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Biblioteca «MISSIONALIA HISPANICA» Publicada por el Instituto Santo Toribio de Mogrovejo

VOL. VII

MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

I

LA MISION DEL CONGO

MISIONES CAPUCHINAS

EN AERICA /^'' "

JAN 23 1953

I

LA MISION DEL CONGO

por el

P. MATEO DE ANGUIANO, O. F. M. CAP.,

con introducción y notas del

P. BUENAVENTURA DE CARROCERA, O. F. M. CAP.

Consejo Superior de Investigaciones Científicas Instituto Santo Toribio de MoGkovEjo Madrid, mcml

EDICIONES JURA-SAN LORENZO, U-MADRID

Puede imprimirse:

Fr. JOSE M." DE Chana, O. F. M. CAP. Min. Prov. Madrid, 17 de marzo de 1948

Nihil obstat:

Dr. Andrés de Lucas Censor

Imrímase:

t Casimiro Morcillo Obispo Auxiliar y Vic. Gen. Madrid, 20 de marzo de 1948

INTRODUCCION

I, La misión capuchina del Congo.

Era en 1482 cuando un ilustre navegante portugués, Diego ^ao, arribaba con sus naves a las costas del Congo. Al desembar- car y levantar allí una cruz de piedra para perpetuo recuerdo, to- maba posesión de aquellas tierras africanas en nombre del rey de Portugal, y aquellos pueblos, tan desconocidos como olvidados, comienzaron a entrar en contacto con el mundo civilizado.

Nueve años más tarde, en 1491, se iniciaba la evangelización de aquel país. Diferentes Ordenes religiosas enviaron allá, con emulante celo apostólico, sus misioneros : los Dominicos, los Fran- ciscanos y la Congregación de Canónigos de San Juan Evange- lista lo hiciieron ya desd^ esa fecha (i). Más tarde lo hicieron los Jesuítas, en 1547 (2), y ilos Carmelitas Descalzos, en 1582 (3).

El apostolado se hacía, sin embargo, muy duro ; era necesario enviar continuamente nuevo personal para ocupar el puesto de otros a quienes la muerte había arrebatado en plena actividad. Por eso, y en vista del poco fruto que se obtenía, casi todos los reli- giosos se fueron retirando, haciéndolo finalmente los Carmelitas Descalzos en 161 5 (4).

Habían quedado, es cierto, algunos sacerdotes seculares, pero eran sobradamente insuficientes para tan dilatado territorio. En vista de lo cual, Alvaro III, rey del Congo a la sazón, pidió en 161 8 al Sumo Pontífice Paulo V le enviara misioneros capuchinos

(1) J. PELLICER DE TOBAR. Misión evangélica al Reino de Congo por la Seráfica Religión de los Capuchinos, Madrid, 1649, prólogo.

(2) ID., ibid.

(3) Cfr. FLORENCIO DEL NIÑO JESUS, C. D. La Misión del Congo y los Carmelitas y la Propaganda Fide, Pamplona, 1929.

(4) ID., ibid. Notas para una Cronología Eclesiástica e Missionaria do Congo t Angola (1491-1944), en la revista Arquivos de Angola, 2.» serie, II (1944), p. 44.

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

que pudieran aüender a las necesidades espirituales de sus sub- ditos.

Como luego veremos por la relación del P. Anguiano, no obstante los buenos deseos del Papa y, asimismo, de los desti- nados en esa ocasión a la misión mencionada, que lo fueron pre- cisamente doce capuchinos españoles, no pudo llevarse a cabo. Influyó en ello, en primer lugar, la muerte de Paulo V, acaecida el 28 de enero de 1621, y aunque su sucesor, Gregorio XV, abri- gaba los mismos proyectos de evangelización del Congo, luego vinieron a tierra con la muerte de cuantos soberanos estaban inte- resados en esa espiritual empresa. Felipe III fallecía, en efecto, el 31 de marzo de 1621 ; Alvaro III, rey del Congo, le seguía en mayo de 1622, y el propio Gregorio XV bajaba también al sepulcro un año después, el 8 de julio de 1623.

En los siguientes años los reyes del Congo se suceden y se suplantan rápidamente. Por fin, Alvaro VI, elevado al trono ha- cia primeros de 1637, se adelanta a enviar sus respetos al Papa y renueva la súplica de sus antecesores para que se le envíen ((misioneros celosos y desintieresados» .

La idea es tomada en la corte romana con el mismo calor de antaño. Se designan los misioneros que habrían de ir ya a me- diados de 1640, pero primero por habersie levantado Portugal en armas contra Castilla, y luego por otras varias dificultades prác- ticamente la primera expedición de misioneros no se pudo llevar a cabo hasta los primeros meses de 1645. Esa expedición iba inte- grada por cinco Capuchios italianos y siete españoles. El 25 de mayo de 1645, fiesta de la Ascensión, llegaban al punto de des- tino.

A esa expedición siguió otra, inüegiada por cuatro italianos, que en marzo de 1646 llegaban a Loanda, capital del reino de Angola ; pero los calvinistas holandeses, dueños entonces de Loanda, les hicieron volverse a Europa.

Dos años más tarde, gracias a las gestiones de Fr. Francisco de Pamplona, que había regresado del Congo en el mismo navio que llevó la primera expedición de misioneros, pudo enviarse una tercera, compuesta de ocho italianos y seis españoles. Embarca- dos en Cádiz en octubre de 1647. llegaban felizmiente a su destino el 6 de marzo de 1648.

Fueron esos seis Capuchinos españoles los últimos que mar- charon a la misión del Congo ; no porque los españoles dejasen de sentir muy hondamente el ideal de las misiones, sino porque

INTRODUCCIÓN

XI

cuestiones de política internacional impidieron que allí llegaran no sólo Capuchinos españoles o nacidos en provincias sujetas a Es- paña, sino que, según también condiciones estipuladas entre el rey del Congo y los portugueses para hacer las paces, no debía admitirsie en el Congo ((ninguno de ellos que fueren embarcados en navios de Castilla» (5). Por ese motivo, desde 1658 hasta 1835, estuvo la misión exclusivamente a cargo de Capuchinos italianos.

La labor de unos y otros fué verdaderamente extraordinaria. Desde luego haremos constar, sin que esto ceda en menoscabo de nadie, que el apostolado ejercido por las otras Ordenes reli- giosas fué por poco tiempo y con éxito poco lisonjero. Y cierta- mente que ninguna superó a los Capuchinos ni en los frutos y éxitos logrados ni tampoco en el número de residencias y cen- tros misionales por ellos formados en esa región africana y mu- cho menos aun en el número de misioneros que allí trabajaron. Pasan, en efecto, de cuatrocientos los Capuchinos que en menos de dos siglos y con un fin enteramente espiritual llegaron al Con- go y Angola (6). Su sudor y también su sangre fecundaron esa parte de suelo africano e hicieron brotar en él los gérmenes sagra- dos del cristianismo y de la civilización.

Allí trabajaron sin descanso, y casi podíamos decir sin medida, y antes de sucumbir víctimas unos del clima martirizador y otros sacrificados por el fanatismo de los fetichistas, muchos de esos héroes supieron juntar al celo apostólico del misionero la fina ob- servación del explorador y la inteligente actividad del sabio. Tra- bajando ya entonces en regiones aun hoy día desconocidas, supie- ron estudiar la lengua de los indígenas, la historia y la geografía, prestando a la ciencia muy señalados favores.

Fué precisamente Fernando de Lesseps quien así lo recono- ció con palabras muy encomiásticas en el discurso de apertura del tercer Congreso Internacional de Geografía, celebrado en Ve- necia en 1881. Como uin tributo de justicia proclamó entonces a los tres Capuchinos misioneros en el Congo, PP. Cavazzi, Carli y Zucchelli, como tres sabios e inteligentes misioneros beneméritos

(5) Carta del P. Buenaventura de Sorrento al P. Juan Francisco de Roma, ambos Capuchinos y misioneros en el Congo (Genova, 21 de abril de 1650) (Archivo de Si- mancas.— Estado, Leg. 2670).

Loanda fué recuperada por los portugueses el 15 de agosto de 1648 y las paces fueron hechas en abril de 1649.

(6) HILDEBRAND [DE HOOGLEDE], O. F. M. Cap. Le Martyr Georges de Geel et les debuts de la Mission du Congo (1645-1652), Anvers, 1940, p. 40.

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

de la ciencia, que habían recogido, acerca del continente africano, datos de suma importancia (7).

Sin embargo, lo más meritorio de un misionero no es precisa- mente aquello que la ciencia puede alabar, aunque se trate de grandes descubrimientos. Su labor se ha de medir por los progre- sos realizados en orden a la evangelización y civilización de los naturales que le fueron encomendados.

Pero también en esto es muy digno de notarse y estudiarse cuanto los misioneros Capuchinos llevaron a cabo en el Congo. Mas ya que la presente historia del P. Mateo de Anguiano se ciñe únicamente a lo realizado durante el tiempo que allí estuvie- ron los Capuchinos españoles, es decir, desde 1645 hasta 1658, a lo hecho en esos años nos ceñiremos también ahora.

Para que más claramente se ponga de manifiesto, vamos a se- ñalar las dificultades que les salieron al paso, que por cierto fueron muchas y de no poca monta. Las agruparemos en tres puntos.

I . Procedía desde luego la mayor dificultad de los propios habitantes del Congo. No existía entre ellos la idolatría propia- mente dicha, pero, en calnbio, eran sumamente supersticiosos, mejor dicho, fetichistas, hasta el punto de tener en gran venera- ción cosas verdaderamente ridiculas, como idolillos, imágenes gro- tescas, estatuillas de hombres o de mujeres, serpientes disecadas, cuernos de animales y, lo que es más de admirar, hasta algunos árboiles. Todas esas cosas no eran veneradas por lo que eran en sí, ni siquiera por lo que representaban, sino por cierta fuerza misteriosa que creían radicaba en ellas, o por no qué influencia que les atribuían.

Consiguientes con esa persuasión, tenían en gran estima a los

(7) ID., ibid. Las obras de los tres mencionados Capuchinos llevan los siguientes títulos :

GIOV. ANT. [CAVAZZI] DA MONTECUCCOLO. O. F. M. Cap. Istorica des- cristone de tre regni Congo, Matamba et Angola ...e delle missioni apostoliche eser- citatevi da Religiosi Capuccini, Bologna, 1687. La segunda edición se hizo en Milán, 1690, y una tercera, moderna, en Tivoli, 1{).37. El P. LABAT, O. P., la tradujo, bas- tante libremente, al francés con el título : Relation hislorique de l'Ethiopic accidén- tale, contenant la description des Rovaumes de Congo, Angolle et Matamba, traduite de l'italien du P. Cai'azñ..., París 1732, 5 vols. Hay también una traducción alema- na, hecha por los Capuchinos de Baviera, impresa en 1694 en München.

DIONISIO [CARLI] DA PIACENZA, O. F. M. Cap. /; moro trasportato nell'in- clita citta di Venetia, Bassano, 1687. También esta obra ha sido publicada por el Pa- dre Labat, formando parte del tomo V, pp. 92-268. Ha sido asimismo publicada mu- chas veces en las colecciones de viajes más célebres.

ANTONIO [ZUCCHELLI] DA GRADISCA, O. F. M. Cap. Relasioni del Viag- gio e Missioni di Congo, Venezia, 1712.

INTRODUCCIÓN

XIII

que se valían de todos esos objetos para, con gestos ridículos y fingidas oraciones, curarles de sus enfermedades y hacer aparen- tes maravillas. Esos médicos o curanderos que eran a la vez adi- vinos o hechiceros y también sacerdotes o encargados de los feti- ches, ejercían sobre los naturales una influencia decisiva y eficaz. Por eso precisamente los misioneros los consideraron siempre como los peores enemigos del cristianismo. Y no sin razón ; porque uno de los mayores defectos de los congoleses era la inconstancia, o, como dice el P. Cavazzi, «inestabilidad en las resoluciones tomadas y en la verdad abrazada» (8). Y esos cultivadores d'e ídoílos o fe- tiches, verdaderos hechiceros y embaucadores, llenos de rabia con- tra los misioneros y aprovechándose de ese modo de ser de los indígenas, volvían a la carga con los neófitos o recién convertidos, ((bastando una nonada, como añade el mismo P. Cavazzi, para ca- lentarles los cascos y hacerles volver al paganismo» (9).

No es extraño, pues, que los misioneros les declarasen guerra sin cuartel y que en todas partes y por todos los medios tratasen de hacer desaparecer tales hechiceros y destruir los fetiches, va- liéndose incluso para ello del poder civil. Más de una vez expu- sieron también sus vidas por tratar de extirpar del todo esas su^ persticiones. Entraban por las casas y, ayudados en esa labor por los niños de la escuela, que les acompañaban, recogían cuantos ob- jetos de esos encontraban, hacían con ellos montones y a la voz de : Exurge, Domine, et judica causam tuam, les prendían fuego a vista de todo el pueblo, que presenciaba la fogata aterrorizado y temeroso del castigo, menos el n ganga o hechicero que, cons- ciente de sus engaños, permanecía impasible. Más de un misionero perdió la vida en uno de esos actos, siendo el primero el P. Jorge dfe Gela, en 1652, cuya causa de beatificación ha sido ya introdu- cida.

Sin embargo de eso, pocos años después el P. Cavazzi podía hacer constar con satisfacción que, gracias ((al celo del rey del Con- go y a los gobernadores de Pemba, de Bamba y de Soñó, aquellas regiones se veían casi totalmente libres de tan torpe contagio» (10).

Peor que todo eso, de mayor influencia y de consecuencias más decisivas era el vicio del amancebamiento . Al llegar los misioneros

(8) CAVAZZI, o. c, Libro III, cap. I, núm. 2, p. 179 de la edición de 1937, de la que nos servimos por no tener otra a mano para las citas.

(9) Ibid.

(10) Ibid., Libro I, cap. IV, núm. 14, p. 51.

XIV

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

por muy contados se daban los que no tuviesen varias mujeres. V ese vicio fué tanto más difícil de desterrar cuanto que no era pre- cisamente el hombre quien más se oponía, sino las mismas mujeres o concubinas, las cuales por otra parte tenían que llevar el trabajo de casa y de la tierra y proporcionar comida y vestidos al marido ; que pasaba su vida en una completa v culpable ociosidad, fuera del tiempo de guerras, en que debía empuñar las armas y salir a cam- paña.

Como fácilmente se deja comprender el ejemplo de los magna- tes y gobernadores influía decisivamente en todo eso ; de tal ma- nera, que donde ellos no se casaban ni llevaban vida honesta y arre- glada, no había tampoco posibilidad de que los subditos y el pue- blo lo hiciesen, como se pondrá bien de manifiesto en los hechos narrados en el curso de esta historia.

2. Los Misioneros Capuchinos, llegados al Congo en 1645 y en las siguientes expediciones, tropezaron necesariamente con otra gran dificultad : la de la lengua. Y digo necesariamente, porque no tuvieron, como en otros puntos de misión, gramática alguna por la que pudiesen aprender la lengua del país antes de embarcarse, ni siquiera un mal diccionario que a ello les ayudase, pues ni una ni otro existían.

Por otra parte, como confiesa el P. Cavazzi (11), «dificultad principalísima para la evangelización del Congo es la ausencia com- pleta de una lengua que pueda reducirse a reglas gramaticales. Pa- labras y vocablos son usados por los naturales de modo desacos- tumbrado e inefable para los europeos ; para ellos basta el hacerse entender... No hay orden, ni fijeza, unidad ni razonable igualdad en el lenguaje. Mejor aun que la palabra es el gesto, la mirada lo que habla. Se puede imaginar por eso la dificultad que nosotros experimentamos al tener que exponer ideas tan ajenas a la inteli- gencia de los naturales, y misterios que resultan a veces difíciles de expresar aun en lenguas bien formadas. Para éstos termina todo es materia y vientre» .

Y esto lo decía el P. Cavazzi cuando habían pasado los tiempos peores y más difíciles y cuando los misioneros contaban ya con gra- máticas, con diccionarios y catecismos.

No era, sin embargo, problema insoluble el de la lengua, aun- que tuviera muchísimas dificultades. Por eso los misioneros ya

(11) Ibid., Libro IV, cap, I, núm. 1, p. 253.

INTRODUCCIÓN

XV

desde su llegada se dieron a trabajar en ello ; de otro modo sus es- fuerzos y sus fatigas hubieran resultado poco menos que inútiles al desconocer o no entender la lengua congolesa.

Pero para eso se requería bastante tiempo, factor muy impor- tante para los misioneros, y con objeto de que no pasara inútil- mente, les fué forzoso en los principios, y aun en los primeros años, valerse de intérpretes, incluso para la administración del Sacra- mento de la Confesión, con los peligros que todo esto deja suponer.

Esos intérpretes unas veces eran naturales del país, que habían aprendido la lengua portuguesa, y otras, portugueses que llevaban ya largos años viviendo en ei Congo y conocían su lengua. Unos y otros eran pagados por el rey o por los oficiales y vivían luego a expensas del misionero, de las limosnas que a éste generosamente le daban los fieles, pues los Capuchinos no exigieron nunca retri- bución alguna por la administración de los Sacramentos, (¡siendo precisamente el desinterés reconoce muy acertadamente el P. Ca- vazzi , la base del éxito de nuestro ministerio» (12).

Muy pronto los intérpretes, no contentos con la paga y con la comida, se volvieron interesados y avariciosos, hasta el punto de que, aun en contra de la terminante prohibición de los misione- ros, exigían ocultamente a los fieles limosnas y recompensas, ame- nazándoles incluso con que no les valían los Sacramentos si se ne- gaban a darlas. Con ese proceder los fieles se retraían de los Sa- cramentos, y el P. Cavazzi llegó a confesar con amargura que (das pérdidas espirituales eran proporcionadas a la poca vergüenza de esta gente pésima que hacía de intérpretes, así como por el escán- dalo que daban». Hasta el punto de que el P. Antonio de Teruel dice, por su parte, que fueron ((de mucho estorbo para la conver- sión de las almas» (13)-

Por esos múltiples motivos y por considerarlo una necesidad perentoria, los misioneros se dieron de lleno al estudio de la lengua, alcanzando al poco tiempo muy lisonjeros éxitos. De tal modo que a los dos años y medio, a primeros de 1648, el P. Juan de

(12) Ibid.. Libro IV, cap. I. núm. 4, p. 2.55.

(13) ANTONIO DE TERUEL, O. F. M. Cap. Descripción narrativa de la Mi- sión Seráfica de los Padres Capuchinos y sits progresos en el reino del Congo.... con una adición de dos relaciones, una copiosa del Reino del Congo y costumbres de sus moradores. Ms-, p. 102. De dicha descripción hay dos textos distintos en nuestra Bi- blioteca Nacional : uno completo, el del manuscrito íió33, y otro el del ms. 3.574, que no llega sino hasta el capítulo XXIV y lo restante son papeles que debieron servir para la composición de la obra tal como se halla en el otro manuscrito. Citamos siem- pre el primero.

XVI

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

Santiago podía escribir : ((Dos áe mis compañeros, que están muy adelantados en la lengua, atenderán del todo a perfeccionarse en ella para poderla enseñar a los demás, que es la más importante diligencia por haber poquísimos intérpretes, y, de los pocos, nin- guno que tenga gusto de que sepamos su lengua ni la hablemos, por el fin que ellos se saben ; y con esto y con la nueva crianza que se va haciendo de la juventud, espero en nuestro Señor que dentro de pocos años se ha de reducir aquello del todo a buen gobierno» (14).

Con esos dos religiosos ((muy adelantados en la lengua» y con otros que fueron llegando se formó en la capital del reino, San Salvador, una especie de seminario o academia de filología con- golesa ; allí eran instruidos los nuevos misioneros, al menos en lo más común y ordinario, antes de partir para los distintos puntos de su apostolado (15).

Con esa iniciación en la lengua congolesa y luego el propio esfuerzo llegaron los misioneros a poder predicar en la lengua del país. No descendemos concretamente a los distintos religiosos, pues ya lo hemos hecho en otro lugar, probando cómo todos, al poco tiempo de llegar, ejercían sus ministerios sin necesidad de intérpretes (16).

A ello les ayudó mucho la composición de un Vocabulario en tres lenguas : latín, castellano y congolés. Dicho Vocabulario tri- lingüe fué obra del sacerdote mulato don Manuel Roboredo y al mismo tiempo de los Capuchinos españoles, quizá más de éstos que de aquél, y sobre todo del P. Buenaventura de Cerdeña, como ya hemos expuesto y probado en otro estudio (17). De ese Voca- bulario, y con ocasión de estar los nuevos misioneros en San Sal- vador para iniciarse en la lengua, procuraba sacar cada uno copias para su uso particular (18).

(14) JUAN DE SANTIAGO, O. F. M. Cap. Breve relación de lo sucedido a doce Religiosos Capuchinos que la Santa Sede Apostólica envió por Misionarios Apostólicos al Reino de Congo. Ms., p. 173 (B. del Palacio Nacional de Madrid, Ms. 772). Según dice el autor en la dedicatoria, es esta obra una recopilación «de una relación muy dilatada que el P. Fr. Buenaventura de Alessano, Prefecto de nues- tra Misión en Congo, me mandó remitir a la Sacra Congregación de Fide Propa- ganda». A pesar de nuestras recientes pesquisas en el Archivo de Propaganda Fide y en la Biblioteca Vaticana, no hemos logrado encontrar esta relación más lata.

(15) HILDEBRAND, o. c. p. 261.

(16) Cfr. mi artículo Los Capuchinos españoles en el Congo y el primer diccio- nario congolés, en Missionalia Hispánica, 11 (1945), pp. 216 ss.

(17) Ibid.

(18) Así lo ejecutó, efectivamente, entre otros, el P. Jerónimo de Montesar- chio, como más tarde diremos, y así lo hizo también el P. Jorge de Gela, cuya copia

INTRODUCCIÓN

XVII

Y, aparte de otros catecismos y gramáticas que compusieron, fueron notables los trabajos lingüísticos del P. Antonio de Teruel.

El mismo los refiere así, escribiendo a la Sda. Congregación (Murcia, i8 de febrero de 1662) : Un manual para gente del Congo. Un libro de Catecismos copioso para las misiones, con instrucción para administrar los Sacramentos y con muchos ejem- plos. 3 ° Un libro de sermones y pláticas de entre año, según sus costumbres. 4.° Un libro de las festividades de Nuestra Señora, en particular del Rosario, con varios ejemplos. 5.° Un libro de oración para enseñarla a los provectos, llamados congregados, con todas las meditaciones. 6.° Un Vocabulario en cuatro lenguas : latina, italiana, española y conguesa. 7.° Una gramática y sintaxis para aprender la lengua fácilmente» (19).

Varios de estos libros, como ya se indica, los escribió el P. Te- ruel para utilidad de los que formaban parte de las Congregaciones de cristianos piadosos, que los misioneros establecieron primero en San Salvador y luego fueron asimismo organizando en todos los centros misionales, y para las que formaron estatutos especiales, como luego se dirá en el texto.

Así, con esfuerzo constante, con personal ahinco y también con sorprendente celeridad, lograron los misioneros Capuchinos del Congo dominar la lengua del país, que para los europeos encierra dificultades sin cuento y casi insuperables.

3. Se sintió también, y ya desde el primer momento, otra contrariedad, y fué la escasez de operarios evangélicos. No es que la Orden Capuchina, a cuyo cargo corría la misión, dejase de en- viar misioneros y por cierto en abundancia, como ya lo hemos hecho notar ; pero el clima africano era terriblemente martiriza- dor. Ni era solamente el calor ; a ello se juntaban las lluvias per- sistentes y el clima húmedo y cálido al mismo tiempo ; y como por otra parte la alimentación era muy insana y muy pobre, todo con-

se ha conservado y se guarda en la B. N. de Roma ; de ella hablaremos lueg-o, aun- que ya me he ocupado extensamente en el mencionado artículo. Cfr. también P. HIL- DEBRAND, o. c, pp. 261 ss.

(19) Archivo de Prop. Fiáe.—Scritt. ant., vol. 2.50, ff. .580-81. Refiere también que había enviado estos papeles al P. General, quien le había animado mucho a que los imprimiese, por lo que pedia a la Congregación su ayuda para imprimirlos. A lo que contestó aquélla (22 de mayo de 1662) que exhibiese los libros para ver si eran dignos de impresión (Ibid., p. 381v.). Con ese mismo fin presenta el P. Procurador general una súplica a la Congregación (17 julio), pero ésta le lesponde (17 de ju- lio) que había prohibido se imprimiesen libros de misiones sin examinarlos antes, y ver si eran dignos de imprimirse (Ibid., ff. 382 y 385v.).

XVIII

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

tribuía a desgastar en breve las fuerzas y energías, minando nota- blemente la salud y terminando muy pronto aun con los más robustos.

Además, la enorme distancia de Europa al Congo, los muchos inconvenientes de la larga travesía, el entorpecimiento para el envío de misioneros, debido a razones políticas de ningún peso y carentes por completo de fundamento, todo hizo que los Capu- chinos del Congo pensasen en resolver la cuestión del personal de otro modo que con el envío constante y casi anual de nuevos opera- rios evangélicos. Y trataron de solucionar ese importantísimo pro- blema tal como hoy en día precisamente quiere la Iglesia y sobre todo los últimos Papas, es decir, con la formación del clero indí- gena. A ello les animó grandemente el modo de ser de los natu- rales, difíciles de conocer a fondo, suspicaces, astutos e hipócritas. Nadie mejor que sus propios paisanos podría conocer sus cualida- des buenas y malas y consiguientemente tratar de resolver más adecuadamente lo que hoy en día se viene llamando el problema de ia psicología de la conversión.

Ya hemos estudiado en otro lugar cuanto los misioneros del Congo hicieron en orden a la formación del clero indígena (20). Para ello no se contentaron con abrir escuelas en San Salvador, en Soñó y en otras partes, donde los niños y jóvenes aprendían a leer y escribir, sino que al mismo tiempo les enseñaban la gramá- tica latina. Así ya en los primeros años nos dice el P. Juan de San- tiago que el Prefecto, P. Buenaventura de Alessano, además de ios trabajos que tenía en la escuela, escribía los cuadernos «para los estudiantes de gramática en lengua latina, portuguesa y mori- conga», añadiendo asimismo que el P. Buenaventura de Cerdeña se dedicaba primeramente a enseñar la doctrina y a enseñar a leer y escribir a los niños, y luego iba con los gramáticos y ayudaba al P. Prefecto en sus trabajos de ((enseñanza de la lengua latina» (12).

Esto mismo lo corrobora Pellicer, cuando afirma ya en 1649 que ((habían fundado dos escuelas en el Congo los misioneros para que se críen sujetos para ordenarse (22).

Y a ese mismo propósito escribe el P. Teruel, hablando sobre las escuelas que el rey del Congo mandó levantar en San Salvador

(20) Cfr, mi estudio Los Capuchinos espaíwles ev, el Con^o y sus trabajos en pro de la formación del clero iníligcna. en España Misionera, II (1945), pp. 180-200.

(21) SANTIAGO, ms. c, pp. 1.50-152.

(22) PELLICER, o. c., f. 46 c.

INTRODUCCIÓN

XIX

para los misioneros : ((Lo mismo hizo en la escuela que fabricó in- mediatamente a la casa para enseñar a los mozos a leer y escribir y la gramática, y hacerles en esta forma hábiles y capaces para que con el tiempo pudiesen ser ordenados sacerdotesn . Y, refiriendo a continuación los trabajos que tenían los misioneros en las escuelas, añade : (¡Se ocupaban los religiosos en escribir no sólo lo que toca a los primeros rudimentos, sino el arte de la gramática, dando a cada estudiante los cuadernos en lengua latina, con la explicación en la castellana y conguesa» (23).

Y ese medio es precisamente el que también señala el P. Ca- vazzi para verse libre de intérpretes y tener ((ministros seguros y versados en el conocimiento de la lengua ambonda y en los otros dialectos» (24).

Por eso ya desde 1646 se impusieron esa tarea los misioneros. Y el P. Angel de Valencia, que en octubre de dicho año venía del Congo a Roma, adonde llegó en marzo de 1648, como embajador del rey del Congo, trató por todos los medios posibles para conse- guir para la misión un Obispo, ((no para que fuese Obispo de la ciudad y diócesis de San Salvador y Angola, sino para que asistiese en aquel reino, adonde pudiese ordenar sacerdotes de los mismos naturalesyy . Y nuevamente repite la misma idea en la exposición o memorial presentado a Felipe IV en 1649, diciendo es necesario el Obispo ((para que, asistiendo en el Congo, ordenase sacerdotes de los mismos naturales, habiendo puesto ya con este fin dos escuelas los primeros misioneros que pasamos allá, para que algu- nos de los que tuviesen más capacidad, aprendan lo necesario para poderse ordenar)). Y expone entre otras razones : ((Porque si bien con los misioneros que van ahora y los que estaban allá, habrá buen número de ellos, pero no son bastantes para reino tan gran- de ; y, dado que lo fueran, no son eternos, sino que han de morir. y, no ordenando algunos de nuevo, ha de quedar aquella pobre gente sin remedio, siendo tan dificultoso, como se experimenta, el ir todos de estas partes [Europa]» (25). Razones que también Pe- Uicer expone en su conocida obra, añadiendo : ((Que con esto ten- drán entera enseñanza aquellos pueblos católicos, perseverará allí

(23) TERUEL, ms. c, p. 50.

(24) CAVAZZI, Libro IV, n.« 4.

(25) Memorial del P. Angel de Valencia a Felipe IV (Archivo de Simancas. Es tado, Leg. 2.669). Cfr. también mi artículo en España Misionera, pp. 202-204, donde se ha copiado casi íntegro el citado memorial

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MIS. CAPS. EN'ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

la Iglesia y será un seminario pará la conversión de tantos reinos que allí carecen de la luz evangélica» (26).

Y si bien es cierto que no tuvo efecto el designio de llevar un Obispo ((in partibus infidelium» al Congo, aunque fué nombra- do y se consagró, por haberse opuesto a ello el Cardenal Albornoz, lo tuvo la idea de la formación del clero indígena por medio de las escuelas de latinidad, y que de ellas salieron efectivamente va- rios sacerdotes, como nos lo testifican el P. Teruel (26a) y el Pa- dre Cavazzi (27).

El primero de ellos, P. Teruel, al escribir su obra manuscrita, ya citada, el año 1662, recogía en ella las últimas noticias de la misión, que le había comunicado uno de los misioneros, Padre Antonio M.* de Monteprandone : «También me dió la noticia por cartas, que el Sumo Pontífice Alejandro VII escribió al rey del Congo [debe ser el que reina] con seis religiosos que envió con orden de fundar seminarios o colegios de mozos para que se críen en ellos y aprendan letras y buenas costumbres, dando el cargo de todo a nuestros religiosos. La Sacra Congregación de la Propa- gación se ha ofrecido a pagar el gasto y ha nombrado en Lisboa un Procurador... No hay duda que, si esto llega a efectuarse, ha de ser de gran conveniencia y adelantamiento de aquel reino en lo espiritual, y siempre se deseó ; porque, criados los muchachos en doctrina y santas costumbres, como sabedores de las malas de su reino y de su lengua, ayudarán mucho, ordenados sacerdotes, a los misioneros. Y mientras no se haga esto, no es posible arrancar de raíz la mala semilla de los ritos gentílicos y vicios» .

Persuadidos de esa misma necesidad y de esas razones, los mi- sioneros insistieron frecuentemente ante la Congregación de Pro- Propaganda Fide para que se organizase un seminario donde pu- diesen educarse jóvenes indígenas con destino al sacerdocio.

Así lo hace, por ejemplo, el P. Serafín de Cortona, quien, hacia 1654, pide a Propaganda la creación de un seminario en Angola, Mazangano o San Salvador (27a).

Asimismo, entre las observaciones que en 1664 hace a la Con- gre^farió'.i el Procurador de la Orden, respecto de la misión del Congo, una era que aprobaba la institución de un seminario en San

(26) PELLICER, o. c, f. 46v. (26a) TERUEL, nis. c, p. 122.

(27) CAVAZZI, o. c, Libro VII, n. 10.

(27a) Archivo de Propaganda Fide.—Scritt. ant., vol. 250, ff. 171-172.

INTRODUCCIÓN

XXI

Salvador para la formación del clero indígena (28). Y otro misio- nero— hacia 1675 , exponiendo los motivos por qué la fe no hacía en el Congo los progresos esperados, juzgaba de toda nece- sidad el envío de un Obispo para que ordenase cierto número de jóvenes, después que hubiesen hecho sus estudios en las escue- las ; para él el clero indígena era de una necesidad perentoria (28a).

Poco tiempo después, el P. Gabriel de Villa del Foro, tratando de los medios para el buen gobierno y progresos de la misión del Congo, sugería a Propaganda la idea de que se hiciese venir a Roma cierto número de jóvenes indígenas para que. instruidos convenientemente y ordenados sacerdotes, pudiesen luego llevar a cabo la evangelización de sus compatriotas del Congo (28b).

Finalmente, a principios del siguiente siglo, el P. Eustaquio de Ravena, insistía, como medio necesario de consolidación de la misión, sobre el envío de un Obispo y la creación de un semi- nario donde se enseñase a 50 o 60 jóvenes lo principal y más nece- sario para poder ordenarse sacerdotes, a fin de que luego puedan hacer de curas en las distintas provincias del Congo. Hasta envía a la Congregación unos planos de lo que pudieran ser la casa del Obispo y el seminario (28c).

No obstante que esos deseos y proyectos de los misioneros no tuvieron plena realización, podemos afirmar que con la formación de algunos sacerdotes indígenas, con la educación e instrucción de los niños y jóvenes en las escuelas, con el fomento de la piedad por medio de las Congregaciones, con el estudio y cono- cimiento de la lengua del país, lograron los Capuchinos misione- ros en el Congo los frutos abundantes que el lector puede conocer a través de las páginas de esta obra del P. Anguiano.

(28) ibid.. f. 34.

(28a) Archivo de Propaganda Fide. Scritt. rif. nei Congressi, vol. I Congo, ff. 136-142.

(28b) Ibid., ff. 43-4. (28c) Ibid., ff. 62-65.

II, Vida y escritos del P. Mateo de Anguiano.

Ya es sobremanera abundante la bibliografía impresa relativa a las Misiones Capuchinas en el Congo (29). Así y todo son tam- bién todavía numerosas las relaciones que sobre tan interesante tema permanecen manuscritas e inéditas en bibliotecas públicas y privadas. Entre ellas, aparte de la debida a la pluma del P. Mateo de Anguiano, hemos descubierto y luego dado a conocer otras dos autógrafas, escritas asimismo por dos Capuchinos españoles, mi- sioneros en aquellas apartadas regiones africans, el P. Juan de Santiago y el P. Antonio de Teruel, existente la primera en la Biblioteca del Palacio Nacional de Madrid y la segunda, al igual que la del P. Anguiano, en la sección de manuscritos de nuestra Boblioteca Nacional (30).

(29) Puede consultarse para ello el trabajo completo del P. EDUARDO DE ALENQON, O. F. M. Cap., Biblia grapliie Capticino-Congolaise, en N ceñandia Fran- ciscana, I (1914). y Avalecta Ord. FF. Min. Capnccinorum, VI (1890), pp. 363-4, v P. MELCHIOR A POBLADURA, O. F. M. Cap., Historia generalis Ordinis Fr. All norum Capuccinorum. Pars secunda (1019-1701), vol. II, Romae, 1948, pp. 350-52.

A mayor abundamiento, aparte de las obras ya citadas, haremos mención de al- gunas otras :

ROCCO DA CESINALE, O. F. M. Cap. Storia dclk Missioni dei Cappuccini, III, Roma, 1873, pp. 517-673.

CLEMENTE DA TERZORIO, O. F. M. Cap. Le Missioni dei Minori Cappuccini. Sunto storico, X, Roma, 1938, pp. 539-55.

E. DE JONGHE ET TH. SIMAR, Archives Congolaiscs, fase. I, Bruxelles, 1919. que han recogido y extractado la mayor parte de los documento.s relativos a te épo- ca de la misión del Congo que nos interesa y que historiamos, conservados en el Archivo de Propaganda Fide

(30) Las obras sumamente interesantes de estos dos Capuchinos españoles ya quedan citadas. Sólo añadimos respecto de su importancia histórica, geográfica y et- nográfica, que de ellas pudiera decirse lo mismo que Lesseps afirmó de las de Ca- vazzi, Carli y Zucchelli

Véase también nuestro trabajo Dos relaciones inéditas sobre la Misión Capuchina del Congo, en Collectanea Franciscana, XVI (1946). pp. 192-124, donde se ha dado

INTRODUCCIÓN

XXIII

Al celebrarse en 1945 el tercer centenario de la iniciación de la mencionada misión del Congo, tuve el pensamiento de publicar un trabajo de conjunto que fuese a la vez como su historia completa, hecha a base de esas y otras relaciones y estudios ; trabajo en el que se recogerían también las muchas y provechosas enseñanzas prácticas que saltan a la vista con la simple lectura de esos manus- critos y libros.

Sin embargo, ese pensamiento no tuvo su realización. Otros, más competentes en la materia y sin duda con mejor criterio, me aconsejaron que, en vez de emprender ese trabajo de conjunto, ya de por difícil y escabroso, mi labor se redujese solamente a publicar una de esas interesantes relaciones.

Puesto a escoger, no había lugar a duda. Las de los PP. San- tiago y Teruel, interesantísimas en extremo, tenían no obstante sus inconvenientes. La del P. Juan de Santiago no llegaba sino hasta 1648, año de su vuelta a España, muy enfermo y achacoso. La del P. Antonio de Teruel continuaba diez años más, hasta 1658, fecha en que asimismo estaba de vuelta de la misión ; pero las noticias por él personalmente recogidas, no daban idea sino de parte de los trabajos y éxitos alcanzados por los misioneros.

Por eso escogí, ya desde el primer momento, el manuscrito del P. Anguiano, quien recogió en él no sólo las noticias dadas por los dos mencionados PP. Santiago y Teruel, sino que a ellas añadió las que le suministraron las relaciones y cartas particulares de otros misioneros, como luego hemos de ver.

Consiguientemente, la obra que hoy ofrezco es debida a la pluma del mejor de los historiadores Capuchinos españoles Padre Mateo de Anguiano, hijo preclaro de la provincia de Castilla. A modo de presentación de su personalidad van encaminadas estas notas que sirven de prólogo a su interesante y meritísima historia de la misión del Congo. En ellas estudiaré los hechos más salientes de su vida, por desgracia poco conocida, y pararé mientes de modo particular en su producción literaria.

a) Su VIDA.

El P. Anguiano fué natural de la Rioja. Así lo hace constar con satisfacción justamente en la misma portada de la primera de

la descripción de esos dos manuscritos y se ha hecho resaltar su importancia y al mismo tiempo la veracidad de las noticias en ellos consignadas. También anotamos los principales datos de la vida de sus autores.

XXIV

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

SUS obras, Disciplina Religiosa. Su nombre de pila fué el de Juan García y en la villa de Anguiano (Logroño) tuvo lugar su na- cimiento en 1649. En vano, pues, Cayetano Garran (31) se ha esforzado en buscar en el libro de Bautismos de dicha villa el ape- llido ((Anguiano» para poder determinar concretamente cuál de ellos ha correspondido a nuestro biografiado, no advirtiendo que entre los Capuchinos se toma el apellido del pueblo natal.

Cuando contaba solamente diecisiete o dieciocho años vistió el sayal capuchino en fecha memorable, que también el mismo Padre Anguiano no dejará de consignar y repetir en sus obras, es decir, en la festividad de las Llagas de San Francisco, 17 de septiembre de 1666 ((en el ejemplarísimo convento de Salamanca; quiera Nuestro Señor que haya sido^ añade , para mayor honra y gloria de su Majestad divina, pues no dudo nací en un Seminario de santos» (32).

Creemos que ya antes de ingresar en la Orden tenía hechos sus estudios, quizás jurídicos, y posiblemente en la misma Universidad de Salamanca, que luego completará hasta su ordenación sacerdo- tal, que tuvo lugar el 23 de diciembre de 1673, en Madrid (33).

Prueba inequívoca del mucho crédito que muy pronto adquirió y del grande aprecio en que era tenido por todos, nos lo pone de manifiesto el hecho de que solamente cuatro años después de su ordenación y cuando no contaba sino veintiocho de edad, los Superiores le encomendaban el delicado encargo de formar el manual o ceremonial por el que se regirá la provincia de Castilla por más de un siglo ; libro que tendrá extraor(iinaria importancia y que habrá de ser al mismo tiempo verdadero manual de educación de los aspirantes y jóvenes y asimismo norma y gxiía que necesa- riamente debían seguir todos los religiosos en los actos de co- munidad.

Aunque, como él mismo confiesa, se creyó inexperto y poco capacitado para tal empresa, al fin lo ejecutó y, según dirá uno de

(31) C. GARRAN. Galería de Riojanos ilustres, I, Valladolid, 1888-89, pp. 219-221.

(32) Paraíso en el desierto..., Madrid, 1713. p. 187.— Lo Nueva JerusaUn, Ma- drid, 1709, dedicatoria, f. 3r.— BUENAVENTURA DE CIUDAD RODRIGO, O. F M Cap Estadística general de los Frailes Menores Capuchuios de la Provincia de Castilla, Salamanca, 1910, n.» 672.-BUENAVENTURA DE CARROCERA, O. F. M. Cap. Ne erólo gio de los Frailes Menores Capuchinos de la Provincia del Sagrado Co- razón de Castilla (1609-1943), Madrid, 1943, p. 167.

(33) Cfr. B. DE CIUDAD RODRIGO, o. c.—Viridario auténtico en que flore- cen siempre vivas las memorias de lo que pertenece al buen gobierno de esta Pro- vincia de Castilla, Ms., f. 13v. (Archivo Prov. de Capuchinas de Castilla, 1/00005).

INTRODUCCIÓN

XXV

los censores, el P. Basilio de Zamora, «como tan bien enseñado a acertar en todos los empleos y oficios en que nuestra Sagrada Reli- gión le ha ocupado, en esta obra no tiene defecto ni cosa que deba omitirse, antes bien, muchos adornos de claridad, brevedad mo- destia, gravedad y compostura» (34). Por eso y en vista de sus aciertos en reducir a compendio y orden los muchos manuales y ce- remoniales manuscritos que se conservaban en la provincia, espe- cialmente en los noviciados, los Superiores lo mandaron observar puntualmente por decreto de la Definición del 10 de septiembre de 1677 (35).

Además, en ese mismo año y sin duda al propio tiempo que se le encomendaba la redacción del citado manual, era designado para Procurador de la provincia de Castilla. Práctimanete venía a ser ese un cargo de mucha responsabilidad. Su obligación era el de- fender los privilegios y derechos de los religiosos en los diversos pleitos y litigios que pudieran suscitarse con otras Ordenes reli- giosas o con particulares, lo mismo ante los tribunales civiles, como el Consejo de Castilla, etc., que. sobre todo, ante el Nuncio. De modo que necesariamente suponía en quien desempeñaba dicho cargo, no escasos conocimientos del Derecho (36).

Desde 1678 fué juntamente Procurador y Secretario Provin- cial. Asimismo, desde 1681 a 1683, fué designado para Guardián o Superior del convento de Alcalá de Henares, que era justamente entonces también noviciado. Años después, en 1690, era nombra- do para el mismo cargo en el convento de Santa Leocadia de To- ledo, y lo es asimismo en 1711 del convento de Capuchinos de Ma- drid, llamado La Paciencia. Por fin, desde 1713 y casi hasta su muerte fué elegido Definidor o Consejero Provincal (37).

No obstante esos cargos por él desempeñados, podemos decir que las actividades del P. Anguiano no se emplearon tanto en el gobierno de los religiosos ni aun en el ministero de la predicación.

(34') M. DE ANGUIANO, Disciplina religiosa de ¡os Frailes Menores Capuchi- nos...', Madrid, 1678, f. 4v.

(35) Ibid., ff. lOv.— 12r.

(36) No tenemos de su actuación sino un alegato que escribió en 1678 defen- diendo algunos nombramientos que el P. Provincial, Martin de Torrecilla, había he- cho, en contra de lo propugnado por otros religiosos, con motivo del pleito entablado ante el Nuncio. Cfr. MARTIN DE TORRECILLA, O. F. M. Cap., Consultas, ale- gatos, apologías, etc., t. II, 2.» ed., Madrid, 1702, pp. 416-427.

(37) Cfr. B. DE CARROCERA, Necrologio, o. c, p. 1Q7.— Erario divino de la Sagrada Religión de los Frailes Menores Capuchinos en la Provincia de Castilla. Parte III, ed. por el P. B. DE CIUDAD RODRIGO, O. F. M. Cap., Salaman- ca, 1909, p. 80 ss.

XXVI

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

como en escribir libros. Ha habido, es cierto, algunos escritores que llegan incluso a decir de él, como lo hace el P. Bolonia (38), que estuvo de misionero en América ; pero téngase por cierto que tal afirmación carece de fundamento, aunque sus libros, según más tarde veremos, están todos ellos repletos de curiosas noticias sobre las distintas misiones capuchinas, lo mismo en América que en otras partes del mundo.

Por do demás su salud no debió ser muy buena. Ya en 1695, encontrándose destinado por la obediencia en el convento de La- guardia (Logroño), y habiéndosele encomendado gestionase una nueva fundación en la villa de Haro, que por cierto encontraba grandes dificultades de parte de otras Ordenes religiosas, exponía así su necesidad al P. Provincial : ¡(En atención a que me hallo cada día más falto de fuerzas y salud, ya que he estado aquí desde que V. C. comenzó su provincialato [1693], trabajando y sirvien- do dentro y fuera de casa cuanto he podido, sin perdonar ministe- rio alguno, se sirva representar mi necesidad a los PP. Provincial y Definidores que salieren, y me concedan el consuelo de mudarme a casa donde el trabajo sea proporcionado a mis fuerzas. Ya me hallo con cerca de treinta años de hábito, y con hartos achaques habituales, aunque con ninguna virtud. En casas pequeñas y hos- picios sé muy bien de experiencia lo que se padece» (39).

Sin embargo de ello no dejó sus aficiones literarias ; prosiguió publicando y componiendo libros y casi podemos decir que la muer- te le sorprendió con la pluma en la mano, escribiendo y traba- jando en pro de la Orden. Tanto es así, que, pocos años antes de su fallecimiento, cuando ya contaba, según él mismo nos dice, cincuenta y seis años de religión y setenta y uno de edad, todavía le preocupan las cosas de la Orden y se siente animoso para escri- bir en latín, aunque con letra bastante temblorosa, una carta al Postulador general (12 de enero de 1721), dándole noticia de al- gunos hechos de la vida de San Lorenzo de Brindis, cuyo proceso de beatificación entonces se trabajaba, e interesándole acerca de varios milagros que se atribuían a su intercesión (40).

Cinco años más tarde, el 13 de febrero de 1726, entregaba su

(38) BERNARDUS A BONONIA, O. F. M. Cap. Bibliotheca scriptorum Ord. Min. S. Francisci Capuccinonim, Venetiis, 1747, pp. 187-8.

(39) Carta autógrafa suya (Laguardia. 25 de marzo de 1695) (Archivo Provincial de Capuchinos de Castilla, 16/00004.»).

(40) Carta autógrafa (Madrid. 12 de enero de 1721) (Archivo Prov. de Capuchi- nos de Castilla, 12/00038).

INTRODUCCIÓN

XXVII

alma al Señor en el convento capuchino de La Paciencia, de Ma- drid, convento donde llevaba residiendo bastantes años (40a).

h) Sus ESCRITOS.

Ya el P. Bolonia (41) pudo decir de él que había sido hombre muy trabajador y muy provechoso y útil a todos ; verdad que no podemos por menos de reconocer también. Y, desde luego, y en primer término queremos apuntar que entre otras cualidades, una que a cada paso resalta en todos sus escritos, es el amor a la Orden Capuchina y asimismo su solicitud y cuidado por dar a conocer y publicar sus glorias en todos ellos, y, aún podíamos añadir, en algunos casos, oportuna e importunamente.

Sus escritos son casi exclusivamente históricos y, a excepción de uno, todos relativos a los Capuchinos y especialmente a sus misiones. Vamos a enunciarlos y describirlos seguidamente.

1. Disciplina/ Religiosa/ de los Menores Capuchinos/ de nuestro Seraphico Padre /San Francisco, '/para ía educación de la juventud^ dic esta Santa Provimcia de la/ Encarnación de las dos/ Castillas./ Com- puesta por el P Fr. Matheo de/ Anguiano (Rioxano) Predicador, y Procurador de dicha/ Pfouincia en esta Corte./ Dedícala'/ a su Sera- phico Padre, y Patriarca/ San Frcmcisco , Alférez de Christo./ Año (Escudo de la Orden) 1678./ Con privilegio/ en Madrid: Por luán Gar- cía Infangon.

210 X 155 mm. ; 12 ff.-312 pp.-2 ff.

Fué ésta la primera de sus producciones, como ya dejamos dicho. Tuvo para los Capuchinos de Castilla suma importancia educativa y aun hoy en día es una de las mejores fuentes de infor- mación para conocer el espíritu que animaba a los religiosos cas- tellanos del siglo XVII. Tiene asimismo su mérito para los bibliófi- los, pues son muy raros los ejemplares.

2. Vida, y virtudes/ del/ Capvchino/ español,/ el Venerable Sier- vo de Dios/ Fray Franci^sco de Pamplona, Religioso/ Lego de la Sa- grada Orden de Menores/ Capuchinos./ Llamado en el siglo/ D. Ti- bvrcio de Redin.'/ Cavallero de la Orden de Santiago,/ Señor de la Ilus- trissima Casa de Redin, \) Barón de Vi-'/ guezal en el Re<yno de Nava-

f40a) Carta (sin fecha) del P. Lorenzo de Toledo. Capuchino, a Don Francisco Jturriza, en la que le comunica aljjunas noticias relativas al cuerpo de Fr. Francisco de Pamplona y le dice que el P. Anguiano habia fallecido «idibus februarii» de dicho año 1726 (Archivo Prov. de Capuchinos de Navarra. Varia. 1603-1770.)

(41) O. c, p. 187.

XXVIII

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

rra.l Conságrala/ a la Concepci\ón Purissima,/ é Inmaculada de Ma- ría Santissima Señora Nuestra, su me-/ ñor esclavo, ei Padre Fray Matheo de Anguiano,/ Religioso/Capuchino, Predicador, y Secretaría que ha sido de la Pro-/ vincia de Castilla, y Guardian del Convento de Alcalá del Henares: Por mano del Ilustrissimo señor Don Carlos/ Ra- mirez d'c Arellano, dei Consejo, y Cámara/ de su Magesfad, etc./ Con licencia./ En Madrid: Por Lorenzo Garda. 220 X 150 mm. ; 20 ff.-240 pp.-2 ff.

Aunque dicha obra no lleva fecha de impresión, se sabe salió a luz pública en 1685 ; de ese año son las aprobaciones y censuras y asimismo la fe de erratas.

Como puede fácilmente figurarse el lector, la obra versa sobre la vida de Fr. Francisco de Pamplona, ilustre Capuchino, que, aunque en la Orden escogió el estado de Hermano Lego, descen- día de ilustre familia y había desempeñado en el siglo muy altos puestos. El fué luego el iniciador, mejor aún, el organizador de varias de las misiones capuchinas.

El P. Anguiano divide su libro en tres grandes partes. La pri- mera la dedica a la vida de Fr. Francisco cuando seglar ; en la se- gunda le considera y estudia en su vida religiosa hasta su muerte ; y la tercera la consagra a narrar los sucesos y éxitos de las misiones de los Capuchinos españoles, no sólo de aquellas en las que Fr. Fran- cisco tuvo parte o fué el iniciador, sino también de aquellas otras que los Capuchinos españoles tuvieron en el siglo xvii, lo mismo en Africa : Congo, Benín y Guinea, como a su vez en América : Darién, Cumaná y Llanos de Caracas.

Como su autor dice en el prólogo, no se puso a escribir este libro sin antes haberse informado bien de todo lo concerniente a la vida del V. Fr. Francisco, así de seglar como de religioso, valién- dose de fuentes autorizadas y dignas de mayor crédito. Y, cierta- mente, podemos afirmarlo así, que sus noticias son en un todo acer- tadas y seguras.

Tuvo esta obra una segunda edición en 1704, que lleva la si- guiente portada :

+ / Vida, y lArtudes/ de el/ Capuchino español,/ el V. Siervo de Dios'/ Fr. Francisco de Pamplona,/ Religioso Lego de la Seraphica Religión de los Menores Capuchinos de N. Padfic Sa'n/ Francisco, y el primer Missionario Apostólico de las Provin-/ cias de España, para el Reyno del Congo en Africa,/ y para lo^ Indios infieles en la/ Ame- rica./ Llamado en el siglo Don Tiburcio de Redin,'/ Cavallcro del Or- den de Santiago,/ Señor de la Ilustrissima Casa de Redin, en el Reyno de Navarra, Barón de Viguesal, y Capitán de los mxis/ célebres, y fof

INTRODUCCIÓN

XXIX

mos'os de su SigloJ/, Conságrala/ al mysteño de la Concepción Purissl- mal De la Madre de Dios, ski pecado original, Maria Señora Nuestra/ su menor esclavo, el P. Fr. Matheo de Anguiano, Rdigioso Ca-/ pu- chino, Predicador de la Santa Provincia de Castilla, Procurador, y/ Secretario que ha sido de ella, y Guardian del Convento de Alcalá de/ Henares, y del Real de Santa Leocadia de la Imperiail Ciudad/ de To- ledo./ En Madrid, en la Imprenta Real: por loseph Rodrigues/ á costa de Francisco Laso Mercader de Libros, enfrente de las Gradas/ de San Felipe: Año de llOJf.

220 X 150 mm. ; 16 ff.-350 pp.-12 ff.

Ni que decir tiene que esta segunda edición es mucho más completa que la primera en muchas noticias relativas a las misiones, noticias que el autor fué adquiriendo por las relaciones y cartas de los propios misioneros.

Tanto una como otra edición son también muy codiciadas por ios bibliófilos.

3. h/ Mission Apostólica/ en la Isla de/ La Trinidad de Barlo- vento,/ y en Santo Thome de Guayan^,/ Provlnch, de El Dorado,/ y relación sumaria de efl martirio/ Que efn ella padecieron los Venerables Padres Fray Este-/ imn de San Fállu, y Fray Marcos de Vique, Pre- dicadores,/ y el Venerable Fray Raymundo de Figuerola, Religioso/ Lego, Missionarios Capuchinos, hijos de la Santa/ Provincia de Cata- luña, el dia primero de Di)-/ xiembre de el año passado de 1699, en el/. Pueblo de los Arenales de dicha Isla./ Escrita/ Por d Padre Fray Ma- theo de Anguiano,/ Religioso Capuchino, y Predicador/ de la Provin- cia de Castilla,/ y recogida de las Cartas que escrivieron al Rey nues- tro/ señor, y á su Consejo Real de Indias, los ve'zinos de la/ Ciudad de San loseph de Oruña, y a su Provincia/ los Religiosos que assiten en aquella Mission./ Dala/ a la estampa/ Don Pedro de Aragón y Ca- ñas,/ por su devoción á la Religión.

(Al final): Impressa en Madrid. Año de 1702.

178 X 114 mm. ; 16 pp.

Aunque lleva ese título no sólo se habla de la misión de los Capuchinos catalanes en la Isla de Trinidad y asimismo se hace relación del martirio de los mencionados misioneros, sino que luego se hace un breve resumen de todas las misiones de los Capuchinos en América : Darién, Cumana, Llanos de Caracas y Maracaibo.

Esta obra ha sido publicada íntegramente en Colección de libros raros o curiosos que tratan de América. Segunda serie. Tomo XXII. Relaciones históricas de las Misiones de Padres Capuchinos en Venezuela. Siglos xvii y xviii. Madrid, 1928,

PP- 95-143-

XXX

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

4. h/ Mission Apostólica/ del Maracaybo,/ y relación svmaria del

niartyrio,/ qz'e padeció a manos de los indhs gentiles'/ De la Sierra desta Ciudad, por Septiembre de mil seiscientos y no-/ venta y quatro, el Venerable Fr. Gregorio de Ibi, Reliigioso Lego/ Capuchino, de la Provincia de Valencia, y natural de Ibi, ha-/ liándose con otros en la conversión de los Indios infieles, por/ orden del Rey nuestro señor Don Carlos II, que está en gloria./ Sacada del informe que remitieron á su Magcstad. y á su Consejo/ de Indias, el Cabildo Eclesiástico, y el Se- cular el año de mil seis-/ cientos y noventa y siete; y d-e la noticia qm ha dado el R. P. Fray/ Pablo de Orihuela, Missionero Apostólico, y Prefecto que/ fue de la Mission de Capuchinos de la Provincia de/ Ca- racas, y al presente de la del/ Maracaybo ./ Escrita/ Por el P. Fr. Ma- theo de Anguiano , Religioso/ Capuchino , y Predicador de la Provincia de/ Castilla./ Dala a la estampa por sv devoción/ á la Religión, Don Pedro Fernández/ Riesco./ En Madrid: En la Imprenta Real, Calle del Carmen,/ Por Joseph Rodri'gu/C'Z. Año de 1102.

154 X 113 mm. ; 10 pp.

Versa sobre la misión de Maracaibo encomendada en 1693 a los Capuchinos valencianos, dando algunos datos interesantes so- bre los trabajos allí realizados por los misioneros ; pero sobre todo se detiene a relatar el martirio de Fr. Gregorio de Ibi.

Como la obra anterior, también se ha publicado esta relación en la mencionada Colección de libros raros o curiosos que tratan de América, etc., pp. 61-93.

Se reprodujo asimismo íntegra en la revista (¡El Mensajero Seráfico», de los PP. Capuchinos de Castilla, II (i 884-1 885), PP- 49-57. 110-113.

Los ejemplares de ambas relaciones son rarísimos y muy esti- mables.

5. Compendio historial/ de la Provincia/ de la Rioja,/ de sus San- tos, y milagrosos santuarios./ Escrito/ por el P. Fray Matheo de An- guiano,/ Predicador Capuchino, de la Provincia de la Encarna-/ cion, de las dos Castillas, y Guardian que ha sido/ de los Conventos de ella de Alcalá db He'/ nares, y de Tn^ledo./ Publicóle ,/ y le da a la estam- pa, con las/ Licencias necessarias, y de la Religión, Don Domingo/ Hidalgo de Torres, y la Cerda. Cavallero del Abito de/ Santiago, ve- cino de la Villa de Anguiano ./ sobrino del Autor./ Y le dedica/ al Eminentissimo Señor D. Francisco/ de Borja, Ponce de León, y Ara- gón, Presbítero Carde-/ nal, Y obispo de Calahorra, y la Calzada./ Segunda imprcssion./ Con privilegio. En Madrid: Por Antonio Gon-/ gales de Reyes. Año de 170-^./ A costa de Francisco Laso, Mercader de Libros, enf)\;nt\e de Sari/ Félipc el Real.

220 X 150 mm. ; 14 ff.-724 pp.-14 ff.

INTRODUCCIÓN

XXXI

Esta obra, que aparece como una segunda edición, realmente se había publicado antes, en 1701, pero a nombre del sobrino del P. Angxiiano y con la siguiente portada :

Compendio historial/ de la Provincia/ de Ja Rioja,/ de sus Santos, y/ Santuarios.'/ Dedícale/ Al Eminentissimo Señor/ Don Francisco de Borja Ponce de León y/ Aragón, Presvytero Cardenal de ¡a Santa'/ Ro- m-ana Iglesia, y Obispo de Cala-/ horra, y la Calzada'/ Su Subdito, y mas afecto servidor Don Domingo/ Hidalgo de Torres y la Cerda, Cavallero del/ Abito de Santiago, vecino de la Villa/ de Anguiuno ./ Con privilegio./ En Madrid: Por Juan García Infanzón,/ Impressor de la S. Cruzada, Año ée 1101.'/ A costa de Francisco Laso, Mercader de Libros: Hallase en su Casa,/ enfrente de San Felipe el Real.

220 X 150 mm. : 14 ff.-724 pp.-14 ff.

En realidad de verdad se trata, al parecer, de una sola edición, pues comparándolas, sólo se diferencian en la portada y en el £ 8, donde van las aprobaciones de los censores de la Orden ; pero todo lo demás es exactamente lo mismo, como ya lo reconocieron Muñoz y Romero (42) y Salvá (43).

Sin embargo, no compartimos la opinión de estos escritores cuando afirman que el P. Anguiano, verdadero autor de la obra, la publicó a nombre de su sobrino «por no someterse a la censura de los individuos de la Orden» , pero que ((habiendo visto que esta publicación no había parecido mal a los de su hábito, puso en la misma edición otra portada» . No vemos motivo alguno para que los Capuchinos hubiesen rechazado dicha obra y consiguientemen- te para que el P. Angxiiano temiera su censura.

6. Epitome historial,/ y conqvista espiritual/ del imperio abyssino,/ en Etiopia la alta./ o sobre Egypto./ a cvyo emperador svelen/ llamar Preste Juan, los de Europa./ Conságrale rendido/ al Eterno, \< Divino Padre,/ Primera Persona de la Trinidad/ BeatissimaJ Frav Matheo de Angviano ./ Predicador Capvchino. de la/ Sarita Provincia de la En- camación de las dos Castillas, Procurador,'/ y Secretario que ha sido de ella, y Guardian de sus Conventos/ de las Cinidades de Alcalá de He- nares, y de la/ Imperial de Toledo./ Con privilegio: En Madrid,/ Por Antonio Gongález de Reyes. Año de 1706./ A costa de Francisco Laso. Mercader de Libros: Véndese/ en su casa, enfrente de las Gradas de S. Felipe el Real.

205 X 150 mm. : 16 ff.-201 pp.-6 ff.

(42) T. MUÑOZ Y ROMERO. Diccionario biblio gráfico-histórico de los anti- guos reinos, proz'incias . ciudades, villas, iglesias y santuarios de España, Madrid, 1858, p. 224.

(43) P. SALVA Y MALLEN. Catálogo de la Biblioteca de Salvá, II, Valen- cia, 1872, p. 440, n.o 2.816.

XXXII

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

En la primera parte de la obra se ocupa de las Misiones de los Capuchinos en Abisinia, de los progresos allí realizados y del mar- tirio de dos de ellos, hoy en día elevados al honor de los altares, los Beatos Agatángelo y Casiano. Pero en la segunda parte habla de las misiones de los Capuchinos españoles en el Congo y Amé- rica, anotando asimismo los mártires que en ellas hubo y los frutos conseguidos, que a la verdad no fueron pocos ni de poca consi- deración.

7. La Nueva J erusalen,/ en que la perfidia hebraica/ reiteró con uveros vltrages/ la Passion de Christo,/ Salvador del Mvndo,/ en sv sacrosanta imagen/ del Crucifixo/ de la Paciencia,/ en Madrid:/, Y augustos, y perenes desagravios/ de nuestr'os Catholicos Monarcas,^ Don Pheíipe Qzvrto el Grande,/ y Doña Isabel de Borbón,/ y de svs svcessores ,/ en sv Real Convento/ de la Paciencia de Christo/ de Me- nores Capuchinos de nuestro Seráfico Padre/ San Francisco./ Dedica esta historia/ a Christo Crvcificado/ sv avtor, el P. Fr. Matheo de Angviano,/ Pre^dicador Capuchino , Procurador, y Secretario , que ha sido,/ desta Provincia de Castilla, y Guardian de los Conventos'/ de las Ciudades de Aicalá de Henares, y de Toledo :/ Por mano de Don Bar- tolomé Flon y Morales,/ Secretario de su Magestad, y espe'cial. Devo- to del Santissimo Christo,/ y Bienhechor de la Religión./ Con licen- cia. En Madrid. En la Imprení'a de Manuel Ruh de Murga,/ Año de 1109.

200 X 150 mm. ; 17 ff.-384 pp.-8 ff.

Dedicó esta obra a relatarnos la historia del famoso Cristo de La Paciencia y del convento de Capuchinos que llevó el mismo nom- bre en la corte. En ella se muestra el P. Anguiano una vez más perfecto historiador y conocedor de cuantos documentos se relacio- naban con el asunto. De tal manera que, después de haber exa- minado cuantos documentos existen sobre el particular, lo mismo en los Archivos públicos que en el Provincial de los Capuchinos de Castilla, nos hemos convencido plenamente de que no los des- conocía y de que a base de ellos escribió este libro. Por eso creemos se le puede seguir en un todo, así en el relato como en las fechas, aunque tenemos que confesar que se muestra, por desgracia, en su estilo resabiado del gusto de la época.

8. Parayso/ en el desierto./ donde se gozan/ espirituales delicias,/ y se alivian las penas/ de los afligidos,/ constituido/ En el Devotissi- mo Santuario del Real Bosque del Pardo,/ donde es venerada la Ima- gen Sagrada de Christo S. N./'cn el Sepulcro, en el Convento Real de los Capuchinos,/ y frefquentemente visitada de los Monarcas Catho-'/i lieos, y de todos los Fieles de la Corte,'/ y de su Comarca./ Dedica es-

INTRODUCCIÓN

xxxm

ta historia/ A la Suprema Magestad de Christo, Redemptor del Mwv- doj depositado en el Sepulcro, su redimido, y el menor/ de sus Sier- vos,/ Fr. Matheo de Anguiano,/ Pr'edica-dor Capuchino, Hijo de esta Santa Provincia de la/ Encarnación de las dos Castillas, varias vczes Guardian,'/ y al presente del Real de la Paciencia/ de Madrid./ Con li- cencia: En Madrid. Año de 1113 / En la Imprenta de Agustin Fernan- dez./ A costa d-: Francisco Lasso, M&rcader de Libros, enfrente de S. Felipe el Real.

200 X 150 mm. ; 10 ff.-240 pp.-S ff.

Justamente, al celebrarse el primer centenario de la fundación del convento de Capuchinos de El Pardo, escribía el P. Anguiano la presente obra, que viene a ser una historia completa de cuanto dice relación al mencionado convento, tan antiguo como solitario, convertido después en venerando santuario y lugar de piadosas ro- merías, cuando Felipe III regaló a los Capuchinos de aquel Real Sitio, en 1615, la meritísima talla de Cristo yacente, bella escultura de Gregorio Hernández y, para muchos artistas, la mejor de sus obras.

Una vez más repetimos cuanto del precedente hemos dicho : también en este libro se muestra el P. Angtiiano muy escrupuloso y fidedigno historiador, analizando los hechos y las fechas y deter- minando con esmerado criterio cuanto podría resultar dudoso o menos probado. Después de compulsar los documentos originales que en el Archivo Provincial de Castilla se conservan, podemos afirmar que todos ellos los tuvo muy a la vista el P. Anguiano para redactar su importante historia.

Aparte de esos trabajos que vieron la luz pública, compuso también, y esto ya antes de 1702, según testimonio del P. Martín de Torrecilla, que le conoció y trató, la siguiente obra que creemos no llegó a imprim-'rse : Remedio de distraídos y antídoto de virtuo- sos, con la práctica de los Ejercicios espirituales de los diez días para toda suerte de personas, en 8.° (44).

Se le ha atribuido también esta otra, que a nuestro juicio tam- poco debe ser de él : Historia de Nuestra Señora de Lomos de Orias. 1722 (45).

(44-) MARTIN DE TORRECILLA. O. F. M. Cap. .\pologem4i. espejo y exce- lencias de la Seráfica Religión de Menores Capuchinos. Madrid. 1701. p. 18.5.

(45) BONONÍA, o. c, p. ISS.— El Pbro. Don Pedro González y González, en su conferencia Bibliografía Riojana (Logroño, 1927, p. 2.5) dice, hablando de la Ba- sílica de Nuestra Señora de Lomos de Orios. en Villoslada, que »el beneficiado Sán- chez Salvador publicó en 1722 la Historia de la Imagen, templo y hospedería, con reseña de variados sucesos calificados de milagrosos». A la vista tenemos esa obra

XXXIV

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

Escribió también la Crónica de los Menores Capuchinos de nuestro Seráfico Padre San Francisco de esta Provincia de la Encarnación de las dos Castillas, manuscrito que se conservaba en el convento de Capuchinos del Prado de Madrid y que Baena consultó para su conocida obra. Tenía también el título de Memo- rias historiales , y precisamente la segunda parte de esa Crónica la constituía el manuscrito sobre las Misiones Capuchinas, que ahora publicamos, como luego diremos (46).

Asimismo su actividad y sus aficiones históricas se ponen bien de manifiesto en muchas notas puestas al margen de gran número de documentos del Archivo Provincial de Capuchinos de Castilla, haciendo aclaraciones, rectificando fechas, etc. (47). Lo propio se diga de los muchos e interesantes documentos relativos a las Misiones Capuchinas, lo mismo en Africa que en América, que se conservan en la sección de manuscritos de nuestra Biblioteca Na- cionail, y que han sido en gran parte utilizados por el P. Baltasar de Lodares (48) y por el P. Froilán de Rionegro (49).

c) Historia de la Misión del Congo.

Comencemos por decir que la obra de más importancia escrita jjor el P. Anguiano sobre misiones es sin género de duda la que

del Ldo. D. Juan Fernández (no Sánchez) Salvador, que ostenta el siguiente título: «Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora llamada de Lomos de Ortos, co- locada en lo eminente de la Sierra Cebollera, perteneciente a la tierra de los Cameros y a la jurisdicción de la noble Titila de Vill oslada-a, Madrid, 1722.

No sabemos por qué ha sido atribuida al P. Anguiano, cuando en realidad no hizo sino dar su aprobación (Madrid, 17 de junio de 1720) para que pudiera imprimirse.

(46) Cfr. T. ANTONIO ALVAREZ Y BAENA. Hijos de Madrid, ilustres en santidad, dignidades, armas, ciencias y artes, t. Ill, Madrid, 1790, pp. 50-52, en que habla del Capuchino P. José de Madrid, y t. II, p. 429, en que traza la biografía de otro Capuchino, P. Isidro de Madrid, citando unas veces la Crónica manuscrita del P. Anguiano, y otras Memorias historiales, del mismo.

(47) Cfr., r?r ejemplo, la larga nota que puso a! manuscrito Anales de los Frai- les Menores d,, Castilla (Archivo Prov. de Capuchinos de Castilla, 1/00014), gra- cias a la cual se sabe quién es el autor, P. Félix de Granada, O. F. M. Cap. Dichos Anales fueron publicados por el P. B. DE CIUDAD RODRIGO, Salamanca, 1910.

(48) BALTASAR DE LODARES, O. F. M. Cap. Los Franciscanos Capuchinos en Venezuela, .S vols., 2.» ed., Caracas, 1929-19.''.l.

(49) FROILAN DE RIONEGRO, O. F. M. Cap. Relaciones de las Misiones de los PP. Capuchinos en ¡as antiguas provincias españolas, hoy República de Ve- nezuela (10.50-1817), tomos I y II, Sevilla, 1918.

ID.- Misiones de ¡os PP. Capuchinos. Documentos del Gobierno central de la unidad de ¡a raza en la exploración, población, pacificación, evangeHzación y civiH- sación de ¡as antiguas provincias españolas, hoy Repiiblica de Venesueia, Ponte- vedra, 1930.

INTRODUCCIÓN

XXXV

hasta hoy permaneció inédita y se conserva en la sección de ma- nuscritos de nuestra Biblioteca Nacional, Ms. 18.178.

Dicho manuscrito carece de portada ; tal vez, y ásí lo persuade la foliación que lleva, era continuación de la primera parte de la mencionada Crónica de los Capuchinos de Castilla, cuyo paradero desconocemos. Tiene, sin embargo, este sencillo epígrafe : Segun- da Parte./ Déla Chronica délos Menores Capuchinos de Nuestro se-l rajico Padre San Francisco desta Provincia deila Encar-/ nación délas dos Castillas.

Mide 313 X 220 mm. y tiene en total 312 Folios numerados, aunque con foliación muy irregular.

Va dividido en tres extensos libros. El primero trata de las mi- siones de los Capuchinos en el Congo y comienza en el f. 236 y continúa correlativamente hasta el 273 ; siguen después los ff 96-180 y 187-197 y, por fin, lleva añadidas 7 hojas sin nume- rar. El segundo libro, que trata de las misiones que han tenido los Capuchinos españoles en otros reinos de Africa, ocupa los ff. 196 al 264, llevando la foliación toda seguida ; y el tercero, que versa sobre las misiones habidas en América, también por los Capuchi- nos españoles y hasta la fecha de escribirse, 1716, comienza en el f. 265 y llega hasta el final.

Todo el primer libro, el más lato de los tres y que versa úni- camente sobre las misiones del Congo, es el que ahora publica- mos. El segundo vendrá a formar, según esperamos, el segundo tomo de las Misiones Capuchinas en Africa ; y el tercero ha sido publicado íntegramente por el P. Froilán de Rionegro, O. F. M. Cap. (50).

Autor. Según ya indicamos, este interesante manuscrito no lleva portada, como tampoco consta en él el nombre de su autor. Sin embargo, no puede ponerse en tela de juicio que es todo él obra del P. Mateo de Anguiano. Basta para persuadirse de ello exami- nar la letra y compulsarla con otros escritos originales suyos, tales como la mencionada carta escrita en 1695 desde Laguardia, etc.

Además, bien a las claras lo dice él mismo cuando, al trazar brevemente la biografía de Fr. Francisco de Pamplona, añade : ((Cuya admirable vida saqué a la luz el año de 1704, con el título : El Capuchino español» (51).

(50) ID. Relaciones de las Misiones de los PP. Capuchinos, o. c, t. 11, pá- ginas 80-214.

(51) Ibid., p. 144, cap. XII, n.» 7.

XXXVI

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

Fecha. El mismo P. Anguiano nos indica también el año en que lo escribió, por lo menos el libo tercero, cuando al final de él y hablando de los frutos espirituales conseguidos por los Capu- chinos en América, dice que ha expuesto lo sucedido en los sesenta y ocho años que llevaban allí, desde 1648, en que fueron por pri- mera vez al Darién ((hasta el presente año de 1716» (52).

Fuentes. El P. Anguiano no escribió sus obras, como ya he- mos hecho notar, sino a base de documentos por él vistos y con- sultados. No negamos que en algunas cosas tenga a su vez defi- ciencias, principalmente en alguna fecha, pero bien podemos ase- gurar que no perdonaba diligencia para informarse debidamente de todo a fin de que no le pudiesen tildar de ligero. Así lo confiesa él mismo cuando escribe : ((Con lo dicho hasta aquí he dado las noticias que he podido adquirir en espacio de algunos años que ha que me dediqué a recogerlas para honra y gloria de Dios y común edificación» (53).

Y que así lo hacía efectivamente son buena prueba, entre otros, los testimonios que vamos a aducir. Varias veces nos habla de las relaciones del P. Francisco de Veas y del P. Buenaventura de Co- rella (Cfr. cap. XXII, núm. 2) y sobre todo dice al final del capí- tulo LIX, hablando del regreso a España de los Padres Antonio de Teruel y Buenaventura de Corella : ((Debémosles gran par- te de las noticias de esta relación, especialmente al P. Fr. An- tonio de Teruel, el cual fué fidelísimo observador de los sucesos de su tiempo, y como testigo de vista refiere en su relación cuanto sucedió desde que llegó al Congo, el año de 1647, hasta el de 1658, en que volvió a España. De sus originales, de los del P. Fr. Juan de Santiago y de las relaciones que se dieron a la estampa el año de 1649 en Madrid y fueron publicadas por don José Pellicer de Tobar, Cronista mayor del señor rey D. Felipe IV, el Grande, se ha formado ésta, a las cuales principalmente seguiremos en ¡as restantes de la Zinga y del Benín, añadiendo las noticias que por otras vías hemos podido adquirir» (núm. 18).

También, al hablar de las misiones de Cumaná y Llanos de Ca- racas, pone como fuentes de información los ((escritos de los Padres F"r. José de Carabantes y Fr. José de Nájera, ambos misioneros

(52) Ibid., p. nS, cap. XVIII, n.» 1.

(53) Ibid.

INTRODUCCIÓN

XXXVII

de dichas misiones» (54). Asimismo en varias partes trae las pala- bras del P. Pablo de Orihuela, Prefecto de las mencionadas misio- nes, cuya carta copia al pie de la letra al trazar la biografía de los distintos misioneros (55)-

Contenido. Concretándonos al libro primero, que ahora parti- cularmente nos interesa, el P. Anguiano ha querido trazarnos en él la historia completa de toda la misión del Congo, desde sus co- mienzos, mejor diríamos, desde los intentos de fundación hasta el año 1658 en que volvieron a España los últimos capuchinos espa- ñoles misioneros en aquellas apartadas regiones africanas. Desde entonces quedó la misión al cuidado exclusivo de los capuchinos italianos, ya que a los españoles se les cerró la puerta y aun la posi- bilidad de entrada por razones de estado, alegadas por Jos portu- gueses dueños de Angola y de su capital Loanda, razones que en buena ley no existían ni hubo tampoco fundamento alguno para sospecharlas.

A través de las páginas de esta historia se puede seguir paso a paso a los misioneros en las distintas partes, reinos o ducados que les tocó evangelizar. En sus variadas narraciones se ponen bien de manifiesto las dificultades, verdaderamente insuperables en algunos casos, surgidas en todos los órdenes y de parte de toda clase de personas, y asimismo el esfuerzo de los misioneros por llevar adelante su empresa sin decaer de ánimo. Y juntamente con ello los éxitos alcanzados en el aprendizaje de la lengua, en la instrucción de los naturales, en la administración de los Sacramen- tos y aun hasta en la formación espiritual escogida y esmerada de aquéllos, como más claramente habrá podido apreciar el lector en la primera parte de esta introducción.

Para complemento de su obra ha puesto al final un resumen de toda la misión y de cuanto en ella hicieron los religiosos desde 1658 hasta 1705. Y, por últmo, la lista de todos los misioneros que pasa- ron al Congo desde 1645 hasta 1705, que fueron en total doscien- tos treinta.

Concluímos esta ya larga introducción advirtiendo que sacamos a luz pública esta interesante y bien documentada obra del P. Ma-

f54) Ibid.. p. 140, cap. XI, n.» 14. (55) Ibid., p. 1.56, cap. XIV, n." 17.

XXXVIII

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DliL CONGO

teo de Anguiano, tal y como él nos la dejó manuscrita, sin cambiar palabras ni expresiones ni tampoco variando los nombres de las provincias, ciudades o villas del Congo. Ni siquiera hemos que- rido cambiar el enunciado de los capítulos, pues, aunque compren- demos que más de una vez no refleja bien el contenido de los mis- mos, los hemos dejado así, guiados por ese criterio de no alterar nada y de que la impresión sea en un todo conforme al original.

Sin embargo, hemos añadido numerosas notas con objeto de ilustrar en ocasiones las afirmaciones del P. Anguiano y comple- tar en otras la narración con fechas y datos de suma conveniencia. A veces se ha hecho necesario ponerlas para que mejor se vea la ilación de unos hechos con otros y pueda apreciarse la unidad existente entre los diversos capítulos de esta historia.

Fr. Buenaventura de Carrocera, O. F. M. Cap.

INDICE DE CAPITULOS

Páginas

Introducción IX-XLI

Capítulo I. Donde se da noticia del principio de la Cristiandad del reino del Congo, que es uno de los etiópicos de Africa, y de la sucesión de sus reyes cristianos 3-10

Capítulo II. Donde se refieren algunos sucesos notables del reino del Congo y se prosigue la sucesión de sus reyes hasta que entraron en él nuestros Capuchinos 13- 21

Capítulo III. Continúase la sucesión de los reyes del Congo y pi- den con nuevas instancias a la Silla Apostólica la Misión de los Capuchinos y al fin la logran 25- 32

Capítulo IV. De las grandes tribulaciones que padecieron los mi- sioneros desde que se embarcaron hasta llegar al Congo 35 "4 1

Capítulo V. De lo que les sucedió a los misioneros en el puerto de Pinda con un navio de herejes holandeses, de sus hostili- dades y cómo cesaron ésas por el auxiho de Dios y de los naturales 45- 52

Capítulo VI. Empiezan los misioneros a ejercitar su apostóUco mi- nisterio; pártese para Europa el capitán Falconi con dos de ellos y errferman gravemente los demás 55- 61

Capítulo VII. En que, para mayor conocimiento de los trabajos que los religiosos padecieron y padecen en aquellas misiones de Africa, se trata del temperamento y manjares ordinarios del Congo 65- 70

Capítulo VIII. Del gobierno político de los del Congo, de su co- mercio, habitaciones, trajes, guerras y estilos de los de la Corte 73- 79

Capítulo IX. De cómo el rey y ei Cabildo de San Salvador en-

XLII

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

Páginas

viaron un embajador a los misioneros, de la partida de algu- nos de ellos y cómo fueron recibidos del rey con grandes demostraciones de afecto y devoción 83- 89

Capítulo X. Hace el rey a los Padres nuevas demostraciones para más sincerarse de las calumnias pasadas, permíteles que pa- guen las visitas y concítanse contra ellos los portugueses 93-97

Capítulo XI. Envía el rey a los misioneros un gran regalo, señá- lales sitio por su mano para huerta, y dícese cómo ejercitaron su ministerio en aquella corte, y su grande ejemplo 101-106

Capítulo XII. De las Congregaciones que los misioneros instituye- ron en San Salvador, de sus frutos y del estilo que tenían en confesar hasta que supieron bien la lengua 109 116

Capítulo XIII. De cómo los holandeses de Angola cogieron un na- vio portugués y en él a cuatro Capuchinos que envió al Con- go la Sacra Congregación, y el rey envió dos embajadores para überarlos 1 19-123

Capítulo XIV. Conclúyese la controversia, quedan corridos los he- rejes, despiden con la negativa a los embajadores y a la vuelta ocurren varios sucesos notables 1 27-1 31

Capítulo XV. ^De cómo el rey hizo fabricar en su corte casa para los reUgiosos y escuelas para la juventud, y de la conversión singular de im hereje I35-I39

Capítulo XVI. De las dihgencias que hicieron los reUgiosos para establecer las paces entre el rey y el conde de Soñó, y cómo éste les entregó el príncipe 143-147

Capítulo XVII. Del modo cómo se dispuso la entrega del príncipe y de las demostraciones de piedad y agradecimiento a Dios y a su Santísima Madre con que le recibió el rey 151-154

Capítulo XVIII. Cómo envió el rey dos Padres de la misión por embajadores: uno al Papa y otro al príncipe de Orange, y cómo la Sacra Congregación nombró más misioneros a instan- cias de Fr. Francisco de Pamplona 157-164

Capítulo XIX. Parte de Cádiz la nueva misión para el Congo;

ÍNDICE DE CAPÍTULOS

XLIII

Páginas

dase noticia de su viaje y entrada en Soñó y de varios su- ^ cesos que ocurrieron 167-173

Capítulo XX. Salen del puerto de Pinda las embarcaciones; llegan a la tierra del Calamar y a la isla de Añobón, hace en ambas partes insigne fruto el P. Fr. Juan de Santiago, perece mucha gente y, por último, todas tres embarcaciones 177-184

Capítulo XXI. Llega la respuesta del aviso de San Salvador; pár- tense para aquella corte los nuevos misioneros, pasan grandes trabajos en el viaje, enferman todos y mueren algunos 187-192

Capítulo XXII. Júntanse todos los misioneros para repartirse por las provincias del reino; háceles una breve exhortación el Pre- fecto, alentándoles a los trabajos; destina los que han de ir fuera de la corte y manda el rey que lleven una carta suya para que en todas partes los admitan y asistan con lo necesario. 195-202

Capítulo XXIII. Dase principio a la misión de la provincia de Bata; refiérense algunos sucesos del viaje y sus feUces prin-

cipios 205-209

Capítulo XXIV. Continúase la misión del ducado de Bata, refié- rense los ejercicios ordinarios y varias penaUdades que se ofre- cían en ellas 213-220

Capítulo XXV. De otros trabajos que se padecían en el ducado de Bata y de la causa que sobrevino para dejarle los Padres a quienes se encomendó y pasar a hacer imsión a otras pro- vincias del reino 223-229

Capítulo XXVT. En que se refiere la muerte del P. Fr. Buena- ventura de Cerdeña y se da noticia de los sucesos particulares

de la misión del condado de Huandu 233-241

Capítulo XXVII. En que se prosigue la materia del capítulo pre- cedente 245-250

Capítulo XXVIII. Cómo los dos misioneros de la Zinga se par- tieron para San Salvador y de allí pasaron a plantar la misión al marquesado de Encusu; refiérense varios trabajos y suce- sos que les acaecieron en ella 253-260

XLIV

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

Páginas

Capítulo XXIX. De las misiones de Soñó y Loanda y sucesos par- ticulares de ellas 263-272

Capítulo XXX. De los progresos de la misión del ducado de Sun-

di y de algunos casos maravillosos que sucedieron en ella ... 275-281

Capítulo XXXI. Prosiguen la misión del marquesado de Encusu los Padres Fr. José de Pernambuco y Antonio de Teruel por muerte del P. Fr. Gabriel de Valencia; dase noticia de este religioso y de los sucesos que ocurrieron 285-292

Capítulo XXXII. En que se refieren algunos casos notables que sucedieron por este tiempo en San Salvador para aliento de los misioneros 295-302

Capítulo XXXIII. De la embajada de los Padres Fr. Angel de

Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma, y sus resultas 305-309

Capítulo XXXIV. Refiérese el viaje del P. Fr. Angel de Valencia a España y cómo la Majestad Católica de nuestro monarca D. Felipe IV mandó dar los despachos y medios necesarios para la conducción de ambas misiones 313-317

Capítulo XXXV. Ponese el tenor del decreto para el envío de las dos misiones y dase noticia de los sujetos que fueron nom- brados para ellas 321-326

Capítulo XXXVI. Parten ambas misiones de Cádiz, refiérese su navegacién; llegan a Canarias, y desde allí se dividieron cada una para su reino. Aportan a Soñó los del Congo, donde hallan la noticia de la muerte del P. Fr. Buenaventura de Alessano, Prefecto de la misión 329-334

Capítulo XXXVII. Comienza a ejercer su oficio de Prefecto el P. Fr. Jenaro de Ñola; padecen varias enfermedades los nue- vos misioneros; mueren algunos y llegan los demás a San Salvador; hácese al rey la corrección de sus faltas públicas, disimula el enojo y comienza la persecución de la misión ... 337 341

Capítulo XXXVIII. Dejan los religiosos de Encusu aquella misión y pasan al marquesado de Pemba; díccse la causa de la mu- danza y el fruto que se hizo en Pemba 345-350

Capítulo XXXIX. Plántase la misión en el ducado de Bamba;

ÍNDICE DE CAPÍTULOS

XLV

Páginas

llega nuevo Prefecto de Roma; piden los portugueses de Loanda para su consuelo al pasado; pónense en buen esta- do las reducciones ; descúbrese el enojo del rey y varios ritos gentílicos en el reino 353-360

Capítulo XL. Manifiéstase más a las claras el odio que el rey con- cibió desde la corrección de los religiosos contra ellos y otras personas de primera calidad, a quienes mandó quitar la vida por parecerle habían descubierto sus faltas a los Padres ... 363-369

Capítulo XLI. En que se trata de la misión del señorío de Ma- tari, vecino al ducado de Simdi; de la muerte del P. Fr. Jor- ge de Gela y del P. Fr. Jenaro de Ñola 373*380

Capítulo XLII. En que se da noticia de la muerte de los Padres Fr. José de Pernambuco y Fr. Francisco de Veas y de su vida ejemplar 383-389

Capítulo XLIII. ^Prosigúese la misión de Encusu; descúbrense esperanzas de un gran progreso espiritual, frústranse en -mu- cha parte y dícese la razón por qué 393*398

Capítulo XLIV. De los progresos y ejercicios espirituales de la

misión de Pemba y de algunos sucesos que ocurrieron en lia. 401-406

Capítulo XLV. Envía nuevos misioneros la Sacra Congregación; llegan a tomar puerto a Loanda y embarázanles pasar al Con- go los portugueses de esta plaza por los motivos de las gue-

rras con Castilla 409-414

Capítulo XLVL ^De la persecución que movió el rey del Congo contra la misión y cómo los portugueses de la Cámara de Loanda se opusieron a sus designios 417-423

Capítulo XLVIL Experiméntanse nuevos progresos en la misión de Pemba; plántase de nuevo la de Dande, señorío sujeto al reino de los Abandos, y dícense sus circunstancias 427-432

Capítulo XLVIII. De una traición que se conjuró contra el rey y muerte de los autores de ella; cómo juraron al príncipe por sucesor en la corona de su padre y después de la muer- te de éste comenzó a reinar felizmente 435-441

XLVI

MIS. CAPS. EN Africa, la misión del congo

Páginas

Capítulo XLIX. 'Dase noticia de los felices principios del rey D. Alonso, último de este nombre en el Congo; refiérense sumariamente los frutos espirituales de él y la vuelta para España de los Padres Fr. Antonio de Teruel y Fr. Buena- ventura de Corella 445-453

Capítulo L. En que se da noticia del estado presente del reino del Congo hasta el año de mil setecientos y cinco y de varios sucesos notables 457-461

Capítulo LI. En que se hace mención de los misioneros que hasta hoy ha enviado la Sacra Congregación al Congo desde que fueron a ese reino los primeros Capuchinos 465-479

Indice alfabético de personas, cosas y lugares 481-494

CAPITULO PRIMERO

Donde se da noticia del principio de la Cristiandad del reino del Congo, que es uno de los etiópicos de Africa, y de la sucesión de sus reyes cristianos

1. Para proceder con mayor claridad en esta materia, por ser de tierras tan remotas de nuestra España, aunque muy cursadas de nuestros religiosos a costa de inmensos trabajos, doy principio a ella por la ex- plicación del nombre de Etiopía. Este es genérico y comprende en su lata significación todos aquellos reinos y provincias cuyos habitadores son de color negro ; porque a todos ellos comúnmente les llamamos etíopes y a sus tierras Etiopía, no obstante que en unas son más mo- renos que en otras los naturales, cuya cualidad, según el mejor sentir, les proviene ab intrínseco y no 'del ardor grande del sol, pues aún en tierras frías nacen con el mismo color negro. Abrazan con esa misma generalidad ese nombre las tierras que tiran desde las playas del Mar Rojo de la banda de Arabia hasta Palestina, las cuales, aun en las Sa- gradas Letras, se llaman Etiopía. El mismo nombre tienen las que co- rren de la parte de Africa, saliendo de Egipto a lo largo del Mar Rojo, y desembocando por las puertas de ese mar, no sólo las que tiran hasta el Cabo de Guardafui, que cae en doce grados de la línea, sino también todo lo que se extiende hasta el Cabo de Buena Esperanza, y doblando este cabo, todo lo que hay de tierra hasta Angola y Cabo Verde. Por- que a todos los que pueblan estas costas y fierras ks llamamos etíopes, y a sus reinos Etiopía. Los modernos geógrafos, en la tabla de Africa, estrechan más a Etiopía, porque dividen la parte de Africa en seis re- giones, como son : Egipto, Berbería, Numídia o Vildedulgería, Sarra o Libia, Nigritas y Etiopía, y a cada una de ellas dan sus términos y límites. Y cuando llegan a hablar de Etiopía, la dividen en dos, a una de las cuales llaman superior o interior y a la otra la dicen inferior o exterior. Una y otra han sido y son cultivadas en la fe por nuestros

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Capuchinos y de muchos años a esta parte. Pero dejando por ahora lo tocante a la superior, empezaremos por la inferior, y en primer lugar por el reino llamado del Congo.

2. No conocieron este reino los antiguos geógrafos, juzgando por inhabitable aquella parte de tierra, situada debajo de la zona tórrida : y asi Ptolomeo, en la descripción de Africa, no le nombra ; antes, cuando concluye con la Etiopa interior, o sobre Egipto, comprendió la Nubia y toda aquella parte que se conoce con nombre' de Guinea, que es la Etiopía exterior, y parando allí dice que se termina por el occidente y mediodía con la tierra incógnita y con el seno grande del mar e^xte rior. Esta tierra incógnita, según buena demarcación, venia a empezar en el Cabo de las Palmas y corría hasta el de Buena Esperanza ; y el mar exterior era el que los antiguos llamaban Piélago de las Hipadas, empezándole desde el Mar Rojo, de Orietite a Mediodía, y haciendo uno los dos Océanos que ahora se distinguen en Indico y Etiópico. Estrabón, cuando divide las Etiopias, parte siguiendo y parte refutando a Homero, Eurípides, Esquilo y Eforo. afirma que cuantos intenta- ron navegar el mar de Africa, ya empezasen su navegación desde el estrecho de Gibraltar, ya por el Mar Rojo o Seno Arábico antes de contar la línea, unos del Mediodía al Oriente', por el Cabo de las Pal- mas, y otros del Oriente al Mediodía, por el Cabo de Guardafuí, vol- vían atrás, amedrentados de los peligros y horrores de aquellos mares. Y en fin : todos le daban nombre de Etiopía a aqiiella tierra que era el término de su navegación ; y a estos mares impenetrables les dió nombre de establo de los caballos del sol y de' carro de la aurora, y no a la Etiopía vecina a Egipto donde la había señalado Eurípedes. Empero, aunque en las Sagradas Letras y en las profanas se hace men- ción de Etiopía la Alta, llamada también interior, y sobre Egipto, que pertenece al imperio de los Abisinios, y de la Oriental, que confina con Arabia y Mesopotamia y era de los Madianitas, con todo eso en ningu- na de ellas se comprende el reino del Congo, supuesto que ninguno de los geógrafos griegos ni latinos hizo memoria de provincia alguna es- pecial de cuantas caen detrás de la equinoccial.

3. Tuvo principio la navegación del mar océano y conquista de Africa en tiempo del Infante Don Enrique de Portugal, con cuya no- ticia, deseoso el Papa Nicolao V de que aquella gentilidad se redujese a la fe cristiana, les concedió a los Reyes de Portugal esas conquistas, según refiere Antúnez de Portugal ; y en esa misma ocasión les con- cedió también toda la Guinea y mares adyacentes. Después Calixto III,

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por Bula del año de 1456, confirmó la de Nicolao V con el aumento de patronazgo y presentación de beneficios. Dichas Bulas fueron des- pués confirmadas por Sixto IV eti el año de 1481, según refiere el mis- mo autor Antúnez de Portugal (1). Así, pues, estuvo por tantos siglos ignorado y desconocido de las gentes de Europa el reino del Congo, es a saber, hasta el año de nuestro Salvador de 1485, en que el Rey Don Juan II de Portugal, deseando proseguir el descubrimiento de Gui- nea y de la India, que el Infante' Don Enrique había empezado, envió a Diego Cao con su armada y descubrió el reino del Congo.

4. En esa misma ocasión, habiendo dado fondo en el puerto de Pinda, donde desemboca el rio Zaire en el mar, y pertenece al Con- dado de Soñó, saltó en tierra y trató luego amistad con el Mani, lla- mado después Conde de Soñó, que es uno de los mayores señores de aquel reino, a cuyo estado pertenece el dicho puerto y es por donde entran siempre los de Europa. Este nombre de Maní es común a los grandes señores en el Congo, a que añaden el del estado que posean y de que son duques, marqueses y condes, como Mani Soñó, Alani Pemba, Mani Bamba, y a este modo. A los demás que no tienen es- tado, aunque son grandes señores, les llaman comúnmente Manicon- gos para diferenciarlos de los que tienen estado. Después les introdu- jeron los portugueses los títulos de duques, marqueses y condes, y de señores de vasallos y otras poHticas, que hasta hoy usan, y varias cos- tumbres de su tierra. Hecha, pues, la amistad con el Mani Soñó o conde de Soñó, se volvió a Portugal con su armada Diego Cao y dió noticia de su descubrimiento.

5. Después se gastaron cinco años en embajadas y pláticas. Luego en el de 1490, por el mes de diciembre, envió el Rey de Portugal otra armada con Gonqalo de Sousa, que murió a vista de la Isla de Santia- go de Cabo Verde, al cual sucedió en el cargo de general Rui de Sousa, su primo hermano. Este llegó con su armada al mismo puerto de Pinda, a 29 de marzo del año de 1491, llevando consigo Religiosos de N. P. San Francisco, ornamentos, cruces, campanas y varios artí- fices necesarios de que carecían totalmente. Fué recibido el general del Mani Soñó, que era tío del Rey del Congo, con suma alegría y co- mún regocijo. Y así él como un hijo que tenía, fueron catequizados y se bautizaron el día de la Resurrección del Señor de dicho año. Lla- móse el padre Don Manuel, y el hijo Don Antonio, y éstos fueron

(1) Cfr. DOMINICUS ANTUNEZ (PORTUGAL). Tractatus de donationibus ju- rium et bonorum regiae coronae, 2.* ed., Lugduni, 1699.

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los primeros cristianos del reino del Congo, porque hasta entonces todos fueron gentiles y bárbaros. De aquí tomaron empeño algunos autores para decir que' el primer rey cristiano del Congo se llamó Don Manuel, lo cual no fué así, y la equivocación procedía del Maní Soñó cuyos estados son los primeros por aquella parte del puerto de Pinda y son muy dilatados, y hoy se llama comúnmente, allá y acá, el con- dado de Soñó (la).

6. Desde el condado de Soñó pasaron adelante hasta llegar a la banza o corte del rey del Congo, situada en la provincia de Pemba, donde le visitaron y trataron despacio. Recibiólos con sumo agrado y cortejo, estimando mucho el presente de varias cosas que le llevaron del Rey de Portugal. Empezaron luego a tratar de lo principal, cate- quizaron al rey y a seis de sus Maníes y los bautizaron solemnemente en un oratorio que los Religiosos pusieron en su palacio el día de la Santa Cruz de mayo del año de 1491. Hizo la función del bautismo el que iba por superior de los demás Religiosos y se llamaba Fray Juan, y en él puso por nombre al rey el de Juan, de que usó en adelante en memoria del Rey Don Juan de Portugal, a quien debía tan señalado favor. Los seis Maníes se llamaron Don Francisco, Don Gonzalo, Don Jorge, Don Lope, Don Diego y Don Rodrigo. Después se fabricó una iglesia, y con tal brievedad, que habiéndose puesto la primera piedra el día 6 de mayo, se acabó a primero de junio. En ese ínterin murió el Pa- dre Fr. Juan, estrenando así la tierra del Congo los hijos de la Reli- gión Seráfica. Sucedióle en la prelacia Fr. Antonio, cuyo apellido, como eJ de su antecesor, ignoramos, y el día 2 de junio bautizó a la reina so- lemnemente, y ésta en memoria de la de Portugal se llamó Doña Leo- nor, y de dos hijos varones que tenían, el mayor recibió el bautismo y se llamó Don Alonso ; el menor, cuyo nombre era Panssa Aquitima, se

(la) Pueden verse datos más concretos sobre lo que aquí dice en Notas para una Cronología Eclesiástica e Missionaria do Congo e Angola (1491-1944), en !a revista Arquivos de Angola, 2.'- serie, II (1944), n.° 7, pp. 37-93.

Como alli se afirma (p. 37), tres Ordenes religiosas se disputan la gloria de haber sido los primeros evangelizadores del Congo : los Padres o Canónigo,s de San Juan Evangelista, los Franciscanos y los Dominicos. Los primeros misioneros llegaron al Congo el 3 de abril de 1491.

Asimismo, para mejor conocimiento de lo que luego se dirá, vamos a poner la lista de los reyes cristianos del Congo desde 1491 a 1670. Fueron los siguientes : luán I, Alfonso I, Pedro I, Pedro II, Diego I, Enrique I, Alvaro I, Alvaro II, Bernardo I, Alvaro III, Pedro II, García I, Ambrosio I, Alvaro IV, Alvaro V, Antonio I, Alvaro VI, García II y Alvaro VII.

Lo mismo para la cronología eclesiástica del Congo que para la historia civil del mismo, puede consultarse con mucha utilidad la obra del VIZCONDE PAIVA MAN- SO, Historia do Covgo (Documentos), Lisboa, 1877, donde se han recogido muy in- teresantes documentos de varios archivos.

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quedó en su ceguedad y no quiso admitir la fe cristiana. Hallóse por e's€ tiempo una cruz milagrosa, como de media vara, de piedra, muy diferente de la de aquel reino y de color negro. Por este hallazgo se intituló la igksia con el nombre de Santa Cruz. Y asimismo se le mudó el nombre de' la ciudad capital y se le dió el de San Salvador, que hasta hoy conserva (2). Las ciudades en este reino se llaman Banza, y las villas y lugares, Libata.

7. Sucedió todo lo referido en tiempo que el rey tenia alistado su ejército real contra cierto Mani, vasallo suyo, que se le había rebelado, y era señor de algunas islas del río Zaire. En esta ocasión, antes de salir a campaña, bendijo Fr. Antonio el estandarte real, en el cual se puso la Cruz que le envió el Rey de Portugal. Recibióle el del Congo quitado el sombrero y puesto de rodillas, y luego se lo entregó a Don Gonzalo, nombrándole por su Alférez Mayor. Asistióle en esa guerra Rui de Sousa, juntándose con otros portugueses a su ejército, que pa- saba de ochocientos mil hombres de pelea y ocupaba cinco leguas de distrito. Tuvo en ella feliz suceso, pues venció a su enemigo y le quitó el estado y le degradó de todos lois honores de caballero. Después se fueron quemando muchos ídolos, de que por todo el reino había gran cantidad ; luego se despidió Rui de Sousa y se redujo a Portugal, a donde llegó el año siguiente. Con su deseado arribo recibió el Rey Don Juan II suma alegría, y mayor cuando supo quedaba ya plantada en el Congo la fe de Cristo Señor nuestro. De lo dicho se colige ma- nifiestamente cuánto discreparon Genebrardo, Venero y otros autores, que ponen estos sucesos en el año de 1503, siendo lo cierto lo que queda referido, y lo cual se comprueba con lo que escribe García de Resende como testigo de vista y cronista que fué del mismo Rey Don Juan II.

8. Quedaron desde entonces en el Congo cuatro religiosos de nues- tro Padre San Francisco y muchos portugueses, y fueron cultivando aquella nueva cristiandad, poniendo cruces en los caminos y plazas, le- vantando iglesias y erigiendo altares. Todo esto sucedió en vida del rey Don Juan, primer cristiano, que con celo admirable de la fe pro- curó se propagase. Mientras vivió no dejó de quemar ídolos y simula- cros del demonio, de que había gran suma por todo el reino. De los

(2) La primera iglesia levantada en el Congo se concluyó a primeros de julio de 1491 y se le puso por titular Santa María, que luego, en recuerdo sin duda de la cruz de que aquí se habla, se le llamó de Santa Cruz (Notas para una Cronolo- gía, etc.. p. 37).

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años de su reinado no hay cosa cierta ; sólo se sabe que le sucedió eti la corona su hijo Don Alonso, que fué no menos celoso de la fe que su padre en cincuenta años que poseyó el reino. Bien es verdad que en su tiempo no fué tan fácil leí estabk'cer las buenas costumbres y el arran- car los malos y perversos vicios que tenían, como lo fué el plantarla, a que se' añadió que el príncipe Panssa Aqultima, su hermano, perseve- rando en su idolatría con el resto de los gentiles, persiguió furiosamen- te a los recién convertidos, a cuya causa se encendió entre los unos y los otros una muy sangrienta guerra. En el discurso de' ella, hallándose el rey Don Alonso en cierta banza con solos veinte portugueses, le cercó Panssa Aquitima con más de veinte mil idólatras de su séquito, y siéndoles preciso pelear, obró Dios con ellos grandes maravillas. El rey y los portugueses vieron al tiempo de empezarse el combate un res- plandor admirable en el cielo, y en medio de él cinco espadas de fueg*o, que tomó de allí adelante por armas de su escudo y hasta hoy las con- servan sus sucesores. Acometieron a los gentiles, invocando a la usan- za española el auxilio de Dios y la protección de nuestro glorioso Apóstol Santiago y primer padre espiritual a quien veneran mucho des- de entonces, y los desbarataron y vencieron, con prisión de su prínci- pe, el cual murió en la prisión, que allá es pública y muy rigurosa, por- que los amarran a un poste de la plaza con fuertes cadenas de hierro, pero muy feroz y obstinado. Con todo eso, así él como todos sus sol- dados confesaron uniformemente que habían sido vencidos por una Se- ñora hermosísima, de color blanco y por un caballero montado a ca- ballo, que traía en el pecho una cruz roja muy resplandeciente (2a). Que- dó después de este milagroso suceso muy temido y muy respetado el rey, y, juntando sus Maníes, mandó recoger cuantos ídolos habían quedado en su reino y de todos mandó hacer una .solemne hoguera a su vista, sobre la cumbre de un monte alto, para que allí fuesen abrasados y rie- ducidos a ceniza.

9. Dió después nuevas asistencias a esta cristiandad el Rey Don Manuel de Portugal, enviando, antes del año de 1521, doce' religiosos de N. P. San Francisco y por Superior de ellos al Padre Fr. Juan Ma- rín, con nuevos ornamentos y arquitectos. El Rey Don Alonso del Congo dió la obediencia al Papa, enviando para ese efecto al Príncipe

(^jl) Fara estos sucesos y cuantos tuvieron lugar durante el reinado de estos mo narcas, por espacio de un siglo (1491-ir)91), cfr. DUARTE LOPEZ ET FILIPPO PIGAFETTA, Relatione de Reame de Congo ct delle circonvecine contradi, Roma, (1591), y la edición facsímil, Lisboa, 1949, pp. 43 ss.

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Don Enrique, su hijo, con grande acompañamiento (3). Murió el rey el año de 1530, habiendo reinado cincuenta. Sucedióle en la corona su hijo mayor Don Pedro, pero por poco tiempo ; mas en su reinado fué enviado Obispo a la Isla de Santo Tomé, pegante a la línea equinoc- cial. Y ese mismo Obispo lo fué también del Congo y fundó la cate- dral de San Salvador del Congo y puso en ella veintiocho canónigos con sus dignidades, al cual le sucedió en el Obispado un príncipe de la sangre real del Congo, que pasó a Roma, estudió y murió en el ca- mino, a la vuelta (4).

10. Por muerte de Don Pedro fué electo por rey del Congo Don Francisco, cuarto de los reyes cristianos de aquel reino. Murió dentro de pocos días, y entonces eligieron por su sucesor a Don Diego, su primo hermano, len cuyo tiempo el Rey Don Juan III de Portu- gal, que murió el año de 1557, envió a reforzar aquella cristiandad. Pasaron al Congo algunos Padres de la Compañía de Jesús y reduje- ron a cinco mil idólatras, fundaron tres iglesias y enseñaron a leer a seiscientos niños, y entonces entró en el Congo su tercer Obispo, de nación portugués (5). Muerto el Rey Don Diego, hubo grandes dis- cordias sobre el sucesor, y tales que en ellas fueron pasados a cuchillo cuantos portugueses se 'hallaban en San Salvador, excepto los eclesiás- ticos. Causa dieron bastante para ello con su altivez y soberbia. Por último, consiguió la corona Don Enrique, hermano del rey difunto. Su reinado fué corto, porque murió en una batalla contra los Ancicanos,

{^) La llegada de esos nuevos misioneros, enviados por el rey de Portugal, Don Manuel, tuvo lugar en 1509, y en 1513 Don Alfonso I del Congo envió al Papa Julio II una embajada de la que formaba parte el hijo del rey, Don Enrique, quien en 1518 fué designado Obispo titular, volviendo al Congo en 1521 con otra expedi- ción de misioneros (Cfr. Notas para una Cronología, etc., pp. 37-38). Esta expedición de misioneros se componía de cinco Franciscanos, cinco Agustinos y cinco Domini- cos, con otros varios Sacerdotes del Clero Secular (Cfr. P. CAVAZZI, o. c, Tivo- li, 193T, Libro II, cap. IV, p. 164, núm. 17, y D. LOPEZ ET F. PIGAFETTA, o. c, página 54.

(4) El Obispado de Santo Tomé, al que quedó agregado el Congo, fué creado por Clemente VII el 8 de noviembre de 1534 ; fué su primer Obispo Don Diego Ortiz de Villegas, que ocupó aquella silla los años 1534-1540 (cfr. Notas para una cronología, etc., p. 39, y lista de los Obispos de Santo Tomé y el Congo, ibid., pái- gina 94). Dicho primer Obispo manifestó deseos de que su sucesor fuese de sangre real y del Congo, y efectivamente asi se hizo. Este principe fué a Roma a consagrar- se, pero de regreso de la Ciudad Eterna murió en el viaje (Cfr. P. CAVAZZI, o. C, Libro II, cap. IV, p. 164, n.» 18).

(5) Juan III de Portugal envió al Congo Misioneros Jesuítas el 9 de agosto de 1547, no llegando a su destino hasta el 18 de marzo de 1548 ; el 20 de mayo en-- traban en la capital del reino, San Salvador, donde fundaron un colegio (Notas pard una Cronología, etc., p. 39). CAVAZZI (o. c, p. 164) dice que no sólo se enviaron entonces Jesuítas, sino también otros religiosos. Reinaba por aquel tiempo en el Congo Don Diego 1.

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a quienes tienen los del Congo por antropófagos y son los primeros al acabar de contar la línea equinoccial.

11. Después de Don Enrique entró Don Alvaro, su hijo, primero de este nombre y séptimo rey cristiano de los que hubo desde el año de 1485 hasta el de 1557. Este, antes del bautismo, se llamó Mneluqui- ni, para distinguirle de otros, según su antigua costumbre, que es bien ridicula, según veremos. Reconcilióse con los portugueses, que vivían en varias provincias de su reino, y se envió a disculpar con el Rey Don Sebastián y con el Obispo de Santo Tomé, por lo sucedido en San Salvador con los de la nación portuguesa, después de la muerte del Rey Don Diego. El Obispo pasó al Congo y reformó el clero y a la vuelta para su Isla de Santo Tomé murió. En tiempo de este rey hubo grandes guerras, porque los Giagos o Giacas entraron en el Congo con poderoso ejército y dieron sangrientas batallas, y tales que per- dió casi todo su reino. Retiróse con sus Maníes y con los portugueses que le asistían a una isla del Zaire, llamada del Caballo. Socorrióle el Rey Don Sebastián con seiscientos portugueses y con ese auxilio y principalmente con el de Dios, echó fuera a sus enemigos y recuperó sus estados. El obispado se dió a Don Antonio, natural de Castilla, que pasó al Congo con dos religiosos y cuatro sacerdotes. Reinó Don Alvaro treinta años y murió en el de 1587, y durante su reinado suce- dió el horroroso caso siguiente (6).

(6) En la lista de los Obispos de Santo Tomé y del Congo no figura tal Don Antonio, sino que por estos años (1578-1591) lo fué Fr. Martín de Ulloa.

Durante el reinado de Don Alvaro I, en marzo de 1582, eran enviados al Congo los primeros Carmelitas Descalzos, a causa de la falta que se notaba de misione- ros ; se embarcaron en abril, pero no llegaron a su destino por ir a pique la nave. Una segunda expedición de estos mismos religiosos no fué más afortunada, pues, perseguido el navio por corsarios, se vió obligado a regresar a Lisboa. Por fin, una tercera expedición, compuesta de dos Padres y un Hermano Lego, marcha al Congo en noviembre de 1584 con el nuevo Obispo Fr. Martín de Ulloa (Cfr. Notas, etcétera, pp. 41, y FLORENCIO DEL NIÑO JESUS, C. D. : Lo misión del Congo y los Carmelitas y la Propaganda Fide, Pamplona, 1929).

CAPITULO II

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Donde se refieren algunos sucesos notables del reino del Congo y se prosigue la sucesión de sus reyes hasta que entraron en él nuestros Capuchinos

1. Antes que pasemos adelante con la sucesión de los reyes, no excuso el referir tres sucesos muy notables que acaecieron en tiempo de los reyes antecesores a Don Alvaro, primero de este nombre, a los cuales doy principio con el siguiente que sucedió en tiempo de su rei- nado. Tuvo, pues, este rey por su privado a un Mani llamado Don Francisco, el cual, aunque había sido cristiano hasta que entró en la privanza, después apostató de la fe. Llevaba tan agriamente la predi- cación evangélica, que un día, no pudiendo ya sufrir lo que el predi- cador decía contra las idolatrías y amancebamientos, en que incurrían muchos todavía, y él más que ninguno, se levantó de repente hecho una furia infernal y empezó a decir a los circunstantes : que tratasen de volverse a sus ídolos y amancebamientos, como lo hacían los gen- tiles sus vecinos, pues se hallaban mejor con ellos y estaban más ricos que no después que los dejaron. No tardó el cielo en tomar venganza de acción tan escandalosa y de tan detestable ministro, porque le qui- tó Dios la vida brevemente, sin darle lugar al arrepentimiento, y su alma infeliz fué depositada en el infierno y poco después con ella tam- bién su cuerpo. Diéronle sepultura en la iglesia de Santa Cruz y en la siguiente noche se movió tan horrible v furiosa tempestad de truenos, relámpagos y rayos que, atemorizada la gente, se salió de las casas y se fué a la iglesia a j>edir a Dios misericordia, juzgando ser castigo del cielo y que su ruina estaba cerca. Hallándose en ese conflicto vie- ron abierta la sepultura del blasfemo difunto, y aunque asustados con la tempestad, todavía lo quedaron mucho más con ese nuevo accidente y la registraron. Pero ni dentro ni fuera de ella se halló el cadáver, con que se persuadieron todos a que los demonios por justos juicios

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de Dios habían fraguado aquella espantosa tempestad y sacado el cuer- po del difunto para llevarle al infierno con su infeliz alma. Con tan no- table castigo todos escarmentaron y de allí adelante' apreciaron la fe cristiana que se les predicaba. Por ese tiempo se hallaban en San Sal- vador religiosos de N. P. San Francisco, los cuales escribieron el caso a Roma y por mandato del Sumo Pontífice se autenticó para perpetua memoria y escarmiento de los venideros.

2. El segundo caso sucedió también en San Salvador aunque en tiempo de otro rey diferente dell pasado. Temía el tal rey en su palacio dos ídolos ocultos, a quienes hacía frecuentes adoraciones y obsequios, y no contento con eso, provocó a un esclavo suyo, muy buen cristiano, a que hiciese Jo mismo, y él lo resistió varonilmente. Viendo el rey no sólo su constancia en la fe, sino también el que' le afeaba tan abominable pecado, lleno de furiosa rabia, le mandó cortar la cabeza. Pero apenas le hirió el verdugo, cuando muchos de los circunstantes vieron descen- der sobre él una nube del cielo muy clara y resplandeciente, que servía de trono real a una Señora hermosísima y de gran majestad, la cual, con mucha benignidad y amor, cogió su aÜma y se la llevó consigo al cielo. Todos quedaron atónitos cuando vieron este prodigio y se per- suadieron haber sido aquella Señora la Virgen Santísima.

3. El caso tercero sucedió en los tiempos antecedentes y en la mis- ma corte de San Salvador y acaeció en la siguiente forma. Hallábase predicando un religioso de' N. P. San Francisco a gran número dt gente y exhortándolos a la constancia en la fe y buenas costumbres, que como cristianos debían guardar ; de repente se levantó muy furio- so un grande hechicero y empezó a contradecir lo que el predicador apostólico les enseñaba, diciéndoles a voz en grito : «Amigos y paisa- no's míos, no creáis nada de cuanto este predicador os dice : creedme a níí que soy vuestro natural y vecino y os aconsejo lo que más os con- viene.» Pero, ¡oh, grandeza de Dios!, apenas acabó de pronunciar la última palabra, cuando instantáneamente cayó sobre' él un rayo del cielo, que le redujo a ceniza. El suceso fué formidable y con su aspec- to quedó el auditorio muy compungido y desengañado de la falsa ense- ñanza de aquel maldito hechicero y de los demás. Y de allí adelante to- maban la doctrina católica de los misioneros apostólicos con grande aprecio y veneración.

4. Prosiguiendo ahora en la sucesión de los reyes cristianos digo que, después de la muerte del Rey Don Ailvaro primero, se hizo por los Maníes la elección en la forma acostumbrada y le tocó la suerte a un

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hijo suyo llamado también Don Alvaro, cuyo distintivo era Npansu Animi. De estos cognomentos usan desde que' nacen y de ordinario to- dos son de cosas ridiculas, como de palo, caña, estera y cosas semejan- tes. Este rey solicitó por medio de sus embajadores, primero con el Rey Don Sebastián de Portugal, después con el Rey Don Enrique y luego con nuestro Monarca Don Felipe II, que' le enviasen predicado- res evangélicos para mantener y dilatar la fe cristiana en su reino. Pero con estos buenos deseos le cogió la muerte, a los nueve días de agosto del año de 1614 y en el veintisiete de su reinado. El día siguiente en- tró a reinar su hermano Don Bernardo, Mnnnza Amuhemba, que per- dió la vida infaustamente en una traición que le armaron sus enemigos con el influjo de Don Antonio de Silva, duque de Bamba, y sólo reinó un año (7).

5.— En el mes de agosto de 1615 fué electo por Rey Don Alva- ro III, Nimi Amanzu, hijo de Don Alvaro II, aunque no legítimo, por cuya causa en el principio de su reinado no fué muy respetado de sus vasallos. En su tiempo pasaron por segunda vez al Congo los Padres de la Compañía de Jesús y en esa ocasión fundaron el colegio de Luan- da en el reino de Angola, sujeto a los portugueses. Después, en el añ'o de 1618, envió una solemne embajada al Papa Paulo V, quien decretó la primera misión de nuestros Capuchinos, y sucedió lo que adelante se dirá. Conjuráronse contra este rey un hermano suyo y una herma- na, que con sus faccionarios le hicieron guerra para quitarle la corona. Pero saliendo a campaña, les dió una batalla en que quedaron vencidos los rebeldes y muertos muchos con su general. Luego, a imitación de nuciros Reyes Católicos, en el mismo sitio donde ganó la victoria, mandó erigir una iglesia a Dios con la advocación de nuestra Señora. Murió finalmente, dejando en mucha observancia y aumento la religión católica. Son los naturales del Congo muy amantes de sus reyes, pero con facilidad se alborotan y conjuran contra ellos, que es cosa bien ex- traña, a que les impele también el darse la corona por elección y no

(7) Durante e! reinado de Don Alvaro II, Clemente VIII, por su Bula Super specula militantis Ecclesiae (20 de mayo de 1596), crea el Obispado del Congo con el titular de San Salvador, extensivo al Congo y Angola, desmembrándolo de Santo Tomé ; se pone la Sede en San Salvador y queda como sufragáneo de Lisboa : se erige la iglesia en catedral y se constituye el Cabildo, que consta de tres Dignida- des y nueve Canónigos. Un año más tarde, el primer Obispo del Congo y Angola, el Franciscano Fr, Miguel Rangel, comienza la visita de su diócesis (Cfr. Notas, etcétera, 43).

Asimismo en 1610 llega al Congo una nueva expedición de misioneros Carmelitas Descalzos, que evangelizan aquel reino hasta 1615 (ibid, p. 44).

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por sucesión hereditaria. En su tiempo se le concedió la presentación de Obispo al señor Rey Don Felipe II, que lo era ya de Portugal. Tuvo el cetro Don Alvaro III siete años y falleció a 4 de mayo del año de 1622.

6. Dicha embajada la trajo cierto marqués del Congo, acompaña- do de doscientos nobles de la misma nación, que al uso de Portugal los llaman fidalgos, los cuales, durante el viaje, poco a poco se fueron mu- riendo los más. Recibióla Su Santidad humanísimamente y hospedó al embajador en su propio palacio de San Pedro. Pasados pocos días en- fermó de muerte el embajador, por lo cual no pudo cumplir con la fun- ción solemne de dar por mismo la obediencia y hacer la entrada pú- blica que se acostumbra. Visitáronle los mejores médicos, y para su curación se hicieron cuantas diligencias fueron posibles, aunque todas fueron ineficaces para recuperar la salud. Pasó a verle personalmente Su Santidad y notaron los que le asistían, que al mirarle el enfermo, empezó éste a Verter copiosas lágrimas de devoción, y, pre.guntándo- le después la causa, respondió diciendo : que cuando entró el Vicario de Cristo por la puerta, le vió rodeado de resplandores. Di jóle el San- tísimo Pastor palabras de sumo consuelo, y para más alentarle, le dió por su misma mano una taza de' sustancia, que es el último extremo de caridad y afecto de Padre común de los fieles. Ultimadamente. reco- nociendo que la enfermedad era de muerte, le e'chó su bendición y le concedió indulgencia plenaria de sus pecados, con la cual, después de haber recibido los Sacramentos, pasó a la otra vida. Fué después de- positado en Santa María la Mayor, en la capilla de Sixto V, y se Te hizo el mayor funeral que vió Roma, y de allí fué trasladado su cuerpo a la entrada del coro, a un sepulcro suntuoso de alabastro, donde hoy se ve su vulto de pórfido negro y su epitafio con letras de oro (8). La emba- jada solemne la dió después a Su Santidad el Protonotario Apostólico Juan Bautista Vives, canónigo de Valencia y Arcediano de Alcira, que era agente del rey del Congo, y quedó desde entonces por su embaja- dor ordinario y como tal solicitó luego el despacho de nuestra misión.

(8) El embajador del Congo al Papa se llamaba Don Antonio Manuel ; fué nieto de Alvaro II y enviado por Alvaro III a Paulo V para prestarle obediencia y pe- dirle misioneros. El autor de las Notas para una Cronología (p. 44) pone este hecho equivocadamente en 1608. Puede verse la carta del rey del Congo al Papa en Bu- Ilarium Ord. FF. Min. Capuccinorum, VII, Romae, 1752, 192.

El P. CESINALE, o. c, III, p. 524, nota 5.», añade que el busto del mencio- nado embajador y la inscripción se encuentran en la sacristía de Santa María la Mayor de Roma.

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7. Una de las circunstancias que motivaron al Rey Don Alvaro III para pedir en dicha embajada a Su Santidad positivamente Capuchinos, como los pidió aun sin conocerlos, fué la buena fama que llegó a sus oídos de su mucha caridad, grande observancia regular, pobreza evan- gélica y sumo desinterés de los bienes temporales. Este singular ejem- plo deseó ver en su reino dicho rey para el aumento de la fe y refor- mación de las malas costumbres de sus vasallos. Porque, como enseña la experiencia, a causa del malo que suelen ver los naturales en algu- nos seglares de Europa, desprecian nuestra fe y la doctrina evangélica de los buenos ministros de la Iglesia. De donde resulta el no poder ha- cer éstos progreso alguno en largos tiempos, porque destruyen unos lo que edifican los otros. Esta fué la causa principal por que, habiendo pasado ciento cincuenta años desde que se plantó la fe en el Congo hasta que llegaron los nuestros, no se vió fruto considerable y el su- vertirse a cada paso los naturales.

8. Las naciones de Europa que residen de asiento en aquellos rei- nos etiópicos, por causa del comercio temporal, son muchas, y como allí se ven el hereje, el judío y el mal católico y la vida lidenciosa que tienen, no sólo hacen odioso, para los que aun no están convertidos, el nombre de Dios y su ley santa, pero arguyen de ahí que no puede ser justa la ley que tolera tan depravadas acciones. Y como los comercian- tes y los Misioneros son de un mismo color, infieren, aunque bárbara- mente, que todos son semejantes en las malas costumbres, y perseve- ran en ese concepto hasta que el tiempo y Dios principalmente les da a conocer la diferencia que hay entre malos y buenos cristianos. Mu- chos beneficios han recibido los del Congo de los portugueses y a ellos deben el principal, que es haber plantado en él la fe ; mas después, por los excesos de algunos particulares, todos eran aborrecidos de los ne- gros, así los malos como los buenos, y en tanto grado, que gustan más del comercio con otras naciones que con ellos. Desluce esta gloria de la nación portuguesa una política muy perjudicial, que tiene y consiste en que ordinariamente, como usan galeras, envían a aquellas partes, así para los presidios como para poblar los lugares, a cuantos delincuentes y facinerosos pueden haber a las manos ; y, como esos son viciosos y de malas inclinaciones, en viéndose allá, se desmandan en todo, sin te- mor ni medida, y muchos viveti como gentiles.

9. Pero volviendo al punto de la dicha embajada, procuró Su San- tidad el más breve despacho de la misión, y habiéndole parecido ser lo más acertado, el que fuesen a ella los Capuchinos de las provincias de

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España, mandó al embajador Juan Bautista Vives, que en su nombre lo propusiera a los provinciales y custodios que se hallaban entonces en Roma a la celebración del Capítulo General. Fué el embajador al convento y juntando a los Padres españoles, les propuso el orden que tenía del rey del Congo y lo mucho que deseaba verlos en su reino para gozar de su ejemplo y doctrina, y últimamente concluyó su razonamien- to, diciendo que Su Santidad, a quien la Religión debió mucho, gusta- ba de ello. Todos se ofrecieron prontamente a cuanto gustase mandar- les, y estimó mucho Su Beatitud, su rendimiento y afectuosa obediencia. Estando la materia eti este estado, llegó al convento el Eminentísimo Señor Cardenal Don Gabriel de Trejo, embajador de España, y en pre- sencia de nuestro General, exhortó y animó a los Capuchinos españo- les a empresa tan del servicio de Dios, declarándoles asimismo cómo era del agrado de nuestro Rey Católico el que fuesen a esa misión Ca- puchinos de sus provincias de España (9).

10. Con estas recomendaciones se dió principio a la disposición de esta apostólica misión, y, aunque bastaba cualquiera de ellas, quiso Dios que concurriesen todas juntas para el mejor efecto. Y si bien no le surtió por e'ntonces, como se deseaba, pero al fin se vino a lograr por los mismos medios, como veremos más adelante, y hasta hoy se lo- gra ; y no hay que admirar, pues, a empresas grandes del servicio de Dios, siempre les preceden grandes dificultades. Como la misión se ha- bía de dirigir por la vía de España y era necesario prevenir los sujetos y dar forma para la embarcación, se le cometió la comisión a Fr. Luis de Zaragoza Caspense, Provincial de Aragón y Definidor General (10).

(9) El citado Capítulo General de los Capuchinos tuvo lugar en Roma el 1 de junio de 1618, bajo la presidencia del Cardenal español Trejo, y en él se determinó «que a instancias de! rey de! Congo, se enviase a aquel reino un Visitador genera! con otros seis religiosos españoles (Analccta Ord. FF. Min. Capuccinorum. V (1889), 298). El propio Cardenal influyó para que precisamente fuesen designados los Ca- puchinos españoles. Y tal fué el entusiasmo que en ellos se despertó, que, según testimonio del Carmelita P. Marcos de Guadalajara ( Quinta parte de ¡a historia pon- tifical y católica, Madrid, 16.50, p. 246), «en Roma todos se ofrecieron animosamente, V en especial el R. P. Luis de Zaragozas.

Cfr. P. MELCHOR DE POBLADURA, O. F. M. Cap., Génesis del movimiento misional en las provincias capuchinas de España (1618-1650), Estudios Franciscanos, 50 (1949), p. 211 ss., donde se dan preciosos datos sobre la iniciación de esta misión y se pone de relieve la influencia en ello del Cardenal Trejo y del prelado español Juan Bautista Vives.

(10) El P. Luis de Zaragoza, más comúnmente conocido por el Caspense, sin duda por ser natural de Caspe, nació en 1578 y murió en 1647. A la celebración de dicho Capítulo General, era Custodio de su Provincia de Aragón ; más tarde fué también Ministro Provincial y luego, en 1637, Definidor General de la Orden (Cfr. FELICE DA MARETO, O. F. M. Cap. Tavole dei CapitoH Generali dell'Ordine dei FF. MM. Cappuccini con molte notizie illustrative, Parma, 1940, 137). Fué insigne

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No se puede bien ponderar la conmoción santa que ocasionó en los áni- mos de los religiosos de las seis provincias de España el orden de Su Santidad, ni el fervor y celo santo con que todos a porfía deseaban go- zar de la ocasión para sacrificar a Dios sus vidas en empleo tan de su agrado. Pasaron de cuatrocientos los que pidieron ser admitidos a la misión, todos los cuales eran de vida muy aprobada y los más de ellos eran de mucha graduación ; porque había entre ellos número considera- ble' de Padres de Provincia, Definidores, Custodios y Guardianes (11). Mas para que se vea la singular piedad del Santísimo Pastor y también las devotas instancias del Rey Don Alvaro III, referiré a la letra la car- ta de Su Santidad, que, en respuesta de su petición, habían de llevar los misioneros, la cual, traducida en nuestro idioma castellano, dice así :

«A nuestro muy amado hijo en Cristo ALVARO, rey dd Congo. PAULO PAPA V.

Muy amado hijo en Cristo : salud. Enviamos a V. Majestad los va- rones religiosos de la áspera y estrecha Regla de la Orden de San Francisco, que llamamos Capuchinos, que V. Majestad, así por cartas como por medio de tu embajador el maestro Jtian Bautista Vives, re- frendario, con tanta instancia nos ha pedido. Estos, abrasados de] celo de la honra de Dios y llevados del deseo de la salvación de las almas, pasan a esas tierras a pelear animosamente contra el enemigo del lina- je humano. Pequeño es el rebaño, pero armado de la virtud divina, como fuerte y esforzado ejército, vencerá y triunfará, con el favor y gracia del Señor, de la impiedad y maldad y de todos los demás vicios que se hallan tan extendidos por esas regiones ; lo cual no será gran maravilla, pues el mismo Señor, por medio de doce Apóstoles, envia-

teólogío y filósofo. Escribió un Cursus theologicus , complecícns praecipuas materias quae in Scholis tradi et legi solent, secundum ordinem D. Thomae (Lugduni, 1641^43, 1666), un Cursus philosophicus secundum eumdem ordinem y una Apología in defen- sionem Annalium Zachariae Boverii (Caesaraugustae, 1645).

Cfr. para su biografía Lo Orden Capuchina en Aragón. Apuntes históricos y bio- gráficos de la antigua Provincia de Capuchinos de Aragón, por el P. ILDEFONSO DE CIUARRIZ. O. F. M. Cap., Zaragoza, 1945, pp. 375-78.

(11) Cfr. MARCOS DE GUADALAJARA, o. c, p. 246, donde dice que los que pidieron ir «pasaron de cuatrocientos, y de ellos muchos Guardianes, otros Lec- toras y Predicadores».

Paulo V escribió al rey del Congo una carta (31 de agosto de 1620) anunciándole que cuanto antes irian los misioneros pedidos (Cfr. Bullarium Ord. FF. Min. Cap. uccinorum, VIL p. 192). Y cuando ya estaba preparados los doce misioneros esco- gidos de entre los españoles, cuyos nombres desconocemos, a excepción del P. Luis de Zaragoza, nuevamente Paulo V le anuncia la pronta ida de los misioneros pe- didos, con la carta que a continuación pone el P. Anguiano y que puede verse en el Bullarium, VII, p. 193. Asimismo, el sucesor de Paulo V en el pontificado, Gre- gorio XV, envia al rey una nueva carta anunciándole lo mismo (19 de marzo de 1621) (Ibid., p. 193).

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dos por todo el mundo, lo llenó de luz y claridad de la divina verdad, quitando y desterrando primero de todo punto las sombras y tinieblas de sus errores. Haga, pues, ahora el mismo Señor esos efectos en el reino de V. Majestad y en sus convecinos por medio de estos otros doce que con su Superior pasan a Africa, para honra y gloria suya y para la salvación de tantos pueblos. Reciba V. Majestad a Cristo en sus pobres, los cuales, por unirse y allegarse más firmemente con Dios y por servirle con más veras, se' han desapropiado de todas las cosas del mundo. Desnudos van de fuera de riquezas y de bienes temporales, mas dentro llevan las sólidas virtudes y verdaderas riquezas de la sa- biduría y ciencia de Dios, con que abundante y copiosamente pueden enriquecer los reinos y naciones de Africa. Y no podemos dudar, antes bien tienemos por cierto de la piedad singular con que V. Majestad con tanta instancia ha pedido y llamado a estos religiosos desde tierras tan remotas, que cuando los tenga presentes, con la misma benignidad y clemencia los favorecerá y amparará continuamente, y con eso podrán ellos conseguir el fin de su misión y dar el fruto abundante que se de- sea. Y también otros religiosos, animados con su ejemplo y llevados del celo y piedad de' V. Majestad pasarán gustosos a esas partes a pro- seguir la obra de Dios y con sus oraciones y ejemplos no le serán de pequeño servicio y acrecentamiento a V. Majestad. Nos, pues, que con verdadero y paternal afecto tenemos a V. Majestad en lo íintimo del co- razón, en las entrañas de Cristo Jesús, y que deseamos y procuramos su bien y acrecentamiento, como el propio nuestro, cuanto con el Se- ñor pudiéremos, no cesaremos jamás de favoreceros y ayudaros. Y en el ínterin suplicamos a la divina bondad que con la abundancia de su gracia prospere continuamente el e'stajdo de V. Majestad, a quien una y mil veces con cordial afecto damos nuestra paternal y apostólica ben- dición.

Dada en Roma, en Santa María, a 13 de enero de 1621, en el año dieciséis de nuestro Pontificado.»

11. Este fué e'l tenor de dicha carta y en ella se ve presagiado cuanto después sucedió y hoy sucede, pues los Capuchinos han cultiva- do mucho aquellos reinos y cogido en ellos para Dios innumerables frutos de almas. No empero tuvo por entonces su cumplido efecto esta misión por haber ocurrido la muerte del sobredicho Papa y la de nues- tro Monarca Don Felipe III, en el mismo año de 1621 (12). De esta

(12) Efectivamente: Felipe III fallecía el 31 de marzo de 1621; un año después, en mayo de 1622, fallecía también Alvaro 111, rey del Congo, que había pedido la

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misión hace mención Habraham Bzobio en la continuación de los Ana- les de Baronio. También Fr. Marcos de Guadalajara y Javier en la quinta parte de su Historia Pontifical, donde pone dicha carta de Pau- lo V en los lugares citados a la margen.

misión ; y el 8 de julio de 1623 les seguía Gregorio XV. Con eso aquella primera misión de Capuchinos españoles quedó sin llevarse a cabo.

Difícil es poder señalar la verdadera causa del fracaso. Quizás sea la más acertada la propuesta por el Capuchino P. Gaspar de Soria, escribiendo a Propaganda Fide (8 de julio de 1633), que se debió ta no haber dado licencia el Consejo de Portugal» (Cfr. P. POBLADURA, art. c. pp. 214-216).

CAPITULO III

Continúase la sucesión de los reyes del Congo y piden con nuevas instancias a la Silla Apostólica la Misión de los Capuchinos y al fin la logran

1. Muerto Don Alvaro III, según dejamos dicho, le sucedió en la corona Don Pedro II, Ncanga Amubemba, a los veintiséis días de mayo del mismo año de 1622, y, después de dos años de reinado, tuvie- ron fin sus días en el mes de abril de 1624. Después eligieron a Don García, primero de este nombre, Mubemba Anzenga, su hijo, que rei- nó otros dos años y pasó de esta vida a 26 de junio de 1626. Sucedióle don Ambrosio, Nimi Acanga Campacala, y sólo cinco años ocupó el trono real, porque falleció a 7 de marzo de 1630. Por su muerte fué jurado rey el día siguiente Don Alvaro IV, Musinga Anzu, hijo de Don Alvaro III, que, después de otros cinco años de reinado, pagó el común tributo de los mortales en 24 de febrero de 1636. Sucesivamen- te, al tercer día siguiente obtuvo la corona Don Alvaro V, Npanga Animi Finguiz, y la logró poco, pues antes de medio año pereció en la guerra que levantó contra él el duque de Bamba, su vasallo, jtmta- mente con toda la nobleza de aquel reino.

2. Después fué coronado por rey el mismo duque de Bamba, el día 27 de febrero del mismo año de 1636. Llamóse Don Alvaro VI en su coronación, y por cognomento, Nimi Aluquini, Anzenze, Antumba. Este rey fué quien solicitó por su embajador con el Papa Urbano VIII, el que enviase a su reino Capuchinos, y a sus instancias envió Su San- tidad la primera misión de ellos, que pasó al Congo, según más ade- lante veremos. Reinó cinco años, al cabo de los cuales murió el día 22 de febrero de 1641. Luego, en el siguiente día, le sucedió su hermano Don García II, llamado Ncanga, Aluquini, Nzenze, Antumba. Recibió este rey la sobredicha misión y en el tiempo de su reinado tuvo gran-

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des progresos la fe católica, como ya veremos. Reinaba por los años de 1658, y después de algunos meses supimos que había muerto y que le había sucedido en la corona su hijo primogénito Don Alonso, al cual en vida hizo jurar por su sucesor, no obstante que' no había ejemplar de eso en aquel reino, mas al fin lo consiguió y fué el décimoctavo de los reyes cristianos de' aquella corona, de los cuales los más han muer- to violentamente por causa de las conspiraciones, bandos y ambición de reinar de aquellos Maníes, que, como todos son de sangre real, siem- pre aspiran a la corona por cuantos medios pueden, aunque sean los más inicuos. Esta pasión ée reinar no sólo se experimenta en el reino del Congo, sino casi generalmente en todos los demás reinos africanos, donde se dan las coronas por elección y no por sucesión hereditaria. De esto se siguen grandes daños a la religión católica y a los vasallos de tales reinos, y aun al presente, cuando esto escribo, hay gran cisma tn el Congo con dos pretendientes de la corona, que ha tiempo que se están guerreando sobre ella, por no haberse conformado los Maníes en la elección, de cuya discordia hablaré más adelante.

3. Con la muerte de Paulo V y del rey católico Don Felipe III pa- rece se había de suspender el despacho de la misión; mas no fué así, porque al uno le sucedió en el mismo año de 1621 Gregorio XV, y al otro, su hijo heredero Don Felipe IV, eil Grande, y uno y otro volvie- ron a tratar con gran celo de dicha misión, instando sobre ello el em- bajador del Congo Juan Bautista Vives ; y para su mejor efecto escri- bió su Beatitud al Rey Don Alvaro VI la siguiente carta, que se halla en el Breviario Cronológico de nuestro Capuchino Coriolano (13), la cual, traducida en castellano, dice así :

«Al muy amado en Cristo hijo nuestro ALVARO rey del Congo, ¡lustre. GREGORIO PAPA XV.

Carísimo en Cristo hijo nuestro, salud y apostólica bendición. Paulo Papa V de santa memoria, antes de pasar de esta vida al eterno des- canso, deseoso de satisfacer al afecto y petición de Tu Majestad y atender a la grande utilidad espiritual de las almas de ese dilatado reino y de los demás vecinos a él, tenía destinados para obra tan divina mi- nistros Religiosos cuales son los siervos de Dios de la familia de San Francisco, que llamamos Capuchinos. Mas habiendo ocurrido la muerte del mismo Paulo V antes de haber concluido dichos Religiosos sus d¡-

(13j FRANCISCOS LONG. A CORIOLANO, O. F. M. Cap. Breviarium Chro- nologicum, Lugduni, 1623, an. 1621, p. 445. También la trae el BuUaritim. Vil, 193,

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ligencias y los avíos necesarios para pasar a Africa y emprender tan larga navegación, no pudo ver «1 fin de negocio de tanta importancia y que deseó en gran manera ver efectuado. Por tanto, habiendo Nos su- cedido en su lugar, aunque con méritos desiguales, siendo Dios el autor, y amando a Tu Majestad con paternal afecto en la caridad de Cristo, por la real piedad que resplandece en tu ánimo, así de celo de la Reli- gión Católica como de rendimiento a esta Silla Apostólica de San Pe- dro, pusimos el cuidado y solicitud conveniente para la más breve ex- pedición de dichos Capuchinos. Estos, con nuestra bendición, se enca- minan ya para Tu Majestad y esperamos en la divina gracia lograr por su medio frutos muy pingues ; y, por lo que toca a Tu Majestad, no dudamos recibiréis a estos siervos de Dios benignamente, cuando con tanto afecto y con tantas instancias nos los has pedido ; ni que procu- rarás patrocinarlos con tu real autoridad en todo tiempo, mayormente cuando no por otro fin que el de solicitar la salvación de las almas por nuestro mandato se esfuerzan todos a emprender tan largo y penoso viaje, sin reparar en riesgos y peligros ni aun en perder las vidas, si fuere necesario, a trueque de hacer a Dios ese obsequio y mirar a su mayor gloria y satisfacer al piadoso deseo de Tu Majestad. Verdade- ramente, cualquier beneficio que Tu Majestad hiciere a estos obreros del Padre celestial de familias, lo recibirá el mismo Señor como propio y lo remunerará con bienes eternos, los cuales eficazmente conceda a Tu Majestad el mismo Señor a quien asimismo cordialmente segunda vez otorgamos nuestra bendición.

Dada en Roma, en San Pedro, a 19 de marzo de 1621, y de nues- tro Pontificado año primero»

4. No deseó menos este gran Pontífice quie su antetesor, ver efec- tuada la misión, y en sus días hizo lo posible para ello ; mas los juicios de Dios son incomprensibles, y así, aunque por su parte estuvieron li- berados los despachos y lo mismo por la del Rey N. S. Don Felipe IV, la concurrencia de sucesos adversos fué tal, que tampoco se puso en práctica hasta después de algunos años, en que ya gobernaba la nave de San Pedro el Papa Urbano VIII, devotísimo también de los Capu- chinos, quien sucedió en el Pontificado, desde el año 1623, a Grego- rio XV. Precedieron al año 1621 dos formidables cometas, como pre- sagio de las calamidades futuras, y experimentó Europa sus efectos en las muertes ya mencionadas. Sobre ese golpe se repitieron sucesivamen- te los muchos que afligieron a nuestra España ; porque desde entonces se empezaron las guerras con Holanda, las de Italia con Francia y las

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de España con Francia por Fuenterrabía. Luego se siguieron los tu- multos de Cataluña, que duraron más de ocho años, y, dos antes de ajustarse, empezaron las guerras de Portugal. En el ínterin se padecie- ron infortunios, pestes, alteraciones de pueblos, falsificaciones de mo- neda, mudanzas de ellas, y todo concurrió al atraso de dicha misión, hasta que el Señor soberano la volvió a suscitar de nuevo.

5. Escribió, pues, el rey Don Alvaro VI al Papa Urbano VIII con nuevas y mayores instancias el año de 1639 sobre el punto de la misión de los Capuchinos, que había pedido a sus antecesores ; y Su Santidad, como celosísimo de la propagación de nuestra santa fe y grandemente deseoso de la salvación de las almas, admitió la petición con especial benignidad y sin alguna dilación envió con su Breve Apostólico y carta para dicho rey seis Capuchinos italianos, cuyos nombres eran : Fr. Bue- naventura de Alessano, Predicador y Guardián de la Provincia de Roma, al cual la Sacra Congregación de Propaganda Fide nombró por Pre- fecto de esta apostólica misión (14) ; Fr. Antonio de la Torella, Guar- dián y Maestro de novicios de la Provincia de Nápoles ; Fr. Jenaro de Ñola, Definidor y Lector de Teología de la misma Provincia ; Fr. Juan Francisco de Roma, Predicador de la de Roma, y dos Religiosos Legos de la misma Provincia. Todos los cuales partieron de Roma y, embar- cándose en Liorna el año de 1640, vinieron a tomar puerto a Lis- boa (15).

6. En esta ciudad, corte del reino de Portugal, estuvieron aposen- tados en casa de Jerónimo Bataglini, entonces vicecolector de Portu-

(14) El 25 de junio de 1640, la Sagrada Congregación de Propaganda Fide encargaba la misión del Congo a la Provincia Capuchina de Roma, y con esa misma fecha designaba por Prefecto de dicha misión al P. Buenaventura de Alessano ( Bul- íarium Ord. FF. Min. Cap., VII, 194). Prácticamente, sin embargo, fué una misión de la que más bien estuvo encargado el P. Procurador de la Orden, quien enviaba a ella religiosos de distintas Provincias.

No podemos por menos de hacer notar que desde el principio del descubrimiento y conquista del Congo, el apostolado y la evangelización corrió a cargo de distintas Ordenes religiosas y Sacerdotes seculares, tomando a su cargo los reyes de Por- tugal el enviar misioneros. Pero desde ese año 1640 se va a entrar en un nuevo pe- riodo de evangelización : la Santa Sede toma desde esa fecha, por medio de la Pro- paganda Fide, el proveer de misioneros y apóstoles el reino del Congo (Cfr. Notas para una Cronología, etc., p. 47).

(15) En vez del P. Jenaro de Ñola fué designado para ir a !a misión el P. José de Milán en 25 de junio de 1640, juntamente con los Hermanos Legos Fr. Antonio de Lugagnano y Fr. Marcos del Olmo ; pero luego el P. Jenaro ocupó el puesto del P. José.

Con motivo de la designación de los misioneros y de su embarque rumbo a Lisboa, el Papa escribía una carta al rey del Congo recomendándole vivamente los religiosos (16 de julio de 1640) (Cfr. Bullarium, etc., III, 131, y VII, 194).

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gal, quien los mantuvo con mucha candad por espacio de diez meses. Durante ese tiempo solicitaron con toda diligencia el pasaporte para poder navegar al Congo en cualquier navio que se hiciese a la vela la vuelta de Angola, por haber allí casi siempre oportunidad para se- mejante viaje y para otros reinos vecinos. Pero con la novedad que sobrevino el mismo año del levantamiento de Portugal, aclamando por su rey al duque de Braganza los portugueses, el día 6 de diciembre, se empezaron las guerras con Castilla. Estas se prosiguieron desde el año sobredicho de 1640 hasta el 11 de marzo de 1668, y con esa ocasión fueron tantas las dificultades que pusieron varios ministros de ese reino, que no hubo forma de conseguir ni pasaporte ni embarcación.

7 Viendo tan mal despacho y que se le añadía a la pretensión otra nueva dificultad con la noticia que se tuvo de que los holandeses se habían apoderado del reino de Angola y echado fuera a los portugue- ses, desistieron los misioneros de la pretensión por aquella vía, por rte- conocer que, aunque consiguiesen el pasaporte, no les podía aprovechar para cosa alguna, estando ya Angola por los holandeses (16). En esta tribulación se vieron los devotos misioneros, y de aquí se fueron si- guiendo otras muchas, a que cooperó el adversario del género huma- no, temeroso del sumo daño que había de venirle de esta apostólica misión, que ha sido y es de las más fructuosas de cuantas mantiene' la Religión de los Capuchinos por todas las cuatro partes del mundo. Re- solvieron por último volver a Roma para informar a Su Santidad y tomar la dirección que fuese servido darles. Habiendo vue'lto a Roma para ese efecto, sobrevinieron luego las guerras de Italia, y por éstas y Dor las demás ocurrencias que se' ofrecieron, se suspendió el viaje del Congo hasta el año siguiente de 1643, en que con la ocasión de ce- lebrarse en Roma el Capítulo General, se trató de' nuevo su prosecu- ción con consulta y parecer de Su Santidad, el cual ordenó que los misioneros solicitasen la embarcación por medio de nuestro Católico Monarca Don Felipe IV (17).

8. Ordenó asimismo Su Santidad que para el más breve expediente y para que los hijos de las Provincias de España tuviesen parte en tan heroico empleo, se' admitiesen a la misión Fr. Miguel de Sessa, sacer-

(16) Luanda, capital del reino de Angola, fué tomada a los portugueses por los holandeses el 26 de agosto de 1641.

(17) El Capítulo general de los Capuchinos tuvo lugar el 22 de mayo de 164.1 y en él fué elegido Superior de toda la Orden el V. P. Inocencio de Caltagirone. quien tomó muy a pechos el llevar adelante la mencionada misión.

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dote de singular virtud, y Fr. Francisco de Pamplona, Lego, que pocos años antes habia tomado el hábito, dejando con el nombre de Don Ti- burcio de Redín sus grandes puestos militares para ser un nuevo ejem- plar de penitentes. Con este ilustre caudillo se prometieron los compa- ñeros feliz suceso en su pretensión, y no les salió vana su esperanza, pues a él únicamente, después de Dios, se le debió no sólo la conduc- ción de esta célebre misión, sino también cuantas resultaron de ella y hasta hoy han hecho los nuestros en Africa y América, promoviendo unas con su ejemplo y consejo, y otras emprendiéndolas por mis- mo (18).

9. Partieron de Roma los misioneros itaHanos, y desde Génova vinieron embarcados hasta Vinaroz, donde saltó en tierra el Prefecto, Fr. Buenaventura de Alessano, con un compañero, y de allí pasó a Za- ragoza a participar el orden que traía de Su Santidad a Fr. Miguel de Sessa y a Fr. Francisco de Pamplona, hijos de la Provincia de Ara- gón. Los demás compañeros tiraron en derechura a Sevilla para espe- rarlos allí (19). Vino luego a Madrid el Prefecto con Fr. Francisco de Pamplona, y por primera diligencia se fué éste a poner a los pies de Su Majestad, quien por su gran celo de la fe y por lo mucho que deseaba su propagación y amaba a Fr. Francisco, le concedió cuanto pidió para la Misión, y demás a más mandó se le's diese a los misione- ros mil escudos de limosna de su bolsillo para ornamentos y alhajas del culto divino. Viendo, pues, el buen despacho y la generosidad con que Su Majestad se ofreció a todos los gastos de la conducción, así por su consejo como por juzgar el Prefecto que era corto el número de los misioneros para dar cobro a tanta mies como esperaban hallar en el Congo y reinos vecinos de él, trató Fr. Francisco de que se aumentase de religiosos de estas Provincias de España, hasta doce', que fué el número que la Santidad de Paulo V señaló la vez primera.

10. Trataron el Prefecto y Fr. Francisco esta pretensión de orden de Su Maje'stad con el Nuncio de Su Santidad, el cual se la concedió y se encargó de dar aviso luego a Roma al Sumo Pontífice y a la Sacra

(18) Fr. Francisco de Pamplona fué admitido a formar parte de aquella expe- dición de misioneros el 12 de marzo de 1042, y el 21 de julio de 164.3 lo fué el P. Miguel de .Sessa, religioso de origen napolitano, pero que formaba parte de In Provincia de Aragón, a la que asimismo pertenecía Fr. Francisco (Cfr. CESINA- LE, o. c, III, p. .^.30, notas 1 y 2, donde se ponen las determinaciones de la Sa- grada Congregación de Propaganda Fide. admitiéndoles).

(19) Los otros compañeros del P. Prefecto, Buenaventura de Alessano. eran : PP. Jenaro de Ñola, Buenaventura de Sorrento, Juan Francisco de Roma y el Her- mano Lego Fr. Angel de Lorena, llamado otras veces de Nancy.

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Congregación de Propaganda Fide, como lo ejecutó. Los religiosos que s€ añadieron a los ya nombrados fueron : Fr. José de Antequera, Definidor, de la Provincia de Andalucía ; Fr. Angel de Valencia, Pre- dicador y Guardián, de la de Valencia ; Fr. Buenaventura de Cerdeña, Lector de Teología, Guardián y Definidor, de la de Castilla ; Fr. Juan de Santiago, sacerdote, de la misma Provincia ; Fr. Jerónimo de' La Puebla, lego, de la de Aragón ; todos los cuales fueron hombres de gran virtud y de admirables prendas para el ministerio (20). Partieron todos de Madrid para Sevilla alegres y gozosos y en llegando, empe- zaron a tratar de la embarcación y del avío necesario para ella. Cual- quiera se persuadirá que, habiendo negociado tan felizmente estos Pa- dres en Madrid con ett rey nuestro señor y sus ministros, no tendrían ya más que hacer sino embarcarse y proseguir su viaje ; pero no suce- dió así ; porque, no obstante el buen despacho que llevaban, se levan- taron varias contradicciones que les dieron mucho ejercicio de pacien- cia ; y por último, en demandas y respuestas, se pasaron más de cator- ce meses primero que se llegaron a embarcar.

11. Apenas se vencieron estas dificultades por el infatigable des- velo y solicitud de Fr. Francisco de Pamplona, cuando Juan Bernardo Falconi, genovés, y Baltasar López, portugués, piloto de grande ex- periencia en el océano, hallándose en Sevilla al tiempo que se buscaba la embarcación para el Congo, se ofrecieron con gran piedad a con- ducir la misión, para cuyo efecto, por la especial devoción a nuestro

(20) Los mencionados religiosos fueron admitidos a la misión por determinación de Propaganda Fide del 25 de abril de 1644 (Cír. CESINALE, o. c, 530, nota 3).

Sabemos que los dos Padres de la Provincia de Castilla, Buenaventura de Cer- deña y Juan de Santiago, lo habían solicitado en una carta que, firmada por am bos, dirigieron a la Congregación el 11 de febrero de 1644 (Archivo de Propagan da. Scritt. ant., vo!. 123, fol. ]46v.). En ella hacían constar que el P. Buenaven- tura de Alessano, que entonces se encontraba en Madrid, había aprobado su buen deseo y no tenía inconveniente en admitirlos.

Bien podemos decir por otra parte, que si esa expedición tuvo éxito se debió a la influencia de Fr. Francisco de Pamplona. Este presentó un memorial al Consein de Indias, en nombre de los otros misioneros del Congo, en el que exponía había llegado a su noticia que los ingleses y holandeses habían introducido y sembrado la herejía en el reino del Congo ; por lo cual pide que, en caso de no poder desem- barcar allí, se les permita pasar a Filipinas o al Japón. En vista de ello, Don Ga- briel Ocaña y .Piarcón requiere en nombre del Consejo el parecer de los Superiores de Castilla (26 de septiembre de 1644). A ello contestan el P. Provincial y Definido- res de Castilla (1 de octubre de 1644) diciendo que, aunque la empresa de ir al Con- go, país de infieles, y expuestos a ser apresados durante el viaje, es difícil, sin em- bargo, esa es la misión que tienen del Papa. Por el contrario, el pasar a Filipinas o al Japón no creen puedan hacerlo, por no estar para ello autorizados ni por el P. General de la Orden ni por la Congregación de Propaganda Fide (Cfr. estos documentos en Misiones de Capuchinos en cl Congo y Cunianá, B. N. Ms. 3818, ff. 44 y 45).

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Padre San Francisco y a nuestra Religión, con mucho coste' y gasto y sin reparar en los intereses que ofreció Su Majestad, compraron navio y le equiparon en la playa de Sanlúcar de Barrameda. Llegó última- mente el día señalado para la embarcación, que fué a 20 de enero de 1645, tanto más alegre para los fervorosos misioneros cuanto más deseado había sido. Ya se hallaban todos en nuestro convento de San- lúcar, y de alli salieron procesionalmente con la comunidad y nume- roso pueblo, que los fue siguiendo por su gran devoción. Estando ya en la playa, se despidieron de todos y se metieron en el bajel aprestado ; pero, porque no k faltase a este gran consuelo su tribulación, permi- tió Dios, para mayor gloria suya y mérito de sus siervos, que, poco antes de embarcarse, tuviesen la noticia de que el rey del Congo había prevaricado de la fe a persuasiones de los holandeses, que comercia- ban en sus tierras y se hallaban señores de Angola. Pero aunque la voz fué falsa, como se experimentó después, con todo eso, en el ínte- rin les sirvió de no pequeña pena la noticia por ser tan poco favorable a sus piadosas intenciones.

12. Ya tenemos embarcados a nuestros devotos misioneros, suje- tos a los combates del mar y expuestos a sus riesgos y peligros casi continuos. En el ínterin que esos llegan, repasaremos los nombres de los misioneros embarcados, para mayor claridad de la historia y co- nocimiento de ellos. De las dos Provincias de Italia: Fr. Buenaventura de' Alessano, Prefecto de la Misión ; Fr. Jenaro de Ñola, Fr. Buenaven- tura de Sorrento, Fr. Juan Francisco de Roma y Fr. Angel de Lore- na, lego. Los religiosos de las Provincias de España fueron los siguien- tes: Fr. José de Antequera, Fr. Angel de Valencia, Fr. Buenaventura de Cerdeña, Fr. Juan de Santiago, Fr. Miguel de Sessa, y Fr. Fran- cisco de Pamplona y Fr. Jerónimo de La Puebla, legos. En total fue- ron doce : diez Predicadores muy fervorosos y todos hombres de gran celo y de conocida virtud.

CAPITULO IV

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De las grandes tribulaciones que padecieron los Misioneros desde que se embarcaron hasta llegar al Congo

1. Apenas entraron en el bajel los Misioneros, cuando, disponién- dolo Dios así, cesó el viento favorable y sobrevino el contrario, y con tal permanencia, que les fué preciso detenerse en la playa de Sanlú- car más de quince días, sirviéndoles de no pequeña mortificación esa detención, asi por ver lo que se dilataba el viaje como por las devotas ansias que tenian de empezar a ejercer su santo ministerio en beneficio de las almas y para oponerse a los dogmas pestilenciales de los holan- deses de Angola, vecinos ya al Congo. Pero templando tan fervorosos deseos con una humilde resignación y generosa paciencia, se dejaron gobernar de la Divina Providencia, que dispone todas las cosas según conviene. Hacian cada día los mismos ejercicios espirituales que se acostumbran en nuestros conventos, sin omitir alguno, antes añadien- do otros particulares para alcanzar de la piedad divina el buen suceso de su viaje y el viento propicio que necesitaban para proseguirle. Para ejercitarse en los actos de comunidad referidos, salían a tierra tarde y mañana, y en la iglesia de Nuestra Señora de Bonanza, vecina a la playa y distante del convento más de una legua, cantaban el oficio di- vino, celebraban las Misas, hacían las disciplinas y tenian las horas de oración acostumbradas ; y, en concluyendo con ésto, se volvían al na- vio. Esto mismo ejercitaron después, respectivamente, por todo el tiem- po que duró el viaje.

2. El día i de febrero del mismo año fué Dios servido que cesase el viento contrario y viniese el favorable, y con eso, dando gracias a Dios, se hicieron a la vela con gozo y alegría. Duróles poco ese con- suelo y la prosperidad del viento, pues, al cerrar la noche, se volvió a levantar el aire contrario y con mayor violencia, moviendo una tan ho-

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rrorosa tormenta que todos s€ juzgaron por perdidos. Acrecentó el rÍ€sgo el ver que, no habiéndose apartado mucho de tierra el bajel, le llevaba el ímpetu de las hondas a dar derechametite al Cabo de San Vicente, perpetua ladronera de moros, sin ser posible enderezar la proa a otra parte ; con que ni el piloto ni los demás esperaban otro su- ceso que la pérdida de la nave y de las vidas. Juzgue el piadoso cuán- tas serían las oraciones y plegarias de los afligidos navegantes en ese aprieto. Por último, pasada la media noche, a tiempo que ya el navio iba a dar en tierra, cesó el viento furioso y sobrevino el favorable, con el cual se pudo librar del peligro y, sin embargo de estar el mar muy alto y contrario, con todo eso la generosidad del viento fué tal, que prevaleció contra su furia. Llegada la mañana, dieron a Dios las gra- cias y se repararon algo de la fatiga de la noche. Esta fué la primera y última tribulación de esta especie hasta llegar a tomar la línea, adon- de' experimentaron varios y adversos temporales, como ya veremos.

3. Prosiguieron su viaje felizmente hasta llegar a las Islas Cana- rias, donde fué preciso saltar a tierra para proveerse el capitán de al- gunas cosas necesarias, y allí fueron muy agasajados de la gente noble", como siempre lo han sido los muchos Capuchinos que han arribado a ellas. Al tiempo de volver a entrar en el navio para marchar, les armó el enemigo un enredo, como suyo, que a no haberlo Dios remediado, hubieran padecido una larga dilación. El caso fué que los grumetes del navio, temiendo como muchachos así el perder la vida en el Congo por las cOsas que habían oído decir de los holandeses, como por los pe- ligros de la navegación, que es larga y arriesgada, antes de salir del puerto resolvieron entre si el desamparar secretamente una noche el bajel, y para eso salir a tierra en una sola lancha que tenía, y escon- derse en parte donde no pudiesen ser hallados fácilmente. En esta re- solución estuvieron algunos días ; mas, según ellos confesaron des- pués, los ocupó tal miedo, que no se atrevieron a ejecutar la resolu- ción, excepto uno, que la llevó adelante. Los demás se admiraban de mismos y decían claramente que había sido fuerza superior, que no alcanzaban, la que les compelió a desistir del intento y desvaneció sus trazas.

4. Al riesgo referido se siguieron otros notablemente peligrosos y molestos, porque, debajo de la línea, algunos grados antes y después de cortarla, se vieron muy atribulados con los raros accidentes de aque- llos mares, que son no menos frecuentes que peligrosos. Experimén- tanse ciertos nublados muy densos, llamados trebonadas, que sucesiva-

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mente se van formando. Esos son horribles a la vista, y de improviso, agitados de furiosos vientos, arrojan tanta copia de agua sobre el na- vio, si le cogen, que parece un diluvio, y si no se amainan con suma presteza las velas, corre manifiesto peligro de hacerse pedazos, y así es preciso entonces dejarle correr según el impulso de las aguas y el Ímpetu del viento. De aquí resulta muchas veces que, habiendo nave- gado con uno algún trecho, después, levantándose con otro nuevo tre- bonada, se vuelve en poco tiempo a desandar lo andado. Padecían por esta causa, así los marineros como los religiosos, increíble fatiga, tanto por el trabajo de alargar y amainar las velas como por lo mucho que se mojaban, pues apenas se Ies secaba la ropa, cuando se volvían a mojar. También son muy frecuentes por aquellos parajes ciertos torbe- llinos furiosísimos que, haciendo un remolino, parece que elevan al cielo el navio ; llámanse mangas, y son tan impetuosos, que en tierra suelen arrancar de raíz los árboles más pesados y fuertes, y arrebatan cuanto encuentran y lo llevan por el aire. En el mar hacen la misma operación con las embarcaciones, pues, destrozando los árboles mayo- res y menores, los levantan altísimamente, y luego, de golpe, los se- pultan en lo más profundo. Y cuando no encuentran navios, cogen tan gran copia de agua del mismo mar que, en volviendo a caer en él, pa- rece vienen diluvios.

5. Para ocurrir a estos riesgos de las mangas no hay prevención humana ni más remedio que el del cielo, y prepararse para la muerte. Con todo eso, en algunas ocasiones que les acometieron las mangas a nuestros navegantes, hallaron eficaz remedio en la reliquia del Santo Lignum Crucis, que llevaba Fr. Francisco de Pamplona, y de su mano le dió el rey nuestro señor Don Felipe IV al despedirse de Su Majes- tad, sacándole de su pecho en señal de lo mucho que amaba a este siervo de Dios. Lo cual era de suerte que, en formándose el nublado, trebonada o manga, ya fuese de día o de noche, apenas se ponía en- frente el Prefecto con la santa reliquia, cuando visiblemente se desha- cía o daba vueltas alrededor del navio, pero, siguiendo sus tomos, al cabo se desaparecía. Otro extremo muy diferente y no poco molesto experimentaron nuestros navegantes, y singularmente adonde hallaban corrientes muy violentas, que son ciertas calmas que ocasionan gran dilación. Hasta allí el principal cuidado del piloto había sido granjear grados de altura para encontrar los vientos generales, los cuales per- cibió a veinticuatro grados del Polo Antártico ; pero, volviendo des- pués a alejarse de él, se acercaron otra vez a la línea equinoccial par|a coger por la parte de arriba al impetuoso río de Pinda, que está en

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cinco grados y medio de la banda del Sur. Su corriente es tan rápida, que sucede a veces detener cuarenta días los bajeles cuando navegan de norte a sur, y por eso es dificultoso de tomar el puerto. Con que hallándose sin haber descubierto tierra y sin haber podido tomar la altura del sol en espacio de dos o tres días por causa de los nublados, era de suma aflicción a todos por ser preciso volverla a buscar otra vez con mucha dilación y no menos riesgo de que faltasen el agua y el bastimento.

6. Hallándose, pues, en estas angustias, acudieron como siempre a Dios y a su Santísima Madre con fervorosas oraciones y súplicas, pi- diendo socorro en tan urgente necesidad, y el Señor dispuso que, al cabo de tres días, se descubriese el sol, y, tomada la altura, se halla- ron algunos grados más de ventaja, no obstante las calmas y las co- rrientes contrarias, con notable admiración del piloto y marineros. Todos rindieron las gracias a su Majestad divina por tan señalado favor, cuyo poder infinito no está sujeto ni limitado a las criaturas para hacer en todo su voluntad y la de sus fieles siervos cuando éstos, con fe viva y humilde, acuden a las puertas de su misericordia. Final- mente, pasados tantos trabajos, les envió Dios viento favorable y des- cubrieron tierra el día 20 de mayo, que fué de imponderable alegría para todos, viendo ya su esperanza tan vetina al logro de su deseo. Pero mucho más sin comparación lo fué el día que entraron en el puer- to de Pinda, que fué el término de tan larga y peligrosa navegación. De este tan singular gozo nadie se puede hacer capaz si no es el que hubiere navegado y experimentado lo que es andar largo tiempo en el mar sin ver otra cosa que cielo y agua, y sin saber la altura y paraje en que se halla. Llegaron, por último, al deseado puerto de Pinda, que es el mismo por donde entraron en el reino del Congo los primeros Frailes Menores que plantaron en él la fe católica, y fué su feliz arri- bo a 25 de mayo de 1645, en que cayó la Ascensión del Señor a los cie- los y mandó a sus discípulos ir a predicar su Evangelio por todo el mundo. Dieron a Dios las gracias cantando el Te Deum, y después, unos a otros, repetidos parabienes con recíprocos abrazos (21).

7. Fórmase ese puerto de un remanso del río Zaire, que con su curso y la gran copia de agua que trae cuando llega al reino del Congo, deja formadas muchas y grandes islas, todas pobladas de gente. Su

(21) Sobre las ciii;nn.sta)icias del viaje, así como sobre las primeras impresione? de los misioneros recibidas a su Ucíjada a tierra del Congo, hay una muy inteiesan- te carta del P. Juan de .Santiago, fechada en Pinda. 11 de junio de 164», fiesta

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boca, al entrar en el mar, tiene de ancho más de veintiuna millas y entra con increíble ímpetu, y allí tiene término su curso, habiéndole empezado desde Etiopía la alta o sobre Egipto. Luego que dieron fon- do, echaron el batel al agua, y el capitán con algunos soldados bien armados entraron en él y salieron a tierra para ver si descubrían algún paisano o población cercana que les informase del camino que habían de seguir los misioneros en desembarcando. Fueron penetrando male- zas y, después de largo rato, llegaron a un llano donde encontraron una iglesia pequeña, hecha de madera y paja, j>ero con su altar para decir Misa, y delante de ella una cruz grande. Este hallazgo fué para todos de sumo consuelo, y de él tomaron motivo los religiosos para persuadirse que aquellos pueblos no estaban pervertidos de los herejes holandeses ; con que, no habiendo encontrado persona alguna de quien tomar noticia, como se fuese acercando la noche, trataron de volverse al navio, donde refirieron a los Padres el hallazgo de la iglesia y de la cruz. Grande fué, sin duda, la que después tuvieron en el mismo puerto, aún antes de salir a tierra ; de ella hablaremos después, y aho- ra daremos noticia del sumo ejemplo que los misioneros dieron en el bajel durante el tiempo de su larga navegación.

8. No es justo el omitir el dar noticia del maravilloso ejemplo quie dieron los misioneros en su viaje y del gran fruto que consiguieron con él, lo cual conduce para la gloria de Dios, edificación de los fieles y ejemplo de los religiosos, que cada día pasan a predicar la fe a tierras de infieles. Con ser al parecer difícil de componer en un bajel la vida regular, lo consiguieron los misioneros y pudieron casi por todo el via- je continuar los ejercicios espirituales de oración y mortificación que practica la Orden cuotidianamente' en sus conventos. De iglesia y ora- torio les servía la cámara de popa ; allí se celebraban al día dos Misas a io menos, y no en seco, y los quie no las decían, hasta llegar su turno, comulgaban en la primera y daban gracias en la segunda. Pero en los días de precepto la decían todos, si no es cuando se alborotaba el mar. El tiempo se repartía, así de día como die noche, con uniforme regula- ridad, y tal que parecía haberse convertido el navio en monasterio muy

de la Santísima Trinidad (Archivo de Propaganda Fide. Scritl. ant., vol. 247, f. 120 V 127.— Hay también una copia de diciia carta en la B. del Palacio Nacional de Ma- drid, Ms. 2.557, ff. 1-2).

Casi lo misino, juntamente con los progresos de la misión, nos los refiere en otra carta el P. Angel de Valencia (8 de junio de 1646). (Cfr. «Copia fielmente sacada de una relación que el Padre Fr. Angel de Valencia... escribió a esta Provincia de An- datuzia... su fecha en la ciudad de Pinda» ... Impresa en Cádiz, en 1646. B. N. Ms. 3.818, ff. 130-131).

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reformado. Tocábase la campana a las horas dispuestas, y con su se- ñal acudían luego a la cámara de popa, y todos juntos ejecutaban los actos d)e comunidad que estila la Religión (22).

9. Atendían asimismo al bien espiritual de los seglares, enseñán- doles cada día la doctrina cristiana y explicándoles los misterios de nuestra santa fe. Tres días en la semana les hacían pláticas espiritua- les, y los domingos y fiestas se les leía la vida de algún santo, y des- pués, el que leía, hacía sobre ella algunas reflexiones y ponderaciones morales convenientes al auditorio. A todo asistían así el capitán como el piloto y todos los oficiales y marineros. Pero sobre todo, en lo que se puso mayor diligencia fué en la frecuencia de los Sacramentos, lo cual se logró de suerte que era para alabar a Dios el ver tantas confe- siones y Comuniones en los domingos y fiestas, cosa que aun en los mismos marineros les causaba admiración, por no haber visto jamás otra semejante ni más devota y religiosa navegación. Para dar prin- cipio al día se decían, en amaneciendo, las Letanías mayores, implo- rando el auxilio de Dios y la intercesión de los Santos. Por la tarde, antes de recogerse, cantaban con solemnidad y devoción las de Nues- tra Señora delante de una imagen suya, para lo cual ponían dos bu- jías en sus faroles. De noche les asistían también los religiosos acom- pañándoles y dándoles saludables consejos, cuando ellos, por sus cuar- tos, hacían la centinela. Con eso se evitaban pláticas impertinentes, y a veces perjudiciales, en que suelen ocupar el tiempo para no dejarse vencer del sueño y estar más vigilantes.

10. Pero como el ejemplo mueve mucho más que las palabras, en él principalmente pusieron los religiosos el mayor estudio. Admirában- se de ver al Prefecto y a los demás Padres barrer la popa del navio, ser sacristanes a semanas y ayudar a los marineros y grumetes en cuan- to podían. Pero, sobre todo, lo que más les llevaba la atención, era el ver a Fr. Francisco de Pamplona, a quien habían conocido pocos años antes en la altura de sus grandes puestos militares, fregar los platos y escudillas y hacer cuantos oficios humildes se ofrecían ; y con tal gus- to y aplicación, que no permitió que otro alguno se ocupase en ellos durante el viaje. Con los enfermos seglares, que hubo algunos, aun- que no de mucho cuidado, ejercitaron los religiosos cuantos oficios de caridad alcanzaron, sirviéndoles personalmente y a todas horas. En fin:

(22) La mencionada carta del P. Santiago da muy interesantes pormenores sobre la vida llevada por los religiosos en el barco durante la travesía.

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fué tan poderoso y eficaz ese ejemplo, con los demás que vieron en aquellos santos religiosos, que muchos, a imitación suya, se alentaron a ayunar, disciplinarse y a otras mortificaciones particulares, de las que veían practicar a los Padres, ya en comunidad y ya privadamente.

11. Pero donde se manifestó más el fruto que los devotos misio- neros hicieron en la gente del bajel, fué al tiempo que éste se hubo de volver a Europa, porque le sirvió de tanta pena a la gente de él el ver- se privados de la amable compañía de tan santos religiosos, que mu- chos de ellos pidieron con vivas ansias al Prefecto los admitiese por compañeros en su apostólico ministerio. Y, para mayor prueba de su vocación, renunciaron en sus manos cuanto tenían y los sueldos que les pertenecían de su trabajo, deseando únicamente servir a Dios y a los religiosos en la conversión de las almas, aunque fuese con el hábi- to de donados. El Prefecto alabó sus fervorosos deseos, pero los di- suadió de esa pretensión, alegándoles muchas y muy prudentes razo- nes, y, entre otras, diciéndoles que en España podrían ejecutar más cómodamente sus buenos propósitos en los conventos que Dios les ins- pirase. Con eso los consoló y esforzó, y por último les encargó que no olvidasen tantos y tan saludables consejos como se les habían dado hasta entonces. De todo lo cual se puede bien colegir la grande ope- ración que hizo en sus almas el ejemplo de los varones seráficos. En esa misma forma se han portado en las navegaciones los misioneros de otras misiones y con eso han logrado en los mares grandes frutos y conversiones de almas.

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CAPITULO V

De lo que les sucedió a los misioneros en el pueblo de Pinda con un navio de herejes holandeses, de sus hosti- Hdades y cómo cesaron esas por el auxilio de Dios y de

los naturales.

1. Volvkndo ahora a buscar a nuestros misioneros, a quienes de- jamos todavía embarcados y al parecer seguros de toda hostilidad en el puerto de Pinda, sucedió que, estando ya discurriendo sobre su des- embarco, la mañana siguiente vieron venir con gran velocidad un na- vio grande de holandeses, que en breve rato se acercó al nuestro. Ad- virtió el capitán Falconi el designio que era de quitarle el suyo, y man- dó abrir las troneras y echar fuera la artillería y que la gente se pusie- se en arma y ocupasen los puestos con la que había para recibir al enemigo. Causó grande turbación a los Padres este impensado acciden- te y más el considerar era de mayor porte el bajel enemigo y que los ánimos iban quebrantados de tan larga y penosa navegación ; pero, re- conocietido que era preciso o rendirse miserablemente, perdiéndolo todo y las vidas, o pelear hasta morir, trataron de disponerse para la defensa.

2. Repararon los religiosos las ventajas del bajel enemigo y en el desmayo de nuestra gente, y el capitán Falconi pidió al Prefecto que mandase a Fr. Francisco de Pamplona que gobernase a la gente de guerra, pues lo sabía hacer por los muchos años que militó en mar y tierra, y que él cuidaría de la marinería. Mandóselo y él obedeció pron- tamente, y a todos los demás religiosos les ordenó que tomasen las ar- mas y ayudasen en lo que pudiesen. Mandó que todos se confesasen y los exhortó después a pelear, poniendo toda su confianza en Dios, por cuya causa peleaban. Después se disfrazó Fr. Francisco y tomando una espada y una rodela empezó con celo católico a gobernar la soldades-

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ca, repartiendo la gente por sus puestos. Infundió en todos tal valor con sus palabras y vigilancia, andando de unas partes a otras, que casi deseaban empezase el combate para hacer cada uno su deber en tan forzoso aprieto y €n tan católica demanda. Estando ya todos armados y en sus puestos convenientes, se acercó el navio holandés a tiro de pistola del nuestro, y, viendo que no tenia bandera alguna, preguntó el capitán hoJandés, como suelen: «¿Qué giente?» A que Falconi le res- pondió diciendo : «Gente del mar». Esta respuesta tan equívoca le dió mucho que sospechar y haciendo un caracol con su bajel, sin hablar más palabra, se engolfó hasta casi perderlo de vista.

3. Con esa retirada se' sosegó la gente un poco y aun se persua- dieron a que no se había atrevido a embestirles por haberlos visto tan prevenidos y dispuestos para pelear ; pero se desengañaron luego, porque volvió a ellos con suma velocidad. Con eso tomaron segunda vez las armas y los puestos, juzgando sería ya fija la batalla. El ánimo del enemigo era apresar nuestro bajel, para cuyo efecto y poderlo eje- cutar con más seguridad, quiso reconocer primero el mar y explorar si iba en su conserva alguna embarcación. Hicieron los religiosos va- rias súplicas a Dios y a su Madre Santísima para que los librase de tan manifiesto peligro. Oyólos su Majestad divina y con tanta benignidad, que llegando el enemigo a tiro de cañón, en lugar de disparar su ar- tillería, echó las áncoras y, arrojando al mar una lancha, envió dos hombres de porte a bordo de nuestro navio, para hacer el siguiente re- querimiento. Preguntaron en lengua portuguesa, qué gente tenía la nave, que de dónde había venido a aquel puerto, qué buscaban en aque- lla región y si llevaban pasaporte de los superiores del comercio de Holanda. El capitán Falconi, reconociendo las astucias de los comisa- rios, usó de las palabras equívocas siguientes y respondió : Que su capitán había saltado en tierra, por lo cual no podía mostrar el pasa- porte : que si deseaban verlo, fuesen a buscarlo a la ciudad ; que el ba- jel era de Europa y había venido a aquel puerto a negocio especial y de mucha importancia del señor Don Daniel de Silva, conde de .Soñó.

4. Con esta respuesta se volvieron los comisarios a su bajel e in- formaron de todo al capitán, pero éste, poco satisfecho de la respues- ta, volvió a enviar a los mismos comisarios con nuevas réplicas, escrir tas en un papel, añadiendo a ellas amenazas. Respondióles Falconi di- ciendo : Que a no mirar al respeto debido al príncipe, en cuyo puerto se hallaba, no hubiera dado lugar a tantas demandas y réplicas, pero que tuviesen entendido que, si ellos empezaban la guerra, procuraría

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defenderse ; que era ya sobrada osadía la suya después de haber satis fecho a sus preguntas, no debiendo hacerlo en puerto ajeno y sin agra- vio suyo. Al tiempo que Falconi escribía esta respuesta usó Fr. Fran- cisco de Pamplona de la siguiente estratagema. Hizo que los religio- sos se metiesen en la cámara de popa y allí, ocultos sin que los pudie- sen ver los comisarios, tratasen en voz alta, que ellos lo pudiesen en- tender, de' sucesos militares y de cuán perniciosa era la secta de los holandeses, y que variasen las voces para que concibiesen la muche- dumbre de gente que había y que no les temían, antes bien que desea- ban el combate. Tomaron el papel los comisarios y volvieron a su ba- jel y, llenos de miedo, informaron a su capitán de lo que habían vi^o y oído. Con eso se templó el orgullo de los enemigos y en el corto tiempo que quedaba de la tarde y de la noche, aunque los nuestros no dejaron las armas de las manos, estuvieron siempre en vela y con no pocos sobresaltos, pero no fueron molestados de los enemigos, aun- que lo temieron.

5. En amaneciendo vieron que el capitán holandés tomó su lancha y que con algunos soldados y marineros partió a toda prisa a hablar al conde de Soñó : empero, juzgando el capitán Falconi por inconve- niente el que el enemigo informase primero, aprestó su lancha y con gente armada y los Padres Fr. Buenaventura de Cerdeña y Fr. Jenaro de Ñola, disfrazados, procuró hacerse hacia la boca del río Zaire con la brevedad que pudo. El holandés hizo todas sus diligencias para lle- gar primero, pero fué Dios servido que no lo lograse por llevar pocos remeros e ir el río tan rápido, a cuya causa le fué preciso retroceder para .surtirse de más remeros. En el ínterin fueron bogando los nues- tros y. como cogieron ventaja, pudieron llegar a perderse de su vista. Pero, porque a esta fortuna no le faltase algún azar, en empezando a entrar por las espesuras de las islas intermedias, se vieron en gran con- flicto por ignorar el viaje, y no hallando persona alguna, con estar to- das muy pobladas de gente, que les diese luz de él para proseguirle, cayeron en gran perplejidad sobre lo que habían de ejecutar. Estando deliberando sobre este punto, llegó cerca de ellos la lancha del holan- dés, ya bien surtida de gente de guerra y de remeros, y los nuestros acordaron entonces que les era lo más acertado y seguro el irla si- guiendo para proseguir el viaje.

6. Así lo hicieron los nuestros, aunque les duró poco trecho esa fortuna, porque por las vueltas y revueltas de las islas vinieron a per- derla de vista, quedando confusos, sin saber qué hacer y con bastantes

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temores de que el «nemigo llegase antes. Afligióse mucho el capitán Falconi y los Padres le procuraron alentar, poniendo toda su confian- za «n Dios, y su Majestad divina atendió a sus ruegos, disponiéndoles el camino por una brecha de tierra que vieron entre los árboles. Sa- lieron del río y fueron caminando a pie, aunque con gran fatiga, hasta llegar a la falda de una eminencia, y, subiendo a ella, descubrieron al- gunas casas. Después, poco más adelante, encontraron una plaza muy espaciosa y en ella una iglesia de maderos y paja, con su campana y una cruz delante de la puerta. Entraron a haoer oración y vieron sobre el altar una imagen de relieve de la Concepción Purísima de Nuestra Señora, otra de nuestro Padre San Antonio de Padua, también de re- lieve. Hallaron asimismo un cuadro mediano y muy antiguo con la vera efigies de nuestro Seráfico P. San Francisco, abrazado con la cruz.

7. Fué grande el júbilo que les causó ese hallazgo, y con él cobra- ron firmie esperanza de que todo les había de suceder felizmente coft tan poderosos protectores, a quienes se encomendaron con íntimo afec- to. En el ínterin concurrieron a la iglesia muchos negros, y ésos, vien- do a los Padres con los Crucifijos en el pecho, se ponían de rodillas y les pedían su bendición con no menos alegría que devoción. Luego se levantaban y daban palmadas a compás y vueltas a una parte y a otra para manifestar el gozo de su llegada ; y con razón a la verdad, pues había muchos años que no habían visto sacerdote alguno hasta enton- ces. Entre la gente que concurrió entonces se hallaron algunos negros de buena razón y que sabían bastantemente la lengua portuguesa. Im- portó mucho esto, porque les dijeron cómo aquella era la población de Pinda y se ofrecieron gustosos a servirles de intérpretes para ir a ha- blar al conde, que residía en la banza de Soñó, casi una legua distante de Pinda. Adelantáronse algunos de ellos a darle el aviso al conde y con su noticia se conmovió toda la banza, de suerte que, al entrar por ella los dos Padres, fué tan grande el concurso de la gente, que ape- nas podían andar por las calles por ponérseles todos delante de rodi- llas para que les echasen su bendición.

8. En llegando a la presencia del conde, se levantó de su silla y con imponderable alegría y reverencia, puesto de rodillas, les fué abra- zando y les besó la mano. Después, antes de pasar a otras demostra- cion«s y coloquios, le informaron de lo que les sucedía en el puerto con un navio holandés, donde quedaban los demás Padres, todavía em- barcados, por no atreverse a saltar en tierra, temiendo las hostilidades de los herejes. A ese tiempo supieron cómo aun no había llegado a la

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banza el capitán holandés, o porque rodeó en tierra, o porque erró el viaje en el rio, o, lo que es más cierto, porque lo dispuso así el Padre celestial de las misericordias para consuelo y seguridad de sus fieles siervos. Hizose muy capaz el conde de la pretensión del holandés y fué tal su sentimiento de que quisiese hacerse dueño del puerto y estorbar a los religiosos la entrada en sus tierras, que, en llegando a su presen- cia poco después, no sólo lo reprendió ásperamente, sino que al capi- tán y a los que le acompañaban los mandó poner en la cárcel. Luego dió orden a Don Miguel de Castro, su pariente, para que partiese al instante con mucha gente armada para defender a los religiosos y gen- te del bajel del capitán Falconi, y para mayor seguridad mandó al mis- mo tiempo a otro fidalgo muy noble que fuese al navio holandés con igual número de soldados para impedir cualquier hostilidad que inten- tase. Con ese resguardo se volvió Falconi, dándole las gracias al con- de, acompañado de muchos negros armados que gustaron de quedarsie en el navio hasta que el día siguiente desembarcasen los religiosos pa- ra llevarlos a Soñó.

9. Llegó Falconi con toda la gente de guerra, destinada para am- bos navios con sus cabos, y, apenas entró en el suyo con la gente, cuando empezaron a respirar los Padres y luego sin más dilación pa- saron al de los holandeses y les notificaron el orden que llevaban del conde y cómo por sus atrevimientos quedaban presos su capitán y com- pañeros. No es ponderable el gozo que les causó a los negros el ver a los religiosos, hicieron mil demostraciones de alegría y, habiéndolos agasajado lo mejor que se pudo, hicieron diferentes repiques con la campana, y blancos y negros cantaban a Dios alabanzas y, eti esa for- ma y con ios regocijos que permitía el puerto, se pasó la mayor parte de aquella noche. Los golpes de la campana y las voces de los que can- taban, fueron para los herejes que las oían, truenos de imponderable tormento. Amaneció el domingo siguiente y se renovaron los júbilos con festivas demostraciones ; enarboláronse las banderas y gallardetes y salieron de su retiro los religiosos, ya sin disfraz alguno, y empeza ron a pasearse por el navio para que los enemigos los viesen. Esto fué para ellos de sumo tormento, pero de imponderable alborozo oara Ío católicos blancos y negros, y para éstos especialmente", que no habien do oído Misa en muchos años por falta de sacerdotes, la oyeron aquel día en el navio y se celebró con la solemnidad posible. Lo mismo hi- cieron los Padres que se quedaron en Soñó, y ésos bendijeron el agua y cantaron el asperges. También hicieron pláticas espirituales, valién- dose de intérpretes para ello, y toda aquella gente asistió con mucha

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devoción y reverencia a ellas y así el conde, como todos los demás, no cesaban de dar gracias a Dios por haberles enviado varones tan apos- tólicos.

10. Por la tard^ desembarcaron los Padres con el capitán Falconi, excepto dos, uno sacerdote y otro lego, que se quedaron en el navio para decir Misa, confesar y consolar a la gente de él y para que des- embarcasen y condujesen a Pinda los ornamentos y cosas de la misión. Los demás llegaron a Soñó y, antes de entrar en la banza, salió inmen- sa gente a recibirlos y, con tal alegría y devoción, que conforme iban pasando, les pedían de rodillas la bendición. Después de recibida se le- vantaban y hacían varias mudanzas, dando palmadas y cantando en su lengua N ganza, Npungu, que es lo mismo que sacerdotes de Dios, y esto lo repetían muchas veces. El conde, sabiendo su llegada, salió has- ta su puerta, acompañado de toda la nobleza, y los recibió con sumo afecto, abrazando a cada uno de rodillas, y después les hizo sentar. Sacó luego el Prefecto el Breve de Su Santidad y le dió razón de su ida a aquel reino, y él lo tomó y con gran reverencia lo besó y puso sobre la cabeza. Luego se lo entregó a su secretario para que se lo explicase en su lengua nativa ; oido después, celebró con demostraciones católicas su dicha y lo muy agradecido que se hallaba al Sumo Pontífice por tal favor y beneficio.

11. Pasó inmediatamente a ajustar la contienda de los dos capita- nes y mandó traer a su presencia al holandés, al que fué acompañando su factor. En llegando, como vió allí a los religiosos con sus crucifi- jos al pecho, se quedó atónito. Díjole entonces el conde que dijese lo que tenía que alegar en su pretensión. A lo cual, ciego de cólera y lleno de turbación, respondió: que si había recibido disgusto por haber apor- tado a aquellas costas el bajel católico, donde los estados de Holanda tenían su comercio sentado sin su pasaporte, mucho más disgustado quedaba por haber conducido a los Capuchinos a aquel reino por ser enemigos de su religión protestante y, sobre todo, lo que más sentía era el ver el grande afecto con que su Excelencia los admitía en su es- tado, contraviniendo en ello a los pactos con que se estableció el co- mercio, siendo uno de ellos el que no admitiría en sus tierras y puerto gente que fuese enemiga de Holanda. A esto respondió el conde como muy católico príncipe, diciendo : Que por gente enemiga de los holan- deses se entendía la que les hacía guerra con armas, pero no los mi- nistros evangélicos enviados por el Sumo Pontífice ; que él era hijo obediente suyo y de la santa Sede Apostólica, y que, si hubiera hecho

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tales pactos, fuera no hijo, sino enemigo declarado de ella en perjui- cio propio suyo y de sus vasallos ; que si a los holandeses les había permitido la entrada «n sus estados, había sido precisamente por el co- mercio temporal, pero no en manera alguna para qu€ se entrometiesen en materias de religión ni en el libre y natural dominio de los estados que Dios le había dado.

12. Habiendo oído el perverso hereje al conde, procuró meterle miedo, diciendo con astucia que mirase bien su Excelencia lo que de- terminaba en aquel negocio porque, en sabiendo los directores de Ho- landa lo que pasaba, le moverían guerra sangrienta, y aun añadió que no se darían por satisfechos hasta que mandase desterrar de todos sus estados a los Capuchinos. El conde, muy enfadado de tal audacia, le dijo : Obren sus directores lo que quisieren, que yo y todos mis vasa- llos estamos dispuestos a perder las vidas en defensa de los Padres. Nótese aquí de paso que la voz que corrió en España de que los holan- deses habían pervertido a los del Congo, fué falsa : pero, como ellos se habían apoderado de Angola poco antes, les pareció fácil hacer lo mismo del Congo e introducir su secta en ese reino, y de ellos nació la voz y lo iban trazando así con su infernal astucia : y así llevó Dios a los Capuchinos a tal razón, que se pudieron oponer a tan detestable intento y por eso sintieron tanto su entrada en el Congo. El mismo rey les dió después grandes satisfacciones e hizo quemar públicamente ciertos catecismos que habían llevado a su corte y sintió mortalmente la mala voz que habían esparcido contra él y sus vasallos por Europa. Los tales catecismos iban impresos en lengua portuguesa y se los die- ron al rey, como otras cosas, de regalo ; tanta como ésta es la astucia y malicia de los herejes.

13. Viendo, por último, los circunstantes la indignación del conde y que el holandés quería replicarle de nuevo, empezaron a inquietarse de suerte que le fué preciso callar y cesar en sus arrogancias, propias de herejes, pues todos son soberbios. Cesó por entonces la contienda y, despidiéndose' los religiosos del conde, les hizo grandes y muy afec- tuosos ofrecimientos de su persona y casa, y mandó que se les diese alojamiento en Pinda por ser la población más vecina al puerto para poder desde allí conducir más fácilmente las cosas de la misión que aun se estaban en la nave. El malvado holandés, viendo frustrado su inten- to, pidió por merced al conde le diese libertad para asistir a sus depen- dencias, dándole palabra de que no haría molestia alguna ni a los mi- sioneros ni al bajel de Falconi, con que juzgando que procedía senci-

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llámente en la promesa, se la concedió. Pero, apenas se vió libre, cuan- do empezó a prorrumpir en amenazas, diciendo a Falconi, en presencia de algunos, que, en llegando al puerto, le había de echar a fondo su navio. Con este nuevo motivo volvió Falconi al conde, pidiendo le am- parase y a los Padres, pues el arrepentimiento del holandés se había ya explicado con nuevas amenazas contra todos.

14. Apenas oyó el conde el suceso, cuando salió como un león a la puerta de su palacio e hizo señal de tocar alarma, dando desmesu- rados gritos e hiriéndose la boca con la mano aprisa. Brevemente se juntaron muchos escuadrones y marchó con ellos el mismo conde en seguimiento del holandés y de su factor, que iban huyendo a toda pri- sa ; mas, como los negros son velocísimos en correr, a cosa de media legua los alcanzaron y los hicieton prisioneros. Fueron llevados des- pués a la presencia del conde, quien había resuelto mandarlos degollar ; pero se suspendió el castigo por la interposición de muchos y haberse ellos humillado. Con todo eso mandó que les pusiesen en la cárcel y con buena guardia en la banza de Soñó, y por instancias que hicieron, no les quiso dar libertad hasta que el capitán Falconi despachó todas sus dependencias. Pero, no obstante este resguardo, al salir del bajel los dos religiosos que quedaron en él para desembarcar las cosas de la misión y conducirlas a Pinda, experimentaron una grande alevosía de la gente del navio enemigo, porque, sabedores de lo que le pasaba a su capitán, apenas vieron desviarse la lancha de nuestro bajel, cuando dispararon una pieza de bronce con bala, con ánimo de matar a los dos religiosos. No lograron su mal intento, aunque pasó por medio de am- bos la bala, porque Dios los libró. Pero, vista la maldad, al punto les hizo responder con otra mayor el piloto Baltasar López. Supo el conde el caso y fué en persona a la cárcel y amenazó al capitán con pena de muerte, si no mandaba a los suyos que se abstuviesen de ofender al na- vio de Falconi, y la amenaza fué de calidad, que le obligó a escribir al piloto, diciéndole : que si quería verlle vivo dejase de molestar al navio católico. Con eso cesó tan porfiada y extravagante contienda y los re- ligiosos salieron de sustos,

CAPITULO VI

Empiezan los misioneros a ejercitar su apostólico minis- terio; pártese para Europa el capitán Falconi con dos de ellos y enferman gravemente los demás.

1. Después d€ tantas tribulaciones como hasta aquí padecieron nuestros fervorosos misioneros, viéndose ya en tierra y en la palestra deseada, empezaron a ejercitar su ministerio con increíble aplicación. Causóles gran lástima ver tantos millones de almas redimidas con la sangre preciosísima de Cristo, casi en su último precipicio por falta de mantenimiento espiritual y de quien se le administrase, teniendo todos generalmente pronta voluntad para recibirla. Hacía muchos años que carecía aquel reino de operarios evangélicos y, sobre estar en él poco arraigada la fe, la vecindad de los reinos gentiles tenía inficionados los ánimos y a muchos pervertidos con el veneno de sus vicios y supersti- ciones. Carecían muchos del santo Bautismo y casi no se conocía otra cosa en todo el Congo sino torpezas, manteniendo cada uno las man- cebas que podía sustentar, sin tratar de casarse. Son muy dadas al ocio aquellas gentes y amiguísimos de bailes muy torpes y ejercían continuos latrocinios para mantener la vida. Sobre todo se guerreaban unos a otros casi continuamente y sólo hacían grande aprecio de los hechioe- ros que les enseñaban mil supersticiones, los cuales siempre han sido enemigos de los misioneros y por cuyo medio les ha hecho mayores daños el demonio.

2. Reconocieron aquellos Padres, no sin gran dolor, el infinito nú- mero de almas que en los siglos pasados habían perecido y hallaron por buenos informes y experiencia que de cuatro partes de la gente del rei- no, las tres eran de gentiles, y la otra, aunque estaban bautizados, de tan malos cristianos, que eran tan malos en las costumbres como los gentiles. Todo esto estimulaba grandemente a los misioneros para tra-

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bajar incesantemente en la conversión de aquellas almas. Cada uno pa- recía en el celo un San Pablo y con voz de trompeta que resonaba por todo «1 reino y aun por los circunvecinos, les predicaban penitencia y procuraban todos arrancar vicios y plantar virtudes cristianas casi no conocidas en aquel reino. Era tal la conmoción de la gente y el fervor de los predicadores, que se conocía bien hablaba por sus voces el Es- píritu Divino. Con este socorro del cielo fué Dios servido lograsen en gran parte su trabajo y desvelo, aunque predicaban por medio de' los intérpretes ; lo cual se reconoció por el gran concurso de la gente a los sermones, Misas y Sacramentos, y en que muchos dejaron las concu- binas y se' casaron, viviendo de allí adelante cristianamente.

8. A más de lo dicho, eran tantos los que acudían a recibir el san- to Bautismo, que hubo misionero que en sólo medio día bautizó más de trescientos, entre párvulos y adultos. En tan cortos días se fué au- mentando el fruto de calidad que, para recogerle con mayor providen- cia, destinaron unos para los bautismos, otros para predicar y otros para administrar los Sacramentos de la penitencia. Eucaristía y Extre- maunción, ayudar a bien morir y enterrar los muertos. A pocos días, viendo la gente el celo y caridad con que' aquellos Padres cuidaban de todos, empezaron a publicar por todas partes que eran unos hombres venidos del cielo. Llamábanlos los Padres de la misericordia y les da- ban otros elogios seme'jantes. Acudía gente de las partes más remotas a recibir el santo Bautismo de su mano, llevando las madres a sus hi- juelos en los brazos muchas leguas, siendo espectáculo de la mayor ter- nura el ver llegar a todas horas numerosas tropas de hombres y de mu- jeres con sus criaturas, pidiendo de rodillas y a voces el santo Bautis- mo. Administrábanselo los Padres con suma benignidad, aunque con sumo trabajo, porque, como observaban todas las ceremonias del Ri- tual Romano y eran tantos los que venían a recibirlo, apenas les daban lugar para comer y reposar.

4. Fué preciso administrar este Sacramento solemnemente, así por la mucha devoción con que la gente lo recibía, como por ser cosa nue- va en aquella tierra el ver bautizar con solemnidad, pero principalmen- te para quitar algunos abusos perniciosos que con el tiempo se habían introducido ; porque, cuando el sacerdote seglar bautizaba, no hacía otra ceremonia que poner al niño o adulto un grano de sal en la boca, y después le echaban el agua en la cabeza, diciendo : «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Demás de esto había abierto la avaricia puerta a un gran desorden y tal que r«ti-

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raba a muchos de llegar a recibir tan necesario Sacramento para la sal- vación, porque el sacerdote no quería administrarle, si el adulto o los padres de los párvulos no le contribuían con una gallina y tanta mone- da del país cuanta correspondía a un real de por acá, que son unos ca- racolillos pequeños. Con que, viendo entonces aquella gente que los religiosos bautizaban solemnemente y sin interés alguno, aunque le ofrecían de buena gana, quedaban sumamente edificados y en todas par- tes eran aclamados por su piedad y misericordia, y todos los amaban con notable cariño.

5. En esos santos ejercicios de predicar y bautizar, confesar y ad- ministrar los demás Sacramentos, visitar los enfermos, componer dis- cordias y enterrar los muertos, se ocuparon los misioneros algunos días en la libata de Pinda y en la banza de Soñó, pasando cada día dos le- guas <le un arenal muy trabajoso para ellos, por lo ardiente del sol que allí hiere perpendicularmente y deja abrasando la arena ; a cuya causa andaban hin sandalias para poder caminar. A estos trabajos se añadían otros de hambre, sed y mal dormir, porque el mantenimiento del país era corto y de poca sustancia ; la bebida era agua del río y ésa calien- te por la actividad del sol y de más a más salobre. No quisieron aque- llos seráficos obreros y observantísimos Frailes Menores, que se des- embarcase del navio sustento alguno de Europa para entrar apostóli- camente predicando en aquel reino, fiados únicamente en la Providen- cia divina y en la piedad de los fieles.

6. Pero con ser tan excesivos los trabajos cotidianos en ambas po- blaciones, todo se les hacía gustoso a vista del fruto que experimenta- ban en las almas. Considerando esto el Prefecto y que era mucha la mies y pocos líos operarios, y sabiendo que, sino en San Salvador que es la corte, que había algunos sacerdotes, lo restante del reino carecía de ellos ; y allegándose a eso el que otros reinos vecinos de gentiles deseaban recibir nuestra santa fe, acordaron que volviesen a Europa en el mismo navio el P. Fr. Miguel de Sessa y Fr. Francisco de Pam- plona para solicitar en Roma mayor número de religiosos, informando a Su Santidad y a la Sacra Congregación de todo, como lo hicieron, y sucedió lo que adelante veremos. Con esta resolución dispuso el capi- tán su vuelta a Europa, habiéndose detenido aun quince días en el puer- to. Para él y su gente fué de sumo consuelo el traer en su compañía a los dos religiosos. Hiciéronse a la vela y a la mitad del viaje encon- traron un navio grande inglés, y Fr. Francisco rogó al capitán de él que', supuesto iba en derechura de Inglaterra, se sirviese de traerlos en

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SU compañía, lo cual hizo con mucha generosidad, disponiéndolo Dios así para que con más brevedad pudiesen ser socorridos los del Congo, como lo fueron. El navio de Falconi, según se supo después, encalló y al fin le vinieron a robar otros dos pasajeros, a quienes pidió soco- rro, y padecieron varios trabajos, pero se los remuneró Dios después y volvió a mejorar de fortuna, a más del premio que consiguió para la vida eterna, por la gran caridad que usó siempre con los nuestros.

7. Apenas salió del puerto de Pinda el sobredicho bajel, cuando a los que quedaron en Pinda les empezó a ejecutar el clima, como sue- le a cuantos llegan de Europa, a que ayudó no poco el excesivo tra- bajo de cada día. Ya desde aquí se mudaron las adversidades pasadas en otras muy diferentes y no menos molestas, porque empezaron a sen- tir varias complicaciones de humores, flaqueza y dolores agudos, de calidad que brevemente enfermaron todos gravemente, excepto los Pa- dres Fr. José de Antequera y Fr. Angel de Valencia. Estos dos, por no omitir la solemnidad del Corpus ni dejar alguna demostración en re- verencia del augustísimo Sacramento, y para consuelo y edificación de aquellos pueblos, pasaron la víspera desde Pinda a Soñó, llevando con- sigo la custodia, el dosel y ornamentos necesarios para la función, y todo sobre sus hombros. Después acomodaron el altar en la iglesia de San Antonio de Padua, supliendo, en lugar de colgaduras, ramos y palmas que mandaron traer, asi para la iglesia como para adornar las calles. Al día siguiente cantaron la Misa y se hizo la procesión solemne, acompañando al Santísimo el conde y los fidalgos con velas encendidas, y todos ataviados con sus mejores galas. La gente común hizo su cuerpo aparte, formando lucidas soldadescas y bien ordenados escua- drones, con variedad de banderas y de armas. Estos seguían la Cruz, disparando los mosquetes de cuando en cuando, y, empezando el verso Tantum ergo, hacían sus salvas reales con toda la mosquetería de que tiene el conde buen número y se los han llevado allá las naciones del norte. Entre unos y otros iban con el mismo orden diferentes danzas y variedad de instrumentos músicos y de guerra. El uno de los Padres llevaba la Custodia, y el otro el incensario, y ambos cantaban los him- nos, diciendo cada uno su verso.

8. De esta suerte y con grande orden y concierto, y aun mejor que en Europa, pasaron por las calles principales con suma devoción y reverencia. Estuvo su Majestad descubierto hasta la tarde, reveren- ciado de todos, y fué a la verdad un día el más festivo y de mayor gozo que jamás habían visto aquellas gentes, y les sirvió mucho para

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ratificarse en la fe católica, que profesaban, y desde entonces venera- ron sumamente ese sacrosanto Sacramento. Encerróse después en el Sagrario con toda la música de instrumentos y asistencia de' toda aque- lla corte con luces, y quedaron pasmados y sumamente gozosos, dando mil gracias a Dios y unos a otros mil parabienes por haber gozado de tan soberano favor y de la dicha que no consiguieron todos sus ante- pasados. Acabada la función, se volvieron los devotos Padres a Pinda, y el uno llegó con calentura y el otro enfermó dentro de pocos días, y aún vino a ser el primero que murió ; con que ya no había alguno sano que pudiese cuidar de los naturales ni aun de mismos.

9. Fuéronse agravando las enfermedades de todos, y tanto, que era verdaderamente espectáculo digno de la mayor compasión ver en aque- lla angustia tantos y tan piadosos ministros de Dios al abrigo de una pequeña choza, o, por mejor decir, al desabrigo de una cabana que ni tenía puertas ni ventanas y sus paredes eran de paja y el tejado de hojas de palma, por el cual entraban sin defensa el sol, la luna, el aire y el sereno, con cuyas influencias se les aumentaba el ardor de las ca- lenturas. Sus camas eran de la dura tierra, sin más colchón que un poco de paja, y tan estrecha la habitación, que les era preciso encoger los píes para no tropezar unos con otros ; a que se añadía la circuns- tancia de verse en tierra extraña y sin conocimiento de' sus moradores ni tener a quien volver los ojos sino sólo a Dios. Carecían de médicos y de medicinas, que por allá no hay nada de eso, y eran a todas horas perseguidos de hormigas, ratones y topos, especialmente de ciertas sa- bandijas llamadas dragoncillos, que no les dejaban reposar. Y en fin : se veían reducidos a tal miseria, que ya no esperaban otra cosa sino darse unos a otros sepultura ; para cuyo efecto se prepararon todos con los Sacramentos, esforzándose uno a decir Misa para comulgarlos, siendo el primero que salió de esta vida el último que cayó enfermo, que fué el Padre Fr. José de Antequera, de cuya vida hablaremos al fin de este capítulo, por ser muy digna de memoria para nuestro ejemplo.

10. Pero, aunque todos se llegaron a ver tan próximos a la muer- te y por horas esperaban seguir a su santo compañero, con todo eso, contentándose el Señor por entonces con el diezmo, dejó con vida a los demás para que pudiesen trabajar en su viña y no quedasen aque- llas pobres almas destituidas de remedio y pasto espiritual. Consoló después su Maj-estad divina y confortó a sus siervos espiritual y cor- poralmente, de suerte que poco a poco fueron saliendo del peligro y

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recuperando la salud. En lo espiritual los consoló, porque aquel mis- mo padecer y tan a secas, se lo convirtió en tanta dulzura de sus almas, que, viendo lo ocasionaba el haber procurado su mayor honra y gloria y el deseo de la salvación de los prójimos, no cesaban de darle gra- cias porque se había servido de hacerles dignos de padecer algo por su amor. Confortóles también corporalmente, moviendo el ánimo del con- de para que, en sabiendo su extrema necesidad, los socorriese cada día con limosna de aves, huevos y frutas. Y, si bien las primeras calentu- ras los rindieron a todos, con todo eso le conservó su Majestad algu- nas fuerzas a Fr. Jerónimo de La Puebla, Religioso Lego, que había sido muchos años enfermero de Zaragoza, para que, en medio de su dolencia, pudiese asistir a los demás, como lo hizo y con gran caridad, sangrándolos, echándoles las ventosas, dándoles a sus horas los refres- co y aderezándoles la comida.

11. Con eso, y principalmente con el auxilio divino, fueron pasan- do su trabajo y el examen que el Señor hizo de su paciencia y cons- tancia, del cual salieron con muchos medros espirituales y con mayo- res fervores para trabajar en su apostólico ministerio. Dió en esa oca- sión el conde muestras de príncipe generoso y de singular devoto de nuestro Seráfico Padre y de sus hijos los Capuchinos, pues en todo el tiempo que duraron las enfermedades, apenas hubo día que no les en- viase regalo y los fuese a visitar personalmente. Y, si tal vez omitía esa diligencia por sus ocupaciones, enviaba un fidalgo muy noble a saber de su salud y si necesitaban de alguna cosa para su asistencia. Con que se ve aquí cuán bien les remuneró Dios el no haber sacado provisión alguna del navio y arrojado todo su cuidado en su amorosa y paternal Providencia.

12. Vida y virtudes de Fr. José de Antequera, Predicador. Acerca de la vida y virtudes del Padre Fr. José de Antequera, hijo de la Pro- vincia de Andalucía, varón verdaderamente apostólico, lo que sabemos es que en atención a sus grandes virtudes le ocupó su Provincia en va- rios ministerios de la mayor confianza, como son los de Maestro de Novicios, Guardián y Definidor. Fué hombre incansable en la oración, mortificación y abstinencia, de profunda humildad y de caridad exce- lente para con Dios y los prójimos. Esta le trajo por muchos años con perpetuas ansias de sacrificarle su vida en la conversión de los infieles a nuestra santa fe. Logró la ocasión y pasó con los demás a e.sta misión, dando a todos en mar y tierra grandes ejemplos en todas virtudes. Cortóle Dios los pasos tan a los principios, pero, supliendo

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con los deseos de su generoso espíritu las insignes obras qu^e tenía ideadas, cogió €n breve tiempo el fruto de muchos años.

13.— Fué devotísimo de la Reina de los Angeles, la cual k favore ció muchas veces en varios aprietos, y especialmente en el mayor y más tremendo de todos, que es la muerte. Y así le sacó de' este mise- rable mundo la víspera de su Visitación a Santa Isabel, que es la fiesta dedicada a la milagrosa imagen de nuestra Señora de Buen Viaje, que' se venera en nuestro convento de Sanlúcar de Barrameda, con quien tuvo especial devoción. Recibió los Santos Sacramentos con notable ternura, de mano del P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, y, con esta católica prevención hecha un día antes de su tránsito, pasó al eterno descanso a gozar el premio de sus muchos trabajos. Murió el día pri- mero de julio de 1645. Su muerte fué como un dulce sueño, y después de ella quedó su rostro tan hermoso y risueño y sus miembros tan tra- tables como si estuviera vivo. Dióle sepultura el mismo religioso con la decencia posible en la iglesia de Pinda, aunque con más lágrimas que aparato, y allí yacen sus cenizas hasta hoy. Mucho sintieron los demás la pérdida de tan santo compañero : pero sirvió de consuelo a su pena el reconocer piadosamente tenían ya en la presencia de Dios un nuevo intercesor que les ayudaría con sus continuas súplicas a la to- lerancia de los trabajos y al mejor logro de' su pretensión en la con- versión de las almas (23).

(23) El P. José de Antequera falleció el 1 de julio de 1645 . - Cfr. JUAN DE

SANTIAGO, ms. c, p. 79.— AMBROSIO DE VALENCTNA, O F. M. Cap., Re

sefia histórica de la Provincia de Capuchinos de Andalucía y -larones ilustren..., III, Sevilla, 1907, pp. 113-144.

CAPITULO VII

En que, para mayor conocimiento de los trabajos que los Religiosos padecieron y padecen en aquellas misiones de Africa, se trata del temperamento y manjares ordinarios

del Congo.

1. Está situado el reino del Congo en aquella costa de Africa que mira al océano etiópico, empezando cinco grados de la otra parte de la línea equinoccial y extendiéndose hacia mediodía hasta cerca de once, conforme a la descripción que hoy se hace, siendo así que en lo antiguo fué mucho más dilatado ; empero, por guerras y rebeliones, se ha ceñido a lo dicho. Antiguamente' empezaba desde el cabo de Santa Catalina, dos grados y medio de la equinoccial, y se extendía hacia el Mediodía hasta el cabo Negro. Al occidente confinaba, como hoy, con el mar de Etiopía ; pero al Mediodía «ran sus límite's las montañas de la Luna y la nación de los cafres. Al Oriente, las celebradas lagunas Zaire y Zambre ; al Septentrión, el reino de Benín, y comprendía de's- de dos grados y medio de la línea hasta trece, y tenía de longitud sete- cientas y setenta millas. Hoy son menores sus confines, según se ha dicho, si bien posee la Isla del Principie, que es una rama de los ríos Dande o Bengo y del Coanza.

2. Este reino está dividido en seis dilatadas Provincias, que go- biernan duques, marqueses y condes, cuyos títulos da el rey de por vida. Las de Bamba y Soñó yacen a la costa del mar dicho, y las otras cuatro, que son Sundi, Pango, Bata y Pemba, se extienden la tierra adentro, entre las cuales hay otros estados menores que gobiernan marqueses, condes y señores de vasallos. La mayor de todas es la de Bamba, la cual, en tiempos pasados, era capaz de' poner en campaña cuatrocientos mil hombres de pelea, siendo sólo la sexta parte del rei- no ; mas ahora apenas llegarán a doscientos mil, por las muchas gue-

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rras civiles con que se ha arruinado el reino. Esta confina hoy por la parte de Oriente con la Etiopia, si bien media mucho país desierto, y su propio confin es el río Umba con el Zaire hasta el lago Aquebun- da y tierra de Mekmba. Al Septentrión está el reino de Loango ; al Mediodía el de Angola, quedando sin confinar por el Occidente sin nación alguna, porque toda aquella costa mira al océano etiópico. Los ríos son muchos, pero los más principales y conocidos son los siguien- tes: el Zaire, Lelonda, Ambriz, Loze, Onzo, Dande y el Bengo. El Zaire es el mayor de todos ellos. El reino es montuoso y tiene valles profundísimos, excepto aquella parte que está cercana al mar, que, siendo muy arenosa, está igualmente más baja.

3. El clima es tan nocivo a los naturales de Europa, que parece estar corrupto el aire para ellos, y de ahí resultan continuas enferme- dades de tabardillos y fiebres malignas. Y así es como de fe, que, en llegando los misioneros de Europa a estas tierras, luego enferman mor- talme'nte. Y, aunque salgan del primer peligro, no por eso se dan por seguros hasta volver a enfermar en las misiones de las provincias, y si entonces escapan, como no vivan y convalezcan en el mismo clima, no están seguros. La convalecencia de la primera enfermedad dura muchos meses, y a veces un año, y entonces llaman baquianos a los que salen de la enfermedad, que quiere decir seguros y de prueba ; si bien mejor se les puede dar el nombre de siempre enfermos, porque real- mente siempre viven achacosos v con el color del rostro como difun- tos. También sucede, en correspondencia de esto mismo, que, con ser benigno el temple de Loanda, donde hay médicos, cirujanos y boticas, que en las tierras propias del Congo no hay nada de eso, en recogién- dose los religiosos al hospicio que allí tenemos, luego enferman por causa de la diversidad del clima. Y, aunque hay algunos enterrados en la bóveda de él, ninguno ha muerto viviendo en él, sino viniendo de fuera con el mal de la muerte.

4. A esas enfermedades casi continuas y ardientes contribuyen mu- cho lo ardiente del sol, la corrupción del aire, la cortedad y vileza de los manjares, la falta ordinaria de agua, la .gran distancia de unas po- blaciones a otras, el no haber especie alguna de caballerías, lo áspero de los caminos, sin vetitas ni mesones, que más parecen sendas de ca- bras que caminos reales, y con ser tan estrechos y poco trillados de los pasajeros, están cercados de pajas, altas como media pica y grue- «as como las cañas de Europa. Todo esto ocasiona grandes fatigas e impide la ventilación del aire, y para nuestra descalcez es molestísimo,

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porque zahieren los pies a cada paso con los fragmentos que hay por las tales sendas de esas pajas. La medicina más ordinaria para templar y curar tan ardientes enfermedades, que corrompen la sangre, son las sangrías. Y ya les han ido enseñando los religiosos a los negros el modo cómo las han de hacer, y usan de las lancetas de Europa, lo que de antes no usaban.

5. Cuán inmensos trabajos se padecen en esas tierras, sólo Dios lo conoce, por cuyo amor se llevan y se hacen tolerables. Las lluvias son muchas y empiezan ordinariamente desde mayo y se continúan hasta septiembre. Los calores empiezan desde los fines de septiembre y duran hasta el principio de mayo, y los mayores son en diciembre y enero, todo al contrario de Europa. Preceden a las lluvias furiosísimos vien- tos y horrorosas tempestades y nublados tan oscuros, que entristecen mucho los ánimos, y esto sucede cada día en ese tiempo, despidiendo de si muchos truenos, relámpagos, rayos y centellas. Si faltasen estas aguas regulares, es sin duda que se se'carían todas las plantas y que la tierra no produciría ni una sola hierba, y aun perecerían las criaturas todas, como sucede cuando alguna vez son cortas. En el resto del año no llueve, pero cae al amanecer todos los días una rociada df agua muy menuda, con que se conserva la humedad de la tierra.

6. Los ejercicios de predicar, doctrinar, catequizar, confesar, co- mulgar, casar, ayudar a bien morir, enterrar, componer discordias y otros semejantes son tan continuos, que desde la mañana hasta la noche no se descansa. Las residencias y hospicios en que viven los misioneros, o por mejor decir a donde se recogen en el tiempo de las lluvias, por no poder entonces salir a recorrer las tierras, son las siguientes : Loan- da, que es puerto de mar enfrente de Angola y de' temple benigno ; Mazangano, Cayenda, Dande, Bengo, Incusu, Quibangu, Soñó y Bam- ba. Están tan distantes unas de otras, que de Loanda a Mazangano hay sesenta leguas ; de Mazangano a Cayenda hay muchas más ; de Loanda para el Bengo hay siete leguas : del Bengo al Dande hay trein- ta ; del Dande hasta Bamba se ponen diez jornadas : de Bamba hasta Incusu, cinco ; de Incusu hasta Quibangu, otras cinco jornadas ; de Quibangu y de Bamba hasta Soñó hay trece jornadas ; de Loanda has- ta Soñó, por mar, hay de cinco a seis jornadas.

7. Acostumbran los del Congo a la salida de su invierno, que es a los últimos de septiembre, beneficiar la tierra por empezar entonces las lluvias ; luego siembran, y, en llegando diciembre, con brevedad cogen los frutos. A los principio!; de enero hacen otra sementera, y

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a fin de abril recogen «1 fruto ; de suerte que ambas cosechas se hacen en el verano de allá, porque en su invierno ni cogen ni siembran. Co- nócese ser fértil la tierra porque, sin arar ni cabar, con muy poco que la mueven con una piqueta pequeña, lo bastante para cubrir la semilla, recogen copiosos frutos. Nunca reservan de un año para otro, ni siem- bran más de lo que les basta para comer ; así porque ellos son malos trabajadores y sin industria, como porque no se lo hurten los pasaje- ros. El trigo de España no produce allá ; el que usan y le han llevado allá los portugueses, es €l maíz, y de él tienen abundancia. También tie- nen varias especies de mijo, semejantes a la avena, unas son blancas y otras coloradas, y alguna hay tan menuda como granos de mostaza, y hasta ■es la más estimada por tener mejor sabor, a la cual llaman luco y es infinito lo que se multiplica.

8. Para hacer harina de dichas semillas no tienen molinos ni ta- honas ; pero se valen de unos morteros grandes de piedra o de ma- dera, y allí las majan, humedeciéndolas antes. Después las ciernen y sa- can el salvado con unos cedazos de pajas muy finas y sutiles. El pan no lo saben beneficiar ni tienen hornos para cocerle ; lo que hacen es. poco antes de comer, poner una holla con agua a la lumbre y, en hirviendo, echan la harina suficiente y la van revolviendo con un palo hasta que se embebe toda el agua y queda como masa. Después la sacan y la dejan reposar y sudar entre alguna ropa algún rato. Luego la comen en lugar de pan y no les hace daño alguno ; pero esta masa sólo dura tres días y, si pasa de ahí, se corrompe y no se puede comer : llaman a este género de' pan en su lengua nfundi. Los portugueses les han enseñado otro modo mejor, que es hacer unas tortillas de la misma masa y las tuestan a la lumbre sobre unas como parrillas de alambre y quedan como pan cocido de acá, y se puede comer, y ellos le llaman nbolo. Noto aquí de paso, con la ocasión de este vocablo, que como aquellos negros son apretados de narices, ganguean mucho y casi los más vocablos los pronuncian echando delante la letra n.

9. También usan, en lugar de pan, de una raíz llamada mandioca, que es al modo de la chirivía de por acá ; es gruesa y, cuando la arran- can de la tierra, es venenosa ; pero, para quitarle el veneno, la abren por medio y la echan en agua, y después de dos o tres días la sacan y la ponen al sol para que se seque. Luego, para comerla, la ponen sobre las brasas y la tienen allí hasta que está un poco blanda. Es muy desabrida, aunque la usan frecuentemente y aun suelen hacer harina de ella, al modo que de las semillas. Otras veces, después de secas

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y purificadas, las rallan y ponen al sol, y de esta suerte las conservan en costales, y sin otro beneficio la comen así con cuchara en lugar de pan. Usan de esta harina más comúnmente para hacer potajes, porque, echada en el caldo, crece de tal suerte que parece pan esponjado. La planta que produce esta raíz es un arbolillo pequeño que apenas tiene tronco, aunque muy esparcidos ramos. No lleva semilla, pero cor- tando los ramos y haciéndolos trozos de palmo y medio y enterrándo- los en unos montoncillos de tierra con las puntas hacia fuera, produ- cen luego, y no una, sino muchas raíces ; y así éstas, como la harina de ellas, se pueden conservar por largo tiempo.

10. En el Congo no hay vino de uvas, aunque los portugueses al principio pusieron viñas ; pero era tanta la abundancia que daban de vino, que las desceparon, y también para vender el vino que' conducen de porte de sus tierras. Y así, la harina de trigo y el vino de vides para el santo sacrificio de la Misa, ordinariamente va de Europa, y los mi- sioneros necesitan siempre de ir con provisión de uno y otro y de hierros para hacer las hostias. También necesitan llevar de las harinas referidas y varias legumbres de las que da la tierra, como son ciertas especies de haba, alubias y alberjones para hacer potajes, que es su ordinario mantenimiento después de tantas fatigas. Los negros hacen varios vinos para su uso ordinario, ya de palmas y ya de otras cosas, según los materiales que hallan en cada provincia, y con ellos se suelen embriagar fácilmente. Para cuyos paladares es tan gustoso lo dulce como lo amargo. Carne y pescado comen poco, si no es los maníes y fidalgos, siendo así que pudieran todos lograr uno y otro con abun- dancia ; pero son tan flojos y sin género de industria ni providencia, que de uno y otro se privan.

11. De los animales domésticos de Europa se hallan en el Congo algunos, como son vacas, cabras, ovejas, cerdos, gallinas, palomas y otros géneros de aves. Las vacas son grandes, pero los novillos son de poca fortaleza, y sólo al rey y a los maníes se les permite tener va- cadas. No hacen queso ni aprovechan la leche, por no saber ordeñar las ovejas, cabras y vacas. Las ovejas no crían lana, y su piel es lisa como la del caballo. Hay también muchos animales monteses y especialmen- te elefantes, cuya carne es sabrosa y la trompa es muy regalada. Hay muchos búfalos, ciervos, cabras monteses y bueyes selváticos. Apro- vechan las carnes de los animales que cazan, y también las pieles, para venderlas a los de Europa. Están llenos los montes de leones, tigres, osos, lobos y zorras y de innumerables monos y micos, y aun en la

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provincia de Pemba se hallan también gatos de algalia. En esa misma provincia se cria la cebra, que si la domesticasen, podía servir de muli», por ser semejante a ella, aunque más hermosa por tener toda la piel listeada de blanco, negro y leonado oscuro. Los pescados son mucnos y totalmente diversos de los de Europa, y se coge uno que en el color y sabor no se distingue de las pechugas de la gallina. Generalmente hablando, están desnudos de flores de buen olor los campos, y por eso es amarga la miel, de la cual hay suma abundancia en los montes, y recogen la cera para venderla. Todas las aves y pájaros tienen hermo- sa vista por la variedad de matices en las plumas, pero tienen todas desapacible el canto y muy melancólico. La sal es como la de piedra, y sólo el rey tiene dominio sobre las salinas, y, cuando quiere' castigar a algún maní o provincia, prohibe que se les venda sal. Acerca de la moneda que usan trataremos más adelante, como también de otras cosas que conducen a esta historia (2á).

(2-1) Cfr. para cuanto va expuesto en este capitulo el P. CAVAZZI, o. c, Libio 1. capítulos II-IV ; PELLICER, o. c, en su segunda parte que así la titula: Descrip ción del Reino de Congo, su sitio, provincias , ríos y confines, ele. (f. 47 y ss.) ; PA- DRE TERUEL, o. c, ms. 3533, pp. 158-182: Narración copiosa de las cosas nota bles del Congo y costumbres de sus moradores.

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CAPITULO VIII

Del gobierno político de los del Congo, de su comercio, habitaciones, trajes, guerras y estilos de los de la Corte

1. En el ínterin que nuestros misioneros convalecen de sus enfer- medades, proseguiremos en dar noticia de las cosas más particulares de ese reino, a más de la que hemos -dado hasta aquí, reservando al- gunas para más adelante, para mejor inteligencia de varios sucesos que se ofrecerán y por evitar repeticiones. Muchas cosas omito de pro- pósito, porque sólo pueden servir a la curiosidad y nada a la utilidad y provecho espiritual, que es lo que busco y nos importa. Vivían los del Congo, antes de comenzar a cultivarlos los Capuchinos, sin polí- tica racional, poco metios que bárbaros ; pero después, poco a poco, con el trato y comunicación de más de sesenta años, los han ido po- niendo en política racional y cristiana, aunque no sin grande trabajo. No hay en este reino correos, y, para haber de dar algún aviso o remi- tir alguna carta, es necesario enviar algún peón, y primero que va y vuelve, se pasa muchísimo tiempo. Son muy tardos y perezosos en re- solver los negocios, aunque les importen mucho. En el Consejo de Estado entran los maníes, y todos los que gobiernan las provincias tienen en la corte otros maníes que cuidan de sus negocios, a quienes contribuyen cada año con alguna porción, y esos se llaman con el mis- mo apellido que los propietarios, como Maní Soñó, Maní Pemba, etcé- tera. En las ciudades y villas tienen sus gobernadores, a quienes lla- man Coluntos; éstos corren con los negocios civiles y criminales y los concluyen en breve tiempo y en la siguiente forma .

2. Siéntase el colunto en medio de la plaza, en una silla sobre una alfombra, y tiene' la vara en la mano. A los lados se ponen algunos de los más inteligentes y prudentes, pero sentados en el suelo. Luego llegan los litigantes y se ponen en medio, de rodillas, a decir cada uno

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SU razón. En habiendo hablado éstos, les da el juez licencia para que cada uno elija por su abogado al que quisiere de los presentes. Des- pués empiezan a defender sus partes, y, en habiendo hablado ambos asesores todo lo que alcanzan en la materia, cesa el juicio y pronuncia el colunto la sentencia ; y, sin más apelación, se concluye el pleito. Todos los juicios son verbales, sin gastar en ellos ni una hoja de papel y sin costas de escribanos, procuradores y asesores, atendiendo a sola la justicia natural que dicta la razón y ser mejor el derecho del uno que del otro. En las causas criminales hay la misma brevedad, y la sentencia se efectúa luego sin dilación. Si el delito es contra la perso- na real, probado ése, se le da riguroso castigo al delincuente, porque le arrastran por las calles públicas y después en la plaza le degüellan y le hacen cuartos. También pegan fuego a su casa y hacienda y hasta los árboles le arrancan. Si el delito es ordinario, pero grave, le cuelgan de un árbol, y a este modo tienen otras penas, según varios delitos. Las cárceles son unos postes gruesos de madera, puestos en las plazas, donde amarran a los presos con grillos y cadenas, y allí están al sol y al agua, pero con guardas.

3. No son dados los del Congo al tráfico, aunque desde que entra- ron en él las naciones de Europa, se han ido aplicando a feriarles sus géneros comerciales, pero sin salir de su tierra, por no tener embar- caciones, excepto algunas canoas, ni especie alguna de caballerías. Los géneros que tienen comerciales son cera, pieles de vaca y de búfalo y otras, y mucho marfil por la abundancia que hay de elefantes. Si fue- ran más aplicados, sin duda que pudieran hacerse muchos ricos ; pero no lo son, y los extranjeros les llevan paños, telas, hierros, armas y otras cosas necesarias para los oficios mecánicos. Alguna plata y oro perciben el rey y los maníes con esos comercios, pero poco, que de tributos no tienen cosa alguna de moneda de metal por falta de minas. Acerca de su moneda usual, que' son ciertos caracolillos, y del sitio donde se crian, que es su mina, se dará razón más adelante. Las casas, casi generalmente son todas de maderos y paja, y es rara la que tiene dos altos, y rarísimo el edificio que hay de piedra, excepto la iglesia ca- tedral de San Salvador, y esto no por falta de piedra, porque hay mu- cha y buena, sino por su poca industria. Todas las casas tienen patios, y muchos las de los maníes y fidalgos, pero mal dispuestas y con apo- sentos pequeños y puertas muy angostas. Las camas son de palos cru- zados, cubiertos con una estera de varios colores, levantadas del suelo como palmo y medio ; y con ser el sitio donde cada uno la tiene tan corto que apenas caben tendidos, con todo eso, en ese mismo sitio

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hacen lumbre todas las noches antes de' acostarse, y aunque sea en ca- niculares. Verdad es que las noches por allá son siempre frescas, aun- que no frías, y son iguales con los días, sin diferencia perceptible.

4. Todos, así hombres como mujeres, andan vestidos más o menos bien. El rey, los maníes y fidalgos gastan soberbias galas de paños y telas de Europa, aunque su género de vestuario es muy diverso del de Europa. La gente común se viste de herbajes de la tierra, que ellos benefician, como el lino y cáñamo por acá, y les dan varios colores, para lo cual tienen diferentes tinturas. Pero es cosa notable que todos los hombres, hasta el rey, llevan siempre pendiente de la cintura un pedazo de piel de alguna fiera, como de león o tigre, para dar con eso a entender que son valerosos y que saben matar las fieras. El rey la usa pequeña, pero los demás como de media vara. Zapatos, pocos los usan, excepto los nobles, y generalmente usan sombrero ; y en él lleva bordada la corona siempre el rey y con muchas piedras preciosas, y al cuello lleva muy ricas cadenas, joyas y muchas sartas de perlas y co- rales en las muñecas, y así, respectivamente, los maníes y fidalgos y sus mujeres. De medio cuerpo arriba se ponen sobre la camisa una mu- ceta hasta la cintura, y en ella llevan el hábito de Cristo los caballeros de cuya Orden es Gran Maestre el rey, y hay muchísimos. Sobre la tal muceta llevan una capa larga, la que cada uno puede y del color que quiere, aunque gustan más del negro. En lugar de la muceta usan las mujeres de ciertas sedas muy curiosas y llenas de franjas, y sólo el Ijrazo derecho llevan descubierto ; y también tienen sus ingredientes para refinar su color negro y ponerlo más lustroso. Todos nacen blan- cos, pero las madres untan los hijos con ciertos aceites y los tienen al sol todo un día, que es milagro no perezcan, y con eso quedan negros, a lo cual ayuda principalmente alguna cualidad intrínseca. Esto se co- noce en que muchos nacen muy blancos y, por más que los untan, nunca se vuelven negros, y son cortísimos de vista y tienen el pelo como los demás, aunque de color rubio.

5. En todo el reino del Congo no hay ciudad murada ni torre ni casa fuerte o castillo, y todas las fronteras están indefensas. iLos mon- tes y cerros les sirven de defensa cuando tienen guerras. Son los na- turales inclinados a ellas, fuertes y bien dispuestos, pero, por falta de disciplina militar, perecen muchos millares en ellas. Dispónense breve- mente para salir a campaña, porque, en tomando las armas y algo que comer que llevan de sus casas, acuden luego sus escuadrones para for- mar el ejército. Este lleva su general, maestres de campo, capitanes y

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Otros oficiales inferiores, y en llegando a dar vista al enemigo en campo raso, se hace señal de acometer con los tambores y cornetas que llevan. Los escuadrones se embisten por su orden y, con flechas que se tiran, caen a tierra los más de una y otra parte. Después pelean espada en mano y con los chuzos y lanzas, y con tal ímpetu y confusión, que en menos de una hora se llena el campo de muertos y se acaba la batalla. Si alguna parte desmaya o si vuelve las espaldas algún escuadrón, el resto del ejército hace lo mismo, y entonces, llenos de confusión, si- guen los contrarios al alcance y hacen gran destrozo en los fugitivos, porque éstos no saben rehacerse jamás. Los que salen con vida, huyen a sus casas velozmente, y con eso se acabó la guerra.

G.— A causa de estar en el Congo tan distantes las poblaciones unas de otras y no haber ventas en los caminos, padecen los caminantes suma petialidad y muchos riesgos de la vida. Por lo cual necesitan llevar pro- visión de un lugar a otro ; y para recogerse de noche, si no hay po- blación, hacen en el mismo camino una choza de ramos y fajina, don- de se albergan. Casi los más hacen esas provisiones robando y quitan- do cuanto pueden a los pobres vecinos de los lugares pequeños ; y es tal el desorden, que llegan a ellos ya el maní, ya el fidalgo, cargados de esclavos, y dos que sean, quieren que los paisanos les den de comer a todo pasto de balde. Cierto es que se lo darían, y de buena gana, y aun a toda la comitiva ; pero los criados y esclavos son tan insolentes, que sin esperar a que les den lo que les piden, se arrojan a robar cuanto hallan, dentro y fuera de las casas, como quien entra a saco en tiempo de guerra. Y como ven que los amos no los reprenden ni castigan, ni los pacientes se atreven a resistirles, por ser esclavos de personas tan nobles, sólo remedian su daño con ponerse a llorar y a dar gritos las- timosos.

7. Esta mala costumbre es causa de muchos daños, y en gran parte de la destrucción de aquel reino, porque aquellos pueblos no se aumen- tan de vecinos, antes se aniquilan, y los que quedan, temiendo ser ro- bados, dejan de sembrar con abundancia y de criar aves y ganados de cerda y otros, apeteciendo antes padecer necesidad que trabajar para que otros se lo coman y lo hurten. A más de esos daños, resulta otro no menor, y es que por esa causa desamparan sus casas y se van a vivir a los montes y espesuras, donde no tienen doctrina ni Sacramentos ni ellos ni sus hijos ; pero ni aun con eso están seguros de tan frecuentes latrocinios. De todo lo cual resulta estar los caminos desamparados y no hallar los misioneros en ellos abrigo alguno ni qué comer. Mucho

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han trabajado para quitar tan pernicioso abuso, pero como los causado- res del daño son los maníes y fidalgos del reino, y éstos son tan inte- resados en la materia, no lo han podido remediar hasta hoy. Además, que el rey no se atreve a apretar demasiado en eso, temiendo algún levantamiento contra sí, porque, como es el reino electivo, aunque aquellas gentes son muy amantes de sus reyes y señores naturales, con eso son inclinados a novedades y a rebelarse fácilmente contra ellos con cualquier pretexto, y así hay guerras civiles entre ellos casi continuas, que tienen destruido el reino.

8. Los estilos de aquella Corte son varios y ostentosos en aquello que es capaz el país ; pero como no hay coches ni literas, no cuidan de otra cosa que de ostentar su grandeza con buenas galas. La gente noble es muy puntosa y ceremoniática ; con el tiempo se han ido pu- liendo y aún adelantándose en la vanidad. Regularmente' hablando son de buen arte y capacidad, y casi todos entienden v hablan la lengua portuguesa. Su idioma propio es difícil de aprender y de hablar y en algunas provincias es casi disímil. El rey tiene varios guardias que le acompañan cuando sale de palacio y de noche y de día. También tiene su capilla de música de instrumentos y voces, y siempre, como no esté enfermo, asiste a los oficios divinos y sermón, o a la catedral o a la iglesia del colegio de la Compañía o a la nuestra. Pero, sin embargo de eso, tiene su oratorio en palacio y su capellán que le dice Misa. Para regocijar la Corte suelen hacer en la plaza mayor cierta fiesta que lla- man sangamento, y se reduce a salir los nobles en cuadrillas y hacer ciertos alardes con las armas, unos de una parte y otros de otra, y lo mismo el rey, y después corren todos confusamente como que se van a coger unos a otros. Para este festejo llevan tambores y otros varios instrumentos de guerra, que hacen gran ruido, y todos quedan muy gustosos.

9. Las reinas nunca salen de palacio y se sirven de muchas damas y meninas, ni tratan con nadie si no es con ellas, y tienen su palacio aparte y muy capaz, pegado al del rey. Cuando éste sale a algún viaje, va metido en una red muy rica de seda, con sus franjones y borlas de plata y oro, con sus almohadas de damasco y un quitasol de tela pre- ciosa. Esa red la toman de las puntas los esclavos y, atándolas a dos palos, caminan con gran velocidad y, en cansándose ésos, toman otros los palos, y de esa suerte se van remudando. A éstos que llevan la red les dan el nombre de caballos ligeros, y en esa misma forma caminan en sus viajes los maníes y fidalgos y todos los que pueden, porque no

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hay otro modo que ése o el irse a pie. Par«ce increíble la velocidad con que corren, con llevar tanta carga ; pero son fuertes y muy ágiles, y procuran entonces aliviarse de ropa, excepto lo que pide la hones- tidad.

10. Poniendo fin a la noticia general de los usos y costumbres del reino del Congo, y habiendo sido él rey Don Alvaro VI el que pidió al Papa nuestra misión el año de 1639, y Don García TT el que la recibió en el de 1645, es preciso referir, y no pasar en silencio, un hecho me- morable de estos dos príncipes hermanos y que sucedió el uno al otro en la corona, por ser de los más heroicos y cristianos que ha visto el orbe. Sucedió, pues, que el rey Alvaro V los persiguió con todo su poder, sin más motivo que el ser bien vistos generalmente y mozos de gallardo brío. Su fin era prenderlos para quitarles la vida, y con eso asegurarse mejor en el Gobierno. Pero ellos, ayudados de su inocencia, y principalmente de Dios, por medio de la intercesión de su Purísima Madre, alistaron la gente que' pudieron de sus estados y se pusieron en defensa. Todo les sucedió tan prósperamente, que en una batalla que les dió el mismo rey en persona, después de otras que habían precedido, le derrotaron enteramente su ejército y él solo vino a dar en sus manos, casi muerto del cansancio, de la sed y de la ham- bre', de forma que pudieron quitarle la vida a su salvo y acabar con quien tanto los había perseguido y tan injustamente.

11. Pero, favorecidos de Dios y superiores a si mismos, hicieron una acción tan heroica, que excede a cuantas refieren los anales de Alejandro y de César, y fué vencerse a mismos, hallándose tan agra- viados y tan injustamente perseguidos ; pues viendo a su rey en estado de tanta calamidad y casi a los umbrales de la muerte, así por el susto como por las ofras causas, no sólo no le quitaron la vida, sino que con piadosísisimas entrañas .se postraron a sus pies, y luego inmedia- tamente, sin darle el menor sentimiento, le sirvieron la vianda que te- nían para y le recrearon cuanto les fué posible. Después, tomando entre los dos hermanos una red, de las que usan en los viajes, pusie- ron en ella a su vencido rey y le' llevaron algunas millas, hasta poner- le en parte segura y en pacifica posesión de su reino. Alcanzando con esta victoria de mismos otra más gloriosa y plausible que la que habían conseguido con el vencimiento y cautiverio de su rey. Ejem- plar, por cierto, raro y digno de perpetua memoria para la instrucción de la fe, lealtad, piedad y urbanidad que los vasallos deben tener y guardar con sus reyes, principes y se-ñores naturales. Premióles Dios

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tan heroica cuanto cristiana acción con que ambos hermanos fuesen inmediatamente reyes al cabo de algún tiempo : primero, Don Alva- ro VI, y luego. Don García II.

12. A éste le sucedió en el principio de su reinado, el año de 1641, cuando pasaron de Angola al Congo los holandeses a establecer su comercio, que entre las cosas ricas que le presentaron para ganarle la voluntad, le metieron un Hbro impreso en lengua portugue'sa, cu- riosa y costosamente encuadernado, lleno de herejías de Calvino y de Lutero. para irle poco a poco sugeriendo sus errores y pervertirle' de la fe católica romana y, consiguientemente, a sus vasallos. Advirtió el rey eil designio y mandó a un confidente que se le leyese, y, ha- biéndose hecho capaz de lo que contenía, dió orden para que se jun- tasen los grandes y plebeyos de toda la corte' en la plaza mayor y que en ella se encendiese una grande hoguera. Y después, en presencia de todos y de los mismos holandeses, hizo un largo razonamiento y muy fervoroso, con que exhortó a sus vasallos a la constancia y fiel observancia de la fe católica romana, y al fin de él, con gran despre- cio, arrojó el libro en el fuego. Luego, con la espada en la mano y vuelto el rostro hacia la iglesia catedral, hizo de nuevo la protesta de la fe, confesando públicamente estaba siempre pronto a verter por ella su sangre y dar la vida por su conservación. Con esta demostración tan católica, y que corrió por todo el reino brevemente, quedaron ad- vertidos los vasallos para no dejarse engañar en adelante, y los ho- landeses escarmentados de calidad, que nunca más se han atrevido a hacer semejantes tentativas, porque, sin duda, los harian pedazos los naturales.

CAPITULO IX

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De cómo el rey y el cabildo de San Salvador enviaron un embajador a los misioneros, de la partida de algunos de ellos y cómo fueron recibidos del rey con grandes demos- traciones de afecto y devoción.

1. Volviendo ahora a buscar a nuestros devotos misioneros, a quienes dejamos en Pinda, padeciendo sus graves enfermedades, los hallaremos aun no bien convalecientes y, en medio de eso, engolfados en negocios de gran consideración, así para el mejor expediente de su apostólico ministerio como para establecer la paz común en aquel reino, entonces muy turbado con guerras y discordias entre el rey y el conde de Soñó, que también tiene titulo de principe. A estas dis- cordias precedieron varios motivos ; pero los que llegaron a entender aquellos Padres consistían en la desconfianza y poca seguridad con que vivía el conde del rey y éste del conde. Pretendía el rey no sólo conservarse en el gobierno, sino también dejar por su sucesor en la corona a su hijo mayor y hacerla hereditaria en su casa. El conde pre- tendía mantenerse en su estado y no quería venir en eso ni perder la acción que podía tener a la corona en la primera vacante. Fuéronse encrespando las cosas de manera que', habiendo enviado el rey a lla- mar al conde para que pasase a la corte, se excusó varias veces y no fué. Después se acriminó el negocio tanto, que envió el rey ejér- cito poderoso contra el conde para prenderle y castigarle ; pero él con su gente salió a campaña y no sólo derrotó al ejército del rey, sino que hizo prisionero de guerra al hijo primogénito del rey, que había ido por lugarteniente general de su ejército ; lo cual sucedió quince días antes que llegasen a aquel reino los misioneros.

2. Enconados así los ánimos y deseando éstos hallar camino para pacificarlos, hablaron al conde varias veces, persuadiéndole se rindie-

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se a la obediencia del rey, mayormente habiéndoles mostrado una car- ta suya, en que le' convidaba con la paz, entre cuyas cláusulas decía : Que si iba a la Corte con el príncipe su hijo, en compañía de los Pa- dres Capuchinos del Seráfico Padre San Francisco, no dudase que le recibiría con benevolencia, llevando tales padrinos. En medio de esta expresión no se fiaba el conde de tales promesas, v sus amigos y pa rientes que tenía en Soñó y en la corte le persuadían que no se fiase de tales palabras, pues a la corta o a la larga se había de vengar de él. Viéndole el Prefecto tan tenaz, después de varias réplicas, le habló con resolución y le dijo : Señor, a se me retarda el viaje de pasar a la corte para darle al rey la embajada que traigo del Sumo Pontí- fice, y si prosigue V. E. en detenerme, sepa que incurrirá en las ex- comuniones que hay puestas por los Pontífices contra los que' impi- den maliciosamente a los misioneros apostólicos el libre ejercicio de su ministerio. Apenas oyó esto, cuando al instante se rindió protes- tando que él era hijo obediente de la Santa Sede Apostólica y que en obsequio suyo quería sacrificarlo todo ; que si hasta entonces los había detenido, entreteniendo su partida, era por la pena que sentía de care- cer de su amable' compañía, y que, en el punto de la paz, él la deseaba mucho y entregaría el príncipe al rey con tal que Su Majestad cum- pliese dos condiciones : la una, que no le obligase a salir de su estado, y la otra, que no le hiciese' la guerra.

í?. El Prefecto le aseguró trataría ese negocio con toda eficacia y le dijo confiaba en Dios que se habían de allanar todas las dificulta- des presentes. Con esa promesa, que no salió vana, aunque se retardó algn tiempo, pasó el conde a darle al Prefecto gente práctica que le acompañase a la corte, sin la cual era cosa imposible hacer el viaje. Determinó salir el día de Nuestra Señora de agosto y llevar consigo a los Padres Fr. Buenaventura de Cerdeña y Fr. Juan Francisco de' Roma y a Fr. Jerónimo de La Puebla. I,os demás se quedaron en Soñó, continuando su convalecencia, para proseguir después sus misiones por todo el condado. Dispuesto ya el viaje, llegó noticia de que venía de la corte un sacerdote con cartas del rey y del Cabildo de la catedral para el Prefecto y sus compañeros, a cuya causa fué preciso suspender el viaje y esperarle, por hallarse ya cerca de Soñó. TJegó el sacerdote el día siguiente y entregó al Prefecto las cartas que venían llenas de favores y honras, manifestando los grandes deseos que' todos tenían de verlos en San Salvador. Respondió el Prefecto a las cartas con la debida urbanidad y agradecimiento, participándoles cómo inmediata- mente se ponía en camino con algunos de sus compañeros. Despidióse

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el enviado y marchó luego, yendo gozosísimo con tales nuevas. Lo mismo hizo el Prefecto con el conde y demás personas nobles, y toma- ron el camino para San Salvador, pero con más espacio, por su poca salud die' todos sus compañeros y haber de ir a pie.

i. Los trabajos que padecieron en ese viaje fueron sobremanera grandes, porque fué preciso caminar por un desierto inculto, subiendo y bajando montes asperísimos y vadear muchos rios, pasando seis días continuos sin hallar habitación alguna de racionales, aunque mu- chas de fieras que pueblan aquellos montes. Y así fué providencia del cielo el que no volviesen a enfermar de nuevo, y aun el perder la vida por el poco sustento y fatiga del sol y del camino. Suavizóles el Señor soberano tantos trabajos y penalidades, primero con los socorros de su divina asistencia, y segundariamente con haber bautizado infinidad de niños durante el viaje, así del condado de Soñó como de las tierras del rey, que están a la salida del desierto referido. Después, a distan- cia de tres jornadas de la corte, noticioso el rey de su cercanía, les escribió en lengua portuguesa con un caballero muy ilustre, pidiendo se sirviesen de detenerse un poco y darle lugar para sahr en persona con toda su corte a recibirlos. Pero el Prefecto le respondió dándo- le rendidas gracias por tan gran favor, y le suplicó se abstuviese de tal demostración, por no ser conforme a nuestro humilde estado, y que con el benepilácito de S. M. dispondrían su entrada en la corte a prima noche, solos y sin séquito de acompañamiento, como pobres peregrinos hijos de San Francisco.

o. Vista esa respuesta, tan cortés como humilde, quedó admirado el rey y sumamente edificado, y al instante volvió a escribir con el mismo caballero, diciendo que se conformaba con su parecer y sólo por darles ese gusto. Prosiguieron su viaje y etitraron en la corte a prima noche, sin ruido de acompañamiento y con toda modestia y si- lencio ; llegaron cerca de la iglesia catedral y, postrados en el suelo, dieron afectuosas gracias a Dios por haberlos llevado hasta allí, al cabo de tantas fatigas y trabajos como habían padecido desde que sa- lieron de España. Acabada su oración y hacimiento de gracias, fueron a ser huéspedes del sacerdote que llevó la primera embajada a Soñó, y se llamaba Don Miguel de Roboredo. Fué hermano legítimo del rey Don Alvaro V y etitonces era capellán del rey y había salido a reci- birlos a cinco leguas de camino. Premióle Dios a este piadoso sacer- lote el buen hospedaje que hizo a los pobres seráficos en su casa, por que, después de no largo tiempo, le hospedó en la suya N. P. San

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Francisco. Tomó nuestro santo hábito y profesó allí, con gran devo- ción y edificación de aquella Corte. Llamóse Fr. Francisco de San Salvador, y después les sirvió de principal intérprete a los compañeros para hacer cate'cismo y vocabulario de la lengua del reino, y él pre- dicaba con gran fervor y fué varón de gran virtud y por todos cami- nos Utilísimo a la misión (25).

6. Apenas habían entrado aquellos Padres en la casa de su hués- ped, Don Miguel de Reboredo, cuando le avisó un criado cómo el rey estaba ya a la puerta, que quería ver a los religiosos. No le dió lugar su grande afecto y devoción a esperar a la mañana, y así, en sabiendo su llegada, salió luego de' palacio y les fué a visitar, aunque era ya de noche, bien que con suficiente número de criados y buena guardia de soldados para cualquier contingencia que se pudiese ofre- cer de parte de sus émulos, que a la verdad eran muchos y vivían muy desabridos y aun ofendidos de su gobierno por varios sucesos pasa- dos. En entrando en la pieza, se levantaron los Padres, y Don Miguel le señaló cuál era el Prefecto, y luego, sin hablar palabra, se puso de rodillas y le abrazó con notable humildad y afecto. Recibióle tam- bién de rodillas el Prefecto, y así estuvieron abrazados un buen rato, besándole las manos y el hábito, causando admiración y aun lágrimas de ternura a todos los circunstantes. Con los compañeros hizo las mismas demostraciones y siempre de rodillas. Y ya que hubo acabado de abrazarlos a todos, se levantó y se sentó en un banco raso y les mandó que todos se sentasen junto a S. M. Empezó después a platicar con ellos por medio de su capellán, Don Miguel, que sirvió de intér- prete, y la conversación se redujo a explicar cuán grande era el júbilo que sentía en su alma con la llegada a aquella corte de Padres tan de- seados, y especialmente en tiempos en que todas sus provincias se ha- llaban sumamente necesitadas del auxilio de tan apostólicos obreros, por lo cual daba a Dios las gracias.

7. Tomó después la mano el Prefecto y, habiéndole significado al rey el singular afecto con que le amaba el Sumo Pontífice y a todos

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^'¿o) Ül P. Anguiano, lo mismo aquí que en otras partes, llama a este sacerdote Miguel Roboredo, siendo así que su verdadero nombre es el de Manuel. Ayudó mu- chísimo a los misioneros con su influencia y más aun en el aprendizaje de la lengua, i como luego hemos de hacer notar mejor. Murió el 29 de octubre de Ififl."», en la ba- [ talla de Ambuíla, en la que fué derrotado el rey del Congo ; siguió siendo capuchino ' hasta su muerte.

T,a fecha de llegada de lo^; Capuchinos a San Salvador, capital del Congo, fué el 2 de septiembre de 1645.

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SUS vasallos, le ponderó el gran cuidado que ponia en socorrerlos de misioneros apostólicos y le tendría en adelante. Refirió todas las difi- cultades que se habían ofrecido no por su parte ni por parte de la re- ligión, sino por accidentes de los tiempos y falta de embarcaciones. Que él y sus compañeros venían muy gustosos a servirle en lo que pudiesen, y que toda la religión le amaba y le serviría en adelante, como lo vería por experiencia, en fe de lo cual había enviado a Roma dos de sus compañeros a pedir mayor número de religiosos, por reco- nocer eran pocos y muy dilatado €l reino. Estas y otras razones ex- presó el Prefecto con los más vivos afectos que' pudo, y el rey las oyó con singular alegría y les repitió las gracias por todo. Después se dis- currió sobre varias materias, en que se gastaron dos horas, y al fin de ellas se despidió de los Padres, haciendo las mismas demostracio- nes que hizo a la entrada y con la misma humildad y reverencia. De todo lo cual coligieron aquellos Padres cuan falsa había sido la voz que, así en España como en Soñó, había corrido contra rey tan cató- lico, y que fué la emulación quien la dió cuerpo.

8. El día siguiente, que fué a los tres de septiembre de 1645, tu- vieron los Padres la audiencia pública de su embajada. Recibióla el rey en su capilla, después de' haber oído Misa, y para esta función sacó la mejor gala de brocado de oro que tenía. Estaba sembrada de perlas y de otras piedras preciosas ; al cuello tenía pendientes diferentes ca- denas de oro, lazos y joyas de mucho precio. El sitial era una silla labrada al uso del país, pero forrada en terciopelo carmesí y ricame'nte tachonado. A los pies tenía un tapete grande, con algunas almohadas, todo del mismo terciopelo, guarnecido con flecos y borlas de seda y oro. Asistieron en la capilla el capellán Don Miguel y algunos de los maníes o grandes del reino, que se hallaban en la corte. Pero afuera había número crecido de tíitulos y fidalgos, y más afuera y en la plaza de palacio, había lucidísimos guardias y muchos escuadrones bien for- mados, puestos unos y otros en dos filas. Al tiempo de entrar los Pa- dres se quitó el rey el sombrero y luego se puso de rodillas y fué abrazando cariñosamente de uno en uno a los religiosos y les besó el hábito por tres veces. Volvió después a la silla y los mandó sentar en asientos del país. Entonces el Prefecto, con el debido acatamiento, le puso en la mano el Breve que llevaba de Su Santidad y la carta particular que le enviaba. Uno y otro recibió de rodillas, vuelto el rostro hacia el altar, y, besando por tres veces así el Breve como la carta, con raras muestras de devoción puso uno y otro sobre' su cabe- za, dejando a todos admirados.

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í). Sentóse después y mandó al capellán k leyese el Breve y que se le explicase en su lengua nativa, reservando la carta para leerla a solas más despacio. Leyó el secretario el Breve, que lo era el mismo capellán, y, al tiempo de volvérsele al Prefecto, el rey hizo las mismas ceremonias de besarfle tres veces y ponerlo sobre su cabeza, que hizo cuando lo recibió. Luego pasó a significar en su lengua el sumo gozo que su alma sentia con el Breve y carta de Su Santidad, lo cual, dijo, es- timaba más que todos los tesoros del mundo. Hizo después a los Pa- dres varios ofrecimientos de su persona y reino, mostrando en todo un ánimo generoso y un rendimiento devotísimo a la Santa Sede Apos- tólica. Dió también las gracias al Prefecto por el favor que la Religión le había hecho en enviarle sus hijos, y con esto se despidieron, abra- zándoles ed rey en la misma forma que los recibió al principio. De allí adelante tuvieron aquellos Padres otras muchas audiencias secretas, y en la siguiente a la pasada presentó el Prefecto al rey y a la reina diferentes cosas de devoción y, entre ellas, una carta de Hermandad de nuestro Padre General, por la cual los hacía participantes de los frutos y bienes espirituales de la Orden. Y para recibir ésta, como también la Bendición Apostólica del Sumo Pontífice, se puso de rodi- llas. Estimó mucho las reliquias y cosas de devoción que se le presen- taron y las mandó poner en su capilla con toda decencia.

10. En los días siguientes se fué informando de los Padres de cuanto necesitaba saber y no quiso permitir que persona alguna de excepción hablase con ellos hasta que se hubo satisfecho de todo. Después no hubo alguna que dejase de visitarlos y con demostracio- nes notables de urbanidad y agasajo. Dió después a los religiosos el rey la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, que él mismo había mandado fabricar poco antes, la cual, aunque sus paredes son de tie- rra, son buenas y fuertes y están blanqueadas por dentro y fuera. Ha- bíala consagrado a la Reina de los Angeles, en agradecimiento de las victorias que' había conseguido antes y después de entrar a reinar, y, por ser templo tan de su devoción, quiso donársele a los Padres para que sirviesen en él de capellanes a la Madre de Dios, y con tan sobe- rano principio echaron los cimientos al primer convento y custodia del Congo, que hasta hoy mantiene nuestra Seráfica Capucha. También les hizo acomodar una casa adyacente, con su huerta muy capaz, todo dentro de la ciudad, con el ánimo de edificarles después allí convento de planta, luego que pasasen las lluvias, como lo hizo.

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11. Mandó otro día hacer reseña y s€ juntó casi toda la gente en la plaza mayor, y exhortó a todos que, pues que Dios les había favorecido tanto en enviarles tan apostólicos varones, que procurasen de enmendar sus vidas, viviendo católicamente y aprovechándose de su santa doctrina, quitar las malas costumbres y aprender las buenas y virtuosas. Importó mucho esa exhortación y el rey la hizo con gran- de energía, porque era discreto y naturalmente elocuente. Protestó cómo había deseado mucho venir a Roma a besar el pie a Su Santidad y a manifestar a los reyes y príncipes católicos la falsedad que a él y a todos sus vasallos les habían imputado d€ que habían admitido las herejías de los holandeses cuando se apoderaron de Angola ; acerca de lo cual se quejaba vivamente de ciertos portugueses residentes en su reino y en los circunvecinos, por causa del comercio, los cuales, decía, le habían sido siempre contrarios y mal afectos por sus particu- lares intereses.

12. El punto y honra de príncipe católico le picó tanto, que quiso comprar un navio para venir a Roma personalmente, y lo hubiera eje- cutado, si el Prefecto no se lo hubiera impedido con gravísimas razo- nes. Aconsejóle que tuviese paciencia y que sacrificase a Dios su sen- timiento, pues en llegando a Roma los dos religiosos que volvieron a España, ellos informarían de la verdad a Su Santidad y a la Sacra Congregación, y desvanecerían la mala voz esparcida y, como fieles testigos, referirían las singulares muestras de ReHgión católica que habían visto y experimentado en Pinda y Soñó. Los manicongos sen- tían amargamente el desdoro que' se había seguido a su nación, y aun la gente vulgar se quejaba agriamente de los portugueses, y sucedió lo que veremos adelante.

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CAPITULO X

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Hace el rey a los Padres nuevas demostraciones para más sincerarse de las calumnias pasadas, permíteles que paguen las visitas y concítanse contra ellos los portugueses.

1. Fué alta providencia del cielo el que llegasen los Capuchinos en aquella ocasión a San Salvador, porque con eso evitaron dos gran- des daños : el uno, de que los holandeses se abstuvie&en de la preten- sión de propagar en ella el veneno de sus errores para inficionar todo el reino ; el otro, para apagar el fuego de las discordias mortales que se había encendido algunos años antes entre los manicongos y los portugueses residentes en aquellas tierras. Esas se volvieron a encen- der de nuevo, hallándose allí ya el Prefecto con sus compañeros, y con los motivos que veremos, todos muy ajenos de razón, de verdad y de justicia. Para dichos Padres fué materia no poco molesta el haber de oír las quejas de los naturales contra los portugueses y las de éstos contra aquéllos, y, aunque procuraron componerlos, no se pudo con- seguir fácilmente en largos tiempos, padeciendo por ello también sus calumnias los pobres religiosos, hasta que se desengañaron los portu- gueses y conocieron su desinterés y su modo de proceder apostólico.

2. Pasadas, pues, las demostraciones del rey de afecto y devo- ción, ya mencionadas en el capítulo antecedente, mandó a su secreta- rio, para más sincerarse de las calumnias que le habían impuesto, el que les leyese a los Padres dos papeles firmados : el uno de los canó- nigos de' la catedral, pro Capítulo, y el otro del R. P. Rector de la Compañía de aquella corte ; todos los cuales eran originarios de Por- tugal y no poco afectos a su nación ; por lo cual se les debía aún ma- yor crédito en la atestación uniforme de los dichos papeles. En el primero se contenía el suceso, ya referido, cuando, tomada Angola por los holandeses, pasando al Congo éstos a establecer su comercio

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y a diseminar sus herejías y lo que hizo entonces, manifestando públi- camente ser profesor de' la fe católica romana. En el segundo papel se contenía cómo después de haberse apoderado dichos holandeses, a fuerza de armas, de Angola y de otras plazas de aquellas conquistas, y echado fuera los portugueses que las poseían, S. M. no sólo no les dió auxilio a los holandeses pero despachó diferentes personas por sus provincias, convidando a los portugueses que vagueaban por ellas para que fuesen a su corte, donde los ampararía y defendería ; que algunos aceptaron la oferta y que esos vivían y tenían en pie sus ha- ciendas ; pero que los que no quisieron valerse de ese favor habían perecido a manos de los holandeses, por ser ellos muy aborrecidos por su soberbia y ruines tratos con ellos ; que a ésos no los pudo defendfer de la furia popular, como defendió a los otros, y que, aunque algunos dieron auxilio a los holandeses, fué irritados, y sin intervención suya ni poderlo remediar.

3. ^Todo lo sobredicho sucedió por los años de 1640 y siguiente, antes de llegar al Congo los Capuchinos ; pero sin embargo, cuando llegaron a ese reino, el año 1645, todavía duraban las discordias entre las naciones, y no satisfechos los naturales, por el odio concebido con- tra los portugueses, quisieron acabar con ellos y sin duda lo hubie- ran hecho, si Dios poderosamente no los hubiera detenido y los reli- giosos no se hubieran interpuesto para templar a unos y a otros. De tan cristianos oficios y dignos de toda estimación, si se consideraran debidamente, resultó, para mayor corona suya, mover los portugueses con sus cavilaciones una oposición notable contra ellos, que les dió mucho que padecer y en que merecer. Dios, empero, volvió por su causa y se desengañaron de sus vanas fantasías e imaginaciones fan- tásticas y, de desafectos y contrarios, se convirtieron en especiales devotos y bienhechores.

4. Habiendo ya concluido el rey sus dependencias con los religio- sos y sincerándose con ellos de' las calumnias referidas, les dió permiso para que pudiesen pagar las visitas que les habían hecho los maníes y fidalgos de la corte. Pagáronla, en primer lugar, al Ilustrísimo Ca- bildo, estando congregado capitularmente en su iglesia. Y, después de recíprocos y urbanos cumplimientos, sacó el Prefecto él Breve Apos- tólico que llevaba y se lo presentó y le pidió su beneplácito para acep- tar la iglesia, por ser en Sede vacante, y el sitio que el rey gustase darles para su morada. Halláronse a la sazón el Vicario General, el Arcediano y otro canónigo anciano ; los demás estaban enfermos o au-

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sentes de la corte. Pero de los seglares cortesanos fueron muchos los que asistieron a la función. Habló el Arcediano por todos y concluyó su racionamiento diciendo : que reparaba que no hubiesen ido al Con- go por la vía de Portugal y en que el Breve de Su Santidad no iba refrendado del rey Don Juan de Portugal, ni de algún embajador o ministro suyo. Era este Arcediano portugués y muy apasionado por su nación y, aunque también lo era el canónigo anciano, con todo eso no se entrometía en materias de Estado ni en lo que no le impor- taba. Por cuya causa era de todos bien visto y muy querido del Vica- rio y de los demás canónigos, todos los cuales son criollos y descen- dían de Portugal o por parte de padre o por parte de madre. Por esa causa, y por el reparo que hizo el Arcediano, juzgaron aquellos Pa- dres se les haría algún mal oficio que les impidiese la prosecución de su ministerio. Mas, satisfaciéndole con la verdad del hecho, cesó el inconveniente que recelaron, y obtuvieron el permiso que pidieron con mucho gusto suyo y de toda la corte que lio deseaba ver ya efectuado.

5. Al primer punto de la objeción del Arcediano satisfizo el Pre- fecto, diciendo : Que la embarcación para aquel reino se le había ne- gado en Lisboa, después de diez meses que había estado en aquella ciudad solicitándola. Al segundo respondió que la Silla Apostólica aun no había conocido por rey de Portugal al duque de Braganza. Al ter- cero respondió : Que el rey del Congo era absoluto y no sujeto a otro rey y con su beneplácito podían entrar en su reino los cristianos cató- licos y cualesquiera persona sin pasaporte de otros principes. Y, últi- mamente, que, cuando no hubiese esas razones, bastaba el haber sido enviados por la Santa Sede' Apostólica y con ciencia cierta de todo lo dicho, la cual es sobre todos los reyes cristianos y no está obligada a subordinar las misiones de los ministros evangélicos a los reyes, bien lo podía hacer graciosamente cuando quisiese y juzgase convienir.

6. Además que, pues la Sacra Congregación, con consulta de Su Santidad, los había enviado sin aquel requisito, antes bien mandado solicitar la embarcación por medio del Rey Católico Felipe IV, no de- bía de ser necesario. Pero que, no obstante eso, si Su Majestad con- guesa y el Capítulo no los admitía en el Congo, pasarían sin repug- nancia a plantar su misión a otras tierras con la bendición de Dios, pues había muchos reinos de gentiles a donde poder trabajar y ejer- citar su ministerio. En oyendo esto el Arcediano, cesó en las réplicas y quedó tan manso, que dijo : Que había propuesto aquella dificultad no por apasionado a Portugal, sino sólo para que se entendiese que

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había en el Cabildo hombres de letras. A lo cual le respondió el Pre- fecto diciendo : Que en otras mayores agudezas y más oportunas oca- sionies esperaban aquellos Padres conocer su gran talento y aprender muchas cosas y, principalmente, de su virtud. Con eso quedaron admi- tidos del Cabildo y se despidieron de los Capitulares con mucha paz y urbanidad.

7. Pero, aunque nunca se prometieron contradicción alguna, y me- nos de esa especie y de semejante sujeto, a quien por parte alguna le tocaba introducirse en materias de' Estado, con todo reconocieron que por aquella vía se les habían de ofrecer otras muchas en adelante. Lo cual ha sido de suerte, hasta estos últimos tiempos, que han dado mucho que padecer los naturales de Portugal, que habitan en aquellas tierras, a los Capuchinos que las frecuentan para la conversión de las almas, sin más motivo que sus razones de Estado.

8. Poco después del suceso referido les sobrevino a los Padres otra nueva y aun mayor borrasca por medio de un portugués residen- te en aquella corte, y fué con tal vehemencia su etnpeño, que los eóle- siásticos de Mazangano, donde' estaban fortificados los portugueses, que se retiraron de Angola cuando entraron los holandeses, negaron la obediencia al Capítulo, Sede vacante, del Congo, juntamente con el gobernador de aquella plaza, que domina algunas tierras de negros, V en lo espiritual siempre han sido subditos del Obispo y del Capítulo, .Sede vacante, dal Congo : dando por motivo que éste había negado la obediencia al rey Don Juan de Portugal y dádosela el rey de Casti- lla, supuesto que había admitido a los misioneros que fueron por or- den suya. Para ese efecto enviaron cierto embajador con instrucciones de lo que había de' ejecutar y, entrie otros puntos, se le mandó que pidiese al rey que mandase luego salir de su reino a los misioneros Ca- puchinos, por ser vasallos del rey de Castilla.

9. Llegaron a entender aquellos Padres lo que tan sin razón ni justicia se maquinaba contra ellos y en daño de las pobres almas de aquellas tierras. No quisieron, con todo eso, dar el menor sentimiento de su agravio, sino dejarle a Dios su causa y dedicarse a un total su- frimiento, rogando a Dios por los que les calumniaban, esmerándose en hacerles todo el bien que podían, y aun con más amor y afabilidad que a los demás. Duró esa pretensión algunos días, y de esa suerte, volviendo gracias por agravios, granjearon la voluntad de todos los eclesiásticos y seglares y de los portugueses, y en tanto grado, que lodos los socorrían según su posibilidad, y aun rl embajador de Mazan-

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gano fué uno de los mayores devotos que tuvieron, el cual, con la comunicación de los religiosos, vino en claro conocimiento de su mu- cha virtud y que sólo buscaban el bien de las almas. A cuya causa no quiso hablar palabra al rey sobre el punto que tanto It habían encar- gado de que los mandase salir de su reino.

10. Pasada esa borrasca, trazada por el común enemigo del géne- ro humano, con la licencia del Capítulo, Sede vacante, que ya tenían, pasaron aquellos Padres a tomar la posesión de la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, de que ya el rey les babía hecho donación. Pero como les faltase sacristía, trató S. M. de que se hiciese luego y para ello, a imitación del emperador Constantino el Magno, llevó sobre sus hombros doce piedras. Y, movidos de su ejemplo, hicieron lo mismo los maníes o grandes señores y los caballeros de la corte, con que se acabó presto la sacristía. Ese santo templo es muy devoto y en él preside la sagrada imagen de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, Patrona de toda nuestra Seráfica Religión y muy particular- mente de esa apostólica misión y Custodia del Congo, pues, como se puede notar, en todas sus tormentas de mar y en todos sus trabajos de tierra siempre recurrieron a María Santísima y hallaron en su am- paro la seguridad, el alivio y todo consuelo.

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CAPITULO XI

Envía el rey a los misioneros un gran regalo, señálales sitio por su mano para huerta, y dícese cómo ejercitaron su ministerio en aquella Corte y su grande ejemplo.

1. Cada día se admiraban más los cortesanos de San Salvador y se confundían más, viendo los ejemplos admirables de los misioneros en todas líneas ; pero, sobre todo, les llevó más la atención a admirar su desasimiento de' las cosas temporales, faustos y aplausos, la tole- rancia en las adversidades, su modestia, su templanza, contentándose con lo muy preciso, su afabilidad con todos, y el ver prácticamente que sólo y en todo buscaban a Dios y la salvación de las almas, para cuyo efecto no perdonaban trabajo ya de' día, ya de noche ; atendían con suma caridad a los prójimos en todas sus necesidades espirituales y corporales, predicando, confesando, instruyendo «n la doctrina evan- gélica a todos, grandes y pequeños. Todo esto se atetidía y considera- ba ; pero lo que les pasmó, por cosa muy singular e inusitada, y acaso jamás vista en aquel reino, fué la acción siguiente con la cual sellaron y confirmaron el crédito de varones apostólicos que tenían, quedando en pleno conocimiento de que eran hombres que practicaban consigo mismos cuanto predicaban a los otros para la reformación de sus cos- tumbres.

2. Envióles, pues, el rey un regalo magnífico y a la verdad de mu- cho valor para aquella tierra ; ése se componía de diferentes animales vivos, como cerdos, cabras, gallinas, harina y cantidad de grano para hacer pan y demás a más hasta doscientos ducados de la moneda usual del país, cincuenta para cada uno de los religiosos, y un recaudo muy cumplido. Para esta ocasión reservamos tratar de las monedas del Con go, de las cuales trataremos ahora, como también de la mina de donde las sacan. Esa moneda con que todos comercian, son ciertos caracoli-

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líos marítimos qu€ se crían en una isleta dentro del mar, la cual está enfrente de Angola y viene a formar el puerto de San Pablo de Loan- da. Lllámase la Isla del Rey por ser del del Congo y a donde tiene la pesquería de dichos caracolillos. Esta viene a caer cerca de las dos bo- cas por donde entran en el mar el Dande y el Bengo, ríos de Angola. A la parte del Bengo yace el puerto de San Pablo, y aunque es ciudad marítima de Angola, toma el apellido de otra, por estar vecino a la isla de Loanda. De esos caracolillos hay sus diferencias, porque unos son mayores y otros menores. Los más pequeños son del tamaño de un grano de trigo, y ésos y los grandes son de un mismo color y hechura.. Los que son mayores tienen más valor, de suerte que mil de ellos va- len por diez mil de los más pequeños. El modo de contratarlos no es por número, sino por medidas, que allí llaman cofos, y ésas están mar- cadas con las armas reales. Esta, en fin, es la moneda de aquel reino y con ella se comercia entre ellos sin admitir otros metales (26).

3. El Prefecto, habiendo visto tan excesivo presente y reconocido que no era conveniente admitirlo, respondió a los fidalgos que lo lle- varon, diciendo : que lo estimaba sumamente, pero que él y sus compa- ñeros profesaban la Regla de nuestro Padre San Francisco, la cual les prohibía recibir no sólo dinero, sino también cualquiera otra limosna superflua y de mucho valor, como lo era aquélla ; que nuestro modo de vivir se practicaba mendigando, como pobres, pidiendo de puerta en puerta limosna, no de dinero o cosa semejante, sino de las cosas nece- sarias para vivir en su propia especie, por amor de Dios, sin poder te- ner hacienda alguna en la tierra ; y que así se volviesen con el regalo y de su parte y también de sus compañeros diesen rendidas gracias y que ya iría él a ponerse a los pies de S. M. cuanto antes pudiera. Cau- sóles notable admiración esta renuncia a los fidalgos y, reparando en que el rey su señor sentiría el que se volviesen con el regalo a su pre- sencia, les motivó a instar al Prefecto para que lo recibiese. No lo ad- mitió y para su seguridad les ofreció que él saldría a todos los riesgos que se les pudiesen ofrecer, pero que no temiesen la indignación del rey, porque Dios, por la intercesión de San Francisco, nuestro Padre, infundiría en su ánimo tal capacidad que echaría a la mejor parte cuau-

(2(i; era solamente en el Congo donde se iL^aban como moneda estos caraco- lillos, sino que, según testimonio del P. José de Nájera, Capuchino, misionero a me- diados del siglo XVII en el reino de Arda, próximo al Congo, se empleaban con ese mismo fin en toda aquella costa africana (Cfr. su Espejo Místico en que el hom- bre interior se mira prácticamente ilustrado, Madrid, 1672, tal lector», f. 9 v. y pá- gina 278).

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to ellos obraban para mayor pureza de la observancia de su santa Re- gla. Con eso volvieron intacto di regalo al rey y así ést€ como la cor- te toda, cuando lo supo, se pasmaron de semejante acción, haciendo grande aprecio de la virtud y desinterés de aquellos Padres y d-e la Or- den por la extremada pobreza que profesa. Premióles Dios esa ejem- plar acción, con que de allí adelante enviasen abundantes limosnas de las cosas necesarias en su propia especie, y a veces eran tantas, que se las volvían a los bienhechores porque sólo admitían lo preciso y no más.

4. Por eso y por ver que todos sus desvelos, trabajos y fetigas que padecían, se encaminaban únicamente a Dios y a la salvación de las almas, los amaban cordialmente todos los de aquella corte, desde el menor al mayor, y los miraban con sumo respeto. De aquí sabían las noticias y su buena fama volaba, no sólo por todo el reino, sino que también se extendía hasta los reinos vecinos, que entonces eran de gen- tiles y hoy por la bondad de Dios son de cristianos católicos, como ire- mos viendo. Había introducido el demonio en aquellas tierras por me- dio de los hechiceros, de que hay inmensa copia y los llaman en unas partes ngangas y en otras catumas y singuillas, que son como sus sacerdotes y capitales enemigos de los misioneros, que éstos no les pro- curaban el bien que les predicaban, como ellos, sino su propio interés temporal. Pero, como él buen ejemplo mueve tanto y le daban grande en todas partes, de ahí resultó el desengañarse todos y conocer eran verda- deros ministros de Dios y que no buscaban otra cosa que las almas redi- midas con su preciosísima sangre. En cuantas súplicas hicieron los reyes del Congo a la Santa Sede Apostólica, siempre pusieron esta condi- ción : que les enviase ministros tales, que fuesen totalmente desintere- sados de las cosas de este mundo y que sólo buscasen la gloria de Dios y la salvación de las almas, y por noticias que tuvieron del modo de vivir de los Capuchinos, por eso los pidieron positivamente para su reino por ser pobre y falto de un todo, por ser sus naturales dejadísi- mos, sin industria y nada aplicados al comercio humano y a adquirir para vivir y conservar sus familias.

5. Creciendo más y más cada día la devoción del rey a los religio- sos, deseoso de acomodarles la vivienda hasta que llegase el tiempo oportuno de hacerles el convento, se fué una mañana muy temprano a nuestra iglesia, y, después de haber oído Misa, les dijo que quería darles junto a ella un pedazo de tierra adyacente a la misma casa para que hiciesen huerta. Agradecieron aquellos Padres el favor y luego in-

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mediatamente él mismo por su mano señaló el distrito y fué poniendo a trechos unas estacas clavadas en el suelo por todo el ámbito, para lo cual se metió por medio de las matas y hierbas que estaban harto crecidas y llenas de agua del rocío de la noche, sin ser bastante a dete^ nerle los corteses y humildes ruegos de ellos, ni poder recabar enco- mendase a otra persona aquella acción. Con ésta y las demás demos- traciones de piedad y devoción edificaba a sus vasallos, los cuales, a vista de su ejemplo, procuraban imitarle en cuanto podían. Fué esto en tanto grado, que hasta los niños de poca edad les iban a besar el hábito y la mano cuando los encontraban. Otras veces, viéndolos pasar de lejos y no poder llegar a eso, se ponían de rodillas y les pedían la I>endición ; mas lo ordinario era esperarles de rodillas y puestas las manos para que los bendijesen y, en habiendo recibido la bendición, les hacían cortesía y se levantaban muy gozosos de su buena suerte.

6. Al paso que crecía cada día más el afecto y devoción de la gen- te para con los religiosos, se iba también aumentando el fruto espiri- tual de las almas por sus continuas predicaciones, pues, además de los sermones casi continuos, que predicaban en la catedral, predicaban también en nuestra iglesia a la Misa conventual todos los domingos y fiestas de precepto. Los sábados por la tarde se hacían pláticas más bre- ves ; después se cantaban las letanías de nuestra Señora, la Salve y va- rias oraciones y todo se concluía con un acto fervoroso de contrición. Los domingos por la tarde salían procesionalmente por las calles can- tando la doctrina cristiana en lengua conguesa, a la cual daban princi- pio los niños de la escuela, luego se ingerían con ellos cuantas perso- nas iban encontrando por las calles y en habiendo dado vuelta por las más principales, se volvían a la iglesia del convento y allí se les expli- caban los misterios de nuestra santa fe y los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, teniendo para los muchachos algunos premios de devoción, que es el piadoso atractivo de su tierna edad.

7. Tres días a la semana se rezaba a coro el Rosario de nuestra Señora, con sus ofrecimientos en lengua del país ; y a todos esos san- tos ejercicios asistían muy puntuales así los fidalgos como los señores más nobles de la corte. A la Misa de alba era siempre grande el con- curso y principalmente en los días de precepto y no por eso dejaban de oír otras muchas y con gran devoción y modestia, sino para darle a Dios las primicias del día. De ordinario madrugaban tanto, que una hora antes de amanecer ya solía haber más de mil personas esperando en la plazuela a que se abriese la iglesia. Habían tomado todos tal de-

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voción a aquel santo templo que, como a sitio de su espiritual recrea- ción, le llamaban el paraíso. Y, sin embargo de ser bastantemente ca- paz, por ser tanta íla gente, se atropellaban unos a otros, y muchos se quedaban fuera y se ponían de rodillas en la plazuela, hasta que se aca- baba la Misa u otros devotos ejercicios.

8. La frecuencia de los santos Sacramentos, de Penitencia y Euca- ristía era de suerte, especialmente en la Cuaresma y en los domingos y días de fiesta de precepto, que no bastaban tres confesores que asis- tían por todo el día cada uno con dos intérpretes. Vióse luego el fruto de la recepción piadosa de estos santos Sacramentos en la grande en- mienda de los vicios y abusos gentíhcos, muy particularmente en salir innumerables personas de sus públicos amancebamientos, casándose le- gítimamente, cosa que hasta entonces se hacía rara vez. Los canóni- gos, viendo esto, daban repetidas gracias a los religiosos, así por la reducción de tantas almas perdidas y encenagadas en sus escandalosos vicios, como por la ayuda de costa que de esta se les seguía, espiritual y temporalmente.

9. A los frutos referidos se siguió otro no menos provechoso para las almas, cual fué el de la oración y penitencia ; porque como los reli- giosos a prima noche hacían la disciplina, después de una hora de ora- ción mental, muchos seglares piadosos deseaban imitarles en lo que po- dían ; y así se juntaban fuera de la iglesia, en la plazuela inmediata, y allí tenían su hora de oración y después se disciplinaban en las espal- das, en empezando los Padres, y lo hacían con harto fervor. En la Cua- resma se predicaba todos los viernes, a la hora de la seis de la tarde, la Pasión de Nuestro Redentor y, en acabando el sermón, se descubría un Santo Crucifijo con dos luces y se cantaba el salmo Miserere, a que ayudaban los negrillos de mejores voces. Después enviaban fuera de la iglesia a las mujeres y se empezaba la disciplina, y era cosa de' admi- ración ver el fervor con que asistían los hombres a ella y el concurso que había de disciplinantes dentro y fuera de la iglesia.

10. En la Semana Santa se aumentaban los ejercicios y disciplinas, y la del Jueves Santo era pública y de sangre, como en España, aun- que con más devoción que se suele hacer en algunas partes. Ordenóse, pues, la procesión ese día por la tarde y concurrió a ella tanta gente, que entre hombres y mujeres pasaron de tres mil, sin entrar en ese número los muchachos y muchachas de poca edad, y todos azotándose, pero con gran silencio y valor y tal, que vertieron mucha sangre y casi dejaron regadas las calles con ella y aun en muchos días no se qui-

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taron las señales. Al pasar por delante del Santísimo Sacramento ha- cían todos una ceremonia bien singular y que les causó extrañeza a los Padres, y era volver las espaldas a Su Majestad un breve rato y en- tonces se daban recios azotes. Preguntaron después los religiosos el motivo de aquella acción y les respondieron que lo hacían en señal de especial dolor y arrepentimiento de haber ofendido a Dios, y que el dar- se entonces tan recios golpes, era como decir : «Veis aquí, Señor, es- tas espaldas bañadas en sangre que, sacada a voluntarios golpes, te la ofrecemos por testigo que haga fe del gran dolor y sentimiento que tenemos de las gravísimas culpas que os obligaron para nuestra salva- ción a verter la vuestra preciosísima : misericordia, Señor, mi-seri- cordia.»

11. Quedaron los religiosos muy edificados cuando supieron el mo- tivo de tan ejemplar acción y en gente tan poco cultivada hasta enton- c<°s, ponderando, sobre todo, cuán sencillamente y sin sombra de va- nidad procedían todos en semejantes ocasiones. En acabando la carrera destinada para la procesión, se iban a curar a sus casas y luego vol- vían a la plazuela del convento y al pie <le una cruz grande, que hay en ella, dejaban los ramales y las pobres túnicas ensangrentadas, como despojos de su triunfo. Viéronse últimamente aumentados y perfeccio- nados todos los ejercicios espirituales referidos en dos Congregaciones que aquellos Padres instituyeron, a las cuales se dió principio con los más principales fidalgos que se redujeron a profesar vida más ajustada, como luego veremos.

CAPITULO XII

De las Congregaciones que los Misioneros instituyeron en San Salvador, de sus frutos y del estilo que tenían en con- fesar hasta que supieron bien la lengua.

1. ^Con la continua enseñanza y grande ejemplo de los misioneros, fué muy singular el fruto que en breve tiempo se cogió en San Salva- dor, y tanto que muchos no sólo salían del mal estado en que habíían vivido hasta entonces, sino que con toda aplicación virtuosa procura- ban aprovechar en la perfección cristiana. Para ese fin, además de la frecuencia de los Santos Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, usaban diferentes mortificaciones, ya exteriores y ya interiores, y gas- taban algunas horas en la oración mental. Con que, para alentarlos a la perseverancia, trataron aquellos Padres de instituir dos Congrega- ciones devotas en que se establecieron las siguientes ordenaciones, dis- poniendo que la una fuera para los hombres y la otra para las mujeres, de forma que se lograse el fin y se evitase cualquier desorden y con- fusión.

2. Alistáronse en ellas las personas más nobles y principales, pero por justos motivos se dió lugar a que también pudiesen entrar otras de menor lustre y calidad, con tal que concurriesen en ellas las condi- ciones necesarias. Un día en la semana, por la mañana, se juntaban los hombres en la iglesia, y otro día las mujeres, a hora competente. Há- daseles una plática espiritual y, en acabando, cada congregación se postraba en tierra y con humildad iban diciendo sus defectos públicos veniales en que habían incurrido por la semana. Después pedían se les aplicase alguna penitencia saludable para satisfacer en algo a Dios, y el religioso que asistía a esa función, le daba a cada uno una suave rfe- prensión y doctrina sobre el punto de las faltas y después una mortifi- cación ligera. Concluido este primer ejercicio, se leía una meditación

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O d€ los cuatro novísimos o de la Pasión del Señor, y sobre ella tenían media hora de oración mental. Confesaban y comulgaban una vez ca<la mes y también en las fiestas más solemnes que ocurrían, para lo cual cuidaban de' avisar los de una congregación a otra, para que estuvie- sen prevenidos y dispuestos. A todos se les encargaba diesen noticia al Prefecto de los enfermos para administrarles los Sacramentos y lo mismo cuando morían, para que se tratase de su entiírro en la iglesia ; porque en todo eso había de antes mil abusos y ofensas de Dios y en- terraban sus muertos por los campos, como bestias, para que no olie- sen mal.

3. Tenían también a su cargo el amonestar a sus parientes, veci- nos y amigos para que dejasen los amancebamientos, supersticiones y vicios secretos y se redujesen a vivir en santo temor de Dios, con lo cual se iban reconociendo maravillosos progresos y aumentándose el número de los Congregantes, no sin gran confusión de los que, por no desprenderse de sus vicios, se quedaban fuera. Asimismo, para el me- jor gobierno de dichas Congregaciones, se estableció que hubiese en cada una un rector secular, y para la de las mujeres una rectora, per- sonas de todo respeto, virtud y caridad, y juntamente los oficiales y oficialas necesarios para el buen régimen y concierto de las acciones. Y para que a todos constase lo que habían de observar, se hicieron los estatutos siguientes :

4. «A honor y gloria de Dios Omnipotente, de las cinco llagas de Cristo Sefíor nuestro, de la Purísima Concepción de su Santísima Ma- dre y de las cinco letras que se incluyen en los dulcísimos y veneraíbles nombres de Jesús y María, se han de observar en nuestra Congrega- ción las cinco cosas siguientes : En primer lugar la ley de Dios y los preceptos de la Santa Madre Iglesia, en lo cual queda incluida la de- testación de todos los vicios y ritos gentílicos. La segunda, que todos los días, cuando no tuvieren impedimento legítimo, oigan Misa. La ter- cera, que hagan cada día el examen de conciencia dos veces, es a sa- ber, a mediodía y a la noche, o a lo menos una vez antes de acostarse, concluyéndole siempre con un acto de contrición. La cuarta, que todos los días hagan un cuarto de hora de oración mental, para la cual pue- dan elegir el tiempo que les pareciere más acomodado, según las ocu- paciones de cada uno, y que después recen la Corona breve de nuestra Señora, que se compone de doce Avemarias y tres Padrenuestros, en memoria de los favores y privilegios que hizo a esta Reina Santísima cada una de las tres Divinas Personas. La quinta, que todos los con-

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III

gregantes, así hombres como mujeres, tengan diligente cuidado y mu- cha caridad con los enfermos de su Congregación, visitándolos a me- nudo y procurándoles el remedio espiritual y también el corporal, en cuanto pudieren. Y cuando muriere algún congregante, deban asistir los demás a su entierro, encomendándole a Dios ; y lo mismo se les aconseja que hagan con los demás enfermos, particularmente con los pobres, visitándolos y socorriéndolos con lo que pudieren, procurando ante todas cosas el que se confiesen y reciban los Santos Sacramentos.

5. Para todo lo cual tomarán por especiales abogados y se propon- drán por ejemplares de éstas y otras excelentes virtudes, a los santos de nuestra Tercera Orden, San 'Luis, rey de Francia, y a San Elceario, conde de Aniano, a las dos Santas Isabeles, la una reina de Portugal y la otra hija del rey de Hungría, todos los cuales, con grandes actos de caridad y religión, se ejercitaron en estos ministerios. Estas cinco cosas sobredichas se han de guardar en nuestras congregaciones, ad- virtiendo que ninguna de ellas impone nueva obligación de pecado mor- tal ni venial, sino la que la ley de Dios trae consigo y por ella somos obligados a guardar» (27).

6. Habiendo, pues, dicho hasta aquí los frutos que se siguieron de todos los santos ejercicios referidos, conviene dar ahora noticia de una maravilla especial que se experimentaba en aquellos principios y duró por algunos meses, hasta que aquellos Padres pudieron entender bien la lengua conguesa, para que se vea haber sido obra de la Divina Sa- biduría, y que, cuando el Señor es servido, sabe obrar prodigios por los medios y caminos a nuestro juicio menos proporcionados. Ya de- jamos dicho cómo eran muy frecuentes las pláticas y sermones y las confesiones, pero no el medio y forma como uno y otro se hacía. Di- rémoslo ahora y servirá de aviso para los religiosos que en adelante se emplearen en semejantes misiones, y en primer lugar trataremos del estilo que tenían en predicar, hasta que supieron bien la lengua del país, y era en esta forma. Valíase el predicador de un intérprete diestro en

(27) El P. TERUEL, ms. c. pp. 37-40, trata piecisaniente de estas Congregacio nes establecidas por los Capuchinos en San Salvador y luego también en todos los centros misionales, y no sólo pone los estatutos mencionados por el P. Anguiano, sino que añade también otras Ordenaciones y las Condiciones que han de tener los que hubieren de ser admitidos en la Congregación. Esto nos prueba que no se tra- taba ya de cristianos vulgares, podemos decir, sino de personas fervorosas. Cfr. nues- tro artículo : Dos relaciones inéditas sobre ¡a misión capuchina del Congo, en Collec- tanea Franciscana. 16 (1946), pp. 123-4. donde se copian dichas Ordenaciones y Con- diciones.

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la lengua portuguesa y en la de la misma tierra, al cual se le instruía primero muy bien ; y, al tiempo de celebrar la Misa, después de aca- bado el Evangelio, se sentaba el celebrante o predicador en una silla y cerca de él se ponía en pie el intérprete, sobre la peana del altar. Di- vidían el sermón en tres puntos y, dicho el primero con la mayor ex- presión posible, mandaban al intérprete que lo repitiese en la lengua del país; luego, el segundo y el tercero, y se concluía el sermón.

7. El fruto que de esta suerte se conseguía era, sin duda, admira- ble' y no poco copioso, porque, aunque el medio parece desproporcio- nado, con todo eso, concurriendo la Divina Providencia con modo par- ticular, se sazonaba de suerte que daba su efecto cumplido ; y si bien el intérprete no puede darle al razonamiento aquella energía y eficacia que el predicador, con todo eso, viendo sus acciones el pueblo y el fer- vor con que predicaba y al mismo tiempo estimulándoles las concien- cias sus culpas, cuando después por la voz del intérprete llegaban a oír la repetición de lo que el predicador había dicho antes, juntándose lo uno con lo otro, se compungían y reducían a dolor de sus pecados. Los efectos del fruto que se hacían se manifestaban claramente en la refor- mación de costumbres, porque fueron muchos los que dejaron las su- persticiones y ritos gentílicos y las concubinas y se casaron según Dios y la Iglesia disponen, y después vivieron en santo matrimonio y con edificación común. Este vicio infe'rnal estaba tan arraigado en aquellas tierras, que era raro el que se casaba, teniendo cada hombre cuantas mancebas podía sustentar, como hoy sucede en aquellos reinos de gentiles, y este punto es el que ha dado más que hacer a los misio- neros siempre y en todas partes.

8. Las confesiones, que es donde hay más que admirar, se hacían también por medio de los intérpretes, lo cual no era cosa nueva en aquel reino, antes muy antigua, y los penitentes se confiesan en esa forma de buena gana, así porque tienen en confesarse más sencillez y menos empacho, que otras naciones, como porque quedan más satisfe- chos a su parecer, diciendo sus pecados inmediatamente al intérprete que al confesor, y es que juzgan que éste no está tan capaz de sus fla- quezas ni sabe sus malicias por ser extranjero, como el intérprete que e's paisano y vecino y lo alcanza todo para explicarlo como fué. En esta conformidad corrieron los misioneros algunos meses hasta que se enteraron bien de la lengua. Mas, aunque les costaba mucho traba- jo, era preciso valerse de ese medio, porque sino se estarían ociosos y no harían fruto alguno en largo tiempo, mayormente en esa tierra a

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donde el lenguaje es muy difícil de aprender, porque, fuera de ser to- talmente diverso de las lenguas de Europa en la pronunciación, forman tantas síncopas, que es dificultosísimo el pronunciar sus voces, y, si los de Europa no acompañan el sonido de la voz con el término de su idio- ma, como ellos acostumbran, no entienden palabra. Por lo cual es pre- ciso que los misioneros que ignoran la lengua se valgan de los intér- pretes hasta saberla, si no quieren estar ociosos muchos meses y aun años. En la que allá predicaban y confesaban a los principios era en la portuguesa, de la cual tienen más noticia por todos aquellos reinos etió- picos, que no de la nuestra castellana, aunque en San Salvador y Soñó la entienden muchos de los fidalgos.

9. Volviendo ahora a buscar a los Padres, que quedaron enfermos en el condado de Soñó, los hallaremos no sólo sanos, sino también ha- ciendo insigne fruto en las almas, valiéndose también de' los intérpre- tes. Había estado aquel condado, por causa de las guerras, muchos años sin sacerdote alguno, y toda aquella gente, que es inmensa, se hallaba en extrema necesidad espiritual, y tanto que se morían muchísimos pár- vulos sin haber quien les administrase el santo Bautismo. Los adultos no le habían recibido y los viejos y los mozos solían acabar la vida envueltos en sus antiguos vicios y amancebamientos. Sepultaban a los difuntos cristianos, no en lugar sagrado, sino en los campos como bes- tias. La gente', por falta de doctrina y de quien se la enseñase, conser- vaba sus antiguos ritos gentílicos y vicios. Con esa nueva luz que Dios les envió, empezaron a salir de la ceguedad en que habían vivido ; bau- tizáronse millares de párvulos y de adultos y muchos de los más princi- pales ñdalgos y señores de vasallos tomaron el estado de matrimonio, según el orden de la Iglesia, y dejaron las concubinas, y a su ejemplo hicieron lo mismo muchos de los plebeyos y esclavos, y después vivían como buenos cristianos y frecuentaban los santos Sacramentos.

10. Para esta obra del cielo y ganar las voluntades y poderlas tra- tar con más amor y confianza, tomaba cada misionero su intérprete e iban de casa en casa exhortando con gran blandura primero a los fidal- gos y después a los demás para que dejasen el mal estado en que vivían y se redujesen a contraer matrimonio según Dios y la Iglesia tienen dispuesto y quitar el público escándalo, que ésta era la primera diligen- cia, sin la cual era imposible dar paso adelante en las conversiones. A los plebeyos y esclavos les persuadían lo mismo, pero éstos no se re- solvían hasta ver lo que hacían los nobles, no porque no se redujeran, desde luego, sino por temor de ellos y por la nota que se les seguiría

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por su conversión a los mismos fidalgos y a señores de vasallos, y te- mer su indignación y malos tratamientos, que es cosa bien lastimosa.

11. Al fin fué Dios servido de mover a muchos por ese medio a casarse y a salir de sus perversos vicios y del estado concubinario tan antiguo como general en aquellas miserables tierras. Ocasión hubo en que, predicando por intérprete un misionero en la iglesia, al fin del ser- món sacó el Santo Cristo, como acostumbran siempre, y sin otra dili- gencia se levantaron repentinamente seis fidalgos de los más califica- dos y más perdidos y se arrojaron a sus pies, he'chos arroyos de lá- grimas sus ojos, y con tal arrepentimiento, que luego dejaron las con- cubinas y se casaron ; de lo cual quedó la demás gente grandemente edificada e instruida de' lo que debía de hacer. Con este ejemplo se mo- vieron muchos a lo mismo y aun sucedían casos semejantes en los más sermones por disposición divina. De suerte que solía levantarse el más noble del auditorio y, arrepentido de su mala vida, ejecutaba acción se- mejante a la referida y le seguían otros muchos de todas las jerarquías.

12. No fué de pequeña confusión todo lo referido para un hereje holandés que re'sidía en Soñó por factor de los directores de Holanda y para sus compañeros y paisanos, y el ver en tan corto tiempo tanto aprovechamiento espiritual en gente tan bozal e inculta, el cual, aun- que era declarado enemigo de los católicos romanos, con todo eso en lo exterior se mostraba afable y benigno ; a ese hereje procuró ganarle la voluntad el Padre Fr. Juan de Santiago, hijo insigne' de nuestra san- ta Provincia de Castilla, con ánimo de reducirle a la fe católica ; mas, aunque a !os principios se exasperó mucho y tanto, que solía decir se mataría primero a puñaladas que dejar su religión de Calvino, que' él llamaba santa y católica, después se fué amasando con el trato y razo- nes del santo Padre y vino a conocer la falsedad de su secta. Y es san duda que desde entonces se hubiera reconciliado con la Iglesia, si el temor de perder su hacienda y de padecer otros daños no se hubieran interpuesto.

13. Al fin vivía con ese deseo y esperaba lograrle en dando forma a su hacienda, pero, ya que él por entonces no logró esa dicha, la con- siguieron todos sus esclavos gentiles, que no eran pocos. Y aun él mis- mo asistía a los catecismos y bautismos con particular gusto. Y para consuelo de ellos mismos y edificación de los demás, se celebraban con toda solemnidad que ordena el ceremonial romano. Mandóles dicho Pa- dre que dijesen dos veces en cada semana la doctrina cristiana en voz alta para que se les imprimiese mejor en la memoria y el factor los

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exhortaba a ello con gran puntualidad. También consintió que llevasen Rosarios y medallas al cuello, que es lo que los herejes no usan y abo- minan de ello. Quedó desde entonces tan devoto a los Capuchinos, que los socorría muchas veces con buenas limosnas y de cosas precisas. Dios haya habido misericordia de su alma y la tenga de todos.

14. También se instituyó en Soñó }a Congregación de San Salva- dor y en la misma conformidad y con ella se experimentaron efectos maravillosos, así en la frecuencia de los Sacramentos como en la extir- pación de los ritos gentílicos y supersticiosos, como convenía. Los con- gregantes cuidaban mucho de avisar a los Padres cuando había algún enfermo para que le diesen los Sacramentos y ayudarle a bien morir ; y, si acaso moría estando ellos ausentes, advertían a los congregantes que lo enterrasen en lugar sagrado y con la decencia que pudiesen. Nada de esto se hacía antes de llegar los nuestros a esa tierra y así morían los más sin Sacramentos y luego los llevaban al campo para en- terrarlos en él. Muchos dejaron las concubinas y se casaron y vivían ejemplarmente, pero otros, que perseveraron obstinados en sus vicios, acabaron infelizmente y se vieron horrores, con que escarmentaron to- dos. A éstos se les privaba de sepultura eclesiástica y los hacían llevar a los campos ; pero a los que morían como cristianos, aunque fuesen esclavos, se les hacía su entierro en la iglesia con la piedad y decencia posible, yendo los religiosos por el cuerpo, acompañados de los mu- chachos de la escuela y de los congregantes. Todo esto se hacía a fin de que por esa diferencia conociesen el caso que hace la Iglesia de sus hijos verdaderos y el desprecio con que mira a los que no lo son.

15. Viendo el enemigo común del género humano tantos progre- sos espirituales y temiendo que cada día habían de ser mayores y más copiosos, valiéndose de hombres perdidos, les armó a los misioneros un enredo como suyo, sembrando cizaña en los corazones de los bue- nos y aun del mismo conde, para que todo se destruyese y perdiese. Persuadiéronle que aquella santa Congregación, que habían instituido de los fidalgos, se encaminaba a disponer una conspiración secreta con- tra él para quitarle la vida y hacerle al rey ese obsequio. Pero, como no hay consejo contra Dios ni las trazas humanas pueden prevalecer contra las disposiciones divinas, el mismo Señor que fué el autor de tan piadosa y provechosa institución, desvaneció con su divino poder la humareda que levantó el infierno contra ella, desengañando al conde para que no diese oídos a los mal intencionados como de allí adelante lo hizo. Muchos sucesos semejantes se ofrecieron, que fuera cosa can-

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sada el referirlos, todo trazado por el demonio para inquietar los áni- mos, pero, aunque todo llovía sobre los misioneros, al cabo vencía Dios y ellos con su humilde sufrimiento.

16. En habiendo dado forma a la corte de Soñó y cultivádola bas- tantemente', se partieron para diversas partes del condado para los mismos fines. Levantaron muchas iglesias y altares y convirtieron a la fe a innumerables almas de gentiles de los que vivían de la otra parte del Zaire. Bautizaron un número crecidísimo de párvulos y, con sus ser- mones y grande ejemplo, redujeron a muchos ya cristianos a vivir se- gún la ley de Dios y se casaron legítimamente. En las islas del río Zaire, que estaba pobladísimo de* gente, eran sinnúmero los que acu- dían a bautizarse de todas partes y algunos ya tan adultos, que pasa- ban de treinta años. A los que hallaban capaces, bautizaban, y a los que no, los remitían a Soñó para acabar de instruirlos, y después los bau- tizaban.

CAPITULO XIII

De cómo los holandeses de Angola cogieron un navio por- tugués y en él a cuatro Capuchinos que envió al Congo la Sacra Congregación, y el rey envió dos embajadores para

liberarlos.

1. Con toda prosperidad, como hemos visto hasta aquí, corrían los sucesos del Congo y la fe santa se' iba extendiendo por los confines de los reinos gentiles. Parecía haberse convertido en un paraíso aquella tierra, siendo antes un bosque impenetrable de vicios y de' enormidades. Pero, porque no faltasen trabajos, dispuso el Señor soberano que luego empezasen a sentirlos por varios caminos. El año siguiente de 1646, cerca de la Semana Santa, llegó un aviso a San Salvador de cómo un navio holandés en que iban algunos sujetos principales y un nuevo di- rector o gobernador al puerto de Angola, habiendo encontrado dos ba- jeles portugueses que pasaban a Mazangano, peleó con ellos y al uno lo echó a fondo y al otro lo apresó. Y que asimismo quedaban prisio- neros cuatro Capuchinos, hijos de la Provincia de Genova, que la Sacra Congregación enviaba al Congo para reforzar aquella misión, tan ne- cesitada de operarios evangélicos.

2. Este fué el principio de varios trabajos que se fueron siguiendo y encadenando unos con otros. Sintió mucho ell rey esa noticia y no me- nos el Prefecto y sus compañeros, pero, pareciéndole al rey que bas- taría pedirlos él para que luego les diesen libertad, escribió a los direc- tores de Angola, diciendo : estimaría le remitiesen aquellos cuatro Ca- puchinos de cualquier suerte que gustasen, esto es, o graciosamente o por interés, porque los necesitaba en su corte. Respondiéronle los di- rectores que ya los habían remitido al Brasil para que, desde allí, los llevasen a Europa en la primera ocasión que se ofreciese. No se satis- fizo el rey con esa respuesta y, recelando otras malas consecuencias

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para adelante, mandó llamar al Prefecto y le comunicó la carta, y de aquella sesión resultó determinar el rey que su confesor y el Padre Fr. Buenaventura de Cerdeña fuesen a Angola con el carácter de em- bajadores suyos a pedir los cuatro religiosos que se decían estaban en u'n navio de aquel puerto, y, en caso de que los hubiesen llevado al Brasil, los hiciesen volver luego, o, dado caso que estuviesen ya en Europa, se declarasen sobre lo que determinaban hacer con los demás religiosos que en adelante pasasen a su reino, para que con su resolu- ción tomase forma en lo que le convenía obrar, y les encargó la más breve resolución.

3. El camino desde San Sajlvador a Loanda, sobre ser de más de ochenta leguas, es sumamente fragoso y peligroso, y por ambas cau- sas le fué a dicho Padre molestísimo, aunque no por eso dejó día algu- no de celebrar el santo sacrificio de la Misa, poniendo altar en la cam- paña por no haber iglesia alguna en todo el resto del viaje. Acudían los moradores de los pueblos a oírla y vertían copiosas lágrimas de puro gozo, lamentándose por otra parte de su desgracia, pues había mu- chos años que no la habían oído. Dábanle al Padre mil bendiciones y le rogaban instantemente procurase socorrerlos con el pasto espiritual de que tanto necesitaban para su salvación. Ofrecióselo para la vuelta del viaje y, no pudiendo detenerse, prosiguió el camino hasta Angola. Durante el viaje le libró nuestro Señor por virtud del santo sacrificio de la Misa de innumerables riesgos de la vida, que se ofrecieron a cada paso, ya acometiéndole leones y tigres y ya otras fieras de que abunda mucho aquella tierra.

4. Llegaron, por último, a Angola y les causó gran compasión el ver aquella ciudad de Loanda, que poco antes era de católicos, ya por su desdicha y pecados poblada de herejes, profanados sus templos, des- truidos los altares, reducidos a establos las iglesias o a lonjas de mer- caderes y, en fin, hecha un espectáculo y ruina de la divina justicia, que así castiga por sus vicios a los malos católicos. El mismo día que llegaron, presentaron a los directores las cartas de creencia y les pro- pusieron la embajada del rey. Acordáronles el sentimiento de S. M. y que en los tratados de amistad y comercio, pactados y firmados de una y otra parte, había quedado capitulado : Que los holandeses en manera alguna se habían de entrometer en puntos de religión ni estorbar el paso de los misioneros evangélicos que la Iglesia Romana enviase a aquellos reinos y provincias de sus dominios, y que, e"n virtud de (so, pedían les entregasen los cuatro Capuchinos que habían hecho prisio-

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ñeros (28). Los directores oyeron la petición y pidieron tiempo para responder y que' todo se lo diesen por escrito. Con esa respuesta se despidieron los embajadores y el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, des- de la posada, les remitió un papel en que se contenía cuanto les había dicho de palabra, añadiendo otras razones eficaces que conducían al me- jor y más breve despacho de su pretensión.

5. Tardaron en responder ocho días y, al cabo de ellos, enviaron a llamar a los embajadores, citándolos para la casa de su contratación. En llegando, los introdujeron en una sala donde estaban todos senta- dos en forma de tribunal, con su presidente y secretario. Repitió el Pa- dre su petición y cuanto había precedido hasta entonces, a lo cual res- pondieron por escrito, mandándole al secretario leyese en público el pa- pel de su respuesta, en el cual se contenían los tres puntos siguientes, que, sobre no ser del caso, sólo se dirigían a provocar al santo Padre, pensando vanamente que habían de triunfar de él ; pero quedaron tan mal y con tal ignominia, que les pesó después de la tal provocación.

6. En el primer punto lo que se contenía era hablar sacrilegamen- te de nuestra Seráfica Religión, tratando al Padre con gran desacato, desvergüenza y audacia propia de herejes, llamándole otro segundo Ju- das, que, con hábito humilde y razones suaves y fingidas, pretendía en- gañarlos, añadiendo sobre eso muchas contumelias y palabras indignas de pronunciarse. En el segundo punto se contenían muchos vituperios y blasfemias contra la Iglesia Romana, contra sus fieles hijos y espe- cialmente contra el Sumo Pontífice. En el tercer punto se contenían va- rios elogios y aplausos de su secta de Calvino, trayendo, para confir- mación de sus errores, varias razones aparentes y de muy flaco funda- mento, echando por clave de todas el decir que habían ellos cogido el navio ddl capitán Falconi en que él y sus compañeros habían pasado al Congo, gloriándose mucho de este trágico suceso y haciendo de él gran misterio en apoyo de' la excelencia de su secta calviniana.

7. Oyó, pues, el santo Padre lo contenido en el papvel con pacien- cia y serenidad de ánimo, sacrificando a Dios sus propias injurias y per- donando a los que así le' maltrataban. Pidió luego a su Majestad divina

(28) Efectivamente : conforme a! acuerdo celebrado entre el rey del Congo Don García y los holandeses, éstos se habían comprometido a respetar la religión cató- lica. Por eso, y en vista de su comportamiento con aquellos Capuchinos italianos, el rey envió a su confesor y capellán Don Manuel Roboredo y al P. Buenaventura de Cerdeña, como sus embajadores, para pedirles explicación de su proceder (Cfr. PA- DRE HILDEBRAND, o. c, p. 97).

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luz y fortaleza para volver por la honra de su Iglesia, tan infamemente ajada de las lenguas sucias de tan obstinados herejes, haciéndole gra- cias por haberle puesto en ocasión tan oportuna para ese efecto y a donde con su ayuda esperaba ver triunfar la verdad, de la mentira, la religión católica, de los herejes sus enemigos, y con propia confusión y terror de ellos. Era dicho Padre varón doctísimo, de ingenio claro y muy versado en las controversias y, sobre todo, de muchas y exce- lentes virtudes, como ya diremos cuando lleguemos a tratar de su santa vida. Invocó en su auxilio la protección de la Reina de los Angeles, de quien era especial devoto, y cuya visitación a Santa Isabel se celebraba aquel día. Dejáronle decir cuanto quiso y empezó a hablar con pere- grina modestia, sosiego y tan sólidas razones, que se pasmaron los he- rejes y ya se hallaban arrepentidos de su insolente' provocación ; mas con todo eso dijo sobre cada punto en particular altísimas cosas.

8. En cuanto al punto primero, que sólo tocaba en injurias contra su persona y profesión, dijo : que les perdonaba por amor de Dios de todo corazón aquellas contumelias y baldones, añadiendo que, como mi- nistro de Dios, aunque indigno, y discípulo de Cristo, maestro de la vida y de toda perfección, cuyos ejemplos debía imitar, humilde y afec- tuosamente rogaba al Eterno Padre los perdonase, advirtiéndoles que, si con aquel papel, tan afrentoso y lleno de injurias, le daban de bofe- tadas en una mejilla, no dudasen que les presentaría la otra para que le diesen otras muchas. Esta doctrina enseñó Cristo con obras y pala- bras ; ésta siguieron los Apóstoles ; ésta seguimos a imitación suya los Capuchinos, pero vosotros, engañados con los errores de Lutero y Cal- vino, hombres perdidos, no la seguís.

9. En cuanto al segundo punto dijo con voz más alta y grave y levantándose de la silla un poco : que la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, era la madre de la verdad y la que enseña y conserva la ver- dadera fe y religión, como los mismos Apóstoles la enseñaron y predi- caron ; y que quien se aparta de ella y de la obediencia de su cabeza, que es el Sumo Pontífice, es hijo de perdición y monstruo disforme, añadiendo que, en testimonio de esa verdad, no sólo perdería la vida que gozaba, sino muchas que tuviera. Debajo de este presupuesto empezó a alegar textos de' la Sagrada Escritura, tradiciones apostólicas y Con- cilios, probando las verdades católicas que afirmó, refutando después los errores de Calvino aún con sus mismos textos, sacando por conclu- sión de todo que sus secuaces mantenían tales errores más por vivir vida libre y relajada que por celo de la verdad y de la religión. En

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cuanto al tercer punto, en que con vanos encomios e hiperbólicos aplausos solemnizaban la mayor excelencia de su religión por haber ellos cogido el navio del capitán Falconi, que llevó la misión al Congo, de cuyo trágico suceso dejamos ya hecha mención, dijo que se admi- raba que hombres de juicio apoyasen la excelencia de su religión con un suceso tan contingente. Pero que, si ese era su único apoyo, lo mis- mo pudieran alegar los moros, los gentiles y paganos que a ellos les habían cogido y cogen cada día muchos navios. Satisfizo todas sus ob- jeciones abundantísimamente y los dejó pasmados, pero, no obstante eso, volvieron a provocarle otras veces.

CAPITULO XIV

I

Concluyese la controversia, quedan corridos los herejes, despiden con la negativa a los embajadores y, a la vuelta, ocurren varios sucesos notables.

1. Habiendo, pues, oído los herejes las graves y eficaces razones del santo y doctísimo varón, trabajaron cuanto pudieron para satisfacer a ellas, pero fueron tan frivolas sus respuestas y tan fuertes las réplicas con que se las desvaneció, que al fin, confusos y avergonzados, calla- ron y no tuvieron qué responder. Y aunque les dió tiempo para ello, con ánimo de convertirlos y sacarlos de su ceguedad, se excusaron por entonces, diciendo que ellos no habían estudiado. Replicóles a eso di- ciendo : Pues haced que vengan aquí vuestros predicadores, que ellos responderán por vosotros, pues son vuestros maestros ; pero quiero que se junten todos los de vuestra nación a la disputa, porque' confío en Dios sacar a muchos de los errores con que viven engañados. Muchas instancias les hizo sobre esto a los directores, pero en manera alguna vinieron en ello, y la causa era porque estaban con ellos los predicantes y se hallaban esos corridos y afrentados. Duró muchas horas la contro- versia y, al fin de ella, tratando de su embajada, respondieron : Que no habían de entregar los cuatro religiosos prisioneros ni otros cualesquie- ra que cogiesen porque ellos deseaban propagar su secta de Calvino en todos aquellos reinos. Así lo hubieran hecho, si Dios no los hubiera castigado brevemente, quitándoles la ocasión, porque al fin volvieron los portugueses a restaurar el Brasil y también todo lo que tenían de Angolla, pereciendo muchos de ellos.

2. Volvieron varias veces los herejes a llamar al Padre y le propu- sieron algunas sofisterías que habían discurrido, pensando quedar más airosos que hasta allí habían quedado. Pero fué Dios servido que que- dasen tanto más afrentosamente corridos cuanto más arrogantemente

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confiaban en su loca presunción y soberbia. Y así se hubieron de aco- ger a su primera evasión y excusa, diciendo que no habían estudiado y que por eso no le satisfacían a sus argumentos. Mucho les apretó con deseo de sacarlos de su ceguedad, pero cada vez más obstinados, se quedaron en ella. Todo el tiempo que estuvieron en aquella ciudad, hasta disponer su vuelta al Congo, que no fueron pocos días, los tu- vieron con guardas en la posada, o porque el Padre no predicase, que sabían lo deseaba hacer, o porque algunos católicos ocultos que ha- bía no conversasen con él, particularmente dos mercaderes, uno caste- llano y otro flamenco, y, aunque estos dos profesaban públicamente nuestra santa fe católica y pidieron licencia a los directores para visitar al Padre y al confesor del rey, para con ese pretexto confesarse, no hubo medio de concedérsela.

3. En ese ínterin enfermó de peligro el flamenco y, deseoso de re- cibir los Santos Sacramentos, halló tanta repugnancia en los directo- res, que no lo pudo conseguir. Supo el Padre lo que pasaba y se re- solvió a socorrer aquella necesidad a todo riesgo de la vida, que tanta como esto era su caridad. Para ese efecto le pareció ser conveniente meterse en un rollo de estera y, cubierto en forma de fardo, hacerse llevar a su casa en hombros de algunos negros. Así lo pensó y así lo hubiera ejecutado, si los mismos mercaderes no se lo hubieran impedi- do por el mucho riesgo a que se exponía y el daño que a todos les podía resultar si llegase a ser descubierto de alguno de los esclavos en cuyo secreto había poco que fiar.

4. Desvanecido ese medio, probó el caritativo Padre a ver si podía recabar de los directores le concediesen licencia para despedirse de los católicos. Las instancias que' Ies hizo fueron tantas y tan apretantes, que al fin se lo concedieron. Confesólos a ambos y les dió la Sagrada Comunión, y de este modo los dejó muy consolados. Ellos quedaron tan agradecidos y devotos a la Orden y a su bienhechor, que le socorrie- ron con todo lo necesario y le dieron para la misión vino y harina que era lo que más necesitaban, por hallarse con dificultad en aquellas tie- rras y ser preciso uno y otro para las Misas. Y aun de allí adelante les enviaban sus socorros de esas dos especies al Congo.

5. No tuvo efecto la embajada, según se ha visto, para recuperar los cuatro religiosos genoveses, ni fuera fácil su restauración, porque, según supieron, apenas saltaron en tierra, después de tan larga y pe- nosa navegación, cuando pasaron a ser prisioneros y los despojaron de cuanto llevaban y dentro de tres días los metieron en un barcón viejo,

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haciéndoles mil violencias, y con muy poco bastimento, y ése vilísimo, los llevaron al Brasil, a la ciudad de Pernambuco, y desde alli a Ho- landa. Muchos trabajos padecieron en esa navegación los pobres reli- giosos, y tales, que a vista de las islas Canarias murió uno de ellos lla- mado Fr. Salvador de Génova, y no fué poco el que los demás llegasen con vida a Holanda, y después a su Provincia, llevando siempre tan a la vista enemigos tan sin Dios (29).

6. Con todo eso, ya que no tuvo efecto la embajada para el fin principal, no dejó de producir algunos efectos de gran gloria de Dios y utilidad de las almas. Uno de ellos fué el haber rescatado del poder de dichos herejes dos pinturas, una de la Concepción Purísima de Nues- tra Señora, y otra de nuestro glorioso San Félix de Cantalicio. Em- pero, para que veneremos las maravillas de Dios, diremos lo que su- cedió con la pintura de Nuestra Señora, muchos tiempos antes que vi- niese a parar a las manos de dichos herejes. Sucedió, pues, cuando el Padre Buenaventura de Alessano, Prefecto de esta Misión, llegó con sus cinco compañeros a Lisboa, mandados del Papa Urbano VHI, el año áe 1G40, según se dijo ya en otra parte, sabiendo cierta señora condesa, muy devota de la Religión, que pasaban a la conversión de los infieles de Africa, a fin de que se acordasen de ella, para encomendarla a Dios, les dió esa sagrada imagen para que la pusiesen en el altar mayor del primer convento que allá fundasen. Pero, como por enton- ces no hallaron despacho en Lisboa a causa de las guerras y les fué preciso volver a Roma, tomaron la santa imagen y con el justo agra- decimiento se la restituyeron a la devota condesa.

7. Después, en el año de 1645, pasando a Lisboa el P. Fr. Buena- ventura de Taggia con sus compañeros a solicitar allí embarcación para el Congo, la misma condesa, sabiendo su pretensión, le presentó la sagrada imagen. Recibióla para el fin sobredicho y en llegando a Angola fueron presos y despojados de todo cuanto llevaban para el socorro de la misión, y de allí los pasaron al Brasil y a Holanda, se- gún se dijo ; con que la imagen de Nuestra Señora y la de San Félix vinieron a parar en poder de uno de los mencionados directores, el cual las hizo poner en una sala de su casa, no por devoción a las santas

(29) I.os cuatro religiosos italianos se llamaban : PP. Buenaventura de Tag-g-ia. Francisco Maria de Ventimiglia y Salvador de Génova y el Hno. Lego Fr. Pedro de Dolcedo. El P. Salvador murió durante la travesía, el 14 de agosto, y su cadáver fué arrojado a! mar. Los otros fueron llevados a Amsterdam para ser juzgados. Des- pués de estar detenidos dos meses, fueron puestos en libertad (Cfr. P. HILDE- BRAND, o. c, pp. 95-6).

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imágenes, que antes las aborrecía, sino por adorno y bien parecer, o por si acaso con el tiempo las podria vender y sacar de ellas algún in- terés, por ser en extremo codicioso. Yendo los dos embajadores un día a visitarle, vieron las dos pinturas y quedaron aficionados a ellas. De- searon con impulso especial sacarlas de poder de los herejes, no du- dando que' eran despojos de lo que habían quitado a los Padres geno- veses. Con ese deseo discurrió el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña en el medio para lograrlas. Bien quisiera hacer la petición desde luego, pero le detenían dos razones : la una, que en los días antecedentes el tal sujeto fué el que se dió por más ofendido en la controversia, y tanto que al santo Padre le dijo muchos oprobios y contumelias ; la otra, porque, en sentir de todos, era el tal muy avariento y quería que se las pagasen y se tenía por cierto que no las daría graciosametite.

8. Pero, eso no obstante, encomendando a Dios el negocio y a su Santísima Madre, puso su petición en un memorial y el día siguiente se lo dió al director, para que se lo entregase a su mujer, juzgando que ella, por tal, sería más piadosa y de mejor natural. Leyóle y, son- riéndose, dijo : Que sin duda tendría mal despacho porque su mujer era buena calvinista y más interesada que liberal y aún en cosas de poco valor, fuera de que Jas pinturas las tenía destinadas para adorno de su sala. El Padre le replicó diciendo que no se perdía nada en que le entregase aquel papel y que él se contentaba con eso. Entró el di- rector riéndose' a donde estaba su mujer y le dió el memorial y, des- pués de haber altercado mucho con ella sobre el caso, salió y dijo al Padre cómo ya su mujer estaba resuelta a entregarle graciosamente las pinturas y que él por su parte se las concedía. Fué luego la mujer y por sus propias manos las descolgó y las encajonó para que no se maltra- tasen en el camino y se las envió a su posada.

9. Celebró el santo Padre esta fortuna cuando vió en su poder las pinturas y se admiraron no poco los católicos cuando supieron el caso. Llevólas a San Salvador y, apenas las vió el Prefecto, cuando conoció ser aquella imagen de la Concepción Purísima la misma que le' dió en Lisboa la condesa. Celebraron todos su llegada, dándose mil parabie- nes de que por medios y modos tan extraños se les hubiese ido a su casa y compañía. Colocáronla en el altar mayor y pusieron a los lados las imágenes de nuestro Padre San Francisco y de San Félix, y en ese día se' cumplió el deseo de la buena condesa que dió la imagen. Asistió el rey con toda la corte a la colocación, lo cual se celebró con toda solemnidad, y desde entonces es muy venerada de todos.

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10. Ya dijimos cómo a la ida a Angola ofreció el bendito Padre a innumerables personas que k salieron al camino, que a la vuelta las consolaría, como lo cumplió. Predicó en muchos pueblos la palabra di- vina y administró los santos Sacramentos del Bautismo, Penitencia y Eucaristía y el del Matrimonio a millares de personas. Estos son los despojos que logró su espíritu en tan larga y penosa jornada, demás de habet vuelto por la honra de Dios y de su Iglesia en Loanda, a don- de, con sus disputas doctísimas, hizo callar a los herejes blasfemos, que tan desvergonzadamente hablaban contra la Iglesia Católica y su suprema cabeza y contra la Religión de los Capuchinos, que siempre ha hecho guerra a sus errores y delirios. Finalmente, como ya veremos, por justos juicios de Dios fué abatida su soberbia y Dios vengó sus agravios ayudando a los portugueses para que con sus armas restau- rasen lo que les habían quitado en el Brasil y en Angola.

I

CAPITULO XV

De cómo el rey hizo fabricar en su corte casa para los religiosos y escuelas para la juventud, y de la conversión

singular de un hereje.

1. En volviendo el P. Fr. Buenaventura de Cerdetia de su embaja- da de Angola, trató el rey de edificarles casa a los religiosos por ser pequeña y vieja la que tenían y haber padecido en ella muchas inco- modidades por espacio de nueve meses. Hasta entonces no se había podido tomar forma en esta materia, asi por hallarse Su Majestad ocu- pado en negocios graves de estado, como porque los fidalgos no se atrevían a ello, aunque lo deseaban, por no desazonarle, mayormente sabiendo había ofrecido a los Padres hacerla a sus expensas. Todos con todo eso sentían la tardanza, empero quien mostró mayor celo y compasión de la incomodidad de los Padres fué una tía del mismo rey, princesa a la verdad de grande autoridad y prudencia, que tenía el tí- tulo de Manimucaza, que es de los mayores y más decorosos de aquel reino entre los que poseen los señores congueses.

2. Esta princesa, cuyo nombre era doña Leonor, y otra llamada doña Isabel, hermana del rey, matrona también de gran' respeto y cor- dura, desearon mucho remediar aquella necesidad por el singular afec- to que tenían a la Religión, el cual fué de suerte que muchos días les enviaban de sus casas la comida aderezada a los religiosos. Pero, vien- do la tardanza del rey y que sus diligencias se les frustraban, desechan- do temores y movidas de compasión, tomaron a su cargo el dar prin- cipio a la obra y trataron de buscar y prevenir los materiales necesa- rios. Con este designio se partió doña Isabel secretamente de la corte, sin hablar palabra al rey su hermano ni a otra persona alguna, sino sólo a su tía doña Leonor, y, acompañada de sus damas y esclavos, se metió en un bosque y mandó cortar la madera necesaria. Después la mandó

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Ikvar a casa de su tía y, con el pretexto de que pretendía hacer para un palacio, se detuvo en el bosque muchos días, al sol y a la incle- mencia del tiempo, hasta que los esclavos condujeron toda la madera, sin embargo de haber adquirido alguna indisposición corporal por los muchos calores.

3. Volvió después a la corte y un día, hallándose con la tía, fué el rey a visitarla, y con esta ocasión le mostraron en los patios la pre- vención que habían hecho para la casa de los religiosos. Admiróse el rey de verla y más cuando le dijeron el modo cómo se había dispuesto. Agradecióles mucho aquella acción y, volviéndose a los fidalgos que le acompañaban, les dijo que se avergozasen de ver lo que una mujer había ejecutado en tan pocos días y con tanto secreto, cuando ellos en tantos meses no habían sabido hacerlo.

4. De allí a pocos días fué el rey a nuestra iglesia ; dijo la Misa el Prefecto y en su presencia bendijo el sitio donde se había de hacer el convento ; y, cuando se comenzó la fábrica, quiso Su Majestad poner por su mano en tierra el primer madero y a su imitación hicieron lo mismo los fidalgos que le acompañaban. Prosiguióse la obra después con toda diligencia y con eso se acabó presto ; pero es digno de memo- ria lo que el rey ejecutó en la arquitectura de ella, porque él mismo, al señalar el sitio, anduvo con una vara en la mano tomando las me- didas del dormitorio, celdas y demás oficinas, y esto descubierta la ca- beza y al rigor del sol y casi el espacio de un día, lo cual continuó los siguientes, a tarde y mañana, asistiendo a todo con grande admiración y edificación de la corte.

5. Lo mismo hizo en las escuelas que mandó fabricar inmediata- mente al convento, para que en ellas pudiesen los religiosos con más conveniencia atende'r a la enseñanza y educación de la juventud del reino. Conclujda la fábrica, mandó .Su Majestad llamar a todos los nobles de la corte y les hizo un largo razonamiento, exhortándoles a que se aprovechasen de tan buena ocasión, enviando a sus hijos a la escuela, pues sabían por experiencia la grande ignorancia de todo el reino y que apenas se hallaba en él quien supiera la lengua latina, y sobre todo para que fuesen in,struídos en virtud y en buenas costum- bres. Despidió a los nobles entonces, pero, pareciéndole pedía el caso más recomendación, mandó segunda vez convocarlos y que el P. Fray Buenaventura de Cerdeña les hiciese una plática sobre el caso ; hízola, e' inmediatamente Su Majestad les volvió a repetir la exhortación pri. mera. Desde entonces se comenzaron a enseñar todas las buenas le-

LA MISIÓN DEL CONGO

tras y virtud a los de la corte y fué tan eficaz la persuasión preteden- te, que el primer día que se abrió la escuela, se llenó tanto de niños y de mozos, que no cabían en la primera aula, siendo así que es muy capaz. Acudieron puntuales todos los hijos del rey para mover con su ejemplo a los demás, y con eso no faltaba ninguno de los fidalgoá (30).

6. En la ciudad de Soñó se hizo lo mismo que en la corte, y hvibo tiempo en que acudieron cerca de seiscientos muchachos para ser en- señados, comenzando desde el Christus. Este ejercicio era de los más principales y provechosos al bien espiritual y temporal de aquel reino, pues, a la verdad, de la buena educación de la juventud depende en gran parte e] aumento de la cristiandad y virtud, porque como los niños aún no han experimentado los vicios y beben pura y sin mezcla la leche de la doctrina católica, se crían con aborrecimiento a lo malo y con apli- cación a lo bueno, lo cual se veía a cada paso por el efecto, pues cuan- do los Padres administraban los santos Sacramentos, servían los dis- cípulos de ayudantes y, acompañándoles en las misiones, les daban no- ticias de las casas donde había ídolos o sacos de trastos para hacer su- persticiones, mostrándose muy celosos de la fe santa en que' se cria- ban (31).

7. En esta nueva universidad fundada en reino tan extraño y bozal a expensas del fervoroso celo de los hijos de la Capucha, se comenzó a enseñar primeramente la doctrina cristiana y el amor y temor santo de Dios. Luego a leer y escribir y cantar, y después la Gramática y Re- tórica, las Artes y la Teología escolástica y moral. Los primeros maes- tros fueron los hijos de la Provincia de Castilla, así en San Salvador como en Soñó, que por más prácticos en la lengua del país y en aten- ción a sus relevantes prendas, se les encargó ese ministerio. En San

(30) Los misioneros del Congo dieron grandísima importancia a estas escuelas de niños y jóvenes ; por eso las establecieron a su vez en todos los centros misiona- les conforme los iban fundando. De ellas decía el P. Teruel : «Este ejercicio no es de los menos principales de los misioneros, pues de la cultura de la juventud depende en gran parte el aumento de la cristiandad, porque, como no han experimentado los vicios y beben la leche de la verdadera doctrina, conocen temprano lo malo que han de aborrecer y lo bueno que deben abrazar, y se hacen aptos para enseñar a los de- más» (Ms. c, pp. 50-51). Y añade: «Teníase lección a la mañana y a la tarde; en- señábase a leer y escribir y la gramática ; decíanse las oraciones v enseñábanse los catecismos. Repartíase el tienijio. gastando por la mañana hora v media con los que leían y escribían, y otra hora y media con los gramáticos ; v lo mismo se hacía por la tarde ; y como al principio no había bastantes cartillas ni libros, se ocupaban los religiosos en escribir no sólo lo que toca a los primeros rudimentos, sino el arte de la gramática» (Ibid., p. 76).

(31) En efecto : según propia confesión de los misioneros, fueron aquellos niños y jóvenes educados en las escuelas los mejores coadjutores en sus excursiones apos- tólicas.

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MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

Salvador asistió el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña y en Soñó el Pa- dre Fr. Juan de Santiago, hasta que después fueron sabiendo otros la lengua y pudieron ayudarles a trabajar en estos ministerios (32).

8. Por este mismo tiempo sucedió la conversión de un hereje, que por haber sido singular merece ser referida, para que por ella lodos alabemos al Señor celestial y admiremos sus misericordias y juicios in- apelables. Había, pues, en San Salvador una casa a donde se recogían todos los herejes holandeses que asistían en la corte por causa del co- mercio. Tuvo noticia el Prefecto de un enfermo pobre y con el aviso que le dieron de su enfermedad tomó un niño de la escuela y salió de casa con ánimo de ir a confesarle. El Padre ignoraba la casa dd enfer- mo y el niño, por su consejo, echó por la parte más breve y de menos bullicio ; pero nuestro Señor lo ordenó de suerte que, sin saber a dónde iban, llegaron a pasar por la casa de los herejes sin tener noticias de que viviesen allí.

9. Al emparejar por la puerta, salió repentinamente un hombre blanco que se presumió haber sido ángel del cielo, y le dijo cómo en aquella casa había un enfermo de mucho peligro. El Prefecto, movido de especial compasión, entró a visitarle y halló que lo estaba en todos modos y aun más en el alma que en el cuerpo, por la pertinacia gran- de con que defendía su secta. Desengañóle de sus errores y le advirtió que se moría sin remedio humano ; ponderóle' el mal estado de su alma y cuán cerca se hallaba del infierno si no se convertía a la fe católica romana y se confesaba de sus culpas pasadas, detestando primero los errores en que había vivido ; díjole otras muchas razones importantes, así de temor como de consuelo y confianza en Dios, y se despidió de él por no hacer falta al otro enfermo por quien salió de casa.

10. Fué y confesó a éste, se volvió al convento y aquella noche hizo larga oración por sus enfermos y singularmente clamó a Dios por la reducción del hereje. El día siguiente envió al P. Fr. Juan Francis- co de Roma para que lo visitase, y fué el Señor servido le hallase ya reducido y muy contrito. Detestó sus errores y, admitido a la unión

(32) Asi fué en verdad : el P. Buenaventura de Cerdeña asistió en San Salvador desd« la llegada hasta septiembre <le 1648 y «en sus principios trabajó mucho, tanto en la doctrina y conversión de aquella gente como en la fundación de las escuelas, siendo el primero que puso orden en ellas, comiioniendo los rudimentos de la gramá- tica en lengua castellana y conguesa» (P. TERUEL, ms. c, p. 86).

Por su parte el P. Santiago asistió en Soñó y, según propio testimonio, tenia en su escuela 580 niños a quienes instruia en la doctrina cristiana (Ms. c, p. 158).

LA MISIÓN DEL CONGO

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católica, se confesó de sus pecados con grande arrepentimiento y, con catas saludables prevenciones y los demás Sacramentos de la Igle- sia, pasó de esta vida temporal a la eterna y bienaventurada, como pia- dosamente se debe esperar de la infinita misericordia de Dios, que no busca la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

11. Fué este caso de mucha edificación para toda aquella corte y con él se confirmó la gente en la verdad de nuestra santa fe, tomando al mismo tiempo notable horror a la secta de los herejes. Apreciaban cada día más a los religosos y veneraban sumamente su doctrina y la solicitud con que procuraban el bien de las almas sin perdonar trabajo alguno. Hízosele entierro solemne al reción convertido y reconocieron la estimación que hace la Iglesia de sus hijos legítimos y el desprecio con que trata el cuerpo de los bastardos y espurios que mueren en sus errores.

CAPITULO XVI

De las diligencias que hicieron los religiosos para estable- cer las paces entre el rey y el conde de Soñó, y cómo éste

les entregó el príncipe.

1. Aunque los sucesos de la Religión Católica corrían con bastan- te prosperidad por todas partes y cada día se prometían los Padres nuevos y mayores progresos, con todo eso se recelaban prudentes que no podía subsistir el fruto he'cho ni dar paso adelante mientras no ce- sasen las guerras entre el rey y el conde de Soñó. A fin, pues, de poner término a ellas, aplicaron todo el estudio posible, bien que hasta la ocasión presente no pudieron recabarlo, así porque lo permitía Dios, por sus inescrutables juicios, como porque el demonio no cesaba de su- ministrar motivos con que cada día se fuesen encancerando más los ánimos.

2. ^Llegó a términos tan desesperados la materia, que mientras el confesor del rey y el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña estuvieron en Angola, a la embajada que se les encomendó, impaciente el rey de que su primogénito estuviese tanto tiempo en poder del conde su vasallo, no obstante que le trataba con la debida decencia, determinó hacerle una nueva grande guerra para recuperarlo ; lo cual, entendido del con- de y de los suyos, se previno valeroso para la batalla. Llegaron ambos ejércitos a las manos el día de Santiago y los de Soñó, aunque infe- riores en armas, como más experimentados en la milicia y como pe- leaban por las vidas, resistieron tan esforzados, que al fin quedaron vencedores, con muerte de muchos soldados del ejército del rey y del duque de Bamba, que iba por general ; y aunque también murieron muchos fidalgos de la parte del conde, con todo eso, la victoria se aclamó por él y los suyos.

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3. Con esta derrota quedó el rey indignadísimo y casi fuera de y estuvo resuelto algunos días a volver contra el conde en persona con potentísimo ejército, y tal que, según la costumbre antigua de aquel reino, son obligados so pena de la vida a seguirle todos cuantos puedan manejar las armas, excepto los niños pequeños, las mujeres, los en- fermos y muy viejos. No empero eje'cutó esta resolución así por el consejo de los Padres, que no lo juzgaron conveniente, como por re- celarse de que el conde, irritado, podía mandar quitarle Ta vida al prín- cipe, o, como otros discurrían, se podía temer que, si salía de la corte, se suscitase contra él alguna conspiración o levantamiento por no ser bien visto de sus vasallos desde su exaltación al trono real y tener muchos malcontentos y aun agraviados por varios castigos que había mandado hacer en muchas personas de la primera sangre'.

4. Pensó, pues, este negocio con más acuerdo y madurez y trató de solicitar la libertad del príncipe por medio de los holandeses en esta forma. Escribió a su confesor y al P. Buenaventura de Cerdeña, que, como ya dijimos, se hallaban en Angola, diciéndoles negociasen con los directores la expedición de esita pretensión tan de su cariño y que le tenía tan cuidadoso. Ejecutáronlo así, y los directores, por hacerle ese obsequio, aprestaron un navio grande con mucha gente y armas y se partieron luego a Soñó. El capitán, muy orgulloso, saltó en tierra, y, acompañado de sus sdldados, entró a hablar al conde'; propúsole la pre- tensión que llevaba y concluyó dicendo que él iba totalmente r€^íuelto a llevarse consigo al prílncipe y que, si no se le daba su Excelencia, tu- viese' por cierto que los directores le pubhcaban desde luego la guerra.

5. Oyó el conde la propuesta del capitán sin la menor turbación y, disimulando con semblante risueño el enfado y audacia del hereje, le mandó se esperase un poco. En e'l ínterin mandó tocar al arma y salió con su gente a la plaza donde ya estaban puestos con orden los es- cuadrones. Sentóse con mucho sosiego y majestad en una silla rica- mente guarnecida y dió orden para que las compañías, por espacio de media hora escasa, muceasen e hiciesen diferentes alardes a vista de los holandeses. Después, volviéndose al capitán, le dijo que' tratase de marchar cuanto antes y que entendiese que de ningún modo había de entregar al príncipe su sobrino, hijo de tan gran rey como el del Congo, y menos a unos mercaderes holandeses y herejes. Con esta respuesta significada con ademanes de indignación y soberanía, se volvió el capi- tán al navio y con más miedo y prisa de lo que pensó ; luego se hizo a la vela para Angola y desistieron de la pretensión totalmente.

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6. Frustrado este medio y reconociendo los Padres lo enconado de los ánimos, así por la parte del rey como por la del conde, discu- rrieron que esta pretensión se había de encaminar por otros medios más eficaces y templados. Hicieron a Dios muchas rogativas secretas y aplicaron su estudio en suavizar al rey para que perdonase al conde por ser tan gran vasallo, y los religiosos de Soñó hicieron lo mismo con el conde para que se rindie'se a la obediencia debida a su rey, pre- firiéndose a conseguirle d[ perdón de lo pasado y a restituirle a su gra- cia con tal que les entregase al principe. Recordáronle asimismo la gran cuenta que daría a Dios si desechaba aquella ocasión, mayormente cuando el rey deseaba el ajuste de la paz y eran infinitas las almas que perecían en la guerra, de lo cual resultaban grandes intereses para el deinonio y muchas ofensas para Dios.

7. Duraron estas pláticas algunos días, resistiéndose el conde con varios pretextos, pero como al poder divino.no hay resistencia, al fin, cuando a humano juicio se hallaban las cosas de peor calidad, fué sn Majestad divina servida de mover el corazón de este príncipe a soli- citar la paz con su rey, y con tal eficacia que para este efecto despachó luego un correo con dos pliegos ; el uno para el Prefecto, a quien pe- día hiciese sus partes y tomase a su cuidado el ajuste de la paz y que pusiese el adjunto en manos del rey, al cual con el' debido rendimiento representaba los muchos motivos que tuvo para no venir en la deman- da del capitán holandés, y entre ellos el no haberle parecido ni seguro ni decente entregar un tan gran príncipe a un mercader y hereje : que si S. M. gustaba, enviase dos religiosos y que a ellos se lo entrega- ríia luego.

8. Llevó el Prefecto el pliego y se le entregó al rey. haciendo cuan- tos buenos oficios pudo con S. M. para el perdón del conde. Consiguiólo felizmente y más que hubiera pedido. Corrió luego la voz y no es creíble el regocijo que causó la noticia en todo el reino, pues, aunque la pía afección no era mucha, era con todo eso deseable la paz después de tan porfiadas y sangrientas guerras, y como el motivo principal de ellas consistía en la retención del príncipe, luego que cesó éste se pro- metieron todos el alivio y tranquilidad que deseaban. No hay duda sino que esta tan repentina mudanza fué obra de' la diestra del Excelso : admiróse por tal, según la constitución de las cosas, y se celebró con el debido hacimiento de gracias. Mas por cuanto fué medio impulsivo para resolución tan eficaz y repentina el caso siguiente, lo referiré a la ktra según y como se escribió entonces, notando lo que de él pudie-

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ron entender los Padres que asistían en la misma ciudad de' Soñó don- de acaeció, y cada uno podrá d«spués discurrir sobre él !o que mejor le pareciere.

9. Parece ser que el día 3 de octubre, víspera de nuestro Seráfico P. S. Francisco, poco después del Avemaria, se hallaban en la plazue- la de la Iglesia de nuestro convento algunos de los más principales fi- dalgos, conversando y gozando del fresco de' la marea. Detuviéronse allí algunas horas y, queriendo levantarse para irse a recoger a sus casas, repentinamente oyeron una voz delicada que con eco extraordi- nario llamaba a uno de los circunstantes, natural de San Salvador y entonces prisionero por haberle cogido en la última campaña. Causóles a todos novedad la voz y juntos fueron a ver quién había llamado : hallaron cerca de la puerta de la misma iglesia un niño de poca edad, parecido a los del país y cubierto el cuerpecito con una capa muy larga y en la forma y ademán siguiente.

10. Tenía levantado el brazo derecho sobre el hombro v en la mano un manojo de saetas con las puntas encontradas entre sí. Admi- rados los fidalgos de tan raro espectáculo, le preguntaron de dónde era y a qué había venido, a lo cual, con semblante grave y sin levantar Tos ojos del suelo, respondió: Que él era el que se había hallado presente cuando los primeros cristianos fueron a aquel re'ino y pusieron la pri- mera cruz en el puerto de Pinda, y que venia mandado de la Reina de los Angeles. Replicáronle los fidalgos diciendo : Sea enhorabue'na ; pero ¿cómo si venís de parte de tan benigna princesa traéis flechas en la mano, que indican rigores, siendo como es su Majestad Madre de pie- dad y misericordia? Respondió que aquellas flechas eran de amor y de paz, pero que el arco y flechas de guerra los había dejado arrimados a un árbol ve'cino, señalándole con el dedo.

11. Preguntáronle más los fidalgos : Quién era y qué quería : a que el niño respondió de esta suerte : No falta en este condado quien me conozca ; mi intento es hablar al conde v a todos los fidalgos de su corte ; no dudéis de lo que os he dicho y, en prueba de ser verdad, hacer la experiencia que quisiereis, e'ohándome en el fuego o arroján- dome en el mar, pues os aseguro que ni las llamas me abrasarán ni me anegarán las aguas. Pronunciaba estas razones con tal peso y gra- vedad de rostro, que fué notable la admiración, temor y reverencia que les infundió a todos los circunstantes y, como ellos mismos confesaron después, tenían por caso imposible en lo natural el que en un niño de

LA MISIÓN DEL CONGO

tan poca ^áaá pudkse haber tales razones si no fuese de región su- perior.

12. Dieron luego aviso al conde de lo que' pasaba, y con silencio y recato mandó le llevasen a palacio al niño y que los guardas no le perdiesen de vista ni dejasen solo. Observaron los que cuidaron de él aquella noche que nunca habí'a bajado el brazo ni dejado de la mano las dechas ni dormido o sentádose. Unos, atónitos del exceso, no se atre- vian a hablarle palabra ; otros huian de adonde estaba y todos, ocu- pados de mil recelos, temían algún fin infausto. Al fin, a poco más de la media noche, mandó e'l conde tocar a rebato para que se convocase la gente y estuviese en vela, por lo que podia suceder, temeroso de al- guna invasión.

13. A la mañana envió el conde algunos fidalgos de su mayor con fianza para que el niño les dijese lo que tenía que hablarle y para ver si alguno le conocía . No empero se atrevió a llamarle a su presencia ni pudo ser conocido de alguno ni averiguarse de dónde era, porque, aunque hablaba la lengua del Congo, por e'l modo y otras circunstan- cias reconocieron no era de aquel reino ni de o'tro de los circunveci- nos. Hiciéronle vivas instancias para que manifestase el secreto de su pe'cho ; mas respondió que no lo había de decir sino en presencia del conde y de los fidalgos de su corte, añadiendo siempre que entendiesen que había muchos en la ciudad que le conocían.

14. ^Llegó la noticia del caso a los religiosos y, con deseo de ave- riguarle, le instaron mucho al conde para que llevase al niño a nuestra iglesia, o que les dejase ir a donde estaba para conjurarle de parte' de Dios y sacar en limpio si era cosa suya o invención diabólica. Mas no hubo forma de permitirlo, no obstante que a los fidalgos de la guardia se les amenazó con las ce'nsuras de la iglesia por el poco caso que hacían de los exorcismos de ella y de sus legítimos ministros, a quie- nes pertenece el examen de semejantes casos.

15. Estando en estas altercaciones, les llegó noticia a los Padres de cómo el niño se había desaparecido, sin saber cómo ni por dónde, y desde aquel punto acabó el conde de resolverse a enviar el principe prisionero al rey su padre. Con esta noticia cesaron las diligencias: el conde prosiguió en su propósito y escribió, según se dijo, al Prefec to para que hablase al rey y dispusiese la materia en la mejor forma que pudiese. Del niño no se tuvo más noticia que la referida, pero por los efectos se infiere ser cosa de superior región ; hízose la entrega del

ipríncipe y fué en la forma siguiente.

CAPITULO XVII

Del modo cómo se dispuso la entrega del príncipe y de las demostraciones de piedad y agradecimiento a Dios y a su Santísima Madre con que le recibió el rey.

1. Habiendo, pues, el Prefecto recibido las cartas del conde y co- municádoselas al rey, recabó con S. M. cuanto el conde deseaba para la seguridad de su persona y establecimiento de la paz. Después se trató de enviar por el príncipe y para este efecto nombró el Prefecto a los Padres Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma y al Hermano Fr. Antonio de Ayamonte. Mas, porque este religioso último no estaba en el número de los doce que pasaron de España y se ingiere aqui de nuevo, es preciso decir en breve su conversión y el modo cómo se incorporó con los demás, cuya noticia será de edifica- ción y pertenece a la integridad de la historia.

2. Ya dijimos en otra parte el singular ejemplo de los Padres en tiempo de su embarcación y cómo muchos de los marineros, movidos de él, no sólo reformaron sus vidas pero procuraron adelantarse en la perfección, y tanto, que, olvidados de sus propios intereses, desea- ban acompañar y servir a los Padres en su apostólico ministerio. En- tre ellos se mostró más fervoroso un mozo soltero de muy buenas pren- das, llamado Antonio de los Santos, el cual, tocado eficazmente del divino amor, porfió tanto en seguirles, que fué preciso darle el hábito con intento de enviar a pedir licencia en la primera ocasión a nuestro Rvdmo. P. General para concederle a su tiempo la profesión, o remi- tirle a Europa para el caso. Prosiguió desde entonces en hábito de donado y fué de mucho auxilio y consuelo para los Padres, entre los cuales le numeraremos desde aquí.

3. Llegaron, pues, los tres a Soñó ; dieron las cartas que llevaban al conde, una de parte del rey y otra del Prefecto ; recibiólas muy gus-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁERICA

toso y luego inmediatamente les entregó al príncipe, a quien acom- pañó en la jornada el Padre Fr. Juan de Santiago, en virtud de orden que tenía del Prefecto para pasar a San Salvador con los demás. En saliendo del condado, entregaron al príncipe a ciertos caballeros con- fidentes del rey, que le estaban esperando, y a los cuales fué siguiendo le Padre Fr. Juan de Santiago. Los demás Padres pasaron a Angola con los despachos y orden que adelante se dirá. Prosiguió el príncipe su viaje para San Salvador ; pero, habiendo tenido orden de su padre para detenerse en cierto lugar cercano, hasta que señalase día para hacer la entrada en la corte, se suspendió por algunos días y en el ín- terin sucedió caer enfermo, aunque no de mucho cuidado, el Padre Fr. Juan de Santiago.

4. Supo el rey su indisposición y, deseoso de atender a la necesi- dad del buen religioso y a su devoto designio, le habló de esta suerte al Prefecto : Hágoos saber, Padre, cómo después de mucho tiempo que estuve casado, deseé tener un hijo y, como se dilatase el cumpli- miento de mi deseo, por consejo de un sacerdote virtuoso, me valí del patrocinio de la Concepción Purísima de Nuestra Señora y, después de muchas súplicas y rogativas, me concedió Dios al príncipe mi hijo. Res- pecto de eso y haber sido la Virgen Santísima la medianera de este be- neficio, he resuelto no recibirle ni verle en la corte sino en el día de su Concepción Inmaculada y en la iglesia dedicada a e'ste sagrado mis- terio. Por tanto, podrá venirse luego el Padre Fr. Juan, pues está en- fermo, y mi hijo entrará secretamente la víspera de la fiesta en casa de V. Paternidad, y el día siguiente, estando yo en la iglesia, después del sermón, le sacarán a ella los Padres para que yo se lo ofrezca a Nuestra Señora, por cuyo amor y reverencia quiero privarme hasta entonces de su vista.

5. ^Mucho se edificaron de esto todos aquellos Padres y lo esta- ban no menos de ver la singular devoción y puntualidad con que asis- tía a la misa cantada que hacía celebrar en reverencia de la Virgen todos los sábados del año y en sus festividades. Llegó, en fin, el día señalado para la entrada del príncipe y se ejecutó en la forma que S. M. había determinado. Diéronle los Padres noticia de cómo se ha- llaba ya en el convento, y el día siguiente, que fué el de la Concepción Purísima de Nuestra Señora, asistió S. M. a la misa y sermón y, des- pués de haber confesado y comulgado, se ordenó la procesión en que salió el príncipe a la iglesia, acompañado del Prefecto y del Padre Fr. Juan de Santiago ; llevaba en la cabeza una guirnalda de flores,

LA MISIÓN DEL CONGO

los ojos bajos, puestas las manos y el rosario al cuello en señal de haber sido rescatado por la intercesión de la Reina Santísima, después de tan largo tiempo.

6. Comenzó la procesión desde la puerta del convento y fué ha- ciendo círculo por la plazuela contigua a él : precedía la cruz y se- guíanse muchos nobles cantando con los religiosos el Avemaria y la Sahe en lengua del país ; en medio de la procesión iba un cuadro de la Concepción Purísima, muy adornado de flores, y en último lugar el príncipe con el Prefecto y con el Padre Fr. Juan de Santiago. En esta conformidad, estando casi todo el pueblo presente, entraron en la iglesia ; hicieron oración al Santísimo y llegó el Prefecto y entregó el príncipe al rey con la debida sumisión ; hízole una breve plática en orden a que fuese agradecido a Dios y a la Virgen Santísima y a que procurase criar sus hijos en tan santa devoción, pues sabía los muchos beneficios que había recibido por intercesión de la Reina Santísima.

7. —Besóle S. M. después el hábito y lo mismo a los demás reli- giosos y luego abrazó al príncipe con el afecto y ternura de padre que tanto le estimaba. Concluida esta función, puso S. M. el príncipe a su lado y se comenzó la misa conventual, la cual cantó aquel día el con- fesor, y, en llegando al ofertorio, se volvió al pueblo para recibir la ofrenda que S. M. hizo, la cual acompañó con este devoto razonamien- to : «Ofrezco a Vos, Reina soberana y Madre de Dios purísima, de lo íntimo de mi afecto, esta dulce prenda y querido hijo que me fué con- cedido y rescatado por vuestra poderosa intercesión, para que sea vues- tro perpetuo esclavo y devoto. También se lo ofrezco al Seráfico Padre San Francisco, pues por medio de sus hijos los Capuchinos lo he re- cuperado y traído desde Soñó a esta corte.»

8. Concluyóse esta devota ceremonia y la misa no sin lágrimas de ternura en los circunstantes y después, por la tarde, sin reparar S. M. en lo mucho que llovía, volvió con el príncipe a nuestra iglesia, a pie y descalzo, a hacer las diligencias del jubileo que se gana en ella, y debe notarse de paso procedía siempre con esa humildad en semejan- tes ocasiones y especialmente en la Semana Santa, que, después de haber andado las estaciones, lavaba los pies a doce pobres y les daba de comer en su palacio, sirviéndoles por mismo la vianda. Imitando en esto a nuestros católicos y piadosísimos reyes de España, que con semejante acción edifican el mundo y honran al rey de los reyes, Cris- to Jesús, que fué el primero que ejecutó tan profunda humildad antes de su Pasión, con doce pobres pescadores, para nuestro ejemplo.

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MISIONAS CAPUCHINAS EN ÁFRICA

9. El día siguiente envió S. M. al príncipe a nuestra escuela con los demás hermanos y, reconociendo éste la merced que había reci- bido por medio de la Virgen Santísima, se firmó de allí en adelante el enclavo de la Madre de Dios. Creció asimismo en su pecho la devo- ción con nuestro Seráfico Padre San Francisco y muy particularmen- te con nuestro San Félix de Cantalicio, cuya intercesión invocaba siem- pre en sus necesidades y juzgaba haber influido mucho para conseguir la libertad. Esta devoción heredó de su piadoso padre, el cual la tenía tan afectuosa al santo como lo mostraba el singular aprecio que ha- cía de su imagen, estimando tanto una que le dió el Prefecto, que él mismo por sus manos le labró una guarnición muy curiosa y la tenía puesta a la cabecera de su cama. Finalmente, con la recuperación del príncipe se serenaron los ánimos y la materia de las reducciones tomó mejor semblante ; comenzáronse a tirar más dilatadas líneas para nue- vos progresos en la fe y se dispusieron las embajadas siguientes.

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CAPITULO XVIII

Cómo envió el rey dos Padres de la misión por embajado- res: uno, al Papa, y otro, al príncipe de Orange, y cómo la Sacra Congregación nombró más misioneros a instan- cias de Fr. Francisco de Pamplona.

1 La ocurrencia de los sucesos del presente capítulo pedía más di- fusa noticia de la que daremos ; mas es preciso ceñirnos en la relación para recoger algunos cabos sueltos y enlazarlos aquí como en su pro- pio lugar. Tenemos ya en viaje dos embajadores, uno para el Sumo Pontífice y otro para el príncipe de Orange ; llámannos estas embaja das y sus efectos. Dejamos embarcados y a la inconstancia de los ma- res a los siervos de Dios Fr. Miguel de Sessa y Fr. Francisco de Pamplona con el capitán Falconi, que los condujo al Congo, y nos espera en su vuelta a Europa una no esperada tragedia, coronada con felicidad de sucesos, después de varios contrastes de fortuna. Estos y otros motivos, acreedores de esta historia, nos ejecutan aquí y es for- zoso satisfacer a ellos, aunque con brevedad inexcusable y a cada uno por su orden.

2. ^Luego, pues, que los Padres Fr. Angel de Valencia, Fr. Juan Francisco de Roma y el Hermano Fr. Antonio de Ayamonte dejaron al príncipe del Congo en los estados de su padre y al cargo de los fidalgos que lo esperaban, según se dijo en el capítulo pasado, prosi- guieron su viaje' para el reino de Angola a solicitar embarcación para Holanda y ejecutar dos embajadas que traían del rey : una para el Papa y otra para el Príncipe de Orange. De la embajada de Su Santidad hablaremos en otra parte, que la ocurrencia de los sucesos no nos lo permite ahora : además, que las resultas de ella piden difusa mención y cedieron en aumento de otra misión diferente de la del Congo y en beneficio de! reino de Benín,

158 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

3. Los trabajos que padecieron estos dos Padres en su viaje has- ta llegar a Angola no son ponderables, pues, además de ser de muchas leguas y la mayor parte desierto, le pasaron en tiempo de Adviento, cuyos ayunos son de precepto para todos los Menores, y con tanta in- comodidad y falta de manjares, que se sustentaban con raíces y legum- bres cocidas con sal, y de ésta carecían no pocas veces. Dormían las más noches en la campaña, cercados de fieras y con mil sobresaltos : afligíanles los mosquitos y otras sabandijas molestas del país, y asi de día como de noche eran ordinariamente combatidos de las influen- cias de los elementos, lo cual duró por espacio de mes y medio. Pero si fueron grandes las penalidades y fatigas de este tan dilatado viaje, no fueron inferiores los consuelos espirituales con que la Majestad de Dios recreó sus almas, premiándoles de contado sus trabajos con favo- res visibles, pues fueron sinnúmero los niños y adultos que bautiza- ron en el discurso del viaje, deteniéndose para este efecto y adminis- trar los demás Sacramentos, según lo pedía la necesidad ; el cual es premio excelente de los misioneros y el de mayor consuelo para tem- plar las fatigas de su ministerio, pues, como dice San Dionisio Areo- pagita : Divinissimum oninium divinorum est cooperan in salutem ani- marum (33). Y la pluma del Espíritu Santo en los Proverbios: Eruc eos qul diicuntur ad morfeni, ct qui trahnntur ad interitum, liberare itc cesses (34).

4. Confirmó el Cielo lo dicho con el siguiente suceso ; pues ha- biendo dormido una noche, entre otras, en la campaña estos Padres, madrugaron por la mañana y comenzaron a proseguir su viaje. A cosa de media legua, poco menos, echó de ver el Padre Fr. Juan Francisco de Roma que le faltaba la imagen del Crucifijo que solía llevar en el pecho y es el compañero inseparable de los misioneros ; comenzó a desconsolarse por tal pérdida y a culpar su descuido ; pero, discurrien- do se le habría caído en el sitio adonde durmieron, pidió a los com- pañeros se detuviesen allí mientras volvía a buscarlo. Hiciéronlo así, y el buen religioso fué con toda diligencia al sitio, vacilando consigo cómo podría haber sucedido el caso llevando la santa imagen al cuello v bastantemente afianzada,

5. Con esta perplejidad, sin entender el misterio y secretos del Altísimo, llegó al sitio donde habían descansado la noche precedente,

CVS) S. DYONISIU.S. De Coele.iti Hierarchia. cap. (34) Prov., 24, 11.

LA MISIÓN DEL CONGO

e inopinadamente encontró en él gran número de gente, que. por la noticia que habia corrido en la comarca, había venido en seguimiento de los Padres, cargados hombres y mujeres de niños para que se los bautizasen ; pero, por presto que llegaron, ya habían partido en conti- nuación de su viaje. Halló el Padre Fr. Juan Francisco muy descon- solados a los pobres negros y ya a punto de volverse a sus casas ; pero, en llegándose a ellos, comenzaron a dar voces de alegría y jú- bilo y juntos todos se pusieron a sus pies, pidiéndole bautizase sus niños y les echase la bendición. Refiriéronle lo que había pasado y cómo habían caminado muchas leguas por alcanzarlos ; pero que. vien- do los habían perdido en aquel tránsito, estaban ya resueltos a volver- se, si no aciertan a verle que iba hacia ellos.

6. Admiróse el buen Padre y no cesaba de' dar gracias a Dios de que le hubiese tomado por instrumento para el socorro espiritual de tantas almas ; bautizó todos los párvulos y adultos que no lo estaban, consolóles y dióles la bendición y, al fin, encontró en el mismo sitio el Santo Crucifijo. Prosiguió su viaje y refirió a los compañeros lo que queda mencionado, y en hacimiento de gracias cantaron el himno Te Deum laudanius y en estos y semejantes ejercicios pasaron el tiem- po hasta llegar a Angola, donde fueron muy bien recibidos de los di- rectores.

7. Entregaron las cartas del rey en que con todo empeño k's pedía diesen embarcación para Holanda a dichos Padres. Ofrecieron hacerlo en la primera ocasión y asi lo cumplieron ; pero no tuvo efecto hasta después de mes y medio. Detuviéronse a esperarla ese tiempo y en el ínterin se' ocuparon en cultivar aquella parte de católicos que residía en Angola, que, como carecían de sacerdotes, les fué muy provechoso su arribo, y los asistieron con mucha caridad en sus necesidades hasta que se hicieron a la vela en un bajel que navegaba al Brasil, que fué el día de la Purificación de Nuestra Señora, a 2 de febrero de 1647.

8. Tardaron en llegar a Pernambuco cuarenta días y. en desem- barcando, supieron cómo habían estado allí los Padres genoveses pri- sioneros y que ya habían llegado a Holanda todos, excepto el que mu- rió a vista de Canarias, que fué sepultado en el mar. De Pernambuco, después de algunos días, partieron con tres navios y, después de tres me~ ses de navegación, llegaron a desembarcar a Holanda ; pasaron desde el puerto a La Haya por tietra, que es la corte del Príncipe de Oran- ge, adonde por espacio de cincuenta días y más que los detuvieron antes de despachartlos, concurrieron muchos católicos a verlos y con-

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solarse con ellos, a muchos de los cuales administraron los Santos Sa- cramentos, aunque con cautela y secreto, por los riesgos que se po- dían seguir.

9. Pidieron luego audiencia al Príncipe y ordenó que fuesen a ella con hábitos de seglares, a fin de que no les sucediesen algunos malos tratamientos de los herejes. Dieron su embajada y ésta contenía, en suma, la queja de que los directores de Angola y de aquellas costas no daban lugar a que pudiesen entrar en el reino del Congo los Ca- puchinos, siendo llamados del rey, si no llevaban pasaporte de los su- periores del Parlamento y comercio ; por lo cual pedía el rey a Su Al- teza mandase dar su despacho para que, pues eran amigos, no se les embarazase el paso en adelante, además de no haber motivo justo para contradecirlo.

10. El conde Mauricio de Nassau, aunque hereje, mostró a los embajadores especial afecto y deseó cuanto pudo el buen logro de su pretensión ; mas no hubo forma de conseguir lo que pedían, a causa de' que el negocio pendía no sólo del Príncipe sino también del Parla- mento ; por lo cual fué preciso acudir a él y proponerle por medio de un memorial. Esta diligencia fué también infructuosa para el caso, porque, deiípués de muchas altercaciones, respondieron con la negati- va, siendo el promotor de ella en particular un hereje celante , de mala digestión, que en público Parlamento se levantó y dijo que de ninguna manera se debía conceder tal pasaporte, pues permitiendo ellos que entrasen los Capuchinos en el Congo a sembrar la doctrina de los pa- pistas, que así nos llaman a los católicos romanos, cooperaban en un pecado muy grave por el cual los castigaría Dios severamente.

11. Con esta contradicción enmudecieron todos y nadie se atrevió a impugnarle. Volvieron al Principe por la respuesta para el rey y por el pasaporte para su viaje ; y, antes de salir de La Haya, los consoló Dios concediéndoles más que pedían y castigando a los herejes con proporcionada pena a su delito ; porque por el mismo tiempo llegó la nueva de cómo ya habían perdido Pernambuco y alcanzádola los por- tugueses, y que éstos mismos pasaron a Angola y se apoderaron de ella, desterrando de todos aquellos mares a los holandeses. De esta suerte castigó el Cielo la culpa del Parlamento en negar petición tan justa y por todas buenas razones debida ; para que se entienda que : Per quae peccat quis, per haec et torquetur (35) : y también que : Muir

(35) Sap., 11, 17. .... i

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ta peccatoris flagella ; spewantem autem in Domino, misericordia cir- cumdabit (36).

12. Asimismo, mientras dichos Padres estuvieron en La Haya, ad- quirieron noticia cierta e individual de la pérdida del navio del capitán Falconi que los condujo al Congo, y en que volvieron a Europa Fray Miguel de Sessa y Fr. Francisco de Pamplona. Sucedió, pues, que na- vegando con próspero viento, irremediablemente vino a dar en un ba- jío y encalló, de suerte que no fué posible moverlo. Viendo capitán y piloto que no podian desencallarlo, esperaron que pasase algi'm bajel para pedirle auxilio ; acertaron a ver a lo lejos uno de ingleses que pasaba a comerciar ; llamáronle con la seña acostumbrada, disparando una pieza, y se acercó a ellos.

13. Pidiéronle permitiese pasar a su navio la artillería y fardos de peso para aligerar el vaso y desencallarlo ; concedióselo, y ayudaron a ello los marineros; pero, preso de la codicia, viéndolo ya todo en su poder, faltando a la fidelidad y obrando vilmente, se hizo a la vela y, sin hablar palabra, se dejó el navio como se estaba y toda aquella gen- te con el desconsuelo que se puede imaginar. Poco después sobrevino otro bajel de holandeses que costeaba aquellos mares y, viéndole de aquella suerte, dió sobre él con sus armas ; pero como la gente se hallaba incapaz de defensa, se le rindió luego con pérdida de todo cuan- to había quedado. Esta tragedia le sucedió al capitán Falconi con su navio, después de los muchos debates que luvo con los holandeses en Pinda y Soñó ; y aun al tiempo de encallar fué tanta la violencia, que pensó perder la vida y lo mismo cuantos venían embarcados en él. Al fin, después de algún tiempo, llegaron todos a Europa y, como mejor pudo, armó otro navio, con el cual le fué tan bien, que en pocos me- ses volvió a restaurar lo perdido y a adquirir caudal considerable.

14. En esta tragedia se ve la inconstancia de las cosas humanas y lo que dice el Eclesiástico al capítulo 43, es a saber: Qui navigant mare, enarrent perkula ejus (37), y que, aunque Dios mortificó por entonces a este capitán, después lo mejoró de fortuna, para que se en- tienda que su providencia es admirable y que en las adversidades, y más de los buenos católicos, como lo era éste, no tira a destruir sino a mejorar, y así : Deus mortificat et viiñficát, deducit ad inferas et re- ducit (38). Siendo lo más regular en su divino consejo lo que su Ma-

(36) Psalm., 31. 13.

(37) Eccles., 43. 26.

(38) I Reg., 2, 6.

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jestad dijo por San Juan, es a saber: Qtios amo, arguo et castigo (39), para que por medio de' la adversidad y tribulación se aviven los afectos y se enderecen las acciones a buscar los bienes eternos, pues, como dijo San Gregorio Magno: Mala quae nos premunt, ad Deum venir c compellunt, a que se ha de añadir que adonde no hay estímulo que pique, cualquiera se da por desentendido.

15. Otro motivo bien particular de la divina Providencia tuvo la tragedia referida, que nos provoca a nueva admiración de sus ocultos juicios y a repetirle las gracias por el sefíalado favor que hizo a sus siervos Fr. Miguel de Sessa y Fr. Francisco de Pamplona, pues, ha- biendo salido de Pinda en el mismo navio para Europa, poco antes de encallar tuvieron ocasión de meterse en otro de ingleses que encon- traron en alta mar y venía a Inglaterra, resolución que tomaron con particular impulso, a fin de abreviar por ese medio el viaje, como su- cedió en efecto, y, a no haberles Dios ofrecido esa ocasión, al pare- cer poco oportuna, por la poca seguridad de los herejes, y estimulá- doles a aceptarla, hubieran padecido mucha dilación y trabajo.

16. Llegaron dichos Padres con felicidad a Inglaterra y desde allí pasaron a Francia y a España, a su provincia de Aragón, cami- nando por tierra lo que hay desde Bretaña a Zaragoza, para informar a los prelados del buen suceso de la misión y dejar allí Fr. Francisco al Padre Fr. Miguel para que se' curase de sus muchos achaques con- traídos en tan larga navegación y en tan penoso viaje, y tomar com- pañero para Roma que le pudiese seguir con la brevedad que deseaba y pedía la comisión que traía, para que se socorriese de mayor número de operarios la misión del Congo, que corría con tanta prosperidad y los necesitaba tanto para remedio común de los naturales y convecinos que deseaban abrazar nuestra santa fe.

17. Vida y virtudes del Padre Fr. Miguel de Sessa. En los pocos días que se detuvo en Zaragoza el siervo de Dios Fr. Francisco de Pamplona se le aumentaron los accidentes al Padre Fr. Miguel de Ses- sa y, como le hallaron tan postrado y rendido, pusieron fin a su vida temporal, trasladando Dios su alma, como piadosamente creo, a la eter- na y feliz, para ponerle en posesión de la gloria que procuró merecer con su vida inculpable y con el continuo ejercicio de virtudes heroicas que entre propios y entre extraños le publicaban varón verdaderamen- te apostólico.

(89) .\poc , lí».

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Era este siervo de Dios hombre de singular pureza y de natural muy Cándido y sin doblez, grandemente aplicado a los ejercicios de la propia abnegación y de la oración ; llegó a conseguir un muy alto grado de contemplación, y tanto, que padecía en ella muchas veces raptos, éxtasis y otros excesos mentales y soberanos. Sus conversa- ciones ordinarias eran siempre de cosas celestiales y sus palabras tan inflamadas del divino amor, que le causaban suavísimos deliquios y enardecían los ánimos de los que las oían.

18. Es apoyo de su grande y casi continua elevación de espíritu lo que repetidas veces solía decir cierto conde aragonés, muy afecto de la Orden, en ocasiones que se ofreció oír hablar al siervo de Dios con la condesa su mujer, señora muy virtuosa, que después fué capu- china, fundadora del convento de Huesca. «Temo decía que el Pa- dre Fr. Miguel y la condesa, en alguna de estas sus conferencias espi- rituales, se nos han de subir al cielo y volar por esas nubes.» Muchas cosas particulares le acaecieron de grande edificación, cuya memoria omitimos, por no dilatar el volumen más de lo justo ; mas espero en Dios no faltará en su provincia quien a su tiempo haga debida con- memoración de ellas (40).

19. Habiendo, pues, acaecido la muerte del Padre Fr. Miguel de Sessa, tomó compañero Fr. Francisco de Pamplona y, guiado de' su fervoroso celo, partió luego para Roma a los veinticuatro de junio del año 1646. En llegando presentó las cartas del Prefecto al Papa, a la Sacra Congregación y al Pro(j:urador General de la Orden, a todos los ruaks informó de la feliz entrada de la misión en el Congo, de los progresos de ella y de la necesidad que tenía de mayor número de ope- rarios. Con este informe y por acuerdo de Su Santidad, cometió la Sacra Congregación la comisión de presentar doce sujetos idóneos al Procurador General de la Orden ; el cual, con la brevedad posible, la puso en ejecución y nombró los religiosos siguientes.

20. Primeramente, por Superior y cabeza de los demás, al Padre Fr. Dionisio de Piacenza, varias veces Definidor de su Provincia y Visitador general de otras y misionero apostólico en el reino de Túnez por algunos años ; al Padre Fr. Juan María de Pavía, de la Provincia de Bolonia, de donde era también natural el Padre Fr. Dionisio. A

(40) El P. CIAURRIZ. o. c. p. 244-49. trae la biografía del P. Sessa y pone como fecha de su muerte el año de 1647 en Zaragoza. Creemos sin embargo haya sucedido su muerte en 164fi. pues todos lo? historiadores dicen tuvo lugar poco tiem- po después He su llegada.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

los Padres Fr. Francisco de Veas y Fr. José de Fernambuco, de la Pro- vincia de Castilla ; al Padre Fr. Serafín de Cortona, de la de Toscana ; al Padre Fr. Antonio María de Monteprandone, de la de la Marca de Ancona ; al Padre Fr. Buenaventura de Corella, de la de Navarra ; al Padre Fr. Antonio de Teruel, de la de Valencia ; al Padre Fr. Fran- cisco de Zelento, de la de Ñapóles, todos predicadores ; a los Padres Fr. Pedro de Ravena, de la de Roma ; Fr. Jerónimo de Montesarchio, de la de Nápoles ; Fr. Carlos de Génova, de la de Génova, todos sacerdotes ; a Fr. Félix de Villar, de la de Aragón, y a Fr. Humilde de San Félix, de la de Bolonia, ambos religiosos legos.

21. Hecha presentación de los sujetos referidos, los aprobó la Sa- cra Congregación y mandó se les remitiesen los despachos y patentes para que con ellas se partiesen para Cádiz a disponer la embarcación. Empero, por haber enfermado dos de' ellos, sustituyó el Prefecto, con la autoridad que tenía de' la Sacra Congregación, en lugar de ellos, al Padre Fr. Gabriel de Valencia, predicador, y al Hermano Fr. Fran- cisco de Licodia, lego, de la Provincia de' Siracusa. Corrió el despacho de esta misión por la dirección del siervo de Dios Fr. Francisco de Pamplona, y recabó de nue'stro católico monarca los medios necesa- rios para su despacho, y al mismo tiempo consiguió él ir con otros compañeros a la misión del Darién, de lo cual se hablará difusamente en su lugar (41).

(41) Sabemos que los religiosos enviados entonces al Congo eran catorce, aun- que en los nombres hay algunas discrepancias. Al P. Carlos le hace el P. Cavazzi natural no de Génova, sino de Taggia. Fr. Humilde de San Félix, por haber caído enfermo, fué sustituido por Fr. Francisco de l icodia, y asimismo el P. Gabriel de Valencia sustituyó al P. Francisco de Zelento.

V

CAPITULO XIX

Parte de Cádiz la nueva misión para el Congo; dase noticia de su viaje y entrada en Soñó y de varios suce- sos que ocurrieron.

1. Habiendo, pues, el señor rey Don Felipe IV, por su gran pie- dad y celo católico, sabido los progresos del Congo v cómo se dispo- nía el reforzar de nuevos operarios aquella apostólica misión, inclinado a los ruegos del siervo de Dios Fr. Francisco de Pamplona, mandó despachar su decreto a la casa de contratación de Sevilla para que se hiciese público en el comercio cómo S. M. daba permiso a la persona o personas que quisiesen conducir dicha misión, para que pudiesen car- gar de negros y llevarlos a Cartagena de Indias o a otra cualquier parte de tierra firme, para que, de lo que procediese de ellos, se paga- se el flete y lo demás necesario para el sustento de los misioneros.

2. Sabido este permiso, hubo muchas personas de' Sevilla que soli- citaron les cupiese la suerte, tanto por tener algún mérito en la con- ducción de los religiosos, para empleo tan del agrado de Dios, como por lograr la conveniencia que se prometían en acrecentamiento de sus caudales. Tocóles la suerte a ciertos caballeros navarros, vecinos de Sevilla, y fletaron para este efecto una nave inglesa de treinta y seis piezas de artillería, y, acordándoles lo que le habia sucedido al capitán Falconi por las hostilidades de los holandeses que trafican por las cos- tas de Angola y reinos convecinos, aprestaron también, para mayor seguridad, una fragata y una saetía.

3. Dispuestas las embarcaciones en Cádiz y juntos los religiosos, a 4 de octubre, día de nuestro Seráfico Padre San Francisco, después de vísperas, llegó al convento el señor Obispo de aquella ciudad y les hizo una devota plática. Después les echó su bendición y todos pro-

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cesionalmente, acompañados de innumerable gente y de la Comunidad, llegaron al puerto donde se despidieron unos de otros, y, tomando falúas, se hicifron al agua para entrar en el navio. Luego el día de Santa Teresa del año 1647, con viento en popa, se hicieron a la vela todas tres embarcaciones y prosiguieron su viaje felizmente, aunque con algunos sustos del mar, que nunca faltan y, eti espacio de diez días, llegaron a desembarcar a Canarias. Aquí se detuvieron otros diez días, mientras el capitán se proveyó de algunas cosas necesarias ; pero en el ínterin no estuvieron ociosos, antes bien se ocuparon en predicar y confesar la gente, siendo los concursos tan numerosos, que apenas les daban lugar para tomar la refección ordinaria. El fruto que en esta ocasión se hizo fué maravilloso y nada inferior al que en otras muchas ocasiones han he'cho en estas islas los nuestros.

4. Pasados los diez días, se volvieron a embarcar y, aunque el viento por entonces fué favorable, después sobrevinieron unas grandes calmas y lluvias que duraron casi un mes. Experimentaron la conve- niencia de haber llevado las tres embarcaciones para mayor seguridad, pues, a no ser el navio de tan buena calidad e ir tan bien acompañado, corría peligro de que los hubiesen cogido y hecho prisioneros ; pues lo uno pasaron casi a la hora del mediodía a vista de Angola, y lo otro por habet encontrado en diferentes parajes otras embarcaciones gran- des de corsarios y enemigos, que, descubriendo la nao y viéndola tan bien artillada y las otras embarcaciones en su conserva, les huían el cuerpo sin atreverse a llegar por no dar en sus manos.

5. Este riesgo despreció un navio francés, pero pagó su arrojo quedando por presa de los nuestros. Lo mismo sucedió en la isla del Príncipe, de vuelta del Congo, con un pingüe y una fragata de holan- deses que corseaban por aquellos mares y hacían gravísimos daños a los pasajeros. Durante las calmas sucedió que un pez, llamado espada, que la tiene en la cabeza, acometió con tal violencia a la fragata, que traspasó con ella los maderos y una arca contigua a ellos : tanta es la fuerza de} tal pez y tanta la fortaleza de los animales en su centro y elementos ; mas, al fin, quedó preso y sin poder moverse. Pocos gra- dos antes de llegar a tocar la Libra, perdieron nuestros navegantes el norte ; mas, aunque algunos han dicho que en pasando de la otra parte no influye en la aguja, reconocieron su engaño manifiesto, pues el norte influye en todos los parajes del mundo ; sólo hay esta diferen- cia : que de la otra parte de la línea no se ve estrella que constituya polo ; pero en su lugar se mira una cantidad de estrellas de tal suerte

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colocadas, qu« vienen a formar muchas cruces, unas grandes y otras pequeñas, a lo cual llaman el crucero los marinos.

6. Todo el tiempo de la embarcación, que duró casi cinco meses, pasaron nuestros navegantes con bastante conveniencia espiritual y temporal, porque como el navio era grande, ocupaban toda la cámara de popa y en ella hacían todos los ejercicios cotidianos, como si se hallaran en el convento. Predicaban y administraban frecuentemente los Sacramentos a la gente y por este medio fué nuestro Señor ser- vido de alumbrar a tres herejes ingleses del navio, los cuales se con- virtieron a nuestra santa fe católica antes de llegar al Congo. El uno de ellos, en opinión de los demás, era el docto y más sagaz y, viendo a los religiosos que disputaban con él, solían decir muy confiados : guárdense los Padres, no sea que los reduzca el que pretenden reducir ; pero fué Dios servido que fuese éste el primero de los convertidos. Cosa era por cierto lastimosa ver tantos hombres tan bien agracia- dos, corteses y de buenos respetos y en medio de eso tan ciegos y obstinados en sus sectas y errores.

7. A los nueve días de marzo de 1647 llegaron las embarcaciones al río Zaire y fueton a tomar puerto a Pinda, adonde dos años antes ha- bía llegado el navio que condujo los primeros misioneros : pero si bien los presentes no padecieron tempestades como los otros, con todo eso experimentaron muchas alteraciones del mar. Cinco grados debajo de la linea hacia el norte, que llaman tramontana, y otros cinco hacia el sur, que dicen mediodía o austro, se vieron en el mar innumerables pescados, que parecía estar el agua bullendo con sus continuos saltos. Estos se pescan en gran cantidad y tan fácilmente, que apenas se arro- ja el anzuelo, cuando se sube el pez, y cuando aun no está clarto el día, no es necesario añadirle cebo ; llámase pez dorado, por tener el lomo de color de oro ; es casi de dos palmos y medio y de lindb sabor.

8. Con esta especie de peces tuvieron particular recreo los nave- gantes, sirviéndoles de motivo especial para alabar a Dios, como tam- bién otra especie diferente de ciertos pescados, del tamaño de aren- ques, que vuelan por el aire; su color es azul sobre las escamas y lo restante blanco ; tienen las alas junto a la cabeza, como los demás peces, y son de la misma hechura pero mucho mayores sin compara- ción. Estos peces salen del agua y se elevan en alto ; pero el vuelo es muy breve y sólo dura hasta que se les secan las alas ; después caen al mar y suelen padecer el riesgo siguiente.

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

9. Su contrario de este pez volador es el dorado ; persigúele con tal ahinco que sólo atiende a comérsele ; por esta causa y huir de ese riesgo, cuando le ve venir contra sí, alza el vuelo fuera del agua y de esa suerte se e'scapa de aquel primer golpe ; mas el dorado que por el instinto reconoce la calidad del que vuela y que se detiene poco en el aire y vuelve al mar, mientras él va volando, el dorado le' va siguien- do llevando siempre el un ojo arriba, y con tal velocidad y destreza, que cuando el volador se ve forzado a caer, se halla el dorado allí con la boca abierta y se lo traga. Otro contrario tiene este pobre pez por causa de sus vuelos, que es cierta especie de pajaretes grandes que vue- lan en bandadas numerosa.s por aquellos mares. Estos, viendo volar al pe'z, se calan sobre él y le despedazan ; de suerte que, bien considera- do, este pez es tan desafortunado que no tiene seguridad en el aire ni en el agua.

10. No les fué menos diversible a nuestros caminantes el navegar el Zaire, porque, conteniendo en si, según se dijo, tanto número de isletas, componen en el agua misma tantas, tan derechas y hermosas calles, que hacen maravilla a quien las ve. Cada isla produce cierta es- pecie de árbol al modo de un laurel real y muy vecino a la orilla ; este árbol e's de dos pies de alto, tiene las ramas muy espesas, verdes y tan iguales, que el mayor cuidado del arte no pudiera hacer lo que allí pule el menor descuido de la naturaleza. En la cima de este árbol nace una raíz que desciende a la tierra igualmente ; es del tamaño de un dedo en lo grueso, y llegando al agua y a la tierra nace de ella otra planta y en esta forma se va multiplicando, de suerte que las márgenes vienen a se'r espesísimas y muy altas. Con que siendo el agua tan pura y cris- talina y los enrejados de una ribera y otra tan empinados y verdes y los brazos del río tan espaciosos y largos, ya se puede entender cuán apacible y delifiosa será la navegación por tal rio.

11. Pero volviendo a nue'stro principal asunto, luego que se vie- ron los navegantes en el puerto deseado, todos con salud y libres de riesgo, celebraron su arribo feliz con las demostraciones acostumbra- das ; dieron a Dios las gracias y cantaron a dos coros el himno Te Dcuin laudamus. Después echaron el bajel al agua y el capitán con dos de los misioneros fueron al lugar de Pinda y desde allí a Soñó, adon- de residía el conde entonces, para darle aviso de su llegada al puerto y de cómo quedaban en él los compañeros esperando su beneplácito.

12. A la sazón asistían en Soñó los Padres Fr. Buenaventura de Sorrento y Fr. Juan de Santiago, que ya se había vuelto de San Sal-

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vador por haberle cargado allá con más vehemencia sus achaques y continuos dolores. Apenas vieron a los nuevos compañeros, cuando respiraron a nueva vida por lo mucho que necesitaban de su auxilio ; saludáronse fraternal y afectuosamente y participaron su llegada al con- de, el cual la celebró con muchas muestras de placer, y por su orden fueron a Pinda con el P. Fr. Buenaventura de Sorrento dos naaigos parientes suyos para conducir a Soñó a Jos misioneros del navio.

13. Tratóse luego de desembarcar la ropa y, metiéndose los misio- neros en canoas, llegaron al lugar de Pinda, de adonde, después de dos días, partieron para Soñó. Salió el P. Fr. Juan de Santiago a recibir- los, acompañado de innumerable pueblo y de todos los muchachos de la escuela, que serian más de dos mil solos éstos ; iban cantando Ja doctrina cristiana y las oraciones en lengua del país, y con tal concier- to y devoción, que a los nuevos misioneros les sirvió de motivo de ter- nura y de no poca admiración ver cómo en tan breve tiempo habían doctrinado aquellos Padres tanta multitud de muchachos, y más cuan- do vieron lo bien instruidos que estaban en todo y la gracia y pronti- tud con que ayudaban las misas y respondían a las preguntas que les hacían de los misterios de nuestra santa fe católica.

14. Con este tan devoto acompañamiento entraron en nuestra igle- sia de Soñó ; allí se cantó el Te Deum laudamus en hacimiento de gra- cias y con tanto júbilo espiritual, que apenas acertaban a pronunciar las palabras por la copia de lágrimas que exhalaban de ternura por verse ya en compañía de sus hermanos y en la palestra de sus más di- chosas lides. Después hizo una fervorosa plática el Prefecto de la nue- va misión, dando a entender al pueblo la causa de su ida a aquella tie- rra, lo mucho que debían al Sumo Pontífice y especialmente a Dios por enviarles ministros suyos para su enseñanza y remedio espirituaJ. Ex- hortóles a que se aprovechasen de ocasión tan oportuna y a que per- severasen en el bien comenzado. Con esto se despidieron de la gente y ésta fué muy consolada, celebrando su dicha a gritos por las calles.

15. Luego fueron todos los Padres con el capitán a visitar al con- de ; halláronle en el patio de su palacio, que es muy capaz, ricamente vestido de una ropa de brocado de oro y muy lleno de joyas y cadenas de sumo precio. Alrededor de palacio había mucha gente de guerra que guardaba su persona, lo cual hizo o por ostentar su grandeza y va- nidad, que en esto son nimios aquellos señores, o por mostrar su valor y potencia por la causa que luego veremos.

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MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

16. Recibióles con mucho afecto, mostrando haberle sido de esp'í- cial gusto su llegada ; fuéles abrazando uno a uno y besándoles el há- bito, y, después de haberle dado cuenta de cómo iban mandados del Sumo Pontífice y de la Sacra Congregación a aquel reino, les ofreció su amparo y auxilio en cuanto necesitasen para la mejor ejecución de su ministerio. Despidiéronse y luego inmediatamente les envió algunos regalos de cosas del país. El día siguiente acordaron de despachar un correo a los Padres que residían en San Salvador con el aviso de su feliz arribo, y, en el ínterin que volvía, se comenzaron a estrenar en su apostólico ministerio, bautizando y administrando los demás Sacra- mentos, especialmente en la Semana Santa, para que los naturales cum- pliesen con la Iglesia. Hicieron también su altar y monumento para más solemnizarla y, aunque pobre de alhajas, estuvo muy devoto y para aquella gente fué de mucho consuelo, como para los Padres, el v&r la procesión de los disciplinantes en que iba innumerable gente, unos azotándose y otros con velas encendidas, y todos con gran si- kncio, devoción y compostura.

17. Ocupados los religiosos en estos o semejantes ejercicios de pie- dad, esperaban de día en día la respuesta de los Padres de San Salva- dor ; pero, aunque e} propio que llevó las cartas prometió llegar en cuatro días, con todo eso se pasaron más de doce antes que tuvieran noticia de su llegada. Despacharon de nuevo otros dos mensajeros y sucedió lo mismo ; con eso entraron en sospecha de que el conde y sus fidalgos les impedían el viaje, lo cual fué así ; y el motivo consistió en una vana presunción sugerida por el común adversario para inquietar los ánimos. Portábase con el rey, después de las paces, como león ene- migo reconciliado ; y, poco seguro de sus palabras, sospechó que las tres embarcaciones por la parte del Zaire y el ejército del rey por tie- rra, todos a un mismo tiempo, le querían hacer guerra, tomando por asunto para la sospecha el juzgar vanamente que los Padres que se embarcaron en Angola para traer las embajadas al Papa y al Principe de Orange, habían venido a solicitar en Europa aquel auxilio militar en favor del rey para acabar de una vez con él y su gente.

18. Con esta sospecha vivió algunos días el conde ; empero, car- gando más la consideración en las largas experiencias que tenia de la virtud y sinceridad de los religiosos y en que todos sus medios los or- denaban a la mayor extensión de la fe y bien de las almas y a la paz común, se quietó y no hizo la menor demostración ni tampoco sus fi- dalgos, antes bien se portaron de modo que no faltaron a obsequio al-

LA MISIÓN DEL CONGO

'¿uno urbanidad, devoción y agasajo, y, lo que es más, que en me- dio de sus imaginados rételos, oían con aprecio y reverencia las amo- nestaciones y correcciones que ¡os Padres les hacían, y singularmente cl conde. Al fin se desengañaron totalmente y convirtieron las sospe- chas en agasajos y corrieron de esa suerte los Padres hasta que llegó la respuesta y tomaron mejor forma las cosas.

19. Vida y virtudes de Fr. Angel de Lorena. Por conclusión de este capítulo se nos ofrece de paso la muerte de Fr. Angel de' Lorena, religioso lego, que residía en Soñó en compañía de los Padres Fr. Juan de Santiago y Fr. Buenaventura de Sorrento, la cual acaeció poco an- tes que llegasen los Padres de la segunda misión. Fué, pues, Fr. Angel hijo de la Provincia de Toscana y varón de excelentes virtudes ; sirvió muchos años de enfermero en el convento de Roma y ejercitó el mis- mo ministerio en la misión, con tal gracia y caridad, que era el des- canso y alivio de los religiosos : para todos se mostraba madre piado- sísima, que así llamaba nuestro P. S. Francisco a sus frailes le'gos, y él, por satisfacer a ese nombre perfectamente, no sólo sangraba y cu- raba diHgentemente a los religiosos, pero, en habiendo acabado con su asistencia, recorría las casas de los pobres enfermos de la ciudad, que', como faltos de médicos y medicinas, padecían gran trabajo y miseria.

20. Los ratos que, después de cumplir con su obligación ordina- ria, le quedaban libres, los empleaba en enseñar a los niños las leta- nías de nuestra Señora y, poniéndose en medio de ellos, los ensayaba en el modo cómo las habían de cantar, para lo cual tomó muy a pecho el estudiar la lengua y llegó a entenderla bastanteme'nte. Con los niños huérfanos tenía especial caridad y los socorría cuanto le era posible y enseñaba las oraciones. Llegó el día de su muerte y se dispuso con los Santos Sacramentos y fervorosísimos actos ; a todo se halló presente el conde con sus fidalgos y se admiraron de ver la buena disposición con que un pobre capuchino sale' de esta vida miserable y el gozo con que el siervo de Dios rindió su espíritu al Creador. Acompañaron to- dos el entierro, y los pobres y huérfanos, como tan beneficiados de su mano, hicieron el duelo, mostrando en sus lágrimas y sollozos la pena que tenían por la pérdida de su bienhechor. Consoló Dios a sus dos compañeros con la llegada de los nuevos misioneros y ellos le dieron las gracias por el nuevo socorro (42).

(42) Fr. Angel de Lorena. llamado también de Nancy. excelente enfermero, fa- lleció el 12 de marzo de 1647. El P. Santiago (Ms. c, p. 1491 habla de él con gran- des encomios.

CAPITULO XX

Salen del puerto de Pinda las embarcaciones; llegan a la tierra del Calamar y a la isla de Asunción, hace en ambas partes insigne fruto el P. Fr. Juan de Santiago, perece mucha gente en el mar y por último todas tres

embarcaciones.

1. ¡Oh alteza de las riquezas, de la sabiduría y cien-cia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios exclama S. Pablo c invesfi- gables sus caminos! (43). No hay cosa en la vida humana, por mínima que sea, que con elocuencia muda deje de publicar su grandeza ; todas son pregoneras de su divino poder y sabiduría. Pero lo que más re- monta nuestras cortas inteligencias hasta parar en profundas admira- ciones, no e's tanto lo que ordinariamente experimentamos, cuanto lo que pocas veces se ve o se dispone por medios irregulares o por cami- nos al parecer contrarios a la común expectación.

2. Vida y virtudes del P. Fr. Juan de Santiago. En la materia de este' capítulo hallaremos tantos asuntos para usurparle las palabras re- feridas a San Pablo, que desde luego podemos comenzar a repetirlas, no sólo por admiración, sino por hacimientos de gracias por las mu- chas que dispuso el cielo en el discurso de esta navegación, así con los fieleí como con los infieles, por los medios y modos que iremos viendo, tomando la Majestad divina por instrumento, para beneficio de tantas almas, un humilde siervo suyo, cual fué el P. Fr. Juan de Santiago, y esto en ocasión que la falta de salud y muy recios dolores apenas !e daban treguas para cuidar de si, verificándose' en él lo que dijo S. Am- brosio en caso semejante : Magnus Dominus qui aliorum mérito ig- noscit aliis et dum aliis probat, aliis relaxat errata.

(43) Rom., 11, 33.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

3. Detúvose, pues, el navio con las demás embarcaciones en el puerto de' Pinda más de un mes para surtirse de agua y leña ; en el ín- terin ejercitó nuestro Señor al P. Fr. Juan de Santiago con muy recios dolores, y tanto, que le fué preciso solicitar obediencia del Prefecto para volverse a España y ver si, mudando de aires, podía recuperar su salud. Obtúvola y con eso se embarcó en el navio y se hicieron a la vela para el Calamar, que es tierra de gentiles, a donde el capitán car- gó de' negros para llevarlos a Cartagena de las Indias y sacar el coste de la conducción de los misioneros, según el asiento que había hecho. Vióse luego una especialisima providencia en que fuese con esta arma- da el P. Fr. Juan de Santiago para que pudiese asistir en el último trance de la vida a muchos marineros que, a no ir él allí, hubieran muerto sin los Santos Sacramentos y con el desconsuelo que se puede considerar (44).

4. Padecieron inmensos trabajos en toda la costa del Calamar y no menores peligros de anegarse por haber en aquellos parajes muchos bajíos y por ser muy frecuentes las tempestades que It's combatían cer- ca de tierra, a cuya vista dieron fondo y estuvieron cerca de ocho me- ses. Apenas se hubieron embarcado, cuando en término de cuatro días se llevó nuestro Señor para si al capellán del navio, que era un religio- so agustino irlandés, muy virtuoso y ejemplar, el cual con celo de pa- sar a Irlanda a la conversión de sus naturales, se acomodó por capellán del navio, pareciéndole que a la vuelta podría lograr sus buenos de seos. Pero el Señor le destinó para otra parte y le sacó de esta vida para darle e} premio de sus trabajos y que hiciese la guía a otros mu- chos que murieron en este viaje, cuya muerte era tan acelerada, que nadie se daba por seguro y todos esperaban el último golpe por ins- tantes.

5. Pero aunque el P. Fr. Juan, según lo natural, parecía sería el primero que estrenase los filos de la parca por sus muchos achaques, la Majestad divina, atenta siempre al común bien de las almas, le con- servó la vida y dió suficientes fuerzas para que, en conflicto tan común, pudiese atender a todos y socorrerlos en su mayor necesidad, adminis- trándoles los Santos Sacramentos y disponiéndolos para aquel último trance en que se aventura una eternidad de gloria o de pena eterna.

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(44) Todo cuanto aquí refiere el P. Anguiano sobre lo que le sucedió al P. San- tiago durante la travesía, lo ha tomado, lesumíéndolo, de lo que el propio P. í^an- tiago nos refiere en su interesante relación (pp. 176-186),

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6. Asimismo administró los Santos Sacramentos a algunos negros que se rescataron en Pinda, valiéndose para ello de su lengua, en que' estaba bastantemente diestro, los cuales murieron de la común epide- mia y con señales de verdadera contrición. Bautizó también dentro del navio más de doscientos negrillos que compró el capitán de los genti- les del Calamar, de los cuales murieron los más poco después del bau- tismo. Convirtió un negro, hereje calvinista y muy ladino, que se co- gió con dos navios de holandeses cerca de la isla del Príncipe, el cual desde niño se había criado en Amsterdam en casa de unos calvinistas y después les sirvió de intérprete para negociar con los negros de aque- llas costas. Enfermó e'ste negro, como los demás, y, viéndole tan de peligro el P. Fr. Juan, se dedicó a predicarle y con la divina gracia y sus santas exhortaciones vino a conquistar su tenacidad, de suerte que abrazó nuestra santa fe católica y abjuró públicamente la herejía en presencia de los ingleses del navio. Confesóse luego y recibió los demás Sacramentos con grande arrepentimiento, y con esta prepara- ción y la de muchos actos fervorosísimos de todas virtudes, acabó su vida dentro de pocas horas, dejando muy edificados a los católicos y bien confusos a los herejes.

7. Habita la tierra del Calamar una gente sumamente bárbara ; to- dos andan desnudos de pies a cabeza, excepto lo que' pide la decencia, y a todos los trae el demonio embaucados con mil suertes de errores y supersticiones. Cuando a alguno se le quiebra alguna holla, cántaro, plato o escudilla o cosa semejante, toma un pedazo de la tal alhaja y, atándola a la rama de un árbol, la adora por su Dios y le ofrece sacri- ficios de algún pedazo de cabra, vino o de cosas semejantes, en gratifi- cación del tiempo que le sirvió. Y para estos sacrificios, si se persua- den que' aquel su ídolo ha comido algo de las ofrendas, que de ordina- rio o lo hacen otros negros o se lo comen pájaros o aves de rapiña, hacen convite general a todos los parientes y amigos, y tomando fle- chas y tambores y bien que beber, celebran e'l buen suceso, y, para más solemnidad, se pintan todo el cuerpo, que es su única gala, con cierto betún colorado.

8. A los tales idolillos les llaman Jesús pequeño, palabras que han oído y tomado, aunque supersticiosamente, de algunos cristianos de Europa, de los que van a comerciar negros a aquellas costas. Con la misma barbaridad llaman Jesús grande a una imagen de nuestro Padre San Antonio de Padua, que tenían colocada en una casilla, que por ven-

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MISIONES CAPUCHINAS EN Al-RICA

tura la cogieron en algún navio de los que suelen perecer a la entrada del rio.

í). De estos errores y barbaridades encontró mucho el P. Fr. Juan en las ocasiones que saltó en tierra en las riberas del Calamar y, entre' otras notables, encontró la siguiente. Reparó, pues, que una negra, muy vieja y consumida, llevaba al cuello una argolla de hierro, que pesaba más de catorce libras, que es el rescate que daban por cada negro, y, preguntándola que a qué propósito traía aquella argolla, respondió que para que la sirviese de' rescate en la otra vida ; que para eso la traía desde muchos años antes y la había de llevar hasta su muerte sin qui- társela de noche ni de día. Admiróse el buen religioso y le causó gran- de dolor ver que hubiese quien sirviese al demonio con tan dura peni- tencia y que tendrá por premio un penar eterno ; hizo lo posible para desengañarla y reducirla a la fe, mas no tuvo remedio.

10. Otros mártires del demonio, casi de la misma calidad, encon- tró dicho Padre en la tierra Alba, que llaman de los Embois, poco dis- tante del río del Calamar, donde se retiró el navio para hacer aguada y socorrerse de leña. Vió muchos negros que llegaban a bordo del na- vio a vender pescado, huevos y otros mantenimientos, todos los cualles estaban circuncidados y llevaban diferentes invenciones ridiculas. Unos tenían agujereadas las narices y atravesadas en ellas unas varitas del- gadas del tamaño de un palmo, sin tener en ello otra conveniencia que el dolor que les causaba y hacer aquel alarde.

11. Otros tenían limados los dientes y tan agudos como los pe- rros. Otros traian formada en las carnes una como banda de cicatrices gruesas y relevadas que les cogía los hombros, los pechos y las espal- das. De esta misma gala iban adornadas las mujeres, pero con la dife- rencia de ser las sajaduras muy menudas y en todo el cuerpo, forman- do con ellas diferentes labores. Del pelo, que lo tienen muy crecido, hacen otros mil labores muy extraordinarios, y con estos usos y trajes mezclan mil torpezas indignas de pronunciarse. De todo lo cual se vale el demonio para su ruina y perdición, y con estos desatinos los tiene tan ciegos, que' andan como enajenados y fuera de si. t

12. Pero volviendo a nuestros navegantes, y cesando en la digre- sión incidente, estuvieron, según se ha dicho, ocupados ocho meses en el rescate de' los esclavos, y aunque necesitaban de más tiempo para cargar, la falta de víveres obligó al capitán a hacerse a la vela, sin em- bargo de estar rota la nao y tan mal parada, que, para sacar el agua

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LA MISIÓN DEL CONGO

que hacia, era necesario darles de noche y de' día a dos bombas de rue- da. Con este riesgo tan manifiesto se aventuró el capitán a pasar un golfo de más de mil y ochocientas leguas para ir a Cartagena de las Indias, fiado únicamente' en la Providencia divina y en que, si no toma- ba esa resolución, al parecer de muchos temeraria, era forzoso quedar- se todos en aquella tierra de gentiles hasta perecer de hambre y ser pasto de aquellos bárbaros, los cuales comúnmente se sustentan de carne humana.

13. Continuaron, pues, su viaje, y como Dios nuestro Señor había tomado en él al P. Fr. Juan de Santiago por instrumento para el re- medio espiritual y salvación de muchas almas, dispuso su providencia que cerca de la línea descubrieron la isla de Añobón, vecina de la de Santo Tomé, y que, por ir tan faltos de mantenimientos, arribasen a ella para tomar algún refresco. Dieron fondo el día de la Purificación de Nuestra Señora, y pareciéndole a dicho Padre que no dejaría de ha- ber que purificar en las conciencias de aque'llos isleños, por ser paraje remoto, guiado de impulso particular, se resolvió a saltar en tierra para ayudarlos en lo que pudiese.

14. Conoció luego la gran necesidad espiritual que tenían, pues, apenas puso los pies en tierra, cuando salió la gente a recibirle y se pusieron todos de rodillas, pidiéndole la bendición y que les diese a adorar el Santo Crucifijo que llevaba en el pecho. Todos los de la isla son negros y todos hablan portugués ; con eso, y no pasar de quinien- tas las personas que residían en ella, por ser pequeña y de solas cinco kguas de ámbito, y la propiedad y vecinos de un fidalgo de Lisboa, cuyos esclavos eran todos, se alentó el P. Fr. Juan a hacerles algunas pláticas y a confesarlos a todos, para cuyo efecto dedicó dos días, que era cuanto podía hacer mientras la gente del navio se refrescaba para proseguir el viaje.

15. Llevaron después al Padre a casa del Gobernador que' era un portugués, y él le recibió con toda urbanidad, celebrando su llegada no con menor júbilo que los negros ; díjole cómo todos eran cristia- nos, pero, tan depauperados de socorro espiritual, que habia años que carecían de sacerdote y de quien les pudiese enseñar la doctrina cris- tiana, y que lo peor del caso era que' vivían sin esperanza de remedio desde que los holandeses se habían apoderado de la isla de Santo To- mé. Enternecióse el buen religioso oyendo estas cosas y, acordándose de la sobra que hay de ministros evangélicos en Portugal, se admiró

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

mucho de que el dueño de la isla no hubiese buscado alguno para ella, pues era posesión suya y la disfrutaba cada año.

16. Por otra parte s€ alegró mucho de que Dios le hubiese condu- cido allí para su remedio. Comenzó su misión y ea las pláticas les ex- hortó a dejar los vicios y especialmente los amancebamientos, que es el común despeñadero de aquellas naciones ; mandóles se preparasen para hacer cada uno confesión general y para la Sagrada Comunión, y que, pues Dios les enviaba tan buena ocasión, procurasen lograrla y vivir de allí adelante con santo temor suyo ; que no se excusase na- die de llegar a sus pies, pues a todas horas, de día y de noche, le ha- llarían en la iglesia para oírlos de penitencia y doctrinarlos, lo cual cum- plió, tomando muy pocas horas para el reposo de su persona y muchos achaques.

17. Confesaron y comulgaron todos con señales de grande arre- pentimiento de sus culpas y después bautizó los párvulos, que eran más de doscientos, y sucesivamente casó a todos los que vivían amanceba- dos y eran capaces de contraer matrimonio, que en todos fueron seten- ta. Hízoles una fervorosa plática al tiempo de despedirse, exhortándo- los a la perseverancia en el bien. Sintieron mucho su partida y la solem- nizaron con hartas lágrimas por ver cuán poco les había durado aque- lla dicha. Acompañóles en ellas el buen Padre, considerando la orfan- dad de tantas almas redimidas con la preciosa sangre de Jesucristo. Socorriéronle para el viaje liberalmente con lo que pudieron de su cor- tedad de frutos : diéronle cincuenta gallinas y otras cosas comestibles y a propósito para los enfermos, con las cuales se remediaron los en- fermos del navio, manifestándose aun en esto la paternal providencia de Dios y el cuidado que tiene de los suyos en todas partes. Con e'l in- forme que hizo después a la Sacra Congregación se proveyó de Capu- chinos para que cuidasen de la gente de esta isla, como hasta hoy lo hacen (45).

IS. Desde esta isla fueron atravesando el golfo referido y llegaron a dar vista a Cartagena, aunque con pérdida de nueva gente que pe- reció en la epidemia que padecieron desde el principio, pues, entre blan- cos y negros, pasaron de más de quinientos : los cincuenta blancos y

'401 La relación tantas veces citada del P. Juan de Santiago no es sino una re- copilación «de una relación muy dilatada que el P. Fr. Buenaventura de Alessano me mandó remitir a la Sacra Congregación de Fide Propaganda» (Ms. c, p. 3, dedica toria). Dicho informe lato enviado a la Congregación no se ha logrado encontrar.

La misión del congo

183

los demás negros. Procuraron tomar el puerto de Cartagena, mas no fué posible a causa de una recísima tormenta que se levantó y duró más de veinticuatro horas ; con eso enderezaron la proa para Puertovelo, que dista de Cartagena ochenta leguas. Luego, al querer entrar la nao en el puerto, acertó a pasar la capitana de la escuadra de Cartagena y, sabiendo de los que iban en ella, cómo se hallaban allí los galeones de España, dispuso el P. Fr. Juan el pasarse a la capitana y con eso dejó su navio en Puertovelo y él pasó a Cartagena.

19. En esta ciudad, siempre devotísima de la Orden, encontró mu- chas personas de todos estados, que a porfía solicitaban el llevarle a sus casas para curarle y regalarle. En el ínterin que se despachaban los galeones se repuso algo de las fatigas de su navegación y le llegó el aviso de cómo el navio inglés, en que padeció por Dios tantos tra- bajos y ejercitó tantas obras de piedad, luego que entró en el puerto y dió fondo, se fué a pique sin poderlo remediar, aunque sin pérdida de persona alguna. Donde se descubre otra nueva maravilla con que se esmaltan las demás y se nos manifiesta le conservó Dios con singularí- sima providencia hasta llegar al puerto su fidelísimo siervo y gran ce- lador de su honra y gloria y de la salvación de sus prójimos (46).

20. Calificase esto mismo con lo que acaeció a Jas demás embar- caciones, pues en el discurso del viaje para Cartagena, que duró un año, se fué a fondo la fragata y el pingüe que cogieron a los holande- ses. El mismo francés que apresaron cerca de las Canarias se quemó y también otra fragata ; la saetía se llegó a maltratar de tal suerte, que la dejaron por irjútil. Con que se vino a deshacer como humo toda aque- lla escuadra y seit^perdíó cuanto habían gastado sus dueños en aprestar- la ; pero por otro\ camino les proveyó Dios de remedio y conveniencias suficientes, reserváindoles el premio principal del buen celo y caridad con que llevaron a los misioneros, para la otra vida, como se debe es- perar de su infinita bondad, pues es máxima especial de su divina pro- videncia premiar en esta vida un trabajo grande con otros mayores, para que de esa suerte se aumente el mérito y crezca el premio.

(46) El P. Santiago salió de Pinda el 13 de abril de 1648 y llegó a Cartagena de Indias el 16 de abril de 1649 ; allí se encontró con varios religiosos capuchinos, unos de la Provincia de Andalucía y otros de la de Castilla, los cuales habían llegado ha- cia poco tiempo, después de dejar la misión de Guinea, que se les había encomen- dado en 1646, por no haber querido los de aquellos reinos admitir la misión. Cuatro de ellos se embarcaron con el P. Santiago, llegando a España en septiembre de 1649 (Cfr. Ms. del P. Santiago, p. 183 ss.).

1^4

MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

21. Ultimamente, el año de 1649, pasó a España en los galeones el P. Fr. Juan de Santiago, adonde vivió después algunos años, ejer- citado de sus muchos achaques, contraídos en servicio de Dios y en la conversión de las almas. Fué hombre de admirable espíritu, y con su doctrina y ejemplo encaminó a muchos a la perfección evangélica ; alcanzó muy alto grado de contemplación y era casi continuo en esta enseñanza. Escribió varios tratados espirituales en lengua castellana, de los cuales sólo se' ha impreso el Arte de bien morir. También escri- bió la relación de su viaje al Congo y los rudimentos de la doctrina cristiana y gramática en lengua conguesa para la educación de los de Congo. Vivió siempre como abeja solícita de la casa de Dios, juntando la acción a la contemplación y adelantándose cada día en perfección, hasta que, lleno de méritos y buenas obras, cerró dichosamente el pa- réntesis de su vida en el convento de Toledo, dejando a la posteridad suavísimos olores, la fragancia de sus virtudes, con que hace perdura- ble su memoria a los siglos presentes y venideros (4:7).

(4o Kl P. MARTIN DE TORRECILA, O. F, M. Cap., Apologema, espejo y excelencia de la Seráfica Religión de Menores Capuchinos, Madrid, 1701, p. 169, dice que escribió una Relación de la Misión de los Capuchinos al Congo y de los frutos que allí se hacían, añadiendo que andaba impresa pero que no había llegado a sus manos. Dicha relación no es otra que la contenida en el manuscrito citado ; pero creemos no llegó a imprimirse, como tampoco los rudimentos de la doctrina cristia- na y gramática en lengua conguesa, de que aqui nos habla el P. Anguiano. En cam- bio sí se publicó la otra obra por él mencionada que lleva el siguiente título : Re- cuerdo de dormidos. Refugio de atribulados. Socorro de agonizantes. En breve ma- nual de advertencias, y devotos afectos. Utilissimo. Para prevenir en vida vna acer- tada muer te, y alentar a los que se hallan en su vltimo trance. Dedicado A la Ex- celentissima señora Doña María de Guadalupe, Duquesa de Albeyro y de Maqueda. Recopilado por el Padre Fray Juan de Santiago, Religioso Capuchino de la Pro- vincia de Castilla. En Madrid. Por Melchor Sánchez. 1672. (15-288 folios; 110x75 mm.)

Según el P. Torrecilla dicha obra se imprimió después de su muerte.

CAPITULO XXI

V

Llega la respuesta del aviso de San Salvador; pártense para aquella corte los nuevos misioneros; pasan grandes trabajos en el viaje, enferman todos y mueren algunos.

1. En el capítulo precedente ponderamos, por la materia que nos administró, cuán inefables son los juicios de Dios ; en el presente se nos ofrecen nuevos motivos para conocer y admirar cuán investigables son sus caminos. Salimos de una tragedia llena de varios sucesos, y al primer paso nos hallamos en otra por diferente camino. Dispusieron el suyo los nuevos misioneros, pero, no obstante, aunque, como dice el Sabio : Cor hominu disponii viam suam, sed Domini est disponere gressus suos (48).

2. Repitieron los mensajeros a San Salvador, pero, como los man- daba detener el conde, según dijimos, primero que tuviesen respuesta de sus cartas, se pasó un mes. Después que partió de Pinda el navio inglés y las demás embarcaciones, salió el conde de la sospecha que tenía concebida de que habían ido por mandato de' nuestro Rey Católico a dar socorro al del Congo para rendirle a él y a su gente a fuego de armas. Con su partida se sosegaron todos y alzó el conde el mandato que había hecho promulgar de que, so pena de la vida y traidor de su persona y patria, nadie fuese osado salir de su estado ni a llevar cartas de los Padres a San Salvador hasta tener nueva orden.

3. Llegó, en fin, la respuesta que esperaban del Prefecto de San Salvador, y ya en ese tiempo habían enfermado tres ; acordaron que se quedasen en Soñó otros tres, así para asistir a los enfermos como para proseguir el cultivo espiritual de aquel condado. Los restantes se des-

4Sj Prov.. 16, 9.

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MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

pidieron del conde y tomaron el viaje para San Salvador a principio de abril. Comenzáronle por este orden, que fué salir por diferentes cami- nos para juntarse en cierta población que está fuera del condado. En llegando a ella dispuso el Viceprefecto que se dividiesen de dos en dos con las cargas para mayor seguridad y brevedad ; y es que estos Padres, sabiendo la dificultad con que se conducía a aquella tierra el vino y harina para las misas y la necesidad que tenían los de San Sal- vador de uno y otro, pues no habían recibido socorro alguno de Euro- pa desde que pasaron al Congo, procuraron hacet provisión de ambos géneros y de otras cosas necesarias en Cádiz y en Canarias (49).

4. Apenas, pues, salieron de Soñó con el convoy de gente que les dió el conde para llevar las cargas, cuando, a cosa de una legua de ca- mino, las dejaron en una libata pequeña y se huyeron, todos. Con eso les fué preciso esperar a que viniesen otros a cargarlas, los cuales hi- cieron lo mismo que los primeros. Tienen por costumbre los negros el no pasar de la primera población o libata que encuetitran, y la observan de calidad que, si hay otra más cerca, aunque esté algo desviada del camino, rodean y se van a ella y desde allí se escapan, y, por más gritos que les den, no hay forma de reducirlos. Muchas veces sucede estar algo lejos la libata, y lo que suelen hacer en tal caso es dejar las cargas en el campo cuando mejor les parece.

5. Con estos y semejantes accidentes harto penosos, llegaron di- chos Padres a la población determinada, donde se juntaron todos, pero a tiempo que ya no había alguno de ellos sano por haber enfermado todos con la fatiga del camino y falta de sustento ; que como los ne- gros no conocían la caridad, no hallaban quien les diese el menor soco- rro, y muchas veces aun agua no solían tener a causa de no saber la tierra. Entre todos, el que llegó más maltratado y aun casi muerto, fué el P. Viceprefecto ; llevábanle dos ne'gros en una red del país, y de la misma suerte al P. Carlos de Génova, su compañero, que iba tan malo como él ; con que, considerando la angustia y aflicción en que todos se hallaban, resolvió enviar dos de ellos a San Salvador para dar aviso y que viniesen por ellos.

6. Destinó para esta jornada al P. Fr. José de Pernambuco y Fray Antonio de Teruel, que, aunque enfermos de tercianas, fué preciso que por menos fatigados se pusiesen en camino lue'go para remedio de to-

(49) Marcharon entonces a San Salvador los PP. Dionisio de Piacenza, Carlos de Taggia (o de Génova), Antonio de Teruel y José de Pernambuco.

LA MISIÓN DEL CONGO

189

dos. Los trabajos que padecieron en él los dos caminantes no son pon- derabks ; sola la paciencia pudo darles algún alivio y aliento librado en la esperanza del premio eterno. Con todo eso, la providencia del Al- tísimo, que siempre lo atiende todo y nunca envia mayor trabajo del que con su ayuda se pueda soportar, templó de tal suerte su fatiga, que pudiesen alternativamente socorrerse el uno al otro : de forma que el día que el uno tenía la terciana, el otro estaba libre de ella, y de esa suerte se fueron sirviendo y ayudando el uno al otro hasta llegar a la corte.

7. En el discurso del viaje les sucedió llegar a la libata de cierta señora, hija del rey, según le dijeron, y, habiendo salido el P. Fr. An- tonio a buscar por ella algún socorro, halló en el campo algunas matas de pepinos, cogió media docena y, viendo ocupados unos negros en co- cer unas hierbas, se los dió para que se los cociesen con ellas ; tanta fué su necesidad y falta de sustento. Tomó luego sus pepinos y se fué a la choza adonde dejó al compañero con la terciana : iba muy con- tento y dando gracias a Dios por haber hallado aquella fruta, aunque tan poco a propósito para enfermos : y, antes de llegar a la choza, le salió al camino un negro, que le puso en la mano una gallina sin ha- blarle palabra ni hacer otra acción que dejársela y escaparse, al cual jamás volvió a ver.

8. ^Tuvo dicho Padre este suceso por especial favor de la divina providencia y se hace más notable y prodigioso si se nota, entre otras, la circunstancia de que aquella gente no suele ofrecer de comer a quien no conoce, antes, si se les pide algo, responden luego diciendo : Paga-, mentó, pagamento, palabra que' han aprendido de los portugueses que comercian por allá ; y aun era necesario darles alguna medalla o cruz de Caravaca cuando se les ofrecía a los Padres haber menester alguna cosa por mínima que fuese.

9. Con este socorro tan oportuno se remediaron los dos enfermos aquel día y el siguiente ; después les fué a ver la señora de la libata y les regaló con unas cañas dulces de que abunda aquel territorio. Supie- ron cómo no era hija del rey, sino una señora de gran calidad, la cual, como también otras personas semejantes, así hombres como mujeres, acostumbran llamarse hijos del rey por señal y distintivo de su gran nobleza. Desde esta libata pasaron dichos Padres a otra y en ella en- contraron alguna gente que enviaba el rey para conducirlos a la corte en virtud de la noticia que había recibido de su partida de Soñó.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

10. Con este encuentro respiraron los Padres y tuvieron algún ali- vio por ser gente segura y conocida, y así, quedándose con ellos un fi- dalgo principal, que sabía bien la lengua portuguesa, los demás prosi- guieron el viaje hasta la libata adonde se hallaban los compañeros en- fermos ; y, como era fiel la guía, pudieron de allí< adelante proseguir derechamente los dos su camino y llegar brevetnente a San Salvador. Entraron de noche en la ciudad por obviar el ruido de la gente, mas les aprovechó poco esta diligencia, pues se divulgó luego su llegada y tan- to, que apenas habían dado noticia al Prefecto del trabajo en que que- daban los compañeros, cuando llegó el rey a visitarlos. Abrazólos, puesto de rodillas, tres veces y otras tantas les besó el hábito como acostumbraba con todos, mostrándoseles muy afable y devoto.

11. En el convento se les procuró asistir a los enfermos con la ca- ridad posible y se le encargó su asistencia a Fr. Jerónimo de La Pue- bla, que' había sido enfermero muchos años en el convento de Zarago- za de Aragón y tenía larga experiencia en la curación de los enfermos : pero, no obstante, las enfermedades se les agravaron de suerte que' fué necesario darles de allíi a pocos días los Santos Sacramentos. En el ín- terin fueron llegando los de'más enfermos que quedaron en el camino, los cuales dieron la noticia de cómo el día siguiente, después de la par- tida de los primeros, fué nuestro Señor servido de llevarse para al Padre Viceprefecto Fr. Dionisio de Piacenza, y también de allí a seis días a su compañero Fr. Carlos de Génova ; de uno y otro es debido hacer conmemoración por sus virtudes y vida ejemplar, bien que con la brevedad que hemos observado hasta aquí con otros siervos de Dios, que murieron con aprobación de varones santos.

12— Vida y virtudes del P. Fr. Dionisio de Piacen-a .—Be] Pach-e Fray Dionisio de Piacenza, a quien la Sacra Congregación nombró por Viceprefecto para llevar esta nueva misión, hablan las relaciones con especial ve'neración y devoto encarecimiento de sus excelentes virtudes ; entre ellas ponderan singularmente su caridad y el abrasado celo ([ue ardía en su pecho de la conversión de los infieles. Dondequiera que se hablaba de esta materia, se encendía de suerte y con tales ansias, que prorrumpía luego en copiosas y devotas lágrimas por la pena que le causaba el que hubiese en el mundo quien dejara de conocer, amar y servir a Dios. Este celo santo le motivó a salir de la quietud de su celda y a exponerse a los riesgos continuos de la vida, y con licencia de los Superiores se alistó en la misión de Túnez, a donde perseveró algunos años, hasta que la Sacra Congregación le enyió al Congo. Era

LA MISIÓN DEL CONGO

191

predicador excelente y de prendas tan sobresalientes para el gobierno, que la Religión le ocupó en los puestos que en otra parte dijimos. Re- cibió los Santos Sacramentos y al cabo pasó de esta vida empleado en su antigua vocación, como lo deseó siempre (50).

13. Vida y virtudes del P. Fr. Carlos de Genova. Siguióle luego el Padre Fr. Carlos de Génova, varón no menos ejemplar, el cual asi- mismo había gastado muchos años en la misión de la i.sla llamada Ta- barca, vecina de Africa, cuya posesión es de' la ilustre familia de los Lomaliros de Génova (51). De esta misión acabó de llegar a tiempo que se disponía la del Congo, y por su virtud y vida ejemplar fué alis- tado en ella, siendo ya de edad muy mayor. Era hombre de generoso espíritu y de ánimo infatigable ; ardía continuamente en amor de Dios y en deseos de la salvación de los prójimos. Al cabo le llegaron a pos- trar las fuerzas sus muchos trabajos, pero no a su espíritu, y así murió haciendo devotísimos actos de todas virtudes y alentando a los compa- ñeros a emprender cosas grandes en servicio de Dios. Fué sepultado con el Viceprefecto, su compañero antiguo, y en ese día se vió ocupar ambos una misma sepultura para que, aun después de muertos, no se separasen los que habían vivido unidos en caridad muy estrecha en el discurso de su vida religiosa.

14. Las enfermedades de los demás se fueron continuando y dura- ron más de un mes ; en ese ínterin fueron llamados a San Salvador los Padres que quedaron en Soñó, aun no bien convalecidos. Estos y los demás se fueron reforzando con la buena asistencia, porque, aunque el regalo era poco, por la pobreza de la tierra y no haber colchones sino unas pobres esteras, ni pan, vino, carnero ni otros manjares de Euro- pa y mucho menos médicos y boticas, dulces y frutas, excepto algunos nicefos o plátanos, con todo eso tuvieron algunas gallinas y huevos y algo de carne de puerco y cabra, con que hacerles el puchero y las sus- tancias.

Este fué el primer trabajo con que Dios comenzó a ensayar a sus siervos para que no extrañasen los muchos que en adelante habían de padecer, los cuales fueron tantos y tales, que, asíl como la casa de Job fué combatida de los vietitos por las cuatro esquinas y no hubo cosa

(50) El P. Dionisio de Piacenza, designado Vice-Prefecto de la Misión, falleció en el mes de mayo de 1648 y dos dias después el P. Carlos de Taggia o de Génova.

(51) Esta isla de Tabarca pertenecía en realidad de verdad a la misión de Túnez, encomendada a los Capuchinos en 1624 (Cfr. CLEMENS A TERZORIO, O. F. M. Cap., Manuale hisioricum Missionum Ord. FF. Min. Capuccinontm, Tsola del L.iri, 1926, pp. 230 ss.).

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MISIONES CAPUCHINAS EN Al-RICA

que no moviese el demonio contra su persona para consternar su pa- ciencia en virtud de la permisión divina que la expuso a ese examen para mayor exaltación suya y gloria de su Majestad, así también no hubo trabajo que no padeciesen, ni piedra que dejase de mover contra esta misión Satanás y sus secuaces ; pero al fin venció Dios, y la ver- dad triunfó de la mentira y todo redundó en mayor crédito y estima- ción de los seráficos obreros. No podía suceder otra cosa, haciendo como hacían la causa de' Dios a tanta costa, pues : Scimus autcm quo- niam diligentibus Deum, omnia cooperantur in bonum (52).

15. En habiendo convalecido todos, fueron de comunidad a besar la mano al rey ; recibiólos con la estimación y reverencia que varias veces hemos dicho. Después les mandó sentar y discurrió un rato con ellos sobre varias materias ; díjoles, por último, el Prefecto que allí' los tenía S. M. a todos, dispuestos ya para salir por el reino y sus provin- cias a las misiones y que sólo esperaban su beneplácito. Agradeció mu- cho esta atención y no sin lágrimas : que no sabía con qué recompen- sar a la Religión aquel favor que le hacía y a todos sus vasallos, y es- pecialmente al Papa, por la solicitud con que miraba por las ovejas de su reino con amor tan de padre ; añadió más, y dijo que acabasen de convalecer bien y que después tratarí'a con él el punto y determinarían lo que se debía hacer (53).

(52) Rom., 8, 28. '

(53) Los PP. Teruel y Pernambuco y más larde el P. Jerónimo de Montesar- chio, Antonio de Monteprandone y Gabriel de Valencia fueron destinados a San Sal- vador donde se había establecido una a modo de academia, bajo la dirección de Robo- redo, con el fin de que los misioneros se impusiesen en la lengua del pais (Cfr. PA- DRE HILDEBRAND, o. c, p. 261, y nuestro estudio Los Capuchinos españoles en el Congo y el primer diccionario congolés, en Missionalia Hispánica, II (1945), p. 214).

CAPITULO XXII

13

Júntansc todos los misioneros para repartirse por las provincias del reino; háceles una breve exhortación el Prefecto, alentándoles a los trabajos; destina los que han de ir fuera de la corte y manda el rey que lleven una carta suya para que en todas partes los admitan y asistan

con lo necesario.

1. Hallándose ya buenos los religiosos de su última enfermedad y todos con vivas ansias de comenzar a ejercitar sus fervorosos deseos en beneficio de las almas, se trató luego de que se repartiesen por las pro- vincias principales del reino para darle a un mismo tiempo la labor y cultura evangélica que' necesitaba y a que iban destinados. Juntáronse, pues, para este efecto un día en la iglesia y, después de larga oración, en que suplicaron a nuestro Señor les encaminase por donde fuese más de su agrado y utilidad de' las almas, se sometieron todos con humil- dad y resignación a la disposición del Prefecto para que hiciese el re- partimiento según y como le pareciese convenía.

2. Viendo su fervor y rendimiento, les significó cuán edificado se hallaba y aun confuso, pues, habiéndole Dios asignado por su cabeza y superior, reconocía serles muy inferior en el espíritu y virtudes ; mas que ñaba mucho de su Majestad santísima que, por medio de' sus ora- ciones y consejo, le daría luz para el mejor acierto en su gobierno. Des- de aquí prosiguió diciendo : «Ya, Padres y Hermanos amantísimos, sa- béis el orden que tenemos del Sumo Pontífice y de la Sacra Congrega ción : la confianza que ha hecho de nosotros como de verdaderos hijos de la santa Iglesia romana, y la obligación que nos corre de trabajar fielmente en la viña evangélica, así para no degenerar del honroso tí- ulo de hijos legítimos de tal madre, como para satisfacer debidamente

196

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

a la vocación especial del Espíritu Santo que nos ha destinado para el más alto y excelente ministerio de cuantos ejercitan los hombres en la tierra.

3. «Por tanto, una y repetidas veces digo con el Vaso de elección, no como prelado que manda con imperio y soberanía, como carísimo hermano y el más inferior de todos : Frati*es, iñdete vocationem ves- tram ; no os olvidéh de vuestra vocación (54) ; tenadla siempre delante de los ojos del alma e insistid en cumplir con ella, pues, si así lo hi- ciereis, como lo espero, lograréis el fruto de vuestros trabajos y alcan- zaréis la victoria que todos deseamos de lo^ tres más poderosos enemi- gos del género humano.

i. «Muchos son los trabajos a que está vinculado nuestro ministe- rio ; anunciónolos el mismo Cristo cuando instituyó predicadores del mundo a sus sagrados Apóstoles ; excusado es el repetirlos, pues no los ignoráis ; sólo no excuso advertiros que en todos los que os acae- cieren, os propongáis por vivo ejemplar para la imitación al mismo Cristo, y que os acomodéis en todo lo posible al saludable consejo de San Pablo : In ómnibus te ipsum prebe ^exemplum bonorum operum, in doctrina, in inte grítate , ¡n gravitatc, etc. (55), procurando arreglaros a la doctrina de este beatísimo Apóstol, el cual dice de si que : Om- nium me servuni feci, cum libcr essem ex ómnibus, ut plures lucrifa- cerem, y en el verso siguiente de la misma Epístola : Factus sum in- firmis infirmus ut infirmas lucrifacerem, y con mayor extensión des- pués : Omnibus omnia factus sum ut onvnes facerem salvos (56).

5. «Conviene, pues, mucho considerar el estado presente de las co- sas, la fragilidad de los hombres, lo poco radicados que se hallan en la fe y buenas costumbres y que, si apretamos demasiado la mano con celo menos discreto, puede ser que, por querer reducirlos a todos, no ganemos a ninguno: Praedica verbum. insta opporfunc, importune, a/rgue, obsecra, increpa, nos aconseja a todos San Pablo, pero añade y dice que esto sea: In omm patietntia (57). De esta suerte' se consigue el fruto entre racionales, no con rigores ni asperezas, mayormente en- tre gente de esta calidad ; además, que, como dice el Sabio en sus Proverbios: Ou¡ vehementer cmungit. cUcil san guineni (58), y el Ecle-

1.54) I Corint., 1, 26.

(55) Tit., 2, 7.

(56) I Corint.. 9, 19. 22.

(57) Timot.. 4, 2.

(58) Prov . 30. 33.

LA MISIÓN DEL CONGO

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siastés : Noli esse justus multum ñeque plus sapias quam necesse est, ne obstupescas (59).

6. «También quiero acordaros, Padres carísimos, os guardéis gran- demente de una tentación diabólica que suele, como la carcoma a la madera, ir poco a poco menoscabando el celo y destruyendo la cari- dad. Esto consiste en persuadir el enemigo a que pierde el tiempo con su ministerio el operario evangélico, en viendo que los hombres no se convierten, o que los ya reducidos se vuelven otra vez a sus vicios antiguos. Verdaderamente que esta tentación es tanto más formidable cuanto es más dorado el pretexto y título con que el adversario del género humano la suele sugerir. No es obra nuestra, Padres míos, el convertir las almas ni el conservarlas firmes en la fe y gracia recibida. A otra potend'' mayor le toca eso, que es únicamente a Dios ; lo que a nosotros nos aconseja es que hagamos lo posible para ese efecto, no nos toca otra cosa. En eso debemos insistir, trabajar y perseverar fielmente, clamando al cielo de día y de noche para que llueva sobre la tierra estéril y se fecunde, y conceda la benignidad divina la virtud de crecer y multiplicarse a lo que plantareis : Ego plantavi, Apollo rigavk, sed Deus incrementum dedit (60).

7. «Ocurrió a esta tentación para que no errásemos el apóstol San- tiago en su canónica cuando dijo: Patientes igitur estote, fratres, us- que ad adventum Domini. Ecce agrícola especial pretiosum fructum terrae, patienter ferens doñee accipiat temporane'íum et serotinum, y pasando de la metáfora del labrador al operario evangélico, saca la consecuencia de ese antecedente y concluye diciendo : Patientes igitur estote et vos et confírmate corda vestra quoniam adventus Domini ap- propinquavit (61). Por tanto, nadie desmaye en su ministerio si la parjte que le tocare fuese estéril ; a trabajar venimos, no a descansar : haga cada uno lo que es de su parte' y espere de Dios el premio : Unus- quisque autem propriam mercedem accipiet secundum suum laborem. Para esto nos trajo Dios a su viña, no nos pide otra cosa ; y así no nos engañe el enemigo : Dei enim sumus adjutores : Dei agricultura estis, Dei edificatio estis (62).

8. «No con mejor fin que el precedente suele también Satanás su- gerir otro veneno en los siervos de Dios que se ocupan en la conver-

(59) Eccles., 7, IT.

(60) I Corint., n, 6.

(61) Jac, 5, 7-8.

(62) 1 Corint., 3 8-9.,

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

sión de las almas, sembrando poco a poco en sus ánimos discordias y comenzando esta peste por la contrariedad de dictámenes. Terrible tentación es ésta y tanto que ha causado en el mundo inexplicables daños ; bastaba para conocerla y huir de ella ver que se ordena a des- truir y que en todo se opone a la caridad, cuyo empleo es unir, con- cordar y fortificar lo unido. A eso tiró Satanás la noche de la cena, cuando, como refiere San Lucas, comenzaron los Apóstoles a conten- der quién había de sucedetle a Cristo en la superioridad : Facta est autem et contentio inter eos, quis eormn viderátur esse major (63). Pero ocurrió vigilante el divino Pastor al daño que se comenzaba a fra- guar, y así cesó y no pasó adelante' por haberla atajado muy a los principios : Simón, Simón, ecce Satanás cxpetivit vos ut cribaret siciat triticum, ego autem rogavi pr*o te, añadiendo para su instrucción y de los demás superiores : Et tu aliquando conversus, confirma fratres tuos.

9. «Detente era, al parecer, en la ocasión, la propuesta, mayor- mente estando tan próxima la muerte de Cristo Señor nuestro, pero Satanás no echó la especie porque él desease que quedase la Iglesia con éste o el otro superior, sino porque por ese medio daba principio a la desunión y variedad de dictámenes para dividirlos, e impedía por ese medio los insignes progresos que habían de hacer en adelante uni- dos en espíritu. El contraveneno de esta tentación nos lo descubrió nuestro sapientísimo Médico, y así dijo: Qui major est in vobis, fíat ííCMií minor, et qui praecessor est, sicut ministrator (64). Arreglán- donos, pues, todos a este consejo, hallaremos el acierto, no tendrá lugar la tentación en daño de las pobres almas y siendo pocos en número podremos trabajar por muchos.

10. «Por tanto, les ruego, Padres carísimos, que no haya entre vosotros tergiversaciones : a una misma vocación somos llamados, a un mismo dueño servimos, y así : Alter alterius onera pártate et sic adimplebitis legcm Christi (65). Este es el blanco adonde se endere- zan nuestros deseos y pensamientos, y de la legítima observancia de estos dos tan saludables preceptos pende el total acierto de nuestras operaciones : Diliges Dominum Deum tuum ex todo corde tuo et ex tota anima tuo et ex tota mente tua. Diliges proximum tuum sicut

(63) Luc, 22, 24, 31-32.

(64) Luc. 22, 2fi.

(65) Galat., 6, 2.

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teipsom. In liis duobus mandatis universa lex pcndet et prophetae (66). Este mismo amor fraternal nos encomienda en su Regla el Seráfico Padre dicieíido : Aconsejo, amonesto y exhorto a mis frailes en el Señor Jesucristo, que, cuando van por el mundo, no litiguen ni con- tiendan con palabras ni juzguen a los otros; más sean mites, pacíficos, modestos, mansos v humildes, honestamente hablando a todos como conviene (67).

11. «Finalmente, Padres y Hermanos amantísimos, fío de vuestra prudencia y virtud el desempeño de nuestra misión, y espero ver muy colmados frutos de piedad y religión en este reino y en los circunve- cinos, y poder decir de cada uno de vosotros muchas veces con San Pablo, que sois Gaudium meum et corona mea (68). Para que' yo logre esta dicha aconsejo a cada uno con el mismo Apóstol lo que ordenó a su discípulo Timoteo: Atiende tibi et doctrinae, insta in illis; hoc enhn faciens et te ipsum salvum facies et eos qui te audiunt (09). Con esto ruego a Dios os llene de su bendición y guie en paz.»

12. Concluida esta breve exhortación del Prefecto, renovaron todos la obediencia en sus manos, y con verdadera humildad, en señal de la prontitud de su ánimo, se postraron en el suelo y le pidieron la bendición para ponerse luego en camino. Diósela, despidiéndose de todos con lágrimas y recíprocos abrazos, y, según lo que había preme- ditado y le pareció más conveniente, los distribuyó en esta forma : al ducado de Sundo envió a los Padres Fr. Buenaventura de Sorrento y Fr. Jerónimo de Montesarchio ; al ducado de Bamba, al P. Fr. Buen- aventura de Cerdeña, con un intérprete ; al marquesado de Huandu, a los Padres Fr. Buenaventura de Corella y Fr. Francisco de Veas ; al condado de Soñó, a los Padres Fr. Juan María de Pavía y Fr. Sera- fín de Cortona ; al ducado de Bata, a los Padres Fr. Antonio de Te- ruel y Fr. Gabriel de Valencia.

13. ^Los demás Padres, con el Prefecto, se quedaron en San Sal- vador para la misión de' la comarca y de la misma ciudad y para en- viarlos a otras partes, según la ocurrencia de los sucesos y oportuni- dad de los tiempos. Este repartimiento se hizo con consulta y bene- plácito del rey, y S. M., así por manifestar su celo por la exaltación

(66j Math., 22, 37-39.

(67) Regla de San Francisco, capítulo III.

(68) Philipp., 4, 1.

(69) Timot., 4, 16.

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MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

de la fe, como el singular afecto que tenía a los religiosos, les mandó dar a todos una carta abierta para los señores de las provincias y para los colunias, que son los gobernadores de las ciudades, escrita en idioma portugués, cuyo tenor, vuelto en castellano, es el siguiente;

14. «Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar y la Purísima Concepción de la siempre Virgen María, concebida sin pecado original desde el prime'r instante de su ser.

«Don García II, por la gracia de Dios, rey de Congo : a todas mis provincias, banzas y libatas, y principalmente a todos los duques, mar- queses y condes ; a los coluntos, fidalgos y vasallos, que de presente están y en adelante estuvieren bajo de mi dominio y obediencia, desea- mos salud y prosperidad en nuestro Señor Jesucristo.

«Fidelísimos vasallos míos y muy amados hijos. Grandes han sido los beneficios que siempre ha hecho Dios a este reino, principalmente después que amaneció en él la luz del Evangelio y la verdad de la santa Iglesia católica romana, cuidando siempre de enviarnos minis- tros evangélicos que nos enseñen el camino del cielo y los medios por donde hemos de ir a él. Mas en estos tiempos presentes ha manifesta- do nuestro Señor su especial misericordia con nosotros, porque cuan- do estaban las puertas de nuestro remedio más cerradas y ocurrían mayores dificultades e impedimentos para que viniesen sacerdotes, en- tonces el Sumo Pontífice Romano, Vicario de nuestro Señor Jesucris- to en la tierra y padre universal de todos los cristianos, a quien es- tamos obligados a obedecer, inspirado de Dios y usando de su benig- nidad con nosotros, se ha servido de enviarnos religiosos, hijos del glorioso Padre S. Francisco, los cuales son verdaderamente siervos de Dios y no buscan en este mundo oro, plata ni otras comodidades tem- porales, sino sola la gloria del mismo Dios y la salvación de nuestras almas, a imitación de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rey sobe- rano y Señor del universo, se hizo pobre por nuestro amor.

15. «Así, pues, estos religiosos, dejando todas las cosas y conve- niencias de este siglo, se han hecho pobres por su amor y han venido a estas nuestras tierras con muy grandes trabajos que han padecido por mar y por los caminos, solamente por la mayor gloria de Dios y para administrarnos los Santos Sacramentos, predicar la divina pala- bra, enseñarnos buenas costumbres, apartarnos de las malas y enca- minarnos de todos modos a la gloria eterna. Por tanto, fidelísimos vasallos míos y muy amados hijos, por el amor que debemos a nues- tro Señor Jesucristo, os pedimos y encargamos cuanto nos es posible,

LA MISIÓN DEL CONGO

201

que los recibáis en todas partes como ángeles venidos del cielo para nuestro remedio ; los améis, reverenciéis y obedezcáis, como a nuestros Padres espirituales, y sigáis en todo los saludables y santos consejos que os dieren, pues verdaderamente lo que ellos más desean es nues- tro bien epiritual y la tranquilidad de este reino.

16. «También os mostraréis liberales con ellos, haciéndoles limos- na para que puedan sustentar y conservas sus vidas y trabajar en este reino en su santo ministerio, que esto es justo y debido a la caridad que con nosotros ejercitan. Dejad los amancebamientos, las hechiceriás y supersticiones, los hurtos, odios y enemistades y todo vicio y escán- dalo ; procurad vivir de aquí en adelante cristianamente, pues no igno- ráis que todos somos mortales ni que habemos de dar cuenta estrecha a Dios de nuestras vidas, y asimismo sabéis que los buenos irán al cielo, a gozar de la gloria eterna, y los malos al infierno, a ser ator- mentados para siempre en compañía de los demonios.

17. «Sirvamos, pues, a nuestro Señor Jesucristo, que murió en una cruz por nuestro amor ; seamos agradecidos a ios muchos bene- ficios que hemos recibido de sus liberalisimas manos y vivamos como buenos cristianos, firmes y constantes siempre en la santa fe católica romana. Por mi parte os hago saber que, aunque pecador, estoy dispues- to a perder antes la vida y el reino y cuanto tengo y puedo tener, que dejar de ser católico romano, y así ruego a todos vosotros mis hijos, que guardéis los santos mandamientos de Dios y de la fe que profesamos, pues si lo hiciéreis así, nuestro Señor Jesucristo os dará muy grande premio, y a me tendréis por vuestro amigo y os amaré como padre y estimaré como hijos muy queridos.

18. -«Pero si hiciereis lo contrario, ofenderéis gravemente a Dios y El os castigará severamente, como juez soberano y riguroso, y yo también de mi parte aplicaré el condigno castigo a cuantos ingratos y desconocidos no admitiesen a dichos religiosos o despreciasen la doctrina y saludables consejos que nos dieren. Ni por esto, hijos y hermanos míos, me tengáis por cruel, pues os hago saber que tengo obligación no sólo de premiar a los buenos, sino también de castigar a los malos, y que no sólo he de dar cuenta a Dios de mi alma, pero también de las vuestras, lo cual respectivamente les pertenece también a los cabezas de las provincias y a los coluntos de las banzas y libatas en orden a sus inferiores.

19. «Otrosi, que el Sumo Pontiiñce, Vicario de nuestro Señor Jesucristo, en una carta que me escribió, llena de mil favores y hon-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

ras, me ordena que, como vuestro rey y legítimo señor que soy, os mande lo que en este mi decreto os escribo y, como hijo obediente a sus preceptos, os lo anuncio y notifico para que así lo tengáis en- tendido y procuréis observar con el mismo rendimiento. Finalmente, hijos míos, como vuestro padre, rey y señor natural, deseo grande- mente que seáis buenos cristianos para que os libréis de las penas del infierno y gozéis para siempre de la gloria en compañía de los bien- aventurados y principalmente de la siempre Virgen María y de su san- tísimo Hijo Jesucristo y de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Es- píritu Santo, que es un solo Dios que vive y reina para siempre, cuya es la honra y gloria por todos los siglos de' los siglos. Amén. Fe- cha en nuestra corte de San Salvador, a 19 de septiembre de 1648. El rey, Don García» (70).

20. Con esta carta de favor, y principalmente con el auxilio di- vino, salieron los Padres nombrados de la corte a sembrar la palabra evangélica por las provincias del reino, llevando cada uno su intér- prete para poder ejercer su ministerio con más conveniencia y utilidad de los naturales. Desde aquí les iremos siguiendo los pasos y discu- rriendo por la misión de cada uno, según nos lo permitiere' la varie- dad de los sucesos y ocurrencias, que fueron tales y tan notables, que no es posible dejar de cortar el hilo muchas veces e introducir varias digresiones, si no es faltando a lo sustancial de la historia.

(70) Cfr., dicha carta en su original portugués en PAIVA M.'KNSO, o. c, pp. 197-19».

CAPITULO xxm

i

Dásc principio a la misión de la Provincia de Bata; refié- rensc algunos sucesos del viaje y sus felices principios.

1. -Comenzaron su viaje nuestros seráficos obreros y, armados de la virtud divina, con santa emulación, publicaron sangrienta guerra desde luego al infierno, diciendo a voz en grito, como esforzados sol- dados de Cristo: Exurgat Deus et dissipMur inim'ici ejus et fugiant qui oderunt eum a facie ejus. Empezaron, pues, a ejercitar con gran celo y fervor su apostólico ministerio, bautizando a los que no lo es- taban, que eran muchos, catequizando e' instruyendo a los necesitados y administrando los santos Sacramentos y cuantas obras de piedad se ofrecían, que, entre gente tan necesitada de todo auxilio espiritual, se alcanzaban unos ejercicios a otros.

2. En esta forma iban discurriendo por los caminos hasta llegar a las provincias adonde se les había consignado la residencia ; con- movíanse los pueblos a penitencia y, viéndolos compungidos, les anun- ciaban el reino de Dios y les convidaban con su misericordia. Halla- ron muchos ídolos y no pocos hechiceros, y, para curarlos de esta lepra infernal, les pegaban fuego, haciendo solemnes hogueras. Eri- gieron muchas iglesias con altares para que' acudieran a darle a Dios el culto y adoración que se le debe ; fundaron escuelas para la edu- cación de los niños y diferentes congregaciones, al modo de las de San Salvador, y a todo asistía Dios con su admirable providencia, dándoles valor suficiente para llevar los trabajos que se ofrecían, los cuales, por muchos e insuperables, fueran incomportables a las fuer- zas humanas. Este es el premio y paga de contado de los que traba- jan fielmente en su servicio ; y así dijo S. Gregorio : Virtus boni operis perseverantia est.

2o6

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

3. A las penalidades comunes de hambre, sed, cansancio, vigilias y excesivos calores, se allegaban muchas veces calumnias, desprecios y persecuciones, que son las margaritas y piedras preciosas con que se esmalta ordinariamente el ministerio apostólico y con que se aviva fl celo y fe'rvor de los que la ejercitan ; en razón de lo cual decía el Apóstol : Maledicimur ef benedicimus ; persecutionem patimur et sus- tirtemus ; blasphemamur et obsecram/us (71), y Santiago en su Epís- tola canónica: Omne gaudiuvi existimatc, fratres inei, cum in tenta- tionci varías incideritis (72). De esto se irá diciendo más en particular conforme fuere ocurriendo ; singularmente notaremos ahora lo que les ocurrió a los dos Padres que fueron al ducado de Bata, a medida de lo cual se puede entender lo que les sucedió a los demás por haber poca diferencia en los países y menos en las costumbres de la gente.

4. Tocóles, según se ha dicho, esta provincia de Bata a los Padres Fr. Antonio de Teruel y Fr. Gabriel de Valencia, cuya banza o ciu- dad principal está distante de San Salvador cuarenta leguas, y en ella, como en propia libata, reside ordinariamente el duque. Apenas se apartaron de la corte como dos jornadas, cuando salió a recibirlos innumerable gente con niños y adultos para que los bautizasen, los cuales hacía muchos años que no habían visto sacerdote alguno en su tierra. Muchas veces sucedió juntarse para este efecto más de doscientas personas, entre pequeños y grandes, y de esta suerte a cada paso hallaban tropas de gente que salía a buscarlos al camino movidos de las noticias que corrían y del celo y piedad con que los recibían a todos en cualquier parte que' los encontraban.

5. Llegaron finalmente a Gongo de Bata, lugar adonde, por causa de las ferias que allí se hacen, es grande el concurso de la gente, no sólo de la misma provincia sino de' otras de gentiles ; y aun Tos por- tugeses las suelen frecuentar por hallar allí los géneros que comercian con más conveniencia que en otras partes. En esta población hallaron un sacerdote portugués que hacía oficio de cura ; hallábase muy en- fermo y casi desahuciado de remedio ; fueron los Padres a visitarle y a pedirle licencia para bautizar y administrar los demás Sacramentos, y él se la concedió con mucho agrado y les suplicó con muchas lá- grimas le' asistiesen en su enfermedad, pues conocía se acercaba su muerte y que Dios se los había enviado para su mayor consuelo. Con-

(71) I Corint.. 4. 12-13.

(72) Jac, 1, 2.

LA MISIÓN DEL CONGO

207

fesóse generalmente, cosa que no había podido hacer en muchos años por no haber visto sacerdote alguno en aquella tierra ; recibió el Viá- tico y Extremaunción y se preparó para el último golpe con muchos y fervorosos actos, y, con esta tan católica prevención, salió el día siguiente de este miserable destierro para la vida eterna.

6. En esta población, por ser de las calidades referidas. Ies pa- reció conveniente hacer asiento, y con ese designio y poder exten derse desde allí a las partes de gentiles vecinos, comenzaron a plan- tar la misión predicando los primeros sermones y haciendo las pri- meras doctrinas el día 4 de octubre, dedicado a la festividad de núes tro Seráfico P. S. Francisco, en el cual el año antecedente se embar- caron en Cádiz. Fueron prosiguiendo sus sermones y ejercicios con mucho consuelo suyo y admiración notable de aquellos pobres negros, pues, como ellos decían, era aquella la vez primera que en todo el discurso de su vida habían oído predicar y explicar de aquel modo Icr doctrina cristiana.

7. En sabiendo el duque la resolución de los Padres, les escribió una carta llena de favores y agradecimientos por la caridad que usa- ban con sus vasallos, la cual concluyó diciendo : que los deseaba más cerca de para poder gozar de su santa doctrina y que, en habiéndo- les labrado casa para su habitación, enviaría gente que los condujese a su libata. Lo cual sucedió así. pues, pasados ocho días, envió a su secretario con gerite suficiente para que los llevasen a Bata, que dista de la población de Gongo como seis leguas, poco más o menos.

8. Partieron, pues, de Gongo y, como llegasen ya de noche a Bata, los llevaron a la casa que les tenían prevenida : ésta era de palos, cañas y paja, al modo de las barracas de la huerta de Murcia, y en ella tenían preparadas dos camas, también de caña, cubiertas con una estera, al uso del país. Sucedió haber llovido mucho los días antece- dente's y, como los naturales son poco curiosos y el suelo era de are- na, la hallaron bañada en agua, y en esta forma lo estuvo sietnpre, sin poder jamás enjugarla, siendo su habitación, sobre desacomodada pa- ra el ministerio muy malsana y que les perjudicó no poco en la salud.

9. Pero. ; quién dejará de persuadirse que. siendo estos Padres llamados y buscados con tantas demostraciones de afecto y devoción de un duque, el mayor y más principal entre los maníes del reino, que por tal se apellida abuelo del rey, no habían de tener luego un re- caudo de su parte y una buena cena, que para ellos hubiera sido co-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

mida, pues no habían probado bocado en todo el día sino al partirse de Gongo? Así lo pensaron, mas no sucedió así, porque, dejándolos solos en su casa, se fué la gente a las suyas y no hicieron más me- moria de ellos. Esperaron algunas horas, creyendo les enviaría el mismo secretario con alguna cosa para comer, pero viendo que era ya muy tarde y que no llegaba nadie a la puerta, trataron de reco- gerse, dando a Dios las gracias por el suceso y por hallarse tan po- bres que aun la luz para acostarse les faltó.

10. A la mañana siguiente fué el secretario a darles los buenos días y, recelando por lo pasado si había alguna novedad en el duque, le dijeron habían extrañado el que Su Excelencia no les hubiese so- corrido con alguna cosa para cenar ; a lo cual Ies respondió dicien- do : «No lo extrañen Vuestras Paternidades, pues yo padecí el mismo trabajo con ser su criado y doméstico ; la causa no ha sido otra que ir con el estilo recibido en esta tierra, adonde se tiene por costum- bre dejar en ayunas a los huéspedes y sin algún socorro el día y la noche" que llegan.»

11. Lo cual hallaron ser así en todas aquellas provincias, sin que circunstancia alguna sea bastante para invertir tal costumbre, de que en prueba lo que le sucedió en otra ocasión a uno de los Padre's en el marquesado de Encusu, pues habiéndole enviado a llamar el mar- qués para que le confesase por haber de ir a dar una batalla a su enemigo, después de haber caminado el religioso cuatro días, y el úl- timo sin desayunarse él ni los negros que le acompañaban, le' envió a decir que se acordase S. E. de que estaban en ayunas. Pero él res- pondió : «Decidle al Padre que se acueste' y descanse, que mañana haré diligencia para socorrerle con alguna cosa.» E.stos son los rega- los de equellas míseras tierras, los cuales, por amor de Dios, se pa- san alegremente".

12. Vino ei día siguiente, y ya tarde fué el duque a visitarlos; abrazólos y besóles el hábito con mucha ternura y piedad, manifes- tando con acciones y palabras el singular gusto y consuelo que reci- bía su alma de verlos en sus estados y lo agradecido que estaba a Dios y al rey por la merced que en ello le habían hecho. Presentá- ronle la carta que llevaban y le propusieron convenía se fabricase una iglesia cerca del hospicio para poder con más conveniencia predicar, decir Misa y administrar los Santos Sacramentos. Ofrecióse a todo con mucha prontitud y aun a edificar casa más capaz donde pudieran caber los niños de la escuela, para lo cual en aquel primer fervor

LA MISIÓN DEL CONGO

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mandó hacer la traza y traer los materiales necesarios a la plazuela del hospicio ; empero no se puso mano en ella en espacio de año y medio que estuvieron alli dichos Padres, ni aun pudieron recabar que mandase hacer unas puertas de cañas para el hospicio, entretenién- dose siempre con buenas palabras y esperanzas.

13. Muchos fidalgos y vasallos principales sentían la incomodi- dad de los religiosos : pero, como el duque es el dueño absoluto y se había encargado de la fábrica, aunque veían su grande omisión y de- seaban ellos hacerla a su costa, ninguno se atrevió a emprenderla, te- miendo su indignación. Por esta causa les fué preciso haber de pasar con aquella estrechez y con otras muchas incomodidades, pues no sólo aderezaban allí su pobre comida, sino que allí también enseñaban a los muchachos y perpetuamente se mojaban por las continuas aguas y falta de reparo.

14. De esta suerte pasaron, hasta que después de muchos meses, se resolvieron por mismos a juntar gente que, con algunas cosillas de devoción que se les dió, trajeron cantidad de paja y cubrieron el techo con que se repararon en parte de la incomodidad ordinaria. De esta calidad son los descuidos de aquellos señores maníes, los cuales son tardísimos así eti el despacho de los negocios como en ejecutar las resoluciones, y si bien no tienen palabra mala, son muy pocas las obras que hacen, antes, con sus omisiones, dan grande ejercicio de paciencia a los misioneros ; pero ello era forzoso haber de pasar por esas y otras muchas penalidades por no malograr el fruto principal de las almas.

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CAPITULO XXIV

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Continúase la misión del ducado de Bata, refiérense los ejercicios ordinarios y varias penalidades que se ofrecían

en ella.

1. Aunque el ducado de Bata es muy dilatado y poblado de gente y su duque es el mayor y más principal del reino, pues, como ellos dicen, le reconocen vasallaje algunos reyes getitiles, con todo eso la población de Bata no es muy grande, a causa de que éste y otros prín- cipes semejantes de aquella corona estilan vivir retirados con sola su familia y algunos fidalgos que les acompañan con las suyas en el lu- gar donde mejor les parece, aunque no haya vecindad. Y así se hallan en sus estados poblaciones mucho mayores y más numerosas de gente que no Bata, y por esta misma causa acudían pocos muchachos a la escuela, y aun eran tan pocos por entonces, que su número se redu- ela a los hijos del duque y a los de los fidalgos y a otros pocos de la gente común.

2. Con este número de muchachos comenzaron los Padres los ejer- cicios de la doctrina y, aun después de bien instruidos, los llevaban consigo por la comarca y les ayudaban mucho para el buen logro de sus misiones. Acudían a la doctrina el duque y sus fidalgos y manda- ba a toda la gente de su familia que asistiese a oírla explicar, sirvién- doles de atractivo el oírla cantar a los muchachos y responder pronta- mente a las preguntas que les hacían. En los domingos y fiestas de precepto, además de las doctrinas, añadían los Padres dos sermones : el uno lo predicaban a la misa que se decía por la mañana para la gen- te común, y el otro, en la que' oía el duque. En ésta era siempre ma- yor el auditorio, porque asistían también a ella los fidalgos con su acompañamiento de criados y esclavos.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

3. Esta misa se celebraba ordinariamente comenzando a la una y media de la tarde, valiéndose para ello de las facultades y privilegios, porque el duque y los fidalgos no se quedasen sin misa, y es el caso que solía ir tarde a la iglesia, y, porque pudiesen asistir a la misa y sermón, era forzoso esperar a que fuese. Varias veces le advirtieron los Padres la incomodidad que les ocasionaba su pereza y aun a los fidalgos de su séquito, pero ni por eso ni por más recaudos que solían enviarle, no había forma de sacarle de' su paso, dando siempre por ex- cusa el decir que se estaba vistiendo, siendo así que todo el vestuario se reducía a ponerse una camisa y una capa de bayeta.

4. La causa de su tardanza, según se averiguó, consistía en que se a costaba a las dos y tres de la noche por vivir al revés de la gente racional y al uso diabólico que se ha introducido en este último siglo, aun en Europa, entre los nobles, para hacer de la noche día y del díla noche, y conformar esta vanidad con el padre de las tinieblas, que se la ha sugerido poco a poco, no para mayor conveniencia sino para su mayor ruina espiritual y temporal y pervertir en ellos el buen uso del tiempo y de la razón. Por esta causa se levantaba muy tarde ; después, almorzaba despacio y cuando salía de palacio solía ser la una. Con eso se dilataba el tiempo y las más'*de' las veces acababan la misa a las tres de la tarde y, si no lograran la coyuntura para poder predicar, no era fácil el conseguir que se juntaran a otra hora ni que los intérpretes asistiesen. De aquí resultaba que, cuando los Padres iban a tomar su pobre refección, era ya tardísimo, y con eso y el cansancio de los ejercicios precedentes y continuados recibían suma molestia. La cetia o colación también solía ser tarde y, por falta de candil o velas, se servían de la luz de los tizones, que son las bujías ordinarias del país.

5. Pasados algunos días, se casó el duque con una sobrina del rey, y como fuese costumbre o, más propiamente, introducción diabólica, llevar las novias a casa de sus maridos antes de desposarse, a fin, como ellos decían, de experimentarse unos a otros los naturales y condicio- nes, por no llamarse a engaño y vivir perpetuamente disgustados, le dieron a ente'nder al duque cuán perniciosa costumbre era aquélla y cuán contra toda razón cristiana y política y que convenía que S. E. procurase impedirla, yendo delante de todos con el buen ejemplo. Ofre- ció hacerlo y así' se dispuso que, en llegando a la banza la duquesa, la llevasen a la iglesia del hospicio, donde el duque la esperó con su acom- pañamiento ; confesaron y comulgaron ambos y los desposaron y lúe-

1

LA MISIÓN DEL CONGO

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go se fueron a palacio muy gustosos, y la demás gente, edificada y advertida de lo que debían hacer en semejantes ocasiones.

6. Después de los días de la boda, hallándose los Padres recogi- dos en su hospicio, oyeron muchas voces en su plazuela y, reconocien- do tumultuaba la gente, salieron a apaciguarla, ignorando lo que pa- saba. En saliendo vieron que la duquesa estaba en su red, esperando se juntasen los esclavos y esclavas de su servicio para marchar a la corte. Preguntaron la causa de aquella novedad tan impensada y res- pondió muy sentida que el duque no la trataba con la estimación que debía, porque no la vestía según su calidad, y que, enfadada de su tra- to, se iba a vivir a la corte. Exhortáronla los Padres a que se dejase de tal intento y con buen modo la redujeron a palacio ; hablaron al duque y se compuso la discordia y después vivieron con mucha paz. A la verdad fué providencia de Dios especial el que los Padres estu- viesen tan a tiempo al suceso, pues, si no detienen a la duquesa, se hu- bieran seguido muchos disgustos entre el duque y el rey.

7. Viéndose, pues, en tan limitados términos, trataron de salir a hacer misiones por toda la provincia. El P. Antonio de Teruel, por ser de buena edad y mayor robustez que su compañero Fr. Gabriel de Valencia, pudo hacerlas más continuas y dilatadas, si bien el Padre Ir. Gabriel, aunque maltratado de una larga enfermedad que había tenido, por ser muy fervoroso y celoso de la salvación de las almas, emprendió cuantas pudo. Para este efecto les pareció acertado pedirle al duque una carta para los gobernadores y fidalgos de las poblaciones en orden a que diesen el auxilio convenietite para el mejor logro de su ministerio ; hízolo puntualmente y mandó a su secretario escribiese al pie de la carta del rey las siguientes líneas en lengua portuguesa :

8. {Jesús, Marta. Sobre la carta que S. M. (Dios le guarde) me ha enviado, y al pie del despacho en ella contenido acerca de los Pa- dres Capuchinos que vienen a instruirnos en santas costumbres y en los misterios sagrados de la fe católica romana, para que, estando fir- mes en ella y viviendo cristianamente salvemos nuestras almas, he icordado escribir estos renglones para satisfacer así a mi obligación ;omo al afecto que a dichos Padres profeso. Mando, pues, a los fidal- gos, coluntos y demás vasallos míos, de cualquier estado y condición lue sean, que ejecuten y cumplan, como verdaderos hijos de la Iglesia ' buenos cristianos, cuanto en la carta y despacho de S. M. se contie-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

ne, así en orden a la reformación de las costumbres como en orden al respeto, amor y agradecimiento que deben mostrar a dichos Padres, a los cuales tenemos obligación de respetar y servir como a sagrados ministros del mismo Dios ; y a quien hiciese lo contrario, lo castigaré rigurosamente. Dado en nuestra banza de Bata, a 16 de noviembre de 1648. Don Manuel Alfonso, duque de Bata» (73).

9. iCon Ja carta del rey y esta recomendación del duque salieron dichos Padres a recorrer la Provincia, llevando en sus misiones el or- den siguiente ; en llegando a cualquier banza o libata, enviaban a lla- mar al señor o colunto y le le'ían sus despachos ; después le pedían mandase juntar toda la gente para enseñarles la doctrina y predicarles, y que trajesen los niños o adultos que aun no estaban bautizados ; lue- go se daba forma para que se hiciese iglesia competente adonde no la había ; mientras se fabricaba, que se hace fácil y brevemente, llega- ban los que viven fuera de poblado, que son muchos, y en ese mismo tiempo se informaban de los más piadosos fidalgos, de los abusos y vicios comunes de la gente y del número que había de sujetos enlaza- dos en la pública torpeza de las concubinas, porque el que menos solía tener tres o cuatro, y aun había fida'lgo que tenía treinta, y otros más, y todas en su casa, como mujeres propias.

10. La causa de esta poligamia y vicio tan pernicioso y torpe es bien extraña, porque, fuera de arrebatarles a él su ciego apetito, no tienen gasto alguno con tanta mujer, antes bien ellas sustentan a los amigos a causa de que en aquel reino son las mujeres las que trabajan y cuidan de la hacienda, lo cual sucede así en las más provincias de aquellos climas. Diéronles, pues, a entender la torpeza de su vicio y cuán ajeno era de hombres cristianos el vivir amancebados y más con tantas mujeres, pues, además de estar por esa causa eti desgracia de Dios, privados del derecho de la Iglesia y condenados durante su mal estado a las eternas penas del infierno, por ser contra la ley natural y divina, es también contra las costumbres santas de la cristiandad, don- de cada marido tiene una mujer y no más, y cada mujer im marido en matrimonio santo.

11. Que el tener muchas mujeres era infamia aun entre gentiles que alcanzan alguna luz de razón, y que los hijos que nacían de seme-

(73) Cfr. el original portugués en PAIVA MAN.SO. o. c, p. 1!)9.

LA MISIÓN DEL CONGO

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jante comercio concubinario eran espurios y bastardos, y los del santo matrimonio, legítimos ; que el Sumo Pontífice' les enviaba para que les administrasen este Santo Sacramento, con los demás de la Iglesia, y que ésa era también la voluntad del rey y del duque, los cuales casti- garían severamente' a cuantos quisiesen perseverar en tan infame y pernicioso estado. Donde más cargaron la mano sobre este punto fué en los nobles, en los señores de los lugares y en los gobernadores, como en primer ejemplar para el bien o para el mal común. Muchos se excusaban de casarse, no tanto para seguir el rumbo de su apetito sensual, cuanto por otro abuso de vanidad y locura, diciendo no tenían medios para vestir de gala el día de los desposorios, siendo así que todo su adorno se reduce, en los más, a un pedazo de tela del país, (le las hojas de la palma, con que cubren lo que pide' la honestidad, y a una piel de cualquier animal, que se ponen por banda, todo lo cual se halla fácilmente y es de muy poco valor.

12. En llegando a estar junta la gente, se' iban los Padres a la plaza y se cantaba la doctrina cristiana ; luego la explicaban, detenién- dose en los puntos que había más necesidad, y se concluía la función con un fervoroso acto de contrición. Decíanles misa por las mañanas, la cual no habían oído en muchos años, ni aun sabían muchos lo que era misa. Acabado el Evangelio, se les predicaba, explicándoles los misterios de la misa y la real presencia de Cristo, bien nuestro, en el augustísimo Sacramento del altar. En acabando la misa bautizaban los párvulos, y en el ínterin los muchachos de la escuela, qse estaban más hábiles en la doctrina, catequizaban a los adultos, haciéndoles pregun- tas de ella. Luego tomaban la mano los Padres y los acababan de ins- truir, y últimamente les mandaban hacer el acto de contrición de sus culpas pasadas y los bautizaban. Si había alguno que confesar, los re- servaban para la tarde, y este ejercicio se hacía cotidianamente, dete- niéndose en las poblaciones según lo pedía la necesidad y número de gente .

13. El trabajo que resultaba de dichas misiones era excesivo y singularmente se padecía mucho con los adultos, por su rudeza. Suce- día de ordinario llegar tarde la noticia de la venida de los religiosos, y con eso y el buscar padrinos, que en esto son muy observantes y ha- cen grande aprecio de este parentesco espiritual, los detenían mucho tiempo con harta molestia. Otras veces sucedió estar ya de partida para otros lugares y llegar algunos negros para que los catequizasen

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y bautizasen, y si a éstos les decían que pasasen con ellos a la pobla- ción vecina para catequizarlos con más espacio y convt niencia, res- pondían que no podían, que tratasen de bautizarlos allí y que si no, ellos comerían sal, como los otros.

14. Esta respuesta habían tomado, así de lo que habían oído se hacía en el bautismo, de poner sal en la boca, como del nombre que incautamente dieron al bautismo, por la ignorancia de la lengua, los primeros que comenzaron a bautizar aquellas gentes ; de modo que, como hasta la entrada de los nuestros ni se hacía otra ceremonia que la de poner un grano de sal en la boca del párvulo o adulto, y después echarle el agua, diciendo las palabras que son la forma de este Sa- cramento, dieron en llamar este santo labacro Ncuria Nmungua, que quiere decir comer sal. Con esto la gente, como bozal y ruda, y más en estas naciones, juzgaba que, con comer sal, quedaban bautizados.

15. En razón de esto le sucedió al P. Fr. Antonio de Teruel el caso .siguiente. Llegóse a él un fidalgo, señor de vasallos y muy pre- ciado de discreto, el cual, presumiendo había hecho una cosa grande y que había llevado al cielo un alma, le dijo muy ufano : «Sepa Vues- tra Paternidad que he bautizado un niño muerto.» Conoció el Padre el desatino y, para sacarle del error en que estaba, le preguntó qué era lo que había hecho. Respondió que ponerle sal en la boca y decir- le las palabras: «Yo te bautizo», etc. Por esta causa, y para sacar la gente de este' error, procuraron los Padres introducir otro nombre, llamándole bautismo o lavatorio santo, y en esa conformidad lo pusie- ron en el catecismo y se lo hacían cantar después a Jos niños, para que se' borrase el nombre de comer sal y éste le tuviesen en memoria.»

16. Otro trabajo padecían estos Padres y los demás en nada infe- rior al referido, y era que, cuando habían de partir de un lugar a otro, como era preciso que el señor o gobernador les diese gente que lle- vase la ropa de sacristía y algún maíz o raíces para sustentarse, en sa- biendo los negros que se acercaba la partida, cogían y se escondían por los bosques, por huir de ese trabajo. Esta era la paga y agradeci- miento ordinario de aquella gente, después del trabajo que tenían con ellos en predicarles, bautizarlos, confesarlos y administrarles los d?más Sacramentos. En fin, la materia se disponía de suerte que era preciso haber de salir los señores o gobernadores a buscarlos por los campos, traerlos por la fuerza, y solían ser las doce del día cuando llegaban, tomaban las cargas, pero, como venían de mala gana, corrían con ellas,

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según estilo, de suerte que les hacían ir a los Padres reventando, por no perderlos de vista, y pasando terribles calores y fatigas. Llegaban a las poblaciones y de ordinario tan rendidos del hambre, sed y can- sancio, que apetias se podían menear ; de todo lo cual resultaba luego el caer enfermos y perder las fuerzas.

17. Cuando entraban en los lugares ponían especial cuidado en sa- ber las casas adonde había ítíolos y sacos de trastos supersticiosos con que se curaba la gente en las enfermedades. En hallando algo de esto, lo cogían y le pegaban fuego ; sentíanlo los dueños a par de muerte y procuraban ocultarlo cuanto podían. Para descubrir estas cosas se valían los Padres de los negrillos de su escuela, que' los aaom- pañaban, y, en viendo éstos que alguna persona se curaba con seme- jantes invenciones, se lo advertían a los Padres y acudían luego a casa del enfermo ; pero, apenas los veían entrar por ella, cuando huían cuantas personas asistían a la curación.

18. Con esto quedaban solos los enfermos ; cogían los trastos y I los quemaban y a ellos los reprendían como convenía, enseñándoles

el modo cómo se debían curar, que es por la aplicación de remedios naturales, y principalmente procurando purificar las conciencias y res- ' tituirse a la gracia y amistad de Dios : In semita justitiac, vita dice el sabio ; iter autem devium ducit ad mortem (74). Lo cual tiene lu- gar no sólo en el sentido moral, sino también en el literal, pues no hay dolor más penetrante que así atormente al alma y el cuerpo en tiempo de enfermedad que la espina de la mala conciencia. Esta con- sume la vida y abrasa el alma, y así podemos decir de ella, con más propiedad que Ovidio de otra pena, que le da trato de cuerda al enfer- mo y le abrasa el corazón : Strangulat inclusus dolor, atque cor aestuat intus.

19. Finalmente, estos y los demás trabajos eran tolerables con la gracia de nuestro Señor, y en ellos hallaban estos Padres muchas ayudas de costa de su soberana liberalidad sin los cuales no fuera da- ble el comportamiento. Sólo les era amargo y grandemente sensible el ver que muchos se subvertían y, dando de mano a los saludables consejos con que los educaban, se volvían al vómito de sus torpezas y hechicerías. En la banza de Bata ofrecieron los fidalgos a los Padres se casarían luego y dejarían las concubinas ; pero de todos no fué sino

üi) Prov., 12, 28.

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uno, y, reprendiéndoles delante del mismo duque porque no cumplían la palabra que habían dado, satisfizo por ellos, diciendo que las mu- jeres tenían la culpa, porque ellas rehusaban casarse. En esto pararon todas las amenazas del duque, y así, por estos y semejantes sucesos, conocieron los Padres que todas las promesas eran cumplimientos y que no le temían al duque ni aun al rey en materias de costumbres. Algunos en medio de eso, ya libres y ya esclavos, se casaron luego, pero fueron pocos respecto de los muchos que se esperaban.

1

CAPITULO XXV

I

De otros trabajos que se padecían en el ducado de Bata y de la causa que sobrevino para dejarle los Padres a quienes se encomendó y pasar ha hacer misión a otras

provincias del reino.

1. Era costumbre antigua del reino el dar un paño de palma de una vara de largo cuando se administraba el bautismo a los niños, y por los adultos se daban dos o moneda equivalente a ellos, de cuya limosna se sustentaban los curas cuando los había. A los principios, llevando adelante su costumbre, les contribuían a nuestros religiosos con la misma porción ; mas como nuestra seráfica Regla prohiba el re- cibir dineros y pecunia, no sólo no los admitieron, pero les hicieron saber a los negros que no se recibían semejantes limosnas, empero las que voluntariamente les quisiesen hacer, por amor de Dios, de las cosas comestibles en su propia especie, para su sustento y el de' los intérpretes y gente que ks acompañaba en los caminos.

2. Demás de esto, reconociendo el poco posible de la gente y te- miendo que los muy pobres se retirarían de llegar al bautismo, les anunciaron que nadie dejase de bautizarse ni de llevar sus niños, aun- que no tuviese cosa alguna que poder dar de limosna, pues los bauti- zarían a todos por amor de Dios con mucho gusto y con el mismo les servirían y ayudarían en cuanto ¡es fue'se f>osible. Corrió la noticia por todas partes y se les imprimió tan bien, que de ahí adelante no les acudían a los religiosos con cosa alguna para su preciso sustento, y todos parecían pobres de solemnidad. Por algunos días padecieron ne- cesidad considerable y recurrían a las hierbas del campo para poder mantenerse, y aunque atribuían el suceso a la cortedad de los ánimos y a los pocos medios que tienen, con todo eso les causó extrañeza el que algunos de los más acomodados o fidalgos no se prefiriese a so-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

correrlos con alguna cosa, constándoles de su necesidad y suma po- breza.

3. Apretados, pues, de la penuria y acordándose de las palabraí de Cristo Señor nue'stro, Dignus est opetar'tus cibo suo (75), manifesJ taron su necesidad a alofunos de los nobles para que los socorriesen con algunas legumbres e insinuándoles la recíproca caridad que debían tener con ellos, pues le's estaban sirviendo a todas horas en lo espi- ritual sin interés alguno, añadiertdo que extrañaban mucho la esca.sez de la giente cuando les constaba no tenían otros medios con que sus- tentarse sino las limosnas que le's hacían. Admiráronse mucho los su- jetos a quienes llegaron, y constándoles a éstos que los más que se iban a bautizar llevan algunas cosas comestibles de limosna, entraron en sospecha de que se las disipaban antes de llegar a sus manos.

4. Examinaron bien lo que pasaba y vinieron a descubrir que el demonio de la codicia se había apoderado de algunos negros que' se mostraban familiares, los cuales, con maña y sagacidad, salían a los caminos y, antes de llegar la gente, les prevenían diciendo que apre- surasen el paso, porque los Padres estaban esperando ; que les diesen a ellos lo que llevaban, porque los Padres no tomaban nada para y que a ellos, por intérpretes, se les debía dar la limosna. Con esta pre- vención, no maliciando la gente el engaño, les daban cuanto llevaban ; ellos se quedaban con todo y los pobres religiosos perecían de ham- bre. Publicóse la maldad de los tales negros, y para obviar semejante desorden, se les notificó de nuevo a todos que no les obligaban a dar cosa alguna por la administración de los Sacramentos, pero que', si movidos por piedad y por vía de limosna, llevasen algunas cosas comes- tibles, no las entregasen a otros que a ellos, pues ni les pertenecía ni hasta entonces habían dado permiso para ello a negro alguno en todo el reino (76).

(7.5) Math., 10, 10.

(76) Podemos decir que. si los intérpretes fueron al principio una ayuda y una necesidad para los misioneros, se convirtieron m.ís tarde en verdaderos ob.stáculos para la conversión de los naturales. De tal modo que el V. Cavazzi llega a decir que «las pérdidas espirituales eran proporcionadas a la poca vergüenza de esta gente pe sima que hacia de intérpretes, asi como por el escándalo que daban y el fácil aleja miento del misionero, que no tenia otra casa para habitación sino una cueva y por toda cama una piel». Añade en cambio que precisamente «el desinterés es la base del éxito de nuestro ministerio». Por eso lanza contra los intérpretes los más terri bles improperios, llamándoles «engañadores, malignos, ladrones, mentirosos y ene migos de nuestro fe, simoniacos, hipócritas, traidores, raza de estafadores, católico*

LA MISIÓN DEL CONGO

225

5. Con esta prevención se corrigió el desorden de' los maliciosos, y la gente acudía con lo que podía para ayuda del sustento de sus Pa- dres espirituales, y, habiendo pasado año y medio entre estas y otras penalidades, llegó un sacerdote secular a la banza de Bata con el título de cura o párroco de aquella provincia. Este instó mucho a los Padres a que' tomasen la limosna ordinaria de los paños y moneda del país, alegando que la gente no acudiría a éj en los bautismos y que aguar- darían a que ellos saliesen a las misiones para excusar la contribución de las limosnas de que él se había de sustentar.

6. Disuadiósele de este intento, satisfaciéndole con el texto de nuestra Regla y con otras razones, mediante las cuales se aquietó por entonces ; pero, pareciéndole no podía tener inconveniente el que fuese un esclavo suyo con los Padres para recibir dichas limosnas, se lo pro- puso e instó mucho sobre ello. Consideraron los Padres este' negocio con madurez y, deseando atender a todo con equidad y que no se le perjudicase a aquel pobre sacerdote en cosa alguna ni se embarazase el bien de las almas, pues lo uno se había de sustentar el sacerdote de aquellas limosnas, lo otro, los naturales son tan pobres, que muchos o parte' considerable de ellos no acudían al bautismo por su pobreza, acordaron noticiar del caso a la Sacra Congregación, para que deter- minase lo que se debía practicar en adelante, representándole las razo- nes que ocurrían, y entre días, por parte de los religiosos, el que en todo el reino por entonces se hallaban solos tres sacerdotes seculares, los cuales por no ser teólogos ni de tan suficiente literatura como con- venía, y por ignorar la lengua, no predicaban ni catequizaban a los adultos, por lo que éstos se quedaban en sus errores y amancebamien- tos, y se limitaban a bautizar sólo los párvulos.

7. Convinieron, pues, de un acuerdo el que se remitiese este infor- me a Roma y en el ínterin dejaron los Padres aquella provincia con la ocasión que diremos después. El sacerdote se quedó en su curato y la Sacra Congregación determinó que, pasadas cinco le'guas del lugar donde residiese el cura, pudiesen los religiosos libremente administrar los Sacramentos, sirviéndoles a los mismos sacerdotes de mucho con- suelo y alivio, exhortando los Padres a los feligreses a que ayudasen

en apariencia, pero en realidad peores que los lobos rapaces de que nos habla Jesu- cristo en el Evangelio».

A ello añade el P. Teruel (Ms., c, p. 102), que una de las razones de por qué se I dedicó con todo ahinco al aprendizaje de la lengua congolesa, cosa que antes le parecía imposible, fué «por librarse de los intérpretes que son de mucho estorbo para la conversión de las almasi.

15

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

y sirviesen a sus propios párrocos en lo que pudiesen para que pasasen la vida decentemente.

8. Casi al mismo tiempo que llegó a la banza el sobredicho sacer- dote suce'dió que el duque de Bata tuvo orden del rey para que fuese a la corte ; el llamamiento se ordenaba a que llevase el feudo o tribu- to que acostumbraban pagar de tres en tres años los señores de las provincias, los cuales recogen en sus tesoros las contribuciones de los vasallos, y, en llegando el plazo, las llevan en persona al rey con gran puntualidad y sin gastos tanto en conducciones, ministros, ejecutores y contadurías, como sucede en estos reinos de España. Arbitrio a la verdad digno de considerarse y que le propuso con ciertas modifica- ciones en un manifiesto para alivio 'de los vasallos el limo. Sr. D. An- tonio de Contreras, del Consejo y Cámara de S. M., ministro gran- demente celoso de la gloria de Dios y del servicio del rey, cuyas ceni- zas yacen en nuestro convento de Segovia. que fundó a sus expensas con religiosa magnificencia.

9. Con esta ocasión se despobló toda la banza y la mayor parte de la provincia de Bata. Salió para su viaje' el duque y con él todos los fidalgos acompañándole, a los cuales les corre la obligación de pa- gar respectivamente y de acompañar a sus señores, y este viaje dura regularmente un año en ida y vuelta, y lo hacen todos a costa de sus propias expensas. En el ínterin se quedan las mujeres en sus casas y se portan con tal recato, que no salen de ellas hasta que vuelven los maridos. Por esta causa y ver que nadie acudía a las pláticas y ejer- cicios de la misión, ni habían de acudir en todo el año, dieron aviso los dos Padres a quienes tocó esta provincia, al Prefecto, para que les señalase campo a donde trabajar en su ministerio.

10. Con su informe resolvió el Prefecto que el P. Fr. Gabriel de Valencia pasase al marquesado de Encusu, a donde se hallaba entonces el P. Fr. José de Pernambuco, y que el P. Fr. Antonio de Teruel pa- sase al ducado de Sundi, adonde asistían dos misioneros. Partióse, pues, el P. Fr. Gabriel a Encusu, que dista de Bata veinticinco leguas, y el P. Fr. Antonio se encaminó a Sundi, que está más distante por la parte contraria. En este camino a Sundi está el señorío de Matari ; go- bernábale por entonces una señora pariente del rey, a quien, por so gran nobleza, llamaban su hermana. Recibió esta señora al P. Fr. An- tonio con mucho agasajo y devoción, y le sucedió que, poco despuési de haberse recogido, se comenzó a mover cierto ruido y griterío que le inquietaron notablemente. Estando en este desvelo el Padre y re-

LA MISIÓN DHL CONGO

227

cdando algún motín de la gente, salió de su aposento y, acompañado de un negrillo, se fué poco a poco hacia la parte de las voces ; el mu- chacho paró el oído y en lengua portuguesa le dijo al Padre lo que pudo percibir y que no era riña sino baile.

11. Llegaron a la casa donde se hacía y. no dudando sería con intervención del demonio, según la degradada costumbre de la tierra, halló en ella un hechicero con mucha gente, que bailaban y gritaban confusamente. Apenas le vieron entrar, cuando todos echaron a huir, menos un loco, que por tal le tenían en cepo, al cual el hechicero, por sus intereses, pretendía dar salud con sus diabólicas supersticiones. Pasó luego el Padre a la choza del hechicero y halló unos sacos llenos de trastos supersticiosos, hízoselos pedazos y después los arrojó. Por la mañana dió cuenta a la señora de' la población de lo que había pa- sado y le afeó mucho el que. siendo católica, permitiese en su Estado tan perniciosos hombres, cuyas medicinas eran diabólicas y sólo a pro- pósito oara quitar la vida del alma y del cuerpo. Casi lo mismo suce- dió a dicho Padre en este' viaje en otro lugar ; pero, por ser tan or- dinario en los misioneros el encontrar lances semejantes, los dejare- mos de referir, por no cansar.

12. Fuéle a dicho Padre este viaje' no menos penoso que otros muchos que hizo, así por haberle hecho rodear mucho los negros que le condujeron, como por ser la gente de aquel país más bárbara y gro- sera, y tanto, que tal vez le sucedía dejarle las cargas de las cosas de la misión al mejor tiempo y en despoblado y pedirle la paga del por- tazgo. Un día, entre otros, le sucedió que, estando para partirse de una libata a otra, no había persona que quisiese' acompañarle ; llegaron al mismo tiempo muchos con sus niños en los brazos para que se los bautizase y, viendo que no tenía otro remedio, les ofreció que lo ha- ría con mucho gusto, con tal que algunos le acompañasen hasta la pri- mera libata. Ellos le dieron palabra de acompañarle y en fe de ello se detuvo a bautizar los niños : mas apenas hubo acabado, cuando comen- zaron todos a huir y le dejaron solo.

13. Hizo las diligencias posibles para ver si hallaba algunos y en ellas pasó la mañana hasta el mediodía ; pero como no parecía nadie, recurrió al gobernador y le rogó le diese gente que le convoyase, res- pecto de ser los caminos tan incultos, difíciles y peligrosos, como va- rias veces hemos dicho. Fué el gobernador y trajo cuatro negros ; to-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁI-RICA

marón las cargas y uno tras de otro comenzaron a caminar con tal velo- cidad, que el Padre, corriendo a toda prisa, aun no les pudo alcanzar, y aunque hizo todo lo posible, así por no perder la senda como porque no se las echasen entre algunas matas o pantanos, al cabo los perdió de vista y a la falda de un montecillo se halló con ellas en el suelo, sin parecer por allí negro alguno, quedando con la aflicción que se puede considerar en tierra tan intratable y poblada de fieras.

14. Dió gracias a Dios por lo que le sucedía y, librando en su di- j vina providencia el remedio, comenzó a rezar vísperas. Apetias hubo dicho Deus, in adjutorium méum intende, cuando, repentinamente y por camino no usado, le deparó su Majestad divina un hombre que dijo ser vecino de San Salvador, el cual llevaba una lanza en la mano,

y en lengua portuguesa le preguntó qué hacía allí solo y con aquellas cargas. El Padre k respondió, contándole lo que le hibía sucedido y el desconsuelo en que se hallaba. Sintió mucho el hombre el ruin modo de aquella gente, y como él era cortesano y la de la corte es más ur- bana y caritativa, le ofreció que iría luego a buscar negros que le acompañasen hasta la libata. Fuése y al cabo de tres horas volvió con ellos.

15. ^Tomaron éstos las cargas y las llevaron hasta un lugar del marquesado, adonde los naturales usaron con dicho Padre de mucha caridad, regalándole lo mejor que pudieron : que de esta suerte suele Dios acudir a sus siervos y ministros en semejantes ocasiones, convir- tiendo muchas veces los afanes y fatigas en alivio y refrigerio, para que, por una parte, no les falte el ejercicio de la cruz que van a buscar por su amor, y, por otra, no desfallezcan las fuerzas para poderla He- : var, reservándoles para la otra vida el premio y descanso, que ha de t durar por toda la eternidad.

16. Finalmente, por los lances hasta aquí mencionados, que les acaecieron a los Padres Fr. Gabriel de Valencia y Fr. Antonio de Te- i ruel, a quienes dejamos ya fuera del ducado de Bata, podrá el piadosoi lector reconocer los que en tierra y gente semejantes les acaecerían a los demás misioneros que se hallaban en la misma ocupación en otras | provincias. No se pueden fácilmente ajustar los sucesos para hacer de ellos mención conse'cutivamente ; y, cuando se intentase, sería cosa muy prolija y cansada haber de ir discurriendo por cada uno de los misione- I ros. Por obviar ese inconveniente y que a la historia no le falte la sa- zón que le da la diversidad de sujetos y sucesos, hablaremos de aquí |

LA MISIÓN DKL CONGO

adelante de sólo lo particular que hallamos haber sucedido a los demás compañeros, dejando por suficiente, para venir en conocimiento de lo común y ordinario, lo que' hasta aquí se ha referido de los Padres Fray Gabriel de Valencia y Fr. Antonio de Teruel en el ducado de Bata.

I

CAPITULO XXVI

En que se refiere la muerte del P. Fr. Buenaventura de Cerdeña y se da noticia de los sucesos particulares de la misión del condado de Huandu.

1. Habiendo tratado de la misión de Bata y sucesos de ella sin ha- cer conmemoración de las demás, pasaremos ahora a recorrerlas, pues en el intervalo de tiempo que trabajaron en ella los Padres a quienes se encomendó, sucedieron en las otras sucesos notables que nos llaman a su narración, la cual se hará por su antigüedad, guardando el mismo orden sucesivo para excusar digresiones cuanto fuere posible, y así pa- saremos ahora a tratar de la Bamba, adonde asistió el P. Fr. Buena- ventura de Cerdeña, de cuya virtud, celo, letras y prudencia tantas ve- ces hasta aquí hemos hecho mención, y ahora con más extensión la continuaremos, por acercarnos ya a su dichoso tránsito, al cual prece- dieron las fatigas y trabajos siguientes.

2. Sucedió, pues, que poco antes de salir dicho Padre con su in- térprete a la provincia de Bamba, que fué la que le tocó en el reparti- miento, llegaron avisos de San Salvador de cómo los portugueses ha- bían aportado a Loanda con cierta escuadra de' bajeles y se habían apo- derado de aquella plaza y echado fuera a los holandeses que la ocupa- ban. Con esta noticia, receloso el rey de algún movimiento de los por- tugueses hacia sus estados, determinó que el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, por sus aventajadas prendas, estuviese a la vista para ocurrir a lo que se ofreciese y templar el ánimo del gobernador de Loanda.

8. Con esta instrucción salió dicho Padre de la corte para la pro- vincia de Bamba y, a pocos días que llegó, supo de cierto el suceso y el estado que tenían las cosas de Angola. Pero por cuanto conduce la noticia individual de la restauración de esa plaza, así para el asunto pre-

MISIONES CAPUCHINAS EN AfRICA

senté como para lo que después diremos de la misión de los estados de la Reina Zinga (76a), la referiremos brevemente según lo hallamos en nuestros manuscritos originales, la cual sucedió en esta forma.

i. Por los años de 1648, en el mes de agosto, teniendo noticia los portugueses que muchos de los holandeses que residían en la plaza de San Pablo de Loanda, cabeza del reino de Angola, con ocasión de si- tiar la fortaleza de Mazangano, adonde se habían retirado los portu- gueses cuando perdieron a Loanda el año de' 1645, se habían incorpo- rado con el ejército de la Reina Zinga y dejado casi sin presidio a Loanda, se acercaron al puerto con cinco bajeles y quinientos hombres para restaurar la plaza. Llevó esta armada a su cargo Salvador Co- rrea de y Benavides, y, aunque dentro del mismo puerto se le fué a pique la almiranta, con pérdida de la gente que en ella iba, con todo eso, como era soldado de valor y muy práctico en las armas, viendo oportunidad tan sazonada, arrojó la gente en tierra y a pocos lances se apoderó de la plaza y desde entonces la mantienen los portugueses. Sucedió esta restauración el día 15 de agosto, en que celebra la Igle- sia la festividad de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos y por haber sucedido en ese día, se llama desde entonces la plaza entre los portugueses San Pablo de la Asunción.

5. Restaurada Loanda, dejando en ella el presidio suficiente, echa- ron voz los portugueses, que querían pasar a Mazangano a socorrer a los sitiados. Llegó la noticia y, juzgando los holandeses que eran más en número los pK)rtugueses, como lo creyeron también los de Loanda, unos y otros se rindieron luego sin intervención de más pól- vora y velas que el miedo que concibieron con la entrada de los cinco bajeles de guerra en el puerto en tiempo tan oportuno. Con esta oca- sión se libraron del cerco los sitiados de Mazangano, y los holandeses se dividieron en dos partes : unos quedaron a la obediencia de los por- tugueses y otros pasaron a Pernambuco en embarcaciones que les die- ron para ello.

6. La Reina Zinga, a quien ayudaban los holandeses, aunque muy ofendida de los portugueses por haberla despojado los años antes del reino de los Abandos, levantó también el cerco, luego que se vió sola, no obstante que su ejército era grande y había llegado a poner en mucho aprieto a Mazangano, a quien hace notablemente fuerte un

(76a) El P. Anguiano trata latamente de esta misión en otra parte de este mismo manuscrito, o sea en el Libro segundo, ff. 196-201. .

La misión DEt CONGO

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rio caudaloso qu« le circunda. Desde aqui partió la Zinga con su gente a intentar otra nueva conquista ; metióse la tierra adentro y dejó en posesión a los portugueses. De la conversión de esta reina a la fe y de las resultas de sus guerras se irá dando noticia conforme a la ocurren- cia de los sucesos, y ahora proseguiremos con los portugueses.

7. iQuedó, pues, libre la tierra de los contrarios referidos y por gobernador y capitán general de ella en Loanda, su restaurador Sal- vador de y Benavides, hijo de' padre portugués y de madre caste- llana. Puso en orden los presidios, y, como los portugueses se hallaban sentidos de los de Congo, porque éstos habían dado socorro a los ho- landeses cuando cogieron a Loanda y también porque muchos de sus esclavos, que en aquella ocasión se pasaron al Congo, habían sido ad- mitidos del rey y se servía de ellos, determinó hacerles guerra y la mandó publicar en Loanda y por todo el reino de los Abandos, sujeto a la misma plaza.

8. Pasó la noticia al Congo y llegó a oídos del P. Fr. Buenaven- tura de Cerdeña, que se hallaba ya en la provincia de Bamba en sus misiones, y tanto por obedecer al rey, en lo que le tenía encargado, como por obviar al estrago de la guerra y las malas consecuencias que de ella se habian de seguir en daño de las almas, al punto se puso en camino para Loanda, distante de la banza donde residía entonces cin- cuenta leguas. Habló al gobernador y satisfizo a las quejas de los de su nación, y con su santo celo y razones cristianas recabó con él el que no se rompiese la paz con el rey de Congo. Ofrecióselo así el gober- nador y, en confianza de su promesa, se serenaron por entonces los ánimos y el Padre se volvió otra vez a su banza de Bamba a proseguir los ejercicios de su misión, y de allí a pocos días pasó a San Salvador, a dar noticia al rey del ajuste de la paz con el gobernador, que todo viene a ser camino de ochenta leguas.

9. Habiendo hecho este viaje con tanta prisa, a pie y con gran des- comodidad, ya se deja conocer la fatiga y trabajo que le ocasionaría, pero, aunque fué mucho lo que padeció, con todo eso le conservó Dios las fuerzas hasta concluir la pretensión. Informó al rey del estado de las cosas y de lo que había obrado en servicio suyo y bien común de sus vasallos. Estimóselo mucho, pero ofreciéronse luego nuevas difi- cultades en razón de los tratados de paz, que los del Congo son muy tardos en resolver y obrar a que ayuda mucho su pobreza, y el gober- nador de Loanda, no satisfecho de los congueses, publicó de nuevo la iguerra.

MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

10. Con este aviso, inflamado el caritativo Padre en celo de la glo- ria de Dios, se sacrificó a la Majestad divina por la paz y quietud de sus prójimos y volvió a emprender el mismo viaje para Loanda con la celeridad que pedia la materia, y consiguientemente atrepellando por mil incomodidades que le postraron grandemente las fuerzas. Premióle Dios su buen celo en concederle lo que deseaba ; trató las materias con singular prudencia y destreza y el gobernador se dió por satisfecho y aun le quedó muy afecto a dicho Padre y a sus santos compañeros por los buenos oficios que hacían en razón de la paz entre príncipes cristia- nos. Teniendo muy presente el que poco antes habían recibido los de su nación en la recuperación de la plaza, pues con el consejo e informe de los Padres Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma, cuando pasaron al Brasil para traer sus embajadas al Papa y al Prín- cipe de Orange, el año precedente de 1647, se previno la armada de los cinco bajeles y se lanzaron de aquellas costas los holandeses, cuya vecindad, por ser de herejes y enemigos de nuestra santa fe católica, era a todos molesta y perjudicial.

11. Habiendo logrado dicho Padre los ajustes de la paz con el go- bernador (77), como era forzoso volver a informar al rey de todo lo tratado, sin reparar en lo dilatado del camino ni en que se hallaba ya enfermo, se puso en una red y luego sin dilación marchó para San Sal- vador. Acaeció este último viaje por el tiempo de las lluvias, que en aquel tiempo comienzan a últimos de septiembre, que es cuando fenece allá el invierno, y duran mucho tiempo. Con este nuevo accidente y no secársele el hábito en todo el viaje, se le agravó la enfermedad. Co- menzáronle unas recias calenturas que le duraron un mes, y, aunque en la corte se k hicieron todos los remedios posibles, al cabo le postró la enfermedad de suerte que rindió su espíritu al Creador brevemente, habiéndose dispuesto para ello con muchos actos heroicos de todas las virtudes con universal edificación del rey y de cuantos cortesanos se hallaron presentes a su tránsito y entierro.

(77) Dichas paces se ajustaron en marzo y abril de 1649 entre Salvador Correa y los embajadores del rey del Congo García II : P. Domingo Cardoso, rector de colegio de la Compañía de Jesús en San Salvador ; P. Buenaventura de Cérdeña, Ca- puchino ; Don Sebastián de Meneses y Don Sebastián Teles Barret Maniquinangua

Entre los artículos de «sas paces se concertaron los siguientes : «Que el rey de Congo no permita que ni castellanos ni holandeses moren o pasen por el reino a la reina Zinga. Que la comunicación de los Padres Capuchinos que moran en el Congo, con Roma, se haga por Portugal y Angola. Que el rey de Congo no consienta que a sus puertos venga navio alguno de enemigos, particularmente de castellanos u ho- landeses sin su pasaporte» (Cfr. PAIVA MANSO, o. c, pp. 200-202.— Arquivos de Angola. 2.» serie, 11, 1944. pp. 16{»-173),

LA MISIÓN DEL CONGO

12. Fué sentidísima su muerte de sus compañeros por haber per- dido un hermano tan santo y de tanta importancia para el ministerio de las misiones, en quien tenían padre, doctor y consejero para todas sus necesidades. Los cortesanos semejantemente conocieron la pérdida y celebraron sus exequias con copiosas y devotas lágrimas ; unos de- cían: «Ya murió nuestro padre y maestro, ya falleció el consuelo de la república» ; otros no con menor aflicción repetían las mismas ende- chas, añadiendo : «Ya se ausentó de nosotros el padre de la patria, el maestro de este reino, el pacificador de nuestras discordias, el amparo de los pobres y el consuelo de todos». En medio de su tristeza y de llanto tan universal, se consolaba la gente con la esperanza de tenerle en el cielo por protector y amparo. Y creyendo piadosamente se halla- ba ya en posesión de la gloria eterna, le repetían parabienes y se en- comendaban en sus ruegos y méritos, alegando cada uno los buenos oficios que de él habían recibido en vida para que se los continuase en adelante.

13. Su vida fué de todos modos admirable ; de ella podemos decir lo que San Máximo de San Eusebio Vercelense, que : Virtutum ejus gratia non scrmonibus expone'nda est sed operibus comprobanda. Fué hijo de padres nobles y ricos, de la isla de' Cerdeña. En la niñez se crió en todo temor de Dios, aprendió las primeras letras y descubrió tan aventajado ingenio, que lo dedicaron al estudio de las ciencias. Con este designio lo enviaron a la Universidad de Salamanca, a donde vivió algunos años ; allí se portó con tal circunspección y recogimiento, que no sabía más calles que la de la iglesia y la del estudio. Estas frecuen- taba como únicamente necesarias para vacar al ejercicio de las letras y entregarse a la piedad y devoción. En su trato y conversaciones era modestísimo ; compadecíase de los pobres y los socorría con liberali- dad ; dábanle muy en rostro las desenvolturas de los otros condiscípu- los suyos y, temiendo inficionarse del veneno que suele comunicarse de las malas compañías, trató de retirarse del todo del mundo. Su voca- ción a la religión fué singular y le sirvió de causa instrumental la cam- pana del convento cuando tocaba a media noche, cuyos golpes resona- ban en sus oídos y le parecía le decían: «Vete, no te detengas, y acom- paña a mis siervos en mis alabanzas».

14. Tomó el hábito de los Capuchinos en aquella ciudad y desde entonces se entregó de veras a Dios y fué un vivo retrato de perfec- ción ; su humildad fué profunda y tanto que sus mayores delicias las tenía consignadas en el desprecio y abatimiento. Con ser insigne' juris-

23»

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

ta y excelentísimo teólogo, jamás le vieron hacer el menor alarde de su saber ; ni cuando argüía quiso tirar a concluir a alguno, excepto a los herejes, así por mortificar la propia excelencia como por no oca- sionar pudor a los que sabían menos. Para este efecto prevenía siempre al compañero y le decía que, en habiendo batallado lo suficiente, le ti- rase del manto ; hacíale seña y después, con gran destreza, fortalecía la razón del que impugnaba y lo disponía de suerte que éste quedase al parecer vencedor.

15. En la oración y mortificación, en la pobreza y observancia de la Regla seráfica fué austerísimo ; por estos medios llegó a inflamarse tanto en el amor divino, que sólo deseaba tener ocasión adonde sacri- ficar la vida por la salvación de sus prójimos. «¿De qué sirve solía decir nuestro estudio si no lo empleamos en restaurarle a Dios tan- tas almas como el demonio le tiene usurpadas con sus engaños y astu- cias?» Acordábase frecuentemente de aquella maravillosa sentencia del Apóstol de los indios, S. Francisco Javier, que dice : Mihi vero persepe venit in mentem chxuni Europae Academias versari et insani modo vo- ciferari, conque qui doctrinae plus habent quam charitatis, his compellerc vertís: Heu! quam ingens dnimarun numerus vestro virio periit et ex- dusus coelo defurbatur ad inferas (78).

16. Mandóle el Santo Tribunal de Valladolid que arguyese al pro- tervo Don Lo|>e de Vera y habiéndole concluido, se levantó furioso y le dió una gran bofetada, que llevó con suma paciencia y edificación de los circunstantes.

Finalmente, abrasado en el amor divino y lleno df compasión a sus prójimos, con vivísimos deseos de ayudarles, solicitó el que se le alis- tase en esta apostólica misión ; consiguiólo y, posponiendo todas las conveniencias del retiro de' su celda, renunció los oficios de Dedfinidor, Custodio y Guardián, que ocupaba en Valladolid, y pasó con los demás religiosos al Congo. En este reino trabajó tan fielmente como hemos visto hasta el año de 1648, en que pasó de esta vida a la eterna a re- cibir el premio de sus grandes fatigas en el mes de noviembre, cerca de la festividad de San Andrés Apóstol. Después de' su dichoso trán- sito mostró Dios cuán aventajados fueron sus méritos por la revela- ción maravillosa que referiremos más adelante. De éste su siervo y sin- gular ornamento de nuestra Provincia de Castilla y de' sus heroicos he-

(78) SOLORZANO, De Jure hidiarum. lib. 2, cap. 16, núni. 39.

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ches en el Congo podemos decir con gran razón y concluir con San Máximo en el lugar ya citado, que: Quidquid igitur in hac sancta ple- be potest essc viriutis et gratiae, de Itoc quasi quodam fonte lucidissi- mo omnium rivulorum puritas emanavit (79).

17. Ya dijimos cómo a los Padres Fr. Buenaventura de Corella y Fray Francisco de Veas les tocó la misión del condado Huandu en el repartimiento que se hizo de las provincias. Ahora trataremos de ella siguiendo el orden comenzado. Tiene, pues, este condado en sus confi- nes al septentrión y occidente la provincia de Pemba : al oriente, los reinos de gentiles, y al mediodía los marquesados de Embuela y Am- buila. Llegaron dichos Padres a la banza principal en compañía del Pa- dre Fr. Buenavenura de Cerdeña y de su intérprete Don Calixto, los cuales, pasados dos dias, partieron para Bamba y desde alli, dentro de breve tiempo, a Loanda a los efectos que dejamos referidos. El mismo día que llegaron a la banza de Huandu. por ser festivo, convocaron la gente y propusieron la misión, pero con haber sido grande y plausible el recibimiento que se les hizo, al cabo les sucedió lo que a Cristo nues- tro Señor el día de Ramos en la entrada solemne que hizo en Jerusa- lén : que no hubo quien le convidase a comer.

18. Bien creyeron que el conde u otro fidalgo les hubiese hecho algún agasajo, mayormente constándoks de su pobreza y del trabajo que habían tenido aquel día desde la mañana, pero ninguno reparó en eso y así hubieron de apelar a la mesa del intérprete Don Calixto, cuya vianda se compuso de unos ratones. Los negros de esta provincia, si bien tti el nombre eran cristianos, en las costumbres más parecían eran gentiles que otra cosa. Su perversidad había llegado a términos tan infe- lices que en distancia de ochenta leguas no hallaron siquiera uno que iuera casado legítimamente, por estar todos no sólo enfrascados en sus torpezas, sino cargados de mancebas, según la perversa costumbre del reino y de los demás vecinos.

19. Alentábales a este infernal desorden, el infernal ejemplo que' veían en el conde su señor y príncipe, de quien copiaban en ése y

(79) El P. Buenaventura, aunque se firmaba de Cerdeña. fué natural de Nuoro (Cerdeña) y se llamó Antonio Angel Pirela ; tomó el hábito capuchino en Salamanca el 19 de octubre de 1629 y se ordenó en 1637. Fué Lector de Filosofía (1640-44) y Guardián del convento de Valladolid y Definidor (1644). No se sabe a punto fijo el dia exacto de su muerte ; parece lo más probable haya sido el 14 de mayo de 1649 (Cfr. nuestro Necrologio. o. c, p. 126).

El P. Teruel (Ms. c, pp. 86-87) le tributa muy grandes encomios.

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

Otros muchos vicios, pues, según les informó el intérprete, no sólo te- nía doscientas mancebas, pero observaba varios ritos gentílicos, entre los cuales era uno que, de cuatro en cuatro días, hacía ciertas ceremo- nias en honra del demonio. Era tan observante en esto, que por esa causa no quiso recibir en audiencia a los Padres el día que fueron a hablarle. Extrañaron mucho el que no se dejase ver, pero los criados les satisfacieron, diciendo estaba haciendo sus sacrificios.

20. No obstante lo dicho, comenzaron a predicar y enseñar la doc- trina a todos, confiando en la protección divina les había de dar victo- ria de todos los enemigos, y les sucedió tan prósperamente', que bauti- zaron innumerable gente' y un día con otro se bautizarían hasta cuatro- cientas almas. Casaron a muchos, según el orden de la Iglesia, y to- maron las cosas de la religión otro diferente temperamento del que tenían, y aun hubieran sido mayores los progresos si no fuera por la falta de tiempo y haberse interpuesto la ocasión que luego diremos, mediante la cual sólo pudieron trabajar allí por espacio de quince días. Los juicios de Dios son incomprensibles y en esta ocasión se nos des- cubren soberanamente raros y admirables por todos caminos.

21. En el ínterin que llegó el accidente para cortar el hilo de la misión, sucedieron en ella varias cosas particulares como acontecía en las demás partes ; de ellas notaremos una por ser más especial y ex- traordinaria, la cual le acaeció al Padre Fr. Francisco de Veas. Llegó, pues, este religioso a una libata, donde supo había cantidad de ídolos, y él, inflamado en el celo de la honra y gloria de Dios, fué sacando los c|ue pudo de las casas. Apenas hubo reunido unos pocos, cuando co- menzó la gente a amotinarse contra él ; despreció sus amenazas y qui- so proseguir sus diligencias, creyendo echarían a huir, como solían en otras partes, pero estuvieron tan tenaces en defenderle la entrada en las casas, que le amenazaron con la muerte y no se apartaron de' las puertas.

22. Quiso, no obstante, perseverar en sacarles los ídolos, aunque fuese a costa de la vida ; preparóse para el caso y, aunque por breve rato, les predicó sobre el punto, anunciándoles la grande ofensa que hacían a Dios y «r castigo que tendrían de su mano si no trataban de arrojar de aquellos simulacros y alhajas del demonio. Oyéronle este racionamiento y, probando de nuevo a querer entrar en una casa para sacar los ídolos, se opusieron fuertemente los vecinos y le dijeron las palabras siguientes: «¿Qué piensa el Padre hacer con su porfía? ¿En-

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tiende que ha de morir mártir? Pues advierta que no le quitaremos la vida por ese fin, sino por otros que nosotros tenemos.» Quedóse atóni- to el buen religioso de oír tales razones, pero, aunque no le puso pavor la amenaza, sugerida propiamente del demonio, con todo eso, viéndo- les tan rebeldes y obstinados, trató de dejarlos y suspendió la diligen- cia para ocasión más oponuna.

16

CAPITULO XXVII

1

I

En que se prosigue la materia del capítulo precedente.

1. La ocasión por qu€ cesó tan brevemente la misión de Huandu fué la siguiente. Hallábase la reina Zinga muy ofendida del conde por haberle matado en tiempos pasados algunos capitanes de su ejército y, sin embargo de que tenía paces con el rey del Congo, luego que' le- vantó el sitio de Mazangano se fué derecha con su gente a vengar el agravio. Entró por el condado de Huandu con poderosísimo ejército, que constaba de más de cincuenta mil soldados, entre hombres y mu- jeres, que también éstas pelean, por allá, unos y otros ejercitados por muchos años en la milicia. Llegó la noticia a la banza y el conde no le pareció acertado aguardar el golpe en ella y menos el retirarse al abri- go y defensa de los montes, como se lo aconsejaron los religiosos, pa- reciéndoles ser esto lo más conveniente para obviar muertes, y que la reina se daría por satisfecha con que le dejasen libre la entrada en la banza.

2. Por último, el conde, picado de la vanidad y sin atender a la su- perioridad del ejército de la Zinga ni al consejo de los religiosos, de- terminó salirle al encuentro con su gente y presentarle' la batalla, te- niendo puesta toda su confianza en su valor y en que los suyos sabían bien la tierra y los contrarios no. Hizo reseña para juntar sus huestes y el día 5 de octubre de 1648 dividió la gente en dos trozos : el uno lo llevó el capitán general y el otro el mismo conde. Antes de partirse les dijeron misa los Padres y les exhortaron a todos a que se previniese'n con verdadera j>enitencia, confesándose enteramente de sus culpas y con firme propósito de la e'nmienda y especialmente de dejar las man- cebas y de casarse conforme al orden de la Iglesia.

3. Oyeron las pláticas que se les hizo, mas, con el sobresalto de la guerra y estar tan poco acostumbrados a las cosas del servicio de

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

Dios y a la frecuencia de los Santos Sacramentos, no hacían caso de la confesión. Solos tres fidalgos, naturales de San Salvador, que se halla- ron alli, y el intéprete' se previnieron con los Santos Sacramentos ; los demás no cuidaron de eso. Al fin comenzaron a marchar los escuadro- nes y, por que no les faltase a la hora de la batalla quien les exhortase a hacer un fervoroso acto de contrición, le encargaron al intérprete que, ant€s de comenzar a acometer al enemigo, les mandase hacer di- cho acto con el mayor fervor posible. No sería poco el qu* acertasen con él y más en aquella hora, pues quien no se ha acostumbrado en vida y en tiempo de paz a arrepentirse, será milagro lo sepa hacer en tiempo de guerra y a la hora de la muerte.

4. Tomó la derrota el conde por un lado y el capitán general por otro ; éste tuvo la suerte de no encontrar al enemigo, y así libró bien ; pero el conde, con su gente, pagó la pena de su arrojo y temeridad. Llegó brevemente a corearse con el ejército de la Zinga y, habiendo estado tres días a su vista sin hacerse hostilidad alguna, después al cuarto día se acometieron furiosamente ; mas como los contrarios eran muchos en número y más versados eti las armas, a los primeros encuen- tros los vencieron, quedando muerto el conde con más de quinientos de los suyos ; los demás se procuraron retirar a las eminencias de los montes, que son los castillos y murallas de su defensa.

5. Súpose después en la banza la muerte del conde y la derrota de su gente, y al punto la poca que había quedado, porque las mujeres y niños ya se habían subido a los montes, comenzó a dar gritos y alari- dos y se puso en fuga, no de otra suerte que ovejas descarriadas. De- járonse solos a los religiosos y en menos de un cuarto de hora ya no había en la población persona alguna. Con esta ocasión estuvieron tres días solos con un negrillo que ks ayudaba a misa, sin tener otro basti- mento que una corta cantidad de legumbres. Retiráronse a una iglesia pequeña que habían fabricado y metieron en ella la ropa de la sacristía, no dudando que los enemigos se acercarían luego a saquear la banza, como, en efecto, sucedió.

6. Adelantáronse a explorar la plaza hasta doscientos hombres, tan fieros y horribles en el aspecto, que parecían unos demonios. Llevaban desnudo todo el cuerpo, menos lo que la decencia pide ocultar, para lo cual se servían de un delantalillo de cierta tela de hierba de media vara de largo y ancho. La cara la llevaban pintada con un betún blan- co, la cabeza adornada de un turbante o corona de diferentes plumas de aves y en lugar de banda una cantidad de dientes y muelas de tigres,

i

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leones y otras fieras del país ; y con ademán formidable y prevenidos los arcos y flechas se fueron acercando a la iglesia. El lenguaje era muy bárbaro y el eco tan desapacible, que más parecían lobos que aullan que hombres que hablan.

7. Los religiosos, sabiendo era fiera esta gente y tan inhumana que mataban los hombres para comérselos, escondieron debajo del al- tar al negrillo que les acompañaba y se pusieron a orar y a preparar sus ánimos para cualquier trabajo que Dios les enviase. Después toma- ron los Crucifijos y, armados de fe y confianza en la divina protección, salieron de la iglesia por medio de los bárbaros a ver qué querían ; no hablaron palabra que pudiesen ente'nder, pero, diciendo y haciendo, se metieron los más de ellos en la iglesia y, cogiendo la caja de las vesti- duras sagradas y una botija de vino, que tenían para las misas, y se alzaron con ello. Otros llegaron a registrar el altar y, encontrando al negrillo, le sacaion fuera; el pobrecillo, viéndose en sus manos, comen- zó a llorar amargamente, temiendo ser pasto de aquellas fieras, pero no le hicieron daño alguno ni a los Padres.

8. En lo que se cebaron como bestias fué en las legumbres y, en habiendo dado fin a ellas, les mandaron entrar en medio de los escua- drones y los llevaron como prisioneros a la reina su señora, que con su ejército quedaba dos leguas atrás. Avisáronla de la llegada de los Padres y envió un recaudo con su capitán, que parecía un filisteo, di- ciendo que se aguardasen allí hasta tener nueva orden. En ese ínterin vieron pasar uno de aquellos gentiles cargado con medio cuerpo, de la cintura abajo, que era de los que habían muerto en la batalla. Después se acercó a ellos un escuadrón de soldados con sus banderas y tambo- res y estuvo a la vista como de guarnición hasta que les fué orden pafa que' los condujesen a la tien-da de la reina, lo cual hicieron con muy buena traza militar, poniéndose en dos filas iguales y con los arcos y flechas a guisa de pelea.

9. Llegaron a la tienda de la reina y la hallaron sentada con ma- jestad en una silla ricamente guarnecida ; causaba respeto el verla y aun temor t«ner así ella como todos sus capitanes los arcos y flechas en las manos. Luego se acercaron a la silla y al instante se levantó y Ies hizo cortesía. Ya su secretario la había informado cómo eran mi- sioneros del Sumo Pontífice y de los ejercicios en que se ocupaban en aquellas tierras. Quiso entonces uno de aquellos Padres darle a adorar el Crucifijo que llevaba en la mano, mas ella se retiró y volvió el rostro

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hacia el secretario y le preguntó qué cosa era aquella ; de lo cual coli- gieron que no tenia noticia de las sagradas imágenes.

10. Púsose el religioso el Crucifijo al cuello y la reina los mandó sentar y, después de saludarles con grande afabilidad por medio de su intérprete, les dijo que deseaba sumamente tenerlos eti sus tierras para que a ella y a sus vasallos los instruyesen en la fe cristiana y buenas costumbres. Respondiéronla que deseaban también ellos servir a Su Majestad en eso mismo y que siempre que gustase mandarlos llamar, la obedecerían con mucho gusto. Díjoles más: que tuviesen buen áni- mo y no se' admirasen de aquellas hostilidades y muertes, pues eran su- cesos ordinarios de la guerra : que ella deseaba dejarla y los quería te- ner consigo en tiempo de mucha paz.

11. Maravilláronse los Padres de ver en la reina tanta piedad, do- cilidad y afe'cto a la religión cristiana ; dieron a Dios muchas gracias por el suceso y reconocieron en él una especial providencia del cielo para el logro de su salvación y de los maravillosos frutos que se consi- guieron en los estados que conquistó después de esta guerra en un rei- no de gentiles. Pasada esta primera audiencia le ordenó a su secretario aposentase a los Padres en una tienda apartada de' la suya y que, res- pecto de ir fatigados del camino, les diese luego un refresco y los de- jase descansar.

12. Llevólos a una barraca de paja, cerca de la cual tenían su alo- jamiento algunos soldados ; vieron en el rancho una grande hoguera y alrededor diferentes negros, que con gira y bulla estaban asando car- ne humana ; unos, piernas ; otros, brazos, y otros, espaldas de' sus ene- migos que habían muerto en la batalla ; y cerca de éstos, otros cuan- tos soldados que despedazaban los cuerpos como carniceros y los re- partían a los que iban llegando. Causóles este espectáculo a los Padres increíble horror y, lastimados de ver tal atrocidad, salieron de la barra- ca pidiendo a Dios misericordia con lágrimas y suspiros diciendo : «No quiera Dios que nuestros ojos vean tan inhumana crueldad», y se' reti- raron de aquel sitio.

13. Dieron luego aviso de su salida a la reina y al instante les man- dó ir a su presencia; en llegando les habló de esta suerte: «Padres míos, siento vuestro desconsuelo ; sabed que yo y mis capitanes no co- memos carne humana, sino los soldados ordinarios ; no os admiréis la coman, que están acostumbrados a ella y no es fácil e'n tiempo de gue- rra quitarles esa costumbre.» Mandó hiego que les pusiesen alojamien-

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to cerca de su tienda y tomaron el refresco que les envió, que fué un plato de carne de venado, con lo demás necesario, y de allí adelante, a sus horas, les envió la misma vianda con una de sus doncellas o meni- nas y dos capitanes, con un recaudo tan cortés y afable como era decir : «Que la reina su señora enviaba aquel regalo a sus hijos, que le comie- sen sin recelo, que no era carne humana.»

14. Tres días detuvo la reina a dichos Padres en su ejército y en ese espacio de tiempo la visitaron muchas veces y le dieron difusa no- ticia de la religión católica ; oíales con singular gusto y le parecía todo muy bien. Con esta ocasión la exhortaron a que la abrazase y dejase los errores que seguía y a que se recogiese con su gente a poblaciones para tratar de servir a Dios ; y asimismo la rogaron que no permitiese que los soldados comiesen carne humana por ser manjar tan horribls, no sólo a los cristianos, sino a los mismos gentiles, y acción más pro- pia de fieras silvestres que de hombres racionales.

15. Respondióles diciendo : «Padres, deseo recogerme con mi gen- te a poblaciones y os ofrezco hacerlo cuanto antes para que todos tra- temos de vivir bien ; pero, en cuanto a quitarles la costumbre de comer carne humana a los soldados, no es posible durante la guerra.» No qui- sieron apretar más la materia por entonces; y asi. en confianza de la palabra que les había dado de llevarlos a su tierra en tiempo de paz para que la instruyesen en la fe católica, lo dejaron por no desazonarla. Suplicáronla, por último, se sirviese de darles licencia para partirse a San Salvador a dar la noticia a su Prelado de sus buenos deseos y de las honras que les había hecho. Concediósela con mucha benignidad, tanto por hacerles ese agasajo como porque tenía ya determinado el marchar luego a conquistar un reino de gentiles que confina con sus tierras y se llama Matamba.

16. Acaeció por entonces hallarse allí un embajador del rey del Congo y para mayor seguridad de los Padres le mandó la reina los acompañase hasta San Salvador. Ordenó asimismo les diesen provisión para el camino, y los despenseros les entregaron a los criados del em- bajador un cerdo, cantidad de legumbres, harina y sal : fineza a la ver- dad de mucha estimación y liberalidad en aquella tierra, aunque fué muy corta provisión para tanta gente, pues sólo el embajador llevaba consigo a su mujer y más de cuarenta personas.

17. Despidiéronse estos Padres de la reina, dando las gracias y icordándola tuviese en memoria lo que le habían predicado en orden

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a su salvación. Manifestó de nuevo sus buenos deseos ; dijo que a su tiempo les avisaría, como lo hizo, y sucedió lo que en su lugar dire- mos, que es bien para alabar a Dios y uno de los frutos admirables que consiguieron los Capuchinos con el divino auxilio en estas misiones de Africa. Esta resolución tomaron dichos Padres con ánimo de partici- parle al Prefecto cuanto les había pasado, así en la banza de Huandu como con la reina Zinga, y también a fin de que los ocupase en alguna nueva misión o los incorporase en las otras del reino, respecto de que en Huandu en mucho tiempo no había esperanza de hacer algún fruto por la pérdida de la gente y estar la restante desparramada por los mon- tes, y principalmente por no tener cabeza que los gobernase hasta la elección del nuevo conde, que todo prometía largas dilaciones (80).

(SO) Esta reina se llamó Nzinga ¡Mbandi Ngola. más célebre y más conocida con el sobrenombre de Zinga. Se bautizó a los 40 años en Loanda, en 1622, y tomó en- tonces el nombre de Da. Ana de Sonsa, aunque conservó su antiguo nombre, y se distinguió por las muchas guerras en que intervino. En 1656 pasaron los Capuchinos a evangelizar su reino, haciéndolo el primero el P. Antonio de Gaeta. Desde enton- ces se convirtió de veras al cristianismo y murió a los 81 años de edad, el 17 de di- ciembre de 1662 (Cfr. Notas para una Cronología, etc., pp. 45 y 50-51).

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CAPITULO XXVIII

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Cómo los dos misioneros de la Zinga se partieron para San Salvador y de allí pasaron a plantar la misión al marque- sado de Encusu; refiérense varios trabajos y sucesos que

les acaecieron en ella.

1. Partieron los dos misioneros de la Zinga para San Salvador en compañía del embajador referido, y hubo bien que ofrecer a Dios en este viaje, porque tuvieron muchos sobresaltos por espacio de cinco días, en los cuales no encontraron otra cosa que fieras, elefantes, bue- yes selváticos y otros semejantes. Al quinto día se les acabó la provi- sión y a todos les apretó el hambre y sed de calidad, que les fué preci- so a la gente del acompañamiento sustentarse de' langostas de que está cubierta aquella tierra. Para los religiosos no hubo otro mantenimiento que unas legumbres que reservó el embajador, las cuales hizo cocer y poner en un costal para el viaje.

2. Fuéles también notablemente molesto el camino por la aspereza del territorio y especialmente por haber pasado todo un día por cierto paraje tan poblado de hormigas que cubrían el suelo, y son tan fieras que les roían los pies. Tardaron en llegar a San Salvador veinte días, a donde se detuvieron después cuatro meses para repararse de las fatigas de tan larga y penosa jornada. Luego les ordenó el Prefecto que fue- ran a plantar la misión al marquesado de Encusu, cuya banza principal dista de la corte cuarenta leguas.

3. En esta nueva peregrinación hasta Encusu hubo también mu cho que padecer por Jas grandes incomodidades del país y pasos peli- grosos de los ríos y lagunas. Algunas veces les sucedía caminar distan- cias de media legua y otras veces más por partes donde les llegaba el agua hasta las rodillas, a que se juntaba el temor de ser asaltados de

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los cocodrilos o caimanes que se crían «n aquel paraje, y en tierra, de los elefantes, de todo lo cual abunda el marquesado. Empero todo esto fué poco respecto de lo que padecieron con la barbaridad d¿ aquellas gentes, por ser más fieros que los brutos y tanto, que podemos decir se hallaban en ellas juntas todas las barbaridades, vicios y supersticio- nes que estaban repartidas por las demás provincias. Hallaron hechi- ceros sin número, ídojos y sus sacerdotes a cada paso, nuevos casos de invocación del demonio, a todos amancebados y llenos de vicios de mil maneras y reducido todo a un retrato del infierno por sus pecados y maldades.

4. (Llegaron a dicha banza el día de los Santos Inocentes y no ha- llaron en toda ella quien supiese hacer la señal de la cruz, excepto una negrilla natural de San Salvador, que sabía bien la doctrina cristiana. Fuéles preciso a los Padres valerse de ella y del intérprete para ense- ñarla a los demás. El día siguiente propusieron la misión y, después de haberles anunciado el fin a que iban y lo que les importaba aprovechar- se de tan buena ocasión para salir del mal estado en que vivían y res- tituirse a la amistad de Dios, les exhortaron a que acudieran a las mi- sas y sermones y a que enviasen sus hijos a la escuela para que apren- diesen la doctrina cristianá y buenas costumbres. Leyéronles la carta del rey en que les mandaba lo mismo ; y, aunque por la novedad acudió alguna gente el primer domingo a misa y por la tarde a la doctrina, en el siguiente ya era menos la que acudió, y ninguno por la tarde a la plática y doctrina. Viendo tal tibieza y descuido, acordaron valerse de la autoridad del marqués, pareciéndoles ser un medio eficaz para com- pelerlos a que acudiesen.

5. No dejó de surtir algún efecto esta diligencia y poco a poco se fueron disponiendo los ánimos. Comenzóse la labor evangélica y, ha- biendo sabido los Padres que en una libata que estaba a dos leguas de la banza tenia la gente cierto ídolo célebre, que llamaban el dios del campo y le estimaban sobremanera, se resolvió el P. Fr. Buenaventu- ra de Corella a ir y cogerle para quemarlo. Dispuso con silencio el viaje y llevó en su compañía al intérprete y algunos criados de éste' ; pero, cuando llegó a la libata, ya lo habían escondido. No obstante, mandó juntar la gente y les hizo una plática en que les reprendió sus vicios e idolatrías, ponderándoles mucho cuán gran pecado cometían en ado- rar al demonio, siendo cristianos.

6. Pidióles después el ídolo para llevarlo a la banza y pegarle fue- go en la plaza ; negáronsele y, viendo que no le bastaban ruegos ni

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exhortaciones para que se lo manifestasen, mostró con ardiente celo y una santa indignación de que quería dar cuenta al rey de' lo que pa- saba y, por ver si se movían a entregar el ídolo, le dijo al gobernador que se dispusiese porque le había de llevar a la presencia del rey, en quien hallaría el castigo de su culpa. Ninguno de estos medios bastó para el caso, antes comenzó a tumultuar la gente y a irritarse, de suer- te que le fué preciso al Padre omitir la pretensión para tiempo más oportuno.

7. Volvióse después a la banza y la halló también amotinada con- tra su compañero ; a uno y otro les dijeron mil oprobios y, entre ellos, que iban a engañarlos, y por último les amenazaron con la muerte y que en el ínterin tuviesen entendido que no habían de salir de la banza a parte' alguna sin licencia y permiso del marqués. Alborotada la gente en esta forma, se dedicaron a sosegarla y a ponerla en razón, dándoks a entender cómo no pretendían sino su salvación y el sacar sus almas de pecado. Y últimamente les hicieron saber que' habían de ejercer su ministerio apostólico libremente para provecho de sus almas y cumpli- miento de su obHgación. Hablaron al marqués para que mandase entre- gar el ídolo y también escribieron al rey, pero todas fueron diligencias infructuosas para el caso por estar tocados todos del mismo contagio.

8. Viendo que no habían podido descubrir el ídolo, pasaron a poner fuego a otro no menos venenoso y tanto más perjudicial cuanto le te- nía cada uno más radicado «n los huesos. Este era el vicio infernal de 1^ lascivia y estado concubinario, el cual suele andar conjunto con la idolatría. Hizo el P. Fr. Buenaventura vivísimas instancias con el mar- qués y fidalgos principales en orden a que dejasen las concubinas y casasen, pues, en no empezando las cabezas a reformarse en las cos- tumbres, no se puede recabar nada con los vasallos y esclavos. Empe- ro no hubo forma de reducirlos a eso, dando todos por excusa el decir que eran caballeros y que no les era decente casarse con mujeres al- deanas del país, sino con las de la corte, que eran conformes a su ca- lidad.

9. Verdaderamente que podemos decir de los naturales de este mar- quesado por sus vicios y perversidades, lo que San Pablo refiere en la Epístola a Tito, su discípulo, de los de Creta o Candía: Cretenses sem^ per mendaces, malote bcstiae, ventre pigri (81), pues, en medio de Ma-

(81) Tit., 1, 12.

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sonar esta gente de cristianos y de estar bautizados, sólo tenían el nombre de tales y el carácter del bautismo, con que su fe en Jesucristo se reducía a sola una denominación extrínseca, confesando a Dios con los labios y negándole con las obras, que es tan malo, si no peor, que ser gentiles, pues confitentur se nosse Dewn, factis autem negant, cum sint abomina biles et incredibiles et ad onim opus bonum repro- bi (82). Con todo eso perseveraron los Padres en reducirlos a verda- dera penitencia, confiando en que la piedad divina les concedería algún fruto con el tiempo, aunque los ánimos se mostraban tan fieros y obs- tinados.

10. Pasados dos meses, tuvo or-den el P. Fr. Buenaventura de Co- rella del Prefecto para ir a San Salvador a suplir al P. Fr. José de Pernambuco, que hasta entonces había asistido en aquella corte ense- ñando a leer y escribir a los muchachos, y ejetcitando ías ocupaciones ordinarias del pulpito y confesando. Informó el P. Fr. Buenaventura al Prefecto de lo que pasaba en el marquesado de Encusu y, por más práctico en la lengua y para que se fuera repartiendo el trabajo, envió a Encusu al P. Fr. José para que ayudase al P. Fr. Francisco de Veas con orden de que, en teniendo ocasión, se alargasen hasta el marque- sado de Zombo que es vecino al de Encusu.

11. ^Llegó el P. Fr. José de Pernambuco y trabajó esforzadamen- te y con su trabajo y el auxilio de su compañero Fr. Francisco, y es- pecialmente con el de Dios, con las continuas pláticas y exhortaciones y mucha paciencia, fué Dios servido que se redujesen muchos a vivir cristianamente. Después se extendieron al marquesado de Zombo ; en él bautizaron a innumerables personas que no lo estaban, predicaron y enseñaron la doctrina cristiana ; derribaron ídolos y abrasaron a los que llaman quinpaces, que son ciertos sitios o casas apartadas adonde se solían juntar hombres y mujeres con forma de cofradía, a su pare- cer Hcita y santa, y cometían mil torpezas sin reparar en sexo ni pa- rentesco.

12. También sentían a par de muerte el que' les quemasen estas casas diabólicas, en razón de lo cual reíeriremos lo que le sucedió ca- mino de Zombo al intérprete del P. Fr. José de Pernambuco. Mandóle que se' adelantase un poco a la banza de Zombo y en el ínterin se quedó el Padre pegando fuego con los muchachos a una de las casas referi-

(82) 'Jit.. J, t«.

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das. Súpolo la gente que solía acudir a ella y le salió al encuentro al intérprete, que se llamaba D. Ventura, hombre virtuoso y que había sido embajador en Holanda. Apenas le hubieron a las manos, cuando le acometieron furiosamente y le dieron muchos palos y golpes tan re- cios, que derramó mucha sangre y le dejaron por muerto. Volvió en como pudo y, viéndose solo, se levantó del suelo y se fué a una cruz que estaba cerca del camino y con la misma sangre escribió en ella estas palabras: Aquí mataron al mártir Buenaventura por la defensa de la fe católica. Y después se fué a la banza que está cerca.

13. Pasadas algunas horas llegó el P. Fr. José a hacer oración a la misma cruz y kyó el sobredicho letrero, con que juzgó sería muer- to su intérprete. Dió gracias a Dios por su fejiz suerte y, teniéndole por mártir, prosiguió el camino, discurriendo adónde habrían echado su cuerpo los matadores ; entró en la banza y, hallándole vivo, le dijo sonriéndose: «¿Qué tragedia es ésta, amigo Buenaventura? ¿Vos vivo, cuando yo juzgué que teníamos ya en Congo un mártir negro?» Res- pondióle el intérprete diciéndole : «Padre : como me vi tan cerca de serlo y me dieron tantos palos, escribí aquellas palabras de Ja cruz, teniendo por cierto que Vuestra Paternidad había de ir, como acostum- braba, a adorarla, a fin de que supiese, si me mataban por dicha, que Buenaventura moría como católico y por defensa de la fe santa que profesa la Iglesia romana.

14. Al P. Fr. Francisco de Veas le sucedieron por su parte dos ca- sos bien notables, cuya noticia puede conducir mucho para confusión de los que, teniendo más luz y obligaciones de ser buenos cristianos, no sólo no aman ni sirven a Dios, único soberano dueño de lo visible e invisible, pero ni aun le dan el culto y veneración extrínseco que solían dar a sus ídolos y simulacros muchos de los negros de esta provincia. Sucedió, pues, que caminando dicho Padre desde Encusu para Zombo a verse con su compañero Fr. José, para la disposición de algunas co- sas, llegó a cierta libata y los muchachos que le acompañaban, como advertidos ya en la materia, le dieron noticia de que allí cerca había cierta casa encantada de un nganga ngombo, o sacerdote de ídolos, grandísimo hechicero.

15. Fuése el Padre derecho a ella y, en entrando, encontró canti- dad de' ídolos y de sacos llenos de trastos para hechizos y el nganga ngombo, que era un viejo de baja figura y tan estropeado, que apenas se podía tener en pie'. Como vió éste al Padre en su casa y que iba re- cogiendo los ídolos para quitárselos, comenzó a dar gritos ; acudieron

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los vecinos al ruido de las voces y en breve rato se juntaron todos los de la población. Viéndolos ya juntos los reprendió el Padre áspera- mente, siguiendo el consejo de San Pablo dado a Tito su discípulo para los de Creta, en ocasión semejante: Omnia munda rnundis : coin- quinatis aufem et ¡nfidelibus nihil est mundum, sed inquinatae sunf corum et mens et conscientia. Quam ob causam increpa ilins dure, ut sani sint in fide (83).

16. Después hizo pegar fuego a los ídolos y sacos, con que vien- do el destrozo que hacía en ellos, no sólo k amenazaron con la muerte y a los que iban con él, pero, arrojándose a las llamas de la hoguera muchos, sacaron los que pudieron, aunque medio quemados, y echaron a huir con ellos. Los demás, prosiguiendo en su furia y amenazas, qui- sieron acabar con el Padre y su gente, con que le fué preciso suspen- der por entonces la quema de la casa y, cogiendo los ídolos restantes, los mandó llevar a la banza de Zombo para hacer de ellos una solemne hoguera en la plaza y que sirviese esta acción de castigo ejemplar a todos los de la provincia que adolecían de semejante peste.

17. Sintieron esto los negros de la libata notablemente y, en ven- ganza del caso, no le quisieron llevar al Padre la ropa de la sacristía ; con que se vió precisado a dejársela allí y partirse con los ídolos. Ape ñas le vió marchar el viejo hechicero, cuando partió arrastrando tras de él y le fué siguiendo por espacio de una milla, pidiéndole con vo- ces, lágrimas y gemidos le diese las imágenes, que así los llamaba. Repitió voces y gritos sin modo ni tasa, pero como el Padre no hacía caso de sus ruegos y plegarias, llamó aparte los muchachos que iban cargados con los ídolos y les ofreció dádivas y demás aun un cerdo si les sacaban al Padre los ídolos y se los volvían.

18. Refiriéronle los muchachos lo que había pasado y el religioso se quedó atónito, considerando que aquel hombre desdichado y carga- do de años amaba más tierna y cordialmente a sus ídolos, fábrica de sus manos, que innumerables cristianos a Dios, nuestro único bien. Señor y Creador de todo lo visible e invisible. Caso bien semejante, por cierto, al que se refiere en el capítulo dieciocho del Hbro de los Jueces, pues, habiéndole hurtado ciertos soldados un ídolo a Micas, gentil e idólatra, les fué siguiendo, dando lastimosas voces, y pregun- tándole por qué lloraba, respondió diciendo : «Bueno es eso : habéis-

(83) Tit.. 1. 14-15,

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me quitado mis dioses, obras de mis manos, ¿y m^ preguntáis que por qué doy gritos?» Déos meos quos mihi fcci tulistis et dicilis : quid tibí' cst? (84). Pero aun hizo más el otro, pues llegó a ofrecer dádivas por el rescate de sus ídolos.

19. En el mismo camino dt vuelta para Encusu le sucedió a dicho Padre otro caso bien notable ; llegó a cierta libata diferente de la pa- sada y, como tenía ordenado a los muchachos que le acompañaban que, en viendo ídolos o señales dí- hechiceros le avisasen, ellos se ade- lantaron y hallaron una mujer con un niño en los brazos, la cual tenía un ídolo y algunos envoltorios de' hechiceros. Dijéronselo al Padre y fué allá ; reprendióla, como era justo, y pidióle le entregase los ídolos ; respondió que de ninguna suerte, porque aquel ídolo daba y guardaba la vida a su hijo. Procuró el religioso sacarla de aquel error y, viendo que aun resistía el dar el ídolo y trastos, mandó a los muchachos que se lo quitasen. Cogiólos y redújolos a ceniza, y también la casa, para escarmiento de otros.

20. Al P. Fr. Jerónimo de Montesarchio en otra provincia le su- cedió otro caso semejante y aun de mayor admiración, pues habiendo quemado unos ídolos, lo sintió tanto una mujer que los tenía, que se cayó desmayada en tierra y estuvo por largo rato casi difunta, que es cuanto hay que ponderar. Todos nuestros religiosos tuvieron mucho que trabajar en esta materia y por esta causa, si Dios no los librara poderosamente, estuvieron varias veces a punto de perder la vida por ser cosa intolerable a los naturales el que les quemasen los ídolos, y tanto, que se arrojaban al fuego para sacarlos y huían con ellos.

21. Padecieron los Padres de esta provincia de Encusu innumera- bles trabajos de varios modos, y en una ocasión especialmente tuvieron por cierto el que acabasen con ellos. Fué el caso que había en la igle- sia de la banza principal unos sepulcros elevados de ciertos fidalgos que estaban allí enterrados, y, tanto por estar en medio de ella y em- barazar el paso, como por haber muerto impenitentes, sin Sacramen- tos y cargados de mancebas, les pareció conveniente quitarlos de allí y echarles fuera de sagrado. Súpolo la gente y se conmovieron, de suer- te que quisieron poner en ellos las manos y matarlos. Tuvo noticia el rey del desacato de la gente y mandó prender a los principales agre- sores del tumulto y descomedimiento y determinó que fuesen castiga-

(84) Judie, 18, 24.

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dos con pena capital. Intercedieron por ellos los Padres y, después de muchas súplicas, los perdonó.

22. Al fin, con la caridad y tolerancia, con las exhortaciones y doc- trinas, se fueron ablandando aquellos empedernidos corazones y se re- dujeron a buena forma de vida. Casaron a muchos de aquellas dos pro- vincias y, entre ellos, a nueve fidalgos de la banza de Encusu ; pero como la mujer de uno de ellos tuviese sospechas de que le hacia trai- ción, s€ apartó luego de él y no hubo forma de reducirla a que vol- viese a hacer vida maridable con él. Fué éste un mal ejemplar para los restantes y tanto, que de allí en adelante no se quisieron casar otros de la misma banza, temiendo no les sucediese otro tanto. Sienten terriblemente el que los maridos no les guarden fidelidad.

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CAPITULO XXIX

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De las misiones de Soñó y Loanda y sucesos par- ticulares de ellas.

1- ^Con el cultivo espiritual que por todas partes dieron los nues- tros a las provincias del reino del Congo, no sólo en él fué plausible su celo apostólico sino que se extendió su opinión a los vecinos, y de tal manera se vino a difundir, que no sólo la reina Zinga y otros reyes gentiles los llamaron para sus tierras sino también los portugueses que residían en Loanda, para cuyo efecto conviene presuponer que no sólo los necesitaban para su reino de los Abandos, sino principalmen- te para solicitar la renovacón de costumbres de los moradores de la misma plaza de Loanda, porque, habiendo precedido las guerras con los holandeses, su trato y mala vecindad, la concurrencia de varias na- ciones a su puerto y constar la mayor parte de todos aquellos presi- dios de gente libre y depositada en ellos por sus excesos, según la po- lítica que se practica en Portugal, había llegado la relajación de cos- tumbres a tan infeliz estado, que pedía pronto y eficaz remedio.

2. Instados, pues, los ministros eclesiásticos y seglares de Loanda del temor de Dios y de su misma obligación y, viendo tal corrupción de costumbres, acordaron pedir Capuchinos para su remedio, y, com- prometiéndose todos en su gobernador y capitán general, Salvador Co- rrea de y Benavides, escribió éste al Prefecto de Congo pidién- dole se sirviese de enviarle algunos de sus religiosos para que hiciesen misión en Loanda, por hallarse con suma necesidad aquella ciudad y su tierra ; en lo cual haría a Dios un gran servicio y a todos sus vecinos una obra de gran piedad, a que todos procurarían corresponder con el justo agradecimiento en cuanto se les ofreciese para su santo minis- terio .

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3. Leyó el Prefecto la carta, cuyo contenido se reducía a lo re- ferido, y, hallando ser justa la petición, escribió a los Padres que resi- dían en Soñó para que, por más cercanos y poder ir embarcados en breve tiempo, pasasen a Loanda a plantar allí la misión. Con este orden se partió el P. Fr. Serafín de Cortona, llevando en su compañía al Hermano Fr. Francisco de Licodia. Fueron a desembarcar a Luanda y los portugueses los admitieron con tal benevolencia, que luego in- mediatamente a los primeros sermones, por común acuerdo de ecle- siásticos y seglares, les entregaron para su habitación y ejercicios or- dinarios la iglesia de cierta cofradía, que es muy capaz, y desde enton- ces tenemos allí convento (85).

4. Predicaba dicho Padre con admirable fervor y eficacia, y, des- pués de haber reducido la gente al amor y temor santo de Dios y gas- tado muchos días en componer enemistades, desórdenes y satisfaccio- nes, ya que vió cuán benigno le había asistido el Cielo, pues parecía aquella ciudad un paraíso de delicias espirituales, para asegurar mejor los frutos conseguidos, fundó las congregaciones siguientes : una de los eclesiásticos y otra de los seglares, los cuales acudian tres días en la semana a nuestra iglesia a las pláticas, Rosario y disciplinas, como en el Congo. Decían sus defectos al Padre en pública congregación y los corregía y daba alguna breve penitencia que les servía de recuerdo para la enmienda y andar vigilantes en el servicio de Dios. Tenían sus oficiales y celadores para todo, y con estos devotos ejercicios y la fne- cuencia de los Santos Sacramentos, no es ponderable el fruto que has- ta hoy se experimenta en Loanda y el ejemplo de virtud que se ve en esta ciudad.

5. Entre otras santas instituciones que dejó en ella este insigne operario fué la de la oración de las Cuaretita Horas. Celébrase en Loanda con tanta piedad y devoción en la Semana Santa, que aseguran los religiosos que lo han visto, ser una cosa del cielo y el remedio más saludable para el provecho de las almas y apartarlas de sus vicios, de cuantos ha inventado la piedad cristiana. El primer instituidor de esta santa y sagrada invención fué el V. P. Fr. José de Ferno, hijo esclare- cido de la Capucha y devotiísimo de la pasión y muerte de nuestro

(85) Se establecieron en Loanda los predichos religiosos a mediados de diciem- bre de 1G49, tomando posesión de la ermita de San Antonio donde levantaron hos- picio o residencia. A fines de 1654, siendo Preíecto de la misión el P. Jacinto de Ve- tralla, puso en I.oanda la sede de la Prefectura, buscando el evitar asi muchas in- trigas de parte del rey del Congo (Cfr. Ñolas para vua Cronología, etc., p. 49;.

La misión del congo

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Redentor. El modo como se practicó «n Italia, donde tuvo su princi- pio, €S muy diverso del que se usa en España. Gobiérnanse en la fun- ción los de Loanda por el estilo de Italia, pues es el siguietite.

6. Tiénese patente el Santísimo Sacramento y, para ganar jubileo, 'confiesan y comulgan los fieles. Después, uno de los religiosos, que comúnmente suele ser el predicador de la Cuaresma, predica todas las Cuarenta Horas por espacio de un cuarto de hora en cada una, poco más o menos, y, si predica en horas interpoladas, se reparten en tres días, comenzando desde el Domingo de Ramos ; mas la indulgencia no se gana sino en las Cuarenta Horas primeras. Exhorta al pueblo a la imitación de la Pasión del Señor, tomando tema proporcionado al asunto, a la destrucción de los vicios y al séquito de las virtudes, y concluye siempre con un acto fervoroso de contrición, y se termina la ¡función con una disciplina en las espaldas, en la cual se canta el Mise- rere y otras devotas oraciones.

7. Repártense las horas por su orden ; primero asiste el Obispo

0 su Vicario con todos los canónigos y sacerdotes de la catedral, los cuales van procesionalmente con las mortificaciones que les dicta su devoción. Luego le siguen a otra hora las parroquias con los curas ; luego, el gobernador y regidores ; luego, los capitanes, cada uno con los soldados de su compañía. Tras de éstos, los ciudadanos por sus Eufemios, y asi los maestros de escuela, con sus discípulos, y hasta los

"asclavos tienen también su hora. Las mujeres, ya casadas y ya donce- las, van aparte y a hora competente de día, para obviar cualquier lesorden.

8. De manera que no queda nadie en la ciudad que deje de acudir

1 e'ste santo ejercicio ; todos van de comunidad procesionalmente con ai cruz y a sus horas y por sus turnos, y con tal puntualidad, que an- es de salir de la iglesia un gremio, ya está el que sigue esperando a la )uerta. La iglesia casi siempre está llena de gente, porque mu- :hos, después de haber hecho su función, se vuelven a oír las otras )láticas, y en el ínterin que el predicador toma algún alivio, suele su- plir otro por él.

9. Como los ejercicios son tantos y de tanta piedad y los sermo- les todos a la hora y con el fervor posible, resultan de ellos increí- )les frutos. Lo primero se detestan los vicios y se purifican las con- :iencias con los Santos Sacramentos ; luego se le da a Dios una públi- a satisfacción de los pecados cometidos y se le pide perdón y miseri-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

cordia. Allí se reconcilian públicamente las «nemistades, cesan los odios ^

y rencillas. Asiste a todo el predicador y, según la nómina que le han P

dado los superiores y cabezas de cada gremio, dispone las cosas para ' que tengan su logro con la mayor prudencia y discreción posible.

10. De esta mudanza del P. Fr. Serafín de Cortona a Loanda se siguió otra de San Salvador a Soñó, pues, para suplir su falta, envió' el Prefecto luego al P. Fr. Buenaventura de' Corella a aquel conda- do, y, en lugar de éste, llevó a San Salvador al P. Fr. Francisco de Veas, que residía en Encusu, de suerte que quedó solo en aquella mi-' sión el P. Fr. José de Pernambuco, hasta que el P. Fr. Gabriel de i Valencia, que asistió primero en Bata, le fué a ayudar para dar la labor conveniente a todo el marquesado de Encusu. Esta delación de las mudanzas de los sujetos es precisa para la mayor inteligencia dC' los sucesos, las cuales eran inexcusables por los accidentes que se ofrecían a cada paso, así de falta de salud y reparo, como por ocurrir i prontamente a la necesidad de los pueblos y peticiones de los prínci- pes, que tal vez gustaban más de unos sujetos que de otros, y por lograr el fruto principal era preciso darles gusto en lo que se pedía.

11. En llegando a Soñó el P. Fr. Buenaventura de Corella, qu€i fué en el año de 1649, creyó ser admitido del conde con el agasajo que solía recibir a todos sus compañeros, pero le halló tan mudado, que le puso en gran confusión su semblante. Extrañólo el Padre mucho e, ignorante de la causa, procuró investigar el fundame'nto de aquella no-j vedad, no dudando sería alguna invención diabólica, dirigida a la ruina espiritual de las almas y a impedir los progresos de aquella misión., .Sucedió asi puntualmente, porque, informado bien de todo, supo cómo al conde se le' había puesto en la cabeza que él le iba a matar con he- chizos, representándole su fantasía ser esto cierto, respecto de no fri- sar bien con el rey y haber venido el Padre de la corte y dádole noti- i cias de cómo S. M. quedaba con buena salud y la corte quieta y pa-; ci'fica.

12. Procuró su secretario, que se llamaba don Miguel y era muy, buen cristiano, apearle de su fantástico temor, reconviniéndole con razones muy prudentes, y, por último, le dijo que bien sabía de expe- riencia lo mucho que a S. E. estimaban los Capuchinos y los buenos oficios que le habían hecho en los sucesos pasados con el rey, y, eti fin, que su trato era muy leal y religioso y no se podía sospechar taV^ intento de un sacerdote y ministro evangélico, destinado para aquel H ministerio por el Sumo Pontífice. Respondióle el conde diciendo: «To-

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do eso es verdad y yo no dudo de la virtud y santidad del Padre ; pero sin entenderlo él, pudo el rey, al despedirse, haberle dado los he- chizos para quitarme la vida.»

13. De esta fantástica presunción resultó con todo eso el no dar- le el conde audiencia privada al Padre por algunos días, y es el caso que de miedo de la difidencia que tenía al rey por los sucesos pasados, todos los más en aquella tierra, y especialmente los nobles, viven en un error ridículo de que unos a otros se matan con hechizos ; con que, en muriendo alguno, aunque sea de muerte natural y de puro viejo, creen que sus contrarios le mataron con hechizos. Mucho se trabajó en todas partes para apartar de este error a las gentes, pero en los fidalgos hacían poca mella las razones, por ser poderosos y cuidar con estudio nimio de la conservación de la vida, sin acabar de persuadirse a que ella y la muerte están en la mano de Dios omnipotente : In quo vivimus, movemu-r et sumus.

14. Por último se vino a desengañar el conde con el tiempo, pero, apenas salieron los Padres de este embarazo, cuando dentro de dos meses se hallaron en otro de peor calidad. Sucedió, pues, que estando un día el mismo religioso tomándoles la lección a los muchachos de la escuela, a la puerta de nuestra iglesia, que está dedicada a San An- tonio de Padua, oyó un grande estruendo de voces ; preguntó a los muchachos la causa de tal gira y algazara y le respondieron diciendo que se hacia aquella fiesta por una victoria que había tenido el gober- nador de Choa, el cual en cierto reencuentro con la gente del rey en los confines del condado, había muerto unos cuantos hombres cuyas cabezas traían al conde y andaban jugando con ellas en señal de triunfo.

15. Apenas se informó el Padre del suceso, cuando llegaron con las cabezas a su presencia hasta trescientas personas, y las pusieron al pie de la cruz que está en la plazuela de la misma iglesia. Fué a verlas para recogerlas, y la gente le dijo que las dejase estar allí hasta que ellos las llevasen a la tierra de los gentiles de la otra parte del Zaire. Detúvose hasta saber si las tales cabezas eran de cristianos ; supo de cierto que y con esa noticia fué y las recogió para enterrarlas en sagrado, no obstante que se le resistieron los guardas.

16. Dieron luego cuenta al conde y dentro de una hora le envió a decir con tres intérpretes tratase de entregar las cabezas que había recogido en la iglesia, para que constase de aquella victoria. Respon- dióles el Padre que dijesen a S. E. que era ministro de Dios y de su

268 MISIONES CAPUCHINAS UN ÁFRICA

Iglesia, y aquellas cabezas de cristianos católicos, y que, como tal, estaba obligado a recogerlas y a depositarlas en lugar sagrado, que es el que les toca a los fieles, y que asi no le mandase tal cosa S. E., pues se preciaba de ser buen católico romano.

17. A este recaudo se siguió el segundo en la misma forma y tam- bién la misma respuesta. Envió el conde el tercero, pero con amena- zas, diciendo que tratase de dar las cabezas de bien a bien, porque si no se las quitaría por la fuerza. Respondióle el Padre que' hiciera lo que gustase, pero que entendiera S. E. que estaba aparejado a dar su propia cabeza antes que permitir se sacase'n de la iglesia las de aque- llos fieles difuntos. Estando la materia en esta contienda, tomó el Pa- dre las cabezas y aquella noche, con consulta del secretario don Mi- guel, que fué uno de los que llevaron los recaudos, las enterró en la iglesia. Súpolo el conde y, enfadado del caso, envió doscientos hom- bres con arcos y flechas y un tambor para que sacasen las cabezas. Llegaron al hospicio y comenzaron a pedir a gritos y con amenazas que les entregaran las cabezas, pero, no obstante su gritería y haber probado a derribar las tapias, al cabo, viendo que el Padre no hacía caso de sus amenazas, se volvieron sin ejecutar la comisión que lle- vaban.

18. El día siguiente por la mañana, estando el Padre diciendo misa, ante's de comenzar el Evangelio, se volvió a los circunstantes que le oían y les dijo que las cabezas estaban ya enterradas en la igle- sia y que les amonestaba dijesen al conde se abstuviese de hacer cual- quier desacato o violencia, porque, si tal hacía, provocaría contra la ira de Dios y de San Antonio de Padua, cuya era aquella iglesia. A todos estos lances se halló solo el P. Fr. Buenaventura de Corella, por andar entonces en misión por el condado su compañero el Padre Fr. Juan María de Pavía. Anunciáronle al conde lo que el Padre había dicho en la misa ; pero, en lugar de aplacarse, se enfureció más y al instante envió su colunto con un tambor y gente armada y, llegando a la sepultura, sacaron las cabezas y se las llevaron y aquella tarde tuvieron gran fiesta con ellas en la misma plazuela de la iglesia.

19. El día siguiente, celebrando misa el Padre, tuvo su acostum- brada plática al pueblo y les predicó sobre el punto y la reverencia debida al templo santo, y, por último, declaró por excomulgado al con- de. Dióse por muy ofendido del caso y tanto, que mandó echar luego un pregón por toda la banza, en que mandaba que nadie fuese a nues- tra iglesia a oír misa ni a confesarse: que no entrasen en ella ni lie-

LA MISIÓN DEL CONGO

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vasen los niños a bautizar: que los padres de los muchachos de la es- cuela no saliesen de casa : que nadie fuese osado a llevarle al Padre leña, agua o cosa alguna para su servicio, y que le quitasen el mucha- cho que' le ayudaba a misa.

20. Con esta novedad se conturbó la gente sin saber qué hacerse. El religioso llevó con tolerancia su trabajo y se preparó para la muer- te, juzgando que pararla eti eso el enojo del conde. Pa,sáronse algunos días sin dar muestras de arrepentimiento el conde ; en el ínterin co- rrió la voz del caso por todo el condado y con su noticia se volvió a la banza su compañero el P. Fr. Juan María de Pavía, que había sa- lido, según se dijo, a hacer misión por la comarca. Los parientes del conde, especialmente su hermano don Crisóstomo, que había sido de la congregación de San Salvador y criádose con la buena doctrina que allí se' enseña, le aconsejaron que se humillase a la iglesia y pidiese la absolución de la excomunión. Alegáronle cuantas razones supieron, y especialmente el suceso siguiente, que por moderno y notorio le tenía muy en la memoria.

21. Sucedió, pues, que, pocos años antes que llegasen allí los Ca- puchinos, arribó al puerto de Pinda el Obispo, y como los naturales de esta población, por influencia de los holandeses, no le quisiesen de- jar desembarcar ni pasar a San Salvador, a donde dirigía su viaje para visitar la catedral, él mismo les amonestó que mirasen lo que hacían y que no se dejasen llevar de las influencias de los herejes holandeses, que eran enemigos declarados de la Iglesia romana y de la religión cató- lica. Con todo eso, tenaces en su primer resolución, no hicieron caso de la amonestación ; di joles el Obispo que, si no trataban de darle paso, los excomulgaría y usaría con ellos de" las armas de la Iglesia, pues se mostraban tan protervos. No entendían mucho este lenguaje ni sa- bían la fuerza y virtud oculta de la excomunión y, para dársela a co- nocer, desde el barco donde se hallaba a la orilla del puerto, le echó su maldición a un árbol verde y muy frondoso que estaba allí cerca, como hizo Cristo Señor nuestro a la higuera, según refieren San Ma- teo y San Marcos, cuando dijo : Nunquam ex te frucUis nascatur in sempiternum (86).

22. Apenas hubo pronunciado la maldición, cuando el árbol, así como la higuera del Evangelio, se secó al instante ; admiráronse los

(8«) Math., 21, 19.

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

circunstantes de ver tan raro prodigio, pero, para que acabasen de desengañarse y de conocer su potestad y la virtud que se encierra en ella para atar y desatar las ligaduras puestas por los ministros legíti- mos de la Iglesia, le levantó la madición al árbol y le bendijo, hacien- do la señal de la cruz sobre su corteza. Al instante reverdeció el árbol seco y se volvió a poblar de hojas y a gozar de su antigua frescura. Acordáronle al conde este caso y con su memoria se acabó de rendir al consejo de sus deudos ; temió el rigor de las censuras y con rendi- miento pidió la absolución, la cual le concedió el P. Fr. Juan María de Pavia, por orden de su compañero.

23. Aquí se ve cuán formidables son las censuras de la Iglesia : algunos, sin temor y sin vergüenza, se las tragan como agua, pero, al fin, la justicia divina venga sus agravios y los contentores experi- mentan los efectos en brevemente, como le sucedió al conde. Sólo los nombres que le dan los sacros cánones y Ponífices a la excomu- nión, tomados de sus efectos, ponen grima; ¿qué será el experimentar su eficacia? Según nuestro Coriolano, en su Breviario Cronológico, tiene los nombres siguientes : Censura divina o eclesiástica, districción eclesiástica o ligadura ; llámase también anatema, anatema maranata, muerte, medicina, lanza o cuchillo del Obispo, vara de hierro, nervio de la disciplina eclesiástica y, en fin, la mayor de todas las penas que pone la Iglesia, la cual, adhuc injuste lata, no se deja menospreciar.

24. Después de la absolución del conde, solicitada más por miedo servil que por humilde' reconocimiento, pasaron como veinte días, al cabo de los cuales cayó enfermo y no se levantó más de la cama. Fué el P. Fr. Juan María de' Pavía a visitarle y a exhortarle dejase las concubinas y a que se dispusiese para recibir los Santos Sacramentos de la Iglesia y a que diese alguna honrada satisfacción a muchas per- sonas nobles a quienes había hecho muchas injurias. Respondió, aun no habiéndosele pedido lo riguroso de' que él mismo les pidiese per- dón, que estaba cansado y que él avisaría en otra ocasión.

25. Continuaron esta diligencia los religiosos por medio de su her- mano, pero siempre respondía que aun había tiempo para esas dili- gencias. Todo su cuidado lo puso e'n hacer remedio para la vida cadu- ca y para su perdición, pues, según supieron los Padres de personas fidedignas temerosas de Dios, había hecho traer a su casa hechiceros y sacerdotes gentiles de la otra parte' del Zaire para que le curasen a su modo, los cuales le habían hecho creer que no moriría de aque-

LA MISIÓN DEL CONGO

271

. lia enfermedad. También les dijeron sosjyechaban que el conde estaba ] ¡tocado del error de los que piensan que no hay más vida que la pre- . senté, y, según murió, se hacía creíble la sospecha.

26. Ultimamente llegó la hora fatal y, estando para expirar, fue- ' ¡ron sus parientes a avisar a los Padres, no habiendo antes dádoles en-

Itrada más de la vez primera. Fué allá d P. Fr. Juan María de Pavía ly le halló ya en estado tal, que no pudo hacer nada, y luego breve- imente expiró. El día siguiente concurrió la gente más principal del es- tado a su entierro, por tenerlos avisados ya algunos días antes, y ha- biendo llegado los parientes a pedir licencia a los religiosos para abrir la sepultura, les respondieron que no había lugar ni podían dar licen- cia para ello, por haber muerto impenitente y contumaz en sus vicios y errores.

27. Con esta respuesta y constarles de la verdad, se fueron y le lle- varon a enterrar sin solemnidad alguna eclesiástica a la iglesia de San Miguel, que es donde tienen los condes su entierro. Viendo la gente de los lugares que no se tocaban las campanas ni asistían los Padres a dar sepultura al cuerpo, se comenzaron a amotinar, pero los ciudada- nos de la banza se opusieron a sus quejas y los sosegaron, informán- doles de lo que había pasado. A otros menos capaces del caso les sa- tisfacieron diciendo que ya los Padres habían dado su razón y que, respecto de no poder obrar otra cosa, debían conformarse con su pa- recer, pues les tocaba gobernarse por las disposiciones de la Iglesia.'

28. Dentro de seis días se hizo la elección del conde en la persona de Don Miguel de Silva, primo hermano del difunto, aclamándole por ;er buen caballero y piadoso, en oposición de Don Crisóstomo, herma- 10 del conde, pareciéndoles que éste sería cruel como su hermano. Con a nueva elección tomaron otro temperamento las conversiones y res- piraron algo los misioneros. Sucedióle al nuevo conde lo que a Saúl, jue dos años vivió bien y siempre juzgaron se ajustaría con el rey, mas 10 lo hizo, antes prosiguió las crueldades y amancebamientos de sus intepasados y aun quiso matar a su propia mujer y nombrar por con- desa a su concubina. Opusiéronse a ello los religiosos, viendo tal des- varío y la inocencia de la condesa, en quien había puesto dolo sin más notivo que su ciega pasión e inclinación a la manceba.

29. Sosegóse esta tormenta, que fué muy furiosa, por la miseri- íordia del Señor y continuas exhortaciones de los religiosos, y volvió 1^ condesa a palacio, pero no más quiso cohabitar cop ella. Murió estJe

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

conde en el año de 1658. reconocido y penitente, habiendo recibido los Santos Sacramentos muy devotamente, el cual, aunque por la fragili- dad humana, se dejó arrastrar de sus vicios y pasiones desordenadas, con todo eso en el punto de religión fué muy fiel y mostró gran reve- rencia a la Iglesia y a sus ministros y aun muchas veces solía ponerse a cantar con los muchachos cuando oficiaban la misa los días festivos, por su devoción y dar ejemplo a los nobles.

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CAPITULO XXX

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De los progresos de la misión del ducado de Sundi y de algunos casos maravillosos que sucedieron en ella.

1. Fueron a plantar la misión del ducado de Sun<li los Padres Fray Buenaventura de Sorre'nto y Fr. Jerónimo de Montesarchio, ambos na- politanos y varones de gran perfección de vida. Fabricaron en la banza principal, que es donde asisten los duques, una casa e iglesia contigua a ella y, aunque había otras, por atender a un sacerdote seglar que re- sidía en ella y a la mayor comodidad de los fieles, administraban los Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía en la nueva, y en ella se ha- cían los demás ejercicios de las doctrinas y sermones. Y, por arreglar- se al decreto de la Sacra Congregación, sólo cuando salían a hacer las misiones por la comarca administraban los Sacramentos del bautismo y del matrimonio, pue's, apartándose cinco leguas de la población donde residía el cura, podían libremente administrar todos los Sacramentos, como el propio párroco en su parroquia.

2. Es este ducado de Sundi muy dilatado y tiene en sus confines algTinos reinos de gentiles, por lo cual habíla ocasión para poder dila- tarse los Padres en sus misiones. Se salieron a ellas y Dios les favo- reció de suerte que derribaron muchos ídolos y cogieron copiosos fru- tos de religión y piedad. Casaron a cuantos hallaron dispuestos y admi- nistraron el santo bautismo a innumerables niños y adultos, lo cual fué en tanto grado, que sólo el P. Fr. Jerónimo bautizó por su mano en espacio de tre's años a más de treinta mil personas y, como observó un religioso, halló que dicho Padre fué tan feliz en esta parte, que pasaron de más de cien mil las almas a quienes administró este santo y tan ne- cesario Sacramento, entre párvulos y adultos, pero por espacio de más años de los tres referidos.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

3. No trabajó menos ni fué menos afortunado su compañero el Pa- dre Fr. Buenaventura de Sorrento en el poco tiempo que asistió en esta provincia, que sería un año, porque a la verdad era incansable en la reducción de las almas. Al fin del año de residencia fué preciso par- tirse a San Salvador por orden del Prefecto y petición del rey, que acordaron enviarle a Europa a proponer algunas dudas a la Sacra Con- gregación y a disponer la forma más conveniente para que así en Lis- boa como en Loanda no se les estorbase el paso a los misioneros que habían de ir en adelante al Congo y a otros reinos vecinos. Mas los portugueses, por sus razones de estado y por ser tan vivas las guerras con Castilla y ser el Padre napolitano y vasallo de nuestro Rey Católico, lo llevaron tan mal, que le hicieron padecer mucho y pasar por las mo- lestias que diremos en otra parte, dándose en ello la mano los de Loan- da con los de Lisboa (87).

4. A este religioso le sucedió que, habiendo quemado unos ídolos y trastos de hechizos en cierta libata, se alborotó la gente contra él y, pasando de las palabras a las obras, le cogieron y le dieron muchos golpes y le llevaron arrastrando con ímpetu y furia por espacio de me- dia milla. Este trabajo llevó el fervoroso Padre con tanta alegría y pa- ciencia, que aseguraba después a sus compañeros, que en toda su vida

(87) El P. Buenaventura de Sorrento, al ser enviado a Europa, llevaba varias em- bajadas : entre ellas la de entregar en Lisboa los tratados de paz entre el rey del Congo y el gobernador de Loanda, Correa de y Benavides ; dar asimismo, en nom- bre del rey del Congo y de los Misioneros, la obediencia al rey de Portugal ; pre- sentar a la Sda. Congregación de Propaganda varias dudas sobre la administración de los Sacramentos y por fin ver el modo de evitar las muchas dificultades que se oponian para la ida de nuevos misioneros al Congo (cfr. P. CAVAZZI, o. c, Lib. IV, capítulo in, P- 276 ss.). Se embarcó en Loanda a fines de diciembre de 1649 y llegó a Lisboa el 'AO de marzo de 1650 ; alli presentó los tratados de paz mencionados y la carta del P. Prefecto Buenaventura de Alessano (25 noviembre de 1649) a Don Juan IV, participándole envia a Lisboa al P. B. de Sorrento para prestarle obedien- cia en nombre del rey del Congo y de los Capuchinos (PAIVA, Manso, o. c, pp. 210-211). Se dirigió luego a Roma adonde llegó el 8 de julio de 1650. Cumplida su misión en la Ciudad Eterna, se dirigió a Lisboa en compañía de tres nuevos misione- ros ; eran éstos el P. Jacinto de Vetralla. que iba nombrado Prefecto de la misión ; el P. Antonio de Lisboa y Fr. Nicolás de Nardó. Llegados a la capital portuguesa en julio de lO.")!, solicitó nuevamente la confirmación de los tratados de i)az arriba mencionados. Consultado el Consejo de Ultramar por el rey, aquel fué de parecer «se admitiesen los Capuchinos para predicar el Santo Evangelio en el reino del Con- go, con condición de que hiciesen el viaje por el reino de Portugal directamente a Angola, y que los misioneros no fuesen castellanos ni naturales de reino o estados sujetos a Castilla ni hijos de sus provincias» (Cfr. Arquivos de Angola, 2.» serie, II (1944), pp. 185-188).

Consiguientemente y por las razones indicadas, al P. Buenaventura y a Fr. Nico- lás, por ser italianos pero de provincias sujetas a Castilla, no se les permitió embar- car. Pudo sin embargo el primero hacerlo luego en Marsella y logró llegar por fin al Congo donde estuvo hasta 1655 (Cfr. CAVAZZI. 1. c).

LA MISIÓN DEL CONGO

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había tenido mayor júbilo que mientras le llevaron arrastrando. Al fin se despidió del Prefecto y con su betidición y orden del rey emprendió el viaje para Europa a los negocios que se le habían encomendado, los cuales, dispuestos y concluidos, se volvió a la misión, habiéndole acae- cido los varios accidentes que adelante referiremos.

5. Por la ausencia de este religioso fué enviado a Sundi el P. Fray Antonio María de Monteprandone, de quien ya dijimos en otra parte había estado en Matari detenido algún tiempo, bautizando, doctrinando y administrando los Sacramentos por su comarca antes de llegar. Con el nuevo compañero pudo el P. Fr. Jerónimo de Montesarchio, que habla ya muy bien la lengua conguesa, discurrir más libremente', sin el embarazo de intérprete, por toda aquella dilatada provincia en su santo ministerio (88).

6. Desde sus confines se alargó a Macoco, que era reino de gen- tiles, navegando alguna parte del río Zaire. Recibiéronle el rey y sus vasallos con grandes muestras de benevolencia y deseos de reducirse todos a nuestra santa fe, pero, por las circunstancias siguientes, fué pre- ciso dejarlos y volverse a Sundi. Este fué uno de los reinos que pidie- ron Capuchinos al Papa para su enseñanza y, aunque dió orden la Sa- cra Congregación para que se plantas* allí la misión, el corto número que había de obreros* para los reinos del Congo, de la Zinga y Aban- dos, fué causa de que por entonces no se ejecutase y el P. Fr. Jeró- nimo, así por eso como por faltarle intérprete, que es ya otra lengua distinta, hubo de volverse a proseguir al ducado de Sundi.

7. A este gran siervo de Dios le sucedieron varias cosas prodigio- sas, de las cuales referiremos dos bien notables y sabidas entre sus com- pañeros por las muchas veces que las oyeron referir a los naturales, donde acaecieron. El primer caso fué así. Pasaba haciendo misión por una libata y encontró en ella a un nganga ngombo o maestro de su- persticiones y hechicerías ; éste se hallaba actualmente curando una mu- jer enferma ; vióle el Padre los signos y visajes que hacía y, llevado

(88) Lo mismo el P. Antonio Ma. de Monteprandone, que el P. Jerónimo de Montesarchio, estudiaron la lengua congolesa en San Salvador a mediados de 1648 y al poco tiempo de su arribo al Congo. El P. Montesarchio nos dice en su obra ma- nuscrita Viaggio del Gongho, que entonces sacó para su uso particular una copia del Vocabulario que se había compuesto y que, como luego diremos, era trilingüe : La- tino, castellano y congolés ; obra de la que fueron autores los Capuchinos españoles que alli estaban de misioneros (Cfr. P. HILDEBRAND, o. c, p. 264, y mi artículo Los Capuchinos españoles en el Congo y el primer diccionario congolés, en Missio- nalia Hispánica, II (1945), pp. 209-230).

MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

del celo de la honra y gloria de Dios, así como otro Finees, hijo de Eleazar, no con puñal, como aquél, ni quitándole la vida, como se la quitó a Zambri y a su torpe consorte Cozbi, con el báculo que lle- vaba le dió unos grandes golpes que le hizo salir huyendo de la casa y dejar allí todos los trastos de sus hechicerías. Recogió luego todas las invenciones y sacos que había traído para la cura de la enferma pa- ra pegarles fue'go, y, en acabando con esa diligencia, entró a repren- der a la enferma «1 que se dejara aplicar tan diabólicas medicinas.

8. Halló ya muerta la mujer y que el maldito espíritu del hechice- ro la había quitado la vida con la bebida ponzoñosa que llaman la en- casa, que es un veneno irremediable y pózima inventada por Satanás y practicado de sus innumerables esclavos los hechiceros para destruc- ción de la vida humana. La causa de los visajes que hacía al tiempo que el religioso le acechaba, no nació de que él pretendiese ya darle salud a la mujer, sino de que, viéndola muerta y que la había él quitado la vida, quiso disimular su pecado y dar a entender que la curaba, como si estuviera enferma y no muerta. Al fin, compadecido el santo Padre de suceso tan infeliz, hizo oración a Dios y con tal fe y eficacia, que sin otra diligencia y formar sobre el cadáver la señal de la cruz, la re- sucitó al momento buena y sana. Quedaron los circunstantes justamen- te admirados del prodigio y la mujer muy desengañada y arrepentida de sus culpas.

9. ^E] segundo caso que se refiere de este bendito Padre sucedió hallándose en la provincia de Esebo, vecina a la de Sundi, a donde fué a apaciguar cierta guerra que se movió entre el señor de allá y sus va- sallos, los cuales se habían rebelado contra él sin motivo ni razón. Era el conde de Esebo natural de San Salvador ; llamábase Don Gregorio y, desde que habían llegado a aquella corte los Capuchinos, se había criado con su doctrina y ejemplo, asistiendo muy puntual a las congre- gaciones. Tenía devoción de rezar a coros con su familia el Rosario die la Virgen todos los días, como se le había enseñado. Estando, pues, para salir a dar la batalla, le encargó a su mujer y criados que, en el ínterin que peleaba, le rezasen el santo Rosario, como soban, para que la Virgen le concediese la victoria de sus enemigos, que pasaban de veinte mil, siendo así que sus soldados aun no llegaban a cincuenta hombres.

10. Hízose la señal de acometer y, a los primeros encuentros, co menzaron a huir los rebeldes, con ser tantos, y al fin desampararon el campo y pidieron perdón al conde y él los recibió benignamente. He-

LA MISIÓN DEL CONGO

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chas las paces, ks preguntaron a los cabos la causa de su fuga igno- miniosa, a lo cual respondieron todos contestemente, diciendo que cuan- do comenzaron a pelear, vieron cinco muje'res blancas adornadas de ri- cas y preciosas galas, y una singularmente, cuyo resplandor y hermo- sura de rostro era tan grande, que excedía las luces del sol en el me- diodía, la cual llevaba en la mano una cruz, y que todas iban acompa- ñando al conde y haciéndole aire con unas toallas blancas y a sus sol- dados en la forma que se acostumbra en aquel reino, cuando se hacen las fiestas reales que llaman sanganvento ; y que, viendo ellos una ma- ravilla tan rara y oyendo al mismo tiempo horribles y espantosos true- nos, como si viniese contra ellos un ejército poderosísimo de mosque- teros, cayeron en tal cobardía y temor, que no supieron qué hacer, sino huir por no perder la vida.

11. ^ Este milagroso suceso se escribió de'spués a Roma y le auten- ticó el mismo P. Fr. Jerónimo de Montesarchio. del cual depusieron con juramento y firmaron con la señal de la cruz por no saber escribir, entre otros muchos, diez coluntos o gobernadores de' lugares, que se hallaron en la batalla y fueron de los rebeldes. Así premia Dios a los que procuran honrar a su Santísima Madre y rezarla el santo Rosario cada día, la cual no hay duda asistió en tan grande aprieto a su devo- to conde, con algunas santas vírgenes que le iban acompañando como a su reina y señora. De donde sacamos cuán grata es a los ojos de esta divina Señora la devoción del Rosario para ocurrir a todas nuestras ne- cesidades y peligros, y también cuáles principales armas con que debe pelear el cristiano, son la devota oración, la contrición verdadera y la total confianza en Dios y en el patrocinio de su Santísima Madre, que son los arneses con que se adornó el conde de Esebo antes de salir a campaña.

12. Pero, volviendo a los sucesos del ducado de Sundi, acaeció que, poco después que llegó a él el P. Fr. Antonio de Teruel, cuando dejó a Bata y se le mandó pasar a ayudar a los Padres napolitanos de esta misión, llegó también el duque a la banza de Sundi de cierto viaje. Era este príncipe hijo del rey Don Alvaro V y sobrino de Don García II, que actualmente reinaba. Con su llegada se ofrecieron algunos emba- razos considerables, a causa de que' había estado algunos meses de la otra parte de sus estados entre los gentiles, dándose a vicios y pasa- tiempos, con la seguridad de haber de por medio un río que divide su estado de las tietras vecinas de los gentiles y parecerle no llegaría a oídos del rey su tío su ausencia, que fué de seis meses.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

13. Al cabo de este tiempo s€ volvió a su casa, trayendo consigo, con gran pompa y acompañamiento de esclavos, una manceba puesta en una red. Supo lo que pasaba la duquesa y, ofendida del caso, juntó a todos sus criados y esclavos y, armados con sus arcos y flechas, sa- lieron a estorbar la entrada de la manceba. En llegando a la banza, el duque ordenó sus escuadrones y, estando ya para acometerse, salieron los religiosos y procuraron con ruegos y súplicas templar los ánimos de ambos, acordándole al duque los muchos estragos que se habían dd seguir y lo que sentina la acción el rey su tío.

14- Pasadas como dos o tres horas en esta diligencia, vinieron a recabar con él que mandase retirar la manceba y enviarla a su tierra. La duquesa en el ínterin se recogió a nuestra iglesia y, después de des- pedida la manceba, llevaron los Padres al duque a que la viese y le pi- diese perdón. Hízolo así y le ofreció dos esclavos muchachos en se- ñal de rendimiento, según la costumbre del reino, adonde es estilo ofre- cer el que se confiesa culpado y vencido alguna dádiva al inocente y vencedor. Con eso quedaron en paz, pero castigó Dios al duque por su escándalo brevemente, privándole del estado en la forma siguiente.

15. Era mozo ardiente y de altivos pensamientos y, como el rey conocía su altivez y no ignoraba el viaje pasado, temeroso de que se alzase con aquella provincia y se hiciese príncipe absoluto de ella con el auxilio de los reyes gentiles vecinos, que induce sospecha vehemente el estar los duques largo tiempo de la otra parte del río, dentro de po- cos días le escribió, mandándole se llegase a la corte. El pretexto que tomó para llevarle fué decirle que se hallaba viejo y cansado y que quería dejarle por su sucesor en el reino, por reconocer en él prendas suficientes y ser su hijo el príncipe muchacho de poca edad y menos experiencia. Sonóle bien al duque !a proposición y, como a los ambi- ciosos no se les pone nada por delante, él, con su ardimiento y ansiaj de reinar, lo juzgó todo tan llano, que ya lo daba por hecho. Partieron a toda prisa a San Salvador y, en llegando, le mortificó su tío bastan- temente y le privó del estado, dejándole en la esfera de fidalgo particu- lar por toda su vida.

16. En esta jornada del duque ]e acompañó el P. Antonio María de Monteprandone, por haber tenido orden del Prefecto de que, en sa- biendo habían desembarcado nuevos misioneros que esperaba por días, se encaminase a Loanda o Soñó para volverse a curar a Europa de los continuos achaques que padecía. Ofrecióse luego ocasión de embarca- ción y con ella pasó a Roma ; allí convaleció de sus males y luego fué

LA MISIÓN DEL CONGO

nombrado por Vice-Prefecto de la misión segunda del Benín y, por di- ficultades que se le ofrecieron en Lisboa, se quedó allí algún tiempo por Procurador de todas las misiones de Africa, hasta que fué nombra- do Prefecto de la Georgia o Colao, a la cual no pudo pasar por haberle sobrevenido nuevos accidentes y, al fin, se quedó en Roma, donde mu- rió con grande ejemplo y edificación.

CAPITULO XXXI

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Prosiguen la misión del marquesado de Encusu los Padres Fr. José de Pemambuco y Antonio de Teruel por muerte del P. Fr. Gabriel de Valencia; dase noticia de este reli- gioso y de los sucesos que ocurrieron.

1. En el capitulo XXVIII se comenzó a tratar de esta misión de Encusu. Murió trabajando fielmente en ella el P. Fr. Gabriel de Va- lencia y por esta causa le mandó el Prefecto al P. Fr. Antonio de Te- ruel pasase de Sundi a ayudar al P. Fr. José de Pernambuco, que se hallaba solo con un Hermano Lego. Antes, pues, de proseguir dicha misión, daremos noticias de la vida y muerte del P. Fr. Gabriel, en cuyo ejemplo nos quedaron muchos motivos de gran edificación y es preciso no pasarlos en silencio. Pues en medio de la falta continua de salud que tuvo desde que entró en el Congo, no cesó de ayudar en cuan- to pudo a sus compañeros, sirviéndole de alas para volar en la con- versión de las almas su admirable cejo, y de báculo para sustentar sus cansados y afligidos miembros una invicta paciencia.

2. Fué varias veces Guardián de su Provincia de Valencia y deseo- so de dedicarse todo a la conversión de los prójimos, pasó con los de- más religiosos al Congo, según dijimos, siendo ya de edad de cincuen- ta y un años, y, aunque el tiempo que vivió en la Orden lo empleó en tantos ejercicios de ayunos, de oración y penitencias, con todo eso su asi>ecto no mostraba tan crecida edad por ser naturalmente robusto y de buena complexión. En Soñó tuvo una enfermedad terrible, de la cuaí nunca pudo convalecer perfectamente ; fuéronsele menoscabando las fuerzas poco a poco y, viéndose ya casi exhausto, le decía a Dios con singular ternura y humildad : «Señor y bien mío único : bien sa- béis mis deseos de trabajar en vuestro servicio y en la conversión de

286 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

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estas almas y también mi falta de fuerzas, pero, pues me queréis de esta suerte, así también os quiero y no salir un punto de vuestro di- vino beneplácito.»

3. En Bata, estando ausente su primer compañero el P. Fr. An- tonio de Teruel, le dieron unas tercianas, que le privaban del sentido, y como se hallaba solo con un esclavo de un portugués que' le asistía

y éste apenas le entraba en casa, padeció gran penuria el buen religioso í y tanta que, pasado el delirio, le era preciso levantarse de la tarima a hacer lumbre ; ponía al puchero un poco de tocino, quitándole primero los gusanos que tenia y, después de cocido y de quitársele la calentura, echaba en el caldo un poco de nfundi, que es harina de maíz, y hacía unas sopas, y con esto se sustentaba sin tener otra cosa a que apelar por la suma pobreza y miseria de los naturales.

4. Sin embargo de eso fué Dios servido que convaleciese de esta enfermedad, aunque los achaques habituales nunca cesaron. Pasó lue- go de Bata a Encusu con orden del Prefecto, cuando se dividió del Pa- dre Fr. Antonio de Teruel, y, aunque le llevaron en una red, como era mucha su flaqueza, le sobrevino una calentura lenta en el viaje, que le consumió las fuerzas y le dejó sólo la piel y los huesios, quitándole al mismo tiempo las ganas de comer, de suerte que no podía atravesar bocado por su grande inapetencia.

5. Instaba por este tiempo la necesidad de hacer una misión por la provincia de Zombo, vecina a Encusu, y aunque el P. Fr. José de Pernambuco la quería dilatar por verle tan postrado, el celoso Padre ie exhortó a que la hiciese cuanto antes y no la suspendiese por mirar a su asistencia, prefiriendo la necesidad espiritual de sus prójimos a la suya corporal. Con sus instancias, después de haberle administrado los Santos Sacramentos, se partió el P. Fr. José a su misión, quedándose cerca para poderle acudir, en dándole aviso en el último aprieto de la vida.

6. Quedó para servirle, en lo que se ofreciese, un religioso lego, mas no pasaron ocho días cuando entregó al Señor su alma en manos del compañero, habiéndose preparado antes para ello con fervorosos actos y esperando con rara conformidad este ú'ltimo golpe. Su pacien- cia fué maravillosa y así ésta como sus grandes virtudes y trabajos pa- decidos en la conversión de las almas, se los premió Dios libérrima- mente, y tanto, que se creyó piadosamente salió su alma purificada del todo de esta vida miserable para entrar desde luego en el descanso

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eterno ; sobre lo cual hubo los fundamentos que referiremos más ade- lante, como en su propio lugar (88a).

7. Con esta ocasión pasó de Sundi a Encusu el P. Fr. Antonio de Teruel y en la primera jornada le sucedió ir a parar a una libata gran- de, poblada dos meses antes de innumerable gente, la cual halló desier- ta y sin un alma, por haberla desamparado todos ios vecinos con fuga tan acelerada, que se dejaron en las eras los frutos que habían re'co- gido en agosto. La causa de la fuga consistió en la venida del duque a 'la banza y, por huir los vecinos de las extorsiones de sus criados y esclavos, lo dejaron todo y se retiraron a los montes, y esta es una de las grandes calamidades que padece aquel reino y muy difícil de re- mediar.

8. Al día siguiente llegó dicho Padre a la banza de Pango, cerca de la cual le sucedió el caso que 3'a referimos de haberle dejado la ropa los negros en mitad del camino, hasta que lo socorrió Dios de otros que se la condujeron a la primera libata. Acordándose, pues, de este suce- so, le pidió al marqués de Pango se sirviese de darle gente que le con- voyase hasta Gongo de Bata : llamó ti marqués a un sobrino suyo y le dijo que, pena de incurrir en su indignación, le mandaba fuera con el Padre y la gente suficiente hasta dicha población. Son a la verdad cor- teses los señores del Congo con los religiosos, pero los vasallos se sa- len con cuanto quieren, porque no tienen castigo y, como son incons- tantes, con gran facilidad se amotinan contra sus señores y éstos, por odiar las rebeliones, les toleran muchas demasías, si bien en punto de sus intereses propios no se reservan con nadie.

9. Entre Gongo de Bata y Encusu media la provincia de Zombo ; aquí encontró dicho Padre a un criollo o mulato, amigo suyo antiguo y muy hombre de bien, el cual le refirió el caso siguiente, que es bien digno de notarse y hacía muy pocos días que había sucedido en la mis- ma banza de Zombo. Residía este hombre en Congo, tratando y con- tratando en las ferias que allí se hacen, y, descuidándose un día, se le huyeron dos esclavos y se fueron a Zombo para ampararse de la gente de aquella tierra. Echólos de menos y. en compañía de un pariente su-

(88a) Su muerte tuvo lugar e! 7 de agosto de 16.50. a los 60 años de edad y 4o de su vida religiosa (Cfr. EUGENIO DE VALENCIA, O. F. M. Cap. Necrologio his tórico seráfico de los Frailes Menores Capuchinos de la Provincia de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia (1596-1947), 2.» ed., Valencia, 1947, P- 259).

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

yo, se partió luego a buscarlos y, sabiendo hablan entrado en Zombo, ] hizo las diligencias para cobrarlos. J

10. Llegó a pedírselos a los que los habían acogido en sus casas j y, por no querérselos entregar, se vió forzado a ponerles pleito sobre j el caso. Acudió con la demanda al juez y, estando éste sentado en mi- « fad de la plaza y rodeado de gente como se acostumbra, alegó sus ra- I zones y también la parte contraria, porque en este reino cada uno de I los litigantes es procurador y abogado de mismo y los juicios se fe- ' necen tan presto como se comienzan. Halló el juez que el criollo tenía j| justicia y, estando ya para pronunciar la sentencia en su favor, vieron f repentinamente oscurecerse el sol y llenarse de nubes negras y muy es- ' pesas el cielo y que se acercaba a ellos un recio torbellino de aire y de agua.

11. Causóles a todos increíble pavor el accidente y, armándose el criollo con la señal de la cruz, invocando muchas veces el nombre dul- císimo de Jesús, se volvió hacia lo más denso del nublado y le puso delante la cruz. Apenas la hubo formado, cuando se deshizo como humo. Cesó la tempestad y se dividieron en cuatro partes las nubes, atribuyendo el criollo suceso tan repetino y maravilloso a la virtud de la santa cruz y a la eficacia del nombre santísimo de Jesús que se la comunicó, muriendo en ella para nuestro remedio, y la venida de la tempestad, a algunos hechizos de los contrarios para que con esa oca- sión temiese el juez y no diera la sentencia contra ellos. Halló después haber sido esto así y por librarse de tan maldita gente tuvo por bien de venir con ellos a concierto, contentándose con el uno de los esclavos y dejándoles el otro.

12. Pasó el P. Fr. Antonio a Encusu a 3 de octubre del año de IH50 y le recibió su compañero Fr. José de Pernambuco con grande júbilo espiritual, por hallarse solo con un religioso lego que asistió allí poco tiempo y haber mucho que trabajar en aquella misión. El intér- prete se le había ido a San Salvador, con que fué preciso valerse de su habilidad. Con esta ocasión comenzó el P. Fr. José a predicar por es- crito en lengua del país y fué tan importante', que en poco tiempo la llegó a hablar con perfección. Al P. Fr. Antonio le sucedió lo mismo y. valiéndose de un vocabulario que habían hecho otros, en el ínterin que su compañero fué a confesar al conde de Huandu, que le envió a llamar para prepararse con los Santos Sacramentos, antes de salir a campaña contra cierto fidalgo que se le había levantado en el estado, se aplicó al estudio de la lengua con tal cuidado, que se hizo dueño de

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ella y pudo después componer varios papeles y libros para alivio de los misioneros nuevos (89).

13. Trabajaron mucho estos dos religiosos por espacio de un año en este marquesado y, aunque con poca gente', hacían siempre los mis- mos ejercicios cotidianos que en San Salvador, a los cuales asistía or- dinariamente el marqués ; pero los vasallos, como indómitos e inclina- dos al ocio, no ocudían con traza y así era necesario llevarlos por fuer- za a la iglesia. La población de Encusu es la mayor del reino después de la de San Salvador y todos los naturales de esta provincia son no- tablemente inclinados a bailes y a la ociosidad. Celebrábanles cada no- che con tales gritos y ruidos de los golpes que se daban en los brazos, que no dejaban pegar los ojos a los religiosos. Muchas veces salían ellos con las disciplinas en la mano, a fin de' estorbar tan mala vecin- dad y tan perjudiciales bailes, pero, viendo que se acercaban, echaban a huir y se iban a proseguir a otra parte.

14. Cuando les exhortaban a que dejasen las mancebas y se casa- sen, ofrecian hacerlo pero, en llegando a la ejecución, se retiraban del caso, dando buenas esperanzas para adelante. El último suceso que referimos de esta misión en otra parte, de la mujer que se separó de su marido por las sospechas que de él tenía, fué ejemplar tan pernicio- so, que de allí en adelante no hubo forma de que se casase otra por temor de que les hiciesen traición los maridos. Con esto y no dárseles mucho a ellos por vivir más al son de sus torpes apetitos, se consiguió poco fruto y vivían los Padres con algún desconsuelo entre gente tan obstinada. Pero por el mismo tiempo los consoló nuestro Señor para que en medio de su trabajo y aflicción no desfalleciesen y pudiesen per- severar gustosos, esperando el premio de sus trabajos de su poderosa y liberal mano en la bienaventuranza. Cuál y cómo fuese este consuelo

(89) El Vocabulario de que aqui se habla y del que también dan noticias otras muchas relaciones, se compuso en San Salvador ; do él sacaron luego copias los dis- tintos misioneros para su uso y la única copia que se conoce es la que para hizo el P. Jorge de Gela, capuchino flamenco, del que luego hablaremos. Dicha copia se conserva en la B. N. de Roma (Fondi Minori. 1896, Mss. Varía, 274). El mencionado vocabulario era trilingüe, como ya dijimos, y fué compuesto por Don Manuel Robo- redo y por los Capuchinos españoles, sobre todo el P. Buenaventura de Cerdeña.

En 1928 y con el titulo Le plus anden Dictionaire Bantu publicaron ese texto los jesuitas J. Van Wing y C. Penders, pero no conforme al original sino en congolés, francés y flamenco (Cfr, nuestro articulo arriba citado).

Aparte de eso el P. Antonio de Teruel compuso más tarde otro Vocabulario más completo y además cuadrilingüe : Latín, castellano, italiano y congolés. Compuso asimismo otros muchos libros para utilidad de los fieles, según abajo indicaremos (Cfr. también nuestro artículo mencionado).

l'J

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se dirá en el capítulo siguiente con la extensión que piden los sucesos memorables que allí se refieren.

15. Ahora concluiremos éste, dando noticia de la ocasión de la gue- rra que se movió contra el conde de Huandu, a quien fué a confesar el Padre Fr. José de Pernambuco, pues toca en la misma materia pre- sente y no hace al caso para adelante. Ya dijimos cómo la reina Zinga había conseguido la victoria y muerto al conde de Huandu con muchos de sus soldados y lo que sucedió después de esta derrota. Partióse la Zinga con su ejército después de haber vengado su agravio y, viendo los de Huandu que se hallaban sin cabeza que los gobernase, se reduje- ron de los montes adonde se habían retirado y se volvieron a la banza, convocaron los fidalgos de la provincia y trataron de elegir conde.

16. Los pretendientes principales eran dos hermanos del conde di- funto, o porque realmente eran sus hermanos o porque eran parientes muy cercanos, que en este reino acostumbran a llamar hermanos a to- dos los parientes, aunque con alguna diferencia, que no es fácil de en- tender sino de quien fuese' práctco en la lengua. De estos dos herma- nos eligió la provincia por su conde al menor y le dió luego la pose- sión ; en el ínterin el mayor, viendo que no había de negociar nada con los paisanos, se' fué a San Salvador y se casó con una parienta del rey, juzgando negociaría mejor por esta vía, como le sucedió, pue's, sin em- bargo de haber elegido la plebe a su hermano, por no haber confirma- do el rey la elección, le' nombró por conde a él y le dió licencia para que fuese a despojar de] estado al electo.

17. Dispúsose el conde para la defensa y juntó hasta mil hombres de gue'rra, pero, pareciéndole ser número corto para invadir al ejér- cito contrario, se valió de la amistad que tenía con el marqués de En- cusu y le pidió socorro. Fueron éste y sus fidalgos a consultar con los Padres este negocio y a tomar su parecer : la respuesta que se les dió fué decirles que, si salían a la guerra, a que les veían determinados, tratasen primero de ponerse bien con Dios ; que dejasen las concubi- nas y se casasen como Dios manda, y que después se preparasen con los Santos Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, por ser tan in- ciertos los sucesos de las guerras y tan de ordinario morir en ellas los que las hacen.

18. A esto respondieron los fidalgos diciendo que los confesasen por entonces y que, en volviendo de la guerra, se casarían. Conocieron los religiosos que todas sus palabras eran de cumplimiento, como lo

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habían sido otras muchas que les habían dado sobre el caso en varias ocasiones, y así no les pareció acertado el confesarlos por no contra- venir a lo que nos enseñó Cristo bien nuestro cuando nos dijo : Nolite daré sanctum canibus ñeque mittatis margaritas ante parcos. Y así lo que hicieron fué representarles el peligro de la vida y riesgo conocido en que se hallaban de perder sus almas por la falta de verdadera con- trición y propósito de salir del mal estado en que vivían, y que en cas^ tigo de sus culpas seria muy posible que perdiesen la batalla y murie- sen todos. «No puede ser eso dijeron , porque nosotros llevamos el Rosario al cuello y los contrarios no acostumbran a traerlo así, y por tanto confiamos en Dios de conseguirla.» Respondieron los Padres di- ciendo : «Bueno es eso si juntamente tratáis de reconciliaros con Dios de verdad; p^ro importa poco llevar el Rosario al cuello, cuando tenéis voluntariamente en el alma y tan de asfento al demonio ; y así para que el Rosario os aproveche es necesario lanzar de vosotros primero al demonio.»

19. Nada de esto fué bastante para reducirles a verdadera peniten- cia y, como estaban tan resueltos a sahr a la guerra sin aguardar más razones, tocaron a marchar y se fueron de la banza en busca del con- de de Huandu. En partiendo de la banza determinaron los Padres, reco- nociendo el gran peligro de su salvación, que a lo menos el uno fuese en su seguimiento para predicarles antes de la batalla y exhortarlos a verdadera penitencia y, después de un acto fervoroso de contrición, ab- solverlos en la mejor forma posible, pues sería dable se arrepintieran de corazón, viéndose ya cercanos a la pelea. Fué a esta función el Pa- dre Fr. Antonio de Teruel y los halló acuartelados ceTca de una po- blación al abrigo de sus barracas formadas de ramos, que es lo que les sirve de tiendas de campaña.

20. Allí supo el Padre cómo estaban resueltos a volverse, tomando por pretexto que no tenían orden del rey para pasar adelante o por otros motivos que ellos no quisieron declarar. Por esta causa se volvió el Padre y les dejó, pero, porque su buen celo no quedase sin premio y no volviese sin triunfo de la guerra y las manos vacías de despojos, le concedió Dios el ganarle un alma que, acabada de bautizar, se fué al eterno descanso, en lo cual se ve lo que e's la fuerza de la predestina- ción y los inescrutables juicios del Omnipotente en sus caminos y dis- posiciones, pues, habiendo llegado este religioso a la libata, vecina al ejército, con ánimo, de dar la vuelta al Encusu y tomar la mañana, se recogió aquella noche temprano. Apenas comenzó a dormir, cuando

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

despertó y oyó un ruido extraordinario de voces de un confuso y las- timoso llanto ; salió a la calle y se encaminó hacia la casa donde sona- ban las voces para ver si había sucedido alguna fatalidad y remediar lo que pudiese. Entró y encontró en ella cantidad de hombres y mujeres al fuego, cantando, llorando y bailando juntamente, que parece cosa in- creíble, aunque en la verdad pasó así, siendo el motivo de variedad de afectos tan encontrados el que se estaba muriendo un niño de pocos días, al cual pretendían curar con aquellas ceremonias y hechicerías, que es la cura ordinaria que les ha sugerido Satanás conforme a sus genios e inclinaciones.

21. Informóse del caso el Padre y, viendo la barbaridad de aquella gente y que, estando él tan cerca, no le habían avisado para que bauti- zase al niño, les reprendió ásperamente ; comenzaron a huir los más y sólo que'daron allí la madre del niño y otras dos o tres personas ; pidió agua y bautizó al niño y dentro de pocas horas se fué a gozar de Dios, habiéndole conservado Dios la vida hasta recibir este santo Sacramen- to para su mayor felicidad y para consuelo espiritual del religioso, el cual le tuvo tan grande por reconocer le había tomado Dios por instru- mento para la salvación de aquella alma ; por lo cual le dió las gracias y se partió al día siguiente para el hospicio. El marqués y su gente se volvieron luego a la banza de Encusu, sin haber dado paso adelante, en medio de su orgullo y gana de pelear ; y dentro de poco tiempo se tuvo noticia de que, habiendo presentado batalla al conde de Huandu con sus mil hombres, fué derrotado del contrario con muerte de la mayor parte, y, puesto en fuga, se retiró con el resto de la gente a los confines del condado, donde fundó nueva banza para sí.

CAPITULO XXXII

í

En que se refieren algunos casos notables que sucedieron por este tiempo en San Salvador para aliento de los misioneros.

1. Propio es de este santo ministerio sembrar con lágrimas, tra- bajos y penurias la palabra evangélica, según lo predijo mucho antes el Rey Profeta: Emites ibant et flebant, inittcntes semina sua (90), pero también están vinculados a esos trabajos y lágrimas los premios y go- zos eternos, después de la labor y peregrinación temporal de esta vida, la cual, por larga y penosa que sea, siempre es corta y ligera respecto del cúmulo de bienes y felicidades que se siguen a ella. Y así, aunque preceden a la ida tantos afanes y penalidades que abruman y fatigan, no por eso deben desmayar en sus tareas, pues, si perseveran fieles en ellas, a la vuelta se convertirá su tristeza en gozo y entonces dirán sin zozobra : dichosos trabajos que tanta dicha nos ocasionan, y cantarán akgres con David : Venientes autem venient cum exulfatione, portan- tes manipulas suos (91).

2. Para confirmación de lo dicho y aliento de los nuestros, y espe- cialmente de los Padres que asistían en el marquesado de Encusu, adonde era mucho el trabajo y poco el fruto por la tibieza de unos y obstina- ción de los más en sus vicios, les previno el cielo el consuelo suficiente, moviendo Dios al tiempo de su mayor aflicción el ánimo del P. Fray Francisco de Veas, que residía entonces en San Salvador, para que pu- siese por escrito los dos casos siguientes que sucedieron en aquella corte y les remitiese una copia de ellos a los demás misioneros del reino para que diesen gracias a Dios por todo y se esforzasen a tra-

(90) Psalm,. 125, 7.

(91) Psalm.. 12.5, 8.

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

bajar fielmente' y preparasen sus ánimos para los trabajos y persecu- ciones que en la visión siguiente se Ies anunciaba y después sucedieron puntualmente.

3. Habia en San Salvador una mujer casada, sencilla y temerosa de Dios, la cual era congregante de la congregación de la Purísima Concepción y del Rosario de Nuestra Señora. Fué un día su marido al convento, muy triste y afligido, a llamar al P. Fr. Francisco de Veas, que solía confesarla, y le dijo que su mujer estaba muy enferma de cierto accidente repentino que le había dado y que tenia que hablarle, para lo cual le suplicaba se llegase a su casa. El Padre juzgó que que- rría confesarse y así, sin más dilación, se fué con el marido a su casa. Entró en ella y halló a la mujer en brazos de otra, acompañada de al- gunas vecinas, y, tan postrada, que apenas tenía facultad para pro- nunciar las palabras.

4. Preguntó el Padre si quería reconciliar-se y respondió que no tenía entonces necesidad : que para lo que le había enviado a llamar era para referirle una visión que había tenido, en la cual se le había man- dado la comunicase' con su confesor. Apartó la gente y comenzó a re- ferirla en esta forma : «Sabrá Vuestra Paternidad cómo estando enco- mendándome a Dios, repentinamente quedé privada de los sentidos : luego vino el ángel San Gabriel y me cogió de la mano derecha y me llevó por un camino tan angosto, que apenas podía sentar ambos pies. Delante de vi que iba nuestro S. P. S. Francisco, cuya santa cuer- da me servía de báculo para no caer por senda tan estrecha. Por últi- mo, llegamos a una gran corte, que no parecía ser la celestial ; allí vi a Cristo Señor nuestro, sentado en un trono de gran majestad y glo- ria, y alrededor a los Santos Apóstoles, a S. Miguel al lado derecho y a nuestro P. S. Francisco al izquierdo, el cual se puso allí con una vara en la mano ; detrás de los cuales se descubría una infinidad de santos y bienaventurados y entre ellos conocí al P. Fr. Buenaventura de Cerdeña y Fr. Gabriel de Valencia, vestidos y adornados de unas ropas muy preciosas.

5. «Apenas fui puesta en la presencia del soberano juez, cuando llegaron dos crueles verdugos, de figura tan horrenda que me causa- ron gran temor y espanto, los cuales presentaron en aquel tribunal severo el alma de un infeliz pecador que acababa entonces de salir de su cuerpo. Estos comenzaron a alegar que aquella alma era suya, por haber muerto en pecado aquel hombre : dió el juez supremo sentencia de condenación contra ella, y. aunque mostraba pedía perdón de sus

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culpas con lágrimas y suspiros, no le valieron sus ruegos, porque le fué respondido que ya no era tiempo de misericordia, sino de justicia, y así aquellos verdugos la arrebataron y se la llevaron al infierno.

6. «Concluido este juicio, comenzó el divino juez a pedirme cuenta de mi vida y a hacerme cargo de todas las culpas que habia cometido y omisiones que había tenido, especialmente en rezar el Rosario de la Virgen de cuya congregación soy hermana. Yo no hallé qué respon- der y, viéndome convencida y lo que había pasado, comencé a tem- blar, juzgando sucedería de lo que del alma del otro pecador des- dichado. Pero no fué así, porque tuve en mi favor el haberme confe- sado de todas mis culpas con verdadero dolor y haberme aplicado el Padre algunas indulgencias : con esto me dieron por libre y yo quedé muy alegre y gozosa.

7. «Después se acercó a mi el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña y me animó y consoló mucho, diciéndome que sufriera con paciencia la enfermedad que me sobrevendría desde entonces, porque Dios me que- ría llevar por camino de espinas y trabajos, como el que había visto, intes de llegar allí), para que, en muriendo, vaya derecha mi alma a go- ?ar de aquella gloria y bienaventuranza. Añadió después: «Dirásles a mis lermanos y compañeros los misioneros que se alienten a llevar con imoroso sufrimiento los trabajos que padecen y las persecuciones que lan de tener ; que no desmayen en lo comenzado, porque les tiene el >eñor aparejada grande gloria.»

8. «Acabado esto, que apenas duró el espacio de un Avemaria, me •-Ogió de la mano el mismo ángel S. Gabriel, yendo delante nuestro 5. P. S. Francisco, como al principio, y me llevó por un camino muy incho y espacioso y tan trillado de los muchos que por él pasaban, que 10 se veía en él ni siquiera una hierba. Llegamos al término y halla- nos en él un despeñadero tan grande, que ponía grima, debajo del ual había un foso tan profundo que sólo el mirarle causaba horror. KWí vi confusamente infinita multitud de condenados, cuyas penas eran

1 troces, y tantas que no se podían comprender.

9. «Las tinieblas de este lugar desventurado eran espesas, que no .aban lugar a que se viese cosa alguna distintamente ; sólo se oían iantos y gemidos tristísimos que melancolizaban ; mas con todo eso me ueron mostradas muchas almas de gente de esta tierra, que estaban allí or los pecados de amancebamientos y hurtos. Apartóme el ángel de

ste sitio y me dijo que enviase a llamar a mi confesor y le refiriese

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estas cosas para que las predicase, y, hallándome entonces sin habla y sin vista, me dió el mismo ángel la hierba nmonsusu (es del pais y a modo de albaca), con la cual dijo me tocase los ojos y la garganta ; i hícelo así y con eso pude ver». Hasta aquí la visión. '

10. Refería estas cosas la mujer temblando y de allí adelante siempre que oía nombrar las penas del infierno, comenzaba a llorar amargamente y a estremecérsele el cuerpo. Oyó el P. Fr. Francisco de Veas toda su relación y dándole sobre ella la doctrina conveniente, la dejó y se volvió al convento. El día siguiente, con deseo de informarse mejor del caso, hizo nuevo examen dicho Padre y por no estar muy versado en la lengua, llevó consigo un intérprete ; mandó a la mujer que en su presencia le refiriese lo que le había comunicado el día an- tecedente ; obedecídok luego e hizo la misma relación con toda pun-i tualidad, padeciendo entonces los temblores y estremecimientos que la vez primera.

11. Informado el P. Fr. Francisco a su satisfacción, comunicó el suceso con el Prefecto y demás religiosos, los cuales hicieron examen de la materia y hallaron haber sido cierta la visión y revelación. LoT primero porque en sujeto tan sencillo no cabía relación tan concordada

y de cosas tan notables, hablando naturalmente, pues no hacía poco en saber bien las oraciones, cuánto más distinguir los dos caminos, ancho y angosto, con las otras circunstancias. Lo segundo, porque son muy propios efectos de semejantes comunicaciones los temblores y desfa- llecimientos, que le causaban las especies que le quedaron impresas en el alma, así del juicio como del infierno y de los dos caminos. Lo ter- cero, porque estos favores soberanos los ordena Dios regularmente para mayor utilidad espiritual de las almas, y en esta mujer hizo tal operación la comuncación referida, que de allí adelante vivió con mucho ejemplo. Lo cuarto, porque desde entonces se comenzaron a verificar las cosas que le anunció el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, para y para los religiosos, pues desde aquel día sieTnpre estuvo enferma y con grandes dolores, que sufrió con admirable paciencia y resignación hasta la muerte. También comenzaron desde entonces las persecuciones y éstas fueron de la calidad que veremos más adelante : por todo lo cual y el examen siguiente conocieron haber sido de Dios la visión y revé lación y no fraguada por el enemigo ni imaginada por la misma mujer

12. Pasado algún tiempo llegó a San Salvador el P. Fr. Antonic de Teruel y, ya noticioso del caso con la ocasión siguiente, supo df la misma mujer cuanto se ha referido. Salió dicho Padre un día a núes

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tra iglesia y otra buena mujer casada, a quien, según le habían dicho otros Padres, solía nuestro Señor favorecer y revelarla algunas cosas, le dijo por medio de un intérprete que tenía que comunicarle de parte de Dios una cosa de mucha importancia. El Padre receló sería en mate- ria tocante al prójimo y, para hacerse más capaz, llamó a un intérpre- te cuerdo y temeroso de Dios y, encargándole el secreto que pedíla la gravedad de la materia y diciéndole la ofensa tan grande que hacía a su Majestad divina y a su prójimo en revelarla, le ordenó escuchase a aquella mujer lo que tenia que decirle.

13. Oyóla el intérprete y dijo cómo Dios estaba muy airado contra el rey por tenerle muy ofendido por sus pecados y escándalos y que estaba determinado a castigarle severamente si no trataba de enmen- darse ; que se lo decía al Padre para que él, como ministro de Dios, se lo advirtiese o le aconsejase lo que ella debía hacer en este caso. Te- miendo el P. Fr. Antonio fuese ilusión, aunque no dudaba era cierto el escándalo del rey, y admitiendo juntamente el daño que se le podía seguir a la mujer, por ser hombre terrible de condición y vengativo y que había de venir en conocimiento de ella y mandarla matar, como había hecho con otras, con ánimo de averiguar si era fingido o verda- dero lo que había dicho, la examinó en esta forma.

14. Llamóla y díjola ; «Hermana : ya me he enterado de vuestro recaudo, pero no parece conveniente que yo hable al rey ; mirad vos si os atrevéis a decírselo, no obstante' los daños que se os puedan seguir de que os quite la vida por su fiereza de condición y presumir lo ha- béis consultado con nosotros.» Respondió la mujer diciendo: «Si Vues- tra Paternidad me lo manda o aconseja, desde aquí iré a hablarle y, a trueque de ejecutar la voluntad divina y el consejo de Vuestra Pater- nidad, me expondré a que me persiga y quite la vida.» Dijo esto la mu- icr con gran resolución por una parte y con igual rendimiento por otra al consejo y determinación del Padre ; pero, aunque ésta fuera señal de buen espíritu y en la opinión de los demás religiosos tenía asegurado

crédito, por haberla hallado puntual en los sucesos y dedicada siem- pre a lo mejor y más perfecto, con ejemplo y edificación singular de aquella corte, con todo eso no tuvo por acertado el dejarla ir ni tam- poco el hablarle él al rey privadamente, así porque fueran indubitables los daños que recelaba y él endurecerse más su corazón, como porque en los sermones y pláticas, que de ordinario acudía a ellas, se podía enca- minar el aviso con más claridad y menos nota. Por tanto, le dijo que

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encomendase a Dios el negocio y que en otra ocasión más oportuna le advertiría privadamente de sus pecados y escándalos.

15. Nótase aquí para adelant-e que la persecución que ks vino luego a todos los misioneros y les anunció en la revelación de la otra mujer el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, tuvo su principio en la corrección que se hizo privadamente al rey, aunque con la prudencia y discrección que se verá, no obstante las advertencias indirectas en las pláticas y ser ya público su escándalo. Pero en el ínterin referiremos el examen que hizo en esta misma ocasión el P. Fr. Antonio de la revelación pri- mera. Encontró a la mujer que la tuvo en la iglesia y llegando adonde estaba la saludó y preguntó algunas cosas para más certificarse de lo que le habían escrito a Encusu. Mandóle a la mujer que le refiriese lo que había pasado y ella se lo manifestó con la misma puntualidad que lo dijo, acabado de suceder. Pero con todo eso le hizo algunas réplicas para más asegurarse ; la una fué que ¿ cómo habiendo muerto ya en- tonces otros religiosos, no vió en aqviella gloria más que a los Padres Fray Buenaventura de Cerdeña y Fr. Gabriel de Valencia? Respondió a esto : «Padre, otros había allí también, además de los dos, pero como yo no los vi nunca en esta ciudad, no los pude conocer ; habían muerto en otras provincias.»

16. Preguntóle más: «Dígame: si solas las almas están en el cie- lo y no los cuerpos y allí no hay vestidos ni hábitos, ¿cómo conoció eran Capuchinos los Padres que vió en aquella gloria?» Respondióle

a esta pregunta diciendo: «¡Oh Padre mío! Muy diferentes hábitos , son aquéllos, que son de gloria ; pero muy a las claras se veía eran Ca- puchinos.» Otras preguntas le hizo a este modo y a todas respondió con mucha propiedad ; por todo lo cual quedó satisfecho dicho Padre de que lo que se le había escrito era cierto y así no pasó más adelante en la averiguación ; y reconocietido se comenzaba ya la persecución que les anunciaba uno y otro suceso, trató de disponer su ánimo, como les demás Padres, para padecer y sufrir lo que Dios fuese servido en- viarles, j

17. Otro caso sucedió por este mismo tiempo en .San Salvador, en que se manifiesta la misericordia de Dios para con los pecadores y la piedad de su Santísima Madre en ser nuestra abogada y medianera. Nadie extrañe tales prodigios en reinos tan remotos y adonde abundan los vicios con tanta copia, como hemos visto, pues la mano de Dios no está abreviada a solos los reinos católicos ni a las buenas almas que habitan en ellos, porque en todas partes tiene Dios quien le conozca,

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LA MISIÓN DEL CONGO

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ame y sirva, y esto «n todos tiempos y edades. Verificándose en eso lo que predijo el profeta Joel y explicó a los hebreos de Jerusalén San Pedro, después de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles v discípulos, como se refiere en el capítulo II de los Actos Apostólicos, cuyas palabras son las siguientes y se pudieran comprobar con muchos y raros ejemplos maravillosos de los siglos pasados y presentes : Et erit in iiozñssimis diebus, dick Dominus, effundam de Spiritu meo super omnem carnem; et prophetabunt filii vestri ct filiae vestrae, et juvencs vestri visión^ videbunt et séniores vestri somnia somniabunt. Et qui- dem super servos meos et super ancillas meas m diebus illis effundam. de Spiritu meo et prophetabunt , et dabo prodvgia in coelum sursum el signa in térra deorsum, sangninem, et rgiiem et vaporem fumi (92).

18. El caso, pues, sucedió de esta forma. Enfermó un hombre ca- sado y, habiéndose confesado conforme lo tenían dispuesto los religio- sos, porque no muriera sin Sacramentos, como miserable se dejó ven- cer del enemigo y calló en la confesión el que actualmente tenía una manceba. Habiendo sucedido esto así, quedó el hombre con el remor- dimiento de conciencia que se puede presumir, que en tales casos el mayor verdugo es el estímulo de la propia conciencia ; pero con todo eso se quedó en su culpa y sin procurar salir de ella. A este tiempo la majestad de Dios, usando de su infinita misericordia, en vez de cestigar a este hombre severamente, 'le dispuso a la gracia por el medio siguien- te, para que conozcamos cuán cierto es que su Majestad no desea la muerte del pecador, por abominable que sea, sino que se convierta y viva.

19. Estaba, pues, este hombre sentado al fuego, vacilando sobre el sacrilegio que había cometido en callar su pecado en la confesión, y en e,ste tiempo llegó una mujer venerable a él, tapada con una manti- lla blanca, y 'le dijo : «Levántate y vente conmigo, porque mi hijo te espera para decirte lo que conviene a tu salvación.» Salieron ambos de casa y, habiendo caminado algún espacio fuera de la población sin ha- blar palabra, se le apareció luego Cristo Señor nuestro, puesto en la cruz, y le dijo las siguientes palabras : «Mira lo que por ti he padeci- do y la sangre que vierten mis llagas. reparó corría sangre de todas ellas , y tú. en lugar de serme agradecido viviendo en santidad y jus- ticia, me ofendes a todas horas y has intentado engañar a mis ministros en la confesión. Basta ya lo pasado : confiesa enteramente tus culpas v

f92) Joel. 2, 28-30.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

trata de vivir en pure'za contentándote con la mujer propia : y si no lo haces, sabe que vas muy presto a padecer eternamente en los in- fiernos.»

20. Dijo estas palabras el S^ñor con rara severidad y luego desapa- reció la visión ; pero quedó el hombre tan compungido por una parte y tan temeroso por otra, que luego inmediatamente envió a llamar al confesor y públicamente se confesó de sus culpas con gran dolor y arrepentimiento. Despidió la manceba y contó lo que había pasado a los circunstantes y de allí a pocos días, estando ya muy enmendado en la vida, permitió Dios perdiese el juicio, disponiéndolo así su Majes- tad por ser infinita su misericordia, a lo que se puede creer piadosa- mente para que no tuviese ocasión de perder en adelante su amistad y gracia, según lo que dice del justo el libro de la Sabiduría, es a saber: Placens Dco factus est dilectus, et v'wens inter peccatores translcutus est. Rapitus est iie nmlitia mutaret intellectum ejus, aut ne fictio deci- peret aniinam illius (93). »

m) .Sap., 4, 10.

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CAPITULO XXXIII

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De la embajada de los Padres Fr, Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma y sus resultas.

1. En el capítulo XVIII dejamos a estos Padres despedidos del Príncipe de Orange con la negativa a la petición que hicieron por parte del rey del Congo, en orden a que los de la Cámara de Holanda die- sen pasaporte a los Capuchinos que en adelante navegasen aquellos mares a sus misiones. Al mismo tiempo recuperaron los portugueses a Angola, con que no fué necesario el pasaporte de los holandeses ; y así pasaron dichos Padres a Flandes y desde allí a Roma a dar la em- bajada que llevaban al Sumo Pontífice, habiendo gastado año y medio desde que salieron del Congo en tan largo y penoso viaje.

2. En llegando a Roma visitaron a los Eminentísimos Cardenales de la Sacra Congregación de Propaganda Fide ; diéronles noticia de los felices progresos de la misión y del intento con que los enviaba el rey de Congo. Solicitaron después audiencia secreta de Su Santidad y en ella le refirieron a Su Beatitud los motivos de la embajada ; cuan obe- diente hijo a aquella Santa Sede era el rey, el singular afecto con que recibió en su reino a los religiosos y el fruto que se hacía y esperaban conseguir no sólo en el Congo sino también en otros reinos vecinos, si se aumentase el número de operarios. Mostró Su Santidad, como Padre amantísimo y celosísimo de su grey, el gozo y consuelo espiri- tual que había recibido con tal informe y, después de haber discurrido sobre varias cosas, tocantes a aquellas cristiandades de Africa, les echó su bendición y los despidió diciendo que daría brevemente orden para la función pública en que diesen la obedieticia en nombre del rey (94).

(94) Los PP. Angel de Valencia y Juan Francisco de Roma llegaron a la Ciudad Eterna el 19 de marzo de 1648. Lo que sucedió en las audiencias habidas con el Papa

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

3. Señalóles para este efecto el día 9 de mayo del año 1648, y con asistencia de muchos señores Cardenales, Arzobispos, Obispos y Pre- lados dieron la obediencia con todas las ceremonias que se acostum- bran y se pudiera, aunque se hiciera en nombre de uno de los mayores reyes de Europa, pues, a la verdad, no le faltó circunstancia alguna, sino sólo la cabalgata, la cual excusaron los Padres embajadores por atender a la modestia de su hábito y profesión. Nuestro Rvdmo. P. Fray Simpliciano de Milán, entonces Procurador de la Curia y después dig- nísimo General de la Orden, hizo una breve y elegante oración en ala- banza de] rey Don García II y después los Padres embajadores dieron la obediencia en su nombre a Su Beatitud y le presentaron las cartas de obediencia y creencia, escritas en lengua portuguesa, que traduci- das al castellano, dicen así :

Carta de Obediencia

4. «Santísimo Padre : Doy a Vuestra Santidad con todo mi afecto la obediencia, como hijo que soy de la Santa Iglesia Romana, y junta- mente las debidas gracias por el cuidado que Vuestra Beatitud ha te- nido de enviarme ministros evangélicos para este reino del Congo. Su- plico a Vuestra Santidad que los que me enviase de aquí adelante, sean religiosos de San Francisco Capuchinos, porque yo y todo mi reino los estimamos mucho, como a verdaderos siervos de Dios, y sean en buen número, porque el reino es grande y en todo él no hay sino dieci- seis sacerdotes y por esta razón padecen los pueblos en lo espiritual mucho. También suplico a Vuestra Santidad que, junto con los minis- tros evangélicos, se digne enviar Obispos a este reino para que puedan consagrar otros Obispos y ordenar sacerdotes, para que de esta forma venga a conservarse la religión católica en el Congo. Y, finalmente: Vuestra Beatitud se digne también de concederme las gracias que yo he comunicado a boca a mis embajadores para el bien universal de este reino, las cuales no van por escrito por no cansar a Vuestra Santidad, cuya persona y dignidad suprema conserve nuestro Señor para bien de la cristiandad. Del Congo, a 5 de octubre de 1646. Hijo obedientí- simo de Vuestra Santidad, el rey Don García.»

Carta de creencia

5. «Santísimo Padre : Por esta mi carta de creencia y escritura, fir- mada de mi mano y sellada con el sello de mis armas reales, constituyo

cfr. Bullarium Ord. FF. Min. Cap., VII, p. 195, y PAIVA MANSO, o. c, pp. 189-92, ' que In toma del Bullarium. Aqui puede verse también la carta de obediencia que en- tonces dió el rey del Congo al Pn()a fp. 197). i

LA MISIÓN DEL CONGO

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por mis embajadores a Vuestra Santidad a los Reverendos Padres Fray Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma, predicadores Capu- chinos, Misioneros Apostólicos en este reino del Congo, y les doy todo mi poder y facultad, como si yo personalmente y por mi propia real persona lo hiciese, para poder decir, hablar y alegar en todas las ma- terias importantes al bien y utilidad de esta corona del Congo con Vues- tra Beatitud, y que en todo se les entero crédito. Que todo cuanto trataren y determinaren con Vuestra Santidad en mi nombre, lo doy por bien hecho y por firme y valedero. Del Congo, a 5 de octubre de 1646. Hijo obedientísimo de Vuestra Santidad, el rey Don García.»

6. Su Beatitud, después de haberlos recibido con paternal amor, significó el gozo grande que tenía en oír que el rey fuera tan obe- diente y devoto hijo de la Santa Sede Apostólica ; que él, como Pastor universal de la santa Iglesia, tendría siempre particular cuidado de su persona y no faltaría a dar entera satisfacción a las súplicas que el rey le hacía en cuanto fuese posible. Mudando luego de estilo, aunque no de afecto, pasó luego a exhortar a los embajadores peleasen valerosa- mente e'n servicio de Dios y de la Santa Sede, animándoles con palabras de sumo consuelo a la perseverancia y tolerancia en los trabajos y ofreciéndoles todo auxilio necesario.

7. Concluida esta devota y reverente función, les dió Su Santidad su Apostólica Bendición, y, haciendo la genuflexión acostumbrada, se retiraron fuera de la pieza de la audiencia. Quedáronse con Su Santi- dad los Eminentísimos Cardenales de la Sacra Congregación de Pro- paganda Fide y les encomendó la expedición de la misión del Congo y la del Benín, que se decretó entonces. La Sacra Congregación trató luego de la materia y de satisfacer a los ruegos devotos del rey Don García; determinóse enviarle Obispo y treinta y cuatro religiosos, que se nombraron con la brevedad posible por irse ya acercando los calo- res y mutaciones. También concedió Su Santidad la mayor parte de las gracias que pidió el rey, y demás a más le envió, por señal de especial amor y paternal afecto, una corona bendita de su mano, de plata so- bredorada y guarnecida de diferentes piedras preciosas, con la carta o breve siguiente, que, traducido del latín en castellano, dice' así:

8. «INOCENCIO PAPA X.— Carísimo en Crísto hijo nuestro: Salud y Apostólica Bendición. ^Teniendo en el amor y caridad pater- nal de nuestro pecho, conforme al oficio de nuestro apostolado, todos

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

los pueblos del orb^ cristiano, atendemos con más particular cuidado a aquellas ovejas del rebaño de Cristo, que viven bajo de otras partes del cielo más distantes y remotas de nosotros, para que los que aparta de su amantísimo Pastor la distancia de las tierras, los junte a su abri- go la continua cercanía del amor y vigilancia. Nos, pues, cuidando con especial benevolencia de tu Majestad y reino del Congo, según habrás entendido por otras letras nuestras, y mirándoos paternalmente por causa de la religión, hemos visto el deseado y devoto reconocimiento de la obediencia que has dado a Nos y a nuestra Santa Sede ; el cual, recomendado del abundante testimonio de tus cartas y de la embajada de nuestros amados hijos Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma, del Orden de los Capuchinos, la recibimos con nuestra apos- tólica benignidad, de muy buena gana, abrazando amantísimamente a tus embajadores, de los cuales hemos entendido tus necesidades espi- rituales y las de las iglesias de ese reino ; daremos en breve forma, se- gún Dios quisiere, para que se acuda conforme la posibilidad y el tiempo a vuestro remedio. En el ínterin nos hemos alegrado sumamen- te por la sed que tenemos de la salud de vuestras almas, de tu insigne piedad en defender con tanta dihgencia esos pueblos del contagio asi de los infieles como de los herejes, y te exhortamos a que lo continúes con mayor esfuerzo más y más cada día. Que como no se les ha dado debajo del cielo otro nombre en el cual conviene que nos salvemos, si- no el nombre de Jesús, así falsamente usurpan la gloria de este nom bre los que se apartan del rebaño de Cristo y de la guarda de su Pas- tor, a quien el mismo Cristo Señor nuestro encomendó sus ovejas pa- ra que las apacentase. Así, pues, carísimo en Cristo hijo nuestro, con todas las fuerzas de tu ánimo, trabaja tanto en conservar como en di- latar en esas partes la verdadera fe de Jesucristo, en la cual sólo ^está la salud ; y con todo el corazón ten cuidado en cultivar la justicia, la piedad y las demás cristianas virtudes, que con gran gozo hemos oído te ha concedido el Padre de las lumbres y, aumentadas suavemente, puedes estar persuadido que tus cosas y las de tu reino estarán perpe- tuamente en nuestro corazón. En lo demás deseamos que el Omnipo- tente Rey de los reyes, a tu Majestad, a la reina tu mujer y a tus hijos, felices sucesos colmados de su verdadera alegría ; a los cuales damos amantísimamente nuestra Apostólica Bendición para salud de las almas y de los cuerpos. Dadas en Roma, en Santa María la Mayor, debajo del anillo del Pescador, día veinte de mayo de mil seiscientos y cuarenta y ocho, y de nuestro Pontificado el año cuarto.» El sobres-

LA MISIÓN DEL CONGO

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crito decía así : «Al carísimo «11 Cristo hijo Don García, rey del Congo» (95).

9. En esta misma ocasión, juntamente' con el socorro de religio- sos que la Sacra Congregación mandó despachar para el Congo, insti- tuyó otra nueva misión para el reino de Benín, cercano al del Congo, nombrando por Prefecto de ella al P. Fr. Angel de Valencia, uno de los embajadores, con otros catorce religiosos. De esta misión habla- remos en su lugar y ahora continuaremos con las resultas de la em- bajada, después de' la cual fué nombrado Viceprefecto para conducir al Congo los nuevos misioneros, el P. Fr. Juan Francisco de Roma, el cual asimismo llevó la corona al rey, por los accidentes que ocu- rrieron antes de salir de Roma dicho Padre (96).

(95) Cfr. el texto latino de esta carta en el liiiUarimii. VII, p. 197.

(96) Tres cosas pidieron los dos mencionados Padres, llegados a Roma como em- bajadores del rey del Congo : nuevos misioneros, un Obispo para el Congo y una corona para el rey y asimismo que se declarase al hijo con derecho a sucesión. En cuanto a esto último Roma nada dijo : se contentó con enviar al rey una corona ben- decida por el Papa. En cuanto al Obispo ya veremos en los capítulos siguientes lo que hubo, asi como respecto a los misioneros pedidos. Por de pronto el P. Angel de Valencia, nombrado Prefecto de la nueva misión del Benin, se embarcó rápida- mente para España a gestionar embarcación. El P. Juan Francisco quedó en Roma, ventilando el asunto del Obispo y otros pormenores.

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CAPITULO XXXIV

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Refiérese el viaje del P. Fr, Angel de Valencia a España y cómo la Majestad Católica de nuestro monarca don Felipe IV mandó dar los despachos y medios necesarios para la conducción de ambas misiones.

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1. 'Habiendo corrido con la prosperidad que hemos visto los des- pachos de la embajada y en tan breve tiempo como se ve, pues aun no llegaron los días a doce, así por el abrasado celo de Su Beatitud como por la vigilancia de los Eminentísimos Cardenales de la Sacra Congre- gación en resolver las materias que propusieron los embajadores, pudo despacharse presto el P. Fr. Angel de Valencia para venir a España a dar forma conveniente para el navio de ambas misiones. Con este designio, habiendo besado el pie a Su Santidad y tomado su bendición y licencia, salió de Roma con Fr. Félix de Mons a los primeros de ju- nio, dejando allí al P. Fr. Juan Francisco de Roma, con quien había venido del Congo, para que acompañase al Obispo que la Sacra Con- gregación había nombrado para aquel reino y para que llevase la co- rona que S. S. enviaba al rey, dejando asimismo resuelto que se habían de venir a juntar con el favor de Dios unos y otros misioneros a España en el puerto de Cádiz.

2. En saliendo dicho Padre de Roma fué a visitar la casa santa de Loreto para consagrarle en ella a Dios y a su Santísima Madre la nue- va peregrinación emprendida por su amor. Desde allí pasó a Génova a buscar los misioneros que ya con igual fervor le esperaban para em- barcarse a España. Ofrecióse conducirlos no sólo a este reino, sino al del Congo, gustando de ello nuestro católico monarca, Paulo Mara- botte, devotísimo de la Capucha y capitán de un famoso galeón nuevo llamado la Reina Ester. Pero llegando nuevos avisos de que aun se de-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

t«nía la armada francesa en las costas de Génova con mira de coger el nuevo bajel con las muchas y ricas mercancías de que iba cargado, ha- biendo pocos días ames dado caza a siete galeras de Nápoles y a Jua- netín Doria, su general, hasta casi dentro del puerto de Génova, rece- ló el capitán algún mal suceso y así resolvió prudentemente detenerse algunos días hasta que, enterado de que los franceses se habían retira- do a Tolón, determinó hacerse a la vela a once de septiembre de 1648, rogando a los religiosos que se embarcasen dos días antes.

3. Hízose esta función con devota solemnidad, acompañando a los misioneros procensionalmente los religiosos del convento de 'la Purísi- ma Concepción y la mayor parte de la nobleza de aquella ciudad en barcos y falucas que aprestaron para el caso. Apenas llegaron al ga- león cuando una marita que corría se convirtió en tormenta espantosa, que duró dos días, en Jos cua'les no habiendo concluido el capitán sus negocios y siendo preciso el detenerse más tiempo, considerando el Pa- dre Fr. Angel el daño de cualquier detención por corta que fuese, para negociar en Madrid la segunda embarcación para los del Congo, y viendo que partía de Génova para España Don Francisco de Andrada y Castro, Arzobispo de Palermo y electo Obispo de Jaén, volvió a tie- rra y i-e suplicó se sirviese de admitirk en su navio. Aceptó el ruego este Iillmo. Prelado, esclarecido en sangre, en letras y en religión, y, uni'endo la piedad con la grandeza, tuvo a su mesa todo el viaje a los Padres Fr. Angel de Valencia y Félix de Mons, asistiéndoles en todo con regia magnificencia.

4. Llegaron a Valencia felizmente y desde allí vinieron a Madrid. En el convento de San Antonio se repararon algunos días de las fati- gas de tan largo viaje y luego pusieron en ejecución la pretensión de los bajeles y navios necesarios para la conducción de ambas misiones. Para el mejor efecto de ella fué el P. Fr. Angel a visitar al Nuncio de Su Santidad, Don Julio Rospigliosi, Arzobispo de Tarso ; presentóle las cartas de recomendación que trajo deí Pontífice y de la Sacra Con- gregación para que favoreciese la causa de la misión con nuestro Rey Católico.

5. Por este medio tuvo el P. Fr. Angel audiencia con S. M. y puso en sus reales manos el Breve de S. S., en el cual representaba los be- neficios que los reyes del Congo habían recibido de los serenísimos Re- yes Católicos, sus gloriosos progenitores, pidiendo los continuase con el rey presente, confiando de su real celo y grandeza y de lo que le de- bía la religión católica, ampararía esta misión. Con el Breve acompañó

LA MISIÓN DEL CONGO

dicho Padre la carta de creencia del rey Don García, dando cuenta a Su Majestad de los sucesos de la misión hecha debajo de su real auxi- lio, así de palabra como por escrito, presentándote la relación de ella según se imprimió en Italia en lengua toscana (97).

6. Faltan palabras para referir la grande y rara benignidad con que nuestro Católico Monarca oyó el razonamiento de dicho Padre y reci- bió el Breve de S. S., la carta del rey del Congo y la relación, mos- trando y dando a entender cuánto se alegraba de saber lo que Dios ha- bía obrado en aquellas partes y el fruto que por medio de los misione- ros se había cogido. Con que de su grata, piadosa y cristiana respues- ta concibió ei P. Fr. Angel segurísimas prendas de su buen despacho. Remitiólo al Consejo de Estado, al de Indias y Junta de Portugal y, comenzando a correr por todos tres el negocio, no pudo efectuarse con la brevedad que el sumo celo de' sus ministros deseaba. Y así, para darle más calor, volviendo a hablar el Nuncio a S. M., representando las con- veniencias de esta misión, ios deseos de Su Beatitud y las instancias del rey del Congo, dió esta católica respuesta: «Cuando este negocio no fuera gusto de Su Santidad, bástame a ser tan conocidamente de la gloria de Dios y salvación de tantas almas para que lo haga despachar con brevedad». Palabras por cierto dignas de monarca tan grande, pri- mogénito de la Iglesia y columna suya y que deben esculpirse en los corazones de los prestntes y venideros que son los bronces más per- durables.

7. Tuvo después otra audiencia el P. Fr. Angel, señalada por Su Majestad para el domingo de Ramos por la tarde, que, como en ella se había de tratar de la honra de Dios y exaltación de su santísimo nombre, tuvo gusto en oírle en día tan solemne' y en que se hallaba tan desocupado de otras tan grandes materias, como ocurren en esta mo- narquía. De la gratitud y regia benevolencia de S. M. en esta segunda audie'ncia recibió dicho Padre más confianza para representar de nuevo con el debido rendimiento los muchos bienes espirituales que con la brevedad del despacho se podían conseguir y los inconvenie'ntes que de la tardanza de él podían resultar ; a lo cual no con menos agrado y apa- cibilidad que en la primera audiencia sino con mucha mayor, le res-

(97) Se trata de la relación del P. JUAN FRANCISCO DE ROMA, que se im- primió con el siguiente título : Breve Relacione del successo della Missione dei Ca- ppucini al Regno del Congo..., Roma (1648). En ese mismo año se publicó la segun- da edición en Nápoles.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

pondió repetidas veces S. M. diciendo : «Que con mucho gusto k ha- ría despachar.»

8. Viéronse muy presto los efectos de su admirable celo, pues hizo consulta el Consejo de Estado a S. M. a nu€ve de abril y dió su parie- cer en esta materia la Junta de Portugal, por incluirse el Congo en la demarcación de este reino, según lo prescrito por la Santidad de Ale- jandro VI en la Bula expedida y declaración hecha el año de 1493, donde el duque de Abranles, su presidente, en quien corrieron iguales el celo del servicio de Dios y del rey, y Don Gabriel de Almeida, secretario de ella, esforzaron las conveniencias de la misión y con la consulta y parecer referido, fué servido S. M. de resolver lo siguiente:

0. Que por el Consejo de Indias se diese embarcación a Fr. An- gel de Valencia y a cuarenta y tres compañeros para las misiones del Congo y del Benín y las demás cosas necesarias para su viaje y todo el favor y ayuda que fuese menester para el buen efecto de su jornada, por ser como es enderezada a una obra tan heroica como la de la con- versión de tantas almas. Este fué el tenor del decreto y de esta reso- lución dió aviso Don Fernando Ruiz de Contreras, Caballero del Or- den de Santiago, del ConSiejo Real de las Indias, Secretario del Supre- mo de Estado y del Despacho general, después de haber esforzado esta negociación con todo celo, piedad y devoción en la parte que le pt'do tocar, a Don Juan Bautista Sáenz de Navarrete, caballero del Orden de Alcántara, del Consejo de S. M. y su Secretario en el Real de In- dias, que con igual cristiandad y fineza asistió a la ejecución última de esta materia.

10. Pocos dias después, para abreviarlo más, se sirvió S. M. desde el Real Sitio de Aranjuez enviar otro decreto en confirmación del pri- mero, mucho más cumplido, pues hablaba en él S. M. mismo con el Consejo de Indias y venía firmado de su real mano. Con que se volvió a reconocer el sumo e incomparable celo y piedad cristiana de nuestro rey, y más hallándose fuera de Madrid y en las recreaciones del cam- po, no perdió de vista la causa de Dios, que había tenido tan a su cargo.

11. Deseaba el Consejo la más pronta ejecución, pero la forma y el modo de disponerla tenía muchas dificultades que' vencer y en alla- narlas les fué preciso gastar algunos días, y al P. Fr. Angel también el volver por tercera vez a los pies de S. M. y hacer nuevas instancia.^ con Don Luis Méndez de Haro y Guzmán, Marqués del Carpió y Du-

LA MISIÓN DEL CONGO

que' de Olivares, su primer ministro, que desde el principio favoreció, guió y fué la mayor parte en la dirección de esta materia, como podía y debía esperarse de su cristianísimo celo.

12. Venciéronse los inconvenientes, confirmando S. M. por bercera vez con benignísima piedad la merced primera y, viéndose el último de- creto en el Consejo de Indias a dos de agosto, día de Nuestra Señora de los Angeles, tan conocidamente protectora de la Orden y de esta apostólica misión, acabó de tener el expediente deseado la pretensión. Porque Don García de Avellaneda y Haro, Conde de Castilla, como Presidente del Consejo, mostrando su devoción y piedad y todo el Con- sejo pleno resolvieron se ejecutara puntualmetite el orden que S. M. ha- bía dado, despachando la merced en la forma que veremos en el capí'"- tulo siguiente.

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CAPITULO XXXV

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Póncse el tenor del decreto para el envío de las dos misiones y dáse noticia de los sujetos que fueron nom- brados para ellas.

1. Una de las grand-es fatigas que se padecen en las misiones es, sin duda, la que se incluye en la disposición y prevención de ellas, pues primero que llegan a efectuarse los medios, avios y condiciones, se pa- san muchos meses y aun años de gran mortificación, así en acudir a los tribunales como en visitar los ministros de ellos, a veces con aguas y malos temporales, pasando muchos dias, aun corriendo prósperamen- te los negocios, en los patios y antesalas, sin poder lograr ocasión por los muchos y continuos embarazos de los Consejos y ministros. De donde' se infiere les viene a tocar la mayor parte del trabajo a los Pa- dres que por su ministerio o por comisión se dedican a solicitar seme- jantes despachos. En cuya solicitud suele de ordinario hacer de las su- yas el adversario común para retardar, ya que no pueda impedir, por no darle Dios esa permisión, los negocios y su más breve expediente.

2. Mucho le costó al P. Fr. Angel de Valencia esta negociación y se reconoce en que, habiendo corrido las cosas prósperamente, gastó en diligenciar el despacho desde' el 29 de noviembre de 1648 hasta el 1 de febrero de 1651, en que se embarcaron ambas misiones en Cádiz. También le tocó su buen pedazo al P. Fr. Francisco de Roma en dis- poner las cosas de su misión hasta conducirla a Cádiz, pues, habiendo determinado la Sacra Congregación, según dijimos, enviar Obispo al Congo y que éste fuera Capuchino, los religiosos, por su humildad, lo recusaron con la eficacia posible y así eligió para esa dignidad a un

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

sacerdote romano virtuoso, que poco antes habia convertido en colegio su casa y deseaba pasar con alguna misión a Persia (98).

3. Aprobó S. S. el dicho nombramiento y, después de consagrar para el Congo a dicho Obispo, le dió facultad Su Beatitud para que | pudiese allá consagrar Obispos con asistencia de los Padres misioneros. Supo esta elección el Emmo. Cardenal Don Bernardino Albornoz, en- [ tonces embajador de España, y como tal se opuso a ella, alegando to- caba a nuestro rey católico el nombramiento, como a rey de Portugal, ( por haberle dado el' Papa Clemente VIII el jus patronatus de presentar i Obispo al señor Rey Felipe II. Con este motivo se suspendieron las co- ; sas hasta dar cuenta a S. M. el Cardenal Albornoz.

4- Supo el P. Fr. Angel el nuevo embarazo de Roma y, para ocu- rrir a las diligencias que se podían interponer en menoscabo de las mi- ; siones, representó a S. M. lo mucho que importaba fuese dicho Obis- , po al Congo para que la religión y fe cristiana se estableciera y aumen- | i tase en aquel reino ; y respondió S. M. con su acostumbrada piedad y ' \ celo, diciendo : «Dejadlo a mí, no tengáis cuidado». Y, pasados ocho ( días, le mandó dar el despacho con estas palabras dignas de tan cató- lico monarca : «Vaya dijo al Congo el Obispo que ha nombrado la Sacra Congregación de Propaganda Fide : establézcase la fe de Cristo , , en aquel reino ; atiéndase a la gloria de Dios y salvación de las almas ¡ y en ninguna razón de Estado se repare.» , j

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5. Este despacho de S. M., tan digno de eterna memoria, entregó su secretario, Don Fernando Ruiz de Contreras. al P. Fr. Angel de Valencia, en dos pliegos sellados con el sello mayor de las armas de Su Majestad. El uno para el Cardenal Albornoz y el otro para el duque del Infantado, entonces embajador de Roma. Remitiólos ambos al Pro- curador general de la Orden, que lo era nuestro Rmo. P. Simpliciano de Milán, el cual respondió al recibo diciendo : que se había edificado sobremanera la Sacra Congregación de ver Ta piedad y celo incompa- rables de nuestro católico monarca, pero que el Obispo nombrado pa-

(98) El nombramiento de dicho Obispo m partibus infideliuni jiara el Congo fué efectivamente un hecho Lo más n.itural era que hubiese .sido un Capuchino ; pero el Procurador general de la Orden pidió fuese designado un sacerdote secular. coiih> as! se hizo en efecto en la persona de un sacerdote napolitano de relevantes prenda.-, llamado Francisco Stayban, siendo nombrado el 3 de agosto de 1648 Administrador Apostólico del Congo v Arzobispo de Constantina (Cfr. P. TERUEL, ms. c. p. 112, y P. HILDEBRAND. o. c, p. 109V

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LA MISIÓN DEL CONGO

ra el Congo se habia partido ya para una misión de Persia (99). Por esta causa no se envió Obispo al Congo entonces, según se deseaba y convenía, y, porque no se retardase más la embarcación, mandó Su Ma- jestad al Consejo de Indias librar cuanto antes los despachos, como lo hizo en la forma siguiente.

(i. EL REY. Mis Presidente y jueces oficiales de la Casa de Con- tratación de la ciudad de Sevilla : Fr. Angel de Valencia, de la Orden de los Capuchinos, me ha representado por la via de mi Consejo de Estado, que, habiendo pasado al reino del Congo con licencia mía en compañía de los primeros misioneros de' su Religión, que fueron a él, después de muchos trabajos que padecieron, se les admitió para la pre- dicación y enseñanza de nuestra santa fe católica. Y, reconociendo aquel rey el fruto qut habian hecho y deseando se continuase la predicación, le envió para su embajada para que en su nombre acudiese a S. S. y a y pidiese obreros que nuevamente volviesen a la predicación del Santo Evangelio ; para cuyo efecto se necesitaba de cuarentra y tres re- ligiosos, por traer a su cargo dos misiones : la una en el reino del Congo y la otra en el del Benín, para la cual le había nombrado la Sa- cra Congregación de Propaganda Pide por Prefecto, y que, respecto de su instituto y pobreza y que viven de limosna, no podrían ejecutar su in- tento por solos, suplicóme que para que obra tan del servicio de Dios tenga efecto, fuese servido de dar licencia a algún capitán dueño de mar para que los llevase, concediéndole permisión para que de aque- llos reinos pueda sacar alguna cantidad de esclavos negros y navegar- los -j. los puertos de las Indias, pagando los derechos que debiese. Y habiéndoseme consultado sobre ello por el dicho mi Consejo de Esta- do, tuve por bien de remitir al de Indias el punto de la licencia de sacar esclavos del reino del Congo para llevarlos a ellas, ordenando se viese lo que convenía hacer y se me consultase. Después de lo cual resolví por consultas de dicho mi Consejo de Estado y de la Junta de Portu-

(99) Efectivamente : asi sucedió. El Cardenal se opuso resueltamente al envío de dicho Obispo al Congo, pretextando el derecho de presentación por parte del rey de España. No obstante que el P. Angel de Valencia insistió ante Felipe IV, expo- niendo que dicho Obispo no llevaba más fin que atender a las necesidades de la mi- sión del Congo y para que pudiese ordenar sacerdotes, y no obstante que el Consejo de Estado, vistas las razones del P. Valencia, las dió por buenas y mandó al Car- denal -Albornoz no se opusiese al nombramiento de dicho Obispo, cuando se comunicó a Roma esa decisión, ya el mencionado Obispo había partido para Persia (Cfr. el me- morial del P. Valencia y las contestaciones del Consejo de Estado (Simancas. Esta- do, Leg. 2.669) en nuestro trabajo Los Capuchinas españoles en el Congo y sus tra- bajos en pro de la formación del clero indígena, en España Misionera. II (1945), p. 200-206).

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

gal, que por el de Indias se diese al dicho Fr. Angel de Valencia y a los demás religiosos que ha de llevar consigo, embarcación y las de- más cosas necesarias para su viaje y todo él favor y ayuda que fuera menester para conseguirla. Y, por no haberse hecho, me volvió a re- presentar las causas y consideraciones que se ofrecían para que tuviese efecto esta misión y se facilitase el darle la embarcación y permisión que tenía para su viaje y de los dichos cuarenta y tres religiosos. Y, atendiendo a la justificación de ellas y a lo que debo asistir y ayudar a tan santo y piadoso intento para la propagación de la santa fe ca- tólica, he resuelto últimamente que con el dicho Fr. Angel de' Valen- cia y los demás religiosos que hubiesen de pasar con él al reino del Congo, se haga lo mismo que se hizo con Fr. Francisco de Pamplona y los que llevó consigo, así en cuanto a darle la embarcación como en todo lo demás ; en cuya conformidad os mando dispongáis el viaje del dicho Fr. Angel de Valencia y de los cuarenta y tres religiosos que van con él a las dichas misiones, buscando persona para que se encar- gue de llevarlos y, habiéndola hallado, ajustaréis con ella la per- misión que se les hubiere de dar para navegar esclavos negros a tierra firme o Nueva España en el número que pareciere conveniente y nece- sario respectivamente en esto al mayor número de personas que ahora ha de llevar el dicho Fr. Angel de Valencia. De suerte que el cómputo de' la permisión de los negros para la costa y el porte del navio sea uno y otro en proporción de la que se concedió al dicho Fr. Francisco de Pamplona para 13 compañeros. Y con esta concesión se hará la regula- ción de modo que se puedan suplir los gastos que hubieran de' hacer los dichos 43 religiosos que ha de llevar el dicho Fr. Angel ; de Suerte que vayan remediados y consolados y que el que los llevare tenga algún aprovechamiento, con calidad que haya de pagar en los puertos de las Indias los derechos que debiere de las piezas de escla- vos que se le permitieren navegar para que lo que esto importare se convierta en la paga y satisfacción de los juristas e interesados. Y, ajustada la dicha permisión en la forma referida y habiendo asegurado con fianzas la permisión, la persona con quien concertáredes, que cum- plirá el asiento que con éí hiciéredes en razón de llevar los dichos re- ligiosos derechamente a la parte del reino del Congo y del Benín, que ellos señalaren, les daréis el despacho y registro necesario para hacer su viaje a los puertos de tierra firme o Nueva España, que se acostum- bra y llevar a ellos los negros que se concedieren, para que los gober- nadores y oficiales de mi Hacienda los dejen entrar, pagando los de- rechos que debieren ; a los cuales advertiréis cobren lo que importa-

La misión del congo

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ren y qu€ lo remitan luego a esa casa para convertirlo en la paga y satisfacción de los juristas e interesados en la renta de esclavos ne- gros, y en orden a esto prevendréis todo lo que tuviéredes por más conveniente para el buen cobro de ello y que así es mi voluntad, sin embargo de estar prohibido navegar negros a 'las Indias, que por esta vez dispenso con las órdenes que de ello tratan, quedando en su pu- reza y vigor para lo demás adelante. Encárgoos que por ser esta obra tan del servicio de Dios, procedáis en el cumplimiento referido con toda brevedad para que los religiosos no se detengan en esa ciudad, sino que sin dilación alguna partan a la conversión de aquellos infieles. Y de lo que en razón de este hiciéredes y ejecutáredes, me daréis cuen- ta muy particularmente en el mi Consejo de las Indias. Fecha en Ma- drid, a once de agosto de mil seiscientos y cuarenta y nueve años. YO EL REY. Por mandado del rey nuestro señor, Juan Bautista Sáenz Navarrete. Señalada de los de la Cámara del Consejo Real de las In- dias (100).

7. Este fué el tenor del despacho, y de esta misma calidad otros que antes y después de estas dos misiones en otras mandó dar S. M., en todos los cuales resplandece su admirable piedad y celo de la religicm católica y la suma devoción y afecto que tuvo a la Capucha. Por lo cual y por otros muchos favores y beneficios que le hizo en , tiempo de su reinado, vive y vivirá para siempre grabada su memoria en los corazones de sus hijos, y especialmente en los de la Provincia de Cah- tilla, por más favorecidos de su real amparo y magnificencia, para quienes, a expensas de su Real Patrimonio, mandó fabricar los con- ventos reales de El Pardo y de Santa Leocadia de Toledo, y juntamen- te con su dignísima consorte, la señora reina Doña Isabel de Borbón, el de Madrid llamado de La Paciencia, en reverencia y desagravio de las injurias que ciertos pérfidos judíos hicieron en aquel sitio a la sacro- santa imagen de Cristo crucificado.

8. Aunque fueron nombrados cuarenta y tres religiosos para am- bas misiones, no pudieron pasar todos a ellas, así por haber muerto algunos como por causa de la peste que se padecía entonces, en la cual murieron otros. De los nombrados para el Benín fueron con su Pre- fecto, Fr. Angel de Valencia, los siguientes : Fr. Tomás Gregorio de Huesca, Fr. José de Jijona, Fr. Eugenio de Flandes, Fr. Bartolomé

(100) PELLICER, o. c, í. 44v. También lo copia PAIVA MANSO, o. c, pp. 208 210.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

de Viana, Fr. Felipe de' Híjar y los Hermanos Fr. Gaspar de Sos y Fray Alonso de Tolosa, Religiosos Legos.

9. Para la misión del Congo fueron con su Viceprefecto, Fray Juan Francisco de Roma, los siguientes : Fr. Esteban de' Ravena, Fray Francisco María de Escío, Fr. Jerónimo de Luca, Fr. Francisco María de Volterra, Fr. Erasmo d€ Forno, Fr. Jorge de Gela, Fr. Jerónimo de Cerdeña, Fr. Angel María de Cerdeña, Fr. Bernardino de Hungría, Fr. iLudovico de Pistoya, y los Hermanos Fr. José de Bassano, Fr. Ju- nípero de San Severino y Fr. Isidoro de Minglonico, Religiosos Legos ; todos de espíritu muy alentado, de virtud aprobada y de las prendas y suficiencia de letras y prudencia que se requiere, pues los más no sólo eran predicadores pero habían ocupado diferentes puestos v prelacias en sus Provincias (101).

ilOlj Hemos de advertir que mientras todos los historiadores convienen en dar los nombres de los religiosos destinados a la misión del Benín, hay grandísima va- riedad por lo que se refiere a los del Congo ; tanto que mientras el P. CAVAZZi (o. c, Libro V, cap. I, p. 318) cita treinta y uno, el P. CESINALE (o. c, III. p. 577) no pone más que dieciocho. Tampoco convienen en muchos nombres.

CAPITULO XXXVI

I

I

Parten ambas misiones de Cádiz, refiérese su navegación; llegan a Canarias, y desde allí se dividieron cada una para su reino. Aportan a Soñó los del Congo, donde hallan la noticia de la muerte del Padre Fr. Buenaven- tura de Alessano, Prefecto de la misión.

1. Partióse de Madrid para Sevilla el P. Fr. Angel de Valencia con los despachos de S. M. para el Presidente y jueces oficiales de l'a Casa de la Contratación, y ya a este tiempo le esperaba en Cádiz con los religiosos de Italia el P. Fr. Juan Francisco de' Roma, a quienes condujo allí desde Génova, según dijimos, Paulo Marabotte, buscán- dose después dos bajeles buenos, y el asentista que hizo la obligación de conducirlos, les proveyó, según el orden de S. M., de todo lo necesa- rio para el viaje con mucha liberalidad y abundancia. Concluidos los negocios en Sevilla, fué a nuestro convento el Sr. Arzobispo Pimental y les dió su bendición a los Padres misioneros que se hallaron allí. Después los fué a despedir la Comunidad procesionalmente hasta la orilla del río Guadalquivir, donde tenían prevenido un barco longo para pasar a Cádiz.

2. Desde aquí prosiguieron su viaje, haciéndose a la vela el día 1 de febrero del año 1651, cada misión en su navio, en los cuales ell día si- guiente, dedicado al misterio de la Purificación de nuestra Señora, di- jeron sus misas e hicieron la ceremonia de bendecir las candelas y la procesión. En el discurso del viaje todos los días decían misa, canta- ban Vísperas y Completas y las Horas Menores con las letanías de nues- tra Señora. Levantábanse poco después de media noche, rezaban las letanías mayores y tenían una hora de' oración mental, sirviéndoles de oratorio y coro para estos y otros santos ejercicios comunes y priva- dos la cámara de popa.

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MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

y. Con este orden de vida y próspero viento llegaron a desembar- car a la Gran Canaria, donde fueron recibidos con suma caridad y aga- sajo, como sietnpre, del gobernador y de toda la nobleza y ministros de S. M., todos los cuales instaron mucho a los Padres sobre su an- tigua pretensión de que se quedasen alli algunos para fundar convenio en la isla. No llevaban orden de los Superiores para eso y así se ex- cusaron con ese título, satisfaciendo a sus devotos y afectuosos ruegos con recíprocos agradecimientos y con emplearse el tiempo que allí es- tuvieron en hacer misión, predicando y confesando a la gente de la isla con suma edificación de todos, hasta que volvieron a meterse' en los navios.

i. Partieron de Canarias los dos bajeóles, tomando cada uno desde allí diferente rumbo. En tratando de la misión del Benín, diremos sus particularidades ; ahora la dejaremos en este estado y proseguiremos con la del Congo hasta concluirla. Fueron, pues, navegando con el deseo de ir a tomar puesto a Pinda, pero, a pocos días, porque no les faltase el ejercicio de paciencia, permitió Dios les saliese al encuentro im navio pechelingue de herejes piratas, muy bien armado de gente y municiones de guerra. Embistió luego con el de los misioneros, cau- sándoles la turbación que se deja conocer. Encomendáronse muy de veras a Dios y a la Reina santísima de los ángeles y, viendo la forzosa y que no había otro remedio en lo humano que o entregarse para pe- recer miserablemente o pelear para defenderse, resolvieron tomar las armas y ayudar en lo que' pudiesen.

5. Asistióles Dios tan benigno en el combate, que al fin salieron vencedores, quedando muertos muchos de los contrarios y destruido el navio y, para que la victoria fuese más gloriosa y no se pudiese dudar se había conseguido con auxilios especiales del cielo, permitió la Ma- jestad divina que, sin embargo de haber disparado los herejes piratas innumerables cañonazos, así de artillería como de mosquetes y arcabu- ces, ninguno de los nuestros recibió el menor daño ni su bajel, siendo muy considerable el que tuvo el de los contrarios, d cual, según des- pués se supo, llegó tan destrozado a uno de aquellos puertos de Africa, que quedó inútil para poder volver a servir en adelante.

6. Al fin, desembarazados de este tropiezo, cantaron a Dios las gracias por la victoria, siendo tan señalada, que pudieron decir : Can- temus Donúno, glorióse enim magnificatus est, equum et ascensorem

LA MISIÓN DEL CONGO

33t

projecit in mare, etc. (102). Prosiguieron el viaje felizmente, hasta lle'gar a Pinda, puerto de Soñó ; allí desembarcaron y, en llegando a la banza, supieron de los religiosos que residían en ella cómo pocos días antes había pasado de esta vida a la otra en San Salvador el P. Fray Buenaventura de Alessano, primer Superior y Prefecto de aquella mi- sión, cuyas virtudes admirables nos llaman a una devota digresión en la cual observaremos el orden y brevedad que con otros religiosos de quienes hasta aquí hemos hecho mención en sus propios fugares (103).

7. Fué el P. Fr. Buenaventura de Alessano hijo de la Provincia de Roma y de tan santas costumbres y buenas prendas, que ocupó en ella varios puestos y aun, cuando le nombró Prefecto Ta Sacra Congre- gación para el Congo, se hallaba actualmetite Guardián de uno de sus conventos. Dotóle Dios de un espíritu generoso y muy robusto y, para ensayarse en el ministerio que después ejercitó con singular pruden- cia y alabanza de todos, así propios como extraños, se' entregó desde su entrada en la religión a un género de vida maravilloso. Su oración era tan frecuente y fervorosa que parecía vivía de solo ese manjar ; en ella padecía continuos éxtasis y fuera de ella andaba siempre elevado. De aquí procedían efectos tan soberanos, que se abrasaba en amor de Dios y en celo de la salvación de las almas de sus prójimos y, para desahogo de tan sagrado volcán, no habla medio que no intentase por costoso que fuese.

8. Era incansable en atormentar su cuerpo con rigurosas discipli- nas, cilicios y austeridades, entre las cuales observó por muchos años una bien extraordinaria y singular, cual fué no comer ni beber cosa alguna sino de ocho a ocho días, que venía a ser los domingos. Si bien eti el Congo le rogaron sus compañeros, viendo sus grandes fatigas y la poca sustancia de los manjares, templa&e aquel rigor, tomando cada día alguna cosa, y el santo Padre, por condescender con sus devotas y continuas instancias, les obedeció en eso, más por mostrarse rendido y complacer a sus ruegos que' por dar al natural ese alivio, y así se redujo a comer cada día tres o cuatro nicefos o plátanos, lo cual obser- vó hasta la muerte.

9. Causábales a todos admiración su rara abstinencia y sobre todo el que, comiendo los domingos el manjar que se servía en la comuni-

(102) Exod., 15, 1.

(103) El P. Buenaventura de Alessano falleció el 2 de abril de 1651, cuando se disponía a pasar a misionar al reino de Macoco, para lo cual había obtenido previo permiso de la Congregación.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

dad, nunca le hacía daño, a que se añadió otra circunstancia de no me- nor admiración, cual era tener siempre buena salud y muy vivos los colores del rostro, aún siendo ya anciano. Las influencias del tiempo jamás le inmutaban, de suerte que ni sentía el frío ni el calor y, con set tan excesivo el de aquella tierra, nunca sudaba. Era de mediana estatura y de aspecto venerable y gracioso, y de tan amable conversa- ción que se llevaba tras de los afectos de cuantos le trataban. De este venerable varón podía decirse, según refieren sus compañeros, lo que el Doctor Irrefragable Alejandro de Ales solía decir de su discípu- lo y Seráfico Doctor San Buenaventura, al contemplar en éj la igualdad de sus costumbres, la santidad de vida, la hermosura de su cuerpo, la modestia de su rostro, su condición afable y la dulzura de sus pala- bras: «Que no parecía haber pecado en él Adán.»

10. Nunca le vieron ocioso y siempre bien ocupado ; los pocos ratos que le dejaban libre las ocupaciones del gobierno, las gastaba entre día o en la celda escribiendo los rudimentos de la Gramática para instruc- cWyn de la juventud, o en el confesonario. Viendo ya plantada en aquel reino 'la misión tan felizmente, deseó mucho pasar a comunicar la luz del Santo Evangelio al reino de Macoco, que entonces era todo de gen- tiles, y desde allí al imperio de los abisinios, para cuyo efecto escribió a la Sacra Congregación suplicándola señalase Prefecto para la misión del Congo ; mas cuando llegó la licencia, ya había pasado a mejor vida, a gozar, como se cree piadosamente, el premio de sus virtudes y traba- jos. Tenía orden, eti las facultades que se le concedieron en Roma, de nombrar sucesor en el oficio ; y, después de muerto, hallaron entre sus papeles el nombramiento que tenía ya hecho en la persona del Padre Fray Jenaro de Ñola, compañero suyo antiguo y religioso de aventa- jadas prendas, el cual quedó por Prefecto hasta que dejó el oficio por los motivos que adelante veremos.

11. Antes de pasar el P. Fr. Buenaventura de Alessano a esta mi- sión del Congo, estuvo algunos años trabajando en la de Constantino- pla, en la cual tuvo por compañeros, entre otros, al P. Fr. Bernardino de Hungría, que a 'la sazón residía en el Congo, varón a todas luces grande y de quien varias veces hemos hecho mención. En Constanti nopla tuvieron ambos compañeros diferentes ocasiones en que experi- mentaron el buen pasaje del Gran Turco para con los Capuchinos, pues hallaron en él benignidad, estimación y buen tratamiento, negociándo- les Dios primeramente este auxilio y benevolencia de aquel infeliz príncipe, y, secundariamente, su modestia, pobreza y desinterés de las

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cosas de esta vida, materia en que reparan todas las naciones del orbe y especialmente los turcos por su nativa avaricia. Con eso y ver que los nuestros aplican únicamente su cuidado en aquellas tierras de sus dominios a la salvación de las almas, sin atender a otros fines tempo- rales, no conformes a la predicación evangélica, no sólo les permite en sus reinos en diferentes misiones, pero hallan en todas partes buen pasaje.

12. Es muy digno de memoria el suceso que les acaeció a dichos Padres en este tiempo con el abuelo de Mahomet IV. que al presente tiene el cetro del imperio otomano, hallándose ambos en Constantino- pla, celebrando en el barrio de los cristianos la procesión del Corpus. Sucedió, pues, que al mismo tiempo acertó a pasar por la misma calle el Gran Turco en su carroza, y, admirado éste, sobre curioso, de ver la devoción y reverencia con que hacían su procesión los cristianos, mandó parar el coche y que el Padre que llevaba la custodia se' acer- case al estribo para verla.

13. Llegó el religioso y los cristianos con sus luces y le preguntó qué función quería ser aquella. A lo cual respondió : «Que aquel culto y solemnidad se la consagraban los cristianos a la Majestad suprema de Cristo, hijo de Dios vivo, que por nuestro amor y su infinita mi- sericordia se habia hecho hombre y redimidonos con su pasión y muerte del pecado y del infierno y merecídonos la gloria eterna ; el cual, como todopoderoso y amante finísimo de sus redimidos, después de muerto y resucitado, quiso quedarse para siempre entre nosotros sacramenta- do debajo de aquellos accidentes que veía en la sagrada hostia para remedio común de nuestras necesidades, y que, en memoria y agra- decimiento de tan soberanos beneficios, le ofrecían aquel culto y reve- rencia cada año, según S. M. veía.»

14. Mandóle después que se acercase más para ver bien el viril ; puso las manos en la peana de la custodia, sin quitarse los guantes y, lleno de admiración, prorrumpió en estas palabras : «Grande es vues- tra fe, grande es vuestra fe, grande es vuestra fe.» Apartó l'as manos y mandó prosiguiesen su procesión ; díjole el religioso entonces se sir- viese S. M. de darle los guantes, porque, habiendo tocado con ellos cosa tan sagrada, no era justo ni decente sirviesen a usos profanos ni a cosa que no fuese del culto divino. En oyendo esto, se los quitó al instante y se los dió sin pasar a más razonamientos. Partió luego el coche y con eso prosiguió la procesión.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

15. Vióse manifiestamente en esta ocasión el afecto y benignidad de este infeliz emperador para con los Capuchinos y la excelencia de nuestra santa fe católica, pues fué alabada y aplaudida por grande y admirable con repetidas admiraciones de un infiel en medio del caos de tinieblas y de errores «n que vivía. Finalmente cumplió sus dias el V. P. Fr. Buenaventura de Alessano y para cerrar el último se previno con los santos Sacramentos. Dió a sus subditos muchos y saludables documentos y, cargado de méritos y virtudes, eii una santa y venerable ancianidad, pasó de esta vida a la eterna a gozar el premio de sus tra- bajos. Fué sepultado en la iglesia de nuestro convento de San Salva- dor, concurriendo a su entierro toda aquella corte, aclamándole todos por varón santo y verdaderamente lo fué. Esta es la noticia que hemos podido adquirir de sus religiosas operaciones ; de lo singular de su vida no se duda habrá cosas muy especiales, pero aquí sólo tratamos de lo público y notorio a los que le trataron y comunicaron durante la mi- sión.

CAPITULO XXXVIÍ

(

i

Comienza a ejercer su oficio de Prefecto el P. Jenaro de Ñola; padecen varias enfermedades los nuevos misioneros; mueren algunos y llegan los demás a San Salvador; háce- sele al rey la correción de sus faltas públicas, disimula el enojo y comienza la persecución de la misión.

1. 'Habiendo muerto el P. Fr. Buenaventura de Alessano y dejado por su sucesor al P. Fr. Jenaro de Ñola, comenzó éste a ejercer su oficio de Prefecto y a gobernar las misiones del Congo. En el tiempo de su prefectura tuvo mucho que' ofrecer a Dios por los motivos que iremos viendo, pero la robustez de su espíritu y virtud magnánima, junto con el auxilio divino, le dieron valor para todo. A poco tietnpo de entrado en el gobierno llegó la nueva misión a Soñó y con más prevención de las cosas necesarias y forzosas para el ministerio que fueron los primeros y segundos misioneros. Diéronles noticia en Eu- ropa los Padres Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma de la falta que hacía en el Congo de todo 'lo que conduce al ministe- rio, y con eso llevaron para cada misionero un baúl con ropa de sacris tía y algunas arcas de libros e instrumentos para cultivar las huertas , todo lo cual se repartió entre todos por hallarse faltos de estas cosas y no encontrarlas fácilmente en el reino ni en Ibs vecinos.

2. En llegando a Soñó enfermaron algunos gravemente, probándo- les el clima, como sucede a todos los que pasan de Europa. Los demás tiraron rectamente a San Salvador con el P. Fr. Juan Francisco de Roma, que deseaba llegar para dar razón de su embajada después de tan largo tiempo. Apenas llegaron a la corte cuando lo supo el rey y sin dilación alguna les fué a visitar, recibiéndolos con las ceremonias de piedad y agasajo que en otras ocasiones, especialmente al Padre em-

22

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bajador, el cual en aquella primera visita le hizo relación de su emba- jada y de lo mucho que el Sumo Pontífice se había alegrado de su obe- diencia, insiinuándole el paternal afecto con que deseaba los aumentos espirituales y temporales de S. M. y de todo su reino, y que, como a hijo muy amado, le tendría siempre' en su memoria para asistirle con ' especiales favores y gracias, como S. M. lo podía reconocer por el Breve de S. S. que llevaba y la corona real que le enviaba.

3. Quedó gozosísimo con esta relación y muy en su gracia el Pa- dre Fr. Juan Francisco por lo bien que lo había hecho en su embaja- da. Despidióse luego de los Padres y, conociendo habían de ser en adelante frecuentes las visitas, antes de entregarle la corona, se discu- rrió el modo para lograr con esa ocasión la coyuntura más convenien- te para el efe'cto que deseaban y los traía no sólo cuidadosos sino escru- pulosos en suspender más largo tiempo 'la ejecución. Habían, pues, al- gunos meses antes celádoles a los Padres ciertos excesos y vicios pú- blicos del rey, pueda ser que a él le parecieran ocultos ; que el culpado

y enfrascado en las culpas suele ser en esta parte de la caHdad de la i perdiz, que, con tener escondida la cabeza, imagina que nadie la ve el cuerpo. Mas éstos llegaron a ser tan públicos, que vivía la corte y aun el reino escandalizados y todo era clamores y susurros, descargando este cuidado en las conciencias de los religiosos para que' solicitasen el remedio como ministros de' Dios e independientes de todo temporal respeto .

4. Conocieron luego los Padres los daños que se iban derivando de tan malos ejemplos y que todo cedía en ruina de las almas y en me- noscabo de lo que habían trabajado hasta etitonces, verificándose a la letra en esto lo que dijo San Agustín, hablando de los pastores y su- ( perlones, es a saber: Omnis qiii in conspelctu eorum quibus praepost- tus est, male zñiñt, quantum in ipso est, ottmes occidit, et forte qui imitatur, morUur, qui non imitatur, vivit; tamen quantum ad illmn per- tinet, ambos occidit. Por lo cual no sólo es justa la corrección sino de- ) bida, pues lo uno publice peccantes palam sunt corripiendi, segúii San Pablo, y lo otro, según la instrucción que da a su discípulo Timoteo, Peccantes coram ómnibus argüe, ut et ceteri timorem habeant (104).

.1

5. Viendo estos desórdenes y clamores del pueblo y que cada día '| se iban esforzando más las voces, se hicieron cargo del remedio lios »

(104) I Timot., 5, 20.

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Padres y k solicitaron por los medios más prudentes y discretos que alcanzaron, procurando en todo la mayor gloria die Dios y los aciertos y buen crédito del rey para aumento de su corona y de !a cristiandad de ella. A los principios se procuró dar doctrina general en los sermo- nes contra los vicios de la tiranía y lascivia, en que principalmente cul- paban al rey, pero, como no se diese por entendido ni se viese enmien- da, fué preciso guiar la materia por otro camino y, pareciendo el más decente y templado hablarle a solas, cuando volviese al convento a ver a su embajador, se acordó se ejecutase así.

6. Fué el día siguiente a visitar, como solía, a los nuevos misione- ros y, después de recíprocos y urbanos cortejos, mandó el Prefecto se retirasen los Padres compañeros y qu-e se quedasen con él los Padres Fray Juan Francisco de Roma y Fr. Francisco de Veas, éste para ser- vir de intérprete, por ser ya muy práctico en la lengua, y el otro por lo que le estimaba el rey. En viéndose solos, le dijo el Prefecto al Pa- dre Francisco le hiciese relación a S. M. de los puntos que le había co- municado a solas y, captada primero la Ucencia para hablarle, comenzó su razonamiento en esta forma.

7. «Señor : por los informes que ha hecho a Vuestra Majestad su embajador, el P. Fr. Juan Francisco, que está presente, habrá enten- dido io mucho que el supremo Padre y Pastor de la Iglesia católica ama y estima la persona de V. M. y a todos sus vasallos, especialmen- te por lo que ha sabido del gran celo de V. M. en que se propague y dilate la religión católica y se arranquen los vicios y malas costum- bres que ofuscan la hermosura de la virtud y el decoro de un reino cristiano. Para este fin ofrece Su Beatitud todo auxilio a V. M., libra- do en los sacrosantos méritos de Cristo y en los de sus escogidos, de cuyo tesoro dispensa y dispensará siempre liberalisimamente con Vues- tra Majestad, y, por lo que toca a medios temporales, anda tan próvi- do y vigilante, como se ve, pues no cesa de enviar operarios que cul- tiven este reino, en medio de la distancia que se interpone y de' los gran, des trabajos y peligros de la vida que se padecen por mar y por tierra.

8. «También habrá reconocido V. M. en nuestro trato, pues hace algunos años que lo experimenta, cuán fieles capellanes suyos somos y lo mucho que nos hemos esmerado en servirle, gratificando en eso los favores que de V. M. hemos recibido. En esta consideración y respec- to de reconocernos acreedores a tos créditos de V. M. por muchos tí- tulos y singularmente por ver deslucidos con hechos contrarios cuan-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

tos actos heroicos ha ejercitado hasta estos últimos tiempos, de que se han seguido muchas malas consecuencias y escándalos en la república, no excuso representar a V. M. primeramente las ofensas de Dios para que' las evite y se arrepienta de ellas, pues, aunque todos los pecados dañan y se deben evitar, aquellos principalmente deben excusarse que sirven de tropiezo y escándalo a la república, por cualquiera de los cua- jes, según enseña S. Gregorio, es digno el agresor de tantas muertes cuantas son las personas que ha escandalizado con su mal ejemplo, en lo cual habla el santo de los príncipes y superiores por lo que les toca dar buen ejemplo.

9. «Secundariamente tengo que suplicar a V. M. que, supuesto son tan notorias 'las cosas y que el Sumo Pontífice le envía a V. M. una corona real en señal del especial amor que le profesa y que ésta la ha de' recibir V. M. públicamente, por ser bendita de su mano, será bien que esto se haga de calidad que conozcan todos los vasallos la tiene bien merecida. La mejor satisfacción para el pueblo es poner total en- mienda en 'los vicios y especialmente en abstenerse del galanteo de la princesa cuñada de V. M., moderando los ímpetus de la cólera en la administración de la justicia y portándose con equidad y benignidad con los vasallos, mayormente con los príncipes, pues son las columnas principales que' sustentan el edificio de una monarquía. V. M. ha eje- cutado tales y tales crueldades, ajenas de un príncipe cristiano y de toda buena razón, por cuyos motivos es poco amado. Algunos viven mortificados y oprimidos y otros, y no los menos, desenfrenadamente, por vet el mal ejemplo de V. M. y lisonjearle en eso. Hay también en el reino muchas hechicerías y supersticiones y necesita V. M. ocurrir a este daño con su real autoridad para que cese.

10. «Finalmente, Señor, el estado y constitución de las cosas es éste y su noticia nos llega vivamente al alma, por lo que deseamos la gloria de Dios, la salvación de los hombres y el buen crédito de V. M. y que en todo el mundo sea notorio su ceío de la religión católica. Ha- llámonos padres y maestros espirituales de V. M. y como tales debe- mos atender a su persona y operaciones y singularmente a su salva- ción. Esto conviene' así y no careciéramos de culpa y reprensión, si en materia de tanta consecuencia obrásemos de otra suerte o con menos claridad. Cesando estos inconvenientes, tendrá V. M. a Dios propicio, gozará pacíficamnte su corona y la religión cristiana tendrá el argu- mento que deseamos.»

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11. Oyó la corrección el rey con silencio y al parecer con estima- ción, pero con gran sentimiento interior por verse descubierto en sus faltas y más delante de los que deseaba tener por testigos irrefraga- bles de su celo en el servicio de Dios y que era forzoso noticiasen al Papa de todo si no se calificaba con la enmienda. Disimuló cuanto pu- do 'la pena pero no tanto que no la manifestase algo desde entonces ; despidióse de los Padres con disimulo, sin faltar a aquellas demostra- ciones de piedad que acostumbraba, y, porque no cogiese de susto a los demás religiosos el secreto, y anduviesen advertidos, se lo partici- pó después el Prefecto. De allí a pocos días comenzaron a reconocer la acedía de ánimo que ocultaba en su pecho y que el saludable consejo se le había convertido en ponzoña. Vióse lo primero en que no le mos- traba el afecto que solía al Prefecto, siendo su amigo antiguo, ni al Padre Fr. Francisco de Veas, a quien también tenía particular cariño. También se reconoció en el poco agasajo que hizo de allí adelante al Padre Fr. Juan Francisco de Roma y, si bien como astuto no arrojó entonces, como solía, el vene'no que había concebido, pero cuanto tar- dó más en lanzarle de sí, fué después más cruel el despique v tanto, que llegó al extremo que adelante veremos.

12. ^Por este mismo tiempo murieron algunos misioneros de los nuevos ; en Soñó el P. Fr. Erasmo de Forno, flamenco, después de ha- ber padecido con invicta paciencia los dolores continuos de una llaga encancerada en una pierna : en San Salvador murió el P. Fr. Jeróni- mo de Cerdeña, de una recia enfermedad de calenturas, ocasionada de los trabajos del camino y destemplanza del clima. Allí enfermaron también los Padres Fr. Angel María de Ordeña y Fr. Jerónimo de Luca, de hidropesía, causada de las malas aguas, ardor de la tierra y falta de sustento. Por esta causa les envió el Prefecto al convento de Loanda para ver si con la asistencia de médico y mejor sustento po- dían convalecer ; mas no les surtió efecto la mudanza y así dentro de pocos días, habiéndose preparado con los Santos Sacramentos, les sacó Dios de las servidumbres de' esta vida mortal para el eterno des- canso, premiándoles, como se espera de su infinita bondad, en tan cor to tiempo, lo mucho que desearon adelantarse en su servicio y en la conversión de las almas.

CAPITULO XXXVIÍI

Dejan los religiosos de Encusu aquella misión y pasan al marquesado de Pemba; dícese la causa de la mudanza y el fruto que se hizo en Pemba.

1. Hasta aquí hemos tenido ocupados en la cultura espiritual de Encusu a los Padres Fr. José de Pernambuco y Fr. Antonio de Te- ruel ; campo a la verdad estéril por las malas inclinaciones y calidades de sus naturales, pero, respecto de que pasaron luego a otro ameno y fecundo, cual es el marquesado de Pemba, conviene decir primero el motivo que tuvieron para hacer este tránsito y suponer ante todas co- sas que no deben desmayar los misioneros por ver el poco fruto que a veces se suele hacer en algunas provincias, en medio del trabajo y afanes que les cuesta el reducir a penitencia a los hombres. Lo uno porque su premio no está precisamente vinculado en las reducciones, sino en los trabajos y desvelos que en ellos se padecen. Ite et vos in vineam meam et quod justum fuerit, dabo vobis (105). Esto es lo que manda el Padre celestial de familias a sus ministros y lo que a ellos les toca ; lo demás es obra de su divino poder y misericordia, que la prac- tica cuándo y cómo es servido.

2. Lo otro porque, o Dios justifica su causa para mayor cargo y condenación de tales gentes rebeldes a sus llamamientos y a las voces d€ sus predicadores, o quiere ejercitar a éstos con trabajos para zan- jar en ellos insensiblemente y poco a poco los sólidos cimientos del edificio espiritual que pretende levantar después en las tales tierras o provincias, segTÍn la disposición de los tiempos prefinidos en sus divi- nos decretos. Por tanto, ni el operario evangélico debe cesar en su mi-

(105) Math., 20, 4.

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MISIONES CAPUCHINAS EN Al'RICA

nisterio por no coger el fruto colmado que desea, pues al fin : Qui se- nvimnt in lacrimis, in íxwltaííone metent (106), ni tampoco vanagloriar- se cuando encontrase frutos pingües y abundantes, pues, como dice San Pablo : Ñeque qui planlat est aliquid, yiequc qui rigat, sed qui in- crementum dat, Deus. Con cuyas palabras consuenan las del Rey Pro- feta al salmo 126: Nisi Dominus aedificaverit domum, in vanum labora- 7>erunt, qui aedificant eatii (107).

3. Habiendo, pues, trabajado dichos Padres por espacio de un año en el territorio estéril de Encusu, sin reconocer fruto notable en sus vecinos ni esperanza de verle en mucho tiempo, trataron de' pasar a otra provincia, donde con más veras abrazasen la doctrina evangélica y se les luciese su trabajo ; pero con todo eso, estimulados del desam- paro en que quedaria aquella gente, si se ausentaban, no se atrevieron a ejecutar ese designio sin consultarlo primero con Dios en la oración y después con el Prefecto para que dispusiese lo que juzgase más con- veniente.

4. Estando en estos intentos les abrió Dios camino para el caso con el accidiente que sobrevino entonces de las guerras siguientes, con las cuales se conturba todo y se les embaraza a los misioneros ,su em- pleo. Es el marqués de Encusu, como los demás títulos del reino, nom- brado por elección del pueblo y la confirmación le toca al rey ; pero, habiendo elegido a éste y dádole la obediencia todos, sólo un primo suyo que había pretendido serlo, se la negó y procuró echarle de la silla a fuerza de armas para alzarse con el estado. Para este efecto se retiró de la banza de Encusu y se pasó luego a ciertas libatas de los confines de un reino de gentiles y desde allí escribió al rey, pidiéndo- le favor y ofreciéndose por su vasallo, si le ponía en posesión del mar- quesado que su primo le había quitado con sus inteligencias.

5. Sentóle al rey gentil bien la proposición del fidalgo y, deseoso de la gran ocasión, envió un embajador al marqués de Encusu, que en su nombre le dió el recaudo siguiente: «Hágoos saber cómo ese estado que ocupáis no es vuestro y que le pertenece a vuestro primo, el cual se ha amparado de para que le ponga en posesión ; estoy en hacerlo cuanto antes, pero, si vos quisiereis reconocer vasallaje y su- jeción a mi corona, os mantendré en pacífica posesión ; pero si no, os despojaré de él, haciéndoos guerra, y, para dar principio a ella, me

(106) Psalm., 125, 6.

(107) Psalm., 126, 1.

La misión del congo

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remitiréis luego un donativo » Pidió una cosa exorbitante y tanto por eso como por no faltar a la fidelidad debida a su rey natural, k res- pondió el marqués al embajador : «Decid a vuestro rey que sólo reco- nozco por superior temporal al rey del Congo y que a él sólo pago y pagaré e] tributo que debo ; que si moviere guerra, procuraré defen- derme.>

6. Fuese el embajador gentil y, en el ínterin que sucedieron estas cosas, salió el P. Fr. Antonio de Teruel por la comarca con tres mu- chachos de la escuela y fué haciendo misión, bautizando y enseñando la doctrina por todas partes. Llegó en esta ocasión a cierta libata al ponerse el sol y, no habiendo encontrado al señor o colunto, se reco- gió en una casilla con ánimo de hablarle por la mañana para que con- vocase la gente para predicarle y enseñarle la doctrina. Apenas se hubo recogido, cuando comenzaron a dar voces los muchachos, di- ciendo : Vita, vita, vita, que en su lengua es lo mismo que : guerra, guerra, guerra. Llamólos el Padre y les preguntó la causa de sus vo- ces, a lo cual respondieron que el pueblo estaba alborotado y que la gente iba desamparando la libata, porque el rey gentil se iba acercan- do a Encusu contra el marqués con un poderosísimo ejército.

7. Por la mañana ya no parecía un alma en toda la libata y así re- solvió volverse, juzgando sería lo mismo en las demás, como con efecto sucedió, pues las halló todas despobladas. Al pasar dicho Pa- dre por cierto valle, descubrió un trozo de gente de los enemigos en una colina y, habiéndola visto los muchachos, llorando y cargados de miedo, le dijeron : «Padre, vamos aprisa, porque estos gentiles son fieros y comen carne humana.» Consolólos el Padre, diciéndoles no temiesen y que Dios 'les defendería de su furia ; fué así, pues a breve rato desaparecieron sin haberles hecho la menor molestia.

8. Prosiguió el camino y llegó a una población grande adonde halló toda la gente de la comarca puesta en arma, esperando al ene- migo. Juntólos a todos en la plaza y les hizo una fervorosa plática en que les declaró el peligro en que se hallaban, y que por tanto estaban obligados a ponerse bien con Dios, confesándose de todos sus pecados con verdadero dolor y propósito de la enmienda, en dejar las supers- ticiones, amancebamientos y los demás vicios. Diéronle palabra de ha- cerlo así, pero, por ser mucha la gente y estar tan cerca del enemigo, se confesaron todos juntos en general como sucede en los ejércitos antes de dar la batalla, y, después de haber hecho muchos actos de

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contrición y dado materia en la conformidad que allí se estila, los ab- solvió también generalmente, advirtiéndoles primero que, si escapa- ban del peligro presente, debían en otra confesión declarar cada uno sus pecados al confesor con toda especificación.

9. Despidióse de la gente y tomó el camino para Encusu y cerca de esta banza, en un monte donde había un llano muy espacioso, en- contró los viejos y enfermos, las mujeres y los niños de todos aque- llos 'lugares, tendidos por los prados unos y otros en sus barracas. Unos cocían hierbas y otros asaban raíces, y todos se' hallaban afligi- dos, esperando el mal suceso de la guerra y el perecer después de ella por falta de sustento, pues, con la prisa del rebato, no sacaron cosas de sus casas y salieron huyendo. Llegó, en ñn, a Encusu y halló al marqués con mucha gente de guerra, resuelto a oponerse al enemigo, no obstante' que era poca para resistir al ejército que llevaba el gentil, pues, según dijeron los espías, se componía de cerca de cincuenta mil soldados, añadiendo se hallaba ya muy cerca y que su gente era esco-. gida.

10. Estando las cosas en esta disposición y viendo los Padres era inevitable la guerra y que la gente enemiga era barbarísima, determi- naron que el uno pasase a otra provincia de la otra parte del río, dis- tante como dos jornadas, y que llevase la ropa de la sacristía y los li- bros, y que el otro se quedase en la banza hasta tener aviso de que el gentil se acercaba para tomar el cuadro y aderezo del altar y marchar con ello a juntarse en un mismo lugar. Salió el P. Fr. Antonio de Te- ruel el primero y le acompañaron algunos esclavos del marqués, y su compañero, como más práctico en la lengua, se quedó en la banza, hasta que, pasados ocho días, le fué preciso retirarse a otro lugar dis- tante jornada y media del otro en que se hallaba el P. Fr. Antonio.

11. Habida noticia del caso, vino éste a ver a su compañero Fray José, el cual le contó lo que pasaba y cómo aquel trozo de gente de guerra, que, según dijimos, se descubrió en una colina cuando dicho Padre volvía a Encusu, era un cabo principal que, con mil hombres, se apartó del ejército del gentil por ciertas diferencias que había teni- do con su rey y se pasaba a servir al marqués, el cual dijo después que, el haber echado por otra parte luego que descubrió al Padre en el valle, fué por haber entendido era misionero del Papa y por excu- sarle la molestia y temor que podía recibir, que hasta esta gente bár- bara les tenía respeto y se le tienen siempre a los demás religiosos.

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12. Estuvieron dichos Padr-es un mes trabajando en aquellas liba- tas, predicando y bautizando hasta ver en qué paraba la conmoción de la guerra. Vieron cómo ésta iba despacio y que en largo tiempo no podían hacer nada ; con esa ocasión y haber tenido ordeti del Prefecto para ello, dejaron la provincia de Encusu y se partieron para la de Pemba. En sabiendo el marqués su resolución, les envió un fidalgo, suplicándoles no le desamparasen : que él ofrecía con los suyos vivir cristianamente de allí adelante y obedecerles en todo lo que le manda- sen y que a lo menos se quedase con él en su estado el P. Fr. Anto- nio para tener a'lgún consuelo espiritual. Respondiéronle que era fuer- za obedecer a su Prelado en lo que les ordenaba ; empero que el Pa- dre Fr. Antonio tendría cuidado de visitarlos algunas veces ; en cuya conformidad iba la orden del Prefecto.

13. En este viaje tuvieron estos Padres varias molestias ocasiona- das del continuo trabajo y al fin enfermaron, de suerte que con mu- cho trabajo llegaron a Pemba, después de veinticuatro días. Hallaron en esta banza al P. Fr. Francisco de Veas y al Hno. Fr. Jerónimo de La Puebla, que habían ido a fundar la misión y tenían orden para alar- garse a otras provincias vecinas. Era al presente marqués de Pemba Don Alvaro, hijo del rey Don Pedro II y hermano de Don García I, difuntos, y de Don Lázaro y Don Pedro, que vivían en San Salvador. Con el amparo de este principe, que fué muy temeroso de Dios e in- clinado a la virtud, tuvo grandes progresos la misión. Fabricóse casa con celdas para los religiosos junto a la iglesia de la banza, que es bien capaz, y como toda la mayor parte de la gente que residía en ella, era natural de San Salvador, porque siempre los señores procuran, cuando el rey los confirma, llevarse consigo a sus parientes y aliados, y los más habían sido congregantes allá, luego se pusieron las cosas en buen orden.

14. Hiciéronse congregaciones y confraternidades, así de hombres como de mujeres ; frecuentábanse los Sacramentos mucho y se admi- nistraban todos los días el del bautismo y matrimonio. Púsose escuela y acudían a ella los muchachos y mozos con gran puntualidad. Predi- caban los Padres los domingos y días de fiesta, y por las tardes salían en procesión por las calles con todos los muchachos y gente que se les llegaba ; cantaban la doctrina cristiana y luego la explicaban y se con- cluía la función con un ejemplo y un acto fervoroso de contrición. Fi- nalmente, esta fué una de las misiones que rindieron más frutos y con- versiones, ayudando a todo primero la gracia del Señor celestial y des-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

pues el buen ejemplo de su principe y señor natural, el cual era casado y muy fiel a su consorte y aborrecía grandemente las ofensas de Dios.

15. Desde esta provincia se extendieron los Padres Fr. José de Pernambuco y Fr. Francisco de Veas a las de Ambucia y Ambuila, su- jetas antes en todo al rey del Congo, pero entonces, por haber ya re- cuperado a Loanda los portugueses, reconocían a éstos vasallaje, y aun hoy pagan tributo a ambas coronas ; pero en medio de eso son tan indómitos, que obedecen cuando quieren y les está bien. La gente de estas dos provincias conservaba entonces la costumbre de comer carne humana y los marqueses de una de ellas comian por más regalo solos los pechos. Los trabajos que aquí padecieron los Padres no son expli- cables ; enseñaban y predicaban continuamente, pero reconocían poco fruto en razón de dejar los amancebamientos y ritos gentílicos. Con todo eso no dejó de hacerse alguno en medio de ser tan bárbara la gente y fuera más considerable si los religiosos pudiesen permanecer de asiento en semejantes tierras ; mas no es posible por ocasión de los accidentes que se ofrecen a cada paso.

CAPITULO XXXIX

Plántase la misión en el ducado de Bamba; llega nuevo Prefecto de Roma; piden los portugueses de Loanda para su consuelo al pasado; pónense en buen estado las re- ducciones; descúbrese el enojo del rey y varios ritos gentílicos en el reino.

1. Tocóle la provincia de Bamba en el primer repartimiento al Pa- dre Fr. Buenaventura de Cerdeña ; pero, por la ocasión de la guerra, que publicaron los portugueses, asistió allí poco tiempo, con que se quedó sin operarios, hasta que se compusieron las materias de una y otra parte. Entonces fué a plantar aquella misión el P. Fr. Ludovico de Pistoya y, después de algunos meses, con orden del Prefecto pasó a ayudarle el P. Fr. Antonio de Teruel, que se' hallaba en Pemba. Esta provincia de Bamba es muy dilatada y la mayor de todas las del Congo ; tiene en sus confines, por el occidente, a Luanda, Dande y otras tierras marítimas, y por el mediodía al reino de los Abandos, del cual fué despojada la reina Zinga y hoy lo poseen los portugueses.

3. ^^El duque es capitán general del reino y a éste le elige el rey y ordinariamente nombra al sujeto de mayor confianza por la cercanía de los portugueses y holandeses. En esta ocasión era duque de Bam- ba cierto fidalgo yerno del rey, el cual consiguió ese estado por el ca- samiento con la princesa, no obstante que no es regular el dársela a personas de menos calidad que a los descendientes inmediatos de re- yes. El motivo que hubo para que el rey hiciese elección de este fidal- go, fué por no fiarse de otros príncipes ni tener de ellos la satisfac- ción que de éste, y también para despicarse de Don Lázaro, hermano mayor de Don Pedro y del marqués de Pemba, hijos del rey Don Pe- dro II y hermanos de Don García I, difuntos ; al cual, que vivía en

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la corte con su hermano Don Pedro, le ofreció el rey por mujer a su hija y por dote con ella este ducado, con designio de emparentar con esa casa y asegurarse más bien en el reino, teniendo de su parte a es- tos príncipes que, sobre ser grandes, eran muy amados de todos. Mas Don Lázaro no quiso aceptar el partido, juzgándolo por cosa de me- nos reputación, y así le respondió al rey, cuando le hizo la propuesta, que para ser duque de Bamba le sobraban méritos y que así no tenia necesidad de' casarse con su hija. De esta respuesta tan seca se disgus- tó mucho el rey ; nombró por duque al fidalgo referido y le casó con la princesa, y después hubo las tragedias que adelante veremos.

3. Apenas llegó a la banza ei P. Fr. Ludovico de Pistoya, cuando se introdujo una discordia entre el duque y la duquesa, fundada en ciertas mal entendidas razones, por donde vino a sospechar que la du- quesa le había hecho traición con otro fidalgo grande. Pasaron los ce- los tan adelante, que quiso proceder jurídicamente contra ella, avocán- dose la causa y haciéndose juez de ella, siendo parte, y no teniendo fundamento alguno de razón. Entró a ajustar esta materia el P. Fray Ludovico y, con la ayuda de Dios y las razones que le ponderó al du- que, se sosegó en sus mal fundadas sospechas, y desde entonces co- rrieron con mucha paz. Fué providencia del cielo llegase este religio- so a tan buen tiempo, que, si el duque pasara a ejecutar lo que tenía intento, es sin duda que se hubieran movido unas guerras muy san- grientas, por lo que se ofendería del caso el rey.

4. Sosegada esta tempestad, comenzaron los Padres su misión y en espacio de cinco meses que residieron en aquella banza, edificaron casa e iglesia capaz para poder hacer sus ejercicios, así porque la an- tigua de la banza estaba lejos, como por no caber en ella la gente'. No dejó de hacerse fruto considerable en las almas, pero no tan colmado como en otras provincias, y es sin duda que hubiese sido mayor si no fuera por los accidentes que ocurrieron, como en otras partes. En- tre ellos fué uno el haber arribado a Luanda el P. Fr. Jacinto de Ve- tralla, que llevaba despachos de la Sacra Congregación para gobernar aquellas misiones como Prefecto y superior de ellas, a causa de que, según se dijo en otra parte, lo había pedido a la misma Congregación el P. Fr. Buenaventura de Alessano para exonerarse del oficio y poder pasar a hacer misión al reino de Macoco, que es de la otra parte del Zaire, y desde allí al imperio abisinio.

5. Al tiempo que llegaron las cartas a Roma se hallaba allí e'l Pa- dre Fr. Jacinto de Vetralla y, habiéndole otorgado la Sacra Congre-

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gación su petición al P. Fr. Bvienaveiitura, nombró por Prefecto del Congo al' P. Fr. Jacinto, en caso que el otro se' determinase a pasar a los gentiles d^ Macoco, pero, como ya era muerto y había dejado por su sustituto al P. Fr. Jenaro de Ñola, y éste desease con muchas veras exonerarse dej oficio por ser grande su humildad y tener nativo horror a cosas de gobierno, luego que supo la llegada a Luanda del Padre Fr. Jacinto y el orden que llevaba, aunque condicionado, renun- ció en él su oficio y con eso logró el consuelo que deseaba y excusó la controversia que podía originarse sobre el caso, habiendo dos cabe- zas. Pasó de Luanda a Bamba el nuevo Prefecto y tomó por compa- ñero al P. Fr. Antonio de Teruel para que le condujese a San Salva- dor, y después dejarle allí en lugar del P. Fr. Jenaro de Ñola, a quien había resuelto enviar a Luanda a instancias de los portugueses, que se lo habían pedido para su consuelo espiritual por el gran concepto que tenian de su virtud.

6. Divulgóse en San Salvador la noticia del nuevo Prefecto y fué de sumo gusto para el rey, por juzgar se vería libre con eso del Padre Fray Jenaro de Ñola y de los demás que poco antes le habían hecho la corrección de sus vicios ; y, para lograr sus ideas, procuró captarle la voluntad con diferentes demostraciones de agasajos y finezas ; pero, enterado de lo que pasaba, se previno y fué dando tiempo al tiempo. Dista de la corte la banza de Bamba algunas treinta leguas, y, sabien- do el rey se acercaba ya el nuevo Prefecto, mandó a su hijo segundo, mancebo de poca edad, saHese dos jornadas de la corte con otros prín- cipes de su tiempo y mucho acompañamiento de fidalgos y criados a recibirle y agasajarle. Luego el día que llegaron a San Salvador, man- dó saHr a todos los maníes y fidalgos una legua fuera de la corte, para que le acompañasen en la entrada, sacando todos ostentosas ga- las para lucir la función, y hasta el mismo rey le estuvo esperando en la^ iglesia de Santiago, donde, arrodillado en tierra, como solía, le abra- zó y besó el hábito por tres veces, y lo mismo al compañero con gran- des muestras de alegría.

7. Despidiéronse los Padres y pasaron al convento, pero apenas anocheció, cuando fué el rey a visitarlos de secreto, continuando esta aciói? por muchas noches hasta explorar el ánimo del nuevo Prefecto y darle satisfacción de lo que su antecesor y demás Padres le habían corregido. Pasados algunos días, ordenó al P. Jenaro pasase a Loan- da en virtud de habérsele pedido los portugueses de aquella ciudad, por lo que estimaban y veneraban a dicho Padre y ser conveniente allí

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SU asistencia. Apenas supo el rey su partida cuando, sin poder conte- nerse, exhaló por los labios parte del veneno concebido en su ánimo contra éste y los demás Padres desde la corrección y así celebró su partida con grande alborozo y tales demostraciones, que el Prefecto conoció bien a las claras tenía oculto en el pecho algún áspid que con el tiempo ks había de dar mucha ocasión de paciencia, como sucedió, pero no tan presto que no se pasasen algunos meses primero.

8. No obstante lo dicho, con €se agasajo y favor del rey en lo pú- blico se pusieron las cosas de la misión en mejor estado así en la cor- te como en las demás provincias, y las reducciones iban fn mucho au- mento cada día, no sin grande consuelo espiritual de todos aquellos Padres. Quedaron en San Salvador con el Prefecto los Padres Fr. An- tonio de Teruel y Fr. Bernardino de Hungría y, aunque' todos gozaban poca salud entonces, no por eso cesaron los ejercicios de la enseñanza y predicación, antes bien se frecuentaban más los Sacramentos y acu- dían más mozos y muchachos a las escuelas para aprender a leer y es- cribir y la doctrina, la Gramática y buenas costumbres. El trabajo que tuvieron entonces estos Padres fué excesivo a sus fuerzas, pero la Ma- jestad de Dios, que todo lo atiende' con paternal providencia, los con- soló o recreó enviándoles al mismo tiempo un compañero nuevo que trabajó mucho y les fué de grande importancia para los trabajos pre- sentes y venideros.

9. Este nuevo operario fué el P. Fr. Francisco de San Salvador, sujeto de aventajadas prendas y muy práctico en la lengua y estilos del país, por ser natural y haber nacido y criádose en aquella corte. Llamábase en el siglo Don Miguel de Roboredo, el cual, siendo cape- llán mayor del rey y hermano legitimo de Don Alvaro V, fué por su embajador a Soñó cuando llegaron allí los primeros misioneros para conducirlos a la corte y, en premio de la caridad que usó con ellos en el viaje y en su casa, mientras estuvieron en ella, hasta pasarse al convento, le dió Dios la vocación de' ser religioso. Recibiólo el nuevo Prefecto con licencia del General de la Orden y le puso por nombre Fray Francisco de San Salvador. En los seis primeros meses de novi- ciado sólo atendió a los ejercicios interiores y a radicarse en el espí- ritu nuevamente concebido ; después se le dió licencia para confesar y servir en todo como los demás.

10. Con este nuevo auxilio y en tiempo tan oportuno pudo el Pre- fecto enviar a Bamba al P. Fr. Bernardino de Hungría para que ayuda- se en aquella misión al P. Fr. Ludovico de Pistoya, que se hallaba solo

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Fueron prosiguiendo estos religiosos sus ejercicios y después de algu- nos meses acordaron entre de salir por toda la comarca. Extendióse el P. Fr. Bernardino hacia aquella parte de la provincia que confina con el mar, y no es ponderabl-e la ceguedad en que vivía aquella gente miserable por sus pecados y vicios. Baste decir que adoraban los ár- boles como a Dios y les hacían varios cultos y sacrificios, cuidando cíe ellos más que de sus hijos y que de la propia vida.

11. De estos árboles halló el P. Fr. Bernardino algunos plantados a las puertas de las casas y tan pintados los troncos con variedad de colores y especialmente bermejo, que estaban hermosos a la vista. Al ])rincipio juzgó que aquel engalanar los árboles de aquel género sería algTÍn vano entretenimiento de los mozos y rufianes, o invención seme- jante a la que se practica en España de poner en las plazuelas ciertos árboles el día primero de mayo, coronados de ramos y cintas para anunciar la primavera y señalar aquel sitio por teatro de los bailes, cuyo origen también es gentílico. Informóse del caso y vino a saber cómo los adoraban por sus dioses y que como a tales les hacían aquel culto, pasando tan adelante su locura, que repartían las ramas por la gente de la familia, de tal forma que la mayor le tocaba al dueño de la casa y las demás a las mancebas y a los hijos.

12. Estos guardaban cuidadosamente que las ramas no recibiesen daño alguno, porque temían, si se descuidaban, que luego les había de suceder alguna fatalidad, mayormente si hallaban cortada alguna rama, que al instante se juzgaban perdidos y no había consuelo para ellos. Fuélos desengañando el P. Fr. Bernardino de estos errores y para qui- tarles la ocasión de esta superstición e idolatría, tomó un hacha y fué cortando cuantos árboles les halló delante de las puertas, y les pegó fuego. Con eso, viendo la gente que no le sucedía mal alguno, se des- engañaron y conocieron era vano y diabólico su temor ; con todo eso, el demonio tenía tan cogidos a algunos con esta invención, que le su- cedió a dicho Padre llegar a cierta libata adonde halló uno de estos árboles y, habiéndolo cortado sin saberlo los dueños, apenas lo vieron derribado, cuando todos los de aquella familia se fueron huyendo de aquella tierra, dejando su casa y cuanto tenían en ella por parecerles que el árbol estaría enojado contra ellos y que les había de quitar la vida.

13. En esta misma ocasión descubrió dicho religioso por medio de los muchachos que le acompañaban, al patriarca o primer catedrá tico de todos los nganga vgombas del reino, que los tenían como a sus

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sacerdotes y oráculos por ser grandes hechiceros con pactos explícitos con el demonio. Fué a su casa de éste, que vivía ea una libata cerca- na a la banza de Bamba y le prendió para hacer inquisición de sus dia- bólicos enredos y descubrir las sinagogas de Satanás que él goberna- ba, para castigar a los cómplices y pegar fuego a las cosas e instru- mentos de que usaban. El hallazgo de esta mina infernal fué de gran consecuencia para adelante, porque con eso se descubrieron muchas supersticiones que había ocultas en el reino y se puso toda eficacia en extinguirlas, las cuales hasta entonces no habían sido entendidas de los religiosos por celárselas la gente y especialmente los nobles.

14. Era el tal patriarca nganga un viejo de más de setenta añoj, el cual, desde tiempo inmemorial, conservaba en su familia aquel oficio y dignidad. Registró el P. Fr. Bernardino la casa y halló cinco o seis ídolos ; dos grandes, el uno con cara de hombre y el otro de mujer ; los demás eran pequeños, y, según decía el viejo, éstos eran hijos do los grandes. Mandóles a los muchachos cargasen con ellos y él se llevó al viejo a la banza y en el camino le confesó todo lo referido, añadien- do que su vida y la de todos los de' su linaje consistía en la fiel guarda de aquellos sus dioses, a quienes tenía puestos sus nombres particu lares.

15. El religioso hizo lo posible' para sacarle de aquel engaño y por última diligencia mandó hacer una hoguera y echó en ella uno de los ídolos, el cual al instante se convirtió en cenizas. Apenas le vió el vie- jo arder, cuando comenzó a hacer gestos y visajes espantosos o por el sentimiento de' ver se le quemaba su ídolo, o por admiración de que no les sucedía desgracia alguna a los circunstantes, como él había creí- do. Al fin vino a confesar el engaño en que había vivido hasta enton- ces y con muchos ruegos le pidió al Padre le diese libertad, ofrecién- dole no volver más a su oficio. El religioso le consoló con buenas ra- zones y con esperanza del perdón, pero juzgó por más conveniente al bien público no proceder allí contra él sino remitirlo a San Salvador con los ídolos, para que le constase al rey el suceso y supiese lo que tenía en su reino y procurase evitarlo.

16. Estando los Padres en esta resolución, llegó a la banza un fi- dalgo mozo de San Salvador a ciertos negocios del rey con el duque. Había sido este caballero discípulo de gramática del P. Fr. Antonio de Terue'l y, como era conocido y su maestro se hallaba entonces en la

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corte, le pareció al P. Fr. Bernardino sería acertado entregarle el vie- jo nganga y los ídolos para que allá los presentasen al rey e'n volvien- do. El fidalgo ofreció llevarlos y, con efecto, los sacó de la banza de Bamba, pero cumplió tan mal con el encargo, que a las primeras jor- nadas se le e'scapó el viejo y los ídolos no parecieron más, o fuese por- que el viejo con hechizos se escapó y escondió sus ídolos, o porque el mismo fidalgo le dió libertad por excusarle al rey el empacho que' ha- bía de tener y no caer en su desgracia, o acaso porque sus criados le ayudaron al viejo y le hicieron espaldas ; ello no se supo más de los ídolos ni del nganga, aunque se hicieron hartas diligencias. Y es. sin duda que para el rey hubiera sido motivo de gran pesar si hubieran llegado a la corte, pues, aunque se mostraba celoso de la religión ca- tólica en lo público, con todo eso no dejaban de murmurarle que se vaha ocultamente de algunas supersticiones.

17. Con la noticia de estos y otros sucesos semejantes comenza- ron a predicar los Padres sobre esta materia y, como los nobles eran los más lacrados en ella, lo sentían vivamente ; con todo eso la gra- vedad de la materia pedía mucha acrimonia, aunque' en lo público pro- curaban sincerarse, pues, como dice San Gregorio, de sentencia de San Pablo: Vera e\tenim fides est quae in hoc quod verbis dkit, morlbivs. non contradicit. Por esta causa de ver descubiertas las supersticiones, llegaron algunos a amenazar a los intérpretes, creyendo eran ellos los que se los habían manifestado a los Padres, y ya no se atrevían a propalarles nada porque no les matasen. Esta peste estuvo oculta por más de cinco años hasta que fué Dios servido la descubriesen los re- ligiosos con su trabajo e industria, a lo cual ayudó mucho un intérpre- te virtuoso que estudiaba en nuestro convento con ánimo de ordenar- se sacerdote.

18. El primero que predicó en la corte contra estos infernales ri- tos fué el P. Fr. Buenaventura de Corella ; hizo sobre la materia un sermón muy fervoroso, al cual asistió el rey con lo principal de la corte y les afeó mucho tan abominable vicio y la malicia en haberlo ocultado hasta entonces. Ponderóles los castigos que Dios había eje- cutado en los de su pueblo por semejante idolatría, la gravedad de este pecado y la obligación y necesidad que tenían de manifestarle para aplicar el remedio conveniente, pues, de no hacerlo, se seguiría su to- tal ruina, según lo que dice el Espíritu Santo por el Sabio : Qui abs- covdit ulcera sua. non dirigefur, y por el contrario la salud de su alma

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

al que descubra sus llagas: Qui autem confcssus fueñt et reliqueril ea, miserkordiam consequitur (108).

19. Acabado e! sermón, tomó la mano el rey y, para mostrar su fidelidad, hizo al pueblo un grave y solemne razonamiento, apoyando cuanto había dicho el predicador. Exhortó a todos a que dejasen aque- llas vanas supersticiones y ritos gientílicos y amenazó a los rebeldes con severos castigos. Esto sucedió en nuestra iglesia y de allí adelan- te se predicó sobre la materia en todas las provincias del reino, con cuya diligencia se fueron extirpando tan diabólicas supersticiones y abusos. Esta cautela había sugerido Satanás en los ánimos con tal sa- gacidad, que en tan largo tiempo, como dijimos, no llegaron a saber los Padres e\ desorden que había, por !o cual no se reprendía en par- ticular este vicio, ni ellos prevenían la enmienda como después que se descubrió.

20. Sintieron el rey y los nobles se hubiese descubierto esta llaga y tanto que, si acaso por medio de los muchachos de la escuela o de los intérpretes, llegaban a saber algo los religiosos, ellos llenos de temor les suplicaban lo tuviesen en silencio y que los disculpasen con los señores, porque no les solicitasen la muerte. De aquí se originó el comenzar el rey a despicarse de la corrección pasada, no ya con ce- lajes, como hasta entonces, sino a lo descubierto, mostrando ser lo que dice el Espílritu Santo en los Proverbios : Leo rugiens et ursus essuriens, princeps impius super poptdum pauperem (109). Pues desde entonces fué sacando algunos fidalgos mozos del estudio donde apren- dían buenas costumbres y letras, con el pretexto de enviarlos a dife- rentes provincias a tratar negocios políticos de su servicio o más pro- piamente de su perdición. De lo cual resultaron otros daños en el rei- no, pues, apartados de la enseñanza de' las letras y buenas costumbres, con que podían ser de mucho provecho a mismos y a la república, por el vano temor de que no propalasen los vicios y ritos gentílicos de los señores, unos y otros se separaron de la luz y se engolfaron en las tinieblas, y muchos de ellos se quedaron con su ignorancia y con las malas costuml)res en que se habían criado desde su niñez.

fl08) Prov.. 28. 1.".. (109) Prov.. 28.

CAPITULO XL

Manifiéstase más a las claras el odio que el rey concibió desde la corrección de los religiosos contra ellos y otras personas de la primera calidad, a quienes mandó quitar la vida, por parecerle habían descubierto sus faltas a los Padres.

1. No hay monstruo tan formidable como un ánimo asistido de la pasión y del poder, ni la serpiente hidra arrojó tantas cabezas, como suele ejecutar monstruosidades un principe apasionado. Sólo Dios, con su infinito poder, es bastante para reprimir tales ánimos, pues fuerzas humanas no alcanzan. Mas al fin para todos ha de haber juicio y justicia, y será tanto más severa cuanto fué mayor el abuso de la dig- nidad y del poder : Cum axcepero tetnpus, ego justitias judicabo (llO). Hasta este tiempo fué meditando Don García II el despique de la co- rrección cortés y caritativa que le hicieron los nuestros ; pero como ésta cayó en ánimo inficionado, altivo, caviloso y vengativo, pasó a ser veneno mortífero la triaca, y así poco a poco se fué apoderando la pon- zoña de su corazón, hasta que no cupo más y comenzó a exhalarla por todos sus sentidos y potencias con ignominia de su persona y grande- za, pues : Cor ejus congregavít miquitatcm sibi.

2. Desde el principio de su reinado fué el rey Don García poco amado de sus vasallos y éstos conocieron bastantemente lo que en ade- lante les había de suceder ; pero, cediendo al tiempo y a la violencia, le eligieron más por temor que por voluntad. El caso pasó en esta for- ma y corrió por estos pasos. Hallábase Don Alvaro VI conde de Bam- ba, y Don García II marqués de Choa, siendo éste el de menos edad ;

(110) Psalm., 74, 2.

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movióks guerra el rey Don Alvaro V y, habiendo conseguido la vic- toria los dos hermanos y triunfado de si mismos, según dijimos en otra parte, el rey volvió de nuevo a publicarles la guerra, o por mal aconsejado, o por verse poco seguro de ellos. En esta ocasión alcan- zaron también la victoria del ejército enemigo, pero no la de si mis- mos, como la vez primera, pues, haciendo prisionero a su rey. Je de- gollaron cruelmente, no obstante que les pidió la vida con humildes ruegos, protestando había sido mal aconsejado en hacerles guerra y ofreciéndoles su gracia y amistad para en adelante.

3. Muerto el rey, según se ha dicho, se trató de elegir sucesor, y los electores pusieron los ojos en el duque de Bamba y le aclamaron rey, atendiendo a su valor y condición apacible. Rehusó por algunos días la corona y, viendo su hermano el marqués de Choa, que no que- ría admitirla, lleno de ambición le dijo : que tratase de admitirla, o ver lo que determinaba ; pero que si no, la tomaría para sin atender otros respetos ni a que se hallaba hermano menor. Al fin Ja admitió el duque y en su asunción al cetro se llamó Don Alvaro VI. Gobernó por espacio de cinco años y, habiendo enfermado del mal de que murió, luego que tuvo Don García, ya duque de Bamba, la noticia de su muerte por aviso que le dió cierto amigo suyo, canónigo de San Sal- vador, que después fué su confesor, se puso con gran presteza y buen número de soldados a vista de la ciudad, con ánimo de conseguir por fuerza lo que no pudiese alcanzare por otros medios. Turbóse la corte con esta novedad y, aunque los electores tenían premeditado elegir por rey a otro, temiendo su poder y osadía, le eligieron a Don García y le dieron luego la posesión del reino.

4. Habiendo, pues, entrado a reinar con esta violencia y repugnan- cia común de todos, reconoció que no le miraban con pía afección y así procuraba guardarse y con tal cautela, que jamás quiso comer con los fidalgos, según es costumbre algunas veces, aunque en diferente mesa. Dormía de día y velaba de noche, rondando toda la ciudad para saber lo que" pasaba, viviendo sobresaltado siempre y formidoloso de todos, y, si acaso llegaba a sospechar que alguno podía intentar sacu- dir el yugo o que la plebe se ladeaba hacia él por particular afecto, tomaba el pretexto que le parecía y le enviaba con algún puesto hono- rífico a otra provincia y, pasados algunos días, daba orden secreta para que le cortasen la cabeza. Por esta causa era temido de todos, grandes y pequeños, y ninguno se fiaba de sus palabras halagüeñas ni de sus promesas.

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5. Asi corría Don Garcia II en su reinado y, aunque los religio- sos, con ej respeto debido a la majestad, le procuraron guiar por el camino del acierto, dándole a entender con el sabio que: Misericordia ei veritas custodiunt regem, et roboratur clementia tronus ejus (111), con todo eso no fueron bastantes sus diligencias para templar su natu- ral fogoso y vengativo ; ante's se fueron aum^entando las crueldades, así en lo secreto como en lo público, especialmente desde la corrección de sus excesos y demasías, que se le hizo al tiempo de entregarle la corona bendita que le envió el Sumo Pontífice, siendo la espina que más le hería el que' se hubiese llegado a entender el galanteo porfiado y escandaloso con que pretendía conquistar el ánimo de la princesa, su cuñada y hermana de la reina, siendo persona de sumo respeto por sus aventajadas prendas, honestidad y virtud.

6. Pasado largo tiempo con disimulo, llegó a sospechar que nadie podía haber propalado sus faltas a los religiosos sino el intérprete Don Ambrosio, el cual era hombre desinteresado, virtuoso y muy asis- tente a nuestra iglesia y convento, o la princesa Doña Leonor Mam ziinha-npuyigid, hija de rey y título el mayor de los cuatro principales que se dan a las señoras del Consejo Real, por vivir muy disgustada de sus operaciones y ser muy temerosa de Dios y de gran ^alentó en medio de ser ya de edad muy crecida, o la princesa su cuñada, que tam- bién se llamaba Doña Leonor ; las cuales se confesaban en el convento y desde el principio asistieron con mucho ejemplo y edificación de la corte a todos los ejercicios espirituales que en él se hacían cotidiana- mente. Guiado, pues, de esta sospecha y creyendo que estas señoras y Don Ambrosio habían notificado a los Padres sus vicios, ordenó un día que todos tres fuesen presos para proceder contra ellos y castigarlos severamente.

7. Ejecutóse la prisión y fué de sumo sentimiento y escándalo para la corte y aun para el reino, porque el intérprete era fidalgo muy no- ble y por sus virtudes y buen trato muy amado de todos. Doña Leonor la anciana, de la misma suerte era muy respetada por su gran nobleza y virtud, y semejantemente la princesa, hermana de la reina. La pri- sión fué inhumana porque son crueles aquellos naturales cuando pren- den alguna persona, pues no respetan calidad, sexo ni edad y ordina- riamente llevan con estruendo al pobre preso. A la princesa, cuñada del

(111) Prov., 20. 28.

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rey, la asieron los alguaciles de un pi€ y con tal violencia, que la de- rribaron en tierra y del golpe que dió, quedó muy maltratada ; quejó- se la buena señora con el dolor que le ocasionó la caída, pero el rey, cuando lo supo, lo celebró con risa y donaire. Al fin los amarraron con cadenas a todos a los postes de las casas, a cada uno de por si, que éstas son Sus cárceles, y en ellas padecen los presos muy grandes pe- nalidades y afrentas.

8. Divulgóse por la corte' el suceso y, escandalizados todos, nobles y plebeyos, se quedaron atónitos y comenzaron a tumultuar, pidiendo a Dios venganza de la crueldad e injusticia que se usaba con personas de tan relevante calidad y de virtud tan conocida. Supo el rey lo que pasaba y lo mal que había parecido la acción, con que para dorar su yerro y honestar su venganza con apariencia de justicia, mandó hacer reseña para que todos los nobles y cortesanos se juntasen a hora seña- lada en la plaza principal, para cuyo efecto también mandó llamar a todos los canónigos y eclesiásticos y también a los religiosos.

9. En estando todos juntos comenzó a dar satisfacción de su cruel- dad, diciendo cómo había mandado prender a los sujetos referidos por ser traidores a su persona y rebeldes a sus mandatos, y que, por tanto, eran dignos de muerte, la cual se ejecutaría indispensablemente con ellos y con cuantos en adelante no tuviesen la lealtad y rendimiento de- bido a su persona. Atemorizóse la gente, viendo en su resolución tal severidad y, por huir de los filos del cuchillo, nadie se atrevió a hablar palabra, remitiendo a la piedad de los religiosos el reducir el rey a me- jor acuerdo. Así lo hicieron, procurando templarle con cristianas y prudentes razones que bastaran a ablandar un bronce, pero nada bastó para aplacar su enojo. De donde argüyeron los Padres no pararía allí su despique sino que también a ellos les alcanzarían las resultas, como sucedió y veremos en otra parte ; empero por entonces no se ejecuta- ron más crueldades que las referidas.

10. Pasados algunos días de prisión dió orden secreta a los minis- tros para que le cortasen la cabeza a Don Ambrosio, y a la hermana de la reina, demás de la cabeza, el brazo derecho, y que fuese deste- rrada, o más propiamente presa, la princesa Doña Leonor, a quien llevó un fidalgo a los confines de aquella provincia, con instrucción de que en el camino le cortase la cabeza. Salieron de la corte y el fidalgo anduvo tan cristiano y caballero que, mirando a Dios y a la inocencia de la buena señora y considerando su ancianidad y grandeza, no se

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atrevió a poner en ella sus manos. Lo más que hizo fué dejarla en la población desterrada por el rey : alli vivió con gran trabajo y miseria hasta acabar la vida, según dijeron algunos, pero lo más cierto fué, como dijeron otros, que dentro de poco tiempo le cortaron la cabeza y lo mismo al fidalgo que la llevó, porqu-e le había perdonado la vida. Ello no &e supo jamás del fin de la buena princesa, porque, atemoriza- da la gente con tan crueles castigos, no sólo no respondian a lo que los Padres Ies preguntaban, oero aun de mismos se cautelaban por- que no se ejecutase en sus personas y familias semejante destrozo.

11. Todo esto hizo el rey Don García con notable disimulo y se- veridad de rostro, sin mostrar en ese tiempo el menor sentimiento a los religiosos, antes bien acudía con la misma puntualidad que solía al con- vento y a la iglesia. Sintióse empero en el reino grandemente este trá- gico y lastimoso suceso y fué sin duda arbitrio de Satanás el mal acuerdo del rey dirigido a disponer la total ruina de la misión. Vióse ser así. pues los intérpretes rehusaban entrar en la iglesia y aun el ha- blar en otra parte a los religiosos. El pueblo no asistía con aquel fer- vor y frecuencia a las pláticas y ejercicios, como de antes, y, en fin, hasta los muchachos de la escuela y estudio se comenzaron a retirar, V, pues no hicieron lo mismo todos los demás de la corte, fué mara- villa.

12. Gran prudencia y mucho [temor] de Dios es menester para gobernar las acciones los ministros evangélicos en tiempos tan calami- tosos ; pulsaron con toda discreción al enfermo y, no hallándole reme- dio eficaz por entonces, remitieron a Dios y al tiempo la cura ; arbi- trio a la verdad cuerdo, tolerar un mal menor para obviar otro mayor. Muchas y muy malas hubieran sido las consecuencias de la tragedia re- ferida, si a aquellos Padres les hubiera faltado la debida madurez y a su gran celo algunas de las circunstancias que componen esta excelen- te virtud, las cuales son tantas y piden tanta discreción, que por eso viene a ser muy difícil de practicar con el debido acierto.

13. Un maravilloso ejemplo tenemos en el Evangelio para nuestra enseñanza en las ocasiones de semejantes contratiempos ; dibujónosle el maestro de la vida. Cristo Jesús, en aquella parábola de la cizaña. Arrojóla entre el buen trigo Satanás: Inimtcus hoin.o hoc fccit: pero celosos los siervos del Padre de familias y compasivos de ver en he- redad tan hermosa y sembrada de buena semilla tal plaga de cizaña que la consumía y sofocaba, le pidieron licencia para ir a arrancarla en

368

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

ocasión en que ella y el trigo estaban todavía verdes y no era fácil el distinguirlos. Cualquiera juzgara por santo y cuerdo el celo de' estos siervos ; mas el que enmienda a los sabios, no lo juzgó conveniente entonces por el peligro que había en arrancar las macollas del buen tri- go a vuelta de las matas de la cizaña, y así les mandó detenerse y que esperasen hasta el tiempo de la siega, que es el más conveniente para apartar la buena semilla de la mala: Sinite utraque crescere usque ad messem; et in tenipore messis, dicam messoribus : colligite prhnum ci- sania et alliigate ea in fascículos ad comhurendum ; triticum auteim con- grégale in horreuin meuni (112).

lí. No -era, pues, tiempo ni ocasión madura la presente de las al- teraciones referidas para esgrimir la espada del celo santo con el rey Don García ; y si entonces, cuando navegaba sin timón ni vela e'n el proceloso mar de su ira y cólera, se le hubiese hecho más reria oposi- ción a sus ímpetus que la de los ruegos humildes, e's sin duda hubiera dado al través y pasado a mayores precipicios y aun hubiera hecho naufragar a muchos buenos cristianos. En medio de tantas turbulen- cias no desamparó Dios a los suyos, que, aunque faltaron los intérpre- tes, no por e'so les privó a los buenos y devotos cristianos del pasto espiritual que necesitaban, antes en cierto modo los mejoró porque co- menzó a confesar Fr. Francisco de San Salvador, natural del país y muy práctico en la lengua, el cual no sólo era maestro de los intérpre- tes pero tenía individuales noticias de los abusos, supersticiones y ma- las inclinaciones de los naturales.

15. Con este auxilio y en tiempo tan oportuno se continuaron los ejercicios espirituales de la corte, en medio de que no se escapó Fray Francisco de la persecución del rey, pues llegó a recelarse que, como natural de la tierra, revelaba a los compañeros sus vicios, sobre lo cual añadía la difidencia que concibió de él en tiempos pasados a causa de ser hermano de legítimo matrimonio dt' Don Alvaro V, a quien quita- ron la vida Don García y su hermano Don Alfonso VI ; y, aunque después de ordenado de sacerdote, le tuvo por su capellán mayor y co- rrieron bien, nada de eso fué bastante para deponer las sospechas que tenía, de que no le era afecto, ni aun se quietó jamás en estos recelos, antes los tuvo mayores desde que le vió religioso, así por los motivos referidos como por saber era muy íntimo y familiar de los sujetos que

(112) Math., V¿, 30.

LA MISIÓN DEL CONGO 369

mandó degollar y especialmente por ver que confesaba a casi toda la ciudad, sin tener necesidad de intérprete.

16. Era verdaderamente Fr. Francisco hombre de excelentes pren- das y de claro y agudo ingenio y con el trato de los religiosos se ha- bla adelantado mucho en las virtudes, y, como le guiaba Dios para ser- virse de él en tiempos tan terribles, k adornó de todas las partes que necesitaba para ser un grande operario como realmente lo fué. Ayudó mucho a sus compañeros y, para que se ahorrasen de intérpretes, les hizo vocabulario de la lengua y otros escritos importantísimos. Nada de esto se le ocultó al rey y por esa causa, sin otro motivo, le dijo al Prefecto un día que le hiciese gusto de sacar de aquel convento a Fray Francisco y le enviase a otra provincia. Parecióle al Prefecto por en- tonces sería acertado enviarle a Loanda hasta que las cosas tomasen mejor temperamento ; pero, apenas lo supo el rey, cuando volvió a re- plicar al Prefecto diciendo que no gustaba de que fuese' Fr. Francisco a Loanda sino a Sundi o a otra provincia de su reino. Empero, rece- lándose del rey por su crueldad y por las causas dichas y temiendo le mandase matar con la cautela que solía, lo defendió el Prefecto con todo valor y eficacia, y por último se quedó en San Salvador, para ali- vio y consuelo de todos, así religiosos como seglares, y vivió y murió allí santamente (113).

(113) Manuel Roboredo tomó el hábito capuchino en 1652 v después del novi- ciado hizo su profesión e] 15 de agosto de 1653 ; se llamó en la Orden P. Francisco de San Salvador. Ayudó muchísimo a los Misionero? en todos los órdenes, sobre todo en el aprendizaje de la lengua congolesa. Tuvo parte muy principal en la composi- ción del Vocabulario trilingüe que se hizo para uso de los misioneios (Cfr. P. HIL- DEBRAND, o. c, p. 261 ss., y nuestro estudio Los Capuchinos españoles en el Con^ go y el primer diccionario congolés en Missionalia Hispánica, II (1945), pp. 213 ss.). No murió, como dice el P. Anguiano, en San Salvador, sino en la batalla de Am- buila, dada el 29 de octubre de 1665, entre el rey del Congo Don Antonio I, del que era capellán, y Don T.uis Lopes de Segueira.

CAPITULO XLI

¡I

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/

I

En que se trata de la misión del señorío de Matan, ve- cino al ducado de Sundi; de la muerte del P. Fr. Jorge de Gela y del P. Fr. Jenaro de Ñola.

1. ^Jamás en las obras grandes del servicio de Dios y utilidad espi- ritual de los prójimos faltan contradicciones y aun persecuciones ; pero, al paso que éstas crecen, se aumenta también el premio y galardón de los que las padecen: Cum maledixerint vobis, et persecuti vos fuerint, et dixerint omne maluni adversum vos mentientes, propter me ; gaude- te, et exultate, quoniam merces vestra copiosa est in coelis (114). Con estas admirables palabras alentó Cristo, bien nuestro, a sus sagrados discípulos en aquel célebre sermón del monte, añadiendo para mayor consuelo suyo y que no juzgasen era cosa nueva en el mundo el pade- cer calumnias y persecuciones los predicadores y ministros del Altísi- mo, sino muy antiguo: Sic enim persecuti sunt prophetas qui fuerunt ante vos.

2. Si se repara atentamente en las que en este reino del Congo se levantaron contra los nuestros, hallaremos nuevamente verificado a la letra cuanto Ies anunció Cristo Señor nuestro a sus apóstoles en esa ocasión y cumplida puntualmente la revelación que tuvo aquella buena mujer de San Salvador, que dejamos referida en otra parte, pues, en- tre las cosas que le" previno el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, fué una : «Dirásles a mis hermanos y compañeros los misioneros, que se alienten a llevar con amoroso sufrimiento los trabajos que padecen y las persecuciones que' han de tener : que no desmayen en lo comenzado porque les tiene el Señor aparejada grande gloria».

(114) Math., 5. 11.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

3. ^Los primeros, pues, que en esta tan deshecha tormenta experi- mentaron los vientos furiosos de la persecución y consiguientemente el copioso premio del sufrimiento y humilde tolerancia, fueron los Padres Fray Jenaro de Ñola y Fr. Jorge de Gela, los cuales murieron casi por el mismo tiempo, aunque no en un mismo lugar ni de una misma suer- te, pero sí, en cierto modo, perseguidos del rey. Mas porque ocurrió primero la muerte del P. Fr. Jorge de Gela, hablaremos primero de él y de sus trabajos y después del P. Fr. Jenaro de Ñola, con cuya dicho- .sa vida y feliz tránsito pondremos fin a este capítulo.

4. Vida y virtudes dci P. Fr. Jorge de Gela. El P. Fr. Jorge de Gela, de nación flamenco, fué uno de los religiosos que pasaron al Con- go en la tercera misión. Alistóse en ella siendo de edad de veintiocho años, poco más, y con las reglas y cartilla de la lengua conguesa que' trajeron a Europa los Padres Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Fran- cisco de Roma, se hizo bastantemente noticioso en breve tiempo por ser de claro y perspicaz ingenio. Vivió poco tiempo en la misión, pero trabajó mucho en ella, mientras pudo, no sólo en la conversión de los negros sino también en la de los holandeses que residían entonces en aquel reino. Tuvo su residencia en el señorío de Matari, que goberna- ba en aquel tiempo cierta señora parienta muy cercana del rey, la cual pidió con instancias al Prefecto le enviase reHgiosos que cultivasen su estado. Concedióselos y mandó al P. Fr. Antonio María de Monte- prandone cuidase de aquella misión, cuando fué este religioso al con- dado de Sundi, en cuyo viaje desde San Salvador está Matari. Trabajó allí por espacio de seis meses con mucha aplicación y fruto y después pasó a Sundi y le' sucedió en aquella misión el P. Fr. Jorge de Gela, el cual continuó los ejercicios establecidos y conversiones, hasta que por orden del Prefecto pasó al ducado de Bata.

5. La causa que intervino para esta mudanza fué que dos holande- ses católicos, a quienes los nuestros habían reducido, le pidieron al Prefecto que, respecto de hallarse muchos de su nación, que aun eran herejes, en Gongo de Bata, por causa de las ferias que allí se hacen, y otros que acudían de otras partes de los que fueron echados de Ango- la, cuando recuperaron los portugueses sus plazas, sería conveniente el que asistiese en aquella banza el P. Fr. Jorge de Gela, para predicar- les, así por entender este religioso su lengua, como porque tomarían mejor de él cualquier buen ejemplo que de otros, por ser su vecino y paisano y estar versado en las controversias de los errores y engaños que padecían.

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375

6. Con este designio pasó el P. Fr. Jorge a Gongo de Bata y te asistió Dios tan benignamente, que en breve tiempo redujo a nuestra santa fe católica a casi todos los herejes que allí había. Conseguido ese triunfo fué a San Salvador a dar cuenta al Prefecto de lo que había obrado ; allí se detuvo algunos días, hasta que le mandaron salir con el Padre Fr. Jenaro de Ñola ; a éste, para pasar a Luanda, y al otro, para volver a Gongo de Bata a proseguir en aquella misión. Cuando salió de Matari se dejó allí la ropa de la sacristía con intento de volver pres- to a aquella residencia, pero, como el Prefecto le ordenó otra cosa, tomó el camino para Matari y fué a recoger la ropa y libros para lle- varla a Gongo de Bata.

7. Prosiguió el viaje el P. Fr. Jenaro para Loanda, y el P. Fray Jorge partió de Matari para Gongo con la ropa. A las primeras jor- nadas le sucedió llegar a una libata donde poco antes había hecho mi- sión ; halló la gente de ella ocupada en varios ritos gentílicos y supers- ticiones. Reprendióla severamente y, con celo de la honra de Dios, co- menzó a dar con el báculo a los ídolos para hacerlos pedazos a su vis- ta ; mas, apenas vió ila gente el destrozo que iba haciendo, cuando en lugar de huir, como lo tenían de costumbre en llegando los misione- ros, a guisa de unas furias infernales, así hombres como mujeres, unos con palos y otros con piedras o con lo que hallaban más a mano, le acometieron de suerte, que le dejaron casi muerto por los muchos gol- I>es que le dieron.

8. Al principio, como los vió tan resuehos, quiso detenerlos por que no pasasen con daño de sus almas y de sus vidas a ejecutar la ven- ganza de sus ídolos destrozados ; pero nada bastó para templar su odio, y así, cercándole por todas partes, le dieron tantos palos y golpes, que le derribaron en el suelo. Como le vieron casi muerto, comenzaron a huir los más ; pero volviendo en sí, como pudo se incorporó y le pidió a uno que le diese por amor de Dios un poco de agua por ser grande la sed que le afligía, así por la ocasión de la fatiga del camino porque acababa de llegar entonces, como por la de los palos. Fué el negro y, en lugar de agua, le trajo un vaso de vino del país, que es el que sacan de las palmas ; bebióle y luego inmediatamente se le fué hinchando to- do el cuerpo, o porque el vino tenía ponzoña, o porque al Padre le co- gió tan molido y maltratado, o, finalmente, por concurrir juntas todas esas circunstancias, según se presumió por los efectos.

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9. Con esta mala disposición tomó el camino y como mejor pudo llegó a Gongo de' Bata, adonde se le fué agravando la enfermedad. Desde aquí avisó al Prefecto de lo que Qe sucedía y éste habló al rey para que mandase llevarle a San Salvador para curarle. Hízolo el rey y despachó dos esclavos con una red para que le llevasen en ella ; em- pero, por presto que fueron, ya cuando llegaron lo hallaron muerto y se volvieron.

En sabiendo su muerte el Prefecto, hizo cuantas diligencias pudo para averiguar eil motivo y circunstancias de ella, pero sólo pudo ave- riguar lo que llevamos referido, a causa de que los agresores, temero- sos del castigo del rey, no quisieron declarar jamás la verdad del hecho. Pero, sin embargo, el común sentir y deposición de los más ve- rídicos fué siempre que el celoso siervo de Dios murió por los motivos referidos, y, habiendo sucedido en esa conformidad, metece justa- mente ser contado en el número de Jos mártires que por la fe y re- ligión católica perdieron sus vidas.

10. No se halló religioso alguno en Gongo de Bata en esta oca- sión, pero para consuelo suyo y manifestación de que la muerte del siervo de Dios había sido preciosa en su divino acatamiento, permitió su Majestad que el cadáver, con estar tan molido de los golpes y en- venenado y ser la tierra tan ardiente que en breve rato se corrompen ios cuerpos, aún después de muchas horas que tardaron en darle se- pultura, no sólo no se experimentase corrupción o mal olor, pero desde el instante que entró en la iglesia hasta que le dieron sepultura, por todo el tiempo que duraron las exequias, no cesó de exhalar de su ros- tro un sudor copioso cual si fuera de un viviente ; lo cual fué con tal exceso, que un holandés católico, que se halló presente, estuvo conti- nuamente enjugándoselo con un lienzo, causando a todos admiración asi este efecto , tan nunca visto en aquella tierra, como el que se hu- biese conservado el cuerpo sin corrupción, después de tantas horas.

11. Dióle sepultura al siervo de Dios, según parece, el cura de la parroquia de Bata en la banza de Gongo, y su feliz tránsito fué en el año de 1652, aunque no sabemos el día fijo. Las relaciones del Congo hablan de las virtudes de este religioso con sumo aprecio y a lo dicho añaden cómo los miserables agresores tuvieron después el condigno cas- tigo de su sacrilego atrevimiento, pues tomó a su cargo 6l rey el ave- riguar el delito y en pena de él castigó a unos que halló ser más cul- pados y a todos los demás los condenó a esclavitud y los remitió a Loanda para venderlos a los portugueses. De éstos hubo dos mucha-

LA MISIÓN DEL CONGO

377

chos que cayeron en poder del vicario de la ig'lesia principal de aquella ciudad; empero otros dos negrillos, esclavos del mismo dueño, jamás quisieron comer con ellos, teniéndolos por excomulgados por haberle quitado la vida, como ellos decían, al nganga del Papa o sacerdote ro- mano (115).

12. Vida y virtudes del P. Jenaro de Ñola. Poco después, en el mismo año, murió el P. Fr. Jenaro de Ñola en Luanda. Envióle allá el Prefecto a instancias de los portugueses de aquella plaza, que por el gran concepto que tenían de su virtud le deseaban en su compañía, ayudando a sus devotos ruegos el haber hallado conveniente retirarle allá de San Salvador para que el rey se templase en el enojo concebido contra él por la corrección qu^ íe hizo siendo Prefecto y superior de la misión.

Fué, pues, este venerable Padre Lector de Teología en su Pro- vincia de Nápoles y, cuando salió de ella para el Congo, se hallaba ac- tualmente Guardián y Definidor. Todo lo renunció por amor de Dios y por entregarse más desembarazado a la conversión de las almas, a que se sintió poderosamente inolinado, considerando lo mucho que hizo y padeció por ellas el Hijo de Dios y las innumerables que perecen por falta de quien las guíe y encamine por la senda derecha de la sal- vación.

13. Adornóle Dios de tantas y tan excelentes virtudes, que era un vivo retrato de perfección y tan primoroso, que merece entrar en el número de aquellas dichosas almas a quienes se les apJica con justa alusión el ser varita de humo, compuesta de aromas de mirra e in- cienso y de todas las especies y confecciones olorosas, y así con la voz del divino esposo, llenos de júbilo y admiración, podemos decir de su bendita alma, al verla salir deQ desierto de este mundo para los gozos eternos de la gloria: Quae est ista quae ascetidit per desertum sicut virgula fumi ex aronmtibus myrrae et fhnris et unk'ersi pulveris pig- ¡mntarii? (116).

(115) La vida de este religioso, tenido como mártir, la escribió el P. HILDE- BRAND, O. F. M. Cap., Le Martyr Georges de Geel et les debuts de la Mission du Congo (1645-1652), Anvers, 1940. Es obra sumamente interesante y en la que se han recogido muchísimas noticias y documentos referentes a la misión capuchina en el Congo.

La fecha exacta del martirio del P. Jorge de Gala no se sabe a punto fijo ; pare- ce tuvo lugar cerca de la fiesta de la Inmaculada de 16.52.

(116) Cant., 3, 6.

378

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

14. Las fragancias que en vida y después de muerto exhaló este apostólico varón con sus virtudes, fueron muchas y suavísimas, y tales que, si se busca en él la humildad, la había adquirido tan profunda que, en medio de ser muy docto, se reputaba por el más insipiente y siempre consultaba sus dudas, aunque fuese con otros de menos sa- ber, acomodándose en lo justo y piadoso al sentir ajeno, por parecerle más acertado que el propio y tener la ocasión de humillarse. Si se miraba a la compostura exterior e interior, resplandecía en él tal pu- reza de ánimo, taí blandura de condición y tal suavidad de costum- bres, que, a quien llegaba a tratarle, le parecía o que conversaba con un ángel humano o que tenía presente un hombre angélico.

15. Su paciencia y su sufrimiento en los trabajos fué tan rara, que nadie le vió jamás desabrido ni quejoso por grandes que fuesen ; antes bien, esmaltaba esta virtud con la perfecta caridad fraterna, ya conso- lando a los enfermos y afligidos en sus penas y dolores con mucho agrado y compasión, ya sintiendo bien de todos, excusando las faltas de sus prójimos y echando (las cosas a la mejor parte. En el ejercicio y práctica de la oración era, sobre incansable, intensísimo y de cali- dad que, fuera de muchas horas que gastaba en ella, en común y en particular, andaba siempre elevado y como extático por la vehemencia de su espíritu en no perder un punto a Dios de vista.

16. Ocupado su interior en tan soberano empleo, no saha de su boca palabra que no fuese dirigida a la mayor honra de Dios y para edificación de sus prójimos, pero por cuanto, según el Apóstol, adonde está el espíritu verdadero, allí se halla (la libertad, la suya en decir, cuando lo pedía el caso, ya en el pulpito o fuera de él, era muy supe- rior, pero acompañada de la sal conveniente, de la prudencia y discre- ción, como se vió en la corrección que hizo al rey cuando le advirtió los vicios con que tenía escandailizado su reino. Aprendió la lengua conguesa excelentemente y con eso confesaba y predicaba sin el em- barazo de los intérpretes y con mucho gusto de los naturales y no menor fruto, y, como era ya tan práctico en ella, se dedicó a enseñar- les a los muchachos la gramática, en cuyo ministerio gastó más de tres años.

17. En Loanda fué recibido de los portugueses con general aplau- so y aclamación de santo y varón prodigioso ; allí residió un año, poco más o menos, ejercitando su ministerio apostólico de predicar y con- fesar y otras obras de singular piedad y edificación, con todo lo cual

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hizo indecible fruto en las almas ; pero, postrado de éstos y otros mu- chos y continuos trabajos, al fin del año vino a enfermar gravemente y, después de una devotísima preparación, recibidos los santos Sacra- mentos, dejó la carga pesada del cuerpo y su alma pasó al descanso eterno, acompañada de los cortesanos del cielo, en la forma que luego diremos.

18. Apenas murió, cuando comenzó toda la ciudad a celebrar sus exequias, no con suspiros y lágrimas de tristeza, sino con festivos jú- bilos y devotas aclamaciones, dándose mil enhorabuenas por su dicho- sa suerte en tener en su república las reliquias y el cadáver de varón tan santo y ejemplar. Recogieron cuidadosos las pobres alhajillas que tenía y las repartieron entre las personas de más suposición ; uno llevó el manto, otro, el báculo, otro, el breviario, otro, las disciplinas, otro, las sandalias, y de esta suerte se fueron repartiendo todas para satisfacer a la piedad de los fieles, que indistintamente todos le vene- raban por santo. Obró nuestro Señor después algunos mitlagros por el contacto de estas reliquias y méritos de su siervo y comúnmente se las aplicaban a los enfermos por antidoto en lodas sus dolencias, lle- vándolas de casa en casa.

19. A la aclamación referida de los ciudadanos de Loanda se si- guió la de los cortesanos del ciello, publicada para mayor seguridad por la voz de un niño, en cuya edad e inocencia no cabía falacia en la narración del suceso, cuando las demás circunstancias no lo manifes- tasen admirable y prodigioso. El caso pasó en esta forma. Vivía en Loanda un portugués honrado y devoto de la Orden, el cual tenía un niño de siete a ocho años ; dormían ambos en una misma cama y, es- tando acostados y durmiendo la noche en que' murió el siervo de Dios, a cosa de la media noche despertó el niño y, lleno de admiración y alegría, comenzó a decir a voces: «¡Oh, padre, oh, padre!, mira qué resplandor tan grande, mira qué procesión tan hermosa, que sube al cielo, y en ella, muy glorioso y alegre, el P. Fr. Jenaro.»

Despertó el padre a las voces del niño y, juzgando que soñaba, le mandó callar y se volvió a dormir ; pero a breve rato comenzó el niño a repetir las mismas admiraciones, levantando más la voz. Despertó el padre y preguntó al muchacho la causa de sus voces y él refirió la visión que se le había manifestado, eti que vió subir al cielo ail Padre Fr. Jenaro, acompañado de los cortesanos que en él habitan, de todos los cuales se formaba una solemnísima procesión llena de claridad y

38o

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

resplandores. Persuadióse el portugués a que era cierta la visión y para más confirmarse' en ello, fué por la mañana al convento y averiguó la hora en que el P. Fr. Jenaro había muerto y supo que fué a la misma en que su hijo tuvo la visión, y así, a la aclamación común, se añadió este nutYo apoyo en calificación de la virtud y méritos del siervo de Dios.

CAPITULO XLII

En que se da noticia de la muerte de los Padres Fr. José de Pemambuco y Fr. Francisco de Veas, y de su vida ejemplar.

1. En las divinas instrucciones con que el maestro de la vida, Cristo Jesús, doctrinó a sus discípulos y en cabeza de ellos a todos los pre- dicadores -evang-élicos que les hablan de suceder en el ministerio, no sólo se les encargó el que se desapropien de todo lo terreno y el que se abracen con la cruz y mortificación, procurando ser luz a todos con el bien obrar, pero que vivan con tal estudio y vigilancia en el sen'i- cio del Señor soberano, que en cualquier día y hora que llegara a pulsar a sus puertas, al mismo instante le abran: Ut cuni zfcnerit et puisaverit, confestim aperiant ci (117). Circunstancia a la verdad tan necesaria en todos, y especialmente en los obreros evangélicos, que, si falta, tendrán por castigo el vapulahit multís, que dice Cristo en el msimo texto, si ya no el nescio vos de las vírgenes necias. Pero, si viven en perpetua centinela de mismos, serán para siempre dicho- sos y bienaventurados, siendo eJ mismo Cristo el que asi los canoniza por las palabras siguientes : Beati servi illi, quos, cum venerit Domi- nus, invenerit vigilantes,

2. Del número de estos dichosos operarios debemos considerar a los Padres Fr. José de Pernambuco y Fr. Francisco de Veas, hijos de la Provincia de Castilla, y varones tan atentos a la observancia de los divinos preceptos y al seráfico Instituto, como por el contexto de su vida se puede conocer. No murieron en un mismo día, aunque en un mismo año y lugar, que fué en el de 1653 y en la banza de Pemba,

(1171 Luc. VI. 36-37.

384

MISIONES CAPUCHINAS KN ÁFRICA

adonde trabajaron hasta la muerte, haciendo increíble fruto en ella y en todo aquel marquesado, después de haber cultivado otras tierras del reino, en que padecieron inmensos trabajos por la conversión de las almas, llevando siempre por timbre, a imitación de Cristo, no parar ni descansar hasta dar la vida por su Majestad divina en servicio de sus prójimos, proponiéndose por tema las palabras de San Juan : In hoc cognovimus ccuñtatem Dei, quoniam Ule animan suam pro nobis posuk, et nos debeniiis pro fratrihus an'inws poneré (118).

3. Vida y virtudes del P. Fr. José Pernmnbuco. Nació el Padre Fray José de Pernambuco en el Brasil, en ila ciudad de su apellido, de donde, en teniendo edad competente, vino a Salamanca a estudiar. Aquí le llamó Dios a la religión de los Capuchinos y desde su noviciado resplandeció siempre en todo género de virtudes. Ardía en su pecho un celo fervorosísimo de la conversión de las almas y, como tan no- ticioso de los muchos que se perdían en ilos reinos de Africa, vecinos a su patria, deseó mucho dedicarse a solicitarles el remedio. Para este efecto manifestó sus buenos deseos a los superiores y éstos, atendien- do a su vida ejemplar y suficiencia, le concedieron el que pasase con otros al Congo. Y si bien su complexón era dielicada y atenuada con la continua mortificación, con todo eso le había dotado Dios de un áni- mo esforzado e invencible para todo género de penalidades, y, me- diante eso, con el divino auxilio, pudo emprender varias misiones y ser uno de los misioneros que con mayor fervor y solicitud trabajaron en extirpar los vicios y errores de aquel reino y en plantar las virtu- des, ayudándole mucho en esto el haber entendido con facilidad la lengua del país.

4. La compostura exterior, y mucho más la del hombre interior, era singular, y su conversación tan afable y graciosa, que componía a los que le trataban. Asistió algunos meses en San Salvador a los mu- chachos de la escuela y demás de eso a la predicación y confesonario ; pero con residir en aquella corte muchos portugueses y paisanos su- yos, jamás se dió a conocer, por vivir más desasido de todo afecto humano, lo cual observó con tal entereza, que ni aun ellos lo supie- ron hasta que se mudó a Encusu, de que quedaron admirados y edi- ficados. Dos años asistió en el marquesado de Encusu, de donde pasó al de Pemba, y en todas estas partes continuó las misiones, llevando

(1181 I loann . 16,

LA MISIÓN DEL CONGO

excesivo trabajo, así por no tener intérprete como porque las hizo solo y cargaba sobre sus hombros el peso todo de las que fmprendió.

5. Sucedióle en algunas ocasiones caminar en tiempo de las llu- vias y, por haber errado el camino, quedarse de noche a descansar en sitios húmedos y pantanosos ; otras, caer en los rios, porque como no hay puentes sino algunos maderos atravesados, y éstos de ordinario están cubiertos de agua y espadañas, es fácil deslizar y caer. Así le su- cedió varias veces y, como se mojaba todo y no tenía otro hábito con que mudarse, se le' enjugaba el agua en el cuerpo ; con que por esta causa y los continuos trabajos vino a padecer una fluxión de pecho muy penosa con una tos que le afligía continuamente.

6. Era religioso de conciencia tan pura y serena, como se mani- fiesta en el suceso siguiente ; pues, caminando con el P. Fr. Antonio de Teruel a Pemba, se le hizo una apostema en la garganta, de que se llegó a ver tan apretado que, una noche particularmente, pensó se había de ahogar. Pidióle' al compañero le confesase para morir y, como éste declara en su relación, la confesión se redujo a dar materia sufi- ciente de la vida del siglo para la absolución, no obstante que recorrió generalmente toda su vida. Tan ajustado como esto había vivido en la profesión religiosa y tan vigilante en el cumpllimiento de los divinos preceptos, siendo no menos admirable el ver con cuan alegre sem- blante esperaba la muerte resignado en la voluntad del Señor: efecto, a la verdad, propio de la buena conciencia, al paso que lo es de la mala e intrincada el esperarla con turbación e inquietud de ánimo y falta de resignación, pues, como dice S. Gregorio el Magno : «Aquel abre pron- tamente la puerta al juez soberano cuando con amor le tspera y recibe en el último trance ; pero el que lo rehusa y se hace sordo, tiembla como reo y todo se le convierte en congojas y zozobras: Aperire eidni judi- ci pulsanti non vult, qui exire de corpore trepidat ét Tñdere éutn quent contempsisse se miminit judicem formidat.y» Al fin, fué Dios servido darle más tiempo para merecer, permitiendo que sin diligencia humana ni medicina, que no la había, se le reventase la apostema y que que- dase bueno de aquel accidente.

7. En Pemba se le añadió a la tos una calentura lenta, que poco a poco le fué acabando, y, hallándose' ya cercano a la muerte, le dijo el P. Fr. Francisco de Veas: «Ea, mi Padre carisimo : buen ánimo, que ya se le acerca a Vuestra Caridad la hora deseada en que el Señor celestial le llama a su reino.» Penetróle vivamente el alma este anuncio,

25

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

y lleno de júbilo y confianza, sin poderse contener, se incorporó en la tarima y, puesto de rodillas, elevados los ojos en el cielo, como si la voz hubiera sonado allá, prorrumpió con gran ternura en estas pala- bras: uLaetatus sum in his quae dicta sunt mihi: in domum Domini ibimus: Alegrado me he con la buena nueva que me han dado, de que iré presto a la casa del rey soberano». Desde entonces comenzó un devotísimo coloquio con su Majestad, y, recreado su espíritu con la memoria y esperanza de irle a ver y gozar por toda la eternidad, acabó el curso de su vida temporal con gran dulzura y suavidad (119).

8. Vida y virtudes del P. Fr. Francisco de Veas. Muerto el Padre Fray José de Pernambuco, quedó solo en Pemba el P. Fr. Francisco de Veas, con el Hermano Fr. Jerónimo de' La Puebla, religioso lego de lia Provincia de Aragón, pero ya muy falto de salud y cargado de achaques, y tanto, que arrojó cantidad de sangre por la boca por un mal de pecho que le sobrevino. Envió un negro a San Salvador, pidién- dole al Prefecto se sirviese de enviarle un sacerdote que le administrase ios Sacramentos, y, como se hallase con salud el P. Fr. Antonio de Teruel, se le encargó fuese a asistirile. Púsose en camino diez días antes de Navidad, juzgando poder llegar la víspera: mas, por no atreverse los negros que le guiaban a vadear el rio, le fué preciso rodear mucho, y así no pudo llegar hasta el día tercero de' Pascua.

ft. En llegando encontró al P. Fr. Ludovico de Pistoya, que te- niendo aviso en Bamba, por otro mensajero, del aprieto en que se ha- llaba el P. Fr. Francisco, había ido a administrarle los Sacramentos. Cesóle por entonces el accidente', aunque le dejó muy quebrantado de fuerzas, y por esta causa, aunque el Prefecto tenía intento de que el Padre Fr. Antonio volviese a San Salvador, resolvió dejarle en aquelln banza por entonces. Por este tiempo se ofreció el accidente siguiente, con cuya ocasión se le agravó más la enfermedad de' pecho al P. Fray Francisco y se le añadieron otros achaques nuevos.

Sucedió, pues, que al marqués se le rebeíaron ciertos pue'blos de sn

(119) El P. José de Pernambuco, perteneciente a la Provincia de Castilla, tomó el hábito en Salamanca el 20 de abril de 1634. Fué nombrado en 1644 Maestro do nuevos y de Gramática en el convento de Toro. Conocía muy bien la lengua del Congo y predicaba en ella. Animado con su ejemplo comen/.ó también el P. Teruel a estudiar con ahinco la lengua. De él ha hecho muy cumplido elogio en su Descrip ción narrativa de la 7tiisión seráfica de los Capuchinos y sus progresos en el reino del Congo, ms. c, pp. 129-130. No dice sin embargo la fecha exacta de su muer te, que sucedió en el me.s de noviembre de 1653 en Pemba (Cfr. nuestro Necrologio.

o.'c.. p. trrn.

LA MISIÓN DEL CONGO

jurisdicción y dominio y le negaron los tributos que solían pagarle ; por esta causa determinó tomar las armas contra ellos y sujetarlos por la fuerza a su obediencia. Pidió a los religiosos entonces se sirvie- sen de que fuese uno a acompañarle para su consuelo espiritual y para confesar la gente de su ejército. Ofrecióse para este viaje el P. Fray Francisco, por ser el más inteligente en la lengua del país y desosó de morir trabajando en su ministerio, y por único alivio sólo admitió el que fuese en su compañía Fr. Jerónimo de La Puebla.

10. Salió el marqués con su ejército y el Padre en su seguimiento, pero, como no llevaban bastimentos ni allá se acostumbra a hacer pre- vención para la gente, porque se sustentan los soldados de lo que pillan en los lugares, que al cabo todo ello es poco y de mala calidad, y de- más de eso no tienen reparo alguno en los alojamientos ni aun los marqueses, sino alguna mala cabaña que hacen de ramos, y sobre esto se añadiese la fatiga del camino y ser tiempo de lluvias, con todas esas incomodidades y dormir sobre la tierra húmeda y caer todo sobre su poca salud, vino a enfermar de suerte que se puso como hidrópico y jamás pudo volver a cobrar fuerzas, antes se le fueron atenuando hasta que dentro de pocos días murió.

11. Fué este bendito religioso el más mozo de la misión segunda, y se conoce haber sido su vocación a ella muy especial y semejante a la de los apóstoles por la presteza con que obedeció al primer llama- miento. Sucedióle, pues, que habiendo acabado los estudios de la teo- logía, se le instituyó predicador y casi al mismo tiempo le llegó pa- tente para pasar con los demás compañeros al Congo, sin haberlo pe- dido o solicitado jamás ; la cual admitió al instante, teniendo a particu- lar favor de nuestro Señor el que su Majestad hubiese querido servirse dt él en aquel ministerio por medio tan extraordinario y de él nunca esperado ; de lo cual hacia muchas veces memoria entre sus compañe- ros, añadiendo por su rara humildad con San Gregorio que ; Qui ca- ritatem erga alterum non liabet, praedicationis officium suscipere nul- latenus debet. Pero que, supuesto le había nuestro Señor destinado para el ministerio por especial providencia, no cumplia con menos que con trabajar, como lo hizo, hasta dar la vida en él.

12. Guiado, pues, de este caritativo celo de la gloria de Dios y salvación de sus prójimos, no perdonó trabajo ni fatiga por íograr el fin de su vocación. Enfermó, como todos, en San Salvador al princi- pio ; después, aun no bien convalecido, fué en compañía del P. Buena-

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MISIONES CAPUCHINAS P.N ÁFRICA

ventura de Corella a la provincia de Huandu ; allí trabajó fielmente hasta la derrota del conde en la batalla que le dió la reina Zinga ; des- pués pasó al marquesado de Encusu, adonde asistió un año con su compañero el P. Fr. José de Pernambuco, y le sucedieron las cosas que dejamos referidas en los capítulos que tratan de aquella misión. Desde Encusu fué a San Salvador ; en esta corte trabajó mucho en el pulpito y confesonario, y como era diestro en la lengua, suplía por muchos. Aquí confesó a aquella buena mujer que tuvo la visión y re- velación que queda referida en otra parte y aquí sirvió de intérprete al Prefecto, Fr. Jenaro de Ñola, para la corrección que se le hizo al rey por sus demasías y vicios.

13. Por esta causa cayó, como los demás Padres, en su desgracia, y porque le miraba ya con fastidio y no había que fiar de su calidaz y vengativo genio, por apartarle de todo riesgo, le mandó el Prefecto que fuese con Fr. Jerónimo de La Puebla a fundar la misión de Pemba. En este marquesado hizo increíble fruto, y tanto, que parece' echó Dios su bendición en esta provincia. Pero más adelante trataremos de esta materia en particular . y ahora daremos fin a la vida de este siervo fiel del Altísimo. Fué hombre de condición apacible y de conciencia tan pura, que, hallándose cercano a la muerte, se confesó generalmente con el P. Fr. Antonio de Teruel, y con suma brevedad. Después reci- bió el Viático y, antes de recibir la Extremaunción, volvió a repetir su confesión en dos palabras.

14. Finalmente: poco antes de morir, estando hablando con el compañero de la bienaventuranza los justos, lleno de fe y confianza en la misericordia de Dios, comenzó a enardecerse' en ansias de irle a ver y gozar: que de esta suerte procede quien siempre ha vivido atento a los divinos preceptos; Qui autem de sua spe et operatione se- rums esf, pulsanti confestim aperit, guia laetus judicem sustinet ei dum tempus propinquae mortis advenerit, de gloria retributionis hila- rescU (120). Comenzando desde' entonces a experimentar los vislumbres de la gloria que les espera, y sintiendo en la hora de la última y más terrible batalla de la vida humana a todo Dios en su auxilio, de suerte que puedan decir con el rey profeta: Deus noster refugium et virtus. adjutor in tñbtdationibus, quae invenerunt nos nimis; propterea non

(120) S. Gregorio Magno

LA MISIÓN I)1£L CONOU

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timebimus dum turbabitur térra, et transferentur montes in cor ma- ris (121).

A brev€ rato, con las ansias de un tiernísimo deliquio, le sobrevino un desmayo y dijo al compañero : «Ya, Padre mío, me llama nuestro Señor y está próxima mi muerte ; administradme luego el Santo Oleo.» Recibióle y al instante expiró y se fué al descanso eterno, como pia- dosamente' creemos (122).

(121) Psalm., 45, 1-2.

(122) Fué uno de los que más pronto y mejor aprendieron la Ien¡,'ua del Congo. Fué a aquella misión apenas se había ordenado de sacerdote. Por su dominio de la lengua congolesa fué elegido para hacer al rey la corrección de sus vicios, en pre sencia del P. Jenaro de Ñola, que era Prefecto entonces. De él habla también con gran encomio el P. Teruel (ms. c, pp. 130-131) y dice entre otras cosas : «Con este Padre empecé a trabajar un catecismo para enseñarle en la escuela a los muchachos e instruir a los adultos, que pedían el bautismo, el cual perfeccioné después con otros intérpretes.»

No señala tampoco día de su muerte, pero por sus palabras parece deducirse mu- rió en los primeros días del mes de enero de 1654.

«

CAPITULO XLllI

I

i

Prosigúese la misión de Encusu; dcscúbrense esperanzas de un gran progreso espiritual; frústranse en mucha parte y dícese la razón por qué.

1. Asistieron en el marquesado de Encusu los Padres Fr. José de Pernambuco y Fr. Antonio de Teruel sin coger en él fruto considera- ble, especialme'nte en el punto de dejar los fidalgos las concubinas. Sa- lieron después de esta provincia por las causas que dijimos en su pro- pio lugar y, antes de volver a ella, se pasaron como dos años, al fin de los cuales recibió el P. Fr, Antonio una carta en Pemba en que Ma- nicusu, o el marqués de Encusu, le pedía con todo encarecimiento se acordase de él y de sus pobres vasallos, alegando eran también hijos como los demás y la orfandad en que se hallaban y la necesidad que había de ministros que les administrasen los santos Sacramentos del bautismo, penitencia y matrimonio.

Con este motivo y ver el P. Fr. Antonio su desamparo y que el Prefecto le había encargado procurase dar una vuelta por aquel mar- quesado, en teniendo ocasión, dejó en Pemba al P. Fr. Ludovico de Pistoya con el Hermano Fr. Jerónimo de La Puebla, y con algrinos mozos de la escuela y la gente que le dió el marqués, se puso en ca- mino para Encusu.

2. Llegó a la banza y le recibió el marqués con gran regocijo, no siendo inferior el gozo que tuvo el Padre después que le oyó decir que no sólo él sino sus fidalgos y esclavos estaban en total resolución de casarse según Dios y la Iglesia tienen determinado. Admiróse el Padre de la proposición, por conocer la veleidad de aquella gente especial- mente, y así le dijo ai marqués si hablaba de veras o con disimulo. Respondióle que lo decía con todas veras, porque no gustaba de casar-

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MISIONHS CAPUCHINAS liN AfRICA

se en la corte, como el rey quería y era estilo, sino en sus tierras con persona conocida. Hase de suponer que este marqués tenía muchas mancebas y que tres o cuatro años antes, cuando pasó a dar la obe- diencia al rey, quiso éste casarle con una parienta suya ; mas al tiempo de los ajustes, por no ser cosa de su gusto, fingió con gran disimulo que tenía avisos de que k movían guerra en su estado, y con ese pre- texto se despidió del rey y se quedó en calma el casamiento y el tomar estado. Y, aunque los Padres en varias ocasiones le predicaron mucho sobre este punto, siempre fué dando largas con diferentes causas y se quedó sin casar y en sus antiguas torpezas.

3. ^Hallándole, pues, ahora resuelto a casarse, se alegró mucho el Padre Fr. Antonio y, para que las cosas fuesen ordenadamente, le aconsejó que escribiese un fidalgo al rey con recaudo cortés, pidiéndo- le licencia para casarse, sin 'la cual no se casan los señores, y que para facilitarla más él escribiría también al Prefecto para que intercediese con S. M. Ejecutóse el consejo del Padre y el Prefecto habló al rey y le otorgó su petición diciendo : «Manicusu es falaz y caviloso ; por no casarse con mi sobrina fingió la guerra ; mas, pues ahora trata de eso, vengo en ello: cásese y sea con quien quisiere.»

4. Llegó la respuesta del permiso, y el Prefecto en la suya le avisó al P. Fr. Antonio cómo Manienzu el que asistía en la corte quedaba muy sentido de que el marqués no le hubiese dado parte del casamien- to. Háse de suponer que es costumbre antigua de aquella gente tener siempre en la corte uno de los fidalgos más calificados de ella, que hace oficio de protector de cada provincia y estado de los que privativamen- te penden, cuanto a la elección, de los votos de los vasallos, y por mano del tal corren todos los negocios de aquel estado ; el cual goza del mismo título de conde o marqués que el propietario, y siempre que éste paga los tributos al rey, le contribuye también a él su parti- da respectivamente. No advirtió el marqués esta circunstancia de pedir al sustituto de la corte su beneplácito, con que, por excusarle disgu.s- tos, le aconsejó el P. Fr. Antonio volviese a enviar el correo, dándole parte de su casamiento, como lo hizo.

5. En el ínterin que llegaba la respuesta salió dicho Padre a hacer misión por la comarca de la banza, y antes de saíir previno al marqués diciéndole hablaría a todos los fidalgos y coluntos de las Hbatas para que se casasen y pudiesen prevenirse para las fiestas de Navidad, en las cuales determinaba se celebrasen !os casamientos de todos, y que para

LA MíSiÓN UHL CONGO

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€>te efecto acudiesen a la banza. Aprobó el marqués el dictamen y en esa conformidad hizo e! P. Fr. Antonio su misión. Detúvose poco más de un mes, predicando, bautizando y administrando los demás Sacra- mentos, y por último exhortando a los fidalgos y coluntos a que de- jasen los amancebamientos y se ajustasen al santo matrimonio, como tenía determinado hacerlo el marqués su señor, eligiendo libremente por mujer la que a cada uno le pareciese, sin contravenir a los derechos.

tí. Todos le dieron palabra de hacerlo asi y cada uno }e señaló la mujer con quien había de contraer matrimonio. Con esto volvió el Padre a la banza muy gozoso, y al mismo tiempo llegó el correo de San Salvador con el consentimiento del protector y la confirmación del rey. Vióse el Padre con el marqués y le dió cuenta de lo que había ajustado con sus vasallos y de cómo todos estaban en casarse. Pidióle que escogiese mujer y que dejase las demás ; pero la respuesta que le dió fué que él no podía casarse sino en la corte y con persona de su calidad. Díjok el Padre: «Pues, ¿cómo V. E. me ha engañado de esta suerte?» Respondióle muy sereno: «Yo no he mentido.» Pasó a re- convenirle el Padre con otras muchas razones, pero a todas satisfizo con esa misma respuesta, haciendo salir de tino al buen religioso con tales frialdades y resolución tan extravagante.

7. Ignorando, pues, la causa de esta novedad, llegó a saber el Pa- dre al cabo de algunos dias cómo un hijo del marqués, que vivía en la corte, había llevado muy a mal el que su padre se casase con otra que con parienta del rey y que éste le había disuadido por cartas del casamiento que intentaba, con lo cual se desvaneció todo y no hubo alguno de los fidalgos que quisiese cumplir su palabra. Viendo el buen religioso frustrado su trabajo, ya que no para el mérito, a lo menos para lo tratado, y reconociendo no había de sacar fruto de aquella gente en mucho tiempo, les dejó y se volvió a su residencia de Pemba, pa- sando en el camino muy grandes incomodidades, que por ser tan co- munes en los viajes de aquella tierra las omitimos.

8. Al cabo de dos años volvió por segunda vez el marqués de En- cusu a enviar otro correo al P. Fr. Antonio, pidiendo fuese a conso- larle a él y a su gente con su presencia, significándole la falta que te- nían de ministros que les enseñase el camino del cielo y administrase los Santos Sacramentos, dándole juntamente palabra de que cumplirían cuanto les mandase y que estuviese cierto no sería como la vez pasa- da. El P. Fr. Antonio, aunque desconfiado de tales promesas, por la

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MISIONES CAPUCHINAS hN AfRK;a

vekidad de aquella gente, deseoso de hacer a Dios algún particular s<r vicio y por el consuelo de algunas personas buenas, que se hallaban sin remedio entre bestias tan indómitas, resolvió pasar a Encusu ; pero al fin, por causa de las lluvias, vino a enfermar y como pudo llegó hasta una libata que dista dos leguas de la banza del marqués.

9. Súpole éste y le envió un sobrino suyo para que de" su parte le diese la bienvenida y le significase cuánto le estimaban todos aquella visita y que le suplicaba no entrase en la banza hasta otro día en que saldría a recibirle con toda su corte. El Padre, como se hallaba falto de salud y por excusar el ruido y bullicio de la gente, cogió y se partió luego, y, a un cuarto de legua antes de llegar a la banza, se encontró con toda la gente que juntamente con los niños de la escuela, cantando todos la doctrina, salieron a recibirle. Luego a breve rato salió el mar- qués con sus fidalgos y, después de' alegres demostraciones de todos, llevándole en medio, caminaron procesionalmente hasta la iglesia. Hizo oración el Padre y se despidió del marqués y de la gente y se fué a recoger con la que llevaba de Pemba para conducir la ropa a la casa que habían fabricado para su alojamiento.

10. El día siguiente le fué a visitar el marqués y le dijo cómo ya había echado de su casa a las mancebas y que trataría de casarse con una de ellas, y harían lo mismo sus criados y esclavos, que eran mu- chos. Como el Padre tenía tantas experiencias de su inconstancia, por no exasperarle, le alabó el buen propósito, pero por último le dijo : que le hacía saber que sólo había emprendido aquel viaje movido de pura caridad y para más justificar de su parte la causa de Dios ; que no se fiaba de promesas, sino de obras ; que, si gustaban de resolverse a tratar de lo que tanto les importaba, que se detendría allí, pero que si no, se volvería luego por no perder tiempo.

11. Esperanzas hubo al principio de algún fruto considerable, peTo al cabo se vino a reducir a que se casasen tres o cuatro esclavos del marqués y a que un primo suyo ofreció lo mismo, en disponiendo las cosas necesarias para la boda ; pero ni al marqués ni a los demás fidal- gos y coluntos no hubo forma de reducirlos a eso. En el ínterin que se disponía la boda del primo, hizo el Padre su misión acostumbrada por la provincia y se alargó a la de Zombo, pero a la vuelta, una jornada antes de la banza de Encusu, se comenzó a rugir un rumor grande de guerra y todo él vino a parar en que el primo del marqués, que se ajus- taba a casarse, había huido por no sujetarse a eso.

LA MISIÓN DEL CONGO

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12. I>e aquí se infiere cuán perniciosos son los escándalos de los príncipes y señores, pues,' como ellos viven, así suelen vivir también los vasallos: Moiñle mutatur semper cum principe vulgus. Pero al paso que les corre mayor obligación de dar buen «jemplo a sus vasallos e in- feriores, y con él pueden asegurar la reformación de las costumbres, pues ; Nec sic inflectere scnstis humanos edicta valere, quam vita re- gentis; así también les será pedida estrechísima cuenta y mayor sin comparación que a los demás : Judicium duñsshnum fiet his qui prae- suni, y consiguientemente pagarán con rigurosos castigos los pecados que cometieron abusando de la superioridad: Potentes potenter tor- menta patientur (123), si ya no es que hagan verdadera penitencia de ellos antes de entrar en tan riguroso juicio, que no será pequeña for- tuna y aun por rara y singular la tiene S. Juan Crisóstomo por mara- villa ; en fe de lo cual dice : Miror an aliquis ex rectoribus sit salvus, y su traductor de griego en latín añadió a la margen de esta formidable sentencia : Ex rectoribus vix aliquis salvus : que apenas se salva alguno de los muchos que gobiernan.

13. Por tanto, no excuso decir con el santo rey profeta que abran los ojos los príncipes y cuantos rigen y gobiernan las repúblicas para obviar los escándalos y abusos, procurando ser los más observantes en los divinos preceptos : Et nunc reges intelligite, erudimini qui judicatis terram: servite Domino in timore et exsultate ei cum tremor e (124). Así porque su mayor ruina procede ordinariamente de esa causa: Haec via iliorum scandalum ipsis, como porque escándalos y escandalosos se- rán recogidos por los ángeles y arrojados en el fuego eterno, adonde con perpetuo llanto y crugir de dientes pagarán siempre los daños que causaron con ellos; y así': Qui habet aures audiendi, audiat.

14. En esta banza, pues, de Encusu. tan estéril de- virtudes y tan poblada de vicios, se detuvo el P. Fr. Antonio de Teruel como dos meses, al fin de los cuales enfermó de unas calenturas que le postra- ron mucho ; pero su celo era grande y no por eso dejó de trabajar cuanto pudo en su ministerio, hasta que finalmente' se le agravó la en- fermedad y cesó. Tuvo suerte de hallar allí un negro forastero que le sangró cuatro veces y con esa evacuación mejoró. Después trató de volverse a su residencia de Pemba, donde las cosas de la fe y religión iban en grande prosperidad, al paso que en Encusu se hallaban tan atra-

(123) Sap.. 6. 6-7. (184> Psalni. 2. 10

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

sadas por los pecados y perversidad de su príncipe en los amanceba- mientos. Quiso éste detener al Padre con deseo de que hiciese asiento en sus tierras, |>ero, reconociendo su veleidad y que no guardaba pa- labra, le reprendió varias veces y se despidió de él.

15. En 'la ceguedad de este príncipe y de sus vasallos por el infa- me vicio de la lujuria, se conoce claramente lo que dijo el Sabio en sus Proverbios, es a saber : que la ramera es hoyo profundo, y la mu- jer ajena, pozo angosto: Fovea enim profunda est meretrix, et puieus angustus, alieva (125). En los cuales es fácil tropezar y caer, pero más que difícil el salir, aunque para ello se apliquen las mayores diligencias. Por esta causa dijo S. Agustín: ínter omnia certamhui christianorum, duriora sunt castitatis, ubi continua est pugna et rara vktoria, y así : Qui stat, videat ne cadaf. Sea el único remedio clamar continuamente a Dios y servir afectuosamente a la que es madre de la pureza, huyendo las ocasiones, que es el mejor modo de deshacer tales tentaciones, pues si no : Qui am-at periculum, pe>'ibit in illo.

(125) Prov., 23, 27.

CAPITULO XLIV

i

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De los progresos y ejercicios espirituales de la misión de Pemba y de algunos sucesos que ocurrieron en ella.

1. En la banza de Pemba, con la asistencia del Señor soberano y la aplicación a la virtud del marqués, tuvo la fe y religión mucho au- mento, al paso que la de Encusu se quedó eti su obstinación y perver- sidad por el escándalo y vida relajada de su príncipe, verificándose en estos dos marqueses y en sus vasallos lo que dice' el Espíritu Santo por el Eclesiástico y nos muestra cada día la experiencia, esto es : Secun- dum judicem populi sic et ministri ejus, et qualis rector est civitatis, teles et inhabitantes in ea: Que cual es el juez así son los ministros, y tales los ciudadanos cual es el que los gobierna (126).

2. El fruto, pues, que en esta provincia cogieron los Padres Fray José de Pernambuco y Fr. Francisco de Veas, fué muy considerable, lográndoseles bien el trabajo con que procuraron cultivarla. Este se ma- nifiesta bastantemente €n los muchos casamientos que hicieron ; en la frecuencia de los Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, que fué grande ; en la puntualidad de los ejercicios espirituales, que se practi- caban, y en las muchas y devotas congregaciones que se instituyeron. Parecía la banza de Pemba un remedo del paraíso en el buen orden y concierto de sus moradores, al paso que la de Encusu un retrato del in- fierno por el desorden y torpezas de sus vecinos. Y, como era tanto lo adelantado, pudo proseguirla con menos trabajo el P. Fr. Antonio de Teruel cerca de cinco años que residió en esta misión, al cual, des pués de la muerte de los dos Padres de Castilla, ayudó en ella el Padre Fray Ludovico de Pistoya y el hermano Fr. Jerónimo de La Puebla.

(126) Ecclesiast.. 10, 2.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

3. Asistian innumerables muchachos y mozos a la escuela, y éstos y la gente mayor a la iglesia con gran frecu«ncia, especialmente a misa. Los más la oían cada día y con mucha reverencia ; pero en los domin gos y fiestas era tanto el concurso, que apenas cabían en el templo, siendo bien capaz. En estos días, antes de celebrar 1a conventual, se cantaba la doctrina cristiana y salían seis niños a disputarla, pregun- tando unos y respondiendo otros, acerca de los misterios y artículos nuestra santa fe'. Después salia la misa y, en acabando el Evangelio, predicaba uno de los Padres.

i- Los lunes, miércoles, viernes y sábados se rezaba el Rosario a coro : los hombres a uno y las mujeres y niños a otro, y era para ala- bar a Dios, según dicen las relaciones, verlos a todos de rodillas, hora y media, perseverando en esta devoción y otros santos ejercicios. En los tres días referidos se hacíu por la mañana plática a los congregan- tes acerca de la oración mental, enseñándoles cómo la habían de ejer- citar. Después se leía un punto espiritual de la Pasión o novísimos y tenían oración un rato. En los mismos días por la tarde se hacía señal con la campana y acudían a la hora de oración que se tenía entonces, después de la cual se hacia la disciplina.

5. Los sábados por la tarde se les predicaba un ejemplo y se les moralizaba, procurando aficionarles a la devoción con la Reina de los ángeles ; luego se cantaba la Salve y, en acabando, salían fuera de la iglesia las mujeres y se quedaban los hombres y hacían la disciplina. Y así estos ejercicios como otros se concluían siempre con un fervoro- so acto de contrición, pidiendo a Dios perdón y perseverancia en el bien comenzado. Así corrían tas cosas de la religión en la banza de Pemba y no era inferior el fruto que se hacía en lo restante del mar- quesado ; todo lo cual, después de Dios, dimanaba del buen ejemplo del marqués, a quien procuraban imitar ¡os vasallos.

6. En el discurso del tiempo que residió en Pemba el P. Fr. An- tonio de Teruel salió a recorrer la provincia varias veces, y entre otras se alargó haciendo misión hasta los confines del condado de Huandu, adonde el conde que nombró el rey, después de perdida la batalla, se- gún dijimos en su lugar, se retiró con la gente que le quedó, con la cual y las mujeres y niños fundó una banza numerosa en que hizo asieti- lo y residió hasta su muerte. Tuvo noticia el P. Fr. Antonio de cómo este fidalgo se hallaba muy enfermo y, movido de piedad, porque no

LA AlISIÓN DEL CONGO

muriese sin Sacramentos, se dió prisa para llegar a ella. Envió después un recaudo diciendo cómo deseaba verle y saber de su salud ; pero la respuesta fué decir que no estaba enfermo ni aun en la banza. Pare- cióle al Padre que la tal respuesta o era cavilación del fidalgo o su- puesta de sus criados, o lo más cierto de algún hechicero que le esta- ría curando. Con estas sospechas se fué el Padre a palacio, mas no hubo forma de dejarle entrar a ver al enfermo.

7. Dejóle, no sin compasión de su alma, y, después de haber bau- tizado a muchos y administrado los demás Sacramentos, se volvió a Pímba. A pocos días le llegó el aviso de cómo ya había muerto el in- feliz fidalgo y entonces cayeron en la cuenta de su yerro los parientes. ¡Oh!, válgame Dios, lo que pasa de esto en el mundo y aun en tierras donde la gente se precia de muy católica ; pues, por no disgustar en nada al enfermo, rico y poderoso, ni se le ha de nombrar al confesor, ni el testamento, ni los Sacramentos ni aun el nombre de Jesús. Mas al fin sucede ello : que mueren como brutos y toda su pompa y vanidad cae de golpe con ellos al fuego eterno : Periit memoria corum cum so- nitu. Sirviendo entonces los dobks de las campanas, no para memoria y compasión del difunto, que así murió, sino para olvido de su alma.

8. Entró después en la pretensión del Estado un hermano de este infeliz y desdichado, y con el favor y auxilio que' le dió el rey, movió guerra al conde que poseía el estado y le venció y mató y tomó la po- sesión de él. Este fin tuvo el conde de Huandu, electo por el pueblo después de las guerras que se movieron contra él y en que quedó ven- cedor por entonces, según dejamos referido en otra parte. Cosa es que maravilla ver las alteraciones que padece a cada paso esta nación ; la facilidad con que se destempla, la frecuencia con que se alborotan y toman ¡as armas y los infinitos que perecen en sus guerras civiles. Pero a la verdad no hay que admirarnos de lo que sucede, sino de lo que no sucede ; pues siendo esclavos de los vicios, de ia avaricia y torpeza, y sirviendo a tantos y tan perversos monstruos, lo natural es destruirs^e y aniquilarse, según la enseñanza de Cristo : Regnum in se ipsum di- vissum, dessalabitur. Pero yo juzgo que su mayor castigo es dejarlos Dios correr por el camino de su perdición : Ibunt in adinventionibus suij. Y así podemos decir a estos y otros semejantes con Santiago en su Epístola canónica: «¿De dónde vienen entre vosotros las guerras y discordias ? ¿ De dónde sino de vuestras concupiscencias que pelean en vuestros miembros? Deseáis y no conseguís: os envidiáis, mordéis

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

y consumís unos a otros con «nvidias, litigios y guerras, y al fin os que- dáis y morís desdichadamínte sin lo que ilícitamente pretendéis» (127).

9- Por este mismo tiempo que residió en Pemba el P. Fr. Antonio de Teruel sucedió la tragedia siguiente : que el demonio nunca pierde tiempo ni cesa de perturbar la paz para destruir las almas. Moviéronse, pues, ciertas diferencias entre el señor de Ambuila, que es provincia distinta de Pemba, y un sobrino suyo. Retiróse éste de su tierra y se fué a patrocinar del marqués de Pemba, y él, como buen caballero, le amparó. Súpolo el tío y, ofendido gravemente del caso, escribió al rey, suplicándole mandase al marqués le entregase a su sobrino para casti- garle, y, para que tuviese mejor efecto la súplica, le ofreció un dona- tivo considerable.

10. El rey tomó a su cuidado este negocio, o porque deseaba te ner grato a tal señor o por lograr el donativo : al fin envió un minis- tro con gente suficiente con orden de que le prendiesen, mandando ex- presamente al marqués no sólo que le' entregase, sino que diese todo auxilio al juez para el caso. Vióse el buen marqués perplejo, sin saber qué medio tomar en la materia para no faltar a Dios, a la obediencia del rey ni a la confianza que de él había hecho aquel fidalgo. Resolvió por último obedecer al rey, temiendo su indignación si no lo hacía y el daño propio y de los suyos. Con esta resolución envió a llamar al fidal- go y él, en confianza de su palabra, se presentó en la banza con otro camarada suyo. Apenas entraron en ella, cuando la gente del rey les echó la mano ; quisieron llevarlos luego ante el comisario de la causa, pero el fidalgo sobrino del señor de Ambuila se resistió, diciendo que no era punto suyo el ir a casa de' hombre de menos calidad que la su- ya: que si quería ir a su posada, fuese en enhorabuena, pero que si no. él no había de entrar por sus puertas. Poco le aprovechó al miserable su punto y vanidad ; antes bien fué causa de que se acelerase el castigo y su perdición, pues, como vieron que se resistía, sin esperar más or- den le cortaron la cabeza en el mismo puesto donde le prendieron.

11. Este caso sucedió en la plaza que está enfre'nte de nuestro con- vento ; con que al ruido de la gente salió el P. Fr. Antonio de Teruel y halló el cadáver desnudo y tendido en el suelo, bañado en su misma sangre, y vió cómo llevaban preso al camarada para hacer en él seme- jante justicia. Temeroso entonces de que le matasen como al otro sin

ntT) Tac. 4.

LA MISIÓN DKL CONGO

confesión, se metió Padre por medio de la gente, como pudo, pero lo llevaron con tal grito y atropellamiento, que no pararon hasta po- nerle preso y encadenado en una casa.

12. El Padre se fué derecho al marqués y le afeó la acción de ha- berle quitado la vida al fidalgo a las puertas de la iglesia, sin avisarle primero para confesarle. Excusóse el marqués diciendo que no tenía parte en aquella muerte por haberla ejecutado por mandato del rey sus ministros. Con todo eso recabó con ellos le diesen lugar para ir a con- fesar al preso, y después le quitaron la vida como al otro. Fué este per- miso un favor muy singular, porque es costumbre entre aquellas gen- tes, aunque tan crueles con los delincuentes, que en tocándole al reo un sacerdote, le han de dar por libre y absuelto de toda pena, y porque el Padre no tocase al preso, abrieron un agujero por la pared y por allí V confesó. Pidióles luego a los ministros que si le quitaban la vida le' enterrasen en sagrado, mas, aunque le dieron palabra de hacerlo, no la cumplieron y, a hora de media noche, le sacaron a un monte y k degollaron, dejándose alli el cadáver para alimento de las fieras,

13. Toda esta provincia es muy infestada de ellas, más que las otras del reino ; hállanse a cada paso leones, tigres, elefantes, lobos y bue- yes selváticos, y todas las noches oían los religiosos sus bramidos des- oe muy cerca. Hacen por los montes sendas que equivocan los cami- nos y la gente ignorante de los pueblos, pensando caminar rectamen- te, suele ir a parar a las cuevas donde habitan y la despedazan, y al cabo de año es considerable el número de los que perecen de esta suer- te. Sucedió en la misma banza de Pemba, poco antes que llegasen nues- tros religiosos, cebarse una leona en la gente y, con tal audacia, que hizo grandes estragos. Salieron los vecinos diferentes veces a matarla, unos con arcos y flechas y otros con lanzas y espadas ; pero, en una ocasión que' la cercaron, le acometió a un sobrino del marqués, que después les sirvió a los Padres de intérprete, y se tuvo por milagro el que no le despedazase. El mozo era virtuoso y viéndose tan apretado, invocó en su auxilio el dulcísimo nombre de Jesús con mucha fe y con- fianza y al instante soltó la fiera la presa, y sin hacerle el menor daño pasó de largo y luego a pocos pasos cayó en un hoyo profundo, de donde no pudo salir y la mataron.

14. Hallándose ya en esta misma banza el P. Fr. Antonio de' Te- ruel con solo un Hermano donado, padecieron el mismo riesgo con un león que todas las noches discurría por la población, y fué tanto el daño

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

que hizo en las mismas casas, que en muy poco tiempo se contaron cer- ca de veinte muertos, entre los cuales se halló un pariente del marqués, que poco antes se había casado. Pusiéronle muchos lazos y trampas por las sendas, pero siempre se escapó. Determinaron salir los vecinos con armas y flechas, y era tanto el miedo que les causaba con sus ru- gidos, que se volvían atrás cortados y despavoridos. Cuando el león lle- gaba a verse cercado de la gente, cerraba con ella y despedazaba a mu- chos ; por último vino a morir de las heridas de las flechas que recibió, las cuales poco a poco se le fueron encancerando, hasta que le quitaron la vida. Trajéronle a la banza para que los Padres le viesen y se ad- miraron de ver animal tan fiero y monstruoso de cuerpo.

15. Por haber, pues, tantos leones y fieras, usaban los Padres, cuando iban a las misiones, del remedio del fuego y hacían grandes ho- gueras para que no se acercasen. Recogíanse antes de ponerse el sol y, hasta que hubiese salido, no caminaban, por ser entonces la hora y el tiempo en que de ordinario es retiran a sus cuevas, según lo que dice David al salmo 103: Possuisti tenebras et facta cst nox; in ipsa per- transibunt omnes bestiae silvae. Catuli, rugientes ut rapiant et quaerant a Deo escam sibi. Ortus est sol et congregati sunt et in cubilibus suis eolio cabuntur. Si bien muchas veces salen de esta regla, especialmente si les aprieta el hambre, que entonces también saleti de día y discurren por todas partes.

16. La causa de haber en el marquesado de Pemba tanta abundan- cia de leones y fieras de todos géneros es porque en este país se crían muchos bueyes selváticos de los cuales se sustentan, y, aunque éstos son fieros y matan los hombres con las rodillas, con todo eso no se pueden defender de los leones. Allégase a esta causa la fragosidad de la tierra, el ser tan montuosa y la poca habilidad de los naturales en rozar los montes y en matar semejantes brutos. Por eí^ta causa viven siempre con manifiesto peligro y con gran miedo de ser asaltados de las fieras, y no menor los misioneros que frecuentan aquellas tierras. Mas Dios, por cuyo amor se exponen a tantos peligros de la vida, los defiende y ayuda, experimentando a cada paso su especialísima provi- dencia, sin la cual no fuera posible ocurrir a tantos riesgos como a cada paso se ofrecen, dándoles alas para volar a estos ángeles veloces, que así los llama la Escritura, la fervorosa caridad, de la cual dice S. Juan en su Epístola primera : Perfecta caritas foras mittit timorem, quoniam timor poenam habet, qui autem timct, non est perfectus in caritate.

CAPITULO XLV

Envía nuevos misioneros la Sacra Congregación; llegan a tomar puerto a Loanda y embarázanles pasar al Con- go los portugueses de esta plaza por los motivos de las

guerras con Castilla.

1. Después que los portugueses se apoderaron de la plaza de Loanda y echaron fuera de sus distritos a los holandeses, según en otra parte dijimos, se comenzó a dificultar más el paso para el Congo a nuestros misioneros, a causa de' que entre los congueses y portugueses se hicieron paces y se enviaron embajadores de una parte a otra para mantenerlas. Jurólas el rey Don García y para esta función mandó con- vocar a todos sus fidalgos y gente popular, según su estilo, y principal- mente ordenó asistiesen a la jura los canónigos de la catedral, el Re- verendo P. Rector de la Compañía y nuestros religiosos, a todos los cuales s€' les dió asiento a la puerta de la iglesia mayor (128).

2. En estando todos juntos salió el rey vestido de preciosas galas, con corona y cetro real y acompañado de toda la grandeza ; sentóse en su trono y comenzó a hacer su razonamiento, en que' manifestó la con- veniencia de las paces con Portugal. Excusóse de las persecuciones que los de esta nación habían padecido en su reino cuando les quitaron a Luanda los holandeses ; quejóse mucho de algunos que residían en ella, tratándolos de inquietos y altivos ; a otros alabó mucho por su buen modo, especialmente a los naturales de Europa. Hizo, pues, el jura- mento sobre los santos cuatro Evangelios, teniendo el misal el Vicario General o Gobernador, Sede vacante, y se dió fin a la función con un

(V¿ii) Va hemos hablado arriba de los tratados de paz concertados entre el rey del Congo y el Gobernador de Loanda.

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MISIONAS CAPUCHINAS KN ÁFKICA

general sanganitnio, qu€ es lo que allá se acostumbra en los regocijos públicos y más solemnes. Salió rey el primero a escaramuzar con su alfange y rodela, llevando desnudo el cuerpo de medio arriba, y suplien- do los tornos y corbetas del caballo, que allá no los hay, con sus pro- pios pies. Luego salió su hijo el príncipe y los fidalgos a hacer sus alardes, y últimamente el resto de la gente de guerra confusamente, como suelen en las batallas, y se dió fin a la función.

3. Bien creyeron nuestros misioneros que el establecimiento de es- tas paces entre las dos coronas les sería en adelante de mucho alivio, pero sucedió tan a} contrario, que desde entonces comenzaron a pade- cer mayores contradicciones, calumnias y aun persecuciones, que jamás padecieron, bien que los motivos del rey y de los portugueses fueron diversos, pero para el caso y ruina de la misión todos se adunaron, su- cediendo en esta parte' lo que en la muerte de Cristo Señor nuestro, para mayor ejercicio de sus siervos, pues: Et facti sunt amici Herodes et Filatus in ipsa die, nam antea inhnici erant ad invicem (129). Lo uno porque desde entonces comenzó el rey a exhalar por todas partes la saña del enojo contenido contra los nuestros por la corrección pasada ; lo otro porque los portugueses del país, viendo tan buena ocasión, qui- sieron lograr sus antiguos deseos de desterrar de aquellas costas a cuantos tenían o juzgaban tener relación de vasallaje con nuestro ca- tólico monarca por conformarse con los de su nación.

4. Apenas, pues, se juraron y formaron las paces, cuando, instruí- do de Portugal el gobernador de Loanda, determinó cerrar la puerta a cuantos misioneros fuesen de Europa, mandados de ¡a Sacra Con- gregación para el Congo, sino es que pasasen por el registro de su puerto y con pasaporte de Portugal, tirando en esto a diferentes razo- nes de Estado que ocurrieron con la conmoción de las guerras entre Castilla y Portugal. La una, el recelarse de todos que las iban a con- quistar por aquellas partes ; la otra, el despicarse de que no se' adm-- tiese en Roma el embajador de Portugal ni se le diese al duque de Bra ganza por la Silla Apostólica los honores y preeminencias que obtuvo después de concluidas las guerras.

5. Poco después de las paces con el rey de Congo sucedió aportar a Luanda un navio extranjero, el cual pidió licencia al Gobernador pa- ra negociar la navegación de negros. Diósela y con esa ocasión saltó

(129) Luc, 23, 12.

LA MISIÓN OUL CONGO

en tierra el P. Fr. Buenaventura de Sorrento, que fué uno de los pri- meros misioneros y de los más excelentes operarios y el que' con orden del rey Don Garcia y del Prefecto de la Misión se embarcó para Por- tugal dos años antes, según se dijo en su lugar, para solicitar el paso de los religiosos que en adelante enviase la Sacra Congregación al Congo. Habiendo, pues, cumplido este religioso con su comisión, tuvo la repulsa en Portugal ; luego pasó a Roma y despachó los negocios que llevaba para la Sacra Congregación ; después se vino a Portugal a buscar embarcación ; hallóla y estando ya embarcado en Lisboa para volver al Congo a su misión, le mandaron desembarcar y que se fuese a Italia, por haber entendido los ministros de Portugal que dicho Pa- dre' era napolitano y vasallo de nuestro Rey Católico, y tener orden ex- presa de que ninguno que lo fuese se le diese pasaporte por juzgarlos sospechosos a todos de cualquier estado y profesión que fuesen, y de más a más por el despique de no admitir en Roma embajador de Por- tugal.

6. Con esta contradicción tomó este religioso el viaje para Cádiz y hallando en su puerto que el navio extranjero referido estaba para hacerse a la vela a negociar negros en Loanda y sus costas, se metió en él y sin el menor recelo de contradicción corrió su viaje y desem- barcó en Loanda. Apenas le vieron en tierra los de la Cámara de esta plaza, cuando comenzaron a mover tal alboroto por el orden que te- nían de Portugal, que a los Padres que residían desde el principio en el convento de aquella ciudad, les fué preciso dar orden para que se ausentase de allí y pasase en tm barco a Soñó, creyendo que con esa diligencia se sosegarían los ánimos y sus mal fundados recelos. Pero eso no obstante aun no estuvo allí seguro, porque no hubo forma de quietarse hasta que le hicieron volver a Loanda y le remitieron a Lis- boa en una carabela que partía para Portugal, dando aviso de cómo di- cho Padre había ido sin pasaporte.

7. En llegando a Lisboa trataron de prenderle, pero, ayudado de Dios y noticioso de lo que se maquinaba contra él, ■viéndose indefenso de Roma y falto de auxilio humano, se escapó como pudo y se metió en un bajel que estaba para partir a Liorna. De esta suerte redimió su vejación y pasó a Italia, donde asistió algún tiempo hasta que la Sacra Congregación, atendiendo a su gran celo y aventajadas prendas, le nombró por Prefecto de la misión de la Georgia o Coleo y sucedió lo que adelante veremos.

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MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

8. Alterados los ánimos d€ los portugueses con este accidente y enconados con las guerras entre ellos y los castellanos, se cerró la puerta para el Congo, de suerte que se les negó el paso a otros nue- vos misioneros que llegaron a Loanda, enviados por la Sacra Congre- gación el año siguiente-, que fué el de 1656, no obstante que eran ita- lianos y en cosa alguna dependientes de nuestro católico monarca, sino totalmente subditos de la Silla Apostólica, cuya suprema cabeza atiende con solicitud y paternal afecto €n todos tiempos al remedio espiritual de sus hijos y, como Pastor universal de la Iglesia, a dar a todas sus ovejas el pasto que necesitan para que no perezcan de hambre por muy remotas que estén de su presencia (130).

9. Ya vimos la solicitud de los Sumos Pontífices Paulo V, Grego- rio XV, Urbano VIII e Inocencio X en procurársele a las del reino del Congo por medio de las misiones ; ahora se nos propone a la vista la de nuestro muy Santo Padre Alejandro VII en continuarlo con no menor celo de la fe y deseo de la mayor utilidad de su grey ; el cual envió los misioneros referidos por medio de la Sacra Congregación por otra vía que la de Portugal, pues la suprema cabeza no perjudica en ello las regalías de los príncipes temporales ni jamás se desapropia del derecho legítimo que le compete por su dignidad suprema, aunque alias las comuniquen graciosamente otros, que pueden y suelen concederle, y por no atender a éstos se ven en Europa muchos abusos y fuera de ella grandes monstruosidades ejecutadas por los europeos con daños gravísimos de las almas, pretextándolo todo con razones de estado, aparentes y sin fundamento.

10. Habiendo, pues, entendido el gobernador de Loanda que dichos Padres no habían ido por la vía de Portugal ni llevaban pasaporte de Lisboa, dió orden par que no desembarcasen. Replicáronle los religio- sos, diciendo no había motivo razonable para embarazarles el paso y que aquel agravio principalmente se lo hacía al Sumo Pontífice que los había enviado y que a lo menos, por no incurrir en las censuras fulmi- nadas contra los que impiden su ministerio a los misioneros apostóli-

(130) La expedición de misioneros de que aquí se habla, compuesta de catorce religiosos, entre los cuales se hallaba el P. Cavazzi (Juan Antonio de Montecúcculo), salió de Cádiz en los primeros meses de 1654 y llegó a Angola el 11 de noviembre. Por no llevar el pasaporte de Portugal y además proceder de puerto sujeto a Cas- tilla, tuvo muchas dificultades para desembarcar, como luego se dice.

Esc mismo año de 1654 (no 16.'j6, como dice el P. Anguiano), el Prefecto trasladó su residencia de San Salvador a Loanda, para evitar compromisos y contradicciones de parte del rey del Congo.

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eos, debía abstenerse de hacerles semejante vejación, después de tan largo y peligroso viaje, dirigido únicamente a la salvación de las almas.

11. Que mirase con piedad cristiana el daño que se les seguía a las de aquellos reinos por falta de ministros, de lo cual le harían cargo en el tribunal de la divina justicia, adonde no pasan políticas humanas ni razones de Estado que destruyen la caridad y el logro de la sangre de Cristo en sus redimidos. Y finalmente, que considerase, pues era cristiano y católico romano, que excedía los límites de las concesiones pontificias, pues aunque a los reyes antiguos les concedieron las inves- tiduras de aquellas y semejantes naciones y otros muchos privilegios, fué con la obligación de propagar en ellas el Santo Evangelio y de proveerlas de ministros que se le predicasen, lo cual no se hacía, an- tes sí se les estorbaba a ellos sin más motivo que el de sus particulares razones de estado.

12. Reconvenido el gobernador con estas y semejantes razones de igual peso, conoció la justificación de los religiosos, y constándok por la larga experiencia que tenía de los demás que habían residido en el convento de Loanda y en el Congo, cuán solícitos habían procedido en su ministerio, sin mezclarse en negocios ajenos de él, resolvió no de- jarlos desembarcar sino con condición de que habían de pasar a la con- versión de los negros del reino de los Abandos, sujeto a los mismos portugueses. Los religiosos, por obviar contiendas y por no volver a desandar lo andado sin fruto, aceptaron la condición y se dedicaron a la conversión de los Abandos.

13. Tuvo aviso de este suceso el Prefecto del Congo y para poner en orden aquella misión y ver los despachos que llevaban de la Sacra Congregación, determinó pasar a Loanda. Pidió algunos esclavos que le condujesen por ser los caminos tan difíciles y peligrosos, y el rey, aunque contra su voluntad, viendo su resolución, al fin se los concedió, precediendo a esto los motivos que veremos en el capítulo siguiente y comenzando ya desde entonces descubiertamente a desahogar su có- lera y el odio que había concebido contra los nuestros por la repren sión pasada, de que quedó notablemente ofendido.

14. Llegó el Prefecto a Loanda y halló a sus nuevos misioneros resueltos a cultivar el reino de los Abandos por la oposición de los por- tugueses ; vió los despachos que llevaban de la Sacra Congregación y cómo Su Santidad mandaba se fundasen otras muchas misiones : una en el reino de Macoco. y otra en el nuevamente conquistado por la reí

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

na Ztnga, para cuyo efecto ordenó que, juntos los misioneros antiguos y modernos, eligiesen dos Prefectos. Participó el del Congo esta orden a los religiosos de su obediencia para que, enviándoles la citatoria, acu- diesen a la elección.

15. En el ínterin descubrió en Loanda la trama que satanás había urdido para acabar de una vez con todas aquellas misiones, moviendo para el caso cuantas piedras pudo y halló dispuestas para fraguar la máquina que poco a poco había ido levantando a proporción de' su in- fernal malicia. De esta materia trataremos en los capítulos siguientes y ahora pondremos fin a éste con decir el fin de dicha elección, la cual no se pudo efectuar por las alteraciones que se temieron en el Congo salían de aquel reino los nuestros para I.oanda, y así la hubieron de hacer los Padres que se hallaron en esta ciudad y en ella sólo se nom bró Prefecto para los estados de la Zinga por haber falta de misione- ros, hasta que llegasen otros de nuevo. Con este accidente soltó la pre- sa el rey del Congo y vertió el veneno que ocupaba su corazón ; tiró dardos por todas partes satanás y aquellos pobres religiosos se llega- ron a ver anegados en un mar de tribulaciones, de todo lo cual les sacó Dios, concediéndoles : Salutem de inimicis nostñs et de manu onintum qui oderunt nos, para que su triunfo fuese más glorioso y plausible.

CAPITULO XLVI

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De la persecución que movió el rey del Congo contra la misión y cómo los portugueses de la Cámara de Loanda se opusieron a sus designios.

1. Vencido satanás tn tantas y tan reñidas campañas como hasta aquí hemos referido, en que con el auxilio divino quedaron victoriosos y triunfantes los militares seráficos de la pequeña grey evangélica en la conquista espiritual del reino del Congo, juntó todas sus fuei'zas in- fernales para dar el más sangriento avance que pudo premeditar su ma- licia. Pero para que quedase más afrentosamente vencido, permitió Dios que' así como a la casa de Job le acometió el huracán por todas cuatro esquinas a un mismo tiempo, esforzado de las furias infernales, también a esta célebre misión le pusiesen secretas minas y baterías por todos lados para aniquilarla de] todo.

2. Reparó Orígenes en el modo de plantar satanás sus escuadrones en esta ocasión contra el invencible Job, esmero de la omnipotencia di vina, y dice que : Exivit díabolus a facie Domini tanquam lupus rapiens, tanquam leo rugiens, tanqtuam ursus sanguinem appetens, tanquam ma- lignus serpens, tanquam vípera, saeva ac perniciossa. Para que' se en- tienda que esta furia infernal, en dándole permisión, no se' contenta con hacernos un daño solo, sino todos cuantos puede. De esta suerte y por estos medios combatió la fortaleza incontrastable de' este santísimo va- rón, no sólo hiriendo su persona: Ulcere pessimo a planta pedís usquc al vertUem ejus, sino los cimientos de su casa hasta derribarla en tierra y destrozar sus hijos : Concussit quatuor ángulos domus, quae corruens opressit liberos suos, todo a fin, según Orígenes, de desahogar su fu- ria: Ut ostenderet ferociam otque animtiin suum homicidiialem, siendo así que, supuesta la permisión divina, bastaba para ruina de la casa e! haberla acometido por un solo costado.

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3. Muchas veces se ven en el mundo reiterados los sucesos de los siglos pasados, y en esto tiene idea proporcionada el presente si se pon- deran bien sus circunstancias. El primer tiro lo disparó el rey Don Gar- cía, después de la corrección que se le hizo, contra el P. Fr. Jacinto de Vetralla, Superior y Prefecto de «la misión, a quien le viene ajustado lo que dijo S. Rafael a Tobías, es a saber: Quia acceptus eras Deo, necesse fuit ut tentatio probar et te. Llegó, pues, este Padre a comuni- carle su viaje para Loanda y a pedirle algunos esclavos que le acompa- ñasen. Sintió mucho el que intentase tal viaje' por el temor de que con esa ocasión se habian de descubrir sus ideas y cortar los pasos a sus negociados, dirigidos de antemano a un terrible despique y a una ruina total de la misión, que insensiblemente había ido madurando con el mal acordado consejo de algunos portugueses criollos que la deseaban, así por eximirse de las santas amonestaciones de los nuestros, para vivir libremente, como por acreditar su celo en obsequio de su nación en aquellas costas de sus conquistas, y más en tiempo que se disputaban con las armas los derechos de ella y del reino capital, en el cual son más apreciables los obsequios y premiado cualquier aviso, ya sea cierto o incierto. Y como, según San Jerónimo, a vista de las armas no hay ley ni observancia de la religión, faltando esto, todo se atrepella y sólo se atiende a los intereses temporales vinculados en la común turbación de los ánimos.

4. Hecha la proposición por el Prefecto, intentó el rey detenerle, tratándole' mal de palabra y mostrándose ingrato a cuantos beneficios había recibido de la Orden y de cada uno de sus hijos los misioneros y especialmente de la Santa Sede Apostólica. Por último, después de una larga sesión encaminada a dete'nerle, se valió el Prefecto de las armas de la Iglesia y le dijo, que si S. M. no desistía de su intento en dete- nerle, sería preciso declararle' incurso en las censuras fulminadas con- tra los que impiden el libre uso de su ministerio a los misioneros apos- tólicos, lo cual mantendría con toda resolución hasta ver la enmienda o perder la vida. Temió el rey este golpe y la eficaz resolución del Pre- fecto y, aunque involuntario, al fin le dejó hacer su viaje y le dió ne- gros que le condujesen a Loanda.

5. El segundo tiro contra la misión le hicieron principalmente al- gunos portugueses criollos de San Salvador, los cuales, así por despi- carse del gobernador y oficiales de la Cámara de Loanda como por congraciarse con el rey Don García, que deseaba vivamente enviar dos embajadores a Portugal a dar sentidas quejas contra ellos por sbs par-

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ticularcs fines y conveniencias, influyeron al rey para que escribiese di- ferentes cartas a Loanda para facilitar con los de la Cámara el que de- Jasen embarcar a sus embajadores, y, como tuviese librada en la ida de éstos su esperanza, quiso acompañarles con sus cartas en que osten- ta ser muy leal y fiel amigo de la nación portuguesa y de su rey Don Juan IV, juzgando que, insinuándoles materias de su servicio, no st atreverían a repugnar la embarcación de los embajadores, antes bien Ies franquearían el paso. El pretexto de toda esta máquina se fundó en que los misioneros eran castellanos y en que no habían ido por la vía de Portugal ni con el pasaporte de su nuevo rey Don Juan IV y en que habiendo sido conducidos a expensas del rey nuestro señor Don Felipe IV, que sea en gloria, se podía temer iban mandados de S. M. para sublevar aquellas gentes contra Portugal. Estas mismas objecio- nes opuso el Arcediano, según ya vimos en el capítulo X, y de estos mismos pretextos se valieron después otros criollos portugueses, como iremos viendo, lo cual duró hasta que se acabó la guerra de Castilla y Portugal.

6. Descifróle todas sus máximas con la verdad del hecho el gober- nador y sobre este punto le recargó como era justo, concluyendo con decirle que pues S. M., después de recibidos tantos beneficios, estima- ba tan poco a los religiosos, que no sólo los calumniaba pero aun le significaba recibiría gusto de que saliesen fuera de aquellos reinos, se sirviese de dejarlos ir a sus tierras adonde los admitirían con mucho gusto y estimación. Recibió el rey esta respuesta y, hallándose descu- bierto en sus ideas por el gobernador y ministros de la Cámara de Loanda, tomó diferente acuerdo y se abstuvo de ejecutar el primero, y, al tiempo de recibir la carta, viendo frustrados sus negociados, pro- rrumpió delante del mensajero y circunstantes, que después lo refirie- ron, en Jas siguientes palabras: «Bueno fuera que me sacase el gober- nador los misioneros y no los remitiera a Europa sino a su reino de los Abandos.»

7. Con esta carta del gobernador cayó de golpe' la máquina que se había levantado contra la misión ; divulgóse por el Congo el caso y cómo querían los religiosos dejarle por las ingratitudes del rey, pero, apenas llegó a sus oídos la noticia, cuando, temiendo algún alboroto de los pueblos y señores, mudó de intento y convirtió en obsequios de los religiosos los desaires y calumnias. Escribióle luego al Prefecto, pidiéndole encarecidamente se volviese a su corte, porque sentía mu- cho el verse privado de su compañía. En esta ocasión no se dió por en-

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tendido de lo que había precedido, pero el Prefecto le respondió con estilo grave y prudente, anunciándole cuanto había sabido, diciendo por último que S. M. pesase a sus solas los agravios que a él y a sus compañeros les había hecho y, que sin dar una pública y decente satis- facción, no le convenía volver a su reino, mayormente habiendo puesto tanto dolo en la misión del Papa, como constaba por las cartas que había escrito a Loanda.

8. Esta carta le hizo grande armonía y con ella y la alteración de los ánimos de sus vasallos por lo que había maquinado contra los reli- giosos, acabó de caer en la cuenta y conocer su precipicio. Tocóle Dios, a lo que se pudo presumir, con la centella de su temor santo y luegt) inmediatamente volvió a escribir al Prefecto, suplicándole se volviese a su corte y que no hiciese novedad en mudarse a otro reino con la mi sión: que él ofrecía darle satisfacción cumplida de todo. Al punto de las cartas respondió diciendo que no eran suyas sino supuestas de al- gún mal afecto. Con estas instancias se rindió el caritativo Padre y ofreció volver luego que pusiese en torma las cosas de la nueva misión, que se había de emplear en el reino de los Abandos, mirando en esto no a su agravio pasado sino al bien espiritual de su alma y de las de aquel reino, pues: Gratanter siiscipit osculum columbinum pulcherrima et modestissima caritas; dentem caninum vel evitat castissivia cautissi- maque humilitas, vel retundit solidissima veritas (S. Agustín).

9. ¡Oh! ¡Válgame Dios: cuánto puede una pasión humana no mortificada: qué de yerros comete un príncipe vengativo y cuántos in- consideradamente se arrojan a desahogar su cólera por las primeras ideas de' fantasía! Para emprender cualquier negocio, por arduo que sea, rara vez falta una brecha o aparente o verdadera ; pero, para salir de él con decencia, no siempre se encuentra la puerta : y asi, antes de intentar la entrada, es necesario considerar la salida, para que no se siga luego el arrepentimiento, las más veces sin fruto y siempre con confusión e ignominia. Más le valiera al rey haber oído con piedad los saludables consejos de los misioneros, que no el convertir sus iras con- tra los inocentes por modos y medios tan indignos. Si así lo hubiera hecho, experimentara el fruto de ¡a buena conciencia y sosiego de su reino y no el deslustre y fealdad de sus resoluciones, pues : Qui abjicit disciplinam, desplcit animam suam; qui autent acquiescit increpationi- hus. possesor est coráis (131).

(181) Prov., 15. «

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10. Con el arrepentimiento del rey volvieron las cosas de' la misión a su antigua tranquilidad ; no empero se experimentó la misma enmien- da en sus secuaces, pues hubo uno tan rebelde, que quiso llevar ade- lante su engaño y, no contento con los daños perpetrados, escribió a Portugal cuanto había imaginado y aun intentó pasar por mismo a Lisboa para referirlos al rey y a sus ministros, juzgando conseguir un premio considerable. Pero ¡oh juicios de Dios admirables! Apenas echó el pie en un esquife para embarcarse cuando experimentó el cas- tigo del cielo, pronunciado por el sabio en sus Proverbios, cayéndose muerto repentinamente: Falsus testis non erit impunitus, et qui loqui- tiir mendacia, peribit (132). Caso a la verdad bien lastimoso y de no pequeño terror para cuantos lo supieron, teniéndole por condigno cas- tigo de su culpa y dañada intención.

11. Este infeliz sujeto se empeñó tan ciegamente en difundir la no- ticia de ¡os sucesos pasados, que al fin se extendió hasta Portugal, y aunque el gobernador y los de la Cámara de Luanda habían ya infor- mado de la verdad a su rey, apoyando Ja virtud y sinceridad de los nues- tros como testigos oculares y con las experiencias de muchos años, con todo eso no dejó de hacer algún mal efecto el veneno de este infe- liz, de' suerte que alterase el ánimo del rey de Portugal y de sus mi- nistros para embarazarles en adelante a los nuestros ej paso a la con- versión de ¡as almas de aquellas conquistas. Aquí se ve manifiestamen- te cuán poderoso es un engaño ultramarino, la dificultad con que se averigua y lo que padecen los inocentes en tierras tan remotas. El pri- mer golpe de este depravado aviso se descargó contra los nuestros en esta forma.

12. Resolvió el rey de Portugal retirar de aquellas conquistas a los Capuchinos y, para sustituir en su lugar otros misioneros, mandó lla- mar al Visitador general de ¡os Padres Menores Recoletos de¡ Brasil, que llaman de Sari Antonio, que por entonces residía en Lisboa y aca- baba de llegar de Roma de negociar ¡a división de su provincia de la de Portugal. Pidióle a dicho Padre religiosos para ¡a misión del Con- go y él, que era sujeto de mucha experiencia, respondió que no le po- día ofrecer a S. M. sino solos seis y que para la conducción de cada uno eran necesarios a lo menos trescientos ducados de plata. En oyen- do esto el rey y hallando tan corto número le dijo : «Dejadlo estar, que de Italia irán ¡os Capuchinos». Lo cual les refirió así a nuestros re-

(132) Prov.. 19, 9.

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ligiosos el mismo Visitador pasando éstos por su convento de la Bahía en el Brasil.

13. No es tan fácil, como algunos piensan, el mantener una misión y menos muchas, especialmente en aquellos reinos etiópicos, que son muy dilatados y sólo abundantes de' vicios, enfermedades y pobreza, y sólo para esta misión del Congo en menos de diez años dió la Religión más de setenta misioneros, esto es, sin los que se volvieron a Italia desde el camino por accidentes que dejamos referidos, y sin los que pa- saron a otras naciones y reinos circunvecinos, Y así todas las tres pro- vincias de los Padres reformados de Portugal no bastan para una mi- sión, pues es preciso acudir con religiosos continuamente. Lo que se confirma con la práctica y experiencia, pues ninguno de ellos asiste en el reino de los Abandos, que es de los portugueses, y aun en Loanda sólo se hallan tres comunidades, que son el convento de Padres Terce- ros de nuestro P." S. Francisco y el colegio de la Compañía de Jesús, ambos con número muy corto de religiosos, y la nuestra, que es donde tienen su principal albergue los Padres de la misión de Angola y otras circunvecinas.

14. Cuando Jos portugueses descubrieron el reino del Congo, fue- ron a la reducción de sus naturales algunos Padres de los Recoletos y luego le dejaron o porque murieron todos brevemente o porque los restantes se volvieron a su patria a causa de las fatigas del país y con- tinuas enfermedades que se padecen. Y aun el mismo Visitador gene- ral, arriba referido, confesó llanamente no podían ellos dar misioneros suficientes porque sería destruir de religiosos aquellas provincias. Y a la verdad, generalmente hablando, los religiosos de Portugal, según se ve por el efecto y tienen bien experimentado los nuestros, son poco dedi- cados al ejercicio de dichas misiones y, si lo fueran más, no estuvieran tan yermas de operarios sus conquistas, como lo están.

15. Peto, aunque el rey de Portugal dijo que los Capuchinos de Italia irían a dicha misión, no tuvo tal intención ni aun dió lugar a que pasasen por sus tierras, hasta que el Sumo Pontífice, después de mu- chos años de guerras con Castilla, le escribió como a rey de Portugal y admitió en Roma su embajador ; y aun después ha habido para ello no pocas dificultades, y aunque la experiencia de tantos años pueda ha- ber desengañado a los de esta nación,- que sólo vamos a sus conquistas a ganar almas para Dios de las infinitas que tienen a su cargo y están expuestas a su última perdición, por no socorrerlas de ministros evan-

LA MISIÓN DEL CONGO

gélicos, como son obligados, y que en esto procedemos con el mérito de la obediencia de' la Santa Sede Apostólica y de nuestros superiores, con todo eso, como podrá notar el curioso €n ésta y en las relaciones restantes, no son creíbles las contradicciones que han padecido y pa- decen los nuestros que se ocupan en la reducción de los infieles de las conquistas de Africa, asi por sus razones de estado como porque mu- chos de los oficiales reales que las gobiernan, sienten a par de muerte ser reprendidos de sus demasías intolerables.

16. De todo lo cual se infiere cuán astuto y sangriento procedió el común adversario en el arbitrio que sugirió al rey del Congo por si y por los lados que le ayudaron a la calumnia referida. En lo cual se ve manifiestamente que ti/ó, como Holofernes y sus secuaces, a ejecutar con todos aquellos dilatados reinos lo que con la ciudad de' Betulia, pues, para tomarla a menos costa y que ella se rindiese más presto, mandó quitarla el agua y romper los conductos por donde entraba, esto es, el agua de la doctrina evangélica con que eran ilustrados y alimen- tados, y los conductos, que son los ministros evangélicos, para que no entrando por ellos el agua clara v saludable de la doctrina del cielo, pereciesen de sed y se entregasen para ser perpetuamente sus esclavos.

17. Concluyo, finalmente, con el Angélico Doctor Sto. Tomás y digo que los príncipes de la tierra fueron instituidos por Dios, no para aumentar sus tesoros y patrimonios, sino para que procuren la común utilidad y provecho de sus vasallos. Esto es, según explica el R. Padre Leonardo Lessio, que todos los del principado o reino vivan en paz y honestidad ; impedir y quitar cuanto les fuere posible todos los abusos y corruptelas en materia de religión y costumbres. Esta misma obliga- ción respectivamente les corre a sus ministros y sustitutos, y por más pretextos y razones de estado que aleguen, mientras se frustra e} fin principal, todas las demás son de ningún momento.

CAPITULO XLVII

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Experimcntanse nuevos progresos en la misión de Pemba; plántase de nuevo la de Dande, señorío sujeto al reino de. los Abandos, y dícense sus circunstancias.

1. No se turba la perfecta caridad ni con los cierzos fríos de la in- gratitud ni con las muchas aguas de la contradicción, antes bien se' in- tensa más en su ardor, sirviéndole de esmaltes y rubíes las centellas que despide agitada de sus contrarios. Rayos de castigos y venganzas parece habían de salir del sacrosanto cuerpo de Cristo cuando el duro hierro de nuestras culpas, a impulsos de un hombre de todos modos cie- go, abrió su sagrado costado ; pero fué tan a) contrario que, en lugar de castigarnos severo, nos franqueó los tesoros de su infinita miseri- cordia, verificándose eti esto lo que dice S. Juan, es a saber : Cum dile- xisset suos qui erant in mundo, m finem dilexit eos ; esto es, que a vis- ta de la mayor contradicción y resistencia de la ingratitud, hizo sagra- do alarde de su omnipotencia, colmándonos de' infinitos favores y be- neficios.

2. Emulos, pues, de este sagrado Etna de amor los nuestros, como primorosos discípulos de su divina escuela, no sólo procuraron desde el principio de su misión copiar en los ejemplos de su santísima vida, como hemos visto hasta aqui, pero también los que nos dejó en su muerte, esmerándose tanto en su imitación, que, al mismo paso que se aumentaban las contradicciones e ingratitudes, crecían también los be- neficios para con todos, al modo de aquel pedernal misterioso del de- sierto de Cades, que hirió Moisés con la vara, que a la repetición de los golpes y murmuraciones del pueblo no sólo dió agua pero con tan- ta copia y abundancia, que pudieron beber los hombres y los jumentos : Percutiens zñrga bis silicem, egressae sunt aquae largissimae, ita ut po-

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MISIONES CAPUCHINAS ÜN ÁKKICA

pulus biberet jumenta (133). Esta es la excelencia grande de la ca- ridad, tener agua para apagar la sed de los que la calumnian y persi- guen en el centro de sus mayores ardores, calor para templar los rigo res de los fríos y el comunicarse siempre benigna no sólo a quien la busca pero aun a los que la desprecian.

3. Así procedían nuestros devotos misioneros del Congo por el tiempo y ocasión en que el rey escribió a Loanda las cartas referidas, y llegó a Portugal la noticia de la calumnia ; pues no sólo se aplicaron con más adhesión al cultivo espiritual de aquel reino sino también se extendieron al de los Abandos y a la provincia de Dande, sujetos a los portugueses. Hallábase por este tiempo en Pemba el P. Fr. Antonio de Teruel y, si bien en esta banza se veía cada día mayor fruto y apro- vechamiento en las almas, con todo eso abundaban los vicios por la provincia, especialmente el de la lascivia, y con tal exceso, que había muchos cargados de concubinas, imitando en esto los vasallos y cria- dos a sus señores, de suerte que casi todos vivían amancebados. Mas reconociendo el celoso Padre que si éstos no se casaban según el or- den de la Iglesia, era más que difícil el poder reducir a eso a los vasa- llos, habló sobre la materia al marqués y le pidió los mandase juntar en su banza para un día señalado y poder, en estando juntos, predicar- les acerca del santo matrimonio, y que S. E. le ayudase a sacarlos de tan horrenda piscina, por ser obra muy del agrado de Dios y también de su obligación, privando, si fuere necesario, de los puestos y gobier- nos a los señores y fidalgos de las banzas y libatas, si no quisiesen re- ducirse a razón, y sustituyendo otros buenos en ellos, pues estaba esto en su arbitrio y el motivo era justo. ^

i. Púsolo por obra el marqués que, como buen cristiano y teme- roso de Dios, deseaba la salvación de sus vasallos. Llegó el día seña- lado y le envió un recaudo al P. Fr. Antonio, diciendo le hacía saber cómo ya tenía juntos en su palacio los sujetos referidos y que así le suplicaba fuese luego allá. Fué el Padre al instante y halló al marqués acompañado de mucha gente. En saludándose, tomaron sillas y el mar- qués comenzó a hablar de esta suerte: «Padre mío: todos los que aquí veis presentes son los señores y vicarios de los pueblos de mi marque- sado» ; tiene cada población un vicario o teniente, a quien ellos lla- man quizenguele, y éste ocupa el segundo lugar en el gobierno y su elección toca al señor de ella . Fuéselos nombrando uno por uno y

n33) Níim., 20, U.

I.A MISIÓN DEL CONGO

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también diciéndole quién estaba casado y quién amancebado y, sino todos, casi los más lo estaban y aun con muchas mancebas. Pidióle luego a] Padre les predicase lo que convenia para salir de tan mal es- tado y que después él les hablaría sobre el mismo asunto.

5. Hizoles el Padre una plática muy fervorosa acerca de la obliga- ción que tenian de vivir como buenos cristianos, contentándose cada uno con una sola mujer en matrimonio santo, y asimismo les ponderó estaban obligados por razón de sus oficios a dar buen ejemplo a sus inferiores y a no escandalizarlos con su mala vida, pues no hay peste que así contamine la república como la vida escandalosa del que la go- bierna. Anuncióles también la gloria del cielo que perdían y los tor- mentos eternos que granjeaban si no trataban de salir de tan infeliz estado, y últimamente el castigo que ejecutaría en todos ellos el mar- qués su señor, que irremisiblemente les quitaría luego los puestos y rentas que gozaban y se los daría a otros fidalgos que viviesen cristia- namente.

6. Tomó luego la mano el marqués y les hizo un largo y católico razonamiento sobre el mismo asunto, concluyendo con decir que pon- dría en ejecución las amenazas anunciadas por el P. Fr. Antonio si no trataban luego de disponerse al santo matrimonio, por ser cosa que tanto conducía a su salvación y al bien público y particular de su esta- do. Con estas amonestaciones acabaron de resolverse a dejar los aman- cebamientos y casarse'. El Padre le fué preguntando a cada uno cuán- tas mancebas tenía y cuál escogía de ellas para mujer propia ; cada uno escogió la suya y fueron preferidas aquellas de quienes tenian ya hijos.

7. Solos dos fidalgos hubo en quienes se halló alguna resistencia «n reducirse al matrimonio, el uno por vivir a su libertad y el otro por lo mismo y estar amancebado con dos hermanas, con una de las cuales tenía hijos y quería casarse con ella ; mas, por no dispensar en parentesco tan cercano y especialmente para no hacer ejemplar para otros, si lo tuviesen en este primer grado de afinidad, y porque escar- mentasen de amancebarse con dos hermanas, le ordenó el Padre que eligiese otra mujer y el fidalgo admitió el consejo. Al otro por su rebeldía le' inhibió la entrada en la iglesia para traerle con esa pena a buen acuerdo y poner miedo a los demás. De esta suerte se concluyó negocio de tanta importancia y fué floreciendo en aquella provincia la fe' y religión siempre con mayor incremento.

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

8. Por este mismo tiempo le llegó a dicho Padre obediencia del Pre- fecto en que le ordenaba se llegase a Dande, que es adonde etitra en el mar el gran río de este nombre, para comunicarle algunos negocios de importancia. Partióse luego y le dejó encargada la misión de Pemba al P. Fr. Esteban de Ravena, que acababa de llegar entonces. Comunicó el P. Fr. Antonio su partida al marqués y sintió grandemente la pro- posición, porque con la respuesta del gobernador de Loanda, en que pedía al rey le enviase los misioneros, entró éste en sospechas de que se querían ausentar de su reino y procuró cancelar la materia, de suer te que no era fácil disponer la salida sin su orden o sin que lo llegase a entender. Por esta causa ninguno de los señores se atrevía a dar favor a los Padres para ausentarse de su banza por no incurrir en la indignación del rey, y, como sin gente práctica que sepa bien los ca- minos, es imposible emprenderlo, por equivocarse a cada paso con las sendas de las fieras y leones, se le's imposibilitó la salida a muchos aun para cosas muy precisas de su ministerio, hasta que se sosegó el rey y volvieron las materias a su antiguo curso.

9. No obstante lo dicho y que apenas hace viaje algún misionero o persona forastera cuando luego llega a noticia del rey, le persuadió el Padre Fr. Antonio al marqués le diese gente que le condujese a Dande, y, aunque éste lo recusó mucho por no privarse de su compañía y por- que andaba con mucho recato en las disposiciones del rey por ocasión de' saber se fiaba poco de él y de sus hermanos, por ser los que con más razón y valimiento podían aspirar a la corona, al fin se vino a ren- dir y le otorgó la salida. Antes de arrancar de la banza se ofreció en- viar a Bamba un hermano donado y, con los temores que tenía el marqués, pretendió estorbar su partida, diciendo que sin orden espe- cial del rey no podía permitir se hiciese mudanza alguna ; el P. Fr. An- tonio sacó la cara y al fin consiguió dejase ir al donado. Previno des- pués su viaje en fe de lo tratado con el marqués y éste volvió de nuevo a hacer esfuerzos por detenerle por las causas referidas ; mas por úl- timo, manifestándole las censuras contra los que impiden a los misio- neros apostólicos el libre uso de su ministerio y el orden del Prefecto para ir a Bamba, por donde había de pasar, pero ocultándole la obe- diencia para Dande, alcanzó de él el permiso y le dió gente que le con- dujese hasta la primera libata, y desde allí, experimentando las fatigas y trabajos ordinarios que en otros viajes, llegó a Bamba y prosiguió hasta Dande, que es camino de setenta leguas.

LA MISIÓN DEL CONGO

10. Esta provincia Dande es tierra del Congo, pero cuando los portugueses volvieron a recuperar a Loanda, como se sentían agra- viados de la gente del Congo, por haber dado auxilio a los holande- ses, cuando la tomaron, se despicaron de ellos, alzándose con este se- ñorío y sujetándole a su obediencia. En llegando, pues, dicho Padre a Dande, encontró nueva orden del Prefecto para que se acercase a Loanda. Ejecutólo así y, en viéndose con él, le dijo cómo tenía deter- minado venir él o el Prefecto de los Abandos a Roma para traer un religioso nuevo que había tomado allí el hábito, en habiendo profesa- do, y juntamente a comunicar algunos negocios precisos de las misio- nes. Pero también había discurrido sería más acertado lo trajese dicho Padre y con esa ocasión podría lograr la de imprimir los libros que te- nía escritos de la lengua del Congo (134). Suspendióse por entonces esta resolución y con eso se volvió e'l P. Fr. Antonio a Dande adonde se fabricó iglesia y casa para celebrar los oficios divinos y enseñar a los muchachos. Desde allí se alargó haciendo misión por todo el Dande y tierras de los Abandos, llevando consigo intérpretes por ser aquella lengua muy diferente de la del Congo.

11. Pasó en esta peregrinación muchos trabajos y sustos el Padre Fray Antonio, por ser este' país de Dande sumamente molestado de leones y fieras y de varias sabandijas. Acaecióle un día pasar por cierto paraje muy peligroso y, aunque en no experimentó daño alguno, supo después cómo le había acometido un león fiero a cierto alférez portu- gués ; éste anduvo tan valiente y esforzado que se abrazó al león y. dándole con un puñal por el corazón, le derribó en el suelo, pero tam- bién perdió la vida el esforzado alférez. Mas sin embargo fué mucho ánimo e] del alférez y acción digna del valor portugués ponerse a lu- char con el león y no aturdirse' con sus espantosos rugidos, con que turban el aire por muy larga distancia y hacen estremecerse los ár- boles.

12. Asimismo es esta tierra grandemente infestada de una plaga de mosquitos o cínifes, semejantes a los de Egipto, y tanto que cubren el cielo, como suelen las nubes, singularmente en empezando a po- nerse el sol, y es de manera que, para que no se llenase la casa de ellos, necesitaba el Padre cerrar la puerta y salirse de ella y para haber de

(134) Ya hemos referido en la introducción las obras que el P. Teruel, aparte de la relación de la misión del Congo, compuso para utilidad de los misioneros _v asimismo de los naturales : el Vocabulario cuadrilingüe y los libros de meditación y devoción y asimismo los sermonarios, todo ello en lengua congolesa.

432 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

tomar alguna refección había de ser paseándose y aventándolos de si. Después, al tiempo de recogerse, entraba en su albergue bien maltra- tado y herido de sus aguijones, y a no haberle deparado Dios un pa- bellón, que es lo que' usan todos los portugueses criollos de aquella tierra, fuera imposible dejarle reposar un punto, y aun eso no obstan- te, cuando despertaba, se hallaba herido y llena toda la casa de tan mo lestas sabandijas. La misa decía siempre con notable penalidad y, aun- que continuamente hacía aire un negro con ramos de árboles, era tanta la copia de mosquitos, que no se podía valer. Seis meses estuvo dicho Padre eti esta tierra y purgatorio, el cual, para los pobres negros, que andan medio desnudos, es un tormento intolerable. '

13. En el río que da nombre a la provincia, se hallan innumera- bles cocodrilos ; son fieros y traidores y muchas veces se comen a la gente que va a sacar agua de él. Navególe el P. Fr. Antonio en una canoa por espacio de ocho leguas y halló por su ribera gran cantidad de ellos tomando el sol, pero al ruido de los remos de la canoa se arrojaron al agua con ímpetu y velocidad. Son tan fieros, que era ne- cesario ir muy cuidadosos los pasajeros en no sacar las manos de la canoa porque corren con ligereza y con la cola o con la boca arrebatan a] que en eso se descuida ; algunos hay de desmesurada grandeza y regularmente todos son monstruosos. Hállanse también en el mismo río muchos caballos marinos, los cuales salen de noche a pacer por los campos ; son de la misma hechura que los caballos de tierra, pero muy cortos de piernas. De este pez comen los negros en las Cuares- mas y vigilias, sin embargo de que guisado o cocido no se' distingue de Ja carne de vaca. Por la fiereza y abundancia de éstos y de los co- codrilos, es muy peligrosa la navegación del Dande.

CAPITULO XLVIII

I

De una traición que se conjuró contra el rey y muerte de los autores de ella; cómo juraron al príncipe por su- cesor en la corona de su padre y después de la muerte de éste comenzó a reinar felizmente.

1. No es ponderable cuán belicosos son los ánimos de esta nación, ni parece creíble que, amando con amor cordial a su rey y príncipes, por muy ligeros motivos se conspiran contra ellos, como sucede a cada paso. Dan muchos alientos a los hombres para las conspiraciones de este reino las elecciones frecuentes que hay de reyes y señores y de ellas salen siempre los bandos y parcialidades, y, aunque por entonces ceden a la mayor parte, con todo eso nunca se quietan los que han tenido séquito de votos, antes bien o mal contentos de la elección pa- sada o sobradamente ambiciosos para la futura, comienzan desde luego a tirar líneas por todas partes, las cuales, siendo a su parece'r rectas, suelen salirles muy torcidas para el caso y muy derechas para su muer- te y perdición, como les sucedió a los de la conspiración presente : peto, antes de tratar de ella, es preciso decir el motivo por donde co- menzó y que no le puede haber justificado para que los vasallos se atre- van a quitarle a su rey la vida y el reino por su propia autoridad.

2. Obligación hay precisa de amar, obedecer y honrar cada uno a su rey y señor natural y, e'stá tantas veces repetido en las divinas letras, que apenas hay cosa más común. Omnis anim-a —dice S. Pa- blo— , potestatñbus sublimioribus subdita sit, y da luego la razón, di- ciendo : Non est enitn potestas nisi a Deo ; quae autem. swnt a Deo, or- dinatae sunt (135). Por tanto, quien les niega e'sos respetos y obsequios

(135) Rom., 13. 1

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

falta a su obligación y resiste a ¡a ordenación divina: Itaque qui resi- sta potestati, Dei ordinationi resistit. Hasta aqui ninguno de sano juicio y voluntad recta hallará qué replicar ; en lo que pueda ser tenga alguna duda es en si les debe los mismos obsequios al rey o príncipe tiranos y crueles, que a lo,s buenos y ajustados a sus obligaciones, a lo cual responde San Pedro en su primera canónica diciendo : «Que no sólo se debe honrar, servir y obedecer a los buenos y modestos, sino también a los díscolos, sean como fueren» ; en lo cual está depositada la ma- yor excelencia del vasallo y subdito, pues obedecet y servir al princi- pe y superior cuando manda con justificación o castiga con la misma, no es obra de tantos quilates, como padecer en silencio y rendimiento los atropellamientos, aflicciones e injusticias que se suelen ofrecer. Haec est enim gratia si propter Dei conscimtiam sustinet quis trisiitias, patiens injuste (136).

3. Muchos, ignorando esta tan saludable doctrina o precipitados de sus genios y malas inclinaciones, en lugar de sacrificarse a su obli- gación y de' dejarle a Dios su causa, atropellan por todo y sacudiendo el yugo de la obediencia, se constituyen no sólo fiscales y verdugos de sus príncipes y cabezas, sino también jueces y superiores para qui- tarles la vida, pareciéndoles que Dios se tarda o que' no ve las injus- ticias que padecen ; mas es engaño manifiesto, pues, como dice la Sa- biduría: Horrende et cito apparebit vobls; quoníam judicium durissi- mum his, qui praesunt fiet (137). Y poco después añade' y dice: For- tíoribus autem fortior instat cruciatio : que no sólo ejecutará Dios en tales príncipes tiranos horrendos castigos y mayores en los que fueren más crueles para con sus vasallos e inferiore's, pero que tomará en ello la mano presto y muy presto : que eso significan las palabras del tex- to cito e instat. De todo lo cual se infiere no ser lícito procurarles la muerte por terribles que sean ; y afirmar lo contrario es proposición herética, condenada por tal en el Concilio Constanciense.

4. Era, pues, Don García II rey del Congo sujeto verdaderamente digno por sus prendas naturales del re'ino que poseía ; tenía sutil inge- nio, juicio claro, liberalidad generosa con otras prendas estimables y en su persona representaba con respeto la majestad real ; de suerte' que, aun con ser de color negro, ostentaba la grandeza de un emperador y pxidiera ser bien vi.sto y atendido aun entre los grandes reyes y prínci-

(136) I Petr., 2. 13 ss.

(137) Sap., 6, 6.

LA MISIÓN DEL CÜNUO

437

pes de Europa. Mostrábase muy devoto a las cosas de la religión ca- tólica y del servicio de Dios, y en atención a esto mandó fabricar nuefi- tra iglesia de San Salvador y la de los Reverendos Padres de la Com- pañía de Jesús y además de eso otros cuatro o cinco templos que eran de tapias de tierra, los hizo labrar de piedra y cal, cosa que hasta en- tonces no había hecho ninguno de los reyes sus predecesores.

5. Deslucía empero en gran parte estos méritos y adornos natura- les con otras acciones indignas y feas, pues solía valerse de algunas supersticiones y abusos infernales en sus enfermedades y achaques, per- mitiéndolos también en su reino para el mismo efecto y a los quitomes, que son grandes hechiceros y los tienen por sacerdotes de los gentiles y conservadores del reino y de las vidas. Y, aunque nuestros misione- ros le afearon este vicio y, por obedecerles, ofreció la enmienda y quitó unos pocos, después los volvió a sus lugares a proseguir en su maldito oficio, pareciéndole que si no lo hacía así, había de morir presto. Y aun la tía y hermana del mismo rey culparon a un muchacho de nuestra escuela, llamado Simón, atribuyéndole que había sido éste quien les descubrió a los Padres los secretos del reino, añadiendo que, si prohi- bían el que no hubiese quitomes, se moriría el rey luego

6. También afeaban mucho las prendas de Don García los vicio* de' ambición y crueldad, que son muy vecinas estas dos pasiones en quien tiene poder, y así andan siempre juntas. Era toda su ansia y des- velo mantenerse en e! reino con toda libertad y soberanía, sin que na- die le fuese' a la mano en cosa alguna ; y con el mismo hipo deseaba hacerle hereditario en su casa y descendencia, siendo desde «ab initio» electivo ; para lo cual mañosamente fué cogiendo los puestos y empa- rentando con todos los mayores señores de él. De aquí tuvo su origen la traición, siguiente, pues entre los pretensores de la corona, para después de sus días, había tres, que eran los má^ principales y de más séquito, es a saber: Don Lázaro, Don Alvaro y Don Pedro, todos hijos del rey Don Pedro II y he'rmanos de Don García I. Eran estos príncipes de muy generosas prendas y grandemente estimados del pue- blo y en quien tenían todos puestos los ojos para la elección futura, e-n falleciendo el rey ; el cual, por reconocerlo así, no se atrevía a mos- trar con ellos sus rigores, aunque vivía poco satisfecho de su afecto.

7. Empeño es más que vulgar, aunque sea en los reyes y príncipes, pretender hacer propio y despótico lo que se les da sólo en adminis- tración y por tiempo limitado, y más habiendo muchos interesados con

438

MISIüNKS CAPUCHINAS EN ÁFRICA

acción y buen derecho a la dignidad o cetro. Punto es ocasionado a muchas lides y debates y de que no se puede esperar suceso bueno y, aunque algunos lo han conseguido, han sido muy pocos y no sin gran- des zozobras, pues la tiranía siempre vive sobresaltada y en perpetuo tormento de misma y lo más común es cae'r de golpe con desdoro e ignominia al levantar el vuelo para remontarse ; Dejecisti eos, dice el Espíritu Santo por boca de David, dum allevafentur . Son los tales imitadores de Lucifer y sus secuaces, y así no es mucho se despeñen y precipiten con sus ministros.

8. Con todo eso llegó a conseguir el rey Don García el ver jura- do por príncipe y sucesor del reino su hijo Don Alonso, pero intervi- niendo muchos sobresaltos y la tragedia siguiente, en que pudo perder la vida él y toda su familia. Tal vez estando sentado en su trono real solía llegar a hablarle Don Lázaro, el mayor de los tres hermanos, y al tiempo de besarle la mano, le decía con disimulo y aparente gra- cejo: «Bien quisierais vos, Don Lázaro, sentaros en esta silla.» «Todo, señor, puede ser decía si vivimos», respondiéndole en el mismo tono. Esto por entonces pasaba por gracejo ; mas sin embargo cada uno procuraba vivir con cuidado. Llegó la ocasión de querer el rey casar una hija suya con Don Lázaro, juzgando sería medio éste para asegurarse de él y de sus hermanos ; mas no hizo caso de la proposi- ción ; de lo cual, aunque disimuló por entonces, quedó muy desazona- do el rey. Después trató de casar al príncipe su hijo con una hija na- tural del segundo hermano, que era Don Alvaro, marqués de Pemba, habida con cierta reina viuda, que entre aquellos señores negros no se repara en las bastardías, especialmente entre los inferiores al rey. Para tratar este negocio envió a Pemba a Don Pedro, que' era el tercero de los hermanos, y al fin se efectuó el casamiento.

9. Desde aquí pasó el rey a hacer jurar por príncipe heredero del reino a su hijo primogénito, Don Alonso, y para este efecto mandó juntar a todos los señores de la corte y con orden especial a Don Al- varo, marqués de Pemba, su consuegro. Salió el marqués con toda su gente, según costumbre, y, en llegando a San Salvador, como el rey se temía más de los tres hermanos que del resto de los otros señores y maníes, a ellos principalmente les obligó al juramento, el cual hicie- ron más por temor y violencia que por voluntad y gusto. Concluyóse la función y desde entonces quedó Don Alonso príncipe jurado del reino, pero los tres hermanos muy ofendidos y disgustados del caso, por ver frustradas sus esperanzas y que ya se les había cerrado la

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puerta a la pretensión en la elección futura. De ahí se siguió luego solicitar el despique para ver si podían volver a reintegrar su espe- ranza. Tomó a su cargo este empeño Don Pedro, por ser el más mozo y más ardiente, y, sin dar parte a los demás hermanos, aconsejándose con otros fidalgos sus parciales, de la misma edad, resolvió descargar su enojo y agravio, quitándole la vida al rey alevosamente.

10. Con este designio y mal acuerdo salió un día de casa Don Pe- dro y se fué a cierta iglesia por donde había de pasar el rey, con áni- mo de darle de puñaladas ; los confidentes anduvieron tan poco leales, o Dios que lo permitió así, que, antes de llegar el caso, ya había tenido el aviso el rey. Mandó prender a Don Pedro en el mismo sitio y des- pués a Don Lázaro, juzgando ser el principal autor de aquella cons- piración ; mandó asimismo prender a los fidalgos aliados y luego des- pachó un correo al duque de Bamba, que es el capitán general del reino, con orden que juntase gente de armas y se partiese a Pemba para prender a Don Alvaro. Fué el duque a toda prisa con su gente de milicia y plantó los escuadrones a vista de' la banza de Pemba ; envióle un recaudo al marqués, diciendo se diese preso por el rey y que no se resistiese porque le sucedería mal.

11. Salió el marqués, fiado eti su inocencia, y respondió que él siempre había sido muy obediente a su rey y lo era entonces, y por tanto, que no era necesario llevarle preso, pues él de su voluntad iría a ponerse' a sus pies ; además, que, siendo el motivo de la prisión la conspiración y alevosía de su hermano Don Pedro, residente en la corte, él no había tenido parte en el delito en manera alguna, pues la había ejecutado sin su consejo. Así lo declaró Don Pedro, tomándole la con- fesión delante del rey, diciendo que él sólo había sido el traidor y no sus hermanos Don Lázaro y Don Alvaro. El duque de Bamba, fiado en la palabra del marqués, se volvió con su gente, viendo arrancar al marqués con la de su parte' y encaminarse a la corte. Con este seguro, a poco más de dos jornadas tomó el marqués otra resolución y con- siderando su riesgo y el ánimo vengativo del rey, quiso ocurrir a su daño, ausentándose del reino y favoreciéndose de sus amigos. Torció el camino de la corte y se pasó al marquesado de Choa, que entonces estaba por el sonde de Soñó, rebelde al rey ; y con esta fuga, siendo inocente, se declaró por culpado y cómplice en el delito de su her- mano.

12. Pasados algunos días en las averiguaciones trató el rey de que se hiciese justicia en los autores de la conspiración y mandó les cor-

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MISIONES GAl'UCHINAS EN ÁFRICA

tasen las cabezas a Don Pedro y a Don Lázaro y también a un sobri- no áe éstos y a los fidalgo,s que ks siguieron en la traición, todos los cuales eran vecinos de San Salvador. A Don Alvaro se le sentenció en la misma pena, declarándole traidor y rebelde a su rey, y, si estuviera presente, se le hubiera quitado la cabeza como a los demás ; pero al ñn vino a caer en los lazos que le armaron y pereció infaustamente. Pidió este desgraciado príncipe auxilio a los portugueses para defen- derse d'e las asechanzas del rey ; ofreciéronsele y, pasando incautamen- te con un trozo de gente a unirse con los portugueses en Bamba, al tiempo que éstos iban a hacerle guerra al rey, como ya otras dos veces lo habían intentado por particulares motivos y permisión divina en castigo de la calumnia que fraguó contra los misioneros, que tantas veces lo habían estorbado, bien a costa de su salud y vidas, noticioso el duque por sus espías, salió con su ejército hacia el río Ambriz y le hizo frente con una emboscada ; acometiéronle furiosos y a pocos lances lo prendieron sin poderse resistir y luego inmediatamente le cortaron la cabeza en el mismo sitio.

13. De esta suerte acabaron los tres hermanos, tan amados y que- ridos del pueblo, y éste' es el fin y paradero ordinario de cuantos ma- quinan traiciones a sus reyes y señores naturales. Por tanto aconseja a todos el Sabio escarmienten y tíeman tan infaustos fines, pues son consecuentes a semejantes traiciones y alevosías : Time dotninutn, fili mi, et )'egem et cum detractoribus non commiscearís, quoniam repente consurget perditio eorum, et ruhvam utriusque quis novit? Con esto mantuvo el rey su corona, si bien la gozó después poco tiempo, por haber puesto término a sus días la mu^erte ; que éste es el fin y para- dero de las ideas humanas, del cual, según el Sabio, son los vecinos más cercanos los reyes y potestades : Omnis potcntatus brevis vita, y poco después : Rex hodie est et eras morietur. Gran motivo es éste para que todos vivan ajustados a sus muchas obligaciones ; pero juzgo son pocos los que se aprovechan de esta considetación saludable ; al fin de la vida lo llorarán con amargura y quizá sin esperanza de reme- dio, mas pues le hay mientras se viva : Praebete aur^s vos qui conti- netis nuiltitudiv es et placetis vobis in turbis nationum. Pues, como pro- sigue la Sabiduría ; Qui enim custodierint justa juste, justificabuntur, ei qui didicerint ista, invenient quid respondeant (138).

(138) Sap., «, 3 y 11.

LA MISIÓN DEL CONÜO

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14. De la muerte del rey Don García II no tenemos más noticia por haber salido antes de' sus tierras los Padres Fr. Antonio de Teruel y Fr. Buenaventura de Corella, que fueron los últimos españoles que asistieron en aquella misión ; pero se presume piadosamente sería con la prevención de los santos Sacramentos y el debido arrepentimiento de sus excesos pasados, respecto de haber reconocido su yerro en la calumnia contra los nuestros y haberle ofrecido al Prefecto cumplida satisfacción de todo y sujetarse a su consejo y dirección. Sucedióle en el reino Don Alonso, su hijo, como príncipe jurado, el cual comenzó a reinar felizmente y dando las muestras de bueno y católico rey, que veremos en e] siguiente capítulo.

CAPITULO XLIX

Dase noticia de los felices principios del rey Don Alonso, último de este nombre en el Congo; refiérense sumaria- mente los frutos espirituales de él y la vuelta para Es- pana de los Padres Fr. Antonio de Teruel y Fr. Buena- ventura de Corella.

1. Luego qufc entró a reinar Don Alonso, comenzó a dar mues- tras <Í€ muy fiel y leal hijo de la Iglesia católica romana, a que le ayu- daba mucho su natural apacible y la buena educación que tuvo desde su niñez en los nuestros. Amparólos mucho y procuró fuesen en au- mento las misiones, reconociendo el gran bien que' de ellas se le había seguido a aquel reino. Sobre esto escribió al Papa Alejandro VII y con tal eficacia y celo de la honra de Dios y exaltación de nuestra santa fe, que alentó a Su Santidad a enviarle luego seis religiosos de nues- tras provincias de Italia, con orden de fundar seminarios o colegios de mozos para que se criasen en ellos y aprendiesen letras y buenas cos- tumbres, dando el cargo de todo a los mismos religiosos. La Sacra Congregación de Propaganda Fide se ofreció a pagar el gasto y nom- bró en Lisboa un Procurador que cuidase de todo lo necesario y por ser tan interesado en esta buena obra el rey, se k' escribió ayudase también con alguna pensión.

2. No hay duda que si esto llega a efecto, como lo tengo por cierto, es el único remedio para la reducción de aquellas gentes, pues, criados los muchachos en doctrina y santas costumbres, como sabedores de las malas del país y prácticos en la lengua, pueden ayudar mucho y, más siendo sacerdotes, a los misioneros. Pero para que tenga el pia- doso lector nuevos motivos con que alabar al Señor omnipotente y co nozca cuán admirable es su piedad aun en regiones tan remotas y ane-

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

gadas en vicios y supersticiones, y también para nuevo aliento de cuan- tos se reconociesen llamados de Dios para tan santo y apostólico em- pleo, diremos brevemente alguna cosa de los grandes y maravillosos frutos que con la ayuda divina han conseguido en aquellas tierras nues- tros Capuchinos.

3. Primeramente se debe volver los ojo,s a cuanto se ha referido hasta aquí, que a la verdad es mucho y digno de toda ponderación por los inmensos trabajos que ha costado a los misionero?, en cuya cató- lica conquista acabaron sus vidas no sólo los Padres de quienes he- mos hecho mención, sino después otros muchos de gran virtud y per- fección. Después se debe' ponderar su celo y fervor en ampliar y dila- tar la fe por los demás reinos circunvecinos al del Congo, en que han trabajado y trabajan los nuestros desde entonces con infatigable soli- citud, sin embargo de la contrariedad de' los climas y peligros conti- nuos de la vida por mar y por tierra, siendo éstos de tan subidos qui- lates a veces y tantos en número, que en tierra pudieron decir se lle- garon a ver tan atribulados, que les congojaba la misma vida : Ita ut toederet nos etiam vivero, y en mar: Aquac praevaluerunt nimis, de cuyos peligros no dudó decir Stobeo : Quisquís mare navigat, is aut insanit, aut mendicus est, aut mori cupit.

i. Asimismo se debe atender a los infinitos errores, supersticio- nes y vicios que con su doctrina y ejemplo se han extirpado ; los tem- plos que se erigieron, las devotas y piadosas congregaciones que se fundaron ; los innumerables casamie'ntos que según el orden de la santa madre Iglesia se celebraron ; con cuya diligencia han apartado aque- llas gentes ciegas del infame vicio del amancebamiento, casi connatu- ralizado entre ellos, y reducídolos a vivir cristianamente por medio de los santos Sacramentos y continuas predicaciones. El número de los bautizados excede el guarismo y sólo Dios, a cuyos ojos todo está presente, lo puede comprender y saber. Cierto religioso aragonés, lla- mado Fr. Félix del Villar, que fué uno de los que pasaron al Congo en la segunda misión y después volvió a España, tuvo en esto alguna curiosidad devota y observó desde que llegó hasta que volvió, que en solos cuatro años que asistió en aquel r'eino, pasaban los bautizados por mano de los mismos religiosos de más de seiscientos mil, entre párvu- los y adultos. ¿Qué diremos de los que antes y después bautizaron, habiendo corrido hasta ahora desde el principio más de setenta años y más administrándose este sacramento continuamente? Júzguelo el pia- doso y démosle todos a Dios las gracias por ello, diciendo con S. Pa-

LA MISIÓN DEL CONGO

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blo : Benedictus Deus et Pater Doinini J esu Christi, Pater misericor- diarum et Deus totms consolattonis, qui comolatur nos in omni tribu- latione nostra, ut possimus et ipsi consolari eos qui in omni praessura sunt, per exhortationem, qua exhortamur et ipsi a Dea (139).

5. Al presente se hallan aquellas misiones en grande crédito y au- mento, pu'cs, sin embargo de ser difícil la conducción de los religiosos a aquellos reinos africanos, por tener tomados todos los puertos, unos los portugueses, otros los ingleses, franceses y holandeses, con todo eso mantiene nuestra seráfica familia en solo el reino del Congo una Custodia que es casi Provincia y en ella hay conventos de residencia en San Salvador, en Soñó, en Bamba, en Sundi y en otras partes del mis- mo reino, demás de los que hay en Angola y en otros reinos vecinos. Hoy corren dichas misiones por cuenta de' los Capuchinos de Italia y las tienen muy asistidas de fervorosos operarios, que se emplean ince- santemente en la conversión de las almas y extirpación de' los vicios. De los frutos restantes, hasta el año de 1658, en que llegaron a Espa- ña los Padres Fr. Antonio de Teruel y Fr. Buenaventura de Corella, que fueron los últimos que quedaron en el Congo, tratan, según tengo entendido, las relaciones de Italia, y por esta causa, como también por limitarme a solos los de mi nación, pongo fin a esta relación en este estado.

6. Trabajaron fielmente los dichos Padres en el tiempo que residie- ron en aquellas misiones ; después, en virtud de la comisión del Prefec- to y para poder estampar los libros que tenía trabajados el P. Fr. An- tonio, vinieron a Loanda para pasar a Europa. Allí se vieron con el Prefecto y recibieron su bendición y patente. Pero, antes de embarcar se para el Brasil, recelando habrían llegado a Portugal las cartas de los émulos de la misión y que las noticias se habrían extendido por los puertos y poblaciones de sus conquistas por donde habían de pasar, acordaron exhibirse al gobernador y Cámara de Loanda, pidiendo por un memorial se les diese una certificación y testimonio auténtico para su defensa y resguardo en razón de los buenos procedimientos y since- ridad de los nuestros en todos aquellos reinos, la cual se les concedió con mucho agrado, y de su contenido se arguye no sólo la verdad y sinceridad de los nuestros sino también lo mucho que han trabajado en aquellas partes y el crédito y estimación que tuvieron siempre' por su buen proceder y solicitud en el bien espiritual de todos. Dicha cer-

(139) II Corint., 1, 3-4

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AilSIOKES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

tificación original está «scrita t-n la lengua portuguesa, la cual, tradu- cida fielmente en castellano, es del tenor siguiente:

7. Certificación del Gobernador de Loando. «Luis Martínez de Soussa Chichoro, del Consejo de S. M., Comendador de Santa Maria de Ayroes, Gobernador y Capitán general de estos reinos de Angola, sus provincias y conquistas, etc. Certifico cómo al tiempo que vine a servir este gobierno, hallo residiendo en estas cristiandades que hay por los términos de este reino, a los Reverendos Padres Papuchinos misioneros, predicadores evangélicos, que con los dfimás fueron envia- dos de Roma por la Sacra Congregación de la Propagación de la Fe, los cuales continuaron en las dichas cristiandades en gran beneficio de las almas y aumento de' nuestra santa fe por tiempo de diez años, con forme ja orden de su misión, sufriendo y padeciendo gravísimas inco- modidades para la salud de la vida humana, demás de los peligros que corren los que andan entre bárbaros, como lo son los de esta Etiopia, adustos y contumaces. Y por la doctrina y buen ejemplo y su singular pobreza y humildad son los de este hábito aplaudidos y amados de Jos mismos bárbaros, cuyos potentados y aun de los más crueles y adustos en sus engaños y errores, me enviaron a pedir religiosos de esta Or- den, los cuales me consta han bautizado grandísimo número de paga- nos y que tienen iglesias, mandadas fabricar por los mismos señores de las tierras, y otros grandes misterios de que me tienen dado aviso por muchas veces. Y por ser estos religiosos en razón de lo dilatado de las tierras y número de los naturales, y ellos solos los que única- mente trabajan en la conversión de las almas , muy pocos respecto de lo mucho que hay a que acudir, no son los progresos mucho mayo- res. Y por cuanto me consta ser verdad todo lo feferido, mandé dar esta certificación jurada en Jos Santos cuatro Evangelios, firmada de mi mano y sellada con el sello de mis armas. Fecha en San Pablo de la Asunción o Loanda, en veinte de abril del año de mil y seiscientos y cincuenta y siete. Luis Martínez de Soussa Chichoro.» (140).

8. Con este instrumento tan fidedigno y de tanto crédito y abono de los nuestros en razón de su virtud, sinceridad y celo admirable de la salvación de las almas, partieron dichos Padres de Loanda ; hicié- ronse a la vela a los últimos <le abril y en espacio de un mes llegaron a la Bahía, que es puerto y ciudad principal de Brasil, adonde estu-

(140) Esta misma carta la ha copiado e! P. Anguiano en su obra : Epitome Itü torial y conquista espiritual del imperio abisinio..., Madrid, 1706, pp. 110-120.

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vieron dos mes«s aguardando embarcación para Lisboa, muy agasaja- dos de los Padres Recoletos d* nuestro S. P. S. Francisco, que llaman de San Antonio, y tienen una provincia separada de los de Portugal. En el ínterin salió de Loanda el Gobernador Luis Martínez df Soussa Chichoro con dos Padres italianos que venían a Roma por orden del Prefecto a negocios de la misión, y porque el viaje no careciese de tra- gedias y trabajos, como los demás, y se halle en el fin alguna propor- ción con los principios, sucedieron los lances siguientes.

9. Salió, pues, de Loanda dicho Gobernador con los dos religio- sos referidos y dos sobrinos suyos y el día de nuestro P. Santo Do- mingo, al amanecer, descubrieron tierra y cerca de ella un navio de ho- landeses. Acercóse éste con velocidad n la fragata en que iba el gober- nador con los demás que salieron en su compañía de Loanda, y a po- cos lances la apresaron los holandeses, alzándose con cuanto llevaba, que', según los prácticos, importó la presa más de un millón. Pelearon los portugueses valerosamente ; mas al fin murió el gobernador de un mosquetazo y otros camaradas suyos ; con esta desgracia desfallecieron los demás y se rindieron al holandés. Después mandó salir de la fra- gata a los religiosos y portugueses que habían quedado y los echaron en una isleta desierta, llamada de la Traición, para que pereciesen de hambre.

10. Tomó luego la fragata con ochocientos negros y lo demás que halló en ella y se' volvió a su factoría ; con esto quedaron destituidos de remedio humano ; enterraron en ella al gobernador difunto, habien- do alcanzado su cadáver por gran favor de los holandeses. Pasaron seis días en este trabajo, sustentándose de hierbas y alguna fruta o raíz que hallaron, al cabo de los cuales, viéndose perecer sin remedio, se alen- tó un marinero a vadear tres ríos muy caudalosos que entran en el mar, y de esta suerte atravesando algunas leguas, parte por agua y par- te por tierra, zozobrando entre mil peligros, llegó y dió aviso de lo que pasaba a una fortaleza de portugueses que llaman Copay. Admiráronse del valor del marinero y al instante alistaron una faluca con socorro competente y fueron por los de la isla ; después ¡os condujeron a la fortaleza y desde allí a la ciudad de Copaiba y a Pernambuco, de donde los religiosos italianos se embarcaron para Lisboa y desde allí pasaron a Roma.

11. No fué disímil a esta }a tragedia de los Padres Fr. Antonio d'e Teruel y Fr. Buenaventura de Corella, pues al cabo de los dos meses,

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

que residieron en la ciudad de Bahía, se les ofreció ocasión de embar- carse con el gobernador que había acabado su oficio y se volvía a Por- tugal. Este anduvo más prevenido en el viaje, escarmentado de lo que le había sucedido a Luis Martínez de Soussa Chichoro, y así hizo aprestar un navio nuevo propio de sesenta cañones y dos carabelas de mercaderes. Con esta armada salieron dichos Padres del puerto de la Bahía y, a pocas leguas de navegación, descubrieron dos navios pe- chelingues, que los fueron siguiendo todo el viaje con ánimo de lograr alguna presa y, como eran ligeros y no llevaban carga, a cada paso les tomaban a los portugueses el barlovento.

12. De esta suerte fueron corriendo su viaje sin atreveVs* los pe-

chelingues a explicar su designio con las armas, juzgando lograr sin fuego algo de la presa, con aguardar a que se ofreciese accidente en que se desviasen un poco las carabelas, las cuales y el navio del gober- nador corrían poco por venir muy cargadas de azúcar y de otros géne- ros. Hallándose, pues, a poco más de doscientas leguas de Lisboa, per- mitió Dios que el mismo día de' N. S. P. S. Francisco, cuando ya se daban los parabienes los pasajeros, repentinamente sobreviniese una borrasca tan fiera, que les duró cuatro días y les puso muchas veces a pique de anegarse.

13. Con este no esperado accidente se dividieron las embarcaciones, que fué lo que deseaban los pechelingues, y así uno de ellos cogió una carabela de los portugueses. Después se sosegó el mar y volvieron a descubrir los bajeles pechelingues con la presa, sin haberse persuadido hasta entonces que su designio era apresar las tres embarcaciones. En viéndolos los portugueses se fueron acercando a ellos, juzgando eran amigos; mas estando cerca, conocieron su engaño, porque acelerando el curso uno de ellos, se arrimó al navio portugués en que iban los re- ligiosos y el gobernador y comenzó a disparar. Pelearon por espacio de tres horas y fué tan reñido el combate, que' sin embargo de hallarse maltratado el pechelingue, después de una breve retirada que hizo para componer lao velas y jarcias, volvió segunda vez a pelear pero, inquie- tándose el mar con una borrasca repentina y la oscuridad de la noche, se puso fin a la contienda.

14. Apenas amaneció cuando los portugueses remendaron sus ve- las por haber quedado destrozadas de los cañonazos, a causa de que el enemigo, con deseo de lograr entera la presa, había asestado sus tiros a ellas para cortarlas. Pero, antes de comenzar a marchar, descubrieron a lo lejos otra nave pechelingue que en brevísimo rato les hizo frente.

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mas aunque intentó nuevo combate y aun abordarlas, no lo pudo con- seguir, porque con toda la diligencia posible se fueron arrimando al puerto de Andra, que es uno de las Islas Terceras, adonde se acogie- ron. En esta refriega pasada experimentaron los nuestros la protección soberana de la Reina de los ángeles pues, con llover sobre ellos y sobre los portugueses infinitas balas, ninguno recibió el menor daño y, aun- que al capitán del navio le pasó una bala de artillería por debajo de la»- piernas, no k' ofendió cosa alguna.

15. Todo lo cual se atribuyó con razón a la protección divina y a la intercesión de la que es Madre de misericordia, a quien procuraron obligar todos con devotos ruegos y súplicas, pues, demás de haber acu- dido en el discurso del viaje con edificación y provecho de sus almas a todos los ejercicios espirituales que hacían los religiosos, es a saber, a las misas, sermones y doctrina tres días cada semana y a los Sacra- mentos de la Penitencia y Eucaristía frecuentemente, ninguno faltó a rezar el Santo Rosario y Letanías de la Virgen Santísima, lo cual se hacía todos los días con sumo afecto y devoción. En comenzándose el combate, acordándose de infinitos ejemplares y no dudando ser medio eficacísimo para defenderse de todos peligros acudir a la Reina Santí- sima, determinaron que la gente de armas ocupase sus puestos para la defensa y los inhábiles se retirasen con los religiosos a rezar el Ro .sario de la Virgen Santísima para que de esa suerte, así como Moisés con su pueblo en la salida de Egipto, puesta la confianza en Dios y en su Santísima Madre, alcanzasen la victoria. Así lo experimentaron y con tal felicidad, que al contrario le hicieron mucho daño, sin recibir la menor lesión, excepto en las velas, en medio de llover por todas par- tes infinitas balas.

16, Por este medio libró Dios a sus siervos de tan manifiesto pe- ligro y de tan porfiado combate'. Ojalá que en todos nuestros trabajos y necesidades acudiésemos a su Santísima Madre, pues con eso expe- rimentaríamos sus favores y con tal abundancia que no dudó decir San Germán, Patriarca de Constantinopla, que : Nemo salutem consequitur. nisi per te, Sancta Virgo; nemo dohrum vacuus nisi te opitufante, Vir- go purissima; nemo beneficio aliquo divinitus afficitur, nisi te media- trice. Virgo castissima; nemo peccatis absolvitur nisr te patrocinante. Virgo quovh honor e ac laude dignissima. En la ciudad de Andra se de- tuvieron cuatro meses nuestros religiosos ejercitando su apostólico mi- nisterio, hasta que se les ofreció ocasión de venir a España. Arribó después un navio de ingleses al puerto y, sabiendo había de pasar a

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MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

Lisboa, se embarcaron en él ; pero, sobreviniendo unos vientos furio- sos, embocó el bajel por el estrecho de Gibraltar y, hallándose cerca de esta población, k rogaron al capitán les permitiese salir a tierra. El Padre Fr. Antonio de Teruel se hallaba con vehementes dolores de la gota por entonces, y también con poca salud el P. Fr. Buenaventura de Corella. Con esta ocasión, compadeciéndose de ellos el capitán, les dió la lancha y saltaron en tierra, agradeciéndole el favor, así porque llevaba orden de no desembarcar a ningún pasajero sino en Lisboa, como porque el tal era hereje y no esperaban de su natural tan singu- lar obsequio.

17. Desde Gibraltar vinieron dichos Padres a Cádiz, de donde se partieron para sus provincias. El P. Fr. Antonio para la de Valencia, adonde acabó su vida, ejercitado de trabajos y enfermedades contraí- das en la misión. El P. Fr. Buenaventura de Corella semejantemente acabó su carrera después de algunos años. Uno y otro fueron de aven- tajadas prendas y letras y de maravilloso celo de la salvación de las al- mas; por estos adornos y especialmente por el de su vida ejemplar fueron varias veces empleados en sus Provincias en los oficios de Guar- dián y Definidor con aprobación común ; el uno, en la de Valencia y el otro, en la de Navarra. El P. Fr. Antonio tengo entendido está s.epul- tado en el convento de Murcia adonde fué Guardián, y el P. Fr. Bue- naventura de Corella en el de Cádiz, a donde le cogió el mal de que murió, siendo confesor dej Excmo. Sr. Duque de Aveiro, General dt la Armada, el cual Je nombró por Vicario general de ella y se excusó de esa honra, aceptando sólo la de ser su confesor, por mandárselo h rbediencia y poder más libremente ejercitarse en las misiones. Cogió mucho fruto en los soldados con su ejemplo y predicación, y su muerte fué muy sentida de todos por tener en él padre, maestro y todo con- suelo (141).

(141) Del P. Buenaventura de Corella no poseemos otros datos que los aquí apuntados. El P. Teruel contaba solamente 17 años al vestir el sayal capuchino el 12 de junio de 1621. Se dedicó a la predicación con gran entusiasmo ; fué Guardián del -onvento de Tortosa y de Murcia y asimismo dos veces Definidor. Después de estar en el Congo, trabajando muy intensamente, se volvió a España, con lo» pretextos aparentes apuntados por el P. Anguiano, pero en realidad de verdad porque, puestas las cosas en el estado de tirantez en que se hallaban, por fútiles razones políticas y peligros que los portugueses se forjaban, era mejor a la marcha de la misión no hu- biese en ella españoles. Vuelto a su Provincia de Valencia se dedicó a completar los trabajos lingüísticos que había comenzado en el Congo y de los que ya hemos ha- blado. Finalmente, siendo Guardián de Murcia y Definidor Provincial falleció en di- cho convento el 17 de febrero de 1665 (Cfr. Crónicas de la Provincia de Valrncia. Parir H. )ip 101-107. Ms, del Archivo Provincial de Capuchinos de Valencia).

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18. Su arribo de estos religiosos a España fué el año de 1658. De- bérnosles gran parte de las noticias de esta relación y especialmente al Padre Fr. Antonio de Teruel, el cual fué fidelísimo observador de los sucesos de su tiempo y como testigo d.e vista refiere en su relación cuanto sucedió desde que llegó al Congo, el año de 1647, hasta el de 1658, en que volvió a España. De sus originales, de los del P. Fr. Juan de Santiago y de las Relaciones que se dieron a la estampa el año de 1649 en Madrid y fueron publicadas por Don José Pellicer de Tobar, Cronista mayor del señor rey Don Felipe IV, el Grande (142), se ha formado ésta ; a los cuales principalmente seguiremos en las restantes de la Zinga y del Benín, añadiendo las noticias que' por otras vías he- mos podido adquirir. Pero respecto de haberse ¡do dando la mano unas misiones a otras, formaremos la siguiente, que es la tercera en orden, de las relaciones de la Zinga, del Benín, de Arda y reinos de Guinea, con que concluiremos lo tocante a la Etiopia y a Ja solicitud de nues- tros Capuchinos de España en la conversión de sus naturales (143).

(142) Se refiere a ía conocida obra Misión apó^tólica al reino de Congo por la Seráfica Religión de los Capuchinos, Madrid, 1649. Como el mismo autor confiesa, las noticias que en ella da, le habían sido comunicadas por los propios misioneros capuchinos que entonces se encontraban en Madrid, PP. Angel de Valencia y Juan Francisco de Roma.

(143) Todas estas misiones, a cargo también y exclusivamente de los Capuchinos españoles, ocupan el segunda libro del manuscrito del P. Anguiano, como ya dijimos en el prólogo, y formarán también el segundo tomo de la historia de las Misiones Capuchinas en Africa.

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CAPITULO L

En que se da noticia del estado presente del reino del Congo hasta el año de mil setecientos y cinco y de varios X sucesos notables.

1. Las últimas noticias que he podido lograr para dar fin a esta cé- lebre misión y tan antigua que empezó desde el año de 1645 y de la cual han resultado otras muchas en aquellos reinos etiópicos de la costa occidental de Africa, me las participó desde Cádiz el año pasado de 1705 el R. P. Fr. Francisco de Pavia, hallándose allí de tránsito para Italia de vuelta del Congo donde ha residido por espacio de veintiocho años, habiendo sido dos veces Superior y Prefecto de dicha misión por dos septenios. De este testigo tan práctico y calificado por su mucha virtud y prendas, he sabido las noticias que aquí doy y son las siguien- tes (144).

«Jamás dice , ha dejado de enviar Ja Sacra Congregación de Pro- paganda Fide religiosos nuestros a predicar el Santo Evangelio en aquellas tierras, de los cuales hasta hoy se numeran doscientos y trein- ta y uno los que han cultivado el reino del Congo, sin los que han pa- sado a cultivar los reinos circunvecinos, cuales son el de Angola, el de Singúela, el de Dongo, el de Engobela, el de Matamba, llamado tam- bién de la Zinga. En otros reinos o islas de gentiles también hacemos

(144) Del mismo P. Francisco de Pavia publicó también el P. Anguiano otra ex- tensa carta en la que asimismo da muy interesantes noticias sobre la misión del Con- go y de los reinos circunvecinos. Las noticias de una y otra carta coinciden en su m.iy'or parte (Cfr. Epítome historial y conquista espiritual del imperio abisinio, o. c». pp. 122-140).

Del P. Andrés de Pavía, que no debe confundirse con el mencionado P. Francisco, pero que fué también misionero en el Congo los años 1685 a 1701, existe en nuestra B. N. de Madrid un interesantísimo diario que él tituló : Viaggio Apostólico alie Missioni delV Africa íM.<;. 3.165, ff 68r.— 132v.).

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MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

misiones, aunque de paso, porque nos lo permiten sus reyes, en los cuaks se bautizan millares de párvulos, de los cuaks es cierto que los más se salvan por morir en el estado de la inocencia, ya de viruelas, ya de otras enfermedades y epidemias, que comúnmente suelen padecer en aquella tierna edad.

2. «La última relación que envié a Roma de las almas convertidas y bautizadas por nuestros misioneros fué de ciento y ochenta mil y más. Los casamientos según el orden de la Iglesia fueron más de veinte mil. Continuamente se administra el sacramento del bautismo y en todas partes y no es fácil reducir a guarismo las almas que le han recibido desde que entraron los nuestros en aquellas tierras a predicar la fe. Mi- sioneros ha habido, que durante el tiempo de su precisa residencia, que son siete años, contaron quién cincuenta mil y quién sesenta mil y más. Incomparablemente fuera mayor el número de los bautizados, si se les. administrase este sacramento a los adultos que k solicitan. Pero a és- tos se les dificulta y no se les concede sino es en el artículo de la muer- te, y a los que se casan legítimamente y se pasan a vivir a las pobla- ciones donde hay cristiandad, iglesias y ministros de ellas, que les en- .señan a vivir católicamente. Porque de otra suerte es moralmente im- posible el que dejen las concubinas, las supersticiones e idolatrías con que se han criado y viven.

3. «No matan en estas tierras a los misioneros a hierro, como en otras partes, pero si con venenos fortísimos y muy cautelosamente. Más son de ciento los que han muerto con tal género de martirio ; de lo cual ni nos quejamos ni hacemos cargo a alguno, dejándolo correr por cuenta de Dios. Antes bien, en llegando la noticia de la muerte de algún misionero ocasionada del veneno, tiene no poco que hacer el Pre- fecto en modificar el celo de los otros que se ofrecen luego a sustituir el lugar del difunto, por si acaso les toca la suerte de alcanzar seme- jante martirio. Los blancos y los negros viven admirados de esto, vien- do que avanzan por los peligros de la vida siendo tantos y tan ciertos. Los ejecutadores de estas muertes son los hechiceros y ministros dia- bólicos, que viven en aquella gentilidad, aunque ocultos, a los cuales miran y atienden como a sus sacerdotes, predicantes y médicos, no obs- tante que con sus curaciones diabólicas matan a los más que se curan con ellos. Esos son capitales enemigos de los misioneros, y ésto» pre- dican continuamente contra sus infernales doctrinas, hechicerías, tor- pezas e idolatrías.

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i. «Estos hechiceros tienen varioss nombres, como son nganga en- gombos, catuanas, singuillas y otros semejantes ; todos tienen pacto explícito con el demonio y le hacen continuos sacrificios. Procuran des- truir cuanto edifican con su doctrina y ejemplo los misioneros y, a no ser por las continuas sugestiones de estos malditos hombres, es sin duda que estuvieran ya reducidos a la fe los más reinos de esa Etiopia inferior. Otro inconveniente gravísimo se experimenta en el Congo, que atrasa y aun impide mucho }os progresos espirituales y la predi- cación evangélica. Nace ese daño de ser electiva la corona y darse por votos de los maníes. Esa suele andar entre los descendientes de dos li- najes muy antiguos, cuyos apellidos son Quimolace y Quhnpongo y de uno y otro hay dilatada parentela. Estos se suelen hacer guerra entre y siempre viven opuestos tiranizándose las vidas, a cuya causa viven poco aquellos reyes y tienen destruido el reino, y tanto que no es hoy la mitad de lo que fué antiguamente. Suele suceder muchas veces ele- gir dos y tres reyes y levantarse de aquí un gran cisma, que no se apa- ga en muchos años, como al presente lo hay. Y aunque han trabajado mucho los misioneros para que se conformen y no destruyan el reino con sus continuas guerras y desavenencias, con todo eso no lo han po- dido conseguir por ser ordinariamente puntosos, vanos y tercos en sus dictámenes.

5. ((Al presente padece ese reino esa desdicha porque hay un rey llamado Don Pedro Alfonso, denominado Aguarosada Serclonia, el cual de muchos es obedecido, pero al mismo tiempo hay otro, que es su primo hermano, llamado Don Juan, hijo de otro Don Juan, dicho Sambantamba, que también fué rey. Este no se atreve a pasar de los montes de Quibongo para ¡a corte de San Salvador, temeroso de ser degollado. Deseoso, pues, de la paz y común sosiego de! reino, salí a la visita de nuestros conventos de residencia, haciendo de paso misio- nes, y procuré cuanto pude y a costa de no pocas leguas y trabajos, el que se concordasen y conviniesen en uno. Por último, ayudado de Dios y venciendo varias dificultades y llevando hartas pesadumbres, vine a conseguir de la mayor parte de los manicongos la uniformidad de los votos en la persona de Don Pedro Alfonso, y pasaron luego a aclamar- le, haciendo el sangamento y funciones de alegría que acostumbran.

6. «Mas como el partido de Don Juan estaba en el reino de Bula, me fué preciso pasar a él para que viniese en la elección. Allí vi y tra- té despacio a Don Juan, al cual, aunque parece le tocaba el reino, en fuerza de la elección, pero le hallé insensato, idólatra público e incapaz

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por sus delirios de reinar, según los establecimientos del reino. Todos los consejeros y manicongos del partido de éste alabaron a Dios y vi- nieron en la elección que se había hecho en la persona de Don Pedro Alfonso. Concordados los ánimos, salió como furia infernal, turbándolo todo, la princesa Doña Elena, que sintió a par de muerte el perder el dominio y autoridad que ejercía como reina por ser hermana de Don Juan. Pretendió esa princesa que, ya que su hermano estaba incapaz, eligiesen por rey al príncipe Don José, yerno suyo. Con esta novedad lo alteró todo y, aunque el yerno en lo exterior le aconsejaba desistie- se de la pretensión, no hubo forma de eso. Viendo yo en tan mal es- tado la materia, mi falta d,e fuerzas y salud, al cabo de tantas fatigas, les hice a todos la última reconvención, protestando delante de Dios hacerles cargo de todos los daños que por sus culpas venían al reino y de lo mucho que padecí y trabajé por concordarlos.

7. «Despedíme para proseguir mi visita, viendo que no podía ajus- tar nada por la mala y perversa cizaña que sembró en los ánimos la princesa Doña Elena. Antes de partirme supe y averigüé varios deli- tos suyos contra nuestra santa fe católica, con los cuales tenía escan- dalizado el reino. Tenía por suya cierta población en !a cual ella y sus consejeros se juntaban a idolatrar, invocando a los demonios y hacién- doles varios sacrificios por y por medio de sus hechiceros. Sabiendo ésto y reconociendo mi obligación, los amonesté y reprendí para que se enmendasen, pero, perseverando ella y ellos en sus maldades, pasé a excomulgarlos. Enviáronme diferentes embajadores, pidiéndome la absolución, pero siempre respondí que estaba pronto a dársela, siendo cierto su arrepentimiento, quitando los escándalos y dando plena satis- facción a la Iglesia y cumpliendo la penitencia que les impusiese. Da- ban buenas palabras siempre, pero no cesaron en sus malditas obras hasta que Dios ejecutó en ellos un castigo horroroso. La Doña Elena murió luego repentinamente ; lo mismo les sucedió a todos sus conse- jeros, publicando todos los demás haber sido castigo del cielo por sus idolatrías, desprecio de la excomunión y escándalo del reino. Asi mu- rieron estos infelices y con su muerte se pasaron los más de aquel par- tido a] de Don Pedro Alfonso que era temeroso de Dios y religioso en sus costumbres.

8. «Otro caso me sucedió parecido al referido en el gran ducado de Sundi, con el marqués de Esebo, llamado Don Duarte. Este, estando excomulgado por vivir muchos años había amancebado con una prima suya de la cual tenía hijas casaderas, no hacía caso de la excomunión ;

LA MISIÓN DEL CONGO

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a cuya causa me fué preciso publicarle vitando con todas las ceremo- nias que usa la Iglesia. Acudieron a el duque de Sundi, su tío, y otros señores, prometiendo de traerle a mi presencia, reconocido y arre- pentido, para lo cual le' concedí tres días de tiempo. Fué caso raro, que, apenas le publiqué excomulgado vitando en la iglesia, cuando en el lugar donde vivía se secó el río y también se secaron los frutos y sementeras y hasta los hombres se entristecieron de suerte, que per- dieron el color y parecían difuntos.

9. «Por último vino a mi presencia, al parecer humillado y arrepen tido, pidiendo la absolución, }a cual le concedí después de haberle apar- tado de la amiga y ofrecido casarse y cumplir las penitencias que le or- dené. Advertíle que mirase bien las promesas que hacía a Dios, el cual no puede ser engañado y tiene la mano levantada contra los contuma- ces y fementidos, que desprecian las censuras de la Iglesia, y no suele tardar en descargarla. Así le sucedió, volviendo a la mala amistad an- tigua, porque, después de cuatro semanas, yendo a dar una batalla al marqués de Pango, fué herido con cuatro flechas y luego murió sin confesión ni seña] de dolor de sus pecados.

10. «Es cosa lastimosa lo que sucede en este reino por las eleccio- nes, así de la corona como de los títulos, a los cuales confirma el rey y Jos eligen los vasallos. Tales elecciones, como son tan frecuentes, causan gravísimos daños en lo espiritual y temporal, porque con la gue- rra todo se perturba y no se atiende a lo espiritual, y las reducciones a la fe se ponen de mala calidad. En lo temporal es asimismo gravísi- mo el daño que recibe el reino y, según va, se puede temer que le pier- dan. En e] año de 1557, reinando Don Alvaro I de este nombre, le llegó a perder, y aunque después le volvió a recuperar, pero no todo. Des- pués poco a poco han ido perdiendo los reinos de los Ambendos o Abandos, Matamba, Angola, Quizama, Angoy, Cacongo, los siet^ rei- nos de Congere, Amolaza y los Papelungos, el Zaire, los Ancicos, An- zicana y Loango. Y en fin, no es hoy la media prte de lo que fué, aun- que el rey se intitula señor de todos esos reinos, mas no lo es.»

CAPITULO LI

1

En que se hace mención de los misioneros que hasta hoy ha enviado la Sacra Congregación al Congo desde que fueron a ese reino los primeros Capuchinos.

1. Prosigiñendo las noticias del capítulo precedente, dice así el Pa- dre Fr. Francisco de Pavía : «Las maravillas que Dios ha obrado por midió de Jos religiosos que han asistido en estas misiones, son tantas, que, si se hubiesen de referir, sería necesario hacer muchos volúmenes. Yo remití a Italia casi todos mis papeles, por lo cual y la gran falta de salud, no puedo extenderme todo lo que quisiera y me limito a las cortas noticias que aquí doy y de que al presente me acuerdo, que como han pasado tantos años, no es fácil acordarme de todas.

Del Padre Fr. Antonio de Sarrabeza, hijo de la Provincia de Tos- cana, se refieren varios prodigios y entre ellos, que predicando a los negros en ¡a lengua ambonda, todos le entendían como si les hablase en su lengua nativa, siendo de naciones y lenguas muy diversas. Tam- bién se refiere de este siervo de Dios que, yendo al imperio de Gan- guela a predicar la fe, pasando por el desierto adonde' no hay casa al- guna ni árbol, hallándose en su compañía muchos Pombeiros, que son negros mercaderes, esclavos de los criollos portugueses, les mandó juntar sus cargas y que ellos se acercasen a él por ser furiosos los vien- tos y grande la lluvia que les amenazaba. Fué cosa admirable que, con estar en campo raso, no cayó sobre ellos ni una gota de agua ni les perjudicó cosa alguna el viento con ser tan furioso.

2. «El P. Fr. Juan María de Pavía, de la Provincia de Bolonia, fué varón admirable ; por sus oraciones y méritos obró nuestro Señor mu- chos milagros y predijo el día de' su muerte y el de una niña natural de Loanda, ¡o cual, estando ambos buenos por entonces, se cumplió puntualmente, muriendo dicho Padre y el siguiente día la niña, que era

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MISIONES CAPUCHINAS F.N ÁFRICA

de pocos años, a la cual convidó para él cielo, diciéndola en presencia d€ su madre: «Vamos, hija, al cielo, que ya el Señor nos llama a su gloria.»

3. «El P. Fr. Benedicto de Lucignano, de la Provincia de Tosca- na, resplandeció en todas las virtudes y le honró Dios con singulares prodigios. Murió en Matamba y, apenas expiró, cuando toda la vacada de la reina Zinga, sin quedar una, salió del sitio donde estaba recogi- da y de dos en dos fueron berreando hasta la puerta de la iglesia, como si llorasen la muerte del santo Padre, y, después de un buen ra- to, se volvieron a su encerramiento. Esa misma diligencia, a la misma hora y en la misma forma, la repitieron las vacas en los dos dias si- guientes, causando suma admiración a toda aquella ciudad. Así como murió este santo religioáo, se apareció a dos amigos suyos vecinos de Loanda, a quienes pidió algunos paños de lienzo para curarse las lla- gas que padecía. Y, yendo a buscarlos, se les desapareció de la vista, pero con todo eso recogieron los paños y se' los enviaron al convento creyendo estaba ya en él ; pero, sabiendo que no había llegado ni se tenía noticia de él, cayeron en cuenta de que' había salido de este mise- rable mundo. Son muchas las jornadas que hay desde Matamba hasta Loanda y después se comprobó cómo a la misma hora y día en que expiró, se apareció a sus dos amigos.

i. «Fr. Francisco de Licodia, Religioso Lego de la Provincia de Siracusa de Sicilia, que fué compañero de nuestro General Fr. Inocen- co de Caltagirone, varón admirable en virtudes y prodigios, pasó des- pués a la misión del Congo, donde vivió muchos años, obrando Dios por sus oraciones y méritos en vida y después de su muerte muchos y grandes milagros, y tan continuos, que se le remitió orden por parte de la Sacra Congregación al Obispo de Santo Tomé para que los com- probase e hiciese información jurídica de ellos y de su vida admirable', para promoverle a }a beatificación, la cual ya se ha remitido a Roma, y, según se dice, son más de veinte los muertos que ha resucitado.

5. «Otro religioso, de cuyo nombre al presente no me acuerdo, ha- biéndose embarcado en el puerto de Loanda para el Brasil, murió a los cuatro o seis días y le sepultaron, como suelen, en el mar. Pero, ¡caso raro! ; a la misma hora se halló su cuerpo en la orilla de la playa de la Bahía del Brasil y de allí fué llevado a la catedral donde le dieron honorífica sepultura. Llegó el navio a ese puerto después de un mes y, preguntando a la gente de él si había muerto en él algún Capuchi- no, todos respondieron que sí, dando las señas de él y diciendo el día

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y la hora en que murió y fué sepultado en el mar, y todos conocieron haberle Dios llevado milagrosamente a tierra.

6. «No es menos prodigioso el suceso siguiente y es muy digno de notarse. Acaeció el año de 1692 hacer viaje para Lisboa desde Loanda el P. Fr. Juan de Belluno, hijo de la Provincia de Venecia, y pocos dias antes de descubrir tierra, murió. Fuéronle a amortajar para darle sepultura en el mar y le hallaron que tenía impresas en las manos, en los pies y en el costado las llagas, cosa que les causó suma admiración ; mas con todo eso, aunque con gran sentimiento de todos, lo echaron al mar. Depusieron de esto con juramento el capitán y marineros, como testigos de vista, después que llegaron a Lisboa, y, sabedor del caso el rey Don Pedro, los mandó llamar y los reprendió mucho porque no trajeron a Lisboa e} cadáver. Fué este bendito Padre gran misio- nero y por muchos años, primero, en las tierras de Venecia y después, en las del Congo, y en todas partes de sumo ejemplo.

7. «No digo más, aunque hay mucho que decir de otros muchos mi- sioneros que han muerto en estas tierras con fama común de varones santos, de los cuales los seculares, ya eclesiásticos ya seglares, blan- cos y negros, pregonan grandes maravillas de Dios, que les han visto obrar. Dos cosas no excuso decir y ambas notables : la primera es que hasta hoy no ha muerto misionero alguno, viviendo en el descanso del convento de Loanda, sino viniendo de fuera enfermos y desahucia- dos de remedio humano. La segunda es que, pasados veinte dias o poco más, aunque se abra la sepultura del último que fué enterrado en ella para sepultar otro religioso, jamás hasta hoy se ha visto en las sepultura sabandija alguna de las que suele haber en otras partes y aun en aquella ciudad. Sobre esta maravilla se añade otra y es que de las tales sepulturas sale, en abriéndolas, un olor muy suave, que admira a todos. Y asi, cuando se abre alguna sepultura, suelen acudir a la bó- veda donde están, que es muy capaz y tiene una muy buena escalera de piedra, los eclesiásticos, los religiosos y los seglares a ver y admi- rar esas maravillas, y hasta las mujeres entran sin horror en dicha bó- veda, sirviendo a todos de especial motivo para alabar a Dios. Muchos y admirables religiosos son los que aquí hay sepultados.»

8. Para conclusión de lo dicho me ha parecido conveniente hacer el siguiente catálogo de los religiosos que la Sacra Congregación de Propaganda Fide ha enviado al Congo desde el año de 1645 hasta el presente de 1705, donde se notan sus nombres, sus grados, sus provin-

468

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

cias, los años en que fueron y algunas particularidades que ocurrieron en sus viajes (145).

Año de 1645

El P. Fr. Buenaventura de Alessano, Predicador y Definidor, de la Provincia de Roma.

El P. Fr. Juan Francisco de Roma, Predicador y Custodio que fué de la misma Provincia.

El P. Fr. Jenaro de Ñola, Lector de Teología y Definidor, de la Pro- vin,cia de Nápoles.

El P. Fr. Buenaventura de Sorrento, Predicador y Definidor, de la Pro- vincia de Nápoles.

E] P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, Lector de Teología, Guardián, Custodio y Definidor, de la Provincia de Castilla.

El P. Fr. Juan de Santiago, Predicador y Maestro de nuevos, de la misma Provincia de Castilla.

El P. Fr. José de Antequera, Predicador, Maestro de novicios, Guar- dián y Definidor, de la Provincia de Andalucía.

El P. Fr. Angel de Valencia, Predicador y Guardián, de la Provincia de Valencia.

El P. Fr. Miguel de Sessa, Predicador, de' la Provincia de Aragón. E] Hno. Fr. Francisco de Pamplona, Redín, de la misma Provincia de Aragón.

El Hno. Fr. Angel de Lorena, de la Provincia de Toscana. El Hno. Fr. Jerónimo de La Puebla, de la Provincia de Aragón. To- dos tres Legos.

Año de 1646

El P. Fr. Buenaventura de Taggia, Predicador, de la Provincia de Gé-

nova, de la que fueron también los siguientes : El P. Fr. Francisco de Ventimilla. Predicador.

(145) La lista de los misioneros capuchinos que a continuación nos da el P. An- guiano, nos hará formar idea de la gran importancia que se dió a la misión del Congo. La Orden Capuchina envió durante sesenta años (1645-1705) nada menos que doscien- tos treinta religiosos.

Quizás esta lista se la haya facilitado al autor el mencionado P. Francisco de Pa vía. al enviarle juntamente las cartas copiadas.

Advertimos que en ella algunos nombres van repetidos en varias expediciones ; la razón es porque, habiendo regresado a Europa por distintos motivos, volvieron de nuevo más adelante a la misión.

Por otra parte, no pudiendo compulsar la exactitud de los nombres y sobre todo de los pueblos italianos de donde eran naturales los misioneros, los damos tal como los encontramos en el manuscrito del P. Anguiano.

LA MISIÓN DEL CONGO

469

El P. Salvador de Génova, Predicador. El Hno. Fr. Pedro de Dolceto, Lego.

Estos cuatro religiosos fueron presos de los holandeses y llevados a Amsterdam, y, como eran herejes, k quitaron la vida en el mar a pu- ros malos tratamientos al P. Fr. Salvador de Génova.

Año de 1648

El P. Fr. Dionisio d<r Piacenza, Predicador, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Carlos de Taggia, Predicador, de la Provincia de Génova. El P. Fr. Gabriel de Valencia, Predicador y varias veces Guardián, de

la Provincia de Valencia. El P. Fr. Antonio de Teruel, Predicador y Guardián, de la Provincia

de Valencia.

El P. Fr. Antonio Maria de Monteprandone, Predicador, de la Provin- cia de la Marca.

El P. Fr. Serafín de Cortona, Predicador y Definidor, de la Provincia de Toscana.

El P. Fr. Pedro de Ravena, Sacerdote, de la Provincia de Bolonia. El P. Fr. Jerónimo de Montesarchio, Predicador, de la Provincia de Nápoles.

El P. Fr. José de Pemambuco, Predicador, de la Provincia de Cas- tilla.

El P. Fr. Francisco de Veas, Predicador, de la Provincia de Castilla. El P. Fr. Juan María de Pavía, Predicador, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Buenaventura de Corella, Predicador, la Provincia de Aragón.

El Hno. Fr. Félix del Villar, de Ja Provincia de Aragón.

El Hno. Fr. Francisco de Licodia, de la Provincia de Siracusa.

El Hno. Fr. Humüde de San Félix, de la Provincia de Bolonia.

Año de 1651

El P. Fr. Juan Francisco Romano, Predicador y Definidor, de la Pro- vincia de Roma.

El P. Fr. Antonio de Sarrabeza, Lector de Teología, de la Provincia

de Toscana.

El P. Fr. Erasmo de Forno, Predicador, de la Provincia de Roma. El P. Fr. Esteban de Ravena, Sacerdote, de la Provincia de Bolonia.

47°

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

El P. Fr. Francisco María de Scio, Sacerdote, de la Provincia de Ge- nova.

El P. Fr. Bernardino Húngaro, Predicador, de la Provincia de' Roma. El P. Fr. Bernardino de Coniliano, Predicador, de la Provincia de Toscana.

El P. Fr. Bernardino de Roca Corneta, Predicador, de la Provincia de Bolonia.

El P. Fr. Luis de Pistoya, Sacerdote, de la Provincia de Toscana. El P. Fr. Jorge de Gela, Predicador, de la Provincia de Roma. El P. Fr. Jerón,imo de Luca, Predicador, de la Provincia de Toscana. El P. Fr. Andrés de Anciano, Predicador, de la Provincia de Umbría. El P. Fr. Francisco María de Volterra, Sacerdote, de la Provincia de Toscana.

El P. Fr. Gregorio de Oristán, Sacerdote, de la Provincia de Cer- deña.

El P. Fr. Angel de Ayacio, Predicador, de la Provincia de Córcega. El. Hno. Fr. Marcelo de Vaña Cavallo, de la Provincia de Bolonia. El Hno. Fr. Isidro de Milunico, de la Provincia de Nápoles. El Hno. Fr. José de Bassano, de la Provincia de Roma.

En este año tomó el hábito y después profesó en el convento de San Salvador, de orden de la Sacra Congregación, el P. Fr. Francisco de San Salvador, hallándose capellán mayor del rey Don García II y hermano legitimo del rey Don Alvaro V del Congo.

Año de 1652

El P. Fr. Jacinto de Vetralla. Predicador, de la Provincia de Roma, y Definidor.

El P. Fr. Marcelino de Pallano, Sacerdote, de la Provincia de Roma.

El P. Fr. Antonio de Lisboa, Sacerdote', de la Provincia de Roma.

El P. Fr. Buenaventura de Sorrento, Predicador, y Maestro de novi- cios, de la Provincia de Nápoles.

El P. Fr. Antonio de Gaeta, Predicador, de la Provincia de Nápoles.

El P. Fr. Antonio de Sarrabeza, Predicador y Definidor, de la Pro- vincia de Toscana.

El P. Fr. Benedicto de Lussiniano, Sacerdote, de la Provincia de Tos- cana.

El P. Fr. Bernardino de Sena, Predicador, de la Provincia de Tos- cana.

El P. Fr. Felipe de Sena, de la Provincia de Toscana.

LA MISIÓN DEL CONGÓ

El P. Fr. Crisóstomo de Génova, Predicador, de la Provincia de Ge- nova.

El f. Fr. Roque de Génova, Sacerdote, de la Provincia de Génova. El P. Fr. Clemente de Maenza, Sacerdote, de la Provincia de Roma. El P. Fr. Juan Francisco de la Fábrica, Sacerdote, de la Provincia de Bolonia.

El P. Fr. Juan Antonio de Montecucculo, Predicador, de la Provincia de Bolonia.

El Hno. Fr. Gil de Amberes, de la Provincia de Andalucía. El Hno. Fr. Ignacio de Valsasna, de la Provincia de Milán. El Hno. Fr. Francisco de Licodia, de la Provincia de Siracusa. El Hno. Fr. Leonardo de Nardo, de la Provincia de Otranto.

Año de 1660

El P. Fr. Bernardino de Sena, Predicador, de la Provincia de Toscana. El P. Fr. Angel de Florencia, Predicador, de la misma Provincia. El P. Fr. Victorio de Pistoya, Predicador, de la misma Provincia. El P. Fr. Juan Bautista de Saleyano, Lector de Teología, de la Pro- vincia de Roma.

El P. Fr. Arcángel de Viansano, Predicador, de la Provincia de Roma. El Hno. Fr. Gabriel de Veletri, de la misma Provincia.

Año de 1664

El P. Fr. Segismundo de Ferrara, Predicador, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Buenaventura de Cento, Predicador, de la misma Provincia. El P. Fr. Francisco María de Valscana, Sacerdote, de la Provincia de Píamente.

El P. Fr. Buenaventura de Espoleto. Predicador, de la Provincia de Umbría.

El P. Fr. José de Alatri, Sacerdote, de la Provincia de Roma. El P. Fr. José de Fano, Sacerdote, de la Provincia de la Marca. El P. Fr. Miguel del Burgo, Sacerdote, de la Provincia de la Umbría. El P. Fr. Miguel de Budrio, Predicador, de la Provincia de Bolonia. El P. Fr. Esteban de Melia, Sacerdote, de la Provincia de la Umbría. El Hno. Fr. Alberto de' Minerbio, de la Provincia de Córcega. El Hno. Fr. Miguel de Camerino, de la Provincia de !a Marca.

472

MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

Año de 1667

El 1". Fr. Crisóstomo de Génova, Predicador, de la Provincia de Ge- nova.

El P. Fr. Buenaventura de Salto, Predicador, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Dionisio de Piacenza, Predicador, de la misma Provincia. El P. Fr. Felipe de Caleció, Sacerdote, de la Provincia de Roma. El P. Fr. José María de Buceto, Predicador, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Crisóstomo de Quialonsa, Predicador, de la Provincia de Bretaña.

El P. Fr. Gregorio de Perucha, Sacerdote, de la Provincia de la Um- bría.

El P. Fr. Miguel Angel de Regio, Predicador, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Pablo de Monte Sanseverino, Predicador, de la Provincia de Toscana.

El P. Fr. Pedro de Barchi, Sacerdote, de la Provincia de la Umbría. El Hno. Fr. Bartolomé de Perucha, de la misma Provincia. El Hno. Fr. Miguel de Orvieto, de la Provincia de Roma. El Hno. Fr. Luis de Génova, de la Provincia de Génova.

Año de 1672

El P. Fr. Luis de Pistoya, Predicador, Definidor, de la Provincia de Toscana.

El P. Fr. Francisco María de Florencia, Predicador, de la misma Provincia.

El P. Fr. Andrés de Buti, Sacerdote, de la misma Provincia. El P. Fr. Ambrosio de Florencia, Sacerdote, de la misma Provincia. El P. Fr. Juan de Romano, Predicador, de la Provincia de Bressa. El P. Fr. Antonio de Piacenza, Sacerdote, de la Provincia de Bressa. El P. Fr. Tomás de Séstula, Predicador, de la Provincia de Lom- bardía.

El Hno. Fr. Plácido de Casino, de la Provincia del Abruzo.

Año de 1673

El P. Fr. Juan Antonio de Montecucculo, Predicador, de la Provincia de Bolonia.

El Hno. Fr. Gabriel de Veletri, de la Provincia de Roma.

LA MISIÓN DEL CONGO

473

Año de 1674

El P. Fr. Juan María de Udine, Predicador, de la Provincia de V^e- necia.

El Hno. Fr. Miguel de Camerino, de la Provincia de la Marca.

Año de 1676

El P. Fr. Miguel de Turin, Sacerdote, de la Provincia de Piamonte. El P. Fr. Fortunato de Viela, Predicador, de Ja misma Provincia. El P. Fr. Basilio de Verona, Predicador, de la Provincia de Venecia. El P. Fr. Jerónimo de Panaco, Sacerdote, de la misma Provincia. El P. Fr. Juan Bautista de Viela, Predicador, de la Provincia de Pia- monte.

El Hno. Fr. Plácido de Fossano, de la misma Provincia.

Año de 1677

El P. Fr. Pablo Francisco del Puerto, Predicador y Maestro de novi- cios, de la Provincia de Genova.

El P. Fr. José de Saona, Predicador y Maestro de novicios, de la misma Provincia.

El P. Fr. Juan Bautista de Malta. Predicador, de la Provincia de Si- racusa.

El P. Fr. Domingo de Saboyardo, Sacerdote, de la Provincia de Roma. El P. Fr. Francisco de Obada, Predicador y Secretario de la Provincia de Génova.

El P. Fr. Pablo de Lissano, Predicador, de la Provincia de Toscana. El P. Fr. Pablo de Varrase. Predicador y Procurador general de las

misiones de la Provincia de Génova. El P. Fr. Redempto de Ferentino, Sacerdote, de la Provincia de Roma. El P. Fr. Gil de Recio, Predicador, de la Provincia de Génova. El P. Fr. Pablo de Lissano, Predicador, de la Provincia de Toscana. El P. Fr. Pablo de Varrase, Predicador y Procurador general de las

misiones de la Provincia de Génova. El P. Fr. Gil de' Recio, Predicador, de la Provincia de Génova.

Año de 1678

El P. Fr. Francisco María de Pavía, Predicador, de la Provincia de Milán.

El P. Fr. Julio Francisco de Romañano, Predicador

474

MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA

El P. Fr. Jácome Francisco de Pavía, Sacerdote.

El P. Fr. Francisco de Pavía, Predicador, todos de la misma Pro- vincia.

El P. Fr. Querubín Milanés, Predicador, de la Provincia de Roma. El Hno. Fr. Clemente de Pavía, de la Provincia de Milán.

Estos seis religiosos se embarcaron en Génova para Lisboa en el navio de Nuestra Señora de Loreto y a los cinco días de navegación se encontraron con siete bajeles de moros de Argel sobre el cabo de Gata y pelearon desde la mañana hasta la noche, en cuyo combate que- daron heridos los Padres Fr. Francisco María, Fr. Julio Francisco y Fray Francisco. Pero como estuviese embarcado el P. Fr. Francisco María en el navio San Miguel del capitán Presea, que era poco fuerte, le abordaron los moros y cautivaron a dicho Padre herido y lo lleva- ron a Argel, adonde se dedicó a servir a los apestados cristianos y en cuyo santo ejercicio murió santamente. Ganó entonces para Dios al capitán comandante de la escuadra enemiga, que era un renegado, llamado el Bursa, de nación genovés, al cual reconcilió con la Iglesia, le confesó y dispuso para bien morir por haber salido mortalmente he- rido de ¡a pelea.

Año de 1681

El P. Fr. José María de Sestri, Predicador, de la Provincia de Génova. El Hno. Fr. Esteban Romano, de la Provincia de Roma.

Año de 1682

El P. Fr. José María de Buceto, Predicador, de la Provincia de Lom- bardía.

El P. Fr. Francisco de Sercharro, Lector de Teología, de la Provincia de Basilicata.

El P. Fr. Pedro de Coniliano, Predicador y Secretario de la Provincia de Venecia.

El P. Fr. Juan de Belluno, Predicador, de la misma Provincia. El P. Fr. Juan Bautista de Malta, Predicador, de la Provincia de Otranto.

El P. Fr. Bernardo de Saona, Predicador, de la Provincia de Génova.

El P. Fr. Pedro de Trisilico, Sacerdote.

El P. Fr. Gabriel de San Marcelo, Sacerdote.

El P. Fr. Roberto de Florencia, Sacerdote, todos tres de la Provin- cia de Toscana.

LA MISIÓN DEL CONGO

475

El P. Fr. Benedicto de Velbedere, Predicador, de la Provincia de Roma.

El P. Fr. Andrés de Venacó, sacerdote, de la Provincia de Córcega.

Año de 1683

El P. Fr. Amadeo de Vieno, Predicador, de la Provincia de Bressa. El P. Fr. Francisco de Beti, Predicador, de la Provincia de Cerdeña. El P. Fr. Jerónimo de Sorrento, Sacerdote, de la Provincia de Ña- póles.

Año de 1684

El P. Fr. Juan de Romano, Predicador, de la Provincia de Bressa.

El P. Fr. Francisco de Monteleón, Predicador, de la Provincia de Cer- deña, el cual murió siendo Prefecto de la Isla de Santo Tomé y hace Dios por él muchos prodigios.

El Hno. Fr. Luis de Turín, de la Provincia de Piamonte.

Año de 1687

El P. Fr. Tomás de Séstula. Predicador, de la Provincia de Lom- bardía.

El P. Fr. Angel Francisco de Milán, Sacerdote, de la Provincia de Milán.

El P. Fr. Leopoldo de Milán, Predicador, de la misma Provincia. El P. Fr. Joaquin de Florencia, Predicador, de la Provincia de Tos- cana.

El P. Fr. Juan de Mistreta, Predicador y Guardián, de la Provincia de Mesina.

El P. Fr. Esteban de Florencia, Sacerdote, de la Provincia de Toscana.

El P. Fr. Zacarías de Milán, Sacerdote, de la Provincia de Milán.

El P. Fr. Andrés de Pavia, Predicador, de la misma Provincia.

El P. Fr. Pablo de Montelongo, Sacerdote, de la Provincia de Génova.

El P. Fr. Basilio de Palermo, Predicador, de la Provincia de Palermo.

El Hno. Fr. Julio de Horta, de la Provincia de Milán.

E! Hno. Fr. Jerónimo de Florencia, de la Provincia de Toscana.

El Hno. Fr. Juan Bautista de Enego, de la Provincia de la Umbría.

Año de 1690

El P. Fr. Sebastián de Ayacio, Maestro de novicios, de la Provincia de Córcega.

476 MISIONES CAPUCHINAS tN ÁFRICA

El P. Fr. Juan de Beluno, Predicador, de la Provincia de Venecia. El P. Fr. Lucas de Caltanaseta, Lector de Teología, de la Provincia de Palermo.

El P. Fr. Bernardo de Mazareno, Predicador, Maestro de novicios y

Secretario de la Provincia de Siracusa. El P. Fr. Vicente María de Florencia, Lector de Teología y Definidor

de la Provincia de Toscana. El P. Fr. Domingo de Brando, Sacerdote, de la Provincia de Córcega. El P. Fr. Francisco de Colevechio, Sacerdote, de la Provincia de

Roma.

El P. Fr. Marcelino de Atri, Predicador, de la Provincia de Abruzo. El P. Fr. Jacinto de Florencia, Predicador, de la Provincia de Tos- cana.

El P. Fr. Jorge de Casalpuitolengua, Predicador, de la Provincia de Bolonia.

El P. Fr. Basilio de Palermo, Predicador, de la Provincia de Palermo.

El Hno. Fr. Gil de Palasso, de la misma Provincia.

El Hno. Fr. Hilarión de Frascati, de la Provincia de Roma.

Año de 1692

El P. Fr. Pedro Pablo de Valencia, Predicador, de la Provincia de Roma, con otros cuatro que por enfermos y por consejo de los mé- dicos no pasaron de Génova.

Año de 1693

El P. Fr. Miguel Angel de Nápoles, Predicador y Guardián, de la Pro- - vincía de Nápoles, y al presente Prefecto de las misiones del Brasil. El P. Fr. Francisco de Amalfi. Predicador y Guardián, de la misma Provincia.

El P. Fr. Jerónimo de Sorrento, Sacerdote, de la misma Provincia. El P. Fr. Dionisio de la Pieve, Predicador, de la Provincia de Córcega. El P. Fr. Francisco María de Cortona, Predicador, de la Provincia de Toscana.

El P. Fr. Bernardo de Nápoles, Predicador, de la Provincia de Ná- poles.

El Hno. Fr. Félix de Ñola, de la misma Provincia.

Año de 1694

El P. Fr. Francisco de Pavía, Predicador, de la Provincia de Milán. El P. Fr. Joaquín de Florencia, Predicador, de la Provincia de Tos- cana.

LA MISIÓN DEL CONGO

477

El P. Fr. Domingo de Brando, Sacerdote, de la Provincia de Córcega. El P. Fr. Luis de Fermo, Predicador, de la Provincia de la Marca. El P. Fr. Pablo María de Recanati. Predicador, de la misma Pro- vincia.

El P. Fr. Angel María de la Rocacontrada, Predicador, de la misma Provincia.

El P. Fr. José María de Mazerata, Predicador, de la misma Provincia. El P. Fr. Domingo de Yassi, Predicador, de Ja Provincia de Mesina. El P. Fr. Bernardino de Empoli, Predicador, de la Provincia de Tos- cana.

El P. Fr. Felipe de Sena, Predicador, de la misma Provincia.

El Hno. Fr. Carlos Francisco de' Milán, de la Provincia de Milán.

Año de 1695

El P. Fr. Bartolomé de Carru, Sacerdote, de la Provincia de Píamen- te con otros cuatro, de los cuales dos murieron en el camino y dos, pasada la enfermedad en Genova, llegaron al Congo el año de 1696. y son :

El P. Fr. Bernardo de Florencia. Predicador, de la Provincia de Tos- cana.

El P. Fr. Antonio María de Florencia, Sacerdote, de la misma Pro- vincia.

Año de 1697

El P. Fr. Salvador de Lagonegro, Sacerdote, de la Provincia de Ba- silicata.

El P. Fr. Pedro de Totino, Sacerdote, de la Provincia de Otranto. El P. Fr. Francisco de Vietro, Lector de Teología, de la Provincia de Basilícata.

El P. Fr. Juan María de Barleta, Predicador, de la Provincia de Tos- cana.

El P. Fr. Domingo de Zachi. Predicador, de la Provincia de Mesina. El P. Fr. Honorato de Ferrara. Predicador, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Luis de Fiorensola, Predicado-.-, de la Provincia de Lom- bardia.

El P. Fr. Tomás de Angucarri. Predicador, de la Provincia de la Umbría.

478

MIsrONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA

Año de 1698

El P. Fr. Antonio de Gradisca, Predicador, de la Provincia de Estiria. El P. Fr. Bernardo de Castel San Juan, Sacerdote-, de la Provincia de

Lombardía, con otros dos, que por enfermos no pudieron pasar de

Génova.

Año de 1699

El P. Fr. Carlos María de Massa de Carrara, Predicador, de la Pro- vincia de Bolonia.

El P. Fr. Bernardo de Gallo, Predicador, de la Provincia de San Angel.

El P. Fr. Carlos Felipe de Besanqon, Predicador, de la Provincia de Milán.

Año de 1700

El P. Fr. Isidro de Torrella, Sacerdote y Guardián, de la Provincia de Génova.

El P. Fr. Felipe de Alteta. Predicador, de la Provincia de la Marca.

Año de 1701

El P. Fr. Benedicto de Lentini, Predicador, de la Provincia de Sira- cusa.

El P. Fr. Buenaventura de Saviñano, Predicador, de la Provincia de Bolonia.

El P. Fr. Lorenzo de Luca, Predicador, de la Provincia de Toscana. El P. Fr. Bernardo de Sinigalia, Predicador, de la Provincia de la Marca.

El P. Fr. Daniel de Milán, Predicador, de la Provincia de Milán. El Hno. Fr. Antonio de Corta, de la misma Provincia. El Hno. Fr. Daniel de Milán, de la Provincia de Roma.

Año de 1702

El P. Fr. Lucas de Caltanaseta, Predicador, de la Provincia de Sira- cusa.

El P. Fr. Félix de Asculi, Predicador, de la Provincia de la Marca.

Año de 1703

El P. Fr. Francisco de Medina del Campo, Predicador, de la Provin- cia de Mesina.

LA MISIÓN DEL CONGO

479

El P. Fr. Francisco de Treina, de la misma Provincia.

El P. Fr. Miguel Angel de Rometa, Predicador, de la misma Provin- cia. Cautiváronle unos moros argelinos y, después de veinticuatro horas, fué libre por haber cogido su navio otra nave pechelingüe.

El P. Fr. Juan Pablo de Tiboli, Predicador, de la Provincia de Roma.

El P. Fr. Gabriel de Bolonia, Predicador y Guardián, de la Provincia de Bolonia.

El P. Fr. Custodio de Ravena, Sacerdote', de la misma Provincia.

Año de 1704

El Hno. Fr. Venancio de Venecia, de la Provincia de Venecia, con otros cinco religiosos, perseguidos por espacio de dos días de cor- sarios moros, se volvieron a sus Provincias.

Año de 1705

El P. Fr. Columbano de Bolonia, Predicador, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Agustín de Ravena, Sacerdote, de la misma Provincia. El P. Fr. Hipólito de Burgo San Donino, Predicador, de la Provincia de Lombardía.

El P. Fr. Ignacio de Capodefiume, Sacerdote, de la Provincia de Bo- lonia.

El P. Fr. Francisco María de Señi, Sacerdote, de la Provincia de Roma.

El P. Fr. Francisco de Collevechio, Sacerdote, de la misma Provincia. El P. Fr. Agustín de Ravena, Predicador, de la Provincia de Bolonia. El Hno. Fr. Diego de Monte Albedo, de la Provincia de la Marca.

Estas son las últimas noticias que he podido adquirir hasta hoy, de esta célebre misión del reino del Congo y de otros adyacentes, que con- tinuamente cultivan nuestros religiosos.

De' otras que de ella han resultado iremos dando noticia desde aqui, donde hallarán los piadosos cosas muy notables y de gran gloria de Dios y edificación de todos,

(

É

INDICE ALFABETICO

A

Abandos, reino de los, 263, 353, 413, 427-28, 461.

Agustín de Ravena, Cap., 479.

Agustinos (PP.), 9.

Alberto de Minerbio, Cap., 471.

Albornoz, Card. Bemardino, XX, 322 ss.

Alejandro VI, 316.

Alejandro VII, XX, 412, 445.

Almeida, Gabriel, 316.

Alfonso I del Congo, 6, 8.

Alfonso, Manuel, 216.

Alonso de Tolosa, Cap., 326.

Alvarez y Baena, J. A., XXXIV.

Alvaro I del Congo, 6, 10, 461; II, 6, 15-16; III, IX, X. 6, I5-I7; 19-20, 25;

—IV, 6, 25; —V, 6, 25, 78, 85, 279, 363, 368, 470; —VI, X, 6, 25-26, 78-79,

264, 368; —VII, 6. Amadeo de Vieno, Cap., 475. Ambriz, 66.

Ambrosio I del Congo, 6. Ambrosio de Florencia, Cap., 472. Ambrosio de Valencina, Cap., 61. Ambucia, 350.

Ambuíla, 86, 239, 350, 369, 404. Amolaza, reino de, 461. Ancicana, reino de, 461. Andeos, reino de los, 461. Andrada y Castro, Francisco de. 314. Andrés de Anciano, Cap., 470. Andrés de Buti, Cap., 472.

Como no es fácil poder compulsar la exactitud de muchos pueblos de donde fueron originarios los Capuchinos italianos que se citan, les damos tal y como los encontra- mos en el original. Asimismo, siendo tan vario el modo de escribir los nombres de las provincias y pueblos del Congo, los consignamos en un todo como nos los da el P. Anguiano

Se advierte también que, para evitar repeticiones inútiles, empleamos la abrevia- tura Cap., equivalente a Capuchino,

484

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

Andrés de Pavía, Cap., 457, 475.

Andrés de Venaco, Cap., 475.

Angel de Ayacio, Cap., 470.

Angel M.'^ de Cerdeña, Cap , 326,

Angel de Florencia, Cap., 471.

A.ngel de Lorena, Cap., 30, 32, 173, 469.

Angel Fr. de Milán, Cap., 475.

Angel M.^ de Rccacontrada, Cap., 477.

Angel de Valencia, Cap., XIX, 31-32, 39, 58, 151, 157, 236, 305 ss., 313 ss., 321 ss., 374, 468.

Angola, reino de, 3, 15, 29, 51, 66, 96, 102, 119 ss,, 234, 461.

Angoy, reino de, 461.

Antonio I del Congo, 6.

Antonio, Fr, O. F. M., 6-7.

Antonio de Ayamonte, Cap., 151, 157.

Antonio de Corla, Cap,, 478.

Antonio de Florencia, Cap., 477.

Antonio de Gaeta, Cap., 250, 470.

Antonio de Gradisca, Cap., XI, XII, XIII, 478.

Antonio de Lisboa, Cap., 276, 470.

Antonio de Lugagnano, Cap., 28.

Antonio de Padua (S.), 268.

Antonio de Piacenza, Cap., 472.

Antonio M.-'' de Monteprandone, Cap., XX, 164, 192, 277, 280, 374, 469, Antonio de Sarrabeza, Cap., 465, 469-70.

Antonio de Teruel, Cap., XV, XVI-XXIII, XXXV, 70, iii, 137, 164, 188, 192, 199, 206 ss., 215, 218, 225-26, 228-29, 239, 279, 285 ss., 291, 298-300, 322, 345, 347-49, 353, 356, 358, 385, 388, 393 ss., 401 ss., 428 ss., 441, 445 ss., 469.

Antonio de Torella, Cap., 28.

Antúnez de Portugal, Domingo, 4-5.

Añobón, isla de, 181.

Aquebunda, lago de, 66.

Arabia, 3-4.

Arcángel de Viansana, Cap., 471. Arda, 102, 453. Aveiro, duque de, 452. Avellaneda y Haro, García de, 317,

B

Baltasar de Lodares, Cap., XXXIV.

Bamba, ducado de, 15, 65, 67; misión de, 199, 233 ss., 235, 353 ss.

Bata, ducado de, 65, 199; misión de, 205 ss., 213 ss., 223 ss., 286.

Bartolomé de Carru, Cap., 477.

Bartolomé de Perucha, Cap., 472.

Bartolomé de Viana, Cap., 325.

Bataglini, Jerónimo, 28.

Basilio de Palermo, Cap,, 475-76.

Basilio de Verona, Cap., 473.

Basilio de Zamora, Cap., XXV.

Benedicto de Lentini, Cap., 478.

Benedicto de Lucignano, Cap., 466, 470.

Benedicto de Velvedere, Cap , 475.

Bengo, reino de, 65-67, 102.

ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS^ COSAS Y LUGARES

485

Benin, reino de, 65; misión de, 281, 307, 316, 321 ss., 325, 329 ss., 453.

Bernardino de Coniliano, Cap., 470.

Bernardino de Empoli, Cap., 477.

Bemardino de Hungría, Cap., 326, 332, 356-59, 470.

Bernardino de Roca Corneta, Cap., 470.

Bernardino de Sena, Cap., 470-71.

Bernardo de Bolonia, Cap., XXVI, XXVII, XXXIII.

Bernardo I del Congo, 6.

Bernardo de Castel San Juan, Cap , 478.

Bernardo de Florencia, Cap., 47*7.

Bernardo de Gallo, Cap., 478.

Bernardo de Mazareno, Cap., 476.

Bernardo de Nápoles, Cap., 476.

Bernardo de Saona, Cap., 474.

Bernardo de Sinigalia, Cap., 478.

Bonanza, Ntra. Sra. de, 35.

Brasil, 129, 13I5 236.

Buenaventura, don, 257.

Buenaventura de Alessano, Cap, XVI, XVIII, 28, 30-32, 129, 182, 276, 329 ss., 337, 355, 468.

Buenaventura de Carrocera, Cap., XXIV, XXV. Buenaventura de Cento, Cap., 471.

Buenaventura de Cerdeña, Cap., XVIII, 31-32, 47, 61, 84, 120-21, 130 134, 136, 138,

143-44, 199, 239 ss., 289, 296 ss., 353, 373, 388, 468. Buenaventura de Ciudad Rodrigo, Cap., XXIV, XXV, XXVI.

Buenaventura de Corella, Cap., XXXVI, 164, 199, 239, 254 ss., 266, 268, 359,. 441,

445 ss., 469. Buenaventura de Espoleto, Cap., 471. Buenaventura de Salto, Cap., 472. Buenaventura de Saviñano, Cap., 478.

Buenaventura de Sorreno, Cap., XI, 30, 32, 171-73, 199, 275, 410, 468, 470. Buenaventura de Taggia, Cap., 129, 468. Buen Viaje, Ntra. Sra. de, 61.

C

Cabo de Buena Esperanza, 3. Cabo Guardafui, 3-4. Cabo de las Palmas, 4. Cabo de Santa Catalina, 65. Cabo de San Vicente, 36. Cabo Verde, 3, 5.

Cádiz, 164, 167, 321, 329, 412, 452, 458.

Cacongo, reino de, 461.

Calamar, tierra de, 177 ss.

Calixto III, 4.

Calixto, don, 239.

Canarias, islas, 129, 168, 329-30.

Canónigos de S. Juan Evangelista, IX, 6

^áo, Diego, IX, 5.

Capuchinos (PP-), X-XI ss., misión de los, 15, 17-18, 25-27, 51, 421, etc.; expedicio- nes, 28, 32, 163-64, 326. Cardoso, Domingo, S. J., 237. Carli, v. Dionisio de Piacenza.

486

MIS. CAPS EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

Carlos Francisco de Besan^on, Cap., 478.

Carlos de Génova (o de Taggia), Cap., 164, 188, 191, 469.

Carlos M.* de Massa de Carrara, Cap., 478.

Carlos Fr. de Milán, Cap., 477.

Carmelitas Descalzos (PP.), 10, 15.

Cartagena de Indias, 167, 182-83.

Castro, Miguel de, 49.

Cavazzi, Juan Ant. de Montecúccolo, Cap, X, XIII, XIV, XIX, XX, XXII, 9, 70,

224, 276, 326, 412, 471-72. Cayenda, 67. Clemente VII, 9. Clemente VIII, 15, 322. Clemente de Maenza, Cap., 471. Clemente "is Pavía, Cap., 474. Clemente de Terzorio, Cap., XXII, 191. Clero indígena, XVIII ss. Coanza, 65.

Colimibano de Bolonia, Cap., 479. Congere, reino de, 461.

Congo, reino del, 4-6, 51; descripción, 65 ss ; vida y costumbres, 73 ss. Congregaciones piadosas en el Congo, 106, 109 ss., 115. Constantinopla, 332-33. Contreras, Antonio de, 226.

Correa de y Benavides, Salvador, 234-35, 263, 270. Crisóstomo de Génova, Cap., 471-72. Crisóstomo de Quialonsa, Cap, 472. Cuarenta Horas,, ejercicio de las, 264 ss. Custodio de Ravena, Cap, 479.

D

Dande, reino, 65-67, 102; misión, 42-f-2S, 430 ss.

Daniel de Milán, Cap., 478.

Diego I del Congo, 6, 9.

Diego de Monte Albedo, Cap., 479.

Dionisio de Piacenza, Cap , X, XII, XXII, 163, 188, 190-91, 469, 472.

Dionisio de la Pieve, Cap., 476.

Domingo de Brando, Cap , 476.

Domingo de Saboyardo, Cap., 473.

Domingo de Yassi, Cap., 477.

Domingo de Zachi, Cap., 478,

Dominicos (PP.), IX, 6, 9.

Doria, Juanetín, 314.

£

Eduardo de Alen<;on, Cap., XXII. Eforo, 4.

Ejercicios de devoción, 402 ss.

Embajada del rey del Congo al Papa, 305 ss.

ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS, COSAS Y LUGARES

487

Embucia, 239.

Enrique I del Congo, 6.

Enrique de Portugal, 4.

Encusu, marquesado de, 67, 208, 226; misión de, 253, 256, 259-60, 266, 285-86,

288-89, 292, 345 ss., 384, 388, 393 ss., 401. Erasmo de Forno, Cap., 326, 341, 469. Escuelas en el Congo, 136 ss , 402. Esebo, 278, 460. España, i8, 2-J, 162, 445, 453. Esquilo, 4.

Esteban de Feliú, Cap., XXIX. Esteban de Florencia, Cap., 475. Esteban de JVIelia, Cap., 471. Esteban de Ravena, Cap., 326, 430, 469. Esteban de Roma, Cap., 474. Estrabón, 4.

Eugenio de Flandes, Cap., 325. Eugenio de Valencia, Cap., 287. Eurípides, 4.

Eustaquio de Ravena, Cap., XXI.

F

Falconi, Juan Bernardo, 31, 45-47, 49, 51-52, 55, 58, 121, 123, 157. Felipe II de España, 15-16. Felipe III, X, 20, 26.

Felipe IV de España, XIX, XXXVI, 26-27, 29, 37, 167, 313 ss., 322 ss., 419.

Felipe de Alteta, Cap., 478.

Felipe de Caleció, Cap., 472.

Felipe de Híjar, Cap., 326.

FeUpe de Sena, Cap., 470, ¿^fj.

Félix de Asculi, Cap., 478.

Félix de Cantalicio (S.), Cap., 129-30, 154.

Félix de Granada, Cap., XXXIV.

Félix de Mareto, Cap., 18.

Félix de Mons, Cap., 313-14.

Félix de Ñola, Cap., 476.

Félix del Villar, Cap., 164, 446, 469.

FiEpinas, 31.

Florencio de! Niño Jesús, O. C. D., IX, 10. Fortunato de Viela, Cap., 473. Francia, 27, 162.

Franciscanos (PP.), IX, 5-7, 9, 14.

Francisco de Amalfi, Cap., 476.

Francisco de Asís (S.), 130, 154.

Francisco de Beti, Cap., 475.

Francisco de Cclevechio, Cap., 476, 479.

Francisco L. de Coriolano, Cap., 26, 270.

Francisco M de Cortona, Cap , 476.

Francisco M.' de Escio, Cap., 326, 47'o.

Francisco M." de Florencia, Cap., 472.

Francisco de Licodia, Cap.. 164, 264, 466, 469, 471.

Francisco de Medina del Campo, Cap., 478.

Francisco de Monteleón, Cap., 475.

488

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DBL CONGO

Francisco de Ovada, Cap., 473.

Francisco M.^ de Pav.'a, Cap., 457 ss., 465 ss , 468, 473-74, 476. Francisco de Pamplona, Cap., X, XXVII-VIII, XXXV, 30-32, 37, 40, 45, 47, 57, 157, 161-64, 167.

Francisco de San Salvador, Cap., 356, 368-69, 470; v. Roboredo, Manuel. Francisco M.'' de Señi, Cap., 479. Francisco de Sercharro, Cap., 474. Francisco de Treina, Cap., 479, Francisco de Valscano, Cap., 471.

Francisco de Veas, Cap., XXXVI, 164, 199, 239-40, 256-57, 266, 295-96, 298, 339,

34i> 349-50, 383, 385 ss., 401, 469. Francisco de Ventimiglia, Cap., 129, 468. Francisco de Volturra, Cap., 326, 470. Francisco de Zelento, Cap., 164. Froilán de Rionegro, Cap , XXXIV, XXXV. Fuenterrabía, 28.

G

Gabriel de Bolonia, Cap., 479. Gabriel de San Marcelo, Cap., 474.

Gabriel de Valencia, Cap., 164, 192, 199, 206, 215, 226, 228-29, 266, 285 ss , 296,

300, 469. Gabriel de Veletri, Cap., 471. Gabriel de ViUa del Foro, Cap., XXI. García I del Congo, 6, 437.

García II del Congo, 6, 25, 78-79, 200, 236, 279, 306 ss , 363 ss., 409-10, 436, 441, 470.

Garrán, C, XXIV.

Gaspar de Soria, Cap., 21.

Gaspar de Sos,, Cap,, 326.

Genebrardo, 7.

Georgia, 281, 410.

Gibraltar, 452.

Gil de Amberes, Cap., 471.

Gil de Palasso, Cap., 476.

Gil de Recio, 473.

Giacas o Giagas, 10.

Gobierno del Congo, 73 ss.

Gongo de Bata, 206-7, 287, 376,

Gregorio XV, X, 19, 21, 26-27, 412.

Gregorio de Ibi, Cap., XXX.

Gregorio de Oristán, Cap., 470.

Gregorio de Perucha, Cap., 472.

H

Haya (La), 160-61.

Hilarión de Frascati, Cap., 476.

Hildebrand de Hooglede, Cap , XI. XVI, XVII, 121, 129, 192, 277, 322, 369. Hipólito de Burgo San Donino, Cap, 479.

ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS, COSAS Y LUGARES

Holanda, 27, 50, 129, 159.

Holandeses herejes de Angola, 29, 119 ss., 127 ss., 234, 409. Homero, 4.

Honorato de Ferrara, Cap., 477.

Huandu, condado de, 199; misión de, 239, 245, 250, 288, 2Q0-92, 388, 402-3. Humilde de San Félix, Cap., 164, 169.

1

Ignacio di Capodefiume, Cap , 479. Ignacio de Valsasna, Cap., 471. Ildeíonse de Ciáurriz, Cap., 19, 163. Inglaterra, 162. Inocencio X, 307, 412. Intérpretes, 112 ss., 224 25. Isidoro de Minglonico, Cap., 326, 470. Isidoro de Torrella, Cap., 478. Isidro de Madrid, Cap, XXXIV. Italia, 27.

J

Jacinto de Florencia, Cap., 476.

Jacinto de Vetralla, Cap., 264, 276, 354-55, 418, 470. Jácome Francisco de Pavía, Cap., 474. Japón, 31.

Jenaro de Ñola, Cap, 28, 30, 32, 47, 332, 337 ss., 354-55, 373, 377 ss., 388-89, Jerónimo de Cerdeña, Cap., 326, 341. Jerónimo de Florencia, Cap., 475.

Jerónimo de La Puebla, Cap., 32, 60, 84, 349, 386-88, 401, 468. Jerónimo de Luca, Cap., 326, 341, 470.

Jerónimo de Montesarchio, Cap., XVI, 164, 192, 199, 259, 275, 277, 279, 469.

Jerónimo de Panaco, Cap., 475.

Jerónimo de Sorrento, Cap., 475-76.

jesuítas (PP.\ 9, 15, 409, 422, 437.

Joaquín de Florencia. Cap., 475-76.

jonghe, E. de, XXIl".

Jcrge de Gela. Cap , XIII, XVI, 289, 326, 373 ss., 470. Jorge de Casalpuitolengua, Cap., 476. José de Alatri, Cap., 471.

José de Antequera, Cap, 331-32, 58-59, 60-61, 468.

José de Bassano, Cap., 326, 470.

José M.^ de Boceto, Cap., 472, 474.

José de Carabantes, Cap., XXXVI.

José de Fano, Cap., 471.

José de Fermo, Cap., 264.

José de Jijona, Cap., 325.

José de Macereta. Cap., 476.

José de Madrid, Cap , XXXIV.

José de Milán, Cap , 28.

José de Nájera, Cap., XXXVI, 102.

490

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

José de Pemambuco, Cap., 164, 188, 192, 226, 256-57, 266, 285-86, 288, 290, 345,

348, 350, 383 ss., 388, 393, 401, 469. José de Savona, Cap., 473. José M.'' de Sestri, Cap., 474. Juan I del Congo, 6, Juan II de Portual, 5-7. Juan III de Portugal, 9. Juan IV de Portugal, 419. Juan, Fr., O. F. M., 6. Juan M.* de Barleta, Cap., 476. Juan M." de Belluno, Cap., 467, 474, 476. Juan Bautista de Enego, Cap., 475. Juan Francisco de Fábrica, Cap., 471. Juan Bautista de Malta, Cap., 473-74. Juan de Mistreta, Cap., 475. Juan Ant. de Montecúccolo, Cap., v. Cavazzi. Juan M.* de Pavía, Cap , 163, 199, 268-71, 465, 469.

Juan Francisco de Roma, Cap., XI, 28, 30, 32, 84, 138, 151, 157, 159, 236, 305 ss., 315,

321, 326, 329 ss., 337-39, 341, 374, 468 69. Juan de Romano, Cap., 472, 475. Juan Bautista de Saleyano, Cap., 471.

Juan de Santiago, Cap., XV, XVI, XVIII, XXII, XXXVI, 31-32, 38, 40, 61, 114, 138,

152-53) 170-71, i73> ^11 ss., 453, 468. Juan Pablo de Tíboli, Cap., 476. Juan M.^ de Udine, Cap., 473. Juan Bautista de Viela, Cap., 473. Julio II, 9.

Julio de Horta, Cap , 475.

Julio Francisco de Romañano, Cap.^ 473.

Junip>ero de San Severino, Cap., 326.

L

Labat, O. P., XII. Lelonda, río, 66.

Lengua del Congo, XIV ss., iii ss., 225, 277, 431. Leonardo de Nardo, Cap., 471. Leopoldo de Milán, Cap., 475. Lesseps, Fernando de, XI, XXII. Lisboa, 28, 129, 449.

Loanda, 29, 66-67, 102, 120, 233, 235-36; misión de, 263 ss., 353-55, 409 ss., 412 ss.

Loango, reino de, 461.

López, Baltasar, 31, 52.

López, Duarte, 8.

Lorenzo de Luca, Cap., 478.

Lorenzo de Toledo, Cap., XXVII.

Loze, río, 66.

Lorenzo de Caltaniseta, Cap., 476.

Ludovico de Pistoya, Cap, 326, 353, 356-57, 386, 393, 40i, 410, 472. Luis de Fermo, Cap., 477. Luis de Fiorensola, Cap., 477. Luis de Génova, Cap., 472. Luis de Turín, Cap., 475.

ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS^ COSAS Y LUGARES

491

M

Maccco, reino de, 277, 331-32, 354, 413.

Madrid, 30-31, 314, 316.

Mahomet IV, 333.

Manuel de Portugal, 8, 9.

Marabotte, Paulo, 313.

Marcelino de Atri, Cap., 476.

Marcelino de Pallano, Cap., 470.

Marcos de Guadalajara, O. C. D., 18-19, 21.

Marcos de Vique, Cap., XXIX.

Marín, Fr. Juan, O. F. M., 8.

Martín de Torrecilla, Cap., XXV, XXXIII, 184.

Aíartínez de Sousa Chichoro, Luis, 446 ss.

Matamba, 249, 461.

Matari, misión de, 277, 373 ss.

Mateo de Anguiano, Cap., X, XII, XXII ss., 178, 234, 369, 412, 457, 468. Mazangano, 67, 96, 119, 234, 245. Melchor de Pobladura, Cap., XXII, 18, 21. Melemba, río, 66.

Méndez de haro y Guzmán, Luis, 316.

Meneses, Sebastián de, 236.

Miguel de Budrio, Cap., 471.

Miguel de Burgo, Cap., 471.

Miguel de Camerino, Cap., 471, 473.

Miguel Angel de Ñápeles, Cap,, 476.

Miguel de Orvieto, Cap., 472.

Miguel Angel de Regio, Cap., 4-^2.

Miguel Angel de Remeta, Cap., 479.

Miguel de Sessa. Cap , 29 30, 32, 57, 157, 161-63, 468.

Monedas del Congo, 102.

Muñoz y Romero, T., XXXI.

N

Nassau, Mauricio de, 160; v. Orange, Príncipe de. Nicolás de Nardo, Cap., 276. Nicolao V, 4-5.

O

Obispos del Congo, 9-10.

Obispo para el Congo, XIX ss., 307, 309, 321 as. Ocaña y Alarcón, Gabriel, 31. Olivares, conde-duque de, 316, Onzo, río, 66.

Orange, Príncipe de, 157 ss., 236, 305 ss. Ortiz de Villegas, Diego, 9. Ovidio, 219.

492

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

P

Pablo de Lisano, Cap., 473.

Pablo de Montelongo, Cap., 475.

Pablo de Monte Sanseverino, Cap., 472

Pablo de Orihuela, Cap., XXX, XXXVII.

Pablo Francisco del Puerto, Cap., 473.

Pablo de Varrase, Cap., 473.

Paciencia (La), convento de, XV, XXXII, 325.

Paiva Manso, Vizconde, 6, 200, 216, 236, 296, 306, 325.

Pango, 65.

Pardo (El), convento, XXXII, 325,

Papelungos, reino de, 461.

Paulo V, IX, X, 15-16, 19, 26, 30, 412.

Pedro I del Congo, 6.

Pedro II del Congo, 6, 25, 353, 437,

Pedro III del Congo, 6.

Pedro de Barchi, Cap., 472.

Pedro de Coniüano, Cap., 4-^4.

Pedro de Dolcedo, Cap., 129, 469.

Pedro de Ravena, Cap., 164, 469.

Pedro de Totino, Cap., 476.

Pedro de Trisilico, Cap., 474.

Pedro Pablo de Valencia, Cap., 476.

PeUicer de Tobar, José, IX, XVIII-XX, XXXVI, 70, 325, 453.

Pemba, provincia de, 6, 65, 70; misión de, 345 ss., 349, 388, 397, 401 ss., 427 ss.

Penders, C, S. I., 289.

Pernambuco, 129, 159-60, 449.

Pinda, puerto, 5-6, 45 ss., 48, 51-52, 57-58, 83, 170-71, 330- Plácido de Casino, Cap., 472. Plácido de Fossano, Cap., 475. Portugal, 28, 236, 409-10, 419, 422. Puertovelo, 183.

Q

Querubín de Milán, Cap, 474. Quibangu, 67. Quizama, reino de, 461.

R

Raimundo de Figuerpla, Cap., XXIX. Rangel, Fr. Miguel, O. F. M , 15. Recoletos (PP. Menores), 421, 449. Redempto de Ferentino, Cap., 473, Redín, Tiburcio de, v. Francisco de Pamplona. Reyes del Congo, 6 ss., 14 ss , 25 ss. Roberto de Florencia, Cap'., 474.

ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS, COSAS Y LUGARES

493

Roboredo, Manuel, 85-87, 121, 192, 2895 v. Francisco de San Salvador. Roma, 9, 30, 129, 449-

Roque de Cesinale, Cap., XXII, 16, 31, 326. Roque de Génova, Cap., 471. Rospigliosi, Julio, 314. Rui de Sousa, 5, 7.

S

Sacramentos, modo de administrarlos, XV ss., iii ss., 224 ss.

Sáenz de Navarrete, Juan Bautista, 316.

Salvá y Malleu, R, XXXXI.

Salvador de Génova, Cap., 129, 469

Salvador de Lagonegro, Cap., 477.

Sanlúcar de Barrameda, 32, 35, 61.

San Salvador, 9, 15, 83 ss., 86, 93, 115, 137-38, 192, 295, etc.

Santa Leocadia de Toledo, convento, 325.

Santa María la Mayor, 16.

Santo Tomé, isla de, 9; obispado de, 9, 15.

.Sebapiián de Ayacio, Cap., 475.

Sebastián de Portugal, 15.

Scg-smundo de Ferrara, Cap., 471.

Serafín de Cortona, Cap., XX, 164, 199, 264, 266, 469.

Sevil'a, 3I; 167.

Silva, Antonio de, 15.

Silva, Daniel de, 46.

Silvn, Miguel de, 271.

Simar, Th., XXII.

SimpÚciano de Milán, Cap., 306, 322.

Sixto IV, 5.

Sixto V, 16.

Soñó, condado de, 5-6, 52, 58, 65, 67, 85; conde de, 5, 47-49, 143 ss., 151 ss., misión

de, 113, 11516, 137-38, 170-71, 199, 263 ss. Sousa, Gonzalo de, 5. Srayban, Francisco, 322.

Sundi, ducado de, 65, 199, 226; misión de, 275, 277, 279, 373.

T

Taberca, isla de, 191. Teles Barrer, Sebastián, 236. Terceros de S, Francisco (PP.), 422. Tomás de Angucarri, Cap., 477. Tomás Gregorio de Huesca, Cap., 325. Tomás de Séstula, Cap., 472, 475. Trejo, Card. Gabriel de, 18.

U

Ulloa. Fr. Martín de, 10. Umba, 66.

Urbano VIH, 25. 27-28, 129, 412.

494

MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO

V

Van Wing, J., S. I., 289. Venancio de Veneda, Cap., 479. Venero, 7.

Vera, Lope de, 238. Vicente M.^ de Florencia, Cap., 476. Victoria, Ntra, Sra. de la, 89. Victorio de Pistoya, Cap., 471. Vives, Juan Bautista, 16, 18, 26.

Vocabulario congolés, XVI-XVII, 277, 289, 369, 431.

Z

Zacarías de Florencia, Cap., 475.

Zaire, río, 5, 7, 10, 38, 65-66, 116, 169, etc.; reino del, 461. Zambre, 65. Zaragoza, 162-63.

Zinga, reina, 234-36, 245-46, 250, 253, 290, 388, 414, 453- Zombo, reino, 256, 258, 287, 396. ZuccheUi, V. Antonio de Gradisea.

El Congo: sus ciudades, montañas y rios, según Duarte López y F. PioAi etta (Rehlione del reame di Congo, Roma, 1591).

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El reino del Congo, según el P. Labat (Relatin

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