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L1BRARY OF PRINCETON APR 1 6 2002

THEOLOGICAL SEMINARY

BX 1468 .R43 1925 Los Redentoristas

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LOS REPENTORISTA5

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CINCUENTA AÑOS DE APOSTOLADO

1876-1926

LIBRARY OF PRINCETON

APR 1 6 2002

THEOLOGICAL SEMINARY

SANTIAGO DE CHILE Jmp. Siolo XX. Santo Domingo 684 1 9 2 ;')

imprímase.

Santiago, 24 de Noviembre de 192ó.

FüENZAMDA, Vic. (teu.

Morón. Seeret.

ímprimi potest. Santiago, 25 de 'Noviembre de 1925.

Carlos Donoso, Vice- Provincial.

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CAPITULO I

BREVE RESEÑA DE LA CONGREGACION DEL SANTISIMO REDENTOR

Origen (1732-1787): Su fundador es San Alfonso Alaría de Ligorio, nacido en Nápoles el 27 de Septiembre de 1696. El blasón de su noble familia, viejo ya de cinco siglos, nada había perdido de su lustre, y su espada nada de su valor; pero él le agregó pronto el doble esplendor de la ciencia y de La santidad. Contaba apenas diez y seis años cuando re- cibió la borla de doctor en ambos derechos canónico y civil. Sin tardar brilló en el foro, ganando cuantas causas patroci- nó en sus ocho años de abogacía. Un fracaso fortuito, deludo ;i una equivocación providencial, le descubrió entonces la va- nidad de la gloria terrestre, y le arrancó este grito: «¡Oh mundo, ya te conozco! Adiós para siempre!* Días más tarde, \ ióse rodeado de una misteriosa luz, y una voz celestial le dijo a manera de contestación: «Al mundo déjalo, y entrégate a sin reserva». El joven magistrado obedeció al punto, y en testimonio de su resolución fué a colgar su espada de caballero en el templo y a los pies de Nuestra Señora de la Merced. Tenía veintisiete años cuando trocó su gala seglar por las humildes libreas de Jesucristo. En un corto trienio cursó los estudios teológicos; en 1726, subió al altar, y luego al púlpito en calidad de misionero diocesano. Empezó por evangelizar, y con increíble éxito, la ciudad y aldeas napolita- nas, sin sospechar que el Cielo le preparaba ya nuevos ca- minos. En 1709, Dios había revelado a un santo sacerdote su voluntad de suscitar una familia religiosa cuyo fin especial sería reproducir las virtudes del Salvador y catequizar a las almas más abandonadas. En 1725, precisó el Señor sus de- signios, dando a conocer a una virtuosa monja el reglamento, hábito, espíritu que deberían caracterizar a los miembros de la futura Sociedad. Por fin, seis años más tarde, en una nueva aparición a la misma vidente, Nuestro Señor le dijo, señalando a Alfonso que tenía a su izquierda: «Este es el varón que tengo escogido para jefe de mi Instituto, de una Congregación de hombres que trabajarán por mi gloria». En consecuencia de esto, reconocida la voluntad de lo alto y desafiando una tempestad de contradicciones, el celoso clérigo

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I OS REDENTORISIMAS EN CHILE

echó los cimientos de la Congregación del Santísimo Redentor en la pequeña ciudad de Scala.

Cuatro compañeros le rodeaban en aquel dichoso día, 9 de Noviembre de 1732. Ellos le abandonaron muy pronto; pero, consolado y fortalecido, en una gruta de las cercanías, por reiteradas apariciones de la Virgen, Alfonso reclutó otros cooperadores, y en el lapso de once años abrió cuatro conven- tos en el reino de Nápoles. El 25 de Febrero de 1749, consiguió para su Familia Religiosa la aprobación de la Santa Sede, pero no descansó hasta implantar la Orden más allá de las fronteras nacionales: en los Estados Pontificios en 1775, en la isla de Sicilia en 1762.

En esta misma fecha recibió la mitra. Con el celo y maestría de Ambrosio y Agustín gobernó, trece años, la diócesis de Santa Agueda de los Godos. Dimisionario por hu- mildad y hambre de recogimiento, volvió a su pobre celda. Entonces, por cuatro veces consecutivas, vió su Congregación a pique de ser disuelta por el regalismo, celoso de sus privi- legios absolutistas. Por esto, no pudo recabar del rey la apro- bación legal del' Instituto antes del 21 de Agosto de 1779. Fué aquél un día de inmenso júbilo para el anciano solitario; pero, le siguió pronto una cruel tribulación. Subditos ambi- ciosos le acusaron falsamente al Papa Pío VI de haber adul- terado la Regla, y por esta calumnia, tan artificiosamente urdida, fué excluido de la Congregación que le debía la existencia. Prueba dolorosísima, que sirvió al heroico pros- crito para dar el último toque a su santidad, la cual fué co- ronada por la muerte de los predestinados el 2 de Agosto de 1787.

Entonces Dios, que había conducido a su generoso ser- vidor hasta la cruz del Calvario, lo llevó a la gloria del Tabor. La inocencia de Alfonso, autor de la Regla, su fidelísimo ob- servador y su mártir, fué solemnemente reconocida en 1790. El mismo Pontífice que, diez años antes, había acogido la insidiosa denuncia, expidió un decreto de justificación que restituía el humilde expulso a su Instituto y al honor. Este fué el primer destello de sus triunfos. Aquel varón, prodigio de virtudes, extático y bilocante, profeta y taumaturgo, fué declarado Venerable en 1796, y subió a los altares en 1816 sobre el pedestal de la beatificación. Pío VIII a su vez pro- mulgó el breve de canonización en 1830, pero las teas y sables de la Revolución impidieron por entonces la ceremonia pública; no se verificó sino nueve años más tarde, elevando así al apóstol de los pobres a la mayor apoteosis de este mundo.

Portento de ciencia, moralista insigne que estudió ochen- ta mil opiniones de autores eclesiásticos para documentar su doctrina y resolver cuatro mil problemas de conciencia, teólogo erudito que pulveriza todas las herejías con el martillo de su lógica férrea, asceta segurísimo que enseña a todas las clases de cristianos el camino de la perfección, Alfonso dejó

RESEÑA DC LA CONGREGACIÓN

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un monumento de dos mil manuscritos, obras todas de tanto valer que se han traducido a todos los idiomas y han alcan- zado hasta los confines de la tierra. Para premiar tan univer- sal sabiduría, Pío IX, a petición de 730 prelados, colocó en la frente del incansable escritor la aureola del doctorado, la cual sólo brilla en las sienes de veintiséis santos.

Desarrollo. Hemos visto que un cisma había dividido la Congregación ligoriana en dos grupos: el napolitano, fiel a Alfonso en su desgracia, y el romano que seguía a los auto- res de la intriga. Ahora bien, el fundador había predicho que, después de su muerte, se consumaría la reunión fraternal de

San Alfonso, fundador de los Redentoristas

las dos parcialidades; efectivamente, ella se llevó a cabo en 1793: los ciento ochenta Redentoristas de Nápoles, Roma y Sicilia firmaron un pacto de fusión, y cimentaron de esta suerte la obra de su Padre común.

Como se ve, el Instituto se hallaba recluido aún en una área de poca extensión, tal como lo tenía profetizado el santo: «Mi Congregación subsistirá hasta el día del Juicio, porque no es empresa mía, sino de Dios; eso que mientras viviere yo, vegetará en la obscuridad y la humillación». Mas, había añadido: «Por el contrario, abrirá sus alas después de mi muerte y se explayará por todos los países septentriona-

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LOS RÉÓENTORISTAS EN CHILE

les». Así aconteció. El mismo año 1787 en que expiraba Al- fonso en el pueblo de Nocera, Clemente María Hofbauer inauguraba en Varsovia el primer convento transalpino de Redentoristas. Al empezar el siglo XIX, varias casas flore- cían ya bajo su autoridad, y otras iban a surgir pronto enl las naciones centrales de Europa. Entonces intervino Satanás. En 1809, desencadenó el huracán masónico de la persecución contra la Orden ligoriana: la revolución cerró todas las re- sidencias de Italia, menos una que subsistió por milagrosa protección de la Virgen; el rey de Prusia condenó a muerte segura las de sus estados, prohibiendo reclutar vocaciones; el de Sajonia encarceló y desterró a los Redentoristas de Varsovia, y aniquiló las demás casas de Polonia. Era, pues, inminente la ruina completa de la Congregación. Para salvarla del naufragio, San Clemente buscó asilos en la Suiza oriental, y los puso bajo la autoridad del Venerable P. Passerat, pri- mer Redentorista francés. Pero, la hidra revolucionaria siguió la pista a los fugitivos; en el espacio de quince años, los obligó a dejar seis refugios sucesivos, y a errar por los ca- minos de Alemania y de los cantones helvéticos. Por fin, puso Dios término a tan crueles agonías. Pío VII, libre de las c adenas napoleónicas, reabrió los conventos ligorianos en los lisiados Pontificios; el 15 de Marzo de 1820, día en que San ( lemente moría en Viena, Francisco I escribió un imperial autógrafo que aprobaba el Instituto en Austria; y el 2 de Agosto siguiente, fiesta del beato Alfonso, erigió el P. Passe- rat un primer monasterio en Alsacia.

Desde entonces, se realizó maravillosamente la citada profecía del santo. Su Congregación abrió las alas y empren- dió su vuelo por Europa. En diez años, levantó claustros en Portugal, Bulgaria y Bélgica. Sin embargo, otro vaticinio del inspirado Patriarca quedaba aún sin verificarse. Una tarde, al divisar en la bahía de Nápoles un buque que levaba anclas, con dirección a Nueva Orleans, capital de la Luisiana, había exclamado gozoso: «Mis hijos tendrán algún día un monaste- rio en aquella ciudad». Esta implantación de la Orden en América fué uno de los ensueños de San Clemente Hofbauer. Su discípulo, el P. Passerat, lo heredó de él, y aun preanunció la fecha de tan deseado suceso. A raíz de una revelación de- claró: «El mismo año que ha de ver la canonización de nues- tro fundador, verá también la erección de nuestro primer con- vento en América». Efectivamente, en 1832, la primera colonia de Redentoristas abordó en el Nuevo Mundo; y después de seis años de vida nómada en las selvas de los Pieles Rojas, se instaló en Pittsburgo. Merced a las persecuciones que disper- saron a su familia religiosa, San Alfonso pudo contar así, en el día de su canonización, cuarenta casas y quinientos súbditos que, en ambos continentes, divulgaban sus doctrinas e imita- ban su celo.

Igual fenómeno de expansión señaló el período contem- poráneo. La revolución de 1848 clausuró a su vez los estable-

RESEÑA DC LA CONOREOACÓN

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cimientos del Santísimo Redentor en Italia, Sicilia y Austria, al paso que los sectarios de Piamonte confiscaron en 1860 los treinta y seis monasterios que se habían reedificado en la península. Pero, esta dispersión llevó a los desterrados a Noruega y España. Apareció entonces la demagogia de 1868 que arrojó a los Redentor istas de este último país. Pero, en cambio, Dios les permitió salvar las fronteras de Bohemia, Alemania, Holanda, Escocia, y llegar a las Antillas, Surinam, Ecuador. Más tarde, Bismarck con el Kulturkampf germánico y el Parlamento francés con sus decretos masónicos vaciaron los conventos, pero difundieron así La Familia de San VI-

Los tres Santos redentoristas

fonso: reingresó en España y se implantó en las naciones de la América meridional. En la actualidad, florece en la mayor parte de Europa, en el Congo africano, en Australia, en casi todas las Repúblicas del Nuevo Mundo, y echó ya los cimien- tos de una misión en Asia, en el reino de Anam. Divídese en veintiuna provincias o distritos, y cuenta 5,000 miembros, de los cuales 2,610 son sacerdotes. Como se ve, la diminuta semilla que germinó cerca de la gruta de Scala llegó a ser un árbol, cuyas ramas tocan hoy día los confines del Universo.

Fin y particularidades. El fin de la Orden es doble: la santificación de los súbditos por medio de la vida contení-

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LOS REDENTORISfAS EN CHILE

plativa, y la salvación de las almas por los ministerios del apostolado.

Más o menos la mitad del año, los Congregados llevan vida recogida en el claustro, a imitación de Jesucristo que, entre sus expediciones evangélicas, se retiraba al desierto o a algún monte para orar. Tres meditaciones repartidas en el día, media hora de acción de gracias después de misa, dos exámenes de conciencia, el rosario, una lectura espiritual, la visita al Santísimo forman cuatro horas cotidianas de oración obligatoria. Además de esto, impóneles la Regla un día de retiro mensual y diez de ejercicios en el decurso del año. Esta recolección cartujana tiene por objeto refrigerar las almas religiosas y renovar su temple. Unida a la observancia regular, constituye una escuela de perfección tan eficiente que, en menos de dos siglos, ha cincelado para la Iglesia una corona de tres santos, siete venerables, seis siervos de Dios, conforme lo atestiguan los cuadros adyacentes.

Lo demás del tiempo, lo consumen los Padres en las faenas del apostolado, lo mismo en las regiones cristianas que en las tierras de infieles. Abrazan los múltiples modos de enseñanza espiritual: misiones, novenas, catequesis, ejerci- cios. Dirígese su palabra a cualquier clase de auditorios: clérigos, seminaristas, religiosos, monjas, colegiales, asilados, presos de las cárceles, etc. Sin embargo, San Alfonso impri- mió en su Congregación sellos característicos que la diferen- cian de las demás y le dan una fisonomía enteramente propia.

1. ° Un exclusivismo riguroso. No pocos Institutos abarcan a la vez diversas obras de celo: enseñanza y talleres, misio- nes y parroquias, ciencias y propaganda, amoldando sus ac- tividades a las circunstancias. Alfonso, por lo contrario, dócil a las revelaciones y deseos de Jesucristo, quiso que sus hijos tuviesen una ocupación única, encaminada directamente a un fin único «el apostolado» en toda la estrictez de la palabra. Por lo tanto, se les prohibe cualquier otro empleo que los distraiga de la evangelización : colegios, capellanías de obli- gación, cura de almas, dirección de obras sociales, gobierno de hospitales o casas de beneficencia, y otros por el estilo. Nada pueden ser fuera de misioneros. Más aún, entre las varias clases de trabajos apostólicos han de dar señalada, preponderancia a las misiones propiamente dichas: ellas son su esfera y su campo.

2. ° El apostolado de los pobres. Sin exceptuar a ninguna categoría de personas, deben anteponer siempre el solícito cuidado de los humildes y de las almas que más carecen de auxilios espirituales; La vocación de los Redentoristas es seguir las huellas del Redentor cuyos oyentes preferidos fueron los boteros del lago y los rústicos de las campiñas. Por con- siguiente, se les está vedado buscar, y aún apetecer, el mi- nisterio más brillante que ofrecen las clases elevadas; aceptar las predicaciones, más rebuscadas, de cuaresma; hacer aquellas conferencias de conceptos y estilo levantados que se reservan

RESEÑA DE LA CONGREGACION

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a lo más granado de Las inteligencias y de la sociedad. Mi- sionero de pobres, ignorantes y desamparados, predicador de retórica popular y evangélica sencillez: tal es la definición y retrato fiel del Redentorista.

3.° El alfonsianismo. Los miembros de la Congregación admiran y utilizan todas las obras teológicas, todas las prác- ticas pastorales que sanciona la Iglesia y siguen los demás ministros del Señor. Con todo, es ordenanza sagrada, para su amor filial, beneficiar el patrimonio doctrinal que les legó su habilísimo y experto Patriarca, y ser fieles a sus principios, ciencia, métodos, así en el confesonario como en los pulpitos.

Venerables y Siervos de Dios Redentoristas

Sus manuales predilectos, la mina de sus enseñanzas son las obras de Alfonso, doctor y santo. De ahí deriva aquella fra- ternal uniformidad de ideas, procedimientos y dirección espi- ritual que, en todos los países, caracteriza a los Redentoristas.

4.0 La propaganda del culto de Nuestra Señora del Per- petuo Socorro.— Por ser hijos del suave autor de «Las glorias de María», les incumbía ser apóstoles de la divina Madre. Cumplíanlo en sus iglesias y misiones, ensalzando el poder y misericordias de ella, cuando recibieron del Papa Pío IX un nuevo cometido. En 1866, por una serie de hechos provi- denciales, el milagroso cuadro de la Virgen del Perpetuo So- corro fué devuelto a la veneración pública. Salido de los es- combros acumulados por la revolución, honrado antes en

LO

tOS REDENTORISTAS EN CHILE

Roma por espacio de cuatro siglos, llamó la atención del Sumo Pontífice que impuso a los Redentoristas el mandato de darlo a conocer al universo entero. Dóciles a la voz del Supremo Pastor, se dedicaron a tan dulce propaganda, en cuantos países habitaban, por medio de la predicación, imáge- nes, revistas, medallas, y demás arbitrios que les sugirió su ternura filial. Las solas reproducciones del cuadro, que han diseminado por el orbe, se cuentan ya por varias decenas de millones. Merced a sus afanes, no hay comarca en el mundo que ignore el poder extraordinario, culto y milagros de esta antigua Madona: ejecutaron, pues, la voluntad del Papa y no desmerecen de su fundador.

Tal es la Congregación del Santísimo Redentor, nacida en 1732 por expresa voluntad del Cielo, sostenida por la mano de Dios en medio de los más terribles temporales, y que ce- lebra en lo presente el quincuagenario de su implantación en Chile.

CAPITULO II

LLEGADA DE LOS REDENTORISTAS A AMERICA DEL SUR Y A CHILE, 1870 - 1876

Con la introducción del Instituto en los Estados Unidos se había verificado la profecía de San Alfonso; pero ¿acaso la parte meridional del Nuevo Continente quedaría, por mucho tiempo aún, privada del celo y trabajos de sus hijos? El fracaso de dos tentativas de fundación lo hizo temer en los principios. En 1853, tres Padres italianos desembarcaron en Cartagena de Colombia; mas, en el lapso de dos meses, pere- ció uno, ahogado en la travesía de un río; murió otro, con- sumido por una fiebre perniciosa; una revolución inesperada expulsó a viva fuerza al último sobreviviente. A su ve/., en 1861; dos Redentoristas belgas, los Padres Noel y Dole, lle- garon a Chile, país de clima más favorable y de más pacífico carácter. Ofrecióseles una casa en las cercanías de Rengo. Allí vegetaron catorce meses, al cabo de los cuales la falta de recursos y la soledad del sitio les hicieron desistir de la empresa. Tanta era su escasez que les fué forzoso vender su reducida biblioteca, y hasta los vasos sagrados, para costear su regreso a Europa. Sin duda alguna, no era aquélla la hora del Señor: se habían anticipado los hombres a los designios del cielo.

Más tarde, los obispos del Ecuador, acudidos al concilio

LLEOADA A CHILE 1 1

del Vaticano y anhelosos de repoblar sus desiertos conventos, solicitaron del Superior General de la Orden, una compañía de misioneros para su país. Como la revolución española aca- baba de desterrar a las comunidades religiosas, fué fácil ac- ceder a esta petición: en 1870, diez discípulos de San Alfonso zarpaban de Francia y pronto abrían dos monasterios, en Cuenca y Ríobamba. Ambos debían ser las piedras angulares de la Congregación en las Repúblicas meridionales de América.

El primer enjambre que salió de ellos se encaminó a Chile. Cuando, en 1875, la masonería de Quito se irguió triun- fante sobre el cadáver de García Moreno y volvió a adueñarse

R. P. Pedro Merges, fundador de los Redentoristas m Chile

del poder, el Superior de la colonia redentorista temió repre- salias de parte de las logias; en previsión de una posible proscripción resolvió buscar anticipadamente un refugio segu- ro. Volvió los ojos hacia Chile: el metropolitano de esta na- ción, desde doce años, multiplicaba sus peticiones de misione- ros al Superior General, y el obispo de la Serena ofrecía en Copiapó convento e iglesia. Era, pues, una Tierra Prometida. En consecuencia, el 13 de Enero de 187(5, el P. Pedro Merges, el P. Agustín Desnoulet y el H. Antonio se embarcaron en Guayaquil con rumbo a Chile. El peso de su equipaje hizo naufragar el vapor, ciertamente. Tres pequeños cajones que contenían escasa ropa, pocos libros, un cuadro de la Virgen

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

del Perpetuo Socorro y mucha confianza en Dios: tal era el tren apostólico de los tres emigrantes. Tocaron primero en Caldera para avistarse con el Obispo, pero no lo consiguieron por entonces, y el 29 del mismo mes anclaron en Valparaíso. Allí recibieron la más exquisita hospitalidad en casa de los Padres de los Sagrados Corazones. El Provincial, R. P. Román Desmaret, se constituyó guía y protector de los viajeros, y los recomendó calurosamente al P. Augusto Jamet, superior de su colegio en Santiago. Llegados a la capital, los tres ex- pedicionarios fueron sin demora a presentar sus homenajes al Ilustrísimo señor Arzobispo, don Rafael V. Valdivieso. El les bendijo con una efusión verdaderamente paternal, y les otorgó la más amplia libertad para buscar el asiento de la primera fundación. No pocos viajes, cansancios, afanes, des- ilusiones les costó encontrar un sitio adecuado, conforme luego se verá.

Desde el primer momento, la propia hermana del prelado, monja del Sagrado Corazón, puso nuevamente a la disposi- ción de los hijos de San Alfonso su herencia en las inme- diaciones de Rengo. Como estaba ella en Talca fueron allá los dos mensajeros a personarse con la donante y recibir sus proposiciones. Un terreno de doce hectáreas, una capilla con svi ajuar, una casa antigua con veinte piezas, el pasaje para ( llantos religiosos viniesen a formar la comunidad: tales eran los capítulos de la oferta. Antes de comprometerse en el negocio, quiso el P. Merges darse cuenta con los ojos de la situación y estado de la propiedad. A su vuelta, pues, pasó a examinarla, y valiosos motivos le aconsejaron no aceptarla, al menos como cuna del Instituto en el país. Empezar con es- conderse en aquella soledad lejana era condenarse a no ser conocidos de la sociedad sino después de mucho tiempo, y dificultar así el arraigo y difusión de la Orden en las diócesis. Además, la despoblación de los alrededores privaría a los re- cién venidos de ministerio local, más cuando, en el vecino lugarejo «la Isla», un convento franciscano atraía ya a los escasos fieles de la comarca. Agregábase a esto la falta de comunicaciones, mayormente cuando las crecidas del río lo hacían invadeable, lo cual estorbaría por demás las salidas apostólicas. Si bien podía utilizarse más tarde para casa de noviciado o de estudios, no servía por de pronto como resi- dencia de misioneros. Corroboraba estos considerandos el ejemplo de los Jesuítas, Capuchinos, Lazaristas, Padres del Corazón de María, y Redentoristas belgas, que sucesivamente habían renunciado a fundar en aquel paraje. Sin embargo, como varón de prudencia consumada, el P. Merges dejó toda- vía su última determinación en suspenso.

De regreso a Santiago visitó las demás Ordenes religio- sas. En todas halló el mayor afecto, y el mismo y unánime consejo: el de establecerse ante todo en la capital, condición- indispensable para asegurar vida y camino a sus proyectos de expansión. Lo dificultoso era dar en la ciudad, con una

LLEOADA A CHILE

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casa e iglesia que satisficiesen las exigencias de la Regla ligoriana. La capilla de Zambrano pareció tener los requisitos: templo susceptible de engrandecimiento, dependencias capaces para una comunidad naciente, terrenos comprables en sus in- mediaciones-, proximidad de la estación central que daría a este barrio creciente importancia, vecindario obrero cuyas al- mas acechaba el protestantismo, floreciente a la sazón entre el personal ferroviario. Este conjunto de circunstancias excep- cionales determinó la voluntad del P. Merges. Elevó al Ilus- trísimo Señor Arzobispo una solicitud que fué acogida con la mayor benevolencia. Por desgracia, la cesión de la capilla llevaba en la obligación de abrir y sostener una escuela. Semejante cláusula era incompatible con el fin exclusivamente apostólico de la Congregación, y tronchó de golpe el negocio. Al parecer, Santiago no daba esperanzas próximas de favore- cer a los exploradores alfonsianos; por lo cual, el P. Merges sometió al prelado la idea de inaugurar el primer convento en San Luis de Talca. Pero, su Señoría le disuadió de tal empresa, y le aconsejó que fuese a Santa Rosa de los Andes cuyo párroco anhelaba tener una comunidad de religiosos. Desde tiempo atrás, los habitantes ofrecían la comunión men- sual al Corazón de Jesús porque se realizara este vehemente deseo de su pastor y del pueblo entero. Como es de supo- nerlo, el cura recibió a los dos Redentoristas como regalos del Cielo. Enseñóles la casa que se destinaba para monaste- rio: eran seis piezas y una capilla contigua, capaz de cien personas. En realidad, aquélla no era más que un Belén, re- ducido y pobre, sin ajuar de sacristía, con un altar desmo- ronado y desconchadas paredes. Las rentas debían sacarse de un terreno de diez y siete hectáreas que a la sazón se arrendaba por trescientos pesos. El conjunto tenía, pues, pocos alicientes naturales. Ello no obstante, los dos mensajeros se inclinaban a la aceptación cuando salió el párroco con una cláusula que lo echó todo por tierra: la de obligarse la co- munidad a atender, en el templo parroquial, el trabajo de las confesiones todos los Sábados y vísperas de fiestas. Esta ser- vidumbre contrariaba demasiado la vida regular para ser acep- table. Por este mismo motivo, los misioneros del Corazón de María habían rehusado antes las propuestas del cura. Hi- ciéronle los Padres convencedoras representaciones, y corno no cedió en sus exigencias, optaron ellos por retirarse.

Algunos días después, ambos peregrinos visitaron a los hijos del P. Claret. Estos, en medio de cordiales agasajos, les recalcaron aún más la advertencia de no hacer fundación en provincia antes de domiciliarse en la ciudad arquiepiscopal. Para encaminar a los ya cansados Redentoristas, uno de ellos los guió hasta la capilla del Matadero y la de Ossa, que des- lindaban en aquel tiempo con las afueras de la capital. Sus dimensiones eran exiguas, pero presentaban una y otra la apostólica ventaja de estar en un barrio pobre y de bas- tante población. Un solo reparo se les podía poner: su gran

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

vecindad con los religiosos de Belén. Fijarse allí, era dis- minuir el área de influencia espiritual que abarcaban ellos, y la delicadeza del P. Merges lo comprendió desde el primer momento.

En el ínterin corría el tiempo, y ninguna luz del Cielo orientaba la incertidumbre de los enviados del Santísimo Re- dentor. A pesar de todo, no desmayaron en su confianza, la cual no tardó en recibir su premio. Un día. toparon de manos a boca con el célebre Jesuíta, P. Capdevila, y le refirieron sus decepciones repetidas. Ahora bien, parece que el mismo Dios había concertado este encuentro, y mandaba a San Ig- nacio en ayuda de San Alfonso. En efecto, en esta conversa- ción se injertan todos los acontecimientos que siguen. Por especial recomendación de su interlocutor, fueron los Padres, en la misma tarde, a reconocer otra capilla llamada de Ugarte, sita a ochocientos metros de la Alameda y cerca de los talleres ferroviarios. Sirvióles de guía el P. Justiniano de la Congregación de Picpus, otro agente providencial que les suministró el Señor, y que en todo el negocio iba a desempe- ñar el papel de consejero y mediador. El nombre de estos dos religiosos figura, en primera fila, en los anales de la gratitud de los Redentoristas.

Se levantaba dicho santuario casi en despoblado. Precisa- mente, don Domingo Ugarte lo había construido ahí con un fin comercial: por medio de este imán religioso que una iglesia es siempre, esperaba atraer a compradores que se radicasen en su propiedad. Nada tenía de basílica. Era obscura y rústi- ca, sin adornos ni arte arquitectónico, con seis ventanitas, una torre minúscula, y dos campanas de poco tamaño y corta re- sonancia. Junto a ella, veíase un edificio en construcción; cinco piezas eran ya habitables, cuatro estaban sin terminar. Todo allí revelaba humildad y prometía incomodidades, ali- i ientes decisivos que ganaron la voluntad del P. Merges. Otro atractivo fué la situación misma de la capilla. El terreno contiguo, desocupado a la sazón, constituía un amplio solar; próximo a la estación del ferrocarril, se poblaría ciertamente con el tiempo, y llegaría a formar un arrabal obrero y hu- milde. ¿Qué mejor podía apetecer un hijo de San Alfonso, apóstol de los pobres? Además, por el otro lado de la línea férrea, extendíanse casitas y tugurios cuyos moradores hara- pientos no divisaban casi nunca al sacerdote, y sin embargo eran amados del Señor. Al recorrer el santuario, el P. Merges aquilataba en su espíritu aquellas razones, y al fin se sintió interiormente solicitado a fijar en él su elección. De repente, declaró al P. Agustín Desnoulet: «¡Esta es nuestra!» Y sin más fué a esconder, bajo la mesa del altar mayor, una medalla de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Con este ademán, en- cargaba a la Virgen de la Congregación que tomase ella mis- ma posesión del pequeño templo, y llevase las futuras nego- ciaciones a feliz término.

Iniciáronse sin demora. Su principal gestor fué el ya

LLEGADA A CHILE

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nombrado P. Justiniano, amigo íntimo de don Manuel Domingo ligarte. No era éste el propietario, pero el apoderado de su madre, doña Manuela Fernández de Ugarte, en lo referente al destino de la capilla y terreno adyacente. Como estaba, fuera de Santiago, lo consultaron por carta, y su respuesta fué casi una promesa- I-a sola recomendación que los Padres Franceses le hacían de los nuevos misioneros lo inclinó a darles la preferencia, aunque los Franciscanos y otros sacer- dotes se interesaban desde antes por la capellanía. Esta vis- lumbre de esperanza alentó a los ansiosos fundadores. Multi- plicaron sus plegarias a La Virgen y a San José a fin de que

Capilla Ugarte

ningún contratiempo frustrase el proyecto. Entre tanto, para no desperdiciar el plazo que les imponían las circunstancias, el P. Desnoulet inauguró su ministerio en la «Chacra de Chu- chunco», con el P. Capdevila que predicaba allí una novena. Por su parte, el P. Merges y el H. Antonio se encaminaron a La Serena, con el objeto de recibir las proposiciones del Obispo, y examinar personalmente el terreno que se les ce- día. El Ilustrísimo Señor Ürrego les recalcó el apremio de una pronta instalación, las necesidades espirituales de Co- piapó, la escasez de clero, los incontables frutos de salvación que se cosecharían en el pueblo y los alrededores: fué elo- cuente y persuasivo. De la ciudad episcopal, pasaron a aquella

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IOS REDENTORISTAS EN CHILE

población. Pero, su llegada desencadenó el furor de los im- píos; publicaron artículos infames en contra de esos «frailes advenedizos que traían sus escándalos y obscurantismo», con- tundiéndolos en su ignorancia con los Jesuítas y los Hermanos de las Escuelas cristianas. En cuanto al cura, los acogió con La mayor atención y cariño. La iglesia que se les brindaba era vasta, sólida, de hermoso estilo gótico, pintada en el in- rior, provista de un órgano, varios altares y los accesorios de culto. Habíanla levantado los Padres Franceses, así como el colegio adyacente; pero, por un error que invalidaba el con- trato de adquisición, habían debido traspasarlos a los religio- sos de la Merced. El Obispo a su vez los había rescatado y hecho bienes de curia, y anhelaba agraciar con ellos a los discípulos de San Alfonso. Después de un día de prolijo exa- men, prometió el P. Merges hacer a los superiores una rela- ción favorable, y se apresuró a regresar a Santiago para ges- tionar el negocio Ugarte.

Llegó el 9 de Marzo. En su primera entrevista con don Manuel, le representó que la casa y el terreno contiguo, si bien eran suficientes para un capellán solo, resultarían exiguos para una comunidad tal romo la exige la Regla redentorista. De consiguiente, la cesión de la cuadra entera le parecía una condición esencial para el porvenir de la fundación. Don Manuel encontró muy justa la demanda. Por desgracia, este solar tenía tres dueños: la parte religiosa era propiedad de la señora Manuela, el potrero vecino le pertenecía a él, y el tercer lote con su conventillo era dominio de un caballero francés. ¡Allí fué Troya! Para subsanar la dificultad, bastaba que los miembros de la familia Ugarte diesen una cuota por igual para rescatar la parte enajenada, pero fueron intransi- gentes. Desanimado al fin, don Manuel resolvió informar al P. Merges del fatal descalabro que sufrían sus gestiones. Por suerte, vigilaba San José cuya novena rezaban los tres Reden- toristas. Para despejar los obstáculos de la empresa, le ha- bían fijado ellos, como plazo extremo, su propia festividad 19 del mes, y sólo faltaban dos díasl Si dejaba pasar esta fecha, sin procurar una solución favorable a la cuestión Ugar- te, señal sería de que la voluntad de Dios les destinaba otro sitio. En esto, presentáronse los señores Ruíz Tagle y Leandro Ramírez; ofrecían un terreno más allá de la estación ferro- viaria donde iban a levantar una población obrera. Al santo Patriarca le tocaba, pues, decidir entre ambas donaciones.

Llegó su fiesta, y las negociaciones permanecían estan- cadas aún en la misma incertidumbre. En la tarde, doña Manuela celebró con su hijo una larga conferencia que puso fin a todo. En vista de tantos conflictos, ella retiró su ob- sequio. Vuelto a su casa muy apesadumbrado, don Manuel re- dactó una carta, noticiando al P. Merges la resolución irrevo- cable de su madre. San José, esta vez, aparentaba desatender a sus clientes; pero, sólo era para lucir mejor su providen- cial intervención. Sentado a su escritorio, el señor Ugarte

ESTA I!L ECIMI ENTO EN SANTIAGO

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volvía a leer su triste misiva a los hijos de San Alfonso, ruando de pronto la hizo pedazos, y se dirigió de nuevo a la morada de doña Manuela para comunicarle una inspiración que le había asaltado repentinamente. Esta era: (descartar en absoluto a las demás personas de la familia, y tomar ellos dos, por su cuenta, todo el asunto de la fundación». Cuando llamo a la puerta de su madre, eran las 9 de la noche; que- daba, pues, muy poco tiempo a San José para rehacer lo des- hecho. Realmente, parece que hasta entonces una especie de fatalidad pesaba sobre esta capellanía Ligarte: tres comuni- dades la habían solicitado sucesivamente, y cada vez, en la misma víspera de ajustar el convenio, algún reventón súbito había malogrado los acuerdos. La proposición de su hijo fué una luz para la señora. Después de un corto reflexionar, le dió el mayor asentimiento, y resolvió finali/.ar el asunto sin un punto de demora. Al día siguiente, llevó don Manuel la gratísima nueva a los huéspedes de los Padres Franceses. Recibióla el P. Agustín, y acto continuo voló a la casa cen- tral del Buen Pastor donde su superior predicaba a las Mag- dalenas. Al oír el relato de su cohermano, al ver tan patente la milagrosa intervención de San José, el P. Merges cayó de rodillas en un fervoroso acto de gratitud al Cielo. Sin duda, Dios había probado la fe de sus servidores, diez proyectos habían quedado en nada; pero, después de dejarlos errantes como Moisés en el desierto, el Señor les señalaba el sitio que debían habitar, la tierra que coa sus trabajos habían de hacer fecunda en frutos espirituales, y repetían con júbilo la palabra que tantas veces salió del corazón de su Padre y Fundador: «¡Gloria Patri!»

CAPITULO III

TOMA DE POSESION Y ESTABLECIMIENTO, 24 DE MAYO DE 1876

Anticipándose a los hechos, el Iluslrísimo Señor Arzobispo había pedido al Gobierno, para la Congregación, una cédula de existencia legal y la personalidad jurídica. El 14 de Marzo, cinco días antes de que se interpusiera San José, el Pi-esidente don Federico Errázuriz había firmado el decreto de autoriza- ción: nada por lo, tanto se oponía al comienzo de la obra. Sin embargo, el prudente y delicado P. Merges fué primero a consultar al metropolitano tocante a su elección definitiva entre la capilla Ugarte y el proyecto Tagle-Ramírez, Este, sin

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LOS REOENTOR1STAS EN CHILE

vacilar, se declaró por la primera como más central, más ventajosa, y de uso más inmediato. Más aún,' tanto su Señoría como, el Provincial de los Padres Franceses urgieron mu<ho al fundador para que, sin aguardar siquiera la aprobación de los superiores, apresurase la conclusión del negocio, en vista de la salud precaria de la donante y del disentimiento de la familia. El argumento era tan concluyeme que así se. cumplió. El 25 de Abril, a las dos de la tarde, el P. Merges en nom- bre de la Congregación, y don Manuel Domingo ligarte como apoderado de su madre, cerraron el contrato de concesión en la Notaría del señor Janeli. La iglesia, sus dependencias, y el terreno contiguo pasaban a ser propiedad de los Redento: ristas mediante algunas cláusulas de retribución.

Pero, era indispensable acondicionar primero las habita- ciones. Ocupóse en esta tarea el abnegado superior con el H. Antonio, mientras el P. Agustín se sacrificaba en otra parte. Una terrible epidemia de viruela infestaba entonces la ciudad. En el acto, el P. Merges se puso él y sus compañeros a las órdenes del Arzobispo para cualquier puesto auxiliador que les señalase. Entre los lazaretos que se habían abierto, el del Salvador, sito más allá del Seminario y cerca del lajamar. hospitalizaba a seiscientas mujeres. Allí fué nombrado cape- llán el P. Desnoulet. Por el espacio de dos meses, consumió todas las horas del día y una parte de la noche en oír con- fesiones, catequizar a las enfermas, muy ignorantes en su mayor parte, y asistir a las moribundas. Uno de sus hechos se hizo célebre. Acababa de dar el santo Viático a una de. las variolosas cuando sufrió ella un horrible vómito. Los asisten- tes se miraron consternados; tuvo el P. Agustín un estreme- cimiento, pero lo dominó en el acto. Con toda calma se hincó, recogió la Hostia entre las inmundas gargantadas de la en- ferma, y en medio del estupor general se la puso en la boca para consumirla. La noticia de este rasgo, digno de los san- tos, voló por la ciudad, y aureoló el nombre de Redentorista ton la admiración y simpatías de todos.

Merced a la actividad y desvelos del P. Merges, gra- cias, a empréstitos y limosnas de cristianos dadivosos, los aprestos del futuro domicilio adelantaron con rapidez; pronto se habilitaron cuatro piezas, sobrado lugar para los tres fun- dadores y sus tres cajones de equipaje. El edificio se com- ponía justo de paredes, techumbre y pisos; pero, los discípu- los de Cristo, quien ni piedra tenía donde reclinar la cabeza, no pedían más para mismos. En consecuencia, eligióse el 24 de Mayo, festividad de Nuestra Señora Auxiliadora, para empezar la vida de comunidad.

Aquí, detengámonos, para estampar (¡ojalá fuera con le- tras de oro!) el amado nombre de los bienhechores que, en aquella hora de completa escasez, aliviaron las privaciones de los discípulos de San Alfonso. La mayror obligación de és- tos, después de la señora Ugarte y de don Manuel su hijo, es para los religiosos de los Sagrados Corazones. Su casa fué,

ESTABLECIMIENTO EN SANTIAGO

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para los peregrinos del Santísimo Redentor, lo que era para Jesús la morada de Lá/.aro en Betania. Durante cuatro meses, hallaron en ella La más fraternal hospitalidad, los consejos, aliento y cooperación que necesitaban, y para su mismo es- tablecimiento varios objeto-, de primera necesidad y varios enseres de capilla. Reciban asimismo la expresión de. una especial gratitud las personas que imitaron esta caridad: la familia Üssa Cerda que, la víspera de la instalación, mandó el mobiliario más indispensable para las celdas; don Macario Ossa y deudos que obsequiaron lo más esencial para cocina, despensa y. comedor, así como ornamentos y vasos sagrados

R. P. Agustín Desnoulet

para el culto; las Hermanas de la Caridad que, desde su co- legio de la Sagrada Familia, se constituyeron durante diez meses la Providencia de la comunidad para el sustento y la sacristía. MI Dios que recompensa un vaso de agua dado a un pobre premiará tantos beneficios hechos a sus apóstoles.

Según la ley canónica, el párroco debe inspeccionar pre- viamente toda capilla que, en su feligresía, se va a dedicar a los ministerios sagrados. En conformidad a este reglamento, pidió el Padre superior al cura de San Lázaro que fuese a visitar el santuario, situado en el radio de su jurisdicción. En la tarde del Martes 23. éste se personó en la capilla. Pero, al reparar en la carencia de pulpito', confesionario, comul-

¿*> LOS UEDENTORISTAS EN CHILE

gatorio, adornos en los altares, juzgó que faltaban requisitos esenciales y se negó rotundamente a firmar las licencias. El contratiempo era lamentable, pues, hacía imposible la cere- monia de instalación anunciada para el día siguiente. Sin embargo, el manso y humilde P. Merges no se quejó de tan extremada severidad; sino que, bisn inspirado, fu? el Miérco- les por la mañana a contar su pena y su conflicto al Vicario General, don Ramón Astorga. Este, gran favorecedor de los Redentoristas desde que los conoció, comprendió que no era justo exigir en una fundación pobrísima todos los accesorios cultuales, y con suma benevolencia él mismo redactó y le- galizó la aprobación canónica. Así pudo verificarse, en la misma tarde, la solemne bendición de la capilla. Curiosos por ver de cerca a estos sacerdotes extranjeros que usaban un hábito tan singular y desconocido, los habitantes del arrabal llenaron el santuario. El P. Merges les dirigió una alocución paternal, explicándoles el fin de su Instituto, y el móvil que les impulsaba a radicarse con preferencia en este suburbio, el cual era: su deseo de sacrificarse día y noche por el bien de las almas, de las familias, de los niños, de los enfermos, de la población entera. Y al paso que iba hablando, leía en los ojos de los asistentes la simpatía, la satisfacción y la grati- tud'. Concluida la plática, bendijo ritualmente el pequeño tem- plo, y citó a los fieles para la mañana siguiente, fiesta de la Ascensión del Señor.

Como se ve, la inauguración de la primera casa ligoriana en Chile reunió, para presidirla, a los tres Protectores de la Orden: se abrió la capilla un Miércoles, día consagrado a San José, y en una festividad de la Madre de Dios. Nuestra Señora Auxiliadora, y se ocupó el monasterio en la misma fecha en que el Santísimo Redentor entró triunfante en el cielo. El júbilo de los tres Redentoristas expatriados fué algo semejante al gozo de las almas del Limbo al penetrar con Jesús en la ce- lestial Patria: ellos también, después de una larga espera en la obscuridad de la incertidumbre, tomaban posesión de su morada, miserable a la verdad, pero cielo terrestre en que disfrutarían la compañía de su Dios y las delicias de la virtud y la contemplación. Este día 25, toda la gente del barrio acudió a la ceremonia; se cantó Misa solemne; en ella oficiaron los Padres y alumnos de los Sagrados Corazo- nes a quienes se debió todo el esplendor de la fiesta. Pre- dicó el canónigo, don Miguel Prado, haciendo grandes encomios de los nuevos religiosos. Después de lo cual, los tres funda- dores fueron conducidos procesionalmente a su pobre claustro. Era, pues, un hecho consumado: Chile daba un techo a los hijos de San Alfonso, y ellos, en retorno, iban a sacrificar por él su celo, sus trabajos, las fuerzas de su talento y de su vida, hasta legarle por fin sus huesos.

No son para describir las mil penurias secretas de aque- llos tiempos primitivos. Los dos Padres y el Hermano se tur- naban para aderezar la comida, y como los tres eran igual-

ESTA BL EClMlENTO EN SANTIAGO

mente legos en el arte culinario, componían guisotes eme les daban más risa que apetito. Al conocer por fin esta miseria extrema, las monjas del Colegio «La Sagrada Familia» les enviaron, durante diez meses, una ración diaria. Llegado que hubo, el Hermano Vito, fué cocinero titular; pero no por eso se llenó la despensa. Era tanta la escasez en el convento que el buen coadjutor andaba descalzo. Igual que el último 'me- nesteroso, veíasele por los caminos y potreros recogiendo ramas secas y desperdicios de madera para su hogar. Y con el fin de ahorrar tan mezquina leña, prendía fuego sólo tres veces por semana, de suerte que día por medio no servía más que fiambres. Cierto es que los bienhechores ayudaban en algo; pero ni conocían todas las estrecheces del naciente mo- nasterio, ni sabían que la mayor parte de sus limosnas se trocaba en adobes y maderas. Por un doble motivo importaba acelerar la conclusión del edificio empezado: prevenir las llu- vias del invierno, y alistar celdas para recibir cuanto antes refuerzos.

La vida de los fundadores era, pues, la de cenobitas aus- teros, casi desconocidos de la capital. Un excelente medio de llamar la atención era conseguir que las autoridades impusie- ran el nombre de San Alfonso a la calle paralela al convento. Llamábase ella a la sazón «Los hermanos Ugarte». De acuer- do con esta familia, dirigió el P. Merges al Intendente la solicitud del caso; apadrinada por varones influyentes fué atendida sin demora, y el auto de concesión fué publicado en los periódicos el 22 de Julio de 1876. Sucedió entonces lo esperado: esta denominación nueva divulgó el nombre del Pa- triarca de la orden y despertó la curiosidad de muchos. Dióse a conocer tan feliz resultado en la inmediata festividad del santo que, por primera vez en el país, se celebró con las pompas exteriores del culto. Aquel día, 2 de Agosto, los re- ligiosos de Picpus realzaron nuevamente las ceremonias li- gorianas con su fraterno concurso y maestría musical, y el rector de su colegio, R. P. Augusto Jamet, pronunció el pane- gírico del preclaro doctor con toda la elocuencia de su noble corazón. Fué tal la asistencia que no cupo toda en la nave del santuario. La novedad de la fiesta y el bautizo público de un protestante alemán, convertido por los Padres Franceses, habían atraído gente desde las calles más lejanas del arrabal.

Andando el año, la fábrica del nuevo edificio tocaba a su fin, y urgía que aumentase la reducida colonia redento- rista para derramar sus actividades y acreditar su eficacia. Fl 2 de Octubre, desembarcaron en Valparaíso los Padres Klam, Etienne, Marco, Kehren, y los Hermanos Víctor y Vito; y en Marzo de 1877 los Padres Leitner y Fallert. Así po- blado, parecía el monasterio una arca de Noé, por cuanto los ocho coristas representaban otras tantas nacionalidades. Sin embargo, hijos de un mismo Padre, formaban una familia la más unida y alegre del mundo; felices eran sobre todo con poder seguir una vida perfectamente regular, con padecer las

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IOS REDENTORISTAS EN CHILE

mortificaciones que les ocasionaba sin cuento la escasez de recursos, y con ver delante de el campo apostólico que les ofrecía él país. El cronista apuntó con insistencia esta Mi- cidad que inundaba el corazón de todos. En cuanto a la gente, repetía su admiración diciendo: «No hay duda, los R<- dentoristas son los regalones de la Providencia; ninguna Con- gregación se ha implantado en la ciudad, con tanta rapidez y suerte, ni con una protección tan visible del Cielo».

Esta protección se mantuvo constante; pues, Dios inspiró a cierto número de personas pudientes una señalada simpatía para con los discípulos de San Alfonso; de modo que esta

Comunidad de Santiago en 1882

caridad cristiana se hizo extensiva al paso que se dilató el co- nocimiento de aquellos misioneros. Antes de proseguir este relato, es un deber mencionar aquí el nombre de aquellos bienhechores principales que favorecieron el establecimiento y los primeros años de la Congregación en la capital. Entre los muertos, hemos de citar al Ilustrísimo Señor Arzobispo. R, Valentín Valdivieso, al Vicario General Ramón Astorga, al canónigo Miguel León Prado, al P. Jesuíta Capdevila, a Do- mingo Fernández Concha, Joaquín Echeverría. Carmen Cerda de Ossa y familia, Manuela Gandarillas, Javier Salas, Manuel Vakk's, Francisco Echenique, Manuela Cuecas de Salinas, Ale-

OBRAS APOSTÓLICAS EN SANTIAGO

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jandro Larraín, Ramón Ricardo Rosas, Teresa Elizalde de Carvajal, Miguel Echenique, Manuela y Carmela Prieto, Do- mingí Soto, Cruz Arriarán, Benjamín Pereira, Toribio La- rraín. señoritas Ramírez, etc. Reservamos la nómina de los benefactores que viven aún por no lastimar su conocida mo- destia. Sepan, por lo menos, que el nombre de iodos ellos está consignado en los archivos del Instituto, que su re< uerdo queda esculpido en el santuario de la gratitud redentorista, que sus intenciones figuran dos veces al día en las oraciones reglamentarias de la comunidad. Sepan también que San Al- fonso los tiene inscritos en los anales del Cielo, y se encarga de satisfacer la deuda que con ellos han contraído sus hijos. Sirva, en fin, este documento para expresarles los más pro- fundos agradecimientos de cuantos religiosos pueblan, en la actualidad, los diversos conventos de la Orden en Chile.

Veamos ahora como cumplieron ellos la promesa de sa- crificarse por el bien espiritual de las almas, y primero las obras santificadoras que llevaron a cabo en el barrio de la estación.

CAPITULO IV OBRAS APOSTOLICAS EN LA IGLESIA SAN ALFONSO

Ante todo, es preciso dar a conocer más especialmente al que fué el introductor de la Congregación en Chile. El ducado de Luxemburgo fué la patria del P. Pedro Merges. Nació en 1832, y tres virtudes florecieron en su liñez: pie- dad, humildad, bondad; esta última fué la característica de su persona. Novicio en 1854, sacerdote cinco años después, evan- gelizó en doscientos trabajos fecundísimos a Alsacia, Badén y Lorena, hasta las expulsiones del Kulturkampf. En 1874, aceptó con entusiasmo las misiones del Ecuador por entrañar ellas mayor desprendimiento y sacrificios. Su permanencia en este país sólo fué de diez y seis meses, hasta recibir el di- fícil y honroso encargo de propagar el Instituto en Chile. Ahora bien, he aquí el retrato que delineó de él uno de sus íntimos, don Rafael Cumucio: «Clara inteligencia, juicio des- pejado y sagaz, ilustración sólida y completa; gravedad, finura y atracción en el trato; gran corazón para los más abnega- dos pensamientos, y los más delicados afectos, y las más me- nudas ocupaciones ; austero e inflexible consigo mismo, flexi- ble y suave con los demás; dechado de observancia religiosa; firme, prudente, caritativo en el régimen de la omunidad; piedad tierna y fervorosa: celo fecundo, ingenioso, infatigable;

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Los rEdentorisTas en Chile

eximio director de conciencia; y todo esto, realzado por una humildad, sencillez, candor verdaderamente seductores: he ahí lo que era el P. Merges cuyo aspecto físico era un reflejo de la plácida bondad de su alma y de las virtudes de su co- razón». Con tales prendas, no es de extrañar que el Señor lo haya escogido para ser el Josué pacífico que debía abrir a sus hermanos la entrada de esta Tierra prometida de Chile.

Hemos visto que traía del Ecuador una imagen de Nues- tra Señora del Perpetuo Socorro. No bien se posesionó de la capilla, quiso implantar en ella esta nueva devoción, para extenderla después en el país. Ya en Lorena había sido su incansable apóstol. Allá, sus libritos de propaganda habían pasado de cien mil ejemplares, y había convertido la iglesia ligoriana de Teterchen en un centro concurridísimo de pere-

Convento de San Alfonso en Santiago

grinaciones. Su ideal fué realizar en Santiago el mismo prodigio, y aprovechó el mes de María para darle comienzo. Con este fin, reemplazó en el altar la estatua de Purísima con el cuadro del Perpetuo Socorro, cuya maravillosa historia refirió al audi- torio. Tal novedad contrarió primero a la gente, acostumbrada a honrar a la Virgen de los rayos. Pero, la madre de Dios no tardó en coadyuvar a su servidor con un hecho milagroso que avasalló el cariño y confianza de todos. Cierto joven del barrio mismo sufría del corazón; su muerte debía ser pronta y súbita, y se obstinaba en no confesarse. Su hermana lo en- comendó a la comunidad, y en la reunión de la noche el P. Merges hizo rezar por los asistentes algunas avemarias a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. No se necesitó nás. En la noche posterior, anunció a la concurrencia que la corta oración de la víspera había sido oída: luego de aceptar una

OBRAS APOSTÓLICAS ÉN SANTIAGO

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medalla de la Virgen, el enfermo había solicitado él mismo los Sacramentos, y la estaba besando en su agonía con ex- traordinario fervor. La noticia de este favor se esparció rá- pidamente, y con ella el renombre de la sagrada imagen. Desde aquel día, empezó una creciente romería de fieles, curiosos de contemplar a esta Virgen desconocida de tan peregrino traje y maravilloso poder. Al cabo de tres sema- nas, se la oía invocar en la mayoría de las casas del arrabal y en no pocas de la ciudad. A estos homenajes correspondió ella con cariñoso apresuramiento. Antes del 8 de Diciembre, había devuelto pronta salud a un enfermo desahuciado, pre- servado a un obrero en un accidente mortal, convertido a dos libertinos de nota que eran el escándalo de la vecindad. Con tales hechos públicos, la Madona redentorista llegó a ser un tema de conversación en todas las clases de la sociedad, y en algunos meses se expendió muchos miles de sus es- tampas y medallas.

En Mayo de 1877, una de sus devotas, Fortunata Soto, le ofreció un altar. Terminábase su fábrica cuando llegó de Roma la reproducción auténtica e indulgenciada del cuadro primitivo, y se inauguraron ambos sin mayor demora. Una no- vena de predicaciones, acerca de los privilegios sobrenatura- les que enriquecen la imagen, enfervorizó los corazones, y el 21 de Noviembre se la colocó con mucha solemnidad en su nuevo trono. El mismo día, se erigió canónicamente su Archi- cofradía, cuya lista quiso encabezar el Ilustrísimo Señor Ar- zobispo. En la reunión de la noche, los afiliados recibieron su cédula de agregación, y después de consagrarse a la Virgen del Perpetuo Socorro, formularon la promesa unánime de ser sus más fieles y celosos apóstoles. Cumplieron tan bien con esta obligación, que pronto se hizo visible una corriente de piedad hacia humilde santuario; acudían a ella desde los puntos más lejanos de la capital; de suerte que, a pesar de su situación casi en despoblado, se repartieron, en este primer año. diez y siete mil Hostias. Tal cifra es notable si se con- sidera además que el ministerio e influencia de los Padres sólo daban los primeros pasos, y que en aquel tiempo no se practicaba aún la comunión frecuente.

Entre el gran número de personas que oraban ante el altar de la Virgen advirtió el P. Merges que muchas per- manecían varias horas al pie de la imagen. De esta simple observación brotó, en su espíritu, la idea fecunda de la Sú- plica Perpetua. Buscó un arbitrio para coordinar esta devo- ción individual, de suerte que plegarias incesantes y públicas se elevaran a la Madre de Dios. Trazó su plan, compuso un reglamento, y los fué a someter al Vicario capitular, Ilustrísi- mo Señor Joaquín Larraín Gandarillas. Este aprobó la insti- tución con entusiastas palabras de aliento. La dificultad era reclutar voluntarios en número suficiente para asegurar la continuidad de esta oración, constituir grupos de doce per- sonas, no imponer a cada sección más de una asistencia se-

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

manal. y así no perturbar el buen orden de los hogares. El celoso superior puso mano a la obra, buscó almas generosas entre la población femenina, y con tanto afán que, el 2.") de Diciembre de 1878, dió principio a la Súplica con cuatro per- sonas por hora. No bien se divulgó la noticia de tan piadosa innovación que suscitó adherentes hasta en los barrios más re- motos de la ciudad. A los diez meses, ascendían ya a se- tecientos. Diariamente, a las siete de la mañana, empezaba el santo ejercicio con una misa en honor de Nuestra Señora, cuyo cuadro resplandecía entre luces y flores, y hasta las cinco de la tarde, de hora en hora se relevaban los . oros cuyos miembros ostentaban la cinta azul y la medalla de su celes- tial Patrona. La indicación de las intenciones recomendadas, la visita al Santísimo, el rezo del rosario, una lectura edifi- cante, unas invocaciones a la Virgen y a San Alfonso, y va- rios cánticos ocupaban la hora de las suplicantes. Una vez al mes se reunían todas en una comunión general, banquete suave que. así como en Cana, presidía la Reina de las gracias. Tanto fué el empeño de las celadoras en conquistar adeptas que, a los cuatro años de existir, la Archicofradía contaba treinta mil inscritos, y la Súplica 1,400 mujeres repartidas en < uarenta grupos. Tantos sacrificios y plegarias públicas, una devoción tan filial y constante no pudieron menos de atraer el Perpetuo Socorro de María: pronto no se numeraron ya sus milagros y mercedes. En 1884. el P. Pablo Liégey historió en una revista veintiséis más estupendas que entresacó de va- rios centenares. No pasaba día sin que algunos favorecidos de ella fuesen a cumplir mandas y exteriorizarle su gratitud. Los romeros afluían cada vez más a la humilde capilla de San Alfonso, y era tan proverbial el maravilloso poder de Nuestra Señora que se repetía con insistencia esta frase: «Desde que está aquí la Virgen del Perpetuo Socorro no necesitamos ya di- médicos?. Habíase granjeado el corazón de todos hasta tal punto que en 1S82, cuando por vez primera se sacó el cuadro en procesión, tres mil personas la escoltaron por las ralles circunvecinas. . . Ahora bien, como la Súplica no lia decaído con el tiempo, calcúlese la enorme suma de oracio- nes que. durante más de ciento ochenta mil horas, han subido de la iglesia redentorista al trono de la divina Madre, y el total de gracias y bendiciones que de su corazón maternal lian descendido a las almas! Entre las obras que ha inventa- do la piedad humana, esta Súplica Perpetua, creación del P. Merges. es seguramente una de las más agradables para el Cielo y de las más benéficas para las almas. ¡ Ojalá no de- crezca jamás esta comunicación incesante entre la Virgen y sus devotos! Sirvió además de acicate y modelo a varias na- ciones: en las Repúblicas sudamericanas y países de Europa, se ha establecido sobre las mismas bases que la de San- tiago, ya en los templos, ya en las misiones de Redentoristas.

Después de alistar la población femenil bajo los estan- dartes de Nuestra Señora, ocurriósele al P. Merges cúnentar

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también alguna institución en favor de los artesanos, que fuese para ellos una arca de preservación moral. Como el alcohol era el principal veneno, de las almas, creyó que la mejor forma de preservación sería agruparlos en una sociedad de temperancia. Por lo tanto, al terminar la misión especial que se predicó a los hombres en La Semana Santa de 1883, apeló a la buena voluntad de ellos, explicándoles el objeto de la asociación. En el acto se inscribieron doscientos. Se les re- partió en doce secciones que agremiaban cada cuál a los in- dividuos de un mismo oficio. Su Patrona era también la Virgen del Perpetuo Socorro, y la más esencial de sus obliga- ciones el ser temperante. Cumplían previamente seis meses de probación en los que se vigilaba su conducta ; los elegidos

prestaban entonces el juramento de no probar licor «fuera de las comidas y fuera de su hogar». Para hacerlos I ieles a tan solemne promesa, no se perdonaba medio alguno. Tenían reuniones dominicales, plegarias en común, fiestas recreati- vas, socorros mutuos, biblioteca, recepción de Sacramentos en determinadas épocas. Su insignia era un elegante escapulario del Perpetuo Socorro y de San Alfonso, con cinta de seda. Su bandera principal, bordada en oro sobre terciopelo y seda, hacía flamear esta divisa «Unión y Trabajo). El comandante Necochea. veterano de la guerra del Pacífico, y salvado pol- la Virgen de la muerte segura que debían causarle sus ca- loñe heridas, organizó una banda de veintisiete músicos tu- sas notas enardecían los entusiasmos. Había un enfermero que por oficio visitaba a los dolientes, y en cada calle un celador

Nuestra Señora del Perpetuo Socorro

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LOS fcEDENTORIsTAS EN CHlLÉ

para fiscalizar el comportamiento de los socios vecinos. Una colecta dominical reunía hasta cien pesos para los gastos de la cofradía. Así constituida, se propagó gradualmente por las casas del barrio, de suerte que en cuatro años llegó a man- comunar ochocientos cristianos del mejor cuño. En Pascua de Resurrección de 1887 comulgaron todos, y en la noche tres mil hombres siguieron por las calles la carroza de la Virgen del Perpetuo Socorro, con los estandartes de las doce cor- poraciones, bajo el resplandor de las luces de bengala y fuegos artificiales, al compás del Orfeón de la Policía y de los vítores de una incontable muchedumbre. El fervor de ellos era notabilísimo. Baste decir que quinientos asistían re- gularmente a la bendición del Santísimo en la noche del Do- mingo. Los frutos de esta institución fueron admirables: la mitad de los afiliados cumplía al pie de la letra su juramen- to de absoluta temperancia; los demás, si bien recaían tal cual vez en su primitivo vicio, lo expiaban luego por una confesión reparadora y alguna penitencia pública en el recinto de la sociedad. Vióse a ebrios consuetudinarios trocarse en verdaderos santos. Por eso, quejábanse los cantineros de per- der cada semana la ganancia de mil botellas de" licor, por eso persiguieron a sus antiguos parroquianos con toda clase de burlas, tentaciones y atropellos. Más de una vez, cogieron brutalmente a algún convertido, y derribándole por tierra, le engargantaron a viva fuerza bebidas espirituosas, a fin de reavivar en él la dormida pasión de la embriaguez. Para esca- par a semejantes asaltos, debían los socios evitar determinadas calles sobre todo en los días festivos. Pero bien pocos ce- jaron en sus propósitos, así es que reflorecieron en muchos hogares el orden, la limpieza, la economía, el bienestar, el amor al trabajo y a la virtud. Más de 150, con el dinero que antes malgastaban en las tabernas se construyeron una' vi- vienda confortable.

En 1894, la asociación reformó sus estatutos y tomó el nombre de «Sagrada Familia». Aprobada por la Curia, enri- quecida con indulgencias y privilegios espirituales, ha pro- seguido hasta hoy su obra de moralización. Mantiene a cua- trocientos obreros alrededor de sus estandartes. En 1908, se les edificó un amplio salón donde encuentran juegos, fiestas teatrales, vistas cinematográficas, refugio agradable contra los desórdenes y vicios reinantes. ¡A cuántos miles de cris- tianos, durante 43 años de existencia, habrá conservado la fe, las buenas costumbres, la felicidad y preparado dulce muerte y Cielo seguro!

Al lado de estas dos instituciones vitales, tres archico- fradías se han erigido en la iglesia de San Alfonso. La de Animas en 1888, cuyo asiento principal está en la casa matriz en Monterone, y cuenta un sinnúmero de cofrades. Su fin es multiplicar los sufragios en favor de los muertos tan olvidados, por quienes se aplica una misa y especiales ple- garias todos los Lunes del año. En 1911, introdujo el I'. Vargas

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la del Corazón agonizante de Jesús, la cual depende del Pa- triarca latino de Jerusalén. Tiene doble objeto: consolar a los Corazones de Jesús y de María por la perdida de tantas almas, y obtener las gracias de conversión y buena muerte para los que en el día han de entrar en la eternidad. Al año de funcionar, \einte mil adherentes figuraban en los registros ele ella. En fin. la del Sagrado Corazón, completada por la del Corazón Eucarístico, cuya obligación es el culto reparador, e impone la comunión de desagravio para el primer Jueves y Viernes de cada mes, con el ejercicio de la llora santa. Hace poco, se les agregaron las Marías de los Sagrarios que, en la mañana del primer Viernes, dedican una hora de adoración al Dios de la Custodia. Gran número de fieles acuden así a tri- butar sus homenajes al Amor herido de Jesús.

En estas empresas de santa preservación no se olvida a la juventud. Tres asociaciones le están dedicadas. Las Hijas

Corazón eucarístico de Jesús

de María cuentan más de doscientas inscritas, y comprende a las jovencitás que ya no siguen las catequesis infantiles y no pueden aún pertenecer a la Súplica; la Juventud católica que tiene un centro cuya actividad abarca diversas obras de pro- paganda y celo; la Congregación de niños, bajo La advocación de San Gerardo, que favorece la comunión mensual de los catequizados, y la Liga eucarística que. trae a los fervorosos de la juventud a la recepción dominical de la divina Hostia.

Por fin. una doble sección de las Conferencias de San Vi< ente, de señoras y caballeros, toma su dirección en el convento: allí hace todos los Jueves sus reparticiones de li- mosnas y víveres, de ahí sale a llevar a sesenta familias de menesterosos el consuelo, el socorro, los pensamientos sobre- naturales, los consejos de la fe, y la semilla de la conver-

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LOS R EDENTOR ISTAS EN CHILE

sión. Compró una casa de vecinos donde asila cierto número de desamparados. Esta caridad, que anda por las viviendas, i ompleta La que se va haciendo en la misma portería del monasterio; por ella desfila diariamente una larga procesión de hambrientos que reciben el pan material, así como era ya costumbre en Italia en los tiempos de San Alfonso.

Merced a tantas instituciones, el movimiento de piedad cristiana ha sido siempre intenso en la iglesiá de los Reden- toristas, y se mantiene gracias a un servicio religioso nutrido. Los Domingos, celébranse cinco misas a distintas horas, cuatro de ellas con plática doctrinal; en la tarde, hay dos bendicio- nes del Santísimo, con sendas predicaciones, una para las Hermanas de la Súplica y otra para los Socios de la Sa- grada Familia. Dos veces por semana, se repica a catequismo, y se enseña a los chicos y a las niñas por separado. Anual- mente, se dan cuatro misiones en la cuaresma, para hombres, mujeres, niños y niñas. Hay plática diaria en el mes de María y en el del Sagrado Corazón, en las novenas que preceden a la fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de San Alfonso, en todos los Sábados y días festivos del año, lo cual representa una suma muy considerable de enseñanzas al pue- blo. Con el fin de acendrarlas aún, los Padres han publicado varias obras de piedad: El Devoto de Nuestra Señora, Selectas Prácticas. El Apóstol del Hogar, El Cielo Seguro, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Comunión Semanal, Vocación al Sa- cerdocio, diversos devocionarios, etc. El resultado de esta laboriosidad evangelizadora está a la vista: en ningún mo- mento del día el templo permanece desierto; cumple con el requisito del Salvador de ser verdaderamente la casa de oración, a la cual acuden no sólo los moradores de los contornos sino también muchísimos fieles de los puntos más distantes de la ciudad.

Talvez sea interesante hacer comparación entre los pri- meros tiempos de la fundación y los actuales para seguir el movimiento religioso dél barrio. En IW2 eran 1,400 las socias de la Súplica y 800 los socios, son ahora 1,050 y 300 respectivamente. En 1880, se contaba 2,500 personas en las misas del Domingo, hoy se elevan a 3,000. En 1879, en las misiones de cuaresma se repartieron dos mil comuniones: en L883, seis mil; en L896, tres mil; en 1910, 3.300; en 1921, 1,0(10. Las catcquesis reunían antiguamente mil niños de am- bos- sexos, acuden ahora 500, pero el Colegio de Santa Te- resa y el Patronato Irarrázaval hacen a sus mil alumnos cursos de religión. Las comuniones han subido una escala notable: en 1*77, diez y siete mil: en L880, treinta y cinco mil: en 1900, cincuenta y dos mil; en 1915, después del de- creto pontificio sobre la comunión frecuente. 8S.00!); en 1924. ciento diez mil; en total, fueron distribuidas tres millones de Hostias en este medio siglo. Como se echa de ver, las asistencias a misa, catcquesis, bendiciones del Santísimo quedaron aproximadamente iguales: las asociaciones primiti-

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vas todavía florecen; la sagrada Mesa está más concurrida que nunca. Estas cifras indican el tesón apostólico con que los Redentoristas han trabajado en aquella porción de San- tiago que los rodea. Sin duda, no ascendieron ellas al paso que se acrecentaba la población circunvecina, pero no es es- caso éxito el haber conseguido infundir tanta vitalidad al espíritu religioso del pueblo, en una época en que las doc- trinas impías y revolucionarias se deslizan hasta en los ho- gares más humildes y c ontagian a las almas desde la niñez.

La labor sacerdotal de los Padres no se recluyó tam- poco entre las paredes de su iglesia. Hijos de este Alfonso de Ligorio que, en su juventud, visitaba diariamente el hos- pital de los incurables, se aplicaron en todo tiempo al auxi- lio espiritual de los enfermos, recorriendo el inmenso radio que abarcan en lo presente las tres comunas de San Lázaro, Parque Cousiño y Maipú. Que fueran llamados a la hora de las comidas o a media noche, que los buscaran :inco, siete y más veces al día, así como aconteció en las distintas epi- demias que asolaron la ciudad, salían en el acto a confor- tar a los moribundos con los Sacramentos y palabras de aliento y caridad. En este medio siglo, y en el área men- i ionada, la comunidad asistió a más de 50,000 enfermos. Ade- más de este servicio incesante, siempre que alguna epide- mia ha infectado y diezmado el país, han sido los Redentoris- tas de los primeros en sacrificarse en los Lazaretos, '"orno se ha dicho, una plaga de viruelas sembró la muerte, en lS7(i. por las casas de Santiago, y el P. Agustín Desnoulet pasó voluntariamente dos meses entre las contagiadas de El Sal- vador; en 1S89, el cólera tronchó ochenta mil vidas humanas desde La Serena hasta Angol, y el P. Teodoro Rehren fué a atender sucesivamente el Lazareto de Los 'Andes y el de- Linderos, mientras cuatro Padres de la comunidad salían, cada uno nueve veces al día, para sacramentar a los mori- bundos del arrabal. Varios fueron víctimas de su abnegación; pero, a Dios gracias, ninguno falleció. En L905, reaparec el flagelo de las viruelas, y tres Redentoristas se ofrecieron a hacerse cargo de sendos Lazaretos: el mismo P. Teodoro, en el de Playa Ancha, confesó a 1,090 enfermos, el P. Pablo Liégey. en el de Limache. "atendió a 400 apestados, el P. San- tiago Larraín, en el del Barón, reconcilió con Dios a dos mil variolosos. Bendijo el Señor la abnegación heroica de estos capellanes espontáneos, derramando sobre sus dolientes las gracias de la conversión. De 2,212 infelices que sucumbie- ron entre sus brazos, dos no más, y protestantes ambos, mu- rieron impenitentes.

El celo alfonsiano no se limitó tampoco a las cercanías de su monasterio, sino que se dilató por toda la ciudad. En los veinte años que siguieron a la instalación de los Padres, habían predicado ya cuatro retiros al clero secular y otros tantos a los seminaristas; trece Ejercicios espirituales a di- versas Ordenes religiosas, y treinta y dos en los colegios;

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LOS RE DEN TURISTAS EN CIIILK

habían evangelizado repetidas veces a los ancianos de las Hermanitas de los pobres, a todas las secciones de asilados en las casas del Buen Pastor, a los presos de la Penitenciaria, a los policías de la calle Bascuñán Guerrero. Eran además los capellanes ordinarios de los Talleres de San Vicente y de la Escuela Normal de Santa Teresa. San Alfonso irradiaba, pues, su influencia benéfica sobre toda la metrópoli, sin excluir ninguna clase de almas. Lejos de menguar con los años, ha ido ella en continuo aumento por medio de nuevas obras : la de Santa Marta en favor de 1,600 empleadas a, cpjienes, por agrupaciones de turno, se doctrina en la tarde del Domingo; la de los conventillos en los que se predican misiones cortas con el fin de legitimar las uniones; la de los choferes para proporcionarles el beneficio de la palabra divina y de los Sa- cramentos, en medio de su vida de tan perpetuo corretear; la de los niños vagos a quienes se inculca en sus hospicios los rudimentos de la fe. En la actualidad, no hay, en toda la ex- tensión de Santiago, parroquia, colegio, asilo, santuario donde los Redentoristas no hayan ejercido su apostolado.

A principios del siglo, las cercanías del convento habían mudado de aspecto; los potreros que antes lo rodeaban se habían convertido en tupida población: impúsose, por lo tanto, la necesidad de substituir la humilde capilla Ugarte por un templo de mayores dimensiones que se adecuara al desarrollo del vecindario. En consecuencia, el 11 de Diciembre de 1904. se bendijo la primera piedra, bajo los auspicios de la Virgen por ser aquel día el quincuagésimo aniversario de la procla- mación dogmática de su Inmaculada Concepción. El llustrísimo Señor Ramón Astorga presidió la ceremonia, en medio de una concurrencia enorme. El año siguiente, el 12 de Septiembre, se abrió el primer herido; pero el terremoto hizo suspender los trabajos cuando las murallas alcanzaban cinco metros de altura. Al reanudarlos, se adoptó el cemento armado que pre- conizaban los Estados Unidos; fueron así los Redentoristas los primeros en Chile en aprovechar esta nueva forma de cons- trucción. Después de quince años de ardua labor, se puso re- mate al majestuoso templo, y se fijó el 31 de Agosto para su inauguración. Lo bendijo el llustrísimo Señor Arzobispo Cres- cente Errázuriz, con asistencia de canónigos y numerosos sa- cerdotes y religiosos. Más de mil personas, padrinos y bienhe- chores, llenaban las inmensas naves. A las siete de la tarde, el último rosario se rezó con singular devoción en la antigua iglesia cuyas paredes habían acogido tantas miserias, oído tantas y tan ardientes plegarias, encerrado tan incalculables gracias de consuelo, fuerza y perdón. De allí se llevó en so- lemnísima procesión el cuadro de la Virgen del Perpetuo So- corro. Dos mil de sus devotos lo siguieron en filas compactas, entonando himnos en que vibraba el amor. Tres mil curiosos le formaban calle con visible respeto. Cuatro de los Padres, revestidos de dalmática blanca, sostenían sobre los hombros la imagen, más venerable aún con sus cuarenta años de culto

OBRAS APOSTÓLICAS EN SANTIAGO

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y milagros. A su paso los fieles se arrodillaban subyugados por esta bondadosa Reina. Esperábala el templo con el alegre repique de sus campanas y con mil variados adornos: una guir- nalda de lámparas de color trepaba por la majestuosa fachada, una cinta de matizadas luces rodeaba el triforio del presbiterio con una gigantesca y resplandeciente corona. Al entrar, ma- gistrales sinfonías la saludaron haciendo eco a los cánticos de la muchedumbre. Instalada que estuvo en el altar, subió el P. Visitador al pulpito, y le hizo entrega del santuario, consagrándole a la vez las familias presentes, las de todos los bienhechores y los hogares del barrio. A la mañana si- guiente, se celebró por última vez en la capilla primitiva, y

Iglesia de N. S. del Perpetuo Socorro en Santiago

se trasladó al Santísimo con las pompas de rúbrica. A las nueve, cantó misa pontifical el Ilustrísimo Señor Miguel Claro, empezando así la novena anual en honor de Nuestra Señora a quien está dedicado el nuevo santuario. El mismo día de la fiesta se sacó en procesión .una de sus imágenes de bulto, lo cual dió lugar a otro triunfo para la Madre de Dios. .Diez y seis policías montados la escoltaron por las calles que os- tentaban flores, banderas, altares y guirnaldas. Tres mil cris- tianos la seguían. Durante una hora y media, acariciada por el eco de los himnos y oraciones, pasó ella derramando sobre las casas sus bendiciones maternales. Devuelta a su trono brillante en la iglesia, recibió la consagración de las dos mil

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'OS RE!>ENTOR!ST AS EN CHILE

personas que ocupaban el vastísimo templo, mientras una or- questa hacía pensar en los conciertos del Cielo.

Al contemplar esta basílica de (58 metros de largo y 30 de ancho, al medir la altura de sus bóvedas que se despliegan a 18 metros del pavimento, al ver sus torres que por 55 me- tros dominan las moradas de la vecindad, cualquiera imaginará que las riquezas de la Congregación del Santísimo Redentor han de ser inmensas, puesto que levantó semejante monumen- to. Representa para todos dos millones de pesos, y es muy cierto que es, ante todo, obra redentorista. En efecto, si bien La nación chilena, así los pobres como los ricos, dieron su

Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Santiago

óbolo, si el mismo Gobierno de don Pedro Montt alivió los gastos con liberalidades del presupuesto y con una ley que eximía de los derechos de aduana los materiales extranjeros, la verdad es que estas contribuciones diversas no pasaron de quinientos mil pesos. Lo demás fué costeado por el mismo Instituto; pero, es preciso saber en qué forma. El arquitecto no percibió emolumentos, porque fué el Hermano Gerardo, re- dentorista, quien ideó y dibujó los planos; el ingeniero que dirigió los trabajos no cobró honorarios, porque fué el Hermano Huberto, redentorista, quien vigiló constantemente la cons- trucción; el especialista que llevó a cabo la parte más artís- tica, más difícil, más dispendiosa del magno edificio, tampoco

CONVENTO l)c CAUQUEN ES

pidió gajes, porque fué el Hermano Joaquín, redentorista, quien con sus dedos mágicos lo amoldó y esculpió todo. Ellos tres ahorraron la mitad de los gastos. El monasterio, por otra parte, invirtió en la fábrica sus modestas entradas de quince años, junto con el valor de la cuadra adyacente. Así es que todo se sacrificó por la gloria y culto de la Virgen del Per- tuo Socorro. Para dejar el templo en su punto de perfección, falta aún erigir los altares y colocar las vidrieras de las naves.

Antes de cerrar esta breve exposición de su existencia cincuentenaria en la capital del país, los Hijos de San Al- fonso no se resuelven a callar su gratitud: inmensa es la que tienen para con las personas dadivosas que han con- tribuido a sufragar esta basílica gigantesca del más puro estilo gótico. Es un deber de justicia y de corazón tributar aquí a ellas todas un público testimonio de agradecimiento. Por no contrariar los deseos de aquellos cooperadores que quieren ocultarse en la sombra de la reserva, estas páginas no llevarán sus nombres. Pero, junto con el de los bienhecho- res de la casa, están guardados en los archivos del convento, en el corazón de todos los Redentoristas de Chile, y en los registros del Cielo. ¡Que la Virgen del Perpetuo Socorro les devuelva, con el cien doblado, sus generosidades, derrame sobre su alma y su familia especiales bendiciones, y los aguarde en el paraíso con el más tierno abrazo y una escogida corona!

CAPITULO V

FUNDACION EN CAUQUENES DEL MAULE, 1891

El año 1891 parecía el menos favorable, para abrir nuevos conventos: la revolución desordenaba el país, la impiedad menudeaba sus ataques contra la Iglesia y sus ministros, los Redentoristas eran en Santiago uno de los blancos preferidos de la prensa anticlerical. Los gaceteros, y más que ellos, el escritor pornógrafo Rafael Allende en su pasquín «El Recluta-, los pintaban cual conspiradores temibles, cuyos claustros eran un escondite de revolucionarios y de armas, el cuartel gene- ral de la oposición. Los diarios en sus columnas y la chusma en las calles circunvecinas gritaban al asalto y a la matanza. Sólo por una visible protección de la Virgen del Perpetuo So- corro estos religiosos escaparon al saqueo, a la antorcha, á la violenta expulsión. Llamado a la Moneda para dar razón de las acusaciones que pesaban sobre el monasterio, le fué fácil al superior sincerarse de ellas. Ello no obstante, dos sema- nas antes de la batalla de Concón, una noche a las dos

LOS REDENTORISTAS EN CHILE

de la madrugada, cien soldados rodearon la casa de San Alfonso, y un grupo de comisarios la registró hasta en los últimos rincones en busca de don Carlos Walker Martínez, de documentos y de armas. Como era lo natural, no hallaron nada. Completamente neutrales en cuestiones políticas, por su doble calidad de religiosos y de extranjeros ¿cuál podía ser el motivo de tantas sospechas y encono? Hélo aquí. Una tarde, se presentó en la portería una joven, con una manda a la Virgen del Perpetuo Socorro por el feliz éxito de las batallas que iban a empeñarse. Sin discurrir más, el Hermano que re- cibió a la visitante emitió una reflexión desfavorable a la causa de Balmaceda. Por desgracia, la dama era pariente de uno de los proceres gubernativos, y le refirió la malhadada frase que así llegó a la Moneda,. De ahí el recelo que en ella se tenía a los Redentoristas, y las iras que, como espada de Dámocles, colgaban sobre ellos. Pensar en erigir algún nuevo convento en circunstancias tan críticas ¿no era impru- dencia y presunción? Sin embargo, se les urgió hacerlo por orden apremiante de las autoridades de la Orden.

El Parlamento francés acababa de votar las leyes anti- canónicas que sometían el clero a la quinta, y para sustraer a sus estudiantes teólogos a los peligros espirituales del cuar- tel, determinaron los superiores buscarles algún refugio legal fuera de Europa. Chile, tierra clásica de la libertad, fué ele- gido para ello. Pero, el convento de Santiago no ofrecía la soledad y expansión que necesita la juventud de un semina- rio religioso; era, pues, indispensable hacer otra fundación. Mas ¿dónde establecerse? Numerosas habían sido las anterio- res propuestas: Iquique, Copiapó, Lourdes en Santiago, casa Dominicana en Colina, Apaltas cerca de Rengo, Yáquil en Col- chagua, la quinta de Tilcoco, San Luis de Talca, Constitución, Linares, Los Angeles; pero, u otras Congregaciones las ha- bían ocupado, o presentaban ubicación inadecuada para este objeto, o traían gravámenes inadmisibles. Así las cosas, en- cargóse la misma Providencia de orientar los proyectos hacia un lado enteramente imprevisto. A fines de Abril de 1891, los Padres J. Bautista Aufdereggen y Teodoro Kehren misionaban en Coronel; allí, el prebendado Francisco Urrejola les habló casualmente de una Casa de Ejercicios, sita en Cauquenes del Maule. Su fundador y propietario, presbítero Bartolomé Vi- llalobos, anciano, e incapaz ya de atenderla, tenía resuelto traspasarla a la Curia, y una palabra del Obispo era suficiente para cerrar un contrato definitivo. Ahora bien, el Ilustrísimo Señor Plácido Labarca, había conocido a los Redentoristas en su antigua parroquia de Limache y en su vicariato de Ta- rapacá, les tenía en particular estima, distinguía al P> Aufde- reggen por cuyo consejo había él aceptado la mitra; al saber, pues, las pretensiones de ellos, se hizo el entusiasta patrono de su proyecto, y se obligó a presidir personalmente su futura instalación en la diócesis. El Cielo parecía de veras encaminar los acontecimientos. Concluíase la misión.

CONVENTO DE CAUQUENES

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ruando, arribó a Coronel el R. P. Provincial, cuya llegada de- bía simplificar y acelerar la solución del negocio. Al punto, mandóle rogar el prelado que desembarcara en aquel mismo puerto, le hospedó en el palacio episcopal, y al día siguiente encomendó los tres Padres al canónigo Dionisio Moraga, el cual, como guía y apoderado de la Curia, los acompañó en su viaje a Cauquenes.

Esta población, antigua posta de traficantes, era ya pa- rroquia en 1585. Civilmente fue fundada en 1742, y se llamó primero «Villa de Nuestra Señora de las Mercedes de Tütuvén». En 1826 recibió el título de ciudad, y el nombre de Cauque- nes. En 1891, contaba siete mil almas. Desde Parral, un coche llevó a los Redentoristas hasta la reina del Maule, donde los esperaba el señor Villalobos. Su Casa de Ejercicios él mismo la había levantado, en 1850, con la limosna de los pobres que pordioseando había recogido en toda la provincia. Tenía aquélla veintisiete celditas con piso de ladrillos, pero sin ventana alguna. El refectorio daba al claustro interior, y 'omunicaba con él por doce huecos que servían de confesonarios. Cuatro piezas servían de habitación para el capellán y los predica- dores. En su conjunto, el edificio era obscuro y húmedo, sin condiciones higiénicas, sin terminar, y demasiado exiguo para una comunidad numerosa. A primera vista, el P. Provincial la juzgó impropia para casa de estudios, tanto por su insalubri- dad más perjudicial aún a temperamentos jóvenes como por su alejamiento de todo consulado francés, lo cual haría en extremo onerosas las compariciones anuales a que los obligaba la ley militar. Pero, como poseía una modesta capilla, se ren- taba con un fundito montañés de 65 hectáreas, tenía el des- tino tan ligoriano de dar Ejercicios espirituales a los pobres y estaba en una provincia casi falta de obreros apostólicos; romo, por otra parte, la incesante llegada de novicios europeos hacía insufiriente el convento de Santiago, el R. P. Gavillei aceptó la fundación como residencia de misioneros. El 6 de Mayo de 1891, don Bartolomé Villalobos firmó el contrato de donación, vertiendo lágrimas de júbilo y gratitud. «¡Ahora me puedo morir! exrlamó al soltar la pluma. Dios ha oído mis largas oraciones, ha colmado mis ardientes anhelos: seguro es- toy de que la obra de toda mi vida no morirá conmigo».

Vivía entonces en la ciudad una piadosa dama, Ignacia del Río. No bien tuvo noticia del proyecto y resolución de los Redentoristas, les llevó los ocho mil pesos que destinaba a la primera Congregación moderna que se estableciese en Cauquenes. Esta suma providencial permitió edificar dos alas nuevas que completaron el cuadrilátero del edificio. En Fe- brero de 1892, se dió cima a los trabajos, y sólo faltó poblar, el desierto monasterio. El Visitador de la Orden en Chile, R. P. Gerónimo Schittly, quiso dar a la llegada de los funda- dores la mayor solemnidad posible, y con este fin resolvió prepararla por medio de una misión. Cuatro Padres la inicia- ron el 13 de Mayo. Predicaron la apertura en las cuatro igle-

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

sias de la población, y la prosiguieron en el templo parro- quial. Como se iba a administrar la Confirmación, fué tal la muchedumbre de penitentes que cuatro misioneros más tuvie- ron que acudir de Santiago. La ciudad hervía de tanta gente (|ue decían los habitantes: «Parece que el departamento entero anda en nuestras calles». Doce mil personas se confesaron, y gran número de ellas, mayores de diez y siete años, lo hicie- ron por primera vez. En varios días, se ungió con el santo Crisma a 10,085 adultos. El Jueves 24, mil jinetes fueron hasta Caracol al encuentro del Obispo. A su entrada en el pueblo, diez mil cristianos le rodearon, y bajo arcos de triunfo, en un diluvio de flores, entre truenos de vítores, le acompañaron hasta la iglesia matriz. Allí, desde el elevado atrio agradeció, al incontable gontío que llenaba la plaza y calles adyacentes, la real acogida que se le había brindado, y fijó el día siguien- te para la instalación de los Padres en su domicilio.

El Viernes, a las 9, cantó misa pontifical. Asistieron todo el clero local, el Intendente, la Ilustre Municipalidad, y tal concurrencia que en los zócalos de las columnas, en las gra- das del presbiterio y púlpito, aun encima de los confesonarios, veíanse enjambres de cabezas humanas. Después del Evangelio, el canónigo don Alejandro Larraín, con su peculiar elocuencia y la profunda amistad que tenía a los Redentoristas, hizo la presentación oficial de ellos. Delineó rápidamente la vida y obra de San Alfonso, y luego indicó el carácter propio del Instituto: la evangelización de los pobres, su preferencia para con las almas más destituidas de auxilios espirituales. Terminó convidando a todos los fieles para la gran romería de la tar- de. A las tres, puso fin el prelado a las confirmaciones, y a las cinco la enorme comitiva se puso en marcha. Dominábala el cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, patrona de la iglesia redentorista ; bajo un baldaquín riquísimo, los rayos del sol le formaban con sus destellos un verdadero nimbo de gloria De diez mil pechos salían atronadores los cánticos en su honor. Varios arcos, adornados con flores naturales, ban- deras y gallardetes, cortaban triunfalmente las calles por cuya pendiente subía el oleaje humano. En los umbrales de la casa, aguardaban el Obispo, el Intendente, el P. Gerónimo Schittly, Visitador de la Orden, y los personajes más conspicuos del clero y de la sociedad. Al lado de ellos se colocó la sagrada imagen, y el mismo prebendado señor A. Larraín tomó la pa- labra. Subido en una improvisada tarima, lanzó a la multitud los vibrantes acentos de su inspiración y saludó a la Virgen en términos que parecían venirle del Cielo. En un apostrofe magistral, lleno de ternura y fervor, le hizo pública entrega del nuevo convento. En la capilla revestida de galas, un trono de luces esperaba el cuadro de la divina Reina. Lo más grana- do de la concurrencia lo rodeó cual escogida corte, y el pre- lado entonó el Te-Deum, himno de júbilo y gratitud, mientras el venerable señor Bartolomé Villalobos, de rodillas en el presbiterio, inclinada la cabeza, apoyado en su bastón de

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anciano, vertía silenciosas lágrimas de felicidad. Luego, puso el Obispo su firma en el acta de toma de posesión, en la que confirmaba la donación de la casa y propiedad. Así quedó asentada en Chile la segunda casa del Santísimo Redentor. Guardó su antigua denominación de «San Ignacio» en memoria de los Padres Jesuítas que implantaron en el país las casas de Ejercicios.

Mientras los periódicos locales y los de Concepción publi- caban el relato de las grandiosas fiestas, con muchos enco- mios y votos de prosperidad para los hijos de San Alfonso, continuaron éstos en la tarea consoladora de las confesiones. El 30 de Mayo de este año 1892, se recogieron por fin para inaugurar la vida de comunidad. Eran los Padres Adolfo Chéne, Superior, Ramón Gossart, Teodoro Kehren. Carlos Do- noso, y los Hermanos Teodoro y Teófilo.

Los primeros meses fueron penosísimos. Según el cronista

Convento primitivo de los Redentoristas Casa de San Ignacio en Cauquenes (Maule)

de aquel tiempo, no había estancia alguna que fuese ser- vible para una comunidad. La sala de recreo era una ver- dadera cueva, el oratorio un sótano frío y húmedo, y los cuartos del poniente de peor condición aún, por estar el piso inferior al nivel del suelo, y almacenar así las filtracio- nes del cerro. Como puertas y ventanas estaban desvencija- das, la abundante lluvia y el viento muchas veces ciclonal de ese invierno se colaban habitualmente en el comedor, las celdas y los tránsitos. Aumentó de tal suerte la insalubridad de la casa que tres de los Padres cayeron enfermos, quedan-

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

do uno solo para cuidarlos y atender al ministerio en la ca- pilla. Además de esto, faltaban corredores espaciosos, patio agradable, huerta arbolada donde los religiosos pudieran lo- mar el solaz y movimiento indispensables a la vida sedenta- ria. Por otro lado, el edificio, como casa de Ejercicios, no llenaba las exigencias de la Regla: la parte habitable estaba sin concluir, no existía el comedor, notábase la carencia de varios aparejos indispensables para el aseo y buen orden; sobre todo, no había clausura estricta entre el convento y el recinto de los ejercitantes, lo que hacía imposible dar retiro a mujeres. La capilla misma, capaz de doscientas personas a lo sumo, era insuficiente aun para la afluencia dominical de los fieles, y sólo tenía paredes y techado sin el menor mobi- liario cultual. Para obviar tan graves inconvenientes, urgía ensanchar las construcciones, y con este fin adquirir los te- rrenos colindantes. Pero, se negaron los vecinos unánimemente a cualquier proposición de venta. Tanta estrechura, molestias, dificultades, sin visos de mejoramiento, empañaron las bri- llantes perspectivas que habían lucido sobre la fundación. A pesar de todo, confiados en la Providencia que por los suyos vigila, los Padres acometieron con bríos sus faenas apostóli- cas, en las cuales los seguiremos más tarde.

Antes de salir a la divina siega, el cronista apuntó en los archivos el apellido de los bienhechores que más alivia- ron la escasez y sufrimientos de aquella época heroica, helos aquí: Ilustrísimo Señor Plácido Labarca, canónigo don Alejan- dro Larraín, presbítero Juan de la Cruz Aravena, cura de la ciudad, señora Ignacia del Río, señoritas Carmen Rosa y San- lina Jara, Urbana y Margarita Verdugo. Por la delicada ge- nerosidad que gastaron en favor de los Redentoristas, mere- cen que sus nombres pasen del corazón de estos religiosos a la pública estampa, junto con el de don Bartolomé. Vi- llalobos.

A pesar de estos socorros, la situación en la casa de San Ignacio se volvía más y más insostenible. Tan así fué que. en el invierno siguiente del 1893, se planteó decidida- mente esa alternativa: o abandonar la fundación, o trasla- darse a otra parte del pueblo. Ahora bien, la voluntad de Dios pareció descubrirse en un hecho fortuito: la ocasión provi- dencial de comprar un terreno en la misma cumbre del cerro. No bien fueron sus dueños, los Padres buscaron materiales de construcción. Don Demetrio Jara les abrió sus canteras, y la dinamita sacó de ellas trescientas carretadas de piedras; algunos vecinos les facilitaron tierra para hacer sesenta mil ladrillos, y prometieron otros limosnas y el concurso de sus brazos. Todo pues iba con viento en popa, cuando llegó de Europa la orden de suspender los aprestos de fábrica, hasta que hechos concretos evidenciasen ser oportuna y eficaz la presencia de los Redentoristas en la ciudad. Lo que había alarmado a los superiores era la forzosa inacción de los Pa- dres, debida a la pequeñez de la capilla eme coartaba su

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ministerio local, y a la escasez de recursos y deficiencia de los alojamientos que impedían cumplir con los fines esencia- les de la casa, la predicación de Ejercicios. Erales, por lo tanto, indispensable dominar las circunstancias desfavorables y producir alguna obra apostólica, si querían demostrar la utilidad de la fundación y obtener el permiso de erigir un convento nuevo. Pero ¿qué hacer? Dejábanse llevar del des- aliento y pesimismo, cuando les envió Dios a un salvador en la persona del P. Agustín Vargas. Profeso el 9 de Junio anterior, el antiguo cura de Talca arribó a Cauquenes el 22 de Julio. Puesto al corriente de las cosas, puso fin a los temores y vacilaciones de todos con esta reflexión decisiva: «¡No se abulten las dificultades! Dejen a nuestros pobres en su antigua sencillez! La falta de cama, la mezquindad de las celdas, lo tosco de la alimentación no los arredrarán. Esta-

Casa de San Ignacio, en Cauquenes (patio interior)

mos, no en Europa, sino en Chile, y conozco a mi gente. Hagamos las cosas a lo chileno, y respondo yo del éxito. Empecemos una corrida dentro de diez días!» Tan franca de- terminación arrastró las voluntades: compráronse los utensi- lios más necesarios de cocina y comedor, se renovó el alum- brado que era ya prehistórico, y se anunció la primera tanda de Ejercicios para el 3 de Agosto. La novena solemne en honor de San Alfonso le sirvió de preparación. La conmove- dora elocuencia del P. Agustín, a cuyo cargo estaban las predicaciones, llegó al alma de sus oyentes y consiguió el éxito halagüeño de dos mil comuniones. Fué aquello la chispa que encendió la fe popular. El día fijado, 280 hombres se

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encerraban en la destartalada casa, y fué tanto el fervor de los ejercitantes, tan completa su felicidad, y tal la conversión de muchos que la comunidad no daba crédito a sus ojos. Este resultado dió alas a la esperanza de los Padres, y en el acto resolvieron llevar la obra más adelante. Con su ini- ciativa avezada a todo, el P. Vargas recorrió la ciudad y anduvo de puerta en puerta para convidar a los hombres de Trabajo. Al mismo tiempo, un jinete iba por los campos; tremolando una bandera blanca, en que se leía inscripciones encarnadas, las repetía a voces en los caseríos: :<¡ Perdón general! Vamos a Ejercicios! Salvemos nuestra alma!» A tan original y apremiante invitación respondieron G8B hombres que, en dos corridas espirituales, llenaron el recinto de San Ignacio. Pero, para evitar las borracheras clásicas que des- lucían la entrada a retiro, se imprimió en la boleta de ad- misión este aviso sin réplica: «Se excluirá al portador que se presente en estado de ebriedad». Tal medida fué eficacísi- ma; cortó por la raíz un abuso tan inveterado como ver- gonzoso. Contribuyó también al fervor y popularidad de los Ejercicios el hecho de restablecer las antiguas usanzas de penitencia: disciplina diaria, llevar todos por un día entero una corona de espinas, cargar por turno una pesada cruz. Así mismo, revistió la salida las solemnidades de antaño. Se verificó al son de las campanas, del orfeón y de los cánti- cos, bajo la lluvia de flores que arrojaban las esposas, ma- dres e hijas, en medio del llanto de los ejercitantes que be- saban el piso de la casa y los pies de los misioneros.

Una de las causas que favorecieron las conversiones fue un crucifijo de origen maravilloso que estaba en la capilla 1\

(1) Este relato es el compendio fiel de los documentos que recogió, en 1909, el P. Fallert. redentorista. El 1892, varios campesinos habían hecho a la comunidad narraciones verhales, pero hizo el Padre una en cuesta formal, y encontró a dos declarantes principales: 1.° Don Faustino Muño/., venerable anciano, vecino de Hualve en la época de los sucesos. Entregó al Padre una reseña escrita de los detalles del hallazgo, que co- nocía por la narración del mayordomo Antonio Fuentes, y de la escena ile la efusión sanguínea que había presenciado él mismo. 2.° Angela Fuentes, hija del mismo mayordomo. También puso en manos del Padre una acta firmada en la (pie consigna idénticamente los hechos: el descu hrimiento y extracción del Cristo que oyó contar muchas veces por la señora Muñoz, por su propio padre y por el ovejero Manuel Canales, testigos oculares, y el derramamiento de sangre al cual estaba presente ella personalmente. Ambos documentos están archivados en el convento redentorista de Cauquenes. ¿Cómo explicar la existencia del Cristo en el espino? Es un misterio. ¿Quién lo ha esculpido? Es un enigma. Citamos los hechos sin pretender darles un carácter y valor sobrenatural, cosa que sólo la autoridad de la Iglesia puede conocer y autenticar, y u cuyo criterio y fallo humildemente sometemos.

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He aquí su historia según relación de testigos fidedignos. A principios de 1835, doña Nicolasa Muñoz poseía el fundo «La Casualidad», en Hualve, lugar situado al poniente y a tres leguas de Cauquenes. Un día, mandó a un sirviente, Antonio Lara, que fuese a cortar un añoso y grueso espino para fabricar con él un arado. Levantábase el árbol a cincuenta metros de la casa. Pero, he aquí que, a cada hachazo del trabajador, salieron del tronco unos como quejidos. Admirado el hombre, lo revisó, y recorrió los alrededores en demanda del ser adolorido que plañía, y no descubriendo a nadie, reanudó su tarea. Mas, tres veces seguidas, a cada golpe, volvió a percibir los mismos ayes, que no podían ser crujidos de la leña. Todo turbado, fué a dar parte del extraño suceso a la señora, la cual, con el mayordomo, se encaminó al sitio. En presencia de ellos, el obrero tornó a hachear; y no sólo se dejaron oír los mismos gemidos, sino que del espino em- pezó a brotar sangre. Sospechando entonces algún portento, la señora hizo aserrar el árbol por la base, y ordenó que lo rajaran con sumo cuidado. A los pocos momentos, apareció el dibujo de dos pies humanos, y pronto, en la parte superior, como el molde de una cabeza. Asombrada por tal novedad, doña Nicolasa prohibió continuar el trabajo, y notició el fe- nómeno a los religiosos de Santo Domingo. Uno de ellos, el P. Tomenelo, fué a examinar prolijamente el tronco, y reco- noció que encerraba un santo Cristo. Sacando astilla por as- tilla, lo dejaron al descubierto : tenía cerrados los ojos y le faltaba las manos. Una vez desprendido de su envoltorio de madera, lo llevaron a casa, le esculpieron manos nuevas, y la señorita Muñoz le arregló un oratorio y un altar: allí, el cura don Rafael Aravena celebró muchas veces la santa Misa. Poco después del hallazgo providencial, sobrevino el espantoso terremoto del 183ó, y se hundió la casa del fundo, menos la pieza que servía de capilla al «Cristo del Espino». La nueva de esta protección cundió por la comarca, y confirmó la pro- cedencia sobrenatural de la imagen; desde entonces, el hu- milde oratorio se convirtió en un centro de romerías, donde los vecinos cumplían sus mandas y conseguían numerosos fa- vores. Pero, con el tiempo se deterioró la pintura, y el párro- co resolvió darle refección a la estatua. Como era preciso llevarla al pueblo de Caracol, el señor Aravena reunió a to- dos los habitantes de los contornos para que la acompaña- ran procesionalmente. El artista, Patricio San Juan, quiso des- clavarla de la cruz; mas, a los primeros golpes que dió en los clavos, empezó a correr sangre de las manos y del cos- tado. Lleno de emoción, el cura la recogió con dos lienzos blancos, y los enseñó a la muchedumbre espantada. Cada paño llevaba tres manchas purpúreas, de diez centímetros cuadrados. Como seguía aún esta efusión sangrienta, mandó el párroco que pidiesen todos la cesación del prodigio, para que fuera posible retocar la veneranda imagen, lo cual se alcanzó de Dios a los pocos minutos. Los lienzos quedaron

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reservados detrás del altar, con el fin de enviarlos al Obispo tomo preciosas reliquias. Más tarde, estuvo uno en poder de una familia particular, y el otro fué regalado a un convento de monjas en Concepción. Doña Nicolasa murió a los 110 años, dejando su hacienda al señor Sebastián Villalobos. Este, a su vez, legó a su hermano Bartolomé la maravillosa imagen, y el fundador de la casa de Ejercicios la trasladó a la capilla de San Ignacio. En el trayecto, renovóse en cierta manera el prodigio acontecido a San Cristóbal; pues, a me- dida que avanzaban los portadores del crucifijo, se volvía éste más y más pesado. Lo acomodaron frente al pulpito; y los ejercitantes, que conocían todos su estupenda histo- ria, hallaban siempre a sus .pies el dolor de los pecados y la confianza en el perdón. Se encuentra ahora en el mag- nífico templo de los Redentoristas.

Como era lo natural, el infierno y sus satélites no pu- dieron ver con indiferencia esta resurrección de los Ejerci- cios que debían salvar a incontables almas. Una mujer atea y escandalosa, redactora del periódico «El Polo», se propuso echar por tierra el naciente apostolado de los Redentoristas. Con este fin, arrastró por el lodo el honor sacerdotal del P. Vargas, instigador y sostén del bien realizado. Sacó del basural de Talca un antiguo pasquín repugnante que imputa- ba, al entonces cura de esta ciudad, los más horrendos crí- menes. Reimprimió bastantes ejemplares para deslizar uno por debajo de todas las puertas, y difundir seguramente sus infamaciones. Además, menudeó artículos contra la práctica de los Ejercicios. Según esa arpía, eran ellos «un foco de epidemias por la aglomeración de la gente, un centro de po- lítica encubierta con capa de coro, una obra de fanatismo fósil indigna de la civilización moderna, una fuente de daños materiales para la clase obrera a quien le quitaban tiempo, dignidad y dinero». Con todo, esa campaña tle odios, im- piedades y calumnias, lejos de dañar al ministerio de los Redentoristas, sirvió a consolidar su acción religiosa en el pueblo. Así lo testimoniaron los mil ejercitantes eme se su- cedieron, en tres grupos, bajo el techo de San Ignacio, así como las pruebas múltiples de afecto y adhesión de los ha- bitantes.

En aquel tiempo, a pesar de la larga y constante labor de la incredulidad en la prensa y en el liceo, Cauquenes con- servaba aún una atmósfera de notable religiosidad. Sin duda, la clase acomodada, que veinte años antes se veía en el comulgatorio, se extraviaba entonces por los campos del in- diferentismo; sin embargo, no era la pérdida de la fe, sino el respeto humano el que iba alejando a los caballeros de sus deberes de católicos. Ese temor, se lo había infundido uno de los Intendentes anteriores, impío de tomo y lomo. Los Domingos, plantado ert el umbral de la iglesia, hacía burla de los que entraban y salían, y ostensiblemente inscribía sus nombres. Consiguió, de esta manera, amilanar a muchos

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que poco a poco se desacostumbraron de la Misa y de los Sacramentos. Sin embargo, no por eso habían abjurado sus creencias, conforme Lo evidenciaron en aquella época de 1894. Cuando un tal Caravantes, rector del Liceo, pretendió implan- tar en la enseñanza los cursos mixtos y las teorías inmora- les y revolucionarias de Serapio Lois, no sólo los diez y seis alumnos de filosofía se sublevaron contra él, sino que los padres de familia y una parte de los concejales apelaron al Ministro de Instrucción. Tan enérgica fué su protesta que recabaron la destitución del maestro innovador y la supre- sión inmediata de aquella indecente coeducación. En cuanto al pueblo, tenía aún la fe ardiente y sencilla que había recibido de sus antepasados; pero, necesitaba alguna direc- ción y un eficaz amparo contra los ataques y mentiras de los descreídos, y esta empresa de celo, tan conforme al es- píritu ligoriano. fué el objeto principal de los trabajos de la comunidad.

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Convento redentorista en Cauquenes (Maule)

Cuando la noticia del espléndido éxito de los Ejercicios llegó al conocimiento de los superiores, se desvanecieron sus dudas y recelos tocante a la oportunidad de la fundación, y el 14 de Febrero de 1894 decretaron la erección canónica del convento. Fiados ya en su estabilidad, empezaron los Padres a reformar el edificio de los ejercitantes. Prolongóse la ca- pilla, y se la completó con un piso y cielo de madera, con ornamentos nuevos, tres altares, seis confesonarios, un pul- pito, un viacrucis y un. comulgatorio. Tantas novedades reve- lan la pobreza y desnudez primitivas de la iglesia. Además, se ensanchó el comedor, haciéndolo capaz de 400 personas. Por fin, se construyeron las dependencias imprescindibles, y se acondicionó la clausura estricta que, según las ordenan- zas episcopales, debe existir para dar Ejercicios a las mu- jeres. Para el año siguiente todo quedó aparejado, y fué

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

posible predicar tres retiros femeninos con una asistencia global de 71.">. Desde entonces, no pasó ningún invierno sin que alternasen varias tandas espirituales en pro de ambos sexos, lo cual se prosiguió hasta 1919. En esta fecha, fué necesario suspenderlas por falta de medios y excesiva po- breza de la gente. Pero, en los veintisiete años que duró este apostolado, el total de ejercitantes ascendió a 6,859 hombres y <i.82H mujeres. ¿ V quién dirá todos los milagros de gracia que se verificaron entre estas desnudas paredes? ¿Quién las conversiones estupendas de que fueron ellas testigo? ¡Cuán- tas almas encontraron, en este humilde recinto, el camino de la regeneración y la puerta del Cielo!

La actividad de los hijos de San Alfonso no lardó en explayarse. Al aquilatar el párroco los resultados halagüeños de las primeras series de Ejercicios, les ofreció dirigir la Sociedad del Sagrado Corazón que vegetaba tristemente. Lo aceptaron ellos con tanto mayor agrado cuanto que sería un medio poderosísimo de afianzar el bien de los retiros anua- les. Su gobierno fué puesto en manos del P. Vargas. Este, con su tino práctico, mudó primero la denominación de la cofradía por el título de San José, más adecuado a los obre- ros. En seguida, retocó los estatutos, subió la cuota men- sual a veinte centavos para sufragar así los gastos de mé- dico, botica y sepultura: arregló el mausoleo, compró un carro mortuorio elegante, y citó a sus congregantes a reu- nión general para el 3 de Septiembre de 1894. Pocos eran, pocos ac udieron. Mas. la palabra insinuante y popular del director trocó este reducido núcleo en un grupo de apósto- les; y mientras buscaban adeptos entre sus amigos, fué él mismo por la ciudad y los campos. En una y otra parte halló tan buena voluntad que, al cabo de un mes de pro- paganda, alistó en la cofradía a ólO hombres. Con encan- tadora fidelidad se juntaron en San Ignacio para los retiros mensuales. Permanecían encerrados el día entero. Por la ma- ñana, tenían misa solemne de comunión, seguida del des- ayuno; a las diez, rosario y plática; a las once, almuerzo en silencio con una lectura edificante; a la una. viacrucis; a las cuatro, conferencia sobre algún asunto de vida cris- tiana y bendición con el Santísimo. En los momentos des- ocupados, leían o rezaban por sut cuenta, y asistían a clases de lectura y catecismo. Más tarde, con el objeto de volver más atrayentes estos retiros, el ingenioso P. Vargas ideó otro arbitrio: dispuso rifas cuyos premios se acomodaban a los gustos y necesidades de su gente, es decir una ternera rolliza, un terno flamante, los aperos de algún oficio me- cánico. De esta manera, el interés apuntaló el fervor, el entusiasmo se propagó, y a la vuelta de un año, eran 992 los afiliados a la Sociedad. Se dividieron en dos secciones, urbana y rural, con sendas reuniones en diferentes Domin- gos: 300 del pueblo, 500 del campo formaban la asistencia media, y algunos acudían desde siete leguas a la redonda.

CONVENTO OE CAUOUENES

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Uno de los estímulos más eficientes del aima popular son ciertamente las fiestas. Convencido de ello, el P. Vargas las multiplicó. La bendición de la carroza mortuoria dió lu- gar a una manifestación original que fué, a la vez, satis- facción para los buenos, incentivo para los vacilantes, cartel de desafío a los contrarios, predicación para todos. Adornada con coronas de arrayán y flores, recibió primero las preces rituales en el patio del convento. Hecho lo cual, se forma-

Iglesia de San Alfonso

ron los socios en correctas filas, y abrieron la marcha. Tras ellos rodaba el carro, cuyos cristales lucían, en pinturas de oro, palmas de triunfo junto al ángel de la resurrección. Los prefectos de coro tiraban de él, y el eco de las - alies re- petía a lo lejos el severo cántico de las Saetas. Cuatro mil personas lo seguían, atraídas por la novedad, e impresiona- das por esta saludable lección de la muerte. En la plaza, una partida de borrachínes, asalariados por el odio de la impiedad, acometió el desfile con gritos y demasías; pero, la actitud resuelta de los católicos los mantuvo a raya, \

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I OS REDENTORISTAS EN Cl ULE

su prudencia evitó el alboroto del que esperaban los secta- rios sacar partido en contra de la religión. «El Polo» vino en su auxilio. Al día siguiente, disparó un cedulón furibundo que introdujo en todos los hogares. En él vertía sus hieles contra «esos Jesuítas del cerro que habían paseado por las calles, cual reclamo político, un ridículo birlocho de marras», y prometía «no dar tregua jamás a esos hijos de Loyola». Pero, el papelucho no destruyó el efecto moral que había producido en los ánimos la peregrina procesión. La valentía y resolución de los socios se habían enardecido, y confesa- ban que la ceremonia les había hecho tanto bien como dos sermones.

En otra ocasión, los llevó su director a la parroquia, cuna de la hermandad. Allí, después de la comunión gene- ral, les aderezó un espléndido banquete, en el cual la últi- ma tirada de «El Polo» fué la servilleta de los convidados. En el tredécimo aniversario de fundarse la Sociedad, el 27 de Septiembre de 1906, se convocó a sus miembros a una junta extraordinaria. Concurrieron seiscientos. Hubo misa so- lemne, almuerzo opíparo, acto literario-musical, bajo los ga- llardetes, banderolas y flores que engalanaban el recinto de San Ignacio. Renovadas anualmente, esas manifestaciones de inocente fraternidad y alegría robustecieron la constancia de todos: en 1910, se agrupaban todavía en número de 947. Si en este último lustro empezó a decrecer, es una triste señal de que los afanes de los obreros evangélicos no contrarres- tan ya el indiferentismo, el cual se va infiltrando en las clases trabajadoras y en los tugurios del campo. Lo que consuela, es pensar en el bien realizado. ¡Cuántos miles de hombres hallaron en aquella cofradía una arca de salva- ción! Merced a ella ¡ cuán innumerables pecados se han re- mitido, y cuántos se han evitado!

Una vez asentada en firme base la Sociedad de hom- bres, deseó el P. Vargas procurar también a las mujeres un medio de perseverancia y fervor. El más apropiado era la Archicofradía de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y la Súplica perpetua. Las inauguró en Octubre de 1895. Con infatigable tesón, fué otra vez a llamar a la puerta de los pobres, entró en el salón de los ricos, recogió adhesiones, organizó los coros de suplicantes, y tras un año de rudo bregar impuso a la obra funcionamiento perfecto. Un hecho milagroso vino a coadyuvar sus esfuerzos. Cierta mujer, al guisar la comida, recibió en los ojos salpicaduras de man- teca hirviendo que iban a dejarla ciega. Un Padre redento- rista la confesó en el hospital, y la exhortó a que prometiera inscribirse en la Súplica en caso de que la Virgen del Perpetuo Socorro le conservase la vista. Hízolo así ella, mientras el confesor le aplicaba una medalla sobre la frente. Al punto cesaron sus agudos dolores y empezó a reducirse la hinchazón. Al amanecer siguiente, la infeliz había reco- brado ya el uso de los ojos, y el quinto día era imposible

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descubrir el menor rastro del terrible accidente. La noti< ia .del prodigio llevó la confianza a todos los corazones, y en 1897 acudían al retiro mensual, en sus respectivos Domingos, mil mujeres de La ciudad y mil quinientas del campo. Mu- chas de éstas no trepidaban en hacer un penosísimo viaje de cuatro y hasta seis leguas. En 1910, el número de su- plicantes culminó en los 3,300. Las del pueblo, repartidas en sesenta coros, cumplían su hora semanal de Súplica en la iglesia; las demás, diseminadas por el departamento, for- maban cien agrupaciones. En la tarde del Sábado o del Domingo, cada sección se juntaba en alguna capilla rústica

Interior del templo

o en la vivienda de la celadora. Allí, ante la imagen de Nues- tra Señora, rezaban el santo rosario, se les leía algún libro edificante, tenían repaso de la doctrina cristiana y de las oraciones más necesarias, y cuando era hacedero recibían una clase de lectura. Tuvo alguien la oportuna idea de instituir la Súplica para los hombres, reservándoles el día Domingo. Les agradó tanto que cuatrocientos ingresaron en ella, y en seis coros se turnaron ante el cuadro de la divina Madre. Esta práctica admirable sigue todavía su curso, lo mismo que en Santiago. En lo presente, 880 mujeres de la ciudad y 750 del campo cumplen con las obligaciones de la Archi- cofradía, y así atraen a sus hogares las gracias y bendi-

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

ciones de Nuestra Señora que hacen florecer en ellos las virtudes, la paz y la íntima felicidad.

Las referencias del inmenso bien efectuado, la creciente prosperidad de aquellas dos instituciones vitales, inclinaron por fin el parecer de los superiores, y otorgaron el permiso de reanudar la fábrica del convento nuevo. El 28 de Marzo de 1897, se llevó procesionalmente la primera piedra del edi- ficio, desde el caserón de San Ignacio hasta el solar com- prado. El Ilustrísimo Señor Plácido Labarca, movido de la amistad con que distinguió siempre a los Redentoristas, pre- sidió la ceremonia, y siguió a pie el carro, embellecido con primor, en que iba el canto fundamental, labrado y cubierto de festones. En un conceptuoso discur'so ensalzó las venta- jas inapreciables que reporta a las almas de un pueblo una comunidad religiosa de misioneros, y efectuó los sagrados ritos en presencia de cinco mil personas. Uno de los padri- nos era el Intendente, señor Benigno Rodríguez. Merced a la generosidad de los fieles, a las dádivas de la Providencia, al afán constante de los Padres, surgieron los edificios como por ensalmo. A los dos años, estuvieron terminados y habi- tables, y la iglesia lista para el culto. En consecuencia, el 24 de Septiembre de 1899, la comunidad se trasladó a ellos y pronto ensanchó sus trabajos espirituales en provecho de la población.

Ante todo, dedicó especial atención a la niñez, y la obra catequística tomó un singular desarrollo. Desde el principio, uno de los Padres era profesor de religión en uno de los colegios fiscales; pero, esta enseñanza, recluida entre las paredes de una escuela, era por demás estrecha para ser satisfactoria y eficaz. Por lo tanto, en Febrero de 1900, dióse principio a las catequesis en la iglesia nueva. En la mañana del Domingo, hacíase repetición del rezo únicamente, y en la tarde se inculcaba la doctrina. El P. Mario Roussel, con sus dotes excepcionales para avasallar la infancia, fué el organizador principal de este apostolado. Buscó a los ni- ños en los hogares, visitó las escuelas, hizo presa en cuantos chicos encontró zanganeando por las calles; con su bondad, sus dulces, sus estampas cautivó a la mitad de la niñez po- bre de la ciudad, cuyas oleadas inundaron regularmente las tres naves del anchuroso templo.

Además de este catequismo dominical, instituyó un retiro periódico. El primer Domingo de cada mes, congregó en una comunión general a los niños de ambos sexos. Las niñitas oían una plática, por la mañana, en la misma iglesia; en la tarde se citaba a los chicos en la casa de San Ignacio. Agrupados en la cofradía del Niño-Jesús, se les imponía al- gunos ejercicios especiales: viacrucis, rezo del rosario y pre- dicación, después de lo cual: inocentes juegos. Dos hechos darán alguna idea del empuje que animaba entonces a aque- lla población menuda. En 1903, reunió el P. Mario a 900 niños, y los guió, en solemne y recogida procesión, hasta la

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iglesia parroquial. Allí comulgaron de mano del cura; y éste, al dar después un abrazo al celoso catequista, exclamó al- borozado: «¡Ahí Padre, qué espectáculo más hermoso! Ver mi templo lleno de niños! Nunca, en mi vida, he presenciado cosa semejante ni más enternecedoral» y gruesas lágrimas de júbilo corrían por las mejillas del pastor. En Octubre de 1906, el mismo Padre predicó a su joven auditorio seis días de Ejercicios en la casa de San Ignacio. Setecientos chiqui- llos asistieron a ellos con admirable asiduidad; quinientos recibieron la santa comunión en la encantadora fiesta que coronó aquella semana de recogimiento. El incansable após- tol de los pequeños se esmeró aún más en disponerlos para la primera comunión. Mes y medio antes, hacía una instruc- ción semanal; los cinco días que precedían la solemnidad eran de retiro estricto, con misa, lectura sobre las verdades eternas, plática y rosario en la mañana; otro rosario y una segunda instrucción en la tarde. Semejantes fiestas eran ver- daderos triunfos para Jesucristo, y dejaban en las almas in- fantiles recuerdos imborrables y semilla fecunda de perse- verancia y de virtud. Esta obra catequística perdura aún. Al- rededor de trescientos chicos siguen la enseñanza hebdoma- daria de la religión, y la misión anual que se les reserva.

Otra fiesta religiosa ha sido siempre eficaz para exaltar el alma del pueblo: es la procesión del 25 de Diciembre. La de 1906 fué particularmente grandiosa. Tomaron parte en ella trescientos niños, la Súplica urbana y rural, la cofradía de los Josefinos, y cuantos cristianos poblaban la ciudad. Seis mil personas se apiñaron en las calles, en un largo de diez cuadras; las encabezaba una anda colosal que representaba el pesebre de Belén, con la divina Familia y un ángel que de lo alto descendía a la humilde gruta. En el recorrido de veinte manzanas no había vivienda que no luciese en la fiachada ramos y flores; no pocas ostentaban un nacimiento gracioso y rústico. La banda militar alternaba sus toques con el estruendo popular de los cánticos. ¡ Inolvidable espec- táculo! La población casi entera tomó a pechos exteriorizar su piedad y su fe, su protesta solemne contra las blasfemias de los incrédulos, su gratitud por haberse librado de las ruinas del terremoto. Fué aquello la exacta reproducción de las escenas de Belén: el Niño-Dios odiado y perseguido por los Herodes modernos, coronados de sus ambiciones y vicios, pero también adorado y querido por los pobres de los tu- gurios. Cada año recibió estos homenajes de la muchedum- bre, y son timbre de gloria, para los Cauqueninos, aquellos desfiles religiosos que en muy pocas ciudades de Chile han adquirido tan magníficas, constantes y consoladoras propor- ciones.

Allá, lo mismo que en Santiago, el ministerio sagrado ha tenido siempre notable actividad en la iglesia de San Alfonso. Desde los principios, son cuatro las instrucciones dominicales; en el año, se celebran el mes de María y las

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novenas solemnes de Nuestra Señora, San Alfonso, Corpus y Animas, lo que da un total de 354 predicaciones, con una asistencia media de mil personas. Como fomentos de piedad y fervor existen dos cofradías particulares: la de Animas establecida en 1900, que empezó con cuatrocientos afiliados, y cada Lunes atrae a numerosos fieles, ansiosos de aliviar a sus deudos difuntos; y la del Sagrado Corazón que esti- mula la devoción femenina, y congrega en el banquete euca- rístico a 350 mujeres todos los primeros Viernes del año. El total de comuniones refleja aquella intensidad de vida cristiana. Desde 33 años, los Redentoristas han distribuido en su iglesia de Cauquenes 1.478,334 hostias. Se empezó con

Jardín del convento redentorista en Cauquenes

5,200 y se subió gradualmente a 67,000; mas, hubo un des- censo a 56,522 en 1924.

Para renovar las conciencias, se dan tres misiones su- cesivas durante la cuaresma a mujeres, hombres y niños. Varias veces, y fué el caso en 1903, se evangelizó la ma- yor parte de la población predicando simultáneamente en la iglesia matriz, en la de San Alfonso, y en la vieja capilla de San Ignacio. Durante quince días, los Padres sembraron la palabra divina en los corazones, y germinó ella de tal suerte que cosecharon la abundante mies de cinco mil con- fesiones. Habiendo en aquella época 10,000 habitantes, este resultado significa que pocos resistieron a los toques de Dios. Pero, se van alejando tan hermosos triunfos. En 1910, dos mil mujeres, mil hombres, seiscientos niños aprovecha- ron todavía las gracias de la misión; mas, a pesar de los constantes esfuerzos de los Padres, en la de 1923 sólo se

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confesaron 700 mujeres, 340 hombres y 300 niños. La irreli- gión parece, pues, abrirse camino.

El celo de la comunidad se hizo más y más extensivo. Defender a los hombres contra los avances de la impiedad, amparar más eficazmente la clase obrera contra los tentácu los del socialismo, tal fué la mira del P. Enrique Degaud. rector del convento en 1905. Con este objeto, fundó un Centro católico, cuya acción sería más directa y profunda en La masa de los proletarios. El 25 de Diciembre, treinta y cinco caballeros de toda edad se alistaron en la asociación, com- prometiéndose a ejercer un apostolado de palabra y de ejemplo, y aún de prensa. Inauguróse con Misa solemne, vi- brante plática y la tradicional procesión de Navidad. Os- tentando la gallardía de su fe, los miembros del nuevo Centro llevaron por turno el anda mayor. Tras ellos, camina- ban dos mil personas, de a cuatro en fila. Visitaron doce Na- cimientos, dispuestos en la esquina de las calles. Presentaban éstas un aspecto de victoria, con su profusión de arcos, banderas, gallardetes, festones y linternas chinescas, con los veinte estandartes de las cofradías y los vistosos uniformes de la banda del Chorrillos. Pero era preciso alimentar el fuego sagrado en el corazón de estos cristianos escogidos, y acrecer su reducida liga con nuevos adherentes. Con cuyo fin, en el período que medió entre 1905 y 1913, se convidó a un retiro anual a todos los varones creyentes de !a clase, acomodada. Sobre ochenta respondieron a este llamamiento, aunque no todos se arrodillaron después en el tribunal de la penitencia. Cuando se les propuso entrar en la Archico- fradía del Santísimo Sacramento, sesenta se inscribieron en el acto. De la misma manera, para convertir a las señoras y señoritas de la sociedad en otros tantos agentes del bien, se les predicó igualmente un retiro periódico, de 1906 a 1917, con una asistencia media de 114. Ambos arbitrios tuvieron por éxito inmediato derribar el respeto humano en una por- ción de los pudientes, encender el fervor en cierto número de estas almas, y con la potencia de sus buenos ejemplos influir en la religiosidad del pueblo. Débese a esto cierta- mente la mayor pujanza que el ministerio de los Redentoris- tas alcanzó en aquel decenio mencionado.

Los encontramos también dando Ejercicios, en 1906, a los liceístas reunidos en San Ignacio, y todos los años a los alumnos del Instituto de La Salle, a las externas de la Inmaculada Concepción, a las moradoras del Buen Pastor, a las tres comunidades de monjas, a los presos de la cárcel. Además, desde el origen de la fundación, atienden la ca- pellanía del hospital, donde ejercen entre los enfermos un ministerio en extremo fructuoso. Por fin, se les vió siempre a la cabecera de los moribundos, tanto en el cerro como en las chozas más apartadas del campo.

Su instalación en Cauquenes, tan inestable en los prin-. cipios, ha sido pues fecundísima. Contribuyó a conservar, si-

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LOS REDENTORISTAS en chile

quiera en parte, la robusta fe de los habitantes, a pesar de la impiedad que, desde tanto tiempo, siembra las blasfemias, los escarnios, el error y la enseñanza del sensualismo.

CAPITULO VI SAN BERNARDO, 1898

Conforme se ha indicado, anhelaban los superiores dar con un asilo apropiado para sus estudiantes de Teología. Como la casa de Cauquenes no convenía para tal objeto, habían éstos permanecido en el convento de Santiago. Mas, en ocho años, su número había subido a 45, y vivían en una estrechura intolerable. Sobre esto, la malsana atmósfera de la capital, y la imposibilidad del esparcimiento y solaz nece- sarios, habían quebrantado la salud de varios, por lo cual urgía procurarles una morada más higiénica y en un sitio más solitario. En 1897, se pensó adquirir una quinta de ocho hectáreas, en las inmediaciones de la metrópoli y a orillas, del Mapocho; pero, el proyecto no remediaba sino a medias la situación, y el superior Provincial no le dió su visto bueno. Meses más tarde, cierta señora ofreció una pequeña propiedad, con iglesia espaciosa y elegante, en el lugarejo de Jahuel, cerca de San Felipe. La ubicación sobre los contrafuertes de la cordillera no podía ser más pintoresca; clima sanísimo; las montañas vecinas muy a propósito para excursiones saluda- bles. Sin embargo, más de un tropiezo malogró el intento: los edificios eran insuficientes, el invierno hacía los caminos intransitables y casi imposibles los aprovisionamientos, la' estación de ferrocarril distaba tres horas de coche, lo apar- tado del lugar dificultaba inmensamente las compariciones reglamentarias en la Legación francesa. Ello no obstante, se sometió el negocio al parecer del Provincial, el cual juzgó irrealizable también esta proposición, y todo quedó en nada.

Pero, a escondidas de todos, el Cielo iba aprestándoles el albergue que les destinaba. Vintimilla, sucesor de García Moreno, general-dictador y masón, había arrojado del Ecuador a varios sacerdotes, entre los que se contaba el presbítero don Eliodoro Villafuerte. Sabio y virtuoso, tenía un proyecto grande como su alma, benéfico como todo lo que viene de Dios: el de dotar las Repúblicas sudamericanas de una ins- titución parecida a la de don Grea. Mas, antes de bu,scar cooperadores y discípulos, resolvió aderezarles una casa de formación en donde se acondicionarían, por el estudio, la vida común y el ejercicio de las virtudes, para llevar en seguida

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los auxilios de su celo y abnegación a las parroquias sin pastor. Con este fin sublime, adquirió un terreno en San Bernardo, y sin demora echó los cimientos de la construc- ción. Colocó la primera piedra el 2 de Abril de 1889, yj dos años más tarde, una de las alas quedó lista para acoger a varios moradores. Seis seminaristas ecuatorianos, víctimas como él de la persecución, se presentaron entonces para ser la base del nuevo Instituto, que el fundador denominaba: «Con- gregación de los Oblatos del Sagrado Corazón». Pero, al cabo de pocos meses de noviciado, todos echaron pie atrás, y re-

Convento redentorista en San Bernardo

gresaron a su Patria no bien cesó su proscripción. Herido por este golpe, hecho el blanco de contradicciones y calum- nias, solitario entre las paredes de su vasto convento, don Eliodoro no pudo menos de llorar sobre las ruinas de sus magníficos ensueños. ¿Cuál sería la suerte de aquella cons- trucción, levantada con la limosna de generosos bienhecho- res? Su primer pensamiento fué brindarla a una Congregación misionera que todavía no existiese en Chile, y para ello pidió el concurso de don Ramón Subercaseaux, a la sazón Ministro Plenipotenciario en Alemania. Llamó éste a la puerta de doce Ordenes religiosas, pero rehuyeron todas la oferta, alegando

LOS REDENTORISTAS en chile

unánimemente la escasez de personal. Seis años transcurrieron así en negociaciones inútiles. Por aquellos tiempos, el Ad- ministrador de los Talleres «San Vicente» se interesó por la casa: el señor Villafuerte se negó hasta a arrendársela, por- que su voluntad firmísima era destinarla exclusivamente a alguna comunidad apostólica. Desesperanzado por fin de ha- llarla en Europa, buscó en el país una Congregación que aceptase el edificio. En Enero de 1898, lo ofreció a los Pa- dres Carmelitas, quienes se esquivaron. Los Pasionistas, a su vez, dilataron su respuesta hasta recibir la decisión de su General. En suma, era la mano del Señor la que encami- naba los acontecimientos.

En la Curia de Santiago, se conocían las decepciones su- cesivas que iba sufriendo el fundador; para abrirle una sa- lida, las autoridades eclesiásticas le hablaron de los hijos'; de San Alfonso, y la causa de este honroso empeño es la siguiente. El Ilustrísimo Señor Arzobispo Casanova veía, con no poca edificación, el desinterés de los Redentoristas que daban misiones numerosas y penosísimas, sin percibir el menor estipendio, llevados únicamente de su amor a las ü'rnas y a la gloria de DiOjS. Al preferirlos en este asunto, guiso el metropolitano evidenciar la especial estima, afecto y gratitud que sentía para con la Congregación ligoriana. Por esta razón, insinuó a don Eliodoro la idea de cederles su convento y propiedad, y sin tardanza, puesto que los edifi- cios ya se iban deteriorando. «Pero, objetó el señor Villa- fuerte, lo que buscan ellos es una quinta de recreo jpara las vacaciones de sus estudiantes, yo lo sé, y a ello no me avendré jamás. Mi casa, que me ha costado tantas amarguras y sacrificios, será habitación de apóstoles o no será nada!» Ante declaración tan categórica su Señoría no creyó opor- tuno insistir. En Marzo siguiente, uno de los Vicarios gene- rales, don Rafael Fernández Concha, volvió sobre este par- ticular, y la respuesta que le dió don Eliodoro fué la llave providencial del desenlace: «Con gusto posesionaré mi predio a los discípulos de San Alfonso, ya que por vocación son misioneros de los pobres y desamparados, pero mi condición ineludible es que no lo conviertan en casa de campo, por- que a esto no me doblaré nunca». Calló por entonces el Vi- cario. Dos días después, al ver entrar en su despacho al P. París, rector del convento de San Alfonso, entendió que se lo mandaba el Cielo. Descubrióle los afanes de la Curia y las exigencias del presbítero ecuatoriano, y en un instante se aclaró la situación. Residía la dificultad en un error: lo que solicitaban los Redentoristas no era un lugar de veraneo, sino un verdadero seminario de estudios, en el que reinaría la estricta observancia del Instituto. Al oír esta explicación que desataba el enredo, don Rafael Fernández no se dió punto de reposo hasta avistarse con el señor Villafuerte. Noticiado de que la influenza lo tenía indispuesto, se personó en casa de él y le refirió su conversación con el P. París. «Si se trata

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de una fundación canónica, exclamó el enfermo, con *odo el personal regular y la vida perfectamente conventual, si en ella se forma por el estudio y la virtud una pléyade de futuros misioneros, no me quedan reparos que hacer, y no falta sino la anuencia del prelado. La tiene Ud. anticipada, repuso el Vicario, porque nadie más que él desea hacer este regalo a los Redentoristas». Informado de lo- ocurrido, el su- perior de ellos fué también a visitar a¡l doliente, y le con- firmó su voluntad de establecer una comunidad según la estrictez de la Regla. «En tal caso, dijo el donante, mis pre- venciones se desvanecen, y mi propiedad es suya. Veo clara- mente que ésta es la voluntad de Dios».

Las circunstancias lo patentizaron sin dejar lugar a dudas. Un primer impedimento eran las negociaciones entabladas anteriormente con los Pasionistas. Su General les había co- municado pleno poder para finalizarlas según les pareciera oportuno, y ellos habían admitido las cláusulas de la escri- tura y no esperaban sino subscribirla. Pero, en el momento de cerrar el contrato, casualmente advirtieron unas disposi- ciones que juzgaron inaceptables, y se echaron atrás. Efecto quizás de las muchas plegarias que se hacían, entre las pare- des de San Alfonso, a San José y a los Angeles custodios. Para efectuar la toma de posesión, faltaban sin embargo dos requisitos: tener el consentimiento de los superiores de Europa, y despejar los edificios. El 30 de Julio de este año 1898, trajo el cable la aceptación del Padre General, pero que- daba en pie el segundo obstáculo: la ocupación del convento por los militares. Al estar inminente la guerra con Argen- tina, se había decretado una movilización parcial; y para alojar a los reclutas, el Gobierno había dispuesto de cuantas construcciones podían servir para cuarteles. Una de ellas era el seminario del señor Villafuerte. Desde Mayo lo ocupa- ban quinientos aspirantes a oficiales, y el ministro declaraba su resolución de prolongar el arriendo más allá del término primitivo. En tal conflicto, se acudió al valimiento de protec- tores influyentes; y como el arreglo amigable de la cuestión internacional hacía inútil la movilización, nacieron esperanzas de conseguir en breve el retiro de las tropas. La última ré- rnora eran los complicados trámites que imponen las ofici- nas eclesiásticas y civiles, así como la redacción y legaliza- ción del contrato definitivo. Afortunadamente, la mano divina allanó los caminos. Aunque a regaña dientes, empezó el Go- bierno el licénciamiento de aquellos conscriptos, y el 29 de> Agosto expidió el decreto que devolvía el seminario de San Bernardo a su legítimo propietario. En el ínterin, guiado por su avezada experiencia, el P. París llevaba a feliz término las diligencias administrativas. Merced a su abnegación incansable, fué posible firmar las escrituras de estilo el 3 de Septiembre. Era éste un nuevo beneficio de San José a quien se había encomendado la serie de negociaciones; por lo cual se le cantó, el 4, una solemne misa en acción de gra< las1. Algí)

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

también se le debía a San Clemente María Hofbauer: como el señor Villafuerte le tenía profunda devoción, el santo no pudo menos de inclinarle a favorecer con preferencia a sus hermanos en religión.

Así las cosas, era indispensable acondicionar la casa antes de habitarla: concluir uno de los lados, hacer un aseo diligente, quitar piedras y malezas en el huerto, plantar árbo- les frutales. Ruda faena que llevaron a cabo una cuadrilla de trabajadores y un grupo de señoras, y más tarde una sección de estudiantes. Esta obra de Hércules se ejecutó con tal pres- teza que, el 20 de Septiembre, el P. Lamard inauguró la insta- lación con cinco novicios, tres sacerdotes y dos hermanos coadjutores. El 19 de Octubre, cinco carros, graciosamente fa- cilitados por el Gobierno, trajeron por ferrocarril el humilde mobiliario conventual, y un primer grupo de teólogos se in- corporó a la comunidad naciente. Una semana después, se completó el número de los moradores y se puso fin a los más urgentes trabajos de establecimiento. Era tiempo, pues, de formalizar la fundación. El superior, P. Bartolomé Bedon, en esa fecha del 28 de Octubre, declaró el monasterio regular y canónicamente erigido. En este punto, el primer cronista escribe estas líneas: «¡Gracias sean dadas al R. P. París! A él somos especialmente deudores de esta casa. Con su diplo- macia delicada nos la consiguió; con su abnegación, pericia, caridad y desinterés supo ahorrar a sus cohermanos las pri- vaciones y sacrificios inherentes a toda fundación; por esto, su nombre querido está grabado en el fondo de los corazo- nes».

En cuanto a don Eliodoro, quedó el más íntimo amigo de los Redentoristas; gustaba visitar su casa, prenda de diez años de sudores, amarguras y santa porfía; se complacía en admirar la vida observante y estudiosa de los cincuenta re- ligiosos que, en los principios, poblaban los claustros. Murió, pero la gratitud ligoriana lo ha seguido y lo rodea en las glorias de la eternidad.

Ya se sabe, el objeto de esta residencia era procurar a los teólogos un asilo en que disfrutasen espacio, salubridad y silencio, indispensables a su intensa labor intelectual, y hallaran sitios de solitarios paseos donde sacudiesen el polvo de los manuales y pergaminos. En Octubre de 1898, cuarenta y seis proseguían los estudios eclesiásticos. Diez y siete los habían cursado ya, y recibida la unción sacerdotal, ocupaban una cátedra de profesor o se iniciaban en las faenas del apos- tolado Más tarde, quince llegaron todavía de Francia hasta que las leyes masónicas, ampliando su exigencia militar, abrogaron el artículo de exención a que se amparaba aquella juventud. En 1908, entraron en la vida activa los tres últimos de la serie. En el lapso de diez y ocho años, 78 jóvenes Re- dentoristas se adiestraron en las ciencias sagradas, gozando soledad y quietud, merced a la generosa y tranquila hospita- lidad de Chile. Veinte de ellos se encuentran todavía en el

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país, y le remuneran, con los beneficios de su ministerio sa- cerdotal, el regalo de su liberal acogida. Los demás se han dispersado por el mundo. Unos evangelizan a los indios del Perú, Ecuador y Colombia; otros prodigan su celo a las ciu- dades de Europa; diez y seis, segados por la muerte, han recibido ya su corona en el Cielo.

Elegida la casa como centro de estudios, lo es todavía. Por la creciente mengua de vocaciones y la creciente necesidad de misioneros para Francia, resolvieron los superiores guardar allá a todos los súbditos. Privado Chile de estos refuerzos de ultramar, se pensó naturalmente en suplirlos de alguna ma- nera. Con tal objeto, se abrió una escuela apostólica nacional* que fuese un seminario de futuros Redentoristas. Llámase

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Cancha del Colegio

«Jovenado». Se inauguró el 3 de Marzo de 1904, con dos niños solamente, menuda semilla que esperaba la vivificadora bendición del Cielo. Este «plantel de jóvenes» tiene los requi- sitos de un internado, cuyo gobierno y enseñanza están ex- clusivamente en manos de los Padres de la Congregación. Allí se examina y aquilata la vocación de los aspirantes, sus aptitudes intelectuales, su inclinación a la virtud, su índole y el desarrollo de cada uno en orden a su altísimo destino. Al mismo tiempo, se les infunden los principios de la /ida re- ligiosa, por medio de conferencias espirituales y ejercicios pia- dosos que aprestan sus almas simultáneamente para el altar y el claustro. Como se ve, es «un taller de vocaciones ligoria- nas». posee las condiciones para hacer del niño un aspirante a la perfección, un digno pregón del Evangelio, un eficaz conciuistador de almas.

líl)

LOS REDENTORISTAS EN CHILE

Pero, es necesario definir claramente su peculiaridad. No es simple colegio de bellas letras, ni tampoco escuela monacal en que niños y adolescentes visten luego la sotana y abrazan la observancia, conforme se estila en ciertas Ordenes religio- sas; no es seminario conciliar en el cual puede inscribirse cualquier pretendiente al sacerdocio, y al ministerio parroquial y diocesano; no es escuela apostólica indeterminada, cuyos alumnos, a su salida, se dirigen a aquella Congregación que fija sus preferencias. Este Jovenado tiene por objeto exclusivo preparar a Redentoristas. Por consiguiente; no se admite en el sino a niños que llenan las condiciones impuestas por el Instituto: pertenecer a familias que ninguna mancha deslustre, abrigar el franco deseo de incorporarse más tarde a la Congregación, tener la firme voluntad de serle fiel hasta la muerte, y de consumir sus fuerzas en las misiones, entre los pobres del campo y las almas más necesitadas.

Cuando los jovenistas han terminado las humanidades, y dado pruebas inequívocas de vocación sólida, ingresan en el noviciado. Durante un año, y en la mayor soledad, se dan a los ejercicios de la contemplación y al aprendizaje de la pe- nitencia, hasta la emisión de los votos, acto solemne que los consagra hijos del Santísimo Redentor. Hasta ahora, las aulas del Jovenado dieron a San Alfonso nueve profesos, de los cuales cinco han recibido ya la unción sacerdotal.

Con ser casa de estudios, este convento guardó su carácter redentorista, y fué al mismo tiempo un centro de apostolado. Hasta el año anterior, en que los misioneros fueron retirados de él, una parte de la comunidad salió constantemente a tra- bajar en la conversión de las almas, según se relatará más tarde; y el ministerio local ha ocupado sin cesar los momen- tos libres de los profesores. En 1898, cuando se tomó posesión del predio, estaba sin iglesia, y un salón sirvió de capilla transitoria. En él se inició el culto público con dos misiones consecutivas: una para hombres, en la cual ochenta recibieron, los Sacramentos; otra para mujeres, y la aprovecharon ciento cincuenta. Su fruto principal fué la legitimación de cincuenta matrimonios. Por esta cifra, puede calcularse cuán triste es- taba la moralidad en aquel rincón del pueblo. Otro feliz re- sultado fué el empezar una catequesis semanal a unos cien niños que ni idea tenían de la religión.

En 1900, se renovó la misión en la capilla, con un total de 250 absoluciones. Al mismo tiempo, se prosiguió la obra saneadora de los casamientos, y no sin peripecias. Uno de los concubinarios, furioso al ver que lo iban a privar de su cóm- plice, amenazó de muerte a uno de los Padres. Felizmente, la policía intervino y encerró al energúmeno en la cárcel. Allí le fué dable volver en sí, pues se predicó también a los 46 penados, y quince recibieron la confirmación de manos del llustrísimo Señor Astorga. En el Domingo de clausura, una linda procesión recorrió las calles céntricas de la ciu- dad, como desagravio al Cielo por los desórdenes notorios que

CONVENTO DE SAN HERNARDO

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escandalizaban la población. Aprovechando la santa eferves- cencia de las almas, se echaron los cimientos de la Súplica ; se constituyó un coro único de cincuenta personas que se reunirían en la tarde de los Domingos. Desde entonces, se evidenció más y más la necesidad de levantar cuanto antes una iglesia, cuyas proporciones dieran cabida al creciente vecindario. Por lo cual, el 3 de Septiembre de 1900, se di- bujó en el solar el trazado de un templo y se abrieron los heridos. El 7, primer Viernes del mes, el mismo Superior arrojó en ellos un canto labrado, con el fin de atraer las bendiciones del Sagrado Corazón sobre aquella obra que sería un monumento de su gloria y de su culto. El 16 de Diciem- bre, Monseñor Astorga bendijo la primera piedra, bajo arcos de flores y palmas, a los acordes graves del orfeón salesiano, en presencia de una muchedumbre que la curiosidad y la simpatía habían congregado. Al día siguiente, comenzó la fábrica, gracias a la generosidad de los padrinos y bienhe- chores, entre los que descollaron el mismo Obispo Astorga, don Antonio Plaza y señora, Carlos Riesco, Domingo Fernán- dez Concha, Teresa Cerda de Vargas, Idilia Espina de Bravo. Durante dos años, fueron creciendo las murallas, y por la visible protección de San José, ninguna desgracia enlutó los trabajos. S'm embargo, tres albañiles hicieron una caída que debía ser mortal: dos fueron precipitados de un andamio al- tísimo que se rompió, y el otro vino al suelo desde la te- chumbre. Ahora bien, de los primeros uno fué a rematar en un gran montón de cal, y se incorporó indemne, mientras lograba su compañero agarrarse de u¡n mechinal de la pared, y deslizarse por una cuerda hasta pisar en firme. En cuanto al tercero, desprendido de la misma bóveda, dió consigo en tierra no sufriendo más que leves rasguños en la cara y la torcedura del dedo meñique. En el albor de 1902, estaba la iglesia del todo cubierta, y las banderas de Chile y Francia ondeaban alegremente en su cúspide. Los visitantes no po- dían ocultar su sorpresa al ver que, en plazo tan corto, se había dado cima a tan considerable edificio. Mas, el P. Agustín Desnoulet les respondía confiado y agradecido: «|No lo extrañen ustedes! El Sagrado Corazón tiene dinero; y ade- más, sabe de donde sacarlo cuando quiere».

El 7 de Junio, bendíjose la iglesia con toda la pompa que requiere semejante acontecimiento. El canónigo don Mi- guel León Prado realizó la ceremonia, en presencia del Go- bernador, Juez. Prefecto de Policía, de varios concejales y de apiñada muchedumbre. El fiel amigo de los Redentoristas, prebendado Alejandro Larraín, pronunció la alocución de es- tilo, con la elocuencia del corazón. Aunque no se clasifica el templo entre los grandiosos, admiraron todos sus líneas puras y elegantes, sus proporciones armoniosas, su estructura sólida que tan bien debía resistir a las formidables sacudidas del terremoto de 1906. Es de un¡a sola nave. Mide 45 metros de largo, 16 de ancho, 15 de altura interior. Faltaba entonces

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LOS REDENTOR ISTAS EN CHILE

la torre de 45 metros, que se coronó en Diciembre de 1903. Bélgica mandó el altar de San Alfonso, y el altar mayor cuya base y retablo son de mármol, y de encina lo restante. Las vidrieras salieron de los afamados talleres de Reims. Lo mismo que los de Santiago y Cauquenes, este santuario es obra de Redentoristas : el Hermano Gerardo, arquitecto general de la Congregación, dibujó los planos; el Hermano Huberto fué el ingeniero que los ejecutó.

Dos d ías después de la bendición, se inauguró con una misión. Por desgracia, las lluvias aguaron los entusiasmos, se entrecortó la serie de reuniones, y el fruto espiritual re- sultó escaso. Por dicha, llegó el decreto pontificio que con- cedía al templo el jubileo de Porciúncula; tal privilegio atrajo gran concurso de gente, 450 personas se acercaron a los Sa-

Iglesia de los Redentoristas, San Bernardo

cramentos, y de esta suerte se suplió un tanto a lo deficiente de la misión. Desde aquella fecha, se implantaron los ejerci- cios piadosos que caracterizan las iglesias redentoristas,. y que se han visto florecientes en las demás casas. Lo que era de mayor importancia y apremio era plantear una Sociedad de hombres, y dar vuelo a la Súplica que aun estaba en mantillas. Tal fué el objeto de la misión que se dió en Abril de 1903, y se desarrolló con gran lujo de celo, afanes y ceremonias atrayentes. En la noche de Pascua, un desfile de penitencia transitó por el pueblo y conmo.vió a no pocas almas. El Sábado siguiente, otra procesión, de misericordia esa vez, caminó lentamente por las calles, llamando a los reacios con la voz de sus cánticos y plegarias. El Domingo, se verificó la instalación triunfal del cuadro de Nuestra Se- ñora del Perpetuo Socorro. Después de pasearla por los ámbi- tos del santuario, como a una reina en medio de sus súbdi-

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tos, se la depositó sobre un magnífico trono de luces y va- riadas flores, y se la proclamó patrona de la misión. Para imprimir mayor relieve a la tierna escena del desagravio, se armó una cruz de seis metros de altura. Después de prender las velas que en tres hileras la dibujaban, se la colgó de la bóveda del presbiterio. Allí apareció cual fulgurante lábaro que anunciaba la victoria de Cristo Jesús y de su gracia sobre las huestes de Satanás y el pecado. La noche en que se hizo la consagración a la Santísima Virgen, se suspendió en el aire una estrella de cinco metros, dominada por una gigantesca M, inicial del nombre de María. Delineaban sus puntas dos series de luces, y una doble escala de velas sos- tenía la letra. En el centro de ella se expuso la divina cus- todia, envuelta así en un resplandeciente nimbo de gloria. Mediante estas ceremonias, se llenó la iglesia de fieles du- rante las dos semanas de la misión. Setecientas confesiones, tal fué la hermosa mies que cosecharon los obreros de Cristo. Profunda y dulce hubo de ser la alegría de Jesús cuando vió a 250 hombres arrodillados para recibirle. Noventa de ellos se alistaron en la Sociedad de la Sagrada Familia, primer elemento que luego debía crecer. Para coronar digna- mente el triunfo de la gracia, se convidó a las secciones de cofrades que ya existían en las capellanías del campo. A la voz de su director, acudieron en sendos corceles: '25 de Nos, 20 de San José de Tango, 30 de Huelquén; por manera que en la mañana del Domingo en que se clausuró la misión, los 176 socios, gallardos con su ancha medalla y su cinta lacre, tomaron parte en el mismo banquete eucarístico. A la una de la tarde, los setenta jinetes fueron a la estación del ferrocarril al encuentro del orfeón salesiano; y al compás de la música y del sonoro pisar de los caballos, el piadoso escuadrón atravesó la ciudad y sacó de su hogar a todos los habitantes. A las tres, se organizó la procesión. Veinticinco socios se turnaron para llevar sobre los hombros una cruz de nueve metros de largo, y dos mil personas los siguieron hasta el cerro que domina el cruce de caminos para Catemu y Lo Herrera. Allí, al son armonioso de la banda, el ruido de los cánticos, al estruendo de las exclamaciones, se levan- tó la cruz. Empinada en su pedestal de ladrillos y su Calvario verdeante, apareció majestuosa sobre el azul del cielo, abiertos los brazos en señal de misericordia y perdón, faro de espe- ranza para cuantos viajeros pasaran a su pie, para cuantos humanos la vislumbraran desde lejos1. Fué aquélla una ma- nifestación inolvidable; la emoción llegó a su colmo cuando los 176 socios, con las manos en alto, juraron a Cristo, llenos de fervor y sinceridad, una fidelidad inquebrantable.

Desde aquel día, la Sociedad de la Sagrada Familia no cesó de ir en aumento. Se dividió en cinco secciones, con obligación de confesarse mensualmente, y asistir a una plática y bendición dominicales, reservadas para los cofrades solos-. En Septiembre del mismo año, 1903, era ya tres veces mayor

(¡4

LOS REDENTOR ISTAS EN CHILE

el número de ellos; su espíritu de proselitismo era incansable, no transcurría una semana sin que hicieran nuevas conquistas. El 25 de Octubre, los 450, formados en dos filas, se encami- naron a la estación, con sus estandartes y sus insignias. A las 8, acogieron en los andenes a 270 consocios de Santiago; y este hermoso regimiento de 720 cristianos desfiló por las calles, recogido y lanzando al Cielo sus cánticos y plegarias. En la iglesia de San Alfonso, oyeron misa y unieron sus almas y su fe en una comunión general. En seguida, un regio almuerzo los juntó en la casa de las Sociedades, bajo los frondosos árboles del patio y las guirnaldas y festones que en el aire se cruzaban, en medio de la más fraternal alegría y de los numerosos brindis que la misma les inspiraba. Des- pués de solazarse por grupos en las pendientes de los cerros vecinos, se congregaron nuevamente a los pies de Jesús-Sa- cramento, y la bendición divina descendió sobre ellos desde la Hostia del ostensorio. Pasaron después, en piadosa romería, al templo parroquial, causando por su bizarría y buen orden la admiración de todos los moradores del pueblo. Esta fiesta de tan noble ejemplo tuvo felicísima repercusión en las almas de la ciudad. Al abrirse el año 1904, contábanse en las Ar- chicofradías 500 hombres y otras tantas mujeres'.

En Octubre del mismo año, renovóse igual manifestación de fe. A la llegada del tren, 800 socios estaban alineados en los andenes. Al divisarlos, el Nuncio que viajaba en él salió a darles la bendición apostólica. Fué aquél un minuto solemne en que estos centenares de hombres cayeron de rodillas y se persignaron, sin cuidarse de los pasajeros que por todas las ventanillas los miraban. Misa, comunión general, almuerzo, paseo campestre, discursos, banda de músicos, alegría y víto- res, nada faltó a la solemnidad del día. Esta reunión de las dos Sociedades hermanas se renovó anualmente, y tuvo' por resultados matar el respeto humano y cebar en los corazones la llama del fervor. Ambas cofradías se mantuvieron en tan espléndidas condiciones durante varios años; y aunque han venido a menos, siguen siendo el refugio de muchas almas. La obra catequística guarda su vitalidad; un numeroso grupo de niños comulga el tercer Domingo de cada mes; la primera comunión anual reviste siempre su enternecedora solemnidad. En los 27 años que transcurrieron desde la fundación, 583,967 hostias han alimentado las almas de los vecinos del convento.

El ministerio de los Padres se dilató también por todos los ámbitos del pueblo. Atienden a las monjas de los tres monasterios, a las alumnas de la Inmaculada Concepción y a las niñas del Asilo de San José. Predican la misión a los presos de la Cárcel, largo tiempo les dijeron misa en los días festivos, se la rezan ahora una vez al mes, y les hacen una instrucción catequística todos los Jueves. La iglesia matriz y la capilla del hospital reciben asimismo con frecuencia los beneficios de su apostolado. En esta última establecieron la Súplica perpetua. Antiguamente consiguieron de la autoridad

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militar que la guarnición viniese formada a la misa dominical de las 9: era un hermoso espectáculo ver a los soldados llegar al són de los pífanos y clarines y escuchar con cristiana atención la plática que se les dirigía. En la cuaresma, varios religiosos iban a confesarlos en el cuartel, y era una linda y conmovedora fiesta aquella comunión de cumplimiento, aque- lla misa de campaña entre banderas, flores y armonías mar- ciales. Con las debidas licencias, los Padres se abrieron también la puerta de las escuelas públicas, y fueron a inculcar a los alumnos el conocimiento de la religión. Cada año, grupos de liceístas se reunían en el convento a fin de prepararse

Altar mayor de la rnisma iglesia

mejor para la primera comunión. Siempre que el personal de la comunidad lo hizo posible, fueron a auxiliar a los enfermos hasta en los extremos de la feligresía. Cuando cundió la epi- demia de viruelas, cedieron gustosos las dependencias del convento para lazareto, y lo atendieron ellos mismos espiri- tualmente. En recompensa de este acto, la Ilustre Municipali- dad otorgó el nombre de San Alfonso a la calle que corre a lo largo de la iglesia redentor ista.

En los alrededores del pueblo, tomaron a su cargo múlti- ples capellanías de campo, en que florecieron otras tantas secciones de sus cofradías. En San José de Tango,' Nos, San Antonio. Cerro Negro, Santa Teresa, San Joaquín. San Agustín,

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LOS R EDENTORISTAS EN CHILE

en los Bajos del mismo nombre donde erigieron una iglesia, en Tres Acequias donde Levantaron una capilla, se rezaba misa una vez al mes. en la cual socios y socias oían una instrucción que les daba ánimo, ilustración y fervor. El Viernes y Sábado que precedían el retiro mensual, dos Padres iban cabalgando por los alrededores, y cual heraldos del Se- ño! recordaban a los gañanes la comunión reglamentaria. Sólo la escasez de súbditos obligó la comunidad a suspender este despliegue de celo exterior.

Es justo anotar aquí la constante paz que rodeó el con- vento. Nunca ha chocado con la oposición de las autoridades civiles del pueblo, ni con la hostilidad de los incrédulos, lo cual es mucha maravilla en una ciudad pequeña. Sin duda, los protestantes predican sus errores en la esquina de las calles, los masones sesionan en su logia, los liceos siembran su cizaña de laicismo ateo, la prensa impía estatnpa sus blas- femias; pero jamás, como lo hicieron en Cauquenes, dirigieron sus ataques, calumnias y vejámenes contra la fama o la ac- tuación de los Redentoristas.

CAPITULO VII

VALPARAISO, 1903

Fué múltiple el objeto de esta fundación: poseer un apeadero para los Congregados eme viajarían por mar. tener un asilo para los enfermos que necesitarían el clima costeño, abrir a los misioneros un nuevo y magnífico centro de acti- vidad evangélica. Entre las ciudades de Chile, Valparaíso es, sin duda, una de las más necesitadas espiritualmente : baste decir que de las L80,000 almas que formaban la población en aquel entonces, mil hombres apenas cumplían con el deber pascual.

Para introducir la Congregación en aquella metrópoli del Pacífico, sólo aguardaban los superiores que la mano de Dios les abrieSe el camino. Ahora bien, el insigne benefactor de los Redentoristas en San Bernardo, don Eliodoro Villafuerte. fué por segunda vez para ellos el instrumento del Cielo. Co- nociendo las aspiraciones que tenían, y las necesidades reli- giosas de la gente porteña, buscaba callandito algún medio de ayudarlos cuando una de sus dirigidas le suministró su oportuna cooperación. Llamábase Dominga Aldunate. rica en bienes de fortuna y más aún en caudales de piedad y virtud. Dueña de una quinta en las inmediaciones del puerto, com- padecíase' de las miserias espirituales en que se enrancian tantas almas, y proyectaba invertir buena porción de su ha-

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cienda en establecer un convento de varones apostólicos en cualquier ámbito de la ciudad. Reveló su noble designio a su confesor, y a la vez su pensamiento de favorecer a los Mi- sioneros del Corazón de María. Sin descartar a éstos ni hacer fuerza a la voluntad de su penitenta, el señor Villafuerte le mencionó y encomió a sus queridos Redentoristas, brindándose a ponerla en comunicación con ellos si la idea le pareciere bien. Como la joven no prefería a ningún Instituto, don Elíodoro informó al P. París, Vice-Provincial de San Alfonso, de las intenciones que animaban a la señorita Aldunate. En Febrero de 1903, tuvo éste con ella una entrevista que fué corta y resolutiva: la donación era de cincuenta mil pesos, y la cláusula única emprender cuanto antes la fundación. Acto continuo, defirió el P. París al Superior general las proposiciones de la bienhechora. Desgraciadamente, la lenti- tud de los correos en el intercambio de cartas explicativas atrasó la aceptación de Roma hasta el mes de Agosto si- guiente. Por manera que, cuando el Vice-Provincial se personó en casa de la señorita Aldunate para entregarse del dinero, respondió ella que, en vista de tanta dilación, lo había im- pendido en obras de beneficencia, y sólo podía agraciarle con, alguna limosna y un terreno de doce mil pesos. El contra-, tiempo era sensible, pero no desanimó al P. París. Apoyado en su confianza en Dios, acometió la empresa, y recorrió la ciudad entera de Valparaíso. Convencióse pronto de que era inútil radicarse en la parte plana, provista ya de suficientes templos. Subió, pues, a los numerosos cerros del inmenso anfiteatro, e indagó el estado espiritual de cada uno, los sitios y condiciones de un posible establecimiento. En tres de ellos bubo ofertas alicientes, pero en pleno despoblado, lo cual arruinaba por la base su plan de auxiliar a las almas. Des- pués de mucho ascender y bajar, alcanzó al cerro Cordillera, y fijó en él sus preferencias. Trajéronle a esta elección las apremiantes instancias del cura, don Melquisedec del Canto, y el tristísimo estado moral de aquella serrana población de doce mil almas. Inspeccionó las pendientes de la colina en demanda de algún solar, apropiado para construir monasterio e iglesia; y como no acertase luego con ninguno, tuvo por mejor arrendar primero una modesta vivienda, dejando al Provincial, que estaba próximo a aportar, el cuidado de re- solver la situación.

Por de pronto, puso el señor Cura a disposición de los Padres la capilla de Santa Ana, ubicada a orillas del camino de cintura. El 11 de Diciembre, salió de la iglesia matriz una romería, que presidían el párroco y los Redentoristas fun- dadores: dominábala el anda primorosísima de Nuestra Se- ñora del Perpetuo Socorro que guiaba las filas. Los cánticos de la gente alternaban con las armonías de los músicos, flores y ramos alfombraban los guijarros de la escabrosa calle del Castillo, múltiples banderas guarnecían las paredes en son de regocijo y cariñosa bienvenida. Al paso que iba subiendo

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por la cuesta crecía el desfile con los curiosos que se con- tagiaban del alborozo general. Llegados a la capilla, la ma- yor parte no cupo en ella, mas unieron todos sus aclamaciones al tañido de la música, al estampido de los cohetes y al repiqueteo de las campanas, cuando se expuso el Santísimo entre las flores y luces que engalanaban el altar. Después de la bendición, el párroco hizo la entrega oficial del san- tuario en frases elogiosas que desarrollaban los siguientes conceptos: «¡Cuánto se me aligera el cargo pastoral con La llegada de los abnegados hijos de San Alfonso! Cuánto han de amar ellos a la población del cerro Cordillera, puesto que prefieren establecerse en esta altura de difícil acceso, en medio de los pobres, sin poseer techo propio, con sólo una capilla prestada! y esto cuando se les ofrece otras fundacio- nes que les traerían facilidades y ventajas!» Terminada la simpática ceremonia, volvieron los Padres a la casa parro- quial, cuyos huéspedes fueron hasta acomodar mal que mal su domicilio temporáneo.

Era éste humildísimo, encajado entre las casuchas de la calle del Castillo, y a tres cuadras del santuario de Santa Ana. Cuatro piezas formaban la planta baja, las que se vol- vieron recibimiento, cocina, despensa y comedor. Dividíase el piso superior en siete áposentos de poquísima extensión y muy escasa luz: uno sirvió de oratorio, y de celdas los res- tantes. Fuera de las camas, faltaba en absoluto el menaje. La miserable habitación se amobló paulatinamente, conforme la caridad de algunos bienhechores y la fortuna de los rema- tes proporcionaron los enseres domésticos de mayor urgencia. Por el lado del mar colgaba una galería de dos metros por doce: fué el salón de recreos de los nueve Redentoristas. Para colmo de molestia, estaban sujetos a la curiosidad de los vecinos que gustaban atisbar todos los actos conventuales. Duró esta impertinencia hasta Abril de 1904, fecha en que se alquiló la habitación contigua. Un puente de dos tablones unió las dos partes del minúsculo monasterio que, si bien adquirió así mayor ensanche y se libró de la engorrosa in- gerencia de los profanos, no dejó de ser la mansión de la pobreza y de las mortificaciones.

Apenas instalados, iniciaron los Padres su ministerio con una solemne novena en honor de la Virgen del Perpetuo Socorro. La novedad del cuadro y el interés de las predica- ciones atrajeron una regular concurrencia.

El primer resultado fué la inscripción de 140 mujeres para la Súplica, las eme se repartieron en ocho coros de perseverante fervor. Abrióse al mismo tiempo la catequesis semanal: doscientos niños acudieron a la voz de la campana, pero chiquitines todos; los de más edad se esquivaron, aver- gonzados por su absoluta ignorancia de la religión. Al menos, este primer empeño por el bien espiritual de los habitantes granjeó a la comunidad las simpatías del cerro; los mismos hombres, aunque salían apenas de una revuelta popular, lejos

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de mostrarse hostiles e insultadores, brindaban a los Padres un amistoso saludo.

En esto, llegó de Francia el superior Provincial. Fué a reconocer los diversos solares que se proponían para el es- tablecimiento definitivo, pero ninguno fué de su agrado, ya por la estrechez del terreno, ya por el subido precio, ya por la ubicación demasiado excéntrica, y se embarcó para Lima sin haber determinado cosa alguna. Sin embargo, era por fin la hora de la divina Providencia, y al día siguiente ella intervino. Por boca de un amigo del convento, señaló al superior P. Lamard un caserón puesto en venta, edificado a orillas del camino de cintura, entre las calles Santa Julia y Chaparro. Ocupaba 3,140 metros cuadrados, y su dueño era un señor Rudolphy, protestante y masón. Como barataba su propiedad, fué el Padre a entablar con él negó -¡aciones que desde luego tomaron un sesgo muy favorable. El cable notificó a los superiores el oportuno hallazgo, y trajo la in- mediata aprobación de los mismos. Sin pérdida de tiempo, se formalizó la compra, y el notario la sancionó con su firma y sello. Se adquirieron además algunos tramos adya- centes que darían al futuro monasterio mayor desahogo e independencia. Sin demora, el arquitecto redentorista, Hermano Huberto, trazó los planos según el ideal alfonsiano de la Regla; el Gobierno general les dió su visto bueno en Roma, y el 22 de Febrero de 1905 se bendijo privadamente la pri- mera piedra de la casa.

Mientras otro constructor de la Orden, el Hermano Geró- nimo, dirigía los albañiles, los Padres tomaban pie en Valpa- raíso por medio de una serie de misiones. En su capilla de Santa Ana, el éxito fué consolador y triste a la vez; si, por un lado, ascendió la Súplica a 180 cofrades, todas de notable fervor, por el otro, de las cinco mil personas que moran en la parte superior del cerro sólo se confesaron cuatrocientas, de las cuales ochenta hombres. El gran obs- táculo a las conversiones, además de la añosa indiferencia en punto de religión, era el amancebamiento que esclavizaba a muchos. En Marzo, pasaron los Redentoristas a la capilla de la Santa Cruz en Playa Ancha, en donde sólo quince varones cumplieron con el deber pascual. De ahí bajaron a la iglesia matriz, en la cual los esperaba un auditorio numerosísimo, y una siega espiritual de 400 niños, 950 mujeres, 450 hom- bres. En Las Ramaditas, los acogió el párroco declarándoles que si repartían 250 comuniones se daría por satisfecho; por dicha, falló el augurio. La asistencia fué de 900 personas, y los penitentes 750 entre los que figuraban 13Q hombres. Esos tanteos apostólicos evidenciaron que era muy dable realizar copiosos frutos de salvación en las almas porteñas, cultiván- dolas con paciente empeño; manifestaron al mismo tiempo la aceptación que tenían en la generalidad del pueblo los hijos y métodos evangélicos de San Alfonso.

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

Entre tanto, la fábrica del convento adelantaba a ojos vistas. La generosidad de los bienhechores y el emolumento de los trabajos propios permitieron acelerarla de tal suerte que, a la vuelta de un año, dos medias alas estuvieron ha- bitables. Era lo suficiente para poner fin a tantas incomo- didades como soportaban los religiosos en su angosto palomar, lodo el vecindario se asoció a ellos en este gratísimo suceso. Al día siguiente, ofreció espontáneamente a la comunidad un acto literario-musical en los salones de la escuela San Juan Bautista, contigua a la capilla de Santa Ana. A la salida, la numerosa y entusiasta muchedumbre hizo a Jos Redento- ristas un acompañamiento triunfal hasta su nueva residencia.

Otro lance vino a acrecentar aún más esta popularidad entre los pobres. Cuando, en la noche del 16 de Agosto, el

Convento redentorista en Valparaíso

terremoto llenó la ciudad de víctimas y escombros, de muertes y de llanto, los Padres se dispersaron por las tinieblas en todas las direcciones; desde la hora del cataclismo hasta las dos de la madrugada, anduvieron de calle en calle, auxi- liando un sinnúmero de moribundos a la siniestra luz de los incendios. Al amanecer, reanudaron su faena de celo y caridad, entre los muchos heridos que a voces pedían mise- ricordia. No pocos de mal vivir legitimaron su criminal unión en medio del temor y las ruinas. En seguida, a ruegos del alcalde, la comunidad organizó la repartición de socorros que el supremo Gobierno destinaba a los damnificados del cerro. Durante dos semanas, bajaron los Padres diariamente a pro* veerse, en el depósito oficial, de los víveres asignados al gentío del Cordillern ; y de la una hasta las seis de la

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larde, almud y balan/a en manos, distribuyeron harina, papas, fréjoles, carbón, a la muchedumbre apiñada en la portería. La abnegación incansable que, en aquellos días calamitosos, desplegaron los hijos de San Alfonso, les concilio en mayor escala la estima y afecto de todos; hasta los más indife- rentes y los más sectarios les exteriorizaron su gratitud.

En cuanto al monasterio, no salió indemne de la tor- menta sísmica. Con ser su estructura firme y nueva, perdió el estuco en todas las paredes; las que dan al mar se rajaron en tal forma que fué preciso amarrar los labios de las hen- deduras con grapas sólidas, y rellenar los vacíos con cemento romano, reparaciones costosas que se prolongaron un año. Como se sabe, todo el mes posterior a la catástrofe pasó en alarma incesante por la continuidad de los temblores. La comunidad, igual que los demás, acampó fuera de techado, unos a descubierto en el patio interior, otros a resguardo de un chiribitil en el vetusto y desmoronado conventillo. No obstante, así el convento como las mansiones del cerro habían sufrido pocos desperfectos en comparación con lo restante de la ciudad, y no era temerario atribuir esta preservación a un especial amparo de N. Señora del Perpetuo Socorro, a quien invocaban los Padres, con sin igual confianza, en los trágicos minutos de la catástrofe. Era, pues, indispensable ofrecerle algún homenaje de pública gratitud. El 9 de Sep- tiembre, empezó en su honor una novena solemne, a la cual concurrieron fervorosos los cordilleranos. El temor infun- dido por el reciente flagelo de Dios, al par que la con- fianza renovada en la Madre de las misericordias, provocaron notables conversiones. El último día, un desfile majestuoso recorrió las abruptas calles, y la imagen milagrosa, al pasar por ellas, recogió el agradecimiento de los pobres, derramó consuelos y resignación sobre los atribulados, llamó a peni- tencia los corazones empedernidos, prometió a todos nuevas gracias de ayuda y perdón. Como clausura, hiciéronse sun- tuosas execpiias por las víctimas del terremoto, por los muertos del cerro especialmente, y esta atención arraigó, en el alma de los vecinos, el afecto que ya profesaban a los Redentoristas.

Una vez reparado el convento, quedaba el arduo problema de construir una iglesia adyacente. La distancia que sepa- ra b.: el monasterio nuevo de la capilla Santa Ana entorpecía no poco las funciones del ministerio; aquel ir y venir con- mino hacía muy molesto el servicio de confesiones y comu- niones tanto para los religiosos como para la gente piadosa ; era, por lo tanto, urgentísimo remediarlo con la erección del proyectado templo. Pero dos obstáculos se ponían delante: la falta de recursos, y una callejuela pública que atravesaba el terreno de la fábrica. Para eludir el primero, descansaron los superiores en los subsidios de la Providencia; para allanar el segundo, no dejaron piedra por mover hasta eme la Muni- cipalidad suprimiese este derecho de tránsito. Tras un año

IOS REDENTORISTAS en chile

de empeños consiguieron un edicto favorable, y el 8 de Di- ciembre de 1906, Monseñor Pedro Monti, Delegado apostólico, bendijo la primera piedra con las ceremonias de costumbre. Fueron padrinos el señor intendente don Enrique Larra ín Alcalde, el canónigo y fiel amigo don Alejandro Larraín, el \ ice-almirante Latorre, el capitán de navio Agustín Fontaine, doña Ercilla Moore y el directorio de ia Súplica, y otras personalidades de cuenta. A pesar de tanta pompa, esta piedra angular aguardó las demás hasta el 23 de Agosto de 1907, época en que se abrieron los heridos y se empezó a cimentar. En el lapso intermediario, las acémilas habían su- bido los materiales en una labor lenta y dispendiosa. Cinco años de ruda tarea transcurrieron después. Al alborear el de 1912, el templo se vió a medio terminar; y como había absorbido todo el capital disponible, se decidieron los superiores a habilitar para el culto la parte que estaba con- cluida. Como le fallaban aún el arco anterior, el atrio, el frontis y el campanario, se cerró la fachada con planchas de zinc; y el 4 de Febrero, don Martín Rucker, Vicario general, bendijo el santuario, aunque incompleto, con título de vice-parroquia. El 27 de Octubre de 1918, se inauguró el altar mayor definitivo, dedicado a la Virgen del Perpetuo Socorro, cuyo cuadro aparece entre nubes gloriosas, en medio de un grupo de ángeles eme lo sostienen y lo veneran.

Bien que los Padres habían implantado, desde los prin- cipios, sus obras y prácticas habituales, el culto de N. Señora fué la devoción que más prendió en esta población cerrera. En 1904, las fiestas medio-seculares del dogma de la Inmacu- lada Concepción removieron la apatía de los fieles; tanto en el mes preparatorio como en la solemnidad misma no cupieron en el estrecho recinto de la capilla, y contribuyeron con sus dádivas a ornamentarla: guirnaldas, flores, colgaduras, iluminaciones, orquesta, cantos artísticos, nada faltó al es- plendor del suceso que despertó en los corazones la dormida fe del bautismo. En 1907, con la fresca memoria del terre- moto, la novena excitó aquel amor vivaz para con la celestial Reina. El día de la fiesta, fué tal el agolpamiento de gente que la mayor parte de los asistentes hubo de estacionarse en la plazuela fronteriza. Más de mil personas, para honrar a la divina Madre, recibieron el Cuerpo eucarístico del Hijo. El número de suplicantes creció hasta 300, lo cual permitió erigir canónicamente la Archicofradía del Perpetuo Socorro. Al mismo tiempo, se dilató ésta por la ciudad entera. En Playa Ancha se formó una sección de varios coros que. largo tiempo estuvo floreciente. Para la comunión del men- sual cumplimiento acudían de todos los ámbitos de la ciudad. Hasta 1922, las trescientas se encontraban puntualmente, en la Sagrada Mesa, el día fijado para el retiro. Pero, no obs- tante los trabajos realizados y los éxitos conseguidos, la frialdad religiosa sigue dominando en el cerro. En la mi- sión de 1909, las confesiones de mujeres llegaron a quinientas,

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cifra culminante; pero el término medio no pasa de 300, un puñado con respecto a la actual población de veinte mil almas. La excesiva actividad material, la rancia cos- tumbre de la irreligión, los atractivos del biógrafo, la li- viandad de la vida, son otros tantos obstáculos que contra- rrestan la acción salvadora de los Redentoristas, y que ellos no han podido todavía quebrantar.

A estas causas de perdición, se agregan para el elemento masculino la promiscuidad de domicilios que favorece el res- peto humano, el socialismo que hace mella en estas inteli- gencias rudas, la nube de advenedizos, heces de otras co- marcas, que todo lo avinagran y corrompen. Sin embargo, en 1905, entraron los Padres a establecer una Sociedad de hombres. Indispensable en todas partes, lo era mucho más en la revuelta aglomeración de las colmas porteñas. Este primer ensayo se frustró. El terreno moral no estaba pre- parado, faltaron adeptos. En Junio de 1906, se hizo otro empeño, y se logró plantear el Centro Católico, con sus estatutos, fondo social, fiestas y esperanzas. Los desvelos de su director y el compañerismo eficaz de los inscritos se unieron en una poderosa propaganda; multiplicáronse los ad- herentes de tal suerte que, en 1907, la misión para hombres cedió en un magnífico triunfo. Una esquela de invitación captó su ánimo y tentó su curiosidad, las ruinas existentes aún que les señalaban el poder y la ira de Dios los decidieron; tres- cientos siguieron las pláticas y sermones, y 220 se reconci- liaron con el Señor. En la noche de Pascua, sus filas pia- dosas se desenvolvieron por las calles del vecindario al res- plandor de las antorchas, símbolo de la fe que ardía luminosa en su corazón, y se Ies dirigió el sermón, de perseverancia en la misma plazuela de Santa Ana. Allí, en medio de la multitud de curiosos que los rodeaba, lanzaron a los ecos de la noche sus aclamaciones de amor a Jesucristo y sus pro- testas de fidelidad a su bautismo. Aprovechando tan favora- bles disposiciones, se les recalcó las ventajas de la unión, la fuerza moral que se tiene al practicar sus creencias codo contra codo, a la sombra de un mismo estandarte, en una legión escogida de soldados de la Iglesia. De resultas de aquella exhortación vibrante, un buen golpe de ellos se ma- tricularon en el Centro Católico que llegó a la sazón a su apogeo. Fué un hermoso y consolador espectáculo ver la ca- pilla, en la tarde de los Domingos, llena de obreros y gente de mar ávidos de oír el discurso apologético que se les re- servaba. Ingente ánimo los enardecía, y la institución tenía visos de fecundo porvenir, cuando se colaron en ella espíritus novadores y turbulentos de escasa religión. Parecióles excesivo el mínimum de observancias evangélicas que imponía el re- glamento, y su intento y manejos tendieron a laicizarlo. Gra- dualmente los cerebros fueron fermentando, y llegó la hora en que la Sociedad se disgregó en dos bandos. El malhadado cisma quitó al Centro los dos tercios de sus adictos. En la

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los rEuentorisías en chile

misión posterior, sólo setenta se arrodillaron en el tribunal de la penitencia. Desde entonces, el número de hombres que cumplen anualmente sus deberes cristianos sube y baja una escala entre 100 y 130. La maleza ahogó el buen grano que a costa de tantos afanes empezaba a germinar entre las pie- dras del cerro. Por lo menos, la Sociedad subsistente sirve para mantener, en el buen camino, aquel gremio de trabaja- dores que sin ella se extraviarían también en los campos de la incredulidad y del socialismo.

Iglesia redentorista en Valparaíso

Ej apostolado de la niñez, por fortuna, trae mayores con- suelos. Trescientos chicos frecuentan la doble catequesis a que semanalmente se les convida. En 1900, ciento veinte se acercaron por primera vez a la divina Mesa. El año siguiente, que fué uno de general devoción, trescientos tomaron parte en un retiro de cuatro días y en el banquete eucarístico. El nivel ordinario está en un centenar, que se renuevan constan- temente. Para fomentar la piedad en esta gente menuda, se inauguraron dos cofradías, la de Santa Filomena y la de San

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Gerardo. Son ochenta niños que, una vez al mes, vuelven a templar su alma en el agua de la penitencia y en la Sangre de Cristo Sacramentado.

Se ha dicho que una de las causales del alejamiento religioso que se nota entre los pobladores del Cordillera es la plaga de las uniones ilícitas. Por no cortar el lazo de su vida criminal muchos huyen de la iglesia. De ahí la necesi- dad, para el sacerdote celoso, de penetrar en aquellos hogares donde, con su palabra insinuante, influya en esos corazones quizá más débiles que viciosos, más incultos a veces que co- rrompidos. La comunidad redentorista así lo entendió. En Febrero de 1905, procedió a una batida de amancebados en los dos cerros de la parroquia, Cordillera y Toro. Para llevar adelante la difícil empresa con mayor eficacia y. prontitud, tenían facultades amplias de la Curia arzobispal: érales lícito hacer las informaciones, dispensar de los impedimentos y proclamas, y bendecir a los contrayentes en su propia mo- rada. En su ímproba labor de algunos meses no escatimaron los viajes ni los consejos, la abnegación ni la bondad, las diligencias ni los acomodamientos; ni tampoco les escasearon los cansancios y sinsabores, los insultos, amenazas y des- engaños. Pero la gracia de Dios los acompañó, y con ella vencieron más de una resistencia. En esta primera tanda, legitimaron sobre veinte enlaces de amor libre. El P. Mario Roussel, especialista en esta enredosa tarea, la prosiguió du- rante cuatro años en ambas colinas; varios centenares de pec adores escandalosos recibieron por él la bendición nupcial. Ciertas parejas le costaron largas semanas de visitas, exhor- taciones, ruegos y trámites; un individuo lo acogió con el rifle en las manos y la blasfemia en los labios; más de una vez fué echado a la calle brutalmente en medio de imprope- rios y vejámenes. Pero, en general, su humildad, paciencia, mansedumbre y porfía heroicas ablandaban esos ánimos re- beldes y conseguían rendición. Además, por su título de vice- parroquia, tiene el convento como obra esencial la de los casamientos. De ordinario llegan los novios en la noche: se les hace la información, se les confiesa, e incontinenti se los conduce ante el altar. Desde 1909, han desfilado en la oficina 2,484 parejas; esta suma da una idea y de la densa población del cerro y de los progresos de la honestidad pública.

Otro aspecto importante del ministerio de los Padres es su actividad incesante en el auxilio de los enfermos por toda la extensión del Cordillera. Luego de establecerse .en él, acep- taron este cargo pastoral ; desde entonces, a cualquier hora del día y de. la noche, suben la empinada cuesta o bajan a lo hondo de las quebradas donde yace algún doliente o ago- nfza algún desgraciado. Esa porción de sus faenas espirituales es. sin duda, una de las más penosas, pero es quizá la más eficaz en orden a la eternidad. De esta manera ¡cuántos cul- pables, como el buen ladrón, se han reconciliado con Dios en los mismos umbrales de la eternidad, y de la cruz del dolor

LOS REDENTORlSTAS EN CHILE

pasaron a Los palacios de la gloria! Más de dos mil tuvieron esta dicha de expirar en el arrepentimiento y el perdón. La gran pena sacerdotal es llegar a la cabecera de los moribun- dos cuando están ya privados del conocimiento, tristeza de- masiado frecuente por la negligencia de las familias.

Tal ha sido la actuación de los Redentoristas en el cerro Cordillera: obscura, ardua, no tan fecunda como activa ha sido su abnegación, pero con el consuelo de haber purificado conciencias sin cuento, socorrido más de una miseria, puesto fin a numerosos escándalos, abierto el paraíso a una mul- titud de pecadores penitentes. En especial, ¡cuántas gracias representan las 393,000 comuniones que, en esos veintitrés años, se han repartido por manos de los discípulos de San Alfonso en esta colina, privada antes de auxilios espirituales.

CAPITULO VIII

LOS ANGELES, 1904

El diez de Enero de 1877, un gentío enorme vitoreaba a un humilde Redentorista en las calles de la capital del Laja. Era éste el P. Merges, el introductor de la Orden ligo- riana en Chile. Llamado por el Obispo de La Concepción, llustrísimo Señor Salas, había ido a Los Angeles para sondear las posibilidades de una fundación. La escasez de clero en la ciudad y la provincia, la esperanza de las misiones entre los bosques araucanos, el entusiasmo de los habitantes que in- diciaba sus anhelos de santificación, el regalo de un piadoso señor que donaba un terreno de varias hectáreas, una colecta en fin que en pocos días arrojó en manos del Obispo la suma de nueve mil pesos, destinados por mitad al viaje de los Padres que vendrían del Ecuador o de Europa y a la doble erección de un convento y una iglesia, todo aquello se pre- sentaba con apariencias y atractivos de Tierra Prometida. Sin embargo, había en ellos más espejismo que realidades, sobre todo por la situación impropia del solar regalado. Su ubicación en las afueras de la ciudad haría difícil el minis- terio en la futura capilla, e intolerable el vivir de la comu- nidad por la total carencia de agua potable, y regadora. Des- pués de reconocer y pulsarlo todo, el P. Merges se dobló a la negativa, y desde el pulpito anunció a los habitantes la imposibilidad de acceder por entonces a su convite generoso. Sintiéronlo todos hondamente, pero guardaron confianza en lo risueño del porvenir.

CONVENTO DE LOS

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Transcurrieron diez y nueve años. En 188(3. ta autoridad diocesana reiteró sus ruegos, apoyados por el Intendente don Rafael Montt. Para que le resultaran más seguramente, so- licitó al mismo tiempo la misión. El Vice-Provincial. P: Al- fonso Aufdereggen la fué a predicar con los Padres Kehren y Julio. Inmenso fué el concurso popular, atraído por lo pe- regrino del acontecimiento, las esperanzas de ver realizarse la fundación, y las ceremonias, raras en aquellos tiempos, de la confirmación. Removióse profundamente la ciudad; el logro espiritual fué cuatro mil penitentes y doce mil confir- mados. Con todo, una comprobación triste anubló la dicha de tan feliz éxito. Si bien la gente obrera invadía el templo y asediaba el santo tribunal, la clase superior y la media se encerraban en la dura concha de la indiferencia, y aún e x- hibían sin disfraz su antagonismo sectario. Recibidos en andas, se hizo a los misioneros una despedida triunfal entre vítores y ramilletes, lágrimas de pesar y votos tic prontísima vuelta. Pero, se desvanecieron por segunda vez las trazas de un próximo establecimiento. Dieron en los mismos escollos que anteriormente: la falta de personal y la insuficiencia de las a mdiciones materiales.

En 1901. deseó el cura sacar a flote el hundido designio, y manifestó a varios Redentoristas su voluntad de favorecer- los cuanto pudiese. Desde luego, les brindaba con una hec- tárea de terreno en buen sitio, y con otras- garantías formales. 1.a proposición encendió algunos entusiasmos, y de Cauquenes salió para Roma un legajo que ensalzaba las oportunidades del ofrecimiento. Pero, como iba aquél sin la firma del Vi- sitador, el General le dio su veto y censura, y por tercera vez la empresa tornó al limbo de las interminables esperas.

El año subsiguiente le fué. más propicio, por coincidir la cuarta insistencia de los angelinos con la llegada del Provin- cial. Ponían entonces a discreción de los superiores un con- vento, una iglesia y un espacioso campo, de los cuales es indispensable conocer la historia. En 1HS!), el P. Ovalle, dominico, residió temporalmente en una casa particular de Los Angeles. Hombre de acción y anchos horizontes, entró en deseos de implantar su Orden en la localidad, con cuyo fin hizo comprar a doña Ana María Anguita el fundo <San Pa- blo», sito en una extremidad de la población. En Junio de 1890, abrió los cimientos de un monasterio e iglesia adya- cente. Pero, junto con los edificios se levantaron las difi- cultades, por lo cual hubo de resignar la propiedad en manos del Obispo de Concepción. 111. Señor Labarca, en fecha del 24 de Abril de 1904.

El contrato incluía, para la Curia episcopal, la obligación de substituir a la Orden dominicana otra Congregación de misioneros en el usufructo, y ministerio de San Pablo. Desde luego, el prelado puso los ojos en los Redentoristas. Ahora bien, el interés de su Señoría por el proyecto, los conocidos empeños de su antecesor, los anhelos y necesidades de la

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LOb R ED ENTOR ISTAS EN CHILE

población, las condiciones de la oferta, el vivísimo afán del párroco, el brío de algunos subditos, todo parecía impulsar a una aceptación llana y sin reparos. Sometióse el asunto al prudente examen del Provincial quien, después de inspeccionar por mismo el fundo y las escrituras, autorizó con cierta reserva las negociaciones preliminares que debían alumbrar el camino.

El Visitador del Instituto en Cbile tuvo que entenderse con el Obispo, y con el P. Ovalle, y con el apoderado de éste, y pasar por las diferentes exigencias que cada cual le impu- so. El conjunto de ellas resultó enredado y gravoso. Edificar, en un sitio determinado y antes de cuatro años, una iglesia y un monasterio propios, y mantener en ellos un mínimum de tres coristas misioneros y un bermano coadjutor; satisfacer dos capellanías testamentarias cuyo capital de veinticinco mil pesos consistía en los puros adobes del convento dominicano; aplicar por la anterior dueña 250 misas manuales por año; rezar otras diez mil, en el brevísimo plazo de dos años, por Ana María. Ovalle, como deuda postuma del fundador a su tía; amortizar una bipoteca de 17,000 pesos; reintegrar al obispado los gastos de su administración interina; deshabitar el con- vento existente al cabo del cuadrienio prefijado, y entregarlo junto con la capilla y su ajuar, con la cuadra inmediata y sus enseres, a monjas educacionistas que regirían un colegio y el santuario: tales eran las cláusulas de la donación, y sus gravámenes.

Ahora bien, el primer artículo del contrato era inacepta- ble: erigir una casa y un templo, a diez cuadras de la .iudad y en completo despoblado, era imposibilitar a la comunidad cualquier ministerio, era antiligoriano, y esta proposición se rechazó en absoluto. Entonces se vino en hacer una transac- ción: los Redentoristas ocuparían los edificios ya levantados, pero a trueque de ceder diez hectáreas para renta y colegio, tic las religiosas venideras.

Tampoco era admisible la deuda de cuarenta mil pesos, pagadera en su mayor parte en el primer bienio siguiente, porque a todas luces el fundo no daría para tanto. Se teñir pero la obligación con tres expedientes : se posesionó a la Congregación la bodega con sus vinos y trebejos, se le re- conoció el derecho de enajenar porciones de terreno, se le afianzó el dominio de la propiedad hasta que una expulsión u otra fuerza civil la alejasen de la localidad.

Planteado así, el negocio parecía tener ribetes de oro, pues ochenta cuadras, un convento, una iglesia, son cosas de mucha miga. Sin embargo de esto, había en él mayor apa- riencia que realidades. El valor sonante del fundo era tan mezquino que el rol de avalúo lo tasaba en 12,000 pesos. La superficie de ochenta cuadras era puramente nominal. En efecto, se le sustraía diez para el hipotético monasterio de monjas, y otras tantas para resarcir la deuda que el P. Ovalle había contraído con su propia Orden. De las sesenta restan-

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les, cinco formaban una Longuera pantanosa de ninguna uti- lidad; seis constituían un viñedo de parra indígena decrépito e inculto; en otras doce, vegetaba una viña de cepa francesa, estéril por su mala plantación y La aridez del suelo. En suma, con sus diez y ocho hectáreas, rendían ambas de 00 a 380 hectolitros, en lugar de los 1,800 alcanzadizos. ¡Ni cubría la vendimia los gastos de viticultura! Sólo quedaban, pues, 36 cuadras susceptibles de cosecha; pero se veían faltas de mantillo, sin útiles de agricultura, sin abonos y casi eriales desde múltiples años. En tan miserables condiciones debían criar rentas suficientes para costear las expensas de La fun- dación, mantener a la comunidad, finiquitar La hipoteca y débitos concomitantes, y saldar la enorme obligación de misas.

Iglesia redentorista en Los Angeles

Era pedir peras al olmo. La adjudicación de la bodega, con .sus barriles llenos y sus avíos cabales, y estimada en 18,001) pesos, era otra ilusión: ese material vinícola era muy poco y de mal servicio, y el mosto insubstancial de los toneles estaba vendido ya anticipadamente. Como se ve. al hacen- darse de la propiedad, los hijos de San Alfonso no irían a atropellar su voto ni su fama de pobreza.

En cuanto al convento, era una casa campestre, exigua y desconcertada, con tablados podridos, techo acribillado de go- teras, clausura de tapias y maderas muy deteriorada, nido de pobreza, desaseo y humedad, de mortificaciones y reuma- tismos. El mísero moblaje alhajaba a penas un solo aposento para dos subditos; la cocina ofrecía un hornillo mezquino y roto, y no había más. La iglesia presumía de ser una imita-

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LOS REDENTORKTAS EN CHILE

eión de ta Alhambra; pero, su escasa Luz, su suelo roído, sus ciento cincuenta columnas, su torre ruinosa con su inedia luna, cúpula morisca y dos plataformas, sólo la hacían incómo- da y chabacana. En la sacristía, un ajuar menguado y de mala ley; pues, el único terno de valor había ido a parar en el seminario. Según la fama, los réditos del altar eran ubérri- mos: en realidad consistían en paquetes de velas-, y en tal cual manda de diez o veinte centavos. En virtud de estos an- tecedentes, no es maravilloso que a los impíos del lugar no se les haya ocurrido nunca tildar a los Padres de «platudos y millonarios».

Abril de 1905 vino a ultimar el negocio, trayendo de Roma las licencias de inauguración. Al punto se extendió la escritura según el tenor precitado, y el 29 del mismo mes se verificó la solemne toma de posesión, veintiocho años después del -primer intento.

Reuniéronse en Los Angeles el Vice-Provincial, el superior de La casa, P. Lamard, el primer súbdito P. Javier Munier, el testigo de realce P. Víctor Dubois, y dos Hermanos coadjuto- res. Para inflamar el entusiasmo de la gente, se ofreció al Obispo presidir la instalación y la apertura de dos misiones, simultáneas y campaneadas, que se predicarían en la iglesia parroquial y en el santuario de Santa Filomena. El 29 llegó su Señoría, y fué acogido en los andenes por el clero y una apiñada muchedumbre. A la una y media, revestido de pon- tifical, dirigió a la asistencia que colmaba el templo palabras de apostólica unción, en las que se traslucían su estima y afecto por los hijos de San Alfonso. Explicando el fin que los traía, dijo: «Resignados están a todo: a aceptar las alegrías efímeras que se presenten lo mismo que a sufrir con paciente abnegación las penas, reveses y obstáculos .que, en obras be- néficas como ésta, jamás escasean. Lo único eme ambicionan es ver sus sacrificios coronados por la salvación de todos. No miran ellos a cosa terrestre alguna, no tienen sed de triunfos ni hambre de dinero. Vienen a hacer el bien entre sus hermanos de la tierra, a evangelizar e instruir a sus pró- jimos. Dispuestos están a soportar toda clase de sufrimientos y vejámenes a trueque de conseguir la libertad espiritual del pecador». Y terminó esta definición del Redentorista y de sus anhelos pidiendo la cooperación de todos para una obra tan deseada, y de tanta excelencia y aprovechamiento.

Terminada la alocución, el Vice-Provincial tomó la divi- na Custodia, y la enorme romería se puso en marcha. Ro- deando el palio, treinta soldados formaban al Dios-Hostia una guardia de honor; cuatro mil personas lo precedían al compás de los cánticos, de la banda militar y de los festivos repiques de los campanarios,. Al llegar al santuario de Santa Filomena, el superior pronunció a su vez un discurso sobre estas pre- guntas: «¿Quiénes somos? ¿A qué venimos?», después del cual hizo bajar, sobre la multitud que atestaba la plazuela y ca- lles vecinas, la bendición eucaristica, como para sellar la

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unión espiritual del pueblo con la comunidad. La entrada en el convento fué una ovación sin par.

Tan grandiosa recepción, el pláceme de las autoridades, los elogios de la prensa, los espontáneos aplausos de los ha- bitantes, todo parecía ser de buen agüero para los misione- ros y sus misiones. Faltaba ver si tanto loor y exterioridad sólo eran hijos de una exaltación curiosa y fugaz. Fué sin embargo el triste fenómeno que se produjo: a la efervescencia de la víspera sucedió la dejadez. Los auditorios quedaron es- casos. Notábase simpatía en las miradas, pero ya sea frialdad de carácter o deshabituación de la vida cristiana, pocos fue- ron los que purificaron sus conciencias. Afortunadamente, sa- bían los Padres que buen corazón quebranta mala ventura, por eso no se estrecharon de ánimo. Antes por lo contrario, afirmaron su voluntad de ser útiles a todos dando luego ejercicios en el hospital y en la cárcel. Verdad es que allí también tropezaron con la indolencia espiritual; pero, al me- nos, este primer esfuerzo despejó el camino de lo porvenir, demostrando que sólo a costa de rudos trabajos, obras santi- ficadoras y perseverancia paciente, merecerían ellos penetrar en el reducto de la indiferencia religiosa del pueblo.

Como fermento santo establecieron sin tardanza la Súplica y la Sociedad de hombres; cada una agremió un pequeño número de almas fervientes. - A la vuelta de un año, dióse otro sacudón a las voluntades, con una nueva misión en la iglesia parroquial. Empezó con las bancas casi desiertas, lo cual quebrantó las alas a los apóstoles. Por dicha, tuvo al- guien la feliz ocurrencia de echar mano de las Congregantes, y de trocarlas en mensajeras de la gracia. Se interesaron ellas su cometido, anduvieron de casa en casa repartiendo in- vites, consejos, exhortaciones, estratagemas femeniles, y con- siguieron así despertar en muchos la curiosidad, el buen que- rer, o la dormida fe. Mudóse al punto la faz de la. misión, llenáronse las naves del templo, y hubo cosecha de 1,456 confesiones y 35 matrimonios. Remató en la plantación de una linda Cruz, en la plazuela que confina con el monasterio, y entonces se renovó el agolpamiento inaugural de gente. Tres mil personas tomaron parte en el desfile; fué realmente la exaltación de la santa Cruz, la devoción y los vítores conso- laron a Cristo, herido antes por el olvido y las blasfemias. Parece que, en aquel día triunfal, la fe dió un paso adelante en las secretas sendas de los espíritus.

En 1907, hízose un nuevo empeño por levantarla más, combinando dos misiones en la parroquia y en la capilla de Santa Filomena. Esta vez. bendijo el Señor más copiosa- mente el tesón de sus operarios, quienes le ofrecieron una corona de 2,330 penitentes. Con razón, pues, anotó el cronista su apostólico júbilo: «¡Por fin advertimos que la población viene acercándose a nosotros! Por primera vez, se llenó la ¡silesia nuestra en los dos días del Jueves y Viernes Santo». La procesión de clausura, que se encaminó a la Cruz erigida

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el año anterior, fué otra glorificación de Jesús. Varios miles de voces tributaron al Signo Redentor sus cristianos homena- jes, con gran despecho y cólera de la masonería que empezó a mirar con malos ojos a los discípulos conquistadores de San Alfonso. V Satanás entró en la lid. Cuando el horizonte se abría a la esperanza de hermosas victorias espirituales un luctuoso escándalo lo echó todo a perder. El triste evento sirvió a los débiles para desertar sus creencias, los impíos dieron gritos de guerra, creció el alboroto hasta el extremo que muchos jefes de familia prohibieron neciamente a los suyos la frecuentación de los Sacramentos. En consecuencia de esto, las misiones posteriores a duras penas produjeron 1)00 confesiones, o sea un decremento de los dos tercios. Llo- rando sobre las ruinas de sus trabajos, se concretó la co- munidad a cuidar de las almas de su barrio. Respondieron ellas a este celo, pues el cronista exclama gozoso: «Por fin, al cabo de seis años de afanes, nótase que nuestros vecinos despiertan, y que algo va brotando en los corazones». En efecto tomaba creces la Súplica. A las cien congregantes alistadas, se añadieron 110 en la fiesta de San Alfonso, y otras tantas en el 8 de Diciembre. La ayuda de sus oraciones públicas, y sus ejemplos, hicieron florecer la piedad en los hogares de los alrededores. De 10,000 comuniones distribuidas en 1910, se ascendió en escala de fervor a 14,000 en 1911, a 18,000 el año siguiente, a veintidós mil en 1915, punto culminante que lo es aún hoy en día. Si no suben más, es atribuíble, al parecer, a cuatro causales: la ignorancia religiosa de no pocos habitantes que no entienden las obligaciones de su bautismo:' la dejadez que inmoviliza muchas conciencias; la incredulidad que se cuela cada vez más en las tres clases de la sociedad: acomodada, comerciante y estudiantil; el número considera- ble de uniones libres que se esclavizan al pecado. En 1912, el objeto de la misión fué ante todo legitimar esos amance- bamientos. El cura, el vice-párroco y los Padres anduvieron por las casas en demanda de los culpables. Su prudencia, sus mañas,- su caridad rindieron 105 parejas que, en una semana, se arrodillaron bajo la bendición nupcial. Pero ¡cuántas más no salieron de su escondite o se encerraron en su criminal testarudez!

Para introducir a Dios en el corazón y vida del pueblo angelino, los Redentoristas se valieron de los dos cultos que caracterizan allí su santuario y por solos atraen: el de Santa Filomena y el de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Al edificar su iglesia, había pensado el P. Üvalle en dedicar- la al Señor Cautivo, o sea al Ecce Homo. Varió después su opinión, y la consagró a Santa Filomena cuyo glorioso cuerpo se venera en Mugnano, cerca de Nápoles. Solicitó algunas reliquias, y las encerró en una figura representando a una joven. Esta la depositó en una urna de cristal, hermoseada con tapices árabes, y la bendijo solemnemente en Diciembre de 1895, El 18 de I-hiero siguiente, una novena dió principios

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al culto público de La virgen-mártir, y esta devoción nueva arraigó inmediatamente en la ciudad y los contornos. La re- vista de don Ruperto Marchant Pereira difundió en el sur los favores recibidos ya en el santuario; los romeros llevaron, a su cabana, novenas y medallas de la taumaturga y pregona- ron su poder; el número y notabilidad de los prodigios des- pertaron la confianza popular, y pronto la humilde capilla fué un centro de tales peregrinaciones que más de «den per- sonas venían cada mes a pagar mandas y referir milagros. Ahora bien, el contrato imponía a los Redentoristas conservar y favorecer esta devoción como inherente al templo, y la usaron ellos cual fuerte palanca de apostolado. Todos los Jueves, solemnizan la misa en honor de la santa con sú-

Convento redentorista en Los Angeles

plicas especiales, cánticos y la lectura de las acciones de gracias más recientes. Anualmente, celebran la fiesta con una novena de re/.os y predicaciones, y la tradicional procesión. En las misiones, divulgan la historia de la heroína de Cristo, y el poder de su patrocinio. Más aún, en 1911. dieron a la estampa una novena piadosa y práctica, y bendijeron una imagen nueva, de rostro más delicado y más elegante he- i hura que la anterior. Nueve días de Ejercicios dispusieron los ánimos a la devoción y a la ceremonia, y esta vez se llenó el santuario. Acudió la gente desde los extremos de la ciudad, y aún ¡cosa desusada! de las mansiones más aco- modadas. El 18 de Enero, quinientas personas se sucedieron en la Sagrada Mesa; en las calles, una enorme muchedum- bre escoltó la estatua primorosísima, alternando, con las tocatas de la música militar, un himno inédito que el P,

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Rector dedicaba a la taumaturga. De vuelta a la iglesia, proclamáronse las indulgencias que se habían obtenido de Roma: una plenaria para los que comulgasen en el día de la solemnidad, siete años y cuarentenas para los i|ue fre- cuentasen la capilla en esta misma fiesta, cincuenta días por cada visita en el año.

Mas, el altar primitivo se veía muy tosco e indigno de la ilustre mártir, discordaba con la gentileza y atavíos de La imagen. Decidió el superior que se labrase otro de más fina arquitectura y más ricos adornos, y lo bendijo en Octu- bre de 1916. Dos años más tarde, se inauguró una asociación de niñas, con el nombre y bajo la protección de la santa, y se la afilió a la Archicofradía eme existe en la iglesia de San Gervasio, en París. Inscribiéronse en el acto 122 doncellas. La víspera de la fiesta, en 1918, se reunieron en el banquete eucarístico, se les impuso la medalla de la Hermandad, y fueron todas a depositar, ante la urna, un ramillete de flores en testimonio de veneración, fidelidad y amor. Se les repartió en cinco grupos de quince congregan- tes; formaron así un rosario vivo, práctica eficaz que el Papa Gregorio XVI puso , bajo la advocación de la virgen- mártir. Desde aquella fecha, tienen cada mes una comunión general, y besan después las reliquias de su patrona, para sacar de ellas la pureza de la virgen y la generosidad ele ía mártir.

, Se proyectó también convertir el santuario en punto de grandes romerías australes, así como lo es Yumbel para San Sebastián. Tanteóse la idea con un ensayo. En una lejana misión de campo, los Padres lo propusieron a la gente, y ésta se entusiasmé». Trescientas personas se dividieron- en escuadrones de jinetes, encabezado cada cual por sendas banderas de color diverso. Después de cabalgar un día y una noche, llegaron a oír misa y recibir la comunión a las once y media. Tan poética como generosa fué aquella pere- grinación, pero puso de relieve las dificultades del designio. Hacían los pobres demasiados sacrificios y faltaban los me- dios de atender tales afluencias de romeros. Además, coin- cidían en el mismo mes las dos fiestas de Santa Filomena y San Sebastián, y el transporte de los viajeros se atascaba en la incómoda situación de Los Angeles, perdida en el extremo de un ramal ferroviario. Esto no obstante, se siguió algún tiempo en el anuncio de la empresa, y como no se granjeara la popularidad, se dejó a medio camino. No por eso se enfrió la devoción privada. Acudían desde los pueblos más remotos del sur. Moradores de la pampa argentina ha- cían caminatas de ocho días por la cordillera de Antuco. Una mujer anduvo de rodillas las doce cuadras que median entre la estación y el convento. Esta es la práctica de los más, desde el umbral de la iglesia hasta el altar, con los brazos en cruz y velas encendidas en las manos. Muchos no trepidan en formular sus votos y plegarias en alta voz;

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no pocos se ungen con el aceite de La lámpara, santiguándose- tres veces en tanto que rezan tres avemarias; llevan todos la medalla, la imagen, o el cordón blanco y carmín de su protectora. A tales homenajes corresponde ella con esplendidez maravillosa. A los cinco meses de establecerse los Reden- toristas, 148 personas habían relatado en la portería las gracias de que eran objeto. En el decurso de 1906, qui- nientas hacen la narración de sus milagros; y esta cadena de favores se va alargando cada día más. Gloria de la santa será que citemos algunos de los más estupendos.

En primer lugar, Santa Filomena es medica : rehace un ojo reventado; da la vista a una cieguita de nacimiento, el oído a varios sordos, la razón a algunos insanos. Cura una tisis de seis años, un catarro intestinal de diez, lam- parones de quince, una epilepsia de veintitrés. Deja bueno a un labrador aplastado por una carreta y su tonelada de trigo. En Caliboro (1906) una joven sufre un ataque y per- manece ocho días sin habla, y al fin largas horas sin sentido, ni respiración, ni color de viva; su madre invoca a la santa, pero la enferma parece tan realmente muerta (pu- la Iban ya a amortajar y velar cuando vuelve en y salta del lecho en perfecta salud.

Santa Filomena es además una eximia protectora en los percances de la vida. Cayó una niñita en un pozo hondo y lleno a medias; clamó a su patrona, y en vez de irse a pique quedó flotando, al par que una mano invisible le mantuvo la cabeza fuera del agua hasta que la extrajeron de la cisterna. En Lautaro, bandidos rodean una vivienda y forcejean por desvencijar la puerta. Entre tanto, la dueña de casa hace una manda a la joven mártir, y al instante se alejan los sal- teadores. En otra parte, forajigos invaden el hogar de una devota de la santa; grítale ella una oración, y acto continuo su virginal defensora se interpone visiblemente entre la des- pavorida familia y los malandrines que permanecen como clavados en el suelo, y por fin huyen medio muertos de es- panto. La sola medalla de la taumaturga, puesta en los camr pos, aparta de las cosechas pestes, podredumbre y gusanos, de los ganados la fiebre aftosa y de un viñedo la esterilidad. El día mismo de la fiesta, en 1915, notó un campesino que ardía una hectárea de rastrojos a tres metros de su trigal, su fortuna única. Corrió a matar el incendio a varillazos, invocando a la santa. Luego vió un grupo de personas des- conocidas que se afanaban con él, y momentos después giró el viento echando las llamas en la dirección opuesta a su campo. Testigo del hecho, un incrédulo no pudo menos de exclamar: «¡Ahora creo en milagros!»

Ahora bien, tres notas caracterizan a la virgen de Mugnano. La primera, que ampara especialmente a los po- bres. La segunda, que se doblega muchas veces al plazo que le fijan sus clientes: una mujer afónica, y cansada de remedios inútiles, le da un término de tres días para sa-

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narla, y el último recobra la voz; una joven de Parúahue ■1908) le pide que en dos días la cure de una hinchazón en la garganta que le imposibilita la menor alimentación, y al amanecer siguiente se levanta sin indicios del mal. Y hay cien casos semejantes. La tercera es su exigencia en requerir el cumplimiento de las promesas. Una persona de Vilirura (1905), ciega desde un año, le hace un voto y recobra la vista; infiel a su manda, vuelve a perder el uso de los ojos; alarmada y arrepentida, cumple su promesa, y a los tres días goza nuevamente de la luz del sol. En Angol es una enferma del estómago, en San Juan una cancerosa, en Nueva Imperial una tullida que, una vez curadas por la poderosa mártir, recaen en su mal hasta satisfacer su deuda de gratitud. Cuatro registros, archivados en el monasterio, puntualizan por millares las mercedes que vinieron a referir los mismos favorecidos de la santa.

Con todo, no echó sombra en la frente de Nuestra Señora. No bien se explicó a los fieles el título e historia de la Virgen del Perpetuo Socorro y se instituyó la Súplica, empezó ella también a esparcir sus beneficios, por lo cual se en- tendió que deseaba tener su altar en la humilde iglesia. En un año, se cuentan hasta veintiún favores temporales de especial notabilidad, debido cada cual a una manda de cooperar con una limosna al futuro altar. Citemos el de mayor nombradía. Un obrero cayó en locura furiosa, hizo tres estadas en el manicomio, y fué devuelto a su hogar en estado de completa idiotez. En una mañana de Agosto de 1917, su mujer prometió hacer cinco comuniones y dar cinco pesos para Nuestra Señora si sanaba al infeliz; y. en la misma tarde salió éste como de un letargo, con su cabal juicio y apto para reanudar luego sus faenas. Tales prodigios intensificaron el celo de las trescientas socias que se dieron a colectar fondos, y no hubo devoto de la Virgen que le negase su óbolo. Diez meses más tarde, el altar estaba eri- gido, y el 9 de Junio de 1918 se realizó su bendición. Los principales del pueblo lo rodearon con su majestad, doce parejas de padrinos le formaron guardia de honor, gran parte de la concurrencia hubo de asistir a la ceremonia desde la calle, bajo torrentes de lluvia, símbolo talvez de las gracias que caían sobre las almas. El acontecimiento dió mayor ce- lebridad y extensión al culto de Nuestra Señora, y otro suceso vino después a fortalecerlo. El canónigo, señor Las Casas, predicó en la capilla un ferviente retiro a 45 ca- balleros; a guisa de recuerdo y cual medio de perseverancia, les dejó un rosario, y los alistó en el Rosario viviente, de- voción admirable que creó la Venerable Paulina Jariquot. Di- vididos en tres grupos, sirvieron de núcleo y ejemplo a una amplísima asociación mariana. Pronto se constituyeron .arios coros en la escuela abierta por el convento, y luego entre las Hermanas de la Súplica, e irradió en seguida por la ciudad: echó raíces en el hospital, Buen Pastor, escuela

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profesional y demás c olegios de niñas. El resultado füá acrecer el amor a la Virgen y orientar muchas almas haría el cuadro de su Perpetuo Socorro. Así es que, en 191.9, cuatro- cientas socias ostentaban su cinta azul, y son en la actua- lidad cerca de seiscientas. Se dilató también su culto por los lugarejos de la feligresía, en donde se organizaron algunos centros de oración y perseverante fervor.

La población masculina no pudo menos de atraer los especiales cuidados de la comunidad. Fundada en el lemplo de los Capuchinos, la Sociedad de San Jos'- floreció un tiempo,

Interior de la iglesia redentorista en Los Angeles

y después vino a nada. El párroco la resucitó, pero a los pocos meses entró nuevamente en agonía. En 1905, los Re- dentoristas la prohijaron a su vez y le infundieron una vida nueva. La misión anual contribuyó a sostenerla, y el celo de los Padres la explayó por las cercanías. Chacayal con- taba numerosos cofrades, Laja poseía sesenta. Carampangue cuarenta. En 1911, se les convidó a todos a un retiro de tres días, y 150 lo siguieron con edificante piedad. No bajan ahora de 170. y todos los meses se reúnen en la Sagrada Mesa.

Lo mismo que las demás casas, la de Los Angeles fué prodigando su caridad a la porción doliente de los moradores.

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LOS REDENTORISTAS en chile

Su arrabal y la población nueva los hallan siempre a la ca- becera de los moribundos. Muchas veces aún, un corcel los ha llevado largas horas por los campos, hasta' los confines de la parroquia, para auxiliar a un enfermo y abrirle el cielo.

En cuanto a la niñez fué favorecida especialmente. Cuan- do, en 1907, la Curia desistió de establecer un monasterio de religiosas, remitió a San Alfonso las diez cuadras que para ellas se reservaban, pero con la obligación de levantar una escuela en el término de dos años. Se acomodó, pues, un colegio en una casita del fundo, con el título patriótico de «Baquedano». Aunque distaba del pueblo, fué tanta la asisten- cia de niños que el Visitador censuró la pequeñez del local, y amenazó con suprimir la subvención si no se remediaba tal defecto. Una habitación fronteriza del convento fué acondicio- nada para los alumnos, pero el mismo inspector la tildó tam- bién de insuficiente. Se edificó entonces, en la esquina próxi- ma, uná construcción amplia, cuyas ventajas serían servir de escuela y de salón social. En Junio de 1910, se inauguró con peregrina solemnidad. Después de la Misa mayor, los ciento veinte chiquillos salieron del templo, en filas correctas, can- tando himnos y tremolando banderas. Seguíanlos sus padres, los - socios de San José y una enorme muchedumbre. En me- dio de un religioso silencio, y después de una vibrante alocu- ción de circunstancia, se efectuó la bendición ritual del nuevo plantel de enseñanza, en donde se prepararían, más que sa- bios de muchas letras, cristianos de buena ley. La doctrina en que constantemente se les instruye, y la comunión mensual que los más frecuentan, son garantía plausible de su perseve- rancia en el bien. Además de esta obra escolar, hay catcque- sis semanales, a las que concurren los niños y niñas del barrio y de la vecindad. Como se ve, el apostolado infantil es activísimo en manos de los Redentoristas, y prepara una generación de futuros católicos que levanten quizás el nivel religioso de la legión obrera.

'Pero, en la ciudad de Los Angeles no todos lo son. De- trás de la Cruz está el diablo, y allí más que en cualquier otra parte los Padres fueron blanco de sus iras. Sin hablar de seis pleitos que llevaron al Superior hasta los estrados del tribunal, tuvieron su primer reencuentro con los protestantes. En 1910, esos mercachifles del error recorrieron el pueblo, y en especial los alrededores de San Alfonso, sembrando hojas volantes, biblias, folletos y prédicas que baldonaban al ca- tolicismo. El día de Reyes, extremaron el desafío hasta es- tablecer su puesto de propaganda en la misma plazuela de la iglesia. El Rector les intimó retirarse; como se emperrasen en quedar en el sitio, renovóse la escena de los vendedores en el Templo. Un grupo de mozallones, animado de. santo celo, los rodeó, desparramó por el suelo e hizo pedazos los libracos y papeluchos evangélicos, y a mano airada rengaron los fueros de su religión ultrajada. Los apóstoles de Satanás

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maltrechos huyeron entonces a carrera abierta, perseguidos por la rechifla popular, y desaparecieron para siempre.

Lo que al principio exasperó más a los sectarios fue La creación de la escuela, y la subvención que le otorgó el Go- bierno. Para arrebatársela no dejaron piedra por mover. En 1911, la ausencia simultánea del Intendente y del Visitador escolar les proporcionó una feliz coyuntura para vejar al con- vento. Desempeñó la suplencia de los dos un libre pensador de línea, el cual escogió un día de asueto para inspeccionar el colegio. Naturalmente lo halló cerrado. Lo hizo delito, falseó la fecha, embozó malignamente algunos datos que sonsacó al preceptor, y en un informe calumnioso pidió al ministerio la supresión de subsidios por irregularidad e insuficiencia de la escuela. Solicitó al mismo tiempo que los traspasaran a cierto colegio masónico sin fondos. Enterado de la maquinación, el superior dirigió una carta al Intendente y una memoria al Ministro de Instrucción, tan sinceradoras ambas y contunden; tes que, no sólo la subvención fué confirmada, sino que el autor de la intriga recibió de las autoridades su merecido.

Poco después, hubo otro choque de armas. Quedando sin titular el puesto de profesor de religión en el Liceo de Niñas, lo proveyeron en el teniente cura. Pero lo codiciaban los masones a beneficio de una joven mundanísima, hija de al- guno de ellos. Redactaron al efecto una solicitud que llevó las firmas de la logia, entre otras la del gerente del Banco Español. Al saberlo, el cura y el superior mandaron queja contra éste a su jefe en Santiago. Cuatro días después, se personaron en el convento los cuatro dignatarios de la Viuda, y con arrogancia de perdonavidas pidieron razón del denuncio, y ensartaron amenazas que el superior, muy dueño de sí, aco- gió enseñándoles la puerta. Se fueron, pues, en son de guerra.

La cuestión del camposanto les dió otra ocasión de lidiar. No habiendo cementerio parroquial, el Rector redento- rista tomó la iniciativa de crear uno, y consiguió del poder episcopal y civil las licencias de derecho. No bien rastrearon el designio, masones y descreídos se coaligaron contra él. Mediante la complicidad del Intendente y bajas intrigas y manejos lograron estancar el decreto permisivo. Pero, un per- sonaje influyente desbarató la victoria de la impiedad, y hubo orden superior de dar curso al edicto. En su furor buscaron los malos un desquite. Hermanando la burla con el odio, encargaron a las monjas del Buen Pastor un estandarte masónico, cuyos emblemas cabalísticos estaban rodeados por el especioso lema de: «Sociedad de Socorros Mutuos». Quiso Dios que el P. Lamard llegase en el momento preciso en que la tornera entregaba el engañoso pendón a los delegados de la logia. Se enteró entonces de todo el complot. Lo que pre- tendían los del triángulo era conseguir del párroco, por sor- presa, la bendición de su estandarte, unirse a las Sociedades católicas en la inauguración del cementerio, y después bu- fonearse de su sacrilega comedia. Sobre la marcha fué el

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LOS RÉDENTORlSTAS EN CHlLÉ

P. Rector a denunciar al cura la treta de los .sectarios, de suerte que cuando se presentaron con su hipócrita demanda, les dió éste con la puerta en las narices. Mollinos y coléricos» se encaminaron al convento de los Capuchinos, quienes casi cayeron en el garlito; pero, vigilaba el Superior redentorista, y su aviso llegó a tiempo para burlar otra vez a los del man- dil. En su despecho, idearon bautizar a su modo el estandarte. El día prefijado, parodiaron las ceremonias religiosas, y de- rramaron espumante champaña. Como en la misma tarde se iba a bendecir el cementerio nuevo, resolvieron deslizarse solapadamente con su pendón en la romería de los fieles. Pero el P. Rector estorbó todavía este plan. Mientras los pa- drinos y comitiva de la grímpola de Satanás aguardaban en la plaza, el astuto director de la procesión la hizo salir si-

Jardín del convento en Los Angeles

gilosamente por una puerta lateral, y en vez de tomar por el camino público atravesó los vecinos campos. Cuando por fin, cansados de la espera, los hermanos del Socorro mutuo cayeron en la cuenta de su chasco, era ya demasiado tarde: iba lejos el desfile católico cuyos himnos les sonaban a los oídos como irrisión, y fueron a ocultar su vergüenza y rabia en la ratonera de su logia. Aquella manifestación fué gran- diosa. La oleada de los creyentes rodeaban una Cruz gigantesca que enhestaban robustos cristianos, y debía plantarse en el centro del camposanto para encubrir con sus brazos el sueño de los difuntos. Más atrás, seguía la estatua de la .Virgen, en un coche adornado con primor y tirado por un grupo de niñas vestidas de blanco. Cerraba la marcha el carro mor- tuorio, en cuyo pescante descollaba el mismo superior, ra-

CONVENTO DE LOS ANGELES

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(liante por la mala jugada con que acababa de chiflar a los impíos. Una alocución sobre la muerte, sus sorpresas, su poder destructor, su mano irresistible que nos echa al tri- bunal de Dios, terminó la ceremonia, y se clavó como flecha en la mente de todos.

Las elecciones de 1Í)1<S pusieron el plato a los masones para vengarse. Por requerimiento de la Coalición, el superior facilitó su escuela, privada al fin, para que los católicos pudieran hacer en ella sus reuniones políticas. Este hecho embraveció a las huestes contrarias. En su saña, hablaron de volar el monasterio a dinamitazos, o por lo menos de in- cendiarlo y expulsar ignominiosamente a sus religiosos. No- ticiado de tales bravatas, consultó el Rector a sus amigos,, quienes recabaron del Prefecto de Policía dos soldados para custodia de la comunidad. La cautela no fué inútil. A las 8 de la noche, una garulla de descreídos y liceístas paseó su vocerío y desmanes de calle en calle. Sitiaron primero el Club Liberal-Democrático, donde se empeñó una reyerta entre ellos y sesenta coalicionistas, quedando puertas y ventanas completamente destrozadas. De ahí, la turbamulta se abalanzó a la casa del ex-Prefecto de Policía, y como la vieron defen- dida por fuerza armada, torcieron rumbo hacia el xmvento. La vista de los dos guardias que, carabina al hombro, cus- todiaban la portería, detuvo sus bríos; pero se ensañaron al menos en los cristales de la escuela y las tejas de la clausu- ra, acompasando las pedradas con las vociferaciones de «¡abajo los frailes!» En las elecciones siguientes, volvió la chusma al ataque, y no atreviéndose a invadir los claustros, tiró siquiera piedras en los aposentos que miran a la calle.

Esta inquina de los sectarios evidencia que los hijos de San Alfonso hacen en Los Angeles la obra de Jesucristo. ¡ Plegué a Dios que, por mucho tiempo más, puedan dedicar a las almas de buena voluntad todos los recursos de su celo! i (asta la fecha, en el espacio de veintiún años, han recogido para el Señor el hermoso y fragante ramillete de: 857,388 comuniones, recibidas por el pueblo en su iglesia.

SEGUNDA PARTE

OBRA APOSTOLICA DE LOS REDENTORISTAS EN CHILE

Misiones en general

Háse dicho que el doble fin de su Instituto es: san- tificar a sus miembros por la vida contemplativa, y salvar a las almas por los varios ministerios del apostolado. En virtud de esto, después de encerrar a los Congregados en la soledad, oración, observancia, y trabajo de compo- sición oratoria, la Regla les abre el campo de la Igle- sia, y más de la mitad del año la consumen en la busca de los pecadores, sin reparar en fatigas, cansancios, sacrificios, penalidades de ningún género. Pero, les impuso San Alfonso cierto método peculiar y determinado al que deben astreñirse en sus campañas espirituales. Así son las ceremonias com- plementarias, los asuntos predicables, la duración de los tra- bajos, los résultados esenciales que les es preciso codiciar y los distintos arbitrios para conseguirlos. Ahora bien, uno de los afanes del P. Merges fué dar al apostolado de sus sub- ditos el carácter y fisonomías alfonsianos. Para esto, ha de ser ante todo muy atrayente; de ahí la grata multiplicidad de sus industrias con el fin de reunir y conservar los audito- rios. Abrese la misión con una procesión de penitencia: en su recorrido, el eco eficaz de los cánticos, el tintineo de la campanilla, los fervorines en las encrucijadas, propalan la gran noticia y convidan a la gente. Este pregón solemne, lo completan los Padres al día siguiente, yendo de casa en casa para saludar a los habitantes y ganar a los refractarios. Se suceden después, por las mañanas, la bendición del agua, la de las criaturas, la comunión general de los niños, solteras, casadas, cofrades; y en la noche el responso solemne por las ánimas, la exposición del cuadro de Nuestra Señora del Per- petuo Socorro como patrona de la misión, el desagravio a Jesús Sacramentado, la consagración a la Virgen. Éstas ce- remonias, conmovedoras de por sí, se realzan aun más con los floridos adornos del altar, con las iluminaciones a veces gigantescas que figuran cruces, letreros, símbolos, monumen-

.MISIONES EN GENERAL

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tos de fuego, con las velas artísticamente engalanadas que llevan en umno' los fieles, y la variedad y ardor de los him- nos que son parte integrante de aquellas reuniones. Por lo común, esta serie de ejercicios piadosos remata en otra pro- cesión que dominan múltiples andas y estandartes, y en la plantación de una Cruz que recuerde a todos el amor de Jesús, las enseñanzas de los misioneros, los propósitos de la en- mienda, el negocio de la salvación. Doquiera hayan predicado los hijos de San Alfonso en Chile se levanta el Arbol de nues- tra Redención, o en la cumbre de los cerros, o en la orilla de algún camino. Tal es el aparato exterior de las misiones. Ligorianas.

Misión de los apóstoles

Vetes hubo en que estas ceremonias hubieron de ser suprimidas por la exigencia de ciertos párrocos, pero redundó siempre en daño del entusiasmo popular y del fervor de las almas. Asimismo fueron censuradas las comuniones genera- les, hechas por categorías de fieles. Sin embargo, desde 39 años se sigue este sistema, y siempre ha traído muy notables beneficios: provocar una corriente de piedad, vencer el respeto humano, arrastrar a los irresolutos, acelerar las confesiones y repartirlas casi por igualdad cotidiana, favorecer la repe- tición del banquete eucarístico, proporcionar a cada clase de cristianos una plática adecuada a sus obligaciones particula- res de estado. Pues bien, organizar según este plan las faenas

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IOS REDENTORISTAS EN CHILE

evangélicas de sus subordinados, tal fué uno de los empeños del P. Merges.

Parecióle además indispensable reformar su duración. Ge- neralmente, se dedicaba a las misiones una sola semana, por- que su fin era facilitar el cumplimiento pascual. Tal práctica discordaba con las ordenanzas de San Alfonso. La regla que él impone es quedar el lapso que se necesite para realizar la completa renovación espiritual ele los pueblos, concluir sin apremio la tarea de purificar las conciencias, echar funda- mentos sólidos de vida cristiana por medio de las obras de perseverancia. Su biógrafo nos lo muestra durante un mes entero, en la misma localidad, ocupado con sus compañeros en la cosecha de las almas. Según, él, no hay verdadera mi- sión de Redentoristas que no dure diez días cabales en los mínimos lugarejos, y cuatro semanas en las ciudades mayo- res. Pues celoso de amoldarse al espíritu y prescripciones de su fundador, resolvió el P. Merges romper con los hábitos vigentes, e implantar en Chile el sistema apostólico de su Congregación. En consecuencia, antes de abrir a los suyos la era de la actividad exterior, fué a avistarse con el Ilus- trísimo Señor Valdivieso, y le expuso las razones que milita- ban en contra de la costumbre nacional de las misiones cortas: precipitación torzosa en el tribunal de la penitencia, curso incompleto de enseñanzas doctrinales, riesgo de sacrilegios, probabilidad de dejar almas sin reconciliarse con Dios; al mismo tiempo, le pidió entera libertad para alargarlas en cada pueblo conforme los Padres lo estimaren necesario. El Arzobispo penetró la fuerza de tales argumentos y subscribió gustoso a la petición. Hízose el ensayo sin tardar. La prifnera misión de Redentoristas en el país fué la de San Fernando, se prolongó 18 días y cinco mil penitentes recibieron el per- dón. Luego siguieron otras: 14 días en Curicó, con cinco mil absoluciones; 15 días en Quillota y San Felipe, con tres mil confesiones en ambas ciudades. Estas cifras, inaccesibles en una sola semana de trabajo proclamaron muy alto la sabidu- ría y acierto de San Alfonso, v la útilísima innovación del P. Merges.

Pero, la experiencia de un año de campaña evangélica reveló a los Padres otro defecto capital en el procedimiento corriente. Ley era entonces predicar una sola misión en cada feligresía, en su punto central. Ahora bien, el resultado de este método era muy incompleto. Sin duda, los vecinos sa- caban de él su provecho espiritual; mas, no así la gente de más lejanos hogares. En efecto ¿qué sucedía? Al noticiarse de la presencia de misioneros en el templo parroquial, los campesinos se ponían en movimiento; de muchas leguas lle- gaban a pie, a caballo, en carretas. Apremiados por el tiem- po, sin inquietarse de pláticas ni de sermón, recibían a la ligera los Sacramentos, y en el acto volvían a sus cabañas y cosechas, a fin de turnarse con los que se habían quedado. De ahí fluían tristísimos daños: ningún niño del campo tenía

MISIONES

EN

OENERAI

parte en los beneficios de la misión, ni tampoco los enfer- mizos y los adultos más atareados; los demás, faltos de La preparación santificadora que dan los sermones, pláticas y ceremonias, no podían hacer confesión reposada y fructífera; así que volvían a su arado tan ignorantes, volubles y rutine- ros como antes. Perdíase así la ganancia fundamental ape- becida por San Alfonso: La regeneración radical de una lo- calidad. Ahora bien, evangelizar a costa de tantas fatigas y sacrificios, sin lograr el objeto que se propuso el santo y perito Fundador, era cosa que no admitían sus hijos; buscaron expedientes para hacer más alfonsianos sus trabajos. Con este fin, tomaron esta decisión: confesar únicamente a los que hubiesen oído ya cinco predicaciones por lo menos. Así se inauguró en La Ligua, en Enero de f878. Como era de prever, al oír la ordenanza que reglamentaba la recepción de Sacra- mentos, estalló más de una protesta. Cien veces se renovó el siguiente diálogo: «Padre, confiéseme luego, anduve doce le- guas para venir acá. ¡Y nosotros, amigo, de 4,000 leguas ve- nimos para ayudarle a salvar su alma! Hicimos inmensos sacrificios ¿y rehusaría Ud. hacer por ella uno pequeño si- quiera?» Muy pronto comprendieron todos que en esta demora, iba su verdadero bien; cesaron los murmullos; y en ¡os úl- i irnos días de la misión, eran tales el entusiasmo y satisfacción general que muchos detenían a los Padres en la calle, y los felicitaban y agradecían por esta medida. «¡Qué bueno, ex- clamaban, habernos obligado a oír los sermones y pláticas! |Qué lindas ceremonias! ¡Qué rica confesión se hace así!» Como la voz del pueblo es la voz de Dios, esta aprobación popular sancionaba solemnemente el nuevo sistema. En <~uan- tas partes se siguió después, con la misma estrictez, produjo idénticas manifestaciones de gratitud y regocijo universal.

Pero, este arbitrio no remediaba sino una defectuosidad del apostolado vigente. Aun así, gran número de personas, impedidas por los quehaceres, la distancia, La edad, la salud, quedaban privadas de los ejercicios y ventajas de las misio- nes. Luego, necesitábase otra reforma complementaria: había que menudearlas en las agrupaciones más populosas de cada feligresía, con una duración correspondiente a la necesidad espiritual de los habitantes. La cuestión era capital, y era peliaguda porque tendía a derribar una costumbre más que secular. El P. Merges reunió su consejo, y después de tomar los pareceres de todos, mandó una memoria sobre el asunto al Arzobispo y Vicarios generales. Lo que era de temer su- cedió. A sus argumentos, observaciones y pedidos la Curia opuso una denegación rotunda. Sin desanimarse el Rector, por dos y tres veces, insistió respetuosamente y con nuevas razones en la demanda, y otras tantas recibió categórica re- pulsa. Entonces, ya que se trataba del método esencial de la evangelización ligoriana, del éxito de sus trabajos y de la salvación de las almas, el P. Merges notificó a la autoridad diocesana que si persistía ella en desatender su motivada

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LOS REDENTORISTAS EN CHILE

representación, llevaría el pleito ante el Superior General, cuya decisión certísima e inmediata sería la de retirar de Chile a 1 sus súbditós. Ante resolución tan enérgica y perspectiva tan funesta, la Curia convino en un ensayo del plan propuesto. El primer tanteo de misiones diseminadas en los lugarejos de una misma parroquia agradó sobremanera a los curas y a los fieles, duplicó la suma y valor de las confesiones, y con- tribuyó no poco a la edificación de las gentes. No volvían de su asombro al ver que los Padres se acomodaban con una miserable casucha y la más tosca alimentación del campo, con las privaciones de la vida agreste, con el lecho duro y las colonias de mordaces insectos, y esto sin la menor queja, alegre la cara y levantado el ánimo. Si es cierto que, en muchas partes, los sufrimientos materiales de los misioneros fueron sensibles, y a las veces llegaron al extremo, se des- quitaban con la buena voluntad de los campesinos y los frutos de conversión que entre ellos cosechaban. La misma Curia, al informarse de las maravillas que labraba esta descentra- lización de las misiones, cambió su recelo en parabienes y júbilo. Para acreditar mejor su complacencia, desde 1895 para adelante, reservó a los hijos de San Alfonso todas aquellas parroquias que deseaba ver evangelizadas en su cabal ex- tensión.

Merced a esta repartición del apostolado, caducó natu- ^ raímente la reglamentación anterior para admitir los fieles a los Sacramentos, puesto que a todos era fácil seguir los ejercicios y enseñanzas desde la misma apertura de ellos. Pero, celosos de astreñirse cuanto pudiesen a sus tradiciones, de asegurar el buen funcionamiento de su obra, y de hacer ubérrimos frutos en las almas, los Padres idearon un programa inspirado por su experiencia y que sometieron al dictamen de los superiores. Fué aprobado con el tenor siguiente: «1.° Pedir a los párrocos que la recepción de los misioneros revistiese la mayor solemnidad posible: con arcos de triunfo en los caminos, acompañamiento de jinetes desde la estación o los límites de la parroquia, procesión de los habitantes que saliese al encuentro de ellos; 2.9 Insistir en el punto de las confesiones generales; 3.° Oír, el segundo día, la confesión de los ancianos, sordos y enfermos; 4.° El tercer día, hacer una plática especial a las solteras y confesarlas inmediata- mente después; 5.° El cuarto día, confesar a los niños ya instruidos en la doctrina y capaces de comulgar; 6.° Dedicar los tres o cuatro días siguientes a los hombres, para admi- tirlos a la penitencia y preparar su comunión general; 7." Ese mismo día, confesar a las casadas, y a la mañana si- guiente juntarlas en la Mesa divina, y dirigirles una instruc- ción sobre sus deberes de estado; 8.° El último día, absolver a los niños más ignorantes que, durante todo el tiempo, se adoctrinaron con catequistas, especiales».

Según esto, he aquí como procedían entonces los Reden- toristas en los lugares campestres. En general, aveniéndose

MISIONES EN GENERA I

al deseo de los misioneros, iba el mismo cura a recibirlos con un séquito de hombres a caballo. Eran a veces un ver- dadero escuadrón: 120 en Membrillo, 150 en Codegua. Sería un error creer eme estas manifestaciones espléndidas fuesen puro lujo; su fin y su ventaja eran difundir luego la noticia de la misión y aguijonear las voluntades. En aquellos tiempos ya remotos pocas eran las capillas existentes fuera de los pueblos, de suerte que, en los lugarejos más pobres y apar- tados, se predicaba con frecuencia a campo descubierto. Al día siguiente de su llegada, los Padres improvisaban una ca- pilla, púlpito y confesonarios rústicos. Mientras tanto, varios mensajeros galopaban por los contornos para convidar a cuantos moradores había a seis leguas a la redonda. Acu-

Comunidad de Santiago en 1924. con el Superior General

dían los más. y pronto se asentaba en el sitio de la misión un vasto campamento de rústicos. Dormían en sus propias carretas, o al amparo de los toldos y pieles que a preven- ción habían traído. Al paso que se presentaba la gente, los misioneros la clasificaban -por secciones de edad, ignorancia, sexo y estado. Cada cual de estos grupos tenía una o varias catequistas voluntarias, y éstas, bajo la fronda de los árboles y durante el día entero, inculcaban a sus discípulos el cate cismo, las oraciones, los cánticos y el examen de conciencia alternando la enseñanza con el rosario, el víacrucis y la Sú- plica a la Virgen del Perpetuo Socorro. Tres veces al día se congregaban todos para oír una instrucción doctrinal o un sermón. De este modo, hasta el menor desorden era imposible: pues, la vigilancia era constante, y todos estaban ocupados

LOS R EDENTOR1ST AS EN Cllll É

sin cesar en asuntos espirituales. El fruto de esta actividad piadosa, en el poético cuadro de las campiñas, era inconce- bible. La gracia de Dios realizó estupendos prodigios de san- tificación en aquellas almas agrestes. Cada clase de fieles debía aguardar su turno para su comunión general, y así estaban obligados, para su mayor bien, a permanecer más tiempo en el teatro de la misión y a aprovechar un número más crecido de predicaciones.

En cuanto a las obras de perseverancia, consistían en establecer el culto de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y la Sociedad de San José. Desde 1878, llevaron los Padres a cada misión un cuadro de su milagrosa Virgen. Al empezar la exponían en un trono, entre velas y flores, y referían al pueblo su historia y poder. No había quien resistiese a su misteriosa atracción, por manera que les era muy fácil orga- nizar, para el tiempo de su estada apostólica, numerosísimas grupos de suplicantes que se relevaban ál pie de la imagen. A estas plegarias intensas en honor de la Patrona de sus trabajos deben atribuir los primeros Redentoristas en Chile sus increíbles éxitos. Más de una vez, la divina Reina premió la confianza de los campesinos y acrecentó su devoción con milagros de orden temporal, pero sobre todo no se cuentan los pecadores inveterados que, con sólo rezar ante el cuadro de aquella desconocida Virgen, recabaron el dolor de sus crímenes y la fuerza de la enmienda. Siempre que esto les era posible, dejaban los Padres alguna imagen de Nuestra Señora en la iglesia parroquial, o en una capilla campestre, o en la morada del hacendado o vecino principál, o en un nicho construido al pie de la Cruz de misión. Además, ex- hortaban a todos a que se alistasen en la Archicofradía de ella, y siempre con éxito. Por centenares venían esos cristia- nos de viva fe a inscribir su nombre, y hasta mil de una vez, conforme sucedió en Tagua-Tagua (1880). Antes de irse, el cuidado de los Redentoristas era dejar firmemente estable- cido el ejercicio de la Súplica para los Domingos. En 188H la inauguraron tanto en la iglesia de los pueblos como en los caseríos del campo. Las mujeres en la mañana, los hom- bres en la tarde, debían reunirse ante la imagen para el ro- sario, una lectura edificante, el estudio de la doctrina, la eje- .ución de algunos cánticos, bajo la presidencia y responsabi- lidad de una celadora y de un Prefecto. Fué tal el empeño de los Padres que, al cabo de algunos años, pasaban de mil aquellos centros de Súplica dominical, y más de uno constaba de noventa asistentes, como los de Doñihue y Curacaví. En Talca, duraba el día entero, con treinta suplicantes por hora; desde los valles de la cordillera, verdaderas procesiones de romeros andaban veinte leguas a caballo para hacer la Súplica, en la iglesia matriz, siquiera una vez al mes. En otra ciudad cabeza de departamento, el cura introdujo después de la misión una costumbre admirable: todos los Sábados en la noche, llevó triunfalmente el cuadro, de Nuestra Señora

MISIONES EN GENERAL 99

alrededor de la plaza; más de mil personas solían acompa- ñarlo, y entre ellas doscientos hombres, con velas encendi- das en la mano y filial devoción en el alma. En 1887, ideó el P. Pablo Liégey un medio eficacísimo de dar mayor vuelo aún a esta práctica de la Súplica: fué crear la asociación de las Hijas de María. Entraban en ella las jóvenes que, en general tienen más piedad y más tiempo, y así se prepara- ban generaciones que guardarían en gran parte sus juveniles hábitos de oración. Se comprometían no sólo a ser fieles a la reunión dominical, sino a evitar las ocasiones y pasatiem- pos peligrosos, y a frecuentar los Sacramentos. En cambio, adquirían el derecho exclusivo de llevar en las procesiones la imagen de María y de formar su séquito de honor, vestidas de traje blanco, corona en la frente y azucena en la mano. Cada centro estaba a cargo del párroco y de una presidenta. El solo P. Pablo afilió más de treinta mil doncellas en la pía Congregación. Por esta industria que se adueñó de la juventud, la Súplica persiste aún después de 20 y 30 años, y funciona en cien poblaciones que los misioneros descubren con la más grata sorpresa. Debióse esta asombrosa propaga- ción del culto de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y al amor innato de los chilenos para con la divina Madre, y a los favores estupendos que otorgó ella a la confianza del pue- blo, así en las ciudades como en los campos, y al celo in- cansable de los Redentoristas para divulgar su nombre e his- toria, sus imágenes santas y su misericordioso poder. En 1880. es decir en cuatro años, se habían expendido ya más de diez mil estampas y medallas de ella. Estaba tan conocida en el país que, al estallar la guerra del Pacífico, el ejército entero, jefes y soldados, pidieron con instancia medallas de la Virgen del Perpetuo Socorro. Los buques de la escuadra tenían, colgado en los mástiles, el cuadro de la milagrosa Madona. Se compuso entonces una oración en honor de ella por el triunfo de las armas chilenas, y en pocos días se agotó la edición de quince mil ejemplares. Innumerables son los casos de maravillosa protección eme refirieron los combatientes de mar y tierra. Los capitanes de la flota. Condell, Rivero, Latorre, le atribuyeron francamente sus victorias en cartas que se han conservado hasta hoy. Su culto era tan nacionali- zado que, en 1887, el Ilustrísimo Señor Casanova decía a los Padres de San Alfonso: «Yo no lo que hacen ustedes para entusiasmar a las gentes en favor de su Virgen milagrosa. Acabo de terminar la visita pastoral de la arquidiócesis, y a penas hallé una iglesia o una capilla que no ostentase su cua- dro y aún su altar». V añadía sonriendo: «Casi temo que ella destrone en el corazón del pueblo a Nuestra Señora del Car- men. Patrona de la República». Hasta 1894, más de cien mil ejemplares de su novena circulaban en el país. Esto solo explica los frutos abundantes y duraderos que han producido las misiones ligorianas. Lo único que faltó a la gloria de la Virgen de los Redentoristas fué una revista que publicase la

loo

LOS REDENTORISTAS en chile

multitud de sus favores temporales y espirituales. Hubiérase conocido así con qué generosidad las derramó sobre la nación, de norte a sur; y esta relación, que muebas veces, raya en lo increíble, habría ensanchado aún más la confianza y enar- decido la gratitud de todos.

En cuanto a los hombres, se les convidaba a alistarse en la hermandad de San José, y se presentaban en tropel: 80 en Zúñiga, 112 en Casablanca, 150 en Peñaflor, Molina y Parral, cifras que indician la viveza de fe en aquella época de 1888. En muchas partes sobreviven todavía estos centros que siguen siendo para muchos seguras arcas de preservación.

Otra obra que descuella entre las consecuencias más fe- lices del apostolado de los Padres es, sin duda alguna, el arreglo de los matrimonios. El afán constante de aquéllos es buscar las uniones ilícitas y los escándalos para ponerles

Una procesión en misión

remedio, o con la bendición de la Iglesia, o con la separación definitiva de los culpables. En este medio siglo, los apóstoles redentoristas han bendecido, y en su mayor parte legitimado en sus misiones: en el norte y centro del país 6,321 casa- mientos, y en el sur 13,190, lo que da una suma de 19,511. Pero, este número, de suyo formidable ya ¿cuántos pecados menos representa en la balanza de la Justicia eterna?

Como se desprende de lo dicho, la labor que la Congre- gación de San Alfonso ha desarrollado en el país, desde su establecimiento a esta parte, ha sido de intensa actividad evangélica. Así lo confirma el siguiente cuadro:

MISIONES EN GENERAL

101

Casas

Anos

Misiones

Retiros y novenas

Confesiones

Santiago

50

2,192

1 117

1 fS7Q 7M0

Cauquenes

34

1.147

408

954,029 :

i San Bernardo.

27

1.330

476

851,418

Valparaíso

22

858

261

456,436

Los Angeles...

21

614

166

304,438

Lo que da como suma global : 6,141

2,458

4.146,111

Aunque el total de estas faenas apostólicas es forzosa- mente incompleto, y no incluye los trabajos de menor dura- ción, ni las predicaciones sueltas, ni el número de bautizos y confirmaciones, todas cosas incontables, ayuda sin embargo a adivinar cuál ha sido el tesón de aquellos religiosos al sacrificarse por las almas. Tanto más admirable es cuanto que su grupo ha sido siempre reducido. Los diez y seis pri- meros años sólo existía la casa de Santiago con cuatro mi- sioneros; en los catorce años siguientes fueron dos los con- ventos y ocho los apóstoles; los veinte años últimos, se ocu- paron, por término medio, diez y ocho Padres en el campo espiritual de Chile. Esto demuestra que no escatimaron el tiempo que la Regla les manda consumir en la búsqueda de los pecadores.

Entre aquellas misiones, dos no más se han predicado simultáneamente en todas las iglesias de una misma localidad importante. Talvez sea lástima, siendo así que una misión general remueve cada vez muy hondo una población, mucho más que una sucesión de trabajos aislados: aquélla es el cerco sobrenatural de una ciudad, un asalto en toda la línea que da la gracia de Dios a las voluntades, y que consigue los más espléndidos triunfos sobre el pecado. Así fué siempre en Europa, así lo atestiguan los felices resultados que traen a cuenta: 1.°, la de Concepción; allí, en 1905, diez y seis Re- dentoristas evangelizan al mismo tiempo la ciudad entera, y con ser uno de los centros de la incredulidad, absuelven en ella 7,500 penitentes, de los cuales un millar de hombres; 2.°, la de Copiapó: seis Padres llevan allá su elocuencia y su celo, y a pesar de los pronósticos que agoraban un des- calabro, las verdades eternas convierten á 1,300 almas, suma crecidísima para la irreligiosa capital de Atacama.

En cuanto a los éxitos alcanzados entre las almas, la ( 'ongregación no piensa atribuirlos al bien decir, a la santi- dad y otras prendas especiales de sus súbditos. Todo el mé- rito y eficacia pertenecen: 1°, a San Alfonso que les ha

102

LOS REDENTORISTAS EN CHILE

legado el verdadero método de las misiones populares, y ha conservado muy vivo y cabal su espíritu entre los suyos; 2.°, a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, nombrada por el Sumo Pontífice, Patrona oficial de las misiones redentoristas, y cuyas peculiares gracias de conversión vivifican la palabra de los apóstoles ligorianos; 3.°, a la Justicia de Dios que apoyó, con frecuencia y severidad, las verdades que sus he- raldos iban pregonando. Citemos tal cual de aquellos castigos con que la diestra del Señor hirió a los empedernidos cuya pertinacia o desprecio rehusaban sus misericordias. En San Alfonso (1895) un carbonero, que se deshacía en impiedades contra la misión y ,1a confesión, fué al monte para destrozar árboles a polvorazos; de improviso, se inflamó el polvorín que en la mano llevaba, y fué quemado vivo. En El Parral, un adúltero se negó en varias misiones a dejar su vida es- candalosa; pues, en 1888, la víspera de llegar los Padres, el garrote de un asesino lo echó al tribunal de Dios. En Olmué ^ 1897) un individuo no quiere aprovechar el paso de los mi- sioneros: tres días después, un ataque cerebral le priva de sentidos y así le arranca el alma. En Los Maitenes (1897 ; un hombre principal se ríe de los que buscan el perdón a los pies de los enviados de Dios: a los tres días de irse éstos, unos foragidos le saltean y rematan. En la Esperanza (1898,, otro varón de fuste se mofa de la gracia y de los predicado- res, y durante la procesión final, a pocas cuadras de ella, una gavilla de bandidos se hacen con el puñal los justicieros del C ielo. En Cucha-Cucha (1907) un joven amancebado desoyó la voz de los Padres que le exhortaban a regularizar su si- tuación, y dos días más tarde pereció ebrio al atravesar en carreta un río. En Nos (1902) un infeliz se obstinó en no acercarse a los misioneros, y a los tres días expiró antes de que llegara el sacerdote por él llamado. En El Peñón (1917 ) un campesino responde con sorna al Padre que le convida a los ejercicios de la noche «¡sí, mañana iré!» y no fué, por- que una muerte atroz se lo impidió. En Las Condes (1904; una mujer replica a la invitación de los misioneros: «¡Déjen- me en paz! ¿qué tengo que ver con esto? ¡Ni piernas tengo para ir tan lejos!» y cuarenta horas no habían pasado cuando una parálisis le inutilizaba efectivamente ambas piernas. En San Miguel de Pemuco (1912) cierta señora de cuenta siguió las predicaciones, pero se encaprichó en no confesarse : y en la misma noche de la clausura murió de repente. Tales azotes de la mano divina, y otros muchos que anota la Crónica, coadyuvaron poderosamente la acción de los Padres con el saludable temor que infundían en los testigos de este rigor del Cielo.

En sus correrías evangélicas por la parte central del país, los Redentoristas encontraron pocas veces una oposición violenta de parte de los impíos. Es una excepción aquel pisa- verde de Santa María que vino a caballo a insultarlos, y apuntó a uno de ellos con su revólver porque se le había

Misiones eM geNerAL

arrebatado la cómplice de sus desórdenes. Pero, una vez, Satanás manifestó él mismo su furor por medio del siguiente portento. En el fundo del Inca, parroquia de Tunca, llegaba la misión de 190*2 a su penúltimo día con un éxito extraor- dinario. Por la inmensa concurrencia, se hacían los ejercicios en el patio interior, y aquella noche escuchaban todos en el mayor silencio el sermón sobre el infierno, cuando de im- proviso se percibió un fuerte rumor como de caballos des- bocados y de coches lanzados a carrera abierta. Momentos después, el estruendo invadió como ciclón el recinto donde estaba apiñada la gente, una nube de humo y polvo se le- vantó al par que algo como un huracán atravesaba el audito- rio. "Fué a dar el fenómeno contra una pared tras la cual se reservaba la Eucaristía. Ahí paró en seco, giró hacia atrás y fué a perderse en la Cordillera. Indescriptible fué el pánico, hecho de alaridos, fuga, atropellos y desmayos. Ahora bien ¿cuál sería la causa de semejante rareza? No fué un ruidoso temblor; pues, los dueños de casa estaban tranquilos en una pieza, y no sintieron la más leve oscilación; además, una sa- cudida sísmica no explica el estruendo exterior de coches y corceles invisibles, ni mucho menos la polvareda mezclada de humo. Un temporal o ciclón no solucionan tampoco el misterio, porque el cielo de horizonte a horizonte estaba apa- cible y sereno. Sólo queda, por lo tanto, y ésta fué la con- vicción general, que aquella fué batahola del demonio para estorbar la obra de la gracia^. Pero, sucedió todo lo contrario. A impulsos del terror, no hubo habitante de la comarca que no buscase en la absolución la paz de . su conciencia.

Si se coteja las listas que apunta la Crónica redentorista con algún mapa de Chile, es fácil reconocer eme, desde el Maule hasta el Aconcagua, no hay parroquia, ni aldea, ni lu- garejo, ni a penas hacienda o rincón escondido, en donde no hayan ellos anunciado las verdades de la fe, y sembrado so- bre las ruinas del pecado las misericordias del perdón y la semilla de las cristianas virtudes. En la parte central, estas misiones, novenas, ejercicios, triduos se conforman con el método más arriba indicado, y no presentan anécdotas o pe- ripecias de especial interés, es pues inútil explayarnos en su relación que saldría monótona e insulsa. Pasemos mejor a la región norte.

LOS REDENTORISTAS en chile

MISIONES EN EL NORTE

1." En las oficinas de la pampa: No se habla aquí de los Redentoristas alsacianos que fundaron dos casas: una en Iquique, donde su celo trabajó desde 1908 hasta 1921 y santificó un populoso arrabal de la ciudad, otra en Huara cuya parroquia y salitrerías vecinas fueron teatro de sus afanes pastorales desde 1912. Allí construyeron una iglesia y una escuela; implantaron para las mujeres la Súplica Per- petua, la Asociación de las Hijas de María, la Archicofradía del Sagrado Corazón, y para los hombres la Sociedad de Socorros Mutuos Cristiana. En las fábricas de salitre perte-

Comunidad de San Bernardo en 1924

necientes a la feligresía predicaban anualmente la misión y decían misa por turno en los días festivos. Pero, como aque- llos Padres son de otra provincia de la Orden, no hay que hurtarles su gloria ni sus méritos. Trátase, pues, de las cam- pañas apostólicas que los Redentoristas de la provincia fran- cesa llevaron a cabo en aquella región. La evangelizaron en los años 1908-09. De por sí, ese es un trabajo casi infructuoso y desalentador. Sin duda, no existe en general entre los sa- litreros una impiedad agresiva, pero una indiferencia glacial por cuanto atañe a la religión. Las causas de ella parecen ser múltiples. Es la moral libre y desenfrenada que practican muchísimos solteros y que no se deciden a repudiar; es la vida de amancebamiento que llevan los que se creen más morigerados, y cuyos lazos se resisten a romper; es el subido

Misiones en el norte

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jornal que les permite jaranear en las poblaciones inmedia- tas, compuestas en su mayor parte de pulperías chinas y casas de perdición; es el protestantismo de los dueños y jefes de los salitrales que, si bien son tipos de amabilidad y cor- tesía y se abstienen de propaganda, se desentienden en ab- soluto de sus trabajadores católicos; es, por consiguiente, una ignorancia doctrinal espantosa que tiene a éstos en una rutina pagana difícilmente superable. Para despertar aquellas conciencias y encender los entusiasmos habría sido indispen- sable usar todos los arbitrios exteriores del apostolado: pom- pas del culto, lucidas ceremonias, industrias nuevas capaces de impresionar los ánimos. Lejos de ser esto factible, la carencia de locales obligó a los Padres a oficiar en el salón filarmónico, teatro de tantos escándalos, lo cual desprestigió no poco las misiones a los ojos de los mismos pampinos. Sin embargo, a pesar de esas dificultades de mal agüero, los apóstoles se dieron a su santa faena con todo el ardor de su celo, sin perdonarse ninguna fatiga para ablandar aque- llos corazones. Pocos correspondieron a la gracia: en una oficina de 1,200 habitantes, dos no más se reconciliaron con Dios; en otra de igual población, treinta se acercaron a los Sacramentos; en otra de tres mil almas, ochenta buscaron la absolución; y así en igual proporción en las demás agru- paciones. Con ser tan mezquinos de suyo, estos resultados no dejaban de ser triunfos que superaban aún las esperan/as de los enviados de Cristo.

2.°, Misiones en las ciudades del norte: Se les llevó la palabra divina en una tanda apostólica, en 1901. Dos Reden- loristas, los Padres Lamard y Enrique Degaud, recorrieron entonces la diócesis de La Serena, y a pesar de mil dificul- tades, lograron ganar para Dios cierto número de almas. Em- pezaron por Freirina. Allí, la impiedad y el respeto humano reinaban como dueños y señores. Siete hombres iban aún a misa, pero sin comulgar nunca. Con todo, empezó el P. La- mard por una hazaña, haciendo procesión nocturna de peni- tencia con alocuciones en las calles. Quedaron los incrédulos pasmados de tanta audacia. Desde los balcones del club, va- rios aclamaron al intrépido misionero; y uno de ellos voceó: «¡Yo, le tomaría como capellán del ejército!» Sin embargo, esta racha de admiración no apagó el odio de los sectarios. Al hacer las visitas habituales de amistoso convite, encontró el Padre en una esquina al redactor del periódico anticlerical «La Labor». Se le acercó, y le pidió su dirección para ir a saludarle después en su casa. qSeñor, contestó el diarista echando bufidos de ira ¡ no pase Ud. por mi domicilio si no quiere hacerme criminal! Pero, repuso con calma el misionero, no pretendo ofenderle; le respeto a Ud., y cuando la gente respeta a los demás, merece igualmente respeto. Sin duda, replicó entre espumarajos ese mal criado, pero Ud. no es gente!» Este rasgo muestra la feroz animosidad de los li- bres pensadores en aquella población. Con el objeto de mu-

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lestar a los Padres y hacer inútiles sus afanes, asalariaron una murga de pésimos músicos; y éstos, situándose frente al pórtico de la iglesia, tocaron todas las noches, a la hora de las predicaciones, con el mayor estruendo posible. Con todo, doce chiquillos, quince hombres, 200 niñitas y mujeres se confesaron. Exito miserable que pareció prodigioso al go- bernador, al juez y al mismo párroco. En Vallenar, misma impiedad. Baste recordar que, en 1896, el Obispo, Itastrísimo Señor Fontecilla, fué víctima de insultos atroces, en palabras y en hechos, pues hasta le arrojaron inmundicias y le robaron su trono pontifical. Para evidenciar mejor su odio satánico a Dios, varios individuos entraron a caballo en la iglesia. Como los misioneros fustigaran en el pulpito el divorcio y el matrimonio civil, las tres gacetas locales publicaron diatri- bas furibundas en contra de «esa misión antisocial, y de esos frailes misioneros que se arrogaban la misión de introducir la cizaña en la sociedad y en los hogares, esos hijos de Lo- yola que venían a resucitar la Inquisición, etc ...» De cinco mil habitantes, 750 se arrodillaron en el divino tribunal, lo cual constituyó un espléndido triunfo que avivó los furores belicosos de la impiedad. Al salir los Padres para otra po- blación, el bando de los descreídos pregonó que si acaso volvían «esos frailes a pisar el pavimento de la ciudad, lo pagarían muy caro». Todos los extremos eran de temer de parte de aquellos energúmenos. Pero, la noticia de tales ame- nazas llegó hasta Santiago, y un amigo de los Redentoristas, varón de fuste e influencia, elevó quejas y pidió garantías en el ministerio. En consecuencia, salió de la Moneda un tele- grama para el gobernador del departamento: era la orden -de amparar a los misioneros con la misma fuerza pública. Al regresar, pues, fueron acompañados constantemente por un policía armado de punta en blanco, y la carabina del gendar- me fué el más seguro pararrayos contra las fulgurantes ame- nazas de la turba incrédula.

En El Tránsito, localidad anexa a Vallenar, y lugar de incomparable corrupción, estuvieron ambos apóstoles para la novena de la Asunción. Muchos jóvenes y doncellas de veinte años nada sabían de Sacramentos, pero de diversiones. Dicha novena especialmente trocaba el pueblo en una sentina de escándalos, y en el día de la festividad llegaban al colmo los desórdenes, aumentados todavía por cuantos viciosos en- cerraba Vallenar. La misión fué enérgica, y el trueno ame- nazador de los sermones puso cierto coto a los excesos ha- bituales. No se necesitaba más para acalorar el despecho y rabia de los libertinos. Uno de ellos, en oyendo al P. Lamard que en la plaza hacía un fervo.rín, exclamó en un estallido de coraje: «¡Hay que pasarle, un freno mular a ese fraile!» Mas, a pesar de las mañas de tantos rufianes para esterilizar la obra de Dios, ésta produjo 166 confesiones, pero que cos- taron sudor y sangre a los misioneros.

Misiones en el norté

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En la Pampa, v illorrio más distante, si bien no preva- lecía tanto la irreligión, dominaba una ignorancia absoluta en asuntos de fe, debida a un completo desamparo espiritual. Los moradores dieron pruebas de buena voluntad: hubo allí 351 penitentes y cien bautizos; esta sola cifra demuestra La ausencia de sacerdote. El último día, llegó un tropel de gente de otra aldea, ubicada más en lo interior aún y más aban- donada. Gran número de ellos veían por primera vez a un ministro de Dios. Nacían, vivían, morían en iguales condicio- nes que los salvajes de las selvas vírgenes. Se les dio, cuanto se pudo, alguna instrucción religiosa, y la mayor parte de los Sac ramentos. Se marcharon después, llorando.

En Alto del Carmen, vice-parroquia, 210 mujeres, casi la totalidad, cumplieron con sus deberes de católicas. No así los hombres, indoctrinados, y afectos de la incredulidad de VaUenar: treinta no más se rindieron a Dios.

En San Félix, lugarejo de treinta humos, los dos apósr toles hallaron consuelos en las numerosas y extraordinarias conversiones de hombres. No pocos amancebamientos se di- solvieron; quedó en derrota el respeto humano; 380 almas se acercaron al Señor, cien varones participaron en el banquete eucarístico; noventa mujeres se inscribieron en una asocia- ción, cuyo fin era santificar el Domingo con preces y lectura edificante hechas en común, y que reemplazaran la Misa. Fué aquello un oasis de piedad en aquel páramo espiritual de la región.

En Retama, no había capilla siquiera. Los Padres se ingeniaron para construir una enramada que abrigase el altar, y se hospedaron en un miserable tugurio donde cuatro vieje- citas compartían con ellos su matecito. Grandes fueron ahí sus privaciones e incomodidades físicas, y no menores sus trabajos. Como la juventud toda, y aun buena parte de los ancianos, nada sabían de las cosas del alma, consumieron todo su tiempo catequizando, y así les fué posible dar 130 absoluciones.

En Carrizal Alto, ciudad de 2,000 vecinos, mineros y li- bres pensadores, les aguardaba nuevamente la guerra. Un periódico, «El Imparciab, desdiciendo de su título, arrojó bravatas aun antes de que llegaran los misioneros. «¡ Que no vengan acá esos frailes! decía en sus columnas, pues, no nos faltará tela que cortarles!» Fueron allá, sin embargo, y sin que les temblara el corazón. El pueblo los acogió con bene- volencia, pronto un numeroso auditorio rodeó el púlpito, y los secuaces del infierno perdieron sus bríos. Variaron en- tonces su táctica.. Dejando a un lado las tijeras con que de- bían cortarles tela a los obreros del Evangelio, cogieron otra vez la pluma. En una carta de mucho respeto y mayor ton- tera, propusiéronles una objeción sobre la inmortalidad del alma humana. A juicio de ellos, no se diferenciaba del alma perruna, y tenía el mismo destino. Contestóles el P. Lamard desde el púlpito, con algo de miramientos, pero también con

los

LOS REDENfORlsTAS en chile

una punta de ironía. Bastó esto para que aquellos filósofos de poquísimo caletre se dieran por satisfechos. Hasta decla- raron en su periódico que «los misioneros actuaban, todas las noches, a completa satisfacción de las beatas y de la gente creyente». Por desgracia, se redujo ésta a las 250 per- sonas, de las que sólo doce hombres, que se reconciliaron con el Señor. El gran estorbo a las conversiones era la moral libre que practicaban muchos y preferían a la estrictez de la divina Ley.

Cerro Blanco tenía menos incredulidad, pero mucho fer- mento protestante. Los dueños de minas, si bien eran ca- tólicos, no se cuidaban lo más mínimo del bien religioso de sus operarios. Las uniones ilícitas pululaban, el noventa por ciento de los niños nacían fuera de ley. En semejante pantano se atascó la misión: 75 almas volvieron a Dios, y un solo

Arco triunfal en una procesión de misión

hombre! Fué éste acosado de tantas mofas y persecuciones que hubo de renunciar su lucrativo puesto. Antes de arriar la bandera de su fe, prefirió perder su empleo e irse pobre. A la pandilla de ateos que entre burlas le despedían, contestó con intrepidez: «¡Me confesé, sí! y los que no lo hacen no son más que salvajes». Fué verdaderamente el Lot de esa Sodoma.

En Carrizal Bajo manifestó la población menos odio, pero igual indiferencia. El protestantismo y la inmoralidad devo- raban este rebaño. Mientras el pastor metodista dirigía a la gente una prédica semanal, el cura sólo la visitaba dos veces al año. Los Padres hicieron lo imposible para suscitar, en aquellos espíritus, la centella de la fe bautismal, cien perso- nas a penas dieron señal de vida católica. Los demás queda- ron insensibles a las amenazas del juicio divino y a las facilidades que les ofrecían los misioneros.

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Fragüita era pueblo casi pagano. Nunca se había cele- brado allí la Misa. Tan estupenda era la ignorancia religiosa que una mujer mandó un crucifijo para que lo bautizaran junto con los infantes. El protestantismo en tales condiciones, tenía vara alta en el lugar, y el pastor se mostró belicoso. Envió al P. Lamard un reto, provocándole a discusión pública. Como el papelucho traía, en cuatro renglones, tres barbaris- mos y catorce faltas de ortografía, el Padre lo comentó sa- brosamente en el púlpito. Herido en su soberbia, el ministros montó en cólera, y a manera de desquite, fué a interrumpir las predicaciones durante varios días consecutivos. Pero, tam- bién esa le salió mal. Escarnecido de todos, perseguido en la calle por la rechifla de los rapazuelos, hubo de huir cu- bierto de vergüenza. Esto no obstante, no vino la misión a todo el bien eme se esperaba; aunque no se dieron los Padres punto de reposo, tuv ieron la pena de dejar veinte hogares sin arreglo cristiano. Diez y ocho parejas no más recibieron la bendición nupcial.

En Morado, los habitantes no disimularon su simpatía para con los enviados del Señor, concurrieron a las reuniones numerosos y atentos, pero el respeto humano se' les atravesó en el camino y no pasaron más adelante. Fuera de once novios que se presentaron al pie de los altares, ningún hom-< bre cumplió con el deber religioso, y sólo sesenta mujeres se animaron a hacerlo. Tanto era el miedo que imponían los caciques de la impiedad.

En Huasco Bajo, se acomodaron los Padres en medio de las ruinas que formaban la aldea; no menores eran las de las almas. La misión consistió sobre todo en instruir ostag inteligencias desamparadas. De los moradores, setenta y cinco se acercaron a los Sacramentos, esto es buena porción de la totalidad.

En el Puerto de Huasco, el hielo de las conciencias era tal que veinte personas cuando mucho oían misa dominical. Ex- cusado es dq|ir que la inmoralidad reemplazaba el matrimonio cristiano. Rudo fué el trabajo de los misioneros, y a la postre reducida la mies: ciento veinte absoluciones, cinco casamien- tos cuyas parejas se señalaron después con el dedo. Con todo, la clausura de la misión fué festejada igual que un acontecimiento nacional: hubo banda, banderas, cohetes, jue- gos y remoliendas.

A primera vista, esta campaña de cinco meses, con sus quince misiones seguidas, produjo escasos frutos; así lo in- dica su número: 3,07ó confesiones, 3,275 comuniones, 122 matrimonios de los que 110 existían ya antes libre o civil- mente. Sin embargo, el beneficio real fué más hondo y de mayor alcance de lo que parece. A más de que las cifras alcanzadas sobrepujaron lo que se predecía, la consecuencia más importante de aquella labor evangélica fué restablecer y levantar a los ojos de muchos el prestigio de la religión. Las instrucciones dogmáticas les probaron que el culto divino

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y las prácticas de. la fe no son todavía, así como lo repetían los corifeos del ateísmo, antigüedades fósiles y buenas única- mente para salvajes. Las pláticas doctrinales refrescaron en las memorias las enseñanzas del catecismo. El respeto huma- no y el amancebamiento reinantes hubieron de hacerse atrás. La buena semilla que se sembró vino a germinar más tarde, en aquellos campos de cizaña. En efecto, cinco años más ade- lante, en 1906, otros Redentoristas recorrieron a su vez esos mismos departamentos de Atacama, y encontraron menos opo- sición y odios. Si bien en los demás pueblos de ambas co- marcas el número de penitentes no fué superior al de la cam- paña anterior, en la ciudad de Vallenar obtuvieron el triun¡fo inconcebible de 1.100 confesiones. Allí donde ia impiedad había estado tan combativa y feroz, setenta hombres pu- dieron arrodillarse a la M.esa divina, y los misioneros des- envolver todos los arbitrios de su celo, sin que los descreídos levantasen la voz ni moviesen un dedo.

En 1905, los mismos apóstoles habían evangelizado el distrito de Copiapó. Dieron primero en esta capital tres mi- siones simultáneas: su palabra halló algún eco en las almas. 1 .300 aprovecharon el paso de la gracia. Pero, en las siete poblaciones rurales, donde la incredulidad, la corrupción y el protestantismo rivalizaban en hacer la obra del infierno, su voz se fué a perder en el desierto. El promedio de abso- luciones fué de 76 por localidad.

En 1912, los hijos de San Alfonso desembarcaron en An- tofagasta, ciudad que no pisaban desde 25 años. Por desdicha, no dispusieron en ella de su completa libertad de acción; sobre todo, no les fué dable usar sus industrias y ceremonias tradicionales que tanto conquistan a las muchedumbres, y sin este brillo exterior salió la misión desteñida y muerta. La catequesis no fué frecuentada por los niños, el auditorio en la noche quedó bastante escaso, sólo la reunión matutina se lució con la asistencia de 250 señoras. El éxito general fué desconsolador. De 35,000 habitantes, 500 purificaron su conciencia! Los 80 hombres que concurrían al sermón se hi- cieron quince para el confesonario.

En 1916, Tacna y Arica abrieron también sus puertas a los Redentoristas. Durante una semana, dióse en ambas ciu- dades un curso de conferencias apologéticas y morales que cayeron, cual benéfica lluvia, sobre los espíritus. Volvió a Dios cierto número de personas principales que vivían aleja- rlas de los Sacramentos.

El mismo año, fueron los Padres nuevamente llamados a Antofagasta, y se les encargó un lindísimo programa: dar una doble serie de disertaciones dogmáticas, a caballeros y señoras por separado, en el templo de la vicaría; discurrir en el teatro sobre temas actuales de sociología cristiana, en provecho e ilustración de los obreros, y al mismo tiempo instituir allí una semana social de trabajadores; predicar la Octava del Corpus y hacer una cuidadosa preparación de los

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liceístas para la primera comunión. El plan era magnífico, pero no dio en el punto. El mismo Obispo había enviado tarjetas invitantes a 250 caballeros; no obstante esta finura, sólo quince acudieron a la conferencia inaugural, y en con- secuencia se suprimieron las demás; un centenar de prole- tarios convinieron al curso de sociología; 120 señoras fueron a oír los discursos apologéticos; cuarenta alumnds fiscales se arrodillaron en el comulgatorio; una asistencia mediocre si- guió la Octava eucarística, y un reducido grupo de almas de- votas dieron al Señor los homenajes y consuelos de la co- munión. La menguada fe de los más, la cobardía y vergüenza de muchos, la falta de una tempestiva propaganda, la omisión forzosa de los convites domiciliarios, tales fueron las causas que malograron la espléndida empresa.

Consoláronse los Padres en Tocopilla, en donde predica- ron tres misiones simultáneas: en la iglesia parroquial que se. llenó desde la primera noche, en el hospital y en la cárcel. Mediante las invitaciones personales de casa en casa, la vi- sita a los enfermos, la variedad de procesiones y ceremonias, repartieron 500 absoluciones y 800 hostias. Desgrac iadamente, la población masculina se mostró reacia,. Si bien 120 hombres frecuentaron el templo en demanda de las conferencias espe- ciales que se les había anunciado, no fueron más que ?>7 los que dieron el paso decisivo de la penitencia.

En diversas épocas. La Serena, Coquimbo, Illapel fueron teatro de las misiones ligorianas; ofrecieron el mismo espec- táculo, si no del mismo antagonismo de parte de los incrédu- los, de igual apatía religiosa y de semejante facilidad de cos- tumbre. Por el contrario, cuando Iquique fué evangelizada en 1889, la concurrencia fué enorme, los transportes religiosos notabilísimos, el confesionario asediado, la satisfacción gene- ral y sincera, el fruto abundante y duradero.

Tal es el cuadro que presenta el apostolado de la Con- gregación en la región septentrional del país: muchos sudores y poca mies.

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La fundación en Cauquenes abrió a los Redentoristas un ilimitado campo de actividad apostólica en el sur. Escaso era el clero; misioneros casi no existían: dos Jesuítas en Concep- ción, algunos Franciscanos, un Lazarista en Chillán, eran los únicos obreros de la fe en aquella época para las comarcas meridionales. Por esto, no bien cundió la noticia de haberse instalado en el Maule los discípulos de San Alfonso, los curas

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de Quirihue, San Carlos, Linares. Chillan, solicitaron misiones y brindaron conventos. En el extremo sur, mayor aún era la necesidad espiritual, por la ignorancia y paganismo de los araucanos, por la reinante impiedad, por la desenfrenada pro- paganda del protestantismo..

En aquella zona, las misiones rurales fueron, en la ma- yoría de los casos, más penosas, más combatidas, más in- gratas, pero también más ayudadas por el brazo del Señor. Varias causales las vuelven allá tan difíciles. Una es la dis- tancia, muy considerable a veces, que media entre las caserías! y el centro donde han de establecerse los Padres. Por la imposibilidad material de conseguir un auditorio en la noche, se ven obligados a predicar y confesar únicamente en la ma-

Comunidad de Valparaíso, y reunión de superiores en 1924

nana, de lo cual se sigue forzosamente que la instrucción se hace a medias, la conquista de las voluntades es incompleta, los frutos de conversión son más efímeros. Otro impedimento es la falta o insuficiencia de iglesias. Se verifican las re- uniones en alguna casucha paupérrima o en una capilla más o menos arruinada, y esta incomodidad retrae fácilmente a los más delicados que temen el desaseo del local y el roce del poncho plebeyo. La merma de la fe constituye un tercer estorbo, y es el mayor martirio de los misioneros. En Coicoma (1914), sólo se confesaron los niños de la escuela: ningún adulto se dejó conmover por la palabra divina. En Campo Santo, en Filuco y varias otras poblaciones (1913), chicos y grandes rehuyeron acercarse a los Sacramentos. El medio único de vencer esa obstinación extraordinaria fué re-

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chazar, como padrinos de confirmación, a cuantos no pasasen previamente por el santo tribunal. Así hubo 215 absoluciones. Pero ¿cuál sería su valor, cuando caían en conciencias tan refractarias ?

En otros lugares, alguna superstición inveterada- es el o rollo de la gracia. En El Hoyo, por ejemplo, cierto rústico comerciaba con una supuesta imagen de San Miguel. Un plato de metal exhibía en relieve una figura de pez, sobre el cuaí iba ahorcajado el monstruo siguiente: cabeza de lechuza, ba- rriga enorme, alones de pájaro, cola maciza, brazos y piernas gráciles, puño blandiendo una saeta, una cuerda a guisa de riendas en la otra mano. En realidad, era un Cupido grosero. Tara cristianizarlo, su dueño le había pintado encima una dorada Cruz. La comarca entera tributaba culto al monigote, en casa de su pontífice Juan Pinar. En Abril se le celebraba solemne novena, con relación de fingidos milagros, banquete final, y mucho dinero en las alcancías del embaucador. Para poner remate a tan sacrilega bobería, los Redentoristas dieron allá varias misiones. A la de 1911 quince personas asistieron, en tanto que la bodega del pez-mono pululaba de devotos. Pinar triunfante tildó a los misioneros de canutos, y hasta predijo la infeliz muerte del P. Lamard en el plazo de doce meses. Para desenmascarar al revelandero, el mismo Padre tornó allá, y al verle rebosando salud los crédulos campesinos renegaron del impostor y de su Cupido, y siguieron unánimes ios ejercicios de la misión. El P. Javier Munier propuso al hombre comprarle la fuente supersticiosa, con el secreto fin de arrojarla al río; mas se negó éste con terquedad, por las pingües rentas que sacaba así de la estupidez popular. Días después, al caerse de su caballo, el mismo Padre se dislocó el brazo, accidente que nuestro farsante atribuyó a la vengan- za de su San Miguel, y que le devolvió todo su prestigio y sus necios parroquianos1. En 1913, los Redentoristas volvieron por tercera vez, pero con un decreto episcopal que vedaba enérgicamente, el culto del falsificado arcángel. Acompañados del cura y de un grupo de fieles se encaminaron a la casa de Pinar para fulminarle el edicto. El los aguardaba con dos- cientos hombres que disimulaban bajo los ponchos sendos látigos y escopetas, resueltos a defender el bendito plato a viva fuerza. Oída la sentencia condenatoria, el dueño del ídolo quiso hacer de ella burla solemne, y paseó procesionalmenle su pez-mono entre las aclamaciones de sus belicosos adora- dores. Mas, semejante reto a Dios no pudo quedar impune. A raíz de la misión, el sórdido y tenaz tramposo asistió a la muerte de dos de sus hijas, y vió otra tercera 'perder el uso de la lengua. Esto no obstante, no renunció a su embeleco que le traía a las manos redondos miles de pesos. Su ho- rroroso Cupido recibe todavía las devociones de los campe- sinos y él las mandas consecuentes. Este hecho evidencia cuán difícil es desarraigar las supersticiones populares y cuán profundo daño hacen a las almas.

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Una cuarta razón embaraza, y en parte malogra, los tra- bajos apostólicos en el sur: es la combinación de dos victos endémicos, embriaguez y amancebamiento, que predominan allá más que en lo restante del país. Así, por ejemplo, en Quilquén, de treinta casas veintiocho eran bodegones de licor. En Villarica, la mayor paríe de las estancias que cubren las orillas del río tenían patente para expender bebidas. La misma superabundancia de tabernas caracteriza casi todas las po- blaciones meridionales, y favorece singularmente esta pasión incorregible del alcoholismo. Peor todavía es la otra plaga. La faena primordial de los misioneros, en aquellas regiones, es descubrir y cristianizar las uniones ilícitas. En 1899, se legitimaron, en las campañas de otoño y primavera, 762 ma- trimonios, 437 en 190o, 410 en 1909. Pero ¿cuántos no se revelan? ¿cuántos se resisten a regularizarse? ¿ cuántos . des- aparecen para escapar a la invitación de los Padres? En Chi- guayante, los malcasados huyeron al monte no bien supieron que éstos se encaminaban a su hogar. En Chacayal y en Millapoa, parejas de viejos y empedernidos concubinarios se escabulleron veinte años consecutivos a fin de burlar el celo de los misioneros. En Pichil, hizo el P. Munier una verdadera batida por los campos, selvas y pantanos, para ojear una cua- drilla de amancebados que habían ido a ocultarse en ellos. Ahora bien, las causas del mal parecen ser múltiples. 1." La inmensa extensión de numerosas feligresías, la cual dificulta a los novios ir a la iglesia parroquial, y no permite a los curas visitar a menudo su muy dispersa grey. 2." El roce de los católicos con los protestantes: como éstos son de cos- tumbres más libres, su ejemplo contagia a aquéllos, desvir- tuando en muchos el sentido moral. 3.° La misma composi- ción e índole de las poblaciones, donde abundan individuos sin fe ni ley, colonos cosmopolitas en nada escrupulosos, ad- venedizos del norte que se refugian en el sur para eludir las pesquisas y rigores de la Justicia. De ahí proviene este con- tubernio tan común en las provincias australes. Por lo dicho, entiéndese que los sembradores de la palabra divina cosechan poco en aquel campo de las almas. Una porción de la semilla de sus enseñanzas o se esteriliza entre las piedras de la irreligión, o se ahoga pronto entre las espinas de los vicios. Además, otra parte es destruida por dos clases de pájaros dañinos, que son los incrédulos y los protestantes cuya pro- paganda es activa, incansable y belicosa. Los apóstoles de Jesucristo están combatidos mucho más en el mediodía del país que en las demás regiones nacionales.

Vienen a hacerles la contra, en primera fila, los in- crédulos. Las chusmas que habían sitiado el palacio episcopal en Concepción con insultos, pedradas y amenazas de muerte; las que habían apedreado en Traiguén al P. Bernardo, la- zarista y al señor Las Casas; las que habían impedido la misión en Temuco con su hostilidad desenfrenada, hicieron prever la guerra que declararían los enemigos de Dios a los

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hijos de San Alfonso. Esta fué cruda, como se juzgará por los extractos siguientes que escogemos en las Crónicas. En El Manzano, parroquia de Quirihue (1892), los ateos vecinos embriagaron al propietario en cuya casa se daba la misión, y organizaron una jarana infernal con bailes, vocerías y bra- vatas en el mismo patio que ocupaban los fieles. En Bu- chupureo, asaltaron la mansión de Fidel Espinoza, huésped de los Padres, rompieron los vidrios, le mataron un potro fino, y publicaron, en el periódico de Quirihue, artículos fu- ribundos contra «esos frailes retrógrados, los más audaces que se haya visto jamás . En 189"), al predicarse allí mismo OOT segunda vez, se hacían las reuniones en un granero. Cuatro libertinos idearon tirar manojos de cohetes, durante el ejercicio de la noche, con la esperanza de provocar un tn-

Comunidad de Cauquenes en 1924

cendio y el consecuente pánico. Otro calavera detuvo la ca- balgadura que montaba uno de los misioneros, le sacó el freno y la fustigó para que en su desatinada carrera botase y ma- tase al indefenso jinete. Eso de entrar a caballo o de dis- parar pistolas en las iglesias, con el fin de perturbar los sermones, ha sido corriente. En Ñame y en Bulnes (1897 . los hacendados imponen multa crecidísima a aquellos de sus inquilinos que asisten a las predicaciones. En las Vegas de Itata (1904), levantan siete enramadas junto a la capilla, y allí expenden licores, arman bailes, jaleos y escándalos que vuelven inútil el trabajo apostólico. En La Unión (1913) el diario local siguió una campaña satánica de calumnias v ul- trajes durante toda la permanencia de los misioneros. En Quitratúe. no sóIq un papelucho de mala muerte menudea

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LOS REDENTOR ISTAS EN CHILE

publicaciones violentas, sino que los secuaces de Satanás en- sucian la puerta del salón que se acondicionaba para capilla, se roban la campana, y amenazan atropellar a cuantos con- curran a las funciones sagradas. En Picbi-Pellabuén, concier- tan una serie de carreras hípicas y la erección de cantinas» permanentes, a fin de atraer a la gente y desviarla de las ceremonias espirituales. En Nacimiento (190(j) la pandilla de incrédulos recorre las calles con murga y asonadas, conminan a los Padres, los desafían groseramente y de mil maneras, bajo el amparo y connivencia de la policía. En Villucura (1905) un escuadrón de jinetes pretendió invadir la iglesia llena de fieles; deseosos de provocar los misioneros a la lu- dia, les dirigieron los más sangrientos ultrajes, y los mal- trataron a empellones hasta que el huésped de las dos víc- timas se interpuso y se atrajo la paliza de los energúmenos. En su furor salvaje, fueron a poner candados a las puertas de campo y sacar los puentes del río, a fin de que los vecinos no pudiesen acudir a los santos ejercicios. Aun más, detu- vieron a viva fuerza a los campesinos montados que vadeaban el agua y multaron a sus peones que rehusaban trabajar durante las reuniones de la misión. Por fin, amenazaron fusilar a los Padres en el día de su salida, de suerte que el propietario que alojaba a éstos los escoltó, rifle al hombro y con inquilinos armados, hasta dejarlos en seguro. En Ru- calhue (1905), una partida de libertinos arrojó piedras en el templo atestado de gente, disparó sus pistolas hacia el altar, forcejeó por entrar con sus cabalgaduras en el recinto sagra- do. En Petrobue 1912), un mozalbete asalariado se lanzó a galope tendido a través de la procesión en que se llevaba el Santísimo. En Cañicura 1917), un hombre fornido que per- turbaba la función religiosa se abalanzó al misionero, voci- ferando que «le iba a arreglar las cuentas al fraile», y no cejó en su brutal embestida hasta que los presentes lo arras- traron a la calle. En Río Negro (1913), uno apuntó con el revólver a uno de los Padres, otro en Concepción dejó clavado en la puerta de ellos un puñal significativo. Como se ve, se realizó para los Redentoristas la palabra del Salvador a los 72 discípulos: estuvieron allá como corderos en medio de los lobos.

A los impíos dan la mano los protestantes. Son en su mayoría metodistas norteamericanos. También hay sectas ale- manas e inglesas, pero de flojo proselitismo, y de pocas sim- patías con sus bermanos yanquis. Atestíguanlo así los hechos. En Quidico, los pastores metodistas hicieron implacable gue- rra a los misioneros, mientras que el presbiteriano inglés los hospedó generosa y cariñosamente. Son, pues, aquéllos, actives sembradores del error. Su campo de acción preferido son las comarcas más lejanas y desprovistas de -sacerdotes católicos, has inundan de biblias, folletos, hojas sueltas, discursos con- tra la religión romana. En las ciudades, abren capillas y ha- cen manifestaciones callejeras en los sitios más frecuentados.

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en las inmediaciones de las fábricas y centros obreros, A yeces regentan escuelas: asá tenían la de Purén, en 1908. Su doctrina está al molde de su cabeza., Juzgúese de una y otra por esta muestra, salida de los labios del pastor en Contulmo (1917): «¡ Muérese el catolicismo! En Norte-América, no queda ya católico alguno. Además, la religión romana no es la de Cristo. La prueba de ello está en el Apocalipsis. Allí se lee que ella está empapada en la sangre de los mártires: pues bien, esto prueba la crueldad del papismo y de su secta: y como la iglesia de Cristo es como él mansa de corazón, re- sulta de abí que la religión de Roma no es la de Cristo. También, nosotros los evangélicos somos más devotos de la Virgen que los católicos. Lo voy á demostrar. Creemos nos- otros que está ella en el Cielo; los romanos, por el contrario, no lo creen. La prueba es que piden todavía al Señor que la ponga en la gloria, repitiendo en sus plegarias a cada mo- mento «Dios te salve, María». Aunque muy necias, tales parrucluas no dejan de hacer mella en la credulidad de la plebe. Naturalmente, esos apóstoles de .Satanás son adversa- rios acérrimos de los de Cristo. En Victoria (1S9()'), se des- lizaron en el auditorio, e interrumpieron al predicador dándole repetido mentís. En Collipulli (1898), activaron su propaganda a la llegada de los Redentoristas, con un diluvio de papelu- chos, invitaciones y discursos. Ofrecieron hasta treinta pesos Ja suma de Judas) a los católicos que abrazaran entonces el protestantismo; prometieron un terno flamante a cuantos re- cibieran la confirmación de manos del pastor episcopal Arms, acudido para esto desde Concepción. En Los Sauces (1901 , se reúnen siete ministros para dar uña contra-misión: a media cuadra de la iglesia levantan una tribuna, y en sus declama- ciones ensartan ultrajes contra el clero y la doctrina católica, y calumnias contra los misioneros. En Quechereguas (1904 , el pastor entró en la iglesia durante la plática, sombrero calado y espuelas sonantes, y a grandes voces convidó a la gente para que saliese a oír su prédica. En Angol, temiendo el ministro que sus adeptos fuesen a las ceremonias apos- tólicas de la noche, los obligó severamente a concurrir a sus propias reuniones a la misma hora en que los fieles escu- chaban el sermón. En Pitrufquén (1912,, antes de llegar los Ladres, los metodistas recorrieron la población, y en una serie de conferencias y hojas sueltas se desataron en burlas c invectivas contra la fe romana, sus dogmas, sus institucio- nes, y mayormente la confesión. El año siguiente idearon algo mejor todavía. En la semana de la misión, celebraron un Congreso Internacional, compuesto de 1*20 delegados de Chile Perú. Argentina, y de 150 secuaces y curiosos: pronunciaron cuatro discursos diarios, ahogaron a un catecúmeno al bau- tizarle en el río Toltén. y terminaron volando a dinamitazos el Calvario y la Cruz que los Redentoristas acababan de erigir allí mismo. La lucha entre los discípulos de John Wesley y los hijos de San Alfonso ha sido, pues, bastante ardiente.

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LOS REUENTORISTAS EN CHILE

Uno de los afanos de éstos, en sus campañas, fue precaver la ignorante fe de los sencillos contra los embustes protes- tantes, ir en busca de .sus incautas víctimas y empeñarse en volverlas al redil de la verdad. Ruda labor, y por lo común, de escaso éxito. Algunas veces tuvieron el consuelo de re- conciliar a dos, tres, cinco tránsfugas de la fe, pero Son con- tados los que se rinden y abjuran luego. En Los Sauces, se requirió hasta cuatro misiones seguidas para extirpar la herejía en los espíritus. Sin embargo, hubo casos de rápida victoria. La misión en Lastarria no d'ejó al pastor, zapatero y hereje de siete suelas, sino a cinco papanatas como grey. En Antuco (1916), una novena en honor de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro dió en el suelo con la iglesia metodista. Pero es innegable que la constante actividad de los disidentes perjudica en gran manera a las almas. Fanatizan de tal suerte a algunos que los amarran a su perdición eterna. Muchos otros, aunque renuncien después a las pamplinas do los bíblicos, no por eso tornan a las creencias de su bautis- mo, sino que se estancan en un indiferentismo completo.

Por lo dicho resalta que el trabajo apostólico, en las provincias australes, sufre mucho más conflictos y estorbos en su desarrollo y alcance espiritual que en las demás zonas del país. Sus condiciones materiales llevan ej mismo ca- rácter. Júzguese de ello por los episodios siguientes. En Xe- grete, rio hubo quien acogiera a los Padres; tuvieron que alquilar ellos mismos un almacén donde pudieran reunir a sus oyentes. En La Unión, nadie se avino a proporcionarles cabalgaduras; les fué forzoso buscar en los alrededores, y arrendar bestias para proseguir su viaje. En Pilguén, antes de que llegasen a la casa donde forzosamente debían hospe- darse, el dueño de ella huyó con su familia, dejando al único mozo la orden de no servirles sino caldo y fréjoles; éste la cumplió tan bien que los Padres carecieron hasta de agua potable y de fósforos. En Quelén-Quelén, nadie consiente en albergarlos. Tienen que refugiarse en una casa arruinada. Mientras uno de los dos pordiosea, y a duras penas consigue, aquí un colchón, más allá unas sábanas, acullá tal cual fra- zada de dudosa limpieza, va el otro a ocho cuadras en busca de una miserable cama que debe él mismo portear a hombros cual mozo de cordel. El primer día, no hallando ningún ali- mento, quedaron en ayunas hasta las 9 1/2 de la noche, hora en que pudieron proporcionarse lo justo para untar el diente. , En lo restante de la misión, una infeliz mujer, que ajomala- ron por un peso diario, les guisó malamente lo poquísimo que traían algunos vecinos o que compraron ellos mismos con las exiguas entradas parroquiales. Por tales ejemplos déjanse sospechar cuántos sacrificios, privaciones, dificulta- des brinda el sur a los operarios evangélicos. Por esto quizá la Justicia divina los ampara y venga con mayor frecuencia y severidad que en cualquier otra región de la República.

Misiones en el süg

II!)

Hemos visto que, en Bu.hupureo, cinco descreídos hicie- ron guerra a los misioneros; pues La vindicta del Cielo los alcanzó a todos: rodó uno en una chuchoquera en plena combustión y lo sacaron de la hoya quemado y desollado; otro se volvió loco, y murió en un acceso de furor; expiró el tercero de repente en algún paraje solitario; caído el cuarto en la miseria, se suicidó; el último fué botado por su ca- balgadura, y molido a coces, en el mismo sitio donde había desenfrenado la del misionero cuya muerte tramaba. En Vegas de Itata, acababan los Padres de maldecir a unos bebedores que, desde el principio de la misión escandaliza- ban al pueblo, cuando uno exclamó al montar a caballo: «¡qué! a ver si me alcanza la maldición de esos frailes!). Tres segundos después yacía en el suelo, arrojado por su

Misioneros en viaje apostólico

corcel y con el brazo hecho añicos. En Los Bosques (1916). entre los que resistieron a la gracia hubo uno más impío y escarnecedor. El día siguiente a la clausura de la misión volvía de San Carlos, arriando un pacífico buey. Al llegar frente a la casa donde se había predicado, sin causa aparente se enfureció el animal, y de una cornada desentrañó a su conductor. En Tomé, el mismo año, otro impenitente amanece sin vida, en su lecho, el día posterior a la misión. En Santa Fe (190ó). dos borrachos de profesión se mofan de las ex- hortaciones de los Padres, y a la semana perece uno bajo las ruedas de una locomotora, y hallan al otro en una pra- dera, devorado por los perros como Jesabel. En la cordillera Velluda (1906), salió del sermón un campesino, insultando a los dos Redentoristas y blasfemando de la Cruz de misión. Cabilgó un trecho. De improviso, la bestia de un corcovo

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LOS REDENfORISTAS EN CHILE

feroz tiró a su jinete al pie de aquella misma Cruz, y lo dejó allí moribundo. En San Rosendo (1906), cierto mozalbete ha- bía azuzado una bellacada de muchachos para hacer risa de los sermones y ceremonias, y poco tiempo más tarde, en medio de la algazara de una trilla, moría triturado por los trotones de la era. En Cañicura (1917), un energúmeno in- tentó atropellar a caballazos a uno de los Padres. Frustrado ■en su venganza, se encaminó a su casa vomitando reniegos horribles; de repente se le encabritó la montura, y fué arro- jado el infeliz sobre una piedra que le fracturó el cráneo. En> Hualqui (1906), un individuo se marchó de la capilla diciendo a voces que no estaba para oír leseras; y a poca distancia, al atravesar la vía férrea tropezó en los rieles, y fué aplas- tado por el expreso que en ese instante pasó vertiginosa- mente.

Con igual rigor descargó el Cielo sus rayos sobre los despreciadores de los Sacramentos. En Cañicura (1911), un sujeto iba repitiendo, durante la misión, que eso de peniten- cia y absolución eran pamplinas y necedades, y que tanto valía confesarse con un tronco. Una tarde, paróse a mirar un álamo corpulento que dos trabajadores derribaban cuando de golpe crujió el árbol, y vino a tierra despachurrando al impío junto con su perro y su tordillo. «¡Ahora sí, exclamó el vecindario, se confesó de veras con un tronco!» En Coicoma 1913), otro individuo del mismo jaez rechiflaba Sacramentos, sermones, misioneros, cristianos fieles. El último día de la misión, pasó cerca de un árbol que un rayo había encendido. En esto, se desgajó una rama gruesa que dió sobre el sacri- lego burlón. Aturdido por el garrotazo, aprisionado entre las varas, no acertó a defenderse del fuego que prendió en sus vestidos. Sólo ocho horas más tarde algún transeúnte le des- cubrió enteramente carbonizado.

Estas terribles anécdotas, entresacadas de otras muchas, bastarán para evidenciar con qué solicitud sigue Dios las faenas de sus apóstoles. Tales intervenciones del Omnipoten- te les inspiran a ellos esta confianza inquebrantable que los sostiene en las dificultades, en la persecución, en los reveses de su ardua vocación,.

Misiones en Chiloé: Los hijos de San Alfonso abordaron allá en 1905, y hasta lo presente volvieron cada dos o tres años a las veintiséis islas habitadas del archipiélago. La época más propicia es el invierno. En la buena estación, la mayoría de los hombres están dispersos por el continente en demanda de trabajo y dinero. Llama la atención el crecido número de iglesias. Cada isla tiene una o varias; la de Lemny posee ocho en sus diez leguas cuadradas. Son de ma- dera, de tres naves, con doble hilera de columnas artísticas y bóveda de armoniosos arcos. Esta multiplicidad de santua- i ios tiene por objeto facilitar el acceso a la casa de Dios, acortando las distancias. A no ser así, muchos isleños no irían jamás al templo, por las lluvias torrenciales qué dos-

MISIONES EN EL SUR

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cientos días del año azotan la región y vuelven intransitables los caminos. Al lado de cada capilla se levanta la hospedería de los misioneros y se agrupan de cuarenta a cien casas, con un cementerio cercano. Uno o dos fiscales viven fronterizos de ella: son los genuinos reemplazantes de los caciques, y fueron instituidos por los Jesuítas en el siglo XVII. Incum- bíales entonces tañer las campanas para las preces domini- cales, cantar el rosario y demás oraciones, presidir la recita- ción del catecismo que debían saber ellos al dedillo, cris- tianar a los recién nacidos, asistir a los moribundos, amistar a los enemigos, y en las fiestas de mayor repique organizar las procesiones. Pues, idénticas son las atribuciones de los fiscales modernos que son como vice-párrocos laicos de sus respectivas islas. Al fiscal mayor le toca designar las fami- lias que. por turno, han de preparar la comida de los misio- neros. A las 9 1/2 de la mañana, llegan a la hospedería las familias que encabezan la lista, trayendo leña, asador, cu- biertos, provisiones; aderezan el almuerzo, sirven a los Pa- dres, y regresan a su hogar. A las cinco de la tarde les su- cede otro grupo, y así se reemplazan continuamente los gui- sanderos hasta el fin de la misión.

Concurren a ella todos los habitantes. Por las distan- cias, el mal tiempo y los peores caminos, se hace la primera reunión de las 10 a las 11 1/2; y la segunda de las 5 a las 7. No trepida esta generosa gente en recorrer cuatro leguas, descalza, bajo torrentes de lluvia, por vericuetos barrancosos. A chicos y grandes se les da abundante explicación doctri- nal. Su fe está aún intacta, de suerte que a penas uno que otro no aprovechan los Sacramentos. Pero es de notar que sólo se confiesan en las misiones, y aunque se intercalen va- rios años entre una y otra, no por esto se valen del ministe- rio del párroco. Este es ya un hábito secular e inveterado. La pureza de sus costumbres es igual a la de su fe, y si hay entre ellos algún concubinario, es malmirado de todos. Débese esta conservación moral en gran parte a las escuelas cuyos maestros son profundamente religiosos. Las frecuentan con asiduidad los niños de ambos sexos, por lo cual casi no se descubre analfabetos en las islas. Son todos muy amantes de ceremonias, y la misión los colma de gozo. La primera comunión reviste siempre mucha solemnidad, y a los chicos se les da un banquete en la ermita del lugar. Además de la procesión de penitencia, se hace una inevitable romería al i etnenterio con sermón sobre la muerte. En toda campaña apostólica, plántanse nuevas cruces conmemorativas. Pero cul- mina el alborozo en la procesión central de los santos. Cite- mos, a manera de tipo, la del año 1905 en la isla de Cal- Inu o. El día fijado, la iglesia parroquial se hermosea con guirnaldas de boj, ramos de olivos y centenares de luces; el altar mayor parece un foco brillante en un cerro de flores; se ha< c cada vez más vibrante el repique de todas las cam- panas. De pronto, de todos los puntos del mar surgen botes

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LOS REDENTORISTAS EN CHILÉ

floridos, con flámulas y banderas, envueltos en una humare- da de cohetes. Desde el puerto los saludan los clarines y tambores de los bomberos, los pífanos, violines y gaitas de la estudiantina. Al poco tiempo, atracan veinte lanchas, tra- yendo cada cual el santo propio de cada isla, aderezado en riquísima anda. En este momento, sale de la parroquia la de la Virgen, llevada al encuentro de los santos que acaban de aportar. Al llegar a cierto trecho del primero, el fiscal da una señal, y acto continuo los portadores de ambas angarillas doblan una rodilla de suerte que las dos estatuas se hacen una venia reverente. Tres veces se acorta la distancia, y otras tantas se renueva' el mutuo saludo hasta que se juntan uno y otro santo, y se dan un beso de devotísima bienvenida. Para cada cual de las estatuas se repite la misma recepción ritual. Cuando el último ha desembarcado, resuenan los or- feones, revientan los voladores, y la muchedumbre en dos filas se dirige a la iglesia. Allí, colócanse las andas sobre veinte mesas dispuestas en la nave principal, y se celebra la misa solemne. En la tarde, sube la fiesta a su apogeo. Los 17 fiscales, luciendo su esclavina dorada, se alinean en (-1 presbiterio. Con un cirio grueso en la mano izquierda y e! vetusto rosario en "la derecha, entonan el canto de los miste- rios, y modulan la primera parte de los Padrenuestros y Avemarias. La multitud les contesta, usando las tradicionales melodías. Después de este rezo armónico que dura tres cuar- tos de hora, se ordena la pomposa procesión. Todas las don- cellas ciñen una corona de flores, los llevadores de andas se visten del traje nuevo que con esta ocasión estrenan, bis bomberos ostentan sus repulidos cascos, los músicos afinan sus instrumentos, los coheteros aprontan sus petardos. En seguida, los 17 Patronos del archipiélago desfilan bajo veinte arcos de triunfo, entre hileras de gallardetes y banderas, en medio de un estruendo de repiques, cánticos, vítores, explo- siones de todo calibre. Es la población insular entera la que festeja así su renuevo espiritual, germinado en las siete mil absoluciones que los misioneros han repartido en los cuatro meses de su campaña apostólica. Estos barqueros y pescado- res tienen realmente la misma sencillez, buena voluntad y entusiasmo que los de Generaset, y reciben la visita miseri- cordiosa del Salvador con igual cariño espontáneo y profundo. Estas expediciones australes son penosas, sin duda alguna, por las privaciones materiales más grandes, las lluvias con- tinuas, el abrumador trabajo de predicación y enseñanza; pero, el fruto espiritual compensa de sobra todas estas pe- nalidades.

Aportaron también los Redentoristas en la isla -<\Iocha». Desde 1911 dan la misión, casi anualmente, a los doscientos insulares que la habitan, privados de todo auxilio religioso en lo restante del tiempo. Menos aventajados que los chilo- tes, no tienen escuela ni ven jamás al párroco, y la impiedad de los anteriores concesionarios ha desteñido el alma de va-

Misiones en el súi*

rios de estos infelices. Es, por lo tanto, muy grande el bien espiritual que se les hace a esas pobres almas.

Misiones entre araucanos. Según un estadístico, sobre- viven aún 00,000 indios en la parte meridional del país, cuya mitad persevera en su primitivo paganismo. Se han agrupado en reducciones los menos rebeldes a la civilización, pero los más ocultan sus rucas aisladamente en las quebradas y bos- quecillos, para que no los descubra el maligno espíritu de los vecinos. Redúcese su religión a la creencia en un Ser invisi- ble y ubicuo, que prepara recompensas y castigos. Sus prác- ticas supersticiosas se refieren todas al pillán, o demonio. Con el fin de espantarlo y amoverlo clavan, en las llanuras, calaveras de caballos; cuando pretenden desenojarle, ofrécenle sacrificios de animales, y hacen la gran procesión llamada

Comunidad de Los Angeles en 1924

«pillatún», con solemne aparato musical compuesto de cuer- nos, pífanos de madera, trutrucas o flautas de dos metros de largo. Su sacerdote es el machi, curandero, adivino y brujo. Por medio de bebidas, hechas con hierbas misteriosas, entra éste en un sopor lívido, y luego en un delirio infernal y contorsiones espantosas, efectos, según ellos, de la presen- cia de los espíritus. Tales demonomanías le dan al machi un considerable influjo sobre las tribus de sus congéneres y contribuyen a mantenerlos en su paganismo. Desde 1840, los Padres Capuchinos trabajan en la evangelización de aquellos infelices, pero su cosecha de almas no corresponde a su abnegación, aunque sus escuelas y sus talleres esperan re- generar las nuevas generaciones. Son muy pocos los mapu- ches que abrazan el catolicismo de veras, repudiando sus vi- cios de raza. La poligamia que los amarra en sus lazos; la

LOS REDENTORISTAS EN CHILE

trata de sus hijas que venden al mejor postor; el robo y la ratería que juzgan compensación legítima por las tierras que los blancos les arrebataron; el amor invencible a la vida li- bre, nómada y perezosa; ninguna convicción respecto a la fe cristiana; y más que todo la borrachera, vicio nativo y en- démico, que practican ya en el secreto de sus rucas, ya en común cuando se reúnen por miles para celebrar sus juegos olímpicos de chueca, o sus parlamentos solemnes, o sus ma- lones y conjuros., embriaguez que se prolonga entonces du- rante doce días consecutivos: tales son los obstáculos que se oponen a su definitiva conversión. A los doce años, inauguran mi vida de crápula, y sube a tal grado su pasión que, por unas botellas de aguardiente, truecan un caballo o una yunta de bueyes. Su beodez es a menudo feroz, y el campo de fiestas se vuelve con frecuencia campo de batalla. Pues, en los años 1918-16, los Redentoristas fueron, por excepción, a evangelizar en terreno araucano, pero con éxito minúsculo. En la reducción de Pilguén, ningún indio se movió para asis- tir a la misión que se daba en el pueblo inmediato. En Los Notros, fueron a oír las predicaciones, aguijoneados por la curiosidad; pero, cuatro no más consintieron en cristianizar su matrimonio. En Quidico, aglomeración de 1,500 almas, aunque la mitad de los mapuches eran bautizados, llevaban vida enteramente pagana, y los Padres no hicieron entre ellos ningún fruto. En los alrededores de Bajo Imperial, ni siquiera los niños hicieron caso de los misioneros: seis chicos y veinte indiecitas siguieron el curso de doctrina, y sin el menor re- sultado práctico. La razón de esta indiferencia y de esta vuel- ta a la gentilidad, parece ser doble: la primera es la faci- lidad con que, a veces, se confirió el bautismo a los arauca- nos, sin someterlos primero a una prueba seria de catecúme- nos; y es la segunda la facilidad con que admiten y aun buscan dicho sacramento, no por convicción, sino por interés. Miran en él la superioridad moral y supersticiosa que ad- quieren sobre sus compañeros paganos, y sobre todo hallan en él la oportunidad de lograr una ganga material, ya sea la protección de sus padrinos contra los vejámenes de los demás blancos, ya sea los regalos en ropa y licor que suelen hacer éstos a sus ahijados. Por igual motivo, traen con en- tusiasmo a sus párvulos que hacen rebautizar cuantas veces pueden. En Donguil, presentaron de golpe a 180 infantes para el agua y la confirmación; como era del todo imposible ave- riguar si habían sido ya cristianados, exigieron los misione- ros, al menos para la paz de su conciencia, que los mejores católicos de la comarca llevasen al baptisterio esta multitud de criaturas, hecha por aquéllos la solemne promesa de vigilar después a sus ahijados y de establecer para ellos varias es- cuelas. En Nolguehue, se ofreció el mismo fiscal a hacer en seguida los cursos de enseñanza catequística. Así y todo, se comprende que no arraigue la fe en almas tan primitivas y viciosas. Los mismos indios católicos ignoran los misterios y

MISIONES EN' EL SUR

1 25

rezos de nuestra religión; si mandan sus hijas a los pen- sionados que para ellas dirigen algunas religiosas, es única- mente para que la educación recibida les permita venderlas más caro a algún marido. De los treinta mil paganos que sobreviven, los más de los adultos se resisten a convertirse por su odio a los blancos, en quienes ven, y por desgracia con razón, a los exterminadores de su raza y a los depreda- dores de sus tierras. En una reducción, preguntaron ante todo a los misioneros si acaso había españoles en el cielo; y a la respuesta afirmativa replicaron: «Siendo así, preferimos ir con nuestros abuelos antes que es.ar con esos aborrecidos blan- cos». En otro pueblo, un gran número de caballeros y señoras se habían brindado a apadrinar una veintena de indios. In- vitado un cacique a elegir al que le gustaba más para asis- tirle en la pila, respondió al Padre con franca fiereza: «¡A ninguno! Porque después vendría como tal a mi ruca, primero cariñosamente, en seguida para hurtarme mis ovejas ; más tarde se apoderaría de mis tierras, y por fin se robaría mi misma ruca». Explica este episodio la aversión araucana al cristia- nismo; las injusticias de los colonos son una de las causas principales que remachan a aquellos desgraciados en el gen- tilismo. Donde se convierten a la fe con mayor facilidad es en las cárceles, en donde el alejamiento de sus selvas los hace más dóciles. En Nueva Imperial, los Padres bautizaron a cuarenta, bastante bien instruidos. En Temuco. por medio de un intérprete, les fué posible doctrinar a treinta y regene- rar a veintisiete; como bigamos, los tres restantes debían arre- glar previamente con su cacique el repudio de una de sus mujeres.

Como se ve. es trabajo muy ingrato evangelizar a los hijos de la indomable Araucanía; y por lo dicho resalta cuán meritoria es la tarea que absorbe allá el abnegado celo de los Padres Capuchinos y Franciscanos.

Misiones en Magallanes: Estaba dicho que a ningiina porción del país negarían los Redentoristas su celo. En Marzo de 1904, fueron dos de ellos a dar dos misiones en Punta Arenas. Ciudad del materialismo y cosmopolita, más fría aún en el alma que en el clima, a penas fué a escuchar la pa- labra de los apóstoles. De diez mil habitantes, sólo cuatro- cientos se acercaron a los Sacramentos, a pesar de haberse repartido 1,500 esquelas de invitación. En la vice-parroquia Las Tres Puentes, la indiferencia fué mayor todavía, y no hubo más que 18 comuniones. De ahí pasaron a la aldea El Porvenir, única población de la Tierra del Fuego. En el sur de aquella comarca, vegetaban aún quinientos salvajes Onas; los demás habían caído bajo las balas criminales de los colonos, o bajo los asaltos de la implacable tuberculosis. Recogidos algunos por los hijos de Don Bosco en la isla Dawson, escaparon, al amparo de la Cruz, a la tiranía de los blancos. Estos, ingleses y norteamericanos en su mayoría, cpie recibían una libra esterlina por cada homicidio de Onas,

L2é

LOS RÉDENT ORISTAS ¿HILÉ

desmontaron la parte septentrional de la región fueguina, y poseen en la actualidad dos millones de hectáreas en dehesas. Naturalmente, más atentos a sus ganados y a sus minas que a los intereses de su alma, protestantes los más, aco- gieron a los dos operarios evangélicos con la más desconso- ladora frialdad. Trece personas aprovecharon la presencia de éstos para arreglar los asuntos de su conciencia; los demás estaban demasiado afanados en derretir la grasa de sus ca ballos y ovejas para pensar en Dios y en la eternidad.

CONCLUSIÓN

127

CONCLUSION

ahí La relación sucinta del establecimiento, desarrollo, actividad de los Redentoristas en Chile . Este medio siglo corrió, para ellos, bajo el acertado gobierno de doce vice-* Provinciales, cuyos nombres y apellidos quiere la gratitud

mcmop esro . •,:

Q VAM H-

Redentoristas canonizados o en vía de serlo

de los subditos estampar en este librito; son los Muy Re- verendos Padres Pedro Didier, Alfonso Aufdereggen, Jerónimo Scbittly, Agustín Desnoulet, Antonio Yenger, Alfonso París. Augusto Rover, José Kern, Eduardo Pernet, Marcelo (irand- messe, Arístides Lamard, Carlos Donoso.

Se han sucedido en los conventos 144 sacerdotes y 38 Hermanos legos; y quedan en la actualidad 41 sacerdotes y

128

t-OS REDENTORISTAS EN CHILE

18 coadjutores. Los demás se han dispersado, o llevados en alas de la obediencia al Perú, Colombia, Ecuador, Francia. Bélgica, Suiza, n arrebatados por la ósea e irresistible mano de la Muerte. Cincuenta y cinco de los coristas yacen ya en el sepulcro, de los cuales veintitrés duermen su último sueño .en esta tierra eme han evangelizado, al lado de ocho her- manos legos, sus émulos en la santificación y generosidad; quedan, pues, muy reducidos. ¡ Ojalá vengan otros para reem- plazar a los que desaparecieron, dejando vacía su celda y más destituido de operarios el vastísimo campo de las almas! ¡ Ojalá sea permitido a los Redentoristas proseguir, durante años sin fin, su obra de celo y conversiones en este querido país de Chile! En retorno de la hospitalidad material que él continúe brindándoles, aquella Orden le dará el cariño, ora- ciones, trabajos, y la existencia de sus hijos, y sólo pedirá para ellos, como regalo supremo, una tumba en donde aguardar la resurrección general, y la entrada triunfal en el Cielo a la cabeza de todos los chilenos que, a costa de su vida apos- tólica, hayan ellos arrebatado a Luzbel!

INDICE

Páginas

Capítulo í. Breve reseña ele la Congregación. . . ¡)

Capítulo II. Llegada ele los Redentoristas a América

y Chile 1!)

Capítulo III. Toma de posesión y establecimiento. 17

Capítulo IV. Obras apostólicas en la iglesia San Al- fonso 2'd

Capítulo V. Fundación en Cauqueries del Maule. . . '■]')

Capítulo VI. San Bernardo. . . 54

Capítulo VII. Valparaíso (>(>

Capítulo VIII. Los Angeles . . 7(5

SEGUNDA PARTE

Obra apostólica de los Redentoristas en Chile

Misiones en general '.'"i

Misiones en el norte 104

Misiones en el sur ; 111

Conclusión. . . . ." L27

Princeton Theological Semínary Librarles

1 1012 01344 6044