aterrado, inclinada la cabeza, lívido el semblante y con la mandíbula inferior abierta , desencajada y convulsa , no hizo la me- nor resistencia y presentó las manos para que le atasen.

La tabernera, sentada en el mostrador y acos- tumbrada á tales escenas , permaneció tranquila con las manos en los bolsillos del mandil.

¿Que han hechr r ;os hombres, mi querido Sr. Narciso ? pregunto la Pelona á uno de los agentes á quién con' c-i. Asesinaron ayer á una vieja para robarla t ir calle de San Cristo val. An- tes de morir declaró la infeliz que había mordido la mano á uno de los asesinos. Hace tiempo que traemos de ojo á estos bribones , y como mi com- pañero se informó cumplidamente de su identidad, hemos entrado á prenderlos. Gracias á que han pagado ya su azumbre , que sino... dijo I? ii- gonera. ¿Queréis tomar alguna cosa, Sr. Narciso? una copita de ratafia ; vamos... Gracias, tia Pe- lona : es preciso asegurar antes á estos picaros. Mi- ra como rebrinca e3 asesino I

En efecto el ladrón del gorro griego aspumaba y retorcía los miembro» con increíble furor , y cuan- do llegó el momento de ponerlo en un coche que aguardaba á la puerta á prevención , se defendió de tal manera que fué preciso conducirle en brazos.

Su cómplice apenas podia sostenerse ; temblaba como un azogado, y sus labios cárdenos y entrea- T. I. '5

of) HISTOIIIA DE LA GLÍLLABAGUA.

biertos se movían como si estuviese hablando. Echaron también en el coche esta masa inerte.

Antes de salir de la taberna miró el agente con atención á los demás huéspedes, y dijo al Churia- (ior con un tono casi afectuoso :

¿También estás por aquí perillán ? hace tiem- po que no se habla de tí. Te vas dejando de qui- meras I eh ! Estoy hecho un santo : ya sabéis que solo rompo la cabeza al que lo solicita. Solo fallaría que te metieses también á provocar á alguien con esos puños de hierro. Aquí está mi maestro de puños, dijo el Churiador tocando el hombro de Rodolfo. i Hola ! no conozco á ese, dijo el agente mirando á Rodolfo. Ni creo que haya motivo para que nos conozcamos. Así sea para vuestro bien, dijo el agente; y dirigién- dose luego á la tabernera continuó: Buenas noches, lia Pelona : es una ratonera vuestra taberna , con este van ya tres asesinos cojidos en ella. Y es- pero que no será él último , Señor Narciso , siem- pre estará á vuestra disposición, dijo con toda su gracia la Pelona haciendo una reverente cor- tesía.

Luego que salió el agente volvió á cargar su pipa el joven de rostro aplomado que fumaba y bebía aguardieate ; y dijo al Churiador en tono socarrón :

¿No has conocido a! del gorro griego? es el tio Tenaza. Cuand > vi entrar á los agentes dije para mi sayo : aquí hay gato encerrado. ¿ No ha- bías notado como escondía la mano izquierda el tio Tenaza? He buena se han librado el Maestro de Escuela y el Cojo Gordo con no estar aquí , dijo la figonera. El del gorro griego preguntó por ellos tres veces , y dio á entender que era para un negocio en que tenían que ver todos... Poro yo no

tC- ^Lxc<nVi^ <)<- &>«vu.£ci(y.

LA PIllSlOX. 57

vendo á mis parroquianos. Está bien que los pren-%. dan si hay motivo... á cada cual lo suyo... ¿ Pero yo? i Dios me libre! con su pan se lo coman, dijo la tia Pelona á tiempo que entraban en la taberna un hombre y una mujer; y al verlos aña- dió : Justamente, allí viene el Maestro de Es- cuela con su pencuria (a). ¡ Jesús ! Kazon tenia para no sacarla á luz... ¡ que hocico de bruja tiene!

Al oir el nombre del Maestro de Escuela circu- ló un movimiento de terror por todos los hués- pedes del Conejo blanco.

El mismo Rodolfo, á pesar de su natural intre- pidez, no pudo contener una lijera emoción al ver al terrible bandido , y le miró por algunos ins- tantes con una curiosidad mezclada de horror.

El Ghuriador habia dicho verdad, pues el Maes- tro de Escuela estaba espantosamente mutilado. Nada mas horrible que el rostro de aquel hom- bre , surcado en todas direcciones por cicatrices lívidas y profundas. La acción corrosiva del vi- triolo habia abultado monstruosamente sus labios, y cortados los cartílagos de la nariz dejaban ver dos agujeros disformes. Los ojos pardos y muy claros , pequeños y redondos , brillaban con fe- rocidad : la frente chata , como la de un tigre, desaparecía casi enteramente bajo un gorro de piel común de pelo largo y erizado... parecía la me- lena de un monstruo.

La estatura del Maestro de Escuela no pasaba de cinco pies y dos ó tre^ pulgadas; su cabeza des- mesuradamente grande salía apenas de entre dos hombros anchos y carnosos , cuya forma se ^¡s-- tinguía bajo los pliegues de una blusa de tela cruda y grosera. Los brazos eran largos y muscu-

^a) Mujer.

58 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

lesos; las manos corlas , gordas y velludas hasta el estremo de los dedos , y las piernas algo ar- queadas y con enormes pantorrillas , que indicaban su fuerza atlética. Finalmente, eran las formas de este hombre una exaojeracion del tipo corto , do- ble y rechoncho de Hércules Farnesio. La espre- sion feroz de su máscara espantosa, su mirar in- quieto , variable y fogoso como el de una bestia salvaje , eran tales que no admiten descripción.

La mujer que acompañaba al Maestro de Es- cuela era vieja : llevaba un vestido oscuro, un chai de fondo negro y cuadros encarnados y en la ca- beza una especie de papalina ó cofia blanca.

Rodolfo la veia de perfil ; pero el ojo verde, la nariz de gancho , los labios delgados y hundidos, la barba saliente y una fisonomía maliciosa y as- tuta , le recordaron involuntariamente la horrible vieja de quien habia sido víctima Flor de Maria. Después de haber dicho algunas palabras en voz baja á Barbillon , el Maestro de Escuela se acercó lentamente á la mesa que ocupaban Ro- dolfo y el Ghuriador , y dirigiéndose á Flor de María' la dijo con voz ronca y escabrosa : Oyes , saladita , á ver como dejas á ese par de go- londrinos y te vienes conmigo...

La Guiliabaora no respondió una sola palabra: se estrechó contra Rodolfo , y su temblor y el so- nido de sus dientes indicaban el espanto que se habia apoderado de la débil criatura. Yo pro- meto no tener zelos de mi querido tortolillo, dijo la Lechuza soltando una carcajada.

No habia conocido aun á su víctima, la Chi- llona de otro tiempo.

¿Me has oido , , palomita ? dijo el mons- truo acercándose á la mesa : si no te meneas pronto le sacaré un ojo para que hagas compás á

tv X¿<:ÍíA4,íuv

LA PRISIÓN. 59

la Lechuza. Y , de los mostachos... (dirigién- dose á Rodolfo) si no me echas acá ese pimpollo por encima de la mesa , te daré los postres de la cena... ¡ Dios mió I ¡misericordia 1 ¡defended- me! gritó la Guillabaora á Rodolfo juntando las manos con un movimiento de angustia y de asombro. Mas creyendo luego que lo esponia á un gran peligro , añadió en voz baja : No , no os mováis. Señor Rodolfo ; si se acerca , yo gritaré y pediré socorro , y la tia Pelona tomará también nuestro partido por temor de que acuda [la policía. No temas , hija mia, dijo Rodolfo , mirando fríamente al Maestro de Escuela. Estás á mi lado , estás segura ; y como te da asco la cara odiosa de ese bribón y á mi también, verás como le echo á la calle. ¡Tú I... dijo el Maestro de Escuela. ¡Yo !... respondió Rodolfo , le- vantándose de la mesa , á pesar de los esfuerzos de la Guillabaora para contenerlo.

La fisonomía de Rodolfo tomó en aquel momen- to un aire tan firme y amenazador, que el Maes- tro de Escuela dio un paso atrás, desmintiendo por primera vez su audacia invencible. Hay mira- das que tienen un poder mágico irresistible; y por eso dicen que algunos duelistas célebres deben su triunfo á esta virtud fascinadora que desmoraliza y aterra á-sus adversarios.

El MfÜfetro de Escuela dio otro paso atrás, y no confiado ya en sn vigor prodigioso, buscó bajo la blusa el puñal que llevaba siempre con- sigo.

Un homicidio hubiera ensangrentado acaso la ta- berna del Conejo blanco, si la Lechuza cogiendo en aquel momento el brazo del Maestro de Escue- la, no hubiera gritado:

Aguarda... Espera, palomo mió... Escucha

60 LOS MISTEUIOS DE PAUIS.

una paiabra... mira , deja que ja te comerás á esos dos palomilos.,. no se escaparán , no...

El Maestro de Escuela miró á la tuerta con asombro.

Hacia algunos minutos que la horrible vieja ob- servaba" con atención á Flor «'e María , como para recordar un objeto olvidado ; y no quedándole por último la meaor duda , reconoció en la joven que tenia delante á su antigua víctima la Chillona.

¡ Podré creer á mis ojos ! «iritó la tuerta aso"ibrada. Es la misma. . la Chillona ; la la- drona de mis buñuelos. Pero ? de dónde sales tú, malíí correa ? sin duda el diablo te me pone de- lante , anadió enseñando el puño cerrado á la tímida criatura. Con que siempre has de venir á caer en mis uña* ¡ eh ! No tengas cuidado que yo te arrancaré los dientes uno á uno , y no te dejaré una sola lágrima en el cuerpo. Ya que vas á rabiar... pero mira ; no sabes lo qae hay, ! eh ! Yo conozco á los que te criaron antes de ve- nir á mi poder. El Maestro de Escuela conoció en presidio al hombre que te llevó á mi desvao cuando eras pequeñita : tiene pruebas que es gente granida a la .jue te ha criado. ¡ Mis padresl... ! Dios mió I... ¿Conocéis á mis padres? esclamó la Guillabaora Nunca lo sabrás de mi boca; es un secreto de los dos , y antes arrancaría^ lengua á mi palomo que consentir en que le MPtíijese... Anda , llora... llora y rabia , Chillona, (jue nunca lo sabrás. ¡ Dios mió I ahora... después que... no se me da á conocerá mis padres...

Mientras hablaba la Lechuza fue recobrando al- guna serenidad el Maestro de Escuela , y mirando á Rodolfo de soslayo no podia convencerse do

(a) Rica.

LA t»UISlON. 61

qutí un hombre de estatura tan mediana y de for- mas tan esbeltas, fuese capaz de medir con él sus fuerzas. Seguro pues de su vigor hercúleo se acercó al defensor de la Guillabaora , y dijo á la Lechuza con tono y ademan severo :

Basta de charla. Dejarme ahora despabilar á ese mosalvete para que la linda rubia me tenga por mejor mozo que él.

Rodolfo saltó de un bote por encima de la mesa. * ¡ Cuidado con mis platos ¡ gritó la Pelona.

El Maestro de Escuela se puso en defensa con las manos adelante, el cuerpo inclinado hacia atrás doblando la cintura y apuntalado en una de sus enormes piernas , que parecía un poste de piedra.

Abrióse con violencia la puerta de la taberna en el moment > en que Rodolfo se arrojaba sobre él. El carbonero de quien hemos hablado y que tenia casi seis pies de alto , se precipitó en la sala , apartó rudamentf, al Maestro de liscuela y acercándose á Rodolfo le dijo al oido en alemán:

Monseñor , la condesa y su hermano... están en la esquina.

Hizo Rodolfo un movimiento de impaciencia y de cólera al oir estas palabras, echó un luis de oro sobre el mostrador de la Pelona , y corrió ha- cia la puerta.

El lim^stro de Escuela intentó cortarle el paso; pero volviéndose á él, Rodolfo le descargó con tal fuerza en la cara dos ó tres puñetazos , que el bandido perdió el equilibrio y cayó de lado sobre un banco,

! Viva la patria! ! : ahí están esos, esos son los puñetazos festonados que me dio por remate de fiesta , gritó el Ghuriador. Con otra lec- ción como esta quedo hecho un profesor.

62 tos MISTERIOS DE PARTS,

Volvió en el Maestro de Escuela al cabo de algunos instantes , y se arrojó á la calle en per- secución de Rodolfo ; pero este habla desapare- cido va con el carbonero en el oscuro laberinto de las calles de la Cité.

Cuando volvió á entrar el Maestro de Es- cuela espumando de cólera , corrían dos hombres hacia la taberna por el camino opuesto al que lle>aba Rodolfo, y se precipitaron en el Conejo Blanco , tan agitados como si hubiesen dado una larga carrera.

Su primer impulso fué mirar á todos los án- gulos de la sala.

¡ Fuerte desgracia ! dijo uno de ellos ; ha salido ya... Otra vez hemos errado el golpe.

Los dos recíenvenidos hablaban en ingles.

La Guillabaora , aterrada por el encuentro con la Lechuza y temiendo las amenazas del Maestro de Escuela , se aprovechó del tumulto y de la sorpresa causada por la aparición de los dos nue- vos huéspedes , y salió de la taberna deslizándose por la puerta entreabierta.

CAPÍTULO SEXTO.

TOMAS SEYTON Y LA CONDESA SARAH.

Las dos personas que acaban de entrar en el Conejo Blanco no pertenecían á la clase de los par- roquianos de la taberna. Uno de ellos era alto y delgado, tenia el pelo blanco, las cejas y patillas negras , la tez morena y el aspecto grave y severo. Llevaba una levita larga abotonada militarmente basta el cuello. Su nombre era Tomas Seyton.

Su compañero era descolorido , de buena pre- sencia y parecia tener unos treinta y tres ó trein- ta y cuatro años; el cabello, las cejas y los ojos, negros realzaban la pálida blancura de su sem- blante ; y en su ademan , lo bajo de su .estatura y en lo delicado de sus facciones era fácil reco- nocer á una mujer disfrazada de hombre.

Era la condesa Sarach Mac Gregor. El lector sabrá mas adelante los motivos que llevaron á la a^||u hermano al jabardi

^VV > P*d® ^^ bel)er y pregunta por él^ á íiues.

condesa^Hu hermano al jabardillo de la Cité. ^VV > P*d® ^^ bel)er y pregunta por él esas gentes, que acfjso nos dirán algo , dijo Sa- g rah en buen ingles. ¿

El hombre cano y de cejas negras se sentó á una mesa mientras que Sarah se enjugaba la fren- te , y dijo á la Pelona en buen francés y casi sin ningún acento:

Señora , haced que nos sirvan algo de beber.

La entrada de estas dos personas en la taberna

|ji LOS MISTERIOS DE PARÍS.

habia escitado la curiosidad de todos: su traje y sus modales iiidicabao que eran del todo estraños en aquel silio, y su fisonomía inquieta y turbada se veia que algún motivo importante les habia conducido á él.

El Ghuliador, el Maestro de Escuela y la Le- chuza los observaban con estraordinaria curiosi- dad.

Tomas Seyton dijo por segunda vez y con im- paciencia á la Pelona , que llena de sorpresa par- ticipaba también de la admiración general:

Señora, hemos pedido algo que beber : te- ned la bondad de servirnos.

Muy hueca la tabernera al oir tan cortés y para ella desusado len<Tuaje » salió del mostrador , y apoyándose con afabilidad en la mesa desús nue- vos parroquianos , les preguntó : ¿ Querei* un azumbre de vino, ó una bo- tella tapada? Traednos una botella de vino, vasos y agua. Sirvió al punto la tabernera lo que le habian pedido; Tomas Seyton la dio un napoleón , y rehusando tomar el cambio que le debia , la dijo : Guardadlo , buena amiga , y echad con nosotros un trago de vino. Muchas gracias , caballero , respondió la tia Pelona mi- rando al hermano de la condesa con un aire de gratitud y admiración Hablamos ^Édp á un amigo dijo Seyton para una tabeM|^e esta ralle , y creo nos hemos engañado Este es el Conejo Blanco para lo que gustéis mandar , caba- llero. — Pues no hay duda que es aquí , dijo Seyton haciendo á Sarah una seña de inteligen- cia. — , en el Conejo Blanco es en donde debia esperarnos... Y por cierto que no hay dos Co- nejos B'an^'os dijo con orgullo la Pelona . Pero decidme, ¿qué señas tiene vuestro caraarada?—

TOMAS SEYTON T LA CONDESA SARAH. 65

alto y delgado , cabello y bigote castaño claro, dijo Seyton. Ya, ya caigo: es el mismo que es- taba aquí hace un momento... Un carbonero muy alto entró á^ decirle no qué , y se marcharon juntos. Pues á los dos buscamos precisamen- te — dijo Seyton. ? Estaban solos? preguntó Sarah. Distingo : el carbonero solo estubo aquí un instante; pero el otro amigo vuestro ha cenado, con la Guillabaora y el Churiador; y señaló con una mirada al convidado de Rodolfo , que perma- necia aun en la taberna,

Tomas y Sarah se volvieron hacia el churia- riador , después de algunos momentos de examen dijo Sarah en ingles á su compañero :

¿Conoces á ese hombre? No, Carlos habia perdido la pista de Rodolfo al entrar en estas calles del infierno , y viendo á Murph rondar la taberna disfrazado de carbonero y mirar á cada paso por los vidrios , creyó que había alguna no- vedacl y fué al punto á avisarnos... Pero Murph lo echó de ver sin duda.

Mientras pasaba esta conversación en voz baja y lengua extranjera , el Maestro de Escuela dijo á la Lechuza, mirando á Tomas y Sarah :

' El mandria ha largado una moa de mina me- nor (a) á la Pelona. Llueve, y el viento sopla que rabj^ cuando se najen (b) les echaremos el guant€?^Hyb agaferé al engibacaire (c) velis nolis, que como va con su pencuria (d) seguro es que no dará un bramo (e).

Aun cuando Tomas y Sarah hubiesen oído este odioso lenguaje nada hubieran comprendido de él.

Bien pensado, tienes unos vientos como un

(a) El simple ha dado una moneda de plata, (h) Mar- chen, (c) Yo robaré al rufián, (d) Manceba. (<;) Gnl6

(j'Ó LOS 311STKKI0S DE PAKIS.

perdiguero , repuso la Lechuza. No tengas cuidado , que si el mandria bratnase , ya sabes que llevo en la faltriquera el vitriolo , y le rompe- ría el frasquillo en la coba (a)... es prtciso dar de beber á los niños para que no lloren... Dime , pa- lomo , cuando hallemos á la Chillona nos la he- mos de llevar ¿ verdad ? Me parece que la tengo en las uñas... Ya la untaremos el hocico con vi- triolo para que no ande tan soberbia con su lin- da fila (b). Mira , Lechuza , tanto me vas pren- dando que al fin y al cabo he de venir á casarme contigo dijo el Maestro de Escuela. En valor y destreza ne hay quien te ponga el pié delante... Bien te he marcado noche del boyero ; entonces dije para mi coleto , Esta mujer es capaz de tra- bajar mejor que un hombre. Por cierto que sí, palomito : si el Esqueleto hubiera tenido una mu- jer como yo para desmicar (c) , no le hubieran cogido el baraustador en la tragadero del mulan^ (d). Buena china le tocó: no saldrá ile la trena (e) hasta que vaya á la t>asUea (f). Un bulto menos y un claro mas. ¿ Qué lenguaje estraño hablan aquellos dos? dijo Sarah que habia oido involuntariamente las últimas palabras del Maes- tro de Escuela y de la Lechuza : y luego añadió señalando al Qiuriador. Acaso sabremos algo de Bodolfo preguntando á aquel hombM. Va- mos á ver , dijo Seyton ; dirigiéndosJpH Chu- riador añadió : Buenas noches , camarada. De- bíamos hallar aquí á un amigo con quien habéis cenado , y puesto que 1q conocéis ¿podríais decir- nos á donde ha ido ? Demasiado le conozco: jhace dos horas que me santiguó la fila por causa

^a) Boca, (b) Caja, (c) Observar, (d) El puñal en la gar ganta del muerto, (e) Prisión (f) Patíbulo; horca.

TOMAS SEYTON Y LA CONDESA SARAH. 67

de la Guillabaora. ¿ No le conocíais antes ? Jamas... Nos encontramos en el portal de la casa de Brazo Rojo. ¡ Patrona ! otra botella de lo bueno dijo Tomas Seyton.

Sarah y él apenas habían tocado el vino, pues tenían los vasos llenos ; mas la tía Pelona , sin duda para hacer los honores de su taberna , ha- bía enjugado distintas veces el suyo. .

Ños serviréis en la mesa del señor , si no lo lleva mal , añadió Seyton dirigiéndose con Sa- rah á donde estaba el Churiador , que atónito y alegre al verse tratar de un modo para él tan es- estraño , miraba sin pestañear á los dos desco- nocidos.

El Maestro de Escuela y la Lechuza seguían hablando en voz baja y en caló de sus proyectos siniestros.

Servida la botella continuaron la sesión Sarah y su hermano en compañía del Churiador y de la ta- bernera , que había creído superfina una segunda invitación.

¿Con que habéis encontrado al amigo de Ro- dolfo en el portal de Brazo Rojo ? dijo Tomas Sey- ton brindando con el Churiador. Sí, res- ¡)ondió este ; y enjuj^ó el baso con una presteza admirable. Vaya un nombre raro ese de Brazo l^ojo* ¿ Quién es Brazo Rojo 1 Tomaor del dui,

dijo ^n indiferencia el Churiador; y luego añadió : ! Qué vino tan asombroso, tía Pelona!

Por eso no debéis permitir que bostece el vaso, camarada , repuso Seyton llenando otra vez el del Churiador. A vuestra salud dijo este , y á la de vuestro amiguito , que no parece sino que... en fin , adelante... mi tío fuera hembra seria mi tia , como dice el refrán... Vaya que sois ladino ¡ eh I ya caigo en la cuenta...

68 LOS MISTERIOS DE PARIS.

Un color casi inperceptible se asomó á las meji- llas de Sarah. Su hermano continuó:

No he entendido bien lo que me habéis di- cho de ese Brazo Rojo : ¿ salia de su casa Ro- dolfo? — Os he dicho que Brazo Rojo estomaor del dui.

Tomas miró con sorpresa al Churiador.

Pso entiendo. ¿Qué quiere decir tomaor del., dui ?... ¡ Tomal tomaor del dui quiere decir con- trabandista. Parece que no eclniis de la oseta (a)

Amigo, no comprendo una jota. Quiero de- cir que no habláis caló como el señor Rodolfo.

¿ Caló dijo Tomas sorprendido y mirando á Sarah

Vaya, está visto; sois unos mandrias... pero el amigo señor Rodolfo , ese que es un buen jorgoíin (b) : aunque pintor de abanicos pudiera enseñarme á el caló... Vaya pues , ya que no entendéis el habla de la gente honrada , os diré en huen romance que Brazo Rojo es contrabandista y que tiene un jabardillo en los campos Eliseos de añadidura. Y no se crea que vendo á nadie con decir que Brazo Rojo es contrabandista... porque él mismo lo dice en las barbas del resguardo... pero el diablo que lo coja ; es mas ladino que un zorro.

¿ Qué tenia que hacer ese hombre con Rodolfo ?

preguntó Sarah. Por mi abuelo, señor... ó señora... ó como gustéis... que nada sé: tan cierto como este trago. Esta noche me estaba chanceando con la Guillahaora, y aun me parece queTenia ga- nas de zurrarla ; se metió en el portal de la casa de Brazo Rojo : la seguí... la noche estaba como boca de lobo... en lugar de coger á la Guillabaora me cogió á el camarada Rodolfo y me sacudió el polvo lindamente... Sí... sobre todo los puñeta-

(í\. y o habláis Calo (b^ Coir!paü..'ru-

TOMAS SEYTON Y LA CONDESA SARAH. 69

zos de despedida... ¡ Gáspita, qué bordados I.. Tie- ne un brazo de hierro... Pero con algunas lecciones que me tan bien , saldré maestro del arte. ¿ Qué clase de hombre es Brazo Rojo ? ¿ en qué géneros trata ? preguntó Tomás. ¿ Quién ? ¿ Brazo Rojo ? vende todo lo que no se puede vender, y hace todo lo que no se puede hacer. Ahi está su comercio. ¿ Verdad, tia Pelona ? i Oh , 1 la cueva en que él se meta ya tendrá mas sa- lida que una, dijo la tabernera. También es dueño de una casa en la calle del Temple... buen tugurio por cierto... Pero adelante : á quien Dios se. la dio... añadió temiendo haber dicho dema- siado. — ¿ Qué señas tiene la casa de Brazo Rojo en esta calle? preguntó Scyton al Ghuriador.

Número 13. Puede ser que algo averisruemos allí: mañana enviaré á Carlos, dijo Seyton á su hermana. Puesto que conocéis al señor Rodolfo,

dijo el Ghuriador podéis alabaros de tener un amigo sólido... un buen muchacho Si el carbonero no hubiese entrado á tiempo , se hubiera roto la gela con el Maestro de Escuela , que está allá en el rincón con la Lechuza... i Hayo / no como no lo mato al acordarme de lo que hizo á la Guilla- baora... Paciencia... á su tiempo maduran las uvas, como dice el otro.

Se oyó dar las doce de la noche en el relox de la casa municipal.

La luz del quinqué de la taberna espiraba por momentos. Los huéspedes del Gonejo Blanco ha- bian desfilado uno á uno , y solo quedaban en la sala el Ghuriador, sus dos compañeros, el Maestro de Escuela y la Lechuza.

El Maestro de Escuela dijo á la tuerta:

Vamos á escondernos en el portal de enfrente y veremos salir á estos polluelos. Si tuercen á la

70 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

izquierda les aguardaremos en la esquina de la calle de San Eloy; si tuercen á la derecha, ea los escombros al lado de la tripería; hay allí una cueva á propósito , y tengo arreglado mi plan. El Maestro de Escuela y la Lechuza se dirigieron hacia la puerta. Con que nada priváis ni mu- flís (a) esta noche, les dijo la tabernera. No, lia Pelona... solo hemos entrado para abrigarnos repuso el Maestro de Escuela; y salió al mo- mento con la Lechuza.

a liíbfis ni coméis.

>iOC'<s>^

CAPÍTULO SÉPTIMO.

LA BOLSA O LA VIDA.

Volvieron en Tomas y Sarah de la distracción en que se hallaban , al oir el ruido que hizo al cerrarse la puerta. Levantáronse dando gracias al Churiador por las noticias que les habia comuni- cado , y este salió de la taberna á tiempo que el viento redoblaba su furia y la lluvia caía á tor- rentes.

El Maestro de Escuela y la Lechuza, (imboscados en un portal enfrente de la taberna del Conejo Blanco, vieron que el Churiador se alejaba por el lado de una calle en donde habia una casa demo- lida. El ruido de sus pasos , algo entorpecidos por las frecuentes libaciones de la cena, se confundieron luego con los bramidos del \y¿ido y con el estré- pito de la lluvia que azotaba las paredes.

Tomas y Sarah salieron también de la taberna y tomaron una dirección opuesta á la del Churiador.

Van perdidos dijo el Maestro de Escuela á la Lechuza. Prepara el vitriolo: ¡ atención I Descalcémonos para que no nos sientan repuso la Lechuza. Tienes razón.

Descalzóse la odiosa pareja, y pegados á la pared se fueron ambos deslizando á favor de la oscuri- dad.

Favorecidos por este ardid, el Maestro de Es- cuela y la tuerta siguieron á To.íías y Sarah tan de cerca, que casi les tocaban.

T. .1. 6

72 LOS MISTERIOS DE PARÍS,

Afortunadamente nos aguarda el coche en la es- quina de la calle dijo Tomas Seyton: porque la lluvia nos va á calar. ¿ Tenéis frió, Sarah ?

Puede ser que averigüemos algo por medio del contrabandista; de ese Brazo Rojo dijo Sarah sin responder á la pregunta de su hermano.

Este se detuvo de repente y replicó:

No es esta la calle; debimos tomar á la iz- quierda al salir de la taberna; para llegar al coche hemos de pasar por delante de una casa demolida. Volvamos atrás.

El Maestro de Escuela y la Lechuza que seguían de cerca á sus víctimas, se escondieron en el hue- co de una puerta á fm de no ser vistos por Tomas y Sarah, que casi pasaron tocándoles con el codo.

Prefiero que vayan por el lado de los escom- bros , dijo en voz baja el Maestro de Escuela: Si se resisten... ya tengo hecho mi plan.

Sarah y su hermano volvieron á pasar por de- lante del Conejo Blanco y llegaron á los escombros de una casa medio demolida , cuyos subterráneos estaban descubiertos y formaban un precipicio á lo largo de la calle.

Con la ligereza de un tigre que se abalanza a su presa, dio de repente un salto el Maestro de Es- cuela, y asiendo á Tomas por el pescuezo con una mano, le dijo:

El dinero, ó te echo en esa cueva.

Y empujando á Seyton hacia atrás le hizo per- der el equilibrio y lo suspendió con una mano so- bre la profunda escavacion , mientras que con la otra agarró de un brazo á Sarah , que se sintió apretar como si fuesen unas tenazas.

Antes que Tomas hiciese el menor movimiento, la Lechuza le registró los bolsillos con maravillosa destreza.

LA DüLSA Ó LA VíDA. 73

Sarah no gritó ni opuso resistencia alguna y dijo á su hermano con serenidad:

Dales el bolsillo, Tomas. Y dirigiéndose al bandido añadió: No nos hagáis mal, pues no hacemos resistencia.

La Lechuza, después de haber registrado e:rru- pulosamente los bolsillos de las dos víctimas , dijo á Sarah:

A ver las manos ; veamos si tienes sortijas. No... Ni siquiera un anillo... \ qué miseria !

i ornas Seyton no perdió su sangre fiia mientras duró esta escena tan rápida como imprevista , y dijo al Maestro de Escuela, cuya mano le apretaba con menos violencia:

¿Queréis hacer un cambio? Mi cartera con- tiene papeles que no os servirán : volvédmela y mañana os daré veinte y cinco luistís de oro. Ya... para cogernos en el garlito repuso el ban- dido. — Vamos , lárgate y no mires atrás : bien librado has salido á poca costa. Aguarda , mira dijo la Lechuza. Si es hombre de bien, podrá recobrar su carlera. Y dirigiéndose luego á Seyton añadió : ¿ Sabéis el llano de San Dioni- sio ? Sí. ¿ Sabéis donde está San Ouen ? Sí. Enfrente de ^an Ouen, al fin del camino de la Revolté , el campo es llano y la vista alcanza lejos. Salid allí mañana solo con el dinero, llevaré la cartera, y si me dais os daré. ¡ Mira que te va á coger , Lechuza 1 ¿ Soy yo alguna tonta ? El campo es descubierto y se ve desde lejos. No tengo mas que un ojo , pero es bueno ; y si va acompañado er í/enftiííe , ya pondré los pies en polvorosa y se quedará en ayunas de la cartera.

Ocurriósele de repente á Sarah una idea , y di- jo al bandido.

¿Queréis ganar dinero ? Sí. ¿Habéis vis-

LOS MISTERIOS DE PARÍS.

to en la taberna de donde venimos lodo?, porqué ahora is reconozco, á un hombre á quien ha ido á buscar un carbonero?— ¿Uno delgado do bigo- tes ? Sí; me iba á comer un pedazo de aquel espár- rago , pero no me dio tiempo.. c me aturdió con dos puñetazos y me hizo caer sobre un banco... fué la primera vez de mi vida... ¡ Pero yo me vengaré!

I3ueno , pues de ese es de quien hablo , dijo Sarah. ¿ De él ? gritó el Maestro de Escuela.

Vengan 1,000 francos y le mato... , Misera- ble / ¿Quien habla de matar?... dijo Sarah al Maes- tro de Escuela. ¿Qs'é queréis entonces? —^Sa- lid mañana al llano de San Dionisio y hallaréis allí á mi compañero , continuó Sarah; ya veréis como está solo, y os dirá lo que habéis de hacer. Si cumplís no solo os dará 1,000 francos sino 2,000

Mira , palomiio dijo en voz baja la Lechuza al Maestro de Escuela, es negocio de dinero; esta es gente que hnbiUa los pames (a) y quieren deshacerse de, algún enemigo : este enemigo es sin duda el gn]ioa h que te querías tragar... Es pre- ciso ir : yo iré en tu lugar... Dos mil francos, que- rido , valen bien la molestia de andar un poco de camino. Bien está, irá mi mujer, dijo el Maes-r 1ro de Escuela. la diréis lo que se ha de hacer, v veremos... Mañana á la una. A la una. en el llano de San Dionisio. Entre San Ouen v el camino de la Revolté, al fin del camino. Está dicho. Os llevaré vuestra cartera.. Y os daré ios 500 francos prometidos , y arreglaremos el otro negocio si sois razonable. liueno; ahora coged á la derecha , que nosotros nos vamos por la iz- quierda , y cuidado con que nos sigáis ; porque sino...

fa) Genlc rica 6 de dinero, (b) Rufián.

LA BOLSA O LA VIDA. ÍO

Alejáronse pieci piladamente el Maestro de Es- cuela y la Lechuza , y Tomas Seylon y Sarah se dirigieron hacia el atrio de Nuestra Señora.

Un testigo invisible habia presenciado esta escena., el Churiador se habia metido entre los escombros de la casa demolida para abrig rse de la lluvia. In- teresóle vivamente la proposición que acerca de Ro- dolfo hizo Sarah al bandido , y alarmado por el peligro que creyó amenazaba á su nuevo amigo, sintió no tener en su mano el medio de salvarlo. Su odio al Maestro de Escuela y á la Lechuza pudo haber contribuido íi dispertar este sentimiento.

Determinó advertir á Hodollb del peligro que le amenazaha, pero no sabia como hacerlo, habiendo olvidado las señas de la casa del titulado pintor de abanicos. Cómo |>ues hablar á Rodolfo si por ven- tura no volvía á la taberna del Conejo Blanco? En- tregado a estas reflexiones, el Churiador habia seguido maquinalmente á Tomas y Sarah , y los vio subir al coche que los aguardaba en el atrio de Nuestra Señora,

Al partir el coche saltó á la zaga el Churiador y á la una de la noche se detuvo el carruage en el baluarte del Observatorio; donde se apearon Tomas y Sarah j desaparecieron en una callejuela que empieza en aquel sitio. Como la noche era muy os- cura, el Cbmiador sacó de la faltriquera una gran- de navaja , hizo con ella una profunda señp.l en une» d? ios arboles cercanos al callejón, áíin de re- conocer al dia siguiente el lugar en que se ha- Maha , y dirigióse luego á su habitación, de la cual se hallaba muy distante.

I .argo tiempo hacia que no habia disfrutado de un «ueño tan profundo y tranquilo como el de esta no- che y sin que le aterrase la horrible visión del sar- gento y los soldados moribundos.

CAPiTLLO OCTAVO.

EL PASEO.

Hermoso y radiante en medio de un purísimo cielo ; brillaba el sol de otoño la mañana que si- guió á la noche en que han pasado las escenas re- feridas. Aunque por la elevación de las casas y lo estrecho de las calles es siempre oscuro el barrio de la Cilé,parecia sin embargo menos horrible á la luz de un hermoso dia.

A las once de la mañana entró Rodolfo en la ca- lle de Feves, y se dirigió á la taberna del Conejo Blanco, ya fuese porque no temia el encuentro de las personas con quienes habia estado la víspera, ó bien porqué queria buscarlas.

Iba vestido de obrero como el dia anterior, pero en su traje se notaba mayor esmero, pues llevaba una blusa nueva abierta por el pecho , que descu- bría una camisa de lana encarnada cerrada con botones de plata ; el cuello de otra camisa de tela caia sobre una corbata de seda negra anudada sin aliño; los risos de su pelo castaño caian alrededor de una gorra de terciopelo azul celeste con visera de charol , y en lugar de los zapatos herrados y gro- seros de fa víspera, llevaba unas botas perfectamen- te lustradas que ceñian un lindo pié , el cual pare- cía tanto mas pequeño por debajo de un ancho pan- talón de terciopelo color de aceituna.

Nada desfiguraba este trage la elegante figura de

EL PASEO. 77

Rodolfo, que era una mezcla singular de gracia, de lijereza y de fuer/a.

La Pelona se hallaba en el umbral del Conejo Blanco cuando llegó Rodolfo.

¡ Vuestra servidora , caballerito... Venís sin duda á buscar el cambio de vuestro luis de oro,

dijo con deferente cortesía no atreviéndose á echar en olvido que el vencedor del Churiador le habia dejado la víspera en el tablero una pieza de veinte fran«os. Os soy deudora de 17 fran- cos y medio.. También tengo otra cosa que deciros: ayer ha venido á buscaros un señor bien vestido con una mujer del brazo disfrazada de hombre. Be- bieron de lo reservado con el Churiador. ¡ Ah bebieron con el Churiador / ¿ Y bien que le han di- cho ? Aunque digo que bebieron me equivoco, porque no hicieron mas que «humedecer los labios, y... Te pregunto que es lo que han hablado con el Churiador. Le han hablado de varias cosas, ¿que yo? de Brazo Rojo, de la lluvia, del tiempo.

¿Conocian á Brazo Rojo? Al contrario, el Churiador les ha explicado quién era... y como su- cedió que á su puerta le habéis... Bueno, bueno: no se trata de eso. ¿Queréis vuestro dinero eh?

y me llevaré la Guillabaora a pasar un dia de campo. ¡ Oh I eso es imposible querido mió. ¿Porqué? ¿Porqué? con no volver á mi casa me arruinaría. Todo lo que lleva puesto es mió y me debe ademas noventa francos para acabar de pagarme la posada y la comida durante las seis semanas que ha estado conmigo. Si no fuese hon- rada como es , no la dejarla salir á la esquina de la calle... ¿Te debe noventa francos la Guillabao- ra? — Noventa francos y diez sueld s , ni mas ni menos... Pero ¿ qué os ni qué os viene en eso? Cualquiera diria que ibais á pagarlos por ella. / Va-

78 LOS MISTERIOS PARlS.

mos, ¡echadla de caballero! Ahí está, dijo Rodolfo anojando cinco luises sobre el mostrador de la figonera. Dime ahora cuanto te debe por los trapos que la has alquilado.

Deslumbrada la vieja con el oro , exsaminó los luises uno á uno con un aire de duda y descon- fianza.

¿Piensas que te doy moneda falsa? Envia á cambiar el oro , y acabemos pronto... ¿ Cuanto va- len los andrajos que alquilas á esa desdichada ?

El deseo de hacer un buen negocio, el asombro que le causó el ver á un jornalero dueño de tanto dinero, el temor de ser engañada y la esperanza de ganar mas todavía, hicieron titubear á la figonera por un momento y al fin dijo: Por los vestidos me debe á lo menos... cien francos. ¿Por aquellos andrajos? Vamos creo» que estás de broma :te que- darás con el dinero de ayer, y le daré un luis... na- da mas. Dejarse saquear por es robar otra tanta limosna a los pobres. Entonces querido mió me quedaré con los vestidos, y la Guillabaora no sal- drá de mi casa. Soy libre para poner á mis cosas el precio que me acomode. ; Que Satanás te confun- da como mereces! Ahí tienes tu dinero anda á bus- car la Guillabaora.

La figonera guardó el dinero , creyendo que el pintor de abanicos habia hecho algún robo ó ad- quirido alguna herencia, y le dijo con una sonrisa maligna. ¿ Y porqué no subis en persona á buscarla?..

Me parece que no la desagradarla... porque á fe de Pelona , ayer os miraba con unos ojos / Anda á buscarla y dila que quiero llevarla al cam- po... nada mas. Que no sepa que he pagado su deu- da... — ¿Porqué? ¿Que te importa? Tenéis razón... vale mas que siga en la persuacion de que

KL PASEO.

és mi deudora... ¡ Calla y sube... despacha! jAj, que genio de vinagre/ Pobre del que se mela en fiestas con él... Vamos, ya voy...

Y subió la Pelona.

Al cabo de algunos minutos volvió á bajar.

La Guillabaora no quería creerme: se puso encarnada cuando la dije que estabais aquí... Pero al oir que querías llevarla al campo se hubo de volver loca : quiso echárseme al pescuezo por la primera vez de su vida. Fué con la alegría de... dejarle.

Entró en aquel momento Flor de María vestida, como la víspera , con un vestido de alepín oscuro, chai color de naranja alado á la espalda, y un pa- ñuelo de cuadros encarnados en la cabeza que de- jaba ver dos gruesas trenzas de cabello rubio.

Bajó los ojos al ver á Rodolfo y se cubrió de ru- bor.

¿Queréis pasar un dia de campo conmigo , hi- ja mía ? dijo Rodolfo. Con mucho gusto , señor Rodolfo, si ía Señora lo permite, dijo la Gui- llabaora.— Tienes mi licencia, palomita, en aten- ción á tu conducta y méritos relevantes... Vamos, dame un beso.

Y la figonera acercó al de Flor de María su in- noble rostro abotargado

La infeliz criatura , venciendo una congojosa re- pugnancia ; acercó su hermosa frente á los labios de la figonera; pero Rodolfo arrojó de un codazo á la vieja contra el mostrador de la taberna, y co- giendo del brazo á Flor de María salió del Conejo Blanco al son de las imprecaciones de la tía Pe- lona.

¿Cuidado, señor Rodolfo! dijo la Gui- llabaora:— la figonera no dejará de arrojaros al- guna cosa á la cabeza, porqué es muy mala/ No

80 L03 MISTERIOS DE PARÍS.

tengáis cuidado, bija inia. Pero qué tenéis? parecéis abatida j triste... ¿No queréis venir conmigo? Al contrario... pero... como me dais el brazo... ¿Y qué? Como sois un obrero acomodado... cual- quiera podrá decir á vuestro amo que os ha visto conmigo... y esto os bará perjuicio. Los amos no quieren que sus oficiales se distraigan.

Y la Guillabaora retiró suavemente el brazo y añadió :

Id solo y yo os seguiré hasta la barrera. Lue- go que lleguemos al campo nos reuniremos... No temas, dijo Rodolfo conmovido por este delica- do senlim ento, y volviendo á tomar el brazo de Flor de María. Mi patrón no vive en este barrio, y ademas vamos á tomar un coche en el muelle de las Flores. Como gustéis , señor Rodolfo : yo os dije aquello por temor de que os sucediese al- gún mal. Lo creo y lo agradezco. Pero ya que vamos al campo, decidme francamente á qué sitio deseáis que nos dirijimos. Con tal que vayamos al campo, el sitio me es indiferente. El tiempo es hermoso; deseo tanto respirar el aire libre I... ¿Sa- béis que hace seis semanas que no he pasado del mercado de las flores? Y gracias á que la tia Pe- lona me dejaba salir de la Cité , porque tenia con- fianza en mí. ¿Ibais á ese mercado para comprar flores solamente ? ¡Ah' no, porque no tenia di- nero, y solo iba para verlas y para respirar sa olor... Pasaba tan contenta la media hora que la Pelona me concedia los dias de mercado para pa- searme en el muelle , que me olvidaba entonces de todo. Pero al volver á la taberna... por aquellas calles tan sucias... Ah , sí!... jamas volvia tan contenta como habia salido... y tenia que ocultar mis lágrimas para que no me pegasen... Mirad," señor Rodolfo, lo que mas envidia me daba en el

EL PASEO. 81

mercado era el ver á las obreritas jóvenes que se volviaii tan alegres con un hermoso florero en el brazo. Estoy seguro de que hubierais sido mas feliz , solo con haber tenido tiestos en vuestra ven- tana. — i Qué verdad es eso, señor Rodolfo! Un dia la tia Pelona, conociendo mi gusto, me regaló un rosalito; era dia de su santo. ¡Si vierais que contenta estaba ! ya no habia tristeza para mí.. o No hacia mas que mirar y mirar el rosal, y me divertia en contar las hojas y cogollos... Pero el aire es tan malo en la Cité que al cabo de dos dias empezó á marchitarse... y entonces... Pero os vais á reir de mí, señor Rodolfo. No, hija mia: con- tinuad.— ¡Pues bien, mirad I entonces pedí licen- cia á la tia Pelona para sacar á pasear mi rosalito, confio si fuese un chiquillo... Lo llevaba al muelle figurándome que el aire embalsamado por las otras flores le haria revivir. Mojaba en el agua de la fuente sus mustias hojitas, y luego lo ponía un cuarto de hora al sol para enjugarlo... ¡Rosalito mió I nunca veía el sol en la Cité... lo mismo que yo... porque en nuestra calle no baja nunca del techo de las casas... En fin me volvía á la taber- na. ¡Ah! os aseguro, señor Rodolfo, que á estos cuidados debió sin duda mi rosal diez dias mas de vida. Sí, os lo creo; pero cuando murió tuvisteis un dia de luto, un pesar muy grande ¿es verdad? Lo he llorado, sí; lo he llorado con mucha pe- na... Porque, mirad, señor Rodolfo, tomo mucho cariño á las flores aunque no las tenga: os lo pue- do asegurar. Y luego yo quería tanto á mi rosalito porque habia agradecido mis cuidados... porque... en fin... á pesar de lo que yo era...

Y Flor de Maria bajó ruborizada la cabeza.

i Desgraciada niña I con ese sentimiento de vuestra horrible situación, muchas veces debisteis..

82 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Haber querido huir ¿es verdad señor Rodolfo?

dijo la Guillabaora interrumpiendo á su compa- ñero. — ¡ Ah ! de un mes á esta parte muchas veces he mirado al Sena por el bordo del parape- to;... pero después miraba á las flores y al cielo, y me decia : El rio estará siempre ahi... no tengo mas que diez y seis años... ¿ quién sabe ? Espe- rabais en algo cuando decíais Quien sabe ? Sí.

¿Y que esperabais ? Hallar una buena alma qne me proporcionase trabajo para salir de la taber- na... esta esperanza me consolaba... Y luego me decia á misma : Es verdad que es grande mi desamparo y aiiscria; pero á lo menos no he hecho nunca mal á nadie... si hubiera tenido alguno que me aconsejase, no me hallaría como me h; lio... Y entonces se disipaba mi tristeza, que se había aumentado desde la |)érd¡dade mi rosal,— añadió Flor de María €on un suspiro. ¡ Qué pena tan graude os dt» ese rosal ! Sí... Miradlo, aqui está.

Y sacó del pecho un mano|ílo seco muy re- cortado y atado con una cínla color de rosa.

¡ Ah , lo habeir, conservado ! Ya lo creo... es lo único que poseo en este mundo. \ Cómo ! ^. no poséis nada ? Nada, señor. ¿Y esa sarta de coral ? Es de la figoneía. ¿ No tenéis si- quiera una basquina , una gorrila , un pañuelo?...

No , señor : nada , nada me pertenece á no ser las ramilas secas de mi pobre rosal. Por eso las quiero tanto.

Rodolfo y la Guillabaora llegaron en esto al muelle de las Flores, en donde los esperaba un coche de alquiler. Rodolfo hizo subir á Flor de María, entró después y dijo al cochero:

A San Dionisio: allí te diré por donde has de seguir.

El carruaje partió : brillaba un hermoso sol , e\

JffoX c*^ TlIt^vVici.

EL PASEO. 83

cíelo estaba claro y sin nubes y un aire fresco en* traba libremente por las ventanas del coche.

¡ Ah ! ¡ una capa de mujer ! dijo la Gui- llabaora al ver un manto de abriíjo que babia en su asiento. , podéis usarlo , bija mia : lo he tomado creyendo que lend riáis frió.

La pobre Cíiatura, poco acostumbrada á tales atenciones, miró con sorpresa á Rodolfo.

; Dios mió , qué bueno sois , señor Rodolfo ! esto me da vergüenza. ¿Os avergonzáis porque soy bueno? No... sino que... ya no habíais co- mo hablabais ayer, y parecéis otro... Decidme, Floii de María: ¿ cuál queréis mejor ; que sea el Rodolfo de ayer... ó el Rodolfo de boy? Me gustáis mas ahora... Con lodo , ayer me parecia que erais mas igual á mí... Y temiendo haber ofendido á Rodolfo, añadió: Aunque digo igual., bien sé, señor Rodolfo, que esto no puede ser... Una cosa eslraño en vos , Flor de María. ¿ Qué es, señor Roíloifo ? Parece que no os olvidáis de lo que os dijo anocbe la Lechuza... Conoce á las personas que os han criado. ¡ Ah ! no me he ol- vidado , no... he llorado toda la noche pensando en eso Pero estoy segura de que no es verdad... La tuerta habrá inventado ese cuento para mor- tificarme... — Puede ser que la vieja esté mejor inform da de lo que pensáis... y si así fuese ¿no os alegraríais de hallar á vuestros padriís ? ¡ Ay . señor Rodolfo , si mis padres no me amaron jamas ¿á que fin conocerlos? .. ni aun querrían verme... y s' me ban amado ¿cuál seria su vergüenza?.., ¡ ab ! si^moririan de pesar... Si vuestros padres os amaron , Flor de María , os compadecerán , os perdonarán y os amarán todavía . Si os han aban- donado, su vergüenza y su remordimiento , al ver la espantosa siluacion á que os veis reducida os

84- LOS imSTERIOS DE PARÍS.

vengarán. ¿Y para qué vengarme ? Tenéis razón... no hablemos mas de este asunto.

Llegaba entonces el coche á la encruc'jada de ios caminos de San Dionisio y la Revolté, cerca de San Ouen.

A pesar de lo monótono de aquel sitio, Flor de María se llenó de gozo al ver los campos , como ella decia; y olvidando los tristes recuerdos que la habia inspirado el nombre de la Lechuza , se cu- brió su hermoso rostro de una angélica alegria, asomóse a la ven' añil la del coche , y batiendo exaltada las manos gritó:

j Señor Rodolfo, qué dicha, qué felicida^J 1... ¡ la yerbal... ¡ los campos 1... /Dios mió I... Si me permitierais bajar... ; hace un dia tan hermoso I... : qué gusto me daria correr por esos campos ! Corramos, hija mia,.. / Cochero para ! ¿ También queréis correr, señor Rodolfo? Sí, prenda mia. ¡ Qué felicidad, señor Rodolfo 1

Y cojiéndose de la mano los dos compañeros empezaron á correr por un prado acabado de segar hasta faltarles el aliento.

Seria imposible decir los gritos de gozo , los saltos y arrebatos de alegiia que dio y sintió Flor de María. ' ¡ Pobre criatura ! después de tan largo encierro la embriagaba el aire libre... Iba, venia, se paraba y volvia á correr sin poder sujetar los im- pulsos de su inocente y entusiasmado gozo. A ca- da mata de flores silvestres que encontraba no podía contener nuevas exclamaciones de alegría. Después de haber cojido cuantas flores alcanzó con la vista y de hciber corrido algún tiempo, se sintió Dor últi- mo eansada y sin aliento, pues habia perdido la costumbre de hacer ejercicio, se sentó en el ti'on- co de un árbol tendido á lo largo de un profundo barra TICO.

EL PASEO. 85

El rostro blanco y trasparente de Flor de María , de ordinario pálido , estaba entonces cubierto de un vivo sonrosado. Sus grandes ojos azules brillaban con dulzura ; sus labios encarnados y entreabiertos para dar paso á la agitada respiración , dejaban ver dos hermosas hileras de perlas húmedas; su seno se agitaba bajo el pequeño y gastado chai color de na- ranja; con una mano comprimia los latidos del co- razón, y con la otra presentaba á Rodolfo el rami- llete de flores silvestres que había cojido.

Nada mas hermoso que la expresión de gozo ino- cente y puro que exhalaba el rostro de Flor de María.

Luego que pudo hablar dijo á Rodolfo con un acento de inefable dicha y de agradecimiento casi religioso :

¡ Cómo bendigo á Dios por habernos dado tan hermoso dia ! !

Brilló una lágrima en los ojos de Rodolfo al oir que esta criatura abandonada y perdida, daba un grito de felicidad y de gratitud al Ser Supremo ; porque la permitia disfrutar un rayo del sol y la vista de un prado.

Un accidente inesperado sacó á Rodolfo de su contemplación.

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CAPÍTILO i\OVE\0.

LA SORPRESA.

Hfiínos dicho que la Guiilabaora se había senta- do en el tronco de un árbol que estaba tendido á lo largo de un profundo barranco.

Levantóse de repente un hombre del fondo de la cueva, y sacudiendo el heno con que se habla ta- pado , prorumpió en una estrepitosa carcajada.

La Guillaboara volvió la cabeza y dio un grito de espanto.

Era el Churiador.

No tengas miedo, Paloma dijo este al ver el asombro de la jjven, que había corrido hacia su compañero. Señor Rodolfo, este es un encuen- tro particular ¡ eh!... apuesto á que no lo espera- bais, ni yo tampoco... Y luego añadió en tono serio : Mirad, señor Rodolfo... dígase lo que se quiera... pero hay una cosa allá arriba... en el aire... sobre nosotros... Vaya, Dios es muy travie- so , y me parece que tiene trazas de decir al hom- bre: «Anda romo yo te empujo ..» en vista de que nos ha empujado á los dos hasta aquí, lo que me parece una ocurrencia diabólica. Pero ¿qué ha- ces ahí dijo Rodolfo con sorpresa Os guardo las espaldas, señor maestro... ¡ Qué cosa tan ra- ra I... ¡venir á dar precisamente en mi casa de campo !... Vamos, aquí hay alguna mano escondi- da,., sin remedio... Pero responde ¿qué haces

LA SORPRESA. 87

allí? Luego lo sabréis; dadme solamente el tiem- po de subir á la caja de vuestro observatorio con ruedas.

Corrió el Churiador hacia el coche que estaba parado á corta distancia, echó una ojeida por toda la llanura y volvió con presteza á donde estaba Ro- dolfo.

¿Me explicarás de una vez lo que significa to- do eso? ¡Paciencia , señor maestro !... Una pala- brita mas... ¿Qué hora es? Las doce y media dijo Rodolfo mirando el relox. Bueno... tenemos tiempo... la Lechuza no llegará hasta de aquí á me- dia hora. ¡La Lechuza I exclamaron á un tiem- po Rodolfo y la Guillabaora. Sí... la Lechuza. En dos palabras , maestro... os diré el cuento : a ver, luego que salisteis del Conejo Blanco, entró...— ^ Un hombre alto con una mujer vestida de hombre: preguntaron por mí, ya lo sé. ¿Qué hubo luego? Luego me dieron de beber y quisieron hacer- me charlar por vuestra cuenta... Psada pude decir- les... porque como no me habéis comunicado mas que aquella descarga cerrada que me hicisteis el honor de... en fin, no sabia mas secreto del maestro Rodolfo que aquellos puñetazos de remate... Que- de esto entre nosotros, maestro Rodolfo... Que me lleve el diablo si no os tengo el mismo cariño que un mastín á su amo... desde que me habéis dicho que tenia corazón y honor... ¡ Qué importa!... no me va ni me viene... pero es cosa que me hace pen- sar... En fin, adelante... cada uno es cada uno... y yo... Gracias, Churiador, gracias: sigue tu cuen- to.— El señor alto y la mujer pequeña vestida de hombre, viendo que no sacaban nada de mí, salie- ron de la taberna y yo salí también: se fueron los dos por el lado dol Palacio de la Justicia, y yo por el de Nuestra Señora. Al llegar al fin de la calle em-

T I. 7

88 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

pezó á llover á cántaros... jera un diluvio! y como allí cerca había una casa demolida, me dije; «Si dura el chubasco dormiré tan bien aquí como en mi zao hurda.» Me dejé caer en una especie de bodega abri- gada, hice mi cama de virutas y astillas viejas , mi almohada de pedazos de yeso, y héteme aquí acos- tado cerno un rey. Pero vamos ¿y luego? Ya sabéis que habia bebido.... pues sin embargo he vuelto á beber con el hombre alto y con la mujer vestida de hombre: esto es para deciros que tenia la cabeza algo á la giaeta... eso y el ruido de la lluvia no hay cosa que rae haga dormir mas á gusto. Em- pezaba á dormitar á poco de haberme echado, cuan- do un ruido cercano me hizo despertar sobresaltado: era el Maestro de Escueía que estaba hablando co- mo si dijéram s amigabieimnte con otra persona... Aplico el oido.. ¿y qué es lo que escucho?., jrayo! la voz del hombre alto que habia estado en la taberna con la mujer disfrazada de hombre. ¿Hablaban con el Maestro de Escuela y la Lechuza ? pregun- tó Rodolfo lleno de asombro. Con los mismos... y se daban una cita para el día siguiente... ¿Para hoy? dijo Rodolfo. A la una. Pues es justa- mente la hora. En la encrucijada del camino de San Dionisio y de la Revolté. ¡Aquí mismo I Aquí , ni mas ni menos , maestro Rodolfo. ¡ Ah , el Maestro de Escuela'... cuidado, señor Rodolfo!.^ exclamó Flor de María. No temas, hija mia... no es él quien ha de venir, sino la Lechuza. ¿Cómo han podido conocer á esos miserables el hombre y la mujer disfrazada que me buscaban en la taberna? dijo Rodolfo. Eso no lo sé. Pero me parece que no he despertado hasta el remate de la función ; porque el hombre alto hablaba de re- cobrar su cartera , que la Lechuza le ofrecía traer hoy aquí,., en cambio, por supuesto, de quinien-

LA SORPRESA. 89

tos francos. Según esto es de creer que el Maes- tro de Escuela les había robado antes que yo des- pertase y que solo pude oírlos cuando estaban ya de buenas. j Es cosa original! /Dios mío/ tengo miedo por vos, señor Rodolfo dijo Flor de María,

El maestro Rodolfo no es ningún chiquillo, pa- loma; mas si las cosas se pusiesen como temes... aquí estoy yo. Adelante, Ghuriador: ¿qué hubo después? El grande y la pequeña prometieron dos mil francos por haceros... no qué. La lechu- za es quien debe venir aquí ahora mismo para de- volver la cartera y saber deque se trata, á íln de informar de todo al maestro de Escuela , que se encargará de lo demás.

Flor de María se extremeció.

Rodolfo sonrió con desden. Dos mil francos por haceros alguna travesura, señor Rodolfo... Va- mos, eso me hace pensar (salvo la comparación ) que cuando veo un cartel ofreciendo cien francos de gratificación por un perro perdido , me digo mo- destamente: ((Animal, si te perdieras en lugar de tu perro nadie daria cien maravedises por vol- verte á encontrar»... ¡Dos mil francos por haceros algún daño!... esto me hace discurrir... ¿Quien diantres sois? Luego lo sabrás. Basta , señor Rodolfo... Cuando esta proposición dije ¡jara mi sayo : Es preciso saber donde moran estos ricachos que quieren echar el Maestro de Escuela á las bra- gas del maestro Rodolfo. Luego que se alejaron salí de mi madriguera y los seguí al galope: el grande y la pequeña llegaron á un coche que estaba en el atrio de Nuestra Sonora, se metieron dentro, yo me puse en la zaga , echamos á andar y llegamos al baluarte del Observatorio. Como la noche estaba oscura como un horno y no se veía nada, hice una

90 LOS MISTERIOS DE PARTS.

cortadura en un árbol para reconocer el silío al día siguiente. ¡ Perfectamente, amigo ! Esta ma- ñana acudí al sitio. A diez pasos del árbol señala- do be visto una callejuela cerrada con una verja... en el lodo de la callejuela babia pisadas grandes y pequeñas... al fin de la callejuela una puerlecita de jardiíi en donde cesaban las pisadas... el nido del grande y de la pequeña debía estar allí. Gracias, Albino, gracias; me has hecho un gran servicio sin saberlo. Eso no, señor Rodolfo; perdonad... lo sabia, y por eso lo he hecho. Ya lo sé, ya, amigo mió, y quisiera recompensar tu servicio mas que de palabra.. Por desgracia no soy mas que un pobre jornalero... aunque esos den dos mil fran- cos por hacerme algún mal, según dices... Voy á explicártelo todo. Si os place, bueno; por no lo hagáis... si alguno os quiere llegar al bulto, aquí estoy yo... por lo demás no se rae da. Ya adivi- no lo que quieren... Sábete que poseo el secreto de cortar el marfil para los abanicos por un medio mecánico ; pero este secreto no me pertenece á solo. Esfoy esperando á mi asociado para ponerlo en práctica , y sin duda quieren hacerse á toda costa con la máquina que tengo en mi casa , porque hay mucho dinero que ganar con este invento. ¿Con que el alto y la pequeña son.., ? Los fa- bricantes en cuyo establecimiento trabajo, y á quie- nes no he querido comunicar mi secreto.

Esta explicación pareció satisfactoria al Churía- oor, cuya inteligencia no estaba muy desenvuelta, y repuso; Ahora lo comprendo... ¡ qué envidio- sos !... ¡cobardes!... no tienen valor para dar el golpe por su mano, y... Pero, en una palabra, r.quí está lo que dije para mi coleto esta mañana : Yo , me dije, la cita de la Lechuza y del hom- bre alto ; tenpfo buenas piernas y voy á esperarlos;

LA SORPRESA. 91

mi amo el descargador me echará de menos; peor para él... Llego aquí, veo este barranco , traigo de acullá un haz de heno, me entierro en él hasta los ojos y aguardo á la Lechuza... Pero en este medio tiempo aparecéis en el llano con la pobre Guillabaora que viene á sentarse á la misma orilla de establecimiento : y entonces ¿qué hago ? Una broma. Doy un grito como un escaldado y salgo de mi cueva... ¿Cuál es tu intención? Esperará la Lechuza , que no dejará de llegar primero, y oir lo que habla con el hombre alto por lo que os pueda ir en ello. En todo (1 llano no hay mas que este tronco de árbol tendido , parece hecho para sentarse en él y desde aquí se descubre mucho terreno. La cita es en la encrucijada, á cuatro pa- sos, y aposlaria á que viene á sentarse aquí. Si no viene y no pueilo oir lo que pasa , caigo sobre la Lechuza y temblará el mundo... no haré mas que pagarle lo que la debo por el diente de la Guilla- baora: la retorceré el pescuezo hasta que me can- te de llano el nombre de los padres de la pobre chica , ya que dijo que los conocía... ¿ Qué os pare- ce de mi idea , maestro Rodolfo ? Bien , querido mío; pero es preciso cambiar algo el plan. i Ah ! : en primer lugar, Churiador, no riñáis con na- die por causa mia... Si hacéis daño á la Lechuza, el Maestro de Escuela... No tengas cuidado, pim- pollito... Yo pondré de mi mano á la Lechuza... por lo mismo que tiene por defensor al Maestro de Escuela , he de doblar la receta. Escucha , Chu- riador; yo otro modo de vengar á la Guillabao- ra, que te diré mas tarde. Por ahora dijo Ro- dolfo alejándose algunos pasos de la Guillabaora y bajándola voz por ahora ¿quieres hacerme un verdadero servicio? Hablad, maestro Rodolfo. ¿No te conoce la Lechuza? La lie visto ayer

92 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

por primera vez en el Conejo Blanco. He aquí lo que tienes que hacer... Te esconderás desde lue- go ; mas al punto que la sientas cerca de tí, saldiás del agujero. ¿Para retorcerla el pescuv!zo? No... eso mas adelante... hoy es menester impedir que hable con el hombre alto... Si este ve que hay alguien con ella, no se atreverá á acercarse... Si se acerca, no te separes de ella un solo instante... pues no le hará proposición alguna delante de tí...

Si el hombre me llama curioso... hago mi nego- cio , y adelante... al fin no es un Maestro de lis- cuela ni un Maestro Rodolfo. Sigo á la Lechuza co- mo una sombra , el hombre no dice una sola pa- labra que yo no oiga, y por último se marcha con su madre gallega... pero ne de dar una tunda á la Lechuza ¿ verdad? Eslo lo necesito para descargar la conciencia... ya me pican las carnes. Todavía no es tiempo... ¿Sabe la tuerta si eres ó no ladrón?

No, á no ser que el Maestro de Escuela la haya enterado de que no me lleva el diablo por ese ca- mino... — Y si se lo ha dicho , procurarás hacer- la creer lo contrario. ¿ Yu ? Tú. ¡ Qué dia- blo , señor Rodolfo !... ¿qué me decís?... esa farsa no me acomoda. Harás lo que quieras. . y verás si te propongo una infamia... Luego que el hombre se haja alejado , como la Lechuza estará furiosa por no haber podido hacer su negocio , procurarás calmarla diciéndola que sabes donde hay un buen gazapo , que estás aquí aguardando á tu cómplice, y que si el Maestro de Escuela quiere tomar parte... ganará mucho oro, y... ¡ Vaya... vaja !... pero, señor... Al cabo de una hora la dirás: « Mi com- pañero no viene... sin duda deja el golpe para otro dia...» y citarás á la Lechuza y al Maestro de Es- cuela para mañana. ¿Entiendes? Entiendo. ^ esta noche á las diez, me saldrás á la esquina

LA SORPRESA. 93

de la calle de las viudas y los Campos Elíseos: allí te diré lo demás... Si es una zancadilla , tomad bien las medidas... el Maestro de Escuela es muy ladino... Le habéis sacudido el polvo... y ala me- nor sospecha es capaz de asesinaros. No tengas miedo. ¡Cáspita I vaya una farsa I... hacéis de lo que os da la gana. Pero no está ahí el mal, porque ya se me alcanza la suerte que aguarda al Maestro de Escuela y á la Lechuza.., El mal está... Señor Rodolfo, permitidme decir una palabra. Habla. No es porque os crea capaz de tender un lazo al Maestro de Escuela para hacerle caer en manos de la policía. Es un bribón refinado, digno de mil muertes... pero hacerlo prender... eso no me toca á mí. Ni á mi tampoco , amigo mió ; pero tengo unas cuentas que ajustar con él y con la Le- chuza , ya que tratan con las personas que me quie- ren mal... si me ayudas todo saldrá á pedir de boca. Pues por dicho y hecho ; porque al fin el uno no vale mas que el otro... ¡ Pronto , pronto ! gri- tó el Churiador; ja descubro por allá abajo un puntito blanco: es sin duda la marmota de la Le- chuza... Marchaos pronto que me voy á mi aguje- ro- — Hasta esta noche á las diez... En la es- quina de la calle de las Viudas y los campos Eliseos; está dicho...

Flor de María no había oído esta última parte del Coloquio del Churiador con Rodolfo. Subió al coche con su compañero de viaje.

CAPITIIODECISO

EL PASEO.

Quedó Rodolfo pensativo por algunos momentoi después de su diálogo con el Albino. Flor de Ma- ría le miraba con tristeza sin atreverse á interrum- pir su silencio.

Rodolfo levantó la cabeza y dijo con amable Sonrisa:

¿En qué jensais, bija mia? ¿Os ha disgustado el encuentro del Cburiador? ¡Estábamos tan ale- gres!... — Al contrario, señor Rodolfo; no me he disgustado, porque el Cburiador podrá seros útil. ¿No se creia en la taberna del Conejo Rlaneo que este hombre conservaba aun sentimientos hon- rados?— No lo sé, señor Rodolfo... Antes de lo que pasó ayer le había visto pocas veces y apenas le habia hablado... lo tenia por tan malo como los demás... No hablemos mas de eso, prenda mia. Sentina en el alma contristaros , pues mi objeto es haceros pasar un dia alegre. j Ah ! estoy muy contenta, muy alegre. ¡Hacia tanto tiempo que no habia salido de París!... Desde vuestros paseos con Alegría ¿ verdad ? Es verdad señor Rodolfo... ¡Dios mió! era la primavera... pero aunque esta- mos en el otoño, no por eso tengo menos placer. ¡Qué hermoso sol hace!... ¡mirad aquellas nube- citas color de rosa... y aquella colina!... y aque- llas casas blancas tan lindas en medio del arbola-

EL DESEO. 05

do... ¡Qué verdes están aun las hojas ! es de admi- rar en el mes de octubre ¿verdad, señor Rodolfo? Pero en París las hojas se marchitan tan pronto... ¡Mirad, mirad aquella bandada de palomas como se pone sobre el tejado de un molino!... ¡Jesús/ en el campo no se cansa una de mirar; todo es her- moso, todo divierte. ¡Es admirable el ver cuánto placer os causan todas esas pequeneces , que forman la verdadera hermosura del campo I

En efecto, á medida que la joven contemplaba el cuadro risueño que se presentaba á su vista, su fisonomía expresaba mayor placer y exaltación.

-Y allá abajo... mirad en el barbecho aquel fuego de rastrojo... ¡ Cómo sube el humo blanco hacia el cielo!... y aquel arado con sus dos caballos tordos... ¡Cómo me gustaría ser labrador si fuese hombre!.,. ¡ Seguir tras el arado en la llanura... y ver los sotos grandes y verdes allá á lo lejos , en ua día hermoso como hoy por ejemplo!... le daría á una ganas de cantar canciones tristes, de esas que hacen saltar las lágrimas... como la de Genoveva de Brabante. ¿Sabéis la canción de Genoveva de Bra- bante, señor Rodolfo? No , no, prenda mia; pero si quieres darme gusto me la cantarás luego... te- nemos por nuestro todo el día.

Al oír estas palabras, vuelta en la Guillabaora de su éxtasis de placer considerando que después de aquellas horas de übertad pasadas en el campo volvería al encierro de la infestada taberna, ocultó el rostro con las manos y empezó á denamar un copioso llanto.

Rodolfo la dijo sorprendido:

¿Qué tenéis, Flor de María? ¿porqué lloráis? Nada... por nada , señor Rodolfo y enjugó la s lágrimas procurando asomar al rostro una sonrisa forzada. Perdonadme si me entristezco... no ha-

96 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

gais caso... no tengo nada, os lo juro: no es mas que una idea... ahora voy á estar alegre. Pero estabais tan contenta hace un momento... Por eso mismo... respondió sencillamente Flor de María levantando hacia Rodolfo los ojos llenos aun de lágrimas.

Estas palabras revelaron á Rodolfo todo el inte- rior de la joven; y queriendo disipar su melanco- lía la dijo sonriendo:

Apuesto á que estabais pensando en vuestro rosal , y que sentiais no traerlo aquí para que dis- frutase también del paseo.

La Guillabaora tomó esta chanza por motivo para sonreirse, y la tristeza desapareció gradualmente de su ánimo: solo pensó en divertirse y en estar alegre y contenta... En aquel momento se descu- brió la torre de la iglesia de San Dionisio.

¡ Qué h'^rmoso campanario I exclamó Flor de María. Es el de la magnífica iglesia de San Dionisio... ¿Queréis verla? haré detener el coche.

La Guillabaora bajó los ojos.

Desde que estoy en casa de la tía Pelona no he entrado en ninguna iglesia, no me he atrevido. En la prisión me gustaba tanto cantar en la misa, y el dia de Corpus hacíamos unos rami! leles tan hermosos para el altar... Dios es bueno y cle- mente : ¿por qué temes rogarle y entrar en su igle- sia?— jOh! no, no... señor Rodolfo... eso seria como una impiedad... Basta ofender á Dios de otra manera.

Después de un momento de silencio dijo Rodolfo á la Guillabaora :

¿Habéis amado á alguno antes de ahora? Nunca señor Rodolfo. ¿Porque? Ya habéis visto las personas que van al Conejo Blanco... Y lernas, para amar es preciso ser honrada. iCo-

EL DESEO. 97

mo? No depender sino de misma... poder... Pero, vamos,., señor Rodolfo, si lo lleváis á bien os ruego que no hablemos de eso. Bien, Flor de María hablemos de otra cosa... Mas ¿porqué me miráis así? Otra vez tenéis lágrimas en los ojos... ¿Soy yo la causa de vuestra pena? ¡ Ah , no I al contrario; pero sois tan bueno para que eso mismo me da ganas de llorar... y luego no me tuteáis... y... en fin, cualquiera diria al ver la sa- tisfacción con que me veis alegre, que solo me ha- béis traido aquí para que me divierta. No contento con haberme defendido ayer,., me traéis hoy al campo para hacerme pasar un dia como este á vues- tro lado... ¿Sois de veras feliz? ¡Ahí ¡cuán- do olvidaré esta felicidad 1 ¡Es tan rara la feli- cidad 1 Sí, muy rara. Yo, para suplir lo que no tengo, me divierto muchas veces en imaginar lo que podria tener y me digo, aquí lo que de- searla poseer... la fortuna que ambiciono..: Y vos, Flor de María ¿no discurrís también á veces de este modo? ¿no haccis vjeslros castillos en el aire? En otro tiempo, cuando estaba en la prisión , sí; antes de ir á la taberna pasaba el tiempo en can- tar; pero ahora raras veces... Y vos, señor Rodolfo ¿qué es lo que ambicionáis? ¿Yo? quisiera ser rico; muy rico... tener criados, una gran casa, ir todos los dias al teatro, á buenas reuniones... ¿Y vos ; Flor de María ? ¿Yo? yo seria mejor de con- tentar: quisiera tener con qué pagar á la tia Pe- lona, algún dinero para mantenerme mientras no hallase trabajo, y un cuarlito bien limpio con vista al campo, para hacer mi labor, y... Y muchas flores en vuestra ventana... ¡Ahí eso sí... Vivir en el canflpo, pudiera ser: y nada mas... Un cuartito para trabajar es lo necesario; pero nunca está de mas el desear algo .«uperfluo... ¿Noquer-

89 EL DSSEO.

riáis poseer también coches, diamantes y ricos yes- lidos? Yo no deseo tanto... Mi libertad, vivir en el campo y estar segura de no morir en un hospi- tal... ¡ Ah! sobre todo no morir en un hospital... Este pensamiento, señor Rodolfo, me acomete y me espanta muchas veces. |0h! si... nosotros los po- bres. . No lo digo por la miseria... eso no. Pero después... cuando una se. muere... ¿Qué? ¿No sabéis loque hacen del cuerpo después de muerto? No. Habia en la prisión una muchacha conocida mia, que murió en el hospital... ; oh ! su cuerpo fué entregado á los cirujanos... dijo estremecién- dose la pobre criatura. ¡Eso es horrible!! Pero decidme, niña desgraciada, ¿tenéis con frecuencia esos pensamientos? Os sorprende, señor Rodol- fo, el que tenga vergüenza... aun después de muer- ta.., ;Avde mí! eg lo únieo que me Hn auedado.

Estas palabras conmovieron profundamente á Rodolfo.

Flor de María observó el aire melancólico de su compañero, y le dijo con timidez:

Perdonad , señor Rodolfo: yo no debería tener esas ideas. Me habéis traido para que estuviese alegre, y solo hablo de cosas tristes... ¡ tan tristes, Dios mió ' Yo no como es; pero no puedo reme- diarlo... Nunca he sido tan feliz como hoy, y sin embargo lloro á cada paso... No queréis que llore ¿es verdad , señor Rodolfo?... Pero ya veis que mi tristeza se fué tan pronto como ha venido... Ahora no os daré mas pena... Estaré contenta... Mirad, señor Rodolfo... miradme á los ojos...

Y después de haber ; bierto y cerrado los ojos dos ó tres veces para disipar una lágrima rebelde, los abrió cuanlo pudo y miró á Rodollo colfuna sen- cillez encantadora,

Flor de María , os ruego qne no os reprimáis...

EL DESEO ^^

Alegraos si queréis , ó entristeceos si os gusta mas... También yo, hija mía, leugo á veces ideas melan- cólicas como las vuestras... Seria para un tor- mento el fingir una alegría que en rexilidad no sm- tiese. ¿De veras, señor Rodolfo? ¿también vos os entristecéis? También , hija mia; mi porvenir no es mas s3guro que el vuestro... No tengo padre ni madre... si mañana caigo enfermo no se como he de sostenerme... lo que gano lo gasto en el mismo día. —Hacéis mal; muy mal, señor Uodol.o, diiola Guillabaora en un tono de grave recon- vención que le hizo sonreír; deberíais poner al- go en la caja de ahorros... Todo mi mal viene de no haber economizado el dinero... Con cien francos ahorrados, un obrero no depende jamas de nadie, ni se ve nunca en apuros... y los apuros obligan muchas veces á obrar mal. Ese es un consejo muv prudente, alma mia; ¿pero cómo podría yo reunir 100 francos? Es muy sencillo, señor Ro- dolfo. Voy á ajustaros la cuenta... veréis. ¿ ^o me habéis dicho que ganabais á veces cinco francos diarios? Cuando trabajo, sí. Es preciso traba- jar siempre. ¡Quién os tuviera lástima! Con un oficio tan bueno como el vuestro... pintor de aba- nicos... deberíais andar siempre contento. Es pre- ciso confesar que sois poco razonable, señor Rodol- fo... — dijo la Guillabaora con un tono severo.— Un jornalero puede vivir muy bien «on tres fran- cos: os quedan cuarenta sueldos diarios, que vie- nen á ser sesenta francos al fin del mes... y se- senta francos no es moco de pavo. Es verdad; pe- ro me gusta tanto andar á la que salta y no hacer nada... Señor Rodolfo, os lo vuelvo á decir, no tenéis mas razón que un chiquillo. Vaya pues, no os incomodéis, maestrita mia; conozco que me dais buenas lecciones y las seguiré. ¿De veras?

100 LOS MISTERIOS DK PAR 13.

dijo la joven llena de alborozo. = ¡ Si supierais qué placer rae dais con eso!... Economizaréis cua- renta sueldos diarios ¿no es verdad? Sí, los economizaré dijo Rodolfo sonriendo á pesar su- yo. — ¿ De veras? Os lo prometo, Ya veréis qué contento os darán las primeras economías. Pe- ro aun tengo que deciros algo mas si me prometéis no enfadaros... ¿Tan mal os parece mi genio?

; Oh ! eso no... pero me parece que no debq... Nada debéis ocultarme, Flor de María. Pues bien... entonces... en fln... ya que tenéis cualida- des tan buenas que no parecéis de vuestro estado... ¡ porqué frecuentáis unas tabernas como la de la tia Pelona ! = Si no hubiese venido á la taberna , no hubiera tenido la dicha de pasar á vuestro lado un dia de campo, Flor de María. = Es verdad; pero no importa, seíior Rodolfo... También yo voy muy contenta... pero de buena gana renunciaria el pasar otro dia como este si supiera que os habia de causar algún perjuicio, m Todo lo contrario, porque me dais excelentes consejos para mi gobierno. ¿Y los seguiréis? =z Os lo he prometido bajo mi palabra de honor. Economizaré cuarenta sueldos diarios por lo menos...

En esto dijo Rodolfo al cochero que habia pasa- do la aldea de Sarcelles: = Toma el primer camino á la derecha, atraviesa Yillers-le-Bel, tuerce lue- go illa izquierda y sigue de frente. = Y volvién- dose á la (luillabaora continuó:

zn Flor de María , ya qne vais tan contenta en mi compañía, podríamos divertirnos haciendo castillos en el aire, como decíamos antes. A lo menos no me echareis en cara lo que gaste de este modo. = ¡ Oh! por ese gasto no... Vamos haced vuestro castillo. z= No... primero el vuestro, Flor de María, n Pues bien ; á ver si adivináis el mió, señor Rodolfo, :

EL DESEO. 101

Varaos á ver... Supongo que este camino... y digo este porque vamos por él... ¿Y para qué buscarlo mas lejos? Supongo pues que este caminónos conduce á una hermosa aldea , muy distante de la carretera. Sí, cuánto mas retirada mejor. Está situada en una cuestecita y hay árboles entre las casas. —Y pasa cerquita un riachuelo... Tsi mas ni menos... un riachuelo.., Al fin del lugar hay una linda casa de campo : á un lado de la casa hay un naranjo y una huerta, y al otro lado un jardin con muchas flores, Y suponemos que es la casa don- de vamos. Sin duda. ^ ¿ Y en donde nos darán leche? ¡Cómo leche! eso no: rica nata y huevos frescos > Que cojeriamos en el nido nosotros mis- mos ¿verdad? ' Sin duda. ¿E iríamos al esta- blo á ver las vacas? Seguramente. ¿Y tam- bién las veríamos ordeñar? Es claro. ;.Y veríamos el palomar? También el palomar.— ¡ Je- sús, quef licidad! Pero dejadme acabar de ha- ceros la descripción de la quinta. Bueno; seguid. En el piso bajo hay una gran cocina para las personas de la quinta y un comedor para la dueña, de casa. Y la casa tiene persianas verdes... y es tan alegre ¿no es verdad señor Rodolfo? Vaya las persianas verdes ; soy de vuestro parecer.., no hay cosa mas alegre que las persianas verdes... Co- mo es natural , la dueña de la quinta seria vues- tra tia. Ya se que sí... y una mujer muy gua- pa.— Excelente: os amaria como una madre. ¡Ay, tia de mi alma !... ¡ debe ser tan delicioso el ser amada de alguna persona !... ¿Y la amaríais también? ¡Oh! exclamó la Guillabaora jun- tando las manos y alzando los ojos al cielo con una expresión de felicidad imposible de pintar. Oh, sí! la amaría ; y también la ay udaria á trabajar, á coser, á lavar , á guai-dar las frutas para el invierno , en

102 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

fin , á lodos los que haceres de la casa... No se qacja- ria de mi , no , no; ¡ os lo aseguro , señor Rodolfo... Y por \st mañana... Esperad, Flor de jMaria que acabe de pintaros la casa... ¡que impaciente soisi

Seguid, seguid, señor Rodolfo : va se conoce que estáis acostumbrado á'^píntar lindos países en vuestros abanicos dijo r^fído la Guillabaora. Pues dejadme acabar mi casa", cbarlatanita... Sí, es verdad , soy muy habladoia... ¡pero estoy tan encantada con eso!... Vamos, señor Rodolfo, ya os escucho; acabad vuestra casa decampo = Vues- tro cuarto está en el primer piso. =z;^Ii cuarto/ /qué gusto.' /Vaya, veamos mi cuarto / =i Y la jo- ven se aceró á Rodolfo, mirándole con sus grandes ojos muy abiertos llenos de curiosidad.zz:

Vuestro cuarto tiene dos ventanas que dan al jardin de flores y á un prado regado por el riacbuelo. Al otro lado del rio hay un soto de viejos castaños en medio de cuyas ramas se el campanaiio de la iglesia. /Ay, que sitio tan lindo, señor Rodolfo.^ ¿Quien me dejara verlo.' Y tres ó cuatro vacasque pacen al prado separado del jardin por un seto de zar- zas. ¿También se ven las vacas desde mi ventana? Perfectamente. Y una de ellas seria mi favorita ¿no es verdad, señor Rodolfo? Le haré un collar con una campanilla y la acostumbraré á comer en mi ma- no. — ¡Qué mas querrá ella! Es blanca, joven, y se llama Saltarina. /Saltar¡na!¡Quénombre tan lin- do.'Pobre Saltarinamia, cómo la querrél^Acabemos de arreglar vuestro cuarto, Flor de María*, las paredes están cubiertas de una linda tela persiana, y las cor- tinas son del mismo género : un grande rosal y una enredadera de madreselva cubren el muro de la quinta por el lado de vuestras ventanas , de suerte 11 ue solo con alargar mano, podéis cojer todas las mañanas un ramillete de rosas y de madreselva

EL DESEO. 103

cubiertas aun de rocío. ¡ Dios mió, señor Ho- doifo, (|ué liucn pintor sois! Veamos ahora co- mo pasaréis el dia. Vamos á ver. Kii primer lugar vueslra querida liase llega á vuestra cama y os despierta dándoos un tierno beso en la frente: os lleva una taza de leche, porque tenéis el pecho malilo; /pobre niña/ Os levantáis, dais una vuelta por la quinta, visitáis á vuestra Sallarina, á los pollitos, á los pichones, las flores del jardín.. A las nueve llega el maestro que os enseña á escri- bir.— ¿Mi maestro? Ya veis que es preciso aprender á leer, escribir y contar, á fin de ayudar á vuestra lia á llevar los libros de la quinta. Es claro, señor Rodolfo; no se me habia ocurrido... es preciso que aprenda á escribir para ayudar á mi lia dijo muy seria la pobre niña , tan absorta con la pintura de una vida tan alagüeña, que creía una realidad. Después de \uestra lección veis en qué estado se halla la ropa blanca de la casa, y os ponéis á bordar una cofia de paisana,.. A eso de las dos os ejercitáis un poco en escribir, y lue- go salís con vuestra lia á dar un paseo, á verá los segadores en el verano y los labradores en el oto- ño; os fatigáis mucho, y volvéis á casa con un pu- ñado de yerba cojida por vuestra mano en el cam- po, para vuestra querida Sallarina. Porque he- mos de volver por el prado ¿no es verdad, señor Rodolfo? Por supuesto; y hay juslamenle un puente de madera sobre el rio. Cuando volvéis son ya las seis ó las siete; y como en este tiempo son ya frias las lardes, halíais encendido un fuego res- plandeciente en la cocina de la quinta, y os ponéis á calentar y conversar con la buena geiUe que allí está cenando y viene del trabajo. En seguida co- méis con vuestra lia, y algunas veces os acompaña á la mesa el señor cura ó un labrador acomodado

T. I. 8

104 LOS 31ISTER10S DE PARÍS.

de la vecindad. Después os ponéis á leer ó traba- jar, inienUas que vuestia lia jueffa un ralo á los naipes. A las diez ( s da un beso en la frente , subís á vuestro cuarto, v al día sij^uiente empezáis de nuevo vuestras ocupaciones y enlLelenimienlos. De ese modo, señor Rodolfo, cualquiera viviria cien años sin fastidiarse un morhento. Pero es- to no es nada : ¿Y los domingos, donde los dejais? ¿ Y los días de íiesla? ¿Y qué se bace en esos dias , señor Ilodolío? En los dias de fiesta os engalanáis, ponéis un lindo vestido de paisana y un sombrerillo redondo que os bace mas hermosa que un sol; subis al cabriolé con vuestra tía y Joa- quín, que es el criado de la quinta, para ir á la misa n\ayor de la parroquia: y en el verano asistir también con vuestra tia á todas las fiestas de las parroquias vecinas. Sois tan linda, tan amable, tan hacendosa; vuestra tia os ama tanto y el cura ha- bla tan bien de vuestras cualidades, que todos los labradores jóvenes del contorno desean que bailéis con ellos, porque así es como empiezan siempre los casamientos. . Y de este modo vais fijando poco á poco la atención en un buen muchacho... y...

El silencio de la Guillabuara llenó de sorpresa á Rodolfo, y la miró.

La infeliz criatura reprimía con indecible fatiga los sollozos. . Las palabras de Rodolfo habían des- lumhrado por un momento su imaginación; pero vio por último la realidad, y su contraste con un sueño tan dulce y seductor la presentó el horror de su verdadera situaci.m.

Flor de María , ¿ qué tenéis ? ¡ Ah , señor Rodolfo ! sin querer me habéis hecho mucho mal... he creido por un momento en ese paraiso.., Pe- ro ese paraiso existe, pobre criatura... ¡Cochero, para!... Mirad, ahí lo tenéis.

EL DESEO. 105

El cochero se detuvo.

La Guiüabaora levantó rriaquinalniente la cabe- za. Estaba en lo alto de i'na pequeña colina. ,Cuál fué su asombio, su estupor , al ver la hermosa al- dea construida en un declive, la casa de campo , el prado, las hermosas vacas, el riachuelo, el soto de castaños , la torre de la iglesia, el mismo cua- dro, en fin, que Rodolfo !a habia pintado, delante de su vislaL. nada fallaba en este cuadro, ni aun la alegre S altar itia , blanca y hermosa ternera que debia ser la futura predilecta de la Guillabaora... Un hermoso sol de otoño iluminaba este delicioso paisaje... Las hojas amarillas j color de púrpura de los castaños se mezclaban con el azul del cielo. Decidme ahora, Flor de María ¿soy buen pintor ó no? preguntó Rodolfo sonriendo.

La Guillabaora le miraba con una sorpresa mez- clada de inquietud... Lo que veía le pareció sobre- natural, ^j.

¿Qué viene á ser esto, señor Rodolfo?... ¡Dios mió!.... ¿Estoy despierta?... Casi 'engo miedo... /Cómo! ¿lo que me habéis dicho podría?.. Nada mas sen'illo, hija mia... La dueña de la quinla es mi nodriza, y me he <riado aquí... La he escrito esta mañana muy leniprano (jue vendría á verla... he pintado al natural. ¡Tenéis razón, señor Ro- dolfo! no hay nada exliaordii.ario en eso dijo la Guillabaora dando un profundo suspiío.

La qiiinla á donde Rodolfo condujo á Flor de María estaba situada á un extremo de la aldea de J?ow(yt/er«/ , pequeña parroquia solilaria, ignorada y metida en una quebrada á dos leguas de Ecouen. 1E1 coche bajó por el camino que Iiabia indicado Rodolfo, y siguió luego por la llanura enlre hileras de cerezos } manzanos. Las ruedas giraban en si- lencio sobre el césped corlo y íino que cubre gene-

106 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

raímenle los caminos vecinales.

Flor de María e?taba callada j abatida , y Ro- dolfo casi se arrepintió de haber caus; do la impre- sión dolorosa que manifestaba su semblante.

El coche pasó por delante del corral de la quin- ta, atravesó un espeso olmedo y se paró delante de un peípieño pórtico de madera á la rústica , y me- dio oculto bajo un frondoso emparrado cuyas ho- jas empezaba á marchitar el otoño.

liemos llegado ya, Flor de María dijo Ro- dolfo : ¿estáis contenta? estoy, señor Ro- dolfo... pero me parece que voy á tener vergüenza delante de la señora; no me atreveré á mirarla... ¿ Porqué , hija mia? Tenéis razón , señor Ro- dolfo... no me conoce.

Y la Guillabaora reprimió un suspiro.

Se esperaba sin duda en la quinta la llegada de Rodol o , porque al punto que el cochero bajó el es- tribo, se presentó en el pórtico y se adelantó hacia él con ademan respetuoso una mujer de Gsonomía triste, dulce y atractiva, de unos cincuenta años de edad y vestida como las arrendatarias ricas de las cercanías de Paris

El rostro de la Guillabaora se cubrió de un finí- simo carmín; después de un momento de duda ba- jó del coche.

Buenos dias, señora Adela, dijo Rodolfo á su arrendataria : no diréis que falto á mi palabra.

Y volviéndose al cochero le puso algún dinero en la mano, y le dijo :

Puedes volverte á Paris.

El cochero era un hombre bajo y regordete , con el sombrero calado hasta los ojos, y la cara tapada casi enteramente por el cuello de un levitón forrado de grosera piel. Metió el din ero en el bolsillo, y sin decir una palabra subió al pescante, hizo resonar el

EL DESEO, 107

látigo y desapareció al momen lo entre la arboleda.

Flo^ de Alaría se acercó á Rodolfo inquieta y turbada; y le dijo en voz baja para que no pudiese oir la arrendataria:

¡ Dios mió! ¿qué babeis heebo, señor Rodol- fo? ¿habéis despedido el coche?... Es claro. ¿Y la Pelona? jQué importa la Pelona! ¡Ah!... tengo que volver á su casa esta noche... INo hay remedio... por fuerza , señor Rodolfo... porque sino me lendria por una ladrona... Los vestidos que trai- ga son su>os... y la debo .. perdonad... Tranqui- lizaos, hija mia; yo soy quien debe pediros per- don... ¡Perdón :... ¿de qué? De no haberos dicho mas antes que no debéis nada á la figonera , y que podéis quedaros aquí si es vuestra voluntad, y cambiar esos vestidos por otros que os dará la señora Adela. Es casi de vuestia misma ta'lla y ten- drá mucho gusto en prestároslos... Ya lo veis co- mo empieza á hacer su papel de lia. La Guilla- baora creía estar soñando; miraba á Rodolfo y á la arrendataria sin comprender lo que le pasaba. ¡Cómo! dijo con voz trémula y palpitante: ¿no volveré mas á París?... ¿puedo quedarme aquí?... ¿la señora... i\m permitirá?... ¡oh, será posible!... I vuestro castillo en el aire...! Aquí lo tenéis i-ealizado. ¡Oh, hol no es posible... seria dema- siada felicidad. La felicidad nunca puede ser de- masiada, Flor de María... ¡ Ah! señor Rodolfo, por piedad no me engañéis .. mirad que me haríais mucho mal. Creedme , amada niña dijo Rodol - fo con voz afectuosa , pero con un tono de digrndad que Flor de fiaría no habia notado en él hasta entonces : os lo repito ; desde hoy podéis , si os place h¿cer al lado de la señora Adela esa vida cuyo cuadro os ha cautivado tanto. Aunque la se- ñora Adela no sea vuestra lia , profesará el mas

108 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

tierno cariño; pero podréis pasar por sobrina suya enlre las personas de la quinta, y esta levemenli- rilla liará mas agradable vueslra situación... Os vuelvo á repL'lir, Flor de María, qne haréis todo esto si o5 agrada. Luejío que os pon;íais vuestro Ira- gecito de paisana anadió Kodolfo sonriendo os llevaiejnos á ver vueslra favorita la Sil fariña^ hermosa temerá blanca como la nieve , que está asfuardando el collar que la tenéis prometido... También visitaremos á vuestros amigos los j)iciio- nes y la lechería, y recorreremos to.Ia la finca... desv'o cumj)lir mi palabra.

Flor de María juntó las manos con vehemencia. La sorpresa, el gozo y la gratilnid se pintaron en su eslaciada fisonomía: sus ojos se arrasaron de Li- grimas, y esclamó:

¡Siíñor íiodolfo!... ¡quél... ¿sois algún ángel del Señor, que así hacéis bien á los desgraciados sin coní)cerlos... y los I brais de la vergüencia y de la miseria?... ¡ Pobre niña 1 repuso Koflolfo con una sonrisa melancólica de profunda é inefable bondad; aun(|urt jóvi n aun , he padecido mucho: he perdiilo una hija que tendría ahora vuestra edad esto os esplicará mi compasión hacia los que pa- decen^, y |>or vos especialmente. Flor de María, ó mas bien María, id con la señora Adela... Sí, Ma- ría, conservad de hoy mas este nombre, dulce y hermoso como vos Antes de macharme tendré que hablaros, y os dejaré contenta... porque os dejaré feliz y dichosa.

Flor de María no respondió; hizo una iiicUnacion doblando las rodillas, cojió la mano de Rorlolfo, y antes que este pudiese impedirlo la llevó respetuo- samente á los labios con un movimiento lleno de gracia y de modestia, y luego siguió á la arrenda- taria , que la contemplaba con profundo interés.

CyuAxXUv^vc^ UUiVtó^.

«4

CAPITULO XI.

MÜRPH Y RODOLFO.

Rodolfo se dirigió al zaguán de la quinta , en donde halló al hombre alio que vestido de carbo- nero le habia anunciado la víspera la llegada de Tomas í:^eyton y de Sarah. Murph, que asi se lla- maba aquel personaje, tenia como unos cincuenta años de edad ; á cada lado de su cráneo, enter ;- mente calvo, se elevaban ensortijados dos mecho- nes de pelo rubio y canoso; su rostro largo y en- cendido estaba completamente afeitado á escepcion de unas pequeñas patillas color de brasa, que no pasaban del nivel de la oreja y se estendian en forma de media luna por la parte superior de sus redondos carrillos. A pesar de su edad y su corpu- lencia, Murph era ágil y robusto , y en su fisono- mía, aun(|ue flemática, resaltaba á veces la bene- volencia y la resolución. Llevaba una corbata blanca , un chaleco largo y un fraque de faldones anchos que no le pasaban délas corvas, y su cal- zón verdegris era del mismo género que sus bolines, que no alcanzaban hasta la hebilla. El traje y el aspecto viril de Murph representaban el perfecto tipo del caballero labrador inglés: pero debemos declarar aquí que era inglés y caballero f squlrej, pero no labrador. En el momento en que Rodolfo llegó al zaguán, Murph melia un par de pistolas en la bolsa de la calesa después de haberlas enju- gado.

lio LOS MISTERIOS DE PARÍS.

¿A quién diablos vasa matar con esas pisto- las? le dijo Rodolfo. Esa es cuenta nua, mon- señor , replicó Murph retirando el pié del es- tribo.— Haced vuestro nec^ocio, que yo no descui- do mi deber. ¿A qué bora has niandado venir los caballos? Al anochecer, según vuestra orden.

¿Has llegado esta n>añana ? A las ocho. La señora Adela ba tenido tiempo para alistarlo lodo.

Krcs honrado... ¿No estás contento de mí? ¿TS' o podríais, monseñor, cumplir la tarea que os habéis impuesto sin esponeros á tantos peligros? Para inspirar alguna confianza á esas gentes, que quiero conocer, ¿no es preciso que adopte su Ira- ge, sus costumbres y su modo de hablar? Pero eso no aleja los peligros de que hablo. Anoche, cuando buscábamos á ese Bruzo Hijocn la detes- table calleja déla Cité, solo el temor de irritaros y desobedeceros ba podido impedirme que os so- corriese cuando luchabais con el bandido que ha- béis encontrado á la entrada de aquella pocilga. -^^ Es decir, señor Murph, que dudáis de mi fuerza y de mi valor. Por desgracia me habéis puesto cien veces en el caso de no dudar de la una, ni del otro. Gracias al Señor, Flatman, el Bertrand de Alemania, os ha enseñado la esgrima; Lacour de Paris (a os ha dado lecciones de zincarliUa y de caló , porque de *odo esto necesitabais para vuestras aventuras. Sois intrépido y tenéis unos nervios de acero , y aunque delgado y esbelto me venceriais con la misma facilidad que un caballo de carrera vence á un mulo de carga. Entonces ¿porqué temes? Yo sostengo , monseñor, que no es pru- dente el que os andéis esponiendo á cuantos peli-.

(a) Celebre pri)fesor de la lucha llamada eu rrancc& s avale f y en español zancadilla.

MIRPH Y RODOLFO. 111

gros se |)resenlan. No digo esto por el inconvenien- te (jue hay para que cierto c^íballero que conozco se tizne la cara con carbón y se convierta en el mis- mo diablo : á pesar de mis canas y de nii «(ordura y gravedad me disfrázale de bolero si conviene a vuestros planes... pero me atengo á lo dicho, moa- señor... , Oh ' ya lo sé, querido Murph; cuando una idea se introduce en tu cráneo, cuando la leal- tad se señorea de tu (irme y valeroso corazón, ni el mismo demonio te la arrancaría de allí con sus dientes y uñas.. Cuánta lisonja, monseñor! apostaria á que estáis meditando alguna... Ha- bla; dilo de utia vez... Alguna locura, monse- ñor.— jlobre Murph! que mala hora escojes para lu sermón... ¿ Por(|ué ? lístoy en este momen- to lleno de orgullo y de satisfacción... me hallo precisamente.., ' En donde habéis hecho un bien; ya lo : la quinta modelo que habéis fundado aquí, para recompensar, instruir y estimulará los labra- dores honrados, es un benelicio imnenisO paia este país. (íeneralníente no se piensa mas que en me- jorar la condición del ganado, y vos os desveláis poi- m(;joiar la condición de los hombres... eso es admirable. Habéis puesto al frente de este estable- cimiento á la señora Adela Ceorges , y ninguna elección pudieíais hacer mas acertada... Tiene la virtud de un ángel... ¡Noble y honnida mujer "... Pocas veces me enternezco, y sin embargo he der- ramado lágrin»as ; I oir sus infortunios... Pero vues- tra nueva protegida... Vaya... no hablemos de esto, mcnseñor... ¿Porqué? Monseñor, vos hacéis vuestro capricho, y hacéis bien... Yo hago lo que es justo dijo Rodolfo con un gesto de impa- ciencia.— Lo que es justo... á vuestro motlo de ver... Lo que es justo para con Dios y mi con- ciencia — repuso Rodolfo con severidad. Creo,

112 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

monseñor, que no nos entendemos. Os lo repito, no La bienios mas de esle asunto. ¡Y 30 os ordeno que habléis I dijo imperiosamente Rodolfo. Nunca me lie espuesto á que V. A. \\. me mandase callar... espero que V. A. no me obliga r¿í á decir mas de lo que quiero respondió Murpb con dig- nidad. — ¡Señor Murphlll esclamó Rodolfo con una irritación que crecia por momentos. ¡Mon- señor ! ^ , Ya sabéis , caballero, que no me gustan reticencias' Perdonad, señor: me conviene usar- las— repuso Murpb con org(dlo. Si desciendo hasta la familiaridad, caballero, es á condición de que vos os elevareis hasta la franqueza.

: eria imposible describir la altivez soberana de la fisonomía de Rodolfo al pronunciar estas últi- limas palabias.

Perígo cincuenta años; sov un caballero: V. A. no debe hablarme de ese modo. /Callad !!!... I Monseñor ! ¡ Callad !/! V. A. no debería po- ner en el caso á un hombre de honor d<í recordarle los servicios (jue le ha prestado... dijo con frial- dad el leal caballero. ¿ I us servicios? ¡y quél ¿ no le los he pagado de todas maneras?

Debemos confesar que Rodolfo no habia dado á estas crueles palabras el sentido humillante que rediicia á Murph á la condici»)» de un mercenario; pero este las interpretó por desgracia de este modo. Encendiósele el rostro de vergüenza, llevó los pu- ños cerrados á la frente con un ade nan de dolorosa indignación ; y dirigiendo la vista á Rodolfo, en cu- 3 as facciones se veía nn des len convulsivo y violen- to , le dijo con voz sofocada y conteniendo un sus- piro de tierna conmiseración: ¡Mirad., señor, que no tenéis razón ! ..

listas palabras llevaron á su colmo la irritación de Rodolfo; una llama terrible brilló en sus ojos,

MURPH Y RODOLFO. 113

y adelantándose hacia Murjíh con los lííhios pálidos como un cadáver , esclanm :

Te a I re verá s , I ú ! . . .

Muí p!i retrocedió, y dijo como á pesar suyo:

¡ Monseñor '... ¡Monseñor I... , acoíU)aos del 13 DE e.nehj!

Estas palabras hicieron en Rodolfo un efecto mágico. Su rostro, contraido por la cólera se dila- tó. Miró hjamente á Murplí, bajó luego la cabeza, y después de un moniento de silencio murmuró con voz alterada :

¡?\Iurph! ¿qué crueldad es esa?., mi dolor, mi arrepentimiento me liacian esperar que... ,Y sois vos el que!... ¡Sois vos!...

Rodolfo no pudocontinunr, faltóle la voz, cayó sentado en un banco de piedra y cubrió el rostro con las manos.

¡ Monseñor ! esclamó Murph con acenlo do- loroso!— ¡mi buen señor, perdonadme, perdo- nad á vuestro anliguo y leal servidor 1 Si he dicíso esas palabras ha sido en el último apuro y temien- do.*. ¡ ah ! no por mí... sino por vos... las conse- cuencias de vuestra ira... las he dicho á pesar mío, sin ánimo de ofen 'eros , sin enojo y solo por com- pulsión... ¡Monseñor! me pesa de haber sido tan li- jero... Por Dios santo, señor, ¿quién puinie cono- cer vuestro carácter mejor que yo, que no os he abandonado desde vuestra infancia?... Perdonadme, perdonad que os haya recordado ese día funesto... ¡ Ah , cuánto lo habi'is espiado !

Alzó Rodolfo la cabeza, y pálido como la cera , dijo á su compañero con voz suave y melancólica :

Rasta, basta, mi leal amigo; le doy gracias por haber calmado con una palabra mi desujed da irritación: no me disculpo de baberte tratado con dureza, pues sabes bien que haij mucho camino de

11 i LOS MfSTEIÜOS DE PARÍS.

Ivs labios al rornzon, como dicen las buenas geni s de nucslra liena. Estaba loco: no hablemos mas de eso ¡Ali! ahora os veré triste por mucho tienipo... ¡Qué desgracia la mia '... mi único anhelo es el li- braros de ese humor sombrío, y á cada paso os es- toy sepultando mas y mas en él con mi indiscre- fion... ¿ De qué me sirven luego mi honradez y mis canas si no soy capaz de sufrir con resignación las ofensas que no merezco? No hay duda : ha- bláis bien;... pero los dos hemos faltado á la razón, vejete mió le dijo Rodolfo con dulzura. Deje- mos eso, y volvamos á nuestra conversación... alabas la fundación de este establecimiento y el profundo interés que me inspira la señora Ade- la... Confiesas que mereceria este interés por sus raras cuj'.lidades y por su infortunio , aun cuando no peí teneciese á la familia de Harville... á esa fa- milia (jue mereció de mi padre un eterno recono- cimiento...— He aprolxido siempre la protección y las bondades (jue dispensáis á la señora Adela , monseñor. Pero le asombras de ver el interés que l<»mo ])or esa infeliz criatura perdida ¿no es verdad? Perdonad , señor... No he tenido razón... lo conozco. No... ya lo sé. Las apariencias han podido engañarte... Mas como conoces toda mi vi- cia y mis secretos... como me ayudas con tanto va- lor como lealtad á llevar á cat)o la espiacion que me he impuesto á mismo... mi deber , ó, si me- jor te place, mi reconociini'mlo me obliga á con- vencerte de que no obro con lijereza. Así lo creo, monseñor. Conoces mis ideas con respecto al bien que debe hacer el hombre que posee las circuns- tancias de sab r , toluntal y poder .. Socorrer al infortunio honrado cuando se queja de los males -tjue sufre , es acción meritoria. Buscar á los que cambalen la miseria con honor y con energía y

BlURPH Y RODOLFO. 115

ausilinrlos, á veces sin que lo sepan, es aun mejor acción. .i Prevenir á tiempo el desamparo y las ten- taciones que conducen al crimen es mejor to- davía. Rehabilitar , restituir á la honradez á los que han conservado puros algunos sentimientos generosos en medio de la degradación en que se ven condenados, de la miseria que los consume y de la corrupción que los rodea , y arrostrar para esto el contacto de esa miseria , de esa corrupción y de esos seres nauseabundos... es obra superior á todas. Perseguir con ánimo vigoroso é implacabie el vicio, la inñimia y el crimen, ya se arrastren por el cieno ó se encumbren en los palacios de la grandeza, no es mas que justicia... Pero acudir ciegamente á la miseria merecida , y prostituir y degradar la limosna y la piedad , eso seria horrible, impío y sacrilego. Eso baria dudar del mismo Dios; y el que da , debe hacerlo para que se crea en él y para ensalzar su nombre. Monseñor , yo no he querido decir que hubieseis empleado mal vuestros beneficios. h^scucha^ fiel amigo... Ya sabes que la hija cuya muerte deploro sin cesar, y á la cual hubiera amado lanío mas cuanto mayor ha sido la indiferencia con que la ha mirado Sarah, su in> digna madre, deberia tenef ahora algo mas de diez y seis años... como e¿a infeliz criatura. Sabes también que no pudo menos de dejarme arrastrar por una profunda y dolorosa simpatía hacia las jóvenes de esta edad... Lo , monseñor... y íksí es como debí haberme explicado el interés que sentís por vuestra protegida.... Ademas ¿no se honra á Dios socorriendo á todos los desgraciados? Sí, amigo mió.... cuando lo merecen; y por eso nadie es mas digno de compasión y rt^speto que una mujer como la señora Adela, que educa- da por una madre buena y piadosa en la eslrecha

116 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

observancia de lodos los deberes, no ha fallado jíjtnas á ellos... ¡jamas' !! á pesar de haiíer sido vícli:na de la adversidad mas espanlosa.., Pero ¿no se l¡()nra lambien á Dios sacando del fango de la vida á una deesas raras crialuras á quienes se lia complacido el cielo en (Colmar de sus dones/... ¿No merece lambien compasión y respeclo una ni- ña desventurada , (jue abandonada á su solo ins- tinto , atormerjlada , envilecida y despreciada, ha conservajo en el fondo de su alma las nobles virlu- ludes cí)!í que Dios la habia dolado ? / Si hubieras oido á osa [);)bre niña/... Al escuchar la pritnera palabra afecluosa qne la dirigí; a! oir la primera voz honrada y amiga que llegó á sus oidos , bro- taron en su ahna ingenua el guslo , la inclinación y los pensainienlos mas puros y delicados, á la ma- nera (jue las (lores silvestres abren su hermoso se- no en la primavera á los primeros rayos del sol... En mi conversación de una hora con Flor de .María he descubierto en ella tesoros de bondad, de gracia y de cordura : , de cordura, amigo mió. Con la sonrisa en los labios y una lágrima en los ojos he oido stis inocentes consejos llenos de razón , para inducirme á que ahorrase cuarenta sueldos diarios á íin de poder combatir un revés inesperado y li- brarme de malas tenlaciones. / Pobre inocente ni- ña / me hablaba en un tono tan serio y de tan |)ro- funda convicción, cxperimenlaba lalcomplacencia al darme sus sanos cojxiejos , y fué tal su gozo al oír mi promesa de que los seguiría , que he dejado correr algfnias lágrimas no pudiendo reprimir la dulce sens.icion que experimentaba... pero lam- bien le enterneces mi querido .>!urph. Si , mon- señ )r.... eso de haceros economizar cuarenln suel- dos diarios,., teniéndoos por un jornálelo... en lu- gar de comprometeros á que gastaseis con ella... si;

MLIIPÍ5 Y RODOLFO. 117

ese rasgo me llega al corazón. Silencio; ahí viene la señora Adela... Ten lodo lisio para niar- charnos, pues debesnos llegar lempraíío á Paris.

Flor de María estaba descorioiida , gracias al cuidado de la señora Adela. Una linda eolia de pai- sana y dos gruesas bandas de cabello rubio coro- naban su roslro virginal. Un pañuelo de muselina blanca cruzaba su seno, cubierto lambien en parle por )a pechera de un delantal de tafetán tornaso- lado, cu JOS visos azules y coior de rosa lucian so- bre el fondo obscuro de un vestido del carmen , que parecia haber sido hecho para ella. Kl semblante de la joven estaba serio y lleno de profundo reco- j miento ; pues hay felicidades que inspiran en el alma una tristeza inefable y una santa mclancol a. La seria «^avedad de Flor de María no sorprendió á Rodolfo, porque lo esperaba: alegre y hablado- ra , hubiera formada de ella una idea menos ele> vada.

Fn el semblante triste y resignado de mada- ma Geor es se descubrían las huellas de una larga adversidad : miraba á Flor de María con una com- pasión tranquila , ])rofunda y casi maternal , por- que la gracia y la dulzura de la joven criatura ha- blan cautivado su simpatía.

Aquí tenéis á mi hija, señor llodclfo... que viene á daros gracias por las bondades que la dis- pensáis— dijo madama Georges presentando la Guillabaora á Ilodolfo.

Al oír las palabras mi hija, la Guillabaora volvió lentamente los ojos há'*ia madama Georges , y la miró por algunas momentos con una expresión de indecible reconojimiento.

Os doy gr^icias por María, querida señora: es digna del lieriM) irderés que por ella toínais... y nimca dejará de merecerlo. .S-ñor Uoloífo,

118 Los MiSTKRlOS DE PARÍS.

dijo la <#ij¡llabaorn con voz trémula ya U) sa- béis... ¿no es verdad?. . ¿qué no encuentro nada que deciros ?... \ ueslra emoción me lo dice lodo, amada niña. /Oh/ conoce l)¡en la mano de la Pj-ovidencia en su felicidad dijo la señora Adela enlernecida. Su primera acción al entrar en mi cuarto, ba sido echarse á los pies de un cruciQio.

Es porque ahora, gracias á vos, señor Rodolfo.,, no lengo miedo de rezar.

Murph se volvió de repente para no revelar la emoción que le habian causado las sencillas pala- bras de la Guillabaora.

Rodolfo dijo á esta :

Hija mía , lennfo que hnhlar con la señora Adela... iMi amigo Murph os llevará á ver la quin- ta... y os hará ver vuestros futriros proteíridos : nosotros os seguiremos dentro de un raid... /Hola, Murph... Murph/ ¿no me oyes?

El buen hidalgo estaba en aquel momento vuel- to de espaldas y lingia sonarse con un estrépit for- midable: metió el pañuelo en el bolsillo, caló el sombrero hasta los ojos , volviéndose de medio la- do ofreció el brazo á María. Había maniobrado con tal destreza que ni Rodolfo ni madama Adela pu- dieron notar la inmutación de semblante. Cojió del brazo á María , dirigióse con ella á las cuadras de la quinta , y sus pasos eran tan largos y deseo - pasados que la Guillab ora tuvo que correr , como había corrido en otro tiempo detrás de la Lechuza.

¿ Qué os parece de María , señora Adela ? dijo Rodolfo. Ya os he dicho, señor Rodolfo, que apenas vio un crucifijo al entrar en mi cuarto , cuando se echó de rodillas delante de él. Me seria imposible pintaros lo espontáneo y fervoroso !de a(juel acto de la pobre niña : al momento he cono- cido que su alma no estaba pervertida. La expre-

MURP Y RODOLFO. 119

sion del agradecimiento que os profesa, señor Ro- dolfo, es pura, sencilla y libre de toda exageración. Os diré dos palabras que os probarán cuan natural V vehcmenle es en ella el instinto religioso ; cuan- tío JO la dije : « ¿ No ha sido muy grande vuestra sorpresa y vuestro gozo al deciros el señor Rodolfo que os quedariais aquí?... /Qué impr^ion tan profunda debió causaros esta noticia /... » / Oh , sí/

me respondió ; cuando el. señor Rodolfo me dijo eso , no lo que me pasó aquí dentro ; pero sentí el mismo gozo piadoso que cuando entraba en una iglesia. . es decir, cuando me dejaban entrar

añadió ; porque ya sabréis, señora Adela , que yo... >o la dejé proseguir al ver su rostro encendi- do y cubierto de rubor. « Ya , hija mía... os daré siempre el nombre de hija ¿queréis ?... ya (pje habéis padecido mucho, pero Dios bendice á los que le aman y le temen... á los desgraciados co- mo á los arrepentidos...» tlada vez estoy mas contento con mi obra, mi querida señora Adela. Esa pobre niña cautivará vuestro amor... habéis co- nocido bien sus excelentes cualidades. Lo que también me ha sorprendido , señor Rodolfo, es el que no me ha hecho la menor pregunta acerca de vos, sin embargo deque todo esto debe excitar en ella mayor curiosidad lista reserva prudente y deli- cada me indujo á querer averiguar si sabia algo acerca de vos , y la dije: « Debéis tener mucha cu- riosidad por saber quien es vuestro misterioso bi n- hechor.» uYa lo sé.,. repuso con una sencillez encantadora; seUamami bie he'-hor.)) Según eso le amaréis ¿no es verdad? Ocupará á lo 'menos

¡ mujer virtuosa ! ima parle de vuestro corazón...

, la consagraré mi cuidado y mis desvelos... como los consagrarla también á... él... dijola Señora Adela con angustiada voz.

T. 1. .9

120 LOS MISTERIOS DE PARÍS,

Rodolfo la cogió de la mano.

Vamos, vamos, no os desalentéis tan pronlo... Si hasta hoy han sido vanos nuestros pasos , po- drá ser que un dia...

La Señora Adela meneó la cabeza con tristeza y amargura ; y dijo :

¡Pobre hijo mío!.... tendría ahora veinte años!... Decidme mas bien que los tiene... ¡ Dios lo haga y os escuche, señor Rodolfo / Así lo espero. Ayer he ido á buscar á un cierto Brazo Bojo , que según rae habian informado podria dar- me alguna noticia de vuestro hijo. Al salir de su casa y después de una quimera que allí tuve , en- contré á esa desgraciada joven. \ Ah Señor!... es á lo menos una dicha el que en medio de los des- velos que os acarrea vuestro deseo de protegerme , halléis ocasiones de socorrer el infortunio. ¿No habéis recibido noticias de Rochefort ? Ninguna

dijo madama Adela con voz apagada y trémula.

j janto mejor!... No queda duda de que ese monstruo pereció en los bajos de fango al querer huir de pres...

Rodolfo se detuvo en el momento de pronunciar esta terrible palabra.

r¡De presidio! ;ah, decidlo... de presidio I...

exclamó la desgraciada señora llena de horror y con una expresión de delirio. ¡El padre de mi hijo '... ¡ Ah ¡ si vive aun ese hijo desventurado... si como yo no ha cambiado de nombre, ¡qué ver- güenza , Dios mió !... ¡ qué ignominia ! Pero esto no es lo peor... Si su padre ha cumplido su horri- ble promesa... /Ah! ¿qué ha hecho de mi hijo ? ¿ porqué me lo ha robado ? Ese misterio es la tumba de mi espíritu dijo Rodolfo con aire pen- sativo. — ¿ Con qué fin os ha robado ese miserable vuestro hijo hace quince años, cuando quiso mar-

MÜRPH Y RODOLFO. 121

charse al extrangero , según me habéis dicho ? Un niño (le aquella edad no podia menos de embara- zar su huida, ¡ Ah, señor Rodolfo 1 cuando mi marido I la infeliz se estremeció al pronunciar esta palabra), después que lo arrestaron en la frontera, fué conducido á París y puesto en la cárcel , en donde se me ha permitido hablarle, me dijo con horrible énfasis : «Me he llevado á tu hijo porque le amas, y porque es un medio de obligarte á que me envies dinero , del cual disfrutará conmigo... ó del cual no disfrutará... esa es cuenta mia... Que viva ó que muera poco te importa... pero si vive, pierde cuidado que yo le pondré en buen lugar... sufrirás la ignominia del hijo como has sufrido la ignominia del padre. » j Ah ! un mes después mi marido fué condenado á presidio perpetuo... Desde entonces nada he podido saber de la suerte de mi hijo á pesar de mis ruegos y de mis cartas. / Ah, señor Rodolfo! ¿ en dónde está mi hijo ? Aun oigo aquellas horribles palabras: « ¡ Sufrirás la ignomi- nia del hijo como has sufrido la del padre/ » Pe- ro eso seria una atrocidad inesplicable ; ¿á qué fin iniciar en el vicio y la corrupción á un niño ino- cente? pero sobre todo ¿á qué fin robároslo? Va os lo he dicho , señor Rodolfo ; para obligarme á enviarle dinero , pues aunque me habia arruina- do, me quedaban todavía algunos recursosque he agotado de este modo. A pesar de su perversidad no podia creer que dejase de consagrar una parte del dinero á la educación del desgraciado niño... ¿No tenia vuestro hijo alguna señal , algún indicio por el cual pudiera ser conocido? Ninguna, señor Rodolfo , escepto la que os he dicho : un agnusdei grabado en lapislázuli , colgado al cuello con una cadenita de plata. Esta reliquia la habia bendecido el Santo Padre. Vamos, valor, señora Adela.

122 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Dios es omnipotente. , señor Rodolfo : solo á su providencia debo vuestro socorro. Pero ha sido demasiado tarde, mi querida señora. Muchos años de aciaga pesadumbre os hubiera evitado, si...

/ Ah , señor Rodolfo 1 ¿no me habéis colmado de beneficios? ¿En qué? He comprado esta quinta. En vuestra prosperidad erais hacendosa por recreo, y haciais valer vuestros bienes : habéis consentido en servirme aquí de directora, y gra- cias á vuestros desvelos y actividad, este estable- cimiento produce... ¿Os produce, monseñor ? dijo madama Adela interrumpiendo á Rodolfo: las rentas no solo se emplean casi enteramenle en mejorar la suerte de los labradores, que tienen por un gran favor el entrar en esta quinta modelo, sino también en socorrer á muchos desgraciados del dis- trito, por la mediación de nuestro virtuoso párroco el Señor Laporte. Ya que habláis de ese buen cura interrumpió Rodolfo para evitar las ala- banzas de la señora Adela ¿ habéis tenido la bon- dad de noticiarle mi llegada? Quisiera recomen- darle mi protegida... ¿ Ha recibido mi carta? ^ El señor Murph se la ha llevado esta mañana. En "esa carta referia en pocas palabras á nuestro buen

párroco la historia deesa niña : y aunque no estaba seguro de poder venir hoy, Murph os hubiera traí- do á Flor de María.

Un criado de la quinta entró en el jardín é in- terrumpió este diálogo.

Señora , el señor abad os espera. ¿Ha lle- gado la silla de posta, hijo mió? dijo Rodolfo.

Sí, señor Rodolfo; están enganchando. Y el criado salió del jardín.

La señora Adela , el cura y los habitantes de la quinta solo conocían al protector de Flor de María por el nombre de Rodolfo. La discreción de Murph

MÜRPH Y RODOLFO. 123

era imperturbable , pues ponía tanto cuidado e" mxnseñorenr á Rodolfo en su conversación privad^ con él, como en llamarle simplemente Señor Ro- dolfo cuando le hablaba delante de otr.is personas.

Se me habla pasado deciros, señora- dii^ Rodolfo marchando hacia la Casa |ue María tie- ne el pecho malo según creo ; las privaciones y la miseria han alterado su salud. Esta mañana he no- tado su palidez, á pesar de que sus mejillas estaban muy encendidas, y sus ojos tenian un brillo algo febril... Necesita mucho cuidado. —Contad con mis desvelos , señor Rodolfo. Pero no será cosa de peli- gro SI Dios quiere. A su edad, en el campo , res- pirando el aire libre , con reposo y felicidad , pron- to recobrará la salud perdida. Así lo espero ; pe- ro sin embargo ro me fio en vuestros médicos de aldea : diré á Murph que os traiora mi médico , que es un doctor negro muy hábil, y os dirá el método que debéis seguir con María... Mas adelante, cuan- do su espíritu esté tranquilo , pensaremos en su porvenir... Acaso convendrá mas que permanezca á vuestro lado si estáis contenta con ella. Ese es mi deseo, señor Rodolfo... ocupará el lugar del hiio cuya pérdida lloro noche y dia. En fin , espere- mos que Dios no os desamparará á vos ni á ella.

Cuando Rodolfo y la señora Adela estaban ya terca de la casa, se incorporaron con ellos Murph y Mana. *

El buen caballero dejó el brazo de la Guilla- baora, y dijo con visible emoción al oido de Ro- dolfo :

Esta criatura me ha embrujado : no si me interesa mas que la señora Adela... He sido un ma- cho , una bestia bravia. Ya sabia yo que hablas hacer justicia á mi protejlda, amigo Murph dijo Rodolfo apretando la mano del hidalgo.

12V LOS MlSTEaiOS DE PARÍS.

La señora Adela, apoyada en el brazo de María, entró en la sala del piso bajo, en donde se halla- ba el párroco Laporle.

Murph se fué á preparar lo necesario para su regreso y el de Rodolfo , y la señora Adela, María, Rodolfo y el cura quedaron solos.

Los muebles y paredes de este aposento, senci- llo , pero cómodo y abrigado , estaban cubiertos de tela persiana como el resto de la casa y según habia diclio Rodolfo á la Guillabaora. Cubria su piso una alfombra fuerte y bien tejida, el fuego de la cbirenea daba un calor agradable, y dos hermosos ramilletes de flores puestos en vasos de cristal llenaban el aire de un olor balsámico y sua- ve. Por las persianas verdes y entreabiertas se veia el prado y el riachuelo y mas allá el fron- doso soto de Casianos.

El cura estaba sentado junto á la chimenea : te- nia ochenta años, y servia aquella pobre parroquia desde los últimos días de la revolución.

ISada mas favorable que su fisonomía senil, des- carnada y melancólica ; su largo cabello bbnco caía sobre el cuello de una sotana negra remendada en varias partes. El buen cura decía que era mas de- cente en su ministerio el llevar una misma sotana dos ó tres años y vestir á dos ó tres niños pobres con buen paño, que andar siempre de nuevo y tener mu- chos feligreses desabrigados. Como era tan viejo le temblaban las manos sin cesar y cuando las levan- taba para accionar en la conversación, parecía que estaba echando bendiciones.

Señor abate dijo respetuosamente Rodolfo, la señora Adela quiere encargarse de esta niña, á quien os suplico dispenséis vuestra bondad. Tiene derecho á ella, buen señor , como todos los que vie- nen ánosot os... La clemencia de Dios es inago-

MURPH ¥ RODOLFO. 125

table, hija mia... os lo ha probado eonno abando- naros... en trances bien dolorosos.. Todo lo sé... Y cojió una mano de Maria entre las suyas tré- mulas y venerables. El hombre generoso que os ha salvado llenó aquella sentencia de la Escri- tura: «El Señor está cerca de los que le invocan llenará los deseos de los que le temen ; escuchará su clamor y los salvará. » Ahora haceos digna de su bondad con vuestra conducta; me hallareis siem- pre dispuesto á animaros y sosteneros en la buena senda por que habéis entrado. Tendréis en la se- ñora Adela un buen ejemplo diario y constante... en un consejero diligente. El Altísimo concluirá la obra. Y yo le pediré por los que han tenido compasión de v me han traido á su santa ley, padre mió .. dijo la Guillabaora cayendo de ro- dillas delante del sacerdote.

La emoción que sentia era demasiada viva : la ahogaban los sollozos,

La señora Adela , Rodolfo y el sacerdote sintie- ron también una profunda y religiosa conmoción.

Alzaos, querida hija mia dijo el cura:

pronto mereceréis... la absolución de las grandes culpas de que habéis sido mas bien víctima que cul- pable; porque, según las palabras del profeta: «El Señor sostiene á los que están para caer , y levan- la á los que han caido. »

Murph abrió en aquel momento la puerta de la sala

Adiós, padre mió... adiós, señora Adela... os recomiendo vuestra hija... nuestra hija mas bien. Adiós, María : pronto volveré á veros.

El venerable párroco apoyado en los brazos de la señora Adela y de la Guillabaora , salió de la sala para ver partir á Rodolfo.

Los últimos rayos del sol iluminaban aquel gru- po interesante y melancólico.

126 LOS MISTERIOS DE PAUIS.

Un sacerdote anciano, símbolo de la caridad, del perdón y de la esperanza eterna ..

Una mujer que ha sufrido todas las amarguras que pueden afligir á una esposa y á una madre...

Una joven que sale apenas de la infancia, sumi- da pocos momentos antes en el abismo del vicio por la miseria y por la seducción de infames crimina- les...

Rodolfo subió al carruage, Murph se sentó á su lado, y los caballos partieron al galope.

CAPÍTULO XI

LA CITA.

A las doce en punto de la mañana que siguió al día en que Rodolfo habia confiado la Guillabaora al cuidado de la señora Adela , se hallaba aquel en traje de jornalero, abrigado a la puv5rla de la ta- berna llamada el Canastillo Fioridoj no lejos de la Barrera de Bercy.

A las diez de la noche del dia anterior el Churia- dor habia concurrido puntualmente á la cita dada -por Rodolfo, cuyo resultado veremos mas adelan- te. Era pues mediodía y el agua caía á torrentes. El Sena habia crecido tanto con las lluvias casi continuas, que llegaba á una altura extraordina- ria é inundaba una parte del muelle. Rodolfo mi- raba de cuando en cuando con impaciencia hacia el lado déla barrera; por último descubrió á un hombre y una mujer que se adelantaban cubiertos con un paraguas, y reconoció á la Lechuza y al Maestro de Escuela.

Estos dos personages se habian trasformado com- pletamente : el bandido habia depuesto su aire de brutal ferocidad, y en lugar del mal vestido con que le habia visto Rodolfo, llevaba una levita de paiño verde, un sombrero redondo, y su corbata y camisa eran de una extremada blancura. Sin la espantosa fealdad de su rostro y el horrible fuego de su mirar incierto, cualquiera le hubiera tenido por un hombre pacífico y ho nrado.

1-28 LOS 3IISTEU10S DE PAUIS.

La tuerta llevaba en lugar de sus asquerosos trapaios una toca blanca un gran cbal de felpa de seda , y tenia en el bi-azo un canastillo de grande

^ Cesó la lluvia por un momento, y venciendo Rodolfo el horror que le causaba la espantosa pa- , eia , se adelantó bácia ella. El Maestro de Escuela habia sustituido al caló de la taberna un lenguaje casi exquisito, que anunciaba un talento cultivado V hacia un extraño contraste con sus inclinaciones sansuinarias. Luego que Rodolfo se aproximó, sa- ludólo el bandido con una inclinación , y la Lechuza hizo también su reverencia.

Caballero.... vuestro servidor... dijo el Maestro de Escuela. -Os ofrezco mi respeto, y me aleo^ro de conoceros... ó mas bien de volver á ve- ros?., porque anteayer os habéis introducido eri mi gracia con unos puñetazos que podrían aturdir a nn elefante... Pero no hablemos de esto ahora: ha sido una broma de vuestra parte... estoy seguro., una pura broma. Pero dejemos a un lado ese extraño lance, porque hoy nos reúnen graves intereses... K las once de la noche anterior he visto en la tasca al Churiador. v le dije que saliese esU mañana a es(e mismo sitio si queria ser nuestro... colabora- dor; mas parece que se niega absolutamente.— •Y vos aceptáis? Si gustáis, señor... ¿cual es vuestro nombre? -Rodolfo. -Señor Rodolfo... entraremos, si gustáis, en el Canastillo blo- ndo, porque ni la señora ni yo nos hemos desa- yunado todavía... Hablaremos con calma de nues- tros negocios al paso que echaremos «n tac ». we lindo susto. Al paso podemos ir hablando. \os V el Churiador nos debéis sin disputa una indemni- zación á mi mujer v á mí... nos habéis hecho per- ded mas de 2,000 francos. La Lechuza teni^ que

LA CITA. 129

avistarse cerca de San Ouen con un caballero alto y enlutado que preguntó por vos en el Conejo Blan- co, y había ofrecido 2,000 francos por haceros no qué servicio... El Churiador me ha explicado después todo ese negocio... Pero vamos pensando en el almuerzo, querida: dijo el bandido vol- viéndose á la Lechuza adelántate y pide unas chuletas, ternera asada, una ensalada y dos bote- llas de Burdeos de primera: luego llegaremos los dos.

La Lechuza, que no habia apartado un mo- mento la vista de Rodolfo, se alejó después de ha- ber dirigido una mirada al Maestro de Escuela. Este continuó:

Decia pues , señor Rodolfo, que el Churiador me habia puesto al corriente sobre esa proposición de los dos mil francos. No os comprendo. Quiero decir, que el Churiador me ha informado poco mas ó menos de lo que el señor enlutado pre- tendía que se os hiciese por sus dos mil francos.. Bueno, ¿y que? No tan bueno como os pa- rece, mocito; porque habiendo encontrado ayer por la mañana el Churiador á la Lechuza cerca de san Ouen , no se separó de ella un solo mo- mento hasta que vio llegar al señor alto enlutado; por manera que este no se atrevió á acercarse. De- béis por tanto daros trazas para ganar los dos mil francos perdidos. Nada mas fácil... Pero volva- mos á nuestro asunto: habia propuesto un negocio soberbio al Churiador; mas después de haber acep- tado se retractó. Tiene ideas singulares... Mas al retractarse me ha observado... Os ha hecho observar... ¡Cáspita '... tenéis la gramática en la punta de los dedos. Ya veis ; soy maestro de Es- cuela...— Me ha hecho observar qne no era como el perro del hortelano, que no come ni deja comer,

130 LOS SliSTElUOS DE PARÍS.

y me ha insinuado que vos podríais ayudarme á dar un golpe de mano. ¿Podréis decirme, y per- donad la indiscreción, á que fin habéis cilado ayer al Churiador para San Ouen, lo cual le ha propor- cionado la dicha de encontrarse con la Lechuza? Algo embarazado se vio para responderme á esta pregunta.

Rodolfo se mordió imperceptible los labios, y respondió alzando los hombros:

Ya lo creo; no le he dicho mas que la mitad de mi proyecto... con)p no estaba seguro de que aceptase... Prudente habéis andado. Y tanto mas prudente, porque tenia 'dos cuerdas que tocar.

Sois muy precavido... pero la cita qne habíais dado al Churiador en san Ouen era para...

Rodolfo, después de un momento de incertidum- bre, tuvo la dicha de hallar una fábula verosímil para remediar la torpeza del Churiador, y repuso:

aquí lo que hay en el asunto: El golpe que intento dar es muy bueno y seguro, porque el dueño de la casa se halla en el campo... Todo mi recelo era el que volviese á París, y á fin de ase- gurarme he ido á Piedrafita, en donde tiene su casa de campo, y me cercioré de que no vendrá hasta pasado mañana. Muy bien, pero volva- mos á la cuestión .. ¿ Porqué habéis citado al Chu- riador para San Ouen? ¡Qué rudo sois!... ¿Cuán- to hay de Piedrafita á San Ouen? Cerca de una legua. ¿Y de San Ouen á París? Otro tanto.

Pues b'en; si no hubiese hallado á nadie en Piedrafita, es decir, si la casa estuviese desierta... habría también allí un gazapo que cojer... rnenos bueno que en Paris, pero no despreciable. He vuel- to á San Ouen para verme con el Churiador que me esperaba, y debíamos volver á Piedrafita por un camino trasversal que yo conozco; y... Ya

LA CITA. 131

comprendo. ¿Pero qué haríais si el lance debiese ser en París? Por la barrera de la Estrella al camino de la Revollé; y de allí á la calle de las Viudas. Es claro no hay mas que un paso. La evolución es muy diestra , porque desde san Ouen podíais emprender igualmente bien cualquiera de los dos golpes. Ahora me explico la presencia del Churíador en San Ouen... Decíamos que la casa de la calle de las Viudas estará sin gente hasta pasado mañana. Sin una alma mas que el portero. ¿Es operación que valga la pena de...? Sesenta mil francos en oro en el gabinete del dueño. ¿Co- nocéis bien las entradas y salidas? Como á mis manos. !Ch¡tonI... hemos llegado ya á la ta- berna; ni una palabra delante de los profanos. Tengo un apetito furioso, ¿ y vos?

La Lechuza estaba en el umbral de la puerta del figón.

Por aquí dijo por aquí... he mandado po- ner el almuerzo.

Rodolfo quiso hacer entrar antes al bandido, y tcMiia serías razones para ello;... pero el Maestro de Escuela se resistió de tal modo á admitir este ob- sequio que Rodolfo tuvo que entrar primero. An- tes de sentarse á la mesa, el Maestro de Escuela tocó lijeramente los tabiques á fin de asegurarse de su espesor y sonoridad.

No hay necesidad de hablar muy bajo dijo; el tabiíjue no es delgado. Nos servirán todo el almuerzo de una vez, y con eso no seremos inter- rumpidos en la conversación.

Entró con el almuerzo una criada, y antes que se retirase vio Rodolfo al carbonero Murph gra- vemente instalado en una mesa del cuarto inmedia- to. El aposento en que pasaba esta escena era largo estrecho y alumbrado por una ventana quedaba, á

132 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

la calle en frente de la puerta. La Lechuza estaba de espaldas á esta ventana , el Maestro de Escuela á un lado de la mesa y Rodolfo al otro lado.

Luego que salió la criada se levantó el bandido, cojió su cubierto y fué á sentarse al lado de Ro- dolfo, de manera que Ití interceptaba la puerta.

Estaremos mas á gusto dijo y no ten- dremos que hablar muy alto. Ya... y también porque queréis impedirme que salga por la puerta dijo con calma Rodolfo.

El Maestro de Escuela hizo un gesto afirmativo, y sacando del pecho un puñalito largo y redondo como una pluma de ganso,^ cuyo mango de madera desaparecia en sus velludos dedos, dijo:

¿ Veis este instrumento ? Sí. Aviso á los aficionados...

Y frunciendo las cejas hizo un movimiento signi- ficativo y arrugó su frente achatada como la de un tigre.

Palabra de honor: yo misma he afilado el churi de mi hombre, añadió la Lechuza.

Rodolfo metió la mano bajo la blusa con una calma maravillosa, sacó una pistola de dos tiros, la enseñó al Maestro de Escuela y volvió á meterla en el bolsillo.

Muy bien... hemos nacido para entendernos el uno al otro dijo el bandido; pero nomo comprendéis... Yo quiero suponer lo imposible... Si vmiesen á prenderme, ya me hubieseis ó no ten- dido un lazo... os despacharía en el acto.

Y dio una mirada feroz á Rodolfo.

Y. yo me echaría también sobre él para ayu- darte, palomito dijo la Lechuza.

Rodolfo no respondió, encojió los hombros, llenó un vaso de vino y lo bebió.

Sobrecüjido el Maestro de Escuela al ver la san- gre fría de Rodolfo, prosiguió:

LA CITA. 133

Quería solamente preveniros... ¡ Buena, bueno !... volved á su sitio vuestro instrumento, que aquí no hay contra quien usarlo. Yo tengo los huesos algo duros y podríais romper la punta. dijo Rodolfo. —Hablemos ahora de nuestro asun- to...— Hablemos de nuestro asunto... pero no digáis mal de mi escarbadientes. No hace ruido nin- guno ni incomoda a nadie. Y saca una obra lim- pia que da gusto, ¿no es verdad, palomo? aña- dió la Lechuza. A todo esto dijo Rodolfo á la Lechuza ¿es cierto queconoceisá los padres déla Guillabaora? Mi palomo trae consigo dos cartas que hablan de eso... Pero no haya miedo que las vea la Chillona... Antes la arrancarla los ojos ,. ¡Oh: que cuentas la he dcajustar cuando vuelva á encontrar- la en el Conejo Blanco! .. Todo se nos va en ha- blar, Lechuza , y los negocios no marchan. ¿ Po- dremos garlar delante de ella? preguntó Rodol- fo. — Con toda confianza : la tengo experimentada, y podrá servirnos de mucho para tomar informes, vigilar, ocultar, vender, etc.: posee todas las cali- dades de una excelente mujer añadió el bandido, alargando la mano á la horrible vieja : no tenéis idea de los servicios que me ha prestado... Pero quítate el chai. Finura, y tendrás al salir menos frió... ponió en el canastillo...

La Lechuza se quitó el chai.

A pesar de su presencia de ánimo, Rodolfo no pudo contener un movimiento de sorpresa al ver colgado de una cadena de similor que llevaba al cuello la vieja, un agnusdci de lapislázuli, en todo conforme al que llevaba al cuello el hijo de mada- ma Adela cuando desapareció de su poder.

Este descubrimiento inspiró á Rodolfo una idea repentina. Según el Ghuriador, el Maestro de Es- cuela habia eludido todas las pesíiuisas de la poli-

134 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

cía|, desfigurándose el rostro despuesde haber huido de prcjidio... y hacia seis meses que el marido de la señora Adela habla desaparecido de presidio, sin (|ue nadie supiese su paradero. Rodolfo imaginó que el Maestro de Escuela podria ser muv bien el ma- rido de aquella desgraciada, y que en tal caso co- nocería sin duda la suerte de su hijo, además de poseer papeles relativos al nacimiento de Guilla- baora. Rodolfo tenia según esto nuevos motivos para no dar de mano á su proyecto. Afortunada- mente no fué advertida su distracción por el Maes- tro de Escuela, ocupado entonces en hacer plato á su compañera. ¡Hola... ¡qué hermosa cadena lleváis al cuello !... dijo Rodolfo á la tuerta. Sí, hermosa... y barata... contestó riendo la vie- ja. — Pero es de mala ley... hasta que mi pichón íiie regale una buena... Eso depende del señor... Si hacemos buen negocio te faltará cadena. Qué bien imitada está! prosiguió Rodolfo. ¿Qué significa aquella cosita azul... colgada? Es un regalo de mi palomo, hasta que nie compre un tocante (a ... ¿No es verdad, corazón?

Rodolfo veía confinnadas sus sospechas , y espe- raba la respuesta del Maestro de Escuela... Este repuso:

A pesar del tocante es preciso conservar esa prenda... Es un talismán... que lleva coni^igo la bue- na dicha. ¿Un talismán? preguntó Rodolfo con indiferencia. Luego creéis en los talismanes' ¿Y en dónde diablos lo habéis encontrado?... Os agradeceria que me dijeseis la fábrica. No se ha- cen ya en el dia cabailerito : se cerró la fábrica... Tal cual la veis, esa joyo es muy antigua... cuenta tres generaciones... La estimo mucho, porque es

(a) Rtlox 6 mricsfra.

LA CITA. 135

una tradición de familia añadió con una horri- ble sonrisa. Por eso la he dado á la Lechuza, para que tenga buena fortuna en los lances en que me ayuda con tanta habilidad. Ya la veréis manio- brar , ya la veréis , si hacemos juntos alguna ope- ración comercial... Pero volvamos á nuestros car- neros... decíais que en la calle de las Viudas... Número 17 , casa de un ricachón... que se llama... No cometeré la indiscreción de preguntaros su nombre... ¿Decís que tiene en un cuarto sesenta mil francos en oro ? ¡ Sesenta mil francos en oro/ exclamó la Lechuza.

Rodolfo hizo una señal afirmativa.

¿Conocéis los andares de esa casa ? Perfec- tamente. — ¿ Y es difícil la entrada ? Un muro de siete pies de alto hacia la calle de las Viudas, un jardin , ventanas rasgadas... la casa no tiene mas piso que el bajo. ^ ¿Y no hay mas que un portero paia guardar ese tesoro ? No rhas. ¿ Cuál es vuestro plan de campaña, mocito? Muy sencillo... salvar el muro , calabacear ( b ) la puer- ta , ó hacer saltar el pftstigo. ¿Os agrada el plan ? No podré responderos hasta que todo lo haya visto por mis ojos , es decir , con la ayuda de mi Lechuza ; pero si todo lo que me decís es verdad , no debe dejarse de la mano el negocio... esta misma noche...

Y el bandido clavó la vista en Rodolfo.

¿Esta noche?... es imposible respondió este. ¿ Porqué, siendo así que el dueño no vuel- ve hasta pasado mañana ? Es cierto , pero yo no puedo esta noche... ¿De veras?... Pues yo tampoco mañana. ¿ Por qué razón ? Por*^la misma que os impide hacerlo esta noche.., dijo

(b) Abrir con ganzúa.

T. I. 10.

136 LOS -MISTERIOS DE PARÍS.

el bandido con socarronería. Después de un momento de silencio , Rodolfo replicó : Pues bien... vamos esta noche. ¿Dónde nos veremos ? No nos separemos ya dijo el Maestro de Escue- la. ¿ Cómo ? ¿ Para qué separarnos ? el tiempo se va aclarando , y podremos ir á echar un vistazo á la calle de las Viudas : veréis como trabaja mi muger. Hecho esto volveremos á echar una mano de cientos (a) y á comer un bocado en una taber- na de los Campos Eliseos inmediata al rio... en la cual soy muy conocido : y como la calle de las viu- das está desierta desde las primeras horas de la no- che, volveremos á dar el golpe á las diez. Bue- no : á las nueve volveremos á vernos. ¿Queréis dar el golpe conmigo , ó no ? Desde luego. Pues entonces no nos separemos un momento... sino.., ¿ Sino qué ? Sospecharia que intenta- bais hacerme una mala partida y que por eso os marchabais... Si quisiera armaros algún lazo... ¿ quién me lo impediría esta noche ?... Yo... Co- mo no esperabais que os propusiese para tan luego el golpe, no estabais preparado... y no apartán- doos de mi no podréis comunicaros con nadie... Luego desconfiáis de mí. Y mucho... pero como puede haber verdad en lo que me proponéis , y como la mitad de 60,000 francos vale la pena de una tentativa , quiero ejecutarla... pero ha de ser esta misma noche , ó nunca... En el segundo caso, es decir , si no se da el golpe , ya sabré que hom- bre tengo... y el dia menos pensado os hallareis con un regalo de mi mano. Y os pagaré la fi- neza... podéis vivir seguro. Todo eso es pura ton- leria dijo la tuerta. Soy de la opinión de mi hombre : ó esta noche ó nunca.

(a) Jiif go de naipes.

LA CITA. 137

Rodolfo sentía una ansiedad cruel : si perdía es- ta ocasión de apoderarse del Maestro de Escuela, no volvería á encontrarla jamás; pues el bandido, viviendo desde entonces sobre , ó reconocido aca- so y encerrado de nuevo en presidio, llevaría con- sigo los secretos que Rodolfo ansiaba poseer. Así es que confiado en el acaso y en su destreza y valor dijo al Maestro de Escuela :

-í- Bueno, consiento; no nos separaremos hasta esta noche. Entonces contad conmigo... Pero van á dar las dos... La calle de las Viudas está lejos y llueve á mares : pagaremos el escote y tomaremos un coche. Si tomamos un coche podré fumar an- tes un cigarro. Sin duda dijo el Maestro de Escuela. A mi cara costilla no le hace daño el humo del tabaco. Voy á comprar cigarros dijo Rodolfo levantándose. No os incomodéis dijo el Maestro de Escuela deteniéndole. Esta irá por ellos.

Rodolfo volvió á sentarse.

El Maestro de Escuela había penetrado su de- signio.

La Lechuza salió

¡ Qué buena muger tengo , eh ! dijo el bandido. Es tan complaciente que se echaria al fuego por mí. Ya que habláis de fuego ¿ sabéis que aquí no hace mucho calor ? dijo Rodolfo ocultando las manos bajo la blusa.

Y continuando la conversación con el Maestro de Escuela, sacó del bolsillo un lápiz y un pedazo de papel, y sin que pudiese ser notado, escribió de prisa algunas palabras , teniendo cuidado de sepa- rar bastante las letras para no confundirlas , pues escribía debajo de la blusa y sin ver,

Hecho el billete sin que lo percibiese el Maestro de. Escuela , era preciso que llegase á su destino.

138 LOS .MISTERIOS DE PARÍS.

Rodolfo se levantó , acercóse á la ventana y em- pezó á cantar entre dientes , haciendo compás con los dedos en los vidrios.

El Maestro de Escuela se acercó á él , miró con atención hacia fuera , y le dijo :

¿Qué música es esa ?

Estoy cantando el no te llevarás mi rosa. Es canción muy bonita... Pero quisiera saber si tiene la virtud de llamar la atención de los que pa- san. — No tengo semejante idea. Eso puede no ser verdad, mocito. ¿ Porqué tocabais sino, con tanta fuerza en los vidrios? En fin, el guardián de esa casa en la calle de las Viudas podrá acaso ser hombre determinado... Si se repone... vos no lleváis mas que una pistola , que es arma de mucho ruido; mientras que un utensilio como este ( y en- señó á Rodolfo el mango de su puñal ) no incomo- da ni llama la atención de nadie. ¿Pensáis aca- so asesinarle? dijo en voz alta Rodolfo. Si es tal vuestra intención no habrá nada de lo dicho... no contéis conmigo. ¿ Y si pretende reponerse ? Huiremos. / Acabáramos !... bueno es que nos convengamos antes... Es decir que se trata de un simple robo con escalamiento y fractura. Nada mas. Es cosa bien cicatera ; pero , en fin , pa- se...

Y como no me separaré de un instante dijo entre Rodolfo yo te impediré que derrames

JLO XÍIÍ.

PREPARATIVOS.

La tuerta volvió á entrar con el tabaco.

Parece que no llueve ya dijo Rodolfo en- cendiendo un cigarro: ¿vamos á buscar el co- che?... no seria malo para sacudir la pereza. ¿ Decís que no llueve ya ? repuso el Maestro de Escuela estáis cieso sin duda. No quisiera espo- ner una salud tan preciosa como la de mi Finura... ni que se estropease su hermoso chai nuevo. Tienes razón , alma mia : hace un tiempo de per- ros. — Como queráis dijo Rodolfo. La criada no debe tardar , y luego que hayamos pagado nos irá á buscar un coche. Es lo mejor que habéis dicho en toda la tarde. Iremos á pasear un rato por la calle de las Viudas.

Entró en esto la criada, y Rodolfo la dio un na- poleón.

De ningún modo, caballero... no lo permiti- ré... eso es abusar... dijo con voz estrepitosa el Maestro de Escuela, Hoy no me privareis de esta honra una vez que me he anticipado... otro dia pagaréis vos. Sea en buenhora ; pero bajo la con- dición de que aceptaréis lo que os ofreciere en los Campos Elíseos... es un jabardillo que frecuento con toda confianza. Desde luego.., admito vues- tro convite.

Pagada la comida salieron los tres de la taberna, y Rodolfo quiso ser el último en obsequio de la Le-

lio LOS MISTERIOS DE PARÍS.

chuza; pero el Maestro de Escuela no lo permi- tió, le hizo salir primero, y siguiéndole de cerca observaba sus menores movimientos. Entre los be- bedores de la taberna se hallaba un carbonero de cara tiznada v un gran sombrero de ala ancha ca- lado hasta los ojos: este carbonero pagaba su cuen- ta en el mostrador al punto que salian los tres compañeros. A pesar de la estrema vigilancia del Maestro de Escuela y de la tuerta , Rodolfo que marchaba delante de la norrenda pareja , di- rigió á Murph una mirp.da rápida é imperceptible en el instante de subir al coche. ¿A dónde va- mos, señores? dijo el cochero. Calle de las... De las Acacias , al bosque de Bolonia gritó el Maestro de Escuela interrumpiéndole; y luego aña- dió : ¡ se os pagará bien , cochero ! y volvién- dose á Rodolfo: ¿Por qué diablos queréis que pasemos á la vista de tanto babieca como anda por ahí? En caso de detención bastaría este solo indicio para perdernos. ¡ Ah mocito , mocito , que impru- dente sois !

El coche empezó á rodar , y Rodolfo respondió :

Tenéis razón ; no habia caido en ello... Pero con mi cigarro nos vamos á volver ceniza : abra- mos un cristal.

Y diciendo y haciendo dejó caer á la calle con el mayor disimulo un papelito doblado , en que habia escrito con lápiz algunas palabras debajo de la blusa... Masera tal la sagacidad del Maestro de Escuela que á pesar de la inalterable serenidad de Rodolfo creyó el bandido descubrir en su fisonomía cierta expresión de triunfo , y sacando la cabeza por

el cristal dijo gritando al cochero: j Alto '

deten el coche... alguno viene detrás.

El coche se detuvo , levantóse el cochero , miró hacia atrás y dijo :

PREPARATIVOS. l^íl

Nadie viene , caballero. Quiero verlo por mis ojos dijo el maestro de Escuela saltando pre- cipitadamente del carruaje.

Nada apercibió , porque el coche estaba ya algo distante del sitio en que Rodolfo Labia dejado caer el papel.

Ya que vais á reíros de dijo el Maes- tro de Escuela subiendo al coche amohinado. No porque me habia figurado que alguien nos seguia.

El coche torció en aquel momento por una ca- llejuela Murph, que no lo habia perdido de vista y que habia observado la evolución de Rodolfo , acudió inmediatamente al sitio y recogió el billete que habia caido en el hueco de dos piedras.

Al cabo de un cuarto de hora dijo el Maestro de Escuela al cochero :

i Chico ! hemos cambiado de idea : á la plaza de la Magdalena.

Rodolfo le miró con asombro.

Por allí vamos bien , amiguito : desde la Mag- dalena podremos hacer rumbo á mil partes, y de nada servirá la declaración del cochero si fuéremos cogidos.

AI llegar el coche á la barrera, nn hombre alto y moreno , vestido con un sobretodo gris y un som- ro calado hasta los ojos, y montando en un mag- nífico caballo, atravesó como un relámpago el ca- mino á un trole larguísimo y veloz. ¡ A buen ca- ballo buen ginete! - dijo Rodolfo asomándose al cristal y siguiendo á Murph con la vista ( era el naismio ). ¿ Habéis visto que paso lleva aquel hombre? Ha cruzad) tan á prisa que ni tiempo dió para mirarle repuso el Maestro de Escuela.

Rodolfo disimuló perfectamente la alegría que sintió al ver que Murph habia descifrado los carac- teres casi geroglificos del billete. Seguro el Maes-

142 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Iro de Escuela de que nadie seguía al coche, y queriendo imitar á la Lechuza que dormitaba , ó que mas bien fingia dormitar , dijo á Rodolfo : Disimulad , amigo , el movimiento del coche me causa siempre un efecto singular : me duermo co- mo un niño.

El bandido se proponía observar , con pretesio del fingido sueño, si la fisonomía de Rodolfo rece- laba alguna emoción secreta.

Rodolfo conoció el ardid , y repuso :

Hoy he madrugado y también tengo sueño.... voy á haceros compañía.

Y al decir esto cerró los^jos. La respiración del Maestro de Escuela y de la I>echuza que roncaban á dúo, engañó de tal manera á Rodolfo que este entreabrió los ojos creyendo que los dos estaban profundamente dormidos... Pero el Maestro de Es- cuela y la tuerta , á pesar de sus ronquidos sonoros, se miraban el uno al otro y se hacían señas miste- riosas con los dedos sobre la palma de la mano. Ce- só de repente este diálogo simbólico, y percibiendo el malhechor por una seña casi imperceptible de la Lechuza que Rodolfo no dormía, soltó una risotada, gritando : ; Hola, hola , camarada I.... queréis esperimentar á los amigos ¿eh? Eso no debe sor- prenderos, puesto que sabéis dormir con los ojos abiertos. Es claro: pero yo... soy sonámbulo.

El coche paró en la plaza de la Magdalena. La lluvia habia cesado por un momento, pero las nu- bes acumuladas por el viento eran tan negras y den- sas que casi anochecía ya. Rodolfo, la Lechuza y el Maestro de Escuela se dirigieron hacía el paseo de la Reina. Se me ocurre una idea , camarada ; y por cierto que no es mala dijo el bandido. ¿A dónde tengo de mirar? A vuestros píes. Sí. Mirad,., ahí. Ved el techo, y cuidado no lo piséis.

PREPAUATIVOS. 143

En efecto, Rodolfo no había observado una de las tabernas subterráneas que había hace pocos años en algunos sitios ds los Campos Elíseos, y especíahnente cerca del paseo de la Reina.

Una escalera sucia y húmeda abierta en la mis- ma tierra conducía al fondo de una especie de fo- so (3 gran cueva , y arrimada á una de las paredes de este foso, cortadas á pico, se veía una choza ba- ja , hedionda y llena de rendijas, cuyo techo cu- bierto de tejas mohosas apenas subía del nivel del suelo en que se hallaba Rodolfo. Dos ó tres cubiles de tablas viejas y apolilladas servían de bodega, de tinglado y de conejera á esta zahúrda miserable.

Un pasillo muy estrecho conducía á lo largo del foso, desde la escalera á la puerta de la choza, y el resto del suelo desaparecía tras un enrejado de cañas y palos, que ocultaba dos hileras de mesas toscas y groseras fijas en la tierra. El viento hacia girar sobre sus goznes á uno y otro lado una plan- cha de hierro cubierta de ollin,en l.i cual se dis- tinguía un corazón rojo atravesado de un puñal... Esta muestra estaba puesta en un palo colocado en lo alto de aquella cueva, verdadera sepultura de vivos.

Uníase á la lluvia una niebla espesa y húmeda, y la noche se acercaba por momentos.

¿Qué os parece de la fonda, camarada? dijo el Maestro de Escuela.— Debe estar bien fres- ca... gracias á la lluvia de estos quince días... Va- ya, pasemos adelante. Esperad un momento... quiero saber si el amo está dentro... ¡ Atención!

Y pegando el bandido la lengua al paladar, hizo nn ruido particular, sonoro y prolongado, que pu- diera remedarse de este modo :

¡ Prrrrrrr ! 1 !

Un sonido igual salió de lo profundo de la cueva.

lii LOS MISTERIOS DE PARÍS,

Él es dijo el Maestro de Escuela. Per- donad, joven... las señoras delante;... dejad que pase la Lechuza... yo os seguiré. Cuidado con caer- ge que está eso muy resbaladizo.

CAPITULO! IV.

EL CORAZÓN SANGRIENTO.

Después de haber respondido el dueño de la ta~ berna subterránea á la señal del Maestro de Escue- la , salió á recibirle con urbanidad al umbral de la puerta.

Este personaje, á quien Rodolfo habia buscado en la Cité y á quien no conocia aun bajo su verda- dero nombre, ó por mejor decir, bajo su nombre habitual , era Brazo Rojo.

Era flaco, débil y apocado, rayaba en los cin- cuenta años, y su fisonomía tenia la expresión y la figura de la garduña y del ratón: la nariz pun- tiaguda, la barba saliente, los juanetes abultados y unos ojos pequeños, negros vivos y penetrantes daban á su fisonomía una espresion indescribible de astucia, de sutileza y de inteligencia. Una vieja peluca rubia , ó mas bien amarilla como su tez biliosa, colocada desde lo alto del cogote hasta la frente, dejaba descubierta una nuca sucia y mugrienta. Vestia chaqueta y un delantal largo y grasiento como los que usan los criados de figón.

Apenas habian acabado de bajar la escalera los tres huéspedes, cuando un niño de diez añosa lo mas, raquítico, cojo y algo jorobado se puso al lado de Brazo Rojo, á quien se parecia tanto que nadie podria dudar que era hijo suyo.

Tenia el mismo mirar penetrante y astuto con

14^6 LOS MISTERIOS DE PAUIS.

ese aire desvergonzado é insolente que distingue al pillo de París; tipo de la depravación precoz, y verdadero ratón de gurupas, como se dice en el horrible idioma de las prisiones. Una mata de ca- bellos pajizos, duros y tiesos como la crin de un caballo , cubría la mitad de su frente. Un pantalón castaño y una blusa gris c^idá con una correa completaban el traje del Cojuelo , así llamado á causa de la imperfección de sus miembros. Estaba al lado de su padre sobre una pierna , como un «sparavaná la orilla de una la; una.

Justamente, aquí está nuestro perdiguero dijo el Maestro de Escuela á la tuerta. Finuri- txi; el tiempo corre y la noche se viene encima... aprovechemos lo que hay de día. Tienes razón, palomo... voy á pedir el cachorrillo á su padre. Buenas tardes, amigo dijo Brazo Rojo con voz de falsete, áspera y aguda dirigiéndose al Maestro de Escuela. ¿En que puedo servirte? En que vas á prestar á mi mujer tu cachorro por un cuarto de hora : ha perdido ahí cerca una cosa y quiere que le ayude á buscarla.

Guiñó el ojo Brazo Rojo, hizo una seña de inte- ligencia al Maestro de Escuela y dijo á su hijo :

Cojuelo... sigue á la señora.

El odioso niño se fué cojeando á tomar la mano de la tuerta.

¡Amor de los amores del alma !.... este si que es un niño guapo y listo como la pólvora! ex- clamó la vieja. ¡Suerte como la vuestra. Brazo Rojo!... ¡ Ay! ¡que diferente de mi Chillona! siem- pre la daba mal de corazón cuando se acercaba á raí... /morriñosa del diablo! Vamos, Finura, despacha pronto... ojo alerta.,, que aquí te espero. No tardaré mucho... Cojuelo, anda delante.

y la, tuerta y el niño subieron la sucia escalera.

EL CORAZÓN SANGRIEiNTO. 147

^•J'^'Tt''^* ^"^^^^ ®* paraguas gritó el ban- dido. — No, asi voy mas desembarazada respon- dió a vieja, y desapareció con el Cojuelo en me- dio del crepúsculo y el triste susurro del viento que mecía los corpulentos olmos délos Campos Eliseos Entremos dijo Rodolfo.

Y tuvo que inclinarse para pasar por la puerta de la taberna. Estaba esta dividida en dos salas. En una de ellas habia un tablero y una mala mesa de Dillar, y en a otra algunas mesas y sillas que en otro tiempo habían sido pintadas de verde Dos ventanas estrechas con los vidrios hendidos y cu- biertos de telarañas, daban á las dos piezas una ¡uz opaca que apenas dejaba ver el musgo verde v bu- medo de las paredes. ^

Mientras Kodolfo permaneció solo un minuto. Brazo Rojo y el Maestro de Escuela hablaron con rapidez algunas palabras y se hicieron algunas se- nas misteriosas.

.77 Beberéis un vaso de cerveza ó de aguardiente mientras no lega mi Lechuza...- le dijo el Maes- tío de Escuela. No... no tengo sed. -Cada loco con su tema. Yo tomare' una copita de aguardiente j- repuso el bandido; y se sentó á una mesita ver- de de la segunda sala.

La obscuridad se habia aumentado de tal suerte que era ya casi imposible ver en el ángulo de la se^ gunda sala la entrada de .na cueva ó^ubterráneo Ltní^ se bajaba por una trapa de dos medias^ puertas, una de las cuales estaba siempre abierta para la comodidad del servicio. La mesa á que e sentó el Maestro de Escuela estaba inmediata á esta caverna negra y profunda , y como la tenia á la es- P^^^ía ocultaba enteramente de la vista de Ro-

Asomado este á uñar ventana procuraba disimu-

1.V8 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

lar su inquietud , y no se creia enteramente seguro con haber visto á Murph cruzar al gran trote la calle de las Viudas, recelándose que el digno íOMíVe (a) no hubiese comprendido la significación del lacónico billete, que no contenia mas que estas palabras: ^ .^ , ,

Esta noche á las diez. ¡Cuidado I Resuelto á no ir á la calle de las Viudas antes de la hora señalada ni á separarse antes del Maes- tro de Escuela, temblaba sin embargo al conside- rar que podia escapársele la ocasión de poseer los secretos que deseaba adquirir. Aunque era vigoro- so y estaba bien armado , tenia que habérselas con un asesino capaz de todo , y mas terrible aun por su extraordinaria sagacidad... A fin de disimular el pensamiento que le agitaba se sentó á la mesa del Maestro de Escuela y pidió un vaso por mero cum- plimiento. .,

Brazo Rojo , después de haber dicho al bandido algunas palabras en voz baja , se puso á mirar á Rodolfo con un aire de estraña curiosidad, sardó- nico y desconfiado.

Soy de opinión, mocito dijo el Maestro de Escuela que si mi mujer nos dice que están en casa las personas á quienes deseamos ver, podre- mos hacerles nuestra visita á eso de las ocho. Eso seria adelantarse dos horas— repuso Rodolto V lo llevarían á mal. —¿Lo creéis así? Estoy bien persuadido. Entre amigos no debe haber esa etiqueta. Los conozco muy bien , y os repito que no debemos ir antes de las diez. Parece que sois algo terco , mozalve.te. He dicho mi parecer y no me moveré de aquí hasta que den las diez. >o hay inconveniente; yo no cierro jamas mi estable-

(a) Título de distinción entre los ingleses.

EL CORAZÓN SANGRIENTO. 1 49

cimiento hasta media noche dijo Brazo Rojo con voz femenil y chillona. Es precisamente cuando empiezan á concurrir miá mejores parroquianos... jamas se quejan los vecinos del ruido de mi casa. Ya veo que es preciso avenirse á todo lo que queréis, mocito dijo el Maestro de Escuela. Vaya luego , no haremos vuestra visita hasta las diez, —r Ahí está la Lechuza ! exclamó Brazo Ro- jo en ademan de escuchar y respondiendo con un grito parecido al que habia dado el Maestro de Es- cuela antes de bajar al subterráneo.

Un momento después entró sola la Lechuza en la sala del billar.

Todo queda listo, palomo mió... ; Cayeron en el garlito! gritó la Lechuza al entrar.

Brazo Rojo se retiró como discreto, y sin pregun- tar por el Cojuelo, á quien no esperaba sin duda todavía. La tuerta se sentó en frente de Rodolfo y del bandido.

¿Qué hay de nuevo?— preguntó el Maestro de Escuela. Por lo visto, este mozo ha dicho verdad. ¡Ya lo veis! —interrumpió Rodolfo.— Dejad que se explique la Lechuza. Vamos, Finura, ¿que hay? Llegué al número 17, dejando en acecho al Cojuelo en un hoyo de la calle... aun era de dia. Llamé á una puertecita que tenia los goz- nes por el lado de fuera y dos pulgadas de claro sobre el umbral. Volví á llamar y me abrieron; pero antes de llamar tuve buen cuidado de meter mi marmota en la faltriquera, á fin de que me tu- viesen por una vecina de la misma calle. Luego que he visto al portero me puse á lloriquear con toda mi fuerza , quejándome de que habia perdido mi Periquito, mi animalito querido, el loiito de mi corazón... Le dije que vivia en la calle de Mar- bopuf, que iba buscando mi loro de jardín en jivóin

loO LOS MISTERIOS DE PARÍS.

y que me dejase entrar para ver si podia hallarlo. ¡ Diarilre I exclamó el Maestro de Escuela con un aire de orguUosa satisfacción : Vale el mun- do todo esta mujer! ¡Por cierto que sí! dijo Rodolfo. Pero veamos... ¿y después? ¿Des- pués? el portero me dejó buscar el animalito, y héteme aquí recorriendo todo el jardin y gritando ¡ Periquito ! ¡ Periquito ! sin dejar de mirar á todas partes para informarme bien de lo que habia.... Dentro de los muros continuó la vieja mucho enverjado, muy buena escalera: en una esquina, por la mano izquierda un pino tan bien cortado á manera de escala , que podria subir por él una em- barazada de siete meses. La casa tiene seis venta- nas en el piso bajo: no tiene mas piso: cuatro tra- galuces de bodega sin barras ni reja. Las ventanas son de dos hojas con clavija por abajo y pasador por arriba: no hay masque apretar contra el marco, meter el alambre y... Y en un tris está abierta... dijo el Maestro de Escuela.

La Lechuza continuó :

La puerta de la entrada es de cristales, y tie- ne persianas por el lado de fuera. ¡Cuidado.... acordarse bien ! dijo el bandido. No hay duda, es el mismo sitio dijo Rodolfo: parece que lo estoy viendo. A mano izquierda continuó la Lechuza , cerca del palio, hay un pozo: la cuer- da puede servir, porque en aquella parte no hay espaldares ni enverjado cerca de la pared , en el caso de que nos corlasen la retirada por la puerta... Al entrar en la casa... ¿Y has entrado en casa? Ya lo veis , camarada, ha entrado también en la casa... dijo el Maestro de Escuela con orgullo. Por supuesto que he entrado. Como no hallaba á mi Periquito y habia gritado tanto, fingí que no podia sostenerme y pedí licencia al portero para

EL CORAZÓN SANGRIENTO. 151

sentarme en el umbral de la puerta : el buen hom- bre me dijo que entrase y me ofreció un vaso de agua con vino. « Un vaso de agua , le dije ; un vaso de agua sola, querido señor.» Entonces me hizo pasar á la antesala... Todo está cubierto de tapice- ría, y teniendo precaución no se sentirían los pa- sos, ni ruido alguno al caer el vidrio de la venta- n^ que fuese necesario romper. A derecha é izquier- da puertas con cerraduras que no valen un comino y que saltarían con un estornudo. En el fondo hay una puerta cerrada con llave , que parece el alma de la casa... ¡aquello olia á dinero!... por supuesto, yo lie aba en el cesto mi cerillo... Ya lo veis, camarada... anda siempre con el cerillo dijo el bandido.

La Lechuza continuó :

Determinada á acercarme á la puerta que olía á dinero, fingí que me da ha un golpe de tos tan fuerte que me obligaba á arrimarme á la pared. Al oírme toser el portero : dijo : « Voy á poneros azúcar en el agua. » Sin duda buscó una cuchara porque el sonido déla plata... en la pieza de la mano derecha... no te olvides ¿entiendes, hermo- so mío ? En una palabra , tosiendo y gimiendo me fui acercando á la puerta del fondo, y con cera que llevaba en la palma de la mano saqué el mol- de del agujero de la llave como quien no quiere la cosa... Ahí tienes el molde... Si no sirve hoy servi- rá otrodia... Ahora nos diréis si aquella es ó no la puerta del cofre fuerte añadió la tuerta diri- giéndose á Rodolfo. —Justamente, allí es donde está el dinero— repuso este; y dijo para sí: «¡Lue- go Murph se dejó engañar por esta bruja detes- table ! ¡ imposible / Hasta las diez no espera ser acometido , y entonces habrá tomado las precau- ciones necesarias. Pero todo el dinero no está T. I. 11

lo2 LOS MISTERIOS DE PA RIS.

allí continuó la Lechuza echando fuego por el ojo venle. Al acercarme á las ventanas haciendo que buscaba mi loro, he visto algunos talegos de escudos sobre el escritorio de uno de los cuartos que hay al lado izquierdo de la puerta... Los he visto tan claro como te estoy viendo, mi amor... Habia mas de una docena. ¿Y el cojuelo? dijo brus- camente el Maestro de Escuela. Metido en su agujero... á dos pasos de la puerta del jardín.... De noche ve como un gato. Como no tiene otra enera- da e! número 17 , cuando vayamos nos dirá si ha llegado alguna persona. Bien está... dijo el Maes- tro de Escuela.

Y apenas hubo pronunciado estas palabras, cuan- do se arrojó de improviso sobre Rodolfo, y asién- dolo por el cuello lo precipitó en la cueva que es- taba abierta detras de la mesa...

Fué tan súbito , tan inesperado y vigoroso este ataque, que Rodolfo no tuvo tiempo para pro- veerlo ni evitarlo. La Lechuza dio un grito de espanto, aunque no vio el resultado de esta lucha momentánea; y luego que cesó el ruido que hizo el cuerpo de Rodolfo al caer por la escalera, el Maes- tro de Escuela que conocia bien los subterráneos de la casa , bajó lentamente á la cueva aplicando el oido con sumo cuidado.

/Mira como vas , amoroso I. . ¡ cuidado ! gritó la horrenda tuerta inclinándose sobre la trapa. ¡Sa- ca el churi !

El bandido desapareció sin responder una pala- bra. TS'ingun ruido se oyó al principio ; pero al cabo de algunos instantes resonaron en el fondo de la cueva los goznes de una puerta, y todo volvió á quedar en silencio.

La oscuridad era completa. La Lechuza sacó del

EL CORAZÓN SANGRIENTO. 153

cesto un fósforo , lo encendió y estendióse por la sala una lúgubre claridad.

Salia en aquel momento por la trapa el rostro monstruoso del Maestro de Escuela... La Lechuza no pudo contener una exclamación de espanto al ver aquella cabeza pálida, llena de costurones, horrible, con los ojos fosfóricos, que parecia ¿ar- rastrarse por el suelo en medio de las tinieblas alumbradas apenas por la moribunda luz del ceri- llo... Algo recobrada la vieja de su primera sor- presa, gritó con cierto aire de maléfica adulación:

¡Qué espantoso debes ser, amor del alma, cuando me distes miedo á ! I ! Pronto , pron- to... á la calle de las Viudas dijo el bandido echando una barra de hierro á la puerta de la tra- pa:— de aquí á una hora no será ya tiempo. Si es un lazo que nos quieren tender, aun no está arma- do á estas horas... si no lo es, bastamos solos para dar el golpe.

CAPITllO XY.

LA CUEVA.

Rodolfo quedó sin sentido ni movimiento al pié de la escalera del subterráneo: tan violenta y re- pentina fué la horrible caida. El Maestro de Escue- la le arrastró hasta la entrada de otra cueva mu- cho mas profunda, le arrojó en ella y la cerró corriendo los cerrojos de una puerta maciza forrada con barras de hierro. Subió en seguida para ir á hacer un robo , ó acaso un asesinato , en la calle de las Viudas.

Volvió en Rodolfo al cabo de una hora , y se halló tendido sobre tierra y rodeado de densas ti- nieblas. Antes de levantarse alargó la mano para reconocer los objetos que habia alrededor y tocó los pasos de una escalera de piedra; mas habiendo sentido en los pies una viva impresión de frió, acu- dió también á reconocer la causa y vio que los te- nia metidos en un charco.

Hizo un esfuerzo violento para levantarse del suelo, y consiguió sentarse en el último paso de la escalera ; disipóse pocoá poco su aturdimiento., y por fortuna ninguno de sus miembros se habia frac- turado. Se puso á escuchar, pero nada oyó... nada, mas que un ruido sordo y continuo, cuya causa no pudo adivinar en aquel momento.

Al paso que iba recobrando los sentidos se agol- paban en su memoria las circunstancias de la sor- presa de que habia sido víctima , y estaba ya para

LA CUEVA, loo

combinar todos los recuerdos de aquel accidente, cuando percibió de nuevo que tenia los pies en el agua. Inclinóse otra vez y notó que el agua le subia ya basta el tobillo.

Entonces comprendió la causa de aquel ruido sordo y continuo que no babia dejado de oir un instante en el profundo silencio de la cueva... el agua invadía el subterráneo. La creciente del Sena era extraordinaria , y la cueva se hallaba mas baja que el nivel del rio.

Este peligro dispertó completamente á Rodolfo de su letargo , y subió como un relámpago á lo mas alto de la escalera. En el último paso tropezó con una puerta cerrada que en vano intentó abrir, pues permaneció inmóvil sobre sus goznes.

En situación tan desesperada la primera voz que articuló fué para llamar á Murph.

Si no está con precaución , ese monstruo le asesinará... y soy yo dijo en alta voz y yo soy la causa de su muefte !... ¡ Pobre Murph!

E$ta idea cruel llevó á su colmo la exasperación de Rodolfo. Apoyado con los pies en el segundo

{)aso , encorvado el cuerpo y asido á la puerta con as manos, hizo esfuerzos prodigiosos sin impri- mirla el menor movimiento... Bajó otra vez á la cueva para buscar algún madero que le sirviese de palanca, y en el penúltimo escalón pisó dos ó tres cuerpos redondos y elásticos que se movian debajo de sos pies: eran ratones que el agua habia echado de sus agujeros. Después de haber recorrido a tientas toda la caverna sin poder hallar ningún objeto que sirviese á su designio , volvió á subir lentamente la escalera sumergido en la mas pro- funda desesperación.

Contó los escalones , que eran trece, de los cua- les se habían anegado ya tres.

156 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

¡Trece!... Hay ocasiones én que el ánimo mas firme se deja dominar por ideas supersticiosas , y Rodolfo consideró este número como un funesto presagio. La suerte posible de Murph volvió á asal- tar su imaginación. Buscó alguna abertura entre el suelo y la puerta, pero la humedad habia hinchado de tal modo la madera que estaba herméticamente unida al suelo.

Rodolfo gritó con todo su aliento por ver si su voz llegaba á los huéspedes de la taberna: en se- guida se puso á escuchar... pero nada oyó mas que el mismo ruido sordo, íJébil y continuo del agua que llenaba la cueva por momentos.

Sentóse de espaldas á la puerta fatigado y ren- dido, y lloró por su amigo cuya vida peligraba acaso en aquel momento ante un puñal asesino. Se arrepintió de sus proyectos temerarios, por mas generoso que hubiese sido el motivo. Desgarrábale el corazón la memoria de los servicios y de la fiel adhesión de Murph ; de ^quel amigo leal , que aunque rico y colmado de honores habia abandona- do á una esposa y á un hijo queridos para ausiliar- le en la temeraria espiacion que habia resuelto ira- ponerse.

En pié junto á la puerta , tocaba con la cabeza alo alto de la bóveda. El agua crecía sin cesar... solo quedaban libres cinco escalones, y podia cal- cular el tiempo que debia durar su agonía. Era una muerte lenta, muda y esj>antosa. Acordándose de la pistola que llevaba consigo, determinó disparar- la contra la puerta á quema ropa por ver si conse- guía moverla... Buscó el arma pero no la encontró, pues la habia perdido durante su breve lucha con el Maestro de Escuela. Rodolfo hubiera esperado con serenidad la muerte á no tener fijo su pensa- miento en la suerte de Murph. Si había cometido

LA CUEVA lo7

algunas acciones reprensibles , Dios era testigo del bien que babia becho y sabia también el que que- na hacer aun. Sin quejarse del falló supremo, veia en su destino el justo castigo de una acción que aun no babia espiado:.. Un nuevo suplicio vino á poner á prueba su resignación. Los ratones , arro- jados por el agua de sus madrigueras , fueron su- biendo de escalón en escalón, porque no hallaban por donde salir, y asaltaron los vestidos de Rodol- fo , el cual se llenó de horror al sentir por su cuer- po las patas heladas deaquellos velludosanimales... Quiso arrojarlos de , pero le mordieron y en- sangrentaron las manos. Volvió á gritar; pero nadie le oyó... Dentro de pocos instantes no po- dria articular una sola voz, porque el agua le llegaba ya al pescuezo y muy pronto le cubriria la boca.

El aire empezaba á faltar, y Rodolfo sintió los primeros síntomas de asfixia: latian con violen- cia las arterias de sus sienes , desvanecíasele la ca- beza y se acercaba el instante de morir... El agua entró en sus oidos con funeral ruido y todo em- pezó á girar alrededor de él. El último destello de su razón iba ya á oscurecerse cuando oyó á la puerta de la cueva pasos precipitados y el sonido de una voz.

La esperanza reanimó su espíritu desfallecido, y reponiéndose con una enérgica reacción del ánimo, pudo oir distintamente estas palabras:

Ya lo ves, aquí no ha^^ nadie. /Rayo... es verdadl exclamó con triste voz el Ghu- riador.

Y los pasos se alejaron.

Rodolfo, sin fuerzas ya ni sentido, no pudo sostenerse y resbaló por la escalera.

Abrióse de repente la puerta hacia fuera, y

158 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

el agua del subterráneo salió por ella como por la compuerta de una exclusa. El Churíador que había vuelto atrás (luego diremos porqué), co- jió por los brazos á Rodolfo, que tendido y me- dio ahogado se mecia á uno y otro lado con un movimiento convulsivo en el umbral de la puerta.

ÜJ<3LVÍi)

*^.

EL ENFERMERO.

Rodolfo, salvado de las garras de la muerte por el Churiador, y conducido á la casa de la calle de las Viudas, la cual había esploradola Lechuza an- tes del asalto del Maestro de Escuela, se hallaba acostado en una habitación bien amueblada. En la chimenea resplandecia un vivísimo fuego, y un quinqué puesto sobre una cómoda derramaba su luz por todo el aposento. Solo el lecho de Rodolfo estaba en la obscuridad , rodeado de densas cortinas de damasco verde.

Un negro de mediana estatura , de cabello y ce- jas blancas y con una cinta verde en el ojal del fraque azul, tenia en la mano izquierda un relox de segundos, en el cual fijaba la vista mientras Qontaba con la derecha los latidos del pulso de Ro- dolfo.

Miraba el negro á Rodolfo, que estaba dormido, con la expresión mas compasiva y afectuosa.

El Churiador, cubierto de harapos y de lodo, é inmóvil al pié de la cama , tenia las manos cruzadas sobre la boca: su barba roja ysupelocolor de lino es- taban revueltos en desorden y empapados en agua, y en sus facciones color de bronce se leia la tierna compasión que le inspiraba la grave situación del enfermo. Apenas se atrevia á respirar y contenia el fatigado aliento; mas lleno de impaciencia al ver la

4

IGO LOS MISTF.RIOS DE PARÍS.

actitud reflexiva del médico negro y temiendo un pronóstico funesto, se atrevió á hacer en voz baja esta reflexcion í'in apartar la vista de Rodolfo:

¿Quién diria, al verlo tan postrado, que es el mismo que me solfeó tan bien las mandíbulas con aquellos puñetazos de despedida? ¡ Ojalá sane luego, aunque para estirar los miembros y ponerse fuerte tenga que hacer ejercicio sobre mi persona!., de es- te modo sacudiria los malos humores... ¿no es ver- dad , señor doctor ?

Una lijara seña con la mano fué la única respues- ta del negro. El Churiador volvió á guardar silencio.

i La bebida ! dijo el doctor.

Dirijióse al momento de puntillas á la cómoda el Churiador, el cual estaba descalzo, pues habia dejado sus za píalos herrados á la puerta del apo- sento; pero al andar sa<:aba la rodilla de un modo tan extraño y eran tales sus contorsiones y piruetas, el arqueo de sus brazos y el alternativo subir y ba- jar de los hombros, que solo en tan seria ocasión podia dejar de ser objeto de risa. El infeliz quería sin duda atraer todo su peso á la parte del cuerpo que no tocaba al suelo; pero las tablas del piso re- chinaban á pesar del tapiz á cada paso que daba. Queriendo el desventurado salir airoso de su servi- cio y temiendo sin duda que se le escapase el frá- gil frasquillo, lo apretó de tal modo en la callosa mano, que lo hizo menudos pedazos y la poción cayó derramada por el suelo.

Quedó inmóvil el Churiador á vista de tal desas- tre, con una pierna en el aire, los dedos del pié encogidos, lleno de confusión y mirando alterna- tivamente al doctor y al cuello del frasco que con- servaba aun en la mano.

-— ¡ Torpe ! exclamó el negro con impaciencia.

EL ENFERMERO. 161

¡Qué rayo de bruto soy! añadió el Churiador apostofrándose á mismo. Felizmente te has equivocado dijo el Esculapio mirando á la có- moda : habia pedido el otro frasco. ¿ Aquel pequeñito colorado? preguntó el enfermero. ¿Pues cual ba de ser, si no hay otro?

Giró el Churiador sobre los talones conforme á su antigua usanza militar, y deshizo con ellos los pedazos de vidrio que estaban en el suelo. Otros pies mas delicados se hubieran llenado de heridas, pero el ex-descargador tenia un par de sandalias naturales tan duras como el casco de un caballo.

Mira como andas que vas á lastimarte dijo el médico.

El Churiador no hizo el menor caso de esta amonestación. Absorto en el cumplimiento de su nueva misión, que queria desempeñar airosamente para borrar el efecto de la primera, cogió el frá- gil pomito entre dos dedos, con un escrúpulo y una delicadeza admirables... Una mariposa no hubiera dejado el menor átomo de sus alas entre el pulgar y el índice del Churiador.

El doctor tembló al pensar que un exceso de precaución podia traer consigo una nueva catástro- fe; pero felizmente se salvó el frasquillo. Al volver hacia el lecho, el Churiador rompió otra vez con los pies los vidrios que habia en el suelo.

Mira que te estropeas, desdichado! dijo en voz baja el doctor.

El Churiador le miró con sorpresa y repuso: ¿Me estropeo, señor médico? Has pisado ya dos veces esos vidrios. No os cuidado, señor médico; Tengo las plantas de los pinriles duras como una tabla. ¡Una cucharilla! dijo el doctor. Volvió á empezar el Churiador sus evoluciones

162 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

silfídi as y llevó al médico lo que le habia pedi- do... Luego que Rodolfo hubo tomado algunas cu- charadas de la poción, bizo un lijero movimiento con la cabeza y con las manos.

¡ Bien ! dijo el médico : salió del letargo. La sangría le ha sacado de peligro. ¿ Esta fu^jia de peligro? /Bravo, viva la constitución I gritó el Churiador en un exceso de alegría. ¡ Callad, hombre, por Dios; no hagáis ruido/ le dijo el negro. -^ Bien está , señor médico: me callaré. El pulso se va ordenando... /Muy bien I ¿Y el amigo del señor Rodolfo? ¡ Ah 1 cuando sepa... Pero por fortuna ya... /Silenciol Es verdad, señor médico. Vamos, sentaos y .callad. Pero se- ñor, el... Sentaos, os digo; me incomodáis y dis- traéis mi atención con andar alrededor de mí. ¡Va- mos, sentaos I Señor médico, estoy mas sucio que un lechon, y mancharia los muebles. En- tonces sentaos en el suelo. Mancharé la alfom- bra. — Pues haced luego lo qué os de la gana, pero os ruego que no os mováis de un sitio dijo con impaciencia el doctor, y sentándose otra vez en la silla de brazos, apoyó la cabeza en ambas manos. El Churiador, después de haber discurrido un momento, menos por necesidad que tuviese de des- canso que por obedecer al médico, cogió una silla con indecible precaución, la tendió en el suelo con el respaldo sobre la alfombra , muy satisfecho de su invención y con el modesto fin de sentarse en los palos delanteros para no mancharla. Hizo toda esta operación con el esmero mas delicado: pero ignoraba por desgracia las le^es de la palanca y de la gravedad; y así es que la silla se rompió, y tendiendo involuntario el desventurado los brazos por un movimiento convulsivo se llevó tras un

EL KNFEKMEaO. 163

velador en el cual habia un plato, una laza'y una telera.

Dio un salto en la silla el doctor y se levantó de repente al oir el estrepitoso ruido, al paso que Ro- dolfo dispertó sobresaltado, se incorporó en la ca- ma, miró al rededor de y dijo con inquietud en voz alta: ; Murpb! ¿donde está Murph? So- siégúese V. A. H. dijo respetuosamente el negro:

da muchas esperanzas de vida. ¿Está herido?

gritó Rodolfo. , Ah! sí, señor. ¿En donde está?... Quiero verle...

Quiso en esto levantarse, pero volvió á caer pos- trado y vencido por el agudo dolor de las contusio- nes , agravaclo por el esfuerzo que hizo en aquel momento.

Quiero ver á Murph : llevadme junto á él ya que no puedo moverme. volvió á gritar Rodol- fo.— Señor, está reposando, 3M10 seria prudente causarle una emoción violenta. | Ah , me enga- ñáis! ¡ ha muerto I ...ha muerto asesinado !... / San- to Dios... y he sido yo la causa de su muerte 1 1 gritó Rodolfo con acerbo dolor levantando las ma- nos al cielo. S. A. R. sabe que no soy capaz de mentir... Aseguro á V. A. por mi honor que el se- ñor Murph vive... y aunque está gravemente heri- do, hay casi una certeza de poder salvarlo Que- réis prepararme para alguna noticia funesta. Su situación es sin duda desesperada. Señor... Sí, estoy seguro... me engañáis... Quiero verle aho- ra mismo... La presencia de un amigo es siempre saludable... Os ruego que me creáis, señor : os afirmo por mi honor que el señor Murph estará pronto sano, á menos que no sobrevenga algún ac- cidente inesperado. ¿Podré creeros? ¿es cierto lo que decís, mi querido David? Sí,creedme, señor. Pues bien: sabéis la consideración en que

ÍG'4- LOS MISTERIOS DE PARÍS.

OS tengo y la confianza que os he dispensado desde que estáis en mi casa... pero, escuchad; si fuese necesaria una junta, una consulta... Ese ha sido mi primer pensamiento; mas ahora estoy seguro de que seria del todo inútil... y ademas no he querido introducir en la casa gente extraña antes de saber si vuestras órdenes de ayer... Pero ¿cómo ha sido esto ? dijo Rodolfo interrumpiendo al negro : ^ ¿ quién me ha sacado del subterráneo en donde me estaba ahogando ayer?... Tengo una idea confusa de haber oido la voz del Churiador. ¿ Me habré engañado ? No , monseñor; ese mozo puede in- formaros de todo , porque fué el autor de vuestra salvación. ¿ Dónde está ? ¿ en dónde ?

El doctor miró á uno y otro lado para llamar al improvisado enfermero , que confuso y avergonza- do de su caida se habia escondido detras de las col- gaduras de la cama.

Aquí está dijo el médico: recela pre- sentarse.— Acércale; ven acá sin recelo, amigo mió dijo Rodolfo alargando la mano á su sal- vador.

La confusión del pasmado Churiador era tanto mayor, porque acababa de oir que el médico daba á Rodolfo los tratamientos de monseñor y de V. A.

Vamos, acércate; ¡dámela mano! repitió Rodolfo. -^ Perdonad , señor... no; señor no; yo quería decir monseñor... su alteza... pero,.. Llá- mame señor Rodolfo como siempre .. quiero mas bien que me trates así. También á me gusta- ria mas, porque se me va la boca para... Pero mi mano, perdonad... he hecho hoy tantas cosas con ella... ¡Qué importa ! venga la mano.

Vencido por las instancias del enfermo, alargó con timidez la mano el Churiador, y Rodolfo se la apretó cordialmente.

!

EL ENFER>IERO. 165

Vamos á ver; siéntate y cuéntame todo... ¿ Cómo has dado con la cueva?... ¿ y el Maestro de Escuela? Está aquí bien amarrado dijo el ne- gro. — Bien amarrados por cierto, así él como la Lechuza. ¡ Qué muecas harán ! Va ja, á estas horas deben haberse puesto de ropa de pascuas el uno al otro. ¿Y Murph? ¡ Ah ! aun ahora me acuerdo de él... ¿ David , en dónde recibió la herida ? En el lado derecho , señor , y por fortuna sobre una costilla falsa. / Oh , es preciso tomar una ven- ganza terrible ! ¡ David, cuento con vos!... Ya lo sabéis , señor ; os tengo consagrada mi existen- cia — repuso el negro con fria calma . Pero tú, querido mió ¿ cómo has llegado aquí tan oportuna- mente? — dijo Rodolfo al Ghuriador. Si gustáis monseñ... no, señor... alteza Rodolfo... principiaré por el principio Que me place : empieza ya; pe- ro cuidado, llámame señor Rodolfo no mas. Bien está... Pues señor Rodolfo , como digo , ya os acor- dais que ayer tarde, volviendo del campo adonde habíais ido con la Guillabaora , me dijisteis : « Pro- cura ver al Maestro de Escuela en la Cité y decirle que sabes donde se puede dar un buen golpe, pero que no quieres tomar parteen él. Bríndale con tu lugar , y si lo toma que se presente mañana ( esta mañana) en la barrera de Bercy, junto al Canasti- llo Florido , que alli se encontrará con la persona que ha preparado el negocio.

~- ¿Y luego? Y luego, asi que os he dejado fui á la Cité... Entré en casa de la Pelona y no es- taba allí el Maestro de Escuela , subí por la calle de San Eloy , pasé por la de Feves , por la Rope- ría Vieja... ni por pienso... En fin, al llegar al atrio de Nuestra Señora me lo eché á la cara con la bruja en la casa de un sastrezuelo revendedor, alcahuete y ladrón todo en una pieza: estaban cora-

16G LOS MISTERIOS DE PARÍS.

prando algunas cosas de lance, sin duda con el di- nero que habian robado al señor alto que os an- daba buscando. La Lechuza ajustaba un chai en- carnado... ¡ Bruja del demohio!... desembuché mi cuento al .Ñlaeslro de Escuela, y me dijo que le tenia cuenta y que no faltaría á la cita. ¡Esto es hecho/ dije para mí... Esta mañana he venido aquí á deciros lo que habia , según me ordenasteis ayer cuando me dijisteis: «Pues bien, vuelve ma- ñana antes de amanecer , pasarás el dia en la casa, y por la noche.,, veras algo de nuevo. Nada me garlasteis, pero yo comprendí bien , porque á bue- nos entendedores... Dije yo entonces para mi: Esta es una trampa que arman al Maestro de Escuela... Maldito si se me da: es un bribón confirmado... ase- sinó al boyero, y aun dicen que á otra persona mas en la calle de lloule... Por á que hora... Mi falta estuvo en no decírtelo todo... Acaso no hubiera sucedido este desastre. Esa es cuenta vuestra, señor Rodolfo: lo que á mime importa- ba era serviros... porque , en una pa'abra , yo no como es, pero os ten^o un respeto, una inclinación tjn grande, que... Hablemos de otra cosa. Pues señor, como iba contando, dije acá para : El señor Rodolfo me paga el tiempo ; luego mi tiem- po le pertenece y debo emplearlo en servicio suyo. Esta reflexión me dio otra idea , y me volví á de- cir: el Maestro de Escuela es muy lagarto y á sospechar que le arman una zancadilla... Es ver- dad que el señor Rodolfo le propondrá mañana el negocio; pero el bribón es capaz de venir hoy por aquí para reconocer el sitio, y si desconfia del se- ñor Rodolfo traerá consif^o y dará el golpe por su cuenta. Por si acaso me esconderé por ahí en algún sitio desde donde pueda ver los muros y la puerta c^el jardín, que otra no tiene... Si tuviera un rincón

EL ENFERMIÍRO. 167

donde meterme... aunque llueve pasaría en él todo el dia y sobre todo la noche , y mañana de madru- gadaria á ver el señor Rodolfo. Volví pues á la calle de las Viudas para agazaparme por allí. Pero ¿qué es lo que veo? nada menos que una tabernil la á diez pasos de vuestra puerta... Me instalo en la buena de la taberna cerca de una ventana , pido un azum- bre de vino y un cuarterón de nueces , y digo que que estoy esperando á un amigo jorobado y á una mujer alta, con lo cual me prreció que nadie ma- liciaría. Púseme enseguida á mirar para vuestra puerta... /Santa Bárbara como caia el agua ! pa- recía un diluvio. No pasaba un alma y la noche se venia encima. ¿Pero romo no has entrado en mi casa? preguntó Rodolfo interrumpiéndole. Me habíais dicho señor Rodolfo que volviese al día siguiente por la mañana, y no quise venir an- tes por no parecer entrometido... Pues como iba diciendo, estaba á la ventana echando mis tragos y comiendo mis nueces , cuando allá por entre la niebla veo aparecer á la Lechuza con el mono de Brazo Rojo , es decir, con el Cojuelo por otro nombre. /Hola! dije para m\... ya viene el nu- blado .. ahora si que aprieta ! En efecto el Cojue- lo se metió como un topo en una de las zanjas que hay frente de vuestra casa, como para abrigarse del aguacero... La Lechuza se quitó la marmota, la metió en la faltriquera y llamó á la puerla. ¿Quién os parece que vino á abrir la puerta? vues- tro amigo Murph en persona , señor Rodolfo. En esto la tuerta empezó á estirar los brazos y ha- cer aspavientos, y entró corriendo en el jardin. Yo estaba en ascuas y me daba al diablo porque no podía adivinar lo que quería hacer la Le- chuza... Por último volvió á salir, se puso el gor- rete , dijo dos palabras al Cojuelo que se (juedó en T. 1. 12

168 LOS MISTERIOS DE PAIUS.

el agujero, j tomó las de Villadiego... /Alto aquí! dije yo para mí: Vamos echando cuentas... El Co- juelo ha venido con la Lechuza; luego el Maestro de Escuela y el señor Rodolfo se han quedado en la taberna de Brazo Rojo. La Lechuza vino á re- conocer la casa ; luego no hay duda de que dan el golpe esta misma noche. Si dan el golpe esla misma noche cayó en el garlito el señor Rodolfo, que piensa que no habrá nada hasta mañana. Si el señor Rodolfo cayó en el garlito debo irá casa de Brajo Rojo para ver como anda el negocio... si, pero si mientras tanto llega el Maestro de Escue- la... no hay duda.. Pues bien, entonces me voy á en- trar en la casa para decir al señor Murph que abra los ojos... pero el diablo del Cojuelo está cerca de la puerta, y si me y me oye llamar, avisará á la Le- chuza y entonces todo se lo lleva la trampa., ademas deque puede ser que el señor Rodolfo haya arreglado de otra suerte el negocio para esta noche... ¡ Ra- yo! no sabia qué hacer; mi cabeza parecía un hor- no con tanto discurrir y no veia mas que fuego. Por último, me dije: voy á salir, que estando fuera discurriré mejor. En efecto discurrí: y ¿ qué hago? voy y me quito la blusa y la corbata , me acerco á la cueva del Cojuelo, le agarro por el pellejo de la espalda, y por mas que chilla y pernea, y me araña y me muerde, lo envuelvo en la blusa , lo ato por un lado con las mangas y con la corbata por el otro, dejándole modo de respirar, y con el fardo debajo del brazo me dirijo al muro bajo de un jardín que allí cerca estaba, echo el Cojuelo á volar y va á dar consigo alkí entre unas coles. ¡ Co- mo gruñía! parecía un lechon; pero con el viento y la lluvia, á dos pasos de distancia no se le oía mas que si estuviese muerto. Hecho esto me escabullo como puedo y me subo á uno de los

EL ENFERMERO. 169

árboles altos que hay en frente por frente de vuestra puerta , sobre la misma zanja en donde habia estado el Gojuelo. Al cabo de diez minutos pasos : llovia á todo llover j la noche estaba co- mo boca de lobo... Apliqué el oido, j ¿quién pen- sáis que era?... la Lechuza. « , Cojuelo I... ¡Go- juelo I...» llamó en voz baja. «Está lloviendo á cántaros , y el demonio del escarabajo se babrá cansado de esperar» dijo enfurecido el Maestro de Escuela: « /si me cae en las uñas lo desuello vivo ! .M »

«¡Anda con cuidado, amoroso!» dijo la Le- chuza : « puede ser que haya ido á darnos algún aviso. ¿Y si todo esto fuese una trampa para co- gernos?... el otro no queria dar el golpe hasta las diez... » « Pues por eso mismo» repuso el Maes- tro de Escuela. «No son mas que las siete. has visto el dinero ¿no es verdad?... Quien no se aventura no pasa la mar. Dame la calabaza i a) y la lima sorda. » ¿ Llevan esos instrumento^ ? preguntó Rodolfo admirado. Venian de casa de Brazo Rojo , que la tiene llena como un huevo de todo lo necesario... La puerta se abrió en un ins- tante... «Quédate ahí: dijo el Maestro de Escuela á la Lechuza : «Alerta , y cuidado si oyes algo. » «Pon el baraustador (b) en un ojal del chaleco para tenerlo masa mano» dijo la tuerta; y el Maestro de Escuela entró en el jardín. Al veresto me bajo del árbol, corro hacia la Lechuza^ la ato- londro con dos puñetazos... de mi mano... bien fes- tonados... me precipito en eljardin.. pero ¡rayo, señor Rodolfo I.,, era ya demasiado tarde. / Po- bre Murph I ! Se revolcaba con el Maestro de Es- cuela en la escalerilla de la entrada, y aunque es-

(a) Ganzúa, (b) Puñal.

170 LOS MISTERIOS DE PÁRIS.

taba herido se mantenía firme sin pedir socorro. Entonces me dije vo ; qué hombre tan real / es como los perros de casta: mucho colmillo y poco ladrar... y en esto me echo á caras y cruces sobre los dos y agarro al Maestro de Escuela por el gañote , única parte disponible por el momento. ¡ V'iva la Consti- tución ! / soy yo I ¡el Churiador / / Somos dos , se- ñor Murph 1 « ¡ Ah , ladrón 1 ¿de dónde sales tú?»

me grito el Maestro de Escuela espantado de tal ver. « ¡ Déjate de preguntas ! « le respondí apretándole una pierna con mis rodillas y agar- rándole de firme un brazo... era el bueno... el del puñal... «¿Y el señor Rodolfo?» me preguntó el señor Murph, sin dejar por eso de ayudarme en la faena. / Amigo fiel , hombre valeroso ! exclamó Rodolfo. « >ada de él le respondí. Puedo ser que lo haya matado este perillán... « Y cargué de nuevo sobre el Maestro de Escuela que queria llegarme con el puñal ; pero yo como estaba ecliado de pechos sobre su brazo y solo tenia libre la mu- ñeca, no pudo tocarme el bulto. «¿Estáis solo?»

pregunté al señor Murph sin dejar de pelear con el Maestro de Escuela. «Hay gente cerca, pero no me oirían gritar» me respondió. "¿Es- tán lejos?) í'Diez minutos.» «Gritemos, pi- damos socorro por si pasa alguno que nos oiga.»

«Eso no me replicó); ya que le tenemos aquí no debemos consentir que nadie se lo lleve... Me siento desfallecer. .. estoy herido... «Qué rayo hacemos entonces? corred á vuscar socorro si te- neis ánimo. Yo procuraré sujetarlo.» En esto se marcha el señor Murph, y yo me quedo solo con el Maestro de Escuela. ¡Cáspital no es por alabarme, pero hubo momentos en que no estaba á mi gusto... Estábamos medio en el suelo y medio en el ultimo paso de la escalera... Yo tenía abra-

EL ENFERMERO. 171

zadoporel pescuezo al ladrón... y mi cara contra la suya... El bandido bufaba como un buey y re- chinaba los dientes... La noche estaba como la pez... la lluvia caia á mares... la lámpara que habia que- dado en la entrada nos daba alguna luz... Yo le ha- bia enlazado una pierna con las mias... pero como tiene los riñones tan fuertes se levantaba conmigo á mas de una cuarta del suelo. Queria morderme, pero no podia. Jamas he tenido tanto vigor. ¡ Ca- ramba I me saltaba el corazón... pero me eché la cuenta de que me hallaba en el caso del que se agarra á un perro rabioso para que no muerda á la gente... «Si me dejas escapar no te haré daño ninguno» —me dijo el Maestro de Escuela con una voz sofocada. « i Ah , cobarde ! » le repliqué:

« luego toda tu valentía consiste en tu fuerza , y no hubieras asesinado al boyero de Poisy si hubiera sido tan fuerte como yo, por lo menos, ¿eh?» «No» me dijo; « pero te voy á matar como á él I »

Y al decir esto dio un respingo tan violento apretando al mismo tiempo las piernas, que casi me echó debajo de sí... Si entonces no le hubiera sujetado bien el brazo del puñal... adiós mundo para mí... Gomo en aquel momento tenia en falso el bra- zo izquierdo, aflojé los dedos... y todo se lo llevaba la trampa... Entonces me dije: Yo estoy debajo y él está encima , y va á matarme. Pero no importa; no le envidio la fortuna... El señor Rodolfo me ha dicho que tenia corazón y honor... ahora conozco que es verdad... Estando en esto descubro á la Le- chuza de pié junto á la escalera, con su ojo re- dondo y su chai encarnado... La bruja me parecía una pesadilla... ((¡Finura! gritó el Maestro de Escuela— mira que se me cayó por ahí el puñal; búscalo... por ahí... debajo de él... y dale de firme éntrelas paletillas... ¿entiendes?... dale firme.»

172 LOS MISTERIOS DE PAKIS.

c Bueno, bueno, palomo; aguarda un poco.^ Y la Lechuza empezó á buscar y buscar alrededor de nosotros; parecia un pájaro viejo de mal agüero... Por fin vio el puñal y estaba para arrojarse á él... cuando en este medio tiempo, yo, que estaba panza abajo, la comunico una patada con el talón en el estómago y la mando á volar por el aire ; pero al instante volvió sobre con un refunfuño que daba miedo. Aunque ya no podia mas me mantenía aun agarrado al Maestro de Escuela; pero me daba por debajo unos puñetazos tan fuertes en la cara, que iba á dejarlo todo cuando aparecen tres ó cuatro hombres armados en el descanso de la escalera, y con ellos el señor Murph, descolorido y arrimado al señor médico... Me cogen al Maestro de Escuela y la Lechuza, y me los trincan. con fino talento y urbanidad... Vamos á otra cosa, dije yo para mí. ¿Y el señor Rodolfo?... Salto sobre la Lechuza y acordándome del diente de la pobre Guillabaora, la cojo por un brazo y se lo retuerzo diciéndola: c ¿Dónde está el señor Rodolfo?» no me res- pondía palabra, mas á la segunda vuelta que di al torno me gritó : «En casa de Brazo Rojo, en la cueva , en el Corazón Sangriento... Bueno, dije yo.. Al paso quise Vecqjer al Cojuelo entre las coles, porque era mi camino. . Busco y re- busco y no encuentro nada mas que mi blusa, que habia rasgado con los dientes. Llego al Corazón Sanfjrie-.to, echóme al pescuezo de Brazo Rojo... c( ¿Dónde está el mozo que ha venido aquí esta noche con el Maestro de Escuela?» «No me aprietes tanto que ya te lo diré: han querido pe- garle un chasco, y'está metido en esa bodega que voy á abrir.» Bajamos á la cueva... nada... ni una alma. «Puede ser que haya salido mientras es- tuve de espaldas á la trapa dijo Brazo Rojo

EL ENFERMERO. 173

ya ves que no está aquí.» Ya me volvía muy Irisle, cuando á la luz de la linterna descubro otra puerta en el fondo de la cueva. Arrojóme á la puerta; tiro hacía y recibo como si dijéramos una hisopada en el hocico,.. Os veo con los brazos íuera del agua, os pesco, os echo á costillas y os traigo aquí en esta conformidad, viendo que no había quien fuese á buscar un coche. Ahí está lo que pasó, señor Rodolfo... y á la verdad , no es por alabarme, pero estoy contento con la cosa esta...

Querido mío, te debo la vida... es una deuda que pagaré: vive seguro. David ¿queréis ir á ver como está Murph? Volved al punto á informarme

dijo Rodolfo.

El negro salió del aposento.

¿Sabes en dónde ejtá el Maestro de Escuela, amigo mió? En la sala baja con la Lechuza. ¿Queréis llamarla guardia, señor Rodolfo ? No.

¿Tenéis ánimo de soltarlos?... ; Ah, señor Ro- dolíbl no os andéis con generosidades... Os digo y os repito que es un perro de rabia... andad con cuidado... ¡ No morderá mas á nadie... pierde cuidado I ¿Queréis encerrarlo en alguna parte?

No.,, dentro de media hora saldrá de aquí. ¿El Maestro de Escuela? Sí. ¿Sin gendarmes? Sí. ¿Saldrá de aquí... libre? Saldrá libre. ¿Y solo? Solo. ¿Pero irá...? Adonde quie- ra...— dijo Rodolfo interrumpiendo al Churiador con una sonrisa siniestra.

El negro volvió á entrar en el aposento.

¿Cómo está Murph, David? Durmiendo, mimseñor dijo con tristeza el médico. La res- piración está algo oprimida. Sigue de peligro ¿es verdad? Su estado es bastante grave, mon- señor... Pero debemos esperar... - ¡ Ah Murph!... ¡querido Murph!... ¡venganza!.., ¡venganza!...

174. LOS MISTERIOS DE PARÍS.

gritó Rodolfo con un furor concentrado. Y luego añadió: David... una palabra...

Y habló en voz baja al oido del negro.

Este se estremeció.

¿Tembláis? le dijo Rodolfo. Tiempo ha que sabéis mi intención... El momento de realizarla es este... No tiemblo, monseñor... Esa idea en- cierra una completa reforma penal digna del es- tudio de los mejores casuistas de derecho crimi- nal, porque esa pena seria... terrible... eficaz... y produciria las mas veces el arrepentimiento... En este caso es aplicable. Sin enumerar los crímenes que han echado á presidio perpetuo á ese bandi- do... ha cometido tres asesinatx)s... el boyero... Murph...y vos... Es de justicia. Y aun después le quedará un campo... un orizonte sin limites para la expiación... añadió Rodolfo. Después de un momento de silencio continuó: ¿Le bastarán cinco mil francos, David? Sí, monseñor. Querido mió dijo Rodolfo al Churiador que es- taba asombrado tengo que hablar á solas con el señor. Pásate al cuarto inmediato... sobre el escri- torio hallarás una cartera encarnada: saca de ella cinco billetes de á mil francos y tráemelos... ¿Para quién son esos cinco mil francos? griló involuntariamente el Churiador. Para el Maes- tro de Escuela... y al mismo tiempo dirás que le traigan aquí.

CAPITILO x\n.

LA PENA.

La escena pasó en un salón iluminado y de col- gaduras rojas.

Rodolfo, vestido con una gran bata de terciope- lo negro que aumentaba la palidez de su rostro, estaba sentado á una espaciosa mesa cubierta con un tapete verde, sobre la cual se veia la cartera del Maestro de Escuela, la cadena de similor de la Le- chuza con el agnusdei de lapislázuli , el puñal en- sangrentado aun que habla herido á Murph, la ganzúa con que se habla forzado la puerta y los cinco billetes de á mil francos que el Churiador ha- bia ido á buscar al cuarto inmediato.

El doctor negro estaba sentado á un lado de la mesa y el Churiador al otro. El Maestro de Escue- la, agarrotado de manera que no podia hacer nin- gún movimiento, estaba en un gran sillón de ruedas en medio de la sala : las personas que hablan con- ducido á este hombre se habían retirado, quedan- do solos Rodolfo , el módico y el Churiador.

Rodolfo no estaba irritado, y en su semblan- te se veian la calma , la tristeza y el recogimiento, propios de la misión solemne que iba á desem- peñar.

El doctor estaba pensativo. .

El Churiador senlia un temor vago, y no sepa- raba un momento la vista de Rodolfo.

178 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

El Maestro de Escuela estaba descolorido, lívido... lleno de terror.

Fuera de la sala reinaba un profundo silencio y solo se oía el ruido triste y continuo de la lluvia.

Rodolfo se dirigió al Maestro de Escuela j dijo:

Desertor del presidio de Rochefort , á donde fuisteis condenado por toda la vida... por falsario, ladrón y asesino... vos sois Anselmo Duresnel. ¡Eso no es verdad! dijo el Maestro de Escuela con voz alterada y echando alrededor de una mi- rada feroz é inquieta. Sois Anselmo Duresnel... vos habéis robado y asesinado á un ganadero en el camino de Poisy. ;Es falso! Mas larde lo confesareis.

El bandido miró á Rodolfo con terror y sor- presa.

Esta noche habéis venido aquí para robar , y habéis herido con un puñal al dueño de esta casa...

Vos sois quien me ha propuesto ese robo dijo el -Maestro de Escuela recobrando alguna firmeza;

rae han acometido .. y tuve que defenderme. El hombre á quien habéis herido no os atacó, pues estaba desarmado. Es cierto que os he propuesto este robo... pero luego os diré con que objeto. La víspera , después de haber robado en la Cité á un hombre una muger, les habéis prometido ma- tarme por mil francos /... Yo soy testigo dijo el C burlador.

El Maestro de Escuela le dirigió una mirada feroz.

Rodolfo continuó:

Ya veis que para hacer mal no necesitabais que yo os sedujese !... No sois mi juez... no vol- veré á responderos..; Ahora os diré por que os he propuesto este robo : Sabia que erais desertor úe presidio y que conocíais á los padres de una jó-

LA CITA. 177

ven , cuya desventura ha causado vuestra cómplice la Lechuza... Quería atraeros aquí con el estímulo del robo , único capaz de seduciros ; y una vez en mi poder elegiriais , ó bien el ser entregado á la justicia , que os haria pagar con la cabeza el asesi- nato del ganadero... ¡ Es falso I yo no he cometi- do ese crimen. O bien el ser espatriado de Fran- cia por cuenta mia, y reducido en otro país á una reclusión perpetua en donde vuestra suerte seria mas llevadera que en presidio; pero solo os conce- derla esta conmutación de castigo en el caso de re- velarme el secreto que deseaba adquirir. Condena- do á presidio perpetuo habéis quebrantado vuestra prisión; y apoderándome de vos é impidiendo que volvieseis á hacer daño, servia á la sociedad, al paso que conseguía restituir á su familia una po- bre criatura mas infeliz que culpable. Este fué mi primer designio : no era legal , pero vuestra eva- sión y vuestros crímenes os ponen fuera de la ley- Ayer, por una revelación providencial, he sabido que erais Anselmo Duresnel. ¡ Es falso! no me llamo Duresnel.

Rodolfo cogió de la mesa la cadena de la Le- chuza , y enseñando al Maestro de Escuela el pe- queño agnusdei de lapislázuli, dijo con voz ame- nazadora :

i Sacrilego!... habéis prostituido á una cria- tura infame esta reliquia santa... ¡ tres veces san- ta !... porque vuestro hijo habia recibido este pia- doso don de su madre y de su abuela I

Atónito al oir esto el Maestro de Escuela , bajó sin responder la cabeza.

Hace quince años que habéis robado vuestro hijo á su madre, y como debéis poseer el secreto de su existencia , tenia un motivo mas para asegu- rarme de vuestra persona desde el momento en

178 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

que supe quien erais. No quiero vengarme de ofen- sas personales... Esta misma noche habéis derra- mado la sangre de quien no os provocaba , pues el hombre á quien habéis asesinado se acercó á vos sin la menor sospecha de vuestro furor sangui- nario. Os preguntó que le queriais, y vuestra res- puesta ha sido (( i La bolsa ó la vida I... » y le disteis una puñalada. Así lo refirió el señor Murph cuando le presté los primeros socorros dijo el doctor. lis falso... ha mentido.

Murph no miente jamás dijo con frialdad Ro- dolfo. — Vuestros crímenes piden una reparación ruidosa. Os habéis introducido aquí por asalto y escalamiento y habeisdado de puñaladas á un hom- bre para robarle... Habéis cometido un asesinato... Vais á morir en ese sitio... Por compasión, por respeto á vuestra muger y á vuestro hijo no sufri- réis la ignominia del patíbulo... se dirá que habéis sido muerto combatiendo á mano armada... Dispo- neos... las armas están preparadas ¡ Misericor- dia... piedad / No hay piedad para vos dijo Rodolfo. Si no morís aquí moriréis en el cadalso. Prefiero el cadalso... viviré á lo menos dos ó tres meses mas... Al fin seré pronto castigado, y á vosos es igual... ¡Piedad... misericordia!... Pe- ro vuestra muger y vuestro hijo... que llevan vues- tro nombre... Mi nombre está ya deshonrado... Aunque no deba vivir mas que ocho dias, /pie- dad!...— I Ni aun ese desprecio de la vida que profesan algunos criminales/ dijo con desden Rodolfo. Ademas la LEY prohibe el que se haga justicia por la mano repuso el Maestro de Es- cuela con mas firmeza. i La ley ! exclamó Ro- dolfo — /la ley !... ¿ Y osáis invocar la ley después de haber vivido siempre en guerra á muerte con la sociedad?... Bajó la cabeza el bandido sin res-

LA PENA. 179

ponder, y luego dijo en tono mas humilde: A lo menos dejadme vivir por compasión. ¿Me diréis en dónde está vuestro hijo? Sí... sí... os diré todo lo que sé... ¿Me diréis quienes son los padres de esa niña , cuya infancia ha atormen- tado la Lechuza ? En mi carlera hallareis pa- peles que os revelarán quienes son las personas que la entregaron la Lechuza... ¿En dónde está vuestro hijo ? ¿ Me concederéis la vida ? Confesad primero... ; pero cuando sepáis... dijo el Maestro de Escuela receloso. j Lo has matado !

No... no .. lo he entregado á uno de mis cóm- plices, que logró salvarse cuando me prendieron.

¿Qué ha hecho de él ese hombre? Le ha ense- ñado lo necesario para entrar en la casa de un ban- quero de Nantes... á fin de darnos buenas noticias, inspirar confianza al banquero y facilitar así nues- tros planes. Esperando siempre escaparme de Ko- chefort , dirigia desde allí el plan de esta empre- sa y seguia una correspondencia por cifras con mi amigo. /Oh, Dios mió ! su hijo ... su hijo! ! Este hombre me horroriza exclamó Rodolfo asom- brado y cubriéndose el rostro con las manos. ¡Pero solo se trataba de falsiíiracion I gritó el bandido; y aun así cuando mi hijo supo lo que de él seprelendia, se indignó de tal manera que todo lo dijo á su principal y desaparcMMÓ de Nantes... Hallaréis en mi cartera una indicación de los pa- sos que se han dado para encontrar á mi hijo... La última fioticia es de que habitó una casa en la ca- lle del Templo con el nombre supuesto de Francis- co Germán. Ya veis que lodo lo he declarado... to- do... Ahora cumplid vueí^tra palabra y haced que se me prenda tan solo por el robo de esia noche.

¿Y el ganadero de Poissy? No es posible que

180 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

llegue á descubrirse, porque no hay pruebas. A vos os lo conlieso para probaros mi buena voluntad ; pero delante del juez negaré... /Luego lo con- fiesas!— Estaba lleno de miseria y no tenia con que vivir... la Lechuza me lo aconsejó... ahora me arrepiento... Va veis que lo confieso .. ¡ Ah! si no me entregaseis á la just'cia os daria .mi palabra de honor de no volver... Vivirás... y no te entre- garé á la justicia. ¿Me perdonáis? gritó el Maes- tro de Escuela, no creyendo lo que escuchaba

? me perdonáis ? ¡Te juzgo... y te castigo !

exclamó Rodolfo con voz solemne. No te entra- garéála justicia porque irias al cadalso ó á presidio, y esto no debe ser... no, no debe ser.. En el presidio dominarias auna esa turba de malvados con tu fuer- za y tu iniquidad, y satisfarías tu instinto de opre- sión brutal... serias odiado y temido de todos : y el crimen tiene también su orgullo , y tu te gozarías con tu propia monstruosidad!... A presidio no: tu cuerpo de hierro se burlaría del trabajo forzado y del rebenque del mayoral. Las cadenas se rompen , los muros se minan y se escalan , y el dia menos pensado romperías tu prisión y volverías á arrojar- te en la sociedad como una bestia feroz , señalan- do tu paso con la rapiña y el asesinato... porque nada está seguro de tu fuerza hercúlea y de tu puñal: ( no , no irás á presidio ! Pero ya que en la prisión romperías tus cadenas... ¿qué se hará para librar á la sociedad de tu furor de tigre? ¿entregarte al verdugo ? ; Luego es mi muerte lo que queréis / exclamó el bandido. No... porque con tuem- }»eño encarnizado de vivir esperarías evadirte de las angustias del suplicio hasta el último momento, y esta esperanza insensata te ocultaría los horrores de tu castigo hasta que estuvieses en poder del verdugo... Y entonces, embrutecido por el terror,

LA PENA. 181

no serias mas que una masa inerte ofrecida en ho- locausto á los manes de tus víctimas. No morirás , te digo... porque esperarias salvarle basta el últi- mo momento... y , monstruo , no debes esperar... No... si no te arrepientes , no quiero que tengas es- peranza alguna en esta vida... ¿Pero , qué tiene conmigo este hombre ?... ¿ quién es ?... ¿ qué quie- re ?... ¿ en dónde estoy ?... gritó el Maestro de Escuela casi delirando.

Rodolfo continuó :

Si por el contrario despreciases la muerte, tampoco deberias ser condenado al último suplicio... el cadalso seria para un teatro sangriento como otros muchos, en donde barias ostentación de tu fe- rocidad... en donde mirando la vida con bestial in- diferencia , condenarias tu alma y darias el último aliento con una horrenda blasfemia... No será , te digo... porque el pueblo no debe ver á un criminal burlarse con estúpida indiferencia de la cuchilla de la ley , insultar al verdugo y mofarse á la agonía del soplo divino con que el Todopoderoso ha anima- do nuestro ser... Nada hay mas sagrado ([ue la sal- vación de una alma. «Todo crimen se es[)ía y se redime,» ha dicho el Salvador ; pero como del tri- bunal al cadalso no hay mas que un paso, es ne- cesario dar mas tiempo á la expiación y al arrepen- timiento. Este plazo... lo tendrás... y quiera el cielo que sepas aprovecharlo.

El Slaeslro do Escuela , confundido y anodado , temió por primera vez en su vida y sintió que ha- bia algo mas horrible que la muerte. Este vago te- mor le llenó de un horror indecible.

Rodolfo continuó :

Anselmo Duresnel, no irás á presidio... no su- birás al patíbulo... ¿Qué queréis entonces do mí?... ¿ sois algún demonio salido del infierno para ator-

182 LOi MISTERIOS DE PARÍS.

mentarme ? Oye... dijo Rodolfo levantándose con aire de autoridad severa y amenazadora : has abusado criminalmente de tu tuerza... yo para- lizaré tu fuerza... Los mas vigorosos temblaban de- lante de tí... temblarás delante de los mas cobar- des y débiles... ¡Asesino!... has sepultado en una nocHe eterna á criaturas del Señor. . las tinieblas de la eternidad empezarán para en esta vida... hoy... ahora mismo... Tu castigo será igual á tus crímenes... Pero este horrible castigo añadió Ro- dolfo con un aire de compasión dolorosa dejará á lo menos un porvenir sin límites á la expiación de tus crímenes... Yo seria tan delincuente como si al castigarte quisiese únicamente satisfacer una venganza , por legítima que fuese. . Tu castigo , le- jos de ser estéril como la muerte, será fecundo...

lejos de condenarle te redimirá Para que

no causes mas daño te privo del explendor de la creación.... Te sepulto en una oscuridad impenetrable, para que , solo y envuelto en el te- meroso recuerdo de tus crímenes , contemples in- cesantemente su deformidad... Sí... aislado para siempre del mundo exterior, tendrás que contem- plarte á mismo... y entonces tu horrible rostro enviecido por la infomia se cubrirá de rubor... alma corrumpida por el crimen sentirá la conmise- ración... Todas tus palabras son blasfemias... y to- das tus palabras se convertirán en plegarias que di- rigirás al Omnipotente... Eres osado y cruel porqae eres fuerte... y serás manso y humilde porque serás débil... corazón, qu^^ jamas ha sentido el arre- pentimiento, llorará un dia las víctimas de tu fe- rocidad... Degradaste la inteligencia con que el Se- ñor te habia dotado, prostituyéndote al robo y al homicidio y con virtiéndote en bestia salvaje ; pero vendrá un dia en que la expiación y los remordí-

LA PEXA. 183

mientos hagan recebar á esa inteligencia su digni- dad... Nf aun has respetado lo que respetan las bes- tias salvajes: la hembra y los hijuelos... Después de unalarga vida consagrada ala expiación de tus crí- menes , tu última plegaria será para pedir á Dios que te conceda la felicidad de morir en los brazos de tu mujer y de tu hijo..

La voz de Rodolfo se conmovió al decir estas pa- labras.

El Maestro de Escuela no manifestó miedo algu- no, porque creyó que su juez había querido ater- rarle antes de llegar á esta última lección moral : y animado por la dulzura del acento de Kodolfo, dijo con una risa grosera é insolente :

Vamos claros.... ¿estamos aquí adivinando charadas... ó dando lección de catecismo... ó qué hacemos?

Rodolfo no respondió , y dijo el doctor :

David..* lo que se ha resuelto... ¡Qué caiga so- bre mí solo el castigo de Dios si no obro con acier- to!...

El negro tocó la campanilla.

Entraron dos hombres en la sala.

David les señaló la puerta de un gabinete late- ral , al cual hicieron rodar la silla en que el Maes- tro de Escuela estaba agarrotado de manera que no podia moverse.

¡Oh! queréis matarme ahora!... ¡piedadl... ¡piedad!... ¡ misericordia!... gritó el ÁJaestro de Escuela cuando lo llevaban. Sujetadle la cabeza y ponedle una mordaza dijo el negro al entrar en el gabinete.

El Churiador y Rodolfo quedaron solos.

Señor Rodolfo dijo el Churiador con voz trémula señor Rodolfo, habladme de una vez... vo tengo miedo... ¿estoja soñando?... ¿Qué le hacen

T. I. 13.

18Í^ LOS MISTERIOS DE PARÍS.

al Maestro de Escuela ? no se oye nada... y esto aun me da mas miedo...

David salió del gabinete , pálido como lo están los negros... sus labios estaban blancos como el papel.

Los dos hombres sacaron de nuevo á la sala la silla en que estaba atado el Maestro de Escuela.

Quitadle la mordaza y desatadlo dijo Da- vid.

Siguió á esta orden un momento de espantoso si- lencio.

Los dos hombres desataron al Maestro de Escue- la y le quitaron la mordaza.

levantóse de repente el bandido: en su cara abominable estaban pintados la rabia , el horror y el espanto. Dio un paso con los brazos tendidos ha- cia delante , y dejándose caer de nuevo en el sillón tendió los brazos al cielo y gritó con un acento de indecible angustia y de furor :

/Ciego 111 David , dadle esa cartera dijo Rodolfo.

El doctor puso una cartera en las manos trému- las del bandido.

En esa cartera hay bastante dinero para ase- gurarte un albergue y pan en cualquier sitio reti- rado, hasta el fin de tus dias.. Ahora estás libre... vete... arrepiéntete... que el Señor es misericordio- so. — ¡Ciego! repitió el Maestro de Escuela to- mando maquinalmente la cartera. Abrid las puertas que salga dijo Rodolfo , y las puer- tas se abrieron de par en par. ¡Oh, ciego'... ¡ ciego! ! ! repitió el bandido fuera de sí. Es- tás libre... tienes dinero... márchate. ¡Marchar- me I... Pero si no... ¿Cómo?... ¡si yo no veo! es- clamó el bandido con furor. Es un crimen espan- toso el abusar así de la fuerza... para... ¡ Es un

LA. PENA. 185

crimen el abusar de la fuerza I repitió Rodolfo coii voz solemne. Y ¿qué has hecho de tu fuerza? ¡Oh! ¡la muerte/. . Sí; ¡hubiera prefe- rido la muerte! gritó el Maestro de Escuela. Ahora estoy á la merced de todo el mundo... de to- do tengo miedo... ¡Un niño me vencer ia en este momento!... i Dios mió 1 1 1 ¿qué será de mí? Tie- nes dinero. . Me lo robarán dijo el bandido. /Te lo robarán!... ¿ Entiendes esas palabras que profieres con temor... tú, consumado ladrón?... Márchate.... vete... Por el amor de Dios— dijo con humildad el bandido / que me acompañe algu- no ! ¿ Qué va á ser de por esas calles ?... ¡ Ah , matadme por piedad!... ¡matadme! No... un dia te arrepentirás.. ¡ Jamas !... ¡ nunca me arrepen- tiré I... gritó lleno de rabia el Maestro de Escue- la.—¡Oh, yo me vengaré !... sí... ¡me vengaré !...

Y se arrojó del sillón con los puños cerrados.

Al primer pasó se estremeció.

¡No... no... no podré vengarme... á pesar de ser tan fuerte !... ¡ Ah, qué digno de lástima soy!... ¡ Nadie se apiada de mí... nadie!...

Seria imposible pintar el estupor y el asombro del Churiador durante esta escena terrible. Se vio una expresión de lástima en su rudo semblante, y acercándose á Rodolfo le dijo en voz b^ja : Se- ñor Rodolfo, no llevó mas que su merecido... era un facineroso terrible... También quLso matarme hace poco ; pero ahora está ciego y no sabe por dónde ha de ir... Pueden estropearlo por esas ca- lles... ¿ Queréis que le lleve á algún sitio en donde pueda estarse quieto por lo menos? Sí... dijo Rodolfo conmovido por este rasgo de generosidad y tomando la mano del Churiador: Sí... acompáñale.

El Churiador se acercó al Maestro de Escuela y le dio una palmada en el hombro.

186 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

El bandido se estremeció y dijo con voz sorda :

¿Quién me toca? Yo. ¿Quién eres tú?

El Churiador. ¡Vienes también á vengarte!... sí? No sabes como has de salir de aquí... anda, toma mi brazo... voy á llevarte... ¡Quién!,., ¿tú?

Sí, yo... ahora me das lástima... vamos, vente...

Quieres hacerme alguna treta ¿eh? No soy cobarde , ya lo sabes... no me valdré de tu desgra- cia para ofenderte... Anda , vamos que ya es de dia.

¡üe dia '!!... ¡ahí / ya no veré jamas el dia! esclamó el bandido»

Rodolfo no pudo presenciar por mas tiempo es- ta escena , salió precipitadamente de la sala segui- do de David é hizo una señal á lo^ criados para que se retirasen.

El Churiador y^l Maestro de Escuela quedaron solos.

¿Es verdad que hay dinero en esta cartera ?

dijo el bandido después de un rato de silencio.

Sí... yo mismo he puesto en ella cinco mil fran- cos. Con ese dinero ya puedes encontrar posada y vivir el lesto de tus dias en cualquier sitio... en una aldea , por ejemplo... ¿Quieres que te lleve á casa de la Pelona ? No , que me robará. ¿A casa de Brazo Rojo ? ¡Me asesinaria para ro- barme! — Entonces ¿á dónde quieres que te lleve?

No lo sé... Por fortuna no eres ladrón , Chu- riador. Toma , escóndeme bien la cartera en el cha- leco , porque si la ve la Lechuza me la limpia.

¿La Lechuza ? allá está en el hospital... Cuan- do estaba agarrado contigo esta noche la disloqué una cadera. ¿Qué ha de ser de mí. Dios mió, con esta cortina negra que tengo delante de los OJOS ?... Y si en esta cortina negra se me presentan los semblantes pálidos y moribundos de los que...

LA PEiNA. 187

Estremecióse el bandido y dijo con voz alterada al Churiador:

¿Murió el hombae de esta nocbe? No. Tanto mejor.

Permaneció algunos momentos en silencio, y dando luego un impetuoso sallo exclamó enfure- cido :

] tienes la culpa de todo esto... tú, Cburia- dorl... ¡ ladronl... Ano ser por bubiera despa- chado á ese hombre y le bubiera robado el dinero... ¡Estoy ciego por causa tuya I... ¡ , tienes la culpa /... Vamos , déjate de fÍo que no es bueno para la salud... ¿ Vienes, ó no?... Estoy trasnocha- do y quiero dormir... Mañana tengo que ir al mue- lle á pelear con mis palos. Si te vienes te llevaré á donde quieras, y después mediré á dormir. ¡ Pero si no á donde irl... A mi cuarto no me atrevo... porque seria preciso decir... Pues en- tonces escucha ¿ quieres venirte á mi agujero por uno ó dos dias?... tengo unos huéspedes que te gus- tarán, y como no saben quién eres te darán posa- da y te cuidarán como á un enfermo... Mira , hay justamente un hombre de San Nicolás, que yo co- nozco y cuya madre vive en San Amadeo : es mujer muy de bien , pero no está muy sobrada y puede ser que se encargue de cuidarte... ¿ Te vienes ó no? Puedo fiarme de tí, Churiador... No temo que me robes el dinero , porque afortunadamente no eres ladrón. ¿Y cuando me echabas en cara el que no era hacho (a) cómo tú! Entonces... ¿quién podia adivinar?... Si entonces te hubiera dado crédito... á estas horas ya no tendrías dinero. Es verdad; pero no guardas odio ni rencor... dijo con mansedumbre el bandido; vales mucho

(a) Ladrón.

188 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

mas que yo. ¡ Carambal ; ya lo creo I El señor Rodolfo me dijo que tenia corazón y honor. Pero ¿quién es ese hombre?... ¡Ese no es un hom- bre ! gritó el bandido con furiosa desesperación ;es un monstruo/ El Churiador alzó los hombros y dijo: Ya vuelves á incomodarte. ¿Nos vamos ó no? A tu casa ¿no es verdad, Churiador? Sí. No me guardas ningún rencor por lo de esta noche... ¿me lo juras Churiador? Te lo juro. ¿Y estás seguro de que no murió... ese hombret estoy seguro. Siempre será uno menos dijo el vandldo. Si se supiera cuantos... ¡Ah! el vieje- cito de la calle de Roule... y la mujer... del canal de san Martin... ¡Sí; ahora no pienso mas que en esto!... ¡Ciego, Dk)s miol... ¡ciego! exclamó en voz alta; y apoyado en el brazo del Churiador sa- lió de la casa de la calle de las Viudas.

CAPÍTULO XVIII.

LA VILLA DE ILE-ADAN.

Un mes había pasado desde los sucesos referidos. Llevaremos ahora al lector á la villa de lUe-Adan, situada junto á un bosque en un lugar delicioso á orillas del rio Oise.

El hecho mas indiferente suele adquirir impor- tancia en los pueblos de provincia; y así es que en la mañana de aquel dia los ociosos de Ile-Adam apenas hablaban de otra cosa mas en la plaza pú- blica que de la llegada del nuevo comprador de la mejor carnicería de la villa, situada en la plaza de la iglesia.

El mas curioso de aquellos se acercó al mozo de la carnicería , que alegre y alborozado dabe á toda prisa la última mano á los preparativos de la tien- da; mas el joven solo respondió i las preguntas indagadoras del curioso, diciendo que no cono- cía al nuevo propietario, y que solo sabia que habia comprado la Anca por segunda mano.

Dos hombres que venían de París se apearon de un coche á la puerta de la tienda algunos momen- tos después de este interrogatorio.

Uno de ellos era Murph, sano ya de su herida, y el otro el Churiador.

A riesgo de parecer vulgares , diremos que es tal el prestigio del hábito ^ que el parroquiano de las tabernas de La Cité estaba casi desconocido con el

190 los MISTERIOS DE PARÍS.

vestido que llevaba. Su fisonomía babia esperí- mentado la misma transformación , pues babia de- puesto con los andrajos su aire brutal y turbu- lento. Al verlo pasar con las manos metidas en los bolsillos de su larga levita color de avellana, cualquiera le hubiera tenido por el señor de al- dea menos ofensivo.

¡Qué frió y qué largo se nos hizo el camino! ¿no es verdad, querido mió? Apenas lo he no- tado, señor Murph... Estoy tan contento quec. v con la alegría... ¡Cómo calienta esto!,.. Pero aun- que digo contento... ¡ caramba !... no las tengo to- das conraiío ¿Qué queréis decir? Ayer fuis- teis á buscarme al muelle de San Nicolás, en donde estaba descargando leña con dientes y uñas para entrar en calor. No os había visto desde la noche de antes.., cuando el negro de pelo blanco cegó al Maestro de Escuela. Es verdad que fué la pri- mera vez que no pudo robar el bandido ; pero en fin... aquello de los ojos me revolvió el sentido... ¡Y qué gesto ponia el señor Rodolfo!... daba miedo mirarlo... y parecia de tan buena pasta... Bue- no... bueno... seguid vuestro cuento. Y me di- jisteis: Buenos dias Churiador Y yo respondí; Buenos dias, señor Murph... ¡ Hola, cómo madru- gáis! tanto mejor... así andaréis sano. ¿Y el señor Rodolfo?— Y me repusisteis: Tuvo que salir al- gunos dias después del negocio de la calle de las Viudas y te dejó olvidado, amigo mió. ;. Cómo ha de ser? dije yo; si el señor Rodolfo me ha ol- vidado ¿qué le haremos? bastante lo siento. Quise decir que se babia olvidado de recompensar vuestros servicios... pero vivid seguro de queja- mas os olvidará. Ésas palabras, sen r Murph, me volvieron la sangre al cuerpo en un Jesús... Tampoco jo le olvidaré, no... ¡Rayo! Me dijo una

LA VILLA DE ILE-ADAM. 191

vez que tenia corazón y honor... pero no importa, hablemos de otra cosa. Sucede por desdicha; amigo mió, que monseñor se marchó sin dejar or- den alguno con respecto á vos; y como yo no po- seo mas que lo que él me da, no puedo mostraros como quisiera mi agradecimiento. ¿Os chanceáis, señor Murph ? ¡ Qué diantres estáis hablando ! ¿Porqué diablos no volvisteis á la calle de las Viu- das después de aquella noche fatal?... Monseñor no hubiera partido sin acordarse de vos .. El se- ñor Rodolfo no me mandó aviso, y creí que no se- ría ya necesario. Pero debiais pensar á lo menos que habia necesidad de mostraros algún agradeci- miento...— ¿No me habéis dicho ya que el señor Rodolfo no se ha olvidado de mí? Es cierto; va- mos á otro cosa... ¡Qué trabajo me costó encon- traros ! ¿No vais ya á la taberna de la Pelona? No. —^¿Porqué? Idea que se me puso en la ca- beza...— Vaya con vuestras ideas... Pero volvamos á lo que me estabais diciendo... ¿Qué era lo que decia, señor Murph? Me deciais que os alegra- bais de haberme encontrado : que os alegrabais mu- cho. — I Ah, ya caigo ' AI volver ayer de mi tra- jín del muelle, me dijisteis: «Querido mío, no soy rico, pero puedo darte una ocupación en que lo pases menos mal que en el muelle, y en la cual ganarás cuatro francos diarios. » ¡ Cuatro francos diarios! ¡Viva la libertad I... apenas creía lo que me pasaba... ¡paga de ayudante!'! Y entonces os respondí : « Que me place , señor Murph. » Y me replicasteis ; « Pero no has de andar así hecho un andrajo, porque espantarías á la gente del pueblo á donde voy á llevarle.» Y yo os dije á esto : « No * tengo con que gobernarlo mejor. » Y me volvisteis á replicar: «Vente conmigo al Temple.» Os sigo, escojo lo mejor que encuentro en la tienda de la

192 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

tia Urraca, me dais con que pagar, y en un cuarto de hora me encuentro vestido como un propieta- rio. Me citáis para el alba del dia siguiente en la puerta de San Dionisio, en donde os bailo con vuestro cocbe, nos echamos á andar, y hétenos aquí. ¿Y qué mal encontráis en todo eso? El mal está , señor Murph: en que viéndose uno bien vestido,., ¿me esplico?... se echa uno á perder... y cuando vuelva á ponerme mi sayo y mis remiendos me parecerá... Y luego ganar de pronto cuatro francos» diarios, cuando no ganaba mas que dos. . Vaya, esto me parece demasiado bueno para que pueda durar. Mas quisiera dormir toda la vida en mi mal jergón de paja , que cuatro coches en una buena ca- ma... Es así mi genio. Tenéis razón... pero me- jor seria dormir siempre en buena cama. Es claro: mas vale que haya pan para reventar la tripa que mo- rirse de hambre. /Ah! eslo es una carnicería: esta que está aquí ! dijo el Ghuriador escuchando los tajos que daba el mozo y mirando por las cor- tinas los cuartos de buey y ternera colgados en la parte interior. , pertenece á un amigo mió... ¿Queréis verla mientras descansa el caballo? De buena gana; me recuerda mis primeros años; con la diferecia de que mi carnicería era Montfau- con y mi ganado rocines viejos. Si hubiese tenido posibles, es un oficio que hubiera seguido de tan buena gana como el del carnicero... Aquello de irse uno por las ferias montado en una buena jaca, vol- ver uno á su casa, calentarse al fuego si trae frió, secarse si viene mojado, hallar á la costilla, que es una mocetona fresca y rolliza, rodeada de una conejeradechiquillosque le meten auno las manosen losbolsillosparaversi les trae alguna cosa... Y luego por la mañana irse uno al matadero, cojer á un buey por los cuernos, sobre todo si es bjavío... ¡ cáspi-

LA VILLA DE ILE-ADAM. 193

ta! ¡ muy fiero habria de ser para que no lo suje- tara 1... atarlo á la argolla... darle entre los cuer- nos, desangrarlo, desollarlo, descuartizarlo... ¡Ca- ramba! esta sería toda mi ambición, como la de la Guíllabaora el comerse los buñuelos cuando era pecjueñita... Pero ya que hablamos de ésa pobre chica , señor Murph , como no la veo en casa de la tía Pelona, pienso pue el señor Rodolfo la ha sa- cado de aquel tugurio. Esta seria una buena ac- ción, señor Murph , porque la pobre chica merece cualquier cosa. Era tan j^ven, que á fuerza de acostumbrarse... y con tiempo... En fin, el se- ñor Rodolfo ha hecho bien. Soy de vuestra opi- nión, ¿queréis que veamos este despacho mientras descansa el caballo?

El Churiador y Murph entraron en la carnicería, visitaron en seguida el establo, en donde habia tres hormosps bueyes y unos veinte carneros, y vieron el tinglado; el matadero, los graneros y todas las dependencias de la casa, distribuidas con el mayor orden y aseo.

Luego que hubieron visto todo escepto el piso alto, dijo Murph á su compañero.

^¿No os parece que mi amigo es un hombre muy feliz? Esta casa y sus dependencias le perte- necen, sin contar unos mil escudos que trae em- pleados en su comercio; no tiene mas que treinta y ocho años , es fuerte y robusto como un toro, y le gusta el oficio. Ese mozo que habéis visto es mujr honrado y entendido en el oficio, y sustituye á mi amigo cuando este sale á comprar ganado... De- cid i no os parece un hombre muy dichoso este amigo mió? Por cierto señor Murph; ¿pero qué queréis? por fuerza ha de haber en el mundo di- chosos y desdichados. Cuando pienso en que gano cuatro frandos diarios... y que otros no ganan mas

13i LOS -MlSTElilOS DE PARÍS,

que dos, y aun menos... ¿Queréis que subamos á ver el resto de la casa? De lindo gusto, señor Murph. Justamente se halla arriba la persona que ha de emplearos. ¡Que ha de emplearme I

Sí. ¡Cómo! ¿y porqué no me lo habéis di- cho mas antes? Ya os lo esplicaré. Esperad un momento dijo el Churiador triste y emba- razado deteniendo á Murph por el brazo; voy á deciros una cosa que acaso no os ha dicho el señor Rodolfo, pero que yo no debo ocultar al amo del establecimiento en que voy á trabajar... porque si no le gusta... vale mas que sea ahora que después,

¿ Qué queréis decir? Yo queria decir que....

Esplicáos. Que soy un presidario cumplido,., que he estado en presidio... dijo al fin el Chu- riador con voz ronca y sofocada. ¡ Ah ' exclamó Murph. Pero jamas he hecho daño á nadie dijo con firmeza el Churiador y antes moriria de hambre que ser ladrón... Pero he hecho mas que robar añadió bajando la cabeza he mata- do... porque tenia cólera... En fin, aun hay mas que decir continuó después de un momento de silencio: quiero que todo lo sepa el amo, porque es mejor que sea ahora que mas tarde. Ya que le conocéis, decidme que estómago le hará esta de- claración, y si creéis que no ha de admitirme, re- trocederé el camino sin presentarme... Subamos

dijo Murph.

Siguióle el Churiador, subieron la escalera, se abrió una puerta y se encontraron ambos en pre- sencia de Rodolfo.

Déjanos, Murph... dijo Rodolfo.

CAPÍTULO XIX.

LA RECOMPENSA.

i Viva la patria! ¡Caramba, qué gusto me da veros, señor Rodolfo , ó monseñor Rodolfo /... exclamó el Churiador. Rueños dias, querido mió; también yo me alegro de veres. ¿ Qué picaron de señor Murph ! y me dijo que habíais lomado so- leta... Vaya , vaya , monseñor, que... Llamad- me señor Rodolfo , que me gusta mas. Vaya lue- go señor Rodolfo. Pues ahora quiero pediros perdón por no haberos visto después de la noche del Maes- tro de Escuela... Ahora conozco que fué una mala crianza ; pero, en fin, no estáis enfadado ¿ verdad?

Os lo perdono dijo riéndose Rodolfo. Y luego añadió : ¿ Habéis visto bien esta casa? Sí, se- ñor Rodolfo... hermoso despacho,., gran mostra- dor; lodo está pintiparado... Y á todo esto, señor Rodolfo ¿es aquí en donde voy á ganar los cuatro francos diarios de que me habló el señor Murph?

Tengo otra cosa mejor que proponeros : porque esta casa con su despacho y todo lo que contiene, y mil escudos que hay en esa cartera , os perte- necen desde este momento.

El Churiador sonrió con un aire estúpido , es- trujó convulsivamente el sombrero entre las rodi- llas , y no comprendió las palabras de Rodolfo á pesar de la claridad con que habian sido dichas.

Concibo vuestra sorpresa añadió Rodolfo

196 LOS MISTERIOS DE PARÍS,

con benignidad ; pero os repito que esta casa y este dinero son de vuestra propiedad.

Al oir esto el Churiador se puso encarnado como una grana , pasó la mano callosa por la frente cu- bierta de sudor y dijo con voz alterada.

Con que es decir que todo esto... me... es mió... , vuestro... todo os lo doy ¿ entendéis ? os lo regalo todo.

El Churiador hizo varios movimientos en la si- lla, se rascó la cabeza , tosió, bajó los ojos y no respondió una sola palabra. Se le escapaba el hilo de las ideas : entendia perfectamente lo que Rodol- fo le decia , y por lo mismo no podia dar crédito á sus oidos. Entre la miseria profunda y la degra- dación en que habia vivido , y la fortuna que le aseguraba Rodolfo habia un abismo que no llena- ban los servicios que habia prestado á este.

Os parece lo que os doy es mucho mas de lo que esperabais ¿no es verdad? le dijo Rodolfo. ¡ Monseñor I dijo el Churiador levantándose con ímpetu me ofrecéis esta casa y mucho dinero... para tentarme; pero... yo no puedo... Ademas yo no he robado jamas en toda mi vida... Puede ser que sea para matar... ¡ pero harto tengo ya con los sueños del sargento 1 añadió el Churiador con voz alterada. j Desdichados ! exclamó Rodol- fo. — ¿Será posible que estos infelices crean que solo puede haber liberalidad por medio del cri- men?...

Y dirigiéndose luego al Churiador le dijo con dulzura :

Os engañáis... me juzgáis muy mal. Nada des- honroso os pediré. Lo que os doy lo tenéis mereci- do. — / Yo I exclamó el Churiador cuyo asombro crecia por momentos. ¡ Yo merecerlo ! ¿ y por- qué? — Voy á decíroslo : Abandonado de todos des-

LA RECOMPENSA. 197

de vuestra infancia , sin idea alguna del bien ni del mal, entregado á un instinto salvage, encerra- do en presidio durante quince años con los majo- res criminales , acosado por el hambre y la miseria y obligado por vuestra afrenta y por la reproba- ción de las personas honradas á vivir entre la hez de los malhechores , no solo habéis conservado ilesa vuestra natural probidad, sino que los remor- dimientos de vuestro delito han sobrevivido al cas- tigo que os impuso la justicia humana.

Este lenguage sencillo y noble causó nueva ad- miración al Ghuriador, el cual miró á Rodolfo con un respeto mezclado de temor y agradecimiento, no pudiendo creer aun en la evidencia de lo que sucedía. Eso no viene al caso, señor Rodolfo... con que por haberme sacudido , cuando os creia un jornalero como yo, pues hablabais caló como el mas pintado... por haberos contado mi vida y mi- lagros entre dos vasos de vino... y después por ha- ber impedido que os ahugaseis en la cueva... solo por esto me dais una casa , dinero... me queréis hacer propietario... Eso no puede ser, señor Ro- dolfo... no puede ser. Creyéndome de vuestra cla- se me habéis contado llanamente vuestra vida, sin ocultarme nada de cuanto hay en ella culpable ó generoso. Os he juzgado y me parece justo recom- pensaros de este modo. Eso no puede ser , se- ñor Rodolfo... No puede ser : hay jornaleros po- bres : que toda su vida han sido honrados y que... Ya losé, y acaso he hecho por algunos de esa clase masque por vos. Pero si el hombre que vive con honra entn; las gentes honradas merece esti- mación y amparo, el que se conserva honrado lejos de las personas de buen vivir y entre los crimina- les mas detestables del mundo , no merece menos interés y apoyo. Ademas , me habéis salvado la vi-

198 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

da, y también habéis salvado la de mi leal amigo Murph. Lo que bago por vos no es solamente dic- tado por el deseo de sacar del fango á una natura- leza vigorosa y noble, que se ba extraviado pero no perdido, sino por gratitud personal.,. Ademas...

¿Qué mas hice yo, señor Rodolfo?

Rodolfo le apretó cariñosamente la mano y conti-j nuó :

Lleno de compasión hacia un hombre que ha-; bia querido mataros, le ofrecisteis auxilio, y aun lo refugiasteis en vuestra pobre vivienda, callejón de Nuestra Señora , número 9. ¿Y sabíais mi casa, señor Rodolfo? Aunque olvidáis los servicios que me habéis hecho, no los olvido yo, querido mió. Después que salisteis de mi casa fuisteis observado de cerca y os vieron entrar en vuestra habitación con el Maestro de Escuela. Pero el señor Murph me hahia dicho que no sabiais donde vivia , señor Rodolfo. Quise hacer con vos la última prueba... quise saber si teniais el desinterés de la generosidad En efecto, después de vuestra acción generosa os entregasteis á vuestro penoso trabajo sin pedir na- da , sin esperar nada y sin proferir la menor queja por la aparente ingratitud con que me habia olvi- dado de vuestros servicios; y cuando Murph os pro- puso ayer una ocupación algo mejor que vuestro empleo habitual , la habéis aceptado con gozo y con agradecimiento. Escuchad , señor Rodolfo ; en cuanto á eso... cuatro francos diarios son al fin cua- tro francos diarios... En cuanto al servicio que os bien debo yo daros gracias que vos á mí... ¿Có- mo? — , por cierto, señor Rodolfo añadió con acento triste. Se me vienen tantas cosas á la ca- beza... Mirad, desde que os conozco y me habéis dicho aquellas dos palabras: Tienes corazón y ho- >0R , es de pasmar como discurro allá dentro... No

LA RECOMPENSA. 199

atino como dos palabras, dos solas palabras me ba- cen pensar así. Pero lo cierto es que si uno siem- bra en la tierra dos granitos de trigo , dan luego espigas gordas y grandes.

Esta comparación justa y casi poética sorprendió extrañamente á Rodolfo. En efecto , dos solas pa- labras , pero dos palabras mágicas para los cora- zones que saben comprenderlas , habian desenvuel- to de repente en aquella naturaleza inculta los ins- tintos generosos que yacian sin germinar. ¿Fuis- teis vos quién ha puesto al Maestro de Escuela en Saint-Mandé ? , señor Rodolfo..., me rogó que le cambiase por oro sus billetes y le comprase un cinto que yo mismo le he cosido... metile dentro su cumquibus y y buenas noches. Paga treinta sueldos diarios, que no es pequeña conveniencia para los amos de casa... Cuando me deje algún tiempo la faena del muelle iré á hacerle una visita para

ver como le va. ¡ Vuestra faena del muellel

¿ Os olvidáis por ventura de vuestro establecimien- to y de que estáis en vuestra casa?

¡Vamos, señor Rodolfo, no os burléis mas de un pobre diablo: harto os habéis divertido ya con experimentarme y como vos decís. Mi casa y mi tienda son dos cosas distintas , pero son los mismos frailes con las mismas mangas... Sin du'^a os ha- béis dicho : Vamos á ver si este animalote de Chu- riadorse figura que le hago un regalo de este cali- bre... Basta, basta señor Rodolfo... ya que sois de buen humor... hablemos de otra cosa.

Y soltó una carcajada sincera y estrepitosa.

Pero amigo mió... creed que... Ahí estd la cosa, monseñor... si os creyera diríais después: ¡Po- bre Churiador , qué lástima me das!... ¿estás malo de la cabeza, eh?

Rodolfo empezó á conocer la dificulíad de con-

200 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

vencer al Churiador, y le dijo en tono grave, im- ponente y casi severo :

Yo no me burlo jamas del agradecimiento y del interés que me inspira una conduela noble... Os he dicho ya que esta casa y este establecimiento os pertenec n... si así os conviene. Os juro por mi honor que todo esto os pertenece, y que os hago este don por las razones que os he espueslo.

Al oir el acento firme y al ver la expresión seria de las facciones do Rodolfo, el Churiador no dudó por mas tiempo de la verdad. Guardó silencio por algunos momentos, miró á su protector, y luego dijo sin énfasis y con voz profundamente con- movida:

Lo creo, monseñor, y os doy gracias... Un po- bre diablo como yo no sabe decir bien las cosas; pero creedme... palabra de honor... os doy muchas gracias. Todo lo que puedo deciros es que jamas negaré mi socorro á los desgraciados... porque el hambre y la miseria son unas Pelonas parecidas á la que cautivó á la pobre Guiliabaora... y cuando echan la mano al gañote no todos tienen bastante piulo para librarse de ellas. De ningún modo me probaríais mejor vuestro agradecimiento, querido mió, que habiéndome de esa manera. Me alegro, monseñor, porque me costaria trabajo probároslo de otro modo. Vamos ahora á ver !a casa: Murph ha tenido ya este placer y yo quiero te- nerlo también.

Rodolfo y el Churiador bajaron la escalera, y al entrar en el patio dijo respetuosamente al Chu- riador el mozo del establecimiento :

Ya que sois el amo, señor, vengo á deciros que hay mucho despacho. Se acabaron las costillas y las piernas de carnero, y s(ñ*á preciso matar una ó dos roses inmediatamente. Ahí tenéis dijo

LA IlECOMPENSA. 201

Rodolfo una excelente ocasión de lucir vuestra ha- bilidad. Manos á la obra cuando gustéis: yo estre- naré vuestra cocina comiendo algunas chuletas de carnero, porque el paseo me abrió singularmente el apetito. ¡Qué bueno sois, señor Rodolfo! dijo el Churiador lleno de alegría. Ya que me alabais asi voy á echar el resto de mi habilidad...

¿Llevaré dos carneros al matadero, señor amo?

dijo el criado. Sí, y traeme un cuchillo de buena punta, que no sea muy fino... y ancho de revés... Aquí está, señor amo, como lo pedís... os podéis afeitar con él. /Rayo, señor Rodolfo!!!

exclamó el Churiador quitándose el levitón , ar- remangando la camisa y dejando ver sus brazos atléticos. Eslotraeá la memoria los tiempos de Montfaucont... veréis como tajo allá dentro... /Ra- yo, ya quisiera estar en el sitio/... ¡El cuchillo, muchacho... el cuchillo!... Eso es... si que lo entiendes: ¡vaya una hoja de gusto!... ¿Quién se pone ahora delante de mí?... ¡Cáspila! con un churí como este me arrojaría á un toro furiosa...

Y al decir esto blandió el cuchillo moviendo á uno y otro lado su hercúleo brazo. Sus ojos em- pezaron á inyectarse de sangre, y el instinto san- guinario volvió á presentarse con toda su espan- tosa energía.

El matadero que estaba en el patio era una pieza abovedada, sombría y alumbrada únicamente por un pequeño tragaluz.

El criado condujo dos carneros hasta la puerta.

¿Los llevo á la argolla, señor amo? ¡Ra- yo ! ¿para que atar á esos corderos? No tengáis cui- dado que yo los meteré en el torno de mis rodi- llas... Venga el animal y vuélvete á la tienda.

El mozo se marchó.

Rodolfo quedó solo con el Churiador observan-

202 LOS 3IISTERI0S DE PAHIS.

dolo con la mayor atención , y casi con ansiedad.

¡ Vamos , manos á la obra / le dijo. Y no durará mucho tiempo, por vida mia. ¡ Hayo ! ya ve- réis, ya, como meneo el cuchillo... ya me arden las manos... y me zumban los oidos... y me laten las sienes... y el mundo se vuelve encarnado... ¡Va- mos, lú, alma de lana... á ver... á ver como le quito las ganas de balar.!

Los ojos del Churiador brillaron con un fuego salvaje, se arrojó de un salto al carnero, lo sus- pendió sin el menor esfuerzo y se lo llevó como un lobo que se retira con la presa á su cubil:

Rodolfo le siguió y se arrimó á la puerta des- pués de haberla cerrado tras sí.

El matadero era oscuro, y un solo rayo de luz caía perpendicular desde la claraboya sobre la ruda fisononn'a del Churiador, iluminado su cabello pá- lido y sus rojas patillas. Doblado el ángulo recto por ía cintura, tenia en la boca el cuchillo que brillaba en medio del claro oscuro, y suje- tando al mismo tiempo el carnero entre las rodi- llas lo cojió por la cabeza, le tendió el cuello; y lo degolló.

Al sentir la hoja del cuchillo dio el carnero un balido triste y dolorido, volvió hacia el Churiador los moribundos ojos... y dos chorros de sangre ba- ñaron la cara del matador.

El quejido, la mirada y la sangre que chorreaba de su cara, causaron á este hombre una impresión espantosa. Cayóle el cuchillo de la mano; su ros- tro quedó lívido y horrorizado, sus ojos fijos y abiertos, y el cabello erizado y derecho... Dio ha- cia atrás algunos pasos y exclamó con voz trémula y sofocada :

;OhI... ¡¡el sargentol... ¡el sargento!...

Rodolfo corrió hacia él.

LA RECOLPENSA 203

¡Vuelve en tí... sosiégate, amigo mío/ ¡Allí... ¡allí está!... ¡el sargento!... repitió el Churiador retrocediendo paso á paso, con la vista fija y señalando con el dedo alguna fantasma in- visible. En seguida dio un grito espantoso como si le hubiese tocado el espectro, y se precipitó hacia el sitio mas oscuro del matadero, se arrimó con el pecho y los brazos extendidos á la pared como si quisiera derribarla para huir de la horrible visión, y volvió á repetir con voz sorda y convulsa : ¡ Oh/ ¡el sargento I... ¡el sargentol...

CAPITULO XX.

LA PARTIDA.

Recobró el Churiador el estado habitual de su ánimo con los esfuerzos de Rodolfo y de Murph para serenarlo y calmar su agitación. Hallábase so- lo con el príncipe en una de las primeras piezas de la carnicería.

Monseñor, dijo con aire triste y abatido habéis sido muy bueno para mi... pero os digo en verdad que quisiera ser mil veces mas infeliz de lo que he sido... antes que hacerme Ccirnicero Pero reflexionad sin embargo que... Perdonad mon- señor cuando he oido el grito de ese pobre animal que no se defendia de mi... cuando sentí su sangre en mi cara... una sangre caliente como si estuviese viva... i Oh I monseñor no sabéis lo que es eso! En- tonces he visto mi sueño de del sargento... y los pobres soldados que he matado con la cara desen- cajada y amarilla... que no se defendían, y que al espirar me dirigían una mirada tan compasiva... tan dulce... como si dijeren: « ¡Te perdono/ » ; Oh, monscñorl... ¡es cosa de volverse locol...

Y el desdichado se cubrió el rostro con las manos.

Vamos, sosegaos, amigo mío. Perdonad, perdonad, monseñor; pero ahora la vista de la sangre... de un cuchillo... no podria sufrirla... A cada instante se renovarian los sueños que empeza-

LA partí DA. 205

ba ya á olvidar... Todos los días con los piés en la sangre.. .matar unos animales que no se defienden /Oh ! no. no; seria imposible. Mas quisiera estar ciego como *el Maestro de Escuela, que tomar ese oficio.

Seria imposible pintar la expresión del acento y de la fisonomía del Churiador al proferir estas palabras. Rcdolfo sintió una profunda conmoción, al paso que le satisfizo la horrible impresión que la vista de la sangre habia causado á su protejido.

El instinto brutal y sanguinario habia domi- nado la razón de! Churiador; pero el remordi- miento triunfaba por último del instinto. Rodolfo observó con iatisfaccion este feliz resultado.

Perionadme, monseñor, dijo con timidez el Churiador el que os pague tan mal vuestros favores... pero... Al contrario, querido mió; ya os he dicho que todo esto dependía de vuestra voluntad. Os habia elegido el oficio de carnicero por parecerme conforme á vuestra inclinación y á vuestro gusto... / Ah ! monseñor, es verdad... Esa seria mi dicha si no hubiese aquello que sa- béis... Hace un rato que se lo decia al señor Murph. Por si acaso no os convenia esta profesión , pre- vine de antemano otro recurso. Una persona que tiene bienes en Argelia puede cederos una de las vastas haciendas que posee en aquel país , y cuyas tierras son muy fértiles y propias para el cultivo; pero no quiero ocultaros que estas tierras se ha- llan situadas ala falda del Atlas, es decir, en los confines del país y expuestas por consiguiente á las frecuentes correrías de los Árabes, Aquel estableci- miento debe considerarse como una especie de re- ducto avanzado, y para habitarlo es necesario ser tan buen soldado como cultivador. La persona que beneficia esta hacienda en ausencia del propietario

206 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

OS pondría al corriente de todo: me han dicho que es hombre honrado y laborioso, y podríais con- servarlo á vuestro lado el tiempo que creyeseis necesario. Una vez establecido allí, no solo podríais aumentar vuestra hacienda con el trabajo y la inteli- gencia, sino también prestar al país grandes servicios con vuestro valor. Los colonos forman una milicia: y como la extensión de vuestras tierras es conside- rable, y grande el número de labradores que de- penden de ellas, vendréis á ser el gefe de una tropa respetable, que entusiasmada con el valor de su gefe, podrá hacer grandes servicios al pais y defenderá las propiedades esparcidas en el territorio adyacente. Os deseo mas bien este por- venir, á pesar de los peligros que encierra... ó mas bien á causa del mismo peligro , porque de este modo utilizaríais vuestro valor natural, y porque á pesar de haber expiado ya y casi lavado la mancha de un gran crimen, acaso necesitáis aun cierta reha- bilitación , la cual será mas noble, mas completa y heroica en medio de los peligros de un país indó- mito , que en la paz inalterable de una pequeña población. Si antes no os he hecho esta proposición, ha sido por creer que la otra os satisfaría ; y ade- mas me parecía demasiado aventurada para hacé- rosla desde luego, sin brindar anles con otra vues- tra elección... Podéis escoger lo que mas os agrade... no os gusta el establecimiento de Argelia de- cídmelo francamente , y buscaremos otra cosa... os gusta, mañana mismo se firmará la cesión y partiréis para Argel con una persona encarga da de daros posesión de los bienes á nombre del propietario. Las tierras producen tres mil francos en arriendo, y á vuestra llegada cobrareis dos años de renta vencida. Trabajad y mejorad vuestras tierras sed activo y vigilante, y labrareis fácil-

LA PARTIDA. 207

mente vuestro bienestar y el de vuestros colonos, con quienes no dudo seréis siempre caritativo y bon- dadoso No os olvidéis que el ser rico... es tener mucho que dar.,. Aunque lejos de vos, Churiador no os perderé nunca de vista, ni me olvidaré jamás de que yo y mi mejor amigo os debemos la vida- La única prueba de afecto y gratitud que os pido es el que aprendais[cuanto antes á leer y escribir, á fin de que podáis explicarme directamente y una vez ca- da semana la vida que hacéis, y me pidáis consejo y apoyo si llegareis á necesitarlos.

Inútil seria pintar los arrebatos de ingenua ale- gria á que se entregó el Churiador. El lector cono- ce bastante su carácter é inclinación para concebir que ninguna proposición podia serle mas grata.

En efecto al día siguiente el Churiador se puso en camino para Argel.

capítulo XXI.

INDAGACIONES.

La casa que tenia Rodolfo en la calle de las viu- das no era lugar de su residencia ordinaria, pues habitaba uno de los mayores edificios del barrio de San Germán, situado al extremo de la calle de Plumet Y del baluarte de los inválidos.

Habia guardado el incógnito desde su llegada á fin de evitar los honores debidos á su rango de principe soberano, y su encargado de negocios cer- ca la corte de Francia hatia anunciado que su se- ñor baria las visitas indispensables sociales bajo el nombre y titilo de conde de Durem. A favor de es- ta costumbre , frecuente en las cortes del Norte, un principe puede viajar con toda libertad y sin la enfadosa etiqueta de los palacios. Rodolfo, ape- sar de su trasparente incógnito tenia una casa pues- ta cual convenia á su persona. Introduciremos al lector 3n su habitación de la calle de Plumet el dia siguiente á la salida del Churiador para Ar- gelia.

Eran las diez de la mañana.

En medio de un gran salón del piso bajo, que pre- cedía al gabinete en que trabajaba Rodolfo, se ha- llaba Murph sentado en una mesa y cerrando varios pliegos.

Un ugier vestido de negro y con una cadena de plata al cuello, abrió las dos hojas de la puerta y dijo :

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LA PAKTIDA. 209

¡ Su excelencia el señor barón de Graün I Murph , sin dejar su ocupación j saludó al barón

con un gesto cordial y familiar.

Señor encargado de negocios... dijo sonrien- do — soy con vos en un momento : ¿ queréis ca- lentaros?— Señor secretario íntimo de S. A. R., esperaré vuestra orden respondió en tono alegre el barón de Graün haciendo i^ia profunda reveren- cia al digno caballero.

Tenia el barón unos cincuenta años de edad , y su pelo era canoso, raro y algo rizado. Una corba- ta de muselina blanca muy almidonada cubria la mitad de su barba algo saliente. Su figura y su porte eran distinguidos, su fisonomía llena de suti- leza , y su mirada al través de unos anteojos de oro, era penetrante y maligna. Iba vestido de negro, aunque no eran mas que las diez de la mañana, porque así lo exigia la etiqueta , y en el ojal del vestido llevaba atada una cinta de diversos colores vivos Puso el sombrero sobre una silla y se acercó á la chimenea mientras que Murph continuaba su despacho.

S. A. R. ha velado sin duda lodat la noche, mi querido Murph, según el bulto de vuestra corres- pondencia. — Monseñor se acostó á las seis de la mañana. Ha escrito entre otras varias una carta de ocho páginas al gran mariscal , y me ha dictado otra de igual tamaño para el regente del consejo supremo , el príncipe de Herkausen-Oldenzaal, primo de S. A. R. ¿ Sabéis que su hijo el prínci- pe Enrique , ha entrado de teniente de guardias al servicio de S. M. el emperador de Austria? Sí; monseñor lo habia recomendado particularmen- te v como pariente suyo: es un muchacho valiente y de altas prendas ; tiene la cara de un ángel y un corazón de oro. La verdad sea dicha , amigo

210 LOS MISTERIOS DE PARIS.

Murph , pero si el joven príncipe Enrique tuviese entrada en la abadía granducal de Santa Hermene- gunda, donde es abadesa su lia... las pobres mon- das... — Vamos... barón... vamos... Ya veis... los aires de Paris , y... Pero hablando seriamente... ¿ tendré que aguardar á que se levante S. A. R. para comunicarle los asuntos que traigo? Tso, querido barón... Mon^ñor ha ordenado que no lo dispertasen antes de las dos ó las tres de la tarde, y desea que esta misma mañana enviéis por un cor- reo especial estos despachos sin aguardar basta el lunes... Me comunicareis las noticias que habéis ad- quirido , y daré cuenta de todo á monseñor luego que haya dispertado... tal es su orden... ¡Muy bien ! Espero que S. A. R. quedará satisfecho con las nuevas que le traigo... Pero yo espero , amigo Murph, que la salida de este correo extraordinario no será de mal agüero .. Los últimos pliegos que he tenido el honor de transmitir á S. A. R... Anun- ciaban que todo iba bien por allá ; y esta es preci- samente la razón por que monseñor desea que des- pachéis hoy mismo estos pliegos, queriendo expre- sar cuanto antes su satisfacción al príncipe de Her- kausen-Oldenzaal , gi'fe del consejo supremo. Eso es muy conforme con el carácter de S. A. R. ; si se tratase de una reprimenda , no se daria tanta prisa. ¿Y no hay algo de nuevo por aquí, que- rido barón? ¿No se ha descubierto algo ?... Nuestras aventuras misteriosas... Son completamente ig- noradas. Como desde la llegada de monseñor á Pa- ris no hay costumbre de verlo mas que en casa del reducido número de personas á quienes se ha hecho presentar, se cree que le gusta vivir retirado y que hace frecuentes excursiones por las cercanías de Pa- ris. Asi es que, á excepción de la condesa Sara h Mac-Gregor y su hermano , nadie tiene noticia de

INDAaAOIONES. 211

los disfraces de S. A. R. ; y ni la condesa ni su her- mano tienen interés en descubrir el secreto. ¡ Ah, querido barón/ dijo Murph suspirando ¡ qué des- gracia que esa maldita condesa se halle ahora viu- da! — ¿ No se habla casado en 1827 ó en 1828 ?— En 1827 , poco tiempo después de la muerte de esa desgraciada niña que tendria ahora diez y seis ó diez y siete años, y cuya memoria llena aun hoy de amargura á monseñor.

Ese dolor es tanto mas natural porque S. A. R. no ha tenido hijos de su matrimonio.

Así es, querido barón, que el interés que mon- señor manifiesta por esa pobre Guillabaora , nace de que la hija que ha perdido tendria ahora la mis- ma edad que esa infeliz criatura. Es ciertamente una casualidad fatal el que la condesa Sarah se ha- lle libre á los diez y ocho meses cabales de haber perdido S. A. R. el modelo de las esposas, después de algunos años de matrimonio. La condesa se cree sin duda favorecida por la suerte con esta coinci- dencia...— Y su esperanza insensata es hoy mas ardiente que nunca... aunque sabe que monseñor la mira con la aversión mas profunda y merecida. ¿ No ha causado ella la muerte de su hija con su indiferencia y abandimo ? ¿ no ha sido ella la cau- sa de... ? I Ahí barón dijo Murph interrumpién- dose— esa es una muger funesta... /Dios quiera que no nos traiga desgracias mayores ' Pero ahora serian absurdas las pretensiones de la con- desa , porque la muerte de la pobre niña de que acabáis de hablar, ha roto el último lazo que podia unir á monseñor con esa muger: está sin duda loca si persiste en alimentar alguna esperanza. No hay duda , pero es una loca peligrosa .. Ya sabéis que su hermano se deja también deslumbrar por la misma esperanza imaginaria, aunque ambos tienen

212 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

hoy razones tan poderosas para abandonarla... co- mo las que tenían para esperar... hace diez y ocho años.

¡ Ah ! cuántas desgracias ha causado también en aquel tiempo el infernal Polidori con su com- placencia criminal I Me han dicho que ese mise- rable se halla aquí hacií uno ó dos años, sumido sin duda en la mayor miseria y entregado á alguna in- dustria tenebrosa. ,Qué ignominia! ¡qué caida para un hombre de tantosaberé inteligencia/— Pero tam- bién de tan abominable perversidad!... No quiera el cielo que vuelva á hallar á la condesa, porque ia unión de esos dos espíritus infernales seria muy peligrosa. ¿ lero traéis, querido barón, esas noti- cias ? Aquí están dijo el barón sacando un pa- pel del bolsillo. Se refieren á las indagaciones hechas sobre esa joven llamada la Guilíabaora , y sobre la residencia actual de Francisco Germán, hijo del Maestro de Escuela. ¿Queréis leerme esos apuntes, querido Gaün? Conozco la intención de monseñor... y veré si bastan esas indagaciones... ¿Estáis satisfecho de vuestro agente? Es un hom- bre precioso, lleno de inteligencia, de sutileza y de discreción.... tanto que á veces tengo de mo- derar su celo... Porque ya sabéis que S. A. K. quie- re dar por mismo algunos pasos. ¿Ignora la parte que toma monseñor en todo esto? Abso- lutamente... Mi situación diplomática me sirve de excelente pretcsto para las indagaciones .jue le he encargado. El señor Badinot (que asi se llama nues- tro agente) tiene mucho trato de gentes y relacio- nes manifiestas y ocultas con casi todas las clases de la sociedad. Obligado á vender su oficio de pro- curador que ejerció en otro tiempo , á causa de graves abusos de confianza, ha conservado sin em- bargo noticias iiiuy exactas sobre la fortuna y si-

INDAGACIONES. 213'

tuacion de sus antiguos clientes : sabe varios secre- tos y se alaba con descaro de haber traficado con ellos. Enriquecido y arruinado dos ó tres veces , demasiado conocido para que pueda emprender nue- vas especulaciones, y reducido á ir saliendo del dia con una multitud de ehpedientes mas ó menos ilí- citos, es una especie de Fígaro digno de ser oido por lo curioso y entretenido de su modo de discur- rir. Por el interés se entrega en cuerpo y alma al que le paga , y no tiene motivo alguno para enga- ñarnos. Además, yo hago que le observen muy de cerca y sin que él lo sepa. Las noticias que nos ha dado eran sin duda muy exactas. No deja de haber probidad en su conduela, y os aseguro, que- rido Murph,que el señor Badinot es el tipo muy original de uno de esos seres misteriosos que solo se encuentran en París : divertiría sobre manera á S. A. R. si no fuese indispensable que no tuviese la menor relación directa con él. Podríamos au- mentarla paga del señor Badinot. ¿Creéis necesa- ria esta gratificación? Quinientos francos men- suales y los gastos eventuales, que suben casi á otro tanto, me parecen suficientes: por ahora pare- ce estar muy contento... veremos mas adelante. ¿Y no se avergüenza del oficio que desempeña? ¿ Quién , él ? al contrario , lo tiene á mucha honra: cuando viene á darme cuenta de sus pasos toma un aire de importancia. . que no me atrevo á llamar diplomático, porque... El truhán finge creer que lo que trae entre manos son asuntos de estado, y se maravilla du las relaciones ocultas que pueden exis- tir entre los intereses mas leves en apariencia y el destino de los imperios. Su desvergüenza llega á un grado tal que á veces me dice con nucba solem- nidad: « ¡Qué infinidad de complicaciones ignora- das del vulgo hay en el gobierno de un Estado !

21 'i- los misterios de parís.

¿ Quién diría que las notas que os entrego señor ba- rón , tienen sin duda una parte activa en los nego- cios de Europa ? » , los viles procuran siem- pre cubrir con ilusiones su bajeza : esta verdad es muy lisonjera para el hombre honrado. ¿Pero las notas , querido barón ? Aquí están , redactadas casi enteramente según la relación del señor Ba- dinot. Ya os escucho.

El barón de Gaiin leyó el siguiente

Apunte relativo á Flor de María.

« A principios del año 1827 , un hombre llama- do Pedro Turnemine , que se halla actualmente en el presidio de Rochefort por falsario , propuso á una tal Gervasia , llamada por otro nombre la Le- chuza , el que tomase para siempre á su cargo una niña de cinco ó seis años, mediante la suma de 1,000 francos por una vez y no mas.

« Cerrado este convenio , permaneció la niña en poder de la referida mujer por espacio de dos años al fin de los cuales desapareció para librarse del mal trato que aquella le daba. Hacia muchos años que la Lechuza no habia tenido noticia de ella , y hará como unas seis semanas que volvió á encon- trarla en una taberna de la Cité. La niña, que es ya una hermosa joven , se llama ahora la Gcidlahaora.

« Pocos dias antes de este encuentro , Turnemi- ne , á quien habia conocido en presidio el Maestro de Escuela , escribió una carta á Brazo Rojo ( cor- responsal misterioso de los presidarios que cumplen ó han cumplido su condena ) dándole muchos por- menores acerca de la niña que en otro tiempo ha- bia confiado á la referida Gervasia, llamada /a Le- chuza.

« Resulta de esta carta y de las declaraciones de

INDAGA CIOES. 215

la Lechuza , que en 1827 una mujer llamada Se- rafina , ama de gobierno de un notario llamado Jaime Ferran , habia encargado á Turnemine le buscase una mujer que por la suma de 1,000 fran- cos se encargase de la sobredicha niña de cinco ó seis años , á la cual se quería abandonar para siempre , como queda referido.

« La Lechuza aceptó la proposición.

« El objeto de Turnemine al dirigir estos por- menores á Brazo Rojo , ha sido el facilitarle un medio para exigir de la señora Serafina la tercera parte de dicha suma , amenazándola con publicar esta aventura olvidada ya con el trascurso del tiem- po. Turnemine aseguraba que la Serafina no habia hecho mas que servir de instrumento á personajes desconocidos.

« Brazo Rojo confió esta carta á la Lechuza , que hace algún tiempo se asoció á los crímenes del Maestro de Escuela; y por ella se ve el motivo por que esta noticia se hallaba en poder del bandido, cuando al encontrar á la Guillabaora en la taberna del Conejo Blanco la dijo la Lechuza para mortifi- carla : quienes son tus padres , pero nunca lo sabrás.

« Según esto, lo que debia averiguarse era si la carta de Turnemine decia la verdad.

Se han hecho algunas diligencias indagatorias con la señora Serafina y con el notario Jaime Fer- ran , pues ambos existen. El notario vive en la calle de Sentier , número 14 , y es tenido por hom- bre austero y piadoso ( a lo menos frecuenta mu- cho las iglesias) , observa en la práctica de los ne- gocios una regularidad excesiva, que algunos tienen por demasiado rígida, su despacho es excelente, vive con una parsimonia que raya en avaricia , y la señora Serafina es aun su ama de gobierno. Jaime r I. 15

216 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Ferran , que era antes muy pobre , ha comprado su notaría en 350,000 francos , habiéndole sumi- nistrado una parte de esta suma Mr. Carlos Ro- bert, oficial superior de la guardia nacional de Pa- ris, joven de muy buena figura, muy elegante y muy de moda en la sociedad de cierta clase. Al- gunos quieren decir que por efecto de algunas es- peculaciones de bolsa hechas de concierto con Mr. Carlos Robert , se halla hoy el notario en la posi- bilidad de redimir el préstamo ; pero es tal la repu- tación de Jaime Ferran que todos miran estos ru- mores como horribles calumnias. Parece pues que la Serafina , ama de gobierno de este santo hombre, podrá suministrarnos noticias preciosas sobre el nacimiento de la Guillabaora.

Muy bien querido barón dijo Murph : hay visos de realidad en la declaración de ese Tur- nemine. Quizá sabremos por la casa del notario quie- nes son los padres de esta desgraciada niña. ¿Ha- béis adquirido tan buenas noticias «cerca del hijo del Maestro de Escuela? Aunque menos ciertas no son acaso de menor importancia. /Vuestro Badinot es un tesoro! Ya veis que Brazo Rojo es quien posee la clave de todo el secreto. Badinot que tiene algunas relaciones con la policía nos lo habia indicado ya como ájente de varios presidarios cuando monseñor ha hecho las primeras gestiones para hablar con el hijo de la señora Adela Duresnel, desgraciada espoj;a de ese monstruo, el Maestro de Escuela. Sin duda : yendo á buscar á Brazo Rojo á su zahúrda de la Cité, calle de Feves núm. 13, fué cuando monseñor halló al Churiador y á la Guillabaora. S. A. R. quiso aprovechar aquella oca- sión para ver con sus ojos aquellos sitios inmun- dos, esperando hallar aigun desgraciado para sa- carlo de la miseria... ?so le engañó su presenil-

INDAGACIONES 2Í7

miento; ¡pero á costa de cuantos peligros! De los cuales habéis participado valerosamente, mi querido Murph... para eso soy el carbonero parti- cular de S. A. R. repuso Murph sonriendo. Decid mas bien, mi digno amigo, el intrépido cus- todio de su persona: pero es por demás hablar de vuestro valor y lealtad. Voy á continuar mi rela- ción... Hé aquí la nota concerniente á Francisco Germán, hijo de la señora Adela y del Maestro de Escuela, llamado por otro nombre Duresnel.

«Hará como unos 18 meses que ha llegado á Paris un joven llamado Francisco Germán , proce- dente de Nantes, en donde ha sido dependiente de los banqueros Noel y compañia.

« Resulta de las confesiones del Maestro de Es- cuela y de las cartas que se hallaron en su poder, que el malvado á quien había confiado su hijo para que le pervirtiese á fin de que les fuese útil un dia en sus tramas criminales , descubrió al joven el horrible proyecto, con intento de que favoreciese el meditado plan de robo y falsificación que se que- ria hacer en perjuicio de la casa de Noel y com- pañía , en donde estaba empleado Francisco Ger- mán.

«Este desechó indignado semejante proposición ; mas no queriendo denunciar ^1 hombre que le ha- bia criado, escribió á su principal una carta anóni- ma instruyéndole de la trama que se preparaba, y salló ocultamente de Nantes para huir de los que habían querido hacerle instrumento y cómplice de sus crímenes.

« Luego que estos miserables tuvieron noticia de la huida de Germán, vinieron á París, se aboca- ron con Brazo-Rojo y se dieron á perseguir al hijo del Maestro de Escuela , sin duda con siniestras in- tenciones, porque el joven conocía todos sus planes.

218 LOS >l»STERIOS DE PARÍS.

Al cabo de largas indagaciones descubrieron por último sn morada ; pero de nada les sirvió , por- que habiendo encontrado Germán algunos dias an- tes al que habia querido seducirle , adivinó el mo- tivo que podia traerle á Paris j cambió inmediata- mente de domicilio. El hijo del Maestro de Escue- la consiguió salvarse otra vez de sus persegui- dores.

« Sin embargo, hace unas seis semanas que des- cubrieron su morada en la calle del Templo, nú- mero 17, y al entrar en su casa hubo de ser vícti- ma de una celada : ( el Maestro de Escuela habia ocultado esta circunstancia á monseñor).

« Germán adivinó de donde venia el golpe , se mudó de la calle del Templo, y' otra vez se ignora su residencia. Este es el estado en que se hallaban las indagaciones cuando el Maestro de Escuela fué castigado por sus crímenes.

« Por orden de monseñor volvieron á empezarse, y aquí el resultado :

((Francisco Germán habitó por espacio de cerca de tres meses la casa número 17 en la calle del Templo; casa muy estraña por las costumbres y el género de industria de las personas que la habitan, de quienes era muy estimado Germán por su ca- rácter alegre, servicial y franco. Aunque sus recur- sos eran al parecer muy estrechos, prodigaba el mas tierno cuidado á una familia indigente que vi- vía en las buardillas de la casa. En vano se ha pro- curado averiguar en la calle del Templo la nueva morada de Francisco Germán y la profesión que ejerce; aunque se cree que debe estar empleado en alguna casa de comercio, porque siempre salia por la mañana y no volvía á entrar hasta las diez de la noche. La única persona que debe saber á punto íi- 10 en donde vive actualmente Francisco Germán,

INDAGACIONES. 219

es una costúrenla muy linda llamada Alegría, que vive en un cuarto inmediato al que ocupaba Ger- mán. Este cuarto se halla desalquilado desde que el joven ha desaparecido, y solo con pretesto de alquilarlo se han podido hacer las averiguaciones sucesivas....

¿Decís que se llama Alegría esa chica? pre- guntó de repente Murph , que estaba como distrai- do hacia algunos momentos. ¡ Alegría ! yo conoz- co ese nombre. ¡Cómo I jque decis, señor Gual- terio Murph ! repuso el barón sonriendo ¿es posible que conozcáis así á las costureritas de Pa- rís?... á la señorita Alegría... vos que sois un pa- dre de familia tan respetable... tan... /Yaya, ape- nas doy crédito á mis oidos!... Amigo mió, S. A. me ha puesto tantas veces en el caso de trabar co- nocimiento con gentes de esa clase, que á la ver- dad no tenéis derecho para espantaros. Pero ya caigo... Sí... me acuerdo perfectamente : monseñor, al referirme la historia de la Guillabaora, no ha podido menos de reírse con el nombre singular de esa Alegría: si mal no me acuerdo es una amiga que tuvo pji la prisión Flor de María. ¡ Acabá- ramos/... pues bien, ahora la señorita Alegría pue- de sernos útilísima. Voy a concluir mi relación: « Quizá seria conveniente alquilar el cuarto refe- rido de la casa de la calle del Templo. Aunque no faabia orden para llevar mas adelante las averigua- ciones, por algunas palabras que se escaparon á la portera, debemos esperar que no solo se podrán obtener en la casa noticias seguras del hijo del Maestro de Escuela por medio de la señorita Ale- gría, sino que monseñor hallará también ocasión para observar de cerca unas costumbres, un modo de vivir y un género de miseria de que no tiene acaso la menor idea. »

220 LOS 3IISTER10S DE PARÍS,

Ya veis , amigo mió, dijo el barón de Gratín al acabar la lectura de su informe, el cual entregó á Murph que según estas noticias debemos bus- car la pista de los padres de la Guillabaora en ca- sa del notario Jaime Ferran, y que á la señorita Alegría es á quien debemos preguntar en dónde vi- ve ahora Francisco Germán. Me parece que hemos adelantado mucho con saber buscar lo que busca- mos. — TS^o hay duda , barón ; y estoy seguro de que en esa casa de que habéis hablado, hallará monse- ñor un vasto campo para sus observaciones. ¿Os habéis informado también de lo perteneciente al marqués de Harville? Sí; y á lo menos en la cues- tión de dinero resulta que los temores de S. A. R. no son fundados. Badinot asegura , y yo le creo bien informado, que los bienes del marqués no se ha- llaron nunca en mejor estado. Después de haber indagado en vano la causa del profundo pesar que mina la existencia del marqués, monseñor habia creido que quizá se hallaria falto de dinero ; en cu- yo caso le hubiera socorrido con la misteriosa deli- cadeza que conocéis... Pero ya que han salido erra- das sus conjeturas , preciso será que renancie á se- guir el hilo de ese enigma , con tanto mayor dolor de su parte porque quiere entreñablemente al mar- qués de Harville. Es muy natural, porque S. A. R. no ha olvidado nunca lo que debió su padre al pa- dre del marqués. Ya sabéis, querido Murph, que en 1815, cuando tuvo lugar la reorganización de los Estados de la Confederación Germánica, el pa- dre de S. A. R. estuvo á punto de ser eliminado á causa de su conocida adhesión á Napoleón. El di- funto marqués de Harville prestó entonces grandes servicios al padre de S. A., valido de la amistad que le dispensaba el emperador Alejandro; amistad contraída durante la emigración del marqués en

INDAGACIONES. 221

Rusia , y que invocada por él á la sazón tuvo una influencia ilimitada en las deliberaciones del con- greso en que se debatieron los intereses de los prín- cipes alemanes. En cuanto á la amistad de monse- ñor con el joven de Harville creo que ha empezado en 1815, época en que eran aun muy niños los dos, y en la cual estuvo el viejo marqués en la corte del gran duque reinante á ía sazón.

Sí, los dos conservan agradables recuerdos de esa época dichosa de su juventud. Pero monseñor profesa ademas un profundo reconocimiento á la memoria del hombre cuya amistad ha sido tan útil á su padre, que todos los que pertenecen á la fa- milia de Harville tienen derecho á la benevolencia de S. A. Así es que la pobre señora Adela debe mas bien á su parentesco los beneficios de que la colma monseñor , que á su infortunio y á sus virtudes. i Quién I ¿ la señora Adela Georges? ¿ la mujer de Duresnel ? ¡ del presidario llamado el Maestro de Escuela ! exclamó el barón. Sí... la madre de ese Francisco Germán á quien buscamos, y á quien espero hallaremos. ¿Es parienta de Har- ville?— Era prima de su madre y su íntima amiga. El viejo marqués profesaba á ía señora Adela la amistad mas afectuosa. Pero decidme , querido Murph , ¿cómo ha permitido la familia de Harvi- lle que se casase con ese monstruo de Maestro de Escuela? Mr. de Lagny, padre de esa desgraciada é intendente del Langüedoc antes de la revolución, era dueño de pingües haciendas y pudo salvarse de la proscripción. En los primeros dias de tranquili- dad que sucedieron á aquella época terrible pen- só en casar á su hija , y habiéndola pretendido Du- resnel , que era rico , pertenecia á una distinguida familia parlamentaria y ocultaba su perversa in- clinación bajo un esterior hipócrita , le dio la

222 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

mano de la señorita Lagny. Disimuló por algún tiempo aquel infame los vicios que le dominaban , pero al fin todos se fueron descubriendo : disipador, jugador desenfrenado y entregado á una continua embriaguez, no tardó en consumir sus propios bie- nes y los de su mujer en los vicios mas bajos y detestables , y hasta fué vendida la misma ha- cienda á que se habia retirado la señora Adela después del naufragio de casi toda su fortuna. En esta época fué cuando la señora Georges se reunió con su hijoá la marquesa de Harville, á quien ama- ba como una hermana. Duresnel , viéndose arrui- nado, buscó en el crimen nuevos medios de subsis- tencia ; hízose falsario, ladrón y asesino; fué conde- nado á presidio por vida, consiguió robar su hijoá su mujer y lo confió á otro criminal de su mismo tem- ple. . Lo demás ya lo sabéis. Después de la conde- nación de su marido: la señora Adela dejó la com- pañía de la marquesa viuda de Harville, y sin de- cir el motivo de su conducta, vino á ocultar su vergüenza en Paris , en donde se vio reducida á la mas profunda miseria. Seria demasiado difuso el deciros las circunstancias que han hecho co- nocer á monseñor la desgracia de esa mujer ex- celente y virtuosa , y los lazos que la unian á la familia de Harville; pero el resultado es que la socorrió generosamente y la hizo salir de Pa- rís y establecerse en la quinta.de Bouqueval , en donde se halla ahora con la Guillabaora. Si no ha hallado la felicidad en aquel sosegado retiro, vive á lo menos tranquila y puede distraer sus penas dirigiendo los quehaceres del estableci- miento... Monseñor ha ocultado á Harville la cir- cunstancia de haber rescatado á su parienta de la miseria mas espantosa , así para no ofender á la delicadeza de la señora Adela, como porque no

INDAGAClOMiS. 223

le gusta hacer alarde de sus beneficios. Ahora comprendo el doble empeño de Monseñor en bus- car al hijo de esa desgraciada. De lodo lo di- cho podréis deducir, mi querido barón , el afecto que S. A. R. profesa á toda esa familia, y cuan vivo dolor sentirá al ver tan triste al marques, siendo así que tiene motivos para vivir contento y feliz. En efecto, ¿qué le falta al marques de Harville? Todo lo reúne; nacimiento, bienes de for- tuna, talento, juventud; su mujer es encantadora y tan discreta como hermosa. No hay duda; y monseñor no ha pensado jamas en las indagacio- nes de que acabamos de hablar sino después de haber intentado en vano penetrar la causa de la negra melancolía del marques; pues aun que este se ha mostrado siempre agradecido á la benevo- lencia de S. A. R. , guardó invariablemente la mayor reserva con respecto á la causa de su tris- teza. ¿Estará esta causa en el corazón? Dicen que está muy enamorado de su esposa ; pero ella no le da motivo de zelos. La encuentro muchas veces en sociedad y siempre rodeada de admira- dores, como lo están todas las mujeres amables y hermosas , pero su reputación no ha sufrido ja- mas el menor ataque de la maledicencia. Sí, y el marques se alaba con frecuencia de la virtud de su mujer... Solo una vez ha tenido con ella una lijera discusión con motivo de la condesa Sarah Mac Gregor. ¿Se conocen ? Por una desgraciada casualidad , hace diez y siete ó diez y ocho años que el padre del marques de Harville ha conocido á Sarah Seyton de Halsbury y á su hermano Tomas , en Paris , en donde se hallaban protejidos por la embajadora de Inglaterra. Cuan- do los dos hermanos pasaron á Alemania , el viejo marques les dio cartas de recomendación para el

22i LOS MISTERIOS DE PARTS.

padre de monseñor, con quien seguía una corres- pondencia. /Ah, querido barón/ sin esta recomen- dación muchas desventuras se hubieran evitado, porque monseñor no hubiera conocido á esa mu- jer. Finalmente, habiendo sabido la condesa Sa- rah cuando vino á París la amistad que unia á S. A. R. con el marques, se introdujo en casa de Har ville con la esperanza de encontraren ella á mon- señor; porque tiene tanto empeño en perseguirle co- mo él en evitarla... ¡Solo ella podria disfrazarse (le hombre para seguir á S. A. R. hasta la Cité! Solo ella es capaz de una idea semejante. Espe- raba acaso llamar la atención de monseñor é indu- cirle á tener con ella una entrevista, que siempre la ha rehusado.., Pero volviendo á la señora de Harville, su marido, á quien monseñor habia ha- blado de Sarah oportunamente, la ha aconsejado que viese á la condesa lo menos posible; pero se- ducida la marquesa por la adulación hipócrita de aquella ha opuesto alguna resistencia al consejo de Harville. Esto dio lugar á algunas disensiones, que no pueden ser la causa del abatimiento de ánimo que se observa en el marques. ¡ Qué mujeres hay en mundo, querido Murph! Siento en el alma que la señora de Harville tenga con esa Sarah la me- nor relación... La joven y encantadora marquesa no podrá menos de perder con el trato de una criatura tan diabólica.

A propósito de criaturas diabólicas dijo Murph aqui tenéis un informe relativo á GeciÜa la indigna esposa de David. Sea dicho entre no- sotros , querido Murph, pero esa insolente mestiza merecerla el terrible castigo que su marido, nuestro buen doctor negro, ha dado al Maestro de Escuela por urden de monseñor. También ella ha hecho derra- mar sangre y su conducta es abominable y espanto-

INDAGACIONES. 223

sa. ¡Y sin embargo es tan bella, tan seductora! me horroriza el ver una alma tan perversa bajo un csterior tan hermoso. Cecilia es doblemente odio- sa considerada de ese modo : pero yo espero que este despacho anulará la orden dada por monseñor sobre esa mujer. Al contrario... barón.... ¿Quiere aun Monseñor que se facilite la huida del castillo donde ha sido echada por toda su vida? Sí. ¿Y que su pretendido raptor la traiga á Fran- cia... al mismo Paris? Sí, y mucho mas aun... por este pliego se ordena que se apresure la evasión de Cecilia y que viaje con la mayor rapidez posible, á fin de que llegue aquí dentro de quince dias. Esa orden me confunde... ¡ monseñor ha manifestado siempre tal horror hacia esa mujer , que!... Y hoy dia la mira con mas horror que nunca, si es posible. j Y sin embargo la hace venir á su la- do ! Por lo demás no dejará de ser fácil como creo S. A. R. , el conseguir la extradición de Cecilia si no cumple lo que de ella se espera. Se manda al hijo del alcaide del castillo de Gerolstein que robe esa mujer fingiéndose enamorado, y se le facilitan todos los medios para llevar á cabo este proyecto... La mestiza se aprovechará desde luego la ocasión de huir, seguirá al supuesto raptor y se vendrá á Pa- ris ; pero siempre estará sujeta á la condenación; nunca dejará de ser una criminal que ha roto su condena, y esto puede evitarse si S. A. R. lo lleva á bien, pues cuento con medios para obtener su extra- dición.— Da vid quedó petrificado querido barón cuan- do supo por monseñor la próxima llegada de Cecilia, y exclamó: «j Espero que V. A. R. no me obligará á ver á ese monstruo ! » « No temáis repuso mon- señor — no volvereis á verla... pero la necesito pa ra llevar adelante ciertos proyectos.» Esta decla- ración libró á David de una pesadilla ; pero estoy

:2*26 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

seguro que le atormentan sin pesar dolorosos re- cuerdos. — ¡ Pobre negro '... es capaz de amarla to- davía. /Dicen que está aun tan hermosa I... Sí... demasiado hermosa.... Seria necesario el sutilísimo ojo de un criollo para descubrir la sangre mista en imperceptible línea acobrada que corona las uñas color de rosa de esa linda mestiza. Nuestras belda- des del Norte no tienen el cutis mas blanco y puro, ni un color mas trasparente. Me hallaba en Fran- cia cuando monseñor trajo consigo de América á David y Cecilia, y que el fiel negro profesa desde entóncesá S. A. R. una adhesión y un reconocimien- to sin límites : pero jamas he podido saber por que aventura se ha consagrado al servicio de monseñor y cómo ha venido á casarse con Cecilia , á quien he visto por primera vez un año después de su casa- miento : ¡ y Dios sabe el escándalo que dio ya en- tonces ! Yo puedo informaros de lo que deseáis sabpr , querido barón: he acompañado monseñor en su viaje á América, en donde ha rescatado á David V á la mestiza de la situación mas espantosa. Os lo agradeceré , mi querido Murph : empezad ya que os escucho dijo el barón.

CAI'ITILO XXII.

HISTORIA DE DAVID Y DE CECILIA.

Mr. Willis, rico hacendado angloamericano de la Florida dijo Murph descubrió en uno de sus esclavos negros llamado David , joven desti- nado al servicio de la enfermería de su posesión , un entendimiento extraordinario j una profunda con- miseración hacia los enfermos á quienes prestaba con tierno cuidado el socorro que prescribian los médicos; y finalmente, una vocación tan decidida para el estudio de la botánica aplicada á la medici- na, que, sin ningún género de instrucción, habia llegado á clasificar una especie de Flora de las plan- tas de la hacienda de su amo y de las cercanías. La posesión de Mr. Willis estaba situada á la orilla del mar y distaba quince ó veinte leguas de la pobla- ción mas inmediata; y como los médicos del país eran harto ignorantes y poco exactos en el desem- peño de su ministerio á causa de las grandes dis- tancias y de la dificultad de las comunicaciones, resolvió remediar este grave inconveniente en un país sujeto á frecuentes epidemias , teniendo siem- pre á la mano un facultativo hííbil; á cuyo fin dis- puso que David viniese á Francia para estudiar la medicina... David salió para Paris lleno de gozo con su nueva misión; pagóle su señor los estudios, y al cabo de ocho años de una aplicación prodigiosa, se recibió de doctor en medicina con un éxito bri-

228 LOS MISTERIOS DE PARÍS,

liante, y regresó á América en donde volvió á po- nerse á disposición de su amo. Pero David debió haberse considerado libre de hecho y de derecho desde el momento que pisó el territorio de Francia. Pero es tal la lealtad de ese hombre, que ha- biendo ofrecido á su amo regresar, prefirió su pa- labra á su libertad... Ademas no consideraba como suya una instrucción adquirida con el dinero de su señor; y , finalmente, esperaba poder aliviar física y moraímente el padecer de sus antiguos compañe- ros de esclavitud... No solo se propuso ser su médi- co , sino también s'j amparo y defensa para con el amo común. En efecto, es preciso estar dotado de una rara probidad y de un santo amor á sus se- mejantes , para volver al lado de su dueño después de haber residido ocho años en Paris... en medio de la juventud mas democrática de Europa... Juz- í?ad por ese hecho de su carácter. Llegó pues á la Florida, y debemos confesar que Mr. Willis lo tra- tó con bastante consideración , pues David comia á su misma mesa y dormía bajo un mismo techo : por lo demás el hacendado era un hombre estúpido, mal intencionado, sensual y despótico como lo son algunos criollos , y creyó que se mostraba bastante generoso con David señalándole 600 francos de sa- lario. Al cabo de algunos meses se declaró el tifus en la hacienda , y habiendo sido atacado Mr. AVi- llis por esta enfermedad, debió su inmediato resta- blecimiento á la asistencia de David , y de treinta negros gravemente enfennos solo murieron dos. Por este y otros servicios subió Mr. AYillis el sueldo de David á 1200 francos, con lo cual se tuvo el buen médico por el hombre mas feliz del mundo. Sus compañeros le miraban como su providencia ; y aunque para conseguir de su amo que mejorase algo la situación de aquellos infelices tenia que vencer

HISTORIA DE DAVID Y CECILIA. 229

graves dificultades , esperaba sin embargo aliviar su suerte en lo venidero: entretanto los moraliza- ba, los consolaba y los exhortaba á la resignación; les decia que Dios protege lo mismo al negro que al blanco , y les hablaba de otro mundo en donde no hay señores y esclavos, sino justos y pecadores; de una vida eterna , en donde las víctimas de esta vida fugaz y transitoria eran tan felices que pedian gracia para sus verdugos... ¿Qué mas os diré?... A aquellos desgraciados , que , al contrario de los de- mas hombres, contaban con amarga alegría el paso que daban cada dia hacia el sepulcro... á aquellos infelices que no esperaban mas que la nada, David hizo esperar una libertad eterna... sus cadenas les parecieron entonces menos pesadas y su trabajo mas leve y llevadero. David era su ídolo... Un año se pasó de esta manera. Entre las esclavas mas her- mosas de la hacienda se distinguía una mestiza de quince años llamada Cecilia , cuya singular belleza inspiró á Mr. Willis un capricho de sultán; y por primera vez en su vida fué desairado con una resis- tencia tenaz é inesperada. Cecilia amaba... amaba á David, que durante la última epidemia la había asistido con un desvelo admirable : un amor casto pagó mas adelante la deuda del agradecimiento. David era demasiado delicado para abrigar ninguna esperanza de dicha , antes de casarse con Cecilia, y esperaba que cumpliese los diez y seis años. Mr. Willis , ignorando la mutua pasión que unia a los dos esclavos , echó con arrogancia su pañuelo á la linda mestiza : esta refirió á David el brutal aten- lado de que apenas había podido salvarse. El negro la consoló , y fué en seguida á pedir su mano á Mr. Willis. ¡Cáspita 1 ya adivino , amigo Murph, la respuesta del sultán angloamericano... se negó ¿no os verdad?— Se negó. Dijo que tenia capricho por

230 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

aquella muchacha , y que jamas había sufrido el desden de una esclava : que aquella le gustaba, y que nada le impediria conseguirla. Aconsejo á Da- vid que eligiese otra para mujer propia ó para que- rida, según le pareciese, pues habia en la hacienda otras diez mestizas tan lindas como Cecilia. David habló largo rato de su amor correspondido, y su amo encojió los hombros. David volvió á insistir, pero todo fué en vano. El criollo tuvo la impruden- cia de decirle que seria de muy mal ejemplo el que un amo cediese ante su esclava , y que no daría este ejemplo por satisfacer el capricho de David. Volvió este á suplicar, y el amo se impacientó. Avergon- zado de tanta humillación, habló entonces con to- no firme de sus servicios y de su lealtad y desinte- rés , pues se habia contentado con un mezquino sa- lario; á lo que respondió irritado y con desprecio Mr. W illis que era tratado con demasiada consi- deración para un esclavo. Al oír David estas pala- bras no pudo contener ya su indignación... Por primera vez en su vida habló como hombre ilus- trado de los derechos adquiridos en ocho años que habia residido en Francia. Mr. Willis se enfureció, lo trató de esclavo rebelde y lo amenazó con la cadenac. David profirió algunas palabras amargas y violentas. Dos horas después se hallaba atado á un poste y el rebenque crujia sobre sus miembros ensangrentados, mientras queá su vista llevaban á Cecilia al cuarto del tirano... La conducta de ese hacendado es estúpida y horrorosa... Eso se llama unir lo absurdo á la crueldad mas detesta- ble... poique al fin dependía del negro para... Y tanto dependía que en aquel mismo dia el acceso de furor por una parte , y por otra la embriaguez á que se entregaba el brutal hacendado todas las no- ches , le originaron una fiebre inflamatoria de las

HISTORIA DE DAVID Y CECILIA. 231

mas peligrosas, cuyos síntomas se declararon con la rapidez peculiar de esta clase de enfermedades... Metióse en el lecho con una calentura horrible y mandó llamar un médico; pero este no podía llegar antes de treinta y seis horas...— A la verdad, la grave y merecida peripecia de la enfermedad de ese hombre parece providencial... El mal hacia pro- gresos espantosos... Solo David podia salvarlo ; pero Willis, desconfiado como todos los malvados, temía que el negro vengase envenenándolo con alguna poción... porque después de haberlo azotado, le ha- bía hecho meter en un calabozo... Asustado al fin por el rápido incremento de la enfermedad , abatido por el dolor y creyendo que ya que la muerte era segura le ofrecía alguna esperanza la generosidad de su esclavo, hizo poner en libertada David des- pués de haber luchado con terribles dudas... ¿Y salvó David la vida de su amo? Por espacio de cinco dias y cinco noches le veló como hubiera velado á su padre sin separarse de su cabecera, y combatió con tan admirable ierto la enfermedad que triunfó por úllimo de ella , con sorpresa del otro medico que no llegó hasla el segundo día. ¿Y el amo... luego que sanó?... No queriendo sufrir la presencia de su esclavo que le abrumaría sin cesar con el recuerdo de su magnániriia gene- rosidad, consiguió á costa de enormes sacrificios que se quedase en la hacienda el médico á quien habla hecho llamar, y volvió á encerrará David en el calabozo. ¡ Eso es horrible ! |)ero no lo estra- ño: la presencia de David hubiera causado á este hombre un continuo remordírniento... No, solo los zelos y la venganza dicl.iron osla bárbara con- ducta... Los negros de Mr. Willis airaban á David fon lodo el ardor de la mas viva graliiud, pues le tenían por el redentor de su cuerpo y íle su alma» T. r. IG

232 LOS MISTERIOS DE PARÍS,

Sabían el desvelo con que había asistido á su señor en la úllima enfermedad... y así es que saliendo del embrutecimiento y apatía que es el estado ordinario del esclavo, manifestaron aquellos íifelicessu indig- nación ó mas bien su dolor, cuando vieron la horrible crueldad con que David fué azotado y preso. Mr.Wi- llis exasperado creyó ver en esta manifestación el germen de una rebelión inmediata, y pensó que de la influencia que había adquirido David sobre los demás esclavos, se debía esperar el que se pusiese á la cabeza de una conspiración para satisfacer su venganza. Este temor absurdo díó motivo á que el hacendado aumentase los tormentos de David , y se resolviese á impedir por cualquier medio los sinies- tros designios que solo existían en su imaginación. Bajo ese punto de vista, la conducta de Wiüis parece menos estúpida, aunque no menos feroz... porque era efecto del terror. Poco tiempo des- pués de estos sucesos llegamos nosotros á América. Monseñor fletó un bergantín inglés en Santo To- más, y visitamos de incógnito todas las haciendas del litoral Angloamericano... Mr. AVillís nos recibió con magnificencia, y al dia siguiente por la noche nos contó con un descaro cínico y escitado por el vino que había bebido , la historia de David y de Cecilia, mezclando á cada paso chistes groseros y horribles. Había olvidado deciros que el propieta- rio , después haber violentado á la infeliz escla- va , la encerró en un calabozo para vengarse de sus desdenes. Al oír S. A. R. una historia tan horri- ble , creyó que Mr. WíUis se alababa de lo que no existia ó por lo menos que estaba ebrio: estaba en efecto borracho, pero lo que refería era la pura verdad. Para disipar la incredulidad de monseñor, levantííse de la mesa el hacendado y mandó á un esclavo que encendiese una linterna y nos condujese al calabozo de David,

HÍSTORIA de DAVID Y CECILIA. 233

/ Ah ! veamos. Jamas he visto un espec- táculo tan horrible. David y Cecilia, macilentos, descarnados, medio desnudos y cubiertos de he- ridas, estaban atados por la cintura á una cadena en dos extremos opuestos del calabozo. Parecían dos espectros á la débil luz de la linterna que alumbraba aquel tenebroso cuadro. David no pro- firió al vernos una palabra : su mirada tenia una fijeza espantosa. El hacendado le dijo con una ironía cruel: «¿Qué tal, doctor, cómo anda eso?... Ya que sabes tanto... ¿porqué no te escapas de ahí?...» El negro solo respondió con un ademan y una palabra sublimes : elevó lentamente el brazo derecho, señaló con el índice á la bóveda, y sin mirar á su amo dijo con voz solemne: «¡Dios/» y volvió aguardar silencio. «¿Dios?» repuso el ha- cendado prorrumpiendo en una carcajada : « anda y dile á Dios que te venga á arrancar de mis uñas ! II... » Y cada vez mas fuera de por el fu- ror y la embriaguez , añadió esta horrenda blasfe- mia : « ¡ Sí, le desafio á que me robe mis esclavos antes deque mueran/... ¡Si no lo hace niego su existencia I...» ¡Qué loco, brutal y estúpido/ Esto nos llenó de disgusto; y monseñor no dijo una sola palabra. Salimos de aquel antro, que estaba si- tuado á la orilla del marlo mismo que la casa, y vol- vimos á bordo de nuestro bergantín que se hallaba fondeado á corta distancia. A la una de la noche, cuando toda la gente de la hacienda estaba entre- gada á un profundo sueño, saltó monseñor á tier- ra con ocho hombres bien armados, dirigióse al calabozo, forzó las puertas , sacó de la prisión á David y Cecilia y trajo consigo á bordo las dos víc- timas sin que nadie hubiese observado nuestra ex- pedición. En seguida monseñor y yo nos dirigimos á la casa del hacendado. ¡ Es bien extraño el que

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estos hombres que atormentan á sus esclavos, no tomen contra ellos la menor precaución, pues duermen con las puertas y ventanas abiertas I Lle- gamos sin el menor obstáculo al cuarto en que dor- mía Mr. Willis, el cual estaba alumbrado por una lamparilla; monseñor dispertó al hacendado, y este se incorporó en el lecho con la cabeza entorpe- cida aun por los vapores de la borrachera, o Esta noche habéis desafiado á Dios preciándoos de que no seria capaz de arrebataros vuestras dos vícti- mas... antes de su muerte. Sacólas ya de vuestro poder...» dijo monseñor; y cogiendo luego un ta- lego en que llevábamos 5,000 duros en oru, lo ar- rojó sobre la cama del hacendado añadiendo: Ése dinero os indemnizará de la pérdida de los dos esclavos... A vuestra violencia quémala, opon- go una violencia que redime... /Dios nos juzgarál...» Y desapareí irnos dejando á Mr. Willis atónito, in- móvil y creyendo que era un sueño todo lo que pasaba. Algunos minutos después se liabia hecho á la mar nuestro bergantin. Me parece, querido Murph, que S. A. K. pagó con exceso á ese mise- rable la pérdida de esos dos esclavos; porque en rigor David no le pertenecía ya. Haníamos cal- culado el costo de los esludios de David por espa- cio de ocho años , y el triple valor, por lo me- nos, de este y de Cecilia como simples esclavos. Ya que nuestra conducta era contraria al dere- cho de gentes... pero si hubierais visto la horrible agonía de aquellos do«i desgraciados, si hubierais oído el desafí»» sacrilego de aquel hombre ebrio de vino y de ferocidad, comprendeiiais fácilmente porqué monseñor se determinó á hacer el papel de la Provit/enrifiy como dijo S. A. R. en acjuella ocasión. Eso es tan controvertible y tan justifi- cable como el castigo del Maestro de Escuela, mi

HISTORIA DE DAVID Y CKCICIA. 235

querido Murph. ¿Y no tuvo mas consecuencias esa aventura? Ninguna podía tener. El barco lle- vaba bandera dinamarquí^sa, S. A. R. guardaba el incógnito mas severo y pasábamos por ingleses ri- cos. ¿A quién se hubiera quejado ni dirigido sus reclamaciones Mr. Willis? Ademas, ú\ mismo nos faabia dicbo, y el médico de monseñor lo ha con- firmado en un proceso verbal; que los dos esclavos no hubieran vivido ocho dias en el horrible cala- bozo. Hubo que recurrir a los mayores esfuerzos para salvar á David y á Cecilia de una muerte casi inevitable; pero al fin se consiguió restable- cerlos, y desde entonces permaneció David en clase de médico al lado de monseñor, á quien pro- fesa la veneración y el afecto mas entrañables. ¿Se casó David con Ceciliaal llegará Europa? Ese matrimonio, que prometía ser tan feliz, se celebró en la capilla del palacio de monseñor; pero Cecilia por un trastorno singular de su con- ducta, apenas se víó en situación tan inesperada, cuando olvidada de todo lo que David había pade- cido por ella y de lo que ella habia sufrido por él , y avergonzada de verse unida á un negro en este continente, se dejó seducir por un hombre de- pravado y cometió el primer delito: cualquiera hubiera dicho que la perversidad natural de esa desgraciada, hasta entonces oculta, solo esperaba este peligroso estímulo para manifestarse con una es- pantosa energía. Sabéis ya todo lo demás y el escán- dalo de sus aventuras. Al cabo de dos años de unión conyugal , David , que tenia en ella tanta confianza como era vehemente el amor que la profesaba, llegó á conocer su proceder infame, y este golpe terrible le despertó de su ciega seguridad.

Dicen que quiso matar á su mujer. Sí; pero consintió por fin en que fuese encerrada en un casti-

236 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

lio por toda la vida á instancias de monseñor.» Y esa misma prisión es la que monseñor acaba de abrir... con asombro vuestro y mió: no quiero ocultároslo, mi amado barón. Pero se hace ya tarde , y S. A. R. quiere que vuestro correo salga lo mas pronto po- sible para Gerolstein... Antes de dos horas esta- rá en camino. Adiós , querido Murph... hasta la noche... Hasta la noche. ¿Os habéis olvidado de que hay gran baile en la embajada de *** , al cual debe asistir S^ A. R. ? Es verdad.,. Desde que se ausentaron el coronel Vamer y el conde de Harneim, me olvido siempre de que tengo que desempeñar las funciones de gentilhombre y de edecán... Ahora que habláis del conde y del co- ronel... ¿ cuándo volverán ? ¿Darán pronto fin á su misión? Ya sabéis que monseñor desea tenerlos le- jos de el mas tiempo posible , á fin de estar so- lo y obrar con mas libertad... En cuanto á la mi- sión que les ha encargado S. A. R. para desemba- razarse de ellos con disimulo, enviando el uno á Aviñon y el otra á Estrasburgo... os la confiaré un dia que estemos los dos de mal humor... porque yo desafiaría la seriedad del mayor hipocondríaca y me comprometería á hacerle reir , no solo con esta confianza , sino también con alguna de las ins- trucciones que han llevado ambos caballeros , los cuales tomaron su pretendida misión cmi una for- malidad increible... Con franqueza os digo que yo no he comprendido jamas la razón por qué S. A. R. habia encargado al coronel y al conde ese servicio especial. ¡Qué decis ! ¿no es el coronel Varner el tipo militar mas admirable? ¿Hay en toda la confederación germánica una talla mas completa , bigotes mas lucidos ni aire mas marcial? Y cuando se pone cinchado con caparazón y bri- d|i de gala, ¿ puede darse iin aire mas triunfante y

HISTORIA DE DAVID Y CECILIA, 237

glorioso ?... ¿ puede haber en el mundo mas com- pleto... animal ? Es claro... pero justamente esa belleza le impide tener un aire excesivamente in- telectual...— ¡Ahí está la cosa' Y por eso dice monseñor que, gracias al coronel , se ha acostum- brado ya á tolerar las gentes mas importunas y pesadas del mundo... Antes de dar algunas audien- cias mortales se encierra media hora con el coro- nel.v. y sale de la entrevista capaz de hacer frente al mismo tedio en persona... También el soldado romanó calzaba sandalias de plomo antes de em-

f>render una marcha forzada , para que la fatiga se e hiciese mas llevadera después de quitárselas. Ahora que aprecio la utilidad del coronel... ¿Pe- ro el conde de Harneim?... También es de suma utilidad para monseñor : siempre que ve á su lado esa calabaza hueca , tersa y sonora ; al ver ese pe- llejo hinchado y lleno de... nada, tan magnífica- mente ataviado que representa la parte teatral y pueril del poder soberano, conoce monseñor la va- nidad de esas pompas estériles, y mas de una vez ha debido á la contemplación del inútil y relum- brante gentilhombre las ideas mas serias y fecun- das.— Pero seamos justos, amigo mió: ¿en qué corte se hallaría un modelo mas perfecto de gen- tilhombre? ¿Quién conoce mejor que Harneim las innumerables reglas y tradiciones de la etiqueta ? ¿ Quién llevaría con mas gravedad una cruz de es- malte al cuello y mas magestuosamente una llave de oro á la espalda? A eso dice S. A. que la es- palda de un gentilhombre tiene una fisonomía par- ticular, porque se lee en ella una espresion tal de sumisión y ae altanería , que causa dolor el mirar- la. En la espalda del gentilhombre brilla el signo simbólico de su empleo... y por eso , según dice monseñor, el dignísimo Harneim parece siempre

238 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

dispuesto á presenlarse de medio lado, para que se vea desde luego toda la altura de su valimiento...

El hecho es que el asunto de la incesante medi- tación del condees inquirir por qué fatal accidente se ha imaginado ponerá la espalda la llave del gentilhombre... porque, como dice él con harta sensatez y pesadumbie «¡qué diablo 1 las puertas no se abren , ni se habla á la gente por la espal- da I» jEl correo , el correo , barón ! dijo Murph señalando al reloj. ¡Qué m^^ldito de hombre I sieippre rae hace charlar mas de lo que conviene... vos tenéis la culpa... Ofreced mi respeto á S. A. R.

dijo el barón de Graün corriendo á tomar el sombrero. Hasta la noche , querido Murph. Haata la noche , querido barón... algo tarde, por- que monseñor querrá visitar hoy mismo la casa misteriosa de la calle del Templo.

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LA CASA DE LA GALLE DEL TEMPLO.

Queriendo aprovechar Rodolfo las noticias que el barón de Graün habia recogido sobre la Guilla- baora y Germán, hijo del Maestro de Escuela, de- terminó ir á la casa de la calle del Templo, en donde Germán habia vivido últimamente, con áni- mo de descubrir la habitación actual de aquel jo- ven por medio de la señorita Alegría : tarea harto difícil, porque la joven modista debia saber acaso que el hijo del Maestro de Escuela tenia el mayor interés en que se ignorase absolutamente su nueva morada. Alquilando en la referida casa el cuarto en que habia vivido Germán , Kodolfo facilitaria sus indagaciones, y sobre todo ballaria ocasiones de observar de cerca las distintas personas que habi- taban el edificio.

El mismo dia del coloquio del barón de Graün con Murph , se dirigió Rodolfo hacia las tres de la tarde á la calle del Templo, disfrazado cOn un traje humilde. Esta casa , situada en el centro do un barrio comercial y populoso, nada tenia de par- ticular en su aspecto: componíase de un cuarto bajo ocupado por un ebanista, de otros cuatro pi- sos y de algunas guardillas. Un portal oscuro y es- trecho conducia Á un reducido patio, ó mas bien á una especie de pozo cuadrado, completamente cer- rado al aire y á la luz, el cual servia de común re-

2Í0 LOS MISTERIOS DE PARIS

cepláculo á todas las inmundicias de la casa, que arrojaban por las ventanillas y tragaluces los ve- cinos de los pisos superiores.

Una luz rojiza indicaba al pié de la escalera hú- meda y negra la habitación del portero. En esta covacha ahumada por la combustión de una lámpa- ra , que era necesaria en medio del dia mas claro, entró Rodolfo para preguntar por cuarto desal- quilado.

Un quinqué, colocado detrás de un globo de cris- tal lleno de agua que le servia de rererbero , ilu- minaba la zahúrda; en el fondo se veía un lecho cubierto con una colcha de arlequín , compuesta de una multitud de pedazos de telas de toda especie y de todos colores ; á mano izquierda habia una có- moda , cuya cubierta de mármol sostenia los si- guientes adornos : 1 ." un pequeño san Juan de cera con su cordero blanco y su peluca rubia , colocado en una urna de vidrio estrellado, cuyas juntas es- taban cubiertas con tiras de papel azul ; 2/ dos candeleros viejos de plaqué enrojecidos ya por la acción del tiempo , los cuales sostenían en lugar de bujías , dos naranjas sin duda acabadas de presentar á la portera como regalo de año nuevo ; 3.* dos ca- jas , una de paja de varios colores, y otra cubierta de conchas de marisco. Estas obras del arte olian de una legua á la cárcel ó al presidio (a), (esto no es un homenaje del autor: ya veremos la moralidad del portero de la calle del Templo). Finalmente, entre las dos cajas y bajo un guardapolvo de cristal se veía un par de botitas de cordobán encarnado y de corte de corazón , las cuales eran unas verdade-

(a) Los encarcelados y presidarios tienen por ocupa- ción casi exclusiva la fabricación de estas cajitas.

LA CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO. 241

ras botas de muñeca, pero muy diestramente amol- dadas , cosidas y pespunteadas.

Esta obra maestra del arte, como diría un cofra- de de san Crispin, unida á las figuras fantásticas pintadas en la pared en medio de innumerables bo- las y zapatos, daba bien á entender que el portero de esta casa se consagraba á la restauración del calzado viejo.

Cuando Rodolfo se decidió á entrar en esta cue- va, se bailaba ausente el portero M. Pipelet, pero su ausencia era momentánea y lo representaba su esposa madama Pipelet , que instalada junto á un brasero colocado en medio de la habitación , pa- recia gravemente ocupada en oir cantar su puche- ro ( esta es la expresión técnica). El Hogart fran- cés , Enrique Monmer, ha delineado tan bien la portera , que nos contentaremos con rogar al lector que traiga ala memoria, si quiere formarse una idea de madama Pipelet , la mas fea , la mas arru- gada , la mas sucia , la mas indigesta , la mas des- dentada , la mas venenosa de todas las porteras in- mortalizadas por aquel eminente artista. La única circunstancia que nos tomaremos la li- bertad de añadir, será un singular tocado compues- to de una peluca llamada á lo Tito Livio, que ha- bía sido rubia en sus dias , pero que con el tiempo se babia llenado de medios tintes rojizos y amari- llentos, oscuros y pálidos, bastante parecidos al follaje de otoño, los cuales hacian resaltar mas la intrincada confusión de unos mechones de pelo erizados , tiesos, revueltos y enmarañados. Madama Pipelet no abandonaba jamás este único y sempi- terno adorno de su cráneo sexagenario.

Al ver á Rodolfo la portera pronunció con tono arrogante estas palabras consagradas en todas las porterías del mundo :

242 1.03 MISTERIOS DE PARIS«

¿Adonde vais? Señora, parece que hay en esta casa un cuarlo y una alcoba desalquilados dijo Rodolfo dando cierta inflexión enfática á la pa- labra señora, lo que no desagradó sin duda á ma- dama Pipelet, pui's replicó en tono mas comedido:

Hay un cuarto vacío en el cuarto piso, pero no «e puede ver ahora... Alfredo ha salido. ¿Es vuestro hijo, señora? ¿Volverá pronto? No es mi hijo caballero , que es mi marido. ¡Si no podré llamar Alfredo á Pipelet sin que le tomen por otro!

Tenéis derecho , señora , á llamarle como gus- téis; mas permitídmeos p egunte si debo aguar- darle un momento. Quisiera alquilar el cuarto, porque me conviene bastante la situación de este barrio; la casa me gusta también : parece que está cuidada de un modo admirable. Pero antes de ver el cuarto que deseo habitar quisiera saber, seño- ra , si tendríais á bien encargaros de mi servicio y asistencia, porque es mi costumbre no emplear á nadie mas que á los porteros, siempre que estos se convengan.

Esta proposición expresada en términos tan lison- jeros cautivó completamente á madama Pipelet, \n cual respondió:

Con mil amores, caballero... tendré á mucha honra hacer vuestro servicio, y por seis francos mensuales estaréis asistido como un príncipe. Vayan los seis francos , señora... ¿cómo os llamáis?

Pomona, Pentesilea, Fredegunda Pipelet. Muy bien , señora Pipelet, os daré los seis francos de propina cada mes. Pero si el cuarto me convie- ne... ¿cuál es su precio? Con el gabinete 160 francos, caballero, sin que se pueda rebajar un ochavo... El casero es un avaro capaz de esquilar un huevo. ¿Cómo le llamáis? El señor Brazo Rojo. ¿En dónde vive ? En la calle de Feves,

LA CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO. 24.3

número 13 ; tiene también una tabernil la en los fo sos de los campos Elíseos.

Sorprendió á Rodolfo este extraño descubrimien- to, y no dudando un momento que fuese el mismc á quien conocia, dijo á la portera :

Si el señor Brazo Rojo es el arrendatario prin cipal , ¿quién es el propietario de esta casa? E señor Bordón ; pero yo con nadie tengo que ver sint con el señor Brazo Rojo.

Queriendo Rodolfo ganar la confianza de la por- tera , repuso:

Estoy alí?o cansado , mi querida señora , y el frió me heló de pies á cabeza. Tomad: hacedme el favor de ir á la tienda de licores que hay en esta casa y traed una botella de tapa larga y dos co- pas... ó mas bien tres porque vuestro marido vendrá pronto

Y dio un napoleón á la portera.

¡Vaya, está visto, sois de aquellas personas á quienes es preciso adorar desde el primer mo- mentol exclamó la portera, cuya nariz granu- jienta se encendió con el fuegode una báquica exal- tación. — Voy al momento, pero no traeré mas que dos copas , porque Alfredo y yo bebemos siempre con una misma. ¡ Pobre sabrosito mió ! ¡ es tan al- mibaroso y goloso de lo qutí hacen las nmjcMes I 1 I Volved pronto , señora Pipelcl , y aguardaremos al señor Alfredo. ¿ Y rae tendréis cuidado de la portería? Id sin recelo.

Y la vieja salió.

Al cabo de algimos momentos se acercó i'n car- tOTO á la vidriera, metió el brazo por la ventani- lla, y poniendo dos cartas sobre el tablero dijo: «Tres sueldos.»

Seis sueldos, porque son dos cartas dijo Rodolfo. Una viene tranca repuso el cartero.

2ii LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Miró Rodolfo maquinalmente las cartas que aca- baban de dejarle, j fijando en ellas la atención al cabo de un rato, le parecieron dignas de un cu- rioso examen.

Una de ellas exbalaba un suave perfume al tra- vés de una cubierta de papel satinado. En el se- llo de lacre encarnado se veían estas letras, G. R., coronadas de una celada de encaje y apoyadas so- bre un campo estrellado de la legión de honor. El sobre estaba escrito con buena letra. La pretensión heráldica que indicaban la celada y la cruz hizo sonreír á Rodolfo, y le confirmó en la idea de que esta carta no habia sido escrita por una mujer: ¿pero cómo adivinar quien seria el corresponsal blasonado y oloroso de madama Pipelet? La otra carta de papel ordinario estaba cerrada con oblea picada con alfiler, y tenia el sobre para el señor Cesar Bradamanti , operador dentista. Las letras de este sobre eran todas mayúsculas y evidentemente disfrazadas; y ya fuese por obra de la imagina- ción ó por algún motivo fundado, esta carta pa- reció á Rodolfo del mas triste agüero. Notó que las letras estaban medio borradas y el papel algo arrugado en una parte del sobre... Una lágrima habia caido en aquel sitio.

Madama Pipelet volvió á entrar con la botella y las copas.

He tardado mucho ¿no es verdad? pero cuan- do una va á la tienda del tio Pepe no hay medio de salir... ¡Qué humor tan salado de hombre!...

Aquí tenéis dos cartas que ha traido el cartero

dijo Rodolfo. ] Jesús ! ¡ Ave María , señor I pfr- donad tanta molestia. ¿Las habéis pagado? Sí.

Os lo agradezco en el alma, y voy á cobrarme de vuestro cambio... ¿Cuánto es? Tres sueldos dijo Rodolfo sonriendo por el modo extraño de pa-

LA. CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO. 2ÍO

gar que había adoptado madama Pipelet.— ^Pero, sin que parezca indiscreción , quisiera haceros ob- servar que una de estas dos cartas os viene diri- jida y que tenéis un corresponsal que huele bien de una legua. ¡ A ver / dijo la portera co- jiendo la carta perfumada. ¡ Caramba 1 es ver- dad... esto me huele á cosa de amoríos... Pero... ¿quién seria el atrevido... el osado?... ¿Y si vuestro marido estuviese aquí, madama Pipelet? ¡ No digáis eso por Dios, que soy capaz de caer accidentada en vuestros brazos! i Pero que tonta soy!... ya caigo, ya continuó la portera enco- jiéndose de hombros es del comandante... ¡Ay, que susto he llevado! porque Alfredo es zcloso como un beduino. Aquí está la otra carta diri- jida al señor Cesar Bradamanti. ¡ Ah, si ! el den- tista del piso tercero... Voy á echarla en la bota de las cartas.

Rodolfo creyó haber entendido mal , pero vio que madama Pipelet echaba en efecto la carta en una bota vieja que estaba colgada en la pared.

Rodolfo la miró con sorpresa.

i Cómo!... la dijo ¿es posible que echéis la carta?... En la bota de las cartas ¿y eso que tiene de particular? Cuando entran los de la casa Alfredo ó yo sacudimos la bola, se hace el repar- timiento y cada mochuelo se va á su nido.

Y al mismo tiempo abrió la portera su car- ta y empezó á darla vueltas en todos sen- tidos. Después de algunos momentos de duda dijo á Rodolfo:

Alfredo es quien lee siempre mi correspon- dencia, porque yo no sé. ¿Querriais tener la bon- dad, caballero?... ¿De leeros la carta? con mu- cho gusto dijo Rodolfo lleno de curiosidad por saber quien erae! corresponsal de madama Pipelet,

246 LOá MISTERIOS DE PARÍS.

y leyó lo que sigue escrito en papel satinado, en uno de cuyos ángulos se veía la misma celada de enca- je, las letras C. R. , el campo heráldico y la cruz de honor :

«Mañana viernes, á las once, encenderéis el fue- <^o en las chimeneas de los dos cuartos, limpia- réis los espejos, descubriréis todos los muebles y adornos, cuidando de no echar á perder el dorado de los muebles al desempolvarlos y de no man- char ni quemar el lápiz al em^ender el fuego. Si por acaso no me hallare ahí cuando llegue una señora, en un coche á eso de la una, la cual preguntará por dándome el nombre de Carlos, la haréis subir al cuarto, recojeréis la llave y no la entre- garéis á nadie hasta que yo llegue. »

A pesar del dictado poco académico de esta carta , Rodolfo conoció desde luego su objeto, y dijo á la portera :

¿Quién vive luego en el primer piso?

La vieja acercó su dedo amarillo y arrugado á la fruncida boca , y respondió haciendo una mueca maliciosa :

/ Chiton /... es cosa de mujeres... intrigas... amoríos... Os lo pregunto, mi querida señora Pipelet... porque antes de entrar en una casa es na- tural que uno desee saber... Y muy natural... puedo comunicaros en dos palabras todo lo que hay en el particular... Hace unas seis semanas que vino aquí un tapicero á ver el primer piso que estaba desalquilado: infórmese del precio y al día siguien- te volvió con un joven bien parecido; rubio, pe- queños bigotes, cruz de honor, bien portado y buena camisa. El tapicero le llamaba... el coman- dante.

¿Es acaso militar? ¡Militar! repuso madama Pipelet alzando los hombros /buenas

LA CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO. 247

trazas tiene !... eso viene á ser lo mismo que si á mi marido le dieran el título de conserje... ¿Có- mo?... ¿porqué? Porque no es mas ni menos que un comandante de la guardia nacional; el ta- picero le llamaba comandante para lisongearlo , y él se complacía... como se complace Alfredo cuan- do le llaman conserje. En una palabra, luego que el comandante ( este es su nombre conocido ) hu- bo visto el cuarto , dijo al tapicero : «Me agrada; arreglaos con el casero. » « Muy bien , comandan- te, » repuso el otro... Y al día siguiente el tapice- ro firmó el arriendo en su propio nombre con Bra- zo Rojo, y pagó á este seis meses adelantados, por- que parece que el joven no quiere ser conocido. Pocos momentos después vinieron algunos obreros y empezaron á demoler tabiques y hacer otras re- formas en el primer piso: trajeron sofás, cortinas de seda, espejos dorados y otros muebles magní- ficos, de modo que la habitación está que parece un café de los Baluartes... amen de una tapicería que hay por todo el suelo, tan tupida y suave que parece que anda uno sobre felpa de seda... Luego que se concluyó la obra vino á verla el coman- dante, y dijo á Alfredo: « ¿ Queréis encargaros de cuidar de ese cuarto, al cual vendré pocas veces, de hacer fuego en él de cuando en cuando y de te- nerlo preparado para recibirme cuando os avise por la estafeta?» «Sí, comandante le dijo mi com- placiente Alfredo. «¿Y cuánto me llevaréis por todo eso?» «Veinte francos mensuales, coman- dante.»—« ¡ Veinte francos 1 vaya, sin duda os chanceáis , portero. » Y el bueno del hombre empezó á ragatear como una frutera por ocho ó diez miserables francos , siendo así que hacia unos gastos tan espantosos para amueblar una casa en que no vivia I Por último , á fuerza de batallar le

T. I. 1*7

2kS LOS MISTERIOS DE PARÍS.

sacamos doce francos, j Doce francos I Vaya , solo el decirlo me hace trasudar. | Miren que señor co- mandante ! ¡Buena diferencia entre los dos, caba llero! añadió la portera dirigiéndose á Rodolfo con urbanidad : aunque no os hacéis llamar co- mandante , no por eso tenéis trazas de cualquiera cosa ; y aunque también echo de ver que sois po- bre porque os Tais al cuarto piso, os habéis conveni- do en los seis francos á la primera palabra. ¿Vol- vió á venir el comandante ? Eso es lo particular: parece que lo traen al retortero. Ya me escribió otras tres veces para que hiciese fuego y tuviese todo listo porque vendria una señora. ¿Pero vís- tela tú?... pues yo tampoco. ¿No ha venido na- die?— Vais á ver... La primera de las tres veces llegó el comandante hecho una ascua, pavoneándo- se y cantando entre dientes: esperó dos horas lar- gas... pero no vino una alma; y cuando pasó por delante de la portería le miramos de hito en hito Pipelet y yo , y para incomodarle mas le dije : «Comandante, ni una sola persona vino á pregun- tar por vuestra salud.» « ¡ Bueno , bueno I respon- dió hecho una chispa, y se marchó mordiéndose los dedos de cólera. La segunda vez trajo un mozo una cartita dirigida al señor Carlos, antes que él hubiese llegado; y á Pipelet y á todo se nos volvía estirar el pescuezo para ver si llegaba el co- mandante , esperando que llevaría otro chasco co- mo la vez primera. « Mi comandante , (le dije yo cuando llegó por fin, llevando al revés de la mano izquierda á la altura de mi peluca con aire militar) aquí está una carta; parece que vuelven á dejarnos hoy en blanco. «Miróme con una cara de fiera, abrió la carta , la leyó , púsole c('!orado como un cama- ron y tomó la puerta haciendo que cantaba por entre dientes; pero lo cierto es que iba llevado de

LA CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO. 2k9

Satanás... porque es rabioso como un perro y tiene blanca la punta de la nariz, que es señal que nunca falla. ¡Pero anda , rabia y muérate, comandante de tres al cuarto/ con eso aprenderás á no dar mas que doce sueldos al mes por cuidarte del cuarto. ¿ Y la tercera vez? ¡Ahí la tercera vez estuvo en un tris el que saliese con la suya. Llegó el co- mandante de punta en blanco , y tan contento y se- guro de su negocio que le saltaban los ojos de ale- gría. Lindo mozo por cierto , es preciso hacerle jus- ticia; y luego olia como la gloria... y venia tan hin- chado y satisfecho que apenas tocaba el suelo con sus pies. Cojió la llave y nos dijo al subir la esca- lera muy entonado y con aire de emperador, como para vengarse de lo pasado: Prv3vendré¡s á esa da- ma que la puerta no está mas que entornada... » Pi- pelet y yo teníamos tal curiosidad por ver á la de- seada señorita, que aunque no esperábamos que viniese, salimos de la portería y nos pusimos de observación en la puerta de la calle... A breve rato se paró delante de nosotros un coche de alquiler. « Esta es dije yo á Alfredo. Ahí esta sn penctt- ria. Retirémonos algo para que no se espaviente. » El cochero abrió la portezuela, y entonces vimos á una señorita con un manguito sobre las rodillas , un velo negro echado sobre la cara y lapada ade- mas la boca con un pañuelo, porque al parecer estaba llorando: pero héteme aquí que cuando estaba ya echado el estribo , en vez de bajar la tal señorita dijo algunas palabras al cochero, y este volvió á recojer... el estribo y á cerrar la por- tezuela. — ¿ Y no bajó la señora? Ni por pienso : volvió á dejarse raer en el asiento de atrás tapán- dose los ojos con las manos. Yo corrí hacia el coche, y antes que el cochero hubiese subido al pescante le dije: « ¿Qué es eso amigo... así os volvéis sin?...»

250 LOS^MISTERIOS DE parís.

((Sí,» me respondió. « ¿ Y á dónde?» volví á pregun- tar. « Al mismo sitio de donde he venido. » « ¿ Y de dónde venís « Calle de Santo Domingo, esquina á la de Belle-Ghasse. »

Rodolfo se estremeció al oir estas palabras.

El marqués de Harville, uno de sus mejores ami- gos y el cual padecia de algún tiempo á aquella parte de una profunda melancolía, como llevamos indicado, vivía en la calle de Sto. Domingo, esquina á la de Belle-Chasse. ¿ Seria acaso la marquesa de Harville la que así corría á su perdis-ion ? Sospecha- ría su marido de su conducta, y seria esta la causa de la melancolía que lo devoraba ? Estas dudas in- vadieron de repente la im^iginacion de Redolfo. Co- nocía la sociedad íntima de la marquesa, pero no se acordaba de haber visto jamás en ella á ninguno que se pareciese al comandante: y además aquella joven podría haber tomado el coche en la misma calle sin vivir en ella. Ninguna prueba tenia Rodol- fo para creer que fuese la marquesa , y sin embar- go una multitud de vagas sospechas alteró de tal modo su semblante , que su aire inquieto y absor- to llamó la atención de la portera. ¿En qué pen- sáis, caballero? le dijo. Estoy discurriendo por qué esa mujer que ha venido hasta el mismo portal cambió tan pronto de resolución. La ra- zones clara... una idea cualquiera, el temor, una superstición... Nosotras las mujeres somos tan dé- biles... tan temerosas... tan irresolutas... dijo la horrible portera con fingida timidez. Me parece que si yo anduviera en esos trajines... pegándose- la á mi Alfredo... | Jesús ! Dios me guarde el juicio en lances así yo me desmayaría. ¡ Ayl ¡nunca ja- más, querido Pipelet del alma miaL.. No hay de- bajo délas estrellas quien pueda alabarse de... Os lo creo, señora Pomona... ¿pero esa joven?...

LA CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO 2ol

Yo no si era joven, porque ni siquiera le he vis- to la punta de la nariz. Pero lo cierto es que volvió á marchrarse por donde habia venido... y esto nos dio mas contento á Pipelet y á que si nos hubie- ran regalado diez francos. ? Porqué? Solo el pensar en la cara que iba á poner el comandante, era cosa de morirse de risa... Por de pronto , en lu- gar de subir á decirle que su gaya se habia ido... le dejamos esperar y hacer calendarios una hora lar- ga... Subí por fin , llego á la puerta que no estaba mas que entornada, la empujo, y se abre con rui- do porque rechinaron los goznes. La escalera y la entrada de la puerta estaban oscuras como noche... y héteme aquí que al punto de entrar me echa los brazos el bueno del comandante y y me dice con un tonillo muy almibarado: « Cómo tan tarde ángel mió I

Rodolfo no pudo menos de sonreír , á pesar del serio pensamiento que le dominaba, especialmente al ver la grotesca peluca y el rostro abominable, arrugado y granugiento de la heroína de este lance ridículo.

Madama Pipelet continuó haciendo unas muecas de alegría que la hacian aun mas detestable :

I Jé, jé, I I vaya, vaya I Pues aun falta lo mejor... Yo no respondí una sola palabra, detuve el aliento y me dejé abrazar del comandante,., pero al cabo de un rato el muy grosero me un em- pujón , y dice todo espantado con un tono de asco como si le hubiera picado una araña : « ¿ Pero quién diablos está aquí» vi Soy yo, comandante, madama Pipelet la portera , y en tal categoría os intimo que recojáis las manos, y. que no me agarréis por la cintura ni me llaméis vuestro ángel, diciéndome que vengo tarde. ¡Caramba! ¿y si mi Alfredo es- tuviese aquí» «¿Qué queréis?» me dijo furioso.

252 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

« Comandante la señorita acaba de llegar en un co- che de alquiler. » «Pues bien, que suba. ¡Habrá estupidez igual ! ja os he dicho que la hicieseis su- bir.» Ya se comandante que me habéis dicho que la hiciese subir «¿Y entonces porqué...? » «Es que la señorita...» «/Esplicáos, bruja, de una vez!» Es que la señorita se ha vuelto por el mismo camino.» « ¡ Vamos, sin duda habéis hecho alguna bestialidad gritó mas y mas enfurecido. «No, comandan- te, la señorita no ha bajado del coche: no bien el cochero abrióla portezuela cuando le dijo que vol- viese á retroceder el camino. » «El coche no debe estar lejos» gritó el comandante arrojándose hacia la puerta. « ¿ A dónde vais, si hace una hora qu€ se ha marchado? » le dije. «¡Una hora! ¿y por- qué habéis tardado tanto en avisarme?» gritó lleno de cólera. « Porque temíamos incomodaros con la noticia de que esta vez volváis á quedaros in albis. » Chúpate esa , dije yo para mi. Asi aprenderás á no ponerme otra vez las manos en el pelo de la ropa. « ¡ Salid de aquí, marchaos, vieja de los diablos, que no hacéis mas que brutalida- des I» volvió á gritar desabrochándose la bata tártara y arrojando al suelo el gorro griego de ter- ciopelo bordado de oro... j Lindo gorro por cierto I ¿ Y qué diremos de la bata ? ¡ que bata , santo Dios turbaba la vista parecia.. una luciérnaga... Pero os espusisteis á que no volviese á ocuparos en su servicio. No baria tal... Le tenemos cojido por las narices, sabemos en donde vive su hurgamande- ra] y si nos dijese algo le amenazaríamos con des- cubrir el enredo... Además ^^ quién se encargaría de servirle por doce francos? ¿una mujer defuera /Ya la daríamos buena "vida, ya! .. En fin, amigo raio ¿ creeréis que el miserable pasó una revista á su leña y la contó y recontó para ver cuantos pa-

LA CASA DE LA CALLE DEF TEMPLO. 253

los lehabiamosquemado?... Yo no tengo ningunn duda de que es un señor nuevo, üecho por algún sastre de la noche á la mañana .. un quídam, ua nadie : un botarate... gastos de gran señor por un lado ; economías de zapatero viejo por el otro.. En una palabra , yo ne le deseo otro mal , pero me alegraré que la tal señorita le haga rabiar tanto que se de calabazadas contra las paredes del cuarto. A.postaría algo á que mañana no viene la desconocida , aunque le haya ofrecido venir. Si viene veremos si es morena ó rubia ó que trazas tiene. Pero decidme, caballero , ¿no os parece que habiendo un marido por medio representa un pa- pel muy ridículo ? ¡Os confieso que me lástima el pobrecillo I Pero con vuestro perdón voy á reti- rar del fuego el puchero porque ya empieza á chillar es un estofado de vaca capaz de abrir el apetito de un difunto. Alfredo bebe^los aires por este plato y dice que por un estofado haría traición á la Fran- cia, i á su querida Francia !... pobre vejete mió. .

Mientras la portera se complacía en hacer esta digresión doméstica , Rodolfo se entregaba á tristes reflexiones.

La mujer desconocida, ya fuese ó no la marque- sa de Harville , habia dudado largo tiempo y lucna- do consigo misma antes de conceder la primera y segunda cita , y asustada después por los resulta- dos de su imprudencia , un remordimiento saluda- ble la habia impedido acaso cumplir sn promesa

Rodolfo sintió una momeijtánea angustia al ima- ginar que la marquesa de Harville podia ser la heroína de esta triste aventura , pues como se verá mas adelante habia profesado á aquella joven un tiernisimo afecto; pero su amor jamás habia salido de los labios, porquequeria al marques de Harville

2oÍ LOS MISTERIOS DE PARÍS.

como á un hermano. Preguntábase á mismo por- qué aberración fatal podia ser sacrificado el mar- ques de Harville, joven de talento, amante , gene- roso V tiernamente enamorado de su mujer , a un ente tan despreciable y ridículo como el coman- dante. ¿ Se habria prendado la marquesa únicamen- te de la bella figura de este hombre ?

Ademas, Rodolfo sabia que la marquesa de Har- TÍlle era una mujer de talento , afectuosa , de un carácter elevado, y cuya reputación jamás se ha- bla manchado con el menor desliz en su conducta conyugal Después de haber hecho maduras refle- xiones se persuadió que no podia ser la mujer de su amigo.

Luego que madama Pipelet terminó sus deberes culini^rios volvió á continuar su coloquio con Ro- dolfo.

¿Quién vive en el segundo piso? preguntó este á la portera. La tia Quiromántica mujer sin igual para echar los naipes. Lee en las rayas de las manos como en un libro, y vienen á verla muchas personas de cuenta para que les diga la buena ven- tura... gana mas plata de lo que pesa... pero tiene mas oficios que el de adivina. En qué mas se ocu- pa? — Tiene como si dijéramos un iTionte de piedad ; Ah ! ya entiendo la vecina del cuarto segundo da dinero sobre prendas. Cabaüto.. y menos caro que en el monte 'público de piedad... y con menos embrollos , porque no hay que andar con esa mul- titud de papeletas, y reconocimientos , y números y contraseñas... nada de eso. Por ejemplo : le traéis una camisa que vale 3 francos y os presta 10 suel- dos : al cabo de ocho dias os presentáis con 20 suel- dos... y sino se queda con la camisa. No hay cuen- tas mas sencillas y redondas... un niño las en- tiende. Es de ver las alhajas y prendas que le

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traen ; su cuarto parece un bazar. No lo creeríais si os dijese sobre que cosas presta algunas veces: yo la he visto prestar dinero sobre un loro... queju- raba por cierto como un descosido.

¡ Sobre un loro !... ¿ pero qué valor ?... A eso voy , tened paciencia. El loro era muy conocido y pertenecía á la viuda de un cartero que vive aqui cerca en la calle de Santa Avoye, y se llama madama Herbelot, Como todos sabían que quería al lorito como á las niñas de sus ojos , la tia Quiro- mántica la dijo que la prestaría 10 francos sobre el animal , pero que si al cabo de ocho dias, á me- diodía en punto , no le pagaba los 20 francos., (con el rédito de ley eran 20 francos; ya veis que es cuenta redonda...) y ademas de los 20 francos los gastos de manutención , daría sin remedio al pajarraco una ensalada de perejil sazonado con arsénico... Atemo- rizada con esta amenaza, madama Herbelot trajo á la Quiromántica los 20 francosal séptimo día en punto, y se llevó su animalucho, que por cierto no hacia mas que echar blasfemias y sapos y culebras por el pico, de modo que mi Alfredo se ponía á ve- ces colorado porque es la pura modestia... Na- da tiene de estraño; su madre era monja y su padre cura párraco... ya sabéis que en tiempo de la Revolución ha habido curas que se casaron con monjas... Supongo que la tia Quiromántica no tiene otro oficio. No tiene otro si se quiere : pe- ro yo no que teje maneje trae á veces entre manos un cuartito retirado en que nadie entra , es- cepto Brazo Rojo y una vieja tuerta llamada la Le- chuza. Rodolfo miró con asombro á la portera. Interpretando esta la sorpresa de su futuro hués- ped , le dijo : Es un nombre bien raro el de Lechuza ¿no

2oG LOS MISTERIOS DE PARÍS.

es verdad ? > por cierto. ¿ Viene con frecuencia esa mujer? De seis semanas á esta parte solo la vimos entrar anteayer, y cojeaba un poco. ¿Qué tiene que hacer con la tía Quiroraántica? Eso es lo que yo no entiendo; á lo menos en lo que toca al teje maneje del dichoso cuarto en donde solo entra la Quiromántica con Brazo Rojo y la Lechu- za. Solo he notado que la tuerta trae siempre un lio en el canastillo, y Brazo Rojo otro lio debajo de la capa , pero vuelven á salir sin nada. ¿Sa- béis qué contienen esos lios ? Ni poco ni mucho: lo único que es que hacen una batahola del dia- blo , porque cuando suben la escalera despiden un olor infernal de azufre, y de carbón y estaño der- retido que apesta, y luego se oye soplar y reso- plar como si fuese una fragua. Yo creo que son al- gunos ingredientes con que prepara sus brujerías la tia Quiromántiea... por lo menos así me lo ^ijo el señor Cesar Rradamanti que vive en el cuarto tercero. ¡ Ese que es un sabio / Aunque italiano habla el francés como vos y como yo, solo que tiene un si es no es de acento extranjero: pero de todos modos es un sabio completo , que conoce todos los simples... y que saca dientes y muelas, no por el dinero... nada de eso , sino por el ho- nor... Sí , señor , por el honor ; así lo dice á todos ios que quieren escucharle. Si tenéis seis muelas malas os sacará los cinco primeras de valde... y so- lo os llevará dinero por la sesta. Y todo esto sin contar con los remedios que vende para todas las enfermedades , como fluxiones de pecho , catarros, y cuantos dolores hay. El mismo vende sus drogas en público y trae de aprendiz al hijo del arrenda- tario principal llamado el Cojuelo... Nos dice á ve- ces que su amo se ha ido á comprar un caballo y un vestido encarnado para vender sus medicinas en

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las plazas públicas, y que él, es decir el Cojuelo, se vestirá de trovador y locará el tambor para llamar la atención de los compradores. Me parece har- to modesto ese oficio para el hijo de vuestro prin- cipal arrendatario. Su padre dice que quiere re- ducirlo á comer tronchos de berza, porque de otro modoacabaria en una horca... y á la verdad es el mico mas travieso y maligno que he visto en los dias de mi vida., ya hizo mas de una travesura al po- bre señor Cesar Bradamanti que es la misma nata de la honradez, y como curó á mi Alfredo de su reumatismo, le tenemos ambos en las tejillas del corazón. Tero hay jentesde tan mala lengua, que... no, no puede ser; j solo el pensarlo me eriza los cabellos / Alfredo dice que si fuese verdad , seria un caso de presidio.

¿ Pero qué hay? ¡ Oh ! no me atrevo á de- círoslo... no, nunca lo diré... Bien, pues hable- mos de otra cosa. Porque, á de mujer hon- rada... decir cosas de este calibre á un joven como vos... Pues dejémoslo, madama Pipelet : no se hable del asunto. En resumidas cuentas , como vais á ser nuestro huésped , mejor será decíroslo para que sepáis que todo es una impostura. Y como estáis en situación de trabar amistad con el señor Bradamanli , si llegaseis á creer semejantes cuen- tos renunciarías á su amistad y compañía. Dícese que...

Y la vieja dijo en voz baja algunas palabras á Rodolfo, el cual hizo un gesto de disgusto y de horror.

I Oh / eso seria espantoso... ¿ No es verdad... si fuese cierto ? pero todo es murmuración y mal- querencia. ¿ Ni cómo podria ser verdad de un hom- bre que ha curado el reumatismo de mi Alfredo y que os propoHc sacaros gratis cinco dientes de seis;

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de un hombre que tiene sus certificados corres- pondientes de haber curado á no cuantos prín- cipes de Europa y que paga en la mano cuanto compra ? ¡ No 1 antes moriría que creer semejantes patrañas.

Mientras que madama Pipelet desahogaba su in- dignación contra los calumniadores, pensaba Ro- dolfo en la carta dirigida á este charlatán, escrita en papel ordinario con letra grande y disfrazada y algo borrada por una lágrima ; y en la carta diri- gida á este hombre vio Rodolfo un drama terrible. ün presentimiento involuntario le hizo tener por verdaderos los rumores horribles que circulaban acerca del italiano.

í Ahí viene Alfredo 1... exclamó la portera : él os dirá como yo que solo las malas lenguas pueden atribuir tales horrores al pobre señor Ce- sar Rradamanti, que le ha curado el reumatismo. Monsieur Pipelet entró en la portería con aire grave y magistral ; rayaba en los sesenta años , te- nia enormes narices y era gordo, colorado y rechon- cho como algunas figuras de los cuadros flamencos. En la cabeza llevaba un sombrero vetusto de copa baja y ala espaciosa.

Este enorme sombrero era tan inseparable de la cabeza de Pipelet como de la de su mujer la fan- tástica peluca que hemos descrito : de su viejo y ancho fraque verde se desprendian dos faldones co- losales que casi llegaban hasta el suelo , y en las vueltas se veía relucir una costra asquerosa y gra- sienta. A pesar de su sombrero y del singular ves- tido, que no dejaba de tener cierto aire de etique- ta , M. Pipelet llevaba siempre consigo el modesto emblema de su empleo , cual era un delantal trian- gular de cuero , ceñido sobre un chaleco de tan diversos colores como la colcha abigarrada de la

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cama de madama Pipelet. Saludó á Rodolfo con bastante afabilidad; pero en la sonrisa de este hombre había cierta amargura, y se notaba una profunda melancolía en la expresión de su sem- blante.

Alfredo , el señor quiere alquilar el cuarto y el gabinete del cuarto piso dijo madama Pipelet presentando Rodolfo á su marido. Hemos estado aguardando para beber juntos una copa del Bur- deos que me ha hecho comprar.

Esta delicada atención ganó desde luego la con- fianza de M. Pipelet , el cual llevó la mano al bor- de anterior del ala del sombrero , y dijo con voz de bajo digna de un sochantre de catedral :

Os complaceremos como porteros , caballero, y vos nos corresponderéis como inquilino.

Mas interrumpiendo de repente su salutación, dijo con inquietud á Rodolfo :

¡Con tal que no seáis pintor, caballero I... No, soy dependiente de una casa de comercio. Entonces me tenéis á vuestras órdenes. ¡ Felicito á la naturaleza por no haberos dispuesto para ser uno de esos monstruos de artistas ! i Monstruos los artistas / exclamó Rodolfo.

Alfredo levantó las manos al cielo dando un ge- mido sordo é iracundo por única respuesta.

Habéis de saber que los pintores han emponzoña - d(» la existencia de Alfredo, embruteciéndole como veis dijo en voz baja á Rodolfo madama Pipelet; y luego continuó en tono mas alto y cariñoso: Vamos, Alfredo , razonable y no pienses ahora en ese bribón... vas á ponerte malo y luego no po- drás comer. No. yo conservaré la razón y la se- renidad — respondió M. Pipelet con dignidad, pe- ro con aire triste y resignado. Me causó grandes daños... ha sido por mucho tiempo mi perseguidor

260 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

y mi verdugo ; pero ahora lo desprecio. ; Los pin- tores!— añadió volviéndose á Rodolfo ¡ah, ca- ballero ! los pintores son la polilla de una casa... su demolición, su ruina. ¿Habéis tenido por inqui- lino á algún pintor ? i Ab/ , caballero , sí: he- mos tenido uno repuso M. Pipelet con amargura:

¡un pintor que se llamaba Cabrion !

A pesar de su aparente moderación el portero apretó convulsivamente los puños al pronunciar es- te nombre.

¿Era acaso el inquilino del cuarto que acabo de alquilar? preguntó Rodolfo. /Oh, no ! el último huésped era un joven recomendable y exce- lente llamado Germán de apellido; pero antes de él había ocupado el cuarto Cabrion. / Ah 1 desde que salió de casa ese infame Cabrion me ha vuelto lo- co, me ha embrutecido... ¿Habéis sentido su marcha hasta el punto de?... preguntó Rodolfo.

¿Yo sentir á Cabrion? repuso el portero lle- no de estupor: ¡sentirá Cabrion! Figuraos, ca- ballero, que el señor Rrazo Rojo tuvo que pagarle dos mesadas para hacerle salir de aquí , porque ha- bla tenido la desgracia de hacerle una escritura de arriendo. ¡ Qué infame bribón I No tenéis idea de las horribles diabluras que nos ba hecho. Os ha- blaré de una sola para que juzguéis por ella de las demás : no hay instrumento de aire que no haya hecho cómplice de su endemoniada manía de inco- modar á todos los vecinos... ni un solo instrumen- to , desde el cuerno inglés hasta el serpenton y el caramillo; y ha llegado su villanía hasta el extremo de tocar mal con toda intención y rej)etir una mis- ma nota por espacio de dos horas seguidas. Era cosa de volvernos locos. Se han hecho mas de vein- te peticiones al señor Rrazo Rojo para que echase á la calle aquel músico infernal, pero el amo solo

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pudo conseguir que se marchase pagándole dos mesadas... ¿Qué os parece de este lance?... pagar mesadas á un inquilino, siendo él quien debiera pagar... pero no solo dos, sino tres y mas se le hu- bieran dado para que nos dejase libres. Por fin salió de casa... pero no vayáis á creer que se acabaron con esto las diabólicas travesuras de Cabrion. A las once de la noche del dia siguiente estaba metido entre mis sábanas, cuando oigo á la puerta : i tan ! ¡ tan I ¡ tan ! Tiro del cordón del pestillo, entra una persona, llégase á mi cuarto, y dice una voz: «Bue- nas noches , portero: ¿queréis tener la bondad de darme un mechón de vuestro pelo?» Mi muger al oir tal proposición, me dijo: «Es alguno que se engañó en la puerta. » Y entonces dije al descono- cido: «No es aquí; llamad á la otra puerta.» «Sin embargo este es el número 17. ¿No se llama pe- lel el portero de esta casa preguntó la voz. « Sí, le dije; ese es mi nombre.» «Pues bien, mi muy amado Pipelet, vengo á pediros un mechón de vuestro pelo para Cabrion ; es una idea que se le puso en la cabeza, y no hay remedio... quiere un rizo de vuestro pelo. »

M. Pipelet miró á Rodolfo , meneó la cabeza y cruzó los brazos con actitud académica.

¡Ya lo veis, caballero!... venia á pedirme un mechón de mi pelo , á que soy su enemigo mortal... después de haberme ofendido y ultrajado venia á pedirme un favor que no siempre conceden las enamoradas á sus niismos amantes... ¡Y al fin , si ese Cabrion fuera á lo menos un buen in- quilino como el señor Germán'... dijo Rodolfo con una seriedad imperturbable. Aunque hubie- se sido buen inquilino no le hubiera concedido yo el mechón de pelo dijo con magestad el portero '- porqué no está en mis principios ni en mis eos-

262 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

tumbres; pero en tal caso lo hubiera negado con urbanidad. Pues no para en eso dijo la porte- ra : figuraos , caballero , que desde aquel dia no hay mañana , ni tarde, ni noche, ni hora nin- guna del dia en que el detestable Cabrion no nos envié un rosario continuo de pillos que vienen uno tras otro á pedir el rizo del pelo de mi marido... \ j siempre para Cabrion 1 Así es , caballero, con- tinuo M. Pipelet que aunque hubiese cometido cien crímenes no tendría un sueño tan agitado como tengo. Dispierto á cada instante sobresaltado cre- yendo oir la voz de ese infernal Cabrion. Desconfio de todos; veo en cada persona un enemigo que vie- ne á pedirme un mechón de mi pelo .. he perdido mi acostumbrada amenidad y me he hecho mal en- carado , sombrío, espantadizo y suspicaz como un malhechor.,, ese monstruo de Cabrion ha envene- nado mi existencia.

Y M. Pipelet lanzó un profundo suspiro y caló el sombrero con tan desesperada energía, que parecía abrumado en aquel momento por todo el pfiso de su terrible infortunio.

Ahora veo por que no queréis bien á los pin- tores — dijo Rodolfo; pero á lo menos el buen carácter de ese Germán , de quien me habéis ha- blado, debió compensaros los disgustos que os cau- só Cabrion. ¡Oh! sin duda... ese que os un joven claro como el dia , servicial y nada petulan- te ; alegre , pero de una alegría que no hace daño á nadie , y no es burlador ni insolente como ese abominable Cabrion, á quien Dios confunda por siempre jamas amen ! Vaya , calmaos , señor Pi- pelet, y no pronunciéis másese nombre. ¿Quién es el feliz propietario que posee ahora al joven Ger- mán , á esa perla de los inquilinos? No lo sé, ni nadie sabe ni sabrá en dónde vive ahora el señor

LA CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO. 263

Germán. Pero aunque digo nadie , debo exceptuar á la señorita Alegría. ¿Quién es esa señorita Alegría ? preguntó Rodolfo. Una modistilla, que vive en otro cuarto pared por medio del vues- tro... — repuso madama Pipelet. j Esa que es otro diamante 1... paga siempre adelantado... tie- ne siempre su cuartito tan limpio y aseado, es tan amable y alegre con iodo el mundo , tan gozosa y complaciente que parece un ángel del cielo... tra- baja sin descanso, y hay semana que le sale por dos francos diarios... mas para eso tiene que desve- larse mucho la pobrecilla. ¿Pero cómo es que solo !a señorita Alegría sabe donde vive Germán Guan- do dejo )a casa repuso madama Pipelet nos dijo: «No espero recibir cartas de nadie; pero si por casualidad llegase alguna, la entregareis á la señorita Alegiia. » Y por cierto que es digna de su confianza, aunque las cartas sean del mayor in- terés, ¿no es verdad , Alfredo? Lo cierto es que nada habria que decir de la señorita Alegría dijo consequeda del portero sino hubiese tenido la debi- lidad de de jarse requebrar por ese infomeCabrion.- Conrespecto á eso, Alfredo repuso la portera yasabeis que es menester dar ácada uno lo que es suyo; aunque alegre y de buen humor, la señorita Alegría es tan honesta y morigerada como yo... y sino véase el cerrojo que tiene en su puerta. Es cier- to que los vecinos del piso la visitan : pero eso de- pende del local y no de ella... ¡ pobrecilla I... lo mismo decia del comisionista viajero que habitó en el cuarto antes de Cabrion , y lo mismo suce- dió con el señor Germán después que se ha marcha- do el detestable pintor. Repito que nada hay de ma- lo en esto y que solo depende del local... la visitan la hablan, y nada mas... Por manera dijo Rodolfo que los inqui- r I. 18

264 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

linos del cuarto que quiero alquilar tienen que visitar forzosamente á la señorita Alegría. Sin remedio, caballero; nadie puede dispensarse de ser buen vecino suyo; y voy á deciros la razón. Sien- do vecino de la señorita Alegría... como los dos cuartos solo están divididos por un tabique... y entre jóvenes ya sabemos lo que pasa ; por ejem- plo, con motivo de pedir luz , una brasita de fue- go... un poquito de agua... Con respecto al agua puedo aseguraros que se halla siempre en el cuarto de la señorita Alegría; la tiene hasta con lujo, y parece que no puede vivir sin ella como los cisnes: cuando tiene un momento libre se pone á lavar los cristales y el mármol de la chimenea, de modo que su cuarto está siempre como una taza de oro... ya lo veréis... De modo que el señor Germán, por consecuencia del local, según decís, ha hecho muy buena vecindad á la señorita Alegría. Sin duda ninguna, y en verdad que parecen nacidos el uno para el "otro. Son tan bien parecidos , tan jóvenes que era una gloria el verlos bajar la es- calera cuando iban á pasear juntos los domingos, porque este era el único dia de asueto que ambos tenian. Ella llevaba siempre un sombrerito senci- llo y un veslido de á veinte y cinco sueldos la vara, que hacia por su mano, pero que le sentaba como á una reina; y él la acompañaba en traje de verdadero señor. ¿No ha visto Germán á la se- ñorita Alegría desde que salió de la casa ? No, señor; á menos que la haya visto algún domingo, porque en los demás días puedo asegurar que ia señorita Alegría no tiene tiempo para pensar en ningún amante: se levanta á las cinco ó las seis de la mañana; y trabaja hasta las diez, y á veces hasta las once de la noche: no sale de su cuarto >ino rauy de mañana para ir á comprar las provi-

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siones para y sus dos canarios , y por cierto que es bien poco lo que comen entre los tres. ¿Qué pensáis que les hace falta para vivir? Dos sueldos de leche, un poco de pan, escarola, cañamones,, algún panizo y agua clara ^, lo que no impide que los tres se divierten, y canten y chillen, así ella como los pajarillos, que es una bendición de Dios... y luego es tan buena y tan caritativa con lo poco que puede... es decir, á costa de su tiempo y de sus desvelos, porque trabajando como trabaja diez ó doce horas por dia, apenas gana lo justo para vivir... ¡Si vierais el afán, el desvelo con que la señorita Alegría y el señor Germán han cui- dado varias noches de los hijos de unos infelices que viven en el desván, y á quienes va á poner en la calle el señor Brazo Rojo antes de tres dias !.., ¿Hay aquí alguna familia desgraciada? ¿Des- graciada, caballero? ¡Santo Dios I ¡ya lo creo!... Cinco chiquillos como ratoncitos , su madre en la cama moribunda, su abuela chocha, y para ali- mentarlos á todos un hombre que apenas prueba el pan trabajando como un negro toda la semana, á pesar de que es un obrero excelente... Tres horas de sueño cada dia, ahí está todo el descanso que toma.,, ¡ y qué descanso, Dios miol... y luego lo dispiertan los hijos pidiendo pan, ó la mujer que se queja y gime en el lecho... ó la vieja idiota que ruje á veces como una loba, tam- bién de hambre... porque no tiene mas razón que una bestia... Cuando el hambre la acosa dema- siado, entonces se la oye ahullar como un perro desde la escalera. /Oh, eso es horrible I ex- clamó Rodolfo. ¿Y no hay quien socorra ú esa gente? Hacemos lo que se puede hacer entre po- bres. Desde que el comandante me da 12 franéos al mes por cuidarle el cuarto, hago un puchero

266 LOS -MISTERIOS DE PARÍS.

á esos infelices una vez cada semana, y á lo me- nos toman una taza de caldo... La señorita Ale- gría se desvela algunas noches para hacer con des- perdicios y retazos de tela algún vestidito para los chiquillos... El pobre señor Germán, que tampoco estaba muy sobrado, fingia á veces que recibía de su casa algunas botellas de buen vino... y Mo- rel... (que así se llama el obrero) echaba enton- ces un par de tragos que le calentaban el estó- mago y le volvían el corazón á su sitio. ¿Y el dentista no hace algo por esos infelices? ¿Quién? ¿El señor Bradamanti?... dijo el portero. Es verdad que me ha curado el reumatismo, y por eso lo venero... pero desde entonces ya he dicho á mi mujer : «Pomona, mira... ese señor Bradaman- ti... no me da muy buena espina!...» ¿?ío te lo he dicho yo, Pomona? Es verdad que me lo has dicho... ¿Qué hizo Bradamanti? Lo vais á ver: cuando hablé al señor Bradamanti de la miseria de la familia deMorel, porque se me ha- bía quejado de que no le dejaban dormir en toda la noche los ahullidos hambrientos de la vieja idiota.,, me dijo: «Puesto que son tan desgracia- dos, si necesitan de para sacarse las muelas, no les cobraré nada ni aun por la sexta.» Madama Pípelet , dijo. Bodolfo formó muy mala opi- nión de ese hombre. ¿Y ha sido mas humana la usurera? Por el mismo estilo del señor Bra- damanti, — dijo la portera : les ha prestado so- bre la ropa que tenían... Todo pasó á su poder, hasta el último colchón: bien es que nunca tu- vieron mas que dos... ¿Y ahora no los socorre? ¿La tía Quírománlíra ? ¡buenas trazas tiene! **s ian perra en su clase como su amante en ¡a suya; porque la tía Quírom;1ntíca y el señor Brazo Bojo... ¿no es verdad Pipelet ?... —añadió la portera

LA CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO. 267

con una guiñada y un movimiento de cabeza lle- no de malicia.

¿De veras? dijo Rodolfo. Ya lo creo... ¡va- ya si se adoran I El veranillo de San Martin es tan caliente como el otro ¿ no es verdad , salado mió?

M. Pipelet caló un poco el sombrero con aire melancólico, y no dio otra respuesta, Rodolfo mi- ró á la portera con menos repugnancia desde que esta manifestó un sentimiento de caridad hacia la familia miserable de las buhardillas. ¿Qué ofi- cio es el de ese obrero ? Lapidario de piedras fal- sas , y cobra por piezas... y se ha estropeado con tanto trabajar ; ya lo veréis... porque digan lo que quieran , un hombre no es mas que un hombre por mas que se desviva ¿ no es verdad ? Y cuando hay que ganar la pitanza para una familia de siete per- sonas , sin contar consigo mismo !... La hija ma- yor le ayuda también en lo que puede , pero á nada llega el trabajo de los dos. /Qué edad tiene esa hija I Diez y ocho años, y es linda como un sol; sirve de criada en casa de un viejo tacaño, y tan ri- co que puede comprar todo Paris : es un notario llamado Jaime Ferran. el señor Jaime Ferran? dijo Rodolfo sorprendido por esta nueva revelación, porque de este mismo notario , ó á lo menos de su ama de gobierno , debia obtener las noticias relati- vas á la Guillabaora: ¿es el mismo que vive en la calle de Sentier? volvió á preguntar. El mis- mo... ¿le conocéis? Es notario de la casa de co- mercio á que pertenezco.

Entonces debéis saber que es famoso usurero... pero fuera de eso es honrado y devoto; oye misa to- dos los domingos, celebra sus pascuas correspon- dientes y frecuenta mucho la confesión... no se roza mas que con clérigos, bebe el agua bendita

268 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

y devora la comunión... es un santo hecho y dere- cho... pero ¡ caramba I avaro también si los hay , y tan duro como un pedernal para mismo y pa- ra los demás. Hace ya diez y ocho meses que sirve con él la pobre Luisa , hija del lapidario, que es humilde como un cordero , pero trabaja como un caballo... y solo gana 18 francos de soldada , ni mas ni menos. La pobrecilla guarda 6 francos para sus menesteres y da lo restante á su familia. Siempre es alguna cosa : pero cuando hay siete personas á tirar'^de la hebra... Mas con el trabajo de su pa- dre, si es laborioso... ¡Si es laborioso! jamás se emborrachó en toda su vida, y tiene el genio de un salilo; estoy segura de que solo pediría á Dios por única recompensa de su vida arreglada el que niciese durar los dias cuarenta y ocho horas á fin de ganar un bocado mas de pan para su conejera. ¿Tan poco le produce &u trabajo ? Se atrasó mucho con una enfermedad que le tuvo en la cama tres meses; su mujer perdió también la salud coi- dándolo y se halla á los últimos en este momento. Durante los tres meses tuvieron que vivir con los 12 francos de Luisa , además de lo que sacaron del empeño de la ropa con la tia Quiromántica y de algunos escudos que les prestó la joyera para quien trabaja Morel. ¡Pero ocho personas! ahí está la mayor dificultad... ¡Y si vierais el agujero en que viven ! Vaya , no hablemos de eso ; hagamos aho- ra los honores á la comida que está convidando , y dejemos la tal zahúrda, que solo con pensar en ella se me viene el estómago á la boca. Por fortu- na el señor Brazo Rojo nos echará pronto de casa esa miseria... Aunque digo por fortuna , no se crea que la echo de soberbia ni que es por mala volun- tad ; sino porque debiendo ser desdichada la fami- lia de Morel , y no pudiendo socorrerla nosotros »

LA CASA DE LA CALLE DEL TEMPLO. 269

lo mismo gana con ser infeliz aquí que en otra parte: y para nosotros siempre es un dolor menos de co- razón.— ¿Pero á dónde irán si los echan de esta casa ? ¡Qué diantres yo ! ¿Cuánto ganará pordia ese pobre lapidario? Si no tuviese que cuidar á su madre, á su mujer y á los hijos, gana^ ria de 3 á 4 francos , porque es un león para el tra- bajo ; pero como pierde en la casa las dos terceras partes del tiempo , lo mas que ganará serán unos 40 sueldos. Es bien poco en efecto... ¡ pobre gen- te ! Tenéis razón en llamarles pobre gente... Pero hay en el mundo tantos pobres , que ya que nada podemos hacer por ellos debemos consolarnos de su aflicción y miseria... ¿no es verdad, Alfredo? Pero ya que hablamos de consuelo ¿ no diremos algo á vuestra botella de tapa larga? Franca- mente , madama Pipelet , lo que me habéis conta- do me oprimió el corazón: bebed á mi salud con el señor Pipelet. Mil gracias por vuestra ñneza dijo el portero: pero antes de todo ¿queréis ver vuestro cuarto ? De lindo gusto , y si me convie- ne cerraremos el ajuste.

Salió el portero de su antro y Rodolfo salió tras él,

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CAPITIILO XXIV.

LOS CUATRO PISOS.

La escalera húmeda y sin luz parecía mas oscu- ra en aquel dia de invierno. La entrada de ca- da uno de los cuartos tenia un aspecto parti- cular.. La puerta del comandante estaba recien pin- tada de un color oscuro jaspeado de vetas claras , la cerradura tenia un botón reluciente de cobre do- rado, y un elegante cordón de campanilla con borla de seda encarnada bacía un contraste singular con lo sucio y vetusto de las paredes.

La puerta del segundo piso , habitado por la usu- rera, ofrecía también un singular aspecto : un bnho disecado, pájaro en extremo simbólico y cabalísti- co , estaba clavado por las patas y por las alas so- bre el dintel , y un pequeño postigo con barras de hierro permitía reconocer antes de abrir á los que llamaban.

La habitación del empírico charlatán italiano , que al parecer ejercía un abominable oficio, se dis- tinguía también por su extraña apariencia. Leíase su nombre en letras formadas con dientes de caba- llo , clavados en una especie de cuadro de madera negra colgado en la puerta. El cordón de la campa- nilla, en lugar de tener el clásico remate de una pata de liebre ó de cabrito , estaba atado á una ma- no de mico disecada , cuyos dedos y articulaciones

J.ivai a iiiivut i

LOS CUATRO PISOS. 271

parecían los de la mano de un niño , y tenían el as- pecto mas repugnante y odioso.

En el momento en que Rodolfo pasaba por de- lante de esta puerta, que le pareció de siniestro agüero, creyó oir algunos sollozos sofocados ; y po- co después resonó en el silencio de la casa un grito doloroso , convulsivo , horrible y como arrancado del corazón.

Rodolfo se estremeció.

Por un movimiento impremeditado y mas rápido que el pensamiento , corrió hacia la puerta y tiró con vioíeneia del cordón de la campanilla.

¿ Qué es eso , caballero ? dijo el portero con sorpresa. Ese grito... dijo Rodolfo: ¿no ha- béis oido? Sí, señor. Es sin duda alguna perso- na á quien el señor Bradamanti está sacando una muela... ó acaso dos.

Esta explicación era verosímil , pero no satisfizo á Rodolfo. Aunque habia dado un violento tirón al cordel de la campanilla , nadie respondió por de pronto...

Oyóse el ruido que hicieron al cerrarse varias puertas; y luego vio Rodolfo confusamente por el vidrio de un tragaluz que habia detras de la puer- ta y en el cual tenia maquinalmente fija la vista , aparecer un rostro descarnado, pálido y cadavéri- co ; una selva de cabellos rojos y canosos corona- ban esta horrible cara , que terminaba en una bar- ba larga del mismo color qué la caballera. Esta vi- sión desapareció al cabo de un segundo.

Rodolfo quedó petrificado.

En el brevísimo tiempo que duró esta aparición, creyó reconocer algunas facciones características de la cara de aquel hombre. Los ojos verdes , que brillaban como el agua marina bajo dos grandes cejas erizadas, la palidez lívida, la nariz delgada.

*2T2 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

saliente y encorvada como pico de águila , y cuyas venlanas dilatadas dejaban ver una parte de la cavidad nasal , le trajeron á la memoria un cierto Polidori, cuyo nombre habia maldecido Murph durante su coloquio con el barón de Graün. Aunque Rodolfo no habia visto á Polidori de diez y seis ó diez y siete años á aquella parte , tenia sin embar- go mil razones para no olvidarse de él; pero lo que confundía sus recuerdos, lo que le hacia dudar de la identidad de estos dos personajes, era que el hombre á quien creia volver á encontrar bajo el nombre de aquel empírico de barba y cabellos rojos, era muy moreno. Si Rodolfo no estrañaba (suponiendo que sus sospechas fuesen fundadas) el ver á un hombre, cuyo raro talento y vasto saber le eran conocidos, reducido á tal punto de degracion y acaso de infa- mia, era porque sabia que aquella rara inteligencia y aquel vasto saber se aliaban con una perversidad tan profunda, con una conducta tan desordenada, con inclinaciones tan bajas y crapulosas, y espe- cialmente con un desprecio tan cínico y brutal de los hombres y^ de las cosas , que este hombre, redu- cido á una miseria merecida , podria y aun quizá deberia buscar los medios de subsistencia mas des- honrosos, y sentir una especie de satisfacción iróni- ca al ejercitar las eminentes dotes de entendimien- to y de ciencia que poseia en el empleo á que se habia dedicado. Pero repetimos que aunque se ha- bia separado de Polidori en la flor de su edad y que este debia tener entonces la edad del char- latán , habia entre ambos personajes una dife- rencia tan notable, que Rodolfo no podía persua- dirse de su identidad : sin embargo dijo á Mr. Pi- pelet: ¿Hace mucho tiempo que vive en esta casa el señor Bradamanti ? Hace cosa de un año... , un año ; vino por los alrededores de enero.

^Já

LOS CUATRO PISOS. 273

Es un inqiiilino completo, y me curó de un sobe- rano reumatismo.

Madama Pipelet me ha informado de ciertos rumores horrendos con respecto á él. ¿Os ha di- cho Pomona...? No temáis nada que soy discreto. Yo no creo ni creeré jamás esos rumores , por- que mi pudor se resiste á creerlos dijo ruboriza- do el portero subiendo delante de su nuevo inqui- lino al piso superior.

Determinado Rodolfo á aclarar sus dudas, cada vez mas y mas inclinado á interpretar de una ma- nera lúgubre el horrible grito que habia escucha- do, y haciendo firme proposito de asegurarse de la identidad de Polidori , cuya vecindad en la misma casa podia contrariar sus planes , fué subiendo tras el portero al piso superior en donde se hallaba el cuarto que quería alquilar.

La habitación de la señorita Alegría contigua á la suya , era fácil de conocer por una delicada ga- lantería del pintor enemigo mortal de Mr. Pipelet. Unos seis ú ocho amorcillos risueños , gordiflones y rubicundos, pintados con gusto y soltura, se agru- paban al rededor de una especie de velador y soste- nían alegóricamente, el uno un dedal, otro un par de tijeras , este una plancha , el de mas allá un espe- jillo de tocador, y en medio del velador sobre un fondo azul celeste se leia en letras color de rosa: La señorita Alegría, costurera. Rodeaba este cuadro una hermosa guirnalda que resaltaba sobre el fondo verdegay de la puerta de la habitación , la cual ha- cia un contraste singular con lo feo y oscuro de la escalera.

Rodolfo dijo señalando la puerta de la señorita Alegría , a riesgo de irritar las recientes heridas de Alfredo :

Esto es sin duda obra del señor Gabrion.

27i LOS MISTERIOS DE PAUIS,

señor; ha hecho la locura de hechar á perder la puerta con esa indecencia de chiquillos desnudos , que se le antojó llamar Amores. A no ser por los ruegos déla señorita Alegría, y por la debilidad del señor Brazo Rojo , ya hubiera yo raspado todo eso, lo mismo que aquella paleta rodeada de mons- truos , tan monlruos como el mismo autor que veis allí con un sombrero puntiagudo.

Efectivamente, en la puerta del cuarto que Ro- dolfo queria alquilar se veia una paleta rodeada de figuras estrañas y grotescas, cuya fantástica inven- ción hubiera hecho honor al mismo Callot.

Rodolfo entró con el portero en este cuarto que era bastante espacioso , estaba precedido por un pe- queño gabinete y recibía la luz por dos ventanas que daban á la calle del Templo. En la segunda puer- ta habia también algunas pinturas fantásticas que habían sido respetadas por Germán. Rodolfo tenia hartos motivos para no dejar de alquilar desde lue- go este cuarto , y así es que dando al portero la modesta suma de dos francos , le dijo :

Me agrada este cuarto y me conviene perfec- tamente: ahí tenéis la señal y mañana enviaré los muebles... pero cuidado, no borréis esa paleta, porque tiene un mérito singular... ¿no es verdad? ¡ Ah, caballero! en todas mis pesadillas me per- siguen esos monstruos con Cabrion á la cabeza... i contemplad el horror que me causarán!! Ya veo que es compañía poco agradable. Pero decidme, ¿será menester que yo vea al señor Brazo Rojo, ar- rendatario principal ? No señor , porque solo vie- ne aquí muy raras veces , y eso cuando tiene que hacer sus manganillas con la tia Quiroroántica. Conmigo es con quien debéis entenderos directa- mente, y para eso solo tendréis que decirme vues- tro nombre.

LOS CUATRO PISOS. 275

Rodolfo. ¿Rodolfo... de qué? Rodolío á secas, señor Pipelet. Eso esotra cosa , caballero; os lo he preguntado tan solo por curiosidad : los nombres y las voluntades son libres. Decidme, señor Pipelet ¿no deberé visitar mañana, como nue- vo vecino que soy de la casa , á la familia de Mo- rel , para ver si puedo servirla de algo ya que mi predecesor el señor Germán les socorria también con lo que podia ? No hay inconveniente , aun- que lo cierto es que de poco les servirá , porque van á salir de casa; pero siempre tendrán en ello una satisfacción : y en seguida exclamó de re- pente Mr. Pipelet como si le hubiese ocurrido una idea súbita y mirando á Rodolfo con un aire sutil y malicioso: ¡Ya entiendo , ya; eso es como si di- jéramos querer empezar á introduciros en la buena amistad de la vecinita del lado/ Yo cuento con que así sucederá. Nada tiene de particular, pues las gentes honradas se buscan y se encuentran sin novedad. Apostarla á que la señorita Alegría oyó que alguien habia subido á ver el cuarto , y en este momento se halla sin duda atisbando para vernos bajar. Yo haré ruido con la llave al cerrar la puer- ta ; mirad con cuidado á la suya al pasar por el descanso.

En efecto , Rodolfo observó que la puerta tan graciosamente adornada de Amores se hallaba algo entreabierta, y creyó distinguir por la estrecha abertura la punta de una pequeña nariz color de rosa y un grande ojo lleno de viveza y curiosidad : pero como detuvo algo el paso , la puerta se cerró de repente.

/ Cuando yo os decia que habia de estar ace- chando!...— dijo el portero ; y luego añadió: Con vuestro permiso, caballero... voy á subir á mi almacén.,. ¿Qué almacén? La puerta que veis

276 LOS MISTEBIOS DE PARÍS.

en el descansillo que hay á lo último de esta escala es la del Desván de Morel, y á un lado hay un agujero oscuro en donde meto mis cueros: el tabi- que está tan lleno de rendijas que cuando me hallo en mi agujero puedo verlos y oirlos como si estu- viese con ellos... Esto no es decir que yo trate nunca de espiarlos... j Dios me libre !... todo lo con- trario. Pero, con permiso, caballero; subo á bus- car un pedazo de becerro... Si gustáis ir bajando, luego llegaré á la portería.

Y Mr. Pipelet dio principio á una ascensión har- to peligrosa en su edad por la escala que conducia á los desvanes.

Echaba Rodolfo la última mirada á la puerta de la señorita Alegría pensando en que aquella joven, antigua compañera de la pobre Guillabaora, cono- cía sin duda la morada del hijo del Maestro de Es- cuela, cuando oyó que alguien salia del cuarto del charlatán en el piso inferior : conoció por los pa- sos que era una muger y distinguió el ruido leve de un vestido de seda. Rodolfo se detuvo por pru- dencia.

Luego que no oyó ruido alguno siguió bajando la escalera.

Al llegar al segundo piso vio un pañuelo en los últimos pasos de la escalera y lo recojió : este pa- ñuelo pertenecia sin duda á la persona que habia salido de la habitación de Bradaraanti. Acercóse Ro- dolfo á la estrecha ventana que daba luz al des- canso, miró con atención el pañuelo que estaba guarnecido con un magnífico encaje , y vio que en una de las puntas tenia bordadas las letras L. N. bajo una corona ducal.

El pañuelo estaba empapado en lágrimas.

El primer pensamiento de Rodolfo fué alcanzar á la pereoua que lo habia perdido para entregárselo,

LOS CUATRO PISOS. 277

mas reflexionó que este paso podia tener visos , en aquella circunstancia, de una curiosidad indiscreta: volvió á mirarlo y creyó hallarse de nuevo en vís- peras de una misteriosa y quizá siniestra aventura. Al llegar al cuarto de la portera la dijo:

¿No ha bajado ahora mismo una muger? No , caballero... Es una hermosa dama , alta, del- gada y cubierta con un velo negro: viene del cuar- to dcí señor Bradamanti... El Cojuelo habia ido á buscar un coche, y la señora se ha marchado en él... pero lo que se me hace extraño es que el bri- bón del chicuelo se puso en la zaga del carruage, sin duda para saber á dónde se dirige esa dama, porque es curioso como un mico y vivo como una centella , á pesar de su pata coja.

Por manera , di jo para Rodolfo , que el char-r latan sabrá el nombre y la morada de esa muger, si es cierto que ha mandado al Cojuelo que la si- guiese.

¿Qué tal, caballero; os gusta el cuarto? Muchísimo; ha quedado por y mañana enviaré los muebles. Bendita sea la hora en que habéis pasado por nuestra puerta, caballero. Tendremo.^ un buen inquilino mas. Así lo espero, madama Pipelet. Con que está convenido el que me servi- réis : mañana traerán los muebles , y yo vendré á ver como se colocan. Adiós, madama Pipelet.

Rodolfo salió.

El resultado de su visita ala casa de la calle del Templo fué de bastante importancia , así para la solución del enigma que deseaba descubrir como por lo que contribuiria á satisfacer la noble curio- sidad con que buscaba las ocasiones de hacer el bien é impedir el mal.

Los resultados fueron los siguientes:

La señorita Alegría sabia necesariemente la nuc-

2T8 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

va morada de Francisco Germán , hijo del Maestro de Escuela.

Una joven, que según todas las apariencias debía ser por desgracia la marquesa de Harville, habia dado al comandante una cita para el dia siguiente, la cual la perderia acaso para siempre... y bemos dicho ya que Rodolfo sentía el mas vivo interés por la tranquilidad y el honor del marqués de Har- ville, que parecian tan comprometidos.

Un artesano laborioso y su familia sumidos en la mas horrible miseria, iban á ser echados de la casa por Brazo Rojo;

Y por último Rodolfo habia descubierto involun- tariamente el hilo de una aventura, cuyos princi- pales autores eran el charlatán César Brailamanti (acaso Polidori) y una muger que parecía ser de la clase mas distinguida.

Además , la Lechuza reciensalida del hospital adonde habia ido después de la escena de la calle de las Viudas, tenia relaciones sospechosas con madama Quiromántica, la adivina y usurera que habitaba el segundo piso de la casa.

Satisfecho de su indagación se volvió á su casa de la calle de Plumet, dejando para el siguiente dia su visita al notario Jaime Ferran.

Hemos dicho ya que Rodolfo debia asistir aque- lla misma noche^ á un baile en la embajada de***-

Antes de seguir los pasos de nuestro héroe en esta nueva escursion , diremos algo de Tomas Sey- ton y de Sarah , personajes importantes en esta his- toria.

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CAPÍTULO XXV.

TOMAS Y SARAH.

Sarah Seyton, viuda del conde de Mac-Gregor, tenia entonces treinta y seis ó treinta y siete años, descendía de una familia ilustre de Escocia, y era hija de un baronet (a) que había vivido siempre en sus posesiones rurales. Guando salió de Escocia con su hermano Tomas Seyton deHalsburyálaedad dediez y siete años, era una joven de rara y perfecta hermosura. Una vieja híghlandesa (b) su nodriza, había exaltado hasta demencia con absurdas pre- dicciones los dos vicios capitales de Sarah, cuales eran el orgullo y la ambición , prometiéndola con increíble y acérrima convicción la suerte mas en- cumbrada en el porvenir. La joven escocesa llegó á creer firmemente en el destino soberano con que la vieja nodriza había halagado su orgullo, y desde entonces jamás dejó de acordarse, para corroborar su ambiciosa , de que una adivina había pro- nosticado también una corona á la hermosa é ilus- tre criolla, que fué reina por su bondady su gra- cia , como otras lo son por la grandeza y la ma- jestad.

(a) Baronet es el titulo hereditario inénos honorífico en Inglaterra: es iníerior al de barón y superior al de knight ( caballero).

(b) Se llama en Escocia hiqlandcrs Tmontañeses) á los h abilantei de la parte mas elevada y montuosa del país.

T. 1. 19

280 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Seyton, que era tan supersticioso como su her- mana, alentaba su vana esperanza y habia resuelto consagrar su vida á la realización del sueño des- lumbrador é insensato de Sarab. Sin embargo, ni uno ni otro eran bastante ciegos para creer rigo- rosamente en la predicción de la montañesa y para aspirar á un trono de primer orden, con exclu- sión de los cetros secundarios: de ninguna manera: la ambición de ambos se satisfaria y acabarian sus dias tranquilamente si la hermosa escocesa llegaba á ceñir su imperiosa frente con una corona sobe- rana. Con arreglo al Almanaque de Gotha para el año 1819, formó Seyton antes de salir de Esco- cia una especie de tabla sinóptica por orden de clases y edades , de todos los príncipes soberanos de Europa reinantes á la sazón y en disposición de casarse.

Aunque absurda la ambición de los dos her- manos, estaba libre de toda mancha de infamia. Seyton debia urdir con su hermana la trama con- yugal en que se prometía enredar á alguna testa coronada, tomando parle en todas las asechanzas é intrigas que pudiesen conducir á este resultado; pero antes hubiera muerto á í^arah que verla uni- da por el pmor á ningún príncipe, sin esperar con seguridad un casamiento reparador.

La especie de inventario matrimonial practicado por Tomas y Sarah con arreglo al Almanaque de Gotha, satisfizo á los dos completamente, pues hallaron en la Confedeíacion Germánica un co- pioso catálogo de príncipes jóvenes, herederos pre- suntivos del poder soberano. S'\y ton no ingnoraba la felicidad con que se hacia en Alemania el ca- samiento llamado de la mano izquierda , casamiento legítimo sin embargo, y al cual se resignaría en último caso solo por el engrandecimiento de su

TOMAS Y SARAH. 281

hermana. Así resueltos los dos, salieron para Ale- mania con objeto de dar principio á sus opera- ciones.

Si á alguno pareciesen improbables estos pla- nes insensatos, diremos que una ambición desen- frenada y exagerada por creencias supersticiosas, atiende poco á la razón de los íines que se pro- pone conseguir, y aspira casi siempre á lo impo- sible: ademas, si traemos á la memoria algunos hechos contemporáneos de esta clase, desde el ca- samiento desigual de algunos soberanos con sus subditas, hasta la odisea representada por miss Penélope con el príncipe de Capua, no podre- mos negar alguna probabilidad de buen éxito á ima- ginaciones como la de Seyton y de Sarah. Debe- mos añadir que esta unia á su maravillosa hermo- sura, al talento mas raro, y á todas las apariencias de un natural generoso, ardiente y apasionado, un aire seductor, tanto mas peligroso porque abri- gaba un espíritu indiferente, duro y maligno, un disimulo profundo y un carácter absoluto y obs- ünado.

Su organización física era tan falaz y traidora como su moral. Sus grandes ojos negros, ya lán- guidos ya llenos de fuego, podian fingir los ma- yores accesos de voluptuosidad... y sin embargo su corazón de hielo no sentia jamas la ardiente lla- ma del amor: nada podia sorprender el corazón ni los sentidos ni alterar el frió cálculo de esta mujer astuta, egoísta y ambiciosa. Por consejo de su hermano no quiso empezar desde luego sus empresas al llegar al continente, y resolvió que- darse algún tiempo en Paris con objeto de per- feccionar su educación y de suavizar su aspereza británica en una sociedad llena de elegancia, de seducción y de una libertad de buen gusto. Sarah

282 LOS MISTERIOS DE PARÍS

consiguió introducirse en la mejor sociedad con el ausilio de algunas cartas de recomendación, y bajo la protección de la embajadora de Inglaterra y del viejo marques de Harviile que habia conocido en Inglaterra al padre de Tomas y de Sarah.

Las personas falsas, frias y reflexivas adoptan con maravillosa prontitud el lenguaje y los mo- dales mas opuestos á su carácter; y como saben que son perdidas si llega á descubrirse su verda- dero fondo, adoptan necesariamente, por el mis- mo instinto de conservación de que están dotadas, un disfraz moral y se transforman con la pronti- tud de un cómico consumado... Así es que al cabo de seis meses de residencia en Paris Sarah hubiera podida competir con la parisiense mas llena de gracia y talento, por el encanto de su alegría, la aparente ingenuidad de su trato y la sencillez se- ductora de su mirar casto y apasionado.

Creyendo ya á su hermana suficientemente adies- trada] partió Seyton para Alemania provisto de buenas cartas de recomendación. El primer estado de la Confederación Germánica que se hallaba en el itinerario de Sarah era el gran ducado de Ge- rolstein, asi designado en el diplomático é infali- ble Ainianaque de Gotha para el año 1819 :

Genealogía de los soberanos de Europa y de sus familias.

(iGEROLSTEIN.

«Gran duque: Maximiliano-Rodolfo, en 10 de diciembre de 176i. Sucedió á su padre Carlos-Fe- DERico-RoDOLFO cn 21 de abril 1785. Viudo en

TOMAS Y SARAH. 283

enero de 1808, de Ll isa-A3ielia , hija de Juan- Augusto, príncipe de BuRGLEN.

«Hijo: Gustavo-Rodolfo, nacido en 17 de abril 1803.

«Madre: Gran duquesa Judith , viuda del gran duque Carlos-Feder ico-Rodolfo , en 21 de abril 1785))

Seyton habla inscrito con bastante juicio á la cabeza de su lista los mas jóvenes de los prínci- pes que deseaba tener por cuñados, creyendo que la juventnd era mas fácil de seducir que la edad madura. Ademas, los dos hermanos habian sido especialmente recomendados, como hemos indi- cado ya, al gran duque reinante de Gerolstein por el viejo marques de Harville, encantado co- mo todos de Sarah, cuya belleza é ingenuidad natural no se hartaba de admirar...

Inútil es decir que el heredero presuntivo del gran duque de Gerolstein era Gustavo-Rodolfo, el cual tenia apenas diez y siete ó diez y ocho años cuando Tomas y Sarah fueron presentados á su padre. La llegada de la joven escocesa ha sido un acontecimiento ruidoso en la corte alemana, tranquila, seria y patriarcal. El gran duque era el mejor de los hombres y gorbernaba sus Esta- dos con firmeza, sabiduría y bondad paternal, de suerte que en ningún país del mundo se po- dría hallar una felicidad mas positiva que en su principado, cuya población laboriosa, grave, so- bria y religiosa representaba el verdadero tipo ideal del carácter alemán. Gozaban aquellos habitantes de una felicidad tan profunda, y vivian tan sa- tisfechos de su envidiable condición, que el gran duque habia tenido que recurrir muy poco á su ilustrado desvelo para preservarlos de la manía

28i LOS MISTERIOS DE PARÍS.

epidémica de las innovaciones constitucionales. Con respecto á los descubrimientos modernos y á las ideas prácticas que podían ejercer alguna influen- cia saludable en el bienestar y en la moralización de su pueblo, el gran duque los conocía y los aplicaba, pues sus delegados cerca de las diversas potencias de Europa apenas tenian otra misión que la de informar á su señor del progreso de las ciencias y de las artes, bajo el punto de vista de pública utilidad.

Hemos dicho ya que el gran duque profesaba un tierno afecto y un agradecimiento sin límites al viejo marques de Harville , el cual le habia hecho imponderables servicios en 1815; y así es que á beneficio de la poderosa recomendación del marques, Sarah Seyton de Halsbury y su hermano fueron recibidos con extraordinaria distinción en la corte de Gerolstein. Quince dias después de su llegada la joven escocesa habia penetrado con su profundo talento observador el carácter firme, leal y generoso del gran duque: y antes de se- ducir al hijo, de lo cual no tenia la menor duda, resolvió prudentemente asegurarse del afecto del padre. A pesar de que este amaba tiernamente á su hijo, Sarah se convenció muy pronto de que el gran duque no prescindiría jamás de ciertos prin- cipios ni de las ideas que tenia acerca del deber de los príncipes, y que por consiguiente jamas consentiría en lo que miraba como una alianza tan desigual para la categoría de su hijo. Vio se- gún esto que un hombre de temple tan enérgico y que solo es afectuoso y bueno porque es firme y vigoroso, no cede jamas un punto de lo que se persuade que deroga su conciencia, su razón ó su dignidad.

Sarah estuvo á punto de renunciar á su empresa

TOMASYSARAH. 285

viendo los inconvenientes casi imposibles que se ofre- cian; pero al reflexionar que Rodolfo era muy jo- ven , y que todos elogiaban la dulzura , la bondad y la timidez de su carácter, creyólo débil é irresoluto y persistió de nuevo en su atrevido proyecto.

Su conducta y la de su hermano fueron en esta ocasión una obra maestra de habilidad y sutileza.

La joven er,cocesa consiguió atraerse el afecto de todos y en particular el de las mismas personas que pudieran envidiar su extraordinario mérito; y tíngiendo una sencillez modesta, evitó la alarma que deberían excitar sus gracias y su belleza. Por tales medios llegó en muy breve tiempo á ser el ído- lo no solo del gran duque , sino también de su ma- dre la gran duquesa viuda Judith, que á pesar de sus noventa anos amaba con ternura los encantos y la belleza de la juventud.

Varias veces intentaron salir de la corte Sarah y su hermano; pero el soberano de Gerolstein no qui- so jamas permitirlo, y para asegurarse de la per- manencia délos dos escoceses suplicó al baronet Seyton de Halsbury que aceptase el empleo , va- cante á la sazón, de primer escudero, y á Sarah que no abandonase á la gran duquesa Judith, que no podría ya vivir sin ella.

Los ruegos del gran duque triunfaron por último de la simulada determinación de Sarah y de To- mas, quienes aceptaron la brillante proposición y se establecieron en la corte de Gerolstein un mes después de su llegada.

Sarah , que conocia perfectamente la música y sabia la afición que profesaba la gran duquesa á las antiguas obras de este arte, y especialmente á las de Gluck , esludió á fondo las de aquel ilustre profesor , y cautivó mas y mas el afecto de la an- ciana princesa con la paciencia inagotable y la

286 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

extraordinaria perfección con que cantaba aque- llas piezas antiguas llenas de sencillez y de expre- sión.

Seyton desempeñó también su destino con la mayor aptitud. Conocía perfectamente la equita- ción , era firme y ordenado en sus disposiciones, y así es que transformó completamente en breve tiempo el servicio de las caballerizas del gran du- que, desorganizadas basta entonces por la negli- gencia y la rutina.

Desde aquel dia fueron los dos hermanos el ob- jeto principal del afecto y de los obsequios de la corte, porque la predilección del príncipe lleva siempre consigo la estimación de los subditos. Sa- rah necesitaba ademas echar mano de toda su há- bil seducción para ganar muchos partidarios, si habia de llevar á cabo sus proyectos. Su hipocre- sía, revestida con las formas mas seductoras, cau- tivó fácilmente á aquellos nobles alemanes , y el afecto general aumentó la excesiva benevolencia del gran duque.

Esta era la encumbrada situación de los dos her- manos en la corte de Gerolstein , sin que nadie hubiese podido imaginar su designio con respecto á Rodolfo. Por una feliz casualidad habia salido es- te de la capital pocos dias antes de la llegada de Sarah, con objeto de pasar una revista militar acompañado de un edecán y de su fiel Mnrph; au- sencia muy favorable á los proyectos de Sarah, pues le permitió disponer á su salvo los hilos de la trama sin que lo estorbase la presencia del prínci- pe, cuya admiración hubiera disperlado acaso las sospechas del gran duque. Al contrario, en la au- sencia de su hijo ni remotamente sospechaba que habia dispensado su intimidad á una joven de rara hermosura , la cual sabia hacer alarde de sus gra-

TOIffAS Y SARAH. 287

cias seductoras é incomparables delante de Rodol- fo á todos los momentos del dia.

Sarah no agradeció interiormente la tierna y generosa acogida y la noble confianza que le Labia dispensado la familia soberana de Gerols- teio.

Sabian los dos hermanos que debian introducir el luto y la discordia en aquella corte tranquila y feliz, mas no por eso desistieron un punto de sus desig- nios. Calculaban con sangre fría el resultado pro- bable de la cruel división que iban á sembrar entre un padre y un hijo, que habían vivido tan cor- dialmente unidos.

Diremos ahora algunas palabras sobre los pri- meros años de Rodolfo. Como su complexión era bastante débil en la infancia , su padre hizo para el extraño raciocinio siguiente :

« Los nobles rurales de Inglaterra se distinguen generalmente por su robustez y salud. Estas ven- tajas se deben en gran manera á su educación física, que es sencilla, ruda y agreste, y contribuye por lo mismo á desarrollar su vigor. Voy á sacar á Ro- dolfo del poder de las mujeres ; y aunque su tem- peramento es delicado, puede ser que acostumbrán- dose á vivir como el hijo de un hacendado rural inglés ( salvo algunos cuidados que se tendrán con él), se consiga fortalecer su endeble constitu- ción. »

Hizo pues el gran duque venir de Inglaterra un hombre digno y capaz de dirigir esta clase de edu- cación física , y sir Gualterio Murph , atletico ejem- plar de los caballeros rurales del condado de York fué la persona encargada de tan importante misión. La dirección que dio á la enseñanza del príncipe fué en todo conforme á las miras del gran duque.

28S LOS :\;isTF,Rios de parís.

Murph y su discípulo habitaron por espacio de al- gunos años una quinta rodeada de campos y, de bosques á pocas leguas de la "ciudad de Gerolstein y en la situación mas pintoresca y saludable. Ro- dolfo, libre de toda etiqueta y sin dedicarse mas que á trabajos agrícolas proporcionados á su edad, hacia una vida sobria y varonil, y su único placer y distracción eran los ejercicios violentos, la lucha, el pugilato, la equitación y la caza. Con el aire puro de los campos y de los montes y bosques se trasformó su naturaleza y creció como una encina vigorosa : su palidez enfermiza dio lugar al brillante color de la salud , y aunque siempre fué esbelto y delgado , no por esto dejaba de vencer las mayo- res fatigas. La destreza , la energía y el valor su- plieron en él la falta de potencia muscular, y así es que á la edad de quince años podia luchar victo- riosamenie con jóvenes de mucha mas edad que él.

Su educación científica seresentia necesariamen- te de la preferencia dada á la educación física: Ro- dolfo sabia muj poco, pero el gran duque pensa- ba con razón que para exigir mucho del espíritu es preciso que este se halle sostenido por una bue- na organización física. Las facultades intelectuales, aunque fecundadas algo mas tarde por la instruc- ción, ofrecen de este modo resultados mas prontos.

El buen Gualterio Murph no era un sabio , y así es que solo pudo comunicar á su discípulo los cono- cimientos primarios ; pero nadie mejor que él po- día inspirar á Rodolfo el sentimiento de lo justo, leal y generoso, ni infundirle mas horror hacia la bajeza, la infamia y la cobardía... Esta aversión y esta admiración tan enérgica se arraigaron pa- ra siempre en el alma de Rodolfo ; y aunque mas adelante conmovió violentamente estos principios de la tempestad de las pasiones , no pudo sin embar-

. TOMÁS Y SARAH. 289

go arrancarlos del corazón... El rayo hiere y des- troza el tronco de un árbol profundamente arraiga- do ; pero la savia no deja por eso de nutrir sus rai- ces , y mil ramas frondosas vuelven á brotar del mismo tronco que parecia seco y aniquilado.

Rodolfo debió pues á Murph, por decirlo así , la salud del cuerpo y la del alma, pues á tanto equi- valb su robustez, su valor, su agilidad, y el amor á lo bueno y la aversión á lo malo que habia con- seguido inspirarle su maestro. Luego que Murph terminó de un modo tan admirable su tarea, tu- vo que volver á Inglaterra para el arreglo de gra- ves intereses, y dejó por algún tiempo la Alemania con sumo disgusto de Rodolfo que le amaba tierna- mente.

Asegurado ya el gran duque de la salud de Rodol- fo, pensó seriamente en la instrucción de su querido hijo. Un cierto doctor llamado César Polidori , filoso fo de gran reputación, médico distinguido, historia- dor erudito, y hombre versado en las ciencias exac- tas y físicas , obtuvo el encargo de cultivar el sue- lo v rgen y fecundo, tan bien preparado por Murph.

La elección del gran duque fué muy desgraciada en esta ocasión , ó por mejor decir fué cruelmente engañado por la persona que le presentó al doctor y lo hizo aceptar como preceptor del joven prin- cipe.

El doctor Polidori era sin duda el Mentor mas detestable que pudiera hallarse para dirigir la ins- trucción de un joven. Impío, traidor, hipócrita, lle- no de astucia y sutileza , ocultaba estos vicios y el escepticismo é inmoralidad mas espantosos bajo una máscara de austeridad filosófica : conocía profunda- mente á los hombres, ó por mejor decir solo habia estudiado las flaquezas y las pasiones mas degradan- tes de la humanidad.

290 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Dejó Rodolfo con dolor la vida independiente y animada que hasta entonces habia hecho al la- do de Murph , para ir á sepultarse entre los libros y someterse al ceremonial de la corte de su padre. Como era natural concibiódesde luego una profunda aversión hacia el doctor. Cuando Murph se separó de su discípulo le comparó con un potro sin domar lleno de fuego y de soltura, sacado de los campos en donde vivia libre y gozoso, para sujetarle al freno y á la espuela y enseñarle á contener el ím- petu de su fuerza , que solo habia entonces en cor- rer y saltar á su alvedrío.

Rodolfo declaró desde luego á Polidori que no sentía la menor inclinación al estudio, que mas bien necesitaba ejercitar los brazos y las piernas, respirar el aire libre del campo, correr por los mon- tes y quebradas, y que una buena escopeta y un buen caballo le parecian preferibles á los mejores libros del mundo.

El doctor esperaba hallar en el príncipe esta an- tipatía, y fué tanto mayor su satisfacción al descu- brirla, porque abrigaba miras tan ambiciosas como las de Sarah aunque de distinto género. A pesar de que el gran ducado de Gerolstein no era mas que un estado de orden inferior , Polidori se habia pro- puesto ser en él un segundo Richelieu , y prepa- rar á Rodolfo para la categoría de los príncipes ociosos. Mas deseando sobre todo hacerse agradable á su discípulo y borrar á Murph de su memoria á fuerza de obsequios y condescendencias, ocultó al gran duque la repugnancia que manifestaba el prín- cipe al estudio, elogió su aplicación y sus grandes progresos , y á beneficio de algunas preguntas con- certadas de antemano con Rodolfo, pero que pare- cian improvisadas, entretuvo al gran duque (que

TOMAS Y SARAH. 291

á la verdad no era muy letrado ) en su ceguedad y confianza.

El desvío que el doctor habia inspirado á Ro- dolfo en un principio, se fué convirtiendo gradual- mente en una familiaridad caballerosa por parte del príncipe, muy diferente de la seria y afectuosa adhesión que profesaba á Murph; y así es que se halló insensiblemente ligado á Polidori , aunque por causas inocentes, por los mismos lazos que unen á dos cómplices. Rodolfo debia despreciar tarde ó temprano á un hombre del carácter y de la edad del doctor, quementia indignamente para encubrir la pereza de su discípulo. Polidori lo sa- bia : pero sabia también que si no se deja inme- diatamente la compañía de seres corrompidos, es fácil acostumbrarse á su modo de pensar y á ver sin indignación expuestos á la infamia y al escar- nio los mismos objetos que merecían antes nuestra admiración.

Ademas, era el doctor demasiado diestro para combatir de frente ciertas convicciones nobles de Rodolfo, que eran el fruto de la educación de Murph. Después de burlarse á su sabor de los gro- seros y vulgares pasatiempos en que su discípulo habia invertido los primeros años de su juventud, dispertaba el doctor, con un aire fingido de auste- ridad , la curiosidad del príncipe, é inflamaba su imaginación pintándole con vivos y exagerados co- lores los placeres y la galantería que habían ilm- trado los reinados de Luis XIV , del Regente, y so- bre todo de Luis XV , que era el verdadero héroe de Polidori. Aseguraba al inocente joven, el cual le escuchaba con funesta atención , que la voluptuosi- dad mas excesiva, lejos de desmoralizar á un prín- cipe de ánimo elevado, le hacia mas clemente y generoso, por la simple razón de que nada predis-

292 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

pone tanto las almas generosas para el amor y la benevolencia como la felicidad. Luis XV el Muy Amado era según él una prueba irrecusable de este aserto. «Y ademas (anadia el doctor) /cuántos hombres grandes de la antigüedad y de los tiempos modernos no se han consagrado al epicurismo, des- de Alcibiades, Marco Antonio y César, hasta Mau- ricio de Sajonia , Conde y Vandoma ! ! ! » Tales co- loquios debian hacer un espantoso estrago en el al- ma \argen y fogosa del príncipe; mas no fiándose el inicuo doctor en la autoridad de su palabra, tra- ducía con elocuencia á su discípulo las odas en que Horacio exalta con espléndido ingenio y coneí en- canto mas seductor las delicias de una vida consa- grada enteramente al amor y á la sensualidad mas exquisita.

Finalmente, el gozar siempre y gozar de todo era, según el doctor, glorificar á Dios en la mag- nificencia de sus obras y en la eternidad de sus dones.

Estas teorías produjeron su fruto natural.

En medio de aquella corte metódica , virtuosa y acostumbrada por el ejemplo del soberano á los placeres lícitos y diversiones inocentes , Rodolfo pervertido por su maestro pensaba sin cesar en las noches deliciosas de Versalles , en las orgías de Choisy,en la voluptuosidad del Parque de los Ciervos, y aun imaginaba de cuando en cuando al- guna aventura amorosa. El doctor no se babia ol- vidado de demostrar á Rodolfo que un príncipe de la Confederación Germánica no podia tener mas pretensiones militares que la de enviar su contin- gente á la Dieta , y que ademas el espíritu del dia no era un espíritu guerrero. Pasar deliciosa y blan- damente las horas en medio de mugeres y del es- plendor del lujo; variar alternativamente de la

TOMASY SARAH. 393

embriaguez de los placeres sensuales á las delicio- sas recreaciones del arle; buscar á veces en la ca- za, no conno un adusto Nimrod , sino como un sa- bio epicuriano, las fatigas transitorias que doblan el encanto déla pereza y de la negligencia... tal era , según el doctor , la única vida posible de un príncipe, que bailase un primer ministro capaz de consagrarse con ardor á la grave y enojosa tarea de dirigir las riendas del Estado.

Rodolfo, al entregarse á suposiciones que nada tenian de criminales, porque nosalian del círculo de las probabilidades fatales , se babia propuesto adoptar, cuando Dios llamase á juicio á su padre, la vida que Polidori le pintaba con tan vivos y ale- gres colores , y babia resuelto hacer su primer ministro á este bombre cuyo saber y talento cauti- vaban su admiración , y cuya ciega complacencia babia llegado á agradarle.

Seria inútil decir que el príncipe guardó el mas profundo secreto acerca de la esperanza que abri- gaba.

Sabiendo Rodolfo que los béroes predilectos de su padre eran Gustavo Adolfo, Carlos XII y el gran Federico, (Maximiliano Rodolfo tenia el honor de pertenecer á la casa real de Erandeburgo ) , creia con razón que el gran duque, que tanta admiración profesaba al carácter guerrero de aquellos reyes soldados, que jamas se quitaban las bolas ni las espuelas, miraria como perdido á su hijo si lo cre- yese capaz de sustituir en su corle la gravedad tu- desca con las costumbres desembarazadas y licen- ciosas del tiempo de la Regencia. Pas¿íronse de este modo diez y ocho meses.

Murph volvió de Inglaterra al cabo de este tiem- po y lloró de gozo al abrazar á su antiguo discípulo Pasados algunos dias conoció el caballero inglés

29Í LOS MISTERIOS DE PARÍS.

la reserva j frialdad de Rodolfo y la ironía con que le hablaba de la vida ruda j agreste que habian hecho en el campo, sin poder descubrir el motivo de un cambio que tan profundamente le afligía. Se- guro de la bondad natural del príncipe v llevado por un secreto presentimiento, creyó enfin que lo babia pervertido la perniciosa influencia del doctor Polidori, á quien aborrecia por instinto y á quien se propuso observar con el mayor cuidado. Este vio también con zozobra el regreso de Murpb, cuya franqueza, penetración y sano entendimiento te- mía y se fijó desde luego en el pensamiento de perderlo en el animo del príncipe. En esta mis- ma época fueron recibidos Se j ton y Sarah en la cor- te de Gerolstein con suma distinción , y Rodolfo ^a- lió también entonces como llevamos dicho, á hacer una escursion en los Estados de su padre acompaña- do de Murph.

El doctor no estuvo ocioso durante este viaje. Cualquiera diría que los intrigantes se conocen mutuamente por ciertos signos misteriosos, y que se observan de este modo hasta que un interés en- contrado ó común los induce á establecer entre una alianza ó una hostilidad declarada. Algunos dias después de la llegada de Sejton y su her- mana á la corte del gran duque, Polidori habia trabado ya estrechas relaciones con el escocés. El doctor confesaba con detestable cinismo que sentía una inclinación natural y casi involunta- ria hacia los hombres intrigantes, perversos y malvados, y decia que sin haber adivinado posi- tivamente el objeto á que se dirijian Sarah y su hermano, les habia declarado una simpatía dema- siado vehemente para dejar de creer que trajesen entre manos algún proyecto diabólico. Algunas preguntas de Sarah sobre el carácter y anteceden-

TOMAS Y SARAH. 295

tes de Rodolfo, preguntas sin objeto para un hom- bre menos sutil que el doctor, le revelaron la in- tención de los dos hermanos; y lo que únicamente se le ocultó, fué el que las miras de la joven es- cocesa fuesen tan honestas y elevadas. El doctor consideró pues la llegada de esta hermosa joven como un aconlecimienlo afortunado; porque infla- mada la imaginación de Rodolfo con amorosas qui- meras, Sarah debia ser la realidad encantadora de sus voluptuosos sueños, y ejerceria indudablemente una influencia, supremaen un corazón subyugado por el primer amor. Dirigir y utilizar esta influencia , y servirse de ella para perder á Murph, ha sido desde entonces el mas íirme conato de Polidori. Como hábil especulador hizo conocer á los dos am- biciosos exlrangeros la necesidad de contar con él, pues era el único responsable ante el gran duque de la vida privada del príncipe su hijo.

Sarah y su hermano comprendieron sin diQcul- tad el ánimo del doctor, aunque no habian reve- lado á este su oculto disignio; y cuando volvió Ro- dolfo, unidos los tres por un interés común, se habian ligado tácitamente contra el ^í/ií¿re, á quien tenian por el enemigo mas formidable.

Sucedió pues lo que debia suceder.

Rodolfo á su regreso se enamoró ciegamente de Sarah; á quien tenia que ver todos los dias. Sarah le declaró que correspondía á su amor, aunque preveía que este amor debia ocasionar grandes y violentos disgustos, y que no podrian ser jamas felices porque los separaba una falal distancia. Según esto encomendó á Rodolfo la mas profunda reserva á fin de no dispertar las sospechas del gran duque, el cual seria inexorable y los pri varia de la única dicha á que podían aspirar, cual era la

T.I. 2J

296 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

de verse á todas horas. Rodolfo prometió ocultar su pasión é imitó el disimulo de la ambiciosa ex- tranjera, la cual tenia demasiada confianza en misma para comprometerse ni revelar con ningún ademan su provecto á los ojos de la corte; por manera que todos ignoraron el amoroso secreto du- rante algún tiempo. Mas luego que vieron los dos hermanos que habia llegado á su colmo la pasión desenfrenada del príncipe, que la exaltación de su amor se hacia por instantes mas dificil de conte- ner, amenazando por consiguiente descubrir todo el secreto, se decidieron por fin á dar el gran paso que tenian meditado. Así es que persuadido Sey- ton de que el carácter del doctor le disponía á aH- mitir favorablemente toda proposición que lle- vase el sello de la moralidad , le declaró que era ya indispensable unir á Rodolfo con Sarah por el ma- trimonio ; añadiendo que en caso contrario saldría inmediatamente de Gerobtein; que Sarah corres- pondía al amor del príncipe, mas que preferíala muerte á la deshonra , y que solo podi-ia determi- narse á ser la esposa de S. A.

Esta proposición llenó de estupor á Polidori, pues jamás habia imaginado que llegase á tanto la audacia y la ambición de Sarah. Parecíale im- posible un casamiento tan rodeado de incon- venientes y peligros sin número, y dijo fran- camente á Seyton las razones que tenia para creer que el gran duque no consentirla jamás en tal unión. Seyton admitió la importancia de estas ra- zones; mas propuso como termino medio que po- dría conciliario- todo, un casamiento secreto que no se publicarla hasta el fallecimiento del gran duque reinante. Observó que Sarah pertenecía á una familia noble y antigua : y que esta unión no carecía de ejemplares y antecedentes. Propuso

TOMAS Y SARAH. 29T

conceder al príncipe ocho días para que se decidiese, pues habia determinado sacar á su her- mana de la horrible incertidumbre en que se ha- llaba, y si era necesario renunciar al amor de Ro- dolfo, lomaría inmediatamente esta dolorosa reso- lución.

No duró mucho la perplejidad del doctor luego que conoció la intención de Sarah. Tres medios se le ocurrieron para salir del paso; á saber:

Descubrir al gran duque el proyecto de matri- monio; desengañar á Rodolfo de las intrigas y maniobras de Tomas y de Sarah; ó bien prestar todo el auxilio posible á este casamiento.

Pero advertir al gran duque, seria enajenarse para siempre la voluntad del heredero inmediato de su corona: desengañar á Rodolfo de las miras interesadas de Sarah, era exponerse á ser tratado por el príncipe del modo que tratan siempre los enamorados á los que tienen en poco el objeto de su pasión: y adem; s la vanidad y el corazón del príncipe se resentirían de un modo peligroso para el doctor, al saber por este que sus títulos y su so- beranía eran la causa única de las demostracio- nes apasionadas de Sarah.

Por el contrario, prestando su apoyo á este en- lace, se unía á Rodolfo con los lazos de la gra- titud mas profunda, óá ¡o menos por la manco- munidad de un acto peligroso. No dudaba que todo podia descubrirse y que en tal caso se es- pondría á la cólera del gran duque; pero una vez consumado el matrimonio, la unión sería válida, la tempestad se disiparía , y el futuro soberano de Gerolstein se hallaría tanto mas ligado á Polidoriy cuanto mayores fuesen los peligios á que este se iiabria expuesto por servirle. Reflexionó con ma- durez sobre estas alternativas, y se decidió por

298 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Último á servir á Sarah , aunque con la restricción de que hablaremos mas adelante. El amor ciego de Rodolfo tocaba ya el último grado de vehemen- cia: exasperado por la contariedad y cada vez mas seducido por la habilísima escocesa, que fingia sufrir con menos resignación que él los inconve- nientes insuperables que el honor y el deber opo- nían á su felicidad, sin duda no hubiera tardado muchos dias en hacer público alarde de su ciega pasión.

Así es que cuando el doctor le propuso el que alejase para siempre de aquella beldad irresisti- ble , ó que se determinase á poseerla por medio de un matrimonio secreto, Rodolíb echó los brazos al cuello de Polidori, le llamó su salvador, su padre y su mejor amigo , y se hubiera casado en aquel instante si hubiese tenido á mano un templo y un sacerdote.

El doctor se encargó, como era de esperar, de arreglarlo todo.

Buscó un párraco y testigos, y la unión se cele- bró en secreto (teniendo Seyton el mayor cuidado de que se ejecutasen escrupulosamente todas las formalidades i durante la ausencia que hizo el gran duque de la corle para asistir á una confe- rencia de la Diííta germánica. De este modo que- dó realizado el pronóstico de la montañesa de Es- cocia : Sarah se casó con el heredero de una co- rona.

Sin apagar el fuego de su amor , la posesión hizo á Rodolfo mas circunspecto y calmó la violencia que hubiera podido comprometer el secreto de su pasión. Arreglaron de tal manera su conducta los dos jóvenes, protegidos ademas por el cuidado de Seyton y del doctor , que nadie pudo conocer la in- timidad de sus relaciones.

TOMAS Y SAKAH. 299

Un suceso esperado por Sarah con impaciencia, convirtió muy pronlo esta calma en una tempes- tad: Sarah conoció que era madre... Y entonces fué cuando descubrió á Rodolfo el fondo de sus pretensiones, que llenaron al príncipe de sorpresa y de asombro. Le declaró derramando un copioso y fingido llanto , que no podia -ioportar la opresión- en que vivía, tanto mas insufrible en la situación en que se hallaba. Dijo con firme resolución al príncipe (]u(i í'u tales circunstancias era inevitable el revelar al gran duque todo el secreto, á quien debia Sarah el mas tierno cariño, lo mismo que á la gran dutjuesa viuda. Añadió que sin duda se in- dignaría al f>rincipio , pero que amaba tan ciega- mente á su hijo, y que ella (Sarah) tenia tal con- fianza en el aferlo que la profesaba el gran du- que , qu(í no dudaba que el enojo paternal se disi- paría poco á poco, y que tendría entonces en la corte de Gorolsleín la consideración que la corres- pondía como madre que iba á ser de un hijo del heredero inmediato del gran duque. Soy vuestra esposa ante Dios y los hombres le dí'o. Dentro de poco tiempo no podré ocultar el estado en que me hallo, y no quiero avergonzarme de una situa- ción que tanto me lisonjea , y de la cual puedo glo- riarme á la faz de todo el mundo.

La paternidad había doblado el amor (¡ue Ro- dolfo profesaba á Sarah, y así es que el deseo de acceder á lo que le pedia , por un lado, y por otro el temor de irritar á su padre, introdujeron en su espíritu la inqtiietud mas espantosa. Seylon apo- yaba la resolución de su hermana. El matrimo- nio es indisoluble decia íi su regio cuñado. Todo lo que puede hacer el gran du(jue es dester- raros de la corte, á vos y á vuestra esposa: pero os ama demasiado para tomar esta medida, y se re-

300 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

solverá á tolerar lo que no está ya en su mano im- pedir

Estas razones eran muy justas, pero no calmaron la ansiedad de Rodolfo. Por aquel tiempo tuvo que visitar Seyton por orden del gran duque varias ye- guadas de Auslria, y en esta espedicion debía in- vertir unos quince dias: salió pues, á pesar suyo, en el momento mas crítico para su hermana. Ésta sintió su partida, al paso que no dejó de creerla oportuna, pues aunque la privaba de los consejos de una persona tan allegada, ponia á salvo á su hermano de la cólera del gran duque. Convíno- se pues con Seyton para iníbrmarlo de todo lo que ocurriese por medio de una correspondencia diaria que debían seguir en ciertas cifras, cuya clave tendría también Polidori. Esta precaución da á entender que Sarah tenia que comunicar á su hermano algo mas (¡ue los secretos de su amor á Rodolfo. En efecto, la pasión (|ue se ha- bía encendido en el corazón del príncipe, no se había comunicado al pecho glacial de esta mu- jer egoísta , fría y ambiciosa : la maternidad solo ha sido para ella un nuevo medio de asegurar su influencia con Rodolfo, y no inspiró á su alma de bronce el menor sen miento de ternura. La juven- tud, el amor vehemente, la inexperiencia de un príncipe que apenas había salido de la infancia y á quien había enredado pérfidamente en un laberinto de dificultades, no inspiraron el menor interesa esta mujer egoísta , que en sus comuniciones secre- tas con Seyton se quejaba desdeñosa y amarga- mente de la debilidad de un adolescente, que tem- blaba delante del príncipe mas decrépito de Ale- mania, fhl cual parecía que se habia olvidado la muertel Finalmente, esta correspondencia de los dos hermanos revelaba su egoísmo interesado, sus cal-

TOMAS Y SARAH. 301

oulos ambiciosos, su impaciencia... acaso uncona-^ to de homicidio, y manifestaba la trama infernal que habia tenido por resultado el casamiento de Ro- dolfo. Polidori, por cuya mano pasaba esta cor- respondencia , interceptó una de las cartas de Sa- rah á su hermano : mas adelante diremos el obje- to de este paso.

A lobunos dias después de la partida de Seyton se hallaba Sarah en una tertulia de corte de la gran duquesa viuda, y muchas de las damas concurren- tes la miraban con sorpresa y hablaban bajo entre sí; circunstancia que no dejó de observarla gran duquesa Judith, que á pesar de sus noventa años tenia muy espertos los sentidos. Llamó á una de las damas de su servicio, y supo de este modo que todos hallaban menos esbelteza y soltura que de costum- bre en el cuerpo de la señorita Sarah Seyton de Halsbury. La anciana princesa adoraba de tal modo íi su protegida, que hubiera respondido ante Dios de su virtud; é indignada por la malignidad de tan injuriosas sos|)echas , hizo un movimiento de hom- bros, y dijo en voz alta que se oyó del uno al otro extremo de la sala : ¡ Sarah , acercaos , hija mia !

Sarah se levantó.

Tuvo que atravesar todo el salón para acercarse á la princesa , que con la m?jor intención queria confundir con este solo hecho á los calumniadores, probándoles que el talle de su protejida no habia perdido un ápice de su finura y gentileza. Pero ;ah/ la enemiga mas pérfida de Sarah no hubiera dis- currido en daño de esta lo que discurrió la exce- lente princesa. Cuando su protejida cruzó la sala fué necesario todo el respeto que inspiraba la gran du- quesa Judith, para que no se levantase un murmu- llo de sorpresa y de indignación. Las personas mi>-

302 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

nos perspicaces notaron lo que Sarah no quería ya ocultar, aunque la seria fácil disimular aun el esta- do en que se hallaba; pero la ambiosa joven quería hacer de él la mas clara ostentación , á fin de obli- gar á Rodolfo á que declarase su malrinionio.

La gran duquesa no dio sin embargo crédito á la evidencia que tenia ante sus ojos, y dijo á Sarah en voz baja: Querida mia, venís horriblemente vestida... vos que tenéis una cintura tan fina... Va- mos, estáis desconocida esta noche.

Mas adelante referiremos las consecuencias de es- te descubiimiento, que produjo grandes y terribles sucesos. Pero diremos ahora lo que acaso habrá adi- vinado ya el lector... á saber , que Flor de Maria era el fruto del matrimonio secreto de Rodolfo y de Sa- rah , y que ambos creían muerta á su bija.

No habrá olvidado el lector que Rodolfo, des- pués de haber estado en la casa de la c?-lle del Tem- plo, volvió á la suya , y que aquella misma noche debia asistir al baile que daba la embajadora de***. Seguiremos en este baile á S. A. R, el gran duque de Gerolstein , Gustavo Kodolfo , que viajaba en Francia con el título de conde de Duren,

FIN DEL TOMO PRLMKRO.

NOTAS DEL PRIMER CAPULLO

1 Ponl-au- Chanfle, nombre derivado do los canibislas que hubo en otro tiempo íi uno y otro lado del puente , y cu- yas casas I'ueron demolidas en 1788. Une este puente la Ci- té con el muelle de \a Megisserie.

2 Isla del Sena situada en el centro de Paris. Esta isla os la mayor de las cinco que ocuparon los habitantes primi- tivos de Paris. En ella halló Julio Cesar establcidos á los /)n- r/.s-ít , de quienes es derivado el nombre moderno de toda la ciudad, á la cual y a otra isla inmediata se halla unida la Cité por los puentes de la Cité , Luis Felipe, Arele , Notre Dame au Chango , Neuf, Sain Michel , Pont du diablo de V Arcbe- veché.

3 Palals de Jusiicc ; vasto y antiguo edificio , que sirvió de moiada álos reyes de la primera dinastía. Los tribunales, en numeo de unos diez, ocupan el interior de este palacio: el tribunial supremo 6 de rasacion, celebra sus acuerdos en el gran salón del parlamento.

4 Nolrc Dame ; la catedial de Paris. Victor Hugo ha (iecho célebre en medio mundo est(; gótico edificio.

5 Ta/ñs-Frunc en el argot ó caló francés. En gemianía ó caló se llama Tasquerr , tasca , la que dcsprivá , etc.

TABLA DE LOS CAPÍTULOS.

üi: LA PRIMERA PARTE.

CAPÍTULO L La Tasca Página. 1

IL La Figonera. ... i O

IlL Historia de la Guillabaora. . . 2i

IV. Historia del Churiador. . . . M

y. La Prisión 5i

VL Tomás Se) ton y la condesa

Sarah 63

Vn La Bolsa ó la Vida 70

VIH. El Paseo 7G

JX. La Sorpresa 8(5

X. El Deseo D'*-

XL Mnrplí y Rodolfo 109

XH. La Cita 12G

XI H. Preparativos 139

XIV. Ei Corazón Sangriento- ... lio

XV. La Cueva. loV

XVl. El Enfermero, ío9

XVII. La Pena 175

XVIH. La villa de lle-Adam 189

XIX. La Recompensa 195

XX. La Partida í20i

XXL Indagaciones t¿08

XXII. Historia de David y de Cecilia. -227

XXllL La casa de la calle del Templo. 239

XXIV. Los Cualro pisos 270

XXV. Tomás V Sarah 279

AVISO AL ENCUADERNADOR.

PARA LA COLOCAGIO.\ DE LOS GRADADOS DE LA PHIMERA PARTE.

La Tasca . en frente de la página 9

El Churiador 12

El Maestro de Escuela 57

La Lechuza 58

Flor de María 83

Rodolfo en el llano de San Dionisio 94-

Gualterio Murph 109

Brazo Rojo lí^5

El Doctor negro 139

El Castigo 175

El Barón de Graün 208

Madama Pipelet 239

Monsieur Pipelet 258

Bradamanti 2T0

La condesa Sarali Mac-Gregor 279

Rodolfo, gran duque de Gerolstein 302

Os.rr>c^

MISTERIOS DE PMÍS.

TOMO SEGUNDO.

IOS

MISTERIOS DE PABIS ,

REVISADOS YCOBREGIDOS POR SU ACTOR

EDICIOIV POPllAR

Adornada con CIEI\ lániinafií

Y PUBLICADA POR LA

TOlVIO SEGUNDO.

BARCELONA :

IMPRENTA DE SaURÍ, A. GaSPAR Y BeRDAGCER.

1845.

LOS

MISTERIOS DE PARÍS.

I.

EL BAILE.

A las once de la noche abria un suizo con gran librea el portal de una casa de la calle de Plumet, para dar salida á una magnífica berlina azul tirada por dos grandes y hermosos caballos : sobre el an- cho pescante ricamente adornado con guarniciones de seda, iba sentado un enorme cochero, que pa- recía aun mas abultado con una gran pelliza azul de cuello largo forrado de pieles de marta, y galo- neada de plata por todas las costuras. En la zaga iba de pié un lacayo de gigantesca estatura con li- brea azul, y á su lado un cazador de enormes bi- gotes, cubierto de insignias y galones como un tambor mayor , con un sombrero de franja ancha, medio cubierto por un penacho de plumas azules y amarillas.

Los faroles daban una luz clarísima que descu- bría el interior del carruage forrado de raso, en donde se veía á Rodolfo sentado, con el barón de Graiin á su izquierda, y Murph en la delantera.

Por deferencia hacia el soberano a quien repre- sentaba el embajador en cuya casa era el baile, lie-

2 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

vaba Rodolfo la placa de la orden de *** guarnec. da de brillantes.

Sir Gualterio Murph y el barón de Graün lleva- ban al cuello la banda de la gran cruz de comen- dador del Águila de Oro del Gerolstein. El diplomá- tico llevaba ademas á la altura de los dos últimos ojales del vestido un pasador de oro, del cual pen- dían innumerables cruces de todos los paises.

Tengo el mayor placer dijo Rodolfo con las buenas noticias que la señora Adela me ha dado de mi pobre protejida : la asistencia de David pa- rece que ha mejorado notablemente su salud. Y ahora que hablamos déla Guillabaora añadió sonriendo, confesad, señor Gualterio Murph, que si alguna de vuestras conocidas de la Cité os viese con ese disfraz... no volvería en del pasmo en cuatro horas. Creo , monseñor , que V. A. R. causarla la misma sorpresa si tuviese la humorada de hacer esta noche una visita en la calle del Tem- plo á madama Pipelet, con intención de disipar por un momento la melancolía de su marido... víctima del infernal Cabrion. Monseñor nos ha pintada ese Alfredo tan á lo vivo, con su aire doctoral y su sombrero inamovible dijo el barón, que me parece que le estoy viendo en su cuarto oscuro y ahumado. Por lo demás, yo creo que V. A. R. se halla satisfecho de las indagaciones de mi agente secreto. ¿Ha satisfecho el deseo de V. A. esa casa de la calle del Templo? Sí... dijo Rodolfo; y aun he descubierto en ella mas de lo que espera- ba... — Y después de un momento de silencio, que guardó para disipar la idea penosa que le inspira- ban sus sospechas con respecto á la marquesa de Harville, siguió diciendo en tono mas alegre: Ello es una puerilidad que apenas me atrevo á con- fesar; pero hay en estas aventuras una especie de

EL BAILE. 3

contraste que no deja de tener su mérito:... después de haber brindado esta mañana á madama Pipelet con una botella de tapa larga y de haberle guar- dado la portería... hallarme convertido esta noche en uno de esos entes privilegiados que reinan por la gracia de Dios en este mundo sublunar... ( Ape- sar de que aquí podríamos aplicar el cuento del hombre que tenia cuarenta escudos, j hablaba d»í sus rentas como un millonario) añadió Rodolfo á ma- nera de paréntesis alusivo á la corta extensión de sus Estados. Pero hay pocos millonarios, monse- ñor , que tengan una razón tan sana y admirable como el hombre de los cuarenta esoudos— dijo el barón.— ;0h, querido Graün ! sois un sabio: me engrandecéis á vuestro modo —repuso Rodolfo con ironía burladora , mientras que el barón miraba á Murph con el aire embarazado de un hombre que echa de ver demasiado tarde que ha dicho una ton- tería.—A la verdad continuó Rodolfo yo no sé, mi querido Graün , como agradeceros la buena opinión que tenéis de mí, ni con qué lisonja he de pagaros vuestra adulación. Monseñor... os suplico que no se tome ese trabajo —dijo el harón, el cual se habia olvidado por un momento de que Rodolfo aborrecía la lisonja y se vengaba con burlas crue- les del que se atrevía á adularlo. ¡ Qué decís, ba- rón/ yo no quiero ser menos que vos en prodigar obsequios: alabais mi entendimiento, y yo quiero ponderar el mérito de vuestra inimitable persona ; porque , palabra de honor, barón, lo mas que re- presentáis son unos veinte años de edad , poco mas ó menos : la mejor estatua de Antinoo no tiene par- tes mas sobresal lentes. ¡Ah, monseñor... piedad! ¡Miradle, miradle, Murph, y decid luego si hay en el mundo un Apolo de formas mas esbeltas, mas elegantes y juveniles ! Perdonadme, mon-

* LOS MISTERIOS DE PARÍS,

señor : hacia ya tanto tiempo que no había cometí- do la indiscreción de alabaros... Miradle con atención, Murph: ¿no veis aquel círculo celestial que sujeta los bucles de su preciosa cabellera negra?

¡ Ah , monseñor I ¡ piedad , piedad ! estoy ar- repentido...— dijo el desgraciado diplomático con una especie de desesperación cómica. (No se habrá olvidado el lector de los cincuenta años del barón, de su cabello canoso, crespo y empolvado, ni de su gran corbata blanca , de su rostro enjuto y de su lente de oro.) Perdonad al barón , monseñor; no lo abruméis con el peso de tanta mitología dijo Murph sonriendo : Yo quedo responsable ante V. A. R. de que por mucho tiempo no volverá á proferir una lisonja , ya que así se llama la palabra verdad en el nuevo vocabulario de Gerolstein.

¿También tú, Murph? ¡también te atre- ves... ! Monseñor, me da compasión el infeliz de Graiin, y quiero participar de su castigo. Señor carbonero particular mió, os honra muchí- simo ese tributo de generosa amistad. Pero ha- blemos serios, amigo Graiin, ¿cómo habéis podido olvidaros de que solo permito la lisonja á Harneim y á otros de su iaez? porque, haciéndoles justicia, debemos confesar que tampoco sabrían hacer bien otra cosa: es el único ramo que han cultivado. ¡Pero un hombre de vuestro gusto y talento, ba- rón I... vamos no lo concibo. Pues bien, monse- ñor— dijo resueltamente el barón, conozco bien la aversión que profesa V. A. H. á toda clase de lisonja, y nada es mas natural en un carácter se- rio y orgulloso: ahora quisiera decir únicamente dos "palabras. Eso es menos malo, barón: va- mos, esplicáos. Eso, monseñor, viene á ser lo mismo que si una mujer hermosa dijese á uno de sus admiradores : « í Vaya una novedad ! ya que

EL BAILE. 5

gusto á todos: y esa aprobación me parece vana y fastidiosa. ¿A que fin insistir en la evidencia? ¿Se lo ha ocurrido jamas á nadie el ir gritando por las calles en un día de buen sol, para que todo el mundo lo sepa, que el sol es resplandeciente? Eso es mejor dicho, barón, aunque es mas peli- groso; y así para variar vuestro suplicio, os con- fesaré que el infernal Polidori no hubiera discur- rido mejor para ocultar el veneno de su adulación.

Callaré, monseñor. Por manera que Y. A. R.

dijo Murph con seriedad no duda que Poli- dori sea esa misma persona que vive en la calle del Templo. No tengo la menor duda , puesto que ya sabéis que se halla en Paris hace algún tiempo. Me habia olvidado, monseñor, de habla- ros de él , ó por mejor decir no habia querido ha- cerlo, — dijo Murph con aire apesarado porque no ignoro que V. A. R. aborrece la memoria de ese hombre.

El semblante de Rodolfo volvió á tomar un as- pecto sombrío, entregóse de nuevo á tristes reflexio- nes y guardó silencio hasta el momento en que el coche se detuvo delante del pórtico de la emba- jada.

Estaban iluminadas todas las ventanas de este grande edificio : una hilera de lacayos vestidos de gran librea se extendia desde el portal hasta los salones de descanso, en donde se hallaban los ayu- das de cámara.

El conde y la condesa de *** habian permane- cido en el primer salón de recibimiento hasta la llegada de Rodolfo, que entró por fin seguido de Murph y del barón de Graiin.

Rodolfo tenia entonces treinta y seis años , pero aunque se acercaba ya á la época en que empieza á declinar la vida, la perfecta regularidad de sus

6 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

facciones y la dignidad afable que distinguía su persona, lo hubieran hecho muy notable, aun cuando su augusta estirpe no realzase estas cuali- dades. Era efectivamente un príncipe en todo el sentido ideal de la palabra.

Rodolfo iba vestido con sencillez ; llevaba una cor- bata y un chaleco blancos; y un frac azul abotonado, en el cual brillaba la magníflca placa de diamantes, cenia su elegante talle. Un pantalón ajustado de casimir negro dejaba ver su pié pequeño y per- fectamente formado.

El gran duque frecuentaba tan poco la sociedad , que su llegada no pudo menos de ocasionar cierta sensación : fijáronse en él todas las miradas al mo- mento que entró en el primer salón de la embaja- da acompañada de Murph y del barón , que ocu- paban su lugar detras de él. Un secretario encarga- do de advertir su llegada, avisó inmediatamente á la condesa de***, y esta con su marido se adelantó hacia Rodolfo y le dijo: No como expresar á V. A. R. mi agradecimiento por el favor que se dig- na dispensarnos hoy Ya sabéis, señora embajado- ra que tengo siempre el mayor gusto en haceros la corte y en dar pruebas de mi afecto al señor em- bajador; porque nosotros somos conocidos anti- guos, señor conde. Yaque V. A. R. se digna re- cordármelo, me da un nuevo motivo para no olvi- darme jamas de su bondad. Os aseguro, señor conde , que no es culpa mia el que no pueda olvi- dar ciertos recuerdos , tengo la felicidad de no acor- darme sino de aquello que me es muy agradable.

Pero V. A. R. tiene una memoria maravillosa

dijo sonriendo la condesa de*'*, ¿No es ver- dad , señora condesa? Por eso espero tener el gusto de recordaros de aquí á muhos años este día, como también el gusto delicado y exquisita elegancia de

EL BAILE. 7

este baile; porque hablando francamente , señora condesa, no hay quien compila con vos en saber dar estas funciones. ¡Monseñor/... Y no solo eso '.decidme sino ¿porqué me parecen siempre mas hermosas las mujeres en vuestra casa que en otro sitio alguno ? Será sin duda porque Y. A. R. se digna mirarlas con la misma indulgencia que nos dispensa á nosotros repuso el conde. Permitid- me, señor conde, que no admitía vuestra opinión: yo creo mas bien que eso depende absolutamente de la señora embajadora. ¿Tendrá Y. A. R. la bondad de explicarme ese prodigio ? dijo la condesa son- riendo.—Nada mas sencillo, señora recibís á to- das estas damas con una urbanidad tan encantado- ra y una gracia tan singular, y habláis á cada una de un modo tan seductor, que las que no me- recen., es decir, que no merecen enteramente vues- tro lisonjero obsequio dijo Rodolfo con una son- risa maliciosa se llenan de la mayor satisfacción y alegría ; al paso que las que lo merecen sienten la misma satisfacción , porque conocen cuan justo es vuestro aprecio: la dicha que les comunicáis hace seductoras á las que menos podrian serlo sin vos; y he aquí , señora condesa , la razón por que las mujeres parecen siempre mas hermosas en vues- tra casa que en parte alguna... Estoy seguro de que el señor embajador es de mi misma opinión. Las razones de V. A. R. son tan poderosas que no pueden menos de convencerme. Y yo , mon- señor dijo la condesa de*** á riesgo de parecer- mealgo á esas hermosuras que no merecen entera- mente... mi obsequio lisonjero, acepto la explicación de Y. A. R, con la misma gratitud y placer que si fuese una verdad... Para convenceros, señora condesa, de que nada hay mas real y verdadero que lo que he dicho, vamos á observar el efecto

8 LOS .MISTERIOS DE PARÍS.

que produce la lisonja en las fisonomías... ¡ Ah, monseñor !... esa seria una prueba horrible dijo riendo la condesa. Transijo, transijo, señora embajodora ; renuncio á mi proyecto, pero solo bajo una condición , cual es la de que me permi- tiréis ofreceros mi brazo por un momento... Me han hablado de vuestro jardin de invierno como de una cosa admirable : ¿ tendréis la bondad de ense- ñarme esa maravilla de las Mit y una Nochesl Con el mayor placer , monseñor... pero Y. A. R. hallará exagerada la descripción que le han hecho, á menos que no tenga á bien mirarlo con su acos- tumbrada indulgencia...

Rodolfo dio el brazo á la embajadora y pasó con ella á los otros salones , mientras que el conde ha- blaba con el barón de Graün y con Murph, de quie- nes era conocido hacia largo tiempo.

En efecto, nada pareció á Rodolfo mas ideal y encantado ni mas digno de las Mil y una Noches, que el jardin de que habia hablado á la condesa.

Figurémonos una larga y espléndida galería, que terminaba en un espacio al parecer abierto de cuarenta toesas de largo y treinta de ancho : un techo de cristales abovedado y de armazón suma- mente lijera cubria este paraíelógramo á la altu- ra de unos cincuenta pies : los muros estaban cu- biertos de una multitud de espejos, so})re los cua- les se cruzaban las pequeñas mallas verdes de un espeso enrejadillo de junco , al través del cual re- flejaban los espejos un laberinto infinito de puntos luminosos. A lo largo v á corta distancia de los mu- ros corria una empalizada de naranjos y camelitas tan corpulentos como los de las Tullerías ; los pri- meros cargados de fruto que brillaba como otras tantas manzanas de oro entre un follaje verde y

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frondoso, y las segundas esmaltadas de flores en- carnadas, blancas y color de rosa.

Esta érala circunferencia del jardin.

Algunas calles tapisadas de mármor que formaba un hermoso mosaico, y de ancho suficiente para dar paso á tres personas de frente, rodeaban seis espesos sotos de árboles de la India y de los trópi- cos, plantados en tierra arcillosa. Seria imposible pintar el efecto producido por esta vegetación exó- tica y frondosa en medio de un baile y en el cora- zón del invierno. Aquí se veian unos plátanos gi- gantescos que casi llegaban á los cristales de la bóveda, y mezclaban sus grandes hojas verdes y lustrosas con las de los mangles cubiertos ya de grandes flores olorosas , de cuyo cáliz en forma de campana, encarnado por fuera y plateado por den- tro, salian con profusión riquísimos estambres de oro : la palma de oriente , la palma americana , la higuera de la India y otros árboles altos y frondo- sos completaban estos magníficos grupos de vejeta- cion tropical , que á la luz artificial de la noche brillaba con el lujoso resplandor de la esmeralda. El tejido sutil de la enredadera y otras plantas sarmentosas , saltaba de un árbol á otro por entre los naranjos y verdes sotos , ya en forma de un cordón recamado de hojas y flores, ya formando vueltas y espirales, ya enlazando sus lijeras ramas con la confusión mas intrincada, corria, serpentea- ba y subia hasta lo alto de la bóveda : la madre- selva con su flor blanquecina y amarilla , la trini- taria cubierta de innumerables flores azules, caian de la bóveda formando gurnaldas colosales , y vol- vían á subir enlazando sus brazos delicados á las ramas gigantescas de los aloes.

La ipecucuana y otras plantas de América y Asia, ostentaban el blanco y oloroso cáliz de sus flores y

10 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

esparcían un suave aroma por el ambiente; y por en- tre el aterciopelado follaje déla higuera india se des- lizaban las franjas verdes del bejuco, cubiertas de campanillas de oro y plata. Mas allá subia y volvía á precipitarse, formando una especie de cascadas vegetales de diversos colores, una multitud infini- ta de tallos sarmentosos cargados de flores , con tal profusión que parecían otros tantos ramilletes co- losales rodeados de algunas hojas de porcelana ver- de. El seto que rodeaba los grupos de árboles, se componia de brezo del Cabo, de tulipanes de Thol, de narcisos de Constanlinopla, de jacintos de Per- sia, de pamporcinos y de iris, que formaban una especie de alfombra natural en la cual se confun- dían del modo mas expléndido todos los matices y colores.

Una multitud de faroles chinescos de seda tras- parente, pálidos color de rosa y medio escondidos ontre el follaje alumbraban el jardín. Sería imposi- ble describir la luz misteriosa y suave qne resulta- ba de esta feliz combinación; luz encantada y fan- tástica, pura y azulada como la de una hermosa noche de estío levemente coloreada por los rojos reflejos de una aurora boreal.

Conducía á este inmenso invernáculo , mas bajo que el primer suelo del edificio, una larga galería cubierta de adornos dorados , de espejos , de cris- tales y de luces. A lo último de este claustro lu- minoso se distmguían vagamente , como en un cuadro, los grandes árboles exóticos entre los dos pavellones de terciopelo carmesí, que bajaban en semicírculo por los dos lados de la puerta esterior. Esta puerta parecía una ventana abierta hacia un país magnífico y frondoso del Asía en una noche serena y crepuscular.

La galería , vista desde las glorietas del jardín

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formadas de ramas y flores , presentaba un contras- te inverso con la dulce oscuridad del invernáculo: parecía como una especie de neblina luminosa y do- rada, en medio de la cual relucian j brillaban en ilusoria confusión los colores resplandecientes y variados vestidos de las mujeres , y el centelleo prismático de las joyas y diamantes.

Los sonidos de la orquesta , por la distancia y por el sordo rumor de la sjalería , espiraban melo- diosamente entre las ramas inmóviles de los árbo- les. Un sentimiento involuntario im pedia levantar la voz en este jardín, porque el aire templado, su- til y embalsamado por el suave olor de mil plantas aromáticas que en él se respiraba, adormecía los sentidos en una blanda y deliciosa quietud. Seria en verdad difícil el que dos amantes sentados en uno de los rincones sombríos de este paraíso, pue- dieran imaginar un cuadro mas delicioso para au- mentar su felicidad.

Al llegar Rodolfo á este encantado Edén , no pu- do contener una exclamación de sorpresa, y dijo á la embajadora :

A ia verdad, señora, no hubiera creído posi- ble tal maravilla; porque no solo v«o aquí un gusto muy delicado , sino la poesía en acción : en vez de escribir como un poeta y de pintar como un gran pintor, habéis puesto por obra lo que ellos no serian capaces de imaginar. V. A. R. es muy in- dulgente,— Confesad francamente, condesa, que el que fuese capaz de copiar con fidelidad este cua- dro inimitable con la misma variedad de colores, con el tumulto deslumbrador de esa galería y este retiro tranquilo y silencioso, haría sin duda una obra admirable , solo con reproducir la vuestra. Son tanto mas peligrosas las alabanzas de V. A. R., porque, como toda producción del talento se deja

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una seducir por ellas á pesar suyo. ¡ Pero mirad, monseñor , qué hermosa joven ! Preciso es confesar que el mérito de la marquesa de Harville no puede menos de brillar en todas partes. ¿Imagináis, mon- señor , una gracia mas seductora que la suva? ¿Y no resalta aun mas su hermosura al lado de la seve- ra belleza que la acompaña ?

La condesa Sarah Mac Gregor y la marquesa de Harville bajaban en aquel momento los pocos esca- lones que separaban la galería del jardin de in- vierno.

El elogio que hizo la embajadora de la marquesa de Harville no era exagerado : no podríamos dar una idea justa de su rostro encantador, en el cual bri- llaba con todo su esplendor la hermosura y la gra- cia juvenil, hermosura tanto mas singular y pere- grina porque consistia mas bien que en la regula- ridad de sus facciones, en la dulzura inesplicable de una fisonomía que indicaba la bondad de su al- ma angelical... Repetimos la palabra bondad , por- que esta calidad no predomina generalmente en la fisonomía de las jóvenes de veinte años , que como la marquesa de Harville reúnen el ser hermosas, discretas y estimadas á las ventajas del nacimiento, de la riqueza y de un rango elevado. Asi es que á todos interesaba el contraste de su inefable dulzura con la aceptación universal que disfrutaba.

Explicaremos nuestra idea.

La marquesa de Harville tenia demasiada dig- nidad y talento para buscar las alabanzas, pero agradecida tan sinceramente las que le prodigaban como si en realidad no las mereciese; los elogios la agradaban, pero no la envanecían ; y como era tan indiferente á la adulación como sensible á la benevolencia, sabia distinguir perfectamente la li- sonja de la simpatía.

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Dotada de un espíritu recto y sutil, pero sin malignidad, perseguía sin piedad con sus burlas llenas de graciosa sal á esa chusma de necios ena- morados de su propia persona, que, según decia la marquesa, «pasan la vida mirándose con pue- ril complacencia al invisible espejo de su fatui- dad.» Por el contrario, un carácter á la vez tímido y altivo estaba seguro de cautivar la simpatía de la marquesa de Harville.

Esta explicación ha sido necesaria para la cla- ridad de algunos hechos que referiremos luego.

Un suave carmin teñía apenas el cutis purísimo y deslumbrador de la marquesa de Harville; una multitud de rizos de un color castaño claro , jugaban sobre sus hombros redondos y tersos como un her- moso mármol blanco. Seria difícil de pintar la an- gélica bondad de sus grandes ojos pardos, circun- dados de largas pestañas negras. La mansedumbre indefinible de sus labios de purpura, eran á sus ojos seductores como su voz afable y melodiosa á su mirada dulce y melancólica. Llevaba un ves- tido de encaje blanco guarnecido de rosas natura- les y hojas del mismo arbusto, entre las cuales brillaban medio ocultos los diamantes, como gotas de un copioso roció: una guirnalda de la misma clase cenia su blanca y tersa frente.

La belleza especial de la condena Sarah Mac Gregor hacia aun mas notable la de la marquesa de Harville. Aunque Sarah tenia treinta y cinco años, apenas representaba treinta. Nada es mas saluda- ble para el cuerpo que la frialdad del egoísmo, porque nada conserva tanto la frescura como el hielo... La conservación de Sarah es una prueba de esta verdad.

El aspecto de Sarah era enteramente juvenil, si se exceptúa cierta gordura que daba á su talle, mé-

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li LOS MISXrRlOS DE PARÍS.

nos esbelto que el de la marquesa de Harville , una gracia voluptuosa. Pocas miradas podian resistir el fuego de sus ojos ardientes y negros; su nariz era aguileña, y la configuración de sus labios encar- nados daba á conocer su carácter altanero, re- suelto y orgulloso.

La condesa Mac Gregor llevaba un vestido de crespón pajizo claro con fondo del mismo color: una corona sencilla de hojas naturales de un verde esmeralda , ceñía su cabeza y hacía una admirable armonía con su abundante cabello negro como el azabache. Este peinado daba al perfil de Sarah un aire severo y anticuado.

Muchas personas creen descubrir en los rasgos y expresión de su propia fisonomía la vocación que inevitablemente tienen que abrazar. El uno cree que su semblante es guerrero, y guerrea; el otro que es poético, y poetiza; otro que es conspirador, y conspira; otro que es predicador, y predica; otro, en fin, que sirve para la política, y se mete de hoz y de coz á gobernar los astados... No sin razón creía Sarah que tenia un aíie regio, y por eso no es extraño que babiese creído en los pro- nósticos medio realizados de la montañesa, y que persistiese en aspirar á un trono soberano.

La marquesa y Sarah habían visto á Rodolfo en el momento de bajar al jardin , pero el príncipe do dio la menor señal de haberlas visto.

El príncipe se halla tan embelesado con la embajadora dijo la marquesa de Harville á Sa- rah— que ni siquiera nos ha visto. ISo creáis tal , amada Clementina repuso la condesa que habia adquirido toda la confianza de la marquesa de Harville: el príncipe nos ha vislo muy bien, :)oro se asustó sin duda al verme... Aun no ha de-

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puesto el enojo, Cada vez comprendo menos ese empeño de alejaros de sí, á vos que sois su an- tigua amij^a: mil veces le he echado en cara tan extraña conducta. «La condesa Sarah j jo somos enemigos mortales me respondió con tono alegre en cierta ocasión : he hecho voto de no volver á hablarla ; y creed que este voto debe ser muy sa- grado, cuando me priva del trato de una persona tan amable. » De suerte que , mi amada Sarah , aun- que me pareció muy singular esta respuesta, tuve que contentarme con ella (a . Os confieso fran- camente que ese enojo mortal, entre serio y ale- gre, es debido á causas inocentes; y á no ser por- que se interesa en ello una tercera persona, hace ya mucho tiempo que os hubiera confiado ese gran secreto... ¿Pero qué tenéis, prenda mia?... parecéis distraída. No tengo nada... como hacia tanto calor en la galería, me ha dado un dolorcillo de cabeza ; sentémonos un momento aquí y me sere- naré descansando. Sí, tenéis razón. Justamente, aquí está un sitio bien obscuro, y no os descubri- rán en él esos curiosos á quienes vuestra ausencia va á desolar... dijo Sarah, acentuando las últi- mas palabras.

Sentáronse las dos jóvenes en un sofá.

Yo he dicho esos curiosos á quienes vuestra ausencia va á desolar, mi amada CÍemenlina... ¿no halláis oportuna mi observación ?

La marquesa se sonrojó y bajó la cabeza sin res- ponder.

¡ Cuan injusta sois , Clementina / dijo Sarah entono de reprensión amistosa. ¿No tenéis

(a) Los amores de Rodolfo y Sarah y las consecuencias de este amor, qne habían sucedido diez y siete 6 diez y i.eho años antes, de lodos eran completamente ignoradas, j)ues Sarah y Rodolfo tcnian igual interés en ocultarla*.'

16 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

confianza en mí, querida niña? sí, niña; por- que tengo edad suficiente para llamaros hija raía. ¡Que no tengo confianza en vos! repuso la mar- quesa con tristeza ; ^ ¿ no os he confiado lo que de- bería ocultarme á mi misma ? Bueno , ya veo que entráis en razón... vamos, hablemos ahora de él: ¿ habéis jurado hacerle morir de desesperación? ¡ Ah! exclamó la marquesa con asombro : ¡qué decis I Aun no le conocéis á fondo , ama- da niña... es un hombre de extraordinaria energía y tiene en muy poco la vida. ¡ Ha sido siempre tan desgraciado I... y vos parece que os complacéis en seguir atormentándolo. , Dios mió I ¿habláis de veras? Lo hacéis acaso sin intención , pero no por eso es menos cierto. ¡Oh , si conocierais la sensibili- dad de los que han padecido un largo y doloroso in- fortunio I Ahora mismo, hace un momento que he visto dos lágrimas en sus ojos. ¿Podré creer lo que decis? yo lo dudéis... en medio de un baile, y y exponiéndose á la burla mas cruel si por casuali- dad fuese observado. ¿Sabéis cuanto es preciso amar para sentir de ese modo., y sobre todo para no poder «iisimular en público lo que se padece ?... ¡Ah! os ruego que mudéis de conversación dijo la marque- sa de Harville con voz conmovida; me hacéis un daño horrible... Demasiado conozco esta expresión (le dolor tan dulce v resignada... ¡Sí! la compasión que me inspira es sin duda lo que me ha perdido añadió involuntariamente la marquesa d>' Harville. -!Qué exageración ... ¡perdida, decis, porque habéis cobrado algún afecto á un hombre tan discreto y reservado, que ni aun quiere visitará vuestromarido por no comprometeros ¿No conocéis que el señor Carlos Robert es un hombre lleno de pundonor y de nobleza? Si tomo con tanto calor su defensa, es únicamente porque lo habéis conocido en mi casa y

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porque se que os respeta tanto como os ama... -Nunca he negado sus nobles cualidades... ¡ tanto bien me habéis dichojde él 1.. Pero ya sabéis que su infortunio eslo que mas interés me ha inspirado: Y confesad que merece y justifica ese interés. Y además ¿có- mo queríais que un semblante tan admirable no fuese el retrato fiel de su alma? Su alta y hermosa figura me trae á la memoria las proezas de la an- tigua caballería : le he visto una vez con uniforme de la guardia nacional, y sena imposible imagi- nar un aire mas cumplido y elegante. A la verdad, si la nobleza se midiese por la hermosura perso- nal, en vez de ser simplemente Carlos Robert, lle- varía sin duda los títulos de duque y de par. ¿No os parece que merecerla uno de los nombres mas distinguidos de Francia? Ya debéis saber lo poco en que tengo la nobleza de nacimiento, puesto que me echáis en cara mis inclinaciones republica- nas — dijo sonriendo la marquesa de Harville. Ciertamente , yo he creido siempre como vos que Carlos Robert no tenia menester de títulos para ser amable; ¡qué talentol ¡qué voz seductora! ¿os acordáis del placer con que le oíamos en los conciertos privados que hacíamos da mañana? ¡Qué expresión de aquel primer dúo que cantó con vosl ¡qué emoción!... Vamos, os ruego seriamente que mudemos de conversación dijo la marquesa de Harville después de un largo silencio. ¿Por- que? — Lo que acabáis de decirme de su desespe- ración me inquieta demasiado... Es de temer que un hombre de su carácter intente en un exceso de pasión poner término con la muerte á... ¡Oh, callad, callad si no queréis martirizarme! dijo la marquesa de Harville interrumpiendo á Sarao: ya se me habia ocurrido esa idea fatal... Y después de un rato de silencio añadió : Os su-

18 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

plico que mudemos de conversación... hablemos de vuestro enemigo mortal; del príncipe á quien no he visto desde hace tanto tiempo. ¿Sabéis que á pesar de su dignidad casi regia no he visto hombre alguno de mérito tan singular? añadió en tono alegre la marquesa. Sin embargo de mi repu- blicanismo, no puedo menos de preferirlo á casi todos los hombres que conozco.

Sarah dio de soslayo una mirada rencorosa y escrutadora á la marquesa de Harville, y dijo en tono jocoso:

Confesadme, amada Clementina, que sois muy caprichosa. He observado en vos las alter- nativas mas singulares de admiración y de aver- sión hacia el príncipe: cuando llegó á París, hace algunos meses, os prendasteis de él con tal fana- tismo, que sea dicho entre nosotras, he llegado á temer por la paz de vuestro corazón. Pero gra- cias á vuestro cuidado, dijo la marquesa de Har- ville sonriendo mi admiración no ha durado mu- cho tiempo: habéis representado tan bien el pa- pel de enemiga mortal del príncipe, y me habéis hecho tales revelaciones acerca de su vida y mi- lagros, que la indiferencia, lo confieso, sustituyó á ese fanatismo que os hacia temer por la paz de mi corazón; paz que, por otro lado, no intentaba perturbar vuestro enemigo, porque poco tiempo después de vuestras revelaciones el príncipe dejó de honrarme con sus visitas, aunque siguió viendo y tratando familiarmente á mi marido. Ahora que habláis de vuestro marido ¿está aquí esta noche? dijo Sarah. No, se ha quedado en casa respondió con algún embarazo la marquesa de Harville. Parece que cada dia se va retirando mas de la sociedad. Nunca le ha gustado mu- cho.

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EL BAILE. 19

La marquesa estaba visiblemente inmutada: Sa- rah lo notó y siguió diciendo:

La última vez que le he visto estaba mas pálido de lo que acostumbra. Tuvo una li jera indisposición... ¿Queréis, mi amada Clemeniina, que os hable con franqueza? Si, os ruego que me habléis con toda franqueza. ¿Sabéis que cuando se habla de vuestro marido os conmovéis de un modo singular? ¿Yo?... ¡Qué desatino! A veces cuando se habla de él se lee en vuestro semblante, por mucho que Jo disimuléis... ;Dios miol ¿cómo os lo esplicaré?... y Sarah acentuó las palabras siguientes fijando la vista en Clemen- iina como para leer en el fondo de su corazón: Sí, vuestro semblante expresa una especie de... repug- nancia tímida.

La quietud de las facciones de Sarah desafió por algunos momentos la mirada penetrante é indaga- dora de Sarah; mas esta observó por último un lijero temblor nervioso y casi imperceptible que agitaba el labio inferior de la j'óven marquesa. No queriendo llevar adelante su indignación por temor de inspirar alguna desconfianza á su amiga, procuró sacarla de la cruel situación en que se bailaba diciéndola:

Sí, una repugnancia tímida , como la que ins- pira de ordinario un marido adusto y zeloso.

Al oir esta interpretación, cesó el movimiento convulsivo del labio de la marquesa de Harville, recobró mas serenidad , y repuso: j Ah, no! os aseguro que d'Harville no es adusto ni zeloso. Y luego, con objeto sin duda de buscar algún pretesto para interrumpir una conversación tan enojosa, ex- clamó de repente : ¡ Ah , Dios mió! allí viene el insoportable duque de Lucenay , uno de los amigos de mi marido... ¡No quiera Dios que nos vea I ¿Pe-

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ro , de dónde sale ese hombre cuando se le creía á mil leguas de aquí? En efecto, decían que había emprendido un viaje á Levante de año y medio por lo menos , y apenas hace cinco meses que ha salido de París. Su llegada imprevista debe haber desconcertado sobremanera á la duquesa de Luce- nay , á pesar de que el duque no es de los maridos mas importunos dijo Sarah con una sonrisa ma- ligna.— No será ella sola la que maldiga la apari- ción del duque... M. de Saint-Kemy no dejará de aliviar el peso de su disgusto. No seáis tan mor- daz , querida í^arah; decid mas bien que el regreso del duque será impertinente para iodo el mundo... El duque de Lucenayes bastante desagradable para que podáis generalizar vuestra murmuración. Yo no soy mas que un eco de lo que todos hablan acerca de él. Dicen que M. de Saint-Remy , modelo de los elegantes que deslumhraba con su lujo á todo París , se halla ahora algo arruinado , á pesar de que su tren ha disminuido poco. Esto se concibe bien, porque siendo madama Lucenay tan opulen- ta...— /Ah, qué horror! Repito que no soy mas que un eco de lo que todos dicen con respecto al duque de Lucenay. ¡ Ay Dios mío I allí viene ha- cia nosotras: vamos, paciencia, resignación. No hay en el mundo cosa mas insoportable que su con- versación: sus modales son del gusto mas deprava- do; ríe alto por cualquiera tontería y se alegra y hace extrañas contorsiones aunque se le hable de un entierro. Si os pide el abanico guardaos bien de dárselo, porque rompe como un chiquillo cuanto coje en las manos con el aire mas satisfecho del mundo.

El duque de Lucenay pertenecía á una de las mejores casas de Francia : era joven aun y de un semblante que no seria desagradable sin la longi-

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tud grotesca y desmesurada de sus narices ; pero su continua y turbuleula agitación, su voz y su risa estrepitosas, el gusto detestable de su conversación y la desenvoltura chavacana de sus modales sor- prendian á todos de tal manera, que era preciso acordarse á cada momento de su nombre para ha- llar posible su admisión en la sociedad mas distin- guida de Paris, y para que se tolerasen sus extra- vagancias sus gestos y su lenguaje , á los cuales habia ya dado el habito de una especie de impuni- dad. Todos huian de él , á pesar de que sabia mez- clar alguna ocurrencia feliz con la increible redun- dancia de su palabrería interminable. Era una es- pecie de ser vengador en cujeas manos todos deseaban verlas personas ridiculas y aborrecidas.

La duquesa de Lucenay era una de las mujeres mas ala moda en Paris, y á pesar de sus treinta años cumplidos habia dado motivo á diferentes ha- blillas; aunque todos la disculpaban en atención de la intolerable sandez de su marido.

Otro rasgo singular del carácter impertinente del duque era la intemperancia y el cinismo inaudita con que suponia y describia enfermedades vergon- zosas y ridiculas en las personas con quienes habla- ba , y de las cuales se compadecia en alta voz de- lante de todos. Como era valiente y preveia las con- secuencias de su humor estravagante, habia dado y recibido algunas estocadas, sin que esto produjese la menor enmienda.

Hecha esta descripción , procuraremos ahora que llegue á los oidos de nuestros lectores la voz ingra- ta del duque de Lucenay, que apenas descubrió la desde lejos á la marquesa de Harville y á Sarah, cuando empezó á gritar:

Hola ! ¡holaaaa, señoras ! j Cómo I ¿qué es es- to?... ; la reina del baile fuera del salón... escondí-

22 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

da! ¿Es posible? ¡y el caso es que nadie hubiera remediado tal escándalo si no acierto á volverme desde los antípodas! ¡Por decontado, marquesa, si os empeñáis en huir así de la admiración general, gritaré como un desesperado y diré á todo el mundo que se nos quiere escamotar la joya mas brillante del baile !

Y al concluir esta perorata M. de Lucenay se dejó caer de sopetón en el asiento de las dos damas, cru- zó la pierna izquierda sobre el muslo derecho , y cogió el pié con la mano.

i Ave María! ¡ cómo es eso! ¿ Habéis vuelto ya deConstantinopla? dijo la marquesa de Har- ville retirándose con impaciencia. ¡Toma I ¡ya se ve que ya ! Estoy seguro de que habéis converti- do en palabras el pensamiento de mi mujer , porque esta noche no quiso acompañarme, y por cierto que su ausencia ha causado cien veces mas novedad que mi presentación. Es cosa bien singular... cuan- do vengo con ella nadie hace caso de mí; pero cuando vengo solo, todos me rodean y me muelen con las sempiternas preguntas de «¿Dónde está madama de Lucenay? ¿no vendrá esta noche?... etc., etc.» Es precisamente como vos, marquesa: acabo de llegar de Consta nlinopla y me recibís co- mo á un perro ni mas ni menos. Sin embargo , yo soy tan amable como otro cualquiera... Bien pudierais lucir aun vuestra amabilidad... allá por Levante dijo sonriendo la marquesa deHarvilIe. Es decir que bien pudiera estarme aun por allá, ¿no es verdad ? ¡ Pero eso es horrendo , eso que de- cís es una infamia! gritó Lucenay descruzando las piernas y dando palmadas en el sombrero, co- mo si fuese un tambor. Por amor de Dios no gri- téis tanto y estaos quieto, porque sino me obliga- reis á salir de aquí dijo la marquesa con buen

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humor. ¡Salir de aquí I ¿ para qué? ¿para tomar mi brazo y dar una vuelta por la galería? ¿Con vos? no por cierto. Vamos , por Dios os ruego que no deshojéis esas flores: dejad ese abanico que lo vais á estropear como tenéis de costumbre... ¡Oh I si no es mas que eso no tengáis aprensión, porque descomponerlos en un jesús ; sobre todo el magnífico abanico chino regalado á mi mujer por madama de Vaudémont : lo hice añicos en un santiamén.

Y al decir estas palabras consoladoras , dejóse caer hacia atrás y empezó á manosear y á tirar hacia una mata de flores que habia sobre el res- paldo del asiento. A fuerza de tirar y sacudir se desprendieron las flores de la planta y cayeron so- bre la cabeza y los hombros de M. de Lucenay... Al verse en tal estado, soltó unas carcajadas y unas voces tan altas y descomunales, que madama de Harville hubiera huido de tan incómodo personaje á no haber descubierto en el jardín á M. Carlos Robert ( el comandante de madama Pipelet ): y te- miendo la marquesita dar motivo á que se creyese que le salia al encuentro, se resignó á permanecer al lado del estrepitoso duque de Lucenay.

Decid la verdad, madama Mac Gregor, ¿no os parecía una ninfa, un dios Pan , un Silvano, un salvaje cuando estaba cubierto de hojas ? dijo M. de Lucenay dirigiéndose á Sarah y acercándose á ella bruscamente. Y ya que hablamos de salva- jes, voy á referiros un cuento de la mas horrible indecencia... Figuraos que en Olaiti... ¡Señor duque !. . le dijo Sarah con un tono severo y gla- cial.— Peor para vos, no sabréis mi cuento: lo guardaré para madama de Fonbonne que allí viene acercándose.

Madama de Fonbonne era una mujer de cincuen-

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ta años , gorda, pequeña , ridicula y muy presumi- da : tenia la barba unida con la tabla del pecho, po- nia á cada paso los ojos en blanco y hablaba conti- nuamente de su alma, de la sensibilidad de su alma, de la languidez de su alma y de la ardiente fogo- sidad de su alma... A estas calidades impertinentes reunia aquella noche la de llevar un espantoso tur- bante de tela color de cobre con cenefa verde.

Sí, señora , me guardo mi cuento para mada- ma de Fonbonne gritó el duque. ¿De qué se trata, señor duque? preguntó madama de Fon- bonne haciendo gestos y pucheros , contoneándose y empezando á poner los ojos en blanco. Se tra- ía , señora , de un cuento horrendo, indecente, in- creíble.— |Ay, Jesús I ¡qué horror! ¡ Y quién osa- ría... quién tendria el atrevimiento de?... Yo, señora, yo; es un cuento de que se avergonzarla un carnicero. Pero como conozco vuestro gusto desor- denado... os lo voy á espetar... Caballero I pa- rece imposible que os permitáis... ¿ ? pues tampoco sabréis el cuento. Pero hablando de otra cosa , lo que á me parece imposible es que una persona que siempre se viste tan bien y con tanto gusto y elegancia como vos... vaya, esta noche traéis un turbante /pero qué turbante, santo Dios 1... palabra de honor, señora , parece una ca- cerola vieja cubierta de cardenillo.

Y el duque soltó una terrible carcajada.

Si habéis venido de Oriente para empezar de nuevo con vuestras chanzas groseras dijo irrita- da la gorda señora podéis estar seguro de que nadie os dará la bienvenida...

Y madama de Fonbonne se retiró majestuosa- mente.

¿Qué tal, madama Sarah? ¿no os parece que es preciso ser un cabrón como yo para no arran-

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car las guedejas y el diabólico turbante á ese to- nel de sain?... Pero no, la respeto... porque es huérfana... ;Ja, ja, ja, jal y el duque de Lu- cenay rió con increíble estrépito. /Hola! ¡allí viene el caballero Carlos Robert ! Lo he hallado en los baños de los Pirineos... jqué buen mozo! ¡qué figura tan interesante I ¡qué voz! ¡canta como un ruiseñor!... Ya veréis, marquesa, ya veréis como lo vuelvo tarumba... ¿queréis que os lo presente? Estaos quieto y dejadnos en paz dijo Sarah volviendo la espalda al duque Lucenay.

Mientras que M. Carlos Kobeít se adelantaba poco á poco y como distraído mirando á las flo- res, el duque de Lucenay maniobró con tal ha- bilidad que consiguió apoderarse del íVasqnito de esencias deSarab,y empezó á desencajar la tapa y á hacer otras díabladuras con aquella joya.

Carlos Robert seguía acercándose : era de alta ^tatura y miembros proporcionados , no había en sus facciones una sola irregularidad y en su traje brillaba la suprema elegancia ; pero su íisonomia y sus maneras carecían de atractivo, á?. gracia y de díslincíon: habia en su expresión y modales cierta falta de elasticidad fácil y natural, y sus pies y manos eran grandes y vulgares. Al punto que vio á la marquesa de Harvílle cubriósele el rostro insulso de una profunda melancolía, dema- siado repentina para ser natural, pero muy bien imitada. Era tal la expresión de tristeza y aba- timiento del señor Carlos Robert cuando se acercó á la marquesa , que esta no pudo menos de acor- darse de las siniestras palabras de Sarah sobre los excesos á que podría entregarse aquel hombre en su desesperación.

i Buenos días , amigo ! dijo el de Lucenay saliendo al encuentro: no he tenido el gusto de

•26 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

veros desde las aguas de... ¿Pero qué diablos te- neis? ¡parece que esíais enfermo/

Al oir esto Carlos Robert echó una mirada me- lancólica á la de Harville, y respondió al duque con voz compungida :

En efecto, señor duque... padezco... bastante. ¡ Válgame Dios, qué desgracia I ¿con que no podéis curaros de ese maldito muermo? le dijo el de Lucenay con la expresión del mas vivo in- terés.

Al oir tan descabellada pregunta, quedó M. Ro- bert por un momento estupefacto y atónito: en- cendiósele el rostro, y con cólera mal reprimida dijo secamente al de Lucenay,

Ya que tanto os inquieta mi salud , caballero, no dudo que mañana iréis á visitarme. íSo tal, caballerito... eso no... enviaré en tal caso dijo el duque con altivez.

Garlos Robert hizo una breve salutación y se alejó al momento.

Lo particular es que no tiene mas pituita (jue el gran Turco dijo Lucenay sentándose otra vez de sopetón al lado de Sarah: á menos que le haya adivinado el mal sin querer. ¿Qué os pa- rece, madama Mac Gregor? ¿tendrá el muermo ese caballerete, 6 no?

Sarah se apartó bruscamente del duque sin res- ponder una palabra.

Todo esto pasó con la mayor rapidez. Sarah ha- bia contenido con dificultad la risa al oir la ex- iravagante pregunta del duque de Lucenay al co- mandante; pero la de Harville sintió el mas agudo dolor al imaginar la cruel situación de un hom- bre íjue se ve tan ridiculamente interpelado de- cante de la mujer á quien ama. Asombrada con la idea de un duelo é impelida por un sentimiento

EL BAILE. 27

irresistible, levantóse de repente, tomó el brazo de Sarah, alcanzó á Carlos Kobert, que no se de- jaba llevar por mucho tiempo de los ímpetus del furor, y le dijo al pasar en voz baja : Mañana iré... á la una...

Y volviéndose á la galería con su amiga, salió al punto del baile.

Rodolfo habia concurrido al baile , no solo para cumplir un deber de etiqueta, sino también para averiguar si era fundada su sospecha con respecto á la marquesa de Harville, y si esta era efectiva- mente la heroína de la historia de madama Pipe- let. Después de haber vuelto con la condesa *** del jardín de invierno, recorrió varios salones sin que pudiese hallar sola á la marquesa de Harville. Vol- vía otra vez al invernáculo, cuando al llegar á la escalera fué testigo de la rápida escena que pasó entre la de Harville y Carlos llobert, después de la chanza detestable del duque de Lucenay. Rodolfo observó una mirada significativa que se dieron Cle- mentina y el comandante y y por un secreto pre- sentimiento creyó que aquel alto y bello. joven era el misterioso inquilino de la calle del Templo. De- terminado á cerciorarse, volvió á entraren la ga- lería.

Iba á empezarse un vals, y al cabo de algunos minutos vio á Carlos Robert en pié, animado al alféizar de una puerta y lleno de complacencia y satisfacción de mismo, porque le habia gustado la respuesta del duque de Lucenay (Carlos Ro- bert no era cobarde , á pesar de ser tan ridiculo ) y porque estaba seguro de ([ue la de Harville no fal- taría á la cita que le había dado para el día sí- guíente.

Rodolfo buscó á Murph.

¿Ves aquel joven rubio en medio de aquel

28 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

grupo? ¿Aquel alto que parece tan pagado de mismo? Sí, monseñor. Pues bien , procura acer- carte á él lo bastante para decirle en voz baja y de modo que nadie mas que él te oiga, estas pala- bras : ¡ Cómo tan tarde , ángel mió !

Murph miró á Rodolfo con asombro y le dijo:

¿Habláis seriamente, monseñor?— Hablo se- riamente. Y si se vuelve bácia al oir estas pala- bras, cuida de no perder tu incomparable sereni- dad , á fin de que no sepa quien las ha pronunciado. No entiendo palabra , monseñor ; pero obe- deceré.

Anles de concluir el vals, el digno caballero se colocó detrás de Carlos Robert. Rodolfo estaba si- tuado de manera que no debia perder el menor re- sultado de su experimento; siguió pues á Murph con la vista, y al cabo de un minuto observó que Carlos Robert se volvia súbitamente para mirar hacia atrás... Murph ni siquiera pestañeó; y á la verdad el comandante no debia creer que aquel hom- bre calvo, tan alto y de aspecto tan grave é impo- nente , hubiese pronunciado las palabras que le trajeron á la memoria el quidproquo de que mada- ma Pipelet había sido la causa de la heroina.

Terminado el vals volvió Murph al lado de Ro- dolfo.

Aquel joven , monseñor , se volvi'> hacia como si le hubiera mordido. Esas palabras tienen una virtud mágica. Y tanto , amigo Murph, que me han revelado lo que queria saber.

Rodolfo lamentaba interiormente el error de la marquesa de Harville, tanto mas peligroso porque tenia á Sarah por cómplice y consultora. Esta idea lo llenó de amargura y le manifestó la verdadera causa de la tristeza del marqués de Harville, á quien amaba tiernamente: esta causa eran sin duda

EL BAILE. 29

los zelos, pues su mujer , dotada de cualidades ta^ encantadoras, se sacrificaba á un hombre que tan poco ia merecía. Dueño por una casualidad de este secreto , incapaz de abusar de él y sin que pudiese discurrir ningún medio para desengañar á la mar- quesa de Harville, que por otro lado le perecía entregada á una ciega pasión , Rodolfo se veía con- denado á ser testigo impasible de la ruina de una Ióven á quien habla amado con una pasión tan ve- lemente como secreta... y á quien amaba todavía , á pesar suyo.

El barón de Graün lo sacó de estas reflexiones.

Si V. A. R. tiene á bien retirarse un momento al gabinete inmediato, que está solo, le daré cuen- ta de los informes que me ha ordenado tomase.

Rodolfo se retiró con el barón de Graün*

La única duquesa á quien pueden referirse las iniciales N y L es la señora duquesa de Lucenay , cuyo apellido es Noirmont dijo el barón: no se halla aquí esta noche. Acabo de ver á su marido, que habiendo emprendido hace cinco meses un via- je á Oriente que debia durar un año, apareció en Paris inesperadamente hace dos ó tres dias.

Se tendrá presente que en la visita que hizo Ro- dolfo á la casa de la calle del Templo, habla ha- llado en el mismo descanso de la puerta del char- latán Cesar Bradamanti , un pañuelo humedecido en lágrimas, guarnecido de riquísimo encaje y en una de cuyas puntas estaban bordadas las letras N y L debajo de una corona ducal. Por orden de Rodolfo, pero ignorando estas circunstancias, el barón de Graün se habla informado del nombre de todas las duquesas residentes en Paris, y habia te- nido el indicio de que acabamos de hablar.

Rodolfo penetró el misterio.

No tenia motivo para interesarse por la duquesa

T. II. 3

30 LOS MISTERIOS DE PARÍS

de Lucenay , mas no pudo menos de estremecerse al pensar que si en realidad era la misma que habia estado en la habitación del infame charlatán , que no podia menos de ser Polidori, aquel miserable abusaría sin duda del temblé secreto que ponia en sus manos á la duquesa, pues la habia hecho se- guir hasta su morada por el Gojuelo.

El acaso es á veces muy caprichoso, monse- ñor— di jo el barón de Graün. ¿Porqué lo decís? En el momento en que Mr. de Grangeneuve aca- baba de darme esos indicios sobre la duquesa de Lucenay, añadiendo con malignidad que el regreso imprevisto del duque su marido debia incomodarla sobre manera lo mismo que al vizconde de Saint- Remy, lindo joven que es la maravilla de los ele- gantes de Paris , el señor embajador me ha pre- guntado si V. A. R. le permitiría el que le presen- tase al vizconde que se halla aquí: acaban de agre- garlo á la legación de Gerolslein y miraría como una dicha el ser presentado á V. A. R.

Rodolfo no pudo contener un movimiento de im- paciencia, y le dijo:

Me fastidia infinitamente esa presentación... pero no puedo negarme... Pronto ; decid al conde de*** que me presente á ese señor Saint- Remy.

A pesar de su mal humor , Rodolfo conocía de- masiado el oficio de príncipe para dejar de mostrar- se afable en esta ocasión. Además el vizconde de Saint-Remy era según decian el amante de la du- quesa de Lucenay , y esta circunstancia movia la curiosidad de Rodolfo.

Acercóse el vizconde de Saint-Remy conducido por el embajador. Era el vizconde un hermoso jo- ven de veinte y cinco años, delgado, esbelto, de aire distinguido y de una fisonomía armoniosa y agradable: su color era moreno, pero de un more-

EL BAILE. 31

510 trasparente y ambarado como el de los retratos de Murillo; su cabello de un negro azulado , sepa- rado por una raja sobre la pien izquierda y alisado sobre la frente, caia en anchos bucles á los lados de la cara , y apenas dejaba ver el descolorido glóbulo de sus orejas. Sus ptjpilas negras como el azabache brillaban sobre el globo del ojo, que en lugar de ser blanco era anacarado y tenia el viso azul que una expresión tan fascinadora al mirar de los indios. Por un capricho de la naturaleza , su estrecho vigo- te fino como la seda hacia un contraste singular con el resto de su cara imberbe y juvenil, y tan tersa como las mejillas de una joven : llevaba una corbata de raso negro, tan baja que permitia ver la forma elegante de su cuello, digna por cierto del antiguo Inventor de la flauta

Una sola perla unia el grande lazo de su corbata, perla de un precio inestimable por su tamaño, por su forma y por una irradiación de colores mas her- mosos que los del ópalo mas fino. El gusto supremo de su traje guardaba perfecta armonía con la mag- nífica sencillez de esta joya.

La fisonomía del vizconde de Saint-Remy distaba lanto del tipo ordinario de los elegantes, que vista una vez no podia olvidarse nunca. El lujo de sus coches y caballos era extremado, y la suma de su libro de apuestas en las corridas de caballos, subia anualmente a dos ó tres mil luises de oro. Se habla- ba de su casa de la calle de Chaillot como un mo- delo de lujo y suntuosidad: daba en ella grandes banquetes, y se jugaba un juego infernal, en el que perdia con frecuencia el vizconde enormes sumas con la seriedad mas imperturbable. Todos sabían sin embargo que la fortuna del vizconde estaba ar- ruinada mucho tiempo habia , que todos sus bienes eran de herencia materna y que su padre vivía po-

32 LOS JttlSTERIOS DE PARÍS,

bre y retirado en un rincón del Anjou.

Para explicar la incomprensible prodigalidad del vizconde de Saint-Rémy , los envidiosos y maledi- cientes, inclusa Sarah, hablaban de la opulenta fortuna de la duquesa de Lucenay ; pero no echaban de ver que además de la vileza de esta suposición, el duque de Lucenay ejercía una intervención na- tural en los bienes de su mujer , y que el vizconde de Saint-Rémy gastaba por lo menos 200,000 íran- cos anuales. Otros aludían la imprudencia con que algunos usureros prestaban a un hombre que no esperaba ya ninguna herencia. Otros, en fin, de- cían que era demasiado dichoso en el íwr/'(a), y ha- blaban por lo hap de mozos de cuadra y áejockeys{h) sobornados por el para estropear los caballos contra los cuales quería apostar... pero la mayor parte de las gentes se acordaban muy poco de los medios a que podría recurrir el vizconde para sostener su fausto asiático.

Pertenecía á la mejor sociedad por trato y por relaciones personales de amistad; era alegre, va- liente, de talento, buen compañero y de un trato franco y agradable, daba excelentes banquetes á sus amigos y suscribía á cuantas bromas y jaranas se le proponían. Las mujeres le adoraban , y sus conquistas eran sin cuento, porque era joven , her- moso, galante y magnífico en cuantas ocasiones puede serlo un joven con las mujeres de la gran so- ciedad. Por último , era tal la obcecación general, que la misma oscuridad que rodeaba el origen del Pactólo en que cojía el oro á manos llenas, daba á su modo de vivir y á su persona cierto encanto mis- terioso. Cuando se hablaba de él se hacia casi siem-

(a) Terreno destinado á las corridBS de caballos, (b) Jo- ckey es el mozo que monta el caballo en la corrida.

EL BAILE. 33

pre esta observación alegre ú otras parecidas: « ¡ Sin duda halló la piedra filosofal ese diablo de vizcon- de 1 » Otros , al saber que lo habían agregado á la legación de Francia cerca del gran duque de Ge- rolstein , pensaron y dijeron que sin duda queria retirarse honroéumente. Tal era el vizconde de Sainl- Kemj.

El conde de*** dijo á Rodolfo al presentárselo : Tengo el honor de presentar á V. A. R. el vizconde de Saint-Rémy, agregado á la legación de Gerolstein.

El vizconde hizo una profunda salutación, y dijo á Rodolfo:

¿Se dignara V. A. R. disimular la impacien- cia con que he deseado ofrecerle mi humilde res- peto? Acaso anduve indiscreto en apresurar un mo- mento que tanto debia honrarme. Tendré mu- cho gusto, caballero, en veros en Gerolstein... ¿Cuándo pensáis marchar? La estancia de V. A. R. en Paris reprimirá acaso mi deseo de po- nerme en camino. El silencio de nuestras cortes alemanas os hará echar de menos la vida activa de Paris. Me atrevo á asegurar á V. A. R. que la be- nevolencia que se digna mostrarme, y que espero tendrá á bien continuar dispensándome bastará por si sola para hacerme olvidar á Paris. No de- penderá de mi , caballero , el que llegáis á cambiar de opinión durante vuestra residencia en Gerols- tein.

Rodolfo hizo una lijera inclinación de cabeza, la cual anunció al vizconde de Saint-Rémy que su presentación habia terminado. El vizconde saludó al príncipe y se retiró. Rodolfo era tan buen fiso- nomista , que las simpatías y aversiones que conce- biaeran casi siempre fundadas; y así es qui» durante el breve diálogo que tuvo con el vizconde de Saint-

LOS MISTERIOS BE PARÍS.

Rémy, concibió una especie de desvío involuntaria hácia aquel joven elegantísimo y brillante, sin ba- ilar el motivo de esta aversión. Parecióle que en su mirar babia cierta perfidia disimulada y que tenia una fisonomía peligrosa.

Volveremos á bailar al vizconde de Saint-Rémy en circunstancias que formaran un terrible contras- te con la brillante situación que ocupaba cuando fué presentado á Rodolfo, y se verá cuan justo ha sido el presentimiento de este.

Terminada esta presentación Rodolfo bajó al jardin pensando en los encuentros peregrinos que le proporcionaba el acaso. A la hora de cenar que- daron casi desiertos los salones. El sitio mas reti- rado del jardin se hallaba al extremo de un grupa de árboles en un ángulo del muro; cubria casi en- teramente este sitio un enorme plátano rodeado de plantas sarmentosas , y cerca del árbol se veia en- treabierta una pequeña puerta falsa , que daba en- trada á un largo corredor que terminaba en el salón del banquete.

Sentóse Rodolfo en aquel sitio oculto entre espeso ramaje, y llevaba algunos momentos de profunda meditación , cuando oyó pronunciar su nombre por una voz conocida.

Sarah, sentada al otro lado de esta especie de gru- ta^ y enteramente oculta de Rodolfo, hablaba in- glés con su hermano Tomas.

El príncipe escuchó con atención el diálogo si- guiente:

La marquesa ha ido un momento al haile del ba- rón de Nerval dijo Sarah: felizmente se ha marchado sin poder hablar á Rodolfo que la andaba buscando. Temo la influencia que, sin saberlo>

EL BAILE. 35

ejerce aun sobre ella; influencia que tanto he pro- curado combatir y que en parle he conseguido des- vanecer... Pero al fin esa rival, á quien he temido siempre por un presentimiento inesplicable, y que tan perjudicial podia ser á mis designios., esa rival labrará mañana su ruina... Escuchadme, Tomas; lo que voy á deciros es muy grave.

Os engañáis, Sarah ; Rodolfo no amó jamas á la marquesa. Debo haceros algunas explicaciones sobre este asunto... Durante vuestro último viaje ha habido mas novedades de lo que pensáis... y como es preciso obrar mas "pronto de lo que esperaba... esta noche misma., antes salir de aquí... es indispensable esta conferencia.. Felizmente estamos solos. Ha- blad; ya os escucho.

Estoy segura de que Clementina no habia amado jamas antes de ver á Rodolfo... No porque razón mira con un desvío insuperable á su marido, que sin embargo la adora; y hay en todo esto un misterio que en vano he intentado penetrar. La pre- sencia de Rodolfo habia dispertado en el corazón de Clementina mil emociones que hasta entonces no ha- bia sentido; pero yo he sofocado este amor naciente con ciertas revelaciones, ó mas bien con mil calum- nias injuriosas al carácter del príncipe. Sin embar- go , como la marquesa habia sentido ya la necesidad de amar , habiendo visto en mi casa á ese Carlos Robert se prendó de su belleza como pudiera pren- darse de la hermosura inmóvil de un cuadro, por- que por desgracia ese hombre es tan fatuo como buen mozo, auque sus miradas no carecen de inte- rés. He ponderado la nobleza de su alma y la eleva- ción de su carácter; y como conozco la bondad na- tural de la marquesa, la he pintado los grandes é interesantes infortunios de Robert , y a él le he en- cargado que aparentase una tristeza mortal, que no

36 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

hablase nunc \ sin suspirar , y sobre lodo que ha blase poco. Siguió mis consejos, y gracias á su ha- bilidad en el canto, á su buena ugura, á su fingui- da tristeza incurable y á su silencio, consiguió atraerse el interés de Clementina, que por su parte halló también un medio de satisfacer la necesidad de amar que se habia apoderado de ella al conocer á Rodolfo. ¿Comprendéis ahora el mérito de mi plan? Sí; continuad. Robert y la marquesa de Harville solo se veian con intimidad en mi casa, en donde hacíamos los tres conciertos matutinos dos veces por semana. Robert empezó á insinuarse sus- pirando, dirigió luego algunas palabras tiernas en voz baja , y consiguió deslizar dos ó tres billetitos amorosos. Yo temia mas aun su prosa que sus pala - bras ; mas como las mujeres son siempre indulgen- tes con la primera declaración que reciben , las de mi protegido no tuvieron mal resultado, porque eran ademad muy lacónicas por mi consejo. Sin em« bargo, lo que mas importaba á Robert era conse- guir una cita: pero la marquesita tenia menos amor que severidad de principios, ó por mejor decir no tenia bastante amor para olvidar sus principios. Conservaba, sin saberlo, la impresión de Rodolfo en el fondo del corazón, y esta impresión comba- tia sin cesar su tibia inclinación hacia Robert;... inclinación que era mucho mas facticia que real, pero la cual fomentaba yo exagerando continua- mente las calidades de ese Apolo sin seso, y pin- tándole sumergido en la melancolía y el infortunio. El aire de profunda y desesperada amargura de su admirador ablandó por último á Clementina, y se decidió á concederle, mas por compasión que por amor, la deseada cita. ¿Os conñó Clementina esos secretos? Solo me habia confiado su incli- nación bácia Carlos Robert , y no quise compróme-

EL BAILE. 37

1er la á hacerme explicaciones que podrían incomo- darla... Pero él rebosando de contento, ó mas bien de vanidad, me comunicó su feliz victoria, pero sin decirme el dia ni el lugar de la cita. ¿Cómo habéis descubierto el sitio? Al dia siguiente muy de mañana se puso Carlos en acecho por orden mía cerca de la puerta de Robert. A las doce del segun- do dia subió nuestro enamorado á un coche de al- quiler y se dirigió á la calle del Templo, situada en un cuartel oscuro de la ciudad... Apeóse delante de una mala casa , permaneció en ella cerca de media hora y luego se marchó. Carlos guardó largo tiempo su puesto para ver si salía alguna persona después de Robert ; pero nadie salió porque la mar- quesa habia faltado á su promesa, según me dijo al otro dia su mismo amante en un movimiento de cólera por el chasco que habia llevado. La aconse- jé que aparentase la mayor desesperación; pero aunque consiguió que Clementina le otorgase una nueva cita, volvió á faltar á ella como á la primera. Sin embargo, la última vez ha llegado hasta la misma puerta de la casa consabida... Ya veis cuanto lucha esa mujer consigo misma... ¿Y porqué? Porque Clementina ^estoy segura de ello, y es lo que me obliga á oborrecerla) conserva aun en el fondo del corazón ese afecto hacia Rodolfo, y ese afecto la deOende y la proteje. Finalmente, esta noche ha dado la marquesa á Robert una cita para mañana y no dejará de cumplirla. El duque de Lucenay ha ridiculizado tan groseramente á su ado- rador, que al verlo la marquesa tan humillado no pudo menos de concederle por conmiseración lo que no hubiera hecho de ningún otro modo. Repito que esta vez no faltará á su promesa. ¿Y cuáles son vuestros proyectos? Carlos Robert es tan inca- paz de conocer la delicadeza del sentimiento que

3S LOS 3I1STEIII0S DE PARÍS.

ha dictado esta noche la resolución de la marque- sa, que mañana intentará sacar partido de ella, y se perderá para siempre , porque yo muy bien que Clemenlina se expone á este compromiso sin pasión, sin amor alguno, y tan solo por conmise- ración. La conozco bien y no dudo por lo mismo que va á la calle del Templo por un impulso de ge- nerosidad , pero muy decidida á no olvidar un pun- to sus deberes. Carlos intentará aprovechar la ocasión; la marquesa le cobrará un profundo abor- recimiento; y una vez disipada su ilusión volve- rá á quedar bajo la influencia del amor que la ins- piró Rodolfo , el cual no hay la menor duda que arde aun en el fondo de su corazón. ¡ Pero veamos cual es vuestro designio 1 ¿Mi designio? Quiero perderla para siempre en el concepto de Rodolfo, el cual no dudo que tarde ó temprano baria traición á la amistad de Harville , correspondiendo al amor de ricmentina; pero la aborrecerá y no volverá jamás á verla si llega á saber que cometió una fal- ta de que él no ha sido cómplice: ningún hombre perdona este género de crímenes. Ya veo que queréis desengañar al marido, para que un rompi- miento estrepitoso convenza á Rodolfo de la con- ducta de la marquesa. Y me será tanto mas fácil porque, según me ha dicho Clementina , el mar- qués tiene ya algunas sospechas, aunque no sabe en quien fijarlas. Es ya media noche y debemos sa- lir del baile: iremos al primer café y escribiréis al marqués de Harville que su mujer acudirá mañana á la una de la tarde á una cita amorosa en la calle del Templo 17. Es muy celoso , y no me cabe duda que sorprenderá á Clementina: lo demás vendrá por sus pasos. ¡ Qué acción tan abominable! dijo Seyton con frialdad. Dejaos de escrúpulos , Tomas... Ya que estos medios

EL RAILE. 39

son odiosos... ya que todo lo atropello por con- seguir mi objeto.... pero, .¿qué conducta se ha guardado conmigo?— Mala en verdad... y por eso soy vuestro cómplice... Voy á hacer lo que me ha- béis indicado ; pero os repito que es una acción de- testable.— ¿Sin embargo consentís? Porque lo creo necesario... Todo lo sabrá el marqués esta no- che. /Y... pero... me parece que hay alguna persona aquí, detrás de estos árboles/ dijo Seyton inter- rumpiéndose y hablando en voz baja. Me pare- ce que he oido... Mirad dijo Sarah con in- quietud.

Levantóse Seyton , dio la vuelta al rededor y no vio á nadie.

Rodolfo acababa de salir por la puerta falsa de que hemos hablado.

Me he engañado dijo Seyton volviendo á entrar ; no hay nadie. Ya me lo parecía repuso su hermana. Yo creo, Sarah , que la marquesa no es tan perjudicial como imagináis para la realización de vuestro proyecto, porque Rodolfo no faltará jamás á la austeridad de sus principios. Esa joven que ha puesto hace seis semanas en la quinta de Bouqueval, esa joven que tanto absorbe su atención, quien educa con esmero y visita tantas veces, me inspira temores mucho mas fun- dados. No sabemos quien es, aunque al parecer pertenece á una clase oscura; pero su rara belle- za , el disfraz que ha puesto Rodolfo para llevarla á la quinta y el vivo interés que maniüesta por esa niña , prueban demasiado que este afecto singular no carece de importancia, y esta es la razón por- que he prevenido ya vuestro deseo. Para allanar este inconveniente, mas real y positivo que los que imagináis, ha sido necesario obrar con suma pru- dencia á fin de saber el modo de vivir de las per-

kO LOS MISTERIOS PARÍS.

sonas de la quinta, y especialmente de esa mu- chacha... Estas noticias se hallan en mi poder, y he llegado ya el momento de obrar: la casualidad me ha deparado otra vez á esa horrible vieja que me habia robado la cartera, y sus relaciones con gentes de la clase del bandido que nos asaltó en la calle de la Cité, no podrán menos de sernos muy útiles. Todo lo tengo previsto... no resultará el me- nor indicio ni prueba contra nosotros... Y ademas, si esa criatura pertenece, como es de creer; á la ríase obrera , acaso preferirá nuestras ofertas á la suerte que puede haber imaginado, porque el prín- cipe ha guardado con ella el mas riguroso incóg- nito... En fin, mañana quedará decidida esta cues- tión, y sino... ya veremos como salir del paso. Si conseguimos vencer los dos obstáculos... enton- ces, Tomas, nuestro gran proyecto... Grandes son las dificultades, pero el éxito no es improba- ble. — Confesad que tendremos mucha mas razón para esperar si vuestro plan se ejecuta en el mo- mento en que el ánimo de Rodolfo se halle simul- táneamente turbado por el escándalo de la mar- quesa de Harville y por la desaparición de esa ni- ña , que tanto cultiva su interés... ¿No creéis que seria entonces el momento de persuadirlo de que la hija cuya muerte llora... vive todavía... y queen- tónces?... —Silencio, Sarah dijo Seyton á su hermana ; ya vienen de cenar. Ya que tenéis por necesario advertir al marques de Harville la cita de mañana, marchémonos porque es tarde. La ])ora adelantada de la noche á que recibirá la no- ticia , le probará su importancia repuso Sarah. Tomas y su hermana salieron del baile de la embajadora de ***.

GAPiTlLO II.

LA CITA,

Queriendo advertir inmediatamente á la mar- quesa de Harville el peligro en que se hallaba, salió Rodolfo del jardin de invierno sin aguardar el fin del coloquio de Seyton y de Sarah, de ma- nera que no pudo saber el provecto de los dos her- manos sobre Flor de María ni el eminente peli- gro que la amenazaba. A pesar de su buen deseo, no consiguió desengañar á la marquesa como se habia propuesto. Debia esta presentarse un mo- mento en el baile de la señora de Nerval por mero cumplimiento; pero agobiada por las emociones quesentia, no tuvo valor suficiente para asistir á esta función y se retiró á su casa.

Este contratiempo desconcertó el designio de Rodoldo.

El barón de Graün y casi todas las personas que habian concurrido al baile de la embajadora, estaban convidados por madama Nerval. Rodolfo condujo inmediatamente el barón á casa de esta se- ñora, y le ordenó qne buscase en el baile á la mar- quesa de Harville y la dijese que el príncipe de- seaba tener con ella aquella misma noche una en- trevista secreta de la mayor importancia, y que se hallaría á pié delante de la casa de Harville, ú fin de hablar con ella por la ventanilla del ca-

k'2 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

rruaje, mientras abrían los criados la puerta co-= cbera,

Volvióse el barón después de baber buscado lar- go tiempo á la marquesa sin encontrarla : resul- tado que causó á Rodolfo la mayor pesadumbre porque conocía lo indispensable que era advertir sin pérdida de momento á la marquesa de la trai- ción que contra ella se fraguaba; porque en tal caso la delación de Sarah, que no era ya imposi- ble impedir, pasarla por una vil calumnia. Pero era ya demasiado tarde... el marques recibió á la una de la noche la infame carta de la condesa Mac- Gregor.

Por la mañana del siguiente dia se paseaba len- tamente el marques de Harville en su alcoba, amueblada con sencillez y adornada únicamente con una panoplia de armas modernas y un estan- te lleno de libros.

La cama no se habia desecho, y sin embargo la colcha de seda estaba desgarrada y hecha pedazos; cerca de la chimenea se veian tirados en el suelo una silla y una mesa de ébano, y en otro sitio los fragmentos de un vaso de cristal, dos bujías rotas y un candelero de dos mecheros con algunas abo- lladuras.

Este desorden parecía efecto de una lucha vio- lenta.

El marques tenia cerca de treinta años , una fi- sonomía viril y característica, cuya expresión era de ordinario agradable, pero estaba entonces pá- lida y amoratada. Tenia puesto el mismo traje de la víspera, pero sin corbata, con el chaleco desa- brochado, y en la camisa se veian algunas man- chas de sangre. El cabello negro y ordinariamente rizado, caía liso y en desorden por su lívida frente.

EL BAILE. 43

Después de haberse paseado largo rato con los brazos cruzados, la cabeza baja y la vista fija y clavada, detúvose de repente delante de la chime- nea , que estaba apagada , á pesar de lo frió y he- lado de la noche. Cojió del mármol de la chime- nea la siguiente carta, y volvió á leerla con agi- tada atención á la luz nebulosa de aquella ma- ñana de invierno:

ft Mañana á la una tendrá vuestra mujer una cita amorosa en la calle del Templo, n" 17. Seguidla y todo lo sabréis... ¡Feliz marido!»

A medida que leía estas palabras, que tantas veces habia leido ya, los labios del marques de Harville, azulados por el frió, se movian convul- sivamente como para deletrear el funesto billete.

Abrióse en aquel momento la puerta y entró un ayuda de cámara, criado antiguo y leal, de pelo cano y honrado semblante.

El marqués volvió de repente la cabeza sin dejar su puesto y teniendo aun la carta cojida con ambas manos.

¿ Q"é buscas ?— dijo ásperamente al criado.

Este no respondió , contempló con doloroso es- tupor el desorden de la alcoba ; levantó luego la vista , miró con atención á su amo, y exclamó:

¡ Sangre ! ¡ tenéis sangre en la camisa !... ¡ Dios mío, señor! os habéis herido... Estabais sola... ¿ porque no habéis llamado como tenéis de costum- bre... cuando los ?... ¡ Márchate ! Pero, señor marques, ¿no veis que el fuego está apagado y que hace un frió mortal , y sobre todo después de... vuestro.... ¡ Me dejarás en paz!... ¡márchate , te digo ! Perdonadme , señor marqués repuso tem- blando el criado habéis mandado que M. Dou- blet viniese hoy á las diez y media , y ha llegado ya con el notario. Es verdad dijo con amargu-

h-k LOS MISTERIOS DE PARÍS.

ra el marqués recobrando serenidad. Cuando uno es rico tiene que pensaren los intereses... ¡Es tan grata la riqueza 1... Y luego añadió: Haz en- trar á M. Doublet en mi gabinete. Ha entrado ja, señor marqués. Dame ropa para vestirme... Tengo que salir pronto. Pero, señor marqués...

Haz lo que te digo, Pepe dijo el marqués de Harville con tono mas dulce, y añadió : ¿ Ha entrado alguien en el cuarto de mi mujer? Creo que la señora marquesa no ha llamado todavía. Que me avisen cuando llame. Muy bien , señor marqués. Llama á Felipe que venga á ayudarte, porque sino nunca acabarás. Pero, señor, de- jadme que arregle algo este cuarto repuso José con tristeza. Cualquiera que observase este de- sorden sin comprenderlo lo interpretaria á su mo- do.— ¡Y que abominable pareceria á cualquiera la realidad!... ¿no es verddid? dijo el marqués con amarga sonrisa. /Ah, señor! reposo José nadie sospecha... ¿Nadie?... ¡No, nadie!...

dijo el marqués con aire sombrío.

Mientras que José arreglaba el cuarto de su amo, este se dirigió á la panoplia ó caja de armas de que hemos hablado , examinó con atención por espacio de algunos minutos las armas que en ella había, hizo un gesto de satisfacción siniestra y dijo á sn criado :

¿Apostaría á que te has olvidado de limpiar las escopetas que tengo arriba en el recado de caza ? El señor marqués no me ha dicho nada repuso José asombrado. ; pero te has olvidado. Se- ñor, os aseguro que... ¡Buenas estarán!... Apenas hace un mes que han venido del armero. No importa; luego que me hayas vestido, me ba- jarás todo el recado de monte, porque acaso saldré de caza mañana ó pasado y quiero ver como están

EL BAILE. 45

las escopetas. - Las bajaré al punto , señor mar- qués.

Luego que José hubo arreglado la alcoba, entró otro criado para ayudarle.

Acabaron ambos de vestir al marqués, y este pasó 'al gabinete en donde lo esperaban M. Doublet su contador , y un notario.

El señor trae la escritura dijo el contador y solo falta que la firméis. ¿La habéis leido, M. Doublet? Sí, señor marqués. En tal caso no tengo mas que firmarla.

Firmó la escritura, y el notario salió del apo- sento.

Señor marqués, por esta adquisición dijo M. Doublet con aire triunfante la renta de vuestras fincas, impuesta sobre tierras excelentes, no baja de 126,000 francos... ¿ Sabéis , señor marqués, que es muy rara una renta de 126,000 francos sobre tierras? Soy muy dichoso ¿no es verdad M. Dou- blet? 1 126,000 libras de renta sobre tierras!... ¿po- drá haber felicidad igual? Yeso sin contar la cartera del señor marqués , que no baja de dos mi- llones... sin contar... Seguramente, sin contar... tantas felicidades mas. Nada os falta , señor mar- qués, ¡loado sea Dios I... juventud, riqueza, salud... todas las felicidades juntas; y entre ellas dijo M. Doublet con suma complacencia ó mas bien al frente de todas ellas, debemos contar la de ser es- poso de la señora marquesa , y de tener una niña tan hermosa que parece un querubin...

El marqués de Harville dio una mirada siniestra á su contador.

No podríamos pintar la expresión de salvaje iro- nía conque dijo a M. Doublet tocándole familiar- mente el hombro :

Con cerca de 250,000 libras de renta y una

T. 11. i

46 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

mujer como la mia... y una hija que parece un que- rubín... no hay en el mundo mas que desear ¿no es verdad? Con iodo, señor marqués, respon- dió sencillamente el contador debéis desear que vuestra vida sea muy larga... para ver el casamien- to de la señorita y para llegar á ser abuelo... Deseo de todo corazón, señor marqués, que conozcáis á vuestros nietos, ni mas ni menos que la señora marquesa... Tenéis razón, M. Doublet... solo os falta pedir que nuestro fallecimiento sea en el mis- mo instante como Filemon y Baucisl... ; Tenéis ocurrencias felices/ Gracias, señor marqués... ¿ Tenéis algo que mandarme? Nada... / Ah ! sí... Decidme ¿cuanto dinero tenéis en caja I Veinte y nueve mil trescientos y tantos francos en efectivo, sin contar el dinero que se ha puesto en el banco. Me traeréis 20,000 francos en oro esta mañana, y los entregareis á Pepe si yo no estoy en casa. ¿Esta mañana? Esta misma mañana. Dentro de una hora vendré con el dinero... ¿Tiene algo mas que mandarme el señor marqués ? No, Sí. Doublet. ¡ Ciento veinte y seis mil francos de renta 1 repitió el contador al marcharse. iQué buena adquisición la de hoy ! Mucho he temido que se nos escapase la finca. Vuestro servidor, se- ñor marqués. Adiós, M. Doublet

Apenas salió el contador, cuando el marques se dejó caer acongojado en una silla de brazos, apoj^ó los codos en una mesa y ocultó el rostro con las ma- nos... y en tal postura lloró por primera vez des- pués de haber recibido la carta fatal de Sarah.

/ Oh ! exclamó el angustiado marques ¡ for- tuna cruel 1 ¡ has querido , sí, has querido hurlarle de al hacerme rico!... iQué guardaré ahora en tus urnas de oro ?:.. / Mi vergüenza... la infaur'a de mi esposa /...¡infamia cuya publicidad imprimirá

LA CITA. 4 i

quizá un odioso sello en la frente de su hija I... ¿De- beré resolverme á dar este terrible escándalo, ó de- jaré por piedad... de ?...

Levantóse al decir esto el marques : brillaba en sus ojos un fuego teriible y siniestro, y con los dien- tes cerrados pronunció en voz sofocada y convulsa estas palabras :

;No... no!... ¡sangre... sangre!... ¡Lave la sangre el escarnio!... ¡ Ahora comprendo su aver- sión... la aversión de ese miserable!...

Y después de haber callado por un momento co- mo aterrado por una reflexión repentina, prorrum- pió de nuevo en voz sofocada por el dolor :

¡Su aversión !... ¡oh! ya el motivo de su aversión: ¡la causo horror... la espanto!

Después de un largo silencio volvió á decir *.

¿Pero tengo yo la culpa... yo? ¿Podrá justi- ficar con eso su inhdelidad? ¡Oh! ¡en lugar de abor- recerme deberia compadecerse de !... ¡ No... san- gre... sangre!... ¡los dos... los dos!... porque sin duda lo ha dicho todo... al otro.

Este pensamiento redobló el furor del marqués. Levantó los puños cerrados hacia el cielo, pasó por los ojos su abrasada mano , y conociendo la nece- sidad de ocultar su agitación á los criados, volvió con aparente tranquilidad á su alcoba, en donde halló á José. ¿Dónde están las escopetas? Aquí están, señor marqués, bien arregladas. Quiero verlo por mis ojos... ¿Ha llamado mi mujer? No sé, señor. Anda á informarte.

El criado salió del cuarto

El marqués lomó apresuradamente de la caja de las escopetas un botecilo de pólvora, algunas balas y pistones, cerró luego la caja y guardó la llave : dirigióse en seguida á la panoplia, cogió un par de pistolas de recámara, las cargó y las metió en los

i8 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

bolsillos de su levita de mañana. José volvió á entrar en el cuarto.

Señor , se puede entrar ja en el cuarto de la señora marquesa. ¿ Ha mandado que pongan el coche. No , señor la señorita Julia ha dicho de- lante de al cochero de la señora que habia subi- do á tomar la orden de la mañana, que como el tiempo estaba frió j seco, la señora saldria á pié, en caso que saliera. Bien está .. ¡ Ah ' se me ol- vidaba : si voy á cazar no será hasta mañana ó pasado... l)í á Guillermo que reconozca boj mis- mo el lilburí de camino ¿entiendes ? 8í, señor... ¿No queréis el bastón? No... ¿No hay aquí cerca algún parador de coches de alquiler? Muy cer- ca , en la esquina de la calle de Lille.

Al cabo de un momento de silencio y de duda, dijo el marqués:

Pregunta á Julia si se puede ver á la mar- quesa.

El criado salió.

¿Y qué?... ¿no es un drama como otro cual- quiera. Sí, quiero ver otra vez esa máscara can- dorosa y traidora con que la infamia querrá ocul- tar el adulterio que va á cometer: oiré mentir su boca, mientras que leeré en su viciado corazón el odioso oprobio con que intinta cubrirme. Sí... quie- ro ver como me mira y como me habla y respon- de una mujer que un momento después irá á echar sobre mi nombre una mancha horrible y ridicula, que solo se lava con un mar de sangre... ¡Pero qué necio soy ! me mira como siempre con la sonrisa en los labios y el candor en la fre nte... Me mirará como mira á su hija cuando la besa en la frente y la enseña á humillar su corazón ante Dios... ¡Los ojos... el espejo del alma !... dijo el marqués en- cojiéndose de hombros en ademan de desprecio:

LA CITA. 49

cuanto mas púdicos y dulces son, tanto mayor es la corrupción que encubren. Sus ojos prueban esta verdad... y yo me be dejado engañar por ellos como un imbécil... ¡ Oh furor! ¡con qué frió é in- solente desprecio debería mirarme cuando en el mismo momento en que acaso debia ver... al otro... me oia colmarla de pruebas de estimación y ternu- ra... Yo le hablaba como á una madre casta y vir- tuosa, en quien habia puesto toda la esperanza de mi vida... y ella se iba á... ¡Oh! no I no/— gritó el marqués inflamado de furor.., ¡nunca! ¡no la veré, no quiero verla/... ni á mi hija tampoco., me obcecaría , comprometerla mi venganza.

Y en lugar de entrar en el cuarto de su esposa, salió de casa diciendo antes á la camarera de la marquesa :

. Decid á la señora que deseaba verla esta ma- ñana, pero que tengo que salir por un momento ; y si por casualidad quiere almorzar conmigo , que me aguarde á las doce.— Creyendo que no he de volver luego á casa obrará con mas libertad dijo para el marqués; y se dirigió á un parador de co- ches inmediato á su casa. ¡Cochero, por horas! Muy bien, caballero, son las mee y media. ¿A dónde vamos?— Calle de Belle-Chasse, esquina á la de la calle de Santo Domingo, á lo largo del mu- ro de un jardin... allí te detendrás.— Muy bien, caballero.

Corrió el marqués las cortinas, el coche partió y dentro de pocos Justantes se hallaba enfrente de la casa de Harville. Nadie podia salir del portal del marqués sin ser visto por él desde aquel sitio... A la una era la cita de su muier, y su fija y ar- diente mirada no se apartaba un momento del por- tal. Su imaginación luchaba con un torrente de có- lera tan agitado é impetuoso, que el tiempo pasó

50 LOS 3IÍSTERI0S DE PARÍS.

para el marqués con una rapidez increíble. Al mo- mento de dar las doce en Santo Tomás de Aqui- no, se abrió la puerta de la casa de Harville y sa lió lentamente la marquesa.

jYal... ¡Oh , qué exactitud! Teme sin duda hacer esperar al otro^..,. dijo el marqués con amarga ironía.

El frió era intenso y las calles estaban secas. Llevaba Clementina un sombrero negro con velo de blonda del mismo color y una bata de seda co- lor de corinto. Su gran chai de cachemir azul oscu- ro, caia hasta el volante de su vestido que levantó lijera y graciosamente para atravesar la calle. Es- te movimiento descubrió hasta el tobillo su leve pié , maravillosamente calzado con un botin de raso turco.

A pesar de ^as terribles ideas que agitaban al mar- qués de Harville , observó en aquel momento el Í)ié de su mujer, que jamás le habia parecido tan indo y seductor... La vista de aquel pié exasperó su furor, y al pensar en la felicidad de su odioso ri- val , sintió en el corazón la aguda punzada de los zelos censuales... Pintáronse de repente en su ima- ginación con caracteres de fuego todos los ardien- tes halagos de un amor dichoso y apasionado. En- tonces sintió por primera vez en su vida un dolor físico , profundo , incisivo , penetrante que le ar- rancó un grito sordo del corazón.

Hasta entonces solo habia padecido su espíritu, porque solo habia pensado en su honor y en la san- tidad de los deberes ultrajados: pero su último do- lor fué tan agudo y cruel , que apenas pudo disi- mular la alteración de su voz al levantar la cortina para decir al cochero:

¿Ves esa señora de chai azul y sombrero ne- gro que va por la acera del muro? Sí, señor,

I A CITA. 51

Sígnela... Si se dirige al sitio en donde te he alqui- lado, te detendrás, y si toma un coche le seguirás también. Muy bien, caballero... ¡Hola! ¡esto pica en historia I

La marquesa de Harville se dirigió en efecto ai sitio de los coches y alquiló uno de ellos.

El coche partió al trote.

El del marqués lo siguió-,

Al cabo de algunos minutos el cochero tomó el camino de Santo Tomás de Aquino, y con asom- bro del marqués se detuvo delante de la iglesia.

¿Qué haces? ¿qué es eso? Caballero, esa señora acaba de entrar en la iglesia... ¡Cáspital... ¡ qué pierna tan soberana !

Mil pensamientos diversos se agolparon en la cabeza de Harville : creyó al pronto que su mujer intentaba cambiar de dirección por haber notado que la seguían. Luego pensó qne la carta que ha- bla recibido podría ser una infame calumnia. Si Clementina es culpable ¿ á qué fin esta falsa apa- riencia de piedad ? ¿ No seria un escarnio sacrile- go ? Tuvo por un instante el marqués un vislumbre de esperanza, pues no podía combinar el contraste de aquella piedad aparente con el crimen de que acusaba á su mujer. Esta ilusión consoladora no du- ró mucho tiempo.

El cochero se volvió hacia la ventanilla y le dijo:

Caballero, la señorita vuelve al coche. Si- gúela. — Muy bien, caballero... j Vaya un lance salado !

El coche pasó por el muelle, por la casa del ayuntamiento, por la calle Sainte-Avoye y llegó por fin á la del Templo.

Caballero dijo el cochero volviéndose ha- cia el marques de Harville el camarada paró en el número 17, estamos en el 13 ¿pararé tam-

52 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

bien? Si. Caballero, la señorita ha entrado en el portal del número 17. Abre pronto. Ya voy, caballero.

Algunos momentos después entraba el marques en el portal siguiendo los pasos de su mujer*

Atraídos por la curiosidad madama Pipelet, su marido y una ostrera vecina se agruparon en el umbral de la portería. La escalera era tan oscura, que entrando de la calle no se podia distinguir nin- gún objeto, de suerte que la marquesa tuvo que dirigirse á madama Pipelet y la preguntó con voz alterada y desfallecida :

¿Señora, me diréis por Dios dónde está la escalera? Esperad un momento, señorita: ¿á dónde vais? A ver á... á Mr. Garlos. ¿á Mr. qué? repitió la vieja con ánimo de dar tiempo á su marido y á la ostrera para que se informa- sen bien de la desconocida al través del velo. Yo pregunto por... el señor Carlos... señora re- pitió Clementina con voz tímida y bajando la cabeza para no ser conocida de los que la mi- raban con tan insolente curiosidad. ¡Ahí ¡por el señor Robert! acabaremos de una vez... habíais tan bajito que apenas os habia oido... Pues ya que buscáis al señor Carlos, que por buen mozo hará con voz linda pareja, subid derechito la es- calera hasta la primera puerta.

La marquesa, turbada y llena de confusión , em- pezó á subir la escalera.

¡Vaya, vaya/ dijo la portera en tono de mofa: parece que hoy es dia de lances. Dios os una buena hora... ¡cuidado con los tropiezos/ Parece que es aficionado el comandante dijo la ostrera con voz hombruna : y en verdad que no es tuerta ni manca su chaya...

Apoderóse tal vergüenza y tal espanto de la

LA CITA. 63

marquesa de Harville, que hubiera vuelto atrás en aquel mismo instante, si no tuviese que pa- sar pur delante de la puerta en que se hallaban las dos harpias. Haciendo pues un esfuerzo so- brehumano llegó al descanso de la escalera. /Pero cual fué su asombro al verse en frente de Rodolfo, que poniéndola un bolsillo en la mano la dijo precipitadamente :

/Vuestro marido lo sabe todo y os sigue los pasos!...

Oyóse en aquel instante la voz áspera y chillona de madama Pipelet, que gritaba:

¿A dónde vais, caballero? ¡Es él ! dijo Rodolfo; y añadió rápidamente empujando por decirlo así á la marquesa hacia la escalera del segundo piso: Subid al quinto piso, venís á so- correr una familia desgraciada que se llama Mo- rel... Caballero, si no me decís á dónde vais, tendréis que pasar sobre mi cuerpo, como dijo la antigua guardia en Waterloo gritó madama Pi- pelet interceptando el paso al marques.

Este se habia detenido un momento á la entrada del portal al ver hablar á su mujer con la por- tera,

Vengo acompañando á esa señora que acaba de entrar dijo el marques. ¡ Ah ! dijo madama Pipelet sobrecojida eso es otra cosa ; entonces pasad.

Al oir aquel ruido inusitado, M. Carlos Robert entreabrió la puerta: Rodolfo la empujó brusca- mente, entró en el cuarto del comandante y se encerró con él en el momento en que el marques de Harville llegaba al primer descanso. Temiendo el príncipe ser conocido por el marques, á pesar de la oscuridad de la escalera, aprovechó aquella oca- sión de ponerse á salvó.

oV I.OS MISTERIOS DE PARÍS.

Carlos Roben, magníficamente vestido con su bata de seda encarnada y color de naranja y un gorro griego de terciopelo bordado de oro, quedó estupefacto al ver á Rodolfo, que llevaba entonces un vestido modesto, y á quien no habia conocido «•n el baile de la víspera.

¿Caballero... qué significa esto?... le dijo con altivez. ¡Callad!— le respondió Rodolfo en voz baja y con tal expresión de angustia , que M. Carlos Robert quedó maquinalmente callado.

Oyóse en medio del silencio un ruido violento como el de un cuerpo que caia rodando por la es- calera.

¡Oh! ¡la mató el desdichado! —exclamó Ro- dolfo.— ¡La mató!... ¿á quién?... ¿pero qué es lo que pasa aquí? dijo Carlos Robert en voz baja y pálido como un difunto. Rodolfo entreabrió la puerta sin responderle y vio bajar á toda prisa el Cojuelo, que llevaba en la mano la bolsa de seda encarnada que el príncipe acaba de dar á la mar- quesa de Harville.

El Cojuelo desapareció.

Oíase el paso leve de madama de Harville y el paso mas pesado de su marido, que la seguía á los pisos altos. No pudiendo imaginar cómo se hallaba el bolsillo en poder del Cojuelo, pero mas sereno ya respecto al ruido siniestro de la escalera, Ro- dolfo dijo imperiosamente á M. Carlos Robert:

No salgáis hasta de aquí á una hora. ^- ¡Qué es esto , caballero I ¿que no salga? repuso M. Carlos Robert con impaciencia y enojo. ¿ Qué significa todo esto? ¿quién sois y con qué dere- cho ?... Todo lo sabe el marqués : ha seguido á su mujer hasta vuestra puerta , y suben ahora á los pisos altos. i Poder de Dios ! exclamó Car- los Robert juntando las manos con estupor. ¿Pe-

LA CITA. 5o

ro qué va á hacer allá arriba ? ¿, Cómo saldrá de este lance ? No salgáis del cuarto ni os mováis Iiasta que os avise la portera dijo Rodolfo ; y de- jando al comandante en la mayor inquietud bajó á ia portería. / Qué tal , qué tal I exclamó ma- dama Pipelet brincando de gozo. i Vamos á te- ner jarana I un caballerete se coló tras la señorita : sin duda es el Juan lanas del marido : al momento lo adiviné, y por eso le he dejado subir. Estoy se- gura de que va á espachurrar al comandante, y que se alborotará la calle, y que la gente se agolpará delante de la casa como cuando se cometió un ase^ sino en el n.° 36. ¡ Pero es extraño que no haya empezado ya la gresca/ Querida mia dijo Ro- dolfo poniendo cinco luises de oro en la mano de la portera ¿queréis hacerme un gran servicio?... Guando baje la señorita preguntadle como está la pobre familia de Morel ; decidla que ha hecho una buena obra en venir á socorrerlos , como había ofrecido la última vez que vino á informarse de ellos.

Madama Pipelet miró asombrada al dinero y á Rodolfo.

Pero caballero... este oro... ¿ es para ?... ¿no está en el cuarto del comandante esa señorita? El que la sigue es su marido. Advertida á tiem- po la pobre joven, ha subido al cuarto de la fami- lia de Morel finjiendo que viene á socorrerla; ¿ en- tendéis ahora? ¿ , ya os entiendo ?... Como si os pariera... Se trata de que os ayude á bendar los ojos del pobre marido.. ; Jesús ! para eso me pinto sola... cualquiera diria que no he hecho otra cosa en toda mi vida: /ya lo veréis 1...

Acercóse de repente M. Pipelet al umbral de la puerta , caló con enojo el sombrero y dijo á su mujer :

56 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

; Pomona, Pomona 1 no hay para cosa res- petable en el mundo: ¿qué mas podría hacer M. Cesar Bradamanti ? No debemos burlarnos de lan- ces tan graves , ni aun con el mayor amigo... Déjate de sermones, vejete raio, y no pongas los ojos en blanco, que me das miedo... ¿ No sabes que me chanceo y que no hay debajo del cielo quien pueda alabarse como yo de no haber cometido ja- mas una sola ínfi... ? Vamos , ya sabes mi genio. Si hago un servicio á esa señorita , es por considera- ción al señor que no parece sino que es el rey de los inquilinos. —Y volviéndose hacia Rodolfo con- tinuó : Ahora veréis con que primor opero I... ¿queréis esconderos detras de la cortina?... Pron- to , pronto que ya bajan. Rodolfo se escondió apresuradamente. El marques de Harville bajaba en aquel momen- to dando el brazo á su mujer. Cuando llegaron á la portería , el semblante del marqués expresaba una dicha profunda mezclada de asombro y de confusión. Clementina estaba pálida y tranquila. / Qué tal , mi querida señorita 1... gritó ma- dama Pipelet saliéndoles al encuentro ; ¿habéis visto á esos desdichados? ¿ no se os partió el cora- zón de dolor al ver su miseria? | Ah ! ¡ Dios pre- miará la buena obra que hacéis ! Ya os he dicho la triste situación en que se hallaban la otra vez que venisteis á verlos. Dios os salud, querida seño- rita, para socorrer á los desgraciados... nadie me- rece mas la caridad de las buenas almas que la fa- milia de Morel... ¿no es verdad, Alfredo?

El portero , cuyos escrúpulos y natural rectitud le hacían mirar con cierto horror esta tramoya an- ti-conyugal , respondió á su mujer con una especie de gruñido vago y discordante.

ol IlO-MLiaue^ 11 Uv íllaUMieía Je JCixt^nfí*/

L.i CITA. 57

Madama Pipelet continuó :

-— Perdonad , señorita ; mi pobre Alfredo está con su achaque asmático y por eso no puede ha- blar , pero no dudéis que allá en sus adentros pide á Dios, como JO, que no os olvidéis de esos pobre- cilios.

El marques de Harville miró á su mujer con ad- miración , y exclamó :

/Oh/ ¡es un ángel... un ángel!... ¡Una ca- lumnia ! ¿Un ángel ? tenéis razón , caballero dijo madama Pipelet: es un ángel bajado del cielo. Vamonos, hijo dijo la marquesa de Har- ville que se sentia desfallecer por momentos: tal era el horrible tósigo que sufria desde que habia entrado en la casa. Vamos repuso el marqués.

Al salir del portal dijo á su mujer :

¡ Clementina, debo pedirte perdón 1... ¿Y quien no lo necesita ? dijo la marquesa dando uq suspiro.

Rodolfo salió de su escondrijo profundamente conmovido por esta escena terrible compuesta de ridiculez y de grosería; desenlace curioso de un drama misterioso que habia agitado tan diversas pasiones.

¿ Qué tal ? dijo madama Pipelet me pa- rece que hemos salido bien del paso. ¡ Pobre mari- do I pobre mandria!... me lástima el desdichado. Ahora meteria en una especie de escaparate á su mujer como si fuera una santita... ¿Pero como no han traido ya vuestros muebles , señor Rodolfo ? •— Voy á mandar que los traigan... Decid al coman- dante que ahora puede bajar. Es verdad... ¡ Qué chasco garrafal !... mejor le hubiera sido alquilar el cuarto para el rey de Prusia... Pero bien emplea- do le está, para que aprenda á no dar mas que 12

o8 LOS MISTERIOS DE PÁRIS.

francos miserables. Esta es la cuarta vez que lo dejaron de plantón.

Rodolfo salió.

Alfredo -r dijo madama Pipelet , ahora le to- ca su vez al comandante ; j cómo me voy á reir á cuenta suya.

Y subió al cuarto de M. Robert.

Comandante dijo madama Pomona llevando militarmente á la peluca el revés de la mano , vengo a soltaros... se han marchado los dos de bra- sero los dos , marido y mujer comandante. Pero de buena os habéis escapado; /gracias al señor Rodolfo > que á no ser por él... ¿Se llama Rodolfo ese ca- ballero delgado de bigotes? El mismo. ¿Quién es ese hombre? ¿Ese hombre ? gritó madama Pipelet muy irritada: ese hombre vale por diez otros que yo conozco. Es dependiente de una casa

4P de comercio , es el rey de los inquilinos , porque á

pesar de que no ha tomado mas que un cuarto...

^ no anduvo regateando por cuatro ni ocho mas ó mé-

^'^ nos, y me dio seis francos por asistirlo de buenas

á primeras... seis francos, comandante, sin regatear

una palabra. Bueno... bueno... Tomad la llave

¿Se hará fuego mañana, comandante? ¡No!

¿Y pasado mañana? ¡No! ¡no.^ Qué tal, comandante ¿no os deciayo que no sacaríais para gastos?...

M. Garlos Robert echó á la portera una furiosa mirada y tomó la escalera , sin comprender cómo Rodolfo, dependiente de una casa de comercio, po- día hallarse enterado de su cita con la marquesa de Harville.

Al punto de salir el comandante por el portal entró cojeando el hijo de Brazo Rojo.

¡Hola, buena pieza I dijo la portera. ¿No vino la Lechuza á preguntar por mi? dijo el

LA CITA. Ó9

pilludo á la portera sin responder. ¿La Lechu- za? no por cierto, monstruo infernal. ¿Para que preguntaría por la Lechuza?

¡Toma! para llevarme consigo al campo dijo el Cojuelo meneándose de un lado á otro de la en- trada de la portería. ¿Y tu amo? Mi padre suplicó al señor Bradamanti que me dejase ir hoy al campo... á.o. al campo... al ca .ampo... res- pondió el hijo de Brazo Rojo cantando, saltando y repicando en los vidrios del postigo de la portería. ¡Estáte quieto, nube negra del infierno... que rae vas á romper los vidrios I ¡ Ah, un coche! ^- ¡Vlva la Patria I es la Lechuza/ dijo el mucha- cho. — j Vamos en coche: esta que es grandeza.

En efecto , al través del cristal se veía sobre la cortina encarnada del lado opuesto el perfil descar- nado y barroso de la tuerta. Hizo una seña al Cojuelo y este acudió al mo- mento,

El Cochero abrió la portezuela y el Cojuelo su- bió al coche.

La tuerta no estaba sola,

Al otro lado del asiento se veía al Maestro de Es- cuela embozado en una capa vieja de cuello forrado de pieles, y la cara medio tapada con un gorro de seda negro calado hasta las cejas.

Entre sus párpados encarnados se veían dos ojos blancos y sin pupila, que hacían aun mas espan- toso su rostro mutilado, abominable y luciente co- mo un mármol á causa del intenso frío.

Vamos, cachorro, échate sobre los pinreles de mi hombre para calentárselos dijo la tuerta al Cojuelo el cual se acurrucó como un perro entre las piernas del Maestro de Escuela y de la Lechu- za.— Ahora ^ dijo el cochero á la aldea de Bouqueval , ¿no es verdad tú. Lechuza ? ¡Ya verás

60 LOS MISTERIOS DE PARÍS

que modo de volar ! Sobre todo clarea el cutro (a)— dijo el Maestro de Escuela porque esta tarde hemos de agazapar sin falta la muchacha. No tengas cuidado, anublado (a), que yo le apretaré los hijares. ¿Quieres que te un consejo? dijo el Maestro de Escuela. ¿Cual? repuso el co- chero.— Menea el látigo al pasar por delante de los guardas de la barrera, porque como has ron- dado tanto aquellos sitios, podrán conocerte si vas despacio. Ya abriré el ojo repuso el otro su- biendo al pescante.

Por este lenguaje se echa de ver que el cochero improvisado era un bandido, digno compañero del Maestro de Escuela.

El coche salió de la calle del Templo. Dos horas después, el carruaje en que iban el Maestro de Escuela, la Lechuza ^ el Cojuelo, se detuvo delante de una cruz de madera pues- ta en la encrucijada de un camino hondo y desierto, queconducia á la quinta de Bouqueva!, en donde se hallaba la Guillabaora bajo la protección de la señora Adela Georges.

(a) Aviva el caballo, (b) ciego.

CAPÍTULO III.

IDILIO.

Daba las cinco el relox de la iglesia de Bouque- val: hacia un frió intenso, el cielo estaba claro, y el sol, que bajaba lentamente por detras de las mustias arboledas que cubrian las alturas de Ecouen , enrojecia el horizonte y tendia sus ra- yos pálidos y oblicuos por la vasta llanura helada.

En el campo todas las estaciones ofrecen recreo y variedad. A veces una nevada convierte la lla- nura en un inmenso paisaje de alabastro, que bri- lla con esplendor inmaculado bajo un cielo color de rosa. Al anochecer de estos dias, ya trepe el labrador la colina ó ya descienda hacia el valle para volver á su morada, conoce que se acerca una noche oscura y tenebrosa, siente en las manos y en el rostro la brisa glacial, y lleva cubiertos de blanca nieve el caballo, la capa y el sombrero; pero allá abajo, en medio de los árboles sin hojas, descubre la clara luz de las ventanillas de su casa, la chimenea despide hacia el cielo una densa co- lumna de humo, la cual le recuerda que lo está aguardando una cena rustica , un fuego alegre y reparador y una conversación doméstica é inofen- siva, mientras el nojte silba por afuera helando la llanura y trae en veloces ondas el remoto la- drido de los perros.

Otras veces en la escarcha que cubre los árbo-

T. II. 5

62 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

les, brillan todos los colores de una prisma.de cristal herido por los rajos del sol, y en los largos surcos del húmedo barbecho yace tendida la lie- bre, ó corren por ellos los alegres perdigones. Mas allá se oye el sonido melancólico de la cam- panilla de un gran rebaño de carneros, que pace en un verde soto ó á lo largo de un precipicio, mientras que el pastor, envuelto en su manta parda con rayas negras y sentado al pié de un árbol, teje un cestilio de juncos al son de cantigas ru- rales.

La escena es á veces mas animada : el aire trae por intervalos los ecos del cuerno de caza y las voces de los cazadores; el ciervo sale asustada del bosque y corre hacia el horizonte, perdiéndose de nuevo en otra espesura. Las voces y los ladridos se aproximan; sale del bosque en tropel una multitud de perros dedistintos colores, que con el hocico pegado á la tierra corren por los senderos y el barbecho en seguimiento del venado. Salen detras los cazado- res vestidos de encarnado, inclinados sobre el cue- llo de los veloces corceles, y animan la cacería con la voz y el sonido de los cuernos. Este tor- bellino pasa como un relámpago, el ruido desfa- llece poco á poco; perros, caballos y cazadores desaparecen en la espesura que se refugió el venado, y todo queda en profundo silencio.

Entonces renace la calma, y la quietud de la llanura solo es interrumpida por el monótono canto del pastor.

Estas escenas campestres abundan en las cerca- nías de la aldea de Bouqueval, situada, á pesar de su inmediación á París, en una especie de desierto al cual solo se podia llegar por caminos trasversa- les. La quinta de Bouqueval á donde se habla re-

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lirado la Giiillabaora, oculta entre los árboles du- rante el verane como un nido entre las ramas, se veia entonces descubierta y sin el denso velo de verdura. El riachuelo helado por el frió parecia una inmensa cinta de plata tendida en medio de prados siempre verdes, en los cuales pace lenta- mente una manada de vacas en dirección del es- tablo. Ifamas bandadas de palomas atraidas por la proximiSpde la noche, se posaban sucesivamente sobre el techo puntiagudo del palomar: los no- gales corpulentos, que en el verano cubrían de sombra el zaguán y los edificios de la cjuinta, mus- tios entonces y desnudos de hoja, dejaban ver los techos de teja y de heno cubiertos de un musgo verdegay y amarillenlo.

Un pesado cairo tirado por tres caballos vigo- rosos, corpulentos, de espesa clin y de piel lus- trosa, con colleras azules adornadas de borlas y cordones de lana encarnada, conducían ias haces de trigo de uno de los campos de la llanura. El carro entró en el zaguán por la puerta principal^ mientras que un numeroso rebaño de carneros se agolpaba á una de las puertas laterales; y así los auimales como las personas parecían desear el des- canso y el abrigo. Los caballos relinchaban de ale- gría al ver la cuadra, los carneros balaban delante de la puerta del corral , y los labradores miraban con ansiosos ojos á las ventanas de la cocina , en donde se preparaba una cena sólida y abundante.

Reinaba en toda la quinta el orden mas metódico y una limpieza extremada. Los arados, los rastros, los trillos y otros instrumentos de labranza, algunos de los cuales eran de nueva invención, en lugar de bailarse cubiertos de tierra y esparcidos aquí y allá, estjaban limpios, pintados y colocados en línea de- bajo de un gran tinglado en donde colgaban tam- bién los carreteros los arreos de los caballos. El

6V LOS MISTERIOS DE PARJS.

zaguán arenoso no presentaba á la vista los monto- nes de estiércol y los charcos de agua podrida que se ven en todas las casas de labranza de las provin- cias de Bria y Beauce: las aves domésticas entraban al anochecer en el patio rodeado de un verde es- paldar , por una puertecita que se abria hacia el campo. Sin detenernos en pormenores , diremos tan solo que esta quinta era justamente conj^fflida en ol país como un modelo de establecimiepEs de la- branza , así por el orden que en ella se guardaba y por la excelencia de su agricultura y cosechas , co- mo por la dicha y moralidad de las personas que la habitaban y cultivaban, pues pertenecían á las fa- milias de los labradores mas honrados del distrito.

Hablaremos en otro lugar de las causas de esta prosperidad : por ahora conduciremos al lectora la puerta del espaldar del corral , que no era menos digno de atención que el zaguán de la quinta , por la elegancia rústica de sus gallineros y del peque- ño canal de piedra por el cual corría sincerar una agua limpia y cristalina,

iS'otóse una súbita revolución entre los habitan- tes alados de este corral; las gallinas bajaron ca- careando de los polleros, los pavos y los patos graz- naron , y las palomas y pichones dejaron e\ techo del palomar y se pasaron en el suelo dando alegres arrullos.

La llegada de Flor de María era la causa de este movimiento general.

Greuze y Watteau no hubieran imaginado jamás un modelo mas encantador, si las mejillas de la pobre Guillabaora fuesen mas redondas y coloreadas; pero sin embargo de su delicada palidez , la cxpre- cion de su fisonomía , el conjunto de su persona y ]a gracia desús modales, la hubieran hecho digna del pincel de aquellos dos grandes pintores.

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La cofia de Flor de María dejaba ver su frente y sus dos fajas de cabello rubio, y sobre este tocado llevaba, como casi todas las paisanas déla inmedia- ción de Paris , un pañuelo encarnado de cotonía do- blado y sujeto detrás de la cabeza con dos alfileres; las puntas de este pañuelo se cruzaban j caian sobre los dos hombros , de un modo tan gracioso y pinto- resco que pudiera competir con los mejores trajes nacionales de Suiza y de Italia. La alta pechera de su delantal cubría la mitad de la blanca pañoleta de batista que cruzaba su seno ; un jubón de grue- so paño azul con mangas ajustadas cenia su delicada cintura , y se unia con su zagal de fustán pardo con rayas mas oscuras. Las medias blancas , unos zapa- tos abotinados metidos en unas galochas negras y forrados en piel de cordero , completaban la rústica sencillez de su traje , al cual daba una gracia sin- gular el encanto natural de Flor de María.

Tenia el delantal cojido por ambas puntas , y sa- caba áeél puñados de grano qae echaba á la mul- titud de aves que tenia á su alrededor. Un hermoso pichón de extremada blancura y de pico y patas encarnadas , mas atrevido y mas doméstico que sus compañeros , después de haber revoloteado algunos momentos alrededor de Flor de María , se puso en uno de sus hombros; pero acostumbrada sin duda la joven á este género de sencillez , siguió echando el grano á manos llenas por algún rato , hasta que por último volvió hacia atrás su dulce rostro, le- vantó un poco la cabeza y alargó sonriendo su pe- queña boca de rosa al pico colorado de su amigo... los últimos rayos del sol cubrian de un pálido do- rado este sencillo y candoroso cuadro.

Mientras la Guiílabaora se entregaba á estos cui- dados rurales , la sonora Adela y el anciano cura de Bouqueval; M. Laporle, sentados junto al fue-

66 LOS MISTERIOS DE PARTS.

go en la sala de la quinta, hablaban de Flor de María, que era el objeto constante de su conver- sación. El anciano eclesiástico estaba pensativo, con la cabeza baja, los codos apovados sobre las rodillas y extendía niaquinalmente hacia el fuego las trémulas manos. La señora Adela, ocupí di con su costura , miraba al cura de cuando en cuan- do y parecía esperar una respuesta.

Después de un momento de silencio, dijo el an- ciano !

Tenéis razón, señora Adela será preciso avi- sar al señor Rodolfo; si pregunta á Flor de María, la niña le esta tan agradecida que acaso confesará á su bienhechor lo que nos oculta á nosotros... Esa es mi opinión, señor abad: esta noche misma le escribird con el sobre á la calle de las \'iudas> según me ha advertido. /Pobre niña! repuso el anciano: ¿qué pena puede afligirla, cuando debiera estar tan satisfecha de su suerte?... Na- da puede disipar su tristeza , ni aun la aplicación conque se entrega al estudio... Ha hecho pro- gresos maravillosos desde que nos hemos encargado de su educación. Así es, señor abad, ha apren- dido á leer y escribir, y sabe contar lo bastante para ayudarme á llevar los libros de la quinta. Y luego esa incomparable criatura me ayuda con tal diligencia en todos los quehaceres , que no puedo menos de quererla y admirarla... y trabaja con tan- to afán que á veces temo que se quebrante mas su salud... El médico negro nos ha dado felizmente buena esperanza con respecto á esa tijera tos que nos tenia sobresaltados. ¡Es tan bueno el señor David! ¡ Cómo se interesó por ella ! ya se ve, como todos los que la conocen... En esta*^casa todos la quieren y la respetan: pero no es extraño, porque gracios al cuidado generoso del señor Rodolfo, lo-

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dos los que habitan esta quinta son los mejores su- jetos del país... Sin embargo esa dulzura tímida y angelical que parece que siempre está pidiendo piedad , cau ti varia el amor de las personas mas brutales é indiferentes... ¡Pobre criatura I

El anciano continuó después de algunos momen- tos de reflexión :

¿No habéis dicho que Flor de María se habia entregado á esa tristeza desde que madama Du- breuil, arrendataria del duque de Lucenay en Ar- nouville, ha pasade aquí la temporada de Todos los Santos? Creo que es desde entonces, señor abad: y sin embargo madama Dubreuil, y sobre todo su hija Clara , modelo de candor y de bon- dad , se han prendado como todos de la dulzura angelical de María: las dos la amaban entrañable- mente. Ya sabéis que nuestros amigos de Arnou- villfc vienen aquí todos los domingos, ó vamos no- sotros á verlos; pero á cada visita de estas se au- menta mas la tristeza de María , sin embargo de que Clara la ama como á una hermana.— -Todo eso, señora Adela, es para mi un estraño misterio. ¿ Cuál puede ser la causa de esa oculta melancolía? Aquídeberia hallarse sin duda muy contenta, por- que de esta vida á la que antes pasaba hay tanta diferencia como del infierno al paraíso... Yo no pue- do figurarme que sea ingratitud... —¿Quién , ella? j Dios mismo 1 ¿podrá haber en el mundo una cria- tura mas agradecida, ni dotada de sentimientos mas nobles y delicados? ¿No hace esa pobre niña cuanto puede para ganar, por decirlo así, su vida? ¿no trata por ventura de compensar con su trabajo la hospitalidad que se le dispensa? Y ademas, no quiere ponerse nunca sino el vestido ordinario de las aldeanas, escepto los domingos, porque yo exi- jo que Stt vista con algún esmero para acompañar-

68 LOS MÍSTERIOS DE PARÍS.

me á la iglesia. Y sin embargo, tiene una presencia tan noble, tan distinguida y natural que no puede desfigurarla el traje mas ordinario : ¿no es verdad, señor ahaá ? ¡Ahí lo que puede el orgullo ma- ternal ! dijo sonriendo el eclesiástico.

Al oir estas palabras se arrasaron de lágrimas los ojos de la señora Adela, pues le trajeron á la memo- ria el hijo que había perdido.

El cura adivinó el motivo y la dijo :

/Confiad en Dios, señora! El cielo os ha en- viado esa criatura para ayudaros á encontrar á vues- tro hijo. Ademas, luego os uniréis á María con un vínculo sagrado, porque una madrina que conoce sus deberes es casi una madre. El señor Rodolfo ha cumplido ya de antemano las obligaciones de padri- no , pues ha salvado su alma sacándola del borde de un abismo. ¿La creéis ya bastante dispuesta para recibir ese sacramento , que sin duda no ha recibido aun la desgraciada ? ^ De aquí á un rato volvere con ella á la rectoral , y la diré que esa ceremonia tendrá lugar probablemente dentro de quince dias.

/ Cuanto os lo agradecerá ! ¡ su alma es tan pia- dosa !... ¡ Ah, es un dolor el que tenga culpas tan graves que espiar I Pero, señor abad, ¿cómo querríais que no hubiese sucumbido, abandonada á misma desde la infancia, sin recursos, sin apoyo y precipitada, por decirlo así, á pesar suyo, en la senda del error y del vicio ? El buen sentido mo- ral debiera haberla iluminado y sostenido. Y ade- mas¿ ha procurado acaso huir de su horrible situa- ción? ¿es por ventura tan rara la caridad en París?

No hay duda que no, señor abad: no faltan personas caritativas, pero la dificultad está en en- contrarlas. ¡ Cuántos desvíos , cuanta indiferencia no hay que sufrir antes de hallar una sola/ Y á esto se añade el que para salvar á María no bastaba una

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limosna casual ó pasagera, sino un interés continuo que le hubiese proporcionado los njedios de ganar honrosamente la vida... Muchas madres la hubieran socorrido y mostrado su conmiseración; pero la diü- cultad estaba en encontrarlas. ; Ah¡? crecdme, se- ñor cura; he couocido el desamparo y la miseria... y á no ser por una casualidad tan providencial co- mo la que ha puesto á María en el camino del señor Rodolfo, aunque demasiado tarde por des- gracia; á no ser, fepito, por una de esas casuali- dades, los desgraciados, brutalmente repelidos cuando piden socorro la primera viez , creen que es imposible bailar la caridad, y acosados por el ham- bre... por el hambre imperiosa y desapiadada, bus- can con frecuencia en el crimen los recursos que no esperan hallar en la conmiseración.

LaGuillobaora entró en la sala.

¿De dónde venís, hija mia? le preguntó madama Adela con interés. De ver la fruía, se- ñora , y de cerrar las puertas del corral. La fruta está bien conservada ; apenas he entresacado alguna podrida. ¿Porqué no habéis dicho á Claudia que hiciese ese trabajo, María? Os habréis fatigado mucho. ;Oh,no. señora/ para es una di- versión: ; me agrada tanto el olor de la fruta ma- dura !... Un dia de estos veréis el frutero de Ma- ría , señor abad dijo la señora Adela. No po- déis figuraros como lo tiene arreglado : cada espe- cie de fruta está separada por una guirtialda de racimos , y aun las mismas especies están divididas en cuadros formados con musgo. ; Ah / señor cu- ra , estoy segura de que os gustará dijo la Gui- ílabaora. Veréis que hermoso efecto hace el mus- go alrededor de las manzanas encarnadas y délas peras amarillas como el oro. Sobre todo hay unas camuesas tan lindas encamadas y color de paja, que

70 LOS MISTERIOS DE PARÍS,

parecen cabecilas de querubines metidas en un nido de musgo verde añadió María con el entusiasmo de un buen artista al contemplar su obra.

El cura miró sonriendo á madama Adela , y dijo á Flor de María.

He admirado ya la lechería que habéis arre- glado por vuestra mano, bija mia, y me parece que os envidiaria vuestra obra la labradora mas enten- dida ; veré también vuestro frutero uno de estos dias , las hermosas manzanas ,• las peras color de oro , y sobre todo vuestros querubines en su nido de musgo verde. Pero el sol se va poniendo ya , y no tendréis tiempo para acompañarme á la rectoral y volver antes que sea de noche... Poneos el man- tón y vamonos, hija mia... Pero no, hace mucho frió; será mejor que os quedéis y que me acompañe cualquiera persona de la quinta. Señor cura, la daríais un mal rato dijo madama Adela : no tiene mayor gusto que el de acompañaros todas las tardes ala rectoral. Señor abad añadió la Guillabaora clavando en el anciano sus grandes y tímidos ojos creerla que no estabais contento de mí, si no me permitieseis acompañaros como de costumbre. /Yo / hija de mi alma... tomad , to- mad pronto el mantón , y abrigaos bien y va- monos.

Flor de María se echó apresuradamente en los hombros una especie de pelliza con capucha, de una tela gruesa de lana blanca bastillada con un galón de terciopelo negro , y dio el brazo al an- ciano.

Afortunadamente dijo el cura no está le- jos la rectoral , y el camino es seguro. Hoy salís mas tarde que los demás dias dijo madama Ade- la • ¿ queréis que alguien os acompañe , María? ^ Dirian que tengo miedo ^ repuso Mfi^ría sonriea-

IDILIO. 71

do. Gracias, señora, no quisiera que nadie se incomodase por causa mia : como no hay mas que un cuarto de hora de aquí á la rectoral, estaré de vuelta antes de la noche. No insisto mas, por- que, gracias á Dios, nunca se ha hablado de mal- hechores en este país. A no ser así no aceptaría el brazo de nuestra amada niña, dijo el anciano aunque á la verdad es el báculo mas seguro que tengo.

Pocos momentos después salió el curado la finca apoyado en el brazo de Flor de María , que arre- glaba su paso lijeroal andar lento y penoso del an- ciano.

Al cabo de algunos minutos el cura y la Gui- llabaora llegaron al camino hondo, en donde esta- ban emboscados el Maestro de Escuela, la Lechuza y el hijo de Brazo Rojo.

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CAPiTlLO IV.

LA EMBOSCADA.

La iglesia y la rectoral de Bouqueval estaban si- tuadas en el declive de una calina en medio de un bosque de castaños , de^de donde se descubría el pueblo. Flor de María y el anciano entraron en un sendero tortuoso que conducia hasta la casa del abad , y cruzaron el camino bondo que atravesaba diagonalmente la colina. La Lechuza , el ^!aestro de Escuela y el Cojuelo, escondidos en un barran- co del camino, vieron bajará la quebrada al sa- cerdote y á Flor de María, y salir por el declive escarpado del lado opuesto. La capucha dfl man- tón de la Guillabaora cubría de tal modo sus faccio- nes, que la Lechuza no pudo reconocer á su anti- gua víctima.

Silencio dijo la vieja al Maestro de Escuela la muchacha y el cura acaban de pasar el bar- ranco; es la misma según las señas que me díó el hombre alto vestido de luto*, traje de aldeana, es- tatura mediana, guardapié con rayas oscuras y mantón de lana con bastilla negra. Acompaña to- dos los dias al cura á la rectoral, y se vuelve sola: cuando vuelva á pasar por allí , al otro lado de la barranca, caeremos sobre ella y la meteremos en el coche. ¿Y si grita y pide socorro ? dijo el Maestro de Escuela la oirían en la quinta , pues según decís se ven las casas desde aquí. ¡ Ah ! vo-

LA EMBOSCADA. 73

sotros podéis ver! añadió el bandido con deses- j)ei-acion. Dc'íjde aquí se ven las casas muy cerra dijo el Cojuelo. Hace un moniento que he subido á lo aíto de la loma arrastrándome con el vientre abajo... y por mas señas he oido la voz de un carretero que hablaba á sus caballos en el za- guán de aquella casa... Entonces hay que hacer lo siguiente repuso el Maestro de Escuela des- pués de un momento de silencio: El Cojuelo se pon- drá en, acecho al principio del sendero. Cuando vea venir de lejos á la muchacha , correrá hacia ella , gritando y diciendo que es hijo de una pobr anciana que ha caido en el barranco del camino hondo y se ha lastimado, y suplicará á la mucha- cha que venga á socorrerla. Ya caigo; la vieje- cita será la Lechuza. Bien pensado : / eres el rey de los sabios ! ¿Y qué haremos después? Te pon- drás en el camino hondo cerca del sitio en donde nos aguarda Barbillon con el coche... Yo estaré por allí cerca , y cuando el Cojuelo haya traido la muchacha á lo mas hondo de la quebrada , te arro- jarás á ella, le echarás una mano al pescuezo , y con la otra le taparás la boca para impedir que chi- lle. — Ya te entiendo, amoroso... lo misnio que se hizo con la muger del canal de san Martin, cunn- do la echamos á nadar después de haberla agrifado (a) el bullo negro que llevaba : el mismo manejo ¿ no es verdad? El mismo... Mientras que tie- nes bien segura la muchacha, ol Cojuelo viene á buscarme, y entre los tres la envolveremos en mi capa , la llevaremos al coche de Barbillon v de allí al llano de san Dionisio, en donde nos aguarda el hombre vestido de luto. ¡ Ese plan no tiene pre- cio ! Mira , amoroso , no hay cabeza como la tuya

(a) Guando ia ahogamos después de habrrla robado.

. 7* LOS MISTERIOS DE PAUIS,

en el mundo entero para salir de apuros. Si fuese rica le celebraría con fuegos artificiales j con ilu- minaciones de vasos de color á la saint Ctiarlot, que es el patrono de los verdugos, j Aprende, aprende tú, similirate ,b), palacoja 1 Si quieres ser un murcio (c) de provecho , ve tomando estas leccio- nes : ¡qué hombre tan admirable! dijo con or- gullo la Lechuza al Cojuelo.

Y dirigiéndose luego al bandido , continuó:

Ann no le he dicho que Barbillon tiene un mie- do horroroso á una acusación capital , y á que lo saquen á divertir al público. ¿Pi)rqué? El otro dia , volviendo Barbillon, el Cojo Gordo y el Esqueleto de la casa de la viuda de Marcial el gui- lloúnado, que tiene una taberna en la isla del Ra- rageur, trabaron una disputa con el marido de una lechera, que viene todas las mañanas con su carrito tirado por un pollino á vender leche en la Cité, es- quina de la Drapería Vieja cerca de la taberna del Conejo Blanco , y lo baraustaron (d) en un san- tiamén.

El hijo de Brazo Bojo no entendía el caló, y mi- raba ala Lechuza deliitoen hito con suma curio- sidad.

¡Ya quisieras saber loque hablamos I ¿es verdad , , patizambo ? Habláis de la viuda de Marcial , que vive en la isla del Ravageur cerca de Asniéres : la conozco, lo mismo que á su hija Cala- baza , y á Francisco y Amandia que son el batidero de la casa... Pero en seguida hablasteis de baraus- tar á no quien... y eso es sin duda caló. por cierto, y si eres buen muchacho te lo enseñaré, porque vas entrando ya en la edad en que puede

(b) Ladroncillo temeroso, (c) Ladrón, (d) Lo mataron á puñaladas.

LA EMBOSCADA. 75

servirte. ¿ Tienes ganas de saber el caló , gorrión? ¡ Ya se ve que ! Mejor quisiera andar con vo- sotros que amasar las drogas del viejo Bradamanti. Si supiera en donde tiene escondido el veneno de los ratones para la gente , le Labia de echar un poco en la sopa para que fuese á sacar muelas al otro mundo.

Echóse á reir la tuerta y dijo al Cojuelo tirándo- le hacia sí:

Ven á besar á tu mamá, clavelito del alma mial... ¡Qué muchacho de salida!... ¿Pero cómo supiste que tu amo tenia veneno de ratones para la gente? ¡ Toma 1 porque se lo decir un día que me escondí en la alcoba del cuarto en donde tiene las botellas, y las máquinas de acero y los pu- cheros. — ¿Y qné le has oido decir?... preguntó la Lechuza. Le he oido decir á un señor, al darle unos polvos envueltos en un papel: «Si estu- vierais á mal con la vida, en tomando tres dosis, os quedaríais para siempre dormido sin mal y sin dolor. ))

¿Quién era ese sefior? preguntó el Maestro de Escuela.

Era un señor joven y bien portado, que tenia bigote negro y una cara de mujer... Cuando vino segunda vez, lo seguí por orden de M. Bradamanti para saber en donde vivia, y lo he visto entrar en una buena casa de la calle de Chaillot. Mi amo me habia dicho: «Vaya á donde vaya ese señor, lo seguirás hasta la puerta de su casa; si vuelve á salir sigúelo también, porque la segunda casa en donde entre será sin duda su morada. Ar- réglate de manera , amigo Cojuelo; que no te ven- gas sin saber su nombre... porque sino te caliento las otejas de aquel modo que sabes.» ¿Y des- pués?— ¿Después? me goberné de manera que

76 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

supe el nombre del señorito. ¿Y cómo lo supis- te? — preguntó el Maestro de Escuela. ; Toma I ¿soy algún tonto? me metí de hocicos en la ¡jortería de la casa de la calle de Chaillot, por- que el señor no volvió á salir, y viendo á un por- tero muy empolvado y con librea de cuello ama- rillo galoneado de plata, le dije de esta manera: «Señor portero, vengo á buscar cinco francos que Ine ofreció el amo de esta casa por haber hallado su perro: que le he entregado ya; un perrito ne- gro que se llama Trompeta-, y por mas señas que el caballero, que es moreno, bigote negro, levita gris y pantalón azul claro: me dijo que vivía en la calle de Chaillot, 11, y que se llamaba M. Dupont. » «El caballero de quien hablas es mi amo, y se llama el señor vizconde de Saint- Remy. Aquí no hay mas perro que , hidepú... ladronzuelo; y así lárgate ó te rompo las costi- llas para enseñarte á robarme cinco francos»^ me respondió el portero dándome un soberano pun- tapié... iSo importa añadió el Gojuelo con aire filosófico ya tenia en el cuerpo el nombre del señorito de bigote negro, que habia comprado á mi amo el veneno de ratones para los hombres cansados de vivir: se llama el vizconde de Saint- Remy, my, my, Saint-Remy añadió el hijo de brazo Rojo salmodiando las últimas palabras, como tenia de costumbre. ¡Tú quieres sin duda que te coma crudo, tierno pichón del alma ! exclamó la Lechuza besando al Cojuelo: ¿habrá en el mundo un diamante como este? /Quien tuviera la gloria de ser tu madre !

La tuerta estrechó en sus brazos al Cojuelo con una expresión grotesca. El hija de Rrazo Rojo, pro- fundamente conmovido por esta prueba de afecto, manifestó á la vieja su agradecimiento diciendo en alta voz:

LA EMBOSCADA. 77

¡No tenéis mas que mandarme, y veréis co- mo os obedezco y os sirvo ! También te aseguro que no te pesará. Yo quisiera mas bien andar en vuestra compañía. Ya arreglaremos eso con tal que seas buen muchacho; y no nos dejarás tam- poco ¿es verdad, amoroso? No dijo el Maestro de Escuela; me conducirás como á un pobre ciego, dirás que eres hijo mió, nos introdu- ciremos en las casas, y si es menester mataremos y... añadió encolerizado el asesino; con la ayuda de la Lechuza podremosdaraunalgunosasal- tos... Yo haré ver á ese demonio de Rodolfo que me ha cegado, que sirvo todavía para algo... Me ha robado la \ista, pero no me ha robado la facultad de hacer mal : yo seré la cabeza , el Cojuelo los ojos, y tú. Lechuza, serás las manos, y todo irá á pedir de boca, ¿No sabes que soy tuya con alma y corazón; amoroso? ¿No sabes que cuando salí del hospital y supe que habías preguntado por en la taberna de la Pelona, me fui derechito á la aldea en donde estabas y he hecho creer á aque- llos paisanos que era tu mujer?

Estas palabras de la tuerta dispertaron en el bandido recuerdos desagradables, y cambiando súbitamente de tono con la Lechuza , dijo con voz colérica :

Sí, ya me cansaba de vivir solo entre aque- lla gente nonrada; al cabo de un mes ya me moria de tedio... Entonces se me ocurrió llamarte á mi lado, que ojalá nunca lo hubiera hecho— .añadió con tono mas irritado: al dia siguiente* de tu llegada me robaron el resto del dinero que me ha- bla dado aquel demonio de la calle de las Viudas. Sí... me robaron mi cinto lleno de oro mientras dormía , y solo eras capaz de tal acción ; por eso me encuentro ahora á tu merced. /Cada vez

T. II. 6

T8 LOS MISTERIOS DE PAR».

que me acuerdo de esto, no como no te mato, \ vieja ladrona infernal II. Y dio un paso hacia la Lechuza. ¡Cuidado con hacer mal á la Lechuza! gritó el Cojuelo. ;0s mataré á los dos juntos, canalla endemoniada ! gritó el bandido lleno de rabia; y oyendo hablar á su lado al hi^o de Brazo Rojo, le descargó un puñetazo tan furioso, que á no separarse á tiempo el muchacho le hubiera qui- tado la vida. Resuelto el Cojuelo á tomar venganza por y por la Lechuza, cojió una piedra, apuntó al Maestro de Escuela y le dio con ella en medio y medio de la frente. El golpe no fué de peligro, pero causó un agudo dolor al bandido, que lleno de furor como un toro herido, levantóse de un salto, dio algunos pasos hacia delante, y se de- tuvo. — /Salta ! ¡que te despeñaslü gritó la Le- chuza riendo á carcajadas.

A pesar de los infames lazos que la unian á aquel monstruo , veia por muchas razones y con una es- pecie de alegría feroz, el miserable anonadamiento de un hombre antes tan temible y tan preciado de su vigor descomunal.

La tuerta justificaba en su clase el terrible pen- samiento de La Rochefoucauld , de que « siempre sentimos alguna satisfacción con la desgracia de nuestros mejores amigos. » El odioso niño de cabe - lio amarillo y hocico de hurón participaba de la alegría de la vieja , y al ver que el Maestro de Es- cuela daba otro paso con furor , gritó:

¡Abre el ojo I ¡ salta que hay lodo !... ¡ Mira que tropiezasl... ¡ Limpia las antiparras, maja- dero !

Viendo el hercúleo asesino que le era imposible cojer al muchacho , dio una terrible palada en el suelo , llevó á los ojos los enormes puños velludos

LA EMBOSCADA. 79

y dio un ronco rugido como el de un tigre ham- briento.

¡Qué tos fiera tienes, vejete I dijo el hijb de Brazo Rojo. Toma , toma un poco de rega- licia que me dio un carretero , y chúpala sin asco.

Y cogiendo un puñado de arena la arrojó á la cara del anciano.

Herido en el rostro por esta lluvia de arena, el Maestro de Escuela sintió mas amargamente este nuevo insulto que la anterior pedrada ; púsose pá- lido como un cadáver, tendió de repente los brazos en cruz con indecible desesperación , y levantando hacia el cielo su espantoso rostro cubierto de lívi- dos costurones , exclamó en tono de humilde sú- plica :

j Dios mió I ¡ Dios mió I

Esta humillación involuntaria ante la conmisera- ción divina, en un hombre cubierto de todos los crímenes , en un bandido que poco antes era el ter- ror de los mayores criminales, pareció una inspira- ción providencial.

¡Je ! je! je ! amoroso, j qué bien haces el cru- cifijo I gritó la Lechuza soltando la risa. Mira que te se va la lengua ; al diablo es á quien debes llamar para que te consuele. ¡ Dadme un cuchi- llo/¡un puñal siquiera para matarme 1 1 ya que nadie tiene compasión de mil... gritó el mise- rable mordiéndose los puños con un furor salvaje. ¡Un cuchillo!... ¿no tienes uno en la faltrique- ra, amoroso? y bien afilado por cierto... El viejecito de la calle de Roule... ya me entiendes... en una noche de luna... y el boyero del camino de Poissy, han debido llevar buenas noticias al otro mundo de tu cuchillo... ¿Porqué no lo experimentas en tus carnes?

Viendo el Maestro de Escuela que solo quitándose

80 LOS MISTERIOS DE PARÍS

la vida podía salir honrosamente de este apostrofe, mudó la conversación y dijo con toz sofocada y ade- man cobarde:

El Ghuriador que era bueno : no me robó, jio , y tuvo lástima de mí, ¿Porqué me dijistes que te Labia murciado tu mina mayor (a)? repuso la Lechuza conteniendo con dificultad la risa. Nadie mas que ha entrado en mi cuarto dijo el bandido; fui robado en la misma noche que llegaste : ¿qué habia de pensar ? Aquella pobre gente era incapaz de... ¿Y porqué no robarán los paisanos como otro cualquiera? ¿será acaso por- que toman leche y siegan la yerba para las vacas? Pero lo cierto es que fui robado... ¿Y tengo To la culpa? ¿ Piensas que si te hubiese robado el cinto estarla un minuto contigo? /Qué majadería! Lo cierto es que si hubiese podido , te lo hubiera limpiado ; pero á de Lechuza que no me verías el bulto hasta que gastase el último ochavo, porque á pesar de tus ojos blancos, me agradas aun... asesi- no !... Vamos, vamos, no te enfades ni rechines así los dientes. ¡ Parece que está rompiendo nue- ces ! dijo el Cojuelo. ¡ Je I je ! je ! tienes razón, Cojuelo... Vamos serénate, amoroso, serénate y déjalo reír que es cosa de muchachos... Pero con- fiesa que no tienes razón : cuando el hombre alto vestido de luto, que parece el gancho de la muerte, me dijo : « Os daré mil francos con tal que robéis la chica que está en la quinta de Bouqueval , y la llevéis á un sitio del llano de San Dionisio que os indicaré , » responde , amoroso ¿ no te propuse el negocio sobre la marcha en lugar de escoger á otro que viese mejor que ? Y esto lo hice solamente por caridad: porque ¿de qué nos servirás tú? de

(a) Robado tu oro.

emboscada. 81

maldita ia cosa... á no ser para sujetar la mucha- cha mientras la empaquetamos el Gojuelo y yo. Pe- ro, prescindiendo de que te hubiera limpiado el cin- to si hubiese podido, me gusta hacer bien á los ami- gos, y quiero que debas este favor á tu Lechuza querida; ¡ya sabes que tengo un genio caritativo! Daremos doscientos francos á Barbillon por haber- nos traído en el coche , y por haber venido una vez con el criado del señor enlutado para reconocer el sitio en donde debíamos escondernos para aguardar ala muchacha... nos quedarán ochocientos francos para los dos , y nos regalaremos con ellos... ¿ Qué te parece de esto? ¡Y aun dirás mal de tu vieja I ^ ¿ Y quién me responde de que me darás algo después que cobres el dinero ? dijo con descon- fianza el bandido. Es cierto que pudiera no darte nada , porque dependes de como en otro tiempo la Chillona... y nada me impediría quemarte la sangre mientras que Satanás te deja andar por este mundo , jje I je ! je ! Vamos, amoroso , no hagas rabiar mas á tu Lechuza... añadió la tuerta to- cando el hombro del bandido , que guardaba un mudo silencio. Tienes razón dijo dando un in- tenso suspiro de furor ; ¡ qué horrible suerte la mía I I Yo , yo á la merced de un niño y de una rau- ger á quienes podría matar de un solo bofetón I ¡ Oh I si no temiese tanto la muerte ! añadió de- jándose caer de espaldas contra el declive del bar- ranco.

¡ Miren que cobarde ! ¡ que poltrón/ dijo la Lechuza con desprecio. ¿Porqué no te metes ahora á predicador ? Oyes, si no has de tener mas ánimo, te planto y me Toy con la música á otra parte. ¡Y no poder vengarme de ese hombre que me ha martirizado y reducido á la miserable situación de que no saldré jamás! exclamó el

82 LOS 3IISTERI0S DE PáRIS.

Maestro de Escuela mas y mas enfureeido. jAh! temo la muerte, sí... la temo mucho: pero si me dijesen van á poner ese hombre entre tus brazos pero tendrás que arrojarte con él á un abismo; » yo responderia que me arrojen con él..» porqué estoy seguro de que no le largaria antes de llegar al pro- fundo... y cuando fuésemos rodando los dos le mor- dería la cara , y el pescuezo , y el corazón ; lo ma- tarla con los dientes, porque tendría zelos del puñal Enhorabuena , amoroso, enorabuena , así me gusta... Serénate y no tengas cuidado que ya nos veremos con el tal Rodolfo.- y con el Cburlador también... No te desanimes, que ya nos caerán en las uñas. . yo te lo digo, yo! ¿De veras no me abandonarás? dijo el bandido á la Lechuza con aire sumiso y desconfiado. Si me abandonases ahora ¿que seVia de mí? Es verdad... Pero dime, amo- roso... ¿que te parece, si nos escurriésen^os ahora con el coche el Cojuelo y yo , y te dejásemos ahí... en modio de los campos... de noche, con un frió que llega al corazón? ¡que broma tan salada seria ! no es verdad asesino?

El Maestro de Escuela se estremeció al oír es- ta amenaza; acercóse temblando á la Lechuza y la dijo:

No , no harás tal , Lechuza., ni tampoco tú, Cojuelo... seria una mala acción. ¡ Ja, ja, ja ! ma- la acción!... j qué simple!... ¿Y el viejecito de la la calle de Roule? ¿y el ganadero? ¿y la mujer del canal de San Martin ? ¿ y el señor áe la calle de las Viudas? ¿crees que hablarán bien de la hu- manidad de tu... churi? (a) No te vendría mal, no, un poco de la hiél que les hicistes tragar. Estoy en vuestro poder, no abuséis de mí... di-

(a) puñal.

5^

LA EMBOSCADA. 83

jo el bandido. Confieso que no tuve razón en sospechar de , y menos en pegar al Cojuelo ; te pido perdón, Lechuza ¿ oyes?... y también á tí, Co- juelo... os pido perdón á los dos. Yo quiero que lo pida de rodillas por haber querido pegar á la Lechuza dijo el Cojuelo. ¡Que ocurrencia I ¡ven acá joya del alma 1 dijo la Lechuza tendiendo los brazos hacia el Cojuelo. Pero rae gustaría ver que figura haces de rodillas, amoroso. ¡Vamos pon- te de rodillas como si fueses á declarar tu atrevido pensamiento á la Lechuza. Pronto, sino te deja- mos solo : y ten entendido que se está cerrando la noche. l^ara ese caballero lo mismo tiene el dia que la noche dijo el Cojuelo porque nunca abre las ventanas de su palacio. Vaya , ya estoy de rodillas... Te pido perdón otra vez. Lechuza... y á también Cojuelo... ¿estáis contentos? dijo el bandido arrodillándose en medio del camino. Ahora no me abandonareis ¿no es verdad?

Este grupo presentaba un estraño y horrible es- pectáculo en el fondo del oscuro barranco, apenas alumbrado por la moribunda luz del crepúsculo. En medio del sendero estaba el Maestro de Escuela arrodillado con los nervudos brazos tendidos hacia la tuerta ; su áspera y espesa cabellera caía como la melena de una bestia sobre su lívida frente ; los párpados rojos, abiertos por el terror , dejaban ver unos ojos blancos vidriados y muertos como los de un cadáver. El hercúleo bandido estaba de rodillas trémulo y humillado delante de una mujer y de un niño.

La vieja , rebozada en un mantón encarnado y con un tocado de tul en la cabeza que daba paso á algunos mechones de pelo blanco estaba en pié de- lante del Maestro de Escuela. El rostro huesudo, lleno de arrugas y aplomado de esta vieja con

84 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

nariz de gancho, expresaba un gozo insultante y fe- roz: su único ojo brillaba como una ascua de fuego y una risa infernal separaba sus labios barbudos, y abria paso á tres ó cuatro dientes descarnados y amarillos.

El Cojuelo vestido con su blusa ceñida con una correa, estaba sobre un pié y se apoyaba en el brazo de la Lechuza para guardar el equilibrio.

El rostro enfermizo y siniestro de este ser raquí- tico, tenia tn aquel momento la expresión de una malignidad diabólica. La sombra proyectada por la pared del barranco aumentaba el horror de esta es- cena medio oculta ya en las sombras de la próxima noche.

Prometedme siquiera que no me abandona- reis — prorrumpió el Maestro de Escuela asombra- do por el silencio que guardaba la Lechuza y el Co- juelo. — Qué ¿no estáis aquí? añadió el asesino inclinándose para escuchar y tendiendo maquinal- mente los brazos. Sí, sí, amoroso, estamos aquí, no tengas miedo: ¡ antes moririaque abandonarte. Mira , para que vivas seguro voy á decirte de una vez la razón porque no te abandonaré. Escucha: siempre me ha gustado tener una persona ó un animal en quien clavar las uñas y descargar mi có- lera. Antes de la Chillona, (que mala .sarna la mate, perqué nadie me saca de la cabeza la idea de quemarle el hocico con vitriolo ) antes de la Chi- llona querido mió , he tenido un muchacho que se fué al otro mundo, porque no estaba á bien con la vida que le daba , y por eso me tuvieron seis años en la trena (a); mientras estuve presa me entrete- nía en domesticar algunos pájaros y en desplumar- los vivos , pero esta diversión no me duraba nvucho

(a) cárcel.

LA EflüOSCADA. 85

porque se morían pronto: después que me dieron libertad me cayó en las unas la Chillona, pero la sarnosa se me escapó dejándome sin la diversión que

ftodia sacar aun de su pelleja : después de la Chi- lona tuve un perro al cual hice pasar las de San Patricio, hasta que al fin le corté una pata de delante, y después otra de atrás, y hacia una figu- ra tan chavacana que al verlo me moria de risa.

Lo mismo he de hacer yo con un perro que me ha mordido dijo el Cojuelo. Cuando volví á encontrarte, amoroso continuó la Lechuza, estaba en vísperas de dar á un gato el último tor- mento... Pero ya que así lo ha querido la suerte se- rás ahora mi gato , mi perro, mi pájaro , mi Chillona ; serás enfin el animal en quien desahogue mis malos ratos, ¿entiendes, amoroso? en lugar de'tener un pájaro ó un chiquillo para divertirme atormentándolos, tendré como si dijéramos uu lobo 6 un tigre y por cierto que será cosa de ver. I Vieja infernal I exclamó el Maestro de Escuela levantándose con furor. Está visto , no sabes mas que insultarme. Pues bien , déjame, déjame de una vez. Buenas noches, adiós para siempre. Ahí tienes el campo frente la nariz; ciego v cornudo; márchate derechito que ya llegarás a alguna parte

dijo el Cojuelo soltando una risotada. ¡Oh la muerte ¡ la muerte I gritó -«el bandido retorcién- dose los brazos.

Inclinóse de repente el Cojuelo hacia el suelo, y dijo en voz baja :

Oigo pasos, agachémonos. No es la muchacha porque vienen por el lado de la quinta.

En efecto al cabo de algunos minutos apareció una paisana joven y robusta, con un canastillo cu- bierto en la cabeza y seguida de un enorme mastin de los Pirineos ; y cruzando el camino sig«ió el sen-

86 LOS MISTERIOS DE PAHIS.

dero que habían llevado la Guillabaora y el sacer^ dote. Ya volveremos á encontrar estos dos persona- jes, y dejaremos por ahora emboscados á los tres C(^mplices en la honda quebrada.

V.

LA CASA RECTORAL.

Los últimos rayos del sol se ocultaban lentumente en el horizonte detras de la quinta de Bouqueval , y una inmensa llanura endurecida por el hielo se extendia en todas direcciones hasta donde alcanza- ba la vista; vasta soledad en la cual se descubría la quinta como una oasis en medio del desierto. £1 cielo estaba sereno y cubierto al lado de occidente de un celaje de púrpura y señal segura de vientos y de frió : estos celajes de un rojo vivo se oscurecían á medida que el crepúsculo iba invadiendo la atmós- fera. La luna nueva empezaba á brillar suavemente como un delicado semicírculo de plata , en medio de un cielo azul sembrado ya de algunas estrellas. Rei- naba un profundo silencio en aquella hora tranqui- la y solemne, y el anciano eclesiástico se detuvo un momento en lo alto de la colína para gozar del espectáculo que se ofrecia á su vista. Después de algunos momentos de silencio , extendió la trémula mano hacia el horizonte medio oscurecido por la neblina del crepúsculo, y dijo á Flor de María que estaba en pié á su lado:

Miraa, hija mía , esa inmensidad sin término... no se oye el mas leve ruido, y parece que este si- lencio nos da una idea de lo infínito y de la eterni- dad... Os digo esto, Flor de María, porque conozco el efecto que causan en vuestro ánimo las bellezas

88 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

de la creación . y mas de una vez he notado , pobre y desamparada niña, la admiración poética y re- ligiosa que os inspiran... ¿No os admiráis como yo de la calma solemne que reina en este momento?

La Guillabaora no respondió.

Miróla sorprendido el cura , y vi(') que lloraba.

¿ Qué tenéis, hija mia? ¡Soy muy desgra- ciada, señor abad! ¡Desgraciada! ¿Vos... sois ahora desgraciada? Ya que no tengo derecho para quejarme, después de lo que han hecho por mí... pero... ¿Pero qué, hija mia? ¡ Ah ' señor cura, perdonad mi aflicción... acaso ofendo con ella á mis bienhechores. Muchas veces os hemos pre- guntado , María , el motivo de la tristeza que os consume y que causa tanta inquietud á vuestra se- gunda madre. No habéis querido respondernos , y hemos respetado vuestro secreto, por mas que de- seamos poner término á vuestro mal. ¡ Ah , s&^ ñor cura ! seria imposible deciros lo que siento. También corazón se ha conmovido como el vuestro al contemplar esta tarde triste y serena.- y por eso he llorado... ¿Pero que tenéis, hija mia ? Sabéis cuanto os amamos : sihí franca , abrid- me vuestro corazón. Además debéis saber , María, que se acerca la hora en que la señora Adela y el señor Rodolfo se presentarán en la pila bautismal y contraerán ante Dios la obligación de protegeros. ; Quién ! ¿el señor Rodolfo ?... ¿ el que me ha sa- cado de la nada , de la miseria , de la muerte ? exclamó Flor de María ; ¿me dará esa nueva prueba de amor paternal ? / Oh ! no , señor cura ; nada os ocultaré , no quiero ser ingrata.— ; Ingra- ta !... ¿ porqué ? Para que me entendáis mejor os hablaré antes de los primeros dias que he pasado en la quinta Rien, hablemos andando; decid. (Ahí seréis indulgente conmigo, señor cura, por-

LA CASA RECTORAL. 89

que os sorprenderá lo que voy á deciros. £1 Se- ñor os ha probado que es misericordioso; con- fiad en él , bija mia. Cuando be sabido al llegar aquí que me quedaria en la quinta con la se- ñora Adela dijo Flor de María después de un momento de pensativo silencio be creído que era un sueño lo que me pasaba. Al principio sen- tí una especie de atolondramiento con la felici- dad que esperimentaha y no pensaba mas que en el señor Rodolfo. ¡ Cuántas veces levantaba á pesar mió los ojos al cielo, como para verle allí j darle gracias por los beneficios que me dispensaba! Aho- ra sí , ahora me acuso señor cura , de haber pen- sado mas en él que en Dios, porque habia hecho por lo que á mi entender solo Dios podría ha- ber hecho. felicidad era igual á la de aquel que se ha salvado de un gran peligro. Erais tan bue- nos para mí, señor cura, vos y la señora Adela, que me consideraba menos culpable que digna de lástima.

El cura miró con sorpresa á la Guillabaora: esta continuó:

Acostúmbreme poco á poco á esta vida dulce y apacible , sin acordarme al dispertar de que es- taba en la taberna de la tía Pelona , y dormía se- gura y tranquila: todo placer consistía en ayu- dar á la señora Adela en sus trabajos diarios, en tomar las lecciones que me dabais, señor cura, y en aprovechar vuestras exhortaciones* Escep- tuando algunos momentos de vergüenza al acordar- me de lo pasado , me tenia por dichosa creyéndo- me igual á todos , porque todos eran buenos para , cuando un día...

Los sollozos interrumpieron á Flor de María.

Calmaos, niña querida. ¿Porqué lloráis? con- tinuad, continuad, hija mia.

90 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

La Guillabaora enjugó las lágrimas y dijo: Ya os acordáis, señor cura de que madama Dubreuil, arrendataria del duque de Lucenay en Arnouville , ha venido á pasar con su hija una tem- porada en la quinta por Todos los Santos. me acuerdo, y he observado por placer la amistad que trabasteis con Clara Dubrueil , que es por cierto una muchacha dotada de excelentes prendas. Es un ángel , señor cura , un ángel... Cuando supe que debia venir á pasar algunos dias á la quinta , mi dicha ha sido tal que solo pensaba en el momento de ver á mi deseada compañera. Llegó por fin, á tiempo que estaba componiendo mi cuarto en el cual debíamos dormir las dos, y me han llamado para recibirla. El corazón me saltaba en el pecho cuando entré en la sala: la señora Adela, señalan- do á la hermosa joven, que me miraba con un aire de encantadora modestia y dulzura , me dijo : « Ma- ría > aquí tenéis una amiga. >' «Espero, hijas mias, que viviréis como dos hermanas, » añadió madama Dubreuil. Apenas hubo dicho su madre estas pa- labras, cuando Clara corrió á abrazarme... Enton- ces, señor cura, dijo llorando Flor de María no Jo que me pasó... pero cuando sentí junto á mi cara marchita y pálida las tersas y rosadas me- jillas de Clara... mi rostro se cubrió de rubor y mi corazón de congoja y remordimiento... acordándo- me de lo que yo era... al considerarme digna de las caricias de una criatura tan modesta y honrada. Pero , hija mia... ¡ Ah , señor cura i exclamó Flor de María interrumpiendo al anciano con una exaltación dolorosa cuando el señor Rodolfo me sacó de la Cité, ya conocía yo mi degradada situa- ción... ¿Pero creeréis que la educación, los conse- jos y el ejemplo que he recibido de la señora Adela y de vos, á pesar de que han iluminado mi espíri-

LA CASA RECTOfiAL. 1 9

tu t no han podido convencerme de que había sido menos culpable que desgraciada?... Antes de la venida de Clara , cuando me atormentaba este pen- samiento y lo sofocaba procurando contentaros á vos y á la señora Adela. Si alguna vez me avergonza- ba de lo pasado, era tan solo á mis propios ojos: pero al ver esa joven de mi edad, tan hermosa, tan encantadora, tan virtuosa, he pensado en la distancia que nos separaría para siempre á las dos... Conocí por primera vez que hay manchas indele- bles de degradación , y desde entonces no he podido abandonar este pensamiento... Me acomete sin ce- sar, á todas horas, y no tengo un momento de reposo.

La Guillabaora enjugó el copioso llanto.

Después de haberla mirado por algunos instan- tes con tierna conmiseración , el cura repuso :

Pensad, hija mia, que si la señora Adela quiso que os hicieseis amiga de Clara Dubreuíl , ha sido porque vuestra conducta os hacia digna de su amis- tad: considerad que en esa acusación envolvéis á vuestra segunda madre. Ya lo sé, señor cura, ya que no tenia razón ; pero no podia vencer mi vergüenza y mi temor. Luego que Clara se estable- ció en la quinta, se apoderó de una tristeza tan grande como el gozo que habia sentido al saber que iba á tener una compañera de edad: ella, por el contrario, estaba siempre alegre , y tenia su cama en mi mismo cuarto. La primera noche me besó antes de acostarse y me dijo que me amaba ya mu- cho, que me habia cobrado un singular afecto y me suplicó que la llamase Clara, pues ella me Mama- ria también María. En seguida rezó y me dijo que se acordaría de en sus orrciones si yo la pro- metía acordarme de ella; de modo que no he po- dido negarle esta súplica. Después de haber ha-

9'2 LOS MISTERIOS DE PAnw.

blado un rato conmigo se quedó dormida; yo me acerqué á su lecho, contemplé llorando su cara angelical, y al pensar que dormia en mi mismo cuarto... en el cuarto de la que poco antes había vivido entre ladrones y asesinos... empecé á tem- blar como si hubiera cometido un crimen, y se apoderó de un vago terror al pensar que Dios me castigaria. Por último me acosté y tuve unos sueños horribles en que se me aparecieron las ca- ras siniestras que casi había olvidado; he visto al Churiador, al Maestro de tscuela , á la Lechuza... á la tuerta que me habia atormentado cuando era pequeñita. ¡ Oh, Dios mió! ¡qué noche he pasado, señor cura ! ; qué sueños ! exclamó la Guillabao- ra estremeciéndose. ¡ Pobre María ! dijo el cu- ra conmovido; ¿porqué no me habéis confiado antes vuestro dolor? sí, os hubiera consolado... Pero continuad.

Como era ya muy tarde cuando me quedé dormida, la señorita Clara vino á dispertarme con un beso, y á fin de probarme sm cariño y de disi- par lo que ella llamaba frialdad, me dijo que iba á confiarme un secreto: debía unirse; cuando llegase á los diez y ocho años, al hijo de un arren- datario de Goussainvílle , de quien estaba muy ena- morada; casamiento en que habían convenido des- de largo tiempo las dos familias. Refirióme luego su vida tranquila y feliz, no habia dejado nunca el lado de su madre ni lo dejaría jamas, pues su ma- rido futuro debía dedicarse al cultivo de la quinta de M. Dubreuíl. «Ahora que me conocéis, María, como fuesis hermana me dijo contad- me la historia de vuestros primeros años...» Creí morirme de vergüenza al oír estas palabras... me sonrrojé y apenas pudo responderla. Como igno- raba lo que habría dicho de la señora Adela,

LA CASA RECTORAL. 93

teniia desmentirla, y así es que respondí vaga- mente que era una huérfana á quien habían edu> cado ciertas personas timoratas, que no habia sido muy dichosa en mis primeros años, y que mi feh- cidad habia comenzado desde que estaba a! lado de la señoi-a Adela. Entonces Clara, mas bien por interés que por curiosidad, me preguntó en donde habia sido criada, si en la ciudad ó en el campo, como se llamaba mi padre, y sobre todo si me acordSba de mi madre. Cada una de estas pregun- tas me embarazaba mas y mas y me afligia, por- que solo mintiendo podía satisfacerlas; y vos, se- ñor cura, me habéis enseñado á aborrecer la men- tira.., Pero Clara no sospechó que yo pudiese en- gañarla, y atribuyendo la incerlidumbre de mis respuestas al dolor que causaban los tristes recuer- dos de mi infancia y me creyó y se compadeció de con una bondad que me despedazaba el corazón. ¡Ah, señor cura 1 ¡sería imposible deciros cuanto he sufrido en esta primera conversación con Clara, y cuanto me ha costado el decir una sola pa- labra con falsedad é hipocresía!... j Desgraciada niña!... ¡que la ira del Señor caiga sobre los que poniéndoos en el camino de la perdición, os obli- garon á sufrir toda vurslra vida las consecuen- cias de una única culpa ! Sí... suya es la culpa repuso con amargura Flor de María : no pue- do vencer mi vergüenza. Al paso que Clara me ha- blaba de su dicha , de su boda , de la felicidad de su vida doméstica, no podia menos de comparar mi suerte con la suya, porque á pesar de los favores que me dispensáis mi suerte será siempre misera- ble. A medida que vos y la señora Adela me ha- béis hecho conocer la virtud, me inspirasteis tam- bién el sentimiento de mi pasada miseria, y nadie podrá disuadirme de que he sido el desecho de la

T. II. 7

LOS MISTERIOS DE PARÍS.

clase mas vil j despreciable. ¡ Ah, señor cura ! ya que debía serme tan funesto el conocimiento del bien y del mal , mejor fuera no haberme sacado de mi brutal ignorancia! | Que decís, María Lo que acabo de decir es malo, es detestable ¿no es verdad, señor cura? Por eso no queria confesároslo Sí, á veces mi ingratitud me hace olvidar los favo- res de que soy objeto , y me digo á mi misma : Si á lo menos no "me hubiesen sacado de la infamia, la miseria y el abandono hubieran dado pronto fin á mis dias, y moriría sin conocer una pureza cu- ya pérdida me atormenta ahora sin cesar. Con- cibo vuestro dolor, María : una alma dotada por el criador de sentimientos generosos, no lava jamás las manchas de esa naturaleza, aunque no haya es- tado mas que una hora en el fango de la ignomi- nia... — ; Así es, señor cura ! exclamó con do- lor Flor de María: mi desesperación me acom- pañará bastí el sepulcro! Sí; no borrareis en vuestra vida esa mancha de ignominia dijo el sacerdote en tono grave; pero debéis esperar en la misericordia infinita del Todopoderoso. Acá en la tierra tendréis, niña querida, lágrimas, remor- dimientos, expiación; pero un dia vendrá en que hallareis allá enel cielo añadió el sacerdote se- ñalando hacia el estrellado firmamento perdón y felicidad eterna ! ; Piedad !... ¡ piedad, Dios mió I... ¡soy tan joven aun... y mi vida puede ser tan larga!... dijo la Guillabaora con una voz que desgarraba el corazón y cayendo de rodillas de- lante del sacerdote por un movimiento involun- tario.

El sacerdote estaba de pié en la -cumbre de la colina, cerca de la cual se hallaba la rectoral. Veíase en el puro y trasparente horizonte, como en un cuarlro aéreo, el rostro venerable del ancia-

LA CASA RECTORAL. 93

no, y líi úUiraa claridad del crepúsculo daba una trisfe luz á su solana negra y á su largo cabello blanco: tendía una mano trémula hacia el cielo, y alargaba la otra á Flor de María que la bañaba en «u llanto. La capucha del mantón gris de la jo- ven , echada en aquel momento á la espalda, des- cubría su hermoso perfil y un ojo que destilaba copiosas lágrimas...

Esta escena sencilla ofrecía un singular contraste y una rara coincidencia con el horrible coloquio que pasaba casi al mismo instante en el fondo del barranco entre el Maestro de Escuela y la Lechu^ za. Oculto en las tinieblas de una oscura quebrada y lleno de terror, un criminal espantoso que ape- nas podia soportar el peso de sus atrocidades, se hallaba también de rodillas... pero estaba arro- dillado delante de una furia vengadora , que lo atormentaba sin piedad y lo conducía á nuevos crímenes... delante de la furia que había causado los primeros tormentos de Flor de María.

Se concibe fácilmente el exagerado dolor* de Flor de María y los remordimientos que la ator- mentaban. Rodeada desde su infancia de seres de- gradados é infames; en medio de las costumbres de una prisión y de la taberna de la Pelona, que era otra prisión mas espantosa todavía; no habiendo salido jamas de los patios de la carrol y de las cavernas de la Cité, la desgraciada joven había vivido hasta entonces en una profunda ignoran- cia del bien y del mal, y tan extraña á los sentimientos nobles y religiosos como al esplen- dor y magnificencia de la creación. Pero todo lo mas admirable de la naturaleza se presentó 'Je re- 5)enie á su entusiasmado espíritu. Su alma se di- lató á la vista de un espectáculo tan imponente, ílesarrollóse su inteligencia, y sus nobles propen-

96 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

siones sacudieron el letargo en que yacian... pero la misma luz que iluminó sus potencias» le hizo conocer la degradación en que habia vivido, y le inspiró un horror invencible hacia sus primeros años, haciéndola creer que eran indelebles las manchas de la ignominia.

'o

¡Ay de mí! decía la Guillabaora con de- sesperación : aunque mi vida llegue á ser tan larga y tan pura como la vuestra, señor cura, la conciencia de lo pasado emponzoñará el resto de mis dias... No os aflijáis, amada niña: al con- trario, debéis teneros por dichosa; ese remordi- miento amargo, pero saludable, prueba la religión acendrada de vuestro espíritu... ¡Cuántas per- sonas de cualidades menos nobles que las vues- tras, hubieran echado ya en olvido lo pasado para entregarse á la felicidad presente! Creedme, hija mia, el cielo se apiadará de vuestra amargura: el Señor ha consentido que dieseis algunos pasos en la senda del ma), para daros la gloria del arre- pentimiento y el galardón eterno debido á la ex- piación! El mismo lo ha dicho por su divina bo- ca: a Los que hacen bien sin perturbación y vie- nen á con la sonrisa en los labios, esos son mis elegidos; pero los que heridos en el combate vienen a cubiertos de sangre y contritos, esos son los elegidos entre los elegidos... •> ¡ Tened va^ lor, hija mia'... ausilio, confortación, consejos, nada os faltará... Soy muy viejo ya; pero la se- ñora Adela, y especialmente el señor Rodolfo que tanto os estima y que mira con tan vivo interés vuestros adelantos en el camino de la salvación, son jóvenes aun y tienen que vivir largos años.

La Guillabaora iba á responder, pero fué inter- rumpida por la paisana de que hemos hablado.

LA CASA RECTORAL. 97

la cual había seguido el mismo camino y acababa de reunirse con ella: era una de las criadas de la quinta.

Buenas noches , señor abad dijo la moza al sacerdote: la señora Adela me ha mandado traer este canastillo de fruía á la rectoral, y me dijo que acompañase á la señorita María, porque se va haciendo tarde. Pero por si acaso he traído conmigo el Turco dijo la muchacha acariciando el enorme mastín de los Pirineos, capaz de ba- tirse con un oso. Aunque no hay noticia de que ande por aquí jentemala, nunca está por demás la precaución. Tenéis mucha razón, Claudia: ahora podéis volveros, y dad gracias de mi parte á la señora Adela. Ya estamos en la rectoral.

Y dirigiéndose luego a Flor de María, la dijo en voz baja y en tono grave:

Mañana asistiré á la conferencia de la dió- cesis, ppro á eso de las cinco estaré de vuelta. Si queréis, hija mía, os aguardaré en la rectoral. Según veo por el estado de vuestro espíritu tenéis menester de hablar largos ratos conmigo. Gra- cias, señor cura repuso Flor de María ; ven- dré mañana, ya que así lo deseáis. Ya estamos en la puerta del jardín dijo el anciano : de- jad ahí el cestíllo, Claudia, y vendrá á recojerlo la criada. Volveos pronto á la quinta con María, porque la noche está cercana y el frío se aumenta. Hasta mañana, María, á las cinco. Hasta mañana, señor cura.

El anciano entró en el jardín. La Guillabaora y Claudia, seguidas del Turco, tomaron el camino de la quinta.

CAPiTlLO VI.

EL EXCUEMRO.

La noche estaba fría y serena. Por consejo dei Maestro de Escuela la Lechuza j el bandido se ha- blan colocado en un sitio del camino hondo, mas distante del sendero y mas inmediato á la encruci- jada en donde aguardaba Barbillon con el coche. El Cojuelo atisbaba el regreso de Flor de María , á quien debía hacer caer en el lazo suplicándola que acudiese á socorrer una pobre vieja : se había ade- lantado algunos pasos fuera del camino hondo para observar el camino , y escuchando con atención oyó á lo lejos la conversación de la Guillabaora con la paísüna que la acompañaba. Bajó apresurada- mente al barranco para advertir á la Lechuza lo que pasaba.

La muchacha no viene sola dijo en voz baja y agitada. ¡ Malos puercos la hocen, á esa chi- quilla babosa/ exclamó la Lechuza con furor. ¿ Con quién viene ? preguntó el Maestro de Escuela. Viene sin duda con la paisana que pasó hace un rato por el sendero acompañada de un perro grande. He oido la voz de una muger dijo Cojuelo; escuchad... ¿no oís el ruido de unas almadreñas?...

En efecto, el calzado de madera de la paisana reso- naba en el silencio de la noche sobre el camino helado...

LA ENCUENTRO. 99

Son (los... en cuanto á la mucbacha del capo- tillo gris yo me encargo de asegurarla; pero la otra... ¿cómo haremos? El viejo no vé... el Cojuelo no tiene bastante puño para despachará esa com- pañera impertinente , que mal infierno la trague... ¿Cómo saldremos del paso? dijo la Lechuza. Es verdad que no tengo tuerza; pero si queréis , tía Lechuza , yo me echaré á las piernas de la paisana que trae el peiTO, me agarraré con dientes y uñas j doy mi palabra que no dejaré la presa á dos por tres... Entretanto, íia Lechuza, podréis poner á la muchacha de vuestra mano. Pero si dan de voces las oirán en la alquería repuso la tuerta y daremos tiempo para que vengan á socorrerlas antes de que lleguemos al coche de Barbillon... No es buena de sujetar una muger que se defiende y pernea. Y traen consigo un perrazo tremendo dijo el Cojuelo. Si no fuese mas que por el per- ro, de una sola jiatada le quitarla las ganas de la- drar — dijo la Lechuza. Ya se acercan dijo el Cojuelo aplicando de nuevo el oido para escuchar los pasos ; ya bajan al camino hondo, ¿ Qué dices , pedazo de asno ? dijo la Lechuza al Maestro de Escuela : ¿"qué me aconsejas ?... ¿ó tam- bién te has vuelto mudo ? Nada se puede hacer por hoy repuso el bandido. ¿Y hemos de per- der así los mil francos del señor enlutado?— gritó la Lechuza. ¡ Vamos, venga tu enano a]... pron- to... tu puñal!... Yo me encargo de despachar á la compañera para que no nos incomode. En cuanto á la cbiquilla., pierde cuidado que ya la sujetare- mos entre el Cojuelo y yo. Pero el hombre enlu- tado no ha dicho que se matase á nadie... Eso no importa : le cargaremos en la cuenta una sati-

(a) Puñal.

100 LOS MISTERIOS líE PARÍS.

gría mas, y tendrá que pagarla ya que es nuestro cómplice. ; Allí vienen /.*. Ya bajan < dijo el Cojuelo. ; Dame el puñal, tú, arrastrado! gruñó la Lechuza en voz baja. ¡ Ob , tia Lechu- za!... eso no dijo el Cojuelo tendiéndolos brazos hacia la tuerta : ¡ matarla no !... no! ¡ Venga el puñal !».. repitió la Lechuza sin atender á la súplica del Cojuelo y descalzándose á toda prisa. Voy á descalzarme para correr tras ellas sin que me sientan : aunque se cerró ya la noche , dislin- guiré á la muchacha por el capotillo , y la otra irá á dormir al otro mundo. ¡No! dijo el ban- dido — hoy es inútil : mañana será mas seguro el golpe. i Tienes miedo , alma de lana? dijo con desprecio la Lechuza al bandido. No tengo miedo repuso el Maestro de Escuela ; pero es de creer que yerres el golpe y que nos pierdas.

El perro que acompañaba á la paisana olfateó sin duda la gente emboscada en el barranco, y empezó á ladrar irritado sin obedecer á la voz de Flor de María que lo llamaba.

¿No oyes el perro? ¡ahí están!.... /pronta, pronto... el puñal/... ¡porque sino !... dijo la Le- chuza con aire amenazador. ¡Cójelo por fuerza... si quieres! repuso el Maestro de Escuela. ¡Se acabó, ya no hay remedio! exclamó la Lechu- za después de haber escuchado con atención por un momento : 3'a pasaron el barranco.... ¡ Ya* me las pagarás, viejo chocho, cobarde' aña- dió con furor enseñando el puño cerrado á su cómplice; hemos perdido mil francos por cau- sa tuya! Al contrario, se han ganado mil, dos mil.... acaso tres mil repuso el Maestro de Escuela con aire de autoridad. Escucha, Lechu- za... vuélvete á donde está Barbillon y marchaos los dos con el coche al sitio en donde está aguar-

EL ENCUENTRO, 101

dando el hombre de luto.*, le diréis que no se ba podido bacer nada boy, pero que mañana caerá sin duda la mucbacba... Todas las lardes acompaña al cura basta la rectoría, y es una casualidad e\ que boy no se baya vuelto sola: mañana tendre- mos mejor ocasión , y vendrás á la misma hora de- jando á Barbillon con el coche en la encrucijada. Pero tú,., ¿qué va á ser de tí?... El Cojuelo me conducirá á la quinta en donde está la muchacha, y forjaré un cuento para introducirme: diré que nos hemos perdido, y suplicaré que nos dejen pasar la noche bajo cubierto, aunque sea en un rincón del establo. No me lo negarán , y entonces el Cojuelo se informará bien de las entradas y salidas de la casa, porque esa gente suele no estar sin dinero en tiempo de cosecha. Gomóla quinta está en un sitio desamparado y desierto, según decís, una vez re- conocidas las entradas podremos volver otro dia con algunos amigos... y no se perderá el tiempo. ,Qué cabeza! ¡ni un doctor de la Sorbonal dijo la Le- chuza suavizando ia voz. ¿Qué mas, qué mas, amoroso? Mañana por la mañana al tiempo de salir de la quinla , me quejaré de un dolor que no me deja andar. Si no me creen bajo mi palabra, enseñaré una llaga que tengo abierta desde una vez que rompí una argolla de la cadena. Diré que he sido herrero, que es una quemadura de una barra de hierro caliente, y me creerán ; y de este modo pasaré en la quinta una parte del dia, y el Cojuelo se informará despacio de lo que por allí hay. Por la tarde diré que me siento mejor, y cuando salga la muchacha acompañando al cura como de costumbre, la seguiremos de lejos el Cojuelo v yo, y vendremos á esperarla en el camino hondo. Como vanos conoce, no desconfiará de nosotros al ver- nos... se acercará , y con la ayuda del muchacho

102 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

¿entiendes, Cojuelo? la echaré el guante, quedará mas callada que una muerta, y tendremos seguros los mil francos. Además de este negocio podremos hacer otro dentro de dos ó tres dias, confiando la visita cíe la quinta á Barbillon y á algunos amigos mas, que si mercadmn (a) algo, partirán con nos- otros que hemos sido los ondeadores (b). Mira, anublado (c) del alma, vales el mundo entero, des- micax mas sin quemantes (d) que todos los gerifal- tes e) de Francia juntos. ¡Qué plan tan soberano! ¿Sabes que estoy pensando una cosa? cuando seas tan viejo que no puedas mas con la crisma, enton- ces serás el lucho consultor de todos los nicabaos [í) de París y ganarás mas dinero que un alivio (g). Vamos , un besito á tu vieja, y manos á la obra...* porque esta gente aldenna se acuesta con las galli- nas. Me voy corriendo á donde está Barbillon : ma- ñana á las cuatro en punto estaremos en la encruci- jada con el coche, á menos que no le echen antes Ja zarpa por haber despachado al otro barrio , en compañía del Esqueleto y del Cojo Gordo, al ma- rido de la lechera de la Drapería Vieja. Pero si no viene él vendrá otro, porque el rodante (h) perte- nece al señor enlutado. A las cuatro y cuarto esta- ré en este mismo sitio. Está dicho... Hasta ma- ñana, Lechuza. /Ay ! que se me habia olvidado dar alguna cera al Cojuelo , por si acaso hay que sacar algunos moldes en la quinta. Toma , an-» gelito ¿sabes cómo has de hacer? dijo la tuerta dando un pedazo de cera al Cojuelo. /Vaya si sel tomad soleta que es tarde, tia Lechuza: ya'me en-

(a) Roban. (b) Los que hemos tanteado como y por donde se babia de robar, (c) Ciego, (d) \es mas sin ojos.

(f) Ladrones. (f) El ladrón consultor de lodos los la- drones, (sr) Abogado, (h) Coche,

EL ENCUENTRO. 103

señó papá. Ya le saqué el molde de la cerradura de la caja de hierro, que mi amo el charlatán tiene escondida en el cuarto oscuro. Ya veo que eres maestro ; pero no te olvides de mojar la cera para que no se pegue , después de calentarla bien con la mano. Ya lo repuso el Cojuelo. Hasta mañana , amoroso dijo la Lechuza. Hasta ma- ñana respondió el Maestro de Escuela.

La Lechuza dirigió á la encrucijada. El Maes- tro de Escuela y el Cojuelo salieron del barranco y se encaminaran hacia la quinta , sirviéndoles de guia la luz de las ventanas.

¡ Estraña fatalidad / Anselmo Duresnel se acer- caba á su mujer , á quien no habia visto desde su condenación á presidio perpetuo.

CAPÍTULO VII.

LA CE>'A.

Xada hay roas alegre que la cocina de una quin- ta á la hora de cenar, y especialmenle en el invier- no: nada puede dar una idea roas verdadera de la dichosa felicidad de la vida rústica. La cocina de la quinta de Bouqueval ofrecía una prueba de lo

3ue llevamos dicho. Su gran chimenea de seis pies ealto y nueve de ancho, parecia la boca de un inmenso horno lleno de llama y de combustibles. Esta enorme hoguera daba tanta luz como c^lor á txxias las partes de la cocina, y hacia inútil una lám- para colgada de la viga maestra que cruzaba el te- cho. Algunas marmitas y cacerolas de cobre puestas en hileras, reverberaban la claridad del fuego, y un perol antiguo del mismo metal brillaba como un espejo sobre una artesa de nogal muy limpia y asea- da , que exhalaba un olor apetitoso de pan calien- te. En medio de la pieza hatia una mesa larga y maciza cubierta con un mantel de tela gruesa , pe- ro blanca como la nieve, y el sitio de cada persona estaba señalado con un plato de loza ordinaria, pardo por fuera y blanco por dentro, y por un cu- bierto de hierro que relucia como si fuese de pla- ta. En medio de la mesa humeaba como un cráter una gran sopera llena de una sopa de legumbres, cuyo vapor cubría una fuente formidable de ver- dura con jamón , y otra fuente no menos grande

LA CENA. lOo

de guisado de carnero con patatas; finalmente, un cuarto de ternera asada flanqueado por dos ensala- das de invierno, dos quesos y canastillos de manza- nas, completaban la abundosa simetría de la cena. Los labradores tenían á su discreción tres ó cuatro jarros llenos de cidra y otros tantos panes morenos y grandes como ruedas de molino.

Un perro viejo de pastor con pintas negras, casi sin dientes y decano jubilado de la orden canina de la quinta , debia á sus largos años y antiguos servicios el permiso de estar en un rincón de la chimenea. El decrépito animal usaba modestamen- te de este privilegio , y .con el hocico levantado y las patas tendidas en paralelo hacia delante, seguia con ojo atento las diversas evoluciones culinarias que precedían á la cena. Este perro venerable cor- respondía en cierto modo á su nombre bucólico de fJ sardo.

El ordinario de los dependientes de esta quinta, aunque sencillo parecerá acaso algo suntuoso; pero la señora Adela siguiendo en esto la voluntad de Rodolfo , introducía todas las mejoras posibles en la asistencia y manutención de sus criados , elegi- dos exclusivamente de las familias mas honradas y laboriosas del país. Como se les remuneraba con largueza y su situación era dichosa y envidiable, lodos los mejores labradores del país deseaban per- tenecer al servicio de la quinta de Bouqueval; salu- dable ambición que sostenía entre ellos una emula- ción laudable, y que al mismo tiempo refluía en provecho de sus dueños; porque para obtener una colocación en esta quinta se requería el apoyo de los antecedentes de conducta personal... Rodolfo vino á crear de este modo una especie de quinta modelo^ no solo destinada al mejoramiento del ganado y del arte aratorio , sino también con el objeto mas es-

106 LOS MISTERIOS DE PiRIS.

pecial de mejorar la condición de los hombres-, lo que consiguió ofreciéndoles un estímulo para que fuesen probos, activos é inteligentes.

Terminados los preparativos de la cena y pues- to ya sobre la mesa el jarro de vino que debia acompañar á los postres, la cocinera tocó la campa- na, á cuyo alegre sonido entraron gozosos en la cocina los labradores , los criados de la quinta , las lecheras y demás mozas de servicio, en número de unas quince ó veinte personas. El semblante de los hombres era franco y viril, las mujeres eran afables y robustas, y las muchachas garvosas y alegres: todos ellos manifestaban un gozo puro é ingenuo y la mayor tranquilidad y satisfacción de mismos : sentáronse por fin á la mesa , para ha- cer los honores á la cena que hablan ganado en los rudos trabajos del dia.

Ocupó la cabecera de la mesa un labrador de dias, cano y de aspecto franco y atrevido , verda- dero tipo del paisano de entendimiento sano , y de esos hombres firmes y rectos , claros y preciosos, rústicos y sutiles que huelen de una legua á la an- tigua Galia. El tio Chatelan, que asi se llamaba este Néstor, habia vivido en la quinta desde su in- fancia, y estaba entonces encargado de la direc- ción de la labranza. Cuando Rodolfo compró la quinta, fuéle debidamente recomendado este anti- guo servidor, y el príncipe lo recomendó por su parte á la señora Adela y lo invistió de una es- j>ecie de superintendencia en los trabajos del cul- tivo. El tio Chatelan ejercía por tanto sobre las per- sonas de la quinta una alta influencia, debida á su edad, á su saber y á su larga experiencia.

Pusiéronse todos á la mesa.

Después de haber dicho el Benedicite el tio Cha- telan en alta voz , hizo la señal de la cruz con la

LACENA. 107

punta de un cuchillo , según una antigua j santa costumbre , sobre uno de los panes , y corló luego el pedazo que debía representar la parte de la Vir- gen ó del pobre ; llenó en seguida un vaso de vino bajo la misma invocación , y después de haber puesto en un plato el vaso y el pedazo de pan , los colocó en medio y mitad de la mesa. Ladraron en aquel instante los perros , y el caduco Lisandro les respondió con un gruñido sordo, arremangó el ho- cico y dejó ver dos ó tres colmillos bastante respe- tables aun.

Alguien anda por fuera del zaguán dijo el tio Chatelan.

Apenas hubo dicho estas palabras, cuando se oyó sonar la campanilla de la puerta principal.

¿Quien puede ser á estas horas? dijo el anciano labrador todos están ya en casa... Anda á ver quien es, Juanillo.

Juanillo, que era uno de los muchachos al servi- cio de la quinta , vació en el plato con harto pe- sar suyo una enorme cucharada de sopa caliente, á Ja cual soplaba con los carrillos hinchados como un Eolo , y salió de la cocina.

Hacia mucho tiempo que la señora Adela y la señorita María no habian dejado de venir un solo dia á calentarse al fuego mientras cenábamos dijo el tio Chatelan : tengo buenas ganas , pero á la verdad no me entrará tan bien la cena como si las tuviésemos aquí. La señora ha subido al cuarto de la señorita María, porque al volver de la rectoral, la señorita se sintió algo indispuesta y se fué á la cama respondió Claudia, la robusta moza que habia ido á buscar á la Guillabaora y habia desconcertado sin saberlo los siniestros pla- nes de la Lechuza. Pero nuestra señorita María no está mala de cuidado... está algo indispuesta no

108 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

mas... j habla Claudia i dijo con inquietud el buen anciano i No por cierto , lio Chatelan , gra- cias á Dios! repuso Claudia. La señora ba dicho que no era cosa de cuidado , pues de lo con- trario ya hubiera enviado á Paris por el señor Da- vid , aquel médico negro que tan bien ha cuidado á la señorita María cuando estuvo enferma. Un mé- dico negro... j qué cosa tan rara! ¡ Dios me libre de verlo á mi cabecera!... ¡Jesús, qué cara! Si- quiera un médico blanco vaya con Dios... al fin es un cristiano. ¿Y no ha curado por ventura á la señorita María , que estaba tan mala cuando vino aquí? Eso es verdad, tio Chatelan. ¿Y en- tonces ? ] Entonces qué yo ! Un médico ne- gro siempre tiene aquello de ser negro , y á me da miedo. ¿Y no ba curado también á la pobre tia Anica, que tenia una llaga en la pierna y ha- cia tres años que no podia menearse? También es verdad , tio Chatelan. ¿Y entonces á que vie- nen esos ascos? Eso , pero bien considerado, tio Chatelan... un médico negro... tan negro , tan negro como la chimenea... Dime , muchacha, ¿de qué color es tu vaca la Saltar ina? Blanca, tio Chatelan, blanca como el ampo de la nieve, y muy lechera por cierto : no es por adularla , pero pocas hay en el contorno que le ganen. ¿Y vaca Marica ? Negra como un cuervo , tio Cha- lelan; y muy lechera también, no se le puede ne- gar. — ¿Y cíe qué color es la leche de tu vaca ne- gra ? } Vaya una pregunta ! ¿ de qué color ha de ser, tio Chatelan? blanca como la nieve... ¿eso qué duda tiene?

¿Y es tan blanca y tan buena como la de la Saltarina ? ; Ya se ve que ! A pesar de que la Marica es negra, ¿no es verdad? Es verdad, á pesar deque es negra... ¿Pero que tie-

LA CENA. 109

ne que ver con la leche el que la vaca sea negra, 6 blanca, ó tordilla? ¡Eso mismo queria jo de- cir/ Y entonces ¿porqué te espantas de que un médico negro sea tan bueno como un médico blan- co?— ¡Caramba, tio Chatelan! yo no hablaba mas que de la piel dijo la muchacha después de un momento de reflexión. Es verdad, ya que Ma- rica negra da tan buena leche como mi Saltarina blanca, el color de la piel no importa un bledo.

Entró en esto Juanillo en la cocina soplándose los dedos con el mismo vigor con que había so- plado á la cucharada de sopa y quedaron inter- rumpidas las reflexiones íiisiológicas de Claudia.

¡ Qué íVio, sania Bárbara I /qué frió hace esta noche! dijo Juanillo al entrar: vengo sin tiento... /ave María, qué frió! La helada em- pezó con viento del nordeste, y ha de durar: eso ya lo sabes lü, ¿no es verdad , muchacho ? ¿Pero, quién ha llamado? preguntó el decano de los labriegos. Un pobre ciego y un muchacho que lo guia, tio Chatelan. ¿Y qué quiere ese ciego? preguntó el labradora Juanillo. Se perdió con su hijo en el atajo de Louvres, y como hace tanto frío y la noche está como boca de lobo, pide que le dejen cormir aquí aunque sea en un rin- cón de la cuadra. La señora Adela es de tal ge- nio que nunca niega hospitalidad á los pobres, y sin duda recibirá á esos infelices... pero es menes- ter avisarla. Ve á decírselo, Claudia.

La moza salió al punto de la cocina.

¿En dónde has dejado á esos pobres? pre- guntó Chatelan. En el hórreo pequeño. ¿Y porqué los has metido en el hórreo? Porque si los hubiera dojadoenel zagiian, los perros se los co- merian crudos. Por mas euvi los decia : « ; Ven aquí; Moreno... Turco... ven aquí. Sultán nada, pa-

T. II. 8

lio LOS MISTERIOS DE PAHIS.

recian unos rabiosos, lio Chatelan. Y eso que aquí no están enseñados á morder á los pobres como en otras partes. Vaya , muchachos , esta noche no sobrará la ración del pobre. Apretáos un poco... Así. Venga un cubierto para el ciego j otro para su hijo, porque estoy seguro de que la señora Adela los dejará dormir aquí. Lo que no me da buena espina es la furia de los perros dijo Jua- nillo: sobre lodo el Turco que fué con Claudia á la rectoral, parecía un vivo diablo... y al pasarle la mano para acariciarlo tenia el pelo derecho co- mo un puerco espin. ¿Qué le parece de esto, lio Chatelan, ya que todo lo entiende? Yo que ío- do lo entien'Io, Juanillq, le digo que los animales saben á veces utas que yo... Lo que le puedo decir es que al volver este otoño á la caza con los ca- ballos de labor sentado en mi Moro rodado: cuan- do llegué al riachuelo, que llevaba los hocicos bien hinchados por cierto con la lluvia del hura- can, san Pedro me lleve si hubiera dado con el vado en toda ia noche |>orque estaba oscura y negra como la pez... Viendo que no podia salir del apuro, voy y dejo las riendas al caballo, y el pobre Moro da por fin con el vado, que con lodo nuestro en- tendimiento, Juanillo, no hubiéramos descubierto nosotros en toda la noche... ¿Quién habrá ense- ñado al animal? Es verdad, lio Chatelan, ¿quién le habrá enseñado tanto á nuestro viejo rodado?

El que enseña á las golondrinas á hacer el nido en los techos, y al aguzanieve á anidar en las cañas, Juanillo... ¡Qué tal, Claudia! dijo el anciano oráculo á la lechera que entraba en la co- cina con dos pares de sábanas blancas debajo del brazo, que olían á salvia y tomillo de una legua

/qué tal! la señora Adela mandó dar cena y cama al pobre ciego y á su hijo ¿no es verdad?

LA CENA. 111

Aquí ínVvro las sábanas para hacerles las camas

en el cuarlito del corredor repuso la moza.

x\nda á buscarlos, Juanillo... Y lú, Maruja, acerca al fuego dos sillas para que se calienten antes de ponerse á la mesa.

Ojóse de nuevo el furioso ladrido de los perros y la voz de Juanillo que procuraba contenerlos. La puerta de la cocina se abrió de par en par, y entraron precipitadamente el Maestro de Escuela y el Cojüelo como si vinieran perseguidos.

Cuidado con esos perros gritó el Maestro de Escuela; ya hubieron de mordernos por dos veces. Me llevaroíi un pedazo de blusa dijo el Gojuelo pálido como la cera. No tengáis miedo, buen hombre dijo Juanillo cerrando la puerta;

en vida he visto perros mas endinos... Sin duda el frió los puso rabiosos y quieren morder para entrar en calor. ¡También tú/ dijo el lio Chatelaii deteniendo al vii'jo Lisandro, que empezó á enseñar los colmillos y queria arrojarse á los recienvenidos. Oyó á !os oíros ladrar fy quiere también hacer de persona. , Quieres mar- cliarte á tu rincón, charlatán!

A la voz del tio Chalelan, acompañada de un puntapié significativo, volvióse Lisandro á su rin- cón predilecto del hogar. El Maestro de Escuela y el Cojuelo estaban en el umbral de la puerta sin atreverse á pasar adelante, y al ver los habitantes de la quinta el horrible semblante del bandido; quedáronse petrificados unos de disgusto y otros de horror. El Cojuelo observó esta impresión , y se llenó de orgullo contemplando el terror que inspiraba su compañero. Desvanecido este primer movimiento, el tio Chatelan, que solo pensaba en llenar los deberes de la hospitalidad, dijo al Maes- tro de Escuela.

112 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Buenas noches, amigos: acercaos á la lumbre y os calentaréis un poco ánles de cenar. Tomaréis un bocado con nosotros, porque justamente esta- mos empezando. Sentaos, sentaos allí. ¡Pero en que estoy pensando ; anadió el buen labrador, no me acordaba que erais ciego por desgracia, y de que debia hablar á vuestro hijo. Vamos, hijo mió, acércalo á la chimenea. Ya voy, mi querido se- ñorito — respondió el Cojuelo con un tono nasal, hipócrita y compunjido; /Dios nuestro señor os premie la" caridad!... Vamos, padrecito, vamos... cuidado con tropezar. Y el Cojuelo guió al ban- dido hasta la chimenea.

Regañó de nuevo el caduco Lisandro al verlos acercarse : pero habiendo olfateado por un mo- mento hacia el Maestro de Escuela, empezó á ahu- llar con la lúgubre y dolorida voz de los perros cuando huelen la muerte , según dice el vulgo.

/Uavo ! dijo entre el Maestro de Escuela, Si olfatearán también la sangre estos demonios de animales; porque ahora me acuerdo qne tengo puesto el mismo pantalón que llevaba cuando el asesinato del ganadero... ¡Vaya un caso! dijo Juanillo en voz baja. Miren como olfatea la muer- te el amigo Lisandro al ver al ciego/

Sobrevino entonces una cosa estraña. Los ahu- Ilidos de Lisandro eran tan agudos y doloridos, que al punto que los oyeron los demás perros , pues la cocina daba sobre el zaguán y tenia hacia él una ventana, empezaron á repetir á un mismo tiempo, como de costumbre entre la raza canina, los que- jidos fúnebres, que según la creencia vulgar pro- nostican la cercanía de la muerte. Aunque eran po- co supersticiosos los dependientes de la quinta de Bouqueval , se miraron unos á otros con espanto; y aun el mismo Maestro de Escuela, á pesar de su

LA CENA. 113

conciencia infernal y endurecida, se exlremeció al cscüciiar los ahullidos sini<ístros que habian empe- zado á su llegada... á la llegada de un asesino. El Cojuelo, niño escéptico, descarado y corrompido, por decirlo así, desde el pecho de su madre , como lo son generalmente los hijos de París, fué el único que se mostró indiferente al efecto moral de aque- lla escena. El aborto de Brazo Rojo solo pensaba en que ya no lo morderían los perros, y se burla- ba de lo que llenaba de miedo á los habitantes de la quinta y hacia estremecer al mismo Maestro de Escuela.

Pasado el primer estupor, salió Juanillo de la co- cina, y se oyó luego después el chasquido de un látigo que disipó los lúgubres presentimientos del Turco, del Sultán y del Moreno. El semblaste con- tristrado de los labriegos fué serenándose poco á poco, y al cabo de algunos momentos les inspiraba ya mas compasión que horror la espantosa fealdad del Maestro de Escuela , se condolieron de la im- perfección del niño COJO cuya cara traviesa halla- ban muy interesante, y alabaron mucho la aten- ción con que cuidaba de su padre. Renovóse con energía el apetito de los labradores, y solo se oyó por algún rato el ruido de los platos y tenedores; y al paso que los mozos y mozas esgrimían sus ga- nas contra los rústicos manjares, observaban con tierna compasión los cuidados que el niño prodi- gaba Á su padre, junio al cual se habia sentado, cortándole la carne y el pan y echándole de beber con afán cariñoso y filial. Esto era lo mejor del cua- dro; veámoslo ahora por el lado peor. El Cojuelo, así por una propensión á iniilar, natural en su edad, como por innata crueldad , se complacía como la Lechuza en atormentar al Maestro de liscuela; y asi es que este ser raquítico y despreciable sentía el

lli LOS MISTERIOS DE PARTS.

mayor placer en divertirse con nn tigre enjaulaíJo Para colmar el placer de atormentar al Maestro de Escuela sin que el bandido pudiese quejarse, ni aun

E estancar, compensaba cada obsequio aparente que acia á su supuesto padre, con una coz que dirigía por debajo de la mesa á una llaga antigua que, co- mo muchos presidarios, tenia en la pierna dererha el Maestro de Escuela, en el sitio de la argolla de la cadena. La paciencia estoica del bandido para su- frir los golpes del Cojuelo fué tanto mas maravi- llosa , porque el pequeño monstruo, á fin de hacer mas horrible y difícil la situación del Maestro de Escuela, eligía para atormen{arlo los momeiHosen que hablaba ó bebía. Toma, papá, una nuez bien descascarada dijo el Cojuelo poniendo en el plato del Maestro de liscuela el núcleo limpio de una nuez. Bueno, hijo mío; bueno oso me gusta dijo el tío Ghatelan: y dirigiéndose luego al ban- dido continuó: sois muy dignode lastima amigo mió; pero tenéis un hijo excelente , y eso debe consolaros algo. Sí, no hay duda, es grande mi desgracia y á no ser por el cuidado de mi hijo... me...

Y al llegar aquí el ^íaestro de Escuela no pudo contener un agudo grito, ponjue el hijo de Brazo Rojo lo habia acertado en lo mas vivo de la llaga , y el dolor fué intolerable.

¡Jesús' ¿qué tenéis, papá queridito? exclamó el Cojuelo con voz lastimera, levantándose y echán- dose al cuello del Maestro de Escuela. Este, en el primer acceso de dolor y de rabia , quiso ahogar al abominable aborto entre sus brazos de Hércules, y lo apretó contra el pecho con tal violencia, que el niño perdió la respiración y dio un sordo gemido. Mas reflexionando luego que no podría pasar sin el Ciíjiííílo reprimió su ira el bandido y lo echó de haciéndole o!ra vez tomar su asiento. Los paisanos

LA CENA. Ii5

solo vieron en todo esto un i;amb¡o mutuo de ternura paternal y filial, y la palidez del Cojuelo les pareció causada por la emoción que habla sentido como hi- jo afectuoso.

¿Qué tenéis, buen hombre? preguntó el tio Chatelan. K\ grito que acabáis de dar ha hecho perder el colora vuestro hijo... ¡Pobre criatura apenas pueda respirar I No es nada repuso el Maestro de Escuela con serenidad. Soy herrero de profesión, y hace algún tiempo que batiendo á martillo una barra de hierro caliente , me cayó so- bre las piernas y me hizo una profunda llaga que aun no se hacicatricado. Hace un rato que he trope- zado con el pié de la mesa y no he p<jdido reprimir un grito de dolor. ¡ Pobre papá ! dijo el Cojuelo vuelto en si de su emoción y dirigiendo una mirada diabólica al Maestro de Escuela i pobre papá es verdad , señoritos , es verdad , que nunca se le pudo curarla pierna. /Ahí de buena gana tuviera yo la llaga , con taf qu*» no la tuviese mi querido papá...

Las mujeres miraron al Cojuelo con ternura.

Amigo mió dijo el tio Chatelan siento que no hayáis venido á la quinta hace tres semanas en lugar de haber venido esta noche. ¿Porqué? hace algunos dias que hemos tenido aquí un doc- tor de Paris, que sabe curar maravillosamente el nial de piernas. Hay en la aldea una vicjecita que no podia andar hacia tres años: el doctor le aplicó un ungücnio á las llagas, y ahora corre como un gamo y tiene hecho propósito de ir á pié á dar las graciasá su redentor que vive en la calle de las Viu- das. Ya veis que desde aquí hay una buena tirada de camino... ¿Pero que tenéis? ¿os vuelve á doler la maldita llaga? respondió el bandido pro- curando contener su turbación todavía... ¡Cuán- to siento que no se halle aqui el médico 1 dijo el

116 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

tío Chatelan. Pero puedo aseguraros que os cura- rá, porqué es tan caritativo como sabio en su pro- fesión: cuando vol vais á París haced que vuestro hijo os lleve á su casa , que es en la calle de las Viudas, núm. 17, y estoj seguro que no os faltará. Aunque olvidéis el número nada importa , porque hay po- cos médicos en aquel sitio , y sobre todo médicos de su color... porque habéis de saber que el señor David de quien os estoy hablando es negro.

El rostro del Maestro de Escuela estaba cubierto de cicatrices , que no pudo notarse su palidez. Sin embargo estaba pálido, pues se le había helado la sanare de las venas al oír hablar primero de ja ca- sa de Rodolfo, y después de David el doctor negro ' que por orden de Rodolfo le habia aplicado el terri- ble suplicio, cuyas consecuencias sufría á cada mo- mento.

El tio Chatelan sin observar la palidez del ban- dido continuó:

Pero cuando os marchéis, amigo mío, dare- mos á vuestro hijo las señas de la casa. Es tan bue- no el señor David, que nos agradecerá que le pro- porcionemos la ocasión de favorecerá un desgraciado. Anda siempre tan triste que me da compasión... Pe- ro vamos echemos un trago á su buena salud... Gracias, no tengo sed repuso el Maestro de Es- cuela con aire sombrío. Mirad que no os ofrezco cidra sino vino puro dijo el labrador. Cuántos particulares quisieran beberlo tan bueno ! Esta quinta es muy diferente de las demás... ¿ que os pa- rece de nuestra mesa? Muy buena respondió el Maestro de Escuela , cada vez mas sumerjido en sus meditaciones siniestras. Pues la misma vida hacemos todos los días: buen trabajo y buena ta- jada, buena conciencia y buena cama; ahí tenéis nuestra vida en cuatro palabras, somos siete labra-

LA CENA. 119

dores y sin ánimo de alabarnos, hacemos el traba- jo de calorce; pero (ambien nos pagan como si fué- semos catorce. A los labradores, ciento y cincuenta escudos al año; á las mozas de servicio... sesenta es- cudos , y además partimos entre lodos el diezmo de lo que produce la quinta. Ya podréis discurrir que no dejamos descansar un palmo de tierra, porqué cuanto mas produce la vieja morena , tanto mas te- nemos que partir. De esta manera no debe enri- quecerse mucho vuestro dueño dijo el Maestro de Escuela. ¿Nuestro amo? ; oh nuestro amo no es como los demás : tiene un modo de enriquecerse que nadie conoce sino él. ¿Que queréis decir ?

preguntó el ciego deseando entrar en conversa- ción para disipar los negros pensamientos que le perseguían : según eso vuestro amo es un hom- bre extraordinario.

Extraordinario en todo , amigo mió : pero ya que la casualidad os trajo á esta aldea , que por es- lar tan apartada de la carretera quizá no volvereis á ella jamas, no quiero (|ue os vayáis sin saber quien es^ nuestro amo y loque hace de esta quinta. Os lo diré en dos palabras , con la condición de que lo contareis á todo el mundo , y nu os costará mucho' trabajo porque es una historia tan agradable al que la refiere como al que la escucha, Me habéis dado ganas de saberla repuso el Maestro de Escuela.

Y no os pesará de oiría dijo el tío Chatelan al bandido. Figuraos que un dia nuestro amo s**, puso á discurrir. y dijo para : « ¡ Caramba ! yo es verdad que soy rico, pero como esto no me abre las ganas de comer... si diera de comer á los que no comen auncpie tienen ganas... y si hiciera comer mejor á los que no pueden comer cuanto quieren... Pues señor, todo estose puede hacer; /manos á la obra ! » Y como quien no quiere la cosa , nuestro

118 LOS MISTERIOS DE PARTS.

señor puso manos á la obra, j compró esla quinta, que por aquel tiempo no daba mucho de síj ni tenia mas que dos arados : esto me consta porque he na- cido en ella. Nuestro amo aumentó las tierras, y ia razón lue<^o os la diré... Al frente del estableci- miento colocó á una muger excelente, y tan res- petable como desgraciada, calidades muy recomen- dables para nuestro am.o... y la dijo: «Esta casa será como la casa de Dios , que se abre á los bue- nos y se cierra á los malos: echareis de ella á los mendigos perezosos , pero daréis la limosna del tra- bajo á los que tengan valor para merecerla : esta limosna, lejos de humillar al que la recibe, apro- vecha al que la , y el rico que no la es in- digno de ser rico...» Así dijo nuestro amo... pero «un hizo mas de lo que dijo... Antiguamente hahia un camino directo de aquí á Ecouen que acortaba la distancia cerca de una legua; pero llegó á po- nerse tan descalabrado que apenas se podía andar por él, y era la muerte de los caballos y de los Cxírros. Un escote entre todos los propietarios de! país hubiera bastado para ponerlo en buen estado; pero cuantomas deseaban lodosellos la composición del camino , tanto mayores eran los ascos que ha- cían para dar el dinero. Viendo esto nuestro amo echó otra vez sus cuentas y dijo: a El camino se hará ; pero como los que deberían contribuir á ha- cerlo no contribuyen, y como es una especie de camino de lujo, no será de provecho hasta pasado algún tiempo para los que tienen caballos y carrua- jes ; pero será de provecho desde luego para los que no tienen mas que dos brazos y ganas de tra- bajar, aunque no tienen trabajo. Por ejemplo, nos llega á la quinta un mozo sano y robusto, llama á la puerta y dice : Tengo hambre, señores , y no tengo en donde ganar el pan : o Si no es mas que

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eso, muchacho , aquí llenes una buena sopa, un azadón y una pala ; inls luego al camino de Ecouen, en donde harás cada dia dos toesas de morrillo , y cobrarás lodas las noches cuarenta sueldos, á veinle sueldos la loesa y á diez sueldos la media toesa; sino no cobrarás nada. » Cuando vuelvo al anoche- cer, voy lodos los dias á dar un vistazo al camino y á informarme del trabajo de cada uno. Y cuando uno ¡)iensa que hubo dos bribones sinver- güenza qjje comieron la sopa y se largaron con el azadón y la pala... dijo Juanillo con indignación:

Vamos, es lance para desanimar á cualquiera...

Es verdad, yo no como el amo... dijeron algunos labradores Eso está bueno interrum- pió el lio Chatelan;^ pero es lo mismo que si dijéramos que no se debia plantar ni S'mbrar por- que hay orugas y gorgojo, y otros animalejos que roen las hojas y el grano. No , señor , hay reme- dio para los gusanos ; y Dios que no es lerdo, hace brotar nuevos retoños y espigas de modo que ni si- quiera se echa de ver el daño que hicieron los in- sectos. ¿No es verdad, amigo mió? dijo el la- brador al Maestro de Escuela. Sí, sí; no hay duda repuso el bandido que parecia sumido en profundas reflexiones.-^ Pambien hay trabajos pro- porcionados para la fuerza de las mugeres y de los niños añadió el lio Chatelan. Y con lodo eso

dijo Claudia la lechera el camino no adelanta cosa que digamos. Pero, hija mia , eso afortuna- damente no prueba mas que no falta trabajo en el país para las gentes honradas. Pero para un en- fermo , |)ara por ejemplo dijo de repente el Maestro de Escuela, ¿no me darían por caridad alguna ocupación en un rincón de la qtn'nta, á fin de ganar un bocado de pan y un abrigo durante los pocos dias que me quedan de vida? ¡ Oh ! si tal pu-

120 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

diera ser, amigos mios , pasaria el resto de mis diíís pidiendo á Dios por vuestro amo.

El bandido hablaba enlónces con sinceridad. No se anepenlia de sus crímenes, pero la existencii) tranquila y feliz de los labradores le parecía lanío mas envidiable acordándose del horrible porvenir que le ofrecía la Lechuza: porvenir en que jamas habia meditado antes de volver á unirse con su cómplice, la cual lo habia privado para siempre de vivir con las gentes honradas , á cuyo lado lo habia puesto el Churiador.

Miró el lio Ghalelan con sorpresa al Maestro de J'scuela.

Pero , am.igo mió , le dijo , yo no creía que vuestro desamparo era tal que necesitaseis... ¡ Ah / por desgracia necesito de todo el mundo. He perdido la vista por un accidente de mi oficio, ^ voy á Louvres á implorar el socorro de un pa- riente remoto... Pero ya sabéis que hay personas 1 an egoístas y duras de corazón... repuso el Maes- tro de Escuela. ¡Oh! no hay egoísmo que pueda valer contra un hombre honrado y trabajador como vos; contra u^i hombre tan desgraciado, y con un hijo tan amante y tan bueno que haría enterne- cer á las mismas piedras... ¿ Pero como no os so- corre el amo que os ocupaba antes de vuestra des-

gracia ?

Murió... dijo el Maestro de Escuela después de duda; era mi único amparo... ¿Cómo no vais al hospicio de los ciegos? No tengo la edad necesaria para entraren él. ] Pobre ciego ! ;sois bien digno de lástima' Pero decidme, ¿creéis que vuestro amo, á quien respeto ya sin conocerlo, tendrá compasión de mí, si no encuentro la caridad que espero en mi pariente de Louvres? Por desgracia esta quinta no es un hospicio; ya veis...

LA CENA. 121

La costumbre que hay aquí es de admitir á los en- fermos por un d¡a ó por una noche... darles luego una limosna... y encomendarlos después al ampare; de Dios. ; De modo que ninguna esperanza debo fener de interesar en mi favor á vuestro amo I dijo el bandido con un suspiro. No os he dicho mas que las reglas de la quinta, buen amigo; i'ero nuestro amo es tan compasivo j generoso, que lodo se puede esperar. ¡ De veras ! exclamó el Maes- tro de Escuela. ¿Será posible que me deje vivir aquí... en un rincón?... ¡ Ah, con tan poco me con- tenlaria 1... Os digo que todo se puede esper ir de nuestro amo. Si os deja vivir en la quinta, no ten- dréis que meteros en un rincón , pui>s en tal caso se os trataria como á nosotros... como hoy, por ejem- plo... También habria ocupación para vuestro hijo según sus fuerzas , y no le faltarian buenos conse- jos y buen ejemplo, porque nuestro venerable cura lo enseñarla como á los demás muchachos del pue- blo , y se criarla en el temor de Dios y en las buenas obras, como suelen decir... Pero antes de nada seria preciso que hablaseis mañana por la mañana a Nuestra Señora del Socorro.. ¿Cómo? preguntó el Maestro de Escuela. Es el nombre que damos a nuestra ama... Si lográis interesarla en vrestro favor, estad seguro del resultado , porque el señor amonada le niega en punto á caridades. ¡Ah, entonces la hablaré... sí, la hablaré! exclaujó lle- no de gozo el Maestro de Escuela , creyéndose libre ya de la tiranía de la Lechuza.

La alegría del bandido no halló eco en el Co- juelo, porque no tenia el menor deseo de cre- cer en el temor de Dios biijo los auspicio? de un cura venerable, ni de aprovechar los demás ofre- cimientos del anciano labrador: las inclin; clones del hijo de Brazo Rojo eran de lo mas antibi.cólico.

122 LOS MISTERIOS DE PAUIS.

Fiel , por otro lado, a las tradiciones de la Lechu- za, verla con el mayor disgusto el que el Maestro de Escuela se librase de su tiranía ; y así es que se propuso sacar al bandido de la campestre y risueña ilusión á que se habia entregado, recordándole la realidad de su situación... ¡ Oh , ! repitió el iMaestrode Escuela mañana le hablaré... habla- ré á ¡Vuestra Señora del Socorro... tendrá compa- sión de mí, y...

El Gojuelo dio en aquel momento con disimulo un vigoroso puntapié en la llaga del Maestro de Escuela. El agudo dolor interrumpió la frase del bandido , el cual dijo con un terrible estremeci- miento:—Sí, espero que esa buena señora ten- drá compasión de mí. Vaya, vaya, ¡ papai- lo!... dijo el Gojuelo ; pero no cuentas con mi tía la señora Lechuza y que te quiere tanto... ¡Pobre tía Lechuzal ¡Ah! no te abandonará, no, así á dos^or tres, y no tardaría en venir á recla- marte aquí con su primo el tio Besugo Barbillon. ¡ La tia Lechuzal \q\ tio licsugQl Por lo visto el bue- no del hombre tiene pájaros y pescado en la pa- rentela— dijo en voz baja Juanillo con aire mali- cioso y dando de codo á su vecina. ¡Qué cosa lan rara! ¿qué te parece, Claudia ?

¡Anda, anda, desalmado! no se como tienes humor para hacer burla de unos desdichados re- puso la rolliza joven á su vez á Juanillo con un codazo capaz de romperle tres costillas. ¿es prima vues- tia la señora Lechuza? preguntó el Labrador al Maestro de Escuela. es una de mis parientas.

respondió el bandido con aire torbo y solapado.

¿ Y es esa la parienta que vais á ver á Louvres?

preguntó el tio Chatelan.

Si, repuso el bandido; pero creo que mi hijo hace mal en contar con ella. De todos

LA CBNi. 123

modos hablaré mañana a la señora de esta casa, y la rogaré que inlercede con el amo principal de la quinta; pero ya (jue hablamos del propietario

añadió cambiando de conversación para no dar motivo á la imprudente interrupción del Cojuelo,

ahora me acuerdo (jue me habéis ofrecido po- nerme al corriente de la organización de este establecimiento. Es verdad quo os lo ofrecí repuso el tio Chatelan y voy á cumplir mi pro- mesa. Pues señor, como iba diciendo, el señor amo después de haber ideado á su manera lo que llama él la limosna del Irabnjo, dijo allá entre sí: Ya que hay establecimientos y premios para mejorar y fomentar los caballos, los ganados, los arados y otras muchas cosas de este género... ¿no seria bueno pensar también en mejorar la condición los hombres?... El que haya buenos animales,

t)ase; pero mejor seria que hubiese buenos honi- )res, aunque esto no sea tan bueno de conse- guir. A fuerza de cebada, buenos prados, agua pura y .algún cui(kido , los caballos y demás gana- dos engordarán que será un contento ; pero en cuanto á los hombres es negocio iiiuy diferente, porque á un hombre no se le hace virtuoso como á un buey gordo y rollizo. Pero si á un buey Iv5 aprovecha la yerba porque la encuentra sabrosa, veamos también si hay modo de hacer que los consejos dados al hombre sean de tal calidad que le tenga cuenta el seguirlos... Como al buey le tiene cuenta comer la buena yerba ¿vt'rdad, tio . <]hatelan? ?si mas ni menos , Juanillo. Pero, lio Chatelan dijo otro labriego he oido ha- blar en otro tiempo de una quinta en que se en- señaba la agricultura á ladrones mozos, salvo sa buena conducta por no hacerles deshonor, los cuales vivían en ella muy cuidados y repantiga-

12^ LOS MISTERIOS DE PARÍS,

dos como obispos. Es verdad , muchacho , es verdad, nada malo hay en esto; pero aunque es menester que seamos caritativos con los malos para que no desesperen , debemos también dar espe- ranza á los buenos. Si en esa quinta de ladrones jóvenes se presentase un hombre honrado con ganas de trabajar y ganar la vida, le dirían sin duda: «¿Amigo mió, has robado ó bagamundeado alguna vez? » « No » « Pues entonces, querido mió, no hay lugar para tí.? » Eso es tan verdad como el Evangelio, tio Chatelan dijo Juanillo.

Se hace por los bribones lo que no se baria por los hombres de bien; se mejora la condición de los animales y no la de los hombres. Pues justamente para remediar ese mal y dar el ejemplo, ha establecido nuestro amo esta quinta, como acabo de decir á este buen hombre... « Bien se yo

dijo entre que alia arriba hay recompensas para la gente de bien; pero aquellas recompensas están tan lejos... tan altas... que ninguno tiene la vista ni el valor suficientes para verlas y alcan- zarlas. Agobiados por el trabajo desde el principio hasta el fin del dia; y encorbados hacia la tierra, pasan la vida cavándola y revolviéndola para otro dueño, y llegada la noche descansan de su pe- renne fatiga en un duro lecho... Los domingos se embriagan en la taberna para ahogar en la bebida las fatigas de la víspera y del dia siguiente, fatigas cuyo resultado no varia jamás para los infelices que las sufren. Y después de tanto tra- bajo ¿es por ventura menos negro su pan, menos duro su lecho Ynénor,, enclenques sus hijos y menos enfermiza su mujer? ¡no! Las pobres criaturas comen el pan tasado y nunca pueden satisfacer el hambre. Sin embargo debemos confesar, amigos míos, que el pan aunque negro es un alimento.

LA CENA. 125

que el lecho aunque duro, es un lecho, y final- mente que los hijos viven aunque vivan ham- brientos y consumidos por la miseria. Los desgra- ciados soportarían acaso alegremente su desventura, si creyesen que los demás no eran mas felices que ellos ; pero van al pueblo y á la ciudad los dias de mercado, y ven el pan blanco, colchones llenos y mullidos, y niños alegres y rollizos como un rosal de mayo, y tan hartos y desganados que echan rosquillas á los perros. Y entonces, cuando se vuelven á su choza de barro, á su pan negro, y á su cama dura, dicen los infelices al ver á sus hijos enfermos, consumidos y llenos de miseria, para quienes hubieran cogido de buena gana las rosquillas y mendrugos que los hijos de los ricos echaban á los perros : « ; Caspíta 1 ya que el mundo se compone de ricos y pobres , ¿ porqué no hemos nacido ricos? ¿porqué no habrá de tocarnos tam- bién nuestra vez? ¡esto es una injusticia Pero, amigos mios, los que tal dicen no tienen pisca de razón , pues nada contribuye á hacerles el yugo mas llevadero ; y sin embargo tienen que sufrir inevitablemente y sin descanso ni esperanza de alivio este yugo que á veces los lastima y exaspera, sin disfrutar jamás la tranquilidad y Ja dicha del reposo. Una vida pasada de este modo no hay duda que debe parecer muy larga... tan larga como un dia de lluvia sin un solo rayo de sol. Finalmente, la mayor parte de los jornaleros que piensan de este modo viven á mal consigo mismos , emprenden con disgusto el tra- bajo diario, y hacen generalmente esta insana reflexión ¿ A qué fin habremos de trabajar con afán y mejor? ¿no es para nosotros lo mismo el que la espiga sea mas gorda ó mas menguada? ¿qué provecho sacaremos de echar los bofes tra-

T. II. O

126 LOS mSTERIOS IME PARÍS.

bajando? Estémonos quietos sin hacer bien ni mal , ya que lo malo no se castiga y ya que no hay recompensa para lo bueno...» Estos pensares sonde mala ley, hijos mios... porque del aban- dono á la haraganería no hay mas que un paso^ y de la haraganería al vicio hay menos distancia todavía... Por desgracia los mas son los que nc> siendo buenos ni malos no hacen ni mal ni bien; y de estos es de quienes ha dicho nuestro amo que era preciso mejorar su suerte ; ni mas ni me- nos que si tuviesen el honor de ser caballos, bue- yes ó cameros... vt Hagamos de manera, se dijo, que hallen utilidad en ser activos, prudentes, instruidos, laboriosos y consagrados á sus deberes... probémosles que haciéndose mejores se harán también mas felices... y todos ganaremos de este modo. A fin de que aprovechen los buenos con- sejos; démosles á probar acá en este mundo un si es no es de la felicidad que gozan los justos allá arriba...» Arreglado el plan de esta manera, nuestro amo hizo saber por las cercanías que necesitaba seis labradores y otras tantas mujeres ó mozas de servicio ; pero determinó escogerlos todos entre las familias mas honradas del pais, según los informes que hubiesen de dar los alcal- des, los curas y otras personas de nota. La paga debia ser como la nuestra, es decir, que debian estar como príncipes, comer á boca de rey y di- vidir entre el diezmo de los frutos de la cosecha: al cabo de dos ó tres años se veria si era nece- sario buscar mas labradores que reuniesen las mismas cualidades... Así es que desde que se fundó el establecimiento, no hay labrador ni jornalero en las cercanías que no eche sus cuentas y diga; «Seamos activos, honrados y laboriosos, distingá- monos por nuestra buena conduela, y llegarémoi

LA CENA. 127

á colocarnos en la quinta de Bouqueval; viviremos allí como en un paraíso dos ó Irt's años, nos per- feccionaremos en el oíicio, sacaremos un buen peculio, j sobre lodo no nos fallará quien nos busque para el trabajo, porque nadie entra en Bouqueval sin excelentes informes de conducta.

A me ban comprometido ja para entrar en la quinta de Arnouville, (jue dii ige M. Dubreuil dijo Juanillo. Y yo lo estoy también para Gonesse dijo otro labrador. Va lo veis , ami- go , como el eslableci miento vs ventajoso para to- dos y como se aprovechan de él los ajiricul lores del contorno : solo se emplea á doce personas, entro hombres y mujeres , y se forman acaso cincuenta sujetos honrados en el distrito paia pretender las doce plazas; de modo que aun los mismos suj^'tos que no consiguen ser eujpleados , no son por eso menos honrados, porque como suelen decir , el que buenas mañas ba, tarde ó nunca las peí derá, y co- mo la esperanza es lo últin>oque se pierde, se con- servan honrados para merecer en lodo tiempo que los elijan. Lo mismo viene «1 ser , hablarido con el respeto debido , que cuando se ofrrce un premio para el caballo ó la res mas lijeros, forzudos y her- mosos , porque con el afán de í»anar el galardón se forman cmcuenla animales excelentes para dispu- tarlo y los que no consiguen ganar el premio , no por eso son después menos buenos y íuerles... Por eso os decía, auiigo mió , que nuestra quir.hi uo era como las demás quintas , y que nuestro amo no se parecía un tris á los den as amos. \ Ya lo veo exclamó el Maestro de Escuela y c u.mlo mayores me paiecen su bondad y su geneíosidad, I.Miiomas espero que se compadecerá de mi triste su( ¡le. \]n hombre que hace el hien con lanía nob!r/;i , ro debe reparar en un beneficio masó menos, Decidiiio

128 LOS MISTERIOS DE PAIÍIS.

por de pronto su nombre j el de Nuestra Señora del Socorro añadió con viva ansiedad el Maestro de Escuela para bendecirlos á los dos , porque estoj seguro de que tendrán compasión de mí. Acaso esperáis oir dos nombres campanudos , y en 'tal caso os engañáis de medio á medio, porque sus nombres son tan sencillos como los de los santos. Nuestra señora del Socorro se llama \a señora Adela Georges... y nuestro amo se llama el señor Rudolfo. ¡ Mi mujer ! !... ¡mi verdugo I !... murmuró confusamente el bandido , aterrado como si lo hu- biera herido un rayo.

Persuadióse el Maestro de Escuela de que la identidad de los nombres de Rodolfo y de la se- ñora Adela no podia provenir de una coincidencia fortuita. Rodolfo, antes de condenarlo al terrible suplicio, le habia manifestado el vivo interés que sentia por madama Georges; y finalmente, las re- cientes visitas del negro David á la quinta lo afir- maban mas y mas en su persuasión. Este encuentro, en el cual no pudo menos de reconocer la mano de la Providencia, destruía completamente la esperan- za que habia fundado en la generosidad del amo de la quinta. Su primer impulso fué el huir, porque Rodolfo , que acaso podria hallarse en la quinta en aquel momento, le inspiraba un invencible terror... Apenas se hubo repuesto del primer estupor, cuan- do levantándose de la mesa tomó la mano del Go- juelo y exclamó aterrado y fuera de sí:

¡Vamonos... vamos... salgamos de aquí/

Los labradores se miraron asombrados unos á otros.

/Cómo! ¿queréis marcharos á estas horas? ¿ Habéis perdido el juicio , buen amigo ? dijo el tio Chatelan. ¿Qué diablo de mosca os ha pica- do? ¿ó estáis por ventura loco ?...

LA CENA. 129

El Cojudo se aprovechó con doslreza de esta in- dicación , dio un suspiro , hizo con la cabeza una seña afirmativa, y llevando el índice á la frente dio á entender á los labradores de la quinta que no era sana la razón de su fingido padre. El tio Cha- telan le correspondió con otra seña de inteligencia y de compasión,

¡ Vamonos... vamos... salgamos de aquí ! repitió el Maestro de Escuela tirando de la mano al muchacho. Pero el Cojuelo, firmemente decidido á no dejar la buena cama de la quinta ni á expo- nerse otra vez al frió de la noche, dijo al banilido con voz mimosa y dolorida: ¿Qué vas á hacer, padrecito? ¡Diosmio, te vuelve á dar el mal de cabeza, eh / sosiégate y no pienses en salir con esta noche de perros , porque te volaria mas el juicio. Mira , papá , mas quiero desobedecerte que sacarte de aquí á esta hora de la noche. Y dirigiéndose luego á los labradores continuó : ¿No es verdad, señoritos, que me ayudareis á no dejar salir de aquí á mi pobre papá í* Sí, sí, hijo mió , no tengas cuidado que no se abrirá la puerta repuso el tio Chatelan y tendrá que dormir en la quinta esta noche. Nadie me obligará á quedarme si no quie- ro— gritó el Maeslro de Escuela : y ademas, mi permanencia incomodará á vuestro amo... á ese... señor Rodolfo... porque ya me habéis dicho que esta quinta no es ningún hospicio. Por lo mismo os vuelvo á decir que me dejéis seguir mi camino.

¡Incomodar á nuestro amo!... mal conocéis su genio , amigo mió... Por desgracia no está en la quinta ni viene á verla con la frecuencia que todos deseamos. Pero aun cuando estuviese aquí, no lo incomodaríais , no , á buen seguro... ¡ No impor- ta ! dijo el bandido mas y mas aterrado he cambiado de propósito... mi hijo tiene razón; mi

130 LOS mSTERIOS DE P.ÍRIS,

prima de Louvres tendrá compasión de mí... y quiero ir á verla ahora mismo. Lo que puedo de- ciros— dijo con buen humor el lio Chatelan cre- yendo que el ciego estaba realmente loco es que no contéis con marcharos esta noche ni con llevar á vuestro niño por esos mundos de Dios; todo está dispuesto para impedíroslo.

No se mitigó el terror del bandido con saber que Rodolfo no estaba en Bouqueval, pues aunque esta- ba horriblemente desfijiurado, temia ser reconocido por su mujer, que podia bajar á la cocina de un momento á otro. Creia que en tal caso lo denuncia- ria y lo haria prender , porque estaba persuadido de que Rodolfo, al imponerle un terrible castigo, habia tenido por principal objeto satisfacer el odio y la venganza de la señora Adela Georges. Mas co- mo no podia salir de la quinta y se hallaba á la merced del Cojuelo , resignóse por último á pasar en ella la noche , y á fin de evitar el que conociese su mujer, dijo al labrador: Yaque me ase- guráis que no incomodaré á vuestro amo ni á vues- tra señora, acepto la hospitalidad que me ofrecéis; pero estoy muy cansado y quisiera recojerme si me lo permitís... mañana me marcharé al ser día. ;0h! eso sí; mañana á la hora que queráis, por- que en esta casa todos son madrugadores; y para que no volváis á perderos , haremos que alguien os Yaya á enseñar el camino.

Yo llevaré el pobre ciego hasta el fin del camino nuevo dijo Juanillo porque la señora Adela me dijo que fuese mañana con el carro á Villiers- le-Rel para traer unos talegos de dinero de casa del notario.

Llevarás en el carro al pobre ciego , pero irás á pié dijo el tio Chatelan. La señora ha mudado de parecer y cree con razón que no tiene

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cuenta traer á la casa tanto dinero por ahora: el lu- nes que viene se irá á Villiers-le Bel para recojer- lo, y hasta entonces estará también el dinero en ca- sa del notario como aquí.

La señora sabe mejor que yo lo que se debe ha- cer; ¿ pero que inconveniente hay para que venga el dinero, tio Ghalelan?

Ninguno , muchacho, ¡gracias al Señori pero lo cierto es q«e mejor quisiera tener en la quinta quinientos sacos de trigo que diez talegos de escu- dos. — Vamos dijo el tio Ghalelan al Maestro de Escuela venid, amigo; y también, hijo mío añadió tomando una luz. Y saliendo de la co- cina delante de los dos huéspedes , los condujo hasta un cuarto pequeño del piso bajo por un an- cho corredor , al cual daban las puertas de varios aposentos. Puso el labrador la luz sobre la mesa y <iijo al Maestro de Escuela: Ahí tenéis la cama. Dios 06 de buena noche y os cubra con su gracia; , hijo mió , dormirás como un patriarca , por- que á tu edad no quitan el sueño los pesares.

Sentóse el bandido triste y pensativo en la orilla de la cama, á donde lo llevó por la mano el Co- juelo. Este hizo una seña al labrador en el momen- to de salir del cuarto, y salió á alcanzarlo en el corredor. ¿Qué quieres, hijo mió? le preguntó el tio Chatelan. ¡ Ay , mi querido señor ! ¡si vie- rais que trabajos paso con mi padre/ Algunas ve- ces le dan unos ataques y unas convulsiones de noche, que yo no puedo socorrerlo solo: ¿me oirá la jente de casa si tengo de pedir socorro? j Po- bre criatura ! dijo enternecido el labrador no tengas cuidado, no, que te oirán si llamas... ¿ Ves aquella puerta que está al lado de la escalera? Sí, señorito, la veo. Pues allí duerme uno de los criados : si hay que socorrer á tu padre no tie-

132 LOS MISTERIOS DE PÁRIB.

nes mas que llegarte á su cuarto y dispertarlo, porque la llave está siempre en la puerta. Eso está bien , pero si las convulsiones le aprietan co- mo de costumbre , no bastaremos el mozo y yo... ¿ No podríais venir también , ya que sois tan bue- no, tan bueno que parecéis un santo? Yo duer- mo, bijo mió, en los últimos cuartos del zaguán con los demás labradores ; pero no tengas cuidado que Juanillo es tan forzudo que sujetaría á un toro por los cuernos. Ademas , si hubiese necesidad de mas ajuda, Juanillo avisará á la cocinera vieja, que duerme al lado del cuarto de la señora y de la se- ñorita... y en caso de necesidad sirve de enfermera, porque todo se le da en la mano. Gracias, gra- cias , señorito; voy á pedir á Dios que os bue- na salud y buenas noches y que reciba la caridad que tenéis con mi querido padrecito. Vaya , bue- nas noches, hijo mió ; espero que no habrá necesi- dad de socorrer á tu padre. Vuelve vuélvete al cuar- to , que acaso te está esperando. Buenas noches^ señorito. Dios te de su gracia , hijo mió. Y el anciano desapareció. Apenas habia vuelto las espaldas cuando el Go- juelo hizo hacia él una mueca y un ademan de des- precio insultante, familiar á todos los pilluelos de París. Este ademan consiste en dar varios golpes en la nuca con la palma de la mano izquierda y ten- der varias veces hacia adelante el brazo y la mano derecha abierta. Este peligroso niño acababa de descubrir con diabólica astucia algunas de las señas que deseaba obtener para que la Lechuza y el Maes- tro de Escuela llevasen á cabo su siniestro proyec- to. Sabia que la parte del edificio en que iba á dormir solo estaba habitado por la señora Adela, Flor de JMaria, una cocinera vieja y un criado de la quinta. Cuando el Cojuelo volvió á' entrar en el

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cuarto del Maestro de Escuela , se guardó bien de acercarse á él. Este último le dijo en voz baja : ¿De donde vienes tú, bribón? ¿qué curioso eres, anublado chocho!... ¡ Jah! ahora vas á pagar lo que me hiciste sufrir esta noche hijo de Belcebúi dijo el Maestro de Escuela levantándose con furor y acercándose á la pared, y buscó á lien- tas al Cojuelo. (Te voy á malar, lagartija del infierno ! Ay , ay, ay , que gusto, papá! anda- mos á la gallina ciega ¡eh/ A ver si me cojes dijo el Cojuelo huyendo con facilidad de la persecución del bandido. Este, dominado al principio por un movimiento irreflexivo de cólera tuvo que renunciar muy pronto á la captura del hijo de Brazo Rojo.

Obligado á sufrir el escarnio de un chiquillo hasta que pudiese vengarse sin peligro, devoró su impotente furor , y se arrojó sobre la cama pro- firiendo horrendas blasfemias.

; Ay , pobre papailol... tienes mal de muelas, ¡eh! ¿ó te da la rabia, ó que te , para jurar así como un desesperado? ¿Qué diria el cura si te oyera?... ¡.buena penitencia te daria!... ¡ Bueno, bueno ! dijo el bandido con voz ronca y sofocada después de un largo silencio; búrlate como quieras de mi desgracia, que ya llegará la tuya , bribón... ¡eso es muy noble I... ¡muy generoso! ¡Noble! ¡generoso!... ¿qué dijo papá ? exclamó el Cojue- lo soltando la risa, por eso te ponias guantes, para no lastimar á la jente que santiguabas con esas manos de alcornoque cuando tenias ojos. Pero si nunca te he hecho mal á tí? porqué me atormentas? En primer lugar porque nabeis tra- tado mal á la Lechuza... y en segundo lugar por- que el lio pendejo nos fastidió haciéndose el man- dria con los paisanos, que no parecia sino que estaba á los últimos y que iba á tomar leche de

Í3V LOS MISTERIOS DR PARÍS.

burra. ¡Anda , bribón, si fuese posible quedar- me en esta casa , ¡que mal rayo la queme ahora! me lo hubieras impedido con tu bachillería y tu insolencia. ¿Quedaros aquí? ¡qué tontería! ¿Y con quien se divertiria entonces la tia Lechuza? ¿Acaso conmigo? ya me dio mi ración el brujo de Bradamanti. ¡Aborto del infierno! Mejor pa- ra mí : yo pienso , como mi tia La Lechuza , que no hay cosa en el mundo mas divertida que hacer rabiar y hacer enseñar los dientes á un mono tan recio como vos, que sois mas fuerte que Sansón... y á la verdad vale mas que seas así para nuestro recreo, que como el belitre de mi padre.., Pero esta noche que fué un gusto en la mesa... ¡ Caramba ! ¡ me daba mas alegría que cuando oía gritar á los que el señor Bradamanti arrancaba las muelas! A cada puntapié que os lardaba á la sordina os poníais tan rabioso que vuestros ojos blancos se volvían encarnados al- rededor , y solo fallaba una tinlita azul en el medio para sercomo la escarapela tricolor de los jendarmes ¡Qué muchacho tan divertido!., no lo estraño por- que es propio de la edad dijo el Maestro de Es- cuela con tono afectuoso, queriendo aplacar el ira- cundo escarnio del Cojuelo ; pero en lugar de andar tonteando bien pudieras acordarte de lo que te dijo la Lechuza, ya que la quieres tanto, y podrías echar por ahí un vistazo y sacar los moldes de las cerraduras : ¿entiendes? esta jente habló de algún dinero que ha de venir el lunes... y como se trata de volver aquí con los compañeros, es menes- ter no perder el tiempo... Sin duda estaba lelo cuando se me antojaba quedarme en la quinta... al cabo de ocho días me aburriría entre estos payos... ¿ no te parece, Cojuelo ? dijo el bandido con áni- mo de halagar al muchacho. ¡Verdad que sí! para hubiera sido un pesar contestó el hijo de

LA CFNA. 135

Brazo Rojo. El negocio que podemos hacer aquí es de mucha ¡mporlancia... ¡P<;ro aun cuando no hubiese nada , que robar, yo volvería solo con la Lechuza para vengarmel dijo el bandido con la voz alterada por el odio y el furor; porque mi mujeres sin duda quien ha irritado contra á ese, endemoniado de Rodolfij , que me privó de la vista y me dejó á la merced de lodo el mundo, de la Le- chuza y de un bribón como tu... Ya que no pue- do vengarme de él , yo me vengaré en mi mujer... sí, me vengaré aunque tenga que incendiar la ca- sa y perecer entre sus ruinas. ¡ Obi , i yo me vengaré I ¡Quien te dejara llegar junto á tu mu- jer , viejo chocho ! ¡si supieras que solo está á dos pasos de aquí, como hablas de babear! Pues mira yo se donde está su cuarto... yo... y puedo llevarte hasta la misma puerta... /yo lo sé, yo lo sé, yo lo sel —añadió el Cojuelo salmodiando las últimas palabras como tenia de costumbre. ¿ Sabes don- de está su cuarto? exclamó el Maestro de Escue- la con una expresión de gozo feroz ¿lo sabes? Ya te veo venir dijo el Cojuelo ; varaos, álza- te sobre las dos patas como un perro bien educado cuando su amo le enseña un hueso... ¡Vamos, arri- ba, viejo arredomado I ¿Y sabes en donde es- tá el cuarto de mi mujer? repitió el Maestro de Escuela volviéndose hacia la voz del Cojuelo. por cierto , losé^ y lo mas salado es que el úni- co hombre que duerme en esta parte de la casa es un criado de la quinta : la puerta de su cuarto , que tiene la llave por afuera ^ y en un abrir y cerrar de ojos ; tris , se le puede encerrar dentro... ¡ Vamos , arriba , dacá la pata ! ¿ Quién te dijo lodo eso? preguntó el Maestro de Escuela le- vantándose involuntariamente. Y al lado del cuarto de tu mujer duerme una cocinera vieja...

136 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

que con otra vuelta de la llave quedaría encerrada y seriamos dueños de toda la casa , juntamente con tu mujer y la muchacha de capotillo gris que que- remos atrapar... Vamos, ahora dacá la pala: un salto por toda la compañía. Mientes, mientes... ¿cómo podrias saber eso? Aunque soy cojo no soy bobo ni lerdo ; y por eso dije hace un rato al bobalicón del labrador que vino á .alumbrarnos, que por la noche te daban unas convulsiones , y le pregunté como podria pedir socorro si te venia el ataque esta noche... Entonces él me respondió que si te daba la tarantela, que yo, el Cojuelo, pedia llamar al mozo y á la cocinera , y me enseñó los cuartos en donde duermen; uno abajo, otro arriba, alladilode tu mujer... de tu misma mujer ¿entiendes, marrullero? añadió el Cojuelo. Y después de un largo silencio el Maestro de Escuela le dijo con voz sosegada y con un aire de espanto- sa resolución : Pues mira, óyeme... escucha... yo he vivido ya bastante... Confieso que hace un mo- mento he concebido una esperanza que me hace mirar ahora mi suerte como mas horrible... La cárcel , el presidio , la horca y la guillotina no son nada en comparación de lo que he sufrido des- de esta mañana , que es lo mismo que sufriré hasta el fin de mis días... Llévame al cuarto de mi mu- jer... ¿entiendes? y la mataré con este puñal... Me matarán después, pero nada me importa... El odio me ahoga, me sofoca... Y no respiraré con libertad hasta que me vengue... No puedo sufrir mas... esto es demasiado... si, demasiado para un hombre que hacia temblar á todo el mundo... Si supieras lo que padezco , Cojuelo, tendrías compasión de mí. Se me levanta el juicio y parece que se me abre la cabe- za... la tengo abrasada como un horno... la sangre me hierve en las venas... Es constipado... ya en-

LA CENA. 137

tiendo ya , como si te pariera... En cuanto estornu- des te pasará el muermo... ¿Quieres un polvo? dijo el Cojuelo riendo á carcajadas.

Y dando algunos golpes en la mano izquierda cerrada, como si fuese una tabaquera , añadió en to- no de burla :

Quién te diera, viejo, Viejo, quién te diera De mi tabaquei'a.

¡Oh, poder de Dios ! ¡ Dios mió ! quieren vol- verme loco ! exclamó el Maestro de Escuela, casi demente por una especie de venganza sangui- naria, ardiente é implacable, que en vano procu- raba satisfacer. El furor de este monstruo hercúleo y rabioso, solo era comparable al de un lobo ham- briento y sañudo, que irritado durante todo un dia por un niño al través de las barras de una jau- la, ie á dos pasos de la débil víctima sin poder saciar su hambre y su furor. Al oir el último sar- casmo del Cojuelo, el bandido perdió casi total- mente el juicio : frenético y no pudiendo hallar una víctima que sacrificará su ira infernal, quiso der- ramar su propia sangre... pero la sangre le sofocó la respiración. Si en aquel momento tuviese á mano una pistol% sin duda se hubiera quitado la vida. Metió con agitación ambas manos en los bolsillos, sacó un puñal , lo abrió y se levantó en ademan de clavárselo ^n el pecho... mas por rápido que fue su movimiento, la reflexión, el miedo y el instinto vi- tal lo desarmaron; y asi es que faltándole el valor, dejó caer la mano armada sobre las rodillas. El Co- juelo que habia seguido atentamente con la vista estos movimientos , luego que vio el desenlace pa- cífico de esta veleidad trágica, exclamó con socar-

138 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

roñería : -^ ¡Hola ! ¡ tcodremos mondongo, que hay puerco muerio /

El Maestro de Escuela lemiendo perder entera- noente la razón en un exceso de furor , procuró de- sentenderse, por decirlo asi, del insullodel Cojue- lo , que se burlaba impunemente de la cobardía de un asesino que no tenia valor para suicidarse; y viendo que no podia librarse de la cruel persecu- ción de aquel niño maldito, recurió al último es- fuerzo para aplacarlo excitando su codicia.

¡ Oh ! le dijo con voz humilde llévame al cuarto de mujer... cojeras todo lo que quieras y te marcharás... y me dejarás solo... gritarás , pe- dirás socorro si quieres ! Me prenderán y me ma- tarán en el siíio... pero no se me da , porque mori- ré vengado... ya que no tengo valor para quitarme la vida... ¡Oh! llévame, llévame, ¡njo mió... en su cuarto hallaremos joyas y oro, y todo será para tí, para solo ¿entiendes? para solo... yo no te pido mas que que me lleves á su cuarto... al lado de su cama.

Sí, ya te entiendo; quieres que te lleve á la puerta de su cuarto , y luego junto su cama, y en seguida que te guie "el brazo , ¿ no es verdad.? ¡Quieres que sirva de mango á tu puñal, monstruo horrendo! repuso el Gojuelo con una expresión de desprecio , de cólera y de horror , (^e por pri - mera vez en todo el día dio una apariencia de se- riedad á su fisonomía de garduña. Antes me ma- tarían... que obligarme á llevarte al cuarto de tu mujer.

¡ Con que no quieres , eh I

Guardó silencio el hijo de Brazo Rojo; y acer- fándose descalzo y sin ser oid) al Macsiro de lis- cuela , que sentado en la cama tenia ei puñal en la mano, se lo quitó con destreza maravillosa y

LA CENA. 139

se puso de un salto en el estremo opuesto del cuarto.

¡ Mi puñal 1 ¡ mi puñal I grité el bandido abriendo los brazos.

No, porque mañana seríais cíipaz de pedir que os dejasen ver á vuestra mujer, y la mataríais... ya que no tenéis valor para quitaros la vida... .

¡ Luego defiende á mi mujer 1 exclamó el Maestro de Escuela , cuya razón se oscurecía por momentos. Luego este monstruo es el demonio que me persigue.^ ¿En donde estoy? ¿porqué la defiende ?

Para hacerte rabiar... dijo el Cojuelo dando otra vez á su fisonomía el aire acostumbrado de insolencia.

. i Con que no hay remedio I exclamo el ban- dido enteramente fuera de sí; ¡pues entonces pongamos fuego á la casal.... ¡La vela!... ¡ venga la velal...

¡ Ja , ja, ja ! si no te hubieran apagado la vela de los ojos, viejo chocho... para siempre jamas amen... ya hubieras visto que la vela está apagada hace una hora dijo el Cojuelo riendo á carcaja- das ; y luego entonó esta coplilla :

Se apagó el candil Quedamos á oscura» , Vamos k dormir, Vamos á dormir.

Dio el Maestro de Escuela un sordo gemido, alar- gó los brazos , y sofocado por un arrebato de san- gre, cayó boca abajo en el suelo y quedó sin mo- vimiento.

I Ya te entiendo, marrullero/ dijo el Co- judo ; esa es una treta para que me llegue á lí, y en seguida darme un buen soplamocos... Ya te

liO LOS MISTERIOS DE PARÍS.

levantarás , ya , cuando te canses de hacer el di- funto.

Y resuelto á no quedarse dormido temiendo que le cojiese el bandido , el hijo de Brazo Rojo per- maneció sentado en la silla con la vista clavada en el Maestro de Escuela , persuadido de que este no rx)rria el menor peligro y que solo queria hacerle caer en el lazo. A fin de pasar el rato sacó miste- riosamente de la faltriquera un bolsillo encarnado de seda, y contó poco á poco con ojos de júbilo y codicia diez y siete monedas de oro que contenia. Explicaremos el origen del tesoro del Cojuelo: se tendrá presente que cuando la marquesa de Harvi- lle iba á ser sorprendida por su marido en la cita fatal que habia dado al comandante, Rodolfo la dijo, al darla un bolsillo con dinero, que subiese al quin- to piso en donde habitaba la familia de Morel y que dijese que iba á socorrerla. Subia pues la mar- quesa la escalera con rapidez llevando en la mano el bolsillo; mas como lo viese el Cojuelo que salia en aquel momento del cuarto del charlatán , hizo que resbalaba al llegar junto á la marquesa, tro- pezó en ella y le robó el bolsillo con la mayor sutileza. La joven conoció que habia sido robada, pero los pasos de su marido que sentía ya cerca de , y el aturdimiento en que se hallaba , no le dieron lugar para quejarse. Después de haber contado y recontado el oro, dirigió la vista ha- cia el Maestro de Escuela que continuaba tendido en el suelo. Acercóse á él, aplicó el oido , y como lo oyó respirar libremente , se persuadió mas y mas de que era un ardid para cogerlo.

Vamos , vamos, señor Maestro ; / basta de sies- tal le dijo.

Una casualidad habia salvado al Maestro de Es- cuela de una congestión cerebral, sin duda mortal :

I

Cl LvíivÁv^

LA CE?ÍA. 141

SU caída le ocasionó una copiosa evacuación de san- gre. Quedóse luego en pna especie de estupor fe- bril, entre dormido y delirante , y tuvo este sueño singular, espantoso...

T. II. 10

CAl'iTlíLO VIH.

EL SUE5¡0.

Soñaba el Maestro de Escuela que estaba delante de Rodolfo en la casa de la calle de las A ludas. Nada se había alterado en el salón en que se había aplicado al bandido el horrible suplicio. Rodolto estaba sentado á la mesa sobre la cual se hallaban los papeles del Maestro de Escuela y el pequeño agnusdei de lapislázuli, que este había dado a la Lechuza.

El aspecto de Rodolfo era grave y pensativo. A su derecha estaba David impasible y silencio- so, á su izquierda el Churiador que contemplaba la escena con espanto.

El Maestro de Escuela no era ciego durante este sueño, pues veia al través de la sangre cristalina que llenaba la cavidad de sus órbitas , la cual daba un color rojo á todos los objetos.

A la manera que las aves de rapiña se quedan 'inmóviles en el aire sobre la víctima que fascinan antes de devorarla, un buho monstruoso que tenia la horrenda cabeza de la Lechuza, estaba en el aire sobre el Maestro de Escuela y lo miraba fijamente con un ojo redondo, inflamado y verdoso.

Esta mirada fija oprimía el pecho del bandido y cortaba su respiración.

El Maestro de Escuela veía un lago de sangre que lo separaba de ia mesa á que estaba sentado Rodolfo. Pero este juez inflexible, el Churiador y

EL SUEÑO. 1Í3

el negro empezaron á crecer y dilatarse, y con- vertidos en fantasmas colosales llegaban con la ca- beza al techo del aposento, que también se elevaba en la misma proporción.

El lago de sangre estaba en calma y relucia como un espejo encarnado , en el cual veía reílejar su es- pantosa cara el Maestro de Escuela. Pero algunos momentos después el lago empezó á moverse y hervir, las ondas se hincharon, y de la superfi- cie agitada se desprendió una exhalación íétida co- mo el olor de una ciénaga, y una niebla violada y lívida como el color de los ajusticiados. Y á medi- da que esta niebla subia y subia... las cabezas de Rodolfo , del Churiador y del negro subian tam- bién, se dilataban y dominaban el siniestro vapor.

En medio de esta niebla lívida se aparecieron al Maestro de Escuela los espectros pálidos de las personas que había asesinado...

Entre el vapor fantástico ve á un viejecito calvo vestido con una levita parda y con un tafetán ver- de sobre los ojos , que en un cuarto sucio y der- ruido se entretiene en contar monedas de "oro , y en ponerlas en columnas sobre una mesa á la luz de una lamparilla. Al través de una ventana y á favor de la luna encapotada , que apenas alumbí aba las copas de algunos árboles ajilados por el viento , percibe el Maestro de Escuela su propia cabeza espantosa asomada á los vidrios por la parte de fuera... Los ojos inflamados de esta cabeza obser- vaban hasta el menor movimiento del viejo... rom- pe por último un vidrio , abre la ventana , arró- jase como un íigre sobre su víctima y le clava un largo y agudo puñal en la espalda.

La acción es tan rápida y el golpe tan pronto y seguro , que el cadáver del viejo permanece scii- líido en la silla,..

lii LOS 5I1STEUI0S DI- PARÍS.

El asesino quiere arrancar el puñal del cuerpo muerto... pero no puede... En vano lucha y redobla sus esfuerzos. . Ouiere entonces desempuñar el arma asesma...

■'P^'.Zrse'adhiUal mango del puñal, como la hola del puñal al cuerpo del difunto... "ElTsesinoVve entonces el -'J; ^ rt'satarse <1p sables en la p eza inmediata... y para salvaise de la lus icia quiere arrancar del asiento y llevarse ?ra aquel ^cuerpo flaco y descarnado, del cual no Dodia separar el puñal ni la mano. .

"Vroíodo'esenvailo... El V'-^ZL^TvesM- cadáver pesa como una masa de plomo... A pesai de "u pujanza hercúlea y de los esfuerzos deses- perados que hace, el Maestro de Escuela no con- aítriip mover el enorme peso. "e1 ruido de pasos y de sables se acerca mas y

™U' llave da vuelta en la cerradura... la puerta se abre...

t-Vn^^ef f b^uTo'que estaba en la ventana- ba-

"'Í"¿'*eI-v?Jo''i>h .. cv... m R0.1.... i ASESI-

«:r.1 ASESINOl... jASESlNo!...

eT vapor que cúbria el laso de sangre, oscu- recido por un momento, volvió á ser trasparente y deió ver otro espectro...

Amaiiecia, ven medio de una niebla espesa y

Jiay cinco heridas sangrientas... y a pesar ae que

EL SUENO. 145

está muerto, silba á sus perros y pide á voces ¡so~ corro !... ¡socorro!

Y silva, y silva... y pide socorro por las cinco heridas abiertas, que se mueven y se ajitan como los labios al hablar... Tremendos y espan- tosos eran la voz y el silvido que salian á un tiempo por la boca de las cinco heridas sangrien- tas...

Entonces el buho sacude las alas y responde á los fúnebres gemidos de la víctima con cinco riso- tadas estridentes y feroces como el reir de los lo- cos: y en seguida gritó:

El BOYERO DE POYSSY... /ASESINO!... ¡ASESI- NO!... I ASESINO I...

Un eco subterráneo repitió las siniestras carca- jadas del buho, y el ruido fué desvaneciéndose hacia el centro de la tierra.

Al oir este ruido, dos perros grandes y negros como el ébano, y con los ojos encendidos como brasas de fuego, empezaron á correr y á dar vuel- tas al rededor del Maestro de Escuela con furiosos ladridos... y aunque estaban junto al asesino, su voz resonaba á lo lejos como si la trajera por ráfagas el viento de la mañana.

Los espectros fueron desvaneciéndose poco á poco, y desaparecieron al fín como sombras en el lívido vapor que no dejaba de subir hacia el cielo.

Otra exhalación volvió á cubrir el lago de sangre.

Era una especie de niebla verdosa y trasparente, parecida á la pared vertical de un canal lleno de agua.

Vióse primero el fondo del canal cubierto de un fango espeso compuesto de reptiles y gusanos imperceptibles á la simple vista, pero que aumen-

liG LOS MISTERIOS DE PARTS.

lados como si se vieran por un microscopio, apa- recían bajo formas monstruosas y proporciones enormes relativas á su rerdadero tamaño. No era lodo; era una masa compacta, viviente, in- quieta; era una retahila enmarañada é incom- prensible de insectos impuros que hormigueaban, y pululaban , j se oprimían unos á otros levan- tando ondulaciones casi imperceptibles sobre el nivel del fango. Por encima corria lentamente una agua turbia , espesa y muerta que arrastraba en su pesado curso las inmundicias y los cadáveres de animales que vomitaban sin cesar los albaña- ks de una gran ciudad. .

El Maestro de Escuela oyó de repente el ruido de un cuerpo pesado, que cayendo en el canal hizo saltar el agua hasta su cara...

En medio de una multitud de burbujas de aire vio algunos momentos después una mujer, la cual volvió á sumerjirse luchando con la agonía...

Y se vio á si mismo y á la Lechuza huir pre- cipitadamente de la orilla del canal de San Martin, llevando una caja cubierta de encerado negro. Y sin embargo ve las angustias y la agonía de la víctima que él y la Lechuza acababan de echar al canal.

Después de la primera inmersión , volvió á subir la víctima á flor de agua, y agitó precipitadamente los brazos , como aquel que no sabiendo nadar procura aairse de algo para salvar la vida... Dio luego un agudo grito; y este grito último y desesperado ter- minó con el ruido sordo y sofocado de una ingurgi- tación involuntaria... La mujer volvió á sumerjir- se en el agua.

El buho, que permanecia inmóvil , respondió al grito convulso de la ahogada como habia respondi- do á las voces y jemidos del ganadero.

EL SUENO. IÍ7

El pájaro nocturno repitió en los intervalos de una risa fúnebre :

Gluy glu, glu,., qlu, qlu , glu.„ Los ecos subterráneos repitieron esta voz.

Sumergida segunda vez, la mujer sofoca primero el aliento j hace luego un movimiento violento de aspiración ; pero en lugar de aire respira solamente agua... Entonces echa hacia atrás la cabeza , su ros- tro se vuelve cárdeno y abotargado, y con los bra- zos tiesos y el cuello hinchado y lívido, hace la última convulsión de la agonía y agita los pies que estaban apoyados en el fango.

Rodéala al instante una nube de lodo negro que sube con ella á la superficie del agua : y apenas exala el último aliento cuando la cubre una mul- titud inumerable de gusanos microscópicos, vora- ces y asquerosos... El cadáver nada por un momen- to, oscila un instante, y luego se va sumergiendo lenta y horizontalmente con los pies mas bajos que la cabeza, y empieza á seguir la corriente del ca- nal... A veces el cadáver se vuelve sobre mismo y su rostro se halla enfrente del Maestro de Escue- la ; y entonces el espectro clava en él sus dos ojos vidriados y oijacos... y sus labios cárdenos se mue- ven como para hablar... El Maestro de Escuela está lejos de la ahogada , que sin embargo le murmura al oido; Glu , glu , glu... glu , glu , glu... » acompa- ñando estas palabras estrañas con el ruido que ta- ce un frasco cuando se llena de agua al sumer- girse.

El buho repetia Glu , glu, glu... glu, glu, glu.,. y agitando la? alas gritaba :

¡La mujer del canal de San martin!... I Asesino !... ¡ asesino !... ¡ asesino !..; La visión de la ahogada desapareció.

El lago de sangre, al otro lado del cual veía á

lf,8 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Rodolfo, el Maestro de Escuela, se volvió color de bronce, y enrojeciéndose luego se convirtió ^'^-T^ hornaza ^llena de un líquido como metal fundido: y á poco rato el lago empezó á subir bácia el cielo como una manga inmensa.

Formóse luego un horizonte rojo como el hierro candente... Este horizonte inmenso, infinito , des- lumhra y abrasa los ojos del Maestro de Escuela, que inmóvil en su sitio no puede volver á otro lado la vista... Por esta lava ardiente, cuya reverbera- ción le ofusca y le aniquila , ve pasar y repasar con lentitud y uno á uno los espectros colosales

desús víctimas.. ,. . , j í

j la linterna mágica del remordimiento !...¡ del

remordimiento \.. gritó el buho batiendo las alas y riendo á carcajadas.

A pesar del dolor intolerable que le causa esta incesante visión, el Maestro de Escuela no aparta los ojos de los espectros que se mueven en la su- perficie abrasada... Entonces csperimenta una sen- sación espantosa. Después de haber pasado por to- dos los grados de un tormento sm nombre , sintió en los ojos que habían sustituido la sangre de que estaban llenas sus órbitas al principio del sueño, á fuerza de mirar aquel tórrido océano se calenta- ban, se enrojecían, se fundían, humeaban, her- vían , y por ¿Itímo se calcinaban en sus cavida- des como en dos crisoles de fundición.

Por un cambio espantoso, después de haber visto y sentido las transformaciones sucesivas que redu- jeron á cenizas sus ojos, volvió á quedar en las ti- nieblas de su primera ceguedad.

Pero entonces se aplaca como por encanto su do- lor intolerable, y un soplo aromático, un delicioso frescor viene á refrigerar sus ardientes pupiJas. Este soplo es una mezcla suave de los olores que exala

I

EL SUEÑO. 1Í9

en las mañanas de primavera las flores bañadas aun del rocío. El Maestro de Escuela oye al rededor de si el murmullo apacible de una brisa que juega con el ramaje de los árboles , y como el de un ria- chuelo que se desliza sobre un fondo de musgo y de guijarrosc. Millares de avecillas entonan de cuan- do en cuando sus melodiosos trinos; y cuando ca- llan las sustituyen voces infantiles de angélica, pu- reza, que cantan melodías estrañas, inauditas , las cuales oye subir hacia el cielo el Maestro de Es- cuela con un lijero estremecimiento. Apodérase gradualmente de él, el sentimiento de una felicidad moral, de una molicie y de una languidez indifi- nibles... Era una espansion del corazón, un arro» bamiento tal del espíritu que ninguna impresión fí- sica por extática que fuese podría darnos de él una idea / Parecióle que se hallaba en una esfera aérea y que subia á una distancia inmensurable.

Después de haber saboreado algunos momentos esta felicidad sin nombre , volvió á caer en el te- nebroso abismo de sus ordinarios pensamientos. Su sueño continuó , pero no era ya el bandido de- salmado que blasfemaba y se maldecía con impo- tente furor.

Oyó una voz sonora y solemne.

¡ Era la voz de Rodolfo 1

Estremécese de espanto el Maestro de Escuela : tiene una idea vaga de que está soñando , ]Xíro el asombro que le inspira Rodolfo es tan grande que hace un esfuerzo prodigioso , pero vano, para huir de esta nueva visión.

Habla la voz... y el bandido escucha.

El acento de Rodolfo no es iracundo sino triste y compasivo...

¡ Pobre desgraciado ! dijo al Maestro de

loO LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Escuela. Aun no es llegada la hora de tu ar- repentimiento... y solo Dios sabe cuando llegará... El castigo de tuá crímenes no se ha colmado aun... Has padecido , pero no has espiado ; y el destino llevará adelante la obra de la justicia inmortal... Tus cómplices se han convertido en tus verdugos : una mujer y un niño te dominan y te atormentan... Al imponerte un castigo terrible por tus crímenes , te he dicho... y acuérdate de mis palabras : Has abusado criminülmente de tu fuerza : yo paraliz .ré tu fuerza*.. Los mas feroces y vigorosos temblaban delante de ti : tu temblarás delante de los mas débi- les... Has dejado el oscuro y pacífico retiro en don- de podrias vivir para arrepentirte de tu vida cri- minal... has temido la quietud y la soledad y pre- feriste volver otra vez á perturbar la sociedad... Hace pocos momentos que en un espantoso y san- guinario eretismo has querido matar á tu mujer que está bajo el mismo techo que te cubre: duerme indefensa , y tienes un puñal , y su cuarto está á dos pasos de : nada te impide llegar á su lecho, nada la salva de tu rabia brutal... nada sino tu im- potencia... El sueño que estás soñando podría sal- varte si te aprovechases de él , porque las imágenes misteriosas de ese sueño tienen un valor sobrena- tural... El lago de sangre que te separa de tus víctimas es la sangre que has derramado... La lava ardiente que la sostituyó , es el remordimiento que debiera consumirte , para que llegase un dia en que el Omnipotente , apiadado de tu sufrir, te llamase á y te hiciese gustar las dulzuras del perdón... Pero no será... ¡no'... es inútil este llamamiento... lejos de arrepentirte , blasfemarás sin cesar al acor- darte del tiempo en que podias cometer tus críme- nes con mas libertad... /Ay de I de esa continua lucha de tu ardor sanguinario con la imposibilidad

EL SUENO. 151

de satisfacerlo, de esos tus hábitos de feroz opre- sión , con la necesidad de someterte á la voluntad de unos seres tan menguados j crueles, resultará para un fin espantoso... i horrendo I... ¡ Ay de tí, desdichado ! I !...

Alteróse la voz de Rodolfo y calló por un mo- mento , como si la emoción y el espanto que sentía no le dejasen continuar.

El Maestro de Escuela sintió que se le erizaban los cabellos.

¿ Cual era ese fin... que hacia temblar á su mis- mo verdugo?...

El fin que te aguarda es tan espantoso con- tinuó Rodolfo que si Dios , en su venganza inexo- rable y omnipotenter, quisiera hacer que espiases solo los crímenes de todos los hombres, no te condenaría á im suplicio mas horrendo... ¡ Ay de til... ¡ Ay de tí!...

Dio en esto un agudo grito el Maestro de Es- cuela y dispertó sobresaltado de su horrible sueño»

CAPiTEO IX.

LA CARTA.

Daban las nueve de la mañana en el relox de la quinta de Bouqueval, cuando madama Adela Geor- ííes entró lentamente en el cuarto de Flor de María ; el sueño de la joven era tan lijero que dispertó en el mismo instante. Los rayos de un alegre sol de invierno entraban por las persianas, y al través de las cortinas color de rosa esparcían una luz suave y rojiza por el cuarto de la Guillabaora , y cubrían su pálido rostro del color que le faltaba.

¿ Qué tal , hija mia ? dijo la señora Adela sentándose en la cama de María y besándola en la '•frente ¿ como estáis? Mejor , señora , gracias á Dios. ¿No os han dispertado esta mañana tem- prano? — No señora. Me alegro. Ese pobre cie- go y su hijo, que han pasado aqui la noche, se empeñaron en salir déla quinta al ser de dia, y temí que os dispertase el ruido que han hecho las puertas al abrirse... ¡ Pobrecillos! ¿porqué se han marchado lan temprano ? No lo sé; ano- che, cuando os dejé mas aliviada, bajé á la cocina para verlos ; pero los dos estaban tan fatigados que ya se hablan retirado. El tio Chatelan me dijo que el ciego no parecía tener muy sentado el juicio; y el niño que trae consigo edificó á toda la gente de casa por el tierno cariño con que lo cuida. Pero decidme , María , habéis tenido alguna calentura

EL SUE>0. 153

¿ no es verdad ? no quiero que os espongais hoy al frió ni que salgáis de Fa sala. Perdonad, señora ; esta tarde á las cinco tengo que ir á la rectora^, porque me aguardará el señor cura. Seria una imprudencia; estoy segura de que habéis pasado mala noche , porque tenéis los ojos muy cargados. Sí, es verdad... he tenido olía vez unos sueños horribles.'He vuelto á ver en sueños la mujer que me atormentaba cuando era pequeñita, y disperté so- bresaltada y llena de miedo... conozco que es una debilidad ridicula que me da vergüenza... ¡Yá rae aflije esa debilidad porque os hace padecer, hija mia 1 repuso madama Georges con tono afec- tuoso, viendo que se arrasaban de lágrimas los ojos de la Guillabaora.

María se abrazó al cuello de su madre adoptiva, y ocultó el rostro en su seno.

¡ Dios mió I ¿qué tenéis , María ? j Cuanto me afligís!... ¡Perdonadme, señora, perdonad I yo no porqué , pero hace dos dias que tengo el cora- zan tan oprimido... Lloro sin querer , y tengo pre- sentimientos tan negros , tan tristes... que me pa- rece que va á sucederme algún mal. María , os reñiré si os dejais dominar así por terrores ima- ginarios.

Llamó Claudia á la puerta en aquel momento y entró en la habitación.

¿Que traéis. Claudia? Señora, Pedro acaba de llegar de Arnouville en el cabriolé de la señora Dnbreuil ; os trae una carta y dice que es muy ur- gente.

Madama Georges leyó en alta voz lo que sigue : «Amiga mia, si pudieseis venir inmediatamente á mi casa , me sacariais de un grande apuro : Pe- dro os traerá y volverá á conduciros esta tarde. No como está mi cabeza. M. Duhreuil ha ido á Pon-

i6'* LOS MISTERIOS DE PARÍS,

toise para vender las lanas y no tengo á quien re- currir sino á vos y á María. Clara abraza á su que- rida hermana y la espera con impaciencia. Procu- rad llegar á las once y almorzaremos juntas.

« Vuestra sincera amiga > « Teresa A. de Dübreuil. »

¿ Que novedad puede haber ? dijo madama Adela áFlor de María. Pero felizmente el tono de la carta de madama Dubreuil indica que no es cosa grave. ¿Iré yo también? preguntó la Guilla- baora. Algo imprudente seria , porque hace mu- cho frió repuso la señora Adela. Pero sin em- bargo, este paseo puede distraeros y abrigándoos bien os será saludable. Acaso dijo la Gui- llabaora reflexionando; pero el señor cura me aguiirda esta tarde á las cinco en la rectoral. Te- neis razón : nos volveremos sin falta antes de las cinco. i Cuanto me alegraré de ver á la señorita Clara'.. ¡Otra \ez señorita Clara] dijo mada- ma Georges en tono de afectuosa reconvención. ¿ Os llama acaso señorita María cuando os dirije la palabra? No señora repuso la Guillabaora ba- jando los ojos ; pero yo.... como para mí... ; Vos !... j para vos !... vos sois una indiscreta que no pensáis mas que en atormentaros : ¿ habéis olvi- dado ya la reconvención que os hice pocas horas há? Vamos, vestios pronto, abrigaos bien y mar- chémonos para llegar á Arnouville antes de las once.

Y saliendo del cuarto con Claudia dijo á esta : Que aguarde un momento Pedro, estaremos listas dentro de un cuarto de hora.

Media hora después de esta conversación subían la señora Adela y Floree María á un gran cabrio-

LA CARTA. 155

le , como los que usan los arrendatarios ricos de las cercanías de Paris , y al punto empezó á rodar el carruaje , tirado por un vigoroso caballo , por el camino alfombrado de yerba que co re desde Bou- queval á la quinta de Arnouville. Los vastos edi- ficios y numerosas dependencias de la quinta que estaba á cargo de M. Dubreuil, indicaban la impor- tancia de aquella magnífica posesión , que la se- ñorita Cesarina Noirmont habia llevado en dote al casarse con el duque de Lucenay.

El ruido estrepitoso del látigo de Pedro anunció á madama Dubreuil, la llegada de las dos huéspedas, las cuales se apearon del carruaje un momento des- pués y fueron recibidas con demostraciones de gozo por la arrendataria y su hija. Madama Dubreuil ra- yaba en los cincuenta años, y tenia un semblante benigno y afable : las facciones de su hija , moreni- ta, de ojos azules y rosadas mejillas, exhalaban can- dor y bondad. Cuando Clara se abrazó á la Guilla- baora , vio esta con sorpresa que su amiga estaba vestida de paisana como ella , y que su traje no era ya de señorita»

¿Qué quiere decir eso , Clara ? ¿ también vos ? ¿conque os habéis disfrazado de paisana? dijo la señora Adela abrazando á la bija de su amiga. ¿Y porqué no imitaria en todo á su hermana Ma- ría ? repuso madama Dubreuil. No me ha de- jado en paz hasta que se le hizo un jubón de paño , un guardapiés de fustán y todo el traje como el de vuestra María... Pero dejemos los caprichos de estas muchachas ,amiga mia ! dijo suspirando madama Dubreuil. Venid , voy á contaros los apuros en que me encuentro.

Al llegar á la sala con su madre y la señora Adela , Clara se sentó al lado de Flor de María, le cedió el mejor sitio junto al fuego de la chimenea.

J56 LOSMISTRIOS DE PARÍS.

le hizo mil caricias , cogióla las manos entre las su- yas para ver si estaban aun frías y la besó por déci- ma vez, llamándola ingrata y haciéndola en voz baja dulces reconvenciones, por el largo espacio que dejaba mediar entre sus visitas,.. Se tendrá presente el coloíjuiode la pobre Guillabaora con el cura junto á la rectoral , para formar una idea de la mezcla de humildad , de dicha y de temor con que recibió estas tiernas é ingenuas caricias.

¿Qué os ha pasado, amiga mia , y en que puedo seros útil ? dijo la señora Adela. j Ah ! en mucho rae podéis ser útil : pero antes de nada voy á deciros lo que pasa. Me figuro que no sa- béis que esta quinta pertenece á la señora duque- sa, de Lucenay, con quien nos entendemos direc- tamente... sin tener nada que ver con el contador del señor duque.

En efecto , ignoraba esa circunstancia. Aho- ra, diré por qué os la revelo. Según esto pagamos el arriendo á la misma señora duquesa , ó á mada- ma Simón , su camarera mayor. La señora duque- sa es tan buena, tan guapa, aunque algo viva de genio , que da gusto tratar con ella , y así es que Dubreuil y yo nos echaríamos al fuego por com- placerla... Ya se ve, nada tiene de particular por- que yo he conocido á la señora 'duquesa cuando era pequeñita y venia aquí con su padre el señor prín- cipe de Noirmont... Hace poco tiempo que nos ha pedido adelantados seis meses del arriendo... y ya veis que cuarenta mil francos no se encuentran así de manos á boca , como suelen decir... pero quiso la fortuna que tuviésemos reservada esta cantidad para la dote de Clara , y de la noche á la mañana la señora duquesa recibió su dinero en buenas monedas de oro.. El lujo de estas señoras del gran mundo es la causa de todos los lances de este

LA CARTA. 157

género... Sin embargo , no hace mas que un año que la señora duquesa empezó. á cobrar con toda puntualidad los plazos vencidos del arriendo, pues antes de aque'la época parecia que no necesitaba el dinero para maldita la cosa... ahora es muy di- ferente. — Hasta ahora , amiga mia , no veo en que pueda seros útil.. A eso voy, ya lo veréis : todo esto es para haceros ver la confianza que me- recemos á la señora duquesa... ademas de que á la edad de doce ó trece años ha sido, con su padre por compañero, madrina de Clara, á quien tiene hechos mil favores. Pero vamos-|[l caso; ayer tar- de he recibido por un propio esta carta de la Señora duquesa :

« Mi querida señora Dubreuil , es indispensable que la glorieta del jardin se halle mañana á la tarde en disposición de ser habitada : haced poner en ella los muebles necesarios, alfombra, cortinas, et., et., y sobre todo procurad que esté lo mas confortable que fuere posible...

¡Confortable ! ya lo veis, amiga mia; y está subrayado dijo madama Dubreuil mirando á su amiga con aire pensativo y embarazado ; y luego continuó ;

( Haced que tengan el fuego encendido noche y dia en la glorieta , porque como hace tanto tiempo que no se ocupa , debe estar llena de humedad. Trataréis á la persona que irá á establecerse en ella como si fuese yo misma ; por una carta que os entregará sabréis lo que espero de vuestro celo. Cuento con él , y no temo abusar de vuestro genio servicial, porque cuanto me estimáis y lo que sois capaz de hacer en obsequio mió. Adiós, mi querida señora Dubreuil. Un beso á mi ahijada , y no dudéis del cariño que os profeso.

T. 11. 11

158 LOS MISTERIOS DE PARlS.

«C. NoiRxMONT DeLuCENAY,

« P. D. La persona de que hablo llegará pasado mañana al anochecer. Vuelvo á rogaros que pon- gáis la glorieta lo mas confortable que os fuere posible.

/ Confortable ! ; ya veis otra vez la maldita palabra subrayada 1 dijo madama Dubreuii me- tiendo en el bolsillo la carta de la duquesa de Lucenay. ¿Y eso que tiene de particular? nada mas sencillo r^uso la señora Adela. ¡ Cómo nada mas sencillo!... ¿Luego no habéis oido? la señora duquesa quiere sobre todo que la habitación esté lo mas con for tabla que sea posible ; y esta es precisamente la razón porque os he rogado que vinieseis á verme. Clara y yo nos hemos devanado los sesos para adivint/í* lo que quiere decir con- fortable , y ni por asomos... Y eso que Clara estuvo en el colegio de Viilers-le-Bel y obtuvo no cuantos premios de historia y geografía... pero en cuanto á esa palabra berroqueña no sabe ni una jota mas que yo : sin duda es cosa de la corte ó de las gentes del gran mundo... Pero sea lo que fuere, no podréis menos de confesar que es cosa para poner en cuidado á cualquiera : la se- ñora duíjuesa quiere sobre todo que la habitación del jardín este confortable , y subraya la palabra, y la repite dos veces , y nosotros no sabemos ni poco ni mucho lo que quiere decir. Si no te- neis otro apuro, yo os explicíiré ese gran misterio dijo sonriendo la señora Adela ; confortable, en el presente caso , quiere decir una habitación cómoda , bien compuesta , bien cerrada , bien ca- liente; una habitación enfin en donde se encuen- tre todo lo necesario , y aun si se quiere lo su-

LA CARTA. 139

períluo... I Ay Jesús ! ahora si que caigo; pero cada vez estoy mas confusa. ¿Porque? La señora duquesa me habla de alfombra , de muebles y de muchos et cceteras mas ; pero las alfombras y los muebles que aquí tenemos son todos muy ordinarios; y ademas no sabemos si la persona que ha de venir es hombre ó mujer, y es me- nester que todo esté listo para mañana á ía tarde... ¡Cómo saldré del paso, Dios mió! ¡si aquí no hay de que echar mano 1 Confesad , amiga mia, que es lance para perder el juicio. Pero, mamá dijo Clara ¿porqué no servirán los muebles de mi cuarto? y mientras no se amuebla otra vee, iré á pasar tres ó cuatro dias con María en Bou- queval. ¿Y qué haremos con tu cuarto, mucha- cha? ¿está por ventura puesto con todo lo necesa- rio? ¿es acaso bastante confortable... como dice la señora duquesa? [YálgameDiosIyone ádondevan á buscar palabras tan estrambóticas. ¿Luego esa glorieta está de ordinario sin habitar? preguntó la señora Adela. lístá sin habitar: es aquella casita blanca que está sola al fin del pomar. El señor príncipe la hizo construir para la señora duquesa cuando era niña ; y siempre que venia á la quinta con su padre pasaban un rato los dos \m la glorieta para descansar. Tiene tres cuarti- tos, y al fin del jardin una lechería suiza en donde la señora duquesa se diverlia en liacer ía lechera cuando era chiquita. Desde que se casó solo la hemos visto dos veces en la quinta, y las dos veces estuvo algunas horas en la glorieta. La primera vez; (hace ya seis años ) vino á caballo con...

Madama Dubreuil se detuvo como si la presencia de Flor de María y de Clara le impidiesen conti- nuar la conversación; y después de un momento de interrujx'ion, dijo:

160 LOS MISTEHIOS DE PARÍS.

Pero yo estoy hablando, y todo esto no me saca de apuros. Vamos, amiga m¡a , varaos á ver si me ayudáis á discurir lo que se ha de hacer. Decidme como está compuesta y amueblada la glo- rieta...— Apenas está amueblada; en la pieza principal una estera de paja , un sofá de junco, algunas poltronas y sillas ordinarias de lo mismo, y nada mas. Ya veis que la tal habitación está muy lejos de ser confortable. Pues señora, yo en vuestro lugar enviaria á Paris una persona entendida : son las once no mas, y hay tiempo bastante. Nuestro mayoral... no hay persona en la quinta mas activa y entendida que él. Pues bien, en dos horas á mas tardar llega á París, entra en cualquiera tapicería de la Chaussée- d'Antin, entrega la lista que os haré después que haya visto lo que hace falla en la glorieta, y dirá que sea al precio que fuere... ¡Oh ! eso si... en nada reparo con tal de contentar á la señora du- quesa.

La persona que haya de ir dirá que sea cual fuere el precio , debe llegar aqui esta misma noche todo lo que contiene la lisia como también cuatro tapiceros para poner todo en su lugar. Podrán venir en la diligencia de Gonesse que sale de Paris á las ocho de la noche Como solo se trata de traer alganos muebles, de clavar las alfombras y í^olgar las cortinas, todo puede estar hecho ma- ñana por la mañana. ; Ay querida de mi alma ! ¡ de que pesadilla me habéis librado !.. Sois mi Pro- videncia, amiga mia; jamas se me hubiera ocurrido tal. Ahora vaisá hacerme la lista de lo que se ne- cesita para que la glotieta esté... Confortable... ¿ es verdad ? ¡ Jesús 1 ¡ otra dificultad/... No sa- bemos si es un cabaliero ó una señora lo que ha de venir. La señora duquesa habla en su carta de una

LA CAUTA. 161

persona , y esto no hay persona en el mundo que lo entienda,.. Preparaos como para recibir auna ¡nujer , si es un hombre tanto mejor para él. Es verdad... tenéis razón...

Entró en esto una criada y dijo que el almuerzo estaba pronto,

Luego almorzaremos dijo la señora Adela : mientras voy á escribir la lista de lo que hace falta , haréis tomar la medida del alto y largo de las piezas , á fin de saber de antemano lo que han de llevar las alfombras y las cortinas. Voy á decirselo á nuestro mayoral. Señora dijo la criada también está aqui aquella lechera de Stains: trae su equipaje en una carretilla tirada por un borrico.., y en verdad que la carga no és muy pesada. Pobre mujer dijo con dolor ma- dama Dubreuil. ¿Quien es esa mujer? preguntó la señora Adela. Una paisana de Stains que tenia cuatro vacas y que iba todas las mañanas á vender leche á París. Su marido era herrador , y un dia que necesitaba herraje acompañó á su mujer á Pa- ris , y quedó de reunirse con ella en la esquina en donde acostumbraba vender la leche. Por des- gracia la lechera se ponia en un barrio sospechoso según parece ; y por eso cuando volvió su marido á reunirse con ella , la encontró disputando conr unos borrachos que habian hecho la indignidad de derramarle toda la leche. El herrador quiso entrar en razones con ellos, pero le maltrataron : por donde se trabó una quimera en la cual fué muerto de una puñalada. ¡ Que horror I esclamó ma- dama Georges ; ¿y no han cojido al asesino? Por desgracia no, porque se escabulló en medio'de la confusión que sobrevino. La pobre viuda asegura que lo conoce muy bien; porque lo ha visto mu- chas veces con sus compañeros en el mismo barrio;

163 LOS MISTERIOS DE PARIS.

pero hasta ahora han sido inútiles todas las dili- gencias que se hicieron para descubrirlo. Después de la muerte de su marido, la lechera tuvo que vender las vacas y algunos pedazos de tierra que tenia para pagar deudas. El administrador de Stains me recomendó esta pobre mujer que es una exce- lente criatura, y tan honrada como infeliz , porque tiene tres hijos , el mayor de los cuales no pasa de doce años : como tenia una plaza vacante, se la he dado y viene á establecerse aquí. No estraño que seáis tan bondadosa , amiga mia.

Dime , Claia repuso madama Dubreuil ¿ quieres conducir esa pobre mujer á su habitación, mientras voy á advertir al mayoral que se prepa- re para ir á Paris ? , mamá , y María vendrá conmigo. Eso por supuesto ; ya que no podéis vivir la una sin la otra dijo la arrendataria. Y yo dijo la señora Adela sentándose á una mesa voy á empezar mi lista para no perder tiempo, porque á las cuatro tenemos que estar de vuelta en Bouqueval. ¡A las cuatro 1... ¿qué priesa tenéis dijo madama Dubreil. Sí, á las cinco tiene que estar María en la rectoral. / Ah ! si es cosa del señor cura Laporte, inclino la cabeza dijo madama Dubreuil. Voy á disponer lo nece- sario. Estas dos muchacbas tienen tantas cosas que decirse , que es preciso darles tiempo para que se desahoguen. A las tres saldremos sin falta, ma- dama Dubreuil. Por supuesto... Pero dejadme daros gracias otra vez... ¡Bendita sea la hora en aue me acordé de llamaros, sino no que habia de ser de mí! dijo madama Dubreuil. Varaos Clara; vamos María.

Mientras escribía la señora Adela salieron por un lado madama Dubreuil, y por otro las dos- jóvenes

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LA CARTA. 163

con la criada que Labia anunciado la llegada de la lechera de Stains.

¿En donde está esa pobrecilla ? preguntó Clara. Está en el patio de los hórreos, señorita , con sus hijos, su asno y su carretilla. Verás, María , verás que descolorida está y que aire de tristeza le da el luto de viuda dijo Clara cojiendo de4 brazo á la Guillabaora. La última vez que ha venido á ver á mamá lloró tanto por su marido que me partió el corazón ; y luego dejaba de llorar de repente y se entregaba á unos impulsos de furor contra el asesino, que me causaba miedo el verla : ya se vé, el resentimiento es natural... ¡pobreci- lla !... ¡Cuantos desgraciados hay en el raundol... ¿ es verdad , María ? / Ah ! sí, no hay duda repuso Flor de María dando un suspiro. Tenéis razón, señorita , hay muchos desgraciados. ¡ Va- mos ] gritó Clara dando una patada en el suelo con enojo pueril... Conque no quieres tutearme... y me llamas señorita : ¿ que mal te hice yo , Mana ? ¿estás enfadada conmigo? ¿Yo enfadada ? ¡Santo Dios I ! I ¿Entonces porque no me tuteas ?... Ya sabes que mi madre y la señora Adela te han reñido por eso... Mira que te aviso, voy á hacer que te riñan otra vez y peor para tí... Perdóname, Cla- ra , estaba distraida. / Distraída.... después de haber estado ocho dias sin vernos 1 dijo Clara con tristeza. ¡Distraida I eso tampoco me gusta; pero no, no, ese no es el motivo: mira, María , al fin y al cabo he de venir á creer que eres soberbia.

Flor de María no respondió á su amiga, y se puso pálida como un cadáver...

Una mujer vestida de luto habia dado al Tcrla un grito de cólera y de horror.

Esta mujer era la lechara que vendía todas las

16i LOS MISTERIOS DE PARÍS.

mañanas la leche á la Guillabaora, cuando esta vi- vía con la tabernera del Conejo Blanco.

La escena que varaos á referir paco en uno de los patios de la quinta , á vista de los labra- dores y de las mujeros de labranza que entraban para comer de mediodía. Veíase bajo un tinglado una carretilla tirada por un asno, la cual contenia el rústico ajuar de la viuda, y un niño de doce años ayudado por otros dos de menos edad, em- pezaba á descargar los muebles. La lechera, que parecía ser de unos cuarenta años, estaba vestida enteramente de negro: su aspecto era adusto, viril y resuello, y tenia los parpados hinchados como si acabase de llorar. Al ver á Flor de María díó pri- mero un grito de asombro; pero el dolor, y la có- lera contrajeron luego sus facciones , arrojóse ha- cia Flor de María , asióia brutalmente del brazo y enseñándola á las personas de la quinta dijo á voz en grito:

Esta > esta ladrona conoce al asesino de marido... la he visto hablar mas de veinte veces con aquel bandido cuando yo vendía leche en la esquina de la calle de la Drapería Vieja , y me compraba todas las mañanas un sueldo de leche: debe saber en donde está el facineroso que ha matado á mi hom- bre, porque es de la pandilla de los rufianes como todas las de su pelo... ¡Oh, no te me escaparás, no, endina!... gritó la lechera exasperada por la in- justa sospecha que habla formado, y agarró por el otro brazo á Flor de María, qué trémula y despa- vorida quería huir para ocultar su vergüenza.

Clara, aturdida por tan súbita agresión, no ha- bía abierto los labios hasta entonces ; pero reco- brando aliento y haciendo un enérgico esfuerzo, di- jo en voz alta y enojada á la viuda:

¿Estáis loca?... ¡el pesar os trastornó el jui-

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LA CARTA. 165

cío 1... ¡ mirad que os engañáis, buena mujer I ¡Engañarme yo!... repuso la paisana con amarga ironía... ¡ yo engañarme!... no, Señor; ¡no por cierto!... ¡ Mírenla, mírenla, cómo pierde el color la gran bribona!... ¡cómo se le balen los dientes!... Ya cantarás claro, ya, delante de la justicia; yo misma te llevaré... ¡No te escaparás de mis uñas!... ¡Insolente! gritó Clara exasperada ¡salid de aquí al instante !... ¡ Tratar de fse modo á mi ami- ga, á mi hermana!... /Cómo vuestr.? hermana, señorita! ¿sabéis lo que estáis diciendo? ¡ Vos que estáis loca ! repuso la viuda con ademan gro- sero. — Vuestra hermana una arrastrada ' ¡ una pér- dida á quien he visto andar por las calles de la Ci- té durante seis semanas.

Al oir eslo los labradores prorrumpieron en un murmullo de indignación contra Flor de María, y tomaron naturalmente el partido de la lechera, que de su clase y en cuya desgracia se interesaban. Los tres niños de la paisana , al oir los gritos de su ma- dr,e, la rodearon y empezaron á llorar sin saber de que se trataba. El aspecto de las pobres criatu- ras vestidas también de luto, dobló la simpatía que inspiraba la viuda y aumentó la indignación de los paisanos contra Flor de María. Clara asombra- da por estas demostraciones amenazadoras , dijo con voz conmovida á la gente de la quinta:

Haced salir de aquí á esla mujer; os vuelvo á decir que el pesar le trastornó el juicio. ¡ Perdo- na , peraona , María ! ¡ está loca , no sabe lo que dice/...

La Guillabaora , con la cabeza baja , pálida, inerte y acongojada , no hacia el menor movi- miento para desasirse de la robusta lechera. Clara atribuía esta inacción al terror que aquella escena

166 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

debia inspirar á su amiga, y volvió á decir á los labradores :

¿No babeis oído ? os mando que echéis de aquí á esa mujer... Ya que se empeña en no decir mas que injurias, para castigar su insolencia , no tendrá la plaza que se le ha ofrecido , ni volverá á poner los pies en la quinta.

Ningún labrador se movió para obedecer la orden de Clara, y uno de ellos se atrevió á decir:

¡ Caramba , señorita / si es una muchacha per- dida y conoce al asesino del marido de esta pobre mujer... será preciso que se esplique delante del alcalde... Os repito que no entrareis jamas en la quinta dijo Clara á la lechera si al instante no pedís perdón a la señorita Maria por esos insul- tos. — ¿ Me echáis de aquí , señorita ? sea enhora- buena , como ha de ser repuso la viuda con amar- gura. — Vamos , vamonos de aquí, huérfanos des- dichados — añadió abrazando á sus hijos volved á cargar el carro y nos iremos á ganar el pan á otra parte , que Dios tendrá piedad de nosotros : pero al menos no nos marcharemos sin llevar á de- lante de la justicia á esta vagamunda, para que declare quien es el asesino de mi marido... porque conoce á toda la gavilla I... Aunque sois rica, se- ñorita — añadió mirando á Clara con insolencia y aunque tenéis amigos entre esa gente... no por eso debéis tratar con tanta altanería á los pobres. Es verdad. dijo un labrador la lechera tiene ra- zón. — ¡ Pobrecilla I ¡Y mucha justicia que le sobra I Le asesinaron el marido y ha de estar contenta ? Nadie tiene derecho para impedir que haga lo posible para descubrir á los bandidos que lo mataron. El despedirla de ese modo no es le}' de Dios. ¿Y tiene ella la culpa de que la amiga de la señorita Clara venga á ser una muchacha

LA CARTA. 167

perdida? No se debe echar de casa á una mujer honrada , á una madre de familia , por una bando- lera semejante.

Estos rumores se iban convirtiendo en amenazas , cuando Clara gritó :

¡Gracias á Dios... aquí está mi madre I

En efecto, madama Dubreuil ToWia en aquel mo- mento de la glorieta del jardín.

I Vamos, Clara ! \ vamos , María ! dijo la arrendataria acercándose al grupo vamos á al- morzar, hijas mias, que ya pasa la hora. Ma- má — dijo Clara defended á mi hermana de los insultos de esa mujer y señaló hacia la viuda ; por Dios echadla de aquí. ¡Si oyerais los imprope- rios que tuvo la audacia de decir á María 1... ¡Improperios ! \ como se atrevería 1... Sí, señora.. Mirad como tiembla mi pobre hermana... apenas puede sostenerse... j Ah I es una vergüenza que tal suceda en nuestra casa... ¡María, perdona ¡ perdó- nanos por Dios !... ¿ Pero que significa todo esto? dijo madama Dubreuil mirando con inquietud al rededor de sí, después de haber observado el anona- damiento de la Guillabaora. La señora hará jus- ticia... sí, estamo- seguros de que hará justicia... murmuraron los labradores. Ahora que está aquí madama Dubreuil , eres la que va á salir de la casa dijo la viuda á Flor de María. / Luego es verdad I exclamó madama Dubreuil dirigiéndose á la lechera que tenia cojída del brazo á Flor de María. ¿ como os atrevéis á hablar de esa ma- nera á la amiga de nn hija ? ¿ Asi pagáis los favo- res que os dispenso? ¡Vamos dejad en paz á esa criatura Señora , repito que agradezco vuestros favores repuso la viuda soltando el brazo de Flor de María; pero antes de condenarme y de echar- me de vuestra casa con mis hijos, preguntad á esa

168 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

ilesastrada , y veréis como no tiene cara para negar que me conoce y que yo la conozco también.

Jesús, hija niia; ¿no oís lo qflfb dice esta mu- jer?— preffuntó asombrada madama Dubreuil. ¿Es ó no cierto que te llamas la Guillabaora? dijo la lechera á Flor de María. .. respondió aterrada la infeliz criatura sin atreverse á mirar á madama Dubreuil sí, ese era mi nombre... ¡ Ya lo veis como confiesa ! gritaron con enojo los labradores. ¿Pero qué confiesa?¿que es lo que ha confesado? dijo en voz alta madama Dubreuil, asombrada por la confesión de Flor de María. Dejadla responder, señora dijo la viuda que ella confesará también que estuvode posada en una casa infame de la calle de Feves en la Cité, en donde le vendia yo un sueldo de leche todas las mañanas; y también confesará que habló delante de con el asesino de mi niarido... ¡Oh/ estoy se- iíura deque lo conoce muy bien .. es un mozo descolori- do que siempreestá fumando; anda de gorra y mele- nas largas, y ella debe saber su nombre... ¿No es verdad, tú, mosca muerta? gritó la lechera. Bien puede ser que haya hablado al asesino de vuestro marido, porque por desgracia hay muchos malhechores en la Cité dijo con voz tremida Flor de María ; pero yo no de quién me habláis. , Cómo I I qué dijo I exclamó madama Dubreuil horrorizada. ¡Habló con asesinos I... La gente de su laya no tiene otra compañía repuso la viuda.

Esta eslraña revelación, confirmada por las últimas palabras de Flor de María, llenó al prin- cipio de estupor á madama Dubreuil; mas pene- trándose en seguida de la fealdad del hecho, re- trocedió con disgusto y horror, tiró hacia con violencia á su hija Clara que se hahia acercado á

LA CAUTA. 160

Flor de María para sostenerla, y dijo á voces:

¡Qué horror!... Clara, cuidado, no te acer- ques á esa infame... ¿Pero cómo habrá podido recibirla en su casa la señora Adela? ^: cómo se habrá atrevido á presentármela y consentir que mi hija?... ¡Qué acción tan horrible... Dios mió! Dios mioÜ! apenas creo lo que me pasa. Pero no, la señora Adela es incapaz de tal infamia., habrá sido engañada como nosotras... porque sino... ¡Oh ! ¡seria un hecho abominable!

Clara creia estar soñando en medio de esta es- cena cruel. Su candida ignorancia no le permitía comprender las horribles acusaciones que dirigían á su amiga, y al ver á la Guillabaora abatida, muda y aterrada como un criminal delante de su juez , se le oprimió el corazón y se le arrasaron los ojos de lágrimas.

Vente , vente , hija mía dijo madama Du- breuil á Clara; y dirigiéndoáe luego á María, con- tinuó:—Y tú, infame criatura. Dios castigará tu hipocresía. ¡Haber permitido que mi hija... un ángel de virtud y de inocencia , te llamase su amiga!... ¡su hermana I... ¡tú, que eres el deshe- cho y la escoria del mundo! ¡qué descaro; qué avilantez III ¡Mezclarte así con personas honradas é inocentes , cuando debieras estar en una prisión con tus iguales!... Sí, sí, gritaron los labra- dores;— conoce al asesino... que vava, que vaja á la cárcel. Y acaso ha sido cómplice también!

Ya lo ves como hay una justicia de DiOs! dijo la viuda enseñando el puño cerrado á la Guillabaora. En cuanto á vos, honrada mujer

dijo madam.'i Dubreuil á la lechera lejos de despediros, reconoceré el servicio que me hacéis dándome á conocer esa desastrada. Ya lo de- cíamos nosotros que la señora habia de hacer jus-

170 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

íicia .. «gritaron los labradores. Vamos, Clara

repitió la arrendataria la señora Adela nos explicará su conducta , ó no volveré á tratarla en los dias de mi vida; porque si no ha sido engañada, su proceder para con nosotras es de lo mas hor- rendo y malicioso. ¡Pero mamá, por Dios, mi- rad como está María'... Déjala que se muera de vergüenza. Desprecíala, hija mia, no quiero que estés a su lado ni un solo momento. Es una de esas criaturas á quienes una joven como no puede hablar sin deshonrarse. ^ ¡Por Dios, por Dios, mamá ! dijo Clara resistiéndose á su ma- dre que quería llevarla consigo yo no entiendo lo que quiere decir eso... María podrá ser culpable porque vos lo decís; pero , Dios mió! está tan asombrada, tan desfallecida... tened á lo menos compasión. ¡Ah, señorita Clara! vos os com- padecéis y me perdonáis. Creedme, señorita, os he engañado á pesar mió... y muchas veces me he arrepentido... dijo Flor de María dirigiendo á su protectora una mirada de inefable gratitud. Pero mamá ¿en dónde está vuestra piedad, vues- tro corazón? exclamó Clara con profundo dolor.

¡Piedad... para esa! Vamos, vamonos de aquí... á no ser porque la señora Adela me dará pronto una explicación, ya hubiera mandado que arrojasen de aquí á esa miserable como una apestada dijo con aspereza madama Dubreuil dirigiéndose hacia ía casa y tirando de su hija, la cual se volvió por última vez á Flor de María, y exclamó: ¡alaría!

mi hermana querida I yo no de que te acusan, pero estoy segura de que no eres culpable, y por eso te amo y te amaré siempre. ¡ Calla la bocal

dijo madama Dubreuil poniendo su mano sobre la boca de Clara— ¡calla, deslenguada! Afortu- nadamente todos saben que después de esta odiosa

LA CARTA, 171

revelación no has estado un momento sola con esa desastrada... ¿no es verdad, amigos míos? Sí, señora repuso un labrador somos testigos de que la señorita Clara no ha estado un momento sola con esa perdularia, que sin duda es una la- drona porque conoce á los asesinos.

Madama Dubreuil se dirigió á la casa con Clara, y la Guillabaora quedó sola en medio del grupo enemigo que la rodeaba. A pesar de las palabras injuriosas de la arrendataria , la presencia de esta y de Ciara habia inspirado alguna confianza á Flor de María con respecto á los resultados de aquella terrible escena; pero luego que se marcharon las dos, al verse sola y á la merced de aquella turba de paisanos , perdió enteramente el ánimo y tuvo que apoyarse contra el borde del profundo pilón del corral en que bebían los caballos de la quinta. Seria imposible describir una postura mas abatida y melancólica que la de Flor de María , ni una actitud y palabras mas insolentes y amenazadoras que las de la turba que la rodeaba. Sentada , ó mas bien apoyada sobre el brocal del pilón, con la cabeza baja y la <ara tapada con ambas manos, el cuello y el pecho cubiertos con las puntas del pañuelo de indiana encarnado que cenia su cofia de aldeana, la Guillabaora, inmóvil y silenciosa, presentaba el cuadro mas doloroso de congoja y de resig- nación.

A la distancia de algunos pasos, la viuda del asesinado , triunfante y exasperada aun por las imprecaciones de madama Dubreuil , enseñaba la desventurada joven á sus hijos y á los paisanos con gestos de odio y de desprecio... Puestas en círculo todas las personas de la quinta mostraban su ma- ligno resentimiento ; y sus rudos semblantes espre- saban la indignación, la cólera y una especie de

172 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

escarnio grosero: las mujeres eran las mas insolen- tes, y la causa mayor de su rabioso encarniza- miento era quizá la belleza sin igual de Flor de María. Ni unos ni otros podian perdonar á la Gui- llabaora el que hubiese tratado hasta entonces co- mo iguales á sus amos y señores. Uníase á esto el que algunos labradores de Arnouville no habian podido justiíicar los antecedentes de buena con- ducta que se requerian para ocupar en la quinta de Houqueval una de las plazas tan envidiadas en el pais, y entre las personas de esta clase existia contra la señora Adela un resentimiento de ven- ganza, que debia estallar naturalmente en aquella ocasión contra su protegida.

Los primeros impulsos de una naturaleza rústica 6 inculta son siempre estremados, ja se dirijan al fin mas excelente ó al objeto mas detestable... Pero envuelven horrendos peligros cuando la muche- dumbre cree autorizada su brutalidad por las faltas reales ó aparentes de aquellos que son el objeto de su rencor ó de su ira. Aunque la mayor parte de los labradores de la quinta no tenia un derecho decidido á enfurecerse contra las faltas que se atri- buian á la Guillabaora, creyéronse todos ellos ul- trajados con la sola presencia de la joven , y su irritación subia de punto solo con pensar en la cla- se á que habia pertenecido aquella desventurada, la cual confesaba ademas que habia hablado mu- chas veces con asesinos. Nada mas se necesitaba para exaltar el furor de una turba irreflexiva, excitada ademas por el ejemplo de madama Dubreiu!.

; Llevarla á delante del alcalde ! gritó un labrador.- Sí, sí... y si no quiere andar. . irá á empellones. ¡Miren con que frescura se atreve á vestirse como la gente honrada del campo! aña- dió una de las Maritornes mas feas de la quinta.

carta. 173

Y con su cara de no me toques, cualquiera la hu- biera tomado por una sanlita— repuso otra. ¡Quién diria que tiene miedo al agua bendita/ ¡ Desca- rada I ¡correosa I ¡serias capaz de recibir á Dios sin confesión! Meterse entre los señores... Como si tuviese á menos andar entre la gente de nues- tro pelo... Pero á cada puerco le llega su san Martin. ¡ Anda , zapateada 1 ¡ ya cantarás claro y dirás quien es el asesino!... gritó la viuda. Todos sois de la pandilla... j casi me entreacuerdo de haberte visto con ellos aquel dia. Vamos, dé- jate ahora de lloriquear, que ya todos saben quien eres : \ enséñanos tu linda cara I

Y al decir esto la viuda separó con violencia las manos de la Guillabaora, que ocultaban su rostro bañado en lágrimas. La vergüenza y el horror de verse espuesta á las miradas de aquella gente sin piedad aumentaron el temblor general de la pobre criatura : juntó las manos en ademan de súplica, volvió los ojos tíuiidos hacia la lechera y dijo con dulce y plañidera voz :

Señora, escuchadme por Dios... hace dos me- ses que viro retirada en la quinta de Bouqueval... y no he podido ser testigo de la desgracia de que habláis... y...

Una explosión de gritos furiosos sofocó la tímida voz de Flor de María.

Al alcalde con ella... allí se explicoteará. Va- mos, que allí se las dirán de misas.

Y el grupo amenazador se iba estrechando mas y mas hacia la Guillabaora : esta cruzó las manos por un impulso maquinal , y miró espantada á uno y otro lado en ademan de implorar socorro.

¡Hola/ dijo la lechera mira, mira si t^ít- ne á socorrerte ahora la señorita Clara: no te esca- parás de mis manos, no. Señora dijo Flor de

T. II. 12

17i LOS MISTERIOS DE PARÍS.

María temblando como una azogada yo no quie- ro escaparme ; lo que quiero es responder á lo que me pregunten... ya que esto puede seros útil... ¿Pe- ro qué mal he hecho yo á esas gentes que me ro- dean y me amenazan ? Lo que hicistes fué me- terte entre nuestros amos, cuando nosotros que valemos cien veces mas que no soñamos en echarla de señores... Ahí está lo que nos hicistes. ¿Y porqué querías que echasen do aquí á esta pobre viuda con sus hijos? dijo otro. ?so era yo... era la señorita Clara.., quien quería... ¡Es mentira!! dijo otro labrador interrumpiéndola. Ni siquiera lias pedido por ella , y te hubieras alegrado dejarla sin pan para sus hijos. —Ko, no ha pedido por ella. ¡La gran bribona ! ¡una pobre viuda... y con tres criaturas! Si no he pe- dido gracia para la señora dijo Flor de María fué porque no tenia fuerza para decir una pala- bra...—Pero tienes fuerza para hablar con losase- sinos.

Del mismo modo que en las asonadas populares, los paisanos de la quinta de Arnouville, mas bru- tales que malignos, se irritaban , se excitaban y se enardecian al ruido de sus propias palabras, y se aumentaba su irritación á medida de las injurias que prodigaban a su víctima.

El círculo imponente de los labradores se iba estrechando por momentos sobre Flor de María ; to- dos gesticulaban y gritaban á la vez, y la viu- da del herrador nóera ya dueña de su razón. Se- parada únicamente del profundo abrevadero por el brocal á que estaba apoyada, la Guillabaora te- mió que la arrojasen al agua tendiendo los brazos á la exasperada muchedumbre dijo en voz alta •,

¿ Que queréis de ? ¡ahí por piedad no me hagáis malí

LA CAUTA. 17o

La lechera no dejaba de geslúíular y de acercarse mas y mas á Flor de María, iiasla que poniéndola los puños en la cara , la desdichada joven se inclinó hacia airas y dijo con espanto ;

Por amor de Dios, señora, no os acerquéis tanto porque me haréis caer en el agua.

Estas palabras dispertaron en la turba una idea cruel. Resueltos algunos paisanos á hacer una de esas chanzas comunes entre ellos que dejan medio muerto al que las sufre, el mas adelantado de to- dos dijo :

¡Un remojo I... ¡echarla de remojo!... ¡íí, si... al agua! ¡ al agua I... repitieron todos con risas y aplausos frenéticos. Eso es, un buen re- mojo... le refrescará la sangre. Y así aprenderá á meterse entre la jente honrada. ¡Sí... al agua con ella ! ¡al agua ! Y justamente rompimos el hielo del pilón esta mañana. La mozuela se acordará de la gente de Arnouville.

Flor de María creyó morirse al oir la inlumiana gritería y el escarnio brutal de los paisanos, y al ver la exasperada y estúpida irritación que estaba pintada en sus semblantes... al primer movimiento de terror sucedió bien pronto una especie de amar- ga satisfacción : el porvenir que la aguardaba era á sus ojos tan negro y doloroso , que dio mentalmen- te gracias al cielo por abreviar sus aciagos dias, sin proferir una sola queja , dejóse caer do rodillas, cruzó los brazos sobre el pecho con fervor religioso cerró los ojos y oró en silencio. Dudaron por un momento los labradores si llevarían ó no adelante su proyecto salvaje, al ver la actitud y la muda resignación de Flor de María ; pero estimulados por la parte femenina y lenguaraz de la asamblea, empezaron de nuevo á vociferar para inspirarse valor mutuamente y llevar á cabo su maléüco designio.

176 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Dos de los mas furiosos iban á arrojarse sobre Flor de María, cuando una voz vibrante y altera- da dijo:

¡Alto! ¡deteneos I

Y al mismo instante la señora Adela, que se ha- bia abierto paso al través de la furiosa muchedum- bre , se acercó á la Guillabaora que estaba arrodi- llada, la cogió en los brazos y y la levantó diciendo con voz imponente;

¡ Levantaos. María 1... levantaos , hija de mi corazón ! ¡ solo debéis arrodillaros delante de Dios!

Fué tal la expresión y el imperioso ademan de la señora Adela , que los paisanos retrocedieron y qucoaron petrificados al oírla. El enojo había cu- bierto de una viva sufusion el pálido rostro de la redentora de María. Dirigió una mirada altiva á los labradores y les dijo con voz firme é imperiosa. jMiseroblesI ¿cómo os atrevéis á violentar de ese modo á esta pobre criatura?... Es una... ¡Es hija mia !... exclamó la señora Adela interrum- piendo con severidad á uno de los labradores. El señor cura La porte, á quien todos veneran y respe- tan , la ama y la proteje, y aquellos á quienes es- tima un sacerdote tan venerable , deben ser respe- tados por todo el mundo.

Apaciguóse la chusma al oir estas sencillas palabras. El cura de Bouqueval era considerado como un santo en el país, y algunos de los pai- sanos no ignoraban el interés con que trataba á la Guillabaora. Oyéronse sin embargo nuevos rumo- res; pero la señora Adela conoció el motivo, y dijo en alta voz :

Aunque esta niña desventurada fuese la mas despreciable y abandonada de las criaturas, no poi eso seria menos odiosa vuestra conducta. ¿De qu< queréis castigarla? Y además ¿con que derecho 1<

LA CARTA. 177

bariais? ¿ con la fuerza ? ¿ Pero no es infame y ver- gonzoso el que unos hombres elijan por víctima á una niña débil é indefensa? Vente, María, ven, hija de mi alma ; volvámonos á caso, que á lo me- nos allí eres conocida y apreciada...

La señora Adela tomó del brazo á Flor de María los labradores , conociendo entonces la brutalidad de su conducta, se apartaron respetuosamente. So- lo la viuda se adelantó y dijo con resolución á la señora Adela:

¡Para nada vale lodo eso I Esta muchacha no saldrá de aquí hasta que haya declarado ante el alcalde sobre el asesinato de mi difunto marido.

Amiga mia dijo la señora Adela reprimién- dose, — mi hija no tiene para que hacer aqui de- claración alguna : si la justicia quiere mas adelante valerse de su testimonio , que la llame á su pre- sencia que yo la acompañaré... Hasla entonces na- die tiene derecho para interrogarla. Pero yo , señora... os digo que...

La señora Adela interrumpió ala lechera, y la dijo con severidad :

Ape:ias puede disculpar vuestra conducta la desgracia de que sois víctinia : un dia vendrá en que os arrepentiréis de la imprudente violencia que habéis cometido. La señorita María vive con- migo en la quinta de Houqueval : podéis decirselo al juez que ha recibido vuestra primera declaración, y aguardaremos sus órdenes.

La viuda no halló que responder á tan convin- centes palabras : sentóse en el brocal del abre\a- dero, abrazó á sus hijos y empezó á llorar amar- gamente. Algunos minutos después de esla escena sacó Pedro el cabriolé , al cual subieron la señora Adela y Flor de ^aría para volverse á lJou(|ueval.

Al pasar por delante de la quinta de Arnouville,

178 LOS MISTERIOS DF PARÍS.

la Guillabaora vióá Clara que lloraba medio oculta delras de una persiana entreabierta ; la candorosa niña hizo á Flor de Maria con el pañuelo una seña de despedida.

I Ay , señora I ¡ qué vergüenza para 1... j qué pesadumbre para vos 1 dijo Flor de María á su madre adoptiva luego que se vio sola con ella en la sola de la quinta de Bouqueval. Sin duda os babeis enojado para siempre con madama Du- breuil , y lodo por causa mia... / Ah, mi presenti- miento !... Dios me ba castigado por baber engaña- do á esa señora y á su hija... soy la causa de la discoidia que va á separaros de vuestra amiga... Mi amiga... no bay duda, hija mia, que es una excelente mujer; pero tiene una cabeza de chorlito... Sin embargo su corazón es bueno, estoy segura de que mañana se arrepentirá del atolondramiento que ha padecido hoy... ¡ Ah ! no creáis que intento acusaros para disculparla... j no lo permita Dios I pero la bondad con que me miráis puede acaso ce- garos... Poneos en el lugar de madama Dubreuil... Al saber que la compañera de su hija querida., era... lo que era yo... ¿ habrá quien pueda culpar su in- dignación ?

La señora Adela no halló por desgracia una sola palabra que responder á esta pregunta de Flor de María la cual continuó con exaltación.

¡ Mañana correrá por todo el país la noticia de la escena vergonzosa á que be dado motivo. ! TSo temo por ; ¿ pero quien sabe si la reputación de la señorita Clara padecerá también... porque me ha llamado su amiga y su hermana ? ¡ Ah I ¡ ojalá hu- biera seguido mi primer impulso !... resistirme al cariño que me inspiraba la señorita Dubreuil... y desechar la amistad con que me brindaba , á riesgo de que llegase á aborrecerme. Pero me be olvidado

LA CARTA. 179

(le la distancia que nos separaba... y Dios me ha castigado : , me ha castigado cruelmente, porque acaso he hecho un daño irreparable á una criatura tan buena y tan virtuosa... No os hagáis , hija mia , cargos tan dolorosos dijo la señora Adela después de algunos momentos de reflexión : la vida que habéis tenido es culpable... sí, muy cul- pable... ¿pero no basta el que con vuestro arrepen- timiento hayáis merecido la protección de nuestro venerable cura ? ¿ No habéis sido presentada á ma- dama Dubreuil bajo sus auspicios y los mios , y no la han inspirado vuestras propias cualidades el tier- no cariño que libremente os habia profesado?.. ¿No es ella quien os ha pedido que llamaseis hermana á su Clara? Y finalmente , ¿ podría yo (como acabo de decírselo á ella misma porque nada he querido ocultarla) podria yo divulgar lo pasado, segura como estaba de vuestro arrepentimiento , haciendo asi mas penosa... y acaso imposible vuestra rehabi- litación, desesperanzándoos y exponiéndoos al vi- lipendio de unas gentes tan desgraciadas y tan abandonadas como vos misma habéis sido, y que acaso no hubieran conservado como vos el secreto instinto del honor y de la virtud? La revelación de esa mujer es sin duda penosa y funesta ; ¿pero deberla yo prevenirla , sacrificando así vuestra fu- tura tranquilidad á una eventualidad casi impro- bable ? j Ay , señora I lo que me hace conocer que mi posición será para siempre falsa y misera- ble , es el que llevada del efecto que os merezco, habéis tenido justa razón para ocultar lo pasado, y el que la madre de CTlara ha tenido también ra- zón para despreciarme en nombre de ese pasado... de despreciarme, como todo el mundo me despre- ciará , en lo venidero , porque la escena de la quinta de Arnouville no tardará en divulgarse por

180 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

todo el país..: ¡ Ah / me moriré de vergüenza... no podré soportar las miradas de nadie / ¿Ni aun fas mias , hija del corazón»? dijo madama Adela soltando un raudal de lágrimas y abriendo los bra- zos á Flor de Maria : sin embargo nunca halla- reis en mi corazón mas que la ternura y el amor de una madre. Tened espirita , hija mia , y tran- quilizaos con la conciencia de vuestro arrepenti- miento. Aqui estáis rodeada de amigos; pues bien, que sea Tuestro mundo esta casa... Anticiparemos la revelación que teméis : nuestro buen cura reunirá las gentes de la quinta , que tanto os aman ya, y les dirá la verdad de lo que ha pasado... Creedme, hija mia, su palabra tiene tal autoridad, que esta revelación no podrá menos de haceros mas intere- sante y querida. Os creo, señora , y me resignaré. Ayer me anunció el señor cura , en la conversación que he tenido con él , las dolorosas expiaciones por qué tenia que pasar , y no debo estrañar que em- piecen ya. Me ha dicho también que mis amarguras serian contadas y recibidas... Así lo espero... Sos- tenida en mi quebranto por vos y por él no me que- jaré nunca. Vais á verlo dentro de pocos mo- mentos , y á la verdad nunca os serán mas salu- dables sus consejos... Son ya las cuatro y media ; disponeos para ir á la rectoral , hija mia... Voy á es- cribir al señor Rodolfo para informarlo de lo que ha pasado en la quinta de Arnouville. Enviaré la carta por un propio , y luego iré á la rectoral , por- que conviene que hablemos las dos con el señor Laporte.

Algunos momentos después salió de la quinta la Guillabaora y se dirigió á la rectoral por el camino hondo, en donde la víspera habian resuelto aguar- darla el Maestro de Escuela y el Cojuelo.

LA CIRTA. 181

Hemos visto ya por estos coloquios con ]a se- ñora Adela y con el cura de Bouqueval, cuan bien habia aprovechado Flor de Maria los consejos de sus bienhechores , y cuanto se habia identifi- cado con sus principios-, pero esta misma adqui- sición era la causa de su amargura , porque le ha- cia conocer toda la fealdad de su primera miseria: su espíritu se habia desarrollado á medida que su buena inclinación natural se robustecía y fructifi- caba en la atmósfera de honor y de pureza en que vivia. Con un entendimiento menos elevado, una sensibilidad menos delicada y una imagina- ción menos viva y ardiente, Flor de María se hubiera consolado mas fácilmente : pero por des- gracia ni un solo dia dejaba de acordarse sin dis- gusto y horror de la vergonzosa miseria de su pa- sada existencia. Figurémonos una nina de diez y seis años, llena de candor y de pureza, con la conciencia de su pureaa y de su candor, arrojada

f>or| algún poder infernal en la taberna de la Pe- ona y sometida irrevocablemente á la voluntad de aquella harpía... tal era on Flor de Maria la reac- ción de lo pasado sobre lo presente. De este modo hareihos comprender el sentimiento retrospectivo, ó por mejor decir la repercusión moral que tanto hacia padecerá la Guillabaora,y que la inducía á sentir, mas veces de lo que se atrevía á confesar al cura, el no haberse ahogado en el fango de su primera miseria.

Nadie tendrá por una paradoja lo que vamos á decir, por menguadas que sean su reflexión y su experiencia de la vida : Flor de María era dijína del interés y de la piedad que inspiraba, no solo por- que no habia amado jamas, sino también porque sus sentidos no habla n dispertado nunca del sueño de la inocencia. Y si es verdad que algunas muje-

182 LOS MISTERIOS DE PAR7S.

res, doladas de menos delicadeza que Flor de Ma- ría, conciben una repulsión invencible después de las primeras brutalidades legales de una nocbe áe boda... i será eslraño que esta niña infeliz, ero briagada por la Pelona, abandonada á la edad de diez y seis años en medio de ese tropel de bestias salvajes y feroces que infestan el barrio de la Ci- té, les bubiese declarado un borror invencible, y bubiese salido nioralmente pura de aquel alba- ñal ipmundo?

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EL CAMINO HONDO.

El sol se oscondia en el horizonte, y la llanura estaba desierta y silenciosa. Acerrábase Flor de María al camino hondo por donde tenia que pasar para ir á la rectoral, cuando vio salir del barranca) immedialo un muchacho cojo vestido de blusa gris y gorra azul: Iraia lloroso ef semblante, y luego que descubrió á la Guillabaora corrió hacía ella jun- tando las manos en ademan de súplica, y dijo en alta voz:

¡ Ah! señorita, tened compasión de iní;qiie Dios os lo pagar¿l. ¿ Qué quitMes? ¿qué lieneí, hijo mió? le preguntó la Guillabaora. ; Ah ! mi pobre abuela, que es muy viejecita, cayó en aquel barranco y se hizo mucho mal .. creo que 9C rompió una pierna... ¡ Dios mió ! yo no tengo fuer- zas para levantarla ni loqueheíle hacer: si no me ayudáis, señorita... \ ahí si no me ayudáis, mi po- bre abuela se morirá en el sitio.

La Guillabaora, compadecida del Cojuelo le res- pondió:

Yo, hijo mió, tampoco tengo mucha fuerza, pero te arudaré como pueda á socorrer á tu abuela. Vamos pronto á donde está... Yo vivo en aquella quinta, y si la pobre vieja no puede llegar hasta allá, haré qui», vengan á buscarla. ¡Ay, seño- rita ; Dios os su santa gloria.. Por aquí por aquí..

18'i' LOS MISTERIOS DE PARÍS.

está á dos pasos de aquí como os dije ya... la po- brecilla resbaló al bajar la cuesta y cayó en el bar- ranco.

¿Luego no sois del pais? preguntó la Gui- llabaora siguiendo al Cojudo. ^No, señorita; veni- mos de Ecouen. ^Y á dónde ibaii? A casa del señor cura que vive en aquel alto... repuso el hijo de Brazo Rojo para aumentar la confianza de Flor de María. ¿A casa del señor eura La- porte?— Sí, señorita, á casa del señor cura La- porte; mi abuela lo conoce mucho, mucho... I Qué casualidad' también jo iba allá justamente: dijo Flor de María internándose mas y mas en éí camino hondo. ; Abuelita ! aquí estoy, no ten- gas cuidado que traigo quien te socorra... dijo en voz alta el Cojuelo, á fin deque le oyesen el Maestro de Escuela y la Lechuza y se dispusie- sen á caer sobre su víctima. ¿Pero tu abuela no cayó léjOG de aquí? preguntó la Guillabaora. No, señorita, á veinte pasos de aquí; junto á aquel árbol gordo quo está en la vuelta del ca- mino.

El Cojuelo se paró repentinamente. El galope de un caballo resonó en el silencio de la llanura.

¡Perdimos otra vez el golpe! dijo para el Cojuelo.

El camino hacía un ángulo casi recto á algunos pasos del sitio en que se hallaba el Cojuelo con la Guillabaora. Dobló el recodo un ginete, y al lle- gar á Flor de María detuvo la brida del caballo... Oyóse entonces el trote de otro caballo, y pocos momentos después apareció un escudero vestido de levita parda con botones de plata, pantalón de ante blanco y botas de campana, y llevaba ceñido á la espalda con un cinto estrecho de cuero el

EL CAMINO HOKDO. 185

mahintosh de su amo. Este iba vestido sencillamente con una levita de paño grueso color de bronce, un pantalón gris algo ajustado , y montaba con maes- tría un brioso caballo bayo de raza pura y de singular belleza: á pesar de la larga carrera que acababa de dar, no se veía un solo pelo búmedo en su lustrosa y tornasolada piel. El caballo tordo del criado, que estaba inmóvil á algunos pasos de su señor, era también de raza pura. Al punto que el Cojuelo vio al caballero le conció, pues era el vizconde de Saint-Remy, presunto amante de la duquesa de Lucenay.

Hermosa niña dijo el vizconde á la Gui- Uabaora, sorprendido por la rara belleza de la joven ¿tendréis la bondad de decirme cual es el camino de Arnouville?

Flor de María bajó los ojos al encontrarse con la mirada penetrante y atrevida del desconocido, y respondió:

Al salir del camino hondo tomareis , caballero, el primer sendero á la derecha: este sendero os llevará hasta una calle de cerezos que os guiará en derechura hasta Arnouville. Mil gracias, her- mosa niña... A fe me guiáis mejor que una vieja que he encontrado á dos pasos de aquí tendida al pié de un árbol, porque solo me respondió con **y6s y gemidos. ¡ Pobre abuelita mia 1 excla- mó el Cojuelo con voz compungida. ¿Podréis decirme si hallaré fácilmente en Arnouville la quinta de M. Dubreuil?^ volvió á preguntar el vizconde dirigiéndose á la Guillabaora.

Extremecióse Flor de María al oir estas pala- bras que le traian á la memoria la dolorosa escena de la mañana, y repuso:

Las casas de la quinta se ven al entrar en la calle de cerezos por donde debéis pasar, caballero.

180 LOS MlSTtRlOS DE PARÍS.

¡Gracias, niña mia, mil gracias! dijo el viz- conde, y partió al galope seguido de su escu- dero.

Las hermosas facciones del vizconde se dilataron algo mientras habló á la Guillabaora; pero una profunda inquietud volvió á conlraerlas al punió que se vio solo. Flor de María se acordó de la persona desconocida para quien se hahia prepa- rado con tanta celeridad la glorieta de la quinta de Arnouville, y no dudó que era este joven y hermoso caballero.

Oyóse por algún tiempo el galope de los caballos sobre la tierra endurecida por el hielo, hasta que por último cesó enteramente el ruido y todo quedó en silencio, Respiró el Cojuelo al verse li- bre de los dos caballeros, y á fin de advertir y animar á sus cómplices, de los cuales el Maestro de Escuela se había ocultado al pasar los dos des- conocidos, dijo en voz chillón^ y penetrante:

¡Abueliia/ aquí vengo... con una señorita para socorreros. Vamos pronto, corramos, hijo m;o/ ese señor de á caballo nos hizo perder al- gunos minutos dijo la Guillabaora acelerando el paso, para llegar pronto á la vuelta del camino hondo.

Apenas huho llegado, cuando la Lechuza que estaba aguardando el momento oportuno, gritó;

¡Corre, amoroso, corre! aquí la tengo. Y arrojándose á la Guillabaora, echóla una mano al cuello y con la otra le tapó la boca, al paso que el Cojuelo se agarró como un gato á las pier- nas de la joven y la dejó sin movimiento.

Pr.só todo esto con tal rapidez, que la Lechuza no tuvo lugar para reconocer las facciones de la Guillabaora; pero en los |X)COS momentos que tardó el Maestro de Escuela en salir del agujero

EL CAMI!10 HO!<DO. 187

en (jjue estaba oculto, conoció la vieja que la que tenia agarrada era su antigua víctima.

¡La Chillona/ exclamó llena de estupor; y luego anadió con una alegría feroz : ¡Gon que eres tú, eh!... ¡Ahí ¡volviste á caer en mis añas I... /el diablo te trae á mi poder I... Mira, tengo el vitriolo en el cabriolé, y de esta vez iií) le escaparás sin untura... porque me revuelves ei estómago con esa cara de santa moronda... ¡Tó- mala, agárrala , amorosol cuidado no te muerda, mientras nosotros la empaquetamos.

Echó el Maestro de Escuela sus enormes garras á la Guillabaora, y antes que esta pudiese articular un solo gritó, envolvióla en la capa la Lechuza de pies á cabeza. Flor de María se halló de este modo en la imposibilidad dciacer el menor movimiento ni de pedir socorro.

Ahora carga con el fardo, amoroso... di- jo la Lechuza. ¡Je, je, je!... no pesa mas que el bulto negro déla mujer que ahcgimos en el canal de San Martin... ¿ no te parece , amoroso ? Y co- mo el bandido se estremeciese al oir estas palabras que le trajeron á la memoria el horrible sueño de la noche anterior, la tuerta continuó : ¿ Qué do- lor te da, aíma de gallina... parece que tiritas de frió?... desde esta mañana te se baten los dientes como si tuvieras la terciana... y miras al aire y levantas el hocico como los perros cuanJo van ahullar. ¡Papamoscasl... es para ver qué vien- to corre dijo el Gojuelo. ¡Vamos pronto, vamos de aquí ! sujétame bien la Chillona... Así, apriétala bien dijo la Lechuza al ver que el ban- dido cojia entre sus brazos á Flor de María conx) pudiera coger á un niño dormido. ¿Pero quien me guia á ? preguntó el Maestro de Escuela con voz sorda cojiendo el lijcro fardo entre sus

188 LOS MISTERIOS DE PÁRIS,

brazos de Hércules. ¡Qqc cabezal de lodo se acuerda dijo la Lechuza.

Y abriendo el chai , se quitó an pañuelo que lle- vaba puesto al cuello esqueletado, lo torció co- jiéndolo por ambas puntas , y dijo al Mactsro de Escuela ;

Abre la lumadera (a), coje la punta del mo- cante con los piños (b) , y aprieta bien... El Cojue- lo cojera la otra punta con la mano , y bo tendrás mas que seguirlo... A buen ciego buen lazarillo... ¡ Ven aquí pillastre 1

El monstruoso niño hizo una cabriola como un oso, murmuró una especie de sonido imitativo y grotesco, cojió en la mano la otra punta del pa- ñuelo y condujo de este modo al Maestro de Es- cuela, mientras que la Lechuza se adelantó cor- riendo para avisar á Barbillon. No hemos querido pintar el terror de Flor de María cuando se vio en poder de la Lechuza y del Maestro de Escuela; di- remos tan solo que se sintió desfallecer y que no pudo hacer la menor resistencia.

Algunos minutos después se hallaba la Guilla- baora en el coche que conducía Barbillon. Aunque era ya de noche cerró la Lechuza las ventanillas con el mayor cuidado, y los tres cómplices se di- rigieron con su moribunda víctima hacia el llano de San Dionisio, en donde los esperaba Tomas Seytou.

(c) Boca, (b) Coje la punta del pañuelo con los dientes.

CAPÍTULO XI.

CLEMENTINA DE HARVILLE

El lector nos dispensará el que abandonemos á una de nuestras principales heroínas en tan crítica situación, de cuyo desenlace volveremos á ocupar- nos mas adelante.

Se tendrá presente que Rodolfo habia salvado á la marquesa de Harville de un peligro eminente; peligro en que la habian puesto los celos de Sa- rah, dando aviso al marques de Harville de la imprudente cita concedida por su esposa á Carlos Robert. El príncipe habia salido de la casa de la calle del Templo muy conmovido por esta esce- na, y habia regresado á su casa dejando para el día siguiente la visita que deseaba hacer á la se- ñorita Alegría y á la familia desgraciada de que hemos hablado , á la cual creía bastante socorrida por el momento con el dinero que habia dado á la marquesa con el fin de que su visita tuviese visos de caridad á los ojos de su marido. Rodolfo igno- raba por desgracia que el Gojuelo habia robado el bolsillo á la marquesa, y sabemos ya de que modo se habia cometido este robo.

Serian las cuatro de la tarde cuando el príncipe recibió la carta siguiente :

Una mujer de edad habia sido la conductora, y se habia marchado sin aguardar la respuesta.

T. II. 13

i 90 LOS MISTERIOS DE PARÍS,

«( Monseñor ,

(( Os debo mas que la vida , quisiera manifesta- ros hoy mismo mi profundo agradecimiento. Ma- ñana quizá enmudeceria de vergüenza... Si Y. A. R. me hiciese el honor de venir á mi casa esta noche, acabaria el dia como lo ha empezado: con una acción generosa.

C. DE Orbigni de Harville.

<t P. D. No os incomodéis en contestarme , mon- señor : estaré en casa toda la noche.

Rodolfo se alegraba de haber hecho á la mar- quesa de Harville un servicio tan importante, pe- ro no llevaba á bien la especie de intimidad forza- da que esta circunstancia establecía entre él y la marquesa. Incapaz de hacer traición á la amistad del marques de Harville, conocía sin embargo la viva impresión que le habían causado la gracia, el lalento y la rara belleza de Clementina ; circuns- tancias que la hablan separado de su trato hacia mas de un mes. Por eso se acordaba con cierta emoción del coloquio de Tomas y de Sarah en el baile de la embajada de'**. Sarah , para molivar su odio y sus celos, habia afirmado con alguna razón que la marquesa de Harville conservaba á pesar su- yo una inclinación invencible hacia Rodolfo, y Sarah era demasiado sagaz, demasiado iniciada en los resortes del corazón humano , para no haber <onocido que Clementina , viéndose olvidada y acaso desdeñada por un hombre que le habia cau- sado una impresión tan profunda , y cediendo ade- mas á las sujcstiones de una amiga pérfida , po-

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xTria inleresarse por la desgracia imaginaria de Carlos Robert, sin que por esto olvidase enteramen- te á Rodolfo. Otras mujeres fieles á la memoria del hombre que les ha inspirado la primera pasión, hu- bieran mirado con indiferencia el melancólico ase- vdio del comandante. Según esto Clementina era culpable de una y otra falta , aunque solo hubiese cedido al interés inspirado por la desgracia , y aun- que un vivo sentimiento de su deber, unido acaso al recuerdo del príncijie, recuerdo saludable que conservaba en el fondo del corazón, la hubie.sen im- pedido cometer un desliz irreparable.

Rodolfo luchaba con mil contradicciones eslrañas al penscr <?n su rnlrevisla con la marquesa de Har- ville. Determinado á sufocar su amorosa inclinación íTeíase unas veces dichoso con poder desamarla y con poder echarla en cara su afición degradante á Air. Carlos Robert; otras, por el contrario, sen- tía amalgámente ver desvanecido el prestigio que hasta entonces la habia rodeado.

Clementina esperaba también con impaciencia esta entrevista; pero los dos sentimientos que la donii- Jiaban eran una dolorosa confusión al pensar en Ro- dolfo, y una aversión profunda al acordarse de Car- los Robert. Tenia muchas razones para iuslificar es- ta aversión y este odio hacia el comandante. Una mujer comprometerá su reposo y su honor por un Jiombre , pero no le perdonará jamás de haberla j)uesto en una situación humillante ó ridicula. La maiquesa de Harville habia sufrido una indecibl-c •congoja al verse espuesla á los sarcasmos y mira- V das de madama Pipelet. Ademas antes deadver- lirla Rodolfo el peligro en que se hallaba v de in- dicarla que subiese al quinto piso, la dirección d-tí Ja escalera era tal , que al snbirla vio á Carlos Ro-

192 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

bert vestido con su reluciente bata , en el momento en que oyendo los pasos de la mujer á quien espe- raba, entreabría la puerta con una sonrisa infa- tuada y triunfante... La insolente necedad del tra- ge significativo del comandante , dio á conocer ñ la marquesa cuan groseramente se babia engañado con respeto á aquel bombre. Impelida por la bon- dad de su corazón y por la generosidad de su ca- rácter á dar un paso que podia perdprla, babia otorgado esta cita al comandante, no por amor sino por conmiseración , á fin de consolarlo del lance ridículo á que lo babia espuesto la burla grosera del duque de Lucenay en la embajada de***. Juz- gúese, según esto, cual seria el disgusto y la sor- presa de la marquesa de Harville, al ver á Mr, Car- los Robert vestido de triunfo con tal anticipa- ción...

Acababan de dar las nueve en el péndulo del ga- binete en que estaba ordinariamente la marquesa de Harville. Las costureras , las modistas y las ta- berneras ban abusado tanto del estilo de Luis XV y del estilo del Renacimiento del buen gusto , que ía marquesa mujer de un gusto delicado, babia des- terrado de su cuarto esta especie de lujo que ha lle- gado á ser tan vulgar, relegándolo á la parte del palacio de Harville destinada al gran recibimiento. Nada podria inventarse mas elegante y distin- guido que los muebles y adornos del gabinete en que la marquesa de Harville esperaba á Rodolfíj. Las cortinas y tapices sin festones ni cenefa , eran de una tela de la India color de paja , y estaban sembrados de figuras arabescas bordadas de realce con seda sin brillo y del gusto mas caprichoso y de- licado. Las cortinas dobles que cubrían casi ente- ramente las ventanas por uno y otro lado, eran de punto de Alenzon. Las puertas de palo de rosa, es-

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laban adornadas con molduras de plata dorada cin- celadas con primor , las cuales rodeaban cada cua- dro un óvalo ó medallón de porcelana de Sévresde cerca un pié de diámetro: estos medallones repre- sentaban llores y aves con una perfección admirable El cuadro de los espejos y los tenedores de las cor- tinas y tapices , eran también de palo de rosa con adornos de plata dorada. El friso de la chimenea y sus dos cariátides de una belleza antigua y de una gracia esquisita, eran obra del cincel maestro de Slarochetti : aquel célebre artista habia accedi- do esculpir á esta obra maestra, acordándose sin duda de que Benvenulo no se desdeñaba de cincelar aguamaniles y armaduras. Dos candelabros con doble mechero de plata sobredorada , preciosamente cin- celados por Goutticref acompañaban al péndulo, que era un cuadrado de lapislázuli, colocado so- bre un zócalo de jaspe oriental , y coronado por una magnífica guirnalda de oro esmaltado , ador- nada de perlas y rubíes ; todo con arreglo al gus- to del Renacimiento florentino. Varios cuadros ex- celentes de laescuela veneciana y de mediano gran- .dor , completaban este hermoso conjunto.

Debido á una feliz innovación, este gabinete es- taba alumbrado por una lámpara , cuyo globo de cristal apagado estaba casi oculto en medio de un sinnúmero de flores naturales contenidas en un florero de japón azul, color de píirpura y dorado, suspendido del cielo raso á manera de araña por tres gruesas cadenas de plata sobredorada , en las cuales se enroscaban los verdes tallos de diversas plantas sarmentosas : aljíunas de las ramas mas llexibles y cargadas de flores, se desprendían dei florero y caían como una hermosa faja verde so- bre la porcelana esmaltada de oro, de púrpura y de azul. Insistimos en estos pormenores, por mas

Í9V LOS :>nsTERios de parís»

que sean pu»íriles, á fin de dar una idea del buen gusto natural de la marquesa de Harville ( se- ñal casi siempre cierta de un buen entendimien- to ), y porque ciertos infortunios misteriosos pa- recen mas crueles aun , cuando se comparan con las apariencias de una vida dichosa y envi- diada.

Clementina de Harville estaba recostada en un gran sillón cubierto de damasco color de paja; su peinado era sencillo y natural y su traje con- sistía en un vestido de terciopelo negro alto de es- cote, sobre el cual resaltaba el trabajo maravilloso de un cuello de encaje y unas vueltas ó puños dt; punto inglés, que impedian el que lo negro del vestido hiciese demasiado contraste con la blancu- ra trasparente de sus manos y de su cuello.

La emoción que agitaba á la marquesa se aumen- taba al acercarse el momento de ver á RodoVfíí. Un pensamiento serio disipo por último su confu- sión : determinóse por fin á confiar á Rodolfo un gran secreto , un secreto cruel , esperando que con su estremada franqueza recobraría acaso una es- timación que tanto sentia haber perdido. El agra- decimiento volvió á dispertar su primera inclina- ción hacia Rodolfo. Uno de esos presentimientos que rara vez engañan á los corazones amantes , la decia que la casualidad no habia podido conducir al príncipe tanoportunamente para salvarla, y que el haber desistido de verla de algunos meses á aquella parte se debia mas bien que á la indiferen- cia , á otro sentimiento oculto. Clementina conci- bió también una sospecha vaga acerca de la since- ridad del afecto de Sarah. Al cabo de algunos minu- tos llamó un criado á la puerta, entró en el gabi- nete , y dijo :

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Puede recibir ¿ la señora marquesa á la señora Asthon y á la señorita ?

La marquesa de Harville hizo con la cabeza una seña afirmativa j su hija entró en el gabinete.

Era esta una niña de cuatro años, de facciones simélricas y armoniosas, pero de un color enfermi- zo y sumamente flaca y apocada. Traíala de la mano su aya, la señora Asthon, y al punto que Clara (así se llamaba la niña) avistó á sy madre, corrió hacia ella con los brazos abiertos. Dos lazos de rubíes sujetaban á la altura de cada sien de la niña dos trenzas de cabello negro enroscadas á uno y otro lado de la frente. Su salud era tan débil que llevaba una drulleta de seda colchada , en lugar de esos vestidos de muselina blanca , guarnecidos de cintas y hechos tan á propósito para descubrir los brazos de color de rosa y los hombros tersos co- mo el raso , de las niñas que gozan buena salud. Las mejillas de Clara eran tan descarnadas y consu- midas que sus grandes ojos negros parecían de un tamaño enorme y desproporcionado. A pesar del aspecto mezquino de esta niña, una sonrisa llena de gracia y de candor dilató sus facciones al sentarse al regazo de su madre, que la besó con una especie de ternura melancólica y apasionada.

¿Qué tal, desde que no la he visto? pre- guntó la marquesa de Harville al aya... Media- namente , señora marquesa , aunque por un rato he temido que... ¡ Otra vez / exclamó la mar- quesa estrechando á su hija contra el corazón por un impulso involuntario. Pero afortunadamente, señora, me he engañado dijo madama Asthon; el ataque se quedó en amago, de modo que la señorita Clara volvió á calniaráe y solo experimen- tó por un rato alguna debilidad... Aunque ha dor- mido poco esta tarde, no ha querido acostarse sin

196 LOS MISTERIOS DE PAUlS.

besar antes á la señora marquesa. ¡Hija de mi alma ! dijo la marquesa cubriendo de besos la frente de Clara.

Devolvió esta las caricias de su madre con un gozo infantil , cuando un criado abrió de par en

Sar las dos bojas de la puerta del gabinete , y ijo:

¡ Su Alteza Real monseñor el gran duque de Gorolstein !

Clara' sentada en el regazo de su madre , se ba- ilaba estrechamente abrazada á su cuello. Rubori- zóse Clementina al ver á Rodolfo, puso en la alfom- bra á su hija , bizo al aya una seña para que se alejase con ella, y se levantó del sofá.

Me permitiréis , señora dijo sonriendo Ro- dolfo después de baber saludado respetuosamente á la marquesa que renueve mi galantería con mi an- tigua amiguita , porque temo que se baya olvidado ya de raí. E inclinándose un poco , tendió el bra- zo bácia Clara. Esta fijó en él sus grandes ojos , lo reconoció al cabo de un breve rato, le bizo una seña con la cabeza y le envió un beso con la punta de sus descarnados deditos. ¿Conoces á monseñor , hija mia? preguntó Clementina á la niña.

Clara dijo que con la cabeza , y envió otro be- so á Rodolfo.

Parece que se ha mejorado desde la última vez que la be visto dijo el príncipe á Cle- mentina.— Algo se ha mejorado, monseñor, aun- que padece mucho.

La marquesa y el príncipe , tan embarazados el uno como el otro al pensar en su próximo coloquio, casi se alegraban de prolongar este introito con la presencia de Clara ; pero la discreta aya se retiró por último dejando á Rodolfo solo con su señora.

El sofá de la marquesa de Harville estaba á la

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derecha de la chimenea , en la cual se apoyaba lí- jeramente Rodolfo , que continuaba en pié. Jamas había parecido á Clementina tan noble y gracioso el conjunto de las facciones del príncipe , ni su voz tan dulce y sonora. Conociendo Rodolfo cuan pe- noso debia ser á la marquesa el romper la conver- sación , la dijo:

Señora, habéis sido víctima de una traición infame: una delación inicua de la condesa Sarah Mac-Gregor estuvo á punto de perderos. ¡ Seria posible . monseñorl exclamó Clementina. Lue- go no me ha engañado mi presentimiento... ¿Pero como ha podido saber Vuestra Alteza?... Anoche, por una casualidad , en el baile de la condesa de***, he descubierto el secreto de esa iniquidad. Me había sentado en un rincón retirado del jardín de invierno; y sin saber que solo estaba separado de ellos por un espaldar y que podía oirlos , la condesa Sarah y su hermano vinieron á sentarse junto á y empezaron á hablar de sus proyectos y del lazo que querían tenderos. Para advertiros del peligro en que os hallabais , me fui inmediata- mente al baile de madama Nerval , esperando ha- llaros allí ; pero no habíais aparecido. Él escribiros sería exponerse á que mi carta cayese en poder del marques, cuyas sospechas se aumentarían de este modo. Según esto he preferido aguardaros en la calle del Templo para frustar la traición de la condesa Sarah. ¿Queréis perdonarme el que os ha- ble tanto tiempo de un asunto que debe seros desa- gradable ? A no ser por la carta que habéis tenido la bondad de escribirme... jamas os hubiera habla- do de ello.

Después de un momento de silencio , la marque- sa de Harville dijo á Rodolfo:

Monseñor , solo de una manera puedo proba-

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ros mi gratitud... solo haciéndoos una confesión que á nadie he hecho jamas. Esta confesión no me justificará á vuestros ojos, pero acaso os hará tener por menos culpable mi conducta. Francamente, señora marquesa dijo sonriendo Rodolfo mi situación con respecto á vos es en extremo em- barazosa.

Cleraentina miró con sorpresa á Rodolfo al oír hablar con esta lijereza.

, Cómo! ¡porqué, monseñor! Gracias á una circunstancia, que sin duda adivinaréis, me veo obligado á hacer el papel de... grave consejero, en un asunto que no deberia tratarse con tanta grave- dad, desde que os habéis salvado del lazó odioso que os tendió la condesa Sarah... Pero vuestro marido añadió Rodolfo con una especie de serie- dad dulce y efectuosa es para mi como un herma- no , y mi padre ha profesado al suyo la gratitud mas afectuosa. . Por esta razón os felicito muy seriamen- te por haber restituido á vuestro marido la seguri- dad y el reposo que necesitaba. Y por lo mismo que honráis con vuestra amistad al marques de Har- ville, quiero yo , monseñor , revelaros toda la ver- dad... asi con respecto á un interés que debe pare- ceros tan poco merecido como en realidad lo es... como con respecto á mi conducta , que ofende al que Vuestra Alteza tiene á bien mirar casi como un her- mano... — Será para una dicba, marquesa, el merecer la menor prueba de vuestra confianza. Sin embargo i>ermitidme que os diga , con respecto á ese interés de que habláis, que ya yo que ha- béis cedido á un sentimiento de sincera compasión y al asedio traidor de la condesa Sarah, que tenia motivos para querer perderos... También que ha- béis dudado largo tiempo antes de resolveros á dar el paso de que ahora os arrepentís.

CLEMENTINA DE HARVILLE. 19í>

Glementina miró asombrada á Rodolfo.

¿Os sorpréndela? Otro dia os revelaré el se- creto porque no me tenf?aís por hechicero dijo el principe sonriendo. Pero decidme ¿ se ha tran- quilizado enteramente vuestro marido ? Sí, mon- señor — repaso Glementina bajando la vista y llena de confusión y os aseguro que me atormenta cuando me pide perdón por haber sospechado de mi conducta , y cuando habla con exaltación de mi modestia y del silencio que he guardado con res- pecto á niis obras de caridad. No os arrepintáis de mantener esa ilusión , y alegraos, por el contra- rio , de su feliz error... Si me fuese permitido ha- blar con lijereza de esta aventura, y si no tuvieseis parte en ella, señora condesa... os diria que nunca procura una mujer ser mas encantadora á los ojos de su marido , que cuando tiene algún traspié que ocultar. Nadie puede figurarse la amabilidad seduc- tora que inspira una conciencia poco limpia... Cuan- do yo era joven añadió Rodolfo sonriendo sen- tía cierta desconfianza, á pesar mió, cuando me tra- taban con extraordinaria ternura; y como yo nunca me sentia mas dispuesto á ser amable que cuando tenia algún pecado que ocultar, cuando llegaba á conocer que habia exageración en las caricias que me hacian, no podia menos de creer que esta armo- nía cariñosa ocultaba... una recíproca infidelidad.

Grecia por instantes el asombro de la marquesa de Harville , al oir hablar á Rodolfo con tal lije- reza de un asunto que hubiera podido tener para ella tan funestos resultados : pero sospechando lue- go que con esta afectada lijereza queria el príncipe hacer menos importante el servicio que la habia prestado , le dijo profundamente conmovida por este rasgo de delicadeza : Comprendo vuestra generosidad , monseñor...

200 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Chanceaos, si gustáis, y olvidad el peligro de que me habéis sacado. . Pero lo que yo tengo que deci- ros es tan grave, tan serio, tiene' tal relación con los sucesos de esta mañana , y vuestros consejos de- ben serme tan útiles, que no puedo menos de roga- ros que os acordéis de que me habéis salvado el honor y la vida... , monseñor, la vida... ¡Mi ma- rido iba armado, y en su arrepentimiento me ha confesado que queria matarme ! ¡ Gran Dios!^ exclamó Rodolfo vivamente conmovido. Tenia derecho... repuso con amargura la marquesa de Harville. Creedme , marquesa dijo Rodolfo con seriedad no puede serme indiferente lo que á vos os interesa : si be hablado con lijereza hace un momento , ha sido para distraeros del lance de esta mañana , que debió cansaros una terrible im- presión. Ahora os escucho con atención religiosa, ya que me honráis con decirme que mis consejos pueden serviros de algún modo. ¡Oh! sí, /de mucho pueden servirme I Pero antes permitidme que os diga algunas palabras sobre los sucesos de otra época que ignoráis... del tiempo que ha pre- cedido á mi casamiento con el marques de Harville.

Rodolfo hizo una inclinación , y Clementina con- tinuó :

A la edad de diez y seis años he perdido á madre dijo la marquesa con los ojos arrasados de lágrimas : seria imposible expresaros cuanto la adoraba. Figuraos, monseñor, la bondad ideal personificada; la ternura con que me amaba era tal, que le servia de único consuelo en sus pesares... Como le gustaba poco el gran mundo, y ademas pa- decía mucho y era naturalmente sedentaria , no pudo hallar mayor placer que el encargarse de mi instrucción , porque lo solido y variado de sus cono- cimientos la permitían llenar mejor qne nadie la

9Tí?ai)xvu*^iV yViHiViic)

CLEMENTINA DE HARVILLE. 201

tai ea que se había impuesto. Figuraos, monseñor, cual seria su asombro y el mió, cuando á la edad de diez y seis años, á tiempo que mi educación se hallaba casi enteramente concluida , nos anunció mi padre tomando por pretesto la débil salud de mi ma- dre, que una viuda joven muy distinguida y muy interesante á causa de sus graves infortunios, se en- cargaria de terminar la obra comenzada por mi ma- dre... Mi madre se opuso desde luego al deseo de su marido , y yo le supliqué por mi parte qui! no me confiase á ninguna persona estraña ; pero mi padre se mostró inexorable á nuestros ruegos , y madama Roland, viuda de un coronel que babia muerto en la India... según ella decia , vino á instalarse en nuestra casa y se encargó de ser mi instructora. ¡ Qué decís ! ¿es esa madama Roland con quien se casó vuestro padre poco después de vuestro ca- samiento? — La misma , monseñor. ¿ Era muy hermosa?— De mediana belleza, monseñor. Luego tendría mucho talento. El de ser arti- ficiosa... disimulada y astuta... y nada mas... Tenia entonces unos veinte y cinco años su cabello era de un rubio pálido, las cejas blancas, los ojos grandes, redondos y de un azul muy claro, su fisonomía hu- milde y melindrosa, y su carácter pérfido, bajo y cruel , aunque disimulado bajo un exterior amable. ¿Qué conocimientos poseía? Ninguno ab- solutamente , monseñor ; y no puedo imaginar como padre , tan esclavo hasta entonces del de- coro, no ha visto que la incapacidad de aquella mujer descubriría con escándalo de todos el ver- dadero motivo de su presencia en nuestra casa. Mi madre le hizo observar la profunda ignorancia de madama Roland , pero la respondió con un tono que no admitía la menor réplica, (|ue, sabia 6 no sabia , la interesante viuda desempeñaría en

202 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

SU casa la misión de que la habia encargado. Todo esto lo he sabido algún tiempo después. Desde entonces cajó mi madre en un profundo abatimiento , y creo que deploraba menos la in- iidelidad de mi padre, que los desórdenes do- mésticos que este comercio podia ocasionar... y del cual podia yo llegar á apercibirme. Pero, en efecto, aun por la misma conveniencia de su loca pasión, me parece que vuestro padre cometió un grave error introduciendo en su casa á esa mujer. Vuestra sorpresa se aumentarla , mon- señor, si conocieseis el carácter rígido y ceremo- nioso de mi padre ; era necesaria toda la influencia de madama Roiand para conducirlo á un olvido tal del decoro; influencia tanto mas eficaz, por- <jue madama Roland la disfrazaba con el velo de una pasión violenta hacia mi padre. ¿Qué edad tenia entonces vuestro padre ? Unos sesenta años. ¿Y creía en el amor de esa joven? Mi padre habia sido uno de los hombres mas dados á la moda en su mocedad... y madama lloland , obedeciendo á su instinto ó á ciertos «onsejos hábiles... ¡ Consejos !... ¿y quien po- dría aconsejarla? Luego lo sabréis, monseñor. Adivinando que cuando Ikga á la vejez un hombre de buena fortuna , le gusta tanto mas oir alabar el mérito de su persona , porque esto le recuerda la época mas floreciente de su vida, madama Roland , j increible os parecerá, monse- ñor I alababa la gracia de las faccio::cs de mi |)Qdre, la elegancia inimitable de su talle y de toda su persona... y tenia sesenta años... A pesar de la alta inteligencia que lodos le aíribuian, fué tal su obcecación, que cayó en este ardid grosero. Tal ha sido y tal es aun , no lo dudo, la tau«a de la inüuencia que sobre él ejerce esa

CLEIUENTINA DE HARVILLE. 203

mujer.,. A pesar de mi triste situación , no puedo acordarme sin reir de las veces que he oido de- cir y sostener á madama Roland, antes de casarme, que lo que ella llamaba la verdadera madurez y la mejor edad de la vida y no empezaba hasta los cincuenta y cinco años. ¡Precisamente la edad de vuestro padre I ¡La edad de mi padre, mon- señor I... Entonces, decia madama Roland, es cuando el talento y la experiencia han adquirido su última perfección ; á esa edad es cuando un hombre de circunstancias goza en el mundo de todas las consideraciones á que le es dado aspirar; entonces y solamente entonces llegan á su apogeo )a perfección de sus facciones y la gracia de sus modales, porque en esta época de la vida hay en la fisonomía una mezcla divina de graciosa sere- nidad y de dulce y serena gravedad. Finalmente, una lijera sombra de melancolía causada por los desengaños de la experiencia... completaba el en- canto irresistible de la terdadna madurez de ma- dama Roland ; encanto que solo pueden apreciar, añadía , las mujeres de sano entendimiento y de buen corazón , que no dan oidos á la elocuencia fogosa de los jovencitos aturdidos de cuarenta años, en cuyo carácter veleidoso no puede haber firmeza ni seguridad, y cuyas facciones insignificantes y juveniles no se hallan aun poetizadas por la ma- jestuosa expresión , que revela la ciencia profunda de la vida.

Rodolfo no pudo menos de sonreír al oir la elo- cuencia irónica con que la marquesa de Harville procuraba retratar á su madrastra.

Hay una cosa que jamás puedo perdonar á las gentes ridiculas dijo á la marquesa. ¿Cual es, monseñor?

La maldad de corazón.... porque esto inipide

20+ LOS MISTERIOS DE PARÍS.

el que uno se ria de ellas á su sabor. Acaso son malos por esa misma razón dijo Clementina. Lo creo con harto dolor ; porque si yo pudiese, por ejemplo, olvidarme de que esa madama Roland ha debido haceros mucho daño, me reiria de su in- vención de la verdadera madurez , en oposición del loco aturdimiento de los jóvenes de cuarenta años, que se<íun esta mujer parece que acaban de salir de la cascara del huevo , como dirian nuestros abuelos. La causa principal de la aversión que tengo á esa mujer, es su odiosa conducta para con mi madre.». y la parte activa que por desgracia ha lomado en mi casamiento dijo la marquesa después de un momento de duda.

Rodolfo la miró sorprendido.

D'Harville es vuestro amigo, monseñor con- tinuó Clementina con voz segura. Conozco la gra- vedad de lo que acabo de decir... pero luego me diréis si tengo ó no justicia. Volvamos ahora á ma- dama Roland, erigida en aya mia , á pesar de su conocida incapacidad. Mi madre tuvo por esto una seria y penosa discusión con mi padre , de cuyas resultas nos trató á las dos con el mayor desvío, y desde aquel dia hemos vivido retiradas en nuestra habitación, mientras que madama Roland hacia públicamente los honores de la casa en calidad de instructora mia. ; Cuanto debió haber padecido vuestra madre ! Y mas por que por misma, monseñor ; porque pensaba en lo futuro. Su salud, que era ya delicada , se agravó de manera que ca- yó enferma de peligro; y quiso la fataliilad que M. Sorbier, médico de la familia y en quien mi madre tenia entera confianza , muriese también por aquel tiempo. Madama Roland tenia por médico y por amigo á un doctor italiano de gran mérito, se- gún ella decia: seducido mi padre por esta reco-

CLEMENTINA DE HARVILLE. 205

mcndacion, consultó al doctor extranjero, lo re- comendó á mi madre, que lo admitió desde luego, j fué quien la asistió en su última enfermedad... Los ojos de la marquesa de Harville se arrasaron de lágrimas al pronunciar estas palabras. Me avergüenzo de confesaros mi debilidad , monseñor añadió pero por la sola razón de que madama Roland Labia recomendado este me'dico á mi madre, le he declarado un odio involuntario, y he visto con temor la confianza que le dispensaba mi madre, á pesar de que en punto á inteligencia en su profe- sión , el doctor Polidori... ¿Qué decís, marque- sa?— exclamó Rodolfo. ¿Qué tenéis, monse- ñor?— dijo Clementina llena de asombro al ver la espresion de la fisonomía de Rodolfo. Pero no —dijo para Rodolfo no puede ser él.,, hace ya de esto cinco años, y me han dicho que Polido^ ri no hace mas que dos años que ha llegado á Pa- rís, y que ha adoptado un nombre fingido... Es el mismo que he visto ayer... aquel charlatán conocido por el nombre de Rradamanli... Sin embargo... dos médicos del mismo nombre... (a) \ qué coincidencia singular 1... Marquesa, deseo que me habléis dos palabras sobre el doctor Polidori dijo Rodolfo á la de Harville que le miraba de hito en hito , y cuyo estupor crecia por momentos ¿que edad te- nia ese italiano? ¿Qué edad? unos cincuenta años. ¿Su cara... su fisonomía? Siniestra... no olvidaré jamas sus ojos de color verdegay , y su nariz encorbada como el pico de un loro. ; El esl... |sin dudal... exclamó Rodolfo. ¿Sabéis, marquesa , si esta aun en Paris el doctor Polidori? No lo , monseñor. Salió de Paris como un año

(a) Recoimndamos al lector que Polidori era un médico distinguido cuando se encargo de la educación de Rodolfo. T. II V*

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después del casamiento de mi padre : una de mis amigas , á quien asist'a también entonces el doctor italiano... la duquesa de Lucenay... \ La duque- sa de Lucenay I exclamó Rodolfo. Sí, monse- ñor... ¿ Porqué lo estrañais ? Permitidme que no os diga el motivo de mi sorpresa... ¿ Pero qué os decia en esa época la duquesa de Lucenay sobre el doctor Polidori? Que desde su salida de Paris la escribía con frecuencia cartas muy interesantes so- bre los diversos países que recorría , porque el doctor parece que viajaba mucho entonces... Aho- ra... me acuerdo que, hará cosa de un mes, he preguntado ala duquesa de Lucenay si habia reci- bido noticias del doctor Polidori , y me respondió con algún embarazo qi^^ hacia mucho tiempo que no habia oido hablar de él , que ignoraba su para- dero , y que algunos decian si se habia muerto... Es muy estraño dijo Rodolfo acordándose de la visita de la duquesa de Lucenay al charlatán Bradamanti. ¿Luego conocéis á ese hombre, monseñor? , por desgracia mia... Pero os rue- go que prosigáis ; ya os diré en otra ocasión quien es Polidori... ¿Quién? ¿ese médico que?... De- cid mas bien ese hombre cubierto de los crímenes mas odiosos. ¡ De crímenes ! exclamó con asombro la marquesa : ¡ ha cometido crímenes ese hombre... el amigo de madama Roland... el mé- dico de mi madre I i y mi madre ha muerto en sus manos al cabo de algunos dias de asistencia!... ¡ Ahí monseñor, luego mi presentimiento no me ha engañado... ¿Vuestro presentimiento? Sí... ha- ce un rato que os he hablado del horror que me inspiraba ese médico que nos habia proporcionado madama Roland... pero no os he dicho todo lo que sentía, monseñor...

¿Pero qué mas hay? Temo acusar á un

CLEMEPTTINA DE HARVILLK. 207

inocente y ceder con demasiada lijereza á la amar- gura de mi dolor. Pero 'nada os callaré, monse- ñor. Hacia cinco dias que duraba la enfermedad de mi madre y que yo la velaba , cuando una noche subí á la azotea de nuestra casa para res- pirar el aire libre. Al cabo de un cuarto de hora volví á bajar, y al entrar en un corredor oscuro, á favor de la débil luz que salia por la puerta del cuarto de madama Roland, vi salir al doctor PoUdori acompañado de esa mujer. Como todo es- taba á oscuras no sospecharon que alguien podría oírlos, y madama Roland dijo en voz baja algu- nas frases que no he podido percibir. El mé- dico respondió en voz inteligible estas solas pala- bras: Pasado mañana; y como madama Roland le bablase otra vez en voz baja . el doctor volvió á responderle en un tono singular : pagado ma- ñana; os digo que pasado mañana. ¿Pero qué significado tenían esas palabras ? ¿ Qué signifi- caban , monseñor ? El miércoles por la noche el doctor Polídorí decía pasado mañana... y el vier- nes... murió madre... ¡Horrendo! ¡oh I... Después de este trance funesto me condujeron á la casa de unas parientas, que sin atender á la reserva debida á edad, me dijeron francamente los motivos que yo tenia para aborrecer á madama Roland , haciéndome ver la ambiciosa esperanza que aquella mujer debia concebir después de la muerte de mi madre. Entonces he conocido lodo lo que mi madre había debido padecer, y asi es que la primera vez que volví á verá mi padre, mi corazón se llenó de amargura: venia á buscarme para conduoirme á la Norma ndía , en donde de- bíamos pasar el primer lulo. Por el camino me dijo, sin transición ni rodeos y como si fuese una cosa muy natural, que, por hacernos merced á él y á

Í208 LOS MISTERIOS DE PARls.

, madama Roland consentía en encargarse de la dirección de la casa y en ser mi amiga y direc- tora.

Cuando llegamos a Aubiers (que así se llama la posesión de mi padre) la primera persona que nos salió al encuentro fué madama íloland, que había ido á establecerse allí el mismo dia en que murió mi madre. A pesar de su aire de humildad y gazmoñería, dejaba entrever una alegría triun- fante y poco disimulada. Nunca olvidaré la mirada irónica y maliciosa que me dirigió al recibirme; me pareció que quería decirme : « Aquí soy yo la dueña , y la forastera. » Pero aun me esperaban tósigos de otra naturaleza, porque ya fuese por una falta imperdonable de buen tacto, ó bien por una impudencia insultante, madama Roland se había instalado en el mismo cuarto de mi madre. Llena de indignación , quéjeme á mi padre de esta falta de respeto á la memoria de su esposa, y me respondió en tono muy severo que esto debía sorprenderme tanto menos, porque era indispen- sable que me fuese acostumbrando á respetar á madama Roland como á mi segunda madre. Díjele que esto sería profanar un nombre sagrado, y á riesgo de enojarlo no perdía ocasión de manifes- tarle mi odio a madama Roland", de suerte que muchas veces se irritaba hasta el punto de re- prenderme delante de aquella mujer. Echábame en oera mi ingratitud y el desvío con que trataba al ángel que para nuestro consuelo nos había en- viado la Providencia, ün dia al oír esto no pude menos de decirle: «Señor, podrá serlo para vos, mas no para mí;» por lo cual me trató con aspe- reza. Madama Roland intercedió por con voz hipócrita y compungida. « Sed mas indulgente con (Clementina , » dijo; (el dolor que le causa la me-

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moria de la recomendable persona cuya pérdida sentimos lan amargamente, es tan natural y lau- dable que merece nuestra indulgencia, y no de- bemos quejarnos de ella por injustas que sean sus sospechas. » « ¡ Qué tal ! » me decia mi padre seña- lando con admiración á madama Roland ; «ya la oyes; ya ves su candor y su generosidad. ¡Im- prudente I pídela, pídela perdón.» «Mi madre me ve y me oye... y no me perdonaría tal infamia.) respondí á mi padre, y salí al punto de la habi- tación dejándolo ocupado en consolar á madama Roland y en enjugar su fingido llanto... Perdonad, monseñor, que haya hablado tanto de estas pueri- Jidades; pero es el único modo de daros una idea . de mi situación en aquella época.

Me parece que estoy presenciando esas es- cenas dolorosas.. ¡En cuantas familias se habrán reproducido, y en cuantas se reproducirán toda- vía!... ¿Pero en qué categoría ha presentado vuestro padre en el pais á madama Roland ? Como mi instructora y mi amiga... y de ese modo era considerada.

¿ Vivia retirado ? A excepción de algunas visitas de vecindad y de negocios , no veíamos á

nadie. Mi padre, dominado por su pasión y ce- diendo á las instancias de madama Roland , dejó el luto que llevaba por mi madre antes tres me- ses, so pretesto de que el luto debia llevarse en el corazón... El desvío y frialdad con que me tra- taba se fué aumenlando de dia en dia , y llegó ' por fin á mirarme con tal indiferencia, que me permitia una libertad excesiva para una joven de mi edad. A la hora de almorzar era cuando lo veía , y en seguida se retiraba á su cuarto con madama Roland que le servia de secretaria para su correspondencia.: salia luego con ella en coche

210 LOS MISTERIOS^ DE parís.

Ó á pié , y no volvia á la casa hasta una hora antes de comer. Madama Roland se adornaba co:i el mayor esmero, y mi padre se vestía con un cuidado extraordinario en un anciano de su edad: recibia á veces después de comer á las personas que no podía menos de admitir, jugaba después al chaquete hasta las diez con Madama Roland, la daba en seguida el brazo para acompañarla al cuarto de mi madre , y luego se retiraba. Yo podía dis- poner del día á mi voluntad , ya saliendo á ca- ballo con un criado, ó ya dando largos paseos por el parque inmediato á la casa. A veces me entre- gaba á la melancolía y no rae presentaba á la hora de almorzar; pero mi padre no se inquietaba por mi ausencia. ¡Qué olvido... qué abandono tan singular ! Habiendo encontrado una vez á uno de nuestros vecinos en el bosque por donde solía pasear á caballo, renuncié desde entonces á estos paseos y no volví á salir del parque inme- diato á la casa. ¿Y qué trato os daba esa mujer cuando quedabais sola con ella? Evitaba como yo esa clase de encuentros. Una sola vez, aludiendo á ciertas palabras duras que le habia dirigido la víspera, me dijo con frialdad: «Miradlo que ha- céis: queréis esgrimirla conmigo y vais á quedaros en la demanda, o «Como mi madre ¿es verdad?» la dije: o lástima que no tengáis aquí al doctor Polidori para que os dijese que sería... pasado ma- ñana.))— ¿Y que os respondió cuando la recor- dasteis esas palabras del italiano? Encendiósele primero el rostro, mas dominando luego su emO' cion rae preguntó qué quería decir: «Cuando es- téis á solas, o la respondí, «preguntádselo á vuestra conciencia , y lo sabréis. » Poco tiempo después tuvo lugar una escena que decidió, por decirlo así, de mi suerte. Entre el gran número de retratos de

CLEMENTINA DE HARVILLE. 211

familia que adornaban la sala en donde nos reu- níamos por la noche , se hallaba el retrato de mi madre, el cual desapareció un dia. Habían co- mido con nosotros dos vecinos, uno de los cuales, llamado M. Dorval , notario del distrito, habia mirado siempre con extraordinario respeto y ve- neración á mi madre. « ¿ En dónde está el retrato de mi madre ? » dije yo á mi padre al entrar en el salón. « La presencia de ese cuadro me afligía,» me respondió sobrecogido indicándome con una seña que habia delante personas extrañas. «¿Pero en dónde han puesto el retrato de mi madre volví á preguntar ; y dirigiéndose entonces á ma- dama Roland , la dijo con un movimiento de impaciencia. «¿En dónde has puesto el retrato?» » En el guardamuebles, » repuso ella, y me dirijió una mirada de desafío, creyendo que la presencia de los huéspedes me impediría responderla. «Ya sé, señora, « la dije , « que la memoria de mi ma- dre debe seros muy desagradable ; pero no es esa una razón para qne releguéis al desván el retrato de una persona , que cuando erais desgraciada os hizo la caridad de admitiros en su casa. » ¡Muy bien I... dijo Rodolfo Con ese golpe maestro debió quedar petrificada. « / Señorita ! » ex- clamó mi padre, « mirad que esta señora ha cuidado y cuida aun de vuestra educación con un desvelo maternal... tened presente que sus virtudes me merecen un respeto afectuoso... y ya que os tomáis la libertad de hablar con esa imprudencia delante de personas extrañas , os digo que los in- gratos son aquellos que olvidando la ternura y el cuidado de que han sido objeto, se atreven á in- sultar el noble infortunio de una persona digna de ser amada...» « No me atreveré á discutir con vos este asunto, papá, » dije con voz sumisa. «¡Acaso

212 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

tendré yo mejor fortuna que él 1 » gritó madama Roland llena de cólera y abandonando esta vez su acostumbrada prudencia. « Acaso me haréis el fa- vor de confesar que lejos de deber el mas mínimo favor á vuestra madre , solo debo acordarme del desvío y del desprecio con que me ha tratado siempre : y si bien es cierto que he vivido en su casa, ha sido contra su gusto y voluntad.» « ¡ Ah , señora ' » la dije interrumpiéndola , « por respeto á mi padre , por v^ergüenza , por lo que os debéis á vos misma... no hagáis revelaciones tan deshonrosas... Me arrepiento de haberos ex- puesto á proferir una confesión tan baja y degra- dante...» — i Muy bien ! ¡ cada vez mejor / ex- clamó Rodolfo. La disteis un suplicio completo. ¿Y ella qué respondió? Puso fin al coloquio por un medio muy vulgar, pero muy cómodo: apenas oyó mis ultimas palabras, cuando exclamó: « ¡ Dios mió ! j Jesús me valga ! » y se desmayó. Gracias al patatús de madama Roland , salieron de la sala los dos testigos de esta escena con pro- testo de ir á buscar socorro, y yo me fui tras ellos, mientras que mi padre asistía á madama Roland con maravilloso apresuramiento. /Con qué enojo os hablaría vuestro padre cuando volvi6 á veros I Al día siguiente por la mañana vino á mi cuarto y me dijo: « Para que en lo sucesivo no se repitan escenas tan desagradables como la de ayer, os declaro que luego que haya espirado el tiempo riguroso de mi luto y del vuestro, me casaré con madama Roland. Desde hoy tendréis que mirarla con la atención y respeto debidos.,, á mi mujer. Por razones particulares es indispen- sable que os caséis antes que yo ; la herencia de vuestra madre asciende á un millón de francos, que serán vuestra dote. Be^de este momento tra-

CLEMENTISA DE HARVILLE. 213

taré sin descanso de proporcionaros un enlace conveniente, y me informaré de varias proposicio- nts que me han sido hechas.

Desde entonces he vivido enteramente aisla- Jada, pues solo veia á mi padre á las horas de co- mer que pasaban en profundo silencio. Mi vida era tan triste que solo aguardaba el momento en que me propusiesen cualquier marido para aceptarlo in- mediatamente... Madama Roland habia desistido de hablar mal de mi madre, pero se desquitaba ha- ciéndome padecer un suplicio incesante: para exas- perarme mas, se servia de las cosas que hablan pertenecido á mi madre , tales como su silla de bra- zos, su bastidor, los libros de su biblioteca, una pantalla bordada por mi mano y en la cual se veia su cifra... Todo lo profanaba aquella mujer... Concibo el horror que debian causaros tales profa- naciones. — Y como la soledad contribuía á au^ mentar mi dolor... ¿Y no teníais alguna persona de confianza?... Ninguna... Sin embargo he reci- bido una prueba de interés, qne he agradecido: es- ta prueba me la dio M. Dorval , anciano y honrado notario á quien habia hecho mi madre algunos ser- vicios, y el cual habia sido uno de los testigos de la escena en que yo habia tratado con tanta aspe- reza á madama Roland. Como según la orden de mi padre no podia yo bajar á la sala cuando habia en ella alguna persona de afuera, no habia vuelto á ver á M. Dorval; pero un dia que me paseaba en el parque como tenia de costumbre, se acercó á mi con aire apesarado y misterioso, y me dijo con gran sorpresa mia: «Señorita, temo que me halle aquí el señor conde: leed esa carta y quemadla en seguida ; es de la mayor importancia para vos , » y desapareció. En la carta me decia que se trataba de casarme con el marques de Harville; que este

2li LOS MISTF.RIOS DE PARÍS.

partido era conveniente por todos estilos, que respondía de las buenas prendas del marques; que era joven, rico, de talento distinguido y de buena figura; pero que dos jóvenes con quienes ha- bía estado para casarse succesivamente, habían ro- to sus relaciones con él de un modo tan repentino como inopinado... El notario no podía decirme el motivo de este desenlace , aunque creía que estaba en el caso de ponerlo en mi conocimiento , creyen- do sin embargo que nada de todo esto fuese perju- dicial al marques de HarvíUe. Las dos jóvenes re- feridas eran hijas , la una de M. Beauregard , par de Francia, y la otra del lord Dudley. M. Dorval me decía que había resuelto hacerme esta confianza porque mi padre parecía no dar bastante importan- cia á las circunstancias que me indicaba , lleva- do del impaciente deseo que tenia de verme ca- sada.

En efecto dijo Rodolfo después de un mo- mento de reflexión ahora me acuerdo que vues- tro marido me participó, en el intervalo de un año dos proyectos de casamiento, que cuando esta- ban para realizarse se rompieron inopinadamente según me escribía , por ciertas diferencias de ín- teres...

La marquesa de Harville sonrió con amargura, y dijo :

Lyego sabréis la verdad , monseñor. Desde que leí Ta carta del notario, se apoderó de una cu- riosidad y una inquietud indecibles. ¿Quién seria el marques de Harville , pues mi padre nada me había hablado de él , ni yo me acordaba de haber oído jamas su nombre? Pocos días después salió pa- ra París madama Roland, con grande asombro mío. Aunque su viaje no debía durar mas que ocho dias, esta separación momentánea causó la mayor

CLEMENTINA DE HARVILLE. 215

pesadumbre á mi padre , encrudeció mas y mas su carácter y aumentó la frialdad con que ya rae tra- taba. Un dia preguntándole yo como se hallaba, me dijo; « Padezco mucho, y tu eres la causa» «¿Yo la causa, señor?» «Sí. Ya sabéis, señorita, que no puedo vivir sin la compañía de madama Roland, y esa admirable miijer á quien habéis ultrajado, ha tenido que hacer, solo por vuestra conveniencia un viaje que la separa de mi lado. » Esta prueba de interés que por mi tomaba madama Roland me hizo estremecer , y por un instinto vago creí que se tra- taba de mi casamiento. Podréis imaginar, monse- ñor, cual seria el gozo de mi padre cuando volvió de Paris mi futura madastra. A la mañana siguiente me llamó á su cuarto, en donde se hallaba solo con ella. «Hace mucho tiempo,» me dijo, «que pienso en tu colocación. Tu luto se acabará dentro de un mes, mañana llegará aquí el señor marqués de Harville, joven muy distinguido , muy rico y ca- paz de asegurar tu felicidad. Te ha visto en Paris, desea tu mano, y se halla arreglada ya la cuestión de intereses ; por manera que solo depende de el que os caséis antes de seis semanas. Si por un ca- pricho que no quiero imaginar, rehusas un partido tan ventajoso como inesperado , yo me casaré de todos modos, según tengo resuelto, luego que mi luto haya espirado. En tal caso debo declararte ^ue solo podré consentir tu presencia en mi casa si te obligas á tratar á mi mujer con el amor y el respe- to que se merece. » « Ya os entiendo , señor , le res- pondí. «Sino me caso con el marqués de Harville, os casaréis vos; y entonces no habrá ningún incon- veniente para que yo me retire al Sagrado Corazón « Ninguno , » me repuso con frialdad.

¡Ohl eso no puede atribuirse á debilidad; ¡eso es crueldad I... exclamó Rodolfo. ¿Que-

216 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

reís saber, monseñor, porqué no he conservado el menor resentimiento contra mi padre? porque una especie de previsión me decia que llegaria á pagar muy cara la ciega pasión que le Labia ins- pirado madama Roland... Y, gracias al Señor, ese dia no dejará de llegar... ¿No le habéis dicho nada sobre esos dos enlaces, rotos por las familias á que habia querido unirse el marques ? Sí... En el mismo dia he suplicado á mi padre que me conce- diese un rato para hablarle á solas. Madama Roland se levantó precipitadamente y salió de la habitación «No tengo el menor inconveniente para aceptar la unión que me proponéis, » le dije ; « pero no debo ocultaros que habiendo estado dos veces para ca- sarse el marques de Harville...» a Bueno, bueno, ya , » me repuso interrumpiéndome ; « ya lo que quieras decir. Eso ha sido por ciertas cuestiones de intereses , las cuales no han perjudicado en lo mas mínimo la delicadeza del marques de Harville. Si no tienes otro inconveniente que oponer, ya puedes considerarte casada con él... y felizmente casada, porque yo no quiero mas que tu felicidad. » Ese casamiento debió haber llenado de satisfacción á madama Roland. ¿ Satisfacción? ya lo creo, mon- señor — dijo con amargura Clementina ; porque esta unión era obra suya. Habia inspirado á mi pa- dre la primera idea de este enlace... Sabia la ver- dadera causa del rompimiento de los dos que antes habia proyectado el marques , y ahí está el motivo porque se empeñaba en que me casase con él. ¿ Pero qué motivo ? Queria vengarse de mi en- tregándome á una suerte espantosa... Pero vues- tro padre... Confiado en madama Roland, creyó en efecto que los proyectos del marques de Harvi- lle se habian deshecho por cuestiones de interés...

CLEM ENTINA DE HARVILLE. 217

¡Qué trama horrible I... ¿Pero esa causa mis- teriosa ?...

Luego lo sabréis, monseñor. Llegó por fin á Aubicrs el marques de Harvüle : sus modales , su producción y su figura me agradaron ; la bondad estaba pintada en su semblante , y su carácter era dulce y benigno, pero algo melancólico. He nota- do en él un contraste que me asustaba y rae agra- daba al mismo tiempo : su talento era grande y cultivado, su fortuna envidiable, y su nacimiento de lo mas ilustre; y sin embargo su fisonomía , de ordinario enérgica y resuelta, expresaba á veces una especie de timidez, de abatimiento y de descon- fianza de mismo que me interesaban sobremane- ra. También me gustaba la benignidad extraordi- naria con que trataba á un ayuda cíe cámara anciano que lo habia criado, y por el cual era exclusiva- mente servido. Algún tiempo después de su llegada estuvo enfermo en su cuarto por espacio de dos dias, y habiendo querido mi padre visitarlo, se opuso el ayuda de cámara, prelestando que su amo padecia una violenta jaqueca y que no podia reci- bir á nadie. Cuando de Harviíle volvió á presen- tarse estaba pálido y decaido , y después de este lance manifestaba una especie de impaciencia y pe- sadumbre cuando le hablaban de la indisposición que habia sufrido. Por mi parte cuanto mas conocía al marques , tanto mas me gustaban sus cualidades parecíame que su modestia era tanto mas laudable porque tenia muchos motivos para creerse feliz. Convenida por último la época de nuestro enlace, solo pensaba en proyectos de futura felicidad y especialmente de la mia. Si alguna vez le pregun- tana por la causa de su melancolía, me hablaba de su padre y de su madre , y rae decia que si vivie- sen seria incomparable su dicha al verlo casado de

218 LOS MISTERIOS DE P^RIS.

un modo tan conforme con su deseo ; de modo que yo tenia que desistir de mi curiosidad en fuerza de tan amables digresiones. El marques habia adivi- nado la naturaleza de las relaciones que antes babia tenido yo con madama Roland y con mi padre, aunque este, al ver que mi casamiento aceleraba el suyo, me trataba entonces con una bondad sin igual. De Harville me insinuó en varias ocasiones con el mejor tacto y delicadeza , que mis pasados dis- gustos aumentaban el amor que me tenia. Con este motivo le be bablado del casamiento de mi padre y del cambio que esta unión dcbia producir en mi fortuna ; pero él no me dejó concluir y manifestó el mas noble desinterés. \ Que viles , decia yo , deben ser esas familias que no pueden convenirse con un bombre tan liberal en punto á intereses! Así lo be conocido siempre dijo Rodolfo lleno de bondad, de generosidad y de pundonor... ¿ Pero no le babeis bablado nunca de sus dos proyectos de casamiento ? Confiefo , monseñor , que varias veces se me ba ocurrido esa pregunta al ver su carácter tan bueno y tan leal... pero reflexionando luego que podia ofender esa misma bondad y esa misma lealtad, me abstuve de comprometerlo á hacerme ninguna declaración... Cuanto mas se acer- caba el dia de nuestra unión, tanto mas dichoso pa- recía de Harville... á pesar de que en dos ó tres ocasiones lo he visto sumergido en una profunda tristeza. Un dia lo vi con los ojos arrasados de lá- grimas, y al observar la expresión de su semblante cualquiera diría que deseaba confiarme un secreto importante, pero que no se atrevía... Ocurrioseme entonces la rotura de sus dos casamientos , y con- fieso que rae he estremecido involuntariamente. Un presentimiento secreto me advertía que en aquel iriisterio estaba cifrada la felicidad de toda mi vida..

CLEMENTINA DE HARVlLLE. ^19

pero era tal mi deseo de salir de la casa de mi pa~ dre, que su vehemencia acalló todos mis temores ¿No os dijo nada el marques? Nada... Cuan- do á veces le preguntaba la causa de su melanco- lía, solia responderme: « Por dichoso que sea, pa- rezco siempre triste. » Estas palabras pronuncia- das con un tono afectuoso disipaban mis recelos... y ademas ¿como me atrevería yo á manifestarle una sospecha injuriosa acerca de lo pasado , en el momento que sus ojos estaban arrasados de lágri- mas? Los testigos del marques de Harville, que eran el duque de Lucenay y el vizconde de Saint Kemy, llegaron á Aubiers algunos dias antes de mi boda, á la cual fueron convidados mis parientes mas cer- canos. Acabada la misa debíamos salir para Paris... No era amor lo que me inspiraba de Harville , sino un vivo ínteres , una estimación afectuosa , y á no ser por lo que sobrevino después de esta fatal unión, sin duda me hubiera unido á él un sentimiento mas tierno. . Por fin nos casamos...

Perdió el color Clementina al decir estas pala- bras, faltóle por un momento la resolución, y por ultimo continuó:

Luego que nos desposamos , mi padre me es- trechó entre sus brazos. Madama Roland me abrazó también , y como habia delante tantas personas no he podido librarme de su hipócrita demostración: con su seca y blanca mano me apretó la mía hasta hacerme daño, y rae dijo al oido con una voz pér- fida y melosa estas palabras que no olvidaré jamas: « Acordaos de mi en medio de vuestra felicidad, porque soy yo guien ha hecho vuestro casamiento. » ¡ Ah ! ¡ qué lejos estaba entonces de conocer el ver- dadero sentido de estas palabras ! A las once nos casamos y pocos momentos después entramos en el coche y nos pusimos en marcha con una doncella

220 LOS MISTERIOS DE PARÍS. *

mia y el ayuda de cámara de mi marido : viajába- mos con tanta rapidez , que antes de las diez de la noche debíamos llegar á París. Confieso que el si- lencio y la melancolía de Harville rae hubieran sor- prendido si no supiese ya , por lo que él me habia dicho, que tenia una alegría triste. Por otro lado, yo me sentia también muy conmovida , pues era la primera vez que venia á París desde la muerte de mi madre, y llegaba sola con mi marido, á quien solo había conocido por espacio de seis semanas y el cual no me habia dicho hasta la misma víspera una sola palabra sin la formalidad mas respetuosa. Acaso no me mira con bastante atención el temor <jue nos causa ese cambio repentino de tono y de maneras, que se observa en los hombres de mejor educación , desde el momento en que les pertene- cemos... No se hecha de ver que una joven no puede olvidar en algunas horas la timidez y los escrúpulos propios de su edad y de su sexo. Nada me ha parecido jamas tan bárbaro y salvaje dijo Ro- dolfo — como esa costumbre de apoderarse brutal- mente de una joven cual si fuera una presa , siendo asi que el matrimonio debiera considerarse como la consagración del derecho de emplear todos los recur sos del amor y todos los halagos de la ternura para hacerse amar. Ya veo que comprendéis , mon- señor , el vago terror con que he entrado en París, en donde apenas hacia un año qne habia muerto mi madre Llegamos por fin á la casa de Harvüle...

Al llegar aqui fué tal la agitación de la marque- sa , que su rostr.o se cubrió de una ardiente sufusion, y dijo con voz alterada :

Sin embargo, es preciso que lo sepáis todo... porque sino... os parecería muy despreciable.... ¡ Pues bien I añadió con una resolución desespe- rada — me condujeron á la habitación que me te-

CLEMENTlPíA DE HARVILLE. 221

nian destinada... y me dejaron sola... Al cabo de una hora entró mi marido... Hube de morirme de terror... los sollozos me sofocaban .. pero era suya y... tenia que resignarme... En esto mi marido dio un grito borribie, me agarró por un brazo con tal violencia que creí que me lo rompia... en vano intenté librarme de aquella tenaza de bierro... im- plorar su piedad era inútil... porqué no meoia...su rostro estaba agitado por espantosas convulsiones... sus ojos se revolvian en las órbitas con una rapidez que me fascinaba... ecnaba por la boca una espuma ensangrentada... y cada vez me apretaba mas el brazo... Hice un esfuerzo desesperado... soltó por fin mi brazo... y caí desmayada en el momento en que de Harville se debatía en un borribie parasis- mo de su mal... Esa fué mi noche de boda, monse- ñor ¡ Esa fué la venganza de madama Roland I ¡Desgraciada criatura I dijo Rodolfo enternecido ahora comprendo su mal... ¡epiléptico! ¡Oh maldita sea aquella noche fatal! dijo Clementi- na con una voz que desgarraba el corazón mi bija mi inocente bija ha heredado esta espantosa enfermedad... ¿Vuestra bija... también? ¿Será posible? ¿su palidez... su debilidad?... Sí, mon- señor... / Dios de misericordia !... Ese es su mal; y los médicos lo creen incurable... porqué es here- ditario.

La marquesa cubrió el rostro con las manos: ago- biada por la revelación que acababa de hacer no tuvo valor para añadir una sola palabra.

Rodolfo guardó silencio.

Su imaginación se confundía pensando en los misterios de aquella noche cruel...

Figurábase en su mente á Clemenlina triste y abatida al volver á la ciudad en donde habia muerto su madre ; la veia llegar á una casa des-

T. II. lo

222 LOS .MISTERIOS DE PARÍS,

conocida, soia con un hombre á quien profesaba alguna estimación , pero ningún amor , ninguno de esos afectos que turban deliciosamente el espíritu, que embriagan el corazón de una mujer j la hacen olvidar su púdico temor en medio de los rapios de una pasión legítima y correspondida... No; Cle- mentina llegó sumergida en mas negro dolor: llegó triste, con el corazón helado, la frente cu- bierta de rubor y los ojos anegados en llanto... Se resignó, és verdad; pero en lugar de oir palabras de agradecimiento, de amor y de ternura que la consolasen y la hiciesen conocer la felicidad que habia dispensado... vio rodar á sus pie's un hom- bre frenético que se retorcia, y espumaba, y rugia como una bestia feroz en medio de las horribles convulsiones de una enfermedad incurable!...

Su hija también, la hija de su corazón heredó al nacer el espantoso mal de su padre...

Esta dolorosa revelación inspiró á Rodolfo crue- les y amargas reflexiones. Tal es la ley de este país,- decia para sí. Una joven hermosa y pura , víctima leal y con- fiada de un funesto disimulo , une su destino á un hombre que padece una enfermedad espantosa, una herencia fatal que debe transmitir á sus hijos. La desgraciada descubre este horrible misterio... ¿ Qué puede hacer para salvarse? Nada.

Nada mas que padecer y llorar ; nada mas que dominar su disgusto y su horror... vivir sumida en el terror y la amargura... buscar acaso un consuelo criminal fuera del círculo de angustia y desolación en que la han encerrado.

Estas leyes singulares, decia Rodolfo, obligan á uno á hacer comparaciones vergonzosas y degra- dantes para la humanidad...

CLEMENTINA DE HARVILLE. 223

Según oslas leyes ^los animales parecen supe- riores al hombre por el esmero con que se les cria y se procura mejorarlos , y por la seguridad y pro- tección que se les dispensa... Así es que si compra- mos un animal , y después de cerrado el contrato descubrimos en él alguno délos males ó alifafes seña- lados por ley... ia venta es nula, ¡Véase sino qué in- dignidad y qué crimen de lesa sociedad , obligar á un hombre á quedarse con un animal que tose de cuando en cuando, que da cornadas ó que cocea! Es un escándalo, un crimen , una atrocidad sin igual, i Verse uno obligado á conservar por toda la vida un caballo que tiene muermo , un buey que da cornadas, ó un pollino que cojea ! ¿Qué espan- tosas consecuencias no puede traer esto consigo pa- ra la humanidad entera ?.,. Así es que no hay en tales casos contrato que sirva , ni palabra que deba cumplirse... porque la ley omnipotente releva de toda obligación al engañado...

Pero si se trata de una criatura hecha á imagen de Dios, de una joven que, unida con lealtad y buena a un hombre que creyó sano hasta el dia de su boda, descubre al otro dia que es epiléptico, que padece una enfermedad de espantosas consecuen- cias morales y físicas ; una enfermedad que puede introducir el odio y la aversión en la familia, per- petuar un mal horrible y viciar generaciones ente- ras... entonces esta ley tan inexorable con respecto á los animales que cojean , cornean y tosen , esta ley tan previsora que no permite que un caballo lisiado sirva para la reproducción., esta ley se guarda bien de librar A la víctima humana de sc- mejante unión...

Sus lazos son sagrados, indisolubles ; y el rom- perlos ó desatarlos seria ofender á Dios y á los hombres.

22Í LOS MISTERIOS DE PARTS.

A la verdad— se decia Rodolfol el hombre se entrega á veces á una humillación muy vergonzo- sa, y se deja llevar otras de un egoismo y de un orgullo detestables... Hácese inferior á la bestia confiriéndola garantías que se niega á mismo ; y consagra y perpetúa las enfermedades mas terri- bles, poniéndolas bajo la protección é inmutabili- dad de las leyes divinas y humanas.

Rodolfo vituperaba al marqués de Harville , pe- ro se propuso disculparlo á los ojos de Clementina, aunque estaba convencido de que según las revela- ciones de esta el marques habia perdido para siem- pre su corazón. Después de una larga serie de re- flexiones, Rodolfo vino á hacerse á mismo los cargos siguientes: el deber me ha obligado á ale- jar de mi una mujer á quien amaba... y que acaso me correspondió. Ya fuese por el vacío en que se hallaba su corazón , ó por conmiseración, creyen- do ciegamente en la desgracia de un fatuo, estuvo á punto de perder su honor y aun la misma vida. Si en lugar de alejarme de ella la hubiera consa- grado mi atención, mi amor ó mi respeto, mi re- serva hubiera puesto á salvo su reputación, y su marido no hubiera llegado á concebir la mas leve sospecha ; al paso que ahora se halla á la merced de un necio como Carlos Robert , que sin duda será tanto menos reservado y discreto, cuanto mayores son los motivos que tiene para serlo. ¿Y quién sa- be, ademas, si el corazón de Clementina permane- cerá desocupado después de los peligros de que ha salido? Joven, hermosa, pretendida, desviada de su marido por una oposición invencible... ¡cuántos peligros , cuantos escollos no encontrará en el cami- no de la vida ! ¡ Qué suerte desgraciada también, flué amargura la de su esposo, celoso y enamorado de una mujer á quien no puede inspirar mas que

CLE3ÍENT1XA DE HARVILLE. 225

desvío y horror desde la primera noche fatal de su casamiento I

Clementina , con la cabeza apoyada en una mano, los ojos arrasados de lágrimas, el rostro encendido y llena de confusión , evitaba las miradas do Rodol- fo y no podía soportar la vergüenza de la revelación que acababa de hacer.

¡Ahí dijo Rodolfo ahora comprendo la tristeza del marques de Harville... Aliora veo la causa de su eterna pesadumbre... ¡Pesadumbre! exclamó Clementina decid mas bien de su re- mordimiento , monseñor... si fuera capaz de sen- tirlo.... porque jamas se ha podido meditar ni cometer con mas frialdad un crimen de tal natura- leza...— ¡Señora'... ¡ un crimen/... ¿Y qué nom- bre daréis , monseñor, á un hombre que viéndose acometido de una enfermedad incurable que solo puede inspirar espanto y horror, se une con lazos indisolubles á una criatura sin edad ni experiencia, que se entrega á él confiada en su honor? ¿Qué nombre daremos al que sabe que los hijos que ten- ga de esta unión serán inevitablemente tan des- p-aciados como él? ¿Quién obliga al marques de Harville á sacrificar dos víctimas inocentes? ¿Aca- so una pasión ciega é insensata ?... No, seguramen- te... se ha prendado de mi nacimiento , de mi for- tuna y de mi persona... y determinó casarse porque le gustaron mis circunstancias , y porque se habia cansado de vivir soltero... A lo menos, señora, compadecedlo. ¡Compasión !... ¿Sabéis , monse- ñor, quien la metece?... mi hija... esa de^^íracia- da víctima de nuestra espantosa unión. ¡Ir.feliz ! ; cuantos dias , cuantas noches crueles me ha cos- tado esa inocente criatura !... ¡Cuántas lágrimas me ha hecho derramar su dolor!... ¡Pero su padre súfrelos mismos dolores sin merecerlos!... Pero

826 LOS .MISTERIOS DE P¿R1S.

SU padre es quien la ha condenado á una niñez en- fermiza, á una juventud niarchila , y, si vive á una vida aislada y melancólica... porque jamas se casará. ¡ Oh ! no , la amo demasiado para exponerla á que llore un dia la suerte miserable de sus hijos, como yo lloro la suya... Esta traición me ha hecho padecer demasiado, y jamas seré culpable ni cóm- plice de una traición semejante... Tenéis razón, señora... la venganza de vuestra madrastra ha sido horrible... Paciencia, .acaso litigará también el dia de vuestra venganza... dijo Rodolfo después de un momento de reflexión. ¿Qué queréis decir, monseñor? preguntó Clementina asustada por la cadencia enfática de la voz de Rodolfo. Casi siem- pre he tenido la dicha de ver castigados... sí, cruel- mente castigados á todos los malos que he conoci- do—añadió con un tono que hizo extremecer á Clementina. ¿Pero qué os dijo vuestro marido al otro dia de esa noche fatal ? Me ha confesado con maravillosa tranquilidad que las familias á quienes habia querido unirse, habian descubierto el secreto de su enfermedad y roto por consiguien- te los dos enlaces... y sin embargo de haber sido desechado dos veces... quiso todavía... ¡ oh ! no tie- ne disculpa ; jes una infamia I... Y el mundo lla- ma á estas personas í aballeros bien nacidos y de honor... A pesar de vuestro admirable genio na- tural, sois á veces tan cruel, marquesa... Soy ciuel porque he sido infamemente engañada... Va que de Harville conocia mi bondad, ¿porqué no me ha descubierto su pecho y no rae ha revelado la verdad?

Entonces no le hubierais dado vuestra mano. Esa palabra le condena, monseñor; si existió ese temor, su conducta ha sido una traición abomina- ble.— ¡Pero os amaba! ¿Y porque me amaba

CLEMENTiNA DE HARVILLE. 227

debia sacrificarme á su egoísmo?... Estaba lan ator- mentada, era tal el aiisia con que deseaba dejar la casa de mi padre , que hubiese sido franco con- migo , acaso hubiera ganado mi consentimiento en vista de la reprobación y del fatal aislamiento eii que se hallaba condenado á vivir... Sí, al verlo lan leal y tan desgraciado, quizá no hubiera tenido valor para negarle mi mano; y una vez aceptado de este modo el deber de sufrir las consecuencias de mi vo- to, las hubiera sobrellevado con valor y resigna- ción. Pero haber querido comprometer mi piedad y mi interés hacia él poniéndome antes bajo su de- pendencia , y exigir este interés y esta piedad á nombre de los deberes de mujer propia, ¿y quién?., ¡un hombre que para conseguirlo ha faltado á los deberes del honor... eso es una bajeza infame, una locura! ¡Considerad ahora, monseñor, cual será mi vida , y cual habrá sido mi cruel desengaño 1 Me he confiado en la lealtad del marques deHarville, y me ha engañado indignamente... Su tímida y dul- ce melancolía me ha interesado en su favor; y esa melancolía , que según él era causada por recuerdos piadosos , provenia únicamente de su incurable en- fermedad,,.

Pero al fin, aun cuando fuese una perso- na eslraña un enemigo, sus males merecerian vues- tra compasión : ¡ y sois tan noble tan genero- sa! — ¿Y puedo yo aliviar sus males? Si mi voz fuese oida , si una mirada de gratitud respon- diese á mi mirada enternecida... Pero, ¡ah, monseñor 1 no sabéis cuan espantosas son esas cri- sis en que el hombre nada ve, nada oye, nada siente, y solo sale de su frenesí para entregarse á wn abatimiento intratable. Guando mi hija sucum- ba á uno de estos ataques, nada puedo nacer mas que angustiarme y entregarme á la desesperación, y

228 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

entonces bajo sus bracitos tiesos y enervados por la convulsión... ¡Pero es mi hija !... y cuando la veo padecer así, maldigo mil veces á su padre. Cuando se calman los dolores de esa inocente se mitiga tam- bién mi irritación contra mi marido... entonces sí, entonces me compadezco de él , porque no soy ma- la, y mi aversión se convierte en un sentimiento de piedad dolorosa... ¿Pero me habré casado yo á la edad de diez y siete años para no salir jamás de estas alternativas de odio y de conmiseración , y j>ara llorar la triste suerte de una criatura desgra- ciada, cuya muerte no está acaso lejana? Al ha- blar de mi hija monseñor, no puedo menos de acu- sarme de un delito que acaso no os atrevéis aecharme en cara. Es tan interesante que debiera bastar para ocupar mi corazón, porque la amo ciegamente; pe- ro este amor está mezclado con tanta amargura y tantos temores, que jamás puedo manifestarlo sin lágrimas. Cuando la tengo á mi lado se me oprime el corazón, padezco un tormento indecible y mi espíritu se entrega á la desesperación , porque co- nozco que no hay remedio para su mal incurable. Al verme en esta región de tormentos, en esta at- mósfera siniestra de tempestades sin fin, os lo con- fieso, monseñor, habia imaginado una pasión dulce y consoladora donde pudiese descansar de tanta agitación... Pero ; ah I confieso que me he engaña- do, que he sido engañada indignamente, y vuelvo á entregarme á la existencia dolorosa que me ha pre- parado mi marido. ¿Es esta la vida, monseñor, á que yo podia con derecho aspirar? ¿Soy jo sola culpable de la ofensa que mi marido quiso ha- cerme pagar con la vida esta mañana ? Ya que esa ofensa es grande , y que su gravedad se au- menta al considerarme mala elección. Por fortuna monseñor, lo que habéis oido casualmente á la con-

CLEMKNTINA DE HARVILLE 229

desa Sarah y á su hermano con respecto á M. Car- los Robert , me ahorra el disgusto de hacer esa nueva confesión.,. Después de haberme oido espe- ro á lo menos pareceros tan digna de lástima como de reprobación. No puedo espresaros, marquesa la sensación que me causa vuestro infortunio. ¡Cuan- tos disgustos habéis devorado en silencio, cuántos horrores habéis ocultado de los ojos del mundo, desde la muerte de vuestra madre hasta el naci- miento de vuestra hija!,.. ; Y sin embargo sois tan brillante, tan admirada, tan envidiada!... ¡Ah, monseñor I ¡cuando se padecen ciertas angustias, nada es mas horrible que el oirse llamar feliz ! Seguramente , nada hay mas penoso. Pero no sois vos sola que sufrís ese contraste erUel entre lo que es y lo que se parece... ¿ Porqué , monseñor? Vuestro marido debe parecer á los ojos de todos mas feliz aun que vos,., porque os posee... Y sin embargo es bien digno de compasión. ¿Pcxlrá ima- ginarse una vida mas cruel que la suya ? no hay duda que son graves los males que os ha causado; pero el castigo que sufre es horroroso., os ama como debéis ser amada; y sabe que solo puede inspiraros una aversión invencible... y ve en la enfermedad incurable y en los dolores de su hija una condena- ción perdurable de su conducta... Ademas los celos atormentan sin descanso su espíritu y... ¿Y pue- do yo evitarlo ?... es muy justo el que no le motivo de zelos: ¿perolendria jamas derecho á mi cariño aunque mi corazón no se entregase á otra persona? Ya sabe que no. Desde la escena horroro- sa que os he referido, vivimos separados , auncjue para cumplir con el mundo tengo con él las consi- deraciones que puedo. A nadie he dicho sino á vos, monseñor, una sola palabra de este fatal secreto; y solo á vos mo atrevo á pedir un consejo que á

230 LOS MISTEaiOS DE PARIS.

nadie mas pediría... Si el servicio que os he he- cho, marquesa, mereciese alguna recompensa, me considerarla mil veces pagado con vueslra confian- za. Mas ya que leñéis la bondad de pedirme con- sejos, y me permitís que os hable con franqueza... ;0h, monseñor ! os lo pido de todo corazón.. Permilidmeque osdigaquepor noemplearbien una de vuestras cualidades mas preciosas... dejais de aprovechar grandes placeres, que no solo llenarían el vacío de vuestro corazón, sino que os distrayeran también de vuestros pesares domésticos, satisfarían esta necesidad de emociones vivas y punzantes : y casi me atrevería á añadir dijo el príncipe son- riendo— [perdonad la mala opinión que tengo de las mujeres ) esa inclinación al misterio y á la intri- ga que tanto domina en vuestro sexo. ¿Qué que- réis decir, monseñor ? Quie-ro decir (|ue si qui- sierais divertiros en hacer bien , nada os sería mas grato é interesantes.

La marquesa de Harvill<í miró á Rodolfo sobre- cojida.

Ya comprenderéis añadió que no os ha- blo de enviar con indiferencia, y casi con desden, una abundante limosna á los desgraciados que no conocéis , y que á veces no merecen vuestra cari- dad. Pero si os didrlieseig como yo en itnitar de cuando en cuando á la Providencia, sin duda con- fesaríais que ciertas obras buenas tienen todo el ín- teres de una novela. Nunca habia pensado, mon- señor, en ese modo de considerar la caridad bajo un punto de vista... divertido dijo Glemenlina sonriendo á su vez.

Es un descubrimiento que he debido al hor- ror que me causa todo lo que es fastidioso; horror que especialmente me han inspirado mis confe- rencias políticas con mis mínístios. Pero volviendo

CLKMKMINA DE HARVILLE. 231

á nuestra beneficencia divertida, os digo que no leiigo la virtud de esa genle desinteresada que confia á otros el cuidado de distribuir sus limos- nas. Si se tratase solamente de enviar uno de mis chambelanes á llevar algunos miles de francos á cada distrito de París, confieso con harto dolor que no me gustarla mucho hacer esas caridades; pero hacer el bien del modo (jue yo lo entiendo, es lo mas divertido de! mundo. Y repito esta pa- labra, porque para significa todo lo que agrada; todo lo que recrea el ánimo y cautiva el corazón... Y á la verdad , marquesa , si quisierais ser mi cómplice en algunas intrigas tenebrosas de tista clase, veríais que ademas de lo noble de la acción, nada es mas grato, mas seductor... y aun á ▼eces mas divertido que estas aventuras caritati- vas... Y luego ¡cuantos misterios para ocul- tar el beneficio!... ¡cuantas precauciones para no ser conocido I... ¡que emociones no se esperi- menlan al oir las bendiciones de esas pobres gentes y verlas llorar de gozo I En verdad os digo mar- quesa, que tales escenas valen nmcho mas que el semblante ceñudo de un amante zeloso ó infiel; y cual mas cual menos todos son así... Para que me entendáis mejor, os diré que las sensaciones de que os hablo son por el estilo de las que ha- béis sentido esta misma mañana en la calle del Templo... Vestida con sencillez para no ILunar la atención, saldríais de vuestra casa con el corazón palpitando, y subiríais á un modesto coche, y cerraríais bien las cortinas por no ser vista ; y luego, después de haber mirado con zozobra al rededor para no ser sorprendida, entraríais fur- tivamente en alguna casa de miserable apariencia... lo mismo, en fin , que os habrá pasado esta ma- ñana... La única diferencia que hay de uno ú

232 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Otro caso, es que en este decíais: Si rae descubren soy perdida; y en el olro diríais: rae descu- bren seré bendecida. Pero como tenéis una modes- tia tan adorable... emplearíais los ardides mas pérfidos y diabólicos... para no ser descubierta. ¡Ah, monseñor! exclamó la marquesa de Har- ville enterneci-da ¡me habéis salvado!... No puedo explicaros la esperanza consoladora y las ideas que vuestras palabras me han sugerido. Te- neis razón.,, dedicarse con alma y coiazon á ha- cerse adorar por los que padecen, es ca«¡ ha- cerse amar... ¡No! es mas que amar... Ahora comparo esa existencia que me proponéis con la situación á que me hubiera conducido un error vergonzoso, y conducta me parece mas repren- sible...— Lo siento rnucho dijo Rodolfo son- riendo — porque mi deseo es haceros olvidar lo pasado; y probaros únicamente que hay mil ma- nera? de ocupar el corazón. Los medios de hacer el bien y el mal son con frecuencia los mismos... el fin es el que no guarda semejanza. En una pa- labra, sí el bien es tan atractivo y tan divertido como el mal ¿porqué no lo preferírémog? Voy a haceros , mai'quesa, una comparación muy vulgar: ¿Porqué tienen muchas mujeres por amantes á hombres que valen mucho menos que sus mari- dos? Porque el mayor encanto del amor es el atractivo de la dificultad; privad á ese amor de los temores, de las angustias, de los peligros que lo rodean, y nada quedará de él, ó muy poco; es decir que quedará el amante en su primitÍTO es- tado. Esto viene á ser lo mismo con corta dife- rencia que la aventura de aquel hombre, á quien se preguntó una vez porqué no se casaba con su querida, y respondió: »Ya se me ha ocurrido la idea , pero pensándolo mejor he visto que después

CLEMENTINA DE HARVILLE. 233

no íendria en donde pasar las noches. » Esa es la pura verdad dijo la de Harville sonriendo.

Veamos enlónces; si hallase yo un modo de haceros sentir esos temores , esos pesares y esas inquietudes en que ya os engolosináis sin haberlos prohado; si utilizase vuestra inclinación natural á lo misterioso y á las aventuras, vuestra propen- sión al disimulo y al artificio (ya veis que no puedo disimular mi execrable opinión de las mu- jeres) ¿nollegaria á convertir en calidades ge- nerosas esc instinto imperioso é inexorable , que puede ser útil y benéfico si se emplea bien , pero que será pernicioso y funesto si se emplea mal ?... Vamos claros r marquesa ; ¿queréis que represen- temos los dos una tramoya de maquinaciones ca- ritativas y benéficas? Tendríamos nuestras citas, nuestra correspondencia , nuestros secrí^tos en fin; y sobre todo nos guardaríamos bien del marques, porque debe andar algo figilante con vuestra visita de esta mañana a la familia de Morel. Finalmente; marquesa, si osdecidis com- binaremos una intriga en toda regla.

Acepto con placer y con gratitud, monseñor, esa asociación tenebrosa repuso Clementina, y pa- ra dar principio á nuestro drama, volveré mañana á ver a esos infelices; á quienes no he podido dar hoy mas que palabras de consuelo; porque un niño cojo, aprovechándose de mi turbación, me robó el bolsillo que me habláis entregado. ¡Ah, monseñor

añadió Glementina de cuyo semblante habia de- saparecido la dulce expresión de alegría que la habia animado por un momento \ Si vierais que miseria 1... ¡Que cuadro tan horrible ! No, yo no creia que pudirse existir una miseria tan grande... ¡Y me quejo de mi suerte !... /Y me tengo por des- graciatla !...

23'* LOS MISTERIOS DE PARÍS.

No queriendo Rodolfo nianiTeslará la marquesa la sensación que le babia causado esta prueba del alma generosa de su interlocutora, dijo con tono alegre:

Si no lo lleváis á mal , esceptuaré á la familia de Morel de nuestra piadosa comunidad. Os ruego que dejéis á mi cargo aquellos desdichados, y sobre todo me prometeréis no volver á la triste casa de la calle del Templo... porque vivo en ella.

¡ Vos, monseñor 1... ¿Habláis

Y tan de veras , marquesa... no hay duda que es una habitación muy modesta , que no me cuesta mas que doscientos francos al ano; y ademas seis francos mensuales libre y espontáneamente ofreci- dos á la portera, á madama Pipelet, á aquella hor- rible vieja que conocéis. Mas por via de compensa- ción tengo por vecina á la costureríta mas linda del barrio del Templo á la señorita Alegría ; y conven- dréis conmigo en que para un dependiente de una casa de comercio (porque yo soy dependiente de un comercio) no es pequeña fortuna... Vuestra presencia inesperada en aquella casa fatal me prue- ba que habláis formalmente, monseñor... sin duda os ha conducido allí alguna acción generosa. ¿ Pero qué papel habré de desempeñar yo? ¿á qué buena obra queréis destinarme? A la de un ángel de consolación, y perdonadme la m.ala palabra) á la de un diablo astuto y sutil... porque hay heridas tan delicadas y dolorosas que solo pueden curarlas la mano de una mujer; y hay también desgraciados tan soberbios , tan adustos y tan disimulados , que se necesita una rara penetración para descubrirlos y un encanto irresistible para ganar su conGanza. ¿Y cuando podré ejercitar esa penetración y esa habilidad que queréis atribuirme ? preguntó con impaciencia la marquesa de Harville. Espera

CLEMENTÍNA DE fiARVlLLE. 23.>

que muy pronto tendréis que hacer una conquista digna de vuestro valor ; pero tendréis también que emplear los recursos mas maquiavélicos. ¿En que día me confiareis, monseñor, ese gran secreto?

Vamos, ya empiezan las citas... ¡. Podréis con- cederme el favor de recibirme de aquí á cuatro dias? ¡Tanto tiempo!..» dijo sei c llámente Cle- iiientina. ¿ Y el misterio? ¿y el que dirán? Con- siderad que si nos tuviesen por cómplices descon- fiarian de nosotros; pero acaso tendré que escribi- ros... ¿Quien es aquella mujer de edad que me La llevado vuestra carta ? Él sigilo y la discreción en persona; es una camarera antigua de mi madre.

Entonces la dirigiré mis cartas y os las en- tregará ; y si os dignáis responderme , poned el sobre Al señor Potlolfo , calle de Plamet, Vuestra ca- marera echará las cartas en la estafeta Yo mism;» las echaré, monseñor, cuando salga á dar mis pa-

^ seos á pié. ¿ Salis muchas veces sola y á pié ? Casi todos los dias cuando hace buen tiempo. -7- ¡ A pedir de boca ! Es ufia costumbre que todas las mujeres deberían adoptar desde los primeros meses de casadas Ello es que la costumbre existe ya... con buenas .. y con malas intenciones. ...Es un prece- dente, como dicen los curiales; y asi sucede que andando el tiempo esos paseos habituales no daü jamas motivo á peligrosas interpretaciones... Si yo nubi(S3 nacido mujer (y confieso francamente que había de ser muy caritativa , pero también muy lijera de cascos) , al dia siguiente de mi boda em- pezaría á hacer mis escursiones misteriosas con el aire mas inocente del mundo... Me rodearía inge- nuamente de las apariencias mas sospechosas... y de este modo establecería el precedente de que os he hablado, á fin de poder visitar el dia menos pensa-

236 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

do á algún pobre infeliz.,, ó á algún amante sin inspirar recelos á nadie. ¡ Que perfidia monse- ñor, — dijo sonriendo la de Harville. Feliz- mente marquesa nunca os habéis hallado en el caso de comprender la sabiduría y la utilidad de esta previsión...

La marquesa de Harville dejo de sonreír, bajó la vista y se cubrió de rubor.

No sois generoso , monseñor. Rodolfo la miró con sorpresa y luego dijo :

Ya os entiendo, señora... Pero, antes de na- da veamos cual es vuestra posición con respecto á e^e M. Carlos Robert ; y vaya de ejemplo : Supon^ gamos que un dia una de vuestras amigas os llama la atención hacia uno de esos mendigos que tocan el clarinete con un tono lastimero , y ponen los ojos en blanco para ablandar el corazón de los que pa- san. «Este desdichado,)) os dice vuestra amiga, « tiene por lo menos siete hijos y una mujer ciega, sorda, muda, etc., etc. » « ¡ Que desgracia tan gran- de! >) la respondéis alargando al pobre una limosna y siempre que volvéis á encontrar al mendigo, luego que os ve desde lejos, os mira con ojos de agonia , toca el clarinete en tono lamentable, y volvéis á darle limosna. Otro dia , cada vez mas compadecida 3el pobre mendigo, porque vuestra amiga traidora no cesa de pintaros su miseria pa- ra abusar de vuestro piadoso corazón, os resignáis á visitar al desdichado en su habitación en medio de su miseria... Pero cuando llegáis, en lugar del clarinete melancólico y del aire humilde y supli- cante del pobre... os encontráis con un truhán alegre jovial y resuelto que al veros entona una canción de taberna... Entonces vuestra compasión se convierte en desprecio... porque habláis tomado

I

CLEMENTINA DE HARVILLE. 237

por un buen pobre 8i\ que no era mas ni menos que un bribón. ¿No es verdad marquesa.

La de Harvilleno pudo menos de sonreír al es- cuchar el singular apólogo de Rodolfo , y repuso:

Por ingeniosa que sea esa justificación , mon- señor , no creo que pueda salvarme. Pero lo cier- to es que vuestro pecado no ha sido mas que una noble y generosa imprudencia... y en vuestra ma- ño tenéis los medios de repararla... Hablemos ahora de otra cosa : ¿ No podré ver esta noche al marques de Harville? No, monseñor... el lance de esta mañana le ha conmovido tanto , que se ha- lla en este momento con el ataque —dijo la mar- quesa en voz baja.— ¡ Paciencia' repuso el prín- cipe €on tristeza. Vamos, esperad , tened valor y confianza... Os faltaba una distracción , como vos la llamáis , y me atrevo á creer que la hallaréis en el porvenir de que os he hablado... Vuestro espí- ritu hallará entonces un consuelo tan grato y tan dulce, que llegaréis á olvidar ese resentimiento contra vuestro marido. Sentiréis al contrario una afectuosa inclinación hacia él, parecida al interés que os causa vuestra querida hija. Con respecto á ese inocente , una vez que me habéis revelado la causa de su mal , casi me atrevo á deciros que es- peréis su curación...— ¡Seria posible, monseñor! I Ah I decidme... ¿ cómo ? exclamó Clementina juntando las manos con una expresión de exaltada gratitud. Tengo un médico, que aunque muy poco conocido, es sin. embargo muy sabio: vivió mucho tiempo en América, y me acuerdo de ha- berle oido hablar de dos ó tres esclavos á quienes ha curado maravillosamente de esa terrible enfer- medad.— jAh, monseñor I ¿ese médico...? No concibáis una esperanza segura, porque el desen-

T. lí. 16

238 LOS HISTEBIOS DE PARÍS.

gaño seria entonces mas cruel... pero sin embargo no dejéis enteramente de esperar...

Miraba Clementina el noble rostro de Rodolfo con una expresión de agradecimiento inefable... y al considerar la inteligencia , la gracia y la bondad con que el príncipe la consolaba, se preguntaba á misma cómo había podido interesarse por Carlos Robert... Esta idea la oprimía el corazón.

¡Cuanto agradecimiento os debo, monseñor! dijo con voz conmovida. Me inspiráis confian- za y valor , me hacéis esperar la salud de mi hija, y rae abrís un porvenir lleno de consuelo, de pla- cer y de merecimiento... ¿No tuve yo razón cuando os he escrito que si veníais á verme acabaríais el dia con.una buena acción , como lo habíais comen- zado?...— Y añadid á lómenos, marquesa, con una délas buenas acciones que son de agrado... es decir , con las que alegran y cautivan el corazón

dijo Rodolfo levantándose , porque acababan de dar las once y media en el péndulo del salón. Buenas noches , monseñor ; no os olvidéis de dar- me pronto noticia de esos infelices de la calle del Templo. Los veré mañana por la nirañana... ig- noraba por desgracia que ese niño cojo os hubiese robado el bolsillo , y aquellos pobres deben hallar- se en la última necesidad. No olvidéis que denlro de cuatro días vendré á deciros el papel que habréis de desempeñar... por ahora solo puedo indicaros que tendréis acaso que usar de algún disfraz. ¡Disfra- zarme I / que horror I ¿Y qué disfraz , monseñor ?

No puedo decíroslo en este momento... Pero eso quedará á vuestra elección.

Al regresar á su casa se congratulaba el príncipe por el efecto general de su coloquio con la marque- sa de Harville, pues veía que el resultado de su plá-

CLEMENTINA DE HARVILLE. 239

tica seria el ocupar de un modo generoso el ánimo y el corazón de una joven separada de su marido por una aversión insuperable , y dispertar en ella un grado tal de curiosidad novelesca y de interés misterioso, independiente del amor, que llenarla el vacio de su corazón y de su espíritu, y la preserva- ría de otra afición peligrosa.

CAIHTILO XH.

MISERIA.

No habrá olvidado el lector que la familia mi- serable del lapidario Morel, vivia en un desván de la casa de la calle del Templo. Daremos ahora una idea de esta triste habitación.

Eran las cinco de la mañana, reinaba un silen- cio profundo , la noche estaba oscura y fria y la nieve caia a grandes copos. Una vela sostenida por dos palitos clavados en una tablilla cuadrada , ape- nas alumbraba con una luz pálida y amortiguada las tinieblas del desván, que era reducido, bajo, y de techo inclinado v á teja vana , formando con el suelo un ánsíulo muv agudo. Las tejas estaban llenas de humedad v de un musgo verdoso, y las hendiduras de los tabiques, revocados de yeso en- negrecido por el tiempo, dejaban ver la madera carcomida de que estaban hechos. Hacia uno de los costados se abria por el lado de afuera una puerta descoyuntada. El suelo negro, sucio y pegajo- so estaba sembrado de pedazos de paja podrid», de andrajos asquerosos y de esos grandes huesos que los pobres compran á los revendedores de car- ne corrompida, para roer los cartílagos que con- servan todavía a)...

(a> Se hallan con frecuencia en los barrios populosos re- vendedoras de terneras que han nacido muertas , de am- ales muevlos de enfermedad, etc.

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MISERIA. Í2U

Una incuria tan espantosa puede ser efecto do mala conducta ó de una miseria honrada, pero lan desesperada y cruel, que el hombre que se ve se- pultado en ella no tiene la voluntad ni la fuerza necesaria para salir de aquel inmundo fango, y se arrastra por él como una bestia en su cubil.

La zahúrda de Morel lecibia la luz durante el dia por un estrecho y oblongo tragaluz , abierto en el declive del techo; esle tragaluz tenia una vidrie- ra que se abria y se cerraba por medio de un cor- del. Una densa capa de nie^ve cubría Ips vidrios en el momento de que hablamos. La vela, colocada en el centro de la buhardilla sobre el banco del lapi- dario , esparcía alrededor una luz pálida , que desva- neciéndose poco á poco se perdia en las sombras de aquella caverna , en medio de las cuales se divi- saban algunos bultos blancos.

Sobre el banco del lapidario , hecho de encina en bruto y manchado de grasa y sebo, brillaban y re- lucían en un montón diamantes y rubíes de un ta- maño y de una pureza admirables.

Morel era lapidario de fino y no de piedras falsas, como él decia y como creían los vecinos de la casa de la calle del Templo; y gracias á esta inocente impostura, las piedras que le confiaban parecían de lan poco v^alor , que las tenia en su cuarto sin temor de ser robado.

Tanta riqueza al lado de tanta miseria nos dis- pensan de hablar de la honradez de Morel.

Sentado en un taburete sin respaldo, vencido por la fatiga, por el frío y por el sueño, después de haber trabajado toda una larga noche de invier- no, el lapidario había apoyado la cabeza en el ban- co sobre los brazos: su frente descansaba en una muela colocada horizontalmenle sobre el banco, y la cual se ponía en movimiento por medio de una,

2Í2 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

rueda de mano; habia cerca de él una sierra de acero fino y otros instrumentos. El artesano , del cual solo se vela la cabeza calva rodeada de algún pelo cano, estaba vestido con una chaqueta de pun- to á raíz del cuerpo y un mal pantalón de tela ; unas babuchas de orillo despedazadas, ocultaban apenas sus pies azulados j apoyados en el frió sue- lo. En este desván hacia un frió tan glacial y pene- trante que el cuerpo del artesano, á pesar de la especie de somnolencia á que lo habia reducido el abuso de sus fuerzas, se estremecía '^e cuando en cuando... '

El pábilo largo y carbonizado de la vela indica- ba que Morel dormia hacia largo rato ; solo se oia el ruido de su respiración oprimida, porque los de- más habitantes del desván,., estaban dispiertos...

Sí; en este desván vivian siete personas...

Cinco niños , de los cuales el menor tenia cuatro años y el mayor apenas doce...

Su madre enferma...

Y su abuela , vieja octogenaria y chocha. El frió debia ser muy intenso, pues el calor na- tural de siete personas amontonadas en tan redu- cido espacio no templaba aquella atmósfera de hielo. Ademas, de unos cuerpos tan débiles, tan consumidos y hambrientos no podía desprenderse mucho calórico... como dirian los hombres de la ciencia...

Nadie dormia, escepto el padre de familia que habia sucumbido por un momento al insomnio y la fatiga : nadie dormia porque á nadie dejaban cer- rar los ojos la enfermedad , el hambre y el rigor del frió. Pocas veces disfruta el pobre de ese sueño profundo y saludable que repara las fuerzas per- didas, que hace olvidar los males, y después del cual dispierta alegre y dispuesto para el mas rudo

MISERIA. 2^^

irabaio. Para dormir de este modo es preciso no {fnerVambre, ni frió, ni amargas y^dolorosas

^^Tl^verTá espantosa miseria de este artesano, y al compararla con el valor de las piedras pre- ciosas que le hablan confiado; no puede uno me- nos de observar uno de esos contrastres que ele- van y afligen el ánimo á un mismo tiempo, hste hombre tenia continuamente delante de los ojos el doloroso espectáculo de su hambrienta lami- lla, y sin embargo respetaba las ricas joyas que estaban en su poder, y de las cuales bastaría una sola para rescatar á su mujer y á sus lujos de las privaciones y de los males que los consumían lentamente. No hay duda que hace su deber como hombre justo y honrado: ¿Pero sera esto menos grande y admirable porque «« ^«nducla no sea mas que el simple cumplimiento de un deber? ¿IVo podrán hacer mas meritorio este deber las cir- cunstancias que acompañan su ejecución, ¿ixo re- presenta este artesano, que conserva su miseria y su probidad al lado de un tesoro, la inmensa y formidable mayoría de los obreros, que sumidos perpetuamente en la miseria , pero pacihcos, la- boriosos y resignados, ven sin envidia Mb^ ce- lante de sus ojos la magnificencia d^ ^^s neos? ; Quién deja de concebir una idea noble y conso- ladora al ver que no es la fuerza ni el terror, sino el buen sentido moral lo que contiene á ese temible océano popular, que si llegase a salir de su centro inundaría toda la sociedad? ¿Quien no simpatiza con toda la fuerza de su alma con esos espíritus generosos, que solo piden «'» ;:^'»,^««J^«J2 tomar el sol en recompensa de su infortunio, de su valor y de su resignación?

2Í4 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

•Pero volvamos á esta muestra demasiado reai de espantosa miseria, y acabemos de pintarla en su horrible desnudez.

El lapidario no poseia masque un colcbon-es- trecho V delgado j un pedazo de cobertor aue servían únicamente á la vieja idiota, la cualíe- Husaba con feroz egoísmo partir con nadie su mi- serable cama. Al principio del invierno habia estado tan furiosa, que hubo de sofocar á una de sus nietas que Morel habia querido acostar ásw lado; era esta una niña de cuatro años, tísica de algún tiempo á aquella parte y que padecia mu- cho con el frío en el jergón de paja en «ue dormía con sus hermanos. Describiremos mas ade- lante este modo de dormir, muv común entre Ja gente pobre... La cama de las bestias es un le- cho sibarita comparado con los de esta ffente in- leíiz. °

Tal era el cuadro completo que presentaba el desván del artesano Morel , al mirarlo desde el umbral de la puerta, hasta donde no alcanzaba la moribunda luz de la vela, A lo large de la pa- red maestra, menos húmeda que los tabiques, es- taba tendido en el suelo el colchón en que repo- saba la vieja idiota. Como no podía sufrir nada en la cabeza, tenia cortado raso el cabello, y el cráneo enteramente descubierto: sus ceias blancas ocultaban unas órbitas profundas, de las cuales salía de cuando en cuando un brillo salvaje y fe- roz- sus mejillas hundidas, lívidas y arrugadas estaban pegadas á los juanetes y á los ángulos sa- lientes de la mandíbula. Estaba acostada de lado, enroscada de tal modo que casi tocaba con la barba a las rodillas , y rebujada en el cobertor de {ana gris, que siendo demasiado pequeño para cu- brirla enteramente, dejaba al aire sus piernas des-

MISERIA. 2iS

r-iinadás V el borde Je un guarda; Íes yieio hecho girones. Esta cama despedía u., olor fe-

''''a' corta distancia del lecho de la vieja .y á lo. larl de la pared, estaba tendido el jergón de pa- ja que servia de cama á los cinco niños.

a«uí como dormían estas cria uras.

Se hace una abertura longitudinal en la tela á cada anííulo, porcada una de estas aberturas >e met u^ifíiño eíi la pa]a 6 mas bien "ue e^ liercol húmedo y nauseabundo, yJ^J^^^'^^'^l la tela del jergón les sirve de sabana y de co-

""^Dos' niñas, una de las cuales estaba gravemente enferma, tir laban de frió á uno de los lados, y tres™ tos al otro; estos dormían vestidos, s. ves- dos pueden llamarse algunos andrajos miserables. I as espesas cabelleras de estos niños, rubias, eri- zadas y enmarañadas , que su madre dejaba crecer para que los abrigasen del rio, cubrían la ™f d de sus caras pálidas, enfermizas y consumidas. Uno d"c losñiño^s tiraba 1-cia la barba con los dedio^ descarnados y entumecidos la tela del FyS»" P"» cubrirse mejor... el otro, temiendo esponer al tiio hsmanortenia la tela asida con los dientes, y el oTro n«n se estrechaba contra -- f^b^^:- La segunda de las niñas consumida por la tis^s, apoyaba lánguidamente su carita azulada y mórbi- da sobre el pecho de su hermana de cinco anos, JL en vano procuraba darla algún calor estrechán- dola entre sus brazos con amoroso cuidado.

En otrojergon colocado en lo último del desván estaba tendida la mujer del artesano, postrada hacia algunos meses por una Cebrc lenta v una cn- r-rmedaS dolorosa. Magdalena Morel tema re.nía } s^s años de edad : un pañuelo azul de algodón

2+6 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

ceñido alrededor de la frente, hacía resaltar la pali- dez biliosa de su cara estenuada. Un círculo oscuro

Íp.1^1 •'^"'''J'l'í^"'n''^'^ apagados, y sus labios descoloridos estaban llenos de grietas de saneare Su hsonomia angustiada y sus facciones insignificantes revelaban uno de estos caracteres dulces; pero sin energía que no sabiendo luchar con la desventura ceden, sucumben y no hacen mas que lamentarse! Aunque débil e merle , se habia conservado hon- rada porque su marido era honrado; entre^^ada á si misma su ignorancia la hubiera deprabado v conducido al mal. Amaba á su marido y á sus hij¿ pero no tema fuerza ni valor para dejar de quejar- se amargamente contra su común infortunio. El lapidario cuyo trabajo perseverante era lo único que sostenía á toda esta familia, suspendía con fre- cuencia! su labor para asistir y consolar a la pobre valetudinaria; y sobre la mala sábana agujereada de tela gruesa que cubría el cuerpo de su mujer, ha- bía echado Morel , para darla calor , algunos vesti- dos tan viejos V remendados; que el Monte de l'iedad no había querido tomarlos.

Un hornillo, un cazo y una olla de barro des- bocada, dos ó tres tazas hendidas, una cubeta, una tabla de enjabonar y un gran cántaro de barro co- locado en el ángulo del desván junto á la puerta desmantelada , por la cual se colaba el viento aun- que estuviese cerrada como si estuviese abierta, aquí todo el ajuar de esta familia.

Alumbra este cuadro lastimoso la llama de la ve- la, que ajitada por el viento que entra por las ren- aijas del tejado , echa unas veces su tre'mulo y dé- bil resplandor sobre estos grupos de miseria , y otras sobre el montón de diamantes v rubíes que Drillan con mil colores prismáticos sobre el banco en que duerme el lapidario.

MISERIA. 247

Aunque reina en la buhardilla el silencio mas profundo , no duerme ninguno de estos desgra- ciados... los niños, la vieja y Magdalena tienen la vista clavada en el lapidario, que es su único recur- so y su esperanza.

Pésales con sencillo egoísmo de verlo dormitar , rendido por el peso de su trabajo.

La madre piensa en sus hijos ;

Los hijos piensan en el hambre;

La vieja idiota no piensa en nada...

Incorporóse sin embargo de repente , cruzó so- bre el pecho los brazos descarnados, secos y amari- llos como el box, miro pestañeando á la luz, y lue- go se levanta poco á poco llevando tras como irn sudario el pedazo de cobertor. Era esta una mujer de alta estatura , y su cabeza pelada parecía des- mesuradamente pequeña; un movimiento espasmó- díco agitaba su labio inferior grueso y colgante , y su máscara espantosa indicaba una chochera feroz é intratable.

La vieja se adelantó paso á paso , como un niño que va á hacer una travesura, y luego que llegó á donde estaba la vela , acercó á la llama sus ma- nos trémulas, las cuales eran tan flacas y descar- nadas que la luz que tenían encerrada les daba una especie de trasparencia lívida. Magdalena Mo- rel seguía desde su lecho todos los movimientos de la vieja ; y esta sin apartar las manos de la luz bajó la cabeza y empezó á contemplar con imbécil curiosidad el montón de rubíes y diamantes que es- taban sobre la mesa. Absorta en esa contemplación, acercó inadvertidamente las manos á la llama, se quemó y dio un grito terrible.

Al ruido dispertó Morel sobresaltado y levantó con inquietud la cabeza. Tenía cuarenta años, y su fisonomía era franca, intelíjente y benigna, pero

2Í8 LOS 3IlStERI0S DE PARÍS.

marchita y descarnada por la miseria, una barba blanca de muchas semanas cubria la parte inferior de su cara afiligranada por las viruelas ; estaba ya calvo, y asi las arrugas que cubrian su frente como sus párpados rojos é inflamados indicaban su pre- coz senectud y el abuso que hacia de sus vigilias. Per uno de esos fenómenos tan comunes entre los obreros de contextura débil y que se dedican á un trabajo sedentario , que los obliga á guardar una postura casi invariable durante todo el dia, el cuerpo de Mórel era contrahecho y de miembros diminutos Obligado á inclinarse continuamente sobre su ban- co y hacia el lado izquierdo para dar movimiento á la rueda se había petrificado, por decirlo así, en esa postura que no dejaba nunca por espacio de do- ce ó quince horas diarias ; y así es que habia con- traído una especie de joroba y andaba torcido hacia un lado. Su brazo izquierdo ejercitado constante- mente en dar vuelta á la rueda, habia adquirido un ^lesarrollo muscular considerable, mientras que el derecho, siempre inerte y apoyado sobre la mesa á fin de presentar las facetas á la acción de la mue- la estaba espantosamente flaco y descarnado. Las piernas delgadas y casi consumidas por la falta ab- soluta de ejercicio , apenas podían sostener su cuer- po aniquilado , cuya sustancia y cuya fuerza y vi- talidad parecían concentradas en la parte ejercitada por el trabajo...

Y como decía el mismo Morel con dolorosa re- signación: No como para sustentar el estómago... sino para dar fuerza al brazo que mueve la rueda..

Al dispertar sobresaltado vio en, frente de á la vieja idiota.

¿Qué buscáis, madre? ¿que hacéis ahí? la dijo Morel ; y luego añadió en voz baja lemien-

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I

MISKIIIA. ■^4-9

Üo dispertar la familia á quien creia dormi- da : Volveos á la cama madre, y no hagáis ruido que están durmiendo Magdalena y los niños.

Yo no duermo qué estoy c;)lenlando á Adelila dijo la mayor de las niñas. Ya puedo dormir yo con el hambre que tengo dijo uno de los niños : ayer no me tocó cenar en el cuarto de la señorita Alegria. ¡Pobres criaturas ! exclamó Morel con .amargura: ^ yo creia que estabais dormidos... si- quiera , á lo menos... Tuve miedo de dispertar - tte Morel -^ dijo su mujer sino te hubiera pedi- do un poco de agua porque tengo mucha sed y es- toy con la calentura. Voy á dártela repuso el lapidario; pero ánies es preciso quo tu madre se vuelva á la cama... Vamos, madre, meteos en la cama... ¿dejareis quietas esas piedras? dijo á la vieja que queria echar la mano á un gran rubí, cuyo brillo le llamaba la atención. ¡ Vamos, pronto á la cama ! repitió.

Mira... mira... repuso la idiota señalando la joya que codiciaba. ¡ Que nos vamos á enfadar!

dijo Morel ahuecando la voz para asustar á su madrastra , cuya mano apartó suavemente. ¡ Dios mió!... ¡Dame agua, Morel! exclamó Magdalena

me muero de sed. ¿ Pero que quieres que ha- ga?... ¿quieres que deje á tu madre echar mano á las piedras , para que me pierda otro diamante como el año pasado?... y Dios sabe lo que nos cuesta y lo que nos costará todavía.

Llevó en esto la mano en la frente el lapidario con aire sombrío , y luego añadió dirigiéndose á sus hijos:

Félix, da de beber a tfi madre ya que estás dis- pierto. No, no, esperaré, porque el pobrecillo se va á enfriar dijo Magdalena. No tendré mas frió fuera que dentro del jergón repuso el niño le-

250 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

yantándose. Vamos, ¡ os vais á la cama de una vezl dijo Morel en voz alta y amenazadora á la vieja que no queria separarse de la mesa y se empeñaba en cojeruna piedra. Madre, el agua está helada ! ex- clamó Félix. Pues rompe el hielo dijo Magda- lena. — Está muy duro... y no puedo... Morel, rompe aquel hielo dijo Magdalena con voz dolo- rida é impaciente ya que no tengo otra cosa que beber mas que agua... dadme una poca á lo menos... me dejais morir de sed... ¡Ohl ¡Dios me pa- ciencia I Pero ¿ como quieren que deje sola á tu madre ? gritó el infeliz lapidario.

No podia librarse de la vieja idiota, que empezcba ya a irritarse y á murmurar entre dientes , viendo la resistencia que le oponia Morel.

Llámala tu de una vez dijo Morel á su mujer, porque á veces te escucha mejor que á raí... Vamos, madre, volveos a la cama si no hacéis tonterías os he de dar café, que os gusta tanto. Mira... mira.... repuso la idiota , ha- ciendo al mismo tiempo ademan de apoderarse con violencia del rubí.

Morel procuró apartarla con suavidad , pero fué en vano.

¡ Dios mió 1 si ya sabes que no harás nada con ella hasta que la amenaces con el látigo... gritó Magdalena; solo de ese modo la obligaras á es- tarse quieta. Ya lo veo... pero aunque esté sin razón... eso de amenazar con el látigo á una pobre vieja... vamos no me gusta dijo Morel : y diri- giéndose luego á la vieja que queria morderlo, y á la cual tenia sujeta con una mano, gritó con el tono mas terrible que pudo formular : j Cuidado con el látigo... si no os vais á la cama sobre la marcha!

Esta amenaza no produjo tampoco ningún efecto. Cogió entonces el látigo de la mesa, dio con vio-

3IISER1A. 231

lencia algunos chasquidos para intimidar á su sue- gra , y dijo :

/ Vamos, á la cama pronto , á la cama !

Al oir la vieja el ruido del látigo, se alejó pre- cipitadamente de la mesa , pero luego se detuvo, refunfuñó entre dientes y dirigió á su yerno una mirada salvaje.

¡ A la cama /... ¡ á la cama I... repitió Morel adelantándose y haciendo sonar de nuevo el látigo.

La vieja fué acercándose al lecho poco á poco, amenazando á Morel con el puño cerrado.

Este, á fin de poner término á una escena tan cruel para dar de beber á su mujer , se acercó mas á la vieja , hizo resonar el látigo por última vez, pero sin tocar á su suegra , y repitió con voz ame- nazadora :

¡ A la cama !... ¡ pronto á la camal

La vieja llena de miedo empezó á dar unos ahu- llidos espantosos , metióse en la cama y se enroscó como un perro en su cubil. Los niños se asustaron, y creyendo que su padre habia pegado á la idiota, empezaron á llorar y le dijeron :

¡No pegues á abuelila !... ¡ no la pegues I Seria imposible pintar esta escena nocturna y

siniestra, ni los gritos de los niños, los ahullidos furiosos de la vieja y los gemidos dolorosos de ia mujer del lapidario.

Morel habia presenciado varias escenas tan tristes como la que acabábamos de describir; pero sin em- bargo no pudo menos de exclamar en un acceso de desesperación, arrojando el látigo sobre la mesa.

¡Oh I ¡ qué vida 1 ¡ qué vida , Dios mió I ¿Y tengo yo la culpa de que mi madre esté sin juicio? dijo Magdalena llorando. -— ¿ Y la tengo yo ? dijo Morel. ¿ Qué mas pido yo que ma- tarme trabajando día y noche para todos vosotros ?

262 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Y no dejo de dia ni de noche mi trabajo... y no me quejo... porque mientras no me falte la fuerza iré saliendo del dia ; pero no puedo atender á mi oficio y cuidar al mismo tiempo de una loca, de una en- ferma y de los niños... ¡ No , esta no es justicia '. ¡ en el cielo no hay justicia !... , esta es demasiada miseria para un hombre ! dijo el lapidario con un acento que llegaba al corazón.

Y se dejó caer en un asiento y cubrió la cabeza con ambas manos.

¿ Pero que quieres que haga ? ¿ no sabes que no han querido admitir en el hospicio á mi madre porque no estaba bastante loca ?.. dijo Magdalena con una voz dolorida y quejumbrosa. ¿De qué servirá atormentarte por lo que no puedes remediar? üe nada respondió el artesano : y enjugó una lágrima que había humedecido sus ojos de nada., •tienes razón. Pero cuando os veo así... no puedo menos de... ¡ Á\ , Dios mió I ¡ que sed tengo /... estoy temblando , y la calentura me abrasa... dijo Magdalena. Aguarda un momento que voy á darte de beber.

Morel se acercó al cántaro, rompió con dificultad el hielo que cubria el agua llenó una taza del lí- quido glacial y la llevó á su mujer que lo aguarda- ba con los brazos tendidos hacia delante.

Pero después de reflexionar un momento la dijo : No, tan fría te baria mucho daño... porque en un acceso de calentura.... no que te hará daño. ¿Que me hará daño? tanto mejor... dámela , dame pronto la taza... . repuso Magdalena con amargu- ra : saldremos de penas mas pronto ... con eso quedarás libre de mí... y solo tendrás que cuidar de la loca y de los niños. ¿Porque me hablas de ese modo, Magdalena ? no te lo merezco... dijo con tristeza Morel. No-* «^ des mas pesadumbre , por-

MISERIA. 253

que aunque, tengo aun ra^on y fuerzas para traba- jar... mi cabeza no está muy arreglada , y el día menos pensado puedo desvariar... ¿ y entonces qué seria de todos vosotros? Por vosotros hablo yo... que si por mi solo fuera , mañana se acabarían mis penas... Gracias á Dios , el rio es de todo el mundo. ¡ Pobre Morel I dijo Magdalena enternecida- no tuve razón, no, cuando te dije enfadada que desea- rías librarte de mí. No lo tomes á mal , que no llevé mala intención... porque al fin yo soy inútil para y para mis hijos... Hace diez y seis meses que estoy en cama... ¡ Oh Dios mió I \ qué sed abrasadora ten- go!... i dame agua por Dios ! ¡ dame de beber 1 Luego , aguarda un momento, que estoy calentando la taza entre las manos. ¡ Dios te lo pague , Mo- rel 1 ¡y aun me atrevo á enfadarme contigo I... Pob recilla... padeces mucho y todos los enfermos tienen mal genio... dime lo que quieras , pero no vuelvas á decirme que quiero librarme de tí... ¿ Pero de qué te sirvo yo ? ¿ Y de qué nos sirven nuestros hijos? Sirven para darte mas trabajo. Es verdad... pero también si no fuera por vosotros, no tendría como tengo ánimo para trabajar veinte horas algunos días, de modo que me he estropeado y me volví contrahecho y disforme. ¿Crees por ven- tura que siendo solo haría el trabajo que hago? ¡Oh, no ! luego pondría término á esta vida. Lo mismo que yo repuso Magdalena : á no ser por los hijos , hace ya mucho tiempo que te hubiera dicho : Morel , ya padeciste bastante , y yo también : en dos minutos podremos libramos de esta miseria.... Pero estos hijos ! j estos hijos 1 Entonces confiesa que sirven para alguna cosa dijo Morel con ad- mirable ingenuidad. Toma, bebe, pero poco á poco, porque está muy fría aun... ¡Oh! ¡ Dios te lo pague, Morel! dijo Magdalena llevando con

T. II. 17

Soi LOS MISTERIOS DE PARÍS,

ansia la taza á la boca. Basta... basta. Está demasiado fria... ahora tiemblo mucho mas... dijo Magdalena volviendo la taza á su marido. ¡ Dios mió ! ya te lo decia yo... ¿qué tienes? Ya no puedo temblar... me parece que estoy metida entre hielo...

Morel se quitó la chaqueta , envolvió con ella los pies de su mujer y se quedó desnudo de la cintura arriba , porque el infeliz no tenia camisa.

¡ Mira que te vas á helar , Morel ! Luego, luego; si tengo demasiado frióme pondré un momento la chaqueta. i Pobre Morel !... ; ah ! tienes razón el cielo no es justo con nosotros... ¿qué habremos hecho para ser tan desgraciados... mientras que otros ?...

Todos tienen las suyas... desde el mas rico hasta el mas pobre. Sí... pero las penas de los ricos no les llegan al estómago ni les hacen tem- blar de fi'io... Mira, cada vez que pienso que con el valor de uno de esos diamantes que lapidas tendríamos para vivir con anchura todos nosotros, se me vuelve el juicio... ¿Y de qué les sirven esos diamantes? Si no hubiera mas que decir: «¿Z>e (]ue sirve esto á los demás?» á dónd«i iríamos á parar !... Eso viene á ser ni mas ni menos como si preguntáramos; «Deque sirve á ese señor á quien madama Pipelet llama el Comandante , haber al- quilado y amueblado el primer piso de esta casa, á la cual no viene jamás?... ¿De qué le sirve tener buenos colchones y buenos cobertores, ^ vive y duerme en. otra parte? Es verdad... solo con lo que tiene abajo habría para contentar á muchas familias como la nuestra... Y además madama Pipelet hace fuego en las piezas todos los dias para que los muebles no se tomen de humedad. /Tanto calor perdido... mientras que

EL MANDATO DE PAGO. 2oo

nosotros y nuestros hijos morimos de frioí... Ya que me dirás que nosotros no somos muebles para que nos cuiden así... Pero va va, esos ricos que corazón tan duro tienen ! Ni mas blando ni mas duro que el de los demás, Magdalena... pero no saben lo que es la miseria... iNaccn fe- lices, viven y mueren dichosos; ¿y cómo quieres que se acuerden de nosotros? Y además, no sa- ben lo que pasa, vuelvo á decir, y por lo mismo no pueden tener una idea de las privaciones de los demás. Si les da el hambre, cosncn con mas ape- tito; si hace frió ó si hiela, dicen que cae una hermosa he'ada-, si salen á pié, vuelven luego á su casa, y el frió hace que se calienten al fuego con mas gusto ; por consiguiente ya ves que no pueden compadecerse mucho de nosotros, porque para ellos el hambre y el frió se convierten en causas de placer... No lo saben, Magdalena, no saben lo que pasa... Acaso en su lugar haríamos nosotros lo mismo. Entonces los pobres son me- jores que ellos , porque se dan la mano unos á otros... Esa señorita Alegría, ( ¡Dios la cubra de gloria! ) que nos ha velado tantas veces en nues- tras enfermedades, á y á los niños, llevó ayer á cenar con ella á Geromo y á Pedro, ¡Pobrecilla! su cena no es muy grande, porque se reduce á una taza de leche con pan. A su edad las ganas siempre están abiertas, y no dudo que se ha- brá privado de comer por causa de los niños...

¡Pobre muchacha! ¡ah! ¡qué corazón tan no- ble! ¿Y porqué? porque sabe lo que es necesi- <lad... Por eso le digo, Alagdalena , que si los ricos supieran lo que pasa I... ¡si lo supieran!...

¿Y aquella señorita que vino antes de ayer á [)reguntarnos tan asustada si teníamos menester de .alguna cosa? pues ahora ya lo ¿abe; ya sabe lo

256 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

que es la miseria... y sin embargo no volvió á aparecer por aquí. Aun puede ser que vuelva; porque á pesar de su airo asustado, tenia una. cara muy humana y muy buena. ¡Oh para todos los ricos tienen razón... Cualquiera diría que no son hechos de carne y hueso como nosotros. No es eso lo que quiero decir re- puso benignamente Morel : lo que digo es que tienen sus defectos , como nosotros los nuestros... Poro quiere la desgracia que no sepan lo que nos pasa... Y quiere también la mala suerte que así como hay, por ejemplo, muchos agentes para descu- brir los malhechores, no haya también agentes para descubrir los obreros cargados de familia que se encuentran en la última miseria... y que por falta de algún socorro recibido á tiempo, caen á veces en tentación .. Bueno es que secasti- Sfue el mal, pero mejor seria acaso precaverlo... Un hombre se mantiene honrado , pongamos por ejemplo, hasta los cincuenta; pero la extrema mi- seria y el hambre le obligan á ser malo... y ahí tenemos un malhechor mas... mientras que si los ricos hubieran sabido lo que pasaba... ¿Pero á qué viene pensaren esto? el mundo siempre será el mundo... Como soy pobre y desamparado, ha- blo de este modo... si fuese rico hablaría de fiestas y de placeres... ¿Dime , cómo estás... cómo te encuentras Magdalena? Estoy lo mismo... no siento las piernas... pero estás temblando de frió, ponte la chaqueta y apágala vela que está ardiendo en valde , porque ya apunta el dia.

En efecto , la claridad triste y descolorida que atravesaba la nieve de que estaban cubiertos los vidrios del tragaluz, empezaba á descubrir el in- terior del desván , dando un aspecto mas horri- ble á los objetos que contenia. Las sombras de

MISERIA. 257

la noche cubrían á lo menos una parte de aquella miseria.

Esperaré que aclare bien el dia para po- nerme al trabajo dijo el lapidario sentándose en el borde del jergón de su mujer, y apoyando la frente en ambas manos.

Después de algunos momentos de silencio, le dijo Magdalena:

¿Cuándo vendrá madama Mathieu á buscar las piedras que estás lapidando? Esta mañana... solo me falla por pulir una faceta de un diamante falso. ¡Un diamante falso !... ¿cómo, siendo así que no trabajas mas que piedras finas , á pesar de lo que creen los vecinos de la casa? ¿Pues no lo sabe>? ¡Ah! sí, ahora me acuerdo que estabas dormida cuando vino madama Mathieu... Me trajo diez diamantes falsos, que son piedras del Rhin, para que los lapidase dejándolos del mismo ta- maño y de la misma forma que las otras diez piedras finas, que también me ha traído y que están allí mezcladas con los rubíes... N^iinca he visto diamantes de mejores aguas : esas diez pie- dras valen por lo menos sesenta mil francos. ¿Y para que quiere que las imites en falso? Una señora á quien pertenecen , y que según pa- rece es una duquesa, ha encargado al señor Ban- dín el joyero que le vendiese su aderezo, y que en su lugar la hiciese otro de piedras falsas. Ma- dama Mathieu, que es la corredora de piedras del señor Bandín , me lo ha dicho cuando me trajo los diamantes finos para que ímitctse por ellcs las otras piedras falsas. Madama Bandín ha encargado el mismo trabajo á otros cuatros lapidarios, por- que parece que hay que pulir cuarenta ó cincuenta piedras. Como debían estar pronos esta mañana, á fin de que el señor Bandín tuviese tiempo para

^58 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

clavar las falsas , no me fué posible encargarme de todo el trabajo. Madama Mathieu me dijo que muchas señoras reemplazan de este modo sus dia- mantes; con piedras del Rhin.

Ya ves como las piedras falsas hacen el mis- mo servicio que las finas, y las grandes señoras, que solo gastan esto por mero adorno, tendrian jamas la idea de sacrificar un diamante para so- correr á unos desgraciados como nosotros. Los pesares te hacen injusta, Magdalena, y poco razo- nable... ¿ Y quién sabe de nosotros ? ¿ quién sabe si somos ó no desgraciados ? i Válgame Dios ! i que hombre tan raro ! Mira , Morel, yo creo que si te enterrasen vivo, darias las gracias al enter- rador.

Morel hizo un gesto compasivo.

Cuanto te deberá la señora Mathieu ? pre- gunté Magdalena. Nada porque la debo aun cien- to veinte francos... ¿ Nada ? ¡ Dios mió ! ¿ qué ha de ser de esas criaturas ?... antes de ayer se gastó el ultimo cuarto. Es verdad dijo Morel abatido.

¿Y qué se ha de hacer? No lo sé... El pa- nadero no quiere fiarnos mas pan... No... ya tu- ve que pedir ayer medio pan prestado á madama Pipelet. ¿Y la señoraQuiromántica no nos pres- tada alguna cosa? /Prestarnos la tia Quiromán- tica ! ¿ y sobre qué nos prestaria ahora una vez que tiene ya en su poder todos nuestros efectos ?... ¿nos daría acaso dinero sobre los hijos? repuso Morel con una sonrisa amarga. Pero mi madre , los ni- ños y no habéis comido ayer mas que una libra de pan entre todos... y no habéis de morir de ham- bre... La culpa la tienes por no haber querido inscribirte este año en la junta de caridad. Solo se inscribe á los pobres que tienen muebles pro- pios... y nosotros no los tenemos. Lo mismo sucede

MlSERlá. 259

con ias cajas de socorro : los niños para entrar en ellas, es preciso que tengan una blusa por lomé- nos , y los nuestros no tienen mas que andrajos. Y ademas, para que rae alistasen en la junta de caridad seria necesario ir y volver acaso veinte veces al des- pacho, porque no tenemos protección... y en ir y venir perdería mas tiempo de lo que ganarla... ¿Y al fin qué nos darian ? un pan cada mes , y media libra de carne cada semana (a). ¿Y entonces qué hemos de hacer? Acaso no se olvidará de noso- tros aquella señora que ha venido ayer... Sí... échate á dormir... Pero la señora Mathieu no deja- rá de prestarte siquiera cinco francos... hace diez años que trabajas para ella, y no dejará de sacar de un apuro tan grande á un artesano honrado y car- gado de familia. No creo que pueda prestarme nada, porque ya hizo cuanto estuvo en su mano para prestarme poco á poco los ciento veinte fran- cos, que para ella es una cantidad muy grande. Aunque es corredora de diamantes y tiene á veces en su poder cuarenta y cincuenta mil francos, no es por eso mas rica, ni gana mas que unos cien francos cada mes... y á esto se agrega el que no es sola, pues tiene á su cargo la educación de dos so- brinas. Cien francos para ella , Magdalena , son lo mismo que cinco francos para nosotros... y ya sabes que algunas veces no los hay á mano. Como estoy ya tan empeñado con ella , no es justo que se quite el

Í>an de la boca á misma y á los suyos. Ahí está o que trae consigo no trabajar para joyeros adine- rados, que á veces tienen menos reparo en dar y prestar... Pero contigo todo el mundo hace el caldo gordo... tienes la culpa. ¡ Yo la culpa ! ex-

(a) Tal es en general el socoiio que dan las juntas de be- neficeneia, á causa del gran número de pobres inscritos.

260 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

clamó el lapidario, exasperado por esta reconven- ción absurda ¿y no es tu madre la causa de toda nuestra miseria ? Si no hubiera habido que pagar el diamante que perdió, estaríamos mas adelanta- dos, no nos faltaría mi jornal diario, y tendríamos los mil y cien francos que hemos sacado de la caja de ahorros para juntarlos con los mil trescientos francos que nos prestó M. Jaime Ferrand, á quien Dios confunda por siempre jamas... Y á ese nunca quieres pedirle nada por mas que te digo... Es ver- dad que es muy avaro, y que acaso seria lo mis- mo que majar en hierro frió... pero al fin nunca... está por demás el probar fortuna. ¡A él I... ¡pe- dirle yo á él I gritó Morel antes me dejaría freir en aceite... Mira, Magdalena, no me hables de ese hombre... porque me volverías loco...

Al decir estas palabras, la fisonomía de Morel, de ordinario benigna y resignada , tomó una ex- presión de extraordinaria, energía ; cubrió su rostro pálido una lijera sufusion , levantóse de repente del lecho en que estaba sentado , y empezó á pa- searse con agitación. A pesar de la apariencia débil y disforme de este hombre, en sus facciones y ade- man se descubría una indignación generosa." Yo no soy malo, no dijo en alta voz ; en mi vida he hecho mal á nadie... pero á ese notario., ¡oh! ¡á ese le deseo toáo el mal que me ha causado I Y llevando luego las dos manos cruzadas á la fren- te, dijo con voz alterada: ¡Diosmio' ¡y una desgracia, que no he merecido , me entrega "atado de pies y manos á un hipócrita infame! ¿ Porqué se permitirá que un hombre de esa clase use de su ri- queza para perder, corromper y aniquilar á todos los que quiere aniquilar, perder y corromper? Suelta, suelta la lengua contra él dijo Magdale- na,— que quedarás muy adelantado si te mete en

MlfiERIA. 26Í

la cárcel... como puede hacerlo el día menos pensa- do con la obligación que le firmaste de rail tres- cientos francos , y por la cual obtuvo ya sentencia contra tí... Lo que debes considerar es que estás bajo §u poder. Yo también aborrezco á ese notario, tanto ó mas que tú; pero una vez que dependemos de M , debemos... /Dejar que se pierda nuestra hija! ¿no es verdad? gritó el lapidario con una voz de trueno. ¡Dios mió! calla Morel; mira que los niños están dispiertos y oyen cuanto decimos... ¡Tanto mQJorl repuso Morel con espantosa ironía ; esas dos inocentes escarmentarán en ca- beza de su hermana... porque el dia menos pensado también se le pueden antojar al notario... ¿ No es- tás siempre diciendo que nos tiene bajo su poder? Vamos , vuelve á repetir ahora que puede meterme en la cárcel... habla francamente... es preciso que le abandonemos nuestra hija , ¿ no es verdad?

El desgraciado terminó su imprecación prorrum- piendo en sollozos, porque la benignidad de su ge- nio no le permitía sostener por mucho tiempo un tono de dolorosa invectiva.

¡Hijos de mi almal exclamó derramando un amargo llanto ¡pobres hijos miosl... ¡mi Lui- sa 1...; mi honrada, mi hermosa Luisa!... Sí, de- masiado hermosa... y de ahí viene nuestra desgra- cia... Si no fuese tan hermosa , ese hombre no me hubiera prestado el dinero... Soy honrado y labo- rioso , y el joyero esperarla á que pudiese pagarle en obra ó de otro modo , sin deber obligación nin- guna á ese viejo monstruo, que entonces no abusa- rla del servicio que nos ha hecho tratando de des- honrar á mi hija... ni un solo dia la hubiera dejado en su poder... Pero no hay remedio... no hay re- medio... me ató de pic^s y manos... /Oh! ¡cuántos ultrajes nos hace devorar la miseria! Pero no

262 LOS MISTERIOS DE PAUIS.

hay remedio... Ya sabes que una vez dijo á Luisa: a Si te vas de mi casa , haré que prendan á tu pa- dre. » Sí, ya lo ; y la tutea como si fuese una criatura despreciable. Si no fuese mas que eso, poco nos importaría; pero si sale de su cásate ha- rá prender, y entonces ¿qué será de mí, de mi ma- dre y de tus hijos mientras estés en la cárcel ? Aun- que Luisa ganase veinte francos en otra casa ¿podríamos vivir seis personas con su salario? Sí, y acaso para vivir dejamos que Luisa se deshonre. Siempre piensas lo peor: no hay duda que el notario la persigue , porque ella misma nos lo dijo... pero ya sabes que la chica no se deja llevar del viento. I Oh, ! ya que es honrada, que es buena y laboriosa !... Cuando nos vio tan apurados por causa de tu enfermedad , me dijo que queria ponerse á servir para que yo tuviese una boca me- nos que mantener, y no sabes cuanto me ha costa- do dejarla hacer su gusto... \ A servir Luisa... mal- tratada... humillada!... Luisa, que era tan vanidosa de genio que á veces por reimos la llamábamos la princeta, ¿te acuerdas? y siempre nosdecia que á fuerza de limpiar y asear nuestro cuarto lo habia de poner como un palacio... Hija de mi alma ; toda mi dicha , toda mi ambición seria tenerla á mi lado; aun que tuviese que doblar mi trabajo para mante- nerla... Cuando la veia con su cara de rosa y con sus ojitos negros sentada delante de mí, allí junto á mi banco , ¡ qué lijero se me hacia entonces el tra- bajo I j pobre Luisa, tan laboriosa y siempre tan alegre!... hasta con tu madre, que la obedecía como una niña... Pero ¡ caramba ! no tiene nada de particular, porque al mirar para ella y al oiría hablar como una abadesa, con tanto aquel, con tanto juicio, no habia remedio sino hacer su vo- luntad... ¡Y cómo cuidaba de tí! ¡cómo te dis-

MISERIA. 263

traial ;Y cómo quería á sus hermanos I... Para to- do tenia tiempo... ¡ Ah ! desde que se marchó... se acabó nuestra dicha... nuestra alegría. Vaya, Morel, no me hables de eso... que me partes el co- razón— dijo Magdalena llorando á torrentes. Y cuándo pienso que acaso aquel monstruo TÍejo... Vamos, si pienso en esto se me revuelve ei juicio... y me dan ganas de ir á matarlo, y de matarme á mismo en seguida... ¿Y qué seria entonces de todos nosotros ? Pero ponderas mucho ; ves visiones. Puede ser que el notario no haya querido mas que chancearse con Luisa. Ademas, oye misa todos los domingos , y solo se acompaña de ecle- siásticos... y hay personas que dicen que es mas seguro poner el dinero en su casa que en la caja de ahorros. ¿Y eso qué prueba? que es rico y que es hipócrita... Yo conozco bien á Luisa... ya que es honrada... que nos ama mucho y que le parte el corazón nuestra miseria. Sabe que sin acaso moririais de hambre; y si el notario la ha amena- zado con ponerme en la cárcel... la desventurada puede ser que... ¡Oh, Dios mió I... ¡esta idea me vuelve loco I Si eso que sospechas fuese cierto, el notario la hubiera dado dinero y regalos , y á buen seguro que Luisa no los hubiera guardado pa- ra sí; nos los hubiera dado, y... \ Calla!... no como tienes valor para decir ciertas cosas... ¡Luisa tomar dinerol... ¡Luisa I... No para ella., sino para nosotros... ¡Calla, te digol... ¡calla la bocal que me haces temblar. No que seria de y de mis hijos con tales ideas, si yo llegase á faltaros. ¿Pero qué he dichoyo? Nada. ¿Y entonces porque temes?...

El lapidario interrumpió con impaciencia á su mujer.

Temo... porque de algunos meses á esta parte

26Í LOS MISTERIOS DE PAUIS.

siempre que Luisa viene á vernos y siempre que me abraza se le pone la cara como una grana. Es el gusto de verte. O la vergüenza ... y ademas cada dia está mas triste... Porque cada día nos ve mas miserables. Cuando la hablo del notario, me dice que ahora ya no la amenaza con ponerte en la cárcel.

¿pero á que precio no la amenaza ya ? eso es lo que no nos dice; pero lo que observo pues es que se pone encendida como un tomate al abrazar- me. Infame seria el que un amo dijese á nna pobre muchacha honrada , que de el depende para vivir: «O cedes, ó te despido de mi casa; y si alguien viene á tomar informes de , diré que eres una bribona para que no encuentres donde colocarte... Pero decidla : « O cedes, ó sino haré que pongan á tu padre en la cárcel... » y decirlo cuando se sa- be que toda una familia vive del trabajo de ese mismo padre , ¡ oh esto es mil veces mas criminal, mas horrible !

Y al pensar que con uno de esos diamantes que tienes ahí sobre la mesa , podrías pagar al no- tario, y sacará tu hija de su casa, y traerla á tu lado... dijo con voz pausada Magdalena. Aun- que me repitas mil veces eso mismo ¿de que ser- virá?... No hay duda que si fuese rico no seria po- bre — repuso Morel con dolorosa impaciencia.

La probidad era tan natural y por decirlo así tan orgánica en este hombre , que no imaginaba que su mujer, abatida y relajada por la enfermedad, pudiese concebir ningún mal pensamiento, ni que quisiese tentar su irreprensible honradez.

Morel continuó con amargura.

No hay remedio , es preciso resignarse, i Fe- lices aquellos que pueden tener sus hijos á su lado y librarlos de toda asechanza y de todo peligro! ¿pe-

MISEIIU. 205

ro quien puede defender á la hija de un pobre? Na- die... Guando llega á la edad de ganar el pan, sale por la mañana para el obrador, y no vuelve hasta la noche, mientras tanto el padre trabaja en un sitio y la madre en otro. El tiempo es nuestra fortuna, y el pan que es tan malo de ganar que el continuo trabajo no nos deja un momento libre para cuidar de nuestros hijos... Y luego hablan la mala con- ducta délas hijas de los pobres. ..Como si sus padres pudiesen tenerlas en casa, ó como si les fuera po- sible cuidar de ellas cuando ganan fuera de casa la vida... Las privaciones que sufrimos no son nada comparadas con el dolor de separarnos de nuestra mujer de nuestros hijos y de nuestros padres... Pa- ra nadie puede ser tan consoladora la vida de fami- lia como para los pobres y sin embargo, desde que nuestros hijos tienen uso de razón, nos vemos obligados á separarnos de ellos.

Llamaron en esto á la puerta de la guardilla con estrépito.

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CAPÍTILO Xlll.

EL MANDATO DE PAGO.

Levantóse asombrado el lapidario, y abrió la puerta.

Dos hombres entraron en la guardilla.

Uno de ellos, alto, flaco, de cara innoble y granujienta, escondida entre dos grandes patillas negras , llevaba en la mano un grueso bastón em- plomado , y un sombrero abollado en la cabeza , y vestia una larga levita verde salpicada de lodo y abotonada hasta el pescuezo. El cuello de la levita, que era bajo, dejaba descubierto un pescuezo lar- go encarnado y pelado como el de un buitre viejo... Este hombre se llamaba Malicornio.

El otro era mas bajo de cara también ordinaria y abotargada , gordo y rechoncho, é iba vestido con una especie de suntuosidad grotesca. Dos bolo- nes de brillantes unian los pliegues de su camisa, cuya limpieza era problemática , y una larga cade- na de oro serpenteaba sobre su chaleco escoces, que hacia un raro contraste con su paleto de felpa amarilla.

Su nombre era Bordón.

Oh, eso hiede á pobres! dijo Malicornio deteniéndose en el umbral. ;No huele á clavelinas! ¡Rayo! qué parroquianos, ¡ eh ! repuso Bordón haciendo un jesto de asco y de desprecio, y luego

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míseria. ^^^

se adelantó hacia el artesano que lo miraba con sorpresa é indignación. vv^ií.

Én la puertl , que había quedado entreabierta, vio la cara del Gojuelo que había seguido disimu- ladamente á los desconocidos para ver lo que pa-

^^ -1* ; A quien buscáis? dijo con aspereza el la- pidario exasperado por la brutalidad de estos dos hombres. A Gerónimo Morel repuso Bordón. Yo soy... ¿ Sois lapidario ? i Yo soy / ; Estáis seguro ? Vuelvo á deciros que soy yo... No hay que incomodarme... ¿ Qué queréis ?... ¡ es- plicáos , ó marchaos de aquí 1 - i Vaya una ur- banidad/... muchas gracias... ¿ Que te parece Mali- cornio? repuso el hombre volviéndose hacia su camarada - esto está mas barrido que la casa de vizconde de Saint-Remy. - Tso hay duda... pero en las casas de esos señores se encuen la uno con cara de palo , como nos sucedió en la calle de Lüai- Uot. El pájaro habia volado la víspera mas que de prisa... pero á estos marranos siempre se les en- cuentra en su pocilga. -Ya lo creo ; estos no desean mas que los metan en la trena (a) para tener que llevar á la boca. Buen tonto puede ser el acree- dor, porque el negocio le coslaíá mas de lo que vale... pero con su pan se lo coma. í5i no estu- vierais borrachos - dijo Morel - como parece que estáis, puede ser que me incomodaseis... i Vamos, pronto, fuera de mi casa / - ¡ Qué tal ! parece que tiene humos el tio ioro/.a- dijo Bordón aludiendo á la inclinación del cuerpo del lapidario. -7 ¿ *^»"V te parece , Malicornio? y tiene valor para llamar a esto su casa.... á que no meterla yo mi perro en semejante cubil. - I Ay Dios mío ! ¡ Dios mío! - -rito Maí^dalena llena de tal espanto que hasta en- tonces nS h^^bia podido articular una sola palabra

268 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

llama , pide socorro , Morel... mira que pueden ser ladrones..., Cuidado con los diamantes...

En efecto, al ver Morel que aquellos dos hombres de tan mala caladura que se acercaban mas y mas á la mesa en que estaban los diamantes, temió que tuviesen alguna intención siniestra., corrió hacia la mesa y cubrió con ambas manos las piedras pre- ciosas.

El Cojuelo, que no se habia separado un momen- to de la puerta , archivó las palabras de Magdale- na , observó el movimiento del artesano , y dijo para sí:

¡ Qué tal I y decían que era lapidario de falso, y si las piedras fuesen falsas no tendría tanto miedo de que se las robasen... Vamos metiendo en el saco : luego la tia Mathieu, que viene aqui muchas veces es también corredora de piedras finas; luego son diamantes los que trae en el canastillo... Vamos guardando en el saco para decirselo á la Lechuza

añadió el hijo de Brazo Rojo.

Si no salís de mi casa , llamaré la guardia dijo Morel.

Los niños , asombrados al ver esta triste escena, empezaron á llorar , y la vieja idiota se incorporó en el lecho.

Si alguien tiene derecho de llamar la guardia somos nosotros... ¿ entendéis ahora , viejo derren- gado? — dijo Bordón. Porque la guardia nos auxiliará para llevaros á la cárcel , si os hacéis de pencas añadió Malicornio. es verdad que no viene con nosotros ningún juez de paz ; pero si queréis ver uno , se os traerá al instante , acabado de salir de la cama y calentito como un pastel... Bordón irá á buscarlo... ¡A la cárcel yo ! ex- clamó Morel lleno de estupor. , á Clichy... j A Clichy / repitió el artesano asombrado.

tL MANDATO DE PAGO. 269

¡Que malas entendederas tiene este I dijoMalicor- nio. A la cárcel de deudores... para que lo en- tendáis de una vez añadió Bordón. Pero en- tonces sois... ¡corno I... ¿seria posible?... Luego el notario... {Dios me valga I...

Y pálido como un difunto el lapidario se dejó caer en el taburete sin poder articular otra pa- labra.

Somos alguaciles del comercio para poneros en buen recaudo, si podemos... ¿Y ahora lo enten- déis mejor, tio mendrugo ? Morel... la obligación del amo de Luisa... ¡estamos perdidos I exclamó Magdalena con voz trémula y desfallecida. Ahí tenéis la ejecutoria dijo Malicornio sacando de una cartera sucia y grasicnta un papel con sello.

Después de haber reflexionado como de costumbre una parle de la sentencia con voz inintiligible, arti- culó claramente las últimas palabras que por des- gracia eran demasiado significativas por Morel :

Juzgando en ultima instancia el tribunal condena al Señor Gerónimo Morel á pagar al señor Pedro Pe- tit-Jean , (a), negociante por todas las vias de de- recho y aun corporalmente , la suma de un mil y trescientos francos , con mas el interés desde la fecha del protesto , condenándolo igualmente en los gastos y costas.

Dado y juzgado en París ^ á 15 de setiembre, etc.

¿Y entonces Luisa? ¿y Luisa? exclamó Mo- rel casi fuera de sí, y al parecer sin hnber oido es- te galimatías: en donde está Luisa? Luego ha salido de casa del notario, si es que me prenden... ¡Oh, Dios mió 1 ¿qué ha sido de Luisa ?

(a) El hixhW notario, no piuliendo persof^uir en juicio bajo 8U propio nombre, liabia Iiecbo fiiniav al d«'sfriac¡a»lo Mortil lo que se llama una aceptación en blanco, y babia cubierto después la obligacioa k nombre de un twceío.

T. u. 18

270 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

¿ Qué Luisa ni que niño muerto? dijo Bor- dón.— Déjalo tonto— repuso brutalmente Mali- cornio ; ¿ no ves que está locando el violón? Vamos y se acercó á Morel listo á la voz; á desfilar por la izquierda... ¡ marchen ! y á ver co- mo meneas las canillas, para salir pronto de esta epidemia y respirar aire limpio. Morel no sal- drá de aquí, i Defiéndete, Morel ! gritó Magda- lena casi sin juicio. Mátalos, mata á esos bribo- nes. ¡ Oh, cobarde I... eres capaz de dejarte llevar.. y de abandonarnos. . Podéis hacer vuestro gus- to, señora, como si estuvierais en vuestraa casa dijo Bordón con aire sardónico. Pero tened en- tendido que si vuestro marido, ó lo que es, levanta la mano contra mí, lo mando á almorzar al otro barrio añadió haciendo remolino con el bastón emplomado.

Morel solo pensaba en Luisa, y no veía nada de lo que pasaba á su lado. Una expresión de amarga alegría iluminó su rostro, y exclamó:

¡ Luisa ha salido de la casa del notario !... voy con gusto á la cárcel. Pero echó luego una mirada al rededor de si , y volvió á exclamar: ¡ Y mi mujer 1... j y su madre I... ¡ y mis pobres íiijos /... ¿ quien los mantendrá ? Nadie me confia- rá las piedras en la cárcel, porque todos cre- erán que estoy preso por mala conducta... ¿Luego el notario quiere mi muerte y la de mi familia?

Vamos , vamos , acabemos de una vez dijo Bordón ya me voy amostazando. Vestios pron- to y á la calle. ¡Oh, perdonadme señores, per- donad lo que os dije hace un rato! gritó Mag- dalena desde la cama. No, tendréis corazón para llevar á Morel... ¿ Que seria de con cinco hijos y con mi madre loca? allí está... allí está en aquel colchón... ¡Esta loca, señores de mi alma... está

EL MANDATO DE PAGO. 271

loca/... ¿Aquella vieja esquilada? ¡Y es ver- dad que está esquilada I vaya una visión I dijo Malicornio soltando una carcajada: creí que tenia un gorro blanco en la cabeza... Hijos mius arro- dillaos delante de esos señores gritó Magdalena queriendo hacer el último esfuerzo para ablandar á los corchetes ; pedidles que no se lleven á vues- tro padre... nuestro único amparo..

Los niños lloraban asombrados , y no se atre- vian á salir del jergón apesar del mandato de su madre.

Al oiría idiota aquel ruido extraordinario, y al ver el aspecto de los dos corchetes á quienes no' co- nocía, empezó á dar siniestros abullidos acurrucán- dose como un perro contra la.pared, Morel parecia insensible á lo que estaba pasando : el golpe era tan horrible é inesperado , las consecuencias de su arresto le parecian tan espantosas , que no podia concebir la realidad de aquella escena. Debilitado por lodo genero de privaciones, f¿ilt9le enteramen- te el espíritu y permaneció en et asiento sin mo- verse, pálido, asombrado , con los brazos colgados y la cabeza caida sobre el pecho. ¡Hola I ¡eh! tio socarrón... ¿en qué rayo estáis pensando? gritó Malicornio. ¿O pensáis que hemos veni- do aquí á pelar la pava ? Vamos pronto sino os echo la zarpa.

El corchete cogió con una mano por el hombro al artesano y lo sacudió brutalmente. Esta amenaza y el gesto que la acompañó llenaron de terror á los niños; los tres varones salieron casi desnudos del jergón, y deshechos en llanto se arrojaron á los pies de los guardas del comercio, levantaron líis manos y dijeron con un tono que partia el co- razón :

172 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

j Ay! I por Dios, señores!... j no matéis á nues- tro padre !

Al ver á los infelices niños temblando de frió y de espanto, Bórdense conmovió á pesar de lo acostumbrado que estaba á tales escenas. Su impla- cable compañero sacudió brutalmente la pierna á que estaban agarrados los niños suplicándole por su padre.

¡Ehl ¡ largo de ahí! ¡ fuera chiquillos!... /Qué demonio de oficio , si no tuviera uno mas parro- quianos que mendigos como este!

Un horrible episodio hizo mas espantosa aun esta escena.

La mayor de las dos niñas que estaba acostada con su hermana en «1 jergón grito de repente.

Madre, madre, no sc^ que tiene Adela... está fria como la nieve! Me mira hito en hito ! ay Dios mió;... y no respira...

La pohre niña tísica acababa de espirar sin dar un solo quejido y con la vista clavada en su her- mana á quien amaba tiernamente.

Imposible seria dar una idea del grito de la naujer; del lapidario al oir esta horrible revela- ción, pues conoció al momento lo que habia su- cedido. Fué uno de esos gritos sofocados, con- vulsos; arrancados del fondo de las entrañas de una madre.

¡Mi hermana parece una muerta! ;Dios miol j Dios mió ! yo tengo miedo exclamó la niña saliendo precipitadamente del jergón y corriendo asombrada hacia su madre.

Esta sin acordarse de que sus piernas casi pa- ralizadas no podían sostenerla , hizo un esfuerzo violento para levantarse y correr hacia su hija muerta; pero faltándole las fuerzas, volvió á

Duf PlciOac) cV'irCjcvcf

EL MANDATO DE PAGO. 273

caer en la cama y lanzó un grito trémulo de de- sesperación.

Esle grito resonó en el corazón de Morel, el cual salió entonces de su estupor, arrojóse al jer- gón en que estaba su hija de cuatro años y la cojió en los brazos...

Pero estaba muerta*

Su enfermedad, causada por la miseria, era ya mortal-, pero el frío y el hambre habian acele- rado su fin. Tenia los brazos y los demás miem- bros tiesos y helados.

Morel, con los cabellos erizados de desespera- ción y espanto, sostenia á su hija en los brazos, y la miraba con los ojos fijos, secos y abotar- gados.

¡ Morel > Morel... dame la niña! gritó la desgraciada madre tendiendo los brazos hacia su marido no es cierto, no... no está muerta... ve- rás como vuelve en calentándola ..

Escitada la curiosidad de la idiota por la prisa conque los alguaciles se acercaron al lapidario, que no queria apartarse del cuerpo de su hija, cesó de a huí lar, levantóse del lecho, se acercó lentamente á Morel , sacó la espantosa cabeza por encima del hombro de su yerno... y contempló por algunos momentos el cadáver de su nieta... Las facciones de la idiota conservaron su expre- sión habitual de atontamiento huraño y feroz, dio al cabo de uri minuto un bostezo hueco y caver- noso como el de un animal hambriento, y volvién- dose á su lecho se dejó caer en él gritando:

¡ Tien hambre 1 1 ¡ hambre I ! Aquí está, señores; ya lo veis, aquí está mi pobre hija, hija de mi alma, /mi Adela I... Se llama Adela, se- ñores. Aun ayer tarde la besé; y esta mañana... ya está muerta. Ya veo que me diréis que es una

27* LOS MISTERIOS DE PARÍS.

boca menos que mantener, y que es una fortuna para mí, ¿no es verdad? dijo el artesano con aire atontado.

Su razón empezaba oscurecerse á fuerza de golpes tan repetidos y crueles.

jMorel, dame mi Adela; dame mi hija! repitió Magdalena. Tienes razón; también debes disfrutar de este regalo... repuso el lapi- dario; y luego puso el cadáver de la niña en los brazos de su madre.

Dio en seguida un prolongado gemido y cubrió la cara con las manos,

Magdalena , que estaba tan demente como su marido, metió el cuerpo de su hija entre la paja del jergón, sin apartar de él la vista y llena de un espantoso desasosiego, mientras que los demás niños lloraban arrodillados en medio del desván.

Los corchetes , á quienes habia conmovido esta escena por un momento, volvieron á su acostum- brada insensibilidad.

Vamos, buen amigo dijo Malicornio al lapidario ya vemos que vuestra hija se ha muerto y que es una desgracia : todos somos mor- tales, y nosolros no podemos remediarlo, ni vos tampoco,.. Es preciso que nos sigáis al momento, porque hoy se presenta buena caza y tenemos que pescar á un pájaro gordo...

Morel no oyó las palabras del criado de jus- ticia.

Perdido en un laberinto de fúnebres pensamien- tos, se decia á mismo con voz trémula j acon- gojada:

-— Y sin embargo es preciso enterrar á este an- gelito... y velarla... aquí... hasta que vengan á llevarla... ¡ Enterrarla !... ¿con qué, si no tene- mos un alimento?... ¿Y quién me prestari para

liL MANDATO DE PAGO. 273

el ataúd? ¡Oh I un ataúd pequeñito... para una niña de cuatro años... debe costar muy caro... ¿Y el carro de muertos?... no señor; nada de carro... eso se coge debajo del brazo, y vamos andando... ¡Ja! ¡jal ¡jal añadió dando una espantosa carcajada -—¡qué dichoso soy I... si muriese á la edad de diez y ocho años, como mi Luisa, por ejemplo, no me prestarian, no, un ataúd grande...

Oyes Malicornio ¿sabes que ese hombre es ca- paz de perder la cholla? dijo Bordón á su com- pañero;— mira que ojos pone de loco... ¡Y la vieja que maulla de hambre!... i Vaya unos par- roquianos!...— Pero es menester salir del paso... Aunque el arresto de ese mendrugo está tasado en 76 francos 75 céntimos, estiraremos la suma de las costas, como es justo, á 2^*0 ó 250 francos. Al fin quien paga es el acreedor... Di mas bien quien adelanta el dhiero de las costas; por- que aunque pague por ahora, del cuero han de salir las correas.,. Cuando ese tio tenga conque pagar 2,500 francos por capital, intereses, gastos y todo, ya lloverá con tiempo seco... Y no hará tanto frió como aquí, porque esto está que hiela la sangre... dijo el corchete soplando los dedos.

Despachemos; á la calle con él, que ya Uori-

3ucará por el camino... ¿Tenemos acaso la culpa e que la niña se haya ido al otro barrio?... -— La gente de este pelaje no deberla hacer chiqui- llos.— Verdad que repuso Malicornio; y luego añadió dando una palmada en el hombro de Morel : Vamos , camarada , que no podemos esperar mas, ¡ya que no pagáis, á la cárcel! ] A la cárcel el señor Morel! exclamó una voz delicada y juvenil : y al mismo instante entró con prontitud en la guardil'a una joven morena, fresca, encendida y sin mas adorno en la cabeza que el

276 LOS MISTERIOS PARÍS.

peinado de su propio cabello. jAy, señorita Alegría 1 dijo llorando uno de los niños ¡ por Dios, señorita, no dejéis que lleven á mi padre! se murió Adelita... ¡Murió Adela! —exclamó la joven, cuyos ojos grandes, negros y brillantes se arrasaron de lágrimas. I Hijos raios! ¡á la cárcel vuestro padre! ¡no puede ser!...

Y miró asombrada y sin moverse al lapidario, á SAI mujer y á los alguaciles.

Bordón se acercó á Alegria.

Oiga usted, prenda mia , á ver si con buenas palabras hace usted entrar en razón á ese hombre es verdad que se ha muerto su hija, pero eso no podemos remediarlo, y es preciso que lo llevemos á Clichy... á la cárcel de deudores, porque somos alguaciles del comercio. ¡Con que luego es ver- dad!— exclamó la joven.— Y tan verdad, que mas claro no lo canta un loro. La madre está distraída en la cama con la chiquilla... y el ma- rido debe aprovechar esta ocasión para escabu- llirse.— ¡Dios mió! ¡qué desgracia para esta po- bre familia I exclamó Alegría ¿ como saldrán de tal desastre? No hay mas remedio que pagar ó ir á la cárcel: ¿tenéis dos ó tres billetes de á mil que prestarles? preguntó Malicornio con socarroneria : si los tenéis rascad el bolsillo, que no pedimos otra cosa. ¡Oh ! ¡eso es horrendo! dijo Alegría con indignación ¡ chancearse viendo tal desgracia ! Pues bien, hablando for- malmente — dijo el otro corchete ya que los estimáis, haced de manera que la mujer no vea salir á su marido, pues les evitaréis un m^^l ralo.

El consejo, aun que brutal, no era malo, y así es que Alegría se acercó á la cama de Magdalena y se arrodilló junto al jergón en medio de los

EL MANDATO DK PAGO. 277

niños; pero Magdalena estaba tan sumergida en su pesar que no la vio.

Morel volvió en de su demencia , pero se entregó de nuevo á reflexiones mas melancólicas, pues pudo entonces contemplar el horror de su situación. Pensó que una vez tomada por el no- tario aquella extrema resolución dehia estar inexo- rable, y que los alguaciles no dejarían de cumplir con J5U deber.

El lapidario se resignó.

¿Nos vamos, ó que hacemos? le preguntó Bordón. No puedo dejar aquí esos diamantes, porque mi mujer está medio loca dijo Morel señalando hacia las jovas que estaban sobre la mesa. La corredora para quien trabajo debe ve- nir á recogerlos esta mañana, ó en todo el dia , y no puedo dejarlos abandonados , que son de mu- cho valor. ¡ Tatel dijo para el Cojuelo que DO se habia separado de la puerta va se lo con- taré á la Lechuza. dejadme si quiera hasta ma- ñana— dijo Morel para que pueda entregar los diamantes á la corredora. ¡Imposible! | vamos pronto, marchemos 1 Pero no puedo esponerme á que se pierdan los diamantes dejándolos abando- nados.— Metedlos en el bolsillo; vamos pronto, que nos aguarda el coche á la puerta , y eso ten- dréis mas de costas. Iremos por la casa de la cor- redora, y si no la encontráis entregaréis las pie- dras al alcaide de Clichy ; estarán tan seguras en su poder como en el banco de Francial ; l'ronlo, pronto 1 ahora que no os ven la mujer ni los hi- jos.— ¡Dejadme hasta mañana paia enterrar á mi hija! dijo Morel con \oz suplicante y alle- .rada por el llanto. ¡Osdigo que no puede ser!... ya hemos perdido aquí una íiora I VA cnlicrro os trastornaría la cabeza añadió Malicornio. ;0h'

278 LOS MISTERIOS DE PARTS.

SÍ... repuso Morel con amargura. Ya que os compadecéis de mí, dejadme haceros una pregun- ta... — / Qué pregunta ni que rayo! vamos de aquí pronto ! repuso Malicornio con impaciencia bru- tal — ¿Desde cuando tenéis orden para prenderme?

La sentencia se ha dado hace cuatro meses, pero hasta ayer no ha recibido nuestro ujier la orden del notario para ponerla en ejecución. ¿Hasta ayer?... ¿y porqué aguardó hasta ayer?

¿Qué me importa á mí?... ¡Vamos pronto, liad el petate! ¡Hasta ayer!... ¿Cómo no ha- brá venido Luisa?... ¿en dónde está Luisa? dijo el lapidario metiendo las piedras en una ca- jita llena de algodón. ¡Dios me paciencia! Vamos de aquí... ya sabré en la cárcel lo que ha sido de mi hija. A ver com i hacéis pronto vuestro lio y os vestís... No tengo mas lio que hacer que llevar estos diamantes para entregarlos al al- caide.— ¡Vestios de una vez '... TSo tengo mas vestidos que el que llevo puesto. ¿Y vais á sa- lir con esos andrajos? preguntó Bordón. Os dará vergüenza ¿no es verdad? repuso el lapi- dario. — No, porque vamos metidos en el coche; que sino... dijo Malicornio. Papá, mamá te llama dijo uno de los niños.

Escuchad dijo con rapidez Morel á uno de los corchetes no seáis inhumano... concedcdme un solo fabor. No tengo valor para despedirme de mi mujer y de mis hijos... porque se me partiría el corazón... Si ven que me lleváis, se echaran á los pobrecillos... y quisiera evitar este ultimo lance. Os ruego que me digáis en voz alta que ven- dréis dentro de tres ó cuatro horas y que finjáis marcharos... me aguardaréis en el descanso de la escalera, y me ahorraréis así la amargura de des- pedirme... os prometo que estaré con vosotros den-

EL MANDATO DE PAGO. 279

íro de cinco minutos... Ya entiendo.., quer- ríais dejarnos de plantón ¡ eh I... dijo Malicor- nio. I Buen lagarto sois ! en un abrir y cerrar de ojos os ¡riáis por una rendija. ¡ Válgame el po- der de Diosl ¡ exclamó Morel con dolorosa in- dignación.— Creo que no nos engaña dijo Bordón á su compañero; llagamos lo (¡ue dice, porque sino llevamos trazas de salir de aquí en todo el dia: ademas, yo me pondré junto á la puerta, y como la guardilla no tiene otra salida, no podrá escapar- se.— ¡ Mala sarna te mate, viejo chocho!.., I á ti T á tu pocilga!... ¡Qué peste, santo Diosl repuso Malicornio; y dirigiéndose á Morel continuó: Esperaremos en el cuarto piso... pero cuidado que bajéis pronto... Gracias dijo Morel. ¡ Pues señor, convenido ! dijo Bordón en voz alta mi- rando al artesano con aire de inteligencia; ya que ofrecéis pagar, os dejamf>s, y volveremos dentro de cinco ó seis dias; ! pero cuidado con cumplir lo prometido ! No faltaré : para entonces espero que podré pagar repuso Morel.

Los alguaciles salieron del desván.

El Cojuelo, temiendo que lo sorprendiesen , ha- bia desaparecido antes que los corchetes saliesen de la buhardilla.

¿No habéis oído, señora Magdalena ? dijo Alegría dirigiéndose á la mujer del la[)i(iario para distraerla de su lúgubre contem|)lacion : esos dos hombres se han marchado y dejan en libertad »1 vuestro marido. ¿ no oyes, mamá ? ya no pren- den á mi padre : dijo el mayor de los niños. ; Morel I mira escucha... Coje uno de esos diamantes gordos, que nadie lo sabrá, y salimos de este apuro dijo Magdalena en voz confusa y delirante. Con eso tomara calor Adelila , y no estará muerta tanto tiempo...

280 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

El lapidario sali(3 con precaución aprovechando un momento en que nadie le miraba.

El alguacil lo esperaba del lado de afuera en un especie de descanso que estaba también á teja vana. Hacia este descanso daba la puerta del desván que corria á lo largo de la buhardilla de Morel, y en el cual guardaba M. Pipelet sus provisiones de cuero. Hemos dicho también que el digno portero llamaba á este agujero su paco de melodrama, porque por un agujero hecho al tabique, observaba con íVecuen da las tristes escenas di; la guardilla de Morel.

Vio el alguacil aquella puerta, y creyó por un momento q«ie el lapidario podria acaso huir por ella.

Vamos . adelante , mala ralea ! le dijo po- niendo el pié en el primor paso de la escalera , y le hizo seña para que lo siguiese. ¡Un momen- to por favor... un momento 1 dijo Morel.

E hincándose de hinojos en el descanso, dio la última mirada á su familia por una rendija de la puerta, levantó las manos, y dijo en voz baja y trémula que revelaba su amarga aflicción :

¡ Adiós ! hijos de mi alma I ¡adiós mujer des- dichada I Adiós... —¡Vamos/ ¿acabareis de una vez! Basta de mojigangas dijo brutalmente Bor- dón tiene razón, Malicornio: ¡qué pocilga! ¡qué le- trina.

Levantóse Morel y se disponía á seguir al algua- cil, cuando resonaron en la escalera estas palabras.

¡ Mi padre ! ¡ mi padre .^ ¡ Luisa / excla- mó el lapidario levantando las manos al cielo. : Alabado sea Dios ! siquiera podré abrazarla antes de marchar... ; Gracias á Dios, que llego á tiem- po! — dijo la voz acercándose mas y mas.

Y se oyó que la joven subia precipitadamente la escalera.

EL MANDATO DE PAGO. 2S81

No tengáis cuidado prenda mía , dijo otra voz áspera y temblona que salla de una región infe- rior; — yo me pondré si es menester en el pasillo con mi querido viejo y el palo de la escoba, y no saldrán de aquí esos matachines sin que les ha- yáis hablado.

Ya se habrá adivinado que esta voz era la de madama Pipelet, la cual, menos ágil que Luisa, la seguia lentamente. Algunos momentos después la hija del lapidario estaba en los brazos de su padre.

¡Conque eres tú, Luisa I ¡ eres tú, hija de mi corazón ! dijo Morel llorando. Pero que des- colorida estás! I Dios mió! ¿ (jue tienes? Nada.,, no tengo nada... respondió Luisa con voz bal- buciente.— he coriido tanto, que!... aquí está el dinero. ¡Qué dices !... ¡ cómo ... ; Lstais libr señor!... ¿Luego sabias que? Sí, todo lo he sabido... Toinaü , señor, ahí tenéis el dinero di- jo la joven dando un p^iquelito de mont-das de oro á Malicornio ; Pero ese dinero, Luisa! .. ¡ese di- nero! — ya lo sabréis .. sosegaos... voy á consolar á mi madre, /No, aguarda/ gritó AÍorel ponién- dose delante de la puerta , pues se acordó de que Luisa no sabia aun la muerte de su hermana. Aguarda qu« ten-ro ííuí- |.regunlarte... Dime ¿quién te ha dado ese dinin<.? r,'i mas ni menos dijo Malicornio lurgo ({ue acabó de contar las monedas de oro que melló en el bolsillo. Sesenta, sesenta y cinco, mil trescientos francos justos y tapados, ¿Y no traéis mas que esto, mocita? ¿Pero vos no debéis mas que mil trescientos francos? dijo Luisa asombrada dirigiéndose á su padre. repuso Morel, Vamos á esto I dijo el alguacil , la obligación es de mil tiescienlos francos... está bien esto paga la deuda... pero, y táseoslas?... sin la

282 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

diligencia de arresto hay ya por mil ciento y cua- renta francos. ;Dios mió! ¿ como puede ser esto exclamó Luisa. Yo creia que no eran mas que mil y trescientos francos... Entonces, señor, ya pagaremos el resto... porque al fin hemos da- do ya mucho dinero. . ¿no es verdad, mi padre? Enhorabuena no hay inconveniente... Entonces lle- vad el dinero al alcaide y se pondrá en libertad á vuestro papá, ¡Vamos, á la cárcel! Conque le lleváis! Y mas que de paso... Que pague lo que debe y quedará libre... ¡Vamos, Bordón, despache- mos \^ ¡ Oh ! piedad... ; tened compasión.' ex- clamó Luisa. ¡ ISo lo digo yo ! ya vuelve á em- pezar la gresca... ¡vamos, palabra de honor, esto es capaz de hacer sudar á un difunto ! dijo bru- talmente el corchete; y dirigiéndose luego á Morel continuó: Si no tomáis el camino sobre la marcha, os agarro por el pesquezo y os hago mar- char mas que deprisa. ¡ Vaya una comisión diverti- da!— ¡Ay, padre de mi alma ! ¡Dios mió! ¡y creí que se libraria de este lance! exclamó Luisa con voz desfallecida. ¡ No, no! ¡no hay justicia en el cielo ! gritó el lapidario dando con deses- peración una patada en el suelo Sosegaos , buen hombre; hay una providencia para los que viven con honra dijo una voz firme y vibrante.

Y al mismo instante salió Rodolfo por la puerta del zaquizamí, desde donde habia presenciado sin ser visto varias de las escenas que acabamos de re- ferir. Estaba pálido y profundamente conmovido. Al ver tan súbita aparición retiocedieron los al- guaciles , y Morel y su hija miraron al desconocido con estupor. Sacó Rodolfo, del bolsillo del chaleco algunos billetes de banco, escogió tres de ellos y los presentó á Malicornio diciéndole:

EL MANDATO DE PAGO. 283

Allí tenéis dos mil quinientos francos: volved á esa niña el oro que os ha dado.

El alguacil, cada vez mas asombrado, tomó con recelo los billetes, los miró j examinó en todos sen- tidos, les dio diferentes vueltas, y por último los metió en la faltriquera. Mas volviendo á recobrar su acostumbrada osadia a medida que se iba disi- [)aiido su espanto , miro á Rodolfo de pies á cabeza y le dijo;

Y son buenos los billetes... ¿pero porque arte de birli birloque os hicisteis con esta suma? ¿Estáis seguro de que es vuestra?

Rodolfo estaba modestamente vestido y cubierto del polvo que habia cogido en el zaquizamí de M. Pipelet.

Ya te dije que volvieses el oro á esa nifía respondió Rodolfo con voz breve y severa. ¡Ya te dijel... ¿y en que taberna almorziunos juntos para tanta llaneza? gritó el corchete adelantándo- se hacia Rodolfo con ademan amenazador. j El oro!... /te digo ([ue vuelvas el oro! dijo el prín- cipe apretando con tal violencia la muñeca de Ma- licornio que este no pudo menos de ceder al agud > dolor, V gritó: ¡Oh 1 pero no me lastiméis!...

i soltadmeel brazo !

¡ Pues vuelve el oro 1... ¡ Bribón! estas pagado, márchate... y cuidado con hacerse el insolente, porque le haré rodar la escalera. Ahí tenéis el oro dijo Malicornio alargando el dinero á Luisa pero no me tuteéis ni me maltratéis.,, porque seáis mas fuerte que yo. Tiene razón... ¿y quién sois para gastar tan'a íiichenda ? dijo Bordón poniéndose á la sombra de su compañero -- ¿quién sois para tener esos humos? ¿ Quién es?... es mi inquilino... ¡ el rey de los? iiujuilinos! ¡pica- ros, mal criados, deslenguadas, botarates I —gritó

2Sk- LOS MISTERIOS DE PARÍS.

madama Pipelet, que al fin se dejó ver encendida como ui» tomate, hinchada de cólera y con su eterna peluca rubia á lo Tito Livio. Traía en la mano una cazuela de barro llena de sopa caliente para la familia de Morel. ¿Qué diablos quiere esa comadreja I dijo Bordón. Si ultrajáis mi físico, me echo á vosotros con dientes j uñas gritó madama Pipelet y para que llevéis que contar, mi inquilino, mi rey de inquilinos os hará rodar ias escaleras una á una, como os ha intimado ya... y con la escoba os barreré, proterbd, mala cana- lla, como si fuerais basura. Esa bruja es capaz de levantar contra nosotros toda la vecindad. Ya que estamos pagados, vamonos de aquí antes que venga otro chubasco dijo Bordón á Malicornio. Ahí tenéis los autos dijo este arrojando á los pies de Morel un legajo de papeles. ¡Coje los papeles!... ¡le han pagado, no seas insolente I di- jo Rodolfo deteniendo al corchete con mano vigo- rosa, y señalando con la otra á los papeles.

Conociendo |)or esta nueva insinuación que nada de bueno sacarla de hacer resistencia , inclinóse murmurando el alguacil , cogió del suelo el legajo y lo entregó á Morel que tendió la mano ma- quinalmente.

Creia estar soñando.

¡ Guardaos de caerme en las manos, porqué no os han de valer vuestros puños de cargador ! dijo Malicornio.

Y después de haber enseñado á Rodolfo el puño cerrado, salló de un solo bote diez pasos de la es- calera , seguido [de su compañero , que á cada ins- tante volvia la cara atrás lleno de miedo..

Madama Pipelet se dispuso á vengar á Rodolfo de las amenazas del alguacil ; y clavando los ojos

EL MANDATO DE PAGO. 285

en la cazuela con un ainí inspirado, gritó con toda la fuerza de sus pulmones.

More! pagó sus deudas... ahora su familia ten- drá que comer, y no necesilara mi pitanza... ¡agua va I

E inclinándose sobre el pasamano de la esral(>ra, arrojó el contenido en la cazuela á la espalda de los corchetes, que llegaban en aquel niouientoal pri- mer piso.

¡ Fuera de aquí , ¡ paso redoblado/ añadió la portera: los puse como una sopa... como dos so- pas... ¡je! ¡je je I vaya un [)ar de visiones I ¡ Mil millones de rajosl exclamó Malicornio inunda- do de sopa ¡cuidado allá arriba... vieja mondon- ga de los demonios!...

¡Alfredo! repuso madama Pi pelel deseca - ñitándose, con una voz aguda capaz de romper el tímpano de un sordo... ¡Alfredo I ¡ prenda mia mátalos, mata á esos beduinos, (|ue fallaron al respeto á tu Pomonal ¡indecentes I... ¡mal en- carados!... dales, de firníe con el palo de la es- coba. Llámala ostreray el lio Pepe para que te ayu- den... ¡ Atrápalos!... ¡cógelos! ¡fuego!... ¡ fuego!... ¡Vecinos I ¡vecinos !... ladrones!... Prrrrr... Cu, cu, cu... cu, cu, cu... I Firme, dales , véjele querido, para que no vuelven á tratar con irreverencia á tu Pomona.

Y para terminar formidablemente esta onomalo- pcya, que habia acompañado con brincos y contor- siones furiosas, madama Pipelet exaltada por la embriaguez de la victoria arrojó desde lo alto de la escalera la cazuela de barro , que rompiéndose con un ruido espantoso en el momento en que los cor- chetes bajaban los últimos pasos de la escalera de cuatro en cutfíro escalones, aumentó prodigiosamen- te su espanto.

r. II. 19

286 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

¡Largo de aquí, pillos, bribones! gritó Pomona riendo á carcajadas y cruzando los brazos con aire triunfante.

Mientras que madama Pipelet corría de este mo- do á los alguaciles (a) Morel se echó á los pies de Rodolfo.

(a) lié aquí algunoí hechos curiosos sobre la prisión por deudas, citados en el Pauvre Jacques , periódico ^nhlicado hajo la protección de la Sociedad de la mokal cristiana ( Comité des Prisons) :

aun protesto y una intimación de arresto por deuda, tasados por la ley, el primero en 4 fr. 35 c. , y la segunda en 4 ir. 70 c. , suben generalmente por la tasación de los alguaciles, el primero á 10 Ir. 40 c. , y la segunda á 16 fr, 40 c. Según esto los alguaciles exigen 26 fr. 80 c. por lo que la ley ha tasado en 9 fr. 50 c.

«Para un arresto la ley concede á esta clase de alguaciles ó guardas del comercio lo siguiente: derechos de sello y registro, fr. 50 c. ; carruaje, 5 fr. ; diligencias de arresto y de entrega, 60 fr. 25 c. ; derechos de escribanía, 8 fr. : total 76 fr. 75 c.

«Una cuenta de gastos y costas citada como término medio de lo que ordinariamente leclaman los guardas del comercio poruña prisión, hace subir dichos gastos y costas á cerca de 240 francos , en lugar de los 76 designados por la ley.»

En el mismo periódico se lee lo siguiente : «El guarda del comercio **' ha venido i suplicarnos que rtctiíicásemos el articulo de la Mujer ahorcada. No soy yo, dijo, <}u¡en la ha matado. No hemos dicho que *** hubiese quitado la vida á aquella desgraciada. Reproducimos el texto de nuestro articulo :

«El guarda del comercio *** se presentó para arrestar á «un carpintero de la calle de la Luna : el carpintero al verle «en la calle , grita ; ¡ Estoy perdido ! ¡ vienen a prender- «me! Óyelo su mujer, cierra la puerta y el carpintero se «esconde en un desván. El guarda va á buscar el juez de «paz y un cerrajero, y hace echar abajo !a puerta del cuar- «lo de la mujer del carpintero. . . ] ía mujer se habla ahor- tado ! . . . El guarda no se conmueve a la vista del cadáver,

EL MA^DAT() DE PAGO. 287

¡ Ah 1 Señor ¡ nos habéis salvado la vida !... ¿A T] Ilion debemos esle socorro inesperado?...

Al Dios de los honrados... como dice vuestro inmortal Beranger.

ocontinúa su pesquisa y baila por fin al marido. Estáis « jueso. IN ü Icngí) dintro. Entüncís a la cárcel ! Vu- «nios; pero dejadme siquiera decir adits a mi mujer.

« Dejaos de despedidas: vuestra mujer se ha ahorcado: está ynuerta...*

«¿Qué tenéis qae decirnos, señor **' ? (añade el perió- dico que citamos); 7io hemos hccl.o vws <¡ue copiar vuestra mistua declaración escrita^ en la cual liabeii pintado lioiaible Y minuciosamente esta escena espantosa.»

El mismo papel cila dos o trescienlosbccbos, de los cua- les el siguiente es pur decirlo asi el justo medio:

a Por un pa^'arc de 200 francos j un alí^uacil lia hecho costas 96A /''• -tV deudor , (¡uc es un menestral y padre de fa- milia con cÍ7ico hijos j hace siete meses que está preso. »

Por dos 1 azoncs cita del Pauvres Jacquct estos becbos, el a titor de este libro:

En piimer lugar para demosliar que la invención del ca- pitulo que pi ecede es inferior a la realidad.

Y sobre todo porque, en un sentido filantrópico, lacon- linuacion de semejante estado de cosas (los salaiits exorbi- tantes ilegal é impnneiriente exigidos por cieitos empleando» públicos ) parali/.a aveces las intenciones mas generosas... Asi es que con una suma de 4,000 francos se ¡)üdjia librar de la cárcel y icstituir al seno de su familia á tres ó cuatro menestrales bonrados é inlelices, casi siempre encaicelado» })or sumas de 250 á 500 bancos ; pero como estas sumas se triplican por una exagerada exacción de costas y salarios, las personas caritativas se abstienen mucbas veces de bacer una buena obi a , al ])ensar que las des 1< rceras partes de su donativo serán para salisíacer la codicia de empleados in- morales.

Y sin embargo pocas miserias bay mas dignas de interés y de piedad, que la de los desgraciados de quienes acaba- mos de bablar.

CAPITILO XIV.

ALEGglA.

Luisa , la hija del lapidario, era alia, esbelta y de uoa belleza extraordiiiaria, pero seria y grave: parlicipaba de la hermosura de la antigua Juno por la regularidad j severidad de sus facciones, y de la de Diana por la elegancia de su elevada esta- tura. A pesar de que era morena, y del color en- cendido y rojo de sus manos endurecidas por el tra- bajo doméstico, á pesar de lo humilde y desaliñado de sus vestidos, esta joven tenia una presencia llena de dignidad y nobleza.

No intentaremos pintar el agradecimiento y el gozoso estupor de esta familia tan inopinadamente rescatada de una suerte espantosa. La repentina em- briaguez de la alegía la hizo olvidar por un mo- mento la muerte de la niña. Solo Rodolfo observó la extremada palidez de Luisa, y la sombría re- flexión qu.' parücia afligirla, á pesar de la liber- tad que acababa do obtener su ])adre. Queriendo inspirar á Morcl una entera confianza acerca de su porvenir, y explicarle una liberalidad que podia comprometer su incógnito, el prícipe se retiró á un lado con el lapidario , mientras Alegría preparaba á Luisa para recibir la noticia de la muerte de su hermana , y le dijo:

¿No ha venido anteayer una señora joven?— Sí, señor, y aun parece que se contristó al ver núes-

ALEGRÍA. 289

Ira situación. Pues á ell« es á quien debéis es- lar agradecido, y no á mí... ¿Será posible... señor... ? aquella señora joven... Es vueslra bien- hechora. He llevado géneros á su casa algunas ve- ces. Cuando he alquilado un cuarto en esta casa, supe por la portera vuestra cruel situación... y como contaba con la caridad de esa señora, fui in- mediatamente á su casa, y ánlesde ayer vino ella misma á informarse , como habéis visto. Salió de aquí llena de compasión; pero como vuestra des- gracia podia ser el fruto de mala conducta, me ha encargado que tomase informes lo mas pronto posible, á fin de medir sus beneficios por vuestra prolu'dad. ¡ Qué señora tan buena, tan noble I con razón de( ia yo... A Magdalena: / Si los ricos supieran ! ¿ no es verdad ? ¿Y cómo sabéis el nombre de mi mujer ?. , ¿ quién os ha dicho que?... Desde las seis de esta mañana dijo Rodolfo interrumpiendo á Morel he estado oculto en ese desván junto á vueslra guardilla. ¡ Vos.... se- ñor I... ¡ Y he oido cuanto ha pasado , hombre de bien , hombre honrado I i Dios mió 1... ¿ paro como pudisteis meleros allí ! iSadie podia in- formarme mejor que vos mismo de lo que deseaba saber , y he querido oíros sin que supieseis os escu- chaba. El portero me habia hablado de ese peque- ño desván , y aun me propuso cedérmelo para le- ñera. Esta mañana le he dicho que me dejase verlo, estuve en él una hora , y me he convencido de que no hay un hombre mas bueno , mas noble, ni mas valerosamente resignado que vos. Pero , señor, mi mérito no es grande á la verdad : he narido asi, y no debía esperar otra cosa. Ya lo sé; y por eso no os alabo , sino que os aprecio... Estaba para salir de ese a<íujero para libraros de los alguaciles, cuando he oido ía voz de vueslra hija , y entonces

290 LOS MISTERIOS DE PARTS.

he determinado cederla la dicha de salvaros.. Por desgracia la rapacidad de los guardas del comercio ha privado á la pobre Luisa de esta dulce satis- facción, y entonces me he presentado. Ayer he re- cibido algunas cantidades que me debian , y por eso he podido cumplir de antemano la voluntad de vuestra bienhechora pagando por vos esa des- graciada deuda. Pero vuestro infortunio ha sido tan grande, tan honrado, y lo habéis sufrido con tanta resignación, que el interés que os manifiesta, y que merecéis, no se reducirá á este solo don. En nombre de vuestro ángel tu- telar puedo ofreceros un porvenir tranquilo y di- choso papa vos y para vuestros hijos... ¡Será po- sible!... Pero á lo menos decidme su nombre , se- ñor; el nombre de ese ángel del cielo , de ese ángel tutelar, como vos le llamáis!... No hay duda que es un ángel... Y teniais razón de decir que todos tienen sus penas , asi los grandes como los pobres.

; Es por ventura desgraciada esta señora I ¡Y quien no padece en esta vida!... Pero yo no hallo in- conveniente ninguno para deciros su nombre... Se llama....

Acordándose Rodolfo de que madama Pípelet sa- bia que la marquesa de Harville habia ido á aquella casa con intención de ver al comandante , y temien- do con razón la indiscreta locuacidad de la portera, continuó después de un momento de silencio :

Os diré el nombre de esa señora... bajo una condición.... ¡ Oh ! la condición que queráis, señor ! ... Que me prometeréis no decir su nombre á nadie.., ¿ entendéis nadie... ¡ Ah! oslo juro.. ¿Pero no podrá á lo menos dar gracias á esa pro- videncia de los desgraciados ? Se lo preguntaré á la marquesa de Harville, y no dudo que consentirá.

¿ Gomo se llama ? La señora marquesa de

ALEGRÍA. 291

Harville. ¡ Ab ! ¡ nunca olvidaré su nombre! Será la santa que invooaré... que adoraré... ¡ Cuan- do pienso que ha salvado á mi mujer, á mis bi- josl... ¿Salvado? ¡ ah / no los ba salvado á to- dos... mi Adelila; bija de mi alma... ; no has cono- cido á tu bienhechora I... Pero, como ha de ser ; al íin la hubiéramos perdido de un día al otro, porque su enfermedad era mortal...

Y el lapidario enjugó las lágrimas.

En cuanto á los últimos deberes que hay que cumplir con respecto á vuestra bija , si queréis seguir mi consejo os diré lo que se debe hacer.... No vivo todavía en mi cuarto, que es grande , sano y ventilado ; tengo ya en él una cama , y se traerá todo lo necesario para que vos y vuestra familia estéis con comodidad , mientras la señora de Harvi- lle no disponga colocaros de otro modo... El cuerpo de vuestra bija quedará en el desván, en donde será velado esta noche como conviene por un sa- cerdote. Voy á pedir á M. Pipelet que se encargue de todos los pormenores. ¡ Pero , señor , privaros de vuestro cuarto I... no es menester que bagars tal sacriflcio... Ahora estamos tranquilos , pues ya no me llevan á la cárcel... y nuest.ro pobre desván nos parecerá un palacio, sobre todo si mi Luisa se queda á nuestro lado para cuidar de todo como antes de habernos separado... Vuestra Luisa no os aban- donará... Decíais que seria vuestra ambición , vues- tro lujo el tenerla en vuestra compañía... Pues bien la tendréis , y será la recompensa de vuestra hon- radez. — ¡ Dios mió ! me parece que estoy soñando ¿ es posible lo que me pasa ? Yo no be sido jamas devoto , ni he tenido mas religión que la del ho- nor... pero este cambio maravilloso de fortuna... me hace creer en la Providencia... Y si el dolor de un padre pudiese admitir compensaciones dijo

292 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

Rodolfo con tristeza os diría que si habéis per« dido una hija , habéis rescatado o'ra. Es verdad á lo menos ahora tendremos á nuestra Luisa... Conque aceplais mi cuano ¿ no es verdad ? porque sino ¿cofiío se ha de hacer para velar el cuerpo de esa pobre niña?... Acordaos de la debilidad de vues- tra mujer. . y el peligro de ponerla delante tan do- loroso especláculo por espacio de veinte y cuatro horas... De todo os acordáis... ¡ de todo I... ¡ Que bondadoso sois, señor I Agradecedlo á vuestro ángel tutelar, porque su bondad es la que me ins- pira. Os digo lo que ella misma os diria , y estoy seguro de que aprobará cuanto hiciere... Conque aceptáis ¿ no es verdad ? vamos , está convenido.... Ahora decidme ¿ qué tenéis con ese Jaime Ferrai ?.. Una nube sombría cubrió el semblante de Morel.

¿Es por ventura ese Jaime Ferran el notario que vive en la calle de Sentien? El mismo... ¿ Le conocéis? Y luego , exaltado de nuevo pnr sus temores con respecto á Lo isa , dijo con voz altera- da : Ya que todo lo habéis oido, decidme, señor, decid... ¿ tengo ó no tengo derecho para quejarme de ese hombre?... y quien sabe... si mi hija... si Luisa...

Rodolfo comprendió el motivo de su temor. No pudo concluir y cubrió el rostro con las manos.

El paso que ha dado el notario debe serena- ' ros le dijo : acaso ha pedido vuestra prisión para vengarse de los desdenes de vuestra hija ; por lo demás tengo motivos para creer que es homhre de malas intenciones... En tal caso dijo Rodolfo después de haber reflexionado un momento es- peremos que la Providencia lo castigará... porque no siempre deja sin su merecido á los malos. ¡Ah, señor 1 ; es tan rico como h¡|)ócrita ! Acordaos de que estabais aflijido y desesperado, y que un ángel

ALEGIIÍA. 293

vino á salvaros... otro ángel Tcn;^ador é inexorable acaso visitará al notario... si es culpable.

Salió en aquel momento Alegria del desván en- jugando los ojos.

Rodolfo la dijo :

;, No os parece , vecinita , que el señor Morel hará bien en ocupar mi cuarto con su familia, mien- tras que su bienhechor, del cual no soy mas que un agente, le busca una habitación cómoda.

Alegría miró á Rodolfo con asombro.

¿ Pero , señor , seriáis generoso hasta el punto de ?... St , pero bajo una condición... que depende de vos , vecina... ¡ Oh ! todo lo que de mi de- penda.... — Tengo que arreglar deprisa unas cuen- tas para mi principal... los papeles están abajo y muy pronto vendrán á buscarlos... Si en calidad de vecina quisieseis permitirme hacer este trabajo en vnestro cuarto ..en una esquina de vuestra mesa... mientras hacéis vuestro trabajo... prometo no inco- modaros, y la familia de Morel podrá en tal caso mudarse inmediatamente á mi cuarto con la ayuda de madama Pipelet. ¡Oh I si no es mas que eso, de muy lindo gusto; los vecinos deben servirse mu- tuamente... y vos nos dais el ejemplo en el bien que hacéis por esta pobre familia... Mi cuarto , se- ñor está á vuestra disposición... Llamadme mi tec/no... porque sino no os hablaré con franqueza... ni me atreveré á aceptar vuestro ofrecimiento dijo Rodolfo sonriendo. Si en eso consiste , nada mas sencillo: puedo llamaros vecino, porque en realidad lo sois. Papá , mamá te llama... / ven I ¡ ven i dijo uno de los niños saliendo del desván. Adiós, señor Morel : cuando todo esté listo abajo os darán aviso.

El lapidario entró precipitadamente en el desván.

Ahora , vecina dijo Rodolfo á Alegría es

29Í LOS MISTERIOS DE PARÍS.

necesario que me hagáis otro servicio. De muy buena gana , vecino , si me es posible. Estoy se- guro de que se os dan en la mano los negocios ca- seros: se trata de comprar al instante la necesario para que la familia de Morel se vista y se esta- blezca con comodidad en mi cuarto , en donde no hay todavía mas que mis muebles que han trnido ayer , y por cierto que no son muy abundantes. ¿ Como haremos para tener sobre la marcha lo que necesito para esta pobre familia ?

Reflexionó un momento Alegría , y respondió: Dentro de dos horas tendréis todo lo necesario, vestidos hechos , de mucho abrigo y muy buenos, buenas camisas y sábanas para toda la familia, dos camitas para los niños , una para la vieja ; en fin, lodo lo que hace falta... pero es menester conside- rar que costará mucho, mucho dinero. ¡Qué diantres !... ¿ y cuanlo costará ? i Oh ! por lo me- nos , por lo menos quinientos ó seiscientos francos.

¿ Para todo ? ¡ Oh , !... ya veis que es mucho dinero dijo Alegría abriendo los grandes ojos y meneando la cabeza. ¿Y cuando tendremos todo eso? Antes de dos horas. ; Entonces sois bruja, vecina I ¡ Dios mió, no ! nada mas sencillo... El Templo está á dos pasos de aquí . y allí se encuentra todo lo necesario. ¿El Templo ? Si , el Tem- plo. — ¿ Qué sitio es ese ? ¿ No sabéis donde está el Templo ? No , vecina. Pues es donde com- pran sus muebles los que como vos y como yo quieren vivir con economía. Se compran allí mue- bles mas baratos que en otras partes, y tan bue- nos.... — ¿De veras ? Ya lo creo: supongamos por ejemplo... ¿cuanto habéis pagado por vuestra levita ? No precisamente... ¡Qué decís , ve- cino ! ¿no sabéis lo que ha costado vuestra levita ?

Os confesaré , vecina , con franqueza que la

ALEGRÍA. 295

estoy debiendo dijo Rodolfo Ya veis que no puedo saber.. /Ahí vecino.... vecino.... estoy^ viendo que no sois muy ordenado. 1 Ah , ve- cina I ese es mi pecado... Sin embargo debéis enmendaros, si queréis que seamos amigos... y me parece que lo seremos... porque tenéis trazas de ser bueno. Ya veréis como no os desagrada mi ve- cindad. Me ayudareis... y yo os ayudaré también... porque entre vecinos no hay nada mas natural... CHidaré de coseros y plancharos... y me daréis una mano para encerar todos los dias el suelo de mi cuarto.-. Yo soy madrugadora y os dispertaré para que nunca os echen de menos en la tienda : llamaié á vuestro tabique hasta que me digáis: ¡Buenos dias , vecina !

Que me place: me dispertaréis , cuidaréis de mi ropa, y yo enceraré muestro cuarto. ¿Pero seréis ordenado ? Seguramente. Y cuando ten- gáis que comprar alguna cosa, iréis al Templo; porque , por ejemplo: supongo que esa levita os ha costado ochenta francos ; pui's bien , en el Templo la compraríais por treinta. ¡Eso es una viña!... De modo que con quinientos ó seiscientos francos creéis que el pobre Morel y su familia... Se ha- rán con todo lo preciso, y bien, y para mucho tiem- po.— ¡Una idea se me ocurre, vecina/ Decid. ¿Sabéis escoger bien la ropa y los muebles? Ya lo creo... algo entiendo de eso repuso Alegría con cierto énfasis de vanidad. Pues entonces to- mad mi brazo y vamonos al Templo á comprar lo que Lace falta para la familia de Morel , ¿queréis? ¡Jesusl i qué felicidad'.... ¡ pobrecillos!... pero ¿y el dinero?— Tengo dinero. ¿Quinientos fran- cos ¿ El bienhechor de Morel me ha dado carta blanca , y no quiere ahorrar nada con estos infeli- ces... Si sabéis de otro sitio en donde haya mejores

296 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

íjéneros que en el Templo... En ninguna parte se halla nada mejor; y luego en el Templo lodo se puede comprar hecho: ropa para los niños, para la madre... ¡Vamos entonces al Templo, vecina. ¡Ay Dios mió! pero... ¿Pero qué? Nada... pero, ya veis... mi tiempo... es lo único que poseo... ya rae he atrasado bastante yendo y viniendo para cuidará la mujer de Morel. Ya veis, una hora de aquí, otra hora de allí, va haciendo poquito á poco un día entero; un dia vale treinta sueldos ; y cuan- do no se gana nada en un dia es preciso vivir como sise ganara... ¡Pero, no importa!... Lo sacaré á las noches... y ademas , mis horas de recreo son muy raras y contadas... de lo que no me pesa... me pa- recerá'que soy muy rica... muy rica , y que compro con mi dinero todas esas cosas para Morel... Vamos luego; voy á ponerme el chaly el sombrero, y vuelvo en un minuto, vecino. ¿Queréis que mientras tanto lleve mis papeles á vuestra habitación? Como gustéis, y con eso veréis mi cuarto dijo Alegría con orgullo porque está ya compuesto, loqueos probará que soy madrugadora, y que si sois perezoso y dormilón... peor para vos, porque tendréis mala vida conmigo...

Y Alegría bajó la escalera como un pájaro , y se- guida de Rodolfo que entró en su cuarto para lim- piarse del polvo que habia cojido en el desván de M. Pipelet. Mas adelante diremos porqué no sabia Rodolfo el rapto de Flor de María, que habia tenido lugar la víspera en la quinta de Bouqueval , y por- qué no habia visitado á Morel al dia siguiente de su coloquio con madama de Harville.

Rodolfo , armado de un lio formidable de papeles por mero cumplimiento , entró en el cuarto de Alegría.

Tenia esta la misma edad que Flor de María , su

ALEGRÍA. 297

antigua amiga y compañera de prisión. Habia entre estas dos jóvenes la diferencia que hay entre la lisa y el lianlo; erilre la indolencia go/osa y la medi- tación líielancóiica :... entre la iinpievision mas ir- reflexiva y la provisión mas incesante y sombría de lo futuro, entre una naturaleza delicada, esquisita, elevada , poética, dolorosamenle scíisibh; , incura- blemente herida y abrimiada [lor los remordimien- tos... y una disposición alegre , viva , feliz, buena y compasiva. Alegría no senlia mas pesares que los ajenos, y se afligia y se identi uceaba de todo cora- zón con el infortunio de los denias ; pero no volvia á acordarse desde que volvia la espalda como vul- garmente se dice. A veces inlerrumj)ia una risa in- genua y estrepitosa para llorar amargamente, ó un llanto sincero y amargo para volver á reir. Co- mo verdadera hija de Paris . preferia el aturdi- miento á la quietud , el movimiento al reposo , la estrepitosa armonía de la orquesta de los bailes de la Cartuja y del Colisto al dulce murmullo del vien- to , del agua y del follaje... el tumulto atronador de las plazas y calles de Paris á la soledad de los campos... el resplandor de los fuegos de aitiQ- cio, el chispeo deslumbrador del gran ramiVct de fuego, el ruido de las bombas, á la serenidad de una noche estrellada, sombría y silenciosa. ¡Ahí la gozosa niña preferia francamente el empedrado de las calles de la capital , al musgo y al cespel fron- doso de los senderos umbríos y sembrados de viole- tas ; el polvo de los líaluartes á la ondulación de los campos de espigas de oro, esmaltados con la escar- lata de las amapolas silvestres y el suave azul de los acianos...

Alegría solo salia de su cuarto los domingos , y todas las mañanas muy temprano par-i hacer su provisión de leche, de pan, y de panizo para &ms dos

298 LOS MISTERIOS DE PARÍS,

pajar dios , como decia madama Pipelet; pero al fin vivía en París, y nada podría contrariar mas su gusto y su voluntad que el vivir fuera de a capital.

Permítasenos añadir dos palabras mas sobre la costureríla de la calle del Templo, y luego introdu- ciremos á Rodolfo en su habilacion.

Tenía la compañera de la Guíllabaora diez y ocho años incompletos, y una estatura mas baja que la ta- lla ordinaria ; pero tan graciosamente formada , tan bien dispuesta , tan voluptuosamente combinada... y tan en armonía con sus modales listos y afanosos, (jue parecía completa: el movimiento de sus lindos pies, calzados siempre con botinas de casimir negro y de suela bastante gorda , traia á la memoria el andar cauteloso, lijero y gracioso de la codorniz y de la nevatina. Al verla andar, cualquiera diría que apenas tocaba el suelo. Este movimiento , este modo de andar de las grisetas y ágil, provocativo, y un si es no es asustadizo, debe atribuirse á tres causas : al deseo de agradar ; al temor de que sus modales se interpreten por una pantomima dema- siado espresiva ; al cuidado de perder el menos tiempo posible en sus escursíones.

Rodolfo solo había visto á Alegría a la oscura luz del desván y del último descanso de la escale- ra; y asi es que se sorprendió al ver la resplande- ciente frescura de la joven cuando entró en su cuar- to alumbrado por dos grandes ventanas. Quedóse por un instante inmóvil ante el gracioso cuadro que presentaba la habitación de la costurera. Alegría, en pié delante del espejo que estaba sobre la chi- menea, ataba debajo de la barba las cantas de su sombrerillo de tul bordado, y adornado con un en- caje y una cenefa color de cereza ; el sombrero era estrecho , y como lo llevaba cchajdo hacia atrás.

ALE6RÍA, 299

dejaba ver dos gruesas bandas de cabello liso y bri- llante como el azabache . que caian diagonalmente por uno y otro lado de su frente ; sus cejas finas y delicadas , se arqueaban sobre dos grandes ojos ne- gros , vivos y traviesos ; sus mejillas tersas y llenas eran encarnadas y frescas á la vista y al tacto, como una manzana impregnada del roció del alba; su pequeña nariz remangada , traviesa y descarada, hubiera hecho la fortuna de un Marton ó de una Lisette ; su boca era algo grande , risueña y bur> lona , sus labios rosados y húmedos , y sus dientes pequeños , juntos y aperlados ; tres hermosos ho- yuelos, uno en cada mejilla y otro en la barba , no iéjos de un pequeño lunar como una mosca de éba- no , colocado del modo mas provocador á un lado de la boca , daban á su fisonomía una gracia en- cantadora. Entre un ancho cuello vuelto de encaje, y el estremo del sombrero bastillado con una cinta color de cereza, se veia el nacimiento de una selva de hermoso cabello , tan perfectamente alisado y tan negro , que parecía pintado sobre el marfil de su pescuezo. Un vestido de merino color de pasa de Corinto de espalda lisa y mangas apretadas , hecho por la misma Alegría , cenia un talle tanto mas fino y esbelto porque la joven costurera no gastaba cor- sé... por economía. Cierta elasticidad y desenvoltu- ra inusitadas , al menor movimiento de los hombros y del cuerpo , parecidas á la blanda ondulación del andar del gato , revelaban esta particularidad. Fi- gurémonos un vestido ceñido á las formas redondas y tersas de un mármol, y concebiremos que Ale- gría podia muy bien dispensarse de usar la parte del vestido de que acabamos de hablar. Un delan- tal de levantina verde cenia su cintura, que po- dria abrazarse con las dos manos. Confiada en la soledad en que creía hallarse,

300 LOS MISTERIOS DE PARÍS*

pues Rodolfo había permanecido inmóvil á la puerta del cuapto, la costurera, después de haber alisado las bandas de su cabello negro con ia pal- ma de su blanca y graciosa mano , puso el pié so- bre una silla y se inclinó para aprelar el cordón de una bolina. Ésta última operación no pudo reali- zarse sin exponer á los ojos indiscretos de Rodolfo una enagua de algodón blanca como la nieve, y la mitad de una pierna admirablemente torneada.

Por la descripción que llevamos hecha de su ves- tido, se puede conocer que Alegría liabia escogido su mejor sombrero y su delantal mas lindo, en ho- nor de su vecino para acompañarlo al Templo. El fingido mancebo de comercio llenaba sus medidas, y le agradaba sobremanera su fisonomía benévola, altiva y atrevida: y ademas se mostraba tan cora- pasivo con la familia de Morel, cediéndola gene- rosamente su cuarto , que, gracias ii esta prueba de bondad, y acaso también al mérito de sus facciones Rodolfo había dado sin pensarlo un paso de gigan- te en la confianza de la costurera. E^ta , según la idea práctica que tenia de la intimidad forzosa y de las obligaciones recíprocas que impone la vecindad, se tenia por muy dichosa con que un vecino como Rodolfo viniese á ser sucesor , en el cuarto inme- diato al suyo; del comisionista viajero , de Cabrion y de Francisco Germán; porque empezaba ya á sentir que el otro cuarto estuviese tanto tiempo va- cío , y sobre todo temi i verlo ocupado de una ma- nera poco agradable.

Rodolfo, aprovechando su invisibilidad, no se can- saba de mirar la habitación de Alegría, cuyo es- merado y esquisilo aseo le parecía superior á la descripción que le habia hecho madama Pipelet.

Serja difícil hallar nada mas alegre y mas bien ordenado que el cuarlito de esta laboriosa joven.

ALEGRÍA. 301

Las paredes estaban cubiertas de un papel ceni- ciento sembrado de flores verdes; el piso pintado de encarnado, lucia como un espejo. Una hornilla vidriada y blanca estaba colocada en el hogar de la chimenea , en la cual se veia puesta con sime- tría una provisión de leña tan menudamente corta- da, que sin género alguno de hibérpole podría compararse á un montón de grandes pajuelas fos- fóricas de madera.

Adornaban la chimenea de piedra, pintada á imitación del mármol gris , dos floreros ordinarios de baño verde; una cajila de box encerraba una muestra de plata que hacia las veces de péndulo; á un lado brillaba un candelero de cobre resplande- ciente como el oro , y en el cual habia un cabo de bujía; al otro lado habia una lámpara no menos brillante que consistía de un cilindro y un rever- bero de cobre, una columna de acero y una basa de plomo : sobre la chimenea habia un espejo bas- tante grande con cuadro de madera negra. Las cor- tinas de las tentanas y de la cama cubierta con una colcha de gusto sencillo , cortadas, cosidas y guar- necidas por Alegría, era de tela persiana, ceni- cienta y verde; y dos puertas vidrieras cuyos cris- tales estaban pintados de blanco, ocultaban dos alco- bas á uno y otro lado , en las cuales se hallaban sin duda el vasar, la hornilla portátil, el agua, la escoba etc., etc., porque ninguno de estos objetos afeaba el lindo y simétrico aspecto del cuarto, cuyos mue- bles consistían en una cómoda de nogal muy lus- trosa , cuatro sillas de la misma madera , una gran mesa de planchar y de costura, cubierta con una de esas mantas de lana verde que suelen verse en las casas de los aldeanos, y una silla de bra/os con asiento de paja y su sitial de lo mismo, que era el asiento habitual de la costurera. Finalmente , entre T. II. 20

302 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

las dos ventanas se veía la jaula de los dos canarios, compañeros fieles de Alegría. Por una de esas ideas industriosas que solo se ocurren á los pobres, esta jaula estaba colocada en medio de un cajón de ma- dera de un pié de profundidad: este cajón, puesto sobre una mesa j al cual llamaba Alegría su jardin, estaba lleno de tierra cubierta de musgo por el infierno, j por el verano sembraba en él yerba y plantaba algunas flores.

Contemplaba Rodolfo este recinto con interés y curiosidad , y comprendía perfectamente la causa del humor gozoso de la costurera. Figurábase en aquella soledad el alegre gorgeo de las dos aveci- llas, y el canto sencillo y dichoso de la joven ; por el verano trabajaba sin duda junto á la ventana abierta, en medio de una verde selva de guisantes de olor de rosa, de capuchinas color de naranja , y de enredaderas verdes y blancas : por el invierno velaba junto á la chimenea con la suave luz de la lámpara,

Aquí llegaba Rodolfo de sus reflexiones , cuando miró maquinalmetite hacia la puerta y vio un enor- me cerrojo que podría competir con el de la puerta de una cárcel.

Este cerrojo le inspiró distintos pensamientos.

Podría tener dos significados , dos usos diferentes;

Cerrar la puerta á los amantes...

Encerrar á los amantes. .

Alegría distrajo á Rodolfo de estas interpretacio- nes, pues volvió la cabeza, lo vio, y sin mudar de postura le dijo:

I Hola , vecino / [ con que estáis ahí !

La linda pierna desapareció en seguida entre los anchos pliegues del vestido color de Gorínto, y Ale- gría añadió:

ALEGRÍA. 303

; Miren el husmeador I Estaba aquí... ad- mirando...— ¿Y qué admirabais , vecino? Vues^ tro incomparable cuarlito... porque os digo la ver- dad , vecina , pero tenéis una habitación como una reina... /Caramba I para eso no tengo otro lujo... y como no salgo nunca... me gusta estar con como- didad en mi cuarto... Pero yo estoy admirado... ¡qué cortinas tan lindas!... ¡y aquella cómoda tan hermosa de caoba I Debéis haber gastado un dine- ral loco en estos muebles... |Ah ! no me habléis

de eso por Dios tenia cuatrocientos y veinte

francos mios cuando sali de la prisión .. y casi todo lo he metido en esto... ¡Cuando salisteis de la prisionl... ¿Habéis estado presa?... Sí... pero ese es cuento largo. Espero que no pensaréis que he estado presa por haber hecho mal á nadie. Sin duda... ¿pero cómo?... Después del cólera me hallé sola y desamparada en el mundo... Me parece que tenia entonces diez años... ¿Pero hasta en- tonces, quién os habia criado. ¡Ahí ¡una gente muy honrada I... pero se murieron del cólera... al decir esto se arrasaron de lágrimas los ojos de Ale- gría ). Se vendió lo poco que tenian para pagar al- gunas deudas, y he quedado sin tener quien me recogiese: no sabiendo que hacer de mí, me fui á un cuerpo de guardia que habia en frente de nues- tra casa , y dije al centinela : « Señor soldado , mis padres se murieron , y no tengo á donde ir: ¿ que me aconsejáis, señor soldado En esto se presentó un oficial, que me hizo conducir á la casa del co- misario , y este me mandó por vagamunda á la pri- sión, en donde permanecí hasta la edad de diez v seis años. ¿Pero vuestros padres?... No quien era mi padre, y á la edad de seis años perdí á mi madre, queme habia sacado de la inclusa en donde habia tenido que echarme en otro tiempo. Lsa

30i LOS MISTERIOS DE PARÍS.

personas honradas de que os he hablado vi vian en nuestra misma casa ; y como no lenian hijos, vién- dome huérfana y abandonada me llevaron á su po- der.— ¿Qué oficio tenían? ¿De qué vivían? Papá Gorrión, que asi le llamaba yo, era pintor, y mi madre bordadora. ¿Y eran á lo menos obreros acomodados ?

Como en todos los matrimonios: pero aun- que digo matrimonios no estaban casados, á pe- sar de que se llamaban marido y mujer. Tenian sus altos y bajos; un dia habia abundancia, si el trabajo daba de sí; otro dia escasez, si el trabajo no producía; pero por eso no dejaban de estar siempre contentos y alegres este recuerdo volvió á serenar la fisonomía de la joven). No habia en toda la vecindad un matrimonio como él; siempre estaban alegres, siempre cantando: buenos hasta mas no poder, y tan dadivosos que no tenian cosa propia. Mamá Gorriona tenia como unos treinta años, era gordiflona y fresca de carnes , limpia como la nieve ; viva como una centella , y alegre como un pajarillo. Su marido era otro Rogerio Bontemps ; tenia unas narices como de aquí á acullá, una boca muy grande, siempre con su gorro de papel en la cabeza, y una cara tan par- ticular, tan rara, que no podía uno mirarle sin reir. A veces cuando volvía á casa de su tra- bajo, se ponia á cantar, y á hacer muecas y á dar saltos y brincos como un chiquillo; y luego me hacia bailar y saltar sobre sus rodillas y jugaba conmigo como si fuese de mi edad ; su mujer también me mimaba y me quería como á una hija. Como solo me pedían en recompensa que andu- viese alegre y de buen humor, nada me era mas fácil que darles por el gusto, y por esto me pu- sieron el nombre de Alegría, que me ha quedado

ALEGUÍAi 305

para siempre. En cnanto á andar alegre ellos mis- mos me daban el ejemplo; porque nunca los be visto tristes. Las riñas que tenian era el decir la mujer al marido: «¡Qué bobo estás hoy, Gorrión! ¿porque no me haces reír?» O bien el marido á la muj?r: «¡Calla, Ramonela, calla, que me voy á reventar de risal...» Y yo reia también , solo con verlos reir,.. Ahí está como he sido criada y como se ha formado mi carácter... y por cierto que no aproveché mal la escuela ¿verdad? Habéis sa- lido buena discípula, vecina... ¿De modo que nunca disputaban el señor Gorrión y su mujer?... Jamas en la vida... Los domingos, los lunes, y algunas veces los martes, se iban de tuna, como ellos solian decir, y me llevaban siempre consigo... Papá Gorrión era muy hábil en su oficio, y ga- naba cuanto quería, lo mismo que su mujer. Luego que juntaban lo necesario para divertirse el do- mingo y el lunes, y para pasarlo bien ó mal el resto de la semana, ya no apetecian nada mas. Si algunas veces no babia que comer, no por eso dejaban de estar tan contentos y alegres... Me acuerdo que cuando no teníamos mas que pan y agua, papá Gorrión tomaba de su biblioteca... ¿Tenia biblioteca? Daba este nombre á un pe- ((ueño estante en que ponia algunas colecciones de canciones nuevas, que compraba y que sabia de memoria... Como iba diciendo, cuando no habia mas que pan en la casa, cogia de la biblioteca un libro viejo de cocina, y nos decia: «Vamos á ver: ¿qué se ha de comer hoy? ¿esto? ¿aquello? ¿lo otro?...» y nos leia los títulos de una multitud de cosas tan buenas, (jue se nos hacia agua la boca: cada cual elegía su plato, papá Gorrión cogia una cacerola vacía, y con mil visajes y chistes estrambóticos, hacia que echaba en la ca-

306 LOS MISTERIOS DE PARTS.

cerda todo lo necesario para un buen guisado, y Juejro íingia que lo echaba en una fuente también vacía que colocaba en medio de la mesa, y á todo esto sin dejar de hacer unas muecas y de decir unos chistes, que nos hacian reventar de risa por los hijares. En seguida volvia á tomar el libro, y mientras leía , por ejemplo, la composición de un buen guisado de pollo que habíamos elegido y que se nos hacia agua en la boca... comíamos nuestro pan oyendo sii lectura y riendo como locas. ¿Tenia deudas ese alegre matrimonio?— ísingu- na... Cuando habia dinero se pasaba á pedir de boca ; pero cuando no lo habia se comia de aguazo, como dccia papá Gorrión valiéndose del término de su arte. ¿Pero no ¡ensaba nunca en lo ve- nidero?— Sin duda que sí; el porvenir nuestro era el domingo y el lunes: por el verano íba- mos á las barreras, y por el invierno á los ar- rabales. — Pero ya que esa buena gente se llevaba también, ya que h;ician junios una vida tan ale- gre... ¿ porque no se casaban? Uno de sus ami- gos les preguntó eso mismo nn dia delante de mí. ¿Y que dijeron ?... Le respondieron : « Si lle- gamos á tener hijos, desde luego;... pero en cuanlo no somos mas que los dos , estamos mejor así... ¿A qué fin se nos obligaría a hacer lo que hacemos de tan buena gana?... Y además eso nos ocasio- naría gastos; y á la verdad no andamos muy so- brados de dinero...» /Pero válgame Dios, cuanto llevo charlado' -^dijo Alegría. Tvo lo estrañeis porque cuando me acuerdo de unas personas que ban sido tan buenas para mí, no puedo menos de ha- blar mucho de ellas... A ver, vecino, si tenéis habi- lidad para coger el chai queeslá sobre la cama, y echármelo aquí por debajo del cuello sin des- plancharlo, y sujetarlo con ese alfiler, y luego

ALEGRÍA. 307

bajaremos, porque nos hace falta el tiempo para escoger en el Templo lo que hemos de comprar para la familia de Morel.

Rodolfo se apresuró á cumplir la orden de la coslurera, y tomando de encima de la cama un gran chai oscuro con rayas color de punzó, lo echó con el mayor cuidado por los linuos hombros de Alegría.

Ahora, vecino, sentadme bien y desarrugad el cuello, prended el chai contra el vestido y cla- vad bien el alfiler : ¡pero cuidado no me piquéis.

Ejecutó el príncipe estas órdenes con puntualidad y dijo sonriendo á la coslurera :

Señorita Alegría , no me gusta serviros de ca- marera, porque... es peligroso...

Para mí, porque podríais picarme... repu- so alegremente la joven. Ahora añadió salien- do y cerrando tras la puerta tomad la llave., es tan grande que siempre temo que me rompa el bolsillo... Es un verdadero trabuco.

Y se rió.

Rodolfo se cargó (es la verdadera palabra) con una enorme llave que hubiera figurado gloriosamen- te en una de esas bandejas alegóricas , que los ven- cidos presentan huniildemenle á los vencedores de una ciudad. Aunque Rodolfo se creia bastante de- mudado por los años para que no lo conociese Poli- dori, antes de llegar á la puerta del charlatán le- vantó el cuello del gabán.

Vecino no os olvidéis de decir á M. Pipelet que van á traer algunas cosas que seríi necesario subir á vuestro cuarto dijo Alegría. Tenéis ra- zón... entraremos un rato en la portería. M. Pi- pelet, con su eterno sombrero de embudo en la ca- beza y el infinito fraque verde, eslaba gravemente sentado á una mesa, cubierta de pedazos de cuero

308 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

y de fragmentos de pedazos de calzado; y en aquel momento se ocupaba en restaurar una bota vieja, con la seriedad y la conciencia con que hacia todas las cosas. Pomona estaba ausente.

Buenos dias, M. Pipelet le dijo Alegría. ¿Qué os parece de este lance?... Pero gracias á mi vecino, esos pobrecillos están ya libres de cuidado ¡Cuando uno piensa que iban á llevar á la cárcel un hombre tan honrado I... Vaya, esos guardas del comercio son unos desalmados. Y unos desmo- ralizados también señorita añadió monsieur Pipelet con un tono magistral , gesticulando y accionando con ujia bota vieja , en la cual babia metido hasta el codo el brazo izquierdo. No, no temo repetirlo á la faz del cielo y de los hombres son unos desmoralizados; se han aprovechado de la oscuridad de la escalera para hacer jesliones in- decentes sobre el talle de mi esposa... Al oir los gritos de su pudor ultrajado, no he podido menos de ceder á pesar mió á la vivacidad de mi carácter. No quiero ocultarlo á los ojos de nadie ; pero mi primer movimiento ha sido el permanecer inmóvil...

Pero espero que en seguida habréis corrido tras ellos, monsieur Pipelet dijo Alegría, que hacia lo posible para conservarse seria. Es decir, señorita... distingo ; cuando esos desenfrenados pa- saron por delante de mi puerta, la sangre no me dio mas que un vuelco súbito, y no pude menos de... cubrir de repente los ojos con la mnno, para no Víír á tales monstruos de lujuria... Pero no lo estraño... hoy debía sucederme alguna desgracia, porque he soñado con el infernal Gabrion...

Alegría se sonrió y los suspiros de M. Pipelet se confundieron con los martillazos que aplicaba á la bota vieja. Habéis obrado con cordura tomando el partido de los prudentes , mi querido M. Pipelet

ALEGRÍA. 300

cual es el despreciar las ofensas. Pero olvidadla esos miserables y tened la bondad de prestarme un ser- vicio. — Los hombres han nacido para ayudarse mu- tuamente — repuso M. Pipelet con tono melancó- lico y sentencioso ; con mucha mas razón cuan- do se trata de un ¡nquilino como vos. Quisiera que hicieseis subir á mi cuar/o algunas cosas que traerán aquí dentro de un rato. . Vienen destinadas para Morel. No tengáis cuidado; me encargo de cumplir vuestra orden. Y ademas añadió con tristeza Rodolfo seria necesario un sacerdote pa- ra velar á la niña que se les ha muert ) esta mañana ir á dar parte de su muerte y preparar un acompa- ñamiento decente... Ahi tenéis dinero y no tratéis de ahorrar ningún gasto , porque el bienhechor de Morel cuyo ájente soy yo, quiere que todo se haga del mejor modo posible. Descansad en nues- tra diligencia dijo M. Pipelet: Al punto que venga mi esposa iré á la Alcaldía, á la iglesia y á la fonda ;... á la iglesia para la muerta... á la fon- da para los vivos... añadió con aire filosófico y poético M. Pipelet, aludiendo al banquete que ha- bía de dar al acompañamiento. Descansad, id en paz, está hecho...

Al llegar Rodolfo y Alegría á la puerta de la ca- lle , se hallaron cara á cara con niadama Pipelet que volvía de la plaza con un pesado canastillo de provisiones.

¡ Enhorabuena í / por muchos años ! gritó la portera mirando á los dos vecinos con aire bur- lón y significativo aquí los tenemos ya cogidos del brazo, como si tal cosa no fuera... ¡ Aprieta, manco I... ahora si que va de veras. . cosas de la mocedad. Cada cosa en su tiempo, y los nabos... A buen galán buena doncella... jVivan los enamora- dos! i vivan I... Y la vieja desapareció en las»

310 LOS MISTERIOS DE PARÍS.

sombras del pasillo: \ Alfredo I j abre el ojo !... aquí te trae uncariñilo tu Pomona... goloso del al- ma mía,..

Rodolfo salió de la casa de la calle del templo con Alegría dándole el brazo.

Fin DEL TOMO SEGÜ5D0.

TABLA DE LOS CAPÍTULOS.

DE LA SEGUNDA PARTE.

CAPÍTULO L El Baile página. 1

II. La cita ^1

III. Idilio 61

IV. La emboscada 72

V. La casa rectoral 87

- VI. El encuentro 90

Vil. La cena lOi

Vm. El sueño 1^2

IX. La carta lo2

X. El camino hondo 183

XI. Clementina de Harville. . . . 188

XII. Miseria 2i0

XIII. El mandato de pago 266

XIV. Alegría 288

AVISO AL ENCUADERNADOR.

PARA LA COLOCACIÓN DE LOS GRABADOS DE LA SEGUNDA PARTE.

Rodolfo en el Baile, frente la página 6

La Marquesa de Harville 12

La Huerta de Invierno 15

La Duquesa de Lucenay 21

El Marques y la Marquesa de Harville. ... 56

Idilio 61

Flor de María en la quinta de Bouqueval. . 65

El Maestro de Escuela a los pies de la Lechuza. 83

El Cojuelo no

La Escena de la Lechera 164

El Camino hondo 183

Madama Roland 201

La Familia de Morel 2V9

Pedro Bordón y Malicornio 206

Infelicidad de Morel 272

Alegría 288

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