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1886.

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NECROLOGÍA

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Doctor D. TOMÁS DE CORRAL Y ONA

PRIMER MARQUÉS DE SAN QREQORIO.

¿Q«é «f U rftpidei del rapor, ni liqniera U eleetrí- eidad, oontrapneata i la velocidad con qne se haoe el Tiióe de la rida i la eternidad?

El Mabquís dx Molutb.— Tomo TV, vág, VL

Aún no habrá olvidado esta Real Academia la inusita- da pompa con que recibió en su seno el día 8 de junio de 1879 al insigne Doctor en Medicina y Cirugía D. To- más de Corral y Oña, primer Marqués de San Gregorio.

Los preparativos que se hicieron para su recepción, recuerdo que picaron un tanto la curiosidad de los que vieron á nuestra Junta administrativa separarse de los usos observados en otras recepciones.

Y á decir verdad, no faltaba motivo para ello; porque siendo proverbial la modestia con que esta Corporación se presenta en todos sus actos, en el de que se trata pa- recía como que le acompañaba algo de extraordinario, algo que le impulsaba á vestirse de gran gala, y llevar la solemnidad de la ceremonia á términos desconocidos por la costumbre.

Se proyectaron algunas reformas; se recorrió aquella

parte del edificio, cuyo aspecto convenía mejorar; se pin- tó, alfombró y decoró la escalera; se contaron cuidadosa- mente los asientos, á fin de que las esquelas de convite no excedieran al número de aquéllos, y finalmente, se vio que, á pesar de tan laudable celo, aún faltaban y ha- bía que improvisar, en muy escasas y contadas horas, varios objetos de ornamentación que no poseía la Aca- demia.

Su mobiliario no se recomendaba ni por lo artístico, ni por lo abundante, ni por lo joven; sus terciopelos y damascos habían lucido ya en muchas festividades; vajilla sólo existía en el Diccionario; se necesitaba un si- tial que fuera digno del que había de ocuparlo, y falta- ban otras cosas que no se podían allegar oportunamente: pero hay una Providencia para los sanos de corazón, y en el caso á que aludo, esa Providencia fué nuestro ge- neroso Director, que, espléndido como siempre, puso á disposición del Cuerpo académico cuanto hubo menester para ostentar en el acto público el posible decoro, y sa- lir del compromiso con no escaso lucimiento.

Porque compromiso, y no exento de apuros, fué el en que se vio la Academia en aquel solemne día. Antes que al nuevo companero tenía que recibir á un personaje de incomparable importancia, que iba á dispensar á la Cor- poración, ocupando el puesto más preeminente, un ho- nor del que jamás había gozado en los ciento sesenta y seis años que contaba de existencia. Esta egregia perso- nalidad no era otra que la del cuarto nieto del augusto fundador de nuestro instituto: era la del joven é ilustrado Rey de España D. Alfonso XII, que había significado su deseo de presidir la ceremonia, para honrar en la perso- na de un leal servidor, al imponerle la medalla, la perso-

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na de todos y cada uno de los demás señores académicos.

Si aun entre Príncipes produce cierta alteración y des- usado movimiento la visita de un colega de estirpe Real, ¿qué no acontecerá cuando se trata de corporaciones que sólo tienen costumbre de recibir la visita de otra clase de Príncipes que, aunque muy admirados y aplaudidos, ca- recen, salva alguna excepción, de los atributos propios de la majestad de la realeza? Afortunadamente S. M. el Rey D. Alfonso XII no es descontentadizo ni ceremonio- so: educado en la desgracia, sabe colocarse, sin afecta- ción ni extrañeza, en las varias situaciones que ofrece la vida, y hay quien asegura haber oido de sus labios que fué muy dichoso las horas que en aquel solemne día pa- só rodeado de los doctos varones, á quienes ya amaba y conocía, á los unos personalmente, y á los otros por lo ilustre de su fama, creyendo que á su contacto y á la at- mósfera científica que se respira en estos salones, debe que sus discursos oficiales sean ahora, más que lo fueron antes, fáciles, correctos y castizos.

En aquel solemne día aconteció lo que acabo de indi- car, y en él tomó posesión el Sr. D. Tomás de Corral de la silla M, que había dejado vacante el fallecimiento de nuestro inolvidable amigo y compañero, el distinguido ju- risconsulto Sr. D. Francisco Cutanda, y ¡cuan breves son las humanas alegrías! Parece que fué ayer cuando felici- tábamos al sabio Doctor por su merecido ingreso en la Academia madre, ¡y hoy desconsolados volvemos á en- contrar vacío el sillón que ocupó y llenó con honra pro- pia y grande aprovechamiento de nuestras áridas tareas! Aún suena en mis oídos el eco de su voz cuando con in- dulgente bondad contestaba las impugnaciones que los no facultativos dirigíamos á tal cual definición de pala-

bras científicas, definición inmejorable debida á su mu- cho saber, y ya aquella voz no la volveremos á oir, pues quedó extinguida para siempre.

Pocos hombres como el Sr. Corral habrán emprendido el camino de la vida con menos comodidades, y muy po- cos también habrán llegado á su término más legítima- mente honrados, mereciendo como él plácemes y aplau- sos de cuantos conocían su aplicación y laboriosidad, apreciaban la rectitud de sus miras y veneraban su des- interés y constante pasión de ser útil á sus semejantes.

La exposición de algunos datos de su paso por el mun- do, confirmará la exactitud de estas verdades.

Nació el Sr. D. Tomás de Corral y Oña el día de San- to Tomás de Villanueva, 18 de septiembre de 1807, en el Palacio que en la villa de Leiva á la sazón poseía el se- ñor Conde del Montijo, y al presente es propiedad de su sobrina la señora Condesa de Teva, Emperatriz que ha sido de los franceses. En el mismo Palacio nació también su hermana Doña Regina, quien, como el Sr. Corral, ha dejado descendencia.

Fueron padres de ambos D. Fernando de Corral y Do- ña Eustaquia de Oña, empezando el D. Tomás á conocer la desgracia desde muy temprano, pues tuvo la de perder á su señor padre en 1813, es decir, la de quedar huérfa- no cuando aún no había cumplido seis años de edad. Pe- ro el distinguido académico á quien hoy conmemoramos sin duda había nacido, como vulgarmente se dice, con buena estrella, y no debía ser arrollado por el infortu- nio como tantos otros huérfanos desvalidos.

Adquirió con suma facilidad los conocimientos corres- pondientes á la primera enseñanza que pudieron propor- cionarle los dómines de la villa de Leiva, y al cumplir

diez años fué llamado á Madrid (1817) por su tío mater- no D. Víctor de Ofia, que desempeñaba la Contaduría de la Casa y Estados del señor Duque de Frías.

Ya una vez en Madrid, y conquistadas con su genial viveza y natural donaire la voluntad y protección de su tío Oña, emprendió esa lucha con lo desconocido á la que frecuentemente se entregan los caracteres enérgicos, y en la que siempre vencen los alentados de corazón y los espíritus superiores.

Se dedicó á estudios de mayor importancia que lo ha- bían sido los frecuentados en la villa de Leiva, y lo hizo con tanto ardor, que en breve tiempo trabó estrecha amistad con los clásicos griegos y latinos, analizó y sabo- reó los primores de ambas literaturas, y cursó dos años de Derecho; cuyo estudio interrumpió y después dejó, á consecuencia de haber sido trasladada la Facultad de De- recho á la Universidad complutense.

Entonces fué (1824) cuando se decidió á cursar la Me- dicina, y perseverante en su propósito, siguió su estudio y lo coronó, llegando al doctorado con las notas más bri- llantes que pueden obtenerse en carrera que está reputa- da por una de las más arduas, complejas y de mayor res- ponsabilidad en su ejercicio.

En el año de 1832 era ya Ayudante profesor, por opo- sición, en la escuela de Medicina, y un poco más ade- lante, tacnbión por oposición, ganó una cátedra de la Facultad en el antiguo Colegio de San Carlos, cuyos no- tabilísimos ejercicios causaron tan favorable impresión en el ánimo de sus jueces y auditorio, que puede asegu- rarse fueron el principal cimiento de la fama que en gra- do ascendente le ha seguido en su juventud, en su vejez, y parece que ha de recordar su memoria, perpetuando

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su vida aún más allá del sepulcro en que hoy reposa.

Fué, pues, en 1832 cuando principió á levantarse el astro amigo del Sr. Corral, astro de brillo constante y sereno, durante el medio siglo que ha tardado en recorrer su camino, á partir de su oriente, hasta hundirse en el ocaso. Desde dicho año datan las recompensas, distingui- dos honores, justas satisfacciones y alegrías que obtuvo y gozó el novel Catedrático, merecido fruto de tantas vi- gilias, aplicación y sacrificios que hizo de todo género por descifrar los enigmas, poseer los arcanos y penetrar en las profundidades de la ciencia. Además de Ayudante profesor, y después Catedrático, fué también Biblioteca- rio de la Facultad, cuyo departamento ordenó y procuró enriquecer en la medida de sus fuerzas, siendo igualmen- te por este tiempo elegido individuo de número de la Real Academia de Medicina, y elevado á su presidencia por la misma reiteradas veces en distintas épocas.

Y aquí hemos llegado á uno de los periodos de la vida del Sr. Corral, que sin ser tan brillante y ruidoso como lo fueron algunos otros suyos posteriores, es sin embar- go uno de los que más le honran y hasta digno de envi- dia, por reflejarse en él algo de aquella dulce felicidad que las sagradas escrituras atribuyen á los primitivos Patriarcas.

Elegida por su corazón una tierna compañera, que ha labrado su ventura desde los albores de la juventud hasta recoger su último aliento: explicando desde la cátedra con la seguridad y reposo que prestan el profundo cono- cimiento y magistral dominio de la materia que se expli- ca; amado, casi idolatrado, por sus numerosos discípu- los: creciendo de día en día su popularidad, y solicitado el auxilio de su práctica lo mismo de las humildes encin-

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tffis qne se hospedaban en sótanos y guardillas, que por las ilostret damas que habitaban en suntuosos palacios; tríonfando en todas partes con su desirva, su portentosa habilidad de los casos más arduos y complicados de la es- pecialidad científica que tan acertadamente cultivaba, es indudable que tal reunión de satisfacciones produciría en el célebre tocólogo un bienestar moral del que sólo dis- frutan los hombres sinceramente modestos, que ven col- madas sus aspiraciones y sienten tranquila y alegre la concienda.

Lo jovial de su excelente carácter, sin degenerar nun- ca en famiEar; sus distinguidos modales; el delicado tacto que em^eaba en su trato social, y la fe y pleno conven- cimiento que inspiraba su saber, le pusieron en posesión de una clientela tan numerosa, que á ser el Sr. Corral avariento, le habría enriquecido materialmente; pero ya se ha dicho que con la misma asiduidad y cariño asistía y socorría á los pobres más desdichados, que prestaba sus servicios á los proceres más favorecidos por la fortuna.

Ocurrió por entonces un suceso desgraciado, que, sin la menor intervención directa ni indirecta del Dr. Corral, fué, no obstante, origen de su futuro engrandecimiento.

S. M. la Reina Doña Isabel II se hallaba, como dice la moderna cultura, en estado interesante. Llegada que fué la hora del regio alumbramiento, sea porque en la Real Cámara hacía bastantes años que no habían ocurrido esta clase de pavorosos accidentes, ó sea porque como se dijo (no si con verdad) el facultativo manipulante hubo de perder la serenidad en el acto que le era más necesario conservarla, es lo cierto que S. M. la Reina dio á luz un robusto Príncipe de Asturias, pero muerto, cuya desgra- cia, según de público se dijo, hizo prorrumpir al señor ge-

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neral Narváez, Presidente entonces del Consejo de Minis- tros, en la siguiente frase: <Está visto que de aquí en adelante los Grobiemos de España tendrán también que aprender á partear. >

No se sabe si por espontánea referencia de las Damas de S. M., á quienes había asistido D. Tomás de Corral, con éxito feliz en casos análogos, ó por cual otro con- ducto, se enteró S. M. la Reina, cuando más adelante volvió á encontrarse con síntomas de nuevo alumbra- miento, de la notable aptitud del Catedrático de la clíni- ca de obstetricia en la Facultad de Madrid, para practi- car lo que elocuentemente explicaba á sus discípulos en la cátedra; pero conocida es la sorpresa con que recibió el digno Profesor, hallándose explicando en aquélla la lección del día, un recado por el que se le rogaba que con urgencia se presentara en la Real Cámara, para asis- tir como facultativo á la Reina Doña Isabel.

Esto acontecía el 20 de diciembre de 1851. El Dr. Co- rral suspendió la explicación, y se dirigió sin pérdida de momento al Real Palacio. Asistió á S. M. con su recono- cida pericia, y en el mismo día la augusta parturiente dio á luz con toda felicidad una Princesa de Asturias, á S. A. R. Doña María Isabel Francisca de Asís, hoy In- fanta viuda del señor Conde de Girgenti, y modelo de al- tas Damas por su privilegiado entendimiento, notoria ca- ridad y severa práctica de todas las virtudes.

Tan complacida quedó S. M. la Reina de los cuidados que con ella empleó el Sr. Corral y Oña, que significó su voluntad de que en cuantos hijos se sirviese el cielo en- viarle la asistiera el docto Profesor de la clínica de obs- tetricia de Madrid, y así se realizó en efecto; pudiendo el actual Rey de España y sus augustas hermanas afirmar

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con absoluta exactitud, que la primera mano amiga que tocaron al pasar los umbrales de la vida, fué la mano in- teKgente y leal del que se apellidó después Marqués de San Gregorio.

Las mutuas y repetidas muestras de simpatía que pro- digaron las Reales personas á Corral, y de respetuoso afecto de Corral á las Reales personas, establecieron en- tre todos unas relaciones tan cordiahnente cariñosas, que los Príncipes miraban y trataban al Dr. Corral con la de- licada benevolencia que pudieran mirar y tratar á un in- dividuo de la Real familia, mientras que el Dr. Corral cuidaba y contemplaba á los Príncipes con un interés, un esmero, un amor como si fueran sus propios lujos. Y es- tos lazos tan íntimos, formados en tiempos de grandeza, fortuna y esplendor de la Corona, fueron aún más estre- chos cuando llegó para la misma la hora de la desgracia. En seis años de voluntaria expatriación, con abandono de todos sus intereses, demostró Corral á su infortunada Reina y Real familia su noble gratitud y leal constancia, y que aquellos lazos formados en la prosperidad, en hom- bres de su carácter, sólo podían ser rotos por la mano de la muerte.

Sin abandonar todavía los tiempos que precedieron en más de quince años á la revolución de septiembre, debo hacer mención, si bien ligeramente, de las mercedes con que fué honrado y los cargos públicos que desempeñó el Sr. Corral, indicándolos por orden cronológico.

En 1852, después del nacimiento de la señora Infanta Doña Isabel Francisca, le condecoró S. M. con la Gran cruz de Isabel la CatóUca.— En 1853, y lo cito entre los honores que alcanzó el Sr. Corral, por ser uno de los me- nos vulgares que se obtienen en la vida, nuestro altísimo

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poeta D. Ventura de la Vega le dedicó una deliciosa epís- tola en íáciles esdrújulos, en la que revela^ además de las propias condiciones del carácter del autor, la suma esti- mación en que tenía éste al Sr. Corral como hombre y como facultativo. (Véase el Apéndice núm. 1.)— En 1855 recibió el nombramiento de Rector de la Universidad Central, en la que dejó tan gratos recuerdos (habiéndole desempeñado por espacio de ocho años), que mereció que el primer Cuerpo docente de España lo eligiera reiterada- mente para que llevara su representación en la Alta Cá- mara legislativa,— En 1857, merced de título del Reino con la denominación de Marqués de San Gregorio, Viz- conde de Oña, En 1858, sucedió á su maestro y compa- ñero D. Juan Francisco Sánchez, como primer médico de Cámara. En 1859, S. M. ornó el pecho del ilustre Mar- qués con la Gran cruz de Carlos III, y al volver á España lucía además las grandes cruces extranjeras de San Mi- guel de Baviera y Cristo de Portugal. Perteneció simul- táneamente á los Reales Consejos de Instrucción púbUca y Sanidad del reino, llegando á ejercer la Vicepresiden- cia de este último distinguido Cuerpo consultivo.

Y en verdad que antes de que le veamos partir para la emigración, debo dejar consignado un hecho, no de gran interés, pero curioso, porque da alguna idea de las opiniones políticas del Dr. Corral, y de la especie de pre- destinación á ser médico de Príncipes con que lo consi- deraba un individuo de su familia.

Tenía D. Tomás de Corral, cuando apenas mediada la primera guerra civil, un primo en las filas carlistas, lla- mada D. Simón T. de Corral. Era éste comandante del batallón de Guías de Álava, que daba la guardia á Don Carlos^ el cual primo le escribió una brevísima carta en

la que textualmente le decía: <Toinás: el Tío (aludiendo á D. Garlos) me trata con distinción; vente y serás su médico.» A lo que contestó nuestro D. Tomás con el pro- pio laconismo: <Simón: Muchas gracias; no puedo com- placerte; soy miliciano nacional.»

Años adelante, cuando el Marqués de San Gregorio fué nombrado primer médico de Cámara de S. M. la Reina, le decía el mismo pariente, ya entregado á más pacificas tareas: «Estabas destinado á ser médico de altísimas per- sonas; hoy veo con gusto hermanados mis deseos y tus opiniones.»

No se distinguió, ciertamente, por lo exagerado de ellas el Sr. Corral: más hombre de ciencia módica que de cien- cia política, profesaba ideas templadas equidistantes de todo extremo: respetuoso y tolerante con los que procla- maban otras, no se empeñó jamás en controversias para convencer ni ser convencido, porque ya lo estaba de que tan grato resultado no se conseguía nunca entre los más hábiles y fecundos polemistas. Filósofo de los que poseen abundante jugo en el corazón, trataba á toda clase de personas con exquisita cortesía y suma benevolencia: á todos por igual prestaba los auxilios de su profesión; fa- voreció cuanto pudo á los menesterosos, y no creo aven- turar nada asegurando que el Marqués de San Gregorio fué de los pocos hombres que en el mundo recorren sen- das muy largas, sin tropezar en ellas con un solo ene- migo.

Por eso á mis ojos tiene tan relevante mérito su vo- luntaria emigración á tierra extraña. El Sr. Corral era umversalmente querido en Madrid: la revolución no se había hecho por él: nadie le perseguía, ni había por qué; y aunque su numerosa clientela remuneraba sus serví-

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cios dignamente, permitiéndole vivir con decorosa abun- dancia, el Sr. Corral era el único apoyo de una extensa familia, y no poseía, á pesar de su elevada posición, lo que entre nosotros se llama una fortuna; se hallaba en camino de encontrarla permaneciendo en Madrid; pero ante el repentino cúmulo de desgracias que abrumó en 1868, á la familia Real: al ver á los Reyes, sus bienhe- chores, descender del trono, y tristes, silenciosos y resig- nados, buscar asilo en suelo extranjero, el Sr. Corral no vaciló un instante en cumplir con el deber de todo sub- dito leal que abriga un corazón noble, honrado y agra- decido, y sin cuidarse de más, siguió á sus Reyes al des- tierro.

Desde Pau á París, á varios pueblos de la costa de Nor- mandía, á Munich, á Suiza, y vuelta á París, siguió á los Augustos proscriptos, tomando parte en sus gravísimas penas y marchitas alegrías.

Sirvió, sin embargo, al Sr. Corral de supremo lenitivo en sus tristezas: primero, la dulce compañía de su esposa, la de sus lindas hijas solteras, la de su hijo Marcelo, Ben- jamín de la familia, y en algunas temporadas la de su hijo primogénito señor Vizconde de Oña; y segundo, que con grata sorpresa observó que no obstante hallarse fue- ra de su patria, no lo parecía; pues encontró en el pro- fesorado de los lugares por donde transitó, conocidos, más que conocidos, amigos que habían examinado sus obras científicas, y que consideraban y distinguían á su autor con el aprecio y cariño que se considera y distin- gue á un antiguo compañero que vuelve á su país des- pués de larga ausencia.

Y como el Sr. Corral era uno de esos hombres que su- ben de concepto á medida que se los trata, resultó que, á

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poco de residir en París, ya concurría á conferencias y consaltas médicas, invitado por sus comprofesores de la Sorbonne, del Hotel de Dieu, Laríboissiere y de otros no- tables establecimientos donde se estudia, enseña, cura y asiste á la humanidad doliente; con cuyo ejercicio fué ensanchando el círculo de sus relaciones, y empezaron, como le había sucedido en España, á ser solicitados sus servicios facultativos por considerable número de en- fermos.

Tan cierto es que la poesía, las ciencias, las Bellas ar- tes, y sobre todo el talento, tienen el mundo por patria, que si el Dr. Corral hubiera permanecido más tiempo en París, habría encontrado mayor clientela que la que ha- bía dejado en España, y por consiguiente, mayores me- dios de subsistencia; pero llamado que fué el Príncipe de Asturias por previa y espontánea abdicación de su Au- gusta Madre, á ocupar el trono de sus mayores, el señor Marqués de San Gregorio, como diligente guardián de la salud del joven Monarca, á cuya persona ha profesado siempre una adhesión sin límites, volvió á establecerse en España y se vio honrado seguidamente con el alto puesto de Jefe de la Facultad de Medicina y Cirugía de la Real Cámara de D- Alfonso XII.

Pasaba ya de los trece lustros la edad del señor Mar- qués, edad en la que se van insinuando la debilidad del humano organismo, la necesidad de sustituir con mayor reposo los afanes de la vida activa, y la de entrar de lle- no en el goce tranquilo de las comodidades conquistadas en la edad viril; pero nuestro querido amigo parece que estaba destinado á representar el movimiento continuo, porque, en vez de consagrarse al descanso, emprendió á

deshora una serie de fatigas á que no estaba acostumbra-

t

do, y se expuso á peligros materiales que sólo se arros- tran, y hasta con cierto abandono, cuando se posee una organización dotada de la fuerza y entusiasmo que gene- ralmente acompañan á la juventud.

Nueva demostración de que el Sr. Corral no tenía ja* más para nada en cuenta sus conveniencias personales, aun cuando se tratara del cumplimiento exagerado de sus deberes.

S. M. el Rey, con el plausible deseo de enterarse por del estado de la guerra del Norte, y acelerar en lo po- sible la terminación de sus estragos, acordó ponerse al frente del ejército, en el que hizo gloriosamente sus prue- bas de soldado. Y allí fué en pos del Monarca el casi sep- tuagenario Marqués, batiendo los ijares de un caballo por montes y valles, sin perder un instante de vista la persona de su Rey, á la que parecía como que deseaba envolver en su cariñosa mirada para ponerla á cubierto de las balas enemigas.

La Divina Providencia tuvo á bien, en las dos campa- ñas que hicieron (1875 y 1876), librar á uno y otro de los graves riesgos y azares á que se expusieron, y ambos vol- vieron felizmente á la corte, habiendo ganado el señor Marqués de San Gregorio, y añadido á sus condecoracio- nes, la Gran cruz del Mérito Militar con distintivo blanco, y además la medalla de Alfonso XII, que se concedió al ejército en su última campaña.

El postrer honor que alcanzó^l Sr. Dr. Corral en este mundo, fué el otorgado por la Real Academia Española, eügiéndole individuo de su número; honor que, aunque muy grande, y uno de los que más lisonjeaban y satisfa- cían al que lo obtuvo, no parece excesivo atendidos sus extraordinarios merecimientos, y la avanzada edad en

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«(oetomó posesión de la silla que, desgraciadamente, sólo ha podido ocupar durante unos tres años.

En ellos ha sido para los señores Académicos más que un buen compañero un amantísimo hermano. Apenas cualquiera dolencia les molestaba, aparecía Corral espon- táneamente al lado del lecho del enfermo, y allí pasaba largas horas prodigando el consuelo de sus consejos y su ciencia. Así lo practicó muy especialmente en la rapidí- sima enfermedad que arrebató á las letras y al cariño de sos amigos, al inolvidable Selgas, á quien no abando- nó hasta después de haber recogido la muerte sus des- pojos.

Gomo prueba de su actividad intelectual y laboriosidad académica, debo dejar también consignado que de las 140 juntas que celebró esta Corporación en el tiempo que perteneció á ella el señor Marqués de San Gregorio, asis- tió á 123, es decir, á todas menos 17 á pesar de la enfer- medad de once meses, que concluyó por separarlo para siempre de entre nosotros.

Y aquí sería oportuno, para terminar este mal perje- ñado bosquejo de la vida y muerte de un hombre digno por muchos conceptos de general estimación, decir algo de las obras científicas y literarias que dio á la estampa en el curso de su larga, laboriosa y bien aprovechada existencia; pero como ya las conoce esta Real Academia, y se enumeraron en la contestación que á nombre de la misma se dio al discurso de recepción del Sr. Corral, pa- recería redundancia que debe evitarse, sobre todo en es- critos que, como el presente, se limitan á rendir un mo- desto tributo de cariñosa amistad á la buena memoria de un compañero ilustre, y no á Irazar punto por punto la historia de sus hechos y dichos en los setenta y cinco años

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que duró su peregrinación por la tierra. Diré, sin embar- go, que á las obras enumeradas hay que añadir un filo- sófico y elocuente discurso leído en la sesión literaria que celebró el 4 de junio de 1881 la Real Academia de Medi- cina en honor de D. Pedro Calderón de la Barca, bello discurso, de exquisito sabor literario, y la postrera de sus producciones en la que el Sr. Corral hizo con singular erudición y maestría <La exposición textual psicológica de algunos afectos tratados por Calderón.»

No brillan sus obras por la cantidad; pero y mucho por la calidad, habiendo merecido que algunas de las ob- servaciones contenidas en su tAño clínico de obstetricia^ y enfermedades de mujeres y de niños;» las hayan pu- blicado, comentado y juzgado ventajosamente sabios pro- fesores de los «Archivos de la Medicina Belga;» y otros no menos notables de París; y si sus graves y continuas ocupaciones no se lo hubieran impedido, habría dado ci- ma á su monumental obra ^Historia de la Filosofía Mé- dÍGa^> de la cual como gallarda muestra nos ha dejado la introducción, que forma un tomo de los seis que debían comprender y encerrar todo el tesoro de su saber y larga práctica.

Decía yo al Sr. Corral en el día de su ingreso en esta Corporación: <Deseo vivamente á mi antiguo amigo toda >la salud, toda la longevidad que habrá menester para >llevar á feliz término su obra favorita.»

¡Desgraciadamente para su familia, sus amigos y la ciencia, no se han cumplido mis deseos! Aquella natura- leza sana, fuerte y vigorosa, se fué lentamente debilitan- do y al cabo se rindió á una enfermedad, que puede de- cirse, ha sido la primera y la última que realmente ha conocido. Un catarro á la vejiga le atormentó por espa-

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CÍO de once meses, cayo padecimiento soportó con una paciencia ajena á la viveza de su carácter, y una resig- nación tan grande, como grandes eran y profundamente arraigadas en él sus creencias religiosas.

En junio del año anterior se agravó en términos, que el paciente creyó llegada su última hora, y á pesar del dictamen facultativo, pidió con insistencia y hubo de ad- ministrársele la Extremaunción. Recibióla con cristiana entereza, y admiró á los afligidos circunstantes la humil- de tranquilidad con que se preparaba á salir de este mun- do transitorio.

Todos sus hijos le rodeaban: todos lloraban procurando ocultar sus lágrimas: á los pies de su lecho estaban la vir- tuosa Marquesa, que no se había separado del enfermo un solo instante, y su primo político el Sr. Dr. D. Gabriel de Alarcón. Saliendo de sus meditaciones pidió á su hijo D. Marcelo, que era con el que mejor se entendía y con el que hizo sus dos salidas á campaña, le leyera algunos párrafos del testamento de Alfonso de Cuenca, conocido también por Alonso Ghirino de Guadalajara, párrafos dig- nos del más severo asceta, dechado admirable de filosofía cristiana, y que en el estado extremo que el paciente se encontraba, podía considerarse como la ñnal despedida que éste daba á los deseos, dones, esperanzas y pompas terrenales, para comparecer ante el Sumo Hacedor limpio y libre de toda impureza, de todo pensamiento material.

Pero aquella lámpara que parecía iba de un momento á otroá extinguirse, volvió de nuevo á brillar. Merced á los atentos y cariñosos cuidados de su médico de cabece- ra Dr. San Martín, y de sus compañeros y amigos los doc- tores Alonso Rubio, Alarcón, Gástelo, Gamisón y Santero, 6xx)erimentó tan notable mejoría, que muchos creímos

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vencida su dolencia. Pudo dejar el lecho, salió en carrua- je algún día, y en el del último alumbramiento de S. M. la Reina fué á visitarla, si bien hubo que subirle sentado en un sillón por las escaleras de Palacio.

Finalmente, aprovechó aquella benéfica mejoría para expresar á esta Academia su cariño y gratitud, haciéndo- le donación de una obra portentosa cuyo valor debe con- siderarse como superior á todo encarecimiento. «El autó- grafo de la tragi-comedia del Bastardo Mvdarray del gran Lope de Vega, Fénix de los Ingenios.» Ofreció igualmente remitir una mascarilla del Padre Feijóo, tan luego como le fuera posible comprobar su autenticidad. (La comunicación que sobre estos particulares dirigió el señor Marqués á la Academia, y la parte del acta en que se dio cuenta á la misma de la donación, aparecen en el Apéndice núm. 2.)

El sensible fallecimiento de su hijo político Sr. Villau- rrutia, ocurrido en aquellos días, debió impresionarle tan- to, que volvió á recaer, sin que ya fuera posible á los doc- tos profesores que le asistían, rehacer aquella organiza- ción quebrantada por tan largo padecimiento.

Desde su lecho de muerte y sumido en extrema debili- dad, ha gozado, sin embargo, del inefable placer de con- templar reunida á toda su honradísima familia. Allí esta- ban para recoger su último aliento y cerrar piadosamente sus ojos, su esposa, sus hijos, sus hijos políticos los señores de Uhagón y de Silvela, D. Luis, con quien ha consultado todo lo concerniente á sus postreras disposiciones; sus nietos, primos y sobrinos, de quienes se despidió con voz balbuciente y desfallecida, rogándoles queno se afligieran por él que no estaba ya aquí sino allí.

Estas fueron las últimas palabras que pronunció Don

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Tomás de Corral y Oña, Marqués de San Gregorio, al de- jar el mnndo para siempre á las tres de la mañana del día 14 de diciembre de 1882.

El Senado, los cuerpos científicos han dado elocuentes muestras del profundo sentimiento que les ha causado la pérdida de tan distinguido español, y recientemente la Sociedad Ginecológica española ha consagrado en el pa- raninfo de la Universidad central una solemne sesión para ensalzar la memoria del Sr. Corral, su querido é inolvi- dable Pr^idente de honor.

Debo concluir, señores, este humilde tributo con una reflexión, que por ser triste, la considero muy adecuada al estado de nuestro espíritu en estos momentos.

He observado que en ninguna parte se nota lo fugaz que es la vida, como en esta Academia. En los años que tengo el señalado honor de pertenecer á ella, y no soy de los más antiguos, he pasado por el dolor de ver des- aparecer á treinta y ocho de sus individuos; es decir, la totalidad y dos individuos más del número á que asciende el cuerpo académico.

Aún me parece que los veo: aún me parece que oigo su voz discutiendo sentados en torno de esta mesa y de- rramando raudales de elocuencia y sabiduría. Martínez de la Rosa, D. Ángel Saavedra, Pidal, Bretón, Vega, Gil y Zarate, Pacheco, Pastor Díaz, Alcalá Galiano, Gonza- lo Brabo, Aparisi y Guijarro, P. Escosura, Olózaga, Oli- van, Segovia, Catalina, Ochoa, Guendulain, Ríos Rosas,

Hartzenbusch, Ayala, Selgas, San Gregorio hasta

completar el número de treinta y seis, todos eran ayer ornamento, delicia y gloria de la patria; hoy ya no son

más que un recuerdo vago de lo que fueron: mañana

¡quién sabe lo que serán!

Por eso el espíritu de los que hemos sobrevivido á tan- to estrago, debe abismarse en hondas meditaciones,

«contemplando ¡cómo se pasa la vidal ¡cómo se viene la muerte

tan callando!»

¡Que Dios haya concedido á las almas de todos el eter- no descanso, y mire con igual misericordia las de los que más ó menos pronto hemos de seguir á nuestros amigos y compañeros!

He dicho.

Madrid 49 de enero de 1883.

T. Rodríguez Rubí.

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APÉNDICE NÚM. 1.

A MI AMIGO

KL

ExcMo. Sr. D. TOMÁS DE CORRAL.

No pienses que esta epístola, Corral Excelentisimo, Va dirigida al célebre De Hipócrates discípulo. Por más que yo, sin brújula, Bogue en estrecho círculo. Sin que tus sabios recipes Den al bajel más ímpetu: No tanto aflijo el ánimo De este doliente mísero El ver la ausencia ct'ónica De su Doctor científico, Gomo las dulces pláticas Del amigo carísimo No oir, ni en grato diálogo Darnos placer recíproco. Lo que es en cuanto al mtklico, Si de mi casa el címbalo Tocase, y dentro viéralo Fuera con é\ brevísimo. Solamente dijérale Que ante el poder febrífugo De las plateadas pildoras Que introduje en mi físico, Y gracias á la pócima

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Con que Simún el químico Purgó mi región ínfima De materiales rígidos;

Y á la virtud benéfica De aquel sabroso líquido Producto del cuadrúpedo Que con Balón fué explícito; Ya mis repuestas visceras, Merced á estos antídotos, Con su morboso cómplice Han roto el fiero vínculo.

Y dócil ya mi estómago Digiere el néctar índico, Que en espumante jicara ¡Es de mi gula el ídolo! Si bien no tan benévolo Suele mostrarse el picaro Cuando la carne sólida, (Aunque de tierno vítulo) Envuelta en jugos gástricos Baja al duodeno crítico,

Y toca por sus trámites En la región del hígado. Ya allí más climatérico Se presenta el capítulo; Que el abdomen atónico Se eleva timpanítico.

La digestión, por último. Cuesta trabajos ímprobos; Mas se hace; y presto el órgano Vuelve á su estado prístino.

En estos días plácidos En que venciendo el frígido Rigor, el numen Deifico Mostró su rostro vivido; Salí, según sus órdenes, En alquilón vehículo,

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Del ambiente atmosférico Á aspirar el oxígeno. Mas ni aun con ese método Place al Dios soporífero Que de noche mis párpados Cierre sueño pacífico.

Esto al Doctor dijérale; Mas no podré decírselo; Que de mi hogar doméstico Tocar no quiere el címbalo. Tú, pues que de ese prófugo Amigo eres tan íntimo, Según es fama pública, Condal amabilísimo; de mi parte búscale,

Y díle que mi espíritu Se apoca melancólico Si no entona mi físico. Que un régimen dietético Me imponga, y yo solícito. Más que el Corán los árabes, Guardaré sus artículos. Díle que si algún mérito Halla en mis versos líricos,

Y de escritor dramático Me otorga el alto título; Torne á este cuerpo lánguido Vigor que mi estro rítmico Encienda; y de mi cítara Verá que al son dulcísimo Canto su nombre célebre, Que es ya de salud símbolo;

Y acaso al suyo uniéndole Suba mi nombre altísimo.

Marzo de 4853.

Vbntüra Vega.

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APÉNDICE NÚM. 2.

ExGKO. Sbnor:

Al felicitarme mi antiguo y muy querido amigo el Excelentísimo Sr. D. José de Olózaga por la elección que la bondad de la Real Academia Española había hecho en mi favor para individuo de su número, me regaló la tragi-comedia-autógrafa de El Bastardo Mu- darra, de Lope de Vega, procedente de la librería de su ilustre her- mano D. Salustiano. Y como yo he creído siempre que documentos de esta importancia están mejor custodiados y conservados en las Bibliotecas y Archivos de las altas Corporaciones del Estado, que en las casas particulares, sujetos á las vicisitudes necesarias en la vida de las familias, pensé desde luego en ofrecer el precioso autógrafo del gran poeta dramático á esta Real Academia. En su virtud, hago donación absoluta y ruego á la Real Academia se digne aceptarla, no por consideración al donante, inmerecida siempre, sino para hon- rar ima vez más la gratísima memoria del Fénix de los Ingenios.

Tengo también en mi poder, hace ya cerca de cuarenta años, la mascarilla del Padre Feijóo encerrada en una urna, cuya portada do- rada y de no mal gusto, tiene en su base esta leyenda en letras pla- teadas sobre fondo rojo:

Religionis Cultor Veritatis Amator F, Benedictus Feijóo.

Y en la orla, en letras doradas sobre fondo negro, se lee:

Natus Die 8/ octobris Aun 4676 Obüt Die 26 septemb Ann 4764.

Tenía también pensado ofrecer á la Real Academia este recuerdo histórico que me entregó el Padre Hilario Lainz y Lanz, monje be-

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oedictino, que ha fallecido hace poco siendo Deán de la Santa Igle- sia Metropolitana de Valladolid; pero afortunadamente me honraron con su visita tres individuos de la Academia, y uno de estos dignos é ilustrados compañeros me insinuó la idea del grado de autentici- dad que podría tener este recuerdo del sabio benedictino, y esto fué bastante para suspender el envío á la Real Academia, hasta averi- guar, como lo espero, si es la mascarilla original, como lo parece por la forma y las lineas de la portada de la urna, que corresponde ai gusto artístico do la época del fallecimiento del autor del Teatro critico.

La dignidad de la Academia no consiente autenticidad dudosa en objetos históricos de este género.

Dios guarde á V. £. muchos años.— Madrid 4 de octubre de 4882.

Marques db San Gregorio.

En el acta de la Junta de la Academia celebrada en 5 de octubre de 1882, en la cual se dio cuenta de la comunicación anterior, se leo lo siguiente:

cDe naestro compañero el Exorno. Sr. Marqués de San Gregorio.

»(La Academia quedó enterada de una comunicación de ) rogando

»á la Acadeoüa qne se sirva aceptar el borrador que le envía de la i»tragi-comedia El Bastardo Mudarra^ escrito y firmado por su aii- >tor el Fénix de los Ingenios, y ofreciendo remitirle también una •mascarilla de Feijóo si, como espera, logra comprobar su auten- «ticidad.

9La Academia acordó que el Sr. Director tuviese la bondad de vi- •sitar al Sr. Marqués de San Gregorio y le diera cordialísimas gra- ncias por su inestimable fineza, en nombre de la Corporación.»

D. ANTONIO FERRER DEL RlO.

Cumplo, aunque demasiado tarde en verdad, la prome- sa que hice de escribir para nuestra Academia el artículo necrológico referente á mi buen amigo elExcmo. Sr. Don Antonio Ferrer del Río, trabajo á que me obligué, cre- yendo que no me sería difícil adquirir noticias acerca del finado, de las cuales unas han llegado á lentas y tar- días, y otras ni tardías siquiera, no he podido alcanzar- las. Corriendo sin parar el tiempo, y según me dejan ver mis achaques, para harto presuroso, trato de recoger en estas breves páginas lo poco que de la persona, extendiéndome algo más acerca de las obras de Ferrer del Río, dejando á más diligente ó feliz investigador tra- zar la historia del hombre, que no es tan importante, para la Academia en particular, como la del literato. En este último concepto he conocido yo mejor á Ferrer que en el otro: semejanza de posición, igualdad de aprendizaje y ejercicio y de ciertos gustos ó inclinaciones, hubieron de crear entre ambos franca y duradera amistad; deseme- janza de otras y otros impidieron la intimidad del trato, que deja saber ó no permite ignorar la vida interior del amigo.

Fué D. Antonio Ferrer del Río natural de Madrid, ha- biendo nacido á 12 de junio de 1814, de padres en mo-

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desta posición, que se ocupaban en el comercio. Quien haya conocido, sobre todo en sus últimos años, á Ferrer, quien recuerde su más que mediana coi*pulencia, se per- suadirá con dificultad de que nació y principió á criarse con débiles facultades físicas, que traían desasosegado á su padre, por lo cual, consultando á un módico sobre lo que debería hacer para que el niño adquiriese la robustez necesaria, no muy común por cierto en los que somos hijos de esta coronada villa, dijo al padre (quizá más como hombre de humor que de ciencia) que lo que necesitaba el chico para fortificarse sólo era comer bien y mucho, consejo que practicó el padre con feliz resultado, y que siguió constantemente el hijo mientras le duró la vida. Fueron sus estudios, no de carrera facultativa completa, latin, griego, matemáticas, francés, italiano y taquigra- fía, arte que algún tiempo tuvo no poca importancia, por ser contados los que aparecían sobresalientes en ella y necesitarse más para dar cuenta de las sesiones de nues- tros estamentos, donde principió á trabajar Ferrer en el año 1836, distinguiéndose desde luego en las redacciones de periódicos por taquígrafo excelente, fácil é infatigable redactor para ellos. Hizo diversas traducciones del fran- cés que le dieron fama, en términos de no poder satisfa- cer por todos los encargos que se le traían, y tener que valerse de algún auxiliar poco diestro, que le sirvió nada bien en la traducción de la Historia universal de César Cantú.

Residió algún tiempo en la Habana, escribiendo ar- tículos de diarios, que firmaba con el nombre de El Ma- drileño; volvió á España, y en 1846 dio á luz un volu- men en 8.* marquilla, con el título de Galería de la lite- ratura española^ colección de biografías en que entraban,

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á la ligera referidas, las de principales literatos de Espa- ña, casi todos entonces vivientes.

Con respeto y amor están escritas las de los Sres. Don Manuel José Quintana, Duque de Rivas, D. Antonio Gil y Zarate, D. Patricio de la Escosura y D. Joaquín Fran- cisco Pacheco; también con amor y con respeto las de D. Alberto Lista, D. Juan Nicasio Gallego y D. Francisco Javier de Burgos; con poco respeto y menos amor la de D. Francisco Martínez de la Rosa. Defendió noble y justamente al insigne D. Manuel Bretón de los Herreros, á quien habían dado en la manía de estimar en poco es- critores que valían harto menos que él, y eran muchos y escribían de continuo; fué duro en demasía con D. José Mariano de Larra y algún tanto con D. José Zorrilla y D. Antonio García Gutiérrez; muy cariñoso con D. Tomás Rodríguez Rubí y con el que hoy le paga mal en este pobre artículo, cuya insignificancia, sin embargo, le quita peligro.

Échanse en aquella como revista menos los nombres de D. Félix José Reinóse, D. Serafín Bstébanez Calderón, D. Juan Arólas, D. Pedro de Madrazo, D. Manuel Fer- nández y González, D. Antonio Ribot y otros, al paso que el de D. Juan Pérez Calvo aparece, poco merecidamente, incluido. Por el contrario, hubiera sido de desear que no se hubiera acordado Ferrer de la Sra. Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, á quien trató desabridamente, como también al que fué después dignísimo Secretario de nuestra Academia, D. Antonio María Segovia. El juicio que hace de D. Bartolomé José Gallardo es, aunque des- piadado, más disculpable. La galería de la literatura es- pañolaj primer libro que publicó Ferrer, poco meditado, y escrito en poquísimo tiempo, no anunciaba la solidez y

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baen tino que había de distinguir á otras producciones sayas, una de las cuales vio la luz á los cuatro años.

Eu efecto, en el de 1850, imprimió el libro intitulado Decadencia de España: historia del levantamiento de Castilla. Aquí ya es otro el escritor, y aun otro parece también el hombre. Con fecha de 2 de marzo del mismo año 1850, había la Academia Española abierto certamen sobre el turbulento reinado del Rey D. Pedro, y Ferrer, en su Historia de las comunidades de Castilla en los aOos 1520 y 21, se muestra digno aspirante al premio que obtuvo después unánime de nosotros. Desde luego da buena idea del escritor, que para un libro poco volumi- noso eligió aquel período histórico, breve, pero lleno de incidentes varios, en que figuran personajes diferentísi- mos de fisonomía y de carácter, que dan á la narración el más vivo interés. Quizá descubre nuestro compañero alguna animosidad contra Carlos V, á quien ordinaria- mente llama Carlos de Gante^ el cual hace en su libro papel desairado. Mas por entonces no era Garlos el insig- ne guerrero que fué después, ni era español, ni quería á los españoles, pérfidamente informado de los flamencos que, no dejándole conocerlos, le impedían estimarlos, que sólo querían gobernar á España para esquilmar el país y humillar á sus moradores. Pinta Ferrer admirablemente al Cardenal Cisneros, al Almirante, al Obispo de Zamo- ra, á Juan de Padilla y á su valerosa consorte.

La historia bien estudiada y desenvuelta, los hechos muy claros, las causas bien expuestas y hábilmente pro- badas, los juicios generalmente atinados é imparciales, el tono grave, correspondiente á la materia, el artícu- lo propio, autorizado, maduro: propenso el autor á la cen- sura, no desaprovecha ocasión cuando se le presenta de

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volver por el concepto del censurado. Es, por ejemplo, de notar, el valor que da al rasgo de clemencia del Obis- po D. Fray Antonio de Guevara en favor de los comune- ros, por quienes implora la piedad del Monarca, habién- dolos escarnecido él mismo antes, en la época de la lucha. Superiormente bosquejadas se ven la catástrofe de Villa- lar, la del Obispo de Zamora, las tentativas últimas de re- sistencia de Doña María Pacheco. Entre figuras de me- nor tamaño se distingue mucho la del Alcalde Ronquillo, cuya muerte describe como historiador bien informado y sesudo, no como, embozando el nombre y el caso, la con- tó, convertida en novela, D. Cristóbal Lozano en su David perseguido^ de donde tomó yo, exagerando repugnante- mente las circunstancias de la muerte del Obispo Acuña, el asunto para unos versos, que por fortuna no han sido muy leídos, y por justicia eso merecen.

El lenguaje de Ferrer en esta obra, enérgico y dudoso como en todas las suyas, aventaja mucho al de la Galería, si bien en cuanto á la corrección aun deja algo que de- sear, sobre todo en el uso del pronombre él en el dativo lesj que usa no rara vez como acusativo. Aunque no hu- biese Ferrer escrito más obra que esta, su nombre no hubiera pasado á la posteridad oscuro; pero aun cuenta otras que le deben transmitir ilustre. Entre la publica- ción de las dos que llevo apuntadas, entre 1846 y 1850, á principios de 1847, Ferrer, nada aficionado á sujetarse á servir empleos del Estado, pero obedeciendo á las exi- gencias de un respetable anciano, próximo á ser su sue- gro, solicitó, y en 25 de febrero de dicho año obtuvo, el nombramiento de Oficial de Dirección de segunda clase en el Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras públi- cas. Puesto ya en carrera, fué nombrado sucesivamente

Oficial de la clase de primeros en la propia Dirección á 1/ de marzo de 1850, encargándosele la Biblioteca del Ministerio recién fundada; Censor de teatros en 19 de di- ciembre de* 1857; Oficial de la clase de terceros del Minis- terio de la Gobernación, en 7 de octubre de 1864, en 18 de julio de 1865 quedó cesante. En 8 de noviembre de

1867 nuestra Academia le eligió, por fallecimiento de D- Ensebio María del Valle, Bibliotecario interino; per- petuo en 6 de diciembre posterior. En 18 de octubre de

1868 cesó su cesantía de cargo público, ascendiendo á Oficial de la clase de segundos en el Ministerio de la Go- bernación, y á poco, en 1.' de diciembre del mismo año, á Oficial de la clase de primeros. Por último, á 18 de ju- nio de 1871, fué honrado con la Dirección general de Instrucción pública, último de sus empleos. Dadas estas noticias por adelantado, y volviendo atrás, conviene de- cir que obtenido el primer nombramiento de Ferrer, de- bido al hoy dignísimo Director de nuestra Academia, ce- lebró Ferrer esponsales con la virtuosa y agraciada se- ñorita Doña Amalia Díaz Bermudo, natural de Méjico, la cual, al primer parto, á poco más de los nueve meses de matrimonio, falleció con su hijo; pérdida que contribuyó en gran manera á cambiar el carácter de Ferrer de grave en adusto, de serio en sombrío. En esta disposición de ánimo, propia para la reflexión, propensa necesariamen- te á la melancolía, trabajó su tercera obra histórica, su segunda dijera mejor, porque la Galería pertenece más á la crítica: las biografías insertas allí comprenden pocos datos históricos. En 31 de octubre de 1851 recibióla se- cretarla de la Academia Española el manuscrito intitula- do Examen histórico-crítico del reinado de D. Pedro de Castilla^ manuscrito que parte de vosotros, señores, juz-

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gastéis y coronasteis aquí; manuscrito impreso por la Academia después, y que seguramente los demás de vos- otros conoceréis en estampa. Conocéis, pues, la obra de más brío, de más alcance, de más empuje de nuestro D. Antonio Ferrer. El examen pedido por la Academia le salió al autor tan bien ó mejor que la Academia hubiera podido solicitarlo: el premio que ella concedió fué el sim- ple reconocimiento' de haber hallado lo mismo precisa- mente que su anhelo buscaba. Admirable tino en la in- vestigación, admirable integridad en el fallo, valentísima expresión en la frase, son las prendas que avaloran este brillante escrito. Duele, es verdad, la rigurosa sentencia que fulmina Ferrer contra el desventurado D. Pedro; pero quien había sido riguroso, quizá de más, con el gran Carlos V, no podía ser indulgente con el matador de la inocentísima Doña Blanca, gloria de luto de los Borbones. Parte Ferrer, en su examen crítico, admitiendo como in- disputable verdad la crónica de Pedro López de Ayala, y lo cierto es que, pudiéndose dudar de ella, no cabe re- batirla.

La defensa de D. Pedro podrá ser honrosa, pero es imposible. Parte había tenido en la imposibilidad de su justificación la desgracia; de seguro ha tenido mucha la habilidad de sus enemigos: pero solas sospechas no esta- blecen probanza. Cierto que algo significa la tendencia popular no interrumpida á considerar á Pedro el Cruel como valiente y justiciero; pero tomada su historia en las manos, el espíritu se aflige, se horroriza, se harta de ver sangre, y cuando llega el fin del tremendo reinado res- pira el lector, y á trueque de ver lejos de al Monarca sanguinario, bien que legítimo, admite al bastardo, me- nos sanguinario que él cuando no le dan guerra, más

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generoso cuando la generosidad le conviene, quizá no menos disoluto, pero que siquiera veneraba con interrup- ciones la virtud de su esposa. No han quedado á la cien- cía humana datos para juzgar imparcialmente al fratrici- da Enrique, como al fratricida Pedro; pero la Divina Qencia, que (según algunos han dicho) no permitió morir de muerte natural al vencedor en Montiel, parece pre- venir en contra de lo que han escrito y lo que han calla- do cómplices sagaces, partidarios interesadísimos, vera- ces á medias. El premio dado por la Academia á Ferrer al juzgar su Examen critico del reinado de Pedro el tínico j es de los que más honran á esta ilustre Corporación y al que lo recibe. Ella le recibió por él en su seno á los dos años, no cabales (^).

Dos obras había publicado Ferrer de carácter históri- co, y en ambas aparecían mal parados los Reyes: debía Ferrer una reparación al trono, y cumplidísima se la dio en la Hütoria del reinado de Carlos III en España (Ma- drid, 1856: cuatro tomos en 4.* español). Ya pensaba en ella cuando escribió la de las Comunidades; y habién- dose ocupado desde entonces en juntar materiales, para lo cual hubo de residir muchos meses en Simancas, princi- pió á escribir de asiento el primer tomo de ella en el Real sitio del Pardo á fines del año 1851, dándole allí habita- ción el Rey consorte D. Francisco de Asís, y una pensión decente mientras la escribiera. Después de haber recorri- do breve y dolorosamente la desastrada época de D. Pe- dro, la desastrosa de las Comunidades, no podía elegir Fe- rrer coyuntura mejor para complacerse en la relación de prosperidades y alegrías de España, turbadas apenas

(4) Tomó poserióo de su plaza Ferrer el día i9 de mayo de 1853.

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una y otra vez en el razonable período de casi treinta años, A los de violencias y desorden habían de suceder bonancibles días de sosiego en España, y tras la guerra de sucesión, que agitó los principios del siglo último, ha- bían de venir la paz de Fernando VI, el arreglo, las me- joras, el crecimiento rápido de saber y deTiaber del me- morable reinado de Carlos III: feUz elección de asunto, no libre tampoco de dificultades. ¿Dónde no las hay para el que se propone decir la verdad desnuda? No la tenía para Ferrer descubrir ingenuamente alguna que otra falta del buen Monarca, desquitada con millares de aciertos; pero hubo, entre sus disposiciones, una que ha dado lugar, y le dará por mucho tiempo, á muy contrarias calificacio- nes: el extrañamiento de los Padres de la Compañía de Jesús. Divulgada la obra de Ferrer, fué en este punto lar- gamente impugnada por un grave religioso, que hizo muy bien en salir á la defensa de los suyos, y de cuyas ra- zones juzgará con acierto la posteridad, si llegan. á cons- tar por escrito algún día todos y cada uno de los motivos que tuvo Garlos III para aquel riguroso destierro, moti- vos que dijo se reservaba en su real ánimo: yo, que ten- go por hombre de rectitud y religiosidad al Rey que dic- tó la^ sentencia y que profesó debido amor y veneración á los que fueron mis maestros y ^i quienes nunca vi sino mucha ciencia y eminente virtud, abandono el hecho á la suerte del tiempo fai posteri V ardua sentenzaj^ y di- go con nuestro difunto compañero D. José Joaquín de Mo- ra al fin de la tragedia que tradujo del francés, intitula- da Niño segundo] digo, pues, de Carlos III, por ahora:

Que pues quiso morir con su secreto, su secreto con él baje á la tumba.

Hay que oir al uno y á los otros para fallar en justicia.

39 Á los expabos ya los hemos oído; al expulsador no; debe,

pues, continuar suspenso el litigio que quizá nunca

se podrá resolver con la claridad suficiente.

Requería el JEwamen critico del reinado de D. Pedro el ornato de la retórica, las galas de la elocuencia, la expre- sión de los afectos vehementes. La relación de los suce- sos ocurridos mientras Garlos III ocupó el trono de Espa- ña pedía tranquilidad y reposo, y esas cualidades luce la obra de nuestro compañero: no es pintoresca, sino senci- lla; no vehemente, sino templada: se exponen en ella, sin buscarles colorido, los hechos; se consignan sin amplifi- carlos; se dice lo que fué, no se trata de decirlo brillante- mente; el brillo de la verdad les basta, sin prolijos puli- mentos del arte; la historia de los días de paz es como el día sereno, cuyo suave deleite, por su misma suavidad, apenas se percibe y poco se aprecia.

¡Bien venturados días de paz, sólo sabe lo que valéis el que os echa menos! Aquel Rey, que podía salir á caza todos los días, porque el buen orden de sus ministe- rios le permitía despachar en poco tiempo los negocios más graves y dedicar á su ejercicio varonil y sano las horas que hubiera quizá malgastado en prestar oídos á la adulación, á la maledicencia y al chisme palaciegos; aquel Monarca, no acaso de gran ingenio, pero inclinado al bien y ocupado siempre en hacerle; rehgioso sin supers- tición, ilustrado sin ciego amor de sistema, franco, since- ro, amante de su familia y de sus servidores (de su fami- lia tal vez demasiado), atinadísimo en elegir, constante en sostener á los que elegía, hizo de España un reino á semejanza suya, un conjunto grande de hombres de bien, desvelados en buscar lo mejor, y así maravillosamente nos lo pinta Ferrer del Río; como la materia histórica, es

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puntualmente la historia. Él nos hace amar al protago- nista de ella, á quien tal vez embellecen algo los mismos lunares que se le señalan, y al quitar los ojos del libro y ponerlos en los monumentos que nos dejó, al considerar que en lo moderno casi todo lo grande y lo bello de nues- tro país es de entonces, ó viene de entonces, ó recibió cuidados amorosos y culto entonces, no pueden menos de arrasarse de llanto los ojos, y suspiramos con amargura diciendo: ¡Venturosos nuestros padres que vivieron en- tonces! ¿Por qué no hemos sabido prolongar, perpetuar ó entretener siquiera los tiempos de entonces? Ilustraron el reinado del buen Carlos III muchos españoles, minis- tros, generales, prelados, artistas, sabios, literatos y aun algunos poetas: no era poeta el Rey; de ahí arriba lo fué todo. Regis ad exemplum totus componitur orbis.

He reseñado... no, he apuntado solamente las princi- pales obras de Ferrer del Río; quedan omitidas muchas, de propósito algunas; irremediablemente otras, por que no donde buscarlas. Escribió durante muchos años Ferrer en periódicos ó para ellos: busca es esta á que no me siento inclinado; materia en la cual por lo mismo nunca tuve ni pretendí voto. No deberé, sin embargo, olvidar que dirigió el periódico de amena literatura inti- tulado El LaberintOj publicación ilustrada, en la cual in- cluyó gran número de biografías de la época de Car- los III, y aun de tiempos más próximos á los nuestros; no merecen tampoco ser olvidados sus dos dramas origi- nales y en verso La senda de espinas y Fi*ancisco Piza-- rro. En uno y en otro hay alguna buena situación y mu- chos versos de buen poeta. Lo fué también Ferrer del Río; satisfactoriamente lo prueban las dos obras dramá- ticas de que acabo de dar cuenta, una epístola en terce-

41 tos titulada El Anónimo y un Compendio de la Historia de España^ extendido en octavas reales, de que tenía es- crita la mayor parte cuando le sobrevino la muerte. Le cogió ésta en los baños del Molar á 22 de agosto de 1872, siendo Director general de Instrucción pública, cargo en que hizo no pocos favores á sus amigos y alguno también á nuestra Academia, donde era, como ya se ha dicho, Bibliotecario desde el año ife67.

Pertenece D. Antonio Ferrer del Río al ilustre número de académicos que han venido á serlo principahnente por obras escritas para la Academia, y por ella premiadas, como los Sres. D. Antonio Amao y D. Luis Fernández- Guerra, mérito al cual añadió Ferrer, como el D. Anto- nio y el D. Luis citados, celosa, perseverante asistencia. De joven fué nuestro Ferrer, sin pecar de inquieto, muy amigo de algunos que no lo eran poco; de hombre, siem- pre juicioso y grave, sencillo, veraz, poco elocuente, amigo leal, ciudadano pacífico, constantemente laborioso y fíicil expendedor de lo que su laboriosidad le agenciaba, por lo cual vivió siempre en los confines de la pobreza. Viudo en edad robusta, no quiso volverse á casar; pero ejerció muchos años los oficios de padre excelente con un niño fklto de apoyo á quien crió, educó y dio carrera, movido sólo de su condición generosa, que en el tiempo en que fué censor de teatros le impelía á favorecer á los autores cuanto el rigor del cargo lo toleraba, mostrán- dose á veces más benévolo qué extrictamente reglamen- tario, á pesar de su carácter, más formal que apacible.

De cuerpo fué alto, grueso, moreno, redondo de cara, buenos ojos, fisonomía y voz varonil, cabello negro, que ya le blanqueaba algo y faltaba en gran parte; despacio- so para todo lo que no era escribir, lento en el paso. Entre

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SUS historiadores notables debe contar España á Ferrer, por su diligencia en reunir datos, su tino en juzgarlos, su fácil manera de referirlos: claro y noble su estilo, de- ja ver alguna vez afectación y amaneramiento; en el len- guaje se desearía en alguna ocasión más esmero y pure- za: defectillos de poca monta, fáciles de notar, cuando no es tan fácil, por la gran muchedumbre, señalar los tro- zos admirables de su Decadencia de España y de su Exa- men crítico del reinado de Pedro de Castilla. Preciso es confesar que después de Quintana, después de Navarrete y antes de Alcalá Galiano, debe la Academia Española fijar á Ferrer el puesto entre sus individuos historiadores; puesto honroso sin duda. Para la Biblioteca selecta de Aur- tores clásicos españoles^ publicación de nuestra Acade- mia, escribió Ferrer una preciosa Introducción d La Araiccana^ sobre la vida del autor y sobre el poema, edi- ción que se imprimió en el año 1866. Al fin de la obra in- sertó Ferrer unas importantes ihistraciones, en número de nueve. Aún vale más, en mi concepto, el escrito que leyó á la Academia (titulado Introdvccción también) sobre la vida de Fr. José de Sigüenza y su Historia de la Orden de San Jerónimo; más corto es, aunque muy bien hecho, el que había de servir de Introducción á la edición nueva del Tratado de la Magdalena por el P. Fr. Pedro Malón de Ghaide. Este opúsculo y el anterior, como sabe la Aca- demia, permanecen inéditos. Para ella escribió asimismo Ferrer los tres discursos de contestación á los de entra- da de los Sres. Rubí, García Gutiérrez y Núñez Arenas, que con el suyo sobre la Oratoria sagrada española en el siglo XVIII, con las tres introducciones antes menciona- das y con el estudio acerca del reinado de D. Pedro, com- ponen ocho obras destinadas á nuestra Academia: no es,

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pues, D. Antonio Ferrer de los que menos ofrendas la han hecho. Falleció á los cincuenta y siete años, edad en que aún podían esperarse de él obras que aventajasen á las ya publicadas.

Algún tiempo antes habíamos notado que Ferrer, mi amigo, como en años anteriores D. Antonio Gil yZárate, mi bienhechor, se nos dormía en nuestras sesiones; y uno y otro, no mucho después, tras el sueño aquí, durmieron para siempre.

Alguna noche me siento acometido también de modo- rra, y cuento once años más qiie Ferrer del Río: ruego á la Academia que otorgue á estas páginas la benevolencia que se debe á los que parecen estar vecinos al sueño per- durable.

ÁTiLA, 3 de agosto de 4874.

Juan Eugenio Hartzenbüsch.

GOMUNIGACaOlsr

DIRIGIDA EN AGQÓN DE GRACIAS

Á LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

por 8u individuo correspondiente en yeneznela EL Sr. D. julio CALCAÑ0(<).

. ExGMO. Sr.:

Tengo á honra y dicha contestar al atento oficio, fecha- do en Madrid á 17 de marzo último, en que V. E. se digna comunicarme que, á propuesta de los Excmos. Sres. Don Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, D.Tomás Rodríguez Rubí y D. Pedro Antonio de Alarcón, la Real Academia Española tuvo á bien nombrarme, en Junta celebrada la noche del día 16, y mediante votación secreta, individuo de la Corporación en la clase de Correspondiente ex- tranjero.

Si el sentimiento de la gratitud fuese suficiente título para justificar la honra inmerecida que tan espontánea- mente me hace el primer Cuerpo literario de España, nin- guno más meritorio que yo, porque ninguno más rendi- do y obUgado por tan alta merced; empero reflexionando

(4) Publicase en estas Memorias de orden y por acuerdo de la Aca- demia.

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en el elevado objeto de la Real Academia Española, con- vwcido de mi insaflciencia y escasa valía, y abrumado por una distinción que hubiera sido temerario pretender en quien se confiesa sin títulos para obtenerla, tengo que atribuir esta mi inesperada fortuna, no á galardón de supuesta importancia, sino á beneficio con que Dios ha querido premiar mi humildad, y la Real Academia Espa- ñola infundirme aliento y perseverancia en el estudio de las letras humanas.

Acaso también la ilustre Corporación que tan sabia- mente ha instituido las Academias correspondientes en la América española, con el fin laudable de trabajar por mantener de este lado de los mares la pureza del habla de Castilla, ha comprendido que tiene en un soldado más, si obscuro, decidido á combatir por la conservación del esplendor de las letras castellanas; y con la seguridad de que tan alta gracia me serviría de estímulo, no ha vaci- lado en agregarme al preclaro Cuerpo que ha tenido en su seno hombres de fama universal como Jovellanos y Melóndez. Valdós, Martínez de la Rosa y Hartzenbusch, y que hoy cuenta con sabios esclarecidos, poetas insignes y oradores eminentes, que constituyen la pléyade que ilumina el cielo de la literatura española.

Yo me inclino con profundo respeto, Excmo. Sr.; y en la honda conmoción que experimento, duéleme sólo de no saber cómo manifestar mi gratitud por la benevolen- cia suma de la Real Academia Española.

Gran estudio, Excmo. Sr., el de las lenguas, intérpre- tes del pensamiento en el seno de las sociedades humanas. No es un arte: es una ciencia transcendental; y opino que, asi como la geología y demás especulativas que con ésta se conexionan, determinan las edades y las revoluciones

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del globo, demostrándonos matemáticamente que la ley del progreso es universal; el estudio de la lingüistica po- drá un día aclarar puntos obscuros de la historia de las naciones, determinando las revoluciones sociales y poli- ticas, las irrupciones de los pueblos, los cambios de la civilización, la marcha, en suma, que ha venido siguien- do la humanidad desde su origen primitivo; ya que si es evidente que el lenguaje sufre las modificaciones de las costumbres y del carácter de los pueblos, sea por efecto de prolongada sujeción á una potencia extranjera, sea por el trato comercial ó por relaciones intelectuales, no lo es menos que en su fondo se manifiesta siempre una esencia gramatical que, si no es una como alma su- ya, puede considerarse como el elemento de su organiza- ción.

El descubrimiento del sánscrito ha hecho que los doc- tos establezcan que todos los idiomas europeos tienen su origen en aquella lengua de la Indía, cuyas raíces, mo- nosílabos, se encuentran en todos ellos. Dado este punto de partida, no será difícil que, cuando se conozcan con perfección todas las lenguas de América, de Asia y de África, se llegue á sentar con claridad que la familia hu- mana no tuvo á los principios más que una sola lengua y un solo tronco, según lo que nos enseñan las tradicio- nes bíblicas, corroboradas siempre por los estudios cien- tíficos, como para darnos testimonio de la divinidad de su origen.

. El lenguaje castellano, con sus elementos fenicio ó egipcio, hebreo, céltico, árabe, godo, vascuence, griego y latino, reforzado con vocablos alemanes, franceses, in- gleses é italianos, nos demuestra las vicisitudes experi- mentadas en largos siglos por esa gran nación, sus de-

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rrotas, sus grandes victorias, su creciente progreso, y la virilidad con que se constituyó al fin y fué asombro del mundo por su inmenso poderío, su impetuosa intrepidez y sus glorias militares y literarias.

Así como esta lengua cambia los casos por el artículo, reforma las conjugaciones, crea auxiliares, transforma la pronunciación, toma aspiraciones, trueca letras, forma vocablos nuevos con raíces viejas, adquiere aquí un tér- mino y allí otro, y se constituye en la más adelantada de todas cuantas pertenecen á la familia neo-latina, como que es la que tiene reglas más fijas y sencillas de orto- grafía y de prosodia, mayor variedad, sonidos más puros, verdadera cadencia métrica, y nervio y majestad que tie- nen del carácter altivo de una nación guerrera; así es como se forman todas las lenguas en el comercio del munda; pero es también así como se vician y perecen, por las intrusiones de elementos bárbaros, como decayó y pereció el latín mismo, que ya en el Bajo Imperio, ni obedecía freno, ni reconocía reglas, viniendo á ser, al fin, una como sustentación intelectual de las personas doctas. Acaso, aun para los humanistas más sabios, ha quedado perdida la verdadera pronunciación del latín, y, por tan- to, uño de los caracteres más notables de una lengua.

Para salvar de ruina semejante al idioma castellano y conservarle su pureza en medio de la invasión de la lite- ratura francesa, establecieron los hablistas españoles en 1713 la Real Academia de la Lengua, insigne Corpora- ción que ha contribuido poderosamente al adelantamien- to y depuración del lenguaje, con la publicación de la Gramática^ el Diccmiario^ el Tratado de Ortografía^ las Memorias y otros trabajos concienzudos.

Ardua era la lucha bajo un régimen político que im-

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posibilitaba la controversia en los distintos ramos del sa- ber humano, y de consiguiente el desarrollo de la lengua, Felipe V, francés de nación, contribuía naturalmente á que se imitase la literatura francesa, tan funesta en aquel tiempo para España, como lo había ya sido para los prin- cipales centros literarios del resto de Europa, y como lo será siempre, por las condiciones especialísimas de su carácter generaln^ente reflector.

Era un contrasentido que la literatura francesa, que había encontrado en la española Le Cid, VAmour d la Mode, Le Menteur, Le Diable Boiteux, Guzman dAU farache. Le Princesse d' Elide, Galatée y Gil Blas, vinie- se á darle la ley á España; y así, los hombres insignes y patriotas, que componían el gran núcleo literario de Madrid, hubieron de alcanzar al fin la anhelada victoria, con el apoyo de estadistas esclarecidos como Aranda, Gampomanes y Floridablanca.

Á partir de esta época se ha ido efectuando en nuestras letras una verdadera revolución, más fructuosa y de ma- yor transcendencia que la efectuada en el siglo xvi, por- que el movimiento actual, favorecido por los aconteci- mientos políticos, que tanta importancia tienen para el desarrollo de los pueblos, ha dado alas á la inspiración poética, ensanchado los conocimientos científicos y Ute- rarios, y creado campos nuevos en que la prosa adquiere variedad, soltura y gracia, sin perder, no obstante, de sus antiguas singularísimas cualidades castellanas de vi- gor, grandeza y majestad.

Pertenece á la Real Academia Española gran parte de gloria en esta continuada batalla, como centro perspicuo del habla castellana; pero resérvale aún el destino más señalados triunfos en los campos de la América española,

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donde el contagio pernicioso ocasionado por los idiomas extranjeros, á causa de las peculiaridades de su situación social, vicia aún el lenguaje de escritores notables y ame- naza propagarse en algunos centros con perjuicio de nuestra hermosa lengua y desdoro del lustre y de la glo- ría de España, pobladora y civilizadora de este extenso continente.

Numerosos vocablos indígenas, como cancha^ oanoa^ carate, mangle^ han sido ya admitidos en el Diccionario de la Lengua; pero quedan innumerables que pueden ser aceptados, como táñela^ atoly tamal; y á más, existen vo- ces de uso corriente en la Península que en América tie- nen diverso significado, como el vocablo germanesco comcy que entre nosotros no tiene el de garitero^ sino únicamente el de apuntador en el juego de billar: otros, como quincalla^ que lo tiene más extenso que el que se le da en España; modismos peculiares, como cambado^ manetOy panela, combado; y, por último, términos que deben ser condenados por impropios ó bárbaros, como amblado, por oscuro, perrerreque, relleva, zurdeto y oU tamal, y muchos más que rayan en peregrinos.

Úñense á las voces viciosas ó exóticas de ese género multitud de anglicismos y galicismos que pretenden pa- sar plaza de corrientes, como saibó por aparador, remar- cable por notable, emocionar por conmover; y como si ello no fuese suficiente, frases completamente extrañas, como golpes de bastón y tirar la espada, que son idiotismos inaceptables; construcciones absurdas, como en este mo- mento somos impuesto, que leo en un periódico centro- americano; y en suma, abusos de lenguaje cuya enume- ración en este oficio sería fastidiosa é inoportuna, bien que de cierto conducen á establecer que la Real Academia

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Española no debe partir mano en la tarea patriótica, con tanta sabiduría emprendida, de fundar Academias co- rrespondientes en las repúblicas americanas, en algunas de las cuales, como en el litoral de las del Centro, se ha- bla con generalidad el inglés y se enseña el francés en las escuelas y colegios, acrecentándose asi el riesgo, ya de suyo grave, por la heterogeneidad de las razas que pueblan estos países, y su alejamiento comercial é inte- lectual de la madre patria.

Bien sabe el que esto escribe que, así como no es posi- ble la formación de una lengua perfecta y universal (por- que, á más de las causas ya indicadas que concurren al desarrollo del lenguaje, éste tiene que corresponder al genio propio de la nación, determinado por el clima, los usos, las costumbres y las instituciones políticas, parti- cularidades que lo hacen áspero y desapacible en los paí- ses del Norte, y vivo, flexible y sonoro en las regiones meridionales), temerario sería pretender que los numero- sos pueblos americanos, sometidos á influencias diversas, llegasen á hablar el idioma de la madre patria con la mis- ma pureza, formando completa una agrupación social; pero á lo menos se obtendría que, como en las distin- tas provincias de España, se conservase libre de corrup- ción en las clases inteligentes é ilustradas; y avigoran esta aserción Venezuela y Colombia, donde, por su ma- yor proximidad y relaciones más frecuentes con España, se habla y escribe el castellano acaso con más perfección que en las demás repúblicas de la América hispana*

Venezuela tiene hombres de letras entre quienes pue- de la Real Academia Española escoger los individuos que completen el número señalado para constituir la Acade- mia correspondiente de esta República; y entre ellos los

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hay muy meritorios, cuya nómina y circunstancias lite- rarias omito, porque la insigne Corporación española, que estudia el movimiento intelectual del mundo, sabe quiénes dan fama y lustre de este lado de los mares, y del otro, á las letras castellanas.

La organización de la Academia venezolana, que juzgo en camino de verificarse, contribuirá, sin duda, y no muy tarde, á que se establezca entre España y Venezuela un convenio que proteja los derechos de los autores, y que tan útil seria para ambas naciones; como hacedero es hoy, que gobierna á Venezuela el distinguido estadista en quien apoyamos nuestros destinos, y á España un joven monarca llamado á grande suerte por sus claras vir- tudes*

Á la realización de los laudables propósitos de la Real Academia Española contribuirá con sus débiles fuerzas el humilde autor de este desaliñado escrito, siquiera sea para que desde los primeros instantes vea ella cuan con- movido y lleno de gratitud deja mi corazón, á poder de su benevolencia y generosidad.

No sólo acepto rendidamente, Excmo. Sr., la honra que se me hace, sino que ruego con encarecimiento á V. E. se digne significar á la Real Academia, á todos y á cada uno de los individuos que la componen, al par que mi profundo respeto y mi entera adhesión, la sorpresa agradable, la gratitud vehemente y la humildad con que he recibido tan honrosa como inesperada merced, que, para mayor realce, si cupiera, fué apadrinada por tres grandes celebridades del mundo literario, como los exce- lentísimos Sres. Fernández-Guerra y Orbe, Rodríguez Rubí y Alarcón; y me es comunicado, por fortuna mía, en un autógrafo valioso.

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Antes de terminar, cúmpleme acusar á V. E. recibo de los ejemplares de los Estatutos y Reglamento de la Real Academia, á que el atento oficio de V, E. se refiere; y no del diploma perteneciente al expresado cargo, por no ha- ber llegado aún á mis manos.

Dios guarde á V. E, muchos años.

Casacas 46 de abril de 488S.

Julio Galcano.

CARTA EN BABLE

DIRIGIDA AL EXCliO. SR. PRESIDENTE

DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

POR

D. APOLINAR RATO DE ARGUELLES.

ExcMO. Sr. presidente DE LA REAL AGADEBOA ESPAÑOLA.

ExGMO. Señor:

(Confiado solamente en la benevolencia que palpita en los ánimos que se han cultivado con el ejercicio de la sa- biduría, me honro en dirigir á V. E. el adjunto escrito, bien persuadido de que, no una producción literaria, sino una sencilla exposición de bable, es todo el mérito que en él se puede encontrar.

No me ha guiado en este trabajo otro deseo que el de ser útil á la lengua patria, siquiera sea con el hecho pa- sajero de consignar en prosa el estilo y la frase con que todavía hablan, y con que en tiempos pasados escribían los naturales del Principado de Asturias; y como hay tes- timonios de que su antigüedad se remonta á los primitivos tiempos de la reconquista, con prelación al romance cas- tellano que fué origen, me animó la idea de comunicar esa forma al vocabulario que tenía pensado, porque con

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este solo no se hacía tan fácil la comprensión de esta len- gua, aplicable para la inteligencia de los fueros, de las le- yes y de multitud de instrumentos cartularios en que los sabios, y muy particularmente los jueces, encuentran en- torpecimiento, y si fuera bastante el escrito á prestar ayuda para subsanar esas faltas, el tiempo no sería per- dido.

No como critica, que á tanto no alcanza mi empeño, sino como prueba de la utilidad del bable, tenido vul- garmente por antigualla y calificado las más veces como gallego, en la porfía poco meditada de rebajar su respe- tabilidad, me he permitido llamar la superior atención de V. E. acerca de la utilidad positiva que puede prestar, siempre que se trata de vocablos y modismos que el transcurso de los tiempos y la sucesión de las cosas han borrado de la memoria de los hombres, como se encuen- tra de manifiesto en las notas puestas al Quijote por mu- chos eruditos, que por no poseer el bable, cometieron, en agravio de Cervantes, involuntarios errores que reclaman corrección de la autoridad de V. E., pudiendo asentarse que estas pruebas presentarán también buen servicio para la historia, y para fijar de una manera más positiva el origen de nuestra lengua, sobre el que se emitieron opi- niones en que abunda más la buena fe y el criterio ab- soluto de cada escritor que no el estudio de los hechos positivos, que nunca dejan lugar á controversia.

También el escrito iba encaminado, aunque con menos intención, á presentar á la consideración de V. E. voces expresivas y muy galanas que conserva en fiel guarda el asturiano, y que V. E., con su poder, tal vez haría una buena obra insertándolas en el Diccionario y sacándolas del aislamiento en que se encuentran y del peligro en que

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están de quedar relegadas al olvido, como la lengua de que forman parte.

Si esa ilustre Academia— por respetos á la gloria que 68 debida á las edades que pasaron— se digna prestar su atención á este insignificante escrito, como complemento del mismo pudiera agregarse un vocabulario que poseo de todos los nombres de los pueblos, lugares, aldeas y barrios que contienen los aledaños de cada Concejo de aquel an- tiguo Principado, hoy, con algunas mermas, provincia de Oviedo.

Dios guarde á V. E. muchos años. Madrid 8 de Mayo de 1884.

Apolinar Rato de Arguelles.

BKATi ACADTIMTA JS&FAJÑOIjA..

Madrid 30 de Mayo de 1884, Sr. D. Apolinar Rato y Hevia de Arguelles.

Muy señor mío de todo mi respeto: Gomo Presidente ac- cidental de la Real Academia Española, cumplo el honro- so deber de dar á V. expresivas gracias por la muestra de consideración con que se ha servido favorecer á este Cuer- po literario, dirigiendo á su Director el Excmo. Sr. Con- de de Cheste, ausente ahora de Madrid, una carta escri- ta en el dialecto asturiano que se llama comunmente bable. Poseído V. del más laudable y fervoroso entu- siasmo por las cosas de su tierra amada, noble condición que distingue á los hijos de Pelayo, se ha dedicado á es-

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tudiar atentamente, no sólo el lenguaje de las aldeas, sino muchos y variados documentos manuscritos de la Edad Media, de los cuales conserva buen número en su propia casa. De este modo ha podido aprender de la manera más perfecta el vocabulario y la gramática de esa habla sin- gular que nos muestra viva y en uso la empleada por nuestros mayores cuando empezaron á escribir el caste- llano con carácter literario.

El objeto de la carta no se reduce á exponer las con- diciones del lenguaje asturiano y su historia en los docu- mentos antiguos, sino que se extiende á enumerar las ex- celencias de la tierra, y sus productos variados, y en des- cribir los monumentos artísticos, las costumbres de sus habitantes, los trajes antiguos y modernos, y en una pa- labra cuanto puede convenir á una monografía tan cor- ta como sucinta y agradable del rico, fértil y pintoresco país del otro lado del Pajares.

Si al anotar lo escaso de voces arábigas del bable yerra V. en incluir algunas como argayo y álgamar^ falta es bien leve en comparación con la luz que presta para rectificar la interpretación viciada de ciertos fueros y la ayuda inesperada que ofrece para aclarar ciertos pa- sajes de Cervantes.

Y tanta es la importancia de dicho escrito, á juicio de personas muy competentes, que si V. no lo diese por su cuenta á la estampa, la Academia le insertaría en el primer cuaderno de sus Memorias que saliese á luz.

Complácese en saludar á V. respetuosamente su aten- to y seguro servidor

Q. s. M. B.

El Marqués de Mouns.

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AL MUY ROBLE É SOBLIMAO SESOR

CONDE DE CHESTE,

PRESSIDENTE DE L' ACADEMU DE LA LLINQÜA.

Prencipal cossa trauayar como fai la vaessa mer- ced, per Uimpiar, afincar, é allomar la fabla de Gastia, en cnyu assatu paez como <) al so xeniu vai Y empunta é n5 se da repossu nin apara: é utrusi, plasma $ n5 se pe* renllene el Ilibru, topandu capocu motivu tomar r assfita é allargar é espurrir é iguar Y sos escríptos, sin allogasse d' una vez. E dbteronme é asina Y oi, ^ agora entaina per allegar cabucas, númeru cre^iu de palabres, ynes escaccies, utres nueues ^ enserta la cenóla, ó utres q los lietraos recoyeron gusmiádo é apeluc&do per deyu- res, a^de é allSde la mar, 5de falen la nostra llingua tre- ta cu&tos d' almes, en preua del poderiu d' a()sta n&9i<m, ca comu dSguna, por$ Dios lo $lo ¿sina, voltio é Jtímiel- '1 müdu ó frayó ó triyó la XSte per sulu la fama de fa- zelu. E n5 ponei assfitu al encargu ú llevalu d' afechu, bda cossa paez: pos si lo igua bien agora, aforrasse gta- mar ca pocu c5postures: ca les obres de v* m^ deuen ser obres de Rey, 5 s' aperten bien de primero, pos tie- so per meyor facelu ftsina, 5 ^^ treueyar mas zeo c5 amestaduras, <) no dicS c5 la su alta prez: ca meyor tS-

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rriasse per feleteria, q vez pa 5 uciossos ó arteros q no aparé, ó so enclinaos á algamar glories de pássu, barrütS falencies cuyu aputamieta, si qoier sea cossa lUuiana no ye palaciana. E usina ye Q Y enfotasse 'n les Uetres Q jtfita la V* m^ pe la so manu, en concebía 5 expuestu á tra- bucásse, í isti perJtui^iu solliviáta, mas no á la bona pro de naide. E de razón por esso, q ila de, al q c5 buen modu i traiga da? q preste: é porsi se escae^ió direi: 5 Xo- vellanos entamó cuátagüe fazer on Dic^ionariu del Bable ó recoyó illi mesmu los presseos c5 q auia fazesse: q vinoi á miétes esta voluta, porq á isti xeniu escociai q pe les guerres, les endustries ó les sus argadios, les carreteros i veredes, é los furacos q pa illes filero é nos motes í pe- riqtos, ó mil utres llacérles q enonde auonda la xete n5 passg en valde: al fender i despelláse les puertos de los Eruásseos, é aurugásse i cozcodeásse Asturies i Gastia, finas la Uingua q falaba ta amorossu, i se escaeciera, i pe- nauai q asi acaes9iesse, comu á pfitu d' acotecer. Per ode tarreciai á issi entedimietu, ^ aledádo con lo vieyo sueñaua é columbraua afanossu Y alborada d' ogañu, Q al morrer la fabla despares^ieren los finsos q idarán á les estories cuádu se fagan, les preues de Y ascedé^ia de los astures, q meyor q en les piedres, los ornes sabidores ecotrar&les en la llingua, por ser sabiu, q la fabla d' vn Uugar ye archivu poderossu, q ni el fuebu, ni les es- pades ni el eíuriar del tiempu desfaceran de cuayu: í la razón yó, q los maleficios atáySse í la llingua e so- til q cuélasse i esmuzésse dietro de toes les cosses. E teñó cuéta q essa fabla no ye pelegrina: finan el Uatin y Ue- nu de foroñu, 5 orden de natura morrer vn pa nacer utru, falabenla los Reis de Asturies ó León, ó fazin sos cartes pobles, ó les Uetres ferales, ó donaciones pa les

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igletóes, comu la de Obona del añu dgglxxx, 6de diiósse: Damus mgenti vacaSy et dúos carros^ el vuo rogino, et vna mula^ et duas campanas de ferro &.: ó inda fenecin con illa 9 ralles de la so tete é les soplicaciones de los ios Ayatamigtos é quiciaes tien da ^ de lo q falaben los Astnres vencios $ nd yeren amigos del Romana: e ansina por raüches razones ista fabla ye la de m^ comu lo r estoria de so abaxo: él' primera 5 les cosses escomiS- cen peí prg^ipiu i si isti dessapaez, nada bono se fai q todo s' atopez: é asina estarin müches vozes i '1 sétiu d' utres q felauen pe los *iglos xi al xvi, si '1 bable n5 les tuuiesse en guarda: la segunda la preua fecha per Gaveda q no antolSza, ca diz desviésse pocu, q vna mesma yera la sa- uor Hatina d' entrambos: 5 si '1 castellanu recoyó tres par- tes de llatin i vna de moru, Asturies cuatru qintes del pri- mero ó per deyures lo demáz: del moru n5 conoz sino al- báhaca, argayo, argadiu, alcacer, algara, algamar, alfa- yate, almexia i almires: é ista falla, la diferS^ia, q 1 siUaviar semeyasse del todu. E dempues vien la c5venS- 5ia, tf étamar el estudiu i aliStálu, ca paezme q v •m^ deue catásse mficho d' esses cosses, i afrotar los sabios: $ los fueros son tovia Ueyes viues i n5 finca en la onrra de la tierra, la letura de corrió, sin asseguranza de StSdólos, q solu el apfltamietu empez, como cossa daflible: q v* m^ bien fai memoria, de como un sabiu recoyendo fueros dito: 5 sallar yóra salar, ó várganu caña de piescar: ó per ende falar, por falar de les cosses series, falencia adrede, $ n5 paga la lera, i la pressona ^ se enfota en el dichu, non tien pizca de riitu. E pa ^ esto nd acaezca cSvien á mi ver, q v* m^ cavile si deue ensertar en los sos escriptos, dalgunes cosses del bable, de ^ ha falla el castellanu, $ qidaeB pe la enseñanza bien se adica, q la

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bailara no sea ta dañible comu el apartamietu ii5 sey^i- do ni apañando descompostures, ^ dies barratu q se fa- zia á mala parte, q esso n5 tien por^. E úbulu, pa 5 el muí etediu Gaveda sefolgase c5 la so llingua, q düto se- meyaua müchu ó yera melliza de la 5 '1 Rei sábiu fabló, i asina mesmo Pidal, el Orne bonu i Uetrau, ca étrambos pruiaios q se atayara el tiépu de dar cabu á la gramá- tica i al diccionariu de bable, ^ á la postre ñSLo sin gar- gutar, pos los sabios pa les sus fechares n5 dan troníos, ni ra^tios coma jtiraldes de romería, Don ^uan Junque- ra Üergu q sea en gloria, i agora cuerren con avos es- criptos sus aluaces: i diXerome q el fautor qixo $ los pu- Xeren en Uetres de molde. E bable tantu $er dicir co- mu fabla asturiana, i en lo q yo so ciertu yó, en $ los escriptos no dicS aSde nacego '1 vocablu ni vien ó los gtendios tópeien pare^iu ó dicen $ semeia '1 de Ingalate- rra «babble,» 5 Qier dicir charla, palucha ó Xerigonza, ó per ende ni á Jovellanos, ni á Gaveda no ios prestó, q apañando 1 dichu, paez q se acalomnia i abaldona vna llingua fallada pa serui9iu d' Omes bonos é fidalgos, q cuetS entre sos güelos á celtas, iberos, fenicios, romanos i godos, é sin pizca de moros: é q cossa mui atrauessa- da echai la cuota de los años, ó nd razón q fincado la llingua, comu de susso dixe, en ta bones manes venga Xete dessaforada ó nos la tire, más tomóme q se acorrie- ssen ó q n5 adicarín, ca estos átales, Q darin esperxuraos. E salvu isti, llámela comu qixer; la fabla tierra ga- yaspera, gassayossa, nidia i bona pa éqiUotrar passiqin, ú gaiatear d' amores, fazer copies, falagar, echar ro^s, c5tar cuites, ó presta asina mesmu pa rellatar los ruxios de les batalles, q auonda en sonios q al salir pe la boca, la Xete despíelos sin veyures, de modu ^ á la postre los

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goeyos ni Y oidu no fien porq paecer, é qi9ia6s la boa apostura de rostra de les pobladores de les Asturies d' Uvieu, déuela en bona parte á la messnra de la llingua. E q müchu llatin sabíu, comu ya düte denates de passada, q el bable eredamiStu d' esta llingua, é qi- ^aes del estilu pa fólala, é comu el moru n5 añero 'n aqlles mdtañes, n5 dejtó rastra delgun, i ^ nd se fái mé- brfiza de per ú vinieron utres palabres, ó mui precipal- mete les de los conceyos, Uugares i poles q cierren Y al- foz: q essos nomes los tenin denátes q Alifonsu X dié- rayos la so carta é se fódassen: é lüjda dizse $ el roma- na topóla fecha, é mianiqs q si se escae^ió lo ^ de susso dbdmos, n5 se fizo lo mesmu cd los barrates de los omes q les íalard, i ai preñes de les comarqs a5de morauen les trius é de los nomes q tenin. E per Brañaleurel, O' uria ó Andinos, per 5de cuerre '1 Porcia, ^^en traces de lo q per illi etamaron los Fenicios pa allegar estañu, pa '1 q- estayard pa vna ocassion, diez millos de aceña ó de re- gato, é co el agua asina recoida, llauauen las tierres. E de Navia so abajto de Luarca susso arriua, furaron los motes escuayaron los periqtos, rompedu los valles pa to- par ó arrebañar el ora, i isto fazin, por^ el ome vn solu, é antañn é orgañu, cavila arreu sin vagar pe la folgan- cia, é asina cavila per gUucir la llamuerga de q foi fechu: é los romanos ^ atal fijtero, n5 trabayauen illos, si nd la iete q deyures captiuauen, é los captiuos auin de ser de Uueñe de la tierra. E la de los Astures del riu Astura, ede 1 Gantabrieu al Dueru ó flnsando en los Eruásseos, po- blarola misturaos Celtas, Iberos, Ligures é Sileros; q es- criptos de Himilton, Plinio é Estravon diiteron, tenin po^ cibdades comu agora, poca ceuera i apertura de oompaga, pocu amor á les Uacuaes, castaños en vez de

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pan, 5 étouia no ania maiz nin patates, ó el miu no yera auondo^ mantega en vez de aceite, sidre per vinu, ma- reantes agüemos, piescanen ballenes ó pexe del 5 recue- yen bailara ó na salmoria de les marines pa su máteni- miétu, ó estruyadulu, fazen sain pa allumar los candiles: ó dalgun dixo, q enos narcos de cueru faxeron pe la mar, ó poblaron al mundu nueu: é solu dieron la cerviz al ro- manu, dempués de solmenalu comu ciñera, ó opuxórose á los godos, ó prestoyos pocu el emburrion q ios dieron á los moros pa échalos de los sos llares, si bien foi gran- de '1 torniscón, ó relies les mocaes q ios apnrriero, q illos fuxero afrellaos: ó ayudóyos la Cruz é la Santina de Co- vadonga, i Pelayu q yera '1 guión é 5 fiJterS Rei, asse^ meyando la so xura á les de sos gfielos. E amoria afiq s* ataye adrede, facer mébráza de les croni^s de illos, é si bien aullaos á echar glories á la reuatina, no se cavila bien lo q en güestes ó mésnaes, vestidos de pelleyos, sin aforrar el cuerpu, esñidí&do ó esguilSdo, agachaos, es- purríes ó arrebalgaos pe los montes, q yeren sos atala- yes, pa buscar vez de toller á sos contraríos comu á car- bayos coreos, i tarázalos: ó llimier5 romanos, ó godos ó moros comu ablanes i cirgüeyos, i axotaes les froteres, afataben á recostin al so fogar lo q auin menester, q yera auondo. E la Xéte d' agora so vn motS de cuchu na co- rrada de r Obispu, 5 entoncienes les cibdades no se po- nin ta mages comu agora, afrStoi la guerra al Francés, i mandoi Embajadores al Ingles, peí mesmu Gomodoru q vixilaua sos costes, ó puxo en armes treta ó cuatro mil omes. E nes guerres ciuiles, des q se rematare les correríes del castillu de Príoriu, § yera del perlau, ó des q '1 C!onde de ^Ijton, i dempues bs Vijtiles de Quiñones, ^ tenin solar en Garesses de Sieru, viérdse premiaos á

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saKr de V alfoz per rigor de xustí^ia, n6 se fai parte, porq no ó Xüta el so teyau Xéte voUi^iosa nin reuoluedo- ra, i sin gurgutar aforfugada, ^da sin ulanca, i sos ornes pal senii^iu, escaecida del fueru q i otorgara Ali- fonsu VI, i q ende mil ochocientos i diez i nueue, entroi en volfltá q se tiestas, porq asina tüuolo por razón la Xüta del Principan, 5 diói el pediu d' ornes 5 el Rei le fizo: ó acaes5ió lo mesmn cuftdu umbió á dicir q desfixes* sen la Xüta, ó n6 se platicó mas, aü^ claro q 1 man- data mancólos, i la mancadura restólos, é yera razón de verriar, si illos 5i*6ren étamar vofingleria, 5 Qi^^y^s priuileJtos ganaos c5 buen semifin, $ auin pa defSdesse de pechos i gáneles: i vn derecho de tS gran seguranza, no descria degun pneblu. E 'n Asturíes estilen la llingua ya mui floia pe les aldees, i falen la per ({rencia en les YÜles: é esta fabla si bien se semeya é del mesmu go- vin, esgouetósse daq digtro del alfoz, é los va^os nos conceyos d' arriua, 5 por n5 ser cristianos vieyos n6 pu- dierS mezclásse c5 los 5 lo yeren, trucan les lletres i plati^ muchu de la ch, é i: e per poniste apañaró da$ de los galaicos, e 'asina mesmu estrómese pe la color é la talla, son mas garrios pe les cinco Uilles ó al Oriéte, peí medin é les marines, 5 P^r delgun utru llau, ó pe les tra- ces, lo rotu, prietu i ensortiyau, pe les narices ñates, aca- nalkes á comu porros, é 3touia dalgun Q estouies folgau, ertremaria les castes, i de ciertu les traces de lo ^ fazin rezando vnos é nos cOuétos, q p' el poco modu yeren du- plices, utros trauayando i los utros guerreando. E ' Cas- tia &la castellanu sin mistura, Q iele mui atopadizu: i esto no acaez per dessamoraos, Q tenrrura tiene i no se ios descaez Asturies, i per deyures sa^se pe la pinta, coma acOtez cd los ^ nacen en tierra 5de nd ha folgura,

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q 'I amor, si mezcla co la llerza, comu ramu de siem- pre viues, i asina atópése co el castellana comu los pa- riétes mayores q tiraios la sagre. E aqsta Uiuiana ó de bondá, q no ha inclinación ó na jtete á furtos ni á ta- fureries, i si bien no so mozos de parada, i repuné el oficia de tayador, i pa verdugu touiero q echar manu d' orne defuera, no so folgazanes: i iüsina los Uauradores, jtete espauilada é truximana, en el su fogar alogau, no se desmüganie, ré^en pa Y alúa, i maniese fasta dempues de atopezidu 5 tomé á rezar; é tiene cassa, corral, tena- da, i de tíerres vnos cuareta dies de giles, ó uaxu Y orru carru romanu, d' exe q roda i da chirrios, Uauiegu, ga- daña q cauruñen, fessoria, foz, fozete, forcau, Qapicu, messories, i Uauren i sallen i arriéden les siemures, é ^euen los gües, xatos i nouielles, ca les vezes punen i tie- ne zuñes, é dányoslos á la comuña, i estrándolos co ue- ri9iu ó argoma á ñeruássu, facen el cuchu pa cuchar, é bono, q cueyen vente por vn: ó ponen polios, ó sie- guen erua de prau vissiegu, ó seroñu, i pacen la otoñada, i pilen Uino, érriestren pauoyes, descaxinen faues, maien trigu, estruyen mafanes, rauilen erga pa Uimpiar de poxa la fisga i esc&da, ^ Gastia nd tien; lleuanten cárco- ues, vardiales ó múries, ó de mui Ilueñe estáyen les tie- rres pa q no se fagan umedales; ó llimien orÍ9Íos i muer- gos ó fazen abassones, goxes, maniegues ó pajtos, ó me- dies de copines, galipos i maques, ó angaries, portielles, torgues, estadoños, guiaos, pórtigues, cuyares, esqírpies, córrelos sardos i engagos: ónes fiestes, dempues de la missa, plati^n en porticu ó cauíldu, ode depredie- ron á solliuiar i llier de corrió, cosses del conceyu, de la sestaferia, ó la manera de guarecer les vilbes pa faceyos les sienures: Jueguen los bulos c5 cuatreada i mftganíá-

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do, al truq, á la moqta i á la coritíta, ^ llamen asina al páxáru de mal agüeru q soruiata Y aceite de les Dámpares: í el nomes emeya '1 de Garixu el Romana, 5 Augusta püxo de mandón p' apertános, ó á los rapaza- eos coáda érieden mucha, la chacha falayos de la can- ia, é iHos entSciones empapiecen vn poqñin: ó inda los ornes, pe la paxa del algodón, ya no visten calfon, nin motera, trocárolos per pantal5es i sombreros, i cal9en zapatos i madreñes, i si aforren dalgana cossa, mucha i os gasta r espicha del tonel i fartúQnse de sidre. E baxa 1 teyan la muyer de dégae ó arrancaos, q n5 po de moza, sala d' estameña, xngon d' alepin, refajtu de bayeta é madreñes c6 ses uones uroqs, no paigostia, me aforradina: allama el faeba co forga^es, tizacd llene, gá- raos ó cádaaes, arroxa Y foma i na massera amassa uo- roña i panchón, ó la torta échala 'n llar entre dos lláaa- nes, i el pote caélgala ó nes calmieres c5 UacO, tacú ó rauadal de guchu: é nes escudielles é platos de páxara, Ueua la parua i dai '1 xintar á la xéte, i á los marruecos, i al lastre, i á la cordudera i á les andeches, pe les cohi- des i acarretos: va *\ mercan c5 la goxa na caneza, i á la fonte co la ferrada 5 friega, ó asina *1 canxílon la garfie- Ua i utros cáfios, fila los cerros, éxarega '1 filu, fai la colada, mneya é recude é ensuga la ropa, muce ó cata la vaca n' el tariegu, e illa n6 cata la Ueche si n6 á sor- uiatos: i M mantega, ceua '1 pitón: i les pites, el machu pal ñeñu, les femes pa les ñeñines: ruste chamusca é pela ó trecha ó cuez farrapes; espesses i rales, i chichos, 6 fai morcielles Xuanicos é llonganiges de sáuadu, i per antroxu foyuelos: ó si sómpuer^n los ñeñinos, enfrósca- 1(^, lláualos i pónlos en cuellu, possalos, páralos, écha- los, tápalos, áñalos, afalagalos trai-os perdones pa q

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ruqn, Xuega con illos al i ve ¿, i á la pita ciega, ó sáca- yos los Ilixos: si amalecen de les vexigues ó del sarapicu, ó de ceruiguera, pónyos la cigüa, dáyos melecines, cui- dia no se pogan Uisgos, falles reualguinos: ó si oye al iprone aüe maria purissirna^ respondei, sin pecadu cdcem- düy i siempre i apurre dalgun gaxu i Uicenfia pa domir ó na tenada: i el proue rellatai lo acaescidu per acá é acullá: ó cuesse los rapados, i estos col fócete, sieguen la pa9Íon q no tega oruayu, ó faen caxéllos pa les aueyes, gusmien Y aueyera pa les emsambles, i co muga la tie- rra, sienuren arueyos, arrinqn patates, anden á la gue- ta, espulguen castaños, é mietres Hieden, sulos ú co su colla9u, si siruen vn amu i couren soldada, xiringuen los arboles, cuelen meruedanos i prunos ó andrinos i cadá- panos; é maten gafures, esfuellen espertóyos, ó xiulen ó faen chifles i famploñes, i toqn la trompa: ó á so é á so afalanguen muchu: ó xueguen pecara, corru, maya, pilota, machorra, el teyú, les chapes ó les voli- ches, ó fai cauilar q lo mesmu xugauen los Francos. E fartucos de reblincar per maguestos i esfoyáces, pe les files, galántien les moces i esgañitése echando ixuxús; ó vóltien el palu ó bona ciuiella, ó várganu d' acenu, comu tarauica: ó amusgaos, entruyen el passu pe les caleyes, si utrú corteyu va echar la pressona co la so rapaba; ó aqsta melguera si toqn añeru, remiella los güeyos, cóme- lu á güeyaes, recueye la saya i fai mil veyures pa enga- tussálu, i el mastuer^u alloriau, dempues d' afustacar el suelu sin concebía, cuerre ca '1 cura á pedir proclames, i entrugaos ena retoral pe la doctrina, étamen á cassásse, mas no se xüten fasta passau dalgun tiempu, ó q illa pida el rebudu. E asina mesmu si el ome ye de ce9ia ú de sauer, no cauila pa aforrar, fáisse aloyeru, no se atora

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per delgun, inflasse, tien faradula, farfulla, covayon, no perdona ripiu per etaramlgásse, i tórnasse agachar i fiírta la vuelta si menester, 1 si s* entorna tien rixu, íi^esse, echa ronqs ó la zacania, é guapaméte tira pe la freua, i nin diétro nin fuera no se atopa nin apaña á Uamásse Mingo de Antena, Pericu de Túxa, Venon de Marica, i non diz mollera, fo^icu, vidaya, qijtaes, verles, caniles, cerviz, espinazu, coraes, menazuela, votiellu, cadriles nin cálcanos, nin gustai la gaita, nin la zanfo- Dia, nin les romeries: perú ye enclinau á fazer copies tienres, en les q falen la ^ana ó los entrialgos: ó les sos criatures no s5 toes llácies de gtieyos azules i toes para- ismos, q no pieguen á Xete ¡5 mialma del alma! qrendona i gassayossa ó pocu amiga de folixa, pera q[ n5 tirimiqa i risse de los fatos, espurrios i engolletaos, 5 á la postre c6 la voqifia de cerezos, c5 les pepites en Alera por diétro, la color de rosses sin untu, gtieyones garapi- ñaros, oreyes i manes peQñines, pelu llargu negru, roxu i ensortiyau, formes redodes, i carnes ñerues, cuerpu gayasperu, fechu comu pa 5 Y aire lu aniq sin fendesse, i discretos i melgueres, los mozos facéyos el vissu, i si se cassen s5 pa '1 so fogar, comu vna pegoUera: ó nól estrau ó na cai s6 respetuosses i de vilbes onrraes: e la menos cria cuatro flos i müches ochu i áila de ventidos, (} el ^ morrió mas aina, Ueuólu Dios á los cincuenta. E pa en- trar diétro de les casses con la puerte cierrada ú de par en par, pícasse é dizse: DeogracieSy é la rempuesta yé: d Dios sean daes i entóncienes ya diétro dizse: d santos i bíientis dies, d santos y busnos i los DioSj i Ssina se diz peí camin, i dempues de atopezidu, i al finar la missa. E Asturies tien so arqitetura bien preciada per Gaveda, meyor q per utros sabios, i esto acaez, peí conocimiétu

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del bable: i la Xéte vieya fixo vna copla, q diz bien claru r estima q i daua á la Catedral:

Torre la de Uviedu: Catredalla de León: Gampanes les de Toledu: RoUu el de Villalon.

Asina los mas Uetraos, al falar del Orru, si no se ios apüta, no vernan en conoscéfia q pa Uiuertar les cosse- ches de la umedSza, pa asoleyar los granos i airear los repinaldos, les cuayaes i les mayuqs i pa q los ratos q crien müchu demassiao, no los roan, fixero vnos cago- nes de castaña de deziochu pies per catorze, co su teyau encima de los aguilones ó cabrios^ ó la gala no ponei mas q los cuatro cíaos de la peslera: i les colodres van ensamblaes pe les xütures i pe les cauefes en los enuel- gos i ó nos traues, i aqatos sostenios per cuatru pegollos de piedra de granu comu pirámides, fincaos ó nos pilpá- yos de calcar ú faba, q entre todu Ueuanten diez pies: i al costau de la puente la suvidoria desseparada tres pies pa q los ratos n5 vlinqn: i la Xete p' entaramingasse reualga: ó debaxo seqn la magaya, pa la sienura de los pídales pa fazer pumaraes: i el Uaurador tien alli mesmu los presseos, i aode se atecha pa trauayar si el tiem- pu no va bonu, fasta auocanar, i alli tamien meleci- nes á les vaqs toldes i fai les robles de les escosses ó de utres si entra en covenécia: E tien la grande en su eruo- lariu, q ademas de lo conoció tien farfueyu, árgana, aue- yera, fauaraca, gamón, cananera, lloren, péscales, pa- niega, pa9Íon, verÍ9Íos, escayos, ortelana, paletaina, co- ralina, mófu, argoma, culátru, fior de venitu, escorzonera, polipóli i meruédanos. E pe les arboledes ó les eries i los

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ceUeros vense muchos páxaros q[ llamen parpayuelas, andariqs, estorninos, alcarabanes, mazaricos, arcóes, glayos, coruxes, esperteyos, ñeruatos, reitanes, pinzo- nes, picos palombos, zoritos, pegues, cuqiellos, forres, milanos, aguiles ó ruisseñores. E asina pe los picos i viescos, é carbayeres ossos, reuecos, llouos, raposos, cor- aos, armentios, llondros, furones, fuines, melandros i Xaualines: perú q n5 nombren ya mSteru á la vez q xus- ticies pe '1 añu nueu, pos la mucha xéte q pa tener ceuera, llaura ó destapina los motes, descastrió ios ani- males. E de gafures pe los sucos, matos i uardiales tópe- se cuélebres, cuUeures c6 ubleru, escalamuergos, sa- caures, Uagartesses, merucos, gussarapos, ó llimiagos: é ena mar aOde nauieguen los cachemerines pies^n les lanches voites ú aldeualu, dempues de utros conocios, cueruines, tonines, mielgues, piqs, calderones, parro- ches, i mas á la oriella fañe^s, cabres, aligotes, botones, serrianos, xardes, xulies, panchos i merlotos: i pe les res- qiebres de les peñes, é peí cascayu Q na marea, les foles i cachones cubren les deziochu pies, piesQn varuaes, es- camones, esguiles, oricios, canuarones, andarías, cento- llos, perceues, mosiones amassueles, vigaros de la fiel, Uámpares i xorra pa los anzuelos: pe los rios tópese sal- mones, truches, esguines i llampróes, í bonos canueros d' engulles escSdios diétro la sabia i Y pielgos. Epa 5 n5 ha falla de ná, tien sos cantares: ea, ea: ai vn galán d! esta villa: romances el de Don BtcessOj Gerineldo i Ros- saura: é baila '1 ¿biringüelUj la anraldilla^ la danga pri- ma onde óysse Y ixuxú, gritu q denates dauen ó na guerra en seña d' alarma cuádo se ponín de veladores ó atalayes. E lo mesmu tien cossadielles, ó bonos refranes, 6 guapes sentScies recoides per ^ovellanos i Gaveda: i

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comu diz q estos átales fazen preua del xuiciu d' vn puebla, doi á v* m^ la muestra de les q fago recordación.

El q primeru ñaz, primeru paz.

Filando, me voi, filando me vengo: d' una rocada perdiu me veo.

Guartu qita tastu.

Déme daq siqier, ó si no fasta mas ver.

Del ñaire q ó pigañon, Dios lliuerte al to qiñon.

La color de fueu no ye de dura.

El dineru del vecin co vn garabin.

Dempues de vieyu, gaiteru.

Nunca Uouió q no auocanás.

El ruin aruiu, desq come á friu.

El dineru tien el rabu ñidiu.

Arriba rapaz, q la barba te ñaz.

A la fiesta de Llugas, si la vaca ó la reziella, no están males ¿pa q ras?

Re^alu d'aldea, '1 q lu dessea.

Tres pies ó vna coroa? trébedes so tontona.

Si vas á la romería ten cuidiau no esvaries, q los praos están nidios ó les caleyes moyaes.

Ermitañu ogañu braorneteru antañu.

Oien bon ñeñu cria, bona tela fila.

Barba vermeya nuca bona pelleya.

Tien r alma entre les payes.

Ensertar en árbol vieyu, ni llena '1 platu ni el giieyu.

Faluca despacin,

q no r oya '1 to vecin.

Son mui altos corredores, pa vaxes vétanos.

El q á lo' suyos semeya tien fecha la preua.

Tres oreyes i vn pió? cadapanu yó.

El bollin i la bolliña todu sal de la fariña.

Con tu señor no partas pe- res, dáiles enteres.

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Dicen dalgunos q esta fabla melliza ú del mesmu gouin q la Gallega, i q lo mesmu la Portuguesa, sin les farándules, q i apurriero per de Uau pa facela érreues- sada: q semeya daq el Lemosein i Y Italianu: q escaes^i- du r ussu de falar Uatin, fáisse vn seruigiu al teñó cuéta del bable: é utru si falandu bable tornarásse comu ha menester so lo q dixero los mui Ueidos Pereira, Glemen- cin, Arrieta i Muñoz, faziédo cornetos á Geruantes i á los fueros, q m^ comu précipal guadador de la Uingua tenrrá q tiestar, i si no á vesse en premia pe Y estoria ó pe la puridá del buen sentiu, pos asina ressultancia i iibligacion de coseña de la so guarda: i 5 tiestar á de jaro, apaez cuádu diz Arrieta q passar los dies de turnio en turuioy n5 se entiéde comu Geruantes no qixera dicír, q D. Oí*ote passaualos dormiu ó á escures, asina estarla illi de bable, pos el Astur claru q Geruantes Qixo di- cir allocau, Uocu, tocáu, pos del veuiu dizse entornan, tu- ruiu. Glemencin qixo 5 aSde diz allede dixésse Ultramar, i ¥• m* asiéta q^yé déla parte de allá i n5 esto, pos qier dicir, mas Uueñe del utru Uau, isti Uau lo mesmu la mar, q la pieqiella, sin cossa rompia peí mediu, i di- ciendo parte paez 5 so dos. Tamien Arrieta esplica q a6- de Geruantes diz, ella jamás lo supOy ni se dio cata de ellOy q deue entendósse por n5 se curó, non fizo cassu, i el Astur entiéde 5 Dulcinea, nin lo supo nin se dio cuéta de iUo. Pereira diz de la auétura de la vixilia de les ar- mes, cuadu diz D. Ouixote en q estoi étediedo^ q espera- ua la auétura, i el Astur diz 5 estaua en lo mas róciu de iUa. E Glemencin tradúz comu imprecación de maldita sea yó, Y intergeccion 5 dixo Andrés, mal añUj i mal añu pd 'Ipecauj en bable vn bocablu inocéte i n5 impre- cación, á n3 ser 5 se tome comu atal, el agregao pe-

72 cao, q r estoria no re^a q Andrés dixera. E Arrieta asi- na mesmu diz, q a5de Geruantes püxo, le preguntásscj le dijese qtce mal sentía^ soura el le dieces q sin dubda vn pegote de T impreta: i en bable isti modu de dicir dicción fecha ó yera lo mesmu pa Geruantes. Pereira diz q la ley del encage^ sétecia de Xuez arbitraria i capri^ chosa: ó el Astur en los sos tratos i en burla diz, llei del embudu lo anchu pa ti, lo angosto pa min, i no fai refe- regia á degun X^uez. El mesmu Pereira qier q solas i se- ñeras sea parejo, i señeras, comu lo puXo Geruantes, dueñas de so voluta ó sin tapar denguna gracia i fai vn vocablu mui majo. Arrieta apañado el dichu de Goua- rrubies assiéta q Cachupin *1 español q d* España va á morar á les Indies, i esto no acaescia mas en Medi- co, Pereira diz q llana de cogote descogotada, comu lo son dalgunes paissanos de Maritornes, cuyu nome n5 saue d* vien: ó á min paózme q trabuccósse, llana de cogote yóra la q no cogotuda ó omilde: i los astu- res son tiessos de cogote, i Maritornes qier dicir moza alloriada. Pereira diz q Juana Gutiérrez mi oislo q su- pon peí maridu ó la muyer ausséte: en bable ¿oistelu tú? ¿oistelu? i comu V ussa Geruantes qier dicir lo q vusté saicej lo q vusté conoz, comu vusté m' étiéde. Glemencin diz q llevar el gato al agua, fazer dalguna cossa en q ha defecultá ó peligru, ó no esso: según el bable vn modismu en les desputes pa meter en dubda la Vito- ria étre los q cotiédé, Pereira diz q furibundos fedietes á de etendesse golpies, i comu fender diuidir, fazer tayaes, per esso el bable etiéde tayos, tajos. Glemencin su- pon q ode diz decorar el original deuió dicir declarauan^ Martínez de Romero q deuió ser decorauan, i el astur no tien dubda q el decorar q puxo Geruantes qixo dicir po-

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ner majo el descursu ó pulilu. M. de Romero diz Jiéria tanta qier dicir comu hampa, i héria dizse de críales en descampan: i héria tierra de Uanor de muchos co fin- sos, perú sin muríes, é henal, campu enauertal sin cau- tiuar, Arrieta diz q fruncida tantu val comu zalamera, ó firuncida dizse d' vna cossa arrugada, aportada, torcía. El mesmu Muñoz diz q la comparáza q fai Geruantes deljpo- llin i 1 sardOj q yera voz del piamSte i d' alueiteria, q qier dicir pollin peqñú, i Geruantes á mi ver flxo burla de la pintura, comparádola á vn piescau 5 llamamos sarduj pos los aluéitares diciene buche i nd sardu, i si n5, vizcainu. E tamien qier 5 alerta sia italianu, yo dúbdo- lo pos alertar ye castizu, perú n5 puede vnu enfotásse en les cosses de guerra, pos de mdg á mdcg, traxerS de les guerres centinela per velador, bissoñu per recluta, corredor per adalid, díielu per dessafin, emboscada per celada, forrage per paya, fosso per caua, marchar per caminar, escarapela per deuissa, ó utres de \ falaben el fiíeru de Cuenca ó les siete Partios i les Ordenaces \ Hernán Cortés dio en Tlascala ende mdxx pa la so &ete. Glemencin diz q follón^ eqivál á insSsatu, vanu, inchau á manera de fuelle, i mainiqs q *1 Degorrio anda sueltu i deue ponésse en farrapera, ó grande '1 enqivocu, pos follón no ai qien n6 sepia \ '1 trSpossu, cobardon, fol- gazan, i no deriua de folliSy fuelle ó bar^inpa echar aire, i asina d' uvien follón de fólis^ fuelle de pelleyu, tro- cada la o en t^, q escassos d' alme)tia, por ^ la q te)dn, lleuáuela comu preciada pa les Señores de Roma, ser- uinse de pelleyos pa sacos de ceuera, i follón yera fuelle Uenu de malicies: i si no, vernia de fuelga q \ folgazan tien todos los vicios. E per no allargar isti rellatu, i q qiciaes paezca falta á la cortessia q deuia, de^o de

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nombrar utres notes, i q deuia fazesse pa 5 se viés q '1 bable finca metanos del castellana, pera q aqstu no veda lo q V* m^ deue fazer, q sallar, i no salar les notes comu dixo Muñoz, i meyor etouia tiestarles dafechu, pos si se emborraca essa gloria, échanos peí müdu, i lo pior será r aluitamietu. E per ende no los dexe gurgutar fas- ta q depriédan, q los fiíelles inchaos triensé pa q se des- inflen, i pa esso Hartzenbusch püxoi á Glemencin les pe- res á cuartu, perú tamien descaescidu i per esso no re- mató el trabayu: i no seyédo isti mui grande, vernia bien q V* m^ puxera mandatu pa q ode se diz agora en el tesr- tu oures cC entretenimietu, voluiesse á dicir entedimietu comu yera denantes. Y ver si posible ensertar en so Dicgionariu q agiuxmanil trípode de madera ó fierro pa ponei T almorfia i los presseos pa llauásse, q lo mes- mu palanganeruy q falando asi dizse meyor q co la voz cunera llavabu q no tenria porq 'n Gastia, sin el es- caescimiétu del aguamanil i del palanganeru, q Uóssen en cualesqier inuentariu, q á la postre sópiasse q no nos 11a- uámos cima vna tayuela: ó ya en camindeuiaponóssetnd^, i en agua manos tiestar pa Q se diga agua mesturada co essecies: ó ponei antojaría q la corralada q los casse- rios de los llauradores tien delantre de cassa, i q la falla pon la Xusticia en calces prietes, pos lo mesmu q tenada^ payar^ son vozes d' oficiu ó nos inuetarios: á tamien ha falla de acrenfia ó de esplicar q collazu '1 compañe- ru en el seruigiu del Uaurador, q compágu no sulu '1 compás q m^ diz, sino lo q se xinta co pan ú borona: i no püxo corral comu hacienda, i hacienda comunera, i hato comu hacienda, llamaos asina pe les lleyes d* In- dios tít. XVII, üb. IV. E tamien empanada i empanadilla q mas q empanar, ó hñmdi picapleitos q m^ diz em-

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bnsteru i 5 nías aina enriedador, abogan de caleya: ó vósse q trabucó '1 pión c6 la pionza^ i q entre el pan DO á panchón, pan prietu de fariña poco peñerada, nin pan tiéro: i 5de fala de la panoya escaesQÍóssei la del maiz. Q picaporte cierradura de palu ó de fierro, q dexemes en cnadu, tíen vna clauia pa abrir per defuera: é q picaporte qier dicír Uauin pa abrir el q no tien clauia, q 1 5 cierra de golpe, comu m^ diz: ó picaporte '1 5 val pa picar á la puerto, 5 m^ diz aldaba j i Ssina comu diz llamar per picar, i llamar qier dicir llamar c5 verríos ó vozas, ó por señales q n6 sean golpies, ó per ende dóxanos sin aldabes pa trácar, q áiles séQies de ga- rabatu ó carecieres: i sin picar repica les campanos, i pa fazer compuestos razón q aiga simples: ó tamien ^\qv q valga derrar por pesllar, 5 cierrar c5 Hatee: i si n5 echó esta ^igiaes toparía bonos los bocablos atechar, po- ner atechu de Uúuia, aiwcanar parar de Uouer, pingos- tia muyer curiossa, perú no desfacedora de volütaes, pruir apetecer c5 extremécia, arremellar abrirlos güeyos müchu pol pasmu, la passion, ó Y apetecía, rucar, mas- car vna cossa q[ al ser roida de los caniles i molares, sue- na, meruedano, fressa siluestre, i utres cosses q n5 pon el Dic^ionariu i de q paez fai reclamu por^ pertenócei por juro de heredad, i 5 nin están mauriétes nin popes pa des- castriálas, 5 '^ ^ssi casu primeru yera apañar egóteres 5 n5 presten pa lletraos i estudiantes, i echar fora bercería, chtiche i chieco, q no bien visto rellatar, nin platicando nin escripbiendo. E bien qixera apañar d* esta lo 5 nie fai falla á mi ver: abúltame lo q flze pa n5 dai á v* m^ nin pizca, nin siqiera vna xiga: perú no puedo allargar mas, no so sábiu ó la mió fuerza n5 puxa mas Uueñe, ó per esso pa q no me fagan ablucar, doi lo fechu sin críuar, fíxelo

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per remebrSza, sin departir c6 delgu: puxórSlo en Uim- piu el licencian Don Xnan Bances, de Práuia, i '1 Ba- chiller Don Garlos Menendez de Cornellana, ó fiío la ini- cial Don Pío Escalera, de Xison: ó qixera esñalar comn fazen la Xana i la güestia, pa estrujar ó nos archiuos ode se escuéde lo q esqitarS la Xete mas lleida, q deue en- cotrásse entrullao daq, q tenriasse per ayalga. E asina v^ m^ deue terciar pa estremar les volütaes q aden en ^üedeyaes, i a falar i dai sin vagar al Dic9Íonario de ba- ble q no vi, i acutálu: i magar llega isti dia, no i prouez ca '1 tiempu, i escueya i tieste si seruiu, de lo q vaz- cu\e 'n isti escriptu, lo q i cumpla, q la fechura no pietéfiossa i sana la voluta. E co essa, isti seruidor ti 6 V* m^ q i vessa les manes, ruigai á Dios q i guárdela vida muchos años. Madrid á 9 de Marzo de 1884.— Apo- TJNAR Rato Hbvia de Arguelles.

U

ORACIÓN FÚNEBRE

QUB» POE INCAMO

DE L.A REAL. ACADEMIA ESPAÍfOLA Y EN LA8 HONRAS

DE MIGUEL DE CERVANTES

T DEMÁS INGENIOS ESPAROLES,

PBOeiDNCId EN U lOlESU DE MONJAS TRINITARIAS DB MADRID, EL 29 DE AUUL DE 1869,

EL P. D. CAYETANO FERNANDEZ,

d«l Ontofio d0 8aa Felipe N«ri de SerilU, ykU aaste acedémico de otimero electo.

O^rpara ip$omm im paeé Bépmtia $mU, §t 9MÍ nomsn éorum gm^ératUmem 9i gm^' rationmu. (Eooli. 44, XIV.)

BUos TÍTÍeron en pai, y nu nombres TÍfirán etenuunenie.

Señores:

Dios no ha hecho la muerte. Y la Escritura divina se adelanta á consignarlo así, cual si quisiera alejar para siempre de Dios un cargo terrible que formula á todas horas la mísera y doliente humanidad. Deus mortem non recit (<).

¡ Ay! ¡Gomo que la muerte, primogénita del pecado, es la que ha hecho correr, hilo á hilo, más lágrimas de los ojos del hombre, y brotar ayes más lastimeros de los pe- chos humanos! Con razón los poetas agotaron sus epíte- tos luctuosos, llamándola amarga, impía, desgarradora, cruel: los filósofos, cogidos del espanto, creyéronla bien

(4) sap.i, xm.

78 definida con decir, terribilior omnium terribüiumy que es lo más terrible entre las cosas terribles. Para los que se amaban no había contra ella sino el triste consuelo de que una misma urna guardase mezcladas sus cenizas; y es fa- mosa, en fin, esta exclamación de un Rey de Amalee, cuya alma era oprimida, al morir, con el dolor de todas las separaciones. Siccine separat amara mors! ¡Con que así nos separa de todo la amarga muerte!

Y sin embargo^ señores, hasta la muerte es hermosa en presenciado nuestra religión. ¡Ah! Vosotros, que sois maestros de lo bello, decid si no es hermoso y hasta su- blime el ver la tumba cristiana rodeada de lucientes ha- chas, símbolos de la fe; oir la fúnebre salmodia, expre- sión de la esperanza, y ese Regem cui omnia vivuntj tan- tas veces repetido en presencia de la misma muerte, para bendecir llenos de caridad á Aquel que ha destruido su fatal imperio! Mas ¿qué mucho que os parezca bello, si vuestra razón, levantada por vuestra creencia, forma de todo eso camino luminoso, á manera de puente solidísi- mo, para comunicaros dulcemente con seres muy amados que ya habitan en la eternidad?

Y siendo esto así, ¿cuánto más bello, cuánto más glo- rioso y magnífico no debe pareceres ese túmulo que ahí en medio se levanta, que, sobre ser túmulo cristiano, es nada menos que el del escritor eminente, del soldado ani- moso, príncipe de nuestros ingenios, Miguel db Cervan- tes Saavedra, y monumento también que simboliza y re- nueva la memoria de los demás autores que enriquecieron en vida las letras españolas?

¿Me preguntáis acaso el motivo, la razón estética de esa nueva, profunda y sublime impresión que á su vista ex- perimentáis? Pues dejad que yo medite y madure nn ins-

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tante mi contestación. Yo observo, señores, que sobre esa tamba hay un libro, de inestimable valor por lo que es ^ sí, y grande, más grande todavía, por otra signifi- cación con que allí le miro: es El Ingenioso Hidalgo de Cervantes; significa también ó me recuerda todo el in- menso y majestuoso cúmulo de nuestra literatura hasta la edad presente.— Yo observo, además, que habéis colo- cado allí honrosos laureles, coronas inmortales, y la Cruz,

una Cruz que lo remata y lo domina todo; y ya con

esto no es posible equivocarse. Responderos puedo sin ti-

tabear: ese túmulo es bellísimo, es sublime, porque

ffío lo veis?.... porque él nos está ofreciendo la gloriosa síntesis de todo cuanto los ingenios españoles han hecho por nosotros durante su vida, y de todo lo que nosotros debemos hacer por ellos después de su muerte. ¡Oh! y ellos han hecho tanto por nosotros, que no han podido menos de morir en paz. Corpora ipsorum in pace sepulta sunt. Y nosotros debemos hacer tanto por ellos, que sus nom- bres no perezcan nunca. Et nomen eorum vivit in gene'- rationem et generationem.

Ahora, si me exigís menuda, extensa y cumplida de- mostración de estos hechos, vais á obtenerla, señores: justamente me propongo hacer de ella el objeto único de mi oración, deteniéndome, con debido orden y s^ún su importancia, en los dos indicados puntos: beneficios de esos famosos muertos; recompensas de estos ilustres vivos.

No diréis que mi pensamiento no es obvio, sencillo: es hasta trivial. Mas ¿cómo podría yo remontarme á unos es- pacios donde mis alas no sabrían moverse, y menos en es- tas mis difíciles circunstancias? Acaso, y sin acaso (pues lo creo con la mayor sinceridad de mi alma), jamás ora- dor alguno se puso á usar de la palabra con mayores di-

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ficultades que las que sobre pesan en este instante. La solemnidad augusta de estos fúnebres obsequios; lo se<- lecto del auditorio; la honra misma de la Academia que, con una indulgencia sin ejemplo, acaba de abrirme sus gloriosas puertas; el recuerdo vivo aún de los conceptos altísimos que, con frase sonora y unción divina se han oído en este día y en este lugar de boca de eminentes y sapientísimos Prelados todo esto. Señores, bien en- tendido, justamente ponderado, bastaría para abatir un

aliento más poderoso que el mío. Mas ¿lo creeréis?

Estoy tranquilo. Desde que me he separado de vosotros, y á cada peldaño que he subido hasta colocarme en esta sagrada cátedra, me he sentido crecer y serenárseme el corazón. ¿Sabéis por qué? Porque es el sacerdote el que sube á hablaros, y el ministro de Dios ha dejado en el sue- lo cualquiera otra consideración; porque, si á vuestro lado me encontraré siempre pequeño y en la actitud de apren- der, aquí. Señores, subo á enseñar, y con la alteza de mi sacerdotal encargo. Así, no pido al cielo otra cosa que la gracia de mi ministerio; no pido á vosotros más que la be- nignidad de un cristiano auditorio. Que no han de faltar- me, espero, ni la una ni la otra; y en esta confianza atré- veme á continuar.

Lejos de mí. Señores, la temeridad presuntuosa de traer á este sagrado sitio un discm^so puramente literario que vosotros haríais mil veces mejor que yo, y para lo cual no era menester venir al templo, ni doblar ante el Ser Supremo las rodillas, ni ofrecerle, cual lo habéis hecho, un sacrificio de infinito valor. Si alguna vez parece que falto á este propósito, no me juzguéis al punto: es que asiento las premisas, que nos llevarán al cabo á conse- cuencias enteramente morales y religiosas; y esas premi-

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sas, como impuestas en cierto modo por la índole de esta solemnidad, ni yo acierto á alterarlas, ni á sustituirlas por manera alguna. Ya con esto, nadie puede extrañar que, dejando á un lado la profana pompa de introducción erudita y todo lujo de brillantes rodeos, venga modesta- mente á mi asunto, apresurándome á satisfacer vuestra religiosa curiosidad. Esta, á lo que entiendo, se formula ó explica primero en semejante pregunta. «¿Cuáles son los favores que hemos recibido de esos famosos muertos? O, ¿qué es lo que han hecho por nosotros?» Y yo, seño- res, respondiendo de lo que han hecho por lo que han sido y son para nosotros, contesto con exactitud, em- pleando al efecto tres palabras, las más venturosas que encierra vuestro diccionario: porque digo, y demostraré muy en breve, que ellos son nuestros Maestros, nuestros Padres, nuestras delicias.

¡Nuestros Maestros! ¿Y exige esto demostración? Des- de lo más alto y profundo de la ciencia, hasta lo más do- noso y rico de la palabra; todo cuanto esos ilustres Inge- nios alcanzaron, entendieron y expresaron en castiza, no- ble y armoniosa frase; lo que constituye toda doctrina y todo humano saber, es decir, las nociones de la verdad, de la bondad, de la belleza; todo, todo eso está en vosotros, lo poseéis vosotros; forma, por asimilación, vuestro intelec- tual patrimonio. ¿De quién lo hubisteis sino de los libros, de las enseñanzas de esos Maestros, que venís á honrar ante esa tumba? ¿De quién prendió en vosotros la luz di- vina de lo verdadero, sino de esa brillante línea de sa- bios, que comienza en el Obispo Idacio y San Isidoro de Sevilla; pasa luego por el Cardenal Cisneros, Benito Arias, Melchor Gano, Maldonado, Suárez (grandes teólogos); y, tocando en Morales, Mariana, Sandoval, B. Argensola,

6

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Abarca, Solís (famosos historiadores), se extiende hasta los malogrados Balmes, Donoso Cortés y Pastor Díaz, eminentes y cristianos filósofos? ¿Dónde bebisteis las sa- ludables aguas de lo bitenoy sino en esa corriente limpi- dísima, inagotable, que brota en nuestro suelo, allá en los PP. Pedro Pascual, Jacobo de Bena vente; dilátase cau- dalosa en Fr. Luis de Granada, Maestro Avila, Santa Te- resa, San Juan de la Cruz, Rivadeneira, Malón de Ghaide, Estella; aun continúa en los PP. Rodríguez, Puente, Vi- llacastín, Zarate, y avanza hasta el popular Lidro de los niños de vuestro Martínez de la Rosa? ¿Adonde, final- mente, acudisteis por las dichosas prescripciones de lo bello (vuestra gaya sciencia) sino á ese vasto y amenísi- mo jardín, por todo extremo variado y admirable, que nace en el Poema del Cid, Juan de Mena, Garcilaso, etc.; brilla con todo su encanto en Fr. Luis de León, Lope, Calderón, Herrera, Moratín, Quintana, y avanza hasta los Romances del Duque de Rivas y el Hombre de mun- do de Ventura de la Vega? ¡Ah, señores Académicos! su- primid por un instante esos famosos nombres y tantos otros, que enumerar no puedo; cortad toda comunicación con esas galerías de hombres célebres, escalonados en la pendiente de tantos siglos; eclipsad esos magníficos lu- minares, que tan de cerca han seguido en nuestra patria al sol de la inteligencia, y ¿qué maravilla, si os en- contráis de repente á oscuras, ignorantes, mudos sin

ciencias, sin historia, sin habla, sin literatura? Mas eso no es posible; y hasta es quimera imaginar que no haya sido lo que realmente fué. Trabajaron, pues, para vos- otros; todo lo sabéis por ellos; vuestro es el fruto de sus vigilias. ¿No es la verdad que debéis estar muy recono- cidos á vuestros maestros?

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Sí, señores; y la religión acoge y bendice también su óptima dádiva; porque, como todo don perfecto, viene del Padre de las luces; porque nuestra religión sacrosanta adora al Dios de las ciencias; porque la religión es ma- dre, y no puede olvidar que todos ellos fueron sus hijos, que, antes que sabios y literatos y distinguidos ingenios, tovieron fe, profesaron y enaltecieron las máximas del catolicismo. ¡Oh! En esto ha sido una y constante la en- señanza de vuestros maestros. Sin contar, de entre ellos, los que han merecido ser colocados en el catálogo de los Santos, y que, por lo mismo, no demandan hoy, sino que más bien apadrinan vuestras plegarias, ¿no es inconcuso que la forma católica ha sido siempre la forma de nues- tros clásicos escritores? ¿No es verdad que nuestros me- jores poetas se han inspirado en la Biblia? ¿No es cierto que nuestros místicos son los mejores del mundo? ¿No es evidente que hasta nuestro genio dramático, que después tantas veces ha desmentido su origen, tuvo que dar sus primeros pasos en el templo, como si en esta gran nación nada fuese posible sin recibir oportunamente un bautis* mo cristiano? ¿Y sería acaso esta fe, una fe muerta, como la llama el Apóstol, que no trascendiese para nada en sus obras? ¡Oh! Venga á contestar por todos y en represen- tación de todos, sino como santo, como tipo egregio de patricios escritores, el cumplido caballero, el soldado va- liente, el autor celebérrimo, y, más que todo, fervoroso cristiano, nuestro Miguel de Cervantes, cuyo aniversario mortuorio celebramos.

En este día, señores, y en una pobre morada, no lejos de este venerando asilo; acaso en esta misma hora, ago- nizaba en humilde lecho el inmortal Cervantes, y ya se disponía á devolver el depósito de su grande alma en ma*

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nos del Criador, ¿Sabéis de dónde nace aquella su paz venturosa, aquel sosiego admirable de que en vano que- rría hacer alarde el más firme y pertinaz estoico? Nace del testimonio de su conciencia, que en aquella hora, como en vastísimo panorama, le presenta una por una las virtudes de su cristiana vida. Radosos fueron sus pa- dres, cristiana fué su educación, cristianos sus estudios,

cristianos los rasgos de su vigorosa juventud Mas,

¿cómo en breve cuadro podría trazaros un cumplido re- cuerdo?

¡Aguas de Lepante, famosas por el suceso más gran- dioso que presenciaron los siglos, famosas sois también, porque corristeis un día mezcladas con la generosa san- gre de nuestro héroe! Vedle, señores, en la galera il/ar- quesa: rendido por maligna fiebre, que de todo servicio le excusaba, yace en el lecho del dolor un momento an- tes del combate. Dase empero la señal, y Cervantes no es ya suyo: denodado sube á cubierta, busca los más peli- grosos puestos, colócase á la cabeza de doce hombres en el lugar del esquife; y allí, allí fué donde, rechazando con intrepidez y hasta el fin las arremetidas fieras de aquellos bárbaros enemigos de Dios, recibió dos disparos de arca- buz, uno en fel pecho, otro en mano izquierda, que se la deshizo, á punto de no poderse valer más de ella. ¿Y que- réis saber la causa que impulsaba tanto heroísmo? ¡Oh! escuchad: es una ardorosa confesión de fe, que recuerda las de los primeros siglos de la Iglesia, con la que el sol- dado y literato español responde al empeño de sus jefes, que no querían permitirle abandonase el lecho para asis- tir al combate. «Aunque esté enfermo é con calentura, »decía nuestro Cervantes, más vale pelear en servicio de »Dios é de S. M., é morir por ellos, que bajarme so cu-

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>bierta.» Así son, señores, las lecciones prácticas de vues- tros maestros.

Pero ¡oh gloriosas prisiones, que con tanto acierto ha- béis sido colocadas sobre el túmulo de vuestro cautivo de Argel! hablad: vosotras, mejor que nadie, podéis decir- nos los ejemplos de virtud cristiana de que allá fuisteis en verdad testigos bien molestos. Vosotras, al oprimir sus juveniles miembros, notar pudisteis los latidos de aquel corazón, lleno siempre de grandes empresas, y manan- tial fecundo de los más honrosos sentimientos. Vosotras le visteis atado de pies y manos, ya con la cuerda al cue- llo para ser ahorcado: una sola palabra puede salvarle; pero esa palabra es gran perfidia, y Cervantes prefiere la muerte á la perfidia. Le visteis animar á los tímidos para que perseverasen fieles á sus creencias; alentar á los após- tatas para que volviesen á ellas; tratar á todos con parti- cular dulzura; con sus haberes pobrísimos socorrer libe- rahnente á los necesitados; cumplir con rigorosa exacti- tud los deberes cristianos, y, al compás de vuestros hie- rros, desahogar su fe en dulces y armoniosos versos en honor de la Virgen Madre, y sobre los más piadosos asun- tos. ¿Quó más, señores?

Pero ¡ah! con algún otro fin habéis colocado ese libro sobre una tumba cristiana. Y no es por cierto difícil adi- vinarlo. Queréis acreditar solemnemente, que, si el cris- tiano autor del Quijote ha sido vuestro maestro de inge- niosa composición, de purísimo lenguaje, de discreción sin segunda, ese libro ejerce todavía un magisterio más alto: pertenece en su intención primera á la religión y á las costumbres. Sí, señores: esto podía ignorarlo el vul- go; pero de ninguna manera vosotros. Harto sabéis lo que eran los libros de caballerías; no ignoráis la avidez con

86 que eran leídos ó devorados por todos, ni que, aparte de sus monstruosas concepciones v escasísimo mérito litera- rio, en su mayor número adulteraban las creencias, y traían la corrupción de las costumbres: eran casi, casi tan malos bajo este doble aspecto, allá en su época, como la novela francesa en nuestro siglo. Porque en ellos la su- perstición hacía tanto daño á la fe, como en ésta la incre- dulidad; y á más de esto, porque una poderosa mezcla de estupendo maravilloso y de loco apasionamiento trastor- naba los cerebros y derretía los corazones; y era así como la doncella aprendía sus devaneos, el joven sus temerida- des, la esposa su infidelidad, los potentados sus desafue- ros, y la familia y la sociedad entera amenazaban ruina y gran fracaso, no obstante los esfuerzos de un Vives, de un Venegas y otros sabios, que, sin éxito, tronaban con- tra tales libros, Y bien, señores: como cristiano, com- prendió Cervantes la gravedad del mal; y hallando en su talento recursos felicísimos, como cristiano se propuso re- mediarlo. Ahora, si lo consiguió ó no con su Ingenioso Hidalgo^ no hay sino ver, que tan menguadas leyendas relegadas fueron inmediatamente al olvido y cayeron en sin igual desprecio, gra, pues, la religión el soLque fe- cundaba á aquel grande ingenio, y también la regla que lo moderaba. «Antes me hubiera cortado la mano con que »las escribí, dice él mismo en el prólogo de sus Novelas ^ejemplaresj que sacarlas al público si todo en ellas no >fuera medido por el discurso cristiano Y así era la ver- dad, por lo menos, en su religiosa intención.

Bien se me trasluce, cristianos, que en este mismo instante la memoria os irá con citas y volverá con recuer- dos, no habiendo sido todo limpio ni probado en algunos de vuestros maestros, ni aun en el propio Miguel de Ger-

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vantes, en cuyo honor más nos empeña la solemnidad de este día: que el chiste no ha sido siempre casto; que la intención no ha sido siempre benévola, y que más de un desliz ha empañado vidas por otra parte muy gloriosas. Pero recordad, señores, cuál actitud es la nuestra. ¡Ah! no nos hemos reunido aquí para celebrar la apoteosis de los grifos, sino los funerales cristianos; y en ellos co- mienza todo por el temor del juicio, por el rubor de la culpa y la esperanza de misericordia. Ingemisco tanquam reus; culpa rubet vultus meus; supplicanti parce ^ Deics. Nadie, sin embargo, se atrevería á negar que por lo común la vida de vuestros maestros nos suministra docu- mentos preciosísimos, que ¡ojalá, ojalá! no olvidasen nun- ca en la suya los verdaderos sabios, ni los que de tales se precian en nuestros peligrosos días. Ellos nos enseñan que se puede tener talento, mucho talento, y ser fervo- roso cristiano; porque, ¿quién podrá tener á menos ado- rar lo que tan de corazón adoró Cervantes, CUYO INGE- NIO (lo habéis escrito en el mármol) ADMIRA EL MUN- DO? Ellos nos enseñan, que se puede ser literato sin ser impío, rechazando lo que de su edad decía Lactancio, Ao- mines litterati minus credunt; porque los hombres dados ala amena literatura eran entonces flojos creyentes. Ellos nos enseñan que nada sienta mejor á lo distinguido del in* genio y á la alteza de ciertas almas, que las perlas de vir- tudes con que se adorna la vida; que se puede ser chis- toso, sin ser liviano; y crítico, sin ser mordaz; y alegre, án ser impúdico; agradecido, sin ser bajo; sobresahr en- tre muchos, sin probar por esto orgullo; y conocer el mé- rito ajeno, sin dejarse comer por la envidia. ¿Quién más benigno con sus émulos, más indulgente con sus adver- sarios, más agradecido con sus protectores, más humilde

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con todos que el varón insigne cuyas honras particular- mente celebramos? ¿Quién más sufrido? ¡ Ah! en este pun- to (perdónenme si exagero) ¡yo me atrevo á calificar de mártir á nuestro héroe! mártir, digo, del talento; pues con la conciencia de un alma gigante, mirándose desco- nocido de su tiempo y de sus hombres, humillado, pobre, torturado por las ocupaciones más ímprobas y más opues- tas á un hombre de su ingenio, pudo decir con razón, que su talento era su principal verdugo, mas que la religión fué su principal consuelo.

¡Ah, señores Académicos! ingrata, injusta fué su época con nuestro Cervantes; ingrata por lo común con nues- tros maestros: es ese achaque antiguo de literarios mere- cimientos. Pero la posteridad viene al cabo, y la posteri- dad siempre es justa. Ved por qué nosotros, los que hoy vivimos, que somos la posteridad respecto de tales inge- nios, harto poco hacemos con decirles maestros; debemos también llamarles padres.

Nuestros padres, sí, padres de nuestra amada patria. Porque si padre es el que hace existir y avalora y caracte- riza á su hechura, ¿quiénes con mejor título pueden lla- marse padres de nuestra noble España, que esos ilustres muertos? Norabuena quede para los ociosos la fútil cuan- to manoseada cuestión sobre preferencia entre las letras y las armas; pero, si fundadores son de un país, de una nación, los que extienden su territorio y adelantan sus fronteras y las fortalecen con castillos, porque le dan lo que podemos llamar el cuerpo; padres y fundadores de esa patria son los que con su ciencia y sus escritos le dan su pensamiento, le dan su esplendor, el brillo por el cual se la reconoce y respeta por los extraños, le dan su forma característica, su expresión, su verbo; digámoslo de una

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vez, los que le dan el alma. Y esto es lo que han hecho por esta patria querida esos padres generosos. Su pen- samiento dije; porque ellos son los que, atrayendo las in- dividualidades, todas las inteligencias españolas, hacia su inteligencia elevadísima, como soles que llevan tras en perpetua unidad todo un sistema celeste, han formado nuestra unidad de espíritu y de corazón, la verdadera unidad nacional; y nos han obligado á quererla, á con- servarla como la sangre, como la vida, como la honra, dándonos la conciencia de lo que hemos sido, y de lo que podemos ser, con la verdad de sus historias, con la pru- dencia de sus leyes, con el entusiasmo de sus poesías, con las dulzuras inefables de su religiosa fe.

Su esplendor j dije también; porque ellos son los que, mejor que el Derecho de gentes, nos han granjeado el respeto y consideración de las naciones; que, gracias á sus esfuerzos, podemos ofrecer al mundo, en Mariana y Solís, la epopeya de nuestras hazañas; en el Fuero juzgo y las Partidas, la sabiduría de nuestros códigos; en las Moradas, la Guia de pecadores, el Símbolo de la fe, la Perfecta casada, etc., la pura fe y entrañable piedad de nuestros corazones; en León, Lope de Vega, Calderón, Femando de Herrera, Francisco de Rioja y otros infini- tos ¿sabéis qué? la medida exacta de la alteza de in- genio y fina penetración de nuestra gente; pues, como sabéis, en nada se significan mejor esas dotes de un gran pueblo, que en la talla de sus insignes poetas. Gomo sa- béis, digo, que no sois vosotros, ni podríais serlo, de cier- to vulgo ilustrado á medias, que llama á la poesía un pa- satiempo y al poeta un visionario: no. Sabéis, y no es indigno del sacerdote recordarlo aquí, que la poesía es muestra grande y sublime de la jerarquía intelectual y

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moral de una nación; porque es el poeta el más bello y genuino representante de las ideas que alcanzan sus hi- jos, como de los sentimientos que los embellecen. No ig- noráis los nombres que daba á esa clase de seres el buen juicio de los antiguos: no sólo los nombraba genios; lla- mábalos también divinos, les decía profetas, vates. Supo- níase, pues, dice un sabio moderno, que, por un favor re- husado á los demás talentos, el poeta se eleva á contem- plar la verdad en su mismo origen, tomando á veces de allí, del foco original de toda ciencia, de Dios, hasta el presentimiento de los sucesos futuros; y que, alimentán- dose de la más pura substancia de la sabiduría, debía el poeta ser reconocido por el rey del pensamiento. Y no es todo exageración, señores; porque, como de decir acaba un prelado católico sapientísimo (O, <si la inteligencia es »un sol, la poesía es su rayo más brillante y más ardien- »te.» Hablo (ya se deja entender) de la verdadera poesía y de los buenos poetas. Ved si no la grandiosa figura de los vates de Israel, de ese pueblo mirado por Dios con es- timación singularísima: ellos tienen en una mano la cí- tara, en otra la espada; en la siniestra el cetro, en la dies- tra el incensario. Y es que, sometidos á la inspiración propiamente divina, que los penetra y devora, fueron lo que debieron ser: cantaron á su Dios como lengua huma- na no volverá á cantarle; cantaron también la naturale- za, y eran al propio tiempo, entre los suyos, los maes- tros de las virtudes, el eco de sus alegrías, la expresión de sus arrepentimientos. Si, pues, los grandes poetas son gloria de una nación, y la gloria es la que trae y conser- va y asegura el respeto y consideración de los demás pue-

(4) Mgr. Plantler.

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blosy España puede llamar padres á los poetas insignes qoe ese túmulo nos recuerda, como la Roma pagana, no obstante su predilección por el estruendo y los triunfos de las armas, miraba con filial reverencia los laureles de Vir- gilio, entrelazados con los sangrientos laureles de César.

Su pensamiento su esplendor pero su verbo^

dije en tercer lugar. Porque ellos son, esos famosos muertos, los que han unido y apretado en nudo estrecho, indisoluble, las cosas diversas, las relaciones múltiples, mfinitas, que caben dentro de un mismo espíritu nacio- nal; pero tan fuertemente, señores, que la inmensidad de los mares no basta á separarlas, ni erjércitos poderosos bastarán á dividirlas. ¿Sabéis con qué? ¡ Ah! Vosotros me adivináis: con el encanto de la lengua castellana.— No hay patria, se ha dicho, donde no hay lengua común; así donde está la lengua está la patria, porque va con ella todo cuanto nos representa el nombre de esta dulce madre, como la aromática esencia, una vez aspirada, lleva á nuestra imaginación la gala y hermosura de la flor de donde ha salido. ¿No sentisteis nunca que os latía el co- razón de filial ternura, al oiros saludar en lejanos climas en la armoniosa lengua de Cervantes? Pues bien, esa lengua, para nosotros, sinónimo de España; esa lengua, de que sois custodios, celosísimos guardadores, ellos son, esos generosos padres, los que asidua y afanosamente han venido elaborándola, nada menos que desde el Poema del Cid en la poesía, y desde el fuero de Aviles, como ha que- rido fingirse, en la prosa. Ellos la han formado, la han pulido, la han hermoseado, la han enriquecido con tra- bajo ímprobo y tarea enojosa, dándole al cabo esa pure- za, elegancia y gallardía que la elevan á ser uno de los más bellos idiomas que han sonado jamás en los labios

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de los hombres. Y por ventura, ¿los que tal hacen no me- recen que los saludemos respetuosamente como á padres? Quien lo dude, señores, repare otra vez en aquel libro; recuerde cuál es allí su representación duplicada, y ha- llará en él la fe de esa paternidad y la partida de nuestra filiación. Por lo que, si se nos pusiese en la necesidad te- rrible de elegir para nuestra España, entre la pérdida, por ejemplo, de nuestro Cervantes y la de una parte de nuestro territorio ¡oh! yo no vacilaría en seguir á aquel inglés ilustre (^), que sublimó su patriotismo, estimando en más, para su patria, la gloria de Shakespeare que to- das sus Indias Orientales.

Padres son, pues, los que han dado á nuestra España su pensamiento, su gloria, la expresión de su nacionali- dad. Mas, si consideramos ahora, señores, lo que esos grandes ingenios han dado y dan que gozar deliciosamen- te con sus escritos, á nuestro espíritu y nuestro cora- zón, ¡ah! es forzoso decirlo todavía, no sólo nuestros maestros, no sólo nuestros padres, son también nuestras delicias.

Sí, señores, y es el espíritu religioso, unido al poético y al que podemos llamar patriótico-monárquico, dominan- te siempre en las producciones de nuestros ingenios, lo que hace que ellos sean fuente pura y muy regalada de placer para nuestras almas españolas. La historia entera viene á justificarlo. Cuanto á la poesía, ella es, dasde su infancia, si se quiere, popular; todavía más heróicaj caballeresca; pero sobre todo cristiana: ahí están el Poe- ma del Cid, la Adoración de los Beyes, los poemas de Gon- zalo de Berceo, las Cantigas de D. Alonso el Sabio, y todo,

(4) Garlysle.

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todo cuanto la musa nacional produjo entonces magnífi- co y sorprendente, al rumor de las batallas, al paso que 86 reconstruían los pueblos, y bajo la egida salvadora de generaciones de reyes tan cristianos como valientes. Vie- ne luego nuestro gran siglo; ¡el decimosexto siglo! en el cual á altura inmensurable subieron los elementos de nuestra dicha; porque la Iglesia de España alcanza su edad de oro; porque nuestra monarquía campea en los ámbi- tos de dos mundos; porque nuestros sabios son admira- dos en todas partes: en los concilios, en las cátedras, en

los gabinetes; y entonces, entonces ¿qué hizo nuestra

literatura? ¿qué canta nuestra poesía? Eco siempre de la nación, cuya vida exalta y embellece, canta principal- mente tres cosas: DIOS, PATRIA y REY. Y como estas tres cosas estaban en nuestro corazón, en nuestra sangre, en nuestro fundamento, no hay que decir que, con júbilo de nuestras potencias, los cantares á Dios son dulcísimos, los himnos á la Patria son grandiosos, las trovas al Mo- narca son heroicas. ¿Quién no se arroba al escuchar la voz suavísima del estático San Juan de la Cruz, y la de aquella mujer, por todo extremo admirable, que es una de las mayores glorias españolas, Santa Teresa de Jesús, cuando en melifluos versos desahogan sus corazones abra - sados en el amor de Jesucristo; y al oir la de tantos y tantos como consagraron su ingenio á cantar las cris- tianas glorias? ¡Cuánta fe, señores, cuánto amor no reve- la este solo estribillo de la castellana doctora!

Vivo sin vivir en mí; Y tan alta vida espero, Que muero porque no muero.

Y hablando de delicias, ¿qué puede ser comparado al contento, al entusiasmo, al deUrio con que el pueblo es-

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pañol asistía á los misterios, á las comedias á lo divino^ á los autos sdcr amentóles y si hemos de creer todo lo que so- hre la materia inquirió y nos refiere el modesto é inolvi- dal)le González Pedroso, en mío de los trozos más elocuen- tes que se han escrito en el castellano idioma? Más toda- vía. ¡Fray Luis de León! ¡Fernando de Herrera! ¡Fran- cisco de Rioja! ¡Qué tres nombres, señores, sobre infini- tos otros, tan dulces, tan simpáticos para el esplritualis- mo proverbial, heroico de los españoles! ¿Quién con el primero, no se eleva á Dios por el suave, misterioso en- canto de la noche serena; y, con el mismo, no se toma de tristísima ternura al decir á Jesús, que ya desaparece en las nubes:

Y ¿dejas, Pastor santo,

Tu grey en este valle hondo, escuro,

£n soledad y llanto;

Y tú, rompiendo el puro

Aire, te vas al inmortal seguro!

¿Quien no siente ensancharse su corazón y arrebatár- sele el alma, al escuchar á Herrera, que así entona glo- rias de España por los triunfos del cristianismo sobre la niüilia luna:

Cantemos al Señor, que en la llanura Venció del ancho mar al Trace fiero. Tú, Dios de las batallas, eres diestra, Salud y gloria nuestra;

ó, con Rioja, no paladea la dulce, melancólica filosofía que el gran poeta hace caer sobre las grandezas huma- nas^ ciudades populosas, soberbios edificios

cuya afrenta Publica el amarillo jaramago {{).

(1) Supónese, por seguir la general creencia, qae la célebre oda á las

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y la paz y contento de la virtud, con que convida al hom- bre en aquella Epístola moral ^ que será eterna cuan- do dice:

Un ángulo me basta entre mis lares,

Un libro y un amigo, un sueño breve,

Que no perturben deudas ni pesares?

Y de nuestros prosistas místicos, ¿quién nunca acaba- ría de hablar, si de ponderar hubiera el tesoro de delicias que sus libros vierten en el alma del lector cristiano, ya con la sublimidad de sus pensamientos, ya con su decir donoso y elegante? ¡Oh! en este punto tenemos tanto y tan bueno, que apenas es posible elegir sin exponerse á dejar lo mejor. Los nombres de Cristo, la Exposición del libro de Job, la Perfecta casada, del maestro León; la Ora- ción y meditación, la Guía de pecadores, la Introducción al simbolo de la Fe, de Fray Luis de Granada; el Alcázar interior, los Avisos, las Cartas de Santa Teresa, y todo, todo lo de éste Ángel, que encarnó en España para bien

y honra nuestra ¿qué son todas estas obras, y otras

infinitas del mismo género, sino manantial inagotable de delicias, de sabrosos consuelos, de dichosa espiritualidad? ¿Qué era lo que escuchaba el gran Lista ¡nuestro maestro Lista! en las últimas horas de su vida, para llenar de dul- zura esas horas tan amargas? Lo muy bien, señores: las Cartas de Santa Teresa. ¿Cuál era el único hilo con que el despreocupado abate Marchena permanecía pre- so, digámoslo así, en las creencias catóhcas? Era el en- canto de la Gruía de pecadores, que perseveró en leer toda su vida.

Y ya que de delicias se trata, podríase no hacer men-

Ruiaas de Itálica es de Rioja, qo igooraado qae más ilustrada critica la atribuye hoy á Rodrigo Caro.

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ción especialísima de ese libro, el Ingenioso Hidalgo, que es (permítaseme decirlo) el quita-pesares de toda mala ventura, el solaz de todo descanso y el antídoto de toda tristeza? Él recrea á los doctos con la profundidad de sus sentencias, regala á los gobernantes con sus máximas sapientísimas, deleita á los literatos con lo selecto de la frase, alegra al anciano con la amenidad de los sucesos, transporta al niño con lo maravilloso de sus invenciones, y á todos divierte con la abundancia de su chiste, con la finura de su sátira, con lo honesto de sus donaires. ¡In- genio felicísimo, señores, el de nuestro Cervantes! Y bien podemos decir, que si todos nuestros escritores han sido y son nuestras delicias, Cervantes ha sido, es y será siem- pre las deücias de nuestros escritores.

Empero la verdad es que, después de considerar á ese hombre extraordinario bajo el triple aspecto que le es propio, el ánimo queda indeciso, confuso, sin saber por qué manera debemos más á su singular talento, si por lo que nos enseña, ó por lo que nos glorifica, ó por lo que nos deleita- Pero mi confusión, señores, llega á lo sumo al fijar otra vez mi vista en ese glorioso túmulo, recuer- do solemnísimo de tantos sabios, de tantos escritores, de tantos ingenios como han honrado las letras españolas- Así es que, cuando ya en estos momentos quisiera yo reunirlos en vuestra presencia, y contarlos todos, si po- sible fuera, y condensar en breve resumen todo lo que en el curso de los tiempos han hecho por nosotros, ense- ñándonos, engrandeciéndonos y deleitándonos, ¡ah! el alma sale de sí, y no acierta sino á percibir una voz que baja del cielo- Atedivi vocem de ocelo; pero voz de tres so- nidos, semejante á la que oyó en espíritu el Evangelista en Patmos: íanquam vocem aquarum multaruniy como

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VOZ de las abundantes aguas de su doctrina; tanquam vo- cem tonitrui magnij como voz poderosa, que nos concilla el respeto y consideración de los extraños; voz, en fin, que, articulada en la sonora lengua castellana, parece ^'- cut citharcedorum dtharizantium in dtharis suisj como de tañedores que tañen en sus propias citaras (<). Y esta voz, señores, es la de la persuasión íntima en que esta- mos de que ellos son nuestros maestros, de que ellos son nuestros padres, de que ellos son nuestras delicias. ¡Tan- to es lo que han hecho por nosotros esos célebres difun- tos! Y por lo que, contando con la divina misericordia, que perdona las faltas, y con la divina justicia, que pre- mia toda buena obra, creer podemos piadosamente que todos están en Dios, que todos viven en Dios, que todos han terminado su carrera en paz. Corpora ipsorum in pace sepulta sunt.

Y bien, señores: otra pregunta veo ahora asomar á vuestros labios, y en la que debo ocuparme con breve- dad, si he de poner no lejano término á este ya cansado discurso. tSi tanto es lo que esos ingenios han hecho por >nosotros, ¿qué es lo que nosotros debemos hacer por »ellos?> Qiuxn mercedem dabimics eis? decís con el reco- nocido Tobías. Y respondo, señores Académicos, también con sólo tres palabras, que yo van á encontrar gran eco en vuestra alma generosa: les debemos lágrimas, re- cuerdos, oraciones.

¡Lágrimas! Y ¿os parecerá mezquino este tributo? ¡ Ah! no: es muy alto, es excelente. Después de nuestra alma, después de la sangre de nuestras venas, nada tenemos, nada, que sea, humanamente hablando, más noble ni más

(1) Apoc.44, u.

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íntimo. El hombre no ha recibido del cielo don más pre- cioso, poder más grande que el don y el poder de las lá- grimas. ¿Qué es lo que no expresan las lágrimas? ¿Qué es lo que no se consigue con lágrimas? ¡Ah! Dios ha puesto tan subido su precio, y dado tanta eficacia á este don mis- terioso, que Él mismo se deja vencer por su medio; bas- tando una sola, caída de los ojos humanos, para encade- nar sus brazos y triunfar de su corazón. ¡Tanta dignidad, tanto valor, tanto poder y fecundidad hay en las lágri- mas! Luego si en memoria de esos bienhechores, que ya no existen, el pesar nos a,rranca lágrimas del corazón, no será, no, tributo despreciable el que ofrezcamos ante su tumba; porque con lo más rico de nuestra existencia, con lo más precioso del sentimiento es con lo que forma- mos ese tributo, ofrenda del alma, testimonio irrecusa- ble del verdadero amor.

Cierto que muchos de los objetos carísimos á quienes honramos en este día, no sólo no piden, sino que recha- zan nuestras lágrimas, anegados como se hallan en el piélago de inefables delicias con que la visión de Dios los embriaga y rodea: no ignoráis que las letras españolas están bien representadas en el cielo mismo, y que á re- presentantes tan ilustres la tierra entera da culto en sus altares como justos, como venerables, como santos. Cier- to también, que de muchos de nuestros ingenios nos se- paran, no sólo el sepulcro, sino luengos siglos, numerosas generaciones; y que el tiempo, que todo lo abate y con- sume, sin destruir la estima que les debemos, hará poco menos que imposible en su favor la ternura del senti- miento y de las lágrimas. Mas si esto es así, porque nues- tro espíritu, preso aún en las cadenas del tiempo y del espacio, no puede naturalmente dilatarse y vivir, como

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hará un día, en lazo estrecho de caridad con los hombres

de todos los tiempos y de todas las edades ¡ah! venid,

venid, señores: bajo ese fúnebre paño yacen también, en- tre osamentas áridas, los tibios restos de muchos de los que habéis conocido, con quienes habéis conversado, y que han sido, respecto de vosotros, objetos de filial y santa ve- neración , ó de dulce y fraternal cariño. ¡ Ah! Sólo en bre- ve plazo de tr^ años, ¡cuánto duelo! ¡cuántas victimas!,... Mora, Alcalá Galiano, el Duque de Rivas (Director dig- nísimo de la Academia), Pacheco, el Marqués de Pidal, Ventura de la Vega, ¿dónde, dónde están? ¡ Ay! En la últi- ma conmemoración solemne de nuestros difuntos, senta- dos estaban con vosotros en esos escaños: hoy ya están allí, ¡en la eternidad! Desiertas se ven aún en vuestras asambleas las sillas que tan dignamente ocupaban; el luto y lágrimas de sus hijos, de sus esposas, de sus amigos, no han cesado todavía. Ved por qué vosotros, que sois aquí en este día el eco fiel, la representación de las dos madres más tiernas que se conocen, la Religión y la Patria, con la Patria y la Religión pagar debéis ante esa tumba el tri- buto de vuestras lágrimas á los que por triplicado vínculo obligan nuestros corazones. Y no hay que dudarlo, seño- res. La Religión llora hoy á tan preclaros hijos: como veis, se cubre de luto y entona esos ayes plañideros que habéis oído, y que parecen pegarse al alma según lo triste que nos la dejan. Dimiíte ergo me, ha dicho, ut plangam paiUulum dolorem meum W.Y nuestra Patria, á su vez, mezclando sus lágrimas con las de la Religión, llora tam- bién por sus numerosos hijos, como aquella madre que cansaba los ecos de Rama sin querer consolarse, porque

(O Job.íO, XX.

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sus hijos no existían. Rachel plorans filios suos^ et noluit consolaría quia non sunt.

Y sin embargo, señores, tratándose de pagar á muer- tos tan ilustres la deuda sagrada del reconocimiento y del amor, claro es que todo no ha de limitarse en lágrimas; porque, al cabo, todos los sentimientos humanos, por grandes y generosos que sean, faltando lo que voy á nom- brar, son en la vida transitorios, fugaces; amenazados es- tán de eterno olvido. Y bien, ¿qué es lo que salva de esa segunda muerte, lo que triunfa del tiempo, sino la memo- ria, los recuerdos? ¡Los recuerdos!.... que detienen y cla- van lo que se desliza; que tornan presente lo que pasó; que hacen vivir lo que ya no es! He aquí por qué los re- cuerdos deben de entrar por mucho en la merecida recom- pensa de esos bienhechores. jPero recuerdos, no de una hora, ni de un día solamente, sino los recuerdos de los si- glos, los recuerdos de la Historia, que es la que recoge y guarda los merecimientos y los sacrificios, y los registra en sus anales, los graba en el mármol ó en el bronce, los conserva, los perpetúa, los eterniza, mandándolos á las edades futuras, á posteridades remotas, coronados de glo- ria y de inmortalidad. Y no creáis, católicos, que estas palabras recvcerdosy gloria, inmortalidad , sean palabras vacías de sentido, ó que no haya en tales cosas, huma- nas sin duda, sino vanidad y nada. Porque, si abro por muchas páginas la Sagrada Escritura, mostraros puedo al mismo Espíritu de Dios tejiendo las alabanzas de los sa- bios y de su sabiduría, mandando que se conserve su me- moria, y excitándonos á encomiar á los varones eminen- tes que, por su ingenio, se cubrieron de gloria en su gene- ración . Laudemus viros gloriosos in generatione sua ,

dice el hijo de Sirac, prudentia prcediti inperitia sua

101 requirentes modos micsicoSj et narrantes carmina scrip- turarum. Ni podía ser de otro modo, señores; porque, si el agradecimiento es el recuerdo del corazón, el recuerdo de la Historia es el reconocimiento de la Patria. Es, pues, justo que esos hijos beneméritos de España, que nos han dedicado sus vigilias, sus estudios, sus tareas, reciban en recompensa la vida de los recuerdos, de la inmortalidad, de la gloria; es justo que sus nombres no perezcan como su vida; que su memoria florezca hoy sobre esa tumba, á fin de que á siglos y siglos de distancia, baste pronunciar

dos ó tres nombres: Cervantes, Calderón, Herrera ,

para que en el momento esas palabras hagan estremecer de entusiasmo á España entera, y nos inflamen y nos elec- tricen con la enumeración de sus obras, con el encanto de sus versos, con la elegancia de sus escritos. Y como esto es justo, señores, la Academia Española no ha podi- do ignorarlo, y lo promueve y lo practica. Dícelo bien alto la misma institución de esta fúnebre solemnidad; pero muy particularmente el esmerado celo y muy prolijo cui- dado con que publica las obras y escribe las vidas de esos floridos ingenios, y teje sus alabanzas y consagra su me- moria. ¡Quién mejor que los hijos conservarían los re- cuerdos de sus padres?

Y ya con esto, señores, si yo no hablase á cristianos, podría dar aquí por terminada mi tarea; porque, después de lo que acabo de decir, después de lágrimas y de hon- rosos recuerdos, humanamente hablando ¿qué nos queda? Nada. Diré más: digo que aun de esas mismas cosas, yo entiendo que ninguna llega á la eternidad: ambas se de- tienen eft los límites del tiempo. Llorad enhorabuena so- bre una tumba, y ¿qué lográis? No más que humedecer los umbrales de la eternidad: vuestras lágrimas no pa-

\02

san más adelante. Rodeadla de honor y de recuerdos: ¿qué hacéis? No más que un poco de ruido, que podrá atrave- sar los siglos, pero que no traspasará las puertas de la eternidad. Luego ¿nos vemos reducidos á la imposibilidad de ofrecer á esos queridos muertos algo más que lágri- mas estériles, vanos honores, recuerdos impotentes? ¿No ha puesto Dios en nuestros labios .y en nuestro corazón cosa más eficaz, que penetre al otro lado de este mundo, y, ganando el lugar de la prueba, lleve allí la luz, el re- frigerio y la paz? ¡Oh! sí; hemos recibido de Dios esta fa- cultad, este don maravilloso. Dios, para formarlo toma en su mano el corazón del hombre; infunde en él la esperan- za y el amor, y del amor y la esperanza toma vida, nace la oración. Dios hizo más: como esta oración había de ser por sola impotente. Dios la animó, la fortificó con su gracia, la empapó en la sangre de su Hijo; y transfigura- da por esa gracia y ennoblecida por esa sangre victorio- sa, la oración obtuvo fuerzas y fecundidad sobrehuma- nas. Y ¿quién lo duda, señores? Hoy, aquí mismo, han de- bido realizarse estos consoladores misterios; sentir hemos podido todos, con sentidos de la fe, el poder y la eficacia de la oración. Yo la veo: partiendo de nuestros labios, de los labios de todos mis oyentes: la oración ha salvado el tiempo y el espacio; ha llegado á las puertas de la eterni- dad. í¡n ellas se ha encontrado con este fúnebre concier- to de lágrimas y honrosos recuerdos, que es lo que hu- manamente podemos dar. Pero ¡ah! más poderosa que to- dos ellos, no se detiene allí; rebasa el temeroso umbral, elévase sobre las alas de los Ángeles, sube hasta el trono

de Dios, va derecho á su corazón, lo toca, lo ablanda

hace callar á la justicia, mueve á hablar al perdón. En- tonces, con la nueva de misericordia, nuestra plegaria

103

baja del divino alcázar á los abismos de la expiación: se cierne sobre las almas que aguardaban hasta este día la hora de su rescate, apaga el fuego abrasador que las de- voraba, y, rompiendo sus cadenas, les devuelve la liber- tad y la ventura. He aquí, cristianos, lo que puede la ora- ción por los difuntos; lo que acaba de hacer la vuestra en favor de esas queridas almas: ella es más fecunda que las lágrimas; tiene más precio que los honores; va más lejos que los recuerdos. Para ella no hay obstáculos, no hay distancia, no hay duración: el cielo se abre en su presencia, el infierno se cierra á su voz; lo puede todo; lo obtiene

todo, triunfa de todo ¡ Ah! Santa y saludable es, dice la

Escritura, la idea de orar por los difuntos, para que se les perdonen sus pecados. Sancta ergo et salicbris est cogita- tioprodefunctis eooorare^ uthpeccatis solvantur. No es, pues, sin motivo el habérosla presentado como la mayor de todas las recompensas que podéis tributar á esos glo- riosos ingenios, y como la más imprescindible, si habéis de pagarles la gran deuda de sus beneficios; por que, habien- do hecho tanto por vosotros, que no han podido menos de morir en paz, Corpora ipsorum in pace sepulta sunt; al paso que, con vuestras lágrimas y recuerdos, hacéis amables y eternizáis sus nombres en la tierra, por vues- tra amorosa plegaria obtendréis que ellos sean también inscritos en el cielo. Así esos nombres vivirán eterna- mente, et nomen eorum vivit in generationem et genera- tionem.

He concluido, señores. Pero habiendo hablado tanto de los muertos, ¿á vosotros los vivos nada añadirá el minis- tro de Id palabra? Costoso me sería por cierto. Sea, pues, lo único, señores de la Academia, el daros y darme para- bién cordialísimo, porque guardáis con fidelidad las lee-

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ciones, porque seguís sin alteración la senda de esos ilus- tres antepasados nuestros. Sí; lo declara bien esa actitud doliente y suplicante con que habéis venido al templo á arrodillaros delante de esa tumba, no para mezclar vues- tros laureles con los suyos, vuestra gloria con su gloria en este solemne espectáculo- ¡Vuestra gloria! ¡ Ah! Yo no debo en vuestra presencia ni pronunciar su nombre; que aníe mortem ne laudes hominem^ me dice el Eclesiásti- co (<). Y nada hay más enemigo de la gloria que la glo- ria misma, puesto que muchos que triunfaron de todo, que lo vencieron todo, dejáronse vencer de su gloria, no pu- diendo soportar el peso de sus propios lauros. Mucho me- nos nombrar debiera yo esa gloria aquí, donde todo lo que nos rodea predica del modo más severo y elocuen- te esta terrible verdad: gloria stercus et vermis! ¡glo- . ria humana, estiércol y gusanos!.... aquí, donde, si la re- ligión honra á esos muertos, y toma en boca sus alaban- zas, y consagra su memoria ¿sabéis por qué es? Porque juzga como madre piadosa que sus hijos terminaron su carrera en paz, es decir, en amistad de Dios, habiendo con las virtudes santificado las letras, y con las letras esmal- tado las virtudes. De otra suerte, señores, silencio pro- fundo reinaría ahora en este lugar; porque la religión no tiene coronas sino para las sienes del justo.— Gomplázco- me, pues, en esa vuestra piedad: el mundo sabe por ella que la Academia Española es esencialmente católica; y al veros venir á orar al Padre de las luces por el reposo eter- no de vuestros hermanos difuntos, dirán los buenos todos y dicen cuantos os miran: Hcec est vera fratermtas^ esta que es verdadera fraternidad.

[\) XI, 30.

<05

Felicitóme también porque es puntualmente en este santuario, en vuestro devoto templo, venerables esposas (te Jesucristo, donde tiene lugar este insigne y caritativo oficio; no sólo ya por el concepto de que, como Ángeles de oración que sois, vuestras plegarias habrán sido las pri- meras, y (lo diré también) las más poderosas para alcan- zar el descanso de esas almas, sino muy particularmente porque sois Trinitarias, es decir, sois de esa Familia Re- dentora á cuya abnegación y esfuerzos debió en mucha parte España la libertad del gran Cervantes, y hoy debe por lo mismo la inmensa gloria que él nos ha legado. ¡Ah! Vosotras fuisteis sus libertadoras en vida, sois sus

guardadoras en muerte, como custodias de su sepulcro

¿No habéis de ser en este día las redentoras de su alma y de las de sus ilustres compañeros, si aún lo necesitan?

Compláceme además sobremanera, respetabilísimos oyentes en general, el veros acudir en tan crecido núme- ro al sagrado recinto, dando así á este glorioso y triste aniversario el carácter de un duelo público, en el cual to- dos los hijos de la madre España se interesan debidamen- te por los que han allegado para nosotros tanta luz, tanto esplendor, tanta felicidad. Oremos, pues, todos, señores; oremos porque sus almas gocen también de la luz, de la gloria y feUcidad que nunca mueren.

No con otro fin ese venerable ó insigne Pastor, repre- sentante ilustre del Vicario de Jesucristo en la tierra (O, tomando en sus manos, primero el turíbulo del Santuario y después la Víctima Propiciatoria, se ha colocado entre 1(» vivos y los muertos, como Aarón, pidiendo al Domina- dor de todos los seres por los que viven, y por los que ya

(1) Era celebrante el Excmo. y Rmo. Sr. Nanclo de Su Santidad.

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siglo XVIII, han sido tantos los que sobre Cervantes y sus obras han escrito, acaso yo á sospechar que, ya que no los copie, escriba para tildarlos de que se equivoca- ron, para hacer la censura de sus opiniones y para po- ner la mía por cima de la de todos. Entendido así mi pro- púsito, habría algún derecho para creerle nacido de alti- vez y petulancia, y me predispondría mal con quienes me escuchan y con otras personas discretas, cuya bene- volencia anhelo captarme.

Me veo, pues, en la precisión de pedir disculpa por ha- ber elegido tan difícil asunto, llevado y enamorado de su atractivo poderoso, y de explicar además en que forma voy á hablar de él. Porque siendo, como lo es, discutible, líien puedo decir, con los miramientos debidos, lo que se me alcanza, sin ofender ni vejar en lo más mínimo á los que lo contrario pensaron y dijeron. Acaso sean de ellos, y no mías, la discreción y la crítica atinada. Mas, aunque así sea, todavía no se me ha de negar que podrá ser útil 1(1 que yo dijere, porque presentaré las cosas bajo otro aspecto y las veré á otra luz, sirviendo todo para cuando una inteligencia más alta y más clara venga á dirimir la contienda, y á determinar la significación y la importan- tña del libro extraordinario que coloca á Miguel de Cer- vantes Saavedra entre los ingenios de primer orden.

Ha habido y hay aún, en tierras extranjeras y dentro de España misma, críticos adustos y poco sensibles á la be- lleza poética, que no estiman á Cervantes en lo que vale, y que más ó menos encubiertamente le censuran y reba- jan. Poca fuerza tienen sus ataques, y mil veces han sido ya rechazados. Tarea inútil sería reproducirlos aquí del todo, y rechazarlos de nuevo. Importa, no obstante, ha- blar de algunos, aunque sea en resumen, porque sirven

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para aclarar la idea que sobre Cervantes y su obra inmor- tal debe tenerse, y porque han nacido, por espíritu de contradicción, délas desatinadas alabanzas que á Cervan- tes se han prodigado,

Se ha de tener en cuenta que, en el último siglo, se cifraba todo el valor de una obra literaria en el atilda- miento, en la corrección escrupulosa, en la regularidad y simetría de las partes y en el primor de la estructura, su- bordinando la poesía á un fin extraño, á un propósito su- balterno, á una lección moral, á la demostración de una tesis. Todo poema, cualesquiera que fuesen sus dimensio- nes, su forma y su género, venía á quedar reducido á un apólogo ó á una parábola. Considerado el Quijote de esta suerte y de esta suerte elogiado, provocaba á la censura y se prestaba á ella. Pueriles y mezquinas eran en verdad las razones del detractor; pero no solían ser mucho más valederas y firmes las de quien encomiaba.

Por dicha, con la exagerada admiración y séquito del pseudo-clasicismo francés, no se cegaron nuestros lite- ratos hasta negar todo valer á los autores españoles del siglo xvii; y si bien con Calderón, Lope, Morete y casi todos los demás dramáticos, fueron consecuentes, censu- rándolos y disimulando mal que los estimaban en poco, con Cervantes no lo fueron, por donde, sin advertir mé- ritos que realmente tiene, le atribuyeron otros que nunca tuvo, ni quiso, ni soñó tener en la vida. El último extre- mo del delirio á que se llegó sobre este punto, en el siglo pasado, fué el de D. Blas Nasarre, quien, para admirarse á su salvo de las comedias de Cervantes escritas contra todas las reglas, sin las cuales, según él y los de su es- cuela, no se puede escribir una comedia sufrible, supuso que Cervantes había escrito mal las suyas adrede para

110 burlarse de las otras. Del mismo modo, refieren de Her- niosilla sus detractores que compuso varios romances bajos y vulgares, á fin de probar que no cabe el estilo sublime en dicha forma de poesía.

Por este orden, aunque no sea tan patente lo absurdo, son no pocas de las razones en que se fundaban muchos críticos del siglo pasado, y aun de principios del presen- te, para encomiar á Cervantes, conforme á los estrechos jn-eceptos de la escuela que seguían.

Ensalzado Cervantes hasta las nubes en todas las na- ciones de Europa, y singularmente en Inglaterra y Fran- cia, ya miradas entonces, y no sin motivo, como al fren- te de la civilización del mundo, se avivó el fervor de nues- tros literatos, y no pudieron menos de reconocer en el aittor del Quijote á uno de los pocos seres privilegiados que, valiéndonos de un neologismo expresivo y elegante, designamos hoy con el nombre de genios. La injusta crueldad con que las referidas naciones denigraban todo lo demás de España, daba mayor precio y fuerza al pa- negírico de Cervantes, haciendo de él una excepción ra- rísima, el Píndaro de esta Beocia. Como se negaba que hubiésemos tenido filósofos, sabios y grandes humanistas, y al propio tiempo se afirmaba que Cervantes era un ge- itio, muchos críticos españoles, que con harta humildad creían la primera afirmación, quisieron subsanarnos del ílaño deduciendo de la segunda que en Cervantes estaban compendiadas todas las ciencias, todas las humanidades y toda la filosofía. Por otra parte, la magia del Quijote con- curría y conspiraba á que pasase su autor por un varón extraordinario, y yo creo que no hubo clasicista español de aquella época, y sea esto dicho para honra de todos, que, por mucho que se admirase de su Boileau, de su

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Gorneille y de su Racine, no pusiese al manco de Lepan- te por cima de estos tres escritores, sin hallarle igual, á no ser en Homero. Tasado tan alto Cervantes, por fuerza tuvieron los críticos que dar razón de la tasa, fundándola en algo que se midiese por las reglas de su escuela y que cuadrase y se ajustase con toda exactitud al ideal de per- fección que ellos del escritor habían formado. Hicieron, pues, de Cervantes un terrible erudito, un reverendo mo- ralizador, un purista escrupuloso, un atildado hablista, un siervo de las reglas y un ídolo, en suma, adecuado á la religión que ellos profesaban y á quien pudiesen rendir culto y hasta adoración, sin abjurar de sus creencias ni pasar por apóstatas.

Contra este Cervantes desfigurado y disfrazado; contra este Cervantes, cuyo valer se ponía en aquello de que tal vez carece, se levantaron algunos críticos más conse- cuentes ó más sinceros de la misma escuela. Contra al- gunos encomiadores harto hiperbólicos que llaman á Cervantes, como Mor de Fuentes, el üicstrador del género humanoj por fuerza había de levantarse la reacción. Se comprende que Orfeo, Lino, Eumolpo, Homero, Hesiodo, Valmiki ú otro gran poeta de la infancia de las socieda- des y de la primera edad del mundo, pueda ser llamado así. Toda la filosofía, toda la moral, toda la ciencia de entonces cabían en verso. El poeta era el hierofante de la humanidad. Pero en el siglo xvii, en el siglo de New- ton, de Copórnico, de Descartes y de Leibnitz, después que los eruditos habían resucitado toda la ciencia anti- gua, acrecentándola y mejorándola los sabios; cuando en España habíamos tenido profundos teólogos, publicis- tas, filósofos y jurisconsultos, y había llegado el pueblo á un grado eminente de civilización propia y de castiza

\\2 cultura, llamar á Cervantes el ili^trador del género hu- mano porque escribió un admirable libro de entreteni- miento, es una hipérbole que raya en lo monstruoso. Esta hipérbole y la manía subsiguiente de ver en Cer- vantes un sutilísimo psicólogo, un refinado político, y hasta un médico consumado, excusa la prolijidad severa con que le censuran algunos, y Clemencín entre ellos. Odioso é impertinente me parecería el comentario de Clemencín á no ser por las consideraciones apuntadas.

Por cierto que el prolijo comentador, con su buen jui- cio, con su amor á la gloria de la patria, y con su facul- tad crítica perspicaz y sensible á la hermosura, no pudo menos de pasmarse y enamorarse de la del Quijote; pero le despedaza, como las Bacantes á Orfeo. Las incorrec- ciones y distracciones, las faltas de gramática, los bar- barismos, las citas equivocadas, fruto de una lectura vaga y somera, todo esto, sacado desapasionadamente á la ver- güenza por Clemencín, forma la mayor parte del comen- tario.

Pero, prescindiendo de la manera que tuvieron los cla- sicistas de estimar el Quijotéy y colocándose en un punto más elevado, se rechaza en seguida la crítica del erudito Clemencín por harto minuciosa. Es lo mismo que poner- se á considerar la Venus de Milo con un vidrio de aumen- to, deplorando las asperezas y sinuosidades del mármol, y prefiriendo el barniz, la lisura y el pulimento de una muñequita de porcelana.

Aun dentro del espíritu analítico y gramatical que pre- sidía é inspiraba el comentario de Clemencín, y sin ele- varse á más altas esferas, tienen contestación no pocas de sus censuras al Quijote.

El que Cervantes llamase laberinto de Perseo al labe-

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rinto de Teseo, y Bootes á uno de los caballos del sol, y el que citase por de Virgilio un verso de Horacio, ó por de Horacio un verso de Vii^ilio, son errores que no im- portan de modo alguno en un libro donde no se trata de enseñar mitología ni literatura latina. Cervantes además dejaba correr libremente la pluma, escribía obras de imaginación y no disertaciones académicas, y no había su fantasía de abatir el vuelo, ni él había de pararse en mejor de su entusiasmo para consultar sus autores, si los tenía, y ver si la cita iba ó no equivocada.

Sobre las faltas de gramática de Cervantes anda tam- bién Clemencín bastante sobrado en la censura é injusto á veces. Las concordancias, por ejemplo, del verbo en singular y el nominativo en plural, ó al contrario, esto es, la falta de concordancia, no es defecto de Cervantes solo, sino de todos nuestros autores, desde los orígenes de la lengua castellana hasta el día, como lo prueba Iri- sarri en sus Ctcestiones filológicas^ con textos copiosos. No es esta falta, por lo tanto, sino modo de ser, elegan- cia, 6 libertad de nuestro idioma.

Clemencín exige á menudo de Cervantes una exacti- tud tal en los términos, una precisión tan rigorosa y una dialéctica tan severa, que nunca ó rara vez fueron pren- das de los poetas inspirados, sino de los filósofos de estilo Mo y erizado de fórmulas y de los rotores y gramáticos más acompasados y secos. Por otra parte, la lengua cas- tellana y su gramática no estaban entonces tan fijas y sujetas á preceptos como en el día. No negaré yo, sin embargo, que la censura de Clemencín es útil para apren- der á escribir bien y para llegar á conocer y á evitar los defectos, pero en cuanto tira á rebajar el mérito de Cer- vantes tiene escasísimo valor.

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Aun dentro de la escuela clasico-francesa, cuyas pres- cripciones se siguieron en España, aunque exageradas y torcidas, como en Francia misma se torcieron y se exa- geraron en el siglo xviii, la corrección es una de las pren- das de que menos cuenta se hace para evaluar los escri- tores. Los buenos críticos franceses del siglo de Luis XIV, y el príncipe de ellos sobre todo, el famoso Boileau, creían, como el ministro de la gran Zenobia, que las fal- tas son propias de los grandes ingenios, y los que no la« tienen son los ingenios rastreros y vulgares, los cuales no se aventuran, ni se remontan, ni se distraen y cami- nan siempre por camino trillado, llanísimo y seguro, atendiendo con suma precaución á menudencias de estilo de que prescinde ó de que se olvida un ingenio grande. Porque Homero, añade el maestro de Porfirio, traducido, comentado y aplaudido por Boileau, incurrió en muchos defectos, y Apolonio de Rodas no tiene ninguno, y Ar- quiloco carecía de orden y de concierto y Eratóstenes no, y Píndaro era incorrecto y Bachílides no lo era, y Ion de Ghio componía tragedias infinitamente más conformes á las reglas y más limadas y primorosas que las de Sófo- cles. Pero, á pesar del atildamiento y pulcritud de Apo- lonio, de Ion, de Bachílides y de Eratóstenes, y de que jamás cayeron, ni tropezaron siquiera, y de que siempre escribían con suma elegancia y agrado, los otros autores que citó antes son mil veces mejores, con todos sus tro- piezos, faltas, extravagancias y caídas. Y este juicio que dio el ministro de la gran 2fenobia, estaba ya, á pesar de los Zoilos, confirmado por siglos de adoración, y sigue aún firme, á pesar de Voltaire y de Perrault y de otros críticos, consecuentes á la doctrina del bon sens y de la pulcritud meticulosa.

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Otra clase de censuras de Glemencín, poco atinadas á menudo, suelen fundarse en que entiende el texto muy á la letra, y no desentraña la ironía. Así es que tomándole seria y rectamente, toma también ocasión de censurar, con una inocencia que viene á hacerse chistosa. Por ejem- plo, se dice en el Quijote que los milagros de Mahoma son una patraña, y que de haber tornado Sancho una honrada determinación saca el autor de la historia que debió de ser bien nacido y por lo menos cristiano viejo: todo lo cual aflige y apura en extremo á Glemencín, y le da á entender que Cervantes incurre en una impropiedad imperdonable, ya que presupone que la historia de Don Quijgte está escri- ta por un mahometano, el cual ni debía dudar de los mi- lagros de su profeta, ni creer que se necesitase ser cris- tiano viejo para ser honrado. Esta observación crítica de Glemencín se parece, con perdón sea dicho, á la que hace Sancho Panza al oir al diablo-correo jurar en Dios y en mi conciencia. <Sin duda, dijo Sancho, que este demonio debe ser hombre de bien y buen cristiano, porque, á no serlo, no jurara en Dios y en mi conciencia. Ahora tengo para que aun en el mismo infierno debe de haber bue- na gente. >

La severidad de Glemencín en la exactitud de las citas le lleva también muy lejos. Así, v. g., cuando prueba que no fué Madásima, sino Grasinda, la que eligió al maestro Elisabat por confidente y consejero, y tuvo con él ciertos tratos y familiaridades que dieron ocasión al vulgo maldi- ciente para que dijera lo que dijo, casi ve el lector á Gle- mencín trabar, por amor á la erudición, una tan graciosa pendencia con Gardenio, como la que sostuvo Don Quijote, á fuer de legítimo caballero andante, defensor de la hones- tidad y buen nombre de las reinas y damas principales.

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Otra clase de comentarios que lleva Clemencín al ex- tremo, es la de ver á cada paso en el Quijote remedos, imitaciones ó parodias de los libros de caballerías. Imi- tarlos y parodiarlos era, sin duda, el propósito de Cer- vantes, mas no tan asido y sujeto á ellos, que apenas hay, según Clemencín, no se diga ya aventura, pero ni vulgar incidente, por insignificante que nos parezca, que no caiga adrede en el Quijote á fin de remedar, paro- diar ó recordar otro caso ó varios casos semejantes de uno ó más libros de caballerías. En esto luce Clemencín su extraordinaria erudición en todo, y singularmente en di- chos libros, y prueba su diligencia suma en compulsar- los; pero, si á veces nos convence, más á menudo no nos convejice de que haya habido imitación. Así, por ejemplo, Sancho principia á llorar cuando la aventura de los bata- nes, temiendo perder á su señor y de miedo de quedarse solo. Para un profano nada hay más natural que el lloro de Sancho. No hay para qué imaginar imitación: mas Clemencín cita en seguida, para hallarla y demostrarla, todos los escuderos, enanos, dueñas, doncellas y gigan- tes, que comenzaron á llorar en caso parecido. Don Qui- jote ata su caballo á un árbol. Cualquiera cree que una acción tan común y tan sin malicia, no ha menester co- mento. Clemencín, no obstante, le pone, y nos descubre que Don Quijote imitó en esta ocasión á este, á aquel y á estotro caballero, que ataron también sus caballos á sen- dos árboles; como si cuando cualquiera se apea no hicie- se por lo general la misma cosa. Por el contrario, Don Quijote no ata su caballo á árbol alguno, sino que le deja libre pastando. Clemencín en seguida amontona citas de los infinitos caballeros que hicieron lo propio; como si fuera peculiar y privativo de los libros de caballerías y

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acción extraordinaria, digna de ser comentada, el dejar sueltos los caballos ó las acémilas para que coman la yer- ba ó estén á prado, como dicen y suelen hacer con ellas los arrieros.

En estos casos comunes y ordinarios de la vida no con qué fin se ha de buscar imitación, ni siquiera coinci- dencia. Imito ó coincido con todo el género humano cuando me acuesto para dormir, cuando como ó cuando duermo, si bien en realidad á nadie imito, ni con nadie coincido, sino que sigo mi natural condición, lo mismo que las demás criaturas.

No es esto afirmar que Cervantes no imite ó no parodie en muchas ocasiones. Ya he dicho que no era otro su propósito. El Quijote, en el sentido más noble y más alto, es sin duda una parodia de los libros de caballerías; pero esta parodia, no lo es sólo en el sentido más alto y más noble, sino que va hecha con amplia libertad, y no ciñén- dose ya á este lance, ya al otro de los libros parodiados, sino al espíritu superior que los anima todos. Si algún li- bro especial sigue Cervantes más que otros es el de Amar- dís de Gaulüy por ser el mejor, único en su arte, y como arquetipo de todos ellos.

Sigue también é imita á Ariosto, en el OrlandOj cuya inspiración, ó, mejor dicho, cuya propensión es semejan- te á la suya, aunque en otro grado y por diverso estilo.

Por lo demás, Cervantes es tan sincero en todo, que cuando imita ó remeda, casi siempre lo declara, como en la discordia que hubo en la venta, la cual, según el mis- mo Don Quijote, era un perfecto trasunto de la del campo de Agramante, y como en la penitencia que hizo Don Qui- jote en Sierra-Morena, imitada de la de Beltenebrós en la Peña-pobre. Y al contrario, Cervantes se excusa á me-

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nudo chistosamente, y en realidad se alaba, de inventar lances, encantamentos y aventuras jamás imaginados ó soñados en libro alguno de caballerías, suponiendo que como Don Quijote era caballero novísimo, que resucitaba la antigua institución, no sólo hacía retoñar lo atañedero y perteneciente á ella, sino que inventaba nuevos modos de encantar y usos y costumbres peregrinos.

Me parece que á fin de entender en qué sentido sosten- go que el Quijote es una parodia, conviene hacerse car- go de que la parodia no se hace por lo común sino de es- critos ó acciones que en cierto modo infunden al parodia- dor un amor y un entusiasmo espontáneos, vehementes, impremeditados y como instintivos, á los cuales, ó bien la reflexión fría niega su asentimiento, ó bien la parte es- cóptica de nuestro ser se opone. El objeto de la parodia, si el parodiador es un verdadero poeta, y tal era Cervan- tes, aparece siempre á sus ojos cual un bello ideal que enamora el alma y arrebata el entendimiento; pero que no responde, ó por anacrónico ó por ilógico, á la reali- dad del mundo, ora en absoluto, ora sólo en un tiempo dado. El ingenio de los españoles no se incUna á la burla ligera como el de los franceses, pero se inclina más á esta parodia profunda. La reacción del escepticismo y del fVío y prosaico sentido vulgar es más violento en nosotros por lo. mismo que es en nosotros más violento el amor, y la fe más viva y el entusiasmo más permanente y fervoroso. En ningún pueblo echó tan hondas raíces como en el es- pañol el espíritu caballeresco de la Edad media; en nin- gún pecho más que en el de Cervantes se infundió y ardió ese espíritu con más poderosa llama: nadie tampoco se burló de él más desapiadadamente.

Cervantes parodió en su Quijote el espíritu caballeres-

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co, pero confirmándole antes que negándole. No fué esta su intención, pero fué su inspiración inconsciente, la esencia y el ser de su ingenio; de lo cual no se daba cuen- ta, por ser él poco crítico, y por vivir en una edad y en una nación donde la crítica literaria y la reflexión sobre estos puntos, si existía, era superficial ó extraviada. Época aquella de impremeditada inspiración, el único in- tento claro y determinado que Cervantes tuvo, fué cen- surar los libros de caballerías. Melchor Gano, Luis Vi- ves, Alejo de Venegas, Fr. Luis de León, Malón de Chai- de y otros, los habían ya censurado seriamente. Cervantes quiso acabar con ellos por medio de la burla, y vino á lograrlo. No llevaba Cervantes otro fin, y no se com- prende cómo algunos admiradores suyos lo desconozcan, suponiendo propósitos contrarios en el Quijote. En mil pasajes de esta obra inmortal se declara, sin la menor ironía, sino franca y abiertamente, que se trata de deste- rrar los libros de caballerías y de anatematizar su lectu- ra. No debe, pues, dudarse de esto. Se dirá, sí, que yo pongo una contradicción radical entre el intento preme- ditado del poeta y su inspiración ó instinto semi-divino. Á esto respondo que la contradicción es sólo aparente. Para hacerlo ver, explicaré por estilo conciso y como en cifra lo que entiendo por literatura caballeresca.

Es condición del alma huniana no contentarse con lo presente, y, como la aspiración con dificultad finge una esperanza adecuada á ella, los hombres suelen siempre fingir en lo pasado, y no en lo porvenir, lo sumo de la hermosura y de la perfección que conciben. Para levan- tar sobre cimientos sólidos el alcázar de nuestras ilusio- nes y la meta ó término de nuestro deseo, conviene, si ha de ser en lo porvenir, apelar á lo sobrenatural, ir más

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allá de este mundo sensible en alas de la fe religiosa. En este mundo, con sólo la imaginación, y no sostenidos por la fe, jamás hemos llegado á fantasear, soñar ó columbrar otra vida mejor en lo venidero, hasta una época muy re- ciente, de donde ha nacido una filosofía de la historia op- timista y alegre: la doctrina del progreso. Pero antes, y aun hoy para muchos hombres, la edad de oro se pone en lo pasado; y si en lo porvenir se esperó alguna vez ó se espera aún, es por milagro y como una purificación, como una vuelta, como el renacimiento de un período histórico ya transcurrido. Las naciones ó las razas que tienen una grande y gloriosa vida ó por la acción ó por el pensamiento, y que vienen á decaer, á perder la fuerza política que las unía, y á dejar de vivir de vida propia, son casi siempre las que crean un ideal en qxie luego el resto de la humanidad se complace. Este ideal aparece, en lo pasado, en el período de mayor esplendor de aque- lla raza, ó se columbra en lo porvenir, merced á una re- novación milagrosa y divina del mismo período. El ideal de la Edad media y toda su poesía de entonces se pueden representar en estas dos direcciones, si bien no conver- gen en el punto de partida. La religiosa y mística está fundada en el cristianismo; la mundana y cabaUeresca toma para manifestarse, en su más alto grado de perfec- ción, la historia tradicional ó legendaria de una de las razas poderosas y decaídas de que he hablado: la raza céltica. El ciclo del rey Arturo y los caballeros de la Ta- bla Redonda es la creación primordial y más pura del mundo caballeresco. Todas las excelencias que no exis- tían, y cuyo logro se anhelaba, se pusieron allí. Los can- tares de los antiguos bardos bretones fueron transfigura- dos por el cristianismo, y magnificados con todo ensueño

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7 con toda aspiración á m^or vida. Esta poesía popular pasó de la lengua propia á la lengoa latina, y ya en esta lengua universal entre los letrados, recorrió toda la Eu- ropa y llegó á divulgarse* Lanzarote del Lago, Merlín, Ginebra, Bibiana, D. Tristán de Leonis, y la reina Iseo, con sus amores, encantamentos, profecías y hazañas, fueron cantados en todas partes, y en Alemania, en Ita- lia y en España se atrevieron á competir con los héroes nacionales, y tal vez á eclipsarlos.

Al mismo tiempo no se borraban de Is^ memoria de los hombres los recuerdos vivos y la admiración entusiasta de la gran civilización helénica. La duración, aunque de- caída, del imperio de Cionstantinopla, y el frecuente trato que conservaron los griegos, á pesar del cisma, con la Europa occidental, merced á las cruzadas y al comercio marítimo de venecianos, písanos y genoveses, contri- bu}eron á conservar dichos recuerdos. En ellos puso también la Edad media el ideal de la caballería, y la gue- rra troyana y las conquistas de Alejandro, se puede decir, á pesar del anacronismo, que formaroiji otro ciclo, el cual se extendió y divulgó no menos que las hazañas de los caballeros de la Tabla Redonda. Si Merlín fué el príncipe de la magia, Aristóteles fué el rey de la ciencia, y Héctor, Aquilesy Alejandro se convirtieron en maravillosos an- dantes. El libro del felso Galistenes, y tal vez algún otro poema ó crónica griega sobre las conquistas del Mace- dón, dieron origen en todas las lenguas de Europa, y en algunas de Asia, á sendos poemas de Alejandro, entre los cuales el que escribió en castellano Lorenzo de Segura fué de los últimos en el orden cronológico.

En fin, la grandeza de la antigua Roma, que había dado sus leyes, su civilización y su idioma á las naciones

occidentales de nuestro continente, tampoco podía olvi- darse. El sacro romano imperio era el espectro, la som- bra de aquella muerta grandeza, y el poder del Padre Santo una más alta manifestación de la providencial pre- ponderancia de Roma, en lo antiguo por medio de las armas, entonces de un modo espiritual. Para ingerir esta grandeza éa los cantos épicos populares, no se retrocedió con todo hasta Augusto ó hasta Constantino. El extraor^ dinario renovador del imperio, santificado por el cristia- nismo, y su reinado y época, fué y fueron el centro y el momento de otro ciclo no menos admirable. Sin duda que á algunos personajes de la antigua Roma, y en par- ticular á Virgilio, los transfiguró también la Edad media y los pintó á su modo; pero el centro de la epopeya ro- mano-imperial fué Garlomagno. Aquel ciclo, más fecun- do que los dos anteriores, más significativo y más rico, se llamó carlovingio; y, como los dos anteriores, no fué sólo nacional, sino que tomó carta de naturaleza en todos los países de Europa.

Al lado de estos tres ciclos, por decirlo así, cosmopo- litas, se levantaron las rudas epopeyas meramente na- cionales.

La abundancia de lo fantástico, de lo sobrenatural y de lo misterioso con que los poemas caballerescos solían es- tar adornados, se componía de una infinidad de elementos diferentes, fundidos en uno por la maravillosa fuerza de cohesión de la fantasía popular en aquellos siglos, cuan- do la reflexión no cortaba el vuelo de la fantasía, y cuan- do, por lo mismo que las nacionalidades no estaban tan marcadas y distintas como en el día, más fócilmente se dejaban influir unas por otras. El cristianismo prestaba su espíritu y daba ser á muchas leyendas, como, por ejem-

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pío, á la del Santo Grial; pero todas las religiones de los paganos, así del Norte de Europa, como de la antigüedad clásica, como de la India y de la Persia, transmitidas por los árabes, concurrían con sus maravillosas visiones á realzar aquellas epopeyas espontáneas. Los sentimientos de pundonor, de lealtad y de amor fiel y rendido á una dama, eran el eje sobre que giraba aquel mundo fantás- tico. Mas había algo que propendía á quebrantar este eje, disipando como vana sombra, ó haciendo que todo aquel mundo fantástico se perdiese en el vacío. Este de- fecto era la carencia de finalidad; lo mezquino ó lo vacío del fin, comparado con lo colosal de los medios; conse- cuencia legítima del caos de las naciones en aquella edad, y de su falta de intención práctica para la vida colectiva del género humano. Toda fuerza transcendental, toda as- piración humanitaria^ estaba entonces en la religión, y se proponía un fin ultramundano. Así es que no tenía la literatura profana un norte, un término, y no sólo por la rudeza de las lenguas que entonces se formaban, sino tam- bién por la anarquía del pensamiento, reflejo de la anar- quía social y política, no pudo crearse un gran poema ca- balleresco. El gran poema de la Edad media tuvo que ser religioso, y le realizo Dante. No pudo haber un gran poe- ma profano de interés nacional, porque las nacionalida- des, ó no se habían formado aún, ó no se habían com- prendido ni tenían conciencia de sí.

Hubo, sin embargo, un pueblo, donde se manifiesta an- tes, y con toda su fuerza, la conciencia de la vida real co- lectiva; donde el continuo batallar contra infieles, dispu- tándoles el terreno palmo á palmo, identifica el amor de la religión con el de la patria, la unidad de creencias con la unidad nacional; donde el sol brillante del Mediodía,

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junto con el afán de guardar la pureza de la fe, disipa to- das las visiones heterodoxas de la fantasía popular de la Edad media, hadas, encantadores y vestiglos; y donde la dureza de la vida y la actividad guerrera no dan vagar ni reposo para fingir sentimientos quinta-esenciados y metafísicas amatorias. Este pueblo es el español, y en las primeras, indígenas y originales manifestaciones de su espíritu poético hay una sobriedad tan rara de lo sobre- natural y fantástico, tal solidez, tanta precisión y firme- za en las figuras y en los caracteres, tan poca exagera- ción y ninguna extravagancia en los amores, y una rec- titud tan sana en las demás pasiones y afectos, que forman del todo una poesía naciente, caballeresca también, pero que se opone á la fantástica, libertina y afectada poesía caballeresca de otros países. Sus héroes, sin dejar de ser extraordinarios é ideales, tienen por raíz exacta la ver- dad. Hay en ellos algo de macizo, de verdaderamente hu- mano, de real, que no hay en los héroes de las leyendas del resto de Europa. Salvo la ventaja que daba á nuestros poemas primitivos el estar iluminados por la idea cristia- na, y salvo la desventaja de estar escritos en una lengua rudísima, sus héroes se parecen á los de Homero por lo reales, por lo determinados y por lo individualizados que están. No se ven envueltos en aquel nimbo misterioso, en aquella vaguedad de los héroes de la Tabla Redonda: todos van á un fin; todos llevan un propósito fijo; no es vano el término de sus proezas, sino que es el triunfo de la civilización católica y de la patria.

Atendidas las observaciones que acabo de hacer, se comprende el entusiasmo de Southey por el poema del Cid, al cual nada halla comparable en todas las literatu- ras del mundo más que la Iliada. Hegel, que es más alta

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autoridad que Southey, conviene esencialmente en lo pro- pio, si bien son los romances, y no el poema, los que compara á la litada^ y los que pone por cima del poema nacional de Alemania, los Niebelungenj y de todos los de- más poemas de la Edad media. Las razones que da Hegel son, en substancia, las que ya se han dado: la mayor ver- dad del poema del Cid. El héroe y cuantos le rodean tie- nen más ser real, más verdad humana; se proponen un fin útil; obran con juicio y concierto; son como Héctor y Aquiles, no como Merlín ó Lanzarote. El Cid legendario no es una figura arrancada de la historia y trastocada por la fantasía: es una figura histórica que la fantasía popu- lar ha ensalzado, sin borrar su individualidad y sin des- truir sus proporciones y forma efectiva.

Poco importa que el metro y la estructura del poema del Cid estén imitados de las canciones de gesta. El es- píritu es puro, original y castizo en toda la extensión de la palabra. Pero esta poesía pura, original y castiza, hubo de ceder pronto el campo á la imitación de la literatura extranjera. Los trovadores provenzales infundieron en la poesía lírica de España sus discreteos, su metafísica de amor, su escolasticismo cortesano y su sensiblería ergo- tista. Y las historias del rey Arturo y de Carlomagno, y las hadas, y los gigantes, y toda aquella profusión de pro- digios supersticiosos, y las doncellas belicosas, trashu- mantes y andariegas, y los magos y adivinos con sus pro- fecías y encantamentos, todo vino á infiltrarse en nues- tros cantos épicos populares.

En el género lírico fué harto perjudicial esta influen- cia, porque hizo nacer la poesía pedantesca, afectada y fría de los cancioneros. En el género épico no fué tan gra- ve el daño en un principio. Aquellas leyendas peregrinas

486 tenían gran mérito y significación. Eran la historia my- thica, el origen ideal de lo más hermoso y perfecto que en la Edad media pudo soñarse. Pero el ingenio de los es- pañoles no se contentó con reproducir bajo otra forma la belleza de aquellas fábulas, y, ya con atraso, respecto al movimiento general del mundo, se propuso superarlas. De aquí nacieron los libros de caballerías, género de li- teratura falso y anacrónico hasta lo sumo. Lanzarote, Don Tristán d^ljconís y los Doce Pares, aunque no hubiesen tenido fundamento histórico, le tenían tradicional; habían vivido, durante siglos, en la creencia del pueblo, si no habían sido creados por él. Pero en España, sin apoyar- nos ni en la tradición ni en la historia, sino lanzándonos atrevidamente en la región de los sueños, extrajimos de nuestra propia fantasía una multitud de héroes dispara- tados y quiméricos, entre los cuales descuellan los Ama- díses y los Palmerines y forman dos familias dilatadísi- mas. El estilo afectado y conceptuoso de estos libros está conforme con lo absurdo de cuanto en ellos se refiere. Era una literatura falsa, sin razón de ser y fuera de sazón.

Ya las naciones de Europa habían llegado á su virili- dad; ya era conocida su alta misión de civilizar el mun- do. Para este fin, la Providencia, valiéndose de portugue- ses y españoles, había abierto los nuevos caminos del ex- tremo Oriente, y había dado paso, por las nunca surca- das olas del Atlántico, á nuevos mundos ingentes é inex- plorados. Las verdaderas hazañas, las increíbles aventu- ras, las atrevidas empresas y las inauditas peregrinacio- nes de los modernos aventureros, debían eclipsar todas las altas caballerías de los siglos pasados, cuya falta de fina- lidad no podía menos de hacerlas objeto de burla. Era menester que cesase todo aquel vano estruendo, aquella

agitación inútil, aquel mal gastado brío y aquella desper- diciada heroicidad.

Cesse tuda o que a Musa antigua canta, QueorUro valor mais alto se alevanta.

Casi un siglo antes de que en España se escribiera el Quijote^ en Italia, país entonces á la cabeza de la civiliza- ción, floreció un poeta cuyo claro entendimiento y cuyos estudios y perspicacia crítica le dieron á conocer una ver- dad hoy evidente, á saber: que, como dice Juan Bautista Pigna, contemporáneo de dicho poeta, y autor de una vida suya, piú vero épico esser non si possa: esto es, que, en la edad reflexiva del mundo y en el seno de uixa civili- zación tan complicada, no es posible escribir con serie- dad una verdadera y buena epopeya heroica. Las cien- cias, las artes, la filosofía, las miras é intereses de los hombres y sus diversos afanes no se cifran ya y se resu- men en un libro en verso, como en las edades primiti- vas. No es dable un poema que tenga la significación del Bamayana, del Mahabharata, de la Iliada^ ó siquiera de la Eneida. El mundo y el poeta, con una superior com- prensión de las cosas divinas y humanas, encontraban ya pueriles y sin propósito las leyendas, los cantos y los ro- mances en que la Edad media se había complacido. Sin embargo, era lástima que aquellas fábulas quedasen sin una forma tan hermosa como merecían, y esparcidas en muchas composiciones aisladas y rudas, de carácter más ó menos popular. Todas ellas, ó la mayor parte, aunque no se prestaban á ser tratadas seriamente, podían formar un artificioso conjunto, un juego maravilloso del ingenio, donde, sin destruir sus bellezas, antes mejorándolas por la formay por cierta unidad, estuviesen templadas y como

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suavizadas por una alegre y finísima ironía. Tal fué el intento de Messer Ludo vico Ariosto. Para realizarle, no contento con seguir las huellas de Boyardo y estudiar las fábulas caballerescas que circulaban en Italia, dicen que se puso á aprender las lenguas francesa y española, en que muchas de estas ficciones muy hábilmente se habían escrito, y tomando de aquí y de allí, por el arte con que las abejas hacen la cera y la miel, que no sólo son dulces y útiles, sino duraderas, compuso el Orlando^ donde está en hermoso compendio tutta la romanzeria^ como en el panal el jugo, el almíbar y el aroma de las más genero- sas flores. No quiso componer una epopeya; no quiso in- currir en este anacronismo. Menos aún quiso escribir un libro de caballerías. Lo que compuso fué el testamento de las leyendas de la Edad media. Messer Ludovico Ariosto quiso cerrar y cerró dignamente el ciclo Garlovingio, agrupando en torno mil otras fábulas y tradiciones, en una obra de carácter singular, donde no acierta el lector á decidir si el poeta canta alguna vez á sus héroes ó si se ríe de ellos siempre.

Después del Orlando, siguieron, con todo, componién- dose poemas y novelas caballerescos. Por el estilo irónico ha llegado esta afición hasta nuestros días, dándonos de ello una linda muestra Wieland en su Oberon. Con toda formalidad, en Portugal, en Italia y en España se escri- bieron cada vez más desatinados. Los linajes de Perlón y de Primaleón no se extinguían y nos daban los Polendos, Florendos, Lisuartes y Esferamundis. Dos ó tres años an- tes de aparecer la primera parte del Quijote había apare- cido D. Policisne de Beocia.

Pero la literatura caballeresca debía morir, y de tal suerte se había viciado y corrompido que no bastaba la

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indulgente ironía de Ariosto, Fué menester la franca y descubierta sátira de Cervantes para acabar con ella, y abrir, como se abrió en el Quijote y el camino de la buena novela, que es la epopeya de la moderna civilización, el libro popular de nuestros días. Parándose á considerar en este punto el mérito del Quijote, pasma verdaderamente su grandeza. Se le ve colocado entre una literatura que muere y otra que nace, y es de ambas el más acabado y hermoso modelo. Como la última creación del mundo ima- ginariode la caballería, no tiene más rival que el Orlando; obras maestras ambas, dice Pictet, de un arte perfectísi- mo, que dan á ese mismo mundo imaginario que destru- yen un puesto muy alto en la historia de la poesía huma- na. Gomo novela, aún no tiene rival el Quijote j según Federico Schlegel lo prueba con sabios argumentos. Man- zoni y Walter Scott distan tanto de Cervantes, cuanto Virgilio, Lucano y todos los épicos heroicos de todas las literaturas distan del divino Homero.

Por cuanto queda expuesto se corrobora más que de censurar Cervantes en el Quijote un género de literatura falso y anacrónico, no se sigue que tratase de censurar ni que censuró y puso en ridículo las ideas caballerosas, el honor, la lealtad, la fidelidad y la castidad en los amores, y otras virtudes que constituían el ideal del caballero y que siempre son y serán estimadas, reverenciadas y que- ridas de los nobles espíritus como el suyo. No hay, en mi sentir, acusación más injusta que la de aquellos que tal delito imputan á Cervantes. Don Quijote, burlado, apa- leado, objeto de mofa para los -duques y los ganapanes, atormentado en lo más sensible y puro de su alma por la desenvuelta Altisidora, y hasta pisoteado por animales inmundos, es una figura más bella y más simpática que

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todas las demás de su historia. Para el alma noble que la lea,DonQuijote, más que objeto de^escamio, lo esde amor y de compasión respetuosa. Su locura tiene más de subli- me que de ridículo. No sólo cuando no le tocan en su mo- nomanía esDonQuijotediscreto,elevadoen sus sentimien- tos y moralmente hermoso, sino que lo es aun en los arranques de su mayor locura. ¿Dónde hay palabras más sentidas, más propias de un héroe, más noblemente me- lancólicas que las que dice al Caballero de la Blanca Luna, cuando éste le vence y quiere hacerle confesar que Dul- cinea del Toboso no es la más hermosa mujer del mundo? < Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y en- ferma dijo: Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra^ y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad; aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has qui- tado la honra. > Ni del caballero que estas palabras dice, ni de los sentimientos que estas palabras expresan, pudo en manera alguna burlarse Cervantes. Hay en estas pa- labras algo de más patético y sublime que cuanto se cita de sublime y de patético en la poesía ó en la historia. El quHl mourüt de Corneille y el tout est perdu hors rhon- neur de Francisco I, parecen frases artificiosas, rebus- cadas y frías, frases de parada, al lado de las frases sen- cillas y naturales de Don Quijote, que nacen de lo íntimo de su corazón y están en perfecta consonancia con la no- bleza de su carácter, nunca desmentida desde el principio hasta el fin de la obra.

Yo no entiendo ni acepto muy á la Jetra la suposición de que Don Quijote simboliza lo ideal y Sancho lo real. Era Cervantes demasiado poeta para hacer de sus héroes

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figuras simbólicas ó pálidas alegorías. No era como Mo- liere, que hace en El Avaro la personificación de la ava- ricia, y en El Misántropo la personificación de la misan- tropía. Era como Homero y como Shakspeare, y creaba figuras vivas, individuos humanos, determinados y rea- les, á pesar de su hermosura. Y es tal su virtud creadora, que Don Quijote y Sancho viven más en nuestra mente y en nuestro afecto que los más famosos personajes de la historia. Ambos nos parecen moralmente hermosos, y los amamos y nos complacemos en la realidad de su ser como si fuesen honra de nuestra especie.

La sencilla credulidad de Sancho y su natural deseo de mejorar de fortuna constituyen el elemento cómico de su carácter. Pero un entendimiento claro y elevado no es la sola prenda por donde los hombres se hacen amar y res- petar de sus semejantes. La bojidad, el candor y la dul- zura inspiran amor y le reclaman. En este sentido San- cho es amable. Gon justicia le llama Don Quijote, «Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano y Sancho sin- cero.> La rectitud de su juicio, la mansedumbre de su condición y su candida buena fe, engendrian aquel tesoro de chistes de que tanto nos admiramos, su inocente ma- licia, la excelencia de sus fallos cuando era goberpador, y la naturalidad ingenua de sus máximas y acciones.

Si Sancho es tan bueno y tan amable, ¿cuánto más no lo es el hidalgo, su amo? ¿Qué corazón hay que de ól no se enamore? ¿Quién no siente un íntimo deleite cuando sale bien de alguna peligrosa aventura? ¿Quién no com- parte su satisfacción cuando vence los leones? ¿Quién no lamenta su vencimiento en la playa de Barcelona? ¿Quién, después, no se aflige de su melancolía? ¿Quién, por últi- mo, no llora su muerte como la de un ser muy amado?

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Altísidora se burla de Don Quijote, y aun tiene la impie- dad de añadir á la burla el insulto. Le llama <don baca- llao, alma de almirez, cuesco de dátil, don vencido y don molido á palos; > pero este mismo insulto y atropello realza más al héroe y califica de frivola y sin entrañas á la burladora: porque ¿cómo no admirarse de la hermo- sura del alma de Don Quijote, que «campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proce- der y en la buena crianza? Estas partes caben y pueden estar en im hombre feo, y, cuando se pone la mira en esta hermosura y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y vehemencia. >

Lo inspirado del Quijote es lo que está por cima del intento de Cervantes al escribirle, que es, como repetidas veces él mismo dice, poner en aborrecimiento de los hom- bres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías. Si se hubiera limitado á realizar este propó- sito, no sería su libro el mejor entre todos los de entre- tenimiento; no se diría con verdad del autor y de sus personajes: <¡oh autor celebérrimo! ¡oh Don Quijote di- choso! ¡oh Dulcinea famosa! ¡oh Sancho Panza gracioso! todos juntos, y cada uno de por sí, viváis siglos infinitos para gusto y general pasatiempo de los vivientes.»

Reducido 'el Quijote á una mera sátira literaria, sería algo parecido á La derrota de los pedantes de Moratín ó á Les héros du román de Boileau, y, como es inmensa- mente más grande, se ha de suponer que la sátira litera- ria es sólo ocasión de la obra maravillosa del poeta. Va éste contra los libros de caballerías, pero está animado del espíritu caballeresco. Su alma es el alma de Don Qui- jote. Don Quijote es él; no porque material y menudamen- te figuren las aventuras del hidalgo manchego sus propias

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desventuradas aventuras, sino porque pone en él la ge- nerosidad de su alma, y la pone por tal vigor de estilo, que se nos retrata y aparece.

Merced á la diligencia y buena crítica de los entendi- dos y laboriosos escritores Mayans y Ciscar, Pellicer, Na- varrete. Ríos, Hartzenbusch, Femández-Cruerra, Barrera y otros, bien se puede afirmar que conocemos hoy la no- ble y trabajada vida del príncipe de nuestros ingenios; pero aunque nada se conociese de ella, quien leyese el Quijote comprendería y amaría la excelencia moral de su aator, que allí ha quedado impresa en signos claros, in- delebles y hermosos.

Si se atiende á lo maltratado que fué Cervantes por la fortuna ciega, por ásperos enemigos y miserables ému- los, y á que escribía el Quijote viejo, pobre y lleno de desengaños, pasma la falta de amargura y de misantro- pía que se nota en su sátira Por el contrario, sus perso- najes, hasta los peores, tienen algo que honra á la natu- raleza humana. La ingénita benevolencia de Cervantes y su cristiana caridad resplandecen en este respeto que muestra á toda criatura hecha á imagen y semejanza de Dios. Las mujeres especialmente, según la atinada obser- vación del Sr. Hartzenbusch, <son casi todas en su libro á cual más bellas y discretas y merecedoras de cariño; y á la que pinta, ya moral, ya físicamente fea, siempre le agrega un toque benévolo para que no repugne. Ríense dos mozas cuando Don Quijote las llama doncellas, pero le ayudan luego á quitarse las armas, le sirven la cena, y cuando les pregunta sus nombres, no se atreven á men- tir, sino que, bajando los ojos, declaran humildes los apo- dos que llevan de la Tolosa y la Molinera. La soez Mari- tomes misma, la caricatura del Quijote más lastimosa,

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cuando ve á Sancho bañado en sudor y con la congoja del manteamiento, le trae vino y se le paga, y en otra ocasión ofrece oraciones para que se consiga volver á la razón al hidalgo demente.»

Aún nos deleita más, haciéndonos simpatizar con el autor, con sus personajes y con la alteza de nuestro ser según ól la concibe, el respeto que la inteligencia y la vir- tud de Don Quijote infunden en el ánimo de los hombres más rústicos y desalmados. Pastores, rameras, galeotes y bandoleros, todos se dejan fascinar por su ascendiente; todos le veneran, todos oyen con gusto y aun con admi- ración sus palabras, hasta que, rayando el ingenioso hi- dalgo en el último extremo de su locura, le tienen que moler á palos, por una fatalidad de la locura misma en que se funda lo cómico de la historia. Mas la significación altamente consoladora y humana que tienen esta necesi- dad y este poder con que obliga al amor y al entusiasmo cuanto es bello y grande, aunque aparezca bajo una fea y triste figura y venga unido á la demencia, luce como en nada en el candido y repetido pasmo del buen Sancho Panza, al oir los discretos, apacibles y muy á menudo elevados razonamientos de su señor.

Son naturales y chistosísimas la credulidad de Sancho y su esperanza de ser gobernador ó conde; pero no es esto lo que principalmente le lleva á seguir á su amo. No pintó Cervantes en Sancho á un hombre interesado y egoísta. Si su baja condición y su pobreza le hacen codi- ciar, aun en esto entra por mucho el amor que tiene á su mujer y á sus hijos, á fin de que la codicia misma esté disculpada y toque por algún lado ó se funde en senti- mientos bellos. No; Sancho no sigue á Don Quijote sólo por la ínsula. Mil veces duda de la promesa del gobierno;

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mil veces se da á sospechar que en aquellas expediciones no granjeará más que manteamientos, coces y puñadas, y pasar malos días y peores noches; pero lejos de de- sear, cuando está así desengañado, dejar el servicio de Don Quijote, llora y se compunge, si su amo le despide; dice que su sino es seguirle, que ha comido su pan, que no es de alcurnia desagradecida, y que sobre todo es fiel y leal, y no es posible que pueda apartarle de su amo otro suceso que el de la pala y el azadón. Por último, dan mayor luz de la bondad y humildad de Sancho, cuan- do, durante las grandezas del gobierno, echa de menos la compañía de su señor Don Quijote, y sobretodo, cuando renuncia y abandona el gobierno mismo, repitiendo con tanta resignación y mansedumbre las palabras de Job, desnudo nadj desnudo me hallOy y mostrándose superior á sus indignos y empedernidos burladores, contra los cuales no exhala la menor queja ni guarda el rencor más mínimo. El abrazo y beso de paz que da entonces en la frente á su compañero y amigo, al conllevador de sus trabajos y miserias, arranca lágrimas, y con las lágri- mas, risa, por ser un asno el objeto de aquella efusión de ternura.

Ni se diga que Cervantes pinta muy cobarde á Sancho, sino muy pacífico. Con harta bravura sabe pelear cuando es menester, como lo muestra con el cabrero y en otras ocasiones. Es, sí, tímido de lo sobrenatural, por lo infan- til de su inteligencia. Por lo común, Cervantes no halla cómica la cobardía, como ningún vicio enteramente des- preciable ú odioso. Es, además, tan grande su senti- miento de la humana dignidad, que, movido por él, re- chaza toda protección y amparo de los poderosos á los débiles, y de esto se burla más que de nada, como en la

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aventura del muchacho Andrés y en otras parecidas. No gusta Cervantes de imaginar caballeros valerosos y de contraponerles lacayos y villanos asustadizos. Antes los iguala á todos, ya que no preste más bríos á la gente me- nuda. Aquellos pelaires y agujeros que mantearon á San- cho dejaron abierta la puerta de la venta, sin temer la có- lera de Don Quijote, y lo mismo hicieran aunque Don Quijote se hubiera trocado en D. Roldan ó en uno de los nueve de la Fama. En fin, Juan Palomequeel Zurdo, al desechar con desdén la protección que Don Quijote le ofrece, se diría que responde en nombre de la plebe á to- dos los magnates y paladines: «Yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningún agravio, porque yo tomar la venganza que me parece cuando se me hacen. > Y no se funda esto en arrogancia plebeya y en soberbia zafia y villana, sino como ya he dicho, en el sentimiento de la dignidad del hombre. Cervantes le con- cilio siempre con aquella profunda gratitud á sus bien- hechores, de que ya sacramentado y moribundo dio la muestra más tierna y sublime en su dedicatoria del Per- siles.

La propiedad de los caracteres, y su variedad y multi- tud son admirables en el Quijote. El cura, el barbero, el ama, la sobrina, los duques, el oidor, el cautivo, todos, en suma, hasta los que están en tercero y cuarto término, son personajes vivos, perfectamente caracterizados y di- ferenciados; pero, fuerza es decirlo, son una galería de imágenes, sin gran enlace entre sí. Confieso mi pecado, si lo es. No acierto á descubrir esa unidad de acción que ve D. Vicente de los Ríos en el Quijote. Es más; apenas si hallo en el Quijote una verdadera acción en el sentido rigoroso. Hay, sí, una serie de aventuras, todas admira-

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Uemente ideadas, y enlazadas por el interés vivísimo qae inspiran los dos personajes que las van buscando. Pero el -desarrollo, el progreso de una fóbula bien urdida, en que no haya acontecimiento que no conspire, que no prepare, que no precipite el desenlace, eso no lo veo. Ija unidad del Quijote no está en la acción, está en el pensa- miento, y el pensamiento es Don Quijote y Sancho uni- dos por la locura. Quítense lances, redúzcase el Quijote á la mitad ó á un tercio, y la acción quedará lo mismo. Añádanse aventuras, imagínense otros cien capítulos más sobre los que ya tiene el Quijote^ y tampoco se al- terará lo substancial de la fábula. Esta es una falta del Quijote que no debo negar por un exagerado patriotis- mo; pero es una falta inevitable, dado el asunto. En bal- de procura Cervantes enmendarla en la segunda parte. Sólo en apariencia lo consigue. El bachiller Sansón Ca- rrasco, vencido al principio por Don Quijote, se decide á sacarle la locura de los cascos, y le vence por último en las playas de Barcelona, obligándole á volverse á su casa. Lo mismo, con todo, importaba que le hubiese vencido antes ó después. Su triunfo no es causa, sino ocasión, á lo más, de que la historia termine. Bien pudo escribirse otra tercera parte en que hiciese el ingenioso hidalgo la vida pastoral y volviese luego á sus caballerías. Si el sa- nar Don Quijote de su locura es un desenlace, si lo es su muerte, ¿cómo son ambas cosas independientes de la acción, del movimiento de la £ibula, y no preparadas por ella? La locura de Don Quijote le aisla además, y le co- loca en un mundo fantástico. Nada de lo que pasa en tomo suyo influye en ól sino transfigurado por su fanta- sía. En nada suele él influir, sino como mero especta- dor. Los amores de Dorotea y Luscinda, los de Grisósto-

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mo, la historia del cautivo, las bodas de Gamacho, todo es ajeno á Don Quijote. Igual sería ponerlo en el libro que no ponerlo, tratándose sólo de la unidad de acción. Bien hubiera podido Cervantes cambiar los episodios, tro- car las aventuras, alterar de mil maneras el orden en que están, barajarlas y revolverlas casi todas: siempre hubiera quedado, en su esencia, el mismo Quijote. Re- pito, con todo, que esto es culpa del asunto, y no del poeta, y que, á pesar de esta culpa, es el Quijote uno de los libros más bellos que se han escrito, y la primera con una inmensa superioridad entre todas las novelas del mundo,

Cervantes era un gran observador y conocedor del co- razón humano. Sin duda, cuanto había visto en su vida militar, en su cautiverio y en sus largas peregrinacio- nes, y las personas de toda laya con quienes había tra- tado, le dieron ocasión y tipos para inventar y formar unos personajes tan verdaderos como los del Qwí;o¿c; pero hay una enorme distancia de creer esto á creer que todo es alusión en dicho libro, y á devanarse los sesos para averiguar á quién alude Cervantes en cada aventura, y contra quién dispara los dardos de su sátira. Si él hubiera tenido la incesante comezón de injuriar á sujetos deter- minados, lo hubiera hecho de otra suerte y no trocando una creación poética de subidísimo precio en un ridículo y perpetuo acertijo.

El arriero enamorado de Maritornes era de Aróvalo, porque á Cervantes le había jugado alguna mala pasada un arriero de Arévalo. Cervantes llama á Cide Hamete autor arábigo y manchego, porque quiere zaherir á la gente de la Mancha de poco limpia de sangre. El licencia- do Alonso Pérez de Alcobendas es Blanco de Paz en ana-

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grama, Dulcinea es una pobre solterona, preciada de hi- dalga, y natural del Toboso, llamada Ana Zarco de Mo- rales. El propio Don Quijote, en quien los mismos que ha- cen estas interpretaciones confiesan que puso Cervantes lo mejor de su alma, es un cierto D. Alonso Quijada de Salazar, de quien Cervantes quiso burlarse porque se ha- bía opuesto á su boda con Doña Catalina Palacios. Sancho Panza, en fin, es Fr. Luis de Aliaga, como si hubiera la menor conexión ni semejanza de caracteres entre ambos personajes.

Las cavilaciones, la erudición prolija y mal empleada, y los argumentos de que se valen para convencer de todo esto, rara vez logran convencerme, y si alguna vez me convencen, no me hacen entender mejor ni estimar en más el mérito del Quijote. Yo no estimaría en más ni en- tendería mejor la hermosura del Pastno de Sicilia^ si al- guien me probase que el Cristo y la Virgen y otras figu- ras no eran más que caballeros y damas amigos de Ra- fael, y los sayones varios enemigos suyos.

Se ve, por otra parte, en esto de buscar alusiones, el afán de que pase Cervantes por un formidable y ponzo- ñoso satírico, contra lo que él dice:

«Nunca voló la humilde pluma mía

Por la región satírica, bajeza

Que á infames premios y desgracias guía.»

Porque si para otro flti se buscasen alusiones, se bus- carían en los personajes bellísimos en que abunda el Qui- jotCy y no en los ridículos ó moralmente feos. Á nadie, qué yo sepa, se le ha ocurrido, con todo, buscar la rea- lidad del Caballero del Verde gabán, señor tan excelen- te, que Sancho no puede menos de besarle los pies, dicien-

uo do que era el primer santo á la gineta que había visto en su vida. ¿Á quien alude Cervantes en las figuras de Cár- denlo, de Luscinda, de Dorotea y de tantos otros nobles personajes? ¿De dónde saca, en fin, los inocentes, delica- dos y purísimos amores de Don Luis y Doña Clara, á quie- nes en pocos rasgos pinta tan hermosos como Julieta y Romeo y Pablo y Virginia?

La interpretación y la cavilación han ido en pos de lo satírico, y han llegado hasta el punto de que personas dotadas de nada común inteligencia y de poderosa fan- tasía hayan consumido tiempo, registrado archivos, re- vuelto códices y compulsado documentos, para averiguar quiénes eran los carneros que convierte Don Quijote en príncipes y capitanes. Por industria de algún comentador sabemos ya, casi á punto fijo, quiénes eran Alifanfarón de la Trapobana, Brandabarbarán de Boliche, Micocolem- bo de Quirocia, Pierres Papín y Pentapolín el del arre- mangado brazo.

No por eso acierto yo á persuadirme de que estos hé- roes tuviesen existencia real en la corte de Felipe III. No veo el chiste que puede haber en darles tales nombres. Antes deseo decir al discreto y querido comentador, con quien me pesa no estar conforme, aquello que dijo Sancho á su amo: «Señor, encomiendo al diablo, si hombre, ni gigante, ni caballero, de cuantos vuestra merced dice pa- rece por todo esto; á lo menos yo no los veo; quizás todo debe de ser encantamento Quizás no hay más que las ovejas y la fantasía de Don Quijote que les pone nombres graciosamente eufónicos, sin intención alguna.

La razón más grave en contra de estos comentarios es la de que truecan el carácter de Cervantes, generoso, magnánimo y sufrido en las desgracias, por el de un mal-

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dicíente, mordaz y solapado. Sos elogios, en mi sentir sinceros, aunque hiperbólicos, se convierten asimismo en baja adulación ó cobarde palinodia. Pongamos por ejem- plo el temido Micocolembo, en quien nos quieren hacer creer que está aludido D. Bemardino de Velasco.

Demos esto por probado, y se verá que Cervantes no tiene la menor disculpa en prodigar alabanzas á dicho personaje, por boca de Ricote, para que tengan más fuer- za. Llámale grande, prudente, sagaz, justiciero y miseri- cordioso, y declara heroica la resolución de Felipe III, á quien también llama grande, de expulsar á los moriscos, é inaudita su prudencia en conflar su expulsión al tal Don Bemardino.

En todo esto es menester ser mu^ suspicaz ó muy za- hori para notar la más ligera ironía Cervantes mismo da en compendio las razones que hubo para la expulsión, y la aprueba por indispensable, y por atrevida y por heroi- ca la celebra y magnifica.

Cervantes era un hombre de su nación y de su época, con todas las nobles calidades de nuestro gran ser, pero con todas las pasiones, preocupaciones y creencias de un español de entonces. Su afectuoso corazón pudo añigir- se de que fuesen expulsados aquellos hombres, entre los cuales había algunos cristianos sinceros: mas á la par re- conocía que el cuerpo de toda aquella nación estaba con- taminado y podrido^ y que era menester extirparle á fin de que no inficionase y corrompiese todas las partes sanas de la república. Cervantes, protegido y entusiasta enco- miador del ilustrísimo de Toledo, D. Bernardo de Sando- val y Rojas, no podía pensar de otra suerte que como aquel arzobispo pensaba, esto es, que, por lo menos, im- portaba arrojar de España á los moriscos, como el pueblo

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de Dios exterminó á los cañoneos ó los arrojó de la tierra prometida.

Repito, pues, que con esa perenne lluvia de alusiones y de ocultas diatribas contra determinados sujetos, de qae ven algunos atiborrado el Quijote j no sólo se afea el carácter de Cervantes, haciéndole malévolo y vengativo hasta lo sumo, sino que también se le amengua y achica el entendimiento. Yo al menos, con la franqueza que me es propia, tengo que declarar inepcia muchas de esas imaginadas sátiras. Otra cosa es que Cervantes tomase ocasión de algunos sucesos de su tiempo y aun de su pro- pia vida para escribir ciertos lances ó aventuras. Puede que la del cuerpo muerto esté tomada de la traslación da los restos de San Juan de la Cruz. Tal vez la aventura del rebuzno tenga por origen las desavenencias que hubo entre los vecinos del Peral y ViUanueva de la Jara, por cuestión de límites. Lo cierto es que esta aventura, así como la batalla entre los barceloneses y los soldados de la flota, que describe el autor en Las dos doncellas, y otras muchas ocurrencias y pinturas por el estilo, que se leen en todas sus obras, dan clara prueba de la fe- roz anarquía y espantoso desorden de aquellos buenos tiempos.

No negaré yo que algunas veces la rivalidad de Cer- vantes con Lope, con Aliaga, aunque indigno, y con otros poetas, le haga lanzar contra ellos dardos satíricos. Por lo común, sin embargo, en la alabanza es en lo que se excede, mostrando más la excelencia de su corazón que la de su juicio en puntos literarios. Y lo que es contra los grandes señores de la corte, no había rivalidad alguna que pudiese mover á Cervantes. Quien nunca pasó de simple soldado y de alcabalero, no era posible que viese rivales

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en aquellos grandes señores, sino Mecenas más ó menos propicios. La ambición y la envidia no estaban entonces tan despiertas como ahora; pues si el favor del Soberano sacaba á veces del lodo á validos indignos y necios, éstos no eran tan instables y ni remotamente tan numerosos como los que hoy levantan los partidos; por donde no hay nadie, por ruin y para poco que sea, que no sojuzgue en potencia propincua de escalar los primeros puestos, y con el derecho de infemar á los que mal ó bien los ocu- pan y estorban el logro de su deseo.

Por las razones expuestas, presumo yo que no ofende- ría Cervantes á las personas favorecidas por sus reyes. Mucho menos me doy á recelar, como hacen otros, que de los reyes mismos se burlaba. Absurdo me parece que sea el Quijote una sátira de Garlos V ó de Felipe II. Quien llama grande á Felipe III, y le llama grande candorosa- n^Qte, por el sumo respeto que inspiraban entonces á los españoles sus reyes, no había de tener baja idea del in- victo César y de su prudentísimo hijo. Si Quintana, con todo su ñlosofísmo á la usanza francesa del siglo pasado, todavía hace de Carlos V un ser extraordinario, y si, ca- lificándole de déspota, le transforma en déspota arrepen- tido y demagogo de ultra-tumba, á fin de que le adore- mos, é identifica su gloria con la de España, ¿cómo Cer- vantes, que nada tenía de filósofo, había de juzgar con severidad ó había de poner en ridículo los hechos de aquel emperador amado y admirado? Es cierto que la grandeza de los medios que se ponían en juego, y la inconsistencia 6 nulidad de lo que resultaba, fijan en el reinado de aquel emperador el principio de la decadencia de la monarquía e^añda; pero Cervantes no podía sospecharlo.

Cervantes, además, no pecaba de lo que se llama libe-

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ral ahora. Al contrario, en el Quijote^ y en otras obras suyas, da frecuentes señales de entender del modo más absoluto el poder del príncipe sobre la república. Pudió- ranse citar mil ejemplos. Baste, con todo, que cite yo aquí el arbitrio que halla para que no se publiquen malas comedias; á saber, que se nombre un censor, sin cuya aprobación, sello y firma, nadie se atreva á representar comedia alguna. De suerte que, no sólo somete al gobier- no las ideas de los escritores, en cuanto pueden tocar en algo á la moral, á la religión ó á la política, sino que le hace arbitro supremo del bueno ó mal gusto en literatu- ra. El despotismo de Garlos V ó de Felipe II no debían, pues, escandalizar á Cervantes.

No se crea, sin embargo, que era servil. En ól había un poderoso instinto de libertad y de altivez, y una in- dependencia de carácter, propia entonces y siempre de los españoles, y muy en particular de los que se precian de hidalgos y de caballeros, que son casi todos, hasta los que al mismo tiempo se precian de demócratas. Mués- transe esta altivez y esta independencia en aquellas pa- labras de Don Quijote, menos de burla y más sentidas de lo que se piensa, en que declara exentos de toda ley á los caballeros andantes; <sus fueros, sus bríos; sus pragmá- ticas, su voluntad. > Muéstranse también en aquel des- precio y furor con que trata Don Quijote á los ministros de la justicia, ladrones en cuadrilla que no cuadrilleros^ y con que se mueve á desafiar á la Santa Hermandad, y á extender el reto á los hermanos de las doce tribus de Israel, á Castor y Polux, á los siete hermanos Macabeos y á todos los hermanos y hermandades que ha habido en el mundo. Casi siempre que hay algo de valentía ó de travesura en quien se burla de las leyes ó desafía á la

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autoridad, Cervantes, sin poder remediarlo, se pone de 8a parte. Á los galeotes los disculpa; y si bien la apología está en boca de Don Quijote, no deja de tener fuerza y de estar hecha con calor. <Porque si bien vais castigados por vuestras culpas, dice, podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dineros de éste, el poco favor del otro, y finalmente, el torcido juicio del juez hubiese sido causa de vuestra perdición y de no ha- ber salido con la justicia que de vuestra parte teníades.> <Me parece duro caso, añade, hacer esclavos á los que Dios y naturaleza hizo libres. > Pero donde más se declara esta propensión de Cervantes es en el entusiasmo que con- sagra al valiente Roque Guinart, al capitán de bandole- ros, de quien se admira, á quien ensalza sobre un pedestal de gloria, y en quien presenta un dechado de magnanimi- dad, de discreción, de cortesía y de otras mil prendas hi- dalgas. Los principales caballeros y damas de Barcelona, los del bando de los Niarros al menos, eran de la misma opinión y conservaban las relaciones más amistosas con aquel foragido. Faltas son estas que serían bastantes á que fuese tachada de antisocial una novela de ahora; pero en aquella época y estado social eran indispensables. To- davía, hasta hace poco, han sido en España las historias más celebradas entre el vulgo las que refieren los altos hechos de bandidos, ladrones y guapos como Francisco Esteban.

Asimismo pretenden algunos ver en Cervantes un des- creído burlón. Nada, á mi ver, más contrario á la índole de su ingenio. Cervantes era profundamente religioso, y aun participaba de la superstición y del fanatismo de su nación y de su época. España había hecho la causa de la religión su propia causa; había identificado su destino

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con el triunfo de nuestra santa fe; había puesto por base, no sólo á su imperio, sino á sus pretensiones de prepon- derancia, y de primado, y de soberanía entre todos los pueblos de la tierra, la victoria del catolicismo sobre la incredulidad y la herejía. Ser, pues, incrédulo entre nos- otros, á más de renegar de Cristo, era renegar del sor de español y de hidalgo y de fiel vasallo. Este modo de na- cionalizar el catolicismo tenía algo de gentílico y más aun de judaico; fué un error que vino á convertir, en España más que en parte alguna, á la religión en instrumenio de la política; pero fué un error sublime que, si bien nos hizo singularmente aborrecedores y aborrecidos del ex- tranjero, y conspiró á nuestra decadencia, colocó á Es- paña, durante cerca de tres siglos, á la cabeza del mun- do, dándole en el gran drama de la historia un papel tan principal, que nada se entendería si nuestros grandes he- chos, pensamientos y miras se sustrajesen por un ins- tante de la escena.

Siendo esto así, como lo es, Cervantes, que en grado eminente representa el genio de España, tuvo que ser y fué eminentemente religioso. En todas sus obras se ven. señales de la piedad más acendrada. Cuanto se conoce de su vida concurre á persuadirnos de esta calidad que ador- naba su espíritu.

Lo que me inclino á creer es que Cervantes discurría poco sobre ciertas materias, como la mayor parte de los españoles que no eran sacerdotes y teólogos de profesión. El Santo Oficio ahogó todo discurso, todo pensamiento sobre lo divino que no fuese una repetición de lo o/icial y consignado. La filosofía acabó por convertirse en ergotis- mo frivolo para las aulas, en fría indiferencia para los hombres de mundo, y para algunos políticos y eruditos

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culteranos en doctrina estoica, más que metafísica, mo- ral, y más que moral, literaria, pues los que la seguían, antes que de la ciencia y altos preceptos de Grisipo, se apa- fflcmaban del estilo pomposo y declamatorio de Séneca.

Hay, sin embargo, quien por seguro que, sin ele- varse á consideraciones trascendentales, Cervantes se burló encubierta y chistosamente, no de la religión, pero de abusos y desórdenes introducidos so capa de religión, y de muchos vicios del clero. Llegan, por ejemplo, á ima- ginar que tiene más malicia de la que se le atribuye aque- llo de decir Don Quijote á los monjes benitos, aun des- pués de afirmar ellos que lo eran, «ya os conozco, fe- mentida canalla, > palabras con que Ariosto, con intento franco y deliberado, califica también á todos los frailes, así como profiere infinitas burlas impías, sin que por eso deje Cervantes de llamarle «cristiano poeta. > Se añade que hay también sátira por el estilo en la aventura del cuerpo muerto, en la de los disciplinantes y en el carác- ter y condición del eclesiástico que vivía con los duques.

Sin duda, Cervantes, sin querer, censuraba los vicios del clero, singularmente sobre cierto punto. El lance que el mismo Don Quijote refiere de los presentados y teólo- gos que fueron desdeñados por amor del lego, que para ciertos negocios y menesteres sabía más filosofía que Aristóteles, y aquellas palabras de una dueña en La tía fingida^ dando á entender que nadie pagaba mejor que los canónigos algunos artículos de ilícito comercio, no dan la más brillante idea de la que Cervantes tenía sobre las bue- nas costumbres y virtud del clero. Sin embargo, Cervan- tes decía esto por ligereza y sin ánimo de ofender á aque- lla clase que en general respetaba. Una de las sentencias del licenciado Vidriera, de las cuales parece que hace Cer-

148 vantes el último extremo de la discreción, «es que nadie se olvide de lo que dice el Espíritu Santo: nolite tangere Christos meos.> Y esto lo dijo el licenciado muy subido en cólera, y sólo porque un sujeto tildó de gordo á un frai- le. ¿Cuánto más no se hubiera enojado Vidriera con el cuento del lego y los teólogos y con la alta fama de rum- bosos que entre las Claudias y las Celestinas supone Cer- vantes que los canónigos gozaban?

Se ha de advertir que ahora la impiedad de muchos hombres y la extremada maUcia con que interpretan los dichos de los autores, hacen que vean como una sátira en lo que sólo es efecto de un candor extraordinario, y, di- gámoslo así, de cierta franqueza ó familiaridad con las cosas divinas que había en aquellos tiempos de fe sincera y profunda. Al lado de esta fe había también una relaja- ción en las costumbres y una depravación en la moral que pasman, y que se avenían sin el menor escrúpulo con la devoción más fervorosa. La asociación de ladrones y de picaros del Señor Monipodio, da dinero para misas y para otros fines piadosos. Rinconete pregunta á un pilloá quien ve por vez primera:— ¿Es vuesa merced por ventura la- drón?> Y el interrogado responde: ~ «Sí, para servir á Dios y á la buena gente.» Las obras de Cervantes abun- dan en estos rasgos. Como la mayor parte de los autores de su tiempo, no tenía dificultad ninguna en mezclar los misterios y los dogmas de nuestra religión con farsas in- decentes y chistes groseros y en valerse de ellos para fra- guar esas farsas y esos chistes. En su comedia de Pedro Urdemalas, cuando éste se finge alma del Purgatorio para robar á una rica viuda, vieja y crédula, hay escenas que parecen expresamente inventadas por el mismo demonio para burlarse de las ánimas benditas. Allí se refieren una

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junta general y consejo que tienen en el Purgatorio los parientes difuntos de la viuda, las penas que padecen y la determinación que toman de enviar á uno de ellos por diputado á la viuda para que los rescate, todo de una ma- nera tan cómica y ridicula que no puede ser más. Cuan- do trataba Cervantes por Ip serio las cosas divinas, no so- lía ser más decoroso. Lo inmoral ó sucio de los lances, y lo extravagante y absurdo de los milagros, lucen no me- nos en Bl rufián dichoso que en el San Franco de Sena de Morete y en otras más desarregladas y monstruosas co- m^ias de santos. Schack pretende que El rufián dichoso es una de las comedias más desatinadas que en este gé- nero se han escrito. El héroe es como el de casi todas: un desalmado, pendenciero y burlador de mujeres, que, des- pués de hacer cien mil insolencias y crímenes, se arre- piente y hace milagros, es santo y se va al cielo.

En el Quijote^ por dicha, hay otro gusto más delicado, y junto á la más espontánea inspiración está siempre el recto juicio que la templa y modera. No hay, pues, en el Quijote semejantes aberraciones; pero hay pasajes que, interpretados hoy, pueden dar lugar á sospechas de las ya mencionadas. Yo, con todo, los creo nacidos al volar de la pluma, sin la menor intención de ofender. Si el au- tor pudiese contestar á nuestras preguntas, exento de todo temor al Santo Oficio, creo que no confesaría la inten- ción ofensiva, y aun quedaría absorto de que se la atri- buyesen.

Bien persuadido estoy, pues no puede ser más claro, de que el capítulo LXIX de la segunda parte del Quijote con- tiene una parodia del modo de proceder de la Inquisición y de los autos de fe. Pero ni Cervantes cayó en que aque- llo podía pasar por burla, ni la Inquisición tampoco. Cer-

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l^ero Sancho le interrumpe en medio de su peroración, tratando de probar que cualquiera fraile vale más que to- dos los héroes del mundo, los conquistadores y los andan- tes caballeros, ya que hay más frailes santos que héroes y príncipes, y vale más resucitar á un muerto, dar salud á un enfermo, ó hacer otro milagro, por pequeño que sea, que desbaratar ejércitos, fracasar armadas, aterrar vesti- glos, descabezar gigantes y avasallar y domeñar nacio- nes enteras. Aquí tenemos á Cervantes humillando, por medio de la religión, la soberbia aristocrática de los gran- des y poderosos.

Este pensamiento no era fugitivo en su alma sino per- manente, y con frecuencia le repite. El licenciado Vi- driera hace también observar que de muchos santos <que i Ktbía canonizado la Iglesia, ninguno se llamaba el capitán Dan Fulano, ni el secretario Don Tal de Tal, ni el con- de, ni el marqués, ni el duque, sino Fr. Diego, Fr. Jacin- to, etc., todos frailes y religiosos; porque las religiones son los Aranjueces del cielo, cuyos frutos de ordinario se po- nen en la mesa de Dios.>

Para humillar las vanidades mundanas, Cervantes se vfilía casi de las mismas razones que el gran Gregorio VIL ^¿Qué príncipe ha hecho milagros? ¿Qué rey, qué empe- rador vale un San Martin ó un San Antonio?> Palabras di otadas por un espíritu nivelador, por un sentimiento católico profundamente democrático. Pero Cervantes ama- ba la gloria, la vida aventurera, las hazañas; estaba lleno (le ardor guerrero, y, en lo que la patria y la religión se avenían y aun prescribían el vivir heroico, él le amaba. Entonces no era el místico desengañado; entonces era el elocuentísimo encomiador de las armas sobre las letras, el héroe de Argel, el caballero andante, el soldado vale-

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roso, el qice mas bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; el que prefiere su manquedad d 7io haberse hallado en la más alta ocasión que vieron los siglos pasa- dos, los presentes, ni esperan ver los venideros.

Por cualquier faz que se examine el carácter de Ger- yantes, se ve que dista infinito de rebajar el espíritu ca- balleresco y la verdadera gloria militar, á no ser en nom- bre de una más alta y más pura gloria. No es el Quijote, eomo pretende Montesquieu, el único libro bueno español que se burla de los otros; la reacción y la mofa contra nuestro espíritu nacional: antes es la síntesis de este es- píritu, guerrero y religioso, lleno de un realismo sano, y no por eso menos entusiasta de todo lo bello y grande.

El Quijote se burla de los libros de caballerías, porque Cervantes los halla indignos del espíritu que los dictó. Hablando nuestro autor por boca del canónigo, deja ver su idea y nos da en cifra los preceptos del verdadero y excelente libro de caballerías que él soñaba, esto es, de la epopeya en prosa, ó dígase de la novela heroica, donde se han de presentar como en dechado todas las virtudes del caballero perfecto, cristiano, valiente y comedido. Es- te ideal resplandece en la obra inmortal de Cervantes, lle- nándola, perfumándola ó iluminándola toda.

He tratado hasta aquí de varias especies de comenta- rios que se han hecho ó pueden hacerse del Quijote. El asuntó es tan extenso que merece un libro. Temo haber callado muchísimo importante, y haber, además, fatigado á mis oyentes. Mas á pesar de este último temor, diré aún, en brevísimas palabras, algo de otros comentarios que hay, y que llamaré filológicos y filosóficos. Los filo- lógicos me parecen inútiles, si tratan de explicar giros y vocablos, obscuros por anticuados. El Quijote no está es-

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crito en una lengua muerta. Con corto y poco substancial desvío, la lengua de Cervantes es la que hoy se habla, lios grandes autores clásicos fijan la lengua en que escriben.

El comentario filológico puede ser, sin embargo, útil, si m reduce á enmiendas y correcciones, por el orden de las que en los clásicos griegos y latinos pusieron los eru- ditos del renacimiento; si bien conviene tener mucho pul- so y prudencia en este negocio para no incurrir en los desmanes que tan graciosamente zahiere Saavedra Fajar- do. Hablando de los críticos que corrigen ó enmiendan, los compara á cirujanos ó barberos tqae hacen profesión de perfeccionar ó remendar los cuerpos de los autores. Á unos pegan narices; á otros ponen cabelleras; á otros dientes, ojos, brazos y piernas postizas; y lo peor es que á muchos les cortan los dedos ó las manos, diciendo que no son aquéllas naturales, y les ponen otras con que to- dos salen desfigurados de las suyas. Este atrevimiento es tal, que aun se adelantan á adivinar conceptos no ima- ginados, y, mudando las palabras, mudan los sentidos y taracean los libros.» Yo me inclino, en general, al dicta- men de Saavedra Fajardo, si bien no menosprecio á estos críticos correctores, cuando hasta el mismo Aristóteles lo fue de Homero, haciendo aquella edición que Alejandro guardaba en la cajita de Daríc El Quijote^ además, así por dascuido de Cervantes como por torpeza de los im- presores, estaba plagado de erratas; por lo cual aplaudo sinceramente la edición que, corregida con gran tino, ha heclio un docto y entendido compañero nuestro. Las más de sos enmiendas me parecen acertadas, aunque no pocas son bastante atrevidas.

El otro género de comentario, el filosófico, es el que re- sueltamente no puedo aprobar, si por él se trata de per-

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suadirnos de que un libro tan claro, en el que nada hay que dificultar y que hasta los niños entienden, encierra una doctrina esotérica^ un logogrifo preñado de sabidu- ría. Verdad que Homero ha tenido mil comentadores de esta clase, desde Heráclides Póntico y Demócrito Abde- rita hasta hoy, y Dante cátedras, donde su ciencia se ha leído, y desentrañadores de ella, como Ozanán y el rey Juan de Sajonia; pero, según dice un prologuista de ¿a Divina Com^ia,— <la Minerva griega salió grande y ar- mada del cerebro de Homero, y la Minerva italiana del de Dante, > mientras que la Minerva española estaba ya nacida, crecida y muy granada, cuando el Quijote apa- reció. ¿Qué idea, por otra parte, se formaría de esta Mi- nerva quien no la conociese y llegase á entender que era su cuna una sátira alegre, una obra festiva, un libro de entretenimiento, una novela, en fin? Una novela, y no más, es el Quijote^ aunque sea la mejor de las novelas. Y los que en otro predicamento la ponen, no logran real- zar el mérito del autor, y rebajan el de la civilización española. Antes de Cervantes, y después de Cervantes, hemos tenido filósofos, jurisconsultos, teólogos, natura- listas y sabios en otras muchas ciencias y disciplinas, que han concurrido al progreso científico, al desenvolvimien- to de la inteligencia humana.

Cervantes no ha concurrido, no ha descubierto nin- guna verdad. Cervantes era poeta, y ha creado la her- mosura, que siempre, no menos que la verdad, levanta el espíritu humano y ejerce un infliyo benéfico en la vida de los pueblos y en los adelantos morales.

No hay que hacer un análisis detenido del Quijote para probar que carece de profundidades ocultas. Hay mil ra- zones fundamentales que lo demuestran.

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Es la primera que ningún crítico español ni extranjero, entre los cuales pongo á Gioberti, á Hegel y á. Federico Schlegel, admiradores entusiastas del Quijotey ha descu- bierto ni rastro de esa doctrina esotérica; y sería de ma- ravillar y caso único en los anales de la inteligencia hu- mana, que durante más de dos siglos y medio hubiesen estado escondidos en un libro tesoros de sabiduría sin que nadie de ello se percatase.

La segunda razón es que, dada esa sabiduría, el disi- mulo de Cervantes no tiene explicación, á no suponer que su espíritu era contrario á la moral, ó á la fe, ó á la po- lítica de España en su tiempo, y creo haber probado que no lo era.

Los antecedentes de Cervantes confirmar^ más aún que no hay tales filosofías y sabidurías en el Quijote. Tirso, Lope, Calderón y otros muchos poetas de España, habían estudiado más, sabían más y eran más eruditos que Cer- vantes. Cervantes era (¿y por qué no decirlo?) un ingenio casi lego. La edad de la intuición súbita había ya pasado. Y en el período reflexivo de la vida de la humanidad, aunque pueden escribirse poemas que presuman de con- tener en cifra una teoría completa de las cosas divinas y humanas, estos poemas no suelen estar escritos sino por autores de mal gusto, vanidosos ó ignorantes, que no sa- ben lo que es la ciencia y quieren abarcarla, ó bien por autores que á más de poetas son filósofos, como Goethe, y muy versados en todo género de estudios. Cervantes no era ni lo uno ni lo otro; luego por este lado tampoco se concibe cómo pudo poner en el Quijote esa sabiduría*

Las advertencias que hace el ingenioso hidalgo á San- cho, cuando éste va á gobernar la ínsula, las doctrinas literarias del canónigo, y otras máximas sobre política,

157 moral y poesía, á no ser por la elegancia, por el chiste ó por la nobleza de los afectos con que se expresan, nunca traspasan los límites del vulgar, aunque recto juicio. El discurso sobre la edad de oro no es más que una decla- mación brillante y graciosa.

Nada más propio de la epopeya que encerrar dentro de su unidad la idea completa del universo-mundo y de sus causas y leyes; pero esto es dable cuando la idea es sólo poética, y aun no está limitada y contradicha por la sa- biduría prosaica y metódica, y cuando la metafísica, la moral, la religión y las ciencias naturales se escriben en breves sentencias.

Las atribuidas á Pitágoras en los mrsos de oro^ las de los siete sabios, las de otros poetas gnómicos y las de Los trabajos y los días, de Hesiodo, si bien no enlazadas á una acción heroica ni reducidas á unidad, son, como las máximas de Valmiki, de Viasa y de Homero, la legítima sabiduría épica. Pero estas sentencias, aunque se ponen en boca de los antiguos sabios, tienen un carácter emi- nentemente impersonal; son como la voz de todo un pue- blo, y, cuando viene la reflexión y nace el saber prosaico, pierden su condición ilustre y grave, se hacen plebeyas, toman un aspecto algo jocoso, y se convierten en refra- nes. Cervantes, comprendiendo instintivamente esta ver- dad, que hoy aclara la crítica, hizo de la antigua sabidu- ría épica, ya emplebeyecida y degradada, uno de los ele- mentos más cómicos y risibles de su profunda parodia, que no lo es sólo de los libros de caballerías, sino de toda epopeya heroica. Épicas son también, como las referidas sentencias, la importancia que se daba y la circunstan- ciada descripción que se hacía de todo aquello que sirve á los héroes para adorno ó defensa de la persona: un ce-

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tro, un bastón, una espada ó un yelmo. Los mismos dio- ses en las epopeyas antiguas, y en las modernas los ma- gos ó las hadas fabrican estas armas, alhajas ó muebles, dotándolos de mil virtudes y excelencias. Cervantes se burla de esto, transformando en yelmo de Mambrino una bacía de barbero. Así como los héroes de los antiguos poemas se revisten de armas divinas cuando acometen la más peligrosa y seria aventura, y los dioses ponen en ellos algo de extraordinario, por ejemplo, una horrenda llama que les arde en las sienes, así Don Quijote, al aco- meter también su aventura más seria y peligrosa, se pone el casco lleno de requesones y se da á entender que se le ablandan y derriten los sesos.

Y sin embargo, á pesar de esta burla de lo épico, Cer- vantes se muestra siempre enamorado de lo novelesco y lo trágico. Sin hablar del Persiles, en el mismo Quijote hay caracteres y casos que no vendrían mal en un libro de caballerías. Á las mujeres, más que á los hombres, las poetiza á veces Cervantes del mismo modo exagerado y andantesco de que tanto se burla. Dorotea, Ana Félix y Claudia Gerónima son mujeres andantes, y la última de las de rompe y rasga. Las dos doncellas, en la novela de este título, no se Umitan á andar de zeca en meca, vestidas de hombre, sino que pelean y dan de cuchilladas como Pentesilea, Bradamante y Clorinda. Cervantes ama- ba la romanzeria^ y la epope)'^a heroica y los libros de caballerías, aunque tuviese, por instinto, el sentimiento de que eran anacrónicos.

No era, ni podía ser Europa como varias naciones del Asia, donde se prolongó por muchos siglos la edad de la epopeya, la edad divina. Durante este largo período, los dioses se humanaban y compartían las penas, las pasio-

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nes y los cuidados de los hombres; la religión y la histo- ria, las creencias y la filosofía, los acontecimientos rea- les y los sueños, todo estaba mezclado y confundido. Así se explica que un poema fuese el libro por excelencia de toda una nación, en el cual iban escribiendo sus ideas las sacesivas generaciones. Así el Mahabharata^ que tenia en un principio 2.400 slohas ó dísticos, llega á contener al cabo sobre 100.000. En él aparece, desde la luz incierta y vaga que esparce la aurora de la civilización indiana, hasta la metafísica sutil del Bhagavad-Gita.

En la Europa pagana sucedió lo contrario. Los dioses, como seres efectivos, desaparecieron pronto, quedando como ideas inmortales: pero dieron lugar á Homero para escribir, con un arte que los asiáticos desconocían, la epopeya perfecta y una.

En la Europa cristiana, la fijeza de los dogmas y la gran filosofía de los primeros cinco siglos infundieron una noción más sublime y científica de la divinidad, y no con- sintieron que ésta pudiese decorosamente servir de má- quina para los poemas. Á pesar del arte y de la ciencia de Milton y de Klopstock, hay en sus obras mil pasajes que no se pueden sufrir. Guando con más fe y menos ciencia se ha hecho intervenir á la divinidad en nuestras epope- yas, dramas ó novelas, se ha caído en lo indecoroso. Mu- chos gentiles pensaban así de sus poetas épicos y del em- pleo que en las fábulas daban á sus dioses. ¿Cuánto más debemos pensar esto los cristianos? La idea de Chateau- briand de que nuestra religión vale más que la mitología para máquina de un poema, ofende á nuestra religión, lejos de ensalzarla.

Pero dígase lo que se diga de la idea de Chateaubriand, es lo cierto que, aparte La Divina Comedia^ obra de un

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género enteramente diverso, no hubo epopeya perfecta en la Edad media. Desde el renacimiento hasta hoy, y aun en lo porvenir, creo con Ariosto que piú vero épico esser non si possa. Tasso, á fuerza de elegancia, de ter- nura y de religiosidad, nos ofusca y casi contradice el fallo. Gamoens, por ser hijo de una nación épica en gra- do elevadísimo, por cantar una empresa nacional y al mismo tiempo de interés común al género humano, pues que abre verdaderamente la historia moderna, y por un sinnúmero de otras circunstancias dichosas, á más de su ardiente inspiración y patriotismo, contradice también en apariencia el fallo que se ha dado. En realidad y en el fondo, ni Tasso, ni Gamoens le contradicen. La Jerusa- Un y Los Lusiadas^ aunque bellísimos, son igualmente dos poemas artificiales.

Todo esto, repito, que lo sentía Gervantes, aunque no se lo explicaba. Si alguna oculta sabiduría hay en su li- bro, me parece que es ésta sola. Mas, como burlándose de la caballería, él es un perfecto caballero, así burlándose de la epopeya, escribe en prosa el libro más épico que en la edad moderna se ha escrito, salvo los romances del Gid; aquel collar de perlas^ aqí^lla graciosa corona, como los llama Hegel, que nos atrevemos á poner al lado de cuanto la antigüedad clásica creó de más hermoso.

Tal es, señores académicos, mi pobre opinión sobre el Quijote, y sobre los comentarios y críticas que de él se han escrito.

Juan Valbra.

NECROLOGÍA

DIL

Ilm.). Sr. d. frutos saavedra meneses.

Corría el año de 1852, cuando á fine^ del mes de julio me vi precisado a ir al Real Sitio de San Ildefonso donde á la sazón residía la Corte. Aquel viaje era muy grato para mí, porque siempre deseó conocer los prodigios rea- lizados en la Granja por el insigne fundador de nuestra Academia y de la dinastía borbónica, de cuyo buen gusto y amor á la naturaleza dan allí testimonio, más aún que la esplendidez de palacios, jardines y fuentes, la hermo- sura del lugar escogido y las grandiosas montañas que lo circuyen. Peladas unas^ coronadas otras de nieve ó cu- biertas de espesos bosques de pinos, embellecidas con ma- nantiales purísimos que se despeñan á lo mejor en pin- torescas y bullidoras cascadas, sirven como de marco á los mil variados paisajes, á cual más digno del Supremo Artífice, con que el humilde Balsaín brinda por entre quiebras y peñascales á quien sigue el arrebatado curso (le sus aguas.

Mas no era éste el único deseo que anhelaba entonces satisfacer, Al seductor atractivo de la naturaleza, llena cada vez de nuevos encantos para el que la contempla

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con los ojos del alma y descubre hasta en la más dimi- nuta flor campestre el sello de un poder que en vano la soberbia humana pretende negar, ansiaba unir el íntimo gozo que experimentamos ante artísticos monumentos de pasados siglos, donde parece como que vibra y todavía se hace oir elocuentemente la voz de majestuosos recuer- dos. Así, apenas hube recorrido los lugares que todo via- jero se apresura á visitar en el Real Sitio, me trasladó á la inmediata ciudad de Segovia. Pocas poblaciones habrá cuyo general aspecto conserve tan decidido carácter mo- numental. Al discurrir por sus tortuosas y estrechas ca- lles, diríase que nos transportamos á los siglos xiii ó xvi, pues de uno ú otro son principalmente muchas de sus casas y edificios públicos. En 1852 ufanábase todavía Se- govia con su soberbio Alcázar, convertido ahora en mon- tón de lamentables ruinas, y eran señuelo á la ilustrada curiosidad de viajeros y artistas los esbeltos almenados torreones de aquella antigua fortaleza, las hermosas pers- pectivas que ofrecía por todos lados, y el singular mérito de sus bóvedas estalactíticas cubiertas de oro (labor in- apreciable del arte mudejar), así como el riquísimo arte- sonado cuyos casetones mostraban en alto reUeve, por orden cronológico, la efigie de nuestros monarcas, desde el restaurador D. Pelayo á la infeliz Juana la Loca.

Ocupaba por aquel tiempo la regia estancia cubierta con esta admirable techumbre la Biblioteca del Colegio de Artillería, huésped de mansión tan suntuosa, y hallá- base encargado de enriquecerla con Übros científicos de provechosa doctrina un Capitán del arma, Profesor de to- pografía y fortificación, amén de Bibliotecario y Secre- tario de la Junta de profesores. A él me presentó con en- carecimientos de fraternal amigo otro Capitán del Colé-

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gio, D. Ramón Escario, criado y educado bajo el amparo paternal y segura dirección de su insigne abuelo D. Mar- tín Fernández de Navarrete, honra de las letras españo- las. Entonces pronunciar por primera vez el nombre, perpetuamente caro para los buenos, de D. Frutos Saa-

VEDRA MeNESES.

Guando años después, por agosto de 1864, éste y yo registramos juntos hasta el último rincón de las amena- zadoras ruinas del antiguo Alcázar, convertido en escom- bros por fuego devorador, vi deshacerse en lágrimas el noble corazón de Saavedra al contemplar dónde estuvo el depósito de libros y planos acrecentado por él á costa de tantos afanes.

Y ya que al principio de mi amistad con Saavedra va unido el nombre de Ramón Escario, modelo de caballe- ros que sucumbió al rigor de contagiosa enfermedad por demasiado escrupuloso en el cumplimiento de sus debe- res, permítaseme desahoofar el pecho pronunciando aquí el dulce nombre de su hermano menor Emilio, nacido en esta misma casa, y como él jefe de tan distinguido Cuer- po, á quien el 22 de junio de 1866 arrebató villanamente la vida, porque esclavo de la lealtad y del honor se negó á preferir el grito de los sublevados, la embriagada sol- dadesca de que hastji entonces había sido como bondado- so padre. Ambos hermanos fueron amigos de Saavedra Meneses. Ambos le estimaban y respetaban por su saber y por sus virtudes. Si tuviéramos la dicha de verle en este sitio, donde sus muchas luces habrían podido aclarar no pocas definiciones de voces concernientes á la tecnología científica, seguro estoy de que se gozaría en ver enlaza- do su nombre al de dos hermanos de armas tan dignos y generosos.

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D. Frutos Saavedra Menesbs nació en la ciudad del Ferrol á 25 de octubre de 1823, y dos días después reci- bió las puriñcadoras aguas del Bautismo en la parroquia de San Julián. Fueron sus padres D. Antonio Saavedra Caballero, Maestrante de Sevilla, y Doña María de la Can- delaria Meneses. Tuvo por abuelos á D. José Saavedra, Vocal de la Junta superior del reino de Galicia durante la gloriüsísinna guerra de la Independencia, y á D. José Me- neses, Brigadier de la Real armada.

Aún no cumplidos quince años entró en el Colegio de Artillería, para el que tenía concedida gracia de cadete, con uso de uniforme, desde abril de 1836. Allí mostró des- de luego tanta aplicación, que en julio de 1840 le nom- braron Brigadier de la compañía. Por haber obtenido en todos los cursos de estudio notas de sobresaliente ó de muy bueno, ascendió á Subteniente del arma en 16 de oc- tubre del año 41, con destino al 4.** regimiento de Arti- llería.

Tres meses después pasó desde la Goruña á encargarse accidentalmente de la compañía que se hallaba en el Fe- rrol. Corta fué su residencia en la ciudad natal: comisio- nado en mayo del 42 para conducir á San Sebastián cien artilleros, hubo de permanecer allí el resto del año; no siendo más durable su permanencia en Irún, á donde le enviaron destacado á principios del 43. Trasladado en fe- brero de aquel año mismo á la 2.* brigada de montaña destinada á Teruel y Zaragoza, partió en breve á la capi- tal de Aragón, donde, á las órdenes del Capitán general, se encontró en los famosos acontecimientos del 9 de junio. Apenas ascendido por antigüedad á Teniente del arma(l I de septiembre), se encargó de la comandancia de Artillería del castillo de Murviedro, en el que permaneció hasta di-

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ciembre. Para cualquier otro oficial joven de veinte años, la estancia en el castillo de Murviedro, aun sin la respon- sabilidad de mandar alguna fuerza en tiempos agitados y de discordias civiles, hubiera sido muy enojosa. No lo fué para Saavedra, poco afecto á pueriles devaneos, inclina- do desde muy niño á graves especulaciones, á quien halagaba ya y complacía que sobreviniesen eventualida- des donde poder mostrar por impulso propio la entereza y Adeudad de su noble pecho. La acalorada fantasía de sus floridos años pintábale con vivos colores el heroísmo de Sagunto, que ha hecho imperecedera la fama de aque- llos lugares. Su ardoroso patriotismo, no desmentido ja- más, tal vez le sonreía con la esperanza de poder emular algún día glorias que llenaban su alma de respeto y ad- miración. ¡Felices sueños del entusiasmo juvenil y de la imaginación poética! ¡Hermosos pensamientos nacidos siempre del corazón, cuando todavía no lo han marchi- tado y endurecido el soplo de la edad ni el hielo de los desengaños!

Deade aquella fecha, tan pronto vemos á Saavedra Me- neses otra vez en la Goruña, residencia que le era grata por hallarse próximo á su familia á quien amaba con ve- hemencia, como le encontramos en Gijón y en Oviedo; hasta que en septiembre de 1844 se le destinó á la fóbrica de Trubia. Elegido á principios del año siguiente para es- tudiar en el extranjero la industria forrera, viajó algunos meses por Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Ingla- terra y Escocia. Resultado de sus observaciones en esta excursión ftió la Me>noria sobre la fabricación^ en distin- tos países^ de las armas de fitego portátiles^ que escribió en unión con el coronel D. Francisco Elorza (de vuelta en la fábrica por marzo de 1846), y que se publicó en el según-

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do tomo del Memorial de Artillería aprobada por la Junta superior facultativa. Por recompensa del acierto con que -supo desempeñar tal comisión recibió el empleo de Ca- pitán de Infantería en 19 de julio de 1847; siéndolo ya graduado desde 10 de octubre del año anterior, á conse- cuencia de la gracia general otorgada al ejército para ce- lebrar el matrimonio de la Reina Doña Isabel II. La co- lección de láminas relativas á la fábrica de Trubia con- tiene el plano de aquel establecimiento, los de los hornos y varios de aparatos y máquinas, debidos á la incansable laboriosidad de Saavedra, destrísimo dibujante, y graba- dos de orden superior. Antes de corrido un año (en junio de 1848) nuestro malogrado compañero recibió el grado de Comandante por los servicios prestados en las nuevas construcciones y trabajos de aquella fábrica, la cual tuvo precisión de abandonar en octubre, por haber sido nom- brado Ayudante de Profesor en la Academia de Segovia. Todavía no disfrutaba Saavedra el empleo de Capitán de Artillería que exigía el Reglamento en los Profesores, empleo á que ascendió por antigüedad en 30 de diciem- bre del siguiente año, cuando por Real orden especial, y en atención á su relevante mérito y vasta ciencia, se le nombró Profesor de la Escuela de Aplicación, poniendo á su cargo las clases arriba indicadas. Á par de ellas des- empeñó también, como he dicho, los cargos de Biblioteca- rio y Secretario de la Junta profesoral; y para ilustrar á sus discípulos, no sólo efectuó varias triangulaciones y planos topográficos en las cercanías de Segovia, sino es- cribió los Estudios de fortificación^ que aún sirven de tex- to en la Escuela, y publicó autografiada la Descripción de algunos instrumentos de Geodesia y Topografía. Á los cuatro años de ejercer el profesorado (por enero de 1853)

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obtuvo como recompensa reglamentaria el grado de Te- niente Coronel de Infantería.

Nombrado en noviembre de este último año miembro de la comisión encargada de formar el Mapa general de España, trasladóse al punto á Madrid, y á 22 de marzo del 54 salió ya á practicar los reconocimientos indispen- sables para establecer una cadena de triángulos geodési- cos entre Madridejos y la sierra de Guadarrama.

El egoísmo con que desde hace ya largos años pro- curan y consiguen nuestras diversas parcialidades políti- cas apoderarse dfel mando por medio de sublevaciones mi- litares que nos degradan y envilecen á los ojos de los demás pueblos, dio mateen á una de tantas y ensangren- tó las calles de Madrid durante tres días, del 17 al 19 de julio de 1854. En la mañana del último, el Teniente Ge- neral D. Valentín Cañedo comisionó á Saavedra para que cubriese con 300 hombres de infantería las avenidas del palacio de Buenavista, donde hasta muy tarde permane- ció en fuego con el mando de aquella fuerza. Merced á los honoríficos informes de los Generales Azpíroz, Mata y Alós y Quesada, el Gobierno recompensó tan importante servicio con el grado de Coronel. Poco después escribió y dio á luz Saavedra sus curiosos Apuntes para la histo- ria de los sucesos de julio de 1854, notables por su exac- titud y por la claridad y correción del estilo.

Ocupado se hallaba en continuar los reconocimientos geodésicos de Madrid á Santander y desde Santander á Bayona, cuando por Real orden de 9 de agosto de 1855 se le dio encargo de dirigir en París la construcción de un nuevo Aparato de medir bases, que había proyectado en anión con el Comandante de Ingenieros D. Carlos Ibáñez.

Apenas construido aquél, ambos ilustres jefes, acom-

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panados de dos astrónomos del Observatorio Imperial, efectuaron los experimentos necesarios para conocer las dilataciones de las grandes reglas metálicas, comparán- dolas con el tipo fundamental del sistema métrico fran- cés. Conducido el Aparato á Madrid por febrero del 57, empezó Saavedra á redactar la obra donde debían des- cribirse los experimentos; y de mayo á octubre del 58 midió, con otros tres oficiales, en los llanos de Madride- jos una longitud de catorce y medio kilómetros, que forma la base central de la triangulación española. Á fines de aquel año publicó en unión del Comandante Ibá- ñez un volumen de 400 páginas rotulado Experiencias verificadas con el aparato de medir bases^ donde se da no- ticia de los resultados obtenidos en la medición efectuada con él en las cercanías de Madridejos. Esta importante obra, que honra tanto á sus autores como á la nación, fué inmediatamente traducida al francés por el Sr. Laus- sedat. Profesor de Astronomía y Geodesia en la Escuiela Politécnica de París.

Séame lícito recordar, ya que, por desgracia, ejemplos de esta naturaleza son hoy raros tratándose de nosotros, que cuando en la Academia de Ciencias de París leyó el sabio General Morín la nota con que el Profesor Lausse- dat presentaba á tan ilustre Cuerpo un ejemplar de su traducción, el celebre astrónomo Le Verrier manifestó sentimiento por que en tales trabajos otras naciones se antepusieran á Francia. <Los españoles, dijo, hacen más que nosotros, y esto debe lastimarnos.> ¡Ojalá pudiése- mos decir algún día con justa razón respecto de Francia palabras semejantes á las del sabio Le Verrier! Para con- seguirlo no era necesario sino apartar nuestro espíritu de las pequeneces y miserias que son cotidiano alimento

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de esta nación, y que cada día vician y corrompen más sa sangre, debilitándola é incapacitándola para lo bueno.

Las observaciones angulares que debían comprobar la longitud de las diversas partes de la base medida, propor- cionaron asidua ocupación á Saavedra casi todo el año 59, Pero un acontecimiento extraordinario, que hizo latir el corazón de la patria como en los últimos gloriosos tiem- pos de la Reconquista (relámpago fugaz que nos deslum- hró un momento para sumergirnos poco después en no- che aún más siniestra y oscura), vino á distraer y separar de nuevo á Saavedra Meneses de sus predilectas ocupa- ciones.

La idea de que habían inferido á España los moros una grave ofensa, despertando adormidos odios tradicionales, nos empujó á combatir enérgicamente del lado allá del Estrecho hercúleo á los constantes enemigos de nuestra fe. La católica España, dividida y estenuada por el furor de civiles bandos, pero no lanzada todavía en el campo estéril del descreimiento y la blasfemia, lanzó unánime grito de indignación contra el agareno; y puesto el cora- zón en África, pidió al Dios de las batallas que ayudase á la cruz redentora en aquella lucha, como le ayudó en Go- vadonga y en Granada.

Saavedra Meneses (dicho sea en honra de su ilustre nombre y de su buena memoria), á fuer de verdadero sabio, no solo era fervoroso creyente, sino además ardía en sincero amor de la patria. Apresuróse, pues, á solicitar puesto en las filas del ejército expedicionario; y tan pron- to como fué atendida su petición, marchó denodado á in- corporarse con el cuartel general del Conde de Lucena, en calidad de Ayudante-Secretario del Comandante Ge- neral de Artillería. El 30 de noviembre acampó ya en las

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alturas del Otero, próximas á Ceuta. Tres días después recibió encargo de efectuar un reconocimiento al Sur del Serrallo, en compañía de un Oficial de Estado Ma- yor y otro de Ingenieros, á las órdenes del bizarro Gene- ral Z^abala. Cumplió Saavedra como bueno la comisión, adelantándose hasta el valle de los Castillejos y reco- rriéndolo convenientemente. En los combates del 9, 12 y 15 de diciembre dio muestras de arrojo que le valieron ser premiado con la cruz de San Femando. El 20 salió con el General García, Jefe de Estado Mayor, á reconocer por mar la costa comprendida entre Ceuta y el Cabo Negro. De vuelta en el campamento hallóse en la acción trabada aquella misma tarde, y en los combates del 22, 25 y 30 del propio mes. Señalóse el día 1.° del año 60 en la bata- lla de los Castillejos, tomando parte en el segundo ataque de las alturas y permaneciendo hasta la noche en la bate- ría más avanzada. También se batió el día 4, dirigiendo otras tantas piezas de montaña; y ya tomando parte el día 7 en el reconocimiento del río Azmir, ya comunicando órdenes y recorriendo las baterías en los combates que se sucedieron desde el 8 al 23, ya acompañando el 29 al Ge- neral Jefe de Estado Mayor en el reconocimiento del llano de Tetuán y aproximándose á los atrincheramientos del campo enemigo, supo mostrarse no menos sereno en el peligro que entendido en la teoría y en la práctica de la guerra. Una contusión de bala en la cabeza, obligándole á retirarse de la acción el 31 de enero, le valió el empleo de Teniente Coronel de Infantería; pues en noviembre del 59 obtuvo ya el de primer Comandante como recom- pensa reglamentaria, por haber servido el tiempo pres- crito en la Comisión del Mapa. Mal repuesto aún asistió el 4 de febrero á la batalla de Tetuán, siendo nombrado

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por sus servicios en ella Comendador de la Orden de Car- los III. Prestándolos muy distinguidos siguió hasta la ter- minación de la campaña, mereciendo y recibiendo el em- pleo de Coronel por la pericia y el gallardo esfuerzo con que luchó en el paso de Busfeja, hasta que en 14 de abril se «nbarcó para Algeciras, ansioso de volver á sns ami- gas tareas relativas á la formación del Mapa de España. Embebido en ellas estaba cuando el 26 de junio fué nom- brado Oficial del Ministerio de la Guerra. Elegido en 20 de noviembre Diputado á Cortes por el distrito de Puen- tedeume, donde radicaban sus bienes patrimoniales, el 3 de diciembre juró y tomó asiento por primera vez en el Congreso de representantes de la nación.

Desde esta época empieza Saavedra Meneses á figurar como político, para lo cual tenía sin duda grandísimas do- tes de carácter, moralidad y saber; pero le faltaban aqué- llas que entre nosotros suelen abrir más fácil y pronto camino para ascender á los primeros puestos del Estado.

Obtenida por antigüedad y por sus méritos la cruz de San Hermenegildo y la medalla de África; ornado su pe- cho con la encomienda numeraria de Carlos III; nombra- do sucesivamente Vocal de la Junta encargada de pre- parar el envío de productos españoles á la Exposición uni- versal de Londres, de la Junta permanente de Pesas y me- didas y de la Comisión para el establecimiento de la Guar- dia rural; llamado á ejercer el cargo de Subdirector de la Escuela militar de tiro del Pardo; elevado, en fin, por dos veces á la Dirección general de Obras públicas, amén de otras especiales comisiones políticas y de gobierno, Saavedra Meneses ocurría á todo y lo desempeñaba todo con perseverante exactitud, manifestando siempre la va- riedad y profundidad de sus conocimientos.

Cuatro veces consecutivas le eligieron sus paisanos pa- ra que los representase en Cortes, ya con el apoyo del (Jo- biemo cuando mandaban sus amigos, ya con el respeto de sus adversarios cuando éstos se hallaban en el poder; que tanto logran á ve<5es, aun entre nosotros, hombres de reputación inmaculada y de saber generalmente reco- nocido y apreciado. Si correspondió Saavedra á las reite- radas distinciones con que los electores gallegos hicieron justicia á sus inestimables cualidades, dígalo el universal entusiasmo con que fué acogido en Galicia á fines de 1864, y la especie de viaje triunfal que hizo desde los confines de las provincias gallegas, por la parte de León, hasta el puerto del Ferrol donde se había mecido su cuna. La circunstancia de estar cesante por entonces añade valor á aquellas calorosas demostraciones de afecto y de grati- tud, sobre todo en España, donde, por doloroso que sea confesarlo, rara vez halla el caído otra cosa que persecu- ción y vilipendio. Nada más justo, sin embargo, que ta- les demostraciones; porque no pertenecía Saavedra á la desventurada casta de políticos que hacen en beneficio propio granjeria de los destinos públicos, descuidando, menospreciando ó burlándose de los intereses legítimos de sus comitentes. Para defender la justicia, la equidad y la ley levantó siempre su voz en el seno de la Represen- tación nacional, no con la engañosa brillantez ó el estré- pito del tribuno que pretende arrebatar á la multitud por la pendiente del crimen, sino con la serenidad y claridad de un entendimiento bien cultivado, de un corazón rec- to, de una convicción sincera. Espejo donde se retrataba la hermosura de su alma, la oratoria de Saavedra era ante todo clara, modesta, elegante, persuasiva, conmovedora. Jamás hizo de esos discursos que suelen anunciarse á son

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de trompeta, y que llenan los bancos y tribunas del Par- lamento de espectadores ansiosos de emociones fuertes ó añcionados á presenciar escenas escandalosas. Pero en to- das sus oraciones parlamentarias hay luminosas ideas y útiles observaciones, encaminadas al bien y mejoramien- to de la nación.

Guando en época azarosa posterior á los lamentables acontecimientos de 1866 Saavedra Meneses fue desterra- do á Melilla, hasta sus mismos adversarios le hicimos la justicia de presumir que aquel contratiempo debía ser hijo, más bien que de sus propias faltas, de las gravísi- mas cometidas entonces por su partido y que ulteriores sucesos han venido á comprobar. Si no hubiera yo teni- do tan alta idea del noble carácter de Saavedra, las car- tas con que me honró desde el destierro hubiéranmela acreditado. Franco y decidido para combatir en defensa de sus opiniones, no era hombre á propósito para pres- tarse, ni aun por interés de partido, á preparar tenebro- sas conjuraciones, ni mucho menos para inducir á nadie á que hiciese lo que él, como honrado y caballero, nunca hubiera sido capaz de hacer. Estos generosos procederes contribuyeron á que en los momentos en que su partido cantaba el triunfo, tanto por efecto de áspera é indigna reconvención de un Capitán general, antes muy su ami- go, como á consecuencia de su carácter extremadamente caviloso y exagerado en materias de pundonor, le aco- metiese la calentura cerebral que en breves días le llevó al sepulcro el 24 de octubre de 1868.

Amante de las ciencias, de la literatura v de las ar- tes, Saavedra Meneses apreciaba todavía más que las dis- tinciones militares y políticas las meramente científicas ó literarias. Desde que en diciembre de 1848 fué nom-

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brado individuo de la Sociedad Económica de Amigos del País de Oviedo y en 1856 las sociedades de Geografía de París y Meteorológica de Francia le llamaron á su seno, siempre contó por sus mayores timbres estos mo- destos honores. Elegido individuo de número de la Real Arademia de Ciencias exactas, físicas y naturales de esta cíjrte, manifestó en su pública recepción lo mucho en que estimaba tal honra, y dio brillante muestra de profunda doctrina y de buen gusto literario. Discurriendo en tan solemne ocasión acerca de los adelantamientos sucesivos de la Geodesia y de las ciencias mds intimamente enla- :;^fdas con ella, supo hacer clara y perceptible para los k'^os una materia obscura y difícil de suyo, sin apelar en ningún caso á la especie de científica jerigonza tan del ^ríiato de nuestros días, con que la atrevida ignorancia usurpa el nombre de ciencia y procura encubrir su va- ciedad de concepto.

Del buen sentido crítico y habilidad de Saavedra Ue- 11 eses en el manejo del idioma patrio dan testimonio, en- tre diversos escritos de su docta pluma, su juicio de la ¡Ihtoria del consulado y del imperio^ de Thiers, y los artículos que consagró á examinar una de nuestras últi- mas Exposiciones de Bellas Artes. Dícenlo también va- vim de sus poesías, y muy señaladamente la dedicada Al Ferrol, con motivo del renacimiento de ntcestra marina; la cual poesía, y la linda fábula que rotuló La Esperan- za, incluyo á continuación de estos renglones para que cada cual forme acerca de ellas juicio propio.

Dígalo, en fin, el Discurso que tenía preparado para sil recepción en nuestra Academia Española, consagrado ú dilucidar <Las relaciones que enlazan el estudio de los íbaómenos naturales con la ciencia del lenguaje, enten-

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(tiendo comprendidos en la serie de aquellos fenómenos, así los de la naturaleza exterior, como los que el hombre observa en mismo

De sentir es que nuestro malogrado compañero no hu- biese podido terminar su obra; pero la parte de ella que ha dejado y que vosotros habéis dispuesto discretamente dar á la estampa en los tomos de Memorias ^ basta para demostrar el acierto con que le llamasteis á compartir vuestras laudables tareas. Por el mayor de sus triunfos y honores contaba Saavedra vuestra elección, creyéndose indigno de favor tanto, con no fingida modestia. Permi- tidme pensar que interpreto fielmente lo que sentís, la- mentando que la implacable muerte le haya arrebatado tan pronto de nuestro lado, envidiosa de su mérito y de sus virtudes.

Una sola observación, y concluyo. Para que forméis cabal idea de los tesoros de bondad que abrigaba el co- razón de Saavedra Meneses referiré un suceso, que él procuraba cuidadosamente encubrir aun á sus mayores amigos. Guando el cólera morbo asiático diezmaba esta población por el otoño de 1865, vivía en humilde buhar- dilla de la misma casa de Saavedra un matrimonio con dos hijos pequeñuelos. Aquella terrible enfermedad acabó en breves horas con los padres de ambas criaturas, que quedaron sin otro amparo que el de Dios, y sin capaci- dad todavía para comprender la inmensidad de su des- gracia. Saavedra Meneses, que bajo aparente sequedad ocultaba un corazón tierno y sensible, se apresuró á re- coger á los dos huérfanos é hizo desde entonces con ellos veces de muy cariñoso padre. ¡Bendigamos la memoria de quien, sin ser acaudalado, entendía y practicaba tan cristiana y generosamente la caridad! ¡Bendigamos al

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hombre que hubiera sido, á no dudarlo, hermoso orna- mento de nuestra Academia, como era ya por sus rele- vantes cualidades uno de los mejores hijos de la patria!

Noviembre de 4868.

Manuel Cañete.

POESÍAS DE SAAVEDRA MENESES

A QUE SE HACE REFERENCIA EN LA ANTERIOR NECROLOQIA.

ATi FERROL,

OON MOTIVO DEL RENACIMIENTO DE NUESTRA MARINA.

DoinaQdo las olas eleva su frente Coloso de piedra dormido en el mar,

Y á España recuerda, con voz elocuente, Que un tiempo dos mundos logró sujetar.

Sus, alza y exclama: aque tanto abandono Es mengua y vergüenza del nombre español, Del pueblo que viera rindiendo á su trono Perenne tributo los rayos del sol.»

En vano corona tus fuertes murallas Su boca temida mostrando el cañón; Cien naves que tornan de rudas batallas Ya no te saludan con hórrido son.

No luce en los aires su mástil altivo Brillantes enseñas de vario color Que el viento acaricie con soplo furtivo

Y el sol ilumine con bello fulgor.

No adornan tus proras dorados leones, Que un globo sujeten con fiero ademán,

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Mostrando orgullosos las vastas regiones Que ya para Espa5a perdidas están. Tal vez esas olas qae bañan tu asiento,

Y do vacilante tu imagen se ve, Mañana, agitadas al soplo del viento^ Del muro destruyan el sólido pie.

Mas no, que en la altura con tino velando, Al aire tendido su manto real. Te aguarda la sombra del sexto Fernando, Que aqui entre las olas le alzocolosaL

Ya basta; los hijos de un pueblo valiente No pueden más tiempo sufrir su baldón. £s fuerza despierte del sueño indolente

Y apreste sus garras el fiero león.

Si pobre se encuentra» perdido ya el oro Que un tiempo formaba su rico botín, Aún es para España preciado tesoro El sol que fecunda t^n bello Jardín .

Si alzar sn bandera del polvo no alcanza Un siglo de lucha, de esfuerzo y de afán, Si ya nuestros ojos no ven su pujanza, ¿Qué importa? Otros siglos á verla vendrán.

Que tornen, [oh patrio! tus días de gloria; Con lauros se mire tu frente adornar,

Y en oro esculpiendo tu nombre la historia De nuevo te aclame aSoñora del mar.»

F. SaAVEDRA AtBfKESES.

L^A. J£SPEIfc.áJSrZA,

fíbula.

De una venta salían tres viajeros Montado cada cual en su pollino, Y uno de ellos, cok^rico y sin tíno^ A su montura daba golpes fieros.

De la suya á menudo se apeaba Cuidadoso el segundo, y le ofrecía Cuanto el jumento de comer quería. Más prudente el tercero, colocaba En la punta de un palo paja y heno, Mostrándolos después á su borrico, Pero siempre á dos dedos del hocico; Y como el asno, de esperanza lleno, Á los otros bien pronto atrás dejara, Víctimas del hartazgo ó de la vara, Á su dueño exclamar oyó triunfante: a Así marchan los hombres adelante.»

Saavedra Mbnbsbs.

ESTUDIO

ACERCA DE LAS RELACIONES m ENLAZAN LOS FENÓMENOS NATCRALES CON LA CIENCIA DEL LENGUAJE.

APÜTiTBS PARA ON DISCURSO

POR BL

íLMo. sr, d. frutos SAAVEDRA MENESES (O,

L Señores:

Voz autorizada y elocuente os decía, no mucho, en inohidable junta pública, que la recepción de un nuevo colega está siempre amargada y entristecida por la pér- dida de compañero muy querido, reemplazado pronto en el sitial de la Academia, mas no en lo íntimo del amisto- so afecto, ¡Cuan honda no habrá de ser la pena, hoy que, á vuestro venerable decano el Excmo. Sr, D. Ensebio Ma- ría del Valle, al sabio apacible y modesto á quien todos profesabais amor respetuoso, sucede persona de tan esca-

(I) Seis BOU loB tro7,oa d ímgmeiitos que Saavedra Menases dejd escri- tos y que debían formar parte de su Di&ciiriid de recipe ion » Como entre algunos de ellos no hay toda la ilación que fncm de í^pctcccri y que el aator les liabno dado h\ hubiese concluido su obra^ van señalados ^({ui con núnieros romanos, por el orden en que el loi dejó, pank que se difereu- cien naos de otroB,

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SO valer como la que, henchido el pecho de gratitud, os di- rige la palabra por vez primera!

Y en tales momentos acreciéntase mi justo temor al recordar que, en el ya derruido alcázar de Segovia, vie- ron correr sus años juveniles un perspicuo comentador de Cervantes, otro Académico de amenísimo estilo, y el ins- pirado poeta que me apadrina en ésta para solemne ocasión, honrándose con hijos de tal valía la antigua Es- cuela de que voy á ser entre vosotros humilde y demeri- torio representante.

Puesto que al pobre ingenio mío le está vedada la re- gión del arte en que halláis rico venero de bellezas lite- rarias, habréis de otorgarme indulgencia si, al obedecer lo que ordenan vuestros Estatutos, trato solamente de ma- terias extrañas á los primores con que engalanáis el ha- bla de Castilla, y me ocupo corto espacio en las relacio- nes que enlazan el estudio de los fenómenos naturales con la ciencia del lenguaje, entendiendo comprendidos en la serie de aquellos fenómenos, así los de la naturaleza ex- terior, como los que el hombre observa en mismo; pues no sin razón háse apellidado microcosmos al admirable organismo en que se refleja y compendia el universo ma- terial. Á medida que nuevas investigaciones dilatan los horizontes del saber, aparece más necesario el concurso fraternal de los distintos conocimientos, mostrándose con mayor evidencia la analogía de métodos y la portentosa fecundidad de las leyes primordiales que plugo al Hace- dor imponer á todo lo creado. Debéis, por lo tanto, culpar sólo á mis fuerzas si, débiles y escasas, me impiden daros testimonio valedero de que no están apartadas, sino ar- moniosamente unidas, las teorías á que rinden culto mis colegas de la Academia de Ciencias exactas, físicas y na-

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torales, con las especulaciones filológicas á que se consa- gran en este recinto preclaros ingenios españoles.

La palabra, expresión de la actividad del espíritu, en- lace misterioso de ideas y sonidos, ocasiona en el orga- nismo humano complicada serie de movimientos, á cuyo estudio, tan útil para conocer los verdaderos principios fónicos de la locución, se consagran actualmente sabios de merecida nombradla.

El fisiólogo moderno, provisto de aparatos fonográfi- cos que señalan en brevísimo intervalo de tiempo milla- res de vibraciones, logra determinar la uniforme veloci- dad de la corriente nerviosa, que así transmite las impre- siones extemas y las somete á la percepción intelectual, como obedeciendo á la voluntad comunica movimiento á los diversos órganos. Comparando actos diferentes, aun- que de análogas transmisiones, háse intentado medir aun la misma rapidez con que el espíritu percibe, reflexiona y resuelve. Hallan, por ejemplo, dos experimentadores que el tiempo indispensable para que uno pronuncie deter- minada sílaba y otro la repita, aumenta cuando éste no sabe de antemano cuál sea la elegida, y de ello creen po- der deducir que la diferencia, valuada en una décima parte de segundo, corresponde á la reflexión que el acto requiere.

Investíganse, por medio de estudios anatómicos y bio- lógicos, las relaciones entre el órgano de la voz y el sen- tido que, recibiendo la impresión sonora de la palabra, permite juzgar á cada instante del orden en que se suce- den los movimientos orales. La proximidad del nervio acústico á los de la boca y garganta, la longitud no muy crecida de todos ellos, y la disposición especial de las par- tes en que terminan, explican de consuno cómo la inte-

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ligencia, señoreando tales servidores, combina rápida- mente los variadísimos esfuerzos que la pronunciación reclama.

11.

Basada en la comparación de los idiomas que le es dado analizar, y elevándose por ventura al conocimiento de los que inmediatamente les precedieron, la ciencia filoló- gica nada positivo puede enseñarnos acerca de los oríge- nes del lenguaje; y si no cabe admitir el supuesto de que las voces comenzasen por deber su significación á conve- nios arbitrarios, los filósofos que las reputan manifesta- ciones espontáneas no logran tampoco explicar cumpli- damente el primer maravilloso enlace de ideas y sonidos. En más altas esferas, y en relato de sublime sencillez, buscan satisfacción y descanso los espíritus deseosos de vislumbrar cómo tuvo principio el humano linaje, y que anhelan rendir tributo de gratitud á aquél de quien ha recibido el hombre la inestimable facultad de la palabra.

Ninguna lengua hoy conocida pudo ser matriz única de las demás, y nadie sostiene ya, en científico de- bate, que proceda del hebreo el habla de todas las nacio- nes; debiéndose en parte al sabio cardenal Wiseman la desaparición de tan infundada creencia, muy común en otros siglos, y contra la cual pugnó nuestro Hervás, re- cordando, á este propósito que fueron confundidos los idiomas al verificarse la dispersión de las gentes.

Á tener necesidad de elegir entre diversas conjeturas relativas al lenguaje, ya varió y distinto, de las tribus que comenzaron á extenderse por la superficie del globo, debería de darse preferencia á la opinión de los que juzgan

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haber sido general, en remotos tiempos, el uso de voces monosílabas. Así tuvo principio, según los gramáticos de las riberas del Ganges, el hermoso decir que llegó á me- recer nombre de sánscrito ó perfecto, y al que única- mente ha superado en riqueza de flexiones el hablar de la artística Grecia. En muchos vocablos semíticos descu- bren también los filólogos modernos antiquísimas raíces^ no de tres, sino de sólo dos consonantes, y con menor dificultad se han reconocido formas primordiales muy sencillas en las lenguas de casi todos los pueblos que ca- recen de cultura. Pero la suposición referente al primi- tivo empleo de radicales aislados halla principal apoyo en el idioma chino, que se conserva al través de las eda- des extraño á distinciones de verbo y nombre, género ó número, y sin otro artificio gramatical que el de antepo- ner ó posponer sistemáticamente los monosílabos de que consta su vocabulario. Merced, no obstante, á la extre- mada variedad de entonaciones, y al auxilio que propor- cionan en la escritura distintas claves genéricas, hablar de tan pobre traza cuenta millares de locuciones diferen- tes, y ha producido una üteratura ilustrada por obras de peregrina belleza moral, no menos que por apacibles le- yendas y melancólicas elegías como las debidas á li-tai- pe, el vate popular del celeste imperio.

La dilatada serie de combinaciones que es dado formar oon las letras ó elementos fónicos, aun entrando muy pocas en cada grupo, muestra que el decir, próximo to- davía á su origen, pudo ser monosilábico y rico al par en palabras que expresasen con viveza suma todo género de percepciones; y hasta parece probable que muchas de aquellas voces, indicadoras de actos concretos, cayesen pronto en desuso, predominando otras de acepción más

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general y comprensiva, al modo que ha solido acontecer en la marcha ulterior del lenguaje.

Maestros en análisis lexiológica opinan que, fuera de algunas exclamaciones, ecos del alma profundamente conmovida, los variadísimos vocablos de casi todas las lenguas provienen de raíces relativas á ideas de acdón ó movimiento, y de corto número de indicaciones prono- minales. Las admirables leyes que se descubren en la composición y derivación de las voces, inducen también á conjeturar que al sencillo procedimiento de unir las sílabas, conservándolas sin alteración, hubo de suceder el que establecía la verdadera imidad del conjunto apli- cándole un solo acento. Al compás que aumentaron los enlaces y mudanzas de estructura, fuóronse modificando las acepciones, y del estrechísimo consorcio de pronom- bres y temas radicales, brotaron á porfía palabras capa- ces de pintar los más tenues matices del pensamiento humano.

III.

Si el espectáculo de los progresos que alcanzó la escri- tura en las sociedades antiguas ofrece particular interés, no le presentan menor los medios empleados en épocas diferentes y por distintos pueblos para reconocer, según la índole de cada idioma, el orden y natural dependencia de las voces, sus elementos primarios, el modo de deri- varlas y componerlas, cuanto constituye, en fin, la mi- nuciosa análisis que un filólogo moderno ha podido ape- llidar: química de las lenguas.

De los escritos destinados, en remota edad, á la ense- ñanza Uteraria de los moradores del Egipto, sólo se con-

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sffl^an escasos fragmentos, que no alcanzan á dar idea del estado de los conocimientos gramaticales en aquel an- tigao imperio; mas son, por el contrario, bastante nume- rosos los textos de esta clase hallados en la biblioteca de Ninive, señalándose entre ellos una gramática asiría, que muestra el orden lógico en que se disponían ya, hace dos mil quinientos años, los paradigmas de las conjugaciones verbales.

Comienzan poco después á florecer, en la región seño- reada por el gigantesco Himalaya, los verdaderos estu- dios analíticos del lenguaje. Á las reglas tradicionalmen- te conservadas por los brahmanes, y que habían servido para preservar de todo cambio la pronunciación y armo- niosa cadencia de los Himnos Yódicos, suceden sagacísi- mas especulaciones acerca del decir sánscrito, coronadas por Panini, veinte y dos siglos há, con la obra más com- pleta que se haya consagrado, en tiempo alguno, al exa- men de las formas de su idioma. Asombro causan tales trabajos, en que habla por extremo abundante en voca- blos variadísimos aparece deducida de dos mil raíces mo- nosilábicas, que se unen y modifican de diversas mane- ras para producir verbos, nombres y toda clase de partí- culas. Los accidentes de género, número y caso, lo mismo que los de persona, tiempo y modo, son debidamente ex- plicados por los preceptistas indios, que dan también im- portancia snma á la cantidad silábica y á la eufonía de las voces.

Diríase, no sin fundamento, que el resplandor de la belleza tiene irresistible atractivo para los investigadores más metódicos y perseverantes, al ver cómo los cantos de la mmortal poesía jónica dan ocasión en la Escuela de Alejandría á estudios gramaticales análogos á los que sur-

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gen en la India del examen de himnos antiguos y vene- randos. Difieren, sin embargo, estas especulaciones en que los sabios brahmanes, preocupados muy particular- mente de la forma y manifestación externa, crearon, por decirlo así, una historia natural de la voz articulada, en tanto que los griegos, fijándose más en las significaciones y especulando sobre los actos intelectuales, tuvieron el propósito de fundar una filosofía del lenguaje. Algunos escritores helénicos, y señaladamente Aristóteles, habían emitido ya juicios acertados y profundos acerca de su len- gua nativa; pero Zenodoto y los críticos posteriores ex- tienden sobre ella un vasto sistema de clasificaciones, á las que aplican nombres deducidos de los conceptos de substancia, sujeto, atributo y tantos otros pertenecientes á la división lógica de las ideas. Pero atentos á distinguir las partes constitutivas de los vocablos y á presentar ais- ladas las raíces, utilizan, con todo, sus incomparables fle- xiones y la sencillez de su aoristo segundo, para derivar diversos nombres de la sílaba esencial de algunos verbos, quilatando con esmerada solicitud los primores del decir, singularmente bello, de que el tracio Dionisio nos ha de- jado la primera gramática elemental. Enseñada en Ro- ma, con aplauso de los amantes del saber griego, sus re- glas y designaciones técnicas se fueron adaptando á los idiomas latino, gótico, esclavón, y á todos sus análogos ó derivados, siendo hoy conocidas donde quiera que al- canza predominio la cultura europea.

Escritores versados en tales preceptos los aplican en Siria á lengua de índole muy diferente, y los sectarios de Mahoma, celosos guardadores de la palabra del Profeta, buscan un sistema gramatical que la preserve de altera- ciones, esclarecen el artificio de su sintaxis y distinguen,

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como generadores de voces, las raíces do trea consonan- tes, Al mediar el siglo octavo, resume Sibawaih las nue- Tas doetrinas» y, comentadas por otros autores árabes, las adoptan en la décima centuria sabios hebreos de Oriente y Occidente, alzándolas Jonah Ben-Ganah y otros rabi- nos españoles, á punto que no había de ser superado has- ta los tiempos del holandés Schultens, y posteriormente en Alemania, merced al método de comparación propio de la época moderna.

El estudio de los idiomas, hecho aisladamente y con re- lación á un solo período histórico, no revela, en efecto, ni los cambios sucesivos, ni las leyes á que están sujetas las distintas manifestaciones del lenguaje; y de ello dan testimonio los antiguos gramáticos de la India, al mote- jar de bárbaros 6 balbucientes á los pueblos que pronun- dan las voces de cierto modo no admitido en el habla de los Vedas, Cuando este epíteto de bárbaro, que tan pró- digamente habían de aplicar griegos y latinos, cae en des- uso ante el progreso de la fraternidad cristiana^ misio- neros ansiosos de difundir las doctrinas del Evangelio por toda la haz de la tierra publican varios textos sagrados, y señaladamente la oración dominical, en crecido número de lenguas, de cuyas semejanzas y diferencias procuran dar breve noticia, poniendo así la primera piedra en el grandioso edificio de la filología compamda.

Preclaro ejemplo de la acción fecunda y provechosa ejercida por una vasta inteligencia sobre ramos muy di- versos del saber, el gran Leibníz impulsa los estudios eti- mológicos, señala la importancia del examen detenido de los dialectos, y se dirige á príncipes, embajadores y via- jeros solicitando la formación de numerosos vocabula- rios.

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Es llegado el momento, señores, de recordar el nombre de mi hijo insigne de nuestra patria, del sapientísimo Ilervás, que añadiendo á sus propias investigaciones las de otros muchos padres jesuítas reunidos en Italia después de su expulsión de los dominios españoles y portugueses, daj en el inapreciable Catálogo de las lenguas j noticia ra- zonada de más de trescientas, manifestando cómo se ha- llan geográficamente distribuidas. Filólogos ilustres elo- gian hoy este importante trabajo, en el cual se distingue el habla de los antiguos iberos de la traída de Oriente por los celtas; se forman dos grupos de los dialectos teutóni- cos y esclavones, y se incluyen en la familia de los idio- mas semíticos, desde el hebreo primitivo al etiópico mo- derno, estando fundadas todas las clasificaciones, más que en la semejanza de los vocablos, en el estudio de las gra- máticas respectivas. Halla también el sabio español ana- logías de lenguaje, no sólo entre húngaros, finlandeses y tapones, sino en los habitantes de apartadísimas comar- cas, y muy principalmente en los pobladores de islas dis- persas por la vasta extensión de los mares.

Gomo la gloria de tal descubrimiento ha sido años des- pués atribuida á Guillermo Humboldt, que de ella no ne- cesitaba, ciñendo su frente tantos y tan inmarcesibles lauros, justo será citar aquí algunas palabras de nuestro compatricio. «Desde las puertas, dice, del imperio de Ghi- >na, se hablan dialectos tártaros hasta dentro de Europa, >en que dominan los turcos, que hablan uno de ellos. Ve- í^rá el lector que, desde el Indostán hasta los últimos tér- »minos de la China, hay naciones inmensas, que constan lo menos de trescientos millones de personas, y que, ^creídas totalmente diversas, hablan lenguas que son dia- >lectos de la China antigua. Verá que la lengua llamada

189 ^tmlaya^ ciial se habla en la península de Malaca, es > matriz de innumerables dialectos de naciones isleñas >que desde dicha península se extienden por más de dos^ ^dentos grados de longitud en los mares Oriental y Pa- Knflco*ji Asertos que con abundante copia de datos com- prueba el autor, el cual no llegó á ver ni el Glosario comparativo de doscientos ochenta idioraas, mandado for- ran por la emperatriz Catalina de Rusia, ni la obra algo semejante publicada por Adelung; pero hubo de consul- tar. T resolvió atinadamente los escritos con que estudio- sos misioneros habían dado á conocer en Europa la anti- gua lengua de los brahmanes.

Fundada por doctos ingleses la Sociedad de Calcuta, vierte el sánscrito raudales de luz sobre los horizontes de la filología, y reconocido el fraternal enlace de los modos do decir usados desde las orillas del Oangos á las del Tajo, proclama^ en fin, Federico Schlegel la unidad de la fami- iia uido- germánica, ó mejor, indo-europea. Kscúchanse en Occidente los ecos de una literatura rica y ubórrima, cual la vegetación de las florestas indostánicas, y vueltos al Asia los ojos de eruditos investigadores, descübrense formas aún más antiguas de lenguaje en los primeros es- critos religiosos de indios y persas. Á la gramática sans- rreda del amigo de Ilervás, del sabio carmelita Fray Paulino de San Bartolomé, sucede la obra monumental en que el príncipe de los filólogas alemanes, Francisco Bopp, compara sánscrito, zendo y armenio con las len- guas europeas de igual origen, siguiéndole en tan difíci- les trabajos Pott, Bentey^ Kuhn y Schleicher. F^studia Burnouf el habla de los Parsis; el eminente Jacobo frrimm, Zeuss y Mildosich, las de germanos, celtas y es- lavos; Curtius y Gorsaen^ las de griegos y latinos, quila-

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tando Diez las analogías y diferencias de los idiomas ro- mances. Distintas ramas del decir semítico son objeto de las investigaciones de Gesenio, Ewald y nuestro García Blanco, en tanto que Schott y Galdwell consagran sus tareas á las lenguas fino -tártaras y dravídicas, Julián á la china, y Humboldt, Bleek y Buschmann á las de Ocoa* nía, África y América. ¿Cómo mencionar los colaborado- res sin cuento que han llevado su piedra al majestuoso edificio? Baste decir que, en medio siglo de inteligentes esfuerz;Ds, hánse analizado centenares de idiomas y miles de dialectos, enriqueciendo cada día el grandioso conjun- to^ ya especulaciones profundas y luminosas, ya reduci- dos, pero inestimables vocabularios, que en su trato con tribus inciviles logran formar los héroes de la ciencia, los animosos viajeros que, como Barth y Lávingstone, arros- tran toda clase de peligros por acrecer el candad de los conocimientos humanos.

IV.

Si de las condiciones fónicas, enlazadas con la fisiolo- gía^ pasase á considerar simples sílabas expresando en edades remotas variadísimos conceptos intelectuales, y me detuviese á discurrir sobre idiomas primitivos, abu- sara, señores, de vuestra bondad, y viérame al fin apar- tada de toda analogía con las ciencias de observación.

De igual suerte que la geología reconoce en la super- ficie del globo terrenos de diversas épocas, y deduce de su estado presente el orden probable de su formación, así el estudio comparativo de las lenguas descubre en los actualmente conocidos caracteres de mayor ó menor an- tigüedad. El idioma literario de los chinos, compuesto de

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voces monosilábicas^ euyo BúmerOj aun con todas las di- ferencias de acentuación, no llega á mil trescientas, pa- rece conservar forma muy primitiva, pues tales raíces no han recibido derivaciones, y una misma puede expre- sar verbo 6 nombre, según el lugar que ocupa respecto de otras, necesitándose dos ó más para cualquiera indica- ción relativa á género, número ó caso* Aunque multitud de signos suplan en la escritura lo incompleto del sistema fónico, maravilla, sin embargo, que, con tan pobre arti- ficio gramatical, un pueblo más laborioso que poótlco haya tenido, desde edad remota, apacibles leyendas or- nadas con los primores de la rima, obras filosóficas de sorprendente belleza moral, y en tiempos menos lejanos, melancólicas elegías, como las debidas á li-tai-pe, el vate popular del celeste imperio.

En aquel vastísimo territorio muchos dialectos vulga- res aparecen ya más complicados, y corresponden á lo que investigadores competentes, cual Bunsen y MuUer, apellidan se^mdo periodo mor/b/cíj^iíTo del lenguaje, Per- inaneca sin alteración la sílaba radical de los distintos vocablos, pero se le agregan otra ú otras, que pierden su independencia para dar origen á significaciones deriva- das; debiéndose á la reunión de tales elementos, no del todo confundidos con la raí?: principal, el nombre de üglutinantes que autores modernos aplican á multitud de lenguas habladas por casi la tercera parte de los seres homanos. Al intentar distinguirlas y conocer su distribu- ción en extensas comarcas del antiguo y nuevo mundo, halla la filología útiles auxiliares en cuantos estudios tie- nen por objeto la historia natural del hombre, y no sin motivo el sabio director del Museo antropológico de París ha dicho recientemente que sería grave yerro separar

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las investigaciones filológicas de las relativas á los carac- teres físicos. «Rara vez, añade, se conti'adicen los resul- »tados obtenidos por uno y otro medio, autorizándome á >afirmar este hecho doce años de enseñanza, en que he >pasado muestra á las principales razas del globo. >

Emigraciones de malayos á islas situadas al Sur del Asia, explican las analogías de los idiomas que en ellas se hablan, los cuales llegan á mostrarse en Polinesia es- casísimos de vocablos y faltos de toda flexibilidad. Es aún más ruda y extraña la pronunciación de los hotentotes; pero su artificio gramatical, ya de menor rigidez, acércase al de otras lenguas africanas, que se distinguen por el claro sonido de sus vocales y reúnen condiciones de sin- gular eufonía. La alteración del lenguaje, tan rápida en las sociedades que desconocen la escritura y cambian fre- cuentemente de residencia, pónese de manifiesto en di- versas tribus inciviles del interior de África, dejando de comprenderse los hijos de una misma familia, si durante dos ó tres lustros cesan de tener recíproco comercio.

Semejan los numerosos idiomas vernáculos de América á los del extremo oriental del continente asiático; y acre- centada en ellos la tendencia aglutinante, intercálanse unas voces en otras, se agregan ó suprimen elementos, y se forman así palabras de más ó menos extensión, que representan conjuntos de varias ideas. Aunque no pocos dialectos tienen letras que suenan cual desapacible chas- quido, abundan, sin embargo, las de locución suave y ar- moniosa, ostentando el habla por extremo elegante del antiguo imperio de los Incas, y las de comarcas próximas, maneras especiales de conjugar, que los misioneros espa- ñoles denominaron transiciones^ y cuyo metódico con- cierto es tal que, según el P. Molina, no ofrece la gra-

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raática chilena caso alguno de irregularidad. El ro- jnanca de Castilla, hablado por los heroicos conquistado- res del continente americano, adoptó algunos nombren de los que aplicaban los indios á objetos peculiares de aquellas regiones, y difundió, á su vez, los usados en Europa, siendo por extremo curioso que, al mediar el siglo último, los habitantes de las islas de Chiloe apenas proferian voz alguna que no fuese castellana, pero dán- dole la colocación y ordenamiento propios del decir iraacano.

Tornando de nuevo al Asia, en las llanuras que se ex- tienden desde los confines de Europa & la meseta gigan- te de Pamir, apellidada por los orientales cápula del niuTv- do^ veremos hoy, cual en remotos tiempos, jinetea nó- madas que, de la tura ó veloz carrera de sus corceles, han recibido el nombre de t^ránicm^ aplicado después por ilustres filólogos á gran número de idiomas, y señalada- Eiente á los de multitud de pueblos que, bajo el férreo yugo de los kanes mogoles de la célebre horda dorada^ formaron en el siglo xiii, de las riberas del Danubio á los mares de China, el más dilatado imperio de que hacemen* cíón la historia.

Fué asimismo poderoso, y menos efímero, el fundado por los turcos, cuya lengua, avmqiie admitiendo muchos vocablos árabes y persas, muéstrase tan regular como rica en formas gramaticales, y de ella ha dicho un escri- tor eminente que, á no proceder de rudos salvajes de Tar- taria, podría creérsela resultado de las deliberaciones de alguna docta academia.

A orillas del Báltico, y donde quiera que se escuchan dialectos fínicos, consérvanso antiguos cantos naciona- les, que recogidos actualmente, con cuidadoso atan, de

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boca de ancianos recitadores, presentan en el Kalevala joya de subidísimo precio, sólo comparable á las grandes epopeyas de otras literaturas. La inspiración poética vis- te de espléndidos colores aquella naturaleza sombría ó in- clemente, y aunque retratando con vigor extraño el cho- que de rudas pasiones, ensalza el poderío del espíritu, do- meñador de la fuerza material, reuniendo dioses, hom- bres y fieras á celebrar la más bella apoteosis de poeta que haya sido nunca imaginada; poco después de la cual el mágico Wainamoinen, el cantor inimitable, desapare- ce tras los horizontes del mar, dejando sus canoros ver- sos y el arpa de armonías maravillosas para eternal re- gocijo de los hombres sujetos al rigor de climas septen- trionales.

Y reconociendo en obra tan peregrina de cuánta gala- nura son capaces los idiomas aglutinantes, ¿cómo no mirar con vivo interés y rendir tributo de veneración al habla vernácula de Iberia, que, extendida un tiempo desde el pie de los Alpes al confín de la Bética, resuena todavía en los pintorescos valles del territorio vascongado? Descübren- sela ligeras semejanzas con otras lenguas del Norte de Europa y de América, y aunque dividida en dialectos que han recibido muchísimas voces de procedencia indo-ger- mánica, mantiene inalterable la antigua traza y singular carácter; no omitiendo accidente alguno que concurra á puntualizar la expresión de las ideas. Su curioso artificio gramatical facilita las derivaciones de vocablos, aplicán- doles sucesivas desinencias, y nombres agregados á los conceptos de ser y tener constituyen el verbo de conju- gación gallardamente ramificada, que da vida ó impere- cedero verdor al árbol frondoso del lenguaje éuscaro. Va- rias analogías del sistema fónico, algunas formas de de-

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macióo, reducido numero de palabras usuales, 3^ no po- cas indicaciones geoofi*áficas, atestiguan la influencia del vaBCoenee en nuestro romance, y aun liabrá, por ven tu- Rif de reconocerí?e aquel origen en ciertas frases de ex- prés va redimdanciaj como; mi mismo me lo ocultan, sóloá ti te lo escriben,» de las cuales no ofrecen ejem- plo, fuera de España, los idiomas neolatinos,

Fíiltame, señores, considerar por breves momentos el tercer estado morfológico de las lenguas^ en que la síla^ ba radical del vocablo deja de ser independiente y recibe alteración más ó menos profunda. Á este período, deno^ minado de flexiones^ corresponden las dos grandes fami- lias semítica y ariaca, cuyas síenealogias filolójgicas han podido comprobarse con monumentos y relatos histó- ricos.

En la llanura de Sinhár apacentaba sus ganados, cua- renta siglos há, tribu poco numerosa, que un venerable patriarca había da conducir, cru7ando el Eufrates, á tie- rra dtí cananeos, por donde se dilataron, en sucesivas edades, los descendientes de Abraham, Guardadores de la I creencia monoteísta, que informa y señorea la vida en- llera de los pueblos semíticos, entonan los Beni-Israel ¡ csánticos de alaban7:a al Dios potente ó invisible á cuyo amparo se acogen en la inmensidad aterradora del desier- to. Animosos y sensuales, así luchan denodados contra las enemiíí'os de su ley, como caen en abominaciones de que los arrancan, á doras penas, varones justos que in- I Tocan el nombre santo de Ihowáh. El habla sencilla v enérgica de los hebreos, expresión de recuerdos melancó- jlioos é de ardientes esperanzas, admite pretéritos y futu- ros, mas en vano se la buscarían presentes; bastándole, [para formar sus voces^ deducirlas de raices que conser-

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van las consonantes y sólo cambian de sonido vocal. Eco maravilloso de doctrina pura y sublime se alza en los cantos bíblicos á la cumbre de la inspiración poética, dándola Isaías forma por extremo correcta, que descaece al recibir el idioma de los judíos la influencia de dialec- tos árameos, hablados desde remota edad en Siria y Ba- bilonia.

Estrechamente enlazada con el hebreo, la lengua de los opulentos mercaderes de Tiro y Sidón extiéndese por las costas del Mediterráneo, predomina en el África sep- tentrional, y de allí no desaparece sino al acercarse los tiempos del islamismo. Comienza entonces en la península arábiga extraño movimiento intelectual, sirviéndole de vehículo un idioma superior en flexibilidad y riqueza á los demás de la familia semítica, y que difundido por los conquistadores mahometanos altera el vocabulario de muchas naciones orientales, y llega hasta nuestros días, no solamente cual eco lejano de bizarra y abundosa lite- ra tíira, mas también en labios de los moradores de la región que se dilata desde las riberas del Tigris á las del Niger, conservándole en toda su pureza el beduino er- rante, fiel custodio de las tradiciones de su raza. Pastores nómadas eran, en efecto, los antiguos poetas de Arabia, que consagraron dulces kasidas á referir las vagas tris- tezas del espíritu reconcentrado en mismo, ó á celebrar la gallardía del jinete que cruza veloz campos de anchu- roso horizonte; y el deseo de absoluta independencia, que hizo decir á Mahoma <tras del arado marcha el oprobio, > no se extingue por completo en los descendientes de Ismael, ni al contacto de civilizaciones extranjeras, ni aun en el seno de refinada cultura, mostrándose leve- mente modificado por sentimientos caballerescos en el

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de Añtar, del héroe que con fabulosas hazañas cautiva la adnüraciún de los hijos del desierto.

Fenicios y cartagineses, mahometanos y judíos, intro- dujeron suM idiomas en España, donde ostentó gentil lo- sanía la literatura orientaL ¿Qué parte hubo de caberles en ]a formación del romance generalizado en Castilla si^ glos anteí^ de que tornasen á tierra africana los últimos restos de la invasión agarena? Sobre punto tan difícil han disertado en este lugar doctísimos Académicos^ iiaciendo gallarda muestra de su profundo saber, y escritores ilus- tréis, asi de nuestra patria como de otras naciones^ han e^t^larecidu la materia con trabajos merecedores de justa ilabanza. De todo ello parece deducirse que si debemos á i s árabes muchos accidentes fünicos, hay varias articula- ciones cuya pronunciación aspirada o gutural ha tenido entre nosotros diverso y más reciente origen, siendo al- gunas formas gramaticales, el empleo del articulo como prefijo, no pocos nombres geográficos y más do mil voca- blos técnicos ó de uso común, lo verdaderamente esen^ eial del legado filológico que hemos recibido de los se- mitas.

Volviendo por última ve% los ojos al Asia, veremos en las cimas del Belor hombres de blanco rostro y apuesto continente» que conservan costumbres y creencias seme- jantes á las descritas en los cantos vedicos. Apellídanse mamoffe^, y tienen por compañeras de su vida, ruda y afanosa, mujeres no inferiores en belleza á las que, en el eercano valle de Cachemir, labran telas finísimas^ 6 dan- zan á nrillas de cristalinos lagos donde se reflejan ú porfía llores, árboles y montañas de incomparable hermosura* Son aquellos pastores descendientes director de la tribu de los Anjas ó venerables, que establecida desde remota

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edad en las márgenes del Vaksliu, del Oxó de los griegos, envió hasta los mares índicos y las costas occidentales de Europa hijos resueltos é inteligentes, que superaron en espíritu civilizador á todos los demás pobladores de la Tierra.

Al modo que el estudio de las osamentas fósiles ha dado á conocer la disposición orgánica de animales cuya exis- tencia se pierde en la noche de lo pasado, así de raíces y formas comunes á las lenguas indo-europeas se ha dedu- cido por medio de un examen perseverante, denominado no sin razón paleontología filológica^ cuál hubo de ser la índole del lenguaje ariaco y el estado social de tan noble raza, antes de que dieran comienzo sus numerosas trans- migraciones.

Dirigióse una de éstas á la región sobre que eleva el Himalaya su corona de inmaculadas nieves, y donde os- tentan admirable frondosidad plantas de todos los climas. El espectáculo de gigantescos montes, ríos impetuosos, selvas sombrías é impenetrables en que rugen las fieras, embarga el ánimo de los recién llegados, inclinándolos á considerar al hombre como débil ser, perdido en la in- mensidad de la potente naturaleza, cuyas fuerzas adoran cual otras tantas divinidades. Movidas al propio tiempo las imaginaciones ante el esplendor de tan rica vegeta- ción, vióse surgir y florecer por largos siglos, á orillas del Ganges, una literatura de exuberante lozanía, embalsa- mada con el perfume de delicadísimos sentimientos. Sen- cilla y espontánea en los primeros himnos religiosos, se muestra ornada de brillantes imágenes en el Ramayana y Mahabharata, que pintan no sólo luchas heroicas, mas también puros y ternísimos afectos, cual la abnegación generosa con que la noble Sita ó la dulce Savitri dan

f99 qamplo sublime de acendrado amor conyugal El idioma poco flexible del Rig-Veda osténtase ya merecedor del dictado de sdmcríto 6 perfecto en la inmortal epopeya, recopilada por Valmiki, y en otros poemas ú obras sabias de los brahmanes; pero no desciende así^ mejorado y em- bellecido, á las castas inferiores de aquella sociedad pro- fimdamente dividida, conservándose en dramas y poesías ligeros reatos del lenguaje vulgar, de que son hijos los actuales dialectos de la India, y del que procede, asimis- mo, el decir, singularmente alterado ó irregular, que Qimos en boca de los Frigaines ó gitanos.

Vinculo fraternal une la lengua de los Vedas con las habladas por las gentes que se establecieron en la mese- ta del IráUy no lejos del país donde habían residido sus progenitores ariacos, Estos idiomas, de que el Zend-Av es- ta y las inscripciones cuneiformes ofrecen monumentos inapreciables, se modifican bajo las diferentes dinastías que ocupan el trono de Persia, y al derramarse por Orien- te los sectarios del islamismo» la introducción de muchas voces árabes forma el habla en que el inspirado Firdusí reproduce leyendas de edad remota, y lega a las futuras generaciones el poema nacional de los pueblos iránicos.

Conoce la historia con nombre de celtas a los primeros descendientes de la tribu ariaca, que abandonaron las ri- beras del OxO para dirigirse á Occidente, Detuviéronse por largo periodo en los valles del Gáucaso, que había de lle- gar á afiellidarse montaña de las lenfjum^ á causa del crecido número de las que allí se escuclian y dan testi- monio del paso de sucesivas transmigraciones. Puestos nuevamente en marcha, mezcláronse con los primitivos moradores de Europa, a quienes hubieron tal vez de ense- nar eí uso del bronce, y estableciendo más principal-

200 mente en las regiones que caen al ocaso desde la penín- sula címbrica á la ibérica, celebraron en medio de los campos ó en la espesura de los bosques sus ritos pavoro- sos y cruentos. Guando, merced á los progresos del cris- tianismo, comienzan á desaparecer tales horrores, poetas populares, émulos de antiguos bardos, recitan en los dia- lectos kímrico ó gaélico leyendas rimadas de tan viril energía como las que relatan la muerte gloriosa de G-redy V ó el combate parricida de Gonloch. Aun hoy, des- pués de tantos siglos y de singulares modificaciones en las sílabas iniciales de muchas palabras (XIII, p/ Bopp, 2/), conservan no pocos habitantes de la Bretaña conti- nental é insular y de la Irlanda el decir de la gente cel- ta, del que sólo quedan muy escasos vestigios en el mo- derno vocabulario de Castilla, si bien habrá de atribuirse aquel origen al modo con que portugueses y gallegos pro- n uncían determinadas letras, y señaladamente algunos diptongos.

Desprendidas también del tronco ariaco, cruzan el Ta- ñáis nuevas tribus cuyos hombres de guerra (los germa-- no.^ valerosos, tan admirablemente descritos por Tácito), sojuzgan cuantas regiones se dilatan desde la margen del Danubio á las heladas cumbres de los montes escandina- vos, y llevan más tarde sus armas victoriosas á los últi- mos confines de la Europa occidental. De su antiguo idio- ma guárdase, cual monumento venerando, la Biblia que q vanee siglos liá tradujo el sabio Ulfilas al lenguaje de los godos, en el que los verbos carecen de futuro, mas las voces y formas de derivación presentan mucha analogía con las del sánscrito y el zendo, descubriéndose en ellas un sistema regular de transmutaciones así de consonan- tes como de sonidos vocales. La índole del hablar gótico

§01

consérvase, con muy poca alteración, on el llevado por los noruegos á blandía, tierra de hielos perennes y de encendidos volcanes, en la que hallaron eco, y fueron re- capilados en el poético Edda los primeros cantos de los escaldas, adoradores de Odín* Del bajo alemán, extensa rama del decir germánico, procede, entre otras lenguas, la anglo sajona, enriquecida doce centurias con el poema heroico de Beowulf, y que, modificada por los franco-normandos, forma el inglés moderno de tan sen- cillo artificio gramatical como abundante en voces mono- silábicas.

El idioma tudesco de la terrible leyenda de Hildebrand, prepara á su vez el advenimiento del alemánico de los Minnednger y de la grandiosa é imponente epopeya de los Nibelunges, al que había de suceder el habla por todo extremo rica y enérgica de Ivlopstock y de Schiller» Ni la breve dominación de los suevos, ni la más extensa y per- manente de los visigodos, fueron parte á arraigar en Es- paña el lenguaje traído del Norte; y aunque en ella se em- pleó por siglos el alfabeto de Ul filas, sólo algunas aspira- ciones fuertes y un centenar de palabras usuales recuer- dan en el romance castellano la influencia de los invaso- res teutónicos.

Partiendo de los mismos luíjares del Asia, siguen los eííam? la huella de las transmigraciones germánicas; y cuando éstas se precipitan sobre el mediodía, avanzan aquéllos á las orillas del Danubio y del Elba, escuchándo- se hoy dialectos del antiguo idioma esclavón desde las be- llas comarcas que baña el Adriático alas costas ínclemon' tes del Océano glacial, Gomo el islándico entre las alema- nas, muestra el hablar lituánico carácter más primitivo que las otras lenguas de la Europa orientnL asemejando-

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se á las de pasados tiempos, en que los bohemos entona- baa el himno de independencia del victorioso Zaboi y los rusos su canto patriótico de Igor. La más flexible y sono- ra de todas ellas, la hablada por los servios, tuvo también su ciclo de popular literatura que' ostenta, cual joya de precio inestimable, el poético relato de la rota sangrienta de Kosovo.

La inmensa variedad de las manifestaciones del len- guaje no ha sido poderosa á impedir el descubrimiento de leyes y tendencias más ó menos generales que, expli- cando los cambios á que está sujeta la pronunciación de una misma palabra en tiempos y lugares distintos, for- man con nombre de fonética ó fonología parte muy principal de la gramática comparada. Ningún otro ramo de los estudios filológicos ha hecho en los veinte años últimos mayores ni más sorprendentes progresos, debi- dos no sólo al profundo examen de las transformaciones literales y silábicas, sino también á los portentosos ade- lantamientos de las ciencias fisiológicas y físico-mate- máticas, las cuales rinden hoy preciado tributo á la fa- cultad de hablar, honrosa prerrogativa del hombre.

Merced al uso reciente del laringoscopio^ puede ya el observador percibir en el ser animado la vibración gene- radora de la voz humana, y examinar el maravilloso or- ganismo que da forma sensible á los conceptos y revela el estado del espíritu en sus más delicadas gradaciones. Compáresele por algún sabio de la antigüedad á la pas- toril chirimía, y no sin vivas controversias ha vuelto la ciencia moderna á reconocerle semejanza con los instru-

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menfos músicos de movedizo estrangul; ei bien los pe- queños labios, cubiertos de la película transparente que vibra en nnastra laringe, superan á todo artificial meca- nismo^ y hallan en los conductos respiratorios cavidades resonantes que acrecientan sus armoniosos efectos. En- tendidos investig'adores han estudiado estas resonancias y la disposición del aparato vocal, en centonares de per- sonas, desde el niño pequeñuelo, sólo capaz de débiles vagidos, hasta el anciano trémulo y balbuciente; desde la joven que emite agudos y argentinos sonidos, al varón que desciende á los más graves, siendo por cierto digna de encomio la complaciente docilidad con que se han sometido al e^^anien y clasificación fisiológica comedian- tas y cantores de merecido renombre.

Necesitáronse investigaciones aun más delicadas para descubrir los secretos del órgano auditivo, que recibe las üíidas sonoras, varias y multiformes, en arpa prodigiosa (le tres mil sutilísimas cuerdas, cada ana de las cuales parece responder tan sólo á la influencia de determinada velocidad. Débese a estos tenues filamentos, movidos si- rDíiltáneamento en mayor ó menor número, el conjunto de vibraciones sencillas, que es para la percepción in- terna de efecto grato y armónico, iíenos sujeto que la voz á influencias de sexo y edad, tiene el oído maravi- llosa aptitud para recibir las impresiones, por todo extre- ino variables, así de los sonidos que emiten el hombre y los demás seres vivientes, como de los vagos rumores con que la naturaleza entera da testimonio de su activi- dad» y que se escuchan aun en la noche más serena, lie- pando solamente á ser imperceptiblus en la cumbre de allisimas montañas.

Al consorcio feliz de profundos conocimientos mate-

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ináticos y biológicos, debe el ilustre Helmholtz la gloria de haber revelado, al propio tiempo que los misterios del aparato auditivo, los principios en que descansa la teoría del timbre musical y de los elementos fónicos de la pala- bra. ¿Quién de vosotros no ha visto con embeleso á ori- llas del mar, cómo las olas que vienen de los confines del horizonte, rizadas por otras más pequeñas, cambian sucesivamente de aspecto, hasta diseñar majestuosa cur- va en las arenas de la playa? Pues de tal suerte era me- nester concebir la forma variable de los movimientos sonoros, que desde puntos diferentes se propagan en todas direcciones. El sabio profesor de Heidelberg, apli- cando al oído diversas esferas resonantes, que según su magnitud responden á determinada vibración, ha conse- guido analizar cualquier conjunto de ondulaciones simul- táneas, no escuchando á la vez, vigorosa y distinta, más que una sola nota de las que, á raudales de armonía, Ijrotan de orquesta numerosa, ó luchan y se confunden en el fragor de tormenta desatada.

En el sonido músico descompuesto por medio tan in- genioso, muéstrase la vibración fundamental acompañada do otras igualmente sencillas, que se elevan formándole armonioso coro, y cuyo número é intensidad variables determinan el timbre peculiar de los distintos instru- mentos. Conocida la manera de percibir aisladas las osci- laciones elementales, y de obtener con las producidas arLiflcialmente el efecto total apetecido, háse facilitado por extremo el estudio de las ondas sonoras que, sujetas á las leyes de la dinámica universal, se refuerzan ó se combaten, dando origen á consonancias de distintos gra- dos y á disonancias más ó menos repetidas, cuyo cono- cimiento proporciona al autor de composiciones músicas

203 reglas utilfeimas; pero que, A semejanza da las gramati- cales, nada empecen al libre vuelo de ia inspiración, sin el cual se intentaría en vano producir obras estéticas me- recedoras de perdurable alabanza-

Ante peregrinos poeta^í y maestros en habla tan ar* üioniosa como la española, no lie menester sincerarme de haber mencionado recientes especulaciones enlazadas con el arle dulcísima que fué en los primitivos tiempos compañera inseparable de la poesía; ni habré de mostrar la cadencia informando los idiomas antiguos ó modernos, ya en las entonaciones oratorias, ja en la cantidad silá- bica, acentos, metrificación y consonancia, debidas todas al encanto misterioso del ritmo: ley universal y maravi- llosa, que así rige la actividad del espíritu manifestada en música y lenguaje» como los movimientos de la mate- ria en la inmensidad del espacio,

Pero cumple más directamente á mi propósito el recor- daros cómo los progresos de la acústica han concurrido á ñjar el carácter de los elementos primarios é irreducti- bles de la voz articulada. Antes de que fueran clasificados por los griegos del modo que indica Platón en el profun- do ó ingenioso diálogo de Cratilo, habíanlos examinado atentamente los preceptistas de la India que, ocupándose en la fonología de los Vedas, reunieron al principio de sil numeroso alfabeto las letras de sonido vocal. Pero es- taba guardado para la ciencia moderna el analizar las modulaciones de este primer grupo y reconocer en ellas verdaderos timbres instrumentales, debidos á que varios órganos de la boca y garganta, manteniéndose breve es- pacio en determinadas posiciones, forman cavidades re- sonantes que dan especial energía á algunos de los siste- mas de ondulaciones emitidos por la glotis. Y es harto

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curioso ver en el pentagrama representadas tales ondas predominantes por extensa serie denotas, correspondien- tes á las vocales y diptongos de los distintos idiomas, par- tiendo de la a, cual de centro fónico, para descender has- ta la u más grave ó subir á la i penetrante y aguda.

El tesoro de inapreciables descubrimientos, debido auna plóyada de filólogos ilustres, permite seguir paso á paso los progresos del sistema vocal indo- europeo, en cuyos orígenes muéstrase la modulación central de todo lengua- je acompañada de las dos extremas y de los diptongos que con ellas forma. Estos cinco timbres debieron de resonar, ya breves, ya prolongados, en boca de los Aryas ó mne-- rabies^ establecidos á orillas del Oxó, y progenitores de la gran familia que había de exceder en cultura á los demás pueblos de la tierra. Cual recuerdo vivo de los nobles as- cendientes de nuestra raza, se ven todavía en la región elevadísima de Pamir, denominada por los orientales cú- pula del mundo, hombres de blanco rostro y gallarda apostura, que conservan costumbres y creencias semejan- tes á las descritas en los cantos vódicos. Desprendida del robusto tronco la rama celta y otras no menos vigorosas, los antecesores de griegos ó itálicos, hallándose aún reu- nidos en su peregrinación hacia países de Occidente, die- ron mayor variedad á las voces de la antigua lengua y acrecentaron sus flexiones con el empleo de ^ y o breves, no conocidas por los que llevaron el decir arya á los her- mosos valles del Indostán, ni por los germanos que des- pués invadieron la Europa. Débese á los helenos una u débil y obscura, hoy de frecuente uso en naciones más septentrionales, sabiéndose también la procedencia de los sonidos intermedios v de algunos singularmente vibran- tes que conservó el habla sánscrita. Los idiomas semíti-

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eos que desde las riberas del Tigris se han difundido has- ta las del Níger^ llegando en Asia á muchas islas del ex- I remo Oriente, hubieron de tener en todas épocas timbres fio tan variados eomo los que se escuchan al Norte del Mediterráneo, y lo mismo puede afirmarse de las demás lenguas, sin exceptuar las que se distinguen por poseer voces muy abundantes en claras y argentinas modula- ciones.

Con los elementos eufónicos del decir se enlazan las consonantes, reconocidas hoy como ruidos causados por los órganos de la pronunciación, que al moverse para modificar los huecos resonantes ó acompañarlos en sus efectos, transmiten á la corriente aérea oscilaciones irre- pillares privadas de cadencia míisiea. Presentan restos de grata sonoridad las letras continuas que se articulan de iin modo sucesivo; mas no así las explosivas, que ya los ^egos apellidaron afana. La antigua clasificación an CT tura les. dentales y labiales, ha adquirido importancia suma en el estudio de los cambios á que están sujetos los idiomas, teniéndola no escasa las distinciones entre sor- das y sonoras, aspiradas 3* espirantes.

Con más fidelidad que las otras lenguas del mismo ori- gen conservó la helénica las consonantes de los antiguos aryas, que fueron notablemente aumentadas en la India; mostrándose también numerosas y de mayor aspereza las del decir semítico, y llegando no pocos habitadores del África austral á emitir casi de continuo estridentes chas- quidos que se han denominado kliks. Excepto varios sal- vajes de América que hablan sin cerrar nunca la boca, y otros de Oceanía que no pronuncian ningima letra gutu- ral, los demás pueblos del globo emplean mayor ó menor tuimero de articulaciones de las tres clases ú órganos

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orales, aunque confundiendo las de la primera y segun- da algunos isleños del mar Pacífico. Esta pronunciación, confusa ó indecisa, parece propia de tribus inciviles, pero se ha manifestado de nuevo y de modos diferentes al mez- clarse dos ó más razas, sin que de ella estén libres por completo naciones poseedoras de abundante y bellísima literatura, siendo para muchos alemanes ciertos sonidos suaves y sordos de su idioma, tan difíciles de distinguir, como lo son para nosotros los de i; y 6 en el habla de Gas- tilla.

LfOs maestros de la ciencia filológica han pesado, por decirlo así, las letras, con objeto de quilatar su estabili- dad y la resistencia que oponen á debilitarse ó desapare- cer de los vocablos, reconociendo también la manera en que tienen lugar los refuerzos é intercalaciones, y exa- minando, por último, cómo la inmediación de ciertos so- nidos determina su cambio por otros más ó menos afines. Los resultados de esta luminosa análisis, ponen de ma- nifiesto lo mucho que influye en las principales alteracio- nes la proximidad de sílabas de diversa longitud, y más señaladamente el acento de las palabras, notándose en varios idiomas asiáticos una regla de armonía que so- mete y asemeja al timbre predominante el tono de los de- más en la misma voz comprendidos.

Estudióse con igual detenimiento cómo se debilitan las consonantes dejando de ser aspiradas, y trocándose de sordas en sonoras y de explosivas en continuas; ha- biendo observado asimismo la marcha que siguen al re- forzarse, y en la cual vuelven rara vez á adquirir la as- piración primitiva. Tales cambios, menos frecuentes que los experimentados por las modulaciones, presentan ma- yor regularidad, y el sutil examen de sus distintos acci-

den tes ha enriquecido la filología con leves tan impor- tantes como la debida al ilustre Grimm, que, comparando el habla sánscrita con la gótica y tudesca, consiguió determinar el orden en que las articulaciones de cada árgano oral han variado sistemáticamente de energía. Acrecido por virtud de nuevos estudios el canon de mu- daazas fónicas, y tenidas en cuenta numerosas excepcio- nes, básele aplicado á las ramas antiguas y modernas del decir arya, y en parte también á las del semítico y fino-tártaro, siendo hoy de utilidad suma para reconocer el común origen da voces aparentemente diversas, Y he aqni á la etimología, blanco no mucho de ingeniosos chistes ó de malignas censuras, trocada en investigación regular y metódica, merced al conocimiento de las trans- mutaciones esenciales á que las letras se hallan some- tidas,

iQué causas mantienen así, al través de los siglos, tardo, pero inextinguible variar de los elementos del len- guaje? Asunto ha sido éste de empeñadas controversias, que no han bastado á esclarecerlo debidamente. Al com- pás que transcurren los tiempos, suele amenguarse el vigor de la palabra, cual lo reconocía Cicerón analizando el habla de los habitadores del Lacio, y como lo atestigua en aquel mismo suelo el más dulce y musical de los idiomas romances. Atribuyéronse las diversas alteracio- nes al deseo de hacer las voces gratas al oído; pero est^i eufonía, que alcanzó elevado punto en sánscrito y griego, no parece sujeta á principios bastante seguros, ni es apreciada de igual modo por los moradores de diferentes países, influyendo en los juicios que sobre ella se forman el hábito de escuchar la lengua nativa. Causa más pode- rosa y constante debilita sucesivamente las locuciones,

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y los estudios fisiológicos hacen ver que consiste en la natural tendencia á disminuir el esfuerzo de los órganos orales, explicando la mayor facilidad de pronunciación, los principales cambios en que se conmutan y suprimen letras ó se intercalan algunas que evitan enlaces duros y embarazosos. De tal suerte, y por consecuencia de actos indeliberados, van perdiendo las palabras su antigua estructura y la parte que tener pudieran de sonidos imi- tativos, para convertirse en unidades simbólicas, cuya significación asienta sólo en las ruinas de los variados elementos que concurrieron á determinarla.

Si se explican sin dificultad las mudanzas que han suavizado el lenguaje, no sucede lo mismo con aquéllas, mucho menos numerosas, que le han dado mayor ener- gía, y de las cuales ofrecen ejemplos harto curiosos, así varias articulaciones del habla teutónica que acrecenta- ron su vigor á principios de la Edad Media, como el uso de pronunciar fuerte la jota, adoptado siglos después en nuestras provincias castellanas. Los sonidos algo confu- sos que haya conservado el decir de un pueblo, ya sean procedentes de épocas remotas ó debidos al contacto de razas diversas, pueden, perdiendo su vaguedad y deter- minándose de modos distintos, adquirir cierta eficacia; mas semejantes refuerzos, necesariamente muy limita- dosi y las admisiones de letras de otros idiomas, no bas- tan á dar razón de todos los cambios que han solido vi- gorizar las voces: de manera que punto tan obscuro y difícil continúa siendo entre los filólogos materia de am- plísimo debate.

Difieren también las opiniones respecto á los grupos da dos y hasta tres consonantes que anteceden ó sigu^i á una vocal, formando con ella sílaba. Aunque varias

acumulaciones de esta clase, ya frecuentes en los cantos védicos, son consideradas por muchos como primordiales y ajenas al sucesivo variar da los vocablos, autores in- signes las creen debidas todas á la supresión de sonidos iníennedios, ó i a Aeren, del astado actual de no pocas lenguas asiáticas y africanas, que en remotísimas edades cada timbre se unía á una sola articulación que por lo común le estaba antepuesta. Mas tales inducciones, sal- vando los confines de la fonología, tocan en la móvil arena donde combaten, sin alcanzar definitiva victoria, los defensores de las diversas hipótesis referentes al decir primitivo.

VI.

Entre los rastos de otras edades merecedoras de la atención del filólogo, muestran su pristina sencillez, así las taran ó varillas con diferentes incisiones que hubie- ron de usar tártaros y ge tas, como los quipos ó cordones de dbtíntos colores y anudados diversamente, de que se valieron los moradores del Asia oriental y del antiguo imperio de los Incas- Mas los verdaderos orígenes del arte de fijar la expresión de los conceptos no han de buscarse en tales medios pm^amente rememorativos, sino en la imitación total ó parcial de objetos materiales, desde las toscas figuras que traza el salvaje en su propio cuerpo, á las diseñadas ó esculpidas por hábil mano en los papiros y estelas de los monumentos egipcios.

Con imágenes ideográficas independientes del idioma oral representan todavía algunos indios de America los hechos hazañosos de su tribu, reproduciendo en groseras pinturas lo más esencial de una serie de acontecinüentos.

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No de otra suerte, antes de que los soldados del gran Cortés abriesen á la civilización europea las bellas co- marcas del Anahuac, componían los aztecas sus libros históricos; si bien para indicar los nombres de las perso- nas que tomaban parte en los combates y demás sucesos allí bosquejados, recurrían á dibujos de animales, plan- tas ú objetos de uso frecuente, cuyas denominaciones, solas ó combinadas unas con otras, formasen vocablos iguales en pronunciación á los que deseaban expresar. Estos documentos, recogidos por los conquistadores espa- ñoles, ofrecen curiosa muestra de cómo en una sociedad reducida á sus propios medios de progreso, la escritura comienza á depender de los sonidos orales, convirtiéndose las imitaciones de cosas visibles en signos que sólo tienen representación fónica é indirecta.

Hubo de seguir, mucho antes, marcha no muy distin- ta el sistema gráfico de los chinos, que conservan una antigua inscripción toscamente cincelada en la roca de Hcng'Chan, y compuesta de imágenes de varios objetos. Semejantes figuras, empleadas con su propia significa- ción, ó como símbolos y alusiones á ideas abstractas, se diseüaron también en pequeños trozos de madera; y ha- biendo de corresponder á las palabras de un idioma mo- TirKsilábico, fueron, á la vez que ideográficas, indicadoras del sonido de las sílabas. Al introducirse el uso del papel trocáronse aquellos caracteres en algunos centenares de signos fónicos, acompañados de claves genéricas que determinaban la acepción de las voces; y en tal estado continúa, desde hace dos mil años, la complicada escri- tura china, si bien de ella proceden otras que, como la del Japón, han recibido notables simplificaciones.

En placas de frágil barro, que á manera de hojas com-

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ponen uno de los numerosos volúmenes recogidos en las ruinas de la biblioteca de Nínive, se ven, al lado de iraá* genes completamente diseñadas, otras que las imitan en pArte, y cuyos contornos están sólo iodicados por peque- fios surcos que conservan la figura del clavo ó punzón triangular con que faeron abiertos antes de haberse en- durecido la arcilla, /Vsí debieron do kiier principio los caracteres cuneiformes, que, pasando á indicar sonidos y adquiriendo más especialmente la representación de cierlas silaban iniciales de los vocablos, constituyeron al finia escritm^a anarya, en que alf?unos si.!?nos ideoj?rá- ficos y claves determinantes sirven de complemento á m prolijo silabario. Comunicáronla gentes de origen escita á los moradores de las comarcas que vierten sus aguas al Eufrates, cerca del cual se han descubierto re- cientemente inscripciones aún más antiguas que la des- tinada á conmemorar la apertura de los canales de riego coüíitnvídos en Caldea hace treinta v cuatro siglos. Pero éste y los demás textos epigráíicos en que se leen hoy los vei*daderos anales de Asiría y Babilonia, guardarían aún tiidos sus secretos á no ser conocidas otras inscripciones le tiempos menos remotos, entro las cuales descuella la dt3 Behistún, que ha proporcionado los principales medios íie de^scifrar el sistema de caracteres cuneiformes ana- ryas* En tajada roca de trescientos codos de altura, ex- tensas filas de incisiones profundas transmiten á la pos- teridad, en los idiomas medo-escita, asirio y persa, el epitome de la historia del primer Darío, confirmando por completo las aseveraciones de Herodoto. Parece resonar todavía la voz del prepotente conquistador que dicta las últimas palabras: «fNada he dicho que no haya hecho,.... rfih tú! quien quiera que fueres, lee lo escrito aquí y

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>no lo borres. > Griegos, partos y árabes sojuzgaron más tarde estas regiones, pasando todos con respeto al pie de la majestuosa lápida, que había de ser en nuestros días admiración del viajero y foco de viva luz para el estudio de las lenguas orientales.

Cuantos adelantamientos presentan las primitivas es- crituras de Asia y América, ostentábanse ya reunidos en las más antiguas representaciones gráficas que hayan llegado hasta nosotros. El fértil valle inundado periódi- camente por el Nilo, y que debió nombre de tierra negra á su contraste con las blancas arenas del desierto cerca- no, muestra, en sepulcros contemporáneos de las prime- ras dinastías faraónicas, inscripciones en que se hallan combinados jeroglíficos figurativos y simbólicos, con cla- ves determinantes é imágenes indicadoras, no sólo de so- nidos complexos, sino también de las principales letras en que es posible descomponer las sílabas. Al cincelar estos caracteres dábanseles formas severas y correctas; mas para el uso ordinario hubieron de emplearse dos es- crituras abreviadas, una de las cuales, la hierática, apa- rece ya en el famoso papiro Prisse^ considerado como el manuscrito de mayor antigüedad que existe en el mundo. Fieles guardadores de todo lo tradicional y venerando, no renunciaron los egipcios al empleo de las figuras ideo- gráficas y silábicas, ni llegaron por lo mismo á utilizar plenamente el poderoso medio de simplificación que se habían procurado al atribuir signos especiales á los ele- mentos primarios é irreductibles de la voz articulada.

No era dabli que permaneciese sin más útil aplicación tan peregrino auxiliar de los progresos intelectuales. Así, pues, el pueblo cananeo, poco respetador de tradiciones, y que ávido de lucro debía convertir el humilde refugio

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de los perneadores sidonioa en brillante emporio de comer- cio marítimo y terrestre, recibió de algunas tribus de su raza establecidas on E^pto el conocimiento de los carao* teres hieráticos, y con sólo los íjue representaban letras hubo da formar, hará treinta y siete siglos, una escritu- ra íacil y adecuada al incesante tráfago de la vida mer- cantiL Estos signos^ q;ue conservaron sin cambios mu\^ aaenciales su primitiva traza, recibieron á causa de ella noDobrea de objetos que en algoso les asemejaban, y con tales denominaciones entraron á componer el primer al- fabeto, 6 más propiamente alefato: conquista inaprecia- ble que honrara por siempre á la humana inteligencia. Y he aquí, según las últimas investigaciones filológicas, cómo resultan confirmados los asertos de Platón, Plutar- co y Tácito, que colocan en el imperio de los Faraones el origen de la antigua escritura, reducida por los fenicios á breve canon de fáciles y sencillas aplicaciones.

Cual se difunde por árbol robusto savia vivificadora que lleva vigor y lozanía á los diferentes vastagos del abun- doso ramaje, asi hubo de propagai*se el alfabeto desde b región señoreada por las cumbres del Líbano A remotisi- mas comarcas de Oriente y Occidente. Adoptado por he- brees y sirios, dio ocasión á los persas para el estableci- miento de sn sistema alfabético cuneiforme, que sustitu- yeron al fin con el cananeo, trocando ciertas aspiracio- nas en verdaderas vocales, lo cual aconteció asimismo al extenderse por los pueblos tártaros el uso de las letras fenicias. Modificáronlas de antiguo, y muy notablemente, los Imbitadores del Yemen, y de allí las reoíbieron etíopes y libios, Uegrando en opuesta dirección á orillas del Gan- ges, donde se acrecentó su número hasta formar el rico abecedario de la India, origen de otros muchos que se

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246 emplean hoy en el Asia meridional y en varias islas de los mares cercanos. Grecia, que debió los primeros gér- menes de sus artísticas glorias, no tanto al Egipto como á las civilizaciones asiría y fenicia, tomó también de esta última el alfabeto primitivo que, con algunos aumentos y cambios de forma, fué comunicado por los dorios á latinos y etruscos. De él hubieron de adquirir noticia, en las cos- tas del Ponto-Euxino, las tribus germanas y eslavas, que llevaron sus célebres runas de un extremo á otro de la Europa septentrional; y en cuanto á las curiosas letras ibéricas, cuyo estudio prosiguen dentro y fuera de Espa- ña perseverantes investigadores, parecen proceder de las colonias de Tiro, ofreciendo particular analogía con la escritura samaritana.

r>uto en no pequeña parte de novísimas especulacio- nes el conocimiento de la marcha que ha seguido de pue- blo en pueblo el fecundo principio de la descomposición de las sílabas, expUca lo que de común tienen los princi- pales sistemas alfabéticos, cuyas diferencias, harto ina- portantes y merecedoras de examen detenido, son debi- das muy señaladamente á la variedad que ofrecen las lenguas respecto á sus elementos orales, representados con mayor ó menor exactitud en alfabetos que contienen desde diez y seis á cincuenta caracteres. Reconocida ade- más la tendencia constante que impulsa á convertir los signos figurativos en otros fónicos más ó menos simplifi- cados, no cabe negar que al uso de las letras pudieron por ventura elevarse, sin auxilio exterior, sociedades has- ía hoy poco conocidas, y de ello se ha creído descubrir indicios en el Yucatán y en varios países del antiguo mun- do. Aun prescidiendo de estas investigaciones especiales, los filólogos consagrados á estudiar las escrituras prími-

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ti vas tienen abierto anchuroso campo á sus difíciles ta- reas^ no sólo en Egipto^ Asiría y Persia^ dontle tan por- tentosos han sido los descubrimientos recientes, mas también en las cavernas de la India, en los tajos y preci- picios de las montañas de Armenia y Etiopía, en los nu- merosos monumentos epigráficos de Arabia, en los no menos nota bles del Asia menor, Fenicia y Numidia; en los sepulcros de Italia, y basta en algunas rocas de la penín- sula ibérica, ornadas por nuestros venerables progenito- res con figuras ó signos ideográficos de tosco diseño y de antigüedad muy remota.

Perdonadme, señores, este árido resumen; pero al cru- mr como á la carrera el rico museo da la historia natu- ral del lenguaje, no pudiendo acercarme á las flores ma- tizadas que ostentan las diversas literaturas ni á los vo- oabularios que guardan ordenadamente los objetos de es- peculación científica, me ho detenido corto espacio á con- siderar la íbrraa duradera y visible de la palabra, rindien- ÚQ homenaje á los monumentos primitivos buscados hoy en países muy distantes por diligentísimos exploradores: que el anhelo de dilatar los confines de lo conocido, así en la cadena del tiempo como en la inmensidad del es- pado, recompensa con puros goces á la criatura inteli- gente, que olvida su pequenez al admirar, en el armonio- so enlace de tantos y tan varios fenómencNi, la obra ma- ravillosa de la sabiduría infinita.

MEMORIA

RELATIVA

AL MONUMENTO MURAL

DEDICADO Á

FREY LOPE FÉLIX DE VEGA CARPIÓ

POR

LA REAL. ACADEMIA ESPAÑOLA.

La Real Academia Española ha juzgado conveniente reunir la sucinta historia del sencillo monumento dedi- cado al Fénix de los Ingenios, dando á luz todos los docu- mentos desde la indicación de la idea hasta su realización solemne. Así, por su orden se incluyen en la presente Memoria la proposición del Sr. D. Ramón de Mesonero Romanos; el dictamen de la Comisión encargada de infor- mar sobre ella; el de la misma, aunque ya aumentada, sobre el programa de la ceremonia; el acta de la sesión celebrada para inaugurar el monumento; la escritura de venta de la casa núm. 11 de la calle de Francos al ad- quirirla Lope de Vega, y su testamento, otorgado allí la antevíspera de su muerte, como documentos leídos en la sesión misma; la escritura otorgada por la Academia Es- pañola y los actuales dueños de la casa para la perpetua conservación del monumento, y el romance dedicado por el Sr, Hartzenbusch á Lope de Vega, y también leído en ocasión tan solemne.

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t ir- FlUfCIÓÁ 17 DE AGOSTO DKI«3ljl I tn ESI 4 CASA DE PROpItDAií. U ííf!AL ACADEMIA ESPAÍÍULA*

AÑO OC iad$.

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D. O M.

PARVA l'BOFRIA MAGNA MAGNA ALIENA PARVA

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NÚMERO U Pr<rpi)&ieidn Sr. D. R&mán da Mesonero KomsEoe.

En la antigua calle de Franco.^ , denominada hoy de Cervantes^ y señalada con el niim< II antiguo, 15 mo- derno, de la manzana 227, existe aún en pie, y bien con- servada, la casa que fué propiedad de Lope de Vega Car- pió, y la misma en que falleció á 27 de agosto de 1635.

Délos títulos origínales de dicha casa, que he tenido ocasión de reconocer, resulta lo siguiente:

Por los años 1570, siendo solar, se lo adjudicó al señor cura y beneficiados de la iglesia parroquial de Santa Cruz, con cierta carga de misas, y éstos le cedieron para edificar en él con la de un censo perpetuo á su favor con kudemio, tanteo, veintena, etc. Por los anos 1587 estaJ>a ya edificada la casa, y era dueño de ella Inés de Mendoza, viuda de Juan Pérez, vecino de la ciudad de Segovia. Hacia 1590 la poseían el capitán Juan de Villegas De- auncíbay, y su mujer Mariana de Ayala. Por muerte do ambos, el licenciado Gregorio López Madera, del Consejo de S. M* y Alcalde de Gasa y Corte, otorgó escritura de venta judicial con fecha 10 de enero de 1608 y ante ol escribano Martin Romero, á favor del mercader de lanas y vecina de Madrid Juan Antonio Leva,

Por otra escritura de renta, fecha 7 de septiembre de 1610, ante Juan de Obregón, fué adjudicada €al Dr, Don Frey Lope Félim de Vega Carpió^ familiar del Santo O/í- cío de la Inquidción^ presbítero de la sagrada orden vii- litar de San Juan de Jermalén^ doctor en teología^ cape-^ UúH inayor de la Congregación de presbUeros naturales

de Madridj promotor fiscal de la reverenda Cámara apos-- tólicaj y notario escrito en el Archivo BomanOj etc.; co- nocido por el Fénix de los Ingenios j qice nació en Madrid en 25 de noviembre de 1562,> el cual la redimió de hués- ped de aposento de corte, con carga de 4.500 maravedís de tercia parte en cada un año por privilegio de S. M. D, Felipe III, firmado de su real mano, y refrendado de su secretario D. Alonso Núñez de Valdivia y Mendoza, fe- cha en el Pardo á 14 de febrero de 1613.

Lope de Vega habitó durante muchos años esta casa, la reparó, formó en ella un oratorio, plantó un huerto en su patio, y colocó sobre el dintel de su puerta de calle una piedra en que estaba grabada esta inscripción:

D. O. M.

PARVA PBOPRIA MAGNA! MAGNA ALUNA PARVA.

Ocurrida en ella su muerte, en 27 de agosto de 1635, salió de la misma su solemne entierro, que acompañaban todas las personas visibles de la corte, y era tan nume- roso, que ya había entrado mucha parte de él en la igle- sia de San Sebastián, y aún no había salido el cadáver de la casa, y eso que fué por la calle del Niño, de Cantarra- nas pasar por bajo de las rejas del convento de las Trinitarias, para que lo viese su hya Marcela, religiosa en el mismo convento), la del León y la de Atocha; siendo sepultado en la bóveda de San Sebastián, de donde fueron extraídos sus restos y confundidos con los demás, en principios de este siglo^ según resulta de mis prolijas investigaciones sobre esta vergonzosa profanación.

Por el testamento de dicho Lope (cuyo testimonio con-

servo), Y que obra también en los títulos originales de la cm^, otorgado en 26 de agosto de 1635, víspera de su muerte, ante el escribano Franciseo de Morales, dejó por heredera única de sus escasos bienes^ y por consecuencia fie esta casa, á su hija legítima Doña Feliciana, esposa de Luis de üsátigui, vecino de Madrid; y por el otorgado por dicha aenoraj en 5 de junio de 1657, ante Juan Caballe- ro, y bajo el cual falleció en esta misma casa, la heredó su hijo D. Luis Antonio de Usátigui y Vega Carpió, Capitán fie Infantería española en los Estados de Milán; el cual, por escritura de 13 de julio de 1674, otorgada ante Ma- nuel de Narváez Aldana, la vendió á Mariana Romero, mujer divorciada de Luis Ortix, la que, siendo religiosa novicia del convento de Trinitarias descalzas, bajo el nombre de hermana Mariana de la Santísima Trinidad^ por escritura lecha de 21 de septiembre de 1675, ante Isidro Martíne^j la vendió á D, Ambrosio de Onís, Mar- qués de Olivaren, caballero del hábito de Santiago, etc. Esta Mariana Romero es la misma comedianta de que hace mención Pellicer en su obra del Origen del histrio- nírnto (parte 2/, pág. 1 13), la cual efectivamente entró de monja descaka; pero antes de profesar, se cansó del monasterio y se fue á vivir á su casa (sin duda esta mis- ma), donde murió después, aunque no sin haber contraído antes segimdo matrimonio con el comediante Manuel Ángel, que era ya viudo de cinco mujeres, y también sobrevivió á ésta, hasta que, retirado del teatro^ murió m 1711 en su casa propia en la calle del Barco,

Después del Marqués de Olivares, pasó la casa por va- rias sucesiones y ventas á la propiedad de otras personas, que omito para no alargar demasiado esta relación; hasta qm en 1825, siendo dueño de olla ü, Mariano Durango^

fué comprada por D, Francisco María López de Morelle, vecino y del comercio de esta corte, por escritm^ de venta judicial otorgada por D. Antonio José Galindo, Teniente de Corregidor, por ante el escribano D. Antonio Villa; y por muerte de dicho Sr. Morelle, ocurrida en 16 de marzo de 1832, la heredaron su viuda Doña Josefa Poyatos y sus hijos D. José, Doña Juana y D. EpifSeuiio López de Morelle, que la poseen y habitan.

La casa, en lo principal, se conserva íntegra, sin otras alteraciones substanciales que la de haber dicho Sr. Mo- relle mudado el portal (que en tiempo de Lope estaba donde ahora la primera reja) y pasádolo más al centro de la fachada. Esta tiene 53 pies de extensión, con cuatro balcones, y solos pisos bajo y principal. La caja de la es- calera y la distribución interior de las habitaciones, pa- recen ser las antiguas; el patinillo que hoy tiene, y que ocupa parte del espacio que Lope tenía dedicado á jardín, está reducido con construcciones posteriores. Este huerto es al que hace referencia Montalván en su Fama postuma de Lopey cuando dice que habiéndole ido á encontrar muy de mañana, para preguntarle si había empezado una co- media de que ambos se habían encargado, le respondió <que ya había concluido el primer acto, y aun tenido tiempo para desayunarse con un torrezno y regar aquel huerto.» La casa ocupa en todo 5.537 pies y está revo- cada modernamente, en cuya operación se hizo desapa- recer la piedra con la inscripción mencionada. Da casi frente á la calle traviesa del Niño, hoy de Quevedo.

La circunstancia de vivir y haber muerto en la misma calle de Francos el insigne Cervantes^ y haberse coloca- do en 1835, en la casa en que éste falleció, la inscripción y monumento que le recuerdan, dio lugar entonces á que

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m la denominase de Cervantes, y que posteriormente se haya dado el nonibre de Lope de Vega^ sin ninguna pro- piedad, á la de Caníarranas^ equivocación que advertí en su tiempo al Corregidor Marqués de Pontejos y al Ayuntamiento; pues en mi opio ion debía haberse dado el nombre de Lope á la de Francos^ en que tuvo su casa propia y en que murió, y el de Cervantes á la de Canta- rmnaSj, donde yace, en el convento de las Trinitarias.

De todos modos, y ya que asi no se hizo entonces, no poede negarse que el esclarecido ingenio madrileño, en- ya casa se conserva afortunadamente en pie, parece que reclama un testimonio análogo al dedicado al insigne Gervant^, en la que sustituyó á la destruida en ISaS. Y el que suscribe, que en aquella ocasión tuvo la gloria de la iniciativa de este respetuoso tributo, rendido al inmor- tal autor del Quijote por el rey D, Fernando VII, y que ea 1859 ha promovido igual demostración en la humilde morada del eminente dramático D. Pedro Calderón de la Barca, aunque con muy mezquino resultado por parte de la Corporación municipal; en la ocasión presente, y tra- tándose del Féni:^ de los Ingenios^ del portento de tiatu- mleza^ del gran Ixjpe de Vega^ cree que á nadie mejor que á nuestra Real Academia Española, en cuyo seno se encuentran reunidas todas las ilustraciones de la litera- tura moderna, corresponde tomar á su cargo esta mani- fetación de su respeto y entusiasmo hacia el fundador de nuestro teatro nacional; con tanta mayor razón, cuan- to que recientemente este ilustre Cuerpo acaba de resol- ver levantar al mismo Lope otro monumento aún más imperecedero, que es la reproducción de su inmenso te- soro dramático.

En su consecuencia, pido á la lleal Academia qu6j si

juzga oportuna esta indicación, y previo el informe de una Comisión de su seno que considere detenidamente el asunto, se sirva acordar que en la casa que fué de Lope de Vega se coloque un recuerdo de tan insigne ingenio, en la forma artística y con la inscripción que crea con- veniente.

Madrid 30 de enero de 1861.— Ramón de Mesonero Romanos.

NlJMBRO II.

Diotamen de la Gomisiin eneargada de examinar la propo6Íoi¿n anteoedente.

La Comisión encargada de examinar la propuesta del Sr. D. Ramón de Mesonero Romanos, dirigida á consa- grar una memoria monumental á Frey Lope Félix de Ve- ga Carpió en la casa donde ocurrió su fallecimiento, se ha reunido varias veces para tratar la mejor manera de cumplir la obligación que le fué impuesta por la Real Academia Española: ha visto la casa que fué de Lope, ha consultado con el ilustre profesor de escultura D. Poncia- no Ponzano, y cree que debe someter á esta Corporación el siguiente dictamen:

La Real Academia Española costeará en honra de Lo- pe de Vega un monumento mural, que se colocará en la casa que fué de Lope, entre los dos balcones centrales de la fachada.

Como en la misma calle, donde está la casa que fué de Lope, hay otro monumento mural en honor de Cervan- tes, que consiste en un medallón de mármol y una ins- cripción debajo del medallón, entendemos que el monu- mento de la Academia debe principalmente consistir en

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m biisto de Lope, así para diferenciarse del monumento de Cervantes, como por ser de rancho mejor efecto un basto que im medallón, el cual sólo parece bien visto (xínipletamente de frente* La inscripción por lo mismo deberá ir dentro de un tablero adornado de modo que se diíerencie también del plano en que va la inscripción re* latíva á Cervantes.

Estas condiciones reúne (ajuicio de la Comisión) el pro- recto del Sr. Ponzano, que presentamos á la Academia, proyecto que se distingue por el carácter arquitectónico propio del primer tercio del siglo xvii.

El proyecto es doble: dividido en medio por una línea, la parte de la izquierda representa nn monumento de rica ornamentación y con dos figuras de relieve; la parte de k derecha carece de figuras, y su ornato es sencillo: el basto entra en ambos proyectos. Así el busto, como el tablero para la inscripción > y el marco y coronación del tablero, la mismo que el marco de la hornacina, serán de mármol de Carrara en ambos proyectos: la Comisión pre- feriría el más ricOy si los recursos de la Academia le per- mitiesen adoptarlo. El más vistoso costará 20.000 reales; el otro solamente 10.000.

Cree la Comisión que encima de la puerta de dicha casa convendrá restablecer la inscripción latina, que puso en ella Lope y se había conservado hasta nuestros días.

Parva prnpriü magna: magna aUena parva*

En 25 de noviembre del próximo año 1862 cumplirá el tercer siglo desde el nacimiente de Lope : quizá sería oportuno disponer que el monumento de la Academia á Lope fuese descubierto en aquel propio día, consideran-

dolo como fiesta secular notabilísima para las letras es- pañolas. La inscripción en este caso sería la siguiente:

Al fénix db los Ingenios, Frby Lope Félix de Vega Carpió,

QUE falleció Á 27 DE AGOSTO DE 4635 EN ESTA GASA DE SU PROPIEDAD,

LA Real Academia Española. AÑO DE i 862.

La Comisión ha manifestado el proyecto del Sr. Pón- zano á los actuales poseedores de la casa de Lope, en razón á que habría que abrir en la fachada el hueco para el busto, y por medio del Sr. D. Ramón de Mesonero ha recibido la siguiente comunicación:

<Hemos recibido con la mayor satisfacción la atenta comunicación de V. S., en que nos participa haber acor- dado la Real Academia Española, á propuesta de V. S., co- locar ^ en la casa núm. 15 de la calle de Cervantes, que fué propiedad del insigne Lope de Vega Carpió, y hoy de la nuestra, un sencillo monumento que recuerde la cir- cunstancia de haber fallecido en ella tan célebre ingenio; y adhiriéndonos con el mayor entusiasmo á la patriótica resolución de nuestra primer Corporación literaria, no podemos menos de rogar á V. S. sea cerca de ella intér- prete de nuestra gratitud á nombre propio y, en lo que cabe, á nombre también de tan ilustre poeta, honra de nuestra patria, cuya modesta mansión tenemos la fortu- na de poseer y habitar.

Dios guarde á V. S. muchos años. Madrid 9 de junio de i86i.— José López de Morelle.— Epifanio López de Mo- relle.— Sr. D. Ramón de Mesonero Romanos.»

La Comisi(ki aguarda con respeto, sobretodos los puntos

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este diclamen, la resolución acertada y digna de la Academia*

Madrid 12 de junio de 186 L— Ventura de la Vega,— Ramón de Mesonero Romanos. -Juan Eugenio Hartzen- buscb.

NÚMERO III.

Diciimeii u%Tm del progr&m& do l& ceremonift.

La Comisión nombrada para llevar á efecto el acuerdo de la Real Academia, por el cual dispuso colocar á sus «pen^s en la fechada de la casa núm- 15 de la antigua calla Francos {hoy de Cervantes), propiedad que fué del Féniv de los Ingenios^ Frey Lope de Vega Carpió, y en la cual íalleció, un sencillo monumento que recuerde eetas circunstancias y el testimonio de respeto y de ad- miración que la Academia rinde al príncipe de nuestros poetas dramáticos; ha conferenciado detenidamente, y tomado las disposiciones convenientes para que, según lo dispuesto por esta ilustre Corporación, pueda tener efecto el acto de la inauguración de aquel monumento el día 25 del próximo noviembre, aniversario del nacimiento dol gran poeta. Y al propio tiempo que activa las operaciones necesarias, tanto para la oportrma colocación de dicha obra artística (concluida ya por el escultor Ponzano), cnanto para la conveniente decoración interior y exte- rior de la casa, todo de acuerdo con sus dueños, que se prestan espontáneamente á los deseos de la Comisión, ha estudiado ésta el programa de aquella ceremonia, que tan préxima se halla ya.

Bien hubiera deseado la Comisión poder realizar las nobles y generosas ideas de la Real Academia, propo-

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niendo para esta solemnidad literaria y patriótica todo aquel aparato espléndido con que esta ilustre Corporación se complace en dar realce á semejantes actos públicos, y de que es tan altamente merecedor el hombre ilustre á quien está dedicada.

Pero las circunstancias materiales de la localidad han opuesto invencible obstáculo á sus deseos. Tratándose pura y simplemente de descubrir ó inaugurar el elegante, aunque sencillo monumento construido por el escultor Ponzano, y que se ha de colocar en la fachada de una casa humilde, antigua y situada en calle estrecha y apartada, no era prudente, ni aun posible, atraer á ella grande concurrencia de convidados, ni tampoco desple- gar suntuoso aparato, que acaso contrastase sensible- mente con lo sencillo del monumento y con la misnaa modestia del local, habitación del hombre insigne que desde tan humilde morada lanzaba los rayos de su inte- ligencia sobre el orbe civilizado.

Consecuente, pues, la Comisión con estas considera- ciones materiales y morales del sitio, del objeto y de la intención de la Academia en esta ceremonia, ha conve- nido en proponer á su aprobación los medios más senci- llos ó indispensables de realizar aquel acto con el debido decoro, los cuales, en concepto de la Comisión, pueden reducirse á los términos siguientes:

Supuesta la colocación previa del monumento, en cuyo éentro se ostenta el busto de Lope de Vega, y cubierto éon una cortina; decorada convenientemente la fachada de la casa, y dispuesto su interior para recibir un cierto número de señores asistentes, podrá verificarse la cele- bración del acto de esta manera:

1." La Real Academia Española celebrará junta pú-

blica extraordinaria el día 25 de noviembre próximo, á la ttna de la tarde, en la casa que habitó y en que falleció Lope de Vega, Asistirán los señores Académicos de uni- forme, y llevarán al cuello la medalla, en cumplimiento de lo que ordena el art, 102 de su Reglamento.

2/ Se oficiará al Excmo. Sr. Alcalde-Corregidor para que, en unión de una Comisión de dos Regidores y el Secretario del Ayuntamiento, se sirva asistir en repre- sentación del pueblo de Madrid, patria de Lope de Vega.

3/ Igualmente se oficiará al señor GapeUán mayor de la Venerable Congregación de Presbíteros naturales de Madrid, cuyo cargo desempeña también el mismo Lope de \*ega, para que se sirva asistir acompañado de otro de los presbíteros de la Congregación.

4.* Á los Directores ó Presidentes y dos individuos más de las Realeo Academias,

5** Al Rector y Decanos de Teología y de Filosofífl y Letras de la Univei-sidad Central.

6/ Á los tres Catedráticos de número de Declamacióo del Real Conservatorio» para que representen en esta ce- remonia, dedicada á tan insigne poeta dramático, á 1(^ actores españoles*

7.* Como á esta junta pública de la Academia no se pueden hacer invitaciones personales numerosas por me- dio de las acostumbradas papeletas, porque se celebra en mcMiesto y reducido local, la Comisión cuidará de que con- curran una Comisión de Autores dramáticos y dos Directo- res de la prensa periódica en representación de la misma*

8/ Reunidos todos á dicha hora en la casa de Lope, y abierta la sesión por el Director de la Academia, hará éste una ligera reseña del objeto de la junta, del acuerdo de la Academia y de los medios que ha creído oportuno

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emplear para llevarlo á cabo; concluida la cual, y ha- llándose sobre la mesa los títulos originales de pertenen- cia de dicha casa (que han tenido la cortesía de facilitar los actuales dueños), se leerá la escritura de compra de la misma, hecha por Lope en 7 de septiembre de 1610, y su testamento, otorgado en ella la víspera de su muerte.

9/ Acto continuo se procederá á otorgar una escri- tura solemne, en que de una parte la Real Academia Es- pañola, y de otra los Sres. D. José y D. Epifanio López de Morelle, presentes al acto y dueños actuales de la ca- sa, se comprometen, la primera á conservar y reparar constantemente el monumento colocado á sus expensas en la fachada, y los segundos á consentir y guardar di- cho monumento, transmitiendo esta obligación y servi- dumbre á los futuros poseedores de la finca por compra ó herencia, así como también, en caso de ruina ó demoli- ción, á continuar á la Academia el derecho de recons- truirle en el nuevo edificio.

10. Por último, después de leerse el romance biográ- fico de Lope, escrito por el Académico D. Juan Eugenio Hartzenbusch, que se insertará en el acta de aquella jun- ta, y de leerse asimismo algunas otras composiciones alu- sivas, si se presentaren, escritas por individuos de la Aca- demia, el señor Director y el señor Alcalde-Corregidor saldrán á los balcones de la casa y descorrerán la cortina que ha de cubrir hasta entonces el monumento: con lo cual se dará por terminado el acto, y el señor Director de- clarará concluida la junta de aquel día.

11. Una música militar, colocada en la calle delante de la casa, solemnizará el acto, dando á entender de este modo, natural y sencillo, que dentro de aquel modesto adiflcio se está rindiendo justo tributo ala memoria de uno

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de ios más insignes \^arones que i^egistra la rica historia de ks letras españolas,

12. La fachada de la casa estará convenieEtemente decorada ó iluminada aquella noche.

13, Tan pronto como este dictamen obtenga, si lo merece, la aprobación de la Academia, nombrará el se- ñor Director ima Comisión^ que quedará desde luego au- torizada para llevar á cabo el acuerdo.

Madrid 9 de octubre de 1862.— Ventura déla Vega-— Ramón de Mesonero Romanos.— Juan Eugenio Hartzen- büsch, Antonio Ferrer del Río.— Cándido Nocedal

NÚMERO IV, iota.

El martes 25 de noviembre de 1862 se reunió la Aca- demia para celebrar junta piiblica extraordinaria en la antigua calle de Francos^ hoy de CtervanteSi y dentro de la casa núm. 15 moderno, donde vivió y murió Fray Lope Félix de Vega Carpió, siendo de propiedad suya. Por Indisposición del Excmo. Sr. Duque de Rivas, presidió la junta, como Académico más antiguo, el limo- Sr. D. Eusa* bio María del Valla, con aBlstencia de los Académicos si- guientes: Excmo, Sr. Marqués de Molíns, Excmo, Sr, Don Ventura de la Vega, Excmo, Sr, Marqués de la Pe?:uela, Sr. D. Ramón de Mesonero Romanos^ Excmo. Sr* D. Aji- tonio Alcalá Oaliano, Sr. D. Antonio María Segovia, Ilus- trísimo Sr* D. Fermín de la Puente y Apecechea, Señor D. Aureliano Fernández-f^Tuerra y Orbe, Excmo. Sr, Don Leopoldo Augusto de Cueto, Sr, D, Manuel Cañete, señor D. Manuel Tamayo y Baus, Umo- Sr. D. Pedro Felipe

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Monlan, Excmo. Sr. D. Cándido Nocedal, Sr. D. Francis- co Gutanda, Sr. D. Juan Valora, Sr. D. Antonio García Gutiérrez, y yo D. Antonio Ferrer del Río, que, por indis- posición del señor Secretario perpetuo y de orden del se- ñor Presidente, hice de Secretario.

Preparado estaba el local de modo de dar cabida al mayor número posible de personas, y de recordar que allí tuvo su morada el varón preclaro á cuj-a alta fama se iba á rendir el debido homenaje. Todos los tabiques de las habitaciones exteriores se habían derribado para for- mar un salón corrido, con tantos sillones como debía ser el número de asistentes y convidados, y con cuatro hile- ras de Billas á fin de que el público estuviera asimismo representado en tan solemne ceremonia. Á la cabecera del salón estaba la mesa presidencial, y encima el retrato de Lope de Vega que posee la Biblioteca Nacional, y es auténtico sin duda alguna. Por toda ornamentacidn se veían cuatro colgaduras de damasco, otras tantas cornu- copias de sencilla apariencia y una alfombra, no de Injo, para dar idea cabal de la decorosa modestia del antiguo y célebre morador de aquella estancia. Igual carácter presentaban su oratorio con la correspondiente mesa de altar y un cuadro de la Purísima Concepción de la Virgen María, de cuyo misterio fué especialísimo devoto, y su alcoba con una cama decentemente colgada, y puesta en el mismo sitio donde exhaló el último aliento.— Por dis- posición de la Academia se había también formado un jardinillo en el ya reducido espacio que se conserva del más extenso y ocupado antes por el huerto, que el inmor- tal poeta regaba con sus propias manos. Dos grandes lienzos habían fijado los actuales poseedores de la casa: uno á la entrada del portal y sobre la derecha, con apun-

933 te biagrráficos del Fénix de Ioí5 In^^enios y noticia de la épcM^a en que la finca dejó de peiÍ43necer á sus deseen- dientes^ y otro en la pared que da frente á la escalera con estas so!as palabras: Á Lope de Vega,

Teniendo al Excmo. Sr. Corregidor á la derecha y al señor Capellán mayor de la Congregación de Presbíteros aatarales de Madrid á la izquierda^ el señor Presidente abrió la junta á la una de la tarde con un breve y opor- taoo discurso, en el cual empezó por manifestar su senti- miento de que el señor Director no pudiera autorizar con m presidencia la ceremonia ^ si bien para suplir su falta en la ocasión presente le habilitaba hasta cierto punto la circtmstancia de ser hijo de Madrid como el gran poeta, á quien estaba consagrada , al cumplirse el tercer aniver- sario secular de su nacimiento, según acuerdo unánime de la Real Academia Española y á propuesta del Sr, Don flamóu de Mesonero Romanos, Después hizo una sucinta reseña de los trabajos de la comisi(jn encargada de reali- zar el acuerdo, compuesta del Excmo. Sr. D. Ventura déla Vega y de los Sres. D, Ramón de Mesonero Roma- DOS y D. Juan Eugenio Hartzenbusch, á la cual fueron agregados más tardecí Excmo, Sr. D, Cándido Nocedal y d que escribe la presente acta, á quien será también lí- cito alegar el título de haber nacido en Madrid, para suplir menos indignamente al Excmo, Sr. D. Manuel Bretón de los Herreros en el cargo de Secretario. Expresando que la sesión pública y extraordinaria tenía por objeto la inau- guración del monumento mural dedicado por la Real Aca- demia Española al ilustre Lope de Vega, cuyo elogio hizo en breves y sentidas palabras, se apresuró á encomiar el patriotismo, la buena voluntad, el desinterés y la cortesía conque los actuales dueños de la casa se habían prestado

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ó cuanto pudiera mejor contribuir al brillo de la ceremo- nia, en términos de anticiparse á veces y aun de ir más allá de los deseos de la Academia. Y concluyó por hacer presente que, no permitiendo lo reducido del local dar cabida más que á escaso número de personas, la Corpora- ción había atendido á que tuvieran allí representación el pueblo donde Lope de Vega tuvo cuna; la Congregación de Presbíteros naturales de esta villa, de que fué Capellán mayor largo tiempo; la Facultad de Teología y de Letras, por su calidad de Doctor en la primera y de consumado en las segundas; las Academias todas; los poetas líricos y dramáticos, que inspirados por la fe religiosa y el sen- timiento de la nacionalidad enlazan al siglo de Lope de Vega el siglo presente, sin desatender el progreso de las luces; los actores, sin cuya cooperación artística no re- salta bien el brillo de las producciones del genio, y la prensa periódica, que difunde los conocimientos humanos, y que ahora coadyuvaría á la mayor gloria del inmortal Lope de Vega, llevando noticia á todas partes del tributo pagado á su fama.

De orden del señor Presidente hice relación de lo que debía ocupar á la junta pública y extraordinaria antes de la inauguración del monumento, y en seguida leí la es- critura de venta de la casa al adquirirla Frey Lope Félix tie Vega Carpió, y su testamento otorgado la antevíspera de BU muerte, y dentro de la misma alcoba que estaba á la vista. Celebrada aparece el 7 de septiembre de 1610 la es- critura: como vendedor de la casa figura Juan Ambro- sio de Leva, mercader y vecino de esta villa; por Lope de Vega fué comprada en precio de nueve mil reales, cinco mil de ellos al contado, y los otros cuatro mil res- tantes por mitad en los ocho primeros meses siguientes,

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cada cuatro meses dos mil reales, con el censo perpetuo anual de mil y cincuenta y cuatro maravedís á favor del Cura y Beneficiados de la iglesia de Santa Cruz de esta corte, siendo Gaspar de Porras, Pedro Meléndez y Anto- EÍo de Caira los testigos^ y Juan de Obregón el escribano. Con fecha de 2fi de agosto de 16:35 está otorgado el testamento, en cualj después de hacer la profesión de k fe y de encomendar á Dios el alma, Lope de Vega or- dena que, difunto su cuerpo, sea vestido con las insignias de la Orden de San Juan y depositado en el lugar de la iglesia que dispusiere el Excmo. Sr, Duque de Sesa, des- pués de decírsele misa cantada de cuerpo presente en la forma que se acostumbraba por los demás religiosos, el mismo dia de su muerte^ si fuere hora, y si no al siguien- te,—Á cargo de los albaceas deja el acompañamiento de n enlierroi honras, novenario y demás exequias y misas que se hayan de decir por su alma.— Lue^o declara que antes de ser sacerdote y religioso, fué casado con Doña Juana de Guardo, que llevó en dote veintidús mil tras- cientos y ochenta y dos reales de plata doble» y á la cual hÍEo de arras quinientos ducados, de que era deudor á su hija única Doña Feliciana Félix del Carpió, y así manda que se le paguen de lo mejor de su hacienda, --También dt'clara que su dicha hija estaba casada con Luis de Usá- tigui, y que la señaló cinco mil ducados de dote^ compren- diéndose lo que la tocaba de su abuelo materno, de los cuales nada había satisfecho por estar alean ?:ado, y tam- bién ordena que se paguen de seguida.— Para las mandas forzosas deja cuatro reales^ si tienen algún derecho; pa- ra los Santos Lugares de Jerusalén, veinte reales; uno para casamientos de doncellas huérfanas, y otro para avada á la beatificaciún de la beata María de la Cabeza.

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Por albaceas nombra al Duque de Sesa, D. Luis Fer- nández de Córdoba y á Luis de üsátigui, su yerno. Otra cláusula viene á continuación y en esta forma: «Decla- >ro que el Rey nuestro Señor, Dios le guarde, usando de >8u benignidad y largueza, muchos años que, en re- >muneración del mucho afecto y voluntad con que le he >servido, me ofreció dar un oficio para la persona que >casase con dicha mi hija; y porque con esta esperanza >tuvo efecto el dicho matrimonio, y el dicho Luis de Usa- >tígui es persona principal y noble, y está muy alcanza- >do, suplico á S. M. con toda humildad, y al Excmo. Se- >ñor Conde-Duque, en atención de lo referido, honre al »dicho mi yerno, haciéndole merced, como lo fío de su >grandeza.» Después de pagar lo que deber pudiera y de cobrar lo que le fuere debido, en el remanente de sus bienes nombra por heredera universal á su hija única Do- ña Feliciana, y designa á la sagrada Religión de San Juan para que lleve lo que le perteneciere según los estatutos, dando por nulo cualquier testamento anterior ó legado, y sólo por válido éste, que otorga ante el Escribano Fran- cisco Morales y los testigos Licenciado D. Fehpe de Ver- gara, médico; Juan de Prado, platero de oro; el Licencia- do D. José Ortiz de Villena, presbítero; D. Juan de Solís, y Diego Logroño.

Acto continuo, el Sr. D. José Garamendi, Secretario honorario de S. M. y Notario público de estos Reinos, leyó la escritura que á la sazón otorgaban la Real Aca- demia Española y los actuales poseedores déla citada casa de la calle de Cervantes, y según cuyo texto se obligan, la primera á mantener y los segundos á consentir perpe- tuamente el monumento mural consagrado á Lope de Vega, cuya escritura firmaron como otorgantes la señora

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Doña Josefa Poyatos^ sus señores hijos Dona Juana^ Don José y D, EpifaEio López de Morelle^ y todos los señores Académicos antes enumerados. En calidad de testigos fir- maron el Excmo, Sr, D* Luis González Brabo^ Académico alecto; el Excnio. Sr, Duque de Sexto, Corregidor de Ma- drid; el Excmo. Sr. Duque de Tamames, Teniente de Al- calde; Sr. D* José Moreno Elorxa, Sindico, y Sr. D. Ca- milo García Piñuela, Secretario del Ayuntamiento; seño- res D. Miguel Cortés del Valle y D. José Losada, de la Congregación da Presbíteros naturales de esta villa; Excmo. Sr, D. Antonio Bena vides, Excmo. Sr, D, José Zaragoza y Sr. D. Carlos Fort* de la Academia de la His- toria; Sr, D. Juan Moüteneg'ro y Sr, D, Eugenio de la Cámara, de la Academia de Nobles Artes de San Fer- nando; Excmo, Sr, Marqués del Socorro, Sr, D, Frutos Saavedra Meneses y Sr. D. Vicenta Santiago Masarnau, de la Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales; Excmo. Sr. D. Ijorenzo Arrazola, Excmo, Sr. D. Salus- íiano Olózaga y Excmo. Sr. D. Modesto Lafuentej da la Academia de Ciencia^ morales y politicas; Sres, Don Eduardo Palou y D. José Amador de los Ríos, como De- canos de la Facultad de Teología y de la de Leti^as; en representación de los poetas liricos, los Sres. D- Eduardo AsqnerinOj Marqués de Anñón, D. Joaquín José Cervino y D- José García; de los poetas dramáticos, losSres. Don Luis Egnílaz y D, Luis Mariano do Larra; de la prensa periódica, el Excmo. Sr. D. Fernando Gorradi; del arte de la decía m ación 1 los Sres. D, Julián Romea y D. Joaquín Arjona; y por último, el Sr. D. Ponciano Ponzano, como constructor del monumento que iba a ser inaugurado; tras de lo cual declaró otorgada el Sr, Garamendi en de- bida forma la escritura*

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No habiendo podido asistir por enfennedad el Sr. Don Juan Eugenio Hartzenbusch á la junta, su romance á Lope de Vega fué leído con excelente entonación por el Sr, D. Manuel Cañete, cautivando la atención el ingenio con que están bosquejadas las diversas épocas de la vida del poeta insigne, y encomiadas su alta gloria ó impere- cedera fama por un hombre del pueblo, mientras se su- pone la traslación del cadáver desde su casa á la parro- quia, y las tiernas palabras de Sor Marcela de San Félix, hija natural de Lope de Vega y monja Trinitaria, con que termina el bien pensado y sentido romance.

Finalmente, se abrieron los dos balcones centrales; y saliendo el limo. Sr. D. Ensebio María del Valle al de la izquierda, y el Excmo. Sr. Duque de Sexto al de la de- recha, á las dos y treinta y cinco minutos descorrieron las cortinas de damasco puestas sobre el monumento, eje- cutado en mármol por el escultor de Cámara Sr. D. Pon- ciano Ponzano, cuyo conjunto y cuyos pormenores están ajustados al carácter arquitectónico del primer tercio del siglo XVII, así como el revoque de la fachada del edificio. Debajo del busto de Lope de Vega, esculpido perfecta- mente y colocado dentro de una especie de hornacina con los títulos de dos de sus comedias. El mejor Alcalde el Rey y Bl Acero de Madrid^ en los bordes, se ve un medallón elegante y de tamaño proporcionado, con la inscripción siguiente:

Al Fénix db los Ingenios

Frby Lope Félix de Vega Cabpio,

que falleció k 27 de agosto db 1 635

en esta gasa de su propiedad,

LA Real Academia Española.

Ano de 1862.

J

r

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También apareció restableeitia la leyenda qae puso liOpe de Vega encima de la puerta de la caile:

D. O. M.

fAlIVA PBOPRIA MAGItA: VAGlfA ALIENA PAHTA.

Al tiempo de inaugurarse el monumento mural tocó un himno la música de Ingenieros, colocada en frente de la casa. Numeroso público se veía en la calle, á pesar de lo míiy desapacible del tiempo* bastando para mantener el i>tien orden un piquete de guardias civiles veteranos. Entre tanto los dueños de la casa llevaban su galantería al último extremo con levantar al lienzo colocado sobre la pared de en frente de la escalera para descubrir una lápida de mármol negro con la inscripción siguiente:

A LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

£% MEMORtA |>|E LA SBSIÓN PLfiilCA V B^TAAOAUmAKI.^ QUE CBLEBIIÓ EN BATA CASA ÉJL ÜIA 25 PE :VOVtl£»Bfll¿ DBL PBKSECHTK A>0, AHIVEESARIQ URL KACtlIB^TO DEL ILUSTRli MAÜHILEXO LOPK HE VbGA, CON MOTIVO m mADr^lHAM el XOÍ^Ü^S^TOQüK U CONSA^RAt LOS SUCHSOftE!! ACTÜAISS T,\ LA FEOFIIIDAD, VRDA K ÍIIJOS 1>E D. FlIAWCISCO MaRÍA LÓPIZ US

Mqrelle, ano be 18G2.

Inaugurado el monumento mural á Frey Lope Félix de Vega Carpió, el señor Presidente declaró terminada la junta, de que certifico,

Antonio Pcrttr del Rio,

AJ leerse la presente acta para su aprobación, excusa- ron la falta de asistencia por motivos legítimos el Exce- lentísimo Sr. D. Alejandro Olivan, el limo. Sr. D. Tomás

^^^^^n

210

Rodríguez Rubí, Sr. D. Severo Catalina del Amo y señor D. Ramón Gampoamor, que asistieron á la junta ordina- ria del jueves 27 de noviembre. Varios señores Académi- cos excusaron asimismo la falta de asistencia, por razo- nes igualmente legítimas, de los Excmos. Sres. D. Mateo Seoane, D. Joaquín Francisco Pacheco, D. Agustín Duran, Marqués de Pidal, D. Nicomedes Pastor Díaz, D. José Caveda y Sr, D. José Joaquín de Mora.

Se hallaban ausentes de Madrid los Excmos. Sres. Ck)n- de de Guendulaín, y D. Patricio de la Escosura, y el Ilus- Lrísimo Sr. D. Eugenio de Ochoa.

Por oficios al Presidente de la Comisión, consta que no pudieron asistir los Sres. D. Adelardo López de Ayala y D. José García Luna, en representación de los autores dramáticos el primero, y de los actores el segundo.

NÚMERO V.

Escrliura de venta de la casa nám. 11 de la calle de Francos» al adquirirla Frey Lope Félix de Tega Carpió.

En la Villa de madrid a siete días del mes de setienbre de mili e seis cientos y diez años ante mi el escriuano e testigos páreselo Joan anbrossio leua mercader vezino ílesta Villa = Estando presente el dotor aldana Gura pro- pio de la yglesia de santa Cruz y el maestro crespo bene- ficiado por y en nonbre de los demás benefi9Íados de la yglesia de santa Cruz desta Villa = Les dixo que bien saben que el tiene unas casas en esta Villa a la calle que llaman de francos linderos casas de Joan de Prado y otros linderos sobre la qual el dho cura y benefi9Íados tienen mili e 9inquenta e quatro marauedis y dos gallinas de

ni

censso e renta en cada un año perpetuamente y con el dho cargo tiene tratado rte vender las dhas casas a liOpe de Vega carpió vezino desta Villa en prescio de nueve mili Reales ^ que les pide e rreqaiere le den usencia para c^lebrai' la venU de las dhas casas questa presto de pagar la veintena parte con los rredito^ f'onndos hasta el dia de oy e lo pidiü por testimonio=El dho cura y beneficiados ilixeron que no quiei^n la dha cassa por el tnnto sino que pagando la veintena parte del prescio de las dhaa cassas con los rreditos corridos? hasta el dia de oy e otoriíandole el dho Lope de Vega carpió escriptura de n^econos^^i- miento y dándola sacada a sn costa y no en otra manera dixeron que dañan e dieron lisencia e facultad en bastan- te forma al dho Joan anbrosio f ^eva para que pueda cele- brar la dha venta en el dicho presgio de los dhos nueve mili rreales=y ¡^e dieron por contentos y pagados a su voluntad de trecientos y ochenta e quatro rreales, los trezientos y sesenta por la veyntena parte del dho prescio y rremitieroE lo demás y los veinte e quatro rreales por los rreditos corridos hasta el dia de oy por quanto Um rresgibieron del dho Joan anlirosio Leva en prasenQia de mi el dho escriuano e tes ti tros desta carta de que yo el escriuano doi fee que rreacibieron la dha cantidad los dhos cura y beneflgiarios en moneda de vellón y otorgaron caria de pago y lisencia en forma liastantr romo de de- reclr» se rrequiere v es nescesario para su validación y lo atorgaron ansi, siendo testigos pedro melendez y lorenzo tí© montarroso y Fran*^^ lope?; Zarralde estantes en esta corte y km otorg* que yo el escriuanodoi fee conozco lo firmaron. El liíjen^" Joan martine?: de aldana el licen'*'* craspo— ante mi Joan de obregon ^ R yo Jhoan de obre- gon seriuano del Rey nuestro Señor e perpetuo del nu-

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mero de la Villa de madrid y su tierra presente fui y lo signe = En testimonio de verdad= Jhoan de obregon.

Sepan quantos esta publica escriptura de venta y ena- í^enagion vieren como yo Joan anbrosio leva mercader vecino desta Villa=digo que por quanto por venta judi- cial que antel señor alcalde gregorio lopez madera e mar- iin rromero escriuano de prouiuQia se hizo estando la norte e consejos en esta Villa de madrid se remato en mi como en mayor ponedor unas casas questan en esta Villa a la calle que llaman de francos linde de casas de Joan de í^ado y por parte de abaxo casas de Juan Sánchez algua- cil de corte en presgio de setecientos ducados con el cargo de censso perpetuo que sobre ellas tiene el cura y benefi- ciados de la yglesia de santa Cruz desta Villa los quales íiioron los quinientos ducados dellos de contado y los du- cientos rrestantes por otra tanta cantidad que sobre la ilha cassa están fundados a censso a rrazon de catorze la qual venta se hizo a instangia de Pedro de tamayo e yo pague los quinientos ducados conforme al dho rremate a Joan bautista andriano yerno del dho pedro de tamayo r^omo suQcsionario y del dotor brauo como consta mas largamente por la dha venta judicial que en mi fauor se otorgo por el dho señor alcalde Gregorio LfOpez madera AD esta Villa en diez dias del mes de henero de seiscientos que signada de el dho martin rromero con esta se entre- ^^ara=de mas de lo qual el dho Joan bautista landriano y fioña maria de ayala sií muger de mancomún e ynsolidun por escriptura que en mi favor otorgaron en esta Villa en diez y siete de el dho mes de agosto del dho año de seis- cientos y ocho rrateficaron la dha venta e se obligaron a la euigion y saneamiento de la dha casa = y ansi mismo de quitar e rredimir los dhos dufientos ducados de el dho

n%

censso para que la dha

quedase libre dentro de vn

cassa

mo de ia fecha della donde no les pinliese executar por los dhuíi duzientos ducados como mas largamente consta de la dha escriptura que ansi mismo se entregara = y e^ and que en la forma que yo ten^o comprado la dha cassa y fon la misma evigion y saneamiento y ún otro alguno ten^ii tratado de vender la dha casa de suso declarada el cargo de ganso perpetuo que tiene = a lope de Vega carpió v67Jno deata Villa por el presgio y de la manera que aqui sera contenido^ R poniéndolo en eleto= Otorgo econ«^zco por esta presente carta que vendo y doy en renta rreal por juro de heredad desde asrora para mempre xamas al dho Lope de Vega Carpió para el y para sus herederos y suc^e^oros e para quien de vos u dellos vuiere titulo o mana en qualquíer manera a saber las dhas casas áñ soso deslindadas que fueron del capitán Villegas de inimcivay qn están en la dha calle de francos desta Villa Bobre la qual tiene y le pertenesce a el dho Cura y be- neficiados de Santa Cruz desta Villa mili e cinquenta e quatro marauedis de gena-^u perpetuo en cada un año con derecho de usencia e veintena a quien a de haser rreco- DQ8cimiento=^y por libre de obligación e ypoteca e^pegial ni jeneral que por mi parte se aya ynpuesto después que ten^o y poseo, con todas sus entradas y salidas, usos y costunbres pertenencias derechos y seruidunbres quantas tiene y auer deva y con las que m me venrlieron en la dha venta, por pres^io e quantia de nueue mili rreales^ >?ados en asta manera^ Los cinco mili rreales luego de <^^otado en presencia del escríuano e testigos desta carta de cuya paga y entrega yo el escriuano doy fee que en mi presencia e de los dlis testigos el dho Joan anbrosio Leva resoibio del dicho lope de Vaga los dichos cinco mili

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reales en rreales de plata de a dos y a quatro, y los quatro mili rreales rrestantes pagados dentro de ocho meses pri- meros siguientes de la fecha desta por mitad en cada quatro meses dos mili rreales de que en casso nesQesario y a mayor abundamiento por quanto se a de obligar en la manera que dha es me doi por entregado sobre que rrenungio la exQeqion de la no numerata pecunia y leies de la paga, e prueua della y del engaño y las demás que en esta rrazon hablan como en ellas se contiene y otorgo digo e confieso que los dhos nueue mili rreales es el justo presQio e valor de las dhas casas e que no valen mas e que si agora o en algún tiempo mas valen o pueden valer de la tal demasía e mas valor le hago gragia y donagion pura mera perfeta ynrrebocable quel derecho llama entrebiuos dada e donada luego de presente y rrenungio la Ley del hordenamiento rreal fecha en las Cortes de alcalá de he- nares que trata sobre las cosas que se conpran e venden por mas o menos de la mitad del justo presgio y los quatro años en ella declarados que tenia para pedir rre^eQÍcn deste contrato y suplimento al justo valor y desde oy dia questa carta es fecha y otorgada en adelante para siempre xamas me aparto de la propiedad y señorío titulo boz e rrecursso y otras aciones rreales e personales que me pertenesgen a la dha cassa y a la evigion y saneamiento que dellas me hizieron los dhos Joan Bautista Landriano y su muger y liberagion e redengion de los dhos dugientos ducados de el dho gensso y todo ello se lo gedo rren ungió e traspasso en el dho liOpe de Vega Carpió y en sus here- deros y sucgesores y le doy poder para que las pueda po- seer e tener e hazer dellas a su libre voluntad =E para ello le entrego la dha venta judicial y escriptura de obli- gagion y saneamiento de suso rreferido=y durante y en-

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tretónto qae por m parte es tomada e aprehendida la dha pusesion me constituvo por su ynquilino tenedor e posee- tior e me obligo que por mi fecho e casso propio como dhoes la dha eassano tengo vendida enajenada enpeñada obligada ni ypotecada ni en otra manera enaxenada por- que lo demás de la eviíjion v saneamiento della no e de quedar obligarlo a cosa alguna mas de la que tiene hecha el rfho Joan bautista Landriano y su miiger y en quantcí a lo demás se la vendo a su rriesgo e ventura porque a sido y es trato e coñgierto y de qualquier persona pe por mi fecho se la enbargare o pusiere mala voz to- mare el pleito y lo siguiere e fenesgere a mi costa é min- 5Í0Í1 hasta le dexar en paz y en salud con la dha cassa so pena de le pagar lo que por mi parte le saliere yncierto oon las costas y daños que se le siguieren e rrecresQie- ren=E yo el dho Lope de Vega Carpió qne presente estoy i lo que dho es aviendo oydo y entendido esta escriptura la acepto en todo e por todo como en ella se contiene e por lo quG a mi toca prometo e me obligo con mi persona y bienes muebles e rraisíes ávidos e por auer de dar e pa- gar los dhos quatro mili rreales al dho Joan anbrosiu leva u a quien ^n poder hu viere en rreales de plata y no en otra manera para desde oy dia de la fecha desta carta en ocho meses cumplido^^ priitiems siguientes en dos pagas en cada quatro meses dos mili rreales por la caussa e rrazon de suso rreferida de que siendo nes^esario y a maior abundamiento me doy por contento y entregado a mi voluntad e rren unció la exce^ion de la no numerata pecunia y leyes de la paga e prueua della y del engaño T las demás que en esta rraznn hablan como en ellas se contiene apuestos e pagados los dhos quatro mili rreales en la manera que dha es en esta Villa de madrid en cassa

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.y poder del dho Joan anbrossio leva v de quien su poder huviere a mi costa e rriesgo=y para mas seguridad de los dhos quatro mili rreales ypoteco por tazita y espresa ypoteca sin que la obligagion general derogue ni perju- dique a la espegial ni por el contrario las dhas casas de suso declaradas y deslindadas que por esta escriptura el dho Joan Anbrosio leva me vende para que no las pueda vender dar donar trocar canbiar ni en otra manera ena- xenar hasta tanto que aya pagado los dhos quatro mili rreales i la uenta i enaxenagion que de otra manera se liiziere sea en si ninguna y de ningún valor y efeto ade- mas de caer e yncurrir en el delito destalionato y si para los dhos plaQOs no vuiere dado e pagado los dhos quatro mili rreales y estuviere o rresidiere fuera desta corte pueda el dho Anbrosio leva ir o enbiar una persona a qualquiera de las dhas pagas con salario de quinientos maravedís por cada vn dia que en la cobranza se ocupare ansi de yda estada y buelta contando a rrazon de ocho leguas por dia los quales nos obligamos de pagar á la tal persona la qual quiero sea creyda por solo su juramento sin otra prueua ni diligencia alguna de que le rrelieuo por los dias que en la dha cobranga se ocupare y por los dhos salarios quiero ser executado como por el principal =E para lo ansi guardar e cunplir cada vna de nos las dhas partes por lo que a cada vno toca de guardar y cun- plir obligamos nuestras personas e bienes muebles e rraizes ávidos e por auer y damos poder cunplido a qua- lesquier Juezes e Justicias de su magestad a cuya juridi- cion nos sometemos i espegialmente y por especial sumi- sión yo el dho Lope de Vega Carpió me someto al fuero e juridicion de los señores alcaldes de la Gassa y Corte de su magestad corregidor y su lugarteniente desta Villa de

iUáñá y a cada uao yniolidun para que por todo rigor de derecho e via executiua nos con pelan e apremien al ctuiiplimiento e paga de lo que dho es como si esta « scrip- tara fuese senitín^ia definitiua de Juez conpetante pasada aEcossa jii^cgada errenuncjiamos nuestro fuero juridicion y domicilio y la ley sit eonvenerid de juridiqione onivra jüdif im y las demás leyes fueros y derechos de nuestro k^.r^ ron la lev e derecho que dize que general rrenun- m de leyes fecha non vala. En testimonio de lo qual *jt4argamo8 esta carta en la manera que dha es ante es- crimno publico e testigos yuso escriptos quo fué fecha e otor^da en la Villa de madrid a siete dias del mes de se- tiaobre de mili e seiscientos y diez años siendo testigos raspar de Porras y Pedro melendez y Antonio de Ca>Ta vezinos y estantes en esta Villa y los otorgantes que yo el escriuano doi fee conosco lo firmaron de sus nombres ^.Toan anbrosio Leua = Lope de Vega carpió^ Ante mi ploan de obregon=E yo Jhoan de «bregón Scriuano dt 1 Rey nro Sj e publico del numero de la Villa de madrid y su tierra presente fui a lo que dho es e lo hize sacar para titulo de la venta de Lope de Vega Carpió y lo sig- ne = En testimonio de verdad ^.Ihoan de obregon W.

NÚMERO VI.

Lope de Begt: diBftmption i% h casa que tiene en la oaUe de ffraiiooi.

Don pheufe tercero desta nomlíre por la gracia de Dios Rey de Castilla, de león de aragon de las dos SÍ5Í-

(!) Parece excusado advertir que este doenmenio y los tres Bií^aientea TftQ hnprcgos (en la posiWe) con la orlografia de los originales, que formíin pite de tos títulos de In casa que fa6 de tope, y üxistea en poder de los ilueñofi aetualeii de ella, los Sres. ü. José y D, Epifaaio López de Morelle.

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lias de Ihm. de portugal de nauarra de Granada de toledo de Valencia de Galicia de Mallorcas de Seuilla de cerde- iia de córdoba de corgega de m urgía de Jaén de Los al- ^arues de algegira de gibraltar délas yslas de canaria dé- las yndias orientales y ocidentales, yslas y Tierra firme del mar océano Señor de vizcaya y de molína &/

i^OR QUANTO he ssido ynformado que si concediesse ex- süDiption perpetua de huespedes de apossento para todo Ití que se labrare enlas cassas que llaman de malicia e vücommoda partigion déla villa de madrid quedando con la carga que agora tienen de pagar lo que les esta rre- partido por el primer repartimiento que se hizo por la tercia parte délos alquileres con que contribuyen para ayuda al aposento délos ministros y criados míos y délos tíarenissimos principe ó ynfantes mis muy caros y muy íunados hijos los dueños dellas se ynclinarian amejorar- las ensancharlas y hediflcarlas con cuyos hediffigios se ennoblegeria la dicha* villa y quedaría mas seguro lo que pagan para el apossento pues muchas que están flacas y que con facilidad se podrian caer se asegurarían conlos liüdífficios y se ensancharía la población déla labor y jun- tamente conello se podría sacar alguna summa de dinero para socorro délas necesidades que seme oftregen sim per- juygio alguno antes dándolo los dueños délas dichas cas- sas de su voluntad por la mrd. que retiñirían enla dha. ex3emption y por parte deuos Lope de bega carpió fami- liar del sancto (^) ofQgio déla ynquisigion y vegino déla

(1) Al pie de la piaaa qae priucipia coa esta palabra, se halla la nota ^l uniente:

Gomo Arquiteclo de esta Visita, declaro qae las líaeas de este Privilegio eomponeo ciaco mili, y trescieatos pies qaadros saperGciales. Madrid 3 ds Jalio de 1763.= Joseph Ygaacio Gutiérrez.

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dicha V illa de madrid seme a supplicado os hiélense rard, de concederos exsemption perpetua para vna cassa que tenéis enella en la calle de IVancos que primero fue de los herederos del capitán Villegas la qiial tiene de delantera cincuenta y tres pies y de ondo í^iento y es todo al ancho de la delantera déla dlia, calle y los edifficius y viuienda que en la dha. cassa ñy son vn cagiian sala y alcoba y co- cina y vn oratorio peqiieño todo doblado íle bobedillas y vn corral que tiene vn cobertizo que sirue do palomar atexabana y seraieio de desuanes bajos atexabana y linda por vna parte concassas de jnan de praiiu y dcla otra con casas del aguacil Juan sanchez de que pagáis quatro mili } quiíüentos mrs. déla dicha terina parle y que por la dicha exsemption me seruiriades con lo que fuese justo í VISTO en mi consejo de bazieuda e yn formado déla ca- lidad V sitio déla dicha casíía v hedióla medir se concertó uODuos de os conceder la dha. exsemption y libertad per- petua enella assi enlo que tenéis labrado como enlo que de nuebo se labrare y acrecentare siruiendome con se- tenta y ?inco mili mrs> pagados en dos años y dos pailas por mitad que corren desde quatro de dií^iembre del año pascado de mili y seis gientos y doce y quedando á vues* tro car^o la pagfa délos dhos, qimtro mili y quinientos nirs, déla dha, tercia parte con que lo que se labrare en la delantera déla dha. cassa aya de ser guardando en la tra- (ja y labor la orden «-eneral que esta dada con declarazíon que no seos a de apremiar en ningún tiempo á que agais la dha, labor porque a de quedar a vuestra vohmtad y délos que subcedieren en la dicha casa labrar quando qui- deredes y quisieren y que si vos oel dueño que fuere dellá agora o en algún tiempo compraredes o adqiiirieredes junto aella algunas otras cassas apossentos o corrales por

n

250 pequeños que sean que no estuvieren exsentos no Iob po- dáis ni puedan yncorporar conel que queda exsento y preuillegiado sino fuere manifestándolo primero quelo vacorporeis alas justicias déla dha. villa de madrid y alos apossentadores que tienen o tuvieren los libros del apos- sento de mi cassa y corte para que tomen la rrazon dello y den certificación de lo que asi se manifestare sopeña que por el mismo casso pierdan otro tanto del aposento que queda exsempto y preuillegiado por esta carta como fuere lu que assi se yncorporare enel sin hacer la dicha manifestación y los dichos apossentadores sean obligados atomar luego la rrazon y dar la dicha certificación sin dilazion ni Ueuar porello derechos algunos y auiendo vos el dho, lepe de bega carpió aceptado el dicho concierto c^(Jmo esta dho. os obligasteis de pagarme los dhos seten- ta y cinco mili mrs. á los dichos placos hipotecando ala íse^uridad dello la dicha cassa y la escriptura que dello utorgastes quedo en poder de don fauian de monrroy Ga- uallero déla orden de alcántara mi Thesorero general de que os dio certificación en siete de diciembre del dicho año de mili y seis cientos y doce déla qual se tomo la rra- yon por el contador del libro de caxa y los de la rrazon de mi real hazienda que para satisfacion de vos el dho Lope de bega carpió he mandado yncorporar en este pre- uillegio y es del thenor siguiente.

Yo DON FAUIAN de monrroy Gauallero del auito de al- cántara Thesorero general del Rey nro. señor certifico que queda en mi poder vna obligación que otorgo lope de bega carpió familiar del sancto officio vezino desta villa ante melchor Bazquez moran escriuano de su mag.^ su criado } official en la secretaria de su rreal hazienda en quatro de diciembre deste presente año de pagar á su ma-

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gestad o a su Thesorero general en su nombre o a quien por su majestad fuere iiiandado setenta y ginco mili mrs, en dos años y dos pagas por mitad qnela primera comien- i¡ñ desde quatro de diciembre passado des te año puesto^j enesta villa eulas arcas de tres llaves tle su magrestad en reales de contado con ynteruengion de los señores conta- dores 0) de la racon déla rreal Has^ienda que tienen las llaues dallas. Con salario de quinientos mrs. ala persona que entendiere aula cobranza por la rard, que su mages- tad le a hecho de mandar dar preuilleíJ^io de essempíion perpetua de huespedes de corte y de otros en vna cassa íJel susodicho que tiene enesta villa en la calle de francos que solia ser délos herederos del capitán viUegas que tie- ne da delantera ^ñnquenta y tres pies y de ondo cienUí linde de Juan de prado y del aguacil Juan sanchex alas quales les esta repartido de tercia parte quatro mili y qninientos mrs. Cada año que quedan cargados en o I las para el dicho hefeto y con hipoteca especial dellas y des- ta ^*ertifica?iün an de tomar ragon el señor contador del libro de caxa de la hazienda de su mageatad y los dichos señores contadores déla rrazon della. fecha en madrid a siete diaa del mes de diciembre de mili y seis cientos y

(t) Eo til tiiargen dt* \n plana (|ue priuclpift con eslUi^ palabnii* se tia^ Ua lo que siguí»;

HoTi. Ua caías c^Dteüidas ea ette priyUegio juato eon cifras imedia- tas á ellas estíiu ypúUecxtdaí^ n la segundad de ud eeugo do catorce nril rs. de pñjieípal que con rodUos de dos y medio por ciento á el año ympusie- nm O, Ferantida Martí uea^ de Haete y D.* Aoto^ia Sancbez Recuero su mu- ;^r dueños de ellas en favor dd Pftltronato y Obras piaa i(ue fundarou Mro Saaresi de Toledo y D.* l.eooor de Esttrada su nui;:er por escritura ^ue otorgarou anttemi eu este día. Y pura que cooste yo Juan Villa y Otier dsí-nhano de S, M. y del numero de ostít Villa pongo esta nota que fírmo ea ^Aadrld ^ catorze de Abril de mil setecientos seteota y sieltc.— Ju»q YUI¿i V Olier.

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áoqe años, don fauian de moniToj\ En treynta y vno de digiembre de mili y seis gientos y doQe años, tome la rragon miguel de ypenarieta. Tomo la rragon Antonio gongalez de legarda. tomo la rragonjuan munoz des- cebar.

Y APROUANDO como poF la presente apruebo. El dicho concierto mando se guarde y cumpla según y déla mane- ra que esta referido por los dichos setenta y ginco mili mrs. délos quales amayor abundamiento no embargante que no son cumplidos los dichos plagos para que este con- cierto quede del todo perfeto me doy por contento y paga- do y porque la paga de presente no parege derogo la ley déla non numerata pecunia prueba y paga y las demás que eneste casso hablan como enellas se contiene y yo y los Reyes mis subgessores no permitiremos ni permitirán que agora ni en tiempo alguno se vaj^a contra lo susodho. sino que perpetuamente para siempre jamas os concedo preuillegio y exsemption perpetua de huespedes de apos- sento enla dha. cassa de suso declarada para que enella ni enlo labrado ni edificado ni enlo que de nuebo se labrare y hedificare y acrecentare vna y muchas veges por vos el dicho lope de bega carpió o porqualquier de vros. sub- cessores vniuersales y particulares enqualquier manera para siempre jamas no os puedan ser echados enla dicha cassa ni em parte alguna della huespedes de apossento de corte contra vra. voluntad ni gente de guerra aunque sea por cassa publica de mayor ymportancia que se pue- da penssar ni por faltar cassas de apossento ni por otra qualquier cossa ymaginada o por ymaginar ni por veni- da y estada de Rey principe o ynfante ala dicha villa ni otra qualquier perssona de qualquier calidad dignidad preheminengia y condición que sean porque en ningún

Ipo. ala dha. f-mm y sitio della qne esta dho. no an de ser hee hados los dichos huespedes antes a de quedar y queda la dicha cassa y sitio della con todo lo labrado y por labrar y que se labrare según dho. es libre de todo arenero de huespedes de apossento- Y se decslara que aun- que la corte se mude déla diclia villa por algún tiempo o para siempre jamas ni por otra rraíjoo ni causí^a alguna ymaginada o por ^^TOaginar yüuilosUeyesmissubcessO' res no an de ser oblifrados aos voluer ni a vros, herede- ros los dichos setenta y cinco mili mrs. ni parf^ alguna dellos ni lo que ouieredes srastado ó jrasta redes en la labor porque tan solamente lo emos de estar para que se gnar- íie la contenido en esta carta sobre lo tocante ala dha, exseinption y premllegio dalla r l>Enr„\RO que esta mrd. no bale ni puede valer mas quelos dií^hos setenta y dnco nül] mrs. y si mas vale y valer puede déla tal deniassia m hago gracia y donación perfeta ynrrebocable que el derecho llama entre vinos por algtmos seruicios que me aueis fecho de mayor rom uñera Qton fie cuya prueba os n-eliebo y aunque la dicha exsemptiun y mrd* no balfya lantü como montan los dhos. setenta y cinco mili mrs, conque me seruis no anei?* de tener ación ni vuestros he- rederos ni quien subf^ediere en la dha. caasa de pedirlo emtiempo alguno ni poralguna manera porque de vra. vohmtad y graciossa mente lo aueis oflrecido y querido seruirme con ello para ayuda alas necesidades que de presente tengo y encargo al serenissimo principe mi muy caro y mi amado hijo y mando alos ynfantes preladofs duques marqueses condes ricos hombres priores delaí? ordenes comendadores y subeomendadores alcaydes dé- los castillos y cassas fuertes y llanas y alos del mi con- sejo presidentes y oydores délas mÍ8 audiencias Alcaldes

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y alguaciles de mi cassa y corte y a todas las demás Jus- ticias y ministro de guerra destos mis reynos y al mi apossentador mayor y demás apossentadores de mi cassa y corte que guarden y hagan guardar auos el dicho lope de bega carpió y a vuestros herederos y a quien de vos o dellos ouiere titulo o caussa para siempre jamas esta carta de exsemption y preuillegio y contra el tenor della no passen ni consientan yr ni passar y alos dhos. apos- sentadores que tienen otubieren los libros del apossento que no hechen ni consientan echar enla dha. cassa y en- lo que se hediflcare enella y enel dicho sitio huespedes de apossento de corte y guerra para siempre jamás y lo noten ansi en los dichos libros quedando solamente con- la dha. carga de los dhos. quatro mili y quinientos mrs. déla dha. tergia parte conque sila corte se mudare de ma- drid el tiempo que estuviere fuera della nolos aueis de pagar ni parte alguna dellos todo lo qual es mi voluntad que asi se haga y cumpla sim embargo de quales quier le- yes prematicas y cédulas que se an dado sobre lo tocante al apossento de mi corte y otra qual quier cossa que aya y pueda auer en contrario que para en quanto aesto toca y por esta uez dispenso contodo ello quedando en su fuerza y vigor para en lo demás adelante y mando alos fiscales anssi de mi consejo como de todos los demás tribunales que agora son y adelante fueren y aqualquier dellos que si vos el dho. lope de bega carpió y vros. herederos y sub- cessores enla dicha cassa quisieredes y quisieren que sal- gan ala defenssa desta exsemption contra qualquier quelo quisiere contra decir entodo o emparte lo hagan y sigan entodas ynstangias el pleyto contestado o no y que en casso que de hecho os sean hechados huespedes nolos ad- mitáis ni seáis obligados alos rreciuir sin caer porello em-

peo a alg-una ponine la filia, cmm a ri^ ñev lihre de apos- sentó de corte y guerra para siempre jamas y los vnos ni los otros no ha^^ais cossa en contrario por alguna manera so pena déla mi mrd, y de diez mili mrs. para mi cámara délo qiial mande dar y di la presente escripia emperga- mino y sellada con mi ?;ello de plomo pendiente en filos ÚB seda de colorea y librada del presidente y los del mi consejo de harienday contaduría mayor della alos quales mando qne hagan a*^sentar el traslado desta mi carta de preuilleario en los libros délo sainado que ellos tienen y que H(tbre escripto este de como se hi<;o os le buelban de qne m de tomar la rra^on los dichos aposseníadores y el con- tíidor migíjel Salmerón que tiene la cpienta y ragon de lo que procede déla tercia parte qne se rreparte para el apossenlo alas dhas, cassas de malicia e yncomoda parti- ción. Dada en el pardo a catorze de Hebrero de mil y sais ijientos y trei^.=Yo el Rey. (Siguen firmas y notas,) ('■

Número VIL

Don Phelipe por la f^aeia de dios Rey de castilla, de león, de araj^on, délas dos sicilias, de *fernsalem. de por- tii^'al. de nabarra. de Granada, de toledo, de Valencia, rlegali^ia. de mallorcas. de sebilla, de cerdeña* de cor- áf)\m. de corcet^a, da mnrijia, de Jaén, délos algarbes, de algegira. de gibraltar. délas yslas de canaria, délas yndias orientales, y oci dentales, yslas y tierra firme del mar Oneano, Arcliiduqne de austria, duque de bordona, de brabante y milan. Conde de flandes de aspurg y de bar- celona. señor de bixcaya y de molina, etc.» A bos lope

ttí Eftc dot^urtiento y el si^uícQle do Tucrou kídos eo la sesióu.

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de bega carpió vezino desta billa de madrid sabed que yo mande dar. y di para el presidente, y los del mi consejo de hazienda. y contaduría mayor della. dos mis cédulas firmadas de mi real mano despachadas. La una por mi consejo de cámara refrendada de tomas ángulo mi secre- tario. Y la otra por el dho. mi consejo de hazienda re- frendada de pedro de contrefas. asi mismo mi secretario questan asentadas en los libros de la razón de mi real ha- zienda que son del thenor siguiente.— El Rey = presi- dente y los del nro. consejo y contaduría mayor de ha- zienda yo os mando que libréis al prior fray les y conbento del monasterio de santa cruz déla ciudad de segobia de la borden de santo domingo treinta mili mrs. en cada uno de dos años este pressente de seiscientos y honze y el be- nidero de seisQientos y doge de que nos le hacemos inrd. y limosna para ayuda, de su sustento, tomando la razón liesta nra. cédula Juan ruiz de belasco nro. criado, fha. en madrid a primero de junio de mili y seis cientos y honce años. Yo el rey. por mandado del rey nro. señor tomas de ángulo, tomo la razón Juan ruiz de belasco.— El rey: presidente y los del mi consejo de hazienda y contaduría mayor della sabed que por una mi cédula de primero de junio pasado deste año de mili y seisQÍentos y honoe despachada por mi consejo de cámara hige mrd. y limosna al prior, frayles y conbento del monesterio de fianta cruz déla giudad de Segobia. déla borden de santo íiumingo. de treinta mili mrs. por este dho. año y otros treinta mili por el benidero de mili y seiscientos y do^e para ayuda a su sustento, y os mande se los librasedes donde los pudiesen cobrar según mas largo enla dha. mi cédula se contiene, y porque mi boluntad es que tenga cumplido efeto. por la presente os mando que la beais

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t5T

guardéis y cumpláis enlodo y portodocomoeiielk se de- clara, y en m cumplimiento libréis^ en i[iiales quier fincas de mis alcabalas tercias y otras rentas donde lo aya des* eobara/ado y en corridos de juros, que ayan pertenecido o pertenezcan a mi real hazienda no enbargante. qnesten reserbados y en cosas estrahordinarias. de que ay o hu- biere razón en mis libros del la al dho. prior, fray les y eonbento del dho. monesterio de santa cruz de segobía, los dhos* treinta mili mrs encadaimo délos dhos, dos años qm an de haber por la razón susodha, y para la cobranza dellos les daréis los despachos necesarios en la forma que íonbenga solamente en virtud déla dha. mi cédula de primero de junio daste año y desta sin otro recaudo al- gfuno. y si los dhos, mrs. no cupieren en la parte donde «na hez se los libra redes se los bolbereis a librar en otras délas dhas* cosas donde quepan, que yo lo tengo asi por bien ITia» en san lorenzo a treinta de jullw de ¡mil y seisgieniús fj honze afws. yo el rey. por mandado del rey nro. s,***' pedro de eontreras. Y aora por parte del dho. monesterio me fue suplicado le mandase librar los dhos, sesenta mili mrs* en parte donde con brebedad los cobrase y bisto por el presidente y los del dho. mi consejo de ha- zienda y oontaduria mayor della fue acordado que aquenta dellos se librasen enbos quatro mili nobezientosy nobenía y ocho mrs. para que se los paguéis délos treinta y siete mili y quinientos mrs. questais obligados a me pagar en mis arcas de tr^ I labes al mi thesorero general oala per- sona que por mi os fuere mandado para quatro de di- ciembre deste ano de seiscientos y trece por la mitad y primera paga de setenta y ginco mili mrs. conque me serbis por la mrd, que os hi^e de mandar os dar prebille- gio de esen^ion perpetua de huespedes de corte y otros

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en vnas óasas que tenéis enla oaDe de fhincos (piedando como quedan cargados en ella la paga de quatro mili y quinientos mrs. que os están repartidos por la tercia parte de aposento que tenia. E yo tubelo por bien y os mando que luego que sea pasado el dho. dia quatro de diciembre deis y paguéis alos dhos. prior frayles y con- bento del monesterio de santa cruz de segobia los dhos. quatro mili nobegientos y nobenta y ocho mrs. y tomando su carta de pago ó de quien su poder hubiere. Gonla qual y esta mia de libramiento abiendo tomado la razón della don fabian de monroy mi thesorero general y miguel de ypenarieta. contador del libro de caja de mi harienda se- rán bien dados y pagados y no seos bolberan apedir otra bez agora ni en tpo. alguno y si luego que sea pasado el dicho plazo no selos dieredes y pagaredes mando a qua- lesquier mis Juezes y Justicias destos mis reynos y seño- ríos acadauno en su jurisdÍ9Íon os conpelan y apremien aello por todo rigor de derecho y bia ejecutiba la mas brebe y sumaria que de derecho hubiere lugar, haziendo y mandando hazer en buestra persona y bienes todas las ejecugiones prisiones bentas tranzes y remates de bienes que conbinieren de se hazer como por mrs. de mi haber asta que con efeto selos ayais pagado con mas el salario déla persona qiiie con poder délos dhos. prior frayles y conbento del dho. monesterio asistiere alacobranga dellos de todo el tpo. que dilataredes la paga arazon de quinien- tos mí*s. al dia. con mas las costas procesales que se cau- earen eneUa con declarazion que si al tpo. quela dha. per- sona entendiere enla dha. cobranza obiere otra o otras con salario contra bos ala délos mrs. restantes que me debéis pagar al dho. plazo sean de repartir pro rata entre t(x)os los dhos. quinientos mrb. según la cantidad que ca-

imno vbiew de cobrar debos que yo por la presente ago gicrtos sanos seguros y de paz los bienes que por esta ra- 2011 fueren hendidos y rematados alas personas quelos compraren y en quien se remataren para agora y siem- pre jamas y no agais cosa en contrario que asi es mi vo- luntad dada en madrid a tres dias del mes de marzo de mili y seiscientos y tre7,e años. (Siguen firmas y notas.)

NÚMERO VIIL Oopia M tastsmenid da Frey Lop» Félii ie Ta^ft Carpió.

En el nombre de Dios nuestro Señor amen. Sepan lo^^ pe vieren esta scriptura de testamButo y vltima volun- tad como yo Frey I^ope FóUx de Vega Carpiu presiütero de la sagrada rrelixion de San Juan estando enfermo en Ia cama de enfermedad que Dios nuestro Señor fue ser T¡do de me dar y en mi memoria juicio y entendimiento natural creyendo y confesando como verdaderamente creo y confieso el misterio de la santií^inia Trinidad Padre híxo y Spiritu santo que son tres personas y un solo Dios irerdadew y lo demás que ere he y enseña la santa madre yi^km catholica rromana y en esta fe me huelgo hauer diiiílo y protasto uiuir y morir y con esta ynbocacion di- íiina otorgo mi testamento desapropiamiento y declara- üion en la forma siguiente

Lo primero encomiendo mi alma a Dios nuestro Señor que la crio y Mt^o a su ymagen y semexauía y la rredi- Olio por su preciosa sajigre al qual suplico la perdone y lleue a su santa gloria para lo qual pí)ngo por mi ynter- cesora á la sacratísima Virgen maria conceuida sin peca do original y a todos los santos y santas de la corte del

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cielo y difunto mi cuerpo sea restituido a la tierra de que fue formado .

Difunto mi cuerpo sea bestido con las ynsignias de la dha. rrelixion de San Juan y sea depositado en la yglesia lugar que hordenare el Exmrao Señor Duque de Sesar mi señor y pagase (^) los derechos

El dia de mi muerte si fuere ora y sino otro siguiente se diga por mi alma misa cantada de cuerpo presente en la forma que se acostumbra* con los demás Relixiosos= y en quanto al acompañamiento de mi entierro onrras nouenario y demás osequias y misas de alma y rregadas que por mi alma se an de decir lo dexo al parecer de mis albaceas o de la persona que lixitimamente le tocare esta disposición

Declaro que antes de ser sacerdote y rrelixioso fui ca- sado según orden de la santa madre Iglesia con Doña Juana de guardo hixa de Antonio de guardo y Doña Ma- ría de coUantes su muger difuntos vecinos que fueron desta uilla y la dha. mi muxer trajo por dote suyo a mi poder veinte y dos mili trescientos y ochenta y dos rrea- les de plata doble e yo la hice de arras quinientos duca- dos de que otorgue scriptura ante Juan de Pina y dellos soy deudor a Doña Pheliciana felix del carpió mi hixa vnica y de la dicha mi muger á quien mando se paguen y rrestituian de lo mexor de mi hacienda con las ganan- cias que le tocare = Declaro que la dichíi Doña Phelicia- na mi hixa esta casada con Luis de Vsatigui vecino desta uilla y al tiempo que se trato de dho. casamiento le ofre- ci cinco mili ducados de dote conprendiendose en ellos lo que a la dicha mi hixa le tocase de su abuelo materno y

(1) iSerk páguenset

361

dellos otorgrot^í scriptura ante el dicho Juan de Pina a que me rremito v respecto da hauer estado yoalcan9ado no e pagadü ni satisllio por quenta de la dicha doto ma- muedis ni otra cosa alguna aunque e cobrado de la he- rencia del dicho mi suegro algunas cantidades como pa- recerá de las cartas de pago que a(^) dado = mando se les paguen los dichos cinco mili ducados.

A las mandas forzosas si algún derecho tienen les man- do quatro reales.

A los lugares santos de Jerusalem mando Veinte rea- les^y para casamiento de doncellas guerfanas \n real= y para ayuda á la beatificación de la beata Maria de la cauecja otro rreal y para cumplir y pagar este mi testa- mento y declaración nombro por mis abaeeas al dicho E\mo Señor Duque de sesar Don Luis fernandez de Cor- tloua y luis de Vsategui mi yerno y a qualquiera de los dos \iisolidun a los quales con esta facultad doy po- der para que luego que yo fallezca vendan de mis bie- nes los necesarios y cunplan este testamento y les dure el tiempo necesario avnque sea pasado el año del alba- c6asgo. ^^ ,

Declaro que el Rey nuestro señor Dios le guarde usan- do de su benignidad y largueca a muchos años que en rremuneracion del mucho afecto y voluntad con que le e seruido^me ofreció dar vn oficio para la persona que casase con la dicha mi hixa conforme a la calidad de la dicha persona y por que con esta esperanza tubo efectto el dicho matrimonio y el dicho luis de Vsatigui mi hier- no es hombre principal y noble y esta muy alcaníado su-

(I) ¿Sera otorguéf

(1} Firece qae debe ler hé.

n

É62

plíco a Sa magestad con toda vmildad y al Exmo. Señor Conde Duque atención de lo rreferido onrre al dho. mi liierno haciéndole merced como lo fio de su grande9a—

Cóbrese todo lo que paresciere me deuen y pagúese lo quü lixitimamente parescíere que yo deuo

Y cumplido en el rremanente de todos mis vienes de- rechos y acciones nonbro por mi heredera vnibersal á la dicha Doña feliciana felix del carpió mi hixa vnica y en quanto a los que pueden tocar á la dicha sagrada rre- lixion de san Juan también cunpliendo con los esttatu- tos (lella nombro a la dha. sagrada rrelixion para que ca- da uno deue(^) lo que le perteneciere

Reuoco y doy por ningunos y de ningún efectto todos y qualesquier testamentos cobdicilios desapropiamientos mandas legados y poderes para testar que antes deste aya hecho y otorgado por scripto de palabra y en otra cual- quier manera para que no ualgan ni hagan fee en juicio ni fuera del saibó este que es mi testamento declaración y desapropiamiento el qual quiero y mando se guarde y cuTi|jla por tal o como mexor aia lugar de dei^echo y lo otorgo ansi ante el scriuano del numero y testigos de yuso scriptos En la Villa de madrid a veinte y seis dias del mes de agosto año de mil seiscientos y treinta y cinco. E yo el scriuano doy fe conozco al dicho Sr. otorgante y a lo ([ue paresció estaua en su juicio y entendimiento natural y lo fliTOO testigos el Sr Joseph digo Phelipe de Vei^ara medixo W y Juan de prado platero de oro y el licenciado Joseph ortiz de Villena presuitero y Don Juan de Solis y Diego de logroño residentes en esta corte=y también lo

( I ] Parece que se debe de leer lleve. {%} Probablemente médico.

Í63

fimaroD tres de los testigos ^Frej Lope Félix de Vega Carpió = el licenciado Don Phelipe de Vergara= Don Juan dd Soüs^el licenciado Joseph hortiz de Villena=ante mi Francisco de Morales

(Sigile la nota en qne el escribano Manuel Martín de Uriarte da fe de ser cierto y verdadero el traslado que an- tecede, y lo finna á 4 de Julio de 1674.)

NÚMERO IX.

CopU gimpU dal eonTanio Buin h Reiil ¿6&d«mia EtpañoU j los dnefioe li easa cftll»d« Fmncofi anteB, y ahora d^ Garvantf^e. número 15 idito, ü mligio, mangana E37, para la oglo^acidn y pirmaiLencla perpettia ea la fa* éada de diisha casa do ¡m monamento áodioado 4 la memoria de Prty Lopí Félix dt Viga Carpió.

Número cuatrocientos cincuenta y nueve, = En la he- roica villa y corte de Madrid, a veinticinco de noviem- bre de mil ochocientos sesenta y dos, siendo las dos de la tarde, y en la casa situada en ella, y su calle llamada an- te^ de Francos, hoy de Cervantes, señalada con el núme- ro quince nuevo, once antio^uo, de la manzana doscientaa vdntisiete, en la que vivió y falleció Frey Lope Félix de Vega Carpió, previo acuerdo y convocatoria, se reunie- ron, de la una parte la Real Academia Española en jun- ta pública y solemne» á que concurrieron los señores Académicos siguientes: el limo, Sr. D, Eusebio María del Valle, el Excmo. Sr. Marqués de Molíns, el Excmo. Señor \>. Ventura de la V^ej?a, el Excmo, Sr, Marqués de la Pe- Euela, el Sr. D. Ramón da Mesonero Romanos, el Exce^ tontísimo Sr. D. Antonio Alcalá Raliano, elSr- D. Anto-

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nio María Segovia, el limo. Sr. D. Fermín de la Puente y Apecechea, el Sr. D. Antonio Ferrer del Río, el Sr. Don Aureliano Fernández-Guerra, el Excmo. Sr. D. Leopoldo Augusto de Cueto, el Sr. D. Francisco Gutanda, el señor D. Manuel Cañete, el Sr. D. Manuel Tamayo y Baus, el limo. Sr. D. Pedro Felipe Monlau, el Excmo. Sr. D. Cán- dido Nocedal, el Sr. D. Juan Valera, el Sr. D. Antonio García Gutiérrez, vecinos de esta corte; y de la otra, la señora Doña Josefa Poyatos, viuda del Sr. D. Francisco María López de Morelle, y sus hijos D. José, Doña Juana (ésta soltera) y D. Epifanio López de Morelle, mayores de edad, vecinos de esta corte, como dueños en toda pro- piedad y posesión de esta casa, la cual, según resulta de sus títulos, fué del mismo Frey Lope por compra que de ella hizo en siete de septiembre de mil seiscientos diez, y en la que vivió muchos años hasta su fallecimien- to, recayendo después en los actuales dueños; y así reu- nidos todos los señores comparecientes, por ante Don José María de Garamendi, Secretario honorario de S. M., Notario público y de los del Ilustre Colegio de esta corte, hallándose también presentes los testigos que se referirán ai final, dijeron: Que deseando la Real Academia Espa- ñola consignar una elocuente prueba de estimación y res- peto al Fénix de los Ingenios, concibió el proyecto de erigir en su memoria, en esta misma casa que fué de su propiedad, y en la que moró y terminó su existencia el día veinte y siete de agosto de mil seiscientos treinta y cinco, un sencillo Monumento que, además de significar la veneración de los presentes á sus esclarecidas dotes, perpetúe su recuerdo en las edades venideras. Que tran- quila la Real Academia con la esperanza de que la reali- zación de este proyecto había de encontrar en las épocas

á65 futuras el cuidadoso esmero que siempre merecen las elo- caentes protestas de adnii ración al genio^ com único su peasamiento á los actuales dueños áo la finca, la señora Doña Josefa Poyatos, v aua hijos comparecientes, quienes, lejos de oponer el más leve obstáculo a la ejecución de tan patriótico proyecto^ lo acogieron con la mayor satisfac- ción y espontaneidad, penetrados de su notable significa* eión, y deseosos de concurrir á la gloria del Padre del Teatro Español, que excitó en vida, y excita ahora y ex- citará siempre en los españoles de todas clases y condicio- nes, universal entusiasmo. Que en su consecuencia, y por más que la creación del Münumento pueda ser material- mente el origen de una servidumbre eu la casa de que se trata, nada significa esta circunstancia para los propieta- rios que poseen joya tan inestimable, se prestaron gusto- sos á ello, conformes con la Real Academia; y en su vista, dispuso la misma Corporación construir, como lo hizo á su costa en la fachada principal, un sencillo Monumento que recuerde la circunstancia de haber pertenecido esta casa j fallecido en ella el Fénix de los Ingenios, Frey Lope Félix de Vega Carpió, cuyo Monumento se descubre en aste acto á la expectación pública con las solemnidades acordadas por la Real Academia. Ya fin de perpetuar su permanencia en el sitio en que se le ha colocado, han convenido k Real Academia y los poseedores de la casa en consignar de una manera legal sus respectivos dere- chos y obligaciones: á cuyo efecto, de un acuerdo y mutua conformidad, en la parta que á cada una de ellas incum- be, otorgan que estipulan y pactan lo siguiente:

1/ La Real Academia Bspañola, que de conformidad con los dueños de esta casa, calle de Francos antes, y hoy de Cervantes, numero quince nuevo, once antiguo, de la

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manzana doscientas veinte y siete, ha costeado y colocado en su fachada principal el Monumento de recuerdo de la morada de Frey Lope Félix de Vega Carpió, que hoy se descubre con la solemnidad acordada por la misma Real Academia, se compromete á conservarlo perpetua- mente; y los dueños de la finca imponen desde ahora á la misma esta servidumbre sin retribución alguna, para de este modo contribuir por su parte á honrar la memoria del Ilustre Ingenio á quien se dedica; y se obligan por y sus sucesores para siempre á consentir su existencia y conservación, trasladando desde luego esta honrosa ser- vidumbre á los que por cualquier título se transmita la casa.

2/ Si por demolición, incendio, hundimiento ú otro cualquier caso imprevisto, dejase de existir esta casa, tendrá derecho la Real Academia Española á que á su costa se coloque dicho monumento en la fachada princi- pal de la nueva casa que se construya en la superficie de La actual, á fin de que perpetuamente permanezca en ella, sin que los dueños ó poseedores de la finca se pue- dan oponer á ello con ningún pretexto.

3/ La Real Academia Española cuidará de costear los gastos que sean necesarios para la colocación, permanen- cia y buena conservación del monumento en la fachada ile esta casa, ó en la que por cualquier motivo existiese en su terreno.

Con cuyas calidades y condiciones formalizan, este con- venio, y se obligan los señores contratantes por y sus sucesores á cumplirlas exacta é inviolablemente en la parte que á cada uno le incumbe, sin tergiversarlas ni modificarlas con ningún pretexto; y al que intentase lo contrario, no se le oirá en juicio ni fuera de ól. A cuyo

m

fin, con la sumisión á jnstieias de S. M. y renimciación de leyes, y con la advertancia de que de esta escritura se lia de tomar razón en la Contaduría de hipotecas de esta capital dentro de doce días, bajo las penas del caso, así lo otorgan y firman, ú quienes doy fe conozco, con los tes- tigos que también firaian, después de haberles leído lite- rálmenía yo el Notario esta escritura, por renunciar por d; de todo lo cual, y de que después de sua firmas se pon drán sus respectivos honores y condecoran Iones» yo el Notario doy fe.— Josefa Poyatos.— Epifanio L, de More- lie— Juana I/jpez. José I^pez de Morelle. Ensebio María del Valle.— El Marqués de Molíns. Ventura de la Vega. —El Marqués de la Pez uela.— Antonio Alcalá Ga- liano.— Ramón de Mesonero Romanos,— A. M, Segovia. —Francisco Cu tanda . ~ Fermín de la Puen te y Apecechea . Antonio Ferrer del Río. ^PoncianoPonzanü-—L. A. de Cueto,— Aureliano Fernández- Guerra y Orbe.— Manuel Cañete,— Manuel Tamayo y Baus.— P. F. Monlau.— Cán- dido Nocedal.— >Juan Valera-~A. ílarcía Gutiérrez,— Luíh González Bravo.— Duque de Sexto .- Duque de Ta- mames,— Miguel Cortés del Valle. José Moreno Elorza. —José Losada.— Camilo García.— A, Benavideí^.— Carlos Ramón Fort,— José de Zaragoza.— ^ Marqués del Socorro. —Eugenio de la Cámara,— Juan de Montenegro.- Frutos Saavedra Meneses, Vicente Santiago de Masarnau, Lorenzo Arrazola.— Salustiano de Olózaga, Modesto La- fuente.— Eduardo Palou,-^José Amador de los Ríos.— El Marqués de Auñón.— Luis de Eguílaz.— Fernando Corra- di.— Luís Mariano de Larra.— Joaquín -José Cervino.— Eduardo Asquerino.— José García.— Eduardo de Gara- mendi.— mTulián Romea.— Joaquín Arjona,~Está signa- do,--José María de Garamendi.

Los testigos presenciales v que suscriben el documento anterior son los siguientes: el Excmo. Sr. D. Luis Gron- zález Bravo, electo individuo de número de la Real Aca- demia Española; el Excmo. Sr. Duque de Sexto, Gober- nador civil de esta provincia y Alcalde Corregidor de Ma- drid; el Excmo. Sr. Duque de Tamames, Teniente de Al- calde; el Sr. D. José Moreno Elorza, Síndico del Excelen- tísimo Ayuntamiento de Madrid; el Sr. D. Camilo García Piñuela, Secretario del mismo; el Sr. D. Miguel Cortés del Valle, Capellán mayor de la Congregación de Presbíteros naturales de Madrid; el Sr. D. José Losada, Presbítero, de la propia ya mencionada Congregación; el Excelentí- simo Sr. D. Antonio Benavides, Director de la Real Aca- demia de la Historia; el Sr. D. Carlos Ramón Fort, de la Academia de la Historia; el Excmo. Sr. D. José de Zara- goza, de la Academia de la Historia; el Excmo. Sr. Mar- qués del Socorro, Consiliario de la Real Academia de No- bles Artes de San Fernando; el Sr. D. Eugenio de la Cá- mara, Secretario general de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando; el Sr. D. Juan de Montenegro, Académico de la de Nobles Artes; el Sr. D. Frutos Saave- dra Meneses, de la Real Academia de Ciencias exactas; el Sr. D. Vicente Santiago de Masarnau, de la Real Acade- mia de Ciencias exactas; el Excmo. Sr. D. Lorenzo Arra- zola. Presidente accidental de la Real Academia de Cien- cias morales y políticas; el Excmo. Sr. D. Salustiano de Olózaga, de la Real Academia de Ciencias morales y po- líticas; el Excmo. Sr. D. Modesto Lafuente, de la misma Real Academia; el Sr. D. Eduardo Palou, Presbítero, De- cano de la Facultad de Sagrada Teología en la Univer- sidad Central; el Sr. Dr. D José Amador de los Ríos, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras en la üniver-

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íridad Central, ó individuo de niitnero de las Reales Acá demias de la Historia y de Nobles Artes de San Fernan- do; el Excmo, Sr. Marqués de A uñón; el Sr. D, Luis de Eguüaz; el Excmo, Sr. D, Fernando Gorradi; el Sr. Don Joaquín José Cervino; el Sr, D* Luis Mariano de Larra; el Sr. D. Eduardo Asquerino; el .Sr, D. José García; el Sr. D, Eduardo de f^raramendi, CabaUero del Hábito de la Orden militar de Santiago, Doctor en la Facultad de De- recho y Abogado del Colegio de esta corle; el Sr. Dnn Julián Romea; el Sr. D* Joaquín Arjona, y el Sr. Don Ponciano Ponzano, Escultor de Cámara; de todo lo cual también doy fe.— Está signado.— .José María de Gara- raendi*

Es primera copia de su original para la Real Academia Española, que en papel del sello noveno con el número señalado al principio obra en mi Registro de Escrituras de este ano, ú que me remito^ en euya fe lo signo y firmo, (tejando anotada esta saca en Madrid á veintinueve del mes de su otorgamiento.— Está signado.— José María de Garamendi.— Hay un sello.— Tomada razón en el Regis- tro corrienle de obligaciones sobre la casa calle de Cer- vantes, número once antiguo de la man?;ana doscientas veinte y siete, al folio quinientos cincuenta y seis, Ma- drid dos de diciembre de mil ochocientos sesenta y dos, —Cayetano rtarcí a,— Derechos, doce reales*

170 NlÍMERO X.

FREY LOPE FÉLIX DE VEGA CARPIÓ.

ROMANCB.

Febrero de 1562.

En un humilde aposento De una posada en la Corte, Forastero y forastera Se dicen castos amores. Mujer y marido son, Joven él, y ella más joven: Lágrimas vierte la dama,

Y pide perdón el hombre. «Matábanme, Félix mío.

Mis celosas aprensiones

Guando aprensiones las llamo, Yerro á propósito el nombre. Sin avisártelo, vengo

De Asturias á que me informes Qué tan cierto es que en Madrid Ofendes á tu consorte. No ha de amarte más que yo La que tu fe me soborne;

Y algo por bella me debes,

Y algo por discreta y noble.» Suspendió aquí la quejosa Las tiernas reconvenciones. Porque en el rostro el deudor Le dio con la paga entonces.

Fatigada la viajera ^

Y siendo bien que repose,

La lleva Félix en brazos*.

Dios les bendiga la noche.

25 de noviembre del mismo afio.

Devoción me merece San Lope obispo: Lope quiero que sea Nombre del niño. Ponle dos, ponle. Por mi amor y tu gusto, Félix y Lope,

1573.

Bajo el rústico dintel Del Corral de la Pachaca, Cisneros el comediante Habla con Félix de Vega. «Pasmado (le dice) estoy De qne haya en edad tan tierna Quien ya en sus cuatro jornadas Componga en verso comedias. Once años cuenta Lopico, Y pasos encuentro ec esa, Que no los tiene mejores Viruós, ni Juan de la Cueva, De amor y de celos ha> Dos asombrosas escenas: ¿Cómo adivina un muchacho

«72

Lo que no es dable que sienta! —De amor y celos nació (Modesto el padre contesta);

Y amor y celos retrata Por él su naturaleza.» Llegaba Lopico en esto

Con los chicos de una escuela, Gañas cabalgando todos, Pisando recio en las piedras. Por bandera en otra caña Llevaba un cartel de iglesia,

Y al pasar por el teatro, Batió Lope su bandera.

1635.

«Úsase un dicho en Madrid, Curiosa prima Dolores, Que allá sin duda ignoráis En las indianas regiones, A lo más bello y mejor En cualquier género y orden, Ya no se llama excelente; Dicen todos que es de Lope. Cosas de Lope se llaman Libros, espadas, sermones, Joyas, telas, cuanto tiene Gran brillo, mérito y coste. De Lope son los tocados Que el gusto nuevo dispone, Las justas de ingenio dignas^ Las ruidosas diversiones.

273

Las villanas de Aranjuez Que venden ramos de flores, De Lope dicen que son Rosas y claveles dobles.» Así á una doncella linda Cortesanas instrucciones Daba, al entrar en Madrid, Cierta señora en su coche. De Cádiz la trae cunsigo Para que á su lado goce Lo que en Méjico ganó Su padre, que Dios perdone. Tomar la calle de Francos Pretende el autoraedonte; Mas el paso le embaraza Tropel de gentes enorme. De las calles convecinas, Ya despacio, ya de golpe, Desembocan sin cesar Mozos, viejos, ricos, pobres, Placeras, dueñas, beatas, Soldados y sacerdotes; Sólo se ve luto, y manos Con amarillos blandones. No hay en la calle pared, En cuyos huecos no asomen Apiñadas las cabezas De compasivos mirones. La cruz, de San Sebastián Por entre la turba rompe: Cánticos de muerte suenan, Claman las lenguas de bronce.

Í8

274

No se ve féretro aún: Saldrá, si en marcha se pone La muchedumbre que llena Puerta, zaguán y escalones. Hacia la iglesia, por fin, Se mueve la prieta mole. Revueltas las cofradías. Vacilando los pendones. Pasan, y pasan, y pasan Grandes, familiares, monjes.

Cómicos, freiles, poetas

¿Quién hay á quien tantos honren? La primita mejicana. Diestra en aprender lecciones. Prorrumpe: «Si no es de rey, Entierro es éste de Lope.>

Acertaba la niña: Lope, el famoso, Va de ocho capellanes Llevado en hombros. «¡Sánchez! ¡Maestro! Decid á esta indianita

Quién era el muerto.»

El señor Sánchez, persona Muy conocida en Madrid, Zapatero es de aguadores Y de gente baladí. Aficionado á la farsa Desde la edad infantil.

S75

Con pan y comedia vive

Gómicaraente feliz-

Por jefó le reconoce

La turba mosqueteril,

Que en el Príncipe y la Cruz

Mueve á menudo motín.

Más de un galán le ha doblado

La engarrotada cerviz.,

Enviándole presentes

Que él desdeñó recibir.

De un novel ingenio cuentan

Que visitándole, á fin

De que estrenándose en tablas

No se le mostrara hostil,

«Mancebo (saltó el maese),

Justicia os haremos: id,

Id en paz, si es tal la obra

Que yo la pueda aplaudir*»

Entróse en el coche Sánchez

Gomo en ganado país,

Y al paso que el duelo siguen.

Habla á las damas así:

<fNace el hombre con deseo De ver y oir cuanto pueda; Lo que en realidad no alcanza, Codicia verlo en comedia. Pide el escribirla bien Alto ingenio y muchas letras^ Alma» inventiva y gracejo, Que Dios a pocos dispansa. Farsas en España, ya Divirtieron á mi abuela:

Í76

Para entonces no eran malas,

Para después no eran buenas.

Salieron al fin á luz

D0S5 treSj seis y ima docena,

Que asombraron á Madrid,

Sevilla y España entera.

En paseos y en saraos,

En las plazas y las tiendas,

Nadie á la sazón trataba

Más que de la farsa nueva,

«¿Quién ha escrito El verdadero

Amantél—ho^e de Vega.

¿Y Las Ama:íonas1 l/Ope.

¿Y B¿ molino y la Aristeal

—Lope.— ¿Y la Ábáeritel^El mismo

Lope, y el Vamba y la Angélica^

La Melindromy El Maestro

De danzar j La Montamsa^

Lo cierto por lo dudoso^

Psiques^ Muza^ El Turco en Viena^

Los milagros del desprecio^

El pleiio de íngalaterra,

Amar sin saber d quién j

La Dama boba^ Lji siega^

Los enredos de Celanro^

La Serrana de la Vera^

El 7nejor Alcalde el íie?/,

PeribdmjJj Las Batuecas^

El retnedio en la desdicha^

El Cerco de Orán^ La estrella

De Smnlla.....—\^mov\ ¿cuánto

Escribe ese bombre?— Unas treinta

S77

Comedías al año*»»..» Luego Compuso más de cincuenta: Cincuenta y cuatro nos daba Desde cuaresma á cuaresma;

Y esto ¿cuando! cuando ya Pasaba de los sesenta. Dos días, y en cada uno Doce horas de tarea, Veinticuatro de bufete Con otras tantas de huelga, Tiempo bastante le fueron Para llevar á la escena De La Piache de San Juan La fábula placentera*

Con prisa igual más de ciento Produjo su fácil vena,

Y tres años que contaba Cabales mil y quinientas. Esto^ amen de cuatrocientos Autos Y de diez poemas,

Y romances infinitos. Canciones y cantilenas» IjOs sonetos á puñados. Los epigramas por gruesas, Epístolas no cuántas^

Y ocho, en fin, ó diez novelas.

Y este hombre comió y durmió,

Y santificó las fiestas,

Y estudió filosofía. Cánones, historia y lenguas*

Y este hombre trató mil gentes; Que no hay nación en la tierra

278

Que no enviase á Madrid Persona que á Lope viera* Del Padre Santo en la corte. Del Gran Señor en presencia. Con vítores resonó El nomhre del gran poeta. Grande, sí, porque de España Reprodujo la grandeza: Cuanto hay bello y grande aquí, Sas farsas nos representan; Y no con frase trivial, Ni en rima pobre y grosera; Garcilaso y Castillejo Brillan á la par en ellas. ¿Qué español no quiere ser Aquel galán j que ól diseña En Las flores de Don Jimn^ Flores de oro, no de seda? ¿Quien pudo sin llanto ver Á la divina Isabela, Que allá en Irlanda padece La más lastimom fuerza^. Por templar al padre airado, Que un hijo de amor desecha, Esclava de su galán. Suspira celosa Elena, Corona Sol merecida Ciñe de cónyuge honesta: Porque un rey de amarla deje, Sus bracos al fuego entrega. Ley natural hace al hombre Amar á su compañera;

979

Lope la pone en altar,

Y al pie del altar nos lleva. Teatro español tuvimos Antas que Lope naciera; Mas era teatro en cuna,

Y aun era español apenas. Él le dio forma y valor

Y sello que nunca pierda: Si hombre como yo lo ve, Marcadas tendrá las señas. De Lope el arte aprendieron Cuantos en él se le hombrean, TirsOj Rojas, Alarcón,

Y el que hoy su laurel hereda. De autores hablar no quiero Que usando mi oficio medran: Zapatos remiendo yo,

Y ellos á Lope remiendan. Pródigo maestro, á mil Cortada dejó la tela: Desperdicios de su pluma Son gala de ciento ajenas. El Fénix de ios Ingenios

Le han llamado; no lo aciertan: El fénix de renace^

Y un Lope no se renueva. No da Dios tan á menudo Tanto ingenio y tales prendas. Flaquezas en Lope vimos, Ejemplar vimos la enmienda. Galán, soldado con brío> Dulce humor y habla discreta,

Gran defensor de las damas. Pagáronle ol defenderlas. Dos veces casado tüé; Dos hijas casadas deja, Una bien^ otra mejor: Monja vive aquí á la vuelta - Hija de culpa nació La hermosísima Marcela; Dios ángel volverla quiso, Que gloria del padre fuera. Sacerdote él veintiséis Años, y en clausura estrecha Catorce ella ya, virtud A siglo y á claustro enseñan. Jamás de labios de Lope Salló palabra soberbia. Jamás la envidia en su pecho Vertió su ponzoña negra* Con su ingenio iban al par Su bizarría y modaatia: Quien no le trató por gusto, Le buscó por conveniencia. Ved esos pobres que gimen, Siguiendo la turba densa: Padre era de todos ól, Y pobre por ellos era* Mas ya se paran allí..... Las Trinitarias son esas.,„. De frente á una celosía Veis que el ataúd presentan,,. Sor Marcela de San Fel¡X| Tras la celosía puesta,

§81

A dar ó su padre ya La despedida postrera- Las manos al ataúd Tiende amante ana profesa. ¡Ella es! ¡ella es! la hija santa Bel gran Frey Lope de Vega,^

Silencio reinó profundo, Mudas las campanas quedan, Beberse quieren los ojos El eco Hóbil que eí^peran* «¡Santos del Señor (se oyó), Cuyas virtudes excelsas La fe celebró de Lope Con rima imperecedera! ¡Vos, Apóstol de tas gentes. Penitente Magdalena^ Rúqiíe^ Diego^ Nicolás^ Casilda^ Julián de Üitéma! ¡Vos, Cardenal de Belén; Vosj Ángel de las escuelas , Brígida, Isidro^ Agustina Y vos, mi Madre Teresa! Con vosotros ha vivido El alma de Lope tierna; Recibidla en brazos, hoy Que al pie del Eterno vuela. Recibe tú, padre mío, De éste mi dolor la ofrenda: Sin corazón para el mundo, Me mata por la pena. ¡Padre! ¡Adiós! Del viaje largo

^83

Descansas en paz perpetua; Y en vez de laurel caduco. Ciñes corona de estrellas. ¡Yo lloro, y eres íeli^! ¡Bendita la mano sea. Que gloria te da en el cielo, Tras gloria tanta en la tierra!

ORACIÓN FÚNEBRE

QÜK, POR ENCARGO DÉLA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA T BN LAS HOKBAS

DE MIGUEL DE CERVANTES

Y DEUÁS INGENIOS ESPAÑOLE»,

PXgNCHCIÓ Ett LA tCLESIA DK IIOMJAS TRINITARIAS DE MADRID, •ldfftUd«ftbríld«ia7a,

EL iLJiu. Sr. Dr. D. servando ARBOLl.

Tilíi tapiñHtiim, ñeütÉMtn iu^torum. tt mítió iíloimm, obwdientiú H dihrtiú. Eocli Itl. L

Loa hi^oa átí la Ea1jídiiH& éou oonsrefraeiún de jnitopr y H DAciiSti de ellos obediendA ^ amor

Señor (0:

Jastieia y sabiduría ^ obediencia y amor: éstos son los lazos que, afianzando el nudo estrecho de las relaciones con Dios, aseguran y consagran las qne nos nnen á nues- tros hermanos, frloria, gloria y prez á la religión que concibe esa síntesis eterna, en que todo se concierta y aduna, todo se perfecciona y se salva. Hoy más tiene de- Ireeho á este encomio, cuando á la faz de las naciones [profiere esa palabra sul)lime «t^do vive»» ante los fríos Id^pojos en que la razón se hiela para modular «todomue- |re.> íAh! con ser tan finos los obsequios dedicados por

f *] N'aestro aagasto Monarca D. AlfaQsa XÍI^ que preBÍdia el acto.

Í8l

vuestro afán, ilustres Académicos^ el sentimiento cristia- no Bñ el único que puede gloriarse de haber sabido orde- nar alabanzas en justicia y labrar coronas imperecede- ras, ¡ Vedlo, vedlo.,<.. no si es la religión^ si la ciencia» si el amor, si la patria, los que hoy nos convocan y los que hoy nos presiden; pero siento en mi ahna conviccio- nes tan íntimas y estímulos tan eficaces, que no vacilo, no puedo ya dudar, es Dios el que nos busca, el que nos congrega, el que sublima esos muertos, el que bendice estos vivos, manteniendo con su aliento creador el espí- ritu tradicional de esta Real Academia, para que siempre sea Española y, como Española, cristiana!

¡Cuánto no he vacilado antes de subir á este sitio, en que todavía suenan los ecos de tan esclarecidos oradores y prelados tan eminentes 1 Necesitaba interpretar vues- tros ánimos en este día memorable, y en igual medida que interpretasteis vosotros el espíritu del Cristianismo, Ardua empresa: pero os debo toda la verdad; acabo de cobrar nuevos bríos, cuando veo e.w libro i^) sobre un se- pulcro, ¡ese libro junto á una cruz! Sobre el sepulcro, para dominar á la muerte; junto á la crux, para guarecerse á su sombra; sobre el sepulcro, para glorificar á los que pasaron; junto á la cruz, para enseñar á los que vienen; y á unos como á otros diciendo en lengua del Apóstol: tno queremos subyitgar imesiros ánimos^H' no, no; lo que encarecemos sin descanso es la fe que ilustra, la fe que redime, la íe que nos hace libres, la fe que hizo grandes á esos genios, no embarazando su vuelo ni aun con el peso de las cadenas que suelen aprisionar á los héroes.

{\) La magDÍficn edkum del Quijote, hccUa por la Beítl Aetdenib Eipa* ñala« colocada sobre la tumba de estas exequias.

i85

Afanándose en la soledad, para regalarnos con fruto de sus vigilias, ó envueltos en el torbellino de la existen- cia, para sembrar entre nosotros la verdad, el bien y la hermosnra: ocal tos, para corregir á los que no asentaron su fama sobre base de merecimientos; ó cobrando aplau- sos, para vengar del olvido á los que desconoció la igno- rancia ó persiguió la envidia; todos esos ingenios tienen derecho inalienable al amor de la patria, á la gratitud de la historia, á las ternuras de la religión. Nos ven desde sus orillas tranquilas, nos inquieren por el uso que hici- mos de sus máximas, ó quixa nos llaman ajuicio para re- sidenciar nuestro menosprecio, ¡Y la religión alcanxa más! ¡Hija excelsa de Dios, sola pasas los linderos del tiempo y colocas en Sión la caridad vencedora, mientras cesan las lenguas y la ciencia se destruye! ¿Qnión no te amará, embeleso arrobador del alma y esperanza postre- ra del cautivo? ¿Que hacéis, señores Académicos? Con- versar todavía con esos vuestros hermanos, evocarlos^ redimirlos, á favor de dulces alianzas pactadas por la fo y robustecidas por el valor de la victima que acaba de ser sacrificada.

Al depositar coronas de laurel sobre sepulcro que en- cierra la historia de nuestras grandezas literarias, habéis dicho á los amantes de la sabiduría; cSólo á esta condi- ción seréis grandes: que admiréis y que imitéis á ese co- loso, capaz de despertar celos al mundo y de irradiar su gloria sobre otros nuevos continentes.» Por eso es el en- comiar la excelencia de los que cultivaron las letras en el día solemne consagrado al príncipe de los ingenios; y parece que reclamáis tributo magnífico, concertando so- bre la tumba de Cervantes la herencia de todos los si- glos, los lauros de todos los vates, los ecos de todas las

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cítaras^ la armonía de todos los cánticos, y aún más..*,, la plegaria fervorosa de mil creyentes corazones. Loado sea el Señor; pero ¿por qué ocultarlo? Enemigos hay que com- batir, prevenciones que borrar, obstáculos que vencer en la marcha progresiva de las letras cristianas. Orgullosos de nuestras conquistas, pudiera engreimos la lison.ja de los que tal vez nos adulan con intención aviesa de perder- nos; y como veo ese grandioso baluarte labrado con la me- moria de nuestros mayores, justo será que en el nos refti* giemos, para admirar desda sus torres la dilatada abun- dancia de los campos del Señor, y la mísera escasez de los reductos incrédulos. Autoridad por prestigio, fe por guía, sacrificio por emblema: tres palabras que ahora mismo modulan acordes vuestros labios, y que envueltas van en el ardor de la oración^ en la espiral del incienso y en el llanto de los ojos, para dejar asentado que la causa de los sabios es la propia que délos justos, ni se puede emanci- par de la obediencia que liga ni del amor que embellece. Füii sapientiae^ ecclena justorum: et natio iUorwn^ o6e- dientia et dilectio.

Renunciar á lo pasado, es amancillar los blasonas; ab- jurar de la fe, es enervar todas las fuerzas; caminar á la ventura, es comprometer la misión y rebajar los quilates del precio singular del genio. Mejor que yo lo sabéis vos- otros, señores de la Academia, y me perdonaréis que sea ingenuo, que ni oculte ni disfrace la verdad, esa ver- dad con que la religión se engalana, y que cuenta con recursos sobrados para afrontar todas las luchas, cuando posee criterio tan alto, sistema tan perfecto, valor tan definido, que nada puede ni envidiar ni temer al hombre de las lebras, al hombre de la ilustración, al hombre de nuestro siglOj siquier desplegue el manto del filósofo ó

se impKqne en locas aventuras para eternizar su me- moría*

Dignos son de todo encomio esos hijos de la sabidnríaT porque en sus trabajos nos descubren fuentes que no ae entiarbianí y, al inculcarnos los que conviene entender en orden á las letras, recuerdan lo que debemos á su labo- riosidad y la justicia con que hoy les dedicamos oracio- nes y lágrimas. Nos dicen que es preciso ilustrar su tradi- ción, robustecer su espíritUj dirigir su ejercicio. Ilustrar la tradición, es evocar todas sus glorias, de que ellos son fielest testifjfos; robustecer su espíritu, es enlazarlas con la kf de que ellos son firmes atleta.^; dirigir su ejercicio^ es santificar y fecundar sus afanes^ de que ellos son claro modelo. Ved cómo trazarán su propio elogio, enaltecido ) decorado con la verdad de su carácter, los primores de su lengua y la eficacia de sus virtudes*

No es éste el sitio ni el momento de establecer criterios de demostración filosófica, para ilustrar las verdades qae acabo de enunciar, I^a índole de mi oración y el fúnebre aparato de este culto solemnísimo, no consienten aquellas elucubraciones; y habré de limitarme en consultar con toda la severidad de esta cátedra ese testigo de las glorias de la Iglesia católica en el prograso de las letras, que es la historia; y ese otro testigo elocuentísimo de las glorias del espíritu en su elevación hacia Dios» que es ei senti- mienío. Asunto que me abruma y misión que me confun- de, en la que no han de faltarme^ espero, esos tres gran- des recursos que se cifran en los auxilios del Señor, en la autoridad de nuestro ministerio y en la indulgencia de los sabios.

Efe la primera idea que nos asalta en presencia de este

SS8

egregio catafalco, al renovar la Eiemoria de tantos ÍBg&* nios españolesj el valor tradicional de esa riqueza acumu- lada para nuestra patria; y hoy, que venimos á heredarla, justo será que reconozcamos su mérito^ contemplando, á la luz de la razón y de la historia, esas joyas preciadísimas que forman todavía el embeleso del alma y el dulce solaz de nuestros corazones. Un docto publicista acaba de de- cirio: «Quitad á un pueblo su tradición, y le robáis su personalidad (0.» Por eso la Iglesia católica enriquece las naciones con el depósito de verdades custodiadas en su regazo; con la tradición de enseñanxaj como con la tra- dición de sacrificio, sostenidas ambas en la misión del sa- cerdocio. Fuerza es advertir á nuestro siglo que, para progresar y perfeccionarse en las cosas que pasan, con- viene mantenerse adheridos á las grandes leyes que ri- gen la existencia; que cortar la tradición es interrumpir el curso de la vida, condenarla á volver sobre si y á co- menzar de raíz, en cada generación, la obra siempre in- completa de su perfeccionamiento. «¡Ay délos pueblas, cuando olvidan que el amor filial es una ley que les obli- ga con igual rigor que á los individuos! La generación que maldice de sus padres y esparce al viento sus recuei^ dos^ no recogerá las bendiciones de la posteridad Í^K»

Nada nos conturban los clamores de ese espíritu nova- dor que grita lleno de recelos: < Vosotros sois de ayer, > No, señores Académicos, no somos de hoy, ni de ayer, ni de mañana: somos de la eternidad (^), y queremos sal- var nuestros destinos gloriosos, previniendo daños con la memoria de lo pasado, con ejemplos de maestros tan in-

(4) Ch. Pérlo, Les ioü de la mciété chréñenne, torno I, pag* 3<<,

( a ) A pa riai , De lape ffeciih itidad seg únslca lid s mo .

(3) BeUiaiina toae del graa arador y filosofo P. Lacordaire,

signes. Cualquiera sea la autoridad de las letras y el pres- tigio tradicional de nuestra hermosa lengua, corriendo los siglos y desplegando donaires; cualquiera sea el valor de esos nombres que representan primitivas escuelas, con Victoria, Gano, Suárez, Soto, MaldonadOj Mariana^ Luis Vives y Supíüveda; cualquiera sea el precio de nues- tro idioma, tan rico, tan grave, tan sonoro, majestuoso sin hinchazón, elegante sin afeite, delicado sin fastidio; es lo cierto que la religión, abarcando en su idea los ti- pos de todas las bellezas y la fórmula de todos los tiem- pos, decir puede: yo tengo una palabra que crea, una pa- labra que redime y una palabra que salva: este Verbo es una síntesis gloriosa y un poder infinito, desde la albora- da del mundo, en que el espíritu de Dios era llevado so- bre las aguas del rrénesis, hasta la tumba funeral del ángel de las revelaciones postreras. ¿Hemos acaudalado mayor riqueza que haga inútil la tradición de la fe y la tradición da la patria?.. •. Pero cuando se crean fuerzas» ha dicho nuestro Bal mes, ees necesario saber qué se ha- rá de elias^ cómo se les comunicará dirección: de lo con- trario^ sólo se preparan rudos choques, agitación indefi- nida, desórdenes destructores (O,»

Desde los elogios que prodigó Estrabón á los antiguos Turde taños, hasta los ecos de escritores modernos que tuvieron á gala esclarecer períodos de investigación di^ fícíl y de obscuridad tenebrosa, la serie de esos varones ilustres, durante la dominación romana, en los albores del Cristianismo, bajo el cetro de los godos, en el período de los árabes y desde el siglo xn hasta Cervaíítes, nece- sita más concierto y más holgura que hoy pudiéramos

[\) iki pr»t$Uantmm mmparadQ mn il caiotickmo^ tOiUQ Hl, pág, 48S.

19

S0O

emplear para ilustrarla. Mucho nos complace qoe erudi- tos extranjeros hayan sahido vindicarnos de la injusticia de otros, que^ sin conocer nuestro carácter nacional, cen- suraron, como Sismondi, la exaltación del sentimiento que embalsamó nuestros cantos como inspiró nuestras conquistas, haciendo de la historia patria una espléndida epopeya, donde encuentran lugar aspiraciones las más nobles y los más sablimes desenlaces. Bástanos con saber que esos genios asombrosos, colocados ¿no los veisi bajo la tutela de un Héro que á todos los abarca por la prodi- giosa variedad de conceptos, no sólo formaron nuestra lengua, ostentando las gracias de su artificio y la majes- tad de sus tonos, si que hicieron grandes á otros muchos, multiplicaron su brillo, como las hebras de los astros, repetidas en los cristales y bordadas en las mansas co- rrientes. ¡Qué contraste!-.*. Hoy, plectros destrozados y cítaras enronquecidas, que apenas si entonar pueden los

aves de la última agonía de las naciones, y eran ayer

¡gloria del Betis, Crenil y Manzanares; codiciadas por las márgenes del Sena y por las comarcas misteriosas del Tibor! Ayer enmudeció el Orbe escuchándolos; hoy guar- dan silencio del sepulcro, mientras el mundo celebra á sus antiguos maestros.

Ya no es problema que nuestra gran escuela mística fo- mentó la elocuencia sagrada de las naciones más cultas, ni puede negarse que dimos impulso civilimdor al resto de Europa; que desde Garcilaso á Góngora, desde éste á Lu- zán y á nuestros días, la española literatura, vindicada por sabios apologistas en el siglo de la enciclopedia, man- tuvo ese ingente predominio que la crítica no acierta á disputarle. El llamado obscurantismo no fué jamás acau- dillado por claros varones, ni protegido por la Iglesia: no,

291

I

y mil veces no; y es prudente repetirlo, para los que tu- vieron la desgracia de estudiar mal nuestros hábitos^ ó de no penetrar con pie seguro en el fondo de la historia.

Ni tuvimos ayer glorias prestadas, ni ambicionamos hoy un puesto en el panteón de divinidades modernas. Dimos maestros al Lacio, emperadores á Roma, laureles á dos mundos, y siglo llegó en que se tenia por gentileza sader hablar castellano (0.

Nada más imponente que esa inmensa agrupación de coronas que hoy parecen descender sobre ese túmulo, para laurear á los que nos hicieron tan famosos y tan grandes. En cambio, señores, ¡permitidme una expan- sión legítima! nada más contrahecho ni raquitíco que el pedantismo licencioso que se mofa de aquellos gigantes- cos trofeos. Rompen la tradición; pero ¿que hacen? y aun más, iqné hará el Señor con ellos? Guando la humanidad alzó una torre en las llanuras de Sennaar, la palabra del Omnipotente se dejó escucháis diciendo: «Bajemos y con- fundamos su lengua:» descendamus et contundamus ibi fingimm eorum.,,,, (*). He ahí el termino^ el juicio de las jenaraciones divorciadas de la fe: confundir sus lenguas, no hablar ya como los hijos de Dios, sino repetir ecos in- formes, palabras de confusión y muchas veces de ver- j^iienza y oprobio. ¿Conocéis algo que, al desviarse de este movimiento regular de fuerzas intelectuales, no haya también precipitado el reino del trastorno, el caos da las letras y hasta la mengua del habla, tan libre, tan galana y esplendente en los dominios de la fe; tan cautiva, po- bre y denegrida á merced de la incredulidad?

(t) PalabTBS del autor del Diálogo de las lenguas, (í) Genes,, XI, 7.

39i

Gomo singularmente se trata de aquel siglo qmjanids tendrá segundo (*), no parecía extraño á propósito volver contra la falsa reforma la inculpación que enton- ces lanzaba al rostro del Catolicismo, como ú fuese re- mora del genio en las vías de su adelanto y en la cultu- ra de Europa. Señores^ ¡que peregrino encuentro! León X condenó al monje de Eisleben; y aquel hijo ilustre de los Mediéis decía: «He amado siempre á los doctos y á las buenas letras; nació este amor conmigo, y la edad no ha hecho más que acrecentarlo, porque siempre vi que los que cultivan las letras son apegados de corazón á los dogmas de la fe, y que ellas son el ornamento y la gloria de la Iglesia cristiana í^),» Así hablan los Pontífices: nos- otros así hablamos. Toda interpretación que ésta no sea» tan espúrea es en su origen, como intencionada y calum- niosa en su espíritu. ¡Venimos desde los primeros siglos librando rudos combates en defensa de la ilustración! El Demóstenes cristiano^ San Gregorio de Nazianzo, elevan- do su voz contra el Apóstata, como hijo de rica estirpe á quien osaran mermar la herencia de su padre, exclama- ba: €¿Quión inspirarte pudo el pensamiento de prohibir- nos el uso de las ciencias? Nada tengo más querido, des- pués de los intereses del cielo y de las esperanzas de la eternidad, y justo es que tome su partido y las defienda con todo el vigor de mi palabra y todo el fuego de mi pa- cho í^)*»

Pero, ¿y nuestro Cervantes? Sobre ese túmulo se qb- tenía un libroj reproducción fidelísima de todo el genio españoL <No ha de haber nación ni lengua donde no se

{\) Lope de Vega^ Laurel Apolo. (%) León X^ Carta á Enrique VfíL (3) S. Gregar* Naz*, Düc. i eonír, Juliano.

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traduzca mi historia (^);* así presagiaba aquel varón es- clarecido, de quien pudo aseverarse lo que el noble San- tillana en sus proverbios, «que ni la ciencia embota el fierro de la lanza, ni face floxa el espada en manos del caballero,^ Allí donde eran deseadas las heridas y se mos- traban por trofeo^ y algunos las hubieran comprado (^), mereció sellar con san^e la hermosa causa de la Reli- gión y de la salud en Europa, Ni desgracias le abaten, ni esclavitud le envilece, ni pobreza le humilla, ni calam- nias la oprimen. Aquella j^e^^íida piedra^ de que suele la- mentarse; aquellas desdichas que siempre persiguen al buen ingenio l^), no han podido ni torcer su carácter ni doblegar su constancia. Y cuando en expresión donosa de Montalbo,

(igóiase é\ mundo en su felice vuelta, y cobra Espafta líis perdidas musas (4),n

íqüé empleo dará á sus facultades? ¡Ah! Faltábanos ex- primir en un libro la liistoria del corazón y los anales de nuestras aberraciones; y empeñando aquel estudio^ de cuyo abandono se quejaba Ambrosio de Morales y con- dolíanse los ánimos discretos, regala al mundo esa inmor- tal Novela, esa sátira sin hiél, esa invención peregrina, tan ridicula como sabia, tan profunda como amena, tan sabrosa como fértil, desencanto de ilusiones, tesoro de juicios y delicia de los doctos. Es muy poco-,.*, es quizá

{*) Quimte^ parte U, cap» 01.

(I) Jeróoirno de Torres y A^uileraf testigo presencial, Crónim de varios

(3) Quixotií^ parte t^ cap* XXU.

(4) Soneto th Motüatboá la Galatm da Cer^antes^ cuya otira leyé «Atw dcfstaníparsfi.

9U

empañar su brillo llamarle ^ con Tirso da Molina ^ el Buc- eado de España: mejor le cuadra la exquisita fineza de un extraño, que no vacila en decirle «honor y gloria, no solamente de su patria, pero de toda la humanidad 10.» ¡Acertado egoísmo el que profirió en cierta ocasión: <Ple^ gue á Dios que nunca tenga abundancia, para que en sus obras, siendo él pobre, haga rico á todo el ranndol i^),»

I Con cuánto afán no se despierta la Europa para ven- gar del olvido este sepulcro glorioso! Ya podemos conso- laraos: el mundo ha conocido que le pertenece por he- rencia esta gloria, porque es la gloria del genio; j las ge- neraciones se agolpan en tropel para honrarlo, inquirien- do con avidez las huellas de su carrera y los misterios de su fantasía. Seamos menos impacientes, adoptando la mesura de un crítico juicioso: «No nos hagamos tan pue- riles que apoquemos con nuestras menudencias la gran- deza del obsequio. La memoria de Cervantes vivirá eter- namente mientras haya prensas que impriman y ojos que leaní3),>

Y vivirá no prevalecerán en su heredad ni cedro

que le cubra ni montes que le humillen, porque la luz de los justos alegra y resplandece, en proporción que se extingue la antorcha de los impíos: hwjustorum l&eti^ €at\ lucerna mUem impiorimi ecotingueturW. Se aparrará toda, toda luz que no se encienda con el único y exclusi- vo fin que señaló Cervantes: Nuestras: obras no han de salir del limiiequenos tienepuestola religióncristiana*****

(1) Dn Botvle^ en prefacio á la edición isglesa,

(2) Memorables palabras de uno de log cahaUeros franceses qne vinif-^ ron á España con la embajada en tiempoa de Felipe UI»

(3) CapmuDy. Tmtr. Hisinr. Cñt. de la EheuBficia Eip,

(i) rrov,, un, 9.

995 bitseandú ocasiones que nos puedan hacer y hagan^ sobre msíianús^ famosos caballeros. p Entre las alucinaciones de ioia^nación acalorada y el egoísmo que las combate; entre los héroes del idealismo y la ruindad de los que sólo respiran el deleite; entre <\oñ concertados disparates, si disparates sufren concierto H),» y los cálculos de sensatez positivista, la cieucia bien encaminada descubre luz es- plendorosa en que todos los horizontes se iluminan, to- das las aspiraciones se ensanchan; y fuera de esta círculo, no hay sistema que arraigue ni moral que prospere: ew- tmguetur. Borráranse del libro da los vivientes esos hí- bridos engendros que tratan de viciar nuestro suelo, don- da ni se da ni podrá darse jamás sino un modo de pen- sar, el modo español, como dijo un extranjero ilustre W, Aquí no conocemos la filosofía del yox tenemos á ga- la el no entenderla, y aun solemos lamentar los desca- labros del habla en aquéllos que de entenderla presu- men extinguetur. Desaparecerán de la historia esos

soñados castillos y esas señoras del pensamiento que na- die conoce ni adivina, porque sólo viven en la imagina- ción de fanáticos; ¡ah, cristianos! eselogogrifo filosófico» esa fantasmagoría de saber, esa encarnación del orgullo, nacida, como el Hidalgo, en un lugar de cuyo nombre no qumo acordarme^ no es ni será nunca la filosofía españo- la, porque tampoco es la cristiana: emtingmtíü\ Holga- mos de elevarnos al cielo como el árbol de Ezequiel, nu- trido con las aguas y exaltado por los abismos; pero no, no es nuestra esa creación deforme que remeda al dragón incubado en el cauce de los ríos, repitiendo sin cansan-

(1) Qukoúle, parte I^ cap, L.

%\ Schlegel, MiU. di lüerat., lomD íl

cío: «Me he formado á mismo.» ¡Para acariciar este ensueño, no era preciso hablar la lengua de Mariana y de Márquez, de Granada y Mendoza, de León y de Erci- 11a! Los que hablan como ellos, no sabrán nunca pensar ^ino como ellos pensaron...-*

He aquí j señores, representada una gloria literaria ca- yos elocuentes y venerables testigos, no satisfechos aún con haberla legado á la posteridad, se esfuen^an todavía por allegar argumentos y robustecer las pruebas de k misión que entre nosotros ejercen, transmitiéndonos su mismo espíritu, su mismo sentir, su misma idea, para ci- mentarnos con solidez sobre las bases indestructibles en que estriba nuestra grandeza, esta grandeza de la nación española tan original» tan excelsa, tan brillante, que, mientras se mantiene adherida á sus nobles tradiciones, no puede descender de ese solio magnífico en que á la Providencia plugo entronizarla. Este libro portentoso que fué llamado con justicia el ^c mayor esfuerzo posible del genio^ de la filosofía y del saber humano,* vive y vivirá siempre entre nosotros, para deshacer agravios inferidos, no sólo á la moral y al dogma, si que también á nuestra dignidad y á nuestra hidalguía, tantas veces rebajada por el empeño aventurero que hace progresos en Europa. A estas páginas y á otras mil informadas de su propio es- píritu, volvemos sin descanso los ojos en busca de consue- los y en reparo de desdichas que con crudeza nos hieren; porque esa historia y esos libros dicen lo que fuimos, lo que debemos ser siempre y á lo que no podríamos renun- ciar jamás, sin comprometer tantos derechos nobilísimos, tanto lujo del saber y riqueza tanta de la fama,

Sobre ser testigos de preciadas glorías, son también es-

297 igenios atletas firmes de la fe, y no puedo dilatar por más tiempo la demostración de esta verdad consoladora, que de suyo es bastante para sublimar de nuevo á nues- tros padres, presentándolos hoy con doble título al amor y á la gratitud de todos los corazones. Fundada está la li- teratura en la razón y en la hisiona: pues bien, la historia y la razón han sido interpretadas por nuestros escritores V hablistas; la una, como el heraldo de la Providencia que publica su triunfo en la marcha de los sucesos; la otra, como hija querida de la fe católica, que ha encontrado en esta madre dulcísima su defensa, su resguardo y su abrigo*

Discurrid, si os place, por los tres grandes períodos de las letras, y en todos encontraréis ese germen celestial, asa semilla de verdad eterna (O, como la llamó el gran filósofo San Justino, depositada en el fondo de nuestro pensamiento. Recuerdo ahora lo que el inolvidable Val- degamas decía á esta ilustre Academia en ocasión muy solemne: < Suprimid la Biblia con la imaginación, y ha- bréis suprimido la bolla, la grande literatura española, 6 la habréis despojado al menos de sus destellos más subli- mes, de sus más espléndidos atavíos, de sus soberbias pompas y de sus santas magnificencias W.p Yo diría, se- ñores, á los que intentan divorciar ambas causas: sed lo que queráis, clásicos 6 románticos, de ayer ó de hoy, pero ved que, como dice el Señor, ^^la sabiduría clama y la prudencia da voces; > que no podemos usurpar á la fe el derecho de llamarse madre, pues figurados estábamos en el hijo tierno y unigénito, á quien ella adoctrinaba, y

(Ij Dístmrí>o de recepirioü In Real Academia Eipoñolíi,

decía: «Reciba tu corazón mis palabras no te desvíes

de los consejos de mi boca (0.» Esta es la riqueza de que

hablando con arrebatador entusiasmo el orador del pue- blo antioquenoj asevera «que basta con una sola palabra para adquirir caudales de filosofía y alimentarnos todo el tiempo que vivimos (*).>

¿De dónde, si no, hubieron su tesoro esos ingenios! ¿Cuál es la historia de nuestro idioma? Ensaya en su in- fancia las alabanzas de Nuestra Señora^ como niño que duerme en el regazo, y que, para desatar su labio no man- chado, repite el dulce nombre de madre. Cuando se for- ma, cuando crece, cuando impera, también acopia en manos de la religión los frutos de sus tareas y los lauros de BUS yictorias; retrograda los tiempos; busca al pueblo mesiánico, tan poeta como grande; toma la vara de sui caudillos, la cítara de sus reyes y la lira de sus viden- tes; recoge sus ecos, esos ecos libertados del anatema y salvados de la desolación de su altar, ,,.* los escucha, sí, los entiende, los traduce á la distancia de cuarenta si- glos, y se eleva al Dios altísimo para que

íi cantemos al Señor, que en la llanura vendó del ancho raar al Trace fiero, ,*•.»

Ni nos asombre este lazo tan íntimo que vengo señalan- do. El catolicismo se llama poder religioso^ más excelsí» que el de Oriente; jíOífer literario^ más eficaz que el de Grecia; poder social ^ más extenso que el de Roma; y ai no bastaran para asegurar su imperio estos elementos gandieses, se llama también poder de /fe, y éste es su secreto, su victoria, su encanto.

(i) Prov., VIH, í /lib, IV, 3, 4, 5, (S) S, Crysost, Hom, ad pop,, 4,

I

S99

Definido está «que toda aserción contraria á una ver- dad de fe, bien entendida, es absolutamente falsa lO.» Ya lo vemos, señores: la verdad en su concepto puro, en su razón ideológica, no puede sustraerse al dominio ni á la inspección de los dogmas, A dicha nuestra, no son espa* Soles Jiinguno de los métodos que prescinden del criterio de le, y podemos decirlo con holgura ante ese mausoleo (jae nos recuerda tantos nombres venerandos. Quisiera aucarecerlo con la sencillez propia de esta cátedra: esos sistemas no nos cuadran, porque no sa han escrito para nación de creyentes; y si sólo á condición de aplaudirlos hemos de llamarnos cultos, optaría, con egregio apolo- gista de nuestra literatura, por renunciar este título, si m m abre otro camino para arribar al templo de la fa- ma W, Menos cultos ante la Europa, no fuera tanta men- gua como menos sabios para Dios, menos libres para el mundo

Esos ingenios, que claman así desde sus tumbas para íjuebrar el sueño á los que no meditan en su corazón, no se desviaron ni un ápice de la enseñanza catóhca. Lo que en los siglos medios, esmaltando la tiara de los Pontífi- ces, profesaban Alberto Magno, Tomás de Aquino y Bue- naventura, cuando sostenían ellos solos la cátedra de la ilustración del universo, eso propio nos inculcan muy luego los filósofos españoles. ¡Cuánto nos deleita oir á un político y literato, á Saavedra, el cuadro de las cien- cias como derivadas de los atributos de Dios^ casi con idénticas frases á las en que el Ángel de la escuela y el Doctor seráfico lo habían trazado en sus obras! ¡ Ah! Suya

{h Canon, Conc. Vatic. Üe-fide et ratione, tV. (I) Abate UmpíUas. tomo UL p%s, 37 y 38.

300 es también aquella encantadora imagen de la Religión peregrina por el orbe, triste y desolada, sin hallar asien- to ni pisar tierras amigas, que encuentra abrigo y solax en la piadosa España, galardonando el Señor esta fideli- dad de nuestro pueblo eon el auxilio que le prestó para adquirir nuevos mundos (O, ¡Señores, no puedo ocultar- lo!,..• Mi corazón se enternece al evocar estos recuerdos tan dulces; es vuestra patria y mi patria, ¡es vuestra Re- ligión y la mía! Comunes son nuestras glorias; y, creed- iOj creedlo, deploraría como la mayor desgracia para mi nación, como el mayor oprobio para mi, que soy el últi- mo de sus hijos, si viniesen tiempos en que va no pudie- ra un escritor encarecer^ como aquel insigne repúblico, nuestro esmero en la conser\"ación y práctica del Cato- licismo.

¿Visteis en el Ingenioso Hidalgo obligada \% naturale- za al compás de la manía, surgiendo por do quiera lan- zas, escudos^ yelmos, dueñas y castillos, transformando al molde del capricho los objetos vulgares? Pues bien, católicos: el error lo desfigura todo y lo tuerce; ha hecho de la teología una historia, relegándola^ como la escuela positivista, á la infancia del mundo; de la historia una filosofía j acomodándola á un criterio; de la filosofía una parábola, envolviéndola en nubes; y de todas estas trans- formaciones obradas por hábiles encantadores, ¿qué res- ta? ¡Una insigne paradoja, una torpe decepción! ¿Y qué importan los enojos de la cordura? El ansia de placeres ha escudado los engaños, devolviéndose finezas la razón cautiva del delirio y el amor vendido á la ganancia*

Se ha dicho, ignoro el fundamento^ que las modernas

(I) Suavedra Fajardo, Hipúbika iiiernrictt pág. 15i, ib. 18*

301 literaturas están impregnadas de panteismo. esa incer- tidambre, si esa perpetua ostíilación de los ánimos obe- decen á aquella grande herejía, no es mi misión el jun- garlo. Me sorprenden, sí, esos prolongados lamentos fiel libro, del discurso, del periódico, sobre la anarquía cien- tilica^ sobre la falta de sistema seguro que imprima su carácter á los trabajos del espíritu. ¡Cosa extraña! Todos hemos allegado una parte en las temibles proporciones de este mal; ¡pero todos nos condolemos! hasta se acen- túa que es la forma de estos tiempos Señores, el mi- nistro de Dios, y ante esos restos inermes que nos recuer- dan la instabilidad de las cosas y la certidumbre de nues- tra nada, tiene el deber de publicar que la verdad cris- tiana, verdad religiosa, verdad moral, verdad científica, verdad literaria, es la única que ostenta flje/.a de princi- pios, por lo que también es la única que podrá salvarnos en horas de peligro, en el fragor de las luchas y en la crisis de los pueblos. Es la verdad que nos ha hecho li* bres^ cumpliendo la profecía del Hambre- Dios. Ya no hay medio, escoged: ó libres en la fe, ó esclavos entre los in- circuncisos; que desde el día bendito que la eterna pala- bra se dignó hablar en el tiempo, no restan más que dos bandos: el de los que tropiezan en esta piedra y caen para su ruina, o el de los que sobre ella edifican para la gloria y para la libertad*

De esta alianza bellísima de las letras con la fe para mantener vivo su espíritu, brota sin pena un hmpio ma- nantial de risueñas inspiraciones. ¿Quien las podrá enu- merar ni encarecer? El solo nombre de Calderón bastaría para que admirásemos ese concierto suave y esa mara- ^'illa indecible del espíritu de piedad esforzando el vuelo de los ingenios. El cielo del Señor con sus místicas re-

302

velaciones; el uno y otro hemisferio con los prodigios de naturaleza; e! mar de olas hinchadas por la cólera del AUísimo, d de tranquilos espejos que dan paso al lumi- nar de la noche; la elevación de la montaña en que Dios suele hablar á sus profetas, y la profundidad de los valles en que discurren las brisas; el torbellino del mundo con sus funestos encantos y la esquividad y apartamiento de

las selvas que convida á la plegaria señores, ¿habrá

ni un solo concepto^ ni una sola inspiraciónj ni un solo matiz en esa variada floresta de las musas, que no sa haya interpretado mil veces por nuestros poetas y hablis- tas en provecho de la idea religiosa y del severo código del cristianismo?

Así concebimos y de esta suerte realizamos, aun den- tro del orden meramente literario, la idea de la perfecti- bilidad, haciendo del hombre, en frase de un académico insigne, <esa imagen creada que en el tiempo y en la eternidad debe tender hacia su tipo» sin poder jamás dar- le alcance i^).^ ¡Cómo se casan las ideas y conversan á distancia los siglos! Nos parece oir á San Ireneo aquella palabra inmortal que nadie fuera de la Iglesia ha im%do, y que muy pocos comprendieron: «Homo vero pro fé^timi perci^iens et augmentum ad Dewn í^):» ¡aumento, ^ÍX)- gresión y aumento hacia Dios! ¡Cuánta grandeza! Por m es, señores, que entre todas las calumnias forjadas pa*a nuestro descrédito, ninguna nos apena como la de qie no dignificamos al hombre. Un santo español, Juan de k Cruz, que él solo, él solo representa un siglo y puede dan nombre á una escuela; ese ingenio peregrino que busca

(1) Aparisi, De la perfec. según el Catúlimmo, {%} S. Ireii, adv. Haeres, U, 20, 1 .

303 por las noches la claridad del sol iluminando las almas, üüs dijo, para vindicarnos: «Más vale nn pensamiento del hombre que todo el mundOj y por eso sólo Dios es digno de el y á él solo se la debe (*).» Parece que nos en- cadena mucho esta sentencia, pero ¿nos enaltece? ¿nos eleva? Basta: suele el mundo decirnos, como el tentador, ^seréis como dioses,» para luego burlar nuestro engrei- miento con la realidad de torpe desnudez y el aspereza del infortunio-

No solamente han sido estos ingenios fieles testigos de ricas tradiciones y firmes atletas de la fe católica, origen de todas nuestras grandezas, si que también se nos ofre- cen como claro modelo en la dirección y ejercicio de las letras cristianas, prestándolas la eficacia y el valor que han menester para rendir su tributo en bien del hombre y déla sociedad,

Nadie niega el poder de la palabra, que ha llegado á formar como en Grecia un imperio formidable. Será, pues, misión de las letras santificar y dirigir su marcha, consultando esos modelos clarísimos, cuyo príncipe nos abona, al decir que «no hay ninguna de sus novelas de quien no se puede sacar ejemplo provechosOy ni que no esté medida con la razón y con el discurso cristiano í^).» Hubo un pueblo ardiente que encarnó sus divinidades y las imprimió el sello de su genio, trasladando al Olimpo la rivalidad de sus émulos y la lucha de sus fracciones; ese pueblo se encarnó también en sus poemas, y la ília- da y la Odisea fueron perpetua enseñanza, en doble voz

(i) Obras de San JaaD de b Craz. ávíkoh y ¡tent encías* [%} Cervantes, Novelas ejemplares, Prólogo,

de la razón y de la historia ^ para robustecer sus leyes y adoctrinar á sus príncipes. Pero, señores, nosotros emw- lamas aarismas infinitamente más excelsos, más puros. Legatarios somos de esos grandes ingenios que llevaron hasta el lecho de muerte los ardores de su fe y la eficacia de sus virtudes, y que grabadas en libros dejaron esas máximas fecundas, nutridas de fervor y de celo, que for- man hoy nuestras delicias y estimulan nuestra admira- ción.

Permitidme, católicos, una citaá que me lleva déla ma- no el modelo de esos ilustres varones: parece que escu- chaban al gran Obispo de Hipona, al gran literato de Car- tago, cuando decía en su lengua peregrina: «Efe preciso hablar con sencillez para instruir, submissh; hablar dul- ce y suavemente para hacer amable la verdad, tempera- ¿h; hablar con grandiosidad y vehemencia para arrastrar los corazones y convertirlos, grandiíer (').> ¡Familiari- dad que instruye, dukura que enamora, í\ier¿a que arre- bata! Todo lo han dicho los Padres, señores Académicos, pero seamos justos; y sin añadir ni una tilde á esos teso- ros de luz, confesemos también que los literatos y sabios españoles supieron interpretarlos, como si estuviese re- servada tal gloria para los que mejor supieron emplear las gracias de la buena nueva. Aquí tuvimos escritores m ^quienes la naturaleza^ enamorada de su misi}ia aMm- dancia, despreció las sequedades y estrecheces del arte^^ como se di,jo del Fénix de los Ingenios {% y redundando esta copia asombrosa en provecho de la cristiana razón y de los sanos principios, dimos al mundo el espectáculo

(i) Sao Agastiti, de Doctr. Gbriat. lib. LV.

(i) iílaglo de Lope de Vei^a por Saavedra Fajardo; ñepyh. Htfr*t 51»

30S

ansiado de una literatura ejemplar, en que brillaron las arras purísimas de ese bello desposorio entre la voz de Dios que nos llama y los gemidos del corazón que respon- de. ¡Cuan triste, señores^ cuan triste no deberá ser el día qae ese enlace se relaje, y en que los hijos puedan juzj^ar á sus madres, obedeciendo á los plañidos lastimeros del profeta: ^Judimte matrem vestram jitdicate: quoniam ipsa no7i iiüoor nim^ et ego non mr gjíí?(M.,....» Juzgad, juzgad á vuestra patria: ved si es fiel á su varón, ó si ha

contaminado su tálamo

Fuerza es pensar bien, para ostentar las galas del buen decir; pensemos según Dios, y hablaremos como hablan y se entienden los ángeles, que esto se dijo de los libros baavisimos de una insigne española, que inspiró también la musa de Mioubl de Cervantes i*). Ya comprenderéis pe hablo de la inmortal Teresa de Jesús^ del orgullo sin segundo de nuestra patria, de esa casta azucena que ha embalsamado nuestros campos, de esa virgen peregiina tpie ha comunicado á las letras la eficacia más noble que puede concebir el genio^ la eficacia de la santidad, la efi- cacia del arrobamiento y del éxtasis, la eficacia de la ele- vación asombrosa y del amor sin medida. Skueihísima Se- Sor A Princesa de Asturias: el Catolicismo, que ha enal- tecido á la mujer en el orden social, es el único que la ha sublimado en el literario; y justo era que España reca- bara esta gloria, que hoy tengo derecho á evocar como privativa de nuestra nación , sin poder cederla á otra al-

W] Oseas, II, t.

(1) CuaDdo bealificó Paulo V n Hnnío Teresta de Jesüí^^ habo ñeslas y cmámünes poéticos, uno de cuyos jaeocs fué Lo|>e da Vegsu Eu dios lo* mr> piírte Miguci de Ccrvaotesí, romo to «crediln una bellísíriía coniposii- dóa {\m dedico a tf^it ftgunlo.

306

gima, porque registrando la historia literaria del mundo y comparándola con la nuestra, aseguramos ese título nobilísimo que nos asista para decir á la impiedad, mal que lépese» y al indiferentismo, por más que se resienta y se duela: «Para entender todo el precio de las letras es- pañolas, para admirar su síntesis perfecta y su más rara hermosura, es preciso alzar la vista á los altares-»

Lo que pedimos y anhelamos para nuesti'as letras, m preservarlas de la ingerencia del naturalismo que todo lo emponzoña, esa gran locura de los modernos ideólogos, que dejan la naturaleza solitaria, encendiendo por única antorcha la razón, como lámpara en medio de un sepul- cro (^), Que la poesía no llegue á ser lo que en su tiempo lamentaba Orígenes, «cáliz de oro para encerrar venenos de torpeza (').....> Dejad, dejad que el favor cobra de lauros á poetas sin Dios y á escritores sin idea religiosa; no les envidiemos sus triunfos; estos laureles no son dig- nos de nosotros, y siempre podremos decir con Tertulia- no: ¿que cosa más indigna de los hijos de Dios que lo que es digno de un ídolo? (3).

Acercaos al lecho donde yace y en que pronto exhalará su aliento postrimero el hombre sabio.*... Es el famoso cautivo redimido por los Trinitarios y justo encomiador do este Orden; es el literato pobre que mendiga el susten- to de mano de bienhechores encomendados por él á la gratitud de la liistoria; es el vate de ardiente fantasía que ha subido al Parnaso para desalojará poetas indignos de este título; es el decoro de las gracias y regocijo de las musas; pero es más, mucho más: es el filósofo cristiano

(I) Defitiieión éeí naturalismo, por el 1\ Félix, S, J.: Confer., 1858, 10, [t) OrigeQes, Uom, %{,m Hicrem» (3) De Coron. MilJt., X,

3«7

*

\

y minuto que se abraza con la cruz para presentir esas gloriosas transfiguraciones del alma en el Thabor de su inmortal grandeza; es el humilde profeso de San Francis- co, muy luego conducido por sus hermanos terceros^ sin [►ompa ni aparato, con el atavío de su riqueza propia y con la aureola del genio cjue ciñe y que embellece su frente! Señores de la Academia: es Cervantes, Cervan- tes^ que en el ardor de su íe me obliga y me compele á aclamar contra las letras sin Dios, contra las letras alti- vas, porque logro en mi abono la autoridad de los santos y la autoridad de los sabios; tengo además la autoridad de la historia, y oigo á San Gregorio que el obstáculo ma- yor de la verdad es la hinchazón de la mente, que mien- tras llena los espacios del alma cubre de nubes los hori- íGontas de la sabiduría, y fórmanse hombres que parecen agudos é interiormente son ciegos,.. *, dum inflat^ obnü-

^at foris acuH^ intus caeci fi)»

Vosotros me estimuláis con alto ejemplo en esta augus- ta ceremonia y fúnebre solemnidad, en que dais un testi- monio público de que siendo por vuestro instituto celosos mantenedores de la pureza del hablan no lo sois menos de la limpieza de la fe que ha dado inmortalidad á esos genios, vivificando sus obras y esclareciendo sus vidas. Así me otorgáis nuevo derecho para repetir á los doctos: poned, poned vuestros anhelos, no en la ostentación de esa agudeza que conquista fama y prez en la opinión del mundo, sino en la humildad que se abate, en la ciencia que no disipa, en las letras que adoran al Señor; sí, que imnca la inteligencia es más grande que cuando advierte 8u nada, como nunca más libre el alljedrio que cuando se

(<) Gregor. Moral. XX ÜI, XVI,

308

encierra en cárceles de amor^ y se querella diilceniente en brazos del esposo i^). ¡Que bienandanza tan colmada, cuando es dado escuchar al que nos habla sin estrépito de palabras, sin confusión de opiniones, sin fausto de ho- nores, sin impugnación de argumentos! (*).

Suba el numen cristiano en alas de la fe, y corra esos espacios de oro en que la imaginación se dilata y las ideas se subliman* Resuenen sus ecos tan regalados y tan tier- nos como los ha modulado el habla hermosa de Cervan- tes. ¿A quién no moverá una endecha de Salicio, una silva de Figueroa, una canción de Rioja, una quintilla de ÍTil Polo, una cadencia de Jáuregui, disputando al can- tor de Jerusalén la ternura y brillantez de su ingenio? Vosotros supisteis imitarlos, conquistando los laureles de la escena y el verde mirto de la lírica, mereciendo aplau- sos como en los días de Lope, Calderón y Moreto^ como en los días de Rivadeneyra, Mendoza y Mariana, como en los días recientes de los Usías, Gallegos y Saavedras. í^s letras españolas no pueden ser más que españolas, y como españolas, cristianas. Fijas en el cielo las miradas de nuestras musas, apenas hollarán el polvo de la tierra, como no sea para bendecirla, para estrechar á los hom- bres con vínculos de paz, con lazos de infinito amor, for- mando esa preciada corona y ornamento de la patria que se adorna con hijos de sabiduría y congregación de jus- tos, ligados por la obediencia y consagrados por la cari- dad: Fiiii sajnentiae, ecclesia justorum: et natío illo- ^ rum^ obedientia et dÜectio,

Señor: una de las más nobles prerrogativas de los]

( 1 ) Multo quippe tiberiuB erH aTbitnnm^ qmd omnim notí potmii smrvmi pecmio. Aüg. Eücliirld,, 28*

(S) Kempía. de imit* Christ., líb. lU, cap* XLlfL

grandes monarcas que dieron nombre á su siglo, fue sienipre el amor de las letras, en íntimo consorcio con el lustre de la fe^ para asegurar la gloria de su reinado y la felicidad de sus pueblos. ¡Cuánto no deleita nuestro corazón el contemplaros hoy heredero de tantas hermo- sas tradiciones, nieto gloriosísimo de los que se llamaron sainos^ como Alfonso, añadiendo primores á nuestro idio- ma, y de los que se llamaron m?iiú.% como Fernando, para agregar á sus timbres el honor de nuestros altares! Os vemos presidiendo ese sereno recinto de los hijos del saber, y nunca os hamos contemplado más digno de nues- tro respeto filial y de nuestra gratitud ferviente, que cuando parecéis compartir con ellos los afanes de la cien- cia y las preces de la religión que hoy los bendice y los consagi*a< ¡Ah! ¡Modularon las cítaras tantos acordes suavísimos para cantar las glorias del solio de Recare- do! [Se afanaron tanto por enaltecer el reino de la fe ca- tólica, que ciertamente vuestro ejemplo magnífico es á la vez testimonio do alma pura que Dios bendice en su misericordia, y prenda de gratitud á los ingenios que ilostraron la patria! Plegué al cielo que estas letras es- pañolas tengan siempre por divisa ese amor tan acen- drado y ese respeto tan íntimo de que hoy nos ofrecéis claro modelo. Señor: permitid al más indigno de los ora- dores cristianos que aquí, en presencia del Dios que juz- p la justicia, evoque esa gloria imperecedera que todo el pueblo español anhela ver esculpida en vuestra noble frente; ese poder, esa grandeza, e?:e emporio que fué en otra edad

íí Firme rival de! Témesis umbrío, Duro Btúíe del Sena turbulento, Gloría del trono, de la Iglesia hrío,

Temido en Flíindes, respetado en Trento,

V desde el mar de Luso ó la Junquera, Hubo un cetro p un altara una bandera í^.»

A riesgo de fatigaroSj quisiera dirigir una palabra al pueblo; á ese pueblo tan amado de mi corazón, á ese pue- blü que es heredero legítimo del Hidalgo Ingenioso^ á ese pueblo que, cuando no se apasiona con delirio de la reli- gión de sus padres, es porque tiene la desgracia de no es- timar sus benefleios, por más que los respire, los beba, los palpe en la vida pública* Yo le diría, copiando otra vez de un libro que contiene la erudición de las almas; No te connumvan los dichos bellos y sutiles de los hom- bres^ porque no está el reino de Dios en la palabra^ nno en la virtud. Después de decir á la Academia con el gran Prelado de Cambray: itel Diccionario no contiene más que la mitad de la lengua,» debo decir á todos: tías pa- labras no contienen sino la mitad de la idea,» cuya ple- nitud es la verdad de Dios, su reino, su justicia, Huid de lo que ya lamentaba nuestro insigne Melchor Gano; es- quivad el desenfreno del habla y la licencia de la plu- ma (*), que asestan al corazón el dardo envenenado para viciar y coiTomper su sangre. Empero, alabad incesan- temente al Señor como los coros angélicos que entonan sus magnífieeneias; adoradle como los serafines que vio el Profeta velando la faz delante del Altísimo: ¡lengua que glorifica, silencio que enmudece y que adora! ¡Qué concierto tan arrobador! ¡Qué melodías tan suaves! ¡Qué gérmenes tan fecundos de dicha y de prosperidad! Señores: cuando damos una ojeada por Europa, no

(1) Duque de Frías, A la muerte de FAifíe 11.

[i) lüif liheriúi plftcet, imó mrá tkintia dicmdi mribendiqm: Cano, de

f

311

m raro sorprend6r algún síntoma siniestro de la defec- don que precede á la última de las desolaciones. Son mu- chos ¡ay! son muchos los que llevan la funesta señal en

la frente y en los brazos,.... eharacterem In dextera

rmnu saa^ aut in frontibm sms..,.. (0^ ó lo que es igual: la razón orgullosa que se alza contra la fe^ y el encono de la faerza que se conjura contra el Evangelio. Algunos de entre vosotros comparten, y no pocos llamados son á compartir mañana con los más altos poderes, las dificul- tades y angustias del Gobierno, dirigiendo los destinos de la amada patria* ¿Qué podría yo deciros que con mucha más elocuencia no lo dicten vuestros ánimos, á la vista (le esa fúnebre corona con que venimos hoy A honrar tantos insignes repúblicos^ que fueron al propio tiempo ornamento de las letras y amparo de la religión? Por eso no tamo llamar á las puertas de vuestro espíritu con el acento de la Iglesia, que desea para vosotros el bien y para los pueblos su adelanto, y con esa voz tan llena siempre de armonías me atrevo a preguntaros; ¿que par- tido abrazarán las naciones, si abrigan instintos de sal- varse?.*.. Adoptar otra divisa; nueva señal en la frente^ humillando la inteligencia para mejor esclarecerla; nue- va señal en la man4>, santificando los poderes para mejor dirimrlos; y en esta obra de salud, las letras cumplirán su misión, fomentando en el ánimo de \m pueblos las ideas que los educan y las esperanzas que los ennoble- een- Para alcanzar ese ideal con que sueña la actual ge- neración, para realizarlo en lo que tenga de elevado, justo y verdadero, necesitamos la influencia bienhechora del catolicismo: prescindamos de él por un instante no

¡I) A|í(M%, xnu i«.

3Í2

lilas, y acontecerá que sabiendo ó presínliendo dónde va- raos, ignoraremos el trámite que deba conducirnos, y nuestra gloria será la de esa ciencia imperfecta que cen- suraba San hidoro da Sevilla í*), ciencia que desconoce las vías, aunque no ignore los tórrainos.

No basta con reducir las letras á la rica tradición que las mantiene en su centro, ni á la viva fe que nutre y que renueva su espiritu: es menester también santificar- las en la oración, que las hace aún más fecundas y abun- dosas. Por eso es que no nos limitamos en admirar, si que venimos á quemar timiamas y á ofrecer el candido Cordero que se inmoló desde el principio^ para que la sangre de la alianza purifique nuestro corazón y satisfa- ga la deuda de injustas prevaricaciones. Fuera de esta Iglesia y alejados de ese altar, no esperéis el torrmite d$ aguas vims que se esparce^ en frase de los Proverbios, tampoco los premios que disputa el mundo á la virtud y al mérito de los sabios. ¡Hay coronas que nunca se mar- chitan! y éstas son las que para nuestros padres en lai letras ha implorado fervorosamente el sacerdocio. Cada cual será lleno del fruto de sm labios^ y se le retribuirá según sus obras (^L

Vivo el dolor, reciente la memoria de tantos seres ama- dos que ayer compartían con vosotros los afanes del m- tudio ó saboreaban en el hogar las dulzuras de la familia, no debo apenaros con el eco de sus nombres ni el relata de sus merecimientos* Hoy nos llaman en alivio de sus amarguras,.... quizás padecen todavía para expiar esos triunfos que enaltece el mundo, pero que empañar suelen

(1) S. Hdoro» Hip. Senimt,, lib. I, XVfl. (3) Prov.p XII, it, XVI II, L

SI 3

el brillo de la inocencia ó la nítida hermosura del amor cristiano- Clamad, elamadj para que el Señor reciba nues- tra oblación, llevada en manos de su ángel, como se dig- nó aceptar los dones de Abel, 3U tierno niño; el sacrificio de Abraham, su patriarca, y la hostia pura de Malquise- dech, su sacerdote- Ksposas del Cordero, moltiplicad vues- tras oraciones, porque la historia del Principe de los In- genios ligada está con el sublime heroísmo de aquel in- signe español que supo allegar raudales de dukura á las cárceles del caativeriOt y dádivas de sacrificio para redi- mir la desgracia. Polomas del desierto, acelerad con vuestras caricias el día de las misericordias, y unid vues- tros ardientes votos á los de este pueblo fiel y nobilísimo, que ruega con fervor porque el alma de Miguel de Ger- vjLXTES y las de todos los demás ingenios españoles que caltivaron gloriosamente las letras, por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.

I

DISCURSO

mh

Sr. D. JOSÉ DE SELGAS Y CARRASCO

Señores Académicos:

Hace más de dos años que recibí la particular distin- ción de ser elegido por vosotros para ocupar un puesto en esta Real Academia; y sólo el justo temor de no co- rresponder dignamente á tan señalada honra, me ha de^ tenido por espacio de tanto tiempo j sin dejarme cruzar los pacíficos umbrales de este sereno recinto*

Pensaba yo que, apresurándome á recoger el honor que de vosotros recibía, daba más señales de desearlo que de merecerlo; porque suele acontecer que los honores que más se ambicionan no son los que más se merecen»

Por otra parte, mi natural temor debía de tener un término: ese término debía de cumplirse y se ha cumpli- do, y no me era lícito demorar por más tiempo esta so- lemnidad sin incurrir en ingratitud.

Por eso no he acudido antes á sentarme entre vosotros; por eso vengo hoy.

No debo yo erigirme en juez de la escasez de mis me-

tí) Leído Gil U Jaota pUblica í¡ug celebró lo Real AcíiJ<iiiií¡i Española, para darle pasealóade plaza de Qúmcro. d día l.° de marzo de iBlk

3Í5

recimientos, puesto que vosotros me habéis elegido; pero no llevaréis á mal que vea en la elección con que me ha- béis honrada más vuestra benevolencia que vuestra jus- ticia.

Vengo á ocupar el puesto de un hombre ilustre, á cuya memoria debo el justo homenaje del más profundo res- peto,

D. Joaquín Francisco Pacheco, admirado en el foro, temido en la tribuna, útil en la Academia, es un nombre que no debe olvidarse y que yo en la ocasión presente no puedo olvidar.

Al rendirle el tributo de este recuerdo, en el momento en que voy á sucederle, lo hago con la seguridad de que no puedo sustituirle*

Siempre ha sido honor insigne llegar á tener un asien- to en estos escaños; pero creo que hoy es más honroso que nunca, porque nunca como hoy se ha visto la lengua patria en mayor desgracia.

Desde aquí defendéis, con heroico empeño, la pureza jla integridad de la lengua castellana, simultáneamente acometida por las invasiones de una literatura que el filosofismo ha hecho sabia, la política libre y la industria iitil

Sabia, porque nadie la entiende*

Libre, porque se ha emancipado de la tutela del Diccio- nario y ha roto las ligaduras de la Gramática.

Üíil, porque traducida en dinero, <5 lo que es lo mismo, hablando en plata, que es k lengua positiva de nuestros tiempos, en todas partes cuesta mucho más de lo que vale.

Desde aquí defendéis la integridatl de la lengua caste- llana contra la funesta influencia de tres grandes pode-

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res: contra el poder del filosofismo, que, llamándose á propio ciencia, ha subvertido el orden de las ideas; con- tra el poder de lo que se entiende por política, que ha alterado profundamente el sentido de las palabras; contra el poder de una industria, que, confundiendo las bellas le- tras con las letras de cambio, ha medido la altura del arte por la extensión de la ganancia.

Ved si puede ser mayor la desventura de nuestra lengua.

En poder de la filosofía moderna se ve cruelmente ge^^ manijada.

En manos de la política suíre el yugo de todo linaje de galicismos.

En los dominios de la industria literaria está siempre vendida.

yo fuera indiferente al honor de sentarme en este sitio, experimentaría el deseo de conseguirlo, arrastrado por ese atractivo que sobre los corazones nobles ejerce siempre la desgracia

No si podemos ser á un mismo tiempo testigos y jue- ees de nuestro siglo; ignoro si en el cumulo de derechos que hemos conquistado se encuentra el derecho ilegisla- ble que pone á nuestro arbitrio la facultad suprema de fa- llar definitivamente en causa propia.

Es posible: la soberanía de la razón, que hace de cada hombre el juez único de sus propias acciones, no puede negarnos el derecho de ser jueces de nuestro siglo.

Es cierto que todavía pesa sobre nuestra generación la práctica rutinaria de apelar á un proceso que nosotros no instruimos, y á un tribunal que sólo nos oye como sim- ples testigos, y que aún conserva por derecho propio el privilegio exclusivo de absolvernos ó condenarnos.

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Hablo del proceso de la Historia y del tribunal de ta posteridad, de cuyo jaicio no se ha escapado todavía ge- neración ninguna-

Pero medítese bien acerca de esto, y se verá que injus- ti|ía tan notoria resulta da que hayan de ser nuef^tros jaeces aquéllos á quienes nosotros no hemos podido ele- gir ni podemos juagar.

La civilización modeina no ha debido fijar todavía su luminosa mirada en este punto, y sólo así puede aún per- manecer en píe el antiguo fuero de esa tenaz jurisdicción-

Mas, seamos ó no jueces legítimos de nuestro siglo, no podemos negar la evidencia de que no tenemos otro tiem- po en que vivir, y sería una crueldad que nos empellá- ramos en creer que son los peores tiempos del mundo és- tos en que hemos nacido, cuando es tan propio de la con- dición humana dar á la realidad los colores del deseo.

|Y quién puede privarnos del placer de nuestra propia alíibanza? ¿Por qué nos hemos de negar la satisfacción de unos aplausos que tan fácilmente podemos tribu- tarnos?

Si se mira la prisa con que vivimos, la inquietud con que nos movemos^ la precipitación con que nos empuja- mos, nada más fácil que incurrir en el error de creer que nos agita y nos impulsa la viva ansia de salir del día.

Mañana: he ahí, en efecto, el término improrrogable de nuestros dOvSeos.

Mañana es el día risueño que todos buscamos.

Al día de mañana hemos trasladado todos la fiesta so- lemne de nuestra común felicidad, como si nos estuviera prohibido ser felices en el día de hoy.

Y se dirá: si el día de mañana embarga las inquietas miradas de nuestros ojos con el esplendor de una brillan-

318

te perspectiva, triste y obscura debe parecemos la reali- dad del día de hoy; porque si lo porvenir es una esperan- zas lo presente debe ser una desgracia.

Pero esto es un sofisma que á todos nos deslumhra: el día de mañana es un día que no llega nunca^ como si de ese modo quisiera darnos á entender que los deseos del hombre no tienen medida.

Y si no es así^ el caso está previsto.

Hay entre las ciencias modernas una que, salvando los límites que separan á unos tiempos de otros, nos ha abierto con mano franca los fabulosos tesoroa que se es- conden en las obscuridades de la edad futura.

Paso gigantesco, por medio del que los pueblos y los individuoSj adelantándose prodigiosamente á su tiempo, pueden tomar de lo venidero todo lo necesario á la ma- jestad de lo presente.

Preciso es confesar que si la inflexible naturaleza de las cosas no nos permite poner el pie fuera de nuestra generaci(jn ni más allá de nuestra vida, en cambio la ciencia invencible de los hombres nos lleva hasta el pun- to de que podamos, con toda comodidad, meter la mano en el hondo bolsillo de las futuras generaciones.

He ahí, sin duda, por qué se escapa frecuentemente de nuestros labios este grito de triunfo: El porvenir e? naesiro,

Y en verdad, yo pregunto: ¿á quién puede pertenecer el gran tesoro de la riqueza futura, si no es á nosotros á quien pertenece?

¿A nuestros abuelos? Han muerto ya.

¿A nuestros nietos? No han nacido todavía.

Tal es nuestro derecho aplicado á nuestro crédito.

Este crédito, aplicado á la prosperidad pública, no es

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menos maravilloso, al paso que es más sencillo y más palpable.

Consiste en hacer efectivo lo que es imaginario, en de- vorar una fortuna antes de poseerla, en traer á lo pre- sente lo que está por venir,

¿Cómo? En las limpias hojas de todos los libros da caja campean dos palabras técnicas que representan valorea opuestos, cantidades contradictorias.

La primera de estas palabras es Debe; la segunda es Haber. Pues bien; cambíese el sentido opuesto de ambas voces; hímese recíprocamente una por otra, y tan senci- lla operación arrojará á nuestros ojos esta suma enorme: hay,..,, lo que se debe. O lo que es igual: el ZJaA^seráel

De esa manera la economía política, que nos está en- riqueciendo, ha puesto á nuestro alcance lo que está por \renir: de ese modo, sin poder salir de hoy, hemos logra- da vivir en mañana.

Así se ve cuan absurdo es el secreto impulso que nos empuja fuera de lo presente, tomando como una espe- rama lo venidero*

Fijémonos bien en este punto*

Los siglo?? pasados trabajaron lentamente para legar- uos una rica herencia: por eso consumioron tanto tiempo*

Nosotros, á nuestra voz, trabajamos para dejar á los si- glos venideros una opulenta deuda: por eso gastamos tanto.

R^jo la forma de los tres tiempos elementales de la con- jugación, descubro toda la profundidad de estas observa- ciones,

líe aquí el orden de los tiempos,

Aquellos lo ganaron

Nosotros lo gastamos*

Los que vengan lo pagarán.

Ahora creo que no habrá nadie que esté desconteiito de vivir en el tiempo presente.

Pero no liaj en el mundo dicha que sea completa; v mientras el creciente poder del hombre no derogue esta ley impuesta por la Providencia á la naturaleza humana, no tenemos más remedio que someternos á la imperiosa necesidad de sufrirla.

Alguna sombra había de obscurecer el cielo de nuestra fehcidád, alguna gota de acíbar había de caer en el sun- tuoso vaso en que rebosan las dulzuras de nuestra vida, alguna pena había de oprimirnos el corazón en medio de la viva algaliara de nuestra dicha.

¡Qué singular contraste! Somos sabios, y nuestra len- gua se empobrece; somos poderosos^ y nuestra lengua pierde su vigor y su fuerza; estamos á punto de tocar el bien supremo de una felicidad completa, y he aquí nues- tra única desgracia: no nos entendemos.

Hay una época brillante en nuestra historia lit erada que llamamos Siglo de oro, y de la que no podemos ha blar sin profundo respeto.

Entonces la lengua patria, agradecida sin duda á los favores que recibía, se prestaba, dócil y abundante, fácil y clara j á servir de fiel expresión á las ideas más abstrac- tas, á los conceptos más ingeniosos, á los más tiernos afectos.

Respondía, como el instrumento acordado responde á la destreza del músico; como la tierra preparada respou- de en frutos sa^^^onados y en copiosas flores á la fecunda semilla que se encierra en su seno.

Aquella lengua enamorada en Lope, gi^andilocuente en

Calderón, sobria en Elíoja, atrevida en rTÓngora, inagota- ble en Cervantes^ aguda siempre y siempre profunda en Qiievedo, tan clara como filoso fica, tan sencilla como su- blime en Fr. Luis de Granada, armoniosa en todos, era ciertamente la lengua de un pueblo que creía y que pen- saba.

Aquel fue el siglo de oro.

¿Es aquella vuestra lengua!

No 63 á vosotros, señores Académicos, á quien dirijo esta pregunta*

Al hacerlo, interrogo á esa ciencia soberana que, lla- mándose filosofía moderna, busca por torcidos caminos la última razón de las cosas, y lleva los espíritus á la úl- tima con fusión de las ideas.

Interrogo á esa política, hija natural de esta filosofía, que, pretendiendo buscar el justo equilibrio entre los go- biernos y los pueblos, sólo habla de mentitJos derechf>s que parecen encargados de hacer olvidar todos los debe- res, excepto el deber dinero.

Interrogo á esa industria literaria, hermana de esta política, que, erigiéndose en maestra de todas las cosas, desnaturaliza los más bellos sentimientos en dramas y en novelas y obscurece la claridad de las ideas y la evi- dencia de los hechos, por medio de discursos y periódicos, con tempestades de palabras y nubes de tinta,

Á esa filosofía, á esa política y á esa industria he diri- gido mi pregunta; y aunque brevemente van á contes- tarme.

La filosofía es la primera que se me presenta, y abrien- do el libro de su profunda sabiduría, dice de este modo:

< Reconocido, pues, Yo en U conciencia y a distinción determinada del cuerpo; Yo mismo, igualmente ó espíri-

S22

tu sigue en orden á la consideración del cuerpo— y como lo Gonocemos y nos lo a tribuí nios^(ó como nos hallamos con el cuerpo en el medio sensible y en la natnraiaza) considerar (2/ sección de la 2,* parte de la concioncia) el espíritu ó yo mismo^ como el que resto en la distin* cion; que os consideramos propia y primeramente en nuestro ser y propiedades— las puras nuestras interior- mente— sin necesaria atención en esto, al cuerpo, y lo ta- cante á él considerado j no haciendo esto primeramente á nuestro propio ser— ser de espíritu y conciencia sino sólo al cuerpo y nuestro conocimiento de él, como con- junto é íntimo conmigo,»

Profundo debe ser el pozo de ciencia que se esconde debajo de esos renglones, si hemos de medirlo por la den- sa obscuridad de las palabras; y el investigador más pers^ pícuoque intentara penetrar en ella se vería expuesto á perder hasta la intima noción de mismOj que es la ma- nera más segura de perderse*

En cuatro partes se divide la ÍTramática de la lengua castellana, y sería ciertamente nn hombre extraordina- rio el que acertara á encontrar en el párrafo que acabo de leer rastro alguno de ellas; no hay en el ni analogía» ni sintaxis, ni prosodia^ ni ortografía: es un conjunto in- forme de palabras; es la lengua elevada al caos.

Yo que hay idiomas sin gramática que todos habla- mos y todos entendemos.

El amor, por ejemplo^ no encuentra muchas veces pa- labras en el Diccionario de ninguna lengua para expre» sar los secretos pensamientos del cariño, y busca en la elocuencia de las miradas, en el insinuante calor de los suspiros, en el persuasivo encanto de las sonrisas, la co- municación íntima y completa de dos corazones.

De la misma manera el dolor, como ú no cupiese den- tro de los limites de la palabra, prorrumpe en gritos arrancados del alma, desata en la boca el manantial de Im S0II07.OS y haca caer de los ojos afligidos torrentes de lá^mas.

Ved al niño que sonríe en el regazo de m madre: sus lalios no han aprendido aún á pronunciar palabra algu- na, pero su alma esta toda en la expresión angelical de su rostro; todavía no ha tenido por que ocultarla, y la de- ja ver en k viva inquietud de sus ojos, en la dulce movi- lidad de su boca, en la agitación de sus pequeñas manos, en la pureza de su risueña frente.

Cosa extraña: no sabe hablar y todo lo dice.

La madre, inclinada sobre aquel rostro que alternati- vamente ríe y llora, no pierde— permítaseme decirlo así —ni una palabra ni una silaba de tan misterioso len- guaje.

Hay más: hay quien, hablando y escribiendo, descono- ce de tal modo el sentido propio de las voces que usa y la precisa correspondencia que debe existir entre el pensa- raiento y la palabra, que con frecuencia nos vemos obli- gados á interpretar en leyes, en libros, en discursos y en periódicos párrafos enteros que hacen muy dudosa la rec- ta inteligencia de los conceptos.

Y aun en este frecuente caso á que nos ha traído el abuso de la palabra y de la pluma, todavía podemos ave- ri^ar lo que se ha querido decir ó lo que se dice, y de todas maneras nos queda el consuelo de saber con más ó menos certidumbre, si no lo que ha querido decirse, á lo menos lo que se ha dicho.

Pero en el libro de que he copiado la página de filoso- fía que antes he leído, es absolutamente imposible ave-

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riguar, ni lo que su autor ha querido decir, ni lo que dice-

Se asegura que la palabra sirve para disfrazar los pen- samientos, y yo me inclino á creer que, en esta época, para lo que más sirve es para omitirlos.

Iní^alculables son los estragos que en una inteligencia incauta puede causar semejante filosofía; pero visible es el pasmoso desorden que ha introducido en la hermosa lenofua castellana.

Abandonad á la influencia de esos librepensadorei el, idioma patrio; dejad que esa ciencia se apodere de ól y lo haga á su imagen y semejanza; consentid que esa lemm absurda se propag-ue, y todos los que tenemos todavía It ' pretensión de dejarnos entender, nos veremos sometidos á la dura necesidad de hablar por señas.

Así trata la filosofía moderna la lengua castellana. y, seamos justos, la trata así con razón, porque el gran enemigo de esa ciencia es la Gramática, y por eso la des- troza sin misericordia.

La política, á su vez, ha trastornado el sentido de la palabras, y sin pasar del breve examen á que su propic nombre se presta, creo que podré demostrarlo.

Yo abro vuestro Diccionario, registro sus páginas y' me encuentro con esta definición:

PoriTiOA, Arte de gobernar á los hombres^ dar leye // reglamentos para mantener la tranquilidad y seguri- dad públicas y conservar el orden y las hienas wstunTi- bres.

Paso porque la definición no sea completa: no íen^o Inconveniente en admitir que la política es algo masque eso; pero dentro de los términos con que la definis, eslá^ la base de lo que debemos entender por política.

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Pues bien; esta palabra ha cambiado radicalmente de sentido: el uso que de ella se hace, la aplicación que ge- neralmente se le da y el modo con que por todos se en- tiende, prueban que ya no es lo que debiera ser.

Dejad las columnas del Diccionario y consultad las co- lumnas de todos los periódicos; dejad la Academia y pa- sad al Parlamento, y veréis la transfiguración del senti- do de esa palabra*

Política, en su propio lenguaje y en el lenguaje más elocuente todavía de los hechos, es el choque tumultuo- so, continuo y necesario de los partidos*

Tal es el fundamento de lo que llamamos régimen po- lítico -

Vacíese ahora esta idea esencial de la política en el molde de vuestra definición, y nos encontraremos con que es todo lo contrario.

He aquí los términos:

Política.— 4rtó de trastornar los pueblos^ destruirle- yes y reglameyíto^ para mantener la intranquilidad é insefriirirlad públicas y conservar el desorden y las nía-* ¡as eostumbres.

Así la política, empezando por el sentido de su propio nombre, ha alterado en el comercio de todas las opinio- nes el valor de todas las palabras.

Ella es la que ha contrapuesto el sentido análogo de dos verbos que la lengua ha hecho para que vayan jun- tos, como lógico complementó uno de otro, y ha decla- rado que reinar no es gobernar.

Ella es la que, fundiendo en el crisol de concordancias imposibles los términos más opuestos, ha creado esa fra- se que, corriendo de bolsillo en bolsillo, corre todavía de boca en boca diciendo: Donativo forzoso.

3S6

Hasla en lo que es meramente formulario tiene el ex- traño placer de contradecirse.

Es frecuente oir en los tumultos parlamentarios esta reclamación arrancada por el dolor de un atropello ó de una ofensa: «pido que se escriban esas palabras; » pues bien, el que pide que se escriban esas palabras, lo que verdaderamente pide es que se borren.

¿Queréis ver la contradicción más manifiesta? Pues sa- bed que esas palabras, sean las que quieran, no se bo- rran nunca.

No fatigare yo vuestra atención por más tiempo, bus- cando en el movimiento de la industria nuevos agravios hechos á la pureza de la lengua de que sois custodios; pero me permitiréis que ofrezca á vuestra reflexión al úl- timo ejemplo de nuestra grandeza y de nuestra desdiclia.

Voy á hablar de un prodigioso invento, ante el que de- bemos descubrirnos.

Maravilloso es, ciertamente, ese artificio con que el hombre, robando á la naturaleza el poder de f?u más mis- terioso agente, ha puesto en x^ápida comunicación á los pueblos más distantes y en continuas y estrechas conver- saciones de intereses y de sucesos á los hombres de todos los puntos del globo, convirtiendo el mundo en una íer- tulia.

Esta lengua incansable, que lleva nuestras palabras con la viveza del relámpago al travos de las mayorea distancias, tiene por agente el fugitivo impulso de la chispa eléctrica y por medio la fragilidad de un alambre.

Y he aquí un raro capricho de las cosas: tan poderoso elemento, tan feliz idea llevada á termino á costa de tan- tos sacrificios y de tanto trabajo, está á merced del aire y basta un soplo para destruirlo: ¡tan grande y al mis-

i

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mo tiempo tan débil! ¡Tan poderoso y al mi^mo tiempo tan frágil!..,.

Mas ello es que, mientras una corriente de agua no lo interrumpe ó una bocanada de viento no lo desliace» el telégrafo trepa por las montanas, desciende á los valles, corta las llanuras, salta los ríos, se hunde en el seno de los mares, y de continente en eontinente, de región en región, de pueblo en pueblo, lleva á las más apartadas comarcas la pronta noticia de lo que acaba de suceder, mnchas veces de lo que está sucediendo y alguna vez de lo que aún no ha sucedido.

Verdadero prodigio da la industria humana, que exce- de á toda admiración. Digámoslo con orgullo: el telégra- fo es la lengua propia de la civilización moderna; la fór- mula de su pensamiento, su verbo; es el oráculo de la sociedad presente .

Pero ved qué extraño idioma es el que habla: las pala- bras saltan del aparato al papel, sin orden, sin concier- to, sin trabazón alguna; parece que las partes de la ora- ción han roto todos los vínculos que las unen entre sí, y las oraciones, bárbaramente mutiladas, salen del impasi- ble mecanismo desfallecidas, sin color, sin fuor?:a, sin vi- da, como si se escaparan de los agudos garfios de un te- rrible tormento,

El monstruo habla siempre im lenguaje monstruoso, sea el que quiera el idioma en que hable; destroza los conceptos y devora las palabras, movido, si puedo decir- lo asi, por nna sobriedad insaciable, y parece que para vivir necesita alimentarse de la substancia de todas las lenguas cultas.

El instrumento más admirable de nuestríí civilización habla como nn salvaje.

Ya lo veis: esa filosofíaj esa política y esa industria, cada uno á su modo, muestran particular empeño en destruir el gallardo monumento de nuestra lengua patria, de esa lengua que ha sabido contarle al mundo y exten- der por la tierra nuestro nombre y nuestras grandezaíi.

Mas hoy, que anda en tan viva disputa lo tuyo y lo mío; hoy, que la propiedad se ve tan frecuentemente aco- metida, propósito heroico es el vuestro pretendiendo con- servar la propiedad del idioma castellano, invadido por la filosofía, subvertido por la política y explotado por la industria.

Por esto me parece que recibo hoy un doble honor al sentarme en este sitio; porque, lo vuelvo á repetir, nunca se ha visto la lengua castellana en mayor desgracia.

Antes de poner término á la lectura de estas páginas que tan benévolamente habéis escuchado, permitidme una ultima reflexión.

Desde este lugar apartado de las agitaciones de la vida pübUca, donde se han retirado las letras para dejar pasar la gritería de los errores, el tumulto de las pasiones, el encontrado oleaje de los intereses y el desorden de las costumbres, podéis ver con perfecta claridad retratada en el espejo de la lengua la fisonomía verdadera de la sociedad en que vivimos, porque en ninguna parte se di- buja más fielmente la imagen moral de un pueblo que en la lengua que habla.

La historia relata los hechos, la literatura ensalza á los héroes y perpetúa las hazañas en la memoria de los hombres; pero el estudio de las lenguas nos descubre mu- cho mejor la inteligencia, la civilización y el genio de las sociedades y de los pueblos.

En ellas^ digámoslo así^ palpitan el carácter, los sentí-

3áíí

raiantos y las costumbres; parece que al comprenderlas oye la voz remota de los pueblos que las han hablado, y vienen á ser como loa ecos que en pos de dejan las generaciones que pasan.

Se habla como se siente y como se piensa: una len^^ua varonil no puede pertenecer á un pueblo afeminado; la lengua no puede ser sabia en un pueblo ignorante, ni puede ser culta en un pueblo salvaje.

De la miíima manera las lenguas se postran cuando las sociedades desfallecen; una lengua que se corrompe es siempre indicio seguro de una sociedad corrompida: la ba- ja latinidad pertenece al bajo imperio.

Tenéis, puesj en la mano la sonda con que podéis me- dir la profundidad intelectual y moral de estos tiempos ea que vivimos: todo^ todo lo que la lengua desciende eso descendemos.

He visto muchas veces al médico delante del enfermo buscar en señales exteriores la revelación de la enferme- dad oculta, y siempre lo he visto indagar el estado de la dolencia por el estado de la lengua.

En la lengua del enfermo es donde ve el médico el ca- rácter y los estragos de la enfermedad.

Imitad este ejemplo.

¿Queréis saber cómo se piensa? Pues ved atentamente cómo se habla.

He digho.

CONTESTACIÓN

DEL

ExcMo. sr. d. Cándido nocedal

AL DISCURSO ANTERIOR.

Señores:

Doy las más expresivas gracias á la Academia Espa- ñola por haberme designado para representarla en tan sülemne ocasión, aunque indigno, y contestar, llevando su autorizada voz, á nuestro nuevo compañero el señor D, José de Selgas y Carrasco. Grandes son mi gozo y la satisfacción de mi alma, viendo llegar á estos honores dig- namente al amigo querido, y ser yo quien en público le fehcite* Yo también apadriné sus bodas el día en que se unió ante el altar á la mujer que labra su ventura; tam- bién presenté yo en las sagradas fuentes del Bautismo el primer fruto de aquella unión bendecida. Compañero de Selgas, que no jefe suyo^ contemplábame yo cuando jun- tos servíamos á la patria en los consejos de la augusta Señora que empuñaba el cetro; juntos defendimos en di- versaB ocasiones y en sitios diferentes, con la palabra y la pluma, entre azares y peligros, nuestras comunes opi- nionesj que podrán ser erradas todo lo que se quiera, po- ro las profesamos con noble sinceridad y desinterés noto- rio; juntos, en flnj hemos tenido la suerte de mostrarnus

S34 hijos sumisos de la Iglesia, eterna depoBitaria de las úni- cas verdades que pueden proclamarse con seguridad y sin vacilación en la tienda. ¿Cómo extrañar que hoy apa- drine aquí al laureado escritor quien se preció de estar al lado suyo en hidalga lucha, y sobre todo quien apadrinó á sus hijos? Así ellos^ en el cerco de ángeles junto al tro- no de Diosj alcancen de la misericordia infinita que sean sabias nuestras almas, como es tierno y cariñoso el abra- zo que nos damos hoy de hermanos y compañeros*

Que el Sr, Selgas es digno, dignísimo, de ocupar un puesto en la Academia Española, sábenlo los Académicos que le han dado su voto para que le ocupe: sábelo Espa- ña^ que conoce su Primavera, y su Estío^ y sus Hojas mmlím, y su Libro de memorias^ y sus Nuevas páginas, Y si alguien lo ignora, que m lo pregunte á cuantas ma- dres de familia hayan leído la composición intitulada La cuna vacía.

Acababa de perder Selgas dos hijos de tierna edad; sentía oprimido el pecho y desgarrado el coraxón; pero contempla el acerbo dolor de su esposa, anegada en lá- grimas, y halla de improviso dulces bálsamos de consue- lo que prodigar á la madre infelicísima escribiendo lo si- guiente:

Bajaron los ángeles; Besíiron su rostro: Murmurando á su oído dijeron: Venta oon nosotros* Vio el niño á los ansíeles De su cuno en torno; Extendienrlo los bracios les dijo: Me voy con vosotros. Batieron los ansíeles Sus alas de aro;

S3f

SuspendioroQ al niño en sus hraios,

Y se rueroQ todos.

De la aurora pálida

La lu2 fugitiva,

Alumbró á la mañana siguiente

La cuna vacía.

Decidme, señores Acadóniicos; decidme^ espe<ítadores que tenéis la bondad de escucharme; decidme vosotras, sobre todo, que con vuestro buen sentido decidís de la fama de los hombres, así como de su suerte, señoras que presenciáis este acto: ¿no es gran poeta el autor de I/i cana vaciaí ¿No es gran poeta quieu ha escrito las com- posiciones conocidas con los nombres de Lo que son las nmñposas^ Las rfa? amapolas^ Lm sensitiva y La tnode^- Ha? ¿No es gran poeta quien ha compuesto el ingenioso apólogo de El .mttce y el cipréñ

Cuando á las puertas de la noche umbría. Dejando el prado y la floresta a mena , í^ tarde melancólica y serena Su misterioso manto rocogta; Un macilento sauce se mecía Por dar alivio a su constante pena,

Y en V02 suave y de suspiros llena Al son del viento murmurar se ola:

< [Triste nací I..,. ¡Mas en el mundo moran Seres felices, que el penoso duelo

Y el llanto oculto y la tristeza ignoranl» Dijo, y sus ramas esparció eu el suelo.

a ¡Dichosos, ayl los que en la tierra lloran, >► Le contestó un cipr*^ mirando al cielo,

Gomo prosista, Selgas posee maravilloso y envidiable arte: el de encerrar los pensamientos más profundos, y á vecí^ más atrevidos, en las palabras más aencilias y utós

llanas que tiene el idioma castellano, Y como si éste no fuera extraordinario mérito, aún alcanza otro qae no le va en zaga. Con fórmulas en apariencia ligreras, como (piien juguetea y se entretiene discurriendo y retozando por entre niños y flores^ dice hondas sentencias y clava agudísimos dardos para advertimiento común, y derrama bienhechor rocío y abundante consuelo en las almas do- loridas. Sabe así desconcertar y confundir al adversario con gracia tal^ que al oiría fuérzale ó reir, y al meditar sobre ella le hace llorar; como serenar el espíritu contris- tado con una frase al parecer trivial ^ pero de tal modo sabrosa, que se adhiere tenaza la memoria.

Sus discursos dulceí^i y regalados para el bello sexo, co- mo el viento primaveral, oloroso cual la flor del tomillo y del cantueso en las cumbres del rruadarrama, y fragan- te como los ramilletes de avahar que embalsaman los huertos en la patria de Sel gas, encierran siempre para la mujer útil y bienhechora medicina, mostrándole el ca- mino de la verdad sin adular ni sus (laqaexas ni sus de- fectos. Nadie en nuestros días, que yo sepa, ha dicho mayores durezas con mayor galanura á esta hermosa mitad del genero humano; pero envueltas en consejos tan provechosos y honrados, como los que realzan la serie de artículos que llevan el epígrafe de El Mundo,

¿Queréis un cuadro encantador, sencillo^ alegre, que da por resultado una gran verdad? Pues escuchad á Selgas,

<¿No habéis visto alguna vez á una niña llena de vi- veza y de alegría correr impaciente, ágil y ciega detrás de una mariposa?

>Va, vuelve: torna a ir y torna á volver; sus pies me- nudos y ligeros trazan sobre la tierra tantos eírculoSi

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tantas vueltas, tantos giros^ como gíros^ vueltas y círcu- los dibujan sobre el aire las alas impalpables del codicia- do insecto.

»Diez veces ha sentido en sus mejillas como un soplo el conkcto fugitivo de aquellas alas finas como un enca- je, brillantes como el oro y la seda, ligeras como el aire,

>Veinte veces la ha cogido y veinte veces se le ha es- capado: parece un desafio á muerte; la niña ni se cansa ni cede; la mariposa ni huye ni se deja coger; hay gritos de cóleraj gemidos de impaciencia y quejidos de alegría; hay pasión, hay furia, hay vértigo.

»No es siempre la niña la que busca á la mariposa:

muchas veces es la mariposa la que busca á la niña

la niña sigue invencible 3^ la mariposa incansable.

>Llega al fin un momento que parece decisivo. La mariposa ha tomado espacio y, elevándose hasta las copas de los árboles, se ha perdido entre el follaje obscuro y espeso.— La niña, suspensa, la busca con sus inquietas miradas y no la encuentra. De pronto la ve venir, silen- ciosa y cauta j por debajo de las ramas^ corno si quisiera sorprenderla- Sus alas, ya acules, ya carmesíes, relampa- guean en la sombra^ llenando el aire de caprichosas aguas de todos colores; se agita temerosa como una lla- ma de nácar, de púrpura y de oro.

3iLa nina abre sus brazos para esperarla; abre sus ojos para no perder ni uno de sus movimientos^ y abre sus labios sonrosados para decirse á misma: esta vez no se me escapa.— La mariposa llega; la envuelve en una nu* be de círculos; roxa sus labios^ sus rizos, sus mejillas, sus parpados; golpea con sus alas las manos de la niña, y se escapa majestuosamente como quisiera decir: estás fresca. ¡Qué lástima, qué desconsuelo, qué rabia ¡—La

mariposa va y vuelve^ la niña vuelve v va. Las dos m bascan con nuevo encarni/'*amieDto, y las doa se enoiien^ Iran.—Levanta la niña sus dos manos blancas, pequeñas y sonrosadas como dos mosquetas, y la mariposa pasa pur entre las manos de la niña como pudiera pasar por entre dos rosas,— Este que es el momento decisivo^ el momento supremo,— La niña junta suíí manos y la mari- posa queda al fin entre las manos de la niña. ¡Qué ale- gría, qué saltos, qué risas, qué felicidad!— Aquí está pre- so, cogido el objeto de tantos afanes.— No se atreve á se- parar los dedos, y los aprieta temerosa de que el tesoro se escape.—Diex cabezas rubias, movibles y risueñas, ro- dean con impaciente curiosidad aquellas manos que han cabido coger tan codiciada joya.— Diez cabezas de niñas, esto es, diez bolones de rosa^ que se empiezan á abrir,-^ Van á ver los matizados colores de sus alas; van á tocar sus bordados de oro; van á examinarla, á besarla, á po- seerla,—Se toman serias precauciones para el caso de ima inga.. Todas las manos se levantan escalonadas es- tratégicamente alrededor del prisionero, como centinelas colocados para bacer inútil cualquiera tentativa de eva- i^ión,,,., Al fin la niña empieza á separar poco á poco sus manos fuertemente apretadas; la curiosidad se aumenta, la impaciencia crece, y las precauciones se doblan: bay un momento de profundo silencio y de completa inmovi- lidad: ese silencio y ese reposo que preceden siempre á los grandes sucesos- ^Las manos de la nina se abren; una exelam ación general resuena en el corro; la curiosi- dad desaparece; las manos se bajan; las precauciones se abandonan,— La mariposa no es mariposa^ aquellas alas no son alas, aquellos colores no son colores, la niña en- cuentra^ en la suave palma de su menuda mano, un gu-

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sanillo aplastado, im poco de polvo que apenas brilla á los rayos del sol; nada,

>La cariosidad se convierte en desconteEto» la anima- ción en abandono, la alegría en tristeza,

»¡Quó chasco!— He ahí la vida; ese es el inundo.»

Resuélvese á bosquejar un perfecto retrato de mujer que en su concepto, y en el mío, haya de estimarse aca- bado tipo de belleza moral en su sexo; pues eligiendo co- mo asunto la vida sencilla de los campos^ y buscando m ellos la mujer de su gusto,

«Pobres criaturas, dice, ¿Qué sabéis vosotras lo que m el mundo?— Vuestra ignorancia sólo os permite ser bue- nas hijas, buenas esposas y buenas madres,— Cantáis por las mañanas^ rezáis al caer el sol y bailáis los domingoi delante del atrio de la iglesia, porque vuestras honestas alegrías son tan agradables á los ojos de Dios como vues- tras humildes oraciones.— Tenéis unos espejos en los que comprobáis todos los días la belleza de vuestros semblan- tes y la sencilla pureza de vuestras almas.^Os miráis en los ojos de vuestras madres, de vuestros esposos y de vuestros hijos; os miráis también en el espejo, siempre limpio, de vuestra conciencia. Vuestros adornos son siempre de moda. Tenéis la sonrisa de la alegría ^ bello adorno fabricado y tejido en el taller de vuestro cora7/m* Sois gallardas como el álamo que se cría al sol y al vien- to. Cada estación os ofrece una flor fresca, risueña, aca- bada de hacer, viva y brillante, para que adornéis vues- tros cabellos. El trabajo, la virtud y la inocencia os pvo- porcionan los dos encantos más bellos de la mujer: la ale gría y la salud,.,.. Cuando bajáis al valle, cruzáis la ri- bera ó subís á la montaña, todo os echa flores: la tieiTs, ül monte, los granados, los almendros, los rosales y los

mi

tomillos- Esta galantería podéis admitirla sin bajar los ojos; podéis admitir a^os requiebros sin que vuestro ros- tro 88 encienda de pudor ni palidezca de soberbia,— Po- déis recoger esas flores que os arrojan al paso, sin que vuestros hijos se avergüencen, ni vuestros esposos se ofendan, ni vuestros padres se aflijan,,,.. Vuestras ca- ms están apiñadas alrededor de la iglesia, como los hi- jos alrededor de su madre. Detrás de la iglesia está el cemeeterio: ese camposanto, labrado por la muerte, es- tá allí como un amigo que espera: sobre cada sepultu- ra m levanta una cruz, sencilla porque es la verdad, n&- gra porque es el recuerdo de un gran luto, con los brazos abiertos porque es la señal de una gran esperanza. ¡Po- bres criaturas! ¿Qué sabéis vosotras? Sabéia amar, sabéis

creer, sabéis orar y sabéis morir Vivís como las flores:

á la luz del sol y delante del cielo. ¿Y esto es vivir? Y es- las criaturas, al cerrar los ojos por última vez, ¿podrán decir que han visto el mundo? Y la civilización, y la sa- bidmia, y el progreso, ¿ha de dejarlas en tan profunda ig- norancia?—Yo 03 enseñaré un pequeño mundo, ese mMn- do que las mujeres de la civilización, de la sabiduría y del progreso llevan á la espalda al correr por el mundo. Bs un mundo sobre el que brilla el sol y el cielo de los placeres* Es un paraíso en que la tierra es de seda y los

ríos de oro Aquí lo tengo, como una joya encerrada

en su estuche: otro día abriremos el estuche y veremos la joya.»

Y le abre, en efecto, y saca de él un cuadro pavoroso pintado con tan vivo colorido, con t^nto vigor como los dos anteriores.

«Vosotras, bellas criaturas, que pasáis la vida asoma- das á la ventana de vuestros encantos; que todo lo mi-

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ráis desde la altura de vuestros adornos; que ahogáis so- bre las alfombras el ruido de vuestros pasos^ como si qui- sierais ocultarle al tiempo que vais andando por la vida; que tenéis por templo el tocador, por altar un espejo^ por divinidad vuestra propia hermosura: vosotras sabéis lo que es el mundo» No sois la perla escondida, sois la perla engastada Vosotras habéis ensanchado interminable- mente ios horizontes de la vida rodeándoos de espejos; al fin del camino que seguís está siempre vuestra imagen; tenéis constantemente delante de los ojos una bella pers- pectiva: vosotras mismas..,,. Habéis hecho de vosotras mismas un peligro constante á vuestra honestidad, un escollo continuo á vuestra virtud, y un recelo permanen- te para los que os estiman, para los que os respetan, pa- ra ios que os aman Sois la percha donde el lujo cael-

ga sus fugitivas invenniones; el aparador donde el co- merciante muestra sus telas; joyeros donde Pizjíala expo- ne sus alhajas,,.,. Sois el lujo; esto es, la gran mentira de la civilización, la gran miseria de nuestros tiempos,..,. Este es el mundo. Vosotras lo habéis encerrado en el es- trecho recinto de cuatro tablas; llamáis mundo, con per- fecta exactitud, á ese inmenso baúl que lleváis siempre á la espalda en vuestra brillante peregrinación sobre la tierra. Dentro lleváis vuestro corazón. Abrámosle. ¿Que hay en él? Todo: seda, oro, diamantes.— Nada: cualm adornos, cuatro piedras y cuatro trapos, ¿Nada más?— Nada más.— ¿Y esa es el mundo? ^Ese, ^Al llegar aquí tiráis el libro con enfado diciendo; todo eso es men- tira. Es decir, que sois así sin saberlo, ó sois así sin que- rerlo ser.»

De este último cuadro, por no poner demasiado serio al auditorio, he suprimido mucho, y acaso lo mejor, Quie-

Tú, coa todo, presentaros agradable contraste ooa otra composición de Selgas: La Modestia,

Por las flores proclamado Rey de una hermosa pnidera, Uo clavel afortunado ülá principio á su reinado Al nacer la prímavpra*

Con majestad soberana Llevaba y con noble brío Bl regio manto de grana,

Y sobre la frenle ufana La corona del rocío.

Su comitiva de honor Mandaba, por ser costumbre^ El céñrn volador,

Y había en sn servidumbre Yerbas y malvas de olor.

Su voinntad poderosa, Porque también era u^, Quiso una llor para esposa,

Y regiamente dispuso Elegir b mes hermosa.

Como era costumbre y ley,

Y porque causa delicia En la numerosa grey, Pronto corrió la noticia Por los estados del rey.

Y en revuelta actividad, Cada llor abre el arcano De su fecunda beldad.

Por prender la voluntad Del hermoso soberano.

Y hasta las menos apuestas Engalanarse se vían.

Con harta envidia dispuestas Á ver las soletnn^^ 5fiíta9

Que celebrdrse debííin.

Lujosa la corte brilla; El rey admirado duda» Cuando ocultarse sanciila Vio una tierna florecilla Entre la yerba moñuda.—

Y por si el regio esplendor De su corona le inquieta, Pregúntale con amar: «¿Cómo te Llamas? w— «Violeta,» Dijo temblando la üor»

ff^Y te ocultas cuidadosa,

Y no luces tus colores, Violeta dulce y medrosa, Hoy que entre todas las flores Va el rey á elegir esposa?»?

Siempre temblando la flor. Aunque llena de placer, Suspiró y dijo:--aSeñor, Yo no puedo merecer Tan distinguido favor*»

El rey, suspenso, la raira

Y se inclina dulcemente; Tanta modestia le admira; Su blanda esencia respira,

Y dice akando la frente:

«Me depaj'a rai ventura Esjiosa noble y apuesta; Sepa, ai alguno murmura, Que la mejor hermosura Es la hermosura modesta.*

Dijo, y el aura afanosa Publicó en forma de ley. Con voz dulce y melodiosa, Que la violeta es la esposa Elegida por el rey*

Hubo magníficas tiestas;

Sil

Ambos esposos se dieran Pruebas de amor míinííieslas,

Y en aquel reinado fueron Todas las flores modeslas.

Ove Selgas decir que no puede obligarnos, ni seducir- nos, ni encantarnos, ni ser de nuestro g'usto lo que no hemos elegido en la edad madura de la razón, y sale al paso de semejante Bofisma, aplaudido ¡mal pecado! en nuestros días, con esta respuesta categórica, tan llana de gracia como de exactitud y profundidad:

«El principio que concede al hombre el derecho de ele- gh\ es un gran principio. Vamos á verlo.

*E1 hombre elige:

»Sus amigos;

^Su mujer;

>Sus criados,

>Hara vez encuentra un buen amigo; por casualidad tropieza con una mujer á su gusto; todos los días está cambiando de criados,

>E1 hombre no puede elegir:

>Ni ó su padre;

*Ni á su madre;

3^Ni á sus hijos.

•Rara vez encuentra un mal padre; nnnca es para él mala su madre; sus hijos son siempre los mejores.

»E1 principio sera una gran cosa; pero se ve que el hombre tiene muy mala mano para elegir,»

Reconócese umversalmente á Selgas por ingenioso, agudo, y sobre todo enearecímiento donoso: no lo niega nadie que yo sepa* Pero acúsanle algunos de paradójico* Veamos si hay exactitud en la acusación.

Paradoja es, según nuestro propio Diccionario, especie

extraña ó fuera de la común opinión y sentir de las gen- tes> y aserción falsa ó inexacta que se presenta con apa- riencias de verdadera,

¿En qué casos sostiene el nuevo Académico especie fuera de la común opinión y del común sentir de las gen- tes? Tiene que probar esto quien intente aplicarle con exactitud la calificación de paradtyico; porque si no, la acusación queda en el aire y se convierte en una verda- dera paradoja. Lo que sucede es que va Sek'as muchas veces contra el sentir de quien le critica^ y entoncej^ el crítico, por su propia autoridad, se erige en represen- tante del común sentir de las gentes y fulmina contra las especies que le mortifican el anatema de llamarlas paradojas. Pero cuenta que semejante ealifícación no puede nunca referirse al estilo ni á la forma de un escri- to, sino al fondo, á la substancia. Quien la aplique de otra manera, no sabe lo que es paradoja. Ahora bien; en el fondo ¿cuándo se muestra paradójico Selgas? Será opina- ble, será controvertible, será, en efecto, controvertido lo que sustente; pero aquí no hay paradoja mientras no sea singular opinión de nadie participada. Con lo que ven- dremos á parar en que no sabe lo que se dice quien, á falta de otras contestaciones más convincentes, sale del paso con un artkido de huonteslaoiún^ como se dice en el foro.

¿Es paradójico Selgas cuando asegura que el filosofis- mo moderno contribuye á descoyuntar, desnaturalizar y destruir la lengua de Cervantes? Pues que intente cual- quiera traducir al castellano el trozo de filosofía, digá- moslo así, que Selgas copia en su discurso, ú otro de los no menos extravagantes de las obras aludidas, y prontí) se convencerá de serles imposible entender lo que preten

un

de el autor decir; y si lo adivina ó se fio^ura que lo com- pffiDde, y trata de explanarlo en buen idioma corriente en Castilla, verá que no puede aprovechar ni un período, ni ana frase, ni una oración de las que á {rranel compo- nen ese fiero pedrisco y ennegrecido turbión de pala- bras.

¿Es paradójico nuestro Académico novel cuando sostie- ne que la política ha contribuido á producir igual deaas^ troso resultado? Pues que se traigan á esta nie^a los pe^ riódicos de Madrid y de toda la Península; que ae presen- ten los diarios de las discusiones públicas, y que se exa- minen hasta las disposiciones oficiales, y decida la Aca- demia.

;Y hay paradoja en susti3ntar que la lengua sale mal- tratada y exánime del telégrafo? Pues á la vista está; y pudiera haber añadido, sin oponerse al comim sentir de las gentes, que desde que se usa. el teléorrafo apenas te- nemos mc4io de sabor bien y á punto fijo lo que pasa en ninguna parte del globo, porque el telégrafo da las noti- cias confusas y obscuras por querer ser breve, en embrión y en borrador porque lleguen pronto; y cuando llegan las cartas y relaciones explicando los sucesos, hállase ya el ánimo embargado con nuevas noticias telegráficas, que arrebatan el interés y la memoria de las pasadas. Así, de extracto en extracto, de confusión en confusión, llégase á formar un intrincado laberinto de más difícil salida que todos los conocidos en la historia y en la fábula*

¿Paradoja es, por ventura ^ sostener que los descubri- mientos más portentosos de la especie humana en los mo- dernos tiempos, deben servir antes de vergüenza que de envanecimiento al común de los hombres? Pues ahí está el vapor, cuya fuerza no debía de haber sido un misterio

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para loa hombres desde el primer día que arrimaron \ma vasija á la lambre, y han dejado pasar siglos j siglos áü echarlo de ver* Y ahí está el P, Félix, qae ha dicho lo propio y ha usado el mismo ejemplo en sus célebres con- ferencias, sin que nadie le tache de paradójico, á pesar de escucharle ó leerle lodos ó los más sabios de Europa, no exceptuando los incrédulos ni los que desconocen que el cristianismo es el progreso .

¡Cuántas veces la tacha de paradójico en aquél que la pone se ha de entender, no sólo por imposibilidad de sos- tener con esperanza de glorioso y Itjgítinio triunfo una discusión, sino también cauteloso pretexto para comba- tir aquello que desembozadamente no se puede ultrajar! De ellü abundan ejemplos patentes y recientisimos. En un Estado, pongo por caso, hay prohibición legal de ata- car el catoHcismo* Pues bien: se les echa un mote enci- ma á los católicos, y en sus personas y en sus doctrinas se acomete con furia lo mismo que la ley protege y am- para. En vano contestan los del mote que el dardo va contra la Iglesia; que no es á ellos, sino á la Iglesia, á quien se vulnera: eso es paradoja, se grita, y redóblase la desaforada vocería, Pero llega el caso de que desapa- rezca la prohibición; y ¿qué sucede? que se olvida el mo- te y se ataca al descubierto la verdad revelada por Dios y mantenida por su Iglesia. ¡ Ay, si los hombrea de buena voluntad, pero indolentes, se hubieran hecho cargo y preparado con tiempo! Quizá nunca llegase el infehcísimo de ver calumniados, apostrofándolos de sanguinarios y traidores, los Santos que son lustre y ornamento de nues- tra patria: ¡qué digo los Santos! llena de ultrajes la in- maculada purísima Virgen, Madre de Dios y misericor- diosa Patrona de las Es pañas; crucificado á cada hora de

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nuevo el Redentor del mando, y lanzadas blasfemias ho- rribles contra inefables misterios.

Los hombres no debemos ser pesimistas, porque no po- demos trocar el mal en bien. Pero ¿quien sabe? Dios con- siente algunas veces el mal, porque Él, y Él sólo, puede V sabe sacar bien del mal, como de la caída del hombre (fdix culpaj sacó el divino portento de nuestra redención por su preciosísima sangre.

¿Habrá también paradoja en decir que en la época más splendorosa de nuestra historia literaria, que llamamos Siglo de oro, la lengua patria se prestaba dócil y abun- dante^ fácil y clara, á servir de fiel expresión á las ideas más alBtractas, á los conceptos más ingeniosos, á los más tiernos afectos? Pues que vengan á responder, por Selgas, Santa Teresa v San Juan de la Cruz, Fr. Luís de León y Cervantes^ Lope y Calderón, Quevedo y toda aquella serie gloriosa de nombres ilustres que son nuestro justo orgu- llo, que más de una vez elevan hasta los cielos, con elo- gios desinteresados, los alemanes no inficionados de una filosofía anticristiana, panteista, y por consecuencia* en último término, atea.

La filosofía ¿quién lo duda? tiene singular influjo en las letras y en las tfrtes. Desde que el moderno panteisrao anda suelto por el mundo, reproducción de añejos erro- res, cien veces victoriosamente refutados, ha llevado su maléfico influjo á la literatura y á las bellas artes, y aun bástala música, arrastrándolas á repugnante realismo. Ya no son los afectos del alma humana, hecha á imagen y semejanza de Dios, sino las armonías del mundo mate- rial, y hasta sus ruidos, lo que lasarles reproducen casi exclusivamente; y esto, no como prueba y manifestación del poder divino, creador del cielo y de la tierra y de tu*

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daslaa cosas visibles ó invisibles, sino como culto reodi- do al Mondo Dios, ó sea al universo producido por una emanación neeemria 1/ efusión continua de la mibstanda del Absoluto, que es ridículo y disparatado axioma fun- damental del error llamado panteísmo.

Del ateísmo desembozado y abierto y del materialismo, no hablemos. Esos no dan lagar á que haya, buenas ni malas, bellas artes ni amena literatura- Quien no crea en la existencia de Dios, ni en la inmortalidad del alma hu- mana; quien no se sienta dotado de alma racional y per- durable, y crea que ha de confundirse todo él con k tie- rra á que vuelve su cuerpo, ni más ni menos qne una ca- labaza ó un asno, no ha de tener en más la bellez^a de las artes ni la expresión de las aspiraciones inmortales del espirita que nos vivifica que en aquello en que lo esti- man las calabazas y los asnos. Por fortuna, la demostra- ción de la inmortalidad del alma y de la existencia de Dios, eterno, sin principio ni ftn, personal, próvido, crea- dor y conservador del mundo, ha llepfado hasta las últi- mas capas de la sociedad, y sólo es dado ya preoronar el materialismo á lofi dementes ó á los idiotas,

¿Hay en algo de esto paradoja? Que lo sustente quien m atreva, *

Y comoquiera que la Iglesia de Dios sea deposiíaria y maestra de la verdad, y asi lo creemos todos los católicos, el sostener con decisión todo lo que ella sostenga no pue- de sin temeridad califlcarse de contrario al común sentir de las gentes. Y no ha de parecer redundante ni estéril ni inoportuno decirlo y proclamarlo en todo tiempo y lu- gar, aunque fuera menester correr peligro de muerte, aun arrostrando lo que suele afligir y mortificar á la ge- neración presente tanto u más que morir: el peligra da

verse en caricatura ridiciiia expuesto á los ojos de ina- percibida muchedtimbre.

No es eso, no, m dice: Selgas es paradójico en la forma- ¿Cómo? ¿Qué se quiera significar con esto? ¿Que presenta las cosas verdaileraíi, ó las opinables, en términos que parecen contrarios á la verdad? Pero ahí no hay parado- ja: eso se llama sátira unas veces, y otras sarcasmo. En lal caso, la acusación va mucho más allá de la persona acusada y, pasando por encima de su cabeza y de sus es- mtos* se dirige contra el sin ig^ual Gervantes, principe de ¡m ingenios españoles; contra el gran D, Francisco de Quevedo. La profundidad, el arrojo, el desenfado y la li- bertad de éste, bastan para desconcertar y deshacer la errada opinión absurdísima de que en España y en los %los pasados la empresa nacional de conservar íntegra y pura la unidad católica oprimió y achicó los entendi- mientos y le cortó al ingenio sus alas. ¡Ahogado el ingenio de Lope y Calderón, de Tirso y Morete y de nuestros ex- nelentas romanceros! ¡Achicado y abatido el entendimien- to de Fr, Luis de León, de Vives, y de Suárex, y de Mel- chor Gano! Esto ello se contesta sólo; no hay necesidad ile contestarlo. Cuando los tiempos actuales, y aun los futuros, presenten una lista de hombres eminentes en todos los ramos del saber y en todas las manifestaciones <Í0l ingenio, igual, que no superior, á la de nuestro Siglo ÚB oro, podrán mirarle cara á cara: entre tanto, bajen reipetuosos y confundidos la cabeza.

El buen hijo ha de reverenciar la memoria del buen ¡ladre. No se han de envidiar ni maldecir las grandes y admirables ha?.añas, sino procurar igualarlas, ó por lo menos competir con ellas. Renegar de nuestros timbres más esclarecidos, admiración de cien generaciones y es-

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tüdio Y pasmo de extraños pueblos; renegar de nuestros inmarcesibles lauros y de nuestras mayores glorias, es renegar de la patria.

No trato, señores, de fatigar más vuestra atención, y he llegado al fin de mi propósito, que no ha sido otro que el de mostraros la índole del ingenio de Selgas, para que sin prevención injusta pueda ser debidamente apreciado- Cuantos me escuchan han leído y saboreado cada cual de por sí, en el retiro de su casaj las obras de este escritor ameno. Las cuales, sin embargo, necesitaban llegase un día, como el presente, de ensayarse en la piedra de toque de numeroso auditorio, de inteligente y escogida asam- blea. Tienen] e siempre, para su más pronta y reconocida fama, el orador sagrado, el jurisconsulto, el repúblíco» el poeta dramático; fáltale, por lo común, al lírico, al eru- ditOj al historiador, al escritor verdaderamente filósofo. Ya supondréis mi gozo cuando miro logrado uno de los vivos deseos de mi alma: el de ver dignamente aprecia- dos aquí en tan honroso lugar los bien nacidos pensa- mientos, la feliz inspiración^ el intento bizarro de nues- tro nuevo compañero.

Observad, señores Académicos, la unidad de miras que resplandece siempre en los escritos de Selgas, En prosa y en verso, cuando habla formal y cuando parece como que se chancea (que es tal vez cuando dice las cosas más formales y graves), nunca vacila, jamás duda, siem- pre es el mismo. Si la buena crítica exige de las figuras fantaseadas, en cualquier poema ó ficción literaria, que siempre sean consecuentes consigo propias, ¿quién po- drá dispensar de esta consecuencia, tan conveniente y be- lla, al mismo escritor? Español y cristiano, ante todo, la fe de nuestros padres, las tradiciones de España, la más

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pura mora], las más provechosas enseñanzas brotan es- pontánea y constantemente de la pluma de Selgas, humo- rística, pero profunda; retozona^ pero sentenciosa, ¿Que- réis una muestra más decisiva, si cabe, de los sentímien- tos que animan á Selgas y de que estíi impregnada su alma? Pues oídlos, que él mejor que yo sabe explicarlos con natural sencillez y con facilidad suma;

[Triste experíejida! iQuiéñ pudiera trocar todos sus años Par unas breves horas de iDocencia!

¿1 por qué á la virtud somos exlrafíos? ¿No es la virtud la amiga bienhechora Que evita dolorosos desenganos?

¿No consuela ei dolor que nos devoraí Si llora coa nosotros..... {qué dulzura No derrama en las lágrimas que llora 1

Ella nos cubre coa su hermoso manto; Ella al afán mitiga y el desvelo; Ella nm presta inagotable encanto.

Siempre á la par de nuestro bien camina; Y, después de esta vida Iransttoría, Sobre nuestro sepulcro se reclina.

Virtud, dame tu fe, dame tu aliento; Olvida mis pasaílos desvarios; BfiUe en mi corazón tu sentimiento; Brille en mi vida y en los versos míos.

Sea bien venido a la Academia Española el autor de pensamientos tan nobles, expresados en tan bellisimos versos.

He dicho.

AUTORIDAD DE LA ACADEMIA ESPAÑOU

EN MATERIA DE LENGUAJE.

DISCURSO

DSL

Sr, d. león galindo y de vera

Señores Agadémicosi

Hace algunos años, al terminarse la sesión pública en que la Academia de la Historia, más por su bondad que por mis méritos, declaraba haberse adjudicado el premio á la Memoria que escribí 8obre la Historia^ meisitiuies y poHiica tradicional de E^^paña en África^ acercóseme D. Antonia Apavisi y Guijarro, cuyo recuerdo vive hon- damente grabado en mi corazón, y me dijo: «¿Sabes qnién )»ha sostenido con más empeño tu causa? Olózaga, ¿Quie- bres verlo í Desea conocerte. ;► Pra^entórae á él, y le di las gracias por el apoyo que me había prestado; me con- testó con las frases de urbanidad y cortesía que se prodi- gan a quien se ve por primera vez, y por todo quédele agradecido,

Al estrecharnos la mano en aíectuosa despedida, nos

(1) Luido en j II ata pUhIka celebrada para darle posesión de pUi^ de aámero, el día ti de febrero de 4875,

S54

separamos para no volver á vernos, «Muchos años Dipn- »tado y Embajador y I^esí dente del Congreso, tres vee^s •Académico, cuatro emigrado, otras tantas llevado en triunfo; de elocuencia irresistible, propia para el entn- >f?iasrao y para la ironia; fácil en arrancar y verter la- j^^rimas y en provocar risas; en su trato familiar, ama- *ble; en su comercio social, cürtes y obsequioso; con sus »ad versarlos en la tribuna» implacable; en las academias, *asiduo y celosísimo, porque lo era mucho del decoro y ^prosperidad de toda corporación á que pertenecía í^);í> pasó sus últimos años en suelo extranjero representando á su país, más embebido en las artes de la diplomacia que en las tareas de las letras, más entregado á las lu- chas ardientes de la política que á las reposadas lucubra- ciones filológicas. Jiizguele, pues, la historia; la historia, que no perdona ni olvida; cúmpleme á mí, su sucesor, al conmemorarle con esta motivo, dar público testimo- nio de mi gratitud por la honra que me dispensó aquel insigne talento, cuya fácil y elegante palabra, cuya in- tencionada argumentación cautivó tantas veces á amigos y adversarios, y fue causa de que justísimamente osten- tase en su pecho la insignia de Académico de la Espa- ñola.

No es mi propósito, con frases de humildad, encarecer lo escaso de mis méritos para ocupar este sitio, porque, desde que me elegisteis, ante vuestro fallo tuve que ha- cer callar la voz interior del propio conocimiento: el ele- gido puede ser pequeño, pero al designarlo vosotros como no indigno de ser vuestro compañero, le eleváis prestán-

Ij Dísirurso pronanciacto por el señor M^iniu^s di? Molins ea ta aper- tar* de ks cátedras del Ateneo ea novieíulire de f 8U.

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dolé el brillo de vuestro nombre y haciéndole participan- te del caudal de gloria científica que el Cuerpo atesora. El frágil vidrio, con ser vil tierra, refleja el rayo del sol que acariciándole se quiebra en su pobreza, y, cual ascua en candida j despide^ aunque prestada, magnifica aureola de luz»

Y pues que en materia tan principal como la del mere- cimiento propio» cometiendo mi juicio al juicio ajeno, he reconocido la autoridad de la Academia, voy á tratar en el presente discurso de cuál sea aquélla en materia de lenguaje.

Tiene por fin el hombre lo bueno, lo verdadero, lo bello; bondad, verdad y belleza, emanaciones de aquella substancia increada que con su presencia lo llena todo y todo lo vivifica. Para conseguir su fin, para andar el ás- pero camino que separa el mal del bien, lo errada de lo falso, lo grosero y repugnante de lo hermoso y apacible, se le ha impuesto el trabajo como medio y la autoridad como guía. *

Es la autoridad cosa tan necesaria que en todas partías la encontraréis, material ó moral. No existe asociackm en que no haya quien mande; no existe asociación en que por la ley, por la costumbre, por el miedoj por la nece- sidad, por la índole natural del hombre^ tjue donde vestí- perioridades se humilla, no haya quien obedezca: ic^ pu- cos dirigen^ la multitud calla y sigue.

Y consiste en que es ima verdad de sentimiento qi>" rechaza toda clase de sofismas, que las asociaciones, bu tanto lograrán mejor el fin para que se constituyeron, en cuanto los asociados se conformen más sumisos al impul- so de la mano que los dirige. Si desconocen la rienda,

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fnistraráse m intento, gastando miserablemente sus fuer- zas en movimientos estériles y desordenados.

La autoridad es^ por consiguiente, el fundamento de todo progreso moral, científico y literario.

Ved en religi^jn dogmas indiscutibles; un centro que resuelve las dudas con criterio invariable; que ensaña hoy doctrinas basadas en los mismos principio?? esencia- les que las basaba hace dos mil años; que, en lucha per- petua con el error, resuelve las cuestiones que agitan al mimdo con soberano imperio, orden, majestad^ armo- nía, firmeza incontrastable Allí hay autoridad reli^

giüsa.

¿Qué 08 dicen esas disputas sin término, esas profun- das divisiones^ esa variar inca^ante, ese sostener unos lo que otros rechazan, esos absurdos monstruosos en los principios morales, esos delirios inconcebibles en el culto, ese convertir en Dios toda materia, ese rechazar todo or- den sobrenatural? Que allí no hay autoridad religiosa

Ved esos pórticos y esas academias y osas cátedras y esas tribunas que, obedeciendo á un impulso comúni^ á una razón única, eje sobro el que rueda la inmensa pe- sadvirabre de los conocimientos humanos, caminan sin retroceder, con rumbo fijo y directo, de las verdades co- nocidas á las desconocidas, y, desechando lo que se opone de raíz á sus principios fundamentales, aumentan progre- sivamente el caudal de la ciencia Allí hay autoridad

científica-

Ved el campo riel saber convertido en campo de locu- ras, proclamando todos doctrinas nuevas, dando por ver- dades dogmáticas delimntes sistemas, atacando cuanto existe, escarneciendo la sabiduría de los pueblos adquiri- da con el paciente trabajo do cien siglos, gastando toda

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SU vitalidad en aprender á entenderse; y, en medio deeete vertiginoso torbellino de opiniones que se cruzan, se cho- can, se levantan, caen, aparecen y desaparecen, perder- se en los abismos de la duda y de la impotencia,,.. Allí no hay autoridad científica.

Si, pues, en religión, en moral, en ciencias, en cuantas operaciones abarca y se ejercita el espíritu del hombre, el concierto del mundo exige que se re Irene la razón, que se humille la voluntad, que se reconozca un poder supre- mo que resuelva y dirija; si para todo hay reglas y para todo existe autoridad, autoridad y reglas han de existir en materia de lenguaje,

Y tanto más cuanto el lenguaje, instrumento maravi- lloso que manejan todos, es lo más expuesto por ello á perturbaciones y errores. No basta provenir del mismo origen y pertenecer á la misma raza y tener intereses solidarios, no: la nacionalidad es el lenguaje, porque ©1 lenguaje es el estrecho lazo que une á los asociados y los hermana y los identiflca.

Quiso el Señor dispersar a los hombres: no les dio pam ello aficiones distintas que suelen modificarse por la edad y por las costumbres; no arrojó entre unos y otros la dis- cordia de intereses contrarios que, por medio de combi- naciones sutiles, se concuerdan ó se desdeñan por va- rones generosos; no interpuso insondables océanos, no intraspasables sierras que vence el pecho varonil y el áni- mo constante: puso sólo entre ellos la diversidad de len- guas, y miles de años han transcurrido y la división con- tinúa, porque lo diverso de las lenguas permanece como castigo eterno de la soberbia del hombre.

Españoles son todos los que pueblan la Península, ó por mejor decir, el sol que la alumbra no debiera alum-

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hrar más quo á españoles; y, sin embar^'o, ved dentro de ella grupos antiguos, diversos^ que m se unen no se con f anden; que á través de sueesián de los siglos^ y á pesar de lo idéntico de los intereses conservan su indi- vidiialidadj porque no tienen un idioma común. Catala- nes y navarros, gallegos y castellanos^ pelearán recia- mente defendiendo la misma bandera contra un invasor extranjero que no hable la lengua de ninguno de ellos^ pero, más que un pueblo, son una federación de pueblos: sn distinto idioma es el cerco encantado que no pueden traspasar unos ni otros. Suena insufrible para el andaluz el rudo enérgico acento de los provenzales, y sonriese en s5n de mofa el audaz catalán cuando el muelle ceceo de los ardientes hijos de la Botica le atoni?ía los oídos,

Y aun entre los que hablan el mismo idioma, la diver- sidad del estilo separa á los hombres más que el naci- miento, más que la clase, más que las profesiones. iSin orgullo ni vanidad, antes con llaneza y aun con verdade- ro placer j estrecha el poderoso la encallecida mano del honrado industrial, y si es necesario se asocia con él para un fin común y le hace arbitro de su nombre y de su for- tuna, que confía á su probidad ó inteligencia; mas no puede intimar con el: perpetuo obstáculo será un solecis- mo^ una frase baja ó ajena de oídos escrupulosos. Dad á eso industrial de las callosas manos un lenguaje escogido, el lenguaje del liombro bien educado, y pronto la unidad de intereses y el trato y el conocimiento de la mutua bondad crearán amigos donde sólu había socios: es que ya hablan ambos el mismo idioma; es que lo delicado de la frase hace resaltar lo delicado del sentimiento moral; es que, identificados en la esencia, la forma de expresarla resuena armónica en sus oídos,

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Siendo, pues, lo idéntico del lenguaje cansa de que los hombrea se reúnan > si no hubiera reglas, si no hubiera autoridad, si no hubiera quien conservase y pelease por lo3 fueros del buen decir, el idioma entregado al capricho universal se fraccionaría anárquicamente* Poco á poco ocurrirían tantas variaciones, que la mayoría de los na- cionales se creería extranjera en su misma patria. Cada ciento, cada mil^ cada diez mil usarían palabras, cons- trucciones, modismos diversos, y, agrupándose atraídos por el imán del habla común, formarían en la nación círculos separados, fracciones aisladas que se snbdividi- rían índeíinidamenLe,

La autoridad que unifica el lenguaje, es concierto y armonía; la libertad que diversifica el lenguaje, es turlia- ción y disonancia: obedecer á aquélla, es familia, patria, nacionalidad; usar deésta» es individuo, cosmopolitismo, humanitarismo.

Si, pues, se ha de buscar lo que une, no lo que disgre- ga, necesaria es la autoridad lingüística; pero ¿ha de de- positarse en uno ó en muchos, en corporaciones ó en per- sonas? Despláceme monarquía de las letras, y república literaria suena agradable en el oído acostumbrado, Heró- danse el poder y la firmeí^a do carácter y las altas dotes morales: los claros ejemplos del ascendiente son llamados al descendiente, que, si no los sigue, en baldón propio convierte la gloria ajena: nótase más el defecto cuanto más rico es el brocado, y con la grandeza del nombre resalta con más extremo la nulidad del hombre. El inge- nio, la ciencia, la sabiduría no se heredan: dones que el Señor concede á los individuos, no se transmiten con la sangre, \% excepto algunas familias afortunadas, pocos son los padres que sonríen gozosos al ver á sus hijos ada-

lantárseles en la celebridad adquirida, y menos los nietos que continúan \m tradiciones gloriosas del padre y del abuelo

Como toda soberanía intelectual descansa sólo en la presunción del mayor saber, y el sujetai^e á sus fallos es voluntario, de aquí que cada rey de la lengtia necesiia- ría que los subditos unánimes reconociesen su indisputa- ble Superioridad; negocio harto <lifícil y ocasionado á dis- putas insolnbles y á interregnos prolongadísimos. Pasa- rían anos y años antes que su dominación ftiese univer- salraente acatada, y algunos m le opondrían y combati- rían sus preceptos, promulgándolos á su vez distintos, y la multitud indiferente seguiría á la yentura contrarios derroteros, y el vulgo de los escritores, más presuntuoso cuanlo más vulgo, alzaría á la par banderas creyéndose todos modernos Alejandros, dominadores del mundo filo- lógico^ con el mismo derecho que aquellos peregrinos in- genios.

No sucede esto en las corporaciones, que sólo por serlo se respetan: la naturales^a de las cosas así lo determina, I^a muchedumbre imprime en todo el sello de majestad que da la fuerza en lo físico como en lo moraL El gue- rrero valeroso, cuya espada mensajera de muerte no en- cuentra resistencias individuales, ceja y se abriga entre los suyos á la vista del ejército enemigo, porque no ha de pelear contra este ó contra el otro campeón, no contra la tuerza una, reunida, omnipotente, incontrastable, de cien mil hombres.

Es además hecho reconocido que las colectividades tienen y encierran cierta cosa en que no puede expli- carse y que forma autoridad: todos los criterios se funden en un criterio especial; todo en ellas reviste algo de im-

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ponente, de verdadero, sin relación á sus individuos, dis- tinto de sus individuos, contrario muchas veces á sus in- dividuos. Aparece el poeta en el teatro: cada uno de los espectadores, ó la inmensa mayoría, no son poetas; sa^ ben menos que el autor; ni siquiera sospechan que han existido Horacio j Boileau ni Lope de Vega, y sin embar- go, el juicio de aquella masa de espectadores, ignorantes los más, entendidos los menos, apasionados algunos, in- diferentes casi todos, es contadas veces injusto: aquella multitud con intuición maravillosa indica los defectos del drama, y bosteza cuando el autor, en ampulosos versos, amontona frases vacías y sonoras; y duerme cuando in- oportuno, en vez de enseñar con los ejemplos, sermonea en acompasadas redondillas; y álzase anhelante cuando un rasgo generoso ó una idea magnánima y felizmente desenvuelta le arrebata, y aplaude frenético con triples salvas que llenan la extensa bóveda ó hinchan el es- pacio*

En vano el poeta, erguida la frente y desdeñosa la mi- rada, cierto de su superioridad intelectual sobre cada uno de los circunstantes, querrá afrontar la pública opinión: su fallo le eleva triunfador ó le confunde vencido.

Y si esto sucede con la multitud indocta, ¿qué ha de decirse de las colectividades formadas por varones cuyo cabello se ha blanqueado en el profundo estudio de las cuestiones filológicas? Desde que se crean esos centros li- terarios^ se aprende á respetarlos; desde que nacen se acatan instintivamente sus resohiciones, y aquel respeta y ese acatamiento constituyen su autoridad literaria.

Para que ésta acrezca de día en día hay, además, mo- tivos que, si bien ajenos á la esencia de las Academias» no por ello influyen menos en su propagación. Los trinn-

359 los de las colectividades á nadie humillan: muchos resis< tiran el declararse inferiores á sus adversarios (¡orgullo- so m el talento!); mas nadie se sonroja de saber menos que la Academias porque no se señala quién le ha ven- cido, ni tiene que sufrir en su amor propio, ni teme la sonrisa irónica, ni la despreciativa mirada, ni la compa- ración humillante con el rival. La gloria de las colecti- vidades es la gloria de todos los que las forman y de to- dos los que no las forman; es el tesoro común de la re- pública literaria; dentro de un año, quizá dentro de un mes, mañana mismo por ventura, el que hoy sufre im- paciente el peso de su autoridad, formará parte de aque- llas corporaciones y participará, como todos, de la honra por ellas adquirida.

Tienen también las Academias, por su misma natm^ale- za, mayor aptitud para perfeccionar el lenguaje, enmen- dando incesantemente los errores. Inmortales con la su- cesión, rejuveneciéndose con las elecciones, atesorando trabajos antiguos, allegando los modernos, unidos á los tiempos que fueron por la tradición y por los libros, dan- do la mano a los actuales por el roce imprescindible y continuo con los que forman las huestes literarias, va elaborando sus obras lentamente, como todo lo durable, lamas se avergüenza de desechar un vocablo aceptado n de enmendar un error admitido, porque es ella la que a si misma se corrige; ella la que á propia se enmien- da; ella la que va perfeccionando su inacabable tarea; ella la que, en su cuadro sin término, con la nueva pin- celada de hoy cubre el falso toque de ayer. No asi el par- ticular que, aunque yerre, concluido su trabajo lo de- fiende cual lo presenta, y, si otro lo corrige, la perfección que resulta ya no es suya, y como no suj a ó la rechaza

vivo, ü muerto se elimina de su obra, formando una en- tidad distinta. Son, pties, los esfuerzos de los individuos Billares que separadamente se arrancan de la cantera; es la Academia el arquitecto que con ellos va labrando el edificio del lenguaje patrio.

Cierto que habrá ó puede haber algunos escritores más entendidos en el griego» en el árabe, en el hebreo, en el sánscrito que alguno ó algunos de los Académicos; pero el Cuerpo literario de seguro que reúne en más cien- cia, porque es foco donde convergen los rayos de ma- chas inteligencias, mar donde confluyen las corrientes de múltiples conocimientos, Y aun cuando así no fuera; aun cuando apareciere un filólogo, asombro de las generacio- nes presentes y sonrojo de las pasadas, que atesorase más erudición que toda la Academia, uno de esos asombros lingüísticos inventores de vocablos, para quienes el idio- ma fuese blanda cera que se amoldase á todos sus capri- chos; aun entonces de segiu*o la Academia reuniría más criterio literario, más sentido común, más rectitud é im- parcialidad de juicio para decidir sobre la bondad de la frase, más tacto para escogerla, más arte para pulirla» más constancia para perfeccionarla.

En la naturaleza todo está relacionado. No existe au- toridad que no tenga sus límites morales ó legales, escri- tos ó acostumbrados, naturales ó convencionales: la au- toridad de la Academia, ni aun en su voluntario imperio, podía ser absoluta en materia de lenguaje.

Pelean en el hombre y en todo lo que procede del hom- bre dos principios opuestos: la tendencia á mejorar y el instinto de conservar.

Pobre alma desterrada del mundo, nacida para lugar

I

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más alto, recordando su origen divino, aspirando á la [íerfeecióu; lo nuevo le atrae con atracción irresistible; vislumbra algo que no conoce y que quizá sea la realidad de lo que sueña, y esa esperanza es el acicate que le es- timula á seguir tras el codiciado objeto.

Y como al tenerlo no se apaga su anhelar ardiente, desconfía^ lo examina receloso, y como por su limitado entendimiento no abarca la verdad, la bondad y la belle- za en todo su conjunto, ima nueva faz de las cosas se le presenta, y el lado que resplandeciente admiraba des- de lejos parócele de cerca obscuro y cercado de tinieblas, y otro que desde allí descubre luce ahora deslumbrador y le llama con irresistible atractivo, y para alcanzarlo deja lo que ya mira con desprecio y continúa su intermi- nable carrera.

Así los que padecen la fiebre del oro abandonan los bienes heredados y el tranquilo hogar y el dulce amor de la esposa, y en regiones apartad ísimas^ anhelante el pe- cho, hundidos los ojos, registran los placeres, investigan las arenas, perforan los montes^ y ebrios de alegría es- trechan con mano temblorosa la pirita brillante que es* tunan oro nativo, hasta que el análisis les muestra que sólo es azufre y cobre, y arrojanla iracundos y buscan de nuevo con creciente afón y con desesperada impa- ciencia.

Sin embargo^ sin esa suma de trabajo, en gran parte inútil; sin esos buscadores incansables; sin esos espíritus movedizos, descontentos, espoleados por la codicia, mu- chos mineros permanecerían ignotos, y la riqueza que esconde la tienda en sus entrañas no se convertiría en encanto de lo?i ojos, brillo de la majestad, decoro de la hermosura, conveniencia universal, medio de satisfacer

mi

todas las necesidades materiales y de dar larga rienda á ía satisfacción de inefables goces morales.

Por el conírarioj cuando el instinto de conservación predomina en demasía, todo le parece al hombre inme- jorable: cree gozar de la bondad en su punto extremo, poseer lo verdadero en su esencia y en sus derivaciones, conocer la belleza en su realidad y en todos sus atributos, y, satisfecho de mismo y recreándose en sus obras, vive vida miserable ó ininteligente.

Y si alguna vez la pasión de lo desconocidoj nunca completamente apagada en el corazón del hombre, es- tremece sus fibras y su espíritu ílaquea, y algo más bue- no, más verdadero, más bello se dibuja en lejanos hori- zontes, el temor, dándole aldabonadas, le detiene; tápase los ojos para no ver; recela de todo lo que no compren- de; duda si, al tender la mano á lo que se le brinda, se le escapará lo adquirido; tiembla al mover el pie, por si se hunde el apoyo que se le presenta robusto, y se resigna á vivir mal por miedo de vivir peor. Así el infeliz á quien la catarata incipiente permite sólo vislumbrar, entre nie- Idas y sombras, objetos confusos, resiste batírsela, y se conforma con vivir privado de la luz esplendente del sol, por el temor que le embarga de perder la débil claridad de que goza: cierto, sin embargo, que ese temor, esa in- movilidad, evitan muchas veces que, lanzado el hombre imprudentemente en maravillosas aventuras, corriendo tras mentidas apariencias y engolfado en el borrascoso mar de engañadoras ilusiones, carezca el día del naufra- gio de un punto en donde, abrazado á la tabla salvadora, llegue á descansar el amortecido cuerpo y reanimar el conturbado espíritu,

Y entre estas dos fuerzas, una que le empuja, otra qm

3C3

le retiene; hija aquella de sus aspiraciones infinitas^ hija ésta de la propia flaqueza; ya despreciando lo que por po« seído le liastía, ya avivándoseíe la afición porque teme perderlo, ya atraído por el encanto de lo que por lejano le deslumhra, ya desengañado al tocar la miserahle rea- lidad de lo que codiciaba, avanza, retrocede, se arroja impetuoso á lo porvenir ó se apega fuertemente á lo

lia reflexión y la experiencia templan estos impulsos, mas siempre predomina en el hombre una de las dos in- filinaciones que, en corrientes paralelas y opuestas, le con- ducen á encontradas orillas; y según su temperamento, estudios, companeros, clase, se decide por lo ideal ó por lo práctico, por adquirir ó por conservar lo adquirido, AHÍ reina la imaginación, aquí el juicio; allí los hombres fogosos ó iniciadores, aquí los reposados y firmas; allí los (lo oposición y ataque, aquí los de resistencia y gobierno: irnos y otros son necesarios para el bien de la república, aquéllos acelerando el movimiento con sus ímpetus; és- tos templándolo con su prudencia; aquóllos, como Blasco deOaray, descubriendo las maravillas del vapor; éstos, como Fulton, dirigiendo y utilizando su fuerza inconmen- surable*

Lo que sucede en el mundo político sucede en el mun- do filológico» En la debida proporción de ambos elemen- tos, on que no se sobreponga ninguna de aquellas facul- tades, en que la imaginación y la inventiva se sujeten al jaicio y á la crítica, en que la crítica y el juicio no recha- cen sistemáticamente la imaginación y la inventiva, con- siste el ordenado progreso de las ciencias; que quien se entrega demasiado á la invención, destruye, y quien la rechaza en absoluto, petrifica.

Indudablemente la Academia, como todo Caerpa cientí- fico ó literario, es juicio, es autoridad, y huye da lo rtió- vil y sospecha de las variaciones: sosegada, tranquila y reflexivEj adelanta incesablemente, pero con lentitad; que lleva consigo y ha de conservar amorosa el patri- monio heredado.

No es, pues, de ella el inventar vocablos ni el estable- cer de rebato nuevos giros: si en raras ocasiones entreoía al público una palabra ó una frase desconocida, cuando es necesaria y no ha brotado espontáneamente, esa es k excepción, eso es lo extraordinario.

La invención no puede encargarse oficialmente ni ú una persona ni á una colectividad: la palabra aparece súbitamente hoy^ y id anana se pronuncia por todos \m labios; pero según el inventor, es la palabra inventada; según el objeto sobre el que recae la invención, suele ser el inventor.

El adelanto de las artes, el refinamiento del gusto, las exigencias de la civilización, el ansia insaciable del goce que busca avivadores al gastado apetito, producen nue- vas invenciones y objetos nuevos que han de designarse con un nombre nuevo. Eso contingente trae la industria: pero ¡Dios mío, que contingente!: el químico ó el mecá- nico, que en el laboratorio ó en el taller han agotado su ingenio en discurrir y su ciencia en aplicar, se afanan y sudan para el bautÍ7.o de su invento: menos difícil les se- ría encontrar el específico maravilloso que ha de conver* tir el carbón en precioso diamante, ó el punto de apoyo para la palanca de Arquímedes, que tropezar con el nom- bre adecuado- Tras largo discurrir no encuentran mejor solución que designarlo con su apellido, que da á conocer

3es

al inventor; pero no el invento, ni cualidad ninguna del invento. Ejemplo sea la gran industria á la que conver- gen los esfuerzos de la Europa entera, como medio po- lentísimo de extender las conquistas de la moderna civi- lización: cañones Barrios, Blackey, Plasenciaj Arms- irong, Krupp, Witworth; carabinas Minió^ Soriano y Wentzel; fusiles Ghassepot, Rémington y Berdan: no hay más allá; no esperéis otra cosa de la industria, del arte, del oficio.

No quiero hablar de los que inventan sin saberlo, de esa nube de escritores escribientes que nos circunda con una atmósfera de barbarismos tan tenaz, y tan crasa, tpie al fin llega á influir hasta en los temperamentos más robustos. Ignorando los orígenes del lenguaje ó equivo- í?ándolos; creyéndose, en su presuntuosa ignorancia^ maes- tros y con autoridad para enseñar; amamantados por lo general en la extranjera y exótica frase, y á veces ajenos hasta de esa semi-instrucción, plaga de las presentes ge- neraciones, emplean palabras nuevas ó aplican las usua- les tan torpemente, que mueven á enojo, ó á lástima ó á risa.

Á menudo, filólogos llenos de anos y de saber, sumos sacerdotes del idioma y poseedores de sus más recónditos misterios, se empeñan en mejorarlo, en perfeccionarlo, creyendo de buena fe que es hijo natural y legitimo del estudio y de la ciencia. Y obcecados con este error, esta- blecen d ¡moH un lenguaje perfectamente lógico, con numero, peso v medida, ajustado al marco inflexible de leves matemáticas, y pasan la vida laboriosa y afanada-, mente, perfeccionando sintaxis, corrigiendo prosodias, reglamentando ortografías; inventando terminaciones que denoten por mismas los atributos de las cosas; en-

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tronizando palabras matrices vaciadas en el hebreo^ ó en el griego, ó en el árabe, ó en el chino, y muere el sabio inventor, y gramáticas, y terminaciones, y palabras, y leyes inquebrantables le acompañan á la tamba; como á la muerte del poderoso jefe de la tribu, se ©ntierran con él sus tesoros, y sus mujeres, y su caballo, y sus más afectos servidores.

De ve?, en cuando un orador eminente, rey de la tri- buna, que arrastra con su poderosa elocuencia á las mu- chedumbres, se apodera del idioma patrio, y sin más re- glas que su colosal talento y su ingénita osadía, centu- plicados por el ardor de la lucha, busca palabras que hie- ran á su adversario, gran adulador de las heces sociales; y no encontrando en la lengua más que la de popular y plebetfo^ débiles, incoloras, que no expresan con fidelidad su idea, las abandona desdeñosamente como arma inútil, y de sus labios contraídos por la indignación brota la de populachero^ dura, enérgica, exactísima, que, llevada en alas del periódico, se extiende á los cuatro vientos y se ha- ce común en la conversación, en el discurso y en el libro.

Poetas de imaginación exuberante hasta el desenfre- no, para quienes la autoridad es nombre vano, las re- glas intolerable esclavitud, y esti^echos y angustiosos los dilatados horizontes de la filología científica, crean tam- bién palabras, locuciones, estilo, escuelas. Dioses rodea- dos de tempestades, arrojan, en sus arrebatadoras inspi- raciones, un aluvión de vocablos peregrinos, un torrente de frases nunca oídas, un diluvio de giros singulares, ya conformes, ya opuestas al espíritu del idioma.

Semejantes al Nilo, cuando se despeña de los altos montes de la Abisinia y rugiendo se derrama por las lla- nuras, que todo lo arrolla, hombres, y ganados, y árboles,

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y edifloios; pero al mismo tiempo mezclado entre sus re- vueltas destractoras ondas lleva el limo fecundador que ha de producir las maravillas de los campos egipcios; con sus peEsamientos gigantes, con su sobrehumano ingenio, lo atrevido de sus concepciones, deslumbran, fasoi- nan, avasallan; y muchas de las palabras ó idiotismos hijos de su potente fantasía, objeto al nacer de acre cen- aura ó de punzador sarcasmo, sobreviven, y triunfan, y se aceptan por todos^ y ensanchan maravillosamente los límites de la lengua de Castilla,

También el pueblo, esa multitud sin nombre, confusa amalgama de todo lo que no sobresale en la sociedad, que lo circunda todo, que lo envuelve todo, como el aire á la tierra; de inteligencia escasa,, pero de corazón crecido; que no reflexiona, pero siente; que no se convence, pero se persuade; que no estudia, pero que adivina, inventa y üü poco en materia de lenguaje. Y consiste en que ese medio de expresar ideas, afectos y sensaciones, es facul- tad innata en el hombre, atributo inportan simo de su naturaleza^ signo externo de su nacionalidad. Por ello en todos existe el germen de la invención, porque todos piensan, todos aman, todos sienten.

El lenguaje, esto es, la palabra, el idiotismo, el giro, nacen á menudo, no de la cabeza, sino del sentimiento: las grandes pasiones, los afectos profundos, son manan - tiales perennes de heroicos hechos y de elocuentísimos dichos; de aquí que á lo mejor el vulgo literato produzca esas flores do la lengua, brotes de un corazón ímprosio- nable, que encantan por la sencillez, que admiran por la exactitud, que asombran por la profundidad, que arreba- tan por la poesía, que conmueven por su candida delica- dísima ternura*

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Pues bien; los sabios con sus lac libraciones etimológi- casj los industriales con sus menguados inventos, el poe* ta con suB magnificas inspiraciones, el orador con sos arrogantes licencias, el vulgo con sus conceptos vigoro- sos, y aun á veces hasta esas pobres cabezas que sin sa- berlo usan nuevas voces ó corrompen las antiguas, todos pueden contribuir al crecimiento del idioma, porque to- dos inventan; mas ninguno tiene autoridad para imponer á los demás como castizos asos vocablos: sólo la Acade- mia es la llamada á juzgarlos; y como no debe juzgar en causa propia, y en causa propia juzgaría si inventase, ha de reconocerse y convenirse en que el limita de su auto- ridad es la Invención ó introducción de palabras desco- nocidas.

No es el lenguaje^ en su primitivo origen, creación del hombre; de más alto proviene: único (♦) y recibido de Dios al principio de las edades, se confundió después en los campos de Sennaar, y como resulfado de asta confu- sión, se dividió, y con él la humanidad, en agrupaciones distintas. Estafa agrupaciones, adicionando, olvidando y modificando, formaron su peculiar lenguaje» apropiado á su carácter, á sus inclinaciones, á sus necesidades.

El inglés, orgulloso y práctico, para quien el tiempo es dinero, úsalo conciso, cortado, esdrújulo, monosilábi- co. Un minuto que ahorre en hablar, puede dedicarlo á ocupaciones que le produzcan un penique u evitar que se retarde el cumplimieuto da una orden. ¡Admirable idioma para cálculos y cuentas y arrogantes preceptos!

(4 ) l'^rat iiulem térra labii nalus ^t m?rmpn uni eorandem. Genes., caji tulo XJ, vurs. L.

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El aiemán^ filósofo, razonador y metefísico^ tiene mil palabras compuestas, y sus partículas conjuntas modifi- can el pensamiento» lo hacen más intenso^ evitan á me- Biido explicaciones y perífrasis, definen una idea compli- cada ó varias ideas correlativas, por más que el abuso con que los hombres científicos las amontonan sea cau- sa de que, olvidado el entendimiento de los rasgos distin- tivos del objeto que desea conocer, se pierda entre el caos de lejanísimas relaciones y analogías que han querido ex- presarse con aquella superabundancia de preposiciones. Por ello, cuando esa forma se trasplanta á nuestro suelo, que por su índole la resiste, no hay agua sedativa con virtud bastante para el alivio de una cabeza española que se empeñe en averiguar y fijar, con completa certidum- bre, la razón de la sin razón de una filosofía transrhena- na envuelta en jerga hispan o-germánica.

El francés, burlón, ingenioso y ligero, posee un len- guaje que se presta admirablemente ó los equívocos, á ios retruécanos, á las frases de doble significado, á los lo- gogrifos, á toda clase de j uegos de palabras; pero, más ape- gado al goce de los sentidos que á los sueños del espiri- lu, si la inspiración le arrebata y quiere hablar el len- guaje sublime de los dioses, lucha en vano con el instru- mento, ¿Por qué no he de decirlo? Las magníficas poesías tie Racine y de Gorneille y de Lamartine y de Víctor Hu- go, he de leerlas con la mente, sin pronunciar las pala- bras: si las oigo, el libro, á pesar de sus grandiosos con- ceptos, se me cae de las manos, y me siento quebrantado por la pesadez insufrible de aquellos versos siempre agu- dos, por el perpetuo sonsonete de aquellos consonantes monótonos, padres del fastidio ó indisputados abuelos del sueño. Magnífica carroza arrastrada por las antiguas

ti

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calles de Madrid; mullidos y suaves almohadones que con- vidan á la meditación y al descanso; mas los pedernales del piso no consienten un punto de reposo.

La lengua del Dante, dulcísima lisonja del oído, felta de consonantes y sobrada de vocales, ¿qué indica sino que es propia de un pueblo apasionado^ afectuoso, indo- lentej poco apto para el trabajo continuo y varonil que necesita esfuerzos materiales? ¡Oh! dejad, dejad al legíti- mo sucesor del pueblo de Augústnlo que, tendido en el pórtico, ó encerrado en el gabinete, o reclinado en la te- rraza sufriendo el sol volcánico de Sorrento, amortiguan- do su luz con ricas telas ó burlando sus rayos con el fo- llaje de la caprichosa enredadera, goce adormecido del dolce far niente ó escriba sutiles y delicadas argucias di- plomáticaSi tan flexibles como su lenguaje, ó prorrumpa en dulcísimos conceptos de amor y de ventura. No pidáis otra cosa á la lengua italiana: exigir sela, es exigir que un niño, con su infantil acento, recita las glorias del tra- bajo ó los horrores de luchas implacables; no sienta bien frase austera y robusta en aquellos suavísimos sonrosados labios de los que sólo deben salir cantos de felicidad, tier- nos acentos, gracias infantiles.

He ahí al pueblo español, grave, religioso, severo; más especulativo que práctico; enérgico y viril, sin ser desa- brido ni adusto. En su idioma, feliz combinación de vo- cales y consonantes, no busquéis nombres propíos de ofi- cios, de artes, de industrias: se los prestan los extranje- ros; mas no hay idea moral, ni aspiración religiosa, ni noble hazaña, ni virtud encumbradísima, á que no res- ponda con acento grandilocuente, con frase propia, con períodos rotundos, con epítetos arrebatadores que forman la delicia de los propios y la admiración de los extrañoSp

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Hay, pues, en todo idioma cierta cosa sutilj impalpable, que se conoce por intuición, que se escapa al análisis, que constituye substancialmente su individualidad, que lo distingue con sello original, que forma su índole, que sobrevive á todas las variaciones; arca santa qne flota entre misterios sobre las aguas procelosas del uso» perfu- me exquisito que se infiltra en todas sus partes: el espiri- ta del lenguaje. La conservación de ese espíritu; el recha- zar toda forma que no se adapte á esa regla universal, toda frase que no se vacíe en ese molde, todo giro que se aparte de esa tendencia, toda construcción que no se ajus- te á esa medida^ todo período que contradiga á ese ele- mento constituyente^ eso es lo que incumbe en especial á la Academia, eso lo que ha de conservar la Academia, eso lo que ha de defender la Academia contra las ciegas invasiones de la ignorancia* contra los meditados ataques de soberbios atrevimientos.

Pero además de ese espíritu están las palabras: aquel, alma; éstas, cuerpo del idioma. Para man tenerlas, para fijar su verdadera significación, para que no se pierdan sus distintas acepciones, para volver al comercio litera- rio las que inmotivadamente han caído en desuso, nece- sita la Academia el incesante trabajo del Diccionario, acudiendo á las fuentes del lenguaje, á las abundosas canteras de donde han de extraerse los materiales, á los riquisimos mineros que mantienen la majestad y riqueza de la lengua, á nuestros escritores de los siglos xv, xvi y xvii.

Difícil es que en materias literarias, morales, filosófi- cas, teológicas, en fin, en cuanto tiene relación con los es- tudios psicológicos, haya necesidad de inventar ni de ad- mito* voz alguna extranjera; todas se encuentran en las

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obras de nuestros grandes escritores^ ó pueden deriv í. natural y fluidamente da las empleadas en ellas.

Mas no puede defenderse el uso vulgar de todas Íai palabras sólo porque se encuentren en los libros clásicos. Las hay que^ si bien castizas y propias, el uso las ha re- legado al de las capas ínfimas de la sociedad; de ello^ que la voz que se oía sin extrañeza y aun la que se saboreaba con deleite, por pintar con vivo extremo la idea, hoy hiere desapaciblemente el oído escrupuloso y no se pro- nuncia ni se escribe por personas bien educadas.

Nuestro gran hablista Fr. Luis de León, cuyo dulce eí^ tilo encadena el alma, en su incomparable obra De tos nombres de Cristo {^), usa palabras que hoy están proscri- tas sin apelación.

Á medida que la cultura y la urbanidad ganan, man susceptible es el trato social- Por ello, las vocas que, olvi- dando la alteza á que su buena suerte las había sublima- do, se avillanan hasta el punto de convertirse en propie- dad exclusiva de yangüeaes y mozos de muías, neceá- tan del Jordán de muchos siglos para recobrar, si alguna V62 les es posible, la dignidad perdida.

Fuera, pues, de estos casos de excepción, obligada está la Academia, Cuerpo docente literario, á conservar el uso de las palabras antiguas, el tesoro del idioma patrio; y si cuando hay necesidad de expresar un objeto ó una idea, la satisface recordando y volviendo al comercio pu- blico palabras ya sabidas solamente de escudriñadores filólogos, ó locucionea propias largo tiempo en decuso, que evitan perífrasis enervantes y desmayados rodeos, ha hecho un servicio eminente al idioma y á la patria.

l\) Lib, IH, párr* <*', pég* 175, edic. de RWadeaeyra,

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No ha de ser, sin embargo, el espíritu de conservación del idioma tan absolutOj que impida su crecimiento y desarrollo. En la robusta virilidad del cuerpo humano, ¿dónde los diminutos frágiles miembros, encanto de los ojos, que embebecidos le contemplaban en la cuna? Y sin embargo, los miembros son los mismos: por un lento é insensible trabajo de la naturaleza j asimilándose laa siibf^tancias afines de los alimentos, segregando las inú- tiles y expeliendo las nocivas se han cuadruplicado los huesos, se han ensanchado los vasos, se han robustecido lús músculos, se ha llegado á la transformación completa del niño en hombre.

Como el cuerpo humano, se halla sujeto el cuerpo lin- güístico á modificaciones progresivas. Por la lenta ó in- sensible elaboración de los siglos, que ensancha el círculo de los conocimientos humanos, que rectifica las ideas, que pule y civiliza á los pueblos, se multiplican las relaciones sociales; el lenguaje á la par va creciendo, robustecién- dose, fijándose, pero sin perder su índole primitiva, sus voces rudimentarias y sus giros infantiles, hasta llegar al punto de su mayor perfección y grandeza.

Si nos empeñásemos en valemos exclusivamente de las palabras y frases conocidas, para expresarlo todo; en no aceptar nuevas voces para nuevos objetos, para nuevas invenciones; en no descomponer las ideas múltiples ó pensamientos complexos por medio de vocablos que de- mostrasen sus gradaciones más ó menos significativas, sus variados matices más ó menos intensos, caeríamos en espantosa confusión y obscuridad y en lamentable atraso en el continuo adelantar de los tiempos; porque forman tan amigable consorcio los conceptos con los sig- nos que los declaran, que no se inventa una palabra cien-

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tífica sin que se dilaten con nuevas conquistas los domi- nios de la ciencia,

Pero más que este peligro corre el idioma el contrario: los neologismos son de suyo invasores. Entregado el mundo á la disputa de los hombres, las ideas modernas y los errores de hoy caen con impetuosa Juvenil energía sobre las antiguas ideas y sobre los arraigados errores» y lo nuevo y lo viejo, en empeñada lucha, forman múltiple y vertiginoso conjunto en que triunfan casi siempre las Cándidas ilusiones de mejor porvenir.

Así las palabras que expresan estos diversas objetos, estas ideas distintas, estas contrapuestas tandenciasj si- guen igual fortuna, y al par que aquéllas se imponen y vencedoras brillan con lux más esplendente, éstas se obs- curecen con sombras más profundas ó se hunden en los insondables abismos de lo pasado.

Y este movimiento de transformación, irreflexiva y cie- go, que vendría á ser como el de todo cuerpo que no tro- pezara con obstáculos, irresistible, aiToUando cnanto se le opusiera, lo variable de suyo y lo que debe permane- cer en todo tiempo, ha de encontrar un dique robustísi- mo en la Academia, para que de todo ello discierna lo que hay de necesario y lo que hay de inútil, lo que hay de razonable y lo que hay de caprichoso, y abra anchísima puerta á lo necesario y razonable, y repela con todos sus alientos lo inútil y caprichoso.

De lo que se infiere que la Academia no ha de limitar sus trabajos á la simple conservación del lenguaje tal como nos lo legaron nuestros predecesores, sino que ha de ocuparse asiduamente en aumentar su caudal con nue- vas palabras é idiotismos nuevos, en conservar mejoran- do. Y más que el simple conservar es difícil la mejora^ de

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laque es condición indispensable el elegir; como lo es más la tarea del juez, que ha de tallar convenientemente ardno litigio j buscando la justicia desfigurada por el hábil pin- cel del hipócrita sofisma; que la del abogado que consagra sus talentos al triunfo de un cliente, amontonando en su pro cuantas razones le sugiere su agudo ingenio, falsas, aparentes y verdaderas.

La Academia, al elegir y adoptar nuevas frases y pa- labras nuevas, no puede obedecer á reglas inñexiblesj si- no que su criterio ha de ser libre, aun cuando basado casi siempre en el uso previo que se haga de aquella palabra 6 de aquella frase. El uso ha de ser, pues^ la estrella po- lar de la Academia; pero el uso acostumbrado, el nso cuando llega á constituir costumbre. Porque no basta el uso, esto es, la repetición actual, la repetición durante un período más ó menos largo de ciertos actos, de ciertas palabras: no; se necesita la costumbre; la continuación de ese uso por largo tiempo; la posesión legal, plena^ di- gámoslo así, en que está la palabra de ser usada: puede emplearse una frase por muchos, por todos, y, sin embar- go, ese uso no constituir costumbre. Hace relación el uso a la extensión del empleo de la palabra; hace relación la costumbre á la duración de ese mismo uso: es aquél el levantamiento del edificio; es ésta la perfección del edi- ficio, que se reconoce sólido y durable: es el uso el hecho; es la costumbre el derecho: el uso consagi*ado por el asentimiento universal.

Mas el uso puede recaer sobre palabras nuevas apli- cadas á objetos nuevos, ó sobre palabras nuevas aplica- das á objetos significados ya por palabras antiguas, que hau de quedar anuladas ó sustituidas ó raodiflcadas-

Respecto á las primeras, la Academia ha de ser laxa:

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para aceptarlas, sólo ha de atender á su naturaleza. Las hay que responden á caprichos del momento; efímeras, cuyo nacimiento y muerte preside el mismo sol: las hay que representan intereses fijos, ideas adquiridas, y nacen con signos inequívocos de vitahdad. Corresponde á la Corporación, con la piedra de toque de su criterio, dis- tinguir las unas de las otras, apreciar su necesidad; y si ésta existe, aceptar el vocablo, aunque la costumbre no haya sancionado el vulgar uso. Sólo cuando la voz s^ bárbara, sólo cuando sea completamente extranjera ó en su composición no se haya obedecido al espíritu del idio- ma, deberá rechazarla, si encuentra otra que, significan- do lo mismo, vista el airoso traje español: mas guárdese de desechar la palabra nueva, sonora y significativa, sólo por ser nueva; que no ofende impiadoso la veneranda memoria de sus ascendientes el que, mirándose en el campo heredado como en las niñas de sus ojos, lo ensan- cha, lo mejora y lo embellece.

No es necesario, digo mal, no estimo necesario que la voz, para que tome carta de naturaleza, se haya usado por tres autores ilustres r de desear es y conveniente es su consagración por los gi^andes ingenios, pero no la juz- go indispensable. Guando tres ó más autores de los reco- nocidos como maestros la usan, el examen de la Academia es simplemente de fórmula para revestir de la autoridad legal literaria el uso que tiene ya á su favor la autoridad moral de los preclaros nombres que como buena la pro- hijaron; menos aún; puede decirse que el uso de aquella palabra no lo autoriza la Academia al incluirla en el Dw- eionaño, sino que, reconociendo el derecho que para ello le asiste, se Umita á colocarla en el lugar que desde sa nacimiento le tenía preparado.

Pero aunque no esté usada por los clásicos, si la voz es necesaria, y forma parte del común lenguaje^ y se ajusta en su composición á las reglas exigidas, no ha de tener la Academia tan exiguas atribuciones que su criterio compuesto de la suma de los criterios de todos sus indivi- duos, muchos de ellos con méritos bastantes para que se les acate como maestros, no se considere con sobradas garantías de acierto para allegar al tesoro del idioma es- panol una nueva adquisición que lo enriquezca*

No se entienda por ello que es nuestro ánimo sostener que la Academia, Corporación tan grave, tan detenida en sus fallos, deba seguir en todas sus variaciones el uso vulgar, da suyo ligero y tornadizo, no: lo que sostenemos es que no ha de rechazar la palabra eufónica y signífl- cativa que sustituye á otra, ó que aumenta el nímiero de las admitidas, sólo porque no la conocieron ó la despre- ciaron los grandes maestros de la lengua-

Con más mesura se ha de obrar cuando la palabra nue- va se presenta sin más títulos que su novedad, existien- do otra propia y castiiía que significa lo mismo y que ha de quedar anulada: entonces que^ para la aceptación, ha de ser la Academia escrupulosa y nimia; entonces que es necesaria la lucha, el recuerdo al público de que para aquel objeto ó idea existe voz propia; entonces que, para adoptarla como hija legítima, es indispensable la autoridad de escritores renombrados que en sus obras la estampen; entonces que sólo debe ceder la Aca- demia cuando proclame su adopción el sufragio uni- vei^,

Pero si, aunque exista la palabra castiza y propia, es repugnante, acepte sin vacilar la innovación para que se difunda hasta los más remotos confines Por lo común, el

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USO fuerza á la admisión de muchos vocablos; üecesario es á veces forzar ese mismo uso, obligar á que se uso la palabra elegida, valiéndose de todo el poder moral con que inviste á la Academia el asentimiento público.

Como en toda^i las cosas que caen bajó la jurisdicción del buen gusto, de ese sentimiento íntimo que no se ex- plica, pero que ejerce sobre el mundo de la belleza indis- putable soberanía, acontece en los idiomas* Haj palabras que hieren desagradablemente el oído delicado, bien por su estructura, bien porque representan la parle más ab- yecta del objeto, ó lo representan en toda su grosera des- nudez (0.

(t) Observación fué ya de Cervauteaí «Tea cuenta, Sancho (hace decir a 15 Don Quijote)» de no míiscar á dos carriUoít, ni de trufar delante de nadie* lí— Eso de erutar, no eotieotlo— dijo S^^nclio, y Don Qaijote le dijo: Eru^ htar, Sancho, q ni ere decir regoldar, y éste es uuo de los mas lorpes voca- í^blos qno Ueno k kngna castellana, annqoe es mny significa livo: afff li agente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice emiar, y A los fe- ^güeldoü &rutaciúms\ y ííuü cuando algnnog no entleodan estos tcrminos, >! importa poco, que el nso Eos irá introduciendo con el tiempo que con fa- »cilídad se entiendan, y esto es enriquecer la IcD^na sobre qnien tienen i^ poder el volí?o y el nso.í^ Lo que predecía Cervantea ha sucedido; el uso ha ido itítroducicndo la voz latina, destronando á la española, declarada innoble y baja* Y esa delicadeza del gasto envuelve en si exquisitas y su- tiles disliociones de significado* Cervantes sólo pensó en sustituir el nso de nn vocablo por otro sinónimo, y á pes^ir de no liaber habido deelart^ ción expresa, iosensíblemcnte, sin daroos cuenta, la sinonimia ha des- aparecudo, y la ideo qne quiere detenninfírse por ambos no es idéntic** Porque ííí bien con auibas palabras se designa el mismo acto natural é in- voluntario del hombre, no la representan de la misma manera y con los mismos accidentes. La palabra primitiva ea la designacién del acto ínenl- to^ íocivilt mal edacadot rebosando vino y carne* que nos causa repugiiaii- cía y asco por el modo y por el moUvo; mientras la neológic^ representa el acto excusable, reprimido en lo posible, evitado casi siempre, hijo de la indisposición del cuerpo, envuelto entre el perfume del anis y los tibios vapores de la manzantlLat quo nos causa lástima como signo de doleneia;

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No es necesario advertir que la poesía, la verdadera poesía que embellece cuanto toca> puede en ocasiones, con gran efecto y dando robuBtez al estilo, componer magníficas frases con esas palabras repulsivas, si no hue- üan los limites inquebrantables del decoro y de la públi- ca honestidad.

Reguladora y legisladora la Academia, tócale discernir las unas de las otras, sujetar las modernas á la turquesa de la etimología, restringir las antiguas á su prístino sig- nificado, corregir los errores en que se incurra^ enseñar el camino que ha de seguirse; ceder, resistir, modificar el uso, encuadrándolo en el inflexible marco del espíritu del idioma, que ha de infiltrarse en todas sus partes, como el fuego se infiltra en al hierro, sin que la más pequeña de sus partículas se libre de la acción incandescente.

Por esta continuado choque, por esta lucha perenne, por este conjunto informe de goces y necesidades físicas, pe se sacian y renacen sin reposo, de descubrimientos y aberraciones de la ciencia, de arranques elevados y mi- serables caídas del corazón, de inspiraciones y abusos del genio, de errores múltiples y aciertos casuales del vulgo, de olvidos y rehabilitaciones, de adquisiciones y de aban- donos, de neologismos y de arcaísmos, de resistencias y capitulaciones, de ataques y de defensas; al transcurrir algunos siglos, el lenguaje se encuentra modificado: en perjuicio suyo, si la transformación se debe á la casuali-

y da todas estas cífcmistancina, que hieren tastlñtivamonte tmestra^ ima- gtaaclón, sin qtie las aD^ilicemos, úñ que reílexionemoa siquiera sobre ella»» provicüe, cu mi opíoiÓD, que la palabra que expresa el defecto re- pogae lauto al labio que se eÜrnine de l*i conversación calta; mientras pe si o embarnze se nsa la que expresa la necesidud natural ó la con- secucucia del padeeimíoutOi

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dad ó á la ignorancia; con ventaja, si la ciencia la diri- ge; si una Corporación celosa, atenta á las evolucione! del espíritu humano y al lenguaje que ha de anunciar- laSj cede ó resiste inteligentemente; si ensayando los neo- logismos en el crisol de la filología, que ostenta por em- blema, separa la escoria del oro cendrado^ y con su recto juicio y su inflexible criterio limpia^ fija y da esplmidor á la lengua castellana.

He mcHO,

DISCURSO

ÜB

D. FERMÍN DE U PUENTE Y ÁPEZECHEA

BN CONTBSTACION AL ANTERIOR.

Dos nombres, señores Académicos^ ha dado como por santo y sena el nuevo com panero al llegar á vuestros umbrales; y yo^ que en vuestro nombre salgo á recibirle, y en el de nuestro Director á presentárosle, esos propios nombres recojo, como de tan grata recordación.

Tenéis ya, en efecto, en vuestro seno al digno y legí- timo sucesor del Sr. Olózaga, en ese propio sillón cuya gloriosa cronología arranca del diligente y exacto histo- riador de las guerras de sucesión, Marqués de San Feli- pe, y que esmaltaron después, con varia fortuna, el hu- manista Zapata^ el poeta Huerta^ el arabista Conde, el Ministro erpatriado comentador del Quijote^ D. Ramón Cabrera, y, por último, el economista Valle y el tan pre- maturamente malogrado Sr. Saavedra Meneses,

Pero otro nombre invocaba el nuevo Académico al empezar su discurso, con cierto como religioso respeto, y á éste no puedo yo tampoco dejar de salir siempre al encuentro, abriéndole, ya que no pueda, ¡ay de mí! los brazos, á lo menos de par en par el corazón; el de núes-

3S3

tro insigne y qaerido Aparisi y OuijarrOy de dulce y para hasta veneranda memoria, cuya vox oísteis con en- canto, y á quien premiasteis una y otra vez como poeta, cuando á los poetas llamabais á cantar á Bailen y á Te- tuán^ las dos mayores glorias de la patria en la historia contemporánea. Viven para siempre en vuestros anales aquellos patrióticos versos: los primeros, dignos de He- rrera; los segundos, que á par de los de vneslro Quin- tana pueden emular con los de Tirteo. Su elocuencia, triunfadora en el foro y tan poderosa en la tribunal tam- poco ha llegado á vosotros sino del otro lado del sepul- cro, pero para dejaros eterno memorial de santos debe- ras y de dulces y melancólicos recuerdos (M, Hoy os le envía también, si más alegre, no menos caro, y yo cum- plo su encargo trayéndoosle de su parte.

Tenéis, en eíectOi en el Sr» Dp León Galindo y de Vera, no sólo al sucesor de Olózaga, sino al heredero de Apari- si, al participante de sus estudios, al representante de su espíritu. Y si yo, en verdad, no acierto cómo se pueda encarecer este elogio, todavía, para justificarle, habré de apelar al mismo Aparisi, habré de hablar con vuestro testimonio, y de coger, en fin, como al vuelo, algunas palabras del nuevo Académico,

Y ante todo, aquel ánimo ingenuo, que era todo ver- dad y todo modestia^ á quien no ocurrió nunca la idea de contarse entre vosotros, sobrecogiéndole en la calle la inopinada y acertadísima intimación de su candidatura, que tuvo la gloria de hacerle el Sr. Gampoamor, y que á poco tiempo ratificó vuestra sabia votación, lo que para ni imaginaba siquiera; eso deseaba^ eso quería para el

{{] Véase su discurso de recepción, que no Uegó á leer» y ae ha publjea- ÚQ en Ids MfuoaiAS de la ácaüetnia»

asa

Sn Galindo de Vera. Esta confianza le debí por suerte, y ese honroso encargo^ santo para después de su muerte, me propuse cumplir, cuando entre vosotros, á pesar de mi [lequeñez, intentó su candidatura. Hícelo en verdad no por solo, que tanto no pudiera, sino con po- deroso y autorizado auxilio: al da los Sres. Nocedal y Fer- nández-Guerra {D. Aureliano), que conmigo suscriMeron la propuesta. Y á esto, sin duda, y no menos á lo que vosotros de él conocíais y sabíais de antemano, se debió €l éxito. Navegábamos con rumbo á la estrella de Apa- risi en mar de bonanza, que tal es siempre el de vues- tra genial benevolencia, con vientos prósperos de nobles y merecidos triunfos del candidato: fuimos, pues, viento en popa á arribar á seguro puerto, la suspirada siempre y rara vez conseguida unanimidad, que dobla el precio del favor. Permitidme que diga en vuestro nombre que la dabais á quien con raro, y acaso nunca visto ejemplo, en el espacio de un solo año ganó tres primeros premios en concurso público contra valiosos competidores, en tres distintas Academias: la de la Ifistoria, la de Ciencias Morales y Políticas y la vuestra. Fue vuestro laurel, dia- comido también con asentimiento unánime, en asunto esencialmente fllológico, que son los de más alto valor en esta liza. Fallo el mundo literario si es ó no de cante- ra académica el vencedor de tales hazañas.

Sabéis, además, en cuántas sesiones os ha presentado vuestra Comisión de Diccionario las copiosas propuestas de nuevas voces y acepciones para el mismo, hechas por el Sr, Galindo; y si el agradecerlo es deuda, el declararlo públicamente no sólo es cumplida recompensa para quien la recibe, sino estímido á cuantos como él contribuyen á poner su parte en esta mies gloriosaj que con provecho

de la patria y de la lengua allega de todas partas y acre- cienta nuestra Academia,

Levantando, ante todo, la mente al ideal da la misma, encuentra hoy el Sr. Cialindo inscrito en su frontispicio j como sublime emblema, el Verum, bonum et pulchrdm, que abarca todo género de belleza, la cual, partiendo de la esencia misma de Dios, irradia sobre el hombre llenan- do su entendimiento, su conciencia y su voluntad» Gloria eSj en verdad, de nuestra Academia abrazarlas á todas tres, por lo mismo que es objeto de sus meditaciones la lengua, que todo lo abarca, que es el órgano de la revela- ción de Dios y de la sociabilidad, y á la cual, por lo mis- rao, nada de toda la humanidad es extraño, Y ¿cómo comprender el ejercicio de esta omnímoda ae>ción y dere- cho sin obligación correlativa, sin responsabilidad coB- siguiente, y sin autoridad que la defina y la regule y la exija?

Oíais, señores, no muchos años, en este mismo lu- gar, asentar y probar esa propia tesis del principio de autoridad en materia literaria á uno de vuestros más ilustres individuos, el Sr. Ríos y Rosas; el cual, caminan- do por el ingrato terreno de la filosofía, pero sin dejarse ligar por sus ataduras, llegó, sin embargo, con superio- res luces y con su enérgica voluntad, á afirmar victorio- samente estas conclusiones^ no sin sorpresa y hasta con excesiva incredulidad de algunos de los extraños que le oyeron. Yo vine entonces hacia él por más fácil camino, hasta que sin esfuerzo nos encontramos reunidos,

En el mismo principio funda hoy sus conclusiones el nuevo Académico, que, parta por hallarlas probadas de antemano, y parte porque, viniendo de donde vienOj no menester pruebas ningunas para su tesis> se contenta

385 con la simple afirmación. Hay, en efecto, autoridad en Boateria de lenguaje; autoridad que no puede ejercer uno golo; que pertenece á pocos, escogidos^ y, si es posible, por todos, ya que no con sufragio universal elegidos (que éste, á pesar del nombre, viene en realidad á ser imposi- ción de los menos), umversalmente aceptados y tradicio- nalmente seguidos, ^Tan alta magistratura está confiada á nuestra Academia. Mas antes de considerar por qué medios y con qué condiciones haya de ejercerla, estudie- mos algún tanto las de este género de autoridad*

Observa el Sr. Galludo cuan necesaria sea la presen- cia de ella en todo orden religioso y científico, en todo cuerpo de doctrina que tenga principios ciertos y haya de estar en posesión de la verdad. Tan seguro es esto, que viene á ser como la piedra de toque de la legitimidad de toda ciencia, el crisol donde se purifica y depura. Es la autoridad, en efecto, la memoria de los tiempos pa- sados, que aquilata lo presente y abre las fuentes de lo porvenir, sin la cual la humanidad navegaría á un tiem- po sin brújula y sin lastre, en perpetua infancia, en in- terminables experimentos* Recordamos á este propósito haber oído en la Universidad de Sevilla a un ilustre ju- risconsulto, joven á la sazón (0^ mucho antes de la decla- ración dogmática de la infalibilidad del Sumo Pontífice, defenderla como absoluto é imprescindible coronamiento de la verdad y de la unidad católica, la cual, sin este cri- terio perpetuo ó indeficiente, apenas podía concebirse, mientras que con él lograba su sanción última y más evidente demostración; al paso que, como por maravillo-

(i) El Sr. D. Manütel del Amor LaraSií, hoy insigne catedrático do Ju- risprudcnctti de aquella Universidad, y nna de las mejores lumbreras de ñu foro.

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sa contraprueba, este solo enunciado, qoe á ninguna otra autoridad en el mundo tan completamente corresponde, era por solo una demostración concluyante de la divi- nidad de su origen,

Pero descendiendo de tan altas consideraciones á otro terreno más llano para nosotros» entremos^ señores, en esta amable República de las letras, que con tanta frni* ción como maestría nos traza el Sr. Galindo, dando en ello tan exquisita muestra de saber cuanto de discrecií5n y cortesanía. No hay en ella (ya lo habéis oído) imperios, ni cetros, ni Césares, ni dictaduras. Obran en su sano dos contrapuestos elementos, la acción y la resistencia, sin que ninguna de ellas pueda predominar exclusiva, suprimiendo á la que la promueve ó contrasta. Ambas han de coexistir y funcionar aun tiempo: modérate per- mmía confúrmaHone^ como decía el gran orador y filó- sofo latino (V),

También hay en esta República jurado, que sois vos- otros, y mayorías que declaran la razón y distribuyen el derecho, ya que crear éste sea de todos, y crearle y darle infaliblemente y en una pieza no sea de nadie, porque nada humano es ni absoluto ni infalible; y estas mayo- rías que interpretan el voto de todos, que es el uso, tara- bien por el uso son juzgadas, y á propias se rectiflcan; y en esta incesante marea y circulación con qne la san- gre afluye al centro y del centro por todas las arterías m reparte, está la vida; en la cual, como en la sociedad y en las lenguas, con el estancamiento viene la cornipción; con la parálisis, la gangrena, que, si no se extirpa, trae consigo la muerte.

(1) Cic. De Rep. Lib. I, cap, XLV,

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Al lado de estos peligros recuerda el Sr. CTalindo el te- rrible castigo de la confusión de las lenguas, impuesto á la soberbia humana en los campos de Sennaar; pero de a^uel castigo, envuelto en mucha misericordia, como melen ser los de Dios, ayudadas de la geografía salieron ks naciones.

Otra más fimesta y pequeña, como qne viene del hom- bre, padecen los pueblos cuando de su carácter y condi- ciones se olvidan y hacen que se olviden sus lenguas, viniendo á palpar sombras y tinieblas y acogiendo al acaso confuso rumor de discordantes sonidos, que chocan y pugnan con los propios,

Aliora bien: ¿cuál es el medio de prever y aun de re- parar tanto desavstre? Es el orden, es la autoridad. Con razón lo afirma el Sr. Galindo en una frase que no pue- do menos de recoger. Esta autoridad en la lengua es la lengua, es la patria, es la nacionalidad.

Por lo mismo quiere y menester que el poder cen- tral, que de ella cuida, sea fuerte, y más fuerte en Espa- ña, como si fuera el único vínculo que liga y mantiene en uno ese haz de provincias que llama federación, cuya ^.palabra suena entre nosotros como amenaza contra la de la patria. No es, por fortuna, no, la lengua, aunque tan firme, el solo fundamento ni el único lazo que congrega y constituye á España. Por encima de este, y aparte de sus condiciones geográficas, de sus mares y ríos y montañas, está el santo amor de su independencia, su carácter y su genio; su historia y sus tradiciones; sus mujeres y sus hombres; su manera de ser y de regirse, su trono y sus ayuntamientos; sus Concilios y sus Cortes; sn Dios, en fin, imico en todo el ámbito de su noble tie- rra, en donde no cabe otro altar^ aunque no sea sino por

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el universal vacío que en torno de él se haría, y por k

más eficaz de todas las intolerancias: la del desprecio.

Mas no es esto negar en manera alguna el poder de la lengua para reanudar y vigorizar todos aquellos senti- mientos á los cuales convertiremos más adelante nues- tra atención. Tratamos ahora de explicar cómo suceda en España^ sin mengua de la unidadj este liecho providen- cial de la diferencia de dialectos, porque Dios ha querido que sea, y nada de Dios se hace en vano, y porque ade- más tiene España fuera de su suelo intereses del comzón, para cuya existencia y conservación es, si no el ünico, el principal elemento esa autoridad que con tanta eleva- ción asienta el Sr, Galindo,

Un idioma completamente ajeno al nuestro, el Tas- cuenca, vive en España desde tiempos tan antiguos que no alcanza á discernirlos la historia; y además del caste- llano, que es la lengua española por excelencia, coexis- ten con ella otros tres, ó más bien cuatro dialectos, deri- vación de un mismo común origen, que viven todos den- tro de la Península. Son éstos (aparte del asturiano) el gallego y el portugués, que es su derivación ó perfeccio- namiento, y el lemosín, que permanece en Cataluña, Valencia y las Baleares. Del primero hablaremos más adelante; en cuanto á los últimos, ¿cómo no considerar española á la lengua que salvó y restauró la patria en Covadonga; que hablaron nuestros primeros guerreros y poetas y escritores; en que se escribieron las Partidas,» y que hoy mismo anda en boca de aquellos naturales? Ni ¿cómo negar carta de naturaleza á aquélla en que trova- ba Macías y en que escribía sus incomparables Cantigas el Rey Sabio en un idioma que tanto se da la mano con el portugués de hoy? Y si á la parte de Levante nos vol-

Temos, ¿podremos reputar por extranjera á la en que pensaron Raimundo Lulio y Luis Vives y en que evange- Ifeaba San Vicente Ferrer? Pues si á tiempos más moder- nos convertimos la vista, ¿rechazaremos á JovelJanos y á Campomanes; á Capmany y Balnies; á Feijóo y Pastor Díaz, y Analmente á Aparisi y Guijarro, todos españoles y casi todos grandes glorias de vuestra Academia?

Y no que por ello pretendamos que todos estos dialec- tos sean ima misma y sola lengua, que eso dista tanto de lo cierto cuanto nos es de todo punto innecesario: lo que afirmamos es que con todos ellos se ha pulido y perfec- cionado el romance castellano, influyendo todos y cada uno de ellos en éste; puliéndole y acrecentándole, é in- IbrmandOj sobre todo, su carácter hasta constituir esta noble y hermosa lengua española, tal como la tuvimos en nuestro siglo de oro, tal como todavía la heredamos de nuestros padres, dando ella hoy mucho á aquellos dia- lectos y sin ofensa, como de caudal común; y recibiendo de ellos, y de otras provincias de aquende y allende los mares, como de naturales tributarios* No es mía esta ideai es vuestra también y académica: es, como veréis naás adelante, del Sr. Musso y Valiente, mi ilustre padre literario y uno de vuestros más claros ingenios. Oculto en la noche de los tiempos el lenguaje primitivo de los pobladores de España, un pueblo antiguo y venerando que se asienta en sus costas y á lo largo del Pirineo, dándose la mano con el que ocupa la opuesta falda, no alcanza ni acierta á revelarnos este misterio. Han le pre- guntado nuestros sabios; y hallando en el inventario de nuestra lengua frecuentes palabras procedentes de la suya^ no encontraron en él la construcción ni el régi- men. Mayores, y si no completos, indudables vestigios ha-

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llamos de la raza semítica ó ariana, de lo cual ya os ha- blaba hace tiempo un sabio profesor de lenguas orienta- les, compaoero nuestro^ el Sr. Catalina. Tan útiles in- vestigaciones han hallado eco en nuestros hermanos de America, que también se llaman hijos de esta mismo ori- gen, qu6 les viene por doble abolengo en este supuesto, ya por sus aborígenes, ya por nuestra filiación í^)t Gomo quiera, con tales elementos, amalgamados con los que aportaron á nuestras costas en alas del comercio^ se for- mó el primitivo idioma; <Q\xe al comunicarse entre los pueblos, decía aquel sabio Académico, el primer género que ponen de manifiesto es su lengua*»

Aparte, pues, de las primitivas invasiones, que callan las historias, pero de que nos hablan las piedras, las cue- vas y hasta la lengua misma, y que no es ahora ocasión de escudriñar; ateniéndonos sólo á las colonias é inmi- graciones históricas, es indudable que, como comercian- tes^ aportaron á España, ó sucesiva ó simultáneamente, los hebreos, los fenicios (los de Tiro), más adelante los griegos y africanos (los Cartagineses), y más íntimos t persistentes que ningunos los romanos, ca^^os vínculos con España fueron tantos que por la fe á ellos jurada consintió abrasarse Sagunto, y Numancia, después de haber sido terror de su república» vino á perecer también con fuego, estrechada por sus armas.

Dominaron entonces su suelo los fieros vencedores, pobláronle con colonias y municipios, surcáronle vías, oprimiéronle ciudades romanas^ hicióronle campo de ba- talla (¡desgraciada suerte de nuestra patria!), y en su seno se combatieron y decidieron en gran parte aquellas gra- to Véaiie la obra publirada en Paría oa 4874 por D. Tícente Fkle! Ü- pez titulada Les raües arifmines du Perau,

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^m cuestiones que entrañaban la dominación y el impe- rio del universo, al cual preparaban, sin saberlo (por medio de aquella maravillosa y fatídica unidad que ja no ha de acabar), á la Luz que iba á venir al mundo. Román o j pues, era en aquellos tiempos el suelo español; j, sobre todo, romana hubo de ser en casi su totalidad la lengua española, singularmente la oficial y literaria.

Además de la fuerza de las armas, que suele ser pre- cursora de otra más poderosa, la de las letras, costum- bres ó instituciones, otra civilización nos avino de Roma, todavía más extensa y universal y fecunda. Paro ¿qué decimos civilización'í Era otro nuevo sol, un nuevo ser, una completa transformación. Fué el Cristianismo, fué el Catolicismo, De nación hebreo, pero ciudadano roma- no, que reclamaba sus derechos, desde Tarso, tal vez en- tre negociantes, aunque el á negociar no viniera, trájola San Pablo á las costas tarraconenses, y sus discípulos la propagaban por las de Almería, en tanto que á las de Oc- cidente aportaba el Hijo del trueno, el grande Apóstol de España, celestial Enviado, que haciendo en ella su prin- cipal mansión y volviendo á la misma cuando de sus tér- minos salía, en fin, en ella vino á quedarse perpetuamen- te, hasta que un día, con sus hijos, comparezca ante El que le envió, sin haber perdido de ellos ó de sus pue- blos á ninguno, conforme con la enseñanza del Divino Maestro,

Sguíó alguna tregua de respiro, dispuesta acaso en el orden de la Providencia, para dejar que la nueva semilla prendiera, cundiese y se arraigara, no tanto á la sombra de la paz, como con el riego de la sangre de sus márti- res; y entre tanto España envió sus hijos, romanos ya y españoles á un tiempo, al trono de los Césares, en Adria-

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noj Trajano y Teodosio, ó como maestros y poetas y áu- licos á los palacios en los Sénecas, Lucano, Marcial y Quintiliano, ó en San Dámaso al Pontificado, y otros grandes obispos y varones apostólicos á sus Concilios y al gobierno de sus Iglesias* Después sobrevienen los go- dos, antigua amenaza del imperio romano: ábrense sobra España también las cataratas del Norte, }\ desbrozado el imperio de su corrupción y despojos, salen y se levantan nuevas naciones.

¿Cómo recibió EspaJQa á sus rudos invasores, que eran, además, extraños á su culto? Recibiólos abracada con su fe, padeciendo sin desesperar, y al cabo de algún tiem- po, fundidas ambas razas, fundida también, no abso- lutamente, en gran manera la lengua (en que más que nada da á entender su separación de la latina, la pérdida de sus declinaciones y conjugaciones y la adopción de partículas y el empleo de sonidos ásperos que encontra- mos en ella, y no son latinos), al cabo de algún tíempo, el suelo vencido venció á los vencedores*

¿Quién fue la gran restauradora? Fué la Iglesia, fueron los Concilios. Casi al propio tiempo que la restituyó Re- caredo, junto á su solio y de su propia sangre aparecía, entre el brillante coro de sus hermanos, el gran San Isi- doro, aquella enciclopedia de su siglo, lur. del nuestro y en cuyas obras se columbran ya vestigios del habla es- pañola.

Pero otra gran prueba nos reservaba la Providencia- Á la invasión del Norte correspondió después otra del Mediodía. África, que antes nos enviara á los cartagine- ses, nos mandó también sus tribus errantes, con las cua- les, por fortuna, vinieron los árabes. La Religión toda- vía les disputó el terreno, y no se lo abandonó nunca

3§3 por entero; pero su verdadero santuario y el corazón de la patria se refugiaron en Govadonga á la sombra de la Monarquía. De allí, siete siglos da lachas y eonqiüstas que no hemos de seguir paso á paso. Bástenos saber que con ellas se salvó, y al mismo compás de ellas apareció la lengua,

«Durante la reconquista (dice el Si\ Musso) (^), hablá- banse en España, corao que en realidad, aparte délos vas- cos, había en ella distintas naciones, diferentes idiomas. Los moros usaban el suyo, que, hijo de clima ardiente y fecundo, traspasaba el fuego de éste á las palabras y fra- ses. Los de la corona de Aragón, en general, el lernosín, que era ó venía á ser el proven?:aL Los castellanos se ex- presaban con su romance, embrión de idioma que toda- TÍa casi no se había formado. Tomaba éste del provenzal, hermano suyo; tomaba del árabe, con quien hasta enton- ces no había tenido qne ver, y, á pesar de ello, mostraba más afición á tomar de este que de aquóL No era capri- cho, sino necesidad: del más sabio recibe siempre la ley el más ignorante. No obstante, vestía estas galas á su modo- Con lo cual el romance iba perdiendo su antigua rudeza y poniéndose en disposición de ser algún día len- gua, no sólo culta, sino envidia de otras. Manejada des* pnós por sus primitivos escritores y los que les sucedie- ron, cada día la armonía era mayor, el ritmo máa per- ceptible, la frase más correcta y desembarazada, la gra- cia empezaba á columbrarse, y ya en las Partidas su decoro daba á entender que las dictaba la boca de un Monarca, Notable es que, estando el castellano todavía

{i ) DiECursQ de entrada en la Real Academia EBpDiñolB leído en 3 de agosto de 1S27 al tiempo de tomar posesión* Véauae las MBHoaus de la Academia, tomo tU, pú^; fOQ.

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BU la cuna, le tomaron á su cargo Reyes y personajes de alta jerarquía; y que cuando de su compañía se aparta- ba, se acogía á los misterios y techos de la Religiuii^ puesto que el claustro era refugio común en aquellos tiempos, ¿Qué maravilla se hiciese lengua de Reyes* coa quien en señorío, pompa y grandeza no puede competir ninguna entre las vivas? Lengua que crecía entre el es- truendo de las armas j ¡cuánta robustez debía adquirir! ¡cuánto vigor! Lengua que, apenas salida de la niñez, daba leyes á los pueblos, ¡cuánta dignidad! Lengua que se complacía en ser cultivada por príncipes y caballeros, ¡cuánta gallardía y soltura! Lengua, por último, que en los versos entonaba loores al Omnipotente, ¡cuánta su- blimidad!»

Perdonad, señores, esta cita, si, aun extractada, os ha parecido algún tanto larga. Ella, sin embargo, nos ha hecho adelantar sobremanera en nuestro propósito* Por- que, aparte de habernos demostrado la influencia sobr© el romance casíallano de los dialectos, sus hermanos, ya nos ha hecho Ajar la opinión sobre su genio y carácter, cuyo estudio puso con razón el Sr* Oahndo al lado de vuestra autoridad como único medio de ejercerla fruc- tuosamente.

Sí, ya lo hemos visto: nuestra lengua nace en brazos de la Religión y á la sombra de la Monarquía, Trae con la primera una aUanza de diez y nueve siglos, y por me- dios de propagación y de conquista tiene las misiones y las armas: nuestro estado es el de perpetua lucha, y no siempre con extraños; ¡ay! ¡las más veces, con mayor amargura, de hermanos contra hermanos! «Suerte parti- cular de nuestro idioma {prosigue vuestro insigne Aca- démico), que casi no deja el santuario sino para salir á

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caDipaña^ pues» desde su principio hasta acabar su siglo de oro» apenas se encuentra escritor de raórito que no sea 6 eclesiástico o militar.» Así, pues, ni el que sea ex- traño á nuestra fe podrá comprender sino con gran difi- cultad nuestros clásicos, ni apenas será dable conocer á fondo nuestra lengua al que no estudiare y conociere nuestros ascéticos. Ved nuestro Teatro; y si queriendo penetrar por sus puertas la Religión, la lealtad y el ho- Bor no os las abren, no pasaréis de los umbrales: nada entenderéis, Y no menos á la mano podéis bailar otra comprobación»

¿ííabéis pensado alguna vez en la multitud de palabras, de frases, giros y refranes que, más que ninguna otra cosa, reflejan el genio de nuestro idioma? Hailos directa- mente derivados y relacionados con la Religión, con su fe, con sus preceptos y sacramentos, con su espíritu y sua eiiseñan2:as, con cada una de sus virtudes y los objetos de las prácticas y ceremonias del culto. ¿Habéis fijado vuestra consideración en los que se refieren ó á la Mo- narquía, ó á la persona del Rey, á su autoridad, á la per- *sonificación en él de la patria? No es nuevo en mi este es- tudio, que ciertamente da origen á muy curiosas obser- vaciones. Mas ya que en él no me detenga, porque no es de esta ocasión, permitidme decir siquiera algo de lo que al paso nos ocurra.

Con sólo la palabra Dios (y sirva de muesti^a) basta para formar medía lengua, bien que no es extraño, pues, en verdad, no cabe en toda la Creación, Unida con casi to- das las preposiciones, íorma la palabra Dios frases de di- verso sentido. A I}Ío,9(en dos palabras y con inicial mayús- cula la última) es forma de cristiano y afectuoso saludo» conque le encomendamos las personas á quienes encon-

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tramos ó de quien nos despedimos; combinadas en una sola y con letra minúscula la última, es la propia despedida,

Á darle el adiós postrero llega ya tu triste amante,

ha dicho el Sr. Arriaza^ uno de vuestros poetas. De Dios decimos que son las cosas que más manifiestamente pa- recen ordenadas por su ProYídencia: tamhien decimos que están de Dios. Con la preposición en formamos un verbo de que hablaremos más adelante. En Dio^ ¡/ en 7ni anima decían nuestros padres para encarecer ó afir- mar mucho una cosa. Por Dios, y con la palabra herma- no, pide limosna el pobre, jpor Dios^ devolviéndole aquel cariñoso nombre, le pide perdón de no socorrerle el cristiano, por más alto que sea, sin que sepamos que á tan dulce fórmula haya alcanzado nunca la filantropía, cuj^ moral, de dudosa ley, ni su afectada cortesanía, llegar no pueden á donde raya la caridad. De por Dios sacamos el enérgico verbo y nombre pordiosear y pordiosero. Sin Dios y sin ley llamamos al Atheos griego, que también ha entrado en nuestro idioma, y al ei&lex^ de Horacio. Un contra Dios nos parece el despropósito que se opone á la ordenación divina. Si pretendemos afirmar una ca- sa, decimos hien sabe Dios; si referirnos al porvenir 6 apelar á la Providencia, Dios dird^ Dios proveerá; si con- solarnos en la contemplación de las miserias humanas, d todas partes alcanza Dios; testificar su justicia, Dws castiga sin palo ni piedra; si se malgasta el tiempo^ deci- mos que he^nos perdido toda la mañana de Dios; nos dan á Diús^ recibimos d Dios^ cuando sanos ó enfermos nos le administran. Espera, por último, el enfermo la hora de Dios cuando, ya destituido de todo auxilio, se baUa

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en el último trance. Decimos friego de Dios^ ira deDios^ cuerpo de Dios^ la palabra de Dios^ con diferente y enér- gico sentido; y no sólo decimos ángel de Dios y hmnbre de Dios^ sino que, extendiendo esta caridad hasta á los irracionales, tanibión aludinios á ellos con cierta ternu- ra, llamándolos aninialitos de IJios. Sabéis que en Espa- ña tenemos la tierra de Dio,9^ y decimos que echador los trigos de Dios el que, raciocinando, divaga sin hallar tér- mino ni salida- Y si de aquí pasamos á las frases y refra- nes, casi sin pensarlo nos saldrán al encuentro: d Dios rogando y con el maao dando; de menos nos hizo Dios; Dios os guarde; ¡vaya por Dios!; vaya con Dios; ¡bendito Dios!; qiw Dios kaf/a; Dios y ayuda; de Dios nos venga el remedio; Dios sobre todo,

Y cuenta que lo de menos es que sean muchos; lo que más importa son los tesoros de religión ^ de fe, y esperan- za, y amor, y por tanto, de la más alta y verdadera filo- sofía que contienen en y reflejan sobre la lengua-

Ni se crea que cuando estos ejemplos citamos, rebus- camos palabras y frases que sólo so usan entre gente de- vota. Úsalos el pueblo indistintamente, como es notorio, y aun en labios de aquéllos que más ajenos de la Religión 6 de aquellas ideas parecen ^ no dejaréis de oir que se en- diosan en la contemplación de cualquier objeto que los arrebata y transporta; veréis que no hay quien no adore y llame divino ó inmortalice lo que apasionadamente ama ó admira; que, si se queja de lo que diariamente le acosa, no pregimte con amargura si esto ha de ser el pan nuestro de cada dia,

Y si todo buen español, cuando se siente algo indis- puesto, dice que tío está muy católirM^ no hay desdichado alguno tan descreído que, si cae, no se queje de que se

391? ha roto el bautmno^ ó, para amenazar al contrarios no le intime que le romperá la crisma^ que^ por lo visto» aun para el imprime carácter permanente; el más redomado tabernero entiende de cristianar y de bautizar el vino. Para el cristiano y para el que no lo fuere, habrá ydLpró- jimo hasta la consumación del mundo; aunque no sepa de Horacio ni de parodiar su hemistiquio, dirá con Que- vedo y con la Religión, sobre todo en lo primero» al tra- tar de la necesidad ó de la pobreza,

que, siendo toda cristiana, tiene Ja cara de hereje.

No hay español que no conozca el toque de oraciones^ ni deje de entender lo que por esto se significa, aunque haya algunas docenas que modernamente pretendan lla- marle el Ángelus; ni materialista en cuyos labios no sue- ne el amén cuando le desean que alcance lo que con ardor apetece; 6 si le hacen una mala pasada, sobre todo en ne- gocios de bolsa ó de dinero, que son hoy e\ pellem pro pe~ lie de que hablaba el diablo al Señor pidiéndolo ptrmiso para tentar á Job, no le llame, si es español el burlado, judíú y sin úoncienciai y si éste de santiguarle tratare con ima de las navajas que del Santo Oleo llaman, no le moteje de desalmado^

Por matrimonio se ha querido hacer pasar, en esta na- ción católica y entre católicos, bien que con el aditanTen- to de dmly á lo que, no teniendo nada de Sacramento ni aun de religioso, y meramente la esencia de contrato aprobado por la autoridad civil, se afirmalm, contra todo principio de Derecho^ que era irrevocable, con la singu- lar ó insostenible pretensión, que contraviene á la esen- cia de todo contrato, de que no pudiera disolverse por el

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reciproco y voluntario disentimiento de aquéllos que con su libre consentimiento le formaron Al verdadero matri- monio, para conocerle, añadían el apellido de canónico ó eúíesid,ftico; pero las ideas y las palabras valen lo que son, y la de matrimonio^ adoptada hace tantos siglos por la Iglesia y consagrada en los cánones y en las leyes del reino, significa en España el Sacramento y el contrato indisoluble que se forma por la voluntad libre de los con- trayentes aptos, pero que la Religión atestigua, recibe y santifica, y cuya sanción está en el cielo. Sin negara pues» á la autoridad civil el completo derecho de registrar y hacer constar tan solemnemente como quiera la veri- ficación de los matrimonios, aqnella intrusión no sólo era esencialmente perturbadora y anti- católica, sino insoste- nible ante los fueros de la lengua; y asi lo demostraba la simple consnlta con vuestro Diccionario^ que con razón invocó un ilustre prelado, digno Académico correspon- diente vuestro, al hablar de este asunto (O, Amontona^- miento Uamaba el pueblo, con singular y soberano ins- tinto, á lo que, al abrigo de la torcida inteligencia dada á la palabra matrimonio^ se pretendía introducir. No es dado á los bombreSj repetimos, ni auna las leyes, hacer qne las palabras valgan por lo que no son, y signifiquen lo contrario de lo que la lengua y el uso les reconoce.

Y al propio compás, y como contraprueba de esto, ha- bréis visto que nuestros soldados, al caer en la red barre- dera que, por su universahdad, más á las antiguas levas que á las proscritas quintas semejaba, decían que iban é servir al iíe//, aun cuando la República se los llevase; y

(I) El EiLCmo. é timo. Sr* D. Francisco de FauU fietiavides, Obispo de Sif^jJeDfa, en Carta PastaríiL— Véase h defloícióü de la palabra matrimoniQ en la H ,• y ttUima eílición del Dicciouíirio de la Academia.

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aparte de la palabra realeza^ por extremo diversa de fWr lidad, siendo aquella tan usada por nuestros clásicos, y tan felizmente restituida al uso por el Sr. Ríos y Rosas, ¿no buscamos siempre los españoles en una Beal orden licencia hasta para respirar? El nombre de carretera no ha anulado todavía el de camino real que» en el lenguaje figurado, expresa el que fácil y seguramente conduce á lo que se apetece; ni haj^ español que no entienda que en la del Bey equivale á decir en la calle, y que no conozca el real de la feria^ sobre todo si va á ella, ni deje de sen- tar sus reales cuando en un lugar se establece* En el len- guaje del pueblo j sobre todo, la real gana dicen á la vo- luntad que no admite apelación: aun para los que no aman á los Reyes^ son huéspedes bien recibidos los rea- les, y sobre todo (y, en cuanto á esto, pongo á prueba á todos los republicanos del mundo, por intransigentes que sean)^ no conocemos españoles que no transijan y hasta caigan de hinojos á los pies de una real moza^ sin ocu- rrírseles siquiera llamarla ni nacional ni repuMicana. Pues en punto de honra (que, sea dicho de paso, honra m más castiza y española que honor^ lo cual se prueba con notar que aquélla es indígena en nuestro suelo^ y de su- bidísimos quilates tratiindose de la mujer, por la suya propia y la de su marido, que guarda en depósito; al paso que el honor^ idea más colectiva^ nos es más comím con los franceses; el honor nos viene generalmente triljutado por otros; la honra nace en nosotros mismos); en puntos de honra^ decimos, ¿qué ideas tan peregrinas no vemos en este país, donde sus hijos son los nad^rales^ y nación m llama al extranjero? W.

¡ I ) Véase el Úimünariü, iiUitna acepcida de esta palabra, apoyadi por cL n&Q común.

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Decíamos antes que nuestro estado normal es desgra- ciadamente el de gueiTa y perpetua cuestión j en que ma- lamente nos herimos y desangramos. Pues bien; uno de vuestros más celosos Académicos, el Sr. Cueto, convir- íiendo á este punto su atención, ha encontrado que para significar estas luchas hay en nuestra lengua multitud de palabras simples^ diferentes entre sí^ sin contar con el sin numero de sus deri vados, frases y combinaciones. Debo la lista á sn amistad, y gustoso os la ofrecería si no fuese caudal ajeno^ ó, al hacerlo, abrigara siquiera espe* ranza de que había de abrir principio al remedio O,

Háse dicho acertadamente que en sólo la manera de sa- ludar se pinta el carácter de cada nación; y contrayendo este examen á alguna de las lenguas de Europa más co- nocidas^ vemos, en efecto, que el antiguo romano lo ve- rificaba con la palabra vale^ encabezando sus cartas con la sabida fórmula equivalente: Si vales ^ bene est; ef}0 va- teo: como si con ambas quisiera significar que la fuer?.a y el poder eran para ellos los objetos de mayor estima También decían: mhUem plurimmn dicit, signiflcando con ello que hay muchos géneros de bienestar, y que, en cierta manerat era dueño de imponerlos ó conferirlos el que saludaba.

i^regnnta el francéf^^: Goninient vohs porte ^-vou^? como si para ellos el movimiento fuese la beatitud suprema. He aquí lo que el inglés inquiero: IIow do ¡/on do? ¿quó hace V,1 como si dijera que la actividad es allí el asunto de mayor importancia.

(!) Sun mucho nús oumerof?as que las empleadaR para síiíaiJicar esta idea en el tfítucés^ el n lemán y aun el iugléSf si hicui ^egüu aquol liusLra- 4o critieOt es óstc el quo^ á larga dbtaneia, más se nos aproxima @ii taQ poca eandiabLe ^éQero do nquesa.

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Tres fórmulas españolas conocemos más usuales: todas igualn^ente características* La primera es el d Bias^ que no sólo sirve para saludarse, sino también para despedir- se; la segunda, ¿cótno está V,? en que harto se significa que para nosotros^ desgraciadamente, el reposo es el más general y deseable de los estados. La última fórmula, universal entre personas da escogida educación, es á Im pies de F-, que besa sus pies ^ tratándose con señoras, y beso á V, la mano^ que es la congruente de parte de és- tas á los hombres, ó de los hombres entre sí. El pueblo, y con el el lenguaje oficial, acertadamente dicen: Dim gumyie d V. Dígase si el carácter nacional, religioso t caballeresco, puede expresarse más gráficamente que c4dd estas formas (0. Otra hay más moderna: ¿Cór/io m? deci- mos hoy: traducción del Comment ca va-t-ü? y en efecto, ahora, que siempre andamos en busca de algo nuevo, que suele ser peor que lo que tenemos, no es mncho que, como la enfermedatíj se nos haya pegado de nuestros ve- cinos la moda da la pregunta.

Pues estudiando el carácter de estos idiomas, sabido es que se atribuye á un personaje muy ilustre haber dicho que ól hablaba inglés con su caballo^ italiano con las da- mas, francés con los hombres y español con Dios. El se- ñor Musso, coincidiendo en parte con esta observación» se expresa así: <Si entre otras cosas observamos cómo pintan los modernos en sus versos la pasión del amor, la veremos en los italianos delicada; en los ingleses, pro- funda; en los íranceses, tierna; en los españoles, apasio- nada y vehemente. Los ingleses hablan con sus conciu- dadanos; los franceses, con los demás hombres; los ite-

(I) Agur, que vulgarmente dicen Ahur, eontraccidn de Auguriumj tie- ne tambiéa sabor religioso ^ a naque pagano»

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lianos, con los ministros; los españoles, con los Reyes.» Gonfleso que estos juicios tóngolos por exactos^ á lo menos en su mayor parte, y lo mismo el del Sr. Galindo, especialmente en cuanto ó los ingleses, como que aquella nación ha profesado por axioma que el tiempo es dinero^ diferenciándose completamente en este pimío (y ni lo tengo ni lo digo por alabanza) de nuestra gente, que dice qm gana tiempo cuando le pierde, y que ham tiempo caando lastimosamente le deshace ó malgasta,

Pero razón es ya que consideremos las naturales alian- u& de nuestra lengua, dentro de las cuales nos sea lícito acrecentar sus dominios. Ya hemos dicho que el lenguaje español no es el latín, y que por tanto fuera grave error latinizarlo todo fundiéndolo en el molde romano. Pero basta conocer este escollo para no ir á dar en el opuesto, menos excusable todavía^ de huir del origen latino. Ven- drán bien, y serán como de casa, las palabras que ven- gan con esta filiación. Son buena presa^ decía el Sr* Lista á sus discípulos, con tal de que en su formación, inflexio- nes y desinencias las vistamos á la española, que es e\ par- ce deiorta que exigía e! eterno legislador del buen gusto; y en las nuevas, que vengan además justificadas por la necesidad, piedra de toque de los aumentos del idioma. Aparte de esta fuente común, tenemos la de los otros idiomas neo -latinos, y entre ellos, principalmente, los de dentro de casa^ de los Pirineos acá, 6 de los pueblos que hablan español del otro lado de los mares, sin otro valla- dar; que bien sabemos que las aguas son grandes conduc- toras de muchas cosas, y por mar se trasladan las colo- nias y con ellas las naciones enteras, con su ajuar y sus costumbres, sin perder lo que van perdiendo^ y dan y re- , cLbenen trueque, cuando peregrinan por tierra.

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En América está la mitad de la historia de España, bien así como aquí el tesoro de sus creencias, de su len- gua y hasta el manantial de su sangre. Renunciar imm de otros, sería mutilarnos en vano, si > a no es que estas heridas van á la cabeza o al corazón, ocasionando la muerte de unos y otro??. Asáltanos, como de paso, á este propósito el recuerdo de los magníficos versos en que un insigne poeta inglés, Goleridge, pinta e! efecto de estas divisiones entre amigos 6 personas íntimamente uni- das, Dicen así, poco más ó menos, trasladados á nuestro idioma:

En su jy vetitud florida EUos ;ay! amigos eran; Mas lenguas hay que murmuran

Y la verdad envenenan,

Y la vida es espinosa,

Y la juventud parlera. Estar mal con quien se ama, Gomo la locura ciega

Allá dentro del cerebro Labra, ahonda, Tnartilleal Ni el uno hallará ni el otro. Aunque buscarlo pretendan, Quien el coraíóti pesado Pueda aliviarles de penas.

El uno, del otro en frente Ved los: las astillas quedan! Como dos rocas que el rayo Dividió con ira extrema De una sola, que fué antes!*,.* Rasgándola en dos, soberbia. La mar corre entre una y otra, Mas ya, ni calor que hierva. Ni rigor de áspero hielo, Ni trueno que el aire hienda,

ios

Quitarán lo suiiedidOi Lo que faé harán que no sea, Ni, pues, una vez pasó. Borrar dei iodo las huellas (1 ).

Hasta aquí los versos, que harto convencen que no se puede apartar el corazón siempre que se quiere, so pena de arrancárselo uno á mismo-

Mas volviendo á nuestro intento, después de esta co- secha de familia, por decirlo así, conviene reespigar en las de los demás idiomas neo- latinos. De Italia trajimos el fuego sagrado en el renacimiento de las letras; de Francia, en medio de la corrupción del buen giisto^ la restauración de los estudios clásicos. Y aunque es cierto que por más de un título nos han sido funestas muchas de las importaciones que de allá nos han venido y sobre- vienen, con ambos pueblos tenemos mancomunidad de Religión y de origen, que hacen que ni sus ideas ni su lengua nos sean completamente extrañas.

(i) Be aquí el texto onginul pora sRtisfaccióa de nuestros lectores: Alas! they had heeu rdeods iii youth; BqC whisperÍDg tanguea can poísoa truth; And ceustancy livea íq realms abo ve; And Uféis thorny; and youth is vaioí Aii<l to be wroth with one wc love, Doth WQfk like madaoss in the braia.

But oevcr either feutid aoother

To free tire hoUow heart frerri paiaiiiR

Thoy aloodaloor^ Uie scara reniaiaiag,

Likc cUffs whtch lud heeo reut asuader

Adreary sea now ílows h+ítwceü;—

But neitber heat, uor frost, ñor thuoder,

Shall wholly do away» Iweeo,

The marks that which once haih becu.

Coleridge^ ChristabeL

iúñ

otras hay que se hablan en Europa, de diversa fuenléi en que esta extrañeza sube de punto hasta llegar á ser irreconciliable. Citaremos entre ellas el ingles, del cual participamos poco; pues aparte de algunas expediciones en que reciprocamente nos hemos pagado la visita, por la dominación del territorio no hemos combatido nunca* En América fuimos rivales, y hoy, más que nunca, lo son sus hijos contra nuestros hijos:

.,. amm armis pugnenl^ ipñque nepotes (1).

Y aquí es de notar cuánto importa no consentir que el altivo pueblo norte-americano usurpo ni monopolice con- tra toda razón y derecho el nombre de América, que ei de todos y cada uno de aquellos pueblos, y no patrimo- nio de ninguno exclusivamente, por más que de podero- so presuma (*).

Respecto de Alemania, allá fuimos soñando ó procu- rando imperios; pugnamos larga y costosamente por conservar lo que no nos importaba, y, en cambio, por derecho de sangre, los trajimos á nuestro territorio y los implantamos en nuestra monarquía. ¿Qué ganamos? ¿Qué nos quedó de ellos? Bien lo registra la Historia •—En cuanto á la lengua, más ó menos palabras, tal cual frase

(<) Virg, ^Qddp, lib* IV, vera, 629.

(t) A los que de esto qae afirmamos quiera Q una muestra, recomea* damos el excelente artículo escrito por nuestro A<!adéinico correspondieí- tc el Sr. D- Antonio Florcg y Jijón, individuo de uumero de la Academia Ecuatoriana, sobre b lengua y literatura españoli eu los Estados-Uaitiof. y que 1% lia publicado eu Et Mundo Nueiw^ periódico de Wasliin^túu, éQ 4.** de abril de 1B74. AUi podrá %'er cómo la razainvasora, que acorrainy extermina á la indigena, persigae también á la conquistadora, que es b uueaira, expulsando nuestro idioma como medio indefectible de conse- guirlo.

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apenas, ni una sola construcción: estas úl timas no las condenten ni una ni otra» que son eseneialmentü anti- páticas.

Que se nos busque otra asimilación más íntima en que se lia\^an confundido ambos pueblas. En vano la procu- ran hoy mismo los sectarios de esa moderna filosofía que pretenden traernos de allá. Los que intentan traducirla se la dejan en alemán; y así es que, aunque palabras es- pañolas empleen, ni les alean 7.a nuestro régimen para expresarse, ni nosotros acertamos á comprenderlos, dado caso (lo que no tenemos por averiguado) que ellos á propios se entiendan. Da ahí es que sea esta una de las poderosas causas de corrupción de nuestro idioma^ lo cnaí no hace mucho que acertadamente se alegó ó hizo constar ante la Academia («L No cabe fusión del Norte con el Mediodía: lo que cabe es invasión; es también ley de la historia.

Veamos en cambio de dónde pueden buscarse otras de más entrañable carácter é íntima transcendencia* En lo físico y en lo moral, del Oriente viene la luz, así como del Mediodía el calor. Una y otra son naturales en nues- tra suelo, y, si de fuera vienen, agrádanse en el como en terreno propio. Confírmalo la irrupción sarracénica. Con las tribus bárbaras que la iniciaron, vinieron envueltos an sus oleadas los árabes, que fundaron entre nosotros el califato de Córdoba y los reinos de Sevilla y Granada, que todavía tienen su sello y su carácter^ que no se des- mentirá jamás. Ved la alianza que hace con la severa arquitectura que aquí encontraron, la suya, tan esbelta y gallarda, que dibuja palmeras de piedra y lanza al aire

¡1) Oiscarao de entrada del Sr. D, José de Selgas, 1874,

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surtidores de cokiranas^ y sin ser ya lo que primitivamen' era, se combina y perfecciona hasta llegar á formar ese orden mará vil Iom que ni es gótico ni árabe» sino el más adecuado para adorar á Dios elevando ©1 alma, y que la arrebata hasta el cielo debajo de las hüvodas León y Toledo y Sevilla, y entre las filigranas de BurgOíí, ¿Qué más os diré? Entrad en Granada y veréis sus eár- menesj que son como guirnaldas que costean y festonan la Alhambra; id á Sevilla y penetrad en sus patios; diri- gios á Málaga, y la veréis espejarse en sus limpias aguas, coronada de rosas y azahar^ pero también de palmas y ciprescs; y dudaréis si esta punta meridional do Europa, que se da la mano con África, no es más bien un reflqo del Oriente con sus poéticos y voluptuosos encantos. Ni creáis que con esto sólo he agotado la analogía. Buscad en los frutos, y aun en los aniínalesj los tipos iiue pare- cen incluir la perfección de los naestros. Y contrayendo la observación, por ejemplo^ á los caballos, veréis que buscan nuestros criadores como mejores tipos para cru- 7MV nuestras razas, sobre todo las del Mediodía, no esos caballos poderosos del Norte, sino los berberiscos, y me- jor aún los del Yemen, de Damasco ó Alepo, criados m las tiendas del arabo y que con duros cascos cruzan los ámbitos del desierto*

Si queréis cercioraros de la influencia más alta j con- cluyen te que esto ha ejercido^ recorred á España, y por donde quiera veréis cruzar y rivir entre nosotros todos los tipos de las mujeres santas del Antiguo Testamento, asi como la filial imitación de la que es sol de la ley de gracia, Y si oponéis que esto se debe á la influencia de la Religión, y que por lo mismo ese carácter no es peculiar de la patria de Santa Teresa de Jesús y de Isabel la Cató-

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lica, llegaos, por ejein pío, á Andalucía, y cruzando aque- llos magníficos paseos desiertos, entrando en aquellas casas árabes, abiertas casi sólo á lo interior, y viendo aquellas mujeres, que viven únicamente para Dios^ y sus maridos, y sus hijos, para la vida íntima de la familia, que es todo su mundo; decid en qué se parecen á ellas la vida agitada de la dama francesa; la activa, aunque es- piritual, de la inglesa, y sobre todo, la casi varonil de la norte- americana, cuya coquetería son ó los negocios ó la ciencia, y que pueblan no sólo las escuelas délos hombres como maestras, y los observatorios y los laboratorios quí- micos, sino las universidades también, y se agitan en los mestings, preocupando á sus legisladores, que no saben si concederles el derecho electoral, si es que no aspiran al de elegibles para sus Parlamentos, inquiriéndose mien- tras á quien se encomendará la crianza de sus hijos (^), ¡Oh! bien hayan mil veces nuestras madres españolas y americanas, que sólo en llenar estos santos deberes se ocupan, y entre las cuales se contaban la que tan supe- riormente pinta el señor Marqués de Molins en su Man- chega, sin decirnos que lo sea suya; la de Aparisi, tantas veces nombrada por él en vuestro seno, ya al frente de sus versos, ya en su discurso de entrada; la del que tiene la honra de hablaros, noble americana, su primera y san- ta maestra; las de todos y cada uno de vosotros, señores Acadómicos, y de los que me escuchan; que ¿quién no tie-

(1) Véanse las excelentes artieiilos que sobre los progresos cid Caloli' cismo ea los Esleíd os- Un i dos y sobrfi iostruccléQ pUblica en dloB i asertó el Correipondant, ilustrada revista de París, 487 L y el que con al titulo de Los Caiótkoít del Nuevo Mundo juzffadoíi por los proiñstantes, apiirecló en la entrega tS7 de la propk revista, correipond lente al 40 de Dlciemlíre de i86g, a^í conio los j nidos del AÜanlic Jtfo«íWy, periódico protesta ota.

na ó ha tenido una madre que haga palpitar su corazón?

Y es tal y tan poderosa la fuerza de asimilación del país, que con razón observa un sagaz crítico y sazonado eacritor, paisano de ellas que á maravilla las conoce y apreciarlas sabe, que siendo frecuente que de nuestras costas meridionales vayan muchas jóvenes distinguidas á educarse al extranjero ó lo sean por ayas inglesas ó ala- manasj á despecho de ello, y aunque no dejen de aquilatar con este realce la viveza de su ingenio, concluida su educación vienen á ser, por dicha suya y de su patria^ antes que todo y sobre todo, gaditanas, jerezanas^ mala- gueñas (O,

Ni creáis, señores^ que cuando esto digo divagtie de mi asunto, que en sus entrañas estoy. ¿No son nuestras es- pañolas, por ventura, las que hoy salvan nuestra socie- dad, las defensoras de la Religión, las depositarías de nuestras tradiciones, las restauradoras de nuestra monar- quía y el vínculo nunca roto entre ambos hemisfe- rios? (^). Pues desde hoy más debéis mirarlas como las mejores y más fieles aliadas de esta Academia; que ellas hacen, y guardan, y enseñan el idioma. Vedlas siempre asociándose á nuestros triunfos, participando de nuestras

(í) D. SalTadoT López Guijarro en bu articulo La Maiagueña, en U obra Mujeres espamlm y americanas^ que publica el hábil editor D. Miguel Guijarro,

(t) En comprobacidu de estas aserciones, citaremos ata más comeüta- noSf á \¡iB señoras de bs AsoclaciODes de QeoeBceacia do mic litarla; Acá* demias domluícaleg que ^qt si solas educnn Í0.Ó0O Qirln.<;; eseucins cat^- Ueag, L'OQÍerejicias de San VlceoCe de PauK las de los heridos y la Crtii Ro- ja, y otras varias de igoal oaturalezaí y nommalmeote, por la espeeiaÜ- dad del asunto, á la Excma. Sra. Dona Pilar Arias de Qutroga de Primo de Rivera y á la ilustre señora chilena Doña Mercedes Martines de Walker* que ha sido verdadera madre para los prisioneros de la Covadonga^ sin perjuicio del nmor á su patria y á las lostítueioues qu^ en ella rigea

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solemnidades, no ya admitidas 6 toleradas sólo como en la Universidad y otras Academias, sino aquí, en nuestros escaños, ocupando con satisfacción de la Academia yues- tros sillones, única Corporación literaria que así las reci- be, como que á ella Tienen, no por deferencia y mera cortMía, sino con derecho propio, como veis á la di^na esposa y bellas hijas del nuevo Académico, á traeros á sus maridos y á sus padres, participando de su triunfo, y gozándose en que obtengan vuestra aprobación.

Pues arrancándonos con pena á esta consideración, que es la suprema del asunto cuando se trata del estu- dio del carácter español, ¿queréis ver las buellas de esta alianza en nuestra literatura? Las hallareis en toda ella, y singularmente en nuestro Teatro nacional, en el cual, hasta en lo moderno, casi no peca un drama por lirismo, y, finalmente, en los arrebatados vuelos de Herrera, en que tan natural y gallardaniente campea, no sólo la ins- piración del Dios de Moisés, sino hasta el carácter de su poesía y sus giros y locuciones. Leed su canción á la vic- loria de Lepanto, y no extrañaréis encontrar en ella los rasgos del que cantó con tan divina inspiración si paso del Mar Rojo; leed la traducción del Super flmnina fía- bylonis^ y no dudaréis que canta David en la lira del maestro León; y si alguno sospecha que la identidad de asuntos es la que produce la uniformidad de tonos, todavía en la canción del mismo Herrera á D, Juan de Austria, tan diversa en esencia^ los volveréis á encontrar, y en cualquiera de las odas del ilustre agustino, en medio de su serenidad» el propio arrobamiento que penetra los cielos.

También las musas de Grecia se placen en nuestro sue- lo, y dadas de la mano con ellas las de Roma, Pero ¿qué mucho, si con éstas nos hallamos ya en casa, reanudan-

do lo que ahora discutimos con lo que al principio decía- mos? Por ello, y por no abusar deraasiado de vuestra pa- ciencia, cortamos aquí el hiio de nuestras observaciones. Ahora bien: ¿quien ha de hacer todo esto?— Ya lo ha di- cho el nuevo Acaclómico: lo hace el pueblo, lo hacen sas escritores; no lo hace por sola la Academia, cuyo em- pleo no es inventar, ni á nadie puede mandarse inventar de oficio. Dejando, pues, a aquél á un lado, estudiemos el ejercicio de la autoridad en la Academia, Y ante todo, para ello puedo Influir mucho el Gobierno. Necesitamos que sea acertada la direccióu en los estudios, desde la enseñanza primera, que nimca será la instrucción sólida sin esta segura base^ en la cual, ampliándola conveniente- mente, perseveren los alumnos siquiera hasta los catorce ó quince años. Hasta esa edad, y sin aquellos conocimien- tos previos que á todo lo bueno conducen, no se puede en puridad estudiar lengua ninguna sabia, filosofía, Doate- máticas ni ciencias de ninguna especie, comprendiéndo- las. No se extrañe que insistamos sobre esto: aunque pa- rezca pequeño e^ de altísima importancia, y no tiene poca el proclamar esta verdad ante la Academia española iU. La Academia, por medio de sus libros, enseña en Es- pana y habla con América (í). Pues bien, además del fa-

(i) Sabido es que fijándose hace tiempo en los planea de iostraccion publica que hasta los diüz nños no se puede empezar el estudio del liim y lo que se llamo segunda enseaíin^a en los lastitutos, iodirecta, pero no menos eficazmente, lia venido á establecerse que á esa edad acabe b pri* mera» ruando apenas se sabe leer Debiera, puesj ampliarse aprendieaiío siquiera los alumnos a leer y escribir bien; Relii^ión y Moral; la ünimá- tica de su lengua, no ya por epítome ni compendio: de Historia y Geogni- fíOf n lo menos ks do su patria; Aritmética; nociooes de Geometrb, de fi* aica y Química y Dibujo, sobre todo el lineal y de ornato.

(i) Esto bace la Aeademia con la pnblicaciéa de sus Gramáticas adap-

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vor del público, necesitaría que el Gobierno, con mano pródiga, la asistiese. Necesitaría , decimos, como quien sabe que en las circunstancias actuales esto no pueda quedar sino en los límites del deseo, consignándolo aquí para mejores días, Pero, aim atendidas las dificultades presentes, baste saber que toda la subvención que en to- dos conceptos recibe la Academia Española del presupues- to general del Estado está reducida á la suma de 38.000 reales. Creemos que el Gobierno, si fija su atención so- bre ello, no negará más amplitud á una Corporación que no vivirá ni crecerá sin ella; y cuenta que para esta cla- se de Institutos sólo el estacionarse es morir. Por lo de- más, la Academia no ha pedido nunca privilegios, ni me- nos exclusivos, que cierran la puerta á toda com peten - cia, sin la cual también sobreviene el estancamiento, Pero nada tiene de violento creer que ya que en las es- cuelas privadas hubiese toda libertad de elegir los libros de texto (en cuya libertad de elección cada día ejbtiene la Academia mejor parte), en las públicas, esto es, en las sostenidas, subvencionadas ó vigiladas por el Estado, la provincia ó el Municipio, se usen los libros de texto de la Academia,

Debiera, además^ ordenar el frobiemo la publicación del Diccionario tecnológico español^ cometiéndola » con vuestro concurso, á la Academia de Ciencias exactas, fí- Bicas y naturales, y costeándola* Sin él, cada día nos so- breviene un diluvio de palabras, muchas veces no nece-

íadas á los tre^ órdenes de la eugeñatizFi, y sus diversos Diccionarios. Haco Umbléa edicioaes de Diiestros clásicos, y oporCu llámente, por medio de certámenes» excita al cultivo de los diversos ramos de U Uleratura, 6 hleu á iji dilucidaeido do importantes temas que concienien á la leogiia ó á aqmélb*

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sarias y otras imperfectamente formadas, con las cuales, en nombre, no ya de la barbarie gótica, africana ó ger- mánica, sino de la civilización francesa, inglesa ó alema- na^ se vicia y corrompe la lengua^ ya por las palabras, ya, sobre todo, por la constr acción. El Gobierno, al intro- ducir muchas mejoras, al registrarlas en los aranceles, al adoptarlas para uso público, pudiera, consultando á las Academias, precaver unas veces y remediar otras el de- sastre. Ejemplos han dado de lo primero el Ministerio de Fomento y la Dirección general de Obras públicas: el casco de Madrid presenta recientemente muestras de segundo. Reclamó, en efecto, la Academia contra el nom- bre bárbaro de docks^ que, con menosprecio de la verdad y del sentido común, se pretendió introducir donde cier- tamente no hay río ni diques que con el Támesis y los suyos puedan compararse, y la voz no se aclimató* Bo- rróse de los edictos municipales, y aun creemos que de los registros también, la de bouleüard ó dideva>\ no me- nos ridicula é inexacta y bárbara por añadidura en la forma que nos venía, y la hemos sustituido con el nom- bre, harto más propio y español, de calle^ con que se ufa- na la de Alcalá; y aun pudiéramos haberle dado los de carrera, corredera^ ao.w y aun estrada. Y ahora se ha dado la gente rica, y los que estudian y halagan sus gus- tos, á sembrar hoteles en Recoletos y los nuevos barrios de Madrid, los cuales ni los mismos franceses conocerían por aquel nombre, como que en ellos no se hospeda más que á sus dueños, ni se alquilan al viajero, ni se sirve mesa redonda i^).

{\) Eq uno de nuestros Mimsterios se escribió en nn documento oñm\ de hace algunos años: ^51 la enfermedad recidim$s,y^ De la palabra fffincesa récidim^ por fortuna no iatroiluclda entre nosotros, dedujo j formó ún

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En cuanto al crédito de la Academia Española, aunque sólo fuese por la fidelidad con que corresponde á su ins- ütuto, no sólo no encuentra contradicción, sino que cada día se extiende y consolida más, por la misma forma en que le concibe y emplea, Dícelo bien su lema, con el cual tan oportunamente ha cerrado el nuevo Académico su discurso. No se lanza, pues, á aventuras, ni en las alas del buen deseo, ni aun cediendo al impulso de los ami- gos, que con la mejor intención por este camino quisie- ran empujarla. Sus individuos, como españoles y como escritores, usarán del derecho que en este concepto, y no en el de Académicos, les corresponde para proponer, no á la Academia, sino al publico, tal ó cual palabra ó frase, como astas cosas se proponen, no por via de consejo, sino poniéndolas en acción y movimiento; tal como se ensena á andar, no con explicaciones, sino andando. El público, dueño del lenguaje, que es de todos, acogerá ó desecha- rá, y este fallo, que es el del uso, lo recogerá la Acade- mia, iluatrándole y puliéndole si es necesario; pero suje- to este mismo pulimento á la última apelación del propio uso, que, advertido, rara vez deja de rectificarse. Y aun para proponer aquellas observaciones, la Academia no lo hace por si sola, sino inquiriendo y consultando aperso- nas doctas y especiales en los diversos ramos, y al mis- mo liso en diferentes provincias í^ ),

dada el autor tr»D enorme barbarlaino^ que merece citarse por lo garrafuL (1) Slrvn de ejem[>lo lo que reeieateniente ha sucedido con tas pal obras Q^ada Y etzadón. Vago» y hasta contradictorio, era el seulido que se les daba. La Academia, pues, ha teuído que abrir inrormación sobre el par- tícula r, y además de la propuesta del poncole y del juicio de la Comisióu de Diccionario, ha consultado á dtfercutes provincias por medio de sus dipnos correspoadiontes. Diez y ocho respuestas ha recibido h cual más interesantesT varius de ellas can dibujos y grabados.

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La Academia j pues> al acertar, acierta con muchos: íbamos á decir que con todos, porque si á muchos con- sulta á nadie desoj^e, lo cual por si solo es ya garantía del acierto por la desconfianza del propio juicio* Á esta manera de concebir y plantear el cumplimiento de sus deberes, corresponde en proporcionada escala la defe- rencia y conflansea de los demás.

Voy á citaros de ello tres ejemplos: los dos primeros de nuestro propio territorio; el tercero de otro no tao próximo, aunque no menos español ni menos autoriza- do. Es el primero el que ofrecen los tribunales de justí- cia, en donde al lado del libro de la ley está el Diceiona- rio de la Academia, que no menos invocan los que hacen estas leyes mismas; asi como los escritores y los que as- piran á hablar bien ó sostener sobre la lensfua una cues- tión cualquiera- ¿Cuántos derechos no se han definido, cuántos pleitos no se han fallado por sola la autoridad de la Academia, depositaría^ en verdad, en este concepto, de los bienes, de la honra, hasta de la vida da sus con- ciudadanos?

Pues si su buen concepto consideramos, prestad aten- ción, y veréis que siendo la más antigua entre todas sus hermanas, ya por ello, ya porque la lengua todo lo abar- ca y á todas partes se extiende, parece como que suena v es aclamada por el primer Cuerpo literario de la nación, cediéndole todos el paso por lo mismo que ella á ninguno se antepone. Y si queréis ver esto de una manera palpa- ble, séame lícito recordar un hecho que pasó no mu- chos anos en el palacio de nuestros Reyes, Agolpábanse allí en memorable ocasión mucha parte de nuestros hombres de letras con el objeto de ofrecer un tributo de ^atitud por el magnánimo desprendimiento de S, M* !a

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Reina Doña Isaiel IL Eran los concurrentes poetas, si no todos iguales, ninguno inferior en altivez. ¿Quién habia de atreverse á hacer cabeza, ni á llevar la voz ni la pre- sidencia? Pues lo que hubiera sido imposible decidir entre tan tos j todos* por casi común inspiración^ lo decidieron. Obaervaron algunos, y aceptaron todoa unánimes, que correspondía á la Academia Española, representada por tino de sus individuos presentes. Había, en efecto, varios, como los suele haber siempre en cuantos hechos impor- tantes y gloriosos acontecen, sobre todo en materia ci- vilj en nuestra nación; y entre aquéllos, según es uso y estatuto de la Academia, había de llevar la presidencia el más antiguo. Esta inmerecida honra, por la expresa^ da razón, cupo al que tiene la de escribir estas palabras, hien que él la declinó con insistencia en otro digno com- pañero suyo, el Sr. D. Aureliano Fernández-Guerra, que á este lauro y otros personales, no menos valederos, reunía el de individuo y anticuario de la Academia de la Historia, El hecho, verdaderamente notable, se consignó en nuestras actas, Y éralo, en efecto, por la espontanei- dad con que pasó como cosa en que no podía haber duda entre aquella tan escogida compañía, y á pesar del ffe- mis irniabüe Vatum^ á que los que la formaban perte- necían.

Pues el otro ejemplar todavía es más terminante. Se- parados de nuestro suelo, pero abrazados con nosotros por la lengua como patria común, viven veintidós millo- nes de almas que hablan españoL Separados están por los mares, y más que por ellos, y á despecho de los vínculos de la Rehgión, de la raza y de la sangre, por los intere- sáis, por las preocupaciones y pasiones de una lucha fu- nesta y fratricida. Pues bien; lo que no han podido las

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armas ni huhiera alcanzado la política, lo ha intentado con llaneza, lo ha conseguido sin más que la bondad del intento, la santidad del motivo y la confianza en el noble carácter español, la Academia Española. Habló, en efec- to, en nombre de aquella patria y del patrimonio común, que es nuestra literatura, en nombre de Cervantes y de Calderón, y fue ¿cómo no había de serlo? no sólo enten- dida, sino correspondida también. Los más claros talen- tos americíinos se conmovieron á su voz; todos unánimes contestaron. Inmensa salva de aplausos brotó del cora- zón á los labios de todos aquellos tan dignos españoles, y dos Academias, que la nuestra evocó con instancia, como hijas, para que vinieran á la luz, aclamándolas comoher^ manas desde que aparecieron, surgieron á su voz, sucur- sales y correspondientes, y como tales las saludó, no ya la tínica, sino la primera Academia Española- Bogotá produjo la primogénita de las nuevas hermanas, la Co- lombiana; en Quito se ha alzado la primera Ecuatoriana, y otras dos ó tres se hallan anunciadas, cuyo secreto creemos todavía deber respetar. Cada correo nos trae nuevas conquistas de correspondientes; abundante cose- cha de libros, de propuestas, de adiciones y enmiendas de voces para nuestro Diccionario, Entre aquellas, séanie lícito citar la elegante traducción en verso de todas las obras de Virgilio, dedicada á nuestra Academia por su autor el Sr, D. Miguel Antonio Caro, director que ha si- do de la Colombiana; la magniflca Oda gratulatoria del ilustre poeta venezolano el Sr, D, José Antonio Gaicano, uno de los predilectos discípulos del Sr. Bollo; las apon- taciones críticas sobre el lenguaje bogotano, del Sr. Don Rufino José Cuervo, que ojalá fuesen más conocidas en España, como merecen; el Poema á la Iglesia católica

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del Sr. Dp Juan León Meraj de Quito; las Observaciones gramaticales del Sr. D. José María de Bassoco> de Méji- co, y multitud de ellas filológicas de los Sres, D, José María Torres Gaicedo, D. José Antonio Gaicano^ D, Ceci- lio Acosta^ que por dos veces ha reiDÍtido gran número de ellas; D. Pedro Fermin Cevallos, D. Ricardo Ovidio Limardo, D, Eb^equiel Uricoechea, D. Antonio Flores Ji- jón y otros. Finalmente, la Academia Colombiana nos ha enviado el primer número de su Anuario, en que expone todos los antecedentes de su instalación, ofreciéndonos las primicias de sus interesantes trabajos. ¡Tanto ba pro- movido la Academia Española! ¡De tal suerte le ha co- rrespondido América!

Sin armas» sin escuadras, sin tratados ni notas diplo- máticas^ ha conseguido de aquellos pueblos lo que á otros ha sido hasta ahora imposible recabar. Es verdad que no les hablaba de política, ni de intereses materiales, ni mu- cho menos de imposible, y ni imaginada dominación: hablábales en nombre de la Religión, de la sangre y de la lengua, que son unas mismas en todos, y la propia lengua es el objeto de comercio y comunicación que les ofrecía. Singular comercio en que todos ganan: los hijos, tomando de casa de sus padres lo que es su patrimonio y 9u herencia; los padres, acrecentando su gloria con las conquistas y la gloria de sus hijos. Y luego, para o?^tíi unión de familia, la Academia, antes y después de su se- paración de la madre patria, les ha mandado como he- raldos, entre otros, á Jovellanos, loa Iriartes y Campo- manes; á Meléndez Valdés, Cien fuegos y los Moratines; aquéllos, todos Académicos; los dos últimos, padre ó hijo, laureados por la Academia; y más recientemente A Quin- tana, y Gallego, y el Duque de Rivas, como poetas; á Lis-

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ta, y Bello, y Mora, como universales maestros; á Balmes, Donoso Cortés» A parí si y Pastor Díaz, como cristianos filósofos; á Pacheco, Pidal y Ríos y Rosas, como jiiris- consLiUos; á los mismos, y á Martínez de la Rosa, y Alca- lá rraliano, y Olózaga, como oradores parlamentariosj á Bretón da los Herreros, Ventura de la Vega y Baralt, aquéllos dos como poetas dramáticos; éste, además de poeta, como filólogo; como Académicos diligentísimos^ en fin, á Fernández de Navarrete, Mlisso y Segovia^ y otros que no nombro, porque están vivos^ y porque tam- poco hay para qué, pues ambos mandos los conocen, sin temor de equivocarlos. Todos estos son vuestros, que en verdad no puede haber mayor alabancia para esta Acade- 1 mia; y unidos con ellos, nuestras demás Academias y otros españoles no menos ilustres prosiguen esta gloriosa empresa, cuyos frutos son incalculables.

Pero notad bien esto: la Academia, que la inicia, no la lleva á cabo por sola; que Dios mismo no quiere hacer el bien sin el concurso de la voluntad del que ha de red- birle; y por ello la Academia, en este apostolado, cuenta también con la de los pueblos americanos; ella, que no j se impone absoluta ni á los españoles de aquende.

Á este efecto, así como el alambre que liga los conti- nentes á través de los mares, transmitiendo, no tanto la chispa eléctrica inconsciente, cuanto la humana inteli- gencia, en una y otra orilla menester un aparata! idéntico que la expida del nno, y la reciba en el otro, el| primer deseo y casi indispensable medio que procura la Academia Española es que al otro lado del Atlántico se establezcan otras, correspondientes suyas, que reciban loj que ella les envía para nuestros hermanos, distribuyén- dolo según á las necesidades de cada país sea convenien-

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te, restableciendo lo que acaso en la travesía se haya de- bilitado ó perdido^ y por el contrarío, recogiendo^ orde- nando, autorizando y acaso puliendo y dando cuerpo de doctrina al caudal que de ellos haya de provenirnos. De esta suerte la Academia está segura de acertar, refleján- dose por entero en sus hermanas y hablando á los espa- ñoles de aquellos hemisferios como si en sn suelo estu- viese* Así so explica el celo y el empeño con que la Aca- demia madre promueve la creación de estas americanas,

limitándose á la iniciativa, á las propias deja, como es natural, su establecimiento y la designación de sus indi- viduos.

Ahora bien; ¿cuál es el gv^n medio de asegurar el lo- gro de sus tareas? Es la frecuente comunicación de sus ideas y de sus trabajos; es la adopción de nuestros libros de texto; es el cultivo unísono da los grandes modelos; es, por último, el conocimiento y estudio de nuestras res- pectivas literaturas. Una ortografía para todoíf precisa- mente; una gramática, si es posible; un Diccionario vul- gar también; otro más grande en que consten los princi- pales provincialismos de las diversas naciones que ha- blan el español.

Ante todo, si nuestras hermanas de América, si las corporaciones literarias de España, si los literatos de una y de otra han de estudiar á fondo la lengua y tratan de corregirse en ella y hasta de mejorarla, se necesita que se conozca y circule el gran Diccionario de autoridades hecho por nuestra Academia, en el cual cada voz y sus diversas acepciones se acreditan con uno ó más ejemplos que convenientemente las apoyan y justifican. De esta obra verdaderamente magistral, de seis tomos en folio, no se ha hecho más que una sola edición hace ciento

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cuarenta afios, la cual se halla, por tanto, agotada. Calcn- lese cuan raros ejemplares se hallarán en América don- de, por la mismo que no es fácil allegar todas lasfuenti de autoridad, serían más indispensables. Ocupada se ha- lla la Academia en preparar su corrección; pero esto es obra larga cuya terminación no alcanzaremos los vivos. Ha empezado la Academia (y ya es algo) por rectificar el catálogo de los autores que merecen ser autoridad. La primera edición que para uso interior hizo en el año próximo pasado le ha sido arrebatada de las manos y está preparando la segunda. Pues bien, otra edición del Diccionario grande de autoridades, con leves correccio- nes, podría ser el remedio. La Academia, propietaria, }% que no pueda hacerla por sí, no le negaría su concuM) 6 su asentimiento. Con ella y el Diccionario prosódico y ortográfico de la lengua, que se está dando á la estampa, mucho haría ya la Academia, en tanto que con incesante tarea pregara la 12/ del Diccionario usual,

¿Qué más le quedaría? Hay una frase andaluza que na- turalmente se nos viene á la memoria al oír esta pregun- ta. Poner puertas al campo fuera, en efecto, trazar lí- mites ni aim dirección á sus trabajos. Esto no obstante, sóanos lícito indicar que nuestra Prosodia está todavía en la infancia, y que en la Ortografía el uso es vario y en no pocas cosas contradictorio. Tiene la Academia en su seno propuestas sobre el particular, no de esas que rompen con toda razón etimológica y contra ol uso, por más que sean, á lo menos en la apariencia, lógicas : tiónelas ra- cionales y prudentes, hechas por algunos de sus más be- neméritos individuos, sobre todo en lo que se refiere á acentuación y á los signos ortográficos que deben em- plearse, señaladamente en poesía, y sin cuyas modifica-

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dones no será posible indicar cómo se haya de leer, que m él oficio de la acentuación y pimtuación. También hay algo que hacer en materia da pronunciación. En ésta visiblemente hemos perdido, puesto qoo tenía la lengua sonidos de que hoy carece y que conservan nuestros dia- lectos, ó los que son con nosotros de común origen, AJio- ra mismo estamos perdiendo algunos de aquellos sonidos, y éstos incumbe á la Academia defenderlos, y los prime- ros echarlos de menos, siquiera para que los escritores pugnen por recobrarlos.

Con maduro examen, por ejemplo, ha consijsfnado la Academia, habiéndola estudiado en Castilla, la diferencia entre la b y la i\ confundidas casi en la pronunciación desu- de el tiempo de Marcial; y aunque no tanto en la escritura, lo bastante, sin embargo, para dar lugar á crasas equi- vocaciones. En nuestras provincias de Levante es muy marcada la diferencia, y en ello deberíamos imitarlas.

Tuvimos antes, y conservan el gallego y el portugués, la s suave, además de la fuerte, que hoy es la única nues- tra: tienen también ellos, y aun los asturianos, la pro- nunciación de la .vA y de la ú^ inicial, que no hay en cas- tellano. Hemos perdido la h suavemente aspirada, que se echa de ver en todos nuestros buenos autores del siglo de oro, y aun en los no andaluces; cuando á éstos so pre« tende imitar, la exageramos, por el contrario, más de lo que fuera razón. La c suave, que nimca debe confundir- se con la #, no debe ser t<impoco de igual fuerza en to- das las palabras, como se hace, por ejemplo, en MadriíJ, y de seguro ni á la poesía ni menos á la música satisface tanta aspereza, que no hay en la z final, como se ve en lápiz, feli:^, maiiz^ codmmu\ y lo propio hay que decir de la exageración de los sonidos guturales. En cuanto á

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éstos, hay que notar que si bien hemos defendido y res- tablecido la ¿F, suprimiendo su innecesaria y viciosa sus- titución por la es y la gs^ cuando en realidad su sonido no es siempre fijamente el de ningima de estas combina- ciones, sino el de otra intermedia. Pero en cambio la he- mos suprimido cuando es inicial, y apenas conservamos vestigios de ella en la pronunciación, aunque tal vez los conservamos en la escritura*

Con w escribían nuestros padres el nombre de Mémim^ y así le llamamos hoy sus hijos, Á orillas del Guadalete conocemos personas muy ilustradas que escriben siempre Xerez (con m)^ como antes se hacía, y todavía los ex- tranjeros conservan vestigios de esta pronunciación; lo cual también justifica la etimología, no convenciéndonos nosotros de por qué haya de consultarse ésta casi um- versalmente ^ cuando es latina, y se haj^a de desatender si es de otro origen W. Nombres hay todavía, sin embar- go, aunque la mayor parte propios, que en su ortografía conservan la oo inicial, como Xanto^ por el río de Troya; Xantipey Xicotencal^ Xüocordeón, Pues la ¿a? final, que algunos intentan proscribir, todavía tiene mejor defensa y autoridad en el uso. Decimos, sin contradicción, no sólo GuarMx y Toy^rox^ sino ónix^ almoradux^ antrüm^ carcax^ siendo, por tanto, injustificado suprimir la m en el plural para producir un sonido gutural, que ya hemos dicho que no se recomienda mucho por la armonía, fuera de que algunas de estas voces no forman el plural así. Ónices m forma de ónix. El de ántrax no sabemos cuál sea, aun- que ántraces nos parece mejor. Palabras hay, como atiítal

(h ) Los extraüjeros escriben y pronuüciaa Méxique y Mmim^ y sabido Bs i|ue ios ingleses llaman Shem/s wíne al Jerez, de que son tan decidldoi partidarios y priocipaies eousamidores.

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y almar^ en que^ sustituida la oo con la s^ se conf anden, sobre todo la última, con el verbo alisar^ y completa- mente desconocemos su etimología, perdiendo con ella la raxón de su significado.

En manos del vulgo se vulgariza también la lengua, hacióndola perder el carácter etimológico que la explica* Hemos propendido de antiguo, y propendemos todavía^ á suprimir consonan tes, que tanto vale á veces como des- huesarla, dejándola fofa* De los compuestos del supino latino scripium, en algunos hemos suprimido la p^ j así decimos suscriior, pero decimos inscripción^ adscripto^ rescripio y Padres conscriptoí^; escribimos ya casi gene- ralmente setena y aun setieírére; pero decimos septena- rio^ septuagésima^ séptimo^ septemmro. Se ha escrito por muchos stuceder^ lo mismo por acontecer que para signi- flear que una persona ó cosa niens despides de otra; pefo son conceptos diversos y conviene distinguirlos en la con- versación y en la escritura, diciendo, por ejemplo, que la llamada guerra de smcesión sucedió en el siglo xviil So- lemos omitir la n de la preposición trans^ confundiendo sus compuestos con los del adverbio iras. Cierto que aquella supresión está á veces sancionada por el uso, y así, nadie dice transladar^ translucir; pero decimos, y debemos decir, transferir^ transcribir^ transfiguración y translúcido. Lo mismo decimos móDil (con v) á lo que mueve ó es principio ó causa del movimiento, que á lo que puede ser movido, sin tener en cuenta que en la pri- mera de estas palabras lo que se modifica es la palabra mover^ esencialmente activa, cuyo carácter conserva su derivado móml, casi generalmente substantivo , de cuyas radicales, añadiendo la terminación bilis, dedujo el latín 7nomditiSj y por contracción mobiiis^ con i, pues lo que

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interesa para conservar la esencia y significación pasiva de la palabra es el bilis ^ que expresa la adaptación ó fa- cilidad para recibir el movimiento, Á esta semejanza he- mos hecho nosotros momble y su contracción mueble^ in- nioble^ móbil (con b) en esta aceptación pasiva^ y ^nobi- liariú. Confesamos, sin embargo, que se escribe coni? inmómly porque , aunque en realidad más se explica á lo que no se mueve por que á lo que no puede ser movi* do, también tiene uso y autoridad en este último sentido, en el cual es lo qne llamamos inmoble ó imnimble^ y de- biéramos escribirlo inmóbil con 6, como se escribe el mo- bilis ó imnobiliít latino, aunque de ello todavía no haya costumbre. Si de una veleta hablamos, por ejemplo, di- remos que su móoil (con v) es el viento qtie ía hace girar; y de ella, porque puede ser movida^ afirmaremos que es momble 6 móbil (con é); y yo propio he dicho, traduciendo los Libros Sapienciales, hablando del Espíritu Santo:

Sutil, diserto, elocuente, Siempre inmaculado, móvil, Infalibie, suave, amante Del bien, de paz y del orden.

Sutil, puro, inielígente, Que á los demás en si abaorbej Porque es la sabiduría Bíás que lo movible, móbiL p

Ómnibus enim mobilibus mobilior esí sapientia^ dice el texto; con que si no hubiera escrito estas palabras usan- do en ellas de la b^ no hubiese podido expresar mi pen- samiento, porque no tendrían el significado que pide el sentido y determina el original W.

{\) Libro dD la Sabiduría, cap. VU, vers, ^4.

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Con V se suelen escribir las frases llevar ó estar en vilo; con d se escribían antes en ediciones esmeradas, y deben ciertamente escribirse si se atiende á la razón etimológi- ca, que creemos sea bHanx^ la balanza, para significar (¡ue un objeto se lleva suspendido del suelo, ó que^ pen- diente, y por tanto, indeciso, tenemos el ánimo, Á lo in- finito püdióraraos prolongar estas citas. La Academia, registrando y dando cuenta de la diversa forma ortográ- fica y prosódica que han tenido éstas y otras palabras, debe rectificarla y fijarla, que es esto gran parte de su instituto*

De buen grado seguiríamos al nuevo Académico en cuanto tan acertadamente dice, como tan interiorizado en la materia, respecto á las reglas que han de tenerse presentes para el acogimiento de nuevas palabras, sobre la adopción de nuevo signo para nueva idea, proscribien- do los nuevos cuando haya otros anteriores que la repre- senten, y el esmero con que se deben devolver al uso muchas empleadas por nuestros clásicos, y que sin raxón sobrellevan el estigma de anticuadas cuando no se les ha sustituido nueva forma.

Novelador dice Lope de Vega al novelista; y aunque sea tan grande la autoridad, hoy ni nadie usará aquella palabra, ni dejará de emplear la última cuantas veces se le ofrezca, si es que quiere ser fácil y seguramente com- prendido, Thalweg hemos traído malamente del alemán (sin saber cómo se ha de escribir ni pronunciar, ni cómo se le haría el plural), cuando tenemos la palabra varjuada (con V y con b se ha escrito) para significar el camino por donde va el affim, la línea fundamental que marca el curso del agua en los ríos y en los valles. Anticuadas se llaman las palabras airamiento^ por el acto de encen-

derae en ira; espejarse^ por repreaantarse en un remaB- so ó limpia corriente de agua algún objeto, como en un espejo, ó el padre en el hijo, que le semeja y representa ó física ó moralmente; acuantiar^ por fijar la cuantía, el valor ó cantidad que corresponde á cada una de las par- tidas separadas de un todo, cuya palabra, inteligible des- da luego á primera vista para todo el que sepa lo que significa mmntia^ se ha querido substituir con el bárbaro presupuestar; tibiar ^ derivación del ubi latino, por deter- minar el punto en que se halla situado un pueblo, un edificio ú otro cualquier objeto cuya posición convenga precisar, y cuya voz, usada ya por el monje Berceo, y posteriormente por otros, entre los cuales Hernández de Velasco, creemos que recibirá de buen grado la ciencia, cuando á semejanza suya se aplican las de tricar y tMca- món^ de forma y significación análogas. Avalancha nos han querido introducir, por el desprendimiento súbito, y como resbalando, de la nieve, habiendo varias palabras castellanas, que ya otra vez hemos expresado, para sig- nificarla, entre las cuales, sobre la extranjera, lleva alud lo mejor de la batalla. Para traerla del extranjero, va- liera más haber admitido la germánica labina^ del latino labiy ó la española resbalizay que también hemos oído, aunque sin suficiente autoridad, y desearíamos encon- trarla ó que la adquiriese, porque expresa la idea con to- da claridad.

Pues respecto á la sintaxis, todavía es más apremiante la tarea de la Academia, y más necesario el ejercicio de j su autoridad. Hiere más los oídos, y es, por tanto, más re- pugnante y visible el uso de una palabra exótica ó bárba- ra, siendo, por lo mismo, el daño más evidente y fácil de reparar. No así las faltas contra el régimen ni los def€e-

IS9 tos en la constr acción; y sin embargo, por ellos princi- palmenta se alteran y se corrompen las lenguas. Este vi- cio es común por demás en nuestra época, principalmen- te de la parte de Francia. NOj no son los principales y más temibles galicismos los que con los vocaiilos se nos vienen, y con la viciosa traducción ó asimilación, por lo mismo que saltan más á la vista. El principal daño está en la concordancia, está en la construcción, y, sobre todo, en el régimen; en las frases que con est© vicio se nos inoculan. Vino aquí, por ejemplo, la palabra modista^ antes no usada, significando el que adoptaba, seguía ó inventaba las modas. Fué en su origen masculina esta voz, como que también entonces cortaban y aun hacían los sastres modistas los vestidos de las señoras. Modista fué después, como era natural, femenino, significando la mujer que corta y hace los vestidos y adornos elegantes de las señoras, y la que tiene tienda de modas. Vueltos después, por feo capricho de la voluble Diosa, los hom- bres á aquella ocupación, hale parecido á alguno ó alguna que de puristas presumen, que, como el oñcio, debe tam- bién mascuUni/arse la palabrilla; y si el oficio medra, amenaza Mrbava invasión de modistos, Paráranae un poco tales inventores, y echaran de ver que de los nom- bres acabados en ia que indican profesión, son muchos masculinos, como poeta ^ anaooreta^ recluta^ ó cuando más, comunes de dos, como artista, profeta^ sin que á nadie le haya ocurrido que es menester llamar artista al artista, ni al modista, modisto^ por más que haya excelen- tes modistas mujeres, y artistas tan eminentes como la Roldana, la Ma libran ó la Concepción Rodríguez, Pues en materia de régimen, ¿qué solecismos no vemos cada día, que desfiguran y desnaturalizan el idioma? Yendo

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prevenidos con armas, y, por tanto, no desapercibidos pa* ra lo que pueda ocurrir, pasamos desapercibidas la mo- derna) si no nos ven; como si en España pudiera decirse nunca aperoibirse de una cosa^ por notarla ó parar mien- tes en ella. Para hablar en castellano, debía decirse sin ser notados^ sentidos ó vistos^ Dícese cada día que nos ocupamos de esta ó de la otra cosa, cuando queremos sig- nificar que en la misma nos ooupamos.

Multiplicar pudiéramos por desgracia semejantes ejena- píos; y cuenta que no basta que admitamos frases extran- jeras y viciosas construcciones, sino que, al propio com- pás, por no usarlas, perdemos ú olvidamos las nuestras, en que es la lengua española tan abundante. Coja el que lo dude á cualquiera de nuestros clásicos, á Cervantes, á Calderón, á Lope ó á Quevedo, por ejemplo, y verá cuán- tos tesoros hay allí que a voz en grito piden ya un descu- bridor: ¡tan escaso es el número de los que los frecuen- tan! Conveniente fuera, pues, y aun muy necesario poner de manifiesto y en circulación estos tesoros, multiplican^ do las ediciones de ios clásicos y dando á conocer sus be- llezas, como hace la Academia, y más haría si el favor del público la ayudara* Debiera asimismo, á nuestro jui- cio, no contentarse sólo con dar ejemplo del buen decir, sino censurar en sus Memorias las locuciones, frases y maneras viciosas, poniendo al lado de ellas las que de* hieran usarse; presentar modelos del régimen, no sólo de los verbos y adjetivos^ sino del de las preposiciones, co- mo fructuosamente lo hace, aunque en pequeña escala, en su Gramática; y por último (y esto es lo más esen- cial), que, no contentándose con la definición de las pala- bras, que muchas veces es muy difícil, si no imposible, en el Diccionario, ya en el vulgar, ya en otro especial

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para este efecto, pusiese las palabras en acción por me- dio de ejemplos que las dieran movimiento y vida, per- mitiendo verlas á la luz y examinarlas por todas partes. Ésta, que para nuestra España sería una obra de suma importancia^ tiénela no menor para nuestros hermanos de América; no olvidando nunca que si es tan fuerte vínculo la lengua ^ el vínculo que á ésta liga y man- tiene en un haz es la sintaxis, sin la cual pronto deja- ríamos aquella y nosotros de bbv unos y hasta de enten- dernos-

He aquí, pues, la única recomendación que sobre este particular nos parece oportuno hacer á la Academia, y el único y muy encarecido consejo que> por conclusión^ nos atrevemos á dirigir á nuestros hermanos de entram- bos mundos,

Y aquí es bien demos ya punto, que harto hemos abu- sado de vuestra paciencia. Perdonad, señores, que, ha- blando de estas cosas, no pueda irse á la mano un Aca- démico antiguo que en ellas ha ocupado buena parte de los mejores años de su vida, cuando del asunto so habla por persona que, aunque recién venida á este sitio, tiene tanta experiencia y autoridad como el Sr. Gralindo. Yo, además, por singular deferencia de la Academia, tengo la gloria de ser Secretario de la Comisión de Academias americanas, y, tratándose de la lengua, no podía dejar de hablaros también desde el panto de vista que á éstas interesa* Justo es, además, que en estas solemnidades con- temos con los hijos como si los tuviéramos presentes, así como ellos lo hacen con nosotros en idénticas circunstan- cias, y tanto más cuanto que, si la debilidad de mi vista no se corrige, acaso sea la última vez que podro tomar parte activa en ellas* Aun en la presente, debo y doy

afectuosas gracias al dignísimo compañero que con tanta benevolencia se ha prestado á auxiliarme.

Venga^ puesj el nuevo Académico á nuestros brazos, ascribióndose de esta recepción una fecha, que espero se- rá fausta en los anales de la Academia, Cuando á los míos vengasj ilustre Académico, yo te recibiré en ellos con efusión, como tai» como entrañable amigo y como á quien á Aparisi representa: tú, en cambio, recibe en mi abrazo el abrazo de Aparisi.

He mcHO-

DEL ESTILO Y DE LOS CONCEPTOS

DE NUESTROS FILÓSOFOS CONTEMPOEÁNEOS.

DISCURSO

DIL

EXCMO, Sr. D. VICENTE BARRANTES «'I

Doble pésame, señores, recibió esta ilustre Corporación el 5 de enero del año pasado^ por la temprana perdida de D* Josó Godoy Alcántara, á quien contaba en su seno, y, abiertos los brazos, vanamente esperó en ellos estrechar- le. Escritor estimable por todos títulos ó infeliz, vir do- niL^ dicendi peritus^ y como tal predestinado á no exce- der los límites de una social medianía j cuando en place- mes y honores literarios empezaba á recoger el fruto de su modesta laboriosidad, un padecimiento cruel, una de esas enfermedades que acompañan á los libros y á las ve- ladas literarias, como la lepra en los siglos medios acom- pañaba á la miseria, vino á paralizar la docta pluma que había producido tan notables trabajos como la Historia crítica de los falsos cronicones y el Estudio sobre los ape-*

(\ ) Leído, en el aclo solcuine de sa pública recepción, ante la Real Aca- demia E apa «ala. el día 25 de marzo de 1876,

SI

nidos casiellanosj ambos en público certamen lanreafloiS el primero, por vuestra insigne hermana la Academia de la Historia, y por vosotros mismos el segundo* Más afor- tunada que la vuestra fué, sin embargo, aquella Corpo- ración, que pudo ver á Godoy sentado en sus siüone8| prestándole el concurso de sus vastos conocimientos y con las bellas prendas de su carácter encantándola. No cerraré, ciertamente, este doloroso párrafo á la memo- ría de tan buen amigo y colega consagrado, sin dedicar también un recuerdo, que surge de seguro en cuantos me escuchan espontáneo, á la gloriosa estirpe literaria de quien fué quizás Godoy último representante entre nosotros. ¡Destino triste es a la verdad el de los Alcán- taras, que á las más hermosas flores de sus hermoso» campos andaluces los semeja, pues por ser tan aromáti- cas y esplendentes, apenas si resisten un día los rajos abrasadores del sol meridional! Muerto en la isla de Cuba el gallardo liistoriador de la poética Granada, cuando má$ sa?:onados frutos su ingenio prometía, sígnele al sepulcro prontamente su menor hermano Emilio, eruditísimo ara- bista, docto coleccionador de nuestros cantos populares, recogiendo la herencia literaria de ambos^ ya en linea transversal, nuestro malogi'ado Godoy, cuyo sillón, aho- ra tan vacío como cuando él nominalmente lo ocupaba, habéis tenido la benevolencia de ofrecerme.

Ardua tarea echáis, señores, sobre mis débiles hom- bros, y en hora antes que á la meditación y al recogí- miento, á la inquietud del ánimo adecuada, que viven las inteligencias en el período histórico que atravesamos vida triste de vacilación y duda, como quien presencia el espectáculo de una renovación de la sociedad, y no puede resistirse, que así lo disponen designios inescruta-

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WeSj á ser elemento destructor ó elemento destruido, to- rrente que arrasa los campos ó campo arrasado por el torrente, Faérame dado-, viniendo alegre en más alegres días al templo del buen decir y de la pureza del habla eastallana, traeros á par, con éste mi primer saludo de eratitudj serenas impresiones del mundo literario cpie fuera de vosotros vive, propia y acertada misión de estos discursos, donde cada nuevo Académico debe en puridad presentarse á vuestros ojos como heraldo de las tenden- cias y aspiraciones de la literatura militante, cuyo re- vuelto campo abandona para encerrarse en vuestras so- segadas tiendas. Mas no es posible, señores^ que en tales momentos como los presen tes^ manifestación algima ar- tística de las dulces emociones del espíritu acierte á des- arrollarse en el tiempo ni el espacio, sin la saturación de la atmósfera que nos rodea, que es como contagio á todas partes difundido, fragor pavoroso de la lucha entre la razón y la fe, entre lo bello y lo deforme, que á nues- tro siglo desgraciado simboliza, siendo verdugo implaca- ble de toda poesía, de toda idealidad consoladora- «Pri- i*vado el artista de la vida interior, que acaso no conoce >si quiera^ según observa profundamente F- Schlegel en Hm Ideas sobre el arte cristiano^ es imposible que la des- apliegue espléndida en sus creaciones, porque se agita su >ánimo en confuso torbellino, en el delirio de una exis- »tencia meramente externa, interiormente vacía y nula, » opuesta de todo en todo al arte, cuya misión es levan- atamos, desde la bajeza de esa vida, al alto mundo de los )► espíritus.»

Glorioso ejemplo de triste ó incesante batallar ¿no sois vosotros mismos? }Q\\é tregua ni que descanso os consen- tís contra las invasiones perturbadoras del habla caste-

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llana^ antes renovadas que reprimidas? La preclara insti» tución de esta Acadejnia, ¿qué es, en los revueltos diasque atravesamos, sino arca santa qae conserva las puras tra- diciones de un cimiento poderoíso de nuestra nacionarh dad, único que a^^aso resi.ste sin grietearse á los golpes de la piqueta destructora, porque está amasado con la sangre de cien héroes y cien gcneracioaes, y templado al calor inextinguible de las creencias cristiana.^? Elfet merced á vosotros y á vuestra vigilancia incesante, si- gue flotando sobre este caos de elementos despedazadiis, de opiniones en ruina, verdadera nebulosa espiritual, que es nuncio de nueva y mejor vida para unos, présago para los más de cataclismo infalible. Mantener en deco- roso apartamiento, si no inmaculada como una doncella, respetable y respetada como una matrona, la hermosa lengua de Fr. Luis de León y de Cervantes, empresa pa- rece poco menos que temeraria, cuando los mismos hom- bres que madre la apellidan tienen en su pensamiento y desarrollan en las manifestaciones de su vida intelectual todos los principios de confusión y desbarajuste que for- man el caos político y religioso cuyo hervir nos rodea de estallidos espantables.

Llámesele decadencia moral , renovación o depuracióiii que esto importa poco y el calificarlo con exactitud nos llevaría muy lejos, el estado embrionario y metamórfioo es hoy común á todas las ciencias y todas las artes, doD- de la literatura, abeja del pensamiento humanOi liba los jugos que han de formar su sabrosa miel^ como que ella? á su vez lo sacan de las mismas entrañas de la ciencia- madre, la filosofía, entregada en este siglo á un vértigo que le hace engendrar monstruos deformes^ por halierse torpe y ciega divorciado de aquella noble hermana, que

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fué tan seguro guía al gran poeta de la Edad Medía en las obscuridades del Purgatorio y del Infiéralo, Bien duramente por cierto reprendió Beatriz al Dante la mís- ma eulp, lección que debieron de aprender las genera- ciones sucesivas^ j por desgracia la lian olvidado:

tfQuando tlt carne á spirtoera salita, E belleza e virtú cresciuta m' era, Fu 10 á luí men cara e men grailita:

TaDlo giü cadde, che tiitti argomenü Alia saltite sua era a j^iá cortí, Fuor che mostrargü le perdute gentiiD

Otiiaroa á mi vez hasta el fondo de ase movimiento filo- iófico para que vieseis clara como la luz su añeja vacie- dad, su satánica tendencia, sus infinitas deformidades ar- tísticas y literarias^ desenmascarando á la utopia dege- nerada de Platón y Campanellaj que^ con pretensiones de novedad y do un superior organismo, vive entre nosotros la vida de las rapsodias, al calor de aparatosos artificios, seria empresa patriótica y quizás oportuna, que todo es- píritu bien intencionado la acaricia para vigorizar los salvadores principios religiosos y sociales; pero sobre ser impropia de vuestro instituto, que pertenece más bien al que registra los progresos de las ciencias morales 3' po- líticas, exige altísimas cualidades y profundos conoci- mientos filosóficos de que desgraciadamente carezco, y materiales desarrollos que los límites de este discurso no me permiten. Habré, pues, de contentarme con esbozaros á vuela pluma el cuadro de las deformidades literarias y artísticas á que enantes me refería; los errores que uní* oamente se relacionan con el lenguaje y los modos de

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enunciación de la idea, ¡y ojalá acierte á imitar á aqué- llos qucj pintando la fealdad del rostro, dan claramente á entender las prendas morales de la persona! Á dicha pue- do contar, para no extraviarme en tan difícil camino, con la segura guía de muy doctos escritores, que en este mis- mo lugar con envidiable acierto lo han reconocido y ex- plorado, sin perder tampoco de vista los escollos en que algunos estuvieron á pique de perderse, que tal vez el error enseña más que el acierto al precavido. Las tenta- tivas que m han hecho cerca de vosotros para que deii carta de naturaleza á cierto lenguaje filosófico, que ha andado y aun anda como de moda en la literatura, son á este propósito lecciones muy provechosas, porque con ejemplos tan elocuentes como tristes muestran, cuán- to deslumhra el falso brillo de esas doctrinas, y á qué errores tan transcendentales no conducen, aun en la esfera puramente lingüística y literaria. Ya con el pretexto de enriquecer vuestro caudal de vocablos y de frases, ya con el de descubrir nuevas fuentes de au- toridad aplicables al idioma, se ha pretendido que san- cionéis implícitamente errores fundamentales de la filo- sofía moderna, á la invasión de una terminología in- necesaria bajo el punto de vista de la ciencia española, bárbara ó indefendible á la luz de vuestro Diccionario y vuestras autoridades. No he de recurrir yo á ellas, por cierto j sino á humildes y quizá desconocidos escri- tores de la escuela más olvidada hoy entre nosotros, para probar que nuestro lenguaje fllosóñco supera en claridadj en precisión, y, por consiguiente, en belleza^ al que campea en los libros á que me refiero, que no tienen, por otra parte, de profundos sino lo que tienen de inex- tricables y tenebrosos.

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Pienso responder así á una tendencia patiiótica y sal- vadora del momento presente, que ha iniciado uno de vuestros más célebres Académicos en donosa y chispean- te polémica, donde la musa de la sátira se ha puesto al servicio de las altas lucubraciones de la filosofía; pero, repito, que no me permitiré entrar en el fondo de las doctrinas, sino muy de ligero y cuando sea indispensable para el mejor planteamiento de mi tesis. Si cel estilo, >como dice Buffon^ es el hombre; y si no se puede expri- »mir ni declarar sino lo que se concibe en el entendí- »raiento, porque las voces son señales de los conceptos,» según San Buenaventura en su tratado de Luminaribus Ecútesif^f examinando aquí el estilo y los conceptos de esos escritores, de seguro ratificaréis vuesti^a inapelable sentencia condenatoria, y quedará descubierto el mal corazón detrás de la mala cara.

Pasa por axioma entre los que estudian las evoluciones del espíritu humano en las épocas de renovación social» que sólo una pasión avasalladora y absorbente abre el abismo que separa á los santos de los heresiarcas, siendo en los primeros humildad lo que es soberbia en los se- gún dos* En efecto, señores: mientras proclama su peque- nez el humilde, y sin dificultad reconoce en su propia sabiduría un débil reflejo de la Suprema, que formó los mundos por un acto de su omnímoda voluntad; el sober- bio, por no declararse pequeño ni reconocer á su inteli- gencia límites, al llegar á lo infinito y encontrarse allí frente á frente con Dios, se encara con Él y le apostrofa, ó cuando menos le vuelve despechado la espalda. La mis- ma diferencia existe exactamente entre la filosofía racio- nalista, hija del libre examen y de la revolución, y la

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filosofía cristiana j hija de la revelación y de la autoridad divina. Aquélla establece la razón y ésta la humildad, como fuentes superiores del conocimiento de la verdad absoluta. Si todos los filósofos se propusieran, como el ilustre Balmes, no fundar un sistema nuevo, no estable- cer escuela filosófica, no creerse, en fin» único deposita- rio de la verdadj que pertenece á Bíos, que sólo permite al hombre aproximarse á ella, ni el mundo de las ideas sería, como vernos^ campo de extravagancias y delirios, ni el mundo material viviría entregado á las estériles agitaciones y á los ensayos peligrosos que nuestro tiem- po devoran; pero la filosofía racionalista procede en sen- tido inverso, y donde ella está desde luego ha de existir fundación sólida, escuela establecida, verdad descubierta y formulada, que los sabios antiguos completamente des- conocieron.

Compárese el procedimiento de San Agustín, que hac^ de la luimildad el termino de lacienciaj por aquellas su- blimes palabras Prima hurmlitas ^ secunda humilitñ&^ teriia humilüas^ con el del racionalismo, declarando «que j^sea lo que fuere cuanto el hombre piensa, sienta Ó inia- »gina, si con sinceridad lo dice, es de valor y estima; > y ya excusaré toda ponderación de la vanidad del filosofis- mo de nuestros días, máxime para vosotros, que recor- dáis cómo el fundador do la escuela alemana más funesta y extendida en nuestro país llamaba á su sistema la cien- cia^ dando á entender que ha destronado á la teología bajo un aspecto, y bajo de otro, que hasta que el mundo tuvo la dicha de que el naciese bahía vivido en la igno- rancia.

Son los tiempos de falsa ilustración tiempos de ^ande vanidad, y los hombres de ellos ílojos en las creencias,

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vacilantes en la fe^ dudosos y aun negativos del poder Supremoj porque el Buyo propio los deslumbre y desva- nece» Cada mediana inteligencia, cada carácter un tanto viril j aspira á ser hoy un sistema ^ una organización, un

Estado, opuesto, distinto^ incompatible con todo otro sis- tama, con toda otra organización, con cualesquiera otro Estado. Por eso vemos que nunca se preconizó tanto la armonía en la ciencia, en los espíritus y aun en las co- sas mundanales, y nunca ha sido tan imposible, ni la oposición tan viva entre los hombres, así en el orden moral como en el materiaL Oid á Tiberghien, uno de los oráculos de la Escuela, proclamar, ya realizada por Krau^ se, «la armonía de la especulación y de la vida, que so- >ñaron Pitágoras^ Platón^ Plotino^ Orígenes y Leibnitz,» para confesaros á renglón seguido, contradiciéndose ver- gonzosamente, que hay en la actualidad «(anarquía en las *teoríaSí anarquía en las creencias, anarquía en la so- *dedad;> que hay «tantas opiniones como hombres; í* que ni siquiera se lia creado ^una unidad científica^* y que el mundo moral vive en el caos, Yo preguntaría en len- guaje más llano á esos inventores de sistemas armóni- cos, á esos padres del arjnonmno univerml^ del armó- nismo absoluto^ pues ellos por palabras bárbaras no se detienen, si no les avergüenza y espanta la antítesis dolorosa que con sus delirios presenta este triste mundo de las realidades. No hay en Europa una sociedad tran- quila» ni una agrupación sin hiclia interna y fundamen- tal, ni un organismo que no parezca próximo á desmo- ronarse, Los pueblos soliviantados, las conciencias sin sosiego, las instituciones en equilibrio inestable, ¿no son harta prueba de que va muy descarriada en nuestms días la inencia, que tiene por única misión trazarnos los ca-

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minos de la vida moral? ¡Ah! Si volviera á nacer el bue- no de Severino Boecio no escribiría, ciertament6í la Con- mlación^ sino la Desolación de la Filomfia.

Ni le basta á ella con arrastrar de su carro triunÉa- dor á la humanidad ansiosa y sobresaltada; sino que, mu- dable y quebradiza, como obra que hace el hombre sin mirar á Dios, fíngese la potencia que le falta para ser in- novadora, y cada nuevo día quiere trazar rumbo nuevo al humano espíritu, y que el nombre de cada filósofo, por obscuro que sea, marque una época de desenvolvimiento intelectual, como en la historia antigua las marcaron los nombres luminosos de Platón y Aristóteles. Volando con torpes alas el espíritu de sistema por los espacios de la vanidad para hacernos creer que se remonta, renueva, afeita y disfraza los más añejos delirios, los sueños más estrambóticos que tiene el mundo ya olvidados: á cual- quiera colección de vaciedades, llama doctrina; á cual- quiera fábula artificiosa, ideal humano ó divino; á cual- quier Mbrejo, Biblia, y á cualquiera declamador, gloria nacionaL Así á los tristes, que hemos alcanzado estos tristes tiempos, todos nos brindan salvación y ventura; mientras la conciencia nos dice que estamos irremisible- mente perdidos, si Dios no pone término á nuestros errores.

No participamos nosotros en manera alguna de la exa- gerada opinión de los que cambian por cuatro versos bien hechos cuantas obras filosóficas desde Platón acá se lian escrito; pues, al contrario, estimando y reconociendo, como Balmes, que en el orden intelectual «son los fllóso- >fos la parte más activa del linaje humano, y cuando to- ados los filósofos disputan, disputa en cierto modo la mis- *ma humanidad,» tampoco podemos desconocer que oin*

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gansL tiene menos derecho que la llamada en nuestro país filosofía moderna á alardear de originalidad, prin- cipalmente en sus novísimas evolucionesy que tanto á sus corifeos envanecen. Por lo pronto, y sin entrar, como ya se ha dicho, en el fondo de los sistemas, las dos tenden^ cias contradictorias ó irreconciliables que hoy dividen á la filosofía, una á rebajar al hombre y otra á deificarlo, son casi tan antiguas como el mundo, y desde Heráclito y Demócrito vienen representadas en el intelectual por esas dos figuras que podrían llamarse mitológicas. Cons- te igualmente que, al hablar de filosofía en este discurso, tampoco entendemos referirnos á la gran ciencia de la verdad religiosa, y en místico amor á la verdad cultiva- da, sino á aquellas escuelas que antes que metafísicas se engalanan con el pomposo título de sociológicas, porque más que á reformar al hombre se dirigen á reformar la sociedad y las instituciones humanas; á aquellas que tie- nen algún eco en nuestro país, donde la civilización» marchando para nosotros desgi*aciadamente en sentido inverso, con mengua de muchos siglos de originalidad y vigorosa invención, nos ha hecho en pocos lustros men- guados copistas de rapsodias más menguadas; de aquella escuela, en fin, de quien se dice por algunos que es *la *única que ha llegado á constituirse entre nosotros; ji mientras un elocuente escritor, que también se sienta en esos bancos, la declara disuelta > en la polémica de que antes hablé, sin duda para probarnos una vex más el ar- monismo que sus principios establecen y perpetúan. Á esa escuela, que es una simple disidencia de Hegel, y como tal la menciona Wilm en su líistoria de la filoso^ fio, nos referimos; ú esa escuela, simple incidente del movimiento filosófico alemán^ donde nunca se le dio la

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menor importancia j por cuya razón tnm aisla del mim- >clo sabio: )► peregrina acusación que acaba de dirigírsele en la lievisía europea^ también á nombre de la armonía, acusándola al propio tiempo de que, por disimular su ver- dadera fuente t el paníeismOy palabra bárbara, según Bournouf, nunca usada en Grecia ni en Roma, y sin equivalente en sánscrito ni en zend, ha inventado elpa- neníheismOj mgún Erdman, encierra un pleonasmo no menos extravagante.

Decir que esa doctrina, tanto en el original como en las copias, es antipática á nuestra inteligencia, parece excusado toda vez que ni se imaginó para nosotros, ni entra en ella ningún elemento nacional, castizo^ de abo- lengo español puro, sino que todo es exóticOj germánico, nebuloso e inextricable; y de aquí sus formas abigarra- das que, en sus libros mal llamados españoles, no tienen otro par que aquel arábigo romanceado de moriscos y judíos, que los tímpanos del castellano clásico desgaiTa- ba, por lo cual le llaman los escritores del tiempo alffn- rabia. Otra negi*a página de nuestros anales literarios recuerda también^ y hasta la saciedad se ha dicho, aqué- lla que tantos chistes inspiró á Que vedo y Lope, y tantos dislates y tonterías á los poetas menudos del siglo xvn; pero Dios nos libre de comparar el gongorisnio del cisae de Córdoba, genio extraviado por su excesivo genio, con el gennnmsmo insulso y sin sentido, que, si algo tiene de nacional, son gotas de sangre hebraico- mor una, pues reconoce por padre á Spinoza, cuyo abolengo hispn no- judío á algunos de nuestros compatricios envanece. Del crudo ateismo que formula este filósofo en su única subs- tancia, dotada de dos atributos infinitoSj el infinito pen- samiento y la infinita extensión, pueden salir y salen de

hecho todos los transformismos que tanto nos escanrlalí- Ean hoj% al verloí* llegar á desenvolvimiento lóí?ico, puesto que la substancia única lo mismo forma al hombre que á la bestia; pero sale principal y primerameniü el pantheismo, que dice quo todo es Dios, que todas las co- sas sacan su existencia y su substancia de Dios; y m\e también, por últiino, raquítico y enclenque, como un hijo bastardo^ el pleonástico panentheismo, que sostiene que todo está en Dios, creyendo con esta fórmula artificial argüir que no habla de esencia ni de substancia: sofistica distinción que á nadie seduce, porque en la palabra todo se presuponen las dos categorías, las dos determinacio- nes del pensamiento y muchas más. Si ahora añadimos la fórmula del Maestro, quedará un tanto claro el turbio concepto fundamental panentheist^, para los que estén al corriente de su algarabía. Hela aquí; *: Noción de la > esencia, que nos capacita que todo es en Dios, bajo Dios »y mediante Díos.s*

Aquí tenemos ya la prueba del afán de singularidad que aqueja al filoso fismoj donde cada hombre medianamente pensador, en cuanto alcanza alguna nombradla, quiere hacerse un sistema y formarse un Dios á sn modo para sus particulares usos^ ni más ni menos que forma su li- bro letra por letra y hoja por hoja, quitando aquí, po- niendo alM, con la cabeza en las manos y la imagina- ción por las nubes. Es cariosa bajo este aspecto la reco- pilación que hace Abren s, en el tomo 11 de su Cttrso de Psicologín^ de los conceptos de Dios que han expresado los filósofos modernos Leibnitz, Kant, Schelling, Hegel y Krause; recopilación, por supuesto, dirigida á exponer él su conformidad con la fórmula de este último filósofo, única que declara, como todos, verdadera. Así, de vuelo

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en vuelo descarriada, ha venido la inteligencia á parar al punto de partirlaj al antropomorfismo, ideando tales y tantos conceptos de Dios, como el hombre primitivo pudo formárselos en la soledad de los bosques vírgenes. El an- tropomorfismo, según cierto pensador moderno á quien dejamos la responsabiUdad de sus opiniones, es una ten- dencia natural, ingénita, á tal punto <eque, si los? bueyes >quisieran crearse un Dios, lo concebirían bajo la tbroia »de un buey, y los leones bajo la forma de un león, como s^los etiopes crean divinidades negras y los tracios les dan >una fisonomía salvaje y ruda;» doctrina que, aunque rechazada en Grecia ha veinte siglos por la escuela de Xenóíanes, ha levantado en nuestro tiempo la cabeza, como tantos otros delirios ya olvidados. Basta á ponerla en ridículo esa comparación burlesca de los animales, que los darwinistas más exagerados, la misma Clemencia Royer, rechazaría. En el hombre, según el escritor á quien vengo refiriéndome, obedece esa tendencia á lain* tuición del Ser Supremo, del Ser á quien sirve de reflejo acá en la tierra; confesión que haremos de buen grado, para concluir que, en el estado de cultura que alcanza ta sociedad, la tendencia antropomórflca de la filosofía mo- derna es una tendencia esencialmente retrógrada, puesto que pone al siglo xix al nivel de los anteriores á Jesu- cristo,

Pero de todas las pretensiones de novedad ó inv^ención que la filosofía pseudo-española abriga, ninguna tan vana y huera, ninguna tan destituida de fundamento como la que se refiere al lenguaje, que pretende haber purgado de los barbarismos escolásticos, cuando lo que ha hecho ha sido imitarlos y aun exagerarlos sin necesidad ni dis-

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culpa. Ella, tan enemiga de la teología y de las escuelaí? católicas, aunque lo contrario sostenga; ella, que ha en- contrado ya á los idiomas en su plenitud, y, concretándo- nos al nuestro, tan atildado y abundoso, tan lleno de ele- mentos propios para la locución científica y para las más remontadas abstraccioneSj ella no tiene inconveniente en copiar los vicios del sistema que anatematiza, contra- diciéndose una vez más y probando hasta en esto su falta do originalidad, Bárbara fué, sin düda> la tecnología de los escolásticos; pero no invención de la teología por cierto, que la usó con parsimonia, reconociendo sus abusos y re- prandiéndoselos, sino de la jurisprudencia y la medici- na, ciencias á quien no pone tilde la filosofía moderna, porque son sus ciegas auxiliares, ó mejor aún sus escla- vas. Si con verdad y justicia calificamos de bárbaro aquel lenguaje, ¿qué calificación merecerán los que muchos si- glos después usan otro más bárbaro aún? Importa, sin embargo, advertir que aquellos términos categorenidti- eos y smcaíefforenidtiaos^ ñqne]\R8 quiddUates y aliquita- £es^ aquellos ^?ín/ü.f copulantes ó terminantes del conH- nuo^ tenían muy alta significación en la ciencia, si no en la gramática, según observó ya, defendiendo la misma tesis, un ilustre catedrático de Sevilla en 1866, y no pue- den remotamente compararse con la terminología que usan los jergui-parlantes de nuestros días, ni ésta con- siste solamente en palabras revesadas, coma aquella, si- no que pone su punto y su gloria en revesar la frase, el estilo y hasta el pensamiento; en sembrarlos de ?.arzales, en cubrirlos de marañas, pareciendo que viertan sobre el escrito, en vez de polvo, guijo y almendrilla, para que se lea á tropezones, á deí^ca labrad ura por palabra. Los Cróngoras del filosofismo— y perdone la comparación el

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gran poeta cordobés, de venerable memoria^ no adulta- ran el lenguaje por exuberancia de fantasía, como el cis- ne del Betis, ni recogen tradiciones lingüísticas un país meridional j donde _Ta el sobrino de Séneca, por la pomposidad y la exageración de las metáfora^i, fue digno precursor do los poetas árabes; ni, como fióngora, tles- cienden de la caballería de la Edad Media, que en nm li- bros, por Don Quijote inmortalizados, acostumbró al pue- blo español á los revesamientos del estilo y á los traquea y retruques del vocablo, con que solían hacer gallarda música y concepto alambicado, pero concepto al fin; que éstos los uí5aQ á trompón y á salga lo que salga^ unas ve- ces para encubrir la vaciedad de sus pensamientos y otrajs su enormidad y peligrosa tendencia, que de ambas cosas hay ejemplos abundantes. En los siglos escolásticos que tanto se censuran, estaba el latín corrupto, y el romance, como todas las lenguas, en mantillas, circunstancia que disculpa á los filósofos y aun á jurisconsultos y naturatii- tas^ mientras ahora, que todas aquellas causas han des- aparecido, ellos desbandan de obscuridad y extravagancia, y el escolasticismo resplandece maravilloso de claro y concreto. ¿Será que digan más los unos que los otros! ¿Será que penetran más hondo en los abismos de la me- tafísica? Al contrario. Comparemos al último gran pen- sador de la escuela tomista— último en la serie de los tiempos,— al P. Geferino íxonzález, obispo de Córdoba, con el maestro de los llamados filósofos de la germano- españolar

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DEL, MAL. (o HISPO DE CÓRDOBA.)

«La voluntad hamaa» es de sq üiittLTále^a defectible, HeTibie eo orden al bieo y al rnal, y Ubre y respoasable eo sus acios.*'»* a Dios, como provisor u di versal del mtiodo y especial del hombre, sólo le co- rre«{>0Qde dar á éste los medios y auxilios nccesnrios para obrar til bteti inoraK pero no el malar m aouiar ñu libertad tiiipoDiétidotc la aecesldad fisiea de obrar el bieo.»*.* La isautidad infiíiitíi de Dioa exclii- yis ne^esariameDto todo pecado res* per lo del mismo Uios, es decir, la rxi-Tencia ea Dios de) pecado y k voiicic>ii directa y positiva del mis- mo: pero no se opooe k la permi- sión de su existencia en las cria- taras »

{Fil^mfía ehmetital, Madrid, ISTS.-To-

DHL MAL. (erausb.)

ff El mal , (*omo l:i moralidad,

procede exclusivamente de la imi- tación de los seres íiaitos vivos..... de la füita ó uso defectuoso de hi libertad tiaita,,.,* respecto de Dios e.^to puede demrse, qm el mA y b maldad eu el sistema de la vida de los seres finitos, son producidos en Dios por uua manera eterna, toda vez íjue Dios es la eterna cansa de la finítud, y, por coDsiguietite, de la finita c i re u afuerita libertad de todos los seres ünitos raclonaJes.ia

ÍLéf^oHfi9 tohr4 ffl ii^ttma de Ííí JlUítofta mnitírtica dit cUemán Kraiuf, por Don Juan M. Qrtí y Lm». M»dTÍ(Cl8a5.- P44r. 367.)

No os fijéis en las diferencias de doctrina, aunque sal- tan á los ojos, por ser la de Krause tan monstruosa como pura la del ilustre misionero filipino; fijaos únicamente en la frase, en el estilo, en la sencillez y claridad de los conceptos del uno y en lo intrincado y bárbaro del otro* ¿Cuál será más escolástico, el tomista ó el panteista?

Apresuróme á decir que yo no niego á la metafísica ni á ninguna ciencia— ¿quién sería tan insensato?— un len- guaje suyo propio, técnico, especial, obscuro, ó, por decir- lo mejor, abstracto; un lenguaje cuya inteligencia exija previa iniciación doctrinal, y que no esté al alcance del vulgo de las gentes, como no lo está la ciencia misma; que yo no defiendo aquí los fueros del vulgo, para el cual no se han escrito jamás los libros de filosofía, lo que en el caso presente puede atribuirse á protección del cie- lo* Defiendo la causa de los hombres ilustrados, y princi-

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pálmente de la juventud escolar^ que en un año de mate^- máticas aprende á resolver problemas^ y en igual espa- cio de tiempo no acertaría á pensar en castellano un pensamiento de Krause. Con ellos, y para ellos, pregunto yo: ¿es un tecnicismo científico el que tal escuela iisal He aquí la cuestión, ¿No necesitan los filósofos de otras escuelas, para entender ese tecnicismo, ir haciendo en la lectura un trabajo de traducción^ semejante al del niño que deletrea, como lo probó Taine, á propósito de Maine de Birán, el más parecido, según él, á Krause de todos los filósofos? Los mismos escritores krausistas, cuando los sor- prendemos en un arranque de sinceridad ^ ¿no confiesan que su tecnicismo es una ridicula jerigonza? Tiberghien, propagandista infatigable de aquella doctrina, y el más inteligente de todos, para defender las ex ti^a vagancias filosóficas del maestro, sin negarlas, porque sería negar la luz del día, hace en la pág, 51 de su libro Bnseigne* ment et phüosophie la peregrina confesión de que «sólo »para los alemanes son ininteligibles aquellos neologis^ >nios, que los extranjeros apenas si perciben,* cosa que está tan lejos de la verdad como de lo que dicta el senü- do común. ¡Que una innovación filosófica será más per- ceptible al nacional que al extranjero! ¡Estupenda anoma- lía! Mientras el extraño encuentra en la innovación vio- ladas las leyes generales de aquel idioma que por prind- píos ha aprendido, el nacional comprende al golpe las le- yes particulares qañ el innovador ha podido tener en cuenta, y considera las circunstancias y necesidades del momento que son atenuantes de su falta, Pero á fe que otro escritor famoso, alemán por añadidura y no enemi- go de Krause ni de su escuela, Zeller, en la HiMoria de la filosofia, confiesa á su vez costarle tanto trabajo en-

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tender el lenguaje krausista como si faera arábigo ó sáoscrito, que es grande ponderación y, para el argumen- to de Tiberghienj de remate. Más categórico todavía el fraBcés Taine, acusa en su estilo humorístico al maestro de haber inventado substantivos €de una legua, > sin per- juicio de preferir su lenguaje al de Maine de Biran, filó- sofo que hacía cardos meía físicos en vez de oraciones. Y aquí nos sale al paso otra vez la decantada armonía de los sistemas armónicos, pues el mismo escritor español que ha alegado algunos de esos textos en un artículo de la Revista Europea de 15 de agosto último, acaba por deducir da ellos que el estilo de Krause es de sobra inte- ligible, pero no aquende el Rhin^ sino allende, ó sea para los alemanes puros; cuenta que ajustará con Zeller y con el activo profesor de la Universidad libre de Bruselas, cuyas opiniones, como acabamos de ver, son absoluta- mente contrarias.

Tráenae por de contado, y para mayor contradicción, esas citas en defensa de D. Julián Sauz del Río, á quien se atribuye haber realizado, como hablista, una misión igual á la de Krause en Alemania, que fué limpiar el idio- ma de impurezas y de in/lAiencias extrañas librarlo. Para ello parece que se requería, no sabemos por qué, exage- rar la necesidad del tecnicismo. ¿Fué esto efectivamente lo que hizo Sanz, ó fué plagiar al maestro de un modo servil, aplicando sin ton ni son á nuestra lengua, que no lo necesitaba, el trabajo crítico que sobre la alemana atribuye Tiberghien á Krause?

En sus Cartas inéditas d D. José de la Revilla, que acaban de ver la luz, arrojándola muy clara sobre los eiTores científicos y las responsabilidades políticas de los hombres que han dirigido la instrucción pública en Es-

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paña, asienta Sanz del Río, entre las más curiosas con- tradicciones de estilo y concepto, que la edad de oro de nuestra lengua restaba lejos da ser época de madurez y imperfección que nos deba servir de modelo en todo>.,.. »que se desarrolló sólo bajo un aspecto parcial (¿la edad 3^0 la lengua? porque aquí se nos ha perdido el agente de 3>la oración), esto es, como expresión del sentimiento y >del carácter humano, mas no bajo la relación más in- >tima y fundamental suja> esto es, como expresión del ^pensamiento y de la razón,» Si nosotros entendemos bien estas campanudas frases^ parece que el sentimiento y el carácter son sólo un aspecto parcial (del idioma) y manca por ello nuestra gran literatura. La humanidatl, para Sanz del Rio, pierde su concepto absoluto; no subs- tantiva ya cuanto se refiere al hombre y á las colectivi- dades, así en la esfera moral como en la material, y pasa á ser un tonto de capirote el que dijo aquello que hasta

hoy ha corrido por sentencia Nihil ktmianum drm

alienum puío^ teoría enteramente opuesta á todas las de Krause y del propio Sanz, como es notorio. En cuanto al sentimiento, cualidad baladíj no enaltece, sino rebaja al escritor, máxime si siente con carácter himianOj es de- cir, reflejando los sentimientos generales de la humani- dad, Ved de qué suerte, para Sanz del Río, el pensamien- to viene á ser antítesis del sentimiento y del carácter humano, y ni en uno ni en otro cabe la razón, y cómo llegan á ser de todo en todo incompatibles razón, senti- miento y humanidad, ¿Hase visto nunca tan extraño ga- limatías, ni tan fundamental contradicción en un refor- mador humanitario? Un sencillo ejemplo lo pondrá más claro. Cervantes, escritor humano por excelencia, tanto que es regocijo y envidia de todas las naciones, para el

autor de las Cartas era un loco de remate (sin razón), un Biísero idiota (sin pensamiento). La sensibilidad exquisi- ta de Santa Teresa, que hoy mismo hace crecer espinas en su yerto corazón depositado en Alba, para el fllósotb es una cualidad negativa, máxime si todos los católicos simpatizan con ella, lo que le da un carácter emínen- teniente humano, es decir, incompleto, parcial, defec- tuoso.

Traduciendo seriamente lo que quiso y no supo decir el Sr, Sanz del Río, brujulearemos entre sus frases nebu- losas una acusación á nuestra lengua por no haberse prestado en el siglo de oro, y menos hoy, á los desarro- llos de la lucubración filosófica, por lo cual urge hacerla, según él, «precisa, clara, enteramente distinta en sí, en >sus elementos interiores, y coherente, rica, llena de ca- ^ráeter y vida en sus modos^ sus composiciones, sus de- privaciones, sus conjugaciones, etc.^ etc.» Traducida del alemán, sin duda, esta jerigonza, y para la lengua ale- mana escrita, demuestra que el Sr. Sanz no conocía el instrumento que manejaba, ó, dicho en términos popula- res, pero gráficos, que no estaba el pandero en manos que lo supiesen tañer, pues, como si desconociese el valor de las palabras, acusa á nuestro castellano de obscuro, cuando es clarísimo; de incoherente, cuando es concreto; de pobre, cuando es rico; de falto de carácter y vida en sus modos, composiciones, etc., cuando se puede asegu- rar que él mismo no sabía cómo y por qué medios se re- vela en los idiomas el carácter y la vida, ni por que usa- ba estos términos en vez de otros cualesquiera. Pero aceptando también esta vez su terminología, concluire- mos que anuncia el propósito de reformar esta pobre len- gua castellana para que sea digna de sus altos pensa-

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míentos filosóficos, y vamos á examinar primero el mo- delo que le emLelesata, el que á la iEiitacíón de loa españoles ofrecía, para oír después cómo suena en las propias manos del Sv. Sanz el desclaTijado instruraeDto que usó la turba multa de los Cervantes y Mendozas, los Saavedras y Solises,

Pese á nuestra resolución firmísima de no meternos por el campo del donoso Académico antes aludido, acan- íécenos, al elegir textos para prueba de nuestra tesis, algo de lo que acontecía al ilustre Sancho Panza con el üo menos ilustre Doctor Pedro Recio de Tirteaíuera, que apenas si hay bocado en esa olla podrida del filosofismo de quien el buen gusto literario, doblando la hoja, no nos grite:— tVuesa merced no coma de aquellos conejos aguisados que alli están, porque es manjar peliagudo; de >aquella ternera, si no fuera asada y en adobo, aún se >pudiera probar; pero no hay para qué..,., (mande) qui- etar el plato de la fruta por ser demasiadamente hume-

>da, y el plato del otro manjar por ser demasiado ca-

» líente y tener muchas especias,..., > Tapándonos los oídos, y pidiendo á Dios que ponga tiento en nuestras manos, hagamos rebusco «en este platonaxo, que está *aquí delante vahando^* de «los cañutillos de suplicado- »nes y las tajadas sutiles» que llrteafuera consentía al señor gobernador de la Barataría, Veamos cómo expone el maestro uno de sus principios fundamentales:

^Si el espíritu finito ha de conocer el principio infinita >de la ciencia, este conocimiento ha de ser obra suya, y >en su misma conciencia debe hallarse la alta concien- »cia de este principio,»

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4No 03 trae, señores, este párrafo á la memoria «la PTBZón de la sinrazón que á mi razón se hace, de tal ma- >nera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de pIb. vuestra fermosura?> Pero demos de mano y por esta vez á las reminiscencias quijotescas, aunque ellas de suyo y por su mismo pie se nos metan retozando por las puer- tas de la memoria, y vamos á ver qué hay de profundo T exacto en esa tesis, que suena al oído como un caldero que sube golpeando por el cañón de un pozo, frase feli- císima que D, Juan Nícasio Gallego dirigió á un poeta melenudo que sus versos la consultaba. Lo que hay de gramatical, ya lo habéis visto: una obra suya^ que brama de ser relativa y de ser perogrullada. Completemos el prolegómeno alemanesco.

«Si no se encontrara en la conciencia {prosigue Krau- »se) el conocimiento del principio infinito, este no exis- >tiría para ella; no habría ciencia, Si, pues, el espíritu >sa halla en mismo como cosa cierta j debe explorar •dentro de mismo todo lo que es y todo lo que encuen- >tra en sí; tiene, por lo tanto, que observar su conocer »y su pensar, y haciendo todo esto será hallado el cono- •cimiento del principio absoluto en su debido tiempo y •lugar en la serie de observaciones que hace el espíritu •dentro de mismo. En consecuencia de esto, el espíritu •finito sale de mismo en la conciencia ordinaria; se di- •lata fuera de mismo en la consideración de todo lo •finito que hay á su lado y fuera de sí; inquiere el modo •como aprehende la naturaleza y otros espíritus finitos •en su consecuencia; levántase de la vista de lo finito •determinado al pensamiento de ser infinito y absoluto, •ó sea al conocimiento y reconocimiento del principio,*

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Pues ól se levanta, señores, sentémonos á deseansar nosotros, considerando de paso la negrura del abismo m que hemos caído. No si acierte á traduciros en lengua- je inteligible lo que quiso decir Krause en ese párrafo, que es por cierto de los más fundamentales de su expo- sición doctrinal. Se trata nada menos que de las fuentes del conocimiento de DioSj bien que ese Dios sea una abs- tracción filosófica^ puramente subjetiva, puesto que lo pone el yo^ emlucionando sobre mismo y fuera de mismo, como un titiritero que hace el mohnete sóbrelas tablas de un teatro. Para llegar á la intuición de lo abso- lutOj el hombre, ó sea el yo individual^ como dice Hch' te, padre del egotismo^ empieza por contemplarse á propio, por ponerse^ que el yo en estas hipótesis es el es- píritu, el pensamiento indeterminado é informe, el ente de la antigua filosofía; después de lo cual el hombre pone el no yo, que encierra, según el crítico más profiiü- do de cuantos han analizado esta doctrina, t todas las ^existencias reales y posibles, visibles ó invisibles, e^pi- >rituale3 y materiales^ lo temporal y lo eterno,» El yo, pues, es cprimera certeza subjetiva, según Krauae en >otro lugar más claro, de donde gradualmente se Uegt »al conocimiento del principio.» Si no se llegara á ese conocimiento, ya lo habéis oído: no habría principio, es decir, no habría ciencia ni habría Dios; de suerte que los faltos de entendimiento, á quien nada se les alcanza de entrarse y salirse en su conciencia filosófica, deb^ renunciar á Dios por los siglos de los siglos. Mal aíio para la doctrina católica, que dice;— ^Biena ven turadoi )&los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino dalos »cielos,> y mal año para el venerable Kerapis, que ex- clama á cada momento con la profunda sencillez con que

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resuelve todos los problemas de la conciencia religiosa: —«Hijo, no puedes poseer la libertad perfecta, si no te >megas del todo á mismo déjate á y hallarme

»has á mi.»

Si faera original el concepto panteístico que la fórmula de Krause envuelve, tendría también algo de original su desarrollo; pero ni aun eso tiene en puridad, pues Jorda- no Bruno, Spinoza, Schelmann y otros escritores inde- pendientes cuando no adversarios del catolicismo, profe- san esta intuición de lo absoluto, suponiendo que todas las cosas finitas son modos ó determinaciones de la exis- tencia de ese absoluto; con que hacen del espíritu, del pensamiento, del hombre, en una palabra, un yo trans- cendental, formado por la conciencia científica, donde encuentra Krause al fin, por una serie de evoluciones, que según él nada tienen de arbitrario, el conocimiento del principio, lo absoluto, lo eternamente generador, es decir, Dios, que está, por consiguiente, en el hombre, co- mo el hombre está en Dios. Veamos ahora cómo ha des- arrollado el escolasticismo el concepto análogo de la filo- sofía católica, y veámoslo en un escritor cualquiera de los finales del gran siglo, para mejor prueba de que nues- tro idioma no necesita envolverse en nubes ni hacer gi- ros vertiginosos para remontarse á las más abstractas especulaciones. Sea, pues, el texto de un fraile obscuro, Fr. Juan de los Ángeles, que en sus Triumphos del Amor de Dios, impresos en Medina del Campo en 1590, dice á este mismo propósito lo siguiente (fol. 213):

«Dios está en todas las cosas con una general existen- >cia, según tres géneros de causas: eficiente, apropiada la presencia, y final apropiada á la esencia. Contra la

458 *mflnidad de la potencia nada vale. Por limpieza de la >divina presencia ninguna cosa se esconde; fuera de la > inmensidad de la divina esencia, ningún sor hay creado >üi creable. De esta manera está Dios en cualquiera cria- »tura sensible ó in sensible j corporal ó espirituaL Y si »aun por imposible se diese que las criaturas no depen- »dÍ6ran de Dios en ningún género de causa, Él es tan agrande que por su inmensidad se diría estar en todas aellas, porque ni ellas estarían sin Dios, que las penetra» »ni Dios sin ellas^ pues las abraza, i^

No necesitó por cierto este humilde fraile de la provin- cia de San Josój para expresar el profundo concepto de la penetración de Dios en la humanidad, aquel entrarse dentro y salirse fuera de mismo que usa Krause; aque- lla consideración de todo lo finito; aquel aprehender en su conciencia á la naturaleza y á los espíritus finitos, que envuelve contradicción con la doctrina ordinaria pan^ teística, y prueba irrecusablemente que fue el ponderado maestro alemán desconocedor del arte de pensar y del va- lor filosófico de las palabras^ pues no sabía hacer la luz en las tinieblas caóticas de su inteligencia. Ya previo San Buenaventura el caso, añadiendo al texto que citamos anteriormente:— «No puede concebirse sino lo que se en- >tiende; luego loque sobrepuja á nuestro entendimiento >no podrá declararse con palabras.»

Su metafísica pura no es menos extravagante que la que mezcla con la teodicea, ni le inspira frases más inte- ligibles.

<E1 f/o consta de espíritu y cuerpo como hombre; él ae íiencuentra como permaneciendo y también coma mu-

>dándos6, asto es, como no temporal^ perpetuo^ subsis- atente,,,.. Yo me encuentro como un todo, mismo yo, y pnxe distingo como todo yo de mismo en cuanto soy *en y bajo mi cuerpo, y en esta distinción me nom- »bro espíritu. Yo, como todo yo, distinto del cuerpo, soy >el espiriiíu El cuerpo es un apéndice unido en esencia á aimicomo espíritu. >

Todas las luces que ha producido la invención del gas en el siglo xix no serían bastantes para penetrar en esta catacumba de estilo, donde está enterrada la inteligencia menos original y más estrambótica que haya revuelto nunca el mundo intelectuah La distinción que hace en- tre el espíritu y la materia, descuartizando el yo supra- sensible del germanismo, es tan vulgar y macarrónica, sale tanto de los límites racionales, que sólo en una obra clásica de delirios filosóficos se le encuentra símil, y aun allí, por su lenguaje castizo y á las veces galano, agrada tanto como en lírause repugna*

€La esencia del animal es ser viviente y senciente 3> (dice el reverendísimo P, Fr. Antonio de Fuentelapeña, discurriendo sobre la materia de que están formados los duendes, en su famoso libro El ente diliicidado^ que to- dos habréis leído como yo, en vuestras horas de esplín, pues de juro que me divierte casi tanto como el Qui- jote), ^cLuego si estos duendes son vivientes y sensitivos,

>siguese por consecuencia forzosa que sean anímales

»Ni obsta contra esto el decir que el acto vital debe ser ^inmanente: sed sic est^ que la producción de la presencia >puede ser oA extrinseco y, por consiguiente, transeun- >te. Luego el movimiento progresivo no es vital, á lo amenos formalmente...*. > «Que sean también sensitivos

460 >se prueba así. Lo primero porque dichos duendes jue- >gaii á los bolos, cuentan dineros, trenzan las crines de »los caballos y sa aficionan á estos y á los niños lue- ngo dichos duendes tienen ánima sensitiva, etc., etc.»

Y más adelante escribe estas palabras, que son de par- las para nuestro retrato del yo, todo yo y mismo yo, que se encuentra, que se muda y que tiene el cuerpo por apén- dice, á manera de soneto con estrambote «estos duea-

»des no se producen por creación, ni por natural dima- »nación, sino por educción^ y...,, esta educción no sa >hace por verdadera generación de vivientes, •„, luego >de primo ad ultimum sólo resta que se produzcan por >corrupción,.,., no hay otro mixto más á propósito,.,., »(qne) tampoco es producida dicha forma duendina por >dimanación simple de la materia, pues lo que dimaníi >de otro es propiedad suya.,,*,» Ahora comprenderán los aficionados á libros viejos la escasez que vamos padecien- do en España de este Eníe dilucidado^ ente extravagan- te sobre todos los entes, así como las voces que más de una vez han corrido en nuestro comercio de antiguallas de hacerse activo rebusco de ejemplares para llevarlos á Alemania y otros pueblos de la culta Europa, que están á ciegas copiando los delirios de nuestros más decadentes escritores. Igual acontece con la obra del médico Juan Ruarte, Examen de ingenios para las ciencias^ y ni ima cosa ni otra deben de asombrarnos; que el primero trata de resolver por la existencia de los duendes muchas cues- tiones directamente enlazadas con lo que hoy se llama espiritismo, como el golpear de las mesas y bancos, las voces invisibles, el cosquilleo, los fenómenos magnólí- eos, etc, etc,, y la segunda es fuente inagotable de ma- terialismo, dado que trata principalmente de la potencia

leí

humana para formar y aun reformar la materia á su al- bedríOj engendrando los hijos á voluntad de las partes, y otras cosas no menos peregrinas, que el respeto á las damas impide esclarecer en este sitio.

Mas no se piense que á Huarte ni al P* Fuentelapeña les haga yo por esto la injusticia de compararlos con el escritor alemán, entendimiento revesado, imaginación pobrísima, que ni siquiera en el campo de las utopias, campo sin embarazos ni límites, donde el más vulgar es- critor suele sentirse poseído de inspiración y potencia so- brenaturales, ve las suyas acrecerse, antes anonadarse y menguar hasta el raquitismo- Apuntó las causas él pro- pio que hacen más libre y ancho el terreno de las uto- pias^ diciendo que la idea en segundo estado se convierte en ideal, donde toma formas y direcciones ejemplares; especie mucho mejor y más claramente expresada por el antiguo moralista Montaigne, que á la imaginación en pe- riodo álgido la apellida la loca de la casa^ y extremada- mente mejor aún por nuestro Don Quijote, en aquel ad- mirable coloquio que pasó con Sancho en las entrañas de Sierra-Morena, cuando veía «lugares tan acomodados >para semejantes efectos,» que eran «dar zapatetas en el >aíre y tumbos cabe^^a abajo. > Pues ni aun allí en su Sie- rra-Morena alcanza Krause la palma de un mediano imi- tador, como certiflca su Ideal de la humanidad, obra grandemente ponderada y conocida en España por ha- berla vuelto en nuestro idioma, con adobos y corolarios de su cosecha, el mismo Sr, Sanz, presunto reformador nuestro tecnicismo filosófico; obra con harta razón puesta en el índice romano^ que acaso por lo mismo se nos quiere presentar á toda hora como dechado «de puro »y levantado espíritu, > como Biblia de loa racionalistas

modernos, como clave de las soluciones políticas y socia- les qne nos guarda la Providencia en lo porvenir. Impo- tente y desahuciado andaría el moderno racionalismo» si todos sus hijos fueran tan enclenques y de mal ver como el ideal de la humanidad para la vida. Ni bajo el aspecto filosófico^ ni bajo el literarioj ni siquiera por su armazón interna, puede compararse con las grandes utopias que soñó el genio de la antigüedad clásica, ni con las media- nas que abortó el Renacimiento, ni siquiera con las de la escuela de Saint- Simón y Owen, que han producido la horrible exageración comunista, cuyos ensayos en Pa- rís y Cartagena han escandalizado al mundo* Y eso que á todas las pone el á contribución, principalmente á las últimas, y todas han podido servirle de modelo, queaju- da no poco á un mediano literato el andar en compañía de hombres superiores, bebióndoles los pensamientos y hasta las palabras.

Sin perjuicio de hacer en otro lugar breve análisis de la obra, que no cabe en ^te ni á mi propósito conduce i^\

[\] Por no caasar a nucairos oyeiitea vértigo, renuadamos i cooTeo- cerles en tin cuarto de honi de lo absurdo de uaa doctrina que tales escri- tos produce, amotttonando textos y citas» ca decir, logognfos y charadas; con loque á par crecerla demasiadamente el discurro, pues teudriamos que entrar ea observaciones impropias de esta ocasión, que liny pantos que no puede tocar un escritor de eoneíencia sin ponerles el debido correc- tivo* A iin de que qo se crea» sin embargo, quo ios párrafos copiado sarri* ba están elegidos exprofeso y deliberadamente para acusar á la doclritta de obscuridad y a sus exposilores de torpeEa literaria, copiaré aquí algunai cuartillos de mis primeros apuntes, con las ligerisiinas notas, ó más bien Uamadas, que les tenía puestas. Casi todas se refieren al estilo y á U grt- mátieti,

ftYo afirmo que nosotros guardaíms en nuestro Interior el peníamimte de una más alta emwia, la cttal esta sobre Razón, Naturaleza y Humaoi-

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recordad que es, en sumaj y el mismo autor nos lo dice, <plan, proyecto ó reglas para la perfección de la huma- unidad, > cuyas instituciones y estados actuales va exa- minando uno tras otro en repetidas, inextricables y am- pulosas disquisiciones, iQué pretensión tan descabellada

dad» Yo puedo esto demos triarlo pof muchos iadaí¡ pero sólo quiero servil^ me para este intcDlo del co acepto de funda meato y causa,© (Guardar p^mamieníos y de UDa esmcÍQ, Demostrar por ladoi.)

4iDebemos elevamos al pensamiento de uu sor en el cfue^ así la Naturale- za como la RazÓQ^ estéu cooteuidas; de uu snr por cuyo medio, es decir, confórme á la esencia del cual, estos dos seres sq^iq determluados; de ou ser que sea lambiéu el fundamento de la unión de ambos, s€^ún cuya amÓu el Espíritu y la Naturaleza son la Humanidad. c

{¡Y luego se maravillan los incrédulos de que la Sontísima Trinidad sea incomprensible! He aqu.í la Trinidad panteística* ,** ¿quién la comprende?)

«Eo iantOi pues* que pensamos a Dios como Ser idéntico, fuera del úual mdú ea^ pensamos á Dios como absolnto* Finito, empero, es aquel todo qne ea, y en tanto que es una parte y, por consiguiente, limitado; por donde so- lo puede llamarse infínito aquel todo que en niagún respecto es parte, por lo cual no tiene límite eu si ni por si.>»

(Lo que es parte no es todo, y lo que es todo no es parte. Lo finito* li- mitado, y lo iaíiuito no tiene límites.*..* Verdades de Pero Grullo. Dios, el Ser Idéntico, fnera del cual nada es, ¿Ha querido decir que todo lo abraza? Pues si no, ¿qué entiende por idealidad este filósofo? Según el primer Úk^ mnario de la Academia, Hamado de autoridades por la mucha que tiene i y porque aplica á cada pajabra ejemplos de los escritores clásicos que la han usado mejor, identidad tícs razón, en virtud de la cual son una mis- ma cosii en la realidad las que parecen distintas**) No puede, pues, entrar sino en oraciones comparativas; y, por consiguiente, decir que Dios es idén* iko^ omitiendo á quióo ó á qué, ea dejarlo colgado y en ei aire por no sa- ber gramática. La doctrina, más absurdo aún,}

«Por medio de loa pensamientos finitos, en parte negativos, de los ieres áetermioados del mundo, nada viene negado de Dios; y asi, aunque Dina

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la del título sintético! ¡Qaó pretensiosos los particQla- res y relativos de las secciones en que el libro se divide! Necesitaría responder á ellos con tanta exactitud como la Imitación de Cristo^ para quedar á buenas con la lógi- ca; y en cambio nos conduce á tropezones, por escabro-

en sí, bajo al y medíante í^l los seres del maüdd, de ñinga im manen ee pensado como rimtoen niagún concepto. Pnes los seres del mundo scnjut- tn mente mirados como siendo en-baj o -mediante Dios- y asi todo lo qtieca- d:i ser del mundo es^ como también lo que cada ser del mando no en, ^m jtlkmado y, por consigueate, no negado en Dioa y respecto de Dio^* Pues oquello que nn ser del mundo no es, eso justamente lo es el otro opuesto á él. Lo que el espíritu no es; lo que, por consiguiente, dobe ser negado de él, eso es jnslamente lo opuesto á él, la naturaleza de la cual es afirmado; y lo que la naturales no es» lo que deba, por tanto, negarse de ella, m U razón, el espíritu, y debe ser atribuido al espíritu. Por consiguiente, lo que se afirma de l;i Naturaleza debe negarse de la Razón; mas lo que se afirmí de Razón y Naturaleza no puede negarse de Dios, que es en ambos, Na" turaleza y Razón, sino que todo es positivo en Dios, respeeto de Dios.»

(La oposición entre lo relativo y lo absoluto no puede expresarse de ana manera más antigramaUcaL aLo opuesto al espíritu es la naturaleza, de U cual es afirmado. ^> Un escritor mediano diría r (^Opuesto al espíritu es aque- llo que á las cosas materblea se refiere; aquello justamente, etc^ic» y debe repetir e) relativo, porque aquello no es tfso ni puede serlo, mientras b^ya un libro que se llama gramática. Los seres mirados en-baj o- mediante Dios, rocuerdan los conocidos versos:

Ni me entieíndeftt ni te entiendo» pvfíB cAt&tQ qüd súy culto.

Hespecto el sentido é concepto, bien dice su docto comentarista Oftl: «El dios de Krause es fuerza é inercia, espíritu y cuerpo* mineral y vivien- tes^ es ave y cuadrúpedo, mar y continente, tierra y cielo, hombre y de- monio, y en suma, segün la expresión admirable de Bossuet, todas lai cosas son aqni Dios, menos Dios mismo. íjJ

itDios és en si mismo lo determinado, lo opuesto, en cnanto es en-bsjo- mediante si el mundo todo, esto es» en cnanto contiene el organismo total de los seres y de las esencias ♦^

{Determinado^ opuesto; palabras que braman de verse juntas, porque U

visaos y obscuros caminos^ á tma especie de Atlánti» da ó Ciudad del Sol, que llamaría yo más bien, remedan- do el título de la obra maestra de Jordano Bruno^ Esta- blo de la bestia triunfante^ donde deben asociarse en tunión jurídica y política> los pueblos de la vieja Euro- primera Implica atirttiaeión, y Va segunda no hay que decir loqQe implica* Goateaer el orj;ümsmo total de las esencias, pase en sentido fifí tira do, que ao es poco plisar, porque tas esencias soa i aorgáflicas; pero consto qiio Knnse qoiso decir vonjunto^ y no encoatro La pii labra. Contener el orga- nismo de los seres, es nú% que herejía, más qno panteísmo, pues nos hace pensar li Dios con érgaiies de hombre, de bruto, de reptil, di* ave, de pez, de piedra, de mineral, de vegetal, de iodo» en íin, lo que vive y palpita en li creación; un inmenao conjunto de materifi cósmica omniforme. ¿Quién iiflbia de decirle al rumbón impío, que hi^o látigo de sus venjganiád poli- ticas aquel epigrama de Moratín, arreglándolo á su muoera:

^iLo que somos I ilo queiomoftf dijo ^\ diputado Bn^goi, contera i>laado Atotitamente l& imlaTCrik de un barro;»

¿quión habla de decirlo que por aquel entonces se estaba inventando un stMeoia filosófico, segün el cual lo que el diputado seDtia ante la asnal ca- lavera era una visióti heatlfií:^? Todavía lo dice Krause más claro en otro lu^ar; ^Paera del Sév iurmito, no puede ser pensada ui auu la cosa má» mínima^» ¿Cómo dudar qu& caté en Dios también el mínimo asno de la calavera?

Elüos perdono ttin horribles chanzas, y para que nuestros oyentes pa- ladeen buen lenguaje caf^tellauo, después do esa jerga i usipida, concluire- mos copiando frases análogas del Comendador griego, en su comcutanoá la copla iííí de his rrescimÉ&s de Juan de Mena: í( Confesó hal.>er un Ui os, el eoal es una míenle incorpórea que, derracijada y extendida por todas las co- sas de Naturaleza, da sentido de una vida á todas las anojualía^/ü} Ediciou de Amberes, por Juan Steelsio, M.DLlh eu ^P)

Bastan estas muestras á nuestro proposito» puramente literario y grama- licrd. Los que quieran apreciar mejor lo absurdo y herctico déla doctrina krausista, consulten las notables LBccU>n^s que dio sobre ella en la Armonia^ Sociedad literario-calóllca, el Sr, D. Juan Manuel Orti Lara, impresas en un tomo, por Tejado (<8tílí), que ha sido para nosotros guíe) seguro é iuesli*

30

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pñf ya casi regenerados hoy por sus doctrmas, que así lo dice implícitamente, con los de América, que Ibrmarán, allende del Atlántico, <un coordinador estado superior político <cyj asociándose Asia y África á su tiempo,» sella- rán «una definitiva alianza en el inar de las islm.> [Juro

iiiíible, Medíu doceoíi de libros como el del Sr. Orlí, oporí unamente ptxhíi- cftdosi liubier^m impedido ia perversión de una grao parte déla juveütoíi, y á Bapañu mucLíos dinsde lutOt

Debo lambion completar aqui otras íüdicíicionesj que en 6l liívto tiotie- acQ lugar, porque produciría u en el auditorio deUrium trñment, Examinjiro ;ihara lo más h reveniente posible La obra maestra do Krauso, ea co acepte^ de sus süótürios espüñoleSf El ideal de la httmanidad para íá vida. Xa hmms visto arrilííi cuántos y euáu buenos modelos pudo imitar: de coasigukote, todo lo que le faUo de oríginalLtlad, debe de perfeccióu lilernria éxigirtele*

Desde luego en el prólogo el discípulo Sauz contradice al maestro, aie- gu raudo que resta algo que hacer á la filosofía repara acercarse á la vida v penetrar en ella,» mientras Krausa dice eu varios lugares con tono de sibila: nEl tiempo del fruto está aun lejos; pero el tiempo do la ñor ha lla- gado ya^» si bien no asegura la rcalizaeión de su profecía « porque tnva en un tiempo eerrado y no puedo anticipar la realidad liisiórica; pero lo anuncia la Mstoría que vamos haeiendo, si vale decir por uuestru cuenta y riesgo.» (¡Válgale Dios por historia! ¿Si querría que la hiciéramos por procurador"?) También explica el Sr. Sanz loa retazos y pegotes que á h obra alemana j)uso por la necesidad de u desacostumbrar á nuestros puebtot de la moral servil de la obediencia pasiva,» y por una razóu suprema que e&ponedeeste modo: a Las auligoas costumhreSi formadas u\ abrigo dd sentimiento creyente y la tradición, se aiejan cada día» {¡costumbres que se alejan!), sin que las nuevas ^se hayan añrmado.<.«, siendo p^a di* cba que haya tomado la conciencia social la salvaguardln (jtomar U ial- vaguardial como quien dice: coger la bateria) de lo que resta ana úe seutido y hábUo moral en los pueblos m^s cultos j>

llehaeer. pues, este mundo de los iogogrifoSf que según el dlscípuio cita perdido, y segün el maestro á punto de gauarse, es el ideal ftue el íibpj se propone. Empieza estableciendo el desacuerdo en que nos bailamos It^s mortales, cfcntre lo que la idea exige y nuestro hecho histórico, j> invoca- ción mística í[ue pirece referirse al pecado de Adán; pero no es eso, E* que no satisfacemos en nuestras relaciones sociales á nuestro flu total Im* mano interior ni e^teñof;^ que no haltamos «tuna ley armóniea hoiM*

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áDios trino j uno que no será mal geógrafo el que de tal Jbaraj amiento geográfico dedu7.ca fijamente la posición de esas islas, que poblarán los Robinsones del porvenir, aüende ó aquende, entre América y Europa ó entre Asia j África, donde los mares y las islas son tan fáciles de contar corao las estrellas del cielo!

m*,. en quo so reanude la marcha de k vida ladividoal y social* pasada

Y t*iito qua lo entiendo,— Mieotett, Pább, qu« my jo quien lo digo j uo ¡q entiendo.

Ta ikareció la armonía de Los escntOFés soeiaüfítjis, hi artnoiiírt de Foe- rier y Saiot-Simóu, que se convierte alíia y al calM) en mUsica celestial,,,, ije tiros. Vea^nruoSt puea, *i que la armouía humana 6 de todos los seres eo b burnaüidud es la pnmiceíi que Krausc busca también ea este mundo, uiedicliiji por derto nada nueva, que ya la entrevio Platón en su libro de LfU letjA$, donde diee que el hombre es el único sor que tiene ei sentido da laarmi>nLa: |>ero debiú añadir que lo tiene como ciertos perros el olfato^ qnüi<i¿<^n la cíjh.í\ h media le^ua y la dejan escapar entre los pies, Eu su lían de entplear frases campanudas, el tüósofo alemán califica esle senll- ntieelo de la armunia como uaoterior á toda historia y vencedor de todo Ijmite í;oogniücoj> lo que quiere decir que lo mismo se encuentra en el pisiícrde de la Puerta del Sol que eu salvaje de la Palagouia; y para paDl^rnos su univcrfínlidad ale^a perogrulladas, como que ueu niuguna pirte 11* eniuentra an partido contrario á la humanidad. i> Con esta oea- sián, índudaldomeute oportunisima, expone , una toaría de los partidos, que viene como aaillo al dedo, subrayando palnhras vulgares para hacer- nos creer que eucicrran couceptos recónditos y eminentes. SegUn él, pu^^ dti babor «partidos politíceos, cientüieos ó rell24ÍoüOffl,>) i u.<;i|^ue descubrí* miento, sin duda alguna* Mayor novedad hubiera tenido si nos describie- se ^rlidos sin política, sin cieoeia y sin religión, como los hemos visto» pardtís^acia, nacer de los dasvarios íiiosoficos de nuestro siglo,

Vaqui (smpici&a á pintarnos el estado proseóte del mnndo, que es en ver- úíiá UQ galimatias, kna^en fiel de su cap. VIU, á que nos referimos; y oslo til, en ?u concepto, porque hay pocas Uniomn (¿k) y no fcrma todavía la humanidad **uji reino y sociedad cerrada en sj y toda interiora» (no se Hm's^ n Ibinaria federudón, falansterio ni Communei^erQ nosotros, yn pr,klicos eu el asuniOi podemos llamarla Hvíb, Alcoy ú Cartagena), eou

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Bien vei^j señores, por ese brevísimo resumen, que no es la originalidad el distintivo de Krausej pues cuatro- cientos años antea de Jesucristo soñó Platón su /l/Wníi- da en el mar y mar de las islas, como todos los mares, aunque con más pericia geográfica y sentido literario^

lo que sp coQSCgiiíría «ftu entera horaatiízacióii.» Son delicioso g ioideta- Ues de esLa pío tura, qae llevan el retamba nte rotulo; La humanidad a!mi' za en la hüloria sus socMades interioTis. Ello será malísimo lopgoaje, im* propiOf chabacLino; pero en cambio es Duevo, porque nadie sabia, basii que nació Krausc^ que la bumaüidad eg para los filósofos compendio y rfr sumen do todas las cosas que ¡d hombro se r eneren, sin perjuicio deíaf DO muy propio el vocablo» y su sentido más material que espiritual.

«El Estado-Europaí^ lo pareco inferior al «Estado y reino politicoi ijo» él sueñii, porque no comprende, «bajo ley y autoridad ciertas paitM mayores de h tierra, hasta llegar en la bistoría delinitiva á nn estudoy reítto político terreno que aliraee en ley y derecho lodos los anteriores.! He aquí á los reformadores liberales, á loa visionarios del socialismo y del comunismo armónico , plagiando vergonzosamente a los tíranos y Cés&reí antiguos, de quieu maldicen en sus catiliuarias, porque ai^piriiron á la monarquía universal, ni más ni menos que ellos aspiran hoy á uufi repú* Mica universal, con una religión universal y una ciencia y uñarte uaivcr* sales, porque esperan que en ese monstruoso falansterio serían los lilosofw reyes y poütíítces, realizándose el candido sueno de Platea, que coorer- tiríü al mundo en inhabitable manicomio. Para mayor novedad en la Idea y en k exposición» llama Krause á ose Estado uuttEstado mayar.» Ka «s dirá que al nombre le falte poesía y elegancia. Con esto, y con decirnos qop este Estado mayor no absorl>e ni perjudica a los Estados menores, par^i y simplemente porque élinveota una palabra, que no es absoreión ni per* juicio, sino invfthicién, y con ofrecernos también su tantico de paz ani- versal, manía universal, que Kanl ba puesto de moda, cierra U introduc- ción del libro, á la cual siguen unas ideas preHminareitt en parrdfitos cor* tos, coo números arábigos distinguidos, bajo esta rotúlala: El himbriif^ humanyiad. Nada más estrambótico* Entre las cosas que el hombre dck ser y hacer, cosas que reza admirablemente nuestro Catecismo, poneEnia*

seéfitas; (T Mostrar la armonía de la vida universal en bella forma »flai}*

nirse «en esferas mayores humanas» para formar (con otrosí un stii|ieri/^r

hombre y vida entero y de todos lados armónico.! De suerte qoefll

que desafina ó pierde el compás por la Izquierda, por la derecbíi ó por el

m

pues en pleno siglo xix ha podido visitarla y describir su fantástica posición submarina un viajero de novela; y en el mar, y por consiguiente en mar de las islas, colocó también Harrington su Occeana^ j Baoon su Nmva At~ lúntida^ y Fenelon su Jsia de los placeres; sin que men-

frente; el que ao hace laa cosas ea beUa forma* queda, echado del Paraíso krmusíaao por inconapatible coa la superioridad y entereza de la vida uni- versal. Ld mismo pueden y debeu bac^r tilas uaclones. los paeblOB y las naioneft de \m pueblos, n ó sean los Estados mayores y menores, que en moniQu y arrebujados couBlituyoil la Socisdad fundamental humana^ soeie- dad que se resuelve toda en clamor, y paz, y publicidad de obrar, »> (Allí, por lo visio, se hace lodo al aire libre») Un pensamieoto profundo, que merecíí recogerse por lo nuevo, nos sale al paso. La SocUdad fundamental humana no repudia aada délo que nba sido be Ib mente cumplido eo la historia, en el Estado y la Iglesia, cu la ciencia y el arte;^^ antes aspira i f^pmduclrlo otrii veiS, según «el espirita de nuestro siglo» « ;Quó garan- tía para los lio mb retí Teacciooarios! Tendrán una antigüedad á la moda; una Edad Medva á la moda; moQJes y caballeros andantes á la moda; Ne- rones, y Eoearedos, y Felipes sei^undos y hasta una Inquisición Tunda meo* tal-universal-baruana. aderezada con arreglo al último figurín. ¿Se piensa que ejtageramos? Pues Krause ve aouncioa del tiempo de la fruta madura on «ríos misterios de loa pueblos primitivos, indios^ chinos, egipelos, grie-» l^os: en la doctrina y la sociedad de Pitágoras y de loa Essenios; en la oien- eia y la vida de Sócrates y Platón, (y) en las sociedades de caballeros y corporaciones en la Edad Medía,» Tales son las qne podríamos llamar BaK$ para RegiamentQ de la múisdad fundamental humana^ pues todas esfis ideas pertenecen h la introduccián del libro en buena lógica; pero ¿qnicn pide lógica á escritos donde no hay siquiera gramáti<ía?

La primera parte que si'^ue, parece que está destinada á examinar los síntomas de armonísmo que ofrecen hoy las principales instituciones» ó sea» en el lenguaje burocrático de la Sociñdad fundamentáis el número de socios con que puede contarse, ó, vamos al decir, cálculos de probabilidad de la emprefla* Aqui caminamos de maravilla en maravilla, de tanta originali- dad espantados.

t^ familia, reunión personal, «mos hace amado el hombre todo, como este tal é individual hombre, « Marido y mujer « viven juntos, hermanando la mayor de las oposiciones: la del sexon* grandisiniíis sentencias que eseaeba por primera vez absorto el siglo xix. Se podría haber dicho me^

m

temos otras muchas asociaciones de pueblos regenera- dos, ángeles y querubines filosóficos, que también pudo lírause tener presenta; asociaciones anfibias, por decir- lo asíj terrestres y marítimas á un tiempo y hasta etó- XBBñf como la Ciudad dd Sol y la Monarquía del MesiaSf

jor, eao at; porp de no múáú más auevo..*.. ¿qnléa? lYiTtr jautos marido

y mujer, bcrmaQaQdg los sexosl ;ihí es nada! Paes ¿y enriado añade f na del amor de marido y mujer tiaee el pateroal y el ülial, y lue^a la füinílb* y tas geaeraciones huQiaDas? El lector no tiene roaaos para hacera cruces. —vLLm naciones, los pneblus, un eoujaatode rátiiíUas*>j IFA mundo bocaí]»- jo ante este deácubriiníento iasiigue, qne no liabian podido hacer log p»- triaren s de la ley antigua ni las caimzm d$ barangstf, pobladores del Áj- chi pió lago fitípluol La amidad^ (leireulof; de familias que se abren naaw h otros y se eornonícan entre sí.» ¿Hay nada más poético? Algún tilde po* diera ponérsele, como el do bacer la amistad colectiva^ cuando es eminen- temente Individual; pero osto e^ peocata minuía^ porqne. en cambio, nos revela que cada bnmbre tiene ksu carácter, y esto ya es un ^r;in prognv so para las ciencias, por más que sea uii deplorable precedente para la ar-^ monia n ni versa L ¥A cotnerch sociaí, que (t otros llaman trato,» se compane de elementos muy peregrinos: «las reunioaes do fa milla « los eireutos, lus sociedades y las artes de sociedad^ que alimentan y embellecen la vida; «el juego, la música, el baile y el drama, « (jSordo sea el sentido comiia: el drama arto de sociedad á par del juego!) Pncs con este mi\to etse hace posible que los amantes y amigos se encueotren y se oonozoan,» ¡Filosó- fica apreciación, sin duda alguna, y en estilo elevado y propio! Aoifot^ qne se conocen por primera vez no son amantes lo menos hasta la segnii- da, y á su í}íi aqueMa primera véz na son tales amantes, ni siquiera cono- cidos*—El Estado. Le hay terreno y divino para Krause. «El primero, « »an ori^anismo interior é interiormente relativo y omnilateral querepro* asenta la reciproca y eKigible eondlcionalidad para el destino bumaao** €«!Id

esa deñaición se contentarán nuestros oyentes, que si es obscura no

hay otra más clara. La fghsia. Por ser «la religión un modo total de la vida en relación digno con Dios,n y por manifestar el hombre su sentimieDlidi* vino (iTeu Torma social, >^ funda ^<nna común superior vida, donde mut^stn la rtíligión de tsu corazón en palabras y obras como tiíifi edifieaeíén sodaf*» No se dirá que la Iglesia no queda bien servilla, y por alto estilo y <^Offl profundos peosamientoB.— ¿/i ciencia. Con mocho trabajo consiguen loi pueblos y las generaciones aedificar en forma de sociedad humana cíeslí-

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de Ganipanella; la Utopia^ de Tomás Moro; la Tierra de paz ó la aasa del arnor^ de Nicolás de Munster; el Tnwn- phus crmk^ de Savonarola; la BasUiada^ de Morelly, y en los mismos días de Krause, á poco más ó menos, pues él murió en í8;32, la Nueva armonía j de Roberto Owen,

ííca, la ciencia primera y las ciencias segundas en ella contenida g.i? (!!!) Una Aeadeaiia universal de «todoa los profesores cientUlcos, UciiBrá el fio den tico humano y dará n ni dad firmísima á la verdad. >i ({Unidad á la verdad!.... nnidad á su ejtpreslÓD di£j¡a otra vez, ó uaidad á las ver- dades.)

La emprende Ine^o con el arU y la $Q<^ilad aríistim li amana, en vul^ía- rtstmas díáquigiclones, tjue le ayudan á probarnos (¿!), en otro capítulo, que las ImiiiuHmit^ hoy activas de la mci^ad humana m llenan ei destino total d€ la humanidad por las cansas siguientes:— La fa miliar porque tilos es{>0soa SB aman, a o absoluta ui primeramente como hombres, sino por* qtie BOU el uno para el otro, estos tales y propios individuos con %u per- soüal rarácíer^ cnalidades y prendas do cnerpo y espíritu," (lo que deja trnslufir algo y anu algos de amor libre, entro esos disparates de los tales individuos, que recuerdan los sábeles de D, Ramón de la Cruz* y las prendas de auerpú, que parecen cosa de sastrería); porque entre padres é bijos ítreina y predomina la individualidad )> sea, dicho en plata, que no amo yo á los liijOB del ^bedeo ui á Iok de Kitalis» como á loa que son carne de mi carne y huesos de mis huesos); porque se quiere {<másá las parien- tes que á los amigos y é los amigos más que á los extraños,)) renómeuo

autihumano é insufrible Por todas estiis cosas la familia no es perfec-

U, ni el trato íjocial presente merece los elogios de Krause. Análogas cen- suras prodiga á las restantes instituciones. Las omitimos, porque no se en- tienden absolutamente bs más de ellas, y no sabemos si son para reír d para llorar, con la sola excepción que si^uc, Al arte lo censura, porqoc hay «artistas libres y artistas útiles» ¡en eapañol se llaman éstos artesa- nos) que «trabajan una pieza tras otra según modelo hecho, sin originnli^ dad de ideai! (por al no lo habíamos entendido), con cuyo descubrimiento m.ira vil loso se engolfa en sapicu ti simas disertaciones sobre la condición del artista útil y del artista libre, ponderando sus diferencias, que no sou ni más ni nienos que las que existen entre el arquitecto y el al bañil, entre Morillo y el mozo que los colores le molía* Rn cnanto á la coarepción ar- listica del mundo presente la jnz^a defectuosa, porque es una, particular, «no llena lodo el corazón y todo el espíritu del hombre, >► y nosotros, en fio.

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j el Nuem mundo indt^strial^ de Garlos Fourierj que soa indudablemente los dos modelos que más se propuso eclipsar.

Que los eclipsó j en efecto, por el estilo y por la extra- vagancia de la forma, no hay manera de negarlo, pues Owen y Fourier eran verdaderos escritores, que sahían decir lo que pensaban, y darse á entender de doctos é in-

\m miseros mortaja som^^s IniperrocfoSt porque nos gusta más arte i|uc otrOf porque preferirnos uua comedia de Calderón h un par de zapatos, uoa estatua de Fidias á un botijo de la Akarrío, y la catedral de Toledo i ufl casucrho de Ctiamberí* El artista por su pürte^ preocupado por el ncior exclusivo al idual, no siente «el amor á la humaDÍdad,)^ y carece en fin «de educación armónica de todo el homlire.t» Esle es tambiéu el rasttiDM de su eritica: que <íaiciguaa de las esferas hoy activas de la sociedad hu- inaün iúma todo el hombre como objeto Inmediato de itn educacional^ qoe les Calta «de raíz uua rida de positivo concierto*,..* la sociedfid toul de las sociedades partlculareB» la sociedad fundammtai humün^i.in ¿A dónde va á parar este pensamiento desbocado? ejtclamará el lector. Bien claro lo dice, después de multitud de botes y relinchos intf'lectuales. Sólo aa li plenitud de su vida se hace aeX hombre, en la realidad histórica, semaján* te a Dios y digno de su providencial destinow {declarada herejía, que él hombre sólo mediante la gracia se hace semejaute á Dios), con otras Uude* £as paute i st leas semejantes á ésta, cacaminadas á la anulaoióu de la (gle^ msi católica y al ateisino de los Ef^tados, por medio de la absoluta líhertud de cultos. Igual libertad pide en todo y para todo.

En la parte afirmativa del lihro no podemos ni debemos ocDparnoB ya, aunque bien lo mereceria, pues abunda eu extravagancias y logogrifos m menos que la otra, y es la quts constituye al autor en un rapsoda ramplón y chabacano* Háeelo también inútil la breve suma que do ella hemos en ol tejtto incluido* El método que sigue, análogo al de su critica de la hu» mauidadi aunque al^o más metafisico, le obliga á repetir i\ montón cui todos los conceptos qno en las partes expositiva y critica deja formulados* habiendo párrafos y páginas enteras de vana palabrería» que no se acierta adonde corresponden, si á la exposición, al nudo ó al desenlace, al pfin* cipio» al medio ó al linaL Tan pronto adopta el tono expositivo como é crítico» como el meramente didáctico; mesa revuelta» en fin. y olla vení/i- deramünte poilrida para todos ios paladares extragados, para todos loa es- tómagos ci acerosos.

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doctas cuando querian, cosa que parece á Krause veda- da por la naturaleza. Bajo este aspecto, su único rival en el mundo literario, más aún que Maine de Birán, diga lo que quiera el autor de Les phüosophes francais uu xix sihcle (Taina), ha sido el sansimomano Enfantin, aquel hombre que desarrollaba á Platón á través de Descartes y Leibnitz; aquel hombre que llamaba á Dios «verbo in- ífinitesimal, que se resuelve en palabras en el arte^ y *fuera del arte en símbolos.» ¡Qué solfa tan extraña re- sultaría, si en cuadro sinóptico se comparasen los estilos de estos escritores^ agregándoles algo del sistema pasio- nal de Fourier, como, por ejemplo, aquél que en el N^ue- vo mimdo industrial alega de los magníficos resultados que su doctrina produciría, aplicada al cultivo de los pe- rales por una serie de peraleros^ aliados de los cereceros, rivalizando con los cultivadores de manzanas, en el edén de un lalansterio! Pero a nosotros lo que nos importa es examinar los frutos de la do Krause, que más que peral es guadapero, plantado en el campo de la literatura es- pañola.

En punto á innovaciones y reformas del orden inte- lectual, suelen ir los discípulos mucho más lejos que los maestros, asi por el afán de singularizarse y tomar pron- to en la escuela puesto aventajado, como por la ingénita propensión de toda copia á eclipsar las calidades de su modelo. Mayormente en filosofía, y filosofía panteística, que es la que predomina en Europa desde los tiempos de Descartes, hallándose hoy, quizás por fortuna, á punto de ser derrotada por sus legítimos hijos, el materialismo y el positivismo, constante castigo que da la Providencia al error humano; mayormente en filosofía se observa in- variable esta ley de las exageraciones. Guando se aparta

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de la suma verdad, pronto la envuelven tinieblas, y más á cada paso se descarría. Ni hemos de olvidar tampoco que la inspiración intelectual bebida en extranjeras fuen- tes hace con sus productos verdadero acto de aclimata- ción, como aquél que sufre una planta exótica cuando la traemos á absorber jugos v respirar brisas contrarias al medio atmosfórico en que ha nacido. En todos los tiem- pos y países la poasía» la música, la arquitectura, la pin- tura, tejen su historia con interminable serie de evitas evoluciones, que por ser de todos vosotros conocidas ex- cusan encarecimiento. La misma planta humana, en su traslación á otras latitudes, adquiere nuevas ó modifica sus antiguas condiciones fisiológicas.

Cuando tales mudan j:as y trasplantes no los produce la necesidad imperiosa de llenar fines instintivos de la vida social, como acontece en las conquistas de los pueblos, sino que son hijas de un mayor desarrollo del espíritu^ de la tendencia á la dilatación y esparcimiento por las esferas morales que al alma humana señorea, se impone siempre al arte una suprema ley de buen sentido por el mismo lenguaje dictada, que sólo consiente asimilaciones entre las cosas que son similares. Pero la moderna filo- sofía, por ir contra las leyes de la naturaleza y de la lógi- ca, lo ha dispuesto de otro modo: ¡tanta es su vanidad y des!vanecimiento! Entre radías meridionales^ que no se acomodan con la poesía del Norte, con las artes del Nor- te, y que hasta á los idiomas teutónicos son antipáticas, m empeña en aclimatar su filosofía, que es de todos sus pro- ductos el más exótico en nuestro suelo; 3^ exagerada, des- figurada, abigarrada por la imaginación ardiente de sec- tarios quo, antes que espuelas, riendas necesita. Agre- gúese á lo dicho que aquí se hace moda prontísimaraen-

I

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te en ciertas esferas lo que allí no pasa casi nunca de ma- nía individua], como acontece con el mismo Krause, tan obscuro y desconocido en su país, que algún sabio ale- mán se pasma de ver á su primer traductor, Sanz del Río, elevado por nosotros al quinto cielo, v que baste inscribirse en los registros de su mal llamada escnela para tener derecho á la inmortalidad. El moderno acha- que de menospreciar nuestras cosas ha sido también par- te en qne se tomen por Evangelio las diatribas de Sanz del Rio contra la lengua castellana^ y se imite su estilo extravagante y agermanado, no debiéndose olvidar, por último^ sus circunstancias personales, ni las que contri- huyeron á que fuese elegido en el claustro de la Univer- sidad central para estudiar el krausismo en Alemania. Nunca perdonará la historia á nuestro Centro directivo de Instrucción tan lamentable ocurrencia, inspirada prin- cipalmente por el prurito de imitar á tontas y á locas á la Francia, á donde en febrero de 18íM el calvinista M. Truizot había llamado á Ahrens^ agregado de la Uni- versidad de Goettinga, á dar un curso de psicología en la de París»

Era Sanz del Río hombre bondadoso, afable, místico, que trajo, como era de esperar, de Alemania im tono dogmatizador y unos como vislumbres y destellos de ilu* minismo harto propios para fascinar á jóvenes inexper- tos. Lo revesado de la doctrina^ que le hacía parecer nue- va, y hasta inocente y católica, á los espíritus supcrflcia- les^ y las tradiciones de gongorismo que resucitaba, nun- ca en la patria de Lncano y íxerardo Lobo muertas, hi- cieron fácilmente lo demás, dándose la mano con sucesos políticos de todos conocidos. ¡Fecha triste! Desde enton- ces el cuerpo escolar no ha vuelto á producir grandes

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escritores, ni siquiera medianos hablistas, ni menos poe- tas de alto vaelo, sino oradores y discutidores, dialécti- cos ó ideólogos; observación qae conviene hacer aqiii por vía de ejemplo de cuanto confunde, amanera y este- riliza la inteligencia esa doctrina filosófica. Lastimoso error, volvemos á decir, porque en aquellos jóvenes á quien fascinó la nueva moda cifraban sus esperanzas la patria y la literatura, donde algunos hablan hecho ya con lucimiento sus pruebas, mostrándose en el estilo r en el arte de escribir, objeto principal de nuestra tesis, puros, nacionales* verdaderamente españoles* Pero ¿qué había de suceder, si el jefe de la secta, como hemos viisto^ declaraba inútil y tosco el instrumento que manejaban, y los hacía quizás avergonzarse de escribir como sus pa- dres escribieron? ¿Quó había de suceder, si con su ejem- plo los arrastraba á formar, en medio de nuestra sociedad literaria, una especie de sanhedrín misterioso^ un como antro de sibilas, de donde sólo debían salir, envueltas en vapores obscuros y flameantes, palabras laberínticas, en- marañados conceptos, estilos de pura convención para seducir á las gentes indoctas? En el mismo Sanz del Río, como en Pitágoras, hubo dos hombres diferentes: el pú- blico y el privado. Aunque mediano orador, era en süi explicaciones ex-cátedra claro y castizo, según cuentan, lo que no parece inverosímil recordando su Discunv hmiigural del año académico 1857 d 58 y algún otro rasgo fugitivo de sus obras; pero cuando al coger la plu- ma de filósofo se le acordaba su pretendida misión profé- tica y transcendental, arropábase con su manto de oh.^ curidad y tinieblas á fin de parecer más que un hombre. En aquella actitud, indudablemente le poseía, como de- monio tentador, un profimdo desprecio hacia todo ele-

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mentó nacional, empezando por la gramática de esta Academia y por sus mismos lectores, á quien juzga tan atrasados, que únicamente repitiéndoles una y mil veces los conceptos más triviales, y exponiéndoselos ab ovo^ podrían ser de ellos comprendidos.

Sólo así nos explicamos las pomposas vaciedades que han salido de su pluma y las de aus discípulos, donde la critica más zahori para descubrir en el fondo algún vis- lumbre de pensamiento, y ese pueril y rancio y tortuoso, tiene que hacer esfuerzos semejantes á los del marino que sondea el grande Océano para sacar, al cabo de mu- chas horas y fatigas^ un puñado de arena ó un manojo de algas. Así, y sólo así, concebimos en escritos llamados arrogantemente filoso fieos, desvarios como casi todas las notas y adiciones del Ideal de la humanidad^ su obra maestra, de sus pobres discipulos embeleso, y de noso- tros los simples mortales desesperación. Aquellos Man- damientos de la humanidad^ parodia impía de los de la Ley da Dios, plagio rastrero del Catecismo posiHvisía de Augusto Comte,qua acababa de publicarse en París (1852) divididos en generales y particulares^ donde se descono- ce por tal modo la noción rudimentaria de lo que es par- ticular y lo que es general, como la significación délas palabras más comunes, no 3^a en estilo puramente litera- rio, que esto podia ignorarlo impunemente Sanx del Río, sino en el filosófico, que era su especialidad; aquellos consejos al hombre de que santifique á Dios y se santifi- que á mismo (1/ y 3/), que entrañan un paralelo heré- tico entre el Criador y la criatura, acaso por haber apli- cado el verbo santificar sin conocer su significación; aquel mandamiento de amar á todos los seres y á mis- mo con pura inclinación (8/), como si no hubiera en

t78 nuestro idioma palabra más gráfica y expresiva para de- signar el amor del evspíritu, huyendo de todo sentido ma- terial, que es justamente el que la inclinación revela, por lo cual resulta doblemente inaplicable con el adjetivo puro; aquellas recomendaciones de combatir la fealdad con la bel lera (22), frases tan desnudas de toda metáfora, tan bajas ó impropias, que parecen copiadas de un anun- cio de cosméticos y perfumes; y todo aquello mezclado con los más disolventes apotegriias de la teoría panteís- tica, como ordenar al hombre que niegue tributo á la fe y á la autoridad, ó infundirle la esperanza de convertirse en Dios más tarde 6 más temprano: todo aquel cúmulo de monstruosidades, para ser puesto en su verdadero pun- to crítico^ exigiría mayores talentos que yo poseo, ma- yor espacio que el que me resta.

No concluiré, sin embargo, con el porta-estandarte de los gemían ófllos en España, sin traeros á la memoria su famosa disertación sobre el organismo científico- univer- sitario de la sociedad futura, que hasta en documentos oficiales se ha querido parodiar recientemente, con ser el más rancio y ridículo estrambote que al Ideal de la hu- manidad puso su traductor. Á vosotros se os habrá caído el libro de las manos al llegar á tan estupendo pasaje, sin que os tomarais nunca la molestia de pensar porqué; pero es preciso que apuréis la amarga copa hasta las he- ees, penetrando conmigo en aquel dédalo de frases en- marañadas y de oraciones sin concluir, donde se repiten cien veces los más vulgares conceptos y los originales no se entienden ninguna vez; donde el único plan que el autor parece haberíie propuesto es volver las nniversida- fies á la Edad Media y convertirlas en behetrías, con su fuero especial científico y jurídico^ imcompatible con la

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armonía histórica- espir i tual^ natural á la vezj qae para las demás instituciones de la Bocíedad regenerada preco- niza. Cierto que ningún critico imparcial debe haber pe^ Iletrado Jaasta hoy en semejante mazmorra^ donde el es- píritu se asñxia y entontece.

Tres son, segiin el propagador krausiano, las institu- donen interiores do la ciencia (¡instituciones interiores!) «que se relacionan partieulannente con la institución ^científica (Universidad), llamando así la sociedad huma- •na para la ciencia.» Helas aquí: tLa Biblioteca^ la Aca- »demiaj la Cátedra.» (Al revés me las calcé, dirá cual- quiera entendido,) Óigase ahora nueva y sorprendente doctrina sobre las tres instituciones.

A la Biblioteca nos la presenta buscando libros; junta m uno con el bibliotecario y en una sola persona con- fundidos, como si el bibliotecario no fuese de carne y hueso y la biblioteca do cal y canto. El mérito de los li- bros ha de clasificarse <sín juzgar directamente de su *v\ilor literario, sino su relación histórica, y la que guar- *dan con las producciones contemporáneas, con el autor, >como su padre, y con el estado literario del pueblo y *del siglo;» galimatías que en cristiano quiere decir que se clasifique el libro con relación á su época, á su autor y á la ciencia de que trata; lo cual, si no resulta juicio crí- tico, y literario j y directo, venga Dios y véalo. En cuanto á novedad cienlíflcaj mucha más tiene cualquier artícu- lo del Reglamento oficial de archiveros-bibliotecarios. Á la Academia la llama ^institución personal» en unas partes, y en otras cparticular y relativa,» como si pudie- ra ser duendina, á tenor de los entes del P. Fuentelape- ña; la atribuye «fines mu}' varios, y cada cual propio,^ sacándonos del error de que pudieran ser ajenos, y ana-

4SQ de may orondo que ha de tratar cuestiones» y ha de

«hacer cónsul tas,)* notabilísimo descubrimiento fllosófico- administrativo, que dejará espantados á los oráculos de la Administración española, Posada Herrera y Colmeiro. Finalmentej <la verdad hallada» en la Academia ha de tomar <íbrma exterior,» que es la cátedra; y en !a cáte- dra ha de ser cexpuesta pásmense el orbe!) en forma de doctrina científica,» y no en coplas de Calaínos ni en re- cipe de botica. ¡Señores Académicos! ¿No es esto escribir por escribir, sin saber lo que se escribe? ¿No es esto amontonar palabras, como el minero amontona escoria- les á la boca de la mina, sin distinguir lo que es tierra de lo que es oro?

Pero ya abuso de vuestra benevolencia, máxime si te- néis el espíritu en el mismo punto de perturbación y mareo que está el raio^ con tantas aliquitates y quiddüa- tes como ha abortado el germanismo para afrentar á los escolásticos. Por idéntica razón no me ocupo en los es- critos, igualmente censurables, de algunos jóvenes de gran valer afiliados á la escuela krausiana; por esa ra- zón, y porque los considero á unos próximos á tomar al buen caminoj y á otros en el de arrojar la máscara, como les aconsejan filósofos eminentes^ para declararse panteistas ó positivistas, lo que al menos deslindará los campos y dará al espiritualísmo gran ventaja para la lucha,

Por fascinación y por debilidad, por seguir la corriente de su maestro español, ellos desprecian la gramática, amaneran su estilo, revesan su inteligencia y ponen en todas sus obras sello estrambótico, que cuando salgan di* esa esclavitud intelectual se apresurarán á destruir^ re- cordando el famoso dístico de UrgaTida la Desconmdü.

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Ellos no puedan menos de tener presente qtie nn desgra- ciado escritor, que acaba da morir, entre los últimos vis- lumbres de su juicio lo tuvo para querellarse de que krausistas y telegrafistas estén asesinando á la pobre len- gua castellana, que ningún mal les ha hecho. Ellos, en fin, no podrán menos de considerar que mientras lacien^ cía les ha costado largas vigilias, á otros les basta para alardear de filósofos tomarse de memoria aquellos versos tan conocidos;

«Si culto quieres ser en sólo un día La culli apronderás jerga síguienle, n

¡Cómo no hemos de esperar confiadamente ver borra-- dos por sus mismos autores apotegmas como estos: «El ^derecho es la evolución del concreto, 3* frase desnuda hasta de propiedad gramatical; <el poeta es á la vez su- *jeto y objeto de sus creaciones, materia y forma^ efecto »y causa,» con otros muchos por el estilo, de que podría hacer aquí larga recordación, si no temiera alargar este discurso I Hasta en obras puramente literarias campea tan desbocado el desprecio á la gramática y á toda ley de lenguaje, que sin hablarnos de «bello arte,* «de tor- ^cimientos de espíritu, > «de artistas científicos,» «dere- »ducir por tiempos,» «de ojeada total y comprensiva, «etc., etc.,» no se atreve ningún kransista á sentar plaza de literato- En la misma cuenta incluyo no pocos discur- sos parlamentarios y documentos oficiales que, en lo por- venir, volverán locos á los lectores de la Gaceta^ si no tienen á la mano un traductor,

Recordemos ahora, para concluir^ la misión lingüísti- ca que á misma esa escuela se atribuye, para mejor comparar con la de sus pretensiones insensatas la suma

31

de sus desaciertos, «Precisa, clara, enteramente distínla >en síj en sus elementos intariores» y coherente, ric^^i lie- >iia de carácter y y ida,» había de ser la lengua castella- na, según el Sr, Sanz* para ponerse á la altura de sus pensamientos. Precisión, El escritor más adocenado m atrevería á condensar en media página cualquiera de las más precisas quo él haya emníx).— Claridad. Ya veis que es su estilo como la boca de un lobOj y que alguna vez nos ha hecho bendecir la invención del gas, De su distinción en si y en stis elementos interiores nada po- dré deciros, porque á la verdad no lo entiendo bien, m ei posible brujulear lo que por distinción entendía, hom- bre que usa substantivos por adjetivos, como «instinto bi- *bliófilo,> y que á un verbo singular lo movía con dos

agentes, como la ^c biblioteca y el bibliotecario bnsca.t

Si tomara el la distinción en este sentido, podría quims admitirse, pues en efecto su estilo se distingue entre to- dos los españoles, como el desierto de Sahara entra todos los campos del universo* La riqueza^ úardeter y mía que acertó á prestar al castellano, todavía os las recor* darán en los fatigados oídos el insoportable martilleo de frases hasta la saciedad repetidas, de oraciones iguales y tortuosas, la nimiedad de los accidentes retóricos, la ampMficación sistemática, el pleonasmo insufrible y la más insufrible monotonía- Dícese también que vino á purgarlo de impurezas y de influencias extrañas^ y esto sin duda se dice, como él las más de sus cosas, por decir, pues mal podía traer semejante misión respecto al idio- ma el que vino á germanizarlo. No conozco una sola pa- labra inventada por el Sr. Sanz que merezca entre nos- otros carta de naturaleza, ni sabría decir si las que nos chocan son verdaderas invenciones* Excepto seidad^ m-

483 pacitar y alguna otra por el estilo, sólo encuentro pala- bras mal construidas ó coya significación ól misrao des- conocía, como íerríficas (sombras) en el Ideal de la huma- nidad (segunda edición^ pág. 285)^ donde hizo de tierra lo que de terror pensaba hacer. Ni eran sn especialidad se- mejantes invención esj que siempre descubren potencia intelactualj sino la de giros y frases, como ya se ha dicho.

Coinciden en esta manía de reformar los idiomas casi todos los visionarios filostificos» que no en balde es el len- guaje, según de Bonald, el problema fundamental de la ciencia y aun de la vida humana, y ellos en su ceguera necesitan, para remover la ciencia y la vida en nuevo crisol, nueva palanca y más á su modo y entender pode- rosa. Proceden con el lenguaje ni más ni menos que con la sociedad, que si repugna su doctrina, si la escarnece, si la encuentra descabellada, no confesarán que se equi- vocaron, no por cierto; sino dirán que la sociedad se equivoca, que no está al temple del fuego sagrado, que hay qae reformarla y digniflcarla; y en seguida escriben su utopia, su receta para el enfermo iraaginariOj que no la necesita, y á quien causan una verdadera enfermedad por curarle en salud*

Aspecto curiosísimo de la vanidad científica, implaca- ble enemiga de la verdadera ciencia; si el espacio de que ya dispongo me lo permitiese, de buen grado os describi- ría el idioma del porvenir, que el sansimoniano Enfantin soñó en su Libro ntievo (otro Ideal de la humanidad}^ donde, exagerando por todo estilo la extravagancia de Leibnítz de dar participación al álgebra en la vida moral, insinúa que para armonizar rigorosamente el lenguaje y la filosofía, han de ser, en el tiempo que él llama infini- tesimal, el hombre teórico, el substantivo^ el práctico, el

m

adjetivo^ el sacerdote, el verbo^ con otras innovaciones semejantes, que dan ganas de eocerrar a su autor en m manicomio. Parte por encubrir un tanto cuanto sus pen- samientos, de la propia conciencia temerosos, adiTinan* do que han de escandalizar á las gentes; parte por afec- tación de éxtasis intelectual, donde vagan por esferas su- prasensibles; parte, en fin, hagámosles esta justicia, por- que entreveen la verdad; pero el espíritu de sistema y el orgullo de sectarios les aconsejan decirla de nuevo modo y al artificioso organismo que ellos ápriori se imaginan acomodarla, esclavos de mismos, esos pobres hombres se convierten en multiloquistas desatinados, de los que habla el cap, X, vers, XIX de los Proverbios. ¡Cuan di- ferentes de nuestros místicos^ que también se quejan del idioma, pero no por soberbia, sino por humildad, porqae no les basta para extremar con tanto extremo como que- rrían las alabanzas á Dios! La razón de esto da el mismo teólogo á quien he citado por modelo de vulgar escolás- tica, diciendo bellamente que <en el enajenamiento ex- >tátÍco oye el hombre cosas que no le es lícito ni puede >decirksj porque todo está en el afecto, quiero decir que >no discurre ni raciocina, sino ama,>

Ayudan mucho estos tiempos á toda perversión moral é intelectual, con traer á los espíritus desatentados, á las creencias en perpetua discusión, y á los hombres y á las cosas fuera totalmente de su quicio, casi un siglo que vive la Europa en insoportable vigilia, oyendo en lo ín- timo de sus entrañas rumores pavorosos, golpear inceaan* te, estallidos y desplomes. Entre tantas ruinas como por todas partes nos rodean, tengo por maravilla, y sólo á cansas providenciales atribuyo, qne conservéis incólume la augusta majestad de nuestra lengua. Séame permitido

Í8S

concluir con una halagüeña hipótesis, ya que toda la ciencia y toda la filosofía conducen hoy por término á un desgarrador ¿quién sabe?, pues por romper el velo á los misterios de la fe, únicos que alumbran y embellecen este camino obscuro que la humanidad recorre á tientas, hemos llegado á hundirnos en un abismo de pavorosos misterios; misterio del Pan~theos, misterio de la mate- ria, misterio de la fuerza, misterio de la selección, mis- terio de la evolución, serie infinita de indescifrables hi- pótesis, que prueba ser la ciencia humana limitada, in- completa, reflejo pálido de una inteligencia superior^ y que ella puede, sí, brujulear las leyes generales de la vida; pero no dictarlas, ni aun explicar satisfactoriamen- te el pensamiento que las dictó- Séame, pues, permitido concluir con una hipótesis consoladora. ¿Quién sabe si cuando imo de nuestros más grandes reyes prefería para hablar con Dios, entre todas las lenguas europeas, la len- gua de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, nos daba la clave del misterio peregrino que á vuestro instituto en estos tristes días enaltece? ¿Quien sabes! el castellano si- gue siendo el más puro y vigoroso de los elementas de nuestra nacionalidad, porque es el intermediario entre nuestro pueblo y Dios, relaciones destinadas á no rom- perse nunca? ¿No recordáis cuánta energía, cuan indó- mita resistencia ha opuesto siempre á las prevaricacio- nes, él» tan dócil y flexible, que fue latinizante en los si- glos medios; itálico^ en el xvi; gongórico, en el xvii; ga- licista en el xviii, y trivial ó insípido en lo que del pre- sente lleva andado? Otro recuerdo me asalta en este mo- mento, que no puedo ni debo omitir. I^s hombres más eminentes de la Reforma luterana, que eran á la par in- signes hablistas, como Juan de Valdós y Cipriano de Va-

lera, no lograron hacer protestante á nuestro hermosD castellano^ antes el protestó contra ellos, desnudándose de sus galas y atavíos en sus obras filosófico -religriosas, donde aparece desabridOj seco y anti-musical, mientras en el Diálogo de las lengims j en sus obras literarias les prodiga á manos llenas todos sus encantos, sus ai-monlas todas^ su incomparable grandilocuencia y majestad. No pueden^ pues, los fílósofos culti-germanos huir de un tris- te dilema, en la lucha mortal que vienen con vosotros sosteniendo, padres del buen decir y del puro y gallardo estilo: ó confiesan que de lleno les comprende la senten- cia ya alegada de San Buenaventura, y que se explican mal porque no piensan bien, ó que es demasiado grave nuestra lengua para prestarse á las grotescas superche- rías, á las impúdicas dislocaciones que quieren imponer^ le para que niegue ¡insensatos! á su Dios, ¡Sí! que el prin- cipal objeto de esa gimnasia empírica es atacar al Cato- licismo por la espalda, y noble, creyente, mística, nues- tra lengua repudia el filosofismo, porque en ella cada pa- labra tiene su historia ejemplar, limpia, concreta y á las veces santa; historia que está indisolublemente unida al Símbolo de la /fe, al Camino del cielo^ á la Conversión de la Magdalena y á tantas y tantas obras inmortales que la hacen inmortal. Por eso, cuando tal vez á traición la vencen, cuando la torturan, muéstrase, según la acabáis de ver, como un mártir, descoyuntados los huesos, abru- mado de saetas, pero brillando todavía en cada palpita- ción de sus carnes desgarradas los resplandores misla- rtosos de un alma llena de fe y de una conciencia pura, que en los espacios infinitos vive, mientras á manos de sus verdugos muere.

He dicho.

CONTESTACIÓN

ExcMO. Sr. D, CÁNDIDO NOCEDAL

Por todo extremo es para satisfactorio el encargo de saludar y dar la bienvenida ^ en nombre de la Acade- mia Española, á nuestro nuevo compañero el Sr* D. Vi^ cente Barrantes. Porque en su discurso de recepción que acabáis de escuchar, resplandece una cualidad que apre- cio más que nadie, ó tanto como el que más, estimulando en tuda ocasión que puedo, así ajó venes como á hombres maduros, para que de ella hagan pública ostentación y generoso alarde^ y por la cual merece el Sr. Barrantes plácemes cumplidos y cordiales enhorabuenas- Presidiendo la Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación en el año 1867, dije en la sesión inaugural las siguientes palabras:

€No he de negar ni ocultar, señores Académicos, que la defensa de los principios salvadores de toda socie- dad, y la sumisión completa á los preceptos de autoridad infalible, traen descalabros consigo y exigen hoy algún esfuerzo. Entereza para combates materiales, para desa- fiar grandes riesgos y desdichas^ en suma, para reñir ba- tallas sangrientas, tiónenla muchos; en algunas tierras^ y España una de ellas^ no suele faltar á nadie, Pero va-

m

lor para afrontar con nobleza^ un día y otro, el incesan- te empeño de poner en ridículo cosas y personas^ es por todo extremo escaso. Gonócenlo la revolución y la impie- dad, que son una misma cosa, y acuden á la estratagema de lanzar los dardos de la ironía y los tiros del sarcasmo sobre los que viven apegados á las tradiciones seculares de la patria. Llámanse los enemigos de España y de su cristiano idioma á mismos sabios, y dícense hijos de la civilización y del progreso; y con tal ejecutoria, por ellos mismos expedida, por ellos legalizada y pregonada por ellos, nos llaman á los demás obscurantistas y retró- grados, y apagaluces, y partidarios de la tiranía y de la arbitrariedad, con otros no menos iracundos motes, al- gunos groseros y todos calumniosos, ¡Imposible parece! Arredrados por semejante gritería, ocultan el rostro ante calificaciones tales y se retraen espantados algunos espí- ritus gallardos, que serían vigorosos atletas si la discti- sión fuese decorosa y urbana, ó si la persecución fuese materiaL Pues bien; es menester armarse de este valor, mucho más útil que el otro en los tiempos que atravesa- mos; es preciso acostumbrar el oído á semejantes barba- rismos, y oponer á la desfachatez, la serenidad; ó la des- compostura, la sangre fría; á loa insultos^ razones; á los apodos, sonrisas compasivas, y avanzar sin miedo por la carrera firme y segura que se abre á nuestros pasos^ sin parar mientes en el gárrulo infernal clamoreo. Ni más ni menos que el discreta viajante, sin salir un punto del camino real, desprecia las trochas y veredas donde chi- rrían las cigarras y los grillos,)^

De este valor armado se nos presenta el nuevo colega: bien merece que yo cordialmente le felicite y abrace.

Antes de ahora, y en galanísimos versos, había dicho el Sr. Barrantes:

«^Hermanos en ciencia gaya^ Vales que la patria mía Precia tanto,

Desde la orilla del Gaya Os contemplo noche y día Con espanto.

Romped la lira armoDiosa, Hundid la frente en el cieno

Qoe envilece; Sois como el ave medrosa Que se esconde al o ir el trueno, Y enmudece*

|Por qué el cíelo os dio esa lira. Mente rauda que alto vuela ,

Yost canora, Si cuando la patria espiraj Ni siquiera la consuela Ni la llora?

Tantas almas desoladas. Tantos a yes y gemidos,

|Nada os deben! Las vírgenes pi^ofa nadas, Los altares destruidos,

¿No os conmueven?

Calle eterna de Amargura, Con el manto hecho girones

Por sudario, Va la Espaua sin ventura Recorriendo entre sayones

Al Calvario,

En el cielo sa esperanza. Desesperada en la tierra,

Liora y gime; Sin que un grito de venganza. Sin que un cántico de guerra La reatiime»

[Y de España y de su gloria Os llamasteis berederos Sin segundos, Cuando el sol de la victoria Alumbraba á sus guerreros Por dos mundos!

¿Nq cantasteis sus haia&as. Sus blasoties, sus encantos

Y alegrías? Pues rásgaos las entrañas^ Cual se las rasga en sus cantos

Jeremías.

Donde se alce una bandera Con castillos y leones, Bendecida,

Allí estará mi alma entera, Mi laúd, y mis canciones, Y mi vida.»

Esto cantaba el nuevo Académico ayer, en su precioso libro titulado Dms sin sol; propónese en su discurso de hoy señalar á la befa y al escarnio el, llamémosle asi, idioma del filosofismo krausista. Los pasajes que cita, loa trozos que transcribe y todos los libros y papeles de la secta, servirían^ en efecto, para hacer reir, si no fuera

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porque al cabo hacen llorar. Ininteligibles como parecen, encierran, sin embargo, mortal veneno, y cado uno de esos discordantes pedriscos que hieren los oídos cspaño- lesj hallan interpretes en los cortijos de Andalucía ó de Extremadiiraj y se traducen en frases impías, en amena- zas pavorosas, en desmanes sangrientos. No hay que ma- ravillarse: el krausismo es, además de ridículo en grado superlativo y eminente por su jerga inextricable, noto- riamente panteísta; y el panteísmo es, además de anti- cuado, ateo apenas encubierto con mal perjeñado dis- fraz. Y como el ateísmo entraña la negación de Dios, y de su Providencia, y de su justicia, y de su misericordia, abre de par en par las puertas á las refinadas codicias que la ley de Cristo prohibe. La hez del pueblo no entien- de la jerigonza de los filósofos ki'ausistas, pero tampoco menester entenderla: harto se le alcanza que niega á Jesucristo, y con esto le basta y sobra. Porque como la ley de Dios prohibe que se codicien los bienes ajenos, se cree autorizada á codiciarlos, y en cuanto puede á tomar- los y repartírselos, tan pronto como haya quien le auto- rice á volver la espalda al verdadero Dios. Ved aquí de qué suerte, lógicamente procediendo, la ridicula fraseolo- gía de los filósofos á que alude nuestro bien intenciona- do compañero anatematizándola con gallarda y castiza frase, pone en manos de la desatinada plebe el trabuco y el puñal. Del propio modo, tan pronto como el rico ava- riento se entera de que no hay que temer á Jesucristo* porque Dios es engendro de la fantasía humana, sin ac- ción, sin movimiento y sin vida, mofase de los santos preceptos de la caridad cristiana, y oprime, y veja, y ani- quila á los pobres, y sin misericordia y sin entrañas ago- ta sus fuerzas, y labra impío tesoros sobre el sudor sin

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descanso y sobre el trabajo sin consuelo. Véase de qné manera, y faltando de todo ponto para evitarlo himiano remedio j las extravagancias incoherentes del filosofiamo se convierten en barricadas sangrientas; y ante ellasp ridiculas como son, estrambóticas j sin sentido ni gra- matical ni filosófico, caen los altares, y tras los altares los tronos, y la autoridad, y la propiedad de los ricos, y el trabajo de los pobres, con mísera y lamentable ruina y destrucción de la patria.

La justicia de Dios es fundamento de los reinos y de las repúblicas. En las sociedades que no creen en Dios ni temen su justicia, brotan al punto sediciones que ahogan en sangre el principio moral de la autoridad, y discordias que extinguen la llama de la misericordia, IjOS príncipes se convierten en tiranos, los subditos en canalla vil, los ricos en fieras inclementes y los pobres en furias infer- nales. El demonio del orgullo, de la soberbia y de la ava- ricia; el que atiza los odios, el que promete goces mate* ríales^ pasea libre por el mundo, y corrompe la ciencia, y arrebata á la belleza sa natural influjo* En la sociedad en que falta ó flaquea la fe, vienen al suelo las artes, desaparece la literatura, se hace grosera la lengua y fo- seros también los espectáculos; los teatros en que se oían con delicia los versos de Lope y de Calderón, de Alarcóe y de Moreto, se llenan de inmundo fango, prostituyendo el corazón de la doncella y de la dama; y el pueblo qne entendia, saboreaba y aplaudía los autos sacramentales, bellísima creación de la más noble y alta poesía, neceáta para divertirse y entusiasmarse contemplar mujeres dea- nudas, lúbricas danzas, jóvenes convertidas en aladas mariposas ó en peces caprichosos^ y mancebos disfraza- dos de sátiros; con lo que, al ofuscador brillo de las luces

Í93 de Bengala, y resonando atronadora música, se deslum- hran los ojos, se desgarran los oídos, el alma se pagani- za > y el hombre, reflejo de la Divinidad, se degrada y embrutece.

Persona ciertamente no nada sospechosa de fanatismo y de intolerancia, Goethe, ha dicho que el verdadero, el único tema de la historia del mundo^ es la lucha de la in- credulidad con la fe, y que todas las épocas en que do- mina la fe son espléndidas, grandiosas y fecundas en fru- tos opulentos y duraderos; y, al contrario, todas las eda- des en que la incredulidad se engríe con malhadado triunfo, están cubiertas de sombras, entre las cuales se oculta su miserable in fecundidad ,

Si, como todos convienen en afirmarlo, aspiran noble y gallardamente las artesa levantarse desde la bajeza de la vida meramente externa, vacía y nula, al alto mundo de los espíritus, ¿que han de tener de artísticas, cómo han do ser bellas las producciones de infelices ingenios que sobreponen la razón á la fe, el cuerpo al alma, lo te- rreno á lo celeste, lo que está sujeto á podredumbre á lo que es inmortal y perdurable? Pues el habla de esos infe- iices no podrá recomendarse ni por la pureza, ni por la armonía, ni por la claridad, sonoridad ni elegancia; me- nos aún podrá ser, ni recordar siquiera, la de Cervantes y Fr, Luis de Granada, la de Santa Teresa y Fr. Luis de León, la de Sigüenza y San Juan de la Cruz,

Á fines del pasado siglo, la protesta religiosa, conver- tida, cual era de esperar, en escéptica filosofía, pasó, co- mo también era de suponer, á convertirse en orgía revo- lucionaria y sangrienta. El drama patibulario de la revo- lución francesa fue combatido por toda Europa; pero su- cedió que toda Europa, al combatirle, quedó con el con-

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tacto inficionada. Permitió Dios que un hombre de ei- tendimiento gigantesco, provisto de todas las dotes de gran capitán, enfrenando^ al parecer, la revolución en su patria, la paseara en realidad triunfante por todo e! mundo, esplendorosa con el brillo de sas vencedoras ar- mas. Los soldados de aquel caudillo que^ en apariencia, había restablecido el culto y levantado los derruidos al- tares, llevaron en las puntas de sus bayonetas, de nación en nación y de pueblo en pueblo, los funestos principios de la revolución infernal que se gloriaban de haber ahe- rrojado T vencido. ¿Quién tuvo la feliz idea de conocerlo, y de oponerse denodada, tenaz y desesperadamente, mo- vido por seguro irresistible instinto, á la invasión arma- da de las ideas filosóficas de la revolución francesa? El pueblo español, este heroico y altivo pueblo, que sin sa- ber á punto fijo por qué, sin explicárselo bien, sin hacer ni escuchar largas arengas que se lo pusieran de mani- fiesto, por intuición, como movido por el dedo de Dios, dijo al soberbio, felizy triunfador propagandista: fDeaqui no pasarás,» Y del propio modo que las soberbias olas del Océano no pasan nunca, ni en las más grandes mareas, del limite que las puso Dios con omnipotente dedo en blanda y movediza arena, y de alli retroceden rugiendo á las playas antípodas, asimismo el católico pueblo en que vivimos dijo al coloso: «No llegarás á las columnas de Hercules* ^ Y no llegó, y retrocedió sin parar, y sin lograr momento de reposo, hasta la roca de Santa Elena.

Esto hizo España, no solamente para defender á ima dinastía, no por conservar tan sólo su integridad, sino por conservar su fe y su unidad católica, y por cerrar sus puertas á impías sectas y á intrusas filosofías.

Esto, y no otra cosa, fué nuestra guerra de la Inda-

peRdencia. Para esto, y no para otros fines, dio Madrid el generoso grito de alarma en el memorable Dos de MayOy y respondió ún vacilar España toda. Para esto se llenaron de sangre nuestros campos y nuestros rios^ los fértiles valles y las inaccesibles montañas* Por esta ra- zón tuvieron por herejes casi todos los españoles á los invasores. Por esta razón escribieron en sus banderas nuestros padres; ¡Dios^ Patria y Reí/! Por esta ra^ón se defendió Gerona tomando por caudillo á San Narciso, y se levantó á los cielos el nombre de Zaragoza apellidan- do á sus innumerables mártires y cantando de la Virgen del Pilar

Que no quiere ser francesa, Qué quiere ser capitana De k gente aragonesa.

Unos cuantos ilusos, hombres de bien á carta cabal, mas por todo extremo candidos^ reunidos en Cádiz, en- cerraron en un Código los principios que traían en sus aceradas bayonetas las huestes in vaseras; y defendión- dose heroicamente, como toda España ^ de las bombas y granadas enemigas, admitieron ¡ceguedad lamentable! los envenenados proyectiles políticos y filosóficos. En vano* en vano invocaron á la Santísima Trinidad; in- útilmente confesaron que la religión católica, apostólica, romana es la única verdadera: los principios filosóficos se han divorciado después de la rahgión verdadera» y hoy los que se llaman hijos y herederos de los legislado- res de Cádiz^ ó eligen lo que ellos llaman libertad, de- jando á un lado la fe de sus madres; 6 desfiguran la his- toria de los santos; ó blasfeman de la Santísima Trinidad, á despecho de los que la invocaban al frente de su Códi- go; ó conceden al error los fueros y franquicias que sus

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inadvertidos progenitores reservaban á la única religión verdadera,

¿Que hay que admirar en todo esto? Principalmente, un mistarlo profundísimo de la omnipotencia y sabiduría divina; un misterio digno de que se recuerde á toda hora^ por consuelo de lo presenta, como esperanza para lo por- venir, que del agrado de Dios fué siempre oculiar mu- chas cosas d los sadios y prudentes^ y remldrselas á los pequeñuelos.

Descuide el Sr, Barrantes, mi amigo querido y bien in- tencionado colega; descuiden los afligidos y espantados españoles que lloran con escasa esperanza de remedio: los prudentes nos han extraviado; los hábiles nos han confundido; nos han perdido los sabios; cuando Dios qoie- ra, nos han de salvar loa pequen uelos* Entonces, todos en España adorarán á Dios con el culto de la rehgiún verdadera, y se hablará, sin mezcla de jerga extraña, el idioma rico, armonioso, enérgico y cristiano de Fr, Luís de Granada y de Santa Teresa, de Lope de Vega y de Cervantes. Va lo uno con lo otro, y todo lo ha de salvar Dios por ministerio de los pequeñuelos.

Por ío pronto diré, á riesgo de que se rían los que se apellidan sabios y de ignorante me motejen, que hay fun- dada esperanza, pudiera llamarse seguridad completa, de que la lengua de La guía de pecadores^ la de IjQ$ nom^ bres de Cristo^ la de Las moradas, en fin, la lengua cas- tellana, será conservada del inficionamiento krausista por unos pequen uelos que se llaman las mujeres.

No llevaréis á mal, vosotras las que honráis este acto con vuestra presencia, que os llame pequeñuelos. Nada hay más fuerte que lo débil; nada más grande que la pie- drecíUa que derribó la estatua de Nabucodonosor. Peque-

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ñuelas sois en comparación de los sabios y filósofos; lo sois, sobre todo, en el sentido del Evangelio; lo sois, y lo ha- béis de ser, en el sentido de salvadoras providencíales de tma sociedad que vuelve la espalda á Jesucristo.

Ni es la vez primera que lo digo, ni es por galantería, sino que mueve mis labios convicción fuertísima y des- apasionado juicio. De quien espero yo, en la época tristí- sima que atravesamos, la salvación de España, de sus creencias, de sus tradiciones, y por consecuencia de su idioma, es de las mujeres que saben la doctrina cristia- na, y ponen en manos de sus hijos el sencillo y profun- dísimo catecismo del P, Ripaldayó el precioso libro com- puesto por el P- Astete, Ellas saben, y nos enseñan, y seguirán enseñando á las generaciones venideras, que Dios es un Señor infinitamente buenos sabio^ poderoso, principio y fin de todas las cosas; j se ríen, y se reirán perpetuamente de ese Mando-IHos^ emanación necesa- ria y efusión continua de la substancia de lo absoluto^ como dicen los panteistas disparatadamente; de ese Dios que contiena en bajo mediante si el mundOy como aña-» de Krause, en mal castellano por añadidura; porque no se presta el castellano á definir correctamente otro Dios que el verdadero.

Cierto que los muchachos salen del hogar doméstico y son llevados á unos pozos de ciencia en que, á expensas del Estado, se les enseña filosofía krausista; que tanto vale como decir que se les enseña á renegar de la senci- lla y sublime fe da sus madres, y á considerarlas como ignorantes por no saber más que la doctrina cristiana, Pero aim con este grave tropiezo, que es justo deplorar mientras extirparse no pueda, no se ha perdido todo, aunque se haya perdido muchísimo. I& posible, y aun

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probable, que el que de niño escuchaba embebecido á m madre, se ría cuando joven de sus santas anseflanxas^ si- guiendo las lecciones de científicos maestros y doctores. Pero el día menos pensado se apodera de su corazón el amor de una mujer; por ella suspira y vive; por su ama- da ríe Y llora, y enfurécese celoso, ó tiembla de ternura enamorado. Pues en esa hora recobra la mujer su cetro^ y, mientras permanezca cristiana, no hay más remedio que hablarla en cristiano. La mujer, en tal momento, ú- gue siendo conservadora de las creencias del pueblo es- pañol y de su habla hermosísima; porque el apasionado joven^ extasiado de amor, olvida á los doctores, y vuel- ve á aprender que hay Dios que tachona de estrellas el cielo y cubre los campos de flores incomparables; qm Dios» crucificado, redimió de la servidumbi'e del pecado al género humano todo entero, y que, además, sacó á la mujer de la abyección miserable en que vivía; y lo que m lograron ni el cielo con su rico manto de estrellas, ni ti campo con su alfombra de Urios, violetas y rosas, consi- gúelo la sonrisa de la mujer amada, y todo en ella le pa- rece encantador, bellísimo y casi divino, y exclama en- tusiasmado y gozoso: ^íGIoria al Dios de las vírgenes y de los castos amores; gloría al Dios humanado, que ennoble- ció á la mujer; gloria al Hijo de la Virgen, que elevo el matrimonio á sacramento; bendito sea Aquél que santifi- có la familia, uniendo imo con uno^ V po>r& nmnpre,>

No haya miedo que la requiebre de amores en algara- bía krausista; no hay temor de que la hable del yo mis- mo reconocido en la cojiciencia y d distinción determinada del cuerpo^ que como le consideramos propia y prínwrú- mente en nuestro ser y propiedades ^ ias pura^ nmstrm interíonnente sin necesaria atención en éste al ctierpo ¡f

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lo tocante á él considerado^ no haciendo esto primera-- inente d nuestro propio sér~>n¥ de espíritu y conciencia^ ^sino sólo al cuerpo y nuestro conocimiento de él^ como conjimto é intimo conmigo.

Si cosas tan estupendas viniese á decir un enamoradOj la señora de sus pensamientos, por mucha gana que tu- viera de casarse^ le recibiría y contestaría con una car- cajada, Y este burlón alborozo de la solicitada prenda de alma, es gran conservador del patrio idioma; que ni consiente el amor verse traído y llevado con tan enre- vesados tórmínosj ni olvidan nuestras bellas y despeja- dÍBimas españolas que el engaño y la falsía van siempre envueltos en obscuras palabras; saben que en buen ro- fímnce y mejor castellano aprendieron la verdad en el catecismo, eng^randecedora, sencilla, clara, sublime; y quieren el castellano, y no algarabía que las suena á ma- trimonio civil y á casamiento á espaldas del cura y por detrás de la iglesia.

Es necesario que el enamorado olvide á sus doctores y recuerde á su madre; deje á Krause y á sus discípulos j sus filosofías y sus estrambóticas frases, y diga á su ama- da astas ó parecidas palabras :

¿por quién me encuenlríin velaodo Las íives, cuando amanece? ¿Qué está en mi alma pasando, Que me halla siempre llora ado La luna» cuando anochece?

La fuentí^ clara y serena, Las parvas llenas de trigo, Mi huerta de flores llena, Todo sin ti me da pena, Todo me alegra contigo.

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Como mi amor extremado

No hay en todo el mundo dos; Más que á raí madre te he amado, Y, si no fuera pecado, Te amaría más que á Dios (1).

La mujer podía com prender ^ y comprendía, aquello de ¿Él razón de la sinrazón qtm d mi razón se hace^ de tal manera mi ra^ón enflaquece, que con razón nw qmjo de la vuestra fermosnra; porque, si bien conceptuosa j de malísimo gusto, no era contrarío á la luz naturali ni á la revelada, ni estaba reñido con todo género de teroo- ra. Aim el que estos retruécanos borrajeaba, podía decir también:

¿Dónde estás, sefiora mía, Que no te duele mi mal? O no lo sabes, señora, ó eres falsa y desleal;

frases en que no se echa de menos ternura ni seatido común.

No es maravilla que las mujeres sigan fieles á Jesu- cristo^ aunque le vuelva la espalda el filosofismo reinan- te. ¡Tienen tanto que agradecerle! Y ellas, que obran por sentimientos y afectos del corazón ó impulsos nobilísi- mos del alma, le guardan la gratitud que le deben. Nos- otros solemos lavarnos las manos, esquivar compromi- sos, evitar peligros ó temer binólas; ellas, entre tanto, despreciando todo eso, que en efecto vale poco, siguen la tradición de aquellas sanias ^nujeresqne acompañaron á la Virgen en el Calvario j fueron con aromas á buscar á Cristo en su sepulcro al amanecer del tercero día. El

(4 ) El juez de 5U causa, comedia en treí actos por an iDgeniú de catt corte.

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ángel del Señor , cu jo aspecto era como im relámpag^o y sus vestiduras cora o de nieve, les dijo á ellas^ y en eüas á cuantas sigan su camino: <yo terndis vosotras ^ porque que buscáis d Jesils, que fué cruoifioado.'^ Y con efecto ^ no temieron ni dudaron; ni ahora dudan ni temen, antes bien nos dan ejemplos que nosotros no imitamos: unos por temor, otros por mala vergüenza, y otros, que son los peores, por echarla de sabios, no queriendo repetir lo que dicen las ignorantes mujeres, ¡Pobres semisabios, ciegos y verdaderos ignorantes! Huyendo del clarísimo hablar de la mujer, que es ahora el pequeñmlo del Evan- gelio, inventan disparatadas frases y locución tenebrosa, para pasar como descubridores de un mundo hasta hoy desconocido; y no saben que hace veinticuatro siglos que los retrató de cuerpo entero el Rey Profeta en aquellas inolvidables palabras: €DiJQ en sa corazón el necio é %g~ noranie: no hay Dios.^ Dícenlo hoy muchos ó dánlo á entender con frases tenebrosas, desportillando el muro que defiende y engrandece á la sociedad humana, Pero abandonado lo más importante de la fortaleza ai femeni- no devoto sexo, defiéndele con valor incontrastable, con sencilla tranquilidad, con perseverancia pasmosa.

También está escrito: el mismo ángel del Señor que di- jo á las santas niujeres: no temáis , ya que buscáis á JesáSj añadiúi id á decir á sus discípulos que resucité j y que va delante de vosotros d Galilea; allí le verSs; y le vieron, y se les apareció antes que á los hombres, y le confesaron resucitado antes que nadie; y le dieron su sangre y la de sus hijos en la arena de los mártires; y lu- charon en circos y patíbulos con las fieras y con los hom- bres, peores que las fieras; y convirtieron á sus mari- dos, á sus padres y á sus hermanos; y se hicieron muchas

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esposas de Jesucristo* Hermanas de la Caridad en los campos de batalla y .hospitales, religiosas en los claus- tros, esposas y madres en el hogar doméstico, luchan de- nodadas, hajo el amparo de la Reina de los Cielos, con filósofos impíos, con la petulancia descreída^ con k sober- bia humana, que convierte á la razón en dios, en taber- náculo su interés, en fin y objeto de la vida los más gi*o- seros instintos, y los goces materiales que se logran con riqueza de cualquier modo adquirida.

Si la mujer se pagani/a, todo está perdido. Pero no es de temer: fieles seguirán á Aquél que las redimió del oprobio, que las convirtió de cosas en personas, de es- clavas en compañeras del hombre. Es posible y aun pro- bable que contribuyan á extranjeri/.ar el idioma j ocupa- das en preparar el troitsseaa de alguna novia ó en bus- car un bijúu que \\^gdi pendant con otro de su toUette^ y, lo que es aún peor, que ayuden á estropear la sintaxis castellana. Pero fuera de que yo creo que no son ellas las autoras del delito, sino meramente cómplices, 3^ con- sidero reos principales á los hombres, todavía espero fir- memente que, aunque hablen en francés, seguirán ha- blando en cristiano. En manera alguna las aplaudo en lo de adulterar el castellano idioma con el malpegadijQ de frdse extranjera; pero sobre todo encarecimiento las alabo en su empeño de no descristianizarle. Perdonóles fácilmente si oigo que le dicen á la Academia:

Vos no sois que una purista;

mas les ruego que no perdonen ellas á quien quiera qn^ les venga hablando frases, no sólo distintas, sino tam- bién opuestas á las del P. Ripalda, Ya me parece oir á los sabios tachar mi discurso de co-

503 lección de vulgaridades. Tendrán razón; pero es el caso que prefiero ser vulgar á ser desatinado. El tema feliz- mente elegido por el Sr* Barrantes, liabiendo sido trata- do con maestría, no deja nada que añadir á quien con- testa: nuestro compañero lo ha dicho todo, y muy bien; mucho mejor que yo pudiera. Limitóme» pues, á hacer, en nombre del Director^ los honores de la casa, y á repe- tir á cuantas señoras favorecen á la Academia en este acto lo que de ellas aprendí, lo que en la niñez me en- señó mi madre^ lo que dicen todos los días las damas es- pañolas á sus hijos.

Saludo á la mujer española, tipo de la mujer cristiana; y en eUa fío la conservación de las creencias de esta ca- tólica tierra y de su cristiano lenguaje.

Aquello qu0> en algunpi comarca de Europa, ciertos hombres llamados sabios andan averiguando con solícito a5Sn, metidos en inextricables laberintos, hablando una jerga que sería ridicula, si al cabo no fuese mortalmente venenosa, lo sabemos ya los españoles. Con firmeza y holgura lo aprendimos en el regazo de nuestras madres; lo oimos con deleite de sus labios amorosos entre tiernas caricias mezcladas con saludables consejos; y sin fatiga nos afirmamos en su conocimiento y razón profunda y eficaí, oyéndolo de nuestros varoniles padres, los solda- dos dt la guerra de la Independencia, delante da los re- tratos ie nuestros abuelos heroicos, los soldados de la fe por tod£ la redondez de la tierra.

Febrero 22 de \B7n,

DISCURSO

DSZi

ExcMo. Sr. D. AGUSTÍN PASCUAL,

LEÍDO EN JUNTA PÚBLICA DE LA

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

IL &ÍA SO DK ABRfL DB 4S76 (i).

Señores:

*

Las instituciones se parecen á la eternidad* Infinito ñ destino humano^ no se realiza en el tiempo; limitada la ley individual, las disposielones se convierten por el tra- bajo en talentos y suelen llegar hasta los destellos de la originalidad. Cumplido el deber de la criatura, no ha cin- cluído su carrera la humanidad; instantáneo el momen- to, fugaces los días, rápidos los años, la verdad, la jiis* ticia, la belleza y el bien son los polos de nuestro lave- gar por la vida, insondable plenitud, sólo realizadi par- cialmente tras largos siglos de titánica lucha; siblime misterio que á todos espanta; divino ideal de la activi- dad humana. La Real Academia Española cultvaj con perseverancia ya secular, la ciencia lingüística, y por la dolorosa, pero necesaria renovación de sus indiriduos^ la

(4) Ai tomar posesión de la plaza de Académico de número para que había aido etogido*

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variedad de los caracteres intelectuales alimenta el espí- ritu crítico^ fuente de incremento gradual, de tareas te- nacesj de resoluciones elevadas*

Ayer, el Excmo, Sr, D. Severo Catalina del Amo ani- maha vuestras doctas sesiones con palabra tersa y sose- gada, indicio fiel de entendimiento clarísimo, de sentir profundo, de voluntad general; hoy sólo escucharéis voz turbada por afectos encontrados: el dolor de la separa- ción absoluta, el placer de anhelada dignidad, el senti- miento de la más sincera gratitud. Filólogo, lingüista y literato, gloria de la Universidad Central, profesaba con singular maestría la forma y la expresión del lenguaje; su paralelo entre el idioma de la Religión y el decir de los latinos, ilustra el origen del elemento semítico en la historia del pueblo español; su libro titulado La Mujer^ pone de manifiesto los conocimientos filosóficos del es- critor correcto y elegante, y, al exponer los deberes del ángel de la familia, describe la intimidad primordial, amoroso preludio del linaje, la tribu y la nación. Al dis- tinguido orientalista, muerto en los albores de la edad madura, sucede sin títulos preclaros, y única y exclusi- vamente por vuestra bondad, un humilde cultivador de las lenguas septentrionales.

Ni un momento he vacilado en la elección de tema para mi discurso* Ingeniero de montes, y profesando, por consiguiente, una ciencia vernácula de Alemania, tuve qne comparar la lengua de los Fueros y las Partidas con la letra y el espíritu de los Códigos forestales, á fin de fa- cilitar el camino de la enseñanza á la brillante juventud que, ansiando ser honrada y laboriosa, se precipitó, con la fuerza que la gravedad atrae los cuerpos* al centro es- colar, formado por el espíritu progresivo de los tiempos

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modernos para dar seguridad en la región del rayo ó los ricos cultivos de los campos, las planas y las vegas. I^ Real Academia Española, baluarte también de la exis- tencia nacional, como fiel guardadora que es de la inde- pendencia del idioma^ fija la vista en las causas pertur- badoras, en los aluviones que vienen de fuera, en los barbarismos que, cual yerbas extrañas, alteran la conti- nuidad de las mieses, amenazando con un dominio abso Into; pero la Academia, fotografía de la inmanencia po- pular, sigue también el armonismodel progreso para en- riquecer sin deshonra, aumentar sin impurezas, acrecer sin impropiedades, cual las aguas que, denudando los terrenos, arrastrando despojos orgánicos, arrebatando el elemento espumoso, se mezclan, se revuelven y se agi- tan con el flujo y reflujo de los estuarios, para adquirir, por el cambio de calidad, el derecho de aguas vivas del mar.

<Gon la venida de los vándalos y godus, dice el Doctor Bernardo Aldrete, patriarca de la filología española, como se mudó el imperio también la lengua, pero no del todo, sino sacando de ella la vulgar que usamos, varián- dose con los tiempos. > Enseña la filosofía de la historia, que la unidad una nación, y por consiguiente la de una lengua, desenvuelve á poco vivir el contenido de su esen- cia, creando dos potentes estratiflcacíones; patricios y plebeyos. Allá por los tiempos de la segunda gueiTa pú- nica se dividió así la lengua del Lacio; la introduccióB del arte griego por los Escipiones y la conquista de Gre- cia propagaron entre las clases aristocráticas de Roma las costumbres y los dichos de los helenos, nuevo motivo de divergencia entre lo presente y lo porvenir: pugfm, decía el urbano; baUaliu^ decía el inculto. Sertíio nobüis^

llamaban á la lengua de los Césares; mmio plebeius, ms- ticus- castrense verbtmi, con desdén los cultos decían del hablar de los labriegos, artesanos, artífices y soldados. Vino el germanismo á continuar la historia de la huma- nidad, y enemigo, por consiguiente, del mundo antiguo, tanto del oriental como del romano, borró las desigual- dades políticas de esclavo y señor, de extranjero y ciu- dadanOj de bárbaro y paisano; minó las bases del Estado centralixador; abrió los diques que contenían la acción individual; escribió en su bandera la interioridad del es- píritu^ herencia igual para todos; creó el derecho huma- no ensanchando la esfera del civil, y fué, en una pala- bra, la espada de la libertad, porque blandió la del Cris- tianismo. El germano concluyó con el latín literario, idioma petrificado é inmóvil, cual la cultura pagana de que era hermosísima expresión; libre el latín popular, creció el italiano y el valaco en la banda oriental, el es- pañol y el portugués en el S.O. y el francés y el proven- m\ en el N,E. Los germanos aceptaron las lenguas de las naciones conquistadas á fln de crear armonías históricas, unidades que, por su rica variedad, vienen caminando sin tregua ni descanso hacia el anhelante ideal del hom- bre culto y civilizado. Nuestros Fia vios se españolizaron; las nuevas instituciones, el nuevo progreso, la nueva historia pedían, sin embargo, neologismos, y la indepen- dencia nacional los acogió benévola, les dio cariñoso al- bergue, los hizo suyos, pero los vistió tan á la española, (jue hoy, olvidada la conciencia de las transformaciones y cerrado el período etimológico, es tarea científica, de arduo y complicado trabajo, el averiguar el sitio de don- de vinieron^ el camino recorrido y la ley de vasallaje. Tal fué la doble acción de la lengua bárbara^ germánica.

teotisca, y mejor dicho dioía^ sobre la propia y peculiar de nuestra patria.

Sin discutir en estos solemnes momeiitos el mito étni- co de Manno y de sus hijos Iso, Ingo y Ermínio; sin re- correr los tres periodos nebulosos de las lenguas germá- nicasj el indo- europeo primitivo, el eslavo dio tico y el fundamental; sin salir de la lUtima época, arranque de su presencia en la historia, los estratos Ungüisticos pre- sentan el carácter paleontológico en las playas esteparias del Ponto, en las cañadas caucásicas, en los estrechos y los deltas^ por donde vinieron los vigorosos pobladores de Europa: los griegos, latinos y celtas primero, los ger- manos, eslavos y lituanos después, todos para completar la acción de los íberos en el Mediodía y la vida de los fineses en el Norte. Siempre de Orienta á Poniente; siem- pre del Asia, patria de la vida intuitiva; siempre á Euro- pa^ tierra de la libertad y, por lo tantOi de la ciencia, del arte y de la industria. La transmigración germáni- ca corresponde al movimiento denominado ayer indo- germánico, hoy indo- europeo; á la fórmula lingüística ií* (A** aí.*,.,)f como se dice ahora en las escuelas; len- gua á primera vista con diferentes dialectos, y, sin em- bargOj median entre sus formas primordiales regiones inmensas y millares de años. Se cierne majestuosamen- te tan rica unidad desde el mar de las Indias al Atlánti- co, de Geylán á Islandia, del Poniente europeo á las pla- yas de Colón, del Chimborazo y los Montas Azulea á los archipiélagos del mundo oceánico. Los blancos, civili- zando á los negros, aceitunados y cobrizos, despertando la dignidad humana, contribuyendo á realizar las pala- bras sublimes del inspirado Génesis^ que Dios crió el hom- bre á su imagen, á imagen de Dios le crió.

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El siglo de Alejandro conoció ya á los virtuosos ger- manos en el extenso territorio que orlan el Danubio y el RMn, el Océano y el Báltico* Escala de aclimatación fué durante muchos siglos el fecundísimo suelo que debe su fertilidad al Istro y al Tiras, al Tañáis y al Boristenes, Las primeras colonias^ remontando, ora el Rhin, ora el Elba, ya el Oder, ya el Vístula, lograron limitar la ve- leidosa actividad de los vanidosos celtas. El atrevimiento y la audacia arrostraron el peligro de subir por el Volga para luchar cuerpo á cuerpo con los cultos fineses, hijos del Ural y padres de la Galevala, epopeya que rivaliza con los cantos jónicos, el Mahabharata, el Sáname y los Nibe- lungos. Las poblaciones germánicas, que emigraron su- biendo entre el Boris tenes y el Tiras por la Sarmacia, la Finlandia y el golfo de Botnia, formaron en el Septen- trión el tipo sueco- noruego, y la gente, que marchó en- tre el Tiras y el Danubio, creó en el Mediodía báltico el tipo danogótico-

Gon finando el área germánica con los latinos y los cel- tas por Mediodía y Poniente, y con los lapones, lituanos, fineses y eslavos por las regiones hiperbóreas, experi- mentó los efectos de vecindad tan variada, amoldando su cultura á Grecia, primera edad europea, la idea bu- mana opuesta al absolutismo asiático; pero el trato in- ternacional entre germanos y griegos no fué nunca di- recto: se estableció por medio de los tracios, hijos del N.O,, pueblo f ron temo con Grecia por Mecedonia, con- tiguo á los germanos y sármatas en Gecia y Dacia y ha- bitante de las deliciosas colinas, donde Hemo y Ródope levan t-an al cielo sus proceres montañas. ¡Triste suerte la de los tracios! También por su intermedio se comuni- caron los germanos con los escitas, los flecheros, pueblo

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del Asia meridional, según revelan las pocas palabras que de ellos tenemos, gente turbulenta, con un pie en Europa y otro en Asia, jamás satisfecha, pues por rezago ó por distancia llegó tarde al botín del territorio europeo* La lengua helénica, y con mayor determinación el dia- lecto eólico, despertó en el idioma de los germanos orien- tales la reduplicación, la apofonía y qui^íás la n final de los infinitivos; con letras rúnicas y griegas m forma el sistema gráfico de los godos, y los helenismos abundan en la hermosa lengua de Ulfilas,

Los getas {Tt-M de los griegos, ó sea Dam de los lati- nos) constituyeron unidad nacional. Moraban al N. de los tracios, y muchos siglos antes de la era cristiana pro- fesaban algunas ideas monoteistas; tuvieron mitología, estado sacerdotal, escala de castas, reyea rodeados de mayordomos, sumilleres y gentiles-hombres, cultiva agrario é industria naciente, aunque ya con carácter ar- tístico. Darío blandió su espada contra los getas, pueblo honrado, valiente, casi inmortal, según confiesa nada menos que el exclusivismo griego, y desvanecieron las derrotas góticas el poderío de Alejandro; repuesta la nacionalidad, y andando los siglos, victorioso Trajano el año 107 después de J,-G., se llevaron á Dacia varías co- lonias romanas, origen de la lengua valaca^ dacomana ó rumánica, isla latina en medio de las olas germánicas y eslavas. Pero la fuerza del Emperador no extinguió el sentimiento nacional: víctima el 8,0,^ incólume el N.E., las revoluciones del siglo ii anunciaron al mundo la rea- lización de los gloriosos destinos señalados por la Provi- dencia á los germanos,

Al despuntar el siglo iii, hacen su primera salida en la historia los divinos, esto es, los godos. ¿Á dónde fué á pa-

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rar la antiquísima nación gética? ¿De dónde vinieron los godos? Ni aquélla fue extinguida por la espada romana, ni éstos bajaron del Vístula, Sin examinar el testimonio histórico, cuya competencia se encuentra en otra Acade- mia, la comparación filológica despide luz vivísima so- bre tan intrincado laberinto. Enumerando Plinio los pue- blos trácicos que vivían entre el llemo y el DanubiOj cita á los McBsi, Getee, Áorsi, Gaudre Glari^que, y aplicando Jacobo Grimra la ley de la sustitucíónj ha encontrado que

GekB : Gaudas : ; Guthans : Gaut&s.

Confirma la unidad de los getas y los godos la ley de las vocales sánscritas: Dmpadas y el nombre de su hija Dranpadt; Bhimas y su hija Bkaimt; Visravas y su hijo Vaisraoanas; el rey turíngo Bisinus y su mujer Basifia, es decii*, se repiten en los nombres de los hijos y los des- cendientes los de los ascendientes, pero con apofonía Los denominados Gaiults son los descendientes de los Gutw; pero como la vocal apofonizada expresa el creci- miento del linaje, la dinastía, la tribu, la nacionalidad, las Gaiidm no son los antiguos Getw^ sino sus descen- dientes. En el anglo-sajón y en el escandinavo antiguo volvió á dominar la t^ pero la vocal indica clara y distin- tamente la procedencia étnica; los Gedtas son los deseen dientes de los Gotan. Al testimonio inductivo se agrega el directo, Jornandes, obispo de Groton por lósanos 552, compilador de Dio, Gasiodoro y Ahlavio, confirma tam- bién la identidad originaria con la cita que en el capí- tulo III hace del nombre étnico Gautigoth^ yuxtaposición de los dos elementos filológicos, forma popular, prueba palmaria de las inducciones que la ciencia ha sacado del dato suministrado por Pliniu.

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El consonantismo disipa las tinieblas de aquellas re- motas edades: reflejo del sánscrito, concuerda el getacon el griego, latín, lituano y eslavo, ley descubierta por analogía, puesto que escasean los hechos directamente observados. Los dominadores de la humanidad; los que reunían en su metrúpoM reyes, sacerdotes y soldados de todas las partes del mundo entonces conocido; los que oían tantas y tan diversas expresiones de nacionalidad, miraron con desdén la filología comparada, hecho suma- menta natural cuando la política, absorbiendo todos los fines reales de la vida, anulaba ciencia y arte, ¿Por qué inculpar á Ovidio? La situación de Tomi brindaba al es- tudio de la lengua de los geta^^; pero a la enfermedad del pueblo romano eran antipáticas las lenguas bárbaras, y, confundiendo el vigor naciente con la rudezas ^ f^^ ^^ íUcil á la molicie pagana injuriar que hacer justicia. Los romanos conocieron algo las instituciones de los geima- nos occidentaleSj pero sólo tenían ideas vagas y confusas respecto de los orientales; el mismo Tácito, quizá el es- critor en quien más se vislumbra el espíritu humano, faó mexorable poligenista y tenía por autóctonos á los ger- manos • Los griegos, embrión del mundo actual, princi- piaron á inventariar las lenguas bárbaras, y el Glosario botánico de Dioscórides es de inestimable valor para el conocimiento de la lengua gótica; con aquel monumento lingüístico y con las denominaciones gentíHcias, patroEÍ- micas, geográficas ó históricas, se ha construido un bos- quejo del idioma aborígene.

Indígena indudablemente es el de los godos: principió la sustitución con el siglo i y concluyó con el ni; Las con- sonantes sonoras, sordas, aspiradas del original, pasaron á ser sordas, aspiradas^ sonoras en godo, ley descubierta

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cincuenta anos ha por el ilustre J, Grimm. ¿Queréis co- nocer el vocalismo sánscrito en toda su pureza? Hojead la gramática gótica; ningún idioma ha sido tan fiel á su pa- dre, La trilogía a, i, tí, creó el número de las declinacio- nes y la duplicidad de ios diptongos, cuyas condensacio- nes produjeron las largas. Peculiar del sánscrito es el guna, y únicamente en las lenguas germánicas se desen- volvió la apofonía: el gana es pura ley fonética; la apo- fonía es completamente dinámica, la regla que transfor- ma las radicales del verbo y las inflexiones del nombre. Imitaciones lejanas del guna presentan las otras lenguas de la clase. Con las fuentes de la apofonía se ligaron los pseudo-diptongos, y andando los tiempos se engendró la perifonía, tomando carácter dinámico en los plurales y conjuntivo en el alemán alto moderno* Dinámico tam- bién el consonantismo, corrieron las lenguas germánicas todo el ciclo de las letras mudas. La lengua germánica es afine primera y materialmente con la eslava y la li- tuana; dista mucho de la griega y la latina, y aunque con esta coincide más que con aquélla por lo que hace al vocabulario, tiene, sin embargo, mayor afinidad con el griego en algunos caracteres de la inflexión; más lejana aparece respecto del celta, aun cuando tal cual vez mués-- tra afinidades con él y no tiene ninguna con las lenguas finesasp Los caracteres diferenciales se presentan perfec- tamente marcados, á saber: la apofonía, la sustitución fonética, el verbo débil y el nombre suave; se empleó dos veces la sustitución, se llevó la apofonía á ley de la conjugación fuerte, y se aplicó la declinación suave al nombre y al adjetivo*

Debemos el conocimiento del godo principalmente á Ululas (n. 318, obispo en 384, m. en 388), traductor de

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la Biíjlia y escritor del monumento antiquísimo las lengua»^ europeas. Nuevo triunfo del Cristianismo: que va no hay bárbai'os, todos somos hermanos, y nuestro pa- dre está en el cielo. Los germanos de Occidente y los del Norte tardaron más en abrazar el Grí:^tianismo, efecto de la posición geográfica y de las oscilaciones del movimien- to social. Amemos con delirio nuesti*a independencia na- cional, pero no pongamos la nota de inculto al pueblo que en el siglo iv poseía ya lenguaje literario. Mientras los invasores profesaron el arrianismo, tuvo uso litúrgico el godo; pero convertido Recaredo al catolicismo en el ano 587, aconteció lo que sucede en todos los cambios de relaciones totales, tal punto llegó el menosprecio de )iaquella literatura, dice el ilustre crítico D, José Amador >de los Ríos, que los códices que se salvaron de las llanias »íueron borrados para escribir sobre ellos las obras del >episcopado católico,» De la borrasca salió á flote el códi- ce argénteo, obra del siglo v, y el cual debió de pasar á los Ripuarios por dote de nna princesa española, mgim las investigaciones modernas: liállase hoy cuidadosamen- ta guardado en la Biblioteca de Upsala; se conserva allí con tanto cuidado que á me pareció, cuando le exami- né, que estaba el precioso manuscrito en nuestro archivo histórico central; la imprenta, ariete del monopolio, ha multiplicado las copias del aristocrático códice. Idioma muerto el gótico, vive vida sana y lozana su culta y nu- merosa prole, allá donde floreció; se superpusieron pri- mero los eslavos, y últimamente los húngaros y los tur- cos. Sangre pura domina de los Cárpatos á la Gabforoia: cutis blanquísimo, pelo rubio, ojos azules, y la mezcla con la raza latina se conservan en el N.E. de España t en el S,0. de Francia, en la antigua Gocia, Septimania,

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Occitania; cuna de la poesía provenzalj amamantada por el godo, cual lo fué por el franco el estro septentrional de Francia,

Las gentes gerniánicas, que alcanzaron el triunfo de Tivir en el anhelado jardín de las Hespórides, no necesi- taban intérprete. La ciencia ha mostrado la verdad del dicho de Procopio yo-Sí/lóv i:vocr,

«Sólo de los alanos se puede y suele afirmar que usa- >ron la lengaa de los escitas, y esto más por conjetura aprobable que por razones que á ello convenzan,* dice el P. Mariana. Sean los alanos, los hermosos, los descendien- tes de los masagetas; sean de la serranía alana^ allá al N- del Caspio; sean escitas, con los que convienen en armas y lengua j difiriendo únicamento de ellos en algunas cos- tumbres» es cosa averiguada^ y lo importante para nues- tro objeto^ que los alanos se fueron fundiendo gradual y sucesivamente con los getas y los godos. El padre de Jornandes era Alanoioanmthj voz formada cual las ale- manas Walahmtmd^ Sahsmund^ y que expresa el efecto de los matrimonios mixtos; el mismo Jornandes se decla- raba senügodo: qimsi eco ipsa gente Iraheniem originem. Los pocos nombres geográficos que nos han legado los alanos, particularmente en los Pirineos aragoneses, indi- can también que cuando aquéllos tuvieron la dicha de ver las montañas y las vegas españolas, hablaban la len- gua ulflMaua*

«De los vándalos otrosí se tomaron otras dicciones y ^vocablos como cdmaira^ gozque^ azafrán^» dice también el P. Mariana hablando de aquel pueblo, siempre juz- gado al revés, porque ni germánicas son las voces cita- das por nuestro ilustre historiador. La ferocidad que se atribuye á los vándalos, y que ha llegado á ser prover-

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bíal, es tan gratuita como la gloria que se concede á los godos por un aistema graneo y por un estilo arquitectó- nico, inventos ambos que no arrancan de esta nacionali- dad. Los vándalos, los hijos del viento, fueron los alanos de aquellas edades, y deben m pavorosa celebridad á la consternación que siempre infunde el recto empleo de la caballería ligera. En tiempo de Marco Antonio logra- ron fijar por primera vez la atención de la historia, y, abandonadas las fuentes del Elba, se confederan con los alanos tras largas vicisitudes para cruzar el Rhin, inva- dir las Galias primero, pasar los Pirineos después, y ex- tenderse por tierra española. Algo valían cuando en k antigua Cartago fundaron un imperio, que con cierto brillo duró de 429 hasta 534, á pesar de las guerras reli* giosas, La etimologia del nombre linajudo AstingióAz- dingi muestra la intimidad de vándalos y godos. Del dia- lecto de aquéllos sólo nos han quedado algunos nombres propios, los cuales presentan una característica perfec- tamente determinada^ el predominio de la í, tívíc^v por úento^ Tivítuv por Tato Tatio,

El sueva, el libre, cuyo nombre engendró por vanidad el de eslavo y por ironía el de esctavoy constituj'ó la ma- yor nacionalidad y la más guerrera de Germanía, segtta el juicio de César. Los suevos fueron, respecto delossár- matas, lo que los gatas con relación á los escitas. Lasque vinieron á España descendían de los antiguos semnones, si se ha de dar crédito á la opinión de Zeussí, porque nO basta haber probado, como lo ha hecho este autor, qm nuestros suevos se diferenciaban en todo y por todo de los jutungos. Los nombres de los reyes suevos Bechila^ J«- dka y Masdra^ que nos han transmitido Idacio y San Isidoro, tienen la terminación gótica a en lugar de la

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sueva o, orror perdonable en escritores familiarizados con el godo, especialmente cuando al lado de aquellas formas se encuentra la verdadera; j?. e. Miro, La voz Frantanes es corrupción de Francanes^ esto es, la forma latina por Franca, Idacio escribió Maldra; pero la crítica concede la preferencia á la transcripción del concienzudo arzobispo de Sevilla, esto esj á la forma Masdra^ que vie- ne de MoTd}\ escand. ant., mardaro^ que vale caro viva en alemán; debió transcribirse esta voz con s en el si- glo V, y de ningún modo con r. Es verdad que Eemis- mundm contiene el elemento fimis^ quietud; pero tam- bién es cierto que esta forma corresponde además á otros dialectos germánicos, La intimidad de los suevos españo- les con los alanos y los vándalos, y las investigaciones de Grimm, á quien seguimoSi indican que aquel pueblo fué más godo que alemán* Se tienen escasas noticias del poder suevo en España, y, sin embargo, ¡cuántos fósiles lingüísticos hay en los archivos de Galicia y Portugall

Á la Confederación sueva se debe la lengua del das, esto es, el alemán alto antiguo* Desde el siglo iv empezó á llamar la atención de la historia universal el nombi*e de ahmdtiy es decir, un pueblo de aquella Confederación Mamado así, limítrofe entonces, y aun hoy día, con los suevos por la tenebrosa Selva Negra. Entre los france- ses, quizá por la proximidad, el nombre alemán so aplicó al núcleo principal de la raza, y lo mismo aconteció en- tre nosotros, á la manera que hoy decimos prusianos cuando por brevedad queremos hablar de la Confedera- ción germánica. También los italianos, generalizando el nombre de una nación germánica > dijeron tudescos. Los godos tenían en el carácter alemán; y cuando se pre- cipitaron al centro del país, víctima entonces de sus ve-

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cinos los eslavos, principió la segunda sustitución foné- tica: espontánea, instintiva, vacilante la presentan los siglos V y vi; reactiva, reflexiva, fija, se presenta j'a á últimos del siglo vii; sin embargo, los siglos vm y ix muestran algunas palabras aún dudosas » las cuales con- firman la proximidad del cambio. No arrancó la sustitu- ción del idioma fundamental: las consonantes sordas, aspiradas, sonoras del godo, pasaron á ser aspiradas, so- noras, sordas, respectivamente, en el alemán alto anti- guo; cambio maravilloso, cuya causa discute todavía la ciencia del lenguaje. El Mediodía, las montañas y las se- rranías dan grato albergue al alto alemán; el Poniente y el Norte, las playas y las marismas, los paularas y las navas, los campos y los llanos, las vegas y los valles son las habitaciones del bajo alemán. Parece que hay cierta correspondencia entre las familias étnicas y las lingüisti- cas: al montañés le agradan las vocales claras y las abier- tas, los diptongos, las aspiradas, la energía dóricaí Ic^ poetas líricos, el drama, y deleitan al campesino las vo- cales tenues y las cerradas, las consonantes sonoras v las sordas, la dulzura jónica y el ostentoso aparato de la brillante epopeya. Los monnraentos del alemán alto an- tiguo se levantaron durante el período que corre desde el siglo VII hasta el ocaso del xi; su literatura fué entera- mente religiosa; la propagación del Cristianismo, el fin de la época, traducciones, glosarios, diccionarios, gra- máticas, fueron los géneros clásicos.

La rica variedad de la Confederación, madre del ale- mán, se desenvolvió en la historia creando costumbres r códigos, incomprensibles sin el conocimiento de los dia- lectos. In neaesarm uniías^ in creteñs libertas.

El bdvaro^ pueblo germánico con nombre celta, pre-

549 genía muchas peculiaridades filológicas^ no sólo por la forma literaria tan influyente en la Edad Media, sino por las locuciones vulgares, fieles siempre al número daaU

La gente franca, viva, ínclita y áspera tomó tamlnén para nombre nacional la noción de libertad y do la au- dacia, aspirando á rivalizar con los suevos y los baltos: el sui juris de aquel tiempo no indica el estado opuesto al de la esclavitud; vale la libertad política, sentida ya hasta por los mismos galos, cual lo indica Nervii libeH^ Treveri liben, BUuriges liberi y otros muchos. Los fran- eos, en el siglo nu empezaron á cambiar los esteparios paulares del bajo Rliin por las fértiles flalias, donde la lucha fué empeñada y fecunda; según las pruebas adu- cidas por M. (ruízot, testigo irrecusable, las Grabas esta- ban ya germanizadas á mediados del siglo iv, Al belico- so Glodoveo le faltó un Ulfilas, y por este vacío no tiene monumento lingüístico la civilización franca: nos tene- mos que contentar con los analistas, con la ley Sálica y con listas de nombres propios. Vacilante el franco entre el alemán alto antiguo y el sajón ^ se íncUna unas veces á éste y otras á aquél, pero sin emplear la segunda sus- titución fonética; tuvo por carácter diferencial el empleo de la ch en lugar de la h del alemán, v. gr.: Chanberhis por Ilaribertm {Ikriperaht^ heru ejército; pemhí, ful- gente). La ch cayó con los merovingios, y Carlomagno fomentó el estudio del alemán alto antiguo creando es- cuelas que> á pesar de estar más animadas de formalismo que de espíritu científico, logizaron popularizar la com- paración de los cantos épicos germánicos con la atildada literatura de los griegos y romanos: esfuerzo vivificador^ devado, humano; las civilizaciones nuevas deben utili- zar el buen material do los edificios demolidos; el latín,

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nunca privilegio de los patricios, jamás monopolio del clero, del foro ó de los naturalistas^ siempre popular en la poética Alemania, metamor foseó todos los estratos so- ciales, aniquiló casi completamente el nitmero dual, dio al caso instrumental los caracteres del ablativo latino en lugar del dativo griego y gótico, y usó eufónicamente la r y la 5. Al contrario, recorred las riberas del Mein, el bosque de Tnringia y la Bohemia alemana, y vuestro oído, acostumbrado al dulce acento del inmortal amiga de los pastores y del campo, experimentará desagrada- ble impresión al oir el habla de aquellos francos, todavía no latinados.

El juramento prestado en 842 por Garlos, Rey de los francos, e.stá casi, casi en alemán; pero en un alemán de caramelo j término opuesto al vigor suavo-bávaro, no pertenece al franco de los merovingios; le aseguran m origen alemán la j y el grupo iiOj aunque conserva la d en godes y dag y también la tk y la dh. Lo mismo se nota en la canción de Luis, El poema de los Nibelungos, escrito hacía 1210, fué obra de los franeos-neerlandeses, cual término opuesto á los guelfingos y amelungos, cuyo carácter es suevo- gótico. También se debe á los francos la fábula del Reinhart.

Aparecen en el Elba los lombardos, unidos á los sue- vos y á los marcomanos antes de las emigraciones al Me- diodía, El imperio lombardo tuvo pocos monumentos lin- güísticos, porque los godos se habían adelantado á tra- ducir los libros sagrados, y cuando aquél entró en k historia universal principiaba á florecer la literatura anglo- sajona y la alemana; sólo tenemos los códigos, la obra de Paulus y algunos documentos sueltos; pero los nombres propios se presentan tajj corrompidos en loi

manuscritos como los de las glosas malbórgícas- El vo- calismo es casi igual al del alemán altOj y la misma se- mejanza presentan las consonantes; no desenvolvió la perifonía, pero tuvo los pseudo-digtongos y las sustitu- ciones propias del siglo vii; prefirió las letras sordas á lag sonoras: palco es forma lombarda, balcón es alema- na; también usaba la j por la í, pero no universal, sino generalmente. Por la posición geográfica, los lombardos italianos, relacionados con los rugios y los alemanes, fueron fronterizos con los bávaroa que poblaban el Ti- rol, y tuvieron con ellos por los enlaces étnicos íntimo trato.

El borgoñón fue más afine con gI godo que con el ale- mán, lo que se confirma por la posición oriental de los antiguos borgoñón es, siempre confederados con los go- dos y limítrofes con los visigodos en la cuenca del Róda- no, Son importantes para nuestra historia los documen- tos borgoñones de los siglos vii, viny ix, porque enton* ees el pueblo borgoñón no albergaba á francos ni ale- manes, y los nombres propios no se modificaron por los dialectos de estas dos últimas naciones*

El alemán alto de los tiempos medios, que vivió desde el siglo xn basta el xvi, fué el desenvolvimiento del dia- lecto suevo, porque éste triunfó de sus hermanos como el delicado ático so adelantó al eólico, al jónico y al dóri- co; como el toscano venció al milanés, al veneciano y al siciliano; como el dialecto de la isla de Francia resumió el picardo, el normando y el borgoñón; como el rotundo toledano venció al rico aragonés, á la tenaz lengua leo- nesa, al tierno bable, á todos los dialectos y patueses hi- jos de la variedad geográfica de nuestra Península, de las diversidades étnicas, del contacto con iberos, celtas,

filt

germanos, provenzales, franceses, portugueses y hasta sarracenos. Las vocales de las sílabas radicales del ale- mán alto de los tiempos medios conservaron los caracte- res que tenían en el alemán alto antiguo; pero la vocal de la sílaba siguiente á la radical se atenuó^ hasta el punto de llegar á ser una e indiferente: g'éban se convir- tió en geben. Suministra aquello á la etimología nn crite- rio sencillo y fácil: cuando encontramos la voz Gualtwriú^ de hari^ ejército, tenemos delante de nosotros una voz que proviene del alemán alto antiguo; cuando hallamofl la forma Gualterio^ estamos ya en los tiempos medios. Intacta la estructura del verso antiguo, adquirió finura y regularidad con la perdida de la vocal llena del radical Al nacer el individualismo, el hecho de la Edad Media, encontró la poesía un maravilloso instrumento; y como la literatura pasó del clei^o á los cortesanos y caballeros^ el alemán alto medio suministró no pocas palabras al pueblo, que en nomJire de Dios y del derecho blandía la espada de la libertad contra el fatalismo agareno*

La patria del anáUsis^ ora cualitativo^ ora cuantitativo; la patria de lo que los pueblos neo- latinos hemos dado efl llamar conquistas de la civilización, por las dificultades que presenta su replanteo en las naciones donde aún m sienten las potencias substanciales y totales del paganismo antiguo; la cuna del gobierno representativo; el país de las aplicaciones de la ciencia á las necesidades de la vida; la tierra de la imprenta, del vapor, de la electricidad^ nos ha enviado con los nuevos progresos los signos fonéticos correspondientes. Huéspedes aún, y en traje de camino, m distinguen perfectamente de sus antiguos hermanos, ya naturalizados tras muchas generaciones. No puede creer el pueblo que las voces blanco y wagón hayan llegado á

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nuestro hablar y trato por el intermedio germánico, por- que sólo los doctos conocen las edades del lenguaje. El siglo xvr, precursor de la revolución inglesa en el xvir, de la francesa en el xvni y de la española^ portuguesa é italiana en el xix, creó una cultura á orillas del Elba y con ella un idioma: el alemán alto moderno. Obedece éste históricamente al principio del menor esfuerzo; des- deña la ampulosidad, busca la rapidez y aspira á estable- cer la forma monosilábica- Volatiliza la sílaba final, alar- gh la raíz, y por la lógica prosódica destruye el error y la duda, los dos escollos de la inteligencia, para entroni- zar en la gramática la verdad y la certidumbre, los dos fines del entendimiento. En las lenguas modernas, preci- so es confesarlo, el acento propende á confundirse con la cantidad, El alemán pone el acento agudo sobre el ele- mento esencial ó sobre el prefijo, cual modificador ó de- terminante del concepto: 1/, Géhen^ iré; Aús-gehen exí- re; Ein-gehen^ inire; 2/, Vóll-mond^ llena luna; Kúm' feldj de trigo campo; 3.\ Über-gehen^ superire con el acento en la ié\ Über-géhen^ abandonar. Tdlvec^ Thalweg, se dice en nuestras aulas de Topografía, con tendencia á volatilizar el segundo elemento del compuesto: Tálve se dirá probablemente cuando se cierre el período etimoló- gico.

Así como á los suevos y á sus confederados se les debe la formación del alemán alto antiguo, del mismo modo se debe á los sajones el bajo alemán, reflejo fiel del con- sonantismo gótico, en que se fijó la mayor parte de la raza, y fuente del frisón y sajón.

El frisón, que tiene literatura desde el siglo xn, se ha conservado con tanta fuerza como el amor á la patria de los pueblos, que le hablan en la costa septentrional de

Holanda hasta la Holsacia, La legislación latina del á* glo IX tomó muchas voces frisonas.

Se conoce el alto sajón por el poema del Salvador (H3* liand), imitación de los cantos épicos nacionales^ conser- vado en dos manuscritos del siglo ix. Nació en el territo* rio limitado por el Rhia y el Elba, salvo la banda septan- trional, asiento de los frisones. Las formas modernas del sajón antiguo constituyen los patuesea contemporáneos; su pronombre presenta huellas del dual. El sajón antiguo es la base del anglosajón. En éste se llama geofon el mar, y proviene del sajón antiguo gehan^ que se refiere á un sor mitológico; hebauj cielo, dice el primero; heofbn trae el segundo. La partícula Miítan, pero, sajón anti- guo; butien^ neerl; bútan^ anglosajón; bid^ ang, toca úni- camente alaaa; buzan tiene Is» 5-6, bauszen pausien los documentos hésicos y úzan es la forma del aaa* Es ca- racterística la metátesis de la r delante de las vocales; así es que en lugar de brimnum se dice burnon^ y en vez de bnmna m dice burna. Los 'grupos rl y ?t son comu- nes con el godo; dice lüriso el sajón antiguo y riso el aaa.

Tiene el anglosajón monumentos importantes, tanto en prosa como en verso, porque desda su origen experi- mentó los efectos del Cristianismo. Los reyes, los proce- res y el clero le cultivaron con empeño para propagar la doctrina del Crucificado, Los britos, enemigos del ale- mán, formaron el termino opuesto, y de este choque, con la nueva sangre, resultó nueva vida. El anglosajón es muy rico y conserva elementos góticos, que no llegaron á pasar al aaa; por ejemplo, el pronombre demostrativo se^ seoj thiit que as m^ só^ that en el godo; el verbo eo^^ ir, por iddja\ el verbo bycgan^ emere, por biigjan. Coin- cide algunas veces con el aaa, por ejemplo, dide^íeta^

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término que falta godo y al escandinavo antiguo. Tie- ne elementos del último, por ejemplo, sót, el hollín de la chimenea y materiales propios y peculiareí!, por ejemplo, this.

El neerlandés^ el actual holandés y flamenco, se dife- rencia poco del bajo alemán; con éste debió coincidir en los tiempos antiguos. Le falta la íA, y por la ft del aaa pone cht. Tomó algunos elementos franco- bata vosj en lo qne se diferencia del sajón.

Por monumentos del siglo xni conocemos el escandí- nevo antiguo, idioma independiente en lexicón, leya^ fo- néticas y formas gramaticales: pero aún aquel estado na- ciente se presenta coordinado al alemán y al godo, pero de ningún modo cual brote del uno ú del otro. El conoci- miento del escandinavo es muy útil para el estudio del español, porque las expediciones hechas por los norman- dos en el siglo x introdujeron muchas voces clásicas, y sobre todo marítimas, en las lengua?^ románicas; y como los escandinavos tardaron en convertirse al Cristianis- mo, conservan los testimonios del período mitológico y épico, con los que se prueba la unidad de la ram, Allá en las tierras boreales, la solitaria Islandia guarda incólume el primitivo decir da los escandinavos antiguos; acá el Báltico y el mar del Norte, la Suecia y la Dinamarca han dado finura, delicadeza y gracia al idioma de la tierna y cariñosa Eda, La segunda persona del singular del pre- térito perfecto de indicativo confirma la unidad del godo y escandinavo: ambos expresan la inflexión con el au- mento de una í, siendo así que las lenguas alemanas em- plean un giro optativo. También el escandinavo coincide con el godo en las vocales y consonantes.

Estas son las lenguas germánicas que han influido en

la formación de la española, ya directa, ya indirectamen- tej y cuyo resultado presenta la fonética comparada* (Apéndice*) Causa dolor que un francés de tanta estima como lo es A. Brachet, confiese candidamente^ en Í868, que es imposible determinar la lengua á que los latinos debemos las voces de índole germánica, porque se desco- nocen las semejanzas y diferencias del antiguo hablar de los germanos. Publicada está desde 1836 la rTramática comparada de las lenguas románicas por mi ilustre maes- tro Federico Diez; publicada está desde el 7 do marzo de 1848 la Historia de la lengua alemana por Jacobo Grímm; publicada está desde 1833 la Gramática compa- rada de las lenguas indo- europeas por Francisco Bopp; pero ¿cómo han de saber los franceses la lengua en q^ue liablaron los godos y los suevos cuando ignoran el esta- do de la Alemania contemporánea, según han puesto de manifiesto las derrotas de la última guerra? La vida exte- rior ahoga bastante en Francia la intimidad del espíritu. Nuestro capital lexicográfico se aumenta con caudales de que carecen nuestros vecinos. Tomando hoy el criterio germánico, buscando mañana el celta j el ibero, el semí- tico y el latín, llegaremos á conocer con enlace sistema- tico el origen y la historia de las voces españolas, ¡Tanto vale la fonética comparada!

Novecientas treinta palabras radicales debemos los la- tinos á los germanos, Unas trescientas constituyen el acervo común; y Francia, que por la situación y por la resistencia fué la que más se germanizó^ cuenta con cuatrocientas cincuenta voces propias y exclusivas; Ita- lia tiene ciento cuarenta; la Banda occidental unas cin- cuenta^ y Valaquia es la más pobre del grupo. Las pala- bras germánicas se acMmataron perfectamente en el sue-

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lo latino, y muchas llegaron hasta naturalizai^e, toman- do parte activa en las derivaciones. Comparad el caso contrario, y veréis que las palabras españolas son infe- cundas en el suelo germánico. La voz fanfarrón dio en las regiones del Rhin el verbo fanfaroniren; y por el contrario, la palabra blanco ha originado innumerables derivados y compuestos en la tierra que riegan el Ebro y el Guadalquivir. Nuestro pueblo tiene admirable recepti- vidad, de pocos conocida ó imperfectamente estudiada hasta el día.

Atrilniyen algunos á influencia germánica la antino- mia que con la lengua latina presentan las románicas res- pecto de las largas por posición, y la tendencia que las últimas muestran á coincidir con los idiomas ulfí llanos. Ley común de la prosodia sánscrita, griega y latina fué la regla de posición; la e breve de fero vale una larga en fbrre por ferere. Lo contrario presentan las lenguas ger- mánicas: sünum^ sol; sünih hijo; y también las neolati- nas de objectum^ latino, brotaron; objei^ francés; objei- to, italiano; objeto^ español, Pero la causa es general y revela un progreso. Hubo dificultad en pronunciar mu- chas consonantes de seguida; Pampalona^ Ingalaterra^ Viqídiona presentan inserta una vocal breve; bastó que la falta de agilidad encontrase una dificultad análoga en la pronunciación de las lenguas antiguas^ para que á su vocal breve^ que valia un tiempo, se agregara el retraso equivalente á la fracción de otro tiempo* Hoy las condi- ciones son distintas: educada la voz^ pronuncia con faci- lidad de un golpe dos ó más consonantes, y obrando el consecuente sobre el antecedente, tendencia de la foné- tica indoeuropea, la primera consonante del grupo llega á ser el fin de la sílaba anterior, y, precipitándose en ella

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el aonido, se abrevia la vocal precedente, auntjue larga por naturaleza* Las palabras de origen alemán, si tienen el acento en

la penúltima sílaba y terminan en vocal atónicaj conser- van el acento primitivo en la transcripción románica, por ejemplo, hasa dio huesa (parto del vestido), Pero si tienen el acento en la antepenúltima ó terminan en consonante, suele correrse el acento á la penúltima, en lo que parece que se toma en cuenta hasta cierto punto el acento pro- fundo de la sílaba que sigue á la raíz, v, gr., de dlansüj alesna^ lesna; de hérinc^ arenque; de félisa^ felisa; de fia- do^ accus. fladmiy fHdon^ salió fladon^ flan. Los compues- tos llevan el acento en la segunda sílaba: albérgim de hé- riberga; Reinaldos de ReinwalL

Pasando á la comparación de las inflexiones se nota que las lenguas románicas, lo mismo que otros idiomas modernos, han perdido parte de las antiguas formas iU' flexionales. Débese este resultado á la libertad propia del lenguaje popular, incómoda á la variedad de aquella?! formas; ligada severamente la pronunciación á las leyes de la cantidad, se desvaneció poco á poco el sonido y también la importancia de las desinencias; y amigos de la claridad los modernos, las lenguas sintéticas tomaron el carácter de analíticas. Suplióse la falta del antiguo or- ganismo con voces auxiliares sencillas, empleadas, ya aisladamente, ya como afijas y unificadas en su signifi- cado individual, para indicar abstractamente las formas gramaticales que llegaban á representar*

Refiérese la declinación al substantivo, adjetivo, nume- ral y pronombre, para expresar con la forma flexional la relación del género, número y caso* Que allá en los al- bores del siglo xvfi afirmara nuestro Dr. Aldrete qm

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los nombres góticos son indeclinables, merece sin duda absolución^ porque el ilustre español obedecía á criterio extraño, puesto que ignoraba el alemán; pero que en el año 1867 el distinguido Augusto Brachet muestre igual ignorancia (pág. 52 de la Historia de la lengua france- sa)^ es una ofensa a la cultura de estos tiempos.

Desapareció la declinación en las lenguas románicas gradual y sucesivamente, y partiendo de la lengua ma- triz» Se suprimió el genero neutro^ y muchos substantivos pasaron á ser masculinos, correspondientes á la segunda declinación, con la que tenían semejanza formal. No ca- bía reforma en el numero, puesto que el latín había lle- gado al límite, y se stiprimieron los casos, sobrevivien- do tal cual vez el nominativo, y casi siempre el acusati- vo. Dominó decididamente este hecho en la transcripción románica de los nombres germánicos: 1/, Balcón {bal- cho); 2/, BlapíüÓn (drato); 3/, Gonfalón {gunéfano); 4/, Girón (gére); ñ,% Airón {heigir); 6.% Ctuahanón {wa- raniú); 7,% Grapón (úhrapfo); 8.\ Esporón (sporo); 9.\ Esturión (slurjo)\ 10, Gasón {waso).

Hay también huellas del genitivo: tal es la segunda vo7. de Fuero Juzgo, forunijudicum; los nombres de la sema- na en e.5, como JUEVES, y los patronímicos en ez. Larra- mendi {Gramática^ páginas 10 y 11) atribuye al vas- cnenceel origen de los patronímicos en ez: Rodríguez DE Rodrigo, Fernández de Fernando, como el vascon- gado BERÚN, plomo; brrunez, de plomo; pero los vascon- gados no emplean nunca esta forma para los patroními- cos, y dicen Manuel de Garagorri en lugar de Garago- rriex. Más probable es el origen gótico: e^^^ y antes ity conviene con í?, termiu ación gótica del genitivo: Rode- RÍQUiz, Rodríguez, es igual á Ilrúthareiks^ gótico. Fér-

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nmANDiZj Fernández, lo es á FrithanantkiSy gótico- Se aplica esta terminación á casos impropios: en lugar de Flor I, Fortunii, Pelagii, Petri, Sanctii, se dice Floris ó Flórez, Fortúnez, PeláeZj Prrez, SAngheZj exacta- mente cual en los días de la semana se arranean á la r;ra- mática los genitivos MmKCQhFS= Merctmii Lünes=Íik- nw^ dies.

El género de las voces tomadas de las lenguas germá- nicas coincide casi siempre con el original, á lo menos en los femeninos terminados en a. Así, Aoalstra, AiíAn- SA, Arka, Bar a, Barta, Bioa, Binta, Bohta, Brecha, Britnja, Duahila, Fedara, Fehida, Gelda, Halla, Ha- rá, Herda, Hi7.a, Hosa, Hütta, Iwa, Kripfa, LippA, an- glosaj.; LouBA, Marka^ Riha, Skalja, Skaraj Skella, Skina, Skolla, Skurai Slahta, Slinga, Snepfa, Spaítna, Stüpa, Uvotha, Werra^ Wanoa, Wias, ZARaá, Zaoia, quedaron femeninos en a al transcribirse al romance. Es verdad que FijANco se diferencia do hlancha^ pero este etimología es algo dudosa; también albergue difiere de heriberga^ pero en el Norte la forma kerbergi es del gé- nero neutro, y es posible la misma estructura en el aaa.

Hay una diferencia entre el godo y el alemán alto an- tiguo que pasó á las transcripciones españolas. El género masculino de la forma débil del godo se indica por l;i ter* minación a y el femenino por o, y en alemán alto anti- guo se verifica lo contrario. Así, Amala, Axila, Tüloa y Vamba son nombres góticos de varón, y SifilO (Si/í/iJ), TuLGKiO [Tulgüo) lo son de hembras. Ezilo, Heímo, Que- ro (Kéro) Y Rando son nombres de varón en alemán alto antiguo, y Helíspa (Helispd)^ Uota (Ifoiá) son nombres de mujer. Tácito nos ha conservado los nombres Siro, Tmsco, Vangio y además el nombre gótico Catuaí.ba.

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Los nombres Ino.^vones, Hermino?íes, Semnones^ (tOtho- NEs suponen un singular en o del alemán alto antiguo. El latín homo homims coincide con el alemán alto anti- guo A'bmo, Komin^ y ambos se diferencian del godo ffu- fna^ gtmwis. El masculino latino tiene, como el femeni- no^ la forma virgo virginis. Los nombres propios de am- bos géneros suelen hacer el genitivo en onis con o larga: Otlw^ Plaiú, Jimo^ Dido^ como temo temonis^ se^no se- monis.

Así como al formarse el español se prefirió para el subs- tantivo la primera declinación y aun se empleó la segun- daj del mismo modo se concedió marcada preferencia al adjetivo terminado en us^ a^ ?mt, y esta clase sirvió de tipo para las transcripciones germánicas; por ejemplo. Baldo, en los compuestos (bald)^ Blanco {blanh)^ Blao (6/<To), y además Bravo, Bruno, Brusco, Chato, Drudo, Esdrújulo, Fino, Franco, Fresco, Gallar do, Ctangho, Gayo, Gofo, GüerghOj Laido, Ligio, Listo, Lozano, Mo- cho, Rico^ Tacaño- Se exceptúan Felón, Fol, Gris.

En todas las lenguas de la familia indo- europea coin- ciden los nura erales, y, por consiguiente, no hay que bus- car fuera lo que abunda en casa.

Lo mismo se observa respecto de los pronombres per- sonales; pero en el posesivo nuestra lengua tiene una pe- caliaridati, sobre la cual llamó vuestra docta atención, en solemnidad igual á la presente^ el ilustre difunto Don Salustiano de Oló^aga. El pronombre posesivo suus se usa íinicamente en plural por españoles y portugueses; las otras naciones latinas tomaron el pronombre de la tareera persona üh^ y de la forma illorum sacaron un nuevo posesivo, que los romanos de la banda oriental, conservando el sentimiento etimológico, dejaron indecli-

nable: loro^ italiano; lo}% valaco; mas los de la banda del N*E* le sujetaron á declinación: lo}% lors^ provensíal; leur^ leurs^ francés. Igual procedimiento empleó el alemán; pero el godo tuvo para el posesivo plural sein^—'^w-^f'^'^ del genitivo del plural seina^^s^^^^ de manera que en es- te punto coincide el español con el godo.

El pronombre indefinido maint, mainte^ francés, liga- do con la voz española tamaño y con la italiana iam/rnto^ es aún objeto de vacilaciones y dudas, pues aún le sacaa del cinro niainí^ multitud^ y otros del alemán rnanag.

El pronombre degim^ dengtm es provenzal; se dice degu aun ahora mismo, se usó antiguamente, por ejem- plo, en el Fuero Juzgo, y es popular en muchas localida- des, donde se tiene por vicio fonético. Debe su origen á la imitación de dihein^ ullus, aaa.

La independencia de las lenguas románicas campea completamente en la conjugación. El latín popular puso los cira^ientos; su^ dignos hijos, los romances, levantaron el nuevo y grandioso edificio* El espíritu analítico utilizó los escombros de la lengua del Lacio para ñmdar para- digmas; suprimió unos modos y creó otros; anuló tiem- pos, y dio vida a expresiones más finas, más delicadas y más precisas de la forma del mudar.

Inferiores en esta materia las lenguas germánicas á sus congéneres, contribuyeron muy poco á la historia del nuevo progreso- No hablemos del verbo substantivo, cuya esencia es general en todos los géneros^ especies } variedades de nuestra familia lingüística; pero rechace- mos, respecto del verbo haber, la excéntrica idea de que debemos el auxiliar al haban gótico, y la no menos pem- grina de que debemos tan útil auxtho al semítico kaiohh^ que significa, como suyii^ es^ esse^ ser, estar y haber; hon-

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remos la memoria de nuestros padres y no busquemos abolengo ignoto y dudoso. ílabsr es un hijo tan parecido á habhre que, en un litigio sobre legitimidad, los módicos forenses darían testimonio tan terminante, que llenarla por solo el vacío de pruebas históricas. Ningún roman- ce ha fotografiado mejor que el español el verbo ¡mbkre; consérvase la h y además la 6 y como probar de probare^ haba de faba^ caballo de caballus^ libra de Ubra, En esta esfera la lengua española os rica y precisa: tiene los ver- bos 5er, haber j estar ^ que corresponden á los tres concep- tos fundamentales de ser, esencia y forma,

E^a declinación abandonó las desinencias y empleó las preposiciones j progreso admitido entre los mismos ger- manos, que por de y ad el neerlandés emplea van y aan y el inglés ofy to. Recorred á Cicerón, á César, a los es- critores del siglo de Augusto, y encontraréis, á poco ho- jear, los nuncios del espíritu analítico, el verbo auxiliar habeo dictam por la foroia sintética dim. Jamás el espa- ñol renegó de su patria <

Armónico como pocos, enriqueció con la variedad el diccionario de los verbos; pero dándoles la carta de na- turaleza del primer paradigma y enviando al tercero los derivados con i ó J, Ejemplos: 1/ Afontar, Agasajar, AouAiTAU, Atildar, BiLiNDAR, Bogar, Britar, Danzar, Escanciar, Esmaiar, Esquivar, Estampar, Gratar, Guardar, Guiar, Guindar, Lastar, Llepar, catalán, Marrar, Raptar, Rentar, catalán, Tascar, Tirar, To- car, Tomar, Triscar, Trobar, catalán. 2/ Ardido, Cosido, Fornir, Guarir, Güárkir, Jaquir, Marrido, Rostir, catalán.

Del adverbio sólo se tomó el anticuado a reo y hoy ürreot que vale, sucesivamente.

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La potencia derivativa de las lenguas románicas es ri- quísima. Muertas muchas voces sencillas» ya por su in- completo signíflcado, ya por su embarazosa forma, la necesidad abrió el cómodo y seguro camino de la deriva- ción. Las lenguas modernas son realmente creadoras: pocas raíces, muchos brotes^ son los caracteres lexico- gráficos del hablai' contemporáneo. Los elementos forma- tívos^ heredados de las lenguas antiguas, campean en Im idiomas hoy vivos^ pero para las combinaciones se han limitado sus derechos. Esterilizados algunos, tienen ca- rácter puramente inorgánico, cual ya le tuvieron en el mismo latín: bulus de paii^ulmn; bra de latebra; elis de fidelis¡ raonimn de testimonimn; ester de campester; us- ier de paiusier; uus de ardims. La mayor parte conser- varon su fecundidad, y se unen también con loa elemen- tos germánicos.

Guando un sufijo con e 6 con i se agrega á las conso- nantes c ó g^ ¿pierden éstas el carácter gutural, signien- do la ley general de los romances? Triunfante este canon en el derecho patrio, se modificó en el internaciouaL Du- rante los primeros siglos, cuando los órganos vocales ta- ñían la sensibilidad necesaria para suavizar las gutura' les, los derivados se sujetaban al precepto general: de dñ- ricus salió deree-ia; de vacaus brotó vacio. Perdida aque- lla sensibihdad, las guturales, colocadas delante de las vocales blandas, recobraron su pronunciación; así lo de- muestran las voces borrigu-Bño^ ciegu-ezuelo^ daqu-esa^ poqt^ülo^ largu-BMa. Los germanismos no experimenta- ron el ablandamiento, porque su introducción se verificó en el último período: de bank salió bmiqmlloi de nmrka^ marqués; de rtchi^ riqueza.

Las voces germánicas se naturalizaron con tanta fuer-

83S

za y rapidez, que dieron y dan frutos fecundos; del adje- tivo Bf*ANco, por ejemplo, salieron: Blancardo, Blan-

GARTE, BlANCAZO, BlANGURAj BlANGHARDj BlANCUETB,

Blanqüas, Blanqueación^ Blanqueador, Blanqueadü-

RA, BlANQUEAÍIIENTO, BLANQUEAR, BlANQÜECEDOR, BLAN- QUECER, Blanquecimiento^ Blanquernes, Blanquernia» Blanqueo, Blanquero, Blanqueta, Blanquete, Blan- quición, Blanquillo, Blanquimento, Blanquinoso, Blan- quísimo, Blanquizal, Blanquizar, Blanquizco, Blanqui- zo. Algunas voces extendieron con facilidad los germa- nismos cual calco del original^ por ejemplo: Bedel de putil; E^CABiNO ESCLAVIN de skepero; Eñc/íhm de skilling.

Aun cuando la lengua patria contó con muchos sufijos desde su origen y oo necesitaba empréstitos extranjeros, se enriqueció, sin embargo, con algunos germánicos: ta- les son Aldo, Ardo, Arte, Ing, Lino, Valt,

De adjetivos germánicos salieron algunos substantivos, y también se realizó el caso contrario: por ejemplo, del alemán rracke salió braco, braca, como de cicemn bro- tó chico, chica. De verbos germánicos ya españolizados se derivaron algunos substantivos: de Gastar, Guasta- RE, salió Gasto, Guasto; de Tirar salieron Tira, Tmo, y del catalán Trobar salió Troa.

En la composición las vocea germánicas siguieron la ley general.

La sintaxis es hija del genio nacional, y está sujeta á las evoluciones históricas. Las lenguas germánicas no pudieron modificar el modo de pensar, sentir y querer de los pueblos neo-latinos. Comparados los dos géneros de idiomas, la observación confirma lo que predicen las ra- bones y conceptos generales. Oriental la sintaxis españo- la durante los siglos xiii y xiv, clásica después, se acó-

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moda á las necesidades de cada época: siempre ^ave y sonora; con ricas ^alas y hermosas preseas, cuando sirve al sentimiento; con sencillez lógica y admirable claridad. Cuando es el instrumento de la ciencia; ayer en el pülpi-- to, en la homilía y en el libro mostraba la vaguedad del misterio para cultivar las relaciones totales de la socie- dad; hoy en la tribuna, en el periódico y en el telegrama ostenta el vigor, la exactitud y la precisión.

En conclusión, los germanos, destruyendo el patricia - do romano, favorecieron el desarrollo del latín popular, y contribuyendo a crear la Edad Media, el período del individualismo, propagaron por el área románica los nombres de las nuevas instituciones. Formados en las entrañas de la historia I03 dos términos principales, el Estado y el individuo, los pueblos germánicos aspiran á crear el armonismo de los dos y envían también á los la- tinos el diccionario parlamentario. Con los progresos de la libertad caminan los de la ciencia, y al movimiento inaugurado por Leibnitz y por Newton sigue una serie de invenciones y descubrimientos que tenemos que bautizar los pueblos, cuyo destino providencial nos lleva á otras esferas no menos grandes y gloriosas. Los españoles, des- de el Occidente europeo, y al través de la soledad de los mares, hemos enseñado á la humanidad los límites del mundo, creando la historia universal, arrancando ák ignorancia miles de miles de hombres, dando el verdade- ro dominio al que es eco ó imagen de Dios. También el habla de Sigüenza, de Granada y de Cervantes enrique- ce, no sólo las lenguas románicas, sino también la del altivo y fiero germano. ¡Y ah! En las universidades de Alemania se cultiva nuestra hermosa lengua, se estudia su gramática, se fomenta su lexicografía, y se levantan

537 con tantos y tan señalados esfuerzos monumentos que honran al género humano. Nuestras universidades no coiresponden con la recíproca, pero el arte de Mariana prueba ésta^ al parecer, desoídla. La España católica siem- pre miró con desconfianza las mercaderías fahricadasen el país de la reforma; pero, á pesar de los patricios, el pueblo balbuceó las voces germánicas^ las acomodó ó las leyes de la prosodia patria y las reselló, no con las parti- das del presupuesto, sino con la fuerza independiente y rigurosa de Sagunto y Numancia, de las Navas y Lepan- te, de Madrid y de Bailen. Podrá el semidocto introducir barbarismos sin labrar ni pulir; podrá el docto cambiar el acento de las lenguas muertas ó para él desconocidas; pero el uso, fiel á su conciencia, condena ó absuelve, ad- mite ó perfecciona, altera ó restablece, llevando siempre por divisa de su escudo el dicho del príncipe de los poetas populares, deD. Pedro Calderón de la Barca:

Del más hermoso clavelp

Pompa del jardín ameno, El áspid saca veneno» La oñciosa abeja míeL

m

APÉNDICE.

VOCALISMO,

La a gótica eq ai vale u la a sánstTJta; ni una al otro teagua tienen la ép^ si Ion DI la óniÍQroQ, modlfif^c iones ks dos de la vocal fu ti da mental, Eo voz de U á sánscrita, extraña ai ^odo^ empleó éste la 6 y tal cual vejc la é, vocal peculiar del idioma ul filia no» porque el godo es en el grupo germjH uito lo que el jónico es respecto del ático, dórico y eólicor únicamente el frisón antiguo tiene también la é gótica, El noDii)re propio Sueho, ósea Sni:imjst de los documentos, despierta la memoria del vocablo gótico fü^r*, hoQorabilis, gratus, acceptus; pero como la forma Sitarim es tan tisuál como Suerius y conviene literalmeote cou suári gravist alem;ín alto auli- gno; üchwpr, alema u alto modera o, es la inicial y la fnente de Strciía, cual át priinartus salió primero. La a primitiva se soldó con el española caaudo por la pcnfonia había pasado á ser e en los manantiales alemanes.

í, Alberouk [heriberga^ aaa: i/\ heri^ ejército, aaa; harji», %; fA pér- kan^ aaa; bergm^ aamod; bairgan, servare, tueri, g^

S. Blaxo, el alce ó grau bestia, Cervns alces de los natnralístas {ilaha, aaa, y éste de ales». Caes, b. g, ti -27, áX-ATt, fuerza),

3. ^sGANCUn [icencatn y el !^u8t. ^cenm^ aaa, el arcaico scanjan^ neanc^ /í>, de donde el lat* med* scanúiú, sGantiOt ley. sal. U-4, cod« fald.)

L EscuALA, cat. ant. Croo, d Esclot, cap, 5 {scara, aaa).

5, EsH ALTAR {mi^lzan y el arcaica ^mahjan, smaUjan, aaa; sr.kmeizm^ fundir, derretir, aamod; smattum lat. med,), Covürrubias decía bien: •) será alemán por haber venido de allá...*, y trajo el nombre eon Ib ia^en- ción,3>

6, EiTRACAii, térm. arag. {9trecchan, cansar, aaa).

7, EsTeáPADA {itrapfen, tirar, 9ai?,o; slraff, lieso^ tirante, terco, aamod).

8, FA?fao [/am, lutum, g., cuyo genitivo es fanjis^ fmni, aaa),

9, Flaíí, Fladón, Flaós {(lado, Veuut. Portar /lato según otros; de ^- da úlado^ aaa y el fem. fiada, laganum. placenta, torta, libns. famslp

S30 10. Gaje: (vadium ó wadiunh prenda. U Alam* vadi, plgnus, g.; weiel,

4 K Garatta, dac. navarr. bosque artice b I [warenna, cozo de caza liig, de los tiempos medios; toarantíe^ neerL de nJar^n, guardar, aaa), fS, GASAjAnf Agasajah (^oíe/ijaí», aaa; mljan, of ferré, immolarCí g.) 43, Gasaliaües (eittn meis psaüambas, copurticipeg, doí*.. del año S04). Esp, sag, 2G-ÍÍ5, donde gasalianes aparece formado caal el pl. ^éU gamljan% ^áQmñ& gasalia^ comunidad, sociedad, lat. medj.

H, Guarir {ííarjan^ prohihcre, vetare, impediré, g.; w^rjan^ aaa)» 45. Nauiu^, tórrji. for, (nám^ cscnnd. nut.; náma, raptio, raplura, aaa, cual prenda do prendar; los franceses lomarou el plural y ditíüü nans). 4 6 * SAt A ( sai , do m US , d e sai -jan , ina n ere , d i verteré ^ g O De aqui a. Salo, pagus, el coto atMsariiilo de nuestro D. F. Caballero* h. Salí, rio boy Issel, eu cay as riberas vivían los Salios Saltl, kmm. 47-8,

c, Siuco {salicm, »atigm, voz híbrida, porque bi terminEscióo no sale de la aleraaoa ig^ sino de tct*s, lal. como Geia, gBicm; Goíhüs, gethlüm; Francus, franckus, Ticura sálica, propia del varóo, declaracíén n^itnml en una ópoca en que la personalidad política estaba ligada al suelo, y éste se asegnraba más por la fuerza del bra^o que por el principio del derecho*

d. Los nombres propios Salecus, Salius, SALFCito» Salas» qnizA Sa- raza n.

Los nombres propios, eu cuya composieiÓD entra el Tocablo hari, ejér- cito, como Gund-hari {gumí, pu^^oa bellum)í Wailhari {wali, domioador); XVerinhari {werin, defensa), pertenecen al aaa, y se transcribieron mudan- do b a en ie, n s;ibcr: Gontieho, riUAí.TtEiio, GUARjímno, galicismo cual ar- gmiit*r de urgmtdrius; pero al fio prevalecieron las formas GüNteno. Gual- TEnio, GuARNEuio, tiijas del alemán alto de los tiempos inedios: Guntkér, Walthér, Wernhér. igual giro establecieron italianos y franceses, por ejemplo, sparaviere, $parvierc, it (ípanoarif gavilán, aaa.j sparva^ g*); ápertmr, fr.; pero los españoles decimos IÍsimrvbl, EspARAVEtí y los cáta- la nea formaron el verbo Espahvkrah de EspAaviáL, como Amilanar de Mr- LAPiOí lo mismo muestra la forma EspAüavÍn, porque el caballo levanta en alto la pierna enferma, como mueve los tarsos el Esparavel, y la voz ca- talana E$parüerenc por Esparava^í, consta do esparver y de ia termina- ción ene.

Los nombres fnmcoA Elbcteo [ElecUm); Elkctulfo {Etectülfus]; Ele- jmois {EÍ6ctrudü)i ELeTAttoo {Eieclardm), contienen el elemento ai A«, tem- plum axí, g,; nlah, aaa; mlh, anglosajón. Luego Electeus franco es igual á Alabpio, aaa Auitnics, servidor del templo, íí* EticrnüDis franco es

igual h ÁÍúhtrád^ aaa. Electclitüs franco es Alauolp, el héroe del tem^ilOi ntf, lübo por héroe. .4 igaal re^la ohedcao el Donibre Seal us por Ssnu.

los üornbres francos prevaleció b ñ larga; presea tan eslc heeUo loi nombres loascu lióos» formados coa mérfls^ metnorabler y loa íetncaiios eou ftédii^ olegancia, correspondo esta vocal á lo ^gótica y latí na « yáUd del alemán, ia voz franca flédis, corresponde á la alemana /Idí» y por su sii^aiflcado es elemento de maclios notnbrea de mujer.

i , A LBOPL E D I s {A IbofíéJis) f ra n c O .

a, BHüTeFLfaus [BértefUdu] franco.

3* FAMEROFLEais {Fitmeroflédis} fraaco.

4. MEftOFLEDis [Méroflédis] franco. Como ta misma é gótica se iucUnaha á la t, tía y formas con flidis.

4, BjLtTAFLtOtS,

i, GEaFLíois,

La e latina breve ae romanceó por U: bim de büm^ yerno de g^ner, mtja de ü^fuJus; pero bo sucedía lo mismo con las voces germánicíis^ po rejuela mayor parte habiaii tom>ido el sonido t antes de llegar al oído de los ro^ tmmos. Sin embargo^ se notaa los casos signlentes:

1. EspiEüo y también Est>&PO, Espbtq {sp$r, aaaj speer, laDza, ó de fpk- pQnta, oamod,)

t^ Yelmo, Bielmo, £liio {helm, aaa; heim, aamod; hilms, galea, g,)

Las formas s/JÍr y hiím no dan ie, y p:ira establecer que Fieltuo vieoede filz, hay que probar a a les la posibilidad del intermedio felz, como foruta secundaria.

I,

La í y la í sauscrit;is pnsaroa á ser i, y ei en el godo. Ei es la expresióa gráíiea de la i cu todas bs otras lenguas geroiá oleas, salvo el alemán nlto moderno, y ei representa la i sánscrita ^ principalmeote en d filial de los temas fe me u i nos del participio presente y en el comparativo* Ül filas, il trasladar del griego al godo los uombres persoüales y gísográ fieos, empleé con frecuencia ci en lagar de iota, por ejemplo, Teitús por Tkoc» y también escribió ii por ei. v. gr., ^aiiapetTíia por SamarHiéSt quizá porque ea elií* glo IV se proauQclase ei cual t larga, como io hace el griego modemOtyei probable que ésta es la fue ato del grupo gótico ei.

La sustitución rom/miea siguió la ley de la t latina. Hito de flliumt Uri» de nityrn, vil de v'ilis*

1. Gatñ), térm, marit, {greipan, arriperOf g,; krifan^ grifan ^ ana: ^Hpá, escam, ant.}

511

i. Gats {gH$^ aaa).

3, Guipad (rei/^an^ coronare, g.; wifan^ asa), de donde Guípur, especie de encaje*

4* Quis4 (veif^ g«; Et?fii| aaa; wvise, aamod)*

5. HYsm*9^ ISKHN' («i^jín» hierro» g«; i^^arn» aoa; i^fr^f anglosajón. La \'er- bena, de la que Pliaio decían herba para qaa coronabaDtiir hellum indlr.- tarl se Uamaha í$arnm, imnhm^ a*ia, henhart aaa de los Uemp. med,; Ei- Benkraut, aamod.* 6 sea íriSt^íT^í'íS" de los griegos, Ferrarca de loa latió os. y §egun las sapersUeiones germánicas se supuso una relación entre el hie- rro y el dios Marte» y de aqui el aombre de la semana, como SoUeqmtm, dominico; Lunaria, Luna; MercuriaÜs^ miércoles^ Barba Jovis^ ¡a^vGñ; Ca- piUm Vtnem, vlernca). De aquí U.^Anoi IzxAnñi {isauharí duro como el hieiTO, aaa}*

6. ¡VA {tejo twa, aaa ).

7. JioA, GmA i í as trámenlo de cnerdas» haüe con acompañamiento de niüsiea {gifie, m de los tiempos medios y el verbo ^í^); de aqai JigoU, por la semejanza con aquel inslru meato, como nota Covarrubias,

Lista [lista^ aaa). Mita (misa, aaa.; mite anglosajdn).

iO. Rehilo {reiro, tremor, terne motas, g.); Beiulab {reirán, tre- meré, g*}

10. Rico ( 1,^, reifei^ n. princi patas, g, Hchi, aaa; 2,^, rmki^ m. princeps, g,; rex^ lat,; tít, cett.; y 3.^, m/ri, que hace el genltiTO ea/t5, [>otens» g.; richi aaa todos tle rajan, iánscrlto).

11. EfXA {rim, numero aaa). La voz latina RhythfímB no pudo dar las italianas rmmo, remito ni las otras voces romáuicas. Como rim vale tam* bien ringlera, huera, dio el verbo AaniMAn, DerceOí AiiatMAH y UiooLi^Ta, ü» pT* y EiGOLÉTo, II* ap.f especie de b^uic, estos dos últimos deben su ori- gen A riga, clrcaarerencta aaa.

La í gótica inicial se cseribia con dos puntos; suele ier e eu el alemán alto antiguo, y con mayor generalidad es é en el de los tiempos medios y en el moílerno; se estaribé con crema é cuando está en nna silaba acentua- da. La transcripción romáuica aceptó la «, siguiendo la regla de la i latina breve; c«6o de cíbus, refjo de rlfjidm, mo de vídeo.

I* CAMAaL[£?jan {chafííarllng, aaa, carnarlingas camertengus^ lat* med>; Ktimnwriing, aamod, cubicularius» diíetarius, vqz formada con camero ca- mara, lat.)

% Elmo {kitrm, galea, g.)

3. FELdíT, Felojíía, y en Berceo Fklló.^, Feuo«ía (/Slia, aaa y acusat. /filón, /iílm).

4. FaES€o {frise, aaa)p

U2

5, SSxT, !$entído intimo^ Fuero JuzgOi Berco0, Alejandre («tn, aaa) de aqai Senado^ sensata.

ñ Se^sesgal i^nsscaícm bajo lat.; nnincath a«a: i.°, stnt, a a a, róferídotl superlativo gótico sinisífi sénior^ del mismo radical que el lat* seaex y el gaelico sean; 2.*, fkalks, servuíí, sirvió» te, criado, g.; saalht aaa),

[lay udeiu^s ak^apas palabras eii las que m gúúmvvó la t modificada par- cial meo te por el aaa.

4> HiiiT.iii {brUtiam, romper, quebrar, anglosajón)* Se tenia cslc verbo por peeuliar del portugués* basta que el ilustre D. A* FerDández*G«erra y Orbe, en el Glosario del Fuero de Aviles, observó naturalizadas bs formas: bfüavan^ 6riÉó, ad caminum britatum,

t, Esüaiaira {$kirm^ skerm, escudo, aaa; y el verbo sJHrman dió sdirc* itieut por aietíi tesis de la T]f de aqui EsíjnmAti, cat* y EsfíHíMA*

*4é Espun l^pchón^ aaa; iptíhen^ aamod: io spy, iiig^ y se vela unidad superior en k serie; spichra^ lat. a/ÍTET£tv gr pac, ver, sáascrito).

i. EsQti'TFtE (s/fif, aaa; skip, navis, g.} de aqní la vacilación enire la /y la /j, esto es. Esquifar y EsííurPAR y Eouipah-

h. FuatoLAS {(lintgtíits, iüg.: L", flínty sile\ de vlins, aaa; 2*", j^tost, cristal),

tt. Singlar [seijalén^ aaa; síf/ía, escaud. aul*)

7, TjuAft (faírtin, solvere, lacerare, g.; zéran, aaa)*

8. TutsüAn iíhriúan, triturare, g.; dreskant aaa).

Se nota tat cual vez la i de la dorivación, sobre lodo en los aombres étuicos;

1. VA?rDiL]o«; ( YanditU Tac. se liga con d nombre de uu béroe, VandU^ é sea Ventil, aaa. VintiUi do Pliolo se reitere á Vandah ó Vandalíi Tac, G€f. 3. La vojs lio se refiere á wandein ó wandern, andar, vagar p porque a demás de qué entonces eran andantes todos los pueblos germen icDiá, ae deriva de vindan, [deetere, torqucre, verteré, g.; wintan, aaa, vinds, vienío^ g-; winít aaa, cual ^'A'rpovou Cou eUos afines eran los Vinheucos {VinííéUd, TUiüo 3"20-at). El nombre de los Vesetos» Vénéli Tac 46, que éste proba lilemen- te escribió con ortografía g-ilica, quizá salió de Vaudati, en decir, qfle le* górmanos aplicarou sucesivamente lo!^ nombreí; éluicos ViWííi, Vftn- dati, á los eslavos con las formas Vinidi^ Veneti, VináiUi y Vandalti sai entre como ís& es á A^^c, nomo Cimber es á Camlter, El nombre étníeo se ba conservado en alguoos persona les«

(* Vaxualbrrto [n^andalherht, aaa]-

$• VA?íaáu;tsiLD ( Wmida¡f}isUf aaa).

d. V A s ftA L M A 11 { Wan da i md r , aaa ) .

i* Gambhivios, GAMAflaiij?íos {GambrivU, Tac* kambwr, ^ambar^ síx^ ÜUU3, sagax, aaa]< De aquí:

543

a. G^MBAA, fuadador de una linaje lombardo.

6. SfCAMiRDs (Si^ambri^ Qms. h, g, i-16, esto es, Sigigam^ir, los saga- ces para cottsegmr la victoria, bello strí?nm).

El franco puso eicü lugar de la i larga: tul se observa en )a voE /<?*/'(*, por ejemplo, qne es elemento de machos compuestos; débese este vocíiblo á fl/a, nechat escandinavo antiK'no. y tan^blón especie del género EriopliD- rum, muy útil en el Norte, porque era un^ pelusa que sirve pararüllenar loa CGlebones y las almohadas; los nombres de plantas so emplearon en los nombres de mujeres.

I. A0itoTEVA {AuroDéfa).

1. Genoveva {G^noüéfa) í^agan, i/,quierda.

3, M,\acovEVA. {Mareov^fa).

L SoNQTKVA [Sonnúveifa],

9. ViffoVETA ( Mmt^ifai .

O.

La o pa.Ho geaeralníeale integra al español. Hay además jilgunos dipton- gos que provieuen de la 6 gótica y de In o alemana breve, porque la o go- lilla pasó á sor í; y £>« en el aaíi* También la u del godo llegó á ser o en el alemán, y se traosformií en o el diptonjEíO ^íético au.

L EsPütA, EspoLÓx, EspoíiA, EspoRÓK. EspuRtA, EspüEHA (s/joro, a, cuyo acusativo haec ^porón, y de aqui las formas dobles).

?, Eíirottx; laucad era pequeña , Espoluíab, tejer en fomiú de espolín {spuohi canilla f ana),

3p Faüistol {ffdzslmí, Vfitzstml, curulis sella* aaa}»

i, ['ali>istohio {fait'í^tufii, aaa: I,**, /"oííffi plica o, porque se dobla como la silla cnral; 1°, $tmt, slUa).

5. FonnOf Fon be no» FosnAíR; FoELiEnp FoBLEato, Fuhuiil (fdíff , vagina, g,; fuotar^ arta).

G> HuKSA, parte del vestido que se ponía sobre las calzas, poema del Cid [hasa^ om^ lat. med., de hosa^ caliga, aaa, kme^ eakón* aamod).

7* RosTtít, i\H}\r, cot, [róHjan^ aaa y ramíjijn blpot* y arcaic), de aquí [iLTSTRta en bable, y qae signifit^ tostar el pan y masarle cuando esta tos* tado 6 duro*

B^ RuerA iroccOf naa. roekr. escand. aat.)

Con mayor rigor tomó el español la o de los nombres francos, queeqni* vale á la «o del aaa*

1. Boto, nombr. prop. {Bábo^ franco, Puo/]o, aaa).

S . C BOT I L D fc ( ChróiihUdis , fra nc o » Hru odh Ut d e hruod, gloria , ao a ) *

E. DoattüísiLo [Dómigmlui^ franco, Tuomgisai, aaa de tuom^ judí^ cinmi aaa)*

544

4, FnotEiTfv {Frótbertui, fraocoí Fruotperahi, aaa).

5. GopELrNDis {Gádolindü, franco; GaoHintt aaa).

£1 fr^uco Üuctaó al^uúas veces entre k a y la au^ y la miama vAciladóD se propagó al españoL

i, AusTaeiTALüo, Ostrkvjildo {AustreDalduf, OUreimldux eo Iritiiao).

3* ñAüCiiJHGQ, RüQ[i[KGO (Hauchingtis, ñóchingus, usan 'máisUnU- íiiGiite por Gregorio de Tours)»

No dífitingae la eseritara gótica entre la breve y larga, de manera que uDicnmcnte por iudüccióa se conoce la cantidad de esta vocaU Los códices del aaa presentan la reduplicación y el signo circnnllejo. Croo con Bnpp qne el godo tuvo u larga^ porque las comparaciones sumiüistran sólidas pruebas de este aserto. Los romauces peuiusu lares siguieron la ley latioa, como buko de 6«6o, mnja de cü/uj, lumbre de lümsns

1 . BnoNo {brúñy aaa; braun^ rufns, aamod; brown, lug» se r enere al ver* j^ótico brinnauf arderé, caudere).

a, BonoxA, de hruna, cosa parda, según D, L Ca^'eda, iotrod.á las poe- sías en dialecto astunaiio.

b- Brojíge [bruno por los intermedios brunizzOf brunniccio, bruniio, 5ní- íitiio, bruñKQ, dislocado el acento y el verbo arcaico brunizzare).

c* Bncs, apellido: BauNO, nombre {Brúm^ aaaj.

d. 5a(j?r[Af test, del rey D, Ramiro de Aragón, añade 1061 {brunjo, lo- rica, g*; prwmáf aaa),

e. Bnu^iQuiLüs [BrunichUdU, lat. med.t Brunhiit, aaa).

f. Bnu?í.HATí.>% apellido, equivalente de Aurora*

I?, BauxíH y su aot, Bno^ra [briunetit aa de los tiemp. niedj: itUsar cualquier metal ó mármol que reciba pulimento, y, por estar l,i cosa bm^ ni da, reverbera la lux en ella y ofuísca la vistíí,» decia ya C ovar rubias,

2. Buco, BuQiTE, Tíubüco; Bug, boquedad cat, (búh, aaa, búch aa de los tiempos medios; la última palabra vale vieutre y tronco las dos acepeioiitti de los romances). De aquí Thabügaii, hocicar, perder la posición Wpedi» porque el trabucar las ideas^ y por tauto las palabras, viene del loL bucc<L

3. BuaÓN {¡júr, casa^ aaa). Val oe Bimó:*.

4. Eleitiouto común al celta y al germano es el vocablo Dftuiio (lA drüíh, merctrix, gael; 1,*, trút, drút y también drúd, aaa; IriuwUm* kal a maule, amigo, ínuím, f, querida),

a, DnuüALOO (Drudbaldo). ViLontiDo (Vieldrud),

5. EsDatrjuLo (etrúkhat), arrojándose á los pies, aaa, Uramhtln^lTopt- zar^ «y las dos últimas silabas parece que se van derrocando, afHjaodoy

Sis

(lesU^aQdo.u decía Covarrubias. Sirné de intcrniedio el vocablo itaüaiio sdrúúciolo»

7. Rtj.'íAs {runu^ RK^riftuai consiÜum mystcríain, g. rútia aaa). a. ADRii:vAa, ;m|« adinoar.

6, BuEiiLo» f, üornhre gótico do mujer.

8. AOAcnAU (sfttkrr^-raut, iiimod,)^ sauer, acido y ktau^* yerba por aai- mi Lie ion respiíoto de Isa coles* Los fnacesoB dicoQ cfh^ucrouie^ pera los alem^ues aveciodados eci España^ los Toadistnsí y los gastrónomos bao for- mado los dobletes de siempre: los patricios dicen sauercrau^ Los plebeyos Murcrao de Mr, acidas^, aaa.

La transcrípcióa de la u breve optó por la q,

1, CoKM« L'^scüpiA {mf€a, Veoaut, ForC; kupiika, kupfta^ nutra, aaa y el arcaico kuphja coa el sufijo. Los alema oca Cürmarciu la voz con material laüno cúü üüpa, cuba, toael, cambiada la sorda en aspirada.

2, PoHso ifum^ p romos; pro di p tus, aaa],

a. Alpo?íso (Áilfonsunt Hadufmvii hadtt gíierra; La d pasó á í»como ai- m%ter^ do admor^m),

h, iLiíEroTiso {HUdefúns, a, Ihiefom, lomb. C/uíífoffmííJs, franco. Híldne s. BcLlonne oi>e promptus ó nildíE proüua)»

c, FosQ& (Fo^í, pueíilo germáoico; fúsa^ saj. ant. funsét ad bellum prompli, aaa).

3, MotAB (mup/(ín^ burlar, aa; múpm^ neerl; mo^p, ing.) Hay también casos con u radicaL

I, AlmugUi Almucio, Almocíclla, ALMuceLA, MuüETA {mutm, neert; niUése, coña* toca, gorro, aaa del verbo mui^n, troncar), de doode Mocho, Mocai'?í y Bocatn {mots, uoerL]

i. CuxDtR {kuni^ genuBf g,; chunni^ aaa; kunds^ adj* oriundo, de an ü- najc, g.)

3, Estufa, Eütufau, Estofa il (Slufa^ Hupfa, a Uuppa» LaLj

4. EüíTUQOK. EsruGO C^íucAt i^rnsta, aaa)* 3. Huta, choza {kutUit tngnrium, aaa].

r>, MvvLx, tonu, quiín. [muffulh bajo lai.; nmffet, a.; mu f fie, ing. del riidical to ttmffk, envolver; apare ce la o en la palabra mofletes).

1. Truco, Tju caii [thrycGan, a n glosase tkrijckia^ escaud. ant.; drtáúk, drmkf aj»

8* Tumbar i tumba ^ cscand. ant.] í>. Turba, tcrm, geoL {mrf, aaa)*

lOp ÜFQ, Á, üi'A^so, UFAN LA [tíbba^ uppUy aaii; ufjá^ sufierllnum» g.) H* Uroullo {urguoii, insigne, aaa: I.*, ur, íw, ea?; í»^ í^wo/, gil, gal, petulante, y de gaUjan, la.^ti(ia alllccre» g.) Hoy se eaeribe ürguih^ pero la

5Í6

silaba original ur ae V6 fu el Poeina del Cid, doade urgutlo9t> m^uUom* Li vaciJacióa fu6 considerable: Argulí Munt,, p. 443, cal. ant* y Ar^uh, Argulh, Árguio, Arguyo, Erguto, Erguli, Qyguio .

AI.

las iütlexionesi de hm len^uns gertua nicas desempeíia papol impor- lante el gnna. iDserción da a breve delanle de ana vocaL Kl grupo gt»íii'o si corrcí^ponde al sánscrito é, contracto de ai, y paaó ti aer tfi en elalemíin alto antiguo, y hasta ^. l.a^ lengnas roma nicas suelen pro n a Q ciar nnir^* mente la vocal acentuada de ái, tomando por modelo el nnglo sajón; pero In regla no es absoluta. Si Ior romances hubiesen utilizado el diptonp ai, el español y el italiano tendrían e, y el portugués y el provenial é, loque no sucedió.

L rredoniiuó la a en los casos siguientes:

i. Afro, torm. rioj. arce {eiüar^ eipar^ aaa).

I. ÁftRiGO, AnR((jUE, AjiBníGM por Exar^uB HeinHk, aaa: hm, pitiia. Hh principe),

3. Gala (gHl, arrogante, aaa; gáL alegre, angtosaj.)

4. Ga:var (guinotí^ ana),

5. trAEiáffóx {hreinm, aai).

ñ, GüAOAÑAa {wñidamín, ca¿ar, pacer, aaa; wManjan é w»ida, ^bí^^ caza, con sufijo románico].

7, LAVAfrá, especie de pizarra {Im, aaa).

i. Lastaii {leisian^ aaa).

^. Kaza [reiz^af linea, aaOn» porque ra^a vale lo que procede de una mil* ma familia; ro^ c«m hubiera dado rai$^ y mdiíü no puede dar la vaz italia- na ratm).

10. UosTAN en las obras impresas, pero Rmtanui, H9$iúgnu9 on los co» dices [BftíoJstein^ aaa^ L^r hruod, gloria; ífem, piedra),

II. Se conservas tal cual vez el grupo íií* Los diplomas francos de ioi siglos VI, vti y vui ftnelen presentar nombres propios con ai,

\. AoKLAiDA {Adatheid^ ana, Addheid^ aamod). i, AiGATKO {Aigaiheo, doc* francos).

kíñóü (heigrot heigir^ árdea garzetta, aaa). De aquí Aunó, cat. 4^ C A lUE R u » A ( Chaidsr nnd , d oc p f ra neos) . 5. CoQüiLAico {Chúchüaicuft^ doc. francos). (í, Dagalatkü ^ Dagaiaiphus, doc. francos] .

7, Faioa, térm, fon (gafáhida, aaa; /'cFf/ií, /'ítríAí, anglosajén). De aqtw Faidir, perseguir, documentos valencianos»

U7

8. fÁii*^nn\ (Fniimha^ doc. francos).

9. Gaipo, GArFO {waymum, rei dereücta, lat. med. mmi-e, waüe, iog.;

H), GAtLBSiiNPA (Gntí^jun^íi, áoc. francos)» 41. G A m RB A L DO ( G ai ri6a£iu< , doc. fra neos ) * 4t* Gaiso [Gat5i>). 43, GAniftAico {Garalaicui]. i\, GuAr, GuAr^v (uaí, g,; tí)^» aao).

15. LAnio(^«í«í, uaa, fM^tniiglQsaj.), asi Latear, herir, Berceo. Mileg, 31^4 de líiiión^ leuién»

46. Laimo, (trcülo, la\ino. Vocab. de í>* Galo {leJim, h). Al£;uaos, sin co- noíser la ilisVoria de la leu^u^^ tian foniüdo la forma iuíílesa y dicen ioam.

47. LAtFiNr^o [Laipiñíjm, doc. fraucúa).

(H, Raímos [Bmmbald, de Regifnbald: regin, o. [>i., coJiaejeros diTÍaos; &a^, aud^z). 19, BAiKAf térm. forest., doc, ORvarros (rain, aaa).

10. ViTLAlCO. WlTLAlCO ( W^ÍÜaíCWi)).

tí. VlíLPOtUCO, WlTtFOMACO (IVulffiiaicu»}*

ti. Zaina, zarrón de pastor, qae no es vo^ de Germonia, sino qae Llego a nuestro puehio por el íntennedio Italiano {zain, tnho^ cesta, aaa),

IlL Tara bien se empleó la e sencilla.

ILK803IA, rumor, notim, usado en los doc. oavarroa ratJia, gritería, alga* rad», aaa, y escand. ant.; reiñm, viaje, aamod. De ñqui las varia ntei Atfisa. Ñe^m y IkBa.

ÍV. Ba lugar del diptongo gótico m, suele presentar el idioma ^ranl^o la ebr^^a. La ley sálica 46 trae lémis, si ñus por iaüus. Se dijo Salnfu^m por 5aloAííím, BíJtíiífmuf», Tuerto, líoiohmmo. Vekyo Patcn-olo. Hist* IL 4 09. Se encuentran muclios üombres propios compuestos con gém, cual el gd- tícJJ tfíiín;», comes Marcelliuus.

4. Caiíío {C/wino, Ch(Eno, francos tíainn, puüsto quo la g se trauBcnbió también por h),

t* GAiNOALim {Gainoaidm],

3, Gbtiardo [Génardus, franco; CíAganhart, KagtinhaH, aaa).

k GB7fOBAUi>Es {Génotmudes],

5. GenoBAuoo [Génobaudus].

6. GfiNEBOLDA (fi/f^tfboyd),

7. (lEXEDaooiS {Gér\edrudis).

8. Gkcíbfus (G^/ie/'il'í).

&, GKEflSMO (G/rttíWIW, GtfftWítrta),

Dificil es la interpretación de las formas <im, atm; poro jfíin, f^én pro- vienen de ^flí^an, gagin^ el lado izquierdo, como ain de íi^^ífi, maisÉ de ma-

548

gist^ Gagan vale, contra, 6Q loi compuestos, cotiíO widar, k saber: Viügaoi.* To, Widerolt, íiaa, Wi^derhold, aaniotl, V. El lombardo conservé la é aletnana: Evmo [étüm^ elamo, asm; é-

AU.

El diptongo gótico au, que noirestponde al sánscrito d, pasé á ser íí, ími, y tal cual vex úu en a lema d antiguOf ed en anglosajón y au í n esc4iiidma« vo antiguOt y se transcribió eomo el au latino: coto de cuuium, tonc^ de rauGus^ túrú de íaurm^

4. AaHuvARSE, cast. Ami^far, cat. (rau/en, sacar, arrancar* a, y cuya verbo coincide con rupfm, quitar, saeiir con violencia, a).

f , AUBÉETO [Áutfmraht^ Ótperaht, aaa: I ,*, auí, ÓL, opes, f eroftt, fd- gente].

3, AünoAUTR (Audioart, aaa^ Oft^arí^ aaa: 1.°, au^ opes, j^*; lA *^>ArÍ, domin»nte).

4, AüSTORiGA {OHarrihi^ aaa)H .**, diíar, oriento.

&, AUSTBASU.

6 . A usTn AVIA ( Osí aro utptj ^ aa a : L^.A u$try , esca nd , ant. ; S .*^ , a tTÍi , mjói, isla),

7. AusTatA {6$tar^ onenl6f aaa, austr^ escand» ant*; conserva lacontbi- nacián na, qno tm nacional en las regiones provenzales» óiíerrtiich, impe- rio de Oriente)*

8. AusTHEGo {austrag, producto ad finem, exitas transa ctio, litis seateo* tia, aarnod, voz freeaente oo loa siglos xv y xvi, y que corresponde é U voz usztrag, íitín. Arntregm^ lat» mod.)

9. HausAn, BauzAiv, BAüZAtton, cmb¡mcadof, estas voces recoerdanb pro venza 1 hauzaire^ que probablemente debe sn origen á báH^ vano, malo* nulo, aaa; bús¿^ aamod, bausi^ arcaico.

10. Blao, Blavo [hláo, blau, aaa).

11. BoTAii {bij^n, a:i, de los liempOK mediosi; batUa, escaod. ant.; beá- ian, anglosajón)- De donde Emiíatiií. á egtr radical se reHere Iíote, jíolpe (bUlz, pezón de pecho, aaa)í Boto, obtuso [buz, butzm, aamod, fetjff, hajo alemán); Botóií {hoto, lio, paquete pequeño, ;*aa)*

i1, GostDo, adj.i se dijo deí vamn prudeQte. noble, esforzado, lUi» de Alex,; cosiMKXT, cosimkntk, acogida, lih. de Alex.; co5faiA?fT, cosmK^, doc. uav*, alimeoto, comida; scosia^ cat* ant., escogimiento, híiblandodc cosas, y elección, hablando de personas, pero en sentido activo {kauij^. gustare, probare, £?»)

(3* FsotLA* FaorLAi FkotlAn, Froilíjí (Franniia, aaa, do Frauja, se- ñor g. Ffó. aaa), de aquí FaotA, FttoGA, m,; FaoiLo, f.; PaoiLAz deíVauíw*

519

y el apellido cátala a Frau, cuya forma proveazal comcide con la ale oía aa Frat», dotninaj fentinu, conjaiL, malier.

14, Galopar {Qti-hatauppen, üoirer, g.)

t5, Gaucel (úózhelm, acia}.

ífi, GAUSBüaTo (Ctl:5frert, aaa). De aquí lasbítn prov., como Jaufré {Géz- /rií, aaa). Jauñ (Gózrkk, aaa).

17, GozúAn, Güzmájí.

ii. Lo!fjA, Lonjista [tvu6a, laubjany aaa; fati6« anmod,; /^u&ta lat, med.)

f0, LOTK^ LOTEKIA {/íiauís, SOPS, g.) ,

tO^, Lo^AXo {iaus, solotus* vaQus, g*)

Si, Qdovacar (Oof¿f>m<7arf aaa; Eá^ti^f^dr, anglosajón: \*^^aud^ opeB, facoltaa, g.; í,^, uacJb-í, yjgilatile, g.) De nquí üdós, el acaudalado.

ÍS, Ohta, cat. ant.; Fünlo, Poema del Cid; A-onlar. Canc. de Baenaí AponTAft {hónida^ u I traje, ij^uo miólas aaa).

23, Robar, Robo, y en el Lib. do Atex Hobir [roub, spormni, aaa; bi-rau- bón, despolinre, g.; rouí>en, aaitiod*; iorob, ing ) La aurora de la baja la- tiiüdiid tluit)ÍLió el período mklal da la voz: Quidquid supereum cum rauba vel arma tulit !-. Alam. Si quis vía alteruiii adsalicril el eum raobave- rit L. SaL El eataláii conservó la b y dijo Toba en lugar de ropa^ tomaüdo la sonora. Despojo es el gigóilíeado funda mental; partie alanzó el italiano la acepción de objeto de valor, y las otras lenguas románicas parlitíulari- zaroa más, hasta llegar /i Im noción do vestido. D, Borao trae dos formtis: Eo^aÍA^ robo en despoblado. Códice de la UnióE; y Ropabor, ladrón en deepoblado.

tL Bofa {mup, escand. anU) El franco conservó el diptongo ai*.

4. AcDtNo [Atádinm]^

% ÁCSTRAHO.

3. AusfaeBEaTO.

AuSTHEfl[LDA« f.

5. AusTREGisiLO [Aüstregml)*

6. ACSTHUDIS,

7* BAUDE<}i5tLo [Baudegisüus).

i. Baudeuar.

9,. Báuneaico.

10. BAUnitto.

1 1 . 0Auni?f o [Baudinwt] .

iX GAimo [Gafida, Gaudm^ francos Geáte Geat anglosajón: kó^ kúz, aaa, es decir, la relación de Gaudae, G^uíós^ kéza. El elemento gamlm^ cuya d m libró de la sastUnción fouéüca, entra en muoliOH nombres per* sonales.

^^^^^^^H

^^^^^^^^^H

^^^^^^^^^^1

^^^^^^H

ADáLoauDO (AdaígmidiMs, franco, Adaikáz, aaa). I^^^^H

^^^^^^^H

A M A L u A u DO ( ,4 maí í^^ ndm , fra neo) . ^^^^^|

^^^^^^H

ANBEr»jLi;i>o (Án36gaiidm^ franco;. ^^H

^^^^^H

ARArENGAODo {Arfmngitíádm de írmin, Erman, bajo la inflyenciíi ^é- 1

^^^^^^^^^H tieu como vlr/uinio], ^

^^^^^^B

Baldegaüdo {Baldegaudm, franco). H

^^^^^^H

BKHTrEQAiiDO {Bamegaudm, Tranco). H

^^^^^^H

FftLD^GiCDo iRildegaudml H

^^^^^H

Lentgauüo (Letgauduií^ fraiiLVO, Líuíitdi, aan). H

^^^^^^v

MAOALQAirno tMafJíiÍ3atifití.í, franco, Madaígóz, aaa), H

^^^^^^^

Machegado leo el Cronicón Iriense, Maurgftdo; escritura de I<k3iea B

^^^^^^H el tumbo de Celnaovn. Maura del gr. anL ¡l^^^'M], |

^^^^H

Rat(i Atino (/i«ígíl«f¿fw, franco]* 1

^^^^H

Tiio^AtrDo (fííií/?íifií/ííis, franco). 1

^^^^H

TarciAunn (Truí^utíní),

^^^^H

Vr;LFEOAiiDo, WüLFKRAünn [Wulfegatídm, fraoí'o, iroí/X-ífs. ato).

^^^^H

VALOEr-Aurm, Waloe(íai:do [Waldegaudus, franco).

^^^^H

ValgaüdOí WAtcvüDO {Wattcandut, frnnco).

^^^^1

Nombres de mojer:

^^^^H

EftXKítraAUOA (Ermengauda],

^^^^H

Fw A M K KG A UD I A ( Frameñga udiá).

^^^^H

IJrA(TLULi?íi>B iGaudatiñdU),

^^^^H

TBUTGAunu [Teutgaudia),

IU.

^^^^^H El diptongo ^óXkú iu saUó del grupo prímilivo au por h ñímméén de

^^^^^^H k a en L Lag leügiin5i germáotcíis tienda d ^mm de la t Hdem:^s del de b

^^^^^^H

es iina a soavizada, cual la a tíkViühI llegó tal caal vez n ser i. El

^^^^^^H y

el de los tiempos medios conservaron el diptongo gólico íu; pero d

^^^^^^H aa modcrao le ÍHinsformó en ie y haüb eo eu. La tmnsenpcién ramúül(>a |

^^^^^H

ío arbitrarb.

^^^^^H

EsQOíVAn UHnhaUt aaa , icheneu, tener recelo, miedo, ncoBSonaoUda

^^^^^^H

saprimida la ^]. J

^^^^H

Güstios {Úttd^sihem, G0ds$U^n, Gmtem, que vienen de GtUfvMm, J

^^^^^1 de Dios siervo, conservadas \bb dos vocales: Gmtiái el Poem» del Clá.

^^^^^H Gúitm en los Romances). |

^^^^H

QiuhLA {khl kitjH, aaáí kiúlr, esciiúd, ant.)

^^^^H

Thkgüa {triggvfi, g.; Iriwa, triuma, fe, pacto, aaa).

SS4

CONSONANTISMO.

GUTURALES,

La gutaral gótica sonom, que lle^ó hasta n^v ken el aa,i, se traoscri- bió con algniia irregularidnd por Lia laa^aas romámca!;. prlDcipaVmente por el francés.

L Suave delFiiítc de las vocales aún.

4, Gabarsb» alegrarse; verbo tan rara lio y c^mo frecuenle lo ftié eo e) Lib. de Alejandre [gM, burkt risa, eacaad. aaL)

f. GABKn* [qfifut, gnfol, anglosajón; gaoel, lag. del v^rbo gifan, y por taetó» de (¡iban, daré, donaré, g* y deaqoi gMum. gabníum, lat. me4.)

3. t;AiOTB, tenn. arag,, jnego {gabb, esc^ud. ant*)

4. Gaceta, dím, de güzza^ urraoif y ésl€ de agahtra. &, Gadulpo.

6. Gápo {güfel, gahelf a, y mejor» gaifen^ cortar ea corvo, aíia; gaifting, anillo de hierro aaa)*

7. Gatso, n, pr. {gis elemeüto sacado del verbo góL m-geisnan, borro- rizarse, us^gaiman^ inspirar borror],

o, GtsA, fem., nombre rügico de mujeres.

6. LA^toiíAiscSf Qott). vand.

c* MKhOQkíB, nom* vand.

cí, Badagaiso, ñhadagai^UÉ, rath$, fácil, g.

8. Gaita [?}.

9* Galantina {gal de gdUrt, asirnod).

ÍO, fí^LniíESj GALfiftE (vestido traído de Gúldern), Rosa de Gueldres, Vi- btiroum Ppnlus.

H, Galpahhos, vellaconng, perdidos, medio rofiaues, cuasi gafarros, porque gafan dice Covarrabiaft*

ii. GALSUi?ai^A {Gaí$t>inday

13, Gau ALBERTO {Gúmalberaht , aaa: 1 ,^, gamli, cscand. ant. Kamab, aaa de gamaU, viejo, escand. ant.; t°, beraht, fulgente).

i 4. GAMAi<nBm>o (Gamaíirtíí).

f5. GAMAnftA (gamarjan, impedir, aaa; giminrra, inipedimeato, auglo- sajón).

^6. GAifoA (gang de g«hm, ir, aamod)*

4 1. Ganso {gans, aamod: kam, oaa; goose, iug.i gés, anglosajón; x^^ í?r.; háMüj por gh4»a, sáaserito. Esta V02 indica la tendencia del aárnod á volver

m% 1

^^^^H al godo). De aquf Geifierkm, Víctor viteusis; Gaisericuá, ídatías; Gmmiem, 1

^^^^^H [ornandes; Genmrkm, Manuel tiüug. comes, Pros^per y SigUiert. Súm de 1

^^^^^H rév^tiiv, Gento, Vict. vit. que vale ganso, porque los Vanditlos permatiroo '

^^^^^^P

b t, ff¿, tii. La antigüedad tomó los nombres de ciertos íi ai males va-

^^^^K

s para formar nombres y apellidos, y repetía en el del bijo el del

^^^^^^1

^^^^H

Garba (garba, aaa).

^^^^H

GAftUA {garth, casa, familia, * ) De aqiti:

^^^^^^

GARotLA, m*, nombre de varón.

^^H

Abmgabda, f.

^^^H

GAaDiNGo {Gardingm, lat. med., gardiggx, g.)

^^H

Lüdí;ari>a.

^^H

Gas, nombro formado eu el siglo xvir {qeeH, espirita, neerL)

^^H

Gaserans, apelK La terraiuacióü ns revela la alcurnia proveuzal

^^H

Gart» elemento de nombres personales {gatts, íjoapes, *¿., y por b

^^^H mk sáuscrita vale eomederOt ^£l«^ aaa; hastis, lat.) El Tniaeo suprimíé b

^^^B

aquí GAgTÓx.

^^^^1

Ahboastes, tranco, por Árbagasieg,

^^H

fiLADASTES.

^^^^1

BtANtvASTES.

^^B

Flidastes.

^^^H

Gastaldo {ffosealííius, gastaldio, y también castaldius, ca9lMioi pero

^^^^1 éste no se reliere ¡i gaM, sino ñ gastaidan, consistere, peminnei^, g*.9^^

^^H

g.; gexUal, an^losaj.; síait, aaa, y es también elemento fonnütivo).

^H

Leonastes.

^^H

LEtntisTEs (Liopkast, aaa).

^^H

Leudastes {iiutkamt, Liudigast, aaa).

^^H

Segestes, Tac. A. 1-5&, príncipe germano {Ségegmt].

^H

Tanastes. Thawastus [Tangaíit, Dangmt^,

^^H

Vedastes {qui7i el Widogast del prólogo de la ley sálica).

^^H

Gato {gáhi, rápido> 8úbito, aaa, jnhfí, aamod). De aqniGATóriATo,

^^^H

arog., arrendajo; Gayado, mezcla de diferentes colores alegresí pio-

^^^H tado, aleare.

^^H

Goiios [Goíhi, Toñoí Inscr. Gothfa. Amni., Ullilas y Casiodoroempiéfl^

^^^H ron la th; pero m bs fragmealos pabUcado^ por WíiiU, se lee Im^a gai^

^^^M ca Y tambiétt gans Gmhorum: de Cuí^ deus, salió Gutha, eooservaLb h í

^^^^1 primitiva; loe^o los divino!^).

^^H

GoDOFiiEtío (Guíhafritks, g,; Godafrid, aaa); de aqui Gócelo, Gq^

^^^^H

^^H

GoooMAn.

^^H

Goma, m. (guma, vir,g.; kúmo, aaaj grnna borgoñón. Be aqui Govai).

553

t8« GüMiRTA (así Llamó la Edad Media á la ley gundohada 6 gumbada, porque el rey Gundobaidít Tué qoiep recopiló lai leyes borgoñouas od üI año 513).

Í9. GoAv^n, vomitar {garm-r^ lodo, escanda nat.; to gorm^ manchar, dbl. iag. y tambiéEi gorm, plenitud, cinrOf de h part léala gor),

30. fiORRiN, y en ©I caV. Garhi {gurreriH gorrmt aamod).

31 . GuBfLEBO {GudiUbu» Guih^ Dios, g.)

3^« GcGiíRNos ({ry^emi, Tñe. H. 4. quien decÍHi GermDni lieta bello gens, Gundgerni: gund^ pui^ui*. lae^Q belkosoa),

33. GtiimEATD, GcMBBbTo, Gtti^nEBERTo (GundobeH^ aaa: gnnd^ pngnn, &ffrí, fulgente],

34« GtiXDA, Gu?t i»Q {gu7i4Í\ pugna, aaa),

35. Qit:vdema»o IGundmar. gund^ pugna., mart oiemofable» aaa)*

3fip GinvoEEico.

37» GUHDÍLA, GtTNmLO*

38. GuNDOiFO {Gundoif, aa;u gund^ pugna, olf, lobo, esto es liéroo).

d^. GüNGiTtco (Cun^mjuí, según los buenos oiimnscritos de Paul os, Gt*- $mgu&^ Gugincus, que supone un tema gund^ relacionado eon GúngniTf laa- m de la pelea, lanía victoriosa; gúngnir ó gugnir víí\<3 violentns, dormitor^ escand' ant.; gtAnga^ oscillarif suovo; gingan^ appeterOf dcsiderare^ aaa; gingo^ appetitus, y gungida, cunctutio* aaa].

40> Gustavo [Guiíaf^ sneco; ChuMaffus, borgonóUi k'undstnp^ aaa ; gund^ pugna, escand. ant*; Sta, L báculo, luego bacuius heüí« como Sigestavo Siegstap, baculns victoriie).

IL Inllnyi^ algnnas vece» el intermedio.

4. Dahga y A-T)ARGA, Tahja, Tasüea, A-TAiJBA (larga, aaa, por la in- ílueneía del árabe tíi'darah, addarahJM

I. BoiAH [bagm, pl^ar, doblar, neerL enal el laL neeture, promonto- mm).

íll. Fuerte delante de la« vocales e, i, K Gelames {Geitmar^ G§itimar, vandal. Gailamérg^ g. de gailjún^álñ- griir, g. y mer^ memorable] >

f , Gkhoos, Gspida {Gepidés^ corippus con la primera silaba breve: Ge- pid^ trttm^ Sidoníus con la primera sílaba larga: Gepidi^ Paulus diac: Gibe' dij Gel*edi^ Gibidi y Gibeii, Gibitis, Im escritores lombardos. fiiPEnES. S. Isidor 9-1* Gibithat g. Kipido, aaa, derivado de giban, datus, concesus, como Fa^itha, Rervatus, nombre de un rey Gepida, Fastidú, naa, de fasían, servare ó como Lofedi, es can. a ut. Lapido, aaa de lofa laudatns, Afine con aquél es el adjetivo gif^de^ concessns, lélix, anglosajón: gibhidhi^ gibedig^ saj. ant. La canción au^losajona del Cod. exon. 3Í2-1 llama Gsfdas á los Gepidas. Asi Sigagibiíha^ victoria con cessa cuai ñgegifu, victoriie donuoi*

H

^^^^^H^ ¿Pür qué püsieroo los romanos y lo9 griegos p por h en el nombré Ge- ^M

^^^^^^H pidas? ¿Oyeron pes 6 i^df^f ¿Fué la suslUnclóu fooétka? ^|

^^^^H

Gepiuojos» isla de los Gepidas {ojos ó por contracción ds, dd ^U. ^M

^^^^^^H aujÓB pl. (Le ^|

^^^^H

Gsio (gtiT, {buzb, aaa)f ele meato íormatívo, ^^^H

^^^^^^H

Gbiuldo. ^^^B

^^^^B

Gerardo (G^r/iarti, aaa), ardida lanza* ^|

^^^^^^H

GiíRMANDo, GKaMüjfDo [Gérmund, cscttdo por la lanza, aaa)» ^B

^^^^1

Gebmar {Génmr, memorable por la lanza, aaa). ^M

^^^^^^1

GerbAn (G^rrarTí, el cuervo de la lanza ^ aaa), ^B

^^^B

GfiBTacjms {Gérírud.) ^M

^^^^H

GERVASIO. ^M

^^^^H

GEBVmO. ^M

^^^^^^^m

ADALGEttío, Adalgeoio {ádalgéf, nobilí hastf», aaa), ^B

^^^^B

BKaENfiCRR, Berbnguel. B^iaENGUBr.A , Berenger, B^lk^^oiter, BistKif- ^B

^^^^^^1

iñcrmqar, la lanza de los oaos, aaa). ^B

^^^^B

PbrigI':h. PfiíHíiKRio, t^EUfíER. Pñríg^T. fina: per oso» ^B

^^^^^^1

Ogero» Ojero, Ogbr, Ojeh, Oi>erario, OpEjAmo, Üdejero (^fííf(pi- ^B

^^^H

Áudgerim de Qtgtíf, aaa; aud, opes, Ói). ^M

^^^^H

GüTAs {GíTícs, Cic. kli. 9-40-3. FaTai Getiít, lo relativo a lna G^tiut, ^B

^^^^V

, 4-13-47). H

^^^■^

GETmos (de GHw, GHini; de Goíñj, Góthinu Tac. G. 43, loi Gotrnos; ^B

^^^H (le Daci, Dacini^ los Dadnos, y áe este altimo £7ani| como de /iimu<r .««alió ^|

^^H

dp decem, deni; de $eom, cmi. Los escritores latinos de la Edad Me- ^B

^^^H día traen Daem por Danus, y Dada por Oania). ^|

^^^^^^B

GBrSER, Geiser, tem. geol,. volcan de agua hirviendo. ^B

^^^B

Givisos {Gevissi ó Gevmts, nombre étnico, debido al del héroe Ct* ^B

^^^H m Iritis, prnE!<3cias, lue^o pr(B§cÍK sagaces, aaglo£;nj6oj. ^|

^^^H

GrBBRiCO. JíBKaico (Gibareih, libera lis, de gitmn, dar. ^0 ^B

^^^B

GrttERTO, JtURRTO. ^B

^^H

OttAifiRTO, JiLABtRTO, Gelarert {Gübeft, Ráa), ^B

^^H

Gl LOA ROO* ^B

^^H

GtLtiA {giid, compañía, sociedad* an^losajém). ^M

^^H

GiLDo [gildan^ offerre, tribnere. ^,; §ii, tributo^ g.) ^B

^^H

GtLDlA, g. ^M

^^H

QiLnmm. ^M

^^^B

GlUMBRO* ^B

^^^1

GlLOXA. ^B

^^H

GtLTMfR {Gillmir, GiUimirr m.]; de aqaf Brpígitda, Búsgeidaf, m* ^M

^^^^v ^1

^^^fl

GiiKiRo Árgimiro, ^B

ti. GrnóM {gér<y^ aaa).

t% G1&KL4 (Crisaín, Asa, rehén).

2Jp EirGeLFREDO, BNGiLFftEDD {Engilfrid, la paz del ángel , aaa; a^^t/u?!^ aggelus^ aggiUus^ ángel, g., engil; angil^ aan; enget^ nnmoá). La voz se intro- dujo en el pueblo godo antes de in tnid acción de la BtbUa, porque los Dnnclos celestiales divinua íie Uamaban aggiíjm é aggitew, u, p!>f cual la ^oz angelí de la Iglesia latina*

a, E^atLBALDO {EngiíbM, aaa).

b. E?TGiLBKBTO, t:?f<;ELBEflro {Engübérht, aaa), e* Engilggrio {Engilgt^r, aaa),

fj. EíTGTLSito [Bngilf^r, aaa).

d* Engil A. ano (£nptí/uirt, aaa) i

f, E?iGrL«Aa.

^. iNaLATGuftA, Anfjlorum térra» de Aoglia, Angina, ya AngH. Tac, G, 40. (íPorro de Anglis, hor e^^t de ilk patña qn^p Angtilnn dicitiir. et ab eo teiiíporo, usqne bodie manere desertns ínter provincíag. Juatarum et Sa- Ttoanm perhibetur.» Beda, l-i5. IV. Desapareció la ¡j alLíunas voceís:

I, Aro {hayan, hagjan, andar, aaa), dedúode el nombre propio B«iot

I. HAnaiCTiEL ihañgüdi et admcati. Cap» del año Mi), 3. EsMAtn, Lib. de Alex., Db$iiatah {magan, posee« valere, rigere, g., con la privativa e* é dm),

IUta, seto, perfil (hag, aaa).

Se conservo delante de la I y de la r, Glkta {gldt0, ua de la Edad Medía). Grabar [graban, aamod). Graü, apellido {grau^ ^sj, Graüvaca, tórm. if^eol. {grmiwacké). Gríma {grima, colérií'O, aaa}: de aquí GnistASO, Grima ldos, Grtnno?;^ Grimmoni^, Gfti5DFfES«GaE^éFT,GiiTffd^, Lo» (fue afirman que ^sta voz viene de crines, criniítm, no h^Q leído á Sün Isidoro: v ídem as granos et cinnabar Gothorum, y tenia razón , porque la palabra se le de f^ant pl. aaa.

T, Gris (gris, eanus» anglosaj* en las Glosas de los ^los viti y rx. y grmm, lat. med. doü. del siglo fxj. de donde Gnisvo; pero Eohieíé., polvo de diamante, anle de grisi, aamod, arenilla,

8. Grog {grog, ing,]

9. Gftow, GRTí«eTK {gro&m, ing.)

VI. El Autijo ing, que denota origen 6 semejanza, i, A BAO i?tao ( voz hi brida ) .

Y. i. i* 3. 4.

6.

556

1. A&uLfíN6á (voz híbrida coa abólo, r^baelo)* 3* Al>4LI^60 (con adul, nobleza^ aau).

4. Bebljlnga {hreüin^ breUUng, a de brét, tablero].

6. EscÁLiN, EsctALiNO, EsCHELÍN, CiiELÍ^ {nkiiUngus, baj. laL; sHUHnj^, ing*; jíAi¿f%, diQam), de sckallÉfi, sonar, iiioueda aonautc,

7. EsuEFViKyL'K, CapmaDy; Esi^miixtfi'F^ Graelís; Espehli^^íQUb, Esper- LAifo, EpBRLAxo [spierlítiij, »¡ti3rinij, eperlmus de los üíitura Oslas» neerL)

5. EsTBHLiDfA (Ueriing^ ing- Qunimi eastcrliogi, nioueda acuñada por los EsterliDgoSj Easterlliigi» ó aea lo3 mercaderes del Este de insíaternii esto es* los occideatales de Alcmaoiu; easí, esle),

9. fh AM isif co ( ü ía mrmch^ ncerl . vlGsming , fld mischy ¿i aiiiod j í la m bíéü FL*»

HEI1G0.

le. Pr A I LINGO.

i I . Loii E H 1 XGO , a pell * ( Ladaring ] .

1^. MAItENftO» 13* REALfífíGO.

VIL Se empleó algunas veces la sorda por la souoro.

U ADABCA por AOAItGA*

1. Ascua (a^gó, ciáis ^ g.; asga^ mn); asche, iiamod«

3. Castaldo por Gaistaldo.

4. Confalón, que ao Míe iamediatauíeiito de ^undfano: gmtd^ pugna; fano^ enseña, sino que se deiie á b fornüi iiitimontesa cuñdfano»

5. EspRiNouE {s pringa^ cadena, grlLlos, /taa)«

(i. DfiSFALCAit [fakan por falgan^ sacar, aaa; ai procediese del latía falt. se tendría falchan. falachan).

YÜl, La termÍQ ación gótica iggs es muy comúa, y se transcribió por ignus.

4, Gttp.oTENGOS [Grsotingi, del nombre dinástico Gnuh; sin embargo, igg no es ueeesaria menta pfitronimico, asi es que Griuítig^ sale de gñu$. arena glarca» aaxnm, g ; luego los habitantes de las fieras)*

5. MamsíSos (Manigni, Tac. G, 43, supone un liéroe Murso): áú aqni MarmlMani, Tac. A. I -50).

3* Keüdiñcs (Reudigni, Tac. G, iO, de na héroe llamado Riud*, modea- to, de ga-rimk, rubicundas, verecundus, castas, g.; lu^o Verecnadi, Re- verendi).

4. Trrvinoos (ThiTüingir de nn héroe Therus).

5. TüBixGOS {Thuringi, de un íiéroe Thurm],

IX. Respecto del grupo inicial gn propaso Salva la ¡irotesis, dicieada p, e,, Egiíesia por gneiss ó ynmMst^ especie de ruca; el aso no admitió esta regla, y dice G^Eis, la Academia autoriza la supresión de la p, esto ea, Neis.

X, La § final m ccntraria al eapiritu de l¡i leügua española : se redondea eo ésta con ana vocal ú la palaiira es corta ó reaislc poco, pasaüdo á ser sorda débil en el periodo etiraoloí^iro, o desaparece eo el simbólico.

4. Talve, Algunos escriben Thaiweg sin españolizar, otrtis taimqne^ forma de rnalisimo ^ueíoi pero en nuestras aulas se dice ya íáloec con la o muda: TnAtwEo, aaniod; ihat, valle, aamod; daí, r.; S.^ wegvia, aamod; wéc^ aaa» y oijf, g,

4, Sacvdui. Así ban españolizado onestros gastrónomos la palabra io- glesia sandwich, loo ja de jamón, colocada entro dos rodajas de pan unta- da i con manteca.

U gutural góticíi sorda K úq llegó á ser aspirada chóh en el alemán,

sobre todo en medio y fin de diccióo* Para el i^rupo kv=í|n lat. tuvo el godo un signo peculiar, el cual se transcribe por qv, aunque la q no se emplea en otra parte, y la t? se combina también con la g, de manera qne lív=qv ; gv : : k : g.

4. C4B, especie de cabriolé [cab.^ iugO

f, CáBESfaAXTe, C^aRESTANTi {cupstan, tng. de xáCo? y gdfcti», segiin Thomson).

3. Cachálotb {cachalote Ing.)

4, Cagotss, Aootas {Canes Gotbi, e4, perro provenzal; f^í, godo)* &, Calambre {Khmpltérn, aa de los tiomp* med.í chlampk6rm, aaa},

6. Calapato, GalapatillOj escuenüo (Kriupan^ frisón)*

7. Calbsa, Calesín (A"o/o, rueda, eslavo, y píisó prohahle mente á las lenguas rom» meas por el intermedio alemán calesse)*

8. CA»ELtA {Kamdf naturalista-I de Bríinn, cjue en 4T3i trajo de Gbina aquella planta á Europa)*

9* CArvcHELAs, CAOUEfttAQCB* Blata americana de Ion oatura listas* Kakkerlak, neerL Viuo probablemente de la Amóricii meridional el nombre fCakkertaki por Ioíí holandeses del Surinán*

iO. Canoa {Kaan, noerland. kahn, scapluí, linter» navicnla, aamod í no sale (lo eanna lat. porque el dimiontivo do mnne m eanmí^),

44, CarAus;, el vaciar completamente la cop-i en e! brindis: ¡(de origen alemán» decía Covarrubias, y tenía razón ;>» por consiguiente, de ffar^uH en la locución das garaus machen^ acabar, concluir, llenar la medida; c/i- rroti&esi, fr., carome^ mg. Además Ciaoot Laedscoi en los brindis, dice Covarrubías*

4 i. CAncAN, argolla [querca, aaa: qv^k^ cuello^ gaznate, escand. ant.}

43 Carlos {ckarat, chard, eharl, maritus, conjux, amator, aaa, vo?, formada cnal el nombre mítico Mannus do mann hombre, Carolm^ lat.)

55g

I ti. Cahhic (carriel^, iag.)

i 7. Casilpü.

i$. Gastjna (Kiilkstem, lapis «alcüireus; 1.*», el aieraáfl kaik, k(U<^ m- lió del caaa ohitcuo de talx lat. porque los Geroiaaos deben á los Roma- nos el conedmieato de la caí; 2*°, Jifein, pitídrn),

19* Chxú^ bleta f'&*aai uoerL y este del celt, cae; pero GAfOi chovü, fcaha^ Corvas coroae de los zoólogos, asía; Ar^uio iiecri.)

iO. CLfRADOf Clisar, Cusa {dkhert fr, anl., diquer delalomáu mb-klaié' chen de klámh&n).

%\. Clüm (cíoiü/i iDg. propiamente pMim^ después zopencOt vall6 gra- cioso tiasti Shakespeare, y se enipleó después con relaeióQ i las panto- mímasj.

33. Club (dub, soeiedad. iog.)

53. CoALTAB (coaUar^ Ing. ooai, earbda» y tar, Jilquitráii)*

24* Coalla {quakslñ, neerL) De aqui el apelüdo Coalla.

f3. Cobalto [Kobolt o KabaU, demoaio, en Harz y en Saioim).

2(i, CocHB (Ávila eo el año ^^S3* aCarlos V se puso á dormir en un ca- rro abierto, al cual en linogria llamao coche; el nombre y la iuvísución es de aquella tierra.» Eq efecto, el húngaro tiene Kotczy y el alemán Kuíiche; pero la voz italiana cúGchio reeuerda li latina cúnchüta),

17. GoK segúQ la Academia, Coc, Gotíue, escriben otros, cokñ iag, d^ Itgnnin coctum*

%n. Colza* Colsate [Kookmd, neerL, á sabor: kod, col; zaad, íiemilla, que es la que se utiliza para íkíe^r de ella el aceite; koQl, neerl. y kolil euaiido viene del lat. cauiis y cóiü].

2y, Comité (rsmmitm, ing. parí, do commetre),

30, GoNFoarABLE. vocablo que los franceses han tomado de los ingle- ses y que loa galoparlistas hau traído á España en significación eterno- do, dice Baralt. La palabra ini^lesa confort provocó una resurreecióii iii- íionscieute de las voees españolas mn forte, con f orto.

3í, CoacHETE (KrÓkr, gancho, escand, ant*; crúok. ing,; iroofc*, necr. crdij, cinro, voz común á las lengua^s germánicas y celtas. Bn b ley aálicyi se lee; incrocare).

31. CosTiLA. CosTüLA {kosíuta, kostitaác kiuHan, probare, eli^re» §.)

33, Cota, caat.; Cor» cat. {eolias cottm, bajo lat* sig. x; cote, ingloaiú. coat, cota de malla, vestido, la^.; kuU, kuUl, tánica, a),

34, GaBTVKo, Cbetínismo [kreidiing, cretino, derivado de kmde, cí^a por el color blanquizco de la piel de los cretinos).

35, CmoNGLAís {crúwngiü.u, ing.i crown corona, í^íaw, cristal).

559

36. CüADOS, QuADOs [Quádiy Tac. G-44. La etimolo^id depeoflc de la cantidad de la a; si ésta faé brcYe, se debe la voz al hipotético qaths, dig- no, de qithan, g. como dignas de diccre; pero si faó larga, (^omo opinan la mayor parte de los ant. guádus, proviene de qéihs, malo, ffuád, frís, ant.; calidades opuestas). Se empleó por Cesara PlLnio y Tácito con la inicial y la medial góticas.

37. CüABZO (quarz, a, y éste de warze, foerrnga, piedra berragosa, por- qne la textura de la cuarcita es granuda, y astillosa la frac^tura).

38. CuNí (del adj. gótico kundSy oriundo, de un linaje; kuni, género. g«) a, GuifRGisiLo, nom. borg. {kunjagisils, g. CyTiegi-^ei, nnglosaj*)

6. CuiTiBBRTo {Chunnifyeraht aaa, voz parecidn a En^niaí)].

c. CuxiGBRTO {kunger, la lanza del linaje, aaa).

d, CuNiGUifDÁ {Chunigunda, la peleadora del linaje, aia}<

0. CuifiMUNDO {Chunimundus, suevo, gentis tutor).

39. CÚTBB, térm. marít. {cutter, cortador, ingO

II. Se aumentó por epéntesis el grupo inicial kn, extraño á las LengUJis románicas.

4. Cañivbtb, Gañivetb {kneif, kneipj trinchete, tranchete, pondón, aamod.; cnlf^ aoglosaj.: kntfr, escand. ant., es diminutivo).

2. Lasqubiyetb [landsknecht: landy térra, regio, a^er, ^.; KnBoht, pner, famnlns, servus, aamod; pero desde el siglo xv, los que aüudian de las ciudades y los campos á las armas, dieron á la voz el signíHcudo de mi- les).

lU. El grupo inicial kr se snbordioó á la gutnrai Boaorfi.

1. Grafio por Gabpio {Krapfo, Krafo, aaa), de aquí Agahhafah.

2. Gbahallera, y en Aragón Cremallos (cramaiia, Glosa, de Cassel; cramacnlus« Cap. de Viliis; cramacula hakhala^ Glos. de Lind; kraní^ ^a~ cho de hierro, neerl.)

3. Gbapa {Krapfo, aaa; Krappmj aamod), de w{m\ Grai*6it.

4. Gratar [chrazón, aaa; Krat^sen, neerl. cratave, baj* hit,)

5. Grifan, cat. Gropal^ por Grapal lemosín {areopan, anglosaj . ; knapa, frísón; kruipm, neerl.; tu creep, arrastrar, ing.)

6. Grosella {kratAsbeerey uva crispa, aaa).

7. Grupo (kropfy aaa; krippa, giba, escand.; cruyel, aaaí crup, contraer, gael.)

IV. 4. AifCA (anchüy tibia, crus, aaa).

2. Asgo (aiviski, tnrpitudo, dedecus, g) La tnterjecctón alemana de asco es Oks* Es notable que nuestra lengua tenga también Usgo por Asco,

3. Ergambaldo [Erchamhald, aaa).

4. Ebgabibebto {Erchambert).

5. Es€AFiiiA« üat. {scafjan, formar, ordenar, aaa; part. ptnoi/fl fm

mola gasca/ií, gqiho en Ir. m^^k por bien tmlé, firme por búin flrmé^ y en Ul« romposííus por dene üompodim).

ñ , Est: á a VM ltz a [ sfef man , co mba ti r , aaa ) ,

7, E^Aubab, caL, H^AaaAPAft, cíiL (ícArofjpan, neerL. BGfwúfm, m da los tiemp. raed.)

S, EsCAnNio (sJtéVri, baria, üiofa» naa, aaa; stófrntin, bachear, chillar. silbar, aaa; skirmo^ burlOD, chuíicero, aaaj.

í+. BscAHOLA {scariota, líit, bot-» ¿de la raíz sA^or, que vale cortar eo Us lenguas germáüíeas, es decir, lii yerba que se corta)*

<0, Escarpa, Escarpín. Erau los Escorhios i ostrumcntos que se em- picaron para martirizar cristianos eu las primeras persea; uciones de los ro- manoH^ por Id semejanza de iast garras, Siendo La noción de a^ado, pan- tiagado, la fundamental do iiquel signo, la etimología está en skarji, oacand aut.; mjarfa, am {scharf, corta ute, aamod- De aqtii s^rpa^ zapato, U*i y Escar/íirtr esp. )

H. Es€LATAtt, cat. {skl&izéñ por sUi^n, rasi^ar, Ivendir, aaa).

(1. Escora, Esgoiar {shore, puntal, iüg.i U> síuítk apuntalar, uig.)

43. E«]OTA (schosL neerl., y éste de schklen, tirar).

Escote {scot, tributo, íng.; pero escoti, eorte ea el vestido, d*^ $kant-9. Umbría, g.)

15. I acó, hijo do Man ñus (/scm, IskuH^ lat., hkúans 6 f»qans, de doode ¡scBvonm, en lal. Iscütoonti); j>ero Myo, otro hijo de Mannus, so debe á /n^iM, latp, Iggoam, g., de donde M^íEW<1»tía, Tar-, G. 2, fngemtm^ tñjms9- nes. Las tres formas 4sifci M, Esk, se relieren á ^sci6wr|yiani, Tac*, 6-3, usado también por César y Pllaio* y por el coasouaatismo gótico C4>mw- poude al Askr^ escanda ant.

<6» Marga, MahourSi Marco {marktty termiuüs, Guis, g.; marfm^ ^mb: inargoi lat. l^ voz Marcha salió dirticta mente de la francesa marché, aUer de TñarcJie en marche, porque k transen pe loo de la k germáoiea siguid en rrancés la regla de cí*a, che, cAÍ, oo, cti; así se ve en la voz Brecha y eo Ia valenciaüii HaETJA* L Febrer, 229, ambiis de la fr* brecha y esta de brecha^ aaa, cual üagua viiíue de uache, fr y hache need.)

il, AlAácoMANOíí (Marcumanni, Marct/máni). Ga?a. b. g. 1H, marka, li- mes^ pero eu la antigüedad constituía el limite un territorio extenso, ao bos<iac como la Si iva mareiaua, p* e. (8, Rica ROO {HiU\art, aaa), 19» ToCAH y su ant. Too car i^tácchón, aaa)«

V* Algunas veces la le paao a ser tf^ aun eu medio de dicción.

L AmBRIGO por ÁMRRICO*

I. AfiaiGo por AñHicü.

561

3. Brigola, máquina de gaerra. Hist. org., 4-S9 (hréchel^ rompedor, quebrador, cascador, aa de los tlemp. med.)

4. EsGRUMAB, cat. (kruiniy neerl.; krume, miga, ana).

5. Federico por Federico.

6. Rodrigo, Rodríguez fHrólhareiks, de la gloria, príncipe, g.)

Yí. El español suelo conservar la gutural sorda de la última silaba.

1. Blanco {planch, brillante, aaa; blanc, aa de los tiempos medios, de blinken, brillar; blank vale blanco brillante, y la voz alemana weUz indica el blanco, el opuesto á lo negro. La voz blanca de Índole germánica anuló la palabra albo, albus).

3. Ehbrigo (Emerih, Emrihy principe de la actividad, aaa), do donde Ambrigo, Am erico y America.

3. Federico (Friederth, aaa; Friduri, aa; Frithareiks, principe de la paz, g.)

4. Franco [Franci, Claud. ^ Laúd. Stil. 489; Francuí, adj. Hier.; de freis, liber. sui juris, g.; fri^ aaa, de donde Franco, aaa; franca, arma y también (ramea. Tac. G. 6, y los derivados fuertes ó sea con qu: Franquo, FiiANQDEZA, Franquía. Despacs las formas suaves ó sea las latinas: Fran- cia, Aus.; Francisca, arma, San Isidoro, y Francés con el sufijo co- rrespondiente al latín ensis). Framasón, de franco, libre y masón^ albañil.

5. Godescalco {Gotascalc, Dei servus, de skalks, siervo, g.)

6. Placa (plack, neerl.)

YU. Desapareció tal cual vez en la última sílaba. 4. Brea (6rdA:, escand. ant., aceite de ballena).

2. Mariscal (marascalh, mozo de caballos, aaa).

3. Senescal [siniscalh, decano de los criados, aaa). YIIL Son frecuentes las transcripciones con que, qui.

4. Anrrique, Anrique, Enrique al lado de Anrrich, Enrico, Arrigo {Heimrih, de los lares príncipe, aaa).

2. Esquena (skina, aguja, aguijón, aaa, voz que significa también espi- nazo como la voz lat. spiñan y de aquí la vacilación entre la 0 y la i. Es- quinela, Espinela), de skina, skena, tubo, pierna, aaa y Esquina, proba- blemente forma de Esqukna, punta, como el italiano Spigolo vale esquina, y sin embargo, proviene del lat. spicülum, dardo, la punta del dardo, agui- jón de la abeja y rayo del sol.

3. EsQUERDAR, cat. {scartt, aaa, skard, incisión, escand. ant.; skertan, hacer incisiones, aaa; skarda, escand. ant.) De aquí probablemente el ape- llido Escartin.

4. Esquila {skilla, skella), cencerro, campanilla, aaa; schelle, aamod, del verbo ské'Han, sonar. Siquis schillam (al. schillam, scbellam, skellam), do caballo furaverit, L. sal,

36

5. Es^itJiVAH {skiuhan, üho, acoDsoimntíida Iíi u y perdida In A).

6. Etiqibta (aítAirai clavito, a. bajo mod.; üítÉJtfn, horadar, la I aílrur. íigujcrcítr. ítit iTií'jo lüijo morí.) Serie: mnrea, rótulo, y por extensión ordeOp arre^;lo, nonmi, da doude ccieniü;úíJl»

7. ñiA.xQiiiLá« doü, del año ^27.

8. REQtlILá por ReClULA* II. llüDEÍlKHTlK.

«10^ QiTiíGirK {Keích^ m^,)

it, Q u j x G A L LA ( klinken , p ecrl * \

(3« QuiM^üLFiTs Ee decifa en el sig. ti.

U. QriNivinA {kuwida^ ^,i kmba, anglosaj,, do kmn, rodük, g.)

ífii Quintil A por Cuistila,

16. Quito cast, Qüiti, cat. QuíTAn, dar por lihre, poema del Cid {quiti, aáv.f quitOt cornííaíe, igaal, sin deber, íramoil: quüp. p* defí>í^uíi,lihoT* íar, iog»; puyt, neerh; qwü, suet'o: pureüo que ht voz es de índole gerní;»* Oka, y así lo üseiíiiran íi I iconos íilologog es[>nííoles, pero las leyes loorikir- das traeo la loctLieton; (^SH quktm.yí eíto es^ vaH aholuím.i) y por la oto, f¡HÍít} Kc refiere .^i qwth, cambiada Ja sonora en sorda, salen directamente de quiéím tranquilo, de la misma manera que el laL pamrt, apacl^ai^r* pasd á la acepdóa tío pagar,

47. Savahíqük/, como Fauhj^uez,

IX. Después del periodo frani^-o se introd a ¡croa algunas vocea cse^Mi* navas y ueeriandesas, transcritas con qui^ nota de diminutivo.

i. íiKRHJouít Vt£nMiQuí (wímpelkiít, neerh: mnharñkm, hajo alenian; toiwMhohrer, aanTod); L* wituiet de toinden, torcer y bohrtr, lalndro* t* BoTiQiirN, bote pequen o, b^mtje ueerh^ bútkm arcaico* 3* MA?fi(íUÍ {fnaftn^kSn^ hombrecillo, neerl,) i, TníQtíf^A (íríjSf/iVM, ncerl.)

X, Tal cual vo^ llegó á convertirse en ck.

\ , CüALisT (voz Bulía, dal patues de los Grifones, cmñ de viicms, «¡ucse- r i a ; Be f o r m ó e o n cas id u m ) *

2, Chova, Citor* {chmih, aa de los tiemp, med.; muhú, U S\\mu. í>í> IS: kam,, neerL)

3, Chukta [fíhftuh, aa de lo.^ liemp, mcd.)

XL El grupo sck del alemán alto modero o ^q tranacribió por sooldus análogos: eft, c fuerte, $6 z,

4, CnABRAc {ttchalirarke, a, y éste de czabrai/ polaco, y tsehaprak iüT^'O, llegó por el intermedio germáaico).

Chaco [súhacká^ Macó, íj, y este de ttako húngaro). 3* Chal {Bchawl, iilg,, y éste de schál, tejido fino» persa).

563

4, CeiiüPA [shalíúp, lancha, iog,; schucí de sckifiien^ lanzar, correr, neer 1 . « schnappkahn ) ^

5. CHAMacnGA (del general Schómberg, que orgíiDizó el regimiento de los güordUs del rey Carlos U).

€. Charpa (scherbs, treau, aaa; schUrpe, aamodj; de aquí Esgabgkla.

7. Chope [sfihnpfa, Jtchoppen^ de xMpfen, agotar)*

8. Choque (schock, Achocken, aaniod).

9. Chorlo {nchorl, aj.

10. Ec II OPA, punta para grabar al agua Tuerto {$chfíppen, schuppsn, aamod; schupfa, aaa).

iU EECSOPEOAft, tropezar, trompicar, cat. {schupfen^ íí\ schoppen, neerl,}

íi. KscoHnuTo {scharbak^ aaa; scurvy, íjig. de schorf, costn», cascara

13* Zopo, Zompo {schttpfm, a).

ik* Xbbip, Capmany; Ja-if, otros (la Bh iDgíesa se presenta en la voz sheñffi 4*" jrftire, rircunscripcidn territorial^ ¿cyrs^ provincia, angloaaj.í í*^ ri/ ó reeff abreviación del anglosajón geréfa de jro/', conde, a)*

XIL CoMPANo. No es de origen gótico, como expresa D, A. Capmany; se formó de com y panus^ tomando por modelo la voz del aaa; gi^vnúzo^ ó gi' leip^ en laa que 471 equivale ¿1 eon.

U iotjip la i consonante ó l:i i ramista, como ahora se dice pnira perpetuar la memoria do HaniuB, gramf^tico del siglo xvi, á quien se debe la distio- í'ión grálica de la consonante, Íia tenido Huerte varl;i< Ya la lot fenicia se descompuso por el alfabeto latino en i vocal y cu í consonaote.

A \ii semivocal sánscrita corrcspouden la / gótica y la del aaa., re preveo* tada por ii peroGrimm y líopp ponen la ; cou relación al período del aa. Eo ias lenguas germánicas aconteció lo mismo que en sánscrito y zendo; las aeniivíicalea y = j y v suelen salir de la v y de la u con el fin de evitar el hiato; asi la voz gótica síuiv-é, fUiorum, sale del tema junu con la u mo- difícada por el guna. Tero las lenguas germánicas siguieron casi siempre la regla inversa: la j y la v se vocali^ron al fin de las palabras y delante de Im consonantes, eooservando ünicameute la forma primitiva delante de las terminaciones con vocal inicial. Asi, íhias, siervo, da thivis por geaili- vo; pero la t) do salió do la u del uominíilivo, sino que ihim es el residuo de thivas, vocalizada la semivocal después de liaber perdido la a. Los ale- manes proauncian suave la iota como la y castellana,

La Jota es la gutural absoluU del alfabeto español y llene por relativas la OJ y la g. La letra arábiga ch, ^ , no tieae el valor de la jota eapauola^ las equivalencias fonéticas saltaron á la familia de tas labiales, á La aspi-

5ei

rada f y ésta á la h cual lo /*lalÍQa. La prooniiciacióE do la eh arAhip y de In / española do fué la misma: no empleó el español su gotural para twaa- cribir In iirnhi^ía, porque la reservó para la paladial '^ las voces jarfu» alforja, p. e* Tiemblen es f la equivÉiicBcitt portugaesa. ¿r*or qué, dice De- lius, cooslguid el árabe introdacir este carácter orgánicij cu E^ptiíi*! y m en otra parle? «No tomamos de los árabes la ; fuerte, como en genenl te ha ereido,^ det^ia el Dr. Alonlau en 1870, ^sído de los alemanes, detü k- oética germáQÍca, que andnvo de mocln ea la cortedeCnrlosV^iouítosUfl reinado de Felipe IV, añade el ilustre académuio, cuando ya no habÍBíTifv ros en España, produneió el castellano la jota con suavidad, lo mismo <{Sic la han y La liguen pronuneiaudo el Ualiano^ el francéSf el caíala n y dental lenguas romameaít»n Del godo no puede provenir, porque este idioma m la tiene* y tampoco salió de la letra alcmanaeAen ach, p. e,, porqués» cu- tre éstn y la / española hay semejauza fonética^ uo bay igualdad entre am* has* la aspirada española iirranca de aún hoado y tiene mayor brio^ Tain* poco se la debemos al vascuence, scgUn terminantemente declara Larn* mendi* Luego lát dónde viene? De los españolo^» £1 aire de las inonUiñAR meridionales, tan favorable para la creación de las aspiradas y i ;in rito- do dura ule mucbos siglos por la^ guturales aspiradas^ la edaciiciÓQ úú aparato fonético y el complemento de las clases, érdencs y famUlisiid alfabeto, prod iijeron la peculiíiritlad española, Li estadística mn^ ' estudio de las razas que el elemento romano, en contacto con ti - co y aun con el semitico, ganó siempre terreno, conservando In oñgüíall- dad primitiva y haciendo, por decirlo asi, su historia.

L La j inicial de las palabras de índole germánica y las traasfTifK'ií* nes presenil n notable vacilación.

4. Jaló?( (uaÍMíí* bacnlus, %.\ ó do gmülún, bajo bretón),

5. jAaoÍK [kario, cuyo genitivo y dativo es garilu, aaa, 7¿ptíKr,gr. W- tm, UL gards, ^,: garúen^ ing.; garlm, aamod., lüstimonio de la siiMÍ*i ción de las consonantes explosionas).

3. JÁQum, dejar, desamparar {jehan^ a),

4. JoLtN, eat* ant, (juí, escand, ant*, la fiesta del solsticio ái* lavierDa^ la navidad pagana, hjul, sueco).

JuTCBíGos, ltJTü^G0St YpTüJíoos [/«íAuíi^jí, pueblo suevo, diado p^r Amia no, tdacio y Próspero, mth^ proles, ascand. ant*j

6. Yac, Yaqüm {jftch, bandera, inf^.) 7p Yascht, Yate (yacht, ing. ée jagm^ caz^r, a}. 8. Ya [IDA {jjard^ in^í,)

IL Se niuostrn con bastante regularidad , sobre todo después de la í, tle la m y de la n, pero ya i, ya y.

4, Después de la 6. Lonja (hubja^ aaa^ de donde Alogü, tomar cu*!

565

Logar, alquilar; Loguero, alquilador, voces usadas en ios doc. navarros).

2. Después de la d. Guardia (vardja, ^*)i REítUAnoio, doc. tiav., y en es- tos mismos se ven voces, donde sólo se emplea la a, por ejemplo. Reguar- dar, EsGART ó EsGOART, consideracióu; en E^goart, eu f^onsideracióQ; Ea- goardando^ considerando; Esgoardar, considerar, todos de Esguakdar,

3. Después de la f. Garfio (krapfijo, hipot. de krapfo, krnfo)*

4. Después de la í, cual hijo de filim, y en el Ubro do Apoüonio, 193, se lee fixa de filia; asi, Gasalianes {gasaljans, g., pL]

5. Después de la m. Raino, térm. arag., cob^illo arisco, del provE?n2a1 rainar (harmjan),

6. Después de la n. Bruñía (6run/d, brillar, g,)

7. Después de la r. Esturión (siurjon, aaa).

8. Después de la s. Brasa, Brasero (brUsian^ auglo^^Jón; desapareció la i en español).

9. Después de la t. Sitiar (siitian, sa^. ant.]

40, Después de la v. Ataviar {ga-téüjan, ordinare, 6 taujan, ugere, g.)

H.

Como las lenguas románicas no admitieron la aspirada latinn, no tuvo en ellas la germánica acción señalada y decisiva; pero, ni lomar las vo^es alemanas, no podían prescindir de un sonido, que^ aunque olvidado, lle^ gaba de nuevo, y con mayor fuerza, al oído latioo. Cada leugua siguió re- gla especial; mas adoptado aquél pocas veees, se buscó un equivalente, imitando la transcripción galbanum de yiA^ivTj, orea do Go^ti. Asi:

4. Abrigar (6i-ri/ian, cubrír, bipotético, pero fundado en ani-rihan, descubrir, aaa).

2. Deguno, Fuego Juzgo, ninguno (diheim, aoa), degun se usa todavía en Niza.

3. Tacaño {záhiy aaa), empleando la gutural sorda {taai, neerL) I. Se prescindió algunas veces de la h,

1. Alabarda (Helmbarte^ aa de los tiemp. med.)

2. Albran (halbente, a, anas querquedula, cual halberent^ halbm* ampfer],

3. ¡Alto! {halt, firmeza, a; halta, impedimento, aaa).

4. Arpa (harpha, aaa).

5. Aspa (haspa^ haspel, aaa).

6. Astingos {Astingi ó Azdingi^ Jornandes, cap. i6 y saj Swtdingi, Ceí- siodoro; Hazdiggós, capilla ti, g.; Haddingjár, ef^caud. aut.; PTr^HTiNGA^ Har- tungá, aaa; el traje de pelo era signo de lluaje Ubre, y, por t^uto, noble).

7. Avería [havetijj neerl.)

560

S* Iza ti (hma^ sueco; hissen^ bajo alema q).

]L Se p i ató tal cual Tez la ^1 pero por galicismo,

I. Hacha [hachu, fn; haok¿, ueerL)

9. Ualaa {hakr^ ir.; /^fofi, aaa).

3, 11a MICA (^íiinaCf fr.; /íangma^ hangmak^ ueorU)

4* Harpa, aunque al fin prevaleció la forma sin h [harpt\ fr.; ^rpAd, aaa, fmrpa, Ut, VeuaDti Fort 7-8),

5 , H K a A Mío ( Aeríi ií/us , ímra Um^ I a t . med . ; fm rmca U , a a a : Aarí , ejéreitis y íi7a/(f dominaatü].

ft. UowNABEQlíE (/ií>ríiWíirí , aaa).

7* Huno, y ea Berceo Ugo [huga prudeucia, luego Hmio, Pradeacio).

8. lIuLAJíí», ulano (üuífifií» fr* Uhtan, Ulan, a, vok tomada dal pobco. donde vale lancero)*

í). líUííA (Vtrme, coda, gavia, fr*; /ion, escaíid. aot.| Hl. HuuA, Callt^ de Baena (/itirtf, cabeza de jabalí y pc^r e^teiisióa d^* otros auiaiaks, ünbejía ileRpelüKiiíida ;,de huk?=^hiUodf é del vb, fr, *thu rrit\ rciaciouado i-ou um-hiur, nm-hiurh hovTúro^o, aaa),

14. Huta (huité, choza, ir. huita^ tuguriam, aaa).

in. Débese la eoofuí^íóu de la h mu la los árabes y á loa franceses» pero de uingua modo á los germanos. Elcvelae la vacilación y la duda los vocablos prcciutadoa ea las adnauas francesa,"^,

i, BoHOHi>o. BoFonao {b(ihor<b^ fr, de hot-hori^ bo^hort fiorqoedesap^ire- ció la í delante de bs aspiradas: ^,*', 6aí, do botat-, y i/' '*ü' /, tablr^do, aar*: haurdeum^ InU med.; luego lo que se tira al tablado),

t. Haga, (Tacanea, Faca, Fáca.vea» Jaha {haqn^ fr. kackn iñg.j

íl. FAtt»A, arpa, Poema de Alfonso Onceno, bnrpa.

I. Fonta-Onta [honia, tr. haunUka, g., /itiunein.'?, hamíMad, g^J

5. El adjetivo FArmiuo, Aaoioo {httrdi^ fr, hartins, durus, g.; íterii^nxs:, Aurí, aaa; dedoadc Artlü, auimOt valor y *4ríif.>£iuíijii muy feeuodo» a fsaltpc

a. Nombres apelativos.

K* Bastardo. B^o Willielmus, coguomine bastardus. Asi lirmaiM el conciaistador de Inglaterra ea el año lOeií, el primero que empleó aquctb voz (6í¡*£o esp.í ha$tum, í>ajo bitín del radical ^^<s%á^iw, llevar» ^Dt^aJ, he$^ ti a de carga

%,^ BAVAitno [bayo, esp. bai, badina, lat.)

3,** BEüAnüOf Bigardo {beggardus, beguardus^ bajg lat*; 5í^i;í7íi* pcüjri neerl, io berg, iag,, la holpuza es efecto de pedir), Al mismo radical w refiere Beoüi^a.

4.° QfLLAU {billard, k.i biUa, bajo lat-; bickei, buesecillo, dado, ;»a lostiemp, med*; bikket, tmesecillo, taba» neerK)

5t^ BoMD.\iioA {hombus^ ruido, lat.)

567

e.** Brocado y en Aragón Brogato [brocart^ fr. de broca, esp. y broc- chus, broccus, diente saltón, Planto y Varrón).

7.® Broca RDO, térm. for. (brocarda, brocardium, sentencia de la obra de Burchard, obispo de Worras en el siglo xi). De aqni el libro burcardus y las sentencias brocardinas.

S.^ CoBARDO, Lib. de Alev., Í24. Cobarde (cauda, lat., co^ardo por co- üardo, cnal juvicio de juicio).

9,^ Espingarda (springariy aaa, perdida la r).

40. Galavardo (geil, vano, aaa; geiU, vanidad, aaa).

41. Gallardo [gayol, geagle, anglosajón).

42. Moscarda.

43. Petardo (pelar, prov. padere, lat.) 6. Nombres personales.

4.° Abelardo.

2.^ A delardo (adel, nobleza, aamod).

3.° Alardo, Alehdo (Adalhart, aaa).

4.^ Bernardo {Bernhardt, aaa; pem, oso, aaa, 6£ír, aamod). Eo la mito- logía germánica el oso es el rey de los animales, y los Escandinavos, los Eslavos, los Fineses y los Lapones le consideraron ser sagrado, dotado de entendimiento y con la fuerza de doce hombres. Oso pasó á significar vir y lieros.

5.** Bisgardo.

6.<> Blangbard.

7.0 Bojardo.

8.^ Eberardo, Evbrardo (Eberhard^ aaa), eber, jabalí, aamod; épar^ aaa; eber, aa de los tiempos medios: ibr y iófur vale únicamente principe ó rey, cscand. ant., pasó á significar vir y heros en los nombres personales. De aqni Ibor, nombre lombardo.

9.0 GuiSGARDO (wiSy sapiens, aaa, endurecida en c la ^ de hardus),

40. Leonardo (Leonhard, aaa fnerte como un león). El león fué emble- ma del valor entre los Francos.

4 4 . Nisardo {Nidhartj aaa).

42. PiCARDO (Pichard, pick, alcaraván, aaa].

43. Ricardo (Bihkart, aaa).

44. SiGAR, SiOAR (Sicard, Sigihart, aaa, Sigo victorioso).

c. La forma alemana hart se confunde con la latina ars, artis por los etimologlstas de sonsonete.

4.<^ AiGARDO, Aigartb (Atkardus, doc. de 94 4; Eckiharíy aaa, de echo, el eco); de aquí Axarte (Achard, Echard, fr.)

2.® Baluarte, Balluarte (boulevard, boulevart^ fr. boUwerh bollen, lanzar y toerk, obra, voz del siglo xv).

sea

3,* BAYAnTE {Bayardfí).

i.** llLAJtCAaTS.

U,^ EsTANDAiíTE (xía/if/íií-í; sfíiftÉr, estndo, sUío, aslentoi.

6." GütLLARTis (H ií/í/*firí wUH^ quefcr, Ine^io voluntad poderosa),

*/ llitABTK, HutíAntÉ, ÜGARTE {Htiguihart, aaa),

*J.** LAg,MtTE*

40* Losarte .

4 i , Posarte (posmi, burla}.

\ 2. Recahte, EicAtiTE [ÍHhhm t, aaii). De aguí Recabe&o, 6 cst^ ile »¡- cariift aaa de ra¿, consejo.

13. SUSAIITE.

IV, Tambico se puso la h por la v ea algunos nombres étnicos,

í Naharvalos {Nfthanartmíi y NiiharütU^ Tac, S3; /Víio^irtií*^ ííríí, g* Nornahalir, viri qai tlearum fíitalíuui tutela gnudent» escand. ant*: i,^ tía- vis, niortuua y prlaüi palmeo te, foto concossus, g.; f,*>hal$, bipot, ^ót.de /iíiíf, \ir, beros^ esmud. ant.) Lueigo navairns, g,, está por «am, edennd. aot,

2. VíCToyALOS, ViCTovALES (Ficíoüíiii, T^elohafl, laí, VailhéhaUis^ g-, TíttííiAaíJa?, cscaud. ant,: \,^ vaihls, ser parecido á la Norua, g.; t;* haíi, gO

V. Cu. LacA es carácter difereoclol del franco, fil latiü tfaoscHbió por f la aspirada labial gnei;a pb. f, y dejó si a utilizar la í^utural aspirada b c/i, '^» üsí como la aspirada de las dentales la íh^ O* Kn lu^^r de li eft, / m puso una couüoflanle bastarda la h, asi ftííríMír de X'^p-o^. ó sesiiptinüii póf la deliilidad de la equivalente amer de yiriv, ó se eo atrajo la h y la voc*-il m- guieuto ntríio de nehemOt ó pasó sin más á la gutural sonora Ungen de Xu/jm* El alenién carece de la gutural aspirada, y emplea la h, y eon viniendo en esto coQ el godo, sustituye así tauto In sorda como la aspirante del grkpo. De los idiomas germánicos, üaicamente el franco tuvo la aspiración orgá- nica gH, X* tír*, distinta de laa a^^pirauteí?.

4. Guama vos, Camavos [Chámávi. Tac, g.» 33; ham, cutis, íegmeo, aaa, y omva, vega, isla, aaa; luego pueblo riljcreño» como los Ubi os y los Ri púa nos)

2. CnABiBRaTO, CARiniíRfO {CharihúrtnSt R^iperaht, aaa, heñ. ejercífa, peraht, fulgente).

3. CnAftiovALOA, duK Balavoruní, Tácito, Ann. Í-H {fiariowatL aaa. sorprendo no encontrar la forma CharinvalJus, atendida la forrua Hartad. aaj,, y flaraldi\ escand. ant*)

4> CiTA^uAnios, CASrALuos {cha$ufírii Tácito, voz tomada por los ktlnos con la ch franca; fíasuarii, aaa, del rio liase, tribubrio del Ems),

569

5. GoATTOS, Caitos, Gatos, Cattos (Chattij Catti, Tac, g., 30, voz to- mada por César, Plinio y Tácito coa la medial gótica, y con la ch franca Bazzi, ifazi, aaa, Hassii^ Hessii, aa de los tiempos medios, de hlU^ anglosa- jón; hat, ing.; haUr^ pileus, pileolus, galeras, escand. ant.)

6. Chattuarios, Ghatuarios, Catuarios, Atüahios {AitüarUf Vell. 2-4 05, Athuariiy Hülvare ó Htitvere, colentes, gestantes pilenm: í huty pi- leus, anglosaj.; 2.® vare ó veré, colens, anglosaj., del verbo verjam, taeri, defenderé, de donde Hattuarii, Hazzoarii, aaa).

7. Chaucos, Caccos [Chauci^ ChauckU Cauci, Tac. G., 35, voz tomada con la ch franca; hauhai, altara, g., hóke, aaa: laego los excelsos^

8. Chedino, Qukdino (Hedin, aaa).

9. Gherüscos, Queruscos, Ceruscos {Chérmci, Caes, y Tac, 5-36. CherUy Marte; Heruy a, de hairuSy ensis, g.)

40. Childererto (ChildebertuSy HUtiperahty aaa: ^,^ Hiltif flUto, HUda, y 2.0 perahly fulgente, aaa). De aquí HildeherlOy üdeberto.

41. Ghilperico [ChilperictiSy Hélfrichy aaa).

42. Chillo (Hilla, anglosaj.)

43. Chindasvinto, Chintila {ChindasüinthuSt Chintilay Conc. tol., 43: año 683). Amiano, 28-5 trae la explicación de dos voces borgoñonas, cuyo interés filológico es considerable: apud hos generali nomine rex apellan- tur hendinoSy nam sacerdos apud Burgundios omnium maximus appella- tur sinistus et est perpetnus, obnoxius discriminibus nullis ut reges. Hen^ dinos coincide con la voz gótica kindinSy prefecto, gobernador, porque los Borgoñones no tuvieron nunca rey. La h está por ch, ó sea k gótica, nun- cio de la sustitución, cual HorlariuSy nombre de un rey de los alemanes, por ChortarioSy de chortar, grey. Afine con el nombre gótico Kindins, es el alemán chinty proles. Sinistus salió de sinistüy superl. sénior, g ; 5tfi, per- petuo, aaa. Por lo que bace á la terminación, se tiene svinthSy fortis, vali- dus, g.; swindej aa de los tiemp. med.

44. Chlodoveo, Clodoveo [ChlodoveuSy Bludo wic: hludo, ilustre y toic^ combate, aaa), de donde ChloviSy Clovis, Ludovicus, Luis.

45. Chlodosixbe, Clodosinde, Chlodosindus Clodosindis.

46. Chochilaigo, Coquilaico Chochilaicus {Hukileihy aaa).

47. Chramno, Grano (HramnuSy cuervo, aaa).

48. Ghrodoberto, Grodobbrto {Chródobertus, franco, Hruodperaht: hruod, gloria, peraht, fulgente, aaa).

VI. Antes de la ¿ ó de la s predominó la c primitiva, y no llegó ésta á ch.

4. Ambactds, Caes. b. b. 6-45 {andbahtSy minister, y primitivamente

amigo ó servidor que guarda á otro las espaldas, g.; ampaht aaa, á saber:

andy partícula y 6a^, espaldas), de donde Ambaxia, Ambactia, lat, med. y

Embajada, Embajador.

570

5. Los nomí^res eom pues tos eon dructiís^ ley s;iL U, dtaúh^É, miles, s- tftíhl, í\m^

ü. DnoráBA {Droñiara),

h. Drotauso {DrnúiarnUf)*

c. Dbotcjlfo {Droclutfíís)*

íY, Db UTO i NO {Dructoinus},

3, La forma berct por l¡i gólu^a hairkís i^orao Chitdeherctn^^ BfirríoatdwL

L El lombardo empleó h alconas veces: Áhisiulf por Ai^ititf, Vil. Lri cA eayó con la dloai^tía rncroviogii); muchos inautisrrtUvsde it ley sáHcí^ prcseotan la k cu lujiírír dv b cíi, y los cscillorcs romnDo«seiti- ciiüakm á csUi sustUucióu. La ley np. ü^íTaí^háriraidamragiia =mn>i' da^La h ti esa pared ó por la influeoda lombarda,

I* Antu\N.^i:«f AnnsBANim {fíerebannum},

2* Vribai: por llaribau Ufaribaldm lat, AriMd),

3, Aaicis por HarigU,

4. ,\ni»A?r!^T« AntutNEíTSBS, hominesexerijUales; por fíarimnnm, Íí^n* mannm,

n, A a 10 VISTO {harjU cjéreitu ^.. hri, arta;.

I!. Anir^RUTFS fmr flarihf*rtit!t,

7. ARiriJTS por HtiriitlftiM.

8. Ehiberto por tfíriWío* I*. ItrupiüUTo por íHUhberto.

10, li, p K n ici: S po r Ckilperic i*s.

V I L L la mbló n ú e sa p¡i recl 6 la A en med i o de di ccU^ n *

i, CnoDi EL D ts por ('rúdhildig,

í, Euboildis por fhrhúhiUi^.

3, MAniorLi>[s por MnriohiUis.

IX. Adamas de la cAi (Va ora \ de Ja ^ alemana, hay otra es;pocie de K la verdadera t>F:piraiite, ijue resisiiú á la saMJUi'?iüD: ^a prap¡dL:íi|uif ct b* tillf franco y atenían^ y por aféresis ^uelc desaparecer,

1, HERifT?fOf InMiNO, fjtMAiV {Hprmm, laL; lltírmun^ lat.; Eruunití^^ ht, raed*; /rmtfii Krmau, aaa; Jirmai^ g.: íórmun esc^aod. uuL; E<yrtfifn^ üo- glosaj,) La nütologia gertüáDÍna prueba la unidad de las voces Armin. Irmin, Irman^ Ermun, o no de loa lujos de Maoao* De aquí:

a< ARMtffio {Airman ^. eou la forma latiua, áttjiMíás, el Cf^lelire jefe de los Qtierusco.'?, Vell. i-i 18; Tac; Flor.) Los roraarios consorvarou la a, vocal pura de los germanos,

6, EiiM\Nánu;ü, AnMA^AEiíCOf Herm.í?íAiijco {Airmanareiküf g., Ermaruh fkm, lat.)

o. ERME^reuitoo en la inoueda y eu Mariana i pero destpués üermiss- tiit.oo por plkñsmot

674

d, UsaMiouBS, Hbrminonbs {Herminones^ Tac; es ana equivocación la forma Hermíones). Plinio 4-44-28. Nunca se dijo Cherminones á la manera franca.

e. HEBMOifDUBOs , Hbbmundubos , Hebmooubos {Hermundüri Plin. 4-44-28, Duri ó Dori).

/*. Ibmansul. templo levantado á írmin por los sajones [Sul columna, aaa; sanls, g.)

2. Habudes (Harüde^, Cobs. b. g. lib. I charad, harud, hard, lucus, sil- va; siij. ant.; hart aaa, luego silvicolae).

3. HBBCAaiBEBTO, Ebcambebto.

4. Hbbginia (Hercynia Coes. b. g. G. 24).

5. Hbbulos {HSrüli, Eruli, lat. Airulos do hairuSy ensis, g.)

X. Los tres grupos góticos HL, HN, HR se debilitaron al principio de dicción en el aaa, anunciando el tránsito á otra articulación análoga, pero no tan acentuada como aquélla. Así es que las lenguas románicas emplea- ron tres medios de transcripción: 4.**, la aféresis, que fué lo más común; 2.% el cambio en f; y 3.^, la vocal epéntica; generalmente la a afine con la h, y variable en e. También se simplificó el grupo HT.

A. HL.

4. Alotabio {Alotharius doc. del año 840 Blothar),

2. Flanco {hlancha, aaa).

3. Galopab {ga-hlaupany correr, g., la partícula que tiene funciones análogas al aumento griego).

4. Lasta, Lastbb, térm. marít. (fU<t$t, peso, aaa).

5. Lbibb {hleUhray lethray leire, tabernaculum, g., compárese con xXglSpov).

6. LoBD {hláford, láfordy señor, anglosajón; hlaifs, pan, g.) De aquí La- DY, hlcedige, hlwf'Iie aoglosajóo y el apellido Lavbbde, de laverd, lauerd, lord, iog. ant.)

7. Lotb, Lotebía (hlaut, suerte, g.)

B. HN.

Niquitoso térm. arag. (hnícchan aaa; nicken, hacer señas con la cabeza, aamod).

C. HR.

i . Abbmib, cat. ant. {aramir un sairement, aramir ou jurer, ad-hramire^ ad-chramirey lat. med. hramjamy croci afligere, g.; arámen, aaa).

2. Abenga (hring, aaa, círculo, reunión, espectáculo).

3^ Rancho, Rango {hringón^ aaa).

4. Rbntab, cat. (hreinsa^ escand. ant.)

5. Ribaldo, Are. de Fita. Ribaldbba {hriba, prostituta, aaa).

6. Rota, instrumento músico, Berceo (hrola, aaa).

^^^^^^^^^^p ^^^^v ^M

^^^^^^^^M 7. El vocablo hrothdgs, glorlúsus, raür, g., ftruoió a aa, elemento ám

^^^^^^^^^ muchos! uomlire^ per^oaales.

^^^^^^H a, VíOíiRiüQ {Ffrúthareiki^ g.)

^^^^^H L llcNiBn, nDOHtiiü, Boaeijo {íírmfigBr, ana].

^^^^^^H c, HotAxV))ü y por müt^ite.'^ls Oblanuo ifírmilland].

^^^^^^H f/. RoMUNi^o, Rai>oiit;NDo {Hrujdmund, mm),

^^^^^^H tlaTANO (Hoífinwí]*

^^^^^^H /, P OTARIO {ítotariü^, llruodkanm, nan).

^^^^^^H g. Rudolfo, Rodolfo {fíruodúlf, and).

^^^^^H h. Hui'SJiTo, Roberto {Hruodpsraht, fama cbfus, aaa).

^^^^^H 8* EuifGE, RvNOO, apellida {llrún^nir, esc^ind. anC; Áni^^, virga, g..

^^^^^^^B ti^j;/e a ) .

^^^^^H t). HT. Perdió la h inicial en medio y al ñn de dicdén; se convlrUó al-

^^^^^^^ gunas vectís cu provcuital, y ima en c/*, cnal el correí^pondieiite btioo íf.

^^^H i, AcíAtT» AriUAitAn (icja/i/«Ti, estar en guardia, aaa, da daude CoaUar

^^^H guardar, y Úoiamiento gu^rd^i tutela).

^^^1 1 Plrte y aun Frrt m los doc. navan, fréU scrvlno, aaa.

^^^^H 3t Matiloe IMahíkití, naa).

^^^^B i* El demento B^nro {hatrhíís, ful^^eng, g.; per ahí athn m presen In sin h

^^^^B ya en loa docn meatos del siglo rr, y entra en muebos rom puestos).

^^^^B a. BKiiTAf r. FuL^cnci;i.

^^^B h. BerTilo {berahtih].

^^^H c. UpaiTiiv {íkriin au» con suMjo diminutivo}.

^^^H d. Blcrto, Fulgencio.

^^^V «. BiínTotuo, BEUTOi.nr?i'o {BertoaUuF, ffefchtoU, BúvnhtoU, aíta; watt\

^^^H dom'nador; vahius, lot., domina con esplendor).

^^^H f. AnALaEKTO {Adalhemhi, iim; adal, nobleza): do aqui AiaF.BT^.

^^^H g. Gk/rberto.

^^^B h, ijviL RE RTO ( t Vi i ipe ra ht , aaa) ,

^^^H L Kerrerto {fferipsrahl).

^^^^ /. IlüRiíRTo (flugipemkt).

^H L HlTMUEnTO {Huniperahi},

^H fn. Lahbehto {Lantperaht, aaa): de aquí Lanzorim .

^H n* No R B Eft To ¡ Nordopera ht. No rdoperci us , m a ) .

^H a. SiRERTO, SiGiBERTO, SicEuicaTO (Sigiperak, una].

^H p, SiLUEtiTO {SiUperaht^ aaa).

1

^H Respecto de la nasal de las ^utnraleg, Ullilas, siguiendo !.i re-i

^H empleo la $ como nasal delante de las guturales; pero en las otr.i -

573

germánicas se expresó generalmente h gutural nasal por una n, y como ésta sólo se encuentra en medio de dicción y doUnle de otra gutural, se conoce con facilidad, por ejemplo, driitkan, beber, aaa: trinken, aamod: pero al transcribir esta vo^ al español diciendo TnipfCAn, TBmomSi no se hizo nso de la nasal [futura L

DENTALES.

La t gótica pasó á ser s en el alemán alto y en el medio. Hay dos espe- cies de z, las cuales no reioau en el a.lemán alto de los tiempos medios: domina en la una el valor de la t, y prevalece en la otra el sonido de la s; San Isidoro representa con ^/'á osla última, y con zffh rcduplícaáón, y expresó con tz la reduplicación de la primera especie. El alemán alto mo- derno ba conservado tínicamente el sonido silbante de la primera, y em- plea en la escritura la s, propiamente dicha.

I. En las iniciales pasó integra hi t gótica.

L Taca, Tacha, Tacóít, Atacar [tak, neerL, comdn con el celta, tac),

3. Taipalo [Taifaitís salló de Decebatus^ nombre de la dinastía más no- ble de los Dacios, tai ó thai^ está cual ¿xfjcr, Davus por DaGui).

3. Tala, excydium sylvarum, y en sos compuestos (jdió»» deripere, aaa).

4. Tamiz {teemSy ueerL)

5. Tapón, Tapar {zapfa, ano): de aíjuí z^impar,

6. Tas {tas, neerl,)

7. Tascar [zaskón, aaa]>

8. Tato, Totila {Tóíila, g.; Znozo, Zmzílo^ aaa, raíz común al celta tad,^ al gr. Táxa, al bomórico lix^a, al inglés dud, daddy^ papa, al b a varo tat, tatt, tntte).

9. Tencteros (Tfinchirñy TtnctP.ri, Cíea. h. g. M-i, Tentjtheri, k sabor; \,°tengir, junctus, affiois, conjíaguineus, part, del verbo lengja, Jungorc, escand. ant.; 2.° heri, ejércitOí luego fratres y cousagulüei)*

10. Tender (terifkr, ing. de ío Und, csstar de servicio, apócope del fr» attendre).

4 4. Teta, esp. y Diua, nodríi»^ cat. {íUú, anglosajón; sitse, aaa).

42. TiLBüRT {tUbury, ing.)

43. Toa, Toar, Atoar, Atoaje {Íqw^ ing.)

44. Toast [toast, íog.)

45. Toldo (<ia//J, escand, ant; telds, neerl.; z^ff, ana. No bay, pues,

:57i

necesidad de acudir á ía intercala l^íoü de Li d, como sucede tomundo i-I latm thoius^ sogúti propone Covarrutdas ó la v^z arribe cíMía de U. Dozy),

Tolmo, Tobmo (ium, lorn\ uiiglosrtjoii).

Tomar {tomín, aoglosíijóa)*

Top, Topis, Topete, Topar» Tupé, Tcpih {íop, punta, cima, aoglo*

4íL

Bajo a 10.

3Í,

24.

?7.

Trampollh (trimpíin, calcare, g.)

Til A VI. i, TiUMvíA [iramway, ¡ü^,: 4,"» tram, tramo, porque tuvo oriis^eu á últitiios del siglo pasado en las ttiÍDaK de carhóE, y eotoucP!; so couslroia coa tramos de madora en toB que se íijahau cliajias do Uierro, 2.**, way^ vía, como railwmj, camioo de hierro; broadtofitj^ arrecife; cauíé' waif, travesía; paíkwmj^ seudero; troughivatj, pasaje). ^1. Troje [trog^ anglosajón)* TroEL {tuda, lobo, escand.) Tu I -VA {imm, ing.)

TütiGA, TtiurrLO {Tutgay THÍfjiló, aaa; tulgus, frrmc, estable, £^.| TütíBAR {tumba, escaüíL aat.) TÚSKL [iunnd^ ing.)

Tüh'Gno. (El primitivo Germatio y lo tocante y portcoecioDte é U antigua Gennania, dice la Academia. Tangri, Plln. 4-17-31, nombre de un paeblo Ritaado cu la Galia bélgica, hoy Too gres, y viene del alcínAfi -nn- jy3r, lin^nosua, clnmoans, traducción de Gi^rmñni, Cíps, b. g, t-i» |iorquc este ultimo nombre viene del ecUa gairm^ pU ¡lairmeanna^ grito , aquel gri- to belicoso, terror do ks legion<^s romanas.) as. Turf, jardiocn {lurf, gasón, ing») 11, Se courervó la t en las mediales. 1 . A T n AC A n ( í re kken , ani rekkén , noerl , )

i. Batel {hút, anglosaj,: bátr, buquo poqucñn, escand. ant.; tambieu se encuentra en las lenguas célticas búd, cinro, bad, irL)

3, BuoTíi» UaoTAn {broz^ renuevo, aa*i; brazzén, renovar, aaa).

4. ESTAT, EsTAVAH {UíIí/l', puntal, occrU)

6, Este y el tcrm, marit* Leste [eiUt, anglosajón; mst^ orienk^ lug : xétf éstan, aaa; o^lj oUen, aamod. (^on esta voz ss ligan los nombres Ohtmo- i^oDOS y OsTnoGOPA, AuitrugQtki^ Pollio Claud, 6; Osírvgúihiy Claná* In Eulr» 4*153, Sid; OstTQgotha, rey de los Godos, Jorn* Caas).

6. (estíos {^^UyK ~€síii, M»tui, Tac. úerm, 45» hoy Estonia, aislan re- vereri, g* de am, a iza, bonor, primi ti vamon te ^deudor» decns,^,, Aítím. reverendi, bonorati, g,)

7. Etapa {siaputa^ bajo lüt; «topíí, depMlo, necrL; stajd^, íug. de iea6, bastón, a],.

r

575

8. Uato (vazzay üaz^ uaa).

9. Guita (witta del lat. oitla),

10. lüTAS, Jutas, Yutas, Yutos (IuU y el pl. /u/ds, hipot. íoz pl. iozá aaa, exterior, extremas, porque habitaban la parte septentriooiil del Qucr- soaeso cimbñco. Jute, Jutlandy sueco; Jyde, Jylland, daues; /(/!qj% Iklu: /otar, lotland, lotagrund en los Escalaos. Sedusios ($edusii, G£rs> 1-45, son los llamados en otro país Endoses, Tac. G., 4. lulosjós y cual beriajós, pa- rcutes, y /iUd5 y lutusjós indican un mismo pueblo; tiene todavíii sin sub- tituir el sonido de Eudi y Endoses.

III. Se empleó con parsimonia la supresión de la Guiar (vitany g.)

IV. Se propagó mucho la z alemana por las lenguas romniikas, y sii cucuentra empleada delante de todas las vocales; el italiano la trasladó íntegra por regla general, pero los otros romances la transcribieroa por z, c, ss,

A. 1. Zalagarda (z4/a, destruir, y warta, acecho, aaa).

2. Zebra, Zebro, Zevro, Cbbro, Gbvro [zepar, aaa). 3 Zinc (zink, aamod).

4. ZiG-zAG, Zis-ZAS [zick-zacky a).

B. 4. Baza, cast., Basa, cat. (bazze^ ganancia, aa de los tiempos me- dios).

t. Gamuza, Gamuza [gam-z, aa de los tiemp. med. ¿Estaní el radical en gamo de dama^ coilio golfiíi y delfin^ gragea y dragea, gazapo y dasapo?]

3. Gazo, Gazubla, Gagbrola, Gagbno (kaíUSf lebas, g., ckez^ir nün). Se intercaló la r en cacerola cual en muse-r-ola,

4. KziLO {Eziloy aaa dim. de azo padre, como Atila de Attilaj patercu- lus, g., dimiuut. de alta, padre, g.)

5. Gauseran (Gózran, aaa),

6. Liza (letze, aa de los tiemp. med.)

7. Mblsa por Mblza {milzi, aaa).

8. Orza (lurts, neerl.; lurz^ izquierdo, babor, suprimida la í ioicíal que desempeña las funciones de articulo).

9. PizGA, Pizcar {pfetzen^ aaa).

10. ViTizA, WiTizA, üuiTizA, el Sabio (vitan, saber, g.; loi^fit aaa; wissen, aamod).

G. Pasó la silibante algunas veces á ser paladial.

1. Bocha, Buche, Bugha [butze^ btUzerij obtuso, aaa: buíse^ chichón, hinchazón, neerl.) De aquí Esbozo y Bocio.

2. Ghivo (zeibar, aaa; zebar, aaa).

3. Fregha, ant. Flbgha {/lilz, aaa).

4. Pinchar (pfetzen, a).

576

V, Se slmpH^có la H cual se hi/.o coa las palabras tom^idas del lada,

pasando á ser £D ó z.

1, Cnuxm, CííUjín [KriuHan, stridoro, g.)

■2. BfiozAf Bmuza (ííwm, brmta^ cerda, peiae, aaa), y también Brum^. Üruja, forma scc andaría de bruza^ como tmer de utiir j tmer, y respfet> dd cambio eEimológico en simbólico» basta recordar ííqueltodc flicooverti- das ea gallos, leclni?.as ó cuervos, como d laL slrigo.»

La d gótica^ que pasó á sat i co alcmáüi Be traascríbié como la C klliu. conserva nd oso, por regla ge o eral; sin embargo, en la banda occidímtil desapareció tal cual ve?., ñl estar, ya entre vocales, ya después de cllisi. I. í. Dacos, Dacios (Dáci, V\m, Hf-ís, Caes* b. g. 6-lü. Oago^úíía- í/íísea las lon-^nas gcrmáüicas. »Üaó autem Gotbomm sobóles fníTuulet dictos putuQt Dacos quasi Dagos iiula de Ciotíiomm stirpe creati saot»» S, Isid. gríg. li-á. La raíz es dags^ diea, ^*; es decir, el tiempo opuesto h Í< noche, el periodo de la lu£, y por tanto, Dacios son los litiuiao&oa, í^acQú luminar, noeión afine con la de la divinidad itot).

i. Daoa {daca, liaj. UL; dagg^, ncerl.; d^g., ing.)

3. Dalia, planta dedicada por D, A. J, Cavanilles al botánieo ííuivo Dahi^ que significa cuervo.

4* Daxla, Dalle {diígol, neerl.)

5* Dajídv, vocablo anglofrancés condenado por Baralt. Pandt/. la.:.: dagan valere, prodesae, g., lakan^ mu*

6, DAaao {daradh, anglosajóo; darodh, Ing.; tnri^ venablo, aaa}.

1, Daliíía, lámpara {üav\j, iog,)

8, DiQTJB, térm. de constr. (dykt ncerL)i poro Diqük térra, geol, \á^l^ filón, inj;.)

9, Dogo (í%, perro, ing.)

40. DoanE (Drogue, término marít-; dogger, ncerU)

O. DoQUE {dock, neerL)

1t. DuAGA {drúg, escanda ant,; drdge^ an¡^losa¡ó[i; drag, cavar, ÍQg*J

4S, ÜRAUVAQOíSi termino mere, {draumbuck^ Ing,)

44. Drishaq, Da£;?^AG£ (ío drain, dcscoiir, agotar, ing,, dTnhnigmn^ aa- glosajón),

i DaoGA {droúg^ saeOj morcadenns secas, como pkntas secas, nocrl)

Í6, DüLGiBíxos, DuljibinpSt DüLGivtsos, DtTuiviNos {Dtilgibmi, Tac. 'í. 34, y coo mayor propiedad Duígubini, dultjit, viilnus, g.; de aquí íiutguhnh V n I n era ti o , y después d ttUj ubnjft ; vu \ ae ratorj I ttei^o, vi ri v ul acra ntcs, v ul- Eeradantes; esto es, beilatorcs) ,

577

47. DuNGA, Tuga, térm. geol. [dung, abono, ing.)

II. 4 . AuDECA , AuDiCA, Qombre saevo de barón con la terminación gó- tica {audags, opulentns, beatas, g.)

t. Banda (bandi, vincalo, g.)

3. Bandbba {bandva, signo, g.)

4. Bando (óaiintim, edictum, interdictum, lat. med.; banniré^ edicere, citare, relegare, lat. med.; bandvjan^ significar, g. y su forma secundaría bandvjan, g.)

5. Bedel (bidellus, lat. med.; bydelf prsDCO, anglosajón, ó mejor de pe- tili emissarins, aaa).

6. Borda, cat. y nav., barraca (baurd, g.) De aqni Bordel, BurdeL

7. Borde, Bordo (6ord, orilla de nave ó de vestido, saj. ant.) De aqni salió Bordar, recamar las orillas de los vestidos; según dice Covarrabias, Brodar, cat. El español antiguo emplea la forma Broslar por Brosdar, bros- dns, lat. med. del siglo x, brustwf, bordado que vienen del hipot. y g. brúzdony punta, por la analogía de las operaciones. Bordar, rodear y Bor- dear, dar bordos, vienen de bordo. Pero Borde, el nacido fuera de matrí- monio, sale de burdus, lat.; bairan^ g.

8. Brida {bridel^ aaglosaj.]

9. Guardar (vardjan, g.)

10. Ordalia term. for. {Ordalium^ bajo lat.; orddL anglosajón; urtheil, urlhely juicio; tir, fundamental, y tfml, partición).

III. Desapareció algunas veces: 4. BrAon (6r(Uo, aaa).

2. Forro [fódr, vagina, g.)

IV. Se emplea algunas veces la z.

4 . AzALRERTO {AdaU)8rt).

5. AzALBis {Adalheit)»

3. AziMAR (Hadumár),

4. BiEziüM, lat. med. (bed, saetín de los molinos, anglosaj.)

5. Esguazo, Vado (toaton, vadear, aaa, y waten, aamod); de aquí Es- guazar, y probablemente Guácharo y Guachapear.

6. OziL (pudil de uodil, praedium, aaa; oiMi, g.)

V. La ( alemana tuvo también alguna influencia, presentándose hasta en las palabras donde dominaba ya la d alemana.

4. El nomhve dagsy dies, g.; tac, aaa; tag^ aamod; es elemento forma- tivo.

a. Dago {dagOy aaa).

6. Dagobbrto {Dagoberto, fulgente como el día).

c. Tagantes.

d. Taoar.

37

578

e. Ti6áR0T£ (Tagroth], f* G&nTAGO {GéTÍaCf aaa). g. IIeltaco [Heimíac, aaa), h* Rut ICO {Hruodtac^ ana; hruod^ gloría)* 1. Sf GITAGO {Sigitüv^ aaa; siff^ victoña)*

5. TAirNO, Ta.\o, TaxeriAj Tenería {lañare, Gloss de Erfart; fauna de tanm^ Abies peetinata, Pmabete).

TrapAi Trampa, Atbapah (trapo).

4, TáAH}, Dqapo, Trapeho, D raí* ero {irappen^ pisar fiier(<?meDre; trap- ptng^ tapicería, iog.) De aciuí Güalihiapa, scgüü inventígacioües estimables; pero ¿de dóiide vino la voz GualT Co marrubias dice que la itiveptnrotí lo^ de íiücIdreSf y que ruoroD recibidas ea España coa el iionibfe de Güel~

5, Traque, Traquear {lrach]é

6* Tubpab {íTPppf^, aaa), que TrApico, Trap, tcrm, geol,, víeaeñ de la forma trappa^ eseaad. aüt>

7, TuíTSTEJio, mineral (tmgUein: iunge, pesada, asa» y stein, ptedra).

TH.

EL alfabeto gótico tleaepara expresar la tk el sígoo W. Ai lado de z gótica Bubsi&lió la th gótica en el aaa; pero en el moderno es sonido iaor- gánlcOi cuya exjBtencia nocstá justtfieada, porque ni es aspirada por 1ji proJiunciacióD, ni por el origen; es^ en realidad, una sorda. Limitada por ei aa¡3, ó convertida en d, no pudo enrictiiecer )a ieogua española codío lo hizo la tlieta griega, ya directamente, ya por medio de la t A latina; pues se opuso la equivalente alemana^ ó sea la d. Guando bs lenguas romame^s i^ecibian la aspirada gótica, se transcribía ésta por la sorda, cual se Usci^ tambiéu ea tos documentos latinos, y hasta en los correspondicnles á tiempos posteriores; h misma th ioglesa llega á ser %, como Árzur por Afihur.

Los nombres germánicos, conservados por César, Pliuio y Tieí(o, pm- sentan el consonantismo gótico; pero, por excepción, la t oeupa el lu^r de la th al principio de dicción; TA^'FANA, Tbütoki, Tniaocí, y aanen me* dio de las pnUbras, como Nertus, Gotoiteí^i GoriNt, auu cnaiidosenota In vaoilaciónf puesto que acá y allá se ven las formas Nertkus^ Gotlmn^St Go^ tkini. Hay, pues, que examinar con cuidado las transcripciones, porqae puMe la t proceder de dos letras góticas: de la ( y de la íh. L En loi primeros momentos dominó la L 4* TAffCiteno {TancraduM^ doo* francés: L^, thoftks, thagks^ grsitta, |^;

579

dank, aaa, dank, aamod; t.o, ragin, consiliam y príroitivameiite motus aDimi, g.; raih, a).

f . Tangulvo (Taneulfui, doc. ir.: DanchuxUf, aaa; danch, gratia; tooV, lapas por heros).

3. Tanfana (celeberrimam illis gentibas templam, qaod Tanfan» vo- cabant. Así como de tepere salió templum, qae primitivamente valió el si- tio del fuego sagrado, altar, del mismo modo dépan, caleré, «estaare, dio dampt? vapor, odor, thefr, escand. ant.; de aqaí Tamfana, Tanfana, la dio- sa del fuego, del hogar; la Vesta, de los latinos; la Tabiti, de los escitas).

4. Tbjón, Tasu(h> [dahs, probablemente por thahs),

5. Tbodo (Thiuda, gens. g., Diot, aaa. Teodo, üdo; Pabilos Publicóla át popólos). De aquí:

a. Teobaldo (Thiot bald,)

b. Tbodobbrto (Theodobert^us, aaa; Teulberius, Irmm.) e. TsoDOMiao (Thiudam$rs^ g.)

d. Teooobigo {Thiudareiks, g.)

e. Tbuoblinda {Thevuklindt^ la amiga del paeblo, aaa). /• Tbudigisclo {Tkeud$gi8clu8j g.)

g. Teüdila {Theudila, g.) h. Teudis [Theudis, g.)

t. Tbuoiselo (Theudiselus, g.)

y. TBUTOBuaeo {Diootjmrc, populosa civitos).

I. TiBALTE.

m. TiBüBGO {Thiudburg).

6. Tilla (thilia, escand. ant.)

7. TiuFADO. En el Fornm judicum, lib. III, tit. 4, ley 25 y en el li- bro IX-2-4, se lee: alhyuphadus millenarius;» equivale á thuiundifathi de Uifílas, comandante de batallón, comandante de 4.000 hombres; dife- renciase de hundafaths, centenarius, Uifílas. Millenarius es glosa del tex- to: 4.S la voz tiguSy decas, g.; stic, aaa, es igual á deh^ lat., $ex, gr.; pero thyu, thijus ó thiyus, es abreviación de thusundi, mille, g., voz formada con el fin de entrar al menos entre los visigodos la palabra larguísima taihuntaihuniaihun: 40X40X400 ttutiutiu, escand. ant.; 2.<^, el elemento fado salió de faths, potis, potens, g.; afine con fadar, padre, g., y con fa- dan^ alere, g., y este vocablo es formativo.

a. Caninefates. Ganenufates {CanninefuSj Caninefas, sing. Tac. Can- ninefates ó Canwefates^ César, Plin. y Tac. con la inicial y la ^ góticas. Hunda fadeis, centenarius, g.; cannin, eannañy ciento entre los batavos y arcaico kinnin^ y efectivamente la nn franca coincide con la nd en chunna^ nombre sacado de la guerra ó de la división territorial en cien pagos allá en la banda septentrional de Holanda.

580

romanos de aquel siglo oyeron k p, iodavm slo sastituír* VUifadd^t s-» ^ gabera !♦% üÍíu'í, mauore, g.; uU, tr:i[n|uilld kU g., de dofidc occldeiua; y ^.^, /íit/i!, poleas, g.; luego los scciorcs de occ^ideotc). 8. Toalla {Ihml, hvaorufti, g.; duahal, aaa)< O, TonissiüífoOí Tüfiis\iLXDo*

40. ToHiTO, mineral dedicado al dios Thórr, de los cscaodiüairos, ó sea Donar de los alemaoes, Taranis de los celtas» Perun do los eslavos. Perku^ nm da los lituanos, Júpiter de los lalinos. Zsóí de los griegos^ f i^^nut de los indios» el quo fecuniliz;i k tierra, deus fortis» el tonante. De aquí por metátesis el apellido Tho, dlstioto de las pjrticulas proveozales íro. (roa, comunes ea los doe* uavarros, y qne valen haxta que, íarnus, lat. y que vienen de entra^ intro.

H. TRjiSAnKaTo {TrasaUrhi, íhrasabaiihei, rixaildi audacia » §.: íiira», igual al gr* tpaibi^, herht, fulgente), 4 í . Tfi ASAMUNOO ( Tkrasa mutü, g. )

i 3, Tainocüs, Tai noces ¡Triboeci. Trtboci, Cíos*, b, g. 1-5 y i, Ortftn»- ehi, ba tres hayas, aaa: 4»^ íürcíX g,, drí, aaa, tres, lat. -z^iXa; y S.«, Mfi, vpá|i]j^af Litter», y por extensión el árbol llamado baya, en enya corteza escribían los f^ermanos primitivos^ g.; bmhe, aamod).

I L TtOKsco {ihiudis<^, genlililor, g*; dmíach^ aamod. nunca dudeam}, ] 5 . Tufl PIN { Therp füin u s » a m ígo e n I os a p u roa ) *

ít>. FAtiAouBTEAR, FAHAttüSTiEAtíOH* I>resentan estas voces la singnUri- dad da referirse la /* á una th qui^á gótica. So lee TAnAaosiBOS en Joman* deS| eapítalo 5. var. Zarahosterem tvocitatos pileatoa hoii qoj Ínter eos generosi c\stahantí» salió de tharhósiai, egentes nocesarU, acaso lambiéa aacríüc i sacrificantes, g. No son de Germanía aquellas vocesteomo índica u nuestros mejore» dtecionarios.

IL K Atanagíldo (AthamfjildtiS, lat. AthmtjUdi, y áfi aihn, año, g,i ¿por qué se suprimió la a, hecho más propio del sajón y del aaa, que del godo?)

3. ATANAHtco (.Uhanaricus, lat. Athmreih, g., athn, año: ¿por qué se suprimió la o?) UI. Hoy algunas excepciones. A* Inicial,

L Dala {dola^ tubo, canal, aaa); de aquí Adala* 3. Dama, térra, de const. {datnm, dique, a). 3*, Daxzak (damáti, aaa, y no de Ihinmn^ trahere, g,) 4* DaiL {dril, desecho, escand. ant.) 5. Drusa {drilSB, glándula, a]. B. Medial.

581

4. BoDBio, Bbodio (6ro(f, pan, aaa; brodh, anglosaj.)

2. GüALARDÓN, P. Jazgo; Galabdón por Gadablón y GuabdÓí cat. {wi* derdonumy lat.; Wider, aaa; vUher, anglosaj.)

lY. El adjetivo altheisy vetustas, senex y el substantivo althi, cuyo ge- nitivo es aldais, sevatn, astas, g., dieron alti vetus, aaa y aamod, aU, eaj. ant., oíd, ing. Son elementos formativos.

i, Alda, Aldo, Aldonza, Aldina, Aldino {Aldo^ aaa).

5. Aldafadih (Aldafadify el padre de los siglos, nombre mastico de Odin).

3. Aldegunda [Aldgund, aaa, gvoid^ pelea).

4. Aldelmo.

5. Aldebigo.

6. Aldimabo [AUmar, aaa, mar^ memorable).

7. Aldebmanbs (Aldermanni^ senatores presbyteri, séniores poptili, anglosajón).

8. Aldobrando (Alihrani, la tizona antigua, aaa).

9. ALDBBTB, AlOBETEZ, AlDEBBTB, AlDBRBTBZ, AlDBBETI?^, ALDttET,

Alobbito y Aldebitiz, Aldbbti, Aldbetiz, Aldbbtez, Aldoitbo, Aldüoito, Aldbbito, Aldebbt (AldereduSy obispo cesara ugustano del siglo vn, Alda- n^ aaa; vid, consejo, aaa).

40. Altemib, Altimiba, Altimibano, Altamiba, Altamibano [AlimxT, AU Hmir, g.)

U, Alto, apellido (^4/(0, aaa).

42. Altogilo [Aliogilus, gil, arroyo, celt.)

43. Altbuda.

44. Altuici, Altuna [Altuni^ aaa).

V. El substantivo adal, origo, Índoles, nobilitas, generositas, aaa; add^ aamod y cuyo equivalente le falta al godo, es elemento de mucbos nom- bres propios.

4. Adalaldo (AdalwaUf toalt, dominador, aaa).

?. Adalabo.

3. Adalbaldo [AdalbalduSy aaa).

4. Adalbbbon (Adalburo),

5. Adalbcbgo (Adalburg)»

6. Adaldago.

7. AdAlgabio.

8. Adalmabo (AdalmaH, aaa). De aquí Adimab.

9. Adalo [Adalo).

40. Adalbigo (Adalrih); de aquí Alaricus, Jorn., Halaricus, Casiod»; pe- ro según algunos viene de alls, totns omnis, g., y según Grimm suUú de alah: domas regia, templum. arx.

^m

lU Adalsikdis.

1 3. ApAíTLWo, At^ULFOf A&oLFo, Ai»vi.tTLFQ {Adalolf^ íioajt de donde Mauí-

fo, Athiuify l'ts irariantes Edolpo, Edolfus, y ÜBOíiaLFo, Ueodolfai.

43. ADBgR(;ADA.

4 4. AoELA, AoELo, Ai^iu^A [Adth^ aamod); Aso, dlm.

45. ADELBEllflA. 16. A0EL1IO\'DO. 41. ADKLMO, At»BL£LMO«

18, Adelciso-

4 9. AtFEiüüXDi.

W. Aqsltxoa.

!^i . Adeluar.

Si. Apelvtxo.

23. AoiLA [.4í/íííi, Odila, m»; por la letra o parece que viene da auil y (!*• (íudags, opülcolas, beatus. g.; pero como In o puede ser posterior y h^htr salido de Ui a, se refiere á .4í//taifí, g*^ supucstí» la cquivalcucb catre Ki lA y la d que realmente cxistíé]»

VL También os elemeoto formalivo el vocablo deus procedente de Tíjr, escandt ant.; Zio^ aaa; Ihsm, cclt.: *^Apr,a, gr.: Mor^, lat»; SüajaíovU^ üsL: PtjkuUa$, Vú.; Siva, iud.

4* Ag ANTEO, AcATEo (/l^ar»i/wu5t i4 ijf al /ííuí, borgOílón; .4fjaníí/r, eseaud, ant.; Agant^r, de arican, molesüa, necessitos]^ de aquí Agatuio de algunos d ice i ou arios.

f. ACEPIO.

3. Ansedeo, Ansbde {Ansedéu$^ ffanca; A$ip, escaud. ant}

4, StGEOEo (Sigedeus, f raneo; Sigttfr^ escand. aot*)

Vil. Ea tambié a elemento formalivo el vocablo tem^th^m, de Ib ir, iefVQSi escand, ant; dio, aaa.

L Electeo [Eiecteus^ franco; alah^ templiim).

RAfrANTGO.

Tküoo [Teudú, franco, y en Greg, se lee Tfmdo, Diota, Bietú^ aai).

Teulindis {TÉulHndis, franco; Dieítini, m de los tiemp. mal,)

Algunos nombres francos reciben una vocal epóntica,

A rf SE Dn A NO ( ( A mn^d- ramnm) .

Electarim) {EUctHÍ'Urdus].

El ecte l ( EUút - d-dm m) .

E LicTU LFO ( Eleet-t -ulfm) .

E a B E D tt D r s ( Erbs-d^ i (dis) .

E uc A D a A XA [ Erca - d-ramna ) .

EaxENriLnís (Erman-Mldis, f.)

Oots {Údhin, eacand. ant.; Wtiotan de loa alemanes, *Ef|ii¡^ de \o$

4. VHl, 4. i, 3. 4. 5. 6. 7<

583

griegos, Mercurius de los latinos, Teutates de los celtas, Eadigast de los es- lavos, Potrimpos de los lituanos, Brahma de los indios. Wuotan, del verbo WataUy aaa, perfecto Wuot, aaa; vadha, escand. ant.; ódhy escand. ant., ir impetaosamente, comparable con el verbo lat. vadere),

N.

La nasal de las dentales pasó íntegra casi siempre. 4. Nafrab, cat. {nabagér, barrena, aaa).

2. Narval, térm. zool. (narh-vall, escand.: 4.^ nar por nase, narices, del lat. nares; 2/, valí, ballena).

3. P^BMBTES {Nemétes, NSmétes, Css. b. g. 4-31).

4. Neperiano, térm. mat. (Neper, escocés inventor de los logaritmos; el verdadero nombre es Napier, de mapparins, officium domas regiaB apud Anglos, coi scilicet incnmbebat, mappas, canabum, manntergia et similia provedere. Naparins itidem apellabnnt sed mappa et nappa tantumdem valebant).

5. NiBBLUNGOs (Niebelungen, Nibelungm, los hijos de las tinieblas: 4 .®, Qihnipnan, obscurecerse, afligirse, g,; mp« n. caligo, anglosaj.; nt¿til, aaa de nebela; 2.*, ung, terminación de significado colectivo).

6. Níquel (nickel, escand., uno de los genios mineros: se llaman asi por los perjuicios que aquel mineral causa en las fundiciones).

7. NiTARDiSTA (Nithard).

8. Normanos, Normandos, Normanoia [Nordman de north, norte, ing. y man, hombre, se debe la d á la parágoje, efecto de la influencia francesa. Lormanos por Normanoi, cual Lebrija por Nebrija, Alfonsy Anfos),

9. NoRNAS, mit. escand. Nombre de las tres vírgenes ürdri, ürdhri, el pasado, Verandi, Vérhandi, el presente, Seúl, Skul, el porvenir, dan la ley al mundo, crean la vida y deciden sobre la suerte de los mortales.

40. Norte (nord, anglosaj.)

4 4 . Nuca (nocke, muesca, columna vertebral, neerl.; nocAr, muesca, ing.) II. 4. Alna, Ana (aleina, g.; ulna, lat.)

3. Alguno, sobrenombre; Alguna, gente, linaje [kuni, genus, g.; atha- lakuni, nobile genus, g.; adalkuni, aa). La ñ proviene de la flexión, á sa- ber: gen. kunjis, dat. kunja. El poeta valenciano Jaume Febrer empleó la forma alcunya diciendo: asa alcunya, et sa real sanch,» str., 409.

3. SoNiA (Sonta, nomb. borg., sunja, veraz, g.)

4. SuGNBPREDO por SuÑEVRBDO {Suniefredo, Marca hisp., p. 824, como dagnatione por dañaeian, caugnia por caluña; Sunno, aaa; Sunna, Sol, g.;

SUÑBR, SUNIERIGO, SUNIEMIRO).

5. Manno.

^4 6> Makiií [Manmta)^

ItL AtEVÍ?r {ahman^ In allcini ntlamanaam ínter omnei homines). Se cotiiervú la n pur^i siu la parág^je qu& empica el fr., el caá! dke ñH^mciyi.

IV. La voz uleiTiana ¿S'ajid^ audaz, es elemento form^tivo, NA?ítK) escrit, de !0t3 en el tumbo viejo de Sobnulo (Nandasasefll* de SaUagdD del ano 1{0S); de aquí Nandin, NandUlo, Nandutfo.

2, NANDEauíLHiE {NandechUdii^ Tranco; NanthÜt, aaa!; de aquí A'^ii-

3* FiRNáfTDOf KEttNáNDo [Berimand^ el audaz del ejército^ aaa].

i * Ful g tiA > ( í 'oíc/maiiíí, aaa; uoícA , p uehl o ) ,

5. JoRíiAxiíEr» tíornanthi, g,; abr. de ibrnaníh^, íhummikt, g,; Epar* nandt audaz como el jabalí, aaa de ibrs^ jabaLi, gi, y épar^ aaa).

V. E\ Donibre gótico ans entra eo mncbos compoestos; Áñtm, Ánstit^ g, Proeores fiuos qaasi quí rortuua vlaeebant non puros homines sed semi- deoB, id esi Aus^ voeare JoranQdes* Ant vale también irabs, iutemódliiiii llgnorum, ya porque los licroes eran columnas del cielo, ya por la reU^ ción que hay entro b voz t;ótlea am y Li latina ara, arcaica, am y ama,

4* AnsALDO, ansoyalim), A^suALt»» {Áu^lt^ domlnadof pof ioAansoa, aa; Ansovaldus), De aquí Omatdo^ Owatdo^

t, AxiAftACO»

3, AN§AaUO» ANSAflTK«

4, ANSaERTA, ANSBsaTo {Ambsria, falj^ente por los ansoa, aaa)* A?4snnAJft ANSBaANOo {Ansbrant^ la tizona de los aasosn, aaa). Ti* Aifsi2LAio {An$hetjR con el yelmo de los ausos)» Be aquí aS!^, 7* Anskii {AmhéTi^ el ejército de los ansos» aaa)*

8, AprsGRRio (Ánsgér^ la lama de los ausos, aaa)*

9, XftsíitBiL (Ansgisii, el siervo de los ansos, aaa)»

4 D. An^ila {Amila, m. g* Enñlo aaa^ perteneciente á loa ansos),

4^, Ansiíí.

43. A?ssivAnios (AmiimrU, Tac. A, iZ-^á^ var. Áinpsioani, déos eoleii- tes» voz formada como Eiowari; el grupo ns es igual á mps^ luego ámipa- riif qul déos coluul].

4 3. Ansmar.

4 i. Aíísjiündo,

45< AnsOé

VK El g:odo, el alem/in y el franco no rechazaron la n del vocablo ami pero los sajones y los escandinavos suprimieron la n, y los últimos llama- han Aesir k las divinidades que formaban la corte de Odia, testimonio irrecusable de h unidad éloica y expUca-^ión del galimatías con qtielA mayor parte de Los traduciorea franceses revisten lamitologmgerEiiáníea^

585

distinguiendo lastimosamente los Ansos de los Amos ó Ases^ formas grama- ticales de un mismo nombre.

4 . ASFALSIO.

2. ASGARDA (Asgard: gard, domas, g., el palacio de los ansos, g.; As- garhr ó Asagardhr, escand.)

3. Asió, apellido.

4. Asman por Ansman.

5 . AsMTJNDo por Ansmundo; de aquí Osmundo.

1. La liquida lingual, la lingual líquida de las dentales, conservó su valor.

4. Lacra, Lacrar [Icecke, neerl.; lake^ ing. ant.)

2. Lagan, térm. forense (laganumy bajo lat.; lagamaris, lag, ley, es- cand.; law, ley, ing.)

3. Lagotear (6í-/aipon, aaa).

4. Lambel, blas. (lappen, girón, aamod).

5. Lambrbquin, blas. (¿am&tf^utn, lambrequin, neerl. de ¿lappen aaa?)

6. Laxda, Landas {land^ térra, regio, ager, g.)

7. Landeprbdo, Lanoprbdo [Lantfrid, pacificador de la tierra, aaa); abrev. Lanzo.

8. Landelino.

9. Landbrico (Landreikg, príncipe de la tierra, g.) 40. Landgravb.

44. Landbstur {Landsturm, aamod: sturm, tempestad, aamod, alza- miento general del país).

42. Lando {Landau^ ciudad donde por primera vez se usó aquella for- ma de coche).

43. Landoaldo (Landoaldus, lat.; Landot, dominador de la tierra, aaa), 4 4. Lanovbr (Landwehr^ aaa: Wehr^ arma, defensa, aaa, reserva mi- litar).

4 5. Lapo, Solapar {lappa^ aaa).

46. Lasquenete (landskneefUy lands del pays; Knecht^ servidor, aamod)*

47. Lastar, Lasto, térm. foren., pagar, laistjam^ segui, esto es, vesti- gia legere, y mejor de leistjam, aaa. abreviación de fol-leitén, afianzar.

48. Lasten, tela de lana (lasHng, part. pres. del verbo to last^ durar).

49. Lastra (a5tnc^, baldosa, aaa; estrich, aa de los tiemp. med.; astri-^ CII5, plastar, lat. med., agriado el artículo).

50. Lata [laita, aaa).

$86

ai . Ukan, LEiiA.VAjg,tónii, marit. (toímm, neerL; lot, pbmaáa y hombre)*

t% Lkme, el Limón del buqae {Hm, aoglosajéfl); de aqai Limoiciía y Li* MONEHOf odjp, iétmmoñ de carretería,

Í3* LiMEafiATER [f^mmergeitr^ aamod: iamni^ cordero, gei&r^ baitfe, ésto es, Gypai^tua barbatus de los zoólogos, el quebrantahuesos de las se* rranías de Grados y Guadarrama).

S4. LfisxE, ÁÍstttíi {alama, aaa).

i5. Lias, térm. geoL {lias, ing», voz provincial de ia^er^ banco ó lecho, íng. í^i^ar a). De aquí LrÁstco,

16, Limo, feudo, Lme en los doc. navarros {Ugius, ligia voluntas, ligia poUUas, y en un doc, del siglo viii se lee: ligius borne qood teutomce di* citur Migman: luego tedig, libre y man, hocnbre),

27* Liso, Li^xe, Dtí-lemar (íl#0, aaa; liisi^ aamod)»

Si^ . L [ STO ( lisí cnCf ana),

i9. LrvAt nombro de un rey visigodo, Lmua en San Isidoro; Leovi6ii.m> {Livigü, Uuuigildtís)* Se reíiürea al nombre león, asi como el nombra ét- nico LfGtos ó LtrzQS, Ligii^ Tac*

30, Lol Loo^ Loa, Lof (ioof, ing.; luftuB, aire» g,; tuf, aamod, y áe aquí probablemente Loo, Lüa, Alüa, Loa, Lüoa, todos term. niarilimoii).

Si* LoMaAaao» Longo&ahdo [Langobardus^ Langobartm, langbardhr, bar- ba larga, sobronombre de Odin, escaad. anL; LamparU aaa),

32. LoNcuA, LuHCif (lunth, lunüheon, refrigerio, ing,, que lonja de ene- ro, de tocino, etc.; viene del adj, ittmbea^ laliu hipotético derivado á^ lumbns).

33, Lüa, guante (téfa, vola, g.}

H, Lutius, térm. marít. [Lugger. mg. de hg,, llevar; luggage^ ba^^

je, buqae de carga, ing.)

It, <* Aleve {imva, traidor, anglosaj.; ¡erjan, entregar con perfidia, §.)

2. Átomo [alodium, !aL med , : pero es más antigno alodi% ley salles» f

lo es más alaudes, ley visi^í.: al-Ód todo propio, propiedad plena), Deaqtii

el nombre propio de mujer Alpoia.

A LOSA ( Clüpéa Plln, 9 - 1 5- 1 7; Alausa, Aus. Mos. de als4, ahia^ a). De aqni Alacha, k cria de este pez, y también Lacha en Andalucía f AUíx$ en Mallorca,

4, BLorfDO (Blond, Sland, delicado de color ó de calidad, escand. anl.: blBd, dan).

5. IsLANDíA (tcñlan, ing,; ice, hielo; w, hielo, escand, ant.; y lamí, tierra). 04 MALA^DaiN (ma^landr-ino, landerei).

m. La I con muda suele dar la egf orzada como Gallahuo {gagle, angW* sajón), sobre todo en las provincias donde predomina el lleismo.

587

4. Llbpab, cat., lamer {lappen, aaa).

t. Llbsga^ Llesgab, partir en hojas delgadas [Hsea, brezo, aaa).

3. Llisgab.

4. Llista, cat. lista (lista^ aaa).

6. Llotja, cat., lonja (Iau6a, laubja, aaa).

6. Llücab, cat., ojear.

7. Lluch, traza, maestra [look, ing., según D. A. Bergnes de las

Casas).

La liquida canina de las dentales mostró grandes bríos.

I. 4. Raga, Racamenta, Racamento, térm. marit. {rock, aaa), sneco; rak, neerl. y danés; del anglosaj. roca, según Jal, ó de vocean, rmcan, ex- tender, alargar, según Webster, porqne la raea es anillo grande de hierro, que sirve para que alguna cosa á él sujeta pueda correr fácilmente por el palo ó cabo á que deba estar unida.

2. Rada (reida, escand. ant.)

3. Radbebto.

4. Radeoasto.

5. Radbgunda, Radegundis.

6. Rado (Rodo, aaa, de rath, consejo; pero como la toz valió primiti- vamente motas animi, suele entrar en los compuestos con el signiñcado de facultas, proventns, fructus, opes).

7. Radoaldo (Radoaldus^ domina con el consejo, aaa).

8. R ADULFO {Radulphus, el héroe del consejo, aaa); de aquí Ralfo.

9. Rafa: sus acepciones fundamentales son cortadura, hendidura, abertura [raffen^ quitar, a; mfon^ anglosaj.; raffa, sneco; rafU^ danés, to- dos formados de material latino con la raíz de rapere); de aquí Rafe, tér- mino arag. y mure, alero de tejado, extremidad de una cosa, por bape, y de aquí también Rife-bafb.

40. Ragenfbgda (Raginfrid, aaa).

4 4. Raigbas, Raygbas {raygrass, ing.; ray, raya, y grass, yerba).

42. Rail [rail, barrera, balaustre, carril de camino de hierro, ing., y esta voz de la gaélica rhailf barrera).

43. Raimundo, Ratmundo (Ragimund, aaa; ragin, consejo, g.)

44. Raina.

45. Rainelda.

46. Rainebigo.

47. Raingabda.

48. Ratnmibo (Rainmir, g.; krains: nítido, g., T''*^^ memorable).

49. Rainbat, apellido {Rainrath, nitidum consilium, franco).

ñm

20* Raitre. Rattab, soldado de cabal leríii {reüer^ caballera, a de reilm, cabalgar).

tí. EutbERiQ {Hamberi, aaa; hram, hroban, cuervo; hmtí^ fali^etit^}.

t% RAMeaui:^ {rQm€f¡itin, pnsta hechn cüü cretiia; rham, y el safija dim* Hn, kún^ ncerl.)

23* ÍUmcsio.

t4. Ra^iso.

25, IUmpah, RáPAttt y Leo rapa» de loB valencianos [rapen, asir, oeeiri*; fampfen^ bávaro),

26- Hampo (abreif. de kramperaht, aaa; hram, caervo; peraht, fulgente).

Í7* Rasí. Aran, morueco [ram).

i8, RanAat, cat* üut, {el fr* mt tuvo las voces gaulpil, gorpiU gúlpilh, vulpeja, cao I gulpcja, raposa» Are. de Fita, de vulpeculusé vulpécula, dim. de vulpes; la v latípa se convirtió en g por la iDÍluencia de la tv aleiii&isa, como golpe, gastar, gomito* En el poernn del Eeitthart figuran ios auima* les, y la zorra se la llamaba ñ€ginhari, aaa: l.°, del pL regin, divmi4aéi>s que discuten y resuelven, escand. ¡lut.; 2,", hart^ anímosoí cODlmido egi eo t!i, salió Riinhart, y después el pro\ciizal Raynarl]*

S9é HA!fCARt veneer» poema del Cid; Uancati, arrancar» Bcrceo; IUidga- UA, Berceo? Rancon, Rencoii, riucón, Berceo; Rencok, Part, 1-S4-7; Ra:t- cüRA, quejaí Ranco, cat.í Rmm, cojo por lesión de las coderas^ cast. De aquí Benqueae {rank, sutileza, astucia, ardid, aamod; wranke, reiorci- mícnto, aa de los tienip. med.; renken^ dar tirones, hávjro; vraigvs, ctir- vo, g,) Se ha confundido la mente el verbo español arrancar coa el fr. arrachir^ y éste viene de ahradicare. La forma Henqo, que slgniltca lo mis- mo que BiNCo, viene de la raíz Intioa Retí i el rlñóBí fímeft, los ñones;; Der-nn-go, D9r-rm-gar, Der-rm^a-dura, Der*rm~gada, Dtr-ren-gada,

30, Randa, de Rbndoh, de Rondo:^ {rané^ aaa en la acepción prímiliY» del escaod, ant,; rond, margo, ex tremí tas],

3{. Ra.\kiio, Ranerio, BANiníCo,

32. Banfo, calambre {ramph, rampf, ande tiempos mod.), do dcmd» Hampa, calambre.

33. Hakgkl.

31. Rangífero {rmgifer, \¡it med*; raingú, V02 lapofinesa, pero vOí rs*- ciblda por el intermedio germánico).

35, Ra^'O.

36. Randosi:^do,

31. Rapte [ranz, cantinela pastoril de los suizos, m de los tiemp« raed.)

3S. Baqüildb.

3í>, Rasa, térm, arag.; regacha {ras, escaud, ant)

40. Raspa, Raspar {raspón, mn).

589

41. Ratiita, tela de lana {rale, panal de miel, neerl. por semejanza).

42. Ratóx, Rata. (No se conoció la rata en la Earopa antigua; provie- ne qnizá de Persia y fué introducida por los buques: ratiUy raturus, Ui. med.;BAT0, aaa; rcBt, anglosaj.; rtUta^ alem. baj. ant.; radan^ gaélico; raz, bretón.)

43. Ratopolis (ratón y icóXia, villa).

44. Regiabio.

45. Regibsroa.

46. Reginuro.

47. Reghila, nombre suevo con terminación goda.

48. Rechinar [resche^ rSsohef áspero, duro, quebradizo, aaa).

49. Rrghiario.

50. Redingote [riding^ coaU vestido de montar; ride, cabalgar, ing., coat, vestido).

51 . Regañar [geinon, abrir la boca, aaa; el preGjo re ó ri, el latin gañiré, que vale gruñir como el perro, y se tiene: sembla mu can reganha, lex rom . )

52. Rbgnbiferos.

53. Reginaldos.

54. Rejo Irif/H, ripU^ aaa).

55. Relinga (raaleik, aaa; roa, verga, y laicoan, asir, anglosajón, porque la relinga es el cabo que se une ó cose con las orillas de las velas).

56. Remismünoo.

57. Rbnaldo, Renalte.

58. RENo(r/i^no ó rSno, lat. Cfosar, b. g. 6-24, renn^ a ¿es celta?).

59. Renoberto.

60. Revisglar.

61. Revitar, térm. marit. {rifa, escand. ant.; nw, danés, quitar todo lo que es saliente, porque aquel verbo vale doblar la punta de nn clavo y embutirla en la madera, remachar).

62. Rewolver, Revólver {revolver, ing. de to revolve, revolver, y óalo del lat. revolvere).

63. RlGlLONE.

64. RiGTAD, Rritad, Ritad, poema del Cid, honra, fama, riqueza, «Sán- chez.»

65. Rifa, Rifar {riffm, bávaro); de aquí Rifle.

66. Rigodón {ñigaud, nombre del inventor, y éste de riga, línea, aaa).

67. Rildbsindo por Rosendo.

68. Ringle, ant. Ringla (riga, línea, aaa; H/m, aa de los tiemp. med.4 reihe, ringla, aamod).

69. RiNGRAVB, RiNGRAViATO (rheingrafi Rhein, el Rhin; graf, conde),

70. Rinlandigo {Rheinlandy a; Rhein, el Rhin; land, tierra).

590

7 ( . HisiA?i, térm. de coast* (ristStdiiit, a, banco de iiraaqna- mt« ar- mnqae)* 7S* RiSBeaifA, terna, de fort» (rtiJV, armagae* y 6^rm¡, 73* HiiDALSi HiXDALB^ RisDALCH (teí^^t^jer.' moA, iinperío, a; ikúlér^ eaeado)*

7;, Ruó, tériD. marít. (ríi?, rí/í, danos; rwf, sueco; rmf, ía^.; rpp$^ ciier* da. log.) 75. Roa, HoBiE, jaego del irist, {rubher^ de ío rw6, frotar, üig.) 76 1 RoBtiftA, género de lag legümíoosas, dedicado por Unnoo a! fran- cés noBX?r, éste de Roben.

78, Rocambola, cspede de ajo {rocokenhoUen, a; rockm^ ceoteno, y 6** /len, balbo por eemejaiiza),

79, Rocíjf aeí dims eqtiag, ct líüo rocino, et una mulla.» Fand, del loo- oast» de Ohona, años 780 (roí, corcel, aa de los tiemp. med*; se retkre a rrHnm, aaa, ¿lerá rosB-ic-inf En algunos doc*, por ejemplo, Leit rom lY, 66, se lee: ro^ liar, caballo blanco, y también roxin ítar, donde el iubslan* tivo no expresa el color). De aquí ÑúcinQníe; Ros, térm, de tejed., que rus- Ee de r09«üu^ y éste áe raus, a rundo, g*

80, RoiiTA, eat., Lluvia suave (ran, iag*; regnen, aa, segtiii el Dr, Berg- ues de las Casas) «

84, Ro?r (rAum, ing.)

$i, ñoxiAH.^ Rosbif Alt, Ronces VALLBS. Ro?iCKit, Roñgevo, y tambiéa Re^r- CUAS, cat, {rúnazún^ aaa).

83, RoQüKTK, dim. [roGUi, baj, lat», y éste de hrach, roeh, ana; rock, ca- saca, vestido, aamoti).

84, RosBtP, RosBiFK {roasthief, ing.; roast^ asado, y 6«f, buey o vaca).

85, HoTaRR,

86« HüDMSf^DO*

S7, Rufián {ruf, rufl, tina. a).

88, RuQtos (Rugli, Tac. G. 43, pueblo de la isla de Iluden, Rugas, an- glosajón; ñygirt cscand* anl., de roga, mollri, y rygr, muUer opuleiila, escand, ant.i quizá ruchan^ no veré, aaa). De aquí:

d. ETELnUíioü iEiheírugi^ lo mandes 3*^^ coa la é anglosajona; wotiúl, patria^ prfrdium a vi tu m, aaa; édkñí^ anglosnj.j

6. Ulukbugos {Uimerugi por Sulmerugi^ loruandes ^"h: fíólmTygir),

89. RtrisQCfAEVA, anat.i membrana de la coroide (ñutfseh, analomico ho- landés).

9it. RuMSO {rum, anglosaj,; raum, espacio, tomando rumbo por el es- pacio comprendido entre las direcciones de dos vientos). La h fué alfaida por la m, ambas labiales.

591

94. RusTiNA, térm. metal.

n. Tal caal vez se fortificó la r con una 6 protésica, como Brato (rato, aaa), del que, como del lat. cradus, pudieron fluir las acepciones de in- flexible, intratable, duro, valiente. La protesis de la 6 es frecuente en las lenguas románicas para fortificar la r inicial, brusco de rusoum^ bruire de rugiré^ braire de raire. . III. 1. ÁLiGAToa {alligator, ing.) S. AoBSos {Aársi de atrziSt erroneus, g.)

3. Abbnqub (^rtfiü, aaa» y éste del lat. hateo, de donde harengus, lat. med.)

4. Arlóte. «Pedro dito arlóte,» el sucio, desnudo, desarropado, he- cho un Adán, segdn D. A. Fernández Guerra, escrit. del Monast. de Óseos, otorg. el 29 de Abril de 4268 (Harlot, herlote, picaro, bribón, ing. ant.; har^ lot, embustero, ruin, vil, ing. med. La madre de Guillermo el Conquista- dor fné llamada Arlota de hors, m. adulter, g.; huora, meretriz, aaa. Se formó con materiales latinos. S. Isidoro trae ardelio, y se traduce por glu- to. Ardelio es, según el Dr. Puigblanc, un diminutivo de ardUla de los de la clase de pelan, ratón),

5. Armai, Franja armai, grito belicoso de los visigodos, según Don J. Amador de los Ríos, Hisi. de la lit. esp., I, 293 {armaio, f., misericor- dia, g.)

6. Armalausos, pueblo germánico {Armalausi, Armalausini, del traje llamado Armelausa, Armilausa, de Ermalaus, sine manicis, jubón sin man- gas, brazos desnudos, escand. ant.)

7. AaifES {hamesSf ing., y éste del cinro haiamaez, utensilios de hie- rro.)

8. Aragán, Haragán (arg, malus, pravus, aaa, y arcaico, tumidus, avarus; arga^ iners et inutilis, Paul. Diac. 6-24. Voz injaríosa entre los lombardos, en cuya patria el cosmaquico conserva la palabra árgan, pol- trón, con el mismo sufijo).

9. Arreo, Arrequive, Conreo, Arrear, cast., y Arbdar, Arrezzar, en las provincias de Levante; Conrear; Arreo, adv. Acad. á neo Cerv. Viaj. al Parnaso. Se conservó la voz matriz por el fr. ant. rot, orden: mesure ne roi, Rubet. I. 108; pi»d de roi vale pie de orden, de tipo, de norma, pie le- gal, y algunos españoles tradujeron ¡quién lo dirial pie de Rey, de donde leguas de Rey acá y leguas de Rey allá (reden, preparar, neerl.; gereiten, aa de los ticmp. med.; ge-rcedian, anglosajón; raidjan, parare, constituere, g.)

40. Arriar, Arrizar {ar-risan, descaecer, aaa).

44. Arrorú, Arorú [arrow-root, ing.; 4.^ arrow, flecha; 2.®, rool, raíz, porque los indios creen que el rizoma de algunas marantas sirve para cu- rar las heridas de flecha).

il. ABncro {arrogium, \aU med. doc, del aña 775. Esp. sagr- XVIII-SOI ¿del lombardo rogia, hilo de agua» qae sirve para regar los prudoa?)

<3, AnntJKAflSE y el cat Ahhüfa»^ risícir, contraer, poner áspero {mafen, aaa); do aqai Rufo, el que tiene ensortijado el pelo» AnauFAft, Ierra, marii,, enüorviir {rmf, tejados io-roof, techar, iag,; Ruro, cainarole; roeft iieerL)

1 4. Asñi^MAn, estivar i:i pipería y barrUeria; Ahrdmí, Arrüuájí, Aerc^* MAii5E« AntiüMA^ojr {Tuim, espacio del buque, neerL)

45. Edredón {éiderdaan, pluma de b especíel^nas mollissima: eider^ pío* mo blaadisinu, y daune^ plaumncium* llojel:£i^r'i/on, aaa; (jpdhrdún^mQmiLá» uüU; edsrduun^ danés; tiderdune, aaniod, eíderdom)»

46, E?íRiDAa (ga^rídan^ aaaj rít/en, girar, torcer, aa de los ticmp. med.) IV, La r pasó á ser ¡ eon alguna frecuencia, sobre todo despucs de con- sonante IniciaL

{ . Bladiivis por BiiAeEVix {Braniwitn^ yinom adustum, aainoi; &f^a* diviñ^ da oes, de brannent quemar, desillar; tüein, vino]; de oqui Bran^ dfj. ing*

2 , B L A N N^ por ñA N [* ó« ( ¿í ra nd, li lio , torri s, neerl , ; p rant , ana ; el gotlo no tuvo esta voz; de brinnan], A. March, poeta valenciauo» empleó la vo« brant poresípada, y como esta brilla y relnee, de aquí la ¡igoeiacióD do Ub ideas de luz y fuego, y el dcoomiuEírso así la espada en varios poemas* en el del Cid por ejemplo, se emplean las voces tizmia^ iizón> El caballero de la ardiente espada.

a, BnANDíLi.

6p BaANoíSi

e. líimEBUAnm, iliLBaA^DO; la tizona de Qilda.

d. SiDRAKfio [Sigubrand^ b tirona de la victoria).

e . Gl'branoo (Gudbrand^ ¿la tizona de Dios?) EsPLi^Que: por HsPDUfQUE.

L Flauila por Frauda (Frauiia, a),

5, Flegíia, Fhecua (flitSi uecrLJ

@, Flete por Frki, nsado en doe, rav. (frachi, a)*

7. FLOSEnTo por FaonEiiTo.

8, FLooof?fo por Frodoiwo.

FloriAn por Fkolián, Froilán*

V- Se conservó en la voz ragin^ cousejOi g*, y rad, ral, rid^ aaa. CoivaAoo, CoNhADgs, Corra [»o, Corraui [konrad, consejo iodepeadiiOUl* atrevido, asa]. VK Muestra su fuerza en Ío8 nombres compuestos con el vocablo rico*

i . ItlCAFCNaRA.

á* llJCAtDo {Bi^hoatdm, aa)*

3, RiCJtOXE.

593

4. RicrmRO {Riehmir, ortografía scmifraDca).

5. RiGHALTE.

6. RiGHAMUXDO.

7. RlCHILA.

8. RiGHTRUDIS.

9. Elrico [Ádalreh^ aaa). 40. EuRiGo {éwa^ ley, aaa).

14 . Gacderigo (waldrio^ aaa).

M. Gbttbigo (Genrieh, del lat. gena, mejilla).

43. HBRaico [Herricus^ borg.; HairieuB, g.)

44. Manrique (Maginrich, poderoso, aaa).

45. Odalrigo, Udalrico, Ulrigo (üodalrth, praediis dives, aaa)

46. Oderico (Otrih, rico en tierras, aaa).

47. RiQUELME (Atc^Mm, aaa).

El vocablo am^ águila, aamod; aar^ que es la forma genuina, aamod: ara, g.; aro, aaa; ar^ am, aa de los tiemp. med.; «am, anglosajón.

4 . Arnaldo, Arital, Arnáldez, Arxaldi, Arnaldos, Arnoldo [Aranold, aaa; Amold, aamod; AranoH^ aaa; AmalduSy lat.; aldus, docnmentos).

i. Arnao.

3. Arnau.

4. Aro, Arno (Aro, Amo, aaa).

5. Arnolfo (Arnalfüs, lat.; Amolph, Amtdf, a), de donde Ernulpo por la acción del anglosajón, y Omulfo por la del escandinavo.

La silbante de las nasales se prestó con docilidad á las transcripciones románicas.

I. 4. Sable ($ibel, a, y éste de száblya, húngaro; sablja, serbo; pero sable, voz del blasón, no viene del alemán, sino del eslavo; sabol, marta negra, cebellina).

2. Sabordo (del hipot. saum^ard, bordo aserrado, ing.)

3. Sarrbtagha, térm. mil. (sibeltasche; sAbel, sable; tasohe, bolsa, a).

4. Sacomano.

5. Saga, tradición entre los escandinavos (saga de sagen, narr&r).

6. SA8ARBL0.

7. Sagú (voz india propagada por la forma inglesa sago).

8. Sajones (Saxánes, Amm. 27-8, ^ax ^ott es á Sacae como Stxxa es á de- cem, como taihuny g., es á zé'an, aaa. Respecto de la segunda s de sao-son se tiene áx, e$, veihs, vicus y el genitivo veichsis, g. Es probable la relación entre las voces sahs, aaa; snax, anglosajón; sax, escandinavo ant,, porque

98

^^^

^^^^^^H

las valen cuchillo, hacha de piedra* como dicen hoy lotfOtkgos^ U 1

^^^^^^F voz latina naamm signiñc^ piedra dura con que se labran Us liaeliaÑ. Las |

^^^^^^

Súhso, aaa; Seaxa, aoglosajoQ; SojsÍ, escand. ant., valen espada. «Sdx- 1

^^^^H

escand. aat.: Sahsnó^, aaa, y SaA£anau(s« g , Viilen el catiaUnro de t* 1

^ espada}. J

^B

$ALeAXt»A {ihalbané, aamod; ieib, ññ, aaa; band, banda. p<vrritte»G

^H trata de La cafa lateral del filón). |

^m

Salma.

^M

Samogeta.

^m

SAZfnaAz.

^m

SíkMmmnm,

^B

Sabría, sera {$ahaf}.

^B

Skréu (iOfo, aaa, tniú e^, aagar, notiíicador, a; fdio, tatfi^, UL rtiüd

^H qoc

' notifica la providencia judicial; amatju, sagja^ probablemente eiitn^

^^B los godos, asi como a^^ega, legem di ceas, juridicusí de mgjan, tegjatL, «tí* |

^H cere,

nuntiare, loqnl, aaa),

^M

Sa%, nombre de aa belga inventor de varlüs instrumentos de «iefi-

^H to, á saber: J

^H

Saxofón (füwii).

H

SAJtnoitiv {horn, o o orno]*

^H

SAXOf ROMPA.

H

Sasotcba,

^H

ScALA. lat* med. {scaia, aaa).

^m

Sesaldo.

^m

Skla!vdia, ¿KhA:imA, XKLAivotAt GELA^tDiA [sMünth m. inan (itllll.

^B

SEífOiíEs [semnónes, ienoms, Tác.G. 39, sirva semana semaí*,¿ia«»a,

^H

; sémo, aaa. de itemen, \ati luego los selváticos).

^m

Sioo {sigis. victoria, g*; síku, aaa; sieg, aamod).

^B

Segdjtt, SmníH {Seguinos de Sigmin, aaa).

^H

SeGDS, SlGTTR,

^^H

S[fírvüLDO (StgiüuldiM, victoria gloria, de mdthmt glorit, %,]

^H

SlQHAflinfíA.

^H

SlGVALOO.

H

SlGOFRIñO.

^1

SiañAüA,

^H

Smi^EREDO.

^H

SlííOlGlO*

^m

Six^iLO (5tncí¿ít>, do sindú, compauero).

^M

Stin»TiLPO.

^M

De-siTAR, desposeer, f^ultur, doc, nav. (Bñ^jan, &Í-S(tsjíart/«

^1

SiTtAa, AstTíiR, Sitio {^ütian, estar sentado, saj* anl*)

595

tñ. Sitia.

)9. Sitiando.

30. SiLiNGOs {Süingiy Idatias, Isidoro: seilan, sail, nilum^ ligare, a. Hay el nombre Silardo, Silhard, a, y quizá el origen se ligue con la raíz sil en los nombres geográficos pagus Silensis y Silesia).

34. SOMIflGA.

3f. SONILA.

33. SONNA.

34. SONNIGA.

35 Sobo, halcón cogido antes de haber mu(^ado la primera pluma {soac., neerl.; saunu, sórius^ bajo lat.)

36. SüAVILA.

37. SuD, SüR [sudhf anglosajón).

38. Suevos. César» Estrabón, Tácito y Ptolomeo escribieron Suévi; loi^^ot, Soui^^ot, de svoi, YSiov, sui juris, esto es, liber; no se indicaba con esta voz el estado opuesto á la esclavitud: valia la libertad política, por* que basta los mismos galos decían: Nervii Uberi, Treüeri liberi, Bituriges liveri. La voz snoba^ bohemo ant., significa libertad y coincide con las vo- ces svobody libre, svoboda^ libertad, que son más usuales entre rusos y po- lacos. Se emplea también en Bohemia la voz shboda; los eslovenos vacilan entre svoboda y sloboda; para los serbos la voz sloboda significa únicamente franqueza, y svoboda sale también de süoi^ sui juris, liber, porque se ori- ginó la 6 como en el genitivo del refiexivo s^. Es singular que el nombre de un pueblo germánico sea el mismo que el de los eslavos, con los que los suevos fueron primitivamente afines, y por tanto distintos. El nombre suevo fué puesto por los sarmatas á los germanos fronterizos con ellos por el E., cual fueron llamados germanos por los belgas y los galos los tungros, con quienes confinaban por el Occidente. Sedujo á los eslavos la belleza del nombre suevo y le tomaron por denominación nacional; la iro- nía llamó ESCLAVOS á los que antes habían sido eslavos, esto es, libres: á los eslavos prisioneros desde las guerras del siglo x, dando á la voz svoi el significado de proprins, lo perteneciente á otro. Por el contrario, los germanos aplicaron los nombres étnicos Vandali, Vindili, en la forma Ve^ neti, Vinidi, Winidi á sus vecinos los eslavos. Los suevos germánicos con- servaron el nombre, pero endureciéndole. Svébos, g.; Suápa, aaa; Scefás^ anglosajóUi como el griego escribió loi^poc por Suevi. Entre los eslavos meridionales arraigó el nombre Sloveni, cual prefirieron sloboda á svoboda. Los bizantinos Procopio, Agathias escribieron XxXápot, 2xX«pT|vot con c, in- troducida poco á poco por los escritores latinos; luego Selavi, Sclaveni. El nombre Suovenos se debe á los iocrementos eni, tnt, como Ftitijvoi, Gothini.

39. SuiNA, f.; SuiNO, m.

iO, Sdk^ca, térm. rnarU, (rniackt ing. de mialki, inimino, g--» y olbiP.

vehere, íí,, porque voló buque pequeño) p

ii . StJNJLA.

41. SüTjE, cat. {sótingy anglosoj.)

43* SüviTtmo,

41. Sta^hio.

U. Tal cu»l t^ez la s pasó á ser i.

t. 3Safo (ta/* iag.. y éste de mhm, pero el portogixés áic€ m/oV, j. Zanga, Zaí^ho, y también Chanclo (íúanchn, aaa).

3, A35<:o?íA (aie, frusno, aaa; eschinér urlíaf, Nib* 537: pero oonservariati líi s |:is voces AsCAii, Óscar. Aca-hm^ lrtti3írt, ejcrcitOt n; ásoxtb* el primer tío: libro, ^igúD h mitología e^eundiiiavf»),

ÍIL Los grupos inicíales ij(r. «f, £m, m^ sf ^ it, recibíeroik \n prótesis ár la e, según la regla del latm popular. SK.

4. EscABiero, térm. for,; Esclaviíí, de Diez {icabinewsi scabinim^ \ Loüg- Gap. Car. M. scabinuñ^ lat mod>: scepeno^ saj. ant.; sceff^nft^ MCiffm. aaa; sci^^ffen^ aamod de schaffsn^ ordenar, arreglar, disponer),

Kbgali>Ap Kíioaldo. Nombre que los autíguos eacandmavos daban i sos poetas {¡ikáU, poeta, sale de scald, sagrado).

o. Escamotear (.«chimara).

4. Escmos {skeirt, clarus, puruB, g.) Deaqui Sinogroi sm% repre^n- tanle de $im en sim-ttl, que viene de mma, s^nscntOi y de otrta, qae jm* debe á f^iri, puro, aaa; de modo que sincero vale todo paro).

3, Escitas {Scjthw, Cíe, Verr. 2-5-5S, de ilutan, jaculare, bioxar ílc- 0hü8, g,)

6. ESCLAVINA (.wíarííM, aa de los tiemp. med.)

7. EscHAMo {scrama, Teli vel spatbe lalioris Rcnus, dice la AradamU. glogando la voz del Ub. 9, tit. ti, ley del Foruin Judieam; y como no sr encuentra en el lexto español, se ve que no pasó al romance). Gregorio de Tours lV-46 trae un compuesto con $ahs, cuchillo, á saber: cultns Tulidls qucs vulgus süfamaxasos vocaut, Scramasaxus, arma mcrovingía. parerl^ da á la espada romana, pero con un solo corte, de donde Escramasox, ti;- CBAMAzox y aun Estramazon, palabras usadas en las fábricas de ertsUte y qnc eo la de la Granja se emplearon por primera vez en Empana likra* mo, fkrams, g,; schramme, herida, golpe, a, y ^ahí, cuchlHo, aaa),

8. EsQüTNCE* Forma apoíóaica de la italiana ^guancía: winémk^ wm^ Kh, oblicuo, a; ^táini, ojizanco, bizco, ing,

SL.

EsuivoA {$Hnka, funda , aaa)»

SU.

597

Esmalte (imalz). SN.

4. Esnobismo, térm. periodístico, admiración de las cosas vulgares (gnobwn, ing. de snob, zapatero de viejo, ing.) 8. EsNON, térm. marit. (mok, ing.) SP. 4. Espato, térm. mineral [spath, a).

2. EsPKGHE, ave (speh, el género picns de los naturalistas, a).

3. EsPBLTA [speUoy Palaemon Nicentinus, voz procedente de las len- guas germánicas, de spelt ó spelz),

4. Espeque (spcecke, neerl.)

5. Espiche, térm. gostronom. (speech, ing.)

6. Esplín (spleen, ing.)

7. EspRON, sturnus vulgarís (spra),

8. Espurriar {spruejen, aa de los tiemp. med.; sprewen, mojar, hu- medecer).

ST.

4. Estaca {staca, auglosaj.; stake, írisón ant.) 8. Estafeta («cursor tabellaiíus cni pedes in stapede perpetuo snnt;» slaph, staphOy paso, pisada, aaa; stapia, lat. med.)

3. Estalo ant. (Estala, Equus ad stallum, ley visig.; stal, statio, lo- cus, aaa; pero Establo se debe á stáblum, lat. pop.; stábulum, lat. cías.); de aquí Instalar, esp.; installare, bajo lat. de in en y stallare,

4. EsTAMBOR {stanty de pie, y hord, presa de mar, neerl.; 6oard, ing.)

5. Estampar (stamphón, dar patadas; aaa; siampfen, aamod).

6. Estanca, térm. metal, (itanga, aaa; stange, pértiga, vara, estaca, aamod).

7. Estarna, ave (stam, aaa; siearn, anglosaj.; voces que, además de expresar la perdiz pequeña, vale estornino).

8. Estemple, térm. min. [itimpel, madera de entivación, aamod).

9. Estepa (voz eslava, y recibida por el intermedio germánico sUppe, planum salsuginosum, terreno sedimentario salado, a).

40. Estona, rato, cat. [slnnde, aaa). 4K Estoque (stocXí, bastón, a).

42. Estrapazar (4 .^, harzjany parzjaUy aaa; barzen, aa de los tiemp. me- dios, estar furioso, furibundo, rabiar; la supresión de la r es normal, por- que es muy común delante de la z, y de su afíne la «, sobre todo, en ita- liano, cuyo idioma nos sirvió de intermedio; asi, curuzza de cucúrbita; gazto de garzo, pesca de pérsica; 2.®, stra, estra de eoctra, lat.)

43. EsTRAs y, según D. A. Capmany, Estrús, térm. industrial (Strass, nombre del inventor).

59B

U. EsraiiVA, pajazaj cama de paja^ cama para laa cahatleriáa [del rer^ bo gótico siraujan, pretérito stramda, qaa vale atcmere, extenden Mream^ Esparcir, a, y streu^ cama de paja, pajaza, a)*

ib. Estrave, roda, branque, Capmaay {stevm, naerL; itmf^ Boeed)*

(6, EsTHEifQtE, EsTfti?f(íUE (stñúk^ Hfkkm, con n iatereaiadt, cneidm» cordóiif a]*

47. EiSTRiBo (Hriban, descansar el peso de algnna cosa on alfa sólida y segara, aaa, ó de siriepe, tirilla de cuero, baj. saj*): de aqui proba blecneo- te EsrnifiOTE, Berceo, S* Dom, 64S.

Í8p EsTBiBOB {steórbord, anglosaj,; starboard, íng.; itiurs, tirmus, %.: síiun, tortis, aaa; stiuran, valere» vi^ere, poUere, ^., donde In idea de la superioridad del lado derecho).

19. EsTRTQUETE, Etriqüets, red para pescar {sifick, cnerda, a),

10» ESTaovo iHrup, ing.)

LABIALES.

Cuatro aon las labiales góticas: p, f, 6 y la nasal m. El aJéiñALji alto anií- guo tuvo doble aspiración en esta familia alfabética, asi como portoda^ ks familias la tuvo el sáuscrlto: fiié uua la sorda fy fué otni la sonora t?. En el alemán alto moderuo se confaudeu la ^ y la u; en el de los tiempos me- dios se dlstiaguínu los dos valores, y por cooslgulente, lo8 dos signos, > la V tué más blanda que la f; asi la v pasé ú ser /'al lin de Ims dtccíon^^: wolf, lolio, Uace el genitivo looloti, y en medio de lau palabras la i> se con- virtió en /* delante de las consonantes sordas zwelvit^ zwelfte. La ^ y la ^ debleroEi de tener igual v«ilor tal cual vez en el alemán lílto de loa tiempos medios, porque varioa códices emplean indiferente mente una ú olra letra, aunque revelan cierta preferencia á la ü. A la misma regla obedeció el alemán alto antiguo, y no obstante, para Fieckcr la /'fué la aspirada pn* mitiva y la ü la aspirada blanda ó sonora; monumentos hay donde no se ve la V inicial y donde domina constantemente la También el alemin alto antiguo expresó á veces por ph la aspiración de la p. Al principio de dicción se empleó sólo la ph en las voces bárbaras^ por ejemplo* ph&rUgí pero se ve ésta en medio y al fin de las palabras verdaderamente germá- nicas warph en Tatien y Umphan en Otfrld* Según las investigaciones de J. Grimm, la ph valió fen muchos casos; pero los documentos que traeo la y presentan la ph por equivalente de la pf; asi kuphar, cobre, no se pro- nuncia como kufar* £1 a lema a alto de los tiempos medios mudó en pf la ph inicial de las voces bárbaras y conservó la pf en medio y al 6n, por ejemplo; l/, kampf, pugna, a: p es complemento eufónico de La m; 2.*.

599

enpfinden: la preposición inseparable ent pierde la adelante de la aspirada labial; y 3.**, kopf, después de las vocales breves. También se encuentran las mismas voces con dos efés, por ejemplo, kaffén^ asimilada la p á la f.

La sustitución fonética de las labiales muestra alguna irregularidad.

En las transcripciones románicas la sonora pudo más que la sorda: agua temblada por templada suelen decir los alemanes doctos aun de largo esta- blecidos en España.

P-

La p gótica está representada por p y p^ en el alemán alto antiguo.

L 4. Pailebot, Pailebots, térm. marit. aVoz tomada déla inglesa fnloVt boat, que vale bote del piloto ó del práctico y se aplica entre nosotros á una goleta pequeña sin gavias, muy rasa y fina.» Dice, marit.

í. Paleto (palisroh-, 4.®, pakíer, peregrino; í.», roh^ vestido, esto es, vestido de peregrino).

3. Paufleto {pampMet Shakespeare, paun/let^ pamflet, textos de 4640 de palmé' fleuiltet^ hoja como la palma de la mano, menos que un folleto).

4. Pantabdo.

5. Pantuflo y en cat. Plantofa [pantoffel^ a; pantofle, ing.; pattufel, hol. del radical pa(, nasalizado, el cual equivale á pata y el foral afle imi- tando á man-oii/Ie, empleado en Provenía por maufUy guante).

6. Paquebot, Paquebote (paaket-hoaty ing.: 4.^, packet, paquete de pliegos, cartas; y S.<^, 6oat, batel).

7. Paquete (poceiM, bajo lat. de un radical común al celta y al ale- mán; packm^ a; pacha, sueco; to pack, empaquetar, ing.; pac, paquete, gaélico y bajo bretón).

8. Pabtksana (pait, bart, hacha, aaa, pero ¿y ana?)

9. Pata (del radical pat, que se encuentra en patsehe, pata, a).

40. Peltbb «viene de Inglaterra y trajo consigo el nombre» Covarru- bias {pewter^ ing. de peodar, gaélico; ffeutur, estaño, duro y del sánscrito pádira con d cerebral, y cuya voz vale también estaño).

44. Penique {penny, ing.; penig, saj.; penning, neerl.; pfennig, a).

49. Perlasa, potasa pura {perlasohe, a; perl, perla, y atche, ceniza).

43. PERQumiSMo, sistema médico (de Perkins, norte-americano, muer- to en 4799).

44. PÍFANO, PíFAao (pfifay aaa; pfeifer, silbador, aamod., y éstos del lat. pipare).

45. Piloto (pijloo^ neerl.; peilen, medir la profundidad del agua; lood, teot. plomada, neerl.)

46. Pingo, Pingue, térm. marit. (pink, neerl.)

1 7< Pinta {pkit, ing* , vale señal ó mancha , ademad deexpre^r a na oie- dida para los líquidos; hay aüalogta entre el marco de medida y la marca é señal; se forrad, pues, coa la raíz de pimjere).

4S. Plañera, nombre eradito del olmo de Siberla* Planera ereniladis los botánicos {Planer, naturalista de Erfurt).

{S. Plata (/la::, aaa; r^aiú^^ y de una raíz común á las lenguas arUa^, prUhu, pratK «^slar entendido. El español tomó probablemente de los ger- manos la noción uplastar» achatar, íMtouder, y el nombre desalojó al ver- dadero, o sea argén; se encuentra empleada la voz plaU en dot^ del sig« % p. o. Esp. sag. i 8-332 en la Marca hisp« p. &H. Loa godos cmptenron la voz siluhr, y el aaa dijo silapar^ de donde tu vascongada Cilarra).

iO. PuctiAf térmÍDo arag., ave y bolsa (poeta, anglosaj,; p&ke, iog.)

ti. PoLQER y también PuLoa^, VaUejo, Tratado d$ Im Aguas, Ut, 550. térm. deconstr. (poider^ hoL del ing, pool, a; pfaíhi^ paular; nombres íar- mados con el hit. paluit).

3i, Polka {pulley, ing,» y éate de ¡mlUm, tirar; So puit, guindar, ing.)

Í3* Poi.Tuós [púUter, almohada» aconcJiado, aaa, y poistar, Mttar, aaa). El Uaiiaao clásico carece do la vo^pofirü, ou el algnificado de locho; pero expresan esta idea el milanés polter, y el romañol puUar: es irregular la pérdida de la s, tratándose del grupo (st; mas la vacilación entre \n p\ Ub es frecnente en alema n,

tk* PosCBE {puních, ing-, y éate de la voz malaya panscha, é aea la pvf- sa panj, que vale cinco, bebida compuerta de cinco ingredieoles: te, aüi- caft uguard tente, canela y agua)*

i5. Pocíi» jaqnita {pony, iag., y éeie del gaélico pQmidh, eaballo pe- queño),

i6« PoTAi cat* (pauta, prov.; pool, neerL; pfote, pata, aaa).

i7. Potasa [poUasehe, aamod; paU, pote, y asche, ceniza, aamod),

18, Pote (poí, neerL; potm, en un verso de Fortunatus; no hay olía Tiizóü que la cantidad para no referirle á potm, lat. , bebida, el eontlufioto por el contenido).

i9. Poto [poto, uuncius» prsBco, ángelus, aaa; boou, saj, aut,: hoíe. aamod J*

a, AíiTAapoTo, Antahbodo (ántarpoto, aaa).

b, Abbooo [Arbod de aro, águila}.

c* Gbrbodo, GEaaoTO [Gerhot de ^r, lanjga).

d. GcALPOTO ( WaiipútQy nuncio del poder, aaa).

e. HiLPODO (HulHpoio, nuncio de la batalla, aaa)*

/". LoMBüno {LónpotUt nuncio de la recompeiisa, aaQ).

y* MALaoDO {Mahalpoto, nuncio de la reuoiún, aaa)»

h. MAiiuRooOr MAHoaoPUO [MaraiH^uus^ lat.; MeripaiQ, aaa).

601

t. SiGiBODO, SigipotO {Sigüboto, nuncio de la victoria, aaa).

y. Tragabodo.

/. WoLFPODO, VoLFPODO ( WolfpoiOy nunclo de los héroes, aaa). 30. Prama, térm. marit. {prame, ing.; paraam^ neerl.; prahmf a). 34. Pribgo (prtca, clavo, anglosajón).

32. Proa {prora, lat.; pero el italiano tiene proda, voz qae pnede refe- rirse al aaa prot, que vale proa).

33. Prúsico {preu$s^ preusse),

34. Pudinga (pudding, iog., y éste del gaél.; putag, putagan).

35. Ptjdlaíe, Pudlaoe, térm. metal, {to puddle, enlodar, ensuciar el agua, ing.)

3fí. PusBisMO (secta ai^licana, formado por el Dr. Pnsey).

n. Pasó íntegra en medio y al fin de dicción.

4. Abapar {rappen, neerl.)

t. Baüpr£S [bowspriet, ing.; bugspriet, a: 4.^, bug^ la proa, curvatura, de biegeny encorvar, y 2.*>, spriet, pieza de madera, a).

3. Caparrosa [copperas, ing.; ¿kupferachCy a; kupfer, cobre; asche, ce- niza: cal de cobre literalmente).

4. Crup (croup, laringitis psendo-membranácea, ing.)

5. Tripa {¿trippey neerl.)

6. Upa, Aupa (tup, snrsum; tupa, sapra, snrsnm, g.; up, úp^ upa, saj. ant.)

7. Upar, Aupar {iupan, toUere, erigere, penderé, g.; uppian, anglosa- jón).

III. También la acción germánica de la p modificó la 6 latina, tal cual vez. Tropa (turba, lat.) De donde Tropel, Tropezar, Entropbzar, Trope- LLAR, Atropbllar, y el apellido Trúpita.

Se conservó con alguna firmeza.

1 . 4 . Babor (baekboord: 4 .<>, back, castillo anterior; 9.^, 6oord, borde, neerl., porque aquel castillejo estaba en la banda ó costado izquierdo). 9. Babuino (báppe, hocico^ a, esto es, el hocicudo).

3. Bacalao (kabeljaauw, neerl.; por metátesis bakkeljau, alem. bajo, y quizás por la influencia del lat. baculus, kabel, cable ó de Juan Cabot, navegante veneciano del siglo xv).

4. Bagauoa.

6. Bacbmis. De Bácenis silva. Nombre germánico empleado por César, Plinio y Tácito, y cuya inicial revela el consonantismo gótico. 6. Bada.

60S

7. Badam, cat., embobarse [heitón, baidón, tardaft ata).

8. Uam {Bada, aaa).

10. Badubna B^dübeonie lueafl. Nombre germánico usado por Cémr, Pliniü y Tácito* el cual prese uta ol cousouantlsiiio gótico],

i 1 . Bago, apell. {Bago, aaa, de baug, sortija, anillo, g., y de 6ttí|^ii, ílectere)*

42. Batlar (choréis et baÜationibus, San [sidoro}. Bailar supoue bahar^ como ju^rra, gotírreur; balear vale tirar la bala, la piedra, la honda, y 6a- kar signilica también hacar balas, hacer montones de heno, aoepción üista última usual en las montailas de Santander. El juego de pelota se acorii* pand durante la Edad Media con dauzas y coros, según costuinbre griega, y tal es el origen de Balaba, canción para bailar* BaL4 (baUa^ paila, mnm bal, aa de los tiempos med.; h^llr, escand. ant., voces que se presentaToo á las lenguas romáDÍcas más directa y actiTaroente que !a palabra TtttAksu De aquí ÁBátEAB, east.t y Balrjab, cat.)

13, Balafae, apelL {baiafr€t chirlo, cuchillada, fr,; hii, oMlcuo. y lef* fur, labio, aaa). 44. Balaoveh. i$. Bala MI no.

i 6. Balandra {by^íander, hetander^ iug,^ ¿n^, jnnto, y land^ país, bareo que va cerca de tierra).

i Balastbe, BiLAstaAR {balhst, lastre, iDg., y éste de M^ arena, cél- tico, y lad^ íood, lastre).

Id. BALi>Ot apellido {batíhst celer^ fürtis, audaí, vos empleada por Jor- nandes; asi como t ambleo el adv. balthalai audacter, g,; batíhet^ audacia» g.; halthjan, audaccm esse, g.; bald, pald, Uber liberalis, aaa; üacd. cíi!. aut.

o. Baltos {BaUkm^ lat.; BaltM^ JornandeSf Casiodoro; y como BaidístM el nombre del dios de la luz, toman tambica por los luminosos y éi^ vinos).

b, Baldis, Valoes. D. Balbou.

d, Baldotinoü, YALOormos, Baldüin, BALuom, Ealikiiho, Ealdovm {BaUmn, win, amigo).

0. Baluhbs, En la p«i^. Ui del For, Jnd., ed. de la Acá d., tratan4o de pondere et mensura, ae lee^ Baldres faciant argencontabilÍs< La nottcla 6S diminuta^ pero si el nombre jsc liga coa la dinastía de los baltos, no es on obstáculo la presencia de la r para confirmar la etimología, porque el es* caudiuavo antiguo tiene Batdr, o sea PaUar^ aaa. f, BALparcn (Baldrich, aaa]*

603

g. Adalbaldo {AdalbalduSy aaa; Adal, nobleza). h. Dbubaldo (Drudbaldj aaa). t. Garibaldo {Garibald, aaa). 49. Balhbs (balma^ grata, cat. y prov.; bahne^ fr. ant., iaego de balm, seno, Suizo; barm^ slnas terrsD, aaa). %0, Banca, Bango (banc, scamnam, aaa).

ti , Bando, Bandir, y el cat. Ban y Banito, desterrado, doc. nav. Aban- dono, Contrabando {bandvjan, signifícare, y la forma secundaria banjan), 92. Banda, Bandera, Bandear (bandva, signo, g.; pero Venda de bindany ligar, g.)

23. Banta, cat., asta do ciervo, cuernas, cnerno, cat. bainban^ kirsch' bain, aaa.

24. Bao, tér. marft. (balken, viga, aamod.; suprimida la k, resaltó la forma provenzal Baú).

25. Barón, Baronesa, Baronía, además Barnax, nobleza; Barnajb, ac- ción libre, Lib. de Alex.; Barnajb, proeza, Poema de Alfonso Onceno (6at- ron, llevar y «barum vel feminam,» el término opaesto á mujer, fortis in laboríbus, lleva la labor, ó la casa; noble, procer; que la fuente de la no- bleza es el trabajo).

26. Barriga, Baldrioa (baldrich^ cinto, aaa, cual el fr. poitrine, cinto del tórax. Baldriga de baldrich^ como Rodrigo de Bodrich).

27. Barufaldo.

28. Baso (Baso, aaa).

29. Basta, Embastar (bestan, echar piezas, apedazar, remendar, compo- ner la ropa, aaa; besten, atar, encordonar, encordelar, aa de los tiemp. med. de bast, líber, especialmente el del tilo con el que se hacen ataderos, cuerdas y tejidos en Alemania).

30. Bastbrnas, Bastarnas {Bastámce, Bartemat, Liv. 40-50; baistaimó, vehiculam lectica, carro hecho con bast, liber, g. Se conservó el conso- nantísmo gótico por César, Plinio y Tácito).

34. Bata vos (Bdtávi, César, Plinio y Tácito, con la inicial gótica).

32. Baúl (¿behut? aa de los tiemp. med.)

33. Bazo (bazo, aaa).

34. Befa, Befo, Befar, y también Bafa, Bapar, burla, burlar, Lib. de Alex. {beffeñt ladrar, gruñir, neerl.)

35. Belitre (bettler, mendigo, pordiosero, a, de donde, por metátesis, bleter,blitre).

36. Berfredus, Belfrbdüs, lat. med. (bercvrit, berorit, aa de los tiem- pos medios, torre defensiva ú ofensiva: 6erc, torre, altura, y vrit, fred, conservar).

37. Berlina (de Berlín, en cuya ciudad se inventó).

604 38. Berua Ibfime, neerL; ¿Km^ tng.; brymtne, orilla « aoglosaj,; 6fl-

SS* Bes I, Turiedad de peral [itBCii, DeerL)

40. Besos {Bisáis Ck* Pise. 34-H4; Ctes, Plia. Baz4, aobrenaaibre dd tt genealogía de los GanthmgiSt descrito por Joroandes eo jla forma arcákti del godo. Bassi y &esfi, viiloü oso ea eat^aad* ant,; de aquí Besm$. ettado ea tiempo dd AkjaQdrf»* y de aquí el nombre lat. Bassus),

44 Bicuo {hita, aoimal mordedor, íinglosaj*)

Ai» BiPTKC, Bistec, Bistítqüe (he^sf-aUackt [lodazo de váca» íím?*]

43* BiGO, apellido (^1^70^^ aaa)*

44. Bigote. (?)

45. BtL (&í¿l/Lag.; &iíí«, aut,; billa ^ cédala, CDenioria, es la vm iu^ks^i latinizada]» La vox hUt viene de Wía,

4B* BiLBOQUETE {^^^ bUl poF 6üítf, y i.°^ ñ{)i^ti£!íumf estaca, por 6oifNr- ftirrii pedazo de madera).

47. BiLo {Bih, aaa; fiíb, azadón para cavar, aa de lof; tiempos medios}.

4^. Bisop, especie de bebida {bkcfmfft obispo, aamod, porqtio la bebi- da ea digoa de un obispo)*

49p BtTASf téroi. rrmrtL (&iei, travesano^ codaste, escand. ant.: hü^ tng,; hmmf suizo). Las Glosas do Esfurtí pá^. 379, traen bitm, llgDam qno vincü IlíLgellaatar. De aquí BifAounA, Abitas» Asitaoi^iia, Abitab, Abito!v,

SO* Bit en, especie de bebida {bütrn"^ amargo, anglosaj., u^rL]

5t. BtTO {BiíQ^ aaaV

ISt. BtvAG, Di VA g K (Biwadu por BeiwaGht, mmoá)>

^3. Blasón . Francia empleé esta palabra en el sigoiíícado de armas y divisa, y do alU se propagó por Codo el área neolalina. El valenciano Jaume Febrer* á unes del siglo xni, empleó la forma bi^a^ú para expresar* ya Ua armaSt y^i la divisa: arme^i é biaso^ 9; ya la gloria ó ol esplendor: Uuitre é bta$Qt ^1 acepcioucs puramente españolas; la de arte de armas es post^or, y nació en Francia (blmse, bacba; de aquí esplendor^ an^losajp; blau^ log*; blásay trompeta^ aua; blasatif ostentar, neerL)

54* Blexda {bletiiknf cegar, deslumhrar, aaiuod}.

55. Bles A «

56. BLiiroAR (ga-blmdjan, occ¿ecare, g*)

57* BtocAtJs. Blok WATTS (blockhnus: bkekt bloque, y haust cüs», a).

58. Blo<»ue, y el eat* Bloch, pedrnsco; Bloqueo {6íoe, 6íoeA, ata; bioek, tajo, pedruzco, aamod: éste por bi4ohy cerrad ñra^ cerrojo ^ (Íel gót, lukén^ cerrar; porque bloquear es cerrar los accesos á un lugar» pero bloca viene de bucuia^ Lat.)

59- liOBiPíí (bobbinet, a, á saber: i.'', búbbin, canilla, ing.; y í,^, n^i, red.)

605

60. BoDB. Fr. Luis de Granada; Boqüb, macho cabrío, Boráo; Buco, esp. ant., Orden de Tarazona; Boch, cat. y de origen germánico, según Don A. Bergnes de las Gasas, y efectivamente, la voz es popular en Alemania. ¿Será elaboración de las lenguas románicas con el material céltico 6oe, óote, según presume J. Grimm?

64. Boios (BoH^ César, Plinio y Tácito con el consonantismo gótico).

62. Bol (bowl, cuenco, tazón, ing.; y éste de 6o/, 6oti, copa, gaél.)

63. Bolina {bowliiw^ ing.; buglinie, danés; boelinju, hoL: 4.^ bug^bow, boe, proa; y í.^ lino, cnerda).

64. BoLiüGRiN, jardín (bowUng, ing.; bolw, bola; green, verde).

65. Borceguí (brosekin, broseken, neerl., dim. de broos, quizá transfor- mación de byrsa, cuero, cual kersey bota, de leer, cuero).

66. BoRGOXA, BuRGUNDiA, BorQoñón, Borgoñones (Burgundiones, Plin. 4-44-28). Burgundio, sing., Sid.; Baurgundja, hipot. gót., habitante de Burgo. Perdida la d, como vergüeña, Ruiz» de verecundia).

67. Bosque {boseus, buscus, lat. med. de buwisc, buisc, material de cons- trucción; derivados hipotéticos de bauen, construir, a); de aquí: 4.^ Bus- car, verbo formado por los españoles para llenar las funciones del verbo fr. ehereher y del it. cercare; salió de bosque, como montar de monte; i*, Busca, Brusca, vara, tuero, cat.

68. Botín, térm. mil. (b^ti, escand. ant.; búíen, aa de los tiemp. med.; bulen, aamod; beute, presa que se hace en la guerra, aamod; booty, ing.)

69. Brabante {Bráchbant, aa de la Edad Media), á saber: bráka y prácha, aratio, y bant, pagus, como: 4.*, Tubantus {Tubanti, los que viven en dos pagos): 2.^ BuRSiRANTOs (Burnbanti, de porsa, Ledum palustre, aaa, viven en los paulares); 3.^, Bucinobantbs, Buginorantos {pouchin, fagineus, aaa, los que viven en los hayales); de aquí: 4 .^ Bramante, de brabante, porque al principio se trajo de Brabantia, dice Govarrubias; 2.^ Brbymantb, lib. de Alex., parece monstruo, dice D. T. Sánchez, y dudaba con razón aquel distinguido literato, porque el nombre debe su origen al Brabante, tierra de aventureros, de breiman, corsario, filibustero, prov.

70. Braco {braccho, aaa; brake, aamod: braco es también adjetivo y se aplica al que tiene roma y algo levantada la nariz; de un substantivo salió un adjetivo, procedimiento atrevido, como áecínis, la ceniza, salió cenizo; de ciouus, la membrana de las cavidades de la granada, salió chico; de fundus salió hondo).

74. Bradon y su ant. Brahon {Brand, Brandan, sust. del verbo brander, contraído de brandeler, bambonear, menear, puesto que se bambonea el pingajo colocado en la extremidad de un palo).

72. Bramar (6r0f?ian, aa; bremmen, bramar, neerl., cuyas voces corres- ponden al gr. PpifAclv).

606

73. BiiA^A^ AaEÍVA {brenna, lat* iiied,| doc. de 784; brahnti, matoiral y aun pein acal, a).

74. BdáSA {brasa^ soldar* tísciiud, íiiit.; bram, sueco); de donde BnAStt. porque ül palo í|ue dnü varias csijecics del género Cíesalpini** sirve para teñir de rojo.

7ÍS» liiiATf, tierra negra, lodo, fango {brack. escand,)

76. BüEMA, pez {CypTinus brama de los naturalistas; br^mia, hmximm^ baj. lat.; bream, Itig. de brmhae, brachsme^ a).

77* BaiDA, Bribón (büibi, pan, ali mentó, aaa, convertida la t en r. hd* che» muy eomda).

78. Bhtc, BntG, ñhiK {hrifj^ barco con dü!i mástiles, ing.]

79. BfttGo, banco de arena {bnki, escollo en el mar* cscond.)

80. BaítiiBAt

Si. BaiN. Vitre, liento de cániímü más ñüo ^ flexible que la loQiU. Dice, marit. El brote rollizo y su no que se reserva en la conversifjn dal monte bajo en alto, se llaoin brín por los franceses^ y de aquí Bam y Bmiii- zal; en español Bri;£na, parte rnenudí y sutil de alguna c<ísa que los fran- ceses dicen también brín. La etimología es dudosa: bnistael siglo xvi el fr. brin valió fuerza, ruido; la locución a un brin slgnlfícaba á la vez* y desde aquella época empezó á tomar las sí^epciones hoy corrientes. Se^un Diex^ la primera viene de brim, ola. oleada de mar, eseaod. ant.; ta secunda se debe á brkrm^ bretón, de donde BuaxX, salvado, como eo*ia menudi, Cr.; bran, iuk.; ¿rmium, lat. med., y Breu, Berceo, salvado de la liarina, vos. aque tiene uso en algunos lugares de los moutajias de Sautnuder.u át^e Sánchez, donde tamliion so usa la forma HaA.^,

8Í. BamoAfi* Bfti?íois {bring dirs^ de bringen^ traer, eon%idar al compa- ñero con la copa eu la mano, belñeudo el y luego el otro, ^lamod).

83, BaiTíCAR {bíinchan, brlUar y después temblar^ pernear, como to-^ verbos latinos mieare^ coruscare, que tienen ambas acepciones)*

84* Brisa {¿bmeze^ ing,)

85, BnoLLAfi, EMBaoLLAB, EMBROLLa^ \rroixo, Adrojo [&roiÍiu. broítia, lal, med.; br&g, hinchazón, confusióu, maraña, celt,; pero brog-it es gef» mánico por el sulijo y quuk se encuentra la misma raíz eu &ro^«t>, Icvaa- tarse, aa de los tiemp, med.)

86. Dructiros (Bructéri^ nombre usado por G^sar, Pílalo y Tácito, coo ei consonantismo fótico, Borahtkeri, Borhtítííri, Bhahtheri: i,"", l>Sfaht y 6*k ra/tí, coinciden cou raí^ y síi^oltieado, y vnkn faljiíentc; ^.^, hsñ, ejercita).

87* Brusco {bruüisCj aaa; bruH-»€, obscuro, furi hundo , rabioso), 88, Bt^oaET, térm. parlamp. pedantería esicnsada sia antecedeales nj raíz eu nuestra lengua, decía D. B. Baralt (budgsí^ ing,, de baulgetít, fr.J 8e« BiJKOA (buky buik, mojón maestro, a),

607 90. BVGADA [batiehm, solar la ropa, lavar con legía, aamod., y mejor de 64^, aaa). 94. Buho (606o, lat., pero la h proviene qoizás de 6tl^ó de húfy aaa). 9Í, BuLDOGo (bulldog, ing.; bull, toro, y dog, perro).

93. BunGBÁVE {burgraf, a; 6tir^, burgo; graf, conde).

94. BüEGO (burgo y burgus, lat. med.: castellum parvnlum, quem bur- gum vocant, Vegetins, 4-40, baurgs, f., arx, nrb. g.; por resello del gr. i:óp7o«; bairgan, bergan, servarlo, tnere, aaa). De la voz burgns. popular antes de la caída del imperio romano, salió el romance 6of^o, no del ale- mán 6ar^, porque de éste no pudo salir 6ttr^; después, por la acción del alemán, se desenvolvió paralelamente la forma con g. fuerte; Burgi Burgirum, Esp. sag. 26-469 doc. del año 884, la reunión de muchos bur- gos. Así, César, Plinio y Tácito emplearon la voz con el consonantismo gó- tico p. e. Asdburgium,

96. BuaGüNDOFORO, usado ya en el siglo vii {Paramani, el estado de una gente, lo perteneciente á una fara: cum fara sua migrare).

96. BuHiL, y su ant. Bobil (6ora, terebra, aaa; borón, terebrare, aaa; bohrm, taladrar, aamod.)

97. Buso, agujero (6<Jn, vano, vacío, aaa).

98. BüTONBS.

99. Buzo, embarcación de un solo palo, Part. 2.», tít. 24, ley 7 (6utse en buUe^oarku, marineros, anglosaj.; bu$$, barca de pescadores, ing.; 6utwe, neerl.)

II. Hubo vacilación entre la 6 y la p.

4. Balcón, Balco (balcho, pakho, viga, aaa; Balke, granero, bajo alemán).

2. Bala, Pala {palla^ aaa).

3. BoGAano, Pocardo {pochwerk, de poeheny mojar, porque se dice del pilón en que se moja el mineral antes de fundirle).

4. Plbgturois. En los documentos francos so encuentra la forma Plbgtrudis con la p alemana, esto es: P/t/itrut, aaa, en lugar de BlietrudiSy de blie, flumen, cual exige la lengua franca. Algunos escritores confunden aquel nombre con Blidtrudis^ pero éste viene de Blidthrút, de plidi^ aaa; bleith^ mitis, g.; UBtua, lat.)

in. 4. Abeter, embobar, engañar, Lib. de Alex (bcBian, anglosaj.)

2. Abrüsar [broohisán^ aaa).

3. Adobar [dtMan to ridere^ dar la pescozada al caballero, anglosaj . , doc. del año 4085; dubba, dar un golpe, escand. ant.; daubar, pegar, va- Ion namurense; dub, golpe, ing.)

4. Cimbros (Cimbri en César, Plinio y Tácito, con la inicial y la medial gótica; ciniber, cempere, cimpor, prsedator, grassator, anglosaj. El robo y el

608

aieainaíto qo desboarabati entonce!^: hoardban, s^^ún 1p paeato 4e fnnni- 0esto la criticA de J. nñmTD; por esta razón se rorniiüjaa eotooccs nombren étnkos, que hoy porecen extraños A los que jargnü sin teñera la visia el cnierio histórico p. e, Estiirnaros, Estfumáhios» Stnnnari^ Sturmani, de Siurm, tutntiUiis, seditio, aaa; StUnmr, tamultaator, gmssator; del lát. grassari de latvoiiibuf* quia vks obsidco» aaa, y mor*» ineiiiorahl©, aaa].

$. faAMBCJiiA (braambiszwt üeerUí brámberi, fruto del espinOt ü«a, cambiada la b qh f por la bfliieiiciD de la voz fresa). La edad de la voz te redera á Framhfias hinipiH, fnímbuesa, Glos. emineran*

6 Oap^NQui {hñfunbmdür, escand, ant,, coa ©1 ittternfj. hob€ms, fraar^)*

7 . O II u s ( Áfl uhU zó.íiihau fnií z, Big\ a %\\ú^ haufn ice, bohemo , f na quiam para lanzar picdra^J^

8. iJbiosí {ÚbH, voz usada por César, Plinio y Tácito con el codsocuiq- tismo gótico; qtii proximi Hhenum incolunt» decía César; de ahva, agua, río, g,; aha, aaa, como Fulda de FiUíl-aha; este elemento pasó á aer apa^ como Gddapa, y co» u breve salió v6rÉ, cual Bambim y Gelduba*

La f gótica equivale á f, u 6 b éñ el alema q alto anlígao, y tanto la /de éste como la del godo, se trnnscribieroa en español, como laf laliaa« ealii es, con n apir ación casi nula. L i. Fafila.

S. Pal, elemento de mncbos compuestos {falvat 6 phai de felhan, an- glosaj.; filhan, condere» tegere, g., y vale, por consiguiente, condUti», 6sto eSn, conatitutos, institutos, y faíah siguiíica hiibitaole de derecho, domjcU liado, vecino),

a, OSTALPOS, OSTFALIASOS {O^lfaU).

ft , Tai VAIM 8 ( Tais f ai i ] ,

e, Vestfalos, Vkstfauaííos {Wistfali].

3. FALAf^Aa, AFALAQAn, aut.; AFALEGAa, cat.; HAto, Halo! Are* de FU. [ihídihanj forera, consolari, g.; por tanto Ja forma dialectal Fíaikam, o saa FléhÓn, lisonjear^ pedir, aaa).

4. Falbalá, FAftBAtÁ ifurbelúw^ ing; fur, forro; behw, abajo).

5. Falda, Halda {faUa, aaa); de aquí FALi^atguenA, FALTHiotJRRA, su- puesto el diminutivo Faldica, y la intercalacioo de la r, como en PAurtE- EOf ladrón de bolsillos, esto es. Faldr'iqu'«ra),

6. Falgsa, Falesia^ Felisa {fdí. saxum, rapes, patín, scopalot, üma; falmia, M, medj; de donde Frusmeo, hijo de las rocas, porqve tng vale origen.

609

7. Falún, Faluxbra, térm. geol. (falh, pallidus, flavus, subflavas, gil- bas, aamod.)

8. Falla, térm. geol. (No viene de fall, caída, a, oomo generalmente se cree, porque este nombre no puede dar ni ün femenino ni la doble L Está relacionada la voz con los verbos falir, fallir, cat. fallere, lat. a^'ftiv, faltar, g., y sphal, vacilar, sánscrito).

9. Fallar, Hallar (fallüy decipula, trampa, lazo para coger pájaros y ratones, aaa).

40. Fandila.

4^4. Fanez, Fannez, Fañez, Ffaitez, Fano {fana, bandera, g.; fano, aaa; resellamiento deponnus, lat.; niiuoff, gr.) 43. Faquín {vantkin^ hipotético de ventjo^ mozo, neerl.) 43. Faradisagion (Faraday, apell., ing.) t

4 4. Farándula (fakrend, movibilis, movens, aamod; fahrmde^ compañía de cómicos de la legua, músicos y danzantes. Farándula supone un primi- tivo tARANDA, como Lavándula dc lovanday Girándula de Girando).

45. Fardin (farthingy ing., cuarto, por ser la cuarta parte del penique); de aquí Ardite, que, según el Dr. Puigblanch, pronunciaban ardite en al- gunos pueblos de Castilla la Vieja, y que antiguamente era con h.

46. Faro {Faro, aaa; fahr, unus e majoribus, qui ante nos vixerant, aamod). De aquí:

a. Faramundo, Faramundus, lat. med., voz que el franco escribió con la aspirada labial Pharamundus, caso excepcional, porque siempre se es- cribió la f: ej. Faro, nomb. pers.; Franco, nomb. étnico; Fledis, apelativo.

6. Faraldo (Faraldo, aaa).

c. Farval.

47. Fastida.

48. Fastila.

49. Fato, Hato {faza^ fazza, aaa). %0. Faura.

24. Feijóo.

22. Feldespato {feldspat, spatum scintillans, aamod: 4 .*, feld vale ager, campus, y también mons, rupes; 2.^, spat de cncaST^).

23. Felpa {felwa, vello de las hojas de algunas especies de sauce, aaa).

24. Fenris.

25. Fbrlin {feordling, anglosajj

26. Feu, cat.; Feudo, esp. (feu-d-um, lat. med.; faihu, faiho, ganado; después pecunia, g.; 'fihu, aaa).

27. FiLiRBRTO (Füibert: filus, mucho, g.)

28. FiLiRusTBR, FiLiRUSTBRO, FuBUSTERO, corsarío {vrybuiter^ neerl.; vry, libre; 6oo(, botín).

39

I a al*

19i PiLMAK, FrLOMin {Filomar, áaa; film^ mucho, g*)

30. FlXcíAO,

31. Ft^cA, FisaA, FíSísAit [yf.fld^, pescar,

32. Fita, dota. Silva (/15a, cínla, hilo, < 33* FLASjnEitGi {¡lamberffe, f»» ol Dombrc déla es^kiáa de aa héfoe|«

ai.

3fí.- 37, 38* 39,

Flandks {Fiandern^ aamod). Flaníla iflanñU, pímnus lanetis tenüior, aamod), FtittorK, FiLitíOTE (Ihjboal, iüg.: ^/\ /íy, volar; 6oaÍ, bote), ,Flisflast, cat, Flos {/ImuÉn, correr, a).

Flota (/Zu^it^, lat.i pero b voíg t^íaoí, iioerL, o /Zooé, gueca, fijé la actual acejKñón, y ast se propagó por el área romáolca). *iíJ* Fopo ijiof, liinchado, esponjoso» neerl.) it* FoQLTE {fockt noerL)

42, Forestal, Flouesta por Fohiüsta desdo el siglo jív, torm. erudito; PonesTA, for&sie^ farm^um^ forasta^ ha}, lat.; voz formada con el laU far<it~ íÉcfií, exterior, Placidas; el verbo forestare, declarar tiii terreno fuera del aprovecipmlentv) i!ornúa; fúreHa^ terreno dcfeudido^ vedado, faé para les germanos lo que para los españoles la voz dehem de de f esa.

43, Fon>ru {frautnjan, procurar, suministrar, aoa).

44, Frac, FflAOifK {frack^ aamod).

45, FnAiTi apellido^ cat, (Frau, señora; de fró^ señor, aaa).

46, FitAOii, dominas, g. {Fré, Freyr son mascalmos é ideáticos con Fraujó, Ftouiüá. Frc^jja, con que ac deuoraiua el día sexto de la semaiMt el viernes, de Venus» es de^^ir, uuidad superior, y porlaato, compre asi V9 de los dos sexos, como Lunus y luna, lat. Sunna, SunwK sol, g,]

47, FaesA, Frísa, Frisar, Frezada , Frazada, Satja Fresanka, P allí a FflESOJíicA, vestimeota, de Fresaruoi, provincia; de fritle, ri-to, fnsoa, frhzle, lEg,; pero según las investigaciones de J. Grimm, la rniz esta en ffeisart. periclitan, y Fntsoxesi vale pericLitaules, audaces. El verbo Fne- ^AH, arrojar excrementos* y el nombre ['''aeza, excrchionto, iudicau á pri- twena vista la etimología de fritan, frezzan, aaa; pero comparado Faizaíi con éerezar, de directus, se llega á b voz fricím, part. de fricare, ti-uóme- no coya probabilidad acrece por lo raro que es el cambio de la t gótica en s española; adeoiás Frksar, grujir, puede venir do frendsre, part, /"ffAfUi,

48, La voz alemana fñd, que se reliere al gótico ga-frikm^ paciriear, es eleíucnto formaiivo* *

a* Fkdkricoí

h* F^ttEDElíCííOA.

0, Friduliío,

d, FaiTiLA {Ffühüa^ m. g,, FniutLA).

6M

e, Fritigbbno, Fridigbrno (Friíiflfemus, g., con la i latina. Prühuga- imsy g.; Fridokem, aaa).

f, Alfredo (AdalfrUy aaa).

g, Bebfrbdo.

h. Lanfredo (Landfrid, aaa).

i. Man^redo {Meginfrid),

;. SiPREDO, SiGBFRiDO (Sigufrid).

1. TioFREDo (Thioifrid: thiot, pueblo), m. Ufo, Ofo (Otfrid^ aaa).

n. ViLFRBDO, WiLFREDO { WUUfrid, aaa'.

49. El elemento frod^ hábil, entra en muchos compuestos, d. Frodardo {Prodard).

6. Frodegauoo [Frodegaudus]»

c, FftODERfo {Frodher).

d. FR06ER0 [Frodger).

50. Fugar [Fuggar, a).

51. FuiNA y en cat. Fagina (/e^ especie -de marta, aamod; fdg, fáh^ abigarrado, lustroso; faih^ g.)

62. Folgo, Fulcon (Fulch).

5a. FusT (faust, puño, aamod; fúst^ aaa; pero no se confunda con Faus- to, del lat. FaiAstus).

n. 1. Catafalco (4.<>, calar, cadar, ver; 2.®, Falco de Palco, por la influencia de la aspirada ph ó ^ especialmente en el provenzal); de aquí Cadalso, Cadahalso, Cada falso, cast.; Cadafal, cat. ant.; Carafal, val.

2. Mono [mufferij muff, neerl.); donde Mohíno.

3. Ruflada (hruf).

V-W.

La V gótica corresponde á la semivocal sánscrita, y la misma equiva- lencia presenta el alemán alto antiguo; sin embargo, se observa en algu- nos manuscñtos del último idioma que el sonido de la v india y el de la gótica están representados por uu y que llegaron á ser w en el alemán alto de la Edad Media. Después de consonante inicial se encuentra u por w en la mayor parte de los monumentos del aaa; Zvalif, doce, g.; zuelif, aaa; zwHlf, aamod; sin embargo, hoy se admite en todos los periodos del aaa la to, que nosotros llamamos valona, alemana ó inglesa.

El sánscrito y el cendo ponen la semivocal t; por la consonante ó ra- mista, á fín de evitar el hiato, y lo mismo suelen liacer las lenguas ger- mánicas. Del tema gótico sunnu, p. e., salió el genitivo suniv-é, filiorum, cual se ha dicho al tratar de la f.

El valor de la w eu wa^ p, e», es el de ud» ú mejor uwa con bbíal liquí- d¡i, Pam este sonido íünia poca roeeptlsidad el aparato vocal de los pue- blos romíinicos» aun cuaüdo sus idiomas presenfan en la inicial las com- binaciones tío ^ ué^ ui, m, como vuatü, tr.; huebra^ esp.í í*u¿íre, fr,; «amo, it.

A. Se sustituyó con el valor de la v el uso de la advenediza, Uegaudo basta eseribtr b en al^^unos casos.

L 4, ¥ag6n, Wagón {wagón, ing*; vigan^ vebere, moveré, g*; wf- kun, aaa}*

í. Varüido» VA«íno {mngjaUi verteré» g*; toentant aaa).

Valabonso, Walabosíso {Walabonsus, lat* mea.)

4* Valdo, Waldo [^íifí^us, iVatdus, \¡iU iiietL: Walt» Wai.d, a* de Wai* ien^ dominar, anmod; IVaitan^ aaa; VáUan, imperare, g. Significa, pues, 'Ap'/kXrjg, 'Áp'/ldafxoa y pasó á scr Vaídus en Int. med,* y Mm, QÍdm en español, huyendo del diptongo, como de batwitia salió bal^ia],

a, AmoLDo.

b, Adoaldo {ÁdahaUíus^ lat.; Adaltoatt^ aaa; t^c/aJ^ nobleza}»

c, A RN ALÓOS {Áranmtt, aaa, de aro^ águila).

<J, Basualoo (J}íi,^i, CÍL\ rís. 34-84; Cíes,, PIíq, o !ia$$i),

ú. BáiiALDo, Beroaldo lUervalduSj laL; Peralt, aaa, de bar, oso)*

/*. liOXALÜO,

.^, Castoldo,

h, EflMOLüo, ERMULmi {Ermsnemldtís, lat, mcd.; Erm&n por /rmtti)*

ii FAttALDOf Ferolih} [FafOf FaAro],

j, FRmüLDO, FRiDtTALDoíFríííuaídws),

í. GlSOLOO.

U, GeraliK) (£f^rwaJ£, gér, lanza). De aquí Gcroldo. ffl. GksüAjlbo.

n, Grimaldos, GaiifALoi {GrimoaUm, la L med.; Grí^nrTitoaff, aaa: «jrimm, ira).

n. , Lasalde .

o. LiopoLüo (¿íeÓoi^, domina con el amor).

p, ReaALOE (fítcAo/f, aaa).

q^ REiNALDOSf Retnaldos, Regoldo [Riinwak].

r. Ribo LOO.

B* Tevaloo.

í. Valvertb, Walbertk, Valvehok [Walbertuí],

u. Valfredo, Walfredo, Walfríoo/Valfrioo [Watfridus, la t. Watt * frid^ aaa).

Son raros en alemán los apelativos formado^ con este elementü, pero abnndan en las lenguas romáuieas.

0. Ubraldo {hariowalt]*

643

6. Manigoldo, verdugo (manowald, manogaldy manogolt: meúnt, pL Cú- 'Uar, el que domina por el collar).

^ Se suele confundir con wald^ bosque, como Rodbbaldo (RodewcUd, »il?a csedua, aaa).

También se confunde con waldy dominante, eslavo, en cuyos compues- tos el primer elemento es el determinante.

a. Ladislao (Wladislaw; wlad^ dominante; lawy gloria). 6. Vladimiro {Wladimir: walh^ dominante; mirj paz),

5. Valon, Walon, B alona (walhy alwah, bárbaro, aaa).

6. Vals, Wals ( Wdlzen, aamod; valoison^ volvi, g.)

7. Vamba, Bamba, Uüahba (vambOj ventor, uterus, g.; wampn, aaa, pero Bamba, tonto; Bambarria, Bambolear vienen del lat. bambdUo, sobre- nombre romano, Cic, Plin. 3-6).

8. Vangionbs (Fan^r5nes,Ta?s., b. g., 4-5! ; vaggs, campus, g,; mane, aaa), de donde Vangio^ campo, y la terminación vango^ wang, waogeD, co- mún en los nombres geográficos.

9. Varenga {vránger^ sueco).

40. La terminación vario viene de vare^ veré, anglosajón; veri, coleas, habitans, escand. ant. de verján^ defenderé, tueri, anglosajóu; varjan^ g.; weriany aaa.

a. Angrivarin [AngrívárXi, Tac. G., 33, de angarj pratum, vindariumj aaa; (mger, aamod), de donde Angrarii.

6. Ansivarios [AmXbárXiy Tac. A., 4 3-55, de Ans^ deus).

c. Bajuyarios (Bajuvarii, qui Boihemum incolunt).

d. GuNDVARA, f. (GuNDWARA, qusB puguam colit. Bollona, aaa).

e. Herivaba, f. (Hbriwara, quae exercitum tuetur, bellatrix, ana),

f. RiPüARios (Ripuarii, qui ripam teneat; Riparii, Plin. 30-^4- U, qui ad Rheni ripas, circa íluvium consederant).

g. SuARDONBS {SveordveraSf Sveordvere, gestantes enscm).

h. ZiüVAROs [Ziuwarif Ziowariy qui Martem colunt, tuentur). 44. El vocablo wart, guarda, aaa, de vairdan, tueri, g., es tambicn ele- mento formativo.

a. Atlvar (Egilwartt aaa).

6. Eduardo (Eadtoeard^ anglosaj.; Edwards^ guarda de los bienes ó guarda afortunado, ing.); de donde Duarte, Aduoartb.

c. Elverto {EHwart, aaa).

d, EvBRTo [Ewert: etvá, ley; wart^ guarda).

42. Vasintonia {washingloniaj género de plantas dedicado á Wa&hmg- ton por los norte-americanos, ó sea Velintonia dedicado á WelUngion por los ingleses: 4.^, Welling; 2.^, ton, ciudad; tun, septum praedium, Sequiva^ nombre indio).

íiii

1 » y I D I G o YA , a pe 1 1 i lio ( Vidigoia^ g. ; Vidala w/u, g. ; u^ot* im , toíf ichn , 3ua; ÜtoegQuioe^ wifege, añade toitiemp, meiU: Fuff^^i silvteob, angios»jt}

\ L VllK3.

ífl. ViGtTíjro»

17. V[(ío, WiFo, obispo de Gürona en 935 {tolg^, pugoas, belicoso, ana)* Uo nquí muchos compuestas con mig^ pugna, md,

ViMAN» ViCJiA?f, WiMATí, WiGM4N (wkma^, pQgnator, aaa},

VNiA?fT>o {tüigandf peleador, aaa; forma de parlicipio, mn).

YiGHERTo {Wighárahti fulgente ou la pelea, aaa)*

ViGMusDo ( WiegrnHtid, Wigmunt, e acudo de h pelea, aaa).

Eüu víais (Haduwtc^ aí>;i; hadu^ guerra)*

Luis ( Hl udu wk^ a a ít ) .

ViLiA, WiuA ¡iríím, aaa de vil jan, g.; w^llan, aaa; mlk, bt*)

VlUiALDO, WíLIBALnO.

VrLtonfuio, Wiubuoíjo.

V fL J A R iTo , W I L JA ni To ( IVUjafith) *

Vil MARO, WiLMAno. '

ViLMuxDo, WrLMüíf 00 ( WUmunt}.

El uambre wini, amigo, aaa, del verbo vtnan, amare, diligere, g^o- dere* g., es elemento forma ti vo y Id u; suele pasar á ser a y a; tauíbiea wi se cQEivtrtia en guL

a, Awaeviíío (Engitwin, aaa).

ÁflDüi^ü {Hartwin, aaa).

Baldo vrNOS {Baldwin^ aaa; Wr/^ audaz).

Fue VINO (Frowin), * GÉan.\o (ííerüinuíij gsr, lanxo).

riLiHBAU [Winbaldy aanj.

(jüiXARDO {Winihart^ fuerte ea b amistad, aaa)*

GurPíKMARo {Winmar, meniorable por b amistad, aaaj»

LiuviNo [Liutwin, demolllo, aaa)^

Olooino (Altmin^ Daa),

Vine BALDO, Wixbbaloo {VimhalduSn Vinibaldus^ Win^Kitd).

VirfEFRiDo, Wi?(EFRiDa, VíNiPuíDO, Wi^tiPüiDa {Winifnd],

VidKMAnOt ViNiMAao, WiNEMAHO ¡ (Kííiimaro),

VrsiaoiM), Wtsic^ODO ( iVaegothw, los godos occidentales del Poulb; ViBÍgathans, vii, tranquilidad, fíO íl, VisT, WisTT {whi$t^ ing.)

f% El nombre masculino mifs, lobo, g*í lííoíf, aaa^ pasó al español, va conservando b_t) gótica, ya coumutáudob en u, ya suprimiéndola* a. Adolfo {Ádalof^ aaa); de donde Ataúlfo {Athi<tíf].

d,

r.

a.

¿1. c.

d.

t,

/• /*

m. n.

¿O,

645 6. Arnolfo {Amolfj aaa).

e. ASTOLFO.

d. AsuLFo {Asenwúlf^ aaa).

e. Bbrolfo, Berulfo [Berulfus].

f. BiTEROLFo {BiUerolf; aaa; bUler, amargo, mordaz).

g. Edolfo {Eadulph, anglosaj.)

h. Gangolfo (Gangolf, aaa: 4.^, gang, camino, lo contrario de Walf- gang).

i. LuooLFO (Liutolf^ aaa; lint, pueblo).

;. Jarulfo, Jerulfo, Gerulfo [Wenoolf),

1. Marcolfo (Markolfy aaa).

í/. Odolfo, Odulfo [ead, possesio, opes, anglosaj.); de doQtlt? ünux, Otón, Odo.

m. Oroolfo, Oroulfo (Orfoí/', aaa).

n. Randulfo {Ranlolfy aaa de rant, escudo).

n. Rodolfo, Rudolfo [Hruodolf, aaa; hruod^ gloria).

o. SiGULFO (Siguí f, aaa; sig, victoria).

p. Tbodolfo, Teodulfo (Theodulphus),

q, Ulfila, form. grieg., y por disimilación Urfilas, Vulfila, lobecíoz {WSlfel, ^aa).

r. Ulfoardo ( Wulfeft, aaa).

s. Varolfo, Verinolfo (Warolf^ Weriniolf^ de toehery arma, aaa). I[. 4. Aviones [Aviones^ Ghaviones, aujans, g,; ouwon, aaa; lue^o ha- bitantes de la aucy vega, isla, aamod; avi^ g.; ea, anglosaj.); de ut[uí Ba- TAVí, Chamavi.

t. Blavo [bláw, aaa).

3. Esparavel, Esparvel, Esparaván, y el cat. Esparvenc {spatpoari),

4. GONSALVO, GoNSALVüs, doc. del año 844. Esp. sagr. 26-41, pág. i IT, ¿Gundsarvus, preparado para la pelea, existe gúdh-searOy anglosaj.

5. Iva {iwa, aaa). De aquí Ifina. ^ III . Dominó la 6.

4. Bblisario, según costumbre bizantina (Valisaharis, g.)

2. Bismuto {Wismuth, aamod; bismuthj ing.) _

3. Bogar (wogófij aaa; wagón, aaa; wogen^ aamod).

4. Garrar (garawan, aaa).

B. Pero no se rompió abiertamente con el sonido extranjero, y se creó otra combinación para expresar mejor la esencia del nuevo sonido), &] gru* po gu, en el que se condensó la aspiración de la w alemana, dorniníin- do generalmente al principio de dicción, que es donde más sobresalía. Los documentos del siglo viii muestran á cada paso testimonio de este cambio.

616 I J^ GuALBERf Q ( Waldberth).

4.* GUI€HIIIG0.

3.^ Güifto [IVito, aaa).

El ESO dQ gu por rn pasó á los miamos dialectos gerin ámeos, obra de loa alemanes que viviaii entre loa l^tinoa. Caenta de los lombardos PaiilQg Día- con US i-ít que aquéllos pronuaciabau Gwéílan, Gnodan U voz Wódan, y \q mismo guaid por wald, silva j UdaJe, doc* uav,; gaJÉ^ cast {guadium, !i3¿i- íííum, twwítum, vadigf pigmus); ^«ar<?^aiiíus (ioat^^aní^^ ecctuí}; GüIori* eon4 [idiürihora^ eenatus, líber], y lo mismo acoutedo en el Bajo Elúo. 3tii Isidoro escrü^ió Gülkilas por Vui^filas, esto es, Ulfilas. Y que el procedí - niieato no fué üaprichoso Ib iudica la historia de ka leugaas romáíijeas« eu las que ae docta Guanaco por HoAffAGO, Ma^-Gcjííl por Man-ual, Hki%~ oüAa por MouAft, y también Güé&nA por IluEBaA, Güeirta pdr BuKaTA, GÜESo por Hueso, aceptando la ley de los gropos gu {gv)\ Ku (^qv); 4u (di?), eato es, el gw ccUico por la i^ latina: g^win=^Qmum¡ gwei^velum; w arábi^ por ^u; tmd, río^guad, Guille ano, Güillklho por wUiMm {toiih, voliiii* tas, voluptas, studíum, aaa, y Mm, yelmo). t. i. Guadaña» {weidatiénf aaa). t. GüiFLA (waffet, aaa).

3. GuALáNDO (wielantt aaa).

4. Gualda, Gualdo, Güado {weldt ing.)

5. OüALDANA [wotdan, aaa).

ti. Guante, Va;íte, y en cat. Guaní {wantm, bajo lat. en ud te^ío de Beda; aanUf cseand^ ant.; vant&t sueco y danés). 7. Guañih (lídnjanjanglosaj.)

9. GuAFOf Guapeza [vapul, pomphaLix, anglosaj.; mappñrmt lisonjetr, neerl)

d. GüAmANÓir, Gaha^ós [waraniúy lat. med«: Wfénjo^ alemán bajoanl.; wréne^ neerl.; reino, aaa), !ü* GuAnoA {warde^ aaa)» GuABOAa [í^^arf^n, aaa).

i i. GuAftEGEn, GuAaESGRn, GtTAEin, GoAtirDA, y además GuAniTA, doe. na?.; Garitab, doc» nav.;'GAaiTA, cuesca se, imperativo de guarecer, doc, nav. (werjan, aaa; varjan^ g,)

13. GtJARLAADA, aUt. GUAENALÜA, GUIBNALDA.

14. GuABNEnio {Wernhérf aa de los tiemp. med.)

1 5. G 0AENIH , Gu AR Jf Ec B a í G u AR « te J (5 N ( wamón , aaa } .

16. GüASTAtt, Gasta a (vastarü, lat., pero bajo la inllaeücia de wastjoñt cual sucede con otras voces románicas con gu inicial).

4T* GüAifá (twit, vm, g.» wéf aaa). U. A * GAtHE, mucho, cat. (wári, aaa).

647

í, Gambax, Lib. de Alex (toam&a, vieatre, aaa).

3. Gancho.

4. Gandir, tragar, comer [vandjan, g.; wantjan, wentjan^ aaa).

5. Gabana, bosque artificial (warenna^ ing. ant.)

6. Garante {wéren, responder, aaa)«

7. Gasoih, térm. arag. {wasso, aaa)..

8. Gaucho (ivarky loerken, aa de los tiemp. ined.)

9. Gatfa, Gatfio, res derellcta {wayviuniy vayfium, lat. med.; vaftm anglosaj.)

III. \. GüERCHO (íu?er, rfuíorcA, travieso, transversal, aaa, perdida l:i dental).

2. Guerra y Gerra, poema del Cid (werra, aaa).

3. Guiberto (Wigberaht, fulgente en la pelea, aaa).

4. GiNOAR, Guindola [loindan, aaa).

5. GUINDASTE [wind-as^ neerl.)

6. Guisa, Guiso, Guissadus, Guisandus.

IV. 176 por w. . .

Las leyes visigodas presentan la transcripción de ub por w, 4 . Ubisando. Con el nombre alemán loisunt, tomado del latín bison, ^v. píacúv, se formó el nombre épico Wisunt; los bizantinos dijeron OSi(Tavorj7 y los españoles übisandusy cual de Episcopus salió Biscopus y despuc'^^ obispo,

2. Ubalia (fTaZ/ta, aaa).

3. Ub ALDO (VTalio, aaa).

4. ÜBALFRBDo (übalfredíAs),

5. Ubamba, Vbahba.

6. De Ueste triunfó Oeste {vest, anglosaj.; west, occidente, ing., por la acción de la t? griega).

7. Noruega (Norvegr,)

V. Aféresis.

4. Andalucía viene de Vandalucia, de vandajan, tomar, girar, ^ót*. porque no se dijo Guandalucia, Guandaluz,

i. Impla por Guimpla [wimpel), como traen un misal mozárabe y Berceo.

VI. * Sv) pasó á ser su, f. Suabia (Schwaben),

2. Surgía {Schweden).

3. Suero, Suárez (svérs, gravis, g.; sudrt, aaa).

4. SiíiZA [Schtveiz).

5. Arsen {Arsinde},

6. BrunesiÑda {Brunjasuind),

4>|8

T* EftHRsrNDA {irminsuind},

8, GiHiEs {Garsindis, fferdmiis),

9* El aamLre svmth$, iovth, valtdys, \§, (sunmlf, :í^ de los iieiii|>a« med., es elemenlo de muchos compuestos).

a. SüiNTTLA {Svinihila, fí.)

h, Amalasvíxto {Amala^vintho, g.)

c. Amal.\su':sda, f. (Amalasunthat gO

<i* Heces VOTO. Vft. Q por ?L\

QüixTHío es nombre tomado del Tranco, y vicno do Winirio por Vintrto. Hay cutre vintrus y quintrm h misma reí ti ció o que cutre el verbo gótic*» (lainotíy plorare, y el ana w^inén, como giman, g., y venin, bit.: comí» quius y vivm, iat.; como quaiíuía^ ijü acara» cou wabtiila. coturalt- comía ks voces alemanas QinUpñrht, Qmlfwint respecto de WíHptírht, Wotfmm*

La nasal de las labiales se conservó con rogo Jar idad, sobretodo al pnu- cipio y 6a de dicetóu*

í. L Macaoax (Mac^Adami mac^ gaélko; magui, lujo» g.. patronímica escocés» como Mac'Crohoo).

9. Macühuna, uombro borgoñdu de mujer {mucg^ muga, duglosa] ; mugr, mugi, acervus framenti, escand. ant., y de aquí acérvm en geueniU el frisóa mtita vale igualmente acervus, mauipuluscdmurum, y eorno eo .^nglosajóa muegvyrt sigülfica Artemisia, parece qm UkCimmk ésfci loma- do del nombre do la planta Artemisia),

3, Mapalua.

4 MAnA?f« MAnA2.

^* AfALA, Maleta, Maletón {malaha^ saco, aaa).

lí* Malixa, el reflujo diario del im>r, asi como Lédoua os d flujo [ma- lina, laí.f se refiere ñ magk, grande, aaa).

7. Malta, térm, de cerv* {matt, ing., de mah, a, y óste de mflzen, Tf- bíandecerse, ana).

8. Mallum, publicam [malhi, tribunal, gót.) ík Manganeso {mangmi, aamod),

4ü. Manillas (moniU% bit., con la aecidu de mániti, adorno en forma d** I una, áaa). 41, Mansarda {Jíansarí, coustruclOF del siglo xrii). 1 i « M A fie n A L (nía rsch p aa a ; marschi i ng . ^ fnaraü , ít. )

649

43. Mar, Mbr, Mir. Estos tres vocablos son formativos de nombres personales, y provienen de mérs, gót.; mari, vir memorabUis, aaa; proba- blemente de nn verbo gótico molran, ó [xsp[jLspa Sp^ci, gr.; fnemor, lat.; smar, sánscrito.

a. Maro [marOy aaa).

6. Mbriga, donde domina la e gótica.

c. Merila, m.

d. Miro, La $ gótica flnctuó en í.

e, Adrmar [Hadumár^ aaa); de aqni Atmar.

f, Agilmar [Agilmar^ aaa).

g* Balomeres (BcUlofnéreSy franco).

h. Carimerbs [ChariméreSj franco).

i. Clodombres (C^oclom^res, franco).

/. Fromiro {FrólmiruSf franco; fro, prudente).

/• Gausmaro [GausmaríAs),

U. GisLEMARO, GisLEMiRO {Gislemáru% aaa; Gislemirus)* m. GoDBMAR {Godemar, aaa);

n. GozMAR, CosMAR [Gozíñar^ aaa). ^

n. Inguiombro {Inguiomérus, franco).

o. Margomaro (Marcomárus, aaa).

p. Mariomiro.

^. Merovbo. Merowig, memorable por la pelea, de donde con la ter- minación ing, que indica origen, Merovingios, Merov^ngianos^

r. OsMBR (animar, aaa, de ^ns, divns).

s. Otmar.

i, RiGiMiRO, RiGHiMiR, franco (Hmméres^ franc.)

V. SiGiMARO [Sigumart victoria preeclarns, aaa; Segimérus es la forma gótica que trae Tácito; Sigemárus, aaa).

o, Tbodomiro (Theodoméres, franco).

1 4. Marrar, Marrido, Maraña, Marañar, Enmarañar, Amarrar {marz» jan, impediré, offenáere, g.; marren^ tirar, neerl.; marrjan, detener, aanjt

45. Mástil [masí^ aaa).

46. Mata (ipsum forést vel ipsam matam quse didltur silva, doc. esp. del año 8*^6: maiean, scindere, g.)

47. Mate (matt, sin brillo). '

48. Matiagos [MaUíad, Tac, Hist., 4-37; mate, maUe, prado bajo y húmedo, suevo y alemán).

49. Mazonero (tórm. arag.; Mazonería, Masonería, fábrica hecha de t?aly canto;. Masonar, Masón, meiz^ picapedrero; m^^so, aaa).

20. Mbdus, lat. med.; Mezinm, lat. (meció, aguamiel, aaa; mead, ing.; lA¿§o, gr.)

^p

^^^^^^^^H

^

Mego [mahi, aaa], ^H

^^^^^^H

Meqüetiiepe (íidc origen mgléa, como que es el antiguo m^^rt/U, ^M

^^^^^^^^^H

OT 0 fabricante de baratijas,!) dice el Dr* Puigblauc). ^M

^^^^^^H

Merlin, icrm, marít.. cuerda (ftiar/iíWp ing*; rnaarlinf, neerL; mmr, ^M

^^^^^^^^^H

Y Unta, cnerdíí). ^H

^^^^^^H

MEttEXatE [del país Mehringen). ^H

^^^^^^H

MisTnÁLLá (dim, de miti, mit/e, moneda pequeña, minucia, necrt.) ^M

^^^^^^H

ME^ESiNGEa (Irovador alemán do los siglos xti, xm y stv; minm, ^M

^^^^^^^^m

y singer, cantor)* ^H

^^^^^^m

Mi50N (minni, a). ^H

^^^^^^H

MfTi?ía {miétingf lug,) ^H

^^^^^^H

M íTÓN (m í¿ tamo ) , ^H

^^^^^^H

Moa n é ( mo /idif , ing . ) ^H

^^^^^^H

Moca, cat., vientre {maui, persona gruesa, a). ^H

^^^^^^H

MoLSA, cat ; musgo de fítoos, n; mo$s, iog., según D. A, Bergnes de J

^^^^^^^^B las ^1

^^^^^^H

MostEHÍA (nutiguaraente ae sacaba la etimología del Lit, mam^num ^H

^^^^^^^^H^ y éste de momas; poco la eomparacióD de aquella voz con la francesa mo* ^|

^^^^^^^^^K'

mojiganga, y coíi bs inglesaa to, mitmm, enmascarar, y múmmery, ^M

^^^^^^^^m múmming Ikvaa al verbo gótico mummen, üogír, enmascamr, §.) ^^

^^^^^^H

Morena, montón, voz popular en Castilla la Vieja {mur, bávtro; de J

^^^^^^^^^H ^^

^^^^^^H

MoacAN^TfCo (Matrimoninm nd morganaticam oontractum, del Ter- ^H

^^^^^^^^^V bo maurgjan, abrevbr, g.} ^|

^^^^^^B

Mota (tmtt^ bávaro)» ^M

^^^^^^H

MuNDERico {Mmderkhus, de mml, tutela, tutor, protector, euy« ^B

^^^^^^^^H vocablo es formatívo). J

^^^^^^^^K

Behmüdo» IlKnEMUNüo ( Vénmund, Warmmt, aaa» prot^e con la de- ^M

^^^^^^^^1

con las armas). ^|

^^^^^H

EumTSüo (0£mu»(í, aaa; eod, possesio, opea, auglosajón)» ^M

^^^^^^B

SKuisMimno, SiGissftrsDo (escudo de la victoria). ^M

^^^^^^H

que procurar, en el análisis Qlológico, que uo m confunda «ttwtí. ^M

^^^^^^^H

con mund, ¿oca, que es también formativo de nombres familiarís y ^|

^^^^^^^H ^H

^^^^^^^^H Además se distingue de mét, ánmiOi aaa, que m eiemeaio de muehof ^M

^^^^^^^^H ^^

^^^^^^^^^B

AssiüTo (Assmuih, a; ans, dívus). ^H

^^^^^H

Dr»uTo (Dimuih, humtli, snbmisso» ánimo, a), ^H

^^^^^^^^1

Hauuiíto {ffarmuíK ánimo duro). ^|

^^^^^H

ViGüiiiuTO, WfOuiMüTO ( Wigimmi, voluntad* animosa). ^M

^^^^^^H

MuNAio {mmm, gaviota). ^M

624 1. 1 .o Ámalos [Amaice, Amali, los laboriosos; de aml, labor, strenui- tas, escand. ant); de aqaí: a, Amalabbrga.

6. AMALAFRfDA.

e, Ahalarigo, Amalriquk. d. Amalu, la laboriosa.

0. Amelia.

f, Amaltrüdis.

CONTESTACIÓN

D£L

Sr. d. francisco de paula canaleja

AL DISCURSO PRECBDSISITJS,

Señores:

Hacedero y fácil es mi cometido. Los parabienes son ociosos escuchado el erudito discurso que consagra el nuevo Académico al estudio del grupo de lenguas cono- cido con la denominación^ más ó menos exacta, pero co- rriente, de lenguas germánicas. Consagrado á una rama muy principal de las ciencias naturales; perito en lasJen- guas del Norte; docto en estudios administrativos; fami- liarizado con los literarios; manejando fácil y correcta- mente el habla castellana; promovedor iníatigable de re- formas ó institutos que concurran al adelanto y progreso de la cultura patria^ el Sr. Pascual es uno de esos nobilí- simos espíritus que, con fe inquebrantable en los desti- nos que la Providencia apercibe al género humano^ abra serena y confiadamente su ánimo y áu inteligencia á las fecundas y salvadoras corrientes de las ideas modernas, saboreando con júbilo sus invenciones y sus descubri- mientos. La Academia Española contaba con suslnws» y esperaba mucho de su discreción y perspicacia; y el dis*

6-23

curso que acabamos de oir justifica el juicio y da por cumplidas las esperanzas.

No pondré yo mano, temeroso de deslucirlo, en el cua- dro filológico que pinta el nuevo Académico, ni le segui- ré en la exposición de las leyes lingüisticas que engen- dran la abundosa variedad de las lenguas germánicas, desde el antiguo gótico hasta la de Goethe y Schiller, ni he de retocar el entusiasta elogio de las calidades y pren- das* gramaticales y literarias del idioma que, al parecer, aspira á una dominación semejante á la que disfrutó en días de mayor ventura para nosotros la hermosa lengua de Cervantes, y poco gozaba con afectada superioridad la francesa. Tengo por ciertos los caracteres que el señor Pascual señala: juzgo como excelencias las que con sin- gular tino nos recuerda; pero no entiendo entraña la lengua alemana el nervio de la historia en los días que corren, ni me adhiero á los juicios hoy en boga sobre las futuras grandezas del germanismo, en cuyos juicios voy aconípañado de mi nuevo y docto colega, lo que me presta aliento para apuntarlos por vía de ilustración y nota á su excelente trabajo.

El éxito, la dominación debida á triunfos militares y á favorables coyunturas diplomáticas, ávidamente aprove- chadas; el enloquecimiento popular de una raza que se mira de pronto potente y fortísima, no son bases graníti- cas que aseguren de modo perdurable la influencia y el predominio en el mundo moral. Son oleadas que van y vienen en la historia; que traen, pero que, al retornar por la fuerza misteriosa que las llama de nuevo al seno de la historia, se llevan algo más, mucho más, de las rizadas y pomposas espumas con que deslumhraron á los que sólo miran luz y colores, atavíos y apariencias en la historia

624

humana. El imperio germánico que hoy enaltecen sabios y üoctosj aclaman muchedumbres armadas y temen las más poderosas naciones de la tierra^ no desoanga en ninguna de las ideas que, según el Sr, Pascual, aportó á la historia la raza germana, ni se apoya en ninguno de los principios que permitieron á la Alemania la influen- cia moral y política que gozó en otros días. La oligarquía mihtar, que le ha procurado pasajeros triunfos, y la in- tolerancia que ahoga la santa y natural libertad de Ja conciencia individual, son verdaderos contrasentidos en esa raza que, al decir de los más, reveló la noción de la libertad, arraigándola en la vida y difundiéndola por el mundo, Y cuando se corta de esta manera la tradición moral del pueblo ó de la raza, y se ponen en guerra ins- tintos y conveniencias, aspiraciones espontáneas y pro- vechos calculados, se apaga el foco vital; y si se escuchan apoteosis de la fuerza y apologías de la opresión de boca de doctores, poetas y sacerdotes, como hoy acontece en las aulas y academias de Alemania, más se me antojan esos cantos y loas anuncios de prójdma muerte, que rego- cijos de lozana y robusta juventud.

Si las razas y naciones vencidas ó desdeñadas por el orgullo germánico recogieran con celo las ideas que Ale- mania condena, y avivaran el culto á los principios y á las verdades que á los ojos de la novísima ciencia anglo- germánica son vanos ideales de fantasías juveniles, y, reanimando el logas sagrado de la conciencia racional, abrieran anchas sendas y caminos reales á los mundos de lo inteligible y de lo divino, la historia demostraría muy luego que son poco más que nada imperios y domi- naciones que no descansan en la santa verdad de las ideas,

625

«

Aprovechen en buen hora las ciencias naturales el im- pulso vigoroso que el espíritu crítico de los doctores sa- jones y germánicos imprime á la observación y al expe- rimento; sorprenda el análisis misterios y maravillas, desde el protoplasma á la más acabada y perfecta organi- zación; desentrañe con esmero operaciones y funciones de órganos y dinamismos, que esa excelente labor y san- ta tarea es agradable y gozosa para la ciencia; pero no se embriaguen con la hipótesis, ni tomen por verdad las generalizaciones abstractas y verbales, tejiendo con le- yes quiméricas un mundo no menos fantástico que el de las pasadas escuelas idealistas que, si pecaron contra la verdad, mostraban al caer la grandeza y portentosa ener- gía del pensamiento humano, mirando cara á cara el sol de lo divino, en tanto que los nuevos errores ni advier- .ten ni aleccionan, descubriendo sólo en el pensar peno- sa y contrariada secreción de un órgano 'fatigado y pe- rezoso.

Y como nada prescribe ni gana derecho por el uso, en el campo de la ciencia, si no se asienta en la verdad, pa- sarán estos vientos materialistas y escópticos, como pa- saron al comenzar el siglo las muy aplaudidas y afama- das enseñanzas de La Mettrie, D'Holbach, Helvetius, Ga- banis, Vohiey, y la transformación de la sensación que difundieron por Europa Gondillac, Desttu-Tracy y Laro- miguiere, no inferiores estos últimos á los afamados maestros de Oxford, Cambridge y Abeerden, que hoy re- tocan y restauran sus doctrinas.

Sirva el caso de significación y aviso á las escuelas que estudian la razón y el espíritu, y proclaman la ver- dad de la metafísica y de la teología. En todo fenómeno histórico se esconde lección provechosa, ó importa escla-

40

626

recerla y declararla. La reaparición del maíofialismo en el corto espacio de algunos lustros, patentiza el hambre y sed del espíritti humano y su creciente afán de poseer la verdad con entera evidencia y á toda lu2, y es necesario satisfacer asa ansiedad con procedimientos racionales precisos y vigorosos, cuyas demostraciones repercutan con soberano imperio en el seno de la conciencia racio- nal y Ubre, santa autoridad, íntima, inmediata, siempre viva y siempre pronta ^ que no puede engañarse ni enga- ñarnos.

Vayan tras los ecos fugitivos del día las naciones y las razas; que pongan su ponsamíento en éxitos que des- lumbran como el incendio, pero que pasan como pasan las llamas, consumiendo y consumiéndose. Los pueblos y las naciones que traspasen en sus artes, en sus ciencias, en sus institutos, el mundo del presente con sus conve- niencias y precauciones; el pueblo que continúe creyen- do y pensando en lo permanente y eterno^ que es lo úni- co verdadero y belloj y no finja y mienta cienoia para disculpar lo hecho ó para legitimar lo que proyecta, será el verdadero pueblo elegido en la historia futura y el guía y el maestro en la centuria próxima.

Pero abandonemos lo futuro con sus misterios, y reco- jamos de la erudita disertación del Sr. Pascual los juicios sobre la influencia germánica en la historia pasada de la Península española.

Confieso que no me vence la opinión del ilustre Alde- rete respecto á la influencia de godos y de véndalos á la caída del imperio de Occidente, y especialmente en nues- tra España. De Ataúlfo á Recaredo y al famoso Concilio toledano, no van tantos siglos que permitan una influen-

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cia filológica en pueblos que poseían la lengua latina; y á contar de Recaredo, la influencia hispano-latina, repre- sentada por el clero, fué decisiva y borró hasta en los mismos godos el recuerdo de sus tradiciones religiosas, políticas y filológicas. Los visigodos, como los más de los pueblos bárbaros, y más que los otros, se afanan por re- medar usos, leyes, instituciones y trajes romanos, por aprender la lengua, y Ataúlfo, y Alarico, y el mismo Leo- vigildo, se señalan en la historia como promovedores de este romanismo político, que era enérgicamente secun- dado por el clero católico, dueño de la vida moral del pueblo hispano-romano. Asentado de antiguo en las fron- teras del imperio, solicitando mercedes y salarios, el vi- sigodo no conservaba antiguas y estimadas tradiciones religiosas y poéticas que sirvieran de paladio á su len- gua, y con la misma docilidad con que abandonó su reli- gión una y otra vez pasando del gentilismo al arrianismo y del arrianismo al catolicismo, abandonó sus usos, su lengua y sus instintos en el suelo de la Península, empa- pado en las tradiciones romanas y en la fe del cristia- nismo.

Se debe este fenómeno histórico, tanto á la blandura y docilidad de los visigodos, que carecían de recuerdos, tra- diciones religiosas y literarias que oponer á la maravillo- sa cultura representada por los Leandros ó Isidoros, co- mo á la tenacidad de la raza hispano-latina que, superior á la vencedora, menospreciaba su lengua y sus condicio- nes. La influencia filológica supone siempre una mayor cultura reconocida, por más que no sea confesada por el pueblo que la recibe, y esta ley de buena crítica explica por qué el simple contacto de los pueblos no produce re- voluciones en el lenguaje, y las engendra una influencia

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extraña y ejercida á distancia. Confundidos en nuestras villas y ciudades corrían judíos y mudejares con los cas- tellanos durante los siglos medios, y^ sin embargo, ape- nas se percibe su i afluencia en la lengua de la Edad Me- dia, y lejana era la influencia de los provenzales y fran- ceses j y es mayor y más acentuada que la qne procedía de fuentes interiores*

Buen testimonio de esta verdad es el libro primorosÍBi- * mo de las etimologías de San Isidoro, en que son muy contadas las huellas de germanismo que se advierten y recuerda el Santo Obispo. Apenas se vislumbra esta in- fluencia después de la conversión de Recaredo, porque iba unida la lengua de los vencedores al recuerdo de In herejía que repugnaba á los hispano- latinos, y en los monumentos mozárabes y en las cartas-pueblas de los siglos siguientes, con gran dificultad se recogen vocablos germanos.

No hay influencia germana en nuestra historia de los siglos medios: no la hay filológica, porque no la hay re- ligiosa^ ni política, ni social, por más que sostengan lo contrario, en mi sentir sin razonarlo, los partidarios de aquel germanismo romántico que el ¿lustre M- Guizol difundió años atrás en sus no olvidadas lecciones sobre In civilización europea*

El romanismo, que en su período de decadencia sintió aflojarse el yugo del César adquiriendo las provincias de hecho, franquicias y señoríos, y que conservaba con tra- dicional respeto la ¡dea del ciudadano y la concepción del municipio; el romanismo, fecundado por el aspíritu cris- tiano, engendró las ideas primordiales del Fuero Juzgo, como el Himnario de la Iglesia gótica procuró cantofí y ejemplos á la fantasía del pueblo; como los recuerdos de

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las fiestas cristianas y de los circos y teatros romanos, perpetuaron la tradición latina durante el período que se extiende desde Ataúlfo á la invasión agarena.

Pero es un hecho, que ha demostrado con sagaz y la- borioso estudio el Sr. Pascual, que existen hoy en el abun- doso caudal de la lengua española muy cerca de 1.000 palabras de procedencia germánica; y como no hay efecto sin causa, ¿es lógico señalar una influencia ger- mánica en nuestra lengua? En efecto, existen esas pala- bras de linaje germánico en la lengua española; pero lo que importa decidir es si acusa el hecho una verdadera influencia germánica, ó si se explica por el natural trato y comunicación de unas naciones con otr^as en la revuel- ta y agitada existencia de los pueblos de Europa en los últimos siglos. Son cosas muy distintas: la una expresa y significa sólo el roce y contacto natural de las naciones por motivos de comercio ó industria ó por accidentes po- líticos; la otra significa la confesión y reconocimiento de la supremacía moral del pueblo que influye.

No negaré que en la historia.de la Edad Media españo- la la influencia francesa, tanto la ejercida por la lengua de oc como la de la lengua de oil, es influencia política y literaria, eclesiástica en ciertos momentos, y por estas razones filológica. Gran número de esas palabras que ahora se inventarían como de procedencia germánica, lo son, en efecto; pero llegaron á Castilla por el provenzal, por el francés, por el catalán, en cuyas lenguas se en- cuentran asimismo. ¿Cómo conocerlas?

Cada lengua posee procedimientos propios en materia de derivación} y si la transformación que ha sufrido la palabra germánica se encuentra en consonancia con el modo habitual de derivación de las lenguas habladas en

filia

Francia, más que con los modos predilectos del pueblo español, puede asegurarse que vino á España después de haber sufrido la transformación francesa ó provenzal. No pocas de las que generalmente se señalan se encuen- tran en este caso, y la observación advierte que no basta encontrar palabras procedentes de un idioma dado en otro, para afirmar la iníluencia de una en otra civilización.

Por otra parte, tras los Reyes Católicos imperó en Es- paña el César Carlos V, y en su reinado y en los eigmen- tes mantuvieron los españoles mu5' frecuentes y por des- gracia poco felices relaciones con los países germanos en que se hablaba el alto y bajo alemán, y allí se perfeccio- naron industrias y artes militares, y de aquella comuni- cación y estancia trajeron nuestros soldados y nuestros escritores militares gran golpe de voces de armas, mili- cia; política ó industrias que encontraron franca acogida en nuestro léxico; y por mi parte no titubeo en aventu- rar que muchas más de la mitad de las señaladas datan de estas fechas y de aquellas infelicísimas campanas.

Claro es que las reglas críticas á que obedezco para formular las dudas que anteceden sobre la verdad de una influencia germánica en lo pasado y sobre su legitimidad en los días que corren, necesitan á su vez complemento y demostración, y que sólo en las teorías lingüisíims y en las enseñanzas filológicas se descubren las verdaderas condiciones de una influencia filológica, sus leyes y m$ modos. Las recordaré por exigencias del método, y por- que ni basta ni es bien dar gusto al deseo 6 ceder á mo- mentánea preocupación^ del ánimo para prorrumpir en alabanzas ó en criticas acerbas, dirigiéndose á tan respe- table Corporación y tratando asuntos cientíScos,

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Pero me asalta en este punto mayor dificultad, y es que la ciencia lingüística que encarecía y ensalzaba en otros días (O, se ve combatida y alterada por las escuelas materialistas tan aplaudidas en Inglaterra y Alemania, y debo, al recordar sus principios y sus teoremas, mostrar lo injustificado de la impugnación y de las novedades y mudanzas que enseñan los nuevos doctores.

Las enseñanzas de los más esclarecidos ingenios de. la docta Alemania, opuestas á las novedades que ahora pro- palan los que no titubean en escribir que no es grande Alemania por Schiller y Goethe, Humbold y Hegel, sino por Moltke y Bismarck, me obligan á recordar que la lingüistica y la filología, es decir, el estudio antropoló- gico que agota la primera y el histórico que persigue la segunda, consideraban las especies en que se clasifican las lenguas, como originadas de tipos permanentes repre- sentativas del genio de la raza ó de la nación, por lo que eran una manera de decir la verdad y la belleza fija y constante. De aquí divisiones en familias; de aquí las lenguas semíticas, las indo-europeas y las turanienses, ó si se quiere, ya que esta calificación no goza favor én los escritores novísimos, las ouralo- altaicas, divididas en los cinco grupos en que hoy se subdividen. Enseñaban ha poco los más distinguidos doctores que la flexión indo- europea era distinta de la flexión semítica, y las estima- ban irreductibles. Pasaban después al estudio de una de esas familias, procurando el filólogo resucitar la madre común de las lenguas semíticas ó de las indo-europeas, encontrando en ella la fuente de los caracteres comunes á toda la familia, y por último, -se clasificaban, enume-

(i) Curso de Literatura general. Parte 4.*: La fxiiofrra.— Bladríd, 4868.

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rando en la familia indo- europea la rama indica, las

lenguas neo-índicas, las lenguas iránicasj las helénicas, las itálicas j las neo- latinas, las célticas, las germánicas, las eslavas y el grupo lettico; pero cada nna da estas va- riedades de la familia enropea mantenía tena^raenta sa carácter, sin que se transformara ni disolviera en otros diversos ú opuestos.

La ley de su naturaleza (ensenábamos todos) mantiene y conserva la vida de las lenguas; se perpetúa su léxico cuando llegan á un período literario, y son eternas cuan- do las hablan Esquilo y Platón, Marco-Tulio y Gósar, Cervantes ó Bossuet, (loéthe ó Byrón. Nacen de esta per- manencia del tipo lingüístico leyes de formación, de de- rivación, leyes gramaticales y léxicas, el diccionario y la gramática de cada una de las lenguas que, con ser hijas de la madre común y afectar el aire de familia^ conservan sello original en que destella la infinita variedad del es- píritu humano y las múltiples é inagotables formas de de- cir lo que pasa en su alma, y lo que ven sus ojos y pene- tra su inteligencia* -

Maravillábase el lector al contemplar el himno infini- to H) en variedad y extensión que á la verdad y á la be- lleza se formaba, con la inenarrable serie de lenguas y dialectos que producía el espíritu humano; y se postraba el hombre ante la grandeza del pensamiento que^ toman- do carne en la palabra, creaba algo tan duradero coma el mundo, tan permanente como el Cosmos, tan uno co- mo el espíritu y tan vario como la vida.

Pero hoy cambia la enseñanza.

(1) Üiactirso leído ante la Academia Española: Canalejas, ^oetñnai r#- lig%o$a$ del racianaUmio modirm, |>ág. 1 1*— Áladrid, 4^15,

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Todo pasa, se cambia, muda y borra, como dijo el poe- ta. Nada hay permanente y estable. Nunta estamos en lo mismo; siempre caminamDS á lo otro, que será á su vez lo diverso cuando creamos poseerlo. Las especies va- rían; cambian y mudan los seres en todo el ordenamien- to de la naturaleza por la ley de la selección, y la lin- güística, rama de las ciencias naturales, se transforma por esta ley qiíe reviste la alta autoridad que tienen los hechos, según se afirma, en el orden científico.

Será cierta la ley; pero la historia no depone en pro del hecho. Irreductibles é invariables, al través de siglos y siglos, se muestran las lenguas semíticas y las lenguas indo-europeas. Siglos cuentan de existencia las lenguas que representan las variedades itálicas, célticas, góticas de la familia indo-europea, y vivas y tenaces se mani- fiestan sus leyes gramaticales, sin que baste el aluvión del neologismo ni las invasiones de la moda á cambiar su sintaxis ni á renovar su prosodia.

Se cumple la variedad en la historia de una lengua en su elemento léxico, pero con sujeción á las reglas pro- pias del idioma; se extiende de región á región variando su fonología y leyes prosódicas, pero dentro de la fórmu- la general de la lengua matriz generadora del grupo, cu- ya variedad dialectal estudiamos.

Si comparamos el grupo itálico con el helénico, el gó- tico con el eslavo y con el céltico, al través de la varie- dad de su léxico, de las diferencias de su vocalismo, de las singularidades é idiotismos de su sintaxis, descubri- mos el parentesco con el tipo generador de la familia indo-europea. No se dan casos de una lengua semítica transformada en lengua que ostente los caracteres de la indo-europea; y en la vegetación, como decía Humbold,

634 de las lenguas no escritas, que es tan rápida que cambia el diccionario en cincuenta años, se advierte que aquella exuberante variedad, pálido reflejo, sin embargo, de la actividad del espíritu^ se cumple según los términos y modos gramaticales de la familia á la cual pertenece la lengua ó el dialecto,

¿Por qué esa pernianencial ¿Que secreta virtud es la que mantiene activo y pronto ese sello peculiar y carac- terístico de cada familia de lenguas? ¿Por qué si las espe- cies se transforman y tos tipos se mudan y cambian, ni se transforma ni muda ni cambia la fisonomía grama- tical de las lenguasj sino que crecen y se desarrollan, vi- ven y mueren sin que en la vida ni en la muerte se obscu- rezca su progenie y su carácter?

No hay explicación en la novísima escuela del trans- formismo de estos fenómenos que reconoce el lingüista y comprueba el filólogo. Si la liiigUistica es una ciencia como la paleontología ó la botánica, se debe cruzar de brazos ante los problemas que encierra el lenguaje, y dando el caso por ininteligible, borrarlo de la lista de los problemas científicos. La lingüísiica^ como ciencia natu- ral, mirará como un asombro la aparición del lenguiye; tendrá por milagro la facultad de hablar; supondrá yo no se cuántos órdenes de primados y predecesores del hom* bra, que expliquen la variedad de las lenguas semíticas, indo- europeas ó altaicas; porque la diversidad de los ti- pos gramaticales acusa necesariamente una diversidad fisiológica de cerebros, y por lo tanto distinto abolengo y diverso árbol genealógico para cada uno de esos hom- bres semítico, mongol, hindo, iránico, helénico ó celta; se verá forzada á ensenar que el hombre corta el paso á la fuerza creadora de la naturaleza, porque al hablar orea

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algo no sujeto al eterno oleaje de la transformación y de la mudanza: estimando esa fuerza que crea y mantiene un sor permanente y fijo, como sortilegio ó hechizo con que encadena no quién la corriente general de las fuerzas naturales.

¡Cuánto milagro! ¡Cuánta hipótesis! ¡Cuánta maravilla en los que pretenden secar en la ciencia y en la vida la fuente de lo sobrenatural!

¿Por qué el griego no es el latín, ni el celta el sajón^ ni el eslavo el zend ó el sánscrito? ¿Por qué, congenerados en una madre común, hay tal variedad en sus. leyes gra- maticales? ¿Por qué se mantiene la gramática de cada una de esas lenguas al través de los siglos y de las prima- verales renovaciones de su vocabulario? El origen es el mismo. El que habla el mismo: el hombre. Las condicio- nes del clima y medio ambiente no llegan á la sintaxis.' Las influencias históricas pasan, y pasan los Alejandros, y los romanos, y los bárbaros, y los turcos, y la lengua grie- ga vive bajo los unos y bajo Ips otros, y renace, y crece, y se extiende, conservando siempre sus rasgos distintivos, las leyes privativas de su sintaxis y de su lexicografía, y no se transforma en lengua romana ni en lengua turca: la educación y el progreso la acaudalan; pero puje las pa- labras que recibe con misterioso cincel, y revisten el as- pecto de las que van á ser sus hermanas y no hay más

causas de selección natural en lingüistica, según advier- ten los novísimos doctores.

Y el hecho queda en pie.

Las lenguas no se tiransforman, dice el filólogo seña- lando á la historia, ni cambian de especie, ni la flexión semítica se muda en la indo-europea, ni ésta se confun- de con aquélla, por muchas y potentes que sean las cau-

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sas exfiírnas que pudieran provocar esta íranaíbrma- ción í^).

¡Pero dicen los novísimos filólogos la lengua es un organismo! Nadie lo duda; poro un organismo ospiíítual, que el espíritu de raza ó nacionalidad crea y mantiene. Pero^cohtinúan las lenguas no aparecen brusca é ino- pinadamente. Cierto: como que aparecen cuando es cons- ciente el espíritu humano; pero las raíces se crean de goIpCi y no se elaboran- Hay descendencia en las lenguas, y herencias, y atavismos repUcaUj— muy cierto; conío que hay historia en el espíritu humano, y hay historia porque goza de vida el espíritu. Que las lenguas se trans- forman dentro de su especie ó famiUa, nadie lo ha n^ga*

do, Qne cambian Cierto: todo cambia en el espíritu

humano menos su esencia, y de la misma manera en las lenguas se perpetúa su esencia, que es la gramática.— Pero existe un período de desenvolvimiento del organis- mo corporal humano en que el lenguaje era mudo..,,, ¡Hipótesis aventurada y quimérica!— Hubo otro período en que el lenguaje fué inarticulado y semejante al ronco aullido de las fieras Hipótesis que no encuentra justi- ficación en el estudio comparativo de la onomatopeya y la interjección, ni en la observación experimental,— Qne fueron muchas, innumerables las lenguas primitivas.».. Hipótesis desmentida por la filología comparada y coij*

¡i ) En estas observaciones críticas me refiero eiprosa mente, indicati- do sus afirmaciones, al emineD te filólogo A* Schlekher y n Ja earU pablí* cada en Weiniar en 1 86^^ dirigida al Dr. ÜcBckel^ así como al eserilo qv« publicó al año siguiente en defensa délas opiniones emitidas. La aatori' dad mny respetable de Schleicher ha servido después h tla^ckúl ya dar- vinistas franceses, que han hecho aplicaciones a la filología y á la liogüií* tica de las tesrms de Darwin y Wallaee» entre otros á M. Ferrierc en sn (tSeleccíóQ en las lenguas, jg—Pans, 1S7í»

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tradicha por la ley de unidad que pretenden enaltecer los nuevos doctores. ¿No afirman los mismos que tal especie aventuran, que la unidad de formas es innegable en to- das las lenguas? ¿Y esa unidad morfológica no es trasun- to claro y fidedigno de la unidad del fondo, y, sobre todo, de la unidad del espíritu que engendra forma y fondo? Y si no es ésta la causa, ¿de qué procede esa unidad morfo- lógica, reconocida y confesada por el mismo Augusto Schleicher? ¿No se reconoce la^derivación de las lenguas, en el estudio filológico, de tres tipos á lo sumo, el semi- ta, el indo-europeo y el mongólico? ¿En qué se apoya la hipótesis de innumerables lenguas primitivas, cuando el estudio comparado ha llegado ya á reducir á tres tipos generadores las innumerables que se han hablado y se hablan?

Las lenguas se diferencian, porque hay diferencias (que no puede descubrir la observación por ser muy te- nues y delicadas) en los cerebros de las razas y familias que proceden de un mismo tronco,— dice Schleicher..... Hipótesis gratuita y temeraria como las demás, que no tiene en su abono dato anatómico ni fisiológico que la le- gitime. ¿Dónde está, ni quién ha visto la diferencia cere- bral entre provenzales, franceses, españoles, portugue- ses é italianos, que han roto de mil maneras y formas el tipo latino?

¿No é& un hecho confesado por el mismo Schleicher que diversas razas hablan una misma lengua, y que una misma raza habla distintas lenguas hace siglos, Sitando ejemplos de uno y otro c^so? Siendo el hecho cierto y ave- riguado, no es verdad que la diferencia ó identidad de las lenguas corresponda á la diversidad ó identidad de la or- ganización cerebral.

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Por último, que hay una selección artificióla docta, que contraría las leyes naturales ó que las dirige^ y q\w es la causa de las singularidados que ofrecen las lenguas, j Ah, no! No alcanza á tanto el arte, ni menos el artificio da los hombres. Cabalmente los anales literarios demues- tran que pasa como nube de estío por la faz de la histo- ria lo que no brota con ardiente espontaneidad del seno del espíritu humano. En vano magnates y barones, re- yes y príncipes, maestros-y doctores del Gay-saber pre- tendieron crear una lengua que fuera la de los trovado- res y poetas y sirviera de instrumento universal al arte, y escribieron gramáticas y dictaron códigos henchidos reglas; la utopia se desvaneció en el corto espacio que se- para el reinado de San Fernando de los días de iSancho el Bravo. En vano los gramáticos alejandrinos^ y los lati- nistas del siglo de León X, y los comensales del hotel rf^ Rambauillet quisieron vestir y aderezar de ésta ó aquella manera las lenguas griegas^ francesa ó italiana; el em- peño quedó como ejemplo'de que no es dado cx^rtar la espontaneidad deí espíritu, sean cortes, consistorios 6 academias los que lo intenten.

Resbalan sobre las lenguas las creaciones del gusto histórico. Pasan y se pierden las novedades que aconse- jan marinistas^ó gongorinos- Apenas queda algún voca- blo ó acepción en la generación siguiente de la fraseolo- gía propia de la anteriorj y sirven sólo para citas de ca- los insólitos y temerarioSj las tentativas de los que aspi- ran á cambiar la ley gramatical de un idioma.

Bajo este recamado y estas bordaduras, fruto de la labor de los siglos y de los vendavales históricos, per- manece fijo, inalterable, fecundo el genio de la ten- gua, rechazando ó apropiándose, por ministerio del

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USO, lo que cuadra y conviene con su natural y con su linaje.

En vano se argumenta al liso con principios lógicos, con razones de analogía, con casos ya consentidos y pa- sados en autoridad de cosa juzgada. El uso se propaga, extiende y triunfa, sin que haya atajo ó valladar que lo detenga. ¿Por qué? Porque el uso de doctos é indoctos es la intuición poderosísima del espíritu general que conoce la ley del idioma como se conoce á mismo, y que la ex- presa con la misma naturalidad con que piensa, siente ó quiere. ¡Con qué pasmosa y sorprendente verdad fija el uso los conceptos y las acepciones! ¡Quó^ fidelidad tan pe- regrina guarda á la índole y prístina esencia del lengua- je patrio! Analizados los idiotismos, las idiosincrasias de lenguaje, las frases hechas, adagios y refranes, el filólo- go admira este ingénito conocimiento y esta ciencia vir- tual y no sabida, que dirige la vida de las lenguas, man- teniendo sus notas peculiares y características.

Por eso esta docta Corporación, alejándose de idealis- mos lingüísticos y filológicos, busca en el uso norte y guía, y se limitsi á recogerlo y fijarlo, sabiendo por ex- periencia que no basta esa selección erudita de que se nos habla para crear lenguas que sean potente y verda- dera expresión de una vigorosa nacionalidad.

De otra suerte, existiría lo que nuestros padres llama- ban gramática universal, en la manera y forma que la entendían, como mera y sistemática deducción de la ló- gica subjetiva (0. Siguiendo ese criterio, tomaríáhios á engolfarnos en la alquimia filológica -buscando la lengua

(\) Monde prímitif analysé et comparé avec le monde moderne, con- sideré dans Fhistoire natureUe de la parole, ou, Grammaire universelle el címparative, par M. Coart de Gebélin.— París, n74.

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universal; y punto por punto, impresión tras impresión, transformaríamos el habla castellana en no qué alga^ rahía que reflejara el confuso enmarañamiento de nu^-

tras conturbaciones intelectuales.

El nuevo Académico lo ha dicho con frase precisa y exacta: «La Gramática es la nación.» Tan íntimo y es- trecho como os el vínculo que une al escritor con su es- tilOj es estrecho y vivo el lazo de la gramática con la na- ción. Fs la gramática la expresión íntima, espontánea y viva de las condiciones espirituales de una nación* Co* noced la gramática griega, ó la latina, ó la inglesa, y no o.^ sorprenderán ni los vuelos ni las decadencias de sus ar- tes, de sus ciencias ni de su política. Lo que son y la ma- nera en que lo son, está allí. Sus conocimientos^ sus mé- todos y procedimientos, su carácter cientíSco, sus pasio- nes, su modo de ser en las relaciones humanas y en las morales j se refleja en su lexicografía, en su sintaxis y en su prosodia, y hasta su carácter público y bu historia se traslucen en su ortografía.

La persistencia de la gramática crea las leyes de deri- vación y formación, las formas verbales^ las terminacio- nes y la acentiiación que rigen en la admisión del neolo- gismo y que guían en el crecimiento de las acepciones. Sin esas leyes gramaticales, serían las lenguas mosaico mal unido y trabado, incapaz de todas esas cualidades qiie hermosean á las lenguas antiguas y modernaSi y no lia- bría influencias, sino irrupciones y conquistas.

Las invasiones y las conquistas no son, por lo tanto, posibles en el mundo de las lenguas. La voz extranjera viste los colores y blasones del nuevo señor en cuyos do- minios sirve, y el giro de la frase gálica ó germana resal-

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ta, en la construcción española», como nota disonante que rompe la belleza del conjunto.

Los que no lo creen asi, lastimosamente se equivocan. Los que por soñar en pan-germanismos ó pan-slavismos niegan el principio nacional y reniegan de estas leyes gramaticales^ creyendo que en el combate de la vida hay razas, naciones, lenguas y gramáticas predestinadas y cuya desaparición no se hará esperar, lastimosamente se engañan y niegan la luz que alumbra, el calor que senti- mos, la palpitación que nos agita. No es del momento de- mostrar la real verdad del principio de las nacionalida- des. <Tan real y viva como mi santa madre que está en los cielos, decía hace muchos años, es esta otra madre mía que se llama nacionalidad española (^).> Tan real y

{\) Yo no discuto lo que sea y. lo que valga en la historia universal la idea y el sentimiento de nacionalidad; yo no discuto hoy si esta idea cons- tituye una entidad histórica viva, ni si es ó no una de esas grandes ener- gías colectivas que nacen en la dinámica universal de la historia para crear la variedad de los organismos políticos^y sociales; yo no discuto ni pretendo hoy averiguar si existe la nacionalidad real, ontológicamente, y no como abstracción diplomática ni como creación política de política in- ternacional; ni tampoco pretendo escudriñar, descendiendo á las profundi- dades de la historia, si la nacionalidad es una condición esencial de la vi- da humana, como la familia y el municipio. No lo discuto: pero faltaría á un deber de conciencia si no dijera que así lo creo; mentirla á sentimien- tos muy caros si no manifestara que creo, como en la existencia de mi pobre madre que está en los cielos y en la necesidad de su amor y su ca- riño, de que tan hambrienta se siente aún mi alma, en la existencia de es- ta otra madre que se llama España, y cuya solicitud y cuyos cuidados engendran en mi corazón un tierno, piadoso y exaltado sentimiento filial. ¿Para qué negarlo? De todas las inspiraciones, la que mágicamente vibra en mi alma es la inspiración nacional; de todas las esperanzas, la última que perderé es la esperanza en el porvenir de mi patria; de todos los amo- res de la vida, el que morirá conmigo, cuando mueran el de mis hijos y el de mis hermanos, es este amor nacional que me inspira enternecimientos tan profundos como exaltaciones indecibles* cuando, al pensar en lo pasa-

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vivo como el espíritu de patria es su veréo^ la hermo- sa lengua de Cervantes y Calderón. La conciencia racio- nal nie procura la verdad de una y otra oxistencia.

Mueren las lenguas como morímos nosotros: dejando hijos y lierederos. ¡Que gloriosa muerte la del sánscrito, , engendrando la« lenguas indostánicas que viven hace dos mil anos I ;Quó muerte la del latín, que deja por hijos y herederos al latin eclesiástico, al latín de la Edad Media y á la hermosa familia de las lenguas neo-latinas qne ilustran Dante y Petrarca, Garcilaso y Camoí^ns» Calde- rón y Gorneille! ¿Es esto morir? ¿Es esto desaparecer? ¿Es que ha desaparecido por inútil y estéril, en el sangiientii circo de la vida histórica, ni el sánscrito^ ni el gri^o, ni el latín? ¡Ali, señores! Sóio jugando el vocablo puede aplicarse á la fitología la desconsoladora ley queDarwín aplica á las especies de la naturaleza* ¿No es nuestra len- gua latín más castellano? Ni la analogía meramente ver- bal es posible entre el mundo de la naturaleza y el mun-

do y ai estinuir lo presente, se ofreeeQ á mi faniask cuadros áe magailka ^i^nade^a y heroico ardimiento» ó escenas de profanda abyección y misef^- bLe apatía. No me defiendo si ésta es una preocupaeióii pueril á los ojos de eso eosmopoUtismo matemático y geométrico con qac suenan OLUcho:^ y que repiten no pocos es la ultima palabra de la ciencia poVíiici»; me do- elaro impotente piíra desasirme de vínenlos y Uzos tan dulces y pan creerme desobligado de nn deber qne lleva el cnternecedor callíicatlva de filial^ y coyo cumplimiento roe reclama

Tríate y llorosa la aación qne un día

PabUra iomensa gente, La nación cuyo imperio, se extendía Del Ocaso al Oriente.

La poseía épica ñn la antigüedad t/ en la Edofi Media.^^ÚiMe.^SQ^ proauíi* ciados en el Ateneo de Ma<lríd: conferencia cuarta, pág. 9d.^>Iudnd, ií^^B*

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do del espirita, en que tienen raíz y asiento la filología y la lingüística.

—¿Es que en las comarcas de África y América y en las estepas del Asia han desaparecido, sin dejar huellas^ innumerables lenguas que no llegaron al período escrito, que pululaban en las muchedumbres y tribus nómadas de uno ú otro continente?.... No lo sé, ó ignoro quién lo sepa; pero aun cuando así fuera, ¿eran lenguas definidas por la expresión de sus leyes gramaticales por el uso, ó se llaman lenguas para decorar la argumentación á las variedades dialectales, muy propias del período oral, y que retoman al tipo genérico por la atracción y señorío de la lengua madre? Me atengo á esto último, mientras^ no se demuestre lo contrario, y no es hacedera la demos- tración.

No legitima la historia esas teorías imaginadas por los soberbios de un día, que, desdeñando pueblos y razas, pro- fetizan dominaciones inacabables al que consiguió la vic- toria en un acaso. Grande, glorioso fué el espíritu ger- mánico; rica, abundosa y flexible su lengua; inmenso el número de los que la hablan; potentísima es hoy su in- fluencia política; pero no debemos los herederos de Gre- cia y Roma plegar nuestra bandera ni correr á nuevo bautismo, renegando del gloriosísimo que recibimos en el seno de la raza latina. Justo y debido que recojamos ' en la cultura germánica lo verdadero y bello, peregrino en la greco-latina; pero el filólogo, como el artista, no debe olvidar que en el vasto teclado que forma la univer- salidad de las lenguas, corresponde á cada una un tono, un modo musical que necesita de los demás modos y to- nos para producir la armonía en la historia universal. La variedad vivifica la unidad.

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en la lucha ó combate por la existencia que se pre- tende aplicar á la historia moral de los pueblos, el orga- nismo superior ahoga y devora al menos perteoto, no hay paridad en la historia de las artes y de las lenguas, por- que no existe en el orden moral esa superioridad total y definitiva que se advierte en la fisiología comparada. Excelente es en ciertos aspectos prosódicos y sintáxicoí* la lengua griega, en parangón con las demás; pero la saca ventaja la latina en otros procedimientos sintaxicos. Aca- bada y admirable es la lengua francesa en la claridad y precisión de su sintaxis; pero cede á la española ó á la alemana en xariedad y múltiples formas de régimen y construcción, y aventaja la italiana á la alemana en to- ealismo y flexibilidad prosódica, sirviendo de esta mane- ra en distinto grado una á la ciencia, á la narración otra, á las expansiones líricas, ó al trato u relación política las demás.

No encuentra la filología comparada esos organismos perfectos y totjiles que permiten considerar como embrio- nes, bosquejos y tentativas otras lenguas anteriores ó coetáneas, y que legitiman la hipótesis de su inutilidad y el anuncio de su próxima desaparición; como no hay raza singular y elegida que represente la variedad inextingui- ble del espíritu del hombre, ni entidad nacional que sea un macro-cosmo de la esencia y de la vida humana,

Y así en las lenguas, porque es así en el espíritu, ¿Dón- de el organismo más perfecto de las facultades y propie- dades humanas? ¿Lo es el genio griego? ¿No tiene calida- des superiores en varios aspectos el latino 6 el germano? ¿Dónde la perfección en el organismo del espíritu indi- vidual? ¿El sonador que fantasea con inenarrable espon- taneidad, vale más ó menos que el matemático que aten-

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ta y cuidadosamente descubre y encuentra las incógnitas del cálculo? ¿Es inferior la virtud entera 6 resignada á la audacia intelectual? ¿Dónde el lleno de las perfecciones humanas? Ni aquí ni allá, sino en la plenitud de la esen- cia del género humano, abrazando en su concepto t^to lo que «e ha cumplido en los actos de la vida, como lo que aún se esconde en tós misterios de lo potencial.

La influencia en el orden moral no se asemeja ni en poco ni en mucho á las leyes de la superioridad del orga- nismo, de que hablan los naturalistas, porque no proce- den de la perfección del organismo, sino de sus funciones ú operaciones siguiendo la analogía fisiológica. Es la misma la lengua de Kant y la de Strauss; es la misma la lengua de Strauss en su Dogmática y en su Antigua 3 nueva fe; pero la diferencia del contenido de uno y otro libro explica la influencia del primero, y el olvido que ha seguido al segundo. Así de las naciones: influyen ó no influyen conservando su organismo en uno ú btro caso, porque el espíritu que anima y vivifica al organismo lin- güístico, no el organismo, es la verdadera y eficaz causa de la influencia. Influyó grandemente Alemania, desde 1780 á 1850, en los días de Kant, Herder, Fichte, Schi- 11er, Goethe, Novalis, Humbold, Schelling, Baader, He- gel y Schleimacher, y no influye ahora porque se ocupa en negar lo afirmado en aquel glorioso y memorable si- glo de oro de sus ciencias y de sus artes.

He demostrado mi tesis, al amparo de la verdadera crí- tica.

La influencia filológica que se ajtfste á estas reglas se- rá legítima. Si las quebranta, menospreciando los dere- chos de la gramática de cada una de las lenguas, no será

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verdadera influencia, sino rapto pasajero, arrebato aten- tatorio á la verdad y á la belleza, su íntima ó insepara- ble compañera. Y aun una influencia fliológica intensa (como va dije) es resultado y efecto de una influencia re- ligiosa, moral 6 artística , que, si no se relaciona con esaB inlluencias, será la filológica vana afectación y gárrula pedantería. Si cnanto he dicho es cierto, debo añadir á manera de conclusión que, corriendo la segunda mitad de este siglo, no encuentro razón ni motivo para esa in- fluencia moral y artística del germanismo, fecunda en otros lustros, pero que tampoco existió en edades pam- das. El germanismo contemporáneo no es fuente de vi- da, y para la raza latina es una influencia letal.

Prevengámonos contra ese negro, negrísimo pesimis- mo que turba hoy los ojos del espíritu y hasta los da la carne, pintándonos decadencias, postraciones y miserias misérrimas en nuestra raza, en nuestra patria, en noso- tros mismos, y queánspira á no pocos disgusto y tedio de la vida nacional y aun de la individuaL A esa preocu- pación que reemplaza al riente optimismo nacional de nuestros antepasados, obedece el prurito de salir del arte, de la ciencia, de la tradición y de la lengua nacional, para buscar mejor luz y más anchos horizontes. Esa sen- timiento es falso* No es más vasto el horizonte extraño que el propio; no es más pura aquella luz que la que nos ilumina, ni es todo allí juventud y lozanía, ni aquí toda marasmo y decrepitud. En el cotejo resultaríamos alter- nativamente deudores y acreedores.

Lo que importa, á ejemplo del nuevo Académico, es contemplar con piedad filial los caracteres extraordina- rios y exaltados de esta nacionalidad que no viva si el ideal no la apasiona; lo que interesa es respetar como

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verbo maternal esta hermosa lengua española, de larga existencia, cuya vida, variada cual ninguna y al servicio de las mayores exaltaciones que ha experimentado el es- píritu humano en su historia, le procura tesoros infini- tos, recursos inagotables, allegados así en la dominación ejercida en el mundo del arte y de la política, com^ en dolorosas y larguísimas tribulaciones que la permiten servir de instrumento propio y adecuado á las más arduas y difíciles empresas, sin necesitar auxilio ni remedio de otras lenguas, que no son más ilustres porque las hablen hoy enspberbecidos conquistadores.

Lo que importa tanto como este sereno .estudio de las cosas patrias, es no ceder á las excitaciones pasajeras de una vida agitadísima corriendo tras la novedad por creer que lo nuevo es siempre adelanto y progreso, ni esperar Mesías y redentores llegados de extranjeras playas, sino buscar con amor, en el fondo de la conciencia, la fuerza redentora. Lo que importa es conservar claros y limpios los criterios que nos procura la razón, desechando lo que no se ajuste á la verdad conocida y sabida, recordando siempre, como lo hace mi nuevo compañero, que la cien- cia no sirve á emperadores ni á instituciones, razas ni partidos, programas ni. propósitos, sino ala verdad, y que sólo sirviendo á la verdad consigue mostrar el santo vínculo que une á lo temporal con lo eterno.

He DICHO.

43 de Marzo de 4876.

ÍNDICE.

Páginas.

Necrología del Excmo. Sr. Dr. D. Toinás de Corral y Oña, primer Marqaés.de San Gregorio, por D. Toinás Rodríguez Rubí 5

D. Antonio Ferrer del Rio» por D. Juan Eugenio Hartzenbusch 30

Comunicación dirigida en acción de gracias á la Real Academia Es- pañola, por su individuo correspondiente en Venezuela el señor Dj Julio Calcaño ^ 44

Carta en bable dirigida al Excmo. Sr. Presidente de la Real Acade- mia Española, por D. Apolinar Rato de Arguelles. . 63

Oración fúnebre que, por encargo de la Real Academia Española y en las honras de Miguel de Cervantes y demás ingenios españo- les, pronunció en la iglesia de Monjas Trinitarias de Madrid, el 29 de abril de 4869, el P. Cayetano Fernández, del oratorio de San Felipe Neri de Sevilla, y á la sazón Académico de número 77

Sobre el Quijote y sobre las diferentes maneras de comentarle y ju2igarle.-*Discurso leído por el Académico de número D. Juan Valera, en la Junta pública inaugural del 25 de septiembre de 4864 ' 407

Necrología del limo. Sr. D. Frutos Saavedra Meneses, por D. Ma- nuel Cañete 464

Estudio acerca de las relaciones* que enlazan los fenómenos natu- rales con la ciencia del lenguaje. ~ Apuntes para un discurso por el limo. Sr. D. Frutos Saavedra Meneses 4 79

Memoria relativa al monumento mural dedicado«á Frey Lope Félix . de Vega Carpió por la Real Academia Española 248

Oración fúnebre que, por encargo de la Real Academia Española y en las honras de Miguel de Cervantes y demás ingenios españo- les, pronunció en la iglesia de Monjas Trinitarias de Madrid, el día 24 de abril de 4876, el limo. Sr. D. Servando Arboli» canó- nigo de la Santa Iglesia Metropolitana de Granada , . . 283

€50

Discurso del Sr. D, José de Salgas y Carrasco, lefdo en la JunU ^ú* htica que celebro la Real Academia Española, para darle poseaión de plasta de número, el día \ .** de marzo de Í874, ,*.,.•,..».,.. 314

Contestación del Excmo* Sr, D. Cándido Nocedal al discurso an- terior i . , .,,.*.,.. 330

Autoridad de la Academia Española en materia de lenguaje, Dis-

' curso del Sr. D, León G alindo y de Vera, leído en Junta celebra- da para darle posesión de plaza de número^ el día SI de febrero de 1876 , . . , 350

DiBcarso de D. Fermín de la Paeale y Apeeechea en contestación al anterior*, ..,.. * , , , , , , 3il

Del estilo y de los conceptos de nuestros filósofos contempera üeoa* —Discurso del Exorno. Sr. D, Vicente Barrantes, leído ea el acto solemne de su pública recepción, ante la Real Academia Espa- ñola» el día S5 de marzo de i 876 , , . . 433

ConlestacíÓJi del Excmo, Sr* D, Cándido Nocedal al discurso ante- rior , , ,....,...*., , 401

Discurso del Excmo, Sr, D, Agustín Pascual, leído en Junta pubUca de la Real Academia Española el dia ao de abril de iS16, al to- mar posesión do la plaza de Académico de numero para qne ha- bía sido elegido , , ,,.... , . 504

Contestación del Sr. D. Francisco de Paula Canalejas al discurso precedente * . * * * , fifi

OBRAS PÜBÜCADAS POR'U REAL ACADEHIA ESPASOLA

qne se hallan de venta en su despacho en Madrid, calle de Valverde, nom. 26, 7 en la librería de la Viuda de Hernando y Compañía, Arenal, 11.

Diccvmario de la lengua castellana, duodécima edición. . .

Gramática de la lengua castellana

Compendio de la misma Gramática, destinado á la segunda enseñanza

Epitome de la misma Gramática, para la enseñanza elemen- tal

Prontuario de Ortografía

Discursos de recepción en la Academia Española; tres tomos en 8.*^ mayor. Cada uno

Obras poéticas del Duque de Frías; un tomo en 4.** mayor, edición de todo lujo

Obras poéticas de D. Juau Nicasio Gallego; un tomo eu 8.^ prolongado

El Fuero Juzgo eu latiu y en castellano; un tomo en folio. .

El Siglo de Oro, de D. Bernardo de Valbuena, con el poema La Grandeza Mejicana; un tomo

El Fuero de AviléSy con él texto en facsímile, sus concordan- cias y su vocabulario, por D. Aureliano Fernández Gue- rra y Orbe; un tomo en 8.«>

La Sepultura .de Cervantes, por el Sr. Marqués de Molins; un tomo en 8.°

Bretón de los Herreros, Recuerdos de su vida y de sus obras, por el Sr. Marqués de Molins: un tomo en 8.^

Ensayo histórico ^ etimológico y filológico sobre los apellidos castellanos, por D. Ángel de los Ríos y Ríos; obra agra- ciada con el accésit por la Real Academia Española; un tomo eu 8.''

BIBLIOTECA SBLBGTA DB AUTORES ESPAÑOLES.

La Araucana, de D. Alonso de Ercilla, con un prólogo é ilustraciones de D. Antonio Ferrer del Río; dos tomos en 8.*»

Farsas y Églogas, de Lucas Fernández, con un prólogo c ilustraciones de D. Manuel Cañete; un tomo en 8 °

Comedias escogidas de D. Juan Ruiz de Alarcón, con un pró- logo y juicio crítico por D. Isaac Niiñez Arenas; tres to- mos en 8.0

Comedias escogidas de Calderón, con un prólogo y juicio crí tico, por D. Patricio de la Escosura; dos tomos eu 8.<>. ,

Memorias de la Academia Española; cinco tomos en 4.^ á 8 pesetas

NECIO

d( cada ejeio^.

Bn rústica.

Pesetas.

Ba pasta.

Pesetas.

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28,50

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