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OBRAS COMPLETAS

DEL EXCMO. SEÑOR

DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO

HISTORIA

DR LA

poesía HISPANÜ-AMERICANA

TOMO II

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HISTORIA

DE LA

POESÍA HISPiO-AMERlCAM

POR EL DOCTOK

DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO

Director de la Real Academia de la Historia

TOMO 11

MADRID

LIBRERÍA GENERAL DE VICTORIANO SUÁRE2 Calle de Preciados, 48

1913

»V^í-

O-^

ES PROPIEDAD

Madrid. Imp. de Kortanet. Libertad, 29.— Teléfono 991.

CAPITULO SÉPTIMO

COLOMBIA

La cultura literaria en Santa Fe de Bogotá, destinada á ser con el tiempo la Atenas de la América del Sur, es tan antigua como la conquista misma ( I ) . El primero de sus escritores es precisa- mente su fundador, el dulce y humano cuanto rumboso y bizarro abogado cordobés Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador y Adelantado del que llamó Nuevo Reino de Granada. Como hombre de letras que era en sus principios, manejó alternativamente la pluma y la lanza, y fruto de sus ocios fueron unas Memorias ó com- pendio historial de sus conquistas, que llamó Ratos de Stiesca; libro que en 1 568 estaba para imprimirse, según consta por Real cédula; libro que existió hasta nuestros días en América y en España, que quizá existe hoy, aunque no sepamos á punto fijo su paradero, y

(1) D. José María Vergara y Vergara, varón digno de buena memoria, cris- tiano y simpático ingenio, prosista ameno é investigador diligente, aunque muy dado á la improvisación ligera en todas materias, publicó en 1867 una Historia de la Literatura en Nueva Granada, desde la conquista hasta la inde- pendencia (153S-1820), obrita digna de aprecio como primer ensayo y punto de partida para investigaciones ulteriores. En sus páginas se encuentran abundantes noticias de casi todos los autores que florecieron en el Nuevo Reino antes de 1820; pero es libro que ha de consultarse con cautela, porque abunda en errores de hecho. De todos modos, no habiendo sido sustituido hasta ahora por" otro alguno, á sus noticias tenemos que acudir para los pri- meros tiempos, ampliándolas y rectificándolas con el fruto de nuestra propia indagación. La obra de Vergara ha sido reimpresa con prólogo y anotaciones de nuestro amigo el elegante poeta colombiano, D. Antonio Gómez Restrepa (Bogotá, 1905).

Mbk¿sdez t V-ELkYO.- Poesía hispano-aniericana. II. i

8 CAPÍTULO SÉPTIMO

que parece haber servido de fondo á las narraciones de otros cro- nistas, empezando por el más antiguo de todos, Juan de Castellanos. Escribió también el piadoso Adelantado unos sermones de las festi- vidades de Nuestra Señora, para que se predicaran los sábados de Cuaresma en la misa que ordenó que se dijera por las almas de los conquistadores. D. Juan Bautista Muñoz vio además unos Apunta- mientos 6 correcciones suyas sobre las historias de Paulo Jovio; y recientemente el Sr. Jiménez de la Espada, aventajadísimo entre nuestros americanistas, ha dado á conocer un Epítome de la Con- quista del Nuevo Reino, que es de Ouesada, á lo menos en parte, y diverso de los Ratos de Suesca. Una curiosísima noticia de Juan de Castellanos en el canto xiii de la 4.^ parte de sus Elegías, reciente- mente descubierta y dada á luz con el título de Historia del Nuevo Reino de Granada (l), nos autoriza también para poner al Adelan- tado en el catálogo de los poetas ó versificadores, con la circuns- tancia de haber sido partidario de la escuela de Castillejo y de los metros antiguos contra el endecasílabo italiano. Sobre esto tenía grandes pendencias con Juan de Castellanos:

Y esta dificultad hallaba siempre Jiménez de Quesada, licenciado, Que es el Adelantado deste Reino, De quien puedo decir no ser ayuno Del poético gusto y ejercicio;

Y él porfió conmigo muchas veces Ser los metros antiguos castellanos Los propios y adaptados á su lengua, Por ser hijos nacidos de su vientre,

Y éstos advenedizos adoptivos. De diferente madre y extranjera; Mas no fundó razón, porque sabía Haber versos latinos, que son varios En la composición y cantidades,

Y aunque con diferentes pies se mueven, Son legítimos hijos de una madre,

Y en sus entrañas propias engendrados; Como lo son también en nuestra lengua, Puesto que el uso dellos es moderno...

(i) Tomo i, págs. 366-67.

COLOMBIA g

Al mismo parecer se inclinaba otro poeta improvisador que an- daba entre los conquistadores; de quien da Castellanos larga noticia. Llamábase el tal Lorenzo Martín,

... aquel que dio principio AI pueblo hispano de Tamalameque.

Éste fué valentísimo soldado,

Y de grandes industrias en la guerra.

El cual bebió también en Hipocrene

Aquel sacro licor que manar hizo

La uña del alígero Pegaso

Con tan sonora y abundante vena,

Que nunca yo vi cosa semejante,

Según antiguos modos de españoles;

Porque composición italiana,

Hurtada de los metros que se dicen

Endecasílabos, entre latinos.

Aun no corría por aquellas partes;

Antes cuando leía los poemas

Vestidos desta nueva compostura,

Dejaban tan mal son en sus oídos,

Que juzgaba ser prosa que tenía

Al beneplácito las consonancias.

Con ser tan puntual esta medida

Que se requiere para mayor gracia

Huir las colisiones de vocales.

Y el Lorenzo Martín con ser extremo

En la facilidad al uso viejo,

Al nuevo no le pudo dar alcance.

Y ciertamente que si todos los endecasílabos que pudo alcanzar el pobre Lorenzo Martín eran de la fuerza de estos y otros tales de su compañero Castellanos, no le faltaba razón para quejarse de que dejaban mal son en sus oídos ^ y para renegar de la nueva conipos' tura y volverse á sus «coplas redondillas repentinas», de las cuales era manadero redundante, y con las que alentaba el ánimo y dis- traía el hambre de sus compañeros en los trances más duros de la conquista. Castellanos nos da una muestra de estas improvisaciones en el canto xvii:

I o CAPITULO SÉPTIMO

Sus, SUS, hermanos míos; Trastornemos y busquemos Algo así que reformemos Los estómagos vacíos. Sacad de flaqueza bríos, Aunque estéis puestos de lodo, Si no queréis que del todo. Nos quedemos patifríos.

Tenemos las camisetas Flojas, y anchos los jubones; Pretinas de los calzones Encogen las agujetas. Todos bailamos sambetas Al son de los estrompiezos, Y tenemos los pescuezos Más delgados que garcetas.

Quedan de los cerviguillos Solamente los hollejos; Los más mancebos son viejos En rostros y colodrillos. Nuestros vientres tan sencillos, Que ternía cada uno Por liviano desayuno Menudo de dos morrillos.

Los pasos que dais oblicos, Flojos, remisos y tardos. Se volverán en gallardos En cebando los hocicos. En esto seréis más ricos Que aquel Herodes Antipas, Y sosegarán las tripas Que nos hacen villancicos.

(O

Nada de esto es poesía ciertamente; pero ¡cuánto agrada encon- trar en aquel pequeño grupo de heroicos españoles perdidos en las soledades de los Andes un eco de las contiendas literarias que en la Península traían los petrarquistas enamorados del arte italiano, con ¡03 partidarios de la medida vieja!

(i) Tomo II, págs. 50-52.

COLOMBIA 1 1

Eran los primeros pobladores del Nuevo Reino, según expresión del mismo Castellanos,

Gente llana, fiel, modesta, clara, Leal, humilde, sana y obediente.

A lo selecto de esta población, que no había manchado su con- quista con ninguna de las ferocidades y excesos de sórdida codicia que anublaron la gloria de la del Perú, correspondió desde el prin- cipio la paz inalterable en que vivió aquella colonia, la moderación de su gobierno, la templanza de las costumbres y lo arraigado de las tradiciones domésticas, más fáciles de conservar en una pobla- ción agrícola y sedentaria, aislada en la meseta de los Andes y se- parada de la costa por inmensos desiertos y ríos caudalosísimos, que en la muchedumbre abigarrada y levantisca que acudía á los puertos ó á las grandes explotaciones mineras.

A tal estado de cosas acompañó desde muy pronto el celo por la común instrucción, y aunque es cierto que el virreinato de Santa Fe no participó de los beneficios de la imprenta hasta el siglo xviii, quedando en esto muy inferior á México y Lima, también lo es que tuvo desde los primeros días establecimientos de enseñanza. Ya por Real cédula de 2^ de Abril de 1554 se mandó á la Chancillería del Nuevo Reino proceder al establecimiento de un colegio para indios. Otra cédula de 1 8 de Febrero de 1555 mandó crear otro colegio para huérfanos españoles y mestizos. El Seminario de San Luis, fun- dado por el Obispo D. Fr. Luis Zapata de Cárdenas, obtuvo orga- nización definitiva en 1592, en tiempo de su sucesor D. Bartolomé Lobo Guerrero, y de él se encargaron los jesuítas, que le rigieron hasta su expulsión en 1 765, con estudios de artes, gramática y teo- logía y una cátedra de lengua muisca. Los dominicos, primeros re- ligiosos que habían penetrado en el Nuevo Reino con el x'\delantado Jiménez de Quesada, de cuyo nombre es inseparable el de Fr. Do- mingo de las Casas, enseñaban en su convento gramática desde 1543, y artes y teología desde 1 5 72. Estos estudios fueron la base de la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás, que no llegó á existir definitivamente hasta 1627, después de largo y reñido pleito ganado por los dominicos contra los jesuítas. Estos, no obstante,

12 CAPITULO SÉPTIMO

continuaron llamando á su colegio Universidad Xaveriana, y suce- sivamente establecieron otros en Honda, Pamplona, Tunja, Carta- gena y Antioquía, hasta el número de 13. Con ellos, y los que te- nían los dominicos, y el de San Buenaventura y otros que fundaron los franciscanos, llegó á haber 23 en todo el Nuevo Reino, siendo de los más importantes por su dotación el del Rosario, fundado en 1653 por el Arzobispo D. Fr. Cristóbal de Torres (l).

De este modo, y á pesar de la enorme dificultad de tener que 'enviar á la Península todo libro ó papel para imprimirse, lo cual fué causa de que muchos quedasen inéditos, pudo Nueva Granada dar á la bibliografía española del siglo xvu un número de escritores no insignificante, ya teólogos, ya juristas, ya arbitristas, como Luis Brochero, ya autores de crónicas, como Rodríguez Fresle y el agustino Fr. Andrés de San Nicolás, ya verdaderos historiado- res, como el Obispo Piedrahita, cuya obra, aunque impresa en los peores días del siglo xvii (1688), no se resiente mucho en el estilo de la corrupción literaria de aquel tiempo (2), ya gramáticos de lenguas indígenas, como el dominico Fr. Bernardo de Lugo, y los jesuítas José Dadey y Francisco Varaix, alguno de los cuales llegó á versificar en el idioma de los chibchas ó de los muiscas.

Los monumentos de la poesía castellana en el virreinato de Nue- va Granada son escasísimos, y el más importante, sin comparación, entre todos ellos, es el más antiguo, que aquí, por ser nacido en España su autor, sólo puede entrar como de soslayo. Fácilmente se entenderá que me refiero al beneficiado de Tunja, Juan de Castella-

(i) En el libro de D. Vicente G. Quesada, La vida intelectual en la America Española durante los siglos XVI, XVII y XVIII (Revista de la Universidad de Buenos Aires, t. xi), pueden verse noticias más detalladas sobre la Universi- dad de Bogotá (p'igs. 89-98) tomadas principalmente de la Historia de la provincia de San Afitotiio del Nuevo Reino de Granada, del orden de predicado- res. Por el P. M. Fr, Alonso de Zamora, su cronista, hijo del convento de Nues- tra Señora del Rosario de la ciudad de Sania Fe, su patria. Barcelona, Joseph Llopis, 1 70 1, folio.

(2) Historia General de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada. Edi- ción hecha sobre la de Amberes de 1688. Bogotá, Imp. de Medardo Riv.is, 1881. Con un excelente prólogo de D. Miguel A. Caro.

COLOMBIA ^3

nos, infatigable rapsoda, que en más de 1 50.000 endecasílabos, unos rimados y otros sueltos, nos dejó escritas todas las entradas y con- quistas de los españoles en las Antillas, en Costa Firme, en Nueva Granada y en la gobernación de Popayán, con los nombres, proezas V casos trágicos de todos los descubridores, capitanes y aventureros. Es el poema más largo que existe en lengua castellana (aun incluido el Templo Militante y Flos Sanctorum, de Cairasco), y quizá la obra de más monstruosas proporciones que en su género posee cualquier literatura. Sólo alguna crónica rimada, francesa ó alemana, de los tiempos medios, puede irle á los alcances en esto de la extensión, con la diferencia de ser ellas, por lo común, mera compilación de textos anteriores en prosa ó en verso, al paso que la obra de Cas- tellanos es de todo punto original, y en parte se refiere á hechos que el mismo autor presenció ó que oyó contar á testigos fide-

dignos.

La patria de este versificador irrestañable, á quien no pueden negarse algunas dotes de poeta, consta en el canto segundo de su elegía vi, y se ha confirmado por el hallazgo de su partida de bau-

tismo:

Y un hombre de Alanis, natural mío...

Nació, pues, en 1522, en Alanis, pueblo del Arzobispado de Sevilla, quedando así deshecha la absurda opinión que le suponía nacido en Tunja, ciudad que no se fundó hasta 1539- Su vida esca- samente puede rastrearse por las indicaciones que acá y allá dejó esparcidas en sus Elegías, aunque, ya por modestia, ya por otras causas, gusta de hablar de los otros mucho más que de propio. Lo averiguado es que pasó en edad temprana á Indias, que anduvo peregrinando por diversas partes de Costa Firme, que demoró largo tiempo en las pesquerías de perlas (y esclavos) de Cubagua y el golfo de Paria, que luego encontró una especie de Capua ó paraíso de deleites en la isla Margarita, servido por mestizas mozas dili- gentes.

Instruidas de mano castellana, Lascivos ojos, levantadas frentes. De condición benévola y humana;

14 CAPITULO SÉPTIMO

y que después de haber gastado por allí su primavera, extinguida ya la granjeria de las perlas, y cansado de la guerra cruel, feroz j> airada, determinó enmendar su turbia y azarosa vida, haciendo corno los malhechores que suelen recogerse á sagrado, y en 1559 can- tó misa en Cartagena de Indias. De allí pasó en 1 561 de beneficiado á Tunja, donde con medianía de sustento vivió el resto de sus días, los cuales fueron larguísimos, puesto que en 1606, á los ochenta y cuatro años de edad, pudo otorgar testamento ológrafo, que es de la mayor curiosidad, sobre todo por el in\-entario de sus bienes, en que, al lado de un Agnus Dei y un crucifijo, aparecen una es- pada corta de camino y una rodela blanca de madera de higuerón, curiosa mezcla de los hábitos del viejo conquistador y del sacer- dote (i).

(i) Las Elegías de varones ilustres de Indias aparecieron en la Biblioteca de Rivadeneyra limpias y escuetas de toda noticia acerca de su autor; perq después se ha trabajado mucho para restaurar su biografía. Citaremos los principales trabajos:

Acosta (Coronel D. José Joaquín): artículo en el tercer número de la A7ito- logia española, Madrid, 1848.

Vergara: Literatura en Ahueva Granada, cap. 11. Leyó en las Elegías la ver- dadera patria de Castellanos; pero en su conato biográfico comete gran nú- mero de errores.

Fernández Espino: Ctirso Histórico- Critico de Literatura española. Sevilla, 1 87 1, t. I, pág, 496. Descubrió y publicó la partida de bautismo de su paisano Castellanos.

Caro (D. M. Antonio): tres artículos en el Repertorio Colombiano, 1879 y 1880. Descubrió y extractó el testamento que se conserva en Tunja.

Paz y Melia (D. A.): primer editor de la cuarta parte de las Elegías. En su Introducción resume hábilmente cuanto se sabe ó conjetura sobre Caste- llanos.

Jiménez de la Espada (D. M.): Juan de Castellanos y su Historia del Nuevo Reino de Granada, Madrid, 1889. (Extracto de la Revista Contemporánea.) Trabajo de ingeniosa crítica y peregrina erudición, en que se amengua mu- cho el valor del testimonio histórico de Castellanos, aun en lo relativo á su persona.

He aquí el título de la rarísima edición de la primera parte:

Primera parte de las Elegías de Varones Ilustres de Indias, compuestas por Juan de Castellanos, Clérigo Beneficiado de Tunja en el Nuevo Reino de Gr alta- da. En Madrid, en casa de la viuda de Alonso Gómez, impresor de S. M. Año

COLOMBIA I¿

Mucho debía dar de el ocio de Tunja, y extraordinaria era, sin duda, la facilidad de Castellanos para versificar, cuando, además de su enorme poema, mandó á España para imprimir «un libro, en octavas rimas, de la vida, muerte y milagros de San Diego de Alca- lá», para cuya estampación dejó lOO pesos de veinte quilates, de que probablemente darían mala cuenta sus albaceas, puesto que el libro por ninguna parte aparece. Aun de sus Elegías sólo llegó á ver impresa la primera parte en 1 580, habiéndose salvado las otras tres como de milagro. Todavía hov no están reunidas las cuatro bajo un mismo techo. De todos modos, la caprichosa fortuna ha dado al buen cura de Tunja, corriendo los tiempos, el honor, no enteramente proporcionado á sus méritos, de ocupar nada menos que un tomo íntegro de la Biblioteca de Autores Españoles^ donde no pudieron meter la cabeza ni D. Alonso el Sabio, ni el Marqués de Santillana, ni Juan de Mena, ni Boscán, ni Juan de \^aldés, ni Fr. Jerónimo de Sigüenza, ni el bachiller Francisco de la Torre, ni otros innumerables proceres y maestros de la poesía y de la prosa, que en ninguna colección clásica podían ni debían faltar. Es de pre- sumir que las diez ó doce mil octavas de Castellanos no hayan te- nido muchos lectores de buena voluntad que les hinquen el diente y prosigan hasta el fin, aun engolosinados con la extrañeza de las cosas que cuenta; pero no hay duda que por este azar de la suerte, más feliz para Castellanos que para los suscriptores de la Biblioteca de Rivadeneyra, las Elegías de Varones Ilustres son libro muy co- nocido, si no de trato, á lo menos de nombre y vista, aun por los menos versados en las cosas de Indias.

158Q, 4.°, 202 págs. Tiene una especie de retrato del autor, grabado con la tosquedad más horrible.

Las partes 2.^ y 3.^ de las Elegías se imprimieron (juntamente con la i.^) en el t. iv de la Biblioteca de Autores Españoles, por copias sacadas de la co- lección Muñoz.

La 4.^ y última parte, descubierta en estos últimos años, ha sido dada á luz con mucho esmero y con un índice muy útil de todos los nombres propios mencionados en la obra entera de Castellanos, por D. Antonio Paz y Melia: Historia del Nuevo Reino de Granada, Madrid, 1SS7. Forma dos volúmenes de la Colección de Escritores Castellanos.

1 6 CAPÍTULO SÉPTIMO

La gran desdicha de este libro es estar en verso. Y no porque, mirado á trozos, no los tenga felices, y episodios y descripciones variados y deleitables, y no pocas octavas bien hechas, que pue- den entresacarse y lucir solas; sino por la exorbitante cantidad de ellas, por las innumerables que hay desmañadas, rastreras y pro- saicas, por la dureza inarmónica que comunican al metro tantos nombres bárbaros y exóticos, y por la obscuridad que muchas ve- ces resulta del empeño desacordado en que el autor se puso de versificarlo todo, hasta las fechas, valiéndose para ello de los rodeos más extravagantes. Y lo más doloroso es que Castellanos había em- pezado por escribir su Crónica en prosa, que hubiera sido tan fácil y agradable como lo es la de sus proemios, y luego, mal aconsejado por amigos que habían leído la Araucana, y le creían capaz de competir con Ercilla, gastó nada menos que diez años en la es- téril tarea de reducir la prosa á verso, (¡.ingiriendo á sus tiempos muchas digresiones poéticas y comparaciones y otros colores poéticos con todo el buen orden que se requiere-». Pésimo consejo, en verdad, y malhadada condescendencia la suya, puesto que así, en vez de un montón de versos casi ilegibles de seguida, hubiéramos tenido una de las mejores y más caudalosas crónicas de la conquista.

Llamó á su poema Elegías de Varones Ilustres de Indias, título que nada tiene de impropio en el sentido en que él lo aplica, aten- diendo á los casos desastrados y trágicas muertes de la mayor parte de los conquistadores, á cada uno de los cuales suele dedicar un epitafio en latín y castellano; porque también versificaba, y no mal, en la lengua clásica. Dividió su obra, como dicho queda, en cua- tro partes. Comprende la primera las navegaciones de Colón y con- quista de la isla Española, las de Cuba, Puerto Rico, Trinidad, Paria, Margarita y Cubagua, con las primeras entradas por el Orinoco, y Jos románticos sucesos de Pedro de Ursúa y el tirano Lope de Agui- rre. La segunda parte abraza los sucesos de \'enezuela y Santa Marta; la tercera la historia de Cartagena, Popayán y Antioquía; la cuarta los sucesos de Tunja, Santa Fe y otras partes del Nuevo Reino de Granada.

Dos juicios distintos pueden recaer sobre el conjunto de la obra de Castellanos. Considerada como testimonio histórico, su valor es

COLOMBIA 17

evidente, aunque no pueda admitirse sin algunas restricciones. Cas- tellanos cuenta en gran parte lo que vio y lo que oyó á los con- quistadores, y cuida siempre de mencionar los nombres de los que le informaron; disfrutó también algunas relaciones manuscritas, entre ellas el Compendio historial de Gonzalo Jiménez de Ouesada. Pero Castellanos escribió sus Elegías en edad avanzadísima, cuando ñaquea la memoria más firme y privilegiada; y aunque la suya fuese de las más monstruosas, como lo prueba el inmenso número de su- cesos y de personajes, muchos de ellos obscuros, de que hace men- ción en su libro, no pudo menos de equivocarse muchas veces, ya en el orden de los acontecimientos, ya en su fecha exacta. De esto hay continuos ejemplos que le hacen guía poco seguro en cuanto á la cronología, como ya apuntó el coronel Acosta y ha demostrado en gran número de casos el Sr. Jiménez de la Espada. Y aun esto por lo tocante á las cosas de su tiempo; que en otras más remotas, como los viajes de Colón, escribió por tradición vaga, consignando algunas patrañas que andaban en boca de marineros y soldados, por lo cual su autoridad no puede ni debe ser invocada sin la pru- dente cautela que él mismo insinúa en aquellos dos tan conocidos versos:

Y si, lector, dijercles ser comento, Como me lo contaron te lo cuento.

Por lo que toca al valor literario de las Elegías, hay juicios muy encontrados. Mientras unos las desdeñan como libro útil sólo para el estudio de los americanistas, pero del cual debe huir toda perso- na de gusto, otros hacen de ellas tales encarecimientos, que obliga- rían á tenerlas por joya de nuestro Parnaso. El prologuista anónimo de la BibHoteca de Rivadeneyra, de quien es de presumir que las recorrió muy por encima, puesto que ni siquiera acertó á leer en ellas la patria del autor, pondera en términos un tanto hiperbólicos «la facundia inagotable de Castellanos, la increíble facilidad de su versificación, la cual, generalmente correcta y fluida, aunque á ve- ces demasiado trivial y desaliñada, no se detiene en los obstáculos que le ofrecían la exactitud numérica de las fechas, ni los extraordi- narios nombres de los indios y de las regiones que habitaban.» «Las

1 8 CAPÍTULO SÉPTIMO

escenas terribles y las graciosas añade ; las batallas más sangrien- tas y las caminatas más difíciles; fiestas lucidas, cultos solemnes, paisajes floridos y voluptuosos, espectáculos naturales llenos de ho- rrorosa grandiosidad, todo se presta con igual holgura y ligereza al ritmo de este grande y fecundo versificador; para todo encuentra en su imaginación fértil y Aariada ritmos sonoros, cortes de verso naturales, consonantes propios y escogidos, y frases, si no eminen- temente poéticas, á lo menos elegantes, bien construidas y muy ra- ras veces torcidas de su prosodia para formar la cadencia legítima y llenar el número requerido.»

Menos entusiasta el coronel Acosta, afirma, sin embargo, que «en las descripciones de comarcas, en las de refriegas y encuentros con los indígenas, y particularmente en la pintura de las impresiones que causaban á aquellos animosos y duros conquistadores lo pere- grino de la tierra y de las gentes que tenían que domeñar, y lo inaudito de sus propias andanzas }■ aventuras, no conocemos cro- nista que le aventaje».

V^ergara, que era la indulgencia personificada, llega á llamar á Castellanos «gran poeta», y hasta darle la palma sobre Ercilla, lo cual francamente nos parece una herejía literaria. Pero apartada toda comparación con la Araucana, que á pesar de sus defectos está á cien codos sobre todos los poemas de asunto americano, no hay duda que Castellanos supera á los restantes, y que sin grave injuria no se le puede comparar con los autores de El peregrino in- diano, 6 de la Argentina, ó del Pitrén indómito. Su obra, más mons- truosa que ninguna en cuanto al plan, no es realmente un poema, ni siquiera una crónica, sino un bosque de crónicas rimadas, en que pueden distinguirse tantos poemas como personajes; pero el que tenga tiempo y valor para internarse en esta selva, no dará por perdida la fatiga, cuando tropiece con episodios como el del naufra- gio del licenciado Zuazo, ó la tremenda historia de Lope de Agui- rre, ó la amena descripción de la isla Margarita. Hay que distinguir también entre las diversas partes de la obra: la primera es poética- mente muy superior á las demás. Es evidente que conforme avan- zaba la edad de Castellanos, decrecían sus fuerzas poéticas, y el cronista, árido y monótono, se iba sobreponiendo al abundantí-

COLOMBIA ig

simo versificador. La parte compuesta en octavas es agradable á vedes; pero los versos sueltos, que ya abundan mucho en la tercera parte y dominan en la cuarta, son de todo punto intolerables. Juan de Castellanos no tenía idea del arte peculiar de construirlos, y no es maravilla cuando en España y aun en Italia casi todo el mundo lo ignoraba. Los escogió sencillamente porque le parecieron más fáciles, y resultaron tales que, sin ningún esfuerzo, pudieron redu- cirlos á prosa los cronistas Fr. Pedro Simón y D. Lucas de Piedra- hita, que nos dieron á leer esta parte de la obra de Castellanos en forma mucho más aceptable. Participó, pues, en cierta manera el buen clérigo de Tunja, no por su genio, sino por su veracidad, del privilegio de los genuinos poetas épicos, rapsodas primitivos y au- tores de cantares de gesta, cuyas narraciones han venido con el tiempo á ser material de historia y á transcribirse casi á la letra en compilaciones del género de nuestra Estoria d Espanna.

Pero dejados aparte los versos sueltos, y también todo aquello que en las octavas es pura prosa (y será en buena cuenta más de la mitad de tan tremendo libróte), todavía un espíritu curioso, y no excesivamente rígido, puede encontrar cierto placer en leer á sal- tos las Elegías de Varones Ilustres de ludias^ aun prescindiendo del grande interés histórico, y á veces novelesco, de su contenido. En- contrará en Castellanos, no sólo viveza de fantasía pintoresca, que es, sin duda, la cualidad que en él más resplandece, sino arte pro- gresivo en ciertas narraciones; mucha franqueza realista en la eje- cución, cuando este realismo no degenera en chocarrería trivial y soldadesca, más propia de un mariscador de la playa de Huelva que de un clérigo anciano y constituido en dignidad; sabrosa llaneza y castizo donaire, cierto decir candoroso y verídico, que nos hacen simpatizar con el poeta, que era un espíritu vulgar sin duda, de con- ciencia un tanto laxa y acomodaticia con las tropelías y desmanes de los conquistadores, pero muy despierto y muy aleccionado por la vida; curioso de muchas cosas, sin excluir la historia natural ni las costumbres de los indios; menos crédulo y más socarrón de lo que á primera vista parece; dado á cuentos y chismes de ranchería más de lo que á la gravedad de la historia conviene, pero por eso mismo más interesante y divertido para nosotros ; viejo gárrulo y prolijo,

20 CAPITULO SÉPTIMO

cuva charla unas veces entretiene y otras avuda á conciliar el sueño. Como versificador, no se para en barras y rompe por donde puede, pero su facilidad es realmente asombrosa. Y si se repara que salió de España cuando todavía estaba muy lejos de haber triunfado la grande escuela del siglo xvi, no se alcanza bien cómo en las selvas de Amé- rica llegó á adquirir el dominio de la octa\-a toscana, que á veces construye como maestro, con notable desenvoltura y gentileza. El caso de D. Alonso de Ercilla, hombre culto y nutrido con el estudio de los poetas italianos, especialmente del Ariosto, es muy diverso. Castellanos era un aventurero de ínfima condición; hubo de pasar á Indias de doce ó catorce años, sin haber cursado en escuela alguna, que sepamos; lo que aprendió debió de aprenderlo solo, y esto no únicamente de poesía y de humanidades, sino de náutica y cosmo- grafía. Y, sin embargo, pudo decir de él un historiador tan sesudo y respetable como Agustín de Zarate, en la censura que por comisión del Consejo de Indias hizo de las Elegías, que «cuando trata de mate- ria de astrología, en las alturas de la línea y puntos del Norte y sol y estrellas, se muestra ejercitado astrólogo, y en las medidas de la tierra muy cursado cosmógrafo y geógrafo, y cursado marinero en lo que toca á la navegación..., finalmente, que ninguna cosa de la Matemática le falta». Y si á esto se añade que escribió de primera intención la historia de una parte muy considerable del Nuevo Mundo, la cual sólo Gonzalo Fernández de Oviedo había tocado en la parte entonces inédita de su obra, que Castellanos no pudo conocer, no habrá razón para regatearle los servicios que realmente prestó como primero, y aun puede decirse como único cronista antiguo del Nuevo Reino , puesto que Piedrahita y él son en rigor una misma cosa. Bien considerado todo, hay que respetar á Caste- llanos con la carga de sus ciento cincuenta mil versos, y reconocer que, como él decía^ «no comió de balde el pan» de su beneficio de Tunja.

Al frente de las diversas partes de las Elegías, se encuentran ver- sos laudatorios de otros ingenios de la colonia; epigramas latinos nada despreciables de los dominicos Fr. Alberto Pedrero y Fr. Pe- dro Verdugo, del tesorero eclesiástico de Santa Fe, Miguel de Es- pejo, del Arcediano Francisco Mexía de Porras, de Pedro Díaz Ba-

COLOMBIA 2 1

rroso y ]\Iiguel de Cea; sonetos castellanos del licenciado Cristóbal de León, vecino de Santa Fe, de Sebastián García, natural de Tun- ja en el Nuevo Reino, de D. Gaspar de \'illarroel y Coruña, de Fran- cisco Soler y Diego de Buitrago, vecinos también de Tunja, pueblo entonces tan importante como venido hoy á menos, y donde pare- ce haberse formado en torno de Castellanos un pequeño grupo poé- tico. Otros ingenios le elogiaron también, pero los omitimos porque no consta que fuesen americanos ni moradores en América. Si á estos versos, que no son ni peores ni mejores que los que suelen encontrarse en principios de libros, se añaden los elogios que Cas- tellanos hace de varios poetas amigos suyos en el contexto de sus Elegías, tendremos reunido todo lo que hasta ahora se sabe del pri- mer siglo de la poesía neo-granad'ma, que, tratándose de estos tiem- pos, no nos parece bien llamar colombiana (l).

El siglo XVII fué en aquella colonia, no sólo de mal gusto, sino de grande esterilidad poética. Sólo pueden citarse algunos versificado- res gongorinos, pero aun éstos fueron poco fecundos, ó han deja- do corto número de poesías impresas (2). Dejando, pues, á la pia- dosa diligencia de los eruditos bogotanos el apurar el catálogo de

(i) Al principio de la Milicia y Descripción de las Indias, del capitán Var- gas Machuca (Madrid, 1599), hay versos de dos poetas neo-granadinos: una Episiola persíiasoria del capitán Alonso de Carvajal, natural de la ciudad de Tunja, en el Nuevo Reino de Granada, al sabio y prudente lector (en verso suelto}, y un Soneto del licenciado Francisco de la Torre Escobar, natural de Santa Fe, del Nuevo Reino de Granada.

(2) Véase, además del libro de Vergara, el notable prólogo de D. José Rivas Groot al Parnaso Colombiano de D. Julio Añez. Bogotá, 18S6, 2 tomos.

Citaremos dos papeles rarísimos que se describen en el cuarto tomo del Ensayo, de Gallardo:

«Fúnebre panegírico en la muerte de Pedro Fernández de Valenzuela, y en la dulce memoria de su amable consorte Doña Jtiana Vázquez de Solís, vecinos de la muy noble y muy leal ciudad de Santa Fe de Bogotá, en el Nuevo Reino de Gra- nada, Ijidias Occidentales. Escriviolo su hijo el P. D. Bruno Solts y Valenzuela, Afonje de la Real Cartuja de Sania Aía?-ia del Paular. Embiolo al Bachiller D. Pedro de Solis y Valenzuela, Presbiiero su hermano, y también a sus amantí- si?nas hermanas Feliciana de San Gregorio y Marta Manuela de la Cruz, Monja de Santa Clara, y á sor Clara de San Bruno, Mofija de Santa Inés.» (4.", 12 pá-

22 CAPITULO SÉPTIMO

aquellos, cuyas obras se han perdido, ó de quienes sólo se conserva algún soneto laudatorio ó alguna otra composición de circunstan- cias, hablaremos solamente de Hernando Domínguez Camargo, que probablemente no fué el peor, y que por lo menos tuvo la suerte de dejarnos bastantes muestras de su ingenio. Su Poema Heroico de San Ignacio de Loyola (l) es, sin duda, uno de los más tenebrosos abortos del gongorismo, sin ningún rasgo de ingenio que haga tolerables sus aberraciones. Pero en el Ramillete de varias iiores

ginas. Sin lugar de impresión: la dedicatoria está fechada en Jerez de la Frontera, á lo de Marzo de 1682.)

« Víctor y festivo parabUn y aplauso gratulatorio a la Emperatriz de los fieloSy Reina de los Angeles^ liíarza Sa>itzssima Señora Nuestra, en ia victoria de su purissima Coíicepdo'n, co?2scguida en Roma á ocho de Diciembre de 1661. Y d Nuestro SS. P. Alejandro VII, Pontífice Máximo, y a mies tro muy Catholico Rey Felipe IV el Gratide, Monarca de ambas Españas, y Emperador del Nuevo Alundo, y a los demás que concurrieron eji esta felicissima vitoria. En ciento y ocho redondillas españolas, glosando este antiguo verso: <iSin pecado original t>. Escriviolas un sacerdote, natural de la muy Noble y Leal Ciudad de Santa Fe de Bogotá, cuyo nombre va en las mismas.^

... 4.'*, de 4 hojas, con grabados en madera, y sin señas de impresión.

El presbítero declara sus dos apellidos, Solis y Valenzuela, en el contexto de las coplas, y debe de ser el Bachiller D. Pedro, hermano del monje cartu- jo autor del papel anterior. De este D. Pedro cita Vergara un Epítome de la vida y muerte del ilustrisimo señor doctor don Bernardino de Almansa... Arzo- bispo de Santafé de Bogotá (Madrid, 1647),

(i) S. Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesils. Poema ¡leroyco. Escrivialo el Doctor D. Hernando Domínguez Camargo, natural de Santa Fe de Bogotá del Nuevo Reino de Granada en las Islas Occidefitales. Obra postuma. Dala á la estampa y al culto teatro de los doctos el Maestro D. Antonio Navarro Navarrete... En Aíadrid, por Joseph Fernández de Buendía. Año de 1666, 4.**

El Maestro Navarro, que era quiteño, nos dice hablando de Camargo: i-Fui siempre estimador de su ingenio y apreciador de sus versos; y aunque desee' comu- nicarle en vida, nunca pude por la distancia de muchas leguas que nos apartaban, hasta que supe de su muerte con harto dolor mío... No acaba el poema, devotamente confiado en que el Santo, con su intercesión, le había de dilatar la vida, hasta que marcado con el sello del último primor y elegancia lo sacrificara en sus aras.., Pero en tan honrosa confianza le cogió la muerte; o fuese por excusarle esta vani- dad d su ingenio, o por dejar más impresa con dolor esa mayor memoria suya, viendo que al mediodía del sol de su lucido ingenio se había anticipado el funesto ocaso de su muerte.*

COLOMBIA 23

poéticas que en 1675 formó con versos propíos y ajenos el gua- yaquileño Maestro Jacinto de Evia, hay algunas composiciones de Domínguez Camargo menos malas, y que le acreditan siquiera de versificador robusto y valiente, aunque anulado como tantos otros por el mal gusto. En los romances, sobre todo, tiene algo de lo bueno de Góngora, mezclado con muchísimo de lo malo. No puede negarse bizarría al romance de La mtiertc de Adonis^ por ejemplo, que parece eco lejano del de Angélica y Mcdoj'o.

Las formas predilectas de este desaforado versificador, culterano á un tiempo y conceptista, son la metáfora y la antítesis. Cuando describe el salto del arroyo de Chillo, unas veces le presenta como un toro, y otras como un potro que va á estrellarse en las peñas:

Corre arrogante un arroyo Por entre peñas y riscos, Que enjaezado de perlas Es un potro cristalino.

Dátenle el ijar sudante Los acicates de espinos, Y es él tan arrebatado, Que da á cada paso brincos.

Ciertos chispazos de talento que entre la lobreguez de sus poesías tiene Camargo, como decir de Cristo en la pasión, que mostraba

Feo hermosamente el rostro...

inducen á ponerle entre los ingenios malogrados por la educación y el medio (l).

Algo semejante puede decirse de otro poeta santafereño de prin- cipios del siglo XVIII, D. Francisco Alvarez de Velasco y Zorrilla, gobernador y capitán general de las provincias de Neiva y la Plata.

(i) Las poesías de Camargo se leen en el Ramillete de Evia, págs. 235 á 248, con el título de Otras flores, aunqjie pocas, del culto ingenio y floridissitno Poeta el Doctor D. Hernando Dofm'ngitez Camargo...

Y dice el colector Evia: «El dolor que tengo es que sean tan pocas, siendo tan buenas... mas las distancias de estas partes del Perú á aquellas del Nuevo Reyno de Granada, donde floreció, nos franqueó tan poco de estas riquezas. ..y

Mbnéndez t V-EiéKio.— Poesía hispano-amcricana. II. 3

24 CAPITULO SÉPTIMO

Vergara asegura haber visto, aunque de prisa, un tomo entero de

obras suyas, impreso en Madrid en 1 703. La única poesía suya que

aquel crítico inserta (tomándola del Papel Periódico^ de Bogotá,

de 1792), es una carta en endechas á sor Juana Inés de la Cruz,

escrita con soltura y gracejo de buena ley, familiar y culto á un

tiempo:

Paisanita querida

(No te piques ni alteres,

Que también son paisanos

Los ángeles divinos y los duendes):

Yo soy éste que trasgo,

Amante inquieto, siempre

En tu celda, invisible,

Haciendo ruido estoy con tus papeles... (i)

Ya antes de ahora he tenido ocasión de notar que, aun. en los tiempos de mayor decadencia para nuestra literatura, se conservó no marchita, en los claustros de religiosas, la delicadísima flor de la poesía erótica á lo divino, conceptuosa y discreta, á la vez inocente y profunda; la cual, no sólo en las postrimerías del siglo xvii, sino en todo el xviii, y á despecho del general entibiamiento de la devo- ción, derramaba todavía su exquisito perfume en los versos de algu- nas monjas, imitadoras de Santa Teresa. Tales fueron en Portugal sor María do Ceo, en México sor Juana Inés de la Cruz (prescin-

(1) En la Biblioteca Nacional he examinado un voluminoso tomo colecti- cio, en que están juntos los papeles de Álvarez de Velasco, con este título general:

<iRhytmica sacra. Moral, y Laudatoria, por D." Francisco Alvarez de Velasco y Zorrilla, Gobernador, y Capitari General de la Provincia de Neyba, y la Plata, y Procurador General para esta Real Corte de Madrid por la Ciudad de Santa f¿, cabega y corte del Nuevo Reyno de Granada. Compuesta de varias poesías, y metros, con vna Epistola en prosa, y dos en verso, y otras varias Poesías en cele- bración de Sóror Inés Jua7ia de la Cruz, y vna Apología, ó disai?-so en prosa, sobre la Milicia Angélica, y Cingulo de Santo Thomás. Dedícala su autor al Ex- celen tis rimo D." Joseph Fernandez de Velasco y Tobar Condestable de Castilla y de León, Duque de la Ciudad de Prias, &>.

Adviertesse, que aunque van algunas Poesías d otros assumptos sin coordina- ción de números, su legitima colocación es por averse impreso las obras de que esta se compone, por distintos Impressores en dij érenles lugares y tiempos. ■>

Aunque el libro poéticamente vale poco, su singular rareza y algunas cu-

COLOMBIA 25

diendo de sus méritos en la poesía profana y en otros estudios), en Sevilla sor Gregoria de Santa Teresa, en Granada sor Ana de San

riosidades que contiene, me mueven á dar una noticia algo detallada de él, prescindiendo de su varia y confusa foliatura, y citando las composiciones por el orden en que aparecen encuadernadas en este ejemplar.

Álvarez de Velasco es un innovador en la métrica, versado, no sólo en los primores de Rengifo, sino en los de la Rythmica del Obispo Caramuel, á quien más de una vez cita.

«Y assi me atrevi (dice en el prólogo al lector) a fabricas nuevas de me- tros, y a otras varias inventivas, nunca de mi vistas, ni aprendidas de otro, cautivándome a violencias no fáciles de emprender, sin este motivo, y sin los molestos ocios de mi melancólico retiro, como se reconocerá en las Elegías... y en otras obras de composiciones nuevas, como son los Eneametros, en que presa y engrillada la expresión de los conceptos entre las guardas de los dos proparoxítonos, o esdrújulos, apenas puede salir a explicarse por la estrecha puerta del medio; porque aunque entre las primorosas obras de Sóror Juana ay un elegante Eneametro de vna pintura a la Señora Virreyna, gustó solo de hacerlo con los primeros esdrújulos (a)^ reconociendo yo que estaría más sonoro (aunque también mas trabajoso) me fatigué en hazer esta nueva com- posición, hasta que llegué a conseguirla. No siendo de menos violencia y di- ficultad para mi los laberintos de las cruzes, que yo compuse en su obsequio, los Acrósticos, y Paranomasias; y principalmente el soneto a los dos libros suyos, en que encontré tales espinas, que no me atreviera oy a empeñarme a hazer otro del Arte; cuya disgression no he podido escusar; porque si por baxos despreciares los versos de este libro, les hagas algún agasajo por el mérito que tienen en su trabajo, como también lo reconocerás en otras nuevas inventivas de varios metros, y composiciones, que tengo en otras obras Có- micas, que por algunos motivos las retiro por ahora de la Imprenta...»

Parte del tomo aparece impreso en Burgos, «con licencia de los señores D. Juan de Salazar y la Vega, y D. Antonio Martínez de los Prados, Proviso- res en Sede vacante de dicha Ciudad, y su Arzobispado: Año 1703», y allí es- tán dadas las aprobaciones del P. Maestro Juan Pablo de Aperreguía, S. J_ (que además dedica al poeta americano composiciones laudatorias) y del P. Fr. Manuel de la Gándara Cossío, Comendador del Convento de la Merced.

La colección empieza con las Elegías decametras d los Dolores de la Virgen Santissima, ajustadas de distinfos centones de Virgilio. Las Elegías decametras están en cuartetos endecasílabos, y á cada uno de ellos siguen los versos de Virgilio de donde están sacados los pensamientos.

Van á continuación otras poesías á lo divino, algunas de ellas de extrava-

(«) De este capricho métrico de Sor Juana hemos hablado en el tomo i de la pre- sente Historia, pág. 76.

26 CAPÍTULO SÉPTIMO

Jerónimo, y otras que, sin gran esfuerzo, podrían citarse. A estos nombres pide la justicia que se añada el de sor Francisca Josefa de

gante estructura, v. gr.iA ¡os Dolores de la Virgen. Romance eneámeiro^ que em- piegan y acaba?i iodos los pies co?t esd7tijulos:

Animo, corazón, y si tímido, Prófugo en tus lágrimas pávidas Náufrago oy presumes atónito Únicas tus congoxas fantásticas...

Hay bastantes sonetos, algunos de ellos en agudos. Las composiciones más extensas son cuatro Silvas á los Novissimos ó Postrimerías del Hombre, y otra que se titula: «Moribundo que naufraga desamparado de todo humano con- suelo, en las borrascas de las últimas agonías, en la metáfora de un navegante.»

Sin portada, pero con nueva foliatura, muy irregularmente llevada, em- pieza otro grupo de composiciones. Las más curiosas son:

«Sonora música á la Purissima Concepción de la Virgen, quien por ]Madre de Dios lleva el punto más alto, cuyo assumpto se explica en los términos músicos de Aíi, Sol y La, en la glossa de truncados siguiente.»

«A la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá» (quintillas).

«Mysterios del Rosario, que se cantan en la ciudad de Sta, Fee.»

«Villancicos al Nacimiento de Christo, Señor Nuestro.»

«A la Concepción de la Virgen Santissima.»

«A la profession y velo de la Sra. D.^ ]\Iaria Ana de Valenquela Faxardo, Religiosa del Convento de la Purissima Concepcióo de la Ciudad de Santa Fe.»

«Letra para cantar un domingo en el Convento de la Purissima Concep- ción, en la Hermandad de la Escuela de Christo, en que está descubierta su Divina Magestad.»

«Al Nacimiento de Chriáto, Villancico y Ensaladaí, que es un género de versos y composición, que no va atento á precisos consonantes.»

«Vida y milagros del nuevo taumaturgo y apóstol de las Indias San Fran- cisco Xavier» (en quintillas, dignas de Benegasi).

«Vida y charidad del gran Patriarca de Alexandria San Juan Limosnero» (quintillas),

«Tres qualidades singulares que tiene el oro se hallan sólo en la ceniza» (romance).

«Glossa, ó troba del Laúdale ftieri dominum, para cantar en la Escuela de Cristos (endechas).

«Desengaño que ofrece la Soledad» (romance).

«Interés y utilidades de la Paciencia» (romance).

«Soliloquio, en que contrapesa el alma su ser de nada, con el sublime de Dios» (romance, con estribillo).

«Reconvenciones tiernas, que haze la Iglesia el Viernes Santo, en nom-

COLOMBIA 27

la Concepción (conocida por la Madre Castillo)^ religiosa en el con- vento de Santa Clara de la ciudad de Tunja (y 1742), que escribió

bre de Christo Nuestro Señor», «Popule meus quid feci tibí?» (endechas).

«La Sequencia del Santísimo Sacramento», en esdrújulos.

«Oración de un enfermo sobre el Cántico del Santo Rey Ezechías» (en- dechas).

«El Apolo Africano, y águila de la Iglesia, el Grande Augustino. Su vida y milagros, escrita en cien canciones.»

«Sermón eneiiclástico estoyco sobre la doctrina de Epíteto, de que solo se debe cuidar lo que está en mi propio alvedrío» (es una paráfrasis de una parte del Enc/m-idion, teniendo presente la versión de Quevedo, á quien sigue muchas veces á la letra).

«Suspiros de San Agustín para antes de la Confesión, pidiendo misericor- dia á Dios y dolor de sus culpas, y que su espíritu muera á sí, y viva á su Divina Magestad.»

Al fin del Suspiro 3°: «Sólo huvo estos fragmentos de la traducción de los Suspiros de San Agustín; y assi no se continúan, porque otros que ay, están aún sin corregir. >

«Para la fiesta del Gran Padre y Doctor de la Iglesia San Agustín» (villancicos.)

«A San Gerónimo en el Desierto sobre aquel lugar del Psalmo loi.» «Simi- lis factus sum pelicano solitudinis» (silva).

< A la conversión y llanto de Santa María Magdalena» (lyrasj.

cAl felicissimo y mejor ladrón San Dimas» (idilion).

«A honra y gloria de la Beatissima Trinidad, y de la Inmaculada Virgen María» (Romance Endecasylavo).

«Letras para la comedia y Loa de Sta. Bárbara».

«Laberyntho, que se lee por muchas partes al nombre de Santa Bárbara.»

En los sonetos, que son muchos, imita bastante á Quevedo.

«Al muy reverendo P. M. Fr. Alonso de Zamora, Prior Provincial del Orden de Predicadores de la Provincia del Nuevo Reyno, en alabanga del Libro que escribió de los Annales de su Religión, y Varones Ilustres della, en su Pro- vincia.»

«A Lelio, sentencias metafóricas y moi'ales, ajustadas de solos principios de distintos sonetos de Quevedo: y para que si el Curioso quisiere averiguar si van fieles, ó no, se pondrá el número de cada uno dellos al margen, y la Musa donde los hallará... En ocasión de estar el Autor retirado por las moles- tias de un Governador, que con pretexto de realista, le tenía a él y a todos mortificados y perseguidos.»

«Epitafio al Sepulcro del señor D, Juan de Austria, Infante de las Españas.»

«Al doctor D. Augustin de Tovar Buendia, Racionero de la Santa Iglesia Metropolitana de la Ciudad de Santa Fé, en opinión de aver orado ron la

28 CAPÍTULO SÉPTIMO

en prosa digna del siglo xvi una relación de su vida por mandato de sus confesores, y un libro de Sentiviientos Espirituales-, que viene

elegancia que siempre, en las honras funerales, que hizo aquella Universidad a su incomparable Maestro el M. R. Gerónimo de Escobar.» «Vuelve a su quinta Anfriso solo y viudo» (endechas). «Don Francisco Alvarez de Velasco. Poema Panegírico, al Licenciado Don Gabriel Alvarez de Velasco, su padre. Oidor y Alcalde de Corte de la Real Audiencia del Nuevo Reyno, y proveído Fiscal y Visitador de la de Lima, cuyas plazas renunció, por darse no menos que al estudio, a la perfección; logrando de aquel tan felices efectos, quanto publican sus libros, y de esta las glorias que pregona la fama general de sus virtudes. Dedicado á Juana María de San Estevan, y María de San Gabriel, sus hijas y hermanas del autor, religiosas del Convento de Santa Clara, en el muy ilustre de la Ciudad de Santa Fé» (son veinticuatro octavas reales).

■3 Carta laudatoria á la insigne Poetisa la señora Sóror Inés Juana de la Cruz, Religiosa del Convento de Señor San Gerónimo de la Ciudad de México, Nobilissima Corte de todos los Reynos de la Nueva España. Escrivela desde la Ciudad de Santa Fé, Corte del Nuevo Reyno de Granada, D. Francisco Alvarez de Velasco y Zorrilla.» Folleto en 4.° de 75 págs. con un retrato de Sor Juana.

«Carta que escrivio el Autor a la señora Sóror Juana de la Cruz» (es una larga Silva).

«Al mismo assumpto, romance endecasílabo de esdrújulos.» «Al último nombre de Sóror Inés Juana de la Cruz, Laberinto, en que se lee la copla endecasílaba que se verá por los intermedios de la Cruz; y en el medio de ella, el nombre de Inés y Nise, que se lee por todas partes.»

«A los dos libros de Sóror Inés Juana de la Cruz habla este Soneto, hallando razones para que cada uno de por es el mejor; y leídas las primeras diccio- nes dé! ázia abaxo, forma una redondilla a favor del segundo; y leídas las se- gundas dicciones para arriba, deshazen la redondilla a favor del primero. Hase de leer, para que haga perfectas oraciones, con la advertencia, de adonde huviere estrellita, haze asterisco o pausa, y que allí se acaba una oración.»

«Cuatro sonetos en alabanza de Sor Juana; uno de ellos en consonantes agudos, y otro en esdrújulos.»

«A las obras y segundo libro de Sóror Inés Juana de la Cruz, y especial- mente a la Silva del Sueño» (romance).

«A la misma Señora, endechas endecasílabas.»

iSegunfla carta laudatoria, en jocosas Metaphoras, al Segundo libro de la sin igual Madre .Sóror Inés Juana de la Cruz» (silva).

«Carta al Reverendissimo Padre Maestro Fr. Diego de Ochoa, de la Orden de Predicadores. (En prosa.) Firmada en Sta. Fe, a 16 de Febrero de 1698.»

2Q

COLOMBIA ^

á ser primoroso mosaico de textos de las Sagradas Escrituras (I ) Dos romancillos intercala, no tan felices como la prosa, pero de la

misma tradición y escuela.

Entretanto, los jesuítas habían introducido la .mprenta en la co-

=■ . H, H^dicatoria i la pieza siguiente: .Panegyrica Apología a la Anual ce- !:;: ctnth-eta Ciudad .e Santa Fe a la Milicia Angélica por d.e. tescu'bierto el Santissimo, a cuyo assumpto por el -P"- !>«">";;;' muv t P M. Fr. Diego Ochoa, Patrón y Fundador de esta Fesfv.dad escr.- X est papel D. Francisco Alvare. de Velasco Zorrilla.... (En prosa.) «Documentos Morales á un amigo, (romance). .Advertencia y protesta del Autor, con que da fin «'= L'bro: .No puedo escusar el prevenir a los letores, que av.endo vsto estas obras a, unas'personas tan discretas como elegantes, de las -uchas que ay en e^a Corte han reparado en algunas vozes, que unas no est..n por acá en uso otras Le tienen por demasiado baxas, y otras (porque lo ha quer.do ass, el ::::! . maLa, por impura, y cr^endo^--: ^:Z ZZ,

: qu ene se ha reparado, alli muy usados, no cuidé O-'i- os, por c^e que acá serla lo mesmo; y porque avlendo escrito estas -P«'-^^ ^^^^'^ tadias, y no en Castilla, y que en ellas también tenemos nuestro M-a- ™os naturalmente avré usado de algunos, como de --°"f ^ ' -J'^trt que usamos los Americanos, como acS de otros h.span.smos; lo qual adv.erto porque me dissimulen los letores las impropriedades de vo^es, frases o me- terás en que tropezare su discreción, por lo desaseado de m,s borrones, cuyo defectos huvlera procurado enmendar, a no avermelos adverttdo des- Tes de estar ya todos Lpressos, como protesto hazerio en los demás que C o que darl la estampa: mereciendo bien la absolución de q-lqu.er ,e or por escrupuloso que sea, por la integridad de esta confesston, protesta de la enmienda y penitencia de la nota ó burla, que hardn algunos de m,s yerros. . Esta profesión de americanismo literario es lo mds curioso que cont.ene e,

,ibro de'Alvarez de Velasco. versificador fácil y abundante, pero con ag ado con todos los resabios del mal gusto de su tiempo, que los poetas a lo Av.no exageraban todavía más que los profanos.

(,) Se,.fMic,,os Esquilmóles ,c 1. VcneraMe Madre Fra,>c.ca J^'f- ^'l Colcepeióu ele CasUllo, Religiosa en el co«-oen,o ie Sania «"- * f «'f^* Tunden la Refimca Neo.Gro,.a,i.,a del Sur-Amirica ^^f'"''' f'^ "' ""^ ,..a de orden de sus eon/esores. Dados d lu= por su """""' ,f- ^^^ de En Santa Fe de Bosotd, I,nf. de Bruno Espinosa, por Bemto G»'*-»- f""* .843, ^.■'-Vida de la VeneraUe Madre Franeisca Josefa de la Concepaon, es critapor ella misma. (Filadelfia, 1817.)

ao CAPITULO SÉPTIMO

lonia por los años de 173S, y precisamente un sermón predicado en las honras de la IMadre Castillo fué de las primeras cosas que se estamparon. Esta imprenta del colegio de Santafé tenía carácter casi doméstico, y apenas produjo más que algunos catecismos, novenas y otros libritos de devoción. Desapareció con la expul- sión de la Compañía; perú en 1782 fué sustituida por otra de más recursos y mayor importancia, la llamada Imprenta Real, diri- gida por el tipógrafo segoviano D. Antonio Espinosa, que en 1 787 publicó ya un trabajo de cierto empeño y ejecución bastante esme- rada, la Historia de Cristo paciente, traducida por el Dr. D. José Luis de Azuola y Lozano. Cn D. Diego Espinosa, hijo ó deudo del D. Antonio fué quien hizo, en 1 794, la edición clandestina de la Declaración de los Derechos del Hombre, traducida por el patriarca de la revolución neo-granadina, D. Antonio Nariño (i).

La poesía dormitaba de todo punto, y no hay para qué traer á cuento los insulsos versos laudatorios que se leen en la Floresta de la Santa Iglesia Catedral de Santa Marta, que escribió en 1739 el alférez D. José Nicolás de la Rosa, ni menos un esperpento dramá- tico-alegórico que Vergara poseyó manuscrito, sin nombre de autor, y cuya portada decía á la letra: No se conquistan las almas con vio- lencias, y un milagro es conquistarlas: Triunfos de la Religión y pro- digios del valor: los Godos encubiertos: los Chinos descubiertos: el Oriente en el Ocaso, y la America en la Europa: Poema cpico-dra-

(i) Vid. La Imprenta en Bogoiá (1740- 1823). Notas Bibliográficas por j. T. Medina. (Santiago de Chile, 1904.)

Antes de pasar á Bogotá en 1776, bajo los auspicios del \'irrey D. Manuel Antonio Flores, Espinosa había estado algún tiempo en Cartagena de Indias, pero no se conoce ningún impreso de sus oficinas, dedicadas únicamente, se- gún parece, á facturas, guías de embarque y otros documentos mercantiles. El primer opúsculo de fecha conocida y carácter literario que se estampó en aquella plaza fué el poemita de D. José Fernández Madrid, España Salvada, en 1809. El m.ls antiguo producto de las prensas de Tunja es de 1814. En Popayán funcionaban desde 1816, y del mismo año hay un librito religioso impreso en .Santa Marta. Panamá no tuvo imprenta hasta 1822.

Cf. Medina. La Imprenta en Cartagem de las Indias (1S09-1820). Santiago de Chile, i%()^.— Notas bibliográficas referentes d las primeras producciones de la Imprenta en algunas ciudades de la América Española. ídem id.

COLOMBIA 31

Viático soñado en las costas del Dañen: Poema cómico^ dividido en dos partes y cinco actos, con tinas disputas al fin en prosa.

Pero aunque estéril para la poesía, la segunda mitad del siglo xviii fué en Bogotá de gran movimiento y transformación intelectual, la cual puede decirse que se desarrolla entre dos fechas memorables, la expedición botánica de D. José Celestino Mutis en l/óo, y el viaje de Humboldt y Bonpland en 1801. El gaditano Mutis, de quien 4¡jo Linneo: «.noinen iminortale quod milla aetas nnqiiam dele- bit-», y á quien apellidó Humboldt «ilustre patriarca de los botáni- cos del Nuevo Mundo», fué el verdadero iniciador de la vida cien- tífica en el Ecuador y en Nueva Granada (l). En 1762 abrió una cátedra de Matemáticas y Astronomía en el Colegio del Rosario, donde expuso el sistema copernicano, inaudito aún en las escuelas de la América del Sur, Mutis formó y educó una generación de físi- cos, matemáticos y naturalistas, entre los cuales brillan los nombres de D. Francisco Antonio Zea, que andando el tiempo llegó á ser Director del Jardín Botánico de Madrid; de D. José Domingo Du- quesne, que escribió una disertación sobre el Calendario de los Muiscas; de D. José Manuel Restrepo, autor del Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de An- tioquía; de D. Francisco Ulloa, que lo fué del Ensayo sobre el influjo del clima en la educación física y moral del hombre en el Nuevo Rei- no de Granada; de D. Jorge Tadeo Lozano, D. Eloy Valenzuela, D. Joaquín Camacho y otros varios, y del más ilustre que todos

(i) La biografía de este preclaro varón, que es una de las páginas más brillantes de la historia de la ciencia española en el siglo xviii, ha recibido amplia ilustración en dos libros recientes, uno de autor colombiano, otro de un naturalista español.

ExpediciÓ7i botánica de José Celestino Alictis al Nuevo Reino de Granada y Memorias inéditas de Fraticisco José de Caldas, por Diego Meiidoza. Madrid, ed. Suárez, 1909.

Biografía de José Celestino Mutis cotí la Relación de su viaje y estudios prac- ticados en el Nuevo Reino de Granada, reunidos y anotados por A. Federico Gre- dilla, Director del Jardín Botdíiíco de Madrid, y Catedrdiico de Organografía y Fisiología vegetales en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central. Madrid, Fortanet, 191 1.

Obra riquísima en datos y documentos.

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ellos, D. Francisco José de Caldas, á quien España debe un monu- mento expiatorio. Caldas, botánico, geodesta, físico, astrónomo, y á quien sin hipérbole puede concederse genio científico de invención, formó un herbario de cinco á seis mil plantas y dio grande impulso á la geografía botánica de la América del Sur, determinando los perfiles de las diversas ramificaciones de los Andes en la extensión de nueve grados de latitud, para dar á conocer la altura en que ve- geta cada planta, el clima que necesita para vivir y el que mejor conviene á su desarrollo; inventó un método para medir alturas mediante la proporción entre el calor del agua hirviendo y la pre- sión atmosférica; estrenó en 1 805 el Observatorio astronómico de Bogotá, fundado por ^lutis, y le dirigió con honra por espacio de cinco años; y como prosista didáctico, vigoroso, grandilocuente á veces, rico de savia y de imaginación pintoresca, dejó admirables fragmentos en sus ^Memorias sobre la Geografía del Virreinato y sobre el influjo del clima en los seres organizados^ donde hay pági- nas no indignas de BuíTon, de Cabanis, de Humboldt. Estos y otros estudios de vulgarización científica, animada y brillante, se impri- mían en el Semanario de la Nueva Granada^ memorable Revista que desde 1808 á iSio dirigió Caldas (i). Allí están las primicias de la cultura bogotana, que de un salto pareció ponerse al frente de la de todas las demás regiones americanas, sin excluir á Aléxico, donde paralelamente había comenzado á desarrollarse un m.ovimiento aná- logo. Bogotá, que tuvo el primer Observatorio de América, como México la primera Escuela Mineralógica y el primer Jardín Botáni- co, precedió también á la mayor parte de las capitales del Nuevo Mundo, si no á todas, en abrir una Biblioteca pública desde 1777. Bajo el paternal gobierno del Arzobispo-Virrey D. Antonio Caba- llero y Góngora y de D. Joaquín de Ezpeleta, se ampliaron las dota- ciones de los establecimientos de enseñanza, se crearon otros nue- vos de Medicina y Ciencias, se reformaron los planes de estudios en el sentido de la investigación experimental y de la libertad cientí- fica, y una masa enorme de libros, introducida, ya directamente, ya

(i) Hay una reimpresión de París, 1849, "'' completa, pero aumentada con varios escritos inéditos de Caldas, y útiles notas del General Acosta.

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por medio del contrabando, vulgarizó en la colonia todas las ideas, buenas y malas, del siglo xviii. Si nuestros gobernantes no llegaron á prever con tiempo que el espíritu ardiente de los criollos no ha- bía de contentarse mucho tiempo con la ciencia pura, sino que ha- bía de lanzarse rápidamente á las extremas consecuencias políticas que quizá en aquella cultura venían envueltas, aun esta misma ge- nerosa imprevisión es para sus nombres un título de gloria.

Si la prosa científica apareció adulta y perfecta, casi por instinto, en algunas páginas de Caldas y de sus colaboradores del Semanario, no podía esperarse otro tanto de la poesía entregada á copleros adocenados, que copiaban sin discernimiento lo más prosaico de la literatura peninsular. Ya, al tratar de Cuba, hicimos mérito del fa- moso mulato D. Manuel del Socorro Rodríguez, primer bibliotecario y primer periodista de Bogotá, hombre honrado, laboriosísimo y por muchos conceptos benemérito, que desde 1791 hasta 1797 publicó, bajo los auspicios del Virrey Ezpeleta, el Papel Periódico de Santa Fe, en 180Ó El Redactor Americano, y más adelante otros papeles. Escribió innumerables poesías, ó más bien prosas rimadas, de que tengo algunos cuadernos manuscritos, y en Bogotá existen muchos más: todo ello frío, prosaico y arrastrado, como de quien se propo- nía por único modelo á Iriarte , remedándole en la falta de fuego, pero no en la discreción ni en el buen gusto, ni en otras cualidades muy relevantes con que Iriarte la disimula.

Casi al mismo tiempo que el periodismo, nació el teatro, que tuvo desde 1794 local estable, construido á expensas del comer- ciante español D. Tomás Ramírez. Existían con más ó menos acti- vidad varios círculos literarios. D. Antonio Nariño, uno de los po- cos que ya en 1793 conspiraban de verdad contra la Metrópoli, proyectó establecer uno, consagrado á la Libertad, la Razón y la Filosofía, al divino Platón y á Franklin; pero su persecución y des- tierro á causa de haber impreso clandestinamente el opúsculo de los Derechos del hombre, hizo que naufragase el proyecto y quedasen con nota de sospechosos los afiliados, aunque por entonces no se procediese más que contra Nariño y Zea, que fueron enviados á Es- paña bajo partida de registro. Contrastaba con el carácter tenebroso y revolucionario de esta Sociedad, la muy inofensiva Tertulia En-

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trapéUca que se juntaba por las noches en casa del humilde y devo- tísimo bibliotecario Rodríguez, para leer é improvisar coplas festi- vas de lo más candoroso que puede imaginarse. Otra tertulia por el estilo se reunía en casa de Doña Manuela Santamaría de Manrique, con nombre de Academia del Buen Gusto ^ que ya había tenido en iMadrid otra muy famosa y aristocrática en tiempo de Fernando VI. De los versificadores que pululaban en estos círculos de Bogotá, So- corro Rodríguez era el más fecundo; pero \^ergara trae noticias, y á veces muestras de otros varios. Ante todo, presenta un pequeño grupo de poetas nacidos en Popayán, extremo meridional del Vi- rreinato: el improvisador D. José María Valdés, el satírico D. Fran- cisco Antonio Rodríguez, y el elegiaco D. José María Gruesso, á quien la repentina muerte de su amada dictó unas Noches en ro- mance endecasílabo, imitando á Young y á Cadahalso (l). Este trá- gico desengaño le llevó al sacerdocio, pero no le hizo abandonar el trato de las Musas durante toda su vida, que no fué corta, puesto que murió en 1835, de canónigo de la Catedral de Popayán. Su ins- piración continuó siendo lúgubre, pero su gusto mejoró algo; tra- dujo en verso Los Sepulcros^ de Harve}^, y escribió un poema origi- nal en dos cantos, Lamentaciones de Pabén. De ellos transcribe Vergara estos versos, que no son enteramente malos:

¡Oh bosquecillos de frondosos mayos, Románticos doquiera y hechiceros! ¡Sombras amables del jardín silvestre Y de los altos robles corpulentos! En donde el Payanes, á quien natura Dio un corazón sensible, dulce y tierno. Iba á gemir de humanidad los males, Ó á pasear sus caros pensamientos.

Do tantas veces con su dulce lira Cantó Valdcs sus expresivos versos, Ó el sabio Caldas, con pensar profundo, En pos de Ur.nnin sp subió á los cielos.

y (i) Las Noches de Zacarías Geitssor (anagrama de Gruesso), socio (ie la Junta Privada del Buen Gusto... En la ciudad de Santa Fe de Bogotá (Manus- crito citado por Vrrgara.)

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Yo así prefiero

La pobreza y miseria, y las desdichas, Por pisar de Payan el triste suelo. Para ofrecerle mi sensible llanto, Para abrazar sus desdichados restos, Para hacer un sepulcro en sus ruinas Y mi vida acabar con sus recuerdos.

Cítanse de él también cuatro himnos para las escuelas, uno de ellos en estrofas sáficas. Gozó fama de orador sagrado, y los sermo- nes suyos que andan impresos reflejan fielmente los cambios políti- cos de su tiempo y los de sus propias opiniones, realistas primero, republicanas después; una de estas oraciones fué predicada en las exequias de la segunda mujer de Fernando VII, otra en la fiesta de acción de gracias por el triunfo de Ayacucho. Contribuyó mucho á que se fundase la Universidad del Cauca, donde leyó en 1822 un discurso inaugural sumamente celebrado, pero que hoy pasaría por trozo de retórica palabrera.

Don José María de Salazar (l), que, andando el tiempo llegó á ser Magistrado en Venezuela y Ministro plenipotenciario de la Co- lombia de Bolívar, y autor del primitivo himno colombiano, era otro poeta prosaico, pero muy culto, que logró transitoria fama, debida en parte á su importancia oficial. Siendo estudiante compu- so El Soliloquio de Eneas y El Sacrificio de Idomeneo^ dos de las pri- meras piezas originales que se representaron en el teatro de Bogo- tá. Suyo es también el Placer público de Santa Fe, poema en que se conmemora la llegada del Virrey Amar y Borbón en 1804. En 1810 hizo una traducción en romance endecasílabo de la Poética, de Boi-

(i) Nació en Ríonegro (actual provincia de Antioquía) en 1785, y murió en París en 1828, después de haber desempeñado altos cargos diplomáticos. Además de varios opúsculos en prosa, publicó:

El Placer público de Santa/e'. Poema en que se celebra el arribo del excclcnií- simo Sr. D. Antonio Amar y Borbón^ Caballero profeso del orden de Santiago, Teniente general de los Reales Ejércitos, Virrey, Gobernador y Capitán general del Nuevo Reitto de Granada, por D. José María Salazar, colegial de San Bar- tolomé... Con licencia. En Santafc de Bogotá. En la Imprenta Real. Por don Bruno Espinosa de los Afonieros. Año de 1S04.

Arte Poética de Monsieur Builcau, traducida al verso castclla7io por el doctor

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leau, traducción muy inferior á las de Arriaza y el P. Alegre, y casi tan desmayada y prosaica como la de Madramany y Carbonell. En tiempo de la Independencia publicó dos poemas: La Campaña de Boyacá y La Colombiada; uno y otro yacen en el olvido más profundo.

A los Soliloquios trágicos de Salazar hay que añadir El Zagal de Bogotá, de D. José Miguel ^Montah'o, representado en 1806, otra de las primeras, aunque infelices tentativas del teatro neorgranadino, que nunca ha medrado mucho. Montah^o murió fusilado en 1 8 16 con Caldas y otros patriotas.

Como poeta jocoso, de aquellos cuyos donaires, en demasía tri- viales y caseros, no resisten á la dura prueba de los años, se cita al clérigo insurgente D. José Ángel Manrique, autor de dos poemas burlescos: La Tocainiada. y La Tunjanada, que andan manuscritos. Más ingenio tuvo, aunque con frecuencia mal empleado, el Dr. Don Juan Manuel García Tejada, á quien cuelgan generalmente la pater- nidad de cierto poemita en alto grado ofensivo á la pulcritud del olfato, y que será conocido de cualquier español por estas señas. Fué García de Tejada fidelísimo partidario de la causa realista; re- dactor de la Gaceta de Santa Fe en tiempo del general Morillo, llevó su lealtad hasta aceptar los rigores de la expatriación perpetua, y murió muy anciano en Madrid en 1 84 5. Se perdió un largo poema

José María Salazar, quien la dedicó al Sr. José' Ignacio Po7)ibo, en el año de 18 10. Bogotá. Impresa por Valentín Martínez. Año de 1828.

Empieza: Piensa en vano subir un mal poeta

A la elevada cima del Parnaso, Cuando se empeña temerariamente En el arte de Apolo soberano: Si no siente del cielo la influencia, Si su estrella al nacer no lo ha formado, En aquella impotencia retenido, Ó de su propio genio siempre esclavo, Sordo le viene á ser el mismo Febo Y de tardías alas el Pegaso...

La Colombiada ó Colón, el Amor d la Pati ia y otras poesías líricas. Cara- cas, 1852.

Empieza: No hazañas canto de inhumana gente,

Mas la de aquel varón esclarecido Que de Occidente á descubrir la tierra Atravesó el Atlántico temido...

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que había compuesto sobre la revolución de Nueva Granada. Ver- gara le atribuye el siguiente soneto, que anda anónimo en algunos libros de devoción, y que si realmente fuese suyo, bastaría para que le perdonásemos aquel insufrible pecado de mal olor y mala crian- za ¿ que principalmente va unido su nombre:

Á JESÚS CRUCIFICADO

Á vos corriendo voy, brazos sagrados, En la cruz sacrosanta descubiertos, Que para recibirme estáis abiertos

Y por no castigarme estáis clavados. A vos, ojos divinos, eclipsados.

De tanta sangre y lágrimas cubiertos, Que para perdonarme estáis despiertos,

Y por no confundirme estáis cerrados. Á vos, clavados pies para no huirme;

A vos, cabeza baja por llamarme; A vos, sangre vertida para ungirme;

A vos, costado abierto, quiero unirme, A vos, clavos preciosos, quiero atarme Con ligadura dulce, estable y firme (i).

Otro soneto agradeciendo al Arzobispo de Bogotá, Mosquera, una cuantiosa limosna que envió al pobre y anciano poeta, empieza con estos agradables versos:

Escucha Dios en su encumbrado cielo De humildes golondrinas el gemido, Cuando, lejanas del paterno nido. Vagan desamparadas en su vuelo...

Poeta de festivo humor como García Tejada, aunque más limpio y comedido en sus gracias, y fidelísimo como él á la corona de Es- paña, fué el gaditano D. Francisco Javier Caro, tronco de la familia

(i) Tengo casi la seguridad de haber leído este soneto en las obras de al- gún poeta muy anterior á Tejada, pero no puedo recordar quién sea. Por su parte, el Sr. Gómez Restrepo (notas á la Literatura de Vergara, p. 452) hace notar que «en el número 4.° del Investigador Católico, periódico que se publi- caba en Bogotá en 1838 (cuando aún vivía el Dr. García, aunque lejos de la patria) aparece reproducida tal composición con las iniciales P. de V. y P., que no sospechamos á quién puedan corresponder».

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más ¡lastre en las letras colombianas, abuelo del vehemente y filo- sóñco poeta José Eusebio Caro, y bisabuelo del grande humanista, poeta y crítico á quien debemos la mejor traducción de Virgilio que hay en nuestra lengua. Quedan de Caro, el abuelo, muchas décimas satíricas y burlescas en que campea la chispa andaluza más que el arte ni el estudio, al cual no era ajeno, sin embargo, puesto que dejó notas manuscritas á la Poética de Horacio, y sostuvo ^•ictorio- sas polémicas con D. Manuel del Socorro Rodríguez y su Papel Pe- riódico. Tenía Caro especial inquina á la literatura de los criollos, pero envolvía esta desaprobación suya en formas tan chistosas y era de carácter tan inofensivo y benévolo, aunque dado á chanzas y zumbas, que ninguna de sus víctimas literarias llegaba á enojarse con él, ni sus golpes hacían nunca sangre (l).

La familia de Caro vino á emparentar, andando el tiempo, con la de otro poeta, el Dr. D. !Miguel de Tobar, natural de Tocaima, ju- risconsulto insigne é incorruptible magistrado, de quien hace hon- rosa mención Groot en el tomo m de su Historia Eclesiástica y civil de Nueva Granada (2). Por los años de 1814 á 1818 compuso el Dr. Tobar con fácil numen algunas odas horacianas, ó más bien del género y estilo de Fr. Diego González y Meléndez cuando querían imitará Fr. Luis de León. Conozco las dirigidas al Muña, al Tequen- ilama, y alguna otra, que guardaba inéditas su ilustre nieto Don Miguel Antonio Caro.

(i) En 1904 publicó en Madrid el profesor de Medicina D. Francisco Vi- ñals un manuscrito muy curioso de D. Francisco Javier Caro, que lleva el extraño título siguiente:

Diario lie la Secretaria del Virreynato de Santa Fee de Bogotá. No com- prchende más que doce dias. Pero no importa, que por la uña se conoce el leojí, por la Jaula el paxaro^y por la hebra se saca el ovillo. Año de ijSs- Es un cua- dro interesante y divertido de las costumbres oficinescas de la colonia.

En el tomo x del Repertorio Colombiano se ha publicado con el título de Santa/é en iS¡2 una correspondencia familiar de Caro (gran parte de ella en verso) con su amigo D. Juan Jurado; «muestra interesante (dicen los editores del Repertorio) del cristiano y apacible estilo de vida que llevaban nuestros abuelos, aun en aquellos dias en que ya empezaban á ofrecerse las escenas sangrientas de la Revolución de Independcncia>.

(2) Primera edición, Bogotá, 1870, págs. 672 y 673.

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Si á estos nombres se añade el del presbítero de Popayán Don Mariano del Campo Larraondo y Valencia, que en l8oi envió al Correo Curioso de Santa Fe de Bogotá (periódico dirigido por Don José Tadeo Lozano, Marqués de San Jorge, y D. Luis Eduardo A»iola) algunas odas de Horacio, traducidas con bastante llaneza y prosaísmo, pero acompañadas de una excelente carta sobre el arte de traducir, que Larraondo entendía tan bien y practicaba tan mal (l), tendremos casi agotado el catálogo de los buenos y malos versificadores de la escuela del siglo xvín que florecían más ó me- nos obscuramente en los últimos días del virreinato de Nueva Gra- nada, acompañando, aunque muy de lejos, el movimiento científico que dirigían Mutis, Caldas y sus amigos.

La guerra de la Independencia no suscitó en Nueva Granada nin- gún Olmedo. Débilmente está representada la poesía de este período por dos ingenios de la escuela clásica, Fernández Madrid y Vargas Tejada, que conservan cierta celebridad por los azares de su vida más que por el mérito de sus versos, apenas leídos ya de nadie. El Dr. Fernández Madrid, médico de Cartagena de Indias, se había dado á conocer como poeta en el Semanario de Caldas, insertando una oda A la Noche^ notable sólo por el artificio polimétrico con que, apartándose del rigorismo clásico y siguiendo las huellas de Arriaza (el poeta español más aplaudido entonces en las colonias), se atrevía á introducir en una sola composición sextillas endecasíla- bas, octavitas de final agudo, y alejandrinos, preludiando en esto la libertad romántica. El torbellino revolucionario envolvió á Fernán- dez Madrid, llevándole primero á la junta patriótica de Cartagena, luego al Congreso de las Provincias Unidas de Nueva Granada y Venezuela, en el cual se distinguió por su fácil y ardorosa elocuen- cia, y finalmente, aunque por breve tiempo y en circunstancias ente- ramente desesperadas, á la presidencia de la República, que sucum- bió en sus manos en l8l6. Fernández Madrid, que no tenía temple de héroe ni vocación de mártir, no sólo se rindió al pacificador

(i) En la Biblioteca de Bogotá se conservan dos cuadernos manuscritos intitulados: Rasgos morales, filosóficos^ históricos y políticos^ e7i verso y prosa, compuestos y dedicados á la juventud de Popayán , por el Dr. D. I^Iariano del Campo Larraondo y Valencia, presbítero. De ellos me dio noticia el Sr. Caro.

Menéndez t Pei.ato. Poesía hisJ>ano-amcricana. II. 3

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Morillo, sino que en humildísima representación fingió retractarse solemnemente de sus antiguas ideas, y aun afirmó que sólo por evi- tar mayores males y facilitar la sumisión del país había consentido en ponerse al frente de la insurrección. Esta representación (según el dicho atroz del historiador D. José Manuel Restrepo) (l) «le salvó la vida, pero no el honor». El Dr. Madrid se quedó tranquilamente en la Habana ejerciendo su profesión y escribiendo versos, y cuando triunfó la independencia de Colombia, Bolívar no tuvo reparo en enviarle de ministro plenipotenciario á Londres, donde residió hasta su muerte, acaecida en 1830.

Con estos antecedentes cualquiera puede dar su justo valor á las feroces diatribas contra España, que son el principal tópico de las odas del Dr. ^Madrid. La firmeza que en sus actos públicos le había faltado, quiso compensarla desde el quieto y seguro asilo de Lon- dres con alardes declamatorios de un miso-hispanismo frenético, cre- yendo que con esto tenía bastante para que los patriotas de Colom- bia olvidasen su historia. Nadie abusó tanto como él de los tres siglos de vil servidumbre, de la ferocidad castellana nunca saciada de san- gre y venganza^ de la eterna ignominia del déspota ibero^ del férreo

(i) Vindícase la memoria del Dr. Madrid de los cargos políticos que por su conducta en la Presidencia de la República se le hicieron, en la excelente Biografía de D. José Fernájidez Madrid, arreglada por D. Carlos Martínez Silva sobre los documentos recogidos y clasificados por el eminente hombre público D. Pedro Fernández Madrid, hijo del poeta (Bogotá, 1889). No puede negarse que la vindicación es enérgica y victoiúosa en casi todos los puntos; pero para nosotros queda en pie siempre un cargo, que podrá ser menos grave, pero que atañe á la delicadeza artística del poeta, no menos que á la moral del ciudadano: el haberse desatado desde Londres, y sobre seguro, en injurias contra los españoles, á quienes, de un modo ó de otro, debía la sal- vación de su vida.

Re.-.trepo, en la segunda edición de su obra histórica (Besanzón, 1S5S), rec- tificó la mayor parte de sus juicios adversos al Dr. Madrid, cuyo carácter bondadoso y dulce, aunque falto de la firmeza necesaria para descender á la arena política en ¿pocas turbulentas, ha dejado muchas simpatías entre los hombres más ilustres de Colombia. No contribuyó poco á que el prestigio de su nombre se conservase y acrecentase, el ejemplo de la noble vida y mucha doctrina de su hijo D. Pedro Fernández Madrid, sabio educador de la juven- tud colombiana.

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cetro del León quebrantado por la libertad. Relegó á España á vivir en el rincón tenebroso incierto entre el África y la Europa; y para sus soldados, ante los cuales había huido y se había humillado en 1 8 16, nunca tuvo más blandas calificaciones que las de bandidos, prófu- gos, salteadores infames de caminos, ciervos, tigres y otras lindezas tales. Parece que en alguna ocasión él mismo se avergüenza de su propio vilipendio, y exclama:

Sangre española corre por mis venas; Mío es su hablar, su religión la mía; Todo, menos su horrible tiranía...;

pero á renglón seguido vuelve á renegar de su raza, y se extasía con la esperanza de ver restaurado el trono de los Incas y las pa- ternales leyes de los hijos del Sol:

En fuego divino los Andes se inflaman; De doce monarcas la voz paternal Repiten sus ecos, que al mundo proclaman De América el triunfo, la gloria inmortal.

¡Oh manes sagrados,

Volved aplacados! Volved á las tumbas, familia imperial. No más servidumbre; no, sombras augustas; Cesó la ignominia del yugo español:

Ya estamos vengados, Y reinan de nuevo, con leyes más justas, Más dignos del padre, los hijos del Sol...

La prisión y muerte de Atahualpa le arrancaban lágrimas á cada momento, haciéndole prorrumpir en interminables elegías, en que á su sabor vengaba en la sombra de Pizarro las tribulaciones que le había hecho pasar el general Morillo.

Las odas políticas de Madrid son de la más intolerable y hueca patriotería, una sarta de denuestos en estilo de proclama. Los mis- mos críticos americanos han llegado á reconocerlo, y el Juicio de los hermanos Amunáteguis (l), por duro que parezca, es en esta

( I ) Juicio critico de algunos poetas hispam-afiiericanos, por Miguel Luis y Gregorio Victor AmunátegiiL Santiago (de Chile), Imprenta del Ferrocarril, iBói.

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parte inapelable, y ha hundido para siempre al poeta cartagenero, astro de falsa luz, que sólo pudo deslumhrar un momento á los que equivocaban la verdadera grandeza con el énfasis bombástico. En vano usa y abusa de toda la máquina retórica, y no se harta de per- sonificar las provincias y las ciudades, la discordia, la traición, la libertad, la gloria, la paz, la victoria, la tiranía, y todo género de abs- tracciones; ave de vuelo rastrero, jamás asciende á la región tem- pestuosa á donde sube la canción triunfal de Quintana y de Olmedo. Todo el incienso que empalagosamente se tributa al Libertador en estas odas, declarándole superior á todos los grandes personajes his- tóricos, á Fabio en la prudencia, á Aníbal en intrepidez, á César en saber y elocuencia, á Pelópidas, á Temístocles, á Poción, á Camilo, á Cincinato, á Washington... todo este pedantesco y ridículo catá- logo que el Dr. Madrid repite siempre que habla de su héroe, no puede dar ni aun remotamente la idea de Simón Bolívar que dejan en la memoria aquellos solemnes versos del gran poeta de Guayaquil:

¿Quién es aquél que el paso lento mueve Sobre el collado que á Junín domina?...

Considerado meramente como versificador, el doctor Madrid tiene cierto valor relativo de corrección y facilidad elegante, que contrasta con lo escabroso, desaliñado y malsonante de otros mu- chos autores de himnos y poemas de la independencia americana, muchos de los cuales (en Chile, por ejemplo, y en Buenos Aires) parecían haberse rebelado, más que contra España, contra las más triviales nociones de nuestra prosodia (l). Por el contrario, la versi- ficación de Fernández Madrid es habitualmente limpia y muchas veces sonora y armoniosa, combinándose bastante bien en su estilo los opuestos caracteres de la escuela de Quintana y de la de Arriaza.

(i) Bello y Olmedo, los dos mayores poetas americanos de su tiempo, estimaban personalmente á Fernández Madrid, pero creo que sentían muy tibia admiración por sus versos. El segundo escribía al primero en Marzo de 1827: «Madrid está imprimiendo sus poesías, y, aquí entre nosotros, lo siento. Sus versos tienen mérito, pero les falta mucha lima. Corren como las aguas de un canal, no como las de un arroyo... Le daña su extrema facilidad en componer. En una noche, de una sentada, traduce una Mescitiana de Dela- vigne, ó hace todo entero el quinto acto de una tragedia.»

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Sus condiciones nativas le llevaban más bien á imitar al segundo que al primero; así es que brilla más y se deja leer con menos dis- gusto en la poesía ligera que en los raptos de la oda pindárica. En la Habana, donde no podía imprimir versos contra España (aunque no dejó de cultivar la poesía política, aprovechándose de la libertad constitucional de 1 820), se dedicó al cultivo de la anacreóntica, y entonces compuso y dedicó á su mujer las diez composiciones que llamó Rosas, llenas de erotismo tan sensual como candoroso. Por entonces compuso también Mi Banadera y La Hamaca, que se re- comiendan por cierta languidez criolla bastante agradable. Estos dos juguetes son casi lo único que sobrevive de sus versos. Tradujo una parte del poema de Delille Los Tres Reinos de la Naturaleza, y el Ditirambo del mismo autor sobre la inmortalidad del alma. Compuso dos tragedias originales: Átala y Gitatimozín, que consi- deraba como principio de un teatro americano. Ni una ni otra so- brevivieron al éxito pasajero de las primeras representaciones, puesto que el autor parecía haber prescindido hasta de las condiciones más elementales del drama (l).

Si el Dr. Madrid, que con candorosa satisfacción de mismo ex- clamaba:

¡Feliz el que ha nacido

Al mismo tiempo médico y poeta! Dos veces laureado Por Minerva y Apolo...,

(i) La primera edición de las Poesías del Ciudadano Dr. José Fernátidez de Madrid (con título de tomo primero, aunque no salió el segundo), es de la Habana, 1S22, Imprenta Fraternal. Al fin del tomo está la tragedia Átala. En 1828 hizo en Londres otra edición más completa y añadió la tragedia Guati- mozín, que ya el año anterior se había impreso suelta en París, y las Elegías nacionales perua?ias, que lo habían sido en Cartagena de Colombia en 1825. Dejó, además, algunas Memorias sobre asuntos de Medicina, dos ó tres vindi- caciones personales, y muchos artículos políticos. Existe una edición com- pleta de sus Obras hecha en Bogotá en 1889, con ocasión del centenario del poeta, á quien su ciudad natal, Cartagena de Indias, erigió una estatua. El Sr. Martínez Silva, en la Biografía ya citada, ha publicado muchas car- tas de Fernández Madrid, que para mi gusto escribía mejor en prosa que en verso. Su correspondencia diplomática de París y Londres es muy ins- tructiva y sabrosa.

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dejó en sus escritos datos suficientes para juzgar lo que como poe- ta; y aun como médico, valía; el malogrado joven Luis Vargas Te- jada fué víctima de hados tan adversos, que escasamente puede de- cidirse si había en él la esperanza de un poeta. A esto último nos inclinamos, recordando entre sus versos líricos la delicada y armo- niosa silva Al Anochecer ., y algún otro rasgo fugitivo de poesía ínti- ma y dulce, y entre sus ensayos dramáticos la comedia, ó más bien largo entremés, de Las Convulsiones ^ picante y libre en demasía, pero de chiste espontáneo y genial. Por entonces estaban muy en auge en Bogotá las tragedias clásicas, especialmente las de Vol- taire, Alfieri y sus imitadores españoles, prefiriéndose naturalmente las que contenían ardientes efusiones de liberalismo y apostrofes contra la tiranía y la superstición. Vargas Tejada, que hubiera po- dido brillar en lo cómico, se empeñó infelizmente en calzar el co- turno, escribiendo tres tragedias, Sugamuxi, Doraminta y Aqidmin^ y dos monólogos trágicos. Catón en Utica y La Muerte de Pausanias. En Vargas Tejada es más interesante la vida que los escritos. Era un tipo perfecto de conspirador de buena fe, de tiranicida de cole- gio clásico, admirador de Bruto y de Catón, en cuya boca ponía in- terminables romanzones endecasílabos contra el dictador y la dicta- dura. Fué de los Septembristas que en el año 28 asaltaron la casa de Bolívar y estuvieron muy á punto de asesinar al que llamaban tirano. De resultas, varios de los conspiradores murieron en el patí- bulo, y Vargas Tejada, proscripto y fugitivo, escondido durante ca- torce meses en una caverna, acabó por perder el juicio ó poco menos, y se ahogó involuntariamente en un río cuando intentaba refugiarse en la Guayana. Tenía el infeliz veintisiete años; había de- mostrado talento precocísimo componiendo versos, no sólo en cas- tellano, sino en francés, alemán y latín; era, á despecho de su fana- tismo político, dulce, afectuoso, sencillo, inclinado á la piedad y devotísimo de su familia, sentimientos que se declaran bien en una carta mucho más poética que sus versos, escrita á su madre desde la cueva en que vivía, en 8 de Diciembre de 1829 (l). Estas cuali-

(i) Véase la excelente Noticia biográfica de Luis Vargas Tejada, escrita por

D. José Caiccdo Rojas en el Anuario de la Academia Colombiana^ año de 1S74.

Nació Vargas Tejada en Bogotá, en 1802, y murió, del modo que queda

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dades, unidas á su trdgico destino, dejaron en el ánimo de cuantos le habían conocido un melancólico recuerdo, y explican en parte la exagerada estimación que en algún tiempo se hizo de sus méritos literarios. Se le consideró como un iniciador; se le llamó el Chénier colombiano, «el ave que cantó primero en la mañana de Colom- bia, tras la obscura y tempestuosa noche que le precedió». Trun- cada en flor aquella existencia, que parecía tan llena de promesas, sólo es lícito hoy repetir, como epitafio del mísero poeta, aquellos versos suyos que parecen un vaticinio lúgubre:

Á los risores de una tuerte acerba El hado me arrojó desde la cuna, Cual flor ignota entre la humilde hierba.

La muerte de Vargas Tejada abre un paréntesis en la historia literaria de la República de Nueva Granada, desgarrada por las fac- ciones y hundida en la anarquía durante muchos años. Pero la cul- tura poética tiene allí tan hondas raíces, que no tardó en volver á brotar más pujante que nunca, acariciada por el mismo viento de la tempestad política, que dio al nuevo lirismo un vigor y una inde- pendencia formidables. El romanticismo penetró por Venezuela, mas abierta al trato y comercio con Europa; pero así como en Ca- racas no pudo engendrar, con raras excepciones, más que una poe- sía efectista, relumbrante y chillona, llena de impropiedades de concepto y de forma, en Bogotá y en Popayán arrancó magníficos acentos amor y de ira á los espíritus ardientes é indómitos de José Eusebio Caro y de Julio Arboleda, y en las montañas antio- queñas suspiró con inefable melodía en las dulces estrofas de Gre- gorio Gutiérrez González. Al mismo tiempo, la escuela lírica del siglo pasado, renovada y transformada en cuanto al espíritu, tuvo en D. José Joaquín Ortiz un excelso representante. En estos cuatro

dicho, en 1829. Su principal maestro y consejero fué el poeta argentino Mi- ralla. Fué Secretario de la Convención de Ocaña, y allí figuró entre los más ardientes demócratas. Disuelta aquella asamblea , se lanzó á la conspiración de que fué víctima. Sus Poesías fueron publicadas en 1855 por D. José Joaquín Ortiz, juntamente con las de D. José Eusebio Caro. Faltan en esta edición las tragedias Dora7ninta y Aquimin, que se conservan manuscritas.

46 CAPÍTULO SÉPTIMO

poetas líricos, tan diversos entre sí, se cifra lo mejor del tesoro poé- tico colombiano, al cual la posteridad juntará las obras de algunos ingenios vivos, de los cuales hay tres, por lo menos, que escasa- mente encuentran rivales en América. A nadie se hace ofensa con añrmar verdad tan notoria como que el Parnaso colombiano supera hoy en calidad, si no en cantidad, al de cualquier otra región del Nuevo Mundo. Pero circunscribamos nuestra tarea á los límites que voluntariamente nos hemos impuesto.

José Eusebio Caro fué el más lírico de todos los colombianos, por lo profundo é intenso de su vida afectiva, la cual expresó con rara franqueza y viril arrojo en versos de forma insólita, que bajo una corteza que puede parecer áspera y dura, esconden tesoros de cierta poesía íntima y ardiente, á un tiempo apasionada y filosófica, medio inglesa y medio española, que antes y después de él ha sido rarísima en castellano. La extraña y selvática grandeza de la poesía de Caro procede enteramente de la grandeza moral del hombre, que fué acabado tipo de valor y dignidad humana.

Poeta fué, y altísimo poeta, No por poeta, empero, mas por grande...

ha dicho de él D, Rafael Pombo, uno de los espíritus más dignos de comprenderle. El heroísmo de su vida pública; la altísima noción que tuvo del deber, cumplido siempre por él sin vacilación ni des- mayo; la magnánima alti\ez de su carácter, inflexible ante el ceño de los déspotas y el puñal de los demagogos; la austera indepen- dencia con que sacrificó patria, hacienda, reposo, y finalmente la vida misma, al culto de la ley hollada y á la vindicación de la justi- cia escarnecida, hicieron de su persona la encarnación del perfecto ciudadano, y dieron á su poesía aquella íntegra y honrada sinceri- dad, que es su mayor precio. Y aquí prosigue Pombo:

Serio, elevado, independiente, fiero, No supo hacer reír, ni hablar mentira.

Por ser gran corazón, es gran poeta, Que hace creer, sentir cuanto nos dice...

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Su estudio, el corazón; única fuente Del verbo que arde y late y saca llanto, Que acera el verso, dardo de la frente, Y da su eterna resonancia al canto.

Jamás, como no fuese en los días de aprendizaje, escribió versos Caro por el sólo placer de escribirlos, sino porque su alma grande, tempestuosa y bravia necesitaba este medio de expansión, y tenía que trasladarse entera á sus canciones. Huérfano, amante, esposo, padre, guerrillero, combatiente político, su musa fué siempre la pa- sión, grande, generosa, humana, desbordada é irresistible en su oleaje. El alma de Caro era un volcán que en breve tiempo debía consumirle. Todo lo sentía líricamente, es decir, en un grado máxi- mo de exaltación, concedido á pocos mortales. Su vida se compe- netra con sus versos, y sus versos son inseparables de su vida. Ora truene y fulmine contra el tirano en las estrofas vengadoras de La Libertad y el Socialismo^ ora exprese en versos divinos los éxtasis del amor conyugal, ora acaricie su hacha espléndida y cortante., ora quiera rasgar el velo del porvenir y adivinar los destinos de su pri- mogénito aún no nacido, ora al presentarle en las fuentes bautis- males, entone un himno vigoroso á la acción civilizadora del cristia- nismo; Caro, no por odio afectado á lo vulgar, sino por privilegio de su exquisita naturaleza, nada siente y nada dice como el vulgo de los autores. Recorre siempre una órbita excéntrica, pero tan de buena fe y con tanta sencillez como si anduviese por los rumbos de todo el mundo. Las fuentes de su poesía son ciertamente las de la poesía universal y eterna; Dios, el amor, la libertad, la naturaleza; pero todo ello concebido y expresado de una manera tan indi\'idual y solitaria, que parece que el poeta es el primero que lo canta. No hay allí recuerdo, ni aun lejano, de otras armonías anteriores; se conoce que Caro había leído mucho á los poetas ingleses, y espe- cialmente á Byron, pero deliberadamente no los imita nunca, como no sea en su manera de acentuar los endecasílabos. Es imposible confundir los versos de Caro con los de ningún otro poeta. Según sea la disposición del lector y el temple de su alma, serán diversos los efectos: á uno parecerá estrambótico lo que á otro sublime; pero ni la extravagancia en él es deliberada, ni la sublimidad deja nunca

48 CAPÍTULO SÉPTIMO

de ser espontánea. Xo hay verso de Caro sin idea, y á veces las ideas se acumulan en tan pequeño espacio, que el molde poético resulta estrecho para contenerlas, y entonces, por uno ó por otro lado, acaba por romperse. Así y todo, ¡cuánto más vale este poeta abrupto, escabroso, pero lleno de alma, este poeta que hace sentir y pensar siempre, que tanto versificador de insípida elegancia, de cuyos cantos sólo queda el fútil rumor que pronto se disipa en los aires! La técnica de Caro agradará más ó menos; tiene las ventajas y los defectos de toda innovación radical y violenta; pero no hay quien al cerrar el libro de Caro, y hechas todas las salvedades que puede hacer el gusto más escrupuloso y menos amigo de temerida- des artísticas, no diga con plena convicción: «Este poeta sería un genio ó un excéntrico; pero no hay duda que era lui hombre^ y uno de aquellos que honran y ennoblecen la especie huinana.»

Para nosotros era un genio lírico, á quien sólo faltó equilibrio en sus facultades, y cierta sobriedad en el modo de administrarlas. Su visión de las cosas tenía algo de desproporcionado; su sensibilidad rayaba en una especie de calentura moral un tanto fatigosa para es- píritus mesurados; su ardiente bondad le arrastraba á divagaciones de una filantropía nebulosa; el tormento sutil de su razón se comuni- caba á sus versos, y, finalmente, su seriedad ingénita, el grave modo que tuvo siempre de considerar la vida, la pureza envidiable de su alma, alejaban de su mente hasta la más remota idea de lo có- mico, y le hacían de todo punto insensible á ciertas disonancias de gusto. Grande, bello y sublime es, por ejemplo, el pensamiento de la Baidición del feto ^ y sólo á censores torpes ó malévolos ha podido parecerles otra cosa; pero ¿quién duda que hay cierto candor he- roico en abordar de frente tal asunto, y que no puede exigirse á todos los lectores el temple de alma necesario para ponerse al nivel de tal poesía, cerrando los ojos al importuno recuerdo tocológico?

El carácter peculiar del estilo de Caro está admirablemente defi- nido en los versos siguientes de Pombo:

Él del Albano desdeñó indolente Las tintas exquisitas y graciosas: No era el raudal do muelle y blandamcule Van resbalando lágrimas y rosas.

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Sus palabras, dcJ Numen al tormento, Se entrechocan tal vez y se atrepellan. Como al rapto del Niágara violento Rocas, troncos y témpanos se estrellan.

Él siempre //c«j¿í y dice. Tosco ó bello, Cada verso de Caro es una idea.

Mas bien rebosa atropellado acaso El raudo hervir de sangre y pensamiento; Circunda la figura un aire escaso, Y lo suple el lector tomando aliento.

t

Que Caro es rudo, tosco, áspero, inarmónico, dicen muchos. Pero es cierto que la dureza de Caro no procede de ignorancia ó desaliño, ni mucho menos de falta de oído, sino de haber exagera- do en la práctica cierto sistema prosódico que él juzgaba insepara- ble de la mayor profundidad del concepto y de la mayor intensidad del sentimiento, y de haber roto demasiado bruscamente con cier- tos hábitos de versificación rápida y dactilica que predominan en la moderna poesía castellana. Para comprender estas innovaciones de Caro, hay que distinguir en él, como ha distinguido su hijo, tres y quizá cuatro distintas maneras. En la más antigua, en la de forma- ción y aprendizaje, Caro, lector asiduo y entusiasta de Quintana, de Gallego, de Lista, de Reinoso, de Martínez de la Rosa, era un ver- sificador rotundo y numeroso, con aquel mismo género de número amplio, libre y un tanto oratorio que domina en nuestros excelen- tes poetas de principios del siglo xix, los cuales, poco ó nada afectos á las estrofas regulares ni á la disposición simétrica de los períodos poéticos, se encontraban más á sus anchas en el molde holgadísimo de la silva, ó del verso suelto, ó del romance endecasílabo. De la canción italiana restaba sólo el simulacro, puesto que ni ya las es- tancias tenían el mismo número de versos, ni se combinaban los consonantes conforme á la misma ley, y aun por añadidura muchos versos quedaban sin rima. Esta libertad métrica, en que no se ha reparado bastante, fué sin duda ocasión de grandes bellezas, y trajo consigo cierto género de emancipación literaria en cuanto al pensa- miento; pero no puede dudarse que abrió las puertas á la amplifica-

CAPITULO SÉPTIMO

ción y á la palabrería, é hizo que el ritmo oratorio, vago y no men- surado, se sobrepusiese excesivamente al ritmo poético. Los prime- ros ensayos de Caro pertenecen á esta escuela noble y pomposa, y entre ellos sobresalen los fragmentos del poema Lara ó los Biicane- ros (1834), en los que no sin razón reconoce el ilustre editor de sus obras influencia directa del estilo y dialecto propios del autor de la Poética y del Edipo, si bien debe añadirse que en el título mismo del poema, en la elección de un héroe pirata, en la trágica historia de una venganza, y en las escenas de subterráneo, algo se ve que delata la lectura fresca de los poemas cortos de Byron. Para el gusto todavía hoy dominante en la mayor parte de los lectores y juzga- dores de versos, así estos fragmentos como las composiciones titu- ladas El Ciprés, Desesperación, Mi Juventud, resultan más fluidas y en apariencia más correctas que los versos posteriores de Caro. Pero ya en ellos comienza á verse algo de atrevido y desusado, si no en la construcción material, á lo menos en la elección de las imágenes y en cierta grandiosidad sombría y vago sentimiento de

lo infinito:

¡No! En la callada eternidad no sopla

El huracán del reino de los vivos;

Sus dilatadas soledades nunca

Barrió el dolor con fúnebres vestidos...

Para comprender á qué punto de perfección, pero con qué tinte de originalidad, había llegado Caro en el manejo de la silva clásica, en el arte de recoger con gallardía los ondulantes pliegues de la toga en que se envolvían Quintana y Olmedo, léase íntegra esta descripción que tomamos del poema Lara, advirtiendo que todo él está escrito con la misma firmeza:

Así el divino Ganges ve en su orilla Á la gran fiera semejante á un monte Luchar con el feroz rinoceronte-: Kl animal del asta retorcida Arrójase furioso á su enemigo, Bajo él se pone, la cerviz abaja, Y alzándose con ímpetu del suelo, Abre su vientre, arráncale la vida,

COLOMBIA ^

Y ufano ya de la victoria habida, Sobre su frente lo levanta al cielo. Tremendo muge el monstruo traspasado, En los aires suspenso: en breve, en breve, Lanza el postrer bramido prolongado, Con que el eco á lo lejos se conmueve: La sangre á mares llueve, Con las ondas se mezcla, el suelo riega, Y al matador, que en vano se remueve, Inunda la cerviz, los ojos ciega. La luz súbito escápasele de ellos,

Cual ráfaga vivísima: la carga

Aún sobre el cuello pertinaz sustenta;

Mas ya la muerte, silenciosa y lenta.

Adelántase, llega, extiende el brazo,

Tócalo, y confundido,

Rodando se derrumba

El vencedor debajo del vencido.

Al golpe el monte cóncavo retumba;

Gime el valle profundo, el bosque umbrío;

Y lejos de su orilla profanada.

Huye veloz el espantado río (i).

Pero el espíritu impaciente de Caro no podia encerrarse largo tiempo en una forma cuya virtualidad parecía ya agotada por gran- des poetas anteriores, y quiso abrirse nuevo camino, comenzando por ensayar la imitación prosódica del hexámetro clas.co ya solo ya combinado con el endecasílabo. Los hexámetros de Caro, mas parecidos á los ingleses que á los latinos, cumplen todav.a n,enos que los de Villegas con la semejanza ó aproximacón al t.po clas.co y con las condiciones de acentuación que requiere todo verso para serlo Así es que no tuvieron éxito, y el autor desistió muy pronto de su tentativa. Pero buscaba su métrica propia, y no tardo en en- contrarla. Este poeta, tan audaz en el pensar, tan arrebatado en e sentir, gustaba hasta con exceso de la proporc.on matemafca en la estrofa, y del ritmo preciso y musical en cada verso. De los esfuer-

(0 En este último verso se habrá reconocido una feliz imitación de otro de Virgilio, en el episodio de Caco (.ííneid., lib. vm, 240): Dhíullatil rif<K. fuUqm ixItrrUus mmls.

52 CAPITULO SÉPTIMO

zos, no siempre victoriosos, que hacía para lograrlo, resulta la du- reza, monotonía y falta de flexibilidad de que se le acusa. Era prác- tica de Caro, por lograr más perfecta cadencia, recargar de acentos en las sílabas pares sus endecasílabos, como si oyera resonar cons- tantemente en sus oídos aquel famoso verso de una silva de Rioja:

Que blandas rompe y tiende el ponto en Chío.

De aquí resulta cierto amaneramiento de factura que, aun autoriza- do como está por el ejemplo de los poetas ingleses de la escuela clásica, especialmente de Pope, no puede ni debe recomendarse entre nosotros, sobre todo para composiciones largas y no destina- das al canto. También se empeñó en regularizar y dar carácter más musical y lírico al ritmo del octosílabo, quitándole la libertad con que nuestros poetas le han manejado en el teatro y en la narración épica. Y fué tan sistemático en esto, que llegó á refundir todos sus romances, con el sólo fin de poner acentos en todas las sílabas im- pares de cada verso, dándoles así un ritmo rigurosamente trocaico. Por ejemplo, había dicho al principio:

Soberbia estás, hacha mía, Ancha, afilada, brillante, Que puedes partir la frente Al toro que ose probarte.

Y luego sustituyó:

Fina brillas, hacha mía, Ancha, espléndida, cortante, Que abrirás la frente al toro Que probar tu ñlo osare...

Juzgúese como se quiera de este sistema, no hay duda que lo es, y que está seguido con enteja regularidad en la tercera y más carac- terística manera de Caro, á la cual pertenecen sus más bellas poe- sías amatorias, filosóficas y religiosas, si bien este rigor comienza á mitigarse en la última, y para la más arrogante y magnífica de sus inspiraciones líricas, en la oda La Libci'tady el Socialismo, donde hay, si no más efusión y arranque que en las piezas anteriores, por lo menos mis ambiente. Con ella parece que se inicia una cuarta y

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deñnitiva manera que, por la muerte casi inmediata del poeta, no llegó á desarrollarse.

Lo que dejó escrito, así en verso como en prosa, basta para ex- plicar la aureola de veneración que rodea en Colombia el nombre de Caro. Nadie ha expresado en América con tanta vehemencia como él la pasión indomable, reconcentrada y devoradora, aquel amorfocroso. extraño, inmenso, que hacía bullir su sangre de espa- ñol Nadie ha afilado como él el hierro de la invectiva política, con- virtiéndole en altísimo instrumento de justicia y de vindicta social. Ningún poeta de los nacidos en Indias ha santificado con tan nobles acentos de filosofía religiosa los goces y dolores del hogar, m ha dicho palabras más elocuentes sobre Dios y la eternidad, sm que el verbo inflamado de la poesía lírica perdiese nada de su calor al contacto de la materia filosófica. Nadie podrá dividir en Caro el poeta el filósofo y el hombre: hay que tomarle en su integridad, lo mismo cuando escribía versos que cuando refutaba las enseñanzas del utilitarismo, ó cuando alzaba su voz en los parlamentos, ó cuando fusil al hombro y sable y daga al cinto corría los llanos y las sierras, ó cuando dormía entre cadenas, en calabozos fétidos y fríos, ó cuando desnudo, hambriento y fugitivo vagaba de selva en selva, afrontando las iras de la dictadura socialista. Tal fué este varón egregio, pensa- dor espiritualista y sansimoniano convertido, todavía más grande hombre que gran poeta, y de quien puede decirse, por final elogio, que su mejor obra fué su hijo (l).

(O La vida de D. José Eusebio Caro ha sido magistralmente escrita por su hijo D. Miguel Antonio al frente de sus obras publicadas en 1873. Nació el padre en Ocaña (de Nueva Granada) el 5 de Marzo de 1817. Quedó huér- fano en 1830, acontecimiento que influyó mucho en la melancolía de su ca- rácter y en el tono de sus versos. La pobreza y el trabajo fueron asiduos compañeros de su juventud. Estudió filosofía y jurisprudencia en la Univer- sidad de San Bartolomé, educándose en las teorías materialistas y utilitarias, que luego fué abandonando por grados é impugnó resueltamente en el cele- bre opúsculo, publicado en 1840, sobre el principio utilitario enseñado como icoria usual en nuestros colegios, y sobre la relación que hay entre las doctrinas y las costumbres. Sus amores largos, y al principio contrariados, con la que llamó Delina, son un episodio de su vida muy importante para la compren- sión de sus poesías. Desde 1S40, Caro tomó parte muy activa en las luchas

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Del nombre de José Eusebio Caro es inseparable el de Julio Ar- boleda, otro hombre de corazón, otro poeta romántico en la vida, no menos que en los escritos. Su destino fué todavía más trágico é infausto que el de Caro, con quien tuvo estrecha amistad y gran- des semejanzas de carácter, además de la comunidad de doctrina social, conservadora en ambos, aunque con matiz diverso. Julio Arboleda, D. Julio, como le llamaban á secas en toda la región del Cauca, tierra volcánica y engendradora de tempestades polí- ticas, fué el tipo más caballeresco y aristocrático que en los san- grientos anales de la democracia americana puede encontrarse. Descendiente de una de las más nobles y antiguas familias de Popa- yán, poseedor de cuantiosos bienes de fortuna, educado clásica- mente en Inglaterra y en Italia, entró en la vida pública en 1840, y ya como soldado voluntario, ya como periodista, ya como orador de parlamento no menos vigoroso y grandilocuente que hábil en la ironía y en el sarcasmo, fué terror de los Ovandos, ^Mosqueras y López y de cuantos con uno ú otro disfraz ejercieron la tiranía en Nueva Granada. Cuando por torpe imitación del socialismo europeo, dióse en 1 85 1 el raro caso de un gobierno que oficialmente plantea- políticas, militando en las campañas civiles de 1841 y 42, redactando El Gra- nadino (en cuyo último número anunció que dejaba la pluma para tomar las armas), figurando como diputado en el Congreso de 1845, Y desempeñando luego los cargos de director del Crédito Nacional y de ministro de Hacienda. Su vigorosa actitud en 1849, después del allanamiento del Congreso por una turba armada, y del entronizamiento de la facción socialista acaudillada por el general J. Hilario López, le obligó á emigrar á los Estados Unidos, de don- de no pudo regresar hasta 1853. Poco después de arribar al puerto de Santa Marta, en 29 de Enero, falleció de la fiebre amarilla. El Congreso granadino decretó extraordinarios honores á su memoria.

Hay tres principales ediciones de sus poesías: la de 1855, publicada por D. J. J. Ortiz, con las de Vargas Tejada; la de 1873 (Obras escogidas en prosa y en verso, publicadas é inéditas de José Eusebio Caro , ordenadas por los redac - tores de El Tradicionalista , con una iniroducción por los mismos y una poesía apologética por Rafael de Pombo. Bogotá, 1873), y la de Madrid, 1885, en la Co- lección de Escritores Castellanos. Es la más elegante y completa de todas; pero falta en ella (y es grave falta) la biografía del autor, aunque se insertan dos recuerdos necrológicos de D. Pedro Fernández Madrid y D. José Joaquín Ortiz.

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ba la anarquía, Arboleda retó á aquel gobierno desde las columnas de El Misójoro, acusándole de prevaricación y tiranía; y encarcela- do, vejado de mil modos, despojado de su hacienda y amenazado de muerte, pronunció aquellas valientes palabras, que muy pronto habían de tener tan fatídico cumplimiento:

¡Oh! si pudiera yo tender el brazo, Saliendo de esta cárcel triste y fría, Sobre el tirano de la patria mía, Y pecho á pecho batallar con él

¡Y ved! no me acechéis en los caminos Con ocultos y viles asesinos; ¡La bala que de frente me señala Mata tan bien como cualquiera bala!

Contra los llamados gólgotas 6 radicales, tomó Arboleda las ar- mas en 185 1, con infeliz fortuna, que le obligó á emigrar al Perú: aliado transitoriamente con los gólgotas contra otros fautores de la dictadura y adversarios del orden social, volvió á empuñarlas en 1854; general improvisado en servicio de la legalidad constitucio- nal en 1860, demostró positivos talentos estratégicos y singular denuedo personal en las campañas de Santa Marta y del Cauca, re- sistiendo á un tiempo al dictador Mosquera y al presidente del Ecuador, García Moreno, que con frivolos pretextos había invadido el territorio de Colombia, y á quien derrotó é hizo prisionero con todo su ejército. La fama militar de Arboleda había llegado á su apogeo: estaba electo para la presidencia de la República: en él descansaban todas las esperanzas de los hombres de orden, cuando una bala alevosa, la misma bala anunciada diez años antes por el poeta, vino á cortar de súbito aquella brillante existencia, parecida en algo á las de los guerreros poetas de nuestro siglo de oro, salvo que á Arboleda no fué concedido, como á Garcilaso, morir con la muerte de los bravos, á la luz del sol, asaltando una plaza de armas, como á su valor cuadraba, sino que cayó en una emboscada noc- turna, bajo el plomo de vulgar asesino pagado, en una de las trochas de la sombría montaña de Berruecos, casi en el mismo sitio donde en 1830 había sucumbido, víctima de un crimen análogo, Sucre, el ¿n-

MbnÉSDEZ y Pelayo.— /"íJíj/a hisf'ano-a'ncricaHa. II. 4

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maculado^ el Gran Mariscal de Ayacucho; que así pagó la revolución americana las deudas que había contraído con sus grandes hombres.

Una vida no larga y gastada en tan azarosas contiendas, no podía dejar muchos frutos literarios. Pero si no fueron muchos, fueron á lo menos de sabor peregrino, dignos al fin de un espíritu de tan rara distinción y que no fué vulgar en nada. Cuando Arboleda volvió de Inglaterra , competían en él las dotes de scholar con las de gentlemaii] pero nunca pudo hacer del cultivo de las letras su ocupación principal, salvo en el período relativamente pacífico de 1842 á 1850 en que vivió en sus haciendas de Popayán. Las poste- riores vicisitudes de su vida, los repetidos saqueos de su casa por las bandas enemigas, sus destierros y emigraciones, hicieron que se extravíase ó pereciese gran parte de sus papeles. Así es que de su obra literaria apenas tenemos más que reliquias. Sus poesías sueltas son casi todas de amo» ó de política, impregnadas las unas de suavísima ternura, de una como devoción petrarquesca y espiri- tualista; rebosando las otras férvida indignación, entusiasmo bélico, odio y execración á toda tiranía. Las Escenas dmiocrdticas, Estoy en la cárcel^ Al Congreso granadino^ son versos que huelen á pól- vora; parecen rugidos de león más que obras de arte.

Pero la gran reputación de Arboleda no descansa tanto en sus versos líricos cuanto en los fragmentos de su poema Gonzalo de Oyón^ que incompleto y todo, es el más notable ensayo de la poe- sía americana en la narración épica, así como los cuentos de Batres son el principal modelo en la narración jocosa. En primores de dic- ción y de estilo vence á todos el Orlando Enamorado ^ de Bello; pero el Orlando es una traducción.

Para apreciar rectamente el poema de Arboleda, hay que tener en cuenta, no sólo que no le poseemos entero, sino que ni siquiera conocemos la última y definitiva forma que el autor había dado á los 21 cantos que llegó á escribir, de los 24 que había de tener la obra. Estos manuscritos se perdieron en 18ÓO, y lo que hoy cono- cemos es sólo una parte de los borradores primitivos, salvados casi de milagro, y recogidos y ordenados con piadoso celo por la inte- ligente mano de D. Miguel Antonio Caro, que los ha distribuido en catorce cuadros.

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Falta en estos fragmentos, no sólo la última lima que Arboleda seguramente les habría dado, sino á veces ilación y consecuencia entre ellos, ó por haberse perdido muchos trozos intermedios, ó por haber modificado el autor su plan mientras iba componiendo. Las líneas generales del poema se destacan, sin embargo, con toda cla- ridad, y podemos formar cabal idea de los personajes y del argu- mento.

Si se atiende á su acción, obscura en la historia y de interés muy secundario en la conquista de América, el Gonzalo de Oyón más bien merece el título de leyenda ó de novela en verso, como algu- nas de Walter Scott, que el de poema épico en el sentido clásico. La cuestión de nombre importa poco, y no hubiera detenido ni por un momento á Arboleda, que era partidario de la libertad romántica; pero es cierto que el Gonzalo de Oyón, aunque en algunas cosas se aparte del tipo de los poemas italianos y españoles del siglo xvi, en otras muchas los recuerda, y para leyenda resulta demasiado largo y solemne. Tampoco puede decirse que carezca de aquel valor re- presentativo y simbólico que suelen tener las verdaderas epopeyas, aun fuera de la intención de sus autores. En Arboleda se ve inten- ción deliberada de envolver en su sencilla fábula (que no es más que la rebelión obscura de uno de los facciosos compañeros de Gonzalo Pizarro, que quiso renovar en Popayán los tumultos del Perú) un pensamiento mucho más alto, una especie de filosofía de la conquis- ta española en sus relaciones con las razas bárbaras y con el futuro destino de las sociedades americanas. En este sentido, el Gonzalo de Oyón tiene mucho de épico, en la más noble acepción de la pa- labra. Los dos hermanos, Alvaro y Gonzalo, personifican en él las dos opuestas tendencias que han luchado y luchan en el nuevo con- tinente, y cuyos gérmenes estaban ya en la época colonial: uno, el espíritu anárquico, sin ley ni freno, representado en el siglo xvi por los llamados tiranos, los Aguirres, Pizarros, Carvajales y Girones, y en lo moderno por tantos demagogos y revolvedores de repúblicas; otro, el espíritu tradicional, español, religioso y caballeresco, por el cual combatía y murió Arboleda. La controversia entre los dos her- manos sostenida en el canto xiii, no deja la menor duda sobre este propósito del autor, el cual, además, en otras partes procura en-

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grandecer con notables consideraciones de religión y de filosofía histórica su argumento, que, exteriormente considerado, podía no parecer más que una anécdota de crónica antigua, un cuento de ar- mas y amores, de una india, de un conquistador y de un rebelde. En el principal personaje, Gonzalo , puede decirse que Arboleda se retrató á mismo, imprimiendo la huella de su espíritu hidalgo y generoso en todos los actos y palabras de su protagonista. Pero artísticamente mostró mayor fuerza (como casi siempre sucede) en la pintura del hermano foragido y rebelde, haciéndole hombre de altos pensamientos, de ambición desmesurada, de satánica grande- za. Arboleda, ni en el arte ni en la vida, podía tolerar lo ruin y lo pequeño. Hay, pues, verdadera grandeza, no sólo en Alvaro de Oyón, sino en el pirata Walter, cuando, sentados junto al fuego, desarrollan sus planes de imperio marítimo y de dominación ame- ricana.

Bellezas de todo género contiene este incompleto poema. Las tiene principalmente descriptivas: magníficos paisajes del Cauca, familiares al autor y que dan á la obra color topográfico muy encendido; mucho vigor en la pintura de caballos y de batallas, con aquellos detalles que ignora el humanista de gabinete y sabe el soldado de profesión ó de afición, como las sabía Ercilla, el gran maestro de la poesía castellana en esto de dar tajos y mandobles. Bellezas de sentimiento también, en el tipo ideal de Pubenza, en su misma carta, demasiado byroniana para una india. Si á estos méritos se añade la fervorosa elocuencia de los discursos y de las intercalaciones líricas, aunque demasiado extensas y demasiado fre- cuentes; y la elegante franqueza de la ejecución, que no por eso de- genera en abandonada, será justo decir con M. A. Caro que los fragmentos del poema de Arboleda han de conservarse con la mis- ma estimación que «rescatado torso de gallarda escultura», como conservamos, por ejemplo, los fragmentos del poema de La Pintura de Céspedes 6 del Mermes de Andrés Chénier.

Hay en la parte lírica de Gonzalo de Oyón muestras de va- rios metros; pero en la narración impera la octava en dos dis- tintas formas:. una, la clásica y tradicional, la octava italiana del Ariosto y del Tasso, que Arboleda maneja con singular gallar-

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día (l); y otra octava romántica, compuesta de dos cuartetas, sin más enlace que el de los finales agudos, octava que en América llaman bermtidina, por haberla usado con mucha gala y muy á me- nudo nuestro D. Salvador Bermúdez de Castro, poeta injustamente olvidado en su patria, aunque fué de los mejores entre los líricos románticos de segundo orden (2). Muestra sea de esta combina- ción la siguiente octava de Arboleda:

Ambos se buscan y se evitan ambos Con la aguzada punta y dura hoja; Ora se aparta diestro, ora se arroja Éste, y el otro prevenido está. Ya los golpes mentidos son, ya ciertos; Ya por los pomos quédanse trabadas En ángulos salientes las espadas,

Y el pomo duro sobre el pomo da.

(i) Véanse estas dos para muestra; no las hubiera desdeñado Maury:

Y más allá, como inmortal gigante. Alza la frente el Puracé sublime; A veces terso, candido, brillante. Sus anchas basas en silencio oprime; Otras envuelto en nubes, retumbante. Arroja el fuego que en sus antros gime,

Y en sus esfuerzos ó estremece el suelo,

O incendia en llamas la extensión del cielo. Al Sur se encrespa en rocas y montañas,

Y ora se encumbra en desigual terreno. Ora se mecen las silvestres cañas

De contrapuestos riscos en el seno;

Y nacen del calor plantas extrañas Que guardan de la víbora el veneno, Cabe el torrente bramador y estrecho Que ha cavado por siglos su hondo lecho.

(2) Si hay ejemplos de esta falsa octava antes de la época romántica, de- ben de ser muy raros. Bermúdez de Castro nunca se dio por inventor de esta combinación, pero fué más constante y más feliz que nadie en su uso; v. gr.:

Hay consuelos y vida para el alma, Donde del aura al suspirar sonoro. Se eleva un sol espléndido de oro Sobre un cielo de nácar y zafir. Hay un recuerdo allí donde los mares Besan las playas con amantes olas, Donde riza entre sauces y amapolas Su corriente de azul Guadalquivir...

Antes, ó al mismo tiempo, las usó Tassara en La Fiebre, en el Himno al Sol,

6o CAPÍTULO SÉPTIMO

«

Esta pseudo-octava es, en realidad, una estrofa lírica, de enga- ñosa facilidad y muy propensa al amaneramiento, por lo cual juz- gamos que en narraciones largas debe proscribirse; pero si algún ejemplo pudiera redimirla, sería ciertamente el del Gonzalo de Oyón (i).

Notable contraste hace con los dos poetas hasta aquí estudiados el vate antioqueño D. Gregorio Gutiérrez González, romántico tam- bién, pero de muy diversa manera que el pensador poeta de Ocaña y el caballeresco D. Julio, el de Popayán. Nacido en una región áspera y montuosa, que por sus singularidades geográficas, no me- nos que por la industria tenaz y el laborioso y emprendedor esfuer- zo de sus naturales, hombres de recia fibra y voluntad entera, en lucha con una naturaleza ingrata, se distingue de las demás provin- cias colombianas, Gutiérrez González, que empezó por ser un meli- fluo poeta romántico, pero que había conservado, aun en sus imita- ciones de Zorrilla, de Abigáil Lozano y Alaitin, una ingenuidad y frescura de sentimiento que pudiéramos llamar primitivas, acabó por ser poeta del trabajo humano, cantor de las más humildes labo- res rústicas, inventor de una nueva especie de geórgicas realistas. Hay en el conjunto de las obras poéticas de Gutiérrez González dos maneras igualmente deliciosas: una la del casto amor y la inefable ternura, la de los versos A Julia:

Y como ruedan mansas, adormidas, Juntas las ondas en tranquila mar,

en La Nueva Musa, y en otras muchas composiciones. Popularizóse luego en América, principalmente por la colección de Ochoa: Apuntes para una biblio- teca de escritores españoles cojitemporáneos (1842), que ha sido muy leída allí. El ejemplo más memorable es el de Bello en la Oración por todos.

[\) Vid. Poesías de Julio Arboleda. Colección formada sobre los manuscritos originales, con preliminares biográficos y críticos, por AI. A. Caro, Nueva York, D. Appleion y Comp., 1883. (Contiene los versos líricos y los fragmentos del poema.)

Nació Arboleda el 9 de Julio de 1817 «en un desierto, en medio de las sel- vas incultas que orlan el mar Pacífico»; pero se le considera, y él se conside- raba, como hijo de Popayán. Murió asesinado en 12 de Noviembre de 1861. Los principales sucesos de su vida van recordados sucintamente en el texto.

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Nuestras dos existencias siempre unidas Por el sendero de la vida van

Son nuestras almas místico ruido De dos flautas lejanas, cuyo son En dulcísimo acorde llega unido De la noche callada entre el rumor;

Cual dos suspiros que al nacer se unieron En un beso castísimo de amor; Como el grato perfume que esparcieron Flores distantes que la brisa unió

Intimas, suaves, cadenciosas son las composiciones de este gru- po: la pura sencillez de los afectos y la música melancólica que parece acompañar las gentiles estrofas, las han hecho popularísimas en Colombia, donde no sólo los literatos, sino el pueblo, saben de memoria gran número de versos de Gutiérrez González, especial- mente las dos composiciones A Julia y las tituladas Auras, {Por qué no canto} Una lágrima y otras varias, cuyo efecto expresa el crítico Camacho Roldan con aquella frase de uno de los poemas ossiánicos: «Son como la memoria de las alegrías pasadas, que es á un tiempo agradable y triste al alma.»

Pero aunque valga mucho Gutiérrez González como espontáneo y delicado poeta de sentimiento, resulta mucho más original en el extraño poema que tituló Memoria sobre el cultivo del maiz en An- tioquia, y que es, sin duda, lo más americano que hasta ahora ha salido de las prensas.

El autor no se propone aplicar á nueva naturaleza y á nueva ma- teria poética el arte de Virgilio, como se lo propuso, y en parte la consiguió, D. Andrés Bello. Pero como apenas hay cosa que en los antiguos no esté, á lo menos en germen, viene á encontrarse, segu- ramente sin conocerlo, no con la aristocrática y refinada inspiración de las Geórgicas, última perfección del estilo poético, sino con un vigoroso cuadro de género, titulado Moretmn, que anda, no se sabe con qué fundamento, entre los poemas menores atribuidos á Virgi- lio, y en el cual, con minuciosidad de detalle que pudiéramos llamar flamenca ú holandesa, se describen las faenas con que el pobre la- brador Simylo «exigui cultor rusticus agri'¡> prepara su frugal al-

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muerzo con ajo, apio, ruda y otras hierbas, mezclando queso, aceite y vinagre para componer un cierto almodrote. Dicen que el autor de este raro idilio le tradujo ó imitó de otro poemita griego de Par- thenio, que hoy no se conserva; pero, sea como fuere, es ejemplo solitario en las literaturas clásicas, y supera mucho en rusticidad á los pasajes menos pulidos de Teócrito. El que haya leído y recuer- de este poema, que Heyne caracterizó muy bien con estas palabras: ^argujiientmn ex vita privata et tenui hominiim humili loco natoruní petitium^ podrá formarse idea aproximada de la poesía muy sana, robusta y confortante, pero de todo punto montaraz, que constitu- ye el mayor hechizo de la Memoi'ia de Gutiérrez González. Algunas pinturas de la vida rústica en insignes novelistas modernos, en nuestro Pereda, por ejemplo, pueden servir también de tipo de comparación muy aproximado.

Todo es original, ó más bien exótico, en la Memoria sobre el cid-- tivo del maíz, pero no todo es igualmente digno de alabanza. Pase la humorada del título y la forma de Memoria cientíñca; pero no pueden pasar una porción de versos prosaicos, compuestos adrede para hacer reir con la extravagancia, ni el abuso afectado (no el uso) de un vocabulario provincial, ó más bien local, exigido en parte por la novedad y extrañeza de la materia, pero del cual hace el autor intemperante alarde, para cumplir aquel dicho suyo:

Yo no escribo español , sino antioqueño.

Y tan antioqueño escribe, que si este poema no llevara, como en las ediciones lleva, un centenar de notas, sería con todas sus bellezas una arca cerrada, no sólo para los espaíioles y para los americanos de otras partes, sino para los mismos colombianos nacidos fuera del rincón en que escribía el poeta. El lenguaje popular y rústico, el vocabulario especial de cada labor y de cada industria, es, sin duda, una de las fuentes más caudalosas y salubres en que puede vigori- zarse y rejuvenecerse la lengua literaria; pero la adaptación de este vocabulario, y, por decirlo así, su compenetración con la lengua culta, requiere singular talento y gusto muy ejercitado, y no hay duda que Gutiérrez González, poeta nativo, pero de muy cortos

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estudios y dado á la ejecución rápida y descuidada, traspasó muchas veces el justo límite en esto.

Fuera de estos lunares, bien disculpables en tentativa tan origi- nal, la Memoria sobre el cttltivo del maíz cumple admirablemente con su objeto: es, como ha dicho Pombo, «la idealización, la trans- formación en poesía de las más humildes y útiles labores, por la simpatía de su cantor al asunto, y por la música del verso». Real- mente Gutiérrez González poseía el don divino de convertir en poesía la más desdeñada y cotidiana prosa. La suya es poesía des- criptiva directa, sin selección, si se quiere; pero no prosaica y ridicula como la del Observatorio Rústico de Salas, sino de gran potencia de color y de mucho relieve; graciosa y viril á un tiempo. El autor lo describe todo, desde los terrenos propios para el cultivo y la manera de hacer los barbechos ó rozas , hasta el método de regar las sementeras y espantar los animales que hacen daño en los granos. Y es admirable la fecundidad que ha sabido descubrir en un asunto á primera vista tan pobre, trazando cuadros tan admira- bles y tan diversos como el de la quema, el de la ranchería, el de las rogativas, el de la recolección de frutos y el de la cocina de la roza. Si poseyese muchas cosas como este poema, la literatura colombiana sería sin duda la más nacional de América (l).

Los tres poetas hasta ahora analizados, aunque tan diversos en estilo y tendencias, concuerdan en pertenecer á la escuela román- tica, y aun puede decirse que Gutiérrez González sirve de puente entre el romanticismo y el realismo limpio y de buena casta. Por el

(i) Poesías de Gregorio Gutiérrez González. Bogotá. Imprenta de Medardo Rivas, 1 88 1, 8.", con dos magníficos prólogos, uno de D. Salvador Camacho Roldan, y otro de D. Rafael Pombo, y un prólogo y notas sobre la Me?no7'ia del tnazz, por D. Manuel Uribe Ángel.

Nació G. González en la Ceja del Tambo (estado, hoy provincia, de Antio- quía). Hizo sus estudios en el seminario de Bogotá y en el colegio de San Bartolomé, graduándose de doctor en Jurisprudencia. Fué varias veces dipu- tado y senador, y ocupó cargos en la Magistratura. En los últimos años le fué muy contraria la fortuna y vino á suma pobreza. Murió en 6 de Julio de 1872. La primera edición, muy incompleta, de sus Poesías, fué hecha en 1867 por D.José María Vergara,.y hay otras posteriores; pero la más completa y esme- rada es la que antes citamos de 1881, publicada por sus hijos.

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contrario, D. José Joaquín Ortiz, egregio poeta lírico y ardiente controversista católico, que en edad muy avanzada acaba de des- cender al sepulcro, representó con majestad, pompa y decoro la escuela de Quintana, no sin hacer repetidas concesiones al gusto moderno (l). Ortiz rechazaba tal filiación, por considerarla incompa- tible con sus principios religiosos; pero aquí no se trata del espíritu, que en Ortiz era ortodoxo y aun ascético, sino de su temperamento lírico y de la forma grandilocuente en que se vaciaron sus mejores inspiraciones. Cuando quiso apartarse de ella, como en muchas composiciones de sus últimos tiempos, fué para caer en un piadoso pero muy desmañado prosaísmo. Los hábitos vulgares y funestos del periodismo de propaganda, labor muy meritoria sin duda, pero en alto grado pedestre, estropearon aquella mente elevada, le quitaron algo de su serenidad y vigor, le llenaron de escrúpulos nimios, contagiaron su gusto, poniéndole al nivel de su público timorato y asustadizo; y recelando sin duda que la pureza clásica fuese una tentación del demonio, acabó por vestir sus versos de estameña. Los hay que no merecen salir de la colección de El Correo de las Aldeas^ donde pueden servir de inocente recreo á las familias cristianas. Pero antes que el periodista se sobrepusiese en Ortiz al poeta, éste había producido con superabundancia lo que necesitaba para su gloria: cinco ó seis odas desiguales, pero espléndidas, y trozos admirables en muchas otras. Fantasía poderosa ya que no muy pintoresca, sentimiento ardiente y profundo, elocuencia avasa- lladora, como que nacía de íntima convicción y sincero entusiasmo, grandeza en el plan, desarrollo progresivo y solemne, que tiene mucho de oratorio sin dejar de ser esencialmente poético, son las cualidades dominantes en Ortiz, realzadas por una versificación

(i) No fue extraño Ortiz á la influencia de Víctor Hugo en su primera manera. La idea de la enumeración de los pabellones nacionales en La Ban- dera Colombiana, está evidentemente inspirada por la muy arrogante que hay en la Oriental 2.", titulada Canaris. Pero si no me engaña el amor á nuestra lengua y poesía, la imitación de Ortiz resulta superior al original. En la oda á Boyacd hay una imitación deliberada, pero mucho menos feliz, de tres es- trofas del Cinco de Mayo de Manzoni. «Oh quante volte all tácito morir >d'un giorno inerte... >

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magnífica y robusta cuando el calor no le abandona. Porque ha de advertirse que es uno de los poetas más desiguales que pueden leerse: capaz de elevarse en sus buenos momentos al nivel de lo mejor de Quintana, con animación no menos férvida y más jugo de alma; pero incapaz de sostenerse, por falta de gusto ó de aten- ción, en la esfera de noble grandeza en que siempre habita su maestro, hasta cuando parece menos inspirado. Ortiz no sabía borrar, y aunque profesor toda su vida, no puede decirse que fuera humanista como Bello ó como D. M. A. Caro. Escribía con abundan- cia de corazón, dominado por su asunto, y ansioso de desarrollarle hasta los últimos ápices, con efusión, con énfasis sincero, en inmen- sos períodos poéticos que se van ensanchando como las ondas con- céntricas que forma la piedra arrojada á un estanque. No hay que pedirle concisión y sobriedad líricas, que no eran propias de su temperamento ni de su escuela; pero hay que deplorar, aun dentro de ella, el exceso de verbosidad con que recarga sus mejores pensamientos, la pompa inútil con que abruma sus estancias, el afán de decirlo todo sin dejar campo libre á la imaginación del lector. En La Bandera Colombiana, en Boyacá, en la oda Al Tequendama^ Ortiz deslumbra, pero fatiga por demasiado estrépito y brillantez demasiado continua. En la poesía de sentimiento, por el contrario, quiere ser familiar, y resulta demasiado casero, como todos los llamados poetas del hogar. En sus versos no hay medio: ó son admirables de número y cadencia, ó suenan como prosa. Parece imposible tener á un tiempo tan prosaica y tan poética dicción, estilo tan puro y tan abandonado, tan bueno y tan mal oído. Y es que en Ortiz, naturaleza algo contradictoria en todo, idólatra de Bolívar y enemigo del espíritu de la revolución americana, poeta clásico y partidario de la. absurda ojeriza del abate Gaume contra los estudios clásicos, paloma sin hiél en sus acciones y violentísimo é intransigente en sus polémicas, dábase también el raro caso de trabajar en un género retórico, siendo él la espontaneidad misma. Cuando tenía que decir algo grande, los versos nacían hechos en su cabeza: cuando el pensamiento era débil, obscuro, vulgar, él no conocía artificio alguno para disimularlo, y escribía en estilo de periódico ó de libro de educación infantil. Nunca hubo artista menos

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preocupado de su arte, y por esto es más de admirar que sean tan- tos y tan frecuentes sus aciertos.

Escribió mucho, pero con cierta monotonía de asuntos y de imá- genes. De grandes poetas puede decirse otro tanto, y quizá el sen- timiento lírico implica algo de reconcentrado y exclusivo. La patria, la naturaleza, la muerte, fueron los tres habituales temas de sus can- ciones. No conozco versos suyos de amor: si en algún tiempo los hizo, su extraordinaria severidad moral le llevaría á ocultarlos ó á destruirlos. En las composiciones patrióticas fué felicísimo: allí podía mover libremente las alas de su numen, que, como el águila, había nacido para posarse en las cumbres, y que se ahogaba en el estrecho recinto de la poesía doméstica, á la cual se empeñaba en tributar un culto por lo general tan infeliz. Cantó la patria moderna, la patria colombiana, como quien había visto pasar delante de sus asombra- dos ojos de niño la figura ya heroica, ya magnánima, ya resignada, del Libertador Simón Bolívar. Esta visión era el gran recuerdo de su vida, y de tal modo le dominaba, que llegó á exagerarle en tér- minos harto disonantes con su piedad meticulosa:

Y vi después al triunfador volviendo Del suelo de los Incas deleitoso,

No cual Camilo en el ebúrneo carro Arrastrado por rápidos corceles, Ni de purpúrea clámide cubierto Y la frente ceñida de laureles

Y vi después al héroe, entristecido Como un morir del sol, partir en busca De nuevo hogar en extranjera tierra

Quien hechos tan espléndidos ha visto, Es cual viajero que á sus lares torna Después de haber cumplido el pío voto tY el gran sepulcro visitar de Cristo». Se le escucha con ánimo devoto, Porque puede decir: «Yo vi; yo estuve; Yo al Calvario subí; yo el mármol santo Que encerró á mi Señor empapé en llanto»; Y el que atónito lo oye, se imagina Envuelto contemplarlo en una nube Que exhala los aromas De la remota tierra palestina.

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Cantó también otra patria más antigua, raíz y fundamento de la moderna, la patria colonial, y con ella el triunfo de la civilización cristiana en el Nuevo Mundo. ¡Espléndido canto éste de Los Colo- nos^ y salvo algunas caídas de estilo, no muy frecuentes, la mejor composición de Ortiz, y una de las más finas joyas de la poesía ame- ricana! Poesía descriptiva á un tiempo y lírica, con algunos rasgos del estilo de Virgilio y de Bello, ajenos á la habitual manera de Ortiz, pero que indican lo que en este género hubiera podido hacer, aplicando á su estilo una labor más severa y paciente, y buscando en sus descripciones la precisión más que el lujo (l). Poesía, no obs- tante, que de la escuela de Quintana conserva el carácter de predi- cación social, el entusiasmo por el progreso humano, aunque diver- samente entendido, la consideración del hombre y de sus obras y de su misión histórica, sobreponiéndose á la consideración del mundo físico, que el hombre doma y sujeta á cultivo y hace servir para los fines de su propia perfección. Entre la oda A la Vacuna y Los Colonos media un abismo de ideas: Quintana, español y patrio- ta, pero hijo del siglo xviii, adepto de su filosofía, filántropo y ape- nas deísta, execra la conquista americana: Ortiz, americano, hijo de un insurgente^ y ciudadano de una República, pero cristiano hasta lo más profundo de su alma, educado en la gran reacción espiri- tualista del siglo XIX, bendice con más clara comprensión de la his- toria la obra santa de los colonos españoles, que allanaron las sel- vas, que las despoblaron de bestias feroces, que importaron los ani- males útiles al hombre: el generoso caballo, el toro bienhechor, los cereales, sustento de la vida, el germen de las flores, encanto de los ojos; de los que á las razas inferiores redimieron de las tinieblas de la idolatría y de la barbarie; de los que levantaron el primer molino, el primer palomar, la primera iglesia, el primer hospital, la primera imprenta. Y con ser tan distinto el rumbo de las ideas en Quintana

(1) Véase, por ejemplo, este final de una estancia:

Otro la carga llevará al molino, Y entre el fragor del agua despeñada, En el estrecho cauce atormentada Do se cambia en espuma cristalina, Recogerá, saltando en leves ondas, El blanco río de menuda harina.

68 CAPÍTULO SÉPTIMO

y en Ortiz, todavía vienen á coincidir en un punto, que es la glori- ficación del trabajo humilde, de las artes de la paz y de la ciencia, ya en Jenner y en Guttenberg, ya en los humildes colonos españo- les del Nuevo Reino.

Dejó Ortiz pocas composiciones exclusivamente religiosas; pero puede decirse que el espíritu religioso las penetra á todas, y no sólo de un modo general y vago, sino con admirable firmeza y precisión dogmática, con aquel acento que sólo brota del alma que es cris- tiana con cristianismo positivo, el cual nunca se puede conñindir con la vaga exaltación sentimental del cristianismo literario de Cha- teaubriand ó de Lamartine. En este punto, Ortiz pertenece á la escuela de ]\Ianzoni, de quien, por otra parte, presenta reminiscen- cias directas en la oda A Boyacá y en otras partes, aunque el estilo difuso y grandilocuente en que las expresa, nada tenga que ver con la divina condensación lírica de las estrofas del poeta milanés. Ortiz, como Manzoni, no sólo siente el cristianismo, sino que cree en él con fe viva y práctica, engendradora de buenas obras. Aun en com- posiciones muy desigualmente ejecutadas, se encuentran admirables trozos de filosofía religiosa, que brotan de lo más profundo y sus- tancial deja doctrina cristiana. Véase, por ejemplo, esta exposición del misterio del dolor:

¡El dolor no es el crimen! Es la herencia Del infelice genitor primero, Legada, no á sus hijos solamente, Sino también á su linaje entero

¡Ah! Si el hombre entre penas agoniza. Naciones hay que bajan á sentarse Sobre el estercolero Como el antiguo Job, roto el vestido

Y la frente cubierta de ceniza

¡No es crimen el dolor! Es como el fuego Que purifica en el crisol el oro; Es cual la tumba fría y silenciosa En que la humilde larva se sepulta,

Y de donde triunfante saldrá luego Con ala tinta en oro, azul y rosa

Á volar por el éter cristalino Transformada en festiva mariposa.

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Esta es la eterna ley de nuestra raza, Este el destino irrevocable y justo: Por el dolor alzarse hasta la gloria,

Por el placer bajar hasta el abismo

¿No se llamaba un Hombre de dolores El gran libertador del mundo mismo? Quiso nacer en un pesebre obscuro

Y en el taller vivir de un artesano,

Y escogió sus amigos

Entre los pescadores y mendigos. Sólo una vez entró, y esa en cadenas, De Herodes al palacio: Una vez y no más subió al Pretorio,

Y esa en medio de bárbaros sayones. Hijo de augustos Reyes, la corona Que sus sienes divinas

Adornó, fué de abrojos y de espinas;

Y el cetro de oro que empuñó su mano Una caña marchita

Del Jordán arrancada en la ribera. Cuando después cual jefe valeroso, Al frente de las huestes que cejaban Se arrojó generoso Al puente del dolor por Dios echado Desde la tierra al cielo. Sacudiendo la piedra de su tumba. Apareció de gloria circuido, Mostrando á las naciones La cruz de su ignominia y de su gloria, Y entonando su canto de victoria: <£1 mundo finalmente está vencido».

¡Bello, ó por mejor decir, sublime; y este género de sublimidad no es raro en Ortiz, derivándose todavía más de su fe ardorosa que de su talento poético! Si no se sostiene de continuo á igual altura; si por querer acomodarse demasiado, aun en el estilo, á la compren- sión de los ignorantes y de los humildes, fracasa Ortiz á veces en sus poesías religiosas, de índole que pudiéramos llamar democrática y llana, y quitándoles el nervio teológico, declina en las puerilida- des de la devoción francesa, que ha infestado á América como á

CAPITULO SÉPTIMO

España, no por eso deja de levantarse á la gran poesía, siempre que encuentra en su camino estos sublimes tópicos del dolor y de la muerte. Pintó demasiados entierros de pobres y demasiados ce- menterios de aldea, repitiéndose mucho; pero ¡qué graduada y so- lemne aquella puesta del sol detrás de la tumba del poeta, con que termina La Ultima Luz, poesía, por otra parte, muy incorrecta, y que fué probablemente la postrera de las suyas!

Luego las negras sombras de los Andes Se irán haciendo cada vez más grandes; Del pueblo oiráse lejos el murmullo Cual voz de un río entre las piedras sordas;

Y más lejos el lúgubre lamento

Con que en la grey el padre toro muge;

Y el chirrido del carro

Que de puro repleto se desborda

Y atormentado con la carga cruje; Luego el agudo son de la campana Volará al monte, al valle, á la alquería, Saludando á la Reina Soberana; Luego saldrá la luna difundiendo

Sus secretos de gran melancolía: Luego sombra y silencio

Y después morirá por fin el día.

En la poesía descriptiva Ortiz es muy brillante, pero monótono; vista una de sus composiciones, por ejemplo, las primeras estancias de la oda A Vasco Núñez de Balboa, puede decirse que se han leído todas. La silva Al Teqiiendamu, es buena; pero no creo, de ningún modo, que obscurezca la de Heredia Al Niágara, ni siquiera que compita con ella, y además la perjudica el mismo empeño que pa- rece puso el autor en que no apartásemos de la memoria á Heredia, no sólo en el Niágara, sino en el TeocalU de Cholula.

En resumen, Ortiz, á pesar de todos los defectos que en obsequio á la justicia van notados, es uno de los más inspirados, sinceros y fervientes poetas líricos que ha producido la América española; y aunque muy distante de la pulcritud y perfección del valenciano Quero), es, á mi juicio, después de Querol, el que mejor ha conser-

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vado en estos últimos tiempos las tradiciones de nuestra oda clásica, adaptándola á la expresión de sentimientos modernos (l).

Estudiados los cuatro grandes poetas líricos de Colombia, ante- riores á la brillante generación actual, quedan aún otros varios muy dignos de atención, aunque menos fecundos ó menos geniales.

(i) Poesías de José Joaquín Ortiz. Bogotá, Tmp. de Echevarría , Hermanos, 1880; 8.° Esta colección dista mucho de ser completa; pero contiene las me- jores poesías del autor.

La biografía más detallada que conozco de Ortiz es la que mi fraternal amigo y colega el Dr. Rubio y Lluch, catedrático de la Universidad de Bar- celona, publicó en La Defensa Católica^ de Bogotá (número del 18 de Agosto de 1892).

Nació Ortiz en Tunja el 10 de Julio de 1814, y murió en Bogotá el 14 de Febrero, de 1892. Dedicó toda su vida á la enseñanza y al periodismo. En 1852 fundó un colegio que, con el nombre de InstiUUo de Cristo, obtuvo gran celebridad: después enseñó en otros varios. Son innumerables los periódicos que dirigió ó en que colaboró: La Estrella Nacional, El Cóndor, El Día, El Conservador, El Porvenir, El Catolicismo, La Caridad, El Correo de las Aldeas, etcétera. Publicó además gran número de libros, ya de controversia política y religiosa, ya de enseñanza, entre los cuales recordamos: Cartas de un sacer- dote católico al redactor de «El Neogr anadino^, Bogotá, 1857 (muy buenas: el mejor de sus escritos en prosa). Las Sirenas, discurso contra la tnoral sensua- lista de Jeremías Bentham, París (sin fecha). Testimonio de la historia y de la filosofía acerca de la divi7iidad de Jesucristo, 1855. Lecturas selectas en prosa y verso, 1880. Ó todo ó nada, 1880. Lecciofies de Literatura Castellana, 1879. El Parnaso Granadijto, colección escogida de poesías nacionales (sólo salió el tomo i), 1848. El Liceo Granadino, colección de los trabajos de este Ltstituto (sólo el t. i), 1856. La Guirnalda (otra antología de poetas y prosistas neo- granadinos). El Libro del Estudiante (del cual se han hecho hasta siete edi- ciones).— El Lector Colombiano (^libro de lectura para las escuelas). Competidlo de Historia Sagrada, etc.

Pueden añadirse algunos ensayos de novela: Alaría Dolores ó Historia de

mi casamiento , El Oidor de Santafe', Huérfanos de madre ; y algún ensayo

dramático: El Hijo Pródigo, proverbio; Sulma, tragedia: esta tragedia se im- primió juntamente con las poesías juveniles de Ortiz, en un tomo que no hemos visto, titulado ALis Horas de descanso, Cartagena de Indias, 1834. Dejó inéditos tres poemas: Yopalín, Colón y Los Cantos de la Patria; y una Historia de la Conquista del Nuevo Reino de Granada. Fué diputado varias veces, y al tiempo de su muerte era senador. Perteneció á una fracción político-religiosa análoga á la que en España se conoce con el nombre de integrismo.

Meníndez y Pelayo. Poesía hisJ>atto-americatia. II. 5

72 CAPITULO SÉPTIMO

Indicaremos algunos nombres, limitándonos casi á aquellos autores de quienes en nuestra Antología presentamos alguna muestra, y á quienes, naturalmente, tenemos por los mejores. Adviértase que la fecha de aquel tomo es 1894.

Joaquín Pablo Posada es digno de encarecimiento, no por la pobre materia poética de sus composiciones, sino por sus admi- rables dotes de versificador, en que pocos ó ninguno de su tierra le han igualado. Conviene echar un velo sobre su vida pública y aun privada: demasiadas cosas confesó el poeta festivo de inagotable desenfado, en cuyas manos era la lengua blanda cera; hubiera podido ser émulo de Bretón, ó á lo menos de Villergas, y sólo consiguió dejar las diatribas personales y odiosas de El Alacrán^ una serie de camafeos 6 semblanzas satíricas, de cuyo parecido sólo pueden juz- gar sus paisanos, y un tomo de poesías muy donosamente metri- ficadas, cuyo tema más original consiste en pedir dinero á sus amigos en variedad de metros, y con alguna diferencia en las cantidades mo- netarias que solicitaba, desde cuatro á veinte duros. La indisciplina de su carácter y el desapego á todo trabajo continuado y formal, le sometieron desde muy temprano (como dice un escritor de Colom- bia) «á vivir una vida como prestada, en la que con talento se con- solaba de sus escaseces, burlándose á menudo de la cruel necesi- dad». Vivió como Villasandino ó como cualquier otro de los poetas mendicantes del Cancionero de Baena^ componiendo ó improvisan- do cuantos versos se le encargaban, y siempre con amenidad de estilo, con elegante sencillez de expresión, con gracia natural y ar- moniosa, que es la principal dote de su estilo:

Figúrate que le debo Á todo el que en torno miro; Debo el aire que respiro Y debo el agua que bebo. Casi ni á salir me atrevo, Porque, si salir consigo, Mis acreedores, amigo. Me atacan de llano en plano, Desde el primer ciudadano Hasta el último mendigo.

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Quiero acabar: necesito Diez y seis pesos cabales, Para conseguir los cuales Estas décimas he escrito; Mándamelos, que infinito Será mi agradecimiento, Como lo es el firmamento

Y como el poder de Dios, Quien, acá para ¡nter nos, Me tiene muy descontento.

Ninguna promesa haré, Porque á ti no se te esconde Que cómo, cuándo ó en dónde He de pagarte, no sé; Pero que te pagaré,

Y que á pagarte me obligo. Poniendo á Dios por testigo, Es tan seguro y tan cierto, Como lo es que sólo muerto Dejaré de ser tu amigo.

Con Posada colaboró en el malhadado Alacrán otro poeta más desaliñado, pero que no carecía de numen: Germán Gutiérrez de Piñeres, que, al revés de Posada, solía ser satírico en sus artículos en prosa, y quejumbroso y melancólico en sus versos, como quien había empezado en una de sus más antiguas composiciones por des- . pedirse de la vida en las inevitables octavas bermudinas:

El puro sol de mis brillantes días Va declinando hacia su triste ocaso, *• Y de mi vida adelantando el paso, Mis ilusiones decayendo van. Ya de se desprende marchitada Mi juventud, mi juventud querida: Queda el recuerdo al alma dolorida De las horas que nunca volverán

Poeta festivo, pero de muy distinta cuerda que Posada, fué don

Ricardo Carrasquilla, benemérito institutor y autor de libritos de

propaganda católica, muy bien hechos. Su tomito de poesías, que él

-^modestamente llamó Coplas., está lleno de gracejo decoroso y fino:

74 CAPITULO SÉPTIMO

compuso excelentes letrillas, cuadros de costumbres como las Fies^ tas de Bogotá^ y acertó á tratar con sentimiento y viveza, aun síhl salir de su manera familiar y sencilla, asuntos más elevados, ya de leyenda histórica como en El Abrazo^ ya de naturaleza pintoresca como en Una visita al salto del Tequendama.

El general Pinzón Rico ha sido uno de los poetas más celebrados de Colombia, y poeta de valiente inspiración en ocasiones. No co- nozco más composiciones suyas que las insertas en el Parnaso Co- lombiano, y éstas no bastan para caracterizar su manera, aunque para graduarle de versificador gallardo. En su estilo palabrero y re- dundante, pero cadencioso, parece un romántico mejicano ó vene- zolano más bien que colombiano. Su Despertar de Adán ha sido muy celebrado; pero prefiero la Eva^ de Flores, cuyo pensamiento erótico es el mismo.

Entre los polígrafos más fecundos hay que contar á D. Manuel María Madiedo, D. Felipe Pérez y D. José María Samper. Madiedo era un publicista de talento brillante, pero desigual, que escribía medio en francés páginas elocuentes sobre cuestiones sociales. No si pertenecía ó no á la raza de color; pero que odiaba de muerte á los hijos y nietos de españoles, suponiéndolos culpables de todas las guerras civiles y de todos los escándalos, crímenes y desgracias que afligen á los pueblos de la América española. Lo más singular es que solía militar en partidos conservadores, por donde resultaba en sus ¡deas una extraña inconsecuencia. De su tomo de Poesías (precedido de un tratado de ]\Iétrica), lo más cele- brado ha sido el romance endecasílabo Al Magdalena^ que Camacho Roldan, en el prologo á las poesías de Gutiérrez González, califica de «uno de los cantos indígenas de nuestro suelo», añadiendo que «vi- virá mientras nuestro río arrastre sus turbias ondas al través de so- ledades cubiertas de ceibas y caracolíes, y por en medio de playas

que marcado había

De las tortugas la penosa marcha,

Y del caimán la formidable cola,

Y de los tigres la terrible garra.

Pérez (D. Felipe) es más conocido como periodista y hombre político y como geógrafo bueno ó malo que como poeta, y se le

COLOMBIA 75

acusa de haberse aprovechado con poco escrúpulo de trabajos aje-

JIOS (l).

Samper fué un improvisador fecundísimo en todos géneros: his- toriador, geógrafo, estadista, orador político, escritor de viajes, poeta lírico, dramaturgo, novelista, profesor de Derecho público y funda- -dor ó redactor principal de más de veinte periódicos; el más fecun- do de los escritores modernos de Colombia, y uno de los más cono- «cidos en Europa y de los que más han dado á conocer el estado político de su patria. Pero no parece que entre el inmenso cúmulo ■de sus libros, producidos como á destajo y con facilidad peligrosa, haya nada cabal ni de primer orden. De todos modos, sus bocetos biográficos y sus relaciones de viajes se leen con agrado y logran y merecen más fama que sus poesías.

D. José María Vergara y Vergara, ya mencionado en estas pági- nas, no fué grande escritor, pero escritor muy ameno y simpático. La bondad y la efusión de su carácter, su entusiasmo por la belleza moral, su fe viva y ardiente, su caridad inagotable, su patriotismo de buena ley, su gracejo natural é inofensivo, se reflejan fielmente ■en sus artículos de costumbres, novelitas é impresiones de viaje, V en todos sus escritos fugitivos, en prosa ó en verso, no muy co- rrectos de lengua, pero muy sanos y muy españoles en el fondo. Era hombre de devociones literarias ardentísimas, aunque fugaces, y

(i) El Sr, D. Diego Mendoza, persona para muy respetable, me llama la atención sobre esta noticia, que cree nacida de algún informe equivocado. Con mucho gusto inserto la rectificación que el Sr. Mendoza me envía:

«Siendo muy joven el Sr. Pérez, hizo con el General D. Tomás Cipriano de Mosquera, Presidente de la República, un contrato para la publicación de la Geografía del sabio italiano D. Agustín Codazzi, Jefe que fué de la Comi- sión Corográfica. El Sr. Codazzi murió en una de sus excursiones, y no pudo publicar sus trabajos. D. Manuel Ponce de León y D. Manuel María Paz se encargaron de la publicación de los mapas, y el Sr. Pérez del arreglo de los manuscritos y de darlos á la estampa. Tanto en el prólogo de la primera edi- ción (dos volúmenes), como en el de la segunda (de la cual sólo alcanzó á pu- blicar uno), y que es, propiamente hablando, el mismo de la anterior, explica con sinceridad y buena íe, que su labor había sido la de poner en orden y publicar conforme á los deseos del Gobierno, los trabajos postumos de Co- dazzi.»

76 CAPÍTULO SÉPTIMO

que perdía mucho de su propia originalidad por caminar demasiado - servilmente detrás de las huellas de los maestros que sucesivamente- adoptaba: primero Larra y ^Mesonero Romanos; después Fernán Ca- ballero, Trueba y Enrique Conscience, y últimamente Selgas. Sus- poesías adolecen de este mismo prurito de imitación exagerada, y ciertamente que el Libro de los Cantares^ con todo su mérito relativo que no negamos, no justificaba bastante el empeño con que Vergara- se dio á glosarle y á repetir sus temas, muchas veces más vulgares- que populares, y á veces ni vulgares siquiera, sino trivialmente sen- timentales. La afectada llaneza de Trueba contagió á \''ergara corno- á varios otros, y es lástima, porque algunas poesías humorísticas suyas prueban que hubiera podido distinguirse en este género sin deber- nada á nadie. Improvisó demasiado, y el periodismo devoró su in- genio, como el de tantos otros escritores de Colombia y de España^ Finalmente, mencionaremos los nombres de Arsenio Esguerra (muy delicado y pulcro), José David Guarín, Hermógenes Saravia>. José María Rojas Garrido, Domingo Díaz Granados (amigo é imita- dor de Gutiérrez González), Arcesio Escobar (feliz traductor de poe- tas ingleses), César Contó, Joaquín González Camargo (autor del delicioso Viaje de la luz)^ José Joaquín Borda, Benjamín Pereira Gamba, y la dulce poetisa mística Doña Silveria Espinosa de Ren- dón, de todos los cuales he leído agradables poesías en el Parnaso Colombiano^ pero á quienes no me atrevo á caracterizar por falta de suficientes datos (l).

(i) Joaquín Pablo Posada. Nació en Cartagena (de Indias) en 1825, y mu- rió en 1880. Sus Poesías se imprimieron en 1857, con un prólogo del doctor Felipe Pérez. En 1879, sus Camafeos 6 Bosquejos de notabilidades colombiarias en poliiica^ milicia, comercio, cieticias, artes, literatura, trápalas, malas mañas y otros efectos, bajo su triple aspecto físico, moral e' intelectual. (Barranquilla, im- prenta de los Andes.)

Germán Gutiérrez de Piñeres (18 16- 1872). Sus Poesías, precedidas de un juicio de D. Pedro Neira Acevedo, se imprimieron en Bogotá, 1857. Fué autor también de El Oidor, drama histórico.

Ricardo Carrasquilla. Nació en 1827 y ha fallecido recientemente. Coplas. (Bogotá, por Foción Mantilla, 1866. Hay tres ediciones posteriores aumen- tadas.)^— Sofismas anticatólicos vistos con microscopio.

José María PinrJu Rico. Nació en 1S34. Fué magistrado primero y militar

COLOMBIA 77

revolucionario después. Residió algún tiempo en Venezuela, redactando El Porvenir de Caracas. En Bogotá fué colaborador de La Discusión, de El Nue- vo Mundo y de La Pluma. No que hayan sido coleccionados sus versos.

Manuel María Madiedo. Nació en Cartagena (de Indias) en 1815. Sus Poesías precedidas de tm tratado de Métrica fueron impresas en Bogotá, 1859. Hay poesías posteriores en la miscelánea titulada Ecos de la Noche (1870). Com- puso en su primera juventud dos tragedias, Coriolano y Lucrecia ó Roma libre, y más adelante el drama Una idea abismo (sic) y el juguete cómico Tres diablos sueltos. Entre sus escritos de materias sociales y filosóficas, se citan principal- mente: Tratado de derecho de gentes (1874), La Ciencia social ó el Socialismo filosófico: derivación de las grandes armonías morales del Cristianismo (1863), Una gran revolución, ola razón del hombre juzgada por si inisma (Caracas, 1876), El Dedo e7i la llaga (Caracas, 1876), El Arte de probar (Bogotá, 1874), Tratado de Crítica general, ó Arte de dirigir el entendimiento en la investigación de la verdad {1S6S), etc., etc.

Felipe Pérez. Nació en 1834. La edición de sus Versos es de 1867. Escribió además novelas (Atalmalpa, Los Pizarros, Jilma, Los Gigantes, Imina, Carlo- ta Corday. ....), y dramas (Gonzalo Pizarro. ....). Pero sus escritos más conocidos

son: Análisis política, social y eco7iómica de la Reptlblica del Ecuador (1853),

Geografía física y política de los Estados Unidos de Colombia (1862-63), y otras análogas. Otras muchas obras suyas se citan en la extensa Vida de Felipe Pé- rez, por D. Enrique Pérez (Bogotá, 191 1).

José María Samper. Nació en 1828. El solo catálogo de sus obras ocupa cinco ó seis páginas en la Bibliografía Colofnbiana de Laverde Amaya. Sus primeras Poesías, con el título de Plores marchitas, se publicaron colecciona- das en 1849; sus Piezas dramáticas, en 1857; una nueva colección lírica (Ecos de los Andes), en 1860; Uti Vampiro, poema satírico, en 1863; Martín Flórez, novela, en 1866; Un drama íntimo, novela, en 1870; Últimos cantares (tercera colección lírica), en 1874; Florencio Conde, novela, en 1875; El Poeta soldado, ídem, en 1881; Los Claveles de Julia, ídem, en 1881. De sus restantes obras, las más conocidas son Pensamientos sobre moral, política, literatura, religión y costumbres (1856),- Ensayo sobre las revohicioties políticas y la condición social de las Repúblicas hispano- americanas (París, 1861); Viajes de un colombiano en Europa (París, 1862); El Libertador Simón Bohvar (Caracas, 1878); Galería Nacional de Hombres ilustres (Bogotá, 1879); Historia de una alma (1881), auto- biografía muy interesante, en que refiere su conversión al catolicismo.

José María Vergaray Vergara (1831-1872). Incansable periodista y promotor de la buena literatura. Redactó La Siesta, El Mosaico, El Hogar, La Fe, la Revista de Bogotá y otros muchos periódicos. Sus principales obras son: His- toria de la literatura en Nueva Granada {i%b(i); Olivos y aceitunos todos son unos (novela de costumbres políticas); Versos en borrador (1868); Artículos escogi- dos, colección selecta (Londres, i88i); Vida y escritos del general NariFio. Co-

yS CAPÍTULO SÉPTIMO

leccionó el Museo de cuadros de costumbres, de varios escritores colombianos; el Parnaso Colo?nbiano, en tres pequeños volúmenes, que contienen las obras de Gutiérrez González, Caicedo Rojas y Marroquín; La Lira granadina ( r86o). Hay dos biografías de Vergara, una de D. José Manuel Marroquín, en el Anua- rio de la Academia Colombiana (1874), y otra de D. Carlos Martínez Silva en el Repertorio Colombiano.

Sobre los restantes poetas, nos remitimos á las breves noticias que pueden encontrarse en el Parnaso Colombiano de Áñez, y mejor en los Apuntes sobre bibliografía colombiana, con muestras escogidas en prosa y verso, por Isidoro Laverde Aynava, con un apéndice que contiene la lista de las escritoras colombia- nas, las piezas dramáticas , 7iovelas, libros de historia y de viajes escritos por colombianos. (Bogotá, 1S82.)

Es imposible omitir la lectura de las muy discretas y sabrosas Cartas Ame- ricanas de nuestro D. Juan Valera (primera serie, Madrid, 1889), que contie- nen un largo estudio sobre el Parjiaso Colombiano. El Sr. Valera hubiera hecho inútil nuestro trabajo y nos habría dado con ventaja un juicio cabal sobre la poesía de Colombia, á haber podido disponer de fuentes más copio- sas y seguras que el mencionado Parnaso, compilación deficientísima por una parte, y por otra llena de fárrago y broza, como casi todas las de su géne- ro que se han formado en América.

Para el estudio de la mejor literatura moderna de Colombia es de inapre- ciable auxilio la colección de los trece tomos del Repertorio Colombiano, ex- celente revista que duró desde 1878 hasta 1887, bajo la dirección de D. Carlos Martínez Silva y la inspiración de D. Miguel Antonio Caro. Es la más notable publicación de su género que hasta ahora ha aparecido en la América es- pañola.

Finalmente, para el conocimiento de los poetas novísimos, puede acudirse á La Lira Nueva, de D. José María Rivas Groot. (Bogotá, 1886.)

VIII

ECUADOR

En el Ensayo sobre la literatura ecuatoriana^ del Dr. D. Pablo Herrera (i), y en la Ojeada Histórico- crítica sobre la poesía ecuato- riana, de D.Juan León Mera (2), puede verse cuan antiguo abolengo tiene la cultura literaria en la antigua Presidencia de Quito, que abarcaba en sus cuatro Gobiernos Mayores la mayor parte del te- rritorio de la actual República del Ecuador (3). A las órdenes monásticas, y especialmente á la de San Francisco, se debió la pri- mera cultura del país y el establecimiento de las primeras escuelas, así como á un franciscano, el P. Jodoco Rickle, se había debido la introducción de la primera semilla de trigo.

En noble emulación pretenden las diversas religiones que dieron apóstoles á la primitiva colonia, el lauro de haber establecido la pri- mera casa de enseñanza; pero sin negar que los dominicos tuviesen estudios en su convento de San Pedro Mártir, fundado en Quito por el Venerable Fr. Alonso de Montenegro poco después de la con-

(i) Publicado por primera vez en 1860 y luego, con bastantes ampliacio- nes, en el primer tomo de la Revista Ecuatoriana (1889), si bien esta segunda edición no llegó á terminarse, que sepamos.

(2) Quito, t868. Imprenta de J. Pablo Sauz. Hay una segunda edición, de Barcelona, 1893, en que se conserva el primitivo texto, pero se añaden algunos apéndices.

(3) Guayaquil perteneció en lo militar al Virreinato del Perú, hasta que Bolívar le anexionó en 1824 á la primitiva Colombia. Quito y lo restante de la República dependía del Virreinato de Santa Fe desde 1721 ; hasta entonces había dependido también del Perú.

8o CAPÍTULO VIII

quista déla ciudad por el adelantado Sebastian de Belalcázar, todavía es cierto que el primer colegio de cuya formal organización se tiene noticia es el de San Andrés, establecido por los franciscanos en 1 5 56, y dotado en 1 562, por Real cédula de Felipe II, con 300 pesos anuales. En dicha cédula consta que allí se enseñaban «las cosas per- tenecientes á la salvación y buena doctrina de los indios naturales, letras, buenas costumbres y habilidades, para que puedan vivir cris- tiana y políticamente» (l).

Pero la enseñanza para los hijos de españoles, la propiamente li- teraria ó de humanidades, fué introducida en el Ecuador, como en otras partes de América, por los PP. de la Compañía de Jesús, cuyo colegio de Quito contaba ya por los años de 1585 más de ciento ochenta estudiantes, siguiendo cuarenta de ellos el curso de Artes. La emulación era grande, frecuentes las conclusiones y actos públi- cos, con asistencia del Obispo, del Corregidor y vecinos principales, y tan grande el crédito que lograban los jesuítas, que cuando el Obispo Fr. Luis López de Solís fundó, á fines del siglo xvi, el cole- gio Seminario de San Luis, también le puso bajo su dirección, con parecer y acuerdo de la Real Audiencia y del Cabildo. Emulando el celo de franciscanos, dominicos y jesuítas, los agustinos estable- cieron la Universidad de San Fulgencio, autorizada por bula apos- tólica de Sixto V, en 20 de Agosto de 1586. Pero no fué ésta la Universidad definitiva, la que obtuvo los títulos de Real y Pontificia, sino la establecida en 1620 con título de San Gregorio Magno, bajo la dirección de los jesuítas.

El más antiguo de los españoles de quien sabemos que, pasando al reino de Quito, compusiese algunos versos, es D. Lorenzo de Ce- peda, hermano de Santa Teresa de Jesús y muy conocido de los lec- tores de la incomparable correspondencia de la mística Doctora, puesto que á él están dirigidas algunas de sus mejores cartas sobre materias familiares y espirituales. Estuvo en Indias D. Lorenzo más

(i) Vid. l'arones Ilustres de la Orden Seráfica en el Ecuador^ desde la fun- dación de Quito hasta nuestros días, por Fr. Prancisco María Compte, .Misio- nero Apostólico y Cronólogo del Colegio de San Diego de Quito. (Quito, 1885 y 1886, 2 vols.)

ECUADOR 8 I

de treinta y cuatro años: en 1 5 50 era regidor del Cabildo de Quito, alcalde primero en 155I) y después tesorero de las Cajas Reales, hasta 1567, en que, fallecida su mujer, D.* Juana de Fuentes, natu- ral de Trujillo en el Perú, abandonó todo empleo, para volver á Es- paña, y darse por entero á la vida contemplativa y á los ejercicios de piedad, bajo la dirección y consejo de su hermana, á cuyas fun- daciones contribuyó con el cuantioso caudal que había granjeado en el Nuevo Mundo. Además de una relación de la vida y virtudes de su mujer, escribió algunos versos de devoción; pero sólo se ha con- servado la siguiente glosa sobre el altísimo tema de que «Dios in- cluye en todas sus criaturas, y que ninguna está fuera de Él, y que, por consiguiente, el mismo Dios está en ellas más que ellas mismas, y Él es ei centro del alma, y si la hubiere tan limpia que no impida esta admirable unión, hallarse ha á en Dios y á Dios en sí, sin rodeo:

El Sumo Bien en su alteza Dice al alma enamorada Que se busque en su grandeza,

Y que á su inmensa belleza Busque en su pobre morada.

De amor la suprema fuente, Sin bajar de sus alturas, Con su amor omnipotente, Hállase siempre presente

Y encierra en sus criaturas.

Y el mismo amor que fué de ellas Su principio sin tenerle, Ama tanto estar con ellas, Que está muy más dentro en ellas, Que ellas mismas sin quererle.

Pues el alma limpia y pura Que amare en esto pensar, Se hallará con gran ternura En esa misma hermosura

Y á mismo sin rodear (i).

(i) Publicó por primera vez estas quintillas D. Vicente de la Fuente en su notable edición de las Obras de Sania Teresa (B. de AA. EE.), tom. i, pág. 362.

82 CAPÍTULO VIII

Sobre el mismo tema de Biiscate en ;«/, que es, sin duda, lo más profundo y sutil de la mística, escribieron papeles en prosa, y como en certamen, San Juan de la Cruz, Julián de Ávila y Francisco de Salcedo, y sobre todos ellos recayó el donairoso vejamen que, en virtud de obediencia al Obispo de Avila, dio Santa Teresa, la cual por su parte trató el mismo asunto en la glosa así encabezada:

«Alma, buscarte has en Mí, Y á buscarme has en ti,..

que no me parece tan superior á la de su hermano como da á enten- der el docto colector de las obras de la Santa.

En las Crónicas monásticas de la provincia de Quito se encuen- tran bastantes nombres de escritores teológicos, de filósofos esco- lásticos, de gramáticos cultivadores de la lengua quichua, pero no se encuentra poeta alguno hasta el siglo xvii, lo cual no quiere de- cir que no los hubiera, sino que sus obras se perderían por falta de imprenta, calamidad que también pesó sobre la literatura colonial de Venezuela y Nueva Granada hasta muy entrado el siglo xviii. Si algún escritor quiteño llegó á ver publicadas sus obras, fué de los que por sus oficios eclesiásticos ó jurídicos tuvieron ocasión de salir de su país, como el obispo Fr. Gaspar de Villarroel, que no fué sólo gran prelado en Santiago de Chile y Arequipa, y profundo canonis- ta, como lo prueba su obra del Gobierno Eclesiástico (1656), célebre en su línea como la Política Indiana de Solórzano en la suya, sino también prosista no vulgar, de los mejores de América en su tiempo. Es claro que si los libros voluminosos, y tocantes á las ciencias más estimadas entonces, tropezaban con tal obstáculo para impri- mirse, aún había de ser más precaria la suerte de poesías fugitivas, y que probablemente no tendrían más mérito que el de primeros ensayos. Lo cierto es que en 1630, cuando el Fénix de los Ingenios compuso El Laurel de Apolo, florecía en Quito una poetisa llamada D." Jerónima de Velasco, que era otra Safo, otra Erina, otra Pola Argentaría, al decir de Lope:

Parece que se opone á competencia En Quito aquella Safo, aquella Erina, Que si doña Jerónima divina

ECUADOR 83

Se mereció llamar por excelencia, ¿Qué ingenio, qué cultura, qué elocuencia, Podrá oponerse á perfecciones tales, Que sustancias imiten celestiales, Pues ya sus manos bellas Estampan el Velasco en las estrellas?

(Silva i.^)

Era esposo de la señora tan estrepitosamente elogiada un don Luis Ladrón de Guevara; por lo cual añade Lope, jugando galante- mente del vocablo:

¡Dichoso quien hurtó tan linda joya Sin el peligro de perderse Troya! Pero diósela el cielo, aunque recelo Que puede la virtud robar el cielo.

De D.^ Jerónima sólo ha quedado esta memoria; y el primer ingenio ecuatoriano que llegó á ver de molde el cuerpo íntegro de sus poesías (aunque realmente tales son ellas que no hubiese im- portado mucho su pérdida) es el Maestro Jacinto de Evia, natural de Guayaquil, que en 1675 publicó en Madrid un Ramillete de varias flores poéticas recogidas y cultivadas en los primeros abriles de sus años (i). La fecha de la publicación, ominosa para la poesía lírica, hará ya sospechar lo que el libro puede ser, y es en efecto: un ejemplar de hinchazón y pedantería. No todo lo que en él se con- tiene es de la propia cosecha del Maestro Evia: con sus flores poé- ticas van mezcladas algunas no mucho más lozanas y olorosas del bogotano Domínguez Camargo, y otras en mayor número del jesuí- ta sevillano P. Antonio Bastidas, que había sido maestro de Mayo- res y Retórica del poeta de Guayaquil. Los tres colaboradores del Ramillete eran gongorinos furibundos, los tres versificadores nume- rosos y entonados: prenda común en la escuela á que .pertenecían. Apenas hay en el tomo composición que no sea un puro disparate; pero son disparates sonoros. De los tres poetas, quizá Evia, que es

(i) Madrid: en la imprenta de Nicolás de Xamares, mercader de libros, año de 1675, 4.°, 9 hs. prls. y 406 folios.

84 CAPÍTULO VIII

el que da nombre al Ramillete, sea el de menores vuelos. Nada hay en el fárrago de sus composiciones /«««f^r^i" (así con toda propiedad denominadas), heroicas, sagradas, panegíricas, amorosas y burlescas, que compita con algunos rasgos de los romances de Domínguez Ca- margo, ni con la gala y bizarría que en medio de sus extravagancias tiene la paráfrasis que el P. Bastida hizo del idilio de la Rosa,

Ver erat et blando mordentia frigora sensu,

atribuido por algunos gramáticos á Virgilio é inserto entre sus poe- mas menores, pero que parece ser de Ausonio. Es, sin disputa, la mejor poesía del Ramillete. Véase alguna muestra:

<'De los tiempos del año era el verano», El de Mantua cantó en su dulce lira,

Y el día alegre en rayos en que gira, Esmalta nubes con que sale ufano.

El Austro templa, porque su aire aliente,

Y así con blando diente

Muerde la flor que, aun tierna, no se esquiva Si aun solicita alientos más lasciva; Cuando abreviando sombras el aurora Precede bella á la carroza ardiente,

Y en luces de esplendor, en luz canora, Despierta el sol, madrúgale á su oriente. «Entonces (dice en dulce melodía Aqueste cisne) el campo discurría,

Y cuando en sendas de este sitio ameno Buscaba abrigo en esa adulta llama

Del sol que salamandra ya se inflama, Vi entre su vasto seno En la grama pender blando rocío. Que á breve globo aprisionaba el frío,

Y en su lacio verdor me parecía Lágrimas que lloró la noche fría...

Al nacer el lucero luminoso

Vi con primor y aliño cuidadoso

Del esmero Pestaño

Del mejf)r hortelano,

Un rosal tan de gotas salpicado,

Que sudor se ha juzgado,

ECUADOR 85

Que en la lucha valiente

Por escala de sombra subió ardiente.

Uno es todo el rocío de la rosa,

Y el que suda la aurora luminosa En su estación primera;

Un color entre ambas persevera.

Allí una rosa infante

Mece en su cuna el céfiro inconstante,

Y en claustro de esmeralda detenida Virgen se oculta menos pretendida; Otra al prado se asoma diligente Por celosías de su verde oriente; Mas al mirarla trueca vergonzosa En carmín el candor su tez hermosa,

Siendo cada hoja en que ella se dilata Gota de sangre que de desata.

Pero ¡ay! que toda aquella pompa hermosa Del verjel, esta antorcha luminosa, Esta hoguera que roja al prado inflama, Siendo cada hoja suya ardiente llama; Este sol, que á sus rayos fomentaba Cuanto aseo al jardín le coronaba, Con desmayo fatal se descompone, Su luz se apaga al inconstante viento, Al Occidente el esplendor transpone,

Y la llama consume su ardimiento. ¡Oh, qué breve esta flor tiene la vida. Pues edad fugitiva la arrebata

De su beldad pirata... Caduca y lacia cuanto más florida, Siendo la cuna en que la mece el viento Su fatal pira y triste monumento!

¡Oh tiempo, oh dias, oh naturaleza! Avara en cuanto ostentas más grandeza

&

Pero ¿qué importa, oh rosa, que tu llama

Tan temprana se apague, aun cuando ardiente.

86 CAPÍTULO VIII

Si permanece fija en la memoria

De tu belleza la pasada gloria?

¡Oh, qué ejemplo tan vivo al desengaño

De una grande belleza!

Lograd, oh Virgen pura,

Este cortés recuerdo en la pureza;

Coged la rosa, pues, de la hermosura,

Cuando ayuda la edad, la edad florida,

Y en vistosas guirnaldas recogida,

Si intacto su verdor guardáis constante,

Vuestra cabeza ceñirán triunfante.

No ajéis su lozanía;

Mirad que la beldad más grata y bella,

Como la flor, fenece con el día...

No hay duda que las sombras del mal gusto empañan todo esto pero tampoco faltan rasgos que recuerdan el tono de las silvas de Rioja; y el que de tal modo escribía y versificaba, merecía, segura- mente, haber nacido en edad menos infeliz y tener discípulos más aprovechados que el maestro Evia. Lo cierto es que en Guayaquil no se hicieron mejores versos antes de Olmedo.

A falta de otro más positivo mérito, tiene el Ramillete el de ser uno de los tipos del gongorismo americano y un curioso documento para la historia de las costumbres de la colonia, por estar lleno de versos de circunstancias, elogios fúnebres, sonetos, inscripciones y motes con que en Quito se solemnizaron las honras de la reina Doña Isabel de Borbón, del príncipe D. Baltasar Carlos y del rey Fe- lipe IV; el Mausoleo Panegírico de la venerable fundadora del con- vento de Santa Clara, D.^ Francisca de la Cueva; Jeroglíficos, em- blemas y anagramas á virreyes y oidores; romances para felicitar al General de la caballería de Quito en días de vistoso regocijo públi- co, ó jácaras para profesiones de monjas; loas sagradas y humanas á Nuestra Señora de Payta, á Nuestra Señora de Guapulo, á los días del arzobispo de Quito, á la festividad de San Ignacio de Loyola, á grados y funciones universitarias. Completan el Ramillete algunos opúsculos en prosa: una especie de novela con el título de El sueño de Celio; algunas oraciones de certamen, unas en latín y otras en castellano; una invectiva apologética en apoyo de un romance de Domínguez Camargo: curiosa muestra de lo que eran las polémicas

ECUADOR 87

literarias en el infeliz lugarejo de Turmequé por los años de 1652. Si todo ello estuviese escrito con más llaneza, sería interesante y divertido, aunque nada valiese poéticamente; pero el mal gusto llega á tales excesos, que la lectura se torna imposible. ¡iCómo hin- car el diente á un cartel de justa poética que empieza con este en- cabezamiento: «Acorde, plectro, canora cítara y resonante lyra, á »cuyo dulce contacto provoca á las mejores plumas de los más dies- »tros Apolos, sonoros Orfeos y numerosos Amfiones, convida á las 3>más delicadas voces del coro de las Nueve Hermanas, para que »en armoniosa competencia con los nueve coros, soberanos ruise- » ñores, divinas Filomenas de la gloria, celebren, festejen y aplau- »dan con suaves acentos la cítara del encarnado Verbo, cuya dulce »melodía en el venturoso teatro de Belén gozosos escucharon esos ^celestes globos: festivos los arroyos, las flores y plantas, si antes ^quebraron grillos de cristal al erizado Diciembre, agora gustosos »apr¡sionan de nuevo su libertad al encanto dulce de sus divinas »cuerdas». Todo este rótulo para un opúsculo de ocho hojas mal contadas. Y qué diremos de este otro con que el émulo de Domín- guez Camargo preludia su invectiva, creyendo, sin duda, lanzar mor- tífero dardo contra el pobre poeta adversario suyo: «Lucifer en Ro- »mance de Romance en Tinieblas, Paje de Hacha de una noche »culta, y se hace prólogo luciente ó proemio rutilante, ó babadero »corusco, ó delantal luminoso, este primer razonamiento al lector.» Y lo más gracioso es que los que tal escribían hacen alarde á cada momento de su amor á la pureza y sencillez del estilo, llegando á decir Jacinto Evia en un proemio d la jitventiid estudiosa^ que «sus poemas se asemejan unicho d lo cristalino de las fuentes, por »la suma claridad que hallarás en todos ellos; porque sigo lo que »solía repetir mi maestro, que quería parecer antes humilde en »el estilo y concepto, que levantado por obscuro». Si estas eran las aguas cristalinas que tenía que beber la juventud estudiosa de Quito y Guayaquil, ^"qué tales serían las lagunas turbias y cena- gosas ?

Los chispazos de poesía en el maestro Evia son rarísimos: apenas puede leerse con tolerancia otra cosa que el romance

Sol purpúreo de este prado...

Mbnéndez y Pelayo. Poesía hispano-americana. II. 6

88 CAPÍTULO VIII

que pusimos en nuestra colección , y algún rasgo todavía más fugi- tivo, como este final de una décima, de sabor calderoniano:

Mas ¡ay! cuan en breves plazos Llegué mi dicha á gozar, Pues solo vino á estribar Del alma tan dulce empeño, En breves sombras de un sueño Que se acabó al dispertar

En los villancicos tiene cierto sabor popular y llaneza relativa; por ejemplo, en el de la buena ventura de la gitana al niño Jesús:

Dame una limosnita.

Niño bendito, Dame las buenas pascuas

En que has nacido:

Niño de rosas, Dale á la gitanilla

Pago de glorias.

Si me das la mano, Infante divino, La buenaventura Verás que te digo. Miro aquí la raya Que muestra que aun niño Verterás tu sangre, Baño á mis delitos. Serás de tres reyes Rey reconocido, Y á este mismo tiempo De un rey perseguido. En tu propia patria. Con ser el rey mismo. Vivirás humilde, Vivirás mendigo...

Parece que descansa el ánimo cuando de las lobregueces del Ra millete Poético (y de fijo no serían menores las de otros poetas culte- ranos de quienes no conocemos más que el nombre, puesto que de algunos de ellos se dice por gran elogio que «escribía en lenguaje hispano-latino») se pasa al pequeño grupo de los jesuítas poetas, no muy inspirados, pero muy sensatos, que salieron de los colegios

ECUADOR 89

de Quito y Guayaquil, en el siglo xvm, y que víctimas ele la catás- trofe de su orden, honraron el nombre de su patria en los centros de la cultura italiana. No hay entre ellos ninguno comparable á los Alegres, Abades, Landívares, Clavijeros y Molinas, que procedían de otras partes de América donde la cultura había echado más raí- ces; pero como historiador y aun como naturalista tiene mérito in- disputable el P. Velasco, y los poetas, aunque por lo general de es- caso numen, prueban que había llegado bastante pronto á las regio- nes ecuatorianas el cambio de gusto. Sólo el P. Juan Bautista Agui- rre, guayaquileño, conserva resabios del conceptismo, 6 más bien del equivoquismo de Gerardo Lobo y de Benegasi, y á juzgar por la única poesía suya que hemos visto (las décimas que compuso burlándose de Quito y elogiando á Guayaquil), más bien debe ser puesto entre los copleros que entre los poetas formales, aunque no se le puede negar cierta gracia descriptiva, y ésta no solamente en lo burlesco:

Guayaquil, ciudad hermosa, De la América guirnalda, De tierra bella esmeralda, De la mar perla preciosa, Cuya costa poderosa Abriga tesoro tanto, Que con suavísimo encanto, Entre nácares divisa Congelado en bella risa, Lo que el alba vierte en llanto.

Tribútanla con desvelo, Entre singulares modos, La tierra sus frutos todos, Sus influencias el cielo: Hasta el mar, que con anhelo Soberbiamente levanta Su cristalina garganta Para tragarse esta perla, Deponiendo su ira al verla Le besa humilde la planta.

Los elementos de intento La miran con tal agrado,

CAPITULO VIII

Que parece se ha formado De todos un elemento; Ni en ráfagas brama el viento, Ni el fuego enciende calores, Ni en agua y tierra hay rigores;

Y así llega á dominar

En tierra, aire, fuego y mar, Peces, aves, frutos, flores.

Los rayos que al sol repasan Allí sus ardores frustran, Pues son luces que la ilustran

Y no incendios que la abrasan.

Templados de esta manera Calor y fresco entre sí, Hacen que florezca allí Una eterna primavera; Por lo cual, si la alta esfera Fuera capaz de desvelos, Tuviera, sin duda, celos De ver que en blasón fecundo Abriga en su seno el mundo Este trozo de los cielos.

Mayores alientos tuvo el P. José Orozco, natural de Riobamba, autor de un poema épico en cuatro cantos y en octavas reales so- bre La Conquista de Menorca en 1782, que por primera vez dio á luz el Sr. Mera en su libro ya citado acerca de la poesía ecuatoriana. El poema es uno más entre los innumerables de su clase y de su tiempo; pero no puede decirse que carezca de cierto mérito rela- tivo. No falta, por supuesto, la consabida máquina^ y es de las más estrafalarias que pueden imaginarse: un personaje raro, que resulta ser el propio dios Marte, se presenta en el palacio del bueno de Carlos III y después de rendirle cortés obsequio, le exhorta á em- prender la conquista de Menorca y confiar el mando al Duque de Crillón.

Pero á despecho de tan disparatado plan, que tiene muchos simi- lares en cantos épicos del siglo xviii y aun de más acá, el autor acierta á veces con octavas tan felices como ésta, en que se recono- cerá sin esfuerzo el original de unos famosos versos de Heredia.

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Como en contrario clima degenera No pocas veces desgraciada planta, Aun cuando cuidadoso más se esmera En su cultivo aquel que la trasplanta, Tal mi musa infeliz en extranjera Región se ve degenerar, si canta; Aura nativa fáltale, y con ella El dulce influjo de benigna estrella.

No creemos que Heredia, que de exceso de erudición no pecaba, hubiese leído La Conquista de Menorca^ que, según creemos, estuvo inédita hasta 1868, pero la semejanza es tan próxima y evidente, que no podemos explicarla sino por la existencia de un modelo común, que hasta ahora no hemos podido descubrir cuál sea. De todos modos, quien fué capaz de escribir esta octava no era poeta vulgar, por más que haya dejado otras pésimas y ninguna iguala ésta.

Tuvo el P. Orozco un hermano, jesuíta como él, autor de una interminable elegía en doscientas décimas, con el título de Lamen- tos por la muerte de la Compañía de Jesús^ y consuelos al ver que comienza á resucitar en la Rusia, que si no honran mucho su ta- lento poético, prueban á lo menos su filial amor á la Compañía, de la cual dice entre otras cosas:

No hubo lugar que se hallase Aunque remoto é inculto, Donde á Dios el sacro culto Tu celo no tributase: No hubo nación que quedase A tus ojos escondida, Y que no diese rendida Á Jesús el corazón, Por ti hallando salvación

En las fuentes de la vida.

El P. Ramón Viescas es, de todos estos poetas, el que muestra más arte, mejor gusto y más sólidos conocimientos de humanida- des. Tradujo é imitó mucho del italiano y aun del francés, pero con estilo propio y con soltura. El sueño sobre el sepulcro de Dante, la canción á la extinción de la Compañía de Jesús, la elegía á la mnerte del P. Ricci en las prisiones, son paráfrasis ó imitaciones; pero sea lo

92 CAPITULO VIII

que quiera de su originalidad, son poesías de noble asunto, de ento- nación lírica, de sabor clásico, de mucho jugo en las ideas, y de versificación armoniosa y pulcra en general, aunque no enteramente libre de prosaísmos y descuidos, bien perdonables en versos que su autor no parece haber destinado nunca á la publicidad. Los roman- ces y décimas de donaire, que componía con mucha facilidad, no carecen tampoco de gracia.

De otro jesuíta de Riobamba, el P. Ambrosio Larrea, se conser- van sonetos no despreciables en castellano y en italiano, mejores éstos que aquéllos (l). Su hermano el P. Joaquín Larrea versificó únicamente en italiano. El P. Joaquín Aillón dejó algunos versos la- tinos de poca monta.

Todavía no hemos apurado la lista de esta brillante emigración. Al P. Juan de Velasco hay que perdonarle sus versos desaliñados é insulsos, ó más bien olvidarlos de todo punto, en consideración á su verídica y noticiosa Historia del reiuo de Quito, que es su ver- dadero título al agradecimiento de la posteridad. Basta citar al vue- lo los nombres del P. Juan Ullauri, del P. José Garrido, del P. Nico- lás Crespo y el P. Juan Arteta, versificadores latinos, y finalmente del P. Mariano Andrade, autor de un romance bastante sentido despidiéndose de Quito:

Esa ciudad donde el cielo Gastó todos sus aliños,

(i) Creemos digno de transcribirse, sin embargo, un soneto castellano á la Virgen de los Dolores:

No al sol la nube afea si le encubre, Ni del alba el llorar quita á las flores Sus hermosos, vivísimos colores. Antes más agradables los descubre;

Las lluvias, más frecuentes en Octubre, Aumentan en el prado los verdores; Con ellas el jazmín crece en candores Y la rosa de púrpura se cubre:

Tal, oh Virgen bellísima, tu llanto, Como el tierno rocío de la aurora, Muestra sólo el dolor, muestra el quebranto;

Pero asi como el alba cuando llora Es de los ojos peregrino encanto, Asi el llorar en ti más enamora.

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Como si plantase allí El celeste paraíso;

Esa ciudad donde el arte Supo excederse ;i mismo, Viéndose lo natural Junto con el artificio;

Esa ciudad donde todo Tiene en tales hechizos, Que aun las piedras de las calles Parecen de imán activo.

Allí es donde siempre el aire, Adulando los sentidos, Es respiración vital, Templadamente benigno;

Allí donde amante el sol, Con inseparable giro. Está siempre vertical Por contemplar aquel sitio;

Allí donde los vergeles. Con su natural cultivo, Deliciosamente juntan Lo fértil con lo florido;

Allí entre tantos verdores, Donde todo está florido, Quedó mi esperanza muerta, Reverdeciendo el olvido;

Allí la gente que habita Tiene por lengua el cariño. Por corazón la blandura,

Y por alma el beneficio.

La planta que se ha arrancado De su terreno nativo, Muere, perdiendo aquel suelo,

Y á quien debió su cultivo: Así también yo, arrancado

Del propio suelo patricio.

Daré la vida, perdiendo

El terreno en que he nacido (i).

(i) Nótese la coincidencia de estos versos con los ya citados del P. Oroz- co y de Heredia.

94 CAPITULO VIH

Recibe, pues, patria mía, Estos amantes suspiros. ¡Oh, quién te enviara hasta el alma Con los suspiros que envío!

Recíbelos, y si acaso Su dueño no has conocido, En viendo turbado tu aire. Conocerás que son míos.

No es mi dolor como aquellos En que manda el albedrío, Sino tan foi-zoso, que Sale el llanto sin arbitrio.

Mas ¿qué mucho que así sea, Si en la causa por que gimo, Hasta lo invencible llora Con tristes, mudos gemidos?

Mis ayes vienen á ser Como aquel eco preciso Qué repite el tronco ó bronce De algún duro golpe herido.

Hay en estos versos una simpática mezcla de ingenuidad y dis- creteo, que nos hace lamentar la pérdida de las demás composicio- nes que sin duda escribiría el P. Andrade (l).

Honda brecha abrió la expulsión de los jesuítas en la cultura lite- raria del Ecuador, que apenas tenía más profesores de humanidades

(i) Al P. Velasco se debe la conservación de todas las poesías de jesuítas ecuatorianos citadas en el texto y de otras muchas de menos importancia que omitimos. Fueron recogidas por él en una miscelánea en seis volúmenes que formó, llamándose El Ocioso de Faenza.

El P. Velasco murió en 1819, á la avanzadísima edad de noventa y dos años, y sus papeles, confiados á un sobrino suyo, fueron trasladados al Ecuador por D. José Modesto Larrea, en 1825. Después de varias vicisitudes, estos manus- critos fueron depositados en la Biblioteca Nacional de Quito, por orden del presidente García Moreno. Pero parece que en estos últimos años han des- aparecido los tres últimos volúmenes. Afortunadamente, las principales com- posiciones habían sido dadas á luz por el Sr. Mera en 1868. No todos los ver- sos contenidos en el ms. de Faenza son de jesuítas; hay también algunos de

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que aquellos Padres; pero allí, como en Nueva Granada, la influen- cia de las expediciones de astrónomos, geodestas y naturalistas euro- peos, vino á levantar el nivel de la cultura científica en la segunda mitad del siglo xviii, despertando al mismo tiempo cierta fermenta- ción del espíritu crítico, que no podía menos de ser precursora de otro género de novedades. De 1735 á 1 744, con objeto de determi- nar la verdadera magnitud y figura de la tierra, por la medida de algunos grados del meridiano terrestre, visitaron las regiones equi- nocciales los sabios franceses Godin, Bouguer, La Condamine y Jussieu, y los españoles D. Jorge Juan y D. Antonio de Ulloa, que consignaron sus Observaciones astronómicas y físicas en un libro me- morable. Quito dio cinco dibujantes á la expedición de Mutis, y una especie de Mecenas científico en la persona de D. Juan Pío Montú- far, Marqués de Selva Alegre, que había de ser, andando el tiempo, uno de los principales miembros de la Junta revolucionaria de 1 809 y una de las primeras víctimas de las represalias de los realistas. En 1 801 Humboldt y Bonpland llegaban á Quito, ampliamente favore- cidos por el Gobierno de Carlos IV, para sus grandes estudios sobre la Física del Cilobo y la Geografía de las plantas. Poco después, el inmortal y desventurado neogranadino Caldas, emprendía un viaje botánico al Ecuador, con el principal objeto de estudiar en su terre- no nativo las quinas de la provincia de Loja. «Sobre este importante asunto (dice un docto biógrafo de Mutis) (l) escribió Caldas una Me- moria llena de oportunas observaciones, y trazó un plano geográfico para manifestar el estado de los montes donde crecen aquellos pre- ciosos arbustos: comisionado por el presidente Carondelet, recorrió las montañas de Malbucho, y delineó y trazó el camino que preten- día abrir desde la ciudad de Ibarra hasta el Pacífico aquel virtuoso

poetas seglares, entre los cuales se citan un romance de una Musa Quítense Á las Siete Palabras del Redeítior en la Cruz, y una canción burlesca A una dama de travieso genio, por un ingenio travieso quítense. Vid. en los Anales de la Universidad Central del Ecuador (Serie 4.^—1890) un artículo del Dr. D. Ma- nuel M. Pólit, sobre Poetas Ecuatorianos del siglo xviii.

(i) Don Federico González Suárez, actualmente Arzobispo de Quito, Me- moria Histórica sobre Mutis y la expedición botánica de Bogotá en el siglo pasado (1782-1808)... Quito, 1888, pág. 95.

96 * CAPÍTULO VIII

magistrado. Rico en ciencia y abundantemente provisto de un co- pioso herbario de plantas ecuatoriales, de planos geográficos y de preciosas observaciones, regresó á Bogotá, donde, á la muerte de Mutis, se le confió el cargo de director de la Expedición Botánica.» No necesitaba mayores estímulos el ingenio vivo y agudo de los quiteños para dar brillante muestra de sí, á pesar del embarazo de la falta de imprenta (l). En 1/79 empezó á correr de mano en mano en la ciudad de Quito y luego en otras de América, no sin que al- gunas copias llegaran á España, un libro que agitó poderosamente la opinión, con el título de Nuevo Luciano ó despertador de ingenios. Su autor seguía resueltamente las huellas de Feijóo y del famoso arcediano de Evora Luis Antonio de Vernei, comúnmente llamado el BarbadinhOy atacando de frente y sin contemplaciones ni miramien-

(i) Los jesuítas tuvieron en su colegio de Ambato una pequeña imprenta doméstica, dirigida por el hermano coadjutor Adán Schwartz. El primer opúsculo que se conoce es el Catálogo de los religiosos que componían la provincia Quítense en 1754. Esta imprenta fué trasladada á Quito en 1760, bajo la dirección del mismo lego alemán. Sólo se conocen nueve produccio- nes de esta oficina, y ninguna importante. En 1767 fué embargada con todos los demás bienes de la Compañía. Ya en 1754 había presentado una solicitud al Consejo de Indias D. Alejandro Coronado, vecino de Quito, para establecer imprenta en aquella ciudad. D. Dionisio de Alcedo y Herrera, persona tan en- tendida en cosas de América, y que acababa de desempeñar la Presidencia de Quito, esforzó pronto esta solicitud, alegando entre otras cosas que «la Univer- sidad y Colegio de los jesuítas, poblados de estudiantes y catedráticos distin- guidos, después de leer los cursos de facultades mayores, perdían en seguida su trabajo por falta de imprenta; que las órdenes circulares del Gobierno se re- partían tarde y á mucho costo; que los litigantes, allí donde había Audiencia, carecían, por eso, de los medios de presentar impresos los informes de sus le- trados; y que aun en los actos ordinarios de la vida social, los particulares se veían obligados á repartir de mano sus esquelas y convites, á costa de mucho trabajo y gasto; para cuyo remedio, en ciertos casos, como para el reparto de las cédulas de comunión, se ocurría á un molde de madera, y las novenas y libros de devoción se enviaban á Lima, para ser impresos allí á crecido pre- cio por causa del transporte, y con la pérdida de tiempo consiguiente». Aun- que el Consejo otorgó á Coronado la licencia ó privilegio que solicitaba, no llegó á hacer uso de él, y el establecimiento de la imprenta en Quito se re- trasó todavía veinte años. Desde 1767, fecha de la expulsión de los jesuítas,

ECUADOR 97

to alguno el vicioso método de estudios que prevalecía en las colo- nias, trasunto fiel, aunque todavía más degenerado, del que impera- ba en la Península durante la primera mitad del siglo xviii. Era autor de esta aguda y violenta sátira, dispuesta en forma de diálogos, en que no escaseaban los nombres propios ni los ataques personales, un descendiente de la raza indígena, el Dr. D. Francisco Euge- nio de Santa Cruz y Espejo, médico y cirujano, con fama de muy hábil en el ejercicio de su profesión, y con fama todavía mayor y bien merecida de hombre de conocimientos enciclopédicos, de gran variedad de aptitudes, de ingenio despierto y mordaz y de grande inclinación á las ideas novísimas, así en lo científico como en lo so- cial y en lo religioso. Arrastrado por estas propensiones suyas, hizo en una sátira posterior al Nuevo Luciano, amarga censura del régimen colonial, encarnizándose con el ilustre Marqués de la Sonora, cuya política ultramarina como ministro de Carlos III en- salzan y ponen hoy en las nubes los mismos americanos que profe- san doctrinas análogas á las que el Dr. Espejo difundía. Esta sátira, calificada por el Presidente de Quito de sangrienta y sediciosa, valió al Dr. Espejo un año de cárcel, y luego un largo destierro á Bogotá, donde se entendió con Nariño y otros criollos de ideas afines á las suyas, y contribuyó á preparar el movimiento insurreccional de 1809. Las ideas que hervían en la cabeza del médico ecuatoriano, bien claras se revelan en el famoso y en algunos pasajes elocuente

hasta 1773, hay un nuevo paréntesis, y otro mucho más largo é inexplicable hasta ahora, desde 1799 hasta 18 17.

Vid. Anrique (D. Nicolás): Noticia de algunas publicaciones ecuatorianas an- teriores d I7<)2, [en el Diario Oficial de 1891].

González Suárez (D. Federico): Bibliografía Ecuatoriana (en el núm. 48 de los Anales de la Universidad de Quito).

Medina (D. José Toribio): Za Imprenta en Quito (1760-18. 8). Santiago de Chile, 1904. t^e Guayaquil no se conoce ningún impreso anterior á 1810.

Es cosa muy digna de notarse que el arte del grabado apareció en Quito medio siglo antes que la imprenta. La primera muestra que se conoce es el plano del curso del río Marañen, trazado por el célebre jesuíta P. Samuel Fritz y grabado por Juan de Narváez en 1707. Se reprodujo en el tomo xvde las Lettres edif fiantes (Paris, 1717)- Los ejemplares del mapa original son ra- rísimos.

98 CAPÍTULO VIII

discurso que desde Bogotá dirigió al Cabildo de Quito y á los fun- dadores de una especie de sociedad económica que tomó el título de Escuela de la Concordia. El autor empieza diciendo: «Vivimos en la más grosera ignorancia y en la miseria más deplorable.» ¡Como si sus propios escritos, nacidos bajo el régimen colonial y al calor de ideas venidas de España, no fuesen la prueba más perentoria de lo contrario!

La Escuela de la Concordia duró poco, y todavía menos el perió- dico que ella fundó en Enero de 1 792 con el título de Primicias de la cultura de Quito (i). El Dr. Espejo, acusado, con razón ó sin ella, de complicidad en nuevos planes revolucionarios, murió en un ca- labozo por los años de 1 796, y sus obras quedaron inéditas, incluso el Nuevo Luciano., que es la más importante de todas, y que espera- mos ver pronto de molde por diligencia de la Academia Ecuatoriana.

Esta obra crítica está dividida en nueve conversaciones, siendo interlocutores dos personas reales y verdaderas, el Dr. D. Luis de Mera, natural de Ambato, que defiende la causa de la razón y del buen gusto y lleva la voz del autor, y el poetastro D. Miguel Muri- 11o, en cabeza del cual se ponen todas las corruptelas literarias. Su- cesivamente van discurriendo sobre la Retórica y la Poesía, sobre el criterio del buen gusto, sobre la Filosofía, sobre Teología Escolás- tica, sobre un nuevo y reformado plan de estudios teológicos, sobre la Teología Moral de los jesuítas y sobre la Oratoria sagrada. Las fuentes principales de la doctrina literaria del Dr. Espejo son las Reflexiones de Muratori sobre el buen gusto, las Conversaciones de Aristo y Eugenio del P. Bouhours, y más especialmente el Verda- deiro methodo d'estudar del Barbadinho, con la misma mala volun- tad de este último contra las escuelas de los jesuítas, y aun acrecen- tada y subida de punto. Del gusto de los de la provincia de Quito nos da extrañas noticias, afirmando que imitaban y admiraban á Lucano con preferencia á cualquier otro poeta latino, y que no te- nían en sus bibliotecas un Longino ni un Quintiliano. De aquí dedu- ce que ignoraban totalmente el alma de la Oratoria y de la Poesía,

(i) Sólo llegaron á publicarse siete números, cuyo índice puede verse en La imprenta en Quito, de Medina, págs. 68-74.

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«que consiste en la naturalidad, moderación y hermosura de imáge- nes vivas y afectos bien expresados», y que, por el contrario, pre- ferían siempre lo brillante á lo sólido, lo metafísico á lo propio, lo hiperbólico á lo natural, siendo sus autores favoritos en el Parnaso español, Villamediana y Bances Candamo, el portugués Antonio de Fonsec¡ Soares (Fr. Antonio das Chagas) y un cierto D. Luis Ver- dejo, autor de un poema gongorino sobre el Sacrificio de Ifigenia. Lo que asombra verdaderamente, é indica cuan débil era el sentido del arte en este reformador tan audaz, es que á renglón seguido de tales censuras, conceda la palma entre todos los poemas españoles á la Farsalia de Jáuregui (que además de ser una traducción, aun- que parafrástica y valiente, es en el estilo tan obscura, inextricable y culterana como el mismo Polifemo), y á la Lima fundada del Doc- tor Peralta Barnuevo, que fué sin duda un monstruo de erudición, pero hombre de muy escasas dotes poéticas, y además conceptista furibundo, grande amigo de sentencias simétricas y de rebuscadas

antítesis.

El Nuevo Luciano, cualquiera que sea su valor intrínseco, es (des- pués del Apologético de Espinosa Medrano) la más antigua obra de crítica compuesta en la Améríca del Sur. En tal concepto, y á tí- tulo de curiosidad histórica, era imposible omitirla (l).

(,) Mi difunto amigo el eminente humanista D. Miguel A. Caro me facilitó copia de la parte del Nuevo Luciano referente á la Retórica y la Poesia; y ade- más las siguientes noticias acerca de una impugnación que se escribió en

Lima:

^M arco Porcia Catón 6 Memorias para la impugnación del '^ Nuevo Luciano

de Quitos. Escribiólas Moisés Blancardo.y las dedica al limo. Sr. Dr. D. Blas Sobrino y Minayo, dignísimo obispo de Quito, del Consejo de S. il/.-En Lima, año de 1780. Ms. de 90 folios en 8."

»Apuntes macarrónicos, más bien que Memorias, debía haberse intitulado esta obrilla, escrita en culto y dividida en veinte capítulos cortos. El autor del Nuevo Luciano, hombre de claro y sagaz talento, pero imbuido en el es- píritu revolucionario que soplaba en Francia, atacó en conjunto y por su base el sistema tradicional de educación, y en especial los métodos jesuíticos. Blancardo respira la saña de que estaban poseídos los que se consideraban ofendidos y afrentados por el autor del Nuevo Luciano. En esta impugnación, gongórica al par que virulenta, hallamos algunos, aunque pocos, datos cu-

loo CAPITULO vm

No fué Espejo el único -el principal hombre de ciencia que el siglo xvm produjo en el Ecuador. Él mismo, en el discurso ya cita- do, hace patriótica, aunque hiperbólica conmemoración de algunos otros, y especialmente de D. Pedro Maldonado, «una de esas almas » raras y sublimes que tienen en la una mano el compás y en la otra » mano el pincel, quiero decir un sabio profundamente versado en » la geografía y geometría, y diestro escritor de la Historia; un sabio » ignorado en la Península, no bien conocido en Quito, olvidado en »las Américas y aplaudido con elogios sublimes en aquellas dos » cortes rivales, en donde, por opuestos extremos, la una tiene por » patrimonio la severidad del juicio, y la otra el resplandor del in-

riosos, respecto de la obra y autor impugnados. El Nuevo Luciano circuló primero anónimo, y en la segunda publicación (no impresión) de aquella obra, el autor tomó los nombres fingidos de «Dr. D. Javier de Cía, Aróstegui >y Perochena», no habiendo añade su impugnador «en la República Lite- »raria ni en, el distrito político de Quito ningún hombre honrado que así se »nombre» (cap. ni). El Nuevo Luciano andaba en manos de todos. «¿Y acaso »no se oyó también— dice Blancardo que se había remitido á Lima, para »que añadido volviera impreso? ¿Y acaso no hay quien diga que anda publi- »cado por medio de la prensa, v que se le ha visto en los estudios de algunos »amigos de la novedad? ¿

»No parece haberse confirmado la noticia de tal publicación que el anóni- mo impugnador creía realizada. Consta, sí, por una carta de Espejo, que éste . remitió ó pensó remitir su obra á Madrid, para que se imprimiese bajo los auspicios del Conde de Campomanes.

>Hacia el fin de su impugnación, anuncia Blancardo una segunda parte, que, según creemos, no llegó á escribirse. El Dr. Espejo respondió á la pri- mera en su opúsculo La ciencia blancardina^ o' contestación á las Memorias de Moisés Blancardo.>

Véase, acerca del Dr. Espejo, el Ensayo de D. Pablo Herrera sobre la histo- ria de la literatura ecuatoriafta, páginas 82-86, y 125-146.

En Cuenca (del Ecuador), 1888, se han publicado, como folletín de El Progreso, las Cartas Riobambenses del Dr. Espejo y las Primicias de la cultura de Quito. En el número 5 de estas Primicias, un Dr. Antonio Marcos anuncia desde Cuenca, con fecha de 11 de Febrero de 1791, tener muy adelantada una traducción parafrástica del Salterio en variedad de metros castellanos, y pone como muestra el primer salmo, en estilo bastante parecido al de Olavide.

ECUADOR 10 I

» genio. Londres y París celebran á competencia al insigne Maldo- »nado... Sus obras de gran precio, que contienen observaciones so- mbre la Historia Natural y la Geografía, las reserva Francia como » fondo precioso... La Sociedad á su tiempo deberá destinar un so- »cio que pronuncie un día el elogio fúnebre del Sr. D. Pedro Mal- » donado, gentilhombre de Cámara de Su Majestad Católica y á cuya »no bien llorada pérdida, el famoso Sr. Martín Folkes, presidente »de la Sociedad Real de Londres, tributó las generosas lágrimas de » su dolor. Habiendo yo hecho memoria de un tan raro genio quite- » ño, que vale por mil, excuso nombrar los Dávalos, Chiribogas, Ar- »gandoñas, Villarroeles, Zuritas y Onagoytias. Hoy mismo el intré- »pido D. Mariano Villalobos descubre la canela, la beneficia, la » acopia, la hace conocer y estimar. Penetra las montañas de canelos, »y sin los aplausos de un Fontenelle, logra ser en su línea superior á »Tournefort, porque su invención, más ventajosa al Estado, hará su » memoria sempiterna.»

Pero sea lo que fuere del mérito de estos hombres de ciencia, á cuyos nombres puede añadirse el del guayaquileño D. Pedro Fran- co Dávila, organizador y primer Director del Gabinete de Historia Natural de Madrid, al cual sirvieron de base sus propias colec- ciones adquiridas por Carlos III, es lo cierto que el grande agitador de las ideas en aquella parte de América fué el Dr. Espejo, quien dando nueva dirección á los estudios, educó aquella briosa y alen- tada generación, que pudo enviar á las Cortes de Cádiz á Don José Mejía, como representante de Quito (l), y á D. José Joaquín de Olmedo, como representante de Guayaquil. Desde sus primeros dis- cursos, Mejía arrebató á todos los diputados americanos la palma de la elocuencia, y si su prematura muerte no hubiese agostado tantas esperanzas, sería hoy mismo venerado como una de las glorias de nuestra tribuna, puesto que á ninguno de nuestros diputados refor- mistas cedía en brillantez de ingenio y rica cultura, y á todos aven- tajaba en la estrategia parlamentaria, que pareció adivinar por

(i) Realmente Mejía fué diputado por Santa de Bogotá, y así se con- signa en su epitafio que escribió Olmedo. Quito dependía entonces del Vi- rreinato de Nueva Granada.

I02 CAPITULO VIII

instinto en medio de aquel Congreso de legisladores inexpertos. Olmedo apenas dejó otro recuerdo de su paso por aquella memo- rable asamblea que su firma al pie de la Constitución de 1812; pero aquel viaje no fué indiferente ni para la dirección de su gusto ni para la exaltación de sus ideas. Mas antes de hablar de él y de sus poesías, conviene abrir un breve paréntesis para recordar que el movimiento de independencia de 1 809 y el sangriento conflicto en- tre peninsulares y criollos, despertó en el Ecuador, como en lo res- tante de América, la inspiración poética del vulgo, dando ocasión á un número considerable de versos de circunstancias, de los cuales ha formado interesante colección el Sr. Mera, por apéndice á la de Cantares del pueblo Ecuatoriano. Estos versos, como casi todos los de su clase, suelen ser triviales, pedestres y chabacanos, así en la forma como en el concepto; pero siempre tienen curiosidad históri- ca, como expresión fiel de las opuestas pasiones que dominaron en épocas ya remotas. Abundan bastante las décimas y ovillej.os de los realistas, y no es de suponer que todos fuesen compuestos por es- pañoles. La opinión hubo de estar al principio muy dividida, y sin la hórrida matanza del 2 de Agosto de iSlO, quizá no hubiesen lle- gado tan pronto las cosas al punto á que llegaron. Las poesías más notables, entre las coleccionadas por el Sr. Mera, son gritos de in- dignación después de aquella catástrofe. Una de estas com.posicio- nes, con título de Canto lúgubre, está interpolada con textos de la Sagrada Escritura, y no parece obra de poeta iliterato. Tampoco se- rían tales los que en otras composiciones emplean endecasílabos, y aun estrofas sancas. Sólo en su condición de anónimos pueden pasar por versificadores populares. Por sus improvisaciones alcanzaron fama cuatro hermanos de Riobamba, D. Juan, D. Benigno, D. For- tunato y D. Lucas Larrea; y algunas de las décimas y letrillas satí- ricas que se les atribuyen, no carecen de gracia, y expresan el des- encanto que se apoderó del ánimo de muchos patriotas en vista de las calamidades que siguieron á la Independencia.

Y con esto llegamos á la presencia del cantor de Junín, de quien no parece fácil decir nada nuevo, después de los excelentes y ma- duros fallos que sobre sus versos han formulado tantos y tan exce- lentes críticos, entre los cuales merecen la palma D. Miguel Anto-

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nio Caro, D. Rafael Pombo y D. Manuel Cañete. Olmedo es, sin con- tradicción, uno de los tres ó cuatro grandes poetas del mundo ameri- cano: no falta quien le la primacía sobre todos, y, dentro de cierto género y estilo, no hay duda que la merece. Bello es más perfecto y puro, más acrisolado de dicción, mayor humanista y de arte más ex- quisito: Heredia más apasionado y también más espontáneo, pero lleno de tropiezos y desigualdades cuando no acierta soberanamente. Si al cantor de la Zona Tórrida fué concedida la ciencia profunda de la dicción, y al poeta del Niágara la contemplación melancólica y apasionada, Olmedo tuvo, en mayor grado que ninguno de ellos, la grandilocuencia lírica, el verbo pindárico, la continua efervescen- cia del estro varonil y numeroso, el arte de las imágenes espléndi- das y de los metros resonantes, que á la par hinchen el oído y pue- blan de visiones luminosas la fantasía. El os magna sonatitrum de Horacio, parece inventado para poetas como Quintana y Olmedo. Con decir que Olmedo es el Quintana americano, todo español, aun sin haber leído los versos del vate del Guayas, puede formarse cabal idea de sus perfecciones y también de sus defectos. El énfasis oratorio, transportado á los dominios de la poesía lírica, puede de- jarnos fríos hoy á los que no participamos, sino tibiamente, de aquella explosión de afectos que fué en su tiempo enérgica y since- ra; pero ¿cómo negar que en aquella forma grande y majestuosa se alberga un numen poético, digno habitador de tan solemne templo? Si no se leen los versos con los ojos de la historia, ¡cuan pocos ver- sos habrá que sobrevivan! Y no porque les falte belleza, sino por- (\ne son rarísimas en arte aquellas bellezas evidentes é inmaculadas que no requieren interpretación alguna para que á su sola presen- cia todo el mundo las reconozca y las admire. Y el arte lírico de Quintana, de Gallego y de Olmedo, si en algo y aun en mucho es eternamente admirable, en algo y en mucho también está ligado á condiciones de tiempo y de lugar, á tradiciones de estilo, á hábi- tos de escuela, que subjetivamente pueden agradar más ó menos, pero cuya clave sólo puede encontrarse en el desinteresado estudio de la historia literaria, que es la más eficaz medicina contra las pre- venciones de todo gusto exclusivo.

Era esta escuela clásica en las formas, pero moderna en el espíri-

Mbníndez y Pblayo. Poesía hispano-americana. II, 7

I04 CAPITULO VIH

tu. Clásica por la educación de los poetas, y á veces por reminis- cencias de pormenor, pero con cierto género de clasicismo general y difuso, que, manteniendo la nobleza de estilo y dando con ello indicio de su alcurnia, dejaba, no obstante, al genio poético espa- ciarse fuera de la imitación deliberada de tal ó cual clásico de la antigüedad greco-latina. Y como al propio tiempo eran ideas ente- ramente modernas, ideas del siglo xviii, y en grado no corto revo- lucionarias, las que tales poetas profesaban, este género de pasión contemporánea ardorosamente sentida, tenía que dar temple y ner- vio singular á sus canciones, haciendo de ellas un producto nuevo, una creación viva, de cuya eficacia social no hay que dudar, puesto que los hechos políticos dan de ella irrefragable testimonio. No fué, no, una musa de academia la que dictó la oda A la Imprenta^ ni el Dos de Mayo, ni el Canto d Junin^ ni hubo nadie que en aquellos inflamados acentos viera entonces, como hoy quieren ver algunos ignorantes, la mano de un declamador ó de un sofista. No hay siglo alguno destituido de poesía, y el mismo siglo xviii, tan prosaico en apariencia, tuvo, ya próximo á expirar en medio de la tormenta re- volucionaria, una explosión magnífica de cantores de su ideal filan- trópico, en Alemania, en Inglaterra, en Italia, en España. Limitán- donos á nuestra lengua, Meléndez, aunque tímidamente, y Cienfue- gos, de un modo incorrecto y nebuloso, abrieron el camino á la potente musa de Quintana y á la más severa y disciplinada, si menos genial y fecunda, de D. Juan Nicasio Gallego. Equidistante de uno y otro, como tercer luminar de la escuela, hay que poner á Olmedo, aún más avaro que Gallego en la producción, nimio á ve- ces como él en la cultura de los detalles, si bien no llega á su per- fección sostenida, émulo suyo en la variedad de tonos y en el con- cierto de luces y sombras, ya impetuoso y arrebatado, ya apacible y ameno, pero sobre todo lleno de férvida animación en el con- junto.

Recibió Olmedo en las aulas de San Marcos de Lima educación enteramente clásica, que robusteció luego con el estudio privado, y seguramente con el trato de los principales poetas españoles duran- te su residencia en Cádiz. Estaba penetrado, empapado, digámoslo así, de la poesía antigua, y sin querer se le venían á la mente y á la

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pluma recuerdos de sus lecturas favoritas. No los buscaba trabajo- samente, sino que por mismos llegaban á incrustrarse en sus can- tos, y por eso todo lo que traduce ó imita conserva en él tanta frescura y tanta juventud. No es un centón, no es un mosaico el Canto de Jiinin, aunque esté lleno de reminiscencias antiguas, que son como piedras arrancadas de los monumentos de Grecia y Roma para labrar con ellas el monumento de un héroe moderno.

Pindaro amei'icano se ha llamado á Olmedo, como Pindaro espa- ñol á Quintana; pero conviene entenderse sobre esto. La poesía pin- ■dárica, en sus caracteres formales, enlazada con una música que casi desconocemos, ligada á juegos y fiestas cuyo sentido hemos perdido, escrita en un ritmo que á duras penas percibimos, llena de ■digresiones mitológicas, genealógicas y arqueológicas muy intere- santes para el triunfador de Olimpia ó de Nemea y para sus parien- tes y conciudadanos, pero que son para nosotros letra muerta sin el auxilio del comentario, es manjar de helenistas muy curtidos, pero no es imitable en lenguas modernas. Desde la infeliz tentativa de Ronsard y su pléyade francesa del siglo xvi, hasta el italiano Filicaia y el portugués Antonio Diniz, los fracasos han sido tantos como los ensayos. Lo que hay que tomar de Pindaro no es lo material y ex- terior, no son las divagaciones ni el plan aparentemente descosido, no es la división en estrofas, antistrofas y epodos (como lo hizo al- guna vez nuestro inmortal Quevedo), sino el alma lírica, la solemne y religiosa elevación del pensamiento, que transforma la victoria de un día, el caso humano particular y transitorio, el certamen del púgil ó del conductor de carros, en materia ideal de altísima contemplación sobre el destino humano (iniciación la más sublime que los misterios eleusinos podían transmitir á sus adeptos, y sin duda la más pura que conoció la gentilidad); la cadena de oro con que el lírico tebano liga todas las cosas humanas y divinas, y, finalmente, la devoción patrióti- ca y doméstica que en sus metros lo ennoblece y transfigura todo. La forma de Pindaro es ya inasequible, su estudio pura materia de recóndita erudición, pero el espíritu de Pindaro continúa volando sobre las frentes de todos los grandes líricos dignos de este nom- bre, y suelen encontrarle más los que menos le buscan. Fr. Luis de León, que en su hermosa traducción de la Olimpiaca primera fijó

106 CAPÍTULO VIII

para siempre la única forma de adaptación castellana en que Pínda- ro cabe, se guardó mucho de imitarle en sus odas originales; y He- rrera, que no acertó á ser pindárico la única vez que se le ocurrió ensayarla imitación directa, resultó poeta de la familia de Píndaro,. y aun émulo suyo, en sus dos canciones bíblicas, en que la inspira- ción y hasta las palabras no bajan del Citerón, sino del Sinaí.

Quintana también (aunque por muy distinto rumbo, como ama- mantad?) á los pechos de la Enciclopedia, y no á los de la Biblia), fué pindárico en la substancia ya que no en el modo, gran poeta so- cial^ intérprete de ideas y sentimientos trascendentales á su siglo y á su pueblo. Y si como poeta bélico tiene más afinidad con Tirteo,, cuya lira él quería desenterrar para lanzar por los campos castella- nos los ecos de la gloria y de la guerra, tampoco aparta nunca de su memoria, como ideal de altísima poesía lírica,

A ti, divino Píndaro, que elevas En tu atrevido acento Con tu nombre clarísimo el de Tabas»

Este mismo género de pindarismo hay en Olmedo, del cual no sabemos que fuera helenista, pero que de todas suertes acertó á compendiar en una magnífica estancia los caracteres más brillantes, si no los más proíundos, de la musa pindárica, tal como él la con- cebía y aspiraba á emularla:

Tal en los siglos de virtud y gloria, Cuando el guerrero sólo y el poeta Eran dignos de honor y de memoria. La musa audaz de Píndaro divino, Cual intrépido atleta, ,

En inmortal porfía Al griego estadio concurrir solía,

Y en estro hirviendo y en'amor de fama,

Y del metro y del número impaciente, Pulsa su lira de oro sonorosa,

Y alto asiento concede entre los dioses Al que fuera en la lid más victorioso Ó al más afortunado;

Pero luego, envidiosa

De la inmortalidad que les ha dado,

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Ciega se lanza al circo polvoroso, Las alas rapidísimas agita,

Y al carro vencedor se precipita,

Y desatando armónicos raudales, Pide, disputa, gana,

Ó arrebata la palma á sus rivales.

Pero si en cuanto al vuelo lírico y al tono general puede califi- carse el Canto á Bolívar de pindárico, en el sentido en que aplica- mos esta denominación á las odas de Herrera y de Quintana, para distinguirlas de las horacianas aclimatadas en nuestro parnaso por Luis de León, en los detalles hay mucho más de Horacio, de Virgi- lio, y aun de otros poetas latinos, que de Píndaro, de Homero ó de cualquier otro poeta griego, por mucho que el poeta invoque al numen de la Iliada

La resonante trompa que otro tiempo Cantaba al crudo Marte entre los traces. Bien animando las terribles haces, Bien los fieros caballos que la lumbre De la egida de Palas espantaba.

Es cierto que no puede darse cosa más lejana de la nerviosa con- cisión de Horacio y de sus más felices imitadores, que el plan y estilo del Canto de Junin. ¿A qué poeta verdaderamente horaciano se le hubiera ocurrido hacer un canto lírico de tan colosales dimen- siones? Pero en este poema, tan distante de la manera lírica de Ho- racio si se le mira en conjunto, abundan extraordinariamente los fragmentos de obras del poeta latino, comenzando por los primeros -versos y acabando por los últimos:

El trueno horrendo que en fragor revienta, Y sordo retumbando se dilata Por la inflamada esfera, Al Dios anuncia que en el cielo impera...

trae en seguida á la memoria el Ccelo tonantem credidimus Jovem regnare (oda S-", Üb. ui), y á la verdad resulta un trueno dema- siado estrepitoso para Simón Bolívar, que con toda su innega- ble grandeza, no parece bastante personaje para compartir con Jove

I08 CAPÍTULO VIII

el imperio del mundo, como á los ojos de un poeta romano (acos- tumbrado, además, á fuer de gentil, á este género de apoteosis), po- día parecerlo Augusto, dueño de todo el orbe entonces conocido. Hay, sin duda, exceso de hipérbole y de énfasis, como le hay, aun- que más tolerable, en llamar á Bolívar, copiando (sin duda por re- miniscencia involuntaria) un verso de Quevedo,

Arbitro de la paz y de la guerra.

El bello final del Canto:

Mas ¿cuál audacia te elevó á los cielos, Humilde Musa mía? ¡Oh! No reveles A los seres mortales En débil canto arcanos celestiales...

suena á cosa conocida á quien guarda en la memoria la oda 3.* deL libro III de Horacio, allá hacia lo último:

Non hsec jocosae conveniunt lyrae: Quo, Musa, tendis? Desine pervicax Referre sermones Deorum, et Magna modis tenuare parvis.

De la misma manera, en el centro de la composición reaparecen, el Crescit occulto vehU arbor aevo, aplicado á Sucre, el Serus in ccelunt redeas:

Tarde al Olimpo el vuelo arrebatares...

el bella matribus detestata:

... las guerras sanguinosas Que miran con horror madres y esposas...

el micat inter omnes:

Y á todos los guerreros Como el sol á los astros obscurece...

el Ilion., Ilion., jatalis incestusque judex:

Un insolente y vil aventurero Y un iracundo sacerdote fueron De un poderoso rey los asesinos...

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y todavía podría ampliarse el número de estas semejanzas tan obvias, y en su mayor parte advertidas ya por los hermanos Amu- náteguis, por Caro y por Cañete en sus respectivos trabajos sobre Olmedo (l).

También la segunda de las grandes composiciones líricas de Olmedo (y por la constante perfección de la forma quizá la prime- ra), la oda AI general Flores^ vencedor eti Miñarica, empieza con versos horádanos, como si fuera hábito en Olmedo abrir su Horacio y robar como en religioso sacrificio un rayo de aquella lumbre, siempre que emprendía algún trabajo lírico. El águila del Qualem ministriim fuhninis alitem^ la que había arrebatado en sus alas, sublimándole mucho sobre su nivel ordinario, al dulce Meléndez, para que cantase la gloria de las artes, es la misma que se levanta pon tan majestuoso vuelo en las dos primeras magníficas estrofas del Canto de Miñarica:

Cual águila inexperta que impelida Del regio instinto de su estirpe clara, Emprende el precoz vuelo, En atrevido ensayo,

Y elevándose ufana, envanecida, Sobre las nubes que atormenta el rayo, No en el peligro de su ardor repara,

Y á su ambicioso anhelo Estrecha viene la mitad del cielo; Mas de improviso deslumbrada, ciega. Sin saber dónde va, pierde el aliento,

Y á la merced del viento

Ya su destino y su salud entrega, Ó, por su solo peso descendiendo, Se encuentra por acaso En medio de la selva conocida,

Y allí, la luz huyendo, se guarece,

Y de fatiga y de pavor vencida, Renunciando al imperio, desfallece...

(i) De la lüada tomó Olmedo aquella sublime respuesta de Héctor: 'íEl mejor agüero es pelear por su tierra-», para convertirla en estos dos versos puestos en boca de Bolívar:

Pues lidiar con valor y por la patria Es el mejor presagio de victoria.

no CAPITULO VIII

Imitar de esta manera, con tal amplitud y tal señorío del pensa- miento poético ajeno, equivale ciertamente á crear de nuevo (l).

Menos frecuentes las reminiscencias de Virgilio, no faltan, sin em- bargo, ni en el Canto á Bolívar, ni en el Canto d Flores, v. g.: Mira la luz, se indigna de mirarla,

Qumsivit coelo lucem, ¿ngemuitque reperta.

La descripción del caballo en el Canto de Miñarica, procede de las Geórgicas, pero quizá á través de Pablo de Céspedes; y de las Geórgicas también, la descripción de los presagios que antecedieron á la batalla.

Se ha notado, finalmente, en el coro de las Vírgenes del Sol con

que termina la Victoria de Junin, un reflejo lejano de la invocación

de Lucrecio , pero quizá haya otra fuente más inmediata en una

oda de las primeras y de las más olvidadas y endebles de Quintana,

A la paz de ijgy.

QUINTANA

En esto ¡oh diosa! emplea Tu protección sagrada; fecundas el mundo y le sostienes, le das ornamento y se hermosea. Bajo la sombra de tu augusto velo Las artes viven en concierto amigo,

Y seguro contigo,

El genio extiende su brillante vuelo.

Á ti en los templos el incienso humea, A ti las musas su divino acento Sonoramente envían,

Y en cuanto el mar rodea.

En cuanto ¡lustra el sol y gira el viento, Do ti sola su bien los pueblos fían.

OLMEDO

¡Oh padre! ¡Oh claro sol! No desampares E^te suelo jamás, ni estos altares.

(i) Entre otras innumerables reminiscencias, que notará sin advertírselas

todo el que esté familiarizado con la lectura de Horacio, todavía señalaremos

el Caniaber sera domitus catena:

Y el cántabro feroz, que á la romana Cadena el cuello sujetó el postrero.

ECUADOR III

Tu vivífico ardor todos los seres Anima y reproduce: por ti viven

Y acción, salud, placer, beldad reciben.

Recuerda ¡oh Sol! tu tierra

Y los males repara de la guerra.

Da á nuestros campos frutos abundosos, Aunque niegues el brillo á los metales: Da naves á los puertos, Pueblos á los desiertos, A las armas victoria. Alas al genio y á las musas gloria.

Aquí la imitación es indudablemente superior al original, pero no borra del todo sus huellas. «De la escuela de Quintana (dice con razón Caro) aprendió Olmedo el modo de disponer y asociar las ideas, la selecta elocución poética, los giros sinuosos y gallardo mo- vimiento de la silva.» ¿Qué más? Hasta el mtiericanismo de Olmedo, sus declamaciones contra la conquista, la filantropía sentimental {género Marm.ontel) que informa todo el razonamiento del Inca, te- nían su prototipo en la oda A la propagación de la vacuna, con el apostrofe á la \'¡rgen América y aquello de los tres siglos infelices de amarga expiación, lugar común que reaparece, lo mismo en las proclamas del Secretario de la Junta central, que en las de las Juntas insurrectas de América; porque Quintana, á despecho de su fervo- roso patriotismo, fué inspirador y maestro, no sólo literario, sino político, de los americanos, y aun puede decirse que continúa sién- dolo.

Una cualidad hay en Olmedo que falta de todo punto á Quintana: el sentimiento y amor de la naturaleza. Quintana no la sentía ni poco ni mucho: testigo su oda Al mar, que no es sino un himno soberbio á la audacia del hombre que le surca, ó su epístola A Cien- juegos, en que para convidar á su amigo á gozar de los encantos de la vida campestre, tiene que invocar la sombra de Gessner y acor- darse de sus idilios. No así Olmedo, que da por fondo á su cuadro épico el espléndido paisaje de las selvas americanas, con toques muy sobrios, pero muy oportunos y felices, con cierta grandiosi- dad de pincel que los hace tan imborrables de la memoria como las graciosas miniaturas de Bello. ¿Quién olvidará nunca, cuando

112 CAPITULO VIII

una vez han pasado por delante de la fantasía, suscitados por el arte mágico del poeta,

Los Andes..., las enormes, estupendas Moles, sentadas sobre bases de oro, La tierra con su peso equilibrando, Que ven las tempestades á su planta Brillar, rugir, romperse, disiparse...?

¿Quién aquel rapidísimo crepúsculo vespertino de la zona tórrida:

El Dios oía Los votos de su pueblo, y de su frente El cerco de diamantes desceñía; En fugaz rayo el horizonte dora; En mayor disco menos luz ofrece, Y veloz tras los Andes se obscurece?

El penúltimo verso es admirable de verdad física y de verdad poética.

De esta virtud descriptiva suya, se sirvió Olmedo con mucha habilidad y mucho arte para suavizar el rudo empuje de su carro marcial, que en pieza tan larga como el Canto de Junin, hubiera resultado fatigoso. Aquella plácida brisa

de las risueñas playas Que manso lame el caudaloso Guayas...

viene de vez en cuando á atravesar el campo de batalla, oreando el vapor de la sangre; y por sola era una novedad en la escuela á que Olmedo pertenecía. Y no lo es menos «el bosque de naranjos y opacos tamarindos», «el trono piramidal y alta corona de la pina», y otros rasgos de grato sabor local que lucen y se destacan más, por lo mismo que están distribuidos con tan sabia parsimonia.

Considerado como estilista y como versificador, Olmedo tiene de todo, y dista mucho de la intachable pureza de Bello. Es cierto que no abusa ni de los arcaísmos ni de los neologismos, y habla en general una lengua abundante y sana, pero no rehuye los epítetos gastados, la adjetivación parásita, lo que pudiéramos llamar la obra muerta del estilo poético. Hay mucho de lira sonorosa, hondo valle.

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negro averno^ inflamada esfera, trueno horrendo, águila caudal, cor- cel impetuoso, alazán jogoso, mar undoso, y demás moneda de cobre con que saldaban sus cuentas los versificadores clásicos del siglo xviii y sus imitadores del xix. En este punto flaco se parece tam- bién á Quintana, que rara vez brilla por el genio de la invención pintoresca, como brillan, por ejemplo. Bello y Maury. Pero á Olmedo hay que concedérsele en mayor grado que á Quintana, aunque no le tuviera continuo sino intermitente, y aunque esta minuciosa labor de dicción no parezca á primera vista muy compatible con el ardor vehemente, que es el alma de su estilo. La estancia que voy á citar, y que es, á mi juicio, la más bella de La victoria de Junin, aunque no sea la más famosa, presenta en la larga corriente de un período poético pomposo, magnífico y admirable- mente sostenido durante veinticuatro versos, un gran número de frases notables por la vivacidad y por el atrevimiento de buen gusto, como si el poeta hubiera querido en corto trecho hacer alarde de sus fuerzas, aun en aquel género á que parecía menos inclinado. Tildaban los recios combatientes de Venezuela y Colombia de blanda y afeminada á la joven milicia peruana, que, sin embargo, dio buena muestra de en Junín á las órdenes del general Miller. Y Olmedo, que como hijo de Guayaquil se consideraba medio peruano, toma sobre la vindicación de aquellos garzones delicados.

Entre seda y aromas arrullados,

Inverso cuyas sílabas parece que respiran languidez y molicie), y para mostrar cómo habían llegado á romper

Los dulces lazos de jazmín y rosa Con que amor y placer los enredaban,

usa de esta asombrosa comparación, que parece un bajo relieve an- tiguo:

Tal el joven Aquiles, Que en infame disfraz y en ocio blando De lánguidos suspiros. Los destinos de Grecia dilatando, Vive cautivo en la beldad de Sciros;

114 CAPITULO VIII

Los ojos pace (i) en el vistoso alarde De arreos y de galas femeniles Que de India y Tiro y Menfis opulenta Curiosos mercadantes le encarecen: Mas á su vista apenas resplandecen Pavés, espada y yelmo, que entre gasas El Ithacense astuto le presenta; Pásmase..., se recobra, y con violenta Mano el templado acero arrebatando, Rasga y arroja las indignas tocas. Parte, traspasa el mar, y en la troyana Arena, muerte, asolación, espanto. Difunde por doquier: todo le cede... Aun Héctor retrocede... Y cae al fin; y en derredor tres veces Su sangriento cadáver profanado, Al veloz carro atado Del vencedor inexorable y duro, El polvo barre del sagrado muro (2).

El que de este modo escribía, graduando y adaptando á los mati- ces de la idea el movimiento de la frase poética, acelerándola 6 retardándola como artista consumado, merecía haber alcanzado la perfección continua; pero es cierto que se quedó muy lejos de ella. Olmedo adolece de la desigualdad propia de todos los poetas ame- ricanos, desigualdad de que ni el mismo Bello se libra en la infeli- císima parte segunda de su Alocución d la poesía. No hay en La victoria de Junín versos mal construidos, porque Olmedo tenía excelente oído; pero hay, sobre todo en el razonamiento del Inca, versos prosaicos, desgarbados, pedestres, indignos del lenguaje de

(i) Oculos pascit, latinismo que sonaría mal en otra parte, aquí naturalísi- mo y muy en la entonación general de este cuadro virgiliano.

(2) En el tomo primero de la presente Historia de la poesía hispano-amc- ricana, pág. 220, reproduje cierto romancillo heptasilábico de un ingenio íinónimo cubano (Papel Periódico déla Habana, 8 de Abril de 1798), que tiene el mismo asunto y algún rasgo común con la estancia de Olmedo. No es se- guro que este conociera los versos del poeta habanero, pero lo que de ñjo había leído, como todos los humanistas de su tiempo, era la Poética de D. Ig- nacio de Luzán, quien trae como ejemplo de las rimas que llama de eslabón, estos versos de su propia cosecha:

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las Musas, y son, por castigo providencial, todos aquellos en que el autor se desata en injurias contra los conquistadores españoles:

¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos. Feroces, y, por fin, supersticiosos.

Sangre, plomo veloz, cadenas fueron Los sacramentos santos que trajeron!...

Estas y otras miserables aleluyas (que prueban que lo mal pen- sado sale siempre mal dicho) estropean la obra capital de Olmedo, no menos que las frecuentes asonancias indebidas y el abuso de las rimas verbales. Pero ubi piara nitent no debe la crítica formal dete- nerse en tales pequeneces, que entregamos desde luego á la voraci- dad de los pedantes. Por otra parte, aunque en el Canto de Junin están las mayores bellezas poéticas que produjo Olmedo, en igual- dad y corrección de estilo le aventajan otras poesías suyas, sobre todo la traducción de la primera epístola de Pope y el Canto de Miñarica. Olmedo componía muy despacio, con grandes descansos é intermitencias, y mientras duraba el fervor de la composición, limaba sus versos con todo el buen gusto que podía esperarse de un humanista tan cabal; pero después de escrito el último verso, le entraba incurable pereza y dejaba volar sus poesías sin retocarlas casi nunca.

Fué Olmedo, por temperamento ó por falta de voluntad y constan-

Reprimir tienta en vano El corazón humano Su natural inclinación primera. De la trompa guerrera El sonido animoso *■

Al belicoso Achiles que se encubre, A su pesar descubre.

Del mujeril estrado Se levanta irritado Y del mentido adorno se despoja, Avergonzado arroja Las indignas labores, Y, con mejores armas va del Xanto A ser fatal espanto...

La Poética ó Reglas de la Poesía, 2.^ edición, Madrid, Sancha, tomo 2.°, pá- gina 399.

21 6 CAPÍTULO VIII

cía, sobremanera infecundo. No es voluminosa la colección de Quin- tana; pero de las poesías que él definitivamente reunió en l8l3i no hay una sola que pueda rechazarse, y hay por lo menos nueve ó diez que todo el mundo calificará de obras maestras, dentro de su escuela y género: Padilla, La Vacuna, La Imprenta, El Panteón del Escorial, Trafalgar, las dos odas patrióticas de 1 808, La Her- mosura, La Danza, la epístola A Jovellanos, y aun convendría aña- dir alguna de las escritas posteriormente. El mismo D, Juan Nicasio, que con tan pequeño equipaje ha llegado á la posteridad, tiene, ade- más de su tragedia y de sus versos ligeros, siete grandes composi- ciones entre odas y elegías, que no pueden faltar en ninguna colec- ción selecta. Bello compensa la escasez de poesías originales con el número, variedad y primor de sus traducciones. De todos los poe- tas clásicos del siglo xix. Olmedo es quizá el único que á duras penas puede dar materia para un pequeñísimo volumen. Entre bue- nas y malas, largas y cortas (una de ellas tiene tres versos), tradu- cidas y originales, ensayos de la primera mocedad y tardíos cona- tos de la vejez, apenas llegan á veinte las composiciones suyas que ha podido recoger la diligencia de sus apasionados, ni hay esperanza de encontrar más, porque probablemente no existieron nunca (l).

(i) En la colección más completa, que es la ordenada por D. Clemente Bailen (París, Garnier, 1896), llega á veintiséis el número total. Ninguna de las añadidas merece citarse, excepto la «Alocución recitada en el Convicto- rio de San Carlos, de Lima, al comenzar la representación, por los alumnos de ese colegio, de la tragedia de Quintana titulada Rl Duque de Viseoi> ('1808). Bastante mejores son las tres inéditas que después ha publicado D. Enrique Piñeyro (Bulletm Hispa7iique, tomo vn, 1905; reproducidas en su libro Bio- grafías Atnericanas, París, Garnier, s. a., págs. 207-212). Son versos anacreón- ticos de la escuela de Meléndez, fáciles y suaves {Himno á Diana, La Palo- mita, una imitación de la Despedida de Metastasio). Reproduce también Pi- ñeyro una curiosa «Loa al Excmo. Sr. D. José Fernando Abascal y Sousa, Ca- ballero del Orden de Santiago, Mariscal de Campo de los Reales Exércitos, Virrey y Capitán general del Perú... En la tercera comedia que le dedica el 27 de Noviembre el Teatro de Lima. Imprenta Real de Expósitos. Año de 1806».

Esta Loa se imprimió anónima, pero el mismo Olmedo la reconoció por suya, copiando pasajes enteros en otra Alocución que escribió en 1840 para la apertura del teatro de Guayaquil.

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Aun de éstas hay que descartar más de la mitad por endebles é insig- nificantes: versos de álbum, una desdichada alocución recitada por una actriz en el teatro de Guayaquil, el romance poco chistoso del Retrato, el Alfabeto moral para los niños, dos breves traducciones, una de La Nave., de Horacio, y otra de un fragmento délAnti-Lu- crecio, la Canción indiana, que está sacada de Átala. El soneto En la muerte de mi hermana no está libre de tachas, pero tiene este soberbio apostrofe que no es para olvidado:

Yo no te la pedí. Qué, ¿es por ventura Crear por destruir, placer divino, Ó es de tanta virtud indigno el suelo?

Díme, ¿faltaba este ángel á tu cielo?

Descartado todo lo secundario, viene á quedar reducido el reper- torio poético de Olmedo á dos composiciones de su juventud: la Elegía en la muerte de la princesa Doña María Antonia de Borbón (1807), y El Árbol (1808), y á cuatro magistrales poemas de su edad madura: la Silva á un amigo en el nacimiento de su primogé- nito (1817), La victoria de Junín (1824), la oda al General Flores, y la traducción de las tres primeras epístolas del Ensayo de Pope sobre el hombre. Afortunadamente, los versos no se estiman por la cantidad, ni por el peso, y aun con el solo Canto á Bolívar, Olmedo sería el mismo gran poeta que conocemos. Las dos poesías juveniles están escritas con mucha desigualdad de estilo (especialmente El Árbol), pero deben conservarse, no sólo por el curioso contraste entre el entusiasmo monárquico y español que respiran y la posterior exaltación frenética con que su autor maldijo el nombre de España después de haber llamado dioses y padres á sus reyes; sino porque abundan en hermosos versos y presentan ya muy firme y caracteri- zada la manera del poeta, y aun algunas ideas é imágenes que apro- vechó y mejoró luego (l). Al revés de lo que acontece con Bello, en

(i) La introducción de El Ardo I -pasó á ser parte de la introducción del

Canto á Bolívar. Había dicho Olmedo en 1808:

Aquí mi alma desea Venir á meditar: de aquí mi musa,

Il8 CAPÍTULO VIII

cuyas primeras poesías, sobre todo en el canto gratulatorio á Car- los IV, nadie podría adivinar al futuro autor de las Silvas america- nas^ Olmedo tuvo desde el principio el énfasis solemne y la arro- gancia lírica que le caracterizaron siempre. Cuando en 1 807 decía de España:

Desplegando sus alas vagarosa, Por el aire sutil tenderá el vuelo; Ya cual fugaz y bella mariposa, Por la selva florida

Irá en pos de un clavel ó de una rosa; Ya, cual paloma blanda y lastimera. Irá á Chipre á buscar su compañera; Ya, cual garza atrevida, Traspasará los mares. Verá todos los reinos y lugares; Ó, cual águila audaz, alzará el vuelo Hasta el remoto y estrellado cielo.

Y en 1824 escribió, superándose incomparablemente á mismo; que tanto

pueden el estudio y la lima:

Siento unas veces la rebelde Musa Cual Bacante en furor vagar incierta Por medio de las plazas bulliciosas, Ó sola por las selvas silenciosas, Ó las risueñas playas Que manso lame el caudaloso Guayas; Otras el vuelo arrebatado tiende Sobre los montes, y de allí desciende Al campo de Junín...

Puede decirse que Olmedo, como Bello, estaba continuamente asediado por las reminiscencias de sus propios versos y de los ajenos. Las tiene hasta de poetas obscuros y olvidados. Así estos versos del Canto de Minar ka:

Así cuando una nube repentina Enluta el cielo cuando el sol declina...

parecen un eco de aquellos otros de Sánchez Barbero en.su bella Elegía á la

muerte de la Duqtiesa de Alba:

Así cuando una nube tormentosa En el Oriente cárdeno aparece...

Cotéjense ambas estancias, y se verá que la semejanza continúa. Si Sánchez

Barbero habla de

Torrentes que á porfía

Chozas, rebaños, vegas, arrebatan- Olmedo escribe, esta vez con menos numen:

Y entre tantos horrores

Vagan, tiemblan y caen confundidos

Ganados y cabanas y pastores...

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En SUS débiles hombros ya ni puede Sostener el cadáver de su gloria...

y llamaba á los males y dolores:

Soldados indolentes que militan

Bajo el pendón sombrío de la muerte...

podía perfeccionar sin duda su educación y estilo, pero había en- contrado ya su instrumento.

El resplandor vivísimo del Canto de Junin ha perjudicado sin razón á otras felices inspiraciones de Olmedo, dejándolas en la pe- numbra. No obstante, así era forzoso que sucediese, porque el Canto, además de su valor intrínseco y de presentar reunidas en un sólo alarde todas las fuerzas del poeta, participa de la celebridad histó- rica del grande acontecimiento que conmemora, y vivirá cuanto viva en los fastos de América el nombre de Simón Bolívar, del cual fué la más espléndida corona. Infinitos versos produjo el patriotismo americano de aquella era, pero apenas merecen vivir otros que los de este canto, y son los únicos también que la madre España puede perdonar, porque se escribieron en su tradicional y magnífica len- gua poética, aunque no se escribiesen con su espíritu.

Harto hemos dicho de este famoso poema al apuntar los carac- teres del genio lírico de Olmedo. Ahora procede añadir algo acerca de los primores y defectos de su plan y composición, respecto de lo cual ¿quién lo diría? el juez más severo y no el menos atinado fué el mismo Libertador Bolívar, en cuyo obsequio se escribió el canto.

Poseemos afortunadamente la correspondencia que medió entre Olmedo y su Aquiles, mientras el Canto de Junin iba componién- dose. Si conociésemos de igual modo la génesis de cada una de las obras maestras, mucho adelantaría la crítica histórico-literaria. Pu- blicados estos preciosos documentos por el Sr. Caro y reproducidos en su mayor parte por el Sr. Cañete, nos es dado asistir día por día á la elaboración del himno triunfal, y ver cómo el hierro, al salir de la fragua, iba depurándose de las escorias. Olmedo, fiel en todo á los procedimientos de la escuela de Quintana, empieza por trazar en prosa el plan de su Canto; los versos vienen después; y sucesiva y lentamente va trabajando cada una de las partes; borra, rompe, en-

Menéndbz y Pri/Ayo. Poesía hispano-atnericana. II. S

120 CAPITULO VIII

mienda, y sólo al cabo de cinco meses da por terminada su obra, y remite una copia al Libertador.

El Canto tenía más de 8oo versos (j), y éste es quizás su defecto capital \ la razón de sus desigualdades. No faltará quien se niegue á llamarle oda^ pero el nombre y la clasificación técnica importan poco: más larga es la Pitica IV de Píndaro, habida cuenta de la di- ferencia de concisión entre las lenguas clásicas y las modernas. El trabajo de Olmedo es propiamente lo que los italianos llaman un carme, un poema corto, mixto aquí de lírico y épico, como las Sil- vas de Bello son mezcla de lo lírico y lo didáctico. El tono que do- mina en el vate del Guayas es la efervescencia del rapto pindárico, pero con él alternan largas y precisas narraciones de los sangrien- tos choques de Junín y Ayacucho, sin omitir rasgos de esfuerzo individual, nombres de jefes y oficiales. No se tenga, sin embargo, por híbrida y monstruosa tal combinación de elementos líricos y narrativos, que es por el contrario frecuentísima en los más clási- cos maestros; la ya citada Pitica IV contiene un largo relato de la expedición de los Argonautas; y aun Horacio, en el cuadro mucho más estrecho de sus odas, encuentra dónde colocar, rápidamente narrados, en tono que usando de términos románticos pudiéramos decir de balada, el rapto de Europa y su llegada á Creta potente por sus cien ciudades, el parricidio de las hijas de Danao, la fuga de Teucro de Salamina y el razonamiento que dirigió á sus pros- critos compañeros exhortándoles á ahogar en vino sus pesares.

Si en esto se mostraba Olmedo tan fiel á los modelos más genui- namentc clásicos, tampoco se le puede hacer grave cargo por la su- puesta infracción de unidad que en su obra han creído notar mu- chos críticos. Si tal falta existe, redúcese á la aplicación de un título inexacto: quítese el de Victoria de Junin, que no abarca ni con mucho todo el tema de la composición; déjese el de Canto á Bolí- var, y nada habrá que reparar en esto. Porque realmente lo que allí se canta en primer término no es Junín ni Ayacucho ni otra nin- guna victoria aislada (aunque una de ellas sea causa ocasional del entusiasmo lírico), sino el conjunto de todas las empresas de Bolí-

(i) En la segunda edición, 909; en la tercera y definitiva, 906.

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var; su acción suprema en la epopeya americana; por eso el poema termina con su entrada triunfal en Lima, y con el canto de las Vír- genes del Sol, que celebran los beneficios de la paz y auguran todo género de prosperidades á la nueva república. Ni Junín ni Ayacu- cho, cada una de por sí, bastaban al poeta para su intento; Junín no fué más que una brillante carga de caballería, de la cual pronto se rehizo el ejército realista, y que por sola no hubiera decidido del éxito de la guerra; Ayacucho fué una capitulación decisiva, pero en Ayacucho no estuvo Bolívar; había prestado su rayo al joven Sucre^ según la expresión de Olmedo. Pero aunque en Ayacucho triunfase el brazo de Sucre, lo que moralmente triunfó fué el espíritu de Bo- lívar, y esto ni á Olmedo ni á ningún otro americano de su tiempo había de ocultársele. Sucre no podía ser el héroe del canto, aunque fuese el triunfador de última hora. Había que enlazar las dos victo- rias, y esto fué lo que Olmedo realizó, con más ó menos acierto en los medios, pero sin contravenir de modo alguno á la unidad del pensamiento de su obra.

El medio ciertamente podía ser más nuevo é ingenioso, y en esto hay que dar la razón á los censores. Redúcese á una máquina^ de las más gastadas en toda epopeya de escuela, y rodeada además de cir- cunstancias extravagantes y aun risibles. En medio de la algazara nocturna con que los vencedores de Junín celebran su triunfo, con- sumiendo los dones de C eres y de Baco^ aparece entre nubes la som- bra del inca Huayna-Capac, que después de llenar de improperios á los españoles, vaticina la próxima victoria de Ayacucho y dirige á Bolívar consejos políticos más ó menos embozados. Después del larguísimo discurso del Inca, comparecen las Vírgenes del Sol y le rodean entonando un bellísimo coro. Todos quedan atónitos (la cosa no era para menos), hasta que de pronto desaparece toda esta fan- tasmagoría, tornando el poeta á las orillas de su caro Guayas.

La belleza de ejecución, que es grande en algunas partes, no basta para velar lo que hay de frío y pueril en esta concepción. El empleo de lo sobrenatural en un asunto contemporáneo, es de las cosas más arriesgadas que pueden intentarse; sólo como \'¡sión en sueños ó como efecto de alucinación podía aparecer el tal Inca, y aun entonces, reducido su vaticinio á pocas palabras de sabor mis-

122 CAPITULO vm

terioso y profético; no poniendo en sus labios una especie de parte de Gaceta, en que manifiestamente se olvida Olmedo de que no es él, sino Huayna-Capac, quien va leyendo en las páginas del libro del destino. Prescindiendo por ahora de las mil cosas absurdas y con- tradictorias que el Inca revuelve en su prolija arenga, es ridículo que Bolívar y los suyos, por muy perturbada que tuviesen la cabeza con los dones de Baco y con la embriaguez de la victoria, pudiesen ver y oir despiertos á semejante fantasma. Lo que parece natura- lísimo y es legítimo recurso poético, tratándose de épocas remotas en que lo divino andaba mezclado con lo humano, resulta chillona discordancia aplicado á una prosaica guerra moderna y escrito ocho días después del suceso para que lo leyese el mismo capitán vence- dor. Bolívar, que según se trasluce por sus cartas era hombre de buen gusto y de no vulgar literatura, mejor de lo que pudiera creerse por el énfasis de sus proclamas, fué el primero en encontrar incó- moda la presencia del tal Inca, que le usurpaba la mitad del poema consagrado á su gloria, mostrándose hablador y embrollón, cuando debía ser más leve que el éter, puesto que viene del cielo.

En los poetas de la escuela á que Olmedo pertenecía, abundan máquinas semejantes á la aparición del Inca, y que indudablemente le sirvieron de modelo; pero todas son más racionales que ella, y en ninguna hay espectro que se aparezca á todo un ejército acam- pado. Cuando Gallego, en la oda A la defensa de Buenos Aires, hace- levantarse, cual matrona augusta, la América del Sur y convocar á sus hijos á la resistencia y á la victoria, la ve sólo con los ojos de la fantasía lírica, y no pretende que materialmente la viese nadie,, ni que se mezclase con los combatientes. Cuando Quintana evoca, y llama á juicio las sombras del Panteón de El Escorial, invade los dominios de la fantasía romántica, pone el pie en regiones que no son las de este mundo, y así produce el solemne y terrorífico efecto> que se proponía. En el poema Zaragoza de Martínez de la Rosa,, que Olmedo tenía muy estudiado como Caro largamente prueba, la sombra de Rebolledo el Grande se aparece á Palafox en el silencio de la noche, y el poeta no dice claro si fué realidad ó sueño.

Todas estas apariciones tuvo, á mi juicio, presentes Olmedo para- la suya; y aunque se trata de cosas harto conocidas, me parece mo-

ECUADOR ^^3

tívo de curiosa comparación ponerlas juntas y en orden inverso de antigüedad, para que se vea la identidad de procedimientos litera- rios, y quede más y más establecida la filiación del poeta; se verá este proceso genealógico hasta en el giro de la frase y en los epí- te tos.

OLMEDO (1824)

Cuando improviso venerable sombra En faz serena y ademán augusto Entre candidas nubes se levanta. Del hombro izquierdo nebuloso manto Pende, y su diestra aéreo cetro rige; Su mirar noble, pero no sañudo;

Y nieblas figuraban á su planta Penacho, arco, carcaj, flechas y escudo; Una zona de estrellas

Glorificaba en derredor su frente

Y la borla imperial de ella pendiente.

MARTÍNEZ DE LA ROSA (1809)

Cuando temblar sintió bajo su planta Los profundos cimientos del palacio, Tres veces ¡ay! con hórrido estampido Ronco trueno sonó, se abrió la tierra.

Y sobre negra nube se levanta La venerable sombra

De Rebolledo el Grande: en la tiniebla Se ve centellear su faz divina... Cércanle en torno insignias y trofeos; Cúbrelo con su manto la victoria,

Y en el noble ademán fiero y sombrío Ostenta grave su valor y gloria.

t

GALLEGO (1807)

Alzase en tanto cual matrona augusta De un alto monte en la fragosa cumbre La América del Sur; vese cercada De súbito esplendor de viva lumbre (i),

Y en noble ceño y majestad bañada.

{\) Y en rósea luz bañado resplandece, dice Olmedo del Inca.

124 CAPITULO VIII

No ya frivolas plumas,

Sino bruñido yelmo rutilante

Ornan su rostro fiero;

Al lado luce ponderoso escudo,

Y en vez del hacha tosca ó dardo rudo, Arde en su diestra refulgente acero.

QUINTANA (i So 5)

Cuando las losas del sepulcro hendiendo, Se vio un espectro atigiisto y venerable Que á los demás en majestad vencía. El águila imperial sobre él tendía Para dosel sus alas esplendentes,

Y en arrogante ostentación de gloria Entre sus garras fieras y valientes

El rayo de la guerra arder se vía,

Y el lauro tremolar de la victoria. Un monte de armas rotas y banderas De bélicos blasones

Ante sus pies indómitos yacía, Despojos que á su esfuerzo Jas naciones Vencidas, derrotadas, le rindieron.

Ningún hombre de buen gusto negará la palma, entre estas cua- tro apariciones, á la de Carlos V. En Quintana parece natural y grandioso lo que en sus imitadores tiene ya visos de artificio (l).

No es sólo lo extraño de la visión, sino la falsedad intrínseca del razonamiento lo que ofende en el episodio del Inca, y Bolívar fué el primero en encontrar impropio que Huayna Capac alabase indi- rectamente la religión cristiana que destruyó los templos de sus dio- ses, y todavía más impropio que en vez de desear el restableci- miento de su dinastía, diese la preferencia á extranjeros intrusos que y aunque vengadores de su sangre, son descendientes de los que aniqui- laron su imperio. El buen sentido habló por boca de Bolívar, y nadie más autorizado que él para rechazar aquella ilusión local del

(i) Aun en el vaticinio del Inca dejó alguna huella aquel apostrofe de

Gallego:

¿Dó mis Incas están? ¿A dónde es ido El imperio del Cuzco? ¿Quién brioso Domeñó su poder?...

ECUADOR 125

patriotismo americano, que en los versos de Olmedo llegaba hasta el extremo profundamente cómico de poner en el empíreo de los Incas á Fr. Bartolomé de las Casas á la diestra de Manco-Capac, y prometer el mismo género de inmortalidad á Bolívar en premio de haber restaurado el templo portentoso de Pacha- Cámac.

Todos los demás lunares del canto fueron también señalados con admirable sagacidad por Bolívar. La introducción le pareció rim- bombante, como en efecto lo es; encontró prosaicos y vulgares mu- chos versos que calificó de renglones oratorios, y, finalmente, aun- que parte interesada, no dejó de reconocer, con loable modestia, el principal flaco de toda la composición, es á saber, lo hiperbólico y desmesurado de la alabanza: «Usted dispara donde no se ha dispa- rado un tiro; usted abrasa la tierra con las ascuas del eje y de las ruedas de un carro de Aquiles que no rodó jamás en Junín; usted se hace dueño de todos los personajes; de forma un Júpiter, de Sucre un Marte, de Lámar un Agamenón y un Menelao, de Córdoba un Aquiles, de Necochea un Patroclo y un Ayax, de MiUer un Diomedes y de Lara un Ulises... Usted nos hace á su modo poético y fantástico, y para continuar en el país de la poesía la ficción de la fábula, usted nos eleva con su deidad mentirosa como el águila de Júpiter levantó á los cielos á la tortuga para de- jarla caer sobre una roca que le rompiese sus miembros rastreros. Usted, pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado en el abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes. Así, amigo mío, usted nos ha pulverizado con los rayos de su Júpiter, con la espada de su Marte, con el cetro de su Agamenón, con la lanza de su Aquiles y con la sabiduría de su Ulises. Si yo no fuese tan bueno y usted no fuese tan poeta, me avanzaría á creer que usted había querido hacer una parodia de la «.I liada-» con los héroes de nuestra pobre farsa. Usted sabe bien que de lo heroico d lo ridiculo no hay más que un paso, y que Manolo y el Cid son hermanos, aunque hijos de distintos padres. Un americano leerá el poema de usted como un canto de Homero, y un español le leerá como un canto de «El Facistols» de Boileau ^ .

Conservar tan buen sentido después de haberse hecho arbitro de

126 CAPÍTULO vm

un continente, vale casi tanto como haber triunfado en Boyacá, en Carabobo y en Junín. ¿Qué hubiera dicho Boh'var, que llamaba /é»- bre farsa á sus asombrosas campañas desde el Orinoco hasta el Po- tosí, si hubiera alcanzado á leer la magnífica oda que Olmedo dedicó en 1835 Al general Flores, vencedor en Mlñarica? Y no porque la función de guerra de Miñarica hubiese sido menos sangrienta que la de Junín, puesto que más de mil cadáveres quedaron tendidos en el campo, sino porque en Junín, ó más bien en Ayacucho, de que Junín fué como preludio, quedó definitivamente roto, para bien ó para mal del Nuevo Mundo (que este es punto muy opinable, aun- que ya no lo fuese para el sereno y desengañado juicio de Bolívar en sus postreros días), el lazo que unía las colonias con la metró- poli: asunto noble de suyo por su magnitud y sus consecuencias; al paso que Miñarica fué una de tantas estériles luchas civiles en que vencidos y vencedores se aplicaban mutuamente el dictado, tan de moda en América, de tiranos. A tanta distancia, y en cosa tan em- brollada como la política interna de las repúblicas americanas, es difícil y poco importante averiguar quién tenía la razón de su parte: es probable que nadie la tuviese del todo; pero lo único que con certeza sabemos, es que los resultados de aquella hecatombe se re- dujeron á sustituir un presidente por otro. Para tan poca cosa re- sulta desproporcionado aquel soberano apostrofe, que sólo á Pizarro ó á Bolívar ó á San Martín, podría hasta hoy dignamente aplicarse:

jRey de los Andes! la ardua frente inclina, Que pasa el vencedor...

Los críticos americanos, y aun los que no lo son, como nuestro malogrado compañero Cañete, arman larga contienda sobre si Ol- medo hizo ó no hizo bien en cantar al general Flores, á quien unos pintan como un tiranuelo funesto para la tranquilidad de su patria, mientras otros, con mejor acuerdo, á lo que yo alcanzo, reconocen en él ciertas dotes de guerrero y de estadista, prendas estimables de hombre privado, celo del bien público, condición apacible y amena y aficiones cultas y literarias, aunque desgraciadas: todo lo cual pa- rece que nada tiene que ver con los rasgos tradicionales del grotesco personaje llamado tirano, inventado por los retóricos antiguos ut

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pueris placéate et declamatio Jiat, y realizado muy al pie de la letra, según dicen, en algunas repúblicas de América. Por mi parte, ni puedo creer que fuese un soldado ambicioso y vulgar el que inspiró tal canto y en alas de él pasará á la posteridad aun más que por la memoria de sus hazañas; ni encuentro digno de censura á Olmedo por haberle cantado; aunque después contribuyese á su caída lla- mándole ángel exterminadoi% y estuviese á pique de sucederle en la presidencia del Ecuador. Para hacer buenos versos, siempre es oca- sión oportuna, y á los poetas hay que pedirles más cuenta de los versos que de los asuntos. Si la victoria del general Flores tuvo vir- tud para despertar el numen de Olmedo, que parecía aletargado hacía más de diez años, y obligarle á prorrumpir en un canto que, salvo la inferioridad de la materia, no cede en pompa, boato, sono- ridad y nervio al Canto de Jiinin^ y en madurez de estilo y buena distribución de partes seguramente le vence, las Musas tienen que darle las gracias por su victoria y hasta por su tiranía.

Completan el número de las obras de Olmedo que tienen apare- jada larga vida entre lo más selecto del parnaso americano, la gra- ve y melancólica Silva á un amigo en el nacimiento de su primogé- nito^ que sabe á Leopardi en algunos pasajes, aunque indudable- mente procede de la escuela de Cienfuegos; y la traducción incom- pleta y algo parafrástica (como forzosamente ha de serlo toda ver- sión de poesía inglesa) del Ensayo sobre el hombre de Pope. De las tres epístolas que Olmedo alcanzó á traducir, sólo la primera fué por él definitivamente corregida: las otras están versificadas con más negligencia, pero en todas ellas hay trozos de la más bella poe- sía filosófica que puede encontrarse en castellano (l).

(i) Nació D. José J. de Olmedo en Guayaquil el 20 de Mayo de 1780, de padre malagueño y madre americana. Hizo sus estudios de gramática en Quito, y los de filosofía y derecho en el colegio de San Carlos y Universi- dad de San Marcos de Lima, donde recibió el grado de doctor en 1805. Des- empeñó en aquella universidad cátedras de derecho romano, y luego se dedicó en Guayaquil al ejercicio de la abogacía. En 1810 fué nombrado di- putado para las Cortes de Cádiz, en cuyas actas se encuentra algún breve discurso suyo, especialmente el que pronunció sobre la abolición de las mifas, ó servicio personal de los indios. Permaneció en España hasta la vuelta de

128 CAPÍTULO VIII

Por mucho tiempo Olmedo fué el único representante de la poe- sía del Ecuador, aunque en hecho de verdad él hubiese nacido pe- ruano. Es casi el único que figura en la América poética de 1 846. El mediano fabulista D. Rafael García Goyena, que también está incluido allí, suena indebidamente como guatemalteco, por lo cual suele ponérsele en las antologías de Centro-América. Es cierto, sin embargo, que nació en Guayaquil en 1 766; aunque desde la edad de doce años residió en Guatemala, y allí escribió y publicó sus apólogos, correctos pero insípidos.

Hay, pues, un largo paréntesis entre la deslumbradora aparición de Olmedo, hijo del régimen colonial, y los frutos mucho más mo- destos de la nueva generación literaria, que luchando con dificulta- Fernando VII en 18 14. Regresando á America, formó parte de la Junta de Go- bierno de Guayaquil en 1820, y del Congreso Constituyente del Perú en 1823, así como también de la diputación peruana que fué á implorar el auxilio mili- tar de Bolívar, con quien antes había estado en desacuerdo político y de quien se convirtió entonces en amigo y admirador entusiasta. Después de Ayacucho, Bolívar le envió de Ministro plenipotenciario á Londres, donde contrajo estre- cha amistad con D. Andrés Bello. Permaneció en Europa hasta 1828: en 1830 concurrió á la Convención ó asamblea constituyente de Riobamba, que separó definitivamente la república del Ecuador de la de Colombia. Sucesivamente fué electo vicepresidente de la República y gobernador del departamento del Guayas. Presidió la convención nacional de Ambato en 1S35, Y desaviniéndo- se con el general Flores, se puso en 1845 al frente del Gobierno provisional en la revolución que contra aquel general estalló triunfante en Guayaquil. Candidato para la presidencia de la República, fué derrotada) por D. Vicente Ramón Roca, en las elecciones de aquel año. Murió cristianamente en su ciudad natal, en 19 de Febrero de 1847.

La mayor parte de las poesías de Olmedo se fueron publicando sueltas, á raíz de los acontecimientos que las inspiraron.

El Ensayo sobre el hombre (i.* epístola con el texto inglés) se imprimió con bastante esmero en Lima en 1823. La primera y rarísima edición del Canto d Bolívar es de Guayaquil, 1825; pero yo no he visto otra más antigua que la de Ackerman, de Londres, del año siguiente. Casi todas las poesías importantes de Olmedo salieron juntas en la América Poética de Gutiérrez (Valparaí- so, 1846), y el mismo Gutiérrez las recogió aparte, algo aumentadas, en un tomito, también de 1848, que fué reimpreso por Boi.K en París en 1853. Estas dos ediciones añaden las epístolas 2.* y 3.^ de Pope, que Olmedo había publi- cado en 1840 en La Balanza., periódico de Guayaquil. En 1861, D. Manuel

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des indecibles, nacidas de los trastornos políticos y del abandono casi total de los buenos estudios, fué levantando poco á poco la ca- beza hacia la segunda mitad de nuestro siglo y empezó á dar mues- tra de en la Lira Ecuatoriana que en 1866 compiló el Dr. D. Vi- cente Emilio Molestina. En ella figuran versos dolientes y apasiona- dos de una infeliz poetisa de Quito, D.^ Dolores Ventemilla de Galindo, á quien pesares domésticos arrastraron al suicidio en 1857, á la temprana edad de veintiséis años. Su composición Quejas es un ay desgarrador que debe recogerse, tanto más cuanto que la since- ra expresión del sentimiento no es lo que más abunda en la poesía americana.

Entre los poetas de la primera Lira Ecuatoriana, dos descuellan sobre todos: D. Juan León Mera y D.Julio Zaldumbide. Mera vive (l) y continúa escribiendo, no sólo versos, sino exquisita prosa, de que

Nicolás Corpancho, literato peruano, acrecentó algo la colección en un cua- derno publicado en Lima con el título de Poesías inédUas de Olmedo: apuntes bibliográficos para formar una edición más completa que las conocidas.

Hay excelentes trabajos biográficos y críticos sobre Olmedo. Los principa- les son:

Pombo (D. Rafael). Artículo en El Mundo Nuevo, de Nueva York, 1872, tomo I, pág. 332.

Caro (D. M. Antonio). Olmedo: tres artículos en el Repertorio Colombiano, to- mos u y lu (Bogotá, 1879).

Cañete (D. Manuel). El Dr. D. José Joaquín de Olmedo. (En su libro Escri- tores Españoles é Hispauo-americatios, Madrid, 1884.)

Herrera (D. Pablo). Apuntes biográficos de D. J. J. Olmedo. Quito, 1887.

Mera (D. Juan León). Carta al Sr. D. Manuel Cañete (sobre varios puntos de la vida de Olmedo). Quito, 1887.

Cartas inéditas de Olmedo, precedidas de un breve estudio sobre ellas. Qui- to, 1892. Estas cartas, que contienen curiosos juicios de Olmedo sobre Lucre- cio, á quien admiraba mucho, y sobre Lucano, cuyo genio poético estimaba superior al de "Virgilio, fueron dirigidas de 1823 á 1825 al Dr. D. Joaquín de Araujo.

Rendon (D. Víctor María). Olmedo homme d' Etat et poete américain, c/ian- tre de Bolívar. París, 1903. Traduce en verso francés la mayor parte de las poesías de Olmedo, enlazándolas con el relato de su vida.

Piñeyro (D. Enrique). Biografías Americanas, París, 1906, págs. 197-247.

(i) Falleció después de escritas estas líneas.

130 CAPITULO VIII

SU linda novela Cumandá es buen ejemplo. Zaldumbide ha descen- dido no ha mucho á la tumba, y, por consiguiente, entra ya en nuestra antología académica. En 1851 se dio á conocer por su Canto á la Música, y en 1888 cerró su carrera poética con dos bellas tra- ducciones, una del Lara de Byron, y otra de los Sepulcros de Pin- demonte, honrándome con la dedicatoria de la segunda (l). El género predilecto de Zaldumbide fué la meditación poética; sus cualidades sobresalientes: gravedad en el pensar, mezclada con cierta amable languidez en el sentir; elevación moral contemplativa y serena con intervalos de flaqueza, desfallecimiento y obscuridad, de que llega- ron á triunfar al fin su recto corazón y bien disciplinado entendi- miento. Comenzó por la duda sobre el destino humano, y acabó por entregarse en brazos de la fe. Sus poesías son, por decirlo así, el diario psicológico de esta batalla suya. Nunca fué pesimista dog- mático; pero navegó por mucho tiempo en las olas del escepticis- mo, como lo demuestran sus composiciones Eternidad de la vida y Meditación. En la hermosa meditación titulada La noche, exclama- ba con amarga ironía que parece leopardiana:

Tuyo es el universo: alza la frente: Espacia tus miradas orgullosas Por el vasto, encumbrado firmamento: Las estrellas que ves esplendorosas, Las que ver no te es dado, y las que en vano Pretendiera alcanzar tu pensamiento, Subditas son de tu potente imperio; Tu ley gobierna su ordenado giro; Brillan para tu bien. El rayo ardiente Que el cielo airado contra fulmina, El mal granizo que tus campos daña, Los vientos que en los mares se sepultan, El volcán que tus obras arruina, Parece, sí, que tu poder insultan. Mas son para tu bien, y su guadaña ¡Oh feliz colmo de felice suerte! Para tu mismo bien blande la muerte.

(i) Hay sobre las poesías de Zaldumbide unas Observaciones a'^x^c\^\^% del Dr. D. Luis Cordero en las Memorias de la Academia Ecuatoriana, tomo i (Quito, 1889).

ECUADOR ^3'

En medio de la tormenta de sus dudas, Zaldumbide permaneció afectiva ya que no especulativanuuU cristiano, porque, como él

decía:

Arcanos de la muerte los concibe Más bien el corazón que no la mente...

Quiso creer, y al fin le visitó la Gracia. En unos versos á la Virgen había escrito:

Jamás al que te ruega desamparas

Ni hay súplica por desatendida;

La flor que pone en tus benditas aras

El que te ofrenda, nunca va perdida...

La súplica fué oída, y Zaldumbide dio en los últimos años de su vida y á la hora de su muerte ejemplos de viva y fervorosa pie- dad que por la importancia del sujeto fueron de grandísima ed.fi- caci'ón para la sociedad del Ecuador, que atravesaba entonces grave

crisis religiosa (l).

Tenía Zaldumbide, á diferencia de otros muchos poetas ecuato- torianos, sólida educación literaria, basada en el estudio directo y reflexivo de los modelos latinos, italianos é ingleses, y de los nues- tros del siglo de oro, entre los cuales prefería á Garcilaso y Pray I uis de León. Así es que, aun los pocos versos románticos que en su mocedad compuso, son relativamente correctos, y en los poste- riores hay, no sólo decoro y pulcritud en la dicción, sino estudio de la parte musical del idioma, que fluye manso y apacible en una versificación generalmente esmerada. Á estas buenas partes de prosodia y estilo, juntaba Zaldumbide condiciones descriptivas no vulgares; sentimiento no fingido de la naturaleza, aunque mas en el conjunto que en los detalles, más en la expresión moral que en la expresión física; y una suave y reposada tristeza, que por ser tan suya ennoblece y renueva en él hasta los tópicos más vulgares de la poesía campestre. La oda Á la Soledad del Campo. La Mañana. El Mediodía, La Tarde, La Estrella de la Tarde, donde se admi-

(i) Nació Zaldumbide en Quito en 1833 y mu"ó en 1887.

132 CAPÍTULO VIII

ran estos delicados versos, que son vaga reminiscencia de una ele- gía de Herrera (l):

Después viste, estrella de los cielos... Mas ¿quién podrá contar lo que tu viste?...,

son buenos fiadores de lo que digo. No tuvo Zaldumbide la fortuna de concentrar sus fuerzas en una composición inolvidable que deba ir perpetuamente unida á su nombre; pero si por falta de nervio ó de audacia ó de ocasión no pudo ser contado entre los líricos de primer orden de la América del Sur, merece á lo menos un puesto distinguido entre los de segundo, al modo que lo obtiene entre los cubanos, por prendas muy parecidas de sentimiento y de gusto, el dulce y simpático Mendive.

Otros poetas ya fallecidos figuran en las Antologías Ecuatoria- nas (2): el general D. Francisco Javier Salazar, el Dr. D. Rafael Car-

(i) Lo que más entre nos pasó no es diño,

Noche, de oir el Austro presuroso. Ni el viento de tus lechos más vecino...

(Herrera. Elegía ix. Lib. ri).

(2) Las que conozco son:

Lira Ecuatoriana. Colección de poesías nacionales^ escogidas y ordenadas por el Dr. Vicente Emilio Molestina. Guayaquil, 1865. Juzgada con dureza pero no con injusticia, por Mera, en su Ojeada critica sobre la Poesía Ecua- toriana.

Parnaso Ecuatoriano, con apuntamientos biográficos de los poetas y versifi- cadores de la Repi'iblica del Ecuador, desde el siglo XVII hasta el año de 1879, por Mamiel Gallegos Naranjo (Quito, 1879). Desdichadísimo llamó á esXt. Par- naso el Sr. Mera, y Cañete añade que en él abunda mucho la broza.

Njieva Lira Ecuatoriana. Colección de poesías escogidas y ordenadas por Juan Abel Echeverría (Latacunga, 1879). Puede considerarse como un se- gundo tomo de la Lira del Dr. Molestina, porque no repite ninguna compo- sición.

—Antología Ecuatoriana.— Poetas. Quito, 1892. Colección formada por la Academia del Ecuador, correspondiente de la Española. Es mucho más co- piosa y de mejor gusto que las anteriores, pero adolece de excesiva bene- volencia. Lleva un segundo tomo de poesía popular titulado:

Cantares del pueblo ecuatoriano. Compilación formada por Juan León Mera. Quito, 1892. De estos cantares nada hemos dicho, como tampoco de

ECUADOR 133

vajal, D. Vicente Piedrahíta, D. Miguel Riofrío (autor de Nina, le- yenda quichua), D. Miguel Ángel Corral, D. Joaquín Fernández Córdoba, D.^ Angela Caamaño de Vivero (que tradujo con felici- dad algunos versos de Byron), el festivo improvisador D. Joaquín Velasco y el joven estudiante de Medicina D. José Bernardo Daste. En los versos que conocemos de estos autores hay cosas dignas de estimación, pero ninguna de mérito muy relevante; y como, por otra parte, no tenemos á la vista más que una pequeñísima porción de sus obras, nos expondríamos á dar un fallo injusto y atropella- do, si aquí pretendiésemos juzgarlas.

Séanos lícito, pues, cerrar esta sección con el nombre para los creyentes tan grato, tan odiado por los sectarios, del adalid y már- tir de la causa católica en el Ecuador, el presidente D, Gabriel Gar- cía Moreno, que si no cultivó la poesía como vocación predilecta, mostró en la Epístola á Fabio nativas dotes para la alta poesía satí- rica, y en otras composiciones suyas, desgraciadamente escasas, ya originales, ya traducciones de Salmos, tampoco encontró difícil ni reacio el idioma de las Musas. Tienen estas piezas los descuidos inherentes á todo lo que se escribe para no ser impreso; pero en ellas, como en sus escritos en prosa, quedó un reflejo de la grande

los que en pequeño número se han publicado de otras regiones de América, porque exigiría un estudio especial y muy minucioso el distinguir en ellos lo verdaderamente americano é indígena de lo mucho que se encuentra tam- bién en las numerosas colecciones de coplas españolas y singularmente anda- luzas, formadas por Lafuente Alcántara, Rodríguez Marín y otros. Hay tam- bién en el libro del Sr. Mera algunos versos políticos y varias composiciones modernas en la lengua de los indios llamada quichua^ que sigue siendo culti- vada artificialmente por varios literatos del país, entre los cuales se ha dis- tinguido el Dr. D. Luis Cordero.

Falta á esta Antología un tercer tomo de prosistas, que está confiado á la docta dirección de D. Pablo Herrera y será quizá el más interesante, porque la agitadísima vida política del Ecuador ha hecho que el ingenio de sus hijos brille y se desarrolle principalmente en el campo de la polémica social y re- ligiosa. No tengo noticia de que este tomo se haya publicado. Los nombres de Espejo, Mejía, el P. Solano, García Moreno y otros, á los cuales conviene añadir ya, con las necesarias reservas de ortodoxia y de gusto, el del sofista agudo é ingeniosísimo, y brillante y castizo, aunque abigarrado y algo pedan- tesco prosista, Juan Montalvo, pueden dar especial interés á esta sección.

134 CAPITULO VIII

alma de su autor, que hubiera podido ser eminente en el arte de la palabra, si no hubiese preferido el arte más enérgico de la vida y de la acción. Pudo por flaqueza humana cometer errores; pudo pecar de terco é inflexible; quizá en alguna ocasión solemne puso á pique de ruina en Colombia los mismos intereses que tan heroica- mente defendía en el Ecuador; quizá no realizó en todo y por todo el ideal del gobernante cristiano, pero la grandeza de su adminis- tración, la entereza de su carácter y la gloria de su muerte, hacen de él uno de los más nobles tipos de dignidad humana que en el presente siglo pueden glorificar á nuestra raza. La república que produjo á tal hombre puede ser pobre, obscura y olvidada, pero con él tiene bastante para vivir honradamente en la historia (l).

(i) Nació García Moreno en Guayaquil el 25 de Diciembre de 182 1, y mu- rió asesinado en la plaza de Quito el 6 de Agosto de 1875. Para el conoci- miento de su vida y opiniones sirve todavía más que ninguna de sus biogra- fías (incluso la muy vulgarizada del P. Barthe, García Moreno vengeur et martyr du Droit Chrétien\ la colección de sus Escritos y Discursos publicados por la Sociedad Católica de Quito y atiotados por su presidente D. Mamiel María Pólit (Quito, 1887 y 1888, 2 vols.)

IX

PERÚ

Fué el Virreinato del Perú la más opulenta y culta de las colo- nias españolas de la América del Sur; la que alcanzó á ser visitada por más eminentes ingenios de la Península, y la que, por haber gozado del beneficio de la imprenta desde fines del siglo xvi, pudo salvar del olvido mayor número de muestras de su primitiva pro- ducción literaria. Pero, más desgraciada que México, no ha logrado todavía un Icazbalceta que recoja cuidadosamente todas las reliquias del período colonial y levante con ellas imperecedero monumento. Faltos, pues, de un guía tan docto y autorizado, hemos tenido que recoger afanosamente las noticias literarias del Perú en fuentes muy varias y dispersas, y seguramente nuestro trabajo hubiera resultado incompletísimo, sobre todo para los primeros tiempos de la colo- nia, si generosamente no se hubiera brindado á enriquecerle con noticias peregrinas el que, sin agravio de nadie, podemos llamar nuestro primer americanista, D. Marcos Jiménez de la Espada.

De sus investigaciones resulta que la poesía castellana en el Perú es casi tan antigua como la conquista misma: se remonta al período de las guerras civiles. El más antiguo poema conocido, obra de autor anónimo, no está aún en el metro italiano, sino en coplas de arte mayor, en el metro de Juan de Mena. Titúlase Nueva obra y breve en prosa y en metro sobre la muerte del Ilustre Señor el Ade~ lantado D. Diego de Almagro, Goveruador y Capitán General por su Cathólica y Real Magestad del Emperador y Rey Nuestro Señor en el nuevo Rey no de Toledo llamado Peni, Descubridor y Conquis- tador y sustentador desta rica provincia.

Mbnéndez y Pblayo. Poesía his^ano-aiiuricaita. II. 9

136 CAPÍTULO IX

La prosa se reduce á una corta introducción ó argumento suma- rio. El metro á treinta y nueve estrofas ó coplas de arte mayor; la primera dice :

Cathólica, Sacra, Real Majestad, César augusto, muy alto Monarca, Fuerte reparo de Roma y su barca En todo lo humano de más potestad: Rey que procura saber la verdad. Crisol do se funde la reta justicia; Pastor que no obstante cualquier amicicia, Conserva el ganado por una igualdad.

La última:

Debiendo Pizarro haber de cumplir El pleito homenaje por él otorgado Venir á esta corte y á vuestro mandado Donde el juez le mandó remitir; No solamente no quiso venir, Mas quebrantarlo con otros tiranos, Y la venganza tomó por sus manos; Solo por esto se debe punir.

La obra es, pues, de un ferviente partidario de Almagro y ene- migo de los Pizarros, que en la introducción se declara testigo del suceso, y al propio tiempo confiesa su poca habilidad para versifi- car : «el marqués D. Francisco Pizarro y sus hermanos, los cua- les mataron á D. Diego de Almagro de su honra, vida y hacienda, según el metro adelante veréis, porque pasó así verdaderamente , y antes fué más en efeto, por el defeto de no hallar consonantes por darlo más sabroso, aunque según íué cruel no dejará de amargaros de lo que aquí se cuenta, aunque mucho más lo sentiríades, si como lo leéis lo hubieseis visto como el que lo escribe, que se halló en ello y lo viá.-s>

Parece que este poema, á pesar del carácter arcaico del metro, no puede ser anterior á 1548, puesto que en la Introducción se lee: « Y después el Rey ha mandado degollar á Gonzalo Pizarro. » Pero tampoco es imposible que la introducción se escribiera mucho des- pués del poema, y cuando el autor pensó en publicarle, según se

PERÚ ^37

infiere de la censura de Fr. Félix de León que acompaña á esta rarísima pieza en el manuscrito del Archivo de Indias, donde se conserva. Hay de ella copia incorrecta en la colección de manuscri- tos de D. Martín Fernández de Navarrete.

D. Alonso Enríquez, aquel estrafalario aventurero que se decía el Caballero Desbaratado, y cuyas divertidísimas Memorias, sólo comparables con las de otro fanfarrón de la misma laya, D. Diego Duque de Estrada (el Desengañado de si mismo), frisan tantas veces con la novela de aventuras y con la picaresca, incluyó en el Libro . de su vida y costumbres (l) la obra anterior, descartando la prosa y la censura, añadiendo una copla más, y encabezándolo todo de esta suerte: <<.Obra en metro sobre la muerte que fué dada al ilustre Don Diego de Almagro, la cual obra se dirige á S. M. con cierto romance lamentando la dicha muerte, y no la hizo el autor del libro, porque es

parte, y no sabe trovar.-»

El texto de D. Alonso Enríquez difiere bastante del manuscrito de Sevilla, ya por errores de copia, ya por cambios de palabras, de frases y aun de versos enteros, que pueden ser correcciones.

El romance prometido en el encabezamiento viene en seguida con este epígrafe: «Sigúese el romance hecho por otro arte sobre el mismo caso, el cual se ha de cantar al tono de «El buen conde Fernán González.^ Curiosa prueba de la costumbre que en el si- glo XVI duraba, de aplicar á romances nuevos los tonos de los anti- guos. Este romance, sumamente prosaico y desmayado, consta no menos que de 362 versos.

Quedan otros romances históricos del tiempo de las guerras ci- viles: dos versan sobre la rota del rebelde Francisco Hernández Girón en Pucará, y se encuentran al ñn de la Relación de lo acaeci- do en el Perú desde que Francisco Hernández Girón se alzó hasta el día que murió, recientemente publicada (2); otro sobre las cruelda- des del tirano Lope de Aguirre (3).

( 1 ) Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo lxxxv, págs. 369-379.

(2) Colección de libros españoles raros ó curiosos, tomo xiii, págs. 225-233. (3} Breve romance de los hechos de Lope de Aguir?-e. Hállase al fin de la se- gunda parte de la Relación muy verdadera de todo lo sucedido en el río del Mu-

138 CAPÍTULO IX

Suelen consignarse en las crónicas y relaciones históricas de \& conquista algunas coplillas populares y anónimas, muchas de ellas- de carácter soldadesco, y todas de sabor arcaico. Es de las más cu- riosas la que cantaban los soldados del campo real en la campaña contra el rebelde Francisco Hernández Girón por los años 1553-54» aludiendo al Dr. Fr, Hierónimo de Loaisa, arzobispo de Lima, y al Licdo. Hernando de Santillán, oidor de aquella Audiencia, y después presidente de la de Quito, y, por último, obispo de las.

Charcas:

El uno juaar, y el otro dormir,

¡Oh, qué gentil!

No comer y apercibir,

¡Oh, qué gentil!

El uno duerme y el otro juega:

Así va la guerra.

El dormilón era Santillán, el jugador (de ajedrez) el Arzo- bispo ( I ).

rafidn en la provincia del Dorado, hecha por el gobernador Pedro de Orsúa... Es- crita por Gonzalo de Zúñiga, tino de los soldados de la expedicio'n. El título par- ticular de esta segunda parte es de Lo sucedido en la Margarita.

Principia:

Riberas del Marañen, Do gran mal se ha congelado, Se levantó un vizcaíno, Muy peor que andaluzado.

Acaba:

A nadie da confesión,

Porque no lo ha acostumbrado, Y así se tiene por cierto Ser el tal endemoniado.

Por estos últimos cuatro versos se prueba que aún vivía Aguirre cuando se- compuso el romance, y antes que Zúñiga redactase la parte tercera, que trata de la entrada del sanguinario vizcaíno en Tierra Firme, por Agosto de 1561.

(Colección de documcnios inéditos del Archivo de Indias, tomo iv, págs. 225 y 282. El Romance, 267-269.)

No fué el Perú teatro de las atrocidades de Lope de Aguirre (cantadas también por Juan de Castellanos), pero del Perú salió la expedición de Pedro de Orsúa, y por consiguiente no huelga aquí esta noticia.

(i) Publicó esta coplilia por primera vez el Sr. Espada, en la carta dedi- catoria de su libro Tres relaciones de antigüedades peruanas.

PERÚ 139

Tampoco es para olvidada la de los mis cabellicos^ madre, que •cantaba el diabólico Carvajal el día de Xaquijaiguana. Otra copla so- -naba en el campo de los almagristas por el año de 1537:

Almagro pide la paz, Los Pizarros ¡guerra, guerra! Ellos todos morirán Y otro mandará la tierra... (i).

Si la conquista del Perú no tuvo la suerte de encontrar un Erci- dla, no por eso faltó quien en pésimos metros se arrojara á cantarla dentro del mismo siglo xvi. Existe en la Biblioteca Imperial de Vie- na un poema anónimo, Conquista de la Nueva Castilla, obra al pa- recer desconocida hasta que en 1848 un librero de Lyón la sacó á luz en forma por demás incorrecta y desaliñada, y sin dar bastan- tes señas del manuscrito que le sirvió de original. Tiene por verda- dero título: Relación de la conquista y del descubrimiento que hizo ec Gobernador Don Francisco Pizarro en demanda de las provincias y reinos que ahora llamarnos Ntieva Castilla. Hace principio desde la primera vez que partió de Panatná hasta todo lo que en la prisión de A tabalipa sucedió, la cual está partida en dos partes: la primera co- mienza describiendo el tiempo en que se hizo á la vela en Panamá.

La segunda parte lleva este encabezamiento: «Aquí hace princi- pio la segunda parte, que habla en la segunda vez que el magnifico señor gobernador don Francisco Pizarro partió de Panamá en de- manda de la provincia de Tumbez, hasta la prisión de Atabalipa y conqiiista de la gran ciudad del Cuzco, la cual comienza asi, hablan- do el Gobernador.-»

La primera parte tiene cinco cantos, la segunda tres: todo el poe- ma consta de doscientas ochenta y tres octavas, pero construidas, no al modo ordinario, sino rimando entre los versos primero, cuarto, quinto y octavo, el segundo con el tercero y el sexto con el séptimo. vSe ve que el autor quiso hacerlos endecasílabos, pero hay muchos de doce y diez sílabas, ó por impericia suya, ó por descui-

(i) Cieza de León, La guerra de /as Satinas. En el tomo lxvhi de la Colee- .cidn de documejiios inéditos para la Historia de España, pág. 266.

140 CAPITULO IX

do del copista, ó por ignorancia del editor francés. De todo esto resulta un conjunto bárbaro y desapacible, y no sin razón ha podi- do escribir Ticknor que no hubiera hecho peor poema el más rudo de los soldados de Pizarro. Tiene, no obstante, la curiosidad de ser anterior á la Araucana^ y, por consiguiente, el primogénito, aun- que enteco y raquítico, de la interminable familia de poemas histó- ricos de asunto americano, cuya elaboración todavía no ha cesado. De la dedicatoria «Al muy magnífico señor Juan Vázquez de Moli- na, secretario de la Emperatriz é Reina, nuestra señora, y de su Consejo», se infiere que el anónimo poeta escribía á mediados del siglo XVI (l).

Otros dos poemas se compusieron en el Perú durante el siglo xvj, aunque ninguno de ellos llegó á ver la luz pública, y parecen haber sido ignorados por todos nuestros bibliógrafos. Titúlase el primero Los actos y hazañas valerosas del capitán Diego Hernández de Ser- pa, dirigidos al Ilhistrisitno señor don Diego de Zúñiga y de Avella- neda, Conde de Miranda, enviados de las Indias por Pedro de la Cadena, perpetuo servidor de su Señoría Ilustrisima. Consta la obra de un Introyto y diez y siete cantos que el autor llama actos, todos en versos sueltos, ó más bien en prosa vil, como puede juzgarse por este principio del acto primero:

En la felice y fuerte y noble España Nasció este gran varón tan venturado, En la fresca ribera del Océano, En la villa de Palos estimada...

Sobre mil y quinientos veinte y cuatro Llegó á la rica isla de Cubagua (2).

El capitán Serpa, héroe de este infeliz poema, había acompañado á Ordax en la desastrosa jornada del Orinoco (1532): en 3 de Agos-

(i) Conquista de la Nueva Castilla, poema heroico publicado por la primera vez por D. J. A. Sprecher de Bernegg. París y Leo'n, Saint- Hilaire, Blanc y Cormon, editores, 1848, 8.°

(2) Biblioteca de El Escorial, D-¡ i j-25, folio 221. Cuaderno en 4.° escrito- en papel que forma parte de un tomo de Varios. Noticia que me comunicó el Sr. Espada, junto con las biográficas relativas al autor y al protagonista.

PERÚ I 4 1

to de 1 549 concertó con la Audiencia de Santo Domingo la con- quista y población del territorio comprendido entre el Marañón y el Orinoco, ó sea la actual Guayana, y aunque por entonces tuvo que suspender la empresa de orden superior, no desistió de su pen- samiento, y en 15 de Mayo de 1568 volvió á capitular con el Rey la misma conquista (más un trozo de la costa de Cumaná) con el nombre de Nueva Andalucía. En aquella costa fundó las ciuda- des de Nueva Córdoba y Santiago, y queriendo internarse á buscar las orillas del Orinoco, murió en un reencuentro con cierta nación de indios Cumanagotos.

Como se ve, las hazañas de Diego Hernández de Serpa acaecie- ron muy lejos del Perú, y dentro de la gobernación de Venezuela. Pero no sucede lo mismo con su biógrafo y cantor Pedro de la Ca- dena, que era vecino de Zamora de los Alcaides en la provincia de Quito. Además de su poema, escribió y presentó al Consejo de Indias un libro en prosa del gobierno de las Indias, sobre el cual informó el secretario de dicho Consejo Licdo. Benito López de Gamboa, en 16 de Marzo de 1676, diciendo que aunque escrito con método, tenía poca substancia, pero que atendida la buena inten- ción del autor, convenía gratificarle y juntar su libro con otro que ya estaba en el Consejo y era de más provecho, obra del Licdo. Juan de Matienzo, oidor de las Charcas, y tenerlos ambos en secreto por ser cosa de gobierno, consultándolos cuando conviniera.

Otro poeta, llamado D. Diego de Aguilar y Córdoba, florecía en Huánuco á fines del siglo xvi. En 25 de Febrero de 1596 firmaba allí la dedicatoria de su poema El Marañón, terminado en 157^ y revisado después por diferentes testigos del suceso que en él se narra, que no es otro que el desgraciado viaje de Pedro de Ursúa. Los preliminares de la obra nos dan razón de otros versificadores, que son, sin duda, de los más antiguos de la colonia: Carlos de Ma- luenda, poeta polígloto, que por raro caso escribe un soneto en francés y otro en italiano: el general Alonso Picado, probablemente de la familia de este apellido naturalizada en Arequipa: Miguel Ca- bello de Balboa, eclesiástico muy erudito y práctico y entendido en viajes y exploraciones de los Andes, autor de la Miscelánea Aus- tral, que es una especie de compilación histórica dividida en tres

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partes, de las cuales la última (que anda traducida al francés por Ternaux-Compans) contiene interesantes noticias relativas á la his- toria antigua de Quito y conquista del Perú: Gonzalo Fernández de Sotomayor, D. Sancho Marañón, D. Pedro Panlagua de Loaisa, hijo, según parece, de otro del mismo nombre, extremeño, que sirvió á Gasea en negocios muy arduos, así de guerra como de diplomacia en tiempo de la rebelión de Gonzalo Pizarro, y murió en I5S4 en la batalla de Pucará: D. Diego Vaca de la Vega, gobernador de Mainas, fundador de la ciudad de San Francisco de Borja del Ma- rañón; y, finalmente, un religioso amigo del aut07'. De estos sonetos me ha comunicado el Sr. Espa'da los siguientes, que son muy acep- tables, sobre todo el de Cabello Balboa:

DE MIGUEL CABELLO BALBOA

La casta abeja en la florida vega, Con susurro suave y bullicioso, Para su laberinto artificioso De varias flores el manjar congrega.

No menos á la adelfa el gusto allega Que al romero y al cárdamo oloroso, Porque todo lo vuelve provechoso Después que á su sutil boca se apega.

Igual te juzgo, cordobés ilustre, Después que renació de tu memoria El Marañón, de sangre y muerte lleno;

Que de su obscuridad sacaste lustre, Y de su vituperio tanta gloria, Que en bálsamo conviertes su veneno.

DE D. PEDRO PANIAGUA DE LOAISA

Celebre el mundo, oh Marañón famoso. Tus claras ondas y tesoro ardiente. Obscureciendo la caudal corriente Del sacro Nilo y Ganges caudaloso.

Pues el supremo vuelo victorioso Desta águila sin par, divinamente Sube al cielo tu nombre y clara fuente Do eternamente has de quedar glorioso.

Mas entre las doradas aguas canta

PERÚ 143

«

Con dulce son el suyo celebrando Deste tu insigne historiador tan grave;

Que á tal grandeza otra grandeza tanta Sólo basta á dar gloria, eternizando Lo que en ser de mortal hombre no cabe.

DE D. DIEGO VACA DE LA VEGA

Si el lauro se le debe justamente Al que pretende con insigne historia Hacer fií-me y eterna la memoria De algún valor heroico ó eminente;

Si con divino ingenio y llama ardiente Librándole del tiempo le da gloria, Haciendo de finita y transitoria Que sea infinita y dure eternamente.

A vos se os deben tres (sin otros ciento), Uno por este libro tan famoso. El otro porque á vuestra patria ha dado

Inmortal nombre vuestro fundamento. Otro á vuestro discurso milagroso A quien el mundo está tan obligado (i).

Aunque del siglo xvi no tenemos ninguna justa ó certamen poé- tico del Perú, ni relación de fiesta en que se intercalen versos, des- de muy temprano vemos asociada la poesía á los grandes regoci- jos públicos. Así nos refiere el palentino FJiego Fernández en su Historia del Perú (parte l.^, lib. 2,°, cap. lxliii), que cuando entró el presidente Gasea en la ciudad de los Reyes (Lima) el 27 de Sep- tiembre de 1546, y fué recibido con grandes festejos, «salieron con una hermosa danza tantos danzantes como pueblos principales ha- bía en el Perú, y cada uno dijo una copla en nombre de su pueblo, representando lo que en demostración de su fidelidad había hecho». Y el historiador inserta las coplas, que por malas se omiten aquí.

Desde mediados del siglo xvi tenía Lima universidad: desde fines

(i) El ms. de El Marañan (8 hojas de preliminares y 317 de texto, divi- dido en tres libros y dedicado á D. Andrés Fernández de Córdoba, del Con- sejo Real), existe en Asturias en la librería que fué del Sr. Soto Posadas, y fué examinado en 1875 por el Sr. Jiménez de la Espada.

144 CAPITULO IX

del mismo siglo, imprenta. Fué aquélla la muy célebre de San Mar- eos, émula de la de México y la más concurrida, próspera y opu- lenta de la América del Sur, fundada por Real cédula del empera- dor Carlos V y su madre D."" Juana, dada en Valladolid á 2i de Septiembre de I555> y confirmada por Bula pontificia de San Pío V en 25 de Julio de I57l- Sus cátedras eran de Jurisprudencia, Teo- logía, Medicina y Filosofía, y conservó su crédito y su antigua or- ganización hasta después de la guerra de la independencia ameri- cana. En el Cuzco se fundó en 1598 otra universidad de menos nombre, que logró algún desarrollo en el siglo xvii, al cua! perte- necen muchas fundaciones de enseñanza como los Seminarios de Arequipa, Trujillo y la pequeña Universidad de Huamanga, además de los numerosos colegios de humanidades que los jesuítas fueron estableciendo en todos los puntos principales del Virreinato, lle- gando á doce sus casas en tiempo de la expulsión.

La imprenta fué más tardía que la universidad: apareció cuarenta años después que en México, y bajo los auspicios y protección de los Padres de la Compañía. Fué Antonio Ricardo, que ya había te- nido taller en México, el primero impresor en los reinos del Pirú, como él se titula en sus libros. El más antiguo en que se encuentra estampado su nombre es la Doctrina Christiana y cathecismo para instrucción de los Indios y de las demás personas que han de ser ense- ñadas en nuestra sancta Fe. Con un conffesionario y otras cosas ne-

cessarias para los que doctrinan Compuesto por auctoridad del

Concilio Provincial que se celebró en la Ciudad de los Reyes el año de 158J. Y por la misma traduzido en las dos lenguas generales de este Reyno, Quichua y Aymara. Año de 1584 (i). Sólo de diez obras salidas de aquella imprenta en el siglo xvi dan razón hasta ahora los más diligentes bibliógrafos, y sólo una de amena literatura hay entre ellas: el Arauco Domado, del chileno Pedro de Oña. Las restantes son confesionarios y catecismos, un arte y vocabulario de la lengua

(i) En la Revista del Rio de la Píala, núm. 6, pág. 171, el general D. Bar- tolomé Mitre sostuvo que el primer libro publicado en Síid América por An- tonio Ricardo fué otra Doctrina cristiana, más breve, que lleva la fecha de 1583, y que hoy se conserva en el Museo que legó á Buenos Aires aquel ilustre historiador y hombre de Estado argentino.

PERÚ 145

quichua, constituciones y ordenanzas, un libro de reducciones de plata y oro, y algún papel en derecho (l).

No puede decirse, sin embargo, que, aun siendo escaso, sea nulo el caudal literario del Perú en el primer siglo de la colonia. Es ver- dad que no produjo ningún poeta, pero un prosista de primer orden, nacido en el Cuzco en 1540, y no criollo, sino mestizo, hijo de un conquistador de ilustre linaje montañés, célebre en armas y en letras, y de una india principal, sobrina de Huayna Capac. El primer libro de autor peruano que salió de las prensas de Europa fué, seguramente, la tradiizión del Indio de los tres diálogos de amor de León Hebreo^ hecha de italiano en español por Garcilasso Inga de la Vega, natural de la gran Ciudad del Cnzco, cabeza de los Reynos V provincias del Pirú, trabajada en Córdoba é impresa en Madrid, en 1590.

Aunque el inca Garcilaso, como él gustaba de llamarse, se pre- ciase por aquel entonces más de arcabuces y de criar y hazer caba- llos que de escribir libros, es grande ya en la versión de aquel libro filosófico que él devolvió á España, primera patria de su autor, la belleza y gallardía de la prosa, que tanto contrasta con el desaliño del texto italiano, traducción del original castellano que se ha per- dido.

Pero la celebridad de Garcilaso, como uno de los más amenos y ñoridos narradores que en nuestra lengua pueden encontrarse, se funda en sus obras históricas, ó que dio por tales: <íLa Florida del Inca ó Historia del Adelantado Hei'nando de Soto»; los « Comentarios Reales que tratan del origen de los Incas, reyes que j nerón del Perú,; de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en guerra; de sus vidas y con- quistas, y de todo lo que fué aquel imperio, y su República, antes que

(i) Harrise. Introducción de la Imprenta en América, con una bibliografía de las obras impresas en aquel hemisferio desde 1540 d 1600, por el autor de la kBí- bliotheca Americana Veínsiissima» (traducido y adicionado por M. Zarco del Valle). Madrid, Rivadeneyra, 1872.

Medina (J. T.) La Imprenta en Lima. Epit07ne{\i¡%i,-\%io). Santiago de Chile, impreso en casa del autor, 1 890.

La Imprenta e7i Lima (1584- 1824). Sa7itiago de Chile, impreso y grabado en casa del autor, 1904-1905. Cuatro tomos.

146 CAPÍTULO IX

los españoles pasaran d éh; la «Historia Genei'al del Perú, que trata el descubrimiento de él, y cómo lo ganaron los españoles; las guerras civiles que hubo entre Pizarros y Almagras sobre la partija de la tierra; castigo y levantamiento de los tyranos y otros sucessos par- ticular es^y.

El primero y el último de estos libros pertenecen en rigor á la literatura histórica; pero deben utilizarse con cierta cautela. En La Flo7'ida ha notado Bancroft errores de detalle, que fácilmente se explican porque Garcilaso no conocía la América del Norte, y tuvo que fiarse de los relatos orales y escritos de algunos compañeros de Hernando de Soto. Para los sucesos del descubrimiento y conquista del Perú, la autoridad del inca es muy secundaria por lo tardía y porque generalmente se reduce á transcribir ó glosar las narracio- nes de autores ya impresos como López de Gomara, Agustín de Zarate y el palentino Diego Fernández. Cuando abandona el testi- monio de estos historiadores, no siempre copiosos pero fidedig- nos, es para extraviarse en compañía del jesuíta Blas Valera, cuyos manuscritos utilizó en parte; mestizo como él, y como él apasionado de la antigua civilización indiana. El crítico que con más habilidad ha defendido á Garcilaso de la nota de historiador anovelado, reco- noce la falsedad del colorido general en las principales narraciones de los dos primeros libros de su Historia (por ejemplo, la de la de la prisión de Atahualpa). «Movido del afán de presentar á los incas por el lado más favorable y halagüeño, altera y desnaturaliza el ca- rácter de este período. La dura majestad, la bárbara grandeza del imperio del Inca, que tanto se destacan en la pintoresca relación de Jerez, se borran y se pierden en la suya para dar paso á una pintu- ra, que aquí merece plenamente el calificativo de novelescai> (l). En otras cosas habla de memoria, como dijo el licenciado Montesinos, ó se fía de anécdotas soldadescas. No conoció las riquísimas cróni- cas de Cieza de León, que son la principal fuente para la historia de las guerras civiles, pero al tratar de las rebeliones de Gonzalo Pizarro (en que su padre estuvo gravemente complicado), y de

(i) Vid. Riva Agüero (D.José de la), La Historia en el Peni, tesis para el Doctorado de Letras , Lima, 1910.

PERÚ 147

Francisco Hernández Girón, la cual presenció él mismo, tiene valor

original su relato.

Pero donde suelta las riendas á su exuberante fantasía es en los Comentarios Reales, libro el más genuinamente americano que en tiempo alguno se ha escrito, y quizá el único en que verdaderamente iia quedado un reflejo del alma de las razas vencidas. Prescott ha ^"'dicho con razón que los escritos de Garcilaso son una emanación del espíritu indio «.an emanation jroni the indian mind-». Pero esto ha de entenderse con su cuenta y razón, ó más bien ha de comple- tarse advirtiendo que aunque la sangre de su madre, que era prima de Atahualpa, hirviese tan alborotadamente en sus venas, él, al fin, no era indio de raza pura, y era, además, neófito cristiano y hombre de cultura clásica, por lo cual las tradiciones indígenas y los cuentos de su madre tenían que experimentar una rara transforma- ción al pasar por su mente semibárbara, semieducada (i). Así se for- mó en el espíritu de Garcilaso lo que pudiéramos llamar la novela peruana ó la leyenda incásica, que ciertamente otros habían comen- zado á inventar (2), pero que sólo de sus manos recibió forma defini- tiva, logrando engañar á la posteridad, porque había empezado por

(i) «Residiendo mi madre en el Cuzco, su patria, venían á visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que de las crueldades de Ata- hualpa escaparon; en las cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus reyes, de la majestad dellos, de la grandeza de su imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y en favor de sus vasallos ordena- ban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiesen acaecido, que no la trajesen á cuenta. De las grandezas y prosperidades pasa- das, venían á las cosas presentes: lloraban sus reyes muertos, enajenado su imperio y acabada su república. Estas y otras semejantes pláticas tenían los incas y pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido, siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: «trocósenos el reinar en vasallaje». En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan los tales de oir fábulas.» (Comentarios Reales, primera parte, lib. i, cap. xv.) (2) Entre ellos el ya citado jesuíta peruano Blas Valera, de cuya obra manuscrita se extravió gran parte en el saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596. Garcilaso cita textualmente los principales fragmentos que llegaron á sus manos.

148 CAPÍTULO IX

engañarse á mismo, poniendo en el libro toda su alma crédula y supersticiosa (l). Los Comentarios Reales no son texto histórico; son una novela utópica como la de Tomás Moro, como la Ciudad del Sol de Campanella, como la Oce'ana de Harrington; el sueño de un impe- rio patriarcal y regido con riendas de seda, de un siglo de oro gober- nado por una especie de teocracia filosófica. Garcilaso hizo aceptar estos sueños por el mismo tono de candor con que los narraba y la sinceridad con que acaso los creía, y á él somos deudores de aquella ilusión filantrópica que en el siglo xviii dictaba á Voltaire la Alzira y á Marmontel su fastidiosa novela de Los Incas, y que en el canto de Olmedo evocaba tan inoportunamente, en medio del

(i) Esta credulidad tenía, sin embargo, sus h'mites. Garcilaso dudaba de muchas de las cosas que cuenta, pero muestra gran candidez aún en estas ve- leidades de escepticismo. «Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar á dar cuenta del origen y principio de los Incas, reyes naturales que fueron del Perú, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en mis niñeces muchas veces á mi madre y á sus hermanos y tíos, y á otros sus mayores, acerca de este ori- gen y principio..., y será mejor que se sepa por las propias palabras que los Incas lo cuentan, que no por las de otros autores extraños... Digo llanamente las fábulas historiales que en mis niñeces á los míos. Tómelas cada uno como quisiere y deles el alegoría que más les cuadrare. A semejanza de las fábulas que hemos dicho de los Incas, inventan las demás naciones del Perú otra infinidad dellas del origen y principio de sus primeros padres, diferen- ciándose unos de otros, como lo veremos en el discurso de la historia: que no se tiene por honrado al indio que no desciende de fuente, río ó lago, aunque sea de la mar; y de animales ñeros, como el oso, león ó tigre, ó de águila ó del ave que llaman cuntuj\ ó de otras aves de rapiña, ó de sierras, montes, riscos ó cavernas; cada uno como se le antoja, para su mayor loa y blasón. Y para fábulas, baste lo que se ha dicho.» (Comentarios Reales, primera parte, lib. i, caps, xv y xviii.)

Estas singulares palabras nos revelan la verdadera vocación de Garcilaso, que á haber vivido en nuestros tiempos, no hubiera sido un historiador, sino un folklorista.

Lo mejor que sobre Garcilaso, y en general sobre la his.toriografía del Perú conocemos, es el erudito 6 ingenioso libro del ya citado Dr. Riva Agüero (págs. 33-214), y allí están cuantos argumentos pueden alegarse en pro de la veracidad del cronista de los Incas, á quien hoy es moda desesti- mar, así como antes se le concedía ilimitada confianza.

PERÚ 149

campo de Junín, la sombra de Huayna Capac, para felicitar á los descendientes de los que ahorcaron á Atahualpa. Para lograr tan persistente efecto se necesita una fuerza de imaginación muy supe- rior á la vulgar, y es cierto que el inca Garcilaso la tenía tan pode- rosa cuanto deficiente era su discernimiento crítico. Como prosista, es el mayor nombre de la literatura americana colonial: él y Alar- cón, el dramaturgo, los dos verdaderos clásicos nuestros nacidos en América.

Y con esto ya es hora de volver los ojos á la numerosa falange de poetas que en los últimos años del siglo xvi y en los primeros del XVII, es decir, en la época más venturosa para las letras españo- las, alegraban y ennoblecían con su canto las márgenes del Rimac. Si de sus obras resta muy poco, queda á lo menos honorífica mención de algunos de ellos en las páginas inmortales de Lope de Vega y de Cervantes, que citan poetas peruanos en mayor núme- ro que poetas de México. Consultemos primeramente, el Canto de Caliope, impreso en 1584 con la Calatea. Llega Cervantes á hablar de los ingenios soberanos de la región antartica, y nos presenta ante todo al mexicano Terrazas, y á un poeta arequipeño, Diego Martínez de Rivera:

Uno de Nueva España y nuevo Apolo; Del Perú el otro, un sol único y solo,

Pues su divino ingenio ha producido En Arequipa eterna primavera: Este es Diego Martínez de Rivera.

De Arequipa era también el general Alonso Picado, de quien conocemos un soneto en loor del poema El Maraño'n. Cervantes le elogia en estos términos:

Aquí, debajo de felice estrella, Un resplandor salió tan señalado, Que de su lumbre la menor centella Nombre de Oriente al Occidente ha dado: Cuando esta luz nasció, nasció con ella Todo el valor: nasció Alonso Picadj;

150 CAPÍTULO IX

Nasció mi hermano (i) y el de Palas junto; Que ambas vimos en él vivo trasunto.

De otros ocho poetas, al parecer residentes todos en el Perú, hace mención Cervantes, aun sin incluir á Enrique Garcés, de quien haremos mérito tratando de Bolivia. Uno de estos poetas es don Diego de Aguilar, el autor de El Marafíón:

En todo cuanto pedirá el deseo, Un Diego ilustre de Aguilar admira, Un águila real que en vuelo veo Alzarse á do llegar ninguno aspira; Su pluma entre cien mil gana trofeo; Que ante ella la más alta se retira: Su estilo y su valor tan celebrado Guanuco lo dirá, pues lo ha gozado.

De los citados en las siguientes octavas, no tenemos noticia alguna:

Pues si he de dar la gloria á ti debida,

Gran Alonso de Estrada, hoy eres diño

Que no se cante así tan de corrida

Tu ser y entendimiento peregrino;

Contigo está la tierra enriquecida,

Que al Betis mil tesoros da contino,

Y aun no da el cambio igual; que no hay tal paga

Que á tan dichosa deuda satisfaga.

Por prenda rara desta tierra ilustre, Claro don Juan, te nos ha dado el cielo. De Avalas gloria y de Ribera lustre, Honra del propio y del ajeno suelo...

El que en la dulce patria está contento, Las puras aguas de Limar gozando, La famosa ribera, el fresco viento Con sus divinos versos alegrando. Venga, y veréis por suma deste cuento. Su heroico brío y discreción mirando, Que es Sancho de Ribera, en toda parte

(i) De la Musa Caliope que habla en este canto.

FERU 151

Pebo primero y sin segundo Marte.

Un Gonzalo Fernández se me ofrece, Gran capitán del escuadrón de Apolo, Que hoy de Sotomayor ensoberbece El nombre con su nombre heroico y solo; En verso admira y en saber florece En cuanto mira el uno y otro polo,

Y si en la pluma en tanto grado agrada, No menos es famoso por la espada.

Un Rodrigo Fernández de Pineda, Cuya vena inmortal, cuya excelente

Y rara habilidad, gran parte hereda Del licor sacro de la equina fuente; Pues cuanto quiere del no se le veda, Pues de tal gloria goza en Occidente, Tenga también aquí tan larga parte. Cual la merecen hoy su ingenio y arte.

Pues de una fértil y preciosa planta De allá traspuesta en el mayor collado Que en toda la Tesalia se levanta. Planta que ya dichoso fruto ha dado, ¿Callaré yo lo que In fama canta Del ilustre don Pedro de AlvaradOy Ilustre, pero ya no menos claro Por su divino ingenio al mundo raro?

De Pedro de Montesdoca , llamado por antonomasia el Indiano tenemos algún dato más. Era sevillano, y al parecer, muy amigo de Cervantes, que volvió á acordarse de él en el Viaje del Parnaso. Primero había dicho:

Este mesmo famoso insigne valle (1 Un tiempo al Betis usurpar solía Un nuevo Homero, á quien podemos dalle La corona de ingenio y gallardía; Las Gracias le cortaron á su talle, Y el cielo en todas lo mejor le envía: Éste, ya en vuestro Tajo conoscido, Pedro de Montesdoca es su apellido.

(1) El de Lima.

Menéndez t Pelato.— /"('íj/a hisJ>ano-ai:cricana. II. i<>

152 CAPITULO IX

V treinta años después le recordaba de esta cariñosa manera en el cap. IV del Viaje del Parnaso:

Desde el indio apartado, del remoto Mundo llegó mi amigo Montesdoca,

Y el que anudó de Arauco el hilo roto (i).

Pero todavía es más expresivo el elogio que Vicente Espinel, no tan pródigo de ellos, le tributa en el canto 2.° de su poema alegó- rico La Casa de la Memoria^ impreso con sus Rimas en 1591:

Tú, que las ondas y el caudal corriente Del patrio Betis sin razón negaste,

Y en alto estilo de un ingenio ardiente Á Lima en Occidente celebraste, Vuelve el tributo á quien tan justamente Debes el claro nombre que ganaste, Pedro de Montes de Oca, que no es Lima Diño de tan aguda y pura lima.

Nunca ha podido la interior carcoma Del ignorante vulgo derribarte; Que la razón al fin lo vence y doma,

Y vive la verdad en toda parte: Las armas en defensa tuya toma El propio Apolo para eternizarte; Viva Clarinda y viva tu memoria,

Que es tu nombre y será dina de gloria.

Esta Clarinda^ que era sin duda una muy principal dama limeña, no fué sólo señora de los pensamientos del indiano Montesdoca, sino de otro poeta de los elogiados en el Canto de Calíope, el capitán Juan de Salcedo Villandrando, de quien dijo Cervantes:

Del capitán Salcedo está bien claro Que llega su divino entendimiento Al punto más subido, agudo y raro Que puede imaginar el pensamiento...

De este Salcedo, pues, dijo la anónima poetisa peruana, autora del Discurso en loor de ¡a Poesía:

(i) Pedro de Oña.

PERÚ 153

Á ti, Juan de Salcedo Villandrando, El mesmo Apolo Deifico se rinda, Á tu nombre su lira dedicando,

Pues nunca sale por la cumbre Pinda Con tanto resplandor, cuanto demuestras Cantando en alabanza de Clarinda.

Del capitán Salcedo hay versos laudatorios al frente de la Mis- celánea Austral de D. Diego de Avales y Figueroa (1602), y los hay también de un D. Diego de Carvajal, que puede ser muy bien el D. Diego de Sarmiento y Carvajal elogiado por Cervantes:

Feliz don Diego de Sarmiento ilustre Y Carvajal famoso, producido De nuestro coro, y de Hipocrene lustre. Mozo en la edad, anciano en el sentido. De siglo en siglo irá, de lustre en lustre pesar de las aguas del olvido) Tu nombre, con tus obras excelentes, De lengua en lenguas y de gente en gentes.

De los ingenios americanos para quienes hay palmas en la silva 2^ del Laurel de Apolo, dos por lo menos pertenecen á Lima: Cristóbal de la O, sobre cuyo nombre hace Lope de Vega un insulso juego de palabras, y un hermano de León Pinelo, Juan Rodríguez de León, presbítero, de quien D. Nicolás Antonio cita varias obras en prosa y verso: La Perla, vida de Santa Margarita, virgen y mártir (Ma- drid, 1629); El Predicador de las gentes San Pablo, ciencia, precep- tos, avisos y obligaciones de los predicadores evangélicos, con doctrina del Apóstol (1638); Panegírico castellano-latino al rey D. Felipe IV (México, 1639); Parecer sobre la ingenuidad del arte de la pintura (impreso con los diálogos de Vicente Carducho, 1633); Cuaresma meditada, en epigramas; El Martyrologio de los que han padecido en las Indias por la Fe; Relación del viaje de los galeones de la Real Armada de las Indias el año de lóoy, con descripción de los puertos en que entraron.

Peruana era también la desconocida poetisa Amarilis, que antes de 1 62 1 escribió á Lope de Vega, de quien era ferviente admira- dora, una elegante epístola en silva, que con la respuesta de Lope

154 CAPITULO IX

de Vega en tercetos (Bclardo á Amarilis)^ fué inserta á continua- ción de su Filomena. Persona muy docta y muy enterada de las cosas de Lope de Vega (i) ha insinuado alguna duda sobre la exis- tencia de tal poetisa indiana, juzgando mera ficción poética su carta, y equivalente el nombre de Amarilis al de D.'^ Marta de Nevares Santoyo, postrera amiga de Lope. Pero aun prescindiendo de que el Fénix de los Ingenios aplicó el nombre poético de Amarilis á diversas personas, como por sus cartas y versos parece, hay tal tono de verdad en la epístola, y son tales las señas que la encubierta poe- tisa da de su patria, y aun de su familia, que no sólo no puedo dudar de que tal carta fué dirigida real y efectivamente desde Amé- rica á Lope, sino que me atrevo á señalar, de acuerdo con La Barrera, el nombre probable de la encubierta Musa (2) que hace de este modo su autobiografía:

Quiero, pues, comenzar á darte cuenta De mis padres y patria y de mi estado, Porque sepas quien te ama y quien te escribe: Bien que ya la memoria me atormenta. Renovando el dolor, que aunque llorado, Está presente y en el alma vive...

En este imperio oculto que el sol baña, Más de Baco piadoso que de Alcides, Entre un trópico frío y otro ardiente, A donde fuerzas ínclitas de España, Con varios casos y continuas lides Fama inmortal ganaron á su gente: Donde Neptuno engasta su tridente En nácar y oro fino: Cuando Pizarro con su flota vino, Fundó ciudades y dejó memorias, Que eternas quedarán en las historias: A quien un valle ameno, De tantos bienes y delicias lleno, Que siempre es primavera, Merced del sueño de la cuarta esfera,

(i) Alúdese á D. Francisco Asenjo Barbieri que, con el anagrama de José Ibero Ribas y Canfranc, publicó en 1876 los Últimos Amores de Lope de Vega. (2) Nueva biografía^ pág. 1 9.

PERÚ 155

La Ciudad de León fue edificada,

Y con hado dichoso

Quedó de héroes fortísimos poblada. Es frontera de bárbaros y ha sido Terror de los tiranos, que intentaron Contra su rey enarbolar bandera: Al que en Jauja por ellos fue rendido Su atrevido estandarte le arrastraron,

Y volvieron el reino á cuyo era. Bien pudiera, Belardo, si quisiera, En gracia de los cielos,

Decir hazañas de mis dos abuelos. Que aqueste nuevo mundo conquistaron

Y esta ciudad, también edificaron, Do vasallos tuvieron

Y por su rey su vida y sangre dieron: Mas es discurso largo.

Que la fama ha tomado ya á su cargo. Si acaso la desgracia desta tierra, Que corre en este tiempo. Tantos ilustres méritos no entierra.

De padres nobles dos hermanas fuimos. Que nos dejaron con temprana muerte Aun no desnudas de pueriles paños. El cielo y una tía que tuvimos Suplió la soledad de nuestra suerte:

De la beldad que el cielo acá reparte Nos cupo, según dicen, mucha parte, Con otras muchas prendas: No son poco bastantes las haciendas Al continuo sustento;

Y estamos juntas, con tan gran contento, Que una alma á entrambas rige y nos gobierna, Sin que haya tuyo y mío.

Sino paz amorosa, dulce y tierna.

Ha sido mi Belisa celebrada. Que éste es su nombre, y Amarilis mío, Entrambas de afición favorecidas: Yo he sido á dulces musas inclinada; Mi hermana, aunque menor, tiene más brío,

Y partes, por quien es, muy conocidas.

156 CAPÍTULO IX

Al fin todas han sido merecidas

Con alegre himeneo

De un joven venturoso, que en trofeo

A su fortuna y vencedora palma,

Alegre la rindió prendas del alma.

Yo siguiendo otro trato,

Contenta vivo en limpio celibato,

Con virginal estado,

Á Dios con gran afecto consagrado,

Y espero en su bondad y su grandeza

Me tendrá de su mano

Guardando inmaculada mi pureza.

Las señas no pueden ser más explícitas. Si la incógnita dama había nacido en la ciudad de León de Huánuco (situada en el actual departamento de Junín, á cuarenta y tantas leguas al Norte de Lima) y descendía de los conquistadores de aquella tierra y fundadores de aquella ciudad, su apellido debía de ser el muy ilustre de Alvarado, puesto que el fundador de la ciudad de León de Huánuco, llamada también León de los Caballeros, fué el capitán Gómez de Alvarado, hermano del Adelantado D. Pedro, de inmortal memoria en los fastos de América. Y aunque es cierto que la primitiva fundación de Alvarado en 1539 quedó luego casi desierta, hasta que la reedificó Pedro Barroso y acabó de asentarla Pedro de Puelles, los términos en que la poetisa se explica, cuadran más bien al fundador primero y á su hermano, de quienes podía decirse con más razón que de Barroso,

Que aqueste^nuevo mundo conquistaron.

Y si atendemos á que el nombre poético de Amarilis es, por lo común, rebozo del de María, tendremos completos el nombre y apellido de la discreta doncella de Huánuco: D." María de Al- varado.

No se tenga por inútil esta disquisición, porque quien tales versos hacía en América á principios del siglo xvii, y no en ninguno de los grandes emporios de cultura, como México ó Lima, sino en uno de los más apartados rincones de los Andes, ofrecería un curioso fenó- meno de historia literaria, aunque no tuviésemos en consideración

PERÚ 157

SU sexo. Apenas hay en su Epístola el menor vestigio de mal gusto ni de amaneramiento; todo es natural, llano y decoroso, con cierta sencilla gravedad y no afectado señorío. La poetisa hace su corte literaria á Lope de Vega, pero con tanta discreción, con tan insi- nuante y cortés gentileza, con tacto tan femenino y delicado, que el gran poeta debió de quedar lisonjeado con la alabanza y no ofen- dido con las nubes del importuno incienso. Viene á declararse pla- tónicamente enamorada de él, amor inofensivo á tan larga distancia, pero único que ella estima digno de su noble naturaleza:

El sustentarse amor sin esperanza, Es fineza tan rara, que quisiera Saber si en algún pecho se ha hallado;

Mas nunca tuve por dichoso estado Amar bienes posibles, Sino aquellos que son más imposibles. A éstos ha de aspirar mi alma osada, Pues para más alteza fué criada Que la que el mundo enseña;

Y así quiero hacer una reseña De amor dificultoso,

Que sin pensar desvela mi reposo, Amando á quien no veo, y me lastima: ¡Ved que extraños contrarios, Ve nidos de otro mundo y de otro clima!

Al fin en éste donde el Sur me esconde Oí, Belardo, tus conceptos bellos, Tu dulzura y e.itllo milagroso,

Y admirando tu ingenio portentoso, No pude reportarme

De descubrirme á ti, y á dañarme.

tu voz, Belardo; mas ¿qué digo? No, Belardo, milagro han de llamarte: Este es tu nombre, el cielo te le ha dado;

Y Amor, que nunca tuvo paz conmigo, Te me representó parte por parte,

En ti más que en sus fuerzas confiado. Mostróse en esta empresa más osado.

15^ CAPÍTULO IX

Por ser el artificio

Peregrino en la traza y el oficio,

Otras puertas del alma quebrantando.

No por los ojos míos, que velando

Están con gran pureza;

Mas por oídos, cuji^a fortaleza

Ha sido y es tan fuerte,

Que por ellos no entró sombra de muerte.

Que tales son palabras desmandadas.

Si vírgenes las oyen,

Que á Dios han sido y son sacrificadas.

Con gran razón á tu valor inmenso

Consagran mil deidades sus labores,

Cuando mariijan perlas en sus faldas:

Todo ese mundo allí te paga censo,

Y éste de acá, mediante tus favores, Crece en riquezas de oro y esmeraldas: Potosí, que sustenta en sus espaldas Entre el invierno crudo

Aquel peso, que Atlante ya no pudo, Confiesa que su fama te la debe;

Y quien del claro Lima el agua bebe, Sus primicias te ofrece.

Después que con sus dones se engrandece,

Acrecentando ofrendas

A tus excelsas y admirables prendas:

Yo que aquestas grandezas voy mirando.

Entretenida en ellas,

Las voy en mis entrañas celebrando.

¡Qué galano y qué exquisito elogio! Entre los innumerables pane- giristas españoles, latinos é italianos de Lope, cuyos versos llenan volúmenes enteros, nadie alcanzó á este grado de admiración pro- funda y concentrada. Pero aún es más hermoso lo que sigue: Lope había escrito El Peregrino en su patria^ y la docta poetisa le exhorta á buscar su verdadera patria en el cielo, donde ella espera unirse á él en amor santo é imperecedero:

En tu patria, Belardo, mas no es tuya. No sientas mucho verte peregrino...

PERÚ I5Q

Que otro origen tuviste más divino

Y otra gloria mayor, si la buscares. ¡Oh, cuánto acertarás, si imaginares Que es patria tuya el cielo,

Y que eres peregrino acá en el suelo!

Pues, peregrino mío,

Vuelve á tu natura!: póngante brío,

No las murallas, que elevó tu canto

En Tcbas engañosas,

Mas las eternas, que te importan tanto.

Allá deseo en santo amor gozarte,

Pues acá es imposible poder verte,

Y temo tus peligros y mis faltas: Tabla tiene el naufragio, y escaparte Puedes en ella de la eterna muerte, Si del bien frágil al divino saltas;

Las singulares gracias con que esmaltas

Tus soberanas obras,

Con que fama inmortal continuo cobras.

Empléalas de hoy más en versos lindos,

En soberanos y divinos Pindos:

Tus divinos concetos

Allí serán más dulces y perfetos;

Que el mundo á quien le sigue.

En vez de premio al bienhechor persigue,

Y contra la virtud apresta el arco Con ponzoñosas flechas

De la maligna aljaba de Aristarco.

Con hechicero candor se declara Amarilis inexperta en sucesos amorosos, como quien emplea su tiempo en dulces coloquios con el cielo, y termina pidiendo á Lope un don poético

Para bien de tu alma y mi consuelo.

Le ruega, pues, que escriba en verso la vida y martirio de una santa de su particular devoción y de la de su hermana:

Yo y mi hermana una santa celebramos, Cuya vida de nadie ha sido escrita, Como empresa que muchos h.in temido:

]6i) CAPÍTULO IX

El verla de tu mano deseamos; Tu dulce musa alienta y resucita,

Y ponía con estilo tan subido, Que sea donde quiera conocido

Y agradecido sea

De nuestra santa virgen Dorotea. ¡Oh, qué sujeto, mi Belardo, tienes, Con que de lauro coronar tus sienes!

Desta divina y admirable santa Su santidad refiere,

Y dulcemente sa martirio canta.

Engolosinado con la belleza de esta epístola, que es sin duda la mejor pieza poética del Perú en sus primeros tiempos, la he ido transcribiendo casi toda. vSéame lícito añadir algunos versos más, notables unos por la gala, bizarría y aun despilfarro de la dicción poética, semejante á la del mismo Lope y á la de Valbuena, otros por la suave y afectuosa modestia:

Finalmente, Belardo, yo te ofrezco Una alma pura á tu valor rendida: Acepta el don, que puedes estimallo;

Y dándome por fe lo que merezco, Quedará mi intención favorecida.

Y para darte más, no si hallo. Déte el cielo favores,

Las dos Arabias bálsamo y olores,

Cambaya sus diamantes, Tibar oro,

Marfil Soíala, Persia su tesoro.

Perlas los orientales,

El Rojo mar finísimos corales,

Balajes los Ceilanes,

Aloe precioso Sámaos y Campanes,

Rubíes Pegugamba, y Nubia algalia,

Ametistes Rarsinga,

Y prósperos sucesos Acidalia.

Ya veo que tendrás por cosa nueva,

No que te ofrezca censo un mundo nuevo.

Que á ti cien mil que hubiese te le dieran;

PEFfÜ l6l

Mas que mi musa rústica se atreva

Á emprender el asunto á que me arrojo,

Hazaña que cien Tassos no emprendieran:

Ellos al fin son hombres, y temieran;

Mas la mujer, que es fuerte,

No teme alguna vez la misma muerte.

Pero si he parecídote atrevida,

*

Á lo menos parézcate rendida;

Que fines desiguales

Amor los hace con su fuerza iguales;

Y quedóte debiendo.

No que me sufras, mas que estés oyendo Con singular paciencia mis simplezas, Ocupado contino En tantas excelencias y grandezas.

Versos cansados, ¿qué furor os lleva Á ser sujeto de simpleza indiana,

Y á poneros en mano de Belardo?

Al fin, aunque amarguéis, por fruta nueva Os vendrán á probar, aunque sin gana,

Y verán vuestro gusto bronco y tardo: El iugenio gallardo,

En cuya mesa habéis de ser honrados. Hará vuestros intentos disculpados: Navegad: buen viaje: haced la vela: Guiad un alma que sin alas vuela.

Lope de Vega contestó en la epístola de Belardo d Amarilis, que tiene buenos trozos y curiosas noticias de su persona y de su vida, pero que dista mucho de ser la mejor de las suyas. Por esta vez perdone Lope: la humilde poetisa ultramarina lleva la palma. Él, que tanto pecaba por el lado de la galantería, fácilmente hubiera perdonado este juicio, y aun se hubiera complacido en la derrota; ni quien es opulento en grado tan soberano y excepcional, pierde nada por algunos tercetos más ó menos felices. De los requiebros que dirige á su encubierta admiradora, pondré alguna muestra, para completar este curioso capítulo de costumbres literarias:

Bien que en responder crédito empeño; Vos, de la línea equinoccial sirena.

1 62 CAPÍTULO IX

Me despertáis de tan profundo sueño.

¡Qué rica tela, qué abundante y llena De cuanto al más retórico acompaña! ¡Qué bien parece que es indiana vena!

Yo no lo niego: ingenios tiene España; Libros dirán lo que su musa luce,

Y en propia rima imitación extraña; Mas los que el clima antartico produce

Sutiles son, notables son en todo; Lisonja aquí ni emulación me induce.

Apenas de escribiros hallo el modo, Si bien me le enseñáis en vuestros versos, Á cuyo dulce estilo me acomodo.

En mares tan remotos y diversos, ¿Cómo podré yo veros, ni escribiros Mis sucesos, ó prósperos, ó adversos?

Del alma que os adora deciros Que es gran tercera la divina fama; Por imposible me costáis suspiros.

Amo naturalmente á quien me ama,

Y no abon-ecer quien me abon-ece; Que á la naturaleza el odio infama.

Yo os amo juntamente, y tanto crece Mi amor, cuanto en mi idea os imagino Con el valor que vuestro honor merece.

Á vuestra luz mi pensamiento inclino, De cuyo sol antípoda me veo, Cual suele lo mortal de lo divino.

Que no son menester las esperanzas Donde se ven las almas inmortales. No sujetas á olvidos ni á mudanzas.

Y cortésmente se excusa al fin de la epístola de no escribir el poema de Santa Dorotea, dejándolo á la devoción de la misma poetisa:

Y pues habéis el alma consagrado Al candido pastor de Dorotea, Que inclinó la cabeza en su cayado,

Cantad su vida vos, pues que se emplea

PERÚ 163

Virgen sujeto en casto pensamiento, Para que el mundo sus grandezas vea (1).

¿Es esta Amarilis la misma poetisa celebrada en el Laurel de Apolo como fénix rara de Santa Fe de Bogotá? No es inverisímil que de lluánuco pasara á establecerse al Nuevo Reino de Granada, pero no me atrevo á afirmarlo.

Ni menos á identificarla, porque diferencias de estilo lo vedan, con otra egregia poetisa peruana, discípula del sevillano Diego Mexía, cuyo Parnaso Antartico honró con su Discurso en loor de la Poesía^ que íntegro va en nuestra colección académica, no sólo como precioso documento de historia literaria, por las noticias rarísimas que contiene de ingenios del Virreinato, sino como un curioso ensayo de Poética^ como un bello trozo de inspiración didáctica, del cual ha dicho, no sin razón, el ilustre colombiano Pombo que «rara vez en verso castellano se ha discurrido más alta y poéticamente sobre la poesía» (2). Compárese, por ejemplo, con el Ejemplar Poético de Juan de la Cueva, que es del mismo tiempo y de la misma escuela y hasta del mismo metro, y se verá cuánto más excelsa concepción de la poesía tenía la grande anónima^ y qué forma tan elegante y gra- ciosa alcanzó á dar á sus nociones estéticas, á pesar de las som- bras de pedantismo que empañan algunas páginas, y la flaqueza de versificación que se advierte en otras (3).

(i) Las dos epístolas de Amarilis á Belardo y de Belardo á Amarilis se hallan en el tomo i de las Obras sueltas de Lope de Vega, edición de Sancha, páginas 457 y 468, y fueron reimpresas en un cuadernito, Lima, 1834, impren- ta de Félix Moreno. El editor, que fué D. Manuel Antonio Valdizán, natural de Huánuco, trata de probar, con débiles argumentos, que la incógnita dama tenía el apellido Figueroa, y era hermana de Doña Isabel (Bclisa), que casó en primeras nupcias con el encomendero D. Bartolomé Tarazona, y en segundas con el licenciado Diego Alvarez, que fué corregidor del Cuzco y de Potosí (tiene artículo en el Diccionario de Mendiburu).

(2) En el prólogo á las Poesías de Doña Agrípina Montes del Valle (Bogo- tá, 1883), pág. XLVUI.

(3) El concepto estético, como hoy diríamos, de la incógnita poetisa, era,^ no ya platónico, sino profundamente místico:

164 CAPÍTULO IX

(Juién fuera ella, parece hoy imposible adivinarlo. Mexía nos la presenta como «una señora principal de este Reino, muy versada en la lengua Toscana y Portuguesa, por cuyo mandamiento y por justos respetos no se escribe su nombre, con el qual discurso (por ser de una heroica dama) fué justo dar principio á nuestras heroicas epís- tolas». Ni era ella sola la mujer que honrase entonces las letras en el Perú, puesto que habla de otras tres, aunque sin nombrarlas:

Y aun yo conozco en el Perú tres damas Que han dado en poesía heroicas muestras...

Una de ellas sería probablemente la Amarilis, que escribió á Lope; otra, quizá, la D.^ Jerónima, de Quito, que entonces se consi- deraba como parte del Perú. En cuanto á los poetas, fué la anónima

El don de la poesía abraza y cierra, Por privilegio dado de la altura, Las ciencias y artes que hay acá en la tierra.

Esta las compreliende en su clausura, Las perfecciona, ilustra y enriquece Con su melosa y grave compostura.

Y aquel que en todas ciencias no florece,

Y en todas artes no es ejercitado. El nombre de poeta no merece.

Y por no poder ser que esté cifrado Todo el saber en uno sumamente. No puede haber poeta consumado...

Pues ya de la Poesía el nacimiento

Y su primer origen < fué en el suelo?

¿Ó tiene aquí en la tierra el fundamento?

Oh Musa mía, para mi consuelo Dime dónde nació, que estoy dudando. Nació entre los espíritus del cielo...

De esta región empírea, santa y bella, Se derivó en Adán, primeramente. Como la hueste Deifica en la estrella.

¿Quién duda que advirtiendo allá en la mente, Las mercedes que Dios hecho le había Porque le fuese grato y obediente,

No entonase la voz con melodía,

Y cantase á su Dios muchas canciones,

Y que Eva alguna vez le ayudaría?

Y viéndose después entre terrones, Comiendo con sudor por el pecado,

Y sujeto á la muerte y sus pasiones. Estando con la reja y el arado,

<Qué elegías compondría de tristeza, Por verse de la gloria desterrado?

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más explícita, dándonos como el Laurel de Apolo 6 el Canto de Ca- liope de la colonia. Hasta diez y siete cita por sus nombres: unos venidos de España, otros naturales de las regiones antarticas. De algunos hemos hablado ya; otros son totalmente desconocidos ó no han dejado más memoria que algún soneto laudatorio ó composi- ción de certamen; y de los restantes pasamos á dar breve razón, conforme á lo que de sus obras resulta (l).

Tuvo el Perú, de igual suerte que México, la fortuna de ser visi- tado en el siglo de oro por muy preclaros ingenios españoles, que

(i) He aquí la lista completa de los poetas que cita: El Dr. Figueroa, Duar- te Fernández, Montesdoca, Sedeño, el licenciado Pedro de Oña, Miguel Ca- bello de Balboa, Juan de Salcedo Villandrando, los PP. Ojeda y Gálvez, Juan de la Portilla, Gaspar Villarroel, D. Diego de Ávalos, Luis Pérez Ángel, An- tonio Falcón, Diego de Aguilar y Córdoba, Cristóbal de Arriaga y D. Pedro de Carvajal.

La epístola termina como empezó, con un bello elogio de la Poesía, donde se glosan felizmente algunos conceptos de Marco Tullo en la oración /;■£> Aichia poeta:

Es la Poesía un piélago abundante De provechos al hombre; y su importancia No es sola para un tiempo ni un instante.

Es de provecho en nuestra tierna infancia. Porque quita y arranca de cimiento, Mediante sus estudios, la ignorancia.

En la virilidad es ornamento,

Y á fuerza de vigilias y sudores Pare sus hijos nuestro entendimiento.

En la vejez alivia los dolores, Entretiene la noche mal dormida, O componiendo ó revolviendo autores.

Da en lo poblado el gusto sin medida. En el campo acompaña y da consuelo,

Y en el camino á meditar convida.

De ver un prado, un bosque, un arroyuelo. De oir un p.ijarito, da motivo Para que el alma se levante al cielo.

Anda siempre el poeta entretenido Con su Dios, con la Virgen, con los Santos, O ya se baja al centro denegrido.

De aquí proceden los heroicos cantos, Las sentencias y ejemplos virtuosos, Que han corregido y convertido á tantos.

Y si hay poetas torpes y viciosos. El don de la Poesía es casto y bueno,

Y ellos los malos, sucios y asquerosos.

I 66 CAPÍTULO IX

dejaron allí una tradición castiza y de buen gusto. Casi todos estos poetas eran andaluces, y los más pertenecían ala escuela sevillana, de la cual la primitiva poesía de la América española puede consi- derarse como una rama ó continuación. Fué de los primeros el ya citado Diego Mexía, el más feliz traductor de las Heroidas de Ovidio que hasta ahora ha logrado nuestra lengua, traductor fiel no tanto á la letra, como al espíritu poético, lánguido y muelle del original; hábil en la expresión de los afectos y ternezas de amor; versificador desigual y negligente, en quien no son raros los aciertos exquisitos, contrapesados por gran número de prosaísmos y locuciones forza- das. La ley rígida y estrecha del terceto que en toda su versión adoptó, no es molde adecuado para el dístico latino, y hubo de arrastrarle muchas veces á desleír los pensamientos en larga y soño- lienta paráfrasis. La Epístola de Safo á Faón descuella entre todas por el mayor número de bellezas: no sin razón la eligió Quintana para muestra en su Colección de Poesías Selectas^ honra que á poquí- simas traducciones quiso dispensar su severo juicio. «El tono ele- giaco (dice aquel gran maestro) está bastante sostenido en toda la obra, y son pocas las de su clase que presenten trozos tan naturales, tan bien sentidos y tan felizmente expresados, como la pintura que Saí"o hace de misma cuando le dan la noticia de la fuga de su amante, la del bosque donde entra á veces á meditar en su tristeza y á recordar sus pasadas delicias, y la de su ilusión, en que se figura que Faón viene surcando los mares á buscarla» (l).

El trabajo de Diego Mexía, aunque por la patria de su autor no sea americano, lo es por la tierra en que se emprendió y terminó, como largamente declara el autor en su curiosísimo prólogo: «Nave- gando el año passado de noventa y seis, desde las riquíssimas pro- vincias del Pirú á los Reinos de la Nueva España (más por curiosi- dad de verlos que por el interés que por mis empleos pretendía), mi navio padesció tan grave tormenta en el golfo llamado comúnmente fiel Papagayo, que á y á mis compañeros nos fué representada la verdadera hora de la muerte. Pues demás de se nos rendir todos los árboles (víspera del gran Patrón de las Espanas, á las doze horas de

(i) Colección de Poesías Selectas Castellanas^ t. m (ed. de 1830), pág. 429.

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la noche), con espantoso ruido, sin que vela ni astilla de árbol que- dasse en el navio, con muerte arrebatada de un hombre, el comba- tido bajel daba tan temerarios balances, con más de dos mil quinta- les de azogue que por carga infernal llevaba, sin mucho vino y plata y otras mercaderías de que estaba suficientemente cargado, que cada momento nos hallábamos hundidos en las soberbias ondas. Pero Dios (que es piadoso padre) milagrosamente y fuera de toda espe- ranza humana (habiéndonos desahuciado el piloto) con las bombas en la mano y dos bandolas, nos arrojó día de la Transfiguración en Acaxu, puerto de Sonsonate. Aquí desembarqué la persona y plata, y no queriendo tentar á Dios en desaparejado navio, determiné ir por tierra á la gran ciudad de México, cabeza (y con razón) de la Nueva España. Fuéme dificultosísimo el camino, por ser de tres- cientas leguas; las aguas eran grandes por ser tiempo de ivierno; el camino áspero, los lodos y páramos muchos, los ríos peligrosos y los pueblos mal proveídos, por el cocoliste y pestilencia general que en los indios había. Demás desto, y del fastidio y molimiento que el prolijo caminar trae consigo, me martirizó una continua melancolía por la infelicísima nueva de Cádiz y quema de la flota mexicana, de que fui sabidor en el principio deste mi largo viaje. Estas razones y caminar á passo fastidioso de requa (que no es la menor en seme- jantes calamidades), me obligaron (por engañar á mis propios tra- bajos) á leer algunos ratos en un libro de las Epístolas del verdade- ramente poeta Ovidio Nasón, el cual, para matalotaje del espíritu, por no hallar otro libro, compré á un estudiante en Sonsonate. De leerlo vino el aficionarme á él, y la afición me obligó á repassarlo, y lo uno y lo otro y la ociosidad me dieron ánimo á traducir, con mi tosco y totalmente rústico estilo y lenguaje, algunas epístolas de las que más me deleitaron. Tanto duró el camino y tanta fué mi cons- tancia, que cuando llegué á la gran ciudad de México Tenustlitan, hallé traduzidas, en tres meses, de veinte y una epístolas las cator- ce... Y considerando que mi entrada en la Nueva España (respecto de la grande falta de ropa y mercaderías que en ella había) se dila- taba por un año, me pareció que no era justo desistir desta impresa; y más, animado de los pareceres de algunos hombres doctos: y así mediante la perseverancia le di el fin que pretendía.»

Mbnicndbz X FSI.Á.YO.— Poesía his^ano-americaHa. II. ii

1 68 CAPÍTULO IX

Conste, pues, que el lauro poético de Diego Mexía ha de repartir- se entre México, Guatemala y el Perú, y que esta traducción no fué obra de pacífico humanista, labrada y pulida en quieto y estudioso retiro, sino diversión y alivio de interminables jornadas por tierras bárbaras y remotas, tras de tormentas, huracanes y naufragios. «El ingenio (dice el autor) y talento que Dios fué servido de darme, si es alguno, es bien poco, y esse ocupado y distraydo en negocios de fa- milia y en buscar los alimentos necesarios á la vida; la inquietud del espíritu es tan grande como la del cuerpo, pues ha veinte años que navego mares y camino tierras por diferentes climas, alturas y tem- peramentos, barbarizando entre bárbaros, de suerte que me admiro cómo la lengua materna no se me ha oh'idado... La comunicación con hombres dotos (aunque en estas partes hay muchos) es tan poca, cuan poco es el tiempo que donde ellos están habito, demás que en estas partes se platica poco desta materia, digo de la verda- dera poesía y artificioso metrificar; que de h:icer copias á bulto, antes no hay quien no lo profese. Porque los sabios que desto podrían tratar, sólo tratan de interés y ganancias, que es á lo que acá los trajo su voluntad, y es de tal modo que el que más doto viene se vuelve más perulero... ¡Oh, dichosos (y otra vez dichosos) los que gozan de la quietud de España, pues con tanta facilidad y con tantas ayudas de costa pueden ocuparse en ejercicios virtuosos y darse á los estudios de las letras! y ¡oh, mil veces dinos de ser alabados los que á cualquier género de virtud se aplican en las Indias, pues demás de no haber premio para ella, rompen por tan- tos montes de dificultades para conseguirla!» (l).

(i) Primera parte del Parnaso Antartico de obras amatorias. Con las veinti- una Epístolas de Ovidio y el « In Ibim » eji tercetos. Dirigidas á don luán de Villela, Oydor en la Chancilleria de los Reyes. Por Diego Mexia , natural de la ciudad de Sevilla, i residente en la de los Reyes, eri los 7-iquissimos Reinos del Pirti. Año 1608. Con privilegio; en Sevilla. Por Alonso Rodríguez Gai/iarra, 4.°

Las Heroidas se reimprimieron ea el tomo xix de la Colección Fernández, y recientemente en la Biblioteca Clásica; pero en una y otra edición hubo el mal acuerdo de suprimir la mayor parte de los preciosos preliminares del libro, y con ellos la carta de la señora peruana. Tampoco está en las reim- presiones modernas la traducción del Ibis. De modo que el Parnaso Antár-

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Mucho más que del culto ingenio de Mexía puede gloriarse Lima de haber dado hospitalidad en su convento de Predicadores, como reo-ente de Estudios y maestro y Lector de Teología, al que sin

tico sólo puede ser conocido íntegramente consultándole en la primera edi- ción. Exórnanla sonetos laudatorios del Licenciado Pedro de Oña, en nombre de la Antartica Academia de la ciudad de Lima en el Perú; del Dr. Pedro de Soto, catedrático de Filosofía en México, en nombre de su claustro^ y de Luis Pérez Ángel, natural, ó á lo menos vecino, de Arica, según se infiere del elogio de la incógnita poetisa:

Con gran recelo á tu esplendor me llego, Luis Pérez Ángel, norma de discretos. Porque soy mariposa y temo el fuego,

Fabrican tus romances y sonetos, Como los de Anfión un tiempo á Tebas, Muros á Arica, á fuerza de concetos.

Una segunda parte inédita del Parnaso A?iidríico se conserva en la Biblio- teca Nacional de París (núm. 599 del Catálogo de Morel-Fatio). El manuscrito perteneció al Virrey Príncipe de Esquiladle, cuyas armas lleva, y á quien fué dedicado por el propio Diego Mexia de Fernangil, tninistro del Santo Oficio de la Inquisición^ en la visita y corrección de los libros de la ciudad de Sevilla. El autor residía entonces en la villa de Potosí, después de haber perdido la mayor parte de su fortuna, en la «deshecha tormenta que corrió por sus ne- gocios». Todo induce á creer que era mercader ó tratante. De sus quiebras se consolaba con el cultivo de las letras, «desenvolviendo muchos autores la- tinos y frecuentando los umbrales del sagrado templo de las Musas». «Conoz- co (añade), que en treinta y tres que ha salí de España, es ya otro el len- guaje, y otra la perfección y alteza de la poesía; pero con ésta que entonces traje y acá se ha disminuido, quise hacer este servicio á aquel señor que es- timó en más el cornadillo de la pobrecita que las magníficas ofrendas de los ricos y poderosos... Es esta mi poesía como los ídolos que Alcibíades con- sagraba al dios Sueno, que en lo exterior eran feos y mal compuestos, y den- tro de encerraban joyas y piedras preciosas, y ninguna de más valor ni es- tima que las obras de Cristo N. S.»

Esta segunda parte, en efecto, es de carácter enteramente distinto de la primera, pues sólo contiene versos religiosos. Ocupan la mayor parte del tomo 200 sonetos sobre la vida de Cristo, escritos con idea de que acompaña- ran á unas estampas del P.Jerónimo Natal, de la Compañía de Jesús. Después se encuentran una Epístola d la Serenísima Reina de los Ángeles, Santa Alaría Virgen; La Perla de la vida de Santa Afargarita, Virgen y Aídrtir, dirigida al licenciado Alonso Maldonado de Torres, presidente de la Real Audiencia de

170 CAPITULO IX

empacho podemos llamar el primero de nuestros épicos sagrados, émulo victorioso del obispo Jerónimo Vida y digno de emparejar á veces con Milton y Klopstock, Fué éste el dominico sevillano Fray Diego de Ojeda, grande entre los raros poetas de su orden, y de primera nota entre los de España, por más que tanto tiempo pesara sobre él un injustísimo olvido, de que por fin vino á redimirle la alta y serena crítica de Quintana. No hay en la Cristiada, ni cuadraba al sublime y tremendo asunto que el religioso poeta eligió, la fantasía intemperante y deslumbradora, el lujo oriental 6 tropical del Ber- nardo, ni tampoco la novedad de materia y color que realzan la Araucana; pero es, sin disputa, el mejor compuesto de nuestros poemas, el más racional en su traza y distribución de partes, el que penetra en esferas más altas del sentimiento poético, el más lleno de calor, de elocuencia patética, de afectos humanos, de viva y pe- netrante efusión, que en ciertos pasajes, como el cuadro de los azo- tes, es capaz de arrancar lágrimas al lector menos pío. La ardiente elocuencia de nuestros ascéticos, la del venerable Granada, sobre todo, en sus Meditaciones sobre la Pasión, nadie la ha igualado entre nuestros poetas, salvo el P. Ojeda. Si en España no estuviera el gusto tan rematadamente estragado, no andaría la Cristiada con- fundida y olvidada en un rincón de la Biblioteca de Autores Espa- ñoles, sino que se multiplicarían sus ediciones para deleite de las almas devotas, no menos que de los hombres de buen gusto. Quin- tana harto hizo con sacarla de la obscuridad y recomendarla, ven- ciendo su genial indiferencia respecto de la poesía religiosa. «La pompa y brillantez de las descripciones (dice), la belleza general de los versos y del estilo corresponden casi siempre á la grandeza de la intención y de los pensamientos... El lenguaje de la Cristiada es propio, puro, natural, ajeno enteramente de la afectación, pedantería, conceptos y falsas flores que corrompieron después la elocuencia y la poesía castellana... No se hallarán en Ojeda imitaciones de otros poetas antiguos ni modernos; el lenguaje de la Escritura y de

Charcas, y luego oidor en el Consejo de Indias; una Oración en alabanza de la Señora Santa Ana, Las Novísimas, una Égloga del Buen Pastor y otra del Dios Pan al Santísimo Sacramento.

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los libros ascéticos son las fuentes de su dicción, que hierve toda de expresiones sublimes á veces, á veces tiernas y dulces, y fre- cuentemente también tocando en familiares y bajas por su extrema- da naturalidad y sencillez» (l).

A esta familiaridad, que á veces degenera en prosaísmo y bajeza; á ciertos resabios escolásticos y de controversia teológica (que no sería difícil encontrar también en Dante y en Milton); á la falta de plenitud y cadencia en algunos versos y de esmerada construcción en muchas octavas; á la falta de energía con que están presentados los caracteres, atribuye principalmente Quintana el que la Cris- tiada, con valer todo lo que vale, y ser, bajo muchos respectos, su- perior á todos los productos de nuestra musa épica, no pueda clasi- ficarse sin reserva entre las obras maestras de su género, aunque, mirada á trozos, llegue á contundirse con ellas. Yo creo que lo que principalmente la daña es cierto género de ejecución menuda y algo candorosa, cierto abandono infantil, más propio de libro de devo- ción que de poema épico, y una verbosidad desatada que roba ner- vio á la dicción y energía á las situaciones, y deja ver con frecuen- cia detrás del poeta al orador sagrado. Pero cuando Ojeda acierta, ^quién de nuestros épicos acierta como él? La vestidura que lleva el Salvador al Huerto, en la cual estaban representados los pecados del mundo; la Oración personificada que sube al cielo á pedir á Dios por su Hijo; el hermoso movimiento lírico con que el poeta interviene en el cuadro de los azotes Yo pequé, mi Señor, y pade- ces...; los consuelos del arcángel Gabriel á la Virgen María vatici- nándole la resurrección de su hijo; el cuadro todo de la Crucifixión, y especialmente el momento del eclipse...; estas y otras innumera- bles cosas que hay en el poema de nuestro dominico, son de mag- nífica y soberana poesía, y todo hombre de buen gusto dirá como dijo Quintana del último de los trozos mencionados: «Yo no co- nozco cosa que se aventaje en grandeza á este pedazo de poesía, y puede ir á la par con cualquiera de las ideas sublimes que se admi- ran en Homero, Dante, Miguel Ángel, Milton y los demás poetas y pintores de esta fuerza.»

(i) Prólogo de la Musa Épica (t. i, edic. de 1833), pág. 48.

172 CAPITULO IX

¡Singular privilegio del suelo americano, el que en él hayan sido compuestas las tres principales epopeyas de nuestro siglo de oro: la histórica en Chile, la sagrada en el Perú, la novelesca y fantás- tica en México, Jamaica y Puerto Rico! (l).

Juntamente con el P. Ojeda daba culto á las musas otro dominico sevillano, Fr. Juan Gálvez, residente en el convento de Trujillo cuando la poetisa anónima escribía, dándonos razón de su patria:

El uno está Truxillo enriqueciendo;

A Lima el otro, y ambos á Sevilla

La estáis con vuestra musa ennobleciendo.

«Fr. Juan de Galves y Fr. Diego de Ojeda, uno en su Historia de Cortés y otro en su Cristiada, bien osarán publicar que las aguas del río Lima, que baña la ciudad de su nombre, no envidiarán jamás á las de Beocia», añade el Licdo. Bermúdez y Alfaro en el prólogo

( I ) La Cristiada, del P. Maestro Fr. Diego de Hojeda^ Regente de los estudios de los Predicadores de Lima; que trata de la vida y muerte de Cristo nuestro Sal- vador. Dedicada al Excmo. Sr. D. J. de Mendoza y Ltma, Marqués de Montes- claros y Virrey del Peni... Impreso en Sevilla en la imprenta de Diego Pérez, en la calle de Catalanes, año de 161 1, 4.° Las aprobaciones están fechadas en Lima. Hay versos laudatorios de Lope de Vega, Mira de Amescua, Gregorio Rico y el Licdo. D. Gabriel Gómez.

La primera reimpresión completa de este raro y precioso libro fué la contenida en el t. i de los Poemas Épicos de la Biblioteca de Rivadeneyra, que coleccionó D. Cayetano Rosell. Entre las posteriores merece especial recuer- do la muy lujosa de Barcelona, hecha por la casa editorial de González y C.^ en 1896, con un prólogo de D. Francisco Miquel y Badía. (Fol. máximo, con muchas cromolitografías y dibujos intercalados.) Un peruano, D. J. Ma- nuel de Berriozábal, publicó en 1841 en París una refundición, ó más bien compendio, del poema, con el título de La Nueva Cristiada, y tengo idea de que esta refundición volvió á imprimirse en Barcelona.

Un joven dominico, de quien espera mucho la historia literaria de su Or- den (a), presentó años hace á la Facultad de Letras de la Universidad de Ma- drid una tesis doctoral acerca del P. Ojeda, con datos biográficos que no hemos visto en ninguna otra parte.

(a) Estas esperanzas se han convertido ya en realidades, que irán siendo mayores cada día. Alúdese aquí á Fr. Justo Cuervo, á quien debemos la primera edición fiel y correcta de las Obras de Fr. Luis de Granada, y de quien esperamos el mismo trabajo respecto de la Cristiada.

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de la Hispálka de Luis de Belmente. Nada sabemos de este poema sobre Hernán Cortes, y si su autor merecía realmente ser nombra- do en compañía de tal poeta como Ojeda, nunca nos consolaremos

de su pérdida.

Mucho se ha perdido también, pero bastante conservamos, de las excelentes obras de Luis de Belmonte Bermúdez, aunque en la me- moria de los curiosos apenas le sobreviva otra cosa que su comedia de El Diablo Predicador, de tan atrevida y fantástica invención en la parte seria, de tan intenso y picante donaire en la parte cómica, la cual sirvió de remoto ejemplar á una de las escenas episódicas del in- comparable Don Alvaro, Pero el repertorio dramático de Belmonte ya escribiendo sólo, ya en colaboración, es mucho más copioso y de los más notables entre los de segundo orden.

Perdióse un libro suyo de doce novelas, muy celebrado por el donaire, invención y agudeza de su prosa, en que comenzaba Bel- monte por reanudar el hilo de la postrera de las Ejemplares de Cer- vantes, haciendo la vida del perro Cípión como el manco sano había escrito la de Berganza. De sus obras poéticas, aún permanece ma- nuscrita en dos códices, uno de la Colombina y otro de Granada (bi- blioteca de los duques de Gor), la principal de todas; es decir, La Hispálica, poema sobre la conquista de Sevilla, rico de valientes octavas, y por todo extremo superior á la Bética de Juan de la Cueva. Con ser tan varia la fecundidad literaria de Belmonte, aún fué mayor Ja variedad y extrañeza de los sucesos de su vida, desde que muy joven abandonó las orillas del patrio Betis, «gastando los años mejores de su vida en peregrinaciones navales». El Licdo. Ber- múdez y Alfaro, amigo, y, al parecer, deudo suyo, nos refiere sus andanzas en el prólogo que puso al frente de La Hispdlica (l);

«Pasó á Nueva España en sus primeros años, y como su inclina- ción le guiase á ver nuevas provincias, navegó á las del Pirú el año siguiente (2), donde, á ejemplo de los floridos ingenios de Lima, volvió al estudio afable de las musas, alcanzando gran parte de la

(1) Impreso en el Ensayo de Gallardo, t. n, páginas 62-69.

(2) Estaba ya en Lima el año 1605, según él propio advierte en el pró- logo de la comedia Algunas hazañas... de D. Garda Hurtado de Mendoza.

174 CAPITULO IX

doctrina que en sus obras descubre... Escribió Luis de Belmente un poema vario en la invención, porque lo pedía el sujeto, de sucesos de aquellas provincias, con la sucesión de los virreyes suyos, que otro lo tuviera por caudal principal, y él apenas se acuerda de ha- berlo hecho; tanto se ha vencido con la fuerza del trabajo.

» Ofrecióse á la sazón salir una armada á las regiones del Austro, y como semejantes armadas tienen necesidad de cronistas, que así lo encarga S. M. expresamente, buscó el general Pedro Fernández de Quirós persona que hiciese este oficio, y asimismo quien usase el de secretario, que no siendo menester mucho para persuadir á nuestro autor, por su inclinación natural, aceptó la plaza, hallándo- se en él las partes que requerían ambos oficios, porque en razón de letra no conocemos en España quien le exceda, y no sin dificultad se podrá hallar quien le iguale, si bien estima en poco un don tan excelente, siendo, como es', con el extremo que en él se conoce.

»Hizo su peregrino viaje, descubriendo en tres bajeles la armada incultas y no domadas regiones, costeando la Nueva Guinea y las islas que llaman de Salomón, y parte de las dos Javas, Mayor y Me- nor, engolfándose después en el extendido archipiélago de San Lá- zaro, y, en fin, poniendo (como él mismo dice en una estancia) nombres á los mares, puertos y ríos; y más copiosamente en los últimos capítulos de un libro suyo en prosa, que saldrá entre las demás obras, guardando en silencio la historia de su jornada, que escribió en versos heroicos, hasta darle la última lima, por lo poco que se agrada de sus mismas obras.

s>Gastó en la mar once meses y veinte días, que en golfos jamás descubiertos, con hambre y sed, tanto de la tierra como del susten- to, claro es que serían los peligros grandes y los trabajos inmensos. Su almirante y lancha arribaron á las Malucas, á la sazón que aca- baba de ganarlas D. Pedro de Acuña, gobernador de Filipinas; y la capitana en que venía Luis de Belmonte, destrozada }'■ perdida con la fuerza de los vientos, que pareció milagro, cobró á los seis meses últimos la costa de la Nueva España, prolongándola ochocientas le- guas por la banda del Sur. Al fin, por varios casos, llegó á seguro puerto; pasó á México segunda vez, donde, no pudiendo olvidar el manjar sagrado de las Musas, escribió, entre muchas comedias,

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que algunas hay impresas, la Vida del patriarca Ignacio de Layó- la, en versos castellanos, que de su género dudo que alguno se le aventaje. Haráse en España la segunda impresión (l), y le con- cederán el lugar que ha tenido en todas las provincias de Indias... »Llegó á Madrid Luis de Belmente queriendo con su General volver á la conquista de las regiones que dejaron descubiertas; p-ero causas legítimas, bien contra su inclinación y gusto, le forzaron á no proseguir la empresa, si bien ha gastado el tiempo aprovechada-

(i) Nunca he visto esta segunda edición, ni hallo que ningún bibliógrafo la mencione. Es probable que no pasase de proyecto. Sobre la de México, que es rarísima, véase el tomo i de la presente Historia, pág. 65.

De los ingenios que en Lima conoció Belmente, hace curiosa enumeración su panegirista Bermúdez, con noticias que probablemente le había comuni- cado el mismo poeta.

«El licenciado Pedro de Oña, hijo de la robusta Chile, bien muestra en su Arauco domado la luz que pudieran envidiar los mejores de Italia, si ya con- fiesa hoy, eon la ventaja que se hace á mismo, que fué trabajo de sus pri- meros años, con sola la bizarría del natural gallardo: será (si pone los últimos pinceles al Poema del Padre Javier, apóstol de la India, y discípulo del Beato Ignacio), no el menor de los que blasonan en nuestro tiempo.

»Fr. Juan de Galves y Fr. Diego de Ojeda, uno en su Historia de Cortés, y otro en su Cristiados...

»ElDr.Figueroa, aunque hijo de España, tiene hoy con justa razón por patria aquella nobilísima ciudad, que le honra como á natural suyo;es también uno de los que pueden entrar á la parte en el laurel de Apolo, en igualdad de pocos.

»E1 Dr. Rivadeueira Villarroel y el Secretario Obregón, claro manifesta- dor de los conceptos de Italia, no menos tienen el lugar que sus elegantes versos merecen.»

El Dr. Figueroa, del cual se habla aquí, y á quien menciona también la poetisa anónima:

Testigo me serás, sagrado Lima, Que el doctor Figueroa es laureado Por su grandiosa y elevada rima.

Tú, de ovas y espadañas coronado. Sobre la urna transparente oíste Su grave canto, y fué de aprobado...

no es el poeta complutense Francisco de Figueroa, ni el valisoletano Dr. Cris- tóbal Suárez, que nunca estuvieron en América, sino un Dr. Figueroa, profe- sor de Medicina en la universidad peruana, de quien hay versos en los preli- minares de algunos libros.

Aprovecharé esta nota para subsanar la omisión del curioso pasaje del li-

176 CAPÍTULO IX

mente es los estudios que sigue, no dejando por ver las mejores ciudades de España, sólo á fin de comunicar los ingenios dellas.»

El mismo aventurero poeta alude bizarramente á sus descubri- mientos y peregrinaciones navales en una digresión de La His-

pálica:

Yo, apenas conocido en nuestro Polo,

¿Cómo podré sonar en la sujeta

Región del Austro, de fiereza armado,

Si bien la visité como soldado?

Penetra el mundo, sin moverse el dueño. La fama de la pluma y de la espada, Y en tanto que reposa en blando sueño, Llega su nombre á la región helada. Pues yo que, alegre, la persona empeño Por la región del sol más abrasada. No quisiera más fama que en aquellas Provincias que medí con propias huellas.

Más ondas nuevas penetré que vieron Colón, Cortés, Pizarro y Magallanes, Pues tocando las que ellos descubrieron. Pasé con los cruzados tafetanes, ün capitán seguí de quien temieron,

cenciado Bermúdez, relativo á los poetas mexicanos contemporáneos de Belmente.

«De Indias salió (Luis de Belmonte) aficionado con razón á los divinos in- genios de México, que no es su lugar el que menos luce en los concilios de Apolo. Y puedo decir por algunos escritos que he visto suyos y dignos de la opinión que alcanzan, que comienzan por donde acaban muchos.

sEs aventajado en tan loable ejercicio el licenciado Arias de Villalobos, y no menos excelente en la historia por su justa erudición, de que dará testi- monio la que felicísimamente prosigue de la Casa de Austria.

sBernardo de Balbuena tiene no inferior asiento en el Museo.

»E] Dr. Martínez y Dr. Cano no menos se precian de poetas, que del asun- to principal que profesan; que tal vez, vacando á sus ejercicios, muestran el esplendor de sus ingenios.

jMucho siento que he de ofenderá muchos que les igualan en INIéxico: pero como es otro mi intento, habré de dejar quejosos tantos como florecen, por no ser este el lugar de sus alabanzas, si acaso han menester de mi pluma, en- trando en su número el Dr. Airólo, el Dr. Sarmiento, Arrarte, Cristóbal Nú- ñez, Medina y Barrientos, Cristóbal Porcel y Luis de Zarate, hijos de aquella ilustrísima ciudad; que por ser esta breve alabanza dellos, dejo los que de

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Midiendo estrellas y afijando imanes, Las no domadas ondas de Anfitrite, Que ya no tiene el orbe quien le imite.

El pecho puse á la mayor jornada, Llegando al sol los pensamientos míos, Y tocando en la tierra, en vano armada, Nombre dimos al mar, nombre á los ríos, Como de Arauco en la jamás domada Región, notaba los soberbios bríos Ercilla, de los bárbaros chilenos: Si bien yo anduve más y escribí menos.

No toca á nuestro propósito la controversia en estos últimos años suscitada acerca del autor probable de la Relación del descubrirnien- to de las reglones australes, que su editor atribuyó á Luis de Bel- mente, contrariando tal opinión el malogrado cronista de nuestra marina D. Francisco Javier de Salas (l). Lo cierto es que gran par- te de esta relación pasó á la letra al libro de los Hechos de D. Gar- cía Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, que compuso en 1 61 3 el Dr. Cristóbal Suárez de Figueroa, así como la galana prosa de este libro, en la parte que se refiere á la sumisión del valle de Arauco por D. García, sirvió de base á la desatinadísima comedia que Belmonte, asistido de otros ocho ingenios, entre los cuales los había tan insig- nes como Alarcón, Guillen de Castro, Mira de Amescua y Luis Vé- lez, dieron á los teatros en IÓ22 con el título de Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete {2).

España han pasado á México el sagrado monte Febo; de quien, y de los cla- rísimos ingenios de Sevilla, no es justo que trate en discurso tan breve, que sería más ofenderlos que alabarlos.»

(i) Vid. Historia del descubrimienio de las regiones australes^ hecho por el general Pedro Fernández de Quirds, piiblicada por D. Justo Zaragoza. Ma- drid, 1876, 3 vol.; y Boletín de la Academia de la Historia^ t. i, (1878).

(2) En Madrid, por Diego Flamenco, año 1622. Reimpresa al fin de las Comedias de Alarcón en la Biblioteca de Rivadeneyra. Los poetas colabora- dores, amén de los citados, fueron el Conde del Basto (nieto de Antonio de Leiva), D. Fernando de Ludeña, D. Jacinto de Herrera y D. Diego de Ville- gas. Puede conjeturarse, con el Sr. Fernández-Guerra (D. Juan Ridz de Alar- cón, pág. 359), que todos estos ingenios andaban por aquella fecha rostri- tuertos con Lope de Vega, puesto que se atreven á decir de mismos por

178 CAPÍTULO IX

No sabemos que ninguna de las obras de Belmonte saliese de las prensas de Lima. No así las de D. Diego de Avalos y Figueroa y D. Rodrigo de Carvajal y Robles, que por este tiempo se contaban entre los más lucidos ingenios de la colonia. Es curiosísimo y entre- tenido libro, cuanto apreciable por su rareza bibliográfica, el de la Miscelánea Austral que en 1603 estampaba el patriarca de la im- prenta peruana, Antonio Ricardo. Dividióle su autor, D. Diego de Avalos, en cuarenta y cuatro coloquios, de que son interlocutores Delio y Cilena, y en los cuales, sin orden alguno, se trata de las materias más diversas: del amor y de las cualidades que debe tener el amante, de los celos, de la música, de las calidades de los caba- llos, de la verdad, de la vergüenza, de la perfección de las damas, del origen de las sortijas ó anillos, de la conversación, de las imáge- nes y templos de Venus, de los sueños y del sueño, de las ventajas de la lengua toscana para la música, del uso de las estampas y da- ños de la ociosidad, del ave Fénix, del pelícano, del cisne y del águila, de los minerales, animales y vegetales del Perú, de las pro- piedades de la piedra bezoar, de los edificios antiguos del Perú, del origen de los Incas y de sus leyes y ritos, de los sacrificios que los indios usaban, de la antigua riqueza de España en oro y plata, elo- gio de la ciudad de Écija, de donde era oriundo Avalos, etc. Es, pues, una Silva de varia lección, harto semejante á la de Pero Me- xía en lo inconexo y abigarrado de las materias. Intercálanse en ella muchos y no despreciables versos, entre los cuales merecen ci- tarse un fragmento de traducción en verso de las Lágrimas de San Pedro de Tansillo, y un largo poema en octava rima y en seis can- tos, que viene á ser como la segunda parte del libro, y lleva por

título Defensa de Damas donde se alegan jnemorables historias , y

donde florecen algunas sentencias, refutando lo que algunos philóso- phos decretaron contra las mujeres,}' pr ovando ser falso, con casos verdaderos, en diversos tiempos siiccedidos (i).

boca de Belmonte que «son los que en España tienen mejor lugar, á despe- cho de la envidia ». Como en despique de esta comedia compuso Lope tres años después la suya de Arauco domado, cuyo fondo histórico está sacado del poema de Pedro de Oña.

(i) Primera parte de la Miscelánea Austral de D. Diego d' Avalos y Ftgue-

PERÚ 179

En nuestra Biblioteca Nacional se conserva un ejemplar del rarí- simo poema La conquista de Antcqiiera, por el capitán D, Rodrigo de Carvajal y Robles, impreso en Lima en 1627: obra dignísima de reproducirse, tanto por la curiosidad histórica de las noticias que contiene, como por su indudable mérito poético, superior al de otros que han sido muy celebrados.

De otro poema inédito del mismo autor, sobre La batalla de Toro, no queda más recuerdo que la cita de N. Antonio. Aparte de estas obras de asunto no americano, sólo podemos juzgar á D. Ro- drigo de Carvajal por un poema de circunstancias, donde no es de celebrar otra cosa que la habitual lozanía de la versificación, en que no desmiente Carvajal y Robles el carácter distintivo de aquel flo- ridísimo grupo de poetas antequeranos, que él fué á representar en

roa, en varios coloquios... Con la de/e?isa de Damas. Dirigida al Excelhntissimo señor Don Luys de Velasco, Cavallero de la Orden de Santiago, Visorey y Capitán General de los Reynos del Pirú , Chile y Tierra Firme. Con licencia de su exce- lencia. Impreso en Lita por Antonio Ricardo. Año 1Ó02 , 4.*^ El autor firma la dedicatoria en la ciudad de la Paz, en 6 de Septiembre de 1601.

Lleva gran número de versos laudatorios del general D. Fernando de Cór- doba y Figueroa, D. Diego de Carvajal, D. Lorenzo Fernández de Heredia, Dr. D. Francisco de Sossa, Dr. Hormero, Dr. Francisco de Figueroa, Licen- ciado Bartolomé de Acuña, Ldo. Pedro de Oña, Ldo. Francisco Núñez de Bonilla, Ldo. Cristóbal García de Rivadeneyra, Ldo. Antonio Maldonado de Silva, Juan de Salcedo Villandrando, Leonardo Ramírez, Un religioso grave y Francisco Moreno de Almaraz. Al principio de la Defensa de Damas, nuevas composiciones laudatorias de Pedro de Oña, Ldo. Bartolomé de Acuña Oli- vera, D. Sancho de Marañón, Ldo. D. Francisco Fernández de Córdoba, capitán Gabriel d'Oria y Rui López de Frías Coello.

Esta Miscelánea Austral impresa no ha de confundirse con la otra Miscelá- nea Antartica inédita (pues lo traducido al francés por Ternaux Compans es sólo una parte) de Miguel Cabello de Balboa, natural de Archidona, autor también de otras obras mencionadas por la poetisa anónima:

La Volcánea horrífica terrible, Y el Militar Elogio, y la famosa Miscelánea que al Inga es apacible:

La entrada de los Moxos milagrosa, La comedia de El Cuzco y Vasquirana, Tanto verso elegante y tanta prosa

Nombre te dan y gloria soberana, Miguel Cabello, y ésta redundando Por Hesperia, Archidona queda ufana.

1 8o CAPÍTULO IX

el Nuevo Mundo: los Tejadas, Espinosas, Martines y Cristobalinas. Lope de Vega cantó de él en la silva 2.^ del Laurel de Apolo:

Aquí con alta pluma don Rodrigo De Carvajal y Robles, describiendo La famosa conquista de Antequera, Halló la fama, y la llevó consigo; Tantas regiones penetrando y viendo, Que del Betis le trajo á la ribera,

Y haciendo por su hijo Festivo regocijo,

Las bellas ninfas el laurel partieron,

Y como ya sus dulces musas vieron Restituidas á su patria amada,

Tomó la pluma Amor, Marte la espada.

Es autor Carvajal de la descripción en quince silvas de las Fies- tas que celebró Lima al nacimiento del príncipe D. Baltasar Carlos; libro de la mayor rareza, impreso en aquella ciudad el año 1632, cuando el poeta se hallaba de Corregidor y Justicia Mayor de la provincia de Colesuyo por Su Majestad. Ocurrió durante las fiestas un terremoto, y el trozo en que se describe es de los más valientes del poema. Elogiáronle en términos cultos y ampulosos, confor- me al gusto crespo y enmarañado que comenzaba á prevalecer en nuestras letras de aquende y allende, el IMaestro Fr. Lucas de Men- doza, agustino, catedrático de Escritura en la Universidad de Lima, y el Chantre de Arequipa Fr. D. Fulgencio Maldonado. «Grandes fueron las fiestas (dice el primero), mas nunca tan del todo grandes, como en la relación de D. Rodrigo de Carvajal y Robles; que son por extremo dichosos en crecer los asuntos que este caballero cría al calor de sus manos. Antequera, su patria, debe la inmortalidad á su poema con más verdad que á sus muros. Y estas fiestas que ya por humanas pasaron presto, tendrán de divinas la duración, perpe- tuándose en este libro, en quien he hallado mucho que admirar y nada que corregir.» «Embosqúese en estas silvas (pondera el Chan- tre arequipeño) el que quisiere sentir como Lope, y hallaráse una vez y otra y mil veces cogido de suspensión, causada, ya de lo dul- ce de sus descripciones, ya de la hermosura y pompa de las voces;

PERÚ l8l

y los que entraren más adentro, hallarán más rigurosas observacio- nes del arte.» Un poeta anónimo que escribe un soneto en alabanza del autor, se atreve á decir, jugando con su apellido, que, con la publicación de tal poema,

Ya vuelve el siglo de oro; ya los robles Sudando miel como en la edad primera, El reino de Saturno pronostican.

Tan desaforadas hipérboles no deben prevenirnos desfavorable- mente contra el libro de las Fiestas, que es de los mejores ó más tolerables de su género (l). No he visto la Relación en verso que el franciscano Fr. Juan de Ayllon publicó en 1630 de las que se cele- braron en Lima con motivo del octavario de los XXÍII mártires del Japón; pero el Sr. Palma afirma que en ella campean los más extra- \'agantes retruécanos y las más enigmáticas antítesis (2).

Otras hubo de mejor estilo: la Relación de las exequias de la rei- na Df Margai'ita de Austria, siendo virrey el Marqués de Montes- Claros (161 3), contiene fáciles versos que deben de ser de la vena del mismo Padre agustino Fr. Martin de León, á quien pertenecen el Sermón de honras y la Relación en prosa (3).

Pero la dominación del buen gusto fué tan efímera en el Perú

(i ) Fiestas que celebró la ciudad de los Reyes del Pirú, al nacimiento del Sere- jiissimo Principe D. Baltasar Carlos de Austria tttiestro señor. A D. Francisco Fausto Fernández de Cabrera y Bobadilla , niño de dos años y primogénito del Excmo. Sr. Conde de Chinchón , Virrey del Peni. Por el capitán D. Rodrigo de Carvajal y Robles, Corregidor y Justicia mayor de la provincia de Colesuyo, por Su Majestad. Impreso en Lima costa de la ciudad) por Gerónimo de Cotifre- ras, año de 1632, 4.°

(2j Discurso leído en la inauguración de la Academia Peruana, corres- pondiente de la Española, el 30 de Agosto de 1S87.

(3) Relación de las exequias que el Excmo. Sr. D. Jjtan de Alendoza y Lima, Afarqués de Montes-Claros, Virrey del Piri'i, hizo en la vmertc de la Reina nues- tra señora Doña Margarita Por el Presentado Fr. Martin de Lima, de la

Orden de San Agustín. En Lima, por Pedro de Merchán y Calderón, año 1613, en 4.°, con una grande estampa que contiene el diseño del túmulo real, dibu- jado en Lima por J. Martínez de Anona, y grabado por el P. León. Versos laudatorios de Bernardo Moutoya, Pedro de Oña, el almirante D. P. Orozco,

1 82 CAPÍTULO IX

como en México. Puede decirse que el último rayo de pura luz lite- raria que en el siglo xvii atravesó las tinieblas que comenzaban á espesarse sobre las escuelas de Lima, fué el virreinato del Príncipe de Esquilache D. Francisco de Borja, verdadero príncipe á la italia- na y verdadero poeta, aunque distase bastante de ser príncipe de la poesía, como le llamó la adulación de sus contemporáneos. Pero de esto al injustificado olvido en que desde fines del siglo xviii yacen sus obras, hay mucha distancia. Es de los poetas de segun- do orden que vienen inmediatamente después de los grandes; y en- tre los líricos del siglo xvii, pocos son los que merecen más que él una rehabilitación cumplida, que algún día ha de serle otorgada. No tuvo fiaerzas ni nervio para el cultivo de los géneros superiores de la poesía. Su Ndpoles recuperada es una insípida y amanerada imi-

Fr. Lucas de Mendoza, el Dr. Cristóbal de Rivadeneyra, Fr. Blas de Acosta, Fr. Diego Fernández de Córdoba, Fr. J. de Zarate.

Sin pretender apurar esta fastidiosa literatura de fiestas , pompas fúnebres y certámenes, mencionaremos la Relación de las fiestas á la bimaculada Concep- ción de la Virgen, de Antonio Rodríguez de León (1618); la Relación de las fiestas al nuevo reynado de D. Felipe IV, de Fr. Fernando Valverde (1622); las Fiestas de Lima en la canonización de San Pedro Nolasco, de Fr. Bartolo- mé Vadillo (1632); la Pompa fúnebre en la muerte de Doña Isabel de Barbón, de Gonzalo Astete de Ulloa (1645); la Pompa funeral y exequias á la muerte de Doña Angela de Guzmán (1654); la Pompa fúnebre en la muerte del Conde de Salvatierra, de Gabriel Barreda Ceballos (1663); la Celebridad y fiestas con que Lima celebró la beatificación de Santa Rosa, de D. Diego de León Pine- lo (1670); la Triunfal encomiástica aclamación del Conde del Castellar, de Andrés de Paredes y Solier (1674); el Acto glorioso: fiestas en la canonización de San Luis Beltrdn (1674); el Parnaso del Real Colegio de San Marcos, pos- trado d los pies del Conde de la Monclova (1694); las Exequias de la rei7ia Doña Mariana de Austria (1697); el Certaitien panegyrico historial poético por la reedi- ficación de la ciudad de los Reyes (1673).

Esta reedificación es la que siguió al espantable terremoto de 20 de Octu- bre de 1687, de que hay relación en verso, muy rara y curiosa: Relación poé- tica de la fatal ruina de la gran ciudad de los Reyes , Lima, con los espantosos temblores de tierra sucedidos d 20 de Octubre de lóSS. Va al fin un romance al nunca visto alboroto de la misma ciudad en la noche del lunes de Diciembre del mismo año, ocasionado del rtimor falso de la salida del mar, por un ingenio desta corte. Con licencia en Liina, año de 1Ó87.

PERÚ 183

tación del Tasso, sin jugo, sin interés, sin grandeza y hasta sin ver- so alguno que se grabe en la memoria, porque todos son iguales en su fría y monótona corrección. Pero en las epístolas morales y en los sonetos, como discípulo al fin de Bartolomé Leonardo de Argen- sola, conservó una tradición de gusto maduro y severo, opuesta á los extravíos reinantes; y en los romances cortesanos y amorosos, en las letrillas y en todo género de versos cortos, que eran el legí- timo campo de su numen, rivalizó á veces con Lope de Vega en gracia y frescura. Haría buen servicio quien del enorme tomo que forman sus obras poéticas en las dos ediciones de Amberes, entresa- case en un pequeño volumen todo lo que merece vivir, condenando al olvido lo restante.

De 161 5 á 1622 tuvo Esquiladle el mando supremo de los reinos del Perú, con honra suya y provecho de la nación. Bajo su gobier- no fueron rechazados los piratas y filibusteros que infestaban aque- llas costas, fortificado el puerto del Callao, erigido el Tribunal del Consulado; recibieron sabias ordenanzas los establecimientos mi- neros de Potosí y Huancavélica; se fundó el Real Convictorio de San Bernardo para la educación de los hijos de los conquistadores, y el colegio de San Francisco de Asís, para los hijos de indios no- bles; se hizo la conquista de la comarca de los Maynas en el Mara- ñón, y se fundó la ciudad de San Francisco de Borja, sintiéndose en ésta como en todas las demás providencias del Virrey el prepoten- te influjo que en su ánimo ejercían los jesuítas. Es maravilla que en ninguna de sus obras, con ser tantas, haga Esquilache la menor alu- sión (que yo recuerde) al Perú, ni á América, de tal modo que por ellas nadie inferiría que hubiera pisado siquiera las tierras antarticas. El picante y donosísimo cronista de la vida colonial de Lima, le atri- buye la fundación de una academia literaria en su palacio , y hasta da los nombres de los que á ella concurrían ; pero como no encon- tramos rastro de tal academia en ninguna parte, nos inclinamos á pensar que ésta es una de tantas ingeniosas travesuras del autor de las Tradiciones peruanas, que ni pretenden ser libro de historia , ni pierden nada por no serlo (l). Academia en el palacio \irreinal no

(i) Tengo que rectificar esta especie y volver el crédito al Sr. Palma, que tomó sus noticias del Diccionario de Mendiburu (tomo 11, pág. 59). <^Comc>

Mbnéndez y PEhAíO.— Poesía his^ano-americana.— 11. la

184 CAPÍTULO IX

hallamos hasta el tiempo del Marqués de Castell-dos-Rius; aunque hubiese virreyes muy cultos y estudiosos , como lo fué, además de Esquilache, el Conde de Santisteban del Puerto, D. Diego de Bena- vides y de la Cueva {1661-1666), autor de un tomo de versos latinos que lleva por título Hora: Succisivcc (I).

Fué lástima que el período de mayor paz, abundancia y prospe- ridad de la colonia, coincidiese con la época más fatal de nuestra decadencia literaria. Lima, que era el principal centro de cultura de la América del Sur; Lima, que se honraba con Universidad tan floreciente y tan bien dotada como la de San Marcos (2); Lima, donde la imprenta tomó tantas alas en el siglo xvii, puesto que pa- san de cuatrocientas las publicaciones de aquel siglo que han llega- do á catalogar los más diligentes bibliógrafos, raras todas y de alto precio en el mercado, aunque muchas sean breves opúsculos, ser- mones, alegaciones en derecho, vidas de santos, exequias y fiestas;

amante de las letras no era posible que Esquilache pasara sin fomentarlas y sin rodearse de los ingenios más distinguidos que ofrecía Lima en tan remo- ta época; y así se reunían seraanalmente, en Palacio, diferentes personajes á cuyos estudios se agregaba la ilustrada capacidad que enaltecía su mérito. El coronel D. Pedro de Yarpe y Montenegro, el oidor D. Baltasar de Laso y Re- bolledo, D. Luis de la Puente, jurista de mucho nombre, el religioso Fr. Bal- domcro Illescas, de la orden de San Francisco, el poeta D. Baltasar Moreyra, y otros que no nombramos por falta de noticias, tenían con el Virrey discu- siones sobre materias científicas; cultivando su saber literario con los ensan- ches que en sus debates académicos avivaban la más noble de las aspira- ciones» .

Todo esto tiene trazas de ser verdad, pero mientras no pueda citarse más documento que el dicho de un escritor del siglo xix, por docto y bien infor- mado que sea, hay que dejar en duda la existencia de la academia ó tertulia literaria de Esquilache.

(i) Horce. Succisivm D. Didaci BeJiavidii Comitis S. Stephani, studiosa cura D. D. Francisci Mard/ionis Navarum et D. Emmanuelis Benavidii filiorum

congestee. Nma editio a mendis expurgata Lugdimi, sumptibus Joantiis de Ar~

garay bibliopolce pampiloneiisis, 16Ó4, 12.°

(2) Sobre el estado de la Universidad en el siglo xvn, debe consultarse especialmente el libro de D. Diego de León Pinelo: Hyponviema Apologeticwii

pro Regali Academia Lwiensi..... Ad Limensem Regium Senatum Lima, ex

Officina Juliani de los Santos et Saldaña. Anno Domini 1648.

PERÚ 185

Lima, que en 1602 tenía ya teatro público, el que después se llamó de la Comedia Vieja; Lima, la primera ciudad del Nuevo Mundo donde se conoció la prensa periódica en forma muy próxima á la presente, cuando pocas ciudades de Europa podían jactarse de po- seerla (l); Lima, que podía envanecerse con un polígrafo tan docto y tan juicioso como León Pinelo, útilho y mismo á los bibliógrafos y á los ilustradores del Derecho de Indias, ofrece, á pesar de tantas ventajas, muy exiguo contingente á la literatura poética del si- glo XVII, prescindiendo de los ingenios que le prestó la metrópoli, y que por su educación más bien corresponden al siglo xvi, aunque escribiesen en los primeros años del siguiente. Algunos infelices ensayos épicos, ya de tema histórico, como las Aranas Antárticas ó conquista del Perú, de D. Juan de Miramontes y Zuazola, que ni si- quiera llegaron á imprimirse, á pesar de haberse encomendado el autor al patrocinio del Virrey, Marqués de Montesclaros (1607- 1616); ya de materia piadosa, como El Angélico, compuesto en ala- banza de Santo Tomás por el dominico Fr. Adriano de Alecio; El Santuario de Nuestra Señora de Copacavana^ del maestro fray Fernando de Valverde, agustino, á quien acredita de elegante pro- sista su Vida de Jesu Christo; ya de índole encomiástica y descrip - tiva, como el Poema heroyco hispano-latino^ panegírico de la funda- ción y grandezas de la muy Noble y Leal ciudad de Lima, del jesuíta Rodrigo de Valdés, el cual tiene la gracia de poderse leer á un tiempo en latín y en castellano, lo cual quiere decir que no está escrito en ninguno de ambos idiomas, sino en una jerigonza bárbara. Si á esto se agrega alguna rarísima poesía lírica que se imprimió suelta, como

(i) Es sabido que las Cartas que en períodos bastante fijos y regulares, á modo de Gaceta, publicaba en Madrid Andrés de Almansa y Mendoza, des- de 162 1 á 1626, sobre novedades de esta corte y avisos recibidos de otras partes, se reimprimían en Lima en llegando, aunque de estas reimpresiones quedan pocas. (Vid. Colección de Libros Españoles raros y curiosos^ t. xvii.) A fines del siglo había ya Gacetas especiales de Lima, v. gr. : Relación de todo lo sucedido en Europa hasta el lunes 21 de Septiembre de lóji. Novedades en continuación de la relación desde 2S de Agosto de 1Ó7Q. Diario de las noticias de Lima, en que se hace saber de una tragedia lastimosa que sobrevino del cielo el año de 1687. Noticias del Sur, continuadas desde 6 de Noviembre de lóSs- Ultimas noticias del Sur 168S.

l86 CAPÍTULO IX

la correcta y bien sentida elegía de un cierto Sanabria á la muerte de su hija, tendremos reunida casi toda la cosecha, ni muy abun- dante ni muy conocida (l). Pero el libro que más fielmente indica

(i) Armas Antárticas, hechos de los f amases Capitajies españoles qtie se halla- ron en la Conquista del Perú: su autor D. Juan de Aliramontes y Zuazola, dedi- cadas al Excfno. Sr, D. Juan de Mendoza y Luna, Marqziés de Montesclaros ^ Virrey del Peni. Ms. citado por D. Bartolomé José Gallardo, como existente en la biblioteca del infante D. Luis. Es un poema de veinte cantos, en octa- vas, y por lo que conocemos de él no parece de los peores de su clase, y es, por de contado, superior á la Lima Fundada de Peralta.

Empieza el poema de Miramontes :

Las armas y proezas militares De españoles católicos valientes, Que por ignotos y soberbios mares Fueron á dominar remotas gentes. Poniendo al Verbo Eterno en los altares Que otro tiempo con voces insolentes De oráculos gentílicos, espanto Eran del indio, ahora mudas, canto.

Termina:

Huye, argentando el mar de espuma cana; Lleva dolor y déjanos con pena; Pues si estuviera surto otra mañana No levantara el ferro de la arena. Porque al puerto llegó Pedro de Arana Al risueño apuntar de alba serena, Y al punto por su rastro se derrota. Mas no deja en el mar rastro de flota.

El Angélico. Escríbelo con estilo de poeta lírico el Paare Fray Adriano de Alecio, del Orden de Predicado?-es, natural de Lima, Ofrécelo con afecto de obe- diente á nuestro Reverendísimo Padre Maestro Fray Tomás Turco , General del Ordett de nuestro Padre Santo Domingo Impreso en Murcia por Esteban Li- beras. Año de i64£, 4.°

El Santuario de Nuestra Señora de Lopacavana., eft diez y ocho silvas ,

por el Rdo. P. Maestro Fr. Fernando de Valverde Lima, por Luis de Lira,

1Ó41, 4.°

El argumento de la comedia de Calderón La Aurora en Copacavana, puede estar tomado de este poema del P. Valverde ó de la Historia del célebre san- tuario de Nuestra Señora de Copacavana y sus milagros, é iftvencidtt de la Cmz de Carabuco, escrita en prosa por otro agustino, Fr. Alonso Ramos Gavilán (Lima, 1 62 i). Pero la fuente más probable es el libro i de la hoy rarísima Parte segunda de la Crónica Moralizada del Orden de San Agustín en el Perúy del P. Calancha (Lima, 1653).

—Poema heroyco hispano-laiino de la ficndación y grandezas de la muy Noble y

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el principio de la depravación. del gusto, sin llegar todavía á los ex- tremos de delirio que hallaremos en el siglo xvni, es la Solemnidad Fúnebre y Exequias de Felipe IV, celebradas en 1666 por la Real Audiencia de Lima, en su Iglesia Metropolitana, é impresas el mis- mo año. Fué colector de este libro y autor de la relación de las honras D. Diego de León Pinelo, no muy inferior á su hermano en dotes de erudición y varia literatura; pero en la relación misma abundan los rasgos de mal gusto, y son, por de contado, mucho mayores en las inscripciones y hieroglyphicos del túmulo, en el in- digesto sermón del Dr. Juan Santoyo de Palma, digno de Fr. Ge- rundio de Campazas, y en las poesías latinas y castellanas con que se adornó el pórtico de la iglesia. Hay acrósticos y centones, dísti- cos retrógrados, emblemas, sonetos que son á un tiempo latinos y castellanos, laberintos cuyas letras se pueden leer de innumerables maneras, diciendo siempre lo mismo; en suma, todos los primo- res registrados en Caramuel y en Rengifo. La mayor parte de los poetas latinos (que no son los peores, sin duda porque la imitación directa y aun servil de buenos modelos los contiene) son anónimos: sólo constan los nombres de D. Juan Ramón, Tomás Santiago Con-

Leal ciudad de Lima. Obra póshima del M. R. P. M. Rodrigo de Valde's, de la Compañía de Jesils, Cathedrático de Prima jubilado, y Prefecto Rege7ite de Es- tudióos en el Colegio Máximo de San Pablo. Sácale d luz el Doctor D. Francisco Garabito de León y Messia, Cura Rector de la Iglesia Metropolitatta de Lima, Visitador y E.xaminador general en su Arzobispado, etc. Sobrino y primo hermano

del autor En Madrid, en la imprenta de Antonio Román, año jóSj. (En la

Revista de Lima, t. iii, 1860, publicó un estudio sobre este poema D. J. A. de Lavalle.)

Lágrimas numerosas en la muerte de Doña María de Sanabria y Salas, llo- radas por su padre y diiigidas á su esposo. Impreso en Lima por Bernardino de Guzmán, año 1633. Se encuentra en la Biblioteca Nacional, en el t. xxviu de la gran colección de poesías varias, la mayor parte manuscritas, conocida con el título de Parnaso. «Es escritor castizo y elegante este Sanabria, aunque no de mucho brío» (dice Gallardo):

Ya que tu muerte, oh cara prenda mía, Mis ojos embaraza con el llanto Y los hurta su oficio noche y día.

Permite que en alivio del quebranto Que le ocasiona, suspirarle pueda Quien en ti de su vida perdió tanto.

1 88 CAPÍTULO IX

cha y Pedro Santiago Concha: las restantes figuran como obras co- lectivas del colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús, del colegio de San Ildefonso de la orden de San Agustín, y de los estu- diantes religiosos del convento grande de Predicadores. Los poetas castellanos son D. Luis de Figueroa Bustamante, el mismo D. Diego de León Pinelo, el Licdo. Pedro Espinosa de los Monteros, el pres- bítero D. Juan de Villegas, el mercenario Fr. Luis Galindo de San Ramón, D. Pedro de León Girón, D. Jerónimo Vázquez de Herrera, corregidor del Cercado; el agustino Fr, José de la Cruz, el licencia- do D. Francisco Cano Moral y Peralta, el bachiller Lucas de Tapia» el cura rector del puerto de Arica D. Bernardino de Cervantes y Lugo, D. Diego de Velasco, Bernardo Gutiérrez y Torices, el Ba- chiller Baltasar de Cuéllar, el oficial real de la Caja de Lima don Francisco Colmenares de Lara, el capitán Bartolomé de León Atien- za, D. Francisco Reinoso, D. Antonio de Espinel, D. Juan de Buen- día y Pastrana, colegial de San jNIartín; D. Juan de Urdaide, el maes- tro Evia, guayaquileño, á quieu ya conocemos; José Antonio Dá- vila, D. José de Castro Isagaga... Todos estos obscuros poetastros» que debían de ser por entonces lo más florido del Parnaso limeño, compiten entre en hinchazón y conceptismo; pero algunos, espe- cialmente Dávila, Figueroa Bustamante y el P. Galindo, versifican con robustez y quizá fueran dignos de haber nacido en época me- nos infeliz (i).

La prueba de que no faltaban estudios ni ingenio, sino acertada dirección en los unos y recta aplicación en el otro, nos la da el he- cho de haber salido precisamente del Perú la mejor y más ingenio- sa poética culterana, tan docta y tan aguda que, á no ser la causa pésima y detestable, pudiéramos decir de su defensor con palabras

de Virgilio:

Si Pergama dextra Defendi posseni: etiam hac defensa fuisscnt.

(i) Solemnidad Fúnebre y Exequias d la muerte del Catholico y Augustissimo Rei Nuestro Señor D. Felipe IV el Grande, que celebró en la Iglesia Metropoli- tana la Real Audiencia de Lima, que ai (sic) gobierna en vacante, y mandó impri- mir el Real Acturdo de Gobierno. Con licencia. En la Imprenta de Juan de Que- vedo. Año de Jóóó (portada grabada), 4.°

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Me refiero al Apologético del limeño Dr. Juan de Espinosa Medrano: obrilla estampada en la capital del Perú en 1694, y uno de los fru- tos más sabrosos de la primitiva literatura criolla (l). Lo que pare- cería increíble, si no supiéramos de sobra lo mucho que ciega á los hombres el espíritu de su tiempo, es que el Dr. Espinosa Medrano, que conocía tan bien la literatura clásica, que escribía por lo gene- ral con tanta claridad y llaneza y mostraba tan buen sentido en la crítica de las aberraciones en que incurrió Manuel de Faria y Sou- sa en su comentario á Camoens, gastase miserablemente tales dotes en componer un Apologético del Polifenio y de las Soledades de Góngora. ^

Con mucho donaire y razón se burlaba el doctor limeño de las lucubraciones alegóricas en que tanto sudaba el comentador portu- gués para obscurecer el clarísimo texto de Los Lusiadas: «;Ouién le dixo á Manuel de Faria que ¡os poetas habían de tener misterios? f) cuándo los halló en Camoens? Debe de querer que una Octava Rima tenga los sentidos de la Escritura, ó que en la corteza de la letra esconda como cláusula canónica otros arcanos recónditos, sa- cramentos abstrusos, mysterios inephables.» Pero en vez de dete- nerse aquí, como la prudencia pedía, se arrojaba al extremo opues- to, y no menos temerario, de miraren la poesía solamente el aspecto exterior y retórico, la pompa de palabras, el aliño de locución, en- tendiendo torpemente el concepto de la forma: «Alma poética pide Faria en Góngora Si alma llamó las centellas del ardor intelecti- vo, mil almas tiene cada verso suyo, cada concepto mil vivezas.»

Mala defensa tenían los seiscientos y más ejemplos de hipérbaton

( 1 ) Apologético en favor de D. Lilis de Gongo? a. Principe de los Poetas Lyri- cos de España^ contra Manuel de Faria y Sousa, Cavallero portugués^ que dedica al Exento. Sr. D. Luis Me'ndez de Haro^ etc.... Su atitor el Dr. Juan de Espi- nosa Medrano, Colegial Real en el insigne Seminario de San Antonio el Magno., Catedrático de Artes y Sagrada Theologia., en él: Cura Rector de la Santa Igle- sia Caihedral de la ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos del Peni en el Nuevo Mundo. Coft licencia. En Lima, en la imprenta de Juaii de Quevedo y Zarate. Año de JÓQ4, 8.° Con versos laudatorios de D. Francisco de Valverde Mal- donado yXaraba, de D. Diego de Loaysa y Zarate, del Licdo. D. Bernabé Gascón Riqíielme, del maestro Juan de Lyra y del maestro B'rancisco López Mexía.

igO CAPITULO IX

latinizado que el comentador de Camoens había contado en Góngo- ra; pero Espinosa Medrano, tomando la cuestión muy de raíz, em- prendió probar que era atrev^imiento insigne y muy digno de ala- banza el enriquecer nuestra lengua con los despojos de su madre; no de otro modo que Horacio, curiosamente feliz, según la expre- sión de Petronio, remedió la pobreza de la suya con los tesoros del Ática. «Y amaneció entonces nuestra poesía, de tan divino taller, grande, sublime, alta, teórica, majestuosa y bellísima, digna de ma- yores ornatos, de pompas mayores... y quedaron comunes los arreos, indiferentes las galas. Adornáronla entonces con decencia los áureos collares que antes la abrumaban con melindre.» Y si no acertó Juan de Mena en la misma empresa, fué por haberla inten- tado en un siglo en que estaba la poesía castellana «desceñida, in- culta, rústica y humilde, y era risa quererla cargar de los arreos de la latina... Cadenas de oro que sirvieron de adorno á robusta ma- trona, colgárselas á musa pueril, más es prenderla que ataviarla.» Buscaba Espinosa en la literatura romana del Imperio los prece- dentes de la altisonancia y pompa del estilo gongórico, y recono- ció, antes que otro alguno, el parentesco estrecho de sangre y tem- peramento poético entre los cordobeses del primer siglo y el cor- dobés de ahora: «Aquel hablar brioso, galante, sonoro y arrogante es quitárselo al ingenio español, quitarle el ingenio y la naturaleza. Luego que las Musas latinas conocieron á los españoles, se dexaron la femenina delicadeza de los italianos, y se pasaron á remedar la braveza hispana... Y esto no es tan nuevo que no haga cerca de diez V siete siglos que los españoles hablan como españoles... Y es muy del genio español nadar sobre las ondas de la poesía latina con la supe- rioridad del óleo sobre las aguas. »

He dicho en otra parte, y no me arrepiento de ello, que el Apo- logético de Espinosa es una perla caída en el muladar de la poética culterana. ¿Y quién era este ingenioso, aunque extraviado precep- tista.'* Conocíasele en su tiempo por el vulgar apodo de El Lunarejo^ á causa de tener, no uno, sino varios lunares en el rostro (l). En el

(i) Es muy pobre el artículo biográfico de Espinosa Medrano en el Dic- cionario Histórico del Perú, del general Mendiburu, obra la más apreciable de

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colegio de San Antonio del Cuzco cursó todas las artes y ciencias que allí se enseñaban, «desde la ínfima de Gramática hasta la sobe- rana de Theología». Á los doce años tañía con habilidad y despejo diversos instrumentos musicales; á los catorce componía autos y co- medias, de las cuales sólo ha quedado un título: El robo de Proser- pina. Á los diez y seis desempeñaba una cátedra de Artes, y en la enseñanza pasó toda su vida, sin que fuesen obstáculo las dignida- des eclesiásticas que obtuvo de magistral, tesorero, chantre, y, final- mente, arcediano de la catedral del Cuzco. Andan impresos sermo- nes suyos y otros opúsculos teológicos, en que campean su mucha doctrina y depravado gusto. Parece que escribió también un curso de Philosophia Thoniistica. Sus contemporáneos le veneraron como un oráculo; en vida suya se escribió un libro entero de panegíricos á su nombre con el título, que entonces no parecía irónico, de Glo- ria enigmática del Dr. Juan de Espinosa Medrano. En suma; este sabio y piadoso cuzqueño fué, por decirlo así, como el ensayo ó primera prueba del famoso Peralta Barnuevo, con quien pronto vamos á hacer conocimiento (l).

Un sólo poeta peruano de fines del siglo xvii logró, merced á lo humilde de su condición y al género en que principalmente hubo de ejercitar su travieso ingenio, librarse de la plaga del gongoris- mo, pero no del conceptismo, ó más bien del equivoquismo ras- trero y de la afición á retruécanos y juegos de palabras. Llamóse este festivo coplero D. Juan del Valle y Caviedes, por apodo El poeta

su género que posee ninguna república de América, aunque más atiende á la parte política y militar que á la literaria, y adolece del defecto de no indicar con precisión sus fuentes bibliográficas. (Diccionario Histórico y biográfico del Peni, formado y redactado por Mantiel de Mefidiburu. Lima, 1874 y siguien- tes, 8 vols.)

(i) En el apéndice de uno de los curiosos libros publicados por la Biblio- teca Nacional de Lima, bajo la dirección del Sr. Palma, Apuntes históricos del Peni y Noticias cronológicas del Cuzco {lAvci^., 1902), se ha impreso un poe- mita en silva de Espinosa Medrano, El aprendiz de rico, cuyo argumento es la falsificación de moneda de que resultó reo un acaudalado minero de Potosí, apellidado Rocha, que por ello murió en el cadalso. Acompañan á esta com- posición algunas noticias biográficas del autor, escritas por D. Manuel Calde- rón, antiguo empleado de la Biblioteca de Lima.

192 CAPITULO IX

de la Ribera. Sobre él dejamos la palabra á su casi descubridor y ferviente panegirista el Sr. Palma, que en 1873 dio á la estam- pa la colección de los versos de Caviedes, picantes como guindi- llas (I).

«En 1859 tuvimos la fortuna de que viniera á nuestro poder un manuscrito de enredada y antigua escritura. Era una copia hecha en 1693 de los versos que, bajo el mordedor título de Diente del Parnaso^ escribió por los años de 1683 á 1 69 1, un limeño nombra- do D. Juan del Valle y Caviedes.

(i) En el tomo v de la muy importante serie de Documentos literarios del Perú, colectados y arreglados por el coronel de Caballería Manuel de Odriozola (Lima, 1873, imp. del Estado). Precede á los versos de Caviedes un apunte crítico, firmado en Buenos Aires, 1870, por D. Juan María Gutiérrez, á quien tanto debe la historia de la literatura colonial de América.

El manuscrito que sirvió para la edición de Odriozola era muy incorrecto, lo cual movió á Palma á repetir la edición de los versos de Caviedes en 1899, al fin del libro titulado Flor de Academias, valiéndose de otro códice mejor que perteneció á la biblioteca de D. Félix C. Coronel Zegarra, adquirida en 1898 por la Nacional del Perú (págs. 333-474).

Bajo el nombre de Caviedes se agrupan dos colecciones poéticas: el Diente del Parnaso y las Poesías diversas. Todo lo que se contiene en la primera es indisputablemente suyo, y tiene la comunidad del tema, anunciada ya desde el título: Diente del Parnaso. Guerras físicas, proezas medicinales, hazañas de la ig- fiorancia, sacadas á luz por D. Juatz Caviedes, e7iférmo que milagrosafnenie escapo de los errores de los médicos por la protección del glorioso San Roque, abogado contra los médicos ó contra la peste, que tanto monta. Dedícalo su autor á la Muer- te, emperatriz de médicos, d cuyo augusto cetro le feudan vidas y tributan saludes en el tesoro de muertos y enfermos. Lleva fe de erratas, tasa, licencia y aproba- ciones, todo en versos burlescos.

La segunda sección de poesías varias, serias y jocosas, me inspira muchas sospechas. El estilo de la mayor parte de ellas no es el de Caviedes, ni si- quiera parece el de un sólo poeta, sino de varios cuyas obras se mezclaron con las suyas en las colecciones manuscritas. Hay, entre ellas, primorosos ro- mances amatorios, de la buena escuela del siglo xvii, por ejemplo, los que comienzan:

En el regazo de un olmo, Verde gigante del prado, Estaba un triste pastor. Pensativo y sollozando.

En un laurel convertida

PERÚ 193

)»Caviedes fué hijo de un acaudalado comerciante español, y hasta la edad de veinte años lo mantuvo el padre á su lado, empleándolo en ocupaciones mercantiles. A esa edad enviólo á España; pero á los tres años de residencia en la metrópoli regresó el joven á Lima, obligado por el fallecimiento del autor de sus días.

2>A los veinticuatro años se encontró Caviedes poseedor de mo-

vió Apolo á su Dafne amada: ¿Quién pensara que en lo verde Murieran sus esperanzas? Abrazado con el tronco

Y cubierto con las ramas, Pegó su boca á los nudos,

Y á la corteza la cara...

endechas y canciones del mismo gusto, que recuerdan á Solis y á Calderón, á veces con imitación directa, verbigracia:

Nace el ave ligera De rizado plumaje, y á la esfera Irguiéndose veloz y enriquecida, A Dios está rendida.

Y yo con libertad en tanta calma. Nunca, Señor, os he ofrecido el alma.

Nace el bruto espantoso De riza crin, de cerdas mar undoso,

Y al mirarse de todos respetado, Siempre venera al Ser que lo ha creado, Sólo yo con terrible desvario,

Nunca os postré, Señor, el albedrío.

Nace la flor lucida. Ya rubí, ya esmeralda engrandecida,

Y al ver su color roja,

Por dar á su autor gracias se deshoja.

Y yo con libertad en tanta calma. Nunca, Señor, os he ofrecido el alma.

Nace el arroyo de cristal ó plata,

Y apenas entre flores se desata, Cuando en sonoro estilo guijas mueve

Y á Dios alaba con su voz de nieve. Sólo yo con terrible desvarío, Nunca os postré, Señor, el albedrío.

Nace el soberbio monte, Cuya alteza registra el horizonte,

Y en su tosca belleza

Ensalza más á Dios con su rudeza.

Y yo con libertad en tanta calma. Nunca, Señor, os he ofrecido el alma.

Mi sospecha no se limita sólo á las composiciones de asunto grave y á las puramente líricas, sino que se extiende también á algunas de las festivas y

194 CAPITULO IX

desta fortuna, y echóse á triunfar y darse vida de calavera, con gran detrimento de la herencia y no poco de la salud. Hasta enton- ces no se le había ocurrido nunca escribir versos; y fué en 1 68 1 cuando vino á darse cuenta de que en su cerebro ardía el fuego de la inspiración.

» Convaleciente de una grave enfermedad, fruto de sus excesos, resolvió reformar su conducta. Casóse, y con los restos de su fortu- na puso, en una de las covachuelas ó tenduchos vecinos al palacio

burlescas, que no tienen por blanco principal la medicina y los rnédicos. Hay, entre ellas, una larga sátira, en pareados de entremés, donde, con indisputable gracejo, se va pasando revista á las varias castas de hipócritas, beatas, caba- lleros de la hampa, damas de embeleco, doctores de babilonia ó de chafalonía. El poeta quiso hacerse pasar por Caviedes, puesto que nombra á dos de los médicos en quienes él había encarnizado más su pluma:

A todos, por idiotas, los condeno, Porque ninguno hay bueno, Desde Bermejo, tieso y estirado, Hasta Liseras, giba y agobiado....

Pero la llaneza del estilo, la ausencia de retruécanos, el sabor general de la composición, parecen del siglo xvni más que del xvii. Los dos primeros ca- pítulos, que versan sobre las hazañerías de los falsos devotos y mojigatos, re- cuerdan, en seguida, el donoso librillo de D. Fulgencio Afán de Ribera, Vir- tud a! uso y mística á la moda, no escrito hasta 1729.

El hecho de encontrarse algunos de estos poemas en la Flor de Academias (1709), atribuidos á otros ingenios que los leyeron como propios en la tertu- lia del Marqués de Castell-dos-Rius, prueban á mi ver, no un plagio, que sería inverisímil, tratándose de un poeta muerto hacía pocos años, y cuyos versos debían de ser muy populares en el estrecho círculo literario de Lima, sino la suerte ó desgracia que á Caviedes, como á tantos otros autores de obras de burlas, cupo, de que se le atribuyesen poesías en que no pensó, lo cual se comprueba no sólo en el caso excepcional de Quevedo, bajo cuyo nombre se creó toda una literatura apócrifa, sino en versificadores de menos nombre, como el catalán Vicente García, rector de Vallíogona, y el valenciano Padre Mulet.

En ninguno de los numerosos certámenes poéticos de su tiempo figura el nombre de Caviedes, más que en el dedicado por la Universidad de San Mar- cos al virrey Conde de la Monclova, en 1689. El general Mendiburu no le menciona en su Diccionario. Pero los redactores del antiguo Mercurio Perua- no le dedicaron un breve artículo, en 28 de Abril de 1791.

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de los Virreyes, lo que en esos tiempos se llamaba un cajón de ri- bera^ especie de arca de Noé, donde se vendían al menudeo mil ba- ratijas.

»Pocos años después quedó viudo; y d poeta de la ribera (apodo con que era generalmente conocido), por consolar su pena, se dio al abuso de las bebidas alcohólicas, que remataron con él en 1692, antes de cumplir los cuarenta años, como él mismo lo presentía en uno de sus más galanos romances,

s>Por entonces era costosísima la impresión de un libro, y los versos de Caviedes volaban manuscritos de mano en mano, dando justa reputación al poeta. Después de su muerte fueron infinitas las copias que se sacaron de los dos libros que escribió, titulados Diente del Parnaso y Poesías Varias. En Lima, además del manuscrito que poseíamos, y que nos fué sustraído con otros papeles curiosos, hemos visto en bibliotecas particulares tres copias de estas obras, y en Valparaíso, en 1862, tuvimos ocasión de examinar otra en la colección de manuscritos americanos que posee el bibliófilo D. Gre- gorio Beeche.

»Caviedes ha sido un poeta bien desgraciado. Muchas veces he- mos encontrado versos suyos en periódicos del Perú y del extran- jero, anónimos ó suscritos por algún pelafustán. En vida fué Cavie- des víctima de los médicos empíricos, y en muerte vino á serlo de la piratería literaria. Coleccionar hoy sus obras es practicar un acto de honrada reivindicación...

»E1 bibliotecario de Lima D. Manuel de Odriozola, que tan útil- mente sirve á la historia y á la literatura patrias dando á la estam- pa documentos poco ó nada conocidos, es poseedor de una copia de los versos de Caviedes hecha en 1694...

»Caviedes no se contaminó con las extravagancias y el mal gus- to de su época, en que no hubo alumno de Apolo que no pagase tributo al gongorismo. En la regocijada musa de nuestro compa- triota no hay ese alambicamiento culterano, esa manía de lucir eru- dición indigesta, que afea tanto las producciones de los mejores in- genios del siglo XVII. A Caviedes lo salvarán de hundirse en el osario de las vulgaridades la sencillez y naturalidad de sus versos y la ninguna pretensión de sentar plaza de sabio. Décimas y román-

ig6 CAPÍTULO IX

ees tiene Caviedes tan frescos, tan castizos, que parecen escritos en nuestros días... En el género festivo y epigramático no ha producido hasta hoy la América española un poeta que aventaje á Caviedes. Tal es nuestra conciencia literaria. Las galanas espinelas á un mé- dico corcovado, á quien llama tnds doblado que capa de pobre cuan- do nueva, y

Más torcido que una ley

Cuando no quieren que sirva:

el sabroso coloquio entre la Muerte y un doctor moribundo; el re- piqueteado romance á la bella Anarda (l), y otras muchas de sus composiciones, no serían desdeñadas por el inmortal vate de la sátira contra el matrimonio.»

Reconoce Palma que los romances de Caviedes están afeados por gran número de expresiones groseras y malsonantes y de imágenes feas y nauseabundas; consecuencia, en parte, de los temas que, con predilección monótona, cultivó el poeta, acérrimo fustigador de la pedantería de los medicastros que infestaban la colonia, á quienes llamaba tumba con golilla y veneno con guantes (2). Pero con todos

(i) Este romance, tan sucio como ingenioso, comienza:

Purgando estaba sus culpas Anarda en el hospital ; Que estos pecados en vida Y en muerte se han de purgar...

y es imitación, no empeorada, del famoso de Quevedo:

Tomando estaba sudores Marica en el hospita

(2) No tiene reparo en estampar con todas sus letras, los nombres y ape- llidos de estos doctores,

Ignorantes majaderos. Que matan con libertad Más hombres en la ciudad Que el obligado cameros...

Su encono contra los médicos rayaba en monomanía, pero le faltaba la vena cómica de Tirso ó de Moliere. En el corto ámbito de sus romances casi im- provisados y muy desiguales, tiene ocurrencias felices, por ejemplo, el chis- toso «Memorial que presentó la Muerte al virrey Duque de la Palata cuando » se trataba de enviar buques y gente de guerra contra los corsarios y se » construían las murallas para resguardo de Lima», proponiendo como el me-

PERÚ 197

SUS defectos de pulcritud y de gusto, con todos sus resabios de poeta callejero y desmandado, Caviedes no debe ser confundido entre la turbamulta de imitadores de Quevedo que pululaban en España y sus colonias á fines del siglo xvii y principios del xvm, y si es hi- pérbole notoria compararle con su modelo, de quien no tiene ni la penetrante intención, ni la intensa y amarga ironía, ni la varia y

jor arbitrio enviar contra el enemigo una embarcación tripulada por médicos, boticarios, barberos y curanderos (los había de ambos sexos, según da á en- tender, y probablemente serian indias las que á esto se dedicasen). En el mis- mo género merecen citarse los versos á Machuca, por su nombramiento de médico de la Inquisición:

Ya los autos de la fe, Se han acabado sin duda, Porque de la Inquisición, Médico han hecho á Machuca. Relajados en estatua Saldrán judíos y brujas, No en persona, que estarán Ya relajados con purgas. Tan hechiceras como antes Serán las tristes lechuzas, Porque en manos del doctor Han de volar con unturas...

En sus rasguños picarescos aspira Caviedes á remedar la desgarrada bi- zarría de las jácaras de Quevedo, en cuya lectura estaba empapado. Véase, por ejemplo, esta sarta de apodos y denuestos contra el médico jorobado

Liseras:

Más doblado que un obispo Cuando en su obispado espira,

Y más que capa de pobre Cuando nueva algunos días: Más que bracelete vueltas, Más revueltas que una esquina, Más gradas que cementerio, Más rincones que cocina, Más hinchado que un abad. Más agachado que espina,

Y más embutido de hombros Que ignorante que se admira, Más tuerto que andar derecho Entre corchetes y escribas, Más torcido que una ley Cuando no quieren que sirva. Más escaso que banquete De poeta que convida... Más agobiado que un jaque,

igS CAPÍTULO IX

copiosa doctrina, ni la vasta concepción cómico-fantástica del mun- do, ni el raudal inagotable de lengua, ni las portentosas invenciones de estilo, todavía se le debe un puesto honroso entre los poetas pi- carescos y provocantes á risa, en el coro de Camargo y Zarate, Fray Damián Cornejo, Polo de Medina y Jacinto Alonso de Ma- luenda. El Duende del Parnaso^ no es indigno de figurar en el mismo estante que El Buen Humor de las Musas, El Tropezón de la risa y La Cozquilla del gusto.

Lazo entre la literatura peruana del siglo xvii y la del xviii fué la tertulia ó academia que en su palacio reunía por los años de 1 709 y 1 7 10 el Virrey Marqués de Castell-dos-Rius (D. Manuel Oms de Santa Pau de Sentmanat y Lanuza), antiguo embajador en París y

Más gibado que bocina,

Y en fin, en la espalda y pecho, Catafalco con ropilla.

Del cuadro de la taberna de Lepre parecen arrancadas las grotescas figu- ras de dos borrachos de Lima:

El Portugués y Piojito Viven piposos con alma,» Matusalenes de Pisco Sino Adanes de la Nasca (a),

Y jamás han visto nieve.

Ni saben si es negra ó blanca, Ni en sus hígados se han puesto Emplastos de verdolagas. Los mostos son sus cordiales, De aguardiente sus horchatas, Los pámpanos su achicoria,

Y estas hojas sus borrajas. Los lagares sus boticas.

Los azumbres son sus dracmas, Su boticario el pulpero

Y su doctor la parranda...

De muchas de las composiciones de Caviedes pueden entresacarse versos felices, pero apenas hay ninguna que integramente satisfaga. Son varias las que afectan la forma de pleito ó alegato judicial, que todavía estaba en boga por los tiempos de Bernat Baldoví y sus camaradas de La Risa, El Fandango y otros semanarios burlescos de mediados del siglo xix, que rara vez hacen reir por lo mismo que se lo proponen siempre.

(a) De los valles de Pisco y Nasca procedían los mejores aguardientes del Perú.

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en Lisboa, y aunque catalán, ardiente partidario de la causa de Fe- lipe V. Consérvanse las actas de estas reuniones literarias en un có- dice titulado Flor de Academias, que poseyó D. Pascual de Gayan- gos (l), y del cual nos ha dado peregrinas noticias el diligentísimo historiador de nuestra poesía del siglo xviii D. Leopoldo Augusto de Cueto, Marqués de Valmar. Los principales ingenios que concu- rrían á leer versos en esta academia eran: el presbítero D. Miguel Sáenz Cascante; el Padre maestro Fr. Agustín Sanz, Vicario de los Mínimos, calificador del Santo Oficio, confesor y consultor del Vi- rrey; el Marqués de Brenes (D. Juan Eustaquio Vicentelo y Tole- do), que había sido gobernador y capitán general de Tierra Firme; el Alguacil mayor de la Real Audiencia de Lima, D. Pedro José Bermúdez de la Torre; el Secretario del Virrey, D. Juan Manuel de Rojas y Solórzano, caballero de Santiago; el celebérrimo Dr. Peralta Barnuevo, catedrático de prima de Matemáticas en la Universi- dad, cosmógrafo é ingeniero mayor de los reinos del Perú; el festiva entremesista, D. Jerónimo de Monforte; el Marqués del Villar del Tajo, general de la mar del Sur; el Conde de la Granja D. Luis An- tonio de Oviedo y Herrera, gobernador de la provincia del Potosí. «El mal gusto de la época (dice el Sr. Cueto) rebosa en esta abundante colección de versos artificiales y conceptuosos... Pero

(i) Hoy está en nuestra Biblioteca Nacional. Otra copia, procedente de la colección del Sr. Zegarra, posee la Biblioteca Nacional de Lima, y de ella se ha valido D. Ricardo Palma para publicar íntegra la Blor de Academias (edi- ción oficial)^ Lima, oficina tipográfica de <'-El Tiempos, 1899.

El general Mendiburu (Diccionario histórico, t. vi, pág. 153) dice que v: algu- nas de estas poesías se publicaron en Lima á fines del siglo xviii, en el Diario erudito, cuyo editor consiguió el primer tomo de la colección y anunció exis- tir otras dos que estaba Solicitando. El Jfercnrio Pe?-nano, números 16 y 17 del mes de Febrero de 1791, insertó una relación histórica relativa á la aca- demia del Marqués de Castell-dos-Rius. Su autor fué el capitán D. Diego Ro- dríguez de Guzmán, quien como custodio del archivo conservó muchos apre- ciables papeles, entre ellos una colección de actas con 370 fojas, que llegó á manos de los editores de dicho Mercurio... En aquel tiempo aparecieron en Lima otras reuniones de personas estudiosas é ilustradas: el Marqués de Vi- llafuerte, fiscal de la Audiencia, fomentó en su casa una de estas apreciables asociaciones, y no lo fué menos la que cultivó en la suya la familia de Orrantia..>

MsNÍNDEü T Pklato. Poesía hisbano-americana. H. 13

200 CAPITULO IX

acaso por el aislamiento en que vivían los poetas en aquellas apar- tadas regiones, el cultismo ni subió allí á las nebulosas alturas de los Góngoras, ni descendió á la ruin y repugnante esfera de los Monto- ros. Los asuntos académicos son unas veces nobles y naturales, como, por ejemplo, á la victoria alcanzada por Felipe V en la ba- talla de Luzzara; otras, las más, son de aquellos que ponen en prensa el ingenio y provocan los juegos de metro y de palabra, los retruécanos y los conceptos. Ya expresan el rendimiento de amor á una dama, en redondillas, con la obligación de acabar cada una de ellas con un título de comedia; ya discurren sobre lo que bordaba Penélope en su famosa tela, ó sobre cuál es defecto más tolerable en la mujer propia, la necedad ó la fealdad; ya pintan á una dama en un romance con la precisión de haber de constar cada copla de un título de comedia, de otro de un libro, del nombre de una calle de Madrid ó Lima y de un refrán; ya, en fin, escriben romances que son al mismo tiempo latinos y españoles. En medio de estas y otras extravagancias semejantes, asoma á menudo la fantasía viva y fecunda de aquellos ingenios extraviados. El Virrey tenía en su pa- lacio un salón dispuesto para representaciones dramáticas. En algu- nas ocasiones se improvisaban comedias. Las reuniones empezaban con música, y el magnate mismo no se desdeñaba de tocar la guita- rra delante de aquellos poetas, amigos suyos predilectos, que si bien libres, traviesos y conceptuosos, no son en sus versos ni licenciosos ni chocarreros» (l).

A esta pintura, trazada de mano maestra, conviene añadir algu- nos rasgos individuales de los principales poetas. El Marqués de Castell-dos-Rius, traductor de los himnos del Angélico Doctor San- to Tomás, dio culto no sólo á las musas líricas, sino á las dramáticas, y además de varias loas insertas en el códice, sábese que compuso é hizo representar en su teatro privado una tragedia, ó más bien ópera, El Perseo, de la cual dice Peralta Barnuevo, en una de las notas de su poema Lima Fundada, que «tenía armoniosa música,

(i) Historia Critica de la Poesía Castellana en el siglo XVI 11... Tercera edición, corregida y aumentada. Tomo I... Madrid, Rivadeneyra, 1893 (t. xcvii de la Colección de Escritores Castellanos), páginas 83-91.

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preciosos trajes y hermosas decoraciones, y que en ella mostró el Virrey, no sólo la elegancia de su genio poético, sino la grandeza de su ánimo y el celo de su amor.»

«Tenía el Marqués perverso gusto poético (advierte el Sr. Cueto). Él es quien ponía á los asuntos académicos, en sus tertulias litera- rias, tantas pueriles dificultades métricas, indignas de la verdadera poesía; y se trasluce en la Noticia proemial de la Flor de Academias que el culto y elegante Virrey blasonaba de que en la suya «se ba- rbián hecho usuales los primores más difíciles» y «que continua- » mente se componían allí poesías, ya retrógradas^ ya con ecos^ pa- »ranomasias y otras delicadas armonías y artificiosas elegancias» (l).

, (i) Ampliando las noticias contenidas en su libro, nos facilitó nuestro ilus- tre compañero el Sr. de Cueto las muy interesantes notas que publicamos á <;ontinuación y que creemos útiles aun después de la publicación del Sr. Palma: Castell-dos-Rius (D, Manuel de Oms y de Santa Pau, Marqués de). Na- tural de Cataluña; Grande de España; Virrey del reino de Mallorca; Embaja- dor en Portugal y en Francia. Murió en Lima, á los sesenta años de su edad, el día 24 de Abril de 17 10, siendo virrey, gobernador y capitán general de los reinos del Perú, Tierra Firme y Chile.

Flor de Academias, que co?ttiene las que se celebraron eft el Real Palacio de ¿sta corte de Lima, en el gabinete del Excmo. Sr. D. Mamiel de Oms y de Santa Pau, olim de Sentmanat y de Lanuza, Marqués de Castell-dos-Rius... desde el lu- nes 23 de Septiembre del año de 170Q hasta el 24 de Abril de ijio. Es un códi- ce de 206 hojas, perteneciente á la preciosa colección de manuscritos del Sr. D. Pascual de Gayangos.

En este códice hay poesías de varios ingenios y algunas del Virrey. Todas conceptuosas, como de aquel tiempo. Para dar alguna idea de aquellas tertu- lias poéticas, copiaremos algunas palabras de la Noticia proemial de la Flor de Academias:

«Determinó (el Virrey) celebrar en su gabinete todos los lunes por la noche una academia, compuesta de aquellos caballeros sus más favorecidos y estimados, y que más inmediatamente y con mayor afecto le asistían... El orden que observó S. E. en las primeras academias, fué dar á todos los inge- nios un mismo asunto, á que compusiesen de repente, señalándoles también el metro en que habían de escribir, y un breve espacio de tiempo para co- rrer la pluma en su desempeño.

>Precedía á la composición poética la dulce armotiía. Música formada de diestras escogidas voces y varios sonoros instrumentos. Ostentaba el regio camarín, en el aparato magnífico de su opulencia, los preciosos adornos que

202 ' CAPITULO IX

D. Jerónimo de Monforte y Vera, poeta aragonés, se distinguía especialmente en la improvisación burlesca, y hay en el códice Flor de Academias muchas muestras de su jovial ingenio. En el prólogo se dice, hablando de él: «]\Iuy favorecido de las musas festivas, que le han inspirado las agradables poesías con que se han visto acredi- tados sus desvelos en los más plausibles teatros de Europa y en los más célebres Liceos de la América.» Residió muchos años en Lima» Con el título de El amor duende^ escribió un saínete que fué repre-

entre el lucimiento y la curiosidad dilataban los ánimos en el gusto y la ad- miración...

s>Á la ingeniosa tarea de las obras que se componían de repente, añadió su Excelencia la de que se hiciesen juntamente otras de pensado para traerlas el lunes siguiente...

»Su Excelencia había cultivado la claridad de su entendimiento con el continuo estudio de todas las letras que ilustran el ánimo de un generoso príncipe, y con el político manejo de sus altos empleos. Ninguna lengua de las célebres le fué extranjera.

>Lo que en todas las academias se escribió, es lo que contiene este li- bro. Pero era mucho más lo que se decía extemporáneamente á diferentes asuntos y argumentos que ofrecían la conversación, el acaso ó la controver- sia de diferentes materias, facultades y noticias, con admirable propiedad en la inteligencia de la filosofía y matemáticas, jurisprudencia, teología, historia, poética y razón de estado: usando en todo de rara novedad, sin que jamás se oyese composición ordinaria o' común... S. E. y los demás i?igenios habían hecho usuales los priinores más difíciles... En algunas ocasiones se vio tejida entre S. E. y los demás concurrentes una representación cómica con todos los rigores y preceptos del arte...

-Juzgo que en este libro ofrezco á la discreción una joya muy rica, com- puesta de peregrinas preciosidades, reservando para otro tomo las demás obras poéticas de S. E., y para otro las que se escribieron en los festejos cómicos para la celebridad de todas las Reales fiestas, y años de Sus Majesta- des y nacimiento de nuestro Príncipe; y en ese tomo ofrezco todas las loas que escribieron alternadamente S. E. y el Dr. D. Pedro José Bermúdez.»

Á la muerte del Marqués de Castell-dos-Rius, llorada sinceramente en Lima, escribieron versos varios ingenios del Perú. En el manuscrito Flor de Academias, hay composiciones consagradas á su gloriosa memoria, de D. Pe- dro Bermúdez de la Torre, del Ldo, D. Miguel Cascante, del Marqués de Brenes, del Conde de la Granja, de D. Juan José Bermúdez, de D. Mateo Mariano Bermúdez, de D. Pedro de Peralta, de D. Francisco Santos de la

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sentado en el Callao, en 1725, por la familia del Virrey Marqués de Castel -Fuerte , para celebrar la proclamación del rey. Luis I. En la Fama postuma, de Sor Juana Inés de la Cruz (1700), hay una elegía de Monforte, y son casi los únicos versos serios suyos que cono- cemos.

El Conde de la Granja, D. Luis Antonio de Oviedo y Herrera,

Paz, de D. Jerónimo de Monforte y del capitán D. Diego Rodríguez de

Guzmán.

Como muestra de esta poesía ingeniosa, pero desigual, enredada y con- ceptuosa, pondremos aquí un soneto del Conde de la Granja:

Á LA MUERTE DEL MARQUÉS DE CASTELL-DOS-RIUS, VIRREY DEL PERÚ

Canto, bien que no si canto ó lloro, Aun en sombras, la muerte esclarecida De un héroe que dio vida con su vida A ciencias y artes, y al castalio coro.

Varón de un siglo en que volvió el de oro. Pues gobernó con rienda tan medida, Que en la razón á la justicia unida Cifró del mando el principal decoro.

Discreto fué sin presunción de sabio: Supo hermanar con su saber su suerte, Supo lo que en mortal junto no cupo.

Igualó al de Demóstenes su labio; ¿Qué no supo él?... Él supo hasta en la muerte Lo más que hay que saber, pues morir supo. -

—Rojas y Solórzano (D. Juan Manuel de). Caballero de la Orden de San- tiago, Secretario del Virrey del Perú.

Era este ingenio de los que tomaban mayor parte en las academias poéti- cas que se celebraban en Lima en el palacio del Marqués de Castell-dos- Rius (1709 y 1 7 10). En el códice Flor de Academias hay muchas poesías suyas. Tenía viva fantasía, y es tal vez uno de los poetas malogrados por el perver- so gusto de la época. Creemos oportuno dar aquí una muestra de su estilo.

Era el 19 de Diciembre de 1709. La academia había de ser aquella noche más solemne y espléndida que de ordinario. Estaba consagrada á celebrar los años del rey Felipe V. Dióse principio á la función con una oración aca- démica de carácter fantástico, que fué recitada por D. Juan de Rojas, al son de una música suave. Así empieza esta oración poética:

iAh de la sacra mansión! ¡Ah del celeste pensil!

Mi acento escuchad.

Mi voz oid, Y al obsequio plausible concurra

204 CAPITULO IX

fué natural de Madrid, y Alvarez Baena le incluye entre sus hijos ilustres; pero por afecto y larga residencia pertenece al Perú, donde se avecindó definitivamente después de haber sido gobernador de la provincia de Potosí. Nos quedan, como principales muestras de su numen, el Poema sacro de la Passión de N. S. yesucrisío, que es un larguísimo romance, quizá el más largo que existe en castellano, á excepción de la Vida de la Virgen^ de D. Antonio de Mendoza; y otro poema, mucho más conocido y celebrado, en octavas reales,

De alados ingenios la turba sutil.

Mirad, advertid Que hoy el voto y el culto promete A osados alientos el premio feliz.

Hoy la noche se goce triunfante, Pues vagas sus sombras pudieron unir En mejor firmamento los astros Que en ella brillantes se miran lucir. Del aplauso las voces sonoras Escuche suspenso el celeste confín, Y del tiempo sus ecos heroicos En bronces eternos estampe e! buril.

Después pide el poeta á Apolo su favorable influjo en varias estrofas. He aquí algunas de ellas:

Ya que mi torpe diestra herir no sabe Plectro armonioso, cítara elocuente. Permítele pulsar hoy la cadente

Lira suave. Haz que el monte en mi voz glorias blasone, Triunfando del empeño victoriosa,

Y que mi tosca sien la desdeñosa

Dafne corone. Haz que mi helado espíritu se influya Del rayo que á tu espíritu merezca,

Y brille en él de suerte que parezca

Dádiva tuya.

Después canta en octavas reales algunas aventuras de Apolo, y, al referir la fuga de Dafne, proclama la excelencia del amor del corazón en esta nota- ble octava:

¡Oh vil pasión del apetito humano. Grosera adulación de los sentidos. Que igualas lo vulgar y soberano

PERÚ 205

que tiene por asunto la Vida de Santa Rosa de Lima, patrona del Perú (l). En calidad de tal poema, sin ser una maravilla, no es de las peores y más monstruosas obras de su género y de su tiempo, y sería grave ofensa compararle con la Hernandía, con La elocuencia del silencio y aun con Lima Fundada. El Conde de la Granja tiene más fantasía y versifica mejor que Peralta Barnuevo: la parte des-

Cuando formas dichosos de atrevidos!

Vuelve los ojos, y verás que ufano

Burla el desdén arrojos fementidos;

Que amor, si un alma en conquistar se esfuerza.

La vence por constancia, no por fuerza.

Bermúdez de la Torre y Solier (D. Pedro José). Doctor en ambos dere- chos; Alguacil Mayor de la Real Audiencia de Lima.

Uno de los poetas más abundantes é ingeniosos de aquellos que consti- tuían la tertulia poética del Virrey del Perú en los años de 1709 y 1710. El códice Flor de Academias dice del Dr. D. Pedro Bermúdez estas pala- bras: «Sus obras, estimadas aún en distantos climas, excusan mi alabanza.»

Sus romances, especialmente aquel en que describe la tela de Penélope (págs. 89-91), son de lo mejor que hay en la Flor de Acade?mas.

Nada impreso hemos visto de este poeta, á excepción de estas tres obras: Soneto destinado á ensalzar un mal poema de D. Francisco Santos de la Paz en elogio del Obispo de Quito, Virrey del Perú, D. Diego Ladrón de Gue- vara;

Aclamación afectuosa, en aplauso de la heroica acción que ejecutó el Serenísi- mo señor Principe de Asturias tnatando á tm toro en i¿n bosque poco distante de la ciudad de Sevilla en defetisa de la Princesa nuestra señora , el año pasado J72g. Es un romance endecasílabo, impreso en Lima en 1730;

Un soneto al mismo asunto.

Escribió varias loas.

A estos opúsculos citados por el Sr. Cueto, deben añadirse otros varios, casi todos de circunstancias, que enumera el Sr. de la Riva Agüero (La His- toria en el Per tí, pág. 323.)

Entre las mejores poesías contenidas en la Flor de Academias, deben con- tarse seis fábulas esópicas parafraseadas en variedad de metros por Cascante, el Marqués de Brenes, Rojas Solórzano, Bermúdez, Peralta Barnuevo y D. Je- rónimo de Monforte (acta 6.^, lunes, 28 de Octubre de 1709).

(i) Poema sacro de la Passión de N. S. Jesiichristo, que en un romance cas- tellano, dividido en siete Estaciones, escribía D. Luis Antonio de Oviedo Herrera y Rueda. Lima, Francisco Sobrino, 17 17; 4.°

Consta de mil doscientas cuarenta y cuatro coplas, todas con el mismo asonante:

206 CAPÍTULO IX

criptiva es amena y se lee con gusto. Pero su mérito literario, al fin mediocre, no salvaría el libro del olvido, si no fuesen de gran curio- sidad sus noticias, no sólo porque se refiere á la vida de la Santa más popular del mundo americano, sino por lo mucho que incluye de topografía é historia general del Perú. En este sentido tiene un valor local inapreciable. La descripción que en el primer canto se hace de las fábricas de la ciudad de Lima y fertilidad de sus valles; la valiente pintura de una erupción del Pichincha en el canto sex- to (l); el relato de las expediciones piráticas de los corsarios ingleses

¿Qué armada tropa es aquella, Que entre el horror de la noche Envuelta, abultando sombras, Da más cuerpo á sus horrores? Hurtándose al paso, marcha, Como que de se esconde Tan quedo, que aun no despierta A las soñolientas flores.

Vida de Satita Rosa de Sania María, nat7iral de Lifna y patraña del Peni, poema heroyco, por D. Luis Antonio de Oviedo y Herrera, Caballero del Orden

de Santiago, Conde de la Granja En Madrid, por Juan García Infanzón,

año de 171 1; 4.° El poema tiene doce cantos. Las aprobaciones del libro son extensas é interesantes. Los versos laudatorios, latinos y castellanos, perte- necen al P. José Francisco de la Reguera, prefecto de los Estudios Reales de Latinidad en el Colegio Imperial de Madrid; al Marqués de Miaña, consejero de Indias; á los dos famosos poetas dramáticos Zamora y Cañizares, al Padre jesuíta José Rodríguez, á D. Pedro de Urquiza y á un hijo del autor llamado como su padre.

En la segunda edición de este poema, hecha en Lima en 1S67 por el pres- bítero M. T. González La Rosa, se cometió el desacierto de suprimir las 82 páginas de preliminares.

Para hacerse cargo de la copiosa literatura antigua y moderna relativa á Santa Rosa de Lima, véase el esmerado Estudio Bibliográfico de D. Félix Cipriano C. Zegarra, publicado en 1886 con motivo del tercer centenario de la Santa. A 276 llegan las obras, de diversos países y lenguas, que directa ó incidentalmente tratan de la patrona de Lima, con ser tan moderna.

(i) Véase una octava de esta descripción, como muestra del estilo del

poeta:

Densos vapores su crestada cumbre Como penachos trémulos ondea; Anéganse en su propia muchedumbre,

PERÚ 207

y holandeses, el Draque, los dos A'quines y Espilberghen; el catálo- go rimado de los principales apellidos de la colonia, y otras muchas curiosidades que el libro contiene, le hacen digno de ser registrado por todo americanista; y hasta el mero aficionado á la poesía le hojea sin fastidio, recreado por la viva imaginación del autor, que le inspira máquinas é invenciones de carácter bastante original y romántico, como la historia del mágico Bilcadma y del inca Yu- pangui, encadenado por fatídico decreto á un risco de los Andes. Inferior al Conde de la Granja como poeta, pero muy superior á todos los peruanos y á la mayor parte de los españoles de su tiempo por las muestras de su saber enciclopédico y el número y variedad de sus escritos, se nos presenta el famoso polígrafo D. Pedro de Peralta Barnuevo, monstruo de erudición, de quien sus contempo- poráneos escribieron las cosas más extraordinarias. Valga por mu- chos el testimonio del P. Feijoo en su discurso sobre Españoles ame- ricanos (tomo IV, discurso 6.° del Teatro critico): «En Lima reside »D. Pedro de Peralta y Barnuevo, catedrático de prima de Matemá- »ticas, ingeniero y cosmógrafo mayor de aquel reino: sujeto de »quien no se puede hablar sin admiración, pues que apenas (ni aun »apenas) se hallará en toda Europa hombre alguno de superiores »talentos y erudición. Sabe con perfección ocho lenguas, y en todas »ocho versifica con notable elegancia. Tengo un librito que poco ha »compuso, describiendo los honras del señor Duque de Parma, que »se hicieron en Lima. Está bellamente escrito, y hay en él varios » versos suyos harto buenos, en latín, italiano y español (l). Es pro- » fundo matemático, en cuya facultad ó facultades logra altos crédi-

Representando asombros en la idea: En pavesas envuelta oculta lumbre, De sus entrañas, palpitante humea, Y con la llama, que discurre vaga, Todo se enciende; sólo el sol se apaga.

(i) Conocía además el griego, el inglés y el quechua. En francés dejó dos poemas manuscritos, El triunfo de Asfrea y La gloria de Luis el Grande, en alabanza, respectivamente, de Felipe V y de Luis XIV. Del italiano tradujo varias obras, y del latín la oda xiv del libro i.° de Horacio. (Vid. Monumentos literarios del Perú, por Guillermo del Río. Lima, 1812.)

208 CAPÍTULO IX

»tos entre los eruditos otras naciones, pues ha merecido que la »Academ¡a Real de las Ciencias de París estampase en su historia »algunas observaciones de eclipses, que ha remitido. Es historiador ;> consumado, tanto en lo antiguo como en lo moderno, de modo »que sin recurrir á más libros de los que tiene impresos en la »bibliotheca de su memoria, satisface prontamente á cuantas pre- »guntas se le hacen en materia 'de historia; sabe con perfección » (aquella de que el presente estado de estas Facultades es capaz) »la Filosofía, la Química, la Botánica, la Anatomía y la Medicina. »Tiene hoy (es decir, en 1 730 en que Feijoo escribía esto) sesenta »y ocho años ó algo más. En esta edad ejerce con sumo acierto, no »sólo los empleos que hemos dicho arriba, mas también el de con- fiador de Cuentas y particiones de la Real Audiencia y demás ^tribunales de la ciudad, á que añade la presidencia de una Acade- »mia de Matemáticas y Elocuencia que formó á sus expensas. Una » erudición tan vasta es acompañada de una crítica exquisita, de un ajuicio exactísimo, de una agilidad y claridad en concebir y expli- »carse admirables. Todo este cúmulo de dotes excelentes resplan- »decen y tienen perfecto uso en la edad casi septuagenaria de este » esclarecido criollo.»

¿Qué es lo que la posteridad ha dejado en pie de la fama cuasi mitológica de Peralta Barnuevó, atestiguada por hombre de tan independiente y severo juicio como el P. Feijoo, tan mal avenido con los errores de la opinión vulgar? Cuesta trabajo decirlo: poco más que un nombre que no despierta ya eco ninguno de gloria lite- raria. Sus obras no se leen ni en América ni en España, y como muchas son raras, y no creo que ninguna biblioteca las posea todas ni nadie las haya visto juntas, es posible que en algunas de ellas, especialmente en las de índole científica, que han sido hasta ahora las menos estudiadas (l), se contenga algo muy importante y que deje

(i) «Su verdadera vocación científica fué la de matemático y astrónomo. Las ciencias exactas constituyeron el principal objeto de sus tareas intelec- tuales; y las estudió, no tanto en la parte teórica, cuanto en las aplicaciones déla Astronomía, la Ingeniería Militar y Civil y la Metalurgia. En 1702 lo hallamos reconociendo el cometa visible en Lima, la noche del 26 de Febre-

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bien parado el entusiasmo del P. Feijoo. Desgraciadamente, como historiador y como poeta, sus obras son bastante conocidas para que pueda ser juzgado sin remisión. Su erudición era estupenda sin duda, pero indigesta y de mal gusto: su criterio histórico de los más inciertos y extravagantes: su estilo en prosa y en verso en- fático, retorcido y con todos los vicios de la decadencia litera- ria, que después del advenimiento de Luzán y de Feijoo no eran ya tolerables, ni aun en una remota colonia, de parte de un hom- bre que estaba en correspondencia con las principales Academias de Europa, Sus obras, entre grandes y pequeñas, suman el nú- mero de 48, y él ó sus panegiristas tuvieron la extravagante idea de ponerlas por el orden de las letras de su nombre y apellidos, de modo que reuniendo las primeras letras de cada título lee uno de corrido: El doctor Don Pedro de Peralta Barnuevo Rocha y Benavi- des. Hay entre ellas Observaciones astronómicas, Regulación del tiempo en treinta y cinco efemérides, Observaciones náuticas, un Sis- tema astrológico demostrativo, una Aritmética especulativa, un plan de fortificaciones para Buenos Aires y otro para Lima, hasta con- vertirla en inexpugnable; y otros tratados de Matemáticas, Ingenie- ría y Arte Militar; uno de Metalurgia, Nuevo beneficio de metales; otro Del origen de los monstruos; varios informes jurídicos, un Arte de ortografía, numerosas oraciones universitarias que pro- nunció siendo Rector, una notabilísima Relación del gobierno del virrey marqués de Castel-Fuerte; y, finalmente (y citaremos casi íntegra la fastidiosa portada, porque da cabal razón del contenido), la Historia de España vindicada, en que se hace su más exacta des- cripción, la de sus excelencias y antiguas riquezas: se prueba su pobla- ción, lengua y reyes verdaderos piimitivos, su conquista y gobierno por los carthagineses y romanos: se describe la verdadera Cantabria:

ro. En 1709 lo nombró el virrey marqués de Castell-dos-Rius, en reemplazo del flamenco Koening, catedrático de Prima de Matemáticas en la Universi- dad. Esta cátedra comprendía en sus enseñanzas las de Náutica y Pilotaje, y llevaba anexos generalmente los cargos de Cosmógrafo Mayor é Ingeniero del Virreinato. En desempeño de estas obligaciones, Peralta publicaba todos los años el calendario oficial ó Conocimiento de los iietnpos, acompañado de pronós- ticos astronómicos y también astrológicos, porque rindió cuantioso tributo á la

2IO CAPITULO IX

se fijan las más ciertas épocas ó raíces del Nacimiento y Muerte de Nuestro Salvador: se defiende irrefragablemente la venida del Apóstol Santiago^ la aparición de Nuestra Seño?'a al Santo en el Pilar de Zaragoza^ y las translaciones de su sagrado cuerpo: se vindica su histo?'ia pi'imitiva eclesiástica^ la de San Satur7ii)to, Sait Fermín, Osio y otros sucessos: se refieren las persecuciones, los mártyres y demás santos, los Concilios y Progressos de su Religión hasta el siglo sexto: la historia de los emperadores y de los grandes varones: el ori- gen é imperio de los Godos (Lima, 1730) (i). Libro es éste de más aparato que substancia, y del cual puede prescindir sin gran pérdida el estudioso investigador de las cosas de la España Antigua, pues si bien es cierto que Peralta aplica y maneja con desem^barazo los textos clásicos, y acierta en algunas cuestiones geográficas, como la del sitio de Cantabria, y combate con vigor los falsos cronicones, también lo es que en muchas otras cosas se muestra crédulo en de- masía, acepta como hechos reales los mitos de Gerión, Hesperis, Gargoris y Abidis, y los viajes de Baco acompañado de Pan, su te- niente general. Y por de contado pasa dócilmente por todas las tra- diciones de nuestra primitiva historia eclesiástica, á las cuales ya

Astrología, del propino modo que su coetáneo D. Diego de Torres y Villarroel, muy desemejante de él en vida é índole, pero émulo suyo en variedad de ap- titudes científicas y literarias... Suministró muchos datos cosmográficos al via- jero francés Frazier. Fué socio correspondiente de la Academia de Ciencias de París. En materia de Arquitectura Militar, imprimió, ya muy anciano, en 1740,1a disertación Lima inexpugnable, discurso kereoiectdr ico, en que demues- tra la incapacidad defensiva de las murallas hechas por el duque de la Palata y propone la construcción de una ciudadela. Compuso, igualmente, en su ca- lidad de Ingeniero mají^or del Virreinato, un informe manuscrito sobre las for- tificaciones de Buenos Aires; y en tiempos del marqués de Castell-Fuerte, ideó é hizo ejecutar en el Callao una gran empalizada, con el objeto de contener las aguas del mar, que batían y arruinaban los muros del puerto, escribiendo para ello dos Memorias detalladas, y formando el plano y el presupuesto de la obra». (Vid. Agüero: La Historia en el Peni, págs. 301-302.)

(i) Costeó la edición de este volumen, que en España es bastante raro, el rico caballero montañés D. Ángel Ventura Calderón Ceballos y Bustamante (primer Marqués de Casa-Calderón). La impresión es de las más esmeradas de la tipografía limeña y lleva estampas que dibujó «un varón religioso, grande en la cátedra y en el pulpito, y mayor en la virtud, cuyo nombre se oculta».

PERÚ 21 r

Ferreras y otros habían puesto tantos reparos. De aquí el olvido en que cayó muy pronto el libro, y lo poco que se le cita y consulta. En vísperas de la España Sagrada, era ya un producto anacrónico.

La obra poética más considerable de Peralta Barnuevo, y la única que todavía tiene algún lector, no á título de poema, sino de libro de historia americana, es Lima Fundada ó Conquista del Peni: Poema heroico en qtie se decanta toda la historia del descubrimiento y sujeción de sus provincias por D. Francisco Pizarro, y se contiene la serie de los Reyes, la historia de los Virreyes y Arzobispos que ha tenido, y la memoria de los Santos y Varones ilustres que la Ciudad y Reyno han producido (l). Y, hablando con entera propiedad, no puede decirse que se lea el poema, que es una mezcla extraña de gongorismo y de prosaísmo, reuniendo en las dos contrarias abe- rraciones del siglo XVII y del xviii, para que ningún rasgo de mal gusto le falte. Lo que se lee son las copiosas notas históricas y ge- nealógicas que recargan las márgenes (2).

Fué también Peralta Barnuevo poeta dramático, y bastante más feliz que en lo épico. Tenemos á la vista un códice de sus obras teatrales, que perteneció á la rica colección de nuestro difunto amigo D. José Sancho Rayón. En esta limpia y esmerada copia, que en el tejuelo se rotula Comedias del Fénix Americano, son tres las piezas incluidas: Jriunjos de amor y poder, comedia mitológica, cuyo asunto son las transformaciones de la ninfa lo y de Argos el vigilante, entre-

(i) Lima, por Francisco Sobrino y Dados, 1732. Dos vols., 4.° Versos lau- datorios de Ángel Ventura Calderón, Antonio Sancho Dávila Bermúdez de Castilla, Miguel Mudarra de la Serna Roldan, Francisco de Robles y Maldo- nado y José Berna). Este poema ha sido reimpreso en el t. i de la Colección de documentos literarios del Coronel Odriozola.

(2) Hay, sin embargo, de vez en cuando alguna octava no despreciable, por ejemplo, esta del canto 8.°:

En su horizonte el sol todo es aurora, Eterna el tiempo todo es Primavera, Sólo es risa del cielo cada hora, Cada mes sólo es cuenta de la Esfera. Son cada aliento un hálito de Flora, Cada arroyo una Musa lisonjera; Y los vergeles, que el confín le debe, Nubes fragantes con que el cielo llueve.

21-2 CAPITULO IX

mezcladas con los amores de Hipomenes y Atalanta; Afectos vencen finezas^ comedia calderoniana por el gusto de la de Afectos de odio y amor, ó la de Duelos de amor y lealtad; Rodoguna, que es la tra- gedia de Corneille acomodada á las condiciones del teatro español con bastante destreza, harto mayor que la que mostró Cañizares en su imitación de la Ingenia de Racine. Cada una de estas piezas lleva su loa, constando en la primera de ellas que la comedia Triunfos de amor y poder fué representada por orden del Excm.o. Sr. D. Diego Ladrón de Guevara, obispo de Quito y virrey del Perú, en celebra- ción de la victoria obtenida por las armas de Felipe V en los cam- pos de Villaviciosa el año 1710, y que Afectos vencen finezas sirvió para festejar los años de otro Virrey, el Arzobispo de la Plata don Diego Morcillo Rubio de Auñón. Completan el ramillete dos fines de fiesta y un entremés, con imitaciones visibles de Moliere en Le Médecin malgré lui y en Les Femmes Savantes (l). Este tomo debía publicarse íntegro, no sólo porque los versos cómicos y trágicos de Peralta Barnuevo valen harto más que sus octavas épicas, sino por ser sus obras de las más antiguas que en nuestro teatro encabezaron la imitación del teatro francés; y la Rodoguna probablemente anterior al Cinna del Marqués de San Juan, que se imprimió en 17 1 3) y que de seguro no fué destinada á las tablas, al paso que de la Rodoguna sabemos que se representó en Lima, y tenía todas las condiciones necesarias para la escena.

La celebridad literaria de Peralta Barnuevo, el cargo que varias veces tuvo de Rector de la Universidad de San Marcos y su propia afición á todo lo aparatoso y rimbombante, le convirtieron en obli- gado cronista de todos los festejos y fúnebres solemnidades de su tiempo, y proveedor incansable y polígloto de versos é inscripcio- nes para ellos. En este lamentable género de literatura compiló su- cesivamente los raros libros que llevan por títulos: Lima triunfante; Glorias de la América, juegos pythios y júbilos de la Minerva pe-

(i) Por el mismo tiempo, un desconocido poeta de Lima, llamado Villal- ta, terminó la comedia Amor es arte de amar, de la cual D. Antonio de Solís había dejado únicamente escrita parte de la primera jornada. También poseía esta continuación inédita el Sr. Sancho Rayón.

PERÚ 2 1 3

ruana^ en la entrada solemne del Marqués de Castell-dos-Rius (1708); el Panegírico y poesías con que se celebró la fausta feliz acción del recibimiento en las Escuelas del Virrey Principe de San- to Buono (i 7 17); El Templo de la Fama vindicado, y unas estan- cias panegíricas en italiano al Cardenal Alberoni (1720); los Júbilos de Lima y fiestas reales en los casamientos del Príncipe D. Luis (des- pués Luis Y) y de la Princesa de Orleans (1723); la Fúnebre pompa en las exequias del Duque de Pari¡ia{l'¡22))\ El Cielo en el Parnaso^ certa- men poético con que la Universidad de Lima festejó al Virrey Mar- qués de Villagarcía en 1 736; La Galería de la Omnipotencia, con mo- tivo de la canonización de Santo Toribio Alfonso de Mogrobejo; la Relación de la Sacra festiva poinpa en acción de gracias por la exal- tación á la cardenalicia dignidad de D. Gaspar de Molina (1739), el Parabién panegírico al nuevo arzobispo de Lima D. José Antonio Gutiérrez de Ceballos, y seguramente otras de que no tenemos noticia.

Era el poeta laureado de los Virreyes, y no se daba punto de reposo para hilvanar versos de circunstancias, no sólo en castellano, sino en latín, en italiano y en francés: su vena adulatoria y estrafa- laria llegó á un extremo casi de demencia cuando compuso el elo- gio del Virrey Armendáriz, Marqués de Castel-Fuerte, sin emplear en todo su discurso más letra vocal que la A. ¡Lástima de estudios tan torpemente malogrados! (l).

El ejemplo de Peralta Barnuevo, doblemente deplorable por los sólidos méritos da su varia doctrina, contagió á todos los poetas de certamen, que en número prodigioso hicieron rechinar las prensas de Lima con sus abortos durante todo el sig-lo xviii. No hubo su- ceso próspero ó infeliz que no se solemnizase con ridículos versos. La colección de estas antologías es manjar regalado para los biblió- filos; y el breve catálogo que de algunas de ellas presentamos en nota bastará á indicar, por la sola extravagancia de los títulos, lo

(i) Sobre Peralta Barnuevo publicó un importante estudio en la Revista ael Plata (tomos viii, ix y x) D. Juan María Gutiérrez.

El Sr. de La Riva Agüero, en su libro ya citado, añade muchas noticias; é importantes, aunque quizá demasiado apologéticas, consideraciones.

214 CAPITULO IX

depravado y absurdo de su contenido. Figuran en estos centones bastantes poetisas: Doña Violante de Cisneros, monja definidora en el monasterio de la Concepción; Doña María Manuela Carrillo de Andrade y Sotomayor, llamada en su tiempo la Lhnana Musa; Sor Rosa Corvalán; Doña Rosalía de Astudillo y Herrera; Doña Josefa Bravo de Lagunas, abadesa de Santa Clara, autora de un soneto á la muerte de la reina Bárbara, del cual son estos tercetos:

Descansa en paz, pues tu virtud me avisa La corona mejor que te declara El que allá en las estrellas te eterniza;

Que á para seguirte me prepara El religioso saco en su ceniza Del fin postrero la verdad más clara.

Pero es maravilla encontrar en medio de tal fárrago alguna cosa

racional: hay octavas en que todas las palabras empiezan con la

letra C:

¡Cielos! Cómo canciones cantaremos Con corazones casi consumidos...

versos en metáfora de música y en metáfora de imprenta; y se hace, sobre todo, grande ostentación de metrificar en diversidad de len- guas: en la Parentación solemne de la reina María Amalia de Sajo- nia (i 76 i), se emplean, no sólo el latín, italiano y francés, sino el in- glés, el alemán, el húngaro, el portugués, el catalán, el vascuence, el quichua y el dialecto de los indios de ]\Ioxos. ^Muchas cosas se enseñaban en la Universidad de San Marcos y en los colegios de la Compañía de Jesús; lo único que no se enseñaba era el buen gus- to (l). Estas coronas poéticas son, por decirlo así, las postreras he-

(i) Parentación Real al Soberano nombre é itimortal memoria del católiccr Rey de las España s y Emperador de las Indias... D. Carlos II, fúnebre solemni- dad y suntuoso mausoleo que en sus reales exequias en la Iglesia Aletropolítana de Lima consagró d sus piadosos manes el Excelentistmo Señor D. Melchor Portocarrero Laso de la Vega... Virrey, Goberfiador y Capitdii general de estos- reinos y provincias del Peni, Tierra Firme y Chile. Escríbela de orden de su Ex- celencia el R. P. J\I. Ir. José de Buendía, de la Compañía de Jesús. En la im-

PERÚ 215

ees del culteranismo, que en las colonias mantuvo su dominación medio siglo más que en la península.

Fué de los últimos y más disparatados poetas de ocasión un mozo andaluz, de bastante chispa, pero todavía de mayor notoriedad por sus travesuras y picara vida, que al fin dieron con él en el asilo de los Padres Betlemitas, maltrecho de cuerpo y agriado de voluntad.

prenta Real del Sa?ito Oficio y de la Santa Cruzada. Año de 1701. (Con una lá- mina que representa el túmulo).

Hay versos de veintiocho ó treinta poetas, todos obscurísimos, á excepción de Peralta Barnuevo.

Aplattso reverente y afectuoso de la Universidad de San Marcos á D. Diego Ladrón de Guevara, 1 7 1 1 ,

El Sol en el Zodiaco. Certamen poético en el solemne, triunfal recibimiento de D. Carmine Nicolás Caracholo, Principe de Santo Buono, 1717.

Cartel del certamen . El Theatro Jieroico. Certame^t poético de la Universidaa al recibimiento de D. Diego Morcillo Rubio de Atmo'n, 1720.

Cartel del certamen. El Jtípiter Olímpico. Para la festiva celebración poéti- ca de la Universidad d Morcillo Rubio de Auñóit, 1720.

Elisio Peruano. Solemnidades heroicas y festivas demostraciones de júbilos que se han logrado en la ?nuy Noble y muy Leal Ciudad de los Reyes, Lima, en la aclamación de D. Luis Primero, N. S. Las resume D. Gerónimo Fernández de Castro y Bocángel. Lima, por Francisco Sobrino, 1725. Tuvieron estas fiestas la rara condición de ser postumas, puesto que Luis Primero había fa- llecido en 31 de Agosto de 1724, y todavía en el Callao le estaban festejando á principios de Febrero de 1725. Se representaron con esta ocasión tres co- medias: Los Juegos Olímpicos, de Salazar y Torres; El Poder de la A?nistad, de Moreto; Para vencer amor querer vencerle, de Calderón. Para esta última com- puso Peralta Barnuevo una loa, Monforte un saínete y Fernández de Castro una introducción, zarzuela, baile y fin de fiesta para el Sarao de los Planetas. Todo viene inserto en el Elisio Peruano.

Parentación Real, sentimiento público, luctuosa pompa, fúnebre solemnidad, en las reales exequias de... D. Luis I, Católico Rey de las Españas y Emperador de las Indias. Suntuoso mausoleo que á su augusto nombre é inmortal memoria erigió en la iglesia de Liina el Exc?no. Sr. D. José de Armendáriz, Marqués de Castel-Fuerte, Virrey, etc. Escríbelo de orden de su Excelencia el R. P. Fr. To- más de Torrejón, de la Comp. de Jesris... Lima, imp. de la calle de Palacio, por Ignacio de Luna y Bohórquez, 1725, 4.°.

Fúnebre, religiosa pompa de nuestro Santísimo Padre Benedicto XIII, por Fr. Alonso del Río, 1 73 1.

Magnifica parentación y fúnebre pompa, en la ocasión de trasladarse... la se-

Meméüdkz r Pelayo. Poesía his^ano-americana. II. 14

2l6 CAPÍTULO IX

Llamábase el tal D. Esteban de Terralla y Landa: había sido coplero áulico del Virrey D. Teodoro de la Croix, y le llamaban el poeta de las adivinanzas^ por ser grande improvisador de acertijos para da- mas y galanes en las tertulias. Como obligado cantor de todo fes- tejo ó duelo público, dio á la estampa sucesivamente el Lamento -métrico general, llanto funesto y gemido triste por el nunca bien sen- tido doloroso ocaso de nuestro augusto monarca D. Carlos III [ij^g) (centón de sandeces y bufonadas tales, que, atendida la índole pi-

pultura... del cuerpo... de D. Diego Morcillo Rubio de Auñóii. Sácala á luz... el Dr. D. Alfonso Carrión y Morcillo. Lima, Antonio Gutiérrez de Ceballos. Año de 1744.

Hércules Aclamado de Minerva. Certamen poético de la Universidad al re- cibimiento del Virrey Manso, 1745.

Parentacio'íi Real, luctuosa pompa y suntuoso cenotafio que al augusto nom- bre y real memoria de D. Felipe V, Rey de las Espaiias y Emperador de las hi- dias... mandó erigir el Excmo. Sr. D. José Manso de Velasco, Virrey, etc.. Cuya relación escribe de orden de su Excelencia el Sr. D. Miguel Sáinz de Valdivielso Torrejón, abogado de esta Real Audiencia. Año de 1747. (Con una gran lámina, que representa el catafalco. )

El Día de Lima. Proclamación Real de Fernafido VI, 1748. No contiene más versos que una loa de D. Félix de Alarcón.

Plausibles fiestas que en la provÍ7icia de Guaylas consagró al Catholico Rey de las Españas, el Señor D. Fernando el Sexto, el amor y lealtad del general don Bartoloiné de Silva. Por D. Francisco Xavier de Villalta y Núñez. Lima, im- prenta de la calle de Palacio, 1749.

Relacióíi de las exequias y fúnebre pompa que á la memoria del muy alto y poderoso Señor D. Juan V... Rey de Portugal y de los Algarbes ma?idó erigir en esta capital de los Reyes el día 8 de Febrero de 1752 g/ Excmo. Sr. D. José Manso de Velasco..., Conde de Superunda..., Virrey, etc. De cuya orden la escribe el R. P. M. Fr. José Bravo de Rivera, de la Comp. de Jesús... Año de 1752.

Puntual descripción, fúnebre lamento y suntuoso túmulo de la regia, doliente pompa con que en la Iglesia Aíetropolitana de la ciudad de los Reyes, corte de la América Austral, mafidó solemnizar las reales exequias de la Sma. Señora Doña Mariana Josefa de Austria, rey fia fidelísima de Portugal y los Algarbes, el día 15 de Marzo de 1756, el activo celo del... Conde de Superunda, Virrey, etc., de cuyo superior mandato la escribe el R. P. Fr. Alejo de Ahites, del Orden Seráfi- co. Año de 1756.

Relación fúnebre de las reales exequias que á la triste memoria de la Sere- nísima Majestad de la itiuy alta y muy poderosa Sra. Doña María Bárbara de Portugal, Católica Reina de las Españas... maíidó celebrar... el Virrey D. José

PERÚ 217

caresca y maleante del poeta, quizá deban estimarse como pura y neta parodia de las relaciones de fiestas, al modo que antes lo había hecho el P. Isla en su Día grande de Navarra)^ la Alegría Univer- sal, Lima Festiva y encomio poético al recibimiento del virrey Gil de Lemiis (1790), El Sol en el Mediodía: año feliz y júbilo particular con que la Nación índica... solemnizó la exaltación al trono de Car- los IV (l/QO), poema descriptiv^o en endecasílabos pareados, con una introducción y once cantos, amén de muchas poesías líricas y

Manso de Velasco, Conde de Super-unda...^ de cuya orden la escribió el R. P. do- minico Fr. Mariano Lujan... Año de 1760.

Pompa funeral en las exequias del Católico Rey de España... D. Fernan- do VI, Nuestro Señor , que mando hacer en esta Iglesia Metropolitana de Lima, a 29 de Julio de 1760, el... Vii-rey... Conde de Super-unda. Descríbela por orden de Su Excelencia el P. Juan Antotiio Rivera, de la Compama de Jesús... Año de 1760.

Lima Gozosa. Descripción de la proclamación de Carlos III, 1760. No ha- biéndola visto, ignoro si contiene versos.

Parentación solemne que al nombre augusto y real memoria de la Católica Reina... Doña María Amalia de Sajonia... fnandó hacer en esta Satita Iglesia Catedral de Lima... el día 27 de Junio de 1716, el... Conde de Super-Unda, Vi- rrey, etc.. Y la escribe por orden de su Excelencia el P. Victoriano de Cuenca, de la Comp. de Jesús... Año de 1761.

El nuevo héroe de la fama. Certamen poético con que la Universidad de Lima celebró el recibimietito del virrey D. Manuel de Amat. Escribióle el Marqués de Casaconcha. Lima, imp. de los Niños Huérfanos, 1762.

Fúnebre pompa á la memoria de D. Juan de Castañeda, por Isidro José Gr- iega y Pimentel, 1763, No la he visto, é ignoro, por tanto, si contiene versos.

—Romance en la fiesta con que los Bailones de Lima celebraron la imagen de Ntra. Sra. de Monserrat, 1 766.

Romance d la entrada y ejercicio de fuego que hizo la tropa qtie volvió de Quito, 1768.

Relación de las reales exequias que d la memoria de la Reina Madre Doña Isabel Farnesio mandó hacer... el Excmo. Sr. D. Manuel de Amat y Juniet..., Virrey, etc.. De cuya orden la escribió D. José Antojiio Borda y Orozco, Coronel del Regimiento de dragones de Carabayllo... Año de 1768. Esta relación, ya de mejor gusto que las anteriores, no contiene más que algunos dísticos latinos, que se pusieron en el túmulo.

Lágrimas de Lima en las exequias de D. Pedro A. de Barroeta, por Joseph Potau, 1776.

Cartel del Certamen. Templo del honor y la virtud. En el plausible triunfal

21 8 CAPÍTULO IX

cuatro loas^ todo, al parecer, parto de su numen irrestañable. Pero ni este diluvio de versos de circunstancias, ni las poesías y artícu- los de costumbres, algunos bastante chistosos, como la Semana del currutaco de Lima, que hacía insertar en el Diario Erudito, le die- ron la notoriedad que el famoso libelo Lima por dentro y fuera, que por los años de 1792 escribió con el seudónimo áe Simón Ayanque (l).

recibimiento del Exento. Sr. D. Agustín de Jáuregui y Aldecoa, en la Real Uni- versidad de San Marcos de Lima... 1783.

Reales exequias que por el fallecimiettto del Señor Don Carlos III... mandó ce- lebrar... el Excmo. Sr. D. Teodoro de la Croix, del Orden teutónico..., Virrey, etc.. Descríbelas D. Juan Risco, Pbro. de la Congregación de San Felipe Neri. En la imprenta de Niños Expósitos. Año de 1789. No contiene poesías; pero el P. Ris- co asegura que pasaron de mil las que cubrían el túmulo, estatuas, pilares y muros de la iglesia. ¡Qué desastrosa fecundidad! Por las de Terralla, únicas que se imprimieron, podrá juzgarse lo que valdrían las restantes.

Convite métrico general en la proclamación de Carlos IV, 1789.

Descripción de las fiestas que celebró Lima d la exaltación de Carlos 1 V, 1 790.

Hay otras sin fecha, pero baste con las referidas, y en la Bibliografía de Me- dina se encontrarán todas. De algunas de ellas se da noticia en un ameno ar- tículo del Sr. Palma. (Tradiciones Peruanas, 2.^ serie, Lima, 1883), con el títu- lo de Los plañideros del siglo pasado.

(1) La edición que tengo á la vista es la siguiente: Lima por dentro y fuera. En consejos económicos, saludables, políticos y jiiorales que da un amigo á otro con motivo de querer dexar la ciudad de México, por pasar á la de Lima. Obra joco- sa y divertida. En que con salados conceptos se describen, además de otras cosas, las costumbres, usos y mañas de las madamitas de allí, de acá y de otras partes. La da á luz Simón Ayanque. Madrid, Villalpafido, 17 g8. 12.°

Mucho más ameno é interesante es un libro en prosa, publicado clandesti- namente en Lima (según la opinión más probable) con el título de El Laza- rillo de ciegos cami7iantes desde Buenos Ayres hasta Lima, con sus itinerarios se- gún la más puntual observación, con algunas noticias útiles á los nuevos Comer- ciantes que tratan en Muías; y otras Históricas. Sacado de las Memorias que hizo Don Alonso Car rió de la Vandera en este dilatado viaje, y Comisión que tubo por la Corte para el arreglo de Correos; y Estafetas, Situación y ajuste de Postas desde Montevideo. Por Don Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Con- colorcorvo, natural del Cuzco, que acompañó al referido Comisionado en dicho viaje, y escribió sus Extractos. Con licencia. En Gijón, en la imprenta de la Ro- vada. Año de 1773.

La Junta de Historia y Numismática Americana, bajos cuyos auspicios se publica una colección de libros raros é inéditos sobre la región del Río de la

PERÚ 219

Es una sátira contra la sociedad limeña en diez y siete romances de lo más pedestre, chabacano y grosero que puede leerse, llenos de alusiones sucias y nauseabundas, é inspirados, sin duda, por mó- viles de venganza, ruines y rastreros, como si el autor hubiese que- rido desquitarse en este solo libro del incienso que tan fastidiosa- mente habla quemado en los tres anteriores.

El Cabildo ó Ayuntamiento de Lima se ofendió gravemente de este librejo, y hasta intentó recogerle y proceder judicialmente con- tra su autor; pero como siempre la murmuración aplace á la mísera condición humana, los mismos peruanos contribuyeron á la divul- gación del pasquín que con tan feos colores los presentaba; y á des- pecho de lo baladí de su ejecución literaria, Lima por dentro y fuera fué reimpreso varia^veces en Cádiz, Madrid, México y Lima, y to- davía en 1854 se hizo una edición de lujo en París con graciosas ilustraciones de un dibujante limeño, muy superiores al texto. En cuanto á éste, hay que atenerse al parecer de D. Felipe Pardo (l): «Terralla no era escritor, ni satírico, ni poeta, sino un salvaje que se puso á decir en mal castellano y en renglones desiguales cuanta

Plata, ha hecho una esmerada reimpresión de este Lazarillo (Buenos Aires, 1908), con un prólogo de D. Martiniano Leguizamón.

Probablemente el apellido del autor es tan fingido como el pie de impren- ta. Es dudoso que se llamase Bustamente, y él mismo dice que se puso el nombre de Concolorcorvo, por tener el color de ala de cuervo. Se da por in- dio natural del Cuzco, y «descendiente de sangre real por línea tan recta como la del arco iris». Pero todo ello, por el modo de decirlo, parece una desvergonzada broma: «Yo soy indio neto, salvo las trampas de mi madre, de que no salgo por fiador». De todos modos, no se trata de un viaje imaginario, sino muy auténtico, que entre burlas y veras contiene curiosísimas descripcio- nes y picantes noticias de costumbres, por lo cual el historiador no puede ni debe desdeñarle, á pesar de las bufonadas que de vez en cuando le salpican. Los capítulos relativos al estado social de los indios, tienen cosas muy dignas de atención. En suma, pocos libi-os hay de su género y de su tiempo que se lean con tanto agrado como éste instructivo viaje por una vasta región de la América del Sur, cuyos territorios se reparten ahora la República Argentina, Bolivia y el Perú.

(i) En el prólogo de El Espejo de mi tierra.

Hay un artículo biográfico de Terralla en la 3.^ serie de las Tradiciones Pe- rua?ias de D. Ricardo Palma.

220 CAPITULO IX

torpeza le vino á las mientes.» Quizá los únicos versos suyos dignos de recordarse son algunos del romance en que hizo su testamento satírico.

Como si no bastase la epidemia de los certámenes, exequias y fiestas reales para dar libre curso al furor métrico de los innumera- bles poetastros que infestaban en el siglo xviii las orillas del Rimac, empezaron á escribirse en verso hasta los carteles de toros, y lo que es más, tuvo su Homero la estúpida lidia de gallos en el general D. Ignacio de Escanden, que en 1762 celebró en un romance, con el estrafalario rótulo de Época Galicana egíra Gali-lea, la apertura de la primera casa pública destinada á aquella bárbara diversión en la capital del Perú (l).

Pero aunque las manifestaciones escritas di la poesía fuesen en general tan infelices por el círculo estrecho y tri\ial en que se ma- lograba su cultivo, no dejaba Lima de ser la tierra fecunda en bue- nos ingenios que celebra elegantemente el P. Vaniére en el libro vi de su Prcedimn Riisticuní:

Fertilibus gens dives agris aurique metallo, Ditior ingeniis hominum...

Y cuando alguno de sus hijos, saliendo de la monotonía de la vida criolla, daba muestras de en las cortes de Europa, solía llevarse detrás de la admiración y los plácemes de los doctos, porque, como ya he dicho y conviene no olvidar, lo que faltaba en México y en Lima á mediados del siglo xviii no era caudal de ciencia, sino crítica y gusto (2). Tal se mostró en París aquel estudioso y polígloto

(i) Escandón publicó, además, un Poema ai celebridad del virrey D. Ma- nuel de Amat, y otros papeles en prosa y verso, que le acreditan de hombre de menguado caletre y estrafalario gusto.

(2) La enciclopédica cultura del Dr. Peralta Barnuevo se encuentra reno- vada con notables mejoras de juicio y gusto, en las numerosas obras de otro polígrafo limeño, D. José Ensebio de Llano Zapata, que fué como él matemático, astrónomo, naturalista, historiador, humanista y poeta de certa- men, aunque es este último concepto muy bueno para olvidado. Pero sus es- critos científicos son dignos de consideración, y están llenos del espíritu refor- mador del siglo xviii, con la circunstancia notable de no haber pisado nunca

PERÚ 2 21

joven D. José Pardo de Figueroa, sobrino del Marqués de Castel- Fuerte, de quien dice el mismo P. Vaniére que se hacía entender sin intérprete en todas las lenguas de Europa, y en ninguna ciudad podía considerársele como peregrino:

... si cuncti recte discantur ab uno; Linguarum morumque sciens interprete nullo, Europse varias gentes qui nuper obibat, Hospes ubique novus, nulla peregrinus in urbe.

Así también se hizo famoso en España y en Francia, no menos por sus talentos que por sus desgracias, D. Pablo de Olavide, en

las aulas de la Universidad limeña de San Marcos ni de otra alguna. No hizo más estudios que los de latinidad en el colegio de los Jesuítas, y en todo lo demás fué autodidacto. Desde su juventud se dedicó á la enseñanza privada de las humanidades, y fué el primero que dio lecciones de lengua griega en el Perú. Esta particular posición suya le hizo severísimo censor de los vicios de la ciencia oficial, y acérrimo enemigo de la Escolástica. «Todas son (decía en una de sus cartas) mentalidades, abstracciones y disputas bien inútiles; no se da un paso que no sea en esta parte con pérdida de tiempo, malogro de la juventud y ruina de los ingenios; tropiezos casi inevitables y que siempre han de salir de encuentro á todos los que se mezclan en cuestiones que ni en lo físico ni en lo moral traen algún provecho al espíritu de los hombres. Antes, si bien se contempla, vuelven inútiles todas las operaciones del entendi- miento, haciendo caer en una insensatez, furor y manía, si no es ya en un pirronismo confirmado. Esto desearía yo que conociesen todos los maestros; desterraran entonces de sus escuelas tantas inutilidades, sofisterías é imper- tinencias en que hasta ahora los tienen envueltos las observaciones del Peri- pato. Todas ellas no son otra cosa que unos trampantojos de las aulas, con que por lo común se engañan bobos y descaminan los incautos».

Llano Zapata, que hizo largos viajes por América y Europa, fijando por úl- timo su residencia en Cádiz desde 1756 hasta 1768 ó 1769, fecha probable de su muerte, no llegó á publicar sino muy pequeña parte de sus trabajos: en Lima, su Resolución físico-matemática sobre ios cometas (1744) y varias cartas, diarios y observaciones metereológicas con ocasión de los temblores de tierra de 1746 y 1748: en Cádiz y Sevilla algunas cartas críticas, eruditas y curiosas, al modo de las de Feijóo y Mayans. De estas cartas se formaron dos pequeñas colecciones en 1763 y 1764, pero quedaron inéditas ó se imprimieron sueltas muchas más. La muerte frustró el propósito que el autor tenía de recogerlas todas en una serie, que hubiera constado de seis volúmenes. Pero el trabajo de más empeño que acometió Llano Zapata fué una Historia Najural de Amé-

222 CAPITULO IX

quien, por decirlo así, se encarnó el espíritu innovador en tiempo de Carlos III. Sus obras son inseparables de su vida, y por eso con- viene indicar algo acerca de los sucesos capitales de su azarosa exis- tencia (l).

Olavide, nacido en Lima en 1725, discípulo aventajado de la Uni- versidad de San Marcos, donde recibió el grado de doctor en Cáno- nes á los diez y siete años de edad, opositor á cátedras, oidor de aquella Real Audiencia y auditor general de Guerra del virreinato del Perú, hubiera envejecido tranquilamente en su carrera de hombre de toga, si de repente no viniera á sacarle de la obscuridad el horri- ble terremoto de 1746. Cuando se trató de reparar los efectos de aquel desastre, mostró serenidad, aplomo y desinterés, y por su mano pasaron los caudales de los mayores negociantes de la plaza, dejándole con mucha reputación de íntegro. Pero no faltó quien murmurase de él, sobre todo por haber aplicado á la construcción de un nuevo teatro el fondo remanente después de aquella cala- midad. Se le mandó venir á Madrid á rendir cuentas. Propicia se le mostró la fortuna en España. Gallardo de aspecto, cortés, elegante y atildado en sus modales, ligero y brillante en su conversación,

rica, de la cual hoy sólo se conoce el primer tomo, que comprende el reino mineral. En el prospecto que presentó á Carlos III en 1761, anuncia el con- tenido de otros cuatro, que tratarían respectivamente del reino vegetal, del reino animal y de los grandes ríos Amazonas, Marañón, Paraguazú, Uriaparí y Magdalena, coronando toda la obra un volumen de suplementos y adicio- nes. El título general de la obra debía ser Memorias Físicas- Apologéticas déla Atnérica Meridional. El señor D. Ricardo Palma ha hecho el buen servicio de publicar la parte primera, única que ha llegado á nuestros días (Lima, 1904), añadiendo tres cartas curiosísimas que se imprimieron con el prospecto en 1759. En una de ellas se da noticia de varios escritores y poetisas peruanas, }' en otra se propone la fundación de una biblioteca pública en Lima.

El tomo publicado de las Metnorias no se contrae á la Mineralogía y sus aplicaciones, sino que contiene mucho de historia civil y de arqueología indígena.

(i) La mejor y más completa biografía que existe de Olavide es la del peruano D. J. A. de Lavalle (D. Pablo de Olavide: Apimtes sobre su vida y sus obras. Segunda edicio'71, Lima, 1885). El capítulo que en 1881 le dediqué en mis Heterodoxos Españoles (t. in) requiere ser adicionado con presencia de esta y otras publicaciones. Para entonces reservo la bibliografía del asunto.

PERÚ 223

cayó en gracia á una viuda riquísima, heredera de dos capitalistas, y logró fácilmente su mano. Desde entonces la casa de Olavide, en Leganés y en Madrid, fué una especie de salón, de los primeros que se conocieron en España. Olavide, agradable, insinuante, culto á la francesa, con aficiones filosóficas y artísticas, que alimentaba en sus frecuentes viajes á París, ostentoso y espléndido, corresponsal de los enciclopedistas y gran lector de sus libros, comenzó á hacer ruido- so alarde de sus tendencias innovadoras, que frisaban con la impie- dad declarada. El Conde de Aranda se entusiasmó con él y le pro- tegió mucho, haciéndole síndico personero de la villa de Madrid y director del Hospicio de San Fernando. Los ratos de ocio los dedi- caba á las bellas letras: puso en su casa un teatro de aficionados, como era moda en Francia, y como le tenía el mismo Voltaire en Ferney, y para él tradujo algunas tragedias y comedias francesas. Moratín (l) le atribuye sólo la Zehnira (traducción de Du Belloy), la Hipermenestra (de Lemierre) y El desertor francés (de Sedaine); pero D. Antonio Alcalá Galiano (2) añade á ellas una que corrió anónima de la Zaida («Zayre») de Voltaire, tan ajustada al original, que de ella se valió como texto D. Vicente García de la Huerta

(1) Catálogo de piezas dramáticas del siglo XVII^ pág. 329 del tomo de sus Obras, edición de Rivadeneyra.

(2) Lecciones de literatura del siglo XVIII... Madrid, Imprenta de la Socie- dad Literaria y Tipográfica, 1S43, pág, 243. La traducción de Olavide se im- primió dos veces en Barcelona, la primera sin año, la segunda en 1782, por Carlos Gibert y Tudó (Vid. Sempere y Guarinos, Escritores del reinado de Carlos ni, art. de Huerta). El Sr. D. Emilio Cotarelo, en Triarte y su época, Madridj 1897 (pág. 183), le atribuye, además, una traducción de la Fedra,de Racine, que se imprimió anónima, y añade que tradujo también £1 jugador, de Regnard, Casandro y Olimpia, de Voltaire, Lina, de Lemierre, y la Mérope del italiano Maffei; todas las cuales se representaron en los teatros de los Reales Sitios antes de 1771, y algunas de eflas en los de la Cruz y el Príncipe de Madrid. Una copia de Olimpia, con fecha de 1782, se conserva entre los manuscritos dramáticos de la Biblioteca Nacional (núm. 2.445 del Catálogo del Sr. Paz y Melia). También se atribuyen á Olavide las traducciones de dos óperas cómicas, Niñeta en la corte (de Favart) y El pintor enamorado de su mo- delo, de Anseaume, y es probable que haya otras entre el fárrago de versiones dramáticas del siglo xvni.

2 24 CAPITULO IX

para su famosa Jaira, convirtiendo los desmayados y rastreros ver- sos de Olavide en rotundo y bizarro romance endecasílabo. Real- mente Olavide poco tenía de poeta, ni en lo profano, ni en lo sagra- do, que después cultivó tanto: sus versos suelen ser mala prosa ri- mada, sin nervio ni calor ni viveza de fantasía. Aunque dotado de cualidades brillantes, era de instrucción flaca y superficial , y sin resistencia se dejó arrastrar por el torrente de la filosofía del si- glo XVIII, no al modo cauteloso que Campomanes y otros graves varones, sino con todo el fogoso atropellamiento de los pocos años, de las vagas lecturas y de la imaginación americana. Olavide cauti- vó, arrebató, despertó admiración, simpatía y envidia, y acabó por dar tristísima y memorable caída.

Pero antes la protección de Aranda le ensalzó á la cumbre, y en 1767 era ya Asistente de Sevilla é Intendente de los cuatro reinos de Andalucía. De aquel tiempo data su famoso plan de reforma de aquella Universidad, el más radicalmente revolucionario que se for- mulase por entonces, respirando todo él rabioso centralismo y odio encarnizado á las libertades universitarias, no menos que á los estu- dios de Teología y Filosofía, «cuestiones frivolas é inútiles, pues ó son superiores al ingenio de los hombres, ó incapaces de traer utili- dad, aun cuando fuese posible demostrarlas » Al lado de esto, el

plan contenía muy sanas advertencias para la reforma de los estu- dios de Matemáticas y Física, de Lenguas é Historia, las cuales, puestas en práctica, fueron elevando aquella célebre escuela al gra- do de prosperidad que alcanzaba á fines del siglo xviii. En todas las reformas de aquel reinado hay que distinguir la parte verdadera- mente útil y positiva, de los muchos sueños y temeridades infecun- das que se mezclaron con ella (l).

Olavide era un iluso de filantropía, pero con candida y buena fe, que á ratos le hace simpático. En Sevilla protegió á su modo las Letras y todavía más la Economía Política, y tuvo la gloria de alen- tar y guiar los primeros pasos de Jove-llanos. De la tertulia de Ola-

(1) Véase un amplio extracto de este plan en 1^ Reseña histórica de la Utiiversidad de Sevilla, por D. Antonio Martín Villa (Sevilla, 1886, pági- nas 36 á 59).

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vide, y con ocasión de una disputa sobre las innovaciones draniáti- cas de la Chausée y Diderot, salió la comedia de El_ Delincuente honrado^ tierna y bien escrita, aunque algo lánguida y declamatoria; como que su ilustre autor se propuso por principal fin en ella «ins- pirar aquel dulce horror con que responden las almas sensibles al que defiende los derechos de la hitmanidad->> . Rasgos tan candorosos como éste, y más cuando vienen de tan grande hombre como Jo ve- llanos, no deben perderse ni olvidarse, porque pintan la época me-; jor que lo harían largas disertaciones. La Julia y el Tratado de los delitos y de las penas entusiasmaban por igual á aquellos hombres; y para que la afectación llegase á su colmo, juntaban la mascarada pastoril de la Arcadia con la filantropía de los discípulos de Rous- seau, llamándose entre ellos ^ el mayoral J ovino y> y «.el facundo El- pino^. Este últino era Olavide, de quien Jove-llanos conservó siem- pre muy buen recuerdo, bastando la amistad de tal varón para ha- cer indulgente con él al más áspero censor. Ni en próspera ni en adversa fortuna le flaqueó el cariño de Jovino, que aun en 1/7^ describía en la epístola á sus amigos de Sevilla

Mil pueblos que del seno enmarañado De los Marianos montes, patria un tiempo De fieras alimañas, de repente Nacieron cultivados, do á despecho De la rabiosa envidia, la esperanza De mil generaciones se alimenta: Lugares algún día venturosos, Del gozo y la inocencia frecuentados.

Y con la triste y vacilante sombra Del sin ventura Elpino ya infamados

Y á su primer horror restituidos.

Entre los mil proyectos, más ó menos razonables ó utópicos, que en aquella época de furor económico se propalaban para remediar la despoblación de España y abrir al cultivo las tierras eriales y baldías, era uno de los más favorecidos por la opinión de los gober- nantes el de las colonias agrícolas. Ya Ensenada había pensado establecerlas, y en tiempo de Aranda volvió á agitarse la idea con ocasión de un Memorial de cierto arbitrista prusiano, D. Juan Gas-

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par Thurricgel. Campomanes entró en sus designios, redactó una consulta favorable en 2/ de Febrero de 1 767, y sin dilación comen- zó á tratarse de poblar los yermos de Sierra Morena, albergue has- ta entonces de foragidos, célebres en los romances de ciegos, y terror de los hombres de bien. Thurriegel se comprometió á traer, en ocho meses, seis mil alemanes y flamencos católicos , y la con- cesión se firmó el 2 de Abril de 1767, el mismo día que la pragmá- tica de expulsión de los jesuítas.

Para establecer la colonia fué designado, con título de Superin- tendente, Olavide, como el más á propósito por lo vasto y empren- dedor de su índole. No se descuidó un punto, y con el ardor propio de su condición novelera y con amplios auxilios oficiales, fundó en breve plazo hasta trece poblaciones, muchas de las cuales subsisten para gloria imperecedera de su nombre. Por desgracia propia, el Superintendente no se detuvo en la poesía bucólica, y pronto em- pezaron las murmuraciones contra él entre los mismos colonos. Un suizo, D. José Antonio Yauch, se quejó, en un memorial de 14 de Marzo de 1769, de la falta de pasto espiritual que se advertía en las colonias, á la vez que de malversaciones, abandono y malos trata- mientos á los nuevos pobladores. Confirmó algo de estas acusacio- nes el Obispo de Jaén: envióse de visitadores al Consejero Valiente, á D. Ricardo Wall y al Marqués de la Corona, y tampoco fueron del todo favorables á Olavide sus informes. Entre los colonos habían venido disimuladamente algunos protestantes, y en cambio faltaban clérigos católicos de su nación y lengua. De conventos no se hable: Aranda los había prohibido para entonces y para en adelante, en términos expresos, en el pliego de condiciones que ajustó con Thu- rriegel. Al cabo vinieron de Suiza capuchinos, y por superior de ellos ¥r. Romualdo de Friburgo, que escandalizado de la libertad de los discursos del colonizador, hizo causa común con los muchos enemigos que éste tenía dentro del Consejo y entre los émulos de Aranda. Las imprudencias, temeridades y bizarrías de Olavide iban comprometiéndole más á cada momento. Ponderaba con hipérboles asiáticas el progreso de las colonias, y sus émulos lo negaban todo. Él se quejaba de que los capuchinos le alborotaban la colonia, y ellos de que pervertía a los colonos con su irreligión manifiesta. AI

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cabo, Fr. Romualdo de Friburgo delató en forma á Olavide, en Sep- tiembre de 1/75) poí" hereje, ateo y materialista, ó á lo menos natu- ralista y negador de lo sobrenatural, de la Revelación, de la Provi- dencia y de los milagros, de la eficacia de la oración y buenas obras; asiduo lector de Voltaire y de Rousseau, con quienes tenía frecuente correspondencia; poseedor de imágenes y figuras desnudas y libidi- nosas; inobservante de los ayunos y abstinencias eclesiásticas y dis- tinción de manjares; profanador de los días de fiesta, y, finalmente, hombre de mal ejemplo y piedra de escándalo para sus colonos. A estos graves cargos se añadían otros enteramente risibles, como el de defender el movimiento de la tierra y oponerse al toque de las campanas en días de nublado.

El Santo Oficio impetró licencia del Rey para procesar á Olavi- de, aprovechando la caída y ausencia de Aranda. Se le mandó venir á Madrid para tratar de asuntos relativos á las colonias. Él temió el nublado que se le venía encima, y escribió á su amigo Roda pidién- dole consejo. En la carta, que es de 7 de Febrero de 1 776, le decía: «Cargado de muchos desórdenes de mi juventud, de que pido á Dios perdón, no hallo en ninguno contra la religión. Nacido y criado en un país donde no se conoce otra que la que profesamos, no me ha dejado hasta ahora Dios de su mano por haber faltado nunca á ella: he hecho gloria de la que, por gracia del Señor, ten- go; y derramaría por ella hasta la última gota de mi sangre Yo

no soy teólogo, ni en estas materias alcanzo mas que lo que mis padres y maestros me enseñaron conforme á la doctrina de la Igle- sia Y estoy persuadido de que en las cosas de la fe de nada sirve

la razón, porque nada alcanza , siendo la dócil obediencia el me- jor sacrificio de un cristiano »

Que Olavide ocultaba ó desfiguraba aquí una parte de la verdad parece claro, no sólo por las resultas del proceso, sino por el valor autobiográfico que unánimemente conceden sus biógrafos á las confe- siones de El Evangelio en Triunfo^ donde se leen pasajes como éste: «La lectura de los libros filosóficos había pervertido enteramente mis ideas. Yo había concebido, no sólo el más alto desprecio, sino también la adversión más activa contra todo lo que pertenecía á la Iglesia. Creyendo que el cristianismo era una invención humana.

228 CAPITULO IX

como todas las religiones, no podía mirar la Iglesia sino como el hogar ó centro de sus principales ministros, que abusaban de la cre- dulidad en favor de sus intereses. Todas sus sociedades me parecían cavernas de impostores, sus creencias ridiculas, sus ritos irriso- rios » (Carta segunda).

Roda, que tenía en el fondo tan poca religión como Olavide, pero que á toda costa evitaba ponerse en aventura, le dejó en manos del Santo Oficio, contentándose con recomendar la mayor lenidad posible al Inquisidor general. Éralo entonces el antiguo Obispo de Salamanca D. Felipe Beltrán, varón piadoso y docto, no sin alguna punta de regalismo, é inclinado por ende á la tolerancia con los innovadores, aunque en este caso no lo mostró mucho. De grado ó por fuerza, tuvo que condenar á Olavide; pero le excusó la humi- llación de un auto público, reduciendo la lectura de la sentencia á un autillo á puerta cerrada, al cual se dio, sin embargo, inusitada solemnidad. Verificóse ésta en la mañana del 24 de Noviembre de 1778, con asistencia de varios grandes de España, consejeros de Hacienda, Indias, Ordenes y Guerra, oficiales de guardias y padres graves de diferentes religiones. Aquel acto tenía algo de conmina- torio: la Inquisición, aunque herida y aportillada, daba por última vez muestra de su poder, ya mermado y decadente, abatiendo en el Asistente de Sevilla al volteranismo de la corte y convidando al triunfo á sus propios enemigos.

Olavide salió á la ceremonia sin el hábito de Santiago (de cuya Orden era caballero), con extremada palidez en el rostro y conduci- do por dos familiares del Santo Oficio. Oyó con grandes muestras de terror la lectura de la sentencia, y al fin exclamó: «Yo no he perdido nunca la fe, aunque lo diga el fiscal.» Y tras esto cayó en tierra desm.ayado. Tres horas había durado la lectura de la sumaria: los cargos eran sesenta y seis, confirmados por setenta y ocho tes- tigos. Se le declaraba hereje convicto y formal, miembro podrido de la religión; se le desterraba á cuarenta leguas de la corte y sitios reales, sin poder volver tampoco á América, ni á las colonias de Sierra-Morena, ni á Sevilla; se le reclnía en un convento por ocho años para que aprendiese la doctrina cristiana y ayunase todos los viernes; se le degradaba y exoneraba de todos sus cargos, sin que

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pudiese en adelante llevar espada, vestir oro, plata, seda ni paños de lujo, ni montar á caballo; quedaban confiscados sus bienes é in- habilitados sus descendientes hasta la quinta generación. Cuando volvió en sí, hizo la profesión de fe, con vela verde en la mano, pero sin coroza, porque le dispensó de ello el Inquisidor, lo mismo que de la fustigación con varillas.

Los enemigos de Olavide (que tenía muchos por su rápido en- cumbramiento y por el asunto de las colonias) se desataron contra él indignamente después de su desgracia. Corre manuscrita entre los curiosos una sátira insulsa y chabacana, cuyo rótulo dice: El Siglo Ilustrado., vida de D. Gtiindo Cerezo., nacido., educado., ins- truido y muerto según las luces del presente siglo, dada á luz para seguro modelo de las costumbres , por D. Justo Vera de la Vento- sa (i). Es un cúmulo de injurias sandias, despreciables y sin chis- te. Por no servir, ni para la biografía de Olavide sirve, porque el anónimo maldiciente estaba muy poco enterado de los hechos y aventuras del personaje contra quien muestra tan ciego ensaña- miento.

Olavide era una cabeza ligera, menos perverso de índole que lar- go de lengua, y sobre él descargó la tempestad, mientras que por más disimulados ó más poderosos seguían impunes sus antiguos pro- tectores los Arandas y los Rodas, enemigos mucho más peligrosos de la Iglesia. Comenzó por abatirse y anonadarse bajo el peso de aquella condenación infamante; pero luego vino á mejores pensa- mientos, y la fe volvió á su alma. Retraído en el IMonasterio de Sa- hagún, sin más libros que los de Fr. Luis de Granada y el P. Seg- neri, tornó á cultivar con espíritu cristiano la poesía, que había sido recreación de sus primeros años, y compuso los únicos versos suyos que no son enteramente prosaicos. Llámanse en las copias manus- critas Ecos de Olavide, y vienen á ser una paráfrasis del Miserere, que luego incluyó retocada en su tradución completa de los Salmos del Real Profeta {2).

(O Tres distintas copias de esta sátira han llegado á nuestras manos.

(2) Señor, misericordia; á tus pies llega

El mayor pecador, mas ya contrito, Que á tu infinita paternal clemencia

230 CAPITULO IX

El arrepentimiento de Olavide ya entonces parece sincero, pero aún no había echado raíces bastante profundas. Burlando la con- fianza del Inquisidor general, no sin connivencia secreta de la corte, huyó á Francia, y allí vivió algunos años con el supuesto título de Conde del Pilo, trabando amistad con varios literatos franceses, es- pecialmente con el caballero Florián, ingenio amanerado, discreto fabulista y uno de los que acabaron de enterrar la novela pastoril. Olavide le ayudó á refundir la Galaica de Cervantes, mereciendo que en recompensa le llamase «español tan célebre por sus talentos como por sus desgracias».

Los enciclopedistas recibieron con palmas á Olavide. Diderot es- cribió una noticia de su vida (l). Marmontel le saludó en sesión pública de la Academia Francesa con estos enfáticos versos:

Le citoyen flétri par l'absurde fureur D'un zéle mille fois plus aflfreux que l'erreur, Au pied d'un tribunal que la lumiére oífense, Acensé sans témoins, condamné sans défens'e, Pour avoir méprisé d'infámes délateurs, En peuplant les déserts d'heureux cultivateurs; Qu'il regarde ees monts fleurit l'industrie, Et fier de ses bienfaits, qu'il plaigne sa patrie. Le temps la changera, comm'il a tout changé: D'une indigne prison Galilée est vengé.

Pide humilde perdón de sus delitos.

Á mis oídos les darás entonces Con tu perdón consuelo y regocijo, Y mis huesos exánimes y yertos Serán ya de tu cuerpo miembros vivos.

Porque si quisieras otra ofrenda, Ninguna te negara el amor mío, Pero no quieres más holocausto Que un puro amor y un ánimo sumiso.

Señor, pues amas y deseas tanto A tu siervo salvar, dispon benigno Que en la inmortal Jerusalem del alma Se labre de tu amor el edificio.

(1) Vid. en las obras de Diderot, ed. Assézat (1875), tomo vi, págs. 467- 472: D. Pablo Olavides {^\z)^précis historique rédigé sur des ménioires fourtiis a M. Diderot par wn ami.

PERÚ 231

Estas injurias en acto solemne exasperaron al Gobierno español, y Floridablanca reclamó la extradición de (^lavide en 1 781; pero el Obispo de Rhodez, en cuya diócesis se había refugiado, le dio me- dios para huir á Ginebra. El Cardenal de Brienne volvió á abrirle poco después las puertas de Francia, y la Convención le llamó á la barra para decretarle una corona cívica y el título de ciudadano adoptivo de la República una é indivisible. Dicen (aunque no he podido comprobarlo) que entonces, volviendo á hacer alarde de sus antiguas ideas, escribió contra las órdenes monásticas, y compró gran cantidad de bienes nacionales. La conciencia no le remordía aún y esperaba vivir tranquilo en cómodo, aunque inhonesto retiro, lejos del tumulto de París, en una casa de campo de Meung-sur- Loire que había pertenecido á los obispos de Orleans. Pero no le sucedió como pensaba. Dejémosle hablar á él en mal castellano, pero con mucha sinceridad:

«La Francia estaba entonces cubierta de terror y llena de prisio- nes. En ellas se amontonaban millares de infelices, y los preferidos para esta violencia eran los más nobles, los más sabios ó los hom- bres más virtuosos del reino. Yo no tenía ninguno de estos títulos, y, por otra parte, esperaba que el silencio de mi soledad y la obs- curidad de mi retiro me esconderían de tan general persecución. Pero no fué así. En la noche del 16 de Abril de 1 794, la casa de mi habitación se halló de repente cercada de soldados, y por orden de la Junta de Seguridad general fui conducido á la prisión de mi de- partamento. En aquel tiempo la persecución era el primer paso para el suplicio. Procuré someterme á las órdenes de la divina Providen- cia... Pero ¡pobre de mí!, ¿qué podría yo hacer? Viejo, secular, sin más instrucción que la muy precisa para mismo, y encerrado en una cárcel con pocos libros que me guiasen, y ningunos amigos que me dirigiesen» (i).

Y más adelante Olavide se retrata en la persona de aquel «filó- sofo que no dejaba de tener algún talento y que nació con muchos

(i) El Evangelio en Triumpho ó Historia de zm filósofo desengañado. Ter- cera edición... En Valencia, en la imprenta de Orga. Año 1798. Tomo i, pá- gina vni.

Menésdez y PíUíyo.— Poesía hisJ>ano-americana. II. 15

232 CAPÍTULO IX

bienes de fortuna. Pero habiendo recibido en su niñez la educación ordinaria, había aprendido superficialmente su religión; no la había estudiado después, y en su edad adulta casi no la conocía, ó, por mejor decir, sólo la conocía con el falso y calumnioso semblante con que la pinta la iniquidad sofística... Un infortunio lo condujo á donde pudiese escuchar las pruebas que persuaden su verdad; y á pesar de su oposición natural y, lo que es más, de sus envejecidas malas costumbres, no pudo resistir á su evidencia, y después de quedar convencido, tuvo valor, con la asistencia del cielo, para mu- dar sus ideas y reformar su vida».

Dudar de la buena fe de estas palabras y atribuirlas á interés ó á miedo, sería calumniar la naturaleza humana y no conocer á Olavi- de, alma buena en el fondo y con semillas cristianas, por mucho que hubiese pecado de vano, presumido y locuaz.

No dudo, pues (aunque lo negasen los viejos por la antigua mala reputación de Olavide), que su conversión fué sincera y cumplida y no una añagaza para volver libremente á España. Léase el libro que entonces escribió, El Evangelio en triunfo ó historia de un filó- sofo desengañado^ donde si la ejecución no satisface, el fondo, por lo menos, es intachable, sin vislumbres, ni aun remotos, de doblez ó de hipocresía.

Pocos leen hoy este libro, pero conserva nombradía tradicional por circunstancias no dependientes de su mérito. El autor era un impío convertido, penitenciado por el Santo Oficio, espectador y víctima de la Revolución francesa. Sus extrañas fortunas hacían que unos le mirasen con asombro, otros con recelo, achacando el extraordinario y súbito cambio de sus ideas, éstos á propio interés y móviles mun- danos, aquéllos á la dura lección del escarmiento. Acertaban estos últimos, como luego lo mostró la vida austera y penitente de Olavide y su muerte cristianísima. Dios había visitado terriblemente aquella alma, que no hubiera podido levantarse sin un poderoso impulso de la gracia divina. Todas las páginas A^ El Evangelio en triunfo, libro, por otra parte, mediano, porque no alcanzaba á más el talento de su autor, respiran convicción y fe. Fué, sin duda, obra grata á los ojos de Dios, expiación de anteriores extravíos, y buen ejemplo, que por lo ruidoso de quien le daba hizo honda impresión en el ánimo de

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muchos, y trajo á puerto de salvación á otros infelices como el au- tor. Así debe juzgarse El Evangelio en triunfo, más como acto pia- doso que como libro. Fué la abjuración, la retractación brillante de un incrédulo, la reparación solemne de un pecado de escándalo. Imagínese el poder de tal ejemplo á fines del siglo xviii, y cuan hon- damente debió de resonar en las almas aquella voz que salía de las cárceles del Terror, adorando y bendiciendo lo que toda su vida había trabajado por destruir. El éxito fué inmenso: en un solo año se hicieron tres ediciones de los cuatro voluminosos tomos de El Evangelio en triunfo.

Con todo eso, la malicia de algunos espíritus suspicaces no dejó de cebarse en las intenciones del autor. Decían que exponía con mucha fuerza los argumentos de los incrédulos contra la divinidad de Jesucristo y la autenticidad de los libros santos, y que se mos- traba frío y débil en la refutación. Algo de verdad puede haber en esto, pero por una razón que fácilmente se alcanza; Olavide había vuelto sinceramente á la fe, pero con la fe no había adquirido la ciencia teológica ni el genio de escritor que nunca tuvo. Su lectura predilecta y continua durante la mayor parte de su vida, habían •sido las obras de Voltaire y de los enciclopedistas: aquello lo cono- cía bien, y estaba muy al tanto de todas las objeciones. Pero en teo- logía católica y en filosofía cristiana claudicaba, porque jamás las había estudiado (como él mismo confiesa) ni leído apenas libro algu- no que tratase de ellas. Así es que su instrucción dogmática, á pesar de las buenas lecturas en que se empeñó después de su conversión, no pasaba de un nivel vulgarísimo, bueno para el simple creyente, pero no para el apologista de la religión contra los incrédulos. Ade- más, como su talento, aunque lúcido y despierto, no se alzaba mu- cho de la medianía, tampoco pudo suplir con él lo que de ciencia le faltaba; así es que resultaron flojas algunas partes de su apolo- gía, si bien, á fuerza de sinceridad y de firmeza, y de ser tan bur- da la crítica religiosa de los volterianos, fácilmente suele lograr la victoria.

Literariamente, el libro de Olavide vale poco, y está escrito me- dio en francés (como era de recelar, dadas sus lecturas favoritas y su larga residencia en París); no sólo atestado de galicismos de pa-

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labras y de giros, sino de rasgos enfáticos y declamatorios de la peor escuela de entonces. Pero también tiene en muchos pasajes unción y íervor, y aunque siempre sea peligrosa la excesiva inter- vención del sentimiento en tesis dogmáticas, no hay duda que lo que en el libro interesa principalmente es el drama psicológico de la conversión del impío, la historia de los combates de su propia alma, de la cual el autor levanta todos los velos. Es cierto que á la fuerza teológica de los argumentos del libro daña esta especie de novela lacrimosa, en que están como ahogadas la preparación y la demos- tración evangélicas. Quizá Olavide debió escoger entre escribir una defensa de la religión, ó escribir sus propias Confesiones. Prefirió mezclar ambas cosaSj y resultó una producción híbrida; pero que tal como está, fué de las primeras en que el espíritu de restauración religiosa invocó los auxilios de la imaginación y del sentimiento, uno de los precedentes indudables de El Genio del Cristianismo; razón bastante poderosa para que no se la pueda olvidar en la cro- nología literaria.

Del éxito inmediato tampoco puede dudarse. Publicada en Va- lencia en 1798, sin nombre de autor, llegó hasta el último rincón de España, provocando una reacción favorable á Olavide. Aquel mismo año se le permitió volver á la Península, después de diez y ocho de expatriación, y no sólo se le reintegró en todos sus ho- nores, sino que llegó la munificencia de Carlos IV hasta confe- rirle una pensión anual de 90.000 reales, extraordinaria para aque- llos tiempos y aun para éstos, pero que se consideró sin duda como indemnización de anteriores quebrantos y confiscaciones. Para la mayor parte de los españoles, su nombre y sus aventuras eran objeto de admiración y de estupor. Los vientos empezaban á correr favo- rables á sus antiguas ideas; pero Dios había tocado en su alma, y le llamaba á penitencia. Desengañado de las pompas y halagos del mundo, rechazó todas las ofertas del ministro ürquijo y de Go- doy, y se retiró á una soledad de Andalucía, donde vivió como filósofo cristiano, pensando en los días antiguos y en los años eter- nos^ hasta que le visitó amigablemente la muerte en Baeza el año 1804, dejando con el buen olor de sus virtudes edificados á los mis- mos que habían sido testigos ó cómplices de sus escandalosas mo-

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«edades, que él quizá con demasiada severidad llamaba infames. Además de El Evangelio en triunfo^ publicó Olavide una traduc- ción de los Salinos, estudio predilecto de los impíos convertidos, como por aquellos días lo mostraba La Harpe, haciendo en una cár- cel no muy distante de la de Olavide el mismo trabajo. Pero en verdad que si La Harpe y Olavide trabajaron para justificación pro- pia y para buen ejemplo de sus prójimos, ni las letras francesas ni las españolas ganaron mucho con su piadosa tarea. Ni uno ni otro sabían hebreo, y tradujeron muy á tientas sobre el latín de la Vul- gata, intachable en lo esencial de ia doctrina, pero no en cuanto á los ápices literarios. De aquí que sus traducciones carezcan en ab- soluto de sabor oriental y profético, y nada conserven de la exube- rante imaginativa, de la obscuridad solemne, de la majestad sumisa, y de aquel volar insólito que levanta el alma entre tierra y cielo, y le hace percibir un como dejo de los sagrados arcanos, cuando se leen los Salmos originales. Por otra parte, Olavide no pasaba de me- dianísimo versificador: á veces acentúa mal, y siempre huye de las imágenes y de cuanto puede dar color al estilo; absurdo empeño -cuando se traduce una poesía colorista por excelencia, como la he- brea, en que las más altas ideas se revisten siempre de figura sen- sible. El metro que eligió con monótona uniformidad (romance endecasílabo) contribuye á la prolijidad y desleimiento del con- junto, además de ser poco apto para la poesía lírica. No sólo re- sulta inferior Olavide á aquellos grandes é inspirados traductores nuestros del siglo xvi, especialmente á I-^r. Luis de León, alma hebrea y tan impetuosamente lírica cuando traduce á David, como serena y clásica cuando interpreta á Horacio; no sólo cede la pal- ma á David Abenatar Meló y á otros judíos, crudos y desigua- les en el decir, pero vigorosos á trechos, sino que dentro de su misma época y escuela de llaneza prosaica queda á larga distan- cia del sevillano González Carvajal, no muy poeta, pero gran- de hablista, amamantado á los pechos de la magnífica poesía de Fr. Luis de León, que le nutre y vigoriza y le levanta mucho cuando pensamientos ajenos le sostienen. A Olavide ni siquiera llega á in- flamarle el calor de los libros santos, ni el carbón que tocó y puri- ficó los labios de Isaías, deja ninguna huella al pasar por los suyos.

236 CAPÍTULO IX

Tradujo Olavide, además de los Salmos, todos los Cánticos es- parcidos en la Escritura, desde los dos de Moisés hasta el de Simeón, y también varios himnos de la Iglesia, v. gr,, el Ave Maris Stella, el Stabat Mater, el Dies Ircs, el Te Deum, el Pange lingua y el Veni Creator: todo ello con bien escaso numen. Y ojalá que se hu- biera limitado á trasladar tan excelentes originales; pero desgracia- mente le dio por ser poeta original, y cantó en lánguidos y rastre- ros versos pareados El Fin del hombre, El Alma, La Inmortalidad del alma, La Providencia, El Amor del mundo, La Penitencia y otros magníficos asuntos hasta diez y seis, coleccionados luego con el tí- tulo de Poemas Christianos. Olavide serpit humi en todo el libro: válgale por disculpa que quiso hacer obra de devoción y no de lite- ratura; para eso anuncia en el prólogo que ha desterrado de sus versos las imágenes y los colores. Así salieron ellos de incoloros y prosaicos. El desengaño le hizo creyente, pero no llegó á hacer- le poeta. Increíble parece que quien había pasado por tan raras vicisitudes y sentido tal tormenta de encontrados afectos, no ha- llase en el fondo de su alma alguna chispa del fuego sagrado, ni se levantase casi nunca de la triste insipidez que caracteriza sus versos (l).

Mientras Olavide llenaba á Europa con el ruido de sus andanzas y fortunas, continuaba en el Perú el movimiento literario, promovi-

(i) Salierio Español, ó Versión parafrástica de los Salmos de David, de los Cánticos de Moisés, de otros cánticos, y algunas oraciones de la Iglesia, en verso castellano, d fin de que se puedan ca?ttar. Para uso de los que ?io saben latín. Por el autor del Evangelio en Triimfo. En Madrid, efi la imprejita de D. Joseph Do- blado. Año 1800,

Esta versión ha sido muy popular, así en España como en América. En 1803 se reimprimió en Lima. Hay una reimpresión de ella, hecha en París, 1850 (librería de Rosa y Bouret); y de los salmos Miserere y De Pro- fundis existe además una edición suelta: Versión parafrástica del salmo jo... y l2g...por el autor del Eva7tgelio en triunfo, reimpreso por un devoto. (V. Vera é Isla, Noticia de las versiones poéticas del salmo Miserere (Madrid, Fuentene- bro, 1879, pág. 198 á 201).

Poemas Christianos, en que se exponen co7i sencillez las verdades más impor- tantes de la Religiófi, por el autor del Evangelio en triunfo. Publicados por un amigo del autor. Segunda edición, en Madrid, en la imprenta de Joseph Doblado.

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do eficazmente por la Sociedad de Amigos ó Amantes del País, de la cual fué presidente Baquíjano y Carrillo, é individuos Unanue (l), Rodríguez de Mendoza, Arrese, Morales y Duares, el oidor Cerdán, Egaña, Calero y Moreira, el Obispo Pérez Calama, los canónigos Bermúdez y Millán de Aguirre, el Jeronimiano Fr. Diego de Cisne- ros, gran propagador de los libros de los enciclopedistas, el Merce- nario Calatayud, y otros varios eclesiásticos, tales como Laguna, Romero, Girval y Sobreviela. Bajo sus auspicios comenzó á publi- carse en 1 79 1 el Mercurio Peruano , revista importante que llegó á constar de doce tomos, y que Humboldt parece haber estimado en mucho. Por el mismo tiempo apareció el Diario Erudito, Económico y Comercial de Lima, que sólo duró tres años.

Con estos papeles se educó la generación de la guerra de la In- dependencia, á la cual en rigor pertenece Olmedo, que nació pe- ruano, aunque muriese ciudadano del Ecuador; y á la cual pertene- ció también el desgraciado poeta arequipeño D. Mariano Melgar, fusilado por los realistas después de la batalla de Humachiri en 18 14, á los veintitrés años de edad. Este trágico y prematuro fin ha salvado del olvido el nombre del poeta, mucho más que el mé- rito de sus versos, que no pasan de ensayos de estudiante aprove- chado. Algunas traducciones, como la de los Remedios de Amor, de Ovidio, que él llamó Arte de olvidar, acreditan sus buenas humani- dades; pero sus odas y elegías pertenecen á la escuela prosaica del siglo XVIII, y aun con la mejor voluntad es imposible encontrar en ellas nada que anuncie un talento poético de orden superior. La ti- tulada Al Autor del mar es, sin duda, la mejor; pero está versifica- da con tanto desaliño y tan poco nervio, que casi todas las inten-

(i) Autor de uno de los mejores libros de nuestra literatura científica de principios de la centuria pasada, escrito con tanto espíritu de observación como pulcritud de lenguaje: Observaciones sobre el clima de Lima, y sus in- flue7icias en los seres organizados, en especial el hombre. Por el Dr. D. Hipólito Unanue, Catedráiico de Prima de Medicina en la Real Universidad de San Marcos. Protomédico del Peni. (Madrid, imprenta de Sancha, 181 5, segunda edición. La primera es de Lima, 1806.)

En el tomo vi de la colección de Documetitos Hiéranos de Odriozola pueden verse otros escritos del Dr. Unanue.

238 CAPÍTULO IX

ciones líricas que realmente tiene resultan frustradas. Melgar es conocido generalmente por el dictado de poeta de los yaravíes, por haber cultivado, no sin gracia, cierto género de poesía popular acomodada á una música indígena. Nuestra ignorancia de la len- gua quichua y de las costumbres de los indios del Perú, nos impide determinar si en estos cantos hay ó no un fondo tradicional. El pro- loguista de las poesías de Melgar nos dice que «.el yaraví es una composición destinada á cantarse con acompañamiento de vihuela ó de dos quenas; la música no tiene más que un tema fijo, sin nin- guna variación; y esta monotonía del canto lo asemeja á un golpe muchas veces repetido...; así las notas áQ\ya7'aví llevan poco á poco el alma á la melancolía... No es el yaraví la canción que debemos á los europeos...; los indígenas lo enseñaron á los españoles; y desde entonces se ha hecho de él una composición enteramente nacional en la música, y una canción enteramente especial en nuestra litera- tura... Siendo q\. yaraví \z. poesía primitiva de los indígenas, las me- jores composiciones de este género se encuentran en quichua. Las que se han hecho en español son traducciones ó imitaciones de aquéllas, y el verso que se ha adoptado para estas imitaciones es, por lo común, de ocho sílabas, en cuartetas ó quintillas. Se emplea también el verso de menos sílabas; y es muy usada la interpolación de versos de cinco sílabas entre los de ocho, y á estejj'ízrííw se le llama de pie quebrado» .

Prescindiendo de la cuestión de origen, en que nos reconocemos de todo punto incompetentes, no habiendo oído cantar nunca. yara- víes ni entendiendo una palabra de la lengua en que, según dicen, están compuestos los mejores, sólo diremos que los diez yaravíes auténticos de Melgar quien por su popularidad se han atribuido otros muchos) nada tienen en la letra de indio ni de peruano, y son meramente cancioncitas amorosas bastante delicadas y sentidas, que ganarán mucho con el prestigio de la música, si esta es tan blanda, insinuante y melancólica como dicen (l). Son, sin duda, los versos

(i) Como muestra pondré nn yaraví, de los que me parecen mejores:

Vuelve, que ya no puedo Vivir sin tus cariños: Vuelve, mi palomita,

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más agradables de Melgar; naturales y sencillos, puros de todo rastro de afectación; pero creemos que el general Miller, que no tenía mu- cha obligación de entender de poesía castellana, se aventuró dema-

Vuelvi á tu dulce nido.

Mira que hay cazadores Que, con afán maligno, Te pondrán en sus redes Mortales atractivos; Y cuando te hayan preso, Te darán cruel martirio: No sea que te cacen: Huye tanto peligro. Vuelve, lid palomita, Vuelve á tu dulce nido.

Ninguno ha de quererte Como yo te he querido. Te engañas si pretendes Hallar amor más fino. Habrá otros nidos de oro, Pero no como el mío: Por ti vertió mi pecho Sus primeros gemidos. Vuelve, mi palomita...

Bien sabes que yo, siempre En tu amor embebido, Jamás toqué tus plumas Ni ajé tu albor divino; Si otro puede tocarlas

Y disipar su brillo. Salva tu mejor prenda: Ven al seguro asilo.

Vttehíe, mi palomita...

No pienses que haya entrado Aquí otro pajarillo: No, palomita mía. Nadie toca este sitio. Tuyo es mi pecho entero, Tuyo es este albedrío,

Y por ti sola clamo Con amantes suspiros. Vuelve, mi palomita...

No seas, pues, tirana; Haz las paces conmigo; Ya de llorar cansado Me tiene tu capricho. No vueles más, no sigas Tus desviados giros; Tus alitas doradas Vuelve á mí, que ya expiro.

Vuelví-, que ya no puedo I 'ivir sin tus cariños;

240 CAPITULO IX

siado cuando llegó á compararlos nada menos que con las Melodías Irlandesas de Tomás Moore (l).

Continuó todavía en los primeros años del siglo xix la publi- cación de fiestas y certámenes poéticos, aunque por lo común con mejor gusto que en el anterior. De 1802 es la Fama Postuma del arzobispo de D. Domingo González de la Reguera, y de 1 8 16 la muy curiosa colección de obras de elocuencia y poesía con que la Universidad de San ^Marcos celebró el recibimiento del Virrey Don Joaquín de la Pezuela, vencedor en Viluma, en Ayohuma y Vilca- pujio. Constan los autores de las dos piezas en prosa, que fueron el Dr. D. José Cavero y Salazar, Rector de aquella escuela, y el doctor D. José Joaquín de Larriva y Ruiz, catedrático de prima de Filoso- fía. Los versos están firmados con las iniciales J. P. de V. y F. Ll. La mayor parte son latinos, acompañados de traducción castellana; no carecen de mérito, dentro de su género artificial, y prueban que la Universidad, hasta el último día de la dominación española, que fué casi el último día de su propia historia como organismo tradi- cional é independiente, no dejó de producir humanistas, ya que no era su misión formar poetas (2).

Vuelve, mi palomita, Vuelve á tu dulce nido.

A veces usa con buen efecto el verso pentasílabo, v. g.:

Mientras los astros

Van silenciosos

Al mar á hundirse,

Yo revolviendo

Estoy las penas

Que el pecho oprimen...

( 1 ) Poesías de D. Mariano Melgar. Publícalas D. Manuel Moscoso Melgar, dedicándolas d la Juventud Arequipcha. Naucy, 1878. Con un prólogo de D. F. García Calderón, y una noticia biográfica del autor, cuyas bellas con- diciones personales, novelescos amores y trágica muerte interesan más que sus obras.

(2) Colección de las composiciones de Eloquencia y Poesía con que la Real Universidad de San Marcos de Lima celebró en los días 20 y 21 de Noviembre de 1S16 el recibimietüo de su esclarecido vice-pattono el Excmo, Sr. D. Joaquín de la Pezuela y Sánchez... Virrey, Gobernador y Capitán general del Reino del Perii... Lima, 1816, por D. Bernardino Ruiz.

PERÚ 241

El exaltado realismo de que hacen gala los Doctores de la Uni- versidad peruana en esta especie de corona ofrecida al insigne cau- dillo español, no ha de atribuirse meramente á entusiasmo oficial ni á impulso de adulación. Las opiniones andaban muy divididas en el Perú, y seguramente prevalecían en número los partidarios de la metrópoli (l). Hasta el último momento la causa española tuvo allí más secuaces que en ninguna otra parte de América; las tradiciones coloniales estaban muy arraigadas, merced á un largo régimen de prosperidad tranquila; Lima era copia fiel de las risueñas ciudades del Mediodía de España; y el fácil y alegre vivir de sus moradores, justamente enamorados de su suelo, de su cielo y de la hermosura de sus mujeres, les hacia muy llevadera la ausencia de libertades políticas, que los más de ellos ni entendían ni solicitaban. Sin la conspiración militar que dividió el ejército español y arrancó el mando á Pezuela, y sin el auxilio, nada desinteresado, de Bolívar y sus colombianos, sabe Dios cuándo y cómo se hubiese consumado la emancipación de aquella parte del continente americano, aunque fuese inevitable para un plazo más ó menos largo. Pudieron contar, pues, Abascal y Pezuela con panegiristas ardientes y no sólo con mercenarios cantores.

Verdad es que, con la inconstancia propia del gremio poético, pasaron casi todos ellos al partido vencedor al día siguiente de la batalla de Ayacucho , y el primero de todos aquel mismo doctor Larriva que había escrito en 1 807 el elogio universitario de Abas- cal, en 18 1 2 el discurso contra los insurgentes del Alto Perú,

(1) En Lima hubo que crear artificialmente la aversión á España, según confiesa el principal ministro del general San Martín, D. Bernardo Monteagu- do, siniestra figura de terrorista cínico y desmoralizado. « El odio á los desoladores del Nuevo Mundo había sido en los demás países el agente prin- cipal de la revolución. Era preciso generalizar este sentimiento en el Perú y convertirlo en pasión popular. Empleé los medios que estaban á mi alcance para inflamar el odio contra los españoles, y siempre estuve pronto á apoyar las medidas de severidad que tenían por objeto disminuir su número. Este era en sistema, y no pasión... Cuando el ejército libertador llegó A las costas del Perú, existían en Lima más de diez mil españoles; poco antes de mi separación no llegaban á seiscientos. Esto era hacer revolución.» (Apud. Mitre, Historia de San Martin, iii, 296.)

242 CAPITULO IX

en 1 8 16 el sermón en alabanza de Pezuela, y en 1 8 19 la oración fúnebre de los prisioneros realistas fusilados por los insurrectos en la Punta de San Luis; pasando luego, y sin esfuerzo ni transición alguna, á pronunciar en 1824 la oración fúnebre de los patriotas muertos en Junín, en 1826 el elogio académico de Bolívar, contra quien se desató luego en sátiras é invectivas, pocos meses después de haberle puesto entre los semidioses:

Mudamos de condición, Pero fué sólo pasando Del poder de Don Fernando Al poder de Don Simón.

Era el tal Larri va (según refiere el Sr. Palma) un clérigo de cos- tumbres nada ejem.plares, poeta chistoso é improvisador de café, gran latino y hombre de muy despierto y agudo ingenio, como lo prueban sus fábulas, su poema burlesco de La Angulada y otras producciones suyas, que desgraciadamente por ser de índole per- sonal y efímera, han padecido la suerte común de las de su clase, que es no sobrevivir á los acontecimientos á que aluden y perseve- rar sólo en las páginas de algún curioso libro de Historia (l). Poetas muy afines á su estilo y manera fueron otros dos improvisadores, también eclesiásticos y de costumbres no menos relajadas: el pres- bítero Echegaray, que reparó con los buenos ejemplos de sus últi- mos años los escándalos de su mocedad, y el franciscano Fr. Mateo Chuecas y Espinosa, cuya vida se dilató hasta 1 858, dándole tiempo también para enmendar sus desconcertadas costumbres, hacer un auto de fe con la mayor parte de sus versos profanos, y escribir algunas composiciones ascéticas, de mérito (2). A todos éstos había

(i) En el tomo 11 de la Cohccióti ds documentos de Odriozola están las prin- cipales composiciones de Larriva.

(2) El Sr. Palma (Tradiciones peruanas, sexta serie), transcribe como del P. Chuecas, que se la comunicó autógrafa, la siguiente glosa de una redondi- lla muy popular en los libros de devoción:

¿Quó se hicieron de Sansón Las fuerzas que en mantuvo, Y la belleza que tuvo

TERU 243

precedido el Ciego de la Merced, Fr. Francisco del Castillo, que falleció á fines del siglo xviii, gran repentista, sobre todo en déci- mas de pie forzado. El Sr. Palma ha publicado algunas de sus pican- tes improvisaciones, dejando inéditas por lo licencioso y desver- gonzado de la expresión otras muchas que tradicionalmente corren de boca en boca, y entre las cuales habrá seguramente algunas que sin razón se le achaquen: castigo providencial de todo el que alguna vez ha envilecido su musa con la obscenidad y el cinismo (l). Dejando aparte estos rezagados del siglo xviii, la literatura peruana

Aquel soberbio Absalón? ¿La ciencia de Salomón No es de todos alabada? .¡Dónde está depositada? ¿Qué se hizo? ¡Ya no parece! Luego nada permanece En esta vida prestada.

De Aristóteles la ciencia, Del gran Platón el saber, (Qué es lo que han venido á ser? ¡Pura apariencia! ¡Apariencia! Sólo en Dios hay suficiencia; Sólo Dios todo lo sabe; Nadie en el mundo se alabe Ignorante de su fin. Así lo dice Agustín, Qtie es de la ciencia la llave.

Todos los sabios quisieron Ser grandes en el saber; Que lo fueron no hay que hacer, Según que ellos lo creyeron. Quizá muchos se perdieron Por no ir en segura nave; Camino inseguro y grave. Si en Dios no fundan su ciencia, Pues me dice la experiencia: Quien sabe salvarse, sabe.

Si no se apoya el saber En la tranquila conciencia. De nada sirve la ciencia Condenada á perecer. Sólo el que sabe obtener. Por una vida arreglada, ün asiento en la morada De la celestial Sión, Sabe más que Salomón, Y el que no, fio sabe nada.

(i) Tradiciones peruanas y primera serie.

244 CAPITULO IX

del siglo XIX empieza propiamente con el médico D. José Manuel Valdés y el diplomático D. José María de Pando. El Dr. Valdés, protomédico del Perú y director del Colegio de Medicina y Cirugía de Lima, ocupó honesta y piadosamente sus ocios en una traduc- ción de. los Salmos, muy notable por la pureza de lengua y por la sencillez y dulzura del estilo, que sabe á Fr. Luis de León en algu- nos trozos (l). Como hablista tiene muchas semejanzas con Gonzá- lez Carv^ajal, aunque es más prosaico que él y versifica con más desaliño. D. José Joaquín de Mora celebró bellamente en una oda esta noble y decorosa versión del Salterio, que es, sin duda, la mejor que ha salido de América, y una de las mejores que tenemos en castellano (2).

(i) Salterio peniatto o paráfrasis de ¡os ciento cincuenta salmos de David y algunos cánticos sagrados, compuesta por el Dr. D. José Manuel Valdés, Lima, 1833, imp. de I. Masías. 2.^ edición, París, Rosa y Bouret, 1836, dos tomitos.

Además de los Salmos, tradujo Valdés los cánticos de Moisés, Ana, Isaías, Ezequías, Zacarías, Simeón, Habacuc y el Alagnijicat. Todos ellos están al fin del Salterio.

Publicó también un tomito de Poesías Espirituales {lAmai, 1818; id., 1836), que contiene tres romances sagrados (la Oración, la Comunión y la Castidad), un poemita, El alma, y algunas otras composiciones en el mismo estilo que la versión de los Salmos. Las poesías que hizo sobre asuntos profanos y de cir- cunstancias, valen poco y no han sido coleccionadas. Sus escritos científicos están recogidos en un tomo de Memorias médicas (París, Rosa y Bouret, 1836). D. Juan Antonio Lavalle publicó en la Revista de Lima, y luego en tirada aparte (1886), adicionándola con nuevos datos, una biografía del doc- tor Valdés.

(2) Poesías que dedica á su patria, Cádiz, José Joaquín de Mora (Cádiz, 1836), pág. 187. Poesías de Don José Joaquín de Mora {^didiúá, 1853), pág. 12:

Llevó ligera el aura Del arpa de Sión los santos ecos Por la extensión del mundo, y cual restaura Los mustios valles y los prados secos

El otoñal rocío, Tal renació en mi seno nuevo brío.

¡Cuan armoniosas vibran Las cuerdas de oro! Al escucharlas, rotas Las cadenas del mal, presto se libran Por las esferas puras y remotas

Mis leves pensamientos,

PERÚ 245

D. José María Pando es más célebre por las vicisitudes de su carrera política y por sus trabajos de publicista que por sus versos. Nacido en Lima en 1787, pero educado en Madrid, en el Seminario de Nobles, comenzó por servir á España en varios puestos diplomá- ticos, llegando á ministro de Estado en las postrimerías del régimen

De inmarcesible bienestar sedientos.

Ora en piélago inmenso De admiración estática me inunda, Cual alba nube de oloroso incienso,

Y me muestra en la bóveda profunda,

Con luz candida escrito, Tu nombre santo ¡olí numen infinito!

Ora en el hondo centro De mi ser deleznable me introduce,

Y mi flaqueza mísera, do encuentro El móvil criminal que me conduce

Por la senda torcida, Lejos de los raudales de la vida.

Ya contra los impíos Fulmina maldición y en ira santa Se enardece. Sus torpes desvarios Revela al universo, y los espanta

Con anatema, y gimen, Cuando lo escuchan, los que al justo oprimen.

Ó ya en abatimiento, Melancólico y flébil se reclina, Regando con su lloro el pavimento, Y cual serpiente pérfida y maligna,

Lo hiere despiadado El recuerdo funesto del pecado. ¡Con qué magnificencia De la creación la maravilla suma Retrata esplendoroso, y la alta ciencia Que del mortal la pequenez abruma,

Y lo deslumbra y ciega,

Y á vergonzosa confusión lo entrega!

Él nos muestra el gigante Que se levanta á recorrer la vía,

Y yo enmudezco de terror... Pujante Desátase la mar con rabia impía;

Y el mar lo mira y huye, Trueno es su voz, que mata y que destruye.

Humean en su cima Los montes si él los toca, y él derrama Centella y hielo en los remotos climas. Del cedro altivo la frondosa rama

Con blanda mano riega, Y á su mandato el huracán la pliega.

De Tarsis los navios Rompe cual paja en su furor; suspende

246 CAPÍTULO IX

constitucional de 1 823, Ciudadano del Perú desde 1 824, fué minis- tro de Hacienda con Bolívar y plenipotenciario para el Congreso de Panamá. Sucesos posteriores le movieron á emigrar de su país y volver en 1 83 5 á España, donde tomó parte activa en nuestra política hasta su muerte, acaecida en 1840. Era hombre de vasta lectura, muy conocedor de las ciencias sociales y de la historia mo- derna, y escribía en prosa con claridad y nervio. Sus produccio- nes más conocidas son: Mercurio Peruano^ periódico publicado en 1827; Pensamientos y apuntes sobre moral y política (Cádiz, 1837), y Elementos de Derecho internacional QAdiáúá^ 1 843), si bien esta última, que ha tenido mucha boga, apenas merece considerarse más que como un plagio de la excelente obra de D. Andrés Bello, á quien sigue paso á paso, copiando textualmente sus mismas palabras en casi todos los capítulos (l). Hizo también elegantes poesías, aun-

En medio de los ámbitos vacíos

Del ser mortal la habitación, y enciende

Magníficas lumbreras Que vierten alba luz en las esferas.

Mas ¿dónde me arrebata, Valdés, el entusiasmo que me inspira Tu canto armonioso? Cual retrata Fiel el agua la imagen, tal la lira

De León, en tus manos. De David nos revela los arcanos:

Sonora en la alabanza De las obras de Dios; y plañidera Cuando el profeta humilde su esperanza Fija en Dios; y dogmática y severa

Cuando dicta al humano La ley divina y el precepto sano.

No siga yo atrevido Tu raudo vuelo. Con humilde tono Preludiaré en silencio y en olvido Rústica endecha; mientra al alto trono

Do el Sempiterno luce. El monarca inspirado te conduce.

(i) Son dignas de citarse, por su moderación ejemplar y suave ironía, las palabras con que Bello dio cuenta de este escandaloso plagio en El Araucano de 29 de Agosto de 1845:

«Comparando los Elementos de Derecho Iniernacional de D. José M.* Pando con los Principios de Derecho de Gentes publicados en esta ciudad de Santiago (de Chile) el año de 1832, casi pudiéramos dar á la publicación española el título de una nueva edición de la obra chilena, aunque con interesantes in-

PERÚ 247

que en escaso número; algunas traducciones de odas de Horacio, y una Epístola política á Próspero, ó sea á Bolívar, más elocuente que poética, pero bien escrita, con calor en algunos pasajes, con ma- jestad en otros. ¡Lástima que el autor no hiciese el menor esfuer- zo para evitar tantas y tantas asonancias indebidas como afean aquella larga tirada de versos sueltos! Sin duda Pando tenía habi- tuado el oído á la poesía italiana, en que las asonancias no se re- paran (i).

En 1 83 1, por los días en que Pando figuraba al frente del partido conservador del Perú, llegó á Lima, expulsado de Chile por D. Die- go Portales, el ingenioso gaditano D. José Joaquín de Mora, á quien de aquí en adelante vamos á encontrar en casi todas las repúblicas americanas como maestro ó como periodista: brillantísimo y á la postre benéfico aventurero literario, qui mores multoríim hommum vídit et urbes.

Asociado en Lima con los hombres más distinguidos del país, tales como Pando, D. Felipe Pardo, D, Manuel Lorenzo Vidaurre (2),

terpolaciones é instructivas notas. D. José M.^ Pando no ha tenido reparo en copiarla casi toda al pie de la letra , ó con ligeras modificaciones verbales, que muchas veces consisten sólo en intercalar un epíteto apasionado, ó en trasponer las palabras. Es verdad que hace al autor de los Pri7tcipios el honor de citarle á menudo, y de cuando en cuando con términos muy lisonjeros, «complaciéndose en confesar que le debe las mayores obligaciones». Pero el mayor elogio que ha podido hacerle es el frecuente y fiel traslado de sus ideas y frases, aun cuando se olvida de darle lugar entre sus numerosas refe- rencias. Como quiera que sea, el autor de los Principios tiene menos motivo para sentirse quejoso que agradecido. Pando les ha dado ciertas galas de filosofía y erudición que no les vienen mal; y sacando partido de su vasta y variada lectura, en que tal vez no ha tenido igual entre cuantos escritores contemporáneos han enriquecido la lengua castellana, derrama curiosas y selectas noticias sobre la historia y la bibliografía del Derecho público.» ^/«¿í Amunátegui (D. Miguel Luis), Vida de D. Andrés Bello, pág. 360.

(i) La Epístola d Próspero se imprimió en Lima en 1826, y está reprodu- cida en la América Poética, de Gutiérrez.

(2) Publicista fecundísimo, y algo estrambótico en sus ideas y estilo, que participan del cinismo sentimental de la escuela de Juan Jacobo Rousseau. Bajo este aspecto son muy curiosas sus Cartas americanas, políticas ymor ales (Filadelfia, 1825, dos volúmenes), miscelánea de confesiones eróticas, relatos

Mbnkndez t Pklato. Poesía hispano-arntricana, II.

248 CAPÍTULO rx

D. José Cavero y Salazar, D. Andrés Martínez, el médico D. Hipó- lito Unanue, etc., fundó el Ateneo del Perú, donde dio la enseñan- za de derecho natural y público; imprimió unos Cursos de Lógica y Ética, según los principios de la escuela de Edimburgo (1832), y co- menzó su extraño poema de Don Juan, imitación de Byron, del cual nunca llegó á escribir más que los cinco primeros cantos (l). Era Mora, más bien que poeta inspirado, admirable versificador; en sus composiciones líricas resulta flojo y aun prosaico, pero en la narra- ción joco-seria, en la fábula y en la sátira, su estilo es un raudal de chiste, de amenidad y desembarazo descriptivo, de felices ocurren- cias y genial humorismo, calificativo que cuadra bien á quien prin- cipalmente se había formado en la escuela de los humoristas ingle- ses. Su ejemplo y su doctrina literaria fueron de gran provecho en Lima, hasta por lo mucho que armonizaban con ciertas tendencias del ingenio peruano: puede decirse que fué el segundo maestro de D. Felipe Pardo, después de Lista. Las dos epístolas que Mora diri-

de viajes 3' proyectos de reforma social. Es curioso también por el radicalis- mo de las ideas su Plan del Perú, escrito en Cádiz en 18 10, y publicado en Filadelfia, 1823, amarga censura de los vicios de la administración colonial. Como jurisconsulto, redactó proyectos de Código civil, Código penal y Código eclesiástico. En sus últimos años pareció retractarse de sus opiniones hetero- doxas, diciendo de propio que «pues había seguido á Olavide en sus erro- res, también quería ser su prosélito en el arrepentimiento». Pero el libro que escribió para combatirse á mismo (Vidaune contra Vidaurre), fué im- pugnado en el Ecuador por el célebre franciscano Fr. Vicente Solano (con- troversista del género del P. Alvarado) y prohibido por la Curia eclesiástica de Lima, que encontró en él muchas proposiciones censurables. Vid. Conde- nación del libro iitulado: Vidaurre contra Vidaurre, por el limo. Sr. D. Fran- cisco de Sales Arrieta,y censuras hechas por el presbítero D. José Mateo Aguilar M el P. M. Fr. José' Seminario, Lima, \%i,o.— El penitente fiíigido, visto en su verdadero punto, ó critica sobre el folleto intitulado « Vidaurre contra Vidau- rrey. Por Fr. Vicente Solano. Cuenca (del Ecuador), 1841. Reimpreso en el tomo IV de las Obras de I'r. Vicente Solano, precedidas de la biografía del autor por Atttonio Borrero. Barcelona, 1895. La impugnación del P. Solano versa sobre la infalibilidad y autoridad del Papa, sobre la autoridad de la Iglesia y sobre la disciplina eclesiástica.

(i) Se publicaron anónimos en Madrid en 1844, y son casi desconocidos, aunque tienen octavas muy notables.

PERÚ 249

gió á Pardo (l) están llenas de sabios consejos literarios é informa- das por un templado eclecticismo, de sentido común ó de escuela escocesa, que fué siempre el sello de la crítica de Mora (2).

D. Felipe Pardo y Aliaga, uno de los discípulos predilectos de Lista, es el verdadero representante de nuestra escuela clásica en el antiguo virreinato del Perú, y sin duda el más notable de los escritores limeños del siglo pasado, á lo menos de los que ya han pagado á la muerte el común tributo. Como hablista en verso, sólo á Bello cede la palma, y en la sátira política va delante de todos los americanos, si bien no respetase siempre los límites que separan toda composición poética (por reflexiva y didáctica que quiera ser) de un folleto ó artículo de periódico. La Epístola á Delio, la parodia de Constitución y otras piezas por el mismo estilo, que son, sin duda, las más geniales y las más curiosas del poeta, adolecen á me- nudo de esa continua preocupación de los negocios del día, con lo cual, sin ganar en ardor y animación, pierden algo de aquel des- interés poético, de aquel puro culto del arte, que en Horacio y en los verdaderos satíricos horádanos, tales como Parini y D. Leandro Moratín, brilla siempre y se sobrepone á toda otra consideración de utilidad social inmediata. Aun con este lunar, que quizá no lo sea á los ojos de todos. Pardo debe ser respetado siempre, no sólo como escritor pulcro y atildado, sino como ingenioso observador de cos- tumbres, y algunas de sus letrillas pueden figurar sin desventaja al lado de las de Bretón.

La educación de Pardo había sido severamente clásica, y clásicos

(i) Poesías de D. José J. de Mora, Madrid, 1853, págs. 241 á 257.

(2) Sobre la estancia de Mora en diversas repúblicas americanas y la in- fluencia poh'tica y literaria que allí ejerció, es libro capital el de D. Miguel Luis Amunátegui. D. José Joaquín de Mora... Apwites biográficos. Santiago de Chile, 1888; al cual debe añadirse, como apéndice, el estudio de D. Do- mingo Amunátegui Solar, Moi'a en Bolivia, publicado en los Anales de la Uni- versidad de Chile, Febrero de 1897. Uno y otro reproducen bastantes poesías de Mora desconocidas en España, entre ellas una epístola en verso suelto á Olmedo, inserta en el Merairio Peniano (Lima, 4 de Marzo de 1829), y otra en tercetos á persona desconocida, que apareció en El Telégrafo, periódico de la misma ciudad, en 10 de Julio del mismo año. (Vid. Mora en Bolivia, pá- ginas 5-14.)

250 CAPITULO IX

fueron siempre sus modelos. Su poesía es fruto legítimo de la es- cuela culta y severa de fines del siglo xviii, especialmente de la de Moratín, pero con más animación y alegría, con viveza criolla, con un género de chiste peculiarmente limeño, aunque de especie muy fina y aristocrática. Cultivó Pardo varios géneros y ninguna sin habilidad y fortuna: su oda A Olmedo y su magnífica traducción de la oda de Víctor Hugo A la columna de Vendóme, prueban que no le faltaba numen lírico: sus versos de amor son fáciles y gracio- sos; en las octavas de El Peni hay primores descriptivos que pare- cen robados á Bello, de quien Pardo fué muy amigo y en cierto modo discípulo durante su destierro en Chile: el único canto que llegó á escribir del poema Isidora, es lo mejor que en este género de narraciones domésticas ó de costumbres tiene la literatura america- na, á excepción de los cuentos de Batres; y, finalmente, la fantasía en variedad de metros, que tituló La Lámpara, es un ensayo román- tico, excepcional en sus obras, pero nada infeliz, como lo prueban estos versos:

Lámpara solitaria ardí en el templo, Y, aunque con luz escasa, ardí constante, Y por siete años que bramó incesante, No me apagó una vez el huracán.

Pero aunque fuese capaz de salir con lucimiento de cualquier em- presa, porque para ello tenía caudal suficiente de doctrina y gusto, y prendas de versificador nada vulgares, su verdadera vocación fué la de poeta satírico, ya festivo y suavemente epigramático, como en sus letrillas, ya cáustico censor y austero moraHsta, como en las dos sátiras citadas, en las cuales se ve de cuerpo entero, no sólo al poeta, sino al político conservador: naturalezas que en él habían llegado á ser inseparables. Su aversión á la anarquía, al desenfreno,, al charlatanismo político , á las constituciones escritas en el papel y no en la conciencia de los pueblos, le llevaba hasta el chistoso ex- tremo de invocar á cada momento en sus versos, no ya el sable del dictador, sino el garrote ó la tranca, que consideraba como único remedio eficaz para la indisciplina de su país.

Pardo fué, no soJamente poeta lírico, sino también poeta dramáti-

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co, aunque en pocas obras, y todas de su juventud (l). Es, después de Gorostiza, el más notable representante del teatro cómico en América, con la ventaja de no ser sus comedias puramente españolas en las costumbres que retratan, como lo son las de Gorostiza, en quien nada americano hay más que la patria de su autor; sino pen- sadas y escritas para un auditorio limeño, con tipos y escenas pro- pias del país. Son tres estas comedias : Frutos de la educación, Don Leocadio, ó el aniversario de Ayacucho, Una huérfana en Chorrillos. La segunda es un juguete muy graciosamente versificado, con imi- tación visible del estilo de Bretón, pero cuya idea fundamental está tomada de un raudeville francés. Las otras dos son enteramente originales, y verdaderas y muy apreciables comedias de costumbres del género de Moratín y Gorostiza, sin ningún rasgo que pueda de- cirse peculiarmente bretoniano. En su propósito moral, que no es otro que poner de manifiesto ios vicios de la mala educación, re- producen el tema de las dos comedias de Iriarte: El Señorito mimado y La Señorita mal criada, pero no adolecen de su frialdad pedagó- gica, y la pintura de las costumbres es viva y chistosa. El escrúpulo en la observancia de las unidades clásicas llega hasta el extremo de reducir la acción á plazo menor que el de veinticuatro horas. Las comedias de Pardo, aunque puedan tacharse de tímidas y acompa- sadas, son los productos más nobles y decorosos que hasta ahora ha dado la musa cómica del Perú, y valen tanto, por lo menos, como otras españolas muy celebradas del mismo género y escuela, por ejemplo, La Niña en casa, de Martínez de la Rosa.

No obstante, ha de confesarse que Pardo, más bien que poeta cómico espontáneo y original, es un satírico y moralista en forma dramática. Su genio era ese, y sus comedias ganan mucho si se las considera como sátiras dialogadas; así como los amenos cuadros de costumbres que publicó en 1840 con el título de El Espejo de mi tierra, profesando seguir las huellas de Larra y Mesonero Romanos, recuerdan más la punzante manera del primero, aunque sin su dejo

(i) Entonces hizo también algún ensayo trágico, que no está incluido en la colección de sus obras. Queda memoda de una Cíiteninestra, probablemen- te imitada ó traducida de la de Soumet.

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amargo y misantrópico, que la inofensiva y bonachona del segundo. En prosa, lo mismo que en verso, fué Pardo correctísimo escritor, y hasta sus alegatos jurídicos y los documentos cancillerescos que suscribió, están redactados con buena literatura, muy rara en tal gé- nero de papeles, que pocos se atreverían á coleccionar como él lo hizo, sin detrimento alguno de su fama (l).

(i) No dedicamos más espacio al estudio de este recomendable escritor, por haber sido ya apreciado con recto criterio en el discurso que en sesión pública inaugural de nuestra Academia leyó en 1870 el Sr. D. Patricio de la Escosura sobre Tres poetas contemporáneos: Pardo, Vega y Espronceda. Pardo valió mucho, pero resulta un poco achicado por la compañía; sin que el ha- ber sido discípulo de Lista (lugar común de nuestras biografías literarias del siglo xix) baste para justifioarlo, porque todo maestro tiene discípulos bue- nos, medianos y malos. No fué ciertamente Pardo de estos últimos; pero com- parado con los autores de El Hombre de Mundo y de El Estudiante de Sala- manca, sin escrúpulo se le puede poner entre los segundos.

Don Felipe Pardo y Aliaga nació en Lima el 1 1 de Junio de 1806. Su pa- dre, regente de la Audiencia del Cuzco, se trasladó á la Península en 1821, y Pardo hizo sus estudios en el colegio de San Mateo, y luego privadamente en casa de D. Alberto Lista. Su maestro le conservó siempre extraordinario afecto, y todavía en 1838, á los sesenta y tres años de su edad, le dirigía aque- llos elegantes versos que terminan con una reminiscencia virgiliana:

No temas, mi Felipe, los furores Del vulgo vil, alborotado y leve, Si roto el freno, en trágicos horrores La común patria á sepultar se atreve.

Ni su ignorante aplauso te envanezca Cuando mimosa la falaz fortuna Fácil á tus deseos aparezca Y te eleve hasta el cerco de la luna.

Que el varón justo y grave, el ciudadano Veraz, que tiene la virtud por guía. Ni al dogal se amedrenta del tirano, Ni al aura popular su pecho fía.

Yo recuerdo ¡ay de mí! los bellos días De tu primera juventud dichosa. Cuando por adestrado le pedías Á Horacio y Newton su laurel y rosa.

Pero del mando hollar la instable senda Al alumno de Erato no desdice: El valor y virtud de ti se aprenda, Y la fortuna de otro más felice...

Pardo regresó al Perú en 1828, y empezó por dedicarse al ejercicio de la

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«

Heredó la vena satírica de Pardo, aunque no su aticismo, ni su cultura, ni su delicado gusto, D. Manuel Ascensio Segura, también poeta festivo y articulista de costumbres, pero, sobre todo, poeta dramático. El Perú le debe un repertorio cómico, superior en canti- dad y en calidad al que puede ofrecer ninguna otra sección de Amé- rica. Hasta once comedias suyas se han coleccionado, y dio á las tablas otras dos, que todavía están inéditas. Las comedias de Se- gura lindan muchas veces con la farsa: aun las compuestas en tres ó más actos son saínetes largos, excepto Na Catita, que es ge- nuina comedia de carácter, y estudio bien hecho de un carácter de beata maldiciente y embrollona, que por ciertos rasgos locales se salva del amaneramiento inherente á la repetición de tipo tan cono- cido en las tablas. Domina en los cuadros de Segura cierto mal tono que, según creemos, debe achacarse al poeta más bien que á la sociedad que describe. En Lances de Amancaes, por ejemplo, los personajes, que quieren ser caballeros y damas de la mejor sociedad limeña, pasan gran parte de la acción bebiendo pisco, y hablan y proceden en consonancia con tal refresco. Pero no hay duda que

abogacía; pero muy pronto tomó parte activa en las contiendas políticas, como redactor del Mercurio Peruano y de El Conciliador. En 1829 y 1833 dio á las tablas dos de sus comedias. El general Salaverry le confió en 1835 una misión diplomática para Chile, y después de la caída y muerte de aquel personaje, permaneció en esta república solicitando la intervención de los chilenos contra el general Santa Cruz, dictador del Perú y Solivia. Para ello fundó un periódico titulado El Intérprete. Sería largo y de poco interés para el lector europeo dar cuenta de los esfuerzos de Pardo y de la parte que tuvo en la caída del Protector Santa Cruz, y de cómo vino á ser proscrito por el mismo Gobierno que él había contribuido á fundar. Sólo en 1840 pudo volver á Lima, y se le nombró magistrado del Tribunal Supremo (llamado á la írancesa Corte Superior). Nuevos trastornos políticos le obligaron á nue- vas expatriaciones, y de resultas de tanta felicidad democrática como disfru- tan aquellos bienaventurados países, su salud acabó por quebrantarse grave- mente, quedándose paralítico y ciego en lo mejor de su vida. Antes había sido en dos ocasiones distintas Ministro de Relaciones Exteriores. Falleció en 24 de Diciembre de 1868. Al año siguiente fueron coleccionadas sus obras en un lujoso volumen publicado en París con el título de Poesías y Escritos en prosa de D. Felipe Pardo (Paris, A. Chaix y C.^, 18Ó9). Es, en conjunto jno de los libros que más honran la literatura americana.

254 CAPÍTULO IX

Segura hace reir con risa inextinguible; que sus piezas abundan en saladas ocurrencias del más puro criollismo; que despunta en ellas la vena aguda y jovial que hace de los peruanos, los andaluces de la América del Sur; que la versificación abundantísima y desenfada- da, aunque incorrecta, recuerda la maravillosa espontaneidad de Narciso Serra, con quien ofrece Segura más puntos de analogía que con Bretón ni con D. Ramón de la Cruz, por más que con uno y otro se le haya comparado; y finalmente, que este autor tiene el mé- rito indisputable de haber reproducido con fidelidad y gracia los principales aspectos cómicos de la vida limeña, así en sus piezas de costumbres domésticas como en las de costumbres políticas, verbi- gracia. Un Juguete y El Resignado, y aun en las farsas populares, como El Sargento Canuto.

El ingenio cómico de Segura ha dejado también algunos chispa- zos en sus letrillas, en sus sátiras pohticas y en los artículos de cos- tumbres que publicó en La Bolsa y en El Cometa, pero no aparece completo más que en sus obras escénicas (l).

(i) Nació D. Manuel Ascensio Segura en Lima en 1805, y murió en 1871. Sirvió a] principio en el ejército, llegando á sai-gento mayor, y luego fué co- misario de Guerra y Marina, secretario de gobiernos civiles (que en el Perú llam.an prefecturas), vista y administrador en varias aduanas, y en 1860 di- putado á Cortes. Fundó en 1839 El Comercio de Lima, decano de la prensa peruana; en 1841 La Bolsa, y después El Cometa, del cual sólo aparecieron doce números, escritos enteramente por él, á imitación de las Capilladas de Fr. Gerundio, que lograban entonces tanto aplauso.

En 1849 publicó en la ciudad de Piura otro periódico, El JMoscón, todo de sátira personal y política, hoy muerta y casi ininteligible. En este genero in- feliz derrochó Segura mucho tiempo y mucho ingenio. Nadie lee hoy, y hasta ha sido excluido de la colección de sus obras, el poema satírico La Peli- muerlada, en variedad de metros y en más de mil doscientos versos, distri- buidos en veinticuatro cantos.

Su primera comedia fué El Sarge7ito Canuto, representada en 1839. Las restantes piezas de su repertorio son: La Moza Mala, La Saya y Manto, El Resignado, Na Catita (ña es diminutivo peruano de doña), Un juguete, Lances de Amancaes, Nadie me la pega. La Espía ^ El Cacharpari, El Santo de Panclii- ta (en colaboración con D. Ricardo Palma), Percances de un remitido, Las tres viudas. Estas dos son las únicas que faltan en la colección de Artículos, poesías \ comedias de Manuel Ascensio Segura (Lima, por Carlos Prince, 1886).

PERÚ 255

Perteneció á la misma generación literaria que D. Felipe Pardo y que Segura, aunque de menor edad que ellos, un hermano del pri- mero, D. José Pardo y Aliaga, de excelente educación clásica, como lo prueba su oda A ¡a independencia de Ainé?-ica, laureada en un certamen de Chile; y de estro satírico no inferior al de su hermano, en algunas letrillas.

Á estos nombres, á los cuales pueden añadirse, con algún otro más obscuro, los de D. José María Seguín, D. Manuel Ferreyros, D. Ignacio Novoa (l), D. Miguel del Carpió, magistrado y estadista, que no por el mérito de sus versos, sino por su tertulia literaria y por la generosa protección que concedía á los literatos noveles, ha con- seguido pasar á la historia, estaba reducido el grupo clásico de Lima por los años de 1848. Entonces entró en e^scena una nueva genera- ción literaria, sobre la cual nos ha dado los más interesantes porme- nores el ameno é ingenioso escritor D. Ricardo Palma, que fué y continúa siendo uno de los principales ornamentos.de ella (2).

«De 1848 á 1860 (escribe Palma) se desarrolló en el Perú... pasión febril por la literatura. Al largo período de revoluciones y motines, consecuencia lógica de lo prematnro de nuestra independen- cia, había sucedido una era de paz, orden y garantías, inundábanse planteles de educación: la Escuela de Medicina adquiría prestigio, impulsada por su ilustre decano D. Cayetano Heredia; y el Convic- torio de San Carlos, bajo la sabia dirección de D. Bartolomé Herre- ra, reconquistaba su antiguo esplendor. Por entonces llegaba de Es- paña D. Sebastián Lorente, era nombrado rector del Colegio de

(i) Vid. Riva Agüero, Caráctei- de la literatura del Peni indepejidietife (Lima, 1905, págs. 71-73)-

FerrejTOS tradujo en prosa el Childe-Harold de Byron (se halla en la se- gunda Revista de Lima, que comenzó á aparecer en 1873).

D. Ignacio Novoa publicó en la primera Revista de Lima (1S60-1S68) tra- ducciones en verso de algunas poesías de Víctor Hugo y Béranger, y en pro- sa de algunos Pensamientos de Joubert, algún capítulo de Montaigne y alguna escena de Shakespeare. Había leído bastante y no carecía de doctrina litera- ria, pero escribía muy mal en prosa y en verso.

(2) Vid., al frente de las Poesías de Ricardo Palma (1S87); el estudio titu- lado La Bohemia limeña de 1848 á 1860: confidencias literarias.

256 CAPÍTULO IX

Guadalupe, y ante un crecido concurso daba lecciones orales de historia y de literatura. Lorente era un innovador de gran talento, y la victoria fué suya en la lucha con los rutinarios. La nueva genera- ción le seguía y escuchaba como á un apóstol» (l).

Efectivamente, aquella juventud literaria se entregó en cuerpo y alma al romanticismo español, como la de la República Argentina se había entregado al romanticismo francés. Espronceda, Zorrilla, Arólas, Bermúdez de Castro y Enrique Gil contaron desde luego gran número de fervientes imitadores; pero quien fascinó y arrastró con su ejemplo á todos los principiantes, fué el inspirado aunque inco- rrectísimo poeta montañés Fernando Velarde, de quien ya hemos ha- blado al tratar de Guatemala, y cuyo gusto y estilo dejaron profunda huella en casi todas las repúblicas de América. Talento original, pero inculto y bravio; imaginación poderosa cuanto desequilibrada; un mal gusto que parecía ingénito é indomable, puesto que resistió á toda disciplina y- fué creciendo monstruosamente con los años; alma vehemente, apasionada y triste, con dejos de candor infantil y visio- nes de iluminado; una potencia de versificador capaz de levantar en peso las moles de los Andes, pero de la cual usaba y abusaba sin tino ni juicio, convirtiéndose muchas veces en retumbante zurcidor de alejandrinos huecos; un sentimiento profundo y casi místico de la naturaleza; elevadas aunque confusas aspiraciones de ultratumba; un idealismo más germánico que español, ataviado con el sombrero de jipijapa y el lujo charro del indiano de nuestra costa cantábrica:

(i) D. Sebastián Lorente, que murió en 1884 siendo Decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Lima, publicó algunos libros de texto de Fi- losofía y Literatura, y varios tratados históricos bien escritos, pero demasiado compendiosos y con poca ó ninguna novedad en la investigación: Historia antigua del Perú, Lima, 1860; Historia de la Conquista del Peni, 1861; Historia del Perú bajo la dinastía austríaca, dos tomos, el primero en Lima, 1863; el segundo en París, 1870; Historia del Peni bajo los Barbones, Lima 1871; His- toria del Perú desde la proclamación de la Independencia, Lima, 1876; La civili- zación peruana indígena, Lima, 1879.

Como expositor claro y ameno, cumplió bien con su vocación didáctica. En España nadie recuerda su nombre, pero su patria adoptiva no ha olvidado los servicios que prestó á la reforma universitaria, con sentido conciliador y armónico.

PERÚ 257

todas estas cualidades, á primera vista inconciliables, concurrían en el fecundo y excéntrico vate de Hinojedo, á quien nuestra historia literaria ha olvidado malamente, porque en condiciones nativas fué superior á muchos, y en influencia fuera de su tierra sólo Zorrilla, Espronceda y Tassara pueden aventajarle entre nuestros román- ticos.

Cuando Velarde llegó al Perú después de haber residido algún tiempo en la isla de Cuba, 3^a había escrito algunos de sus mejores versos: la Despedida á Sa^ttander^ El Pico de Teide, la Meditación en la isla de Pinos, todos los cuales coleccionó en un tomo publicado en Lima en 1848, con el título de Flores del Desierto. Redactó, ade- más, durante dos años, un semanario de literatura, El Talismán, y se hizo tan notorio por los aciertos y esplendores de su musa, cuan- to por el generoso ardor patriótico con que defendió el nombre de España, y por las rarezas de su irascible condición, que le atraje- ron pesados lances, obligándole por fin á emigrar en 1 85 5 á otras repúblicas, primero al Ecuador, después á Bolivia y á Chile, y final- mente á Guatemala, siempre con la frente erguida y el canto varo- nil en los labios: dejando por donde quiera admiradores y discípu- los (l), halagado unas veces por la fortuna, reducido otras á la indi- gencia: raro personaje, sin duda, pero nunca vulgar ni indigno de su raza que tanta sangre y tanto sudor ha vertido en la América espa- ñola. De su estancia en el Perú y repúblicas limítrofes datan las prin- cipales composiciones de "V^elarde: las valientes octavas con que en 185 1 saludó al pabellón español en medio de los insultos y agresio- nes de la plebe de Lima, el canto descriptivo de Los Andes del Ecuador, el otro canto en alejandrinos A la cordillera de los Andes, donde hay muestras de lo mejor y de lo peor de su estilo, y La Úl- tima Melodía Romántica, que por sola bastaría para acreditarle de gran poeta.

(i) Murió Velarde en Londres en 1881. La colección más completa que conozco de sus versos es la titulada Cdtiiicos del Nuevo Mundo, impresa en Nueva York en 1860. que en Londres publicó un nuevo tomo en 1871, pero no he llegado á verle. Serán probablemente de extrema decadencia, como los que en Torrelavega coleccionó después con el título de La Poesía de la Montaña.

25S CAPÍTULO IX

En el Perú tuvo Velarde émulos, pero tuvo en mayor número apasionados fanáticos, sobre todo en la grey juvenil. Son los que Palma llama bohemios y cuyas memorias biográficas ha recogido con piadoso celo. Algunos de ellos, como el ilustre guayaquileño Don Numa Pompilio Liona, el mismo Palma, D. Pedro Paz -Soldán y Unanue (Jiian de Arona), D, Luis Benjamín Cisneros, D. Arnaldo Márquez (traductor de Shakespeare) y otros varios, viven (l). De los que han muerto diremos algo, guiándonos principalmente por las noticias del Sr. Palma, puesto que no de todos hemos logrado ver las obras completas, y otros ni siquiera las han coleccionado.

D. Manuel del Castillo (f 1 871), «vate tan incorrecto como sen- timental», era arequipeño como Melgar, y á imitación suya, compu- so jj^tzríZZ'/Vi', de los cuales puede servir como muestra el siguiente, que tiene reminiscencias de uno de nuestros más bellos romances

viejos :

Ya que para no vives,

¿Por qué te vas y me dejas?

Prenda querida : Viviré como !a viuda Tortolica que ha perdido

Su compañía. Como la nave agitada Por los vientos, que resiste

Del mar las iras, Es juguete de 'as olas,

Y sin arribar al puerto

Se hunde y abisma. Como paloma que el nido Vio en la selva, por el rayo

Hecho cenizas,

Y cuando huía gimiendo, El cazador la acechaba

Con saña impía.

(i) Hoy todos ellos han fallecido, á excepción de D. Ricardo Palma, que prosigue deleitando con los primores de su ingenio á los numerosos apasio- nados de sus amenos escritos.

.Sobre la literatura más reciente puede consultarse el libro de D. Ventura García Calderón, Del Romanticismo al Modernismo. Prosistas y poetas perua- nos, Paris, Ollendorf, 1910.

PERÚ 259

Como árbol de fruto osado Que enseñorea los prados

Su lozanía, Miró secarse su savia Porque el agua le faltó,

Que era su vida: Así yo, querida prenda, Seré tortolica viuda.

Nave perdida. Seré paloma sin nido, Seré árbol de seco tronco

Si te retiras (i).

D. Manuel Nicolás Corpancho (1830- 1 863), autor de dos dramas románticos, El Poeta Cruzado y El Templario, que nada tienen dig- no de alabanza más que la versificación, y de unos Ensayos Poéticos dados á luz en París en 1854, no tuvo tiempo para emanciparse de la imitación demasiado directa de Zorrilla, y sólo dejó versos armo- niosos, pero sin carácter personal. Su ensayo épico Magallanes vale muy poco. La prematura y horrible muerte de Corpancho, á bordo de un buque que se incendió en alta mar, frustró las muchas espe- ranzas que en él se fundaban.

D. Clemente Althaus (183 5- 1 881) aspiró á la pureza clásica, sin conseguirla más que de lejos (2). Es bastante correcto en la forma y,

(i) La colección de Castillo, dada á luz en 1869, lleva el título de Cantos Sud- Americanos.

(2) «Sigue direcciones en realidad diversas, por más que entonces se con- fundieran bajo el nombre general de clasicismo. Unas veces imita á Quintana, otras á los sonetistas italianos y españoles de los siglos xvi y xvii, otras á Fr. Luis de León, y otras, por fin, á los clásicos latinos; que en cuanto á los griegos, no parece haberse familiarizado con ellos.» (Riva Agüero, Carácter de la literatura del Perú independiente, pág. 98.)

El soneto al Petrarca me parece digno de citarse como feliz imitación del estilo del poeta toscano:

¡Bendita sea la feliz tibieza. Con que, celosa de su pura fama, Pagó tu amor la aviñonesa dama Que igualó su virtud con su belleza!

¡Benditos el rigor y la esquiveza Que acrisolaron tu amorosa llama, Y te valieron la gloriosa rama

25o CAPÍTULO IX

en concepto de Palma, «el más académico de los poetas pe- ruanos». «Como individuo (prosigue el mismo crítico), Althaus ra- yaba en excéntrico, y su pulcritud en afeminación... Se había creado para un mundo ideal, fantástico, y, naturalmente, mortificábanlo infinito las realidades de este mundo sensual y materializado». Al- thaus murió en París completamente loco. Hay dos colecciones de sus poesías, una de 1863 y otra de 1872 (l). Son versos atilda- dos, limpios y cultos, pero con frecuencia fríos y secos. Esta re- gla tolera, sin embargo, felices excepciones. El Ultimo Canto de Safo, que tiene acertadas reminiscencias de Leopardi, me parece la mas acabada de sus piezas líricas (2). Escribió también una tra-

Quc hoy enguirnalda tu feliz cabeza!

Así Apolo, que á Dafne perseguía, Cuando á abrazarla llega, sus congojas Siente de un árbol la corteza toda.

Mas en sus venas la deidad doliente Halla las verdes premiadoras hojas, Digna corona de su altiva frente.

En los tercetos hay reminiscencia evidente del soneto de Arguijo: Apolo y

Dafne:

Alentó la carrera, y ya vencida,

Cuidó tener de Dafne la dureza;

Tanto se le acercó el amante ciego;

Mas del piadoso padre dolorida,

Trocando en árbol su mortal belleza,

Burló sus brazos y avivó su fuego.

(i) Algunas de las Poesías patrióticas impresas en París, 1862, no están reproducidas en el voluminoso tomo de sus Obras poéticas, impreso en Lima, 1892.

(2) Á pesar de su extensión, reproducimos este canto, ya que no pudo entrar en nuestra Antología, por no haberle conocido á tiempo:

ÚLTIMO CANTO DE SAFO

La excelsa roca pisa, De amantes desamados visitada, Con planta no indecisa. La lesbiana divina poetisa, Del ingrato Faón enamorada.

Escucha en lo hondo y mira. Impávida, agitarse en son horrendo, Del mar la indócil ira; Y por última vez pulsa la lira, Al aire estos lamentos esparciendo:

«Adiós por siempre ¡oh vida! Adiós ¡oh mundo! sin dolor ni llanto

PERÚ 261

Os doy mi despedida;

Que bien que en vosotros no se anida

Para Safo infeliz, sino quebranto.

Muerte anhelo, y cualquiera La pena sea que al mayor pecado En el Averno espera, Jamás las ansias igualar pudiera De un furibundo amor menospreciado.

Á los males sin cuento Con que os abruma el que su eterna fiesta Halla en vuestro tormento, Es ¡oh mortales! único descuento. Sola ventura que gozáis es esta:

Que si del hado impío Fué decreto fatal el nacimiento, Es rey vuestro albedn'o De acelerar, como acelero el mío. De vuestras vidas el final momento.

Y que, si fué la entrada Á la prisión oscura de la vida Forzosa é ignorada, Dogal y salto, y tósigo y espada Siempre libre encontraron la salida.

que las crudas penas Que lloro lloras, yo á romper te enseño Tus odiosas cadenas; Á padecer mismo te condenas. Sabiendo que eres de la muerte dueño.

Usa tu alto derecho, Y, ó da veneno á la callada boca, Ó el cuello á lazo estrecho, Ó con agudo acero abre tu pecho, Ó ven conmigo á la Leucadia roca.

No más tu pena aguarde : Mas si escoges vivir, lloro no viertas: Cesa, queja cobarde; Culpa tuya será que se abran tarde. Cautivo vil, de tu prisión las puertas.

Vive, vive, tolera Tus fieros males, cada vez mayores,

Y la vejez postrera

Haga que apures tu desgracia entera, Que mal ninguno de la vida ignores.

Morir, morir escojo,

Y rebelde al tirano omnipotente, Me burlo de su enojo,

Y de la vida con desdén le arrojo El falso funestísimo presente.

Y tú, mancebo ingrato, Á quien de amor desesperada adoro. Tú, á quien con insensato

262 CAPITULO IX

Furor, mil veces convidé á mi trato, Pospuesto el casto femenil decoro:

Vive feliz, si pudo (a) Consentirlo á mortal el negro encono Del destino sañudo: Tu eterno desamor, tu desdén mudo,

Y mis tormentos todos te perdono.

No fué amarme en tu mano ; Tuya no fué la culpa; el rigor lo hizo De Júpiter tirano,

Que, con avara diestra, velo humano Me dio, desnudo de beldad y hechizo.

El alma que era bella No pudiste mirar: si la miraras, Te enamoraras de ella. Menospreciando la beldad de aquella Por quien á Safo triste desamparas.

Oh ponto, cuyo asalto La excelsa roca agota, hirviente espuma Arrojando á lo alto. No del mortal irrevocable salto Arredrarme tu cólera presuma.

Tu amenaza é insulto Mirando estoy impávida; que calma Es el ciego tumulto De sus olas, al lado del que oculto Amoroso huracán dentro del alma.»

Dice la triste amante

Y se arroja veloz; la mar hinchada Se abre y cierra sonante;

Y de las ondas á merced errante Aquí y allí la leve lira nada.

(a) Cf. Leopardi, Ulü >:o canto di Safio:

Alii, di cotesta Infinita beltá parte nessuna Alia misera Saffo i numi e 1' empia

Sorte non fenno

Alie senibianze il Padre, _

Alie amene sembianze eterno regno Dié nelle genti, e per virile imprese. Per dotta lira o canto, Virtíi non luce in disadorno ammanto.

Morremo. II velo indegno a térra sparto, Rifuggirá r ignudo animo a Dite; E il crudo fallo emenderá del cieco

Dispensator de' casi

E tu cui lungo

Amere indarno, e lunga fede, e vano

D' implacato desio furor mi strinse,

Vivi felice, se felice in térra

Visse nato mortal

PERÚ 263

gedia clásica, Antioco, «más para leída que para representa- da» (l).

El mismo desastroso fin que Althaus tuvo otro notable lírico, don Adolfo García (1830-1883), que murió en la locura y en la miseria, y fué enterrado de limosna. Han sido muy celebradas sus quintillas A Bolívar, composición efectista del género de las décimas de nues- tro López García Al Dos de Mayo; pero á mi juicio, los versos su- yos que deben sobreviviría son los de la elegante y delicada oda Mis recuerdos {2).

Diamantes y perlas y Destellos y albores se rotulan las dos co- lecciones poéticas de D. Carlos Augusto Salaverry (1813-1840), hijo del infortunado general y Presidente de la República, que fué fusilado en Arequipa por el Protector Santa Cruz. No afirmaré que sean diamantes y perlas todo lo que contiene el tomo de Salaverry, que no anduvo muy modesto en el título; pero que en aquellos versos alborea y destella un numen lírico más vigoroso que el de Althaus, y más seguro de sus fuerzas que el de García. Tiene bue- nos sonetos. Pero lo mejor que conozco de sus obras es la inspirada y sentida elegía Acuérdate de mi, a la cual pertenecen las siguientes estrofas:

Ya no late, ni siente, aun respira Petrificada el alma allá en lo interno; ¡Tu cifra en mármol con buril eterno Queda grabada en mí!

(i) Tiene el mismo asunto que la comedia de Moreto, A buen padre mejor hijo (rivalidad amorosa del rey Seleuco y su hijo Antíoco).

(2) Dice Ricardo Palma, hablando de García, que «Calderón, Arólas y Víctor Hugo, eran sus ideales en literatura». Realmente su estilo es una taracea de imitaciones de unos y otros, pero de Calderón no veo influencia di- recta. Lo que predomina es la poesía romántica, especialmente la de Zorrilla y las Orientales de Arólas. De Víctor Hugo ha dejado algunas traduccio- nes buenas, especialmente Las dos islas.

El tomo de sus Composiciones poéticas publicado en El Havre, 1873, no contiene sino una parte exigua de sus versos. Otros muchos quedaron iné- ditos, ó dispersos, en La Revista de Lima, El Correo del Peni y otros perió- dicos.

Mbnbndez y PEriAYO. Poesía kis/>ano-aincricaHa. II. J7

264 CAPÍTULO IX

Ni hay queja al labio, ni á los ojos llanto; Muerto'para el amor y la ventura, Está en tu corazón mi sepultura

Y el cadáver aquí. En este corazón ya enmudecido Cual la ruina de un templo silencioso, Vacío, abandonado, pavoroso.

Sin luz y sin rumor;

Embalsamadas ondas de armonía Elevábanse un tiempo en sus altares;

Y vibraban melódicos cantares

Los ecos de tu amor,..

Pero ¿qué es este mar? ¿qué es el espacio, Qué la distancia de los altos montes? ¿Ni qué son esos turbios horizontes

Que miro desde aquí; Si al través del espacio y de las cumbres. De ese ancho mar y de ese firmamento, Vuela por el azul mi pensamiento

Y vive junto á ti?

Si yo tus alas invisible veo, Te llevo dentro el alma, estás conmigo, ¡Tu sombra soy, y adonde vas te sigo De tus huellas en pos!

Y en vano intentan que mi nombre olvides; ¡Nacieron nuestras almas enlazadas,

Y en el mismo crisol purificadas

Por la mano de Dios!

Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido; Mi nombre está en la atmósfera, en la brisa,

Y ocultas al través de tu sonrisa

Lágrimas de dolor;

Pues mi recuerdo tu memoria asalta,

Y á pesar tuyo por mi amor suspiras,

Y hasta el ambiente mismo que respiras

Te repite mi amor. ¡Oh! cuando vea en la desierta playa, Con mi tristeza y mi dolor á solas. El vaivén incesante de las olas,

Me acordaré de ti;

PERÚ 265

Cuando veas que una ave solitaria Cruza el espacio en moribundo vuelo, Buscando un nido entre la mar y el cielo ¡Acuérdate de mí! (i)

Salaverry dio culto también á las musas del teatro, pero con in- feliz fortuna. Ninguno de sus dramas, incluso Atahualpa^ que fué en su tiempo el más celebrado, sin duda por la fluidez de los versos, le ha sobrevivido (2).

Mucho más joven que los hasta aquí citados era D. Constantino Carrasco (1841 '\ 1877), partidario del americanismo en poesía, au- tor de una silva muy celebrada Al Árbol de la quina^ conocedor de la lengua quichua, y traductor en verso castellano del famoso Ollantay, que se ha querido dar por antiquísimo texto dramático de dicha literatura, pero que, leído desapasionadamente, no parece, á lo menos en las traducciones, más que una imitación de las come- dias españolas, hecha por algún ingenioso misionero del siglo xvii, y quizá de tiempo muy posterior. S\ en esto erramos, nuestra igno- rancia nos disculpe, pero no Somos los únicos en opinar así, y en el Perú mismo no falta quien nos acompañe en tal creencia (3).

(i) Albores y Destellos (seguido de Diamantes y perlas y las Cartas á im ■ángel). El Havre, 1871. Misterios de la tumba (poema filosófico). Lima, 1883.

(-2) Compuso, además, Abel, El bello ideal, El pueblo y el tirano. El amor y el oro, y otras varias piezas, más de veinte.

(3) Las Composiciones de Carrasco fueron publicadas en colección, des- pués de su muerte, por D. Eugenio Larrabure y Unanue (Trabajos poéticos de Co7istantitio Carrasco. Lima, 1878). Contiene este grueso volumen, además de los versos originales, algunas traducciones de Ossián, Catulo, Marcial, Florian, La Motte Houdard y el portugués Bocage. Palma dice que Carrasco era medianamente conocedor del latín, griego, hebreo y quechua, siéndole familiares el italiano, el francés y el inglés. Su traducción en verso del con- trovertido Ollantay, está hecha en gran parte sobre una en prosa publicada en Lima, 1868, por el naturalista D.José S. Barranca. Pacheco Zegarra puso en francés el mismo drama: Ollantay, árame en vers quechuas, Paris, 1878, y de esta traducción procede otra castellana, Madrid, 1885, en la Biblioteca Universal.

«Hay tres opiniones sobre el origen del Olíanla ú Ollantay. Unos atribu- yen la paternidad del drama á D. Antonio Valdés, cura de Sicuani, muerto

266 CAPÍTULO IX

El estudio detenido de las colecciones, muy raras en Europa (sí es que alguna completa existe), de la Revista de Lima y del Correo del Peri'i^ podría acrecentar con bastantes nombres este catálogo (l).

e] año de iSi6, entre cuyos papeles se encontró por primera vez; pero exis- ten manuscritos de época mucho más antigua que la de Valdcs, como el del convento de Santo Domingo del Cuzco y el del cura Giustiniani. La segunda opinión supone que el Ollantay fué compuesto antes de la Conquista, casi en la misma forma en que hoy lo leemos, salvo algunas interpolaciones debidas á los copistas y transcriptores. Pero si los indios no conocían la escritura (puesto que los jeroglíficos estaban olvidados en el tiempo á que se refiere el Ollanta), ¿cómo pudieron componer y conservar semejante pieza dramática? Los quipus no bastaban para esto. Por lo que de ellos sabemos, resulta que no servían sino para llevar estadísticas rudimentarias, cronologías vagas y secas, y mensajes cortos... Lo más racional y sensato será, pues, adoptar la última de las opiniones expresadas: suponer (mientras no se descubran nue- vos indicios) que se trata de una obia posterior á la conquista y que su autor fué algún misionero versado en el quechua, ó algún indio ó mestizo conocedor del teatro español. Este incógnito poeta recogió la tradición indígena de Ollanta (que tal vez pudo ser antes materia de alguna corta representación escénica ó baile dialogado entre los indios), y sobre ella compuso su drama en el lenguaje cortesano de los Incas, evitó las alusiones al cristianismo y la colonia, é intercaló en la pieza ciertos cantos populares... No era raro que los religiosos españoles, principalmente los jesuítas, compusieran comedias en quechua y aimará, según lo declara Garcilaso en sus Comentarios reales, de cuyo testimonio no hay por qué dudar en este caso, pues no pudo engañarse ni mentir acerca de suceso tan conocido y próximo cuando él escribía». (Riva Agüero, Carácter de la literatura del Peni, págs. i i8-í 19.)

En el mismo sentido, y aun más radicalmente, resolvió la cuestión el gene- ral D. Bartolomé Mitre en su Ollantay. Estudios crítico-históricos sobre el drama Quechua y la poesía pr e-colombiana (Buenos Aires, 1881), que es lo mejor que conocemos en esta materia.

(i) En la Lira Americana, colección de poesías del Peni, Chile y Bolivia, re- copiladas por D. Ricardo Palma (París, Rosa y Bouret, 1865), y en la América Poética, de Cortés, pueden encontrarse muestras de los poetas peruanos pos- teriores á 1848.

Peruano fue, aunque vivió y escribió casi siempre en Europa, D. Juan Ma- nuel Berriozábal, marqués de Casa -Jara, fecundo autor de libros de devoción en prosa y verso. En 1839 publicó un tomo de Poesías Escogidas de Lamar- tine (El Crucifijo, El Ho7nbre á Lord Byron, el Hivino del Ángel después de la: destrucción del Globo, etc.); en 1841, una refundición La Cristiada del P. Ho- jeda; en 1845 La Reina de los Cielos, colección de poesías á la Virgen, unas.

PERÚ 267

Pero no hay duda que la literatura del Perú independiente no conser- va ya entre las de la América del Sur el puesto de primacía que tuvo durante la época colonial. A par con la decadencia política ha ido la decadencia literaria: las brillantes excepciones de Pardo, Segura, Palma y Juan de Arona no hacen más que confirmar la regla. Lima no es hoy la cabeza y el corazón de la América del Sur, como lo fué en los tiempos del Virreinato. No parece sino que un triste presen- timiento hizo andar á los peruanos tan reacios en asociarse al mo- vimiento de emancipación, cuyos beneficios han sido para ellos tan caramente comprados. Bolívar empezó por despojarles del hermoso puerto de Guayaquil, y por crear definitivamente con las provincias del Alto Perú una nueva república. Chile rompió todos sus antiguos lazos de dependencia y se levantó con la heguemonía política del Sur, afirmándola después con guerras y anexiones, siempre desas- trosas para sus vecinos. Pueblos que en la historia colonial habían sido secundarios y olvidados, como Venezuela y Nueva Granada, levantaron su cabeza ceñida con los laureles de la guerra de la In- dependencia, y se repartieron la herencia de Bolívar, asumiendo ante Europa la representación de la causa americana. La Argentina se engrandeció como por encanto con la inmigración europea y con la conquista del desierto. Entretanto, el Perú, materialmente enri- quecido por el guano y el salitre, pero devorado por las facciones, iba descendiendo rápidamente en la escala política, á despecho de sus inmensos recursos naturales y del talento vivo y despierto de sus hijos. Pero quien tuvo retuvo, como dice el proverbio vulgar; y aunque Lima no sea ya la Atenas del Sur, y aunque Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá y Caracas hayan sido centros más activos de cultura moderna, nadie podrá negar á aquella hermosa y desven- turada ciudad, ni el prestigio de su tradición gloriosa, ni el haber

originales y otras traducidas de Silvio Pellico, Angelo Mazza y otros poetas italianos, con varias disertaciones en prosa; en 1850 Observaciones sobre las be- llezas literarias, históricas, profético-poéticas y religiosas de la Sagrada Biblia; en i?>í)\ , Poesías Sagradas; en 1858, Poesías religiosas. Todos estos libros acreditan más su piedad que su literatura, pero los más antiguos alcanzaron la alta honra de ser elogiados por Balmes en un extenso artículo de su re- vista La Sociedad (iñí\/\).

268 CAPÍTULO IX

conservado en lengua y costumbres el sello español, que suele ser en América el único y verdadero americanismo: aquel especial ma- tiz de ingenio castizo y de chiste indígena que avalora todas las pro- ducciones festivas de la musa peruana, desde las letrillas y sátiras de D. Felipe Pardo hasta las comedias de Segura, las Tradiciones de Palma y las humorísticas poesías de Paz-Soldán: un no qué indefinible de gracia desenvuelta y no pensada, que á cualquier es- pañol hace mirar con cariño y simpatía á aquellos que, bajo el anti- guo régimen fueron, entre todos los criollos, los hijos mimados "de España, tan españoles en todo, hasta en algunos de sus defectos y flaquezas.

X

BOLIVIA

Esta república, creada por la voluntad omnipotente de Simón Bo- lívar en obsequio al equilibrio que él pensaba establecer entre los estados de la América del Sur, no tiene historia independiente en la época colonial, ni mucho menos tradiciones literarias. En ella en- traron las comarcas del Alto Perú (antiguas intendencias de la Paz, Potosí, Chuquisaca, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, con el desierto de Atacama), las cuales, después de haber formado parte integrante del imperio de los Incas, dependieron del virrema- ta de Lima hasta 1778, en que se creó el de Buenos Aires, limitado por el Brasil y la Patagonia, los Andes y el Atlántico. Este carác- ter híbrido domina en la moderna historia de Bolivia, que, según las circunstancias, aparece como un apéndice de la del Perú ó de la del Río de la Plata, sin haber podido afirmar todavía su carácter m su política propia dentro de la variedad americana (l). Por otra par- te, la población europea está allí en exigua minoría: sólo una sexta parte, contra cuatro quintas de población india y otra de población

negra

La carencia de grandes centros de población y la falta de puertos importantes, hacen de esta república una de las menos abiertas de América al trato y comunicación intelectual con los extraños. No

(i) El territorio de Bolivia quedó notablemente menguado después de la guerra con Chile, que le despojó de su única provincia litoral (1882). El Paraguay y Bolivia tienen en litigio la soberanía del Chaco Boreal.

270 CAPITULO X

creemos, en vista de tan adversas circunstancias, unidas al continuo estado de anarquía y luchas civiles en que ha vivido esta república, que su producción literaria sea grande; pero lo que podemos afir- mar es que á Europa apenas han llegado las obras de ningún autor boliviano.

Y sin embargo, esta región, á primera vista tan iliteraria, estuvo á punto de ser visitada en el siglo xvi nada menos que por Miguel de Cervantes, que en memorial de Mayo de 1590 pedía á Felipe II que «le hiciese merced de un oficio en las Indias de los tres ó cua- tro que al presente están vacos, que es el uno la contaduría del Nuevo Reino de Granada, ó la gobernación de la provincia de So- conusco en Guatemala, ó contador de las galeras de Cartagena, ó corregido?' de la dudad de la Paz» (l). Si Cervantes hubiese conse- guido esta vara, ¿quién sabe si Bolivia podría ufanarse hoy con ser la cuna del Ingenioso Hidalgo}

Otros ingenios, de menos cuenta sin duda, pero de buen estilo y de buen tiempo visitaron el argentífero cerro del Potosí, á cuyas raíces se había fundado una población que á principios del siglo xvii llegó á contar 1 50.000 habitantes, y hoy (si no extinguida, venida muy á menos la labor de las minas), escasamente llegan á 1 5 .000, según dicen (2). Entre los aventureros y arbitristas que , atraídos por la codicia del mineral }'■ no ajenos de conocimientos metalúr- gicos, acudieron á aquel fabuloso \'enero de riqueza pocos años des- pués de su descubrimiento, hubo de contarse el vate lusitano En- rique Garcés, natural de Oporto, que al igual de otros muchos compatriotas suyos de la centuria decimosexta, nunca usó en sus obras más lengua que la castellana. Decíase Garcés inventor de cier- to procedimiento para beneficiar la plata por medio del azogue (3).

(i) Navarrete, Vida de Cervantes, pág. 313.

(2) Sobre el Potosí en la época colonial véase el interesante y ameno libro de D. Vicente G. Quesada, Crónicas Potosinas. Costutnbres de la Edad Medieval Hispano- Americana (París, 1890).

(3) Vid. Maffei y Rúa Figueroa. Apuntes para íina biblioteca española de Mi- neralogía, t. I, pág. 277, y, sobre Garcés como poeta, el Catálogo Razonado Bio- gráfico y Bibliográfico de los Autores Portugueses que escribieron en castellano^ por D. Domingo García Peres (Madrid, 1890), pág. 249.

SOLIVIA 271

«Gasté no poca parte de vida y hacienda (decía él mismo á Feli- pe ÍI) en descubrir y entablar en el Pirú el azogue y beneficio de plata con él. Di después algunos avisos en materias diferentes, como fué lo de la plata corriente, que allí pasaba por moneda de ley conocida, á lo cual, por vuestra christiana clen)encia fuiste, señor, servido, de prov^eer de remedio, mandando no se tratase sino con plata ensayada ó con moneda acuñada, y aunque por ello fui nota- blemente molestado, nada será parte para que dexe de proseguir en lo que todo el mundo os debe.»

No parece que ni sus avisos de buen gobierno ni sus adverten- cias metalúrgicas enriqueciesen á Garcés, puesto que habiendo en- viudado se hizo presbítero, y fué á morir de canónigo en la catedral de México, dedicando sus últimos días al cultivo de las letras. Hay de él dos traducciones en verso, de Los Lusiadas de Camoens y del Cancionero del Petrarca, y una en prosa del libro de Francisco Patricio: Del reyno y de la institución del que ha de reynar, y de cómo deve averse con los síibditos y ellos con el. Los tres libros, vertidos respecti\'amente del portugués, italiano y latín, aparecen impresos en el mismo año, iSQIj porque el autor, sin duda, los mandó simul- táneamente á España. Entre los versos laudatorios que la traduc- ción del Petrarca lleva, los hay del famoso navegante Pedro Sar- miento de Gamboa, b,ien infelices por cierto. Suenan también en los preliminares del libro los nombres de Sancho de Ribera, poeta are- quipeño, del Licdo. Villarroel (|jde Potosí ó de Quito?), de P"r. Jeró- nimo Valenzuela y Fr. Miguel de Montalvo, del Licdo. Emanuel Francisco, de un cierto Adilón, y de varios anónimos que presu- mo que serían americanos ó residentes en América. L'no de los panegiristas alude á la invención metalúrgica de Garcés en estos términos:

Enrique, que al Ocaso enriqueciste Con el instable azogue que has hallado...

Tal invención ó divulgación, si es que realmente fué el primero en hacerla, honra á Enrique Garcés más que sus versos incorrectos, desabridos, mal acentuados muchas veces, llenos de italianismos y de lusitanismos, como quien calca, servilmente, en vez de traducir

272 CAPITULO X

de un modo literario, y no se hace cargo de la diferencia de las len- guas. Lo más curioso que para nuestro objeto contiene su libro de Los Sonetos y Canciones del Poeta Francisco Petrarcha... (i) es una canción del traductor, á imitación de la que principia Italia i)iia, ben che' I parlar siaJndarno, dirigida á Felipe II quejándose de los vejámenes de que eran víctimas los colonos del Perú, y especial- mente de la mala ley de la plata que allí circulaba:

Y, en fin, ello ha parado

En desterrar de aquí la plata pura,

Y agora una mixtura

Quieren que tome el pobre jornalero,

Que es plomo, estaño y cobre sin estima...

(2).

(i) En Madrid, impreso en casa de Guillermo Dvoy, 1591.

(2) A este mismo asunto se refieren dos cartas de Garcés al Virrey Don Francisco de Toledo, fechadas en 24 y 30 de Noviembre de 1574, y de las cuales, por no haberse puesto el remedio que deseaba, envió copia al Consejo de Indias. Hállase en el códice I-57 de la Biblioteca Nacional, Memorias y Gobierno de las Minas de azogue del Perú.

No ha de omitirse aquí que el más insigne de los antiguos mineralogistas españoles, Alvaro Alonso Barba, natural de Lepe, en la provincia de Huelva, íué cura de la San Bernardo en la imperial ciudad del Potosí desde 1624, y allí compuso su clásica obra Arte de los metales, en que se enseña el verdadero beneficio de los de oro y plata por agogiie: el modo de fjindirlos todos, y cómo se han de re finar y apartar vnos de otros. (Madrid, imprenta del Reino, 1640). Los preliminares de esta edición no han sido reproducidos en ninguna de las siguientes (Aprobación del gremio de azogueros de la villa de Potosí, fecha en 15 de Marzo de 1637. Comunicación de D. Juan de Lizarazu, Presi- tlente de la Audiencia de la Plata, remitiendo el manuscrito al Concejo en i.° de Marzo del mismo año. Carta de Barba á D. Juan de Lizarazu, ;ponien- »do en sus manos el Tratado que escribió por su orden, para que como cosa »suya disponga lo más conveniente», y dándole gracias por haber asistidc» personalmente á los «ensayes de caxones y pruebas de los metales por azogue »y fundición», ayudándole con su gran saber en estas materias).

Sobre las ideas científicas é invenciones metalúrgicas de Alvaro Alonso Barba, vid. Mafíei y Rúa Figueroa, Biblioteca Minera, tomo i, págs. 61-65; Luanco, La Alquimia en España, tomo i. Barcelona, 1889, págs. 139-149; Ca- rracido. Estudios histórico-critlcos de la Ciencia Española, Madrid, 1897, pági- nas 128-143.

BOLIVIA ^"-5

Otro poeta, portugués de origen y sevillano de nacimiento, llama- do D^arte Fernández, paso de Lima al Potosí á prmC.p.os del s. glo XVII, y de 61 dijo la poetisa anónima:

Y un tiempo fué que en tu Academia viste Al gran Diiarte, al gran Fernández digo, Por cuya ausencia te has mostrado triste:

Fué al cerro donde el Austro es buen testigo Que vale más su vena que las venas De plata, que alli puso el cielo amigo.

Betis se ufana que éste en sus arenas Gozó el primero aliento, y quiere parte El Luso de su ingenio y sus Camenas.

No se le puede confundir con Duarte Díaz, autor de un poema de La Co„qu,sta de Granada (ISQO) y de un raro volumen ce Va- rías obras poicas en portugués y en castellano, porque de este consta que era natural de Oporto; pero puede muy b.en ser e Licdo. Enrique Duarte, autor de un prólogo que antecede a as Rimas de Hernamlo de Herrera en la edición de Francsco Pache-

co (i 619). 1^

Pero quien verdaderamente enriqueció aquel cerro con vena poesía más preciosas que la plata de sus entrañas, fué el sevillano Luis de Ribera, uno de tantos excelentes y olvidados mgemos de nuestro siglo de oro, el cual en l.° de Marzo de 1612 firmaba en Potosí la dedicatoria de sus Sagradas Poesías á su hermana dona Constanza María de Ribera, monja profesa del habito de la Concep- ción (I). .Libro precioso y de lo mejor que se ha escrito en su n- nea (dice con razón D. Bartolomé]. Gallardo). Ribera es castizo y elegante poeta; su dicción y estilo saben más al siglo xvi que al xvn; sus versos tienen el sabor dulce y suave de los del M. León y a lozanía de los de Herrera y demás de la escuela sevillana. El gusto

(O Sagradas Poesías de D. Luis de Rivera, dirigidas d la Señora Constanza Maria de Rivera, su hermana. Monja profesa en el hábito de la Concecon... Año 1612, impreso en Sevilla por Clemente Hidalgo, 4-''-

La mayor parte de las poesías de este tomo, que es muy raro ^^^ ^^^«^ ' producidas en el Romancero y Cancionero Sagrados, de D. Justo de Sancha ít. XXXV de la Biblioteca de Autores Españoles, págs. 56-67 y 27/-2«9,-

2 74 CAPITULO X

del autor es muy severo y clásico: nada de oropel ni argentería: oro macizo. Sólo me disuena la mezcla que usa en la elegía sexta (De la entrada y triunfo de Cristo en el cielo el día de su gloriosa Ascensión) de las divinidades paganas con los serafines..., pero aun así hay siempre gran pompa y boato poético» (l).

Además de estos poetas forasteros, tuvo la villa imperial de Poto- sí un versificador local, llamado Juan Sobrino, de quien el historia- dor D. Bartolomé Martínez y Vela, en sus Anales inéditos de aquella ciudad minera (1771), transcribe algunas décimas y otros fi-agmen- tos. Población en donde el oro y la plata corrían á raudales y el fausto y la ostentación habían llegado á extremos de delirio, no po- día carecer de fiestas escénicas; y las tuvo en efecto, muy desde el principio, alternando con las justas y pasos de armas, con las pro- cesiones y lujosas cabalgatas, máscaras, torneos, costosas galas, toros, sortijas, saraos y banquetes soberbios, de que las crónicas del Po- tosí, que parecen cuentos fantásticos, nos dan razón á cada momen- to (2). La raza vencida tomaba parte en estos festejos, y había repre- sentaciones mixtas de castellano y quichua, según apunta con muy curiosos pormenores Martínez Vela (3):

«Dieron principio con ocho comedias: las cuatro primeras repre-

(i) Contiene este precioso tomo 107 sonetos, de los cuales 87 han pasado* al de Rivadenej'ra, seis canciones (D. Justo Sancha sólo reprodujo tres), seis elegías en tercetos, reimpresas todas, y varias traducciones que no lo han sido, á saber: del Te Dcum; del cántico de David, Dominus petra mea; de los salmos 5.°, Verba mea auribtis percipe; 20.°, Domine in virtute tiia; 64.°, Te decet //ymnus, Deus; del cántico de la Virgen, Magníficat anima mea; del cántico de Simeón, Nimc dimittis servttm iuum.

Este olvidado cuanto excelente poeta religioso, merecía atento y particular estudio, pero aquí no podemos dedicársele, porque no es nuestro intento examinar analíticamente las obras de los españoles que pasaron á Indias, sino de los que nacieron allí.

(2) He visto citadas dos historias, en verso, del Potosí, compuestas en el siglo xvn por D. Diego de Guilléstegui y D.José Velázquez, pero no las co- nozco.

(3) Citado por Quesada, Crónicas Poiosinas, t. i, pág. 305. Es lástima que el Sr. Quesada omitiera dato tan importante como el de la lecha de estas fiestas dramáticas.

SOLIVIA ^75

sentaron con singular aplauso los nobles indios. Fué ia una el ongen de los monarcas Ingas, del Perú; en que muy al vivo se representó el modo y manera con que los señores y sabios del Cuzco u.troduje- ron al felicísimo Manco-Capac i.° á la regia silla; cómo fué recibido por Inga (que es lo mismo que grande y poderoso monarca) de las diez provincias que con las armas sujetó a su dominio, y la gran ñesta que hizo al Sol en agradecimiento á sus victorias. La segunda fué los triunfos de Huaina Capac, undécimo Inga del Perú, los cuales consiguió de las tres naciones, Changas, Chúñelos, Montañeses y del señor de los Collas; á quien una piedra despedida del brazo pode- roso de este monarca, por la violencia de una honda, metida en las sienes, le quitó la corona, el reino y la vida: batalla que se dio de poder á poder, en los campos de Hatun Colla, estando el Inga Huaina Capac encima de unas andas de oro fino, desde las cuales le h.zo el tiro Fué la tercera las tragedias de Cusihuascar, duodécimo Inga del Perú- representándose en ella las fiestas de su coronación; la gran cadena de oro que en su tiempo se acabó de obrar, y de que tomó este monarca el nombre; porque guascar es lo mismo en castellano que soaa del contento; el levantamiento de Atahuallpa, hermano suyo, aunque bastardo; la memorable batalla que estos dos herma- nos se dieron en Quipaypán; en la cual, y de ambas partes, muñe- ron ciento y cincuenta mil hombres; prisión é indignos tratamientos que al infeliz Cusihuascar le hicieron; tiranías que el usurpador hizo en el Cuzco, quitando la vida á cuarenta y tres hermanos que allí tenía, y muerte lastimosa que hizo dar á Cusihuascar, en su prisión: representóse en ella la entrada de los españoles en el Perú, prisión injusta que hicieron de Atahuallpa, decimotercio Inga de esta mo- narquía; los presagios y admirables señales que en el cielo y aire se vieron antes que le quitasen la vida; tiranías y lástimas que ejecuta- ron los españoles con los indios; la máquina de oro y plata que otre- ció porque no le quitasen la vida, y muerte que le dieron en Caja- marca. Fueron estas comedias quienes el capitán Pedro Méndez y Bartolomé de Dueñas les dan título de sólo representaciones) muy especiales y famosas; no sólo por lo costoso de sus tramoyas, pro- piedad de trajes y novedad de historias, sino también por la elegan- cia del verso viixto del idioma castellano con el indiano.-^

276 CAPÍTULO X

Del pomposo aparato de estas representaciones puede formarse idea por este relato del mismo cronista, que aunque prolijo, es muy curioso:

«Iban por delante muchos indios con varios instrumentos de mú- sica y cajas espaíioías. Tras ellos venían doscientos indios, en hile- ras de á cinco hombres cada una, vestidos de pieles de vicuña, con guirnaldas de sauce en la cabeza, y cañas de maíz con sus hojas y mazorcas en las manos; y detrás traían en hombros unas andas de grandor considerable; en medio de ellas estaba un globo, la mitad dorado, y la otra mitad plateado, en cuyo i'ededor estaba mucha va- riedad de árboles, plantas, flores y frutos; denotando la fertilidad de este nuevo mundo, y cubierto de oro y plata conforme en todo á su natural. Luego se seguían, en varios acompañamientos, todas las na- ciones de indios que habitan esta América Meridional del Perú, lla- mada por los españoles Nueva Castilla y Nueva Toledo. Iban las naciones cada una con sus propios trajes; cuyos principales estaban cabalgados en leones, otros en tigres, otros en cocodrilos (llamados en estas Indias caimanes) y otras varias y horribles fieras; formadas unas de metal y otras de madera, todas en muy vistosas andas, pin- tadas en ellas sus hazañas. Tras de éstos venían otras cuadrillas de indios vestidos de pluma, paja y algodón, tañendo y cantando á su modo y en su idioma. Luego se seguían por su orden todos los In- gas del Perú, desde el famoso ]\Ianco Capac hasta el valeroso Sayri Tupac, que había molestado á los españoles, vecinos del Cuzco y de Huamanga, con sangrientas guerras. \^enían todos en andas doradas, sentados en aquellas sillas que usaban, de una pieza, con espaldar levantado y sin brazos, que llamaban ¿iajms, y eran de finísimo oro... Los indios que acompañaban á cada Inca iban vestidos con ricas camisetas, mantas y Ilaytus en sus cabezas, trayendo cada uno los instrumentos y obras que dieron fama á sus monarcas. En el acompañamiento del Inca Huáscar traían el recuerdo de aquella gran cadena de oro que se acabó en su tiempo á costa de sus tesoros, la cual salía á ser vista; rodeaban con ella las andas y persona real, le- A'antada en los hombros de los caballeros que llamaban orejones', y era tan grande, que de trecho en trecho la sustentaban trescientos hombres; y cuando doblaban el acompañamiento (que era en día se-

BOLIVIA 277

ñalado) acortaban los trechos y entraban seiscientos hombres, unos en pos de otros. Pero quien más se señalaba entre los Ingas de este paseo era el soberbio Atahuallpa (que hasta en estos tiempos es te- nido en mucho de los indios, como lo demuestran cuando ven su retrato), el cual venía en unas andas de forma piramidal, vestido de una riquísima camiseta, toda cuajada de perlas y piedras preciosas.»

Viene luego una minuciosa descripción del traje de Atahuallpa, «que por ser semejante, sin quitar ni añadir cosa alguna, lo cuentan en sus historias el capitán Pedro Núñez y Bartolomé de Dueñas».

Las especiales condiciones de vida social en que se encontraban los territorios del Alto Perú, sin más población española que la atraída por la devoradora fiebre de las riquezas y por la explota- ción de los grandes yacimientos metalíferos, impidió que allí flore- ciese durante el período colonial ningún escritor de monta, si se exceptúa al cronista de la orden de San Agustín en el Perú, Fr. An- tonio de la Calancha, que era natural de Chuquisaca (i).

( 1 ) Coránica moralizada del Orden de San Avgvsiin en el Perú^ con svcesos egemplares vistos en esta nionarquia. Dedicada á Nuestra Señora de Gracia^ sin- gular Patraña i Abogada de la dicha Ordeít. Conipvesta por el mvy Reverendo Padre Aíaestro Fray Antonio de la Calaticha, de la mis?na Orden i Difinidor actual. Divídese este primer tomo en quatro libros: lleva tablas de Capittdos, i lu- gares de la sagrada Escritura. Año 1Ó3S... En Barceloiia, por Pedro Lacavallc- ria, en la calle de la Librería.

Coránica moralizada de la provincia del Peni del orden de San Augustin nuestro Padre. Tomo segundo. Por el R. P. Maestro Fr. Antonio de la Calancha., Difinidor de la dicha provincia y su Coronista. Dedícala á la Ss.""^ Virgen Ma- ría, en su milagrosa imagen del célebre santuario de Copacavana. En Lima. Por Jorje López de Herrera, impressor de libros. Año de i6S3.

Este tomo segundo, que al parecer no acabó de imprimirse, puesto que faltan los libros 3.° y 4.° y el 2.° está incompleto, saltando desde él al 5.° que comprende la historia del Santuario de Copacavana, es de la más extraordi- naria rareza (Vid. Rene Moreno: Biblioteca Peruana, Santiago de Chile, 1896, tomo I, pág. 108; id. Bolivia y Peni, Notas histáricas y bibliográficas, San- tiago, 1 90 1, reimpreso en 1905).

En esta segunda Parte consta que Fray Antonio nació en 1584, en la ciu- dad de la Plata, y que murió en i.** de Marzo de 1654, de una apoplegía. Era hijo del capitán Francisco de la Calancha y de D.^ María de Benavides. Pocas crónicas monásticas hay tan importantes para la historia de las eos-

278 CAPÍTULO X

No por razón de la patria, puesto que era toledano , sino por la materia, debe citarse á otro historiador monástico del siglo xvu, Fr. Diego de Mendoza, autor de la importante Crónica de la pro- vincia de San Antonio de los Charcas.

Allí existía una universidad (l), que en el siglo xviii llegó á ser de las más famosas del Nuevo Mundo. Un historiador argentino (2)

tumbres coloniales ^ de los ritos y supersticiones de los indígenas, como la del P. Calancha. Su lectura atrae y entretiene muchas veces á pesar déla es- tupenda credulidad milagrera y de su estilo barroco é intemperante. Tenía todos los vicios de la decadencia literaria, pero no le faltaba imaginación pin- toresca, que en ocasiones le sugiere frases felices. Su libro merecía reimpri- mirse extractado, aligerándole de las impertinentes moralidades que á cada paso em.barazan el curso de la narración.

Hizo el P. Calancha algunos versos. Sobre ellos me comunicó D, Marcos Jiménez de la Espada la noticia siguiente:

Historia del célebre Sajituario de Nuestra Señora de Copacavana, y sus Mi- lagros, é Invención de la Cruz de Carabuco. A Don Alonso Bravo de Sarabia y Sotomayor, del Abito de Santiago, del Consejo de Su Magestad, Cofisultor del San- to Oficio, y Oydor de México. Por el P. J. Alonso Ramos Gavilán, Predicador, del Orden de N. P. S. Agustín. Año 1621. (Escudete grabado en madera con el emblema agustiniano). Con licencia en Lima; por Jeronymo de Cotitreras, 4.°, vui -\- 432 y 4 folios finales.

«En el último de los folios de principios, al pie de un grabado en madera, que representa la Virgen de Copacavana, hay estas dos quintillas, compues- tas por Fr. Antonio de la Calancha y dedicadas á Fr. Alonso Ramos:

Dos milagros más verán En tu obra peregrina, Donde en toda paz están Una paloma divina En manos de un gavilán.

Y porque el otro veamos Para gloria más crecida, En autor y libro hallamos Al fruto y árbol de vida. Colgado de vuestros ramos.

(i) En América ha habido, y no si aún dura, la manía de alterar, prin- cipalmente por motivos políticos, los nombres de las ciudades y aun de los estados, como en España los de las calles. Para un lector europeo no será inútil saber que Chuquisaca, Charcas, La Plata y Sucre son nombres de una misma ciudad, capital hoy de la república de Bolivia.

(2) Don Vicente Fidel López.

BOLIVIA 279

dice de ella lo siguiente: «La Universidad de Charcas irradiaba su esplendor sobre las provincias de abajo hasta las orillas, del Plata, y era por lo mismo el foco del saber y de la grande enseñanza; no de una enseñanza circunscrita á la letra de los textos, sino de una en- señanza iniciadora, que sin estar en el claustro mismo, había pene- trado en el espíritu de los estudiantes y se había apoderado de la juventud que tomaba sus grados doctorales en ella, como lo prueban un sin número de hombres, Moreno, Monteagudo, Agrelo, Molina, Medina, Pérez, Terrazas, Serrano, Gorriti, Castelli, Passo, López, Patrón y muchísimos otros hijos de las provincias del Alto Perú que brillaron en la revolución por sus luces y por sus ideas adelantadas. Charcas fué en el último siglo de la colonia un centro de elevada y trascendental iniciación, que dio á la educación literaria el espíritu revolucionario y los gérmenes de una nueva época» (l).

Aquella generación, sin embargo, tan fecunda en jurisconsultos, estadistas y hombres de acción, no produjo en Solivia ningún poeta. El más antiguo que conocemos de este siglo, apenas puede ser cali- ficado de boliviano más que por la casualidad del nacimiento, puesto que por educación fué español, y por origen de familia y por resi- dencia definitiva, chileno. Me refiero á D. Ventura Blanco Encalada, que nació en la ciudad de la Plata el 14 de Julio de 1782, por ha- llarse su padre de magistrado en aquella Audiencia, de donde pasó muy pronto á la de Buenos Aires. Educado en España D. Ventura, y Guardia de Corps en sus mocedades, se afrancesó durante la gue- rra de la Independencia, y en 1820 entró al servicio de la república de Chile, que le confió importantes cargos, entre ellos el de minis- tro de Hacienda. Fué íntimo amigo de D. José Joaquín de Mora, á quien se parecía mucho en sus aficiones literarias y en el humor jo- vial y festivo, si bien con mucho menos estro. En la colección defini- tiva de los versos de Mora (que dista mucho de ser completa) hay una epístola y una elegía dedicadas á Blanco Encalada. Otra mucho más notable ha dado á conocer D. Miguel Luis Amunátegui en uno de

( I ) Historia de la República Argentina^ su origen, su revolución y su des- arrollo poliiico hasta i8¿2. Nueva edición. Buenos Aires, 191 1, tomo 1, pági- na 561.

Mbnéndez t IPsijAYO.— Poesía Ais^ano-americarta. II. i8

28o CAPÍTULO X

SUS curiosísimos libros sobre la Historia literaria de Chile (l). No fué fecundo Blanco Encalada: una traducción de la Mérope de Voltaire, representada en el teatro de Santiago de Chile en 1828, y muy elo- giada por Mora, pero no impresa nunca, y al parecer perdida; una epístola en verso suelto al mismo Mora, correcta y aliñada si se pres- cinde de las inoportunas asonancias que ningún poeta americano de entonces esquivaba, ni siquiera Olmedo, ni siquiera Bello; alguna oda frígidísima en sáficos ó en estrofas de Francisco de la Torre; algunas fábulas, letrillas y sátiras políticas, es todo su matalotaje li- terario, no muy notable ni por la abundancia ni por la calidad, aun- que digno de tenerse en cuenta por ser tan escaso todavía el caudal poético de Chile en su tiempo. Tuvo buen gusto, amó el arte y alentó á los principiantes: no se le puede conceder más elogio que éste.

Alguna parte cabe á D. José Joaquín de Mora en la cultura poética de Bolivia, puesto que en su vida errante á través de las repúblicas del Sur, residió allí tres años, de 1 834 á 1 837) á la sombra del famoso presidente D. Andrés Santa Cruz, que intentó dar á su país la he- guemonía en el Sur, mediante el establecimiento de la Confedera- ción Perú-Boliviana (2). Fué Mora gran secuaz de este proyecto, y

(i) La Alborada Poética en Chile después del iS de Sepiiembre de 1810. Santiago de Chile, i8q2, págs. 431-435.

Colaboró Blanco Encalada en El Merairio Chileno, revista fundada por Mora.

Tradujo é hizo representar en Santiago en 1852 La Marquesa de Sennete- rre, comedia de Mélesville y Duveyrier. Falleció en 13 de Junio de 1856.

(2) Vid. Mora en Bolivia, por D. Domingo Amunátegui Solar (Santiago de Chile, 1897). Contiene este opúsculo curiosas noticias y documentos recogi- dos en parte por el bibliófilo boliviano D. Gabriel Rene Moreno, que se los comunicó á Amunátegui.

Mora, nombrado catedrático de literatura en la Universidad de La Paz, inau- guró su curso en 15 de Diciembre de 1834 con una extensa oración, la cual terminaba con rendidos homenajes al Presidente Santa Cruz, que además de haberle conferido su magisterio oficial, le proporcionó amplios recursos para abrir un Colegio Normal de segunda enseñanza en la misma ciudad. Para sus clases publicó en 1835 "^ texto de Gramática Castellana, que difiere poco de los de la Academia y de D. Vicente Salva, y del cual todavía se hizo un com- pendio en 1850. En 1846, diez años después de la vuelta de Mora á Europa, , se reimprimieron en La Paz sus Cursos de Lógica y Ética según la escuela de

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como secretario del General redactó, por encargo suyo, El Eco del Protectorado, periódico oficial de la Confederación , y la Exposición de los motivos que asisten al Gobierno protectoral pa7'a hacer la guerra al de Chile, en contestación al Manifiesto de Chile, que había escri- to D. Felipe Pardo, emigrado á la sazón en Valparaíso. Además, Mora dio algunas enseñanzas de humanidades en la Universidad Ma- yor de San Andrés de la Paz de Ayacucho, y compuso en Bolivia una parte muy considerable de sus Leyendas Españolas. El mismo apunta en una nota de la leyenda titulada Una Madre, que la escribió en la hacienda de Cotana... situada en el valle del mismo nombre, en el departamento de la Paz, república de Bolivia, á las faldas del Nevado de lUimani, «la más alta montaña de todo el Nuevo Mundo después del pico de Sorata» (i).

Y como sin disputa alguna son las Leyendas Españolas lo mejor de Mora, y lo que conserva en pie su fama de poeta, introductor en nuestro Parnaso de un nuevo género de narraciones románticas entremezcladas de digresiones humorísticas al modo del Beppo y del Don Juan de Byron, siempre dará honra á Bolivia el haber sido

Edimburgo, publicados en Lima en 1832; y todavía en 1865 servía de texto en las tres Universidades bolivianas su pequeño Curso de Derecho Romano, ex- tractado de Heineccio.

Entre los versos compuestos por Mora en Bolivia, y que faltan en la colec- ción de sus obras, son notables una fábula dedicada á la mujer del Protector Santa Cruz, y el valiente Canto épico d la batalla de Yatiacocha (13 de Agosto de 1835), ganada por aquel caudillo contra el ejército peruano del general Salaverry. Este canto iguala ó supera al de Juan Cruz Várela d la batalla de Ituzaingd y tiene rasgos dignos de Olmedo en el Canto de Junin. Se publicó suelto en La Paz de Ayacucho, 1835, imprenta del Colegio de Artes. También D. Emilio Mora, hijo de D. José Joaquín, celebró la misma batalla en un can- to en octavas reales, impreso en el Cuzco.

En 1838, Santa Cruz envió á Londres á Mora con el carácter de cónsul ge- neral de la Confederación Perú-Boliviana, y su agente diplomático oficioso, cargos que desempeñó hasta la derrota de su protector en la batalla de Yun- gai (20 de Enero de 1839), y consiguiente disolución de aquel efímero Estado federal.

(i) Leyendas Españolas, por D. José' Joaquín de Afora, Londres y París, j84o, pág. 591.

282 CAPÍTULO X

cuna de uno de los mejores libros de versos castellanos del siglo pasado.

Pero no parece que Mora dejase muchos discípulos en Bolivia, La América Poética, de Gutiérrez, impresa en 1846, sólo da entrada á dos ingenios de aquella República: D. Mariano Ramallo y D. Ri- cardo Bustamante (l).

(i) En el estudio de D. Gabriel Rene Moreno, que se citará después, se da noticia bibliográfica de varios versificadores y poetastros bolivianos de la mitad del siglo xix; pero son tales, á juzgar por las muestras, que quitan has- ta la gana de consignar sus nombres. No haremos otra excepción que la de D. Mariano Salas, antiguo empleado de la Casa de Moneda y del Banco de Rescates de Potosí, por ser acaso su No m'e olvides (título evidentemente to- mado de Mora, que había dado en Londres varios libritos análogos) la más antigua colección de poesías publicada en Bolivia (dos cuadernos impresos en Potosí, 1838). Pero parece que no todíis las composiciones son de Salas. Tradujo, además, algunas poesías de Lamartine, entre ellas El Crucifijo, Sus versos son abominables, y D. Juan María Gutiérrez, que se los había pe- dido porque gozaban de cierta fama, no sólo se abstuvo de poner nada de ellos en su Afnérica Poética, sino que hizo un auto de fe con el tomo en la trastienda de El Mercurio, de Valparaíso. Todavía son peores, si cabe, los del presbítero D. Hilarión Padilla Atoche.

Como humanista, aunque malo, y cultivador infeliz de la poesía latina, se cita al Dr. D. José Manuel Loza, vocal de la Corte Superior de La Paz, Cance- lario de su Universidad, Codificador de la Nación, Ministro de Instrucción Pú- blica, y autor, entre otros opúsculos en prosa y verso, de un Canto lírico en memoria de los constantes y heroicos esfuerzos del Alto-Perú durante la guerra de quince años por la indepejidencia americana. Escrito en metro latino por el doctor don José Manuel Loza, y ti-aducido al verso castellano por el doctor R. Z. Contie- ne notas curiosas, históricas y geográficas, y un examen critico literario sobre el mérito de la obra (que su autor ó traductor compara modestamente con la can- ción de Herrera á la batalla de Lepanto). Sucre, i8S5y imp. de López. Los- Opúsculos poéticos latinos, del mismo Dr. Loza (2.* edición corregida y aumen- tada por el autor, La Paz, 1859), han servido de texto en los colegios de la República, cosa que parece increíble, atendidas las faltas métricas que en ellos se observan.

Sobre este Dr. Loza consigna una curiosa anécdota D. Gabriel Rene More- no [^Revista de Buefios Aires, tomo xvii, pág. 538).

«Un distinguido escritor europeo, que medita vastos proyectos de alianza intelectual, moral y social entre los pueblos de raza latina para contrabalan- cear, en las lides de la civilización moderna, el engrandecimiento amenaza-

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Del Dr. Ramallo (n. 1817), natural de Oruro, graduado por la Universidad de Chuquisaca, Rector del Colegio Bolívar y profesor <ie Derecho y Ciencias políticas en la Universidad de la Paz de Aya- cucho, sólo se insertan unas octavillas tituladas Inspiración^ y una composición, también romántica, en variedad de metros, que lleva por nombre Una impresión al pie del Illimani. Son ensayos harto triviales; pero el poeta fué adelantando algo, á lo menos en correc- ción, en otras piezas suyas que he leído en La Lira Americana^ de Palma (1865), y en la América Poética, de Cortés. El Epitalamio de los Bardos y los versos A 7ni hija Natalia me parecen las más acep- tables; pero en ellas, como en las demás, es visible la penuria de ¡deas y de estilo; y si este poeta no hizo otra cosa mejor, bien puede quedar en olvido.

No así D. Ricardo J. Bustamante, que era todavía muy joven cuando se publicó la primitiva América Poética, donde sólo aparece de él la inevitable Oda á Bolívar, ensayo de toda musa americana inexperta. Bustamante (n. 1821), que recibió su educación en Bue- nos Aires y en París, y á quien las tormentas políticas obligaron á vivir alejado de su patria casi siempre, es hasta ahora el principal hombre de letras que ha producido Bolivia. En 1879 decía de él el Repertorio Colombiano, probablemente por la pluma de su egregio director D. Miguel A. Caro: «Bustamante se hace siempre notar por la delicadeza de sus sentimientos, por su inspiración feliz y por

dor y creciente de las razas del Norte, dio en París, ahora nueve años (se es- cribía esto en 1868) un banquete á varios sud-americanos notables. El general Belzú fué uno de los escogidos de aquél cenáculo. Después de los postres, el sabio comenzaba ya á desenvolver su gran pensamiento sobre las razas latinas, cuando interrumpiéndole el expresidente de Bolivia, le dijo: «Bolivia, señor, no puede meterse en eso, porque el único que allá sabe latín es el Dr. Loza.» Como cultivadores de la poesía religiosa en el Alto Perú, cita el Sr. Rene Moreno á Fr. Gregorio Cintora: Actos de airicidíi y contrición en verso, 2.* edi- ción, aumentada con los Deseos del Paraíso. Versión métrico-parafrástica del salmo «Misererev) (Sucre, 1852 y 1853); al limo. Sr. Alzamora, El salmo <¡.Mi- sererei> compuesto en devotas décimas (La Paz, 1857), Bernardo José Guevara, hermano lego de la Real Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, de la ciudad de La Plata, Afectos del alma al pie de la Cruz (1853). Este último per- tenece al siglo xvii; ignoro la época de los otros dos.

284 CAPÍTULO X

la galanura de su estilo... Ha cultivado con éxito casi todos los gé- neros literarios; pero habiéndose consagrado especialmente á la poe- sía lírica, su reputación estriba en las pocas composiciones suyas que algún amigo ha publicado, y que la prensa americana se ha apresurado á reproducir. A esas producciones y á la estimación que de él hicieron siempre Ochoa, Escosura y otros literatos españoles, debe la merecida distinción, que en Bolivia sólo él ha obtenido, de ser nombrado individuo correspondiente de la Real Academia de la Lengua. Tiene inéditos casi todos sus trabajos, porque nunca ha escrito para el público, ni por afán de gloria literaria, sino para dar libre vuelo á su imaginación, atormentada por terribles sufrimien- tos, ó para inculcar en sus hijos el amor á Dios y á la virtud» (l). Dos delicadas poesías de los últimos años de Bustamante, la Ben- dición paternal á mi hija Angélica y la Plegaria, bastan para acre- ditar la pureza de su gusto y el tesoro de honrados y cristianos sentimiantos que se albergaban en su pecho. Pero aun los versos románticos de su mocedad, con ser de pura imitación, las orienta- les y baladas, la Despedida del árabe á la judía después de la con- quista de Granada^ El Judio errante y su caballo^ se recomiendan por una sobriedad y un buen gusto raros en principiantes de enton- ces; la Oda á la Libertad tiene el mérito de apartarse bastante de las vulgaridades que parecen inexcusables en tal tema; y en el Pre- ludio al Mamaré lucen brillantes condiciones de poeta descriptivo. Es de suponer que si las poesías de Bustamante se coleccionasen, habría en ellas otras cosas dignas de alabanza, aunque probable- mente ninguna de primer orden (2).

(i) Repertorio Colojiibiano, vol. iii, pág. 225.

(2) En el saqueo de la ciudad de La Paz, ocurrido en la revolución de 12 de Marzo de 1849, perdió tres cantos en octavas reales, que llevaba escritos, de un poemita que debía constar de seis con el título de Los amores de im ángel, cuyo tema era pronosticar la regeneración moral del mundo por medio de la mujer, personificación del espíritu de caridad cristiana, obligada á reparar, con su benéfica influencia futura, el mal inmenso de haber, con su influencia pri- mitiva, precipitado á la humanidad de las delicias del Paraíso. D. Gabriel Rene Moreno {Revista de Buenos Aires, tomo xvii, 1868, pág. 546), dice que tenía en su poder la introducción de este poema, en diez octavas.

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Inferiores, á juzgar por las pocas muestras que de sus poesías conozco, me parecen D. Manuel José Cortes (181 1 -1865) y D. Nés- tor Galindo (1830-1865). Lo menos endeble que he visto de Cortés es el Canto d la naturaleza del Oriente de Bolivia; pero su reputa- ción no la debe á la poesía, sino á su Ensayo sobre la historia de Bolivia (i), y á sus trabajos de codificador y estadista (2).

D. Néstor Galindo, vate sentimental y fúnebre cuanto incorrecto en la lengua y en la rima, publicó en Cochabamba, el año 1856, un volumen de jeremiadas, al cual dio el título bien apropiado de Lá- grimas^ porque realmente es una inundación de ellas. De este tomo hicieron severa disección los hermanos Amunáteguis en su Juicio Critico (3), y no hay para qué volver sobre su fallo.

De Galindo son estos cuatro disparatados versos, que creemos oportuno citar, no sólo como muestra de su estilo, sino para resti- tuirle en justicia la paternidad de la metáfora que en ellos se con- tiene, y que con siniestra intención se ha achacado á otros ingenios de más alto vuelo:

Cansados ya los palpitantes miembros, Muerta del alma la ilusión dichosa. Sus alas de cristal^ de oro y de rosa Despliega la esperanza cual gacela (4).

(1) Impreso en la ciudad de Sucre, 1861, imp. de Béeche.

(2) Vid. Corona fúnebre del boliviano doctor Manuel José' Cortés. Potosí^ 18Ó5, Tipog. Municipal. Este cuaderno de 44 páginas contiene ocho composi- ciones en verso.

(3j Juicio critico de algunos poetas hispano-aniericanos, por Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui. Obra premiada eti el ceriatnen abierto por la Fa- cultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile el año de iSsg. Santiago, imprenta del Ferrocarril., 1861, págs. 317-328.

(4) Vid. el extenso y curioso estudio del bibliófilo boliviano D. Gabriel Rene Moreno, Biografía de Don Néstor Galindo, en La Revista de Buenos Aires, publicada bajo la dirección de D. Vicente G. Quesada y D. Miguel Na- varro Viola (tom. xvii, Buenos Aires, 1868, págs. 321-339 y 496-547.)

Nació Galindo en Cochabamba, en 23 de Enero de 1830. Hizo sus estudios de humanidades en el colegio Sucre de aquella ciudad, y cuando se hallaba próximo á terminarlos en 1848, hubo de pasar al Perú, acompañando en el destierro á su padre el general Galindo. Después de una corta residencia en

286 CAPÍTULO X

Muy pocos nombres, todavía más obscuros, pueden añadirse á los citados.

El magistrado D. Manuel José Tovar, autor de un poema lírico- Lima, y otra más larga en el puerto de Tacna, donde contrajo una pasión amo- rosa que ha dejado mucha huella en sus poesías, pasó á Chile, y en un cole- gio particular de Valparaíso, dirigido por un Mr. Perey, se perfeccionó en el conocimiento de algunos idiomas vivos, entregándose con predilección á la lectura de los escritores románticos franceses, especialmente de Jorge Sand. Á fines de J851 regresó á su patria, en cuyas agitaciones políticas tomó bastante parte, á pesar de su carácter melancólico y retraído; siendo deste- rrado en 1855 por haber publicado un canto fúnebre á la memoria del gene- ral Ballivian, y proscrito en 1854 por haber tomado parte en un alzamiento militar contra la administración del general Belzú. Entonces compuso su poema El Proscripto, del cual sólo se conoce un fragmento que apareció en el Cóndor de Cochabamba, 3 de Mayo de 1856. Tanto en este periódico, como en la Reforma y la Patria de la misma ciudad, en la Polémica de la Paz, en el Siglo de Sucre, y en otros periódicos y folletos, hay bastantes poesías suyas posteriores á Lágrimas^ y al parecer mejores ó menos malas que las de aque- lla colección. Cítanse con particular elogio unas octavas al Pabellón Bolivia- no, que se publicaron anónimas en Cochabamba, 1857:

¡Oh mano impía! La rasgada enseña De tantas glorias, y victorias tantas, Patriota el corazón, noble desdeña, Que ya no es digna de ocupar las plantas. Roto jirón que nada al alma enseña Ni le recuerda sus memorias santas; No es pabellón, ni enseña, ni bandera, Ni aun divisa de imbéciles siquiera...

Quedó inédita su obra más extensa, La Mujer, poema lírico de tres mil seiscientos versos en variedad de metros. Los fragmentos que hemos visto no pasan de una medianía muy mediana.

Tradujo Galindo el Adiós de «Childe Harold», y otras estancias de Byron, y algunas poesías de Víctor Hugo, como Esperanza en Dios y (Dótide está la dicha?

Fué uno de los fundadores de la Revista de Cochabamba (1852), primera de su género en Bolivia. Sólo alcanzó un año, y forma un tomo de 439 páginas, publicado en la imprenta de La Unión. La mayor parte de los artículos ver- san sobre navegación fluvial, legislación civil, agricultura, enseñanza é histo- ria americana.

Colaboradores de esta Revista fueron, entre otros, D. José María Santib;i- ñez, autor de una importante Memoria sobre la Instrucción Pública en Bolivia

SOLIVIA

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descriptivo, La Creación (i), se suicidó en 1869. No conocemos su poema, pero versos líricos suyos, generalmente verbosos é insus- tanciales. Quizá los mejores sean los que dedicó á la poetisa ciega

María Josefa Mujía:

Canta, paloma escondida; No llores, no, la amargura; Que si no ves la hermosura Ni puedes un mundo ver, Mil mundos resplandecientes Te ofrece la fantasía... Allí tienes claro un día Y miras un sol nacer.

Tienes un ancho horizonte Para ti solo extendido, De noche un mar encendido. Astros que el mundo no ve; Praderas inmensurables Que tu vista interna halagan. Perfumes que te embriagan De las montañas al pie...

De esta infeliz señora, á quien no incluímos en nuestra colección por no constarnos que haya pasado de esta vida, pero á quien su inmenso infortunio presta de todos modos la majestad solemne de la muerte, hay unos sencillos é inspirados versos, que quiero poner aquí, porque en su forma casi infantil tienen más intimidad de sen- timiento lírico que todo lo que he visto del Parnaso boliviano:

(Cochabamba, 1 851) y de varios opúsculos sobre cuestiones de límites con Chile, reformas del sistema monetario y proyecto de una ley de cammos; D. Rigoberto Torrico, joven profesor, que tradujo (del francés) la Historia Universal á^]n2.xi de MüUer (Cochabamba, 1852) y la Filosofía Elemental de Damiron (La Paz, 1854), á la cual antepuso un prólogo en que expone sus principios de método filosófico (a); D. Benjamín Blanco, autor de una leyenda en variedad de metros. La venganza de una mujer (Cochabamba 1853) y de un poemita religioso, María concebida sin mancha, impreso en la misma ciu- dad diez años después; y algunos otros. (i) Impreso en Sucre, 1863.

(a) Los amigos de este malogrado jóvcr, publicaron en 1855 una Corana fúnebre ú su memoria.

288 CAPITULO X

EL ÁRBOL DE LA ESPERANZA

Árbol de esperanza hermoso, En copa y ramas frondoso Y elevado yo te vi: Ora en el suelo tendido, Destrozado y abatido Te miro, ¡triste de mí!

Sin hojas y sin ramaje, Marchito y seco el ropaje De tu frescura y verdor; !Cuán corta tu vida ha sido! Contigo todo he perdido De la fortuna al rigor.

En tu tronco yo apoyaba Mi porvenir, y esperaba Recoger tu fruto y flor; Bajo tu sombra solía Recrear mi fantasía Y adormecer mi dolor.

Siendo de edad aún temprana, En tu corteza yo ufana Catorce letras grabé; No eran dichas ilusorias, Ni de amores ni de glorias Las palabras que tracé.

Contigo se ha derribado Todo el bien imaginado Que el pensamiento creó; Cual exhalación ligera, Toda ilusión hechicera Contigo ya se extinguió- Era tierna tu corteza, Tus raíces sin firmeza, Débil tu tronco también; Y así resistir no pudo Del fuerte huracán sañudo El recio soplo y vaivén.

Muerta mi dulce esperanza, Todo ha sido ya mudanza De la dicha á la aflicción; Sólo viven la amargura, El pesar y desventura Dentro de mi corazón.

SOLIVIA 289

Figuran, además, en las antologías americanas de Palma, Cortés y Lagomaggiore (l), como poetas de Bolivia, D. Daniel Calvo, don Félix Reyes Ortiz, D. Luis Pablo Rosquellas (músico y poeta brasi- leño, pero que desde su infancia reside en Bolivia y ha escrito siem- pre en castellano), Doña Mercedes Belzú de Dorado, D. Luis Zalles, D. Tomás O'Cónnor d'Arlach y D. Benjamín Lens. Pero no tenien- do dato acerca de la muerte de estos autores, y no conociendo sino muy pequeña parte de sus obras, no me aventuro á formular juicio alguno sobre este pequeño grupo poético (2). Quizá algún día, ce- sando la actual incomunicación literaria entre España y Bolivia, po- drá ampliarse este estudio con las noticias que ahora se echan de menos (3).

(i) América Literaria. Producciones selectas eíi prosa y verso, coleccionadas y editadas por Francisco Lagomaggiore. ^w^xío?, Aires, 1883. Hasta el presente no he podido proporcionarme la segunda edición, que al parecer es obra completamente nueva y riquísima de datos.

(2) D, Daniel Calvo, ministro que fué de Instrucción pública en Bolivia, es autor de dos tomos de poesías {Melancolías, 185 1 Rimas, 1871) y de una leyenda Ana Dorset (1859).

D. Félix Reyes Ortiz, además de sus poesías, ha publicado varios libros de texto, entre ellos uno de Ortología, Prosodia y Métrica, y una introducción al Estudio del Derecho.

Doña Mercedes Belzú de Dorado, hija del desgraciado general Belzú, Pre- sidente de Bolivia, y de la afamada novelista argentina Doña Juana Manuela Gorriti, reside ó residía en Arequipa, y además de sus poesías originales ha hecho algunas traducciones de Víctor Hugo, Lamartine y Shakespeare.

Luis Zalles se ha distinguido principalmente por sus versos festivos y sátiras políticas.

De Benjamín Lens hay un volumen publicado en 1861 con el título de Flores de zm día, y cinco piezas dramáticas: Amor, Celos y Venganza, El Hijo Natural, Borrascas del Corazón, La Mejicana y El Guante Negro.

(3) Para los autores de fecha más reciente, debe consultarse la Attiología Boliviana, de D. Fermín Rojas é hijo. Sólo hemos visto el tomo primero, de- dicado enteramente á los escritores cochabambinos (Cochabamba, 1906), con retratos de los autores y un prólogo de D. Arturo Oblitas.

Esta Antología comprende prosistas y poetas. Los que figuran en este pri- mer tomo, D. Mariano Baptista, D. Benjamín Blanco, D. Florián Zambrana, D. Félix A. del Granado, D. Julio Rodríguez, D. Adrián Pereira, D. Eufronio Viscarra, D. Demetrio Canelas, D. Luis F. Guzmán, D.^ Adela Zamudio, don

ago CAPITULO x

José Mendoza, D. José Aguirre Achá, D. Pablo y D. Manuel Céspedes, D. Ma- nuel Paz Arauco, viven todos, ó vivían cuando el libro se publicó, y algunos de ellos son muy jóvenes.

Los editores prometen otros cinco tomos, el segundo dedicado todavía á los autores de Cochabamba, el tercero á los de Sucre, el cuarto á los de la Paz, el quinto á los de Oruro y Potosí, y el sexto á los de Tarija, Santa Cruz y el Beni.

XI

CHILE

La raza indígena, que tan escasa ó nula influencia ha ejercido en la literatura hispano-americana, tiene, no obstante, en la colonial de Chile una acción indirecta tan poderosa, que decide del género y asunto de la mayor parte de las producciones en prosa y en verso que allí durante dos siglos se compusieron. Aquella estrecha faja de litoral, árido y pedregoso, que no podía excitar ni la codicia ni la imaginación de los aventureros, costó más para su conquista y con- servación que todo el resto del continente americano, y aun hubo parte de ella que nunca fué enteramente domeñada. Una tribu de bárbaros heroicos gastó allí los aceros y la paciencia de los conquis- tadores, y manteniendo el país en estado de perpetua guerra, deter- minó la peculiar fisonomía austera y viril de aquella colonia, á la vez que ofrecía un tema casi inagotable á los primeros ensayos de sus ingenios. Toda la primitiva literatura de Chile, así en los poetas como en los historiadores y los arbitristas, no existe más que por la guerra de Arauco, y no habla más que de los araucanos. Si aquellos bárbaros no escribían versos ni componían historias, y sólo conocían la poesía y la elocuencia en sus formas más rudas y elementales, daban á lo menos continua ocasión, con las hazañas de su increíble resis- tencia, á que se multiplicasen los poemas y las historias de que ellos venían á ser héroes sin saberlo. Así se formó en tiempos plenamen- te históricos una literatura de temple muy épico, que contrasta con el carácter patriarcal y algo caserq que las letras coloniales ofrecían por lo general en los pacíficos emporios de México y Lima, ó en las escondidas metrópolis de Quito y Santa Fe. Y aun en cierto sentido

292 CAPITULO XI

puede decirse con D. Andrés Bello que «Chile es el único de los pueblos modernos cuya fundación ha sido inmortalizada por un poema épico». Ni hay tampoco literatura del Nuevo Mundo que tenga tan noble principio como la de Chile, la cual empieza nada menos que con La Araucana^ obra de ingenio español, ciertamente, pero tan ligada con el suelo que su autor pisó como conquistador, y con las gentes que allí venció, admiró y compadeció á «n tiem- po, que sería grave omisión dejar de saludar de paso la noble figu- ra de Ercilla, mucho más cuando su poema sirvió de tipo á todos los de materia histórica, compuestos en América, ó sobre América, du- rante la época colonial.

Larga y vanamente se ha disputado sobre si tal obra cabe ó no dentro de la antigua categoría épica. Ante las modernas doctrinas sobre la epopeya, tal cuestión carece hasta de sentido. Ni La Arau- cana ni otro ningún poema moderno, ni, entre los antiguos, la Eneida misma, tienen nada que ver con un género primitivo, imper- sonal, propio de las edades heroicas y de las civilizaciones incipien- tes, como es la genuina epopeya. Tan imposible es producirla á sa- biendas y tan ridículo intentarlo, como sería crear una mitología nueva ó inventar una nueva lengua. La epopeya pertenece al género de las creaciones espontáneas del espíritu humano, y las fuerzas que la engendraron no existen ya, ó están latentes, hasta que en un me- dio social adecuado, que el volver de los tiempos puede traer con- sigo, como le trajo en la Edad Media, logren manifestarse de nuevo.

Así, por ejemplo, muchos siglos después de haber muerto la epo- peya clásica (sustituida por las exquisitas imitaciones literarias de Apolonio ó de Virgilio), los ignorados cantores del Rolando^ del Mió Cid y de Los Nibehmgos^ pudieron ser tan épicos como los rapso- das homéricos, sin conocerlos ni enlazarse con su tradición en modo alguno.

En este concepto, hoy universalmente aceptado, claro es que Er- cilla no merece rigurosamente el nombre de épico, pero tampoco puede decirse que lo sean Camoens, ni el Ariosto, ni el Tasso, ni Milton, La obra de cada cual de ellos constituye un nuevo tipo poéti- co, que tiene su propio é individual valor, independiente en todo del de la antigua epopeya, por más que quisieran remedarla á veces,

CHILE 293

aunque nunca de un modo tan sistemático como Virgilio lo intentó respecto de Homero. La originalidad y la riqueza de la gran poesía del Renacimiento son en esta parte visibles é innegables. ¿Por dónde puede encajar en el molde antiguo un poema como el Orlando Fu- rioso, que no tiene principio ni fin, ni acción principal; que empieza por ser continuación de otro larguísimo poema, y que acaba dejan- do abierta la puerta á todas las continuaciones que puedan discu- rrirse y que, en efecto, se discurrieron? Y sin embargo, aquella in- mensa novela en verso, en que la materia épica de los tiempos ca- ballerescos aparece remozada por la más suave y penetrante malicia, y transformada por la invasión del naturalismo clásico, no deja de ser una de las obras más deleitables del ingenio humano, á la vez que el dechado de un género nuevo, que no es la parodia prosaica, sino el poema fantástico-irónico, en que la imaginación, libre de toda traba, se deleita con lo mismo de que parece burlarse. Por el con- trario, el alma grande y melancólica del Tasso escribió el testamen- to de la caballería en un poema que de histórico apenas tiene más que el nombre y la apariencia, pero que vagamente respondía á as- piraciones de todo el mundo cristiano en el siglo xvi. Fué en Italia el poeta del segundo Renacimiento, como Milton en Inglaterra; Tasso con el espíritu de la reacción católica, Milton con el espíritu de la reacción puritana. Al procurar encerrar dentro del molde de la regularidad virgiliana, el uno la desordenada eflorescencia de la poesía novelesca, el otro la grandeza bíblica desfigurada por las es- pinas de la controversia teológica, creaban en realidad géneros nue- vos, que conservaron vida hasta los tiempos de Chateaubriand y de Klopstock.

El lauro de la renovación de la poesía histórica correspondió en ■el siglo XVI á los peninsulares, á los españoles, en la más lata y tra- dicional acepción de la frase. No con frías composiciones de escuela como la Italia Liberata, del Trissino, sino con obras vivas y llenas del alma de la patria, dieron simultánea expresión Ercilla y Ca- móens, aunque por caminos diversos, y con méritos desiguales, á la poesía de las navegaciones, de los descubrimientos y de las conquis- tas ultramarinas, trayendo al arte nuevos cielos, nuevas tierras, gen- íes bárbaras, costumbres exóticas, hazañas y atrocidades increíbles.

294 CAPITULO XI

Un Nuevo Mundo se abrió para el arte, casi un siglo después de ha- berse abierto para el arrojo y esfuerzo del pueblo ibérico. Camoens tuvo todas las ventajas del argumento, aparte de su propio genio> superior sin duda, aunque no en todo y por todo, al de su contem- poráneo. Cantó empresa grande, extraordinaria y magnífica, capi- tal en la historia de la humanidad, brillante en todos sus accesorios^ aventura inaudita de un pueblo exiguo, lograda contra las iras del mar tenebroso, contra la potencia enorme, aunque caduca, de civi- lizaciones vetustísimas, no entre tribus salvajes y medio desnudas, sino en el país de los aromas y de las especerías, en el Oriente mis- terioso y sagrado, en los emporios de la Persia y de la India. Ercilla, por el contrario, de todo el grandioso cuadro de la conquista del Nuevo Mundo, no escogió por materia de su canto ni la épica ruina de la Ilion de los lagos, ni el ocaso del sol de los Incas, sino la con- quista, en realidad frustrada, de «veinte leguas de término, sin pue- blo formado, ni muro ni casa fuerte para su reparo», habitada por bárbaros sin nombre ni historia, hasta que él vino á darles la inmor- talidad en sus versos.

Ni paran en esto las ventajas de Camoens y las desventajas de Ercilla. El primero acertó á condensar en un poema que tiene algo de cíclico, toda la historia real y fabulosa de su país, agrupándola con mucho arte en torno del hecho sobrehumano que constituye la más espléndida corona del pueblo portugués, y tras del cual em- pieza su irremediable decadencia. Ercilla se limitó á convertir en materia poética la exigua materia histórica con que le brindaba, su argumento, y si alguna vez hizo excursiones fuera de ella, aun éstas tuvieron carácter de actualidad contemporánea, como las des- cripciones de las batallas de San Quintín y Lepanto, débilmente enlazadas, por lo demás, con su narración, aunque de tanto precio consideradas en mismas, que pasma la omisión que de ellas se ha hecho en una reciente edición chilena de La Araucana, que, sin embargo, merece estimación por lo correcto de su texto y por sus ilustraciones históricas. Si un espíritu adverso á España ha dictado estas mutilaciones, razón sobrada tendría para indignarse de ellas la sombra del poeta y fiel soldado de Felipe II, que no podía me- nos de sentir y pensar como pensaban y sentían todos los españoles

CHILE 295

del siglo XVI, y piensan aún todos los que no han renegado de su casta (i).

De esta penuria á que voluntariamente se condenó el poeta por la limitación del tema escogido , nace también la monotonía de las escenas que describe, bélicas todas, y del mismo género de guerra.

'T (i) Alúdese aquí á la «edición para uso de los chilenos, con noticias his- tóricas, biográficas i etimológicas puestas por Abraham Kónig (Santiago de Chile, imprenta Cervantes, 1888)». Los treinta y siete cantos han quedado re- ducidos á treinta y dos, y el editor lo alega como mérito: «Ningún lector chi- leno se quejará de estas omisiones, que contribuyen á dar unidad é interés á la acción desarrollada en el poema. Eliminando lo que es inconducente, se consigue además otro propósito, que he tenido e7t vista desde el primer mo- mento: hacer de La Araucana un libro exclusivamente chileno. Las supresiones enunciadas no amenguan su mérito histórico ó literario. La parte útil y bella se ocupa de Chile, lo demás es mediocre i accesorio». (Pág. ix.)

El mismo espíritu domina en la corta biografía del poeta, que da el señor Kónig. Como tantos otros, toma al pie de la letra las lamentaciones con que el poema termina:

Que el disfavor cobarde que me tiene Arrinconado en la miseria suma..,

é infiere de ellas que el poeta había incurrido en el disfavor de Felipe II y que España le dejó morir en el abandono y en la pobreza más abatida.

¡Singular pobreza era la suya, en efecto! De su testamento resulta que en 1594, al tiempo de morir, tenía á su servicio doce personas: un paje, seis cria- dos, un repostero, un mozo de plaza, un lacayo, una dueña y su hija, á los cua- les deja cuatrocientos sesenta y dos ducados y dos mil trescientos sesenta reales, sin contar varios donativos en especie. A sus sobrinos deja legados por valor de más de cinco mil ducados, además de rentas vitalicias. No se sabe á cuánto ascendía el fondo principal de su fortuna, del cual quedó su mujer por heredera universal; pero todavía hay que añadir á él varias man- das piadosas de mucha cuantía, especialmente una de diez mil ducados para ayudar á la fundación del convento de Carmelitas descalzas de Ocaña, donde él y su viuda debían recibir cristiana sepultura. Por cierto que el Sr. Ferrer del Río, que fué el primero que publicó estas noticias en la edición acadé- mica de La Araucana (tomo 11, pág. 455 y siguientes), es de los más imperté- rritos en afirmar que «alguna poderosa enemistad embarazaba los adelantos de Ercilla, y de juro no era otra que la de D. García Hurtado de Mendoza, hijo del Marqués de Caiiete». De este modo entienden y aprovechan algunos historiadores los mismos documentos que publican.

Meníndez y PbIiAYO. Poesía his^ano-atnericana. II, 19

2g6 CAPITULO XI

No hay en La Araucana ni una Inés de Castro, ni un Magricio, ni un Adamastor, ni una isla de los Amores, que vengan á recrear la fantasía con más apacibles paisajes ó más dulces afectos. Allí rueda sólo el carro de Marte, con el mismo son duro y estridente, durante treinta y siete larguísimos cantos. Las sombras de Tegú'aída, de Glaura, de Fresia, de Guacolda, pasan rapidísimas, y siempre mez- cladas al fragor del combate y envueltas en el cálido vapor de la sangre. La naturaleza está descrita alguna vez, sentida casrriüñda, salvo en el idilio de la tierra austral y del archipiélago de Chiloe. Las indicaciones topográficas de Ercilla son de una precisión y de un rigor matemáticos, al decir de los historiadores y geógrafos chi- lenos; pero no son gráficas, ni representan nada á la imagina- ción (l).

(i) La inferioridad de Ercilla en esta parte, no procede, en mi sentir, de que le faltasen condiciones de paisajista, sino de la poca importancia que en su tiempo se daba á lo que luego se llamó «color local». «Nada hace suponer en toda la epopeya de La Araucaiia (dice Alejandro de Humboldt) que el poeta haya observado de cerca la naturaleza. Los volcanes cubiertos de eter- na nieve; los valles abrasadores á pesar de las sombras de los bosques; los brazos de mar que avanzan tanto en la tierra, apenas le inspiran nada que forme imagen.» [Cosmos, trad. de Galusky, Paris, 1855, tomo 11, pág. 68.)

Es cierto que falta en las descripciones geográficas de Ercilla la curiosidad analítica, que luego mostraron otros poetas menos genialmente dotados que él. Al cabo, este arte ó artificio puede aprenderse. Pero lo que es ingénito y V revela una organización poética privilegiada, es el instinto de asociar la natu- aleza á la vida humana, no como espectadora muda, sino interviniendo, por decirlo así, en el conflicto épico. Este paralelismo está magistralmente sos- tenido en las varias descripciones del amanecer y del anochecer que hay en el admirable canto segundo (La prueba del tronco):

V

Ya la rosada Aurora comenzaba Las nubes á bordar de mil labores, Y á la usada labranza despertaba La miserable gente y labradores; Ya á los marchitos campos restauraba La frescura perdida y sus colores, Aclarando aquel valle la luz nueva, Cuando Caupolicán viene á la prueba.

Con un desdén y muestra confiada, Asiendo del troncón duro y ñudoso, Como si fuera vara delicada,

CHILE 297

¿Osaré decir que con todas estas razones de inferioridad, todavía en la narración de Ercilla, lenta, pausada, rica de pormenores ex- presivos, ingenua, y aun trivial á veces, pero grandiosa por la sen- cillez misma con que el autor se entrega á los altos y bajos de su argumento, sin pretender alterar sus proporciones ni realzarle con

Se le pone en el hombro poderoso. La gente enmudeció, maravillada De ver el fuerte cuerpo tan nervoso; La color á Lincoya se le muda, Poniendo en su vitoria mucha duda. El bárbaro sagaz despacio andaba,

Y á toda prisa entraba el claro día; El sol las largas sombras acortaba, Más él nunca decrece en su porfía: Al ocaso la luz se retiraba,

Ni por esto flaqueza en él había; Las estrellas se muestran claramente,

Y no muestra cansancio aquel valiente. Salió la clara luna á ver la fiesta,

Del tenebroso albergue húmido y frío, Desocupando el campo y la floresta De un negro velo lóbrego y sombrío...

Por entre dos altísimos ejidos La esposa de Tilón ya parecía, Los dorados cabellos'esparcidos, Que de la fresca helada sacudía, Con que á los mustios prados florecidos Con el húmido humor reverdecía,

Y quedaba engastado así en las flores. Cual perlas entre piedras de colores.

El carro de Faetón sale corriendo Del mar por el camino acostumbrado: Las sombras van los montes recogiendo De la vista del sol: y el esforzado Varón, el grave peso sosteniendo, Acá y allá se mueve no cansado; Aunque otra vez la negra sombra espesa Tornaba á parecer, corriendo á priesa.

La luna su salida provechosa Por un espacio largo dilataba: Al fin turbia, encendida y perezosa, De rostro y luz escasa se mostraba: Paróse al medio curso más hermosa A ver la extraña prueba en que paraba;

Y viéndola en el punto y ser primero, Se derribó en el ártico hemisfero...

Era salido el sol cuando el enorme Peso de las espaldas despedía,

Y un salto dio en lanzándole disforme. Mostrando que aún más ánimo tenía...

2g8 CAPÍTULO XI

artificios literarios, encuentro una plena objetividad , una evidencia humana, una vena épica abundante y majestuosa, que no descubro en la rápida y brillante ejecución de Os Ltisiadas, que parecen una fantasía lírica sobre motivos épicos, ó más bien una galería de cua- dros históricos que van pasando con la misma rapidez que las vistas de un estereoscopio? La lectura del poema de Camoens es tan fácil y amena, como dura y penosa la de La Araucana; pero la impre- sión poética que esta última deja, gana en intensidad lo que pierde en variedad y extensión. No hay poema moderno que contenga tantos elementos genuinamente homéricos como La Araucana, y no por imitación directa, puesto que Ercilla, cuando imita deliberada- mente á alguien, es al Ariosto, ó á Virgilio, ó á Lucano (l), sino por

(i) Del primero nada pudo tomar en cuanto al fondo, puesto que desde el primer verso hizo profesión de contraponer su materia épica á la que el poeta ferrares había cantado:

No las damas, Amor, no gentileza De caballeros canto enamorados, Ni las muestras, regalos y ternezas De amorosos afectos y cuidados...

Le doniie, i cavalier, l'arjita, gli amori, Le cortesie, V andad impresa io canto.

Más adelante mitigó algo este rigor, á lo menos en teoría {Canto xv):

íQué cosa puede haber sin amor buena? íQué verso sin amor dará contento? ¿Dónde jamás se ha visto rica vena Que no tenga de amor el nacimiento? No se puede llamar materia llena, La que de amor no tiene el fundamento; Los contentos, los gustos, los cuidados, Son, si no son de amor, como pintados.

Amor de un juicio rústico y grosero Rompe la dura y áspera corteza; Produce ingenio y gusto verdadero, Y pone cualquier cosa en más fineza. Dante, Ariosto, Petrarca y el ibero (a) Amor los trujo á tanta delgadeza; Que la lengua más rica y más copiosa, Si no trata de amor, es disgustosa.

Pero su temperamento poético era tan diverso del de Ariosto, que sólo han podido encontrarse en pasajeras coincidencias, alguna comparación, algún

(a) Probablemente Garcilaso.

CHILE 299

especial privilegio, debido en parte á la índole candorosa y sincera del poeta, que era él propio un personaje épico, sin darse cuenta de ello, y vivía dentro de la misma realidad que idealizaba; y en parte á la novedad de las costumbres bárbaras que él describe y que no podían menos de tener intrínseco parentesco con las de las edades heroicas. No sabemos á punto fijo si fué invención de Ercilla la prueba del tronco; pero toda la parte del canto segundo en que esto se describe es tan épica, que parece imposible que haya nacido de la fantasía de un poeta culto. Y como este pasaje hay otros mu- chos: casi todo lo que se refiere á los araucanos. Ercilla pudo ador- narlos, y los adornó, seguramente, con dotes y sentimientos mora-

rasgo descriptivo. Fué, sin embargo, el poeta moderno que más leyó, y el que más pudo servirle para aprender el mecanismo de la octava. Pero le fal- taban precisamente las condiciones que en el Ariosto sobresalen: facilidad, li- gereza, gracia.

Contra lo que generalmente se cree y afirma, Ercilla imitó mucho más á los poetas latinos que á los italianos, como ha notado perfectamente Duca- min. Es cierto que rechaza la versión virgiliana del episodio de Dido, para sustituirla con otra no menos fabulosa, que no necesitó buscar en Justino ni en la Crónica general, puesto que se encuentra en otras muchas partes, espe- cialmente en el capítulo lx de las Genealogice. deorum de Boccaccio, que Ercilla parece haber tenido muy presentes, lo mismo que el Trionfo della castita del Petrarca. Pero en la descripción de los juegos (canto x), en la de la tempestad (cantos XV y xvi), en el alarde y muestra general del ejército araucano (can- to xxi), es imposible dejar de reconocer al joven humanista, versado en la lectura de la Eneida y que la imita libre, no servilmente. A quien no sólo imita sino que traduce al pie de la letra (caso raro ó más bien único en él), es al cordobés Lucano, y precisamente en un episodio que desde antiguo había entrado en la poesía castellana por docta industria de Juan de Mena, á quien no creo que resulte superior Ercilla en este lugar. La enumeración de las maravillas que tenía en su cueva el mágico Fitón {Araucana, canto xxiii), reproduce punto por punto el hórrido inventario de la hechicera de Tesalia (Phars., VI, vers. 642 y siguientes, combinado con algunos versos del libro ix), aunque sin el cuadro de necroma)icia, que le da fantástico y siniestro comple- mento en el poeta hispano-latino. Ducamin ha hecho el cotejo, y en su edi- ción puede verse. No encuentro justificada la observación del mismo crítico respecto del posible parentesco entre las heroínas de las tragedias de Séneca y las Tegualdas y Glauras de I,a Araucana, aun reconociendo que abusan de las sentencias sutiles y de las declamaciones oratorias.

300 CAPITULO XI

les impropios del grado de civilización que su raza había alcanzado, pero sin los cuales no hubieran servido para la poesía: pudo inven- tar, é inventó de cierto, si no los nombres de algunos caciques, las cualidades distintivas que les asigna; pero aun en esto procedió con tanta habilidad ó con tan buen instinto , .y sobre todo con alma tan épica, que lo inventado se confunde en él con lo verdadero, á tal punto que La Araucana ha estado pasando por una crónica hasta nuestros tiempos, y hoy mismo que la historia de Chile está tan explorada por la diligencia de sus hijos con ayuda de Otros docu- mentos más positivos y prosaicos, es todavía un problema el deter- minar dónde empieza la ficción y dónde acaba la realidad, sin que el conjunto del libro deje de ser estimado por verídico, aun por los que dudan de aquellas circunstancias que sólo en Ercilla constan. Tres cosas hay, capitales todas, en que Ercilla no cede á ningún otro narrador poético de los tiempos modernos: la creación de carac- teres (entendiendo por tales los de los indios (l), pues sabido es que

(i) Ercilla no olvida en sus descripciones, así colectivas como individua- les, el influjo recíproco de lo físico y lo moral, y parece que adivina ó pre- siente algo de lo que hoy llamamos psicología étnica. La pintura del primiti- vo pueblo araucano, los retratos de los principales caudillos, Tucapel, Lau- taro, Rengo, Orompello y sobre todo Caupolicán, indican esta tendencia, que se conforma muy bien con la índole realista del poeta:

Son de gesto robusto, desbarbados, Bien formados los cuerpos y crecidos, Espaldas grandes, pechos levantados. Recios miembros, de niervos bien fornidos; Ágiles, desenvueltos, atrevidos. Duros en el trabajo, y sufridores De fríos mortales, hambres y calores.

No ha habido rey jamás que sujetase Esta soberbia gente libertada. Ni extranjera nación que se jactase De haber dado en sus términos pisada; Ni comarcana tierra que se osase Mover en contra y levantar espada: Siempre fué exenta, indómita, temida. De leyes libre y de cerviz erguida.

{Canto I.)

Era este noble mozo de alto hecho. Varón de autoridad, grave y severo, Amigo de guardar todo derecho, Áspero, riguroso, justiciero;

CHILE 30^

los españoles no tienen en sus versos fisonomía propia, y el mismo caudillo de la expedición aparece envuelto en una celosa penum- bra) (I)- las descripciones de batallas y encuentros personales, en que probablemente no ha tenido rival después de Homero, las cua- les se admiran una tras otra y no son idénticas nunca, á pesar de su extraordinario número (2); las comparaciones tan felices, tan ex-

De cuerpo grande y relevado pecho, Hábil, diestro, fortísimo y ligero, Sabio, astuto, sagaz, determinado,

En casos de repente reportado. »

{Canto 11.)

(O Quizá se ha exagerado la malquerencia de Ercilla contra D. García. Las líneas con que traza su figura, los sentimientos que le atribuye, nada tie- nen de antipático, y concuerdan bastante bien con la realidad histórica Si le pinta arrebatado, violento é irreflexivo á veces, la culpa es en parte de sus pocos años, que no pasaban de veintiuno. Materialmente ocupa en el poema el Lar que no podía negarse al general en jefe, cuyo valor era notorio; pero ^oralmente es cierto que aparece como un personaje secundario, que de nin- gún modo puede considerarse como el héroe de la epopeya. En esto y no en otra cosa pudo consistir la venganza de Ercilla.

(2) Imposible es citar ninguna entera por su mucha extensión, pero algu- nas octavas bastarán para mostrar el mérito eminente de Ercilla como pintor de batallas, que es su mayor timbre artístico:

Los caballos en esto apercibiendo, Firmes y recogidos en las sillas. Sueltas las riendas y los pies batiendo. Parten contra las bárbaras cuadrillas: Las poderosas lanzas requiriendo, Afiladas en sangre las cuchillas, Llamando en alta voz á Dios del cielo. Hacen gemir y retemblar el suelo.

Cargan de fuerte fresno como vigas Los bárbaros las picas al momento. De la suerte que suelen las espigas Derribarse al furor del recio viento: No bastaran las armas enemigas Al ímpetu español y movimiento; Que los nuestros rompieron por un lado. Dejando al escuadrón aportillado.

A un tiempo los caballos volteando, Lejos las rotas lanzas arrojadas. Vuelven al enemigo y fiero bando. En alto ya desnudas las espadas: Otra vez arremeten, no bastando

I

302 CAPITULO XI

presivas, tan varias y ricas, tomadas con predilección del orden zoológico, como en la epopeya primitiva, que tan hondamente afe-

Infinidad de puntas enhastadas Puestas en contra de la airada gente, A que no se mezclasen igualmente... Antes de rabia y cólera abrasados, Con poderosos golpes los martillan,

Y de muchos con fuerza redoblados Los cargados caballos arrodillan; Abollan los arneses relevados, Abren, desclavan, rompen, deshebilian, Ruedan las rotas piezas y celadas,

Y el aire atruena el son de las espadas...

( Ca7ito IV.)

Según el mar las olas tiende y crece. Así crece la fiera gente armada; Tiembla en torno la tierra y se estremece, De tantos pies batida y golpeada: Lleno el aire de estruendo se escurece Con la gran polvareda levantada; Que en ancho remolino al cielo sube. Cual ciega niebla espesa ó parda nube.

( Catito XXI.)

El mismo vigor se observa en las descripciones de tempestades y nau- fragios :

En esto una gran nube tenebrosa, El aire y cielo súbito turbando, Con una escuridad triste y medrosa Del sol la luz escasa fué ocupando: Salta Aquilón con fuerza procelosa Los árboles y plantas inclinando. Envuelto en raras gotas de agua gruesas Que luego descargara más espesas.

En escura tiniebla el cielo vuelto, La furiosa tormenta se esforzaba. Agua, piedras y rayos, todo envuelto En espesos relámpagos lanzaba: El araucano ejército revuelto -

Por acá y por allá se derramaba; Crece la tempestad, horrenda tanto, Que á los más esforzados puso espanto...

{Canto IV.)

Algún pasaje de exquisita belleza, que sorprende más por lo inesperado, prueba que Ercilla era capaz de describirlo todo, aun lo más delicado y me- nos terrorífico:

Vi una mansa corcilla junto al río, gustando de las yerbas y el rocío.

Púdelo bien hacer; que en las quebradas

CHILE 303

rradas tenía sus raíces en la madre naturaleza (i). Las arengas de Ercilla han sido también muy celebradas, pero confieso que, en ge- neral, me gustan menos. Si la desesperada fiereza de Galvarino, des- pués del horrible suplicio de cortarle los manos, el juvenil ardimiento Lautaro y la serena magnanimidad de Caupolicán, vencedora de los tormentos y de la muerte, se expresan con enérgicos acentos, confieso que el famoso razonamiento de Colocólo, tan ponderado por Voltaire (que seguramente no había leído otra;::osa de La Aran-

Era grande el rumor de la corriente,

Y con pasos y orejas descuidadas Pacía tierna yerba libremente; Pero cuando sintió ya mis pisadas,

Y al rumor levantó la altiva frente, Dejó el sabroso pasto y arboleda Por una estrecha y áspera vereda.

( Canto xxni.)

(i) Por donde quiera que se abra La Ai-aucana, se tropieza con símiles ad- mirablemente expresados. Unos pocos proceden de Virgilio ó del Ariosto, ó pertenecen al fondo común de la epopeya clásica, pero otros son originales, y todos aparecen remozados por lo pintoresco y preciso del detalle. Los toma con predilección de la caza de montería y de las luchas de animales. Véanse algunos ejemplos:

Cual suelen escapar de los monteros, Dos grandes jabalís, fieros, cerdosos, Seguidos de solícitos rastreros De la campestre sangre codiciosos;

Y salen en su alcance los ligeros Lebreles irlandeses generosos:

Con no menor codicia y pies livianos Arrancan tras los míseros cristianos.

( CcMto ¡II.)

Como el aliento y fuerzas van faltando A dos valientes toros animosos. Cuando en la fiera lucha porfiando Se muestran igualmente poderosos; Que se van poco á poco retirando Rostro á rostro con pasos perezosos, Cubiertos de un humoso espeso aliento,

Y esparcen con los pies la arena al viento*

( Canto IV.)

Cual banda de cornejas esparcidas Que por el aire claro el vuelo tienden. Que de la compañera condolidas

304 CAPITULO XI

cana), me ha dejado siempre frío, me parece un trozo de retórica prosaica, y tengo hasta por blasfemia compararle con los discursos del viejo Néstor7 Pero mejores ó peores, no ha de tenerse por im- propiedad de Ercilla el haber puesto tan largas arengas en boca de salvajes. Todos los historiadores convienen en que los habitantes del valle de Arauco eran muy dados á la oratoria, y la cultivaban á su manera, y la daban grande importancia en sus deliberaciones, «usando (dice el P. Olivares) de vivísimas prosopopeyas, hipótesis,

Por los chirridos la prisión entienden; Las batidoras alas recogidas, A darle ayuda en círculo descienden: El bárbaro escuadrón de esta manera Al rumor endereza la carrera.

{Canto VI.)

Como el que sueña que en el ancho coso Siente al furioso toro avecinarse, Que piensa atribulado y temeroso Huyendo de aquel ímpetu salvarse,

Y se aflige y congoja presuroso Por correr y no puede menearse:

Así estos á gran priesa á los caballos, No pueden, aunque quieren, aguijallos.

( Canto VI.)

Como para el invierno se previenen Las guardosas hormigas avisadas. Que á la abundante troje van y vienen,

Y andan en acarretos ocupadas,

No se impiden, estorban ni detienen, Dan las vacías paso á las cargadas: Así los Araucanos codiciosos Entran, salen y vuelven presurosos.

{Canto VII.)

De la suerte que el tigre cauteloso. Viendo venir lozano al suelto pardo, El cuello bajo, lerdo y perezoso, Con ronco son se mueve á paso tardo;

Y en un instante, súbito y furioso. Salta sobre él con ímpetu gallardo,

Y echándole la garra, así le aprieta, Que le oprime, le rinde y le sujeta...

(Canto X.)

Como parten la carne en los tajones Con los corvos cuchillos carniceros,

Y cual de fuerte hierro los planchones Baten en dura yunque los herreros.

CHILE 305

reticencias é interrogaciones retóricas». Ercilla, pues, en esto, fué fiel al color local. No creemos que lo fuese tanto en los afectos de ternura y fidelidad conyugal que presta á las mujeres indias, tipo convencional que él introdujo por primera vez en el arte. Aquí es donde las reminiscencias de sus lecturas clásicas son más evidentes. Guacolda, la amada de Lautaro, habla como Dido en el libro iv de Iji Eneida. Tegualda, buscando en el campo de batalla el cadáver de su esposo, trae en seguida á la memoria el bello episodio de Abradato y Pantea en La Cyropedia, de Xenofonte.

Así es la diferencia de los sones Que forman con sus golpes los guerreros, Qui¿n la carne y los huesos quebrantando, Quién templados arneses abollando.

[Canto XIV.)

Como la osa valiente perseguida, Cuando la van monteros dando caza, Que con rabia sintiéndose herida Los ñudosos venablos despedaza, Y furiosa, impaciente, embravecida, La senda y callejón desembaraza, Que los heridos perros lastimados La dan ancho lugar escarmentados.

{Canto XIV.)

Por la falda del monte levantada Iban los fieros bárbaros saliendo; Rengo bruto, sangriento y enlodado Los lleva en retaguardia recogiendo : Como el celoso toro madrigado Que la tarda vacada va siguiendo. Volviendo acá y allá espaciosamente El duro cerviguillo y la alta frente.

( Canto XXII.)

Acaso se dirá que el procedimiento es monótono. Pero como en el poema las comparaciones no están acumuladas, sino repartidas á convenientes dis- tancias, cada una de ellas hace el efecto de un bajo relieve ó de un repu- jado. La Araticana es un libro de segundo orden por su viciosa construc- ción, por su falta de amenidad y otros graves defectos, pero lo que pierde en el conjunto lo gana en los pormenores, como puede decirse también de Bernardo de Balbuena y de los demás épicos nuestros, con la sola excep- ción acaso del P. Hojeda, que coniptiso mejor por la índole de su argumento, que le obligaba á proceder con más cuidado y reverencia.

3o6 CAPÍTULO XI

Creemos superfluo insistir en la crítica de La Araucana^ que puede considerarse definitivamente hecha por varios críticos, de autoridad clásica, tales como Quintana, Martínez de la Rosa y D. Andrés Bello. Todos convienen en que el arte de contar (por más que casi siempre se cuenten las mismas cosas) está llevado en La Araucana á un grado de perfección á que llegan muy pocos libros, ni en verso ni en prosa. Todos aplauden asimismo la diáfana pure- za de su estilo, en que apenas se encuentra expresión que en el curso de tres siglos haya envejecido. Y todos se lamentan á una de que tan buenas prendas estén afeadas por el desaliño frecuente de la versificación, que en Ercilla es rastrera cuando no es perfecta, y por lo desmayado y trivial de muchas locuciones prosaicas á que le arrastraban su facilidad increíble y el mismo desembarazo familiar de su estilo, al cual debió, por otra parte, bellezas de orden muy nuevo. Tal como es, si no lleva la palma á todos nuestros poemas del siglo XVI, porque hay otros dos, uno en el género novelesco y otro en el sagrado, que con buenos títulos se la disputan, y en al- gunos respectos sin duda le a\"entajan, es La Araucana el mejor de nuestros poemas históricos, y fué sin duda la primera obra de las literaturas modernas en que la historia contemporánea apareció elevada á la dignidad de la epopeya (l).

(i) Creemos de todo punto superfluo dar aquí noticia de las numerosas ediciones de La Araucana, trabajo realizado ya con esmero por D. José T. Medina, en su Biblioteca Americajia. (Santiago de Chile, 1888). Las tres partes de que el poema consta, fueron apareciendo sucesivamente en Ma- drid, en casa de Fierres Cosin y de Pedro Madrigal, años 1 569, 1 578 y 1 589. De este mismo año es la primera edición en que las tres partes se imprimieron juntas. Entre las posteriores, merecen especial recuerdo la de Madrid, 1597, en casa del licenciado Castro, con algunas enmiendas que se atribuyen al autor mismo; la de 1733, por Francisco Martínez Abad, en folio, única que contiene la quarta y quinta parte de Santisteban Osorio; la de Sancha, 1776, que es de las más elegantes; la de 1828, por D. Miguel de Burgos, de más modesta for- ma, pero que en corrección tipográfica la vence; la de Gaspar y Roig, 1854, que tiene el mérito singular de haber reproducido las variantes de las dos primeras y rarísimas de 1569 y 1578, buen ejemplo que no siguió D. Antonio Ferrer del Río en la edición de la Academia Española, de 1866, que debía haber sido la mejor de todas, y resultó una de las más endebles, hasta por el

CHILE 307

Fué, además, como queda dicho, el primer libro en verso sobre cosas de América, puesto que los rudos ensayos que-en el Perú se habían hecho antes no llegaron á imprimirse. En cambio, el aplauso con que La Araucana fué recibida desde el punto y hora de su aparición, hizo surgir una literatura entera de poemas histórico- ultramarinos, más notable en verdad por la abundancia que por el valor de sus frutos. Sin contar las imitaciones menos directas como El Peregrino indiano. La Mexicana, Las Armas antarticas, y La Argentita, tenemos respecto de Chile, nada menos que cinco poe- mas de grande extensión: la Cuarta y quinta parte de la Araucana, de D Diego Santisteban Osorio; el Arauco domado, de Pedro de Oña; las Guerras de Chile, de D. Juan de Mendoza; el Purén indo-

defecto inexcusable de haber omitido todos los preliminares de las antiguas (ejusdem ftcrficris es la de D. Cayetano Rosell, en el tomo i de Poemas Épcos, déla colección Rivadeneyra, 185.); y, finalmente, la de Santiago de Cmle ,888 por Abraham Konig, muy bien anotada y útil para estudio, pero con el grave inconveniente de presentar un texto mutilado de cuanto expresamente no se refiere á la guerra de Arauco.

Hay dos traducciones francesas de La Araucana: la de Gilibert de Merlhiac, L' Araucana, poeme heroi-comigue traduit pour la premier e fois et abrége du íexte espagnol, ,824, y la de Alejandro Nicolás, Traduction de L Araucana, Pans, Delagrave, 1869, dos volúmenes. C. M. Winterling puso nuestro poema en octavas alemanas, Die Araucana aus dem Spanischen des Alonso de Ercilla zum ersten Mal übersetzt {^nvemb^rg, 1831).

La biografía de Ercilla, que tiene épocas muy obscuras, puede decirse que está por escribir aún. El Elogio del licenciado Mosquera de Figueroa, com- puesto en . 585, que suele acompañar á las ediciones antiguas, es una declama- ción retórica que nada enseña. En los manuscritos genealógicos del cronista Esteban de Garibay se consignan algunas especies interesantes. Ferrer del Río en el prólogo é ilustraciones de la edición académica, reduce á compen- dio el erudito pero indigesto embrión, que con el título de Vida de Don Alonso de Ercilla, dejó entre sus borradores D. José de Vargas Ponce á su falleci- miento, ocurrido en 182 1. Este trabajo, que todavía merece leerse, y en quena faltan algunas genialidades propias de la índole chancera y festiva de su autor, ha sido impreso muy tardíamente en las Memorias de la Real Academia Espa- ñola, tomo vm, Madrid, 1902, págs. 1-, 35. Ferrer del Río había dado á conocer algunos documentos de Simancas ignorados por su predecesor; cuatro cartas de Ercilla á D. Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar, y extractos del testamento del poeta. En el Boletín de la Real Academia de la Htstorm.

308 CAPÍTULO XI

mito, de Hernando Alvarez de Toledo, y el Compendio historial, de Melchor Xufré del Águila. Algunas de estas obras se limitan á po- ner en narración versificada esta ó aquella parte de la guerra; pero hay una, la más notable de todas, cuyo deliberado propósito fué volver sobre los pasos de Ercilla y vindicar á D. García Hurtado de Mendoza del supuesto agravio que Ercilla le había inferido no haciéndole héroe de su poema, como parece que cumplía á su con- dición de caudillo de aquella guerra, y á los méritos indudables de su gobernación. Ercilla había castigado, no con injusticia, sino con cierta especie de preterición desdeñosa, al violento y arrebatado mozo que, por el lance de la Imperial, había querido llevarle al pa- tíbulo juntamente con su contrarío D. Juan de Pineda (i). Pero no

tomo XXXI, 1897, págs. 65-220, se ha ^ubVic^áo Xa Información que Su Majes- tad mandó hacer de la limpieza del linaje de D. Alonso de Ercilla, año 157 1. En e] tomo XII de la misma colección, 1888, pág. 447, está la partida de bautismo del poeta, y en el xxviii, 1857, págs. 5-27, su testamento íntegro. Pero todo ello es una gota de agua, comparado con la gran colección de datos y docu- mentos sobre Ercilla que dejó reunida nuestro difunto amigo D. Cristóbal Pérez Pastor, sin igual entre nuestros investigadores literarios por el número y calidad de sus hallazgos. Suponemos que la Academia Española, en donde se conserva este riquísimo material, le hará en breve del dominio público.

Los juicios de La Arauca7ia, desde el que Voltaire formuló en el Essai sur la poésie épique, que acompaña á su Hefiriada, son innumerables; pero los que principalmente merecen leerse son el de Martínez de la Rosa, en su Apéndice sobre la poesía épica española (tomo 11 de sus Obras literarias, París, 1827); el de Quintana, en el magnífico Discurso preliminar á^?>\x Musa épica (1833); el de Bello, en sus Opúsculos literarios y críticos (tomo i), el de Ale- jandro Nicolás, en su traducción francesa de L' Araucana, y el de A. Roger, Éiude littéraire sur U Araucana d' Ercilla, Dijon, 1879.

Finalmente debe mencionarse, porque está hecha con crítica y conciencia, y puede ser útil, no sólo á los estudiantes, sino á los maestros, la edición abreviada que forma parte de los textos clásicos de la casa Garnier: L' Arau- cana, poeme épique par D. Alonso de Ercilla y Zúñiga. ñíorceanx choisis precedes d'une étude biographique, bibliographique et littéraire, suivis de notes grammati- cales et de versification et de deux lexiques, par J. Ducamin (Paris, 1900^

(i) Sobre este curioso episodio de la vida de Ercilla, hay dos relaciones principales que en algunos pormenores difieren, aunque convengan en lo sustancial. Una es la del capitán Alonso de Góngora Marmolejo, en el capí- tulo 29 de su Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile

CHILE 309

habían de faltar á tan poderoso magnate como D. García celosos panegiristas de sus hechos, que en prosa y en verso volviesen por su crédito y quemasen en sus aras todos los perfumes de la lisonja. Él mismo tampoco se descuidaba de buscar y alentar á los ingenios que en tal faena quisieran emplearse, temeroso y con razón de que la voz de tan gran poeta como Ercilla llegase, con alguna mengua de su crédito de gobernador, á la posteridad más remota, por aquel formidable privilegio que los poetas poseen de decretar la inmorta- lidad ó el desdoro á los personajes que suenan en su canto (l). Así nacieron historias panegíricas como la muy elegante y artificiosa del doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, Hechos de D. García Hurta- do de Mendoza^ cuarto Marqués de Cañete (2). Así obras dramáticas, todavía más aptas para hacer popular una versión contraria á la de Ercilla; y se escribieron sucesivamente: el Arauco domado, de Lope de Vega; la comedia de nueve ingenios que lleva por título Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza; El Go- bernador prudente, de Gaspar de Ávila; Los españoles en Chile, de Francisco González de Bustos; sin contar con La Belígera española, <le Ricardo del Turia, que celebra el heroísmo de D.^ Mencía de Nidos en el asalto del fuerte de Concepción.

Pero la obra capital, el ensayo épico que los familiares y adula- dores de D. García quisieron oponer á La Araucana, fué el poema del joven chileno Pedro de Oña, Arauco domado, que si no corres-

desde ISJÓ hasta IS75 (Memorial histórico español, tomo iv, 1852, págs. 134-135); y otra, la de Fr. Antonio de la Calancha, en su Crónica moralizada de la Orden de San Agustín, donde figura la biografía del antagonista de Ercilla, D. Juan de Pineda, por haber tomado el hábito de aquella Orden en Lima, desenga- ñado de las vanidades del mundo.

(i) El mismo Pedro de Oña declara, en un curiosísimo proceso que cita- remos después, que los sucesos que contaba en su poema los sabía por «rela- ción vocal que el dicho Marqués de Cañete le hizo á este que declara>.

(2) Hechos de Don García Hurtado de Mefidoza, Quarto Marqués de Cañe- te, A Do7i Francisco de Rojas y Sandoval, Duque de Lcrma, Marques de Denia &', Por el Doctor Chrisióval Suárez de Figueroa. En Madrid. En la Imprenta Real, año MDCIIII.

Ha sido reimpreso por el Sr. Barros Arana en el tomo v de la Colección de Historiadores de Chile. Santiago de Chile, 1865.

3IO CAPITULO XI

pondió plenamente á las esperanzas que en él habían fundado, no deja de ser muy digno de consideración, así por las bellezas que contiene, como por ser el más antiguo monumento poético de autor de aquella región, y uno de los más vetustos de la poesía cas- tellana en toda América.

Nació este patriarca de la literatura chilena en la llamada ciudad de los Infantes de Engol, que apenas pasaba de ser un puesto avan- zado sobre la línea araucana, con pocos soldados de guarnición, uno de ellos el capitán Gregorio de Oña, natural de Burgos, padre de nuestro poeta (l). Huérfano éste en edad muy temprana, á conse- cuencia de haber sucumbido el capitán Oña, hecho piezas, en uno de los lances de aquella continua y ferocísima guerra de frontera, pasó en época ignorada á Lima, donde en 1590 le hallamos de colegial de San Felipe y San Marcos. Al publicar el Arauco domado, en 1 596, se titulaba Licenciado. Las pocas noticias que tenemos de él duran- te aquellos años, nos le presentan muy activamente mezclado al movimiento literario de la metrópoli del Perú. Sostuvo en varios sonetos una controversia literaria, más desvergonzada que chistosa, con un poetastro llamado Sampayo (2), sobre si podía ó no podía beber del agua del Parnaso. En el libro de las Constituciones y or- denanzas de la Real Universidad de San Marcos (1602), hizo estam- par un soneto en loor de á\c\idi florentísíma Universidad, «dedicado

(i) No ha de confundirse al autor del Arauco domado, como alguna vez se ha hecho, con otros escritores de su mismo nombre y apellido, coetáneos suyos, tales como el filósofo aristotélico y elocuente orador sagrado Fr. Pedro de Oña, autor, entre otros libros, del que se titula Prímei-a parte de las Pos- trimerías del hombre (1603), y de un Curso de Artes.

(2) Estos sonetos de Pedro de Oña, que son cinco, con otras tantas res- puestas de Sampayo, fueron comunicados por D. José Sancho Rayón á don Diego Barros Arana, y pueden verse en el tomo iii (páginas 26-30) de la His- toria colonial de la literatura de Chile, de D. José T. Medina (Santiago de Chi- le, i878\ obra de grande erudición, que nos ha sido muy útil para nuestro trabajo. Sabemos que su autor piensa adicionarla con nuevos y peregrinos datos. Así en esta obra como en el Bosquejo histórico de la poesía chilena, de D. Adolfo Valderrama (Santiago de Chile, 1866), se hallan sobre los poetas de la época colonial extensas noticias biográficas, que no pueden tener cabi- da en un estudio rápido como el presente.

CHILE 311

al evangelista San Marcos». Á nombre de la Antartica Academia de la ciudad de Lima, que, á mi entender, no era una academia poéti- ca propiamente dicha, sino la Universidad misma, ensalzó en 1609 con otro soneto, la Primera parte del Parnaso Antartico de obras amatorias, del sevillano Diego Mexía. Otros libros peruanos de aquel tiempo, entre ellos la Miscelánea austral y la Defensa de da- mas, de D. Dieg-o de Avalos y Figueroa, se autorizan con versos suyos. Y él á su vez obtiene cumplido elogio en los tercetos de la poetisa anónima, discípula de Diego Mexía:

«Con i-everencia nombra mi discante Al licenciado Pedro d'Oña: España, Pues lo conoce, templos le levante.

Espíritu gentil, doma la saña D'Arauco (pues con hierro no es posible) Con la dulzura de tu verso extraña.»

Salió el Arauco domado de las prensas de Lima en 150 con tí- tulo de Primera parte, aunque nunca llegó á publicarse la segunda, ni tampoco otro poema, ó quizá novela, cuyo asunto habían de ser los venturosos lances de D. García de Mendoza en la corte (l).

El Arauco domado es una adulación tan continua y fastidiosa al

< Marqués de Cañete y á su familia, que el autor mismo tuvo escrú-

(0 Cuando mejor le sepa dar el corte,

Y si la Parca no me corta el hilo, Yo cortaré, señor, con otro filo Tus venturosos lances en la corte; Mas has de permitirme que los corte Eii traje pastoril^ mi propio estilo; Que en éste ni será el de corte sano Ni bastará tampoco el cortesano.

(Canto III.)

Puede inferirse que sería una novela de clave, como la mayor parte de las pastoriles, y muy señaladamente La Constante Amarilis, del Dr. Cristóbal Suárez de Figueroa (1609), cuyo argumento, muy ligeramente disfrazado, son los amores y matrimonio de D. Juan Andrés Hurtado de Mendoza, hijo de D. García, con Doña María de Cárdenas, hija de los duques de Maqueda y Nájera, según ha demostrado el profesor norteamericano J. P. Wickersham Crawford en una tesis excelente: The Ufe and works of Christóhal Sudrez de Figueroa. A diseriaiion presented to the Facully of the University of Pennsylva- nia. Philadelphia, 1907, págs. 30-42.

Mksíkdez t Pblato —Poesía hispatio-a>>iericana. II. *"

312

CAPITULO XI

pulo de divulgar el poema hasta que su héroe hubiese dejado el vi- rreinato del Perú y vuelto á España, «.Porque el publicar sus loores en presencia suya no engendrase (d lo menos en dañados pechos y de poca consideración) algún género de sospecha-» (i). Fué, sin duda, trabajo de encargo, ejecutado á toda prisa, «.con apremio y tarea de veinte octavas al día-s^ (2), según afirma un contemporáneo, é indi- rectamente confiesa el mismo Oña en el canto viij:

«Es el discurso largo, el tiempo breve, Cortísimo el caudal de parte mía, Y damtie tanta priesa cada día, Que no me dejan ir como se debe.»

\j2i priesa que le daban debía de ser tanta, y la facilidad del ver- sificador tan maravillosa, que en tres meses había hilvanado ocho cantos, de los diez y nueve que comprende la obra total, cuyos versos pasan de diez y seis mil.

El Arauco es, pues, una improvisación de estudiante, y no sería

equitativo juzgarla de otro modo. El autor no tuvo nunca la loca

pretensión de competir con Ercilla; al contrario, se presenta con la

más simpática modestia:

«¿Quién á cantar de Arauco se atreviera Después de la riquísima Araucana? ¿Qué voz latina, hespérica ó toscana, Por mucho que de música supiera?»

(i) Esta tardanza en la publicación le causó un grave perjuicio. El virrey trajo á España sesenta cuerpos de libros ó ejemplares del Arauco^ pero sus émulos y los del poeta se dieron maña para embargar el resto de la tirada, á consecuencia de auto de procesamiento que dictó contra Oña el Dr. Muñiz, deán de la Catedral de Lima y provisor del Arzobispado, en 3 de Mayo de 1596, so pretexto de que no había solicitado, ni menos obtenido, su licencia para publicar el libro, y de que éste se hallaba plagado de aserciones contra- rias á la verdad de los hechos y denigrativas del honor y fidelidad de muchos de los subditos del rey que en aquellas provincias residían. Este proceso se halla íntegro en la Biblioteca hispano -chilena, de Medina, tomo i, págs. 42-79. Cuando, en 1605, apareció en Madrid la segunda edición del Arauco domado, se formó nuevo proceso, pidiendo el fiscal que se castigase, con todo el rigor de la ley, al impresor Juan de la Cuesta y al librero Francisco López.

(2) Así lo dice un oidor de Santiago, que en 1647 aprobó el libro de las Guerras de Chile, del Maestre de Campo Santiago de Tesillo.

CHJI.E 3^3

Sólo le dolía que en cánticos tan raros faltase tan subido contra- punto como el de las proezas de D. (}arcía. Por eso se determinó á escribir la misma materia que Ercilla, «preciándose mucho de ir al

olor de su rastro».

Con efecto, el Arauco domado no es una continuación, sino una nueva versión de la materia histórica contenida en algunos cantos de la segunda parte de La Araucana. Pero como Pedro de Oña se limita á las empresas en que intervino personalmente D. García, toma el hilo de su relato en el canto xiii de Ercilla, cuando el Mar- qués de Cañete nombra á su hijo Gobernador de Chile, y ni siquie- ra le prosigue hasta el suplicio de Caupolicán y la transitoria sumi- sión del valle (única cosa que justificaría el título de domado), sino que apenas refiere otros lances de aquella guerra que el asalto de la fortaleza de Penco y la batalla de Biobio. Todo lo demás, ó son puras ficciones poéticas, como los amores de Caupolicán y Fresia, de Tucapel y Gualeva, ó hechos del virreinato de D. García en el Perú, muy posteriores á su juvenil gobierno en Chile. Así los tu- multos de Quito y la derrota del corsario inglés Sir Richart Hawkins (Aquines) en el mar Pacífico. Para dar cabida en su poema á estos dos larguísimos episodios (de los cuales el primero es sobre toda ponderación prosaico é intolerable) recurre el poeta al arbitrio, tan cómodo como absurdo, de poner la narración en boca de una india, arrebatada de espíritu profético. Oña copiaba servilmente á Ercilla hasta en lo que Ercilla tiene de menos recomendable: las apariciones de Belona y los prestigios del mágico Fitón.

No se crea por eso que la obra del imitador sea despreciable, ni que le faltasen condiciones propias para brillar con honra entre los poetas de segundo orden. Al contrario, creemos que el excesivo prurito de. la imitación amenguó sus bríos c impidió que lozanease más su estro propio, que era muy diverso del de Ercilla. Hay en el Arauco domado mucho desembarazo y juvenil frescura, gran desen- fado narrativo, facilidad abandonada y algo pueril que delata los pocos años de su autor, lozanía intemperante que se acomoda me- jor con lo ameno y florido que con lo heroico. A ratos parece que el poeta no toma su asunto en serio; siembra la narración de rasgos •realistas y aun cómicos; usa generalmente un tono familiar, divertí-

314 CAPITULO XI

do y como de broma; se dilata con complacencia en escenas volup- tuosas, tales como el baño de Caupolicán y Fresia, y revela de mil' modos en su poema la muelle y enervadora influencia del clima li- meño, bajo el cual escribía. Comparado con Ercilla, carece de todo vigor en las descripciones de batallas; sus caracteres adolecen de suma indecisión y palidez, lo mismo en las figuras de indios que en las de españoles, á pesar de los esfuerzos que hace para enaltecer á D. García, llegando al extremo de pintarle como un jayán ó valen- tón temerario, que lidia á cada paso cuerpo á cuerpo con los enemi- gos, y descarga en ellos furibundos golpes; y al todavía más ridícu- lo de ponderar varias veces su belleza tísica y los estragos que con ella debía causar en los corazones femeniles y aun en los de las mismas diosas inmortales. Siempre que Oña se encuentra con su predecesor en algún episodio como el del rescate de la lanza de Martín de Elvira ó el de las manos cortadas de Galvarino, es pa- tente su inferioridad. Pero en cambio tiene condiciones propias, muy dignas de alabanza; nobleza y naturalidad en la expresión de los afectos amorosos (léanse, por ejemplo, las quejas de Gualeva á Tucapel), y mucho brío de imaginación en los fantásticos paisajes en que coloca las escenas, ya bucólicas, ya guerreras de sus cantos. Porque es de notar que en este poema, enteramente americano por su asunto, y escrito, además, por autor que en su vida había salido de América y no podía conocer, por consiguiente, otra naturaleza que la del Nuevo Mundo, esta naturaleza tan nueva y tan grandio- sa brilla por su ausencia, y está sustituida por bosquecillos cortados rt tijera, por reminiscencias de los jardines de Armida y de Alcina y de las orillas del Tajo descritas por Ciarcilaso; por una vegetaciórt absurda ó convencional, propia, á lo sumo, del Mediodía de Italia ó de España, y que nunca pudieron contemplar los ojos de Pedro de Oña en las florestas de su nativo Chile. Las descripciones campes- tres que hace son muy lozanas y recrean agradablemente la vista y el oído; pero están tomadas de los libros y no de la naturaleza (l)^

(1) En todo tiempo, el rico y fértil prado

Está de hierba y flores guarnecido, Las cuales muestran siempre su vestido De trémulos aljófares bordado:

CHILE 315

Algunos nombres indígenas de plantas, algunos chilenismos ó perua- nismos de dicción, algún fugitivo rasguño de costumbres de los sal- vajes, no bastan para compensar esta falsedad continua, doblemente -extraña en quien se preciaba de haber vivido entre los araucanos y

Aquí veréis la rosa de encarnado, Allí el clavel de púrpura teñido, Los turquesados lirios, las violas, Jazmines, azucenas, amapolas.

Acá y allá, con soplo fresco y blando, Los dos Favonio y Céfiro las vuelven,

Y ellas, en pago desto, los envuelven Del suave olor que están de lanzando; Entre ellas las abejas susurrando,

Que el dulce pasto en rubia miel resuelven. Ya de jacinto, ya de croco y clicie, Se llevan el cohollo y superficie. Revuélvese el arroyo sinuoso. Hecho de puro vidrio una cadena. Por la floiesta plácida y amena. Bajando desde el monte pedregoso;

Y con murmurio grato, sonoroso, Despacha al hondo mar la rica vena, Cruzándola, y haciendo en varios modos, Descansos, paradillas y recodos.

Vense por ambas márgenes poblados El mirto, el salce, el álamo, el aliso. El sauce, el fresno, el nardo, el cipariso, Los pinos y los cedros encumbrados. Con otros frescos árboles copados, Traspuestos del primero paraíso. Por cuya hoja el viento, en puntos graves, El bajo lleva al tiple de las aves.

También se ve la hiedra enamorada. Que con su verde brazo retorcido Ciñe lasciva el tronco mal pulido De la derecha haya levantada;

Y en conyugal amor se ve abrazada La vid alegre al olmo envejecido,

Por quien sus tiernos pámpanos prohija, Con que lo enlaza, tapa y ensortija.

En corros andan juntas y escondidas, Las Dríadas, Oréades, Napeas,

Y otras ignotas mil silvestres deas, De sátiros y faunos perseguidas; , En álamos Lampecies convertidas,

Y en verdes lauros vírgenes Pencas, Que son, por conocerse tan hermosas. Selváticas, esquivas, desdeñosas...

Entre la verde juncia, en la ribera. Veréis al blanco cisne paseando.

3l6 CAPÍTULO XI

conocer su frasts, lengua y modo. El idilio de Caupolicán y Fresia en el canto v, que es, sin duda, lo mejor de la obra, quizá lo único enteramente bueno, es bello en mismo, y parecería muy bien en una égloga ó en un poema mitológico; pero, ¿quién, si se detiene un

Y alguna vez, en dulce voz mostrando, Haberse ya llegado la postrera; Sublimes por el agua, el cuerpo fuera. Veréis á los palillos ir nadando,

Y cuando se os esconden y escabullen, jQué lejos los veréis de do zabullen!

Pues por el bosque espeso y enredado Ya sale el jabalí cerdoso y fiero, Ya pasa el gamo tímido y ligero, Ya corren la corcilla y el venado, Ya se atraviesa el tigre variado, Ya penden sobre algún despeñadero Las saltadoras cabras montesinas Con otras agradables salvajinas.

La fuente, que con saltos mal medidos, Por la frisada, tosca y dura peña En fugitivo golpe se despeña. Llevándose de paso los oídos; En medio de los árboles floridos

Y crespos de la hojosa y verde greña, Enfrente el curso oblicuo y espumoso. Haciéndose un estanque deleitoso.

Por su cristal bruñido y transparente Las guijas y pizarras de la arena. Sin recibir la vista mucha pena. Se pueden numerar distintamente; Los árboles se ven tan claramente En la materia líquida y serena, Que no sabréis cuál es la rama viva, Si la que está debajo ó la de arriba.

Titán, al tramontarse, lo saluda, Formando sus arenas de oro fino,

Y para descansar de su camino No tiene otro lugar á donde acuda; La verde hierba nace tan menuda Orillas del estero cristalino,

Y toda por igual por dondequiera. Como si la cortaran con tijera.

Aquí ninguna especie de ganado Fué digna de estampar su ruda huella. Ni se podrá alabar de que con ella, Dejase su esplendor contaminado; Tan solamente el Niño Dios alado En esta parte vive y goza della,

Y esparce tiernamente por las flores Alegres y dulcísimos; amores.

CHILE 317

poco á considerar la descripción del supuesto valle de Elicura, en que Caupolicán y su amada sesteaban, no ha de pasmarse de verle plantado de álamos, fresnos y cipreses; cubierto de jazmines, azuce- nas, lirios, claveles; engalanado por vides trepadoras; poblado de gamos, jabalíes y venados, mientras el blanco cisne pasea por la ri- bera y suena el zumbido de las abejas; siendo, como es notorio, que ninguno de estos árboles, flores y animales existía en los valles de Arauco, ni existen todavía los más de ellos? Y en cambio, el rey de aquellas selvas, la araucaria gigante, nada dice al poeta nacido á su sombra. Quizá no pueda presentarse otro ejemplo igual de la tira- nía ejercida por los libros, y de la general ausencia del sentimiento de la naturaleza hasta tiempos muy recientes.

Del mismo origen nacen, denunciando la poca edad y los estudios nada maduros del autor, el continuo é intolerable uso de la mitolo- gía antigua en boca de indios; la procesión de sátiros, tritones, sire- nas, nereidas y hamadriadas con que puebla el mar Pacífico y los valles de Chile; la abundancia de latinismos y neologismos pedan- tescos, y finalmente, el empleo de una máquina absurda que hace revolverse todo el infierno en consulta general contra I). García, saliendo, por fin, Megera á lanzar sus víboras en el seno de Caupo- licán cuando se solazaba en su deleitoso baño. Hay, entre otras co- sas, una escena de conjuros en que un hechicero indígena llamado Pillalonco, habla del humoso Flegetón y del Estigio lago, é invoca á Hecate y á Ixión, y á Tántalo y Ticio y á Demogorgón y al Can- cerbero, con todo el aparato y prosopopeya de un profesor de hu- manidades. Hay una aparición de la sombra de Lautaro á Talgueno, que reproduce punto por punto la de Héctor á Eneas en el libro 11 del poema de Virgilio.

Si á este aparato de erudición escolar tan malamente aplicada, se unen los defectos de ejecución menuda y algo pueril, que derrama unas veces el color como á tientas, y otras se eterniza en acceso- rios infecundos, sin lograr casi nunca componer un cuadro, se ten- drá idea de los defectos, en verdad no leves, del Arauco domado que, además, bajo el aspecto histórico vale poco, y nada de substan- cia añade á lo que consta por otros documentos. Pero aunque dis- temos mucho de considerar al licenciado Pedro de Oña como digno

3l8 CAPÍTULO XI

rival de D. Alonso de Ercilla, y encontremos excesivos los elogios qbe Gutiérrez, Rosell y Valderrama han tributado á este primogéni- to de la musa chilena, todavía andamos más lejos de asentir á la opinión de Ferrer del Río, el cual en sus ilustraciones á la edición académica de La Araucana, llega á decir que «ni por casualidad brota un destello de poesía de la vulgar pluma de Pedro de Oña». Pedro de Oña tendría todos los defectos de gusto y de educación que se quiera, y su libro es sin duda imperfectísimo; pero lo que sobra en él son destellos de talento poético.

Del episodio erótico de Caupolicán y Fresia ya se ha hablado. La enumeración de los capitanes en el canto ix parece haber servi- do de modelo á la que hay en Las Naves de Cortés, de Moratín el padre, y la recuerda sin gran desventaja. Son muy dulces y tiernas las quejas de Gualeva,

«Haciendo que despierte á su gemido La ya dormida tórtola en el nido.»

En las comparaciones tiene á veces novedad é instinto gráfico, y suele tomarlas de objetos no comunes, verbigracia:

«Cual águila caudal que desde el cieio En viendo al ballenato dar en tierra, Prestísima con él en punta cierra, Dejando roto el aire con su vuelo, Y dando con las alas por el suelo Encima del se arroja y del se afierra, Tal sobre el cuerpo echado en sangre roja La bárbara frenética se arroja.»

Ó cuando dice de D. García, impaciente antes de su primera

batalla:

«Está como el azor empihuelado Antes de haberle puesto el capirote. Que si pasar un ave se le antoja, Mil veces.de la alcándora se arroja.»

Y aun en los lugares comunes y más trillados del género, proce- de con cierta franqueza de estilo propio:

CHILE 319

«Cual suele andar la vaca si ha perdido El tierno becerrillo, prenda cara, Que ya sin orden corre, ya se para, Llamándole con hórrido bramido, Ya sobre alguna loma del ejido, Si alguna cosa ve, con ella encara, Alzando la cerviz y armada frente Con un feroz denuedo y continente,»

Tuvo, pues, razón uno de los aprobantes del libro en decir que su autor «muestra una natural facilidad, un caudal propio y un no imitado artificio con que descubre muchas lumbres de natural poe- sía». Dejó correr su vena sin tiento ni arte, y muchas veces se des- peña en la prosa más vil; pero teiiía rarísimas condiciones de versi- ficador, tanto, que llegó á inventar mía nueva correspondencia de rimas-, un nuevo tipo de octava , menos solemne y más graciosa y ligera que la antigua, rimando el primer verso con el cuarto y el quinto, y el segundo con el tercero y el sexto, combinación simé- trica y agradable que ha tenido menos fortuna de la que merecía, puesto que supera por todos conceptos á la falsa octava de finales agudos llamada en América bermudina ^ y se presta con facilidad y donosura al tono de la narración festiva, pudiendo sustituir con ven- taja á la sexta rima italiana. El desacierto de Oña estuvo en emplear- la en un poema que él quería hacer pasar por heroico (l).

( I ) Primera parie de Arauco domado., compuesta por el Licenciado Pedro de Oña, natural de los hif antes de E?igol, en Chile, collegial del Real Colegio ma- yor de Sant Felipe y San Marcos, fimdado en la ciudad de Lima. Dirigido á Don Hurtado de Mendoza, Primogénito de Don García Hurtado de Mendoza, Mar- qués de Cañete, Señor de las Villas de Argete y su partido, Visorrey de los Rey- nos del Perú, Tierra Firme y Chile... Hijo, nieto y biznieto de Virreyes. Con pri- vilegio, itnpreso en la ciudad de los Reyes por Attto/iio Ricardo, de Turin, primero impresor e7i estos Reynos. Año de 1596, 4.°, 352 hojas, con el retrato del autor grabado en madera.

Aprobaciones del P. M. Esteban de Avila, y del Licenciado D. Juan de Vi- Uela. Versos laudatorios del Licenciado Gaspar de Villarroel y Coruña; de! P. M. Esteban de Avila; del Dr. Francisco de Figueroa, de Fr. Diego de Oje- da, del Dr. Suigo de Hormero, de D. Pedro de Córdoba Guzmán, Dr. Jeróni- mo López Guarnido, D. Pedro Luis de Cabrera y Cristóbal de Arriaga Alar-

320 CAPITULO XI

No correspondieron las restantes obras del primer poeta chileno á las esperanzas que había hecho concebir este juvenil ensayo suyo (i). O porque su ingenio, como el de otros criollos, se agotase antes de la madurez como en compensación de su precocidad; ó más bien, según creo, porque el contagio del mal gusto heló las flores de su fantasía, es lo cierto, que El Ignacio de Cantabria, poema publi- cado en Sevilla en 1636, ni parece hermano del primero, ni apenas puede leerse sin un soberano esfuerzo de paciencia. Los traductores de Ticknor le reconocen el mérito de algunas octavas fáciles; yo ni aun esto encuentro en aquellas páginas que parece que destilan jugo de adormideras. Y sin embargo, este esfuerzo infeliz, más de

con. La canción del Dr. Francisco de Figueroa está escrita con entonación muy valiente y robusta.

Esta primera edición es de estupenda rareza. Nuestra Biblioteca Nacional posee un ejemplar.

Arauco domado, compuesto por el Licenciado Pedro de Oña, natural de los In- fantes de Engol, en Chile. En Madrid, por Juan de la Cuesta, 1605, 8.° Tam- bién es muy rara esta edición, aunque no tanto como la primera.

Hay dos reimpresiones modernas del poema de Pedro de Oña: la de Valparaíso, 1849, en 16.°, por D. Juan María Gutiérrez, y otra de Madrid, en 1854, en el tomo 11 de Poemas épicos de la Biblioteca de Rivadeneyra co- leccionado por D. Cayetano Rosell.

El trabajo más importante sobre este poeta chileno es el que incluyó don Juan María Gutiérrez en sus Estudios biográficos t críticos sobre algunos poetas sudamericanos anteriores a/ j¿;§/c xix (Buenos' Aires, 1865). Otro estudio más breve que acompaña á su reimpresión del poema, fué objeto de un plagio en el Semanario Pintoresco Español de 1851.

(i) Temblor de Lima año de lóog. Governando el Alarqués de Alontcs Claros, Virrey Excellentissimo. Y una Canción Real Panegyrica en la venida de su Excellencia a estos Reyttos. Dirigido a Don Joan de Mendoga y Luna, Marque's de Castel de Bayuela su Primogénito succesor, por el Licenciado Pedro de Oña. Con licencia. Por Francisco del Canto. 160Q. 4.° (En Lima).

El único ejemplar conocido de este breve poema en octavas reales (de tipo normal;, pertenece á la John Cárter Brown Library («Providence-Rhode Island»). Le ha reproducido en facsímil el Sr. Medina.

El Temblor de Lima de i6oQ,por el licenciado Pedro de Oña, edición facsimi- lar precedida de una noticia de lEl Vasaurot, poema inédito del mismo autor. Reimprímelo J. T. JMedifia. Santiago de Chile, imprenta Elzeviriana, jgog.

Cuando Oña escribió este canto, no desempeñaba ya el corregimiento de

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su devoci6n que de su talento, habfa costado al autor quince anos de trabajo, que no pudieron ser más santa, pero menos Uterar.a- mente ocupados. El libro, no obstante, debié de tener aceptaron entre las gentes piadosas; la Compaiíía de Jesús le tomo bajo su proteccifin, haciendo de él una edición elegante para aquel t,empo, con viñetas grabadas en cobre; Lope de Vega le llamé poema hcrot- ■co, arn.ónicoysuave, y el aprobante del libro fué no menos que don Pedro Calderón de la Barca. El poema es medio historial, med.o alegórico, interviniendo en la acción personajes tan extrafios como tedio y El qué dirán. Tiene doce cantos y acaba prometiendo una segunda parte que por fortuna no vino i acrecentar la md.ges- ta mole de poemas devotos, tan inütiles para la devoción como para la literatura (l).

ja.„ de Bracmoros, con que recompensa sus méritos D. ^^^_ presencia, del terremoto de de Octubre, que con sene, lo o n gun Lio finge referir á n„ a^igo snyo en 1., forzada ocos.dad de °" ™)^-

.Árcelo y Daricio, dos amigo., caminando juntos una ta.de "= ^--- per estas partes en lo mis llano de la Siena, les sobreumo una tempesta de agua y viento assi rigurosa, que no hallando otro reparo, - recog.eron a. de vna pefla socanada, que en forma de medio trecho, les P" ° l^^^ n d^ .ante abrigo. Donde con ocasión de 1, borrasca, refiere Árcelo (a pet,CK>n de Daricio) el temblor de Lima, con todo lo sucedido en e»los d.as, a que estn

^ElTrin"';; interés de esta relación es histórico, puesto que a, parecer n se conoce otra sobre aquel fenómeno sísmico. A lo menos no se habf. de é en las Memorias de los Virreyes del Perú, ni en la CoUcCÓ,, * Urre^o.os de. coronel Odriozola (Lima, 1863). pw,-/, /£/

(O El Ignacio de Cantabria. Primera parte. Por el Ucenaado Pedro de Ona. En Sevilla, por Francisco de Lyra, año de 1639, 4-"

Del mismo estilo que este poema, pero algo menos mala, es la mas ex tensa composición lírica que conocemos de Pedro de Oña, -^ -^-J'_ Canción Real en ,ue se recogen las excelencias de San Francisco ^^^--' J'^^ duciendo al rio Lin^a. ,ue haUa con el Tibre de ^.... Esta en la según ed. ción de la Vida, virtudes y milagros del santo Padre Fr. ^''-^^^'^^^'^'^^I^l Fr. Alonso de Mendieta (.643). En medio de las lobregueces cU.1 c.dteran^ n.o, todavía centellea de vez en cuando el vivo ingenio del autor del ^r.«.. donado, en éste que podemos llamar su canto de cisne, puesto ^^ P^^ tonces debía de ser muy anciant., y no volvemos ya á encontrar not.c.a persona.

322 CAPITULO XI

El mérito relativo del Araiico domado parece mayor cuando se le coteja con los demás versos de Pedro de Oña (l), y todavía más con

(i) Cuando escribí esto en 1895, no tenía noticia de otro extenso poema de Pedro de Oña, del cual dio la primera noticia y un breve extracto don Diego Barros Arana, en el tomo v de su Historia general de Chile. Más re- cientemente, D. José Toribio Medina (en el prólogo de El Temblor de Lima), analiza detalladamente la obra y copia bastantes octavas, que hacen desear la íntegra publicación de El Vasauro, obra posterior al Ignacio de Cantabria, pero de quilates estéticos muy superiores, sin duda por estar más en la cuerda de Oña la poesía profana que la ascética. Las octavas de El Vasauro, cuya dedicatoria está firmada en el Cuzco á 13 de Abril de 1635, son verdaderamente extraordinarias para compuestas por un poeta de se- senta y cinco años, y prueban que en su ingenio nunca llegó á secarse la ins- piración, cuando escogió materia acomodada á sus fuerzas.

Es obra muy larga: consta de cerca de diez mil versos, distribuidos en 1 1 cantos. Su enigmático título requiere alguna explicación. El Vasauro es un producto de la musa adulatoria que dictó el Arauco domado y tantos otros poemas de la literatura colonial. Pero lo que es adulación directa en el libro encargado por D. García de Mendoza, es aquí homenaje indirecto á otro virrey del Perú, D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, cuarto Conde de Chinchón. Descendía el de Chinchón de dos ilustres con- sortes cuyos nombres tantas veces suenan en la historia de los Reyes Católi- cos, D. Andrés de Cabrera y doña Beatriz de Bobadilla, primera marquesa de Moya, en quien depositaba doña Isabel todas sus confianzas. El poema de Oña es muy anterior al interesante libro de Pinel y Monroy, Retrato del buen vasallo, copiado de la vida y hechos de D. Andrés de Cabrera, primer Marqués de Moya (Madrid, 1677), pero el poeta chileno encontró bastante materia para su objeto en la Crónica de Hernando del Pulgar y en otros libros histó- ricos muy conocidos, á los cuales pudo añadir algunas tradiciones familiares, que constaban en el archivo de la Casa. Uno de estos episodios es el qae da nombre al poema:

La grave, dime, pompa, el culto regio Con que la Majestad mayor terrena

El áureo vaso envía.

Trátase de un vaso de oro, con que el día de Santa Lucía obsequiaron los reyes en su mesa á D. Andrés de Cabrera, en testimonio de gratitud por sus servicios, y especialmente por los que había prestado en Segovia sostenien- do el Alcázar en nombre de la Reina:

«Daréis al del Consejo, al de la espada, Al buen Marqués de Moya, esta embajada: Diréisle que pues hoy (felice día)

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,os otros poetas que intentaron reanudar el hilo ,le la narracon de E ciim. Fué de los primeros, y sin duda de los n,as .nfd.ces, don Diego de Santisteban y Osorio, ingenio leonés, que al ano s.gu.en- te de la publicacién del Arqueo en Lima, y, por supuesto s,n tener noticia de él, publicé una Cuarta y Quiut. Parteé. La Araucana,

Nos dio en Segovia llaves y tesoro 'Su fiel constancia, cuando de Lucía Constante fe celebra el mártir coro; Hoy Reina grata y grato Rey le envía Este, que es puro y fino vaso de oro: Erenda de amor en ambos, y figura De la lealtad en él más firme y pura. Diréis que un áureo vaso en áurea gloria

De su posteridad ilustre queda,

Porque, jamás cansada, esta memoria

Irá de Nos pasando al que suceda.

Como sujeto digno do alta historia

Que el tiempo gastador borrar no pueda,

Y que este casi feudo le pagamos

Los que por él pacíficos reinamos.» ^^_^^^ ^^^

La merced de la copa el día de Sarita Lucía es histórica, y Pmel trata de ella extensamente, insertar^do el privilegio Real y otros documentos (pag.- n 1- rOfia supone que en ese vaso iban esculpidas de reheve las haza- Ts drios^marqueseíde Moya, y ellas dan argumento al poema, escnto para lisonjear al conde de Chinchón:

Véncete, pues, y escucha la notoria Real prosapia tuya, que de antigua Ó bien el tiempo esconde su memoria, Ó bien, por más blasón, se finge ambigua.

(Libro I.)

Un poema genealógico y de ,al extensión previene desde luego, contra s„ lectura, aun al que esté mds aguerrido en tales ejercaos; pero Q-^'' t"^- dose d El Valuro..eA excesivo rigor condenarle por entero No . .ene V adera unidad: es un, crónica rimada, pero no de interós 'a-l,ar uu,c mente, puesto que refiere cosas grandes de nuestro mayor remado, y el poeta rLiendo con bastante habilidad los anales de Castilla desde «nes ^e ,466 Tastala conquistado Granada en M,=. Resulta, pues, ^^^^^^^ impresión ópica, aun con el inconveniente de aparecer dona Bea r.z y s marido algo'achicados y como en segundo «írmino. Pero el -ac e^^= » primera esti bien entendido. Es tan enórg.co, varón,! y fie, o, co,no le pr senta la historia, ya oponiéndose .con un pu,-,al desnudo en mano, al proyec dt matrimonio' de su ama con el Maes.re de Calatrava; ya cuando e„

324 CAPITULO XI

en que se prosigue y acaba la historia de D. Alonso de Er cilla, hasta la reducción del valle (i).

ausencia de Cabrera defiende el Alcázar de Segovia contra los sediciosos que procuraron asaltarle; ya cuando en el cerco de Málaga está á punto de reci- bir la puñalada que un santón de la hueste agarena quería asestar contra el pecho de la Reina.

En todos estos y otros lances, doña Beatriz justifica lo que de ella dice el poeta al contar su nacimiento y crianza:

A quien no leche humana, Fiera leona si prestó el sustento.

(Canto IV.)

La parte de pura invención es lo que menos vale en los fragmentos que conocemos de este poema. Redúcese casi á las inverisímiles y absurdas em- presas bílicas de un niño de diez años, hijo de los Marqueses de Moya, que lidia en combate singular nada menos que con el alcaide moro de Málaga, y le vence y mata delante de los dos ejércitos. De resultas, se apasiona de él una mora hermosísima llamada P'átima, de la tribu de los Abencerrajes, y le persigue y requiere de amores. Pero el rapaz, que no entiende de tales de- vaneos, la desengaña á tiempo, y eUa se casa con un moro principal de la familia de los Zegríes, después de convertirse entrambos á la fe cristiana.

Los cantos 9.° y 10.°, en que estos absurdos se contienen, son, sin embar- go, por su ejecución y su estilo, lo mejor de la obra. Citaremos una sola octa- va, que pinta la desesperación amorosa de Fátima:

Deja caer la dama el albo cuello Como azucena flor no bien cortada, Sin aire el pie, sin orden el cabello, Y sin vigor la mano delicada. El al ceñido talle, al hombro bello Su izquierdo brazo da por almohada, La desabrocha el pecho, á que la nieve Quisiera compararse y no se atreve.

(i) La primera edición de estas dos partes, dirigida d D. Ferna7ido Ruiz de Castro y Andrade, cotzde de Lemos y de Villa/ba, es de Salamanca, por Juan y Andrés Renaut, 1597, 12.° Fueron reimpresas en Barcelona por Joan Amello, 1598, y figuran unidas á las tres de ErcilJa en una sola edición de La Araucana, la de Madrid, 1735, por Francisco Martínez Abad, en folio, la cual por esta circuntancia es bastante estimada de los bibliófilos.

Santisteban Osorio es autor de otro voluminoso poema, Primera y se- gunda parte de las guerras de Malta, y toma de Rodas... Madrid, en la Imprefita del Ldo. Varez de Castro, 1599. La primera parte consta de doce cantos, y la segunda de trece.

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La cuarta parte tiene trece cantos y la segunda veinte; el au- tor nos informa que tenía «pocos años», y confiesa, además, con loable y verídica modestia que le faltaban caudal y arte. Lo más singular del caso es que apenas hay una palabra de verdad históri- ca en todo lo que relata. Ni había estado en América, ni la cono- cía más que por los libros, ó hablando más propiamente, por un solo libro, por La Araucana^ cuyos episodios va calcando servil- mente: inventando, por ejemplo, un Caupolicán 2.°, sucesor del Caupolicán l.°; haciendo á Colocólo pronunciar nuevos discursos, y sustituyendo la homérica prueba del tronco con una especie de elec- ción de cofradía en que los caciques van depositando pacíficamente sus votos en una urna de ébano guarnecida de perlas. Para que nada falte en esta insípida rapsodia, hay conjuros y magia, y una des- cripción del mundo y una historia de la conquista del Perú que ocupa nada menos que cinco cantos, todo con intervención de la diosa Belona y del sabio Zoroastro, que viene de la laguna Estigia á contar la conquista de Oran por el. Cardenal Cisneros. Al fin el poeta se cansa de amontonar disparates sin orden ni concierto, y acaba por hacer que se suicide el imaginario Caupolicán 2.°, que le había dado pie para tantos desvarios. Lo pedestre y desmaiíado del estilo y de la versificación corre parejas con la insensatez del plan. Cínicamente ha de notarse que Santisteban no forma en el coro de los poetas áulicos de D. García de Mendoza: al contrario, pone todo su empeño en enaltecer la figura militar de Ercilla, atribuyéndole una porción de aventuras apócrifas, que algunos biógrafos han toma- do como moneda corriente.

Mejor nombre que Santisteban Osorio merecen el sargento ma- yor D. Juan de Mendoza y Monteagudo, y el capitán Hernando ÁI- varez de Toledo. Siquiera sus extensos poemas no son meras com- posiciones retóricas, sino memorias personales, aunque prosaicas y desabridas, de los sucesos en que sus autores intervinieron. Pero á decir verdad, tales documentos, inestimables para el historiador, poco importan para la crítica literaria y no se les hace grave ofensa en pasar rápidamente por ellos. El sargento mayor Mendoza, á quien se atribuye un poema anónimo y acéfalo conocido con el título do Guerras de Chile, era un aventurero que desde la edad de quince

326 CAPÍTULO XI

años, en que pasó al Nuevo Mundo, había tomado parte en las más

románticas y temerarias empresas por las regiones tropicales, ora

buscando los soñados palacios del Daba^^be, donde debía de haber

un ídolo del sol, todo de oro fino; ora arrojándose en un frágil madero

al peligroso paso de Ancerma; ora remontándose en demanda de las

fuentes del río de San Jorge, viaje que describe en estas octavas, las

cuales pueden dar alguna idea de su estilo en los trozos en que

es mejor:

Entre un muelle de peñas temerario, Donde de nácar tiene la urna viva, Sale el sagrado viejo solitario

Y setecientas leguas se deriva: Cruza sobre su frente de ordinario La grande cordillera fugitiva,

Que tiene, según fama, las espaldas Lastradas de oro fino y esmeraldas.

En el discurso desto, ¡qué de cosas Difíciles pasé, cuántas montañas De arcabucos rompí maravillosas! Pues ¡qué yermos pasé, pues qué campañas! ¡Qué empresas no emprendí dificultosas! ¡Fueron tan grandes, fueron tan extrañas. Que al fin se quedó atrás el pensamiento; Que lo excedió el humano atrevimiento!

Las venas vi y profundos tragaderos Del cuerpo de que todos somos hijos; Los secretos del mar respiraderos Que salen por conductos y escondrijos; Los negros, infernales sumideros Que el azufrado fuego brotan fijos,

Y otras mil extrañezas que en encierra Aquesta casa grande de la tierra.

Víboras de corales vi funestas, Sierpes de cascabeles sonadores. La icotea que la casa lleva á cuestas, Los nietos de Saturno burladores, perico enemigo de las cuestas, Los grasos semibueyes nadadores. Los micos que al pasarlas hacen soga,

Y el lagarto que el agua nunca ahoga. Sin estas animalias, vi infinitas

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De tales calidades y figura,

Que no pudo dejallas Plinio escritas,

Porque ignoró su forma y su hechura;

Las siete maravillas exquisitas,

De quien la fama antigua tanto cura,

Ya es vano exagerallas ni escribillas,

Teniendo el mundo tantas maravillas.

Cansado de los rigores de tan insalubres climas, pasó al Perú, y de allí á Chile, alistado bajo las banderas de D. Francisco de Qui- ñones al finalizar el año 1599. Allí sirvió honrosamente en la mili- cia y en la toga, durante una vida muy larga, puesto que en 1 666 otorgaba un poder para testar.

El poema de D. Juan de Mendoza se cita generalmente con el título de Guerras de Chile, por más que ni este título, ni otro algu- no, ni el nombre de su autor, constan en el manuscrito de la Biblio- teca Nacional de Madrid, que nos le ha conservado (l). En once cantos que comprenden cerca de ocho mil versos, narra los aconte- cimientos, en gran parte desastrosos, de la gobernación de Martín García de Loyola y de D. Francisco de Quiñones, y las matanzas y rebatos hechos por los araucanos en las poblaciones españolas al finalizar aquella centuria. El primer canto puede considerarse como una introducción, y en él, según se expresa el autor, «descríbense las provincias que el reino de Chile en contiene; las que, por más

(i) Tiene en las tapas las armas de la reina D.^' Mariana de Austria y, por consiguiente, es muy verisímil que pertenezca al fondo primitivo de la bi- blioteca procedente de Palacio, y sea distinto del que Barcia tuvo en su librería, y cita como de autor anónimo en las Adiciones á Pinelo. La copia por donde se ha impreso fué llevada á Chile por D. Diego Barros Arana.

Algunos han atribuido este poema al Dr. Luis Merlo de la Fuente, gober- nador ó presidente interino que fue en Chile; pero el Sr. Medina, y á nuestro parecer con buenos argumentos, recaba la paternidad del libro para D. Juan de Mendoza, Véanse Las Guerras de Chile, poema histórico, por el sargento mayor D. Juan de Mendoza Monieagiido, publicado con itttr aducción, notas é ilustraciones, por J. Medina. (Santiago de Chile, 1888). Primer tomo de una Colección de Poemas Épicos relativos d Chile, ó escritos por chilenos durante el periodo colonial, que por las vicisitudes políticas de aquel país quedó in- terrumpida.

MenAkdez y Pelato. Poesía hispano-americana.— W. ai

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belicosas, han sustentado las guerras; los modos que en gobernarse tienen, y algunas cosas no escritas hasta aquí de sus costumbres, y otras cosas memorables acontecidas en el discurso de varios gober- nadores hasta el tiempo de Martín García de Loyola, que viajando de la Imperial, seguido de Pelantaro, se alojó en Coralaba». En el canto segundo prosigúese con la muerte del gobernador y la retira- da de los suyos. La narración es fácil, y por lo general, noble y de- corosa: el autor remeda bastante bien el tono de Ercilla, y como soldado de profesión, da á la pintura de las batallas una animación y un fuego que no tienen en la retórica pluma de Pedro de Oña. El episodio de la india Guaiquimilla es tierno y agradable, y muy ori- ginal el cuadro de una sequía en Chile. En la dicción se advierten' pocos resabios del mal gusto del siglo xvii, y aunque la versificación no corra siempre sin tropiezo, ha de tenerse en cuenta que el autor no limó su obra ni la destinaba acaso á la publicidad, y que además la copia que tenemos es imperfecta , y aun incompleta en algunas partes.

Pero tal como está, el poema atribuido á D. Juan de Mendoza me parece el tercero en mérito poético entre los compuestos sobré Chile, y muy preferible en tal respecto al Pitrén indómito, enorme crónica rimada de Hernando Álvarez de Toledo, caballero andaluz y soldado veterano de Flandes, que pasó á Chile en 1581, cur- tido ya por los azares de la vida y de la guerra, como declaran estos versos suyos:

«Tuve, tengo y tendré constante pecho: Infortunios he visto y tempestades En el mar de Noruega y paso estrecho; Miiertes, naufragios, espantables guerras En partes varias y en remotas tierras.»

(Canto XVI.)

En Chile, manejando alternativamente la espada y el arado, fué á un tiempo capitán y ganadero, alcalde de Chillan, donde vio saquea- das sus haciendas por los araucanos, de quienes tomó luego amplio desquite; y bravo combatiente contra el corsario inglés Tomás Caven- dish en 1 587. Las noticias de su vida, aunque pocas y dispersas, alean-

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zan hasta 1631, en que está otorgado su codicilo testamentario (l).

Parece probado que Álvarez de Toledo escribió, no urio, sino dos poemas: La Araucana y el Purén indómito. Del Purén mismo pro- metió una segunda parte, que acaso no pasara de proyecto. Pero que La Araucana existió y era obra distinta del Purén, nos lo persuade el no encontrarse en éste ninguna de las octavas que el P. Ovalle cita como pertenecientes á aquel poema, y que además tratan todas de sucesos anteriores á la muerte del gobernador Lo- ' yola, en que comienza el Purén indómito. Al parecer, todo el libro vi de la Histórica relación, de Ovalle, que tiene por asunto el gobierno de D. Alonso de Sotomayor, está tomado en substancia de La Arau- cana, de Álvarez de Toledo, con lo cual podemos fácilmente con- solarnos de su pérdida, viendo transformado en elegante prosa lo que seguramente estaba contado en infelices y desmañados metros.

Porque, en efecto, el Purén indómito, con sus veinticuatro cantos y más de quince mil versos, es ración muy suficiente para empala- gar y rendir al más tolerante lector de crónicas rimadas. Si supone- mos que La Araucana y el Pnrén segundo tenían próximamente la misma extensión, sólo Juan de Castellanos, ó el fabuloso autor del Ramayana, excedieron en fecundidad épica al capitán Álvarez de Toledo. ¡Todo para contar unos cuantos años de monótona guerra contra salvajes medio desnudos, cantados además hasta la saciedad por un tan gran poeta como Ercilla, y por otro tan notable como Pedro de Oña! A este último se propuso por principal modelo el autor del Purén, según declaran estos versos suyos:

«Si de vuestro favor yo careciera, Y en él no confiara cual confío, No pasara tras de Oña la carrera En un rocín tan flaco como el mío...»

Su rocín era ciertamente flaco, y no hace nada de más en confe- sarlo. El Purén indómito no tiene de poesía más que el metro, bien desaliñado por cierto, afeado por frecuentes consonancias homóni-

(i) Vid. recogidas las noticias biográficas de este autor en el opúsculo de D. Domingo Amunátegui, Don Fernatido Álvarez de 'loledo. (Santiago de Chile, imprenta de Cervantes, 1898.)

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mas y por dislocaciones de acentos. Del estilo dice el mismo autor (y no hay por qué contradecirle) que es «pobre, humilde, bajo y escaso de elegancia». Hay octavas llenas de nombres propios, y nunca se olvida de consignar la fecha exacta de los acontecimien- tos. Aquello de la trompa épica nunca tuvo menos aplicación que tratándose de este árido cronista, cuyo valor histórico está en razón inversa de su nulidad poética. Ni él mismo se preciaba de otra cosa que de la más rígida veracidad:

«Pero como es historia verdadera. No lleva cuento ó fábula de amores, Porque de la verdad patente y pura Es con lo que se adorna mi escritura...

Que yo lo he visto bien, y soy testigo.

Porque ha de ser de todo el coronista, Testigo de gran crédito y de vista.

Por lo cual digo en esto haberme hallado,

Y en todo ó en lo más que ha sucedido,

Y de lo que no he visto, me he informado De gente de verdad y que lo vido...»

A tan terminantes cuanto prosaicas declaraciones, nada tiene que objetar hoy la investigación más escrupulosa. El Purén indómito está considerado como fuente principal para un período de la histo- ria de Chile, y encierra además muy curiosas noticias sobre las costumbres de los araucanos y sus relaciones en paz y en guerra con los colonos. A diferencia de los otros poetas de Arauco, sigue su autor el hilo de la narración escueta, y no se distrae jamás á di- gresiones ni episodios amorosos:

«Pues tengo en el principio prometido De no contar hazañas de Cupido.»

En cambio llena el poema de insulsas reflexiones morales, que acaban de hacer tediosa y aun imposible su lectura (l).

(i) El Purén indómito, que se conserva manuscrito en la Biblioteca Nacio- nal de Madrid, fué impreso en París bajo la dirección de D. Diego Barros

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Parecía imposible descender más, pero todavía hubo en la colo- nia otro poeta, justamente calificado de macarrónico, que hizo bue- no á Hernán Álvarez de Toledo. Fué éste el capitán Melchor Xufré del Águila, natural de la villa de Madrid, el cual en 1630 publicó «n Lima uno de los más raros libros del mundo, hasta el punto de no conocerse de él más que un solo ejemplar. Tiene por título: Compendio historial del descubrimiento . conquista y guerra del Rey- no de Chile, con otros dos discursos. Uno de avisos prudenciales en las materias de gobierno y guerra. Y otro de lo que católicamente se debe sentir de la astrología judiciaria. Dirigido alExcmo, Sr. Conde de Chinchón, Virrey destos Reinos del Perú, Tierra Firmey Chile (i). Precede al libro (y es lo más interesante de él) una larga carta del Dr. Luis Merlo de la Fuente, capitán general que había sido en la guerra de Chile, desde 1606 á 1628, dando cuenta á su amigo Xufré

Arana, como 'primer tomo de la Bihliotcca Americana. Collection d'otm-ages inédites ou rares sur V Amérique, del editor A. Franck, 1862.

(I) El único ejemplar conocido de esta obra fué cedido por D. Pascual de Gayangos á Mr. Lennox, y hoy para en la magnífica biblioteca de Cárter Brown (Providence), tenida por la primera del mundo en su género. Aprove- cho la ocasión para citar su catálogo, que da idea de aquellas riquezas: Bi- bliotheca americana. A catalogiu of books relating to North and South Amertcan in the library of John Cárter Brown of Providence R. I. With notes by John Russell Barilett, Providence. 1866.

Por una esmerada copia de este ejemplar, ha reimpreso el libro de Xufré del Áauila la Universidad de Chile (Santiago, imprenta Cervantes, 1897), con sendos prólogos de D. Luis Montt y D. Diego Barros Arana, que contienen algunos datos sobre la vida del capitán Xufré del Águila. El interés histórico <lel poema de éste no se reduce á la primera parte, puesto que también en la tercera refiere muy por extenso la sorpresa de Curalaba, que costo la vida al gobernador de Chile D. Martín Óñez de Loyola. Otras referencias a sucesos de la guerra chilena hay en esta última parte, donde el autor procu- ra vindicarse de la nota de astrólogo judiciario, aunque sus mismas palabras prueban el crédito que daba á aquella falsa ciencia. .Ha habido alguna voz en este reino y fuera de él, de que soy de los que dan demasiada creencia a los pronósticos de la astrología, y por eso hice este tratado, en que se ve muy claro que no soy de esta secta envanecida, si bien tengo por cordura muy grande el no desestimar los avisos, que á veces por impensados medios nos envía la divina Providencia».

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de los sucesos de su gobernación. El capitán Xufré había perdido una pierna en la guerra de Chile, y se hallaba en Lima, pobre y mal pagado, ocupando su «ociosa soledad» en poner por escrito sus campañas y sus quejas. Su libro tiene de todo; pero principalmente de memorial de servicios mal galardonados. Los tres tratados que la obra comprende, están en versos sueltos, si es que nombre de versos merecen aquellos informes y toscos renglones. No sólo la parte relativa á la guerra de los araucanos (que es propiamente el Compendio historial)., sino los otros dos tratados, tienen forma de diálogo entre Gustoquio, que había sido capitán en Flandes, y Provecto, alférez chileno, los cuales habiendo acudido á la corte á ciertas pretensiones, se reúnen para platicar de asuntos militares. De qué calidad serán los versos historiales de Xufré del Águila, juz- gúese por la siguiente muestra:

«Hallábame yo en Lima en este tiempo Con una lanza sola, que pagada Los menos años es, y della poco;

Y procurando merecer mayor

Merced de nuestro Rey, quise á mi costa Á aquella empresa ir do fui ofrecido,

Y sin querer tomar socorro alguno, Ó paga (que hasta hoy un solo peso Ni un maravedí solo he recibido

De paga real), habiendo en su servicio Gastado más millares de ducados Que tengo, á Chile fui de aventurero; Mas no penséis que he de dezir por esto Nada con más espacio, aunque de vista De casi quarenta años soy testigo. En fin, con esta gente el de noventa, Á veinte y seys de Enero, allí aportamos. >

Puede decirse que á este ciclo de poemas históricos se reduce la literatura de la colonia durante dos siglos. Fuera de ellos apenas pueden citarse más que dos obras de carácter literario, inspiradas también por sucesos de la guerra araucana y que contienen algunos versos: un libro de memorias y una especie de novela: el Cautiverio feliz y razón de las guerras dilatadas de Chile., del maestre de cam-

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po D. Francisco Núñez de Pineda y Rascuñan, natural de Chillan; y la Restauración de la Imperial y conversión de almas infieles, de Fr Juan de Barrenechea y Albis. El libro de Bascuñán es la narra- ción muy agradable, interesante y simpática de los siete meses de cautiverio que en su juventud (1629), siendo capitán, pasó en poder del honradísimo cacique Maulicán, cuyos buenos sentimientos com- petían con los de su caballeroso prisionero. Este libro, escrito con tanta sinceridad como nobleza, tiene más poesía verdadera en algu- nas escenas, por ejemplo, la vuelta del cautivo á los brazos de su padre (viejo heroico y digno de la epopeya) que casi todos los poe- mas que llevamos analizados hasta ahora. Bascuñán, que había reci- bido educación clásica en un colegio de jesuítas, entretenía los ocios de su cautividad en composiciones poéticas, estimables por la natu- ralidad y el sentimiento, de las cuales en sus memorias intercala algunas muestras. Al cacique que le aprisionó dirige un romance, que es manifiesta imitación de uno de los más célebres de Góngora:

«En la guerra batallando, Mal herido en el combate, Desmayado y sin sentido, Confieso me cautivaste. La fortuna me fué adversa, Si bien no quiero quejarme Cuando tengo en ti un escudo Para mi defensa grande. En la batalla adquiriste Nombre de esforzado Marte, Y hoy con tu cortés agrado Eternizarás tu sangre... Cautivo y preso me tienes Por tu esfuerzo, no es dudable; Mas con tu piadoso celo, Más veces me aprisionaste. Mas podré decir que he sido Feliz cautivo en hallarme Sujeto á tus nobles prendas, Que son de tu ser esmalte...»

Otros romances tiene, muy recomendables por la afectuosa resig- nación y piedad sencilla; verbigracia:

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CAPITULO XI

«Gracias os doy infinitas, Señor del empíreo cielo, Pues permitís que un mal hombre Humilde amanezca á veros. En este pequeño bosque, Las rodillas por el suelo, Los ojos puestos en alto, Vuestra grandeza contemplo. Consolado y afligido Ante vos, Señor, parezco: Afligido con mi culpa, Consolado porque os temo. Diversos son mis discursos, Varios son mis pensamientos, Y luchando unos con otros. Es la victoria por tiempos. La naturaleza flaca Está siempre con recelos De los peligros que el alma Tiene entre tantos tropiezos. El espíritu se goza En medio de mis tormentos, Porque es docta disciplina Que encamina á los despiertos- Trabajos y adversidades Entre inconstancias del tiempo Padezco con mucho gusto En este feliz destierro. En las tribulaciones Han sido un tirante freno Que ha encadenado mis pasos Y refrenado mis yerros... Vos, Señor, sois mi refugio, Vos sois todo mi consuelo, Vos de mi gusto la cárcel, Vos mi feliz cautiverio. Lo que os suplico rendido, Lo que postrado os ruego. Es que encaminéis mis pasos Á lo que es servicio vuestro. Que si conviene que muera En esta prisión que tengo,

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La vida que me acompaña Con mucho gusto la ofrezco. En vuestras manos, Señor, Pongo todos mis aciertos, Que nunca tan bien logrados Como cuando estáis con ellos.»

No hay en los versos de Bascuñán notable entonación poética, pero una sencillez grande, que contrasta con el gusto del siglo xvii, ya muy entrado cuando él escribía. La distancia, el cautiverio, el ningún propósito de vanidad literaria, bastan para explicar este fe- nómeno. No es fácil encontrar en los poetas americanos de enton- ces, por ejemplo, en los innumerables que deliraban en Lima, un modo de decir tan llano, terso y apacible como el de estos versos de otro romance:

«Rueda, fortuna, no pares Hasta volver á subirme, Porque el bien de un desdichado En tu variedad consiste.

Un tiempo me colocaste Con las estrellas más firmes, Y ahora me tienes puesto En la tierra más humilde.

Entonces me vi tan alto, Que me pareció imposible Ver mis glorias humilladas A los pies de quien las pise...

Tu natural inconstante Con varios efectos vive: Abatiendo al que merece, Sublimando al que no sirve...

Que no pares en mi daño La rueda, quiero pedirte, Porque es mi dicha tan corta Que presumo ha de estar firme...»

Luce Bascuñán sus buenos estudios de humanista en versio- nes no infelices de algunos pasajes cortos de Virgilio, Ovidio y Silio Itálico, que con más ó menos oportunidad trae á cuento en su narración. Pero el mejor de estos ensayos de traducción es el

33^ CAPÍTULO XI

que hizo del salmo sexto: Domine^ ne in furore tuo arguas me (i).

La Restauración de la Imperial, que el provincial de los Merce- narios Fr. Juan de Barrenéchea y Albis, hijo de la ciudad de Con- cepción, escribió por los años de 1693, ^s obra de más alardes lite- rarios que el Cautiverio feliz^ pero muy inferior á ella en estilo, en interés histórico y en todo. Sólo tiene la curiosidad de ser el úni- co ensayo de novela hecho en Chile durante la época colonial, y seguramente uno de los rarísimos que se hicieron en toda Améri- ca (2). La heroína es una india llamada Rocamila , manifiestamente imitada de las indias de Ercilla. Sus amores con el araucano Cari- labo, interpolados con escenas de guerra y cautiverio, que debían de terminar probablemente con la conversión y muerte de ambos aman- tes (porque el libro no está completo), forman el argumento asaz vulgar de este relato, cuya acción se supone en el gobierno de don Alonso de Sotomayor. La novela, que ya de suyo tiene muy poco interés, se echa á perder además por lo enfático, declamatorio y pedantesco del lenguaje. Hay intercaladas en el proceso de la narra- ción algunas octavas, crespas y sonoras. La expresión de los senti- mientos es casi siempre falsa é impropia de los indios á quienes se atribuyen (3).

Hasta aquí la producción poética anterior al siglo xviii (4). Si no

(i) Las Memorias de Núñez de Pineda están publicadas en el tomo iii de la Colección de Historiadores de Chile, dirigida por Barros Arana.

(2) Algunos novelistas europeos del siglo decimoséptimo pusieron en Chile y en el Perú ciertas escenas de sus libros. Entre ellos descuella el ca- ballero gascón Francisco Loubayssin de la Marca, que escribió en muy buen castellano la Historia tragi-cÓ7nica de D. Enrique de Castro (París, 16 17). Pue- de citarse también La Monja Alférez, donde el nombre de la protagonista y el fondo de sus aventuras son reales, pero que en su actual forma literaria quizá no se remonta más allá del siglo pasado, y aun casi nos atreveríamos á señalar su autor verdadero ó á lo menos posible. Pero esta es materia para tratada despacio y en otra parte.

(3) La obra del P. Barrenéchea está manuscrita en la Biblioteca Nacional de Chile, Me valgo del extenso extracto que hace de ella el Sr. Medina (Literatura colonial, tomo 11, páginas 336-349), porque no tengo noticia de que todavía se haya publicado íntegra.

(4) Pueden añadirse algunas composiciones sueltas en elogio de autores y

CHILE 337

íué más abundante, la causa está bien manifiesta en la falta de im- prenta y en el relativo atraso de aquella colonia, llamada- después á tan altos destinos. Hubo, no obstante, establecimientos de educación desde el principio. Ya antes de 1 591 ordenaba una cédula real que en Santiago se estableciese una cátedra de gramática « para que la juventud del reino pudiese aprender latinidad, y que al que leyere se le diere en cada un año cuatrocientos y cincuenta pesos de oro». Pero esta fundación no llegó á tener efecto inmediato, por falta de preceptor, hasta que los dominicos la establecieron en su convento, junto con algunas enseñanzas de artes y filosofía, que inauguraron Fr. Acacio de Naveda y Fr. Cristóbal Valdespino. Los chilenos que deseaban más extensa instrucción y aspiraban á recibir algún grado académico, tenían que acudir á Lima, como lo hizo Pedro de Oña, es decir, á más de quinientas leguas. Los padres de Santo Domingo trataron de elevar á la categoría de universidad las cátedras que te- nían en su convento, y enviaron á España á gestionarlo á un reli- gioso suyo, Fr. Cristóbal Núñez. La Real Audiencia apoyó la pre- tensión, por seguirse de ella «gran provecho y utilidad á los vecinos y moradores de las provincias de este reino de Chile y á las de Tu- cumán, Paraguay y Río de la Plata; por ser tierra de mejor tempe-

de libros. Al principio de la Historia general de Chile del P. Diego Rosa- les se leen unos tercetos bastante buenos de un D. Jerónimo Hurtado de Mendoza.

Apenas merece citarse más que á título de rareza un poema en latín casi macarrónico y rima castellana que compuso y sacó á luz en Lima en 1645 ^1 Presbítero Diego Núñez Castaño, con motivo de una invasión frustrada de piratas holandeses en Valdivia. Titúlase este aborto (que entre otras cosas contiene varios sonetos en latín) Breve compendimn hostium hcereticorum Olan- densium adventum in Valdiviam, exploratoreni missum et tiarrationem ejus^fugam illorum cum pacto redeundi: providas dispositiones Proregis: classim expeditam ad condUnm ejus cum rebus necessariís, et_ alia continens... Limcc, auno i645.;> Con aprobaciones del Dr. Antonio Maldonado y Silva, Catedrático de Derecho en la Universidad de Lima, y de Fr. Miguel de Aguirre, y versos estrafalarios, latinos y castellanos, de D. Lope de Figueroa, de los bachilleres Juan de To- rres Villa Real y Juan de Torres Guerrero y de D. Juan de Landecho.

Vid. reproducido (con algunas erratas) este poema en el tomo ni de la Li- teratura colonial de Chile, de Medina (páginas 94- 1 1 1),

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ramento y de más salud que no la de las provincias del Perú y ciu- dad de los Reyes, donde los que van á seguir sus estudios enferman y padecen otras muchas necesidades, y estar la ciudad de los Reyes muy distante de las provincias, y la mar del Sur en medio»; aña- diendo que, para poder sustentar la Universidad, tenía el convento frailes graves, de ciencia y experiencia. Era esto por los años de 1610, y para entonces ya se leían Artes y Teología en otros conven- tos, como el de San Francisco, el de San Agustín, el de la Merced y el de la Compañía de Jesús. Siete años después una bula pontificia de Paulo V autorizó la fundación de la Universidad de Santo Tornas^ con facultad de conferir grados, y siempre bajo la dirección de la Orden de Predicadores. Pero aquella Universidad nunca prosperó mucho por falta de profesores y de recursos y por sobra de pleitos; y en lo que toca á letras humanas, la hicieron ventajosa concurren- cia los colegios de la Compañía de Jesús establecidos en la capital y en la Concepción durante el siglo xvn y más adelante en La Se- rena, en Valparaíso y hasta en las islas de Chiloé. El colegio de Santiago, que era el más importante, celebraba ya en 1616 justas ó certámenes poéticos, donde se repartían premios «con música y saraos y otras alegrías». Añade el P. O valle en su Relación his- tórica del reino de Chile., publicada en 1646, que los estudiantes hacían á veces alguna representación á lo divino á manera de co- loquio.

Sólo en la segunda mitad del siglo pasado llegó á tener Chile Universidad propia con carácter y título de Real., y organización muy parecida á la de Lima. Fué principal promotor de esta erec- ción el alcalde D. Francisco Ruiz de Beresedo, á quien secundó el cabildo de Santiago en un memorial redactado por el licenciado Valcarce Velasco en 1720. Por fin, y después de largas negociacio- nes para arbitrar los fondos necesarios, que fueron cubiertos por suscripción de los vecinos, una Real cédula de 27 de Junio de 1 738 autorizó la creación de la Universidad de San Felipe, con cátedras de teología, cánones, leyes, matemáticas, cosmografía, anatomía, medicina y lengua indígena, diez entre todas, ascendiendo el total importe de la dotación á 5.000 pesos. Esta Universidad vivió próxi- mamente un siglo, hasta 1843, en que fué reemplazada por la actual

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Universidad de Chile, la más renombrada y floreciente de la Amé- rica española.

La expulsión de los jesuítas, que habían dado á Chile sus dos principales historiadores, Ovalle y Rosales, é iban á añadir á estos nombres el del célebre naturalista Molina, vino á ser grave contra- tiempo para los estudios de humanidades, que en Chile, como en lo demás de América, corrían casi exclusivamente á su cargo. El Con- victorio de San Francisco Javier^ que era el principal establecimien- to de educación que tenían en Santiago, se convirtió en Colegio Ca- rolino, pero no hizo más que decaer y vivir en gran descrédito y abandono. El Fiscal de la Audiencia insinuaba en 1774 que el país estaba destituido de las fuentes de literatura. Bien se confirma tan lastimoso estado de decadencia recorriendo los pocos y desabridos frutos que dio la literatura criolla de Chile en aquella centuria de profunda somnolencia. Todo es trivial, baladí y prosaico, así en la ejecución como en los temas. Como muestras de esta poesía pe- destre y casera, puede citarse La Tucapelina^ poema satírico, en octavas reales, cuyo ignorado autor se ocultó con el seudónimo de Pancho Millaleubu. El asunto es la descripción burlesca de unas fiestas celebradas en la frontera araucana con motivo de la restau- ración de la iglesia y misión de Tucapel en 1783. Las alusiones que el poema contiene al Capitán general del Reino, D. Ambrosio Be- navides, y á sus tenientes D. Ambrosio O'FIiggins y D. Domingo Tirapegui, tendrían mucha sal en su tiempo, pero hoy nos parecen insulsos juegos de palabras (l).

Entre los varios copleros que por entonces lograron fama, se cita á un P. López, dominico, improvisador chistoso, á quien, como á todos los de su especie, se atribuyen muchos chistes que segura- mente no dijo; á un P. Escudero, franciscano; á un capitán de arti- llería, D. Lorenzo Múgica, que hacía con bastante donaire décimas conceptuosas en el gusto de nuestros poetas del siglo xvii. Hay otros muchos desenfados anónimos, críticas de sermones, satirillas

(i) La Tucapelina \iíi sido impresa en la Literatura colonial de Chile, del Sr. Medina, tomo iii, páginas 31-51. Consta de diez cantos, cada uno de diez, octavas, por lo cual el poeta los llama decadas heroicas.

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chabacanas, que pueden tener alguna curiosidad como documento de costumbres (l), pero que poéticamente nada valen. La colección más extensa y notable de este género es la Ensalada poética joco- seria, en que se refiere el nacimiento, crianza y principales hechos del célebre D. Plácido Arteta, compuesta por un intimo amigo suyo, tan ignorante de las cosas del Parnaso que jamás ha subido á este monte, V aun apenas llegó alguna vez á sus faldas. El autor de este manus- crito, que era español y se llamaba D. Manuel Fernández Ortelano, debía de estar dotado de vena facilísima, aunque incorrecta, puesto que en la Ensalada, que bien merece tal nombre, hizo alarde de versificar en todo género de metros, emulando las Fábulas litera- rias, de íriarte. Su mamotreto, que viene á ser una especie de no- vela en verso, cortada por todo género de digresiones, no ha de ser juzgado como obra literaria, sino como la expansión de un es- píritu chancero, que se ríe de propio y de todas las cosas hu-

(i) Son las más curiosas bajo este respecto las Décimas joco-serias y lú- dicro-formales, que compuso un numen poético... á la comedía francesa, á sus farsatites, comparsas, ?núsica, expresiones y sentimientos, cojuo asimismo d sus espectadores jiaciotiales intrusos, supersticiosos, por razón de moda y estado; y el Canto eticomidstico de la famosa batalla de las Lomas, el día 20 de Septiembre de 1807. "L?!. famosa batalla fué un simulacro entre cómico y trágico, en que por la inexperiencia de las milicias de Santiago hubo mucha confusión y algunas víctimas.

Pueden citarse además La Visión de Petorca, que es un romanzón del agustino Fr. Sebastián de la Cueva, narrando la catástrofe de unos mineros sofocados por los humos en 1779; otro romance anónimo sobre la i?í?/««<?>z de la inundaciÓJt del rio Mapocho en 1783; los Llantos del reino de Chile, con motivo de la partida del gobernador Amat en 1762.

Existen finalmente manuscritas dos detestables colecciones de versos de- votos: una del famoso predicador agustino Fr. Manuel Oteiza (Liberto peni- tente, alias el pecador arrepentido, que á imitación de David implora misericordia por medio de la penitencia; fuga del mundo por el camino del cielo; pe7isa?nietitos piadosos del penitente Rey, que guían á la cumbre de la perfección cvattgélica por las tres vías: purgativa, ilumijiativa y unitiva; glosa moral de la divina Salmo- dia), y otra de un capuchino anónimo (Dibujo de tm alma que puesta en los crisoles purgativos camina por la mjierte mística á la wiion pasiva con Jesu- cristo. Trabajo de wi conteinptible sacerdote para luz de las almas que S. M. pu- siere en esta felicidad. Año de 1798).

CHILE 341

manas, y escribe sin más intención ni propósito que divertirse'.

El teatro apenas puede decirse que existiera en Chile hasta los últimos días de la época colonial, y aun entonces de una manera pobre y precaria. Con ocasión de algún regocijo público solían re- presentarse comedias, y el grande obispo Fr. Gaspar de Villarroel, en su Gobierno eclesiástico pacífico (1657), habla de las que hubo en el convento de padres mercenarios de Santiago, y añade que el día del Corpus Christi y de su octava se representaban también «en el cementerio de la iglesia metropolitana de Lima, asistiendo los seño- res Virreyes y señores Arzobispos, los dos cabildos y las religiones, y no eran las comedias autos sacramentales, como aquellos de la corte, sino comedias formadas, y aunque se procuraba que fuesen religiosas, como la fábula es el alma de la comedia, ninguna es tan casta que no se mezclen algunos amores».

Las más antiguas fiestas dramáticas de índole enteramente pro- fana, fueron las celebradas en la ciudad de la Concepción en 1693, para solemnizar la llegada del presidente Marín de Poveda. «Cons- taba el obsequio (dice el cronista Córdoba y Figueroa) de 1 4 come- dias, y la del Hércules chileno^ obra de dos regnícolas, toros y ca- ñas» (l). Ni el tal Hércules chileno ha llegado á nuestros días, ni se tiene siquiera noticia de los dos regnícolas que le compusieron. De todos modos, la diversión tardaba en aclimatarse, puesto que toda- vía en 20 de Marzo de 1778 podía decir el Obispo de Santiago, don Manuel de Alday y Aspe, al presidente Jáuregui, oponiéndose al establecimiento de un teatro estable: «en esta ciudad sólo se han representado comedias muy de tarde en tarde, y por unos pocos días, sirviendo algunos muchachos para los papeles de mujer». Por entonces triunfó la oposición del Obispo, basada en el dictamen los teólogos más rígidos; pero en 9 de Enero de 1793, el cabildo Santiago acordó que «se estableciese por asiento una casa pública

(i) Vid. Las primeras representaciones dramáticas en Chile, por Miguel Luis Amunátegui. (Santiago de Chile, 1888, pág. 22.)

Con especial agrado empiezo á utilizar desde ahora las doctas y amenas in- vestigaciones de mi difunto amigo D. Miguel Luis Amunátegui, que es sin duda el escritor á quien más ilustración debe la historia literaria de Chile.

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de comedias». Con todo eso, hasta la época del último presidente español, D. Casimiro Marcó del Pont, entusiasta aficionado á los espectáculos escénicos y á las actrices, tales acuerdos no lograron entero cumplimiento, ni hubo en Chile teatro donde los espectado- res pudieran estar bajo techo.

La caída del régimen colonial marca en Chile, como en las demás repúblicas de América, una división en la historia literaria. Con el movimiento inaugurado en 1 8 de Septiembre de 1810, se abre el segundo período de la literatura chilena. Los principales represen- tantes de la poesía revolucionaria en este período son Camilo Hen- ríquez y D. Bernardo de Vera y Pintado (l). Los versos de uno y otro no pertenecen en rigor al arte, sino á la historia de las agita- ciones políticas.

Camilo Henríquez, llamado comúnmente el fraile de la buena muerte, era, en efecto, un fraile apóstata de la congregación de los Agonizantes, nacido en Valdivia y educado en el Perú, donde se había entregado ávidamente á la lectura de los libros de los enci- clopedistas franceses que empezaban á correr de contrabando en los conventos de Lima como en los de la Península. Rousseau, prin- cipalmente, fué su ídolo, y á las doctrinas del Contrato social quiso ajustar todos los actos de su vida pública, cuando de improviso le lanzó en ella el torbellino de la revolución americana, á la cual sir- vió, como ahora dicen, de verbo. El fué el primero que en una pro- clama de 6 de Enero de 18 lO, que circuló profusamente manuscri- ta, lanzó sin ambajes la idea de independencia, que sólo tímida- mente se aventuraban á insinuar los que pasaban por más resueltos, y que el mismo Blanco (White) impugnaba todavía en El Español de 181 1. Él predicó en la catedral de Santiago el sermón de 4 de Julio de 181 1, con ocasión de la apertura del primer Congreso chi- leno. Él fundó en 1812 el primer periódico de aquella región, La Aurora de Chile (2), y posteriormente el Monitor Araucano, conti-

(1) Vid. La Alborada poética en Chile después del 18 de Sepiiembre de 1810, por D. Miguel Luis Amunátegui. (Santiago de Chile, 1892.)

(2) Tengo á la vista una colección completa de este rarísimo periódico, quizá la única que existe en España.

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nuando ademís el Semanario Republicano, cuyos doce primeros números había escrito el guatemalteco D. Antonio José -de Irisarri. Él redactó en gran parte la primera Constitución chilena (27 de Oc- tubre de 18 1 2). Su fanatismo liberal no tenía límites; había ideado un sistema de misiones para propagar de pueblo en pueblo los nue- vos ideales, y compuso un Catecismo de los patriotas^ para que sir- viese de guía á los tales misioneros.

Después de la victoria de Rancagua y el restablecimiento del Gobierno español, Camilo Henríquez emigró á Buenos Aires, don- de, abandonando por completo el hábito clerical, se hizo médico, y redactó por algún tiempo la Gaceta de Buenos Aires, y más adelante una revista, El Censor. Consolidada ya la independencia de Chile después de las jornadas de Chacabuco y Maipo, Henríquez pudo regresar á Chile bajo los auspicios del dictador O'Higgins. Enton- ces fundó El Mercurio de Chile, revista de economía política y de- recho público; trabajó activamente por la difusión del sistema lan- casteriano de enseñanza mutua, y fué Secretario d-e la Convención de 1822 y del Senado que la sucedió, después de la caída de O'Higgins. Pero el continuo alarde que hacía de sus ideas antirreli- giosas, todavía exóticas en Chile, y la parte que tuvo como senador en el proyecto de reforma eclesiástica de 1823, inspirado por el de D. Juan Antonio Llórente-, concitaron contra él la animadversión pública, y le mantuvieron en posición obscura y subalterna hasta su fallecimiento, ocurrido en 16 de Marzo de 1825.

Si el arte presupone el culto de la belleza, nunca hubo autor me- nos artista que Camilo Henríquez. En prosa escribía con cierto calor tribunicio; pero fué, sin duda, detestable poeta. Parece imposible que sus rencores de sectario no le dictasen alguna vez imprecacio- nes enérgicas, sacándole de la esfera vulgar y ruin en que se movía.

Había tomado por modelos á los autores más prosaicos del si- glo XVIII, á Iriarte en el Poema de la Música y á Trigueros en El Poeta Filósofo, y consiguió darles quince y raya en cuanto á pro- saísmo, pero con la desventaja de ser Trigueros, y sobre todo Iriar- te, correctos en la metrificación, al paso que los versos de Camilo Henríquez, además de lo desmaj/ado y trivial de los pensamientos, están llenos de groseras faltas prosódicas, que denuncian una edu-

Mbskkdez y Pelato.— /V«/a hispano-americana. II. aa

344 CAPÍTULO XI

cación literaria y gramatical por todo extremo deficiente. De Tri- gueros tomó la forma de los que llamaba pentámetros, y son pura y simplemente alejandrinos pareados á la francesa, de este tenor:

«Los talentos de .Chile yo te vi que aplaudías; Pero su sueño y ocio sempiterno sentías. Nuestra juventud hábil, graciosa y bien dispuesta, Conserva aún tristemente en inacción funesta El ánimo sublime. Ya la época presente La llama á grandes cosas y á iluminar su mente

¡Quién pudiera del genio seguir la marcha augusta

Y de sus beneficios dar una idea justa!

Ve Urania ser la tierra uno de los planetas; Los réditos predice de los tardos cometas,

Y al fin de sus fatigas por preceptos muy fieles,

Con rara certidumbre dirige los bajeles

¡Oh, cuan rica aparece y con cuánta belleza, Ornada de trofeos de la naturaleza,

La química, alta gloria de la época presente »

La Exhortación al estudio de las ciencias, de donde están entre- sacados estos versos, es una de las poesías más antiguas de Henrí- quez, y se publicó en El Mercurio Peruano con el seudónimo de Cefalio. Por entonces hizo también algunos versos latinos, no mucho mejores que los castellanos (l).

Pero el género que cultivó con predilección fueron los himnos patrióticos; y entre los muchos malos que entonces se compusieron en América, y son otros tantos atentados contra la poesía y contra la música, no los hubo peores que los suyos, porque era imposible tener peor oído ni desconocer en tanto grado la noción del acento. Véase una muestra de estos desapacibles graznidos:

«Aplaudid, aplaudid á los héroes Que á la patria el cielo otorgó. Por su esfuerzo se elevó gloriosa Á la dicha que nunca esperó.

Coronada de olivas se ostenta. Llena de gloria y de bendición.

(i) Amunátegui transcribe unos exámetros destinados á conmemorar el aniversario de la proclamación de la independencia de los Estados Unidos.

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Venid, pueblos, volad á su seno: Cayó el muro de separación.

Al Sud fuerte le extiende los brazos La patria ilustre de Washington: El Nuevo Mundo todo se reúne En eterna confederación.

Volverán de la paz las dulauras; Cesará de Belona el furor; Se oirán de la sabiduría Los consejos y la amable voz.

Dictará las sacrosantas leyes De la más justa Constitución. Tales son de la patria los votos Y deseos de su corazón »

Cuando no hacía himnos, hacía proclamas rimadas, en las cuales

alguna vez tiene arranques menos infelices:

«En triste obscuridad, pobres colonos, Por tres centurias os miró la tierra. Indignada del bajo sufrimiento Que toleraba oprobios y miserias

¿Sois hombres? Pues sed libres; que los cielos Al hombre hicieron libre. Sus eternas É imprescriptibles leyes lo prescriben, ¡Y la razón lo dicta y manifiesta!

Si da derecho la conquista, somos Sólo nosotros dueños de estas tierras, Pues todos somos, sin haber disputa, De los conquistadores descendencia

¿Hasta cuándo en papeles miserables Se buscan los derechos? La suprema Mano los escribió en los corazones; Ésta es la voz de la naturaleza

En donde en otro tiempo el yugo indigno De servidumbre se sufrió por fuerza, Hoy de la libertad republicana El estandarte tricolor se eleva

El estruendo que formen al romperse Vuestros pesados grillos y cadenas, ¡Cuánta consolación, cuánta esperanza Derramará en los pueblos que os contemplan!

De libertad los triunfos no acompañan

3+6 CAPÍTULO XI

Ni suspiros, ni lágrimas, ni quejas.

Las alegrías, sí, de los tiranos,

¡Cuántos clamores, cuántos llantos cuestan!

Cuando de la opresión cae un coloso, Toda la especie humana se consuela: Los nobles gozos de los pueblos libres La razón preconiza y los celebra »

Este trozo de romance endecasílabo no está exento, en verdad, de defectos bien obvios y palpables, pero tiene cierta nobleza y robustez, y es cierto que la pobre musa del fraile Henríquez nunca se elevó á mayor altura. Una sola excepción hay que hacer, muy notable por cierto, puesto que es la única poesía suya que corre sin tropezones; pero en ella no pertenece á Henríquez el pensamiento, puesto que es mera traducción del himno nacional de los Estados Unidos, «.Hail great Republic of tkeworld-¡>, aunque aplicado á Bue- nos Aires:

«¡Salve, gloria del mundo, República naciente. Vuela á'ser el imperio más grande de Occidente! ¡Oh patria de hombres libres, suelo de libertad!

Que tus hijos entonen, de vides á la sombra,

Y entre risueñas fuentes sobre florida alfombra: ¡Oh patria de los libres, suelo de libertad!

Que canten tus hijuelos con balbucientes labios,

Y enseñen á los pueblos en la vejez sus sabios: ¡Oh patria de hombres libres, suelo de libertad!

Tus ángeles custodios te cubran con sus alas,

Y unidas las naciones en fe y amistad pura, Salúdente con lágrimas, lágrimas de ternura: ¡Oh patria de hombres libres, suelo de libertad!>

Compuso, además, Camilo Henríquez bastantes letrillas satíricas, sin chiste ni espontaneidad alguna, pero dirigidas al mismo fin polí- tico que el resto de sus obras; 5^, por último, abordó, con éxito todavía más infeliz, el teatro, que él no rechazaba en absoluto como Rousseau, sino que aspiraba á convertir en instrumento de propa- ganda cívica. «Yo considero el teatro únicamente como una escuela

pública (decía) La musa dramática es un gran instrumento en las

manos de la política Entre las producciones dramáticas, la trage- dia es la más propia de un pueblo libre, y la más útil en las circuns-

CHILE 347

tancias actuales para inspirar odio á la tiranía y desplegar toda

la dignidad republicana.-»

En consonancia con esta absurda poética compuso tres dramas, tan atestados de declamaciones como pobres de acción y de interés, Camila ó la patriota de Sud- América, La Inocencia en el asilo de las virtudes, y Lautaro. Ninguna de ellas se representó, y las dos últi- mas ni siquiera llegaron á imprimirse. El público americano no se había acercado bastante al estado de la naturaleza que para él deseaba Henríquez, y prefería á sus soporíferos sermones democrá- ticos aquellos otros espectáculos que Henríquez llamaba «fútiles, enervantes, afeminados», tales como El Si de las niñas, que á los ojos del ex fraile era «una inmoralidad y una bufonada, tolerable sólo en pueblos estúpidos y bribones».

El otro poeta patriótico de aquella época, casi tan malo como fray Camilo, no había nacido en Chile, sino en comarcas que hoy son argentinas, en la ciudad de Santa Fe de la Veracruz, á orillas del Paraná; pero es imposible omitirle aqui, porque fué autor del himno nacional chileno, que todavía sigue cantándose, aunque creo que con algunas modificaciones, las cuales dudo que literariamente le hayan mejorado mucho. Lo más discreto, en nacionalidades ya adul- tas y formales, como Chile y otras de América, sería renunciar á todos esos himnos que en el concepto poético nada valen y que pro- ducen el grave daño de renovar anualmente odios que son para olvi- dados. Ninguna de las grandes naciones de Europa tiene himno, ni necesita conmemorar el aniversario de su fundación ni de su indepen- dencia quemando fuegos artificiales y cantando disparates mal acen- tuados. Ni pueden decir los americanos que en esta parte les haya- mos dado mal ejemplo, porque en España no se conmemora más que una fecha patriótica, y esa no es un triunfo, sino un martirio. El autor de la canción nacional chilena fué un profesor de Ju- risprudencia, D. Bernardo de Vera y Pintado, discípulo de las Uni- versidades de Córdoba de Tucumán y de Santiago de Chile. De ca- rácter más ameno y regocijado que Camilo Henríquez, no tema escrúpulo en componer versos festivos, amorosos y báquicos, dis- tinguiéndose mucho en la improvisación y en los brindis y viniendo á ser en pequeño el Arriaza de las tertulias de la colonia. Pero des-

348 CAPÍTULO XI

pues del 18 de Septiembre de 1810, el Dr. Vera, convertido en revolucionario muy activo, trocó las rosas de Erato por la oliva de Minerva, como se decía en el estilo mitológico de aquella era; co- menzando por plantar en una de las ventanas de la casa del cabildo de Santiago un cartel con enormes chafarrinones que contenían la primera oda patriótica que se vio en Chile. El procedimiento de exhibición no podía ser más primitivo, pero tampoco más seguro, para atraerse lectores. Colaboró después en La Aurora de Chile, y por su fama de repentista fué personaje obligado en todas las fiestas y banquetes patrióticos de entonces. El y Fr. Camilo, cubiertos siempre con el gorro frigio, se sentaban á la cabecera de la mesa y cantaban alternativamente como dos rapsodas, á cual más roncos y destemplados. En calidad de Auditor general de guerra del ejército de los Andes asistió Vera á la batalla de Chacabuco en 1817, y en 1 8 19 recibió el encargo de escribir la canción patriótica que habían de cantar los coros en el aniversario del 18 de Septiembre. Para sa- tisfacer la curiosidad de los muchos españoles que seguramente no conocerán el primitivo himno nacional chileno, transcribiremos al- gunas estrofas, pésimas, sin duda, como poesía, pero que tienen, como todas las de su clase, el valor de un documento histórico:

«Dulce patria, recibe los votos Con que Chile en tus aras juró. Que ó la tumba será de los libres, O el asilo contra la opresión.

Ciudadanos, el amor sagrado De la patria os convoca á la lid. Libertad es el eco de alarma; La divisa triunfar ó morir.

El cadalso ó la antigua cadena Os presenta el soberbio español... Arrancad el puñal al tirano; Quebrantad ese cuello feroz...

Habituarnos quisieron tres siglos Del esclavo á la suerte infeliz, Que al sonar de sus propias cadenas. Más aprende á cantar que á gemir. Pero el fuerte clamor de la patria Ese ruido espantoso acalló,

CHILE 349

Y las voces de la independencia Penetraron hasta el corazón...

Los tiranos en rabia encendidos

Y tocando de cerca su fin, Desplegaron la furia impotente,

Que, aunque en vano, se halaga en destruir.

Ciudadanos, mirad en el campo

El cadáver del vil invasor...

¡Que perezca ese cruel, que el sepulcro

Tan lejano á su cuna buscó! .

Esos valles también ved, chilenos, Que el Eterno quiso bendecir,

Y en que ríe la naturaleza Aunque ajada del déspota vil. Al amigo y al deudo más caro Sirvan hoy de sepulcro y de honor. Mas la sangre del héroe es fecunda,

Y en cada hombre cuenta un vengador. Del silencio profundo en que habitan

Esos manes ilustres oid

Que os reclaman venganza, chilenos,

Y en venganza á la guerra acudid. De Lautaro, Colocólo y Rengo Reanimad el nativo valor,

Y empeñad el coraje en las fieras Que la España á extinguirnos mandó.

Esos monstruos que cargan consigo El carácter infame y servil, ¿Cómo pueden jamás compararse Con los héroes del cinco de Abril? Ellos sirven al mismo tirano Que su ley y su sangre burló; Por la patria nosotros peleamos, Nuestra vida, libertad y honor.,.» (i).

El Dr. Vera, lo mismo que Camilo Henríquez, trabajó alguna vez

para el teatro, en varias loas y otras composiciones de circunstan-

(i) Tengo entendido que el moderno y apreciable poeta D. Ensebio Lillo compuso en 1847 un nuevo himno que oficialmente sustituyó al antiguo, aunque todavía éste siguió cantándose. Ya he indicado antes lo que pienso de toda esta literatura de los himnos; pero á lo menos el del Sr. Lillo no ten- drá faltas métricas como el de Vera.

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cias, siempre con la mira de «imbuir espíritu de independencia y libertad» (l). Pasaba por volteriano y fué uno de los pocos que se pusieron de parte de Camilo Henríquez cuando, á consecuencia de haber llamado el ex fraile á Voltaire, Rousseau y Montesquieu «los apóstoles de la razón, que han lanzado al Averno la intolerancia y el fanatismo», saltó contra él á la palestra el dominico Fr. Tadeo Silva en el Aviso del Filósofo Rancio, en Los Apóstoles del Diablo, y en El Observador Eclesiástico.

Con mejor gusto y más letras que Camilo Henríquez y el Doctor Vera cultivaban por entonces la poesía, á título de meros aficiona- dos, dos personajes políticos de mucho viso é influencia: D, Ventu- ra Blanco Encalada, de quien ya se ha dado razón al hablar de los poetas de Bolivia, á cuya región pertenece por su nacimiento; y el limeño D. Juan Egaña, á quien sus tareas de estadista y legisla- dor, autor de Constituciones y Proyectos de ley, y hasta del Censo general de Chile, no impidieron desempeñar por muchos años la enseñanza elemental de retórica y poética en el Instituto Nacional de Santiago, y ensayar no sólo la poesía lírica, sino la dramática. Suya es la más antigua obra escénica impresa en Chile; una traduc- ción libre y modificada de la Cenobia, de Metastasio, con este títu- lo: Al amor vence el deber. Melodrama para cantar ó representar: en obsequio de la ilustre Marfisa. Del mismo Metastasio tradujo la fa- mosa canción Nise ó la perfecta indiferencia Grazie a gli inganni tuoi»), que ya antes, y con bien poca fortuna, había puesto en cas- tellano Meléndez. Quedan los títulos de otras piezas teatrales de Egaña; dos comedias: La porfía contra el desdén y El amor no halla imposibles, y tres saínetes: Polijronte ó el valor ostensible. El marido y su sombra y Amor y gravedad (2).

Tan desmedrada vivió la poesía en Chile durante el período re-

(i) Amunátegui en La alborada poética (pág. 387-395) transcribe una que sirvió de introducción á la tragedia de Guillermo Tell (¿de Lemierre?), repre- sentada en Santiago la noche del 12 de Febrero de 1820.

(2) Vid . Los primeros años del Insütuio Nacional (1S13-1835), por Domingo Amunátegui Solar (Santiago de Chile, 18S9, págs. 37-69 y 93-103), donde se contienen muchos datos sobre Egaña, como reformador de la enseñanza y autor de planes pedagógicos.

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volucionario. Mientras en otras partes cantaban un Olmedo, un Bello, un Heredia, en Chile no hubo ni siquiera un versificador com- parable á Fernández Madrid ó á Sánchez de Tagle. Los chilenos lo confiesan sin ambages, y por lo mismo que luego han adelantado tanto y que en ciertos puntos van á la cabeza de la cultura ameri- cana, no tienen reparo en añadir que esta pobreza se extendía á to- das las manifestaciones del espíritu, y que Chile era positivamente la más atrasada de todas las nacientes repúblicas hispano-america- nas. La Universidad de San Felipe no era más que una sombra, y el Instituto Nacional^ organizado en 18 1 3 y restablecido en 1819, no pasaba de ser una escuela normal con mezcla de seminario. La clase llamada de eloaiencia é historia literaria generaU se reducía á aprender de memoria el compendio de las Lecciones de Blair forma- do por D. José Luis Munárriz. Como temas de oratoria solían darse á los alumnos el elogio del general (sic) araucano Lautaro y otros análogos. Hacíanse, sin embargo, loables aunque lentos esfuerzos para reponer otros estudios }'■ darles sólida base. Durante el recto- rado del ingeniero francés Carlos Lozier, se reformó la enseñanza de las matemáticas y de la física. Más adelante, D. José Miguel Varas y D. Ventura Marín, dieron más amplitud á los estudios filosóficos, primero sobre la base de la ideología de Destutt-Tracy y luego so- bre el sensualismo mitigado de Laromiguiére, de donde el segundo de ellos pasó luego á la filosofía escocesa, recibiendo además la in- fluencia kantiana, aunque indirectamente y por medio de Cousin.

Pero el progreso literario continuaba muy rezagado respecto del científico, y así permaneció hasta que tres hechos capitales vinieron á despertar la actividad dormida. Estos tres hechos fueron la estan- cia de D. José Joaquín de Mora desde 1 828 á 1831; el estableci- miento en Chile y el largo magisterio de D. Andrés Bello, desde 1829; y la emigración de algunos escritores argentinos, fugitivos de la tiranía de Rosas, en 184 1.

El gaditano Mora, de cuyas posteriores andanzas en el Perú y en Bolivia tenemos ya alguna noticia, llegaba á Chile de Buenos Aires, á donde le había atraído en 1826 el gran gobernante Rivadavia para que redactase el periódico oficial. Envuelto en la caída de aquel Presidente, de cuya política había sido acérrimo defensor.

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recibió honrosa invitación del Gobierno de Chile para pasar á aque- lla República y «emplearse en objetos de utilidad pública». Aceptó la invitación y el puesto de Oficial mayor de la Secretaría de Esta- do, y llegó á Santiago precedido de la fama literaria que le habían granjeado en toda la América española los numerosos libros y pe- riódicos que para ella había publicado en Londres. En Chile la pro- digiosa actividad de Mora tuvo las más diversas manifestaciones. Afiliado en el partido radical, del cual llegó á ser ídolo, redactó la Constitución de 1 828 y varias leyes, entre ellas la de Imprenta, con- virtiéndose (como se ha dicho con gracia) en el Solón de aquella incipiente República. Bajo los auspicios del presidente Pinto, y con amplios auxilios oficiales, abrió un grande establecimiento de edu- cación, el Liceo de Chile^ y compaginó para él una serie de libros elementales de Gramática latina. Derecho natural y de gentes. De- recho romano, Geografía descriptiva y otras materias, de las más variadas y heterogéneas. El plan de estudios de aquel colegio, que en ia parte científica dirigía otro español, D. Andrés Antonio de Gorbea, comprendía las matemáticas, desde la aritmética hasta los cálculos diferencial é integral; la física, la química y la astronomía. La enseñanza de las humanidades aparecía perfectamente graduada en cinco años, dándose especial importancia á la lectura y análisis de los clásicos latinos y castellanos, y alternando este estudio con nociones de historia, literatura española, ideología y economía polí- tica, que se explicaba por el Tratado de James Mili. Quizá Mora, que era el alma del colegio, no tenía más que superficiales conoci- mientos de muchas de estas materias; pero así y todo, su nivel cien- tífico era tan superior al del país en que había ¡do á establecer su cátedra, y era tan nueva y amena su forma de exposición y ense- ñanza, que debió de ser, y fué en efecto, recibido como un prodi- gio. Al mismo tiempo fundaba El Mercurio Chileno, la primera revista digna de tal nombre, que apareció en aquella República; es- cribía de política en El Constituyente] daba al teatro, huérfano en- tonces de autores y de actores, dos comedias, El Marido ambicioso (imitación de Picard) y El Embrollón, y publicaba innumerables versos, muchos de los cuales no fueron recogidos en ninguna de sus dos colecciones poéticas, no porque en mérito cedan á los res-

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tantes, sino por motivos de índole política y personal. Mora era en- tonces muy revolucionario y muy mal español, hasta el punto de haber aceptado carta de ciudadanía en Chile; y cuando el tiempo vino á modificar sus ideas, puso grande empeño en hacer olvidar ó ignorar en España esta parte de su vida, tan brillante bajo el as- pecto literario como desastrosa bajo el político.

Ya hemos tenido ocasión de advertir que Mora, excelente poeta en la narración joco-seria, en la sátira y en la fábula, no pasa de ser un versificador primoroso, aunque frío y amanerado, en el género lírico, propiamente dicho. Pero son tales sus recursos técnicos, que llega á simular la inspiración que le falta; y de todas suertes, sus versos, sonoros y nutridos, aventajaban de tal modo á todos los que se habían oído en Chile desde el remotísimo tiempo de Pedro de Oña, que no nos maravilla el entusiasmo con que fué recibido, por ejemplo, el Canto fúnebre en honor de los hermanos Carreras, ó la epístola á Martínez de la Rosa, donde se leen estancias de tan noble y sostenido tono como la siguiente:

Ya es tiempo de que imprima Tu genio al arte hispano impulso noble De más alta ambición. Cual alza el roble Frondosos brazos, sólidos, robustos, Sobre humildes arbustos, Tal erguido descuellas Entre los vates de tu edad. Dirige Tu vuelo raudo á las mansiones bellas. Do la meditación callada rige Los pasos del altivo pensamiento,

Y presta le conduce

De portento en portento;

Do inmaculado el claro nombre luce

Del cantor de Ilion, y el grande Urbino

Tomó el pincel divino;

Donde á Bacón se descubrió el arcano

Del espíritu humano,

Y al Dante adusto la región umbrosa. ^Qué aguardas? Afanosa

La humanidad, cual si escondido numen Con celeste vigor la enfureciera.

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Avanza y precipita su carrera.

En sed de grandes cosas se consumen

Los pueblos agitados,

Los climas apartados,

Las soledades mudas,

Donde imperaba el Austro, do vivían

Tribus dispersas, rudas;

Los incógnitos llanos que aturdían

Del Ohio las corrientes turbulentas

Se cubren de ciudades opulentas:

Ya no hay barreras para el hombre. El Noto

Desencadena en vano sus rugidos,

Y en vano entumecidos

Se abren los senos de Anfitrite airada:

Tranquila en tanto al Hindostán remoto

Boga la nave, cuyas fuerzas mueve,

Por la anchura irritada,

Vapor activo y leve *

Que ponderosa construcción opiime.

Canta en eco subiime

Tanto prodigio, y la grandiosa escena

Que abre la industria á la ventura humana,

Distribuyendo en la región lejana.

Antes de errores y miseria llena,

Con el fruto sutil de sus telares

De las ciencias los puros luminares...

Mora, que después fué tan enemigo de los versos sueltos, y con tan fútiles razones intentó desacreditarlos, los hacía entonces con facilidad suma. Así lo prueba, aunque no honre mucho sus senti- mientos patrióticos, la alocución que compuso para que fuese reci- tada en el teatro en el aniversario del i8 de Septiembre.

Cetro rompimos que á la vez pesara Sobre la fértil vega donde gira Pomposo el Eridano, y en los montes De Anahuac opulento, en el alcázar Del potente califa, y en la margen Del agitado Magdalena; cetro Que envolvió en sus tinieblas espantosas El maléfico error; cetro manchado En sangre de oprimidos, y cubierto

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Con maldición y lloros. Lo rompimos,

Y en su lugar lozana, victoriosa,

Se alza la libertad, cual castigada

De Tarquino la audacia se alzó en Roma

Con austeras virtudes, y ceñida

De inflexible vigor; cual en Atenas,

Grata al comercio y al saber, y ansiosa

De gloria y de esplendor; cual en la orilla

Del Delawar, modesta, infatigable,

Dócil al eco del precepto justo

Del genio y de las artes protectora.

¡Hijas del cielo! ¡Leyes venturosas! Reinad inconmovibles; á raudales Verted dicha, reposo y opulencia Sobre el pueblo sumido. ¡Que á la sombra De vuestra égida, rompa el duro arado Nuevas llanuras, y su faz adornen Opimos frutos y dichosas gentes!

Cubra el mar de Occidente, flameante

La tricolor bandera, y con los frutos

Del suelo patrio, á la región opuesta,

Que Chile es grande y poderosa anuncie.

La ciencia triunfe del error, y ensanche

La existencia mental, y purifique

Nuestra mansión espléndida, y transforme

Su voz potente en plácidos canales

La vertiente espumosa, los desiertos

En vastos focos de labor activa,

Y el patrio hogar en templo de virtudes...

La posición de Mora en Chile podía ser para algunos envidiable pero estaba cercada de peligros que él, con la viveza é impetuosidad propias de su carácter y con la soltura de lengua de que entonces adolecía, pareció como que se complaciese en acumular sobre su cabeza. La experiencia de lo que le había pasado en Buenos Aires no había sido suficiente escarmiento para que dejase de tomar parte n.uy activa en las luchas de un país al cual sólo por adopción per- tenecía, y en el cual realmente todo el mundo le consideraba como extranjero. Servía de instrumento á los liberales, pero al mismo compás que crecía la admiración de éstos, iba cosechando odios in-

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extinguibles en el bando opuesto de los conservadores, á quienes en Chile llamaban por aquellos años pehicones. Este partido, al cual pertenecía el nuevo director del Instituto Nacional, el presbítero D. Juan Francisco Meneses, antiguo y fervoroso realista, y adicto en todo á las tradiciones de la colonia aun después de haber pasado al servicio de la joven República, declaró la guerra al Liceo de Mora y á su enseñanza; apoyando en contra de él, primero á ciertos pro- fesores franceses que trajo D. Pedro Chapuis, por el sistema de con- trata de sabios extranjeros, adoptado á la sazón en Chile, y que no si enteramente ha desaparecido á pesar de los grandes progresos ulteriores de la cultura indígena; y luego al ilustre fundador del Co- legio de Santiago, D. Andrés Bello, traído de Londres, también por contrata, en 1 829, y oficial en el ministerio de Relaciones Exterio- res. Nacieron de aquí agrias é interminables polémicas en que Mora triunfó sin gran dificultad de la que él llamaba colonia de sabios ó barcada de profesores franceses, los cuales no llegaron á entenderse con ^Ir. Chapuis ni á cobrar sus sueldos ni á plantear el proyectado colegio, si bien la mayor parte de ellos pasaron al de Santiago^ pri- mero bajo la dirección del clérigo Meneses, y luego bajo la de Bello. Pero su furor se estrelló contra la ciencia de éste, más sólida y po- sitiva que la suya; y aunque la polémica entablada entre ambos tuvo mucho de pueril y versó únicamente sobre tiqíás-rniquis gramatica- les, degenerando en torneo pedantesco (l). Mora no llevó la mejor parte; quedó maltrecho en la opinión, acabó de granjearse enemigos con la intemperancia de sus contestaciones, perdió los auxilios oficia- les que se daban al Liceo, tuvo que cerrarle, y exasperado con su derrota, se lanzó ciegamente en la oposición más radical y facciosa contra el presidente Ovalle y el verdadero jefe de los conservado- res, L). Diego Portales. Pero este ilustre hombre de estado, el go- bernante más enérgico que ha tenido Chile, no era de los que sufren con paciencia los atentados contra el principio de autoridad; así es

(i) Rompió el fuego Mora en una oración maugural á& la clase de orato- ria del Liceo de Chile. La censuró Bello en una serie de artículos insertos en El Popular. Replicó Mora en tres papeles sueltos, firmados por los alum- nos de oratoria del Liceo.

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que después de haber perseguido judicialmente á Mora y sus perió- dicos, acabó por prenderle y expulsarle del país. Mora,, que tenía especial habilidad para componer letrillas, casi tan buenas como las de Bretón, tomó de sus adversarios el mejor desquite que en su si- tuación cabía, lanzando contra Ovalle y Portales aquella tan chistosa de El uno y el otro, que todavía muchos chilenos repiten de coro:

Quitándonos el sombrero Gritaremos á ]a par: ¡Felices noches^ don Diego! ¡Abur, don José Tomás!

En Lima, donde Mora encontró refugio y protección, estableció un nuevo colegio, dio á luz nuevos libros y continuó desatándose en denuestos, no ya contra el partido conservador, sino contra todos los chilenos en general, á quienes llamaba «bípedos de la Beo- da americana», calificándolos, además, de «potros y potrancas á quienes había tenido que domar». El mismo se arrepintió más ade- lante de estas injurias dictadas por la exasperación del momento; se reconcilió con su antiguo adversario. D. Andrés Bello, mantuvo con él amistad no rota sino por la muerte, y divulgó más que nadie en España las nuevas de la prosperidad y del desarrollo de Chile. El pueblo chileno olvidó también sus agravios con la generosidad pro- pia de los fuertes, y hoy coloca el nombre de Mora entre los de sus institutores más preclaros (l), pues aunque su enseñanza duró poco, removió mucho los espíritus, dejando profunda huella en alguno tan reflexivo como el de Lastarria, que se preció siempre de haber sido discípulo predilecto del que en Chile llamaban el Gallego, aunque fuese andaluz, como queda dicho.

La influencia de Bello fué, sin embargo, mucho más profunda y saludable que la de Mora. No pertenece á este lugar la apreciación de los méritos de aquel varón extraordinario á quien ya procuramos dar á conocer en el estudio relativo á Venezuela; Bello, como poeta no pertenece á Chile; sus dos composiciones magistrales y caracte-

(i) Bofi José Joaqziin de Mora, Apuntes biográjicos po?- Miguel Luis Amu- nátegui. (Santiago de Chile, i88S.)

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rísticas, la Alocución d la poesía, la Silva á la agricultura en la zona tórrida^ estaban escritas y publicadas en Londres desde 1 82 3 y 1825, respectivamente. En Chile hizo pocos versos, y más bien traducidos que originales. En cambio, á la educación de Chile dedicó los frutos de la madurez de su entendimiento y de su cultura científica. Aque- lla república le debió el Código Civil, los Principios del Derecho de gentes, la Gramática castellana, y con ella el inapreciable bien de la conservación de la integridad del idioma; los Principios de Ortolo- gía y Métrica, todavía no superados hasta hoy; la Filosofía del enten- dimiento, y con ella la propagación de las sabias y templadas ense- ñanzas de la psicología escocesa; la organización de la Universidad sobre el modelo de las de Inglaterra; y, dominándolo todo, un alto y severo espíritu de disciplina moral y jurídica, que ha sido el más duradero fruto de su enseñanza.

Bello no había ido á Chile á formar poetas, ni se le llamaba para eso. Lo primero que hizo fué abrir cátedra de Gramática castellana, que era lo más urgente, para que con el tiempo pudiesen florecer poetas y prosistas. «Había pocos países en la América Española dice Amunátegui (l) -donde se hablara y escribiera peor que en el nuestro; aun las personas más condecoradas, las que ocupaban los primeros puestos de la República, cometían á cada paso las faltas de lenguaje más groseras y ridiculas. Podía decirse sin exageración que aquella era una jerigonza de negros» (2).

Bello transformó todo esto en menos de diez años, ya con su en- señanza en el Colegio d.e Santiago y en su propia casa, ya con aquel otro género de magisterio que ejercía desde las columnas oficia- les de El Araucano. «La gramática nacional decía es el primer asunto que se presenta á la inteligencia del niño, el primer ensayo de sus facultades mentales, su primer curso práctico de raciocinio; es necesario, pues, que todo en ella una acertada dirección á sus hábitos; que nada sea vago ni obscuro; que no se le acostumbre á dar un valor misterioso á palabras que no comprende; que una filo-

(i) Página 156 de la biografía de Mora.

(2) Vida de D. Átidrés Bello, por Miguel Luis Amundiegid (Santiago de Chile, 1882), pág. 404.

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solía, tanto más difícil y delicada cuanto menos ha de mostrarse, exponga y clarifique de tal manera los hechos, esto es, las- reglas del habla, que, generalizándose, queden reducidas á la expresión más sencilla posible... Hay muchos que creen que el estudio de la lengua nativa es propio de la primera edad, y debe limitarse á las escuelas de primeras letras. Los que así piensan no tienen una idea cabal de los objetos que abraza el conocimiento de una lengua, y del fin que deben proponerse estudiándola. El estudio de la lengua se extiende á toda la \'ida del hombre, y se puede decir que no acaba nunca.» «La influencia del magisterio de Bello (dice Lastarria) fué inmensa en aquella época, fué casi una dominación» (l). Pero como todas las dominaciones, no dejó de ser combatida. El espíritu de anarquía, no ya sólo literaria sino lingüística, levantó la cabeza contra la dicta- dura de Bello, en las producciones de varios escritores argentinos (Gutiérrez, Alberdi, López, Sarmiento), á quienes la tiranía política de su país había forzado á buscar asilo en Chile en 1 840. Eran algu- nos de ellos ingenios brillantes, de ardiente fantasía, que contrastaba con la imaginación un tanto apocada y tímida de los chilenos; pero su educación había sido enteramente francesa, su espíritu político era el de la revolución del 89, su literatura la del romanticismo fran- cés; su odio á todo lo español rayaba en manía; hacían alarde y gala de ignorar nuestra literatura y de hablar pésimamente nuestra len- gua, y ni sentían, ni pensaban, ni leían más que en francés. Aun el mismo Gutiérrez, que había recibido educación clásica y era bastante correcto en la dicción, y comenzaba ya á ocuparse en investigacio- nes eruditas sobre la poesía colonial, no difería de los demás en cuanto al fondo de las ideas, aunque en la manera de expresarlas. Pero el principal representante de la demagogia literaria era el fa- moso maestro de escuela y futuro Presidente de la República Ar- gentina, D. Domingo Faustino Sarmiento, conocido aún en Plspaña por la tremenda aunque merecida sátira de Villergas, Sarmenticidio-, ó d mal sarmiento buena podadera.

(i) J. V. Lastarria. Recuerdos literarios. Datos para la historia literaria de la América española y del progreso intelectual en Chile, 2.^ edición. Santiago de Chile, 1885, pág. 69.

Meskndez y Vy.ijkYO,— Poesía hispano-atnericana. II. 23

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Era Sarmiento hombre originalísimo y excéntrico, así en su per- sona como en sus ideas y en su estilo, que adolecían de todos los defectos inherentes á su educación vagabunda y desordenada, y á lo cerril é indómito de sus tendencias nativas, las cuales le arrastra- ban á ser una especie de gancho de la república de las letras, intem- perante, desmandado y sin freno en nada. Además, comenzaba á escribir entonces; y su gusto, que no llegó á formarse nunca, estaba virgen de toda influencia extraña que pudiera modificarle. Aquel estro bravio y poderoso que había de inspirar las páginas calentu- rientas de Facundo Qiiiroga^ de los Recuerdos de p?'ovmcia y de la Campaña del ejército grande^ ardía ya en el cerebro de Sarmiento: pero no había logrado aún la forma de expresión, selvática sin duda, pero arrogante, apasionada y pintoresca, que realza aquellos libros, los más originales quizá de la literatura americana. En 184I Sar- miento no era más que un periodista medio loco, que hacía continuo y fastuoso alarde de la más crasa ignorancia, y que habiendo de- clarado guerra á muerte al nombre español, se complacía en estro- pear nuestra lengua con toda suerte de barbarismos, afeándola ade- más con una ortografía de su propia invención.

Sarmiento, sin embargo, como forastero que era, no hubiese roto el fuego contra la enseñanza académica en Chile, como no le había roto su compañero de emigración D. Vicente Fidel López, que desde Febrero de 1842 redactaba, con la colaboración de Gutiérrez y de Alberdi, la Revista de Valparaíso^ si á deshora no hubiese venido á prestarles ocasión y armas un profesor chileno, que discípulo primero de Mora, y luego de Bello, había conservado mucho más del espíritu innovador del primero que del pacífico y mesurado del segundo, y que ya por entonces había levantado la bandera de la emancipación mental de Chile, en el sentido de romper con todas las tradiciones de la colonia. Era éste D. José Victorino de Lastarria, espíritu rígido y anguloso con apariencias de positivo, sectario fanático de un ideal de política abstracta que pretende someter á teoremas inflexibles el rico contenido de la historia y la complejidad de los actos humanos (l).

(i) Vid. la extensa biografía de D. José Viciorino Lastarria, por Joaquín Rodn'gtiez Bravo. Santiago de Chile, imp. Barcelona, 1892.

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Lastarria fundó en 1842 una Sociedad literaria, compuesta en su mayor parte de estudiantes, y en la inauguración leyó un discurso que; él consideraba como un monumento de gloria, por lo cual le reproduce íntegro en sus Recuerdos literarios. En él se leían estos conceptos: «.Durante la colonia no rayó jamás la luz de la civili- zación en nuestro suclo^ ¡y cómo había de rayar! La misma nación que nos encadenaba á su pesado carro triunfal, permanecía domi- nada por la ignorancia, y sufriendo el ponderoso yugo de lo ab- soluto en política y religión...» «Hay una literatura que nos legó la España con su religión divina, con sus pesadas é indigestas leyes, con sus funestas y antisociales preocupaciones. Pero esa literatura no debe ser la nuestra, porque al cortar las cadenas enmohecidas que nos ligaran á la Península, comenzó á tomar otro tinte muy di- verso nuestra nacionalidad...» «Es necesario que desarrollemos nuestra revolución y la sigamos en sus tendencias civilizadoras, en esa marcha peculiar que le da un carácter de todo punto contrario al que nos dictan el gusto, los principios y las tendencias de aquella literatura.» Lastarria no renegaba enteramente de la lengua: «¡Ah, no! ¡Este fué uno de los pocos dones preciosos que nos hicieron los conquistadores sin pensarlo!» Y prosiguiendo con la quimera de una literatura nacional chilena, antípoda de la española aunque se expresase en la misma lengua, añadía: «Fuerza es que seamos origi- nales; tenernos dentro de nuestra sociedad todos los elementos necesa- rio's para serlo, para convertir nuestra literatura en la expresión au- téntica de nuestra nacionalidad.»

Sarmiento, en un artículo del Mercurio de Valparaíso (periódico que salía de las prensas del tipógrafo catalán D. Manuel Rivade- neyra, después tan célebre como editor de la Biblioteca de Autores Españoles), se apoderó ávidamente del discurso de Lastarria, para comentarle á su modo y herir á Bello y su escuela con mortifican- tes alusiones. Era tesis suya, que «países como los americanos, sin literatura, sin ciencias, sin artes, sin cultura, aprendiendo recién (sic) los rudimentos del saber, no podían tener pretensiones de formarse un estilo castigado y correcto, que sólo puede ser la flor de una civilización desarrollada y completa». Atribuía luego la esterilidad poética de Chile, «á la perversidad de los estudios, al influjo de los

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gramáticos, al respeto á los admirables modelos que tenían agarro- tada la imaginación de los jóvenes». Y, finalmente, tirando ya la piedra á tejado conocido, designaba claramente á Bello, aunque sin nombrarle, y se atrevía á pedir nada menos que su expulsión del país por el crimen nefando de saber gramática. «Por lo que á nos- otros respecta, si la ley del ostracismo estuviese en uso en nuestra democracia, habríamos pedido en tiempo el destierro de un gran literato que vive entre nosotros; sin otro motivo que serlo dema- siado y haber profundizado, más allá de lo que nuestra naciente literatura exige, los arcanos del idioma, y haber hecho gustar á nuestra juventud del estudio de las e>íterioridades del pensamiento y de las formas en que se desenvuelve nuestra lengua, con menos- cabo de las ideas y de la verdadera ilustración. Se lo habríamos mandado á Sicilia, á Salva y á Hermosilla, que con todos sus estu- dios no es más que un retrógrado absolutista, y lo habríamos aplau- dido cuando lo viésemos revolearlo en su propia cancha] allá está su puesto, aquí es un anacronismo perjudicial.»

De este modo proseguía Sarmiento, desbarrando con tan poco sentido común como gramática, cual si quisiese confirmar con el ejemplo lo mismo que teóricamente predicaba. «No hay esponta- neidad (decía); hay una cárcel guardada á la puerta por el inflexible culteranismo (sinónimo para Sarmiento de literatura culta), que da, sin piedad, de culatazos al infeliz que no se le presenta en toda for- ma. Pero cambiad de estudios, y en lugar de ocuparos de la forma, de la pureza de las palabras, de lo redondeado de las frases, de lo que dijo Cervantes ó Fr. Luis de León, adquirid ideas de donde quiera que vengan, nutrid vuestro pensamiento con las manifesta- ciones del pensamiento de los grandes luminares de la época... En- tonces habrá prosa, habrá poesía, habrán (sic) defectos, habrán be- llezas. La crítica vendrá á su tiempo y los defectos desaparecerán.»

Sarmiento, que se titulaba con énfasis «ignorante por principios, ignorante por convicción» (como si la ignorancia fuese alguna vir- tud muy recomendable y extraordinaria), parecía ignorar, entre otras muchas cosas, que esas soberbias profesiones de no saber nada y de pisotear la lengua propia para vengarse de no acertar á escribirla, lejos de seir un rasgo de heroico americanismo, eran cosa

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corriente entre los románticos españoles, si bien, á decir verdad, nunca llegaron entre nosotros las cosas al punto de demencia que revelan los renglones transcritos. Ni llegaron tampoco en Chile, gra- cias á la sana influencia de I). Andrés Bello, el cual representaba allí el mismo género de disciplina que "D. Alberto Lista entre nos- otros. Bello, por la gravedad de su carácter y de sus funciones ofi- ciales, no intervino ni podía decorosamente intervenir en un debate donde tan inoportunamente se traía su nombre, casi por los mismos días en que otro patriota chileno y rabioso enemigo de los españo- les, D. Juan Miguel Infante, le llamaba en letras de molde nada menos que miserable aventurero, por el capital crimen de querer que se enseñase Gramática latina y Derecho romano, estudios pro- pios tan sólo, según la opinión del tal Infante, para crear generacio- des de esclavos y de godos contumaces y empedernidos. Pocas ve- ces la barbarie se ha presentado con tan candorosa franqueza, y pocos hombres han contraído tanto mérito con ningún país como el que Bello contrajo, alejándola para siempre de Chile. Enfrente de adversarios que en política y en derecho querían retrogradar á los tiempos de Caupolicán, y en literatura no concebían la independen- cia del genio más que como la de un jinete de las pampas, mantuvo los derechos imprescriptibles de la razón y del gusto, y ni siquiera pudo ser tachado de clasicismo intolerante, puesto que en 1841 había dado á luz una poesía enteramente romántica. El incendio de la Compañía, muy elogiada por el mismo Sarmiento; y se prepa- raba á enriquecer nuestra lengua con las bellísimas imitaciones de Víctor Hugo, que fueron apareciendo en El Museo de Ambas Amé- ricas, fundado en Valparaíso en 1842 por el colombiano García del Río (antiguo colaborador suyo en el Rcpei'torio Americano de Lon- dres); y en el Semanario de Santiago, periódico que aquel mis- rao año y en son de desagravio de la juventud chilena contra las diatribas de Sarmiento, que parecía negarles todo género de apti- tud para las bellas letras, comenzaron á publicar varios discípu- los de Bello. En aquellas columnas se dio á conocer un escritor de costumbres J. I. Vallejo (Jotabeché), imitador de Fígaro y de El Curioso Parlante; y allí apareció también el primer poema chi- leno, de alguna extensión é importancia entre los que produjo

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la nueva generación, El Campanario., de D. Salvador Sanfuentes.

Sanfuentes no hacía entonces sus primeras armas; ya era conoci- do por una traducción en verso c^e la Ingenia, de Racine, de la cual había publicado Bello algunos trozos en el periódico oficial, reco- mendándola con singulares elogios, cuando el traductor apenas tenía diez y siete años. En los primeros números del Semanario escribió sobre clasicismo y romanticismo, provocando la indig- nación de los argentinos López y Sarmiento. Al segundo quiso responder de un modo más directo en el prólogo de su poema, compuesto expresamente como ensayo de la capacidad poética de los chilenos. El Campanario fué puesto en las nubes por el entu- siasmo local, y tuv^o un valor de circunstancias, que es preciso des- contar hoy de su mérito absoluto. Es una imitación evidente de las leyendas Españolas, de Mora; pero está á mucha distancia de lo que en este género hacía en Guatemala Batres. La narración de San- fuentes es sosa, y la parte sentimental de su cuento vale poco, pero tienen chiste las descripciones de algunos tipos y costumbres de la colonia, y están lindamente hechas las octavas jocosas en que se describe la vida plácida y regalona de un Marqués del antiguo ré- gimen.

Sanfuentes, á pesar de sus tareas políticas y forenses, siguió escri- biendo muchos versos; pero nunca llegó á obtener un éxito que su- perase al de su primer ensayo, ni pasó nunca de una medianía ele- gante. Tradujo el Británico, de Racine, con la misma «exactitud y propiedad de lenguaje, y tacto fino en variar las cesuras del metro», que había elogiado Bello en su versión juvenil de la Ingenia en Au- lide. Tradujo con igual esmero, pero con más libertad, Los celos in- fundados (Le cocu imaginaire) de Moliere. Su teatro original, aparte de algunos ensayos juveniles que él mismo destruyó, se compone de tres piezas originales: Carolina, Cora ó la Virgen del Sol y Juana de Ñapóles; pero aun esta última, que es la más ^preciable, se deja leer con fatiga, y no sabemos si resistiría la prueba de las tablas. En la poesía narrativa, que era su género predilecto, se sostuvo siem- pre con facilidad y desembarazo, é hizo loables esfuerzos para dar á sus obras color de naturaleza americana; pero á pesar de haber escrito tres largas leyendas. El Bandido, Inami ó la laguna de Ran-

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f

co^ Htientemagu, y un poema en dos volúmenes, La Destrucción de la Imperial, que tiene nada menos que 17.626 versos, continuó siendo para todo el mundo el autor de El Campanario. Preciábase de imitador de Ercilla, y ha sido, probablemente, el último discí- pulo aventajado de su escuela, la cual tenía más razón para durar L'n Chile que en ninguna otra parte (l).

Entre los redactores del Semanario de Santiago figuraban, al lado de Sanfuentes, otros poetas principiantes: D. Hermógenes Irisarri, hijo del famoso escritor guatemalteco D. Antonio José, á quien su- peró en estro lírico y elegancia de versificación, ya que no igualase su ingenio acerado y vasta doctrina (2); D. Jacinto Chacón, autor de un poema fragmentario, Lamiijer; los dos hijos de D. Andrés Bello, D. Carlos y D. Francisco, el primero de los cuales dio á la escena un ensayo de drama romántico, Los amores de un poeta, muy aplau- dido entonces como primer paso del ingenio nacional en tan diiícil

(1) Don Salvador Sanfuentes y Torres nació en Santiago de Chile el 2 de Febrero de 1817. Era el discípulo predilecto de D. Andrés Bello. Su carrera administrativa fué brillante. Tuvo á su cargo en varias ocasiones el Ministe- rio de Justicia, Culto é Instrucción pública, y el de Estado. Estas elevadas funciones no le impidieron desempeñar con gran lucimiento la de Secretario general de la Universidad de Chile, durante el rectorado de Bello. Falleció en 17 de Julio de 1860, siendo Decano de la Facultad de Humanidades de la misma Universidad. Además de las obras citadas en el texto, dejó un drama sin terminar, Don Francisco de Mecieses, y presentó á la Universidad en 1850 una Memoria histórica, Chile desde la batalla de Chacabnco Itasia la de MaipQ. En la Revista de Ciencias y Letras (1857) publicó las cuatro primeras partes de otro poema, Teudo, ó Memorias de un solitario.

Acerca de Sanfuentes, vid. Amunátegui, Juicio crítico de algunos poetas hispano-americanos. Obra premiada en el certamen abierto por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile el año 1859. (Santiago, 1861 , páginas 277-315), y Las primeras representaciones dramáticas efi Chile, pá- ginas 1S6-205.

(2) Tradujo H. Irisarri en verso la tragedia Francesca de Rímini, de Silvio Pellico, y el drama de A. Dumas, Carlos Vil entre sus grandes vasallos, y en prosa, Una sola falta, de E. Scribe, y Los cuentos de la Reina de Navarra, del mismo Scribe y de Legouvé. En La Semana, revista fundada por los herma- nos Alemparte en 1859, publicó una serie de siete cartas sobre el teatro moderno.

366 CAPÍTULO XI

carrera, y muy olvidado después como fruto prematuro y sin sazón. Hubo entonces otras tentativas teatrales, como las del español Don Rafael Minvielle, que además de sus arreglos del Antony y del Her- nani^ compuso un drama original, Ernesto (l). Pero todas estas pro- ducciones mediocres no sirven más que como datos de la cronolo- gía literaria.

Mucho antes que se hubiesen dado á conocer los noveles ingenios citados hasta aquí, y con independencia en cierto modo del movi- miento universitario promovido por Mora y Bello, escribía notables versos una esclarecida matrona que ha dejado en Chile tan gratos recuerdos por su piedad y sus virtudes, como por su talento. Cuando en 1837 sucumbió bajo el plomo de vulgares asesinos polí- ticos el gran magistrado D. Diego Portales, un clamor de angustia se levantó de todos los confines de la República chilena, y la poe- sía," que hasta entonces sólo había acertado á exhalar roncos sones, así en las tribulaciones como en las alegrías de la patria, se asoció dignamente á aquel inmenso duelo en las vigorosas estancias de up Canto fúnebre^ que corrió anónimo de mano en mano, excitando la admiración común, sin que nadie pudiera atinar con el nombre de su autor verdacfero. Salvo Bello y D. Felipe Pardo, que por enton- ces estaba emigrado en Chile, no había persona en el país capaz de escribir versos de tan noble sentimiento, de tan elevado espíritu, de tan pura y briosa dicción. No eran, ni con mucho, los primeros de su autora, de quien bien puede decirse que se había educado á

(i) Minvielle era natural de Játiva, y emigrado liberal de 1823, primero en la República Argentina y luego en Chile, donde prestó muchos servicios á la enseñanza. Además de las piezas citadas, tradujo otras de Adolfo Den- nery, Aniceto Bourgeois, Victoriano Sardou, y Teodoro Barriere, entre ellas, Las rmijeres de mármol.

Falleció en 1887. Puede leerse su biografía en Las primeras representaciones dratnáticas en Chile, de Amunátegui (páginas 315-334).

Para completar, en lo posible, la ligera enumeración del repertorio del teatro chileno en estos años, hay que citar la traducción que D. Andrés Bello hizo de la Teresa, de Dumas; El Proscripto, de Soulié, arreglado por Lasta- rria, autor también de alguna comedia original; la tragedia de Sheridan, Bizarro, traducida del inglés por D. Juan García del Río, y alguna otra de menos importancia.

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misma con la lectura de algunos libros españoles y franceses, espe- cialmente piadosos, y con el trato de algunas personas cultas, como D. Ventura Blanco Encalada y el mismo Bello. De ellos pudo aprender la corrección de la frase y el arte de la forma limpia y castiza; pero la fuente de los afectos poéticos la encontró sin estu- dio dentro de su propia alma dulce, religiosa y modesta. No fué nunca literata de profesión, sino ejemplarísima mujer de su casa, que sólo escribía versos cuando la devoción, la caridad ó la piedad iTiaternal se los dictaban. Entonces corría su vena, fácil y sin es- íuerzo, espontánea y candorosa, demasiado abundante en ocasiones y expuesta á los peligros de la facilidad excesiva. Hay redundancia de palabras en sus mejores composiciones. El Canto fúnebre^ ya ci- tado, el Canto á la caridad^ la Plegaria al pie de la Cruz, ganarían todas reducidas á menos versos, y así podrían eliminarse algunos prosaicos y desmañados, que de vez en cuando las desdoran. Quizá escribió también demasiadas composiciones de índole familiar y ca- sera. Pero la sinceridad lírica es tan evidente, y tan puro el manan- tial de que brota, y tan hermoso el corazón que se refleja en aque- llos versos, que puede suscribirse sin ambajes al juicio de Bello, cuando en 1859 llamaba á esta poetisa chilena «la musa de la ca- ridad cristiana, que tiene gemidos para todos los dolores, y sólo presta su voz á los afectos generosos». No lo negará quien haya leído aquellas estancias suyas, que comienzan: «.Dulce es morir-»:

Dulce es morir, cuando en la edad primera, Con la aureola feliz de la inocencia, Parece del Señor en la presencia El alma juvenil, Como candida flor de la pradera, Que, para ornar al templo soberano, Separó diestra, cuidadosa mano

De su tallo gentil

Dulce es morir, cuando una fe sublime Al hombre le revela su destino, Y de flores y palmas el camino Le siembra de la cruz; Y al débil ser que en este mundo gime Agobiado de penas y dolores,

368 CAPÍTULO XI

Transforma de la muerte los horrores

En apacible luz

Dulce es morir, cuando en la edad temprana El alma, como candida paloma, Vuela desde los montes de la aroma,

En pos del seralín; Diáfana exhalación, que en la mañana, Matizada con tinte de oro y rosa, Se disuelve brillante y pudorosa

Del cielo en el confín

Ni faltan en las poesías de Doña Mercedes Marín rasgos enérgi- cos, que hacen más impresión por lo mismo que contrastan con la habitual sencillez de su estilo, v. gr.:

¡Son ciegos que han errado su camino: Llámalos al redil, Pastor divino. Antes que baje el sol de tus piedades!

O bien cuando exclama en la bella elegía á la muerte de Don- Andrés Bello:

Sobre el limpio cristal de su conciencia Las corrientes del siglo resbalaron (i).

La primitiva América poética^ de Valparaíso (1846), no dio entra- da á más ingenios de Chile, que Sanfuentes, Doña Mercedes Marín^ Chacón, Irisarri yírn/cr, y D. Eusebio Lillo; del cual nada decimos aquí, porque, según nuestras noticias, es uno de los tres poetas que viven (2) de los comprendidos en aquella famosa antología. Si á los nombres citados hasta aquí se agrega el del argentino D. Gabriel Real de Azúa, que fué chileno por adopción; poeta correcto de la

(i) Nació Doña Mercedes Marín en Santiago de Chile el 1 1 de Septiembre de 1804, y murió en 21 de Diciembre de 1866. Su biografía está en La Albo- rada poética^ de Amunátegui (páginas 476-568). Sus poesías han sido colec- cionadas con este título: Poesías de la Señora Doña Alercedes Marín del Solar, dadas á luz por su hijo Enrique del Solar (Santiago, 1874). Fué autora, ade- más, de varios escritos en prosa: una biografía de su padre, otra del primer Arzobispo de Santiago, D. Manuel Vicuña (1843), otra del arcediano D. José Miguel del Solar (1847), etc.

(2) Ha fallecido después, según mis noticias.

CHILE 369

escuela de nuestro siglo xviii; conocido principalmente por sus fábu- las, entre las cuales hay algunas ingeniosas y bien versificadas (l), tendremos casi completo el cuadro del movimiento literario en Chile durante la primera mitad de nuestro siglo.

La fundación de la Universidad en 1 843, bajo la sabia dirección de Bello, determinó un notable desarrollo de la cultura, pero más bien en sentido científico é histórico que propiamente literario. En el discurso inaugural del Rector se daba, no obstante, la debida im- portancia al estudio de las bellas letras, y se proclamaba una fór- mula de libertad estética muy amplia: «Yo no encuentro el arte en los preceptos estériles de la escuela, en las inexorables unidades, en la muralla de bronce entre los diferentes estilos y géneros, en las cadenas con que se ha querido aprisionar al poeta á nombre de Aristóteles y Homero, y atribuyéndoles á veces lo que jamás pen- saron. Pero creo que hay un arte fundado en las relaciones impal- pables, etéreas, de la belleza ideal; relaciones delicadas, pero acce- sibles á la mirada de lince del genio...; creo que hay un arte que guía á la imaginación en sus más fogosos transportes; creo que, sin ese arte, la fantasía, en vez de encarnar en sus obras el tipo de lo bello, aborta esfinges, creaciones enigmáticas y monstruosas. Esta es mi fe literaria. Libertad en todo. Pero no veo libertad, sino em- briaguez licenciosa, en las orgías de la imaginación.»

Pero no eran «orgías de imaginación» lo que había que temer de los chilenos. De la Universidad salieron historiógrafos, investigado- res, gramáticos, economistas y sociólogos, más bien que poetas. El carácter del pueblo chileno, como el de sus progenitores, vasconga- dos en gran parte, es positivo, práctico, sesudo, poco inclinado á idealidades. Esta limitación artística está bien compensada por ex- celencias más raras y más útiles en la vida de las naciones; pero hasta ahora es evidente é innegable. No pretendemos por eso que haya de durar siempre. Dios hace nacer el genio poético donde

(i) Las obras poéticas de Real de Azúa ocupan tres volúmenes, publica- dos en París por D. Vicente Salva, en 1839 y 1840. Su comedia Los Aspiran- tes, representada en 1834, mereció los elogios de D. Andrés Bello en un ar- tículo de El Araiicar^o.

37° CAPITULO XI

quiere, y no hay nación ni raza que esté desheredada de este don divino. Los nombres, caros á las musas, de Eusebio Lillo, Guillermo Matta, G. Blest Gana, Eduardo de la Barra, y otros poetas vivos aún, y que, por consiguiente, no deben ser aquí materia de nuestro estudio (l), son prenda de un porvenir que puede ser tan honroso para Chile como lo es el presente bajo otros respectos. Pero hoy por hoy todavía puede decirse que la cultura estética no ha echado í-aíces bastante hondas en Chile; lo cual se comprueba, no sólo con la relativa escasez de su producción poética comparada con la de otras Repúblicas hispano-americanas, sino con el carácter árido y prolijo que se advierte en muchos escritos en prosa dignos de ala- banza por su contenido; y con la falta de estilo y arte de exposición que en las mismas monografías históricas, que son el nervio de su literatura, "desluce muchas veces los resultados de una labor sabia paciente y honradísima. No hay rincón de su historia que los chile- nos no hayan escudriñado, ni papel de sus archivos y de los nues- tros que no impriman é ilustren con comentarios; pero el historiador, para no ser un simple cronista, necesita cierto grado de imaginación y cierto buen gusto que le marque la distinción entre lo impor- tante y lo superfino. Admiro y aplaudo el ardor patriótico con que los chilenos se consagran al esclarecimiento de sus anales patrios; pero observo cierta falta de armonía y de proporción en sus trabajos, por lo cual es difícil que fuera del país en que se escri- ben logren muchos lectores. Chile, colonia secundaria durante la do- minación española, tiene historias más largas que la de Roma de Mommsen, más largas que las de Grecia por Curtius ó por Grote. Evidentemente es demasiado, y no basta todo el entusiasmo nacio- nal para borrar la diferencia y para hacer interesante lo que de suyo no lo es. Por último, el predominio del positivismo dogmático, triun- fante al parecer en la enseñanza oficial durante estos últimos años, contribuye á aumentar la sequedad habitual de la literatura chilena, sólida por lo común, pero rara vez amena.

Como principales periódicos literarios, posteriores al Semanario

(i) Han desaparecido de este mundo en el largo plazo de diez y siete años que van corridos desde la primera edición de estas páginas.

CHILE 371

de Santiago^ pueden citarse El Crepúsculo^ que en 1843 fundó Las- tarria, y pereció al año siguiente á consecuencia del famoso artículo heterodoxo de Francisco Bilbao, Sociabilidad chilena^ que atrajo so- bre su autor y sobre la revista la condenación de un Jurado que mandó quemar por mano del verdugo el último número de aquella publicación; Revista de Santiago^ que el mismo infatigable Lastarria comenzó á publicar en 1848 con la colaboración de Bello, los her- manos Amunáteguis y otros, durando, con varias alternativas, hasta 1857; la Revista de Ciencias y Letras^ que empezó á salir aquel mismo año como órgano déla escuela conservadora; la Revista del Pacíñco, que en 1858 dirigía en Valparaíso D. Guillermo Blest Gana; La Se- mana^ de los hermanos Arteaga Alemparte (D.Justo y D. Domingo); La Estrella de Chile, revista católica fundada en 1867; ^^ nueva Revista de Santiago, de D. Fanor Velasco y D. Augusto Orrego Luco (1872), y en estos últimos años, la Revista de Artes y Letras, que por desgracia ha desaparecido (l). Como publicación oficial, de las más notables de América, descuellan los Anales de la Universidad de Chile (2).

En todas ó en la mayor parte de las colecciones antes citadas, pueden seguirse paso á paso los progresos de la literatura chilena, á cuyo desarrollo han contribuido también diversas asociaciones de vario género, como el Circtilo de los Amigos de las Letras, la Aca- demia de Bellas Artes (instituciones una y otra en que predominó el espíritu racionalista de Lastarria), el Centro de Artes y Letras de Santiago, etc., todas las cuales abrieron certámenes de poesía y pre- miaron muchos versos.

De los poetas que en estos últimos años han fallecido, merece es- pecial recuerdo D. Domingo Arteaga Alemparte (183 5- 1880), que se distinguió además como publicista liberal de mucha nota y como enérgico orador parlamentario. Sus estudios habían sido clásicos, y

(i) Adviértase que estas noticias no alcanzan, según mi plan, más que hasta 1892.

(2) Es obra de indispensable consulta la Estadística bibliográfica de la lite- ratura chilena. Obra compuesta en virtud de encargo especial del Consejo de la Universidad de Chile, por D. Ramón Briseño. Santiago de Chile. 1862. Dos. tomos en folio.

3y2 CAPITULO XI

en defensa de la enseñanza del latín sostuvo una notable campaña. Esta sana educación se revela en el limpio estilo, así de sus versos originales, entre los cuales sobresale el himno A/ Amor, en metro manzoniano, como en sus traducciones de lord Byron y Víctor Hugo, y de un fragmento del libro i de la Eneida. Pero también es justo confesar que nada de primer orden se encuentra en estas rimas, y que el vigoroso talento de su autor tuvo por verdadero campo de acción y de triunfo la polémica política (l). Puede citarse también á D. Manuel Blanco Cuartín, poeta satírico y festivo (2), que heredó de su padre D. Ventura Blanco Encalada la afición á los clásicos españoles y la pureza del idioma; á D. Zorobabel Rodríguez, valiente controversista católico y autor del muy útil Diccionario de chilenismos; y al malogrado D. Martín José Lira (1835-1867), cantor de estro suave y melancólico.

(i) Las poesías de D. Domingo Arteaga Alemparte forman el primer tomo

de sus Obras completas (Santiago, 1 880).

(2) Publicó además dos leyendas, Doña Blanca de Lerma y Mackandal ó amor de tigre. Debió su principal reputación al periodismo en El Conservador, El Mosaico, El Cóndor y El Mercurio.

XII

REPÚBLICA ARGENTINA

El inmenso territorio comprendido entre el Brasil y el Cabo de Hornos, los Andes y el Atlántico (l), formó, por Real cédula de 1778, un nuevo virreinato, llamado de Buenos Aires, que la Revolución separatista vino á fraccionar en cuatro repúblicas de muy desigual extensión é importancia: Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay. De la primera hemos hablado ya; la tercera no tiene historia literaria, propiamente dicha, á lo menos en los tiempos modernos (2); resta tratar de las otras dos, y muy especialmente de la Argentina, cuya superior importancia en la cultura de la América del Sur, comienza propiamente con el hecho de la emancipación.

En el período colonial, sus tradiciones literarias son muy esca- sas. La literatura empieza allí, como en lo restante de América, con crónicas y relaciones del descubrimiento y de la conquista; tan im- portantes algunas como la del bávaro Ulrico Schmidel, que en 1534

(i) La Patagonia anda en litigio entre Chile y la República Argentina, y por una y otra parte se han publicado enormes alegatos histórico-jurídicos. Non nostrum inter vos tafitas componere lites, ni tal pleito importa para el objeto ■de este libro.

(2) De algunos vestigios de su antigua cultura se hablará en este capítulo por la relación que tienen con las cosas de Tucumán y Buenos Aires. No ■dudo que recorriendo íntegramente las bibliografías jesuíticas de los Padres Backer y Sommervogel, se encontrarán los nombres de algunos Padres de la Compañía, residentes en el Paraguay, que compusieran versos latinos ó cas- tellanos; pero confieso que me ha faltado tiempo y valor para empeñarme en esta investigación de resultado tan dudoso.

374 CAPITULO XII

formó parte de la expedición de D. Pedro de Mendoza, en que iban 150 alemanes y flamencos; y los Comentarios del heroico adelanta- do Alvar Núñez Cabeza de Vaca, por primera vez impresos en 155 5* Entre estas crónicas no podía faltar alguna escrita en verso y con alarde de poema épico. Pero la región del Plata, menos afortu- nada en esta parte que Chile y Nueva Granada, no tuvo un Erci- 11a ni siquiera un Pedro de Oña ó un Castellanos, que enalteciesen los hechos de su conquista, sino que le hubo de caer en suerte uno de los más pedestres y desmayados versificadores, entre los muchos á quienes la historia del Nuevo Mundo prestó argumento. Tal fué el extremeño D. Martín del Barco Centenera, natural de Logrosán, en la diócesis de Plasencia, soldado en la expedición del adelantado Juan Ortiz de Zarate (la cual partió de Sanlúcar en 17 de Octubre de 1572)) y en su vejez arcediano del Tucumán. Su poema históri- co, que consta de veintiocho cantos, lleva el título de Argentina y conquista del Rio de la Plata, con otros acaecimientos de los reinos del Perú, Tucumán y estado del Brasil (i), y fué impreso en Lisboa en 1602. Ha sido tan menudamente analizado y tan magistralmente

(i) Argentina... por el Arcedia7io D. Martin del Barco Centenera, dirigida d D. Cristóbal de Mora, Marque's de Castel-Rodrigo, virrey, gobernador y Capi- tán general de Portugal, por el rev Philipo III nuestro señor... con licencia. En Lisboa. Por Pedro Crasbeck, 1602.

8.° mayor; 230 pliegos dobles sin contar cuatro de principios. Preceden al poema, además de un soneto del autor á su obra, versos laudatorios de Juan de Zumárraga Ibargüen; de Diego de Guzmán, vecino de Oropesa, en el Perú; del licenciado Pero Jiménez, vecino de Oropesa; del bachiller Gamino Co- rrea, y de Valeriano de Frías de Castillo, que se titula lusitano.

Esta primera edición es muy rara y de alto precio en el mercado biblio- gráfico.

La Arge?itina está reimpresa en el tomo iii de los Historiadores Primitivos de las Indias Occidentales, coleccionados por D. Andrés González Barcia (1749)1 y también en el tomo iii de la importante Colección de obras y docu- , mentos relativos á la historia antigua y moderna de las provincias del Rio de la Plata, ilustrados con notas y disertaciones, por Pedro de Angelis (Buenos Aires, imprenta del Estado, 1836-37, 6 volúmenes, folio). que hay alguna edición posterior, de Montevideo ó de Buenos Aires.

El estudio más importante sobre este poema es el que publicó D. Juan María Gutiérrez en el tomo vi de la Revista del Río de la Plata.

REPÚBLICA ARGENTINA 375

juzgado por el crítico argentino D.Juan María Gutiérrez, que casi me parece inútil pretender hacerlo de nuevo y con palabras distin- tas de las suyas. «La Argentina (dice Gutiérrez), toca con la prosa más humilde, por la desnudez del estilo y el desaliño de la locu- ción Pertenece á esa degenerada familia de poemas americanos,

que no merece llevar en su blasón los cuarteles del hidalguísimo Ercilla, sino cruzados por barras transversales que indican bastar- día, según las leyes de la heráldica En vano hostiga Barco Cen- tenera á su lerdo Pegaso Se entrometió á historiar en verso lo

que apenas hubiera escrito bien en prosa casera y corriente; pero fué el único que legó á la posteridad, como testigo ocular, los inte- resantes sucesos de la conquista del Río de la Plata Centenera

es el exclusivo cronista del adelantado Juan Ortiz de Zarate, y el biógrafo más minucioso de una parte de la vida del fundador de Buenos Aires, D. Juan de Garay. Al lado suyo se encontraba cuan- do se echaron los primeros cimientos de esta gran ciudad. La admi- nistración de Garay y la de su sucesor Mendieta, no puede estu- diarse ni conocerse en otra fuente original y verídica , que en los versos de la Argentina'».

Hasta aquí Gutiérrez, el cual por otra parte advierte (quizá con excesiva indulgencia), que no deja de haber entre el fárrago de las descoloridas y básales octavas del Arcediano, «alguna que otra per- la que pudiera sacarse á lucir con agrado de los más delicados en materia de buenos versos».

Yo no he tenido la suerte de encontrar tales perlas en la Argen- tina', pero muchas curiosidades que hacen tolerable, y á ratos en- tretenida su lectura, sobre todo si uno se olvida de que está leyen- do versos. El único elemento de poesía que hay en la obra, procede de la nimia credulidad del autor, de su desenfrenada inclinación á todo lo maravilloso. Creía á pies juntillos en la encantada laguna del Dorado y en el imperio del Paytiti, describiéndonos la magnifi- cencia de sus edificios: el palacio del Emperador, ó gran Moxo; los aparadores y las vasijas de metal con que se servía: las puertas de bronce con leones aherrojados en cadenas de oro: la imagen del disco de la luna sobre una columna de veinticinco pies de alto toda de plata, iluminando la laguna: las plazas, arboledas, jardines

Meníndkz t Pelayo. Poesía hispatto-americana. II. 34.

376 CAPÍTULO XII

y fuentes con caños de oro: el altar y lámparas de plata inextingui- bles, con otras mil maravillas y grandezas que exceden á cuanto puede inventar la más delirante fantasía. No son menos estupendos los prodigios naturales de que nos informa, dándose siempre por testigo de vista, y procediendo, sin duda, de buena fe, aunque guiado por una observación superficial é incompleta, como de hombre rudo y supersticioso. Nos habla, por ejemplo, de varios pescados muy semejantes al hombre; de la Sirena, «hermosa como una bella dama», que aparece gimiendo y esparciendo sus doradas crines en medio de la laguna donde mora, y sobre todo de un anfibio «de espantable compostura», pero muy sentimental y muy inclinado al amor de las mujeres. Los versos del canto noveno , en que cuenta el susto que este enamorado monstruo dio á una dama en la playa, deben trans- cribirse á la letra, porque, corno vulgarmente se dice, no tienen desperdicio:

Un pece de espantable compostura Del mar salió reptando por el suelo: Subióse ella huyendo en una altura Con gritos que ponía allá en el cielo: El pece la siguió: la sin ventura Temblando está de miedo con gran duelo; El pece con sus ojos la miraba,

Y al padecer gemidos arrojaba.

Salió en esto el salan de la montaña

Y el pece se metió en la mar huyendo...

Quien había visto tales peces, no es maravilla que conociera tam- bién mariposas que se convierten en ratones dentro del hueco de cierta caña (canto iii).

El agua es muy sabrosa, clara y fría; Mas, yendo ya la caña madurando, Un gusano se engendra adentro y cría,

Y al cañuto el gusano horadando. Afuera mariposa parecía:

Con las alas comienza de ir volando,

Y por tiempo las pierde, y queda hecho De forma de ratón hecho y derecho. .

REPÚBLICA ARGENTINA 377

Hay episodios en el poema que si estuvieran escritos en otro es- tilo, interesarían grandemente. Tal es la descripción del hambre que pasaron los expedicionarios de Zarate en la isla de Santa Catalina, con el tierno rasgo de los dos enamorados de Hornachuelos, que mueren extenuados en aquellas selvas husca-ndo pa/mitos sea cogo- llos tiernos de palmera). Habían pasado allí una noche bajo los ár- boles, el amante devorado por la fiebre, su compañera velándole:

No quiero referir lo que trataron Los tristes dos amantes y su llanto, Las voces y suspiros que formaron, Porque era necesario entero canto...

Al llegar el alba, el amante se aleja para buscar algún sendero, y sucumbe á la fatiga en el camino, y el autor termina su narración con estos sentidos versos, que son quizá los mejores de su poema:

Quedó por esta causa allí la dama De dolor y congoja y pena llena, Do la siguiente noche tuvo cama Triste, sola, llorosa, en el arena.

La fantasía de un verdadero poeta podía sacar partido de otros episodios del poema de Centenera; por ejemplo: de la mágica nave- gación de un tal Carreño á España en tres días, en un barco tripu- lado por una legión de demonios, á los cuales daba órdenes contra- rias á las que él quería que ejecutasen, y ellos realmente ejecuta- ron (canto x); de las hechicerías de Yamandú, emperador de las islas del Paraná, á quien quiso catequizar el propio Centenera, aun- que en vano,

Porque era muy malvado este pagano;

de los amores de Liropeya y Yanduballo, imitados manifiestament(> de los de Caupolicán y Fresia, en Pedro de Oña; de la muerte del franciscano Fr. Alonso de la Torre, á quien el mismo Centenera, perdido con él en los bosques, ayuda á cortar algunas ramas para hacerse una cama de hojas donde cerrar los ojos para siempre; de la muerte tan diversa del joven Leiva, á quien sus enemigos arran-

378 CAPÍTULO XII

can de los brazos de su esposa, que proféticamente le había dicho: «Te huele el pescuezo á esparto»:

El hilo le cortaron de la tela, Que el triste sin ventura mal tejía; Su esposa con dolor está llorando Y sus rubios cabellos arrancando.

Por lo demás, el poema no tiene unidad, ni plan, ni concierto: el autor va y viene á merced de sus recuerdos: mezcla continuamente lo geográfico con lo histórico: se pierde en interminables descrip- ciones y en moralidades impertinentes al asunto, aunque no inútiles para conocer el carácter del poeta, que, si no era enteramente lo que hoy diríamos un pesimista, parece haber sido, por lo menos, muy propenso á la melancolía. «Estoy enseñado (dice) á tratar de tristezas y lamentos, porque en la vida he tenido pocos placeres», se complace en describir todo género de escenas lúgubres, y meditan- do sobre el destino humano, llega á expresar, aunque en malos ver- sos, pensamientos bastante análogos á los del monólogo de Hamlet, según nota acertadamente Gutiérrez:

La muerte de tiene tal tristeza Por no saber el hombre el paradero; Que si de éste se tiene tal certeza, Alegre es aquel trance y placentero: Dejar un mundo tal y tal vileza Había de dar gozo muy entero, Y en lugar de tristeza, gran consuelo, Pues vemos que salimos de este suelo.

¡Si se tuviese el buen conocimiento De aquesta triste vida tan funesta, Con la muerte contento se tendría, Tomándola por gozo y alegría!

Los desengaños del amor debieron de influir algo en esta dispo- sición de su ánimo: á lo menos son frecuentes sus lamentaciones sobre la perfidia de las mujeres:

Por do decir podemos de la hembra: Mudanza cogerá quien amor siembra...

REPÚBLICA ARGENTINA * 379

Pues ¿quién tendrá en mujer ya confianza Sabiendo que en su pecho está estampada

Y al vivo la mudanza retratada?

Gran parte del poema se refiere á las cosas del Perú, y no á las del Río de la Plata, y el autor pasa de las unas á las otras con muy poco orden. Así intercala en los cantos xvi y xvii la rebelión de D. Diego de Mendoza contra el virrey D. Francisco de Toledo, y más adelante el terremoto de Arequipa, los cánones del Concilio Límense de 1 581, la enumeración laudatoria de las damas de Lima, de quienes dice, no obstante, al contar la prohibición de los rebozos que hizo el Concilio:

No se muestran esquivas y tiranas; Que escuchan á quien quiere requebrallas,

Y dicen so el rebozo chistecillos Con que engañan á veces á bobillos.

Los tres últimos cantos están enteramente dedicados á contar la derrota del pirata inglés Tomás Cavendish, en aguas del Brasil, en 1592.

Pero el mayor interés histórico del poema consiste, sin duda, en lo que atañe á su peculiar asunto, que es el Tucumán y el Río de la Plata; y aquí resulta Centenera exactísimo cronista y fiel obser- vador de los caracteres de la raza indígena llamada charrúa, de quien escribe:

Es gente muy crecida y animosa, Osada y atrevida en gran manera. En guerras y batallas belicosa, Empero sin labranza y sementera:

Tan sueltos y ligeros son, que alcanzan, Corriendo por el campo, los venados; Tras fuertes avestruces se abalanzan. Hasta de ellos se ver apoderados; Con unas bolas que usan los alcanzan Si ven que están á lejos apartados; Y tienen en la mano tal destreza. Que aciertan con la bola en la cabeza.

380 CAPÍTULO XII

En resumen, aunque el poema del arcediano Centenera sea fasti- dioso y mal pergeñado, es, sin disputa, uno de los libros más im- portantes de la primitiva historia de América.

Además, puede decirse que á este poema está reducida la litera- tura argentina en los dos siglos xvi y xvii. vSólo de otros dos poe- tas tengo noticia que residieran en lo que entonces vagamente se llamaba Paraguay y reino de Tucumán. Fué el primero Bernardo de la Vega, á quien Nicolás Antonio supone natural de Madrid, pero que se titula gentilhombre andaluz al principio de la rarísima novela que en 1 591 imprimió con título de El Pastor de Iberia (l), libro que estaba entre los de D. Quijote y fué entregado al brazo se- glar del ama, juntamente con el Desengaño de amor y zelos, de Enci- so, y las Ninfas y Pastores del Henares^ de Bernardo González de Bobadilla. Es obra del género pastoril, dividida en cuatro libros, y compuesta en prosa y verso como todas las de su clase. El autor parece haber intercalado en ella alguna parte de sus aventuras, pin- tándose en la persona del protagonista Filardo, que, preso en su aldea por sospechas de asesinato, logra evadirse con el favor de sus amigos de Sevilla, se embarca en Sanlúcar y va á parar á Canarias, donde nuevamente le prenden, y nuevamente recobra la libertad. La narración es insulsa y pesada, el lenguaje inculto y plagado de solecismos, y los versos son tales, que el gran Cervantes, que era la indulgencia misma, no sólo los condenó al fuego en el donoso escrutinio, sino que en el Viaje del Parnaso (cap. vu) puso á su au- tor en el ejército de los malos poetas que embestían la montaña sagrada:

Llegó El Pastor de Ibefia, aunque algo tarde, Y derribó catorce de los nuestros, Haciendo de su ingenio y fuerza alarde.

(i) El Pastor de Iberia, compuesto por Bernardo de la Vega, gentil hombre andaluz. Dirigido d D. J. Téllez Girón, Duque y Conde de Ureña, Camarero mayor del Rey nuestro señor y su Notario mayor en los reinos de Castilla. En Sevilla, en casa de J. de León, impresor, 1591. En 8.°, 228 páginas dobles. Con aprobación de Fr. Pedro de Padilla, y versos laudatorios del Licenciado Baltasar de Cepeda, del Licenciado Mesía de la Cerda y de Bartolomé Cai- rasco de Figueroa.

REPÚBLICA ARGENTINA 38 I

Créese generalmente, sobre la autoridad de Nicolás Antonio, que este novelista sea el mismo Bernardo de la Vega que pocos años después se encontraba en América (sin duda porque la estancia en Canarias no le pareció bastante segura), y que, andando el tiempo y abrazando el estado eclesiástico, llegó á ser canónigo de Tucu- mán, después de haber residido en M'jico, donde en i6oo compuso algunos versos para el túmulo de Felipe II, que se leen en la Rela- ción historiada de las exequias de aquel monarca, escrita por el Dr. Dionisio de Ribera Flórez (l). Lo que no hemos llegado á ver son dos libros suyos, impresos también en Méjico en 1601, que ha- llamos citados por Nicolás Antonio: La Bella Coialda y cerco de París, que será probablemente un poema caballeresco del género orlándico, y la Relación de las grandezas del Perú, México y los An- geles. Vivía aún Bernardo de la Vega en 1623, puesto que se le menciona en el Encoinio de los ingenios sevillanos, de Juan Antonio de Ibarra.

También anduvo /¿ir Paraguay y el reino de Tucumán otro des- conocido poeta andaluz, llamado Luis Pardo, de quien no que reste verso alguno, pero de quien Lope refiere, en el Laurel de Apo- lo (silva 2.^), una leyenda de las más extrañas y fantásticas:

Aquí Luis Pardo estuvo, Ingenio felicísimo, si diera Más á la pluma y menos á la espada; Mas la contienda que en su pecho tuvo El Dios sangriento de la quinta esfera, Siempre la vista de diamante armada. Con el docto Cilenio, Fué causa que inclinase más su ingenio Al estruendo marcial, si bien tenía A Venus que de trino le miraba, Con que templar este rigor solía, Y deponiendo la fiereza amaba. Pues olvidando á Flandes, Donde tuviera por hazañas grandes Los cargos más honrosos de la guerra, Amigos, ocio, amor y propia tierra

(O Méjico, en casa de Pedro Balli, 1600.

3^2 CAPÍTULO XII

Le dieron lotos; y una Circe hermosa

(No de otra suerte que detuvo al griego

Después de aquel fatal troyano fuego)

Dulcemente engañosa,

Remora fué de nuestro gran poeta;

Mas siendo más hermosa que discreta,

Daba lugar á un hombre poderoso

Que la hablaba de noche de secreto.

El poeta celoso,

No armado de satírico soneto

Ni de prólogos fríos,

Con tantos ignorantes desvarios,

Sino de su valor y de su queja,

Quitó los embozados de la reja.

De suerte que de cuatro dos se fueron;

Que los dos que esperaron no pudieron.

Con esto fué forzosa diligencia

Embarcarse á las Indias con la flota.

La dama lamentó su injusta ausencia,

Porque la vida rota

Adora en los amores criminales;

Pero al fin de seis meses que tenía

Nuevas de que vivía

Entre los argentados minerales

Del reino de Tucuma,

La noche del mayor de los nacidos (i)

Para ver una huerta prevenidos

El arráez y el barco.

Que estaba media legua de Sevilla,

Rompió del Betis la nevada espuma,

Siendo piloto amor, y el remo el arco.

Llegados á la orilla,

Cortó el arráez ramos, renovando

Los que estaban marchitos, y durmiendo.

Lisonjeado del susurro blando

Del agua y viento, poco más de un hora,

Despertó con los rayos de la aurora;

Y á la ciudad volviendo,

Se fué la dama, y él quedó pagado

(i) La noche de San Juan Bautista, que se consideraba como clásica para las hechicerías.

REPÚBLICA ARGENTINA 383

Del viaje y del sueño. Estaba por la tarde con su dueño. Á la orilla del agua el barco atado, Cuando algunos indianos, viendo el leño De mil árboles indios enramado, Bejucos de guaquimos, Camaironas de arroba los racimos, Aguacates, magueyes, achiotes, Quitayas, guamas, tunas y zapotes, Preguntaban de dónde había traído Árboles que en la India habían nacido, Tan frescos á Sevilla. El arráez juraba

Que los cortó de la primera huerta, Que cerca de la orilla Del Betis claro á media legua estaba, Dejando los marchitos que llevaba. Sin ver la gente ó descubrir la puerta; De donde se entendió por cosa cierta, Y porque declaró que había tenido Un sueño que le tuvo en tanto olvido Que aun despertando le turbó la vista. Que fué y vino la noche del Bautista, Pues no hay otra razón que se presuma. Desde Sevilla al reino de Tucuma (i).

La instrucción pública en esta vasta región de la América meridio- nal corrió casi exclusivamente á cargo de los jesuítas, siendo su prin- cipal centro la Universidad de Córdoba del Tucumán, una de las más célebres de América después de las de Méjico y Lima. En 1 586

(1) Próspero Mérimée, que conocía bastante bien una parte de la litera- tura española, tiene un cuento muy parecido á este, escrito en Valencia, en Noviembre de 1830. El protagonista es un pescador de Peñíscola. (Vid. Les SoTcieres Espagnoles en g.\ tomo Derniéres ttouvelles, 1879, págs. 324-356.) Aun- que Mérimée da el cuento como recogido de la tradición oral, creo ve- risímil que le hubiese leído en el Laurel de Apolo, inserto en la colección de las Obras sueltas de Lope (ed. Sancha) que le era familiar antes de 1825, puesto que en el Teatro de Clara Gazul puso un epígrafe tomado de El Guante de Dona Blanca, comedia incluida en dicha colección ; epígrafe que repitió más completo en el cap. ix de la Crónica de Carlos IX (1829).

384 CAPÍTULO XII

penetraron en la gobernación de Tucumán, procedentes del Perú, los primeros misioneros de la Compañía , extendiéndose desde allí por el Paraguay, cuyo nombre tomó la célebre provincia jesuítica fundada en 1 606, en el generalato de Claudio Aquaviva. Cuando el P. Torres, su primer Provincial, empezó á regirla, no había en ella más que catorce religiosos repartidos en un colegio }'■ tres casas. En 1614 llegaban ya á diez y nueve los colegios, residencias y misio- nes, y á ciento veintidós el número de Padres. Once años adelante, la acción de los misioneros se extendía al Paraná y al Uruguay, y en 1650 recibía su organización definitiva aquel pacífico imperio colonial, el más extraordinario de que la historia conserva recuerdo. Desde 1610 el colegio de Córdoba del Tucumán, considerado como colegio máximo y principal Seminario de la provincia, tenía estudios de artes y teología para los novicios; pero los primeros co- natos de Universidad datan de 1613, en que el obispo Dr. I"r. Pier- na ndo de Trejo y Sanabria, de acuerdo con el provincial Torres, destinó gran parte de sus rentas á la ñandación de un colegio en que los Padres de la Compañía de Jesús «leyesen latín, artes y teología». Ocho años después (1622) estos estudios fueron elevados, por Bre- ve de Gregorio XV y Real cédula de Felipe III , á la categoría de Universidad, con facultad de conferir grados académicos (l). Esta Universidad, cuyas primitivas Constituciones ^oxi de ló8o, permane- ció siempre con mucho crédito en manos de los jesuítas hasta su expulsión, en que por breve tiempo se hicieron cargo de ella los franciscanos; secularizándose definitivamente en 1 808. Hasta 1 791 no tuvo ninguna cátedra de jurisprudencia civil, ni dio grados de Doctor en esta facultad hasta 1 797. Los legistas de la región argen- tina salían comúnmente de la Universidad de Charcas ó Chuquisaca en el Alto Perú, la cual tuvo en los últimos tiempos de la colonia un espíritu enteramente diverso de la de Córdoba: ésta tradicional y conservadora, la de Chuquisaca, regalista y anticlerical: en ella se habían formado los hombres que más parte tuvieron en el movi- miento revolucionario de 1 8 10.

(1) Bosquejo histórico de la Universidad de Córdoba, con un apéndice de do- cumentos, por Jjtan M. Garro. Buenos Aires, 1882.

REPÚBLICA ARGENTINA 385

También se debe á los jesuítas la introducción de la imprenta, así en las misiones del Paraguay como en la ciudad de Córdoba del Tucumán. La imprenta del Paraguay tuvo carácter eminentemente catequístico, y la mayor parte de los libros que produjo están en lengua de los indígenas, circunstancia que realza su extraordinaria rareza bibliográfica con una importancia lingüística todavía mayor. Ya en 1693, con ocasión de haber traducido en lengua guaraní el P. José Serrano el libro de la Diferencia entre lo temporal y lo eterno^ del P. Nieremberg, y el Flos Sanctoriun^ del P. Rivadeneira, trató el general Tirso González del establecimiento de una imprenta en las llamadas Doctrinas del Paraguay. Lo más prodigioso fué que ni los tipos ni las planchas que sirvieron para las láminas que en gran- dísimo número adornan el primer libro, publicado en 1705, fueron trasladados de Kuropa, sino fundidos los primeros y grabadas las segundas en el breve plazo de tres años por los indios de las misio- nes, habilísimos artífices en todo género de obras de imitación. El aspecto de la estampación es tosco sin duda, y tiene cierta seme- janza con el de los libros xilográ^cos; pero no es dudoso que la ma- yor parte del texto, por lo menos, se imprimía con tipos de metal. Para que todo parezca singular y misterioso en esta imprenta, hemos de añadir que no parece haber tenido domicilio fijo, sino que anduvo errante por los diversos pueblos de misiones, puesto que mientras unos libros suenan impresos en Santa María la Mayor, otros lo están en Loreto, otros en San Francisco Xavier, y en al- gunos se dice solamente Impreso en las doctrinas. Alguna razón hubo para tanta cautela. Lo cierto que esta imprenta duró muy poco. No se conoce ningún producto suyo posterior á 1 727. El libro más an- tiguo es, sin disputa, la traducción guaraní hecha, por el P. Serrano, del tratado De la diferencia ejttre lo temporal y lo eterno, del P. Nie- remberg, libro de los más famosos de nuestra literatura ascética, que ha sido vertido, no sólo á todas las lenguas cultas, sino á las más bárbaras y exóticas, y con el cual por raro caso se inauguraron, con pocos años de diferencia, dos imprentas tan extravagantes como la imprenta paraguaya de los jesuítas (1705) y la imprenta árabe de los drusos del monte Líbano (1734). YA texto guaraní (del cual se conoce un solo ejemplar que perteneció á la colección americana del

386 CAPÍTULO XII

Sr. Trelles, de Buenos Aires), es un tomo en folio con capitales grabadas, viñetas y más de 40 láminas de gran tamaño, imitadas de las que lleva la edición de Amberes de 1684, y destinadas á hablar con gran viveza á la imaginación de los indios, mostrándoles los estragos del pecado, y el horror de los tormentos infernales (l).

Otro de los libros más célebres que de esta imprenta salieron, es el Vocabulario de la lengua guaraní^ del P. Antonio Ruiz de Mon- toya, dos veces reproducido en 1722 y 1724, con escolios, anota- ciones y apéndices del P. Restivo y otros ilustres varones de la Com- pañía. Fué el limeño P. Montoya (l 585-1652) uno de los más gran- des misioneros de aquella provincia, tenido por los suyos en opinión de santidad, insigne en los anales de la filología americana por el Catecismo^ Vocabulario y Tesoro, que compuso, de la lengua guara- ní; y memorable también por su libro de la Conqídsta espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape (Madrid, 1639), libro del cual otro jesuíta hizo una extraña reducción en guaraní, acomodándola á la capacidad de los indios (2).

Queda indicado ya el carácter de todo lo que esta imprenta pro- dujo: catecismos, sermonarios, ejemplos, todo en guaraní. No hay más excepción que la misteriosa carta del infortunado Dr. Ante- quera y Castro, condenado poco después á muerte por el Virrey del Perú, La primera edición de esta carta, tiene por pie de impren- ta Typis missionariuní Paraguariae, 1727, y fué probablemente lo último que se imprimió allí. La imprenta de Córdoba del Tucumán es muy posterior, y tuvo mucha menos importancia. La establecieron los jesuítas un año antes de la expulsión, para que los alumnos de su colegio de Montserrat (fundado en 1 685) y los de la Universi- dad, que también dirigían ellos, como hemos visto, tuviesen una

(i) Pueden verse reproducidas todas estas láminas en la magnífica publi- cación del bibliófilo chileno D. José Toribio Medina, Histoiia y bibliografía de la iínprenía en el antiguo virreinato del Rio de la Plata. (Forma el segundo tomo de los Anales del Mttseo de la Plata, 1892.)

(2) Ha sido publicada por D. Baptista Caetano d'Almeyda, con traduc- ción portuguesa, en el tomo vi de los Annaes da Bibliotheca Nacional do Rio Janeiro (1879).

REPÚBLICA ARGENTINA 387

prensa para reproducir sus tesis y demás ejercicios literarios. Esta imprenta no alcanzó más que un año de actividad, y en tan efímera vida no llegó á producir más que tres folletos, siendo el único de alguna curiosidad la colección de cinco elogios latinos del Dr. Don Ignacio Duarte y Quirós, fundador del colegio, compuestos por el P. Manuel Peramás, natural de Mataró. Después de la expulsión de la Compañía, esta imprenta fué trasladada á Buenos Aires en 1780, y su material sirvió para establecer la primera oficina tipográfica de aquella ciudad, la llamada de Niños Expósitos.

¥A vandálico decreto de 1767 ordenando la expulsión de los je- suítas, produjo en las gobernaciones del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán todavía mayor trastorno que en lo restante de América, porque las circunstancias sociales eran muy diversas (i). En otras

(i) Óigase á Gutiérrez, ciertamente nada sospechoso de parcialidad en favor de los jesuítas:

«Cualquiera que haya hecho estudio de la literatura sud-americana hasta fines del siglo pasado, no podrá menos de confesar que ninguna colonia europea ha producido más talentos ni mayor número de hombres estudiosos que la española en el Nuevo Mundo. Solóla Compañía de Jesús cuenta en él muchos más de doscientos entre profesores y predicadores, filólogos é historiadores, brillando entre estos últimos los chilenos Ovalle y Molina, el mejicano Clavijero, el ecuatoriano Velasco y los argentinos Iturri, Juárez, Morales, Suárez, etc., etc., cuyas obras corren traducidas á varias lenguas cultas de la Europa. Lacunza dio prueba en su tiempo de una vasta lectura y de un hondo conocimiento de los libros sagrados, estudiándolos en las lenguas griega y hebrea. Buenaventura Suárez, autor del conocido Lunario Perpetuo^ cuya primera edición es de Lisboa, adquirió por mismo en los claustros de Córdoba y en los bosques silenciosos del Paraguay conocimiento profundo en las ciencias matemáticas aplicadas á la astronomía, dejando pruebas prácticas de su capacidad en los gnómones solares con que decoró los patios del colegio en donde pasó (obscuro y desdeñado de los suyos) la mayor parte de su vida, manteniendo comunicación epistolar con afamados astrónomos de su tiempo Vióse en la necesidad de construir los instru- mentos de observación con sus propias manos, empleando las maderas tersas y consistentes de los bosques vírgenes, en aquellas piezas que requerían bronce ó platino para recibir las delicadas graduaciones con que se miden las distancias entre los astros y se señala su paso por el meridiano.» (Revista del Rio de la Plata, tomo x, pág. 312.)

388 CAPÍTULO XII

partes existían diversos elementos de cultura que podían llenar en alguna medida el vacío causado por la supresión de los regulares de la Compañía; pero en las provincias argentinas no había más educa- dores que ellos. Buenos Aires, enriquecida por el contrabando eu- ropeo, empezaba á ser un centro comercial, pero no se había des- pertado aún á la vida literaria, no tenía ni imprenta ni escuelas. Los jesuítas (Techo, Xarque, Lozano, Guevara) eran los únicos que ha- bían bosquejado la historia civil y religiosa del país. Si existían mapas especiales del territorio, á ellos se debían; é imperfectos y todo, eran los únicos que habían servido de base para el arreglo de ¡imites con los portugueses en 1750. Asperge, Montenegro, Lozano, habían sido los únicos exploradores de la fauna y de la flora argen- tinas. No había faltado tampoco, á lo menos en los últimos tiempos, alguno que otro cultivador de los estudios amenos, entre ellos el ya citado P. Peramás, de quien se citan un poema manuscrito sobre La religión en el Nuevo Mtindo y dos elegías latinas sobre la expul- sión, además de las biografías de los misioneros del Paraguay, que publicó en Faenza durante su destierro, juntamente con una espe- cie de utopia política muy curiosa, en que se compara la adminis- tración de las misiones del Paraguay con la república de Platón. (De administratione giiaranica compárate ad Rempublicam Pla- tonis) (i).

(O El P. Pablo Hernández, S. J., en su reciente é interesante libro El ex- trañamiento de los Jesuítas del Río de la Plata y de las misiones del Uruguay por decreto de Carlos ///(Madrid, 1908, tomo vii de la Colección de libros y do- cunienlos referentes d la historia de América, que publica el editor D. Victo- riano Suárez), recopila curiosas noticias literarias de algunos jesuítas escrito- res, entre los 455 religiosos de aquella provincia que salieron desterrados para Europa en 1767 y 1768 (págs. 302-331). Hay cuatro extranjeros, el Padre Martín Dobritzhoffer, austríaco, que publicó en latín y alemán una Historia de los indios Abipones (1784), de la cual también existe traducción inglesa harto mutilada. El P. Florian Pauke, de la misma nacionalidad, cuyos viajes por el territorio argentino, que son de la mayor curiosidad, han sido impre- sos en Ratisbona, 1870, por el P. A. Kohler, con el título de Pater Florian Paucke, ein Jesuit in Paraguay (1748- 1766), (hay un extracto en castellano con ^\ \.\\.\x\o út. Memorias del P. Paucke. Buenos Aires, 1900). El jesuíta ingles, P. Tomás Falkner ó Falconer, conocido principalmente por su obra clásica so-

REPÚBLICA ARGENTINA 389

A la tutela jesuítica sucedió la tutela económico-tiiititiva del rega- lismo ñlantrópico del siglo pasado, representada especialmente por

bre la Patagonia, A descríption 0/ Paíagonia and the adjoining parís of South America (1774), que obtuvo los honores de la traducción en castellano, alemán y francés. Dejó manuscritos dos tomos de Anatomía y varias observaciones sobre puntos de Historia Natural de América. El P. Ladislao Orosz, húngaro, autor de un Diccionario de los varones ilustres de las misiones del Paraguay (Decades quatuor virorum illustrium Paragiiarice. Tyrnau, 1759. Decades qua- íuor alia virorum illustrium Paragjiarice.)

Entre los nacidos en España descuellan, el último Provincial, P. Domingo Muriel, salmantino, que tradujo al latín la obra del P. Charlevoix (Historia Paraguajetisis), añadiendo cuatro libros, que comprenden desde 1747 has- ta 1766, y anotando y rectificando en muchas partes los veintidós de la obra primitiva. Reimpresa ya esta en la citada Coleccidti de libros sobre América, se anuncia la inmediata aparición del suplemento del P. Muriel. El P. José Cardiel, riojano, autor de varios opúsculos de grande interés histórico, entre ellos la Declaración de la verdad contra tni libelo infamatorio impreso en portu- gués contra los PP. Jesuítas misioneros del Paraguay v Marañan (que estuvo inédita hasta que en 1900 la hizo estampar en Buenos Aires el P. Hernández); y un tratadito sobre las costumbres de los indios guaraníes (De moribiis Gua- raniorum) que se halla al fin de la continuación del Charlevoix, por el P. Mu- riel. El P.José Quiroga, gallego, antiguo marino, primer profesor de Mate- máticas en el colegio grande de San Ignacio de Buenos Aires, que exploró las costas meridionales del Río de la Plata hasta el Estado de Magallanes: formó parte de la comisión de límites de 1752, y levantó más de treinta mapas de varias regiones del Virreinato; autor de un diario de sus viajes inserto en el tomo civ de la Colección de documcJitos inéditos para la historia de España, de Observaciones astronómicas para determinar el curso del Rio Paraguay y de al- gunos tratados físicos y naturales. El P. José Jolís, naturalista catalán, autor del Saggio salla sloria naturale della provincia del Gran Claco (1789). Su con- terráneo el P. Juan Manuel Peramás, elegante humanista, cuyos principales escritos van indicados en el texto. El P, Sánchez Labrador, manchego, fun- dador de la nueva misión ó reducción de los indios Mabayás ó Guaynas, de cuya lengua escribió el primer vocabulario y catecismo. Pero su obra princi- pal fué la Historia de las regiones del Rio de la Plata, de la cual llegó á redac- tar once tomos (algunos de los cuales se han perdido), con los títulos de Para- guay natural ilustrado, Paraguay 7iatural cultivado y Paraguay católico, que comprende la parte histórica de las Misiones y los viajes de su autor. Un considerable fragmento de esta última parte ha sido publicado por la Uni- versidad Nacional del Plata, con ocasión del Congreso internacional de Ame- ricanistas, reunido en Buenos Aires en 1910 (dos volúmenes). El P. José Gue-

390 CAPITULO XII

el segundo Virrey de Buenos Aires, D. Juan José de Yértiz (l). En torno suyo se agruparon hombres como Labardén, Basabilvaso, Ma- ciel, influidos todos por el espíritu reformista de su tiempo, y gano- sos de extenderle á todas las esferas de la administración colonial.

vara, toledano, autor de una nueva Historia del Paraguay, Rio de la Plata y Tucumán, que el erudito uruguayo D. Andrés Lamas publicó, aunque por un manuscrito incompleto. Entre los que fueron americanos de nacimiento hay que contar á dos argentinos, el P. Gaspar Juárez, que dejó voluminosos ma- nuscritos sobre la historia natural y eclesiástica del Virreinato, y unas Car- ias edificantes de la provincia del Paraguay, relato muy copioso de la expul- sión; y el P. Francisco Iturri, conocido principalmente por su áspera y no siempre justa Carta critica sobre la historia de América de D.Juan Bautista Muñoz (1797).

Más directa relación con el argumento de esta obra nuestra tiene el Padre Joaquín Millas, aragonés, que en la preceptiva literaria mostró ingenio y fe- cunda originalidad. Algo dije de él en mi Historia de las ideas estéticas en Es- paña, pero mucho más ha escrito el profesor italiano Víctor Cian en una pre- ciosa Memoria sobre los jesuítas españoles literatos desterrados en Italia. La obra principal del P. Millas consta de tres volúmenes impresos en Mantua, desde 1786 á 1788, con este título: Dell' único principio svegliatorc della ragio- ne del gusto e della virtii nella educazione letterata. El detallado análisis que su biógrafo presenta de esta obra basada en el principio de la educación obje- tiva; que él llama observación activa, basta para comprender la originalidad, la fuerza, la independencia y solidez de las ideas pedagógicas y estéticas del P. Millas para quien, con razón, reclama el Dr. Cian uno de los primeros puestos en aquella brillante emigración española; dando además noticia de otros escritos suyos de la misma índole, especialmente del Saggio sopra i tre generi di poesia (1785) y del opúsculo Sopra il disegno e lo stile poetico-italiano (1786); todo lo cual desconocemos aquí.

Vid. Cian (Vittorio), Himmigrazione dei gesuiti spagnuoU Ictterati in Italia. En las Memorias de la Academia Real de Ciencias de Turín, 1895, P^gs. 54-61.

Gallerani (P. Alejandro). S. J., Jesuítas expulsos de España literatos en Italia, Traducción del italiano con apéndices, Salamanca, 1897. La traducción y los apéndices son del P. Madariaga. Los artículos originales del P. Gallerani ha- bían aparecido en la Civilta Cattolica, serie xvi, tomo v, págs. 152, 416, 549.

(i) Vid. la monografía de D. Juan M. Gutiérrez sobre este personaje en la Revista de Buenos Aires, tomo vii, pág. 17, y también el cap. xrx del primer tomo de la Historia de la República Argentina, de D. Vicente J. López (Bue- nos Aires, 1883); obra escrita con mucho talento, aunque con innumerables galicismos, y no si con bastante puntualidad histórica.

REPÚBLICA ARGENTINA 39 T

Hemos dicho que antes de aquella época no existían en Buenos Aires escuelas públicas de humanidades y de filosofía propiamente dichas, si bien en los conventos de dominicos, franciscanos y mer- cenarios nunca dejó de cursarse algún género de estudios. En l6 de Noviembre de 1 77 1, el Virrey pidió informe á los dos cabildos, eclesiástico y secular, sobre la aplicación que había de darse á las temporalidades de los jesuítas, conforme á la Real cédula que man- daba emplearlas en objetos de beneficencia ó enseñanza. Ambos cabildos opinaron que se fundase un Colegio Convictorio (es decir, de vida común) y una Universidad. El Procurador general de la ciudad, D. Manuel de Basabilvaso, redactó un plan de estudios en que entraban las Matemáticas y la Náutica, siendo en total once las cátedras proyectadas. Muy poco de esto llegó á realizarse. Se fundó, en efecto, el colegio de San Carlos, se dotaron cátedras de Latinidad, Filosofía y Teología, y una de Cánones; pero no se llegó á estable- cer las de Derecho ni menos las de Ciencias exactas, ni á darse for- ma á la Uni\"ersidad, á pesar de la Real cédula de 3 1 de Diciembre de 1779, que terminantemente lo preceptuaba. Los estudiantes, argentinos de Jurisprudencia siguieron formándose en Charcas, ó en Santiago de Chile. El nue\'o Colegio ó Convictorio de San Carlos prosperó poco, á pesar de haber tenido por primer Cancelario y Director al magistral D. Juan Bautista Maciel, famoso canonista 5^ uno de los hombres más ilustrados de la colonia (l). En 16 de

(i) En la Revista de Buenos Aires (tomo vi, págs. 402-418, 497-532) puede leerse su biografía escrita por Gutiérrez. Fué Maciel Canónigo Magistral de Buenos Aires, Provisor, Vicario y Gobernador del Obispado, y murió deste- rrado en Montevideo, por orden del Marqués de Loreto, sucesor de Vértiz. Compuso algunos versos de circunstancias en loor de los Obispos y de los virreyes y gobernadores, especialmente de Ceballos. Una de estas composi- ciones inéditas se titula Apolo presidiendo el coro de las Musas, al son de su lira, los exhorta d qite canten las proezas del Júpiter español. Dos sonetos ponde- rando el acto piadoso, pero tan natural y frecuente, á lo menos en España, de haber cedido el virrey Loreto su carroza para conducir el Viático, acompa- ñándole á pie á la casa de un moribundo, le dictó dos sonetos apologéticos, que dieron motivo á una de aquellas interminables polémicas tan del gusto de la ociosidad del siglo xviii, descargando sobre Maciel un turbión de pape- lones. Lavardcn, amigo de Maciel, salió á su defensa, reuniendo y anotando

Mbnkndez y VkijXyo.— Poesía his^ano-americana. II. 25

392. CAPITULO XII

Junio de 1818, este colegio se refundió en el de la Unión del Sur, pero la Universidad no fué erigida definitivamente hasta el 9 de Agosto de 1821 (l).

Al mismo tiempo que se trataba de la fundación de la Universi- dad de Buenos Aires, Vértiz nombró visitador de la de Córdoba al obispo de Tucumán, D. José Antonio de San Alberto, que en 28 de Marzo de 1784 redactó nuevas Constituciones. Pero en el plan de estudios no se hizo por entonces novedad importante, salvo el establecimiento de una cátedra de Sagrada Escritura. Por otra par- cuanto se había publicado en pro y en contra de los famosos sonetos. Colec- ción de varios papeles apologéticos en prosa y verso. Q'ie con ocasión de haber en- contrado al Sa?ito Viático, y seguídole el acompanatniento d¿l Real Estandarte, han corrido e?i Buenos Aires este mes de Noviembre de ijSó, con notas al canto de un imparcialy con licencia del señor de Ddo (manuscrito que poseía Gutiérrez).

Uno de los detractores de Maciel era peruano, y Lavardén, que como otros argentinos de entonces, profesaba mala voluntad á Lima, aprovechó la oca- sión para zaherir con sus tercetos satíricos el espíritu adulador y la estéril fe- cundidad de sus poetas de certamen:

El pueblo qu2 de libre se gloría Produce nobles almas que á ninguno Quisieran conceder la primacía.

No es este vulgo vil de color bruno Que cualquiera sandez de un viracocha Aunque de todas luces esté ayuno,

Le parece de almíbar y melcocha, Y á ehsalzarla por juro de conquista Los beodos gaznates desabrocha...

Allí que fecundas las Camenas Alumbran partos mil cada semana, Por quita allá ese par de berenjenas:

Pues cualquier mul.itillo palangana Con décimas sin número remite Á su padre el marqués una banana.

En la obra que ha comenzado á publicar en 1904 D. Arturo Reynal O'Con- nor. Los Poetas Argentinos (tomo i, págs. 65-135), hay una extensa biografía del Dr. Maciel.

(i) J. M. Gutiérrez, Noticia histórica sobre los estudios y colegios pilblicos en Buenos Aires, desde el xb de Noviembre de \'j'j\ hasta la erección de la Universi- dad, con documentos inéditos y biografías. (En el torno u de la Revista de Buenos Aires: directores Miguel Navarro Viole y Vicente G. Quesada, 1863, pági- nas, 321-368).

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te, las competencias entre los franciscanos y el clero secular, que pretendía obtener la dirección de la Universidad y del colegio de Montserrat, originaron una lucha funesta al prestigio del claustro y á la disciplina escolar; triunfando por fin los canónigos, ó más bien el famoso deán D. Gregorio Funes, recientemente salido de las aulas de Alcalá de Henares, teólogo con ribetes jansenistas, escolás- tico ilustrado, orador con pretensiones de pompa ciceroniana, hom- bre docto, aunque campanudo y petulante, que fué quien principal- mente llevó el peso de la contienda, ensayándose entonces para mayores y más ruidosas campañas, en que pudo campear libre- mente su espíritu de audacia y de intriga. Funes redactó el Memo- rial del cabildo contra los franciscanos, en Enero de 1 78 5, y él fué también el primer Rector de la nueva Universidad, secularizada y condecorada con título de Mayo?' por Real cédula de l.° de Diciembre de 1800. Su pingüe patrimonio le permitió fundar aquel mismo año la primera cátedra de Matemáticas, servicio más posi- tivo que su celebrado plan de estudios de 18 1 3, que no difiere en cosa sustancial de los innumerables planes y documentos del mis mo género que tanto abundan en nuestra literatura de las pos- trimerías del siglo xviii (i). Aquí le mencionamos sólo porque en él se inicia cierto género de enseñanza literaria, recomendando la obra de Batteux para la parte teórica, y la del abate Andrés para la histórica.

Al Virrey Vértiz se debió también la inauguración del primer teatro, ó casa pública de comedias, en Buenos Aires, no sin oposi- ción de los teólogos (2); y el establecimiento de la primera imprenta,

(i) Plan de estudios para la Universidad de Córdoba, que ha trabajado el Dr. D. Gregorio Funes, Deán de esta Sa7tta Iglesia Catedral, por comisio'n del ilustre Claustro, á quien se lo preseriia el año de mil ochocientos trece. Córdoba, imprenta de la Universidad, año de 1832, 4.*'

(V(íase la Monobibliografia del Dr. D. Gregorio Funes, por A. Zinny, en el tomo XV de la Revista de Buenos Aires, págs. 135-160, 290-310. La obra del Dean Funes es su Ensayo de la Historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán ('Buenos Aires, 18 16- 181 7, tres tomos).

(2) Vid. Historia del teatro en Buenos Aires, por Mariano G. Bosch (Buenos Aires, imprenta de El Comercio, 1910).

394 CAPITULO XII

la de los Niños Expósitos., cuyo material se trajo de Córdoba, como ya hemos dicho. Claro es que esta imprenta no sirvió en los primeros tiempos más que para reproducir bandos, ordenanzas, edictos, pas- torales y otros documentos de interés público, para surtir las escue- las de catones y cartillas, para estampar anualmente el Almanaque y la Guia de forasteros, y para alimentar la devoción con novenas, gozos y letrillas (l). Pero ya desde 1 796 comenzaron á salir libros de mayor novedad y bulto, como los Principios de la ciencia econó- mico-política, que tradujo del francés el entonces Secretario del Consulado, y luego famoso aunque improvisado general D. Manuel Belgrano, vencedor en Salta y Tucumán, triste vencido en Ayo- huma y Vilcapugio. Y también, aunque rara vez, se ve algún opúsculo literario. Uno de ellos, las Poesías fúnebres á la tierna memoria del virrey D. Pedro Meló de Portugal (2), parto poco feliz

(ij Quizá la primera publicación original en verso, que salió de las pren- sas de Buenos Aires, fué el Sepienaiño de los doloi'es de Alaría Santísima

Por el Dr. Fr. Josef Antonio de San Alberto, Carmelita Descakoy Obispo de

Córdoba de Tucumán (1781). Contiene siete décimas y una canción. Fué reimpreso muchas veces como opúsculo popular de devoción. De este Obispo hay muchas y muy curiosas pastorales.

(2) Poesías fúnebres á la tierjia memojía del Excmo. Sr. D. Pedro Alelo de

Portugal y Villena Virrey, Gobernador y Capitáti general de las provincias

del Río de la Plata Las compuso y respetuosamente se las consagra el pres- bítero D. Juan Afanuel Fernández de Agüero y Echave, licenciado e?i Sagrada

Teología, Bachiller en Leyes y Capellán de la Peal Armada Buenos Ayres.

en la Real Lrprenta de los Niños Expósitos, 1797

Segunda parte de las poesías fúnebres Escríbelas el autor de las mismas

para compleviento de ellas, y última demostración de su fina gratitud..... 1797.

Poesías místicas teológíco-morales, que para el aprovechamieyíto espiritual escribió el Capellán de la Real Armada, etc 1799.

Una de estas poesías se titula Avisos al pecador sumergido en la culpa y déla muerte olvidado.

La glosa en décimas que Agüero hizo del Miserere, parece escrita para rivalizar con la muy conocida del Obispo de Buenos Aires, D. Manuel de Azamor y Ramírez, reimpresa en dicha ciudad en 1797, que es el mismo año de la edición de las Poesías místicas.

Entre las varias sátiras que impresas y manuscritas corrieron contra las Poesías fúnebres, hay que contar la titulada Disección anatómica ó especie de

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de la pedestre musa del capellán de la Armada D.Juan Manuel Fer- nández de Agüero y Echave, autor también de otras Poesías jnísticas teológico-morales^ y de una glosa en décimas del Miserere., excitaron la vena satírica de algunos ingenios de la colonia, los cuales empeza- ban á formar un pequeño grupo de tendencias clásicas y de relativo buen gusto. Labarden, Casamayor y Prego de Oliver, eran los prin- cipales de esta Sociedad Patriótico- Literaria^ cuyas primicias apare- cieron en el más antiguo periódico de Buenos Aires, el Telégrafo Mercantil., Rural, Político, Económico é Historiógrafo (sic) del Río de la Plata, que comenzó á salir en i8oi bajo los auspicios del virrey Marqués de Aviles y del Real Consulado; y bajo la dirección de D. Francisco Antonio Cabello y Mesa, «natural de la provincia de Extremadura, Coronel del regimiento provincial fronterizo de infantería de Aragón en los reinos del Perú, protector general de

análisis apologético en contra de los críticos que como plaga de ra?ias han llo- vido, pero indemnemente, sobre el autor del impreso que novísimamente corre sin especial 7tota por los sabios y discretos, mas despreciado por los ignorantes y ionios.

En la primera edición de esta obra, atribuí, siguiendo á Gutiérrez, los en- sayos poéticos de este D. Juan Manuel Fernández de Agüero y Echave á un célebre profesor de filosofía del mismo nombre y primer apellido. Posterior- mente ha llegado á mis manos un curioso folleto de D. Manuel Castro López (Un heterodoxo en el primer claustro universitario de Buenos Aires, 2.^ edición, Buenos Aires, imprenta de El Correo Español, 1904), en que expone fuertes razones para considerar como personas distintas al capellán de la Armada y al catedrático de la Universidad, que nunca usó el apellido de Echave, ni éste aparece en su partida de bautismo. El punto no me parece definitivamente dilucidado, pero son por extremo curiosas las noticias que el Sr. Castro López nos da del Fernández de Agüero heterodoxo, personaje de mucha cuenta en la propaganda materialista y utilitaria de su tiempo. Era español, de la Mon- taña de Santander, natural del pueblecillo de Sobrelapeña, parroquia de San- ta María de Lamasón, partido judicial de San Vicente de la Barquera. Ya en 1805 se hizo cargo de la enseñanza de Filosofía en el Real Colegio de San Carlos, pero no parece haber dado indicio de sus tendencias hasta 1822, cuando se reformó ó instaló de nueva planta la Universidad de Buenos Aires- Allí profesó en toda su crudeza el empirismo sensualista de Destutt-Tracy, última exageración de la escuela analítica de Locke y Condillac. En cuanto á las aplicaciones morales y políticas, no eran otras que las del utilitarismo.

396 CAPÍTULO XII

los naturales de Xauxa, Abogado de la Real Audiencia de Lima»; que tales eran los títulos con que en el prospecto se engalanaba. También gustaba de firmarse «El filósofo indiferente», y «Narciso Fellovio Cantón», anagrama con que solía publicar insulsas letrillas y artículos de costumbres, muy necios. La publicación era bisema- nal; duró hasta Septiembre de 1802, y la colección forma cuatro volúmenes. Del estilo que gastaba «el filósofo indiferente», juzgúese por algunos rasgos del enfático prospecto: «Volverán los alegres días de Saturno... ¡Vamos al trabajo!... Salga el Telégrafo y en breve establézcase la Sociedad Patriótico- Litei'aria y Económica, que ha de adelantar las ciencias, las artes y aquel espíritu filosófico que analiza al hombre, le inflama y saca de su soporación, lo hace dili- gente y útil. Fúndense ya aquí nuevas escuelas, donde para siem- pre cesen aquellas voces bárbaras del escolasticismo... Empiece á sentirse ya en las provincias argentinas aquella gran metamorfosis que á las de México y Lima elevó á par de las más cultas, ricas é industriosas de la iluminada Europa. Empiece mi pluma, en fin, á

Süs> Principios de ideología elemental abstractiva y oratoria (1824 y 1827), cau- saron grande escándalo, y aunque no le hicieron expulsar del profesorado, le pusieron en la precisión de renunciar la cátedra.

Los efectos de su enseñanza en la juventud argentina habían sido funestos. Á ellos alude el célebre poeta D. Esteban Echeverría en un fragmento de su poema Avellaneda:

Creyente soy no ha mucho convertido. Allá en la capital de Buenos Aires A dudar me enseñaron los doctores De Dios, de la virtud, del heroísmo, Del bien, de la justicia y de mi mismo; Me enseñaron como hábiles conquistas Del espíritu humano en las edades Esos dogmas falaces y egoístas Que como hedionda lepra se pegaron En el cuerpo social, y de la patria La servidumbre y muerte prepararon.

Y en una nota añade: «Fácil es calcular qué dirección darían á las inteligen- cias jóvenes, doctrinas que entrañan el materialismo y el ateísmo, y descono- cen la noticia imperativa del deber... Cuando una doctrina cualquiera se di- funde en la sociedad, el sentido común deduce naturalmente sus consecuen- cias lógicas, y las lleva como regla infalible al ejercicio de la vida privada».

REPÚBLICA ARGENTINA 397

imponer á los lectores de todos los objetos, progresos y nuevos descubrimientos de la Historia, la antigüedad, las producciones naturales, las artes, las ciencias y la literatura de este país ameno, virgen, rico y venturoso. Ayudadme á escribir, oh sabios argenti- nos... Ayudadme propicios para esta obra, y para acertar á hacerla dignamente, á Mercurio imploremos nos su ciencia.»

El intento era ciertamente patriótico, y se ve que el novel pe- riodista había tomado por principal modelo el Mercurio Peruano', pero ni su talento rayaba á la altura del de Baquijano ó del de Una- nue, principales redactores de aquella célebre Revista; ni el terreno estaba tan preparado en Buenos Aires como en Lima para una em- presa de este género, á pesar del innegable desarrollo que el espí- ritu de curiosidad científica iba tomando, merced en gran parte á las comisiones de astrónomos, geodestas y naturalistas españoles, que ya para la demarcación de límites de 1777, ya para la explora- ción de la fauna y flora del territorio en 1789, depositaron allí los primeros gérmenes de una cultura antes desconocida. Entonces fué cuando D. Andrés de Oyarvide trazó la carta esférica de las provin- cias septentrionales del virreinato; y D. Diego de Alvear y D. José María Cabrer exploraron por espacio de veinticuatro años, en una extensión de más de 500 leguas, las ignoradas y extensas regiones que bañan el Paraná y el Uruguay; y D. Félix de Azara describió por primera vez más de 400 aves y cerca de 1 00 cuadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata, clasificándolos por grupos tan natura- les, que algunos han sido admitidos después como géneros; dejando además un tesoro de datos no solo de historia natural, sino también de historia civil en sus abundantísimas obras.

Algo de este impulso vino á reflejarse, aunque débilmente, en las páginas del Telégrafo^ que insertó las primeras observaciones meteorológicas hechas en Buenos Aires, y alguna vez honró sus páginas con escritos del naturalista bohemio, D. Tadeo Haencke (entonces residente en Cochabamba), compañero que había sido de Pineda y Née en la expedición científica á Filipinas, Marianas y Australia. Y realmente, por el espíritu científico está inspirada la primera y más notable poesía que apareció en el Telégrafo, y la pri- mera sin duda de algún valor é importancia que se compuso en

398 CAPITULO XII

Buenos Aires; la oda al Paraná^ de D. Manuel José de Labardén: , Augusto Paraná, sagrado río...

Este romance endecasílabo, que hoy nos parece de un mérito no más que relativo, pudo y debió ser entonces recibido con asombro. Era una tentativa de poesía descriptiva americana, con toques de color local, agradables siempre, y novísimos en la escuela á que el autor pertenecía.

En medio del aparato mitológico propio del tiempo, aparecía el dios del gran río argentino, coronado de juncos retorcidos y de sil- vestre camelote.

En el carro de nácar i-efulgente, Tirado de caimanes recamados De verde y oro...

Describíase su gruta, decorada de perlas nevadas é ígneos to- pacios,

En que tiene volcada la urna de oro, De ondas de plata siempre rebosando.

El Paraguay y el Uruguay, salían á su encuentro, conduciendo, para engancharlos á su carro, los caballos del mar patagónico. Y po- seído Labardén de un entusiasmo muy sincero, aunque no muy líri- camente expresado, saludaba á aquel monarca de los ríos del Sur con una especie de himno triunfal, que era al mismo tiempo anun- cio ó presagio de la opulencia y felicidad que el poeta auguraba para su patria por ministerio de la industria y de las artes:

Baja con majestad, reconociendo De sus playas los bosques y los antros. Extiéndase anchuroso, y sus vertientes, Dando socorro á los sedientos campos. Den idea cabal de tu grandeza. No quede seno que á tu excelsa mano Deudor no se confiese. las sales Derrites, y elevas los extractos De fecundos aceites. introduces El humor nutritivo, y suavizando

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El árido terrón, haces que admita De calor y humedad fermentos caros.

Ya enjambre vistosísimo de naos De incorruptible leño, que es don tuyo. Con banderolas de colores varios Aguardándote está...

Ven, sacro río, para dar impulso Al inspirado ardor: bajo su amparo Corran como tus aguas nuestros versos...

¿Quién no ve en el pensamiento, y hasta en algunos giros de esta oda, un no remoto parentesco con las Silvas Americanas de Bello, que no fueron compuestas sino muchos años después? No intenta- mos poner en parangón cosas de mérito tan desigual: la oda Al Pa- raná es muy incorrecta y está llena de versos que son pura prosa; pero recuérdese que en este tiempo Bello no había pasado aún de la insipidez que revela su poema sobre la vacuna, y había muy pocos versificadores en América capaces de competir con Labardén en los rasgos felices que tiene su canto.

Además de esta oda, se publicaron en el Telégrafo fábulas del Dr. Domingo de Azcuénaga y varias composiciones de Prego de Oliver, de D. Eugenio del Portillo, que se firmaba Enio Tullio Grope, y de D. Manuel Medrano ; además de una oda Al Comercio, anónima. Pero Labardén era, sin duda, el más poeta de todos ellos, y es lástima que se conserven tan pocas muestras de su numen. Solo queda un acto de su tragedia de asunto americano Siripa, represen- tada en el Carnaval de 1789 á beneficio de los Niños Expósitos (l).

(1) El único acto que se conserva es el segundo, publicado por Gutiérrez en sus Estudios biográficos y críticos sobre algunos poetas sud-americanos ante- riores al siglo XIX {Buenos Aires. Imprenta del Siglo, 1865), reproducido luego •en varias compilaciones, y últimamente en la A^itología de poetas argentitios, por Juan de la C. Puig (Buenos Aires, edición M. Biedma, 1910, tomo i, pá- ginas 5-45). El original autógrafo, de la colección Gutiérrez, existe en la Bi- blioteca del Senado Nacional.

La pérdida del resto de la tragedia es verdaderamente inexplicable, pues- to que consta que en 1835 reapareció en las tablas con el título de Siripo y

400 CAPITULO XII

Jaia en los campos de la matanza, ó la co7tquista de Buenos Aires. Acaso no era el texto primitivo de Labardén, sino una refundición. Á pesar de lo pa- triótico del asunto, no parece haber tenido mucho éxito, pues sólo se repre- sentó dos veces.

La Siripa fué la primera obra seria del teatro argentino, pero la habían precedido algunos saínetes y tonadillas (Vid. Bosch, Historia del Teatro en Buenos Aires, págs. 193, 467, 478-512). Adviértase, sin embargo, que algunas de estas piezas cortas eran de origen español, como el conocidísimo Soldado fanfarrón, del gaditano Castillo.

En una carta á D. Manuel Basabilvaso, remitiéndole la Loa que debió pre- ceder al estreno de la Siripa, anunciaba Labardén que tenía empezados ó en proyecto otros dos dramas, La Muerte de Filipo de Macedania y La pérdida de Jerusale'n. Pero á juzgar por el largo fragmento conservado de la prosaica y lánguida Siripa, no debe lamentarse mucho que estos ensayos uo llegasen á granazón.

De la Siripa, dice Gutiérrez: «Sin más que la precedente muestra, sería arriesgado discurrir acerca del mérito de los caracteres y de la consecuencia en la conducta de los personajes, que es una de las primeras cualidades del drama. Sin embargo, puede asegurarse que si á este respecto no se trasluce creación alguna en la Siripa, hay originalidad, y hasta atrevimiento acertado, si se quiere, en el asunto tratado en los términos que lo ha hecho nuestro autor [Estudios biografieos, pág. 89).

Lo que no alcanzamos á descubrir en la tragedia de Lavardén es esa origi- nalidad, pues aunque ninguno de sus críticos lo haya notado, es imitación de otra compuesta en lengua italiana, por el jesuíta valenciano D. Manuel Lassala, uno de los desterrados á Italia en tiempo de Carlos III. Su título es Lucia Miranda, y fué impresa en Bolonia, 1784. El argumento, tomado de las antiguas crónicas del Paraguay, es el mismo, idénticos los nombres de los principales personajes, como Hurtado y Miranda. El modelo indudable del P. Lassala, para el color general de su drama y las sentencias en que abunda, es la tragedia, entonces tan celebrada, de Voltaire, Alzira ó los Americanos y de ella está tomado el nombre del cacique Zamora. Las condiciones de estilo y versificación del P. Lassala son superiores á las de Labai-déo, como puede juzgarse por este retazo:

ZAM.

Strano in ver mi sembra In uom guerrier si fimminal costume, E come puote all'ardue impresse avvezzo, E al forte amor di gloria, egli avvilirsi Ai piaceri amorosi, e ai cari vezzi D' una femina in seno? é poi fiaccato, E ammollito quel cor dai dolci sensi D' un lungo amor, come indurarsi puote

t

REPÚBLICA ARGENTINA 4°!

Fué el Licenciado Labardén uno de los hombres más influyentes y respetados de su tiempo, y como Auditor de guerra (l) de la Capi- tanía general, mereció y obtuvo la confianza del virrey Vértiz, é inspiró muchas de sus disposiciones encaminadas al bien público (2).

Prego de Oliver, cuyo nombre se cita siempre con el de su amigo Labardén, era español y Administrador de la Aduana de Montevi- deo. Gutiérrez le gradúa de poeta elegaate, aunque, mediano, y cita de él una oda Á España en su decadencia, y algunos versos eróti- cos. Pero lo que le dio más nombradla fueron sus Cantos á las ac- ciones de guerra con los ingleses en las Provincias del Río de la Pla- ta, en los años i8o6jk 1807.

Aquella espléndida reconquista, que inmortalizando con el nom-

Di nuovo á gravi rischi, e aspre fatiche Di cruda guerra?

GONZ.

Eppur s' unisce e accorda In lui con nuova e vicendevol forza. Alia gloria l'amor: quest'anzi in petto, Non che languente il cor gli indebolisca, Stimoli ardenti al suo coraggio accresce

lo che d'Urtado

Sotto il medesmo ciel nacqui, e mi strinsi Seco in dolce amistade, suo valore Rammentarmi pw deggio: or quando ei scese In queste spiagge, tu nel primo incontro Tu vedesti, signor, qual'ei dubbioso Anco del tuo favor, abbandonando II lido, inverso a te guidó la fronte Del nostro armato stuolo...

(,) D Arturo Reynal O'Connor, en su extensa obra Los Poetas Argenii- nos (Buenos Aires, .904), que según su propósito ha de constar nada menos quede quince tomos, sostiene contra la opinión de Gutiérrez y de todos los que han escrito antes de él, que el poeta Labardén (D. Manuel José) no es el auditor de guerra D. Juan Manuel, sino un hijo suyo. Parece imposible que tratándose de personajes tan modernos, quepa tal obscuridad y confusión (vid. tomo I de la obra de Reynal, págs 137-226).

(2) Buenos Aires, 1808. Son cuatro odas que antes se habían impreso

sueltas.

En El Correo de Comercio, que publicaba en i8io D. Manuel Bel grano, hay también versos de Prego de Oliver. [Himeneo— ^n^ sátira.)

402 CAPITULO XII

bre de Liniers el del pueblo de Buenos Aires, dio por primera vez á los argentinos la conciencia de su fuerza viéndose vencedores de los primeros soldados del mundo, provocó en España y en América una explosión poética comparable con la que dos años antes había estallado después de Trafalgar. Ante el recuerdo de la magnífica oda de D. Juan Nicasio Gallego A la defensa de Buenos Aires, que- dan las demás reducidas á mera curiosidad bibliográfica; pero no faltan en algunas de ellas (l) cosas estimables, dentro de la rígida

(i) El Sr. Medina, en su obra ya citada, La Imprenta de Btietios Aires, reproduce íntegras las principales, y trae una bibliografía muy copiosa de todas ellas; de la cual extracto las notas siguientes, que me parecen de algún interés histórico por lo que pueden contribuir á la ilustración de aquel me- morable suceso.

A la reconquista de la capital de Buenos Aires por las tropas de mar y tierra á las órdenes del capitán de Navio D. Santiago Liniers, el día 1 2 de Agosto de 1806. (De Prego de Oliver.) Buenos Aires, en la imprenta de Niños Expósi- tos, 1806.

Á la gloriosa memoria del tetiiente de fragata D. Agustín Abreu, muerto de resultas de las heridas que recibió en la acción del campo de Maldonado con los ingleses el día "j de Noviembre de 1806. Su a?nigo D. Joseph Prego de Oliver... Buenos Aires... Año 1S06.

Oda en elogio de la que D. Joseph Prego de Oliver dedicó á la buena 7nemo- ria de su amigo D. Agustiri Abreu... (De autor anónimo.)

A Mo7itevideo, tomada por asalto por los ingleses en 3 de Febrero de 1807, siendo Gobernador de dicha plaza el brigadier de la Real Armada, D. Pascual Ruiz Huidobro. Por D. José Prego de Oliver...

Al Sr. D. Santiago de Liniers, brigadier de la Real Armada y Capitán gene- ral de las Provincias del Río de la Plata, por la gloriosa defensa de la capital de Buenos Aires, atacada de diez mil ingleses el 5 de Julio de 1807. Por D. José Prego de Oliver. Oda...

Romance heroyco en que se hace relación circunstanciada de la gloriosa re- conquista de la ciudad de Buenos Aires, capital del Vireynato del Rio de la Plata, verificada el día 12 de Agosto de 1806. Por un fiel vasallo de S. M. y amante de la patria... Btie7ios Aires... Año de 1807. (Fué su autor el presbítero D. Pan- taleón Rivarola, profesor de filosofía en el Colegio de San Carlos, que la compuso en forma de romance de ciego, ó como él dice, «en verso corrido, porque esta clase de metro se acomoda mejor al canto usado en nuestros co- munes instrumentos, y por consiguiente, es el más á propósito para que toda clase de gentes lo decore y cante: los labradores en su trabajo; los arte-

REPÚBLICA ARGENTINA 403

y enfática monotonía con que los falsos Píndaros de la escuela espa- ñola de entonces querían simular el arrebato lírico.

No sin expresiva ternura, decía, por ejemplo, Prego de Oliver, deplorando la muerte de su amigo el heroico teniente de fragata Abreu:

sanos, en sus talleres; los señores en sus estrados, y la gente común, por las

calles y plazas.»)

—Adiciones y correcciones á la dedicaioria qtie el autor del Romance heroyco sobre la reconquista de Buenos Aires hizo al M. I. Cabildo... Buenos Aires... 1807. (Versa principalmente sobre los errores históricos del romance, y se atribu- ye á D. José Joaquín de Araujo. Romance y adiciones fueron reimpresos en Lima, al año siguiente 1808.)

—La gloriosa defensa de la ciudad de Buenos Aires, capital del Vireynafo del Río de la Plata, verileada del 2 al ^ de Julio de 1807. Brevemetite delineada en verso suelto, con notas, por un fiel vasallo de S. M. y amante de la patria, quien lo dedica, con notas, al Sr. D. Santiago Liniers y Bremont... Buenos Aires... Año de 1807. (Son nuevos romances de ciego, compuestos por el doc- tor Ri va rol a.)

—Poema panegírico de las gloriosas proesas (sic.) del E. S. D. Saiitiago Liniers y Bremont... dirigido en obsequio de su excelencia y demás personas y gremios que han contribuido d la defensa de nuestro patrio suelo en dos ataques contra la nación británica. Por el Dr. D. Joseph Gabriel Ocampo, Cura y Vica- rio de las Doctrinas de San Juan Bautista de Tinogasta, partido de Catamarca, provincia de Córdoba del Tucumán... Buefios Aires... 1807. (Son treinta y nueve detestables décimas.)

—Breve recuerdo del formidable ataque del exército inglés á la ciudad de Bue- nos Aires, y su gloriosa defensa por las legiones patrióticas el día 5 de Julio de 1807. (Contiene cuatro composiciones en varios metros, que se atribuyen al mismo Dr. Ocampo, y que de todos modos son muy malas. La más tole- rable es un romance endecasílabo que se titula: Canto de reconocimie7ito al Dios de los ejércitos, según los sentimientos de algunos sahnos y cánticos de la Sa- grada Escritura, por el inestimable beneficio que ?ios ha dispensado el día 5 de

Julio.)

—Poema que un amante de la patria consagra al solemne sorteo celebrado en la plaza Mayor de Buenos Aires por la libertad de los esclavos que pelearon en su defensa. 1807.

Fué autor de esta oda el franciscano Fr. Cayetano Rodríguez, y de ella dice D. J. M. Gutiérrez: «Este dignísimo varón no se sintió inspirado por la victoria, que costaba sangre, sino por la magnanimidad, que desataba cadenas del pie del hombre esclavo... La aurora de la revolución baña ya con su luz

404 CAPITULO XII

¡No sonará tu voz en mis oídos! Aquella voz que de consejo llena El penoso vivir me solazaba...

El mismo poeta, en estrofas de agradable corte, que recuerdan el estilo de Arriaza, saludaba de este modo á Liniers, después de su segunda victoria:

¡Gloria inmortal al héroe que al britano Lanzó del patrio suelo! Bajo la augusta bóveda del cielo No resonó, señor, tu nombre en vano: Tu militar denuedo Dio al hispano salud, al anglo miedo...

azulada las estrofas del franciscano.> Á pesar de tal recomendación, la oda es de las peores que se escribieron en aquellas circunstancias. El P. Rodríguez, maestro del célebre Moreno, y uno de los hombres más importantes de la Revolución, brilló más como orador sagrado que como poeta (a). Véase lo que de él escribe Gutiérrez en sus Apuntes biográficos de escritofes^ oradores y hombres de Estado de la República Argentina (Buenos Aires, 1860), y en su estudio De la elocuejicia sagrada en Buenos Aires antes de la revolución. (Tomo II de la Revista de Bue7ios Aires, págs. 2S0-281), y el reciente estudio de Fr. Pacífico Otero, de la Orden de San Francisco, Fr. Cayetano (b) (Buenos Aires, 1908).

Relación en que se i7idividualiza la entrega de la Lámina que costeó y con- sagró la muy noble villa de Oruro á la memoria de las dos gloriosas acciones ejecutadas en esta capital los días 12 de Agosto de 1806^ 5 de Julio de 1807.... Buenos Aires, 1808. (Contiene varias inscripciones en verso.)

Sucinta tnemoria sobre la segunda invasión de Buenos Aires el mes de Julio de 1807... Buenos Aires, 1808. (Está en octavas reales, con largos comentarios en prosa.)

La reconquista de Buenos Aires por las arjuas de Su Majestad Católica...

(a) Sobre el Dr. Rivarola, vid. Reynal O'CoDnor, Los poetas argentinos. (I, págs. 226-280).

(b) Fr. Cayetano Rodríguez compuso muchos versos patrióticos después de 1810, pero apenas se encuentra en ellos nada tolerable, salvo esta estrofa de una oda al paso de los Andes por el general San Martín:

Parece que las nieves, que los mismos

Peñascos eminentes, Que los profundos, hórridos abismos, A su valor se muestran obedientes, Y que las altas cumbres y cuchillas, Mientras él pasa, doblan las rodillas.

REPÚBLICA ARGENTINA 405

Cubrid el suelo de arrayán y rosa; Que ya lleno de gloria Se acerca el capitán, y la victoria Imprime el pie donde su planta posa. Marte le dio la lanza, Virtud el cielo, la virtud templanza...

Más celebrado fué entonces, y más reputación tradicional ha con- servado, aunque ciertamente no serán muchos los que en nuestros tiempos le hayan leído entero, El Triunfo argentino^ interminable j prosaico romanzón endecasílabo de D. Vicente López y Planes, que tomó parte activa en aquella jornada como capitán de una compa- ñía de voluntarios patricios. Tal circunstancia, á la vez que da valor histórico á su testimonio, explica el calor y la animación de algunos trozos en que el poeta, á pesar de su medianía, acertó á ser intér- prete del sentimiento unánime y sincero de su pueblo. Por lo demás,

Silva, por D. Manuel Pardo de Andrade... Reimpresa eji Buenos Ayres... Añ^ de 1808.

De este mismo poeta gallego, que era oidor de Barcelona, hay otra com- posición al mismo asunto.

Derrota de los ingleses el 5 de Julio de 1807. Silva, por D. Mamiel Pardo de Andrade. Publícala el Real Consulado de la Coruña en obsequio de sus anti- guos corresponsales y amigos, los valerosos habitantes de aquella leal y gloriosa ciudad. La Coruña, 1807.

El Triunfo Argentiiio. Poema heroico en mejiioria de la gloriosa defensa de la capital de Buenos Ayres contra el ejército de 1 2.000 hombres., que le atacaron los días 2 d 6 de Julio de 1807. Por D. Vicente López y Planes, capitán de la Le- gión de Patricios de la misjna capital. En Buenos Aires. Año 1808.

Buenos Aires reconquistada, poema etidecasilábico. Por J. B. de Portegueda. I México, 1806, 4.")

Oda á la gloriosa defettsa de Buenos Ayres por los españoles e?i los días 5 y 6 de Julio de 1807. Dedícala al teniente de navio D. Manuel de la Iglesia y Da- rrac, su hermano. Sin 1. ni a. Imprenta de Quintana. (Es edición peninsular.)

Rimas en honor de la España. Por D... Madrid, en la Impreiita Real. Año de 1817. Contiene un canto épico, La invasión itiglesa en la América meridio- nal. El autor de estas Rimas fué D. Mariano Colón, Duque de Veragua.

Rasgo poético á los habitantes de Buetios Aires, en obsequio del valor y lealtad con qjie expelieron á los ingleses de la América Meridiofial el 5 de Julio de 1807... Reimpreso en Buenos Aires... Año de 1808.

(Es un romance endecasílabo; su autor, D. Miguel Belgrano.)

4o6 CAPÍTULO XII

el poema está lleno de reminiscencias virgilianas, especialmente del libro VII de la Eneida.

El Triunfo Argentino., aunque consagrado todavía á la gloria de las armas españolas, puede considerarse como el primer destello de la poesía patriótica argentina, puesto que lo que principalmente exalta es el heroísmo del pueblo de Buenos Aires. Cabalmente el mismo López Planes iba á ser uno de los prohombres de la revolu- ción, ya como secretario del general Ocampo, en l8lO, ya como diputado á la Soberana Asamblea de 1813, ya como ministro del dictador Pueyrredón, en 1 8 16, ya como Presidente de las Provin- cias Unidas del Río de la Plata, en 1827. Su nombre es principal- mente famoso por ir unido al Himno Nacional Argentino., que puso en música el catalán D. Blas Parera. Este himno es el mejor de los cantados en América durante el período revolucionario, lo cual no quiere decir que sea una obra maestra, ni mucho menos. Desde luego, empieza con un verso que no lo es, si se pronuncia como es

debido:

«Oíd, mortales, el grito sagrado... ^

y hay otros varios también mal acentuados, cosa doblemente grave en una composición destinada al canto.

Pero en conjunto, esta marcha guerrera tiene viveza é ímpetu bé- lico. Se ve que el autor quiso imitar el canto de guerra que Jovella- nos había compuesto para Asturias en 1811:

«Ved qué fieros sus viles esclavos Se adelantan del Sella al Nalón, Y otra vez sus pendones tremolan Sobre Torres, Naranco y Gozón.»

Y dice López remedándole:

«¿No los veis sobre Méjico y Quito Arrojarse con saña tenaz, Y cuál lloran, bañados en sangre, Potosí, Cochabamba y la Paz?...»

Compuso López otras poesías de circunstancias, que, generalmen-

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te valen poco (l). Quizá merezca exceptuarse una oda A ¡a batalla de Maípo, aunque '^parezca exagerado el elogio de Gutiérrez: .La composición que comienza, Aquella ingrata noche había pasado, es intachable entre las que se conocen de López.»

Con él compartieron, en los días de la guerra, el oficio de poetas patrióticos, el sargento mayor de artillería D. Esteban Luca, don Juan Crisóstomo Lafinur, y otros versificadores clásicos de menos nombre. Luca tenía más estro y dicción más poética que López; su Canto lírico d la libertad de Lima (2) contiene trozos de noble y ma- jestuosa entonación en el género de Quintana; sus odas A la batalla de Chacabuco y Al triunfo de lord Cochrane en el Callao, son cier- tamente poesías de escuela, atestadas de fárrago mitológico y de in- vocaciones á Apolo y á las Musas, pero están versificadas con mucho vicor, y valen más que las de Fernández Madrid y otros colombia- no'^s y mejicanos que por entonces lograban efímera gloria, obscure- cida del todo apenas resonó el canto victorioso de Olmedo. A Lafi- nur le considera Gutiérrez como «el poeta romántico de esta época

(O En El Correo del Comercio, que publicaba en 1810 D. Manuel Bel- arano, hay de D. Vicente López, una oda titulada Delicias de la vida del labrador. Falta en la colección más completa que de las poesías de D Vi- cente López conocemos, es á saber la que figura en el tomo 11 de la AMologza de poetas argetitinos, por Juan de la C. Puig (págs. 60-146).

(2) Es aquél tan celebrado, que comienza:

«No es dado ¡í los tiranos Eterno hacer su tenebroso imperio...»

Luca naufragó en el Río de la Plata, en Marzo de 1824, volviendo de Rio Janeiro, sin que se pudiese encontrar su cadáver. Este fin trágico ha inspi- rado á Olegario Andrade su fantasía de El Arpa perdida, que termina con estos versos:

«Desde entonce el viajero Oye en la noche plácida y serena, Ó entre el rumor de la tormenta brava, Como el eco de dulce cantilena Que de lejos lo llama; Es el arpa perdida. El arpa del poeta peregrino. Casi olvidado de la patria ingrata. Que duerme entre los juncos de la orilla Del turbulento y caudaloso Plata.»

Mbsííndbz 1 TeIjAyo. Poesía hispano-americana. II.

4C8 CAPÍTULO XII

clásica» (romántico á la manera de Cienfuegos); y pondera mucho sus tres elegías á la muerte del general Belgrano, «por su pasión, por su abundancia y por su ternura casi filiah^; pero de tales encomios hay que descontar bastante cuando se leen las celebradas elegías y se tropieza con versos de esta laya:

«Así la rosa, cuando dulce expira, Descarga su fragancia en quien la mira.>

Lafinur, cuyo gusto no llegó á formarse nunca, era, al decir del mismo Gutiérrez, «uno de esos hombres de acción y de entusiasmo, cuyos escritos son inferiores á su talento y á su fama». En los vein- tisiete años de su vida, fué sucesivamente sochantre de la catedral de Córdoba, militar, periodista en Chile en colaboración con Fr. Ca- milo Enríquez, músico, y profesor de filosofía materialista, de cuyos errores abjuró después, muriendo como fervoroso cristiano (l)

Más notable también por su personalidad excéntrica y aventure- ra, por su raro talento y \-ariedad de facultades, que por sus escritos, que fueron muy poco numerosos, se nos presenta otro argentino, D. Juan Antonio Miralla, natural de Córdoba del Tucumán (2). Es-

(1) La mayor parte de las poesías patrióticas de los autores citados hasta aquí, y de otros que omitimos, están recopiladas en una colección, ya muy rara, que se publicó en Buenos Aires durante la administración de Rivadavia:

iLa Lira Argentina, d Colección de las Piezas Poéticas, dadas d luz en Bue- nos Ayres durante la guerra de su independencia. Buenos Ayres, 1824, 4.°, vii- 515 páginas.»

Muchas de ellas pasaron á la América Poética de Valparaíso.

Además de La Lira, se imprimió en 1S27 una Colección de poesías patrióticas formada por D. Esteban de Luca, D. Juan Cruz Várela y D. Esteban Echeve- rría, pero no llegó á circular, ni se conoce más ejemplar que el de la Biblio- teca Nacional de Buenos Aires. Vid. el índice de la Atitologia del Sr. Puig (tomo I, págs. ix-x).

(2) Véase la biografía de Miralla por Gutiérrez, en el tomo x de la Revista de Buenos Aires, 1866, págs. 473-522.

El poeta colombiano D. José María Salazar, deploró la temprana muerte de Miralla en una elegía, á la cual pertenecen estos versos:

«Cuando más esperanza prometía, Le sorprendió la muerte en su camino: Bajó la noche en la mitad del día.»

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tudiante de medicina en Lima; comerciante en la Habana; amigo de Vai-o-as Tejada y de Fernández Madrid, con quien fundó en 1 82 1, El Argos (l); conspirador contra España en Colombia, en Méjico y en los Estados Unidos, pasó la mayor parte de su vida fuera del suelo natal, y murió en Puebla de los Ángeles en 1825. Apenas éueda de él ninguna obra original; pero hizo dos versiones muy curiosas: la de las Cartas de Jacobo Ortís, de Hugo Foseólo (publi- cada en la Habana en 1822, reimpresa en Barcelona en 1833, y en Buenos Aires en 1 83 5), donde los breves pasajes de Dante y Alfieri que Foseólo cita están puestos en verso castellano con nota- ble propiedad y acierto (2); y la literalísima traducción, casi impro-

(i) En el período constitucional de 1820 á 1823, Miralla llegó á ejercer grande influencia política en la Habana, para lo cual tenía notables condicio- nes de tribuno. Su amigo Fernández Madrid le dedicó un soneto por haber xiquietado q\ furor papilar en un tumulto que estalló, no sabemos con qué motivo, en 15 de Abril de 1820:

¿Visteis alguna vez del mar airado Encresparse las olas agotadas Cuando de opuestos vientos contrastadas Bramando sin piedad se han levantado?

Ya descienden de un cielo encapotado Las centellas por Júpiter lanzadas; Ya no atiende á las velas destrozadas El marinero absorto y consternado.

Pero armada la diestra del tridente. Habla Neptuno y calla el Océano Que la voz reconoce omnipotente.

Imagen de ese mar fué el pueblo Habano Y de Neptuno el joven elocuente. Que aplacar supo su furor insano.

Este soneto, como se ve, es imitación de un bello pasaje de Virgilio.

<^n. I, V. 148-153):

Ac, veluti magno in populo quum saepe coorta est Scditio, saevitque animis ignobile volgus; lamque faces et saxa volant; furor arma ministrat; Tum, pielate gravem ac meritis si forte virum quem Conspexcre, silent, adrectisque duribus adstant; Ule regit dictis ánimos, et pectora mulcent, Sic cunctus pelagi cecidit fragor...

(2) Últimas cartas de Jacobo Dórlis. Traducidas por D. José Antonio Mira- lia. Primera (y segunda) /ar/í;. Habana^ Imprenta Fraternal^ 1S22, 8.°.

Últimas cartas de Jacobo Ürtis, por Hugo Tascólo (sic por Foseólo). Barce-

41 o CAPITULO XII

visada, que en 1823 hizo de la elegía de Tomás Gray, En el cemen- terio de una aldea^ hecha verso por verso, á pesar de la gran dife- rencia de concisión entre ambas lenguas (l). Los demás intérpretes castellanos de esta elegía, entre los cuales se aventaja D. Enrique de Vedia, han tenido que acudir á la paráfrasis, empleando una ter- cera parte más de versos que el original, con lo cual la expresión poética pierde mucho de su fuerza; pero Miralla acometió la lucha cuerpo á cuerpo; y si no puede decirse que saliera siempre victo- rioso, porque era empresa casi imposible, á lo menos superó enor- mes dificultades, y en algunas estrofas acertó á no perder nada del texto y á calcarle en una expresión sobria y castiza, sin afectación ni violencia (2). Como esta traducción, aunque bastante conocida

lona, imp. de A. Bergnes, con licencia, 1833. Es el tomito xxviii de la Biblioteca selecta, portátil y econo'mica, o' sea Colección de novelas escogidas, que aquel edi- tor publicaba.

Últimas caftas... Buenos Aires, 1835. Impriesión costeada por D. Patricio Basabilvato, amigo de Miralla.

El texto de Barcelona está muy mutilado. Como no he visto ninguna de las dos ediciones americanas, ignoro si estas mutilaciones deben atribuirse exclusivamente á la censura española del tiempo de Fernando VIL

(i) El verso siguiente, por ejemplo, es un portento de literalidad; no se puede ir más lejos:

The paths of glory lead but to grave.

La senda de la gloria va al sepulcro.

(2) Las traducciones ó imitaciones en verso castellano de la elegía de Gray, que recuerdo, son:

d) Pérez del Camino (D. Manuel Norberto). Elegía escrita sobre el ceme7i- terio de una aldea (imitación del inglés). En las notas que puso á los cuatro poemas de Gabriel Legouvé, El Mérito de las mujeres, Los Recuerdos, La Sepultura, La Melancolía, puestos por él en verso castellano (Burdeos, 1822, págs. 282-292).

La traducción ó imitación está en tercetos, y es bastante débil.

Ya la campana en lúgubre lamento Anuncia el fin del día moribundo...

b) Alonso (D. José Vicente). De este poeta, natural de Ávila, pero tenido generalmente por granadino (1775-1841), por haber residido casi toda su vida en la metrópoli del Genil y el Darro, de cuya Chancillería fué relator, cita

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en América, por haber sido reproducida en muchos periódicos de Méjico, \^enezuela, Colombia y Buenos Aires, lo es muy poco en España, no estará de más dar aquí alguna muestra de sus nerviosos y viriles versos, que no son la menor prueba de la concisión que cabe en nuestra lengua:

D. Leopoldo Augusto de Cueto (Poetas líricos del siglo XVIII, tomo iii, pá- gina 664), tuna traducción en tercetos de Ja famosa elegía inglesa de Gray, The Country Church-Yard» . No se hace mérito de ella en la breve noticia que se dio, al fallecimiento de Alonso, en La Alhambra, tomo iv, pág. 431.

Como por aquellos años se" hizo en Granada otra versión de la elegía de Gray, es posible que haya alguna confusión en la noticia, puesto que el tra- bajo no parece muy propio del gusto dominante en las composiciones de Alonso, conocido especialmente por su parodia dramática ó tragedia burlesca Pancho y Meiidrugo, por su traducción de los Besos del poeta holandés-Juan Segundo, y un poema del género del abate Casti, La horrible venganza, obrita primorosamente versificada en octavas reales, que por escrúpulos quizá ni- mios no se decidió á indicar en su antología el Sr. de Cueto.

c) D. José Fernández Guerra, literato granadino (i 791-1846), padre y maestro de los dos ilustres académicos D. Aureliano y D. Luis, hizo dos tra- ducciones ó imitaciones de El cemenicrio de la aldea, enteramente diversas hasta el punto de no tener apenas un verso común. En el primer texto, leído en la sesión de competencia del Liceo de Granada la noche del 24 de Julio de 1840, é impreso en La Alhambra, revista de aquella ciudad (tomo m, páginas 207-210), el traductor, usando de la libertad romántica en el cambio de me- tros, usa cuartetos endecasílabos agudos, romancillos eptasilábicos, y tercetos:

Inc. La campana ya fúnebre tañía,

Y el alma recordaba con terror; Era llegado el término del día

Que nacer viera en delicioso albor...

Más adelante, comprendiendo que sólo alteraba el carácter de la composi- ción, que es de las más clásicas de la poesía inglesa, refundió la elegía, escri- biéndola toda en tercetos y mejorándola mucho. Esta segunda versión pos- tuma fué publicada por D. Manuel Cañete en el Heraldo, periódico de Madrid (7 de Abril de 1850).

La luz desmaya que ostentara el día;

Y la campana, con clamor forzado, El balante rebaño al redil guía...

d) El escritor encartado, D. Enrique de Vedia, que es el mejor traductor de poesías inglesas, dejó una que bien puede calificarse de clásica y magis-

412 CAPITULO XII

«So aquellos tilos y olmos sombreados, Do el suelo en varios cúmulos ondea, Para siempre en sus nichos colocados Duermen los rudos padres de la aldea (i).

¡Cómo las mieses á su hoz cedían, Y los duros terrones á su arado! ¡Cuan alegres sus yuntas dirigían!

tral de la elegía de Gray. No puedo puntualizar ahora la fecha del cuadernito en que fué impresa en Londres ó en Liverpool (¿1845 á 1848?) con bastantes erratas que desazonaron al traductor hasta hacerle retirar de la circulación la mayor parte de la tirada. Después se ha reproducido mucho en periódicos de España y América, y últimamente en el precioso librito de D. Miguel Antonio Caro, Traducciones Poéticas, 1889, págs. 206-216 (donde la firma del traductor está equivocada, por cierto, D. Hevia):

Ya de la queda el toque reposado Anuncia el fin del moribundo día, Y por la loma el mugidor ganado Camina lentamente á la alquería...

é) Gómez (D. Ignacio) entre los Arcades de Roma Clitauro Italense, poeta guatemalteco (18 13). En el tomo i de la Galería poética. Carta Americana de D. Ramón Uriarte (Guatemala, 1888), págs. 207-21 1, está su traducción de la Elegía escrita en el cemefiterio de una aldea:

Ya el bronce anuncia el moribundo día, Torna al redil la grey con ronca queja, El rústico á su hogar la planta guía Y á las sombras y á la tierra dejan.

(l) Bejieath thoserugged elmes, tliat yew-tree's shade,

Where heaves the turf in many a mould'ring heap, Eack in his narrow cell for ever laid, The rude forefathers of the hamlet sleep.

Vedia emplea doble número de versos:

Bajo de aquellos álamos frondosos. Del tejo melancólico á la sombra Donde se alza en mogotes numerosos El césped verde en desigual alfombra.

En su estrecha morada colocados Bajo la humilde cruz que allí campea, Descansan sin afanes ni cuidados Los rústicos abuelos de la aldea.

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•Cuántos bosques sus golpes han doblado!... (i).

Boato de blasón, mando envidiable, Y cuanto existe de opulento y pulcro, Lo mismo tiene su hora inevitable: La senda de la gloria va al sepulcro (2).

No los culpéis, soberbios, si en la tumba La memoria trofeos no atesora. Do en larga nave y bóveda retumba Del alto honor la antífona sonora.

¿Volverá la urna inscripta, el busto airoso El fugitivo aliento al pecho inerte? ¿Mueve el honor al polvo silencioso? ¿Cede á la adulación la sorda muerte?

Tal vez en este sitio abandonado Hay pechos donde ardió celeste pira; Manos capaces de regir Estados Ó de extasiar con la animacTa lira.

4^3

¡Cuánta brillante asaz piedra preciosa Encierra el hondo mar en negra estancia!

(1)

Cf. Vedia:

(2) Cf. Vedia:

Oft did the harvist io their sickle yield, Theirfurrow oft the stuhborn gUhd has broke; How jocund did th¿y driv¿ their team afield, How bow'd the woods bentath their sturdy stroke.

¡Cuántas veces la espiga ya madura Dobló á sus hoces la cerviz dorada! ¡Cuántas otras la gleba inerte y dura Rompió su reja y quebrantó su azada!

¡Oh, cuál gozaban al lanzar con brío En el abierto surco el rubio grano!

Y como reposaba el monte umbrío Del hacha al golpe en su robusta mano.

El fausto de alta alcurnia, el gran tesoro,

Y del poder la pompa soberana,

Y cuanto la hermosura y cuanto el oro Dar han podido á la ambición humana.

Todo trae la misma triste historia, Todo en un mismo fin acaba y cesa,

Y la senda brillante de la gloria Sólo conduce á la profunda huesa.

The boast of heraldry, the pomp of power, And al! that beatity, all that w;alth e er gave, Await alike the' inevitable hour Thepitths ofglory lead but to the grave.

414 CAPITULO XII

¡Cuánta flor, sin ser vista, ruborosa, En un desierto exhala su fragancia! (i).

Tal vez un Hámpden rústico allí yace Que al tiranuelo del solar valiente Resistió; un Milton que sin gloria calla, De sangre patria un Cromwell inocente.

Oir su aplauso en el Senado atento, Ruina y penas echar de su memoria. La tierra henchir de frutos y contento,

Y en los ojos de un pueblo leer su historia, Su suerte les vedó; mas en su encono

Crímenes y virtudes dejó yertas, Vedóles ir por la matanza á un trono

Y á toda compasión cerrar las puertas. Callar de la conciencia el fiel murmullo,

Apagar del pudor la ingenua llama, O el ara henchir del lujo y del orgullo Con el incienso que la musa inflama. Lejos del vil furor, del lujo insano. Nunca en deseos vanos se encendieron,

Y por el valle de un vivir lejano

Su fresca senda sin rumor siguieron.»

Pero Miralla no hizo más que traducir, y aun esto como distrac- ción de aficionado; y los demás versificadores hasta aquí menciona- dos gastaron todas sus fuerzas en la poesía de circunstancias políti- cas que, pasado algún tiempo, resulta tan enfática y empalagosa. Digámoslo claro: antes de 1 824 se habían hecho en Buenos Aires muchos versos, pero no había aparecido un verdadero poeta. El

(i) ¡Cuánta perla gentil, rica y lozana,

De puro brillo y esplendor sereno, Vedada siempre á la codicia humana, Guarda la mar en su profundo seno!

¡Ay, cuánta flor ostenta sus primores En retirado valle sola y triste, Y en medio de su aroma y sus colores Nadie la mira y para nadie existe!

Aquí la ventaja es indisputablemente de Vedia, aunque duplicando los

cuartetos según su costumbre:

Full many a gem ofpurest ray serene, The dark unfathom\i caven cf ocean bear: Full mauy ajlower is born to bltish unseen, And waste iís swetness on ihe desert air.

REPÚBLICA ARGENTINA 415

primero que entre los argentinos fué digno de este nombre, el que representó allí honrosamente la escuela clásica, colocándose, si no al nivel, á corta distancia de los Olmedos y Heredias de otras par- tes, fué Juan Cruz Várela, de quien hemos de hablar extensamente, no sólo porque el número y variedad de sus composiciones así lo exigen, sino porque la mayor parte de ellas son mejores para cita- das á trozos que para figurar íntegras en una antología. Servirános de guía el minucioso, aunque por desgracia no terminado estudio que á la memoria de Várela dedicó su antiguo amigo D. Juan M. (jutiérrez, el cual compendia en estos rasgos la semblanza del hom- bre y del poeta: «Juan Cruz V^arela jamás desmintió, ni en su con- ducta ni en sus escritos, que había nacido bajo la atmósfera instable y eléctrica del Río de la Plata. Impresionable, apasionado, devoto con firmeza á su credo social, despreocupado, entusiasta, abierto á las ideas nuevas, agudo, chistoso, ameno, tan diestro en herir como pronto para perdonar, reúne en todas las cualidades de la índole de sus compatriotas» (l).

Nació Juan Cruz Várela en Buenos Aires, el 24 de Noviembre de 1794, y comenzó á educarse en pleno período revolucionario, con- curriendo desde 1810 á las aulas de Córdoba del Tucumán, donde en 1 8 16 se graduó de Bachiller en Teología y Cánones. Su primera producción fué un poema en quintillas, imitación del Lutrin de Boi- leau, sobre un motín universitario que hubo en Córdoba. Pero su principal vocación no era la de la sátira, ni tampoco la de la poesía amorosa, que en su primera mocedad cultivó bastante, siguiendo, como todos, las huellas de Meléndez. Sus anacreónticas A Delia y A Laura., son frías, amaneradas é insípidas; pero en un poema eró- tico-mitológico, que tituló Elvira^ compuesto también en su tempo- rada de estudiante, y excluido luego (salvo algún fragmento) de la colección definitiva de sus poesías que corrigió en 1 83 1, hay octa-

(i) Estudio sobre las obras y la persona del literato y publicista argentino don Juan de la Cruz Várela. En los tomos i, 11, ni y iv de la Revista del Rio de la Plata, periódico mensual de historia y literatura de América, publicado por Andrés Lamas, Vicente F. López y Juan María Gutiérrez (Buenos Aires, 1871 y siguientes).

4l6 CAPÍTULO XII

vas muy bien hechas, que recuerdan las mejores de la Silvia de Arriaza, á quien indudablemente había tomado por modelo (i):

Sola conmigo la adorada mía En las calladas horas se encontraba De una pesada siesta, y era el día '

Que amor para su triunfo reservaba: Nada nuestro silencio interrumpía; Nadie nuestros suspiros escuchaba; Que hasta el sordo ruido de las gentes Cesa en las horas del verano ardientes.

¡Oh días de mi gloria! ¡Oh dulces horas Las que, testigos de mi amor, volaban! ¿Quién os creyera nunca precursoras De los días de horror que me esperaban? Pero, ¿cuándo las penas roedoras Con la quietud del corazón no acaban? ¿Cuál barquilla, que incauta se ha engolfado En el mar del amor no ha zozobrado?»

Pero su predilecto entre los poetas españoles de fines del siglo p:isado fué, sin duda, el melancólico Cienfuegos, cuyo énfasis senti- iT.ental, sostenido por condiciones de excelente versificador, se asi- miló en parte Juan Cruz, si bien guardándose de imitarle en las extra-

(i) Es también imitación de Arriaza, aunque muy posterior (1872), la ga- lante oda Al bello sexo a7-gentino, especialmente en esta estrofa:

«Buenos Aires soberbia se envanece Con las hijas donosas De su suelo feliz; y así parece Cual rosal lleno de galanas rosas Quj en la estación primaveral florece.

Todas soft bellas, y la mano incierta

Que á la flor se adelanta,

Una entre mil á separar no acierta Entre la pompa de la verde planta.»

Arriaza había dicho en el poema Emilia:

«Y escogiendo fragancia y colorido En tantas flores párase indecisa; Mas codiciosa del botín florido, Son su despojo al ñn cuantas divisa.»

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ñezas de lengua. Esta derivación es visible en la elegía que Várela compuso en 1 820 á la memoria de su padre; de ella son estos versos:

«¡Ah, memoria, memoria! La honda herida Que en mi azorado pecho abrió tal golpe, Todavía reciente, está sangrando. Un giro apenas el planeta nuestro Ha dado en torno al sol, desde la noche En que bañado en mi copioso llanto

Y desgarrado el corazón, mil besos, ¡Últimos besos!, en la yerta frente Di al amado cadáver, y de pronto De mis brazos amantes le arrancaron

Y le escondieron en la horrible huesa.

¡Oh Señor de la vida y de la muerte! (Por qué no me escuchaste? Yo humildoso Mi faz cosía con el polvo negro, Y te rogaba que el instante aciago. Señalado al morir del padre mío, Lentamente viniera, y tarde entrara En la serie constante de las horas. ¿Por qué no me escuchaste, y en mis ojos Perenne material de amargo llanto Sin piedad has abierto? Si una sombra De unirse había á las del reino obscuro, ¿Mi vida aquí no estaba? En flor yo hubiera A la tumba bajado, y ningún hijo, Ninguna esposa, en mi morir pensara.»

Salía Várela de la Universidad con un buen fondo de cultura clá- sica. Ya entre sus ensayos de colegio hay versos latinos y una tra- ducción de la elegía tercera del libro i de los Tristes., de Ovidio, en que cada dos dísticos del original están interpretados en una octa- va. Más adelante tradujo con poca felicidad algunas odas de Hora- cio (l). Pero su más notable ensayo en este género fué la versión

(i) Están en los números 40, 41, 42 y 51 de ^/ Patriota, de Montevideo, y son las siguientes:

Pastor cum traheret (un romancillo muy pobre).

Parcus Deorum cultor et infrequens (otro romance menos malo que el an- terior).

4 I 8 CAPÍTULO XII

de algunos libros de la Eneida^ con que entretuvo sus ocios de des- terrado en 1829 y 1 836. Sólo llegó á dejar limados y corregidos los dos primeros libros; y sólo el primero y algún fragmento del se- gundo, han sido impresos, que yo sepa (l). Están en endecasílabos libremente rimados; el estilo es puro y agradable, la versificación corre fácil y sin tropiezos; pero el uso frecuente de los pareados quita á esta versión dignidad clásica, y, por otra parte, el trabajo tiene visos de improvisación, y no siempre es fiel á la letra, ni me- nos al espíritu de Virgilio. El encuentro de Eneas con su madre en el libro primero, y la muerte de Laoconte en el segundo, son de los trozos mejor traducidos. El intérprete comprendía bien las dificul- tades de su tarea, y tenía sobre el arte de traducir muy sólidos principios, que expuso en una carta de 29 de Abril de 1 836 á su anticfuo Mecenas, D. Bernardino Rivadavia: «Mi sistema de tradu- cir á Virgilio (decía), no es otro que el de imitar en lo posible su estilo, y aun usar sus mismas palabras en cuanto lo permitan la len- gua y las inmensas trabas que cuando se traduce presenta la versi- ficación (2).

Calo Tonantem (endechas),

Meccenas aiavis (endechas). Esta última es la más aceptable de todas.

Gutiérrez, en la América Poética, dice que Várela llegó á traducir la mayor parte de las odas de Horacio; pero no que se hayan impreso más que las citadas.

(i) En la Revista del Rio de la Plata (1874).

Várela hizo otras diversas traducciones del latín, del italiano y del francés, entre ellas La Matrona de Éfeso, cuento de Lafontaine. La copia Gutiérrez.

(2) Juzgaba con dureza las traducciones anteriores, así en castellano como en otras lenguas: «La de Hernández de Velasco, no puede ser más defectuosa y ridicula; ni aquellos son versos, ni allí hay poesía ni el más ligero remedo de estilo de Virgilio... Existen también en prosa los seis libros pri- meros de la Eneida, mal atribuidos á Fr. Luis de León, y esta prosa es de lo más insoportable que puede leerse. La traducción de Iriarte, mirándola sólo por lo textual y ceñida á la letra, puede llamarse perfecta; en lo demás no se parece á Virgilio... En Delille se advierte á cada paso con sentimiento que están completamente alteradas las formas antiguas, y vestidos á la moderna, si es lícito expresarse así, no sólo el poeta que celebró á los héroes de la Eneida, sino los mismos héroes celebrados.»

Salvo el excesivo rigor con Hernández de Velasco (en cuyo trabajo hay que

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as v,r,, ano a C ^^ ^^^ ^^^^^^^.^^^ ^^^_^^_

sos, ciertamente notables:

DIDO

«Me miró, me incendió, y el labio suyo Trémulo hablando del infausto fuego Oue devoró su patria, más volcanes Prendió con sus palabras aquí adentro Oue en el silencio de traidora noche

Allá en su Troya los rencores griegos.

Amor y elevación eran sus ojos;

Elevación y amor era su acento.

Y al mirar, y al hablarme, yo bebía, Sedienta de agradarle, este veneno En que ya está mi sangre convertida,

Y hará mi gloria y mi infortunio eterno.

...••1

Testigo ha sido de mi unión el cielo: En el fuego del rayo que cruzaba Prendió su antorcha el plácido Himeneo; Fué nuestro altar un álamo del bosque, Y la selva frondosa nuestro templo.»

Todavía hay más arranque patético en las imprecaciones de Dido próxima á la muerte:

,' .n vpr.o suelto Y es casi siempre floja y desali- distinguir la parte que esta en veiso ^"^^^o y ^^^^^^^

nada, de la parte compuesta en octavas, donde a

todos estos juicios son de exactitud incontestable.

420 CAPITULO XII

<La ambición es tu Dios: te llama; vuela Donde ella te arrebata, mientras Dido Morirá de dolor, sí; ¡pero tiembla! Tiembla, cuando en el mar el rayo, el viento,

Y los escollos que mi costa cercan,

Y amotinadas las bramantes olas

En venganza de Dido se conmuevan, pero Me llamarás entonces; entonces Morirás desoído. Cuando muera Tu amante desolada, entre los brazos De tierna hermana expirará siquiera,

Y sus reliquias posarán tranquilas

Y bañadas de llanto en tumba regia; Pero morirás, y tu cadáver,

Al volver de las ondas, será presa De los marinos monstruos, é insepulto. Ni en las mansiones de la muerte horrenda Descansarán tus manes. Parte, ingrato; No esperes en Italia recompensas Hallar de tu traición: parte; que Dido Entonce al menos estará contenta. Cuando allá á las regiones de las almas De tu espantable fin llegue la nueva.»

No por su contextura dramática, que es floja, pero por los mé- ritos de su robusta versificación, es la Dido la primera tragedia ar- gentina digna de ser citada. De la Siripo de Labardén no queda más que el título y la fama; y bien puede decirse que el teatro fué in- significante en Buenos Aires hasta 1823 en que apareció esta obra. Inútiles habían sido los esfuerzos de cierta Sociedad del Buen Gusto, creada en 1817, para fomentar los espectáculos escénicos, de la cual formaron parte Luca, López Planes, D. Bernardo Vélez y el fraile Camilo Henríquez, que ciertamente no parecía llamado á iniciar en él buen gusto á nadie. Algunas traducciones y algunas piezas de circuns- tancias fué todo lo que esta asociación produjo, y casi todo ello ha pe- recido sin dejar rastro: la Jornada de Maratón, traducida del francés por D. Bernardo Vélez; la Camila, del fraile Henríquez; La Quinca- llería, comedia imitada del inglés por D. Santiago Wilde; La Revolu- ^cián de Tupac-Amaru, del Dr. Lafinur, con intermedios de música; el Aristodemo, de D. Miguel Cabrera Nevares; el Philippo, de Alfie-

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r¡, traducido en verso por D. Esteban Luca «con fidelidad y maes- tría notables» (al decir de Gutiérrez); y finalmente, una tragedia anónima, basada en el famoso libelo Cornelia Bororqiúa^ en que se pintaba la Inquisición en la plenitud de sus sombras (según expre- sión de C. Henríquez), es todo lo que se cita en este repertorio.

No fué la Dido el único ensayo dramático de nuestro poeta. Al año siguiente (1824) publicó la Argia, tragedia por el corte de las de Alfieri (l) y de sus imitadores castellanos Cienfuegos y Solís. El Polinice y la Antígona, del ceñudo trágico piamontés, fueron las principales fuentes de esta composición, según el mismo Juan Cruz declara en el prólogo. Y no imitó sólo el argumento; imitó también la dicción y el estilo. Los versos de la Argía son menos armonio- sos y elocuentes que los de la Dido^ pero tienen, en su áspera con- cisión, un corte más propio del diálogo dramático. Gutiérrez expre- sa de una manera elegante y pintoresca, aunque algo retórica, este contraste entre la versificación de ambas tragedias: «La de Argia no es, como la de Dido, una agua que corre por pendientes esmal- tadas de flores, sino un torrente de odio y sangre que se estrella bramando contra caracteres de granito. El período es corto, la frase contenida, el movimiento frecuente y áspero, y el verso suena al oído como hierro que se quebranta, ó como cedro que estalla de- vorado por las llamas.»

Ni la Dido ni la Argia son recomendables como piezas de tea- tro (2), sino como obras abundantes en bellezas líricas. Porque líri- co era el numen de Juan Cruz, y en ninguna parte brilló tanto como en sus odas, aunque sean de muy desigual mérito. Abundan entre ellas, como era de recelar dado el tiempo, los cantos patrióticos con título kilométrico, más propio que de poesía, de boletín ó de gace- ta: En elogio de los señores generales D. José de San Martin y Don Antonio González Balcarce, por el triunfo de nuestras armas á su

(i) J. Cruz Várela había traducido en prosa la Virginia, ms. que poseía Gutiérrez.

(2) Mármol, que nada tenía de clásico ni tampoco de unitario en el sen- tido en que se aplicaba esta calificación á los partidarios de Rivadavia, se divierte en parodiar en su novela Amalia algunos pasos de la Dido y de la Argia.

422 CAPITULO XII

mando en los llanos del rio Maipo, el día 5 de Abril de 1818; A la muerte del Excmo: Sr. General D. Majiuel Belgrano, acaecida en Buenos Aires en el mes de Junio de 1820; A la libertad de Lima por las armas de ¡a patria el día 10 de Julio de 1821. En conjunto nin- guna de ellas merece grande alabanza, y no es extraño que hayan muerto con las circunstancias que les inspiraron, pero en todas hay trozos de noble entonación y buen lenguaje, que dan indicio de la sana educación literaria del autor, testificada de vez en cuando por nábiles imitaciones ú oportunas reminiscencias de los poetas anti- guos, especialmente de Horacio (i).

Son de advertir también en algunas de estas composiciones la soltura y la maestría que Juan Cruz Várela llegó á adquirir en el

(i) Obsérvese, por ejemplo, la fácil y notable elevación de los primeros versos del canto por la liberiad de Lima, que recuerdan inmediatamente aquellos otros de Horacio (od. iv, carm. ix):

« Vixei-e fortes ante Agamemnona Multi: sed omnes illacrymabiles Urgetitur, ignotique longa Node, carent quia vate sacro. ..y>

«Sólo es dado al poeta y á los dioses Sobrevivir al tiempo. ¿Quién ahora A Eneas y sus hechos conociera? ¿Quién de Priamo, triste, los atroces Dolores, y la llama asoladora De su infeliz ciudad, si no viviera La Musa de Marón? Y sin Homero, ¿Qué fuera ya de Aquiles?...»

En la elegía á la muerte del general Belgrano, leemos estos otros, que pro- ceden, sin duda, de la oda xxiv del lib. i:

«Non vanae redeat sanguis imagÍ7ii Quam virga seinel hórrida Non ¡enis prccibus fata recludere, Nigro compttlerit Mercurius gregi. Duriiml Sed levius fit patientia Quidqiiid corrigere est nefas»

«Pero en vano: el camino de la Parca Nunca más se atraviesa; Y si una sombra el Aqueronte abarca, Nada es bastante á rescatar su presa; Que al reino del espanto Ni penetra el clamor ni llega el llanto-»

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verso suelto; ya por el aprovechado estudio que hizo de los italianos, especialmente de Monti, de quienes aspiró á imitar el suave y ondu- lante movimiento del período poético, y aquellas que Gutiérrez llama «armonísimas curvas por entre el pensamiento, el colorido y la imagen»; ya por el influjo, persistente siempre en él, de Cienfue- gos, á quien en medio de todos sus extravíos de gusto, no puede negarse el mérito de haber vuelto á infundir en el endecasílabo cas- tellano la plenitud y el número que había perdido (l). Juan Cruz repetía hasta las imágenes predilectas de Cienfuegos, los trozos semi- románticos en que abunda: «el tiempo, despeñando los siglos ha- cinados; el límite espantable del imperio de la muerte», pero al ver- terlas en su estilo, les imprimía cierto sello de facilidad graciosa, que contrasta con la manera violenta y atormentada de su modelo, mayor poeta que él, sin duda, pero menos disciplinado.

La imitación de Cienfuegos cedió el paso á la de Quintana en las poesías de la última y más característica manera de Juan Cruz Vá- rela: en la serie de odas menos políticas que sociales que empezó á escribir en tiempo de la administración de Rivadavia, de quien fué, más que amigo, colaborador entusiasta. Várela fué el poeta clásico del partido unitario: sinónimo en Buenos Aires de una tentativa, quizá prematura y teórica, de cultura europea, que por entonces estuvo á punto de fracasar ante el salvaje impulso de las hordas casi nómadas, que obedeciendo al movimiento de desorganización traído por la guerra, se desbordaron desde la inmensa llanura sobre

(i) Son enteramente versos de la escuela de Cienfuegos, más todavía que de la de Quintana á pesar de la reminiscencia inicial, estos de Juan Cruz Vá- rela, que como tipo cita su biógrafo:

«Yo vi de blonda mies la rubia espiga Moverse al viento en el dorado campo;

Y henchido de esperanzas al colono. Nublóse el sol, entristecióse el éter

Y el Aquilón bramó; granizo á ríos Del seno aborta la preñada nube,

Y aborta destrucción; sus diques rompe El arroyo vecino, y muere á un tiempo Su mies con su esperanza, y otro día Inconsolable el infelice padre Llorará sobre el rostro macilento

De los hijuelos cuando el pan le pidan...»

Mbkéndez y Pelato» Poesía hispano-ainericana. II. 27

424 CAPITULO XII

la capital, implantando allí los hábitos del caudillaje del desierto. Durante aquel breve intervalo de paz y candidas esperanzas, en que Rivadavia gobernó como un filántropo del siglo pasado, como un Turgot ó un Campomanes; Juan Cruz Várela, asociado á sus pla- nes, y aun iniciador de algunos de ellos, no sólo defendió su política en El Mensajero Argentino., en El Tiempo., en El Centinela y en El Porteño, sino que transportó á sus versos el pensamiento de la re- forma de Rivadavia, y se convirtió en una especie de comentador poético de ella. No hubo decreto del Presidente en pro de la general cultura, que no se viese enaltecido con versos suyos, generalmente buenos, á pesar de lo árido y prosaico de algunos de estos temas de literatura administrativa: odas á la libertad de la prensa, á la erección de la Universidad , al establecimiento de la sociedad filarmónica, á una distribución de premios de la Sociedad de Beneficencia y, final- mente, á los trabajos hidráidicos ordenados por el Gobierno. «Canto lleno de originalidad (dice Gutiérrez), en el cual el talento del autor ha hecho brotar poesía de entre las severas nociones de la economía política y de las ciencias aplicadas.» Pero la más brillante de estas composiciones es la oda A la libertad de imprenta. Quintana mismo, á quien el autor va siguiendo paso á paso, y á quien ensalza dignamente al principio de su canto (l), no hubiera desdeñado algunos versos de esta composición; la cual peca, no obstante, de discursiva y poco fér- vida, aun en la expresión del sincero entusiasmo que el autor sentía por el progreso humano (2). El escollo inevitable de esta poesía es

(i) «De Gutenberg nació. Quintana sólo

Supo cantar su nombre; '

Quintana, el hijo del querer de Apolo;

Quintana, el inventor del nuevo canto,

A quien sólo se diera

Que de su lira al pasmador encanto,

Digno de Gutenberg su verso fuera.»

(2) Algunos versos darán muestra del estilo de este olvidado canto, que tiene alguna curiosidad, aunque sólo sea por su título y por la terrible com- paración que suscita:

«Él inventó la imprenta, y de la muerte Hizo triunfar con su invención al hombre,

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■el de caer en estilo de preámbulo de ley ó de artículo de fondo; y si «I gran Quintana no acertó siempre á salvarse de la plaga de los lu- gares comunes filosóficos y humanitarios, calcúleselo que habrá acon- tecido á sus imitadores, aun teniendo algunos de ellos la discreción y buen gusto que nunca abandonan del todo á Juan Cruz Várela.

Y con esto llegamos al más celebrado de sus poemas líricos, al Triunfo de Itiizaingó, con que en 1827 ensalzó la memorable bata- lla en que el ejército aliado de argentinos y uruguayos, al mando de D. Carlos Alvear y del almirante Brown, triunfó de I2.000 soldados brasileños, entre los cuales había una legión de infantería alemana. Este larguísimo canto, imitación evidente del de Olmedo á la batalla de Junín, obtuvo el aplauso de los mejores humanistas de aquel tiempo. D. José Joaquín de Mora, que por entonces redactaba, bajo los auspicios de Rivadavia, la Ci'ónica Política y Literaria de Buenos Aires (i) decía en su número de 5 de Abril: «El autor de este poema

Y ató todos los tiempos al presente.

Así la ilustración, como la llama Del sol inapagable, Que enseñorea inmóvil la natura, De un día en otro sin cesar revive, De un siglo en otro permanente dura.

Así llegó de la fecunda tierra Al seno engendrador su mano osada,

Y el metal que se encierra En las hondas entrañas

De las erguidas ásperas montañas,

Arrebató con sudoroso anhelo

A la caverna obscura

Do plugo sepultarla á la natura.

El campo alborozado

Vio transformar el no pulido fierro

En surcador arado,

Y una mies abundosa prometía. Pero pronto sonó, de guerra impía, La maldecida trompa;

Y la sangre humeante discurriera Por entre el surco del arado abierto.»

(i) Mora había llegado al Río de la Plata en Febrero de 1827, acompaña- do del erudito italiano Pedro de Angelis, que había sido preceptor de los hijos del rey Joaquín Murat, y que luego prestó tan buen servicio con su colección de documentos relativos á aquella parte de la América del Sur.

426 CAPÍTULO XII

es uno de los pocos americanos que cultivan con éxito el lenguaje de las Musas. Exposición grandiosa, movimientos líricos, giros poéti- cos, elegancia sostenida, tales son las principales dotes que lucen en el poema.» D. Andrés Bello, crítico más severo y docto que Mora, juzgó la obra en el Repertorio Americano^ de Londres, en términos, no tan generales, pero casi igualmente honoríficos: «Entre la multi- tud de obras poéticas que se han publicado en América durante los últimos años, se distingue mucho la presente por la armonía de los versos, por alguna más corrección de lenguaje de la que aparece ordinariamente en los escritos americanos, y por la belleza y ener- gía de no pocos pasajes.» Citaba Bello, como de los mejores, estos diez versos de la introducción (que á la verdad hoy nos parecen bastante declamatorios), en que el poeta se transporta á las edades venideras para presenciar en ellas la gloria de su patria y de su héroe:

«Las barreras del tiempo Rompió al cabo profética la mente;

Y atónita se lanza en lo futuro,

Y á la posteridad mira presente. ¡Oh porvenir impenetrable, obscuro! Rasgóse al fin el tenebroso velo Que ocultó tus misterios á mi anhelo. Partióse al fin el diamantino muro Con que de mi existencia dividías Tus hombres, tus sucesos y tus días.»

El gran defecto del poema es la hinchazón continua, aquella sa- tisfacción infantil y seudopatriótica, aquella hipérbole desaforada y candorosa, como de pueblos recién nacidos, que infestaba entonces los versos y hasta la prosa oficial de los documentos americanos. ¿Quién no se ha de reir, por ejemplo, cuando oye á Juan Cruz Vá- rela afirmar muy en serio que después de la yictoria de Ituzaingó no quedará en el mundo memoria de griegos ni de romanos, y que sólo

Mora y Angelis juntos redactaron dos periódicos: El ConcUiador y La Cróni- ca, y fundaron también juntos un Colegio. Pero al año siguiente caj'ó Riva- davia, y Mora pasó á establecerse á Chile, como ya queda referido.

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la República Argentina se salvará de la ruina de las edades «en las líneas fatídicas del verso y en páginas eternas?»

«No suenan las Termopilas, los llanos De Maratón no suenan; Platea y Salamind,

Cual si no fueran son, y ya no llenan Leónidas y Temístocles el orbe.

Esos nombres ilustres se eclipsaron, Los de Alvear y Brown los reemplazaron; Y en todos los anales de la guerra Ituzaingó y el Uruguay escritos Enseñan á los Reyes de la tierra Que los libres no sufren sus delitos. >:■

Semejantes extremos no hacen más que amenguar la indisputable grandeza de aquel hecho, que por el número y calidad de las fuer- zas que á él concurrieron se eleva bastante sobre el ordinario nivel de las batallas americanas. Fué el último y más glorioso canto de la epopeya argentina, y en él hicieron el más bizarro alarde de su brío aquellos soldados curtidos por la guerra de la Independencia, en Tucumán, en Salta y en Maipo, de quienes en noble tono dice el

poeta:

« que llegaron

Triunfantes sus banderas

Desde la margen del undoso Plata

Hasta el opimo Chile. Las barreras

Eternas de los Andes se allanaron

Al marchar de los fuertes cam.peones;

Parten de allí, cual rayo, á otras regiones;

Y con igual decoro

En el Perú la espada desnudaron,

Y de sangre enemiga la lavaron

En las corrientes del Rimac sonoro...»

El poema es muy desigual, y no podía menos de serlo, dados su extensión y el afán de detallar con minuciosidad de gaceta todas las peripecias de la batalla; pero campea en todo él una franqueza de ejecución que hace agradable su lectura. Es fácil entresacar trozos

428 CAPÍTULO XII

en que la locución corre limpia y animada (l); pero otros muchos son pura prosa, ó pecan por exceso de frases hechas y sobrecarga de epítetos vulgares, ó parecen centones de versos de otros poe- tas (2); y como además en toda la composición hay plaga de siné- resis indebidas é importunas asonancias, no lucen tanto como debie- ran las bellas descripciones del choque de las tropas argentinas con las brasileñas cuando, caído el intrépido Brandzen, jura Alvear ven- gar su muerte; ó del incendio horrible y rapidísimo de la árida yerba del seco campo en medio de la batalla, á la cual puso lúgubre y fan- tástico complemento.

Este valiente ensayo épico-lírico no fué el último laurel de la co- rona poética de Juan Cruz Várela, por más que envuelto después de 1826 en el torbellino de la discordia política, arrastrado de pri- sión en prisión, amagado por el puñal de los asesinos, y, finalmente, desterrado en Montevideo y en la isla de Santa Catalina, pudo ya escribir muy pocos versos en aquel período de lucha terrible que se cerró con la temprana muerte del proscrito en 24 de Enero de

(i) Por ejemplo, la estancia que comienza:

«Alzóse Brown en la barquilla débil; Pero no débil desde que él se alzara.»

O la invectiva contra los auxiliares alemanes, que no querían descender á batirse en las llanuras.

¿Y están entre vosotros los valientes Que allá en el Volga y en el Rhin bebieron, Y á la ambición y al despotismo fieles, A playas remotísimas vinieron En demanda de gloria y de laureles?

¡Vano esperar! Ni en la enriscada altura Defendidos se creen: así acosada Del veloz cazador tímida cierva, Más y más se enmaraña en la espesura, Y aun su pavor conserva Ya del venablo y el lebrel segura.»

(2) Por ejemplo, las bóvedas espléndidas del cielo, que es un verso de Quin- tana; ó aquel otro famoso de Vaca de Guzmán en Las 7iaves de Cortés:

«Pero tienen valor: son españoles...» que Juan Cruz se apropia con esta sencilla y patriótica variante:

«Pero tienen valor: son argentino :.>■>

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1839 (l). Aunque clásico siempre, se mostró benévolo con las pri- meras tentativas románticas: saludó con júbilo la aparición de los Consuelos, de Echevarría, y él mismo no dejó de buscar, si bien tí- midamente, nuevos rumbos líricos, aun dentro de lo clásico, cam- biando, por ejemplo, la imitación de Quintana por la de Horacio en alguna oda sáfica; y arrojándose en la última y más bella de sus com- posiciones, en la inspirada y vehemente invectiva contra Rosas, que tituló El veinticinco de Mayo de 1838, á remedar el estilo y el metro del primero de los coros del Adelchi, de Manzoni. «Dagli atril muscosi, dai fori cadenti...»

Después de este poeta, sin duda el más notable del primer perío- do de la literatura argentina, puede hacerse rápida memoria de su hermano menor D. Florencio Várela, que más que al méríto muy relativo de sus versos, entre los cuales sobresale la oda A la Con- cordia («¡Ay, protege, Señor, tu hermosa hechura!») debe su cele- brídad á la prosa política, y sobre todo á su trágica muerte á manos de los sicarios de Rosas (2).

Próximos ya á las fronteras de la época romántica, conviene ha- cer aquí breve pausa para saludar, lejos de las orillas del Plata, a un clásico escrítor, nacido en Buenos Aires, el cual, aunque perte- nece á la hteratura general de España, y no á la particular de Amé- rica, y aunque por haber residido desde su infancia entre nosotros, tuvo más de madrileño que de argentino, nunca olvidó el lugar de su cuna, y se preció, siempre de americano- español (3), simbolizando

(i) No existe, que yo sepa, colección impresa de sus poesías. El las había recogido en sus últimos años, corrigiéudolas mucho, y este manuscrito pasó á poder de su hermano D. Florencio. (Véase el estudio de Gutiérrez.)

(2) El día de Mayo, dedicado al pueblo oriental Por Florencio Várela, ciuda- dano de Buenos Aires. Montevideo, 1820. Contiene cinco piezas tituladas: El veinticinco de Mayo.— Al Estado oriental del Uruguay.— A la Concordia. Al restablecimiento de la Biblioteca pública de Montevideo.— Al bello sexo oriental.

En la América Poética, de Gutiérrez, hay dos composiciones no incluidas en este folleto: La Anarquía.— A la hermandad de la Caridad de Montevideo.

(3) En unos versos de álbum decía en 1857:

«La madre España en su seno Mo (lió acogida amorosa:

43'"' CAPITULO XII

en su persona el perenne lazo espiritual entre las colonias emanci- padas y la metrópoli. Sería impertinente aquí un trabajo extenso y formal sobre D. Ventura de la Vega ( 1 807- 1 86 5), no sólo porque este insigne autor estuvo fuera de la corriente de la literatura ar- gentina, sino porque su biografía ha sido primorosamente trazada, con rasgos familiares y anécdotas juveniles que la dan extraordina- rio precio, por uno de sus amigos y camaradas de estudi'os, vene- rable Director hoy de nuestra Academia (l); y sobre sus obras dra- máticas y líricas han recaído ya fallos magistrales y definitivos (2), que por nuestra parte sería temeridad someter á nueva revisión, ni menos contradecir en cosa sustancial. Ventura de la Vega ha pasa- do ya á la categoría de los clásicos modernos, y aunque puede ha- ber diversos pareceres sobre el mérito relativ'o de tal ó cual obra suya, y sobre la preferencia que á una ó á otra debe asignarse, el

Suyo fui; mas siempre yo Recordé con noble orgullo Que allá mi cuna al arrullo De las auras se meció. Mientras rencor fratricida Ardió en uno y otro bando, Mis lágrimas devorando, Calló mi musa afligida. Hoy que á coyunda tirana Suceden fraternos lazos, Y España tiende los brazos Á la América su hermana; Bañado en júbilo santo, Yo, americano español, A la clara luz del sol La unión venturosa canto. Ven, inspiración divina; Que ya á mi laúd sonoro Añado una cuerda de oro Para la gloria argentina.»

(i) Véase en el tomo 11 de las Jl femarías de la Academia Española (1870), págs. 434-467, el Elogio fúnebre de Ventura de la Vega, por el señor Conde de Cheste.

(2) Son los más extensos é importantes el discurso de D. Patricio de la E^cosura, en sesión pública inaugural de la Academia Española en 1870, y el Estudio biográfico-critico , escrito por D. Juan Valera en la colección que lleva por título Autores dramáticos cofitemporáneos, reimpreso después sepa- radamente.

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sufragio de la crítica puede decirse unánime en tenerle por el más correcto, atildado y pulcro, por el más académico, en suma, de to- dos los artistas literarios de la generación á que perteneció.

Su verdadera gloria está en la poesía dramática; pero en la lírica tiene, aunque con menos perfección y amplitud, cualidades muy análogas: el mismo respeto á la forma, el mismo acicalamiento de versificación, la misma tersura y nitidez de estilo con que á veces llega á simular la efervescencia de la vida poética que nunca es en él muy intensa, y el sentimiento que nunca es muy profundo. Su cultura clásica, superficial sin duda, pero sana, unida á un ex- quisito buen gusto, que parece haber sido en él casi innato aunque luego se desarrollase con las enseñanzas y los consejos de Lista, le dieron desde muy temprano la perfección negativa, esto es, la au- sencia de defectos monstruosos y palpables, tales como los que en torno suyo cometía á diario la escuela romántica. Su estro lírico no era muy vigoroso, y por consiguiente, no le fué difícil encerrarle en un cauce fácil y ameno (semejante al del Pusa descrito por él), donde la vista se recrea en la transparencia de las aguas sin buscar misterios en el fondo. Todo es natural, sencillo y culto; todo está bien dicho y bien versificado, sin ningún género de afectación ni de violencia: no se puede dar una poesía de salón más amena ni más ingeniosa: nadie ha hecho los versos de álbum con más primor y buen tono, ni las odas de circunstancias con tanta oportunidad. Se dirá que todo esto es tan efímero' como las flores ó los perfumes de un sarao; pero algún mérito ha de tener la dificultad vencida cuan- do son tan pocos, á lo menos en España, los que han sobresalido en este género de agradable pasatiempo (l).

(i) Antes de pasar adelante, advertiremos que es muy incompleta la co- lección de Obras poéticas de D. Ventura de la Vega (París, 7, Claye, 1866), pu- blicada con elegancia tipográfica que está muy en armonía con el género de producciones que contiene. Sin salir de la sección de poesías líricas, echo de menos las siguientes, prescindiendo de otras muchas de corta extensión, que podrán hallarse registrando periódicos: Oda á la reina María Cristina, que co- mienza: <í¡Que calle yo!... cuando gozoso en tornoi>. Octavas leídas en el teatro del Piíncipe la noche del 13 de Junio de 1834, en solemnidad de la promul- gación del Estatuto Real. La Revelación (quintillas), 1835.—^ D. Carlos La- toj-re, en el papel de <iOscar->. El entusiasmo, oda á Adelaida Tossi, cantando el

432 CAPÍTULO XII

Lo que falta en la mayor parte de las composiciones sueltas de Ventura (y hablando de tal ingenio, puede decirse sin reparos la verdad entera) es personalidad lírica, ímpetu varonil, entusiasmo sin- cero, pasión hondamente sentida por algo divino ó humano. que pueden alegarse excepciones; pero son tan pocas, que por el mo- mento sólo recuerdo una, aunque bellísima y llena de fuego. La Agitaaón, que es una ráfaga romántica; quizá pueda añadirse la oda política A viis amigos, escrita en 1 830, tributo pagado á ciertos her- vores revolucionarios que nunca volvió á sentir el autor, y que eran de todo punto contrarios á su índole y temperamento. Todo lo de- más son versos de encargo en que ha entrado la cabeza, pero no el

«Ultimo día de Pompeyai>. (Muchos versos de esta oda fueron utilizados luego en 1838 para otra presentada en nombre del Liceo á la reina Doña Cristina: esto de plagiarse á mismo prueba la poca espontaneidad con que el poeta trabajaba.) Oda d la defensa de Sevilla, premiada en público certamen, abierto por D.José de Salamanca, i?,:^^.— El hambre, musa diez, sátira contra el Panléxico, ó Diccionario de la lengua castellana, por D. Juan López Pe- ñalver, 1842. Esta sátira fué contestada con otra mucho más virulenta, pero no menos bien versificada, por D. Juan Martínez Villergas.— El libro i de la Eneida, que luego se citará. Todo esto sin contar con muchos sonetos y otras piezas fugitivas, que no puedo precisar ahora.

Algunas composiciones muy poco conocidas de la primera época de Ven- tura, están en el raro tomito titulado Rimas ameñca7ias, publicadas por don Ignacio Herrera Dávila. Habana, 1833,

De comedias originales en todo ó en parte, faltan Los Partidos (1843), El plan de un drama ó la conspiración, improvisación de Ventura de la Vega y Bretón de los Herreros (1835).— ¿//z clavo saca otro clavo, en colaboración con Ariza y Rubí (1850). Los dos camaradas, drama postumo, que debía ser principio de una trilogía acerca de Cervantes.

Sin pretender apurar el catálogo de sus traducciones ó arreglos dramáticos, creo de alguna curiosidad apuntar los que recuerdo, ordenándolos en lo posible por fechas. En muy pocos consta el nombre del autor original, ni yo conozco bastante el repertorio francés de ese tiempo para precisarlo. Pero el autor principalmente explotado por Ventura, fué Scribe, sin disputa.

El Testamento (1831).— Expiación (1831).— Za Máscara reconciliado- ra (i 83 i). Shakespeare enatnorado, de A. Duval (i%i\). Acertar erratido^ el cambio de diligencia {\%i2\— Hacerse amar con peluca, ó el viejo de veinti- cinco anos, de Scribe (1832).— Zízj Capas, de Scribe (1833). £/« Minis- tro (1834).— £■/ Tasso, de A. Duval {i^^^).— Marino Fallero, de Casimiro De- lavjgne {i?>i¡)).—Jacobo II {\?,n).—La mujer de un artista (183S).— Za segunda

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corazón del poeta. Es cierto que su buen gusto no le permitía hacer versos por el mero capricho de hacerlos; así es que ninguna de sus poesías puede tacharse de vacía de contenido: muchas de ellas están inspiradas por grandes acontecimientos políticos que conmo- vieron la faz de España y que debían de interesar al autor como á todo ciudadano; otras expresan delicados afectos de amistad y ga- lantería, que dejan ver en el poeta el hombre de mundo perfecto, como sin duda lo fué; pero en todas, si bien se mira, no sólo viene el impulso de fuera (que esto es compatible con la más intensa emo- ción lírica, y en cierto modo es inseparable de ella), sino que el poeta no lo mezcla con nada íntimo suyo, no le infunde ninguna

Dama Dimtde, imitada de LedoTnino noir, de Scribe (1838). El Rey se divierte, de "Víctor Hugo (1838).— ¿7«cz ausencia (1840). Mateo d la hija del Espa- ñoleta (1840). Una boda improvisada (1841). Un secreto de estado (1841). Marcelino el tapicero (1841). Memorias de un coronel (1841). El Hijo de la tempestad; Larga Espada el Normando^ de Bouchardy (1841). El héroe por fuerza (1841 ). El Hombre más feo de Francia (1841 ). Amor de madre ( 1 84 1 ). Jusepo el Veroncs (1841). La Sociedad de los Trece {\%í,i).--Los dos solte- rones (1841). Los perros del monte de San Bernardo {\Zs,\).— El Honor espa- ñol {\%/^\). Á muerte ó á vida ó la Escuela de las coquetas (1842). El Galán duende (1842). El Castigo de una madre (1842). El Corsario {1S42).— El Ju- glar (1842). El Primito (1842). Fabio el Novicio ó la predicación (1842). Gaspar el Ganadero (1842). La Escuela de los periodistas (1842). La Familia improvisada (1842). La vuelta de Estanislao, de Scribe (1842). Las Memoriai del Diablo (1842). Los Independientes (1842). Llueven bofetones (1S42)— ü// honra por su vida (1842). Noche toledana (1842). Otra casa con dos puer- tas... (1842). Perder y cobrar el cetro (1S42). Por él y por 7ni {\%a,2]. Quince años después ó el campo y la corte, de V. Ducange (1842). Retascón, barbero y comadrón, de Scribe {\'í¡íi,2).—EI Pozo de los enamorados (1843). El Diplomá- tico (1844). La Calumnia, de Scribe (1844). Había dos traducciones anterio- res, una de ellas del poeta catalán Carbó. Za Farsa, comedia de Scribe, titu- lada en su original Le Puff ('1848). -Za Duquesita (1848). El Tío Tara- rira {i%^S). ¡Fortuna te Dios, hijo...! (1848). Adriana de Lecouvreur, de Scribe y Legouvé (1850).— £"/ Fuego del cielo (1851).— í.^« hablador sempi- terno (1859). Bruno el Tejedor. Cada oveja con su pareja. Cazar en vedado. Hay que añadir los libretos de las zarzuelas Jugar con fuego (1853).— Zíz Cis- terna encantada {xZ^l)-— El Marqués de Caravaca [x^iá^.—Ésiebanillo (1855).— El Planeta Few/j (1858); y, finalmente, El Diablo predicador, libreto de una ópera del maestro Basili, é imitación de la antigua comedia española del mismo título (1846).

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partícula de su alma, y por eso su poesía resulta exterior, aunque admirablemente cincelada; y tiene algo como de juguete. Vega per- manece frío, no por serenidad clásica, sino por frivolidad mundana ó retórica, lo cual es cosa muy diversa. Compáresele, no ya con los líricos románticos, sino con sus inmediatos precursores clásicos, con los que fueron "sus maestros, con Gallego, con Quintana, con el mis- mo Lista en ocasiones; y se verá palpablemente lo que quiero de- cir; y se comprenderá por qué no han envejecido el Dos de Mayo y la elegía á la muerte de la Duquesa de Frías, al paso que pocos recuerdan las octavas de intachable factura con que Ventura de la Vega cantó la vuelta de Fernando VII de Cataluña en 1828; ó las innumerables y elegantísimas odas que dedicó á la reina Cristina en todos los grandes momentos de su regencia; ó los que escribió en loor de los defensores de Sevilla contra el regente Espartero en 1843; ó los que posteriormente le inspiraron los triunfos de nuestra gue- rra de África, ó el nacimiento del Príncipe Imperial de Francia. Todo ello es bueno en su línea, y Vega procedió con demasiado rigor (si ya no es que obedeciese á consideraciones ajenas al arte), excluyendo de su colección muchas de estas piezas de circunstan- cias, que empiezan á ser inasequibles. Con mucho mejor gusto y menos espontaneidad tiene, en esta sección de sus obras, algún pa- recido con Arriaza, á quien puede decirse que sucedió en su puesto de poeta áulico, entendida esta calificación en el más noble sentido posible; puesto que lo mismo en Vega que en su predecesor, la poe'^ sía oficial y cortesana estuvo siempre en armonía con las honradas convicciones del poeta, que había nacido para frecuentar palacios y para cantar á los reyes dignamente. Pero con esta especie de gracia y este perfume aristocrático que la poesía de Vega tiene, por excepción entre sus contemporáneos, se junta á veces una magnifi- cencia de estilo, en que parece discípulo más bien de D. Juan Nica- sio Gallego, que del tierno y bondadoso D. Alberto Lista, cuyas cualidades poéticas eran muy otras.

Todas sus condiciones positivas y negativas de selecta dicción, de gusto acendrado, aunque algo nimio y estrecho, y de timidez ó poco vuelo en la producción original, parece que predestinaban á Ventura para el papel de intérprete felicísimo de pensamientos aje-

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nos. Y, realmente, como traductor é imitador, dejó ensayos memo- rables que valen tanto ó más que sus composiciones originales. Pas- ma leer las fechas de 1 82 5 y 1826, al pie de unas paráfrasis de los Salmos y del Cántico de los cánticos, 6 más bien de sus imitadores castellanos, Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. Escribir con tal pureza^ con tan nítida elegancia á los diez y nueve años, raya casi en prodigio; no hay enseñanza literaria que alcance á producir esto sin un instinto casi infalible en el discípulo. Pero convengamos en que Ventura de la Vega, ni por sus estudios ni por sus inclina- ciones podía hacer poesía bíblica que no fuese de segunda mano, y aun ésta, per siimma capita., esto es: cogiendo al vuelo algunos ras- gos que se prestaban á ser expuestos con aquella fácil elegancia que era el principal distintivo de su numen. Tenía buen gusto, pero no tenía el gusto gj'ande, si se nos permite esta manera de expresar el sentimiento de la gran poesía que todos afectan tener, y que en realidad poseen muy pocos. De tal hipocresía se salvó siempre Ven- tura; pero hay que reconocer esta limitación de su gusto. Le agra- daban más las cosas bonitas, arregladas y graciosas, que las verda- deramente bellas, y, por de contado, mucho más que las trágicas y sublimes. En el fondo de su naturaleza estética había un escepti- cismo grande, que nunca es indicio de fuerza creadora. Miraba des- de lejos las cumbres del arte, y hacía como que las respetaba con cómica sumisión; pero en la intimidad se vengaba con chistes que han quedado proverbiales, sobre Dante, Calderón y Shakespeare. '

Con tales disposiciones acometió la traducción de un gran poeta de la antigüedad, á quien sinceramente admiraba; y dejó en mag- níficos versos sueltos un ensayo de traducción de la Eneida que no pasa del primer libro. El entusiasmo de doctos críticos, amigos y compañeros del poeta, puso este ensayo en las nubes, considerán- dole unos como «la mejor traducción que de Virgilio existe en len- gua alguna», y otros como «lo que de poesía latina se ha traducido mejor en verso castellano desde que hay en España literatura».

La versificación es ciertamente intachable, aunque no superior á la de otros endecasílabos sueltos que antes había compuesto el mis- mo Vega; y en cortes, pausas y cadencias, recuerda los mejores mo- delos italianos. Pero si se la considera en este fragmento como tra-

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ducción de Virgilio, no se la puede conceder tanto precio. El traduc- tor sentía el efecto general de la poesía virgiliana, pero no era bas- tante humanista ni tenía bastante paciencia para penetrar en los se- cretos del estilo de Virgilio, en la docta elaboración y callida june- tura de sus imágenes y de sus versos. El arte de Virgilio es cosa muy distinta de aquel ideal de corrección académica con que Vega soñaba; está lleno de variedad, de sabios atrevimientos y de speciosa viiracula, que nuestro poeta rara vez reproduce con fidelidad, y de cuyo valor no siempre se da cuenta. Lo que más falta en esta elegantísima traducción, es sabor virgiliano; si se prescinde del texto, se la puede leer con encanto (l).

Ya he dicho que Ventura de la Vega fué principalmente poeta dramático, y no sólo 'uno de los mejores de nuestro siglo, sino uno de los hombres que más profundamente han conocido el teatro bajo todos sus diversos aspectos. Dotado de prodigioso talento escénico,

(i) No parecerá severo este juicio, aunque no vaya muy conforme con la opinión dominante entre nosotros, si se coteja con el del profundo huma-- nista D. Miguel A. Caro, que ha traducido á Virgilio por método entera- mente diverso: «Ventura de la Vega, dice, coa su fácil y perpetua elegancia, carece de originalidad y energía de estilo, no tiene ingeniosa y variada elo- cución; si jamás lastima el oído del exigente lector, tampoco le sorprende agradablemente; si nunca lo deja á obscuras, tampoco le induce á pensar; y de aquí que al trasladar los pensamientos de Virgilio, los despoje á menudo del vigor, de la concisión y frescura del original latino. No digo yo que en la traducción de modelo tan perfecto sea posible trasladar todas las cláusu- las latinas en otras castellanas que en todo las igualen, pero á lo menos han de conservarse las imagines ó imitarse el efecto de la frase con cierta ener- gía, cuando es enérgica; con alguna gracia, si es graciosa; y esto es lo que casi siempre no practica Ventura de la Vega, ni parece que le preocupase». El incedo Regina, se convierte en un débil «me apellido Reina»; nec vox ho- míncni sonat, se explica, vulgarizándose, «ni humano es el sonido de tu voz»; }iotos puer pueri indue vidtus, se deslíe en «pues eres niño, de otro niño sabrás fingir el conocido aspecto». Del tremendo poder de los vientos, briosamente indicado por Virgilio, ^qué queda en la traducción de las siguientes líneas:

«.Ni faciat, viaria ac tcrras cosliivique profunduin Quippe ferant rapidi secttm, verrantque per auras.y>

Que si no hiciese tal, por los espacios

Con rapidez arrebataran ellos

La tierra, el mar, el firmamento mismo.»

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hubiera sido, según el unánime sentir de sus contemporáneos, el primer actor español, si alguna vez hubiese pisado las tablas de un teatro público. Extraordinaria viveza para simular la pasión, frial- dad en el fondo como al actor conviene, singular talento para el re- medo, un delicado sentimiento de los matices de la dicción, son las cualidades que principalmente atribuyen á su declamación, aun prescindiendo del atractivo de la voz, del ademán y de la mirada. Y por caso no raro, sino estrictamente lógico dentro del concierto de las facultades humanas, éstas mismas son las notas características de su ingenio literario, ya se ejercitase en la poesía lírica, ya triunfase con más señorío en el teatro, que fué, á la vez que su gran pasión, el honrado medio de subsistencia, de su juventud, y aun puede de- cirse que de su edad madura. vSuperior á todos los dramaturgos á quienes hizo la honra de traducirles, puesto que ni Scribe com- puso comedia como El hombre de mundo, ni Delavigne tragedia como La muerte de César, pasma á primera vista que se resignase á tal labor; pero luego la explicación se ve muy clara. Era, en sumo grado, perezoso, y era, al mismo tiempo, grande amante de la per- fección; dos cualidades que parecen contrarias, pero que en España suelen andar juntas, y que cada cual de por sí, cuanto más las dos unidas, eran bastante remora para que no abasteciese el teatro de producciones originales con la frecuencia que á sus intereses con- venía. Por otra parte, empezó á escribir en tiempos de gran deca- dencia para el teatro español, en que el público indiferente, distraído y generalmente iliterato, apenas hacía distinción entre lo original y lo traducido, ni preguntaba siquiera por el nombre del autor, ni es- tablecía ninguna diferencia en la retribución pecuniaria que á unas y otras obras se otorgaba. El oficio, hoy tan desacreditado de tra- ductor ó arreglador de comedias, no lo estaba entonces, sino que era ocupación seria de literatos eminentes, que muchas veces mejo- raban, y siempre castellanizaban, los originales que traducían: así Gallego, Marchena, Saviñón, D. Dionisio Solís. Vega, educado en ■estos tiempos y guiado por los consejos de Carnerero y de Grimal- di, comenzó á traducir piezas francesas desde 1824; como simultá- neamente lo hacían los otros dos únicos poetas dramáticos de la generación de entonces, Bretón de los Herreros y Gil y Zarate. Pero

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así como éstos, especialmente Bretón, se dejaron llevar luego de su originalidad dramática, y no volvieron á traducir uno per accidenSy convirtiéndose Bretón en creador de un nuevo teatro cómico espa- ñol, el más castizo y rico de sales que puede imaginarse; Vega, aun en los tiempos más favorables á la producción personal, continuó traduciendo á 'destajo, y sólo en 1845 dio á las tablas su primera comedia enteramente original, que es á la vez su obra maestra.

Estas traducciones ó arreglos que él excluyó á carga cerrada de la colección de sus obras, considerándolos como trabajos de pane lucrando, no merecían, en verdad, tan absoluta é inflexible conde- nación. i\lgunos de ellos tienen tanto de original como de traduci- do; otros están en verso y son obras verdaderamente literarias, como todos los versos que su autor compuso. Una mano inteligente y menos rigurosa que la del poeta, puede subsanar este defecto en ediciones posteriores, dando entrada por lo menos á algunos libre- tos de zarzuela, entre los cuales descuella el nunca olvidado de yu- gar con fuego, digno de la música que le acompaña. El número total de estos arreglos (que es el nombre con que en el teatro se desig- nan) quizá pase de ochenta. Algunos de ellos forman todavía parte del caudal de los teatros, y se oyen siempre con gusto. El estilo es desigual, y no faltan galicismos, impropios de autor tan esmerado. En la elección de las piezas que tradujo, consultó más bien el gusto reinante que su escrupulosa conciencia artística, y no tuvo reparo en dar vestidura castellana á los melodramas de Víctor Ducange y á las piececillas de Scribe. Pero obsérvese que todas las obras que trasladó á nuestro repertorio tienen, á falta de otro mérito, el de ser eminentemente escénicas. Para discernir esto tenía un don casi infa-, lible, así como en el modo de adaptarlas ó arreglarlas se mostraba siempre peritísimo en la mecánica teatral.

Esta industria literaria no perjudicó mucho á su gloria, porque nunca hubiera sido muy fecundo; y de todos modos le dejó espacio y libertad bastante para consagrarse con ahinco á la corrección de sus pocas, pero muy selectas, obras originales. Sólo seis de ellas quiso admitir en su colección, y aun tres son de muy breves dimen- siones y pertenecen al género que Hartzenbusch llamaba de encar^ gOy á pesar de lo cual nada pierden de su mérito. Son piezas cortas

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de asunto literario, en que el autor hace, en muy vario estilo, como cuadraba á la índole de los poetas elogiados, pero siempre con buen sentido y agudeza, la crítica, ó más bien la apoteosis de Lope, Cal- derón y Moratín. Y así como en La tumba salvada procura con buen éxito remedar la manera alegórica y conceptuosa y la robusta entonación de los Autos sacramentales-, en la Critica del si de las niñas^ que es una joya, llega á rivalizar con el Café, del mismo don Leandro, y con la Critica de la escuela de las mujeres, y con todas aquellas obras más excelentes en que la preceptiva literaria, vigori- zada por el genio satírico, ha puesto en las tablas su cátedra, tanto más eficaz cuanto más amena.

No nos detendremos en el drama histórico Don Fernando de An- tequci'a, noble y simpática producción, abundante en bellezas par- ciales, pensada con madurez y reposo, escrita con gravedad y aliño, sembrada de altas moralidades y sentencias políticas, fiel á lo menos en lo sustancial al espíritu de los tiempos en que la acción pasa; obra, en suma, elevada y serena, romántica en el sentido en que lo son las dos tragedias de Manzoni, y con todo eso no tan estimaday celebrada como otras cosas de Ventura, sin duda porque en medio de todas sus excelencias artísticas le falta un cierto grado de calor en la emoción dramática y de interés en la fábula.

Las dos obras maestras de Ventura de la Vega son una comedia y una tragedia: El Hombre de mundo y La muerte de César. Sobre el mérito de la primera no hay controversia posible; El Hombre de mundo es una comedia casi perfecta dentro del género á que perte- nece, y que con llamarse alta comedia no es, sin embargo, el más elevado de la poesía dramática. Con menos profundidad de inten- ción y menos fuerza cómica que Moliere y Moratín, Vega pertenece á su escuela, y en el arte de la composición quizá les aventaja: com- posición clara y lúcida, á la vez que ingeniosa, con una punta de artificio excesivo, pero sin detrimento de la observación fina de cos- tumbres y caracteres, que es el alma de esta especie de comedia. Conocimiento profundo de cierto género de sociedad; conocimiento todavía más cabal de los recursos escénicos, empleados con tal des- treza, que parece natural y sencillo lo que es efecto del cálculo más refinado; enseñanza moral, si no muy nueva, importante por lo me-

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nos y de verdad eterna; figuras reales y humanas, aunque no muy complejas ni muy profundamente estudiadas; delicada parsimonia en la expresión de los afectos; urbano gracejo en la parte cómica, y en todo ello un no qué de nativa elegancia, que, sin dejar de ser castiza, llega á un grado de perfección técnica rarísimo en nuestro teatro; tales son las dotes que hicieron clásica esta pieza desde el momento de su aparición, y las que en tal categoría la mantienen á pesar de los años y de los cambios de gusto. Si algo se echa de menos en ella, no en cotejo con las comedias de su tiempo, aunque entre en cuenta todo el regocijadísimo teatro de Bretón (más genial y espontáneo poeta, pero no mayor autor dramático que Vega), sino con el arte maduro y reflexivo de Tamayo y Ayala, que vinie- ron después, es cierta gravedad del pensamiento que éstos han te- nido, un modo más elevado de considerar la pasión y el deber, un grado más de elevación en la conciencia ética y estética del autor; en suma, el hábito de tomar la vida por lo serio, que es en el fondo el modo más poético de tomarla. Sin duda por falta de esta fibra, sin la cual Moliere no hubiera escrito El Misántropo^ ni Moratín El si de las niñas^ resulta que una comedia tan primorosa deja en el ánimo una vaga impresión de prosaísmo, y con tener un fin moral tan marcado, parece una obra frivola.

Quizá esta misma consideración aplicada, no al mundo de relacio- nes domésticas en que se mueve la comedia, sino al mundo de la arqueología y de la historia, sea la principal razón de la inferioridad relativa de La muerte de César, obra de gran estudio, predilecta de Vega entre las suyas, escrita con más amor y conciencia que otra ninguna, trazada con suma sencillez de plan, admirablemente dialo- gada, llena de detalles felices, en que se pasa sin violento contraste de la majestuosa entonación de la Melpómene francesa á la manera más familiar del drama moderno, fundiéndose armoniosamente am- bos tonos; memorable tragedia de gabinete, que no agradó repre- sentada (quizá por el sistema de declamación realista que inflexible- mente seguía el grande actor que la puso en escena), pero que leída vale más que el Edipo, de Martínez de la Rosa, y sólo cede á la Vir- ginia, de Tamayo, entre todas cuantas tragedias se han compuesto en nuestra lengua. El defecto orgánico de esta producción de Vega,

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tan literaria y tan digna de respeto, no está en su carácter híbrido, -6 más bien ecléctico, que es, por el contrario, una muestra de origi- nalidad nada vulgar y una gran dificultad vencida, sino en el falso y algo mezquino concepto de la historia que el poeta manifiesta, subordinándola á una paradoja política de bajo vuelo, como es la apología del cesarismo y la supuesta necesidad de la tiranía en pue- blos corrompidos ó degenerados. Era la misma idea que por aque- llos días se desarrollaba con aparato erudito y dogmático en la en- tonces tan ruidosa y hoy tan olvidada Historia de Julio César, con que el último de los Césares modernos quiso razonar el fundamento histórico de su personal imperio. Sin examinar tal doctrina (que aquí para nada nos importa), baste decir que este concepto político, que, como todos los del mismo orden, sólo ha servido para viciar la his- toria y convertirla en folleto, tenía que ser todavía más dañoso para el poeta trágico, apartándole de la serena y amplia intuición de la realidad histórica, ó lo que es lo mismo, del espectáculo de la vida, que en el Julio César, de Shakespeare, es tan ardiente y tan intensa. La energía interior del drama histórico hay que buscarla en la his- toria misma, y no en ninguna concepción exterior y sobrepuesta á ella. Pero ni Vega había ahondado bastante en el espíritu del pueblo romano, ni las condiciones de su clarísimo ingenio eran las más á propósito para interpretarle. Había estudiado la historia para las necesidades de su argumento, pero sin compenetrarse íntimamente con ella. Por eso, lo único que falta en su tragedia es grandeza; no porque alguna vez apunte la sonrisa (que en esto hizo bien, sepa- rándose de la monotonía del género), sino porque todo está visto á una falsa luz y empequeñecido con sentimientos y preocupaciones de ahora. No hay anacronismos exteriores, pero hay un conti- nuo anacronismo interior: lo mismo en la caricatura de Cicerón, cuyo original reconocieron todos, que en la importancia que se concede á la supuesta paternidad de César respecto de Bruto, y al personaje de Servilla, sin el cual Vega no veía tragedia posible; como si á Shakespeare no le hubiesen bastado para la suya los grandes móviles de la historia, sin acudir á un recurso sentimental y novelesco, de índole privada, y enteramente ajeno de las costum- bres antiguas.

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Nada de esto se trae aquí para amenguar en rnodo alguno el mé- rito de obras que fueron clásicas desde el momento de su aparición, y que forman ya parte del tesoro de nuestra lengua. Si bien se mira, la continua perfección en los detalles es mérito casi tan relevante como el de una originalidad vigorosa, y en España ha sido siempre mucho más raro. Precisamente por tener las cualidades que menos abundan entre nosotros, debe recomendarse á los principiantes el estudio de éste tan correcto y pulido escritor, como se recomienda el de Moratín con preferencia á otros ingenios más grandes sin duda, pero con los cuales se corre más peligro de extraviarse.

Terminada esta digresión harto larga, y quizá para algunos libre é irreverente en demasía, conviene volver los ojos á la olvidada pa- tria de Ventura de la Vega, donde por los mismos años en que él conquistaba en Madrid sus primeros laureles, comenzaba á darse á conocer como introductor del romanticismo y fundador de una nueva escuela poética americana un autor muy notable por su mé- rito positivo, y mucho más aún por la novedad y trascendencia de sus propósitos, y por la influencia que sus doctrinas y ejemplos han tenido en la generación que le sucedió. Tal fué D. Esteban Eche- verría, uno de los primeros líricos americanos y patriarca de la poesía romántica en el Parnaso argentino.

Hemos visto que en los demás países americanos, en México, en Cuba, en Venezuela, en Colombia y en el Perú, el romanticismo fué recibido de segunda mano y por importación española, exceptuando si acaso á José Eusebio Caro, en quien la influencia de los poetas in- gleses es visible, y comenzó muy pronto. Pero no aconteció así en la Argentina: Echeverría importó el romanticismo francés casi por el mismo tiempo en que comenzaban en España las tentativas ro- mánticas; pero con entera independencia de ellas y con carácter mucho menos castizo.

Para determinar bien el mérito de este autor, hay que considerar separadamente lo que intentó realizar y lo que efectivamente realizó, porque Echeverría, además de ser un poeta de todas suertes nota- ble, se ha convertido en una especie de símbolo de la poesía argen- tina nacional y emancipada. Así le ha presentado, y dignamente en- salzado en hermosos versos, el más argentino de los poetas que hoy

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■viven, D. Rafael Obligado. Después de pintar la desolación de la pampa, dilatada y sola,

«Sin más palabra que la voz vibrante Del buitre carnicero, El alarido de la tribu errante

Y el soplo del pampero >;

la extensión vacía donde jamás había penetrado el alma del canto, describe en estos términos la aparición del genio poético de aquella región, encarnado en Echeverría:

«Llegó por fin el memorable día En que la patria despertó á los sones De mágica armonía; En que todos sus himnos se juntaron,

Y súbito estallaron

En la lira inmortal de Echeverría.

Como surgiendo de silente abismo, El mundo americano Alborozado se escuchó á mismo: El Plata oyó su trueno, La pampa sus rumores,

Y el vergel tucumano, Prestando oído á su agitado seno, Sobre el poeta derramó sus flores.

Desde la hierba humilde Hasta el ombú de copa gigantea; Desde el ave rastrera, que no alcanza De los cielos la altura, Hasta el chajá que allí se balancea Y, á cada nube obscura, Á grito herido sus alertas lanza; Todo tiene un acento En su estrofa divina. Pues no hay soplo, latido, movimiento, Que no traiga á sus versos el aliento De la tierra argentina.

Desde entonces hay cantos de ternura, Rumor de besos en la pampa inmensa...»

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Y el panegirista, en alas del entusiasmo poético, llega á compa- rar la obra de Echeverría con las grandes jornadas de la Indepen- dencia americana.

«El fué también libertador, guerrero, De la lucha más noble. La Cautiva, '. Que el sentimiento nacional exalta Y su estandarte victorioso ondea, Es como Maipo, y Ayacucho, y Salta, El triunfo de una idea» (i).

El poeta que tal himno ha merecido no puede haber sido vulgar, y no lo fué por cierto, á pesar de las muchas salvedades que el buen gusto tiene que hacer, tratándose de sus versos; y á pesar también de que la intención poética valió generalmente en él más que la ejecución, por lo cual resulta un ingenio fragmentario ó incompleto, más digno de estudio que de admiración.

La manera como Echeverría educó y formó su gusto, explica en parte lo que puede encontrarse de bueno y de malo en sus ver- sos (2). Fué pensador antes que poeta, y concibió la poesía princi- palmente como obra de civilización^ como magisterio social. Su in- fluencia política, que fué muy activa, aunque enteramente teórica y doctrinal, es inseparable del pensamiento de sus versos. Lo cual quiere decir que la vocación poética no fué en él muy espontánea, sino que comenzó á despertarse de un modo deliberado y reflexivo, después de largas vigilias, consagradas principalmente al estudio de las ciencias morales y de la ñlosofía de la historia. Esta es la razón

(i) Poemas de Rafael Obligado. Buenos Aires, 1885, págs. i y 55.

(2) Obras completas de D. Esteban Echeverría, con notas y explicaciones, y una noticia acerca de la vida del autor, por D. Juan María Gutiérrez. Buenos Aires, 1870-1874. Cinco volúmenes. En el último, además de los escritos en prosa de Echeverría y de su biografía, escrita por Gutiérrez, figuran artículos críticos de los Sres. Goyena, Mitre, Alberdi, Várela (D. Florencio), Torres Caicedo, Amunátegui, y poesías laudatorias de Adolfo Berro y A. Magariños Cervantes.

Nació Echeverría en Buenos Aires, de padre vizcaíno y madre argentina, el 2 de Septiembre de 1805, y falleció en Montevideo el 19 de Enero de 1851.

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capital de la frialdad de muchos de sus versos y de las enfadosas divagaciones filantrópicas á que con predilección se entrega.

Sus primeros estudios habían sido muy descuidados, y su juven- tud algo licenciosa; pero desde 1825 se propuso seriamente refor- mar su educación, y emprendió un viaje á París, donde residió cinco años, haciendo pobre, obscura y laboriosísima vida de estudiante, saludando, más ó menos de paso, todas las ciencias, pero empapán- dose con predilección en las doctrinas de la filosofía ecléctica, enton- ces dominante, y del individualismo liberal y económico; sin dejar de prestar atento oído á las vagas aspiraciones del humanitarismo y de la escuela del progreso indefinido; con todo lo cual formó para su uso un cuerpo de doctrina que luego formuló et\ El dogma socialista y en otros escritos suyos en prosa. Los tres autores que parecen ha- ber dejado más huella en su ánimo son el apocalíptico Lamennais partir de las Palabras de un creyente); el enfático y hoy tan olvida- do Lerminier, y el extraño apóstol de la humanidad, Pedro Leroux, que todavía lo está más. De la filosofía y las ciencias sociales pasó á la literatura, donde ardía entonces la lucha entre clásicos y ro- mánticos. Leyó en su original á Shakespeare y Byron; en traducción francesa á Goethe y Schiller, que le «conmovieron profundamente (son sus palabras) y le revelaron un nuevo mundo». Entonces entró en deseos de poetizar, pero se encontró con que apenas sabía escri- bir en castellano, ni conocía las reglas más elementales de nuestra versificación. Resignóse á aprender algo de lo que ignoraba, y ven- ciendo la antipatía que todo lo español le causaba, comenzó á estu- diar la propiedad de nuestra lengua en libros que no debieron de ser muy numerosos, pero selectos: la colección de Capmany para la prosa, y la de Quintana para el verso.

Los primeros ensayos poéticos del joven argentino empezaron á correr con estimación entre algunos compatriotas suyos residentes en París, pero ninguna composición suya se había impreso antes de 1830, en que regresó á Buenos Aires, más rico de ¡deas ajenas que de experiencia del mundo, y por lo mismo lleno de esperanzas y deseoso de intervenir en la vida pública, aplicando á ella los altos pensamientos que había aprendido en los libros de los filósofos y pu- blicistas, que habían sido asiduos compañeros de su soledad. El es-

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pectáculo político de su patria, donde comenzaba á incubarse la ti- ranía de Rosas, le contristó profundamente: «la patria ya no existía». Su pena moral se agravaba con los padecimientos físicos, iniciándose en él la terrible dolencia del corazón que había de arrancarle la vida. «Me encerré en mismo (añade), y de ahí nacieron infinitas producciones, de las cuales no publiqué sino una mínima parte con el título de Los Consuelos. »

Pero su estreno literario no fué esta colección, sino un poema ti- tulado Elvira ó la Novia del Plata., impreso en 1832, precisamente el mismo año en que salió de las prensas de París El Moro Expósito del Duque de Rivas, primera obra importante del romanticismo es- pañol. Fuera de esta coincidencia de fechas, el poemita de Echeve- rría, vaga reminiscencia de las baladas alemanas, especialmente de las de Bürger, vale muy poco, y, á pesar de su título, carece de todo color americano. Elvira puede ser la novia del Plata como la de cualquiera otra parte, ó más bien, ni ella ni su amante Lisardo son más que fantasmas sin consistencia. La parte imaginativa pertenece al amaneramiento romántico más vulgar: ronda de espectros, sába- do de brujas, etc. El pesimismo del autor era muy sincero, pero rara vez logra una expresión francamente poética. La versificación ofrece muestras de muy diversos metros, y de ella pueden entresa- carse trozos agradables, como esta canción de Elvira, que Gutiérrez llamaba «Canción de la Ofelia americana», y que efectivamente re- cuerda algo los versos del sauce, que el mismo Echeverría tradujo después libremente:

r

«Creció acaso arbusto tierno A orillas de un manso río,

Y su ramaje sombrío, Muy ufano se extendió; Mas en el sañudo invierno Subió el río cual torrente,

Y en su túmida corriente El tierno arbusto llevó.

Reflejando nieve y grana, Nació garrida y pomposa En el desierto una rosa, Gala del prado y amor;

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Mas lanzó con furia insana Su soplo inflamado el viento,

Y se llevó en un momento Su vana pompa y frescor.

Así dura todo bien... Así los dulces amores, Como las lozanas flores, Se marchitan en su albor;

Y en el incierto vaivén De la fortuna inconstante. Nace y muere en un instante La esperanza del amor.»

El cuento fantástico de Elvira halló mal preparado el terreno, y cayó en medio de la indiferencia general, por hallarse la atención del público muy apartada de todo género de literatura. No sucedió lo mismo en 1 834, en que aparecieron Los Consuelos, primera co- lección lírica del vate argentino, y una de las más antiguas de ver- sos castellanos en que domine el elemento romántico. Una nota puesta al fin del tomo exponía por primera vez el programa estético de Echeverría. «La poesía entre nosotros aún no ha llegado á adqui- rir el influjo y prepotencia moral que tuvo en la antigüedad, y que hoy goza entre las cultas naciones europeas: preciso es, si quiere conquistarla, que aparezca revestida de un carácter propio y origi- nal, y que, reflejando los colores de la naturaleza física que nos rodea, sea á la vez el cuadro vivo de nuestras costumbres y la expresión más elevada de nuestras ideas dominantes, de los sentimientos y pa- siones que nacen del choque inmediato de nuestros sociales intereses, y en cuya esfera se mueve nuestra cultura intelectual. Sólo así, cam- peando libre de los lazos de toda extraña influencia, nuestra poesía llegará á ostentarse sublime como los Andes; peregrina, hermosa y varia en sus ornamentos como la fecunda tierra que la produzca.»

El libro de Los Consuelos era, sin embargo, mucho menos revolu- cionario de lo que pudiera creerse por esta nota y de lo que dejaba espei-ar el poema que le había precedido (l). Rara v^ez cambiaba el autor de metros dentro de una misma composición, y por el con-

(i) Al fin de Los Consuelos hay otro poemita, Layda, del mismo género que Elvira.

448 CAPÍTULO XII

trario conservaba bastantes reminiscencias de los poetas españoles. La Profecía del Plata era evidente remedo de Fr. Luis de León: en otras odas patrióticas predominaba el tono de Quintana; y ya en el estilo, ya en los metros, se notaba alguna que otra vez la influencia de Cienfuegos ó la de Arriaza. Pero todo esto era accesorio en Los Consuelos^ y aunque el color local americano no asomase todavía por ninguna parte, lo que daba carácter al libro era la melancolía del subjetivismo romántico. Si es lícito comparar lo pequeño con lo grande, Echeverría, como Lamartine, era mucho más romántico en el sentimiento que en la forma. Los mejores versos de la colección, El Poeta. enfermo^ Mi destino^ Crepi'tsculo en el mar ^ están inspirados por aquella musa de suave y lánguida tristeza que con Millevoye lloró la caída de las hojas y la juventud marchita. El poeta era real- mente infeliz: una horrible dolencia cardíaca le atenaceaba en la flor de su vida, presagiándole un fin inminente y prematuro. La forma poética en muchas piezas de Los Consuelos es trivial é incolora; pero los afectos que expresan son siempre sinceros. Y en la poesía lírica no es pequeña condición la absoluta sinceridad. Otros fueron quejumbro- sos por imitación y por escuela: á Echeverría, el dolor le hizo poeta.

Los Consuelos fueron recibidos con admiración. Eran, como dijo Florencio Várela, «la primera colección de poesías dignas de este nombre que ha aparecido en Buenos Aires», El libro estaba en con- sonancia con su público. Los jóvenes y las mujeres sobre todo sa- ludaron su aparición con simpatía y entusiasmo, «hallando en aquel pequeño volumen (dice Gutiérrez) la historia de su vida anterior».

Pero el poeta no había puesto lo mejor de su numen en Los Con- suelos. Tres años de recogimiento y estudio antecedieron á la publi- cación de las Rimas (1837), q^^ contienen, sin duda, lo más selecto de su caudal poético, lo que ha sido más celebrado, lo que tiene más probabilidad de sobrevivir: el himno estoico Al dolor ^ inspirado por unas palabras de Kant; la primorosa canción de La Diamela, y, sobre todo, el poema de La Cautiva. El autor se había engrandeci- do y transformado, y volvía victorioso de su lucha con el dolor. Sus versos no eran ya «desahogos del sentir individual», sino que aspiraba á darles un interés más general y humano, conforme á las teorías sobre el arte que en el prólogo desarrolla. «La poesía no

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miente ni exagera (decía)... La forma artística está como asida al pensamiento, nace con él, lo encarna y le da propia y característi- ca expresión... La poesía consiste principalmente en las ideas, y el verdadero poeta idealiza siempre... Idealizar es sustituir á la tosca é imperfecta realidad de la naturaleza, el vivo trazado de la acabada y sublime realidad que nuestro espíritu alcanza.»

El poema de La Cautiva se presentaba como ensayo y primera muestra de este credo estético, tan noble y elevado. En cuanto al fondo «la energía de la pasión, manifestándose por actos, y el in- terno afán de su propia actividad que poco á poco la consume»: en cuanto á la forma, el popular octosílabo, del cual Echeverría se de- claraba apasionado, «á pesar del descrédito á que lo habían reducido los copleros». Pero la mayor novedad consistía en el escenario, en la pintura poética del Desierto. «El Desierto es nuestro (decía Eche- verría), es nuestro más pingüe patrimonio y debemos poner nuestro conato en sacar de su seno, no sólo riqueza para nuestro engrande- cimiento y bienestar, sino también poesía para nuestro deleite mo- ral y fomento de nuestra literatura.»

Si las explicaciones del teórico parecieron algo metafísicas para lo que entonces se estilaba en América, el poema, en cambio, se apoderó desde el primer día de la atención y del favor del público. La descripción de la pampa, aunque hecha con rasgos que convie- nen á cualquier desierto, era nueva entonces, y era además bella, reflejando algo de la austera monotonía del paisaje y de la melancó- lica majestad con que el sol se pone en el vasto horizonte de la si- lenciosa llanura. Por primera vez entraban en el arte los campamen- tos de la frontera, los aduares de los bárbaros, los festines en que se embriagan mezclando el licor con sangre de yegua, el inmenso y enmarañado pajonal abrasado por terrible quemazón tras de devo- rante sequía. La Cautiva no era más que un bosquejo; pero si la parte dramática valiese en ella lo que vale la parte descriptiva; si la influencia del sentimentalismo de Chateaubriand fuese menos visi- ble; si las figuras de Brian y María tuviesen más realce, esta historia tierna y sencilla de dos amantes perdidos en el desierto sería una de las mejores cosas de la literatura americana. Tal como está no pasa de la categoría de agradable, aparte del valor que tiene como

45° CAPITULO XII

primera tentativa. Los versos corren fáciles y sonoros, pero con cierto género de facilidad acuosa, que es precisamente lo contrario de la perfección rítmica. Aun en sus mejores momentos, Echeve- rría es un artista negligente y amanerado, que piensa con alteza, pero que no tiene bastante aliento para infundir vida inmortal en sus creaciones (l).

Con La Cautiva llegó al apogeo de su fama poética, que penetró hasta en España, á pesar de la incomunicación en que vivían enton- ces los ingenios americanos respecto de los nuestros. Quinientos ejemplares de las Rimas se vendieron en Cádiz. Lista y Ventura de la Vega las elogiaron, y fué preciso hacer una nueva edición espa- ñola, que se agotó en seguida; caso bien raro, aun en aquellos tiem- pos en que había más afición á versos que ahora. La leyenda de Echeverría traspasó además las fronteras de los pueblos en que es nativa la lengua de Castilla, y obtu^-o los honores de una traducción alemana, que hizo en el mismo metro del original, y en igual nú- mero de estrofas, Guillermo Walter (1861), poniéndole este honroso epígrafe: Res, non verba.

Hasta 1837, Echeverría, aunque preocupado siempre por ¡deas de reforma social, no se había manifestado más que como poeta. Aquel año descendió á la propaganda clandestina, fundando una es- pecie de sociedad secreta, que tituló Asociación de Mayo, en la cual

(ij Si esta opinión mía parece demasiado severa, puede el lector argenti- no preferir el bello ditirambo que la amistad y el patriotismo inspiraron á D. Juan ]\r. Gutiérrez, el cual decía así, hablando del primer canto de La Cau- tiva: cLas diez y ocho estrofas de este canto son otras tantas perlas, y de las de más bello oriente, entre las muchas que adornan la cabeza de ¡a musa ar- gentina. El metro, la versificación, los epítetos, las palabras todas empleadas por el poeta, son sencillas y casi familiares. Esas estrofas maestras no necesi- tan ni de oropel ni de ruido. Puede decirse de ellas, parodiando á Virgilio, que bástales mostrarse para convencerse de que son divinas y reinas en los dominios poéticos de nuestro Parnaso... El canto del Desierto pertenece á esas creaciones que vivirán eternamente, y serán por siempre hermosas, •como lo son la naturaleza y la verdad. La poesía de \a pampa está toda entera elaborada y comprendida en esos pocos versos, así como la poesía de una noche estrellada y se)-ena se encierra con todas sus armonías en la oda de León á D. Loarte.»

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se afiliaron la mayor parte de los estudiantes de Buenos Aires, ca- pitaneados por Alberdi y Gutiérrez. Esta asociación tenía por objeto preparar la caída de Rosas, cuya tiranía, sin haber llegado al punto de sanguinaria insensatez á que llegó después, comenzaba á ser in- tolerable; y acelerar la regeneración de la patria, conforme á los principios que Echeverría desenvolvió en un célebre folleto; El dogma socialista; palabra que aquí ha de entenderse en el sentido de dogma social^ pues, por lo demás, nadie más lejano del socialis- mo que Echeverría, á quien hoy calificaríamos de individualista de los más clásicos y radicales. Su credo, bandera ó programa, aunque formulado con varonil elocuencia, no contiene más que los lugares comunes de la antigua escuela democrática, tal como la exponían los publicistas franceses anteriores á 1848. A lo sumo, puede tras- lucirse en algunos conceptos influencia sansimoniana (l).

La Asociación tuvo que dispersarse pronto para salvarse de las pesquisas de la policía de Rosas; y Echeverría se retiró á una de las haciendas que poseía en el campo, esperando con el alejamiento y la obscuridad de su vida, esquivar la persecución y proseguir trabajando en la educación política de sus compatriotas. Allí com- puso sus sentidos versos á la muerte del poeta Juan Cruz Várela, muerto en la expatriación; y allí le sorprendió la noticia del alza- miento liberal de los hacendados del Sur, en Octubre de 1839: ten- tativa prematura y frustrada, que no hizo más que exacerbar las crueldades de Rosas. Aquella insurrección le dio tela para un fasti- dioso y prosaico poema en variedad de metros, ó más bien gaceta rimada, que dio á luz años después en Montevideo.

Echeverría, á quien su quebrantada salud impidió alistarse en las filas del ejército libertador del general Eavalle, que con tan mal éxito luchó contra Rosas en 1 840 y 1 84 1, tuvo que resignarse á la expatriación y buscar asilo, primero, en la colonia del Sacramento, y luego en Montevideo. Allí, durante el memorable cerco de aque- lla plaza, continuó la lucha contra el dictador, en verso y en prosa, en periódicos, discursos y folletos. Pero el visionario, el iluminado,

(i) En sus Cartas á D. Pedro de Aiigelis^ editor del Archivo Americano y panegirista asalariado de Rosas, Echeverría rechaza toda complicidad con el socialismo europeo.

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el utopista, fué sobreponiéndose cada vez más al poeta. Sus compa- ñeros de proscripción le respetaban más bien que le seguían, te- niéndole por inútil para la acción revolucionaria; y él se perdía cada vez más en nebulosidades de metafísica social, explanando y co- mentando de mil modos su dogma socialista^ que quiso introducir hasta en un compendio de moral que escribió para las escuelas pri- marias. Entretanto, el poeta, aunque versificando á destajo, no vol- vió á encontrar inspiraciones semejantes á las de La Cautiva. La bella descripción del Tucumán al principio del poema Avellaneda, es casi lo único que merece salvarse de esta segunda manera suya, en que el político mató miserablemente al poeta que, aspirando al lauro épico, sólo consiguió poner en renglones desiguales é inco- rrectos la prosa de los periódicos. Y sin embargo, aquella guerra era trágica y de proporciones aterradoras, y merecía tener, y tuvo en efecto, su poeta; pero no en verso, sino en prosa; no el autor de Avellaneda y de la Insurrección del Sur, sino el de Facundo Qui- roga; no Echeverría, sino Sarmiento. Echeverría no tenía genio épi- co, y sus poemas largos son otros tantos abortos. Si alguno puede citarse como peor que los restantes, es el más largo y el último de todos, aquel en que precisamente fundaba mayores esperanzas, El Ángel caído, del cual puede decirse con mucha más razón, que de La chute d'un ange de Lamartine, que no es la caída de un ángel, sino la caída de un poeta. Esta farragosa composición, que llena por sola un grueso volumen de más de 500 páginas en 4.° en la colección de las obras de Echeverría, es punto menos que ilegible; y el mismo Gutiérrez, con todo su entusiasmo, reconoce que están de más una gran parte de los ocho mil versos de que consta. El héroe del poema es el eterno D. Juan, pero un D. Juan trasplantado á las orillas del Plata é introducido en la sociedad argentina; ó más bien, el D. yiian de Echeverría no es nadie, por el mismo empeño loco de que lo sea todo. Es una abstracción quimérica, compuesta de elementos contradictorios: «un tipo (dice el autor con toda sen- cillez), en el cual me propongo concretar y resumir, no sólo las buenas y malas propensiones de los hombres de mi tiempo, sino mis sueños ideales y mis creencias y esperanzas para el porvenir. Como todas las almas grandes y elásticas, la de mi D. Juan se en-

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golfará á veces en las regiones de lo infinito y lo ideal, y otras se apegará, para nutrirse, á la materia ó al deleite. Así, representará la doble faz de nuestro ser, el espíritu y la carne, 6 el idealismo y el materialismo , y como nuestra sociedad es el médium, ó el tea- tro donde esa alma debe ejercitar su devorante actividad, esto me dará lugar para ponerla á cada paso en contacto con ella, pintar nuestras costumbres, censurar, dogmatizar é imprimir, hasta cierto punto, al poema, un colorido local y americano».

Como este tipo, que realmente no es tal tipo ni cosa que lo val- ga, daba tanto de sí, el autor nos amenaza con nuevos poemas que tenía ideados, en los cuales «este multiforme Proteo americano (¡ame- ricano V). Juan Tenorio!), reaparecería bajo otra luz y con distinto relieve». Hay que advertir que El Ángel caído es ya continuación de otro poema no corto que se titula La Guitarra (en que hay imitaciones, bastante desgraciadas, de la Parisina, de Byron), y luego iba á venir el Pandemónium, y luego, no sabemos qué, por- que el poeta había perdido enteramente la brújula, y era, como García de Quevedo, una de las más señaladas víctimas del furor épico, trascendental y simbólico. Nada interesa en El Ángel caído: ni la fábula, que es insulsa y desatinada; ni la construcción del poe- ma, que es informe y sin ningún género de unidad orgánica; ni las ideas filosóficas, que son un barullo caótico y pedantesco, último residuo de lecturas mal digeridas; ni la dicción poética, que es arrastrada, débil, palabrera. Echeverría, que hacía alarde de des- preciar á todos los poetas españoles antiguos y modernos, porque «no descubría en ellos .acción psicológica, afectos íntimos, ni pensa- mientos filosóficos, sino la manifestación orgánica v brutal de la pasión», hubiera hecho bien en pedir prestado, no ya al gran Tirso, sino á sus propios contemporáneos, Esprónceda y Zorrilla, algo del interés y de la vida que pusieron en sus reproducciones del tipo de D. Juan.

Resumiendo todo lo expuesto sobre Echeverría, hay que recono- cer, como reconoce su mayor panegirista Gutiérrez, que en sus obras anda revuelto «el oro de buena ley con materias muy humil- des». Fué un pensador sincero, aunque mediano, un entusiasta con visos de iluminado, un patriota algo candido y enamorado de abs-

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tracciones, pues aun buscando base histórica para su política, tenía tan pobre manera de entender la historia de su país, que no empe- zaba á contarla más que desde fecha tan reciente como la revolu- ción de Mayo de l8lO, como si ninguna nación se hubiese impro- visado en un día. Del mismo modo quiso improvisar una literatura americana, renegando de todos los precedentes coloniales y que- dándose sólo con la lengua. Sobre esto son muy dignas de tenerse en cuenta, por lo atinadas y sagaces, las reflexiones de un crítico y poeta de la nueva generación argentina, D. Calixto Oyuela (l). «Precisamente por haberse apartado Echeverría de lo español y castizo más de lo que nuestra propia naturaleza consiente, no pudo ser suficientemente americano. No acertó á librarse de la imitación romántico-francesa, como se libró de la seudoclásica española; y pensando en francés, escribió en castellano de mediana ley. Afran- cesado su pensamiento por influjo del deslumbrador romanticismo, ya no pudo hallar en moldes castellanos su manifestación natural y espontánea. «Aceptemos de España su hermosa lengua», dice. Pero iqué! ¿Puede aceptarse una lengua, rechazando á la vez de todo en todo el pensamiento, el medio de imaginar y de sentir y de expre- sar, que de consuno la engendraron, amamantaron y desarrollaron hasta el altísimo grado de perfección en que hoy se encuentra? La lengua no es un ropaje exterior, susceptible de sacarse, ponerse y cambiarse á voluntad, sino la expansión inmediata que lleva embe- bida esencialmente el alma del pueblo que la posee. Cervantes, Cal- derón, Lope, León, Quevedo, viven y palpitan todavía en las voces, modulaciones y giros de la lengua castellana, la cual sólo podrá ser natural instrumento de los pueblos que, si bien modificados, con- servan sustancialmente índole ó afinidades españolas. Si Echeverría quiso renegar de esta índole y de estas afinidades naturales, debió ser lógico y renegar también del idioma que es su consecuencia ne- cesaria, proponiendo que hablásemos en francés ó en quichua.»

Después de estas palabras tan llenas de sensatez, no hay más re- medio que ver en Echeverría un artista incompleto, que emprendió grandes cosas con fuerzas desproporcionadas á su intento, y que

(i) Carta á Rafael Obligado^ Buenos Aires, 1885.

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nunca llegó á dominar el instrumento que empleaba. Su america- nismo, valga lo que valiere, se reduce á La Cautiva, y á ^Igún rasgo del Avellaneda, poema muy mal escrito en casi todas sus partes. Tenía dotes de observación realista, como lo prueban su cuadro de El Matadero, y algún otro de sus fragmentos en prosa; pero no utilizó esta vena, que le hubiera conducido quizá á una literatura más americana que la de sus versos. Prefirió perderse en nieblas teosóficas, y hoy yace enterrado bajo la balumba de sus obras en el suntuoso, pero demasiado completo, monumento que le levantó su fiel amigo Gutiérrez. Es autor que sólo debe ser leído por ex- tractos y en muy pequeño volumen, tal como le presenta Obligado. Pero con todos sus defectos de fondo y forma, no se puede negar que fué sacerdote fiel del culto del ideal, y que tuvo un noble y elevado concepto de la poesía. El hombre y el ciudadano valían en él más que el poeta: por eso mereció del ilustre orador católico don Félix Frías, en pleno Parlamento argentino, este elogio postumo, que vale por muchos: «D. Esteban Echeverría era capaz de hacer algo mejor que bellos versos: era un poeta en acción; jamás prosti- tuyó su honor ni su musa.»

Desde 1837, fecha délas Rimas áe Echeverría, hasta 1852, fecha de la caída de Rosas, la literatura argentina no se desarrolló en Bue- nos Aires, de donde la había ahuyentado la tiranía de aquel demen- te; sino en Bolivia, Chile y Montevideo. Entre estos proscritos bri- llaron en la prensa chilena, ó en la del Estado Oriental: D. Vicente Fidel López, autor del primer Curso de Bellas Letras que rompió en América con la rutina seudoclásica, y escritor muy celebrado después por sus extensos trabajos históricos: Sarmiento, á quien he- mos encontrado ya en nuestro camino, y que fué, con toda su sel- vática incorrección, el más ardiente é inspirado de los prosistas del Sur, distinguiéndose además, como reformador de la enseñanza pri- maria: D. J. B. Alberdi, que empezó escribiendo artículos de cos- tumbres á imitación de Larra, con el seudónimo de Bigarillo, y abandonó luego los floridos senderos de la literatura (l) para dedi-

(i) Hay en el segundo tomo de las Obras completas de J. B, Alberdi (Bue- nos Aires, 1886), pág. 152 y siguientes, una especie de poema, El Edén, es- crito en prosa por Alberdi y puesto en verso por Gutiérrez.

Menéndez r Pelayo.— /'í'íí/a hispano-a/nericana. II. 29

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carse á las ciencias jurídicas, especialmente al derecho político y al internacional, en que llegó á ser eminente por la fuerza analítica y el vigor de su pensamiento: D. Félix Frías, que á diferencia de la mayor parte de sus compañeros de emigración y correligionarios políticos, fué siempre fervoroso campeón del catolicismo en la pren- sa y en la tribuna; varón de vida inculpable y austera, de gran ca- ridad y generosa elocuencia. Prescindimos aquí de los pocos que hoy sobreviven de aquella gloriosa emigración, entre ellos el respe- table general Mitre, uno de los primeros historiadores de América, poeta además y traductor de Dante. Pero debemos hacer especial mención del ya tantas veces citado en estas páginas, D. Juan María Gutiérrez, que no sólo fué el más correcto de los vates argentinos, sino el más completo hombre de letras que hasta ahora ha produ- cido aquella parte del nuevo Continente (l). Como colector, prestó el gran servicio de la América Poética^ compilación demasiado vo- luminosa para lo que la poesía americana era en 1846; pero así y todo no superada ni igualada después por ninguna otra. Es cierto que contiene mucho fárrago, pero no por mal gusto del editor, sino por el deseo de ser completo, y también (justo es decirlo) por un

(i) Nació Gutiérrez en Buenos Aires, el 6 de Mayo de 1809, y era hijo de español, lo cual hace todavía más extraño é inexcusable su odio á España. Su primera profesión fué la de ingeniero. Durante la emigración fué Director de la Escuela Naval de Valparaíso; después de la caída de Rosas, Ministro de Estado; y en 1861 Rector de la Universidad de Buenos Aires. Falleció en 26 de Febrero de 1878. Fué el único americano que rehusó el puesto de corres- pondiente de la Academia Española; acto de mal gusto, que le valió aun en América severas censuras.

Falta una colección completa de sus obras, que sería muy importante. Al- gunas de ellas ya están citadas en el curso de este trabajo. Las más extensas y eruditas son:

Bibliografía de la J>7-imera impreíita de Buenos Aires desde sií fimdación hasta el año de iSlo inclusive, precedida de una biografía del virrey D. Jua7i José' de Ve'rtiz, y de tma disertación sobre el origen del arte de imprimir en Ame'- rica, y especialmente en el Río de la Plata (1866).

Bosquejo biográfico del general D. José de San Martín (1868).

Estudios biográficos y críticos sobre algunos poetas sudamericanos anteriores al siglo XIX (1865). Los poetas de quienes trata son Juan de Ayllón (perua- no), el dramaturgo Ruiz de Alarcón (mejicano), Labardén (argentino), Cavie-

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americanismo indulgente y mal entendido, que solía extraviarle en su crítica. Salvo este defecto, y su aversión á España, y su empe- dernido volterianismo, que rayaba en fanática é intolerante manía, Gutiérrez era hombre de extensa cultura, de muy despejado enten- dimiento, de muy vasta y sólida lección en los clásicos antiguos y modernos, de grande aptitud para comprender y sentir la belleza, y de muy penetrante discernimiento en la parte técnica. Su estilo, sin ser rigurosamente correcto, es de los menos impuros que pue- den encontrarse en ningún escritor de su nación, y es además vi- goroso y ameno. Como crítico no ha tenido rival en América des- pués de Andrés Bello y antes de Miguel A. Caro. Y fué además diligente bibliógrafo, grande erudito en cosas americanas. Su estilo, sus aficiones arqueológicas, todo, en suma, estaba en contradicción con el papel que en mal hora asumió de detractor sistemático de España, extraviando el criterio de una generación entera con el peso de su autoridad innegable.

La fama que alcanza y merece como prosista y como investiga- dor ha perjudicado á la reputación de sus versos, que no serán qui- zá de los más inspirados y vehementes del Parnaso argentino, pero que son sin duda de los más tersos, pulcros y aliñados. Gutiérrez, á diferencia de muchos paisanos suyos, sabe siempre lo que quiere decir; y el cuidado de la lima no daña á la gracia y gentileza de los movimientos de su musa, clásica por instinto más que por escuela,

des (peruano), Sor Juana In¿s (mejicana), el P. Aguirre (ecuatoriano), Pedro de Oña (chileno), Olavide (peruano),

Noticias hisidficas sobre el orige?t y desarrollo de la enseñanza pública su- perior en Buettos Aires (desde 1767 á 1821). Con 7iotas, biografías, etc., 1868.

Añádanse las vidas de Franklin, Washington, etc., é innumerables artícu- los en el Mercurio, de Valparaíso, y en todas las revistas argentinas.

Hay varias biografías literarias de Gutiérrez. Las más minuciosas son la de D. Antonio Zinny (escritor glbraltareño, nacionalizado en la Argentina): Jiian María Gutiérrez, su vida y síis escritos (Buenos Aires, 1878), y la del infatiga- ble polígrafo chileno. Vicuña Mackenna, Juan j\faria Gutiérrez, su vida y sus escritos conforme á documentos enteramente inéditos.

En el ameno é interesante libro que lleva el nombre de Memorias de un Viejo, por Víctor Gálvez (Buenos Aires, 1889), hay una semblanza física y moral del Dr. Gutiérrez (tomo i, págs. 389-404).

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modestamente ataviada con cierta nativa elegancia que contrasta con el abandono de Echeverría, con el desorden de Mármol, con el énfasis apocalíptico de Andi'ade. En Los amores del Payador y en otras composiciones de su primer tiempo, resulta no menos ameri- cano que el autor de La Cautiva, sin afectarlo tanto. En su célebre canto á la Revolución de Mayo, premiado en un certamen de ]\Ion- tevideo el año 1 84 1, se aparta mucho de la vulgaridad corriente en las odas patrióticas, procede con cierta majestad solemne y vierte nobles pensamientos en el raudal de una versificación cristalina. Pero sus poesías ligeras, escritas con sumo primor y delicadeza, va- len más en mi juicio que sus odas de aparato, y eran sin duda más adecuadas á la índole suave é insinuante de su musa.

Colaborador de Gutiérrez en algunos periódicos de Montevideo durante el período de expatriación, fué el malogrado publicista don José Rivera Indarte, natural de Córdoba de Tucumán; el primero que en 1 83 4 defendió en un célebre folleto, El Voto de América, la conveniencia de restablecer las relaciones mercantiles con España, y abrir los puertos á su bandera. Su campaña de cinco años contra la tiranía de Rosas en las columnas de El Nacional, le ha dado más celebridad que sus medianos versos, entre los cuales recuerdo El rey Baltasar, melodía hebraica, imitada de la Visión oj Belshaz- zar, de Byron,

A todos los poetas hasta aquí citados, incluso el mismo Echeve- rría, excedió en reputación popular durante su tiempo, y aun puede decirse que en parte la cpnserva, otro ingenio romántico, muy des- aliñado y muy inculto, lleno de pecados contra la pureza de la len- gua, de expresiones impropias, y de imágenes incoherentes; pero versificador sonoro, viril, robusto, superior á todos sus contempo- ráneos en la invectiva política, porque tenía el alma más apasionada que todos ellos, y dotado al mismo tiempo de grandes condiciones para la descripción que pudiéramos llamar lírica, para reflejar la impresión de la naturaleza, no en el detalle, sino por grandes masas. Tal fué José Mármol, que, al revés de Echeverría, no pro- cede del romanticismo francés, ni tiene con él grandes analogías; pero las tiene, y muy íntimas con el romanticismo español, y especialmente con Zorrilla, cuyos procedimientos de versificacióri

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imita (i), procurando emular su vena opulenta y desbordada. Már- mol, como todos los poetas de su temple, arrastra, deslumhra, fas- cina, y á su modo triunfa de la crítica, que sólo en voz baja se atre- ve á formular sus reservas. En sus versos políticos, en sus impreca- ciones contra Rosas, hay un arranque, un brío, un odio tan sincero, una tan extraña ferocidad de pensamiento, que, si á veces repugnan por lo monstruoso, otras veces se agigantan hasta tocar con lo su- blime de la invectiva. Aquellas hipérboles desaforadas de venganza y exterminio, aquel estrépito de tumulto y de batalla, aquella infla- mada sarta de denuestos y maldiciones, embriagan el espíritu del lector más sereno y pacífico, haciéndole participar momentánea- mente de la exaltación del poeta. No creo que se hayan escrito ver- sos más feroces contra persona alguna, como no fuesen aquellos anti- guos yambos de Arquíloco é Hiponacte, cuya lectura hacía ahor- carse á las gentes aludidas. Salvo las diferencias entre el puñal y la pluma, hay casos en que el poeta se pone á la altura del tirano á quien combate. Y así como Rosas tiene en la historia su bárbara y sinies- tra grandeza, tienen los incorrectos versos de Mármol cierta poesía bárbara y desgreñada que los hace inolvidables, y, en cierto senti- do, imperecederos.

Pero Mármol tenía en su lira otra cuerda 'más suave y cadencio- sa, sin la cual su estro hubiera degenerado fácilmente en convulsión epiléptica. Mármol sentía grandiosamente la naturaleza, y gustaba de abismarse en la contemplación melancólica que infunden las no- ches tropicales. Los fragmentos de El Peregrino, en que quiso imi- tar el Viaje de Childe-Harold, pero sin tomar de Byron la ironía ni el pesimismo, son lo mejor de su obra poética; el pensamiento es allí más elevado y más sereno, y hasta la forma se depura algo de las infinitas escorias que en otras composiciones la afean. No es justo olvidar, como generalmente se olvida, que el verdugo poético de Rosas es también el autor del espléndido canto á Los Trópicos, «ra- diante palacio del Crucero-».

Hizo Mármol representar en Montevideo dos ensayos dramáticos, ■que valen poco (El Cruzado y El Poeta), y dejó además una larga

(i) No hay más que comparar las famosas Nubes, de Zorrilla, coa el canto <ie los Trópicos en los fragmentos de El Peregrino.

4^'^ CAPÍTULO XII

novela, Amalia, que es de las obras más conocidas de la literatura argentina, por haber sido impresa en Europa varias veces, y leída siempre con el vivo interés que nace de su carácter histórico y de la extrañeza de su contenido. Es una historia anecdótica de la tira- nía de Rosas; la mayor parte de los personajes que intervienen en el sangriento drama que allí se desenvuelve, fueron personas rea- les, y aun son de rigurosa exactitud muchos de los actos y palabras que se les atribuyen. Cuanto allí pasa es de tal manera sorprenden- te y maravilloso, que, á no tratarse de tiempos tan cercanos y en que la invención era imposible, parecería aborto de una imagina- ción extraviada y delirante por el terror de la persecución y del martirio. Apenas se concibe que tal estado social haya podido en parte alguna del mundo subsistir por más de catorce años. La no- vela está mal escrita, como puede suponerse conociendo al poeta; adolece de galicismos y aun de solecismos y faltas gramaticales de toda especie, y, por otra parte, la prosa de Mármol no tiene el ner- vio ni el vigor pintoresco de la de Sarmiento; pero el interés de la narración es muy grande y difícilmente se suelta el libro de las ma- nos. Lo cual no quiere decir que sea una obra propiamente litera- ria, sino que tiene aquel mismo atractivo de curiosidad, que en las espeluznantes novelas de Soulié ó de Eugenio Sue, tan en boga por aquellos años, puede encontrarse (i).

Mármol es el último poeta argentino de los que alcanza la Amé- rica Poética de Gutiérrez (2), y puede decirse que con él se cierra

(i) Nació Mármol en Buenos Aires, el 4 de Diciembre de 18 18, y muriá ciego en 12 de Agosto de 1881. Había sido Director de la Biblioteca Nacio- nal de Buenos Aires. La colección de sus Obras Poéticas y Dramáiicas (Pa- rís, 1882, ed. Bouret), formada por D. José Domingo Cortés con el mayor descuido y falta de inteligencia, y afeada con gran número de erratas tipográ- ficas, no contiene los fragmentos de El Pereg7-ino, que deben buscarse en la América Poética de Gutiérrez, puesto que la primera edición de Montevideo, 1846, es casi inasequible.

(2) Figuran también en esta célebre antología, pero no rae parecen dig- nos de particular estudio, Balcarce (Florencio), Caiitilo (José María), Godoy (Juan), Inurrieta (Manuel), Pacheco y Obes (Melchor): todos ellos excepción acaso del último), no eran poetas, sino meros aficionados. Don Luis L. Do- mínguez, autor de la composición El Ombíi, y de otras verdaderamente

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el primer período romántico de la literatura argentina, por más que continuase pujante la imitación de Víctor Hugo en unos, y la de Al- fredo de Musset en otros. Pero esta imitación se combinó con otras tendencias; se modificó luego por la lectura de nuevos modelos franceses, como Gautier y los parnasianos^ y aun por influencias italianas más ó menos profundas; y fué aún rechazada de plano por algunos poetas jóvenes que, ora vuelven á tremolar la bandera ame- ricana de Echeverría, ora prestan culto á los eternos modelos del clasicismo greco-latino y de sus más puros imitadores españoles. Todas estas tendencias están representadas por ingenios de positivo mérito; pei'o no todos pueden entrar en el cuadro que vamos bos- quejando, porque afortunadamente viven los más de ellos, y á la posteridad toca hacer justicia á sus esfuerzos y dividir entre ellos el codiciado lauro. Omitimos, pues, con harto sentimiento á poetas ta- les como D. Carlos Guido Spano, D. Ricardo Gutiérrez, y entre los más jóvenes, á D. Rafael Obligado, D. Calixto Oyuela, D. Martín Coronado, D. Domingo Martinto, D. M. García Mérou, y otros que no habrán llegado á nuestra noticia; y sólo vamos á decir dos pala- bras de los que ya han rendido á la muerte el común tributo.

Al frente de ellos figura D. Olegario V. Andrade, uno de los poe- tas de más grandilocuencia y más robusto acento que ha producido la América del Sur. Sus defectos son palmarios, y de ellos no cabe excusa. Andrade era un poeta efectista, que escribió para ser leído en voz alta y resonante, y para ser aplaudido á cañonazos. Pero en esta poesía, toda boato y pompa, toda estrépitos, tempestades, vol- canes y cataclismos, hay un fondo de sinceridad y de grandeza líri- ca que triunfa de lo exuberante y barroco de la forma. Andrade tenía el gusto sin educar, y le fascinó la imitación de lo peor de Víctor Hugo, por quien profesaba una especie de culto, ó más bien de fanatismo; pero tenía también, aunque en pequeña escala, algu- nos de los grandes dones de su modelo; la sensación ardiente y lu- minosa; cierta especie de visión hipnótica que agranda y transfi- gura los objetos; la imaginación retórica, que los interpreta de un

notables, es uno de los tres poetas de aquella colección, que viven aún. Los otros dos son: el mejicano D. Guillermo Prieto, y el chileno D. Ensebio Lillo.

4^2 CAPÍTULO XII

modo siempre eficaz, aunque desmesurado y sofístico; y juntamen- te con esto la arrogancia, plenitud y número de la versificación, la pródiga y despilfarrada magnificencia del estilo, fecundo en hipér- boles, abundante en palabras rotundas, de sonido y brillo metálicos. En él, como en Víctor Hugo, fatiga la monotonía de lo grandioso, la luz abrasadora de mediodía, derramada por igual y de plano so- bre todos los objetos. Y como en todo imitador, aun siendo tan distinguido como Andrade, se extreman los defectos y no las cuali- dades del modelo, de ahí que el poeta argentino sucumba con fre- cuencia bajo el peso de los colosos de granito y de las montañas de metáforas con que pretende escalar el cielo.

Tuvo Andrade la ambición de los grandes asuntos, y no se mos- tró indigno de tenerla. La Atlántida y El Prometeo, capitales poe- sías suyas, demuestran esta aspiración elevada, y en parte la justifi- can. Es cierto que su saber era corto, elementales sus estudios, vagas y mal digeridas sus lecturas, confusas las nociones que tenía de la Naturaleza y de la Historia. Por otra parte, el periodismo, que es mala escuela poética, había viciado su gusto, educándole en la declamación ampulosa, en el verbalismo insustancial con que se compaginan los programas políticos y los artículos de fondo. No es imposible, ni mucho menos, que concurran en una misma persona la cualidad de poeta y la de publicista, pero será á condición de que el poeta se olvide del publicista y el publicista del poeta. Y por desgracia, en Andrade no acontecía así. Un poeta como él, dotado de grandes condiciones plásticas, nacido para la visión intensa de las cosas concretas, introduce á cada momento en su estilo, como chillona discordancia, el vocabulario abstracto, amanerado y mar- chito de la lengua parlamentaria y de los folletos de propaganda; y rima, sin darse cuenta de ello, las más enfáticas y prosaicas vulga- ridades. Verdad es que lo mismo hacía Víctor Hugo en su última manera, convirtiéndose en gárrulo tribuno de la plebe, y no, como él imaginaba, en «pensador alado», en «boca del clarín negro», y en «nuevo Prometeo».

Disuenan, pues, en los versos de Andrade, generalmente armo- niosos y viriles aunque incorrectos y plagados de asonancias, una multitud de expresiones que el dialecto poético no puede admitir.

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y más siendo tan enfático y encumbrado como el que habla nuestro autor; porque no son de las que le enriquecen trayéndole nuevas formas y nuevos aspectos de la vida y una nueva y más íntima pe- netración de las cosas, sino de las que violan la esencia misma del genio de la poesía, poniendo en sus labios de diosa la jerga vil de las arengas de partido, de los brindis patrióticos, de los manifiestos electorales; la lengua lacia y mustia de los negocios, de las transac- ciones y de las polémicas, lengua que nada dice á los ojos, que sue- na ingrata en los oídos, y que con fórmulas huecas anula la espon- tánea vivacidad del pensamiento.

No tenemos que pedir cuentas al poeta de la falsedad intrínseca de muchos conceptos suyos, ni censurar, como en otra parte fuera justo y debido, el espíritu sectario á que rinde tributo; su filosofía de la historia superficial y enmarañada; su pomposo latinismo de raza, que viene á resolverse en un galicismo perpetuo; sus mil can- dideces democráticas; su incoherente simbolismo religioso. De todo esto ya dio cuenta D. Juan Vakra en una carta tan ingeniosa y amena como todas las suyas (l).

Andrade sabía ciertamente poco para hacer poemas teogónicos ni cosmogónicos; pero sentía con cierto vigoroso, aunque confuso naturalismo, el hervor de la existencia, y aspiraba á encerrar en vastas síntesis el tumulto de la historia. Su espléndido canto sobre los destinos de la raza latina, impropiamente llamado Atlántida, tiene, á vueltas de todas sus imperfecciones de pensamiento y de formas, versos magníficos, trozos caldeados por la pasión y el entu- siasmo, y un juvenil y simpático alborozo por el progreso humano, que hace prorrumpir al autor en ditirambos de férvida elocuencia. Las ¡deas valen poco, y son de las más vulgares del liberalismo; pero el poeta parece que vuelve á inventarlas por el arranque y el brío con que las siente y expone. Daña, no obstante, á esta compo- sición el plan demasiado simétrico, y más propio de una lección de historia ó de un tratado, que de una oda.

Superior, en mi juicio, bajo el aspecto de la ejecución poética, aunque afeado también por vicios radicales en la concepción, es el

(i) Cartas americanas, i.'* serie (Madrid, 1889).

464 CAPÍTULO XII

Prometeo^ en que Andrade, después de tantos otros, pero siguiendo principalmente las huellas de Edgar Quinet, trata de dar nuevo sen- tido trascendental y moderno al mito griego del Titán filántropo^ convirtiendo á Prometeo en precursor del espíritu humano emanci- pado y del pensamiento libre. Confieso que este símbolo progresista me parece mucho menos estético que la sublime y religiosa poesía del viejo Esquilo, en que tantos han visto una prefiguración ó anun- cio vago de la Redención humana. El Titán de Andrade, que habla muchas veces en estilo de orador de club, no nos interesa ni nos conmueve como el de Esquilo, porque es una abstracción, una ale- goría muerta, sin ningún género de virtualidad divina ni humana. Nadie niega el simbolismo del Prometeo encadenado, aunque pueda interpretarse de diversas maneras, pero aquel símbolo vive eterna- mente, porque fué engendrado de las entrañas de una teogonia en que firmemente creían Esquilo y sus contemporáneos. Despojada hoy la fábula de su carácter religioso; trasplantada á un medio tan diverso; interpretada de un modo tan infiel, con tan poco estudio de la antigüedad, por un espíritu tan poco maduro como el de An- drade, no podía producir más que una declamación poética, brillan- te, eso sí, y de gran vuelo, pero muy candida y superficial, que ni siquiera tiene el amargo dejo de la poesía satánica con que inter- pretó Shelley el mito de Prometeo. Pero si el poema no se reco- mienda por el pensamiento, vale mucho por los esplendores de la forma: por la riqueza y magnificencia de la dicción poética, aquí menos rígida y monótona que en otros cantos de Andrade: por la salvaje y áspera energía de las maldiciones que lanza el Titán: por la suavidad delicada y etérea del coro de las Oceánidas.

Si á estos dos poemas capitales se unen El Nido de Cóndores, ori- ginal y poética apoteosis del genio de la independencia americana; El Arpa perdida, elegía al naufragio del poeta Luca; Paisandú, canto magnífico al heroísmo uruguayo en la resistencia contra el Brasil; y finalmente, los versos A Víctor Hugo, arrogante composición digna de Víctor Hugo mismo, y muy mal pagada por él con frases de tri- vial cortesía, se encontrará justificada la reputación de Andrade, aun para los que gusten menos de poetas hierofantes y de filosofías de la historia puestas en verso. En Andrade debemos reconocer y

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aplaudir mucho de lo bueno que encontramos en nuestro Tassara, cuyos aciertos y caídas se parecen mucho á los suyos, salvo la ex- presión, que siempre es en Tassara mucho más limpia y correcta. Andrade no había tenido ningún género de estudios de humanida- des, y no leyó más que en libros franceses (l).

Por sus aspiraciones filosóficas y doctrinales tiene cierta seme- janza con Andrade, otro ingenio malogrado en 1882, el matemático y pensador evolucionista Carlos Encina, de quien sólo quedan tres largas poesías: un Canto lírico d Colón, otro Canto al Arte, y otro que se titula La lucha por la idea. Basta pasar la vista por los pri- meros versos de cualquiera de estas composiciones hinchadas y pe- dantescas, para convencerse de que su autor era leyente asiduo de Hegel y de Spencer, pero que apenas había recibido de la natura- leza ninguna condición poética. Sus versos, duros, secos, desarticula- dos, sin color ni rnúsica, plagados de voces técnicas y abstractas, son prosa rimada, y de la peor especie posible, prosa de tratados de filosofía puesta en malos versos. Véanse para muestra algunos versos de La lucha por la idea:

«El Dios irrevelado, El eterno misterio, De su increado ser la vida crea, Por ese acto supremo Que no cabe en las formas de la ¡dea.

Es germen invisible Que en su misterio el átomo cincela; Bosquejo que las formas de la vida Como inmortal aspiración, desplega. Rudimento de luz, dudoso ensayo, De la conciencia vacilante rayo. ¡Hombre por fin! Y mente iluminada En que el Creador refleja su mirada, Y que de Dios resuelve El fi\.&\:no problema, Ultima faz del inmortal poema.

¡Ley de unidad que en la unidad absorbe

(i) Olegario V. Andrade. Obras Poe'ticas. Publicación ordenada por el Ex- celentísimo Gobierfto Nacional. Buenos Aires, 1887, 4.° Con un prólogo de don Benjamín Basualdo.

466 CAPÍTULO XII

El átomo y el orbe!

Transformación sublime

En que el divino Autor su sello imprime.

Así nace la idea,

Germen imperceptible de la mente,

En cuyo seno el porvenir se encierra...

Cristo es la idea humana Encarnada en las formas, La vida y el amor: ¡Cristo no muere! Rompiendo las tinieblas Del fanatismo, que á la tierra humilla, Como eléctrico fuego, El libre examen poderoso brilla...»

Parece imposible que este galimatías haya sido puesto en las nubes como dechado de poesía filosófica, y como nuevo rumbo abierto al arte americano. Y sin embargo, así fué, como puede juzgarse por la lectura de los artículos y discursos que acompañan al tomito de las poesías de Encina (l). Los que creen que la primera obligación del poeta es saber escribir en verso, no lamentarán mucho que se que- dasen en ciernes otros cantos que Encina tenía comenzados, y cuyos títulos ya indican lo que podían ser: El Poema del Infinito; La Evo- lución del Espíritu; La mujer ideal. ¡Cuántos desastres acarrea la Metasífica mal digerida!

Enfrente de la poesía culta que hasta ahora venimos estudiando, ha florecido en la República Argentina, por excepción rara entre las demás literaturas de América, una poesía popular, ó si se quiere vulgar, y en cierto grado indígena, que ha sido imitada con talento por algunos poetas artísticos. El gaucho de la pampa, que no es ni más ni menos que el campesino andaluz, ó extremeño, adaptado á distinto medio geográfico y social, y modificado por la vida nómada del desierto y por el continuo ejercicio del caballo y del lazo, ha

(i) Carlos Encina, hi Memoriam. Buenos Aires, 1883.

Entre los poetas argentinos malogrados en estos últimos años, se cita con elogio el nombre de Adolfo Mitre, cuyas Poesías, publicadas en 1882, sólo conozco por un artículo de Ernesto Quesada, en su libro Reseñas y Críticas (Buenos .\ires, 1893.)

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sido siempre cantador y guitarrista, y tiene desde antiguo sus poetas populares, ]la.m3idos payadores (l), uno de los cuales, Santos Vega, que no si es personaje real ó fabuloso, ha llegado á convertirse

(i) En su célebre Facundo describe Sarmiento al cantor de la pampa en estos términos: «El cantor anda de pago en pago, de tapera en galpón, can- stando sus héroes de la pampa perseguidos por la justicia; los llantos de la » viuda á quien los indios robaron sus hijos en un malo'n reciente; la derrota » y la muerte del valiente Rauch; la catástrofe de Facundo Quiroga, y la » suerte que cupo á Santos Pérez... El cantor no tiene residencia fija; su mo- »rada está donde la noche le sorprende; su fortuna, en sus versos y en su » voz. Donde quiera que el cielito (baile popular) enreda sus parejas sin tasa, » donde quiera que se apura una copa de vino, el cantor tiene su lugar pre- >ferente, su parte escogida en el festín. El gaucho argentino no bebe, si la » música y los versos no lo excitan, y cada pulpería tiene su guitarra para » poner en manos del cantor, á quien el grupo de caballos estacionados á la » puerta anuncia á lo lejos dónde se necesita el concurso de su gaya ciencia.

»E1 cantor mezcla entre sus cantos heroicos la relación de sus propias ha- » zanas. Desgraciadamente, el cantor, con ser el bardo argentino, no está libre ¡>de tener que habérselas con la justicia. También tiene que dar cuenta de » sendas (sic) puñaladas que ha distribuido, una ó dos desgracias (muertes) que » tuvo, y algún caballo ó una muchacha que robó...

»Por lo demás, la poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular, > cuando se abandona á la inspiración del momento. Más narrativa que senti- » mental, llena de imágenes tomadas de la vida campestre, del caballo y de >las escenas del desierto, que la hacen metafórica y pomposa. Cuando re- 3> ñere sus proezas ó las de algún afamado malévolo (gaucho malo), parécese » al improvisador napolitano, desarreglado, prosaico de ordinario, elevándose » á la altura poética por momentos, para caer de nuevo al recitado insípido y » casi sin versificación. Fuera de esto, el cantor posee su repertorio de poesías » populares, quintillas, décimas y octavas, diversos géneros de versos octosí- » labos. Entre éstas hay muchas composiciones de mérito, y que descubren «inspiración y sentimiento.»

{Facundo ó Civilización y Barbarie, por Domingo F. Sarmiento. Montevi- deo, 1888 (ed. de la Biblioteca Latino- Americana), págs. 99-103.)

En otro libro de Sarmiento (Vida y escritos del corofiel D. Frattcisco J. Mu- ñiz, Buenos Aires, 1886), se define el verbo /ayar.- «improvisar entre dos » sobre cualquier asunto, cantándolo en verso al son de la guitarra. La di- r> ñcultad principal para ambos vates consiste en... el deber casi foi'zoso de » contestar con materia siempre alusiva á la expuesta por el contrario, y en »la necesidad de servirse del consonante del último verso del antagonista.»

Esta especie de torneos poéticos, así como otras circunstancias que se

468 CAPÍTULO XII

en símbolo de la clase entera, como es de ver en la preciosa leyenda en que Rafael Obligado cuenta su lucha poética con el diablo y su vencimiento por él.

Prescindiendo de esta poesía tradicional, sobre la cual no tenemos datos bastante positivos y seguros, y llegando á la poesía escrita ó de imitación más ó menos literaria, aparece como remoto precursor de ella, aquel capellán del Fijo de Buenos Aires y exprofesor en el colegio Carolino, autor de romances históricos sobre la defensa de Buenos Aires, compuestos para «ser cantados en comunes instru- mentos (¿la guitarra?) por los labradores, los artesanos en sus talleres, las señoras en sus estrados, y la gente común en las calles y plazas». Pero estos romanzones vulgares, en el tono de las jácaras de Fran- cisco Esteban, nada tienen que pueda decirse muy peculiarmente argentino.

El primero que, coincidiendo en este procedimiento con muchos poetas dialectales de todos tiempos y naciones (l), se apoderó del tipo del gaucho para hacerle discurrir en su propio dialecto sobre los acontecimientos políticos, fué un poeta uruguayo, D. Bartolomé Hidalgo, antiguo oficial de barbero, y por consiguiente coplista y tocador de guitarra. Tenía, no obstante, pretensiones de poeta culto; pero nunca los imipersonales ó monólogos que hizo representar en festividades cívicas en los teatros de Montevideo y Buenos Aires, le dieron la reputación que justamente logró por los pintorescos y gra- ciosos diálogos entre Jacinto Chano, «capataz de una estancia en las islas del Tordillo», y Ramón Contreras, «gaucho de la guardia del Monte», describiendo el uno lo que vio en las fiestas de Mayo en Buenos Aires el año 1 822, y dando el otro sanos consejos políti- cos, con sentido común análogo al del Buen hombre Ricardo^ de Franklin.

refieren de los improvisadores argentinos, recuerdan algo los hábitos de la poesía árabe anteislámica, sin duda porque el desierto y la vida nómada crean en todas partes iguales costumbres.

(i) En nuestra poesía regional gallega y bable son frecuentes desde el siglo XVII estos diálogos políticos entre rústicos. Pero aún son más antiguos y clásicos; ejemplo las coplas de Mingo Revulgo, y alguna de las églogas de Juan del Encina, compuestas en sayagücs ó en charro.

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Los diálogos de Hidalgo y los de sus imitadores, no tenían un fin poético, propiamente dicho, pero no puede negarse que fueron el germen de esa peculiar literatura gauchesca^ que libre luego de la intención del momento, ha producido las obras más originales de la literatura sudamericana. Estanislao del Campo, Hilario Ascasubi y José Hernández, son los que logran más nombradía entre estos in- genios del terruño; y con su lectura descansa algo el ánimo de la servil y fastidiosa imitación de Víctor Hugo y otros franceses, que es la plaga del arte argentino. Estos poetas, sea cualquiera su valor intrínseco, son al cabo de nuestra familia, hablan, no muy estro- peada, la lengua de nuestro vulgo, y son los únicos que pueden re- velarnos algo de lo que verdaderamente piensa y siente el pueblo de los campos, la masa que más intacta se ha conservado de la an- tigua colonización española.

Ni Estanislao del Campo, hijo de un coronel de la guerra de la Independencia, diputado varias veces, secretario del Gobierno de Buenos Aires; ni Hilario Ascasubi, ayudante del general Urquiza; ni José Hernández, antiguo redactor de El Rio de la Plata, pueden ser calificados en rigor de payadores ni de poetas populares: hay en sus obras mucho dilettantismo artístico, pero la fibra popular per- siste, y en el último llega á manifestarse épicamente.

En 1870 apareció el Fausto, de Estanislao del Campo, poema de singular asunto, en que un gaucho cuenta á su modo el argumento de la ópera de Gounod, que vio representar en Buenos Aires. Pres- cindiendo de lo inverisímil del dato, divierte é interesa mucho esta especie de parodia inocente, ó más bien de libre interpretación del pensamiento poético de Goethe por un campesino ingenuo y semi- salvaje, que cree haber visto realmente al diablo en el teatro. «Poco á poco (dice Mefistófeles):

«Si quiere, hagamos un pato: Usté su alma me ha de dar

Y en todo lo he de ayudar^

¿Le parece bien el trato? ,

Como el doctor consintió, El diablo sacó un papel,

Y le hizo firmar en él Cuanto la gana le dio.»

470 CAPITULO XII

Todo está dicho con sencillez suma, y nada hay que exceda de la comprensión del rústico narrador:

«Al rato el lienzo subió, Y desecha y lagrimeando. Contra una máquina hilando La rubia se apareció.

La pobre dejitró á quejarse Tan amargamente allí, Que yo á mis ojos sentí Dos lágrimas asomarse...»

Hay redondillas sumamente felices, por la rápida viveza con que se precipita el relato. Así, cuando el capitán presenta al diablo la cruz de la espada:

« Viera al diablo retorcerse Como culebra ¡aparcero! ¡Óiganle!

Mordió el acero Y comenzó á estremecerse.»

«El poeta dice un escritor argentino ha preparado el efecto de su diálogo con mano maestra: le ha dado por escenario la pampa misma, donde sus dos interlocutores se sienten soberanos de la na- turaleza, y se entregan sin testigos á los libres transportes de su alma sencilla, llena de sentimientos grandiosos, melancólicos ó tier- nos, y de supersticiones infantiles que á cada momento estallan en espantos súbitos, cuando la imagen de Mefistófeles se atraviesa en

el relato como una exhalación de fuego Aumenta el encanto y

la majestad de la escena, el idioma propio de sus actores , que

se presta admirablemente para la expresión espontánea y genuina de las ideas que tanta escena maravillosa despierta en sus cerebros

deslumbrados El poema se desenvuelve en un diálogo sabroso,

en el que cruzan, como nubes coloreadas por el iris, los cuadros más brillantes de nuestra naturaleza, pintados por el artista de la pampa en su lenguaje saturado de gracia y de imágenes, de nove- dad y de color inagotables» (l).

(i) Joaquín V. González, La Tradición Nacional (Buenos Aires, 1868); pág. 162.

REPÚBLICA ARGENTINA 471

De estas descripciones, vamos á presentar dos ejemplos: uno en ([ue puede decirse que habla el poeta; otro en que, con más natu- ralidad y no menos poesía, habla el gaucho:

«El sol ya se iba poniendo, La claridá se auyentaba,

Y la noche se acercaba,

Su negro poncho tendiendo. Ya las estrellas brillantes Una por una salían,

Y los montes parecían Batallones de gigantes.

Ya las ovejas balaban En el corral prisioneras,

Y ya las aves caseras Sobre el alero ganaban.

El toque de la oración Tristes los ^aires rompía,

Y entre sombras se movía El crespo sauce llorón.

Ya sobre la agua estancada De silenciosa laguna, Al asomarse la luna Se miraba retratada.

Y haciendo un extraño ruido . En las hojas trompezaban,

Los pájaros que volaban Á guarecerse en su nido. Ya del sereno brillando La hoja de la higuera estaba,

Y la lechuza pasaba

De techo en techo chillando...»

A esta descripción, ciertamente agradable, pero hecha con los lugares comunes de la retórica descriptiva, contrapongamos la si- guiente del mismo poeta:

« ¿Sabe que es linda la mar? ¡La viera de mañanita Cuando á gatas la puntita Del sol comienza á asomar!

Ve usté venir á esa hora Roncando la marejada,

Menéntüz t 'P'Btiii.YO.—Pcesia hispano-americana. II. 30

472

CAPITULO XII

Y ve eu la espuma encrespada, Los colores de la aurora.

Á veces con viento en la anca

Y con la vela al solsito, Se ve cruzar un barquito Como una paloma blanca.

Otras, usté ve patente Venir boyando un islote,

Y es que trai un camalote Cabrestiando la corriente.

Y con un campo quebrao Bien se puede comparar, Cuando el lomo empieza á hinchar El río medio alterao.

Las olas chicas, cansadas,. Á la playa á gatas vienen, Y allí en lamber se entretienen Las arenitas labradas.

Es lindo ver en los ratos En que la mar ha bajao, Cair volando al desplayao Gaviotas, garzas y patos.

Y no qué da el mirar, Cuando barrosa y bramando. Sierras de agua viene alzando Embravecida la mar.

Parece que el Dios del cielo Se amostrase retobao, Al mirar tanto pecao Como se ve en este suelo.

Y es cosa de bendecir Cuando el señor la serena, Sobre ancha cama de arena Obligándola á dormir.»

Todo esto, á pesar de su forma modestísima, es buena, sana, e- .ftima poesia, que recrea suavemente la imaginación mis que las rapsodias filos6ficas de Encina y los arrebatos apocalípticos <le An-

Menos importantes que el Fausto, son las demás poesías vulgares

REPÚBLICA ARGENTINA 473

<le Estanislao del Campo, que en ellas se muestra imitador del fe- cundísimo Hilario Ascasubi, cuyas obras completas llenan tres to- mos publicados en París en 1872, con los títulos de Santos Vega, Aniceto d Gallo y Paulino Lucero.

Pero la obra maestra del género, es, por confesión unánime de los argentinos, el poema de José Plernández, Martín Fierro, obra popularísima en todo el territorio de la República, y no sólo en las ciudades, sino en las pulperías y ranchos del campo; obra de la cual, en diez años (de 1872, en que apareció, á 1882), se agotaron cerca <ie sesenta mil ejemplares, y de la cual existen más de doce edicio- nes en forma de libro, ya plebeyas, ya lujosas, y no cuántas más •en las columnas de los periódicos. Entre nosotros ha tenido por fer- viente encomiador á uno de los jóvenes de mayores esperanzas y de más ^-igoroso pensar con que hoy cuenta el profesorado español. Quizá habría que rebajar algo de su entusiasmo; quizá el poe- •ma'^no sea tan genuinamente popular como él supone, aunque sea sin duda de lo más popular que hoy puede hacerse; quizá el pen- samiento de reforma social resulte en el poema de Hernández más visible de lo que convendría á la pureza de la impresión estética, defecto que crece sobremanera en la segunda parte titulada La vuelta de Martin Fierro; pero en general, el juicio del Sr. Unamu- no (1), que es el crítico á quien aludimos, nos parece penetrante y certero. Lo que pálidamente intentó Echeverría en La Cautiva, lo realiza con viril y sana rudeza el autor de Martín Fierro. El soplo de la pampa argentina corre por sus desgreñados, bravios y pu- jantes versos, en que estallan todas las energías de la pasión indó- mita y primitiva, en lucha con el mecanismo social que inútilmente comprime los ímpetus del protagonista, y acaba por lanzarle á la vida libre del desierto, no sin que sienta alguna nostalgia del muñ- ólo civilizado que le arroja de su seno:

«Una madrugada clara Le dijo Cruz que mirara Las últimas poblaciones, "^ Y á Fierro dos lagrimones

Le cayeron por la cara...»

(1) i?í:y/i-/íz .£í/í3:;1í7/a; Madrid, 1894, núm. I. °

474 CAPITULO XII

De este modo el gaucho pacífico, perseguido por la leva y aco- rralado por la civilización, se convierte de desertor en nómada ó matrero^ gasta la vida en huir de la justicia, y vuelve como sus ante- pasados, los conquistadores, á abrirse camino por las selvas con su cuchillo.

«En Martin Fierro dice el Sr. Unamuno se compenetran y como que se funden íntimamente el elemento épico y el lírico; Martin Fierro es de todo lo hispano-americano que conozco lo más hondamente español... Cuando el pagador pampero, á la sombra del ombú, en la infinita calma del desierto, ó en la noche serena á la luz de las estrellas, entone, acompañado de la guitarra española, las mo- nótonas décimas de Martin Fierro, y oigan los gauchos conmovidos la poesía de sus pampas, sentirán, sin saberlo, ni poder de ello dar- se cuenta, que les brotan del lecho inconsciente del espíritu ecos inextingibles de la madre España, ecos que con la sangre y el alma les legaron sus padres... Martin Fierro es el canto del luchador es- pañol que, después de haber plantado la cruz en Granada, se fijé á América á servir de avanzada á la civilización y á abrir el camino del desierto. Por eso su canto está impregnado de españolismo, es es- pañola su lengua, españoles sus modismos, españolas sus máxi- mas (l) y su sabiduría, española su alma. Es un poema que apenas tiene sentido alguno, desglosado de nuestra literatura».

(i) Véase alguna muestra de estas máximas ó consejos de sabiduría prác- tica y popular, puestos en boca de Martín Fierro, ya que del poema no damos extracto en el cuerpo de la Antología, por no saber á ciencia cierta si su autor vive todavía:

CONSEJOS DE MARTÍN FIERRO

Yo nunca tuve otra escuela Que una vida desgraciada: No extrañes si en la jugada Alguna vez me equivoco, Pues debe saber muy poco Aquel que no aprendió nada.

Hay hombres que de su cencia Tienen la cabeza llena; Hay sabios de todas menas, Mas, digo sin ser muy ducho: Es mejor que aprender mucho El aprender cosas buenas.

REPÚBLICA ARGENTINA 475

No aprovechan los trabajos Si no han de enseñarnos nada; El hombre de una mirada Todo ha de verlo al momento; El primer conocimiento Es conocer cuándo enfada.

Las faltas no tienen límites, Como tienen los terrenos: Se encuentran en los más buenos,

Y es justo que les prevenga; Aquel que defectos tenga. Disimule los ajenos.

Al que es amigo, jamás Lo dejen en la estacada, Pero no le pidan nada Ni lo aguarden todo de él: Siempre el amigo más fiel Es una conducta honrada.

Ni el miedo ni la codicia Es bueno que á uno le asalten; Ansí no se sobresalten Por los bienes que parezcan: Al rico nunca le ofrezcan,

Y al pobre jamás le falten.

Bien lo pasa hasta entre pampas El que respeta á la gente; El hombre ha de ser prudente Para librarse de enojos. Cauteloso entre los flojos, Moderado entre valientes.

El trabajar es la ley, Porque es preciso adquirir; No se expongan á sufrir Una triste situación: Sangra mucho el corazón Del que tiene que pedir.

Debe trabajar el hombre Para ganarse su pan; Pues la miseria, en su afán De perseguir de mil modos, Llama en la puerta de todos

Y entra en la del haragán.

Para vencer un peligro. Salvar de cualquier abismo, Por experiencia lo afirmo. Más que el sable, y que la lanza, Suele servir la confianza Que el hombre tiene en mismo.

Nace el hombre con la astucia Que ha de servirle de guía; Sin ella sucumbiría; Pero sigue mi experiencia:

476 CAPÍTULO XII

Se vuelve en unos prudencia,

Y en los otros picardía. Aprovecha la ocasión

El hombre que es diligente,

Y téngalo bien presente, Si al compararla no j'erro:

' La ocasión es como el fierro,

Se ha de machacar caliente.

Muchas cosas pierde el hombre Que á veces las vuelve á hallar, Pero las debe enseñar;

Y es bueno que lo recuerde: Si la vergüenza se pierde Jamás se vuelve á encontrar.

Respeten á los ancianos: El burlarlos no es hazaña. Si andan entre gente extraña, Deben ser muy precavidos, Pues por igual es tenido Quien con malos se acompaña.

La cigüeña, cuando es vieja. Pierde la vista; y procuran Cuidarla en su edá madura Todas sus hijas pequeñas; Apriendan de las cigüeñas Este ejemplo de ternura.

El que obedeciendo vive,

Nunca tiene suerte blanda, Mas con su soberbia agranda El rigor en que padece; Obedezca el que obedece

Y será bueno el que manda.

Ave de pico encorvado. Le tiene al robo afición; Pero el hombre de razón No roba jamás un cobre; Pues no es vergüenza ser pobre

Y es vergüenza ser ladrón.

El hombre no mate al hombre Ni pelee por fantasía: Tiene en la desgracia mía Un espejo en que mirarse; Saber el hombre guardarse Es la gran sabiduría.

La sangre que se derrama No se olvida hasta la muerte: La impresión es de tal suerte, Que, á mi pesar, no lo niego.

Cae como gota de fuego En la alma del que la vierte.

REPÚBLICA ARGENTINA 477

Si entriegan su corazón Á alguna mujer querida, No le hagan una partida Que le ofienda á la mujer; Siempre los ha de perder Una mujer ofendida.

Procuren, si son cantores, El cantar con sentimiento: No templen el estrumento Por sólo el gusto de hablar, Y acostúmbrense á cantar En cosas de fundamento.

Y les doy estos consejos Que me han costado adquirirlos, 'Porque deseo dirigirlos;

Pero no alcanza mi ciencia.

Hasta darles la prudencia

Que precisan pa seguirlos. Estas cosas y otras muchas,

Medité en mis soledades;

Sepan que no hay falsedades»

Ni error en estos consejos;

Es de la boca del viejo

De ande salen las verdades.

XIII

URUGUAY

Sólo una razón política, y que pudiéramos decir de equilibrio in- ternacional, divide las dos Repúblicas, de tan desigual extensión, que se asientan en las márgenes oriental y occidental del Río de la Plata. La historia de ambos países es una misma, idénticas sus condicio- nes sociales, análogo el carácter de sus moradores, y tan mezclada su produccción literaria, que es casi imposible dejar de mencionar entre los argentinos algún escritor uruguayo, ó viceversa. La peque- nez del territorio de la República Oriental está compensada con las riquezas del suelo y con la posesión de uno de los más hermosos puertos y de las más opulentas ciudades de la América del Sur. Su independencia política parece garantizada también por su posición intermedia entre dos grandes y poderosos Estados, el Brasil y la Re- pública Argentina, cuyas fuerzas puede decirse que se han neutrali- zado para constituir esta Bélgica americana. La historia ha condu- cido á esta solución por muy largos rodeos, y la constitución defini- tiva de esta República es mucho más moderna que la de ningún Estado ultramarino. Aun la misma capital, Montevideo, es de fun- dación modernísima; nació en 1726 al patriótico impulso del Gober- nador de Buenos Aires, D. Bruno Mauricio de Zabala, para anular la colonia portuguesa del Sacramento. Aquella resolución memora- ble salvó el porvenir de la raza y de la lengua castellana én la mar- gen oriental del río, y aseguró al mismo tiempo un baluarte inexpug- nable para los inmensos territorios de la orilla opuesta.

Siguió Montevideo el impulso general de la revolución argentina, y en 18 1 2 quedó emancipada de la metrópoli, después de las accio- nes de Las Piedras y de El Cerrito; pero su dependencia del Go- i)ierno de Buenos Aires fué muy transitoria, ün jefe de gauchos,

480 CAPÍTULO XIII

llamado Artigas, á quien los uruguayos consideran como un héroe, y los argentinos poco menos que como un facineroso, constituyó en la banda oriental un Estado independiente, que entregado á sus solas fuerzas, no pudo resistir á la invasión portuguesa en 1817. Desde esta fecha hasta 1825, el Uruguay estuvo sometido primero á la corona de Portugal, y luego al Imperio del Brasil, con el nom- bre de provincia cís-platíiia. Kl heroico esfuerzo de los treinta y tres patriotas inició la reconquista.de la independencia, que con auxilio de los argentinos quedó realizada en el campo de batalla de Ituzain- gó, y fué sancionada diplomáticamente en 25 de Agosto de 1825.

Es claro que un país constituido de esta suerte ha de carecer de toda tradición literaria del tiempo de la colonia. Aun la imprenta es allí modernísima: fué introducida por los ingleses durante el breve período de su ocupación en 1S07, con la mira de publicar sus ban- dos y gacetas, y hacer propaganda en favor de su dominación.

Las discordias civiles de Buenos Aires en el segundo tercio de nuestro siglo favorecieron de una manera muy eficaz el desarrollo de la cultura en ^Montevideo, que por algún tiempo pudo conside- rarse como la Atenas del Plata. En ella buscaron refugio los princi- pales escritores argentinos fugitivos de la tiranía de Rosas, y allí pu- blicaron gran número de periódicos y algunas de sus principales obras Florencio Várela Echeverría, Gutiérrez, Mármol, Rivera In- darte y muchos otros, ya mencionados en el capítulo anterior.

Pero á pesar de su escasa población y limitado territorio, no ha dejado el Uruguay de producir escritores muy estimables en varios ramos del saber, tales como el erudito historiógrafo D. Andrés Lamas, el naturalista D, Dámaso Larrañaga, y el pedagogo D. Mar- cos Sastre: autor también de un bello libro descriptivo de las islas del Paraná, que llama El Tempe Argentino. Esta República es ma- dre también de algunos poetas de mérito, entre los cuales el prime- ro, en el orden de los tiempos, no menos que en la fecundidad, es D. Francisco Acuña de Figueroa (l).

(i) Nació en Montevideo el 20 de Septiembre de 1790, y murió en 6 de Octubre de 1862. Había sido durante muchos años Director de la Biblioteca Nacional del Uruguay.

Sus Obras completas, revisadas y anotadas por D. Manuel Bernárdez, forman

URUGUAY 48 r

Todo el que vea el retrato de este simpático ingenio, le encon- trará desde luego gran parecido con nuestro Bretón de los Herre- ros; y si recorre sus obras, notará que esta semejanza no se limita á la parte ñsionómica. Aunque Acuña de Figueroa no cultivó jamás la poesía dramática, su musa festiva y satírica, y aun lírica á su modo, es de la misma familia que aquella musa juguetona, candida y risueña que dictó á Bretón sus letrillas, sus sátiras y otras muchas de sus composiciones sueltas. A Acuña de Figueroa puede aplicarse, como á Bretón aplicó Lista, lo que de propio dice Ovidio: «Quid- quid tentabat dicere^ versiis crat.» Fué, en efecto, un versificador inagotable, dotado de grandes condiciones para la improvisación, y bastante dueño de la lengua y del metro para hacerse perdonar su facilidad, que en otro hombre de menos ingenio hubiera sido desas- trosa. Acuña de Figueroa no tiene elevación ni ternura: las poesías en que quiso levantar el tono son generalmente las que menos valen de toda su voluminosa colección; si bien en algunos himnos patrióti- cos y en algunas composiciones sagradas, la elegancia y soltura de la rima hacen perdonar la ausencia de inspiración original y vigo- rosa. Como lírico, vale menos que Arriaza, pero pertenece á su es- cuela. Poeta de circunstancias, incansable proveedor de versos para todos los acontecimientos públicos, para todas las solemnidades do- mésticas, repentista de banquetes lo mismo que de profesiones de monjas, oscila entre lo poeta y lo coplero, y tropieza muchas veces en lo segundo. Hay entre el fárrago de sus poesías (que ganarían mucho con reducirse á la quinta parte) extravagancias de gusto pro- pias de un improvisador de tertulias caseras: enigmas, anagramas, charadas, acrósticos, pies forzados, versos en forma de cruz, de reloj de arena, de copa. La mayor parte de sus composiciones no pueden tomarse en serio, ni seguramente las tomaba el mismo autor; pero muchas tienen donaire y agudeza, y en todas pasman la vena abun-

ocho volúmenes en 4.°, impresos en 1890. (Vázquez Cores, Dornahche y Reyes, editores.) La distribución es la siguiente: cuatro tomos de poesías diversas, sin distinción alguna de asuntos ni de géneros: dos de epigramas y ioraidas, y otros dos con el Diario histórico del sitio de Afotitevideo. Estos dos últimos no los he visto.

482 CAPITULO XIII

dantísima y el jovial humor que no abandonaron al poeta ni aun en ia extrema ancianidad. Era un hombre algo vulgar en sus aspiracio- nes artísticas, pero sano, bien avenido con la vida, castizo é inocente en sus chistes, muy español en todo, muy regocijado y simpático en su honesta alegría, y muy á propósito para recrear el ánimo de los lectores después de tanta bambolla sentimental, lúgubre y afrance- sada, como se escribía á orillas del Plata. Sus versos vienen á formar una especie de crónica mu}'' divertida de las costumbres de Monte- video durante más de medio siglo.

Acuña hacía versos sobre todas las cosas, y ya hemos dicho que en general los hacía bien, aunque versasen sobre fruslerías. Nada tenía de poeta inculto: su educación clásica era muy sólida, como lo prueban sus traducciones de Horacio y sus reminiscencias de otros poetas latinos y castellanos del buen tiempo. En la dicción, es uno de los escritores más puros que en América pueden encontrarse. Sus faltas de gusto nacen de la idea un poco trivial que se había formado de la poesía, que para él consistía principalmente en el me- canismo y artificio de los versos. Por eso no tenía reparo en versifi- car las materias más ingratas, y estaba más satisfecho que de nin- guna obra suya, de un Diario poético ó crónica rimada del sitio de Montevideo durante los años de 1812, 1S13 y 1814, en más de 1. 000 páginas. !Mucho más hubiera valido, probablemente, para su fama, la publicación de Los Animales Parlantes^ de Casti, poema que tenía completamente traducido en 1 846, y que estaba tan en su gusto y en su cuerda.

Lo más apreciable de sus versos son, sin disputa, algunas letri- llas; las Toraidas, ó revistas de corridas de toros, en octavas reales con otros metros intercalados; y sobre todo la colección de epigra^ mas que tituló Mosaico. De ella, como de todas las de su género, puede repetirse la sentencia que formuló Marcial sobre la suya pro- . pia: <íSunt bo7ia, sunt qucsdam mediocria^ sunt mala plura.-» Pero, á decir verdad, hay pocos centones de epigramas compuestos por un solo autor, en que se encuentren tantos buenos como los que pue- den entresacarse de la enorme cifra de 1 450 á que ascienden los del Mosaico. Se conoce que el poeta había nacido para este género de chiste lapidario, y que le perseguía con ahínco, acertando muchas

URUGUAY 483

veces con la punta aguda y sutil, aunque rara vez en\-enenada. Son pocos los que, ni aun remotamente, ofendan el decoro 6 parezcan dictados por la maledicencia. Pero muchos consisten en meros re- truécanos ó juegos de palabras, y otros tienen poco de originales^ hasta cuando no se confiesan traducidos.

Fué también versificador aventajado, dentro de la escuela clá- sica (i), D. Bernardo P. Berro, autor de una oda A la Providencia^ en liras, y de una larga Epístola á Dorício, que es más bien un poema bucólico, en el que campean á menudo la facilidad en la parte métrica, la pureza de dipción, la belleza de las descripciones y la naturalidad de sentimiento: todo conforme al gusto de nuestros poetas de fin del siglo xviii, si bien con la liga de prosaísmo que entonces solía mezclarse en toda descripción de la belleza campes- tre, y de que es memorable y candoroso ejemplo el Observatorio nístico de Salas. Algunos tercetos darán idea de la manera descrip- tiva del poeta uruguayo, tanto en sus aciertos como en sus caídas:

«Un peñón circundado hasta la altura De hojosas ramas, forma en sus entrañas Una gruta de rara arquitectura:

No habitada de fieras ahmañas, Dulce reposo y dulce fresco ofrece Con sus bellas alcobas cuanto extrañas.

Allí al ruido del céfiro gue mece Los circunstantes árboles sombríos, Mi cuerpo poco á poco se adormece;

Y al fin vencidos los sentidos míos, Fugaces sueños la adormida mente Halagan en risueños desvarios.

Tal vez donde bullendo la corriente Mansamente murmura, luego acudo; Lugar do reina siempre un fresco ambiente;

Y á la sombra de un ceibo alto y copudo' Que cerca de ella se halla, me recuesto Sobre el césped suavísimo, menudo.

(i) Basta citar muy de paso el nombre de otro poeta del mismo grupo, D Carlos G. Villademoros, de quien hay algunos versos en el Parnaso Oriental.

4S4 CAPÍTULO XIII

Un airecillo entonce en vuelo presto, Triscando entre las ojas susurrante, Baña en grato frescor aqueste puesto.

En tanto que con voz dulcisonante Modulan en mil quiebros y trinados, Los pájaros su música brillante.

Callan luego los sones acordados; El aura apena expira desmayada; El susurro disípase por grados:

Natura toda en calma reposada. En un hondo suspiro mudo y quieto '■ Yace lánguidamente sepultada.

Empapada mi alma en un completo :^stado de placer indefinible, Vagamente se espacía sin objeto,

Pues si de estos objetos se desvía Y se encumbra á la parte de Occidente, Goza encanto mayor la vista mía.

Del claro día el luminar fulgente Tras los últimos montes escondido, El horizonte tiñe en rojo ardiente,

Sobre el cual leves nubes de lucido Oro bordadas, trazan mil informes Figuras varias con pincel fingido.

Ves allí en confusión montes enormes, Hondas cimas, peñascos erizados, Descomunales masas disconformes.

Encima de aquel pico, al aire alzados Los colosales miembros, un gigante Semeja al genio, rey de los collados.

En aquella otra punta que distante Sale á un lado, un anciano venerable Tiende su larga barba hacia adelante.

Á otra parte un castillo inexpugnable; Á otra, miro soberbios torreones; Á otra, ruinas de fábrica espantable.

Tan bellas, tan magníficas visiones, Exaltando mi ardiente fantasía La entregan á sublimes ilusiones;

Y en ellas abismada todavía Está cuando su manto tenebroso Tiende la noche pavorosa umbría.»

URUGUAY 485

El malogrado joven D. Adolfo Berro (l), que sigue á Acuña de Figueroa en el orden cronológico de los ingenios del Uruguay, fue, más que un poeta propiamente dicho, la esperanza de un poeta. Muerto á los veintiún años, no se le puede pedir cuenta muy rigu- rosa de sus versos. Sus apuntes en prosa sobre educación popular, y sobre la emancipación y mejora intelectual de las gentes de co- lor, empresa á que se consagró con el más generoso aliento, prue- ban que era ante todo un filántropo cristiano. Algunas de sus poe- sías, El Esclavo, El Mendigo, La Expósita, La Ramera, están ins- piradas por la misma tendencia: la forma es romántica, y revela la imitación de Espronceda, pero á la verdad muy poco afortunada. El estilo es endeble, vulgar é incoloro: las ideas simpáticas, pero triviales, y la versificación tan floja y desaliñada, que recuerda la del cubano Milanés, cuando en su segunda época trataba estos mis- mos asuntos. Las poesías no sociales de Berro resultan más agra- dables, aunque en extremo candorosas, y bastante incorrectas. De un episodio de La Argentina, de Barco Centenera, tomó asunto para uno de sus romances históricos, Yandabityu y Liropcya.

Tuvo más estro lírico y más grandilocuencia Juan Carlos Gómez, aunque no fuese poeta de profesión, sino publicista y hombre polí- tico. Pero ni sus enfáticos alejandrinos A la libertad, atestados de lugares comunes y de ripio y cascote de la peor especie, ni sus ver- sos de sentimiento romántico, son tales que wn colector de buen gusto deba recogerlos, si se exceptúa alguna composición breve como El Cedro y la Palma.

De D. Bartolomé Hidalgo, patriarca de la poesía gauchesca, ya se ha hablado incidentalmente al tratar de Buenos Aires.

Creemos inútil detenernos en otros poetas de menos iiombradía y mérito, cuyos versos pueden leerse en las diversas colecciones

(i) Nació en Montevideo el 19 de Agosto de 1819. Falleció en 29 de Septiembre de 1841. Había practicado la abogacía en el bufete del escritor don Florencio Várela, qup dio á conocer sus primeros versos en El Correo de la Plata. La colección postuma de todos ellos se publicó en Montevideo en 1842 con un discurso preliminar de D. Andrés Lamas. De Berro hablaron los hermanos Amunátegui en su Juicio critico de algunos poetas hispano-ameri- canos. (Santiago de Chile, 18G1, págs. 339-333.)

486 CAPÍTULO XIII

especiales de poetas de la República oriental, publicadas hasta el presente (l). Pero es justo hacer mención honrosa del fecundísimo y benemérito escritor D. Alejando Magariños Cervantes, que du- rante cierto período representó casi sólo la literatura de su país, y que por haber hecho vida literaria en Madrid y publicado aquí al- gunas de sus primeras obras, ha sido mucho más conocido que otros poetas americanos. Y no fué poeta tan sólo, sino también historia- dor, novelista, crítico y periodista, de todo lo cual dan testimonio sus apreciables y numerosas obras. Su genialidad poética tiene pun- tos de contacto con la del venezolano Heriberto García de Queve- do, aunque la musa de Magariños Cervantes fué menos emprende- dora y temeraria, y no se aventuró tanto por los senderos de la poesía trascendental. Magariños era versificador muy afluente, cua- lidad que en algún modo le perjudica, ^haciéndole degenerar en verboso. Hay cierta insipidez en su estilo, y más riqueza aparente que real en sus obras. Las más extensas son leyendas románticas en variedad de metros, en las cuales se combina la imitación de Zo- rrilla con algunos rasgos descriptivos de naturaleza americana, en que parece seguir el modelo de La Cautiva, de Echeverría; si bien

(i) La más antigua y ya bastante rara es el Parnaso oriental ó Guirnalda poética de la República Uruguaya. (Montevideo, imp. de La Libertad, 1835.) Son tres volúmenes en que no todos los versos pertenecen á poetas uru- guayos.

La rnás copiosa lleva el título de Pági7ias Untguayas. Tomo i. Álbum de poesías coleccionadas C07i algutias breves notas, por Alejandro Magariños Cer- vantes. (Montevideo, 1878.)

Figuran en esta compilación los siguientes poetas, que ya han fallecido:

Arguelles (Fernando), Arrascaeta (Enrique), Ber7-o (Adolfo), Berro (Ber- nardo), Bermúdez (coronel D. Pedro), Carrillo (Manuel M.j, Fajardo (Car- los A.), Fajardo (Heraclio C), Ferreira y Artigas (Dr. Fermín), Figueroa (Julio), Gómez (Dr. Juan Carlos), Gordon (Eduardo), Hidalgo (Bartolomé), Lapiiente (Laurindo), Magariños Cei'vantes (D,. Alejandro), Otero (Dr. Luis), Rosende (Petrona), Várela (Horacio), Várela (José Pedro), Várela (Juan Cruz: distinto del poeta argentino del mismo nombre y apellido), Vázquez (doctor Juan Andrés).

En el libro titulado Poetas de la América de habla española. Colección de poe- sías escogidas, por Enriifue de Arrascaeta (Montevideo, 1881), están en mayo- ría los poetas uruguayos.

URUGUAY 487

creemos que Magariños Cervantes, portugués de origen, no fué tampoco ajeno á la influencia de algunos épicos brasileños, como el autor del Caramurú (fray Benito de Santa Rita Durao), el del Uruguay (José Basilio de Gama), y el más moderno cantor de La Confederación de los Tamoyos (Domingo Gonsalves Magalhaes).

Aleccionado por estos modelos (si bien el último de estos poe- mas publicado en 1857, ^s posterior á la leyenda Cellar, con que empezó á consolidarse la fama poética del Sr. Magariños), procura el poeta uruguayo poner color americano en sus obras é inspirarse en la vida y costumbres de las tribus indígenas, y si no puede de- cirse que consiga siempre poetizarlas, tiene, á lo menos, el mérito de haber abierto y mostrado esta senda al autor del Tabaré, que hoy la recorre con tanto aplauso, y que es el que verdaderamente ha naturalizado á los charrúas en el arte. Las novelas en prosa de Magariños Cervantes, especialmente la titulada Caramui'ú, tienen la misma tendencia y se componen de los mismos elementos que sus poemas, pero han alcanzado menos fama.

En sus rimas líricas, que son abundantísimas, y que para su fama importaría mucho que no lo fuesen tanto, Magariños, como todos los románticos de segundo orden, peca por exuberancia de palabras más que por exuberancia de imaginación: son versos que suenan bien, que se dejan leer con facilidad y aun con cierto agrado, pero que con la misma y aun con mayor facilidad se olvidan. Las ideas son generalmente nobles y simpáticas; pero hay tantas frases he- chas, tantas imágenes marchitas, que no yo lo que de tan volu- minosa colección de versos podrá salvar la posteridad. Mas por ri- guroso que sea su fallo, siempre habrá de encomiarse el entusiasmo artístico de este autor, la pureza de sus motivos, la elevación de su sentido moral, su sincero y ferviente espiritualismo, la originalidad relativa de sus temas americanos, y el impulso que con el ejemplo de su laboriosidad infatip-able dio á la naciente literatura de su país (l).

(i) Nació D. Alejandro Magariños Cervantes en Montevideo el 3 de Oc- tubre de 1825. Comenzó allí sus estudios y los terminó en España, i-ecibiendo el grado de doctor en Jurisprudencia. Ya antes de su partida para Europa había publicado gran número de composiciones sueltas, un Ensayo de orato-

Mbnéndez y Pelayo. Poesía his^ano-americana. II. 31

488 CAPÍTULO XIII

r/a, y dos cantos de un poema con el título de Montevideo: Episodios de nues- tra historia contemporánea

En España fué colaborador de La Patria, El Orden, La Ilustración (de Fernández de los Ríos), La Semana, y otros periódicos y revistas; publicó varias novelas: La estrella del Sur, Caramurú, No hay mal que por bien no venga, unos Estudios histórico-polüicos sobre el Rio de la Plata, una comedia (representada en 1850), Percances 7)iatrimoniales, y, finalmente, la leyenda Celiar (1852), con un prólogo muy laudatorio de Ventura de la Vega. En París sostuvo por más de dos años la Revista Española de Ambos JMwidos. Vuelto á su patria, en 1855, dio á luz un opúsculo sobre La Iglesia y el Es- tado, y en 1858 inició la publicación de la Biblioteca Americana, curiosa co- lección que forma diez tomos, en que, juntamente con varias obras de Gu- tiérrez, Sastre, Florencio Várela y Cañé, figuran dos nuevas colecciones poéticas de Magariños, Horas de mela?icolia y Brims del Plata (1864). Du- rante algún tiempo pareció abandonar las letras por el foro y la magistratu- ra, pero luego brotaron de su incansable pluma multitud de escritos de todo género. La colección definitiva y más extensa de sus versos, interpo- lada con largas notas, lleva por título Palmas y Ombúes (Montevideo, 1884- 1888), dos gruesos volúmenes en 4.° El libro rotulado Violetas y Ortigas (Montevideo, 1850), es un centón de artículos, propios y ajenos, sobre diver- sas materias. No pretendemos aquí apurar el catálogo de sus obras impresas, ni mucho menos de las que dejó inéditas, tales como un drama sobre Vasco Núñez de Balboa, y una traducción de la Guerra Catilina7-ia, de Salustio.

Desempeñó, entre otros cargos, el de Rector de la Universidad de Mon- tevideo.

Entre los poetas uruguayos de la última época, debe añadirse el nombre de Heraclio C. Fajardo, que, además del drama Camila O' Gorman y de va- rios trabajos históricos, dejó una colección de versos líricos Arenas del Uru- guay. Su composición de aparato, América y Colón, premiada en un certamen de 1858, vale tan poco como casi todas las que se han dedicado al mismo asunto, pero son agradables é ingeniosos los versos de álbum que tituló El Colibrí.

Del coronel D. Pedro P. Bermúdez se cita un drama histórico, El Charrúa. Magariños Cervantes le elogia por «la exactitud de los rasgos antropológicos é históricos que en él campean».

ÍNDICE DEL TOMO I

Al lector. Advertencias generales, pág.

IX.

CAPÍTULO PRIMERO México.

de Salazar, 22 ^ ^^ ^^ ^^^^^^ ^^ _p 5^^^,,„ Ale-

Eugenio Salazar de Alarcon 2 j ^ ^^ ^^^^^^^^ ^^^^,^^ ^^_

man ^6 Francisco de ierrazas, 37. •""

r^ M Hp F.lava 47 -Bernardo de Valbuena, 51 -D. Juan Fernán González de Lblava, 47- J^cn ,;r - Ar. Poetas

; de Alarcón 62 -Luis de Belmonte, 64.-Diego Mexia, 65.-Poetas Ruiz de Alarcon, 02. x^ <=» n Carlos de Sigüenza y

A,. Rl P Matías de Bocanegra, 68.— U. »^ariub uc o g j

menores, 65.-EI P- Matías s Francisco Averra y Santa Ma-

róncTora 6q -Fr. Juan de Valencia, 71. -francisco Aycii J Gongora, 09. n. j Sandoval y Zapa-

ría -I _-D. Agustín de Salazai y iones, 71. ^'

c T . Tn^s de la Cruz, 73.-D. Miguel de Reyna Zeballos, 85. ta 72.— Sor Juana Inés aeía v-iu/o, /^. & ., ^ o tti p Fran-

D F ancisco Ruiz de León, 85.-EI P. Diego José Abad, 87.-EI P. Fran Tavici Aleare 90 -José Rafael Larrañaga, 99-Jo- Joaqum Fer- <isco Javeí Alegre, 9^ Manael Sartorio, lOO.-Fr. Manuel de Na-

nández Lizardi, lOO.-U. José ivian f.^^pícco Manuel San-

:l 1 -D Anastasio de Ochoa y Ac.«a, , ...-D Manuel Ednar L := Go ost.a, ..J.-Fernando Ca,der6n é Ignacio >^o "gne^Ga- v4n ,.3 -D.José Joaquín Pesado. ,34.-0. Manuel Carp.o, ^S.-D^ osé van, 123- L' 1 J 1 ,,.i,.rtro Aranoo y Escanden, 152.-D.Fran- Bernardo Couto ■S-.-^'; ^'"='^"';°^,^¡„ ^J, Puente y Apezechea, .54- cisco de Pau^Guzman.,3.-D_F™ «anuel Acu-

D Ignacio Ramírez, i55- ^- J^^*- ^"^

ña, i59.-Manuel M. Flores, i63.-Postdata, 169.

490 índice del tomo i

CAPÍTULO II América Central.

D. Pedro de Liébana, 177. Juan de Mestanza, 178. Fr. Diego Sáenz Ove- curi, 179. Poetas menores, 182. El P. Rafael Landivar, 184. Fr. Matías de Córdova, 188. D. Rafael García Goyena, 190.^ D. Miguel Alvarez de Castro y D. Francisco Quiñones Sunzín, 191. Doña María Josefa G. Gra- nados, 193. D. Francisco Rivera Maestre, 193. D. Juan Gualberto Gon- zález, 193. D. José de Batres y Montufar, 194. D. Antonio José de Irisa- rri, 202. Los hermanos Juan y Manuel Diéguez, 203. D. Ignacio Gómez, Eduardo Hall, D. José Milla y D. Juan José Micheo, 205. Fr. José Trini- dad Reyes, 206. D. Manuel Molina Vigil, 211.

CAPÍTULO III (Suba.

Silvestre de Balboa Troya y Ouesada, 216. D. José Suri y Águila, 217. Poe- tisa anónima de 1762, 217. D. Diego de Campos y Fr. José Rodríguez, 217. Fundación de la Universidad y establecimiento de la Imprenta, 217. El periodismo, 219. Manuel del Socorro Rodríguez, 223.— D. Manuel de Zequeira y D. Manuel Justo de Rubalcava, 224. Literatura popular y periodística, 227.. D. José María de Heredia, 228. D. Francisco Itu- rrondo, 249. D. Domingo del Monte, 250. D. Ignacio Valdés Machu- ca, D. Manuel González del Valle, D. Anacleto Bermúdez y D. José Poli- carpo Valdés, 252. José Jacinto Milanés, 253. Gabriel de la Concepción Valdés, 256, Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, 265. Joaquín Lo- renzo Luaces, 272. Juan Clemente Zenea, 275. D. Rafael María de Men— dive, 281. D. Ramón Vélez Herrera y'Miguel Teurbe de Tolón, 284. D. Francisco Orgaz, 285. D. Ramón de Palma y Romay, 286. El zorri- llismo y la influencia francesa en Cuba, 288.

CAPÍTULO IV Santo Domingo.

Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, 291. Eugenio de Salazar y su Silva de poesía, 295. Fr. Gabriel Tcllez en la Isla Española, 297. Don Francisco Morillas, 301.— La poesía popular, 302.— D. José Núñez de Cá-

ÍNDICE DEL TOMO I 49'

•ceres, 304.— D. Francisco Muñoz del Monte, 305.— D. Juan Pablo Duarte y D. Manuel María Valencia, 307.— Escritores menos importantes, 308.— D. José Joaquín Pérez, Doña Salomé Ureña de Enríquez y D. Manuel Ro- ■dríguez Objío, 310. Sociedades artísticas y literarias, 311. Apéndice: el Licenciado Juan Méndez Nieto, 314.

CAPITULO V Puerto Rico.

Bernardo de Valbuena, 331. D. Francisco de Ayerra y Santa María, y Alonso Ramírez, 333.— Fr. Iñigo Abad y Lasierra, 334.— Difusión de la cultura á principios del siglo xix, 334. D. Graciliano Alfonso, 336. Los Aguinaldos ó Almanaques de Puerto Rico, 337. El Cancionero de Borín- quen, 337. La Academia de Buenas Letras de San Juan Bautista de Puerto Rico y sus poetas, 338. D. Narciso de Foxá y Lecanda, 339. D. Juan Francisco Comas y D. Ramón Marín, 340. D. Alejandro de Tapia y Rivera y su poema La Sataniada, 340. D. José Gautier Benítez y Doña Alejandrina Benítez, 347. D. Francisco Alvarez, D. José María Monje, D. Manuel Corchado y Doña Carmen Hernández, 348. D. Manuel Elza- buru y Vizcarrondo, 349.

CAPÍTULO VI Venezuela.

^us orígenes, 353. D, Alonso de Escobar, 355.— D. Ruy Fernández de Fuen- mayor, 356. La Universidad, 356. La Imprenta, 356. La cultura vene- zolana, según Humboldt, 357. Poetas de aquella época, 358.— Andrés Bello, 359.— D. Rafael María Baralt, 393.— D. Antonio Ros de Olano, 400. D. José Heriberto García de Quevedo, 404. Abigail Lozano, 408. Don José Antonio Maitín, 410. D. Fermín Toro, D. Juan Vicente González y D. Cecilio Acosta, 413. D. Jesús María Morales Marcano, D. Rafael Arvelo, D. Jesús María Sistiaga, D. Eloy Escobar, D. José Ramos Yépez _y D. Francisco G. Pardo, 414.— J. A. Pérez Bonalde, 415.

ÍNDICE DEL TOMO II

CAPÍTULO VII eolombia.

Gonzalo Jiménez de Qaesada y sus perdidos Ratos de Suesca 7.-Lorenzo Martín 9.-La enseñanza en Nueva Granada, i x.-Juan de Castellanos. .3. Versos' Ldatorios de sus Elenas. .o.-Hernando Donaínguez Camar- .o "2 -D. Francisco Alvarez de Velasco y Zorrilla, 23. -Sor Francisca JoseV de la Concepción, 26.-La Imprenta en Santa Fe 29.-D. ose Nicolás de la Rosa, 30.-D. Jos. Celestino Mutis, 3-^^^--- ^^^^ de Caldas y el Semanario de la Nueva Granada, 32.-Tertuhas litera ñas 33.-L0S poetas de Popayan, 34-D. José María de Salazar 35- - D. losé Miguel Montalvo, D. José Ángel Manrique y D. Juan Manuel Gar- cí. Teiada 36.-D. Francisco Javier Caro, ^l.-D. Miguel de Tobar, 38.- D M^^ano^el Campo Larraondo y Valencia y el Dr. Fernández Ma- drid 39.-LUÍS Vargas Tejada, 44.-D. José Ensebio Caro. 46 -Juho Ar- boleda 54.-D. Gregorio Gutiérrez González, 60.-D. \os.Jo^^nO^ tiz 64 -Joaquín Pablo Posada, 72.-Germán Gutiérrez de Pineie. y don r'c do Carrasquilla, ^S-El General Pinzén Rico, D- M-e Mana Ma- diedo y D. Felipe Pérez, 74.-D. José María Samper y D. José Mana Ver- gara y Vergara, 75.-Otros poetas contemporáneos, 76.

CAPÍTULO VIII Ecuador.

Las Ordenes religiosas y la enseñanza, 79.-D. Lorenzo de Cep=<la^So^- Fray Gaspar de Villarroel, 8..-Dofia Jerdnima de Velasco S.-El maestro Jacinto de Evia y su Raímete de .arias flores. 83 -El P. Juan Bautista Aguirre, 89.-EI P. José Orozco, 90. -El P. Ram^-^ V.escas, 9..-L0» Pa-

494 ÍNDICE DEL TOMO U

dres Ambrosio de Larrea, Juan de Velasco y otros jesuítas, 92.— Expedi- ciones científicas en el siglo xviii, 95.— D. Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, 97-— D- Pedro Maldonado, 100.— D. Pedro Franco Dávi- la, loi.—Mexía, y Olmedo, en las Cortes de Cádiz, loi.— Los Cantares del pueblo Ecuatoriano, 102. D. José Joaquín de Olmedo, 103. Doña Dolores Ventemilla de Galindo y D. Juan León Mera, 129.— D. Julio Zaldumbi- de, 130.— Otros poetas de las Afttologtas Ecuatoriales, 132.— D. Gabriel García Moreno, 133.

CAPÍTULO IX Perú.

El poema anónimo á la muerte de Almagro, 135. D. Alonso Enríquez, 137. Romances históricos de las guerras civiles, 137.— Coplas populares, 138. Gonzalo de Zúñiga, 138. El poema anónimo de la Conquista de la Nueva Castilla, 139. Pedro de la Cadena y sus Hazañas de Diego Hernández de Serpa, 140.— D. Diego de Aguilar y Córdoba, 141.— La Universidad y la

x/" Imprenta en Lima, 143.— El Inca Garcilaso de la Vega, a45.j— Poetas peruanos mencionados por Cervantes en el Canto de Caliope y en el Viaje del Parnaso, 149.— Pedro Montes de Oca, 152.— El capitán Salcedo, Don Diego de Carvajal, Cristóbal de la O y Juan Rodríguez de León, 153. La poetisa Amarilis (Doña María de Alvarado) y su epístola á Lope de Vega, 153. Poetisa anónima del discurso en loor de la Poesía, 163. Diego Mexía y su Parnaso Antartico, 166. Fr. Diego de Ojeda, 170.— Fr. Juan Gálvez, 172.— Luis de Belmonte Bermúdez, 173. D. Diego de KMa\o=,^\d. Miscelánea Austral, 178. D. Rodrigo de Carvajal y La con- quista de Antequera, 179. Literatura de fiestas, pompas fúnebres y certá- menes, 182. D. Francisco de Borja, Príncipe de Esquiladle, 182.— Las Armas Antárticas, de D. Juan de Miramontes y Zuazola; El Angélico, de Fr. Adriano de Alecio, y El Santuario de Copacavana, de Fr. Fernando de Valverde, 185.— El P. Rodrigo de Valdés, 185.— Diego de León Pinelo y la Solemnidad fúnebre y Exequias de I'elipe IV, 187. El Dr. Juan de Espinosa Medrano, 189.— D. Juan del Valle y Caviedes, 191.— La tertulia literaria del Marqués de Castell-dos-Rius y la Flor de Academias, 198. D. Luis Antonio de Oviedo y Herrera, Conde de la Granja, 203.— Don Pedro de Peralta Barnuevo, 207.— Las Coronas poéticas y los poetas me- nores del siglo xviii, 213.— D. Esteban de Terralla y Landa, 215.— Don Ignacio de Escanden y D. José Pardo de Figueroa, 220. D. Pablo de Olavide, 221. La Sociedad de Amantes del País, 237. D. Mariano Mel- gar, 237.— Poesía universitaria, 240. El Dr. Larriva, 241.— Fr. Francisco del Castillo, 243.— D. José Manuel Valdés, 244.— D, José María Pando, 245- D. Felipe Pardo y Aliaga, 248.— D. Manuel Ascensio Segura, 252. D. José

ÍNDICE DEL TOMO II 495

Pardo y Aliaga y D. Miguel del Carpió, 255.— El romanticismo en el Perú y Fernando Velarde, 256.— Sus discípulos, 258. D. Manuel del Cas- tillo, 258.— D. Manuel Nicolás Corpancho y D. Clemente Althaus, 259,— D. Adolfo García y D. Carlos Augusto Salaverry, 263. Constantino Carrasco, 265.

CAPÍTULO X Bolivia.

Sus orígenes, 269.— Memorial de Cervantes, en que pedía el corregimiento de la Paz, 270. Enrique Garcés, 270.— Poesías laudatorias del Catidonero del Petrarca, 271.— Duarte Fernández y Luis de Ribera, 273.— Juan So- brino y los Anales de Martínez Vela, 274.— Fr. Antonio de la Calan- cha, 277.— Fr. Diego de Mendoza, 278.— D. Ventura Blanco Encalada, 279. D, José Joaquín de Mora, 280.— D. Mariano Ramallo, 282.— D. Ricardo J. Bustamante, 283.— D. Manuel José Cortes y D. Néstor Galindo, 285.— D. Manuel José Tovar, 286.— María Josefa Mujía, 287. Otros poetas bolivianos, 289.

CAPÍTULO XI ehile.

HvAlonso de Ercilla y La Arauca7ia,^^—lm\\.SiCíon^s de este poema, 307. Pedro de Oña; su Arauco domado, El Ignacio de Cantabria y El Vasauro, 309. D. Diego de Santisteban Osorio y sus cuarta y quinta partes de La Araucana, 323. D. Juan de Mendoza y Monteagudo, 325. Hernando Alvarez de Toledo y su Ptirc'n indómito, 328.— Melchor Xufré del Águila, 331.— D. Francisco Núñez de Pineda, 333.— Fr. Juan de Barrenechea y Albis, 336.— La enseñanza en Chile, 337.— /-« Tucapelina de Pancho Milla- leubu, 339. Literatura popular, 339.— La Eftsalada poética, de D. Manuel Fernández Ortelanb, 340.— El Teatro en Chile, 341.— Camilo Henríquez, 343. D. Bernardo de Vera y Pintado y el himno nacional de Chile, 347. D. Ventura Blanco Encalada y D.Juan Egaña, 350.— D. José Joaquín de Mora, 351.— Influencia de Andrés Bello en Chile, 357.— D. Domingo Faus- tino Sarmiento y la demagogia literaria, 359. D. Salvador Sanfuen- tes, 364. Poetas del Semaiiario de Santiago, 365.— Doña Mercedes Marín y su Canto fúnebre, 366. La América poética, de Valparaíso, 368. Fun- dación de la Universidad de Santiago, 369.— Periódicos literarios, 370.— D, Domingo Arteaga Alemparte y otros poetas contemporáneos, 371.

49^ ÍNDICE DEL TOMO II

CAPÍTULO XII República Argentina.

Obras históricas de Ulrico Schmidel y de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, 373 y 374.— D. Martín del Barco Centenera y su Argeiiima, 374. Bernardo de la Vega, 380.— Luis Pardo, 381.— La Universidad de Córdoba del Tu- cumán, 383. La Imprenta en el Paraguay, 385. La expulsión de los jesuítas y sus consecuencias, 387.— La enseñanza en Buenos Aires, 391. El Teatro y la Imprenta en esta ciudad; los periódicos, 393. Poetas del Telégrafo, 397. D. Manuel José de Labarden y el fragmento de su trage- dia Siripa, 399.— D.José Prego de Oliver, 401. D. Vicente López y Pla- nes y El Triunfo argentino, 405. D. Esteban de Luca y D. Juan Crisós- tomo Lafinur, 407.— D. Juan Antonio Miralla, 408.— Juan Cruz Várela, 415. D. Florencio Várela, 429. D. Ventura de la Vega, 430. D. Esteban Echeverría, 442.— D. Vicente Fidel López y D. J. B. Alberdi, 455.— Don Félix Frías y D. Juan María Gutiérrez, 456. D. José Rivera Indarte y José Mármol, 458. Olegario V. Andrade, 461. Carlos Encina, 465. Literatura gauchesca, 466. Bartolomé Hidalgo, 468. Estanislao del Campo, 469. Hilario Ascasubi, 473. José Hernández y su poema Martin Fierro, 473.

CAPÍTULO XIII Uruguay.

Sus orígenes, 479. D. Francisco Acuña de Figueroa, 480. D. Bernardo P. Berro, 483.— D. Adolfo Berro y Juan Carlos Gómez, 485. D. Alejandro Magariños Cervantes, 486. Heraclio C. Fajardo y D. Pedro P. Ber- múdez, 488.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I «

flbad (P. Diego ]osé). 87, 88, 89, 112.

Abad y Lasierra (Iñigo). 330, 334.

Abreu (Casimiro de). 163, 367.

Acevedo (Fr. Martín de). 55.

Acosta (Cecilio) 413.

Acosta (José Julián de). 334, 335> 347-

Acuña (Esteban). 175.

Acuña (Manuel). 159, 161, 162, 163,

166, 170. Achutegui (José de). 334. Aguado (J.). 341, 348. Agüeros (Victoriano). 67, 115, 129,

133, 152, 168. Aguilera (VenturaV 414. Aguirre (Luis Pedi-o). 175. Agustín (San). 29. Ahumada (Teresa de). Véase Teresa

de Jesús (Santa). 84. Alarcón (Fr. Francisco). 175. Alarcón (Pedro A.). 402, 404, 407. Alaria (Aurelio S.). 341. Alba (Bartolomé de). 55. Alba y Monteagudo (Mariano José).

217. Alcázar (Bachiller Juan de). 65. Alcalá (Antonio). 202. Alcalá Galiano (Dionisio). 202. Alcaraz (Ramón Isaac). 170, 171. Alciato (Andrés). 25. Alcudia (Condesa de). n6.

Alegre (P. B^rancisco Javier). 87, 89, 90, 91, 92.

Alegría (El impresor). 193.

Alejandro Magno, 90, 92, 411.

Alemán (Mateo). 36, 64.

Alembert (Juan le Rond d'j. 161.

Alfieri (Víctor). 109, 1 12, 152, 248, 266.

Alfonso (El Bachiller), seudónimo de D. Ramón de Palma y Romay, 286.

Alfonso (Graciliano). 336.

Alfonso (José Luis), Marqués de Món- telo. 287.

Alighieri (Dante). 145 y 344.

Alonso (Fr. Juan). 175.

Alonso (Manuel). 338, 339.

Almeida Garrett (Juan Bautista). 251.

Alpuche (Wenceslao). 107, 170.

Altamirano (Ignacio María). 115, 133, 156, 157, 158, 167, 170.

Altamirano (Fr. Juan). 206.

Alvarado(Pedrode). 53, 117, 132, 176.

Alvarez (A). 216.

Alvarez (Francisco). 348.

Alvarez (P. Manuel). 25.

Alvarez (Miguel de los Santos). 199, 200, 402.

Alvarez de Azevedo. 163.

Alvarez de Castro (Miguel). 191, 192.

Alvarez Toledo (Fr. Juan Bautista).

'75-

(i) a la conclusión de las 0/>ras completas del sabio polígrafo Menéndez y Pelayo se publicará un tomo con los índices personal, geográfico, de materias, y bibliográfico, que se necesitan para consultar con facilidad tan magna enciclopedia de Historia y de Literatura.

No obstante, cada obra llevará, al fin, los índices que le corresponden.

A causa de la premura con que se ha publicado el de personas mencionadas en la Poesía hispano-amcricana, van con separación las de cada tomo. En las demás obras irán juntas en un sólo alfabeto las de todos sus volúmenes.

498

índice de personas del tomo i

Álzate (José Antonio de). 88, loo.

Amévas (Ignacio). 134.

Ampére (Juanjacobo Antonio). 229.

Ampies (Beatriz de). 323.

Ampies (Juan de). 323.

Amunátegui (Miguel Luis). 362.

Amy (Francisco J.). 349, 350.

Anacreonte. 93, 97, 113, 336.

Andrade (Olegario). 145.

Andrade (Vicente de P.). 23, 36, 67,

68, 74, 97- Andrés (El P.). 88. Anece (Pedro). 175. Angeles (Sor María Josefa de los). 358. Ángulo (El Licenciado). 324, 325. Ángulo (Fr. Luis). 175, 319. Ángulo (Luis de). 316, 317, 321. Ángulo Guridi (Javier). 311, 313, Anleo (Fr. Bartolomé). 175. Antonio (Nicolás). 57. Apiano. 182.

Aramburo y Machado (M.). 272. Arango (José de). 173 224. Arango y Escanden (Alejandro). 151,

152, 153, 170, 171- Aranzamendi (Jenaro). 349. Arazoza y Soler (Imprenta de). 228. Arboleda (Julio). 144, 145, 278. Arciniega (Claudio de). 26. Arco Agüero (D. Felipe del). 118. Arcos (Duque de). 314. Arévalo (Fr. Bernardino). 175. Arévalo (Faustino). Arévalo (Sebastián de). 183, 188, 314. Arguijo (Juan de). 152, 394. Aristóteles. 1 1. Arias (P. Antonio). 175. Arias Montano (Benito). 141. Ariosto (Luis). 56, 57, 92, 392. Arelas (El P.Juan). 163. Armas y Céspedes (José de). 213. Armuna (Ezequiel), seudónimo de

Manuel Zequeira. 226. Arnault (Mr.). 242. Arochena (Fr. Antonio). 175. Arrázola ó Arrazola (Fulano). 40. Arriaza (Juan Bautista). 147, 192, 252,

359. 373, 383- Arrióla (P. Juan de). 68. Arrivillaga (P. Alonso de). 175, 182. Arróniz (Marcos). 106, 133. Arvelo (Rafael). 414. Asbaje y Ramírez de Cantillana (Sor

Juana Inés de la Cruz). 82, 84. Asher (A.). 15. Augier (Emilio). 272. Augusto íOctavio). 12, 88, 92. Auñón (Marqués de). 408.

Avellaneda (Gertrudis Gómez de). 19,

74, 214, 229, 257, 264 á 272, 274,

285, 287. Aviles (Fr. Esteban). 175. Ayerra y Santa María (Licenciado

Francisco). 71, 333. Azcárate (Nicolás). 212, 275, 281. Azpeitia (Ignacio de). 182. Azucena (Adolfo de la), seudónimo

de Zenea. 280.

Backer (P.). 188.

Bacon (Francisco). 94.

Bachiller y Morales (Antonio). 216, 218, 219, 223, 247, 253.

Balboa Troya y Ouesada (Silvestre). 216.

Baldorioty de Castro (Román). 335.

Balli (Jerónimo). 65.

Balli (Pedro). 36.

Balmes (Jaime). 135.

Balseiro (J. B.). 349.

Bances Candamo (Francisco Antonio de). 74.

Bañoger de Sageliu y Gielbas, ana- grama de Simón Bergaño y Ville- gas, 190.

Baños y Sotomayor (Diego de). 356.

Baralt (Luis Alejandro). 226, 356, 357, y 393 á 400.

Baralt (Rafael María). 19, 171.

Barca (Fr. Joaquín de la). 175.

Barclayo (Juan). 89.

Barradas (Isidro), ni.

Barrera (Cayetano Alberto déla). 217.

Barrios (Domingo de). 179.

Barrutia (Salvador). 201.

Bartrina (Joaquín María). 348.

Bassoco (José María). 172.

Batres (Alonso de). 293.

Batres (Juan). 175.

Batres Jáuregui (Antonio). 190.

Batres y Montufar (José). 184, 194 á 202.

Bautista (Fr. Juan). 55.

Beaumarchais (Pedro Agustín Carón de). 1 12.

Beauzée (Nicolás). 368.

Becerra (Fr. Francisco). 175.

Kecq de Feuquiéres. 137.

Bécquer (Gustavo Adolfo). 158, 162, 348.

Bedier (Mr.). 244.

Bejarano (Lázaro). 322, 323, 324, 325, 326.

Bello (Andrés). 16, 6i, 144, 187, 191, 192, 194, 237, 238, 249, 278, 289, 339, 353, 357, 358, 359, 3^0, 362,

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I

499

363, 364, 366 á 375, 377 ¿389, 391,

39?, 394. 396, 400,415- Bello y Chacón (Federico). 168. Belmonte Bermudez (Luis de). 55,

64, 65. Benavente o Motolinia (Fr. Toribio).

53. Benisia (Alejandro). 348- Benítez de Gautier (Alejandrina). 337,

347, 348, 349- ,^. , ^ Bergaño Villegas (Simón). 190, 191,

227.

Beristain y Sousa (José Mariano). 55, 66, 67, 68, 70, 72, 88, 93, 106, 109, 175, 178, 183, 188,219.

Bermudez (Anacleto), Fileno. 227, 252.

Bermudez y Alíaro (Licenciado Juan).

Bermudez de Castro (Salvador). 123,

278. Berrío y Valle (Juan). 175, 176. Betancur (Fr. Alonso). 176. Betancur (Fr. Rodrigo de Jesús). 176. Betanzos (Fr. Pedro de). 176. Beteta (Ignacio). 189, 191. Bethencourt (A.). 358, 394. Billini (Francisco Gregorio). 313. Blanco (José María). 360. Blanco (Luis Alejandro). 413. Blanchié (Francisco Javier). 287. Bocanegra (El P. Matías de). 68. Boileau (Nicolás). 92, 93, 97. Boix (El impresor). 286.

Bolívar (Simón). 105, .112, 144, 234, 242, 353, 356, 360, 389, 390, 411-

Boloña (Esteban José). 219.

Bonaparte (Napoleón). 258, 271, 411-

Bonilla (Alonso de). 50.

Bonpland (Mr.). 354-

Boscán (Juan). 26.

Boyardo. 391, 392.

Braga (Teófilo). 163.

Braganza (María Isabel de). 1 16.

Bramón (Francisco). 66.

Brau (Salvador). 349*

Bravo (Dr.). 324.

Bravo (Nicolás). 24.

Bretón de los Herreros (Manuel). 113, 120, 121, 129, 198, 199.

Bringas Manzanedo (Fr. Diego). 88.

Brócense (Francisco Sánchez, el). 22,

137- Brown (Dr.). 365. Bruto (Marco). 231, 233. Bryant (Guillermo Cullen). 282, 350. Büchner (Federico). 159. Bunee (Mr.). 247.

Burgos (Miguel de). 58, 121.

Bustamante (P.). 50.

Bustillo (Pedro J.). 206.

Bustillos (José M.). 170.

Buterweck. 172.

Byron (Lord), ni, 123, 164, 197, 205,

238, 239, 267, 271, 372, 391, 404,

408.

Caballero (Fr. Ignacio). 176. Caballero (José Agustín). 2 1 5, 2 1 8, 220. Caballero y Ontiveros (Félix). 222. Cabanyes (Manuel de). 147. Cabrera (Cristóbal de). 23,324, 337. Cáceres (Dr.). 324, 325, 326. Cáceres (P. Antonio). 176, 182. Cadalso (José). 199. Cadena (Fr. Carlos). 176. Cadena (Fr. Felipe). 176, 183. Cagiga y Rada (Agustín). 176. Calabria (Duque de). 291. Calcagno (Francisco). 21b, 257. Calcaño (José Antonio). 4 '- 5- Calcaño (Julio). 358, 359- Calderón (Viuda de Bernardo). 68,

70,71, 72, 73- Calderón (Bernardo). 333. Calderón (Fernando). 128, 129, 170,

171. Calderón de la Barca (Pedro). 55, 63,

82, 114, 123, 124, 126, 372, 374- Calino deÉfeso. 172. Calleja (P. Diego). 76, 82, 83. Camacho Gayna (Juan de). 82. Camacho Roldan (Salvador). 408. Camber (Fr. Jorge). 330. Cambiaso (Nicolás María de). 113. Camoens (Luis). 94, 342. Campbell (Tomás). 242, 243. Campe (Tiburcio). 249. Campeche (José). 40, 336, 340,^348. Campo Rivas (Manuel). 176. Campoamor (Ramón de). 162,312. Campos (Diego de). 217. Campuzano (Joaquín Bernardo). 193. Canales (Hernando de). 300. Canella y Secades (Fermín). 228. Cano (Melchor). 90. Cánovas del Castillo. 229, 245. Cañas (P. Bartolomé). 176. Cañete (Manuel), 272, 283, 340, 363- Capmany (Antonio) 369. Cárdenas (Fr. Juan). 176. Cárdenas(Fr. Pedro). 176. Cárdenas y Chaves (Miguel de). Mar- qués de San Miguel. 287. Cardona (Úrsula). 349- Carié (Martín). 338.

500

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I

Carlos II. 70, 74, 183.

Carlos III. 87, 357.

Carlos IV. 109, 374.

Carlos V. 21, 26, 295.

Caro (J. Eusebio). 144.

Caro (Miguel Antonio). 192, 223, 362,

367. 376, 383, 387, 392. Carpegna (Ramón E. de). 338. Carpió (Manuel). 103, 134, 148, 149,

^ 150, 151. 158, 170. Carracedo. (Juan). 176. Carrasco del Saz (Francisco). 176. Carrer (Luis). 152, Carrillo (Catalina). 30. Carvajal (Ana de). 318. Casas (Fr. Bartolomé de las). 22, 25,

176, 291, 292. Casas (Luis de las). 219. Casellas Rivas (Roberto). 107. Castellanos (José). 311. Castellanos (Juan de). 215, 294, 322,

323, 331. 354- Castellar (Conde del). 42. Castí (Juan Bautista). 196, 197, 346. Castilla (José María). 193. Castilla (Pedro de). 305. Castillo (Fr. Fernando). 182. Castillo (Francisca del). 30. Castillo (José del). 195, 228. Castillo (Pantaleón). 313. Castillo y Lanzas (Joaquín María).

105, lio, III.

Castoreña y Ursúa (Juan Ignacio). 83, 84.

Castro (P. Agustín de). 93, 94, 96, 98, 99.

Castro (Guillen de). 255.

Castro (Dr. José Agustín de). 99.

Castro (Fr. Pedro). 176.

Castro (Manuel Felipe). 339.

Castro (Rafael). 339.

Catalina (Mariano). 408.

Catón. 233.

Cavaiihou (M. A. Mateo). 337.

Cayrasco de Figueroa (Bartolomé). 179.

Ceo (Sor María do). 81.

Ceo (Sor Violante do). 77.

Cepeda (María del Rosario). 1 13.

Cepeda (Teresa de). Véase Teresa de Jesús (Santa). 84.

Cerda (Thomas Antonio Lorengo Ma- nuel de la), conde de Paredes, Mar- qués de la Laguna. 74.

Cervantes (Miguel de). 37, 66, 178,

255. 3 > 5- Cervantes de Salazar (Francisco). 22, 23, 24, 26.

César (Julio). 47, 226, 41 1. César (P. Adriano). 36. César (Cornelio Adriano). 65. Céspedes (José María). 213, 281. Céspedes (Pablo de). 382, 383. Cetina (Gutierre de). 26, 27, 28, 29,

30, 38, 39, 64. Cid (El). 370, 371. Cid (Fr. Juan de Dios). 176, 184. Cienfuegos (José). 104, 126, 134, 220,

239, 240, 241, 248, 396. Cisneros (José Luis de). 356. Cisneros Cámara (Antonio). 170. Clarke (P. Guillermo). 86. Claudiano. 56. Clavijero (P.) 43, 93. Coello (Antonio). 343. Colombini (El Conde). 224. "\3olon (Cristóbal). 291, 294, 339, 394. Colón (Diego de). 294, 323. Colón y Colón (Juan). 301. Colón Machado (Joseph Manuel). 69. Colonna (Victoria). 268. Coll y Britapaja (José). 348, 349. Coll y Tosté (Cayetano). 330, 331,

349- Collado (Casimiro del). 150. Comas (Juan Francisco). 340,348,349. Comella (Luciano í'rancisco). 100. Condillac (Esteban Bonnot de). 368. Constantino (El Emperador). 54. Copérnico (Nicolás). 70. Corchado (Manuel). 348, 349. Cordero (Fr. Juan). 176. Córdoba (Fr. Matías). 176, 184, 189,

190. Córdoba (Pedro Tomás de). 334, 336. Corneille ÍPedro). 64, 152. Cortés (Domingo). 311. ■**- Cortés (Hernán). 18. 22, 27, 38, 40,

42, 44, 53. 85, 87, 93, 132, 225. Cortina (Conde de la). 107, 172, 250. Cortón (Antonio). 349. Coruña (Conde de). 49. Cotarelo (Emilio). 114, 123, 300. Coto (Fr. Tomás). 176. Couto (José Bernardo). 134, 150, 151,

152. Covarrubias (Sebastián de). 134. Crebilión (Próspero Jolyot de). 248. Crisófilo Sardanápalo. (Véase Tapia

y Rivera.) Cristina (Reina). 261. Cromberger (Juan). 23. Cruz (Fernando). 202. Cruz (Sor Juana Inés de la). 68, 73,

74, 75i 76, 77. 80, 81, 158, 167, 170. Cuéllar (José T. de). 170.

índice de personas del tomo i

501

Cuenca (J. Agustín). 170. Cuenca (Salvador de). 40. Cuervo (Rufino J.). 367. Cueva (Claudio de la). 33. Cueva (Juan de la). 33, 39, 64. Cumplido (El impresor). 147.

CJhabot de Bouin (Julio). 115. Chacón (José María). 335. Chateaubriand (Francisco Renato,

vizconde de). i25,'i5o, 240, 243, 244,

245. Chenier (Andrés). 5^, 136, 137, 204

205. Chenier (José María). 248. Chevremont Darvinguy. 308. Chiapa (Obispo de). 17Ó. Chimalpopoca (Faustino). 145.

Oalmau, impresor. 336.

Dallo y Lana (Miguel Mateo). 74.

Damas Hinard (Mr.). 370, 371.

Daoiz (Luis). 242.

Darío (Rubén). 211.

Daubon (José Antonio). 349.

Dávalos (Fr. Luis). 176.

David. 142.

Dávila (Fr. Antonio). 176,

Dávila (José J.). 349.

Dávila Fernández de Castro (Felipe).

308, 313- Delarue (Mr.). 334. Delavigne (Casimiro). 115, 133, 242,

250. Delgado (Rafael). 170. Deligne (Gastón Fernando). 310, 313. Delille (Jacobo). 381. Delio (seudónimo de Francisco Itu-

rrondo. 249. Delmonte (Domingo). 227, 228. Derkes (Eleuterio). 349. Dessalines (Juan Jacobo). 302. Destutt Tracy (Antonio). 368. Dewal, seudónimo de Ignacio Valdés

Machuca. 227. Díaz (José Domingo). 358. Díaz (José de Jesús). 134, 170, 171. Díaz (Ramón). 393. Díaz del Castillo (Bernal). 38, 44, 125,

176. Díaz Covarrubias (Juan). 133, 134. Díaz de Espada y llanda (Juan José).

218. Díaz Fraile (Manuel). 188. Díaz de León (Francisco). 24, 52, 84,

93, 155- Díaz Mirón (Salvador). 170. Diderot (Dionisio). 161, 275, 382.

Didot (Julio). 228.

Diéguez (Juan). 173 203, 204, 205.

Diéguez (Manuel). 203, 205.

Diez (Federico). 369.

Dighero (Fr. Miguel). 176.

Diocleciano. 54.

Domínguez (José J). 349, 350.

Domínguez (Ricardo). 170.

Donnamette (A.). 129, 133.

Donoso Cortés (Juan). 398.

Dorantes de Carranza (Baltasar). 40.

Dou (Ramón Lázaro de). 367.

Dozy (R.). 370.

Du-Marsais (M.). 368.

Duarte (Juan Pablo). 306.

Dubeau (José). 313.

Ducis (Juan Francisco). 248.

Dueño Colón (Manuel). 349.

Dumas (Alejandro). 266, 272.

Duran (Agustín). 369.

Durón (Rómulo E.)2o6, 208, 209, 211.

Durón (Valentín). 206.

Duval (Alejandro). 114.

Echagoya (Licenciado). 324, 325. Echavarría y O'Gavan (Prudencio).

228. Echevarría (José Antonio). 286. Echevarría del Monte (Encarnación).

309> 313- Echeverría (Hernando). 337. Echeverría (Juan Manuel). 339, 145. Echevert (Francisco). 176. Echezuria, 358.

Eguiara y Eguren (José). 67, 68. Eichhoff (Federico Gustavo). 137. Elzaburu y Vizcarrondo (Manuel).

347. 349- Encina (Juan del). 208. Enciso Castrillón (Félix). 114, r2o. Enriquez (Alonso). 176. Enriquez (Enrique), 313. Enriquez (Martín). 49. Enriquez y Carvajal (Federico). 312,

313- Ercilla (Alonso de). 40, 117, 125. Escalante. (Félix M.). 133, 147, 151. Escalera (Dr.). 357, Escalona (Dr.). 358. Escobar (Alonso de). 355. Escobar (Eloy). 414. Escobedo. 228. Escoiquiz (Juan de). 45. Escoto (Juan Duns). 249. Esopo. 113.

Espada yLanda (El Obispo). 227, 252. Espinel (Vicente). 43. Espino (Fr. Fernando). 176.

502

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I

Espinosa de los Monteros (Antonio).

87. Espronceda (José). 123, 126, 162, 164,

[99, 242, 254, 269, 402. Essex (Conde de). 342. Estacio. 56.

Esteva (Adalberto A.). 170. Esteva (José M.). 170. Estrada y Zenea (Ildefonso de). 340. Euclides 1 13. Eurípides. 57, 97, 255. Évoli (príncipe de). 314. Evreux (Roberto de). 343.

Pabri (P. Manuel). 88, 90.

Fabián y Fuero (El Obispo). 84.

Fadrique (Rey de Ñapóles). 291.

Fagundes Várela. 163.

Falla (Salvador). 205.

Farfán. 24.

Faxardo (Andrés). 38.

Fedro. 93, 96.

Feijóo (Benito Jerónimo). 73.

Felipe II. 21, 330.

Felipe III. 65.

Felipe V. 10 1.

Fellón (Tomás Bernardo). 380.

Fenelón (Francisco de Salignac de la

Mothe). 95. Fenesa (Presidente). 207. Fernández CFr. Alonsoj. 182. Fernández (Juan). 321. Fernández (Manuel). 87, 308. Fernández (Manuel Rufo). 335. Fernández Cuesta (Nemesio). 393. Fernández Duro (Cesáreo) 355. Fernández de Fuenmayor (Ruy). 356. Fernández de Gorostiza (Pedro). 113. Fernández Guerra (Aureliano). 93. Fernández Guerra (Luis). 37, 63. Fernández Granados (Enrique). 170, Fernández Juncos (Manuel). 331,347,

348. Fernández de León (Diego). 73, 741 75- Fernández Lizardi (José Joaquín). 99,

100, 157. Fernández Madrid (José). 228, 412. Fernández de Moratín (Leandro),

113, 114, 118, 120, 121, 144, 203,

348, 372, 373- Fernández de Moratín (Nicolás). 44,

45. 99. 217. Fernández de Oviedo (Gonzalo). 125,

291, 292, 293, 323. Fernández de Santa Cruz (Manuel). Fernández Talón (Bartolomé). 68. Fernández de Virués (Bartolomé).

354-

Fernando III, el Santo. 188.

Fernando VII. 105, 109, 114, 116, 121, 193, 248.

Ferrer (P. Buenaventura). 223.

Ferrer Hernández (Gabriel). 331.

Feuiliet (Octavio). 408.

Figarola y Caneda (Domingo). 213.

Figueredo et Victoria (Francisco). 188.

Figueroa (Fr. Antonio). 176.

Figueroa (Fr. Francisco). 176.

Figueroa (Rodrigo de). 323.

Filicaia (Vicente de). 408.

Finestres (Fr. Jaime). 367.

Flamant (Manuel M.). 243.

Flores (Alonso). 176.

Flores (Antonio). 164, 165, 166, 167.

Flores (José). 176.

Flores (Manuel María). 159, 163, 170.

Fontaine (D.). 264.

Fornaris (José). 216, 284, 288.

Forner (Juan Bautista Pablo). 203.

Fortanet (El impresor). 341.

Fosca (Francisco Javier), 304, 305.

Fosca (Narciso). 305.

Foseólo (Hugo). 91, 228, 242.

Foxá y Lecanda (Narciso de). 339, 340.

Fracastor (Jerónimo). 184, 185, 380.

Francisco I. 291.

Freyre y Rivas (José R.j. 349.

Frías (Duquesa de). 261.

Frías de Albornoz (Dr. Bartolomé). 22.

Fritz (P. Andrés). 1 12.

Fuensalida (Fray Luis de). 55.

Fuente (Diego de la). 65.

Fuente (Fray Diego José). 176.

Fuente (Vicente de la). 293.

Fuentes (Lorenzo Cruz de). 272.

Fuentes Guzmán (Francisco Anto- nio). 176, 182, 195.

Galeote (Gonzalo). 29. Galván (El impresor). 112, 130. Galve (Conde de). loi, 333. Gallardo (Bartolomé J.). 34, 38, 39, 99,

115, 172, 250,360.

271. 3'o. 373-

Gallego (Juan Nicasio). 74, 112, 147, 225, 229, 242, 250, 252, 261, 268, 271, 272, 310, 372, 373, 395.

Gámbara (Pablo). 344.

García Hermanos (impi-enta). 310.

García (Gabriel José). 123.

García Blanco (Antonio M.). 150.

García y Godoy (Federico). 313.

García Goyenn (D. Rafael). 190.

García Gutiérrez (Antonio). 45, 115,

1 16, 123, 128, 168.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I

503

García Icazbalceta (Joaquín). 23, 24, 25, 26, 39, 42, 43, 46, 47. 48, 50, 52, 54, 58, 67, 87, 90, 93, 323.

García Infanzón (Juan). 83.

García de Palacio (Diego). 24.

García de Quevedo (Heriberto). 19, 344, 400, 404, 405, 406, 407.

García Rengifo (Diego). 179 á 182.

García del Río. 360, 361.

García Tassara (Gabriel). 123, 274.

García Torres (Vicente). 129,

García de Villalba (José). 250.

Garnier (Mr.). 163, 167, 229, 231, 248, 272, 282.

Garrido (Diego), 66.

Gaspar y Roig. 243.

Gautier (Teófilo). 343, 349.

Gautier y Benitez (José). 347, 349.

Genlis (Mad. de). 256.

Gesner (Salomón). 93, 97.

Gil (Enrique). 204.

Gil Fortoul (José). 359.

Gil Salomé. Véase Milla (José). 205.

Gil y Zarate (Antonio). 121.

Gimbernat (El impresor). 337.

Gobantes (José Agustín), 228.

Goethe. 246, 344, 404,

Goicuria (Domingo), 281.

Gómez (Crescencio). 206,

Gómez (Ignacio). 205.

Gómez (Fr. Juan). 300, 301.

Gómez (Rafael). 170.

Gómez de Avellaneda (Gertrudis). Véase Avellaneda (Gertrudis Gó- mez de).

Gómez Carrillo (Agustín). 173.

Gómez de la Cortina (José). 170, 171.

Gómez Hermosilla (José Mamerto). 45, 251, 372.

Góngora (Luis de), 64, 66, 71, 81, 89, 112, 180, 212, 258, 394.

González (Aníbal). 358.

González (Fr. Diego). 99, 103, 104,

González (Ernesto). 170.

González (José Marcos). 31 1.

González (José María). 305.

González (Juan Gualberto). 193.

González (Juan Vicente), 413.

González (Justo P.). 170.

González (Manuel M.). 170.

González del Álamo (Francisco). 219.

González de Acuña (Antonio). 356.

González Dávila (Gil). 330.

González de Eslava (Fernán). 36, 47

á 52, 54. 170, i7>. González Font (José). 331, 341, 347. González Obregón (Luis). 100. González Pedroso (Eduardo). 337.

González del Valle (Emilio M.). 257,

261. González del Valle (Manuel). 252. Gonzalo Roldan (José). 287. Gorostiza (Manuel Eduardo de). 17,

113, 114, 115, 116, 118, 119, 120, 121,

122, 123, 129, 170. Gorostiza y Cepeda (Pedro de). 115. Goya (Francisco de). 403. Graíño (Antonio). 177, 222, 227. Granados (María Josefa). 193. Granados Maldonado (Francisco). 133. Gray (Tomás), 205, 228, 247. Grégoire (Obispo). 308. Gregorio XIII, 54. Gregorio XVI. 207. Gregorio Nacianceno (San). 25. Grocio (Hugo). 307. Grosfo. 137. Grossi (Tomás). 279. Guad-el-Jelú (Marqués de). 404. Gualterio (Jacobo). 182. Guardia (Heraclio M. de la). 348. Guardiola (Esteban) 209. Guatimozin, 125, 132. Guasp (J.). 337. Güel y Renté (José). 287. Guerra (Fr. García), Arzobispo de

México. 36. Guerrazzi (Francisco Domingo). 407. Guerrero (Dolores). 167. Guevara (Juan de). 82. Guiteras (Pedro José). 249, 264. Guridi (Javier Ángulo). 308. Gutiérrez (Fr. Juan). 300. Gutiérrez (D. Juan María). 18, 104,

106, III, 151, 152, 190, 306. Gutiérrez Barreda (Luisa). 193. Gutiérrez de Cos (Pedro). 335. Gutiérrez Nagera (Manuel). 170. Gutiérrez Zamora (José Manuel), 206. Guzmán (Ana de). 318, Guzmán (Diego de). 316. Guzmán (Francisco de). 170. Guzmán (Francisco Antonio). 179. Guzmán (Francisco de Paula), 153, 171, í73-

Habré (Carlos). 219. Hall (Eduardo). 205. Hamilton (Guillermo). 365. Hartzenbusch (Juan Eugenio). 48, 63,

64, 114, 123, 173, 266, 301. Hazañas y la Rúa (Joaquín). 27. Hegel (Jorge Guillermo Federico).

161, 344. Heine (Enrique). 162, 164, 200, 415. Hemans (Mrs.). ni.

Mbnéndez y Pblayo. Poesía his/ano'americaHa, II,

3a

504

índice de personas del tomo i

Heredia (José Francisco), 229. Heredia (José María). 16, 129, 132,

134,138, 144, 170, 171, 187,194, 214. 225, 227, 22S á 236, 239, 240, 241, 243 á 249, 251, 257, 265,271, 274, 284, 287, 288, 289, 305, 357, 373.

Heredia (Manuel Jesús). 313.

Heredia (Nicolás). 313.

Hernández (Carmen). 348.

Hernández (Francisco). 58.

Hernández Melgarejo (Alonso). 327.

Hernández de la Nava (Bartolomé). 27.

Herrera (Antonio de). 44, 147.

Herrera (Beatriz de). 326.

Herrera (Fernando de). 31, 32, 33,

39, '37, 180. Herrera (Jorge de). 354. Herrera Dávila (Ignacio). 250. Hervás y Panduro (Lorenzo). 88, Hesiodo. 97. Hesnault (M.). 359. Hidalgo y Costilla (Miguel). 105. Hierro (Agustín del). 180, Híjar y Haro (Juan B.). 170. Hipócrates, 151.

Hipólito Vera (Bachiller Fortino), 70. Hita (Juan Ruiz, Arcipreste de), 197. Hoffmann (Guillermo Amadeo). 401. Hojeda (Fr. Diego de). 332. Holland (Lord). 360. Homero. 71, 90, 91, 92, 96, 257, Horacio. 92, 93, 97, 123, 136, 137,

146, 172, 193, 206, 238, 336, 358,

374, 378, 414- Hostos (Eugenio María). 311, Huber (Mr.). 371, Hugo (Víctor), 123, 124, 164, 167,

204, 212, 243, 266, 372, 391. Humara (Rafael), 251, Humboldt (Alejandro), Bai-ón de, 222,

354, 357, 382, Hunt (Mr,). 350. Hurtado de Mendoza (Diego). 30.

Icaza (Francisco A. de). 36.

Iglesias (José). 99, 112.

Ignacio de Loyola (San). 65.

Illas (Juan José). 308.

Inocencio XIII. 218, 356.

Iriarte (Tomás). 99, 203, 358,

Iriondo (Fr. José). 176,

Irisarri (Antonio José de), 202, 203,

204. Isabel (Santa). 72, Isabel I de Inglaterra, 342, Isabel II, 261, 337, 407. Isla (P. José Francisco de). 389.

Itúrbide (Agustín). 105, 106, 108,231. Itúrbide (Miguel María). 176. Itúrbide (Fr. Pedro). 176. Iturriaga (P. Manuel Mariano de). 188. Iturrondo (Francisco), 249, 250, 252.

Janer (Florencio), 371,

Jáuregui (Licenciado Joseph de). 100.

Jerez de los Caballeros (Marqués de).

65- Jiménez de la Espada (Marcos). 314,

315- Jouffroy (M.j. 366. Jourdan (Louis). 264, Jouy (Víctor). 248, Jovellanos (Gaspar Melchor de), 203,

348, 363- Juan (El Príncipe D,), 291. Juan Bautista (.San). 322. Juan de la Cruz (San). 81, 141, 153, Juan Nepomuceno (San). 72. Juarros (Domingo). 176, 195. Julia, Véase Cruz ÍSor Juana Inés de

la). 82. Junqueira Freiré (Luis José). 163. Juvenal. 93, 97, Juvenco, 89.

Kennedy (J.j. 232, 243, 248, 249. Kolhmann (MarioV 337. Krummacher (Federico Adolfo). 172.

Ladehesa Verástegui ÍJacinto). 75. Ladrón de Guevara (Baltasar), 176. Laelius a Vulpe. 99. Lafontaine (Juan). 190, 196. Lafraga (José María). 133. Laguna (Marquesa de la). 73. Lamartine (Alfonso). 126, 133, 136,

138, 146, 147, 242, 277. _ Lampillas (Francisco (Javier). 88. Landívar (P. Rafael). 184, 185, 186,

188,380. Lanuchi (VicenteX 24, Lara (José Mariano), 152, Larra (Mariano José del, 119, 120, 198, Larrañaga (Bruno Francisco), 99, 100. Larrañaga (José Rafael), 99. Larrañaga (Miguel). 176. Lastarría (J. V.). 362. Lavastida (Miguel Alfredo). 313. Ledesma (Fr, Bartolomé de), 24. Ledesma IBuitrago (Alonso de). 50. Legouvé (Ernesto). 242. Leibnitz (Godofredo Guillermo). 161. Leigh. 350.

Leiva (Francisco de). 217. León (Gaspar de). 30.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I

505

León (Fr. Luis de). 22, 81, 136, 139,

141, 145. '47. 152, 153. 309, 379>

406. León (Nicolás). 25, 67, 84. Leone (Evasio). 139, 141, i47- Leopardi (Giacomo). 136, 282. Lessing (Gotpldo Efraim). 1 16. Letamendi (Agustín). 118. Letona (Manuel). 176. Liébana (Pedro de). 177. Linares (Duque de). 101. Lista (Alberto). 106, no, 122, 203,

228, 229, 239, 242, 250, 253, 361,

37f» 372,373. 395- Lobo (Gerardo). 359. Lobo (Fr. Martín). 176. Lobo y Lasso de la Vega (Gabriel). 45- Locroy. 115. Longfellovv(Henry Wadsworth). 282,

350- López (Gonzalo). 27,

López (Fr. Juan). 300.

López (Narciso). 275.

López (Nicolás). 324.

López de Ayala (Ignacio). 381.

López de Briñas (Felipe). 287.

López Carvajal (Francisco). 170.

López de Gomara (Francisco). 44'

López de Hinojosa (Dr.). 24.

López de Legazpi (Miguel). 49*

López Méndez. 360.

López Portillo y Rojas (José). 170.

López Prieto (Antonio). 2 1 6, 223, 285.

López de Santa Ana (Antonio), m,

129. López de Sedaño (José). 103, 383. López Soler. 251. López de Úbeda (Juan). 50. Lorenzana (Francisco Antonio de).

Losada Piñeres (Juan Antonio). 393. Loyola (San Ignacio de). 55. Lozano (Abigail). 400, 408, 409, 410- Luaces (Joaquín Lorenzo). 214, 216,

225, 258, 272, 273, 274, 275, 281,

287. Lucano. 56, 212. Lucas (Antón). 330. Lucrecio Caro (Tito). 137, 161, 377. Luis Fernando (Príncipe). loi. Luna (Ambrosio de). 73. Luque Butrón (Fr. Juan). 176. Luz Caballero (José de la). 227, 251,

252, 263, 281. Luzán (Ignacio). 99.

tlana (Fr. Ignacio). 176. Llave (Pablo de la). 1 50.

Llopis (Joseph). 83..

Llórente (Vicente Daniel). 170.

Machado (Francisco Javier). 3 ' 2, 3 13.

Maddens (R. R.j. 257.

Madre de Dios (Fr. Ambrosio de la).

176. Madrigal (Pedro). 42, 43. 45- Magdalena (La). 322. Maiquez (Isidoro). 114, 123. Maitin (José Antonio). 408, 410, 412,

413. 414- Maldonado (Licenciado). 324. Maldonado (Alonso), 315, 326, 327. Maldonado (Fr. Francisco). 176. Mancera (Marqués de). 75. Maneiro (P.Juan Luis). 77, 93, 94, 99. Manso (El Obispo). 330. Manzano (Juan Francisco). 257. Manzoni (Alejandro), no, 133, 136,

286, 405, 408. Marcial, 180.

Margil de Jesús (Fr. Antonio). 99. María Bárbara de Portugal, 188. Marchena (Abate). 242. Marín (Ramón). 340, 348, 349. Marmol (José). 145. Marmontel (Juan Francisco). 258. Marón Dáurico. 227. Márquez y Zamora (Francisco). 176. Marroquín (Francisco). 177. Martín (Lorenzo). 321. Martínez (Miguel Jerónimo). 153, 170,

173- Martínez (Rafael V.). 207. Martínez (Saturnino), 213. Martínez de Avileira (Lorenzo) 217. Martínez Grande (Luis). 45. Martínez de la Rosa (Francisco). 121,

228, 253, 261. Martínez Silva (Carlos). 366. Mascheroni (Lorenzo). 381. Masot (Clemente). 197. Massana (P.). 216. Massebieau, 26. Massieu (Guillermo^ 380. Mateos (Fernán). 355. Matheu de Rodríguez (Fidela). 349- Matilde (Condesa). 369. Mattei (Saverio). 142, i47- Maury (Juan María). 185, 384, 383- Maximiliano I de México. 152, 415. Medina (JoséToribio). 66 á 68, 70, 74.

75, 84, 85, 177, 183, 188, 189, 191,

218, 219, 222, 223, 305, 334, 356,

357. Mejía (Félix), 118. Melgarejo i^Ambrosio). 176.

5o6

índice de personas del tomo i

Melgarejo (Juan). 330.

Meléndez Valdés (Juan). 99, 102, 104,

112, 191, 210, 241, 252, 372. Mélesville (A. Honorato José Duvey-

rier). 114. Melián (Fr. Pedro). 176. Meló (Francisco Manuel de). 64. Melón (Sebastián), 176. Mena (Juan de). 120, 180. Menandro. 64. Méndez (Manuel), 323. Méndez de Cuenca (Laura). 170. Méndez Nieto (Alonso). 315. Méndez Nieto (Juan), 314, 316, 31?,

318, 319, 321, 322, 324, 326. Mendive (Rafael María de). 272, 281,

282, 285, 287. Mendivál. 361. Menken (Adah). 278, 280. Mendoza (Antonio de). 21, 23, 24, 55. Mendoza (Fr. Antonio). 176. Mendoza (Diego de). 26, 315. Mendoza (Elvira de). 296. Mendoza (Fr. Juan). 176. Menéndez (Rodolfo). 107. Menéndez Marqués (Francisco). 219. Menéndez Pidal (^Ramón). 371. Mercuriano (P. Éverardo). 54. Merchan (Rafael). 279. Merimée (Próspero). 146. Mesicos y Coronado (Carlos). 176. Mesonero Romanos (Ramón de). 1 18. Mestanza (Juan de). 178. Metastasio (Pedro Buenaventura).

205. Mexía (Dr. Antonio). 29. Mexía (Diego). 65. Mexía (Luis). 22. Michelet (Julio). 344. Micheo (Juan José). 205. Milá Fontanals (Manuel). 371. Milanés (José Jacinto). 18, 214, 253,

254, 255, 256, 257, 287. Milanés (Federico). 256. Miltón (Juan). 93, 97, 109, 133. Mili (James). 360, 366. Milla (José). 205. Millevoye (Carlos Huberto). 242. Miniel (Antonio). 301. Mira de Mescua (Antonio). 255. Miralla (José Antonio). 228. Miranda (Diego de). 355, 390. Mirasol (Conde de). 335. Mitjans (Aurelio). 216, Moctezuma. 35, 124, 258. Moleschott (Santiago). 159. Moliere (Juan Bautista Poquelin), 64,

120, 121.

Molina (Andrés de). Molina (Fr. Antonio). 176. Molina (Juan Ramón). 206. Molina (Tirso de). 298, 300. Molina Vigil (Manuel). 211. Moneva de la Cueva (Basilio). 176. Monje (José María). 347, 348, 349. Monnier (Enrique Buenaventura). 91 > Monroy (Fr. José). 176, 179. Montalbán (Juan Pérez de). 180. Montalvo (Francisco Ant.onio). 176. Monte (Domingo del). 171, 239, 250,.

251,252, 253,261, 263, 284, 304, 306,

309. 340. Monte (Félix María del).^ 308, 311,.

313- Monte (Ricardo del). 213, 214. Monte y Tejada (Antonio del). 311- Montejo (Catalina de). 326. Montejo (Francisco). 326. Montemayor (Jorge de). 317, 318. Montenegro (Dr.). 357 358. Montes (Toribio). 334. Montes de Oca (Ignacio). 143, 146, 170. Montesino (Fr. Ambrosio). 50 Montesquieu (Carlos de^ Secondat,.

Barón dej. 272. Monti (Vicente). 133, 145, 252. Montoro (Rafael). 213. Moore (Tomás). 205, 282, 283. Mora (Emilio) 281. Mora (José Joaquín). 116, 118, 199,.

272, 393-

Morales (El impresor). 23.

Morales (Fr. Blas). 176.

Morales (P. Pedro de). 54.

Morales (Sebastián Alfredo de). 264.

Morales Marcano (Jesús María). 413^ 414.

Morales y Morales (Vidal). 252, 263^ 283.

Morante (Marqués de). 171.

Morcillo (Fr. Francisco), j 76.

Morel-Fatio (Alfredo). 293.

Morelos y Pavón (José María). 106.

Morell de Santa Cruz (Pedro Agus- tín). 216.

Morera (Fr. José). 176.

Moreto (Agustín), 63.

Morillas (Francisco). 301.

Moscoso (Juan Elias). 313.

Mota (Féli.x). 309, 311, 3' 3-

Moxó (Salvador de). 334.

Moya de Contreras (Pedro) 49, 54.

Muesas (Miguel de). 330.

Munguía (El obispo). 135.

Muñoz (Juan B.). 323.

Muñoz de Castro (Pedro). 72.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I

507

Muñoz del Monte (Francisco). 305,

306, 313. Muro (Fr. Antonio de San José). 189. Musset (Alfredo de). 164, 269, 275,

277, 282.

J^arváez (Panfilo de). 27. Nava (Hernando de). 27, 28, 29, 30. Navarrete (Fr. Manuel de). 102, 103, 104, 105.108, 112,113,170, 191, 224. Navas Spínola (Domingo). 358, Ñervo (Amado). 78, 84. Netzahualcóyotl. 15. Núñez (Fr. Roque). 81, 176. Núñez Arenas (Isaac). 63. Núñez de Balboa iVasco). 292, 341,

342. Núñez de Cáceres (José). 304. Jíúñez Fesuño (Francisco). 176.

Ocharte (Melchior). 57.

Ochoa y Acuña (Anastasio). 88, 112,

Ochoa y Arín (Tomás Cayetano de).

69. O'Donnell (Leopoldo). 264, 404. Olivas (Bachiller Martín de). 78. Oliveres (Juan). 338. Olivos (Blas de los). 219. Olmedo (José Joaquín). 105, iii, 144,

147, 194, 220, 234, 357, 373, 374- Olmos (Fr. Andrés de). 55. OUendorf. 310. Oña (Pedro de). 58. O'Reilly (Alejandro]. 85, 330. Orena, ú Oreña (Baltasar). 176, 178. Orgaz (Francisco). 285. Orozco (Diego López). 176. Orsini (Abate). 40b. Ortea (Elena Virginia). 313.

Ortea(Juan Isidro). 311, 312, 313. Ortega (Francisco). 105, 109, 110, 170.

Ortis (Jacobo). 228.

Ortiz (Luis G.). 145. '70-

O'Ryan (Juan Enrique). 177.

Osma (Leonor de). 27, 28.

Osores (Dr.). 66.

Ossian. 93, 97, 242, 249.

Otero Nolasco (José). 313.

Othon (Manuel José). 170.

Ovando (Leonor de). 296.

Ovecusí (P.). 182.

Ovidio. 24, 25, 56, 65, 112, 164, 180 316.

Oviedo y Baños (José de). 58, 355

356. Pablo Apóstol (San). 322.

Pablos (Juan). 23, 25.

Pacheco (Francisco). 27, 30, 136.

Padilla (Juan José). 176, 242.

Padilla (José G.). 349-

Padilla (Manuel). 349-

Pagaza (Joaquín Arcadio). 93, 170,

186. Palafox y Mendoza (Juan de). 84. Palissy (Bernardo de). 340, 342. Palma (Pedro de). 219. Palma (RicardoV 195. Palma y Romay (Ramón de). 286, 287. Pando (José María). 366. Panlagua (Fr. Nicolás). 176. Pardo (Francisco G.). 18, 414. Paredes (Condesa de). 73, 76, 82. Paredes (Conde de). 75. Parini (Abate). 381. París (Gastón). 114, 370- Parra (Antonio). 219. Parra (Porfirio). 170. Pastrana (Francisco). 349-

Pastrana (Jacobo). 337.

Paula (Francisco José). 219.

Paulo in. 295.

Paz (El Príncipe de la). 120.

Paz (Fr. Alvaro). 176.

Paz (Nicolás). 176.

Paz Guitrones (Fr. Francisco). 176.

Paz y Salgado (Antonio). 176, 183.

Pedro el Cruel. 267.

Pellerano (Arturo B.). 313-

Pellerano (José Francisco). 312.

Penson (César Nicolás). 313.

Peña y Reinoso (Manuel de Jesús).

311,313. Peón Contreras (José). 107, 170. Peón del Valle (José). 107, 170. Peralta (Diego Miguel de). 86. Peralta (Francisco de). 27, 28, 29. Peralta (M. M.). 175. Peralta Barnuevo (Pedro de). 70. Perdomo (Josefa Antonia). 311, 31 3- Peredo (Manuel). 170, 172. Pérez (José Joaquín). 168, 310, 312.

313. Pérez de Acevedo (Luciano). 213. Pérez Bonalde (J. A.). 415. 4i6. Pérez de García Torres (Josefina).

170. Pérez de Herrera (Cristóbal). 293. Pérez de Oliva (Maestro Hernán). 22. Pérez Ramírez (Juan). 54- Pérez y Ramírez (Manuel Mana). 226. , Pérez Salazar (Ignacio). 170. Persío (Aulo). 97, iS3> 169. Pesado (Isabel). 170, 171. 172, i73- Pesado (José Joaquina. 103, 109, 129,

5o8

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I

134 á 139, 141 á 152, 158, 170a 173,

249.

Pescara (Marquesa de). 268. Petronio. 238.

Peza (Juan de Dios). 158, 170. Pezuela (Juan de la). 281, 338. Phylotea de la Cruz i^Sor Juana Inés

de la Cruz). 73, 83. Picón Febres (Gonzalo). 416, Pichardo (José Francisco). 311, 313. Pichardo (Manuel S. 1. 213. Piferrer (Pablo). 248! Pilcyo (Aufidio). Véase Colombini (El

Conde). Pimentel (Francisco). 46,91, loi, 115,

.133, 146, 157. Pindemonte (Hipólito). 242. Pineda (Licenciado). 324. Pineda Ibarra (Joseph de). 183. Pineda Ibarra (Juan de). 177, 179. Pineda y Polanco (Blas). 176. Piñeiro (Enrique). 229, 231, 232, 234,

248, 249, 259, 260, 264, 273, 281,

282. Pisauri (FerdinandiV 93. Pita (Santiago de). 217. Pitillas (Jorge). 203. Pizarro (Francisco). 117. Plácido. 20!, 263, 287. Planto. 391. Plinio. 58, 293. Pobeda (Francisco). 285. Poe (Edgard). 401. Poey (Felipe). 215, 228, 253. Polanco (Gregorio). 178. Polavieja (Camilo). 213. Policarpo Valdés (José), Polidoro.

252. Poliziano (Angelo). 184. Polo (Gil). 103. Pombo (Rafael). 238, 278. Pompeyo. 226. Ponce (Martaj. 248, 314. Ponce y Font (Bernardo). 107. Ponce de León (Juan). 329. Ponce de León (Néstor). 216, 247. Pontano (Juan Joviano). 184, 380. Pope (Alejandro). 97. Portilla (Anselmo de la\ 114, 168. Portilla (P. Antonio). 184. Portillo (P. Atanasio). 176. Power (Ramón). 341. Prado (Fr. José). 176. Prescott ("Guillermo Hickling). 44. Prieto (Guillermo). 133, 158, 170,216. Prieto de Landázuri (Isabel). 167,

170, 171. Prim (Juan). 309.

Prudencio Clemente (Marco Aurelio)^

89, 153- Prudhomme (Emilio). 313. Puente (P. Salvador de la). 179. Puente Apezechea (Fermín de la)^

154- Puga (Vasco de). 24. Puga y Acal (Manuel). 170. Puigblanch (Antonio). 172, 369. Pumarol (Pablo). 311, 313.

Quadrado. (José María) 135. Quesada (Fr. Cristóbal de). 357. Quesada (Vicente G.). 356. Quevedo (Francisco de). 64, 1 12, 180,.

378, 401. Quijano (Domingo M.). 349. Quinet (Edgart). 344. Quintana (Manuel José). 53, 55, 57^.

107, 112, 123, 134, 147, 158, 191, 225, 229, 236, 242, 246, 248, 251, 261, 265, 266, 271, 273, 310, 373^

374, 395- Quintana y Roo (Andrés). 105, 106^

108, 158, 170.

Quiñones Escobedo (Francisco de)_

176, 177. Quiñones y Sunzin (Francisco). 191^

192. Quirós (Fr. Juan). 176.

Rabadán (Diego). 10 1.

Racine (Juan). 1 12, 358.

Ramírez (Alejandro). 335.

Ramírez (Alonso). 333, 334.

Ramírez (Ambrosio). 170.

Ramírez (Ignacio). 155, 156, 170.

Ramírez (José Fernando). 67.

Ramírez de Arellano (Juan). 120, 176.-

Ramírez Utrilla iFr. Antonio). 176.

Ramos (José Luis). 358.

Ramos Yepes (José). 414.

Rangel (José Francisco). 88.

Rapin (P.). 185, 380.

Reboul (Juan). 133.

Regel y Peón (Alonso). 107.

Regnard (Juan Francisco). 120, i22_

Reinoso (Fr. Diego). 110, 176, 373.

Remesal (Fr. Antonio de). 195.

Remond (P.). 1 12.

Rendón (Francisco). 176,

Retes (José Victoria). 176,

Rey (Emilio). 146.

Rey (Félix). 85.

Reyes (José Trinidad). 206.

Reyes (P.). 207, 208, 209, 210, 211.

Reyna (Yx. Francisco de). 75.

Reyna Zeballos (Miguel de). 73, 85, 86-

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I

509

Ribera (El P.). 300.

Ribera (Juan de). 67, loi.

Richter (J. P.). 401.

Rickel (Dionisio). 53.

Riesgo (Pascual). 280.

Río (Fr. Francisco). 176.

Riofrío (Bernardo). 71.

Rioja (Francisco de). 154, 387.

Ríos (José Amador de los). 369.

Riva Agüero (Fernando). 176.

Riva Palacio (Vicente). 170.

Rivadeneyra (Manuel). 114.

Rivas (Duque de). 123, 124, 134, 407,

408. Rivas Gastelu (Fr. Diego). 176. Rivera (Hipólito). 72. Rivera (Fr. Payo de). 177. Rivera Maestre (Francisco). 193. Roa Barcena (José María). 134, 147,

151, 153, 168. Rodas (Fr. Andrés). 176. Rodríguez (Baltasar). 65. Rodríguez (Francisco Xavier). 85. Rodríguez (Fr. José), Capacho. 217. Rodríguez (F, M. de). 349. Rodríguez (José Ignacio). 218. Rodríguez (Manuel de Jesús). 312,

313- Rodríguez (Manuel del Socorro). 223. Rodríguez Campas (Antonio). 176. Rodríguez de Cifuentes (Juan). 216. Rodríguez Galván (Ignacio). 123, 126,

129, 131, 132, 133, 170. Rodríguez Mac-Carthy (José Ramón).

349- Rodríguez Marín (Francisco). 27, 30,

37- Rodríguez Objio (Manuel). 310, 311,

313- Rodríguez de Tió (Lola). 349, 350. Roig (Fernando). 337. Rojas (José María\ 63, 114, 358. Roldan (José María), no. Román y Rodríguez (Miguel). 312. Romay (Tomás). 220, 224. Ros Barcena (José María). 1 14. Ros de Olano (Antonio). 19, 400, 401,

402, 403. Rosa (El impresor). 1 14. Rosa (Ramón). 205, 206. Rosado y Brincan (Federico). 348. Rosas Moreno (José). 157, 158, 170. Rousseau (Juan Jacobo). 239, 252,

382. Rubalcava (Manuel Justo de), 214,

224, 226. Rubio Alpuche (Nestor\ 107. Ruiz (N.). 228.

Ruiz (Fr. Domingo"). 176.

Ruiz (Francisco). 330.

Ruiz (Juan). Véase Hita (El arcipres- te de).

Ruiz (Tomás). 189.

Ruiz Aguilera (Ventura). 15S, 162.

Ruiz de Alarcón (Juan). 17, 37, 62, 63, 64, 121.

Ruiz Corral (Felipe). 176.

Ruiz de León (Francisco). 45, 85, 87.

Ruiz de Murga (Manuel). 83.

Ruiz Quiñones (Antonio). 347.

Rutia (Francisco de). 323.

Saavedra de Guzmán (Antonio de). 42, 44, 45-

Sabater (Pedro! 272.

Sabatés (Mateo). 341.

Saco (José Antonio). 215, 250, 251.

Sadaoelles (Pedro de). 179.

Saez (Pablo). 338.

Saenz Ovecusí (Fr. Diego), 179, 180.

Safo. 93, 97, 271.

Sainte-Beuve (Carlos Agustín de). 17, 245. 380.

Saint-Pierre. (Bernardino de). 382.

Sainz de Baranda (Pedro). 340.

Salas (Francisco Gregorio deV 3 1 , 1 00.

Salazar (Eugenio de). 28, 31 á 34, 64, 177, 188, T89, 190, 295, 296, 297.

Salazar (Fr. Juan José). 176.

Salazar (Pedro). 183.

Salazar (Ramón A.). 177.

Salazar y Torres (Agustín de). 71, 72.

Salcedo (Fr. Francisco). 176.

Salcedo (García de). 180,

Salías (Vicente). 358.

Salinas (Conde de), 180.

Salomón. 142.

Salva (Vicente). 251,361, 368.

Sama (Manuel María). 334, 347, 349.

Samaniego (Félix María de). 99, 190.

San Cecilio (Fr. Pedro de). 299.

San Cipriano (Fr. Salvador de). 176.

Sancha (Justo de). 50, 103.

Sánchez (Francisco). Véase Brócen- se (El).

Sánchez (Fr. Jacinto). 176.

Sánchez (Juan M.).

Sánchez (Luis). 45.

Sánchez (Luisa). 313.

Sánchez (Tomás Antonio), 370, 371.

Sánchez de Almodovar, seudónimo del Bachiller Toribio del Monte. 250

Sánchez de Ángulo (Licenciado), 326,

Sánchez de Badajoz (Diego). 48.

Sánchez Manuel (Manuel). 107.

S'o

índice de personas del tomo i

Sánchez de Muñoz (Dr. Sancho). 48. Sánchez de Obregón (Laurencio). 34. Sánchez Pesquera (Miguel). 350. Sánchez de Tagle (Francisco Manuel).

105, 108, 170, 171. Sánchez Vicuña (Licenciado). 115. Sandoval y Zapata (Luis). 72. Sanfeliú (Pedro). 247. Sanfuentes (Salvador). 201. Sanguily (Manuel). 259, 264. San José (Fr. Baltasar de). 176. San Martín (General). 390. Santacilia (Pedro). 226. Santa Clara (Conde de). 222. Santa María (Javier). 107. Santa Teresa (Sor Gregoria de). 81. Santiago (Conde de). 182. Santillana (Marqués de). 293. Santo Domingo (Fr. García de). 176. Santoyo (Felipe de). 72. Sanz (Licenciado). 358. Sarmiento de Sotomayor y Luna

(D. García") Conde de Salvatierra,

Marqués de Sobroso. 68. Sartorio (José Manuel). 100, loi. Saz (Fr. Antonio del). 176. Schiller (Juan Federico). 172. Schlegel (Federico). 255. Schoelcher (Mr.). 257. Scribe (Agustín Eugenio). 1,14, 115. Sedulio. 25. Seguí (Francisco). 219. Segundo (Juan). 165, 185. Segura (José Sebastián). 18, 170, 172,

173-

Selgas (José). 158.

Sem Tob (Rabi). 293.

Séneca. 93. 96, 97-

Sepúlveda (Ginés de). 323.

Serán (Carlos Hipólito). 134.

Serrano y Sanz (Manuel). 88, 113.

Sicilia (Abate). 106.

Sicilia y Montoya (Isidoro). 176.

Sierra (Justo). 170.

Sigüenza y Gongo ra (Carlos de). 66,

67- 70, 75, 333- . Silvestre (Gregorio). i8o.

Sinesio (El Obispo). 136.

Sistiaga (Jesús María) 414.

Sócrates. 160.

Soler y Martorell (Manuel). 347, 349.

Solís (Antonio de). 44, 74, 86.

Solís (Dionisio). 248.

Solórzano y Medrano ÍEsteban). 179.

Sommervogel (P.). 188.

Soria (Fr. l3iego de). 300.

Soria Americano (Francisco José de).

69.

Sosa (Francisco). 106, 107, it2, 151,

167, 170, 172. Sossa (Antonio de). 219. Soto (Fr. Domingo de). 320. Soto (Máximo). 206. Soto de Rojas (Pedro). 383. Sotomayor (Fr. Pedro). 176. Soumet (Alejandro). 266. Stedmann (Edmundo C). 350. Stuart Mili (Juan). 365. Suárez (P. Francisco). 90. Suárez (Marco Fidel). 362. Sumpsin (P. Clemente). 176. Suñer y Capdevila (Francisco). 348. Susi y Águila (José). 217.

Tácito (Cornelio). 402. Tacón (Miguel). 230, 232, 247, 250. Tagle (José Bernardo). 109. Tamayo y Baus (Manuel). 394. Tanco y Bosmeniel (Félix). 250. Tapia de Castellanos (Esther). 170. Tapia y Rivera (Alejandro). 121, 335,

329- 330, 331. 340, 343> 345. 349- Taracena (P. Manuel). 176. Taracena (Miguel de). 183. Tarlier (Mr.). 114.

Tasso (Torcuato). 32, 92,94, 136, 145. Tejera (Apolinar). 312, 313. Tejera (Vicente). 358, 359. Tell (Guillermo). 258. Téllez (Fr. Gabriel). 63, 72, 298, 300,

301. Tello (M.). 293. Teócrito. 56, 136. Teofrasto. 1 1. Terán (General), iii. Terencio. 64, 121. Teresa de Jesús (Santa). 71, 153. Terrazas (Francisco de). 37, 38, 39,

40, 41, 42- 45. 46, 170. T'Serclaes (Duque de). 65. Teurbe de Tolón (Miguel). 284, 309. Thompson (Jacobo). 248. Ticknor (Jorge). 25, 43, 369. Tió Segarra (Bonocio). 349. Tirón (Próspero). 153. Tirteo. 172, 234. Tobilla (Fr. Pedro). 176. Tolsa (Manuel). 109. Tomás de Aquino (Santo). 90, 179. Tomé de Burguillos. Véase Vega

(Lope de.) 1 12. Toro (Fermín). 413, 414. Torre (Doctor de la). 27. Torres (Diego de). 183. Torres Caicedo. 204. Torres de Vargas (Diego). 331.

índice de personas del tomo i

5"

Torrijos (José Alcalá) (Conde de).

202.

Tosta (Bonifacio). 176.

Tostado de la Peña (Francisco). 295.

Toussaint Louverture. 263.

Tovar (Pantaleón). 134.

Travieso y Quijano (Martín). 331,337.

Trelles (Carlos María). 218, 223, 227.

Triana (Juan de). 324.

Triay (José E.). 213.

Trigueros (Cándido María). 222.

Trillo yFigueroa (Francisco de). 180.

Trueba y Cossío (Telesforo). 251.

Turcios (Froilán). 206.

Turla (Leopoldo). 287.

Tytler (Mr.). 248.

üclés (Dr.). 206.

Ugarte (P. Juan). 176.

Ulloa (Licenciado). 324.

Umpierres (Fr. José). 176.

Urbina (Luis G.). 170.

Ureña (Nicolás). 309, 311, 313.

Ureña de Enriquez (Salomé). 310,

311, 312, 313. Uriarte (Ramón). 188, 190, 205. Urrutia (Ignacio). 220. Urrutia (Dr. D. Manuel Joseph de). 85. Ustariz (Javier). 358, 390. Ustariz (Luis). 358.

Yaca de Guzmán (Francisco). 45. Vadillo Arguelles (Francisco). 107. Valbuena (Bernardo de). 31, 36, 45,

52, 54 á 60, 62, 65, 331, 332, 382. Valdés (Gabriel de la Concepción),

Plácido. 256, 264. Valdés (José Policarpo). 250. Valdés Machuca (Ignacio), Desval.

252, 26r. Valdés y Munguía (Manuel Antonio).

69. Valdivieso (José de). 50. Valencia (Fr. Juan de). 71. Valencia (Manuel María de). 307, 3(1,

313-

Valenzuela (Antonio), 205. Valenzuela (Jesús E.). 170. Valera (Juan). 267, 268. Valiente (Ambrosio). 218. Valmar (Marqués de). 93. Valladares y Sotomayor. 334. Vallados (Mateo). 75. Valle (Eduardo del). 170. Valle (Juan). 170, 171. . Valle (^Marqués del). 35. Valle (Rafael del). 349, 350. Valle (Ramón). 170.

Valtierra (P. Antonio). 176.

Valtierra (P. Fernando). 176, 182.

Valtierra (P. Manuel). 176.

Vaniére (Santiago). 185.

Várela (Félix). 215, 218, 226, 228, 252.

Varona y Loaisa (Jerónimo). 176.

Vassallo (Francisco). 337, 338, 349.

Vattel ('M.). 366, 367.

Vázquez (Fr. Francisco). 176, 195.

Vázquez (Juan). 301.

Vázquez Molina (Fr. Juan). 176.

Vega (Garcilaso déla). 32, 103, 125,

136, 137, 180, 380. Vega (Lope de). 43, 45, 48, 49, 54,

55. 63, 97, 103, 180, 208, 253, 255,

332, 369. 374, 383- Vega (Ventura de la). 19, 250. Vegas (Damián de). 50. Velarde (Fernando). 212, 242, 409. Velasco (Fr. José). 176, 217. Velasco (Luis de). 21, 49, 217. Velázquez (P. Andrés). 176. Velázquez de Cuellar (Diego). 215. Vélez Herrera (Ramón). 2S4. Vello de Bustamante (El P.). 47. Vera (Bachiller). 71. Vera (Fortino Hipólito de). 66. Vera Tassis (Juan de). 71. Veracruz (Fr. Alonso de). 22, 24. Veranes (Félix). 220. Verdugo (Domingo). 272. Vergara (José María). 223. Vida (Jerónimo). 185, 332. Vidal (F.). 341. Vidarte (Juan B.). 338. Vidarte (Santiago). 338, 349. Vigil (José María). 153, 167, 169, 171,

172. Villa (Miguel de). 216. Villaíañe (El P.). 183. Villagra (Gaspar). 45. Villalobos (Arias de). 66. Villamediana (Conde de). 64, 180. Villanueva (Juan de). 65. Villegas (Esteban Manuel de). 94. Villemain (Francisco). 229, 248. Vindel (Pedro). 333. Vingut (F. J.\ 264. Virgilio, 47, 56, 58, 71, 87, 88, 90, 91,

92, 93, 94, 97, 99, 10°, '36, i37, ^53,

154, 172, 180, 185, 186, 227, 336,

374, 379, 380, 382,383- Vives (Luis). 22. Vogt (Carlos). 159. Voltaire. 122, 155, 248, 358.

Walter Scott. 124, 126. Washington (Jorge). 233, 244.

5»2

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO

Welseres (Los). 352. Wolf (Fernando). 15, 371.

Xicotenca], 258.

Ximénez (Fr. José). 176, 195.

Young (Eduardo). 93, 97, 242, 243, 248.

Zaldierna (Miguel de). 332. Zambrana (Ramón). 259, 286, 287. Zamorano (El). 182. Zapiain (Fr. Pedro). 176. Zaragoza (Antonio). 170. Zaragoza (El General). 163. Zaragoza (Justo). 183. Zayas Enriquez (Rafael de). 170. Zeballos (Fr. Agustín). 176. Zeballos Villa Gutiérrez (Ignacio). 176.

Zelaya (Santiago). 206.

Zenea (Juan Clemente). 248, 253, 25S,

272 á 282, 287. Zeno Gandía (Manuel). 349. Zepeda (P. José). 176. Zequeira y Arango (Manuel). 2(4, 216,

220, 222, 224, 225. Zequeira y Caro (Manuel). 226. Zerolo (Elias). 248. Zorrilla (José). 107, 123, 124, 126, 134,

163, 165, 168, 212, 255, 261, 264,

286, 404, 405, 406, 409, 410, 413,

415- Zorrilla (Ovidio). 107, 170.

Zumárraga (Fr. Juan de). 21, 23, 51,

53, 55- Zumaya (Manuel). loi. Zúñiga (Fr. Domingo). 176. Zúñiga y Ontiveros (Mariano de). 109. Zurita (Alonso de). 223.

índice de personas del tomo II

Hbascal y Sousa (José Fernando). 1 16,

241. Abenatar Meló (David). 235. Abreu (Agustín). 402, 403. Ackerman (Mr.) 128. Acosta (D. José Joaquín). 14. Acosta (Fr. Blas de). 182.

17, í8. Acosta (General). 32. Acuña (Bartolomé de). 179. Acuña (Pedro de). 174. Acuña de Figueroa (Francisco). 480,

481, 482. Ayllón (Fr. Juan de). 181. Agrelo (El boliviano). 279. Aguilar (José Mateo). 248. Aguilar y Córdoba (Diego de). 141,

150, 165. Aguirre (P. Juan Bautista). 89, 138,

457- Aguirre (Lope de). 16, 18, 137. Aguirre (Fr. Miguel de). 337. Aguirre (Millán de). 237. Aguirre Achá (José). 290. Agustín (San). 27, 277. Aillón (P. Joaquín). 92. Airólo (Dr.). 176. Alarcón (Félix). 149, 177, 216. Alba (Duquesa de). 1 18. Alberdi (J. B.). 359, 360, 444, 45'.

455- Alberoni (Cardenal). 213,

Alcalá Galiano (Antonio). 223.

Alcedo y Herrera (Dionisio de). 96.

Alcibiades. 169.

Alday y Aspe (Manuel de). 341.

Alecio (Fr. Adriano de). 185, 186.

Alegre (P. Francico Javier). 36.

Alemparte (Los hermanos). 365.

Alfieri (Víctor). 44, 409, 420. Alighieri (Dante). 91, 171, 298, 353,

409,435- 456. Almagro (Diego de). 109, 135, 136, 137. Almansa (Bernardino). 22. Almansa y Mendoza (Andrés de). 185. Almeyda (Baptista Caetano de). 286,

386. Alonso el Sabio. 15. Alonso (José Vicente). 410, 411. Althaus (Clemente). 259, 263. Alvarado (P. Francisco). 248, 260. Al varado (María de). 156. Alvarado (Pedro de). 151. Alvarez Baena (José Antonio). 204. Alvarez de Toledo (Hernando). 308,

325, 328, 329, 331. Alvarez de Velasco y Zorrilla (^Fran- cisco). 23, 24, 25, 28, 29. Alvear (Carlos). 425, 428 Alvear (Diego de). 397. Alvites (R. P. Fr. Alejo de). 216. Alzamora (El Obispo). 283. Amar y Borbón (Virrey Antonio). 35. Amat (Manuel de). 217, 220, 340. Amello (Juan). 324. Amunátegui (Domingo). 249, 280, 329,

344, 35O' 357, 358, 365, 366, 368, 444,

485. Amunátegui (Gregorio Víctor). 41,

285. Amunátegui (Miguel Luis). 41, 247,

249, 279, 285, 341, 342, 37'- Andrade (P. Mariano). 92, 94. Andrade (Olegario). 407,458,461,464,

465, 472- Angelis (Pedro de). 374, 425, 426, 45 ' Aníbal. 42. Anrique (D. Nicolás). 97.

S'4

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

Antequera y Castro (Dr.). 386.

Antonio (N.). 179.

Antonio Román. 187.

Añez (Julián). 21, 78.

Aperreguia (Juan Pablo S. J.). 25.

Apolonio de Rodas. 292.

Appleton (D.). 60.

Aquaviva (Claudio). 384.

Arana (Pedro de). 186.

Aranda (Conde de). 223, 224, 225,

226, 227. Araujo (José Joaquín). 403. Arboleda (Julio). 45, 54, 55, 56, 57, 58,

59, 60. Argensola (Bartolomé Leonardo de").

183. Arguijo (Juan de). 260. Arguelles (Fernando). 486. Arias de Villalobos (Licenciado). 176. Ariosto (Luis). 20, 58, 292, 298, 299,

303- Aristarco. 159. Aristóteles. 369. Ariza (El poeta dramático). 432. Armendáriz (José deV 213, 215. Arólas (P. Juan). 256, 263. Arena (Juan de), seudónimo de Una-

nue, 258. Aróstegui, seudónimo de Francisco

Eugenio de Santa Cruz y Espejo.

ICO.

Arrarte (El poeta mexicano), 176. Arrascaeta (Enrique). 11, 486. Arrese (El peruano). 237. Arriaga Alarcón (Cristóbal de). 165,

3>9- Arriaza (Juan B.). 36, 39, 42, 347, 404,

416, 434, 448, 481. Artigas (José). 480. Arteaga Alemparte (Justo). 371. Arteaga Alemparte (Domingo). 371,

372. Arteta (P. Juan). 92. Ascasubi (Hilario). 469, 473. Ascensio y Segura (Manuel). 253. Asenjo Barbieri (Francisco). 154. Asperge (El P.) 388. Astete de Ulloa (Gonzalo). 182. Astudillo y Herrera (Rosalía). 214.

Atahualpa. 4', 77. I39. '46, 147, i49, 265, 275, 277.

Atienza (Bartolomé de León). 138.

Anseaume (Mr.) 223.

Ausonio. 84.

Austria (Baltasar Carlos de). i8i.

Austria (D. Juan de). 27.

Austria (Mariana de). 327.

Austria (María Josefa). 216.

Austria (Margarita de). 181.

Avalos y Figueroa (Diego de). 153

165, 178, 311-

Avila (P. Esteban de). 319.

Avila (Gaspar de). 309.

Avila (Julián de). 82.

Aviles (Marqués de). 395.

Ayala (Adelardo). 440.

Ayanque (Simón), seudónimo de Es- teban de Terralla y Landa. 218.

Azamor y Ramírez (Manuel). 395.

Azara (Féü.x de). 397.

Azcuénaga (Domingo). 399.

Azuola (Luis Eduardo). 39.

Azuola y Lozano (José Luis de). 30.

Backer (El P.). 373.

Bacon (Francisco). 353.

Balbuena (Bernardo de). 176, 305.

Balcárce (Florencio). 460.

Baldovi (Bernat). 198.

Balmes (Jaime). 267.

Baltasar Carlos (Príncipe). 86, 180.

Bailen (Clemente"). 116.

Balli (Pedro). 38 il

Ballivian (General). 286.

Bances Candamo (Francisco Antonio

de). 99. Bancroft (H). 146. Baptista (Mariano). 289. Baquijano y Carrillo (Presidente).

237- 397- Barba (Alvaro Alonso). 272. Barbadinho (El). 98. Barco Centenera (Martín del). 374,

377. 379. 380, 485. Barthe (Padre). 134. Barra (Eduardo de la). 370. Barranca (José S.). 265. Barranquilla (Impresor). 76. Barreda Ceballos (Gabriel). 182. Barrenechea y Albis (Fr. Juan). 333,

335, 336. Barrera (Cayetano Alberto de la).

154. Barriere (Teodoro). 366. Barros Arana (Diego). 309, 310, 322,

327. 330, 33<- Barroeta (Pedro A. de). 217. Barroso (Pedro). 156. Basabilvaso (Manuel). 390, 391, 400. Basabilvato (Patricio). 410. Basili (El maestro). 433. Baste (José Bernardo). 133. Bastidas (P. Antonio). 83, 84. Basto (Conde del). 177. Basualdo (Benjamín). 465. Batres (Juan de). 250, 364.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

S«5

Batteux (El abate). 393.

Beeche (Gregorio). 195.

Beeche (Imp. de). 285.

Belalcázar (Sebastián). 80.

Belgrano (Manuel). 394, 40i, 407,408,

422. Belgrano (Miguen. 405- . Belmente ' Bermúdez (Luis de). 173.

174, 175, 176, 177, 178.

Beltrán (Felipe). 228.

Belzú (General). 283, 286, 289.

Belzú de Dorado (Mercedes). 289.

Bello (Andrés). 42, 48, 56, 60, 61, 65, 67, 69, 103, III, 112, 113, 114, ii&> 117, 120, 128, 246, 247, 249, 250, 280, 292, 306, 308, 351. 356, 357, 358, 359, 360, 361, 363, 365, 366, 367, 369, 371, 399,426, 457-

Bello (Carlos). 365.^

Bello (Francisco). 365.

Belloy (Mr. du). 223.

Benavides (Ambrosio). 339-

Benavides (María de). 277.

Benavides y de la Cueva (Diego de).

184. Benavidius (Emmanuel). 184. Benavidius Comités. S. Stephaní (Di-

dacus). 184. Benedicto XIII. 215. Benegasi (Francisco de). 26, 89. Bentham (Jeremías). 75- Bermúdez (Juan José). 202, 205, 237- Bermúdez (Mateo Mariano). 202. Bermúdez (Pedro José). 175, 202. Bermúdez (Pedro). 486, 488. Bermúdez y Alfaro (Licenciado). 172,

173, 276. Bermúdez de Castro (Salvador). 69, 256 Bermúdez de la Torre y Solier (Pedro

José). 199, 205. Bernal (José). 211. Bernárdez (Manuel). 480. Berriozábal (Juan Manuel de). 172, 266.

Berro (Adolfo). 444, 485, 480.

Berro (Bernardo P.). 483, 486.

Biedma <M.). 399-

Bilbao (Francisco). 371.

Blanc (Mr.). 140.

Blancardo (Moisés). 99, 100.

Blanco (Benjamín). 287, 289.

Blanco Cuartin (Manuel). 372-

Blanco Encalada (Ventura). 279, 280,

350, 367, 372. Blest Gana (Guillermo). 370, 37 1- Blanco White (José María). 342. Bobadilla (Beatriz de). 322. Boccaccio (Juan). 299.

Bocage. 265.

Boileau (Nicolás). 35, 125, 4'5- Boix (El Impresor). 128. Bolívar (Simón). 42, 44, 65, 66, 79, 107, 108, 109, no, 117, 119, 120, 121, 122, 124, 125, 128, 129,241, 242,246,247, 263, 267, 269, 283. Bompland (M.). 31, 95- Borda (José Joaquín). 67. Borda y Orozco (José Antonio). 217. Borbon (Doña Isabel de). 86, 182. Borbón (María Antonia de). 117- Borja (Francisco de). 182. Borrero (Antonio). 248. Boscan (Juan). 15. Bosch (Mariano G.). 393, 400. Bouguer (M.). 95. Bouhours (P.). 98- Bouchardy (Mr.). 433- Bourgeois (Aniceto). 366. Brandzen, 428. ^, t .% ^

Bravo de Rivera (R. P. í r. José). 216. Bravo de Sarabia y Sotomayor (Alon- so). 278. Brenes (Marqués de). 199, 202, 205. Bretón de los Herreros (Manuel). 72, 249,251, 254, 432, 437, 438, 440, 481. Brienne (Cardenal). 231. Briseño (Ramón). 371- Brochero (Luis). 12. Brown (El Almirante). 425, 428. Bruto (Marco). 44- Buendía (Fr. José). 214- Buendía y Pastrana (Juan de). 188. Buffón (El Conde de). 32- Buonarrotti (Miguel Ángel). 171. Bürger, 446. Burgos (Miguel de). 306. Bustamante (Calixto). 218. Bustamante (Ricardo). 282, 283, 284. Byron (Lord). 47, 50, 130, i33, 248, 255, 266, 281, 286, 372, 445, 453,

458, 459-

Caballero (Fernán). 76.

Caballero Desbaratado (seudónimo

de Alonso Enríquez). 137- Caballero y Góngora (Antonio). 32.

Cabello'de Balboa (Miguel). 141, 142,

'65, 179- . » . \

Cabello y Mesa (Francisco Antonio).

395- Cabrer (José María), 397. Cabrera (Andrés de). 322. Cabrera (Pedro Luis de). 319- Cabrera Nevares (Miguel). 420. Cadahalso (José de). 34-

5i6

índice de personas del tomo II

Cadena (Pedro de la). 140, 141.

Caicedo Rojas (José). 44.

Cairasco de Figueroa (Bartolomé).

13. 380. Calama Pérez (El Obispo). 237. Calancha (Fr. Antonio de). 186, 277,

278, 309. Calancha (Francisco de la). 277. Calatayud (El P.). 237. Calatrava (El Maestre de). 323. Caldas (Francisco José de). 31, 32, 33i

34, 36,391 95-

Calderón (Ángel Ventura). 211.

Calderón Ceballos y Bustamante (Án- gel Ventura). 210.

Calderón (Manuel). 191.

Calderón de la Barca (Pedro). 186, 193, 215,263,321, 435, 439. 454.

Calero y Moreira. 237.

Calvo (Daniel). 289.

Camacho (Joaquín). 31.

CamachoRoldán (Salvador). 61, 63,74.

Camaño de Vivero (Angela). 133.

Camargo Domínguez (Hernando). 22, 23, 83, 84, 86, 87, 198.

Camilo. 42, 66.

Caraoens (Luis). 189, ¡90, 271, 292, 293, 294, 298.

Campanella (Tomás). 148.

Campo (Estanislao del). 469, 473.

Campo Larrahondo y Valencia (Ma- riano del). 39.

Campomanes (Conde de). 100, 224, 226, 424.

Caupolicán. 300, 313 á3i8, 325.363-

Canelas (Demetrio). 289.

Cano (Dr.). 176.

Cano Moral y Peralta (Francisco). 188.

Cantilo (José Marías 460.

Canto (Francisco del). 320.

Cañete (Manuel). 103, 109, 119, 126, 129, 132, 411.

Cañete (Marqués de). 177, 295, 309,

311. 313- Cañizares (José de). 206, 212.

Capmany (Antonio). 445.

Caracholo Carmine (Nicolás). 215.

Caramuel (Obispo). 25, 187.

Carbó (Manuel). 433.

Carbonell (Pedro Miguel). 36.

Cárdenas (María de). 311.

Cardiel (P. José). 389.

Carducho (Vicente). 153.

Carlos II. 214.

(.'arlos III de España. 90,97, loi, 216,

217, 218, 222, 223,388, 400. Carlos IV. 95, 118, 217, 218, 234. Carlos V (Emperador). 124, 144.

Carnerero. 437.

Caro (Francisco Javier). 37.

Caro (José Eusebio). 38, 39, 45 á 54,

103, 109, III, 119, 122. Caro (Miguel Antonio). 14, 38, 56, 58,

60, 78, 99, 129, 283, 412, 436, 442,

457- Carondelet (Héctor María de). 95. Carpió (Miguel del). 255. Cárter Brown (John). 331. Carvajal (Alonso), capitán. 21. Carvajal (Diego de). 153, 179. Carvajal (Francisco). 139. Carvajal (Pedro de). 165. Carvajal (Rafael). 132. Carvajal y Robles (Rodrigo de). 178

á 181. Carrasco (Constantino). 265. Carrasquilla (Ricardo). 73, 76. Carreras (Los hermanos). 353. Carrillo (Manuel M.). 486. Carrillo de Andrade y Sotomayor

(María Manuela). 214. Carrió de la Vandera (Alonso). 21S. Carrión y Morcillo (Alfonso). 216. Casaconcha (Marqués de). 217. Casa-Calderón (Marqués de). 210. Casa-Jara (Marqués de). 266. Casamayor. 395. "NZasas (Fr. Bartolomé de las). 125. Casas (Fr. Domingo de las). 1 1. Cascante (Licenciado Miguel). 202,

205. Castañeda (Juan de). 217. Castel de Bayuela (Marqués de). 320. Castel Rodrigo (Marqués de). 374. Castell-dos-Rius (Marqués de). 184,

198 á 203, 213. Castell-Fuerte (Marqués de). 203,

209, 210, 215, 221. Castellanos (Juan de) 8, 9, ii á 21,

138, 329. 374- Castellar (Conde de). 182. Castelli. 279.

Casti (El abate). 411, 482. Castillejo (Cristóbal de). 8. Castillo (Fr. Francisco del). 243. Castillo (Poeta gaditano). 400. Castillo (Madre). 27. 30. Castillo (Manuel del). 258, 259. Castro (Enrique de). 336. Castro (El Licenciado). 306. Castro (Guillen de). 177. Castro (Inés de). 296. Castro Isagaga (José de). 188. Castro López (Manuel). 395. Catulo. 265. Cavendish (Tomás). 328, 379.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

517

Cavero y Salazar (José). 240, 248.

Caviedes.456.

Cea (Miguel). 21.

Centenera. 377, 379, 380.

Cepeda (Lorenzo de) 80.

Cepeda (Licenciado Baltasar de). 380.

Cerdán. 237.

Ceo (Sor María). 24.

Cerezo (Guindo), ó sea D. Pablo 01a- vide. 229.

Cervantes (Miguel). 149, 150, 151, 173, 230, 270, 362, 380, 432, 454._

Cervantes y Lugo (Bernardino de). 188.

Cesar (Cayo Julio). 42, 440, 441.

Céspedes (Pablo de). 58, 110, 290.

Céspedes (Manuel). 290.

Cía (Javier de), seudónimo de Don Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo. 100.

Cián (Victorio). 390.

Cicerón (Marco Tulio). 165.

Cienfuegos (Nicasio Alvarez de). 104, iri, 127,408, 416, 421, 423. 448.

Cieza de León (Pedro). 139, 146.

Cincinato. 42.

Cintera (Fr. Gregorio). 283,

Cisneros (Cardenal). 325.

Cisneros (Fr. Diego de). 237.

Cisneros (Juan Benjamín). 258.

Cisneros (Violante de). 214.

Clarinda (Dama limeña). 152, 153.

Clavijero (El P.). 387.

Clitauro Italense. Véase Gómez (Ig- nacio).

Codazzi (Agustín). 75.

Colón (Cristóbal). 16, 17, 71, 176.

Colón (Mariano). 405.

Colmenares de Lara (Francisco). 188.

Compte, (Fr. Francisco María). 80.

Concepción de Castillo (Francisca Jo- sefa de la). 26. 29.

Concolorcorvo (seudónimo de Calix- to Bustamante). 219.

Concha (Pedro Santiago) 188.

Concha (Tomás Santiago). 187.

Condamine (Mr.). 95.

Condillac (Esteban Bonnot de). 395.

Contó (César). 76.

Contreras (Jerónimo de). 181, 278.

Conscience (Enriquej. 76.

Corday (Carlota). 77.

Cordero (Dr. Luis). 130, 133.

Córdoba y Figueroa. (Fernando). 179, 341.

Córdoba Guzmán (Pedro de). 319,

Corneille (Pedro). 212.

Cornejo (Fr. Damián). 198. Corona (Marqués de la).- 226. Coronado (Alejandro). 96. Coronado (Martín). 461. Coronel Zegarra (Félix C). 192. Corpancho (Manuel Nicolás). 128, 259. Corral (Miguel Ángel). 133. Cortés (Hernán). 173, 176, 266, 289,

318. Cortés (José Domingo). 460. Cortés (Manuel José), 285. Corvalán (Sor Rosa). 214. Cosín (Pierres). 306. Cotarelo (Emilio). 223. Cousin (Mr.). 351. Crasbeck (Pedro). 374. Crespo (P. Nicolás). 92. Crillon (Duque de). 90. Croix (Teodoro de la). 216, 218. Cruz (Fr. José de la). 188. ^ruz (Sor Juana Inés de la). 24, 25,

28, 203, 457. Cruz (María Manuela de la). 21. Cruz (Ramón de la). 254. Cruz Várela (Juan). 281. Cuéllar (Baltasar de). 188. Cuenca (P. Victoriano de). 217. Cuervo (Fr. Justo). 172. Cuesta (Juan de la). 312, 320. Cueto (Leopoldo Augusto de). 199,

201, 205, 411. Cueva (Juan de la). 163, 173. Cueva (Francisca de la). 86. Cueva (Fr. Sebastián de la). 340. Cumanagotos (indios). 141. Curtius (J.). 370. Cusihuascar (Inga). 275.

Chacón (Jacinto). 365, 368.

Chagas (Fr. Antonio). 99.

Chaix (A.). 253.

Chapuis (Pedro). 356.

Charlevoix (P.). 389.

Chateaubriand (Vizconde de). 68, 293,

449. Chausée (Mr.). 225. Chenier (Andrés). 58. Cheste (Conde de). 430. Chinchón (Conde de). 181, 322, 323,

331- Chueca y Espinosa (Mateo). 242.

Dadey (José). 12. Damiron (Mr.). 287. David. 236, 244, 274. Dávila (José Antonio). 188. Dávila Bermúdez de Castilla (Antonio Sancho). 21 1

5'8

índice de personas del tomo h

Delagrane (Mr.). 307. Delavigne (Casimiro). 42, 432, 437. Delille (Jacobo). 43,418. Denia (Marqués de). 309. Dennery (Adolfo). 366. Desengañado de mismo, seudóni- mo de Duque de Estrada). 137. Destutt-Tracy (Mr.). 351, 395. Díaz (Duarte). 273. Díaz Barroso (Pedro). 20. Diderot (Dionisio). 225. Diego de Alcalá (San). 15, Diniz (Antonio). 105. Doblado (Joseph). 236. Dobritzhoffer (P. Martín). 388. Domínguez (Luis L.). 460. Domínguez Camargo (Hernando). 22. Domingo (Santo). 141. Dorotea (Santa). 160, 162. Draque (Francisco). 207. Droy (Guillermo). 272. Duarte Díaz (Enrique). 273. Duarte Fernández. 273. Duarte y Quirós (Ignacio). 387. Ducange (Víctor). 433, 438. Ducamin (J.). 299, 308. Dueñas (Bartolomé dej. 275, 277. Dumas (A.). 365, 366. Duque de Estrada (Diego). 137. Duquesne (José Domingo). 31. Duval (A.). 432.

Edipo. 50.

Egaña (Juan). 237, 350. Echegaray (Presbítero). 242. Echevarría (Imp.). 71, 446. Echevarría (Juan Abel). 132. Echeverría (Esteban). 396, 408, 429,

442, 443, 444, 447 á 455» 458, 461,

480, 486. Elvira (Martín de). 314. Emanuel Francisco. 271. Encina (Carlos). 465, 466,472. Encina (Juan del). 468. Enciso (El Bachiller). 380. Enio Tullio Grope, seudónimo de

Eugenio Portillo. 399. Enriquez (Alonso). 137. Enriquez (Camilo). 408. Ensenada (Marqués de la). 225. '^Ercilla (Alonso). 16, 18, 20, 58, 139,

293 á 309, 313, 314, 318, 324, 325,

336, 365, 374, 375- Erina. 82.

Escanden (Ignacio de). 220. Escobar (Arcesio). 76. Escobar (Fray Gerónimo). 28. Escosura (Patricio de la).252, 284, 430.

Escudero (El P.). 339,

Esguerra (Arsenio). 76.

Espartero (Baldonero). 434.

Espejo (Dr.). 98, 100, loi, 133.

Espejo (Miguel de). 20.

Espinel (Antonio de). 188.

Espinel (Vicente). 152.

Espinosa (Antonio). 30.

Espinosa (Diego). 30.

Espinosa Medrano (Dr. Juan de). 99,

189 á 191. Espinosa de los Monteros (Bruno).

29, 35- Espinosa de los Monteros (Pedro).

188. Espinosa de Rendón (Silveria). 76. Espronceda (José). 252,256, 257, 453. Esquilache (Príncipe de). 169, 182 á

184. Esquilo. 464. Estrada (Alonso). 150. Evia (Maestro Jacinto de). 23, 83, 86,

87, 188. Ezequias ( El Rey). 27, 244. Ezpeleta (Joaquín). 32, 33.

Fajardo (Carlos A.). 486.

F'ajardo (Heraclio C.). 486, 488.

Falcón (Antonio). 165.

Falkner ó Falconer (P. Tomás S. J.). 388.

Faria y Sousa (Manuel de). 189.

Farnesio (Isabel). 217.

Feijóo (Fr. Benito Jerónimo). 96, 207 á 209, 221.

Felipe II. 80, 270 á 272, 294, 295, 381.

Felipe III. 374, 384-

Felipe IV. 86, 153, 182, 187, 188.

Felipe V. 199, 200, 203, 207, 212, 216.

Fellovio Cantón (Narciso) (Anagrama de Cabello y Mesa (Francisco An- tonio). 396.

Fernán González (Conde). 137.

Fernández (Gonzalo). 151, 168,

Fernández (Diego). 143, 146.

Fernández (Duarte). 165, 273.

Fernández de Agüero y Echave (Juan Manuel). 394, 395-

Fernández Buendía (Joseph). 22.

Fernández de Cabrera y BobadiUa (Francisco Fausto). i8i.

Fernández de Cabrera y Bobadilla (Luis Jerónimo). 322.

Fernández de Castro y Bocángel (Ge- rónimo). 215.

Fernández de Córdoba (Andrés). 143.

Fernández de Córdoba (Fr. Diego). 182.

índice de personas del tomo n

S'9

Fernández de Córdoba (Joaquín).

133- Fernández Espino (José María). 14. Fernández Guerra (Aureliano). 177,

411. Fernández Guerra (José). 411. Fernández Guerra (Luis). 41 1 Fernández de Heredia (Lorenzo). 179. Fernández Madrid (José). 30, 39, 43,

351. 407, 409- Fernández Madrid (Pedro). 40, 54. Fernández Navarrete (Martín). 137. Fernández Ortelano (Manuel). 340. Fernández de Oviedo (Gonzalo). 20. Fernández de Pineda (Rodrigo). 151. Fernández de Quirós (Pedro). 174,

177. Fernández de los Ríos (Ángel). 488. Fernández de Sotomayor (Gonzalo).

142, Fernández de Valenzuela (Pedro). 21. Fernández de Velasco y Tobar (José).

24. Fernando VL 34, 216, 217. Fernando VIL 35, 128, 434. Ferreira y Artigas (Fermín). 486. Ferrer del Río (Antonio). 295, 306,

307» 318. Ferreras (Juanl. 211. Ferreyros (Manuel). 255. Fidel López (Vicente). 278. Figueroa (Dr. Francisco de). 165, 175,

179. 319. 320. Figueroa (Isabel), Belisa. 163. Figueroa (Julio). 486. Figueroa (Lope de). 337. Figueroa Bustamante (Luis de). i88. Filicaia. 105.

Filipo de Macedonia. 400. Flamenco (Diego). 177. Flores (General). 74, 109, no, 117,

126 á 128. Flores (Manuel Antonio). 30. Florián (Mr.). 230, 265. Floridablanca (Conde de). 231. Foción. 42. Folkes (Martín). loi. Fonseca Soares (Antonio de). 99. Fontenelle (Mr.). 101. Fortanet (El impresor). 31. Foseólo (Hugo). 409. Francisco Javier (San). 26, 175. Francisco Solano (San). 321. Franck (A.). 331. Franco Dávila (Pedro). loi. Franklin (Benjamín). 33. Franklin (Benjamín). 457, 468. Frazier (Mr.). 210.

Fresle (Rodríguez). 12. Frías (Félix). 455- 456. Frías de Castillo (Valeriano). 374. Frías Coello (Rui López). 179. Friburgo (Fr. Romualdo). 227. Fritz (P. Samuel). 97. Fuente (Vicente de la). 81. Fuentenebro (El impresor). 236. Fuentes (Juana de). 8í. Funes (Gregorio). 393,

Gaitán (Benito). 29.

Galindo (Néstor). 285, 286.

Galusky (Mr.). 296.

Gálvez (Fr. Juan). 165, 172, 175.

Gal vez (Víctor). 457.

Gallardo (Bartolomé José). 21, 173, 186, 187, 273.

Gallego (Juan Nicasio). 49, 103, 104, 1 16, 122 á 124, 402, 434, 437.

Gallegos Naranjo (Manuel). I32_.

Gallerani (P. Alejandro). 90.

Gama (José Basilio de). 487.

Gamino Correa (El Br.). 374.

Gándara Cossío (Fr. Manuel de la). 25.

Garabito de León y Messia (Francis- co). 187.

Garay (Juan de). 375.

Garcés (Enrique). 150, 270 á 272.

García (Adolfo). 263.

García (Sebastián). 21,

García Calderón (P. F.). 240,

García Calderón (Ventura). 258.

García Goyena (Rafael). 128.

García de la Huerta (Vicente). 223. ,

García de Loyola (Martín). 327, 328.

García Merón (D. M.). 461.

García Moreno (Gabriel). 55, 94, 134.

García Peres (Domingo). 270.

García de Quevedo (Heriberto). 453, 486.

García del Río (Juan). 363, 366.

García de Rivadeneyra (Licenciado Cristóbal). 179.

García Tejada (D. Juan Manuel). 36,

37. Garibay (Esteban de). 307. Garnier (Mr.l 1 16. Garrido (P. José). 92. Garro (Juan M.). 384. Gasea (Pedro). 142, 143. Gascón Riquelme (Bernabé). 189. Gaspar y Roig (Editores). 306. Gaume (Abate). 65. Gautier (Teófilo). 461. Gayangos (Pascual de). 199, 201, 331. Gibert y Tudó (Carlos). 223. Gil de Lemus (El Virrey). 217.

Mkníndkz t Pblayo.— /'<7«ia hispaHo-americaHa. II.

33

520

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

Gil (Enrique). 256.

Gil y Zarate (Antonio). 437,

Girón (Pedro de León). 188.

Girval (El P.). 237.

Giustiniani (El P.). 266.

Godín (Mr.). 95.

Godoy (Juan). 234, 460.

Goethe. 445, 469.

Gómez (Alonso). 14.

Gómez (Ignacio). 412.

Gómez (Juan Carlos). 485, 486.

Gómez (Licenciado Gabriel). 172.

Gómez de Alvarado (Pedro). 156.

Gómez Hermosilla (José). 362.

Gómez Restrepo (Antonio). 7, 37.

Gondomar (Conde de). 307.

Góngora (Luis de). 23, 189, 190.

Góngora Marmolejo (Alonso de).

308. Gonsalves Magalhaes (Domingo). 487. González (Joaquín V.). 470. González (Tirso). 385. González Balcarce (Antonio). 421 González Barcia (Andrés). 327, 374. González de Bobadilla (Bernardo).

380. González de Bustos (Francisco). 309. González Camargo (Joaquín). 76. González Carvajal (Tomás). 235, 244. González y Meléndez (Fr. Diego \

González de la Reguera (Domingo).

240. González La Rosa (M. T.). 206. González Suárez (Federico). 95, 97. Gor (Duque de). 173. Gorbea (Andrés Antonio de). 352. Gordon (Eduardo). 486. Gorostiza (Eduardo). 251. Gorriti (Juana Manuela). 279, 289. Gounod (Mr.). 469. Goyena (Pedro). 444. Granja (Conde de la). 199, 202, 203,

205 á 207. Granada (Fr. Luis de). 170, 172,

229, Granado (Félix A. del). 289. Gray (Tomás). 410 a 412. Gredilla (Federico). 31, Gregorio XV. 384. Grimaldi (Marqués de). 437. Groot. 38. Grote (Mr.). 370. Gruesso (José María). 34. Guerin f José David). 76. Guatimozin. 43. Gutiérrez fjuan M.). 452. Guevara (Bernardo P.). 283.

Guevara (P. José). 388, 389. Guido Spano (Carlos). 461. Guilléstegui (Diego de). 274. Gutiérrez (Juan María). 128, 192, 213, 247, 282, 318, 320, 359, 360, 374, 375,

378, 387. 390, 391, 392, 3915. 399 á 401,404,407, 408,415,418,421,423,

424,429,444,446,450,451,453. 455 á 458, 460, 480, 488.

Gutiérrez (Ricardo). 461.

Gutiérrez de Ceballos (José Anto- nio). 213, 216.

Gutiérrez González (Gregorio). 45, 60 á 63, 74, 76, 78.

Gutiérrez de Pinares (Germán), 73, 76.

Gutiérrez y Torices (Bernardo). 188.

Guttemberg. 68, 424.

Guzmán (Angela de). 182.

Guzmán (Bernardino de). 187.

Guzmán (Diego Rodríguez de). 203,

374. Guzmán (Luis F.). 289.

Haencke (Tadeo). 397.

Harpe (La). 235.

Hartzenbusch (Mr,). 438.

Harvey (Juan Eugenio). 34.

Harrington. 148.

Hawkins (Richart). 313.

Hebreo (León). 145.

Hegel. 465.

Heineccio. 281.

Henriquez (Camilo). 342 á 344, 346 á

350,355.420, 421. Heredia (Cayetano). 70, 90, 91, 93,

103,351, 255- Hernández (José). 469, 473. Hernández (P. Pablo.). 388, 389. Hernández Girón (Francisco). 137,

138, 147- Hernández de Serpa (Diego). 140,

Mi- Hernández de Velasco. 418. Herrera (Bartolomé). 106, 107, 132,

255, 273. 282. Herrera (Jacinto de). 177. Herrera (Pablo). 79, 100, 129, 133. Herrera Dávila (Ignacio). 432. Herodes Antipas, 10, 69. Hevia (D.). 412. Heyne (Enrique). 62. Hidalgo (Bartolomé). 468, 469, 485,

486. Hidalgo (Clemente). 273. Hilario López (J.). 54- Homero. 107, 125, 151, 171, 220, 293,

301, 369, 422.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

S2Í

Horacio. 38, 39. '03, 107 á uo, 117,

120,190,207,235, 247,249,418, 422,

429, 482. Hormero (Doctor). 179, 31 9- Huáscar (Inca). 276. Huayna-Capac. 121, 122, 124, 145,

149, 275. Hugo (Víctor). 64, 255, 263, 286, 289,

363. 372, 433. 461, 464. 469- Humboldt (Alejandro de). 31, 32, 95.

237, 296. Hurtado de Mendoza (García). 173.

177,295.308,309.319- . Hurtado de Mendoza (Jerónimo). 337. Hurtado de Mendoza (Juan Andrés

de).

II I.

Ibarra (Juan Antonio). 381. Ibero Rivas y Canfranc (José), ana- grama de Francisco Asenjo Barbie-

ri. 154. Icazbalgeta (Joaquín García). 135. Idomeneo. 35.

Iglesia y Darrac (Manuel de la). 405. lUescas (Fr. Baldomcro). 184. Indiano (El), ó sea, Pedro Montesdo-

ca, 151. Infante (Juan Miguel). 363. Inurrieta (Manuel). 460. Iriarte (Tomás de). 33, 251, 340, 343- Irisarri (Antonio José). 343. 365- Irisarri (Hermógenesj. 365, 368. Isaías. 235, 244. Isla (P. Francisco José). 217. Iturri (P. Francisco). 387, 390.

Jáuregui y Aldecoa (Agustín). 99,

218. Jenner. 68.

Jerónima (Doña). 164. Jerónimo (San). 27. Jesús (Santa Teresa de). 80, 81. Jiménez (Pero). 374. Jiménez de la Espada (Marcos). 8, 14,

10, 143, 135, 138, 140, 142, 278. Jiménez de Quesada (Gonzalo). 7, 8,

11, 17, 274. Job. 68.

Jolis (P. José). 389. Joubert (Mr.). 255. Jovellanos (Gaspar Melchor de). 116,

224, 225, 406. Jovio (Paulo). 8. Juan V (Rey de Portugal). 216. Juan (Jorge). 95. Juan de la Cruz (San). 82, 435. Juana (Doña), madre de Carlos V.

144.

Juárez (P. Gaspar). 387, 390. Jurado (Juan). 38. Jussieu (Mr.). 95. Justino. 299.

Kant (Manuel). 448.

Klopstock. 170, 293.

Kohler (P. A.). 388.

Konig (Abraham). 209, 295, 307.

Labardén (Manuel José de). 390, 391, 392, 395,398. 399,400,401,420,456.

Ladrón de Guevara (Diego). 205, 212, 215.

Ladrón de Guevara (Luis). 83.

Lafinur (Juan Crisóstomo). 407, 408, 420.

Lafontaine (Juan). 418.

Lafuente Alcántara (Emilio). 133.

Lagomaggiore (Francisco). 289.

Laguna (El presbítero). 237.

Lagunas (Josefa Bravo). 214.

Lámar (El General). 125.

Lamartine (Alfonso). 68, 266, 282, 289,

448,452. Lamas (Andrés). 390, 415, 480, 4b5. Lamennais (F. Roberto). 445- Laudecho (Juan de). 337. Lapuente (Laurindo). 486. Lara (El General). 125. Laromiguiére (Mr.). 351. Larra (Mariano José). 76, 251, 455. Larrañaga (Dámaso). 480. Larrea (Ambrosio). 92. Larrea (Benigno). 102. Larrea (Fortunato). 102. Larrea (José Modesto). 94. Larrea (Juan). 102. Larrea (Lucas). 102. Larrea (P. Joaquín). 92. Larriva y Ruiz (José Joaquín). 240 á

242. Laso y Rebolledo (Baltasar de). 184. Lassala (Manuel). 400. Lastarria (José Victorino de). 357,

359, 360,366, 371. Latorre (Carlos). 43'' La valle (General). 45'- Lavalle (D. J. A. de). 187, 222, 244. Laverde Amaya (Isidoro). 77, 78. Legouvé (Mr. Gabriel). 365, 410, 433- Leguizamon (Martiniano). 219. Leiva (Antonio de). 177, 377- Lemierre (Mr.). 223, 350. Lemos (Conde de). 324. Lennox (Mr.). 331. Lens (Benjamín). 289. León (Cristóbal). 21.

522

índice de personas del tomo II

León (Fr. Félix de). 137.

León (Fr. Luis de). 38, 105, 107, 131,

235. 244, 259, 273, 362, 418, 435,

448, 454- León (Fr. Martín de). 181. León (J. de). 380. Leopardi (Giacomo). 127, 260, 262. Lerma (Duque de). 309. Lerminier (Mr.). 445. Leroux (Pedro). 445. Lillo (Eusebio). 349, 368, 370, 471. Linneo (Carlos). 31. Liniers y Bremont (Santiago). 402,

403, 404. Lira (Francisco de). 321. Lira (Luis de). 186. Lira (Martín José). 372. Lista (Alberto). 49, 248, 249, 252, 363,

434, 45O' 481. Lizarazu (Juan de). 272. Loaisa (Dr. Fr. Jerónimo de). 138. Loarte (D.). 450. Loaysa y Zarate (Diego de). 189. Lobo (Gerardo). 89. Lobo Guerrero (Bartolomé). 10. Locke (Juan). 395. Longino. 98. López (El P.). 339. López (Francisco). 312. López (Hilario J.). 54- López (Vicente Fidel). 279, 359, 360,

3t>4, 390, 407, 4i5> 455-

López de Gamboa (Licenciado Be- nito). 141.

López de Gomara (Francisco de). 14Ó.

López Guarnido (Jerónimo). 319.

López de Herrera (Jorge). 277.

López Mexía (Francisco). 189.

López Peñalver (Juan). 432.

López Planes (Vicente). 405, 406, 420.

López de Solís (Fr. Luis). 80.

Lorente (Sebastián). 255, 256.

Loreto (Marqués de). 391.

Losier (Carlos). 351.

Loubayssin de la Marca (Francisco).

336. Loyola (San Ignacio de). 22, 86, 175. Loza (José Manuel). 282, 283. Lozano (Pedro). 388. Lozano (José Tadeo). 39. Lozano y Martín (Abigail). 60. Luanco (José Ramón). 272. Luca (Esteban de). 407, 408, 420, 421. Lucano. 98, 129, 298. Lucrecio Caro. 110, 129. Ludeña (Fernando de). 177.

Lugo (Fr. Bernardo de). 12. Luis I. 203, 215. Luis XIV. 207.

Lujan (R. P. Fr. Mariano). 217. Luna y Bohórquez (Ignacio). 215. Lunarejo (El), apodo de Juan de Espi- nosa Medrano. 190. Luzán (Ignacio). 209. Lyra (Juan de). 189.

Llano Zapata (José Eusebio de). 220,

221. Liona (Numa Pompilio). 258. Llórente (Juan Antonio). 343.

Maciel (Juan Bautista). 390, 391, 392.

Madariaga (P.). 390.

Madiedo (Manuel María). 74, 77.

Madramany. 36.

Madrid (Dr.). 15, 40 á 43.

Madrigal fPedro . 306.

MaíTei (Andrés). 223, 270, 272.

Magallanes (Juan de). 176.

Mayans 'Gregorio';. 221.

Magariños Cervantes 'Alejandro). 444, 486 á 4S8.

Maldonado (Fr. Fulgencio). 180.

Maldonado (Pedro). 100, loi.

Maldonado de Silva (Licenciado An- tonio). 179, 337.

Maldonado de Torres (Alonso). 169.

Maluenda (Carlos de). 141.

Maluenda (Jacinto Alonso de). 198.

Manco-Capac. 125, 275, 276.

Manrique José Ángel). 36.

Manso de Velasco (José). 216.

Mantilla (Foción). 76.

Manzoni (Alejandro). 64, 68, 429.

Maqueda (Duque de;. 311.

Marañón Sancho). 142, 179, 389.

Marcial. 265, 482.

Marcó del Pont (Casimiro). 342.

Marcos 'San). 311.

Marcos (Antonio). 100.

Marchena (Abate). 437.

Margarita íSanta). 153, 169.

María Magdalena (Santa). 27.

María Cristina (Reina). 431, 432, 434-

Marín (Mercedes). 368.

Marín de Poveda (Ventura). 341,

351- Mármol (José). 421, 458 á 460, 480

Marmontel (Mr.). 148, 230.

Márquez (Arnaldo;. 258.

Martín (Lorenzo). 9.

Martín Villa (Antonio). 224.

Martínez (Dr.). 176.

Martínez (Andrés). 248.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

523

Martínez (Valentín). 36. Martínez Abad (Francisco). 306, 324. Martínez de Arrona (J.). 181. Martínez de los Prados (Antonio). 25. Martínez de Rivera (Diego). 149. Martínez de la Rosa (Francisco). 49,

122, 123, 251, 306, 308, 353, 440. Martínez Silva (Carlos). 40, 78. Martínez y Vela (Bartolomé). 274. Martínez Villergas (Juan). 72, 359, 432. Martinto (Domingo). 461. Marroquín (José Manuel). 77. Masías (J.). 244.

Matieuzo (Licenciado Juan de). 141. Matta (Guillermo). 370. Maury (Juan María). 59, 113. Mazza (Angelo). 261. Medina (José Toribio). 30, 97, 98, 145,

279. 306, 310, 312, 320, 322, 327,

336,337. 339, 386. Medina y Barrientos. 176. Medrano (Manuel). 399. Mejía (José), toi, 133. Meléndez Valdés (Juan). 104, 100,

116, 415, 359. Melesville (Mr.). 280. Melgar (Mariano). 237 á 240, 258. Meló de Portugal (Pedro). 394. Mena (Juan de). 15, 135, 190,299. Méndez (Pedro). 275. Méndez de Haro (Luis). 189. Mendiburu (Manuel). 183, 190, 191,

199. Mendieta (Fr. Alonso de). 321, 375. Mendoza (Antonio). 204. Mendoza (Fr. Diego de). 31, 75, 278,

379- Mendoza (García de). 301, 311, 313,

314, 317, 318, 321, 322, 325. Mendoza (José). 290. Mendoza (Fr. Lucas de). 180, 182. Mendoza y Lima (Juan de). 181. Mendoza y Luna (Juan de). 172, 186,

307, 320, 327. Mendoza (Pedro de). 374. Mendoza y Monteagudo (Juan de).

325, 327, 328. Meneses (Juan Francisco). 356. Mera (Juan León). 79, 90, 94, 102, 129,

132. Merchán y Calderón (Pedro). 181. Mérimée (Prospero). 383. Meiihiac (Gilibert de). 307. Merlo de la Fuente (Luis). 327, 331. Mesía de la Cerda (Licenciado). 380. Mesonero Romanos (Ramón de). 76,

251. Metastasio (Pedro B). 1 16, 350.

Mexía (Diego de). 163, 164, 166, 168, 169, 178, 311.

Mexia de Porras (Arcediano Fran- cisco). 20.

Miaña (Marqués de). 206.

Miguel Antonio (Don). 53.

Milton (Juan). 170, 171, 292, 293.

Mili (James). 352.

Millaleubu (Pancho). 339.

Millas (Joaquín). 390.

Miller (General). 113, 125, 239.

Millevoye (Mr.). 448.

Minvielle (Rafael). 366.

Miquel y Badía (Francisco). 172.

Mira de Amescua (Antonio). 172, 177.

Miralla (Juan Antonio). 45, 408 á 410.

Miramontes y Zuazola (Juan de). 185, 186.

Miranda (Conde de). 140.

Mitre (Adolfo). 466.

Mitre (Bartolomé). 144, 266, 444,

456. Moisés. 236.

Molestina (Vicente Emilio). 129, 132. Moliere. 196, 364, 439. Molina (Gaspar de). 213, 279, 387. Molina (Tirso de). 453. Mommsen (T.). 370. Monclova (Conde de). 182. Monforte y Vera (Jerónimo). 199, 202

á 205, 215. Montaigne (Miguel de). 255. Montalvo (José Miguel). 36. Montalvo (Juan). 133. Montalvo (Miguel de). 271. Monteagudo (Bernardo). 241, 279. Montenegro (Fray Alonso de). 79. Montenegro (El P.). 388. Montesclaros (Marqués de). 172, 181,

185, 186, 320. Montes del Valle (Agripina). 163. Montesdoca (Pedro de). 151, 152,

165. Montesinos (Licenciado). 146. Montesquieu (Barón de). 350. Monti (Vicente). 423. Montoya (Bernardo). 181. Montt (Luis). 331. Montúfar (D. Juan Pío). 95. Moore (Tomás). 240. Mora (Cristóbal de). 248, 249, 280,

282, 366, 374. Mora (José Joaquín de). 244, 247, 279

á 281, 351 á 353, 356, 357, 360, 364,

425, 426. Morales (El P.). 387- Morales y Duares (Vicente). 237.

524

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

Moratín (Leandro Fernández de). 223,

249 á 251, 439. 440. Morcillo Rubio de Auñón (Diego).

212, 215, 2 16. Morel-Fatin (Alfredo). 169, Moreno (Félixl. 163, 279, 404. Moreno (Rene). 277, Moreno de Almaraz (Francisco). 179. Moreto (Agustín). 215, 263. Moreyra (Baltasar). 184. Morillo (General). 36, 40, 41. Moro (Tomás). 148. Moscoso Melgar (Manuel). 240. Mosquera (Tomás Cipriano de). 37,

55. 75-

Mosquera de Figueroa [El licencia- do). 307.

Motte Houdard (Mr. La). 265.

Moya (Marquesa de). 322.

Moya (Marqués de). 323, 324.

Múgica (Lorenzo). 339.

Mujia (María Josefa). 287.

MüUer (Juan). 287.

Munarriz (José Luis). 351.

Muñiz ÍDr.). 312.

Muñiz (Francisco J.). 467.

Muñoz (Juan Bautista). 8, 15, 390.

Murat (Joaquín). 425.

Muratori (Lodovico). 98.

Muriel (P. Domingo). 389.

Murillo (Miguel). 98.

Musset (Alfredo de). 461.

Mutis (José Celestino). 31, 32, 39, 95, 96.

Nájera (Duque de). 711. Nariño (Antonio). 30, 33, 97. Narváez (Juan). 97. Natal (P. Jerónimo), S. h. 169. Navarrete (Martín Fernández). 270. Navarro Navarrete (Antonio). 22. Navarro Viola (Miguel). 285, 392. Naveda (Fr. Acacio de). 337. Necochea (El General). 125, Neira Acevedo (Pedro). 76. Nevares Santoyo (Marta de). 154. Nicolás (Alejandro). 307, 308. Nicolás (Antonio). 153, 380, 381, Nidos (Mencia de). 309. Nieremberg (P. Juan Eusebio). 385. Novoa (Ignacio). 255. Núñez (Cristóbal). 176. Núñez (Fr. Cristóbal). 337, Núñez (Pedro). 277. Núñez de Balboa (Vasco). 488. Núñez de Bonilla (Licdo. Francis- co). 79. Núñez Cabeza de Vaca (Alvar). 314.

Núñez Castaño (Diego). 337.

Núñez de Pineda (Francisco). 333,336.

O (Cristóbal de la). 153.

Obligado (Rafael). 443, 444, 454, 455,

461, 468. Oblitas (Arturo). 289. Obregón (Secretario). 175. Ocampo (José Gabriel). 403, 406. O'Connor (Reynal). 404. O'Connor d'Arlach (Tomás). 289. Ochoa (Eugenio de). 60, 284. Ochoa (Fr. Diego). 28, 29. Odriozola (Manuel de). 192, 195, 211,

237, 242, 321. O'Higgins (Ambrosio). 339, 343. Ojeda (Fr. Diego de). 165, 170, 171,

172, 173. 175. 266, 305, 319. Olavide (Pablo de). 100, 221 á 230,

232 á 236, 248. Olivares (El P.). 304. Olmedo (José Joaquín). 39, 42, 50,86,

101 á 106, 109 á 1 15, 1 17 á 123, 125

á 129, 148, 237, 249, 250, 280, 281,

351, 407, 425. Ollendorf. 258. Oms de Santa Pau de Sentmanat y

Lanuza (Manuel). 198, 201. Oña (Gregorio de). 310. Oña (Licenciado Pedro de). 144, 152,

165, 169, 175, 178, 179, 181, 307.

309 á 314, 317, 319 á 322, 329, 353,

374- 377, 457. Oñez de Loyola (Martín). 331. Ordax (Diego de). 140. Orga (Impresor). 231. Oria (Gabriel de). 179. Orleans (Princesa de). 213. Orozco (P. José). 90, 91, 93, 181. Orosz (P. Ladislao). 389. Ortega y Pimentel (Isidoro José). 217. Ortis (Jacobo). 409. Ortiz (José Joaquín). 45, 54, 64, 71. Ortiz de Zarate (Juan). 65, 67 á 70,

374, 375-

Orrego Luco (Augusto). 371.

Osio (El obispo). 210.

Oteiza (Fr. Mauuel). 340.

Otero (Luis). 486. '

Otero (Fr. Pacífico). 404.

Ovalle (El P.). 329, 338, 339, 357. 387.

Ovalle (El Presidente). 356.

Ovidio. 166, 167, 168, 237, 335, 417, 481.

Oviedo Herrera y Rueda (Luis An- tonio de). 199, 203, 205, 206.

Oyarvide (Andrés de). 397.

Oyuela (Calixto). 454, 461.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

525

Pablo (San). 153. Pacheco (Francisco). 273. Pacheco y Obes (Melchor). Padilla (Fr. Pedro de). 380. Padilla Atoche (Hilarión). 282. Palafox (D. Juan de). 122. Palata (Duque de la). 196, 210. Palma (Ricardo). 181, 183, 191, 192, 199, 201, 218, 219, 222, 242, 243, 254, 255, 258, 260, 263, 266, 267, 268, 283, 289. Pando (José María de). 244 á 247. Paniagua de Loaisa (Pedro). 142. Pardo y Aliaga (Felipe). 219, 247 á

253. 255, 267, 268, 281, 366. Pardo (Luis). 381. Pardo de Andrade (Manuel). 405. Pardo de Figueroa (José). 221. Paredes y Solier (Andrés de). 182. Parera (Blas). 406. Parini (satírico). 249. Parma (Duque de). 207, 213. Parthenio (El). 62. Passo (El boliviano). 279. Patricio (Francisco). 271. Patrón (El boliviano). 279. Pauke (P. Florián). 388. Paulo V. 338. Pausanias. 44.

Paz (Francisco Santos de la). 202. Paz (Manuel María). 75. Paz Arauco (Manuel). 290. Paz y Meliá (D. A.). 14, 15, 223. Paz-Soldán (Pedro). 258, 268. Pedrero (Fr. Alberto). 20. Pedro Nolasco (San). 182. Pelópidas. 42. Pellico (Silvio). 267, 365. Peralta Barnuevo (Pedro de). 99, 186, 19'» í99> 200, 202, 205, 207, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 215, 220, Peralta Barnuevo Rocha y Benavides

(Pedro). 207, 209. Peramás (P. Juan Manuel). 387 á 389. Pereda (José). 62. Pereira (Adrián). 289. Pereira Gamba (Benjamín). 67. Perey (Mr.). 286. Pérez (Diego). 172, 279. Pérez (Enrique). 77. Pérez (Felipe). 74 á 77. Pérez (Santos). 467. Pérez Ángel (Luis). 165, 169. Pérez del Camino (Manuel Norber-

to). 410. Pérez Pastor (Cristóbal). 308. Perochena (seudónimo del Dr. Espe- jo). ICO.

Petrarca (Francisco). 259, 271, 272,

298, 299. Petronio. 190.

Pezuela (Joaquín de la). 240 á 242. Picado (General Alonso). 141, 149. Picard (Mr.). 352. Piedrahita (Lucas Fernández). 12,

19, 20. Piedrahita (Vicente). 133. Pilo (Conde del, ó sea D. Pablo de

Olavide). 230. Pindemonte (Hipólito). 130. Pineda (Juan de). 397 á 309. Pinel y Monroy. 322, 323. Pinelo (Diego León). 153, 183 á 185.

187, 188, 327. Pinzón Rico (José María). 74, 76. Piñeyro (Enrique). 116, 129. Pío V (San). 144. Pizarro (Francisco). 41, 57, 126, 136,

139, 140, 154, 176, 211. Pizarro (Gonzalo). 77, 136, 141, 142. Platón. 33, 388. ^

Pola Argentaría. 82. Pólit (Manuel M.). 95. Polo de Medina (Salvador Jacinto). 198.

Pombo (José Ignacio). 36, 63.

Pombo (Rafael). 46, 48, 54, 103, 129.

Ponce de León (Manuel). 75.

Pope (Alejandro). 52, 114, 117, 127, 128.

Porcel (Cristóbal). 176.

Portales (Diego). 247, 356, 357, 366.

Portegueda (J. B.). 405.

Portilla (Juan de la). 165.

Portillo (Eugenio del). 399.

Portugal (María Bárbara de), 216.

Posadas (Joaquín Pablo). 72, 73, 76.

Portocarrero Laso de la Vega (Mel- chor). 214.

Potau (Joseph). 217.

Prego de Oliver. 395, 399, 40i, 402,

403. Prescot (Guillermo H.). 147. Prieto (Guillermo). 461. Prince (Carlos). 254. Puelles (Pedro de). 156. Puente (Luis de la). 184. Pueyrredón (General). 406. Puig (Juan de la C.)- 399i 407. 4o8. Pulgar (Hernando del). 322.

Querol (Vicente W.). 70. Quesada (Ernesto). 466. Quesada (Vicente G.). 270, 285, 392. Quevedo (Juan, impresor). 27, 195, 105, 108, 188, 196, 197.

526

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

Quevedo (Francisco). 454.

Quevedo y Zarate (Juan de). 189.,

Quinet (Edgar). 464.

Quintana (Manuel José). 42, 49, 50, 64, 65, 67, 103 á 107, no, III, 113, 116, 119, 122, 124, 166, 170, 171, 259) 306, 308, 405, 423, 424, 425, 428, 429,434, 445> 448.

Quintiliano. 98.

Quiñones (Francisco de). 327.

Quiroga (Facundo). 467.

Quiroga (P. José). 389,

Racine (Juan). 212, 223, 364. Ramallo (Dr. Mariano). 282, 283. Ramírez (Leonardo). 179. Ramírez (Tomás). 33. Ramón (Juan). 187. Ramos Gavilán. (Fr. Alonso). 186, 278. Rayón (José Sancho). 211,212. Real de Asuá (Gabriel). 368, 369. Real Consulado (Marqués del). 395. Regnard (Juan Francisco). 223. Reguera (José Francisco de la). 206. Reinoso (Francisco). 49, 188. Renaut (Andrés). 324. Renaut (Juan). 324. Rendón (Víctor María). 129. Rengifo. 25. Rene Moreno (Gabriel). 280, 282 á

285. Restivo (P.). 386. Restrepo (José Manuel). 31, 40. Reyes Ortiz (Félix). 289. Reynal O'Connor (Arturo). 392, 401. Rhodez (Obispo de). 231. Ribera Flórez (Dionisio). 381. Ricardo (Antonio). 144, 178,319. Ricci (P.). 91. Rico (Gregorio). 172. Río (Fr. Alonso del). 215. Río (Guillermo del). 207. Riofrío (Miguel). 133. Rioja (Francisco de). 52, 86. Rikle (P. Jodoco). 79. Risco (Juan). 218. Riva Agüero (José de la). 146, 148,

205, 210, 213, 255, 259, 266. Rivadavia (Bernardino). 351,421,408,

418, 423 á 426. Rivadeneyra (Cristóbal de). 182. Rivadeneyra (Manuel). 361. Rivadeneyra (Pedro). 14, 15, 17, 145,

172, 177, 200, 223, 274, 320, 385. Rivadeneyra Villarroel (Dr.). 175. Rivarola (Pantaleón). 402, 404. Rivas (Duque de). 446. Rivas (Medardo). 63.

Rivas Groot (José María). 21, 78. Rivera (Constanza María). 273. Rivera (P.Juan Antonio). 217. Rivera (Luis de). 273. Rivera (Sancho de). 150, 271. Rivera Indarte (José), 458, 480. Robles y Maldonado (Francisco de).

211. Roca (Vicente Ramón). 128. Rocha (El minero). 191. Roda (Manuel de). 227, 22S. Rodríguez (Fr. Cayetano). 403, 404. Rodríguez (Francisco Antonio). 34. Rodríguez (José). 206. Rodríguez (Julio). 289. Rodríguez (Manuel del Socorro). 34,

38. Rodríguez (Zorobabel). 372. Rodríguez Bravo (Joaquín). 360. Rodríguez Carracido (José). 272. Rodríguez Gamarra (Alonso). 168. Rodríguez de Guzmán (Diego). 199. Rodríguez de León (Antonio). 182. Rodríguez de León (Juan). 153. Rodríguez Marín (Francisco). 133. Rodríguez de Mendoza. 237. Rodríguez Rubi (Tomás). 432. Rodrigo deValdés (M. R. P. M.). 187. Roger (A.). 308. Rojas (Fermín). 289. Rojas Caicedo (Juan Ramón). 71. Rojas Garrido (José María). 76. Rojas ySandoval (Francisco). 309. Rojas y Solórzano (Juan Manuel de).

199, 203, 205. Romero (El presbítero). 237. Ronsard (Mr.). 105. Rosa (José Nicolás de la). 30. Rosa y Bouret (Librería de). 236, 244,

266. Rosa de Lima (Santa). 182, 206. Rosales (El P. Diego). 337, 339. Rosas (Juan Manuel). 429, 446, 451,

455, 456, 458 á 460, 480. Rosell (Cayetano). 172, 318, 320. Rosende (Petrona). 486. Rosquellas (Luis Pablo). 289. Rousseau (Juan Jacobo). 225, 227,

247, 342, 350-

Rubio y Lluch (Antonio). 71.

Ruiz (Bernardino). 240.

Ruiz de Alarcón (Juan). 456.

Ruiz de Beresedo (Francisco). 338.

Ruiz de Castro y Andrade (Fernan- do). 324.

Ruiz Huidobro (Pascual). 402.

Ruiz de Montoya (P. Antonio). 386.

Russell Bartlett (John). 331,

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO

527

Saenz Cascante (Miguel). 199-

Safo. 82.

Sáinz de Valdivieso Torrejon (Mi- guel). 216.

Sajonia (María Amalia de). 214, 217.

Salamanca (José). 432.

Salas (Francisco Javier de). 63, 177.

Salas (Gregorio de). 483-

Salas (Mariano). 282.

Salaverry (Carlos Augusto). 253, 263, 265, 281.

Salazar (José María). 35, 36, 408.

Salazar (General Francisco Javier). 132.

Salazar y Torres (Agustín de). 215.

Salazar y la Vega (D. Juan\ 25.

Salcedo (Francisco de). 82.

Salcedo Villandrando (Juan de). 152,

153, 165, 179- . , ,

Sales Arrieta (Francisco de). 248.

Salustio (Cayo Crispo). 488. Salva (Vicente). 280, 362, 369. Salvatierra (Conde de). 182. Sampayo (Fulano). 310. Samper (José María), 74, 77. Sanabria y Salas (María de). 186, 187. Sancha (Justo de). 115, 163, 237, 273,

274, 306, 383. Sánchez Labrador (P.). 389. Sánchez de Tagle (Francisco Manuel).

351- Sancho Rayón (José). 211, 212, 310.

Sand (Jorge). 286.

Saufuentes y Torres (Salvador). 364,

365. 368. Saint-Hilaire (Mr.). 140. San Alberto (Fr. José Antonio de).

392, 394-

San Bruno (Sor Clara de). 21.

San Esteban (Juana María de). 28.

San Gabriel (María de). 28.

San Gregorio (Feliciana de). 21.

San Jerónimo (Sor Ana de). 25.

San Jorge (Marqués de). 39.

San Juan (Marqués de). 212.

San Martín (José de). 126, 241, 404, 421,456.

San Nicolás (Fr. Andrés de). 12.

San Ramón (Fr. Luis Galindo de). 188.

Santa Cruz (Andrés). 280, 281.

Santa Cruz y Espejo (Francisco Euge- nio de). 97.

Santa Cruz (General). 253, 263.

Santamaría de Manrique (Manuela),

34- Santa Rita Dur5o (Fr. Benito de),

487.

Santa Teresa (Sor Gregoria de). 25. Santibáñez (José María). 286. Santillán (Licenciado Hernando de).

138. Santillana (Marqués de). 15. Santistéban Osorio (Diego). 306, 307,

323, 324, 325. Santistéban del Puerto (Conde de).

1 84. Santo Buono (Príncipe de). 213,

215. Santos de la Paz (Francisco). 205. Santos Saldaña (Julián). 184. Santoyo de Palma (Juan). 187. Sanz (Fr. Agustín). 199. Sanz (J. Pablo). 79- Saravia (Hermógenes). 76. Sardou (Victoriano). 366. Sarmiento (Dr.). 176. Sarmiento y Carvajal (Diego de).

153. Sarmiento de Acuña (Diego). 307. Sarmiento (Domingo Faustino). 359,

360 á 363, 452, 460, 467- Sarmiento de Gamboa (Pedro). 271. Sastre (Marcos). 480, 488. Saviñón, 437. Scot (Walter). 57. Scribe (E.). 365, 432, 433. 437. 438. Schmidel (Ulrico). 373. Schiller. 445. Schwartz (Adán). 96. Sedaine (De). 223. Sedeño (Juan). 165, Segneri (P.). 229. Seguín (José María). 255. Segundo (Juan). 411. Segura (Manuel Ascensio). 254, 255,

267, 268. Sel gas (José). 76. Selva Alegre (Marqués de), D. Juan

Pío Montúfar. 95. Seminario (P. M. Fr. José). 248. Sempere y Guarinos (Juan). 223. Séneca (Lucio Anneo). 299. Serna Roldan (Miguel Mudarra de laV

21 1. Serra (Narciso). 254. Serrano (José Mariano). 279. Serrano (P. José). 385. Shakespeare (G.). 255, 258, 289, 435»

441,445- Shelley. 464- Sheridan (Mr.). 366. Sigüenza (Fr. Jerónimo de). 15. Sillo Itálico. 335. Silva (Bartolomé de). 216. Silva (Fr. Tadeo). 35°-

528

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO ll

Simón (Fr. Pedro). 19, 2-i6, 244, 274.

Sixto V (Papa). 80.

Sobrevida (El presbítero). 237.

Sobrino (Francisco). 205, 211, 215.

Sobrino (Juan). 274.

Sobrino y Minayo (Blas). 99.

Socorro Rodríguez (Manuel del). 33.

Solano (P.). 133.

Solano (Fr. Vicente). 248.

Solar (Enrique). 368.

Solar (José Miguel del). 368.

Solís (Antonio de). 193, 212.

Solís (Dionisio). 421, 437.

Solís de Valenzuela (Bruno). 21, 22.

.Solórzano (Alonso de Castillo). 82.

Sommervogel (El P.). 373.

Sonora (Marquesa de la). 97.

Sossa (Dr. Francisco de). 179.

Soto (Hernardo de). 145, 146.

Soto (Pedro de). 169.

Soto Posadas (Sr.). 143.

Sotomayor (Alonso de). 329, 336.

Soulié (Mr.). 366, 460.

Soumet (Alejandro). 251.

South. 3S9.

Spencer (Herberto). 465,

Sprecher de Bernegg (J. A.). 140.

Suárez (argentino). 387.

Suárez (Cristóbal). 175.

Suárez ^^Victor¡ano). 31, 388.

Suárez de Figueroa (Cristóbal). 177,

309, 311- Sucre (Mariscal). 55, 108, 121, 125. Sué (Eugenio). 460. Superunda (conde de). 216, 217.

Tadeo Lozano (Jorge). 31. Tamayo y Baus (Manuel). 440. Tansillo (Luis). 178. Tapia (Lucas de). 188. Tarazona (Bartolomé). 163. Tarquino el Soberbio. 355. Tassara (Gabriel García). 59, 257, 465. Tasso (Torquato). 58, 183, 292, 293. Techo (El P. Nicolás del). 388. Téllez (Fr. Gabriel). 196. Téllez Girón (J.). 380. Temístocles. 42. Teócrito. 62.

Teresa de Jesús (Santa). 24. Ternaux-Compans. 142, 179. Terralla y Landa (Esteban de). 216,

218, 219. Terrazas (Francisco de). 149, 279. Tesillo (Santiago de). 312. Ticknor (Jorge). 140, 320. Tirapegui (Domingo). 339. Tirteo. 206.

Tobar (D. Miguel del). 38.

Toledo (Francisco de). 272, 379.

Tomás de Aquino (San). 24, 185, 200.

Toribio Alfonso de Mogrobejo (San- to). 213.

Torre (Fr, Alonso de la). 377.

Torre Escobar (Francisco de la). 15, 21, 280.

Torrejón (Fr. Tomás de). 215.

Torres (Fr. Cristóbal de). 12.

Torres (P.). 384.

Torres Caicedo (José María). 444.

Torres Guerrero (Juan de). 337.

Torres y Villarroel (Diego). 210.

Torres Villa Real (Juan de). 337.

Torrico (Rigoberto). 287.

Tossi (Adelaida). 431.

Tournefort (Mr.). 101.

Tovar (Manuel José). 286.

Tovar Buendía (Agustín). 27.

Trejo y Sanabria (Fr. Fernando de).

384. Trelles (Manuel Ricardo). 386, Trigueros (Cándido). 343, 344. Trissino (Juan Jorge). 293. Thurriegel (Juan Gaspar). 225, 226. Trueba (Teiesfoi-o). 76. Turco (Fr. Tomás). 186. Turgot (Mr.). 424. Turia (Ricardo del). 309. Tyrnau. 389.

üllauri (P. Juan). 92.

Ulloa (Antonio de). 95.

UUoa (Francisco). 31.

Unamuno (Miguel). 473, 474.

Unanue (Hipólito). 237, 248, 397.

Urdaide (Juan de). 188.

Ureña (Duque y Conde de). 380.

Uriarte (Ramón). 412.

Urquijo (D. Mariano Luis de). 234.

Urquiza (El General). 469.

Urquiza (Pedro de). 206.

Ursúa (Pedro). 16, 138, 141.

Yaca de Guzmán (Francisco). 428. Vaca de la Vega (Diego). 142, 143. Vadillo (Fr. Bartolomé). 182. Valbuena (Bernardo). 160. Valcarce Velasco(El Licenciado). 338. Valdés (Antonio). 265, 266. Valdés (José Manuel). 244. Valdés (José María). 34. Valdés (Juan). 15. Valdés (Rodrigo de). 185. Valdespina (Fr. Cristóbal). 337. Valderrama (Adolfo). 310, 318. Valdizan (Manuel Antonio). 163.

ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II

529

Valenzuela (Eloyi. 31, Valenzuela (Fr. Jerónimo). 271. Valenzuela Faxardo (María). 26. Valera (Juan). 78, 430, 463. Valera (Blas), jesuíta. 146, 147. Valmar (Marqués de). 199. Valverde(Fr. Fernando). 182, 185, 186. Valverde Maldonado y Xaraba (Fran- cisco de). 189. Valle y Caviedes (Juan del). 191a 198. Valle(J. I.). 363. Vaniére (P.). 220, 221. Varaix (Francisco). 12. Varas (José Miguel). 351. Vargas Machuca (Capitán). 21. Vargas Ponce (José). 307. Vargas Tejada (Luis). 39, 44, 45. 54,

409. Várela (Florencio 1. 429, 444, 448, 480,

485,486,488. Várela (José Pedro). 486. Várela (Juan Cruz). 408, 415 á 419,

421, 422, 425, 426, 428, 451, 486. Varez de Castro (Licenciado). 324. Vázquez (Juan Andrés). 486. Vázquez de Herrera (Jerónimo). 188. Vázquez de Molina (Juan). 140. Vázquez de Solís (Juana). 21. Vedia (Enrique de). 410, 411, 413. Vega (Bernardo de la). 252, 380, 381.

Vega (Garcilaso de la). 314.

Vega (El Inca Garcilaso de la). 145 á 149, 266.

Vega (Lope de). 145, 148, 149, 172, 178, 183,309, 321, 381, 383, 439, 454.

Vega (Ventura de la). 430 á 432, 434 á 442, 450. 488.

Vega (Santos). 467.

Velarde (Fernando). 256 á 258.

Velasco (Diego de). 188.

Velasco (Fanor). 371.

Velasco (Jerónimo de). 82, 83.

Velasco (Joaquín). 133.

Velasco (P. Juan de). 89, 92, 94, 387.

Velasco (Luis de). 179.

Velázquez (José). 274.

Vélez (Bernardo). 420.

Vélez (Luis). 177.

Ventemilla (Dolores). 129.

Vera é Isla (V.). 236.

Vera y Pintado (Bernardo). 342, 347

á350- Vera de la Ventosa (Justo). 229. Veragua (Duque de). 405. Verdejo (Luis). 99. Verdugo (Fr. Pedro). 20. Vergara y Vergara (José María). 7, 14,

21, 22, 24, 30, 34, 37, 63, 75, 76, 77.

Vernei (Luis Antón de), el Bardandi-

nho. 96. Vértiz (Juan José de). 390 á 393, 401,

456. Vicentelo y Toledo (Juan Eustaquio).

199. Vicuña Mackenna. 457. Vicuña (Manuel). 368. Vida (Jerónimo). 170. Vidaurre (Manuel Lorenzo). 247, 248, Viescas (P. Ramón). 91. Villademoros (Carlos G.). 483. Villagarcía (Marqués de). 213. Villafuerte (Marqués de). 199. Villalba (Conde dei. 324. Villalobos (Mariano;. 10 1. Villalta (Poeta limeño). 212. Villamediana (Conde de). 99. Villar del Tajo (Marqués de). 199. Villarroel (Fr. Gaspar de). Obispo.

82, 165, 341. Villarroel y Coruña (Gaspar de). 319. Villarroel (Licenciado). 271, Villasandino (Alfonso Álvarez de). 72. Villegas (Esteban Manuel de). 51. Villegas (Diego de). 177. Villegas (Juan de). 188. Villela (Juan de). 168, 3 19. Viñals (Francisco). 38. Virgilio. 25, 33, 38, 51,61, 67, 84, 107,

lio, 129, 188, 292, 293, 298, 317,

335, 409, 418, 419. 435. 436, 450- Viscarra (Eufrosio). 289. Voltaire. 44, 148, 223, 227, 233, 280,

303. 308, 350-

Walter (Guillermo). 450. Wall (Ricardo). 226. Washington (Jorge). 42, 345, 457- Wickersham Crawford (J. P.) 3 "• Wilde (Santiago). 420. Winterling (C. M.). 307.

Xamares (Nicolás). 83.

Xarque (Francisco). 388.

Xavier de Villalta y Núñez (Francis- co). 216.

Xenofonte. 305.

Xufré del Águila (Melchor). 308, 331, 332.

Yarpe y Montenegro (Pedro de . 184. Yauch (José Antonio). 226. Young (Bartolomé). 34.

Zabala (Bruno Mauricio). 479.^ Zaldumbide (Julio). 129, 130 a 132. Zalles i^Luis). 289.

530

índice de personas del tomo II

Zambrana ¡Flor¡án\ 2S9. Zamora (Poeta). 206. Zamora (F. Alonso de'. 27. Zamudio (Adela^. 289. Zapata de Cárdenas Luis). Zarco del Valle (M.). 145. Zaragoza ¡Justo). 177. Zarate (Agustín). 20, 146. Zarate íLuis de . 176,377. Zarate Fr. J. de^. 182.

1 1.

Zea Francisco Antonio). 31, 33.

Zegarra (Félix Cipriano;, 199, 206.

Zegarra Pacheco. 265.

Zinny (Antonio). 457.

Zorrilla (José). 60, 256, 257, 259, 453,

458,459- Zuazo (Licenciado). 18. Zumárraga Ibarguen (Juan de). 374. Zúñiga Gonzalo de . 138. Zúñiga y Avellaneda iDiego de). 140.

ÍNDICE

Págs,

T

Capítulo VIL— Colombia

.... 79"

Capítulo VIII.— Ecuador

135

Capítulo IX.— Perú

269

Capítulo X.— Bohvia

2911

Capítulo XI.— Chile

Capítulo XII. -República Argentina 373;

. . 479 Capítulo XIII.— Uruguay

489

índice del tomo i

493

índice del tomo 11

497 índice de personas del tomo i

513, índice de personas del tomo n

De la presente edición de las <<.(3bras completas» del Excmo. Sr. D, Marcelino Menéndez y Pelayo, se imprimen

25 ejemplares en papel japonés, y 100 en papel de hilo, con filigrana propia.

No se venderán por separado los tomos de ninguna de estas ediciones especiales.

La persona que adquiera el tomo i de una de ellas se entiende comprometida para los tomos siguientes, hasta que se por terminada la publicación de to- das las obras.

NOTA DEL EDITOR

El Sr. Menéndezy Pelayo sólo llegó á corregir las pruebas de este volumen hasta la página 417 inclusive. Después de su muerte, acae- cida en ig de Mayo de igi2, se ha terminado la impresión, reprodu- ciéndose fielmente, desde la página 418 en adelante, el texto de la primera edición.

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