7 A 3 1761 01178881 MN o pu z O 0d O - rr O > paz Nn a w 2 Zz po 1 Luv or lORONTO LIBRARY ÍFICA de R A EE AA E ATI AOS r Hd h de » , E na PESA yy d P > ñ E : , 4 1854-1011 OBRAS COMPLETAS Y CORRESPONDENCIA CIENTÍFICA DE FLORENTINO AMEGHINO “VOLUMEN 1 VIDA Y OBRAS DEL SABIO EDICIÓN OFICIAL ORDENADA POR EL GOBIERNO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES DIRIGIDA POR ALFREDO J. TORCELLI LA PLATA TALLER DE IMPRESIONES OFICIALES 1913 ' a FLORENTINO AMEGHINO HA DIRECTION Monsieur: j Pai P honneur de porter d votre connaissance que le Gouvernement de a la Province de Buenos- - Ayres, ayant résolu, avec [' acquiescement des héri- tiers du Docteur Florentino Ameghino, de faire imprimer les Oeuvres Com- y pletes et la Correspondance Scientifique du regretté savant, a bien voulu me confier la Direction de cet honorable autant que difficile travail. Des le début, je me fais un devoir de vous envoyer, par ce méme cour- rier, un exemplaire du premier volume de l' édition en cours, consacré d la mémoire du savant, qui quoique pále aupres de la brillante gloire uni- _verselle que nous voulons honorer, montrera a la face du monde, que les argentins possedent une notion assez claire de l' incalculable perte que T' Humanité et la Science ont éprouvées par suite de la mort d* Ameghino. A mesure que paraítront les autres volumes destinés d former I' édition complete, je m' empresserai de vous les faire parvenir. Maintenant je vais me permettre une requete dont 1” accomplissement de votre part ne pourra, je le pense, nullement vous déplaire. Et en voici DP objet: Ameghino doit avoir, certainement, entretenu avec vous une correspon- dance de caractére scientifique. Cette idée me porte a vous prier de vouloir bien me faire parvenir une copie ad pedem litterae de chaque piece de cette - correspondance qui serait en votre pouvoir. J' ai foi en votre bonne volonté pour que ces copies puissent m' arriver dans le plus bref délai possible, afin de pouvoir en ordonner le classement sans précipitation, ce qui pourrait porter préjudice a 1' oeuvre que nous nous proposons d' amener a bonne fin. En attendant que vous voudrez bien avoir 1” obligeance de m> accorder le précieux concours que ¡je sollicite, je vous prie d' agréer, Monsieur, les assurances de ma considération la plus distinguée. AA A Rs EA SO a A A DECRETO DICTADO POR EL SUPERIOR GOBIERNO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES, POR EL CUAL SE ORDENA LA PUBLICACIÓN DE LAS OBRAS COMPLETAS Y DE LA CORRESPONDENCIA CIENTÍFICA DEL DOC- TOR DON FLORENTINO AMEGHINO. La Plata, Diciembre 17 de 1912, Atento el ofrecimiento de los señores Juan y Carlos Ameghino, de - todas las obras científicas y correspondencia del mismo género del sabio naturalista doctor Florentino Ameghino, para su impresión en una edición completa por cuenta de la Provincia, para darle su ma- yor difusión, y — CONSIDERANDO: 1 Que el doctor Florentino Ameghino llenó su vida, consagrán- dose en absoluto al estudio de las ciencias naturales; 2% Que en la práctica de tales estudios concurrió activamente a congresos de especialistas y exposiciones internacionales, mere- ciendo siempre muy honrosas distinciones; 3" Que ejerció, con especial versación, la cátedra universitaria en Córdoba, La Plata y Buenos Aires, dictando cursos de Zoología, Mi- neralogía, Geología y Antropología; 4 Que desempeñó un buen número de funciones académicas, en las tres Universidades Nacionales antes nombradas; 5% Que ilustró el segundo censo nacional levantado en 1895, para el cual redactó por especial encargo del Superior Gobierno Federal la sinopsis geológico-paleontológica que en aquél figura; 6 Que fué miembro activo, corresponsal u honorario de un gran número de instituciones científicas internacionales latinoamericanas; 7% Que en activa correspondencia, con los más distinguidos natu- ralistas europeos y norteamericanos dedicados a sus estudios predi- lectos, mereció por su sinceridad y su sabiduría, el respeto y la esti- mación de todos ellos; 8 Que estableció en sus obras grandes leyes filogenéticas, dando nuevas orientaciones al estudio de las ciencias naturales, y clasificó más de un millar de especies extinguidas, produciendo hasta ciento setenta y nueve renglones de bibliografía científica, algunos de los cuales, tienen sanción de cosa juzgada; 9 Que esa inmensa labor intelectual de carácter exclusivamente científica está diseminada en diarios, revistas, opúsculos y libros ya escasos unos y agotados otros, que es indudablemente necesario reu- nir para bien de la ciencia, a fin de que los estudiosos puedan dis- poner de ella, como texto de consulta para investigaciones ulterio- res, el Poder Ejecutivo — > DECRETA: Artículo 1” Acéptase el ofrecimiento hecho por los señores Juan y Carlos Ameghino. Art. 2% Procédase por el Taller de Impresiones Oficiales, a la edi- ción de mil ejemplares de las obras y la correspondencia de carácter científico del doctor Florentino Ameghino. Art. 3” Encomiéndase la dirección del trabajo, al señor Alfredo J. Torcelli. Art. 4” Comuníquese, etc. EZEQUIEL DE LA SERNA. J. Tomás Sojo. ts as e do: ció DA Mr 1 AA A AS De sl » , > . PRÓLOGO Un decreto del Poder Ejecutivo de la provincia de Buenos Aires —el que he colocado en su sitio, al frente de este volumen — me encomienda la dirección de una edición oficial completa de las obras y la correspondencia científica del sabio naturalista doctor don Florentino Ameghino; y confieso paladinamente que tal co- metido me honra tanto cuanto me causa miedo. Si las tareas de recopilarlo y ordenarlo todo cronológicamente ofrecen dificultades que están desparramadas y hay que irlas a buscar, para vencerlas, por el mundo entero, después de estarlo den- tro mismo de las obras y la correspondencia, la tarea, al parecer subalterna, de la corrección, si es posible exenta hasta del más in- significante error, se complica con la muy erizada de peligros de velar por la exacta reproducción gráfica de los miles de grabados que exornan y documentan la labor casi extrahumana realizada in- fatigablemente durante cuarenta años por aquel genial explorador e investigador de los orígenes del mundo y de las fuentes de la vida. Han de valerme el venerando amor que profesé al sabio durante su existencia mortal y la admiración sin límites que después de su muerte se acrecienta cada vez más en mi espíritu al contemplar la cantidad y la calidad de sus obras, para que la honra dispensádame no me doble enteramente los hombros; y el consejo y el auxilio de sus ilustrados hermanos han de valerme también para quebrar en buena parte al miedo. Porque no es exagerado decirlo: una serena ponderación de la responsabilidad, para mí enorme, que asumo faz a faz de los hom. bres de ciencia consagrados al estudio de los problemas de todo orden que empeñaron y agitaron el colosal cerebro de Ameghino, ha de afligirme incesantemente a través del dilatado trabajo en que 10 pongo apasionada y respetuosa mano. Un error involuntario pero imperdonable que se me deslice, a pesar de los ojos de Argos que he de usar para impedirlo, puede ser lo suficiente para crear una pro- bable confusión y provocar posibles contradictorios. La mala im- presión de un grabado en la reproducción hecha a fotografía de ilus- traciones ha muchos años impresas con tintas ordinarias, ya amari- llentas, puede anular una prueba, o, por lo menos, hacer dudosa la documentación gráfica de una afirmación fundamental cualquiera. Y peores penas he de pasar traduciendo al castellano los miles de páginas que el sabio escribió en francés. Se ve, pues, que cada página (y calculo con modestia que alcan- zarán a ser alrededor de quince mil), renovará para mí una causa de zozobras y angustias innumerables. Y las angustias y las zozobras han de ser tanto mayores cuanto que me se muy bien la suerte que han corrido todos los que antes que yo han tenido a su cargo la dirección de la reimpresión de las obras de autores célebres: los crí- ticos han prescindido a su respecto de los motivos de elogio, para ensañarse en la apuntación comentada de deslices baladíes, que, co- metidos por el propio Autor no son tenidos en cuenta, más cometi- dos por el director de la reimpresión, resultan monstruosidades abo- minables. En fin: el honor que fluye de la tarea que se me tiene encomen- dada por amistosa indicación de los propios hermanos del sabio, de- masiado benévolos para conmigo, bien vale, por cierto, la pena de arrostrar el inminente peligro de irme de cara a las fauces de la fie- ra, expuesto a que me devore. Ese honor vale, no tengo la menor duda, mucho, pero mucho, pero muchísimo más. * He dicho antes qué haré cronológicamente la ordenación de las obras del sabio, y añado ahora que esa ordenación es la más lógica. La única lógica. En efecto: ¿cómo sería posible compilar por materias una produc- ción que en cualquiera de sus partes abarca dos o más ciencias? Ameghino mismo dejó trazado un catálogo de sus obras, que no es completo, pero que sigue con todo rigor el orden cronológico. A, dt ida de il Ms ir a id iO 11 No ha puesto por título, verbigracia, «Geología» y ha enumerado a continuación tales y cuales obras; «Paleontología», y ha enume- rado estas o aquellas otras. Además de ser lógica, la edición hecha cronológicamente es orien- tadora. Permite apreciar el desenvolvimiento de la inteligencia, la germinación de las ideas y el sucesivo y progresivo desarrollo de to- das ellas. Es algo así como una marcha ascensional. El aprendiz no fué desde el primer día un artífice. Tuvo tanteos en las dudas y pa- sos inseguros en las sombras. Ratificó y rectificó. No se aferró ja- más a un error. Si es verdad que sólo están exentos de la comisión de yerros quienes no hacen nada, Ameghino vivió demasiado ex- puesto a cometerlos, porque hizo un poco más que mucho. Como que reconstituyó especies y si no reconstruyó el mundo fué, sin duda, porque le faltó tiempo. Leerlo, pues, desde el principio, significa en- trarse en la intimidad de sus pensamientos para poder conocerle a fondo sin correr el riesgo de incurrir en probables errores al juz- garle. Conocer sus obras en orden cronológico importa reandar su vida entera para vivirla agitadamente y contrariadamente como él la anduvo. Revisado bajo la escrupulosa vigilancia de sus hermanos el catá- logo para dejarlo ordenado en forma definitiva como pauta y como plan que servirá para hacer esta edición completa de la producción del sabio, hánsele sumado renglones omitidos por él (entre los cuales merecen especial mención dos memorias inéditas) y hánsele restado, con anotaciones precisas, renglones por él mismo refundidos en obras posteriores de más aliento o por él mismo desprendidas de ellas para vulgarizar en beneficio público determinados pasajes. Y con el res- peto que la voluntad del Autor les merece a sus hermanos y al Di- rector de esta edición oficial, su cronología bibliográfica empieza donde él mismo quiso que empezara: en el capítulo acerca de Los nuevos restos del hombre y de su industria, mezclados con osamen- tas de animales cuaternarios, recogidos cerca de Mercedes, publicado en 1875 en la revista parisiense intitulada: «Journal de Zoologie», que dirigía el sabio Gervais. Entre los recortes coleccionados por el Autor, figuran sin em- bargo, los de dos artículos por él subscriptos y publicados, respec- tivamente, el primero de ellos el 2 de junio, y el segundo el 16 de 12 septiembre de 1875, en los diarios «El Pueblo» (número 187) y «La Aspiración» (número 7), ambos editados en Mercedes, donde a la sazón residía Ameghino y a la sazón era, como se sabe, «ayu- dante» en una escuela común para varones. Debió creer el Autor que ambos artículos desentonaban en el conjunto armónico del monumento intelectual que representa su obra y de ahí sin duda que no los incorporase a su catálogo biblio- gráfico; pero yo he creído, en la buena compañía de sus hermanos, que en este Prólogo no estorban ni dañan, como que en él están al margen de la edición y fuera del texto; y, en consecuencia, los transcribo a título de mera información, de simple curiosidad o de primeras demostraciones del nacimiento de una vocación. Dichos artículos son estos: EL TAJAMAR Y SUS FUTURAS CONSECUENCIAS Hemos leído en las columnas de este diario varios artículos bajo la firma J. B. L., en los que el autor trata de demostrar la necesidad de demoler la represa del molino de Mercedes, llamada tajamar. Hace ya mucho tiempo que en nuestras continuas excursiones a orillas del río hemos tenido ocasión de conocer que ese tajamar mal- dito, por medio de sus pútridas exhalaciones ha de haber costado la vida a centenares de personas y que es para la sociedad de Mer- cedes una continua amenaza que, en un verano, quizá no lejano, convertirá su hermosa campiña en un verdadero campo de muerte; y muchas veces hemos tenido la intención de tomar la pluma para hacerle conocer al pueblo de Mercedes la sentencia de muerte que tiene escrita en ese mil veces maldito tajamar (si no se procede a su pronta demolición), más no nos lo permitieron nuestras conti- nuas ocupaciones. Pero ahora que están ocupándose de esta cuestión personas más competentes y que disponen de más tiempo que nosotros, nos cree- mos en la obligación de hacerles conocer varias observaciones que hemos practicado hace ya tiempo, rogándoles a la vez que llamen sobre ellas la atención del público y que no descansen en su propa- ganda hasta el momento en que a cada uno de los vecinos de Mer- cedes le sea permitido ir a arrancar un ladrillo de esa represa para conservarlo como un recuerdo del triunfo que el pueblo alcanzará ese día. Un hecho que nos ha llamado la atención, es que el pequeño arroyo Frías que apenas tiene unas dos leguas de curso, tiene poco 13 más o menos el mismo volúmen de agua que un poco más abajo del río de Mercedes que recorre un trayecto de más de diez leguas, cuando en regla de proporción debería tener a lo menos cinco ve- ces más. Algunos dirán quizá que eso es debido a la naturaleza del suelo que atraviesa, mas no es cierto, porque el arroyo Frías no re- cibe las aguas de ningún afluente ni de ninguna laguna, mientras que el río, por el contrario, antes de llegar a Mercedes recibe las aguas de varios arroyos y un gran número de lagunas. Es preciso buscar en el tajamar la razón de ser de ese fenómeno, y una prueba de ello es que a distancia de unas dos leguas más arriba del tajamar trae más agua que en el punto en que se efectúa su confluencia con el arroyo Frías. Dicha cantidad de agua se. pierde en ese trayecto de legua y media de fango que obstruye a su cauce. La verdad de la producción de tal hecho puede conocerse mejor en ciertos años de seca. Por ejemplo: en el verano de ha dos años, durante el cual vimos el río, frente a la estancia de don Ezequiel Barrancos, con una cantidad de agua bastante considerable que si- guiendo su curso natural se perdía poco a poco, hasta que a unas treinta cuadras más abajo no se veía más que el barro seco del fondo del río. Luego hay que recordar que en todo ese trayecto ocupado por el fango, las vertientes están tapadas, y que, a causa de esto, se pierde otra cantidad de agua por lo menos igual a la del arroyo Frías; y por último hay que decir que en las grandes lluvias el ta- jamar “y el barro del fondo del río hacen rebalsar las aguas a una grandísima distancia, cegando con el lodo a las vertientes en un tra- yecto de varias leguas. De todo ello se deduce que si no existieran ni la represa ni esa inmensa cantidad de barro, el río tendría un volúmen de agua cuatro o cinco veces mayor; y así pueden, efectivamente, atestiguarlo las personas ancianas de este pueblo, que conocieron el río antes de la construcción de la represa. Pero el mal más grande no está en lo que ha sucedido sino en lo que aún puede suceder, pues el barro sigue aumentando de año en año. Hace unos siete años, el barro llegaba hasta una legua más arriba de la represa; actualmente se extiende hasta cerca de una legua y media. Durante el mismo espacio de tiempo su espesor se ha aumentado en cerca de una vara, de modo que habiendo subido contemporáneamente el nivel del agua, los dueños del molino han tenido que levantar en más de media vara la altura de la represa por medio de tablones, extendiéndose las aguas sobre varios miles de metros cuadrados, y tendrán que repetir la operación cada cinco o seis años, hasta que hayan convertido en un vasto pantano todo el campo adyacente. , En una extensión de más de una legua, el barro tiene un espesor 14 variable entre dos o cuatro metros y un ancho de veinte. En al- gunas partes hasta de cincuenta y cien. En fin: hemos calculado la cantidad mínima de fango existente en ese lodazal en más de qui- : nientas mil varas cúbicas, acumuladas en el transcurso de veinte años, lo que representa más de veinte y cinco mil varas cúbicas por año. Continúen las cosas así durante otros veinte años y tendremos cegado el río por el fango, en una extensión de más de cuatro leguas; su espesor se habrá aumentado en otras dos varas, el curso de las " aguas se habrá destruído completamente y desbordándose ellas a derecha e izquierda invadirán los campos vecinos formando a cor- tísima distancia de la ciudad de Mercedes un inmenso pantano de varias leguas de largo por varias cuadras de ancho; y el molino se hallará imposibilitado de moler así sea durante un sólo día sin ayuda de vapor. Quizá entonces, convencidos sus mismos dueños de la inutilidad de la represa, le darán licencia-al pueblo para que les haga el favor de destruirla. Pero... ya será tarde. Las aguas serán impotentes durante largos años para abrirse paso por entre las potentes masas de fango acumuladas por ellas mismas y habrá que gastar grandes sumas para volverlas a su cauce natural. Esto, si antes de esa fecha no se nos viene encima una media docena de epidemias que antes de tiempo nos hagan conocer de un brinco al diablo y conviertan al pueblo más hermoso y alegre de la provincia de Buenos Aires en un lugar de muerte, luto y desesperación. Desearíamos que los mismos dueños de ese establecimiento se convencieran de las verdades que acabamos de enunciar y que en bien de sus propios intereses mandasen destruir esa constante amenaza de muerte. Transcurridos varios años después de ser de- molida, cuando el volumen de las aguas hubiérase cuadruplicado y se hubiese desembarazado su cauce de la cantidad de fango con que se encuentra obstruído, podría construirse otra represa (se entiende que según otro sistema), y entonces tendrían agua para trabajar la mayor parte del año. Pero convencidos como estamos de que ellos serán sordos a la voz de la verdad, exhortamos al pueblo en general, y en particular a las personas que ya se han ocupado de esta cuestión, a que no descansen en su propaganda hasta el momento en que se consiga el derrumbamiento de la represa, bajo la condición de que no pueda construirse otra sino recién después de trance! cinco o seis años de demolida la actual. - ORIGEN DE LA TOSCA En diferentes lugares y a todas profundidades del terreno pam- peano se encuentran grandes masas de rocas muy duras, com- puestas de arena, cal y arcilla, llamadas vulgarmente toscas. , 204 AI A As it E 15 Se presentan generalmente en forma de piedras ovaladas que varían desde el tamaño de un guisante hasta uno o dos pies de diá- metro. Otras veces se presentan en lechos o estratos horizontales que alcanzan a tener hasta un metro de espesor. Y, en fin, otras también en masas informes de superficie mamelonada. En algunas partes son tan duras que es preciso romperlas a martillazos o hacerlas saltar a cortafierro. Por lo que se refiere a su origen y época de formación, hay dife- rentes opiniones. El ingeniero inglés Revy las considera como una fermación carolina; pero esa afirmación importa un grande error, puesto que no se encuentran en depósitos marinos. Me parece que para resolver el problema, lo esencial consiste en saber de dónde proviene la cal, El célebre microscopista Carpenter dice haber visto en la tosca fragmentos de conchas y foraminíferos y de ello deduce que la cal es debida a la presencia de estos animales en el agua. No hay duda que muchos moluscos de concha vivían en esa época y que su descomposición debe haber producido una gran cantidad de cal, como puedo atestiguarlo por mis propias observaciones, pues muy a menudo he encontrado toscas conteniendo fragmentos y aún conchas enteras de moluscos de agua dulce; pero también creo que no toda la cal que se encuentra en el terreno pampeano se ha for- mado de ese modo, sino que una gran cantidad debe haber sido disuelta por las aguas del interior y la vinieron a depositar en las llanuras bajas. Tampoco creo que las toscas sean debidas a la acumulación de los restos de conchillas y foraminíferos por medio de las olas, como lo supone el doctor Carpenter, puesto que se hallan en todas partes y niveles del terreno y no me parece muy razonable suponer que la pampasia haya sido un inmenso lago o estuario, a menos de ad- mitir que la infinidad de animales cuyos restos encontramos en la formación, hayan vivido en los aires. Para mí la tosca no es debida más que a la infiltración de aguas cargadas de carbonato de cal, que han cimentado las moléculas de los terrenos en que han penetrado y que, salvo raras excepciones, no se ha formado en el fondo de depósitos de agua, sino a cierta profundidad del suelo. Otro medio de formación debe haber sido por medio de la atrac- ción. Conteniendo los terrenos al tiempo de su deposición una cierta cantidad de cal, empezó una especie de atracción entre sus moléculas alrededor de una multitud de centros, resultando de esto la infinidad de toscas más o menos redondeadas. Sin embargo, un gran número son también debidas a la infil- tración de las aguas, porque son verdaderas concreciones cuyas ca- 16 pas son bien distintas, perfectamente concéntricas y algunas veces de color diferente. Rompiéndolas, muy a menudo se encuentra que el centro está formado por algún pequeño fragmento, a cuyo al- rededor se han ido deponiendo las primeras toscas calcáreas, ! Creo que la tosca en ramificaciones es debida a la infiltración de las aguas que, poco a poco, han rellenado de cal las grietas del terreno en que penetraban, encontrándose generalmente en los te- rrenos arenosos. La tosca en lechos o estratos se halla siempre encima de capas de terreno arcilloso, lo que se comprende perfectamente conside- rándose que siendo él más impermeable al agua que el arenoso, ésta ha depositado en su superficie la cal que tenía en disolución. Siendo debida la tosca puramente a infiltraciones de aguas car- gadas de carbonato de cal, claro es que es un producto posterior a la formación del depósito en que se encuentra y que sigue en vía de formación aún actualmente, debiéndose a esto su mayor abun- dancia en los niveles bajos, pues el agua, en su tránsito, disuelve una cantidad de cal de las capas superiores que la lleva a las infe- riores aumentando de contínuo su existencia en éstas. No solamente existen depósitos de tosca en vía de formación en los terrenos pampeanos, sino también en los modernos de aluvión. En los terrenos de aluvión antiguo postpampeano de las barran- cas del Luján y sus afluentes, se ven masas de tosca postpampeana (ue a veces es más dura que la pampeana, presentando todos los aspectos de ésta, con la única diferencia de ser generalmente de un color más obscuro, debido probablemente a la circunstancia de haberse formado en un terreno que contenía materias orgánicas en gran cantidad y que ofrecía el color obscuro de la tierra vegetal. En cuanto a la cantidad de cal que contiene la tosca, varía desde un quince hasta un setenta por ciento, dependiendo su dureza de la mayor o menor abundancia de aquélla, siendo, por regla general, la que contiene más, la de mayor dureza. Como queda visto, el aguilucho, ya firme en sus garras, hace ya en ambos artículos afirmaciones rotundas y perentorias. Y «como que sabe lo que son sus alas» o si aún no lo sabe, cuando menos lo presiente y tiene confianza en ellas, fuerte en sus observaciones niega algo que la ciencia oficial da como verdad sabida. El geólogo se echa a andar, llevando dentro al paleontólogo. El paleontólogo ya había empezado a bucear con éxito admirable A AAA cl e dc A A E DAS A ó : 17 en los enigmas de la tierra. Lo contó «La Nación» de Buenos Aires, el 4 de junio de 1874, en los términos siguientes: «Un joven vecino del pueblo de Mercedes, que es conocido allí por su constante afición a los estudios geológicos y de historia natural, ha encontrado en una de sus constantes excursiones un fósil digno de llamar la atención por la especie a que pertenece y las señales inequívocas de estar recubierto el animal durante su existencia por una carapaza huesosa, circunstancia que hasta ahora no se había podido constatar, pero que había sido deducido por la opinión de Cuvier, Blainville y Burmeister. : «El animal encontrado es el conocido en la ciencia con el nombre de Scelidotherium (1). «El esqueleto, que ha sido encontrado en las inmediaciones de Mercedes, está completo, único que existe hasta hoy en este estado. «Estaba colocado horizontalmente y en posición natural, estando todo él cubierto por una infinidad de huesitos que durante la exis- tencia del animal formaban una verdadera coraza». «El joven aficionado» que (¡vaya algo más gracioso!) disponía ya entonces «gratuitamente» de las columnas de «La Aspiración», según fué consignado con tanta indulgencia como prosopopeya en esas mismas columnas, concurrió un año después a la primera Ex- posición organizada en Buenos Aires por la Sociedad Científica Argentina y obtuvo una-medalla honorífica, premio de estímulo, por siete cajas de fósiles exhibidas por él en ese concurso. Las cosas parecían empezar a proceder de un modo muy favorable mientras las alas del aguilucho crecían. El «Journal de Zoologie» se había prestado a servirle de nido. La Cañada de Rocha le había entregado el secreto de un paradero de hombres prehistóricos. Quin- ce días de labor, a la manera afanosa que él ejecutábala, sumaron sus colecciones asombrosamente: 250 pedazos de antiguos vasos y utensilios de barro; 50 instrumentos de piedra y hueso en forma de puntas de flecha, punzones, cuchillos y raspadores; 40 cuernos o pedazos de cuerno de ciervo, algunos de los cuales trabajados por el hombre; un millar de huesos largos, rotos longitudinalmente para (1) Aquí el periódico incurrió en un error, pues dicho animal pertenece al género mylodon. 18 extraer el tuétano o médula, que servía de alimento al hombre de esa época; más de 5.000 huesos de mamíferos, reptiles, pájaros y pescados, muchos de ellos rayados por el hombre; un centenar de cráneos, mandíbulas o pedazos de mandíbulas de diversos animales aún existentes, como ser: ciervos, guanacos, armadillos, perros, zo- rros, vizcachas, lagartos, etc., mezclados con restos de otros que el buzo creía existentes, entre ellos un mustélido y un caballo de pe- queña talla. El subpreceptor de escuela de una casi aldea, en posesión de tal tesoro, tuvo la persuasión de que era mucho más rico que Creso. Tanto que, pocos meses después, en julio de 1876, permitió que un redactor de «La Aspiración» viese los veinticinco primeros capítulos de la obra «La antigiiedad del hombre en las pampas argentinas», que desde hacía algún tiempo estaba escribiendo. El «monitor», o «ayudante» que sea, de la escuela de varones de Luján, que en 1867 acaudillaba a sus condiscípulos y alumnos para llevarlos al combate, en son de legión civilizadora, contra las huestes bárbaras que a su vez acaudillaba un Pantaleón Méndez, para obli- garlas a cascotazos y pedradas a que asistiesen a la escuela, debió disponerse entonces a acaudillar sus fósiles para empezar a librar batallas contra la ciencia oficial. En efecto: envió a la Sociedad Científica Argentina de Buenos Ai- res una Memoria sobre el hombre cuaternario argentino, que fué pa- sada a estudio de una comisión especial que nunca pronunció su vere- dicto; y casi contemporáneamente, otra Memoria titulada «Ensayos de un estudio de los terrenos de transporte cuaternarios de la pro- vincia de Buenos Aires», optando a un premio en un segundo con- curso a que aquella Sociedad había convocado en 1876, a los estu- diosos. La primera de esas Memorias fué enviada por Florentino Ame- ghino; y según se lee en la página 97 de la «Revista del Archivo de la Sociedad Científica Argentina», por Marcial R. Candioti, (pri- mera parte), «no se conserva nada sobre este asunto» (1). (1) Cuando todo obligaba a pensar que esta monografía estaba irremediablemente perdida, una feliz casualidad ha permitido dar con ella. En los últimos días de Abril del corriente año, don Carlos Ameghino, en compañía de varios hombres de ciencia, se trasladaron a Miramar, en cuya región, siete leguas al sur de ese pueblo, el naturalista viajero del Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires, don Lorenzo bi AA A 19 La segunda fué enviada anónimamente a su destino. No la acom- pañó ningún lema. Era un osado cartel de desafío a la ciencia ofi- cial, y no haré la menor referencia de ella porque no hay para qué. Figurará íntegramente, publicada por primera vez, y así por pri- mera vez entregada al juicio de todo el mundo, en esta edición ofi- cial completa de las obras del sabio, copiada al pie de la letra de su texto original, archivado en la Sociedad Científica Argentina, a cuya Comisión Directiva tuve que oficiar para obtenerla. El jurado pro- dujo un dictamen adverso que transcribo in extenso de la antes re- cordada «Revista del Archivo» de dicha sociedad, en cuya primera parte correspondiente a los años 1872 a 1878, figura registrada en sus páginas 102 in fine, 103 y 104, y dice: Buenos Aires, Junio 28 de 1876. Al señor Presidente de la Sociedad Científica Argentina, don Pedro Pico: «Los que subscriben, miembros del Jurado encargado de dicta- minar respecto de las Memorias presentadas sobre el tema VII, tie- nen el honor de informar a usted acerca de su cometido. «Dos son las Memorias presentadas, una sin lema alguno y otra con el de Estudioso. «La primera se ocupa de los terrenos cuartenarios, y queda por su sólo título excluída del tema propuesto, que pide terminante- mente un estudio geológico de la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, a pesar de no llenar las condiciones requeridas, la Comi- sión se ha impuesto de ella. «El autor, después de una introducción en la que se desarrollan ideas generales sobre la geología, entra en el estudio de la forma- ción pampeana, exponiendo muchas hipótesis propias, que no están Parodi, había descubierto yaciendo juntos, cuatro esqueletos de homo sinemento, que don Carlos iba a exhumar. 3 Una lluvia intempestiva y persistente obligó a los excursionistas a permanecer en aquél lejano lugar, haciendo inactiva vida de hotel. Uno de los acompañantes de don Carlos, fué don Juan B. Ambrosetti, quién, cónversando acer- ca de esta edición de las obras de Ameghino, supo incidentalmente que se deploraba no disponer tan siquiera de una copia de «El hombre cuaternario en la Pampa». El tenía el original en su poder y lo ha proporcionado con tanta buena voluntad como regocijo, por lo que el inesperado hallazgo llena la única laguna que iba a quedar en esta edición completa de las obras del sabio. 20 del todo conformes con los progresos de la ciencia actual, y en cuya discusión sería largo e inoficioso extendernos; luego trata de los organismos contenidos en dicha formación. Esta es la parte más deficiente del trabajo; los recogidos y descriptos por los naturalistas constituyen un catalógo de hechos que no parecen ser conocidos su- ficientemente por el autor de la Memoria, o los descuida guiado por sus ideas y presuntos descubrimientos. «Sólo nos basta citar en confirmación de lo anterior, que el autor da como un hecho la existencia del hombre fósil en la pampa, cues- tión aún no resuelta por ningún observador concienzudo. «La parte tercera y cuarta trata de la cronología paleontológica y de la antigiiedad de la formación pampeana, en las que muestra el autor ideas completamente contrarias a las emitidas hasta hoy por geólogos eminentes; no trepidando la Comisión en calificar de dis- paratados los cálculos que contiene esta Memoria sobre el tiempo que ha debido transcurrir para la formación del terreno que con- tiene los grandes mamíferos extinguidos. «Aconsejamos, pues, a la Sociedad el archivo de la Memoria ti- tulada: Ensayos de un estudio de los terrenos de transporte cuaternarios de la provincia de Buenos Aires. «La segunda Memoria se titula: Estudio geológico sobre la provincia de Buenos Aires, y su lema es: Estudioso. «Su autor ha tomado el tema propuesto por la Sociedad, y le ha tratado con método, recopilando, como él lo dice en la introducción, todos los datos proporcionados por los que se han ocupado de la geología de esta provincia. Se distingue esta Memoria por la cla- ridad de estilo con que ha sido escrita, aunque es vulnerable bajo el punto de vista de la exactitud en varias de sus observaciones. Se nota indecisión respecto de muchas cuestiones y la rapidez con que ha sido redactada le hace cometer confusiones que hubieran sido cortadas si el trabajo se hubiese meditado y la extensión del asunto no hubiera hecho tratar superficialmente multitud de detalles inte- resantes. «La Comisión, al juzgar esta Memoria, no puede olvidar que el asunto no ha sido tratado con la amplitud y la profundidad que: exige el tema propuesto, y en esto la Comisión se permite notar el peligro que existe en poner temas designados de antemano que ne- ds e Si li bd A ds e 2F cesitan muchos y detenidos estudios por parte del que se atreva a abordarlos. «Serían de preferirse temas generales, dejando al criterio del au- tor de los trabajos, escojer el que mejor le convenga. «Es de parecer la Comisión, que la Memoria que nos ocupa, no llena las condiciones requeridas para adjudicarle la medalla de oro, premio designado para este tema. : «Saludan al señor Presidente con toda consideración. «PEDRO N. ARATA, FRANCISCO P. MORENO.,. CARLOS BERG. » Nuestro «joven aficionado» entraba en un mal cuarto de hora y el rechazo in limine de su Memoria en la forma que se ha visto, no fué lo peor que habría de sucederle. Algo peor le esperaba, y lo contó «La Prensa» el 30 de agosto de 1876, en estos términos: «Ha sido desagradable la aventura que sufrió el sábado pasado el señor don Florentino Ameghino en sus excursiones campestres. «El objeto de los paseos solitarios de este infatigable explorador de los secretos de la tierra, es de todos conocido. «Pues, en dicho día, estando ocupado en sus tareas, como a dos leguas de Mercedes, y sobre la otra banda del río, fué sorprendido por tres individuos que a pie y de una manera hostil cayeron so- bre él. «El señor Ameghino, completamente desarmado, no- tuvo otro recurso ni medio de ponerse en salvo que arrojarse al agua. «Las márgenes del río son unos fangales inmensos, profundos. Sin embargo, la presencia de ánimo, la resolución y habilidad del señor Ameghino, fueron los tres poderosos agentes que le llevaron a salvar esa barrera, como también la del río, que pasó a nado. «Los bandidos no se animaron a seguirle en esas peripecias. Así logró escapar de sus garras y ponerse en salvo. «Al felicitarle por tan hábil escapada, le recomendamos sea un poco más previsor en lo sucesivo». : El cronista que así contaba la azarosa aventura, le atribuyó al «joven aficionado» tres cualidades morales: presencia de ánimo, resolución y habilidad; y es menester confesar que el cronista fué 22 buen psicólogo: Ameghino probó desde su primera juventud tener desarrolladas en grado superlativo esas tres cualidades, que en buenas cuentas ni eran todas ni eran las mejores que le adornaban. Ni el dictamen que nunca se produjo, ni la aventura desagradable, fueron óbices que le indujeran a dejar de mano sus aficiones pre- dilectas o a titubear en la conciencia con que hechos nuevos, des- cubiertos por él, le habían llevado a la rotunda afirmación de la existencia del hombre fósil no ya solamente en nuestro cuaternario, sino que también en nuestro terciario. Ameghino vivió su vida más que de prisa, muy de prisa. Su acti- vidad psicofísica era asombrosa. Aprovechar el instante en todos los instantes debió ser la orientación cardinal de todas sus actividades. Pletórico de energías, no les concedió ni a sus necesidades vitales más tiempo que el estrictamente preciso para satisfacerlas apenas. Posiblemente menos; porque basta leer su somera biografía redac- tada por Mercante o el somero estudio analítico de su obra redac- tado por Ambrosetti, para inducir con mucha verosimilitud la econo- mía de tiempo, rayana en avaricia, que él realizó desde criatura. Sus comidas eran galopantes y por lo general sin la breve sobremesa que era de vez en cuando su apéndice en familia. Sus reposos en el sueño eran a duerme y vela. Si hubiera sido capáz de odio, Ameghino ha- bría odiado a la inacción (1). Radicado como estaba de tiempo atrás en La Plata, su nombra- miento para ocupar la dirección del Museo Nacional de Historia Na- tural de Buenos Aires, turbó la distribución hermética que tenía he- cha de su tiempo. Mercante, explica muy bien la forma en que apro- vechó los diarios viajes que podríanle haber importado diarias disi- paciones de horas. Más no es todo. La prisa que le mantenía en con- tinua actividad le empujaba a verdaderos extremos. Si llegaba a la (1) Y también a la agricultura, porque las faenas agrícolas resultan plagas irremediables para los estudios geológicos, paleontológicos y arqueológicos, a causa de que la tierra que remueven los chacareros, es en parte arrastrada por efecto de las lluvias a las orillas de los ríos y arroyos, tapizándolas completamente con una capa de fango, ocultando de este modo los terrenos prehis- tóricos que afloraban antes en dichas orillas, y que era donde podían hallarse restos de ani- males fósiles y objetos arqueológicos. dd A A td o a a ds 23 estación Casa Amarilla, y el tren en que acostumbraba a viajar de regreso a La Plata, que lo era el de las 5 y 35 de la tarde, no estaba preparado dentro del andén de la estación, continuaba él su camino por entre las vías de maniobras hasta donde estuviese el convoy ya armado y tomaba asiento en el departamento del primer vagón don- de es prohibido fumar. Allí esperaba al doctor Carlos Spegazzini, o era esperado por éste, con quién mantuvieron siempre una íntima amistad y una efusiva simpatía intelectual. Ya en La Plata, cuando el servicio de tranvías aún tenía tracción a sangre, el sabio salía de la estación poco menos que corriendo para ocupar el primer asiento adelante, a fin de poder descender rápidamente por la plataforma delantera frente a su casa; y cuando aquella tracción fué cambiada por la eléctrica, él se apresuraba a ocupar el primer asiento junto a la plataforma trasera, porque por la otra no se permite subir ni bajar a los pasajeros. Otro tanto ocurría a la mañana al descender en Casa Amarilla para trasladarse al Museo. Antes de construirse la estación nueva de esta ciudad, que está ubicada poco más o menos un kilómetro más lejos de la casa del sabio que donde estaba ubi- cada la primitiva, como no viese en las inmediaciones de la esta- ción o de su casa algún coche de tranvía, echábase a andar acelerada- mente. Confiaba más en sus propios medios de locomoción que en los muy dudosos de la tracción a sangre que algunas veces le habían hecho perder el tren. Vivir su vida de prisa debió ser obsesionante para el insigne la- borioso. Tan obsesionante como todo ésto: cuando el tren en que él viajaba de regreso a La Plata se detenía en la estación Tolosa, des- cendía allí del coche de primera para hacer el breve trayecto que me- dia entre ambas estaciones, de pie en-la plataforma delantera del primer vagón de segunda clase colocado inmediatamente después del furgón que corre detrás de la máquina. Y esto porque, según decía, no podía viajar en la máquina misma. Su apresuramiento por llegar, proporcionóle a veces malos ratos. Puedo citar tres casos. En la vereda de la nueva estación se habían excavado los hoyos necesarios para la plantación de árboles. Eran los últimos días del invierno y el tren en que él viajaba llegaba a destino ya entrada la noche. Ameghino, que era corto de vista, no vió los hoyos y cayó una vez en uno de ellos; otra vez en otro. En 24 ambas ocasiones fracturóse malamente la naríz y sufrió otras magu- lladuras más o menos dolorosas. En la estación Casa Amarilla, un día en que él llegaba con el tiempo apenas preciso para alcanzar el tren de regreso a su casa, en el momento mismo en que iban a darle salida, entró precipitadamente a la estación en circunstancias que un señor inglés, alto y fornido, salía de ella también con notorio apuro. Viendo éste que ya no era posible evitar la colisión, dobló en son de defensa el brazo derecho y golpeó con el codo en forma tan brutal en el pecho de Ameghino, que ambos rodaron por tierra. No por eso él perdió el tren. Pero es lo cierto que seis meses después a consecuencia del golpe, aún echaba sangre por la boca. Y no hay que pasar a creer que esos accidentes graves y otros menores modi- 'ficaron siquiera un día su régimen de vida. Continuó no más vivién- dola de prisa. Merece recordarse un episodio risueño que puede ser la nota cómica de los tres dolorosos episodios que dejo recordados. Echó de ver un día que otra persona emulaba con él en la madru- gadora ocupación del primer asiento delantero del primer vagón de primera clase en que él tenía por costumbre hacer sus viajes. Como el hecho se produjese unas cuantas ocasiones consecutivas, creyó el sabio que se le burlaba, por lo cual un buen día se plantó delante de dicha persona (que le pareció gozaba maliciosamente el percance) con la manifiesta intención de pedirle explicaciones. La intención le resultó tan evidente a su prójimo, que éste se anticipó a toda pregunta, diciéndole: : - —No se inquiete usted, señor. Yo soy un oculista; y viendo que usted usa anteojos, le ofrezco mis servicios profesionales. Dicho lo cual, le presentó su tarjeta. Desarmado Ameghino ante aquella extraña ocurrencia, leyó: la tarjeta y exclamó: — ¡Doctor Rinaldi! ¡Cómo! ¿Pero usted no me conoce? ¿No se acuerda de Ameghino? Ambos abrieron los brazos y se apretaron en un abrazo fuerte y cordial. Ameghino y Rinaldi habían vivido en el Chaco durante seis meses, intimando fraternalmente. id AS a E did A AS cd A. de MTS e Md nd 25 e Su frenético amor por las ciencias naturales había desarrollado en él desde pequeñuelo una resistencia pasmosa para la locomoción (1). Si había excursión, no había fatiga. La jornada diurna era corta para sus afanes. Caminaba más que el Judío Errante. Cuando caía la no- che, condenado por ella a resignarse por fuerza a abandonar la ex- cursión hasta la mañana siguiente, de regreso en el lugar en donde pernoctase (un hotel, por ejemplo), después de cenar se retiraba a su habitación, donde permanecía a solas, y se entregaba a la tarea de redactar en rápidas notas sus impresiones del día y de acomodar en cajones apropiados cuantas cosas fuesen el fruto de la excursión, envolviéndolas previamente en pedazos de papel de embalar, que ja- más le faltaba. A cada cosa le ponía su correspondiente leyenda exterior con indicación de día, lugar y circunstancias que pudieran interesarle. En muchas ocasiones, ese trabajo, que él ejecutaba con método, paciencia, amor y afán, sin la noción del aprovechamiento avaro del tiempo que en todo lo demás le afligía, y antes bien per- _diendo por completo esa noción, ese trabajo, decía, se prolongaba más que hasta altas horas de la noche, tal vez, hasta las primeras ho- ras de la madrugada; y no obstante era de los primeros en levan- tarse, si no el primero, dispuesto nuevamente a la tarea, vigoroso y fecundo. Ya entrado en años, quebrado el medio siglo de existencia laboriosa y útil, jocundo y vigoroso lo mismo que cuando tenía vein- te años. ; Ordenado que estuviese tal como he dicho el material recogido, ¡ay de aquél que hubiese cometido la inconveniencia de poner la mano sobre él! Y va a verse. Sucedió una vez que llegados al hotel en que se alojaban, el insig- ne naturalista y el doctor Esteban M. Cavazzutti (que en 1909 le acompañaba en una excursión por el sur de la provincia de Buenos (1) De criatura, extremaba su agilidad y su resistencia, trepándose por los fondos a la azotea de la casa paterna para saltar por el frente de ella desde la azotea hasta la calle. Inútiles eran las reconvenciones paternas para apartarle del verdadero peligro que semejante salto importaba. Para probar la inexistencia del peligro él repetía con pasmosa agilidad su salto. En uno de tantos viajes que durante su infancia hizo a Buenos Aires, en compañía de su padre, una vez, entre las estaciones Rodríguez y Luján, de regreso al hogar, por ir asomado con la ca- beza fuera de la ventanilla, el viento le arrebató el sombrero. Antes que el tren se detuviese en la estación Luján, él descendió y se fué corriendo en busca de su sombrero que había caído y quedado a más de una legua de distancia. 26 Aires, que duró algunos días) se encontraron con la impresumible novedad de que la habitación que ocupaba aquél y en la cual tenía perfectamente acondicionados los frutos de una apreciable cosecha paleontológica y arqueológica, había sido desocupada. Hubo que ver la desmedida indignación del sabio ante aquella profanación de sus útiles! Lo que había ocurrido era muy sencillo y se cuenta fácil. La habi- tación aquélla, ocupada accidentalmente por el sabio, tenía por eos- tumbre ocuparla con regularidad todos los meses, durante uno o más días, un cliente del hotel, ciudadano en cierto modo influyente, tan cortés como correcto, que por amable casualidad mantenía una afectuosa y cordial amistad con Cavazzutti. Llegado al hotel en cir- constancias que aún no habían regresado los excursionistas, uno de los mozos, que conocía aquel antecedente, se apresuró a desocupar la habitación ocupada incidentalmente por el sabio, para que pudie- se entrar a ocuparla el habitual cliente. Cabe la posibilidad de que algún otro ciudadano que no fuese el doctor Ameghino hubiese con- templado las cosas con más tranquilidad, averiguando previamente las cosas para juzgarlas. El no veía más que una sola: se habían to- cado los frutos de su cosecha paleontológica y eso era todo. Se le volaron todos los pájaros y quién pagó los platos rotos fué el incul- pable huésped, aún cuando, por cierto, sin dirigirle directamente la palabra. Cuando un profano encontraba algún objeto interesante, él, des- pués de examinarlo con detención, exclamaba entre resentido y com- placiente: —¡Parece imposible! Yo que busco siguiendo ciertos criterios prácticos y ciertas reglas científicas, no puedo encontrar nada... Cavazzutti, que tan buena amistad mantenía con él, en una oca- sión que había hallado un diente humano, que regocijó mucho al sa bio, le observó jaraneando en estos términos: —Y nosotros, que buscamos al azar, siempre encontramos alguna cosa. —Sí, sí; decididamente la fortuna es ciega, —rearguyó AA riéndose y provocando la hilaridad de Cavazzutti. Mc A EA 27 * Pienso que he demostrado en buena forma que Ameghino vivió su vida más que de prisa, muy de prisa. Pero hay pruebas anteriores a su discernimiento, que sirven para abundar en la demostración. No es rigurosamente exacto que don Carlos d'Aste haya sido su primer maestro, ni lo sería tampoco si se afirmara que su primer maestro fué un don Guillermo, un inglés que en Luján hizo hábil comercio de la enseñanza que él no era capáz de proporcionar, an- tes que don Carlos d'Aste llegase a la Villa y asumiese la dirección de la primera escuela municipal que funcionó en ella. Lo rigurosa- mente exacto es que los padres de Ameghino, y de un modo especial su señora madre, le enseñaron a deletrear, en atención a la precoci- dad que el niño evidenciaba. Y de ello es testigo presencial don Francisco Ameghino, padre de los doctores César y Arturo y tío car- nal del sabio, que me ha proporcionado ese y algunos otros datos acer- ca de la primera infancia de su sobrino. Parecería que la enseñanza del deletreo fué practicada por la señora en un ejemplar de «Las mil y una noches», cuyos fantásticos cuentos leía ella en voz alta y el pequeñuelo aprendía a su manera. : Afirma don Francisco, que cuando el pequeñuelo ya leía, aunque a tientas y tal vez aún no tenía o apenas tenía siete años, llegó a Luján el inglés a que me he referido y obtuvo de algunos padres de familia que le confiaran sus hijos para enseñarles y que uno de esos padres fué el de nuestro entonces futuro sabio. El inglés hizo funcionar así una pequeña escuela privada y a la vuelta de tan pocos meses que no sumaban un año, avergonzado sin duda de la estafa que cometía desempeñando malamente una profesión que no era la suya, se personó en casa de la familia de Ameghino para manifestar con honradez que ya no tenía nada que enseñarle al niño, porque éste había aprendido ya todo lo que él podía buenamente enseñarle. Padre y tío comentaron el caso, discurriendo en dialecto genovés; y como Florentino estuviese en cama, aquejado de una indisposición cualquiera, don Francisco por distraerle estuvo chacoteándole hasta que aquél deseoso de probar que en efecto sabía, hizo la afirmación de que se conocía de memoria aquella famosa «Geografía» por Smith, escrita en estilo socrático, en forma de preguntas y respues- 28 tas. Bromeando siempre, don Francisco, más por entretener al en- fermito que movido por otro propósito cualquiera, cogió la «Geo- grafía» y empezó a hacerle preguntas. Tan se sabía de memoria el pequeño Florentino el texto de Smith, que las respuestas eran da- das por él antes de que su tío hubiese finalizado las preguntas. No quiero hablar del asombro del tío, porque hasta mentarlo me parece redundancia. CASA PATERNA DEL SABIO, EN LUJÁN La verdad es que padre y madre estaban orgullosos de su hijo; y también es verdad, y ella debe ser dicha para siempre, que cuando los padres echaron de ver la inclinación del hijo, no la estorbaron. En el fondo del alma les cantaba la complacencia porque aquel hijo —Puede usted sacarlo del 'aquarium; es muy resistente a la asfi- xia, y en la mano podrá examinarlo a su placer. —Lo que quiero es comprárselo: doy por él diez pesos ¿le con- viene, verdad ? —No, señor; no deseo venderlo. —Pues le daré a usted veinticinco pesos — dije yo, creyendo des- lumbrarlo con tanto dinero. —No, señor; no deseo venderlo — repitió. Le miré fijamente; permanecía serio, sereno, mientras a mí se me alborotaba la baskada, y un lijero temblor de todo el cuerpo, como los relámpagos en las nubes, presagiaba la tormenta de mis nervios, próxima a estallar. Hice un esfuerzo aún, pensé que un «comerciante» hacía bien en explotar el bolsillo de un cliente, máxime cuando se trataba de un ejemplar más raro que un cuadro de Murillo o de Van Dyck y de un amateur tan zonzo como yo; así que le dije, sonriéndole semi- despreciativamente en sus narices: —Muy bien, señor; no desea usted venderlo en veinticinco pe- sos porque desea cincuenta ¿verdad? Pues aquí los tiene usted, me llevo el pez. .—Perdone, señor, pero ni en veinticinco, ni en cincuenta, ni en... —;¡ Ah! exclamé colérico, con que ni en veinticinco ni en cincuenta ¿no? ¡Muy bien! ¡Es usted un «gringo» muy vivo! —Y echando mano al bolsillo saqué un billete de cien duros, y añadí con sorna: —No vale su pez diez centavos para usted ni para mí, que somos un par de ignorantes, pero le pago mil veces su valor, ¡le doy cien duros! porque quiero regalárselo a un sabio, a un sabio,—repetí ahuecando enfáticamente la voz—que lo estudiará y servirá a la ciencia, mientras que... —Perdone, señor,—me interrumpió.—¿Quiere usted regalárselo a un sabio? ¿Sí? Pues entonces no hay necesidad que desembolse usted ni cien pesos, ni un centavo: yo se lo cederé gratis. Pero, disimule mi curiosidad: ¿quiere usted regalárselo al doctor Bur- meister ? —No, señor; quiero enviárselo a un joven a quien admiro por su sabiduría, al señor Florentino Ameghino, que... —Servidor de usted. 38 —¡Cómo! ¡Usted... es Ameghino...! ¡Tableau!!> Un temor, en cierto modo fundado, de resultar un poco unilate- ral o un poco monótono en las conversaciones, le inducía a matizar- las con referencias, narraciones y cuentos que siempre eran de una risueña amenidad, solían ser a veces intencionados y de vez en cuan- do tenían su cierto sabor picante. Hijo yó, como él, de padres genoveses, alguna vez me atreví a matizar la charla con frases del dialecto paterno, enérgico y pinto- resco. Exploraba así el terreno para enterarme si el sabio natura- lista lo había aprendido, lo mismo que yó, por pura afición y tam- bién por dar gusto a mis mayores, que jamás me han hablado sino en mi idioma nacional, y me fué grato oírselo hablar con mucha sol- tura y mucha corrección, como a él también le fué grato oírmelo hablar a mí. Consigno el dato, porque precisamente los cuentos más picarescos que me hizo, me los hizo en dialecto genovés. Para que se entienda bien aquello del cierto fundado temor de resultar un poco monótono o un poco unilateral en las conversa- ciones, diré que si, por ejemplo, era invitado a manifestar su opi- nión acerca de la proveniencia de la napa de agua que se consume en La Plata, como él no podía emitir semejante opinión en dos pa- labras y desconfiaba que su disertación vulgarizadamente cientí- fica podía aburrir o fatigar a su interlocutor, profano en la materia, él se daba maña para intercalar en aquella algún chiste, alguna refe- rencia o algún cuento que amenizándola hiciérala tolerable y asimi- lable. i No era nada adusto, aunque como buen afectivo, era irritable. Una mala acción, una injusticia, una nonada cualquiera que no le resultase correcta, merecía su inmediata condenación. Era cálido, era vibrante, era expansivo. Ni porque anduviese entre fósiles era un fósil, ni porque tuviese conciencia de su mérito fué nunca un acartonado, ni le agradó la lisonja. Si por cualquiera incidencia, hablándose de él delante suyo sonaba la palabra «sabio», él rectifi- caba inmediatamente con entera sinceridad e ingenuidad absoluta: —¡Qué sabio ni qué no sabio! Estudioso no más, hombre! 39 Puede afirmarse a su respecto que le resultaba más agradable lo risueño que lo grave. No debió encontrar incompatibilidad alguna entre la sanidad de la risa y la sanidad de la ciencia. Y su risa era abierta y espontánea. Máxime cuando recordaba sus pecados juve- niles. Sus pecados eran por el estilo del que paso a narrar: Durante una de sus permanencias en París, visitado por algunos de sus amigos de Luján quedó convenido que todos irían a beber juntos en un cabaret del Boulevard des Italiens. Pero él se re- servó el derecho de habérselas con el mozo: él lo ordenaría todo; y prudente es no olvidar que Ameghino escribía y hablaba a la sazón correctamente el francés (1). Ya ocupada una mesa por la alegre caravana, se hizo presente el mozo y habló Ameghino. Habló un chapurrado tal de genovés, gau- chesco y quichúa, que lo dejó turulato al mozo. No sabiendo a qué santo encomendarse para servir a aquellos clientes que tal lengua- raz gastaban, fuese en busca a su vez del lenguaraz del cabaret; y ya en funciones éste, ante la confesión de «Je ne comprend rien» hecha por el mozo, Ameghino repitió su chapurrado, que puso pro- cesiones de holgorio por dentro del espíritu de sus amigos, que a du- ras penas mantenían una gravedad de circunstancias. Y el intér- prete del cabaret, tan turulato como el mozo, empezó a descartar idiomas, despertando en sus recuerdos todo el haber del barniz de sus conocimientos lingúísticos: —C est pas russe... c'est pas chinois... c'est pas perse... Mientras el intérprete, con gesto de azoramiento íbase recitando su trepidante letanía, la jarana juvenil aumentaba. Las procesiones de holgorio que andaban por dentro, eran echadas fuera a carcaja- das, con positivo escándalo del lenguaraz y del mozo y hasta un poco de la clientela. Agil como era, en un instante de perpleja con- sulta entre los dos empleados de la casa que se miraban estupefac- tos, Ameghino se puso en dos saltos fuera del cabaret, dejándolos en el atolladero a sus amigos. Cuando el sabio lo recordaba y lo contaba, se reía con tanto rego- (1) Tan correctamente que a los tres o cuatro meses de haber llegado a París resultaba un ver- - dadero parisiense, por la pronunciación y los modismos lugareños que usaba. 40 cijo que, por cierto, no debió haberlo gozado mayor durante la co- misión del pecado, tan inocente y tan sano, pero tan risueño al mis- mo tiempo. Ese buen humor se manifestaba en él especialmente en los días de buena cosecha, cuando la madre tierra le entregaba con prodi- galidad nuevos fósiles que a su vez le entregaban nuevos secretos para que su ingénito «instinto genial» para los estudios de las cien- cias naturales se manifestase a sus anchas, descifrando enigmas. + Allá a mediados del año 1870, funcionaba al lado de la escuela municipal de Mercedes, un Orfeón, que al proceder a la renovación de su Comisión Directiva, le confió la secretaría al subpreceptor Ameghino. Los ensayos del Orfeón, instalado junto a la escuela, eran ruido- sos e interrumpían demasiado frecuentemente las horas de clase. El subpreceptor-secretario que, fuera de duda prefería las venta- jas de la educación común a las de la educación artística, máxime cuando ésta resulta agresiva y perjudicial para aquélla, les hizo presente a sus colegas de Comisión que se hacía imprescindible cambiar las horas de los ensayos, para que la escuela musical no Cañase a la escuela de primeras letras. | La Comisión Directiva del Orfeón desenfundó un reglamento y arguyó que era menester cumplirlo. Lo único que podía hacerse en obsequio del subpreceptor y secretario era paliar un poco la intensi- dad del sonido. Ser menos turbulentos, en una palabra. Pero por lo demás, debía cumplirse el reglamento. Ameghino, buen hijo de genoveses, testarudo y alegre, se prome- tió la revancha para inducir al Orfeón a procedimientos más razo- nables. Compró un montón de tachos de kerosene, por supuesto va- cíos, los distribuyó entre sus alumnos y cuando el Orfeón empezó los ensayos de quien sabe qué partitura, los alumnos de Ameghino, bajo la dirección de éste, se entregaron con un entusiasmo loco a la más infernal de las sinfonías que se haya oído jamás. El Orfeón en masa, abandonando el ensayo comenzado, fuese a enterarse de lo que sucedía para protestar de aquél pandemonium que así molesta- ba a la enseñanza del arte. STR > LIBRETA DE ENROLAMIENTO MILITAR 42 Ameghino tampoco podía hacerlo por menos. El también tenía que cumplir un reglamento y lo cumplía. ¡Ah! El reglamento debía cumplirse! : Resulta perfectamente inútil añadir que la turbulenta treta obli- gó un término medio conciliatorio: ni las clases que dictaba Ame- ghino volvieron a ser turbadas por los ensayos del Orfeón, ni la sinfonía tachística dirigida por el subpreceptor-secretario volvió a turbar los ensayos del Orfeón. Ocurrió muchas veces que regresando de alguna excursión en compañía de su hermano Juan, las buenas gentes de las rancherías de los suburbios de Luján, que no conocían al «joven aficionado», . viéndoles venir en yunta y con su cajón a cuestas, se apresurasen a avisar a la vecindad que «ahí venía el huevero». —No eran malos huevos—comentaba, riéndose, el sabio.—Pero no servían ni para pasados por agua ni para fritos. * Ameghino usaba el cuchillo—su herramienta de trabajo—metido, según lo he dicho antes, en la manga derecha del saco. Una vez, ya entrada la tarde, se vió atropellado por un perrazo imponente que parecía tener, cuando menos, el propósito de comérselo. Con la pre- sencia de ánimo que no le abandonaba jamás, instantáneamente tuvo el puño del cuchillo en su puño y le hizo al perro unos cuantos cortes y amagos que lo tuvieron a raya. Mientras tanto, el dueño del perro,—un buen genovés, que se ha- bía apresurado a intervenir para aquietar al animal y había visto lo fulmíneo del procedimiento del agredido,—le observó a su esposa: —Questo chi scí che o manezza ben o cotello! — (Ese sí que maneja bien el cuchillo!). ¡Imaginarse! Lo manejaba para comer y para hacer excavaciones. Y la verdad es que para hacer esto último no cualquiera lo igua- laba. Pero para defenderse de un perro... vamos! 43 El frío no le hacía ni fu ni fa. El sabio parecía insensible al frío. Y más que lo parecía, lo resultaba... hasta dar frío. Tuve ocasión de apreciarlo mejor que en cualquier otra ocasión, una mañanita, antes de salir el sol, en Mayo del Centenario. Me había sido grato presentarle en el tren, antes de la partida, a ese distinguido sismó- logo y laureado en física que es el doctor Galdino Negri, con quien se empeñaron en una disertación acerca de las causas probables de los temblores de tierra, y cuando el tren, ya a buena velocidad, pasó Ringuelet, ambos habían levantado tal presión de entusiasmo, que como movidos por un mismo resorte, cada uno de los dos levantó la ventanilla de su respectivo asiento. Ambos cienciados, al insta- larse en el vagón, habían colocado sus sobretodos y sus sombreros en una percha. La amplia calvicie de ambos relucía como si hubiera sido de metal bruñido. Los demás pasajeros, entre los cuales algu- nas maestras de escuelas comunes, lo pasábamos bastante friolenta- mente a pesar de nuestro gruesos abrigos. Por lo que me toca, de- claro que sentí entrar mi alma en su almario recién después de to- mar café con leche bien caliente, junto con ambos osos polares, en la confitería de la estación Casa Amarilla. Como yo ponderase la pasmosa inmunidad suya contra los rigo- res del frío (1), me contó que una vez, durante su estadía en París, se había dado cita con un amigo en uno de los bares de un bulevar adyacente al Sena. Como él llegase primero, llamó un mozo y se hizo servir café en una mesa colocada en la acera. Notó que el mozo le había servido con cierto aire de estupor y notó asimismo que después de servirle le miraba a través de los cristales. Como de cos- tumbre él se quitó el sombrero y lo colocó sobre una silla. Transcu- rrieron algunos minutos. Mientras tanto, nevaba con discreta abun- dancia. Ameghino, abstraído en quién sabe qué especulaciones men- tales, no lo sentía; y recién se apercibió de ello, cuando su amigo, asombrado por encontrarle casi convertido en una figura de nieve, se lo dijo. : (1) Durante el invierno como durante el verano él trabajaba en su despacho del Museo, mante- niendo las puertas y las ventanas abiertas. ¿Hace falta decir que durante los fríos no le importu- naba visita alguna? 44 La verdad es que contaba el caso con ingenua complacencia, aña- diendo que usaba sobretodo no porque le hiciese falta sinó por pura costumbre. El doctor Negri quedó muy gratamente impresionado por los co- nocimientos sismológicos de Ameghino, a quien creía enteramente consagrado a sus estudios geológicos, paleontológicos y arqueo- lógicos. La constitución interna del globo le era conocida, en cuanto puede hacerse esta afirmación, no sólo como geólogo, sino como físico; y le eran perfectamente familiares las hipótesis más moder- nas a propósito de la rigidez de la tierra y de las causas probables de la producción de los sismos relacionados con la actividad solar. Pero un astrónomo, discurriendo con nuestro sabio naturalista(1), habría quedado más que gratamente impresionado, pura y simple- mente admirado, oyéndole disertar acerca de la naturaleza de los cometas, por ejemplo. Versadísimo en todas las ciencias naturales no perdonaba incursión posible por el campo de cualquiera de ellas. Su «Credo» se sobra para probarlo. Así como en materia de rigidez de la tierra había coincidido por sus propias deducciones e inducciones con las más avanzadas, fun- dadas, verosímiles y más recientes hipótesis, en materia de natu- raleza cometaria, no satisfecho con las teorías corrientes, él se tenía formada una propia. No creía, verbigracia, como Hevelio, confesando el sistema de Keplero, aunque modificándolo un tanto, que los cometas son pro- ducto de las exhalaciones de la Tierra, de los demás planetas y del sol; ni como Babinet, que los consideraba una nada visible; ni como Olbers, quién declaró que el núcleo de ellos no es mínimamente só- lido; ni como Newton, que los creía tan sólo luz refleja del sol. La teoría de Ameghino consiste en que, para él, los cometas son astros en formación, cuya substancia blanda, plasmable y diáfana, (1) De pequeñuelo, en los buenos días en que era fel'z poseedor de un ejemplar de la «Geo- grafía» por Smith, que le era perfectamente inútil por lo que se la sabía de memoria, era también feliz poseedor de una «Astronomía» escrita por el mismo Smith, que le resultaba asímismo inútil porque se la sabía al dedillo igual que la Geografía. Reputándose tal vez por ese mero hecho un astrónomo de tomo y lomo, discutía todas las tardes cuestiones astronómicas con un señor Fran- cisco Aparic'o, vecino de-su casa paterna, persona regularmente instruída, que vivía encantada con la precocidad de su infant'l contradictor. 45 en la resistencia que encuentra en su carrera adquiere una forma cóncava que penetra en el ámbito de nuestro sistema planetario; y el maravilloso fenómeno de la cola se produce a consecuencia de que los rayos solares, concentrándose, atraviesan aquella conca- vidad. Especializado en Zoología... Voy a hacer una breve digresión. Allá en los buenos tiempos en que su señora madre le enseñaba las primeras letras y le leía «Las Mil y una Noches», cuyas narracio- nes aprendía él a su manera, echó de ver que su pequeño Florentino, que era el benjamín de la familia y frisaba en los seis años, parecía estar muy atareado en el fondo de la casa. Tan atareado estaba que ro la sintió llegar. En una de esas vasijas de barro en que llegaba por entonces a nuestro país el aceite español, el pequeño Florentino había almacenado tantos sapos que ya no cabían en el recipiente. Pero indudablemente él quería que cupiesen porque los aprensaba con una mano y con la otra procuraba introducir más. Tuvo que in- tervenir la autoridad materna para que el futuro sabio no acabase de hacer aquella fatigosa conserva de batracios... Decía, pues, que especializado en zoología, geología y paleonto- logía, echó, empero, las bases para una completa renovación de la antropología. -_Modestísimo como era por naturaleza, debe decirse que eso le enorgullecía. Y solía decir: —Es curioso que yó, que no soy antropólogo, haya podido revo- lucionar a todos los antropólogos! La afirmación es tan rigurosamente exacta que no necesita de- mostraciones. El no hace (y es natural) la más mínima referencia al final del episodio de que voy a ocuparme; pero hay causa para pensar que Virchow, ya célebre entonces, frente a frente de aquel joven natu- ralista que era Ameghino en 1879, debió ver en él un vidente. El eximio hombre de ciencia alemán presidía la sesión del Con- greso Internacional de Americanistas, reunido en Bruselas, durante el mes de Septiembre de aquel año, en la cual Ameghino leyó su Me- 46 moria acerca de «La plus haute antiquité de Phomme en Amérique», fundando su teoría del orígen del hombre. Como, concluída esa exposición, Virchow le preguntase a la docta asamblea si alguien tenía que hacer alguna observación a las afir- maciones de nuestro compatriota, y «los especialistas en la materia, después de haber examinado los objetos que Ameghino presentó al estudio del Congreso, contestaron que nada tenían que agregar a lo expuesto,» según lo cuenta él en la pág. 414 del tomo II de «La antigúedad del hombre en el Plata», Virchow mismo intentó reba- tirle los argumentos aducidos para probar su atrevida tesis revolu- cionaria. La resistencia opuéstale, como de costumbre, despertó la agresiva combatividad de Ameghino, habituado desde temprano a la franca lucha contra la cátedra y fundó con tal poder de convic- ción y por lo mismo posiblemente con tal emotiva elocuencia su contrarréplica, que Virchow acabó por decirle: —Si está usted realmente convencido de las teorías que acaba de exponer, que son originales en verdad, siga adelante con ellas y de- fiéndalas y hágalas triunfar! (1). - Cuando el presidente Roca, llenando la vacante de Director del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Buenos Aires, causada por la muerte del doctor Berg, produjo el nombramiento de Ame- (1) Treinta años después, el 2 de septiembre de 1909, el bind ENRIQUE MORSELLI, le escri- bía desde Génova esta carta, que traduzco: «llustre Señor: He recibido el nuevo trabajo que usted me ha remitido, sobre el importantís'mo fósil humano que acaba de ser descubierto en Buenos Aires; y al mismo tiempo que se lo agra- dezco sentidamente, me apresuro a dccirie que he encontrado, ejecutada de modo irreprochable— como un verdadero modelo—esta su descripción y «discusión geopa'eontológica y paleoantropoló- gica acerca del Diprothomo. «Yo pienso, como piensa usted, que la serie de los progenitores humanos debe ser múltiple y que desde el Homo sapiens debe ascenderse hasta el Promamalia a través de períodos cada vez menos antropoideos y cada vez más animalescos, cuya posición filogenética ha sabido usted pre- decir y def'nir con genialidad. «El Diprothomo, si la diagnosis es confirmada, se coloca en su lugar precisamente, según el es- quema de filogénesis que usted construyó hace algunos años. Todos los antropólogos le están gratos por ese trabajo que primero fué intuitivo y al presente es descriptivo y positivo, por el cual y con el cual la serie viene colmándose poco a poco. «No es leve razón de complacencia leer volúmenes como el suyo en un momento en que se pone en r:dículo al transformismo y a la f'logénesis que es su natural y lógica consecuencia. «Yo querría que estos neo-antitransformistas y neo-ant darwinistas, leyesen las bellas y convin- centes memorias por usted publicadas, porque se produciría un movimiento de verdadera y pro- pia defensa de teorías científicas hoy por hoy consagradas, no sólo por la tradición de un medio siglo de investigaciones, sinó también por la misma insuficiencia y parc'alidad de todas las hipó- tesis minúsculas imaginadas contra el austero y sólido edificio construído por Darwin, por Spen- ver, por Haeckel y—lo digo sin idea de adulación—por usted, como representante eximio de la ciencia sudamericana. «Continúeme su am'stosa correspondencia y créame su afectísimo, etc.» Sa? 47 ghino, éste tuvo en el seno del hogar, en presencia de los suyos, esta sencilla exclamación: - —¡Ah! Si me hubiesen nombrado hace diez años, habrían sabido aquien es Ameghino! En su agonía, cuando acabó por fin por sentir que estaba perdido, esos diez años desperdiciados a través de su existencia y en la flor de ella debieron ser sin duda la mayor de sus aflicciones. La pro- funda revolución antropológica acaudillada por él habría necesitado esos diez años para que él la condujese triunfante a la meta. El Mu- seo entregado en herencia por Burmeister a Berg ha entregado la suerte de la teoría argentina acerca del orígen del hombre a Sergi, a Morselli, a Sera, a Giuffrida-Ruggeri (1), a cuantos convencidos por la sabiduría de Ameghino tendrán que continuar la lucha hasta garantir la victoria. ES A propósito de la memoria—. PARTIDA CÍVICA 50 currió, por otra parte, junto con su predisposición individual, a lle- var a su sistema nervioso central, las alteraciones que infortunada- mente debían acortarle la vida—su preciosa vida de cienciado, de hombre y de ciudadano. Y ello se verá a su tiempo. Más entretanto va a verse por donde le vino la ocurrencia de su definición de la memoria, comparándola con un recipiente. (El usaba la palabra «balde»). Después de algún tiempo de haberse establecido como librero en Buenos Aires, calle Rivadavia número 946, entre Rincón y Pasco, llegó a tener una clientela de más o menos una veintena de maes- tras que le compraban a crédito y le chancelaban sus cuentas men- sualmente al percibir sus emolumentos. Cada una de ellas le compraba, por supuesto, diversos objetos. Verbigracia: ésta: "un cuadernillo de papel, algún libro, un cuaderno y un lápiz; aquélla: una docena de plumas de acero para escribir, una lapicera, un lápiz y una regla; la otra: una hoja de papel secante, un cuadernillo de papel para forrar, un cortaplumas y un lápiz; la de más allá: lo que al lector buenamente se le ocurra. Y jamás tomaba él nota de la compra quee le hacía. Su anotación era a pura memoria. De noche, después que cerraba su librería, antes de recogerse, pero ya a solas en su habitación, empezaba a vaciar su famoso balde y apuntaba en cada una de las cuentas corrientes las compras que se le habían hecho durante el día. Se entiende que especificando ar- tículo por artículo. Cabe aquí perfectamente el adagio napolitano: finita *a festa, gabbato lu santo. Terminada su ímproba tarea diaria nuestro naturalista-librero se recogía y en la mañana siguiente, al despertarse, no se acordaba ya maldita la cosa ni del nombre de sus simpáticas clientes (como no fuesen conocidas de tiempo atrás) ni, es claro, de los distintos artículos que le habían comprado el día an- terior. Ocurrió más de una vez que alguna de ellas fuese a pagarle el día después de haber hecho la compra y él no se acordase absolu- tamente ni del nombre de la compradora ni de los útiles que le adeu- daba, viéndose, pues, obligado a recurrir a su libro Mayor para salir del paso. Y reía de buenas ganas cuando ello le sucedía, y reía lo ' mismo cuando lo contaba. 51 ES Tanto como le apasionaba su amor a las ciencias, le apasionaba la vida política nacional. Ameghino fué el tipo del perfecto ciudadano. Militaba en un partido, aun cuando jamás concurriera a ninguna de sus asambleas, y llenaba plenamente sus funciones cívicas inscribién- dose y votando. No creyó nunca que su absoluta consagración a sus estudios favoritos podían eximirle de tener una opinión política, ejena a toda segunda intención, y de acudir a los comicios usando su derecho y cumpliendo su deber. Ingenuo siempre, en esto como en todo, creía que todos los males que afligían a la Nación se debían a la falta de civismo de los ciudadanos llamados por su ilustración a servir de ejemplo. ; Su razonamiento era simplísimo:—¿Cómo pueden aprender las masas ineducadas a hacer valer el poder todopoderoso del voto en las democracias representativas, si los grupos educados empiezan por enseñarles el camino de la abstención? (1) Desde su juventud estuvo afiliado en el partido que reconocía por jefe al Teniente General don Bartolomé Mitre. El convencimiento de que el país no estaba preparado para la práctica del federalismo por la incapacidad de las masas populares para comprender ese sis- tema de organización política y el eclecticismo de Rivadavia en tal materia, de quien, por tradición, derivaba aquel partido, le induje- ron a tal proselitismo. Y en él se mantuvo siempre fiel. Su librería de La Plata se denominaba «Rivadavia». Su hermano Juan, que la conserva, mantiene, por supuesto, esa misma denominación. Le tocó ser escrutador titular en la mesa primera del cuartel se- gundo de La Plata en las elecciones de diputados a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, que se efectuaron el último domingo del mes de marzo de 1896; y escrutador titular fué, desempeñando sus funciones de tal con la ingenuidad y el entusiasmo que él ponía en todas sus cosas. ES Diez años más tarde, en 1906, los vecinos de La Plata, que viajaban diariamente a Buenos Aires y estaciones intermedias, produjeron (1) El 26 de Julio de 1890, su fervor patriótico y partidista, le llevó irresistiblemente al Parque. Ameghino revolucionario y expuesto a las balas... Sólo pensarlo, horroriza ! 52 un movimiento de resistencia contra el mal servicio y las altas tari- fas del Ferrocarril del Sud; y en son de protesta resolvieron boy- cottear la primera clase y constituirse en sociedad de defensa, Una numerosa asamblea designó a nuestro sabio Presidente de la Comi- sión Directiva de esa sociedad y en ejercicio del cargo fué de ver al Director del Museo de Historia Natural de Buenos Aires y natura- lista universalmente famoso, estudiar el Reglamento nacional de ferrocarriles y exigir el cumplimiento de todas sus prescripciones y viajar en segunda clase y hacer propaganda activísima para arrimar voluntades a los propósitos perseguidos y pronunciar discursos y lanzar manifiestos y formular protestas y discutir con guardas, ins- pectores y jefes de estación, en defensa de los intereses de los pasa; jeros. Su ingenuidad y su entusiasmo en esto, como en todo cuanto él hacía, fueron tales, que'recorría diariamente uno por uno todos los vagones que se enganchaban para hacer rodar el tren en que él via- jaba, a fin de comprobar si todos ellos estaban en las condiciones exigidas por aquel Reglamento, No tuvo nunca tiempo para dedicarse a estudiar las distintas teo- rías sociales que conmueven y apasionan a las masas obreras y a las colectividades sociales de todo el mundo; y hasta tengo para mí que le incomodaban las agitaciones proletarias que se traducían en huel- gas más o menos prolongadas. Pero con el sentimiento de justicia que estaba perpetuamente despierto en su espíritu, a pesar de no entender las prédicas socialistas o anárquicas y hasta a pesar de la visible contrariedad que le causaban al enterarse de ellas por medio de las crónicas periodísticas, al llegar a la Dirección del Museo, puso en práctica por propia inspiración y motu proprio algunas medidas que importan mejoras que los trabajadores reclaman. Así, por ejemplo, una vez que le fueron presentadas las planillas mensuales de sueldos del personal a sus Órdenes y notó que se le descontaban tantos días a tal obrero porque habiéndose lastimado no podía ser útil, ordenó que se rehiciesen las planillas porque tan empleado nacional como él era uno cualquiera de los trabajadores subalternos suyos y no era justo que se le descontase a nadie si a él 53 no se le descontaba el día porque faltase por una cualquiera necesi- dad; ni era tampoco justo que se le hiciesen descuentos a un trabaja- dor manual porque estuviese enfermo o porque se hubiese, inutili- zado momentáneamente en servicio de la institución, desde que no se le descontaban los días ni a él ni a ningún otro empleado supe- rior que diese aviso de estar enfermo, aunque esto fuese mentira. Para él no había jerarquías en materia de cumplimiento del deber; y de consiguiente no podía haberla para el goce de derechos. Bondadoso hasta donde más se lo puede ser, al mismo tiempo era inflexible. Le había entrado, por ejemplo, la sospecha de que el sere- no del Museo, a pesar de haberle él prohibido terminantemente, que después de haberse hecho cargo de su delicado servicio lo abando- donaba, y se entregó a la tarea de vigilarle para poder estar tran- quilo a su respecto. Su sospecha resultó cierta; el sereno no cumplía con su deber al pie de la letra, tal como él se lor había ordenado. Pillado in fraganti, mo hubo términos medios: puesto que había sa- lido a la calle, le dejó en la calle. Pero infinitamente bondadoso como era el sabio, algún tiempo después volvió a incorporar al per- sonal de servicio de la institución al ex sereno, aunque no como se- reno sino como ordenanza. El día que los diarios bonaerenses registraron en su sección tele- gráfica la noticia de que Francisco Ferrer fué fusilado, él, que tres veces había intentado en vano la lectura del «Don Quijote» y era no obstante un quijote nobilísimo, dejó que su lenguaje tradujese libre- mente la indignación que el hecho le causó; y en voz alta, conversan- do con sus amigos y compañeros de viaje, lanzó todas sus fulmina- ciones contra el gobierno oprobioso que soportaba España. Un comerciante en géneros, que en toda su vida no ha sabido ha- cer otra cosa que embrollar a sus clientes en las medidas, en las calidades y en los precios, para amontonar así centavo sobre centavo, se pagó el lujo caro de terciar en lo que no le importaba, argu- yendo como un verdadero botarate que aquel senor que así defendía a un anarquista debía ser también un anarquista. Más le habría valido ser sordomudo. La mitad del diluvio de ful- minaciones cayó sobre él. 54 Cuando el Director del Museo llegó a su despacho, aún iba excita- dísimo. Cualquier violencia le rebelaba. Cualquier defensor de la violencia le rebelaba también. Abolicionista, cualquier pena de muerte ejecutada o sentenciada no más, soplaba como un huracán en el fuego sacro de todas sus in- dignaciones. Lo mismo que la guerra o que cualquier instrumento inventado para servir en la gúerra. Contábale una vez un militar amigo de él que acababa de inven- tarse un explosivo de una potencia en verdad aterradora. La nación de que el inventor era oriundo y a la cual el explosivo la colocaría en condiciones ventajosas faz a faz de otra con la cual tenía viejas cuestiones pendientes, iba a premiarlo a aquél con tales y cuales honores. Ameghino, que, al parecer había escuchado con mucho interés a su amigo, acabó por decirle: —Yo también le premiaría. Aunque abomino la pena de muerte, le aplicaría al inventor su propio invento para que en vez de reve- larle el secreto a un gobierno que en posesión de él podría correr el peligro de: hacer matar muchos hombres, se fuese a revelárselo al rey de los Infiernos, para que éste hiciese matar muchos diablos. Un obispo... pues ¿y porqué no habría de nombrarlo?... el obispo Espinosa, con quién Ameghino mantuvo siempre muy cor- diales relaciones, incurrió en una ocasión en la falta de tacto de provocarle a opinar acerca de la creación del mundo. El naturalista le oyó y le dejó decir entre impaciente y risueño y acabó por invitarle muy diplomáticamente a hablar de otras cosas. Pero el obispo, que sin duda creyó hacedero catequizar a aquél he- reje, insistió en su tema, haciendo la apología de la creación mo- saica, según la cual Dios todopoderosos lo había hecho todo de la nada. —Pues ahí verá usted, monseñor. Precisamente por eso, cada vez que lo he pensado no he podido avenirme a comulgar con esa teoría. En mis excursiones y en mis investigaciones he podido encontrar, aún no buscándolo, un poquito de todo; mas, nunca he podido en- 55 contrar, ni aún buscándolo empeñosamente, un poquito de nada. Pero como jamás desespero, esperemos que algún día haga el ha- llazgo y aplacemos hasta entonces nuestra conversación al respecto. *= Mi afanoso deseo de reunir el mayor número de datos para con- tribuir al más exacto conocimiento de las múltiples modalidades de la activa y fecunda vida del sabio, me indujo a entrar en muchísimas averiguaciones tendientes a saber si durante el tiempo que des- empeñó las funciones civilizadoras de maestro de escuela primaria, levantó las mismas resistencias que cuando vivió consagrado por entero al cultivo de las ciencias naturales en que se especializó y le crearon universal nombradía. Y entiéndase que digo: «las mismas resistencias» con la sola intención de referirme a la posibilidad de que, siendo, como era, incapaz de aceptar por verdades consagradas las que no hubiesen sido objeto de sus investigaciones o sus com- probaciones, hubiera podido provocar en el ejercicio del magisterio, bien cuestiones con la administración escolar, bien con el cuerpo técnico de esa administración. Pero, por más diligencias que he hecho, recurriendo a todas las fuentes de información que me parecieron fidedignas y, por lo tan- to, mejores, para lograr mi fin en tal sentido, nada que valga la pena me ha sido posible saber, como no sea lo muy poco que resulta de un informe producido por los señores José M. Vila, J. M. Freuler y Jesús Cambra, constituídos en comisión para examinar la Escuela en que enseñó Ameghino y fué dirigida por él durante el último año de su ejercicio del magisterio primario, cuyas pruebas de fin de- cursos juzgaron aquellos señores. En el archivo del Consejo Escolar de Mercedes, no se conserva ringún otro documento referente a la acción docente de Ameghino. Acerca del método de enseñanza que él practicaba, no he logrado saber ni una sola palabra. Un distinguido alumno de él, don Pedro Caracoche, maestro normal hoy, era en 1877 demasiado niño para poder pronunciar ahora un juicio capaz de ilustrar el punto. Pero es de creer, porque todo autoriza a creerlo, que Ameghino debió aplicar el método objetivo-inductivo. Aquellos de sus alumnos a quiénes yo conocía de antes y los que 56 he conocido ahora, concuerdan en la afirmación de que el «maes- tro» Ameghino era movedizo y hacía poco uso de la silla, que se es- taba ociosa delante de su escritorio. Daba clase en una casi conti- nua ambulación por entre sus alumnos, a los cuales aplicaba, cuan- do lo merecían, dos únicos castigos: o bien el «plantón» si el pecado era grave, o bien el «uñate» en el pabellón de los oídos si el pecado era venial. Es curioso que sus alumnos le llamaran «el gallego Ameghino». El señor Caracoche atribuye tal mote a la pronunciación del maes- tro. Y añade el dato de que le era aplicado por todo el pueblo. Tenía el tipo característico del maestro de clásica indumentaria ecusadora de pobreza; y los pantalones cortos que tenía la costum- bre de usar, acentuaban su fisonomía profesional. Enterado de la fama de «loco» que se le había colgado gracias a su «monomanía» de «juntar huesos» y de perder las noches estu- diándolos, mostrábase tal vez demasiado circunspecto y hasta exce- sivamente serio con sus alumnos, sin duda para desvirtuar en el espíritu de ellos la injusticia o la tontería ambiente con que se le había colgado aquella fama. Lo cierto es que tan pronto como terminaban sus tareas escola- res, lo que sucedía a las cuatro de la tarde, que era la hora de sa- lida de los niños de la escuela, Ameghino les ganaba la delantera, camino del río Luján, llevando una azadita de mango corto, apenas cubierta por uno de esos pañuelos de colores, tan grandes como ordinarios, y al pasar con la cabeza gacha por al lado de aquéllos, dejándolos atrás, ellos se burlaban de él chacoteando sotto voce. Los fósiles exhumados por él y por él depositados y conveniente- mente arreglados en los grandes salones desocupados de la escuela, no lograban apasionar la curiosidad infantil de los alumnos, que, a lo sumo, durante los recreos, mirándolos por las puertas y ventanas, se admiraban por un instante del tamaño de algunos huesos. No sería absolutamente razonable admirarse por que así sucediera entre los niños, cuando entre las personas mayores sucedía lo mismo. Antes de reproducir el informe de la Comisión Examinadora a que me he referido, quiero consignar un dato que tiene cierto sabor extraño. 57 Don Máximo C. Cabrera, que ha tenido a bien revisar los Ar- chivos de la Municipalidad de Mercedes en busca de fechas ciertas de las promociones del «maestro» Ameghino (1), ha encontrado una nota por la cual, el día cinco de Septiembre de 1870, el señor sub- preceptor de la Escuela Elemental Municipal, dedicó un cuadro cali- gráfico a la Corporación Municipal, que estimó el presente y a su vez le pasó otra nota agradeciéndoselo. ¿No tiene sabor? Y ahora he aquí el informe producido por dicha Comisión: «Habiendo tenido el honor de recibir su comunicación del tres del presente, por la cual se sirve nombrarnos miembros de la Comisión “Examinadora de la Escuela Elemental de varones a cargo del señor don Florentino Ameghino, consignamos el siguiente informe: «Agradecidos a la distinción con que ha tenido a bien de favorecer- nos, cumplimos con el deber de manifestarle que ha de servirse llevar a cónocimiento del Consejo los siguientes datos y observacio- nes, que precisamos con el propósito de llenar debidamente nuestro cometido. «Aunque ausentes los señores doctores don Benjamín Castellanos y don Ricardo María del Pont, ambos igualmente nombrados para formar parte de esta Comisión, principiamos a examinar los alum- nos pertenecientes a los grados Primero y Segundo, pudiendo notar un orden ejemplar durante todo el tiempo del examen; los alumnos (1) Una empeñosa investigación realizada por mí, en el Archivo de la Dirección General de Es- cuelas de la provincia de Buenos Aires, después de haber agotado los medios de investigación en los Archivos de la Municipalidad y del Consejo Escolar de Mercedes, me hizo encontrar la sigu'ente nota, que basta para poner en claro la forma en que dejó de pertenecer al personal docente: Consejo ESCOLAR DE MERCEDES. — Marzo 16 de 1878. — Al señor Director General de Escuelas de la Provincia: : Habiendo presentado su renuncia, por tener que ausentarse para Europa, el Preceptor de la Es- cuela de niños de segunda categoría, don Florentino Ameghino, y no habiendo en ésta un Preceptor diplomado a quien nombrar, el Consejo que presido, resolvió nombrar al Director del Colegio «Co- lón», establecido en esta ciudad, don S. M. Krnénsek, interinamente hasta que ese Consejo General determine la oportunidad en que debe rendir su examen para obtener el respectivo título. Con la' determinación tomada por este Consejo, se ha evitado que la referida escuela a su cargo continúe cerrada, como lo estaba, por la ausencia del Preceptor Ameghino. Dios guarde a usted. — MANUEL H. LANGENHEIM. — Laudelino Cruz, Secretario. Marzo 27 de 1878. — Contéstese que debe proveerse.esta vacante con Preceptor diplomado y propóngase al Consejo Escolar el Preceptor, don... — J. A. Costa, Secretario. "La nota que antecede figura en el Legajo número 250 del Archivo mencionado. Le corresponde el número de orden del Archivo, 22.898, y en su día fué el expediente número 267. a 58 demostraron, por lo general, bastante adelanto, con excepción del Primer: grado, en lectura, en la cual dejaron algo que desear, lo que, según la referencia de los Preceptores, proviene de la falta absoluta de libros primarios desde hace más de seis meses. «El examen de Tercer grado, y, particularmente, del Cuarto gra- do, nos ha dejado satisfechos por la altura de adelanto que demos- traron los alumnos. «El interrogatorio sobre Geografía y Aritmética, así como los di- bujos prácticos de la Geometría, en la pizarra de los grados Tercero y Cuarto, fueron sorprendentes y nos dejaron plenamente satisfe- chos. El cuestionario de Gramática nos pareció algo limitado; pero según informes del Preceptor, fué más extenso de lo que exige el Reglamento. «No sin sorpresa hemos notado que los niños no han prestado exa- men de Doctrina cristiana; e hicimos al respecto una observación al señor Preceptor, quien nos refirió que ni el Cura párroco, ni otro sacerdote designado por la autoridad competente, a cuyo cargo deja el Reglamento de enseñanza la enseñanza religiosa, se habían acer- cado una sola vez a la escuela a llenar su cometido; y que en esa virtud, los niños no se hallaban instruídos para rendir examen en dicho ramo. «El estado estadístico incluso, levantado por la Mesa Examina- dora, informará a usted mejor del verdadero adelanto de los edu- candos, de los cuales la mayor parte consiguieron muy buena nota, lo cual demuestra claramente que dicha Escuela ha experimentado una gran reforma en estos últimos tiempos. ! «Por tanto, felicitamos al Consejo por el resultado satisfactorio que han dado estos exámenes; y recomendamos a la más alta consi- deración el plausible empeño y la consagración tan completa de parte del Preceptor de la Escuela, señor Ameghino, así como a su inteligente y aventajado ayudante, señor Cruz.» En presencia del informe que acabo de dejar transcripto, puede afirmarse tranquilamente que la proba naturaleza de Ameghino le hizo cumplir severamente cuantas obligaciones se derivan del ejer- cicio del magisterio, aun a pesar de su consagración a sus estudios favoritos, que, en el concepto de algunos vecinos de Mercedes, cuando se trató de encomendársele la Dirección de la Escuela en que 4 59 era ayudante, podía ser óbice para que la desempeñase en forma cumplida. Los examinadores, según resulta del Informe que subs- cribieron sin discrepancias de ningún género, dieron a'su tiempo buena cuenta de tal óbice al dejar una expresa constancia de la «gran reforma» que había experimentado la Escuela bajo la Direc- ción de Ameghino y al recomendar a la «alta consideración» del Consejo «el plausible empeño» y la «completa consagración» del Preceptor. Tengo dicho que el sabio era muy afectuoso con sus mayores; y debo añfadir que vivía amantemente vinculado con su esposa. El fallecimiento de su señora madre, ocurrido el día 15 de Junio de 1908, le causó una profunda pena, que se hizo más honda al perder pocos días después a su compañera, que falleció en La Plata el día 28 de aquel mismo mes y año. Ambas desgracias, según me lo dijo incidentalmente en Abril o Mayo de 1910, conturbaron profunda- -mente su espíritu (1). Y en su concepto, su propio físico tradujo, (1) La bella carta que paso a transcrib'r dice a las claras que ese estado de ánimo era cono- cido por sus amigos: «Mi amigo querido: «Cuando uno ha rodado medio siglo en la vida, ha podido bien darse cuenta de los atractivos y repulsiones en la existencia. ; «¿Porqué le digo yo «mi amigo querido»? «Analizo: — en mi juventud admiré a usted como a un maestro revelador; maestro por su saber, revelador por su intuición clarovidente lanzada en lucha abierta contra las oposiciones escolásticas y la envidia, batallador admirable debatiéndose en la pobreza y entre una masa de intereses opues- tos que hubieran ahogado al que no tuviera la fuerza titánica que da la convicción profunda. «Solo, sin más ayuda que sus brazos, sin más guía que la luz de su intelecto, desentrañó de la tierra, de esta gran madre fecunda, los secretos que lo han hecho célebre, persigu'endo siempre la ruta de su propia profecía, nutriendo su cerebro y ensanchándole el horizonte hasta las remo- tas esferas a que ha llegado el hombre, pues su «Credo» es la proyección más dilatada a que ha alcanzado el espíritu humano. : «Usted nos ha revelado el secreto del origen y nos ha descorrido el velo de la evolución al futuro. «Esta admiración respetuosa, de tantos años, se ha mezclado con un afecto personal, que a na- die disimulo, pues toca al cariño — ¿Porqué?... el hecho es que la atracción existe. «Cuando se quiere, se sufre por el ser querido, y es esto lo que hace tiempo me tiene con pena verdadera, honda; no sólo por verlo a usted sufrir, sino porque temo que la reconcentración del dolor en la soledad, en el atroz aislamiento en que se encuentra, al prolongarse tan intensamente, pueda dejar una modalidad en el individuo, la que sería fatal, pues la propia y continua saturación de lágrimas, esas que no se ven y son las peores, gasten, ahoguen y melancolicen hasta el extremo de aislar de cuantos nos rodea, incluso el estud'o, y no nos presente al futuro de la vida sinó como un resto de dolor: entonces se piensa en el fin de los días como en un refugio: es el reposo. Desde ese momento puede decirse que abandonamos la existencia, a lo que no tenemos derecho y defrau- damos la evolución substrayéndole una fuerza de tanta mayor importancia cuanto más valía el aba- tido. «Felizmente, y ya que el punto de evolución tocamos, usted es un espíritu robusto, con ese ex- 60 adelgazándose, esa conturbación. Añadía que él mismo notaba que ya no podía trabajar intelectualmente con la energía y la rapidéz con que lo había hecho toda su vida: unas veces le parecía que de- bajo del cráneo se le producía algo así como un vacío y otras veces, tenía la sensación de estar soportando sobre el cráneo algo así como un gran peso. Su malestar moral se agravó a fines de Agosto de aquel mismo año de 1908, a consecuencia del fallecimiento casi repentino del se- ñor Justo Martínez, su compañero de asiento y de tertulia diaria durante el viaje a Buenos Aires. He afirmado que le agradaba tanto la sanidad de la risa como la sanidad de la ciencia y debo añadir que no le agradaba absolutamente nada que se hablase delante de él de la muerte o de los muertos. Parecerá tal vez paradójico, pero es así: traño temple que no es sinó esencialmente humano: tierno hasta la bondad amante y rígido como la verdad inflexible. «Este es el único punto de consuelo que me queda: en ello espero, y sé bien que la acción del tiempo y de su voluntad poderosa, así como de su pensamiento claro para dominar la verdad, o corregir la que se creía tal cuando su observación se lo sugiere — no lo consolarán, porque hay cosas para las que no existe consuelo; pero sí le darán fuerza para resistir el desastre y conser- varse útil. La ciencia lo reclama y usted se ha hecho su hijo; la patria, el cariño de sus hermanos y la amistad, no le son extrañas. Viva, trabaje, que el trabajo es un gran amigo, «el trabajo .es también una plegaria»; el trabajo es un paliativo porque absorbe la actividad, distrae, y así el or- ganismo se robustece suprimiendo por ratos la causa destructora que es el dolor. Ya sé que ahora trabajará de otro modo, pues a ratos necesitará limpiar los anteojos que las lá- grimas habrán mojado. «No puedo menos, Ameghino, de escribirle estas líneas, pues la impresión que siento, me viene desde la primera vez que lo ví después de su doble desgracia. He tenido datos suyos porque me he informado y hace cuatro días que lo he visto. t «La pena está en usted honda, profunda, inmensa, a pesar del tiempo transcurrido; — he sentido otra vez la impresión primera de cuando lo ví: me pareció algo como un tronco de árbol colosal que se inclina desgajado. «No, mi amigo! Justo, natural es abat'rse;... pero caer?! «Hay fuerzas que lo han de levantar. Usted lo sabe mejor que yo, ya que con tanta sabiduría domina las leyes de la vida: ellas son el tiempo, el ambiente, el trabajo y esta gran so!icitación eterna: el amor, el amor universo que nos acompaña hasta en la muerte misma, que acaba por atraernos para llevarnos al todo. Las modalidades cambian y entre ellas el dolor: las formas y las edades son transitorias. Vivamos nuestro corto rato, devolviendo en vibraciones intensas cuanto he- mos asimilado, tanto más intensas y de mayor brillo, cuanto más poderoso ha sido nuestro orga- nismo para proyectar como faro en la tiniebla de cosas ignotas que nos envuelve. «En lo moral, las leyes del dolor y del placer, son las mismas de la asimilación y la desasimila- ción. «¿Qué es un dolor, físico o moral? — la pérdida de un miembro del cuerpo, de un miembro de la familia, de la fortuna o de un trabajo.—Desasimilación. «¿Qué es un placer? la asimilación en lo físico o en lo moral: el amor que nos asimila la mu- jer, los hijos, la fortuna el fruto del estudio, todo ! Amor es entonces todo. — Busque allí su refu- gio, usted que en su pasión por el saber ha llegado a comprender mejor que nadie esta inmensa armonía del Universo, penetrando en ese amor de lo creado con su eterna gestación fecunda y cambiante. «Vamos! amigo! robustézcase bien con su prop'o pensamiento, trate de curarse como si usted fuera otra persona, aconséjese, guíese y hágase algunos cariños, diciéndose:—¡ Pobre Florentino ! sufre, sí, sufre; pero lucha y continúa siendo útil, que debes hasta tu último esfuerzo a esta eterna y suprema armonía. «Con todo su cariño, lo saluda su afectuoso. — CARLOS GUTIÉRREZ.-— Agosto 6 de 1908». 61 aquel desenterrador genial de las edades muertas, que día y noche revolvía huesos fósiles, era hipersensible a la idea de la muerte. Su repugnancia por conversaciones tales se hizo mayor después del fallecimiento de la madre, de la esposa y del amigo. | Nótese bien: aquello me lo decía en Abril o Mayo de 1910. Ni les daba importancia a esos hechos anormales, ni creía estar afectado por enfermedad alguna, a pesar de la observación que tenía hecha de que estaba adelgazándose, especialmente en las piernas. Como yo le observase que debía cuidarse y curarse, echó la observación a jarana y la rearguyó afirmando que nada de todo eso valía la pena: que él hacía muy. bien su vida acostumbrada; que comía y digería muy bien; y que no había para qué convertir al estómago en tamiz de drogas. Había estado sufriendo un fuerte dolor en el brazo iz- quierdo, que no sabía a qué atribuirlo, pero lo había hecho desapare- cer a fuerza de frotaciones con aguarrás. La situación era, sin embargo, muy distinta: y aun cuando él no lo sabía con perfecta certidumbre, tampoco podía ignorarlo entera- mente. Quién descubrió que Ameghino estaba enfermo y no levemente fué su amigo Spegazzini. Cuando ambos se trasladaron juntos a Santiago de Chile para asistir al IV Congreso Científico Latino Americano que sesionó desde el 25 de Diciembre de 1908 hasta el 5 de Enero de 1909, ambos viajaron en una misma cabina de vagón- dormitorio, y ambos fueron alojados en una misma habitación de hotel (1). A pesar de la estrecha amistad que los vinculaba desde hacía un cuarto de siglo, nunca habían hecho una vida tan íntima como la que hicieron por entonces: estaban inseparablemente juntos du- rante todas las horas del día y de la noche. Almorzando y comiendo juntos, le llamó la atención a Spegazzini la gran cantidad de agua que Ameghino consumía. (Debe decirse que Ameghino era abstemio y que si por excepción, acompañando a la mesa a algún amigo, be- bía un poco de vino, bebía tan poco que no alcanzaba jamás a media copa de las comunes). Aquella ingurgitación de agua, que en nin- gún caso era menos de un litro y solía ser más en cada comida, nó (1) Emprendieron el viaje el día 22 de Diciembre de 1908 y estuvieron de regreso en Buenos Aires el 21 de Enero de 1909. 62 sólo le llamó la atención a Spegazzini, sinó que le preocupó. Tuvo en seguida la visión de un principio de diabetes. El consumo de agua que Ameghino hacía, ya de suyo exagerado durante las comidas, era pura y simplemente monstruoso durante la noche. Spegazzini echó de ver que no sólo bebía toda la que el mozo del hotel dejaba en un botellón sobre el velador, sino parte de la que dejaba en la jarra sobre el lavatorio. Naturalmente: eso provocaba en Ame- ghino una secreción y excreción de gran cantidad de orina; y la poliuria evidentemente le afligía, porque en una ocasión le dijo a Spegazzini que orinaba con tanta frecuencia como un perro. Ya con la triste visión, pero sin desvelarla, Spegazzini, con hábil disimulo, procuró, por una parte, inducir a su amigo a un menor consumo de agua y, por otra parte, a pensar que aquello no era natural y que, indudablemente, importaba la manifestación del prin- cipio de alguna enfermedad que estaba incubándose en su organis- mo y sería menester curar para que no tomase incremento. Con- testó Ameghino ambas observaciones manifestando que beber mu- cha agua lejos de ser malo es muy bueno porque ella purifica el organismo y que eso del principio de una enfermedad era una pura preocupación: él se sentía perfectamente sano. Terminadas las sesiones del Congreso de Santiago de Chile, am- bos naturalistas se trasladaron a Valdivia, donde hicieron algunas exploraciones. Como Spegazzini estaba persuadido de que una dia- betes empezaba a minar la robusta salud de su amigo, le observaba atenta aunque disimuladamente. Observándole, notó que Ameghino ya no era el infatigable andarín que había sido. Su locomoción, comparativamente con lo que fuera y en relación a lo que comía, era poco ágil y el cansancio sobrevenía pronto. Excusando ese de- caimiento considerable de sus fuerzas físicas, que en concepto de Spegazzini era un principio de propia y verdadera astenia, díjole Ameghino a su amigo que ello era porque le dolía la pierna derecha. Este nuevo síntoma de la enfermedad que Spegazzini veía incubán- dose, le animó hasta pedirle a aquél que le permitiese hacer un aná- lisis químico de su orina. En vano. Para Ameghino, su enfermedad sólo era una aprensión amistosa. La pierna le dolía posiblemente porque allá en los lejanos días de su infancia le había mordido un perro al parecer hidrófobo. (El sabio revelaba hasta en esto, si su E A AAA 63 testarudez de origen lígur, su candor, al mismo tiempo: su ingenuo candor de hombre bueno, optimista y fuerte). Comía excesivamente; y este era otro síntoma que afirmaba la persuasión de Spegazzini. La sed hidrópica que le devoraba le arrastró a un percance con sus ribetes de comicidad. Fastidiado de estar durmiendo en una cabina de vagón de ferrocarril, lo invitó a su amigo para ir a dormir Si» quiera una noche con más comodidad en un hotel; y tendiendo a convencerle para que Spegazzini le hiciera el gusto, le dijo que en la cabina, de puro estar estrecho, le parecía que se ahogaba. No fué posible llegar a un acuerdo y un naturalista se quedó en su móvil alojamiento y el otro naturalista se fué a dormir a un hotel. Allá a medianoche, Ameghino sintió sed y a obscuras consumió toda el agua que contenía una botellita puesta al alcance de su ma- no, sobre el velador. Más tarde, después de haber echado un buen sueño, se despertó y volvió a estirar el brazo en busca de agua. Tanteó sobre el velador inútilmente. No había más agua. Como no fumaba, no tenía fósforos. Se levantó y a obscuras se aproximó al lavatorio llevando en la mano el vaso para servirse del agua que el mozo hubiese dejado en la jarra para su aseo personal, mas no había jarra sobre el lavatorio. Ameghino se quedó perplejo; pero aco- sado por la sed, fuese con el vaso en la mano a buscar agua al azar "por las habitaciones que estuviesen desocupadas. Abrió la puerta de la habitación en que lo habían alojado y fué tanteando los pica- portes de las otras puertas hasta que encontró una de estas a la cual no se le había echado la llave. Se entró por ella y a tientas dió con una cama. Manteniendo el contacto con la cama para llegar sin tropiezo al velador, tocó un cuerpo y sonó un grito. Y en seguida muchos gritos despavoridos, pidiendo auxilio. Era una voz femenina y es de imaginarse el sobresalto de Ameghino, en paños menores, en una ciudad donde no se le conocía y suplicando inútilmente que quien gritaba no se asustase y no hiciese escándalo porque él no era ni un ladrón ni un pícaro, sino un hombre de bien en busca de agua porque lo afligía una sed que le devoraba. Había entrado tan luego en el dormitorio de una jovencita que era hija del dueño del hotel. Cuando éste llegó, despertado por los gritos, también él en paños menores pero con luz y en auxilio de su hija, fueron inútiles las -ex- 64 plicaciones que dió Ameghino para sincerar su presencia en un lu- gar de donde, por cierto, debía estar ausente. Se oyó decir de todo. Aquella noche fué la única vez de su vida que el sabio temió que le aplicasen una paliza. Y si las cosas no pasaron a mayores, fué tan sólo porque se tuvo en cuenta que se trataba de un argentino ilustre que había asistido al Congreso de Santiago. . Disgustado por el percance, Ameghino ya no pudo conciliar el sueño y muy de mañanita se vistió y salió del hotel para que nadie le viese y se fué en busca de Spegazzini, renegando, a contarle el caso, . arrepentido de no haberse quedado a dormir en su compañía en la cabina del vagón. Spegazzini se rió bastante a costa del paso de pochade en que se había visto envuelto su amigo, a quien le contó que por su parte había sufrido asimismo un chasco: algún empleado del ferrocarril, ignorante de su alojamiento móvil, le había echado llave al vagón y a la cabina y cuando él, al despertarse, como de costumbre, muy temprano, quiso hacer uso de su libertad de transi- tar se encontró preso. Pero visto y considerado que él no había an- dado entrándose en pieza alguna de doncella durmiente, no “se re- signó a su prisión; y puesto que no le era posible salir por la puerta, salió por la ventanilla. Ambos amigos gozaron ruidosamente el percance que cada uno de ellos había sufrido aquella noche y pro- metieron no volver a separarse. Pero juntos volvieron a sufrir un percance joco - serio en Valpa- raíso, a donde se habían trasladado desde Valdivia. Y voy a con- tarlo. Ameghino tenía unas ganas locas de comer mariscos. Y Spegaz. zini hacía rivalizar sus ganas con las de Ameghino. Alojados en el hotel Colón, manifestaron el deseo que tenían y se les contestó que en la casa no podía ser satisfecho porque no disponían de más pes- cado que pejerrey de Buenos Aires; pero que serían servidos si se tomaban la incomodidad de trasladarse al restaurant Brunel, cuyas señas les dieron y era una casa especial para el caso. Y camino del restaurant Brunel se fueron ambos amigos. Ya sentados a la mesa, pidieron ostras frescas y no había. Les ofrecieron mariscos de Juan Fernández, que consumieron; sopa de pescado, que también consumieron, hallándola muy exquisita; y un pastel de «jeifa» (cangrejo pequeño), que dividió las opiniones de > - 4 : a id ti o ii A EI E AEREA A 65 ambos amigos. A poco de empezar a comer el pastel, Ameghino hizo un gesto de disgusto y le preguntó a Spegazzini si no le parecía que el pastel tenía cierto sabor extraño. Spegazzini discrepó; pero Ameghino se negó a seguir comiéndolo, quedando la mitad de su pastel en el plato. Spegazzini acabó con su ración. Ya terminado el almuerzo, a pesar del asfixiante calor ambiente fuéronse de paseo hasta Viña del Mar; y como sintieran ambos mucha sed, se entraron en una taberna frecuentada por soldados. No había allí más bebidas que «chicha» que, por supuesto, ninguno quiso, y «bils». Resignados al «bils», consumieron una botellita cada uno y continuaron su pa- seo. El «bils» estaba caliente y fué bebido casi con disgusto, nada más que para aplacar en alguna forma la sed. De regreso en Valparaíso, ambos amigos se dispusieron a comer; pero tan pronto como les hubieron servido el primer plato, Spegaz- zini se sintió descompuesto y se retiró de la mesa a toda prisa. El famoso pastel y el no menos famoso «bils» producían, por fin, su efecto de vomitivos. Como Ameghino notara que Spegazzini tardaba demasiado, fuese en busca de él, encontrándole en el dormitorio, presa de una fuerte depresión nerviosa, después de haberse aliviado. Ameghino hizo ruidosa chanza a propósito del pastel de «jeifa» y se volvió al comedor desde donde le hizo llevar a Spegazzini una copa de cognac que éste le había pedido. La noche tenía cariz de noche de perros para Spegazzini, cuando Ameghino volvió al dormitorio para recogerse. No pasaba hora sin que aquél se viese obligado a levan- tarse para ir al excusado. Mientras tanto, Ameghino, por cada viaje forzoso de su amigo consumía un vaso de agua; y en un momento dado tuvo picarescamente esta reflexión: —¡Buena suerte que yo le tomé mal gusto al pastel y sólo comí la mitad! ¡En buenas andanzas estaría a estas horas si lo hubiese consumido todo! Spegazzini, a pesar de su descompostura, gozó la observación rién- dola en grande. Pero héte aquí que allá como a la una de la mañana, Ameghino también se sintió mal y empezó las disparadas en competencia con su amigo. Aquello fué un verdadero match de desesperaciones, en el cual a medida que Spégazzini se calmaba, Ameghino ¿cómo lo diré? se enardecía. Y debe decirse que sin menoscabo para el buen humor, » 66 porque Spegazzini, cuando aquel lo urgía, repetía la observación de su amigo: —¿Qué sería si usted se hubiese comido todo el pastel! Para hacer la referencia de ese percance, ambos amigos usaban | este estribillo: —Cuando sufrimos en Valparaíso un principio de envenena- miento... Ameghino sufrió en esa misma ciudad otro chasco que merece ser contado. Paseándose por una de las principales calles, vió expuestas en un escaparate unas magníficas manzanas. (Las manzanas gozaron siem- pre de todas sus predilecciones). Penetró al comercio, pidió media docena de ellas y se las entregaron muy cuidadosamente acomoda- das en una bolsita de papel de embalar. Al pagarlas, notó que le cobraban por ellas una exorbitancia, más no objetó el precio, por lo espléndida que era la mercadería. Reunido con Spegazzini a la hora del almuerzo, díjole muy engo- losinado que a los postres iban a comer unas magníficas manzanas. (Aún las tenía empaquetadas y así las colocó en una extremidad de la mesa). . —Comeremos,—dijo Spegazzini. Ya en los postres, Ameghino desenvolvió su envoltorio, sacó de él una manzana y con verdadera glotonería la puso en el plato, invi- tándolo a su amigo a imitarlo. Imagínese quien lea cual sería su cómica sorpresa y su azorado desencanto cuando al entrar la punta del cuchillo en la fruta de sus amores, no sólo entró el cuchillo sino que corrió el riesgo de entrar también el puño. La manzana era de «papier maché». Recién después de sufrido el chasco y aturdido por las carcajadas de Spegazzini y por las propias, se acordó que efectivamente había hecho la compra de las manzanas en una mercería! La virtud de vivir con demasiado celeridad y su excesiva cortedad de vista anduvieron estrechamente del brazo en esa emergencia. ws Mientras tanto, corría el año de 1909 y la terrible enfermedad que minaba el organismo de Ameghino acentuaba sus síntomas, sin que 67 el sabio se decidiese a percatarse de ello. Continuaba haciendo de prisa su vida intensa, investigando y produciendo. Pienso que estaba entonces en el apogeo de sus investigaciones y sus producciones; en la plenitud de la genialidad de su videncia. Atendía con su acos- tumbrada regularidad ejemplar sus funciones como Director del Museo; preparaba dos tomos de los «Anales» que edita esa institu- ción; concurría febrilmente a la organización de algunas secciones del Congreso Científico Internacional Americano y del de America- nistas, que habrían de celebrarse en Buenos Aires a mediados de 1910; redactaba una decena de monografías; contestaba la, para cualquier otro que no fuese él, aplastante correspondencia que mantenía con gran número de cienciados de todas partes del mundo; y se disponía a nuevas y mayores empresas en sus estudios a propósito del orígen del hombre. Spegazzini habíale revelado a Rodolfo Senet (que era otro íntimo del sabio) la terrible persuasión que le afligía; y ambos, valiéndose de todo género de eufemismos en el lenguaje y de rodeos en la mani- festación de sus propósitos, procuraban inducirlg a Ameghino a que se sometiese a un tratamiento. En vano. El se mostraba irreductible. No quería que se le hablase de una enfermedad que él «no tenía». _Pero la diabetes continuaba su obra destructora. Una especie de - nueva juventud refloreciendo imperativamente y ocasionándole dia- rios desgastes de energías físicas, pudo inducirle a creer en la nece- sidad de segundas nupcias, mas no a ver una posible causa de lesión orgánica. Spegazzini veía cada vez más claro en su visión dolorosa: pero para que ni él ni Senet volviesen a la carga, Ameghino empezó a guardar la más impenetrable reserva con respecto a las anormali- dades orgánicas que sufría. Y si se intentaba hablarle de ellas, se rebelaba. Un día en que Spegazzini con su estudiada y cuidadosa cautela le insinuó nuevamente la conveniencia de que le permitiera hacer un análisis de su orina, Ameghino acabó por no poder con su genio y estalló en la amenaza de que si aquél volvía a hablarle de eso, rompería para siempre la afectuosa amistad que los había vin- culado durante tantos años. Spegazzini le tranquilizó y acabó por guardar silencio, tanto más apenado cuanto más equivocado lo veía a su amigo. 68 Y llegó el año de 1910. Y las tareas de todo orden a que el sabio vivía entregado, se multiplicaron. Produjo una docena de monogra- fías; concurrió tan asiduamente como siempre al Museo, que empe- zÓ a ser frecuentado (1) por distinguidos hombres de ciencia lle- gados de todas partes del mundo, para asistir a las distintas seccio- nes del: Congreso Científico de ese año; empeoró las condiciones de su vida, porque por no quedarse a dormir en Buenos Aires se veía obligado a viajar en el tren de las 6 y 12 de la mañana; publicó un tomo de los «Anales»; elevó al Ministerio de Instrucción Pública su célebre instancia sobre el desastroso estado del Museo; contestó cen- ' tenares de cartas y de notas de su correspondencia oficial y privada; se multiplicó a sí mismo para asistir a las sesiones de las distintas secciones de aquel Congreso; en compañía de Cavazzutti hizo una excursión al Sur de la provincia de Buenos Aires, que se prolongó desde el 2 hasta el 12 de Abril, después de haber estado haciendo, pocos días antes, investigaciones en General Belgrano, en el centro de aquella misma provincia; desde el 29 de Mayo hasta el 13 de Junio, agravada su deplorable situación física ya conocida con una fuerte y molesta influenza que no mereció en momento alguno sus cuida- dos, regresó nuevamente al Sur de Buenos Aires, acompañando a (1) Si debe admitirse, haciendo el honor debido a la manifestación del propio sabio, de que el fallecimiento de su madre y de su esposa fueron la causa de la enfermedad que lo consumía y de la cual no se daba y no quería darse cuenta, deben también eceptarse como causas concurrentes el <«surmenage» de que me ocupo y la aflicción permanente a que le condenaba el estado lastimoso de su Museo. Se verá más adelante la referencia de Mercante al único día que Ameghino se lo pasó sin hacer nada y sin saber qué hacer de sí mismo y lo que él dice en el «Informe elevado a! señor Ministro de Justicia e Instrucción Pública por el Director del Museo Nacional de Historia Natural sobre el desastroso estado actual de este establecimiento»: «Hace como quince años uno de los más célebres naturalistas contemporáneos, que fué nues- tro huésped durante un par de meses, al visitar el Museo y darse cuenta de las riquezas que ence- rraba en contraste con el edificio que las alberga, exclamaba: — «¡ Es un tesoro en el barro l» — y los numerosos sabios extranjeros que con motivo de las fiestas del Centenario, y los diversos con- gresos científicos visitaron esta capital, se han quedado asombrados de encontrar el Museo de H's- toria Natural de la República Argentina en las condiciones indicadas. , «En el estado de desarrollo, progreso, civilización y riqueza, por el cual atraviesa la República Argentina, el estado en que se encuentra este Museo por lo que a edificio e instalaciones se refiere constituye una mancha, un lunar que desdice de nuestros adelantos y de nuestra decantada civilza- ción,... lunar que es necesario desaparezca cuanto antes... «... Van diez años que por él y por honor del país hago el papel de mendigo: mi decoro no me permite continuar desempeñando tan triste papel. Cuando se me ve por el Ministerio, se acuerdan del Museo, y todos con una sonrisita, que parece tuviera algo de irónica, me hacen la consabida pregunta: — «¿Y? ¿Cómo anda esa mudanza?...» «... En esta lucha de diez años, en los que he visto fracasar sucesivamente todas mis iniciativas respecto a una decente instalación del Museo, hasta aquellas que me parecían más seguras y que merecíanme fe, puesto que reposaban sobre una ley de la Nación, he gastado mis energías y me encuentro exhausto de fuerzas para recomenzar esa lucha en las mismas condiciones». — > 69 una comisión de cienciados norteamericanos(1), que deseaban cer- ciorarse de visu acerca de la formación de las capas geológicas de Necochea; desde el 10 hasta el 13 de Diciembre hizo una rápida ex- cursión en Banderaló, y preparó sobre su mesa de trabajo una gran cantidad de materiales de su museo particular necesarios para entre- garse a la redacción de una gran obra sobre los peces fósiles de Pa- tagonia. La labor propia, la que él se imponía, febriciente y casi desespe- rada, hecha galopantemente al son de aquel su estribillo de—<«tengo tanto que hacer!»—y el «surmenage» físico intelectual a que le obli- garon los Congresos del Centenario que lo tuvieron por alma, pre- cipitaron malditamente la agravación de su mal. En efecto: todos aquellos síntomas que desde hacía dos años ve- nían manifestándose en él (adelgazamiento general y de un modo especial en las piernas, hambre insólita, polidipsia, poliuria, etc.) y que él no había tenido en cuenta para nada, empezaron a acentuarse con rapidez y gravedad a fines del año 1910 y principios del año 1911. Durante la noche del sábado 11 de Febrero de ese último año (2), se despertó bajo la impresión de un torpor que le había invadido toda la pierna derecha. Con alcohol alcanforado que tenía a la mano se dió fuertes fricciones sin que el torpor desapareciese. Como no hubiese desaparecido tampoco al levantarse él por la mañana, y an- tes por el contrario el pie le doliese mucho, pidió en la tarde, más o menos a las tres, que se le diese agua caliente en una cuba y se dis- puso a infligirle al pie un formidable baño. Colocó la cuba debajo de su mesa de trabajo, introdujo en ella el pie y se entregó a la ta rea de escribir. Escribió como dos horas, sin acordarse para nada del baño que estaba dándole al pie. Allá cuando se dispuso a calzarlo no fué chica su sorpresa viendo que en el dorso de aquél aparecía una gran mancha violada, cuyos límites se delineaban con un borde perfectamente marcado. El día después, o sea el lunes 13 de Febrero, (1) Merece referirse que durante esa excursión, Cárlos Ameghino tuvo ocasión de poner en evidencia sus magistrales conocimientos pa'eontológ:cos. Herlidcka divisó en la arena un diente y se lo hizo notar a aquél, que miró y dijo fulminantemente: — «Es un premolar superior humano». —-Grande fué el asombro de Herlidcka y de cuántos le acompañaban cuando recogido el diente, se negó primero y se confesó después la rigurosa exactitud de la clasificación. (2) Desde el día 3 de ese mes había dejado de concurrir con su acostumbrada asiduidad 'a des- empeñar sus funciones en la Dirección del Museo. Viajó algunos días y algunos otros no viajó. Lo que quiere decir muy claramente que los dolores periféricos debieron tenerlo a mal traer. , 70 decididamente ya no pudo trasladarse al Museo. Pocos días basta- ron para que aquella mancha que él creyó de origen traumático fue- se poco a poco poniéndose negra y el borde pronunciándose de. un modo tal que se distinguía netamente que ella interesaba todo el espesor de la dermis. Por la solución de continuidad que se formó entre la piel normal y los bordes de dicha mancha, salía un pus san- guinolento... No era otra cosa que una escara gangrenosa diabé- tica, que cayó dejando una gran llaga. Y bien: o Ameghino deseaba evitar a los suyos la aflicción de sa- berlo enfermo y gravemente enfermo o su testarudez genuinamente lígur no quiso que él viese claro. Ni aun en presencia de semejante manifestación trágica de su enfermedad se avino a la idea de estar enfermo. Les decía a sus hermanos Juan y Carlos que una vez des- aparecida aquella llaga, habría desaparecido el dolor de su pierna y desapareciendo éste, ya estaría él completamente sano. En la llaga se aplicaba Dermatol! Pocos días antes, el jueves 2 de Febrero, almorzando con su pri- mo hermano el doctor Arturo Ameghino (que el sábado 4 de di- cho mes embarcaríase en viaje a Europa), entre broma y broma le había dicho que estaba enfermo; y su primo, que es médico y no te- nía noticia alguna de su enfermedad, viéndole de tan de buen color y tan de buen humor como de costumbre, echó a broma la afirma- ción y tomándole risueñamente el pulso le dijo que si todo el mundo hubiera estado como él los médicos no tendrían nada que hacer. Ha de verse más adelante como la poderosa naturaleza del sabio no le rindió a la enfermedad que lo llevó a la tumba todos los tributos sintomatológicos que ella reclama. Y de ahí el fácil engaño de su primo el médico. Corría Febrero y el estado del enfermo se agravaba, sin que hu- biese fuerza humana capaz de convencerle de que debía someterse a un tratamiento. Condenado a no poder calzarse, y, por lo tanto, a estarse prisionero en su casa, no por eso se daba sosiego. Sólo por momentos y sin duda cuando los dolores eran más acerbos, guar- daba cama. Y conste que digo guardaba cama, por mero modo de decir, porque se recostaba completamente vestido o quitándose apenas el saco. Como su dormitorio y su comedor sólo estaban sepa- rados por un zaguán, cada vez que abandonaba la cama se trasla- , 11 daba junto a la mesa y sentándose en una mecedora se entregaba a la tarea de continuar su obra Origen poligénico del lenguaje o a la revisión de la traducción de.su Filogenia al francés. Sus herma- nos procuraban inducirle a que siquiera usase un bastón para cami- nar, mas no pudieron lograr que lo usase. Hubo momentos en que no pudo escribir por su propia mano y no tuvo más remedio que valerse de su hermano Juan para hacer cualquier enmienda. Peor fué Marzo (1). Tanto que la intervención amistosa de Spegazzini y el deseo de los suyos acabaron por obtener que el día 21 de ese mes, corisintiese que su hermano Carlos fuese en busca de Cavazzutti, (que acababa de regresar de una larga excursión al Sur), ya no en su calidad de excelente amigo, según lo había visita- do siempre, sino en su carácter de médico. Frente a frente los dos amigos, uno tal vez dispuesto a continuar disimulando su mal y el otro firmemente dispuesto a no dejarse en- gañar, Cavazzutti obtuvo que Ameghino asintiese ¡pon fin! a que se hiciese un análisis químico de su orina. Ante el «caso» y antes de que ese análisis fuese hecho, Cavazzutti se quedó perplejo. Todos los autores tratadistas de la diabetes es- tán concordes en admitir que las personas afligidas por esa enfer- medad se adelgazan de un modo tal que la delgadez suele alcanzar los límites de la más extremada flacura y por consecuencia se va produciendo una carencia general de fuerzas especialmente en el sistema nervioso central. Von Noorden sostiene que el coma es la consecuencia definitiva de las condiciones de debilidad del cerebro. Y nada de todo eso sucedía en Ameghino. Aún cuando el adelgaza- miento de sus extremidades inferiores había empezado dos años y medio antes, a raíz del fallecimiento de su esposa, su madre y uno de sus amigos, la delgadez, muy lejos de alcanzar un grado apre- ciable, más bien pasaba desapercibida. La debilidad general no se había producido en él y tanto menos la cerebral. Otro de los sín- tomas que acompaña comúnmente a la diabetes es la carie de los (1) Y con ser peor, Ameghino que amaba al Museo por sobre todas las cosas, encontró, yo no sé cómo, las fuerzas fís:cas necesarias para trasladarse a Buenos Aires los días 11 y 18, haciendo servir de lazarillo a su hermano Carlos, movido por el deseo de conferenciar una vez con el señor "Ministro de Instrucción Pública y otra vez con el señor Secretario de la Comisión Nacional del Cen- tenario, acerca de la construcción del palacio para instalar definitivamente a aquella institución. ¡Qué calvario debió ser para él, con su pie derecho de Ecce Homo, trepar las escaleras del Ministe- rio... «E se non piangi di ché pianger suoli» ? 72 dientes y a veces hasta la caída total de ellos. Y en Ameghino sólo se advirtió una leve estomatitis, a pesar de la cual conservaba una dentadura de acero. Otro síntoma, eñ fin, el de la pérdida de la po- tencia viril, admitida indiscutidamente por todos los clínicos, tam- bien faltó en él; y faltó hasta tal punto que sufrió en sus noches verdaderos accesos atormentadores, que le obligaron a recurrir a hurtadillas, para eso, nada más, a la existencia de un médico amigo. Ni palidez, ni disturbios digestivos, ni furunculosis, ni cesación de la producción del sudor. En una palabra: faltaban en nuestro enfer- mo casi todos los síntomas más desveladores de la terrible enferme- dad que ya lo tenía doblado. El mismo fenómeno clínico por el cual hizo su explosión la enfermedad,—y bien se entiende que me refie- ro a la zona gangrenosa del pie derecho,—tuvo un proceso a todas luces anómalo; a tal punto que ese fenómeno, según se verá más ade- lante, es siempre el último síntoma somático que anuncia la muerte. Cavazzutti, intrigado, pero dispuesto a ver claro, se trasladó en seguida a casa de Spegazzini (cuya íntima amistad con Ameghino conocía), movido por el deseo de obtener mayores datos, durante se producía el examen químico de la orina. Las observaciones cuidadosas y persistentes que tenía hechas Spegazzini acerca del estado de salud del común amigo, bastaron para convencerle de la existencia real de la diabetes; pero se resol- vió a esperar el análisis para proceder con absoluta certidumbre. El análisis, producido el día 24, reveló todo el terreno que la im- placable enfermedad tenía ganado. Ya con él en la mano, Cavazzutti tuvo un rasgo de profunda lealtad y de modestia. —Amigo mío—le dijo al enfermo—yo sé la poca o ninguna con- fianza que le merecemos a usted los médicos. He tenido ocasiones para saber su último pensamiento al respecto, oyéndole hacer afir- maciones que me llenaron de asombro. En todas ellas guardé si- lencio por deferencia para con el amigo y por no entrar en discusio- nes inútiles. Pero ahora que he venido por primera vez a su casa en mi carácter de médico, mi deber es decirle a usted que vive funda- mentalmente equivocado por todo lo que se refiere a su enferme- dad. No hay para qué referirla a ninguna mordedura de perro hi- drófobo sufrida por usted en su niñez. Usted está seriamente mal y su estado no permite ni hablar con subterfugios, ni perder tiempo. NS 3 dE 75 La gravedad de su estado, infortunadamente, es manifiesta. Usted, como se lo tiene dicho tantas veces nuestro común amigo el doctor Spegazzini, está enfermo de diabetes; y su diabetes, que es de ori- gen central, avanza con síntomas alarmantes. No tiene usted más remedio que someterse a un tratamiento higiénico-dietético y entre- garse a un reposo intelectual absoluto, que dure por lo menos seis meses. Deploro profundamente que el viaje que tengo resuelto ha- cer a Europa no me permita continuar siendo su médico. ¿Qué he de hacerle? Usted sabe que yo partiré dentro de pocos días. Llame al médico en quién tenga usted más confianza y haga al pie de la letra lo que él le ordene. Ese es el precio de su vida. Ameghino pareció convencerse. Oyó, calló y recibió de labios del médico, más que médico amigo, el tratamiento que debía seguir. Prometió que lo seguiría... Cavazzutti se sintió un poco feliz cre- yéndolo así. No hubo tal. El hombre de trabajo no se dejaba doblar por el cuerpo enfermo. Siguió, es verdad, en cuanto le fué posible el régimen higiénico-dietético, pero siguió también los impulsos de su impenitente actividad y a tan gran prisa como en los mejores días de su vida. No perdonaba siquiera la correspondencia. Leía y con- testaba. Contestaba con mano ajena, pero contestaba. Sin duda, vis- to que a pesar de todo no se moría, se sintió fuerte. Como Cavazzutti lo tenía todo preparado para embarcarse en viaje a Europa el día 4 de Abril, el día 2, visto que el mal estaba estacio- nario, después de despedirse de Ameghino en la tarde, prometién- dole que le enviaría por escrito amplias instrucciones, para que si- guiese al pie de la letra un régimen y prometiéndole asimismo que se llevaría una copia de ese régimen para consultarlo con el ilustre Murri, tan pronto como llegase a Italia (1) con cargo de escribirle desde allá lo que Murri aconsejase, bien quitando, bien agregando instrucciones. (1) Cavazzutti, en efecto, tan pronto como hubo llegado a Italia se trasladó a Bolonia, donde se vió con Murri. Refiriéndole al eximio clínico, el «caso» Ameghino, Murri se resistió a creer en la posibilidad de la irrupción del mal por la zona necrótica en el pie. Para el eximio clínico italiano, cuya erudición es no sólo extensa, sino también extraordinaria y maravillosa, el «caso» Ameghino, presentado así, es el único en la historia de la medicina. Equival- dría—dentro de los síntomas somáticos—a la producción del fin antes del principio. Por lo demás, el tratamiento prescripto por Cavazzutti, encontró la absoluta aprobación de su maestro y amigg tanto más cuanto que no hay discusión posible acerca del tratamiento terapéutico “de la diabetes. 76 Y en la noche de ese mismo día, antevíspera del de su partida, Cavazzutti, en efecto, le escribió a Ameghino, cuanto paso a trans- cribir: La Plata, Abril 2 «de*1911. Doctor don Florentino Ameghino: Carísimo amigo: Ví en el Museo, en el laboratorio de don Carlos,.el pan de gluten que él había comprado para usted. Está muy bien. Eso me demuestra que usted está dispuesto a atenderse debidamente. Así debe de ser. Su vida, más que a usted mismo, le pertenece a la ciencia, a la cual usted se la ha consagrado con rara genialidad desde niño. Tiene, pues, que dedicarse a conservar su preciosa salud, porque es necesario que su existencia siga siendo grandemente eficaz y productiva como ha sido hasta ahora. El hecho de que usted se haya decidido a someterse a tratamiento, me ha inducido a redactar las reglas que le adjunto por aquello de scripta manent... con lo que le sigue. Adjúntole, además, una receta (1), de la cual he hecho uso, desde hace quince años, con verdadera eficacia, en los casos de depresión intelectual, y que también es indicada contra la diabetes. Está formada, como usted ve, de glicerofosfatos y de nuez vó- mica, con otros ingredientes secundarios. Tengo la plena seguridad de que si usted hace uso de mi receta, le sentará muy bien y usted quedará muy satisfecho de ella. Por supuesto, usted me producirá una profunda satisfacción es- cribiéndome a Ravenna, enterándome de su salud, que confío, estará pronto restablecida. Lo que será una gran alegría para quien, despidiéndose nueva- mente de usted, lo saluda muy afectuosamente. ESTEBAN CAVAZZUTTI. (1) He aquí dicha receta: (hicorofostato de calcio oasis Ea gramos 3,80 Glicerofosfato de magnesia ..... ........ ? E y 0a.... gramos 1,20 » a AS E Glicerofosiato de Hierro ii rss ? 0.30 MAH Aun cn ia dais ee y A EXtACIOo de RUC VÓMICA cos caoccitnon corroe oe gramos 0,10 ClorkidTa10. de PEpsida Vo. coio co nar oro carndanc oo. q gramos 1,00 Dividida en 18 sellos. ST IT III NA III TÍ P. D. Dicho remedio debe usted tomarlo a razón de tres sellos por día: uno a la mañana, media hora antes del café; uno, media hora antes del almuerzo; y uno, media hora antes de la cena. Puede repetir la receta por dos veces consecutivas, suspender por seis días y reco- menzar. Et tout de suite. RÉGIMEN DEL DIABÉTICO Para lograr buen éxito en el régimen del diabético es necesario tener sumo cuidado de no hacer trabajar el órgano afectado: su descanso es elemento esencial en el tratamiento de la enfermedad. Y en el caso de que la enfermedad haya estallado de una manera rápida, brusca y con caracteres de gravedad, entonces el descanso absoluto de él, por un tiempo relativamente largo, se impone como conditio sine qua non. Hay que reintegrar las funciones del ór- gano afectado, para que el organismo marche fisiológicamente; y luego, cuando el análisis de las orinas indique una diminución no- table de «glucosa», entonces y sólo entonces se recomenzarán (para venir al caso concreto) los trabajos intelectuales con un sistema metódico, sin excederse nunca y alternando los paseos higiénicos a los estudios, y los estudios mismos cambiando los asuntos. Trabajo intensivo, nunca, jamás. | Y ahora he aquí dicho régimen: _La indicación principal consiste en evitar todo lo que pueda ex- citar la producción del azúcar y su acumulación en la sangre. La supresión de los hidratos de carbono no tarda en realizar en los diabéticos la diminución considerable y hasta la desaparición com-. pleta de la glucosa. Luego: 1 Suprimir todo alimento que produzca azúcar. 2” Combatir la azoturia por un régimen apropiado. Según Gautier, puede tolerarse la «Levulosa», que es un azúcar especial, pues no pasa a la orina, o, por lo menos, su presencia no es apreciable en ella. También pueden permitirse ciertas legumbres que, según Kúlz, son ricas en «Inulina» e «Inosina», no en almidón ordinario, y cuyas substancias no pueden trocarse en glucosa; tales son por ejemplo, 78 los garbanzos, alcachofas, judías verdes, achicorias, lechugas, car- dos, cebollas, puerros, hongos y salsifíes (estos son exquisitos san- cochados y luego saltados con manteca y condimentados con queso rallado). Igualmente se le pueden consentir a los diabéticos algunos otros alimentos vegetales cuya riqueza en almidón varía de 1 a.7 por ciento y determinadas frutas: espárragos, rábanos, berros, espina- cas, pepinos, coliflores, repollos, choucroute, membrillo, damascos, almendras, nueces, frambuesas, grosellas y aceitunas. La cocción hace perder a las legumbres una parte del azucar y de sus hidratos de carbono, según lo demuestra el siguiente cuadro: Coliflores ..........oooo.o.o.m=z».. crudos 3,2 % cocidos 1,4 % ESPRIACAS > 3 di a Ib >» 8/0 » » -.18 » Repollos:. Bruias A MR » 32: Lo ESDITADOS: 0 daa ad 0 AO > 1,6 » RADO annie a cr EN MEE LS 2,4 » El pan de trigo contiene 45 por ciento de almidón. Esto es dema- siado y se ha tratado de reemplazarle por diversas preparaciones: pan de glúten, de almendras, de inulina y de avena. El enfermo se cansa generalmente muy pronto de estos productos, de los cuales algunos contienen almidón en excesiva cantidad. Es preferible a to- dos el pan de avena y la papa cocida para reemplazar el pan común, lo cuál es menos penoso para el diabético y así no se aumenta sen- siblemente la cantidad de azúcar de la orina. En los diabéticos se reemplazan los hidratos de carbono por cuer- _ pos grasos: mantequilla, tocino (mejor es la gordura del jamón), grasas y aceite. La crema de leche centrifugada contiene muy poco azúcar y puede prestar grandes servicios. La leche debe ser tomada con moderación. - Las especias y los condimentos suelen ser necesarios para la diges- tión de las grasas y se pueden consentir principalmente la canela, lo mismo que el te, el café y el vino puro, a condición de regular bien la cantidad. á He aquí, según Lyon, el régimen de los diabéticos: Potages — Permitidos: Todos los grasos, el caldo sin huevos bati- dos, la sopa de hierbas (sin nabos ni zanahorias) y los caldos de puerros y papas. 79 Prohibidos: Sopas de pan, fideos, (a excepción de los de glúten), guisantes partidos y sopas de leche. Grasas: (Estas reemplazarán a los alimentos hidrocarbonados) : tocino, manteca, caviar, atún al aceite, sardinas, gordura del jamón, gordura de aves, pasteles de «foie-gras» y médulas de vaca. Carnes: Todas pueden permitirse, muy moderadamente, pero a la parrilla, asadas o cocidas; nada de salsas con harina. Pueden permitirse los huevos en cualquier forma. Los moluscos y crustáceos son consentidos, excepto las ostras. Todos los pescados pueden permitirse a condición de no estar re- vestidos de pasta. Legumbres: Se podrán comer espinacas, coles, coliflores, judías verdes, apio, lechuga, escarola, salsifíes, berros, alcachofas, rábanos y berengenas. Exclúyanse las remolachas, acederas, zanahorias, na- bos y tomates. Prohíbense toda clase de pasteles y confituras. Puede tolerarse algunas veces el cacao sin azúcar. Prohíbese el pan común, que puede ser reemplazado por las pa- pas o el pan de gluten, etc. (las variedades anteriormente indica- das). No se autorizan ni los harinosos ni las pastas alimenticias. Las bebidas azucaradas también se prohiben. El enfermo beberá agua (mejor sería de San Pellegrino), te o café sin azúcar. Postres: Permítense quesos fermentados, nueces, almendras, gro- sellas, manzanas, peras, naranjas, membrillos, cocidos sin azúcar. Gautier, hace el cálculo siguiente para un régimen de diabético que pierde de 40 a 42 gramos de azúcar por día: | CONTENIDO att A | gramos calorias calorías calorías Carne vacuna u ovina, sin hueso... .... 900 180 40,8 3,2 Fan de Pienso cade ca 70 35 10,3 Legumbres verdes ¿ii liióda e... 300 16 2 MS Papas ........ E A A sols 60 0,8- 0 0,7-12 ESCASO A tar oa iS 170 23 2 1 Crema de leche ........ . ERAS 100 37 22"7 4,2 Manteca y grasa... ....ocoooo.. bd dad 100 1 85 0,7 CI o A A Y o 60 19 17 ¡40 de alcohol) Vino ..... E A ES 500 1 2 Calorías correspondientes ........ ...... 1,121 | 1,600 186 80 Este régimen, según Gautier, sólo introduce 45 gramos 4 de ma- terias amiláceas, o azucaradas, en vez de 300 gramos, que es la ra- ción ordinaria; y sin embargo produce 3,227 calorías en veinticuatro horas. Estos regimenes pueden variarse hasta el infinito. Y por último, como nociones generales, tengo que añadir que no se debe comer demasiado, sino muy despacio, absolutamente despa- cio y masticando mucho. El antiguo precepto de que para conservar la salud sería menester levantarse de la mesa con el deseo de vol- verse a sentar, es santo precepto para los diabéticos. Sólo siguiendo estas indicaciones se podrán conservar íntegras las funciones del hígado y las gastrointestinales y preservarse de las auto- infecciones, tan perjudiciales para todos y particularmente para los diabéticos. Y, sobre todo: guardarse de los alimentos averiados: voila Pennemi. Ameghino siguió ese régimen en todo cuanto fué compatible con su inquietud por hacer. Y es menester no olvidar que la primera prescripción médica, era precisamente la que le imponía la más absoluta inacción mental. El mal parecía estacionario, mas no era así, ni podía serlo tampoco, sea por la naturaleza misma del mal, de suyo incurable, sea por el estado avanzadísimo en que ya estaba, tal como habría sido imprescindiblemente necesario. Tanto, que, el 26 de Abril, Senet, sintiéndose alarmadísimo después de visitar al enfermo, se trasladó a casa de Spegazzini para decirle que, en su opinión, las cosas andaban muy mal y para ponerse de acuerdo con él acerca del modo cómo podría obtenerse que Ameghino permitiese que le asistiera alguno de los mejores médicos metropolitanos. Am- bos amigos, afligidísimos, llegaron a ponerse de acuerdo en la nece- sidad de apelar a una mentira piadosa para obtenerlo. Y esa men- tira santa consistiría en hacerle creer al enfermo que los amigos de la Sociedad Científica Argentina, alarmados ante la persistencia del mal que le tenía alejado del Museo, habían resuelto instar ante él para que permitiese que se le trasladara a un sanatorio bonae- . rense, donde sería cariñosa y esmeradamente atendido y donde po- dría ser frecuentemente visitado por sus amigos. Puestos así de acuerdo Senet y Spegazzini, le. pareció a éste que el médico a quien debía apelarse era el doctor Wernicke, distinguido especialista en el tratamiento de la diabetes, con quien no tenía, infortunadamente, s1 mayor relación, pero hasta quien podría llegar con entera eficacia mediante una carta del doctor Arata. Y así se hizo. El día 29 de Abril Spegazzini, en posesión de esa carta, se entrevistó con el doctor Wernicke, a quien impuso del plan combinado con Senet y quién se mostró con la mejor buena volun- tad del mundo para secundar dicho plan. Quedó resuelto, en atención a que el doctor Wernicke estaba sobrecargado de ocupaciones que él avisaría el día en que le resul- tase posible trasladarse a La Plata, a fin de que Spegazzini fuese a esperarle a la estación del ferrocarril. Ese día fué el 7 de Mayo. El distinguido especialista desempeñó a las mil maravillas su do- ble misión de embajador y de médico. Obtuvo del enfermo todo cuanto la piedad amistosa de Senet y Spegazzini anhelaba. La invo- cación que hizo el doctor Wernicke del interés de todos los amigos de la Sociedad Científica Argentina dobló todas las resistencias del enfermo, que, después de asegurarse de que aquél le visitaría diaria- mente—esto es: que sería su médico de cabecera—accedió a ser trasladado el día después, al sanatorio del doctor Castro, donde también se instalaría la señora tía del sabio que, desde que éste dejó de hacer su diario viaje al Museo, se había instalado en su casa para atenderle como una madre. El señor Elías Vieyra Belén, compañero de viaje de Ameghino, contrató el mismo día las dos habitaciones en aquel sanatorio; y Spegazzini, a fin de evitarle molestias al enfermo, obtuvo que el jefe de la estación del ferrocarril del Sud hiciese colocar uno de los vagones de primera clase que correrían con el tren que sale a las 7 y 15 ante meridiano frente a la puerta de acceso a la oficina de encomiendas, para que aquél pudiese llegar en pocos pasos desde la calle hasta el vagón. Pocos minutos antes de las 7 de la mañana del día 8 de Mayo, Spegazzini y Vieyra Belén, llegaron en el automóvil de éste a la casa del sabio. Iban llenos de satisfacción y de esperanza, porque confiaban en la buena suerte con que el doctor Wernicke, auxiliado por otros médicos de su talla, procedería a la amputación del pie derecho completamente necrosiado ya, operación que ya desde an- tes de ser realizada permitía descontar un 50 por ciento de proba- bilidades de que el sabio podría vivir diez años más y que de no 6 82 realizarse, reducía a sus más extremos límites la duración de una vida cuya pérdida importaba una resta inavalorable para la ciencia, para la patria y para la humanidad. La testarudez lígur que el día anterior había tenido un minuto de docilidad, quebrada por la ternura del recuerdo de los amigos, ha- bía reclamado todos sus derechos. Ante el descomunal asombro de Spegazzini y Vieyra Belén, el enfermo declaró que no se move- ría de su casa. Se le hicieron reflexiones. Se procuró encontrar - una brecha para llegar hasta su corazón. Todo fué inútil. —Si he de morir, quiero morir en mi casa, dijo Ameghino; y la resolución fué irrevocable. Sus amigos se retiraron de su lado con llanto y desesperación en el alma. Aquello era el principio del fin. En la casa todo siguió después como antes de ese día. El enfermo esperando siempre una reacción a todas luces imposible; y los su- yos afligidos por la persistencia de un mal que no cedía, pero afe- rrados a la áncora de salvación de la esperanza porque el sabio es- peraba. Cruel consigo mismo (1) en la misma proporción o en pro- porción mayor que como había sido bueno para con todo el mundo, confiaba en el vigor de su naturaleza extraña que burlaba hasta los (1) Don Juan Ameghino, el mayor de los dos hermanos del sabio, que le sobreviven, entre- gado a la tarea de poner un poco de orden en los papeles que habían quedado en el dormitorio del extinto, encontró al dorso de una tarjeta de invitación para asistir al Tedéum en conmemo- ración del Cl aniversario de nuestra Emancipación política y de una tarjeta de felicitación para el año 1906, del propio sabio, las siguientes anotaciones: | | | | | > -—- 83 síntomas somáticos obligados en el terrible mal que lo iba minando y trabajaba, trabajaba siempre, urgido por su estribillo :— y * q 7 ñ á - + - y ce , 4 ki , » e de SN b A ó -, . , 4 ' ko y F . DR. FLORENTINO AMEGHINO 1854 — 1911 (DE LOS «ANALES DEL MUSEO NACIONAL DE HISTORIA NATURAL» DE BUENOS AIRES) PRÓLOGO El lamentado fallecimiento del doctor Florentino Ameghino (1) dejó vacante desde el mes de Agosto de 1911 la Dirección del Museo Nacio- nal de Historia Natural, que tanto honrara el extinto con sus impor- tantísimos trabajos científicos. Mi primera preocupación al recibir en Europa el ofrecimiento, en nombre del excelentísimo señor Presidente de la Nación, de este elevado puesto, ilustrado por Burmeister, Berg y Ameghino, fué honrar la me- moria de mi ilustre antecesor inmediato en las páginas de estos «Ana- les», donde queda consignada la mayor parte de su labor científica de los últimos años. Admirador sincero, desde hace mucho tiempo, de la personalidad de Ameghino, no me encontraba sin embargo en condiciones de emitir un juicio autorizado sobre su obra (a pesar de haberla seguido siempre con grande y patriótico interés) por no haber cultivado especialmente las ramas científicas en que Ameghino ha desplegado su maravillosa y fecunda actividad. Por otra parte, mi alejamiento de la patria me hacía más difícil con- sultar las fuentes necesarias para compilar siquiera una biografía y bibliografía más o menos completas que no es posible redactar de me- moria, por más atentamente que se haya seguido la obra de un investi- gador. Felizmente el doctor Juan B. Ambrosetti, Profesor de la Universidad de Buenos Aires, quiso encargarse a mi pedido, de preparar el artículo (1) El doctor Gallardo, que al producirse el fallecimiento del sabio residía temporariamente en París, al conocer la desgraciada noticia le escribió a don Carlos Ameghino en estos términos: «Estimado señor: Con el mayor sentimiento me he impuesto de la triste noticia del lamentado fallecimiento de su ilustre hermano, el doctor Florentino Ameghino. Profeso el más profundo respeto por la extraordinaria obra científica del doctor Ameghino y apreciaba como merecen las grandes dotes de carácter que lo adornaban, así que valoro la irreparable pérdida que su 'des- aparición significa para la ciencia argentina. Reciba usted, su infatigable colaborador de toda la vida, mi más sentido pésame por esta cruel desgracia. Lo saluda con su más distinguida consideración. — A. Gallardo». 21 100 necrológico y la completa bibliografía del doctor Ameghino, que enca- bezan el presente tomo de los «Anales». Nadie se encuentra en mejores condiciones que el doctor Ambrosetti para exponer en una vista sintética la obra colosal de Ameghino, de quien fué durante largos años amigo y confidente y con quien ha cola- borado en muchas cuestiones comunes a los campos de actividad de ambos sabios argentinos. El artículo que va a leerse resume con toda imparcialidad y exacti- tud la obra de mi ilustre predecesor, sencilla y brevemente presentada con la ciencia y conciencia que caracterizan a las producciones todas del doctor Ambrosetti. Podemos, así, apreciar una vez más la evolución intelectual de Ame- ghino, de este prodigioso trabajador, aislado en nuestro raro ambiente científico, en medio del cual se destaca como un ombú en esa pampa argentina, a cuyo estudio dedicó gran parte de su vida laboriosa para descifrar sus misterios geológicos y paleontológicos. No sin emoción se siguen los progresos de este sabio solitario, for- mado casi sin maestros por el estudio directo de la naturaleza, desde que comenzó sus colecciones infantiles de fósiles en las barrancas de los ríos pampeanos hasta alcanzar las más altas situaciones científicas en nuestro país, conquistando al mismo tiempo la reputación universal que ha adquirido hoy su nombre. : Al artículo necrológico y bibliográfico se agrega el Mensaje y Pro- yecto de Ley del Poder Ejecutivo Nacional, autorizando la erección de un monumento que deberá colocarse en el futuro Museo de Historia Natural para perpetuar la memoria de su gran director Florentino Ame- ghino y el proyecto presentado por el diputado nacional, doctor Fran- cisco P. Moreno a la Cámara de la cual es miembro, autorizando la adquisición con destino al Museo de las colecciones, biblioteca y manus- critos del sabio (1). No puede dudarse que ambos proyectos merecerán una favorable acogida del Honorable Congreso y que serán dentro de poco con- vertidos en leyes de la Nación. El complemento necesario de estas leyes será la construcción de un edificio adecuado para la nueva instalación del Museo Nacional, requerido desde hace largos años por el creciente desarrollo de la institución, que hace peligrar hoy día su existencia por la acumu- lación de riquezas en su antiguo y estrecho local, donde ya no es posible estudiarlas ni siquiera almacenarlas en forma conveniente. En el futuro edificio, cuya construcción espero podrá comen- (1) El Director de esta edición oficial de las OBRAS COMPLETAS Y CORRESPONDENCIA CIEN- TÍFICA DEL DOCTOR FLORENTINO AMEGHINO, hará figurar toda esa documentación en el corres- pondiente capítulo del presente volumen. | ) Í 101 zarse en breve según el plan iniciado por el Excmo. señor Ministro .de Justicia e Instrucción Pública, doctor Juan M. Garro, podrán ex- hibirse dignamente los tesoros de nuestro Museo, que harán de él en época no muy lejana, uno de los más interesantes del mundo, y habrá sitio para alojar las colecciones particulares de Ameghino a la sombra de la estatua que perpetúe materialmente su memoria. La instalación del Museo en un local adecuado ha sido la constan- te preocupación de los directores Berg y Ameghino. Por mi parte, aun descuidando toda obra científica personal, he de concentrar especialmente mi esfuerzo en obtener la traslación del Museo a un edificio digno de su importancia, de manera que sea posible con- tinuar la investigación metódica de nuestras riquezas naturales y realizar por fin los propósitos sociales de instrucción general que corresponden a un Museo moderno, el cual constituirá en su con- junto el mejor monumento que el país pueda elevar a las ciencias naturales y a quienes en su cultivo se han inmortalizado. ÁNGEL GALLARDO. Buenos Aires, Abril de 1912. DOCTOR FLORENTINO AMEGHINO (1854 —1911) Defiriendo al pedido que me hiciera el nuevo Director del Museo Nacional, mi distinguido colega y amigo doctor Angel Gallardo, no he podido menos que aceptar el encargo de escribir esta reseña biográfica del ilustre argentino cuyo nombre encabeza estas líneas, creyendo no sólo corresponder a este honor sino también rendir un homenaje de jus- ticia al que en vida fué no sólo un maestro sino también un afectuoso compañero y amigo. La unánime manifestación de duelo que provocó su desaparición, exteriorizada en la prensa, en las escuelas, en la cátedra y en las publi- caciones diversas, ha dado a conocer los rasgos principales de su per- sonalidad, así como también un gran número de datos sobre su vida y su carácter. A nosotros, con más tiempo y después de haber pagado también nuestro tributo a la primera impresión dolorosa de este luto nacional, nos toca hacer resaltar las conquistas científicas que consiguió, gracias a su gran actividad intelectual y a su labor prodigiosa. Muy raros serán los ejemplos de que un solo hombre, en treinta y cinco años de lucha incesante, haya podido transformar completamente la paleontología, la geología y la paleoantropología de una región, y más aún, coronar su obra con síntesis filosóficas de tal genialidad, que harán 102 colocar su nombre al lado de los más grandes naturalistas modernos (167) (142) (1). Hijo de sus obras, autodidacta puro, tuvo la suerte incomparable de poder leer en el gran libro de la Naturaleza, desde casi, puede decir- se, sus primeros años, con un talento extraordinario y sin prejuicios de ninguna especie. A esto sobre todo, y a su preparación posterior sólida, que le pro- porcionó una vastísima erudición cuidadosamente seleccionada, es que debió Ameghino el éxito legítimo de sus trabajos. Puede decirse, sin exagerar, que toda su cerebración se había adaptado íntimamente con sus estudios predilectos, y esto.le propor- cionó un golpe de vista tan certero que pocas veces lo engañó, facili- tándole el encadenamiento de los hechos y filosofando sobre ellos con tal lógica, que tuvo forzosamente que llevarlo a las conclusiones a que arribó, como dijo el doctor E. L. Holmberg en la bellísima página que su muerte le inspirara (2): «construyó un castillo del cual nadie po- drá desalojarlo, aunque le derrumben algunas torres y almenas en el ataque». Su obra es vasta y de varias fases, las que aun cuando todas ellas tengan íntima conexiórt, para poder darse cuenta de su importancia y magnitud conviene estudiarlas por separado, y esto es lo que trataremos de hacer, aunque sea ligeramente, en las páginas que siguen. SU OBRA PALEONTOLÓGICA Desde 1871 (3) hasta 1875, aprovechando su estadía en Mercedes, Ameghino ya tenía reunido un buen material de fósiles pampeanos y su estudio le permitió llamar la atención desde aquella localidad sobre algunas especies nuevas (3). (1) Los números colocados entre paréntesis corresponden a los que llevan los diversos trabajos publicados por el doctor Ameghino y que se hallan más adelante, en la bibliografía que sigue a este artículo. (2) Ameghino: Página editada por la Escuela Norma! M'xta de Gualeguaychú en el 57% ani- versar:o del nacimiento de Ameghino. (3) En 1871 era nombrado Subpreceptor de la Escuela de Luján, habiendo dejado de ser alumno de la Escuela Normal de Buenos Aires, dirigida por Luis J. de la Peña, y se hizo cargo de su puesto, profundamente minado por una gran anemia que casi le impedía cumplir con su deber. El mismo doctor Ameghino me ha referido que no podía caminar dos cuadras sin tener que sentarse en el umbral de alguna puerta, vencido por la fat'ga. Como alguien le aconsejara el ejercicio, con su voluntad de acero se propuso poner en prác- tica el consejo, y así, poco a poco, pudo llegar al río donde al principio trataba de pescar para entretenerse, hasta que un día, viendo sobresalir de la barranca un hueso fósil, lo extrajo, quedando intrigado por el hallazgo, y llegó a interesarse tanto por esto, que buscando fósiles en las horas libres, hizo la vida del gran aire y sin apercibirse se halló sano, lo que le permit:ó hacer largas excursiones a pie sin molestia alguna. Una mezcla de interés científico y de gratitud por los fósiles decidieron la suerte de su vida ad (*) El doctor Ambrosetti ha querido referirse en este caso al nombramiento para subprecep- tor en la Escuela de Mercedes, en 1869, y no a la de Luján, que fué en 1867. (NOTA DE A. J. T.) A e a e di A 77 es JS Y AURA AAA A e E Pt nitrilo : Y Se PL co 8 AC Fino OÉS IAE A E). 2 0A-P Eg A os EL, PES ES HÉARA TA VA . a Rev bso 10 CEDIDO A AAA AUTÓGRAFO DE AMEGHINO 104 La falta de bibliografía, la necesidad de buscar un ambiente pro- picio para tomar definitivamente la mano a estos trabajos y el deseo de conocer todo el material de fósiles sudamericanos exis- tentes en los museos del viejo mundo, le hicieron redoblar sus es- fuerzos de coleccionista, y hombre de rápidas resoluciones trató de formar una colección lo suficientemente'numerosa para expo- nerla en París y venderla, a fin de que con su producto pudiera no sólo visitar los museos y estudiar las diversas series de los tipos ya publicados sino también costear la publicación de sus dos pri- meras obras (15) y (22) que le darían desde ese momento notoriedad científica (1). Producido el viaje en 1878 y expuesta su colección en la Sección argentina de la Exposición Universal de París, Ameghino pudo realizar sus deseos, y no sólo ensanchó sus conocimientos generales con todo lo que pudo ver y observar en aquel gran certamen y en aquella gran ciu- dad, sino que también viajó a Londres, a Copenhague, etc., vinculán- dose con los naturalistas como Owen, Flower, Cope, Reinhardt, Pou- chet, Gaudry, Paul y Henri Gervais y otros, estudiando las colecciones del Museo y Escuela Normal de París, del Colegio de Cirujanos y el British Museum de Londres y del Museo de Copenhague, etc., sin con- tar el pleno conocimiento que tenía de todos los ejemplares existentes en el Museo y en poder de particulares en Buenos Aires. De modo que a los veinticuatro años, Ameghino poseía bien estudiado todo el material existente hasta la fecha de fósiles sudamericanos, y es- tudiado sobre todo de visu, y con este capital se comprende como, dada su actividad, concibió y llevó a cabo con Henri Gervais la publicación de su valioso libro sobre los mamíferos fósiles de la América del Sur (15), en el cual se describen muchas especies desconocidas hasta enton- ces, unas setenta sobre un total de trescientas. Ante este resultado, Ameghino se expresa proféticamente en el prólogo que: «si bien este primer número parece algo exagerado tenemos la certeza de que es aun inferior a la realidad», y aplicando su lógica razonadora continúa: «bastaría para convencerse de ello enumerar el corto número de localidades de ese vasto territorio hasta ahora explotadas bajo ese punto de vista y recordar que, el mayor número de restos que en él se han encontrado y que están actualmente depositados en las colecciones, se hallan en mal estado y que los naturalistas a menudo han titubeado en establecer sobre ellos especies nuevas, aunque hasta cierto punto estuvieran auto- rizados a eso por la inspección de los caracteres distintivos muy pronunciados que presentan.» (1) Poseemos un ejemplar del Catálogo de la colección llevada a París (10), muy raro ya, escrito a mano sobre piedra litográfica y reproducido por ese procedimiento en una corta tirada de ejemplares. A 105 Vuelto de Europa, Ameghino vuelve a sus exploraciones y re- hace su colección de fósiles que presenta el año 1882 (1) junto con la del señor Larroque en nuestra primera Exposición Continental, publicando sus catálogos (24 y 25). Los resultados de su viaje a Europa y su previsión de haber cons- tituído el corpus de los fósiles sudamericanos conocidos hasta entonces, unido al conocimiento de visu que de ellos tenía, empezó a dar resulta- dos, y el año 1883 la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba recibía en las páginas de su «Boletín» un primer trabajo destinado a poner or- den en la embarullada clasificación del grupo de los Gliptodontes (29), debida al conocimiento imperfecto de las piezas típicas por parte de los autores que se habían ocupado, o por curiosos errores cometidos en la reconstrucción de los esqueletos (2). En este trabajo, escrito con mesura, se puede notar el espíritu de orden y verdad que lo animaba, así como el deseo de ser útil y enca- minar el estudio de la paleontología por un sendero seguro y práctico despojándolo de las brozas que lo tenían interceptado. Aun cuando por su fecha de aparición, 1884, su gran trabajo Filogenia (34) sea posterior a otros, me consta, así como también lo dice la fecha del prólogo, que estaba terminada en 1882 (3). Esta obra, cuyo conocimiento es tan útil para darse cuenta del criterio que tuvo Ameghino para sus trabajos paleontológicos, era el complemento indispensable del corpus de los mamíferos sudame- ricanos para poder trabajar sobre una base y un método seguros. Completamente posesionado de la teoría de la evolución, creó su sistema de clasificación transformista basado sobre las leyes natu- rales y proporciones matemáticas, como él mismo tituló su libro, (1) En esa Exposición tuve oportunidad de conocer al doctor Ameghino, y sin presentación previa alguna, notando el interés que manifestaba por las piezas expuestas, desde el primer momento y olvidando nuestra diferencia de once años de edad, que en aquella época represen- taba mucho, pues yo tenía apenas 17 años, fué tan deferente conmigo que no só'o me obsequió con todos sus trabajos, sino que me trató desde entonces como colega, brindándome su franca amistad sin excusarse de perder muchos momentos conmigo, hablando de fósiles, ya en mi «casa, visitando mi colección particular, o en su famosa librería del Gliptodonte, donde nunca olvidaré la prueba de estimación que le merecí al hacerme conocer las primicias de Filogenia, cuyas páginas, aún inéditas, me explicaba con ese calor sincero de maestro desinteresado que todos le hemos conocido. É (2) Notable, entre otras cosas, son la cuestión del plastrón ventral de estos animales, ideada por Burmeister, y la cola de un Hoplophorus aplicada por Owen al esqueleto de un Glipto- donte del Museo del Co!egio de Cirujanos de Londres. (3) En su conferencia: Visión y Realidad (52), dada en la Velada Científica que en home- naje a su fundador, doctor Estanislao S. Zeballos, organizó el Instituto Geográfico Argentino en 1889, el doctor Ameghino recordó que le debía la publicación de Filogenia, y relatando el hecho terminó diciendo: «Cuando más tarde se trace la historia del desenvolvimiento de las Ciencias Naturales en nuestra querida patria, los que tal hagan, averiguarán muchas cosas que hoy con- viene callar; pero se acordarán también de esto: ese amigo a quien se debe la publicación de Filogenia era el hoy Ministro de Relaciones Exteriores, doctor Estanislzo S. Zeballos, a quien en los tres últimos lustros transcurridos, el progreso intelectual de la República le es deudor de señaladísimos servicios». 106 dando una síntesis de su modo de ver en su conferencia a la me- moria de Darwin en el Instituto Geográfico Argentino el 19 de Junio de 1882 (27). Las grandes leyes filogenéticas establecidas por Ameghino en su obra son las siguientes: «Los órganos análogos y homólogos que forman el esqueleto se han constituído desde un principio en número completo, sin que después en el transcurso del tiempo hayan aparecido nuevas partes análogas u homólogas de las primeras» (pág. 162). «Dos o más huesos que en el transcurso de su evolución se atro- fian y unen íntimamente entre sí, no vuelven a adquirir individua- lidad propia como carácter normal, pero pueden en algunos indivi- duos aparecer aislados transitoriamente como casos de atavismo confirmativos de esta ley». «Todo órgano que por una atrofia continuada desaparece com- pletamente, no vuelve a reaparecer sino como anomalía transitoria y atávica» (pág. 166). «Todo órgano que en alguno de los mamíferos actuales o extin- guidos se presente de un tamaño anormal ya por su excesiva pe- queñez, ya por su excesivo desarrollo, posee un carácter de adapta- ción producido por modificación, por diminución en el primer caso, por modificación, por aumentación en el segundo, y tuvo tamaño nor- mal en los mamíferos que directamente precedieron a aquellos que lo poseen anormal» (pág. 253). Como puede verse por este pequeño extracto, en Filogenia, Ame- ghino desenvolvía todo un sistema de clasificación sobre leyes que re- sultaban producto de una lógica de hierro, las que trató de demostrar y desarrollar en las cuatrocientas páginas de su libro, páginas llenas de copiosos datos ilustrativos que no pueden dejar duda alguna en cuanto a lo esencial de su construcción. Al terminar su obra, Ameghino dejaba de ser el simple naturalista especialista, para presentarse ante el mundo científico como un filó- sofo de alto pensamiento, que aportaba a la teoría de la evolución una de las más fuertes columnas que debían de sostenerla. Todo este conjunto, al parecer ficticio y teórico necesitaba ser apli- cado en la práctica para demostrar su utilidad. La sola fauna fósil pampeana era por demás insuficiente para poder llegar a algún resultado, pero como si la clarividencia excepcional de Ameghino le hubiera hecho presentir lo que iba a suceder, de acuerdo con lo expresado en la introducción de sus mamíferos fósiles (15), la ocasión no tardó en empezar a presentarse. El mismo año 1883, en seguida de sus trabajos sobre los Gliptodontes (29), un acontecimiento destinado a revolucionar los conocimientos 107 paleontológicos de la República se produjo: me refiero al descubri- miento de la fauna fósil del Paraná. Si bien es cierto que ya Bravard había hecho mención de ella, su muerte desgraciada y el poco interés que despertaron sus colecciones, conservadas en cajones en el Museo Nacional, habían hecho pasar des- apercibido este horizonte paleontológico, cuya importancia comprendió Ameghino, gracias a los pacientes trabajos del Profesor Pedro Scala- brini, su colaborador sincero y desinteresado. A la primera monografía (30) publicada por la misma Academia Nacional de Ciencias de Córdoba (1) en Marzo, en la que consig- naba la presencia de tres géneros nuevos: Toxodontherium, Scalabri- nitherium y Ribodon y nueve especies también nuevas, siguió otra en Junio basada sobre una nueva colección enviada por el mismo Profesor Scalabrini, por intermedio del doctor Estanislao S. Zeballos (31). En su breve introducción, Ameghino así se expresaba respecto de los nuevos materiales: «Esta nueva colección no le cede en importancia a la primera. Varias piezas vienen a aumentar el conocimiento de algunos de los géneros anteriormente establecidos, y otras a revelar la existencia de nuevas formas desconocidas, sin rivales ni análogas en ninguna otra región del globo, que colocarán a los yacimientos del Paraná a la cabeza de los más importantes para el conocimiento de la antigua fauna mamaló- gica sudamericana.» En este trabajo, lo primero que hace Ameghino es rendir un justo homenaje a Laurillard, identificando su famoso Megamys patagonensis, fundado sobre una tibia y una rótula, halladas por D'Orbigny en el Río Negro y que aquel paleontólogo no trepidó en atribuir a un roedor de la talla comparable a la de un buey, con un gran trozo de mandí- bula recogido por Scalabrini (2). En esta monografía de 104 páginas da a conocer ocho géneros y once especies nuevas. Llamado Ameghino a dictar un curso en la Universidad de Córdoba y premiado por la Academia Nacional de Ciencias con el muy merecido título de Doctor honoris causa, se consagró de lleno al trabajo, hasta que reunida otra colección por el Profesor Scalabrini, se trasladó al (1) La Academia Nacional de Ciencias de Córdoba puede ostentar entre sus muchas buenas obras, la protección decidida que desde el primer momento ofreció al doctor Ameghino, com- prendiendo la importancia de sus trabajos y la sinceridad de sus conv'cciones. (2) He aquí cómo se expresa Ameghino respecto de este hallazgo (página 59 de su Me- moria): «Unos cuantos golpes de pico dados en las barrancas del Paraná, poniendo a la luz del día una página inédita de la historia de nuestro globo que nos da a conocer toda una fauna perd:da, han arrancado a la vez de las entrañas de la tierra varias partes características del enigmático roedor, que se nos aparece respondiendo al llamado que de él hizo el ilustre sabio, cuarenta” años ha, cuando el nombre de Laurillard es de ultratumba y sus sucesores se elevan incrédulos ante las inducc:ones del genio y de la ciencia !». 108 Paraná, donde pudo estudiar rápidamente las formaciones de sus ba- rrancas, y a su vuelta preparó una tercera Memoria sobre aquellos fó- siles (35) que apareció en 1885. En este trabajo describió dieciséis géneros y treinta y cinco especies nuevas, dando ya la fauna del Paraná, gracias a los esfuerzos de Sca- labrini y estudios de Ameghino, la suma de sesenta y dos especies de mamíferos, en su mayor parte desconocidos hasta entonces!! Esto era toda una revelación para el mundo científico, y lo que es más interesante aún, es que en esa Memoria ya estudia las relaciones de los diversos grupos, comparándolos con sus similares del pampeano y esboza los movimientos de las faunas a través de los antiguos conti- nentes. Un movimiento especial de interés por los fósiles del Paraná se esta- bleció a raíz de las publicaciones de Ameghino, y hasta el doctor Bur- meister se interesó por ellos, enviando a aquella localidad al natura- lista viajero del Museo, adquiriendo además la colección formada por uno de los vecinos de allí, el señor León Lelong, y hasta publicó una entrega de los «Anales» del Museo con descripciones de los restos de la colección Bravard y otros adquiridos posteriormente. Intertanto se había fundado el Museo Provincial de Entre Ríos en la ciudad del Paraná, a cuyo personal tuve el honor de pertenecer, y reunidas nuevas colecciones, como siempre, se pusieron a disposición del doctor Ameghino, quien no tardó en publicar en 1886 su cuarta Memoria sobre los mamíferos fósiles de aquella vieja fauna (40). Este trabajo valioso, de más de doscientas páginas, en las que revé, critica y completa todo lo hecho hasta la fecha, con diagnosis de todos los géneros y con novedades, termina con una sinopsis de todas las es- pecies conocidas, las que alcanzaron la suma de ochenta y dos!! Llamado para ocupar la Subdirección del Museo de La Plata en 1886, queda sorprendido de los hallazgos efectuados en Monte Hermoso por el joven Carlos Burmeister y resuelve visitar el yacimiento, lo que efectúa al año siguiente, recogiendo durante su estadía tal cúmulo de datos interesantes que no pudo menos que exteriorizar sintetizándolos en un admirable artículo publicado en » Colpodor Formación Patagónica Horizonte del Pyrotherium » Astraponotus » » Notostylops » » Caroloameghinia Cretáceo superior. . Formación Guaranítica Horizonte del Proteodidelphys 1 F dE Horizonte del río Tarde con pequeños ! io e j abigarrados. [ z : a ) Cretáceo inferior.. | l mamíferos indeterminados. A este cuadro agregaba estas palabras muy significativas: «Comme on peut le voir par ce tableau, la Faune Santacruzienne, qui appela tant Pattention du monde savant, en relation des plus anciennes faunes de la méme contrée, résulte étre, une faune tres récente. «Dans un de mes travaux je dis que les ongulés de ces formations an- - ciennes se relient les uns aux autres et semblent converger vers un type unique avec la seule exception du Pyrotherium qui parait completement isolé. Aujourd'hui, le Pyrotherium non plus ne fait pas d'exception, car on a trouvé une quantité de formes intermédiaires qui le relient aux au- tres ongulés, et Pon peut suivre sa phylogénie, pas a pas, jusqu'au Pro- teodidelphys.>» Y más adelante agrega: «L'origine des ongulés reste des maintenant completement dévoilée; ces animaux dérivent directement des marsupiaux primitifs de la famille des microbiotherides. En Patagonie on les surprend au moment méme de leur origine et aussi au moment de leur diversification.» En esta Memoria funda el orden de los Protungulata, cuyo género principal (Caroloameghinia) dedica a su hermano Carlos, descubridor de las faunas mamalógicas de Patagonia. Y al mismo tiempo una serie de otros géneros en honor de naturalistas y paleontólogos como Osborn, Marsh, Scott, Thomas, Woodward, Koken, Haeckel, Lemoine, Leidy, Rii- timeyer, Milne-Edwards, Zittel, Gervais, Owen, Cope, Flower, Lydekker, 114 Gaudry, lhering, Trouessart, Filhol, Darwin, Huxley, Schlosser, en su mayor parte muertos ya, pero cuya memoria hacía revivir, resucitando las más antiguas formas de mamíferos extinguidos. Una nueva Memoria (121) aparecía un año después, dedicada a estas - faunas con un gran número de especies, y simultáneamente otra (120) estudiando la fauna mamalógica del horizonte del Colpodon, que re- presenta la de la base de la Formación Patagónica o base del terciario. En las tres Memorias mencionadas, el número de animales nuevos dado a conocer, es enorme; suman en total trescientas cincuenta y tres especies pertenecientes a ciento treinta y tres géneros (1). Estas cifras asombraron a los especialistas y no pocos se resistían a aceptarlas y otros las tomaban con beneficio de inventario. En los ana- les de la Paleontología creo que nunca se vió cosa parecida y sin em- bargo los hechos estaban patentes y hablaban, por fortuna, demasiado claro; así es que, especie o género a corregir más tarde o sinónimo más o menos por imperfección de alguna pieza típica, eso no modificaría mayormente la inmensa riqueza paleontológica de Patagonia, ni podría obscurecer jamás el enorme esfuerzo de estos dos hermanos, que traba- jando por un ideal tan alto y desinteresado, se habían complementado tan admirablemente. (1) En una Memoria posterior (131) Ameghino describía aún los resultados del último viaje de Carlos, y con esos materiales y otros de otras formac'ones daba a conocer 74 géneros y 144 especies nuevas. : Uno de los cargos que se le hicieron, por los que lo combatían y que al mismo tiempo no lo conocían, fué el de que multiplicara los géneros y especies, sin razón y valido de que trabajaba principalmente sobre material prop'o y que suponían lo ocultaba con miras egoístas. ¡Cómo se equivocaban los que así pensaban, y más de uno de ellos, cuando conocieron después sus procederes, hubo de arrepentirse de no haber acudido en tiempo oportuno a su afortunado rival y sin haber perdido el tiempo en trabajar inútilmente a ciegas haberle exigido o simp!emente pedido que les mostrase sus piezas típicas, a lo que él, como me lo declaró muchas veces y lo comprobó con los hechos, jamás se habría negado ! Entre otros, el doctor Olfield Thomas, del British Museum, y el profesor William B. Scott, de la Universidad de Princeton, pueden dar fe de lo expuesto; este último trae la siguiente decla- ración al iniciar su estudio sobre los desdentados fósiles de Santa Cruz: «It has been my privilege to study all of the principal collections of Santa Cruz fossils, inclu- ding almost all of the types. «These collections are, in addition to the one at Princeton, those of the American Museum of Natural History, New York, the Munich Museum, the British Museum, the La Plata Museum, and, most important of all, the private collection of doctor F. Ameghino. Abundant use has been made of the free permission accorded me to figure and describe such material as suited my purpose. «As this volume may fall into the hands of some who will have no opportunity or occasion to consult Volume 1 of these Reports, it will not be superfluous to repeat here a number of state- ments from the general editorial preface. «In the spring of 1901 the writer found it neccesary to visit the Museum of La Plata and Buenos Aires and study the collections there gathered. He is glad of this opportunity to express his feelings of profound gratitude to those who did everything in their power to render these investigations helpful and satisfactory. «Doctor Fiorentino Ameghino, now director of the National Museum at Buenos Aires, but then living in La Plata, permitted the freest possible use of his great private collection of Patagonian fossils, a collection which is specially valuable because it contains by far the largest number of the type specimens of the genera and species named from Patagonian horizons». («Mammalia of the Santa Cruz Beds. Part. 1, Edentata». Introduction by WiLLIiam B. ScoTtT, Princeton -Uni- versity). , 115 Después de esta suma de labor, que representa la descripción y es- tudio de más de mil especies nuevas, puede decirse que la obra del pa- leontólogo ha terminado. _Posesionado de ese rico material, sin desdeñar el estudio de otras novedades que puedan llegarle o que vayan surgiendo de la revisión de su rica colección particular, Ameghino se propone aprovecharlo como filósofo naturalista, persiguiendo la solución de los múltiples problemas filogenéticos que rigen la ley de la evolución, y así publica una serie de monografías llenas de interés y repletas de datos comprobatorios so- bre la línea filogenética de los Proboscídeos (119); el origen de los roedores y de los Polimastodontes (122); sobre la morfología filogené- tica de los molares superiores de los ungulados (128); sobre el tipo primitivo de los molares plexodontes de los mamíferos (129); sobre la perforación astragaliana, demostrando que es un carácter adquirido y no primitivo (132 a 136); sobre el ningún valor como carácter primitivo de la faceta articular inferior única del astrágalo (138); sobre el arco escapular de los desdentados y monotremos y el origen reptiloide de estos dos grupos de mamíferos (151), etc.; revelando en todas ellas una se- guridad en el manejo de los materiales y un conocimiento tan completo del asunto tratado, que asombrarían si no se estuviera al tanto de los antecedentes expuestos y no se conociera el sólido criterio con que tra- bajaba. Más tarde, al tratar los Litopterna, vuelve a hacer mención de las facilidades presentadas para su estudio por el doctor Ameghino. «The memoir on the Litopterna was originally to have been written by the late Mr. Hatcher, tut through his lamented death, the work has devolved upon myself. Unfortunately, during my. visit to La Plata, my limited time was so fully taken up with other groups of Santa Cruz fossils, A ss that it was impossible for me to make any satisfactory studies of the Litopterna in the co!lec- tions of doctor Ameghino and the La Plata Museum. This lack has, to some extent been repaired by the kindness of doctor Ameghino, who has with his usual courtesy sent me excellent photo- graphs and plaster-casts of nearly all of his types of the Santa Cruz Proterotheriidae and these have proved very helpful in the determination of the genera and species». En las monografías de esta Universidad de Princeton, aparecidas hasta hoy, donde se revén las determinaciones del doctor Ameghino y se ilustran las colecciones recogidas por los natu- ralistas Hatcher y Peterson, en Santa Cruz, enviados por dicha Universidad, podemos ver lo siguiente: Monografía sobre los Marsupiales por William H. Sinclair, además de los fósiles determinados por Ameghino, se describe una especie nueva (vo!. IV, Paleontología). Monografía sobre Desdentados, por el profesor William B. Scott. Además de los fósiles deter- minados por Ameghino se corrige un género haciendo otro nuevo, se funda otro y se fundan, además, siete especies nuevas (vol. V). En la monografía de los insectívoros del mismo autor no se halla modificación alguna. En la , monografía sobre los Glires o Roedores, se fundan seis especies nuevas, dedicando una de ellas al doctor Ameghino (Perimys Ameghinoi Scott) (vol. V). É En la monografía sobre los Tipotherios del señor W. C. J. Sinclair, no hay novedad alguna (volumen VI). Y por fin, en la de los L'topterna, el profesor Scott funda, además de las conocidas, cuatro nuevas especies (vol. VII). Y todavía puede dudarse de la gran riqueza paleontológica de Patagonia y de las determina- ciones de Ameghino cuando, a pesar de haber espigado en campo virgen y con tanta hartura, aún pueden hallarse novedades, y cuando colecci más copi y cómodamente reunidas, como las amer:canas, no hacen más que comprobar la seriedad de su modo de trabajar. 116 SU OBRA GEOLÓGICA Y PALEOGEOGRÁFICA La gran contribución aportada por Ameghino al esclarecimiento de. los problemas geológicos y paleogeográficos de esta parte del conti- nente, fué naturalmente el resultado de sus estudios paleontológicos, y los diversos descubrimientos y las diversas teorías emitidas por nuestro sabio fueron todos sincrónicos con las diversas faunas estudiadas por él. Y esto se comprende perfectamente. En las formaciones sedimentarias los únicos que pueden con seguridad establecer sus edades respectivas son los fósiles y en las de origen terrestre o subaéreo, los reptiles o ma- míferos que son los mejor conservados, siendo éstos últimos los que a su vez pueden presentar mayores y más variados caracteres que per- mitan reconstruir sus diversos estadios de evolución. Si en alguna parte los fósiles han podido representar mejor su papel de medallas de la creación ha sido en la Argentina, y ellas han tenido un numismático eximio en Ameghino. De acuerdo con lo que expresé en el capítulo anterior, este hombre extraordinario tuvo la oportunidad única no sólo de prepararse como ninguno con su corpus de los mamíferos conocidos en su tiempo y su sistema filogenético de clasificación sino que fué a él a quien tocó es- tudiar por vez primera y paulatinamente grupos de animales de faunas diversas que por el conjunto de sus caracteres hablaban demasiado claro a su mente preparada y sin prejuicios de su estadio de evolución y por consiguiente de su edad respectiva. Y si a esto se agrega el conocimiento personal de los yacimientos o los preciosos datos que le remitía su hermano Carlos, que formado por él desde sus primeros años, resultó después un observador de la natu- raleza insuperable, no será difícil darse cuenta del inmenso servicio que prestó al estudio de la geología con sus numerosas publicaciones, que se vió obligado a hacer ya sea para dar cuenta de sus nuevos tipos y faunas o ya para discutir juicios críticos que sus émulos le prodigaron aquí, en Europa y aun en Estados Unidos y a quienes pudo fácilmente vencer en este terreno porque ninguno poseía las mismas armas con que él combatía. El profundo conocimiento de toda la bibliografía sobre la materia que leía y anotaba cuidadosamente aun en sus momentos de trabajo más intenso, unido a una memoria prodigiosa, hacían de Ameghino un ene- migo formidable que bajaba fácilmente a la palestra, con mayores datos y nuevos argumentos. Y no se crea que fuera reacio a modificar sus opiniones toda vez que hallase elementos de convicción; por el contrario, fué uno de los raros ejemplos de hombres altamente liberales en su modo de pensar, y gra- Dr ¿ | 117 cias a esto no trepidaba en corregirse en trabajos posteriores, sin vio- lencia alguna y siempre en obsequio a la verdad, que era lo único que sinceramente perseguía. Oía a sus contrarios, a sus amigos y a sus colaboradores, entre los cuales tuvo algunos de mucho valer y que le prestaron con sus estudios grandes servicios, y entre éstos no debemos olvidar al sabio director del Museo de Sáo Paulo, su gran amigo el doctor Hermann H. Ihering (1). * De acuerdo con su sistema y desde el principio de sus estudios paleon- tológicos trató de documentarse bien sobre la Formación Pampeana: un ensayo primero (2), un libro después (16) y casi otro en seguida (22) un segundo tomo fueron los resultados de sus primeros estudios. Contra la opinión casi general reconoce que Bravard es el que más se ha acercado a la verdad respecto de la edad de la formación Pampeana terciaria superior o plioceno; haciéndose paladín de la opinión de que ella corresponde al terreno terciario superior de Europa (22 Il pági- na 344). | 3 Interesante e instructivo en grado sumo es seguir la discusión soste- nida en las páginas siguientes por Ameghino, probando este aserto y en ella se puede notar la enorme suma de conocimientos personales que tenía de esta formación y de su fauna, y aplicando el criterio del porcentaje de especies extinguidas (90 %) demuestra que sólo puede compararse con el plioceno de Europa y nunca con el cuaternario. Al terminar el Capítulo XIII (22 11) se expresa de este modo: «A una formación que presenta una fauna semejante, es una aberración con- siderarla como cuaternaria; en la escala geológica, ella no puede en- contrar colocación fuera de los terrenos terciarios». «Para juzgar de la época geológica de las formaciones sudamerica- (1) Correborando lo anterior y aun cuando la cita sea un poco larga, no resisto al deseo de transcribir los interesantes párrafos del doctor Ihering defendiendo al doctor Ameghino sobre su facilidad de modificar sus opíniones de acuerdo con los nuevos hechos observados en bene- ficio de la verdad en vez de empecinarse en la primera opinión demostrando así una vez más su probidad científica: «Comme déja dans mon livre cité je me suis référé aux diverses publications de M. Wilckens, je ny reviendrai pas a présent, mais il me faut dire quelques mots sur les remarques finales de Mrs. Steinmann et Wilckens. lis font rémarquer que quant á la stratigraphie des couches sédimen- taires de l'Argentine, les opinions des auteurs sont unanimes et qu'il ny a qu'Ameghino qui persiste dans une opinion divergente et toujours changeante. Pour cette raison ces auteurs dé- clarent qu'en attendant ils considérent conclue la discussion a ce sujet et approuvent*le procédé de Schlosser contre Ameghino en ce qui regarde la paléontologie des vertébrés. «Schlosser (*) ne voulant plus entrer dans la discussion des opinions d'Ameghino imite Pexem- ple de Pautruche qui pour ne pas voir ses persecuteurs met la téte dans le sable. La science qui, pour les mammiféres éteints de 1'Amérique méridionale doit peu á Schlosser et tout a Ameghino, saura supporter la perte que Schlosser lui fait, mais nous ne pouvons nous empécher de pro- (*) ScHLosser, Neues Jahrbuch fiir Mineralogie und Geologie. Tomo II, pág. 282, año 1907. 118 ' / nas, deben adoptarse los mismos procedimientos empleados por los geólogos para determinar la edad de los terrenos europeos, y entonces la formación Pampeana es terciaria...... o pruébese con sofismas que esos procedimientos no son aplicables a las formaciones sud- americanas, y entonces, quedando lo arbitrario, hágase de la forma- ción Pampeana lo que se quiera.» Cuán poco han tenido en cuenta este criterio razonable los ad- versarios de esta idea y en cambio cuánto han torturado la lógica y cuánto han hecho sudar las prensas para tratar de rejuvenecer sin esperanzas la venerable vetustez de esa formación! Un año después, en 1882, el doctor Adolfo Doering, en la entrega III correspondiente a la geología, del «Informe Oficial de la Comisión Científica agregada al Estado Mayor General de la Expedición al Río Negro», al hablar de las formaciones neogenas de la República cla- sifica al Pampeano inferior como Plioceno superior. Al Pampeano lacustre, de Preglacial (pág. 499). No está demás el decir que Ameghino acogió con júbilo este modo de encarar la cuestión, reconociendo en el doctor Doering a uno de los trabajadores que con más conciencia habían estudiado las forma- ciones cenozoicas y por eso transcribió su cuadro de clasificación en su obra monumental (54) seguido de estas palabras: «¡Catorce horizontes geológicos, en vez de dos o tres que se admitían según el viejo sistema!». Ahora más que nunca podía aplaudir este modo de pensar; habían pasado casi siete años de la aparición del trabajo del doctor Doering, y en este lapso de tiempo las faunas del Paraná, Monte Hermoso y tester contre Paffront de ce boycot scientifigue prononcé contre Ameghino et approuvé et 'con- tinué par Steinmann et Wilckens. Il y a des procédés qui se condamnent eux-mémes. «Examinons cependant quel est le fondement des opinions géologiques de Steinmann et Wilc- kens, qu'ils croient déja acceptées et hors de discussion! Ni Steinmann ni Wilckens n'ont, étudié les différentes faunes tertiaires de l Argentine ni leurs relations avec les Mollusques vivants de l'Amérique Méridionale. «Ces auteurs n'ont pas á leur disposition les riches collections Malaco!ogiques du Tertiaire argentin, comme Ameghino et moi méme les possédons. «Relativement á la formation patagonienne ils n'ont pas par conséquent d'experience propre et ils ne font que répéter d'un ton autoritaire les conclusions aux quelles arriverent Hatcher et Ortmann. Or en réalité aucun auteur comme Hatcher n'a contribué á un plus haut degré 4, troubler la discussion si difficile de la géologie tertiaire de Argentine. Pour lui les couches a «Pyrotherium», qui sont plus anciennes que le patagonien seraient plus modernes que ce dernier; le Patagonien serait miocéne, tandis que en réalité il est éocene; le Superpatagonien ne serait qu'une facies du Patagonien et le Magellanien serait plus ancien que le Patagonien. En ajoutant que Hatcher a pris les lacs patagoniens du pied des Andes comme d'origine tectonique au lieu de glaciers, et qu” il a commis encore d'autres erreurs déja réfutées depuis longtemp par les natu-' ralistes de lArgentine, on voit que Mrs. Steinmann et Wilckens ont usé de peu de précaution en prenant Hatcher pour guide. «il n'y a que peu de points dans lesquels Steinmann et ses collaborateurs ent eu l'occasion de faire des études propres á Pégard de la géologie tertiaire de Argentine. L'un des ces points est | Vétude des collections d'0. Nordenskjóld, ef nous avons vu que MM. Steinmann et Wilckens se trouvent en erreur quant á leurs comparaison ou méme identification du Magellanien avec le Pa- tagonien. 119 parte de la de Santa Cruz, habían desfilado ante su mesa de trabajo, haciéndole grandes revelaciones. Con todos estos datos presenta a su vez un cuadro propio de las mismas formaciones, modificando el del doctor Doering en el número de pisos u horizontes, cuyo número eleva a veinte; dividiendo en dos pisos la formación guaranítica; introduciendo la formación Santacru- ceña con dos pisos entre la Guaranítica y Patagónica; y aumentando un piso a la Araucana, otro a la Pampeana y otro al Reciente o Aluvial. Cada uno de estos pisos es objeto de una descripción sintética. Las sucesivas expediciones del señor Carlos Ameghino no sólo reco- gían los grandes materiales correspondientes a las faunas de mamífe- ros, sinó que éstas venían también acompañadas de otras colecciones de fósiles invertebrados, procedentes de las diversas formaciones. Todo este conjunto de documentos fué enviado, a medida que llega- ba, por el doctor Ameghino a su amigo y colega el doctor Ihering, quien se reservó el estudio de los moluscos, como que eran de su especiali- dad, y repartió los demás grupos entre varios especialistas europeos. Estas colecciones fueron tan importantes, que el doctor lhering, en la introducción de su importante obra que resultó de sus estudios (1), no tuvo inconveniente en declarar: «Malgré les excellents resultats de Pexpédition de Princeton, les col- lections de M. Carlos Ameghino, riches et bien conservées, contenaient un grand nombre d'especes qui sont nouvelles pour la science et qui sont décrites ici. «Un second point est le travail de Borchert, sur lEntrerien. Celui-ci, selon Borchert serait plio- céne, grave erreur causée par des detferminations en grande partie inexactes. Le troisieme point est Popinion de Steinmann sur la formation pampéenne qu'il considere comme équivalente du Diluvium, ce qui n'est vrai probablement qu'en partie. Sur ce point la plupart des géologues de PArgentine ne se trouvent pas d'accord avec Ini. «Ou est dont Punanimité des opinions sur la question de la géologie tertiaire de 1 Argentine ? Sans doute Florentino Ameghino, comme nous tous, avons dú plusieurs fois changer d'opinion et ce n'est qu'une conséquence de l'acroissement ininterrompu des faits géologiques et paléonto- logiques d'oú resultent les conclusions générales. Mais en tout cas mes études sur les Mollusques tertiaires de l'Argentine m*ont conduit a des résultats qui different de ceux obtenus par MM. Stein- mann et Wilckens et qui confirment en général les conclusions d'Ameghino. Personne n'a réuni avec plus de succés des collections plus importantes pour la connaissance de la géologie argen- tine que Carlos Ameghino, et personne n'a jugé d'une maniére plus correcte de Pévolution des faunes successives tertiaires de l'Argentine que Florentino Ameghino. C'est P'opinion que j'ai acquise par mes études sur les Mollusques tertiaires de l'Argentine, continuées pendant de longues années et basées sur les matériaux les plus riches relatifs aux Mollusques fossiles et vivants de l'Amérique du Sud. Ce n'est que l'avenir qui pourra juger de la valeur de mes travaux sur ce sujet, mais en tout cas ils contredisent les généralisations des savants allemands que j'ai critiqués, et ils prouvent que le nombre des résultats positifs concernant la géologie et paléontologie de PArgentine augmente successivement et que ce ne sont pas les opinions plus ou moins autoritaires, sinon le plus grand nombre de faits et leurs discussion sérieuse qui nous promettent un progrés véritable».—Sáo Paulo, 18 Juillet 1908. (H. v. IHERING. Nouvelles recherches sur la Formation Magellanienne.) «Anales del Museo Nacional de Historia Natural», tomo XII, serie 3%, 1909, página 41. (1) Les mollusques fossiles du tertiaire et du crétacée supérieur de L”Argentine, en los «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», tomo VII, serie 31, 1907. 611 páginas, con láminas. 120 «Pour juger du succes qui a couronné les nouvelles recherches de Car- los Ameghino, il suffit d'enregistrer le nombre d'especes nouvelles qui, seulement pour la superformation pan-patagonienne (Conjunto de los depósitos Patagónico y Superpatagónico), s'eleve 4 110, y comprises diverses sous especes. «Tandis que les collections de Hatcher (1) r ont fourni que trois espe- ces du genre Pecten, les collections de Carlos Ameghino nous en four- nissení douze.» Habiendo llegado a resultados idénticos cada uno en su especiali- dad, en muchos puntos de la paleogeografía y principalmente en lo que se refiere al Archi-Continente Antártico que se extendió desde Chile y Patagonia hasta Nueva Zelandia y Australia, desde mucho antes de la aparición de la obra de Ameghino (54), estos dos hombres puede decirse que trabajaron de concierto durante largos años tratan- do de resolver el sin número de problemas geológicos y paleogeo- gráficos que se presentaron paulatinamente con los nuevos aportes de datos, colecciones y descubrimientos que la ciencia hacía aquí, en Europa, en Norte América y en los demás continentes. La correspondencia cambiada entre Ameghino y lIhering es enorme y sumamente interesante, algunos especímenes de esas cartas pueden leerse en la «Revista Argentina de Historia Natural» (61), (65), (66), (67), (68), (76). Si algún día se publicara ésta y la que sostuvo con tan- tos otros sabios, así como también la de su hermano Carlos, podrían agre- garse a la ciencia una infinidad de datos útiles que necesariamente no han podido ser incluídos en los trabajos publicados y pao arroja- rían nueva luz sobre los hechos establecidos. El trabajo incesante de Ameghino tendía siempre a sintetizar sus conclusiones. Esta característica de su mentalidad, tan contraria al parecer con sus tareas de especialista a las que se veía obligado por la fuerza de las cosas y que se creía en él una verdadera pasión algo exagerada, era sin embargo el fin que se proponía; y sin dar mayor importancia a esta última, sino como medio de llegar a un fin sinté- tico, aprovechaba de cualquier oportunidad para adelantar conclusiones. De acuerdo con esto, publica sus notas de Geología y Paleontología en Inglaterra en 1897 (93) y allá también lanzó su teoría sobre que Sud América fué cuna de los mamíferos terciarios (95); aprovechan- do también del pedido que le hicieran, para publicar en el Segundo Censo Nacional su gran Sinopsis geológico-paleontológica de la Argen- tina, con la que culminaba el primer centenar de sus publicaciones 1898 (100). . : Los resultados de la expedición de Princeton, en cuanto se refie- (1) El Naturalista viajero de la Expedición de la Universidad de Princeton. e 121 ren a los estudios geológicos basados sobre los numerosos y graves errores de observación, cometidos por Hatcher, según las propias palabras del doctor Ihering (1), originaron una serie de publicaciones y controversias que Ameghino se vió en el caso de contestar, y de esta discusión cada vez más interesante y llena de datos, surgió su impor- tante trabajo sobre la edad de las formaciones sedimentarias de Pa- tagonia (118), en 1903, que debía servirle de base, tres años más tar- de, para su gran obra: Las Formaciones sedimentarias del cretáceo su- perior y del terciario de Patagonia, con un paralelo entre sus faunas ma- malógicas y las del antiguo contiguo continente (141) (2). Hacer una síntesis de esta valiosa obra es tarea bien difícil; cada página contiene datos importantes y comprobaciones de tanto valor, que sólo repitiendo lo que dice o transcribiendo largos y numerosos párrafos, podría presentarse una idea completa de ella. Ameghino protesta una vez más del modo poco equitativo con que los europeos tratan las cuestiones americanas, no aplicando los mismos principios que aplican en el viejo continente para juzgar de la edad de los terrenos y de las faunas; y por consiguiente de esa tendencia injustificada de querer rejuvenecerlas junto con las formaciones res- pectivas, valiéndose de hipótesis que están en pugna con los hechos. La falta o mala observación directa sobre el terreno y lo defec- tuoso de las colecciones reunidas, han producido errores como el de las relaciones de las capas terrestres y marinas, cuyo estudio hace Ameghino en pocas páginas de un modo magistral. Todas las formaciones y sus relaciones entre sí, son estudiadas a grandes rasgos con sus listas de fósiles marinos o terrestres corres- pondientes en sus diferentes pisos, con croquis y cortes geológicos de su distribución en el territorio, y especialmente en los diferentes luga- res donde pueden estudiarse mejor. Con este libro en la mano, el naturalista explorador podrá en ade- lante, sobre el terreno, como con una guía segura, no sólo reconocer for- maciones sino también explorar los yacimientos fosilíferos. En este libro Ameghino tiene capítulos de paleogeografía en los que (1) Introducción loc. cit., pág. XII: «Ce qui a surtout difficulté le progres, c'étaient les nom- breuses et graves erreurs commises par Hatcher». (2) El doctor Ameghino no pensaba escribir esta obra, que quizá más tarde la muerte se lo hubiera impedido, si felizmente una Memoria del doctor Otto Wilckens no lo hubiera hecho reac- cionar, estimulándolo al trabajo. Para demostrar de entrada que se hallaba mejor informado que su contrincante, a su lista bibliográfica de 87 números, opone otra mucho más numerosa, pues alcanza a 226 obras. Además, Ameghino, en Enero de 1903, se reso!vió a hacer personalmente un viaje a Patagonia, para constatar de visu muchos de los datos que su hermano Carlos le había remitido. En Cabo Blanco se encontró, por una feliz casualidad, con el señor Tournóuer, el feliz descu- bridor, debido a las indicaciones de C. Ameghino, de fósiles antiguos cretáceos, y entre éstos de un esqueleto casi completo de Pyrotherio, que actualmente se halla en el Museo de París, y juntos pudieron hacer interesantes estudios del lugar de los hallazgos. 122 trata de las conexiones continentales antiguas y de la distribución geoló- gica y geográfica de los mamíferos y de los de Patagonia en particu- lar estudiados grupo por grupo, comparándolos con los de otros conti- nentes presentando también sus correspondientes cuadros filogené- ticos. Termina con una sinopsis rápida de los diversos pisos. u horizontes de origen subaéreo o de agua dulce, que constituyen las formaciones de la Argentina, cuyo número desde 1889, en que publicó su primera serie (54) de veinte, se fué ampliando paulatinamente gracias a los nuevos descubrimientos hasta llegar a treinta y ocho, casi el doble (contando algunos hiatus) y cada uno de éstos con sus correspondien- tes formaciones marinas. Las faunas de cada piso se hallan detalladas sólo por los géne- ros y un recuento de ellas es muy sugerente; algunas, como las de Santa Cruz presentan 146, todos extinguidos, y entre ellos los roedo- res solos dan 20, mientras que los actuales de toda la América del Sur llegan a 29 (según datos del profesor Scott, en su monografía sobre los roedores en las «Publicaciones» de la Universidad de Prince- ton). Y todavía se empeñan en considerar esta fauna como miocena, cuando en el mioceno de Europa, los roedores presentan un 33 % de géneros aún existentes!! ¡Y qué diremos de las faunas anteriores, todas ellas también con un número relativamente grande de géneros, teniendo en cuenta el -área reducida donde fueron descubiertos! La Notostylopense con 129 géneros; la Astraponotense con 47; la del Pyrotherio con 76; la del Colpodon con 56; la Astrapothericulense con 21; y la del Notohippus con 52! ¡Qué sorpresas nos reservarán aún los horizontes más antiguos co- mo el Tardeense y el Protodidelphense, lo mismo que el intermediario Tequeense! Una serie de cuadros gráficos nos muestran también la aparición y desaparición o supervivencia a través de las épocas geológicas por horizontes de los diversos subórdenes y familias de mamíferos de la Argentina desde el Cretáceo inferior hasta la época actual. Todo esto no puede ser producto ni del empirismo ni del capricho, ni de la improvisación: los que hemos seguido la obra de Ameghino sabemos bien que han sido los descubrimientos los que poco a poco han venido como los ladrillos de una casa a construir este gran edificio científico pero cuya grandiosa concepción se debe a la mente genial de su arquitecto que ha ido estudiándolos durante una larga vida de trabajo desinteresado y sincero. Si bien es cierto que por lo expuesto pudiera suponerse en mí, a pesar de mis protestas de serio convencimiento, un exagerado en- A , ] 123 tusiasmo por la obra de mi sabio amigo, dejo la palabra al doctor Ihering que con más autoridad ya la ha juzgado con las siguientes frases que tomo del final de la Introducción de su obra sobre los Molus- cos ya citada: «Le nouveau et important travail de Florentino Ameghino, publié en 1906, peut étre considéré come un Manuel de la Géologie et de la Pa- léontologie de l'Argentine d partir du crétacé jusgu'a nos jours, et la maniére comme je suis d'accord avec cet auteur m'a permis de laisser de cóté beaucoup de questions géologiques que Pon trouve bien expo- sées dans le livre indiqué.» El último trabajo geológico importante del doctor Ameghino fué su prolijo y minucioso estudio sobre las formaciones sedimentarias de la región litoral de Mar del Plata y Chapalmalán (149), que dió por resultado el descubrimiento de un nuevo horizonte de la Forma- ción Araucana interpuesto entre el piso Hermosense y la Formación Pampeana, que llamó horizonte Chapalmalense. Este nuevo horizonte caracterizado por su fauna propia, fué tomado por los doctores Stein- mann, Roth y Lehmann-Nitsche como igual al Hermosense y atri- buído por ellos como formando parte de la Formación Pampeana (Pampeano inferior). ' Lo curioso del caso es que sólo les bastó un día de observaciones contado con el viaje ida y vuelta a Mar del Plata hasta ess punto (Barranca de los Lobos) y con una rápida ojeada, puede decirse, te- niendo en cuenta sólo el cambio de color de las capas y algunas lige- ras observaciones decidieron la cuestión. En cambio el doctor Ameghino efectuó, a raíz de las publicaciones de sus colegas, tres viajes que reunidos suman cuarenta días de traba- jo útil recorriendo a pie toda la costa Atlántica desde la boca de la Mar Chiquita al Norte hasta la boca del Arroyo Chocorí al Sur, revi- sando todo prolijamente, haciendo cortes y perfiles y recogiendo abun- dantes colecciones de toda especie. El resultado, como puede suponerse, debía ser muy distinto y esa publicación así lo comprueba. Con razón el profesor Cossmann (1), al dar cuenta del trabajo del doctor Ihering, el año pasado 1910, se expresa del siguiente modo: «Nous devons ajouter qu'il est toujours téméraire de juger a distance cette difficile question de stratigraphie Patagonienne, dl'apres des mate- riaux plus au moins súrs, rapportés en Europe, alors que les freres Ame- ghino, — qui sont lá bas sur place et qui ont recueilli d'immenses séries de vertébrés et d'invertébrés avec une authenticité complete des loca- lités —sont beaucoup mieux qualifiés que nous pour affirmer la succe- sion des couches. La Stratigraphie ne peut pas se faire en chambre!» (1) CossmanN M., «Revue critique de Paléozoologie». Quatorzigme Année, 1910, pp. 106 a 107. 124 SU OBRA ANTROPOLÓGICA Desde su iniciación en los estudios paleontológicos, Ameghino se vió abocado al problema del hombre fósil en nuestras Pampas. Y no podía ser de otro modo; sus trabajos de exploración poco a poco le iban suministrando materiales cuyos caracteres no podían pa-, sar desapercibidos a su vista de observador minucioso y sagaz. La gran cantidad de huesos fósiles rayados, estriados, con señales de golpes, partidos longitudinalmente, quemados, junto a fragmentos de carbón vegetal y tierra cocida e instrumentos de piedra primitivos que iba recogiendo, tenían que traerlo paulatinamente a la evidencia de que sólo la intervención del hombre podía haberlos producido. Más tarde el descubrimiento del esqueleto humano del arroyo de Frías, confirmó definitivamente sus deducciones anteriores. En esos primeros años, Ameghino luchó contra la incredulidad y los prejuicios, y tanto es así que su primer trabajo (1) tuvo que ser publicado en el extranjero, pidiendo hospitalidad a una revista de geología en 1875. La historia de estos primeros tiempos hasta su viaje a Europa es por demás conocida y se halla publicada en diversos trabajos, encon- trándose su síntesis en la obra del doctor Lehmann-Nitsche (1), y para nosotros sería tarea por demás inútil ocuparnos de ella. Cuando Ameghino emprendió su viaje a Europa, llevó todo su ma- terial comprobatorio que hizo examinar por hombres como de Qua- trefages, Gervais, Cope, Mortillet, Villanova, Capellini, Cartailhac, Ribeiro y muchos otros, y al mismo tiempo, siguiendo igual procedi- miento que con los fósiles, había preparado su corpus literario de to- do lo que se refería al hombre americano, cuyo resultado fué la pu- blicación de su gran obra La Antigiiedad del Hombre en el Plata, (22) que como bien lo dice el doctor Lehmann-Nitsche, representa una columna miliaria en la historia de la paleoantropología sudameri- cana (2). A su vuelta no sólo traía Ameghino su obra impresa y el conoci- miento de visu de todo el material paleoantropológico de los museos principales de Europa, sino también el estudio personal de algunos de esos famosos yacimientos en los cuales exploró con éxito, publicando sus resultados en la conocida revista de Broca (17 a 21) y en el «Boletín» de la Sociedad Geológica de Francia. Solicitado desde entonces por sus trabajos paleontológicos, aunque (1) Nouvelles recherches sur la Formation Pampeenne et homme fossile. «Revista del Museo de La Plata», tomo XIV, pág. 191 y siguientes. (2) Op. cit. pág. 193. 125 sin descuidar aquéllos (32 y 36) poco se ocupó de los que se referían al hombre; hasta que le tocó visitar y estudiar el interesante yacimien- to de Monte Hermoso. Los vestigios que allí encontró le revelaron la presencia de un ser inteligente en una época muy anterior a la de to- dos los descubrimientos efectuados hasta entonces, que más tarde aprovechó la oportunidad para pasarlos en revista estudiándolos uno por uno, en la primera parte de su gran obra sobre los mamíferos fósiles (54). El descubrimiento de los restos de prosimios y monos en el cretá- ceo de Patagonia y en la formación Santacruceña (eoceno) indujo a Ameghino a estudiar filogenéticamente la cuestión del hombre y su ulterior distribución, publicando los resultados en su trabajo sobre las formaciones sedimentarias de Patagonia (141). Bien valen la pena de recordarse las palabras con que inicia ese ca- pítulo, que representa todo un programa (141 pág. 439): «Malgré les innombrables travaux des anthropologistes, la question de Porigine de P homme et de ses relations avec les différents groupes des Primates, sont des problémes qui mont pas encore de solution. Les materiaux paléontologiques rencontrés dans P' Argentine, quoiqu'ils ne resolvent pas encore ces questions, nous font entrevoir les solutions définitives, qui semblent bien différentes de celles qu'on attendait. Mais pour en arriver la, il faut débarasser le chemin de beaucoup de pré- Jugés.» Uno de estos prejuicios es el de considerar como primitivo el habitat arborícola en los primatos, confundiendo el carácter de la'oponibilidad del dedo pulgar, que es realmente primitivo, con la facultad de trepar, que es una adaptación secundaria. - Otro prejuicio es el de tomar como caracteres primitivos los llamados pitecoides o simianos que se hallan principalmente en los monos del an- tiguo continente y que representan un estadio de evolución mucho más avanzado que en el hombre, y en este sentido plantea Ameghino el pro- blema de las dos líneas de evolución divergentes que han seguido los primatos, una que conduce a la humanización y otra a la bestialización. De acuerdo con esto, la línea del hombre, lógicamente debe buscarse en seres con cráneo liso sin crestas salientes ni otros caracteres pitecoi- des desde el momento que su característica es el tener un cráneo redon- deado que ha permitido el constante desarrollo del cerebro y por consi- guiente como resultado final la primacía del cráneo cerebral sobre el cráneo facial. . La línea de los monos debe buscarse, pues, en una época muy remota, en momentos en que la tendencia hacia la osificación del cráneo se hizo muy intensa a causa del exagerado desarrollo de la parte facial. Así, pues, dentro de este orden de ideas Ameghino llegó a la conclu- 126 sión de que el hombre no debía ser considerado como un mono perfeccio- nado, sino que los monos, al contrario, aparecían como hombres bestiali- zados. Esta conclusión es sobre todo evidente en los Antropomorfos; en el Pithecanthropus de Java y aun en el hombre del Neanderthal, repre- sentantes estos últimos de líneas divergentes extinguidas que se han separado del tronco común en una época muy reciente (1). En consecuencia, la evolución del tipo humano debe buscarse por au- mento de talla y por desarrollo gradual del cráneo cerebral, no debiendo por consiguiente extrañarse de que los restos humanos fósiles que a tra- vés de las capas geológicas van apareciendo y que pertenecen a la ver- dadera línea del hombre, presenten caracteres poco diferentes a los del hombre actual. Los hechos han confirmado a mi modo de ver estas con- clusiones de Ameghino. La parte correspondiente a los precursores del hombre en esta obra (141) es sumamente interesante no sólo del punto de vista filogenético sino también de la distribución geográfica de los primatos, cuyo origen fué la América del Sur. . No está demás transcribir dos párrafos de Ameghino que' condensan la cuestión y que prueban que lógicamente nunca se opuso a los que puedan pretender para la humanidad un origen poligenista (pág. 450). «Or, comme tout concourt pour démontrer que les relations entre PAfrique et PAmérique du Sud sont antérieures au miocéne supérieur, nous en concluons que c'est le précurseur de P'homme, c'est-a-dire 1? HomosiMIUS, qui, pendant le miocene inférieur ou Poligocene supé- rieur, passa de PAmérique du Sud a PAncien Continent en compagnie des Cercopithécidés. Les anthropomorphes rn ont apparu que plus tard; ils se sont séparés des Hominiens prenant le chemin de la bestialisation; cette séparation a eu lieu sur PAncien Continent. «Des précurseurs de Phomme ayant vécu sur les deux continents des le commencement du miocene, il est également possible que homme aít pris origine indépendamment sur les deux continents, pas P'évolution et la transformation de deux ou plusieurs précurseurs.» Parece que se hubiera esperado que Ameghino lanzara sus nuevas teorías, para que se tuvieran que aplicar sobre nuevos materiales que, o habían pasado desapercibidos antes o aparecían en las nuevas colec- ciones que se efectuaban; tal fué el caso del Tetraprothomo y más tarde del Homo pampaeus y del Diprothomo (146 y 157). Analizar estas dos interesantísimas monografías no sólo sería suma- mente largo, sino también fuera de lugar. El Profesor Senet, entre otros, (1) El señor Profesor Rodolfo Senet, en su trabajo Questions d'Anthropogénie en «Archivos de Pedagogía y Ciencias Afines», de la Universidad de La Plata, número 3, 1906, o en Los ascen- dientes del hombre según Ameghino, «Boletín de Instrucción Pública», tomo 1l, número 6, 1909, llega a iguales conclusiones. , 3 4 “3 ] ¡ . 3 ] 127 han abundado en detalles y han exteriorizado lo esencial que ellas con- tienen. El mundo antropológico, en el sentido de los especialistas, ha recibido ambos trabajos con muchas desconfianzas, con críticas abundantes en las que entre otras cosas no han escaseado las frases guarangas e im- propias de la serena discusión científica. Sin embargo, los hechos no se pueden destruir, y en lo que se refiere a su interpretación, las publicaciones del doctor Ameghino deberán es- tudiarse mejor, sin prejuicios, con el material original por delante y entonces se le podrá por lo menos reconocer qué caudal admirable de golpe de vista, sagacidad, riqueza de recursos y de fina observación po- seía este gran sabio argentino, este sabio universal, según la feliz ex- presión del doctor Lehmann-Nitsche cuando honró su memoria en la cátedra que con tanto acierto dicta en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires (1). El Tetraprothomo está fundado sobre un fémur incompleto y un at- las; si bien le han discutido el primero, no han podido menos que acep- tar el segundo hueso, tanto más que el doctor Lehmann-Nitsche, que tam- bién lo estudió, no ha trepidado en atribuirlo a un primato terciario que por lo menos se remonta al plioceno (mioceno para Ameghino). El Diprothomo fué fundado sobre un gran fragmento de calota cra- neana; y aun cuando el profesor Mochi, que lo estudió personalmente, no le dé la orientación del doctor Ameghino, le reconoce sin embargo importanciá, como puede verse por las siguientes palabras con que ter- minó su nota preventiva sobre este cráneo (2). «Nonostante ció questa calotta presenta sempre dei caratteri, como Pe- -strema bassezza della volta, la forma delle arcate orbitali e della glabella, forse la direzione della sutura coronale, la poca sporgenza verso il basso delPapofisi nasale del frontale, ecc.; che possono farla considerare come rappresentante un tipo umano assai particolare, e tanto piú interessante in quanto (fino a prova contraria) e da considerarsi proveniente da un orizzonte geologico ben piú antico di quello a cui appartengono tutti gli altri resti umani oggi conosciuti.» El profesor Sergi, en-su último libro L"'Uomo (3), reune el Tetrapro- thomo y el Diprothomo y con ambos funda su género Proanthropus como antecesor del tipo de formas antrópicas, admitiendo que puedan ser dos especies (4). (1) Ameghino como Antropólogo: Extracto de la Conferencia pronunciada por el doctor Ro- «berto Lehmann-Nitsche, en homenaje del malogrado sabio, en la Facultad de Filosofía y Letras, en «Renacimiento», año II, número 1, 31 de Agosto, 1911. (2) «Revista del Museo de La Plata», tomo XVII, página 70, 1910-1911. A esta nota del Pro- fesor Mochi, el doctor Ameghino respondió con dos publicaciones (165 y-174) 1910 y 1911. (3) L Uomo secondo le origini, 1” Antichita, le variazioni e la distribuzione Geografica. Sistema Naturale di Classificazione. Fratelli Bocca, editori, Milano, Torino, Roma, 1911. (4) Op. cit. página 64. 128 En cuanto al Homo pampaeus, fundado sobre los cráneos de Miramar y Necochea, el Profesor Mochi produjo una crítica a su vuelta a Europa en el conocido «Archivio per 1'Antropologia e la Etnologia», de Firen- ze (1), crítica que he reputado providencial, pues ha permitido al doctor. Ameghino, puede decirse en vísperas de su muerte, producir sus tres últi- mas Memorias (175, 176 y 177) en las cuales corrige errores de su con- trincante y una vez por todas deja sentada la edad de las formaciones sedimentarias terciarias de la Argentina. . Para el Profesor Mochi los cráneos de Necochea números 1 y 2 pue- den invocarse como los solos documentos para probar la existencia de la forma peculiar del Homo pampaeus. : «Che essi abbiano caratteri tali da non rientrare in nessuno dei tipi craniensi noti in HOMINIDAE senza peró sconfinare da questa famiglia, e cosa su cui non puó cader dubbio. Ma costituiscono essi un genere, una specie, una semplice varietá o variazione umana?» se pregunta (op. cit. pág. 246). Sin embargo, emite la opinión de que si possa vedere in PAMPAEUS ur unitá tassinomica di grado (quale?) appena inferiore, se non equi- pollente, 4 NEANDERTHALENSIS (página 247) cuyos rasgos principales que lo individualizarían serían: Passociazione della sua architettura cra- niense aila sua picolezza, alla lunghezza della faccia, all altezza delPor- bite, alla leptorinia, al grado del prognatismo totale, ai caratteri della mandibola, alla bassissima statura, ecc., che ce lo dimostra forma ben isolata (pág. 248). ; El profesor Mochi hace notar que algunos de estos caracteres hacen pensar de cierta manera en los Esquimales y: «Ad ogni modo volendo da- re un qualche significato di parentela alle innegabili somiglianze, te- nendo conto dell antichitá geologica dei reperti di Necochea, dei caratie- ri di primitivita che essi hanno e del fatto che gli Eschimesi sembrano quasi esagerare certi tratti morfologici di PAMPAEUS, si potrebbe con- cludere solo che esso e un preeschimoide, cioé Pascendente pin o meno diretto, o il rappresentante collaterale di un ascendente del moderno tipo schimese, al quale si verrebbe cosi a attribuire un origine americano indipendente da quella dei mongoli. Ma non bisogna dimenticare che una certa convergenza in alcuni caratteri e interpretabile anche in ben altro modo» (pág. 240). Como se puede ver, el Profesor Mochi, aunque difiriendo en muchos puntos con el doctor Ameghino ha encontrado en el.Homo pampaeus, un tipo interesante de un gran caracter arcaico, con caracteres propios que pueden hasta hacerlo admitir como un antecesor directo o indirecto de los esquimales por sus «innegabili somiglianze». (1) Appunti sulla Paleoantropo!logía Argentina, vol. XL, págs. 203 a 254, año 1910. o ted di in OS 129 A pesar de todas sus reservas causadas en gran parte por su deficiente documentación respecto de la antigiiedad del yacimiento, para las ideas sostenidas por el doctor Ameghino, esto ya es mucho; por lo pronto es un probable antecesor de algo y en cuanto a su edad creemos que des- pués de las últimas Memorias (175, 176, 177 y 179) pocos serán los que lleguen a dudarla ya. ' Por nuestra cuenta agregaremos que de acuerdo con las ideas expre- sadas por el doctor Ameghino sobre la evolución del tipo humano, es muy natural que el Profesor Mochi encuentre que ningún carácter to- mado aisladamente en sí mismo sea suficiente para diferenciar neta- mente el Homo pampaeus del Homo sapiens (página 247); puesto que no hay que olvidar que el hombre es uno de los seres más conservadores respecto de sus caracteres y que gracias a esto ha podido conservar entre otras cosas la arquitectura de la mano y su arsenal dentario, a pesar de todas las vicisitudes por que ha tenido que pasar a través de las edades geológicas desde que se inició su forma típica. De acuerdo con esto, es que no debe extrañarnos que en este tipo primitivo pampaeus plioceno, se encuentren ya los mismos caracteres que se hallarán después en sus descendientes del tipo sapiens, los que se encargaron, de acuerdo con la línea de evolución que cada uno tomó, de modificarlos y aun de exagerarlos, pudiéndose ver esto en los crá- neos cuaternarios que se han hallado aquí, y mejor aún en los del cua- ternario de Europa. Por lo demás, creo que los caracteres aislados en los tipos humanos nunca nos dirán nada y sólo el conjunto de todos ellos es el que puede darnos una idea general de los tipos sucesivos por que ha pasado la humanidad hasta la gran diversificación a que ha llegado en nuestros días (1). Si bien el tipo pampaeus de Necochea puede presentar a su vez una especificación determinada, no es menos cierto que nos muestra una de esas etapas importantísimas que han permitido al doctor Ameghino establecer su proceso evolutivo del cráneo humano. Por esto es que el . Profesor Sergi en vez reputa de gran importancia el Homo pampaeus de Ameghino y se sirve de él para fundar su género Archaeanthropus que considera el género de hominídeos más antiguo que se conozca (2). Además, sostiene que el hombre, como los demás primatos y muchos grandes mamíferos, deben haber sido un producto de la época terciaria y no de la cuaternaria (pág. 49) y admite la posibilidad de que también (1), Conozco un cráneo fósil argentino cuya circunferencia horizontal tiene la misma cifra de la que le dieron a Ten Kate doce hombres célebres; cuyo índice fronto parietal lo coloca al lado de los seminolas; cuyo índice de la posición bregmática lo acerca a los alsacianos 3; el índice facial superior lo aproxima más a los europeos que a un fidjiano; etc., etc., mientras tanto en su conjunto parece pertenecer a la raza de Lagóa Santa. (2) Op. citada, páginas 25 y 82. 130 en América pudo haber tenido origen el tipo hombre, Hominidae (pá- gina 50) y después de estudiar, muy bien informado respecto de la literatura, los trabajos del doctor Ameghino, se declara partidario de sus ideas, salvo pequeños detalles (pág. 61). La conversión del ilustre innovador de la Antropología, y teniendo además en cuenta las conclusiones diametralmente opuestas a que ha- bía llegado en su libro anterior: Europa, respecto de la posibilidad de que en la América Meridional hubiera podido tener lugar el origen del hombre, demuestran en el Profesor Sergi una mentalidad elevada y ju- venil a pesar de sus años, que no sólo asombra sino que lo hacen acree- dor al mayor respeto y aplauso. Al fin el doctor Ameghino, después de una tremenda lucha en busca de la verdad y en momentos que muchos antropólogos miraban con des- dén y criticaban con harta crueldad sus trabajos, hallándose en vísperas de cerrar los ojos para siempre, pudo sentir la inmensa satisfacción de ver que desde la Europa misma, de la cual tanto se le combatía, se le- vantaba otro cerebro poderoso recogiendo el guante y haciéndole jus- ticia (1). Por fin, en un último trabajo de este sabio a propósito del Diprothomo platensis (2) estudia la cuestión de la posible orientación de ese frag- mento craneano, y después de refutar a los que habían criticado las de- ducciones de Ameghino, le hace justicia con estas palabras: «credo che Ameghino si avvicini pia al vero che non Schwalbe, Fredemann, V. Lus- chan e Mochi, senza la possibilita di tentare una ricostruzione del frammento, che sarebbe fantastica». La cuestión del hombre fósil no está terminada; aún quedan una se- rie de problemas interesantes que en los últimos tiempos de su vida el doctor Ameghino enunció o llamó la atención sobre ellos y sobre los cuales se proponía y preparaba para escribir más adelante con más tiem- po y más calma. Algunos de ellos, como la cuestión de las tierras cocidas y escorias consideradas como productos antrópicos, tienen ya su bibliografía espe- cial, perteneciendo a Ameghino varios trabajos: 153, 154, 155, 156, 160 y 161. Con ocasión de los Congresos de Americanistas y Científico Interna- cional Americano, aprovechó el doctor Ameghino para presentar una serie de Memorias (162, 163, 164, 165, 169, 170, 171, 172, 173) descri- biendo nuevos hallazgos de fósiles humanos y productos de sus obras y (1) Además, son en ese libro de gran interés las ideas expresadas por este ilustre antropólogo en las páginas 49 a 70 y 211 a 284, la nota de la página 367, lo que se refiere al cráneo de Fontezuelas, página 373, y el sabroso epílogo, página 416 a 421, en el que contesta en cuatro rasgos a los críticos de Ameghino a propósito de estos trabajos antropológicos. (2) «Rivista di Antropologia», Atti della Societa Romana di Antropologia, volumen XVI, nú- mero 1, página 122, 1911. e AAA A Y A A A A 131 una vez más pudo comprobarse su gran poder de observación y de saga- cidad como en el caso de la industria de la piedra hendida, sobre la cual el doctor Lehmann-Nitsche, tan avezado a esta clase de observaciones, ha llamado la atención (1). Deja su último trabajo inconcluso (179) sobre el origen poligenético del lenguaje, que debía ser voluminoso y ya había reunido muchos e in- teresantes materiales, cuando las últimas tres Memorias provocadas por la crítica del Profesor Mochi le hicieron abandonar esa tarea, que quién sabe cuándo hubiese reanudado, pues ya se preparaba a contestar a Schwalbe y a otros que se habían ensañado con sus producciones, cuando la cruel enfermedad que lo había postrado le impidió ocuparse de más. Y fueron meses tan crueles y angustiosos para sus amigos, que resol- vimos evitarle todo trabajo que pudiera excitar su actividad; las últi- mas críticas producidas no le fueron comunicadas, y entre otras cosas tampoco pude reclamarle el estudio o por lo menos sus ideas generales sobre los cráneos fósiles de Guerrero, que en parte exhumamos juntos, en una laguna desecada que presentaba el pampeano inferior, y de los que hace una breve mención y da su curva sagital en uno de sus tra- bajos (177) prometiendo una monografía que íbamos a escribir en cola- boración. Como puede verse por lo expuesto, las cosas han cambiado ya mu- cho desde la iniciación de la cuestión del hombre fósil argentino; la larga lucha sostenida por Ameghino ha ido dando sus frutos paulatina- mente. Primero fué el reconocimiento del hecho de la existencia de fósiles humanos en la Argentina, el que durante un largo período de tiempo no se aceptaba: segundo, el reconocimiento de los tipos fósiles más anti- guos como formas importantes y dignas de estudio a pesar de todas las críticas, algunas de ellas violentas, como las de von Luschan. Esto solo bastaría para dar celebridad a cualquier hombre de ciencia, pero si a ello se agrega su obra en el campo paleontológico, geológico y paleogeográfico, cuya síntesis puede verse en su trabajo (167) publi- cado en ocasión de nuestro Centenario y se mide la enorme suma de labor realizada por Ameghino o por su influencia y estímulo en los últimos treinta años, habrá que reconocerle condiciones de cerebración superior que lo colocan al lado de los sabios más eminentes. (1) El problema de los eolitos tratado en Europa con tanto empeño, se reflejó también en la mente de Ameghino. Son admirables sus hallazgos de una antigua industria lítica a orillas de Necochea y Miramar; y quienes hemos tenido la suerte de examinar personalmente aquel campo de exploración, hemos quedado admirados de la perspicacia con que ha sabido arrancar a la pie- dra tallada sus secretos. Op. cit. en «Renacimiento», página 5. 132 SU OBRA COMO DIRECTOR DEL MUSEO En Abril de 1902 el Superior Gobierno de la Nación, procedía a ha- cer un gran acto de justicia honrando al doctor Florentino Ameghino, con aplauso de todos los hombres de ciencia del país y del extranjero, con el cargo de Director del Museo Nacional, en reemplazo del malo- grado doctor Carlos Berg. Con su actividad característica se puso desde el primer momento en campaña para conseguir un nuevo edificio para el Museo, teniendo en cuenta no sólo el mal estado del local actual, sino también su insu- ficiencia. La laboriosa y desesperante gestión del doctor Ameghino sobre este desgraciado asunto se halla reseñada en una publicación (168) escrita con valentía, en la que se refleja toda la amargura que rebosaba en su alma en esa lucha de diez años, contra una serie de causas imprevistas que se fueron oponiendo a la realización de su ideal. Conociendo el carácter de Ameghino, no es difícil darse cuenta a través de sus páginas que esta gestión malhadada, tuvo no poca culpa en la enfermedad insi- diosa que lo llevó a la tumba. Los que hemos acompañado al doctor Ameghino durante ese largo período, fuimos testigos de los sinsabores y mortificaciones que sufría continuamente, ya sea a causa de cada una de las nuevas contrariedades que se presentaban para la realización de la obra, ya con motivo de las numerosas visitas de hombres de ciencia extranjeros que se asombra- ban del estado de ruina en que se hallaba el local del Museo Nacional y a quienes había que dar una serie de explicaciones para salvaguardar, aunque fuera mintiendo, nuestro amor propio nacional tan deprimido ante el verdadero estado de cosas. : Sin embargo, hasta el último momento Ameghino no desmayó en su propósito, y pocos meses antes de morir tuve el sentimiento de verlo ir a continuar sus gestiones, en medio de atroces dolores, caminando con una úlcera diabética abierta en un pie. : Desgraciadamente la profecía que estampara en su informe (168), se realizó: cerró los ojos sin tener siquiera el consuelo de ver iniciada la obra del nuevo Museo (1). (1) El doctor Ameghino decía: «Mi predecesor en la dirección del Museo, el doctor Carlos Berg, de grata memoria, pasó diez años insist:endo continuamente en la necesidad de instalar el Museo decorosamente, sin obtener ningún resultado, llegando a decir en uno de sus informes, que la instalación del Museo Nacional le daba vergienza; y en otro, que fatigado ya, era inútil que insistiera más en el asunto, y murió poco después sin tener la satisfacción de ver por lo menos empezado el nuevo edificio. «Por mi parte, sigo el mismo camino; y de ir las cosas como van, también bajaré a la tumba sin ver un principio de realización a la única recompensa y verdadera satisfacción que tendría en mi vida, cual sería la de ver decorosamente instalada, la que debiera ser la principal insti- tución científica del país, a la que tanto cariño he tomado, y poder entonces trazar los linea- mientos de su desarrollo futuro y de su labor eficiente en los grandes problemas científicos que afectan no sólo a nuestro país, sino también a la humanidad entera». A E APA A, 5 A 133 Aun cuando a la cuestión edificio estaba supeditado todo lo de- más, el doctor Ameghino, como Director del Museo, no dejó un solo día de preocuparse de su organización y adelanto. Dividió el Museo en diversas secciones y requirió el concurso hono- rario de todos los estudiosos del país, ya sea como encargados o ads- criptos de las mismas, y todos respondieron a ese llamado patriótico pres- tando muy buenos y desinteresados servicios, que el doctor Ameghino reconoció más de una vez en sus informes oficiales. Los naturalistas y antropólogos: Angel Gallardo, Enrique Lynch Arri- bálzaga, Eduardo L. Holmberg, Carlos Spegazzini, Juan B. Ambrosetti, Félix F. Outes, Luis María Torres, Aníbal Cardoso, Enrique Hermitte, Carlos Bettfreund, Antonio Vidal, Antonio Romero, etc., formaron en el estado mayor de Ameghino dispuestos a ayudarlo con su acción per- sonal y con sus trabajos científicos; pero desgraciadamente en el Mu- seo no había cómo moverse; las colecciones tenían que encajonarse a medida que llegaban, y las ya existentes no podían examinarse ni estu- diarse porque los nuevos cajones obstruían los salones y cualquier tra- bajo resultaba inútil. Sin embargo, a todos nos mantuvo la esperanza de una pronta solución de ese estado de cosas e hicimos lo que pudimos; y por fin, sin poder hacer más, esperamos. ¡Así se han perdido diez años! ¡Qué obra colectiva no se hubiera podido realizar con tantos elementos útiles y sobre todo con tanta bue- na voluntad, alentados por Ameghino, que con toda amplitud de miras jamás negó cualquier elemento de estudio que le fuese solicitado! Y sin embargo, ese sistema de puertas abiertas con la divisa mo- derna de «el Museo para todos los estudiosos», produjo muchos y muy benéficos resultados: las colecciones aumentaron rápidamente; en los diez años entraron al Museo 71.307 objetos nuevos; la biblioteca, ya muy importante, recibió un gran impulso, ingresando 7.649, entre obras y folletos nuevos. Se efectuaron diversas exploraciones; se establecieron varios corres- ponsales a cuyo esfuerzo continuado se debe la adquisición de grandes tesoros científicos y se regularizó y fomentó el canje con los principales Museos de Europa y América. Los talleres se reorganizaron y aumentaron considerablemente, creán- dose el de modelado justamente exigido para el envío de los calcos de las piezas típicas reclamados, ya sea por los especialistas o por los gran- des Museos como objetos de estudio y de comparación. La producción científica del Museo no decayó; al contrario, en los diez años se publicaron quince tomos de los «Anales», bien surtidos de material interesante y novedoso, debido al trabajo del mismo doctor Ame- ghino o de sus numerosos colaboradores. Esta es la obra compleja del sabio y este el hombre que por desgracia hemos perdido. 134 Su vasta producción hoy queda impresa casi en su totalidad; el tiempo pasará, los prejuicios irán desapareciendo poco a poco y la justicia pós- tuma al aquilatar las verdades científicas que descubrió o presintió, sabrá mejor que nosotros darle el verdadero lugar que debe ocupar entre las grandes figuras científicas de la Humanidad. Para los que hemos sido sus amigos, y lo hemos acompañado por convicción en sus teorías científicas, Ameghino, muerto ya, seguirá irradiando su luz de verdad como lo hacen esos astros ya desaparecidos, pero cuyos destellos aún brillan en el firmamento. Enero, 1912. 10. Ey Juan B. AMBROSETTI. LISTA DE LAS PUBLICACIONES CIENTÍFICAS HECHAS DESDE 1875 HASTA 1911, POR EL DOCTOR FLORENTINO AMEGHINO . Nouveaux débris de homme et de son industrie, mélés a des osse- ments d'animaux quaternaires, recueillis pres de Mercedes. En el «Journal de Zoologie», vol. V, pág. 27. París, 1875. . Ensayos para servir de base a un estudio de la formación pam- peana. Mercedes, 1875. . Notas sobre algunos fósiles nuevos de la formación pampeana, in 8*, 8 páginas. Mercedes, 1875. . El hombre cuaternario en la Pampa. Memoria presentada a la Sociedad Científica Argentina, 1876. (No se ha publicado.) . Ensayos de un estudio de los terrenos de transporte cuaternarios de la provincia de Buenos Aires. Memoria presentada a la So- ciedad Científica Argentina en 1876. (No se ha publicado). . El Hombre fósil argentino. Artículo publicado en «La Libertad» del 27 de Marzo de 1877, en «La Prensa» del 27 de Marzo y en «La Reforma» del 3 de Abril del mismo año. . Noticias sobre antigiiedades indias de la Banda Oriental. In 12* de 80 páginas con tres láminas fotografiadas. Mercedes, 1877. . L'Homme préhistorique dans le bassin de La Plata, en los Comp- tes-Rendus sténographiques du Congrés International des Scien- ces Anthropologiques tenu a Paris du 16 au 21 Aóut 1878. . The Man of the Pampean Formation, en «The American Natura- list», vol. XII, pág. 828. Filadelfia, 1878. Catalogue spécial de la section anthropologique et paléontologique de la République Argentine a PEsposition Universelle de 1878, In 8” de 80 páginas, 1878. L'Homme préhistorique des Pampas, in 8” de 40 páginas, en «La Revue d'Anthropologie», serie 2*, vol. 111, pág. 210, 1879. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. por 23. 24. 135 Inscripciones antecolombianas encontradas en la República Ar- gentina, con dos láminas fotografiadas. En los trabajos del Con- greso Internacional de Americanistas de Bruselas, 1879. La plus haute antiquité de 'Homme en Amérique, con una lá- mina litografiada. En los trabajos del Congreso Internacional de Americanistas de Bruselas, y en «Comptes-Rendus du Congrés des Américanistes de Bruxelles», 1880. Armes et instruments de P homme préhistorique des Pampas, in 8" de 16 páginas y tres grandes láminas litografiadas. París, 1880. En la «Revue d'Anthropologie», vol. III, serie 2*, pág. 1 y si- guientes, 1880. Los Mamíferos Fósiles de la América Meridional. En colaboración con el doctor H. Gervais. Con doble texto, español y francés, in 8” de 225 páginas. París y Buenos Aires, 1880. La Formación Pampeana. Un vol. in 8” de 370 páginas con dos grandes láminas litografiadas. París y Buenos Aires, 1880. Sur quelques excursions aux carriéres de Chelles (environs de Pa- ris). Superposition du Moustérien au Chelléen et du Robenhau- sien au Moustérien. En «Bulletin de la Société d'Anthropologie de Paris», troisigme serie, vol. III, pág. 638-646, con dos gra- bados intercalados. París, 1880. Nouvelles recherches sur le gisement de Chelles. En «Bulletin de la Société d'Anthropologie de Paris», serie 3*, tomo IV, págs. 96-101, 1881. Recherches sur le gisement de Chelles. En «Bulletin de la Société d'Anthropologie de Paris», serie 3*, tomo IV, págs. 192-206, con tres grabados intercalados, 1881. Étude sur le gisement de Chelles. En «Bulletin de la Societé d'An- thropologie de Paris», serie 3*, tomo IV, pág. 558 y siguientes, con grabados intercalados, 1881. Le Quaternaire de Chelles. «Bulletin de la Société Géologique de France», serie 3*, tomo IX, con grabados intercalados, años 1880-81. La Antigiiedad del Hombre en el Plata, 2 vol., in 8” de 600 pá- ginas cada uno, con 25 grandes láminas litografiadas y 700 fi- guras representando objetos prehistóricos de diferentes épocas, encontrados en la región del Plata. París y Buenos Aires, años 1880-81. Taquigrafía Ameghino. Nuevo sistema de escritura, in 4”, Buenos Aires, 1880-81. Catálogo explicativo de las colecciones de antropología prehis- tórica y de paleontología, de Florentino Ameghino. In 8”, de 8 páginas. ; 136 25. 26. 21. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. Anexo al catálogo de la sección de la provincia de Buenos Aires. En la Exposición Continental Sudamericana, Marzo de 1882, págs. 35-42. La Edad de la piedra. En el «Boletín del Instituto Geográfico Ar- - gentino», tomo III, págs. 189-204. 1882. Un recuerdo a la memoria de Darwin. — El transformismo con- siderado como ciencia exacta. «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo III, ent. XII, pág. 205 y sig. 1882. Etudes sur Páge géologique des ossements humains rapportés par 'F. Seguin de la République Argentine et déposés au Muséum d'Historie Naturelle de Paris, en «Revue d'Anthropologie», tomo V, serie Il. 1882. Sobre la necesidad de borrar el género Schistopleurum y sobre la clasificación y sinonimia de los Glyptodontes en general. In 8" de 34 pág. 1883, «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo V, pág. 1-34. 1883. Sobre una colección de mamíferos fósiles del piso mesopotámico de la formación patagónica, recogidos en las barrancas del Pa- raná por el Profesor Pedro Scalabrini. In 8” de 18 pág., 1883, «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo V, pág. 101 - 116. 1883. Sobre una nueva colección de mamíferos fósiles recogidos por el Profesor Pedro Scalabrini en las barrancas del Paraná. In 8" de 50 páginas, 1883, «Boletín de la Academia Nacional de Cien- cias de Córdoba», tomo V, pág. 257-306. 1883. Excursiones geológicas y paleontológicas en la provincia de Bue- nos Aires, In 8” de 99 pág., con una gran lámina y grabados intercalados, 1884, «Boletín de la Academia Nacional de Cien- cias de Córdoba», tomo VI, págs. 161-257. 1884, Las secas y las inundaciones en la provincia de Buenos Aires. Disertación leída el 16 de Mayo de 1884, en el Instituto Geo- gráfico Argentino. «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo V, págs. 106-124. 1884. Filogenia. Principios de clasificación transformista, basados so- bre leyes naturales y proporciones matemáticas. Un volumen, in 8% de Lvi - 390 páginas con grabados intercalados, cuadros, ár- boles genealógicos, etc. 1884. Nuevos restos de mamíferos fósiles oligocenos, recogidos por el Profesor Pedro Scalabrini y pertenecientes al Museo provincial de la ciudad del Paraná. In 8” de 205 páginas, «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VIII, pá- ginas 5-207. 1885. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44, 45. 46. 47. 43. 137 Informe sobre el Museo Antropológico y Paleontológico de la Uni- versidad Nacional de Córdoba durante el año 1885. In 8”, de 16 páginas. «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Cór- doba», tomo VIII, págs. 347-360. 1885. Oracanthus Burmeisteri. Nuevo desdentado extinguido de la Repú- blica Argentina. In 8 de 8 páginas con una lámina. En «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VII, págs. 499-504. 1885. Oracanthus y Coelodon. Géneros distintos de una misma familia. in 8” de 8 páginas, «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VIII, págs. 394-398. 1886. Oracanthus und Coelodon. Verschiedene Gattungen einer und der- selben familie. In 8” de 4 páginas, Extracto de las Actas de la Academia de Ciencias de Prusia, 1886. En «Sitzungsberichte der koniglich-preussischen Akademie der Wissenschaften», tomo XXIV. Berlín, 1886. Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles terciarios antiguos del Paraná. In 8” de 226 páginas, «Boletín de la Acade- mia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo IX, págs. 5-228. año 1886. Las secas y las inundaciones en la provincia de Buenos Aires. In 12? de 102 páginas. 1886. Monte Hermoso. In 8* de 10 páginas. 1887. Apuntes preliminares sobre algunos mamíferos extinguidos de Monte Hermoso. In 8” de 20 páginas y 2 láminas en fototipía. Buenos Aires, 1887. Observaciones generales sobre el orden de mamíferos extingui- dos sudamericanos llamados Toxodontes y sinopsis de los gé- neros y especies hasta ahora conocidos. In folio de 66 páginas. año 1887. El yacimiento de Monte Hermoso y sus relaciones con las forma- ciones cenozoicas que lo han precedido y sucedido. Conferen- cia dada en la Sociedad Científica Argentina el 28 de Julio de 1887 y publicada en los números de «La Nación» del 5 y 6 de Agosto del mismo año. Enumeración sistemática de las especies de mamíferos fósiles co- leccionados por Carlos Ameghino en los terrenos eocenos de la Patagonia austral. In 8" de 26 páginas. 1887. Rápidas diagnosis de algunos mamíferos fósiles nuevos de la Re- pública Argentina. In. 8” de 17 páginas. 1888. Lista de las especies de mamíferos fósiles del mioceno superior de Monte Hermoso hasta ahora conocidos. In 8” de 21 páginas. año 1888. 138 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. El temblor del 4 de Junio (1888): sus antecedentes geológicos. En «La Nación» del 14 de Junio de 1888. En «Revista de la So- ciedad Geográfica Argentina», tomo VI, págs. 163-170. 1888. Los Plagiaulacideos argentinos y sus relaciones zoológicas, geo- . lógicas y geográficas. In. 8” de 62 páginas con 10 grabados intercalados. 1890. En «Boletín del Instituto Geográfico Ar- gentino», tomo XI, págs. 143-208, 1890. Les Mammiféeres fossiles de la République Argentine, en «Re- vue Scientifique» de Julio, 1890, tomo XLVI, pág. 11, y en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, págs. 60-63, Febrero, 1891. Nouvelles explorations des gites fossiliferes de la Patagonie australe, en «Revue Scientifique», tomo XLVI, págs. 506-507, número del 18 de Octubre de 1890. Visión y realidad (alegoría científica). Conferencia dada el 17 de Octubre de 1889 por el Instituto Geográfico Argentino en honor del doctor Estanislao S. Zeballos. «Boletín del Insti- tuto Geográfico Argentino», tomo XI, págs. 340-350. 1889. Una rápida ojeada a la evolución filogenética de los mamíferos. Conferencia dada en el Instituto Geográfico Argentino el 27 de Mayo de 1889 en ocasión del 10” aniversario de su fundación y publicada en el tomo X del «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», págs. 163-174, 1889, y en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, págs. 17-28. 1891. Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina. (Obra premiada con medalla de oro en la Exposición Universal de París). Un volumen in folio de XxXxII-1028 páginas con numerosos cuadros filogenéticos y gra- bados intercalados y un atlas de 98 láminas conteniendo más de 2000 figuras originales con sus correspondientes expli- caciones, 1889; y en «Actas de la Academia Nacional de Cien- cias de Córdoba». 1889. Trachytherus Spegazzinianus. Nuevo mamífero fósil del orden de los Toxodontes, in 12" de 8 páginas. Mayo, 1889. Observaciones críticas sobre los caballos fósiles de la República Argentina. En «Revista de Historia Natural», págs. 4-7 y 65-88, con 18 grabados intercalados. Mayo, 1891. Tiraje aparte, in 8" de 40 páginas. La Cuenca del Río Primero en Córdoba, por G. Bodenbender. Revista crítica en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, págs. 45-52. Mayo, 1891. Sobre algunos nuevos restos de mamíferos fósiles, recogidos por el señor Manuel B. Zavaleta en la formación miocena de Tucu- mán y Catamarca, en «Revista Argentina de Historia Natural», págs. 88-101, con 7 grabados intercalados. Abril 1891. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 67. 68. 69. 139 Revista crítica y bibliográfica. Exploración arqueológica de la provincia de Catamarca. Paleontología, por F. P. MorENO y A. MERCERAT, en «Revista Argentina de Historia Natural», to- mo l, págs. 188-207, con un grabado, 1891. Caracteres diagnósticos de cincuenta especies nuevas de mamí- feros fósiles argentinos, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, págs. 129-167, con 60 grabados intercalados. Junio, 1891. Sobre la distribución geográfica de los Creodontes, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo lI, págs. 214-219. Agosto, 1891 y en «Crónica Científica de Barcelona», tomo XIV, páginas 377 y siguientes. Octubre, 1891. : Mamíferos y aves fósiles argentinos. Especies nuevas; adicio- nes y correcciones en «Revista Argentina de Historia Natu- ral», tomo I, págs. 240-259, con grabados intercalados. Agosto de 1891. Revista Crítica y Bibliográfica: Sinopsis de la familia de los As- trapotheriidae, por ALcipes MERCERAT, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, págs. 275-280, 1891. Nuevos restos de mamíferos fósiles, descubiertos por Carlos Ame- ghino en el oceno inferior de la Patagonia austral. Especies nue- vas; adiciones y correcciones. In 8” de 42 páginas. Agosto, 1891; y en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, págs. 289 y siguientes. Octubre, 1891. Las antiguas conexiones del continente sudamericano y la fauna eocena argentina, en la «Crónica Científica de Barcelona», to- mo XIV, págs. 152 y sig. Septiembre, 1891, y en «Revista Ar- gentina de Historia Natural», tomo I, págs. 123-126, 1891. . Determinación de algunos jalones para la restauración de las antiguas conexiones del continente sudamericano, en la «Cró- nica Científica de Barcelona», tomo XIV, págs. 399 y sig. Oc- tubre, 1891, y en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, págs. 282-288. Revista crítica y bibliográfica. BURMEISTER, Adiciones al exa- men crítico de los mamíferos fósiles tratados en el «Examen crítico de los mamíferos y reptiles fósiles, etc.», por A. BRA- VARD, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, págs. 259-290. 1891. Observaciones críticas sobre los mamíferos eocenos de la Pata- gonia austral, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, págs. 328-330, con 7 grabados intercalados. Octubre, 1891. Observaciones sobre algunas especies de los géneros Typotherium y Entelomorphus, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, págs. 433-437, con un grabado. Diciembre, 1891. 140 70. TE 12. 73. 74. 75. 76. pe 78. 79. 80. 8l. 82. 83. Sobre la supuesta presencia de Creodontes en el mioceno supe- rior de Monte Hermoso, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, pág. 437. Diciembre, 1891. Los Monos fósiles del eoceno de la República Argentina, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, págs. 383-397, con 18 grabados intercalados. Diciembre, 1891. Enumeración de las aves fósiles de la República Argentina, en «Revista Argentina de Historia Natural», págs. 441-453. 1891. Sobre algunas especies de perros fósiles de la República Argen- tina, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, páginas 438-441, con dos grabados intercalados, 1871. Revista Argentina de Historia Natural, con la colaboración de los doctores E. L. Holmberg, Estanislao S. Zeballos, G. Bo- denbender, Fed. Kurtz, Carlos Spegazzini, Félix Lynch Arri- bálzaga, etc., tomo Il, 1 vol. de 456 páginas. In 8%, con 100 grabados intercalados. Buenos Aires, 1891. Mamíferos fósiles argentinos. Especies nuevas, adiciones y co- rrecciones, en la «Crónica Científica de Barcelona», tomo XIV, págs. 340-348 y 380-383. Septiembre, 1883. Bibliografía. La distribución geográfica de los moluscos de agua dulce. H. v. Ihering, Die Geographische Verbreitung der Fluss- muscheln, en «Revista Argentina de Historia Natural», tomo lI, págs. 270-273, 1891. Répliques aux critiques du docteur Burmeister sur quelques gen- res de mammiféres fossiles de la République Argentine, en «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo XII, págs. 437-469 y tiraje aparte. In 8” de 35 páginas, 1872. Les Mammiferes fossiles de la Patagonie australe, en «Revue Scientifique», tomo LI, págs. 13-17, núm. del 7 de Eenro de 1893. Nouvelles découvertes dans la Patagonie australe, en «Revue Scientifique», tomo Ll, págs. 731, número del 10 de Junio, 1893. New discoveries of Fossil Mammalia of Southern Patagonia, en «American Naturalist», tomo XXVII, págs. 445 y sig., 1893. Les Premiers Mammiferes. Relations entre les Mammiferes di- protodontes éocenes de ''Amérique du Nord et ceux de la Répu- blique Argentine, con grabados intercalados y una nota prefa- cio del doctor Trouessart, en «Revue Générale des Sciences pures et appliquées», año 4”, número 3, pág. 77. 1893. Apuntes preliminares sobre el género Theossodon, con un gra- bado, en la «Revista del Jardín Zoológico de Buenos Aires», to- mo l, págs. 20-29, 1893. Sobre la presencia de vertebrados de aspecto mesozoico en la for- mación santacruceña de la Patagonia austral, en «Revista del Jardín Zoológico de Buenos Aires», tomo I, ent. 3*, págs. 75-84 y aparte de 9 páginas. Marzo, 1893. 84. 85. 86. 87. 88. 89. 90. 91. 92. 93. 94. 95. 96. 141 Énumération synoptique des espéces de mammiferes fossiles des formations éocenes de Patagonie. ln 8l de 196 páginas y 66 grabados intercalados. Febrero 1894, y en «Boletín de la Acade- mia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo XIII. 1894. ' Sur les ongulés fossiles de Argentine. Examen critique de Pou- vrage de Mr. R. LYDEKKER: A Study of the Extinct Ungulates of Argentina, en «Revista del Jardín Zoológico de Buenos Aires», tomo Il, págs. 219-303, 1894, con 19 grabados intercalados. Aparte, in 8” de 111 páginas. Terremotos. En «La Prensa», Noviembre 19 de 1894. Sur les oiseaux fossiles de la Patagonie, in 8” de 104 páginas y 44 grabados intercalados. Buenos Aires, 1895 y en «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo XX, págs. 501-602. 1895. Premiére contribution a la connaissance de la faune mammalogi- que des couches a Pyrotherium. In 8” de 60 páginas y 4 gra- bados intercalados. Buenos Aires, 1895, y en «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo XV, páginas 603-660. año 1895. Sur les édentés fossiles de Argentine (examen critique, révision et correction de Pouvrage de M. R. LyYDEKKER: The Extinct Eden- tates of Argentina, etc), en «Boletín del Jardín Zoológico de Buenos Aires», tomo lll, ent. 4*, págs. 97-198, con numerosos grabados. Notas sobre cuestiones de Geología y Paleontología Argentina. In 8” de 35 páginas, y en «Boletín del Instituto Geográfico Argen- tino», tomo XVII, págs. 87-119, 1896. Sur P'évolution des dents des mammiféeres. In 8” de 139 páginas con 4 grabados, en «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias * de Córdoba», tomo XIV, págs. 381-517, 1896. Bibliografía. Manual de Paleontología, por CARLos A. ZITTEL, en «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo XVII, páginas 231-239. 1896. Notes on the Geology and Palaeontology of Argentina (transla- ted with Suplementary Observations, by ARTHUR SMITH Woob- WARD), en «Geological Magazine», decade IV, vol. IV, número 391, páginas 4-118, Enero, 1897. La Argentina al través de las últimas épocas geológicas. In 8” de 35 páginas y 24 grabados intercalados. Buenos Aires, 1897. South América as the source of the Tertiary Mammalia (transla- ted by Mr. SmirrH WoopwaArD), en «Natural Science», vol. XI, número 68, páginas 256 - 264, Octubre 1897. Les Mammiferes crétacés de P Argentine. En «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo XVIII, 1897, con 86 grabados in- tercalados. Aparte, in 8” de 112 páginas. 142 97. 98. 99. 100. 101. 102. 103. 104. 105. 106. 107. 108. 109. 110. 111. 112. Sur les anciens Mammiferes de Patagonie, en «Revue Scientifi- que», del 10 de Julio de 1898, París. L"áge des couches fossiliferes de Patagonie; nouvelles découver- tes de Mammiferes fossiles, en «Revue Scientifique», 4* serie, tomo 10, página 72 y sig. 1898. Premiere notice sur le Neomylodon Listai, un 1eprésentant vivant des anciens édentés gravigrades fossiles de Argentine, 8 pági- nas. La Plata, 1888; y versión inglesa, An Extinct, Ground Sloth in Patagonia, en «Natural Science», vol. XII, páginas 324-326. London, 1898. Sinopsis geológico-paleontológica (de la Argentina). En «Segundo Censo de la República Argentina», tomo l, in 4”, págs. 112-255 con numerosos grabados. Buenos Aires, 1898. Sur PArrhinolemur, mammiféere aberrant du tertiaire de Paraná, en «Comptes-rendus des Séances de l'Académie des Sciences». París, 1898. De la cause qui a produit Pavancement ou le retard du développe- ment des différentes catégories de molaires dans la classe des mammiféeres, en «Bulletin de la Société Géologique de France». año 1898. á Nota preliminar sobre el Loncosaurus argentinus, en «Anales de la Sociedad Científica Argentina», tomo XLVII, pázinas 61-62. año 1898. Un sobreviviente actual de los Megaterios de la antigua Pampa, en «La Pirámide», capítulo II, págs. 51-54, Junio 15 de 1899; y capítulo HI, págs. 82-84, Julio 1” de 1899. La Plata. Sinopsis geológico-paleontológica. Suplemento. In folio de 13 pá- ginas. La Plata, Julio de 1899. El Mamífero misterioso de la Patagonia (Neomylodon Listai). In 8” de 16 páginas. La Plata, 1899. ; Los Infinitos, en «La Pirámide», tomo I, capítulo V, págs. 141-142. La Plata, Agosto 1” de 1899. El Infinito Materia, en «La Pirámide», tomo Il, págs. 244 y si- guientes, 1899. La constitución de la materia y el infinito Movimiento, en «La Pirámide», tomo Il, págs. 311 y siguientes, 1899. Nota preliminar sobre el Loncosaurus argentinus, en «Anales de la Sociedad Científica Argentina», tomo XLVII, pág. 61, 1899. Los Arrhinolemuroidea, un nuevo orden de mamíferos extingui- dos, en «Comunicaciones del Museo Nacional de Buenos Aires», tomo I, número 5, página 146-51, 1899. On the Primitive Type of the Plexodont Molars of Mammals, en «Proceed. Zool. Soc. of London», 1899, págs. 555-575, con 16 grabados intercalados. 113. 114. 115. 116. 117. 118. 119. 120. 121. 122. 123. 124. 125. 126. ' 143 Presencia de mamíferos diprotodontes en los depósitos terciarios del Paraná, en «Anales de la Sociedad Científica Argentina», tomo XLIX, página 245 y siguientes (con ¿rabados), 1900; y aparte, in 8”, de 8 páginas. Das Neomylodon Listai. Ein unlángst auf gefundenes, Megathe- rium, en «Mutter Erde», tomo IV, Bd. número 27, pega 2, Marzo. 1900, Berlín. Mamíferos del cretáceo inferior de Patagonia etnáción de las areniscas abigarradas), en «Comunicaciones del Museo Nacio- nal de Buenos Aires», tomo 1, núm. 6, págs. 197-206, Mayo de 1900, con 5 figuras y aparte. Grypotherium, nom de genre a éffacer, en «Comunicaciones del Museo Nacional de Buenos Aires», tomo I, núm. 7, págs. 257-260. año 1900. Notices préliminaires sur des ongulés nouveaux des terrains cré- tacés de Patagonie, en «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo XVI, págs. 349 y sig.; y aparte de 80 páginas. 1901. L”áge des formations sédimentaires de Patagonie, en «Anales de la Sociedad Científica Argentina», tomo L, págs. 109-130, 145-165, 207-229; tomo LI, págs. 20-39, 65-110; tomo LII, págs. 189-197, 244-250; tomo LIV, páginas 161-180, 220-249, 283-342, 1900 a 1903, y en «Revue de Paléozoologie», pág. 148. 1903. Línea filogenética de los proboscídeos, en «Anales del Museo Na- cional», ser. 3*, pág. 19, tomo I. 1902. Premiere contribution 4 la connaissance de la faune mammalo- gique des couches a Colpodon, págs. 71-140, tomo XVII, «Bole- tín de la Academia Nacional de Ciencias». Córdoba, 1902. Notices préliminaires sur des mamiferes nouveaux des terrains crétacés de Patagonie, en «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias», tomo XVII, págs. 5-73, Córdoba, 1902. Los Diprotodontes del orden de los Plagiaulacoideos y el origen de los roedores y de los Polimastodontes, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», ser. 3*, tomo Il, págs. 81-192, 121 figuras. 1903. Avertissement au sujet du Carolibergia azulensis, en «Anales del Museo Nacional», 2* serie, tomo IV, pág. 395, año 1902. Communication épistolaire sur la géologie de Patagonie, en «Re- vue Critique de Paléozoologie», págs. 148-151, París, 1903. Notas sobre algunos fósiles nuevos del valle de Tarija, en «Ana- les del Museo Nacional de Buenos Aires», pág. 225. 1902. Le Pyrotherium n'est pas parent du Diprotodonte, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», pág. 223, 3* serie, tomo 1. año 1902. 144 127, 128. 129. 130. 131. 132. 133. 134. 135. 136. 137. 138. 139. 140. 141. 142. Sur la Géologie de la Patagonie. «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», pág. 322, tomo I, 1902. Recherches de Morphologie philogénétique sur les molaires su- périeurs des ongulés, pág. 541. 1904. Sur le type primitif des molaires plexodontes des mammiferes, pá- ginas 419 y siguientes, en «Anales del Museo Nacional de Bue- nos Aires», año 1903. Paleontología Argentina. Relaciones filogenéticas y geográficas. Conferencia dada en Febrero de 1904, en Buenos Aires, al cur- so especial del profesorado; pág. 79. 1904, Nuevas especies de mamíferos cretáceos y terciarios de la Repú- blica Argentina, en «Anales de la Sociedad Científica Argen- tina», tomos LVI, LVII y LVIII. 1904. La Perforación astragaliana en los mamiferos no es un carácter originariamente primitivo, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», serie 3*, tomo IV, págs. 349-460, con 98 figuras. año 1904, La Perforación astragaliana en Priodontes, Canis y Typotherium, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», serie 3*, to- mo VI, págs. 1-19. 1905. La Perforación astragaliana en el Orycteropus y el Origen de los Orycteropidae, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», págs. 59-95. 1905. Presencia de la perforación astragaliana en el Tejón, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», págs. 193-201. 1905. La Perforation astragalienne sur quelques mammiferes du mio- cene moyen de France, en «Anales del Museo Nacional de Bue- nos Aires», págs. 41-58, serie 3*, tomo VI. 1905. Reemplazamiento de un nombre genérico, en «Anales de la Socie- dad Científica Argentina», tomo LIX, pág. 75. La Faceta articular inferior única del astrágalo de algunos ma- míiferos, no es un carácter primitivo, en «Anales del Museo Na- cional de Buenos Aires», serie 3*, tomo V, págs. 1-64. 1905. Les Édentés fossiles de France et d'Allemagne, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», serie 3*, tomo VI, páginas - 175-250. 1906. Enumeración de los impennes fósiles de Patagonia y de la isla Seymour, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», págs. 97-167, serie 3*, tomo VI. 1906. Les Formations sédimentaires du crétacé supérieur et du tertiaire de Patagonie, con un paralelo de sus faunas con las del Viejo Continente, pág. 568. 1906. Tiraje aparte de los «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires». Mi credo. 33 páginas. In 8”, Buenos Aires. 1906. 143. 144. 145. 146. 147. 148. 149. 150. 151. 152. 153. 154. 155. 156. 157. 158. 145 El Origen del Hombre, in 8”, de 41 páginas, La Plata. 1907. Les Toxodontes á cornes, en «Anales del Museo Nacional de Bue- nos Aires», págs. 49-91, serie 3*, tomo IX. 1907. Notas sobre una pequeña colección de mamíferos, procedentes de las grutas calcáreas de Ipiranga (Brasil), en «Revista del Mu- seo Paulista», vol. VII, págs. 59-124. 1907. Notas preliminares sobre el Tetraprothomo argentinus, en «Ana- les del Museo Nacional de Buenos Aires», págs. 107-242, se- rie 3%, tomo IX. 1907. Sobre dos esqueletos de mamíferos fósiles, págs. 35-43, tomo XVI, «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires». 1907. Notes sur les poissons du Patagonien, en «Anales del Museo Na- cional de Buenos Aires». tomo XVI, serie 3*. tomo IX, páginas 447-497. 1908. Las Formaciones sedimentarias de la región litoral de Mar del Plata y Chapalmalán, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», págs. 343-428, serie 3*, tomo X. 1908. Tatous fossiles de France et d'Allemagne, «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», páginas 93-110, serie 3*, tomo X, año 1908. El arco escapular de los desdentados y monotremos y el origen reptiloide de estos dos grupos de mamíferos, en «Anales del Mu- seo Nacional de Buenos Aires», serie 3*, tomo X, pes 1-91. año 1908. Encore quelques mots sur les tatous fossiles de France et 'Alle- magne, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», se- rie 3, tomo X, págs. 93-110. 1908. Productos píricos de origen antrópico en las formaciones neoge- nas de la República Argentina, «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», serie 3*, tomo XII, págs. 1-25. 1909. Le Litige des scories et des terres cuites anthropiques des forma- tions néogenes de la République Argentine, pág. 12. 1909. Dos documentos testimoniales a propósito de las escorias pro- ducidas por la combustión de los cortaderales, «Anales del Mu- seo Nacional de Buenos Aires», serie 3*, tomo XII, págs. 71-80. año 1909. Escorias y tierras cocidas no volcánicas, en «La Argentina», Bue- nos Aires. 1909. Le Diprothomo platensis, un précurseur de Phomme du pliocéne inférieur de Buenos Aires, serie 3*, tomo XIl, «Anales del Mu- seo Nacional de Buenos Aires», págs. 107-209. 1909. Una nueva especie de tapir (Tapirus Spegazzinii), etc., «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», págs. 31-38, serie 3*, to- mo XIII. 1909. si 10 146 159. 160. 161. 162. 163, 164. 165. 406. 167. 168. 169. 170. 171. 172. 173. .L'Avant-premiere dentition dans le Tapir, «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», 1-30, serie 3*, tomo XIII. 1909. Examen critique du mémoire de M. Outes sur les scories et les terres cuites, en «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires»,. págs. 459-512, serie 3*, tomo XII, tomo XIX, 1909. Enumération chronologique et critique des notices sur les terres cuites et les scories anthropiques des terrains sédimentaires néo- genes de Argentine, «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires», págs. 39-80, serie 3*, tomo XIII. 1910, La Antigiiedad geológica del yacimiento antropolítico de Monte Hermoso, en «Congreso Científico Internacional Americano», “pág. 6, Buenos Aires. 1910. | Vestigios industriales en la formación entrerriana (olig. sup. o mioc. más inf.), en «Congreso Científico Internacional Ame- ricano», pág. 7, Buenos Aires. 1910. - . Une nouvelle industrie lithique. L*'industrie de la pierre fendue dans le tertiaire de la région littorale au sud de Mar del Plata, págs. 189-204, serie 3*, tomo XII, tomo XX. 1910. Sur Porientation de la calotte du Diprothomo, en «Anales del Mu- seo Nacional de Buenos Aires», págs. 319-327, serie 3*, tomo XIII. 1910. : Montaneia anthropomorpha. (Un género de monos extinguidos de Cuba). Nota preliminar, en «Anales del Museo Nacional de Bue- nos Aires», págs. 317-318, serie 3*, tomo XIII. 1910. Geología, paleogeografía, paleontología y antropología de la Repú- blica Argentina, págs. 174-180, en «La Nación», publicación del Centenario. Buenos Aires, 1910. : Informe elevado al señor Ministro de Justicia e Instrucción Pú- blica, por el Director del Museo Nacional de Historia Natural, sobre el desastroso estado actual de este Establecimiento, página 81. Buenos Aires, 1910. Vestigios industriales en el eoceno superior de Patagonia, en «Congreso Científico Internacional Americano», pág. 7. Buenos Aires, 1910. Descubrimiento de un esqueleto humano fósil en el pampeano superior del Arroyo Siasgo, en «Congreso Científico Interna- cional Americano», pág. 6. Buenos Aires, 1910. La industria lítica del Homo pampaeus del litoral del Mar del Plata a Necochea. 1910. Descubrimiento de dos esqueletos humanos fósiles en el pampea- no inferior del Moro, en «Congreso Científico Internacional Americano», pág. 6. Buenos Aires, 1910. Otra nueva especie extinguida del género Homo, en «Congreso Científico Internacional Americano», pág. 6. Buenos Aires. 1910. 147 174. La Calotte du Diprothomo dPaprés Porientation fronto-glabellaire, págs. 1-9, serie 3*, tomo XV, tomo XXII, «Anales del Museo Na- cional de Buenos Aires». 1911. 175. L'áge des formations sédimentaires tertiaires de P Argentine en relation avec Pantiquité de Phomme, págs. 45-75, tomo XXII, serie 3*, tomo XV, «Anales del Museo Nacional de Buenos Ai- res». 1911. 176. L'áge des formations sédimentaires tertiaires de Argentine en relation avec Pantiquité de Phomme. Note supplémentaire. Págs. 169-179, tomo XXII, serie 3*, «Anales del Museo Nacional de Buenos Aires». 1911 (Marzo 31). 177. Observations au sujet des notes du docteur Mochi sur la paléoan- thropologie argentine, págs. 181-230, tomo XXII, serie 3*, tomo XV, 1” Mayo de 1911. 178. La antigiiedad del hombre en la República Argentina, en la re- vista «Atlántida», tomo III, pág. 52. 1911. 179. Origen poligénico del lenguaje articulado. Obra póstuma; en «Archivos de Pedagogía y Ciencias Afines», de la Universidad de La Plata, tomo IX, número 26. 1911. DOCTOR FLORENTINO AMEGHINO SU VIDA Y SUS OBRAS (DE «ARCHIVOS DE PEDAGOGÍA Y CIENCIAS AFINES», 1A PLATA) I La muerte del doctor Florentino Ameghino enluta el hogar, del que era antorcha destellante, de la ciencia americana. Este hombre, consa- grado durante cuarenta y dos años al trabajo, a la investigación, al pen- samiento; extraño a los halagos de la vida fácil, modesto, probo, sin en- vidias, sin odios, sin ambiciones que no fueran nobles, hijo de sus obras, como los grandes civilizadores, es el ejemplo más puro que podemos ofrecer de voluntad y dedicación, a la juventud argentina. Su nombre es todo un carácter. Luchador infatigable, se elevó desde la cuna humilde hasta la cima del saber sin explotar más que sus instintos de labor y su genio extraordinarios. Dedicado, primero, a estudios pre- históricos, pero empeñado en establecer el origen antiquísimo del hombre americano, se inclinó, influencia sin duda del ambiente y de la virgini- dad del suelo argentino, a la Geología y a la Paleontología, en las que llegó a una culminación única en el Nuevo Continente, arrancando a las sedimentaciones sus más guardados secretos para gloria de la ciencia y de este país que necesita de ella para ocupar con honra su puesto en el concierto de las naciones más avezadas. : Su producción. es el monumento científico más grande de América; cerca de veinte mil páginas de observaciones originales, de doctrinas v de teorías, frutos de su prodigioso poder de inducción, sólo comparable al de Darwin y de su poderosa imaginación reconstructora, sólo compa- rable a la de Cuvier. Deja, en su colección particular, en los museos ar- gentinos y europeos, miles y miles de piezas clasificadas y huellas im- borrables de su genio. El país, siempre generoso con sus hijos, será justo con esta gloria de la humanidad; tendrá para él también pueblos, plazas, calles, escue- las, mármoles que erigir en los centros de su actividad y frente a la casa, declarada monumento nacional, donde transcurrieron los primeros años de esta formación, para que la juventud argentina rehaga la niñez del sabio, la siga en su ascensión y reciba el fortificante efluvio de la gran escuela; porque Ameghino como Sarmiento, es la escuela de los td dc ci EA, 149 que se hacen solos. Una edición oficial de sus obras, sólo conocidas en reducidos centros, se impone como se han impuesto las de otros argen- tinos, no como un homenaje al hombre sino como una contribución al saber humano y una justificación nuestra en la ciencia. Dedicado toda su vida a estudiar la historia física del extremo sud, sus trascendentales trabajos y su producción severa, han difundido su fama de sabio de un extremo a otro de Europa y Estados Unidos y las obras nos llegan de allá, llenas de referencias, citas y elogios de los más conspicuos investigadores, que tienen por Ameghino el respeto que se tiene por las más altas auto- ridades. Fallece en pleno goce de su vigor mental, a consecuencia de una diabetes y de su falta de propensión a cuidarse, porque Ameghino no tuvo más enfermedad que la que lo arrebató prematuramente de nuestro seno. Su muerte es una catástrofe; el país pierde doce años de labor intensa, doce volúmenes de observaciones, descubrimientos, clasificacio- nes, teorías, la solución definitiva del problema de los predecesores del hombre, en el que trabajó 37 años, hoy, en lo más recio de la disputa; pierden los naturalistas y los jóvenes argentinos iniciados en este orden de trabajos, un consultor solícito y paternal, porque Ameghino prodiga- ba saber y estímulos a quien los pidiera en cartas que nunca pecaron de parsimoniosas mas sí de justas y francas, sin, empero, jamás, un re- proche a la inexperiencia. Esta manera abierta del sabio, tal vez porque tuvo que lidiar en sus primeros años, con la seca y cerrada de Burmeister y Lista; que no trepidaba en substraer diez minutos, media hora, una, al trabajo más grave para contestar a un perfecto desconocido, ha hecho bienes incalculables al país, y resalta entre las muchas condiciones que destacan su fondo moral. Ahora, al país queda el glorificar a uno de sus más grandes hijos, grande por su vida intelectual, grande por su vida moral, para ofrecer a las jóvenes generaciones uno de los valores más aquilatados de nuestra historia. ql El doctor Florentino Ameghino nació en la Villa de Luján el 18 de Septiembre de 1854 (1) y falleció en La Plata el 6 de Agosto de 1911 a las 8 y 20 de la mañana, día diáfano y primaveral. Hijo de genoveses originarios de Moneglia, vecindad de Sestri, su padre era Antonio Ame- ghino, fallecido en Buenos Aires en 1886 a los 58 años de edad y su madre María Dina Armanino, fallecida en Buenos Aires en 1908 a los 76 años de edad. En la familia fueron varios hermanos, de los que vivían Florentino, el mayor, Juan y Carlos, sin descendientes; este último, lo (1) Dato que nos refirió personalmente cuando vivía. 150 j repetía a menudo el sabio, su brazo derecho, porque era el escrutador de los misterios geológicos, el desenterrador de fósiles, el gran descubri- dor de faunas, el que ha puesto los sedimentos patagónicos en la mesa de Ameghino durante 16 años (1887 a 1903) consecutivos, habiendo reali- - zado solo, una obra superior a la de los demás exploradores juntos del extremo sud. Su nombre está ligado a centenares de portentosos hallaz- gos, como el del armadillo fósil con dientes y cuernos del monte Obser- vación; de los grandes pájaros fósiles de Santa Cruz; del grupo de los tipoterios y plagiaulacídeos; de los monos fósiles de Santa Cruz; del piroterio del Chubut; del astrapoterio, etc., quedando no obstante, por revelar tesoros incalculables, según sus propias referencias. Transcurrieron sus primeros años, desde 1854 hasta 1868, en el hogar modesto de sus padres y en el ambiente tranquilo y precario para quien no fuera él, de la aldea. Pero el ambiente sólo exige un genio y el genio un ambiente. Ameghino era un curioso, un testarudo y un tenaz, cualida- des que lo singularizaron hasta poco antes de fallecer, que puestas al servicio de sus extraordinarias aptitudes, tanto acentuaron su individua” lidad, substraída casi a la acción niveladora de la escuela. Estaba su vida, por eso, libre de esos convencionalismos y protocolizaciones esteri- _lizadoras con que suele un hombre de importancia disfrazar la sencillez, la franqueza, el cariño, la autoridad, sin más consecuencias que un or- gullo mal interpretado y una vanidad hipócrita, fruto, por supuesto, de ese ambiente al que Ameghino no quiso entregarse. Nada más elocuente que su cámara mortuoria: estancia amplísima sin tapices, sin cortinas, una mesa de mimbre en el centro, cubierta de las cartas acabadas de recibir de las más renombradas personalidades científicas de Europa, tres sillas de Viena, un armario de pino enchapado, el lecho y la mesa de luz con una lámpara a petróleo. Sin embargo a pocos pasos, setecientas cajas contenían piezas que, como la del peltéfilus, hubieran bastado para transformar dormitorio tan indigente en la suntuosa mansión de un po- tentado. Ameghino cuenta su iniciación. A pocas cuadras le la casa en que vivía, corre el Luján con sus barrancas; un día recoge en las orillas un puñado de caracoles, tenía entonces diez años, y, dirigiéndose a su padre, inquirió el origen de aquellos restos. Su padre contestó que los traía el río arrastrados por la corriente, desde lugares distantes de allí. La res- puesta no satisfizo al niño indagador, que se dijo: la corriente puede - arrastrarlos, pero no incrustarlos en el barranco. Salió de sus dudas con una excavación. Notó que el terreno contenía los mismos restos y entró, desde entonces, en hondas reflexiones infantiles para explicar aquel fenómeno que le sumió en la lectura, excitó su curiosidad, le incitó a nuevas excavaciones, le condujo a nuevos descubrimientos, encendió sus entusiasmos y abrió de par en par las puertas a su destino. El hogar, cuya casa en la calle Las Heras a media cuadra de Colón, 151 conservan los hermanos con reliquias de los primeros años de actividad de Ameghino, entre ellas, un violín, no fué tan propicio como el ambiente y la escuela, porque el padre, temiendo por su «cabeza» se oponía a que tomara empeño en el estudio. Ameghino era el niño más aprovechado (1862-1867) de la escuela de su pueblo y se distinguía por su vivacidad en el pensar, su prontitud en el responder, la controversia razonada, su gran memoria, su predilección por la geografía y el interés extraordi- nario que encendían en él los enigmas de las cosas, con obsesión al por qué. No por esto, dice su primer maestro Carlos D'Aste (1864-1867) quien, encariñado paternalmente con este niño singular, disuadió al padre, venciendo sus escrúpulos, de que debían protegerse sus inclina- ciones, dejaba de ser un niño taciturno, reconcentrado, retraído. Ame- ghino a causa de inquirir siempre razones, tuvo que dejar la doctrina de los domingos con satisfacción del sacerdote, porque era un indisciplinado. Tal vez allí, cuando el cura aseguraba que el género humano tuvo por padres a Adán y Eva, en la duda insatisfecha, entregado a las cavilacio- nes, naciera esa tenaz preocupación de toda su vida, sobre todo del 70 al 80, por establecer la antigiiedad del hombre que lo condujo, después de una vasta asimilación de conocimientos en prolijas y hondas consul- tas (véase su Diario de un Naturalista, inédito, comenzado el 1” de Enero de 1875 interrumpido en 1876, sugerido a no dudarlo, por el libro de Darwin y completamente dedicado a la antigiiedad del hombre, que prueba desde la primera anotación, un cerebro formado y un completo dominio del asunto) a descubrimientos y a teorías que envanecen la ciencia. E Hizo sus primeras letras (1862) en la escuela municipal de Luján bajo la dirección de García, un año, y desde 1863 hasta 1867, bajo la dirección de Carlos D'Aste, el maestro solícito que cuidó con amor pa- terno la inteligencia de su educando, que advirtió prodigiosa, trayéndole consigo, a su propia casa, a Buenos Aires para que continuara sus estu- dios en la escuela normal de preceptores. La escuela municipal tenía un director y un monitor, Javier Tapie, recordado cariñosamente en sus cartas familiares, desde Europa. D'Aste la había organizado en cinco grados, más un curso secundario y fué el director moral de Ameghino, asimismo maestro de francés con Tapie, lecciones tan bien aprovechadas que permitieron al joven extraordinario, leer a Lyell (1871), fuerza inicial de todas sus proezas, y luego a Bur- meister (1872). En 1867, Ameghino es nombrado ayudante y un año después, inducido por D'Aste, ingresa a la Escuela Normal de Preceptores de Buenos Aires dirigida por Luis G. de la Peña, donde sólo estudió un año, como as- pirante; fué suprimida en 1871, según el informe de E. Costa, por no te- ner alumnos. Pero, porque los estatutos lo establecían, Ameghino ob- tuvo su título de Subpreceptor, único adquirido en establecimientos ofi- | e Ey j ; 152 ciales que no fuera por motivo honorífico. Con él asumió el cargo de ayudante primero (1869), gracias a una particular condescendencia de Estrada, de director después, de la escuela elemental de Mercedes, su primer centro de actividad científica y en donde cimentó su fama de naturalista. En 1875 tenía listos los manuscritos de La antigiiedad del hombre en el Plata, cuyo primer título sugerido evidentemente, por la homónima de Lyell (1) fué La ancianidad del hombre y su contem- poraneidad con las especies de mamíferos extintos diluvianos y ter- ciarios (véase la cuidadosa copia de los manuscritos hecha de su puño y letra en un libro de contabilidad) en la que venía traba- jando desde 1871 —sin duda, su estadía en Buenos Aires, sus visitas al Museo de Historia Natural, entonces bajo la dirección de Burmeister, su asiduidad a la biblioteca, sus lecturas, encendieron a los 16 años aquel sentido que ya naciera en Luján y orientaron bien sus pasos — descu- briendo los primeros restos fósiles en que fijara sus ojos de investiga- dor (Diario de un Naturalista), a fines de 1869 en la margen izquierda del Luján frente casi a la embocadura del arroyo Roque y realizando en 1871 (véase sus artículos en «La Aspiración» de Mercedes, 18 de Sep- tiembre de 1875), a los diecisiete años, exploraciones y estudios estrati- gráficos en la villa de su nacimiento. A los veintiún años escribía perfec- tamente el francés y el italiano (cartas a Gervais y otros sabios franceses e italianos en su Diario de un Naturalista) y escribía el castellano con una ortografía tan perfecta, que no falta un acento en sus manuscritos, conser- vando hasta hoy, el tipo de letra de entonces, prueba de un sorprendente equilibrio motriz, de una admirable regularidad nerviosa y de su percepti- vidad extraordinariamente desarrollada que concuerda con la declaración de D'Aste acerca de su poderosa memoria verbal mientras era alumno en Luján. Como todos los hombres, usaba en su juventud (hasta su viaje a Europa 1878) una rúbrica envolvente de su nombre y apellido, de tres curvas, reducidas después a una simple línea ligeramente ondulada. En las vacaciones de 1875 y 1876 hizo un viaje a la Banda Oriental del Uruguay, primera expedición que excediera los límites de lo que ha- bía sido hasta entonces su campo de actividad, el Luján y sus afluentes; fruto de ella fué su libro Antigiiedades Indias de la Banda Oriental (1877), editado por la imprenta «La Aspiración», de Mercedes, primer libro que hizo imprimir Ameghino, habiendo publicado en el diario «La Aspiración» (18 de Septiembre de 1875) su segundo artículo bajo el títu- lo de Ensayos para servir de base a un estudio de la formación pampeana, porque el primero fué, tal vez, Notas sobre algunos fósiles nuevos de la formación pampeana, que tuvieron la virtud de provocar una ardiente po- lémica, impacientando a su principal contrincante el doctor Burmeister, que le llamó joven ignorante y pretencioso, a quien, Ameghino, que + (1) L'ancienneté de l'homme prouvée par la Géologie. A Eos O o li in E e ina 153 no era cojo, replicó llamándole director del Museo Biblia, despectivo que, no sabemos cuando, el autor rayó con tinta en los recortes que conservan sus hermanos, pegados a las hojas de un cuaderno. En Enero de 1880 escribía: «Bien sabemos que nos exponemos a que alguien nos pregunte quiénes somos y con qué derecho nos atrevemos a sondear una cuestión de tanta importancia. Tal pregunta no nos ex- trañaría. Altos y egoístas representantes de la ciencia en el Plata, ya lo han hecho y han combatido los resultados de nuestro trabajo con armas nada nobles. Se nos ha tratado de explotadores, ignorantes y otras lindezas por el estilo, por haber cometido el inmenso delito de afirmar que el hombre ha habitado las pampas en plena época cuater- naria. Debemos, pues, una contestación anticipada a los que tal pregunta pudieran hacernos. Hace diez años que nos estamos ocupando del est::- dio de la Geología, Paleontología y Arqueología de la Pampa Argentina. La mitad de nuestra existencia la hemos empleado en este género de investigaciones. Los años de nuestra juventud, de la buena fe, de las agradables ilusiones, los hemos pasado recorriendo diariamente leguas enteras, a lo largo de las riberas de nuestros ríos, teniendo por único vehículo nuestras propias piernas y por compañeros una pala y un Cu- chillo. Tanto en los fríos del invierno como en los abrasadores soles del verano, hemos pasado días enteros removiendo solos o con trabajadores constantemente vigilados por nosotros, los terrenos de las orillas de las lagunas, ríos y arroyos de la provincia de Buenos Aires, en busca de los restos de los seres que en época antiquísima en que la configuración del continente americano era bien diferente de la presente, poblaban el suelo argentino. Durante esos diez años de trabajo continuo, hemos estudiado-los terrenos de transporte de la cuenca del Plata en sus míni- mos detalles. Hemos formado colecciones de fósiles interesantísimas, aumentando el número de animales cuaternarios de Buenos Aires, de un gran número de especies desconocidas antes de nuestros trabajos. Hemos explorado metódicamente varias estaciones o paraderos indios prehistó- ricos en los que hemos recogido millares de objetos de diferentes clases. En ese mismo espacio de tiempo hemos recogido los materiales que nos han traído el convencimiento de la gran antigiiedad del hombre en las pampas. Este convencimiento no ha sido, pues, obra de un día, de se- manas o de meses, sino el resultado de diez años de trabajo, empleados en recorrer los ríos y arroyos de las pampas unos meses, otros en hacer remover o removiendo por nuestras propias manos, sus depósitos fosilí- feros, y los demás en observar, clasificar y estudiar -las piezas que en esas continuas excursiones y excavaciones conseguíamos. Tampoco nos hemos atenido a nuestro juicio exclusivo, pues hemos sometido nues- tros trabajos al.examen de las personas más competentes de Buenos Aires, bien que no se encontraran acordes en sus apreciaciones. No contentos con esto, hemos querido consultar los sabios del otro lado del 154 Océano, nos trasladamos a Europa y exhibimos nuestra colección de ob- jetos que fué examinada por De Quatrefages, De Mortillet, Gervais, Cope, Villanova, Capellini, Valdemar, Schmidt, Harry, Ribeiro, Tubino y los principales sabios especialistas de Europa, que, sin excepción, han - aprobado la mayor parte de nuestras demostraciones del hombre fósil de la pampa». Declaraciones que subrayan, a las claras, los primeros mo- tivos de su vida científica y el empecinamiento con que resistía a la horda de enemigos y burlones que había levantado al «maniático» ayu- dante de escuela con sus primeras publicaciones y su cuarto de «osa- menta». Sus primeras correspondencias científicas fueron (1874) con el doc- tor Ramorino, de Belgrano, pues, su Diario de un Naturalista, LEONA) el 1? de Diciembre, comienza con esta anotación: «El día 8 de Septiembre de 1874 vino a esta ciudad (Diario de un Naturalista, empezado el 1” de Enero de 1875 en Mercedes), el doctor Ramorino para presenciar algunas excavaciones en el punto en que ha- cía ya largo tiempo había encontrado restos del hombre fósil; tomé dos peones y.en las pocas horas que trabajé se encontraron algunos restos de tierra cocida, muchos trozos de carbón vegetal y la apófisis espinosa de una vértebra humana; al otro día, repasando la tierra removida en- contré, 3 placas de la coraza del Hoplophorus ornatus y un escafoide hu- mano». En Octubre de 1875 escribía su famosa carta a Gervais quien, al dar cabida en su revista «Journal de Zoologie» (1875) a su trabajo, tal vez el primero, Nouveaux débris de Phomme et de son industrie, mélés a des ossements l'animaux quaternaires recuellis aupres de Mercedes, encen- día la fe en el joven sabio que acometió resuelto por el camino que a su porvenir se abría. Púsose, ese mismo año, en relación con la Socie- dad Científica remitiendo una Memoria, hasta hoy inédita, acerca del hombre fósil y con ese motivo tuvo sus primeras correspondencias con el doctor Estanislao S. Zeballos, secretario, y con Francisco P. Moreno miembro, que constituyeron, ambos, la comisión examinadora del tra- bajo acerca del cual decidieron no pronunciarse, dado lo delicado del asunto. La segunda carta a Zeballos, pocos días después de remitirle su tra- bajo, reclamando una respuesta, indica la pasión con que tomaba sus asuntos científicos y la impaciencia que lo acometía por la inmediatidad de las soluciones. En 1878 partió para Europa y exhibió, en la exposición de París, sus colecciones que, al popularizar su nombre ya no de coleccionista, como" Larroque, compañero de aldea y de estadía en París, con propósitos lu- crativos sino de sabio, trajeron la amistad y camaradería de los Cope, los Capellini, los Gervais, los Quatrefages, los Schmidt, los Mortillet, los Gaudry, los Flower y tantos otros, lista llegada a centenares de nombres * A. a Ñ 155 con los Sergi, los Morselli, los Stoliwho, y los cooperadores como Holm- berg, Spegazzini, Ambrosetti, Scalabrini, Outes, Roth, tantos y tantos otros. Durante su permanencia en Europa recorrió los principales museos de Bélgica, Francia, Italia, Inglaterra y realizó, con Gervais, las famosas exploraciones a los yacimientos de Chelles acerca de los cuales escribió una serie de artículos en el «Bulletin de la Société d'Anthropologie» de París; llenó de novedades las principales revistas europeas y editó La for- mación pampeana, obra escasísima sobre la geología de nuestras lla- nuras. En colaboración con Gervais escribió asimismo, en París (1880), Los mamíferos fósiles de la América meridional. Sin recursos, porque realizó su viaje sin el apoyo oficial y dispuesto a editar La Antigiiedad del hombre en el Río de la Plata, cuyos origina- les tenían ya algunos años, desprendióse por motivos forzosos, de una parte de su colección y con los ciento veinte mil francos de la venta, publicó el libro (dos tomos, 1880 y 1881) y pudo volver a mediados del 81 a la madre tierra, cargado de honores, consagrado sabio, exonerado, y sin más capital que varias docenas de cajones de restos que no quiso dejar en los Museos del viejo continente. En París contrajo matrimonio con Leontina Poirier, a ella unido por un acendrado y recíproco cariño hasta el momento de la muerte de aquélla acaecida en 1908 y que le afectó profundamente. No tuvo hijos; se ha dicho a menudo, que los grandes hombres no dejan, por lo común, descendientes. El fenómeno se explica, en cierto modo, por el hecho de que un hombre sin familia, menos solicitado por exigencias extrañas al estudio, se entrega más tranquilo y empeñosamente a las especula- ciones intelectuales si a tal se siente inclinado. De suerte que es admi- sible la teoría de que el hogar prolífico es, no una prueba de que el ge- nio falta, sino un obstáculo para que se manifieste. Ameghino, padre de una numerosa prole, hubiera, tal vez, reducido a la décima parte su producción científica y sufrido la modestia, que era el mayor encanto de su persona. - Al llegar a Buenos Aires, supo la inesperada nueva de que, caducada la licencia, sin consideraciones a la fama ni a la gloria, lo habían decla- rado, como director de la escuela «municipal» dé Mercedes, cesante, acto que tan bien objetiviza ese espíritu pampásico con que se trataba entonces cualquier asunto, sin más respeto que a la «cuña». Felizmente, había en Ameghino exceso de entereza, fuerza moral, ya no.para no amilanarse sino para no desatarse en improperios y desvasarse contra la injusta resolución que destituía un maestro porque había, desde el otro mundo, proyectado un haz de gloria, el primero de un sabio argen- tino, sobre su país. Fué entonces que instaló una librería en la calle Ri- vadavia: «El Glyptodon», famosa por la coraza del monstruo, ostentada junto al letrero; avenido a este género de vida sin exigencias, se entregó 156 como hasta entonces, placentero y completamente al trabajo con aquel tesón que fué la característica de su vida. «Publico, dice en el prólogo de su Filogenia, con Gervais, un ensayo destinado a servir de introducción a un estudio completo de la fauna fósil mamalógica de las comarcas del Plata, que pensaba emprender a mi regreso a Buenos Aires (la obra de 1889); me encontré a mediados del 81'en tan malas condiciones financieras que dieron al traste con mis proyectos. Mi viaje y la impre- sión de una parte de mis trabajos, los referentes a la antigiiedad del hom- bre y a la geología de la Pampa, habían dejado exhausto mi bolsillo y me encontré absolutamente sin recursos tanto para proseguir la impre- sión de la parte paleontológica como para emprender nuevas exploracio- nes. Obligado a una vida sedentaria, necesitaba algún quehacer que ali- mentara mi espíritu y satisfaciera mis costumbres de trabajo, que, sin duda, habrían sufrido en la inacción. : «Rodeado en mi escritorio de fósiles de la Pampa, empecé a meditar en esos tipos extraños llamados Toxodon y Tipoterio que no encuentran un lugar en las clasificaciones actuales y adquirí pronto el convenci- miento de que no eran aquéllos los incolocables sino éstas las deficien- tes. Era necesario rehacer las clasificaciones... Así nació Filogenia, en la que no debe verse un trabajo literario, por cuanto, viéndome en la obligación de procurarme el alimento cotidiano atendiendo mi negocio de librería, escribo cada renglón entre la venta de cuatro reales de plu- mas y un peso de papel, condición poco favorable para dar a mis ideas, formas literarias elevadas». Ameghino, sin embargo, merced a un domi- nio absoluto del lenguaje científico y a la vastidad de su saber, escribió una obra impecable. Y Ameghino aleccionado por aquella inesperada cesantía, en previsión úe posibles ataques a su independencia, en la que había nacido y con la que había escalado uno a uno los peldaños de la sabiduría, fué librero hasta su muerte. Ameghino, en efecto, fué exonerado el 25 de Febrero de 1888 como vicedirector del Museo de La Plata y en 1910, con motivo del ruinoso .estado del Museo Nacional y las promesas tantas veces defraudadas del Gobierno, estuvo a punto de renunciar, un día de No- viembre de 1910, según refiere Senet, día de preocupación y que sin el consuelo de una destitución, por primera vez desde hacía quince años, vagó por las calles de Buenos Aires desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la noche, sin escribir una letra, sin corregir una prueba, sin pensar una idea. Fué en la librería del «Glyptodón», cuenta Basaldúa, donde conocí a Ameghino de una manera singular. Pedía, yo, a un hombre en mangas de camisa, una novela expuesta en los escaparates, cuando sobre el mos- trador noté los restos fósiles de un ejemplar que me pareció sumamente raro. -—Dígame, amigo, ¿usted es el dueño de esto? di 157 —-“Sí, yo soy su dueño! —¿ Qué hace usted con esto aquí, démelo usted? —« Y usted para qué lo quiere? —Pues, hombre, para llevárselo a Ameghino. —Pues, hombre, a Ameghino lo tiene usted aquí. Esta escena se produjo poco después de premiar, el jurado, con el gran diploma de honor y medalla de oro su gran colección paleontoló- gica en la Exposición de 1882. El tiempo era, para Ameghino, realmente oro, y apremiado por el sinnúmero de problemas que se agitaban en su inquieto cerebro, bus- caba una forma que fuera breve para escribir y tomar apuntes. Entonces fué cuando inventó su sistema taquigráfico «único que permite seguir la palabra del orador más rápido, puede leerse más correctamente que la escritura común y se aprende en tres horas. Es el sistema más per- fecto, más lógico, más rápido, más legible y más fácil que se haya in- ventado hasta ahora. Se aprende sin maestro», publicado en 1880 por la casa Igón Hermanos y que empleó para los apuntes de su Filogenia que, si bien vió la luz en 1884, evidentemente, fué trabajada en 1881, 1882, tal vez en 1880 y 1879; su segundo libro inédito de anotaciones y ex- tractos, escritos estenográficamente y en tinta negra, porque sus escritos del 75 y 76 lo eran en violeta, contiene dichas fechas. La Filogenia es un monumento de la filosofía natural, la clave de la clasificación en Zoolo- gía, la consagración más elocuente del transformismo evolutivo, sólo comparable a la de Lamarck,. con otro material y otros propósitos. La segunda edición saldrá a luz en 1912 con un prólogo escrito por Ame- ghino ya imposibilitado para moverse. Este libro poco leído en nues- tro país, como poco leídas fueron siempre las obras del gran naturalista, produjo tal sensación que la Facultad de Ciencias de la Universidad de Córdoba le llamó a dictar la cátedra de Historia Natural (1884) después de otorgarle el título de Doctor honoris causa y Mitre en «La Nación», escribió su bibliografía. Desde entonces colaboró, hasta hace poco, en el «Boletín de la Acade- mia de Ciencias», publicando numerosos estudios y monografías. Sin em- bargo, fué catedrático hasta 1886, porque fundado el Museo de La Plata, a fines de este último año, se le nombró vicedirector y director de la Sección Paleontológica, que, por lamentables disidencias, incompati- bilidades, tal vez, de caracteres, ocupó por breve tiempo. Desde enton- ces hasta 1902, consagrado a la Geología, a la Paleontología y a la Antropología vivió en La Plata de las ventas asaz modestas de su li- brería de la calle 60 esquina 11, y del producto de la venta de una que otra pieza, que desgraciadamente, el país ha perdido para siempre, como la del Phororhacus, para subvenir los gastos de sus numerosas publica- ciones y la Revista Argentina de Historia Natural en la que tenía de colaboradores a Spegazzini, a Holmberg, a Zeballos, a Linch Arribálzaga * 158 y otros naturalistas de nombradía. En 1889 publicó, con la ayuda eficaz del doctor Zeballos, su Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina que lo consagró el naturalista nriás eminente de América; fué premiada con medalla de oro y diploma de honor en la Exposición Universal de París; comenzada en 1882 estaba ya esbozada en 1884. Dedicado absolutamente al trabajo, se substrajo a las solicitaciones sociales, a la fácil popularidad y a la vida pública, a tal punto que en el país, en La Plata mismo, sólo era conocido, como sabio, por un reducido número de personas, aquéllas que lo amaban, que se habían enterado de su obra científica y seguían de cerca las extraordinarias luminacio- nes de su talento. Fué en estas circunstancias, en Abril de 1902, cuando el doctor González, Ministro entonces, pensó en un hombre de mérito, en él, para reemplazar a Berg en la dirección del Museo de Historia Natural de la Nación y, cosa inaudita, el doctor González tuvo que ven- cer formidables resistencias. Por fortuna, la justicia reivindicatoria, es hoy amplia, grande, inmensa. Las universidades, las escuelas, las so- ciedades, los gobiernos, el pueblo glorifican su nombre en conmemora- ciones imponentes y durables que lo señalan a la posteridad como un astro de primera magnitud. Entre sus numerosas obras de los últimos años, se destacan dos; Recherches de Morphologie Philogénétique sur les molaires supérieures des ongulés, páginas 542, publicada en 1904, un monumento de la ciencia trabajado sobre un sistema circunscripto de órganos, los dientes, únicos que. en la generalidad de los casos, el tiempo ha respetado y por consi- guiente, únicos elementos de clasificación cuyas leyes establece el Autor con aquel talento probado en Filogenia y Les Formations sedimentaires du crétacé supérieur et du tertiaire de Patagonie, que es un estudio paleo- geológico de Patagonia, obra única en su género y fruto de diez y seis años de exploraciones y estudios continuos (páginas 565 e infinidad de láminas y croquis, publicada en 1906). En ella compara las faunas del ex- tremo sud, mamalógicas, con las del viejo continente y formula la teoría que ha levantado tantas tempestades, de ser el sudamericano el centro de irradiación de los mamíferos. Ameghino, contrariamente a lo que se ha dicho, no dejó testamento; pero sus deseos fueron, lo manifestó siempre a sus amigos íntimos, de que sus colecciones no salieran del país, y se incorporaran al Museo Na- cional. Por eso se sometió él mismo a las privaciones de una vida que pudo ser dulce y lujosa. El doctor Moreno acaba de presentar un proyecto de adquisición, en la Cámara de Diputados, de los manuscritos y objetos del sabio, fundado en las más altas conveniencias del Estado. Sus restos yacen en el Panteón de los Maestros, porque se inició maestro y fué maestro de maestros. Descansa entre los maestros su sue- - ño inmortal. 159 En el país no hay quien recoja su patrimonio, porque el ambiente moral, sin duda, estimula pocó este género de estudios. Recuérdese que - la calota del Diprothomo estuvo diez años guardada en los depósitos del Museo Nacional, sin que nadie pusiera su atención en ella o atreviera a pronunciarse acerca de su significado paleontológico. La casualidad qui- so que llegara a manos de Ameghino y resultara aquel frontal, descu- bierto de nuevo en su pampeano de la calle Perú, con la notoriedad científica que acaba de asumir. 00 Ameghino era de estatura mediana, 1.65; delgado; encogido de hom- bros, de andar rápido y nervioso; usaba barba corta, ya canosa y rala y anteojos cuando leía. Los bigotes caían a los costados; era blanco, pero el cutis de su cara un óvalo alargado, de un rosado obscuro. La boca era saliente y su nariz afilada. Un gesto fuerte de reflexión había en sus rasgos fisionómicos y sus ojos eran una franca revelación de su espíritu observador. Su frente era alta, abultada en su parte superior, ligeramente cóncava en el centro. Expresaba una extraordinaria juven- tud a pesar de sus años. Vestía con una pulcritud metodista: jaquet obscuro para el trabajo, levita en los actos científicos, sin preocuparse de la moda y la corrección impecable. Pocas veces ocupaba coche, habi- tualmente el tranvía y no pocas veces sus piernas para recorrer el tra- yecto de la estación a su casa, cuando lo consideraba medio más rápido. Alegre, cariñoso y bromista en la intimidad, leal en sus actos, franco en sus juicios, opinaba sobre cualquier asunto, sin excluir al político; era claro, preciso, seguro. En el tren leía los grandes diarios de la mañana, tres o cuatro de la tarde, «Caras y Caretas» y «P B T», en veinte o treinta minutos; aborda- ba las cuestiones científicas sin vacilaciones y nunca en forma que no fuera reflexiva y elevada. Su respeto era tan absoluto como su fe. Su cara volvíase grave entonces, sus ojos se reconcentraban, su conciencia se iluminaba, su espíritu se encendía. La conversación era rápida y afirmativa. Sin dones oratorios, ner- vioso en exceso, en público leía sus conferencias, acompañadas de frecuentes tics o movimientos de hombros. Extraño a la literatura, «El Quijote» le era odioso; su actividad tenía una prisión; sumido en la cien- cia, substraerle una hora era un delito. En la comida, no prefería platos y le era indiferente que fueran de carne o de verdura. No obstante, du- rante algún tiempo excluyó. la sal. Bebía, en los últimos tiempos, agua en abundancia y no permitía que en el tren se fumara; solía ocupar el compartimiento de señoras acompañado por Spegazzini, Rivera, Senet, Vieyra y otros amigos que tenían por él un respeto tan grande como su cariño. El saloncito volvíase bullanguero y expansivo: el espíritu des- cansaba. » 160 Escribía sus obras en cuartillas o cuadernos, a un lado, método adop- tado en los últimos años; sus originales no ofrecen, excepto al princi- pio, correcciones, pero sí agregados, en la otra cara de la hoja; era un cerebro difícil a la fatiga; antes de comenzar una obra, agotaba la biblio- grafía del asunto y tomaba, durante la lectura, siempre rápida, las anotaciones en pro y en contra de su tesis; en los primeros tiempos, en cuadernos, ordenados y numerados (manuscritos de la Antigiiedad del hombre), anotaba con prolijidad los descubrimientos que hacía: lugar, piezas, situación, nombres, cifrando el material al que debía referirse, luego, en la monografía. Por último, escribía teniendo el libro de notas y los ejemplares a la vista; pasaba en limpio, con frecuencia, de su puño y letra, los originales, costumbre de toda su vida (véanse copia de la Antigiedad del hombre, copia de L'áge des format. etc., publicada este año). Todo se conserva como la última vez. Allí está pegada a la ventana, sin persianas, bañada por la luz de la calle, la mesita de pino, cubierta de cuartillas, papeles, anotaciones, esquemas, principios de dibujo, libros de consultas señalados, útiles de observación y una calota de Diprotho- mo en yeso. Las paredes del salón, diez por cinco, con estanterías hasta el techo, tapizadas de cajones, cajas y cajitas (contamos 653 con 60.000 piezas aproximadamente) junto a los letreros comerciales, Vermouth Cinzano, Kerosene Sol, los científicos Trigonostylops eximius, Aniso- lambda fissidens, Prosotherium Quartum. En el centro, un mesón cu- bierto asimismo de cajas, libros de consulta, revistas, fósiles ocupando toda la pieza, dejando poquísimo espacio para circular entre aquel abi- garramiento de cosas, medio predilecto del sabio para trabajar en el silencio y la meditación, pues para muy pocos era accesible ese recinto, tal vez porque en el profano pudiera producir la impresión de un extra- ordinario desorden. Pero los que entramos recogidos al santuario, pare- cíanos estar en uno de aquellos recintos medicvales en donde según re- fieren historias novelescas, los magos develaban los misterios del Uni- verso. Se tiene la sensación de otra vida, de otro mundo. Algo de anti- guo, de sagrado, de extraño hay en todo aquello; pero, por otra parte, parece un taller cuya actividad se hubiera suspendido un momento an- tes; el pensamiento flota en el silencio, las cosas interrogan, los papeles hablan, la pluma conserva todavía fresca la tinta. Mas, el hombre que animaba, no está; es un lugar muerto. Seguía a este salón, el escritorio en que Ameghino acostumbraba a recibir y contiguo al escritorio, la biblioteca. Allí está su fichero, un cajoncito, envase de Dios sabe qué mercancías! Ese fichero, era para Ameghino invalorable. Resumía una labor de treinta años y todo lo que en el mundo se ha dicho. y escrito respecto a fósiles desde los primates hasta los moluscos, divididos en clases y conteniendo, cada clase, 40, 50, 100 cuartillas, en cada una de las cuales está anotada y compendiada una 161 obra, un artículo, la fecha, su autor, su procedencia. Esta maravilla de paciencia y de constancia, era la segunda cabeza del sabio, el casillero de su memoria, la clasificación de sus conocimientos, su biblioteca, la primera y la última palabra de la ciencia. Él decía: sin esto yo no hubiera hecho nada. Ameghino no era bibliófilo; tal vez sus libros no sumen 600 volúmenes, obras fundamentales de su especialidad, libros de trabajo, que llevan señales bien visibles de su frecuente uso; las novelas las te- nía en la librería para la venta; es posible que nunca haya leído una. Allí vimos, junto a la obra del norteamericano Cope, que es un cajón, la de Lyell, su primer catedrático, aunque después llamara a Gaudry su maestro. Durante su enfermedad manifestó los propósitos que tenía de escribir un libro que explicara su vida y cómo se había hecho paleontólogo. Des- graciadamente, no pudo realizar sus deseos. Dicha publicación hubiera suministrado valiosísimos datos al historiador y al psicólogo para ex- plicar formación tan extraordinaria. Ameghino recordaba con placer los primeros años de su actividad científica, mejor dicho, de su iniciación. Como Sarmiento, fué una re- “sultante de su genio y de su ambiente. - El ambiente ejerce, sobre las manifestaciones del genio, una influen- cia innegable. Luján, dice Burmeister, es, probablemente, el depó- sito más rico en fósiles de la provincia de Buenos Aires; es el mismo lugar donde se encontró, en 1789, el esqueleto entero del Megaterio, hoy el ejemplar más valioso del Museo de Madrid. Forma el suelo entre Luján y Mercedes, un bajío muy insensiblemente inclinado, en el centro del cual corre el río en una dirección de Este a Oeste, cambiando en la villa, el curso hacia el Norte. Parece que esta desviación indica un im- pedimento, obstáculos naturales que han causado una gran acumulación de agua en la hondura de las villas de Luján y de Mercedes, en la que han muerto y han quedado animales innumerables, cuyos esqueletos se encuentran hoy bajo las tierras depositadas por las mismas aguas. La casa del niño Ameghino en la calle Las Heras, que estaba a poca distancia de los barrancos del río, sobre tan extraordinario lugar, ex- plica cómo, sobre un joven de su temperamento, sin otras solicitaciones que las del ambiente, ejerciera éste tan extraordinaria orientación. En Luján se conocía además, la historia del Megaterio, y en aquel tiempo la excavación era un testimonio evidente de aquel maravilloso hallazgo. Pero Luján, cuando lo habitó Ameghino, hasta los diez y seis años, estaba lleno de algo más, de la vida y hallazgos de Francisco Javier Muñiz. Son, a no dudarlo, los intensos recuerdos en la población, por este hombre que la habitó quince años, hasta el día en que Ameghino naciera, que influ- yeron de una manera poderosa sobre los destinos del sabio, interesando su curiosidad por la naturaleza e incitándolo a la exploración de yaci- mientos que nada costaba llegar a ellos y en los que tantos tesoros ha- 11 162 bía encontrado Muñiz, cuyos méritos tanto más crecen cuanto se consi- dera lo descentrada de la época en que tuvo que actuar. Ameghino mismo, nos lo hace suponer en su carta a Lajouane con motivo de la, edición del «Francisco J. Muñiz», de Sarmiento: «El se ocupó de las mis- mas ciencias que constituyen mis estudios predilectos, vivió quince años en donde yo pasé mi niñez y explotó los mismos yacimientos fosilíferos que' yo debía remover treinta años después... los recuerdos de sus hallazgos, vueltos populares en Luján, no contribuyeron poco a que me lanzara tras de él, a las mismas investigaciones; no puedo, pues, permanecer indiferente ante la publicación de su vida y sus escritos». Antes de morir, evocando su niñez, narraba a sus hermanos sus pri- meros pasos, la anécdota de los caracoles que mostró a su padre, el inci- dente con el sacerdote en la basílica de Luján; como, una vez, al pene- trar en una especie de cueva o gruta, encontróse con un sinnúmero de vértebras y algunas mandíbulas. Como, obcecado por el extraordinario hallazgo, lo relacionó con las figuras que acostumbraba ver, atribuyendo todo aquello a un gigantesco saurio. Cómo, en consecuencia, sobre una mesa fué reconstruyendo al reptil, enfilando una tras otra, más de cín- cuenta piezas. Cómo, ocupado en la afanosa tarea, llegó doña Valentina ' la carnicera y mirando toda aquella osamenta, le preguntó, llena de risa: —¿Qué estás haciendo muchacho ? —Usted no sabe doña Valentina; un saurio gigantesco de la época mesozoica, muy viejo, muy viejo. Usted ni se imagina estas cosas. —Pero, borrico, no estás viendo que son huesos de zorro? ' —¡De zorro! ¿Con que de zorro? Pues tiene usted razón, doña Va- lentina. ) El niño tuvo a su lado un maestro, D'Aste, cuyo principal talento es- tuvo en descubrirle y en quererle para estimular sus dotes. D'Aste no deseaba más que una cosa: que estudiara, no importaba qué; que no se malograra tan «lúcida memoria» en la actividad embrutecedora de los oficios. El no era naturalista, ignoraba tal vez que los terrenos de Luján contenían tesoros, indiferente al valor científico de un fósil; pero él sabía que en aquella cabeza fulguraba algo y que era su deber, como educacionista, entregarlo al estudio para que se abriera sobre los gran- des horizontes. Y el niño voló, voló muy lejos...» contaba el venerable anciano que desde lejos, desafiando las inclemencias de aquella noche de Agosto, vino a derramar una lágrima sobre el ataúd de Florentino, de quien era, medio siglo antes, tierno maestro. La formación de este genio resulta clara y nos interesa dejar constan- cia de los factores que contribuyeron a sedimentarla, porque la historia, algún día, necesitará de estos documentos para explicar el secreto de las. grandes actividades: 1% Su inteligencia natural, revelada desde su infan- cia y heredada de sus padres. 2% Las condiciones geológicas y geográfi- cas del lugar que llamaron su atención y despertaron su interés. 3" El 163 intenso recuerdo dejado en el ambiente social de la villa por el doctor Francisco Muñiz durante sus quince años de estadía. 4” La cariñosa protección de su maestro Carlos D'Aste que, prendado de su viveza intelectual, incitólo al estudio, le quiso a su lado, a su lado aprendió el francés y le condujo a Buenos Aires, propicio al despliegue de sus incli- naciones y a la satisfacción de sus más intensos deseos. 5” Sus frecuentes visitas al Museo de Historia Natural y su Biblioteca, mientras fué alum- no de la Escuela de Preceptores, 1868. 6” La lectura del libro de Lyell acerca de la antigiiedad del hombre, a los diez y siete o diez y ocho años, que conserva en su biblioteca particular, anotado, edición francesa de 1870 y la lectura de la obra de Burmeister publicada ese mismo año, en francés, acerca de la naturaleza física de nuestro suelo, con referencia extensa acerca del yacimiento fosilífero de Luján y sus cercanías. Estas influencias fueron suficientemente eficaces para que a los diez y nueve años procediera por cuenta propia y, científicamente, estuviera completa- mente formado, al cumplir los veintiuno. IV Toda la acuidad de su dolor personal se borró, se extinguió, se calló ante la misión que sentía dentro de sí, fuera de los halagos, fuera de los demás como la roca que se expone, a todos los vendavales segura de sí misma. Los diarios de Mercedes «El Eco del Oeste», «La Aspiración», «La Reforma», de 1875, 1876, 1877 y 1878 están cuajados de crónicas, artícu- los y referencias de la actuación del joven subpreceptor que mal se haría en no representárselo fogoso, tenaz, activo, lleno de aspiraciones, lleno de esperanzas como correspondía a un medio incrédulo y dispuesto a la pifia. Quien haya vivido en las villas de nuestra campaña y frecuentado su medio social, explicaráse cómo Florentino Ameghino era siempre un afilado para la polémica. Y las tuvo pequeñas y las tuvo grandes. Reñía con los aldeanos y reñía con Lista. Se recuerda aún aquella que sostuvo con Mandinich, como presiden- te de una de las sociedades que dividía al elemento italiano. Los peque- ños odios y rivalidades se ensañaban tal vez contra lo que podía moles- tar más a un joven: contra la obra que podía enaltecer, contra su labor científica. Al estudiar esta formación al través de las publicaciones de aquella época, se siente al genio en un ambiente desfavorable y asfi- xiante, es decir, extraño a su desenvolvimiento. «La Reforma» del 13 de Noviembre de 1877, dice en la bibliografía de Noticias sobre la antigiie- dad, etc.: «luchando contra inconvenientes al parecer insuperables, ha tenido que vencer no sólo esas exigencias sino sobreponerse a la rechi- fla de la ignorancia de tantos que tomaban esa noble pasión por el estu- dio, por monomanías caprichosas o locura naciente». Que explica por qué en «El Eco del Oeste» del 11 de Noviembre, dos días antes de la bi- 164 bliografía a que hemos hecho referencia, en un artículo titulado Espe- ranzas para la Patria que no firmó, tuvo la necesidad de elogiar su pro- pia obra, exhibir sus propios méritos, ocuparse de sus trabajos y de los de Lista, Holmberg, Moreno, Zeballos, Fontana para que no se le tuviera por mentecato y rehabilitar su equilibrio mental bastante maltrecho con la publicación de aquel primer libro que con motivo de noticias acerca de antigiiedades de la Banda Oriental hablaba del hombre que había convivido con los gliptodontes. Los aplausos vinieron sin buscarlos; vinieron las justificaciones como una consecuencia natural de la obra que las exigía. Llevaba en sí el morbus de los grandes triunfos, de todos los locos de la Historia. Los triunfos eran inmediatos, indiscutibles, dejaban tras sí el asombro. Apenas contaba veintiún años (Julio de 1875) cuando en el concurso de la Sociedad Científica Argentina, obtuvo mención honorífica por su Me- moria acerca del hombre cuaternario de la Pampa; dos años después (1878) obtuvo, por su colección (Exposición de París) mención hono- rífica y medalla de bronce. En 1882, la Exposición Continental de Bue- nos Aires le otorgaba por sus colecciones y sus obras, el primer premio y medalla de oro. La Exposición Universal de París (1889) premia con medalla de oro su Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles, etc. La Expo- sición de Chicago de 1892 premia en la misma forma sus trabajos. Sus títulos honoríficos son numerosos y numerosos los cargos desempeñados, pero de corta duración, excepto el de maestro de escuela (1867-1876, sub- preceptor en Mercedes; 1876-1878 director) y el de Director del Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires desde 1902 hasta 1911. En 1884 la Universidad de Córdoba le otorga el título de doctor honoris causa y le nombra catedrático de Zoología y Anatomía Comparada, pues- to que renuncia en 1886 para ocupar el de Vicedirector del Museo de La Plata de donde es exonerado en 1888; desde 1892 mantiene la li- brería «Rivadavia», en La Plata, calle 60 y 11. En 1897 es nombrado ca- tedrático de Geología y Mineralogía de la Facultad de Ciencias Físicoma- temáticas de la Universidad de La Plata y académico titular de la mis- ma; poco después, académico y vicedecano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la provincia de Buenos Aires; en 1906 académico y pro- fesor de Geología de la Facultad del Museo de la Universidad de La Plata. Los trabajos y la dirección del Museo de Buenos Aires, le obliga- ron a renunciar sus cargos y, entonces el Consejo le otorga el de acadé- mico honorario. Además era: presidente honorario de la Sociedad Ami- gos de la Historia Natural del Paraná; miembro honorario de la Socie- dad Científica de Chile; corresponsal de la Sociedad Zoológica de Lon- dres; de la Academia de Ciencias de Filadelfia; honorario del Instituto Geográfico Argentino; miembro de la Sociedad Geológica de Francia y Antropológica de París; de la Sociedad Científica Argentina; honorario AAA IS A = a a ts A al ia: bi a 165 de la Sociedad Científica «Antonio Alzate», de Méjico; de la Sociedad de Historia Natural de Nimes; de la de Ciencias Naturales y Matemá- ticas de Cherburgo; de la Academia Hippone (Argel); miembro activo de la Academia Nacional de Ciencias de la República Argentina; de la Sociedad Geográfica Francesa; correspondiente de varias academias nor- teamericanas, italianas, belgas, etc. de ciencias naturales. Fué miembro de todos los congresos científicos reunidos en el país; del Científico Latino Americano; pero sólo tomó parte activa en dos: en el que, en 1909, se reunió en Santiago de Chile, donde presentó va- rias Memorias sobre sus recientes descubrimientos del hombre fósil, eligiéndosele presidente de una de las secciones; y en el Científico In- ternacional Americano reunido en Buenos Aires, en 1910, de cuya Sec- ción de Ciencias Antropológicas era presidemte. En él expuso sobre la cuestión de los precursores del hombre en la Argentina, la antigivedad geológica del yacimiento antropolítico de Monte Hermoso, la mayor an- tigiiedad del hombre en América según los vestigios industriales, las an- tiguas industrias de la piedra anteriores a la ¡época neolítica, el homo cubensis, etc.; siendo la Sección por él presidida la de más representa- ción científica del Congreso merced a los hombres que la formaban: notabilidades rusas, francesas, italianas, americanas. Era uno de los cua- renta miembros de la Sociedad de Psicología, de Buenos Aires; en ella - habló por última vez en público, explicando los descubrimientos de ese año (1910) acerca del hombre fósil en las pampas de Buenos Aires. El ojo de Ameghino era extraordinario para observar. Un día excur- sionábamos juntos por las barrancas de un arroyo de las cercanías de La Plata y, mirando al suelo como era su costumbre, comenzó a agacharse, recoger y mostrar: estos son los restos de tal cosa, estos de tal otra. En dos horas repitió once veces la misma operación. No obstante, el Ame- ghino escritor reemplazaba al Ameghino explorador; sólo así se explica que haya podido realizar una obra sin precedentes. Tenía cooperadores, un ejército de cooperadores. Todo el mundo era un cooperador directo y eficaz del sabio, desde el año 1882; profesores, maestros, estancieros, jóvenes aficionados, cuantos encontraban algo, ese algo era para Ame- ghino y allá iba en carta o en cajones; por hábito, contestaba estas mi- sivas, sus cartas encendían el interés de sus exploradores oficiosos. Por otra parte, él mismo se encargaba de obtener esta colaboración. En su Diario de un Naturalista, hay una carta extensa dirigida a Román (Di- ciembre 23 de 1875) estanciero de Córdoba, en que le dice que habiendo sabido por «La Libertad» que en su terreno había fósiles y que siendo él naturalista tenía interés en conocerlos, le pedía que se los remitiera en cualquier forma a la brevedad posible, corriendo los gastos por su cuenta. La lista de esta clase de cooperadores es larga: Ambrosetti, Fontana, Julio A. Roca, T. Ortiz, Brackebusch, A. Lamas, A. Romero, Lavagna, Podes- ta, Krusech, Canesa, Guerrero, Ortiz, Gez, etc., sin contar a sus compa- 166 ñeros de trabajo, a los naturalistas Gaudry, Gervais, Doering, E. Zeba- llos y, particularmente a Pedro Scalabrini, fundador del Museo de Histo- ria Natural del Paraná (1884), que puso a su disposición los valiosos ejemplares recogidos en las barrancas del Antoñico y otros arroyos, y a su hermano Carlos, explorador de ciencia dedicado exclusivamente a trabajar por Florentino, de suerte que ambos constituyen la misma per- sona: un genio que hubiera, sólo, realizado una labor intensa y sistemá- tica de setenta años, es decir, vivido hasta la edad de ciento diez. Las exploraciones más detenidas y que formaron su ojo aquilino, las realizó al Luján y sus afluentes Frías, Balta, Roque, etc., desde que fué niño curioso, hasta 1877, descubriendo yacimientos que contenían ver- daderos tesoros de las faunas extinguidas. Junto a él se formó su herma- no Carlos que, aún pequeñito, le acompañaba a largas excursiones y en ellas, extraño a la fatiga, adquirió esa pasión por la naturaleza y ese amor entrañable por el hermano, que será para siempre el ejemplo más alto de abnegación fraterna que ofrezca la historia argentina. Como Florentino Ameghino tenía un cargo escolar que desempeñaba de diez a cuatro, realizaba sus excursiones después de dicha hora, los días de fiesta y durante las vacaciones. Muchos, durante mi estadía en Merce- des, recordaban aquel joven más bien bajo, algo encorvado que, sin le- vantar los ojos, despreocupado de su persona, cruzaba a paso rápido, moviéndose mucho, las calles de Mercedes con un pico al hombro y una bolsa, de vuelta del río después de una rica cosecha de huesos extraídos de algún yacimiento que descubriera en uno de esos días de descanso que los jóvenes dedican hoy al café, al teatro, al foot-ball, al hipódromo, al paseo del bosque, al flirteo. ¡Eh, loco!... alguno que lo saludaba y que desde la calle, por la ventana, había visto, días atrás, algunos estan- tes de libros y las paredes de la casa que alquilaba a Sorarrain, cubiertas hasta el techo de restos. Las gentes de los pueblos de campaña, por lo común orgullosas e ignorantes, cuando no martirizan' por el diario, al que trabaja, con pullas insolentes o irónicas, tienden a desconceptuarlo llamándole «loco» o «macaneador»; no conciben el éxito y cuando éste llega, les escoce e irrita, comenzando la envidia a levantar aquella atmósfera asfixiante que obligadamente respira el hombre heroico. Por eso al volver de Europa cargado de honores, perdió su puesto el ¡loco! Benditos sean los que se enloquecen con lo grande y con lo noble! En las vacaciones de 1876 realizó una excursión a la Banda Oriental; en 1879 a los yacimientos de Chelles (Francia) ; en 1882-1884 varias a las provincias de Buenos Aires y Córdoba; en 1885 al Chaco con Kurtz, Holmberg y Carlos; en 1887 a Monte Hermoso; en Enero de 1903 a Patagonia, desde Cabo Blanco a Golfo San Jorge; en 1908 a las costas de Miramar y Mar del Plata; en 1909 y 1910 varias de corta duración, a diferentes puntos de la provincia de Buenos Aires; su deseo era enr prender el año próximo, una a los Estados Unidos. No obstante las ri- 30 a a A a O, a 167 quezas y novedades que las exploraciones del Sud han puesto en evi- dencia, según Carlos Ameghino, apenas se ha levantado la punta del “velo que cubre los incalculables tesoros fáunicos de las sedimentaciones patagónicas; el Gobierno debiera proporcionar a sus dos Museos, medios suficientes para mantener en aquellas regiones, permanentemente, per- sonas que realizaran lo que Ameghino hizo durante diez y seis años, de su ¿propio peculio, porque la República Argentina debe mantener el lugar -prominente que hoy, en las Ciencias Naturales, por sus hombres, sus pro- ducciones y sus ejemplares, ocupa. Ameghino era caminador incansable, hasta pocos meses antes de fallecer. Su andar rápido le tenía siempre con la vista fija sobre el suelo, cerebrando alguno de los innumerables problemas que agitaban dentro de su cabeza, su temperamento inquieto y sanguíneo. V Su obra, hemos dicho, fué por su método, por sus descripciones, por sus inducciones, por sus descubrimientos, por sus teorías, reveladora de la fauna casi desconocida de un continente, del que se tenían grandes ejemplares, pero no los pequeños, y derrumba el edificio que en Europa y América, durante cien años se venía construyendo acerca del .origen e irradiación de los mamíferos. Inmensa, colosal, sólo nos es posible, por ahora, enumerarla en lo que a publicaciones se refiere, pues quédanos por narrar su vida de clasifi- cador, su vida de explorador y su vida de trabajador que, como decía R. Senet, en su bella conferencia a los alumnos del Liceo de la Uni- versidad, comenzaba a las cinco y media de la mañana, escribiendo hasta las nueve, hora en que almorzaba; a las nueve y media tomaba el tren, corregía pruebas en el tren y en el tranvía; desde las once hasta las cinco y cuarto cumplía con sus obligaciones en el Museo, clasificando, anotando, escribiendo y contestando al sinnúmero de consultas que se le hacían; en el tren de las cinco y cuarenta y cinco volvía a La Plata; ce- naba y desde las nueve y media hasta las doce escribía. Esta distribu- ción del tiempo se repetía el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado y el domingo, día en que la pluma no tenía des- canso. De Ameghino quedan, póstumas: Sur les édentés fossiles de P'Ar- gentine, examen crítico a la obra de M. R. Lydekker The extinct edenta- tes 0f Argentine, escrita en 1895 y no publicada a pedido de Mr. Flower, director del Museo Británico, por la situación crítica en que dejaba al sabio inglés que trató con demasiada ligereza los trabajos de Ameghino; Origen poligénico del lenguaje articulado, título no definitivo, de la que ha escrito varios capítulos: Anatomía comparada de los órganos de la articulación, Origen poligenético en el desarrollo de la apófisis genis, Lenguaje animal o emotivo, Lenguaje vocal o prehumano, Lenguaje 168 semiarticulado, Onomotopeya, Sonidos consonantes, Consonantes dobles, Sílabas, en su lecho de muerte casi, pues en Mayo escribió las últimas cuartillas, algunas sólo esbozos, según su sistema de escribir, a causa de que destinó los pocos días que pudo trabajar, al prólogo de Filogenia y a revisar su versión al francés. Esa obra, por una particular deferencia de los hermanos, la publicamos en «Archivos de Pedagogía». Sobre la me- sa de pino blanco en que escribió desde 1892 todas sus obras, están los manuscritos de varios trabajos comenzados a la vez: Cráneo de Fonte- zuela, Gisement de Jáuregui, Arroyo Balta, Stations on gisement, ré- plica, en francés, a Schwalte respecto al Diprothomo, unas 40 cuartillas. _ Queda, además, inédita su correspondencia de treinta y seis años con las 'más altas autoridades científicas del mundo, tan original como sus obras y que representa varios volúmenes. Damos a continuación una lista, por años, casi completa, si no completa, de su producción literaria, pues al re- dactarla, hemos tenido a la vista el catálogo escrito de su puño y letra, en el que figuran 175 trabajos hasta 1910, y sus obras, en las que acostum- braba un índice de sus publicaciones y referencias. Faltan algunas bi- bliografías como la que escribiera de la «Paleontología» de Zittel y la nó- mina de algunos artículos y críticas con seudónimo como Esperanza de la Patria, sin firma, y La virgen de Luján (1883) firmado doctor Es- - tecos (1). Los libros, que escribía generalmente en francés, nunca tuvieron se- gunda edición ni ediciones populares, razón por la que nuestras escuelas ignoran la geología y geografía del país, a pesar de los treinta y siete años que Ameghino ha escrito acerca de ella. Algunas veces hablamos de la ne- cesidad de que el Gobierno buscara los medios, por otra parte a la mano, de que las producciones científicas llegasen a los colegios y escuelas, exigiendo un aumento de tiraje para sus dependencias. Si tal hubiera ocurrido desde algunos años atrás, no lamentaríamos esta ignorancia acerca de nuestros hombres y nuestras cosas. Ojalá, esta desgracia que enluta la ciencia, sirva para enmendarnos y despierte en nuestro espíritu, un sentimiento de justicia más amplio para los hombres que viven entregados al silencio del gabinete y del laboratorio. vI Las exequias fueron modestas en relación a los merecimientos del fallecido, repitiéndose por milésima vez el fenómeno del hombre supe- rior a su época. Los Gobiernos no se manifestaron a la altura que corres- pondía; si las Universidades de La Plata y de Buenos Aires, y las socie- dades científicas no hubieran tomado la participación que tanto les hon- (1) Se suprime aquí la Bibliografía que menciona el señor Mercante, porque se repite al final de este tomo, en la Bibliografía Completa del sabio, por orden cronológico. 169 ra, el sepelio hubiera pasado inadvertido. Delante de su féretro desfila- ron los 450 niños de la Escuela Graduada de la Universidad, las 300 ni- ñas de su Liceo que lo cubrieron de flores; comisiones del Colegio Na- cional, de las Facultades y de la Escuela de Comercio. El Consejo Supe- rior, desde su presidente, acompañó sus restos-hasta el panteón y cuanto de intelectual tiene La Plata hizo acto de presencia. En la inhumación hablaron E. Holmberg por la Universidad de Buenos Aires; V. Mercante por la de La Plata; J. B. Ambrosetti por la Universidad de Buenos Aires; J. Ingegnieros por la Sociedad de Psicología; V. Castro por la Sociedad Científica, su Presidente; Antonio Romero por la amistad que lo ligaba al extinto; y F. Legarra ofreciendo a los deudos el panteón de los maes- tros. Nos hacemos un deber publicar algunos de ellos, nacidos del cora- zón de los oradores (1). j vi La República, apercibida del hombre que acaba de perder, sus Go- biernos, sus universidades, sus escuelas, sus centros científicos, sus hombres ilustrados, sus estudiantes, a porfía, empéñanse en glorificar a este libertador del espíritu y triunfador en los campos de la ciencia. Rodolfo Senet, su discípulo predilecto, casi un hijo que recogiera del sa- bio los destellos postrimeros de su genio, difunde su obra en conferencias recibidas con aplausos por públicos en donde se confunden el profano y el especialista, el estudiante y el profesor, el niño y el anciano; José Ingegnieros ha escrito sus más vibrantes páginas para honrar la vida heroica del sabio; la Sociedad de Psicología, destinó una de sus sesio- nes públicas a su glorificación; la Universidad de La Plata, el mismo día de la inhumación, resolvió colocar una placa en el Museo y dar su nombre a la sala de Paleontología; el Colegio Secundario y la Federa- ción Universitaria de La Plata, realizaron los actos públicos a la memo- ria del extinto; la Sociedad Científica Argentina, resolvió colocar una placa de bronce «Al sabio Florentino Ameghino» sobre su tumba, nom- bró tres comisiones permanentes para que aconsejaran la mejor forma de glorificarle y difundir su nombre y sus obras y ordenó un gran retrato al óleo para colocarle en el lugar de preferencia de la sala de sesiones; la Asociación de Maestros de la Provincia resolvió colocar una placa en su panteón; las escuelas normales de Corrientes y del Rosario, del Pa- raná y de Buenos Aires, organizaron grandes actos conmemorativos; los empleados del Museo Nacional resolvieron costear un busto para colocarlo en la sala donde trabajaba Ameghino; la Municipalidad de (1) La Dirección de esta edición completa de las obras de Ameghino, suprime aquí la inserción que el señor Mercante hace de los discursos pronunciados por él, los doctores Holm- berg e Ingegnieros e ingeniero Castro, porque figurarán junto con los demás en el capítulo con- sagrado al sepelio de los despojos mortales del sabio. 170 Luján resolvió dar al parque, el nombre del sabio, apoyada por un elo- cuente informe fiscal del doctor Reyna Almandos; el Poder Ejecutivo de la Nación y la Legislatura de la Provincia, presentaron respectiva- mente, proyectos para erigir monumentos en el Museo de: Buenos Aires y en el Bosque de La Plata; el doctor Francisco P. Moreno presentó al Congreso un proyecto para que la Nación adquiera sus colecciones y sus obras. Por último, el Círculo de la Prensa de La Plata, organizó para la noche del 18 de Septiembre, en el Teatro Argentino, una solemne conmemoración, acto imponente por las personas que tomaron parte, las delegaciones y la concurrencia. En estas manifestaciones ha Mee la atención un vacío: el de la Universidad que lo doctoró. Este movimiento póstumo de justicia, del que nunca, en verdad, se preocupó Ameghino; esta humanización del sentimiento nos eleva tanto que traerá sobre nosotros simpatías de otra estirpe que las que como pueblo ganadero, agrícola y adinerado solemos atraer. «La propagación sin tasa de la civilización y de la justicia: he aquí la - manera de llenar con agua fecunda el cántaro de la doncella». Ñ % - Vícror MERCANTE. -. ci PA id ii E E E NT ARTÍCULOS Y SUELTOS NECROLÓGICOS PUBLICADOS POR LA PRENSA DE BUENOS AIRES Y LA PLATA De La Nación, Buenos Aires. El doctor Florentino Ameghino, el ilustre sabio Director de nuestro Museo Nacional de Historia Natural, ha fallecido ayer a las 8.20 de la mañana, en la ciudad de La Plata, a los cincuenta y siete años de edad. Esta noticia profundamente dolorosa, es el luto de la familia argentina, algo más, pues significa una pérdida irreparable para la ciencia contem- poránea en el mundo entero. El cerebro poderoso que escrutó los misterios del origen del hombre, el que construyó con su clarividencia profética la escala inconmovible de la evolución animal, el que la cimentó en las capas geológicas estu- diadas una a una por su naturaleza y los restos fósiles insospechados hasta él y que marcaban las épocas y las transiciones graduales de la evolución, el que halló en la madre tierra argentina la cuna de todos los mamíferos incluyendo al hombre, el que estudió y sorprendió los detalles hasta en lo ínfimo, para ligar las formas por la observación y deducir de ellas las leyes reveladoras que hicieron ciencia en Filogenia y derrumbó la vieja paleontología; el que ligó las capas geológicas con los restos orgánicos para dar las bases exactas de nuestra paleogeografía, el que en su Credo después de estudiar la formación de los astros bajó hasta lo más hondo en las esencias creadoras de los «infinitos tangibles e intan- gibles», el creador de una obra colosal y nueva, cuya bibliografía asom- bra: ese cerebro infatigable en la batalla científica, en medio de la ple- nitud de su vigor, ha sido tocado por la muerte, quedando en reposo para siempre. ] : El mundo científico ha de conmoverse con la fúnebre nueva, pues del que tanto había hecho, mucho se esperaba aún, y con razón, ya que su obra no estaba concluída. La tarea incesante, su producción continua, no le daba tiempo a es- tudiar y determinar todo el caudal del elemento nuevo que poseía, no sólo en su colección particular, sino en los tesoros con que había enri- quecido el Museo Nacional. Sus continuas exploraciones reportaban siempre un nuevo caudal, así como las de su empeñoso hermano Carlos, formado a su lado y su «brazo 174 derecho» como él nos decía y lo reconocía no sólo en sus obras sino hasta en sus clasificaciones como la de la Caroloameghinia mater. Actualmente, Carlos había traído algunos ejemplares de fósiles cu- riosos, cuyo estudio iba a abordar el doctor Florentino Ameghino, cuando la enfermedad lo detuvo. Enfermo ya, recibió una carta de la casa editora francesa de Hachette, pidiéndole permiso para hacer una edición francesa de la obra Filogenia, pues el original en español está agotado, y según la carta mencionada, la casa Hachette incesantemente recibía pedidos de todas partes del mundo, en los que se ponía todo empeño por conseguir esa obra. Ameghino no quería hacer nuevas ediciones de sus obras, pues decía que su preparación actual lo obligaría a rehacerlas. Sin embargo, Filogenia pensó siempre reeditarla, tal cual, por conser- varle todo su carácter y su valor inicial. Accedió, pues, al pedido de la casa Hachette, y un día que lo dejaron algo tranquilo sus dolores, escribió una introducción para esa edición, sin vacilar, y trabajando sin interrupción durante algunas horas hasta terminarla antes del anochecer. Es la última producción del maestro. Hecha esta brevísima síntesis de su esfuerzo, dejemos la palabra al doctor Víctor Mercante, quien nos remite desde La Plata las siguientes notas, a las que acompaña algunos datos biográficos y la interesante bibliografía que los sigue. LA OBRA DEL SABIO. — La muerte del doctor Ameghino enluta el ho- gar que era antorcha destellante de la ciencia americana. Este hombre, consagrado durante cuarenta y dos años al trabajo, a la investigación, al pensamiento, extraño a los halagos de la vida fácil, modesto, probo, sin envidias, sin ambiciones que no fueran nobles, sólo hijo de sus obras co- mo los grandes civilizadores, es el ejemplo más grande que podemos ofrecer de voluntad y dedicación a la juventud argentina. Su nombre era todo un carácter. Luchador infatigable, se elevó dende su cuna humilde hasta la cima de la intelectualidad sin explotar más que sus instintos de labor y su genio creador extraordinario. Dedicado a la geología y a la paleontología, arrancó al suelo virgen sus más guardados secretos para gloria de la ciencia y de este país que necesita de ella para ocupar con honra su puesto en el concierto de las naciones más avezadas. Su producción es el monumento científico más grande de América, cerca de veinte mil páginas de observaciones originales, de doctrinas y de teorías, fruto de su prodigioso poder de inducción, y miles y miles de piezas clasificadas en su museo particular, en los museos de la Na- ción y de Europa. El país siempre generoso con sus hijos será justo con esta gloria de la humanidad, tendrá para él también una plaza, una calle, un mármol 175 que erigir en los centros de su actividad o frente a la casa consagrada monumento nacional del hogar modesto y pobre donde transcurrieron los primeros años de esta formación, para que la juventud argentina rehaga la niñez de este hombre, lo siga en su ascensión y reciba el fortificante efluvio de esta gran escuela. Una edición oficial de sus obras, sólo conocidas en reducidos centros, se impone como se han impuesto las de otros argentinos, no como un homenaje al hombre, sino como una contribución al saber humano o una justificación nuestra en la ciencia, además de que vendría a llenar una necesidad sentida, pues se trata en su mayoría de ediciones agotadas. En su vida ejemplar ha dedicado cuarenta y dos años, su vida entera, a estudiar la historia física del extremo sur de América. Sus trascenden- tales trabajos y su producción severa, han difundido su fama de sabio de un extremo a otro de Europa y de Estados Unidos, y los libros nos llegan de allá llenos de referencias, citas y elogios de los más conspi- cuos investigadores, que tienen por Ameghino el respeto que se tiene por las más altas autoridades. DATOS BIOGRÁFICOS. — El doctor Ameghino nació el 18 de Septiembre de 1854 en la villa de Luján, provincia de Buenos Aires, y las diferentes etapas de su vida se hallan perfectamente caracterizadas. De los años 1860 a 1867 fué alumno de la escuela elemental de aque- lla villa; en 1868, ayudante en la misma escuela; en los años 1869 y 1870, estudiante en el antiguo Colegio Normal de Buenos Aires; de 1871 a 1876, Subpreceptor en el Colegio Municipal de Mercedes, provincia de Buenos Aires; de 1876 a 1877, Director del mismo establecimiento. Durante los años 1878 a 1882 realiza un viaje de estudio a Europa. Regresa a Buenos Aires y de 1882 a 1884 instala una pequeña librería en dicha ciudad; desde 1884 a 1886 catedrático de la Universidad de Córdoba. Al finalizar este último año es llamado a ocupar el puesto de Subdirector del Museo de La Plata, destino que abandonó en 1887, cuan- do creyó herida su delicadeza personal, hasta que por último, desde 1892 a 1901 mantiene una librería en La Plata, obligado por la inexorable ley de la struggle for life. : Estos datos, a pesar de lo sintéticos que son, dan elementos suficientes para presentar al doctor Ameghino como un verdadero tipo de self made man.» | En un principio, sus investigaciones fueron bien distintas de las que hoy realizaba. : Durante un buen número de años se dedicó con preferencia a estudiar el origen de los primitivos habitantes de nuestra República, siendo su primer trabajo publicado en el «Journal de Zoologie» de París, y en el cual describía una serie de restos del hombre y otra de objetos de su industria, mezclados con despojos de animales cuaternarios hallados en las proximidades de Mercedes. 176 A partir de esa época comienza una lucha continua en favor de sus ideas, que admitían la posibilidad de la coexistencia del hombre con los mamíferos extinguidos de las formaciones antiguas de la Argentina, en la que alcanzó un completo triunfo. Durante su permanencia en Europa realizó una serie de detenidas excursiones al clásico yacimiento de Chel- les, cuyos resultados publicó en la «Revue d'Anthropologie» y en el «Bulletin de la Société d'Anthropologie» de París. Fué también: por aquella época que lanzó a la publicidad su grande obra La antigiiedad del hombre en el Plata (dos volúmenes en octavo), en la que reunía y presentaba bajo una forma científica los conocimien- tos que hasta entonces se tenían sobre la antigijedad del hombre en Sud- américa, y a los que agregaba numerosísimas observaciones y hallaz- gos hechos personalmente por el autor. No obstante haber transcurrido tanto tiempo desde su publicación, es la fuente obligada de los que ac- tualmente investigan la prehistoria argentina. Luego de publicada esta obra comienzan a manifestarse en el doctor Ameghino señaladas tendencias a especializarse en el estudio de la pa- leontología y geología, que ya habían tenido sus comienzos al publicar en 1880, en colaboración con el profesor H. Gervais, Los mamíferos fó- siles de la América meridional. Ya imbuído en esta clase de investigacio- nes, publicó su libro Filogenia, principios de clasificación transformista basados sobre leyes naturales y proporciones matemáticas, en el que pone su autor de manifiesto lo profundo de sus conocimientos, la originalidad de sus teorías, no obstante que aquel trabajo fué escrito «viéndome — dice el autor — en la obligación de procurarme el alimento cotidiano atendiendo un negocio de librería, y escribo cada renglón de esta obra entre la venta de cuatro reales de plumas y un peso de papel (moneda corriente antigua)». : En 1889 publica su monumental Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, dos gruesos volúmenes en folio, estudio que fué premiado con medalla de oro en la Exposición de París de ese mismo año. Numerosísimas monografías ha publicado en los últimos tiempos, las que han aparecido en la prensa diaria y las revistas científicas más acreditadas del país y del extranjero. ' Aún más: el doctor Ameghino llevó su altruísmo por la ciencia hasta mantener con su propio peculio detenidas exploraciones en la Patagonia, para las cuales ha encontrado su más decidido colaborador en su her- mano Carlos, quien desde 1887 hasta la fecha ha realizado numerosísi- mos viajes, en los que ha obtenido proficuos resultados. Presentó sus trabajos en cinco exposiciones, habiendo obtenido las recompensas siguientes: . Primer concurso y exposición de la Sociedad Científica Argentina, en 1875: Mención honorífica. ; Exposición de París de 1878: Medalla de bronce. 177 Exposición Continental de Buenos Aires de 1882: Primer premio, me- dalla de oro. e Exposición de París en 1889: Primer premio, medalla de oro. Exposición de Chicago: Primer premio. En cuanto a los cargos honoríficos con que fué distinguido, recorda- mos los siguientes: Doctor honoris causa de la Facultad de Ciencias Físicomatemáticas de la Universidad de Córdoba (República Argen- tina) ; Catedrático titular de Geología y Mineralogía de la misma Facul- tad en la Universidad de La Plata (República Argentina) y Académico titular de la misma; antiguo Catedrático de Zoología y Anatomía com- parada en la Universidad de Córdoba, ex miembro Académico de la Facultad de Ciencias Físicomatemáticas y de Ciencias Médicas de esa Universidad; ex miembro Académico y ex Vicedecano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la provincia de Buenos Aires; ex Vice- director del Museo de La Plata; ex Conservador del Museo de Paleonto- logía, Antropología y Zoología de la Universidad de Córdoba, etc. Forma parte, entre otros, de los centros científicos siguientes: Presidente honorario de la Sociedad «Amigos de la Historia Natural», del Paraná; miembro honorario de la Sociedad Científica, de Chile; co- rresponsal de la Sociedad Zoológica, de Londres; de la Academia de Cien- cias de Filadelfia; del Instituto Geográfico Argentino; de la extinguida So- ciedad Geográfica Argentina; de la Sociedad Científica «Antonio Alzate», de Méjico; de la Sociedad de Historia Natural, de Nimes; de la Socie- dad de Ciencias Naturales y Matemáticas de Cherbourg; de la Academia Hippone (Bone, Argel); miembro activo de la Academia Nacional de Ciencias, de la República Argentina; de la Sociedad Geológica, de Fran- cia; de la Sociedad de Antropología, de París; de la Sociedad Geográfica francesa; Académico honorario de la Facultad; del Museo de la Univer- sidad de La Plata, etc. Y es en esta clase de ejemplos de laboriosidad persistente, de estudio constante, de vida fecunda, en que deben inspirarse los elementos de las jóvenes generaciones (1). De La Prensa, Buenos Aires. Falleció ayer en La Plata, el señor Florentino Ameghino, compatriota ilustre que ha vinculado brillantemente el nombre de la Nación y el suyo a una serie de trabajos científicos de verdadero mérito en el estudio de la Naturaleza. Hijo de sus obras, logró notoriedad científica sin más auxi- (1) Sigue una nómina incompleta de las obras de Ameghino, cuya reproducción resultaría du- plicada, porque la nómina completa se dará en su lugar correspondiente; y a continuación se reproducen fragmentos de Mi Credo. 178 lio que su talento y su pasión por el estudio. No le detuvo la pobreza de sus primeros años. Desde la cátedra humilde del educador primario, pasó a ocupar la elevadísima tribuna de las autoridades mundiales, consagra- das como tales en la familia selecta de los estudiosos y de los sabios. Ameghino era un sabio en la especialidad a que dedicó con noble em- peño las dotes privilegiadas de su espíritu. Se lo citaba como autoridad indiscutible e insospechable. Para la República, la muerte de este hombre de ciencia es una pérdida inestimable, porque edificaba con su vida dos grandes obras: la del progreso científico nacional y la del ejemplo más vivo y elocuente de cuanto puede hacer la energía del carácter en el campo del estudio, aunque se carezca de escuela secundaria o profesio- nal y de universidad. El ilustre muerto, no había pasado por las salas de clase de esos organismos de cultura. No pudo. Sus condiciones de pobreza se lo impidieron. Pero pudo, más tarde, ser él mismo una cáte- dra altísima de enseñanza universal. Los escritos de Ameghino se en- cuentran en las principales bibliotecas del mundo. He aquí lo más salu- dable de su vida, para la juventud: haberse hecho sabio, haber triunfado, con victoria brillante, sin recursos, por resolución irrevocable de ser lo que fué, un meritorio hijo de su país y un verdadero servidor del saber humano. Damos a continuación algunos datos biográficos del ilustre sabio: Don Florentino Ameghino nació en Luján, provincia de Buenos Aires, el año 1854. Hizo sus primeros estudios en el Colegio Municipal del pue- blo de su nacimiento. A los diez y seis años comenzó, sin maestro, el estudio de las ciencias naturales, y después se trasladó a la capital, donde cursó un año en la Escuela Normal. En 1873 regresó a Luján, donde re- corrió las orillas del río de este nombre en compañía de su hermano Carlos, formando distintas colecciones y aumentando notablemente sus conocimientos científicos. Por carecer de recursos para atender a la subsistencia, entró de precep- tor en la Escuela Municipal de Mercedes. Dedicaba todo el tiempo que sus ocupaciones le dejaban libre, a proseguir sus estudios y realizaba diarias excursiones, en las cuales logró reunir miles de piezas que reve- laban la primitiva vida de las pampas argentinas. Ameghino empezó a dar a conocer el resultado de sus estudios en distintas revistas de América y Europa, y en poco tiempo adquirió gran renombre. De 1875 a 1877 publicó Ensayos para servir de base a un estudio de la formación pampeana y Antigiiedades de la Banda Oriental. En 1878 llevó a la Exposición de París su colección de paleontología antropológica y de antigijedades indias, logrando ser premiado y vender parte de su valiosa colección en 120.000 francos. Con estos recursos pu- blicó la importante obra que consolidó su reputación: Antigiiedades del hombre en el Río de la Plata, en la cual hace las siguientes afirmaciones: 179 1% La población americana no es una raza única y homogénea, sino más - bien el producto de un cruzamiento de razas diversas. 2” Se encuentran tribus que representan razas del antiguo continente, pero la masa de población presenta diferencias notables. 3” La civilización del Perú y México contemporáneas de la Conquista, suponen al hombre americano una gran antigiiedad. 4” No existen datos suficientes para considerar al hombre como originario del Asia. 5” Las emigraciones del antiguo con- tinente han encontrado siempre a la América poblada por indígenas. 6” En muchas comarcas de América se descubren los vestigios de una civilización más adelantada que la que encontraron los españoles. 7% Cuando toda Europa estaba aún poblada por salvajes, en América había pueblos civilizados que vivían en grandes ciudades, donde exis- tían monumentos grandiosos. 8 En diferentes épocas se han efectuado emigraciones del nuevo al viejo continente. 9” El hombre habitó los dos continentes desde los tiempos geológicos. 10. Los más antiguos pueblos de Europa, Africa y América, estaban en comunicación. 11. Las comuni- caciones eran facilitadas por las tierras hoy desaparecidas. 12. La exis- tencia de estas tierras puede ser demostrada por la tradición, la prehisto- ria, la arqueología, la etnografía, la lingiística, la filología, la antropo- logía, la botánica, la zoología y la paleontología. 13. Hasta el presente, la ciencia no puede determinar en qué lugar el hombre o su precursor apa- reció por primera vez. En 1882, después de haber visitado los principales museos europeos, Ameghiño regresó a su patria, trayendo consigo los títulos de miembro de infinidad de sociedades científicas de Europa. La Universidad de Córdoba le confirió el título de doctor en ciencias naturales, y al poco tiempo fué nombrado por el Gobierno de Córdoba Catedrático de Zoología y Anatomía comparada, dando cima a su obra Filogenia, que es a la Zoología lo que la antropología de Haeckel al es- tudio del hombre. Posteriormente se le encargó de la cátedra de Ciencias Naturales de una de las escuelas normales de Buenos Aires, y de la organización de la sección de Paleontología del Museo. Después de la muerte del sabio Director del Museo de Historia Natu- ral, don Carlos Berg, el Gobierno nacional le honró con la dirección de dicho Museo, en cuyo cargo tuvo ocasión de desplegar toda su sabiduría en la fecunda labor de todos conocida, en la cátedra y con la publicación de obras como: Especes de Mammiferes Fossiles, Recherches de Morpho- logie sur les molaires supérieurs des Ongulés, Les Formations Sédimen- taires du Crétacé Supérieur et du Tertiaire de Patagonie. 180 De La Mañana, Buenos Aires. Murió ayer el viejo trabajador, el sabio insigne que llenó con su nom- bre uno de los capítulos más hermosos de nuestra reducida historia cien- tífica. Es con profunda emoción que tomamos la pluma para rendir un sen- cillo homenaje al hombre extraordinario cuya vida llena de majestad y de belleza, invita a la meditación y al recogimiento. Pasarán muchos años antes de que los argentinos logremos darnos una idea cabal de lo que representa la labor intensa y formidable de Florentino Ameghino. Era la más alta cumbre de la ciencia nacional. Alejado de la vida bu- lliciosa, ya en el silencio de su gabinete de estudio devorando rugosos mamotretos, ya en la desolación inmensa de la Patagonia buscando los rastros del hombre primitivo o reconstruyendo fósiles antediluvianos, llevó una existencia de actividad constante y fué bueno de bondad ver- dadera, con esa sana y severa sencillez que constituye el rasgo distintivo de los grandes. La serenidad de su vida rectísima, no fué turbada nunca por las am- biciones, ni hubo en ella una sola circunstancia que acusara vacilación, ni un solo inconveniente que consiguiera disminuir sus nobles anhelos, quebrantando la imponente dignidad de su marcha. Aún hay quien lo recuerda en sus comienzos cuando ignorado por la mayoría de sus compatriotas, continuaba entregado a sus estudios pre- dilectos y ganaba el diario substento vendiendo barriletes a los chicos de la escuela vecina en su legendaria «Librería del Glyptodón». Fué asceta en medio de la turbulencia de nuestro vivir cotidiano. Se trazó un derrotero y supo recorrerlo, solitario y confiado, entre la son- risa imbécil de los unos y la indiferencia culpable de los otros. Le debe la república los estudios paleontológicos más fundamentales que se hayan hecho en América. Enorme y variadísima es su bibliografía. Sus atrevidas tesis antropogenéticas han sido objeto de enconadas dis- cusiones en el viejo mundo, mientras en esta tierra de las lanas y los. trigos, ignorábamos y aún seguimos ignorando, la designación tan gene- ralizada en los círculos científicos europeos: «el país del sabio Ame- ghino». La lista de sus obras y sus descubrimientos, la relación detallada de su existencia, su extenso anecdotario, el estudio de sus doctrinas y de sus investigaciones, podrían dar lugar a un libro voluminoso e interesan- tísimo. En la dirección del Museo de Historia Natural, fué un digno sucesor de Burmeister y Berg. Dedicó gran parte de sus energías a la reorgani- zación y el progreso de esa obra, y ya en el ocaso de su vida, han sido muchos los disgustos que le proporcionó la dejadez de los Gobiernos, ai 181 que no atendieron sus justas solicitudes y amargaron sus últimos años, al no dar el impulso que él deseaba a esa institución donde concentró sus postreros y amorosos anhelos. Cumplió su misión en este mundo. Si no fué feliz, sintió al menos el supremo placer de ser honrado. Quede ahí su obra como fuente inagota- ble de sabiduría; quede ahí su vida como ejemplo altísimo de rectitud, de elevación y de nobleza. Daros BIOGRÁFICOS. — En Villa Luján, provincia de Buenos Aires, el 18 de Septiembre de 1854 nació el doctor Florentino Ameghino. ' De 1860 a 1867 figuró como alumno en la escuela elemental de esa villa; en 1868, ayudante en el mismo establecimiento. Luego, de 1869 a 1870, estudiante en el Colegio Normal de Buenos Aires; y en 1876 hasta 1877, Director del Colegio Municipal de Mercedes. Su primera excursión a Europa, en viaje de estudio, la realiza de 1878 a 1882. Vuelto a Buenos Aires, funda una pequeña librería. Más tarde, catedrático de la Universidad de Córdoba, es llamado en 1886 a la Subdirección del Museo de La Plata. En 1887, abandona ese puesto por creer herida su delicadeza personal y vuelve al trabajo de 1892 a 1901, con una librería que instala en La Plata, obligado por su pobreza, digna y severa. Sus comienzos como investigador fueron distintos de los que hasta hoy realizaba. : Fué su preocupación por largo tiempo estudiar el origen de los pri- mitivos habitantes de nuestra república, y con ese objeto publicó sus primeros trabajos en «Journal de Zoologie» de París. Desde ese momento, Ameghino inicia la lucha en favor de sus ideas que admitían la posibilidad de la coexistencia del hombre con los ma- míferos extinguidos de las formaciones antiguas de la Argentina, tesis que alcanzó un completo triunfo. e Sus excursiones al clásico yacimiento de Chelles originaron sus ar- tículos en la «Revue d'Anthropologie» y en el «Bulletin de la Société 'Anthropologie» de París. Correspondió a esta época la publicidad de su libro La antigiiedad del hombre en el Río de la Plata, obra que reunía todos los conocimientos que hasta entonces se sabían, sobre la antigiiedad del hombre de Sud- américa. Nadie podrá estudiar prehistoria argentina sin recurrir a sus sabias lecciones y personales observaciones. Más tarde el doctor Ameghino tiende a especializarse en paleontolo- gía y geología, que ya le habían preocupado en 1880, cuando escribió con el profesor H. Gervais Los mamíferos fósiles de la América Meri- dional. La clasificación, transformista basada sobre leyes naturales y propor- 182 ciones matemáticas dió origen a Filogenia donde evidenció lo profundo de sus conocimientos y la originalidad de sus teorías. Y decía Ameghino, ese libro lo hice, «viéndome en la obligación de . procurarme el alimento cotidiano, atendiendo mi negocio de librería y. escribo cada renglón de esta obra entre la venta de cuatro reales de plu- mas y un peso de papel (moneda corriente antigua)». En 1889, aparece su Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, dos gruesos volúmenes, premiados en la Exposición de París de ese año. Por último, el doctor Ameghino ha esparcido en folletos y monografías numerosas, sus estudios, como en la prensa diaria y las revistas científicas del extranjero. Pobre, el doctor Ameghino en su amor por la investigación, costeó de su propio peculio exploraciones en la Patagonia. Ha presentado sus trabajos en cinco exposiciones, habiendo obtenido las recompensas siguientes: Primer concurso y exposición de la Sociedad Científica Argentina, en 1875: Mención honorífica. Exposición de París de 1878: Medalla de bronce. Exposición Continental de Buenos Aires de 1882: Primer premio, me- dalla de oro. Exposición de París en 1889: Primer premio, medalla de oro, Exposición de Chicago: Primer premio, En cuanto a los cargos honoríficos con que ha sido distinguido, se cuentan los siguientes: doctor honoris causa de la Facultad de Ciencias Físicomatemáticas de la Universidad de Córdoba (República Argenti- na); Catedrático titular de geología y mineralogía de la misma facultad en la Universidad de La Plata (República Argentina) y Académico titular de la misma; antiguo Catedrático de Zoología y Anatomía comparada en la Universidad de Córdoba, ex miembro académico de la Facultad de Ciencias Físicomatemáticas y de Ciencias Médicas de esa Universidad; ex miembro académico y ex Vicedecano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la provincia de Buenos Aires; ex Vicedirector del Museo de La Plata; ex conservador del Museo de Paleontología, Antropología y Zoología de la Universidad de Córdoba, etc. Forma parte, entre otros, de los centros científicos que siguen: Presidente honorario de la Sociedad «Amigos de la Historia Natural» del Paraná; miembro honorario de la Sociedad Científica, de Chile; corres- ponsal de la Sociedad Zoológica de Londres; de la Academia de Ciencias, de Filadelfia; del Instituto Geográfico Argentino; de la Sociedad Cientí- fica «Antonio Alzate», de Méjico; de la Sociedad de Historia Natural de Nimes; de la Sociedad de Ciencias Naturales y Matemáticas de Cher- bourg; de la Academia Hippone (Bone, Argel); miembro activo de la Academia Nacional de Ciencias de la República Argentina; de la Socie- dad Geológica, de Francia; de la Sociedad de Antropología, de París; de A iS PT A 183 la Sociedad Geográfica Francesa; Académico honorario del Instituto del Museo de la Universidad de La Plata. Este es el hombre que pierden la ciencia y la república. De La Razón, Buenos Aires. La ciencia universal está de duelo. Sus falanges selectas han: perdido uno de los más esforzados adalides con que contaban en su incesante y glorioso avance civilizador. El doctor Ameghino, honra y prez de la intelectualidad argentina, la más grande de sus personalidades científi- cas, no existe; ha caído ayer, víctima de la enorme tarea que se impu- siera durante ocho lustros, brillantemente aprovechados, día tras día y hora tras hora, en beneficio de los anales científicos universales; muy es- pecialmente, en beneficio de los de su Patria, cuyo Museo de Historia Natural enriqueciera con verdaderos tesoros. La labor científica del doctor Florentino Ameghino ha sido inmensa y abarca capítulos cuya variedad asombra, como sorprende y pasma la profundidad con que trató cuanto asunto abordara su cerebro poderoso y el sello inconfundible de originalidad y de trabajo exclusivamente propio, que supo poner en todas las obras que realizara. Nacido en Luján, en' 1854, educado en esa villa y en esta capital, su personalidad científica y su brillantísima reputación, son el exclusivo fruto de su trabajo. Ni vinculaciones sociales, ni misiones de carácter oficial, ni el auspicio de centros científicos de notorios prestigios, pre- sentaron sus obras a la consideración mundial. Fué su propio y resal- tante mérito el que las impuso poco a poco, concluyendo por crearle una autoridad indiscutible e indiscutida en todas partes. Nada de extraño tenía, pues, el hecho de que aquí, entre los suyos, donde se veía de cerca su consagración incesante y ejemplar al estudio, donde se admiraban sus grandes virtudes, aquella autoridad fuera su- prema, como era y será única la obra magna de Ameghino. De ahí qué, como dijéramos al comienzo de esta breve necrología, su pérdida revista todos los caracteres de un duelo universal. Por lo que hace a la Argentina, ella es de tal naturaleza, que en estos momentos al menos, puede clasificarse como irreemplazable. El pudo substituir, acaso con ventaja, a los grandes sabios extranjeros que como Burmeister y Berg, prepararon el camino en la parte de su labor que podríamos lla- mar oficial, por su índole; pero, sin duda alguna, el doctor Ameghino no deja hoy en nuestro país, quien sea capaz de empuñar con mano firme y segura, el cetro científico que él acaba de abandonar al ser herido por la muerte, 184 No es posible hacer juicio sintético del hombre ilustre que acabamos de perder en hora infausta, sin rememorar a la ligera las etapas de su marcha ascendente y los fecundos frutos de su inmensa labor. Tal vez la sola mención de sus afanes y trabajos, entrañe su supremo elogio, . brindando su descollante personalidad intelectual y moral, como el más noble y aleccionador ejemplo que puede ofrecerse a sus compa- triotas. 75 Don Florentino Ameghino nació en el pueblo de Luján (provincia de Buenos Aires), el 18 de Septiembre de 1854, de padres genoveses (An- tonio Ameghino y María Dina Armanino de Ameghino). Del 60 al 67 obtuvo su educación elemental en la escuela de la misma localidad. Del 67 al 69, fué estudiante en la primera Escuela Normal de Buenos Aires. En ese mismo año obtuvo un puesto de maestro de escuela en el Colegio Municipal de Mercedes (provincia de Buenos Aires) y en 1877 pasó a la dirección de ese establecimiento. Fué durante su residencia en Merce- des, que emprendió el estudio de los terrenos de La Pampa, haciendo numerosas colecciones de fósiles e investigaciones geológicas y paleon- tológicas. A principios de 1878 se trasladó a Europa en viaje de estudio, visitando varios países, especialmente Inglaterra y Francia. En París siguió los cursos regulares de la Escuela de Antropología y del Museo; hizo también una serie de investigaciones sobre el hombre cuaternario del célebre yacimiento de Chelles, que publicó en los bole- tines de la Sociedad de Antropología de París y en el «Boletín de la Sociedad Geológica de Francia», tomando parte en varios congresos científicos, al mismo tiempo que publicaba una serie de trabajos sobre geología, paleontología y antropología de la Argentina. Regresó a Bue- nos Aires a fines de 1881, completamente exhausto de recursos; para vivir, abrió un pequeño negocio de librería que atendía personalmente. En 1884, nombrado Profesor de Zoología de la Universidad de Córdoba, se trasladó a aquella ciudad, aprovechando su permanencia para estudiar la geología y la paleontología de aquella región. En 1886 le fué acor- dado por la Universidad de Córdoba, en mérito a sus trabajos científi- cos, el título de doctor honoris causa. A fines de 1886 fué nombrado Sub- director del Museo de La Plata, contribuyendo con sus colecciones a la fundación de ese establecimiento, puesto que, por desinteligencias con su Director, renunció en Enero de 1888, dedicándose a investigaciones originales. En 1889 envió una expedición a Patagonia a cargo de su hermano Carlos, con el propósito de estudiar el territorio y reunir co- lecciones científicas para sus estudios, costeándola de su peculio, du- rante quince años. Para atender a sus necesidades y a los gastos de esa exploración, en 1891 abrió en La Plata un negocio de librería, que aten- dió personalmente sin abandonar sus investigaciones científicas, hasta Abril de 1902, fecha en que fué nombrado Director del Museo Nacio- nal de Buenos Aires, cargo en que lo ha sorprendido la muerte, dándole ERES GI EN ASA 185 tiempo, sin embargo, para que diera al establecimiento y a sus publica- ciones un desarrollo extraordinario. Sus primeros trabajos merecieron las más altas distinciones. Ha hecho numerosos viajes de estudio a casi todas las regiones de la república y ha desempeñado numerosos cargos en la enseñanza supe- rior, la mayor parte honoríficos. Mencionaremos entre ellos, los principales (1). De El Diario, Buenos Aires. Murió ayer uno de los hombres más eminentes que han nacido en tie- rra argentina, un sabio de fama universal, un estudioso de actividad ina- gotable, un talento de mérito indiscutible. Florentino Ameghino, el hombre cuyos estudios paleontológicos eran considerados como los primeros del mundo, ha suspendido su tarea arrebatado por la muerte cuando todavía se esperaba mucho de aquel talento brillante y de aquella erudición sin igual. La existencia de Ameghino fué toda de trabajo y de estudio. Recor- daremos a la ligera unos instantes de esa existencia tan valiosa para la ciencia universal. * El año 1878 iba a ser festejado por la Francia con la Exposición Un:- versal de París. Ameghino determinó concurrir a ella con su gran colección paleonto- - lógica, antropológica y de antigiiedades indias. Encajonó todo este material, y mediante la ayuda pecuniaria de un generoso estanciero, partió para el viejo mundo, de donde había de volver consagrado sabio, entre el asombro de sus chistosos amigos que le creían ignorante. : Antes de partir dirigía al Consejo Escolar una nota, pidiendo se le reservara el puesto para ocuparlo otra vez a la vuelta. Ni el Consejo lo reservó, ni Ameghino tuvo necesidad de ocuparlo. Llegó a París e instalando en la Exposición su colección, fué admirada por los naturalistas más notables del orbe, que, para ellos, revelaba una fauna casi desconocida. Interesaba sobremanera; Ameghino pudo mos- trar entonces su vasto saber y talento poderoso, que todos reconocieron con benévolo respeto. Fué invitado a escribir en las revistas científicas y colaboró en la «Revue d'Anthropologie», que dirigía el insigne Broca. Invitado por el Congreso Internacional de Antropología, tomó parte (1) Sigue la enumeración. 186 en sus debates y su nombre quedó célebre en las actas de aquel memo- rable torneo. : : Publicó una síntesis de su trabajo, Antigiiedad del hombre en el Río de la Plata, que diera a luz poco después en dos volúmenes. Premiado, conocido y cargado de honores, también fué rico en aquel año. Vendió una parte de su colección por 120.000 francos, 24.000 pe- sos oro, la mayor parte de cuyo dinero ocupó en publicar su primera obra de aliento y que sentó definitivamente su fama. Antigiiedad del hombre en el Río de la Plata era el producto de aque- llas noches que pasara por siete años consecutivos sobre la mesa de pino acompañado por los muertos. Traducida a varios idiomas, fué saludada con juicios que serán eterna honra para el naturalista argentino y para su país. Sienta allí que: 1 La población americana no es una raza única y homogénea, sino el cruzamiento de diversas razas. 2% Se encuentran individuos o tribus que representan razas del anti- guo continente; pero la masa de población presenta diferencias notables. 3% Las civilizaciones del Perú y Méjico, contemporáneas de la con- quista, suponen al hombre americano una gran antigúedad. 4% No hay suficientes datos para considerar al hombre americano como originario de Asia. 5% Las emigraciones del antiguo continente siempre han encontrado a la América poblada por indígenas. 6” En muchas comarcas de América se descubre los vestigios de una civilización más avanzada que la que encontraron los españoles. 7% Cuando toda Europa estaba aún poblada por salvajes, en Amé- rica había pueblos muy avanzados, viviendo en grandes ciudades y construyendo monumentos grandiosos. 8” En diferentes épocas han tenido lugar emigraciones del nuevo al viejo continente. 9% El hombre habitó los dos continentes desde los tiempos geológicos. 10. Los más antiguos pueblos de Europa, Africa y América, estaban en comunicación. 11. Las comunicaciones eran facilitadas por tierras hoy desaparecidas. 12. La existencia de estas tierras, puede ser demostrada por la tradi- ción, la prehistoria, la arqueología, la etnografía, la lingisística, la filolo- gía, la antropología, la botánica, la zoología y la paleontología. 13. Hasta el presente, la ciencia no puede determinar en qué lugar el hombre o su precursor, apareció por primera vez. Publicó después (1880), Formación Pampeana, y en compañía de Gervais, Los mamíferos fósiles de la América Meridional (texto francés y español), luego multitud de monografías, Memorias, comunicaciones a los centros científicos de que era miembro. os 187 Quedó algunos años en Europa y visitó los museos de Italia, In- glaterra, Bélgica, Alemania, Dinamarca, donde aumentó su capital de conocimientos y perfeccionó sus ideas, relacionándose con Owen, Flo- wer, Reinhardt, Broca, De Mortillet, Capellini, Hamy, Schmidt y otros sabios de nombradía universal. Fué miembro de las sociedades científicas más importantes de Euro- pa: Sociedad Antropológica de París, Sociedad Geológica de Francia, Congreso Internacional de Ciencias Antropológicas, Arqueológicas, Pre- históricas, Americanistas, Sociedad Antropológica de Londres, etc., etc. El 82 volvía a su país coronado de laureles y el Gobierno nacional le encargó de las cátedras de Zoología y Anatomía Comparada, en la Uni- versidad de Córdoba; apenas cumplían cuatro años en que no era sino el modesto preceptor de una escuela, desconocido, calificado de incapaz a tal punto que el Consejo no accedió a la petición de conservarle el car- go para la vuelta. En Córdoba hizo gala de su vasto saber y los discípulos recuerdan con entusiasmo sus bellas conferencias. Sin embargo, la nueva posición en que estaba colocado no fué motivo para que abandonase la costumbre de buscar fósiles: excursionaba enton- ces más que nunca, ayudado por Carlos, su hermano. Exploró los yaci- mientos fosilíferos de varias provincias y llegó hasta los desiertos de la Patagonia, donde ocupó gran cantidad de tiempo explorando y recono- ciendo. Estaba en comunicación con naturalistas del país, que le prestaban todo su concurso, como Scalabrini, desde el Paraná, y Fontana, desde el Chubut; con coleccionistas que, ignorando la ciencia, le prestaban, em- pero, grandes servicios, como Lelong, Larroque y otros. La Universidad. en mérito a su talento y saber, le confió el título de doctor honoris causa, alta distinción discernida a los hombres de genio. Durante su estadía en Córdoba, a más de escribir para varias revistas europeas y argentinas, concluyó su libro Filogenia, originalísimo y de alto vuelo científico. : El libro se publicó el 84 y establece los principios de la clasificación transformista, basada sobre leyes naturales y proporciones matemá- ticas. : + - «Sin ocuparnos de analizar en detalle las profundas ideas que expone, en síntesis, trata primero las teorías antidarwinistas y sus clasificaciones, que considera imperfectas, artificiales y de base falsa. Se ocupa luego de la especie que combate como unidad zoológica, admitiendo sólo co- 188 lecciones de individuos que se parecen por cierto número de caracteres comunes. Más adelante, con los elementos suministrados por la observación de la Pampa y sus fósiles, confirma con hechos de indiscutible valor la teo- ría del transformismo, explicando los caracteres de adaptación y orga- nización que precedieron a los seres que poblaron la vasta cuenca del Plata. Tras un detenido análisis y prolija comparación, que abarca 395 pá- ginas de impresión, acaba deduciendo una serie de principios llenos de ideas que son como los mandamientos de la historia natural. La Filogenia de Ameghino es, a la zoología, lo que la antropogenia de Haeckel al estudio del hombre; es la filosofía del mundo viviente. Transforma a la zoología, de rama concreta en ciencia abstracta y exacta. Decretada la fundación de un Museo en La Plata, es llamado a orga- nizar su sección paleontológica, aceptando sin vacilación el cargo a que era llamado, nombrándosele al mismo tiempo Profesor de Ciencias Na- turales en la Escuela Normal. Trabajó durante un año en compañía de Moreno; pero disensiones personales que tenían ya su precedente, rompieron para siempre la amis- tad que ligaba a los dos hombres y Ameghino fué inicuamente desti- tuído del puesto para cuyo desempeño fué buscado, pero no sin antes haber dado forma y fin al trabajo que se le encomendara. Sin duda, el genio está destinado a sufrir decepciones; a ser por do- quiera perseguido. El sabio lamenta con amargura la ingratitud y perfidia de los hom- bres. Nunca protegido, pobre siempre, ha nacido luchando y luchando morirá. : -Su integridad moral jamás ha consentido el contubernio, ni tranzó nunca con el artificio o la mentira, sufriendo como consecuencia el cas- tigo del que no se arrastra al pie del poderoso en busca de favores que concede halagado por las falsías del corazón humano. En el prefacio de un libro dice que hasta le fué prohibida la entrada al Museo, accesible, sin embargo, para cualquier paseante o profano. Si cierto es, cuesta pensar hasta dónde llega la contumelia humana. Antes la burla, después la ignominia, opusieron sin cesar obstáculos a su violenta carrera. ¡Las espinas cubren el camino del cielo! Lejos del mundo y de sus pasiones vive desde entonces en La Plata, substentado por las ganancias que le suministra una humilde librería, tras de cuyo mostrador vende al mundo pan para el alma. En la tranquilidad de su retiro fué donde escribió la monumental 189 obra, única en su género, que revela todo el esplendor de su potente genio: Los mamíferos fósiles de la República Argentina, obra de dos tomos in folio, editada el 89 y premiada con medalla de oro en la Expo- sición de París y en la de Chicago. El primero de 1.060 páginas, estudia la geología de nuestro país, los yacimientos fosilíferos que posee, describiendo uno a uno los mamífe- ros extinguidos que lo poblaban, arribando por fin a notables conclu- siones asegurando la existencia de los primatos y hasta del hombre fósil, habitante no ya de cavernas sino de caparazones gigantescas. Resultaría, entonces, que la Pampa fué también cuna de la Huma- nidad. El segundo, igual en tamaño al primero, lo componen las láminas ilustrativas. Esta obra es un timbre de gloria para la República Argentina y re- presenta su nota más alta en la ciencia. ; El gobierno nacional subscribió 1.000 ejemplares (50.000 $) para distribuirlos en los principales centros de instrucción. Decía un redactor de la «Revue d'Anthropologie»: On cherche de notre cóté le secret des origines: Qui sait si la lumiére ne viendra pas de Pautre. En tal caso, esta gloria es única y exclusiva de Ameghino. El 90 fundó la «Revista Argentina de Ciencias Naturales», redactada por Spegazzini, Lynch Arribálzaga y Zeballos. Publicó después una serie de folletos en lengua francesa, para de- fenderse de los ataques que le prodigaban los de aquí y algunos de Eu- ropa, instigados por la prédica del doctor Burmeister. Tales son: Ré- pliques aux critiques du docteur Burmeister, sur quelques genres de mammiferes fossiles; Sur les ongulés fossiles de P Argentine; Crítica a una obra del doctor Lydekker y otros. Es colaborador hoy de la «Revue Scientifique»; del «Boletín de la Academia de Ciencias de Córdoba»; del «Boletín del Instituto Geográ- fico Argentino» y otros periódicos. Ultimamente publicó un folleto sobre la Faune Mammalogique des couches a Pirotherium, como primera contribución a dicho estudio y un libro Sur les Oiseaux Fossiles de Patagonie, cuyos restos hallados por él y su hermano Carlos, indican que el Sur fué habitado por aves de talla gigantesca, aún mayor que la del Epiornis. No solamente la Historia Natural absorbió toda su actividad; se ocupó también de la taquigrafía, desde cuando vivía aún en Mercedes, donde publicó un opúsculo sobre el particular. El 91 la amplió en un tratado que le valió el aplauso unánime de la prensa de Buenos Aires por su sencillez y la facilidad de ser aprendida. 190 Sarmiento decía, al escribir «Armonías y conflictos»: «En historia natural, consulto a Ameghino. «Hoy es llamado a fundar un Museo en Santa Fe. «No cuenta aún cuarenta años y en el vigor de la vida nos guarda gran- des sorpresas. a «Es el hombre indicado para dirigir el Museo Nacional, cuyo puesto ocuparía si el último deseo de Burmeister no hubiera sido el de buscar un sucesor que no fuera él. «Intransigente y contumaz hasta en su lecho de muerte». De La Vanguardia, Buenos Aires. Con la muerte de Ameghino la República Argentina pierde uno de sus más grandes hombres, un sabio modesto y perseverante en la labor científica a que habíase dedicado. Hijo de humildes artesanos, fué en sus primeros tiempos telegrafista (1) de última categoría del ferrocarril de la Provincia, en Luján, y más tar- de, maestro de escuela en Mercedes. Allí se inicia en su vocación cien- tífica sin más elementos que algunos libros de historia natural y la ener- gía de su brazo para manejar la pala, con la que en sus horas libres ex- cavaba en las orillas de Luján buscando fósiles. Le llamaban el maestro loco! Siempre pobre y luchando con mil vicisitudes comienza sus publica- ciones y forma la más importante colección de fósiles sudamericanos, “depositada en el Museo de La Plata. Establecido en Buenos Aires con una pequeña librería, «El Gliptodón», escribe en su trastienda sus obras La antigiiedad del hombre en el Plata y Filogenia. En el prólogo de ellas nos dice: «No se vea un tra- bajo literario. Ahora puedo insistir sobre este punto con mayor razón, por cuánto viéndome en la obligación de procurarme el alimento co- tidiano atendiendo un negocio de librería, escribo cada renglón de esta obra entre la venta de cuatro reales de plumas y un peso de papel, condición poco favorable para dar a mis ideas formas literarias eleva- das». Llevado a la Subdirección del Museo de La Plata por el doctor Fran- cisco P. Moreno, éste poco después encontróse achicado ante el valor científico de su subalterno, y halló medio de hacerlo destituir. A Má- ximo Paz le cabe la gloria de haber firmado ese decreto... Ameghino no se arredra. Vuelve a su librería y allí realiza la más hermosa venganza, publicando su monumental Contribución al estudio (1) El diario ha incurrido aquí en error, pues Ameghino nunca fué telegrafista.— A. J. T. 191 de los mamíferos fósiles de la República Argentina, fuente inagotable donde los sabios de todo el mundo están obligados a documentarse. Cargado de títulos científicos, fué llevado a la Dirección del Museo Nacional, puesto por donde habían pasado Burmeister y Berg; pero allí no pudo realizar su aspiración de ponerlo al alcance del pueblo, sacán- dolo del viejo e inadecuado edificio, teniendo que concretarse a sus es- tudios y a enriquecer su ya larga bibliografía en libros y revistas ame- ricanas como europeas. Ante su tumba no irán los batallones a presentar armas, ni los polí- ticos a cantar alabanzas, ni el fraile. Irán sólo sus pocos discípulos, que le recordarán con el respeto debido a un sabio maestro que como Dar- win y Haeckel han trabajado por la verdad científica. : Y los socialistas, admiradores de los grandes hombres que impulsan el progreso humano, estamos en el deber de recordar su nombre que ha de perdurar por encima de tanto fetiche sin valor. Y es por esto que pedimos, como homenaje a esta vida rica en dignas enseñanzas, no la fría estatua de mármol, sino la publicación completa de sus obras —A. M. G. De Última Hora, Buenos Aires. Ha fallecido el único sabio que teníamos. Su muerte significa para el país y para la ciencia universal algo más que la escala expuesta en la trayectoría evolutiva de los seres que infor- ma su misma teoría. Significa para el país la desaparición de su delegado en el campo de operaciones científicas del universo. Y significa para la ciencia universal la pérdida de un cerebro, de una luz eficacísima en la lucha con los misterios de la Naturaleza. Ameghino pertenece al mismo escalafón científico de Darwin, Hae- ckel, Cuvier, Lamarck, que con sus descubrimientos y experimentacio- nes destruyeron las fantásticas leyendas que sobre la vida forjó la igno- rancia y el misticismo. Ameghino deja al mundo grandes enseñanzas y grandes verdades arrancadas a lo incognoscible a fuerza de talento y de sacrificios. Y lega a su patria una historia. Una historia más gloriosa y más hu- mana que la que evocan las cruces al valor guerrero... De Sarmiento, Buenos Aires. Un sentimiento extraño, agudo y doloroso, infiere la muerte de todo hombre que, por sus virtudes singulares, ha sabido atraer la atención de las visuales convenidas anteriormente con un estado psicológico que 192 patentizara un efecto inmediato a la propensión. De ahí que no sea raro el gesto inefable y la expansión subconsciente en casos como el citado. Ni tampoco la mengua de clarividencia y la sombra heterogénea del es- píritu al rayar los fuegos de una concepción imprevista, eventual y con- tradictoria. Y hoy nos presentamos al desarrollo, de una concepción equivalente, esto es, la muerte del sabio más sabio de nuestra ciencia natural, en las ramas múltiples y profundas que constituyen su cuerpo total. En efecto: el doctor Ameghino, es para nuestra cultura científica, como un faro enorme que no sólo riela para dirección de las barcas per- tenecientes, sino que también para muchas de aquéllas que esquivan al cantil validas de los tantos otros que se erigen allende la inmensidad líquida. Y debemos decir en presente, porque la entidad mencionada permanece inmóvil, a despecho de las modificaciones o catástrofes que el cuerpo pudiese sufrir. Recordar las ingentes cruzadas por el campo científico que hiciera el cerebro poderoso de este sabio admirable, sería rendirle homenaje en una forma amplia, expansiva y calurosa; pero esas manifestaciones no las pensamos adecuadas para el respeto que nos infiere la personalidad del doctor Ameghino, con quien es menester usar nada más que la frase concisa, determinante y estricta para el sentimiento que se promueve en nuestro espíritu, amargado de dolor y llevado hacia la cerebración de un acto de pura admiración. De modo, pues, que lo más elocuente en casos como el actual es li- mitarse a consentir la voluntad del efecto anímico, de la causa interior que es el reflejo justo de la sensación eterna. Así se habrá cumplido con un deber de sinceridad y desechado toda propensión en desafuero con el pensamiento legítimo que es la manifestación más expansiva y calurosa, para hacer constancia de una presencia de dolor entre las mu- chas que se comulgaran con el mismo propósito. De El Boletín Industrial, Buenos Aires. El ilustre sabio argentino ha muerto y con su deceso no sólo pierde la Patria un ciudadano nobilísimo, sino que también la ciencia univer- sal uno de sus exponentes más altos de nobleza, estudio y trabajo. Pobre, sin los medios necesarios para cursar los estudios y los de la universidad, Ameghino con su fe inquebrantable, su estudio metódico y profundo se elevó solo, con sus propias fuerzas, desde la cátedra pri- maria a la más hermosa de todas ellas; él mismo era uno, y su palabra era tenida en cuenta en todos los círculos donde se encontraran estudiosos y admiradores del talento. 193 Como el mejor homenaje a ese gran argentino que ha muerto sin estremecimiento, insertamos a continuación una parte de su biografía, la que da acabada idea de la robustez del talento indiscutible e insospe- chable de Florentino Ameghino. De El Municipio, Buenos Aires. No es una biografía de las que han llenado estos días los diarios lo que vamos a reproducir; sólo queremos que en estas columnas, en donde su nombre ha sido mencionado con respeto, quede registrado un pe- queño tributo de admiración para el grande y modesto sabio argentino, que desciende a la tumba a los cincuenta y siete años de edad en la plenitud de su fecunda producción científica, resultado de tantos años de estudio y de observación. Su obra es grandiosa, como su fama universal entre los hombres de ciencia. Una gran parte de las riquezas en materia de paleontología, que encierra el Museo de La Plata, que dirigió durante varios años, y el de Historia Natural de esta, cuyas admirables colecciones hemos lamen- tado más de una vez que fueran ignoradas y desconocidas por nuestras autoridades, hasta el punto de no preocuparse de salvarlas del olvido y de la ruina, se deben en gran parte a su esfuerzo inteligente y cons- tante. : Las principales revistas científicas de París, de Nueva York y de Ale- mania han publicado en estos últimos años centenares de artículos su- yos, que han llamado la atención por la suma de observaciones y de conocimientos científicos que revelaban. Una de sus producciones más admiradas, Filogenia, cuya edición en español está agotada, se está publicando actualmente traducida al francés, por la casa Hachette, que la solicitó de su autor y para la que ha escrito un largo prefacio explicativo, que será sin duda la última obra del maestro. Sus numerosas exploraciones geológicas y paleontoló- gicas, tanto en la República, especialmente en la Pampa y la Patagonia, como en Europa; sus estudios y meditaciones sobre millares de fósiles reunidos por él y sus colaboradores, amén de otras colecciones extran- jeras, que ha realizado durante más de cuarenta años, unidos a sus dotes de observación y de deducción, lo llevaron a sustentar y a defender doctri- nas fundamentales y en algunos casos en pugna con las teorías de otros sabios, que tuvo que apoyar en documentos científicos y publicaciones de valor considerable, que le atrajeron admiradores y partidarios hasta de sus mismos impugnadores. Para no citar más que una de sus obras descollantes y de gran aliento, mencionaremos la publicada simultánea- mente en París y en Buenos Aires, en 1881, acerca de la antigiiedad del 13 194 hombre en el Plata. Forma esa obra dos volúmenes in 8%, de 1200 pá- ginas, 25 grandes láminas y más de 700 reproducciones gráficas re- presentando objetos prehistóricos, de diferentes épocas, recogidos en la cuenca del Río de la Plata. Además del aumento y mejor clasificación de las colecciones de los dos grandes museos ya citados, deja una colec- ción particular, que en su género es la primera o la única de América por su valor como calidad y cantidad de fósiles. Se ha criticado la parsimonia no habitual en esos casos, con que el Gobierno ha contribuído al realce de la grandiosa manifestación de condolencia de parte de sus admiradores y relaciones, a que ha dado lugar el fallecimiento de ese benemérito ciudadano, que constituye una de las glorias más puras de nuestro país, porque su actuación y sus luchas, fuera del campo de la política, que no conoció, no han perjudi- cado a ningún partido, ni lastimado ningún interés. Además de los monumentos de piedra con que sin duda alguna la pie- dad de sus conciudadanos querrá perpetuar su memoria, sus obras com- pletas cuya publicación costeada por el Gobierno se impone, constituyen el monumento más hermoso que lega a su-patria destinado a causar admiración en el mundo científico y dar un testimonio de nuestra cul- tura intelectual. De La Nación, Buenos Aires, Poco más de cincuenta años han pasado desde la publicación de la obra «Origen de las especies» de Darwin, y ¡cuánto camino recorrido desde entonces por el pensamiento humano! La doctrina evolucionista no dió solamente a las investigaciones biológicas un alto y nuevo interés filosófico, guiándolas hacia conquistas admirables y seguras, sino com- penetró casi todo el campo de los conocimientos científicos, extendiendo su influencia sobre las ciencias sociales, la psicología, la antropología, y abarcando hasta la etnografía, la ciencia del lenguaje, la historia, la política y la ética. La importancia del transformismo debía aumentar a medida que iban acumulándose pruebas en su favor, y tales pruebas fueron buscadas es- pecialmente en el dominio de la embriología y de la paleontología. Fin supremo de todo estudio de los seres, animales y vegetales, se con- sideró establecer su filogenia, o sea su árbol genealógico, a partir de las formas más sencillas, hasta llegar a la más elevada y al hombre mismo. La paleontología debía suministrar los documentos de las faunas y floras del pasado, permitiendo llenar los intervalos quedados entre las formas del presente; la embriología, según una idea de Miiller erigida más tar- de en ley fundamental por Haeckel, debía presentar, en algún modo, con NS A A A + E 195 la observación de las fases que los organismos actuales recorren desde el estado de huevo hasta el estado adulto, un resumen de las formas por las cuales ha pasado la especie en las varias épocas. Si tentativas prematuras y arbitrarias para establecer la genealogía completa de los seres vivientes han desacreditado algo las cuestiones filogenéticas; si la solución completa del problema aparece más y más lejana, y para los biólogos actuales todo interés y toda esperanza de lle- gar a una comprobación directa del transformismo se concretan al estu- dio experimental de la variabilidad de los organismos y de la herencia, en la biometría, en el llamado mendelismo, que establece con precisión las leyes que gobiernan la transmisión de los caracteres que resultan del hibridismo, en la observación de las mutaciones de De Vries, no puede negarse que el convencimiento de poder encontrar pruebas de igual va- lor en la paleontología, en la anatomía comparada, en la embriología, constituyendo una cadena ininterrupta de formas que coligaran todas las especies del presente y del pasado, fué el mayor estímulo para el progreso asombroso de tales ciencias. Los inicios de la vida en la tierra, la misma formación de los tipos fun- damentales no han dejado trazas, parece, en la costra terrestre, y, sin embargo, si el problema fundamental queda sin solución, cuántas for- midables y fascinadoras cuestiones particulares acerca de las relaciones entre las formas orgánicas no ha encarado la paleontología con éxito; cuántos documentos no ha dejado para la historia de la tierra; qué con- tribución preciosa de hechos no ha llevado a la doctrina transformista, contribución equivalente a una comprobación para quien examine las cosas con mente serena y sin preocupaciones dogmáticas. La historia de las investigaciones paleontológicas y de las investiga- ciones geológicas, inseparablemente conexas con las primeras, registran el nombre de países excepcionales que en sus entrañas poseen en ma- yor abundancia vestigios de floras y faunas pasadas, fósiles que revelan la existencia en épocas remotísimas, de animales gigantescos, extraños, monstruosos, y el nombre de algunos hombres dotados de un extraordi- nario poder de inducción y de síntesis, que les permitió aprovechar en modo maravilloso el estudio de tales residuos para reconstruir la histo- ria física y biológica de nuestro planeta. Uno de tales países, el más típico, el más prodigioso en yacimiento de fósiles, es la Argentina; uno de tales hombres singulares fué ¿necesito decirlo? Florentino Ame- ghino. Hablar en un artículo de diario de la obra inmensa de este sabio, dar en síntesis una idea de sus resultados, de manera que su alcance, su importancia, aparezcan a todos evidentes, es empresa sumamente difí- cil, y necesariamente tendré que limitarme a algunos puntos principales. Las investigaciones sobre las faunas de mamíferos fósiles de la parte austral del continente sudamericano, de su desarrollo y evolución filo- 196 genética, de sus emigraciones sucesivas, interpretadas poniéndolas en relación con la configuración de las tierras y sus conexiones en las épo- cas geológicas pasadas, y el estudio del origen del hombre, considerado como último descendiente de primates aparecidos en época muy re- mota en el continente americano, comprenden casi toda la obra de Ameghino. El más antiguo mamífero que haya dejado vestigios en las formacio- nes geológicas sudamericanas, pertenece a una época remotísima: el cretáceo inferior; digno de especial mención un pequeño marsupial, el proteodidelphys, perteneciente al grupo de los microtioterios. A este grupo, formado de animales de talla muy reducida, y muy semejantes a los pequeños didelfídeos actuales, Ameghino atribuyó un papel im- portante: el de tronco primitivo del cual originaron casi todas las espe- cies de mamíferos actualmente existentes. En las formaciones del cre- táceo superior, que constituyen el suelo de las provincias de Corrientes y Misiones, y reaparecen en el territorio de Misiones, Río Negro y en el Chubut, los restos de este interesante grupo son ya abundantes, y se encuentran juntos con los huesos de reptiles singulares y formidables, con los de otros mamíferos ya diferenciados, pertenecientes a los órde- nes de los destentados, de los insectívoros o de los roedores, y a grupos que constituyen formas de transición como los esparasodontes y los pla- giaulacoideos, que serían el tronco del cual se separaron, según Ame- ghino, los marsupiales australianos. En la misma época aparecen ya nu- merosos los ungulados que derivarían de los protoungulados, descen- dientes de los microbioterios. Sud América debe considerars2 centro de su desarrollo e irradiación, y fué guiado por esta hipótesis que Ame- ghino llegó a reconstruir con sorprendente evidencia la historia de al- gunos grupos. Notable entre todos el de los proboscídeos, que, des- prendiéndose del grupo de los condilartros, descendientes de los micro- bioterios, aumentan gradualmente de talla hasta llegar a las formas del grupo de los piroterios. Aquí la historia queda interrumpida en Sud América, pero prosigue en Africa, donde la rama había emigrado apro- vechando las comunicaciones continentales de aquella época remota. De Africa pasa al continente euroasiático, transformándose los piroterios en mastodontes y dinoterios. Entretanto, habían transcurrido centenares de miles o millones de años: la tierra se encontraba en la época miocénica, y hallándose el continente euroasiático en comunicación con la América del Norte, los mastodontes pudieron emigrar a este último continente. Al principio de la época pliocénica los mastodontes encuentran entre las dos Américas un puente recientemente formado, lo cruzan, diri- giéndose al sur, y llegan hasta la Pampa, patria de sus remotísimos an- tepasados, en donde se extinguen. En las formaciones del cretáceo superior de la Argentina fueron en- contrados también los primeros vestigios de cuadrumanos de talla muy AED Aid is ies A A d PON TA PEE A 5 ] ñ ? 197 reducida, y antecesores probables de los lemures y monos del antiguo continente. La hipótesis de un origen sudamericano de los mamíferos, que fué el eje alrededor del cual se orientaron todas las investigaciones de Ame- ghino y su interpretación de los hechos paleontológicos, por arbitraria que pueda parecer, considerándola superficialmente, está justificada por la más tardía aparición de estos animales en el hemisferio septentrional, y por los datos geológicos que se poseen con respecto a la configuración de los continentes durante el período cretáceo. Los restos de los mamí- feros placentarios más antiguos del hemisferio septentrional pertenecen a la época terciaria, mientras en el hemisferio austral ya existían, desde el cretáceo, muchos órdenes, y hasta habían ya desaparecido grandes grupos representados por numerosas formas bien diferenciadas. El he- misferio austral era en gran parte ocupado durante el mismo período por un inmenso continente, del cual formaba parte el actual territorio argentino, mientras la mayor parte del hemisferio septentrional estaba cubierto por el Océano. Es en la época sucesiva (era cenozoica o terciaria), que se levanta el continente euroasiático, mientras el continente austral se separa en varias partes: Africa austral pierde su conexión perfecta con Sud Amé- rica y se une a Asia, quedando-separada de Europa por un brazo del Atlántico; Australia, completamente aislada por el Océano, conserva la fauna primitiva de marsupiales hasta nuestros días; Norte América se pone en comunicación con Europa, mientras las dos Américas son separadas por un brazo del Océano. Los mamíferos, ya pasados al Africa austral, después a Asia y de aquí a Europa, evolucionan hacia las formas características de la fauna fósil del viejo mundo y del continente nor- teamericano. Al terciario, precisamente al eoceno superior, pertenece la formación santacruceña de origen subaérea, que se presenta con espesor de varios cientos de metros en distintos puntos de la Patagonia, en proximidad de los contrafuertes de los Andes. Es en las capas de esta formación, que, tal vez, encontró Ameghino la más rica e interesante fauna de mamí- feros fósiles estudiada por él. Importantísimas son también sus inves- tigaciones sobre los pájaros pertenecientes al mismo período. Observaciones de sumo interés son las que conciernen a la aparición durante el terciario, y precisamente al fin del período oligocénico, de numerosos géneros semejantes o idénticos a los europeos. El hecho, que toma mayor importancia en los períodos sucesivos, coincide con la apa- rición de formas de tipo sudamericano en Europa, obligando a admitir una conexión entre Africa y Sud América, de la cual, probablemente, las Azores, Madera y las Canarias representan los últimos residuos. Otro fenómeno paleontológico general sobre el cual Ameghino llamó la atención del mundo científico, y al cual dió con sus geniales observa- 198 ciones un valor particular, es la presencia en las formaciones pliocéni- cas de numerosas formas extrañas a Sud América hasta aquella época: las formas que habrían habitado la Argentina durante el cretáceo habían vuelto a la patria de sus antiquísimos antepasados, emigrando desde Nor- te América y desde Europa, después de una evolución que los había modificado haciendo difícil reconocerlos: «el ciclo zoológico, al través del tiempo y del espacio, estaba completo». Este intercambio zoológico de las formas emigradas de norte a sur o en dirección contraria a través del puente que por primera vez unió las dos Américas, o emigradas en las dos opuestas direcciones después de llegar a Sud América por el puente que en aquella época unía este continente a Africa, produjo una mezcla complicada de faunas que no pudo explicarse hasta estos últimos tiempos. Pertenecen a la misma época pliocénica y al período sucesivo, o sea al cuaternario, muchos de los más interesantes fósiles descubiertos y es- tudiados, después de Owen, Cuvier, Burmeister, por Ameghino, mas- todontes, megaterios, gliptodontes, toxodontes, etc., formas colosales, extrañas, desaparecidas en época relativamente reciente. Indudablemente, las investigaciones de Ameghino sobre el origen del hombre, los descubrimientos relativos a este apasionante problema, son los que más han llamado la atención del mundo científico, los que más profunda llevan la huella de su genialidad, de su originalidad incoerci- ble, Se ha atribuído generalmente al hombre un origen relativamente reciente, suponiéndolo derivar de un antepasado común a los monos antropomorfos; Ameghino buscó su remoto origen en los primates apa- recidos al principio del terciario, y cuyos restos se encuentran en le formación patagónica. Estos primates, derivados de los de tipo to- davía primitivos del cretáceo, se dividen en los dos grupos de los Homunculites y Pitheculites, el primero de los cuales constituiría el tronco del cual han derivado los monos del viejo mundo, exceptuados los antropomorfos. El Pitheculites, de tamaño muy pequeño, habría ori- ginado los homunculídeos del eoceno superior, entre los cuales el ho- múnculo, a pesar de su talla reducida, presenta ya un cráneo capaz y probablemente poseía un embrión de industria, y conocía el fuego, si se juzga por los manchones aislados de tierra cocida y los huesos estriados con cierta regularidad que se encuentran en la misma forma- ción. De los homunculídeos se habrían separado, según Ameghino, monos platirrinos, o del nuevo continente, antropomorfos y hominí- deos. En la formación entrerriana del Paraná, que pertenece al período oligocénico, se encuentran en abundancia huesos y dientes entallados, y en la araucana hay restos de fogones, que abundan en la formación de Monte Hermoso (mioceno), donde se encontraron también un fé- mur y un atlas que indicarían un predecesor del hombre, al cual Ame- SE 199 ghino dió el nombre de Tetraprothomo, o sea cuarto predecesor del hombre. En las capas más profundas de la formación pampeana fué en- contrado el segundo predecesor, el Diprothomo, un ser cuya talla supe- raba de poco un metro, con cráneo bajo y cara prognada. Al Diprothomo sucede el Prothomo u Homo pampeus, del cual fueron encontrados mu» chos vestigios y cráneos casi completos. El Homo pampeus, por la talla y la forma del cráneo, parece acercarse bastante al tipo humano, segu- ramente más, por la falta de bureletes superorbitarios, del famoso hom- bre de Neanderthal, que, sin embargo, vivió en época más reciente. Las producciones de la industria lítica del Homo pampeus son guija- rros rodados de forma alargada, tallados en una de las extremidades. Otros hominídeos contemporáneos o casi, como el Homo sinemento, el Homo caputinclinatus, se extinguen o evuelven en sentido diferente. En la formación pampeana más reciente, correspondiente al cuaternario, se encuentran representantes más elevados del género Homo, mientras una raza que después se extingue desarrolla caracteres bestiales que re- cuerdan los de los monos antropomorfos. Los monos antropomorfos, cuyos restos, como lo había pronosticado Ameghino, se encontraron recientemente en el oligoceno del Africa septentrional, derivarían de algunos hominídeos que pasaron al viejo mundo aprovechando los últimos restos de la conexión que habría exis- tido entre el mismo continente africano y Sud América. Allí sufrieron una evolución regresiva, se bestializaron, según la expresión de Ame- ghino, adaptándose a la vida arborícola. El Pitecanthropus erectus de Java, el Pseudohomo heidelbergensis de Alemania, supuestos antepasa- dos del hombre, serían en cambio, según Ameghino, descendientes de los hominídeos emigrados al viejo mundo y que todavía conservaban caracteres del tipo primitivo. La prueba más convincente de que el hombre tuvo su origen en el Nue- vo Mundo, sería la presencia de hominídeos en el continente sud- americano desde época muy remota, mientras los más antiguos del viejo mundo como el pitecantropo y el pseudohombre de Heidelberg no re- montan más allá del cuaternario inferior, a pesar de que algunos pa- leontólogos y antropólogos los atribuyan al plioceno. En este último período eran ya numerosos y evidentes los vestigios del hombre en la Argentina. Según Ameghino, las razas humanas se dividen en dos grupos prin- cipales, más propiamente especies: el Homo sapiens, que comprende las razas caucásicas-mongólicas y el Homo áter formado por las razas ena- nas de los akas, boschimanos, hotentotes, negritos y las razas afines, ne- gra, negroide, australiana. El primer ¿rupo derivaría del Homo pampeus que, evolucionando, pasa a Norte América, después a Asia. Una rama, pasando a Europa sobre el puente que unía este continente con el Ca- nadá, se habría transformado en el tipo de Galley-Hill, aislándose des- 200 pués y «bestializándose», hasta llegar al Homo primigenius represen- tado por el hombre de Neanderthal, de Spy y de la Chapelle-aux-Saints. El hombre áter, en cambio, se habría desprendido de la línea principal después del Diprothomo, emigrando a las regiones donde aún en el pre- sente habita. Las teorías de Ameghino en el campo de la paleontología y de la an- tropología prehistórica encontraron no poca resistencia en el mundo científico, más por chocar contra convicciones ya antiguas, aceptadas por muchos sabios como artículos de fe, que por encontrarse falta grave en la cadena de inducciones de la cual se desprenden, o una base de hechos insuficientes. Cualquiera que sea su futuro destino, ninguno podrá desconocer el valor científico extraordinario de su obra de obser- vación, verdadero monumento del cual podría gloriarse cualquier sabio y cualquier pueblo al cual éste pertenezca.—VIRGILIO TEDESCHI. Del Boletín del Instituto Geográfico Argentino, Buenos Aires. La muerte del sabio profesor, doctor Florentino Ameghino, Director del Museo Nacional de Historia Natural, ha enlutado la patria como ha enlutado la ciencia; la prensa entera ha reflejado el hondo duelo de la Nación por tan irreparable pérdida. El Instituto Geográfico Argentino debe también agregar su palabra de dolor ante la desaparición no sólo del sabio sino del espíritu pode- roso que asimilando los conocimientos en su órbita de acción y agre- gando propia observación única, supo dominarlo todo y a la luz de su genio deducir leyes reveladoras y crear ciencia, rompiendo vallas y es- tableciendo escuela nueva cimentada en las capas geológicas y en el estudio de los seres extinguidos que habían sido un misterio hasta él. El Instituto también ha perdido, en el doctor Ameghino, uno de los miembros de la casa, cuyo puesto estaba en la Junta Directiva así como en la Comisión Especial de Geografía, en la que redactó el plan de la parte física en la obra que se prepara por encargo del Honorable Con- greso. El era nuestra colaborador infatigable, habiéndonos acompañado desde los primeros números de la publicación del «Boletín», hasta el mo- mento de su muerte, pues aún desde el lecho, postrado ya, no abando- naba la tarea de la grande obra sobre Geografía Nacional. Y es que él era un gran geógrafo, tanto, que puede decirse que es el creador de la paleogeografía sudamericana, siendo su demostrador evi- dente. : Para ello era necesario reunir lo que sólo él poseía: el dominio com- - pleto de nuestra geología desde las capas arcaicas hasta las formaciones 4 8 201 recientes, pues las había estudiado y palpado; el dominio de la vida en todas esas distintas épocas, siguiendo paso a paso la evolución de los animales y los vegetales, y relacionando la flora y la fauna extinguidas, en todos los continentes, buscando los rastros de las tierras desapare- cidas, en el fondo de los mares, donde los moluscos remotos y la natu- raleza del suelo revelaban la edad y las convulsiones sísmicas. Así, hallando los antecesores de las faunas que se creían típicas del Africa en nuestra Patagonia, comprobó la unión de los dos continentes en la Arquelenis. Dominando todo esto en las formaciones geológicas del glo- bo, en épocas, edades, cataclismos, uniones y dislocaciones, sentó las ba- ses de nuestra paleogeografía, dando una síntesis de la verdadera his- toria natural del mundo. Desde las primeras formaciones, en la ciencia universales — lo que vemos en su Credo — hasta las últimas sobre la superficie de nuestra tierra actual — lo vemos en sus últimos escritos — ha diseminado no- ciones y estudios profundos, que bueno es agrupar aunque más no sea que en resumen y rapidísimamente, para delineaz su obra en la paleo- geografía. De aquel punto de partida, en donde hace la condensación de todos sus conocimientos, pasó a estudiar el planeta en su forma primera. * Recorrió la época arcaica con su inmenso mar, cuando la luz no era clara y la alta temperatura era igual en todo el globo, señalando las po- cas islas bajas que se presentaban en la vasta extensión líquida que ocu- -paba los nueve décimos de nuestra superficie; señaló en Sud América las tres únicas formaciones independientes, una al Norte y dos al Sur de la lí- nea ecuatorial — la del Norte era la región noroeste del Brasil y la Gua- yana oriental; los dos macizos meridionales, uno al Este sobre el Atlán- tico y otro al Oeste sobre el Pacífico, dieron origen y determinaron el relieve del territorio argentino. Las pequeñas sierras de Buenos Aires, son, pues, más venerables de lo que se creía, y en cuanto a la masa del Pacífico, era el bosquejo de la Cordillera de los Andes, que después ha- bía de agigantarse con las formaciones sedimentarias y eruptivas. Así, de la época arcaica, pasa a la paleozoica, en la que apareció la vida en todas las latitudes a la vez, en forma rudimentaria; la extensión de nuestro territorio aumenta con las erupciones submarinas que deter- minan el alzamiento continental y la aparición de grandes islas bajas en el devónico, hasta Australia. Producido un mayor levantamiento en el ju- rásico, se diseñó en las regiones tropicales extendiéndose hacia el sur, el vastísimo continente Gondwana desde las regiones occidentales de la Argentina hasta las orientales del Queensland y Nueva Gales del Sud, abarcando en su conjunto Australia, la India y la mitad austral de Afri- ca y Sud América. | 202 Su vuelo de águila en este mundo perdido, señaló en la mesozoica el aumento en la profundidad del Océano y la mayor extensión de la tierra, levantándose el eje de los Andes; Gondwana se despedazó ais- lándose la Australia y la Nueva Zelandia, iniciándose por otra parte la formación del Océano Indico. Sud América y Africa formaban en el ju- rásico un solo continente: el Etíopebrasileño, llegándose a un estado más definitivo en el cretáceo, con enorme desarrollo desde Bolivia, Perú y Brasil, hasta la Tierra del Fuego. En la época cenozóica, las grandes conmociones definen el continente del Norte, estando las dos Américas separadas. Aquí desaparece el mar Andino, el Océano baja su fondo 800 metros, los cataclismos se suceden, las aguas avanzan para retroceder después, desaparece Arquelenis, la tierra continental que nos ligaba al Africa, y de aquel inmenso territo- rio desaparecido sólo quedan como rastros visibles los picos volcáni- cos de las islas Trinidad, Ascensión y Santa Elena. Al final del oligo- ceno, las aguas del mar se retiran y se define más nuestro territorio, alzándose bastante el suelo de Entre Ríos y Buenos Aires, retirándose el Océano de la depresión del litoral. Desde la base del eoceno, han aparecido en nuestro suelo, los primiti- vos tipos antecesores del hombre y de los antropomorfos: Homunculus, Anthropops y Pitheculus, cuyo hilo originario el maestro viene siguiendo desde el cretáceo superior, para completar más tarde la serie evolutiva del hombre. Al final del mioceno, halla los vestigios de la industria de un ser ya inteligente y sus restos mismos: el Tetraprothomo, cuarto y típico antecesor del hombre, el más antiguo de los que se conocen hasta ahora, y al que siguen Diprothomo, Prothomo y Homo; pero termine- mos este sensacional paréntesis, para continuar con la evolución úni- camente geográfica. En el último tercio del período oligoceno, surge la conexión guayano- senegalense que permite la dispersión de la fauna, tierras que des- aparecen después, casi al fin del mioceno, dejando como último vestigio las Azores, Madera y Canarias. Ganando el continente en extensión, es desde entonces que datan nuestras formaciones araucanas y tehuelches que aparecen desde Jujuy hasta Monte Hermoso, alcanzando la chapalmalense, última capa deter- minada y estudiada en sus fósiles por el doctor Ameghino. Fué en esa época que Panamá y Centro América, que estaban en el fondo del Océano, se levantaron, uniendo las dos Américas con una porción territorial mucho mayor. que la del actual istmo, lo que hacía de la América entera una gran masa continental rectangular que se ex- tendía de un polo al otro. La llanura de Buenos Aires se dilataba hasta la Colonia y Montevideo, pudiendo cruzarse a pie lo que es hoy Río de la Plata, hasta que los gran- des movimientos sísmicos de esa época, modificaron la superficie, pro- A A 203 duciéndose una profunda hendidura en la provincia de Buenos Aires, que penetra al norte, en manera a formar por las aguas dulces que co- rrieron por ella, los ríos Paraná y Paraguay. Las sierras aumentaron su elevación. En la época antropozoica que abarca el cuaternario y el reciente, tu- vieron lugar profundos cambios. Norte América volvió a separarse por la inmersión de las tierras centrales, el Océano invade de nuevo nues- tro territorio y se forma el pampeano lacustre, la temperatura es helada y bajan los ventisqueros andinos con su obra doble de erosión y tectonis- mo, quedando definitivamente formada la Tierra del Fuego, aislada, y sumergiéndose el resto Sud en el Océano, determinando el Archipié- lago. Es de esa época, por el avance del Océano, que se forma el piso que- randino con sus enormes capas de conchilla que hoy se explotan. La me- seta en que debía fundarse Buenos Aires, avanzaba sobre el mar como una península con sus extremos norte y sur que eran los que hoy se conocen por barrancas del Retiro y parque Lezama; poco a poco el mar se retira de nuevo, se definen nuestros contornos orientales y que- dan cerrados los tiempos cuaternarios. Es en el período reciente que las aguas dulces del Paraná y Uruguay formaron el Delta, los últimos movimientos de depresión y alzamiento, modelaron nuestra superficie actual. El avance continental volvió a unir las dos Américas y el istmo que- dó hasta nuestros días como un puente que «sirvió desde entonces de camino a los pueblos prehistóricos de nuestro hemisferio, que sucesi- vamente y entrecruzándose se dirigieron de Norte a Sud y de Sud a Norte, sembrando el camino de ruinas, en donde la mezcla de cien pue- blos desorienta hoy a los más hátiles investigadores del pasado pre- histórico del Nuevo Mundo. El punto de partida de las poblaciones to- das, fueron los fogones y los toscos pedernales que nuestros lejanos as- cendientes dejaron sepultados en las capas miocenas y pliocenas de Monte Hermoso, Chapalmalán, Mar del Plata y Necochea». Así, paso a paso, el maestro ha seguido la evolución del continente, y sus datos son tan precisos, que con ellos puede formarse una larga serie de mapas que serían del mayor interés. . Esa visión magistral, desde el origen hasta nuestros días, con las comprobaciones de la gea, la fauna y la flora, es un inmenso capital aportado por la ciencia al estudio de nuestra geografía, es la revelación del pasado y la explicación del presente. Esto, entre los numerosísimos y trascendentales trabajos del profesor doctor Florentino Ameghino, así como su biografía ejemplar y la nó- 204 mina de los honores que ha recibido, caracteriza nuestra demostración de pésame por el sabio ilustre y el inapreciable compañero de tareas.— CARLOS GUTIÉRREZ. Del Boletín de la Sociedad «Physis> para el cultivo y difusión de las ciencias naturales en la República Argentina, Buenos Aires. «.. Í believe that I have acted rightly in steadly following and devoting my life to Science. CH. DARWIN, Autobiography. Aunque tardíamente, la Sociedad «Physis» quiere tener el honor de que en la primera de sus publicaciones conste su sentimiento de pesar por la desaparición del sabio paleontólogo doctor don Florentino Ame- ghino, ex Director del Museo Nacional de Buenos Aires, muerto en su domicilio de La Plata el 6 de Agosto del año pasado, a los cin- cuenta y siete de su edad. La vida modesta y fecunda de este gran compatriota, vivida con la misma altura en la adversidad que en el éxito, y dedicado por entero, con decisión y energía realmente incomparables, al cultivo de la cien- cia que tantos progresos le debe, no cabe en las proporciones de esta nota, que no pretende ser una biografía. Menos aún cabría ni siquiera una síntesis de la obra abundante, siempre original y atrevida, que todos conocemos. Si se ha de juzgar por el número, baste recordar que él solo ha des- cripto casi las tres cuartas partes de los vertebrados fósiles de la Argen- tina, — número enorme, que comprende no sólo especies y génerus, sino familias y aun órdenes antes desconocidas. Sólo esto hubiera sido suficiente para hacer la reputación sólida de un naturalista. Pero Ameghino rara vez se limitó a la simple descripción; de él podía decirse como de Giard, que en cada especie veía no una forma, sino una idea. Era ésta la que le interesaba, desde luego por su relación con las for- maciones geológicas en que yacía, pero, principalmente, por cuanto se ligaba con la genealogía de los grupos, objeto, como se sabe, de mu- chas de sus más brillantes concepciones y de sus más transcendentales trabajos. Su conocimiento de los mamíferos fósiles del país era tan vasto y tan profundo, que le permitió realizar verdaderas proezas. Tal es, sin duda, para citar uno de los ejemplos recientes, la de descubrir, como lo hizo en sus excursiones por la costa de Mar del Plata en 1908, no ya un nú- mero crecido de especies nuevas, sino una fauna entera totalmente des- conocida y la correspondiente formación geológica que ella venía a carac- o ta e “PEA de 205 terizar. Había llegado, pues, como especialista, a un dominio absoluto de la materia y del método, y a esta altura los descubrimientos se suce- dían los unos a los otros con una rapidez que tenía algo de maravilloso, como era también extraordinaria la facilidad con que llegaba a resulta- dos que para otros habrían significado quizás años de estudio. Véanse sus propias palabras al exponer sus observaciones en el viaje citado: «Cuando llegué a la Barranca de los Lobos, — dice, — me alejé a unos cien metros de la costa, y dirigiendo la vista al acantilado me apercibi inmediatamente que la barranca estaba formada por dos series de estra- tos muy distintos... Hecha esta primera constatación, me dirigí inme- | diatamente a coleccionar los fósiles que abundan en ambas series, pero principalmente en la inferior. Pocas horas me bastaron para convencer- me que las dos series representaban dos formaciones con fósiles com- pletamente distintos... La separación entre las dos era neta como si estuviera trazada con un hilo»... Así aparecería sin duda ante su mi- rada tan penetrante como segura; pero ¡qué enorme bagaje de conoc:- mientos concretos para ver todo aquello con tanta prontitud y con tanta claridad, allí donde un ojo profano sólo ve la arcilla más o menos are- nosa, más o menos calcárea, con uno que otro pedazo de hueso informe' La facilidad, se comprende, es sólo aparente. En el fondo está el traba- jo tenaz de toda una vida que ha acumulado, una tras otra, todas las observaciones de detalles con que ha formado el cuantioso capital cien- tífico que le permite abordar las más difíciles empresas; está allí tam- bién el trabajo sordo de aquella poderosa máquina de inducciones... Pero el autor, con una especie de elegancia completamente natural, oculta el esfuerzo para mostrar solamente el resultado. Así descubre un horizonte geológico nuevo, el «chapalmalense», posterior al de Mon- te Hermoso y anterior al ensenadense, y su fauna que consta de unas setenta especies de mamíferos. Es preciso leer, a título de ejemplo, la monografía correspondiente (Las formaciones sedimentarias de la re- gión litoral de Mar del Plata y de Chapalmalán) para darse cuenta exac- ta del modo de Ameghino en sus trábajos paleontológicos: no le falta- ría sino la descripción ilustrada de las especies que menciona (tarea que no alcanzó a llevar a cabo), para poder considerársela un modelo del género, encerrado en ochenta páginas. Y se calcula que ha escrito cerca de veinte mil... Otra vez es, para citar un caso distinto, el descubrimiento sorprenden- te de la existencia de una dentición desconocida en los mamíferos, an- terior a la de leche. Por dos vías diferentes llegó a tan original conclu- sión: primero, por el estudio de los dientes de los Nesodontes, fósiles, de la Patagonia, en los cuales pudo comprobar la existencia de tres se- ries dentarias que se sucedían en una misma especie; y luego tuvo la más amplia comprobación de estos datos paleontológicos merced al in- esperado hallazgo de los restos de aquella dentición «ante-primera» en 206 un ejemplar muy joven del tapiro actual. El desarrollo embriológico venía a ratificar así la prueta filogenética, y el hecho, con las consi- guientes limitaciones, quedaba definitivamente adquirido, viniendo a establecer de ese modo un eslabón entre las denticiones numerosas de los reptiles, y las clásicas dos únicas de los mamíferos, en cuyo estado post-embrional no se había visto nada parecido. Sin entrar a la cuestión, tan debatida como interesante, de las especies humanas o prehumanas fósiles de la Pampa, que absorbió toda la activi- cad del sabio durante los últimos tres años, vamos a señalar un punto de su Obra que conviene poner de manifiesto. El implica en efecto un pro- greso evidente, no sólo para la paleontología, sino para la ciencia de la evolución orgánica en general. Nos referimos a la predicción de las espe- cies que debieron existir en épocas pasadas. Es bien sabido, empero, que tales profecías no son, en general, una novedad, después de la publica- ción de la «Historia de la Creación Natural» en que Haeckel se encargó de divulgar y hasta cierto punto, es forzoso decirlo, de desacreditar este género de hipótesis. Las predicciones de Haeckel eran, en efecto de un ca- rácter tan vago o tan general (prescindiendo de algún caso concreto pero de discutible comprobación), que muy poco comprometían, o bien no eran, por su naturaleza, susceptibles de ratificación, o se vieron desmen- tidas por las constancias de la paleontología. Decir, por ejemplo, como lo hace el ilustre naturalista alemán, que en los terrenos arcaicos debie- ron existir organismos unicelulares privados de núcleo, que él llama mó- neras, es afirmar algo que los registros geológicos están muy lejos de ha- ber probado, y aun de poder llegar a probar. Ameghino, en cambio, procediendo de un modo completamente inde- pendiente, dió a sus previsiones una base más sólida, comenzando por referirlas a términos ya conocidos de la serie y a formaciones geológicas determinadas, única manera de poder arribar por este método a un re- sultado concluyente. Tal es el ejemplo, bien conocido entre nosotros, de la genealogía de los Proboscídeos. Conociendo por un lado sus ante- pasados remotos de la base del terciario y aun del cretáceo, los Piroterios de la Patagonia, y por el otro los Mastodontes de fines de aquella época y del cuaternario, y los Elefantes actuales del viejo continente, Ameghino anunció (1897) basándose en raciocinios estrictos deducidos de la com- paración de formas numerosas y de su distribución geográfica en aque- llas épocas, que debían encontrarse en el terciario medio del Africa, es- pecies fósiles intermediarias entre los Piroterios, que habrían emigrado a aquella región por el territorio que entonces la unía a la América del Sud, y los Proboscídeos recientes y actuales, que habrían vuelto, por la vía septentrional, a morir en la Patagonia bajo la forma de Mastodontes. Cuatro años después (1901), C. M. Andrews, paleontólogo del Museo Británico, encontró en el desierto de Libia, justamente en terrenos oligo- cenos, la forma intermediaria prevista, que designó con el nombre de dd 207 Palaeomastodon. Esta, que aquí exponemos muy sucintamente (1), es sin duda una de las más brillantes aplicaciones de los principios trans- formistas al estudio de las especies extinguidas, tanto más fecunda cuanto que proporciona un método de trabajo que, usado con prudencia, es sus- ceptible de dar resultados no menos brillantes. Es extraño, por otra parte, que un hecho de tanta significación no se halle mencionado en obras re- cientes, destinadas a resumir la historia de los progresos de la paleonto- logía, y en las que se consagran varias páginas a la genealogía de aque- llos mismos mamíferos, como es la de Depéret, «Les transformations du Monde Animal» (París, 1907). Omisiones de esta clase perjudican al va- lor informativo que hay derecho a exigir de tales libros, y no se sabe si han de atribuirse a un espíritu poco imparcial, o al deficiente conoci- miento de los hechos. Tantos y tan trascendentales descubrimientos produjeron una verda- dera revolución, que, como todas, ha tenido y tiene sus adversarios, y ha librado batallas memorables hasta el último momento. Luchador por in- clinación natural y por educación, pues todo su aprendizaje de la vida fué una dura pelea, Ameghino jamás esquivó el encuentro; antes bien, gozaba en él con la satisfacción legítima de quien defiende sus más caras convicciones. En este terreno era un polemista formidable, aquel hon:- bre «suave como un niño en la intimidad» (Holmberg). Formidable y, en verdad, a veces despiadado; pero tampoco los fuertes usaron de piedad para con él. Así, distribuía entre sus contrincantes, en la defensa o en el ataque, verdaderos golpes de maza. Estos resultaban tales, por la contundencia abrumadora de sus argumentos. «Estaba, — dice, — ocupado en la preparación de una monografía sobre los peces fósiles de la Patagonia, cuando una nueva publicación sobre la geología de esta región viene a interrumpirme una vez más en mis investigaciones paleontológicas...» Con visible impaciencia abandona el trabajo co- menzado para atender al inoportuno adversario; pero éste resulta ser un geólogo renombrado, Otto Wilckens, y su extenso alegato está in- serto en la más importante de las publicaciones geológicas de Ale- manía. Hay que hacer, pues, una refutación seria. Entonces Ameghino se escribe, casi de un tirón, un volumen de 560 páginas, con más de la mitad de figuras y planos (Las formaciones sedimentarias de la Pata- gonia, etc. «Anales del Museo Nacional», serie 3*, t. VIII), en que para responder a Wilckens concluye una obra que, según la alta autoridad de H. von Ihering, puede ser considerada como «un tratado sobre la geolo- gía y paleontología de la Argentina a partir del cretáceo hasta nuestros días». Así eran sus armas: terribles, pero legítimas; sólidas y pesadas, pe- ro en sus manos semejaban un florete de esgrima. Inerte hoy el brazo po- tente que con tanta eficacia las manejara ¿quién se atreverá a moverlas? (1) Para mayores detalles, véase Ameghino, Línea filogenética de los Proboscídeos, «Anales del Museo Nacional», Buenos Aires, serie 3*, tomo l, página 19. 208 ¿Quién dispone como él, en efecto, de aquel cúmulo de datos y de materiales sobre la paleontología de la Argentina, y de la más completa bibliografía de la misma? ¿Quién podría, con el auxilio de la larga ex- periencia requerida, continuar su obra aunque sólo fuera en la parte exclusivamente geopaleontológica? La respuesta parece que debiera ser negativa. Un nombre, empero, viene a todos los labios: el de su cola- borador infatigable y abnegado, cuyo consejo tanto apreciaba él; el del explorador tan competente como intrépido, que recorriera la Pata- gonia durante cerca de veinte años, recogiendo, no sólo el material fósil sino los datos geológicos de inapreciable valor: el de su hermano y amigo don Carlos Ameghino. La colaboración eficientísima que éste le prestara en vida, seguirá prestándosela, a no dudarlo, después de la muerte de él, cuando la obra que podría llamarse común, necesita más que nunca de una defensa y un sostén. La honra que significa haber participado en ella, implica a la vez un compromiso de honor. Nos cons- ta a todos que el señor Ameghino lo satisfará cumplidamente, evitando así que el precioso patrimonio vaya a pasar a manos extrañas y de se- guro no tan aptas. En la polémica o en la simple exposición, el lenguaje de Ameghino es ni más ni menos que la expresión de sus ideas. Este sabio autodidacta no había meditado seguramente el discurso del conde de Buffon sobre el estilo, ni se preocupó mucho por saber si éste debía ser «majestuoso, solemne, o simplemente grave»; pero la fuerza de su convicción es tan grande, tan bien provisto su arsenal de hechos, que llega sin esfuerzo a la expresión exacta, y ésta, aunque desprovista de toda gala literaria, o quizás por eso mismo, es a menudo elocuente y de un gran poder de persuasión, sobre todo en sus escritos de polémica. El interés está en las cosas que dice y no en la forma como las dice. Aun despojado de las ocasionales e inevitables asperezas, su estilo es siempre claro, vigoro- so y suelto. Tan distante de la rigidez académica europea como de /a chabacanería criolla, hay en él la suficiente libertad de movimientos como para que, al cabo de pocas páginas, el lector pueda advertir que el autor es uno de esos temperamentos en que las ideas están susten- tadas por una pasión, y en que las pasiones sirven siempre a una idea. Actitud que- escandalizó más de una vez a los que creen que el sabio debe despojarse del hombre, pero que debía producir al fin, por la energía resultante de aquella unión, esa gran fuerza moral que conclu- yó por imponerse a todos, aun a los que ni siquiera lo conocían. Esto es, y con justicia, lo que el público ha admirado mayormente en él. Así se explica que la noticia de su muerte produjera un sentimiento de dolor tan espontáneo como unánime, verdadero homenaje con que el país, honrándole, se ha honrado a sí mismo. Objeto de la admiración general era también, y con igual razón, su in- comparable potencia de trabajo. Realmente, aquel hombre no conocía A A A E 209 el reposo, o por mejor decir, su reposo estaba en la labor. Refieren sus íntimos que, después de haber concluído su importante obra sobre las formaciones sedimentarias de la Patagonia, citada más arriba, en la que trabajó seis meses sin una sola tregua, reconoció la necesidad de tomarse un descanso para reponer sus fuerzas, — y descansó... cinco días. Y aun esto se lo reprochaba después él mismo como una holganza excesiva. Consecuentemente, su aprovechamiento del tiempo era tan completo que no le dejaba un momento desocupado. Contaba sus horas como un avaro cuenta sus monedas. Mientras tanto, el tiempo transcurría para él exactamente igual que para el que lo desperdicia o lo emplea mal, y este hecho perfectamente natural, le producía, según nos ha parecido, el efecto de una injusticia flagrante. Recordaremos siempre una vez que, en compañía de un amigo común, fuimos a verlo al Museo. Era precisamente el 31 de Diciembre de 1908. Salimos juntos, y, en el ca- mino, alguno advirtió que aquel era el último día del año. Esta conside- ración, que en el común de los mortales produce más bien un senti- miento de melancolía o algo análogo, tuvo en él una manifestación com- pletamente distinta: «Un año más, — exclamó, — ¡me da una impacien- cid!» — y subrayó sus palabras con una actitud y un gesto que eran, no sólo de impaciencia bien marcada, sino de verdadera indignación, quién sabe contra quién; pero fué evidente para nosotros que en aquel mo- mento estaba irritado con el tiempo como podía estarlo con un sujeto cualquiera. Esto demuestra la vehemencia de su temperamento. Su gran talento natural, servido por el continuo estudio y por seme- jante capacidad de trabajo, disponía también (y esta era una de sus ca- racterísticas más salientes) de una poderosa imaginación, a cuyo influjo cedió más de una vez, en parte deliberadamente. Y esta facultad, que hace de otros hombres, artistas, hizo de él, simple hombre de ciencia, un creador. Ella le permitió la aplicación del gran principio gethiano que prescribe al sabio el dominio del conjunto por la intuición. Sus pa- labras mismas eran, a veces, las de un vidente: «Van para veinte años, — decía en 1910, — tuve una visión profética. Refiriéndome entonces a los Primates más antiguos y más primitivos — decía (1) — encontraron ellos su mayor seguridad entre las selvas, subiéndose a los árboles... Pero otros Planungulados, por causas que no es ahora del caso averiguar, viéronse confinados en comarcas llanas y desprovistas de árboles como nuestras pampas; carecían allí de puntos de refugio, y tenían que confiarlo to- do a la vista y a la astucia. En la llanura, una de las condiciones esen- ciales a la seguridad individual es, la de poder divisar al enemigo desde lejos. Para observar a mayor distancia, necesitaban poder apoyarse so- (1) «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo X, página 163 (1889). 14 210 bre sus miembros traseros que eran plantígrados, irguiéndose sobre ellos lo posible para luego tender la vista y escudriñar el horizonte. En este ejercicio, los miembros posteriores adaptábanse de más en más a la sustentación y a la marcha, y los anteriores a la aprehensión... La vista. ..dominaba el espacio máximo. A la vez el cráneo, descansando desde entonces sobre una base vertical, permitióle un mayor ahorro de fuerza, acompañado de un mayor desarrollo cerebral... y de intensidad intelectual, en detrimento del instinto bruto. Ese fué el antecesor del hombre.» La exposición (ya íbamos a decir la descripción), es tan animada que hace la impresión de una cosa vista. Tiene a la vez el tono de un rea- lismo que involuntariamente trae a la memoria las páginas famosas del capítulo I del «Facundo» sobre el «aspecto físico de la República Argenti- na, y caracteres, hábitos e ideas que engendra». La comparación se jus- tifica si se piensa que tanto Ameghino para explicar el origen del hom- bre, como Sarmiento para explicar el origen del gaucho, invocan cir- cunstancias y factores análogos, en un ambiente casi idéntico (guardan- do las distancias) y no es extraño, por lo tanto, que sus expresiones se asemejen. Fíjese sino el lector en la frase de nuestro naturalista, que hemos subrayado, y vuelva a leer luego el capítulo 1 del «Facundo», y díganos después si aquella frase no podría ser de cualquiera de los dos. Ameghino, decíamos, habla como si realmente hubiera visto todo aquello, y de ahí que logre dar, a diferencia de Haeckel en un párrafo parecido, la sensación de que realmente las cosas deben haber sido así. A menos que al lector no se le ocurra hacerle la objeción que hemos oído a algunos: ¿Cómo es que la liebre, que se para continuamente sobre sus patas de atrás, etc., no ha llegado aún a la categoría humana? — se preguntan con aire de triunfo, sin advertir que siendo la liebre un ani- mal absolutamente distinto, por su estructura y por sus facultades, de aquellos Primates antiguos, semejantes a los de hoy, no tiene por qué, colocada en condiciones análogas, llegar al mismo resultado. Esta «ob- jeción» puede citarse como un ejemplo de las que en estas materias se oyen formular a menudo, a personas que creen que basta el «sentido co- mún» para resolver las más dificultosas cuestiones de ciencias cuyos rudimentos declaran ignorar, pero en las cuales pretenden tener una opinión... La imaginación de nuestro Autor está allí, pues, en plena acción. El mismo confiesa que ha sido una visión profética. Se nos dirá que éste no es el método de la ciencia, que el sabio no debe creer en sus visio- nes, si por acaso las tuviera, sino en los hechos positivos, que, prolija- mente comprobados, han de conducirlo a conclusiones prudentes, fun- dadas y verosímiles. Sea. Pero ¿quién es el que se ha de encargar de fijar el límite preciso que separará los dos métodos? Más aún: ¿quién puede impedir al hombre de estudio, cualquiera que sea su campo, que 3 > S . ad 211 haga uso de ambos? ¿Con qué derecho se ha de prohibir al sabio que piense como un poeta, si es que está en su poder de hacerlo, o al poeta que penetre en el terreno de la ciencia? Nadie pensará, seguramente, en reprochar a Michelet que haya escrito. sus admirables libros «El Mar» o «El Pájaro», en que, por propia intuición de artista, se adelanta a ratos a los descubrimientos científicos sobre la evolución orgánica.— «¡Oh, —se replicará, — los errores, los extravíos, los abusos funestos que pueden derivar!...» No, no hay que alarmarse demasiado por ello. En todo caso, son preferibles los errores peligrosos, pero fecundos, de estos hombres, a las verdades irrefutables, pero estériles, de otros. Imaginación, intuición, adivinación, «videncia», llámesele como se quiera, pero no fantasía. Fantasía es, para citar un sabio ilustre, la de Sir Humphry Davy en el primer diálogo de su interesante y singular li- brito «Los últimos días de un filósofo». Aquel viaje fantástico por los planetas, todas aquellas escapadas por el mundo de lo desconocido, no son más que desahogos de las aficiones literarias y filosóficas de su au- tor, sports de aquella mentalidad inquieta y curiosa que, dominando por completo una rama de la ciencia, quiere ensayar sus fuerzas en las de- más, y en la historia, la moral, la religión, el arte. Completamente distinto es el caso de Ameghino. En primer lugar, por- que carecía en absoluto de una verdadera fantasía. La única de sus pu- blicaciones en que puede verse algo de élla, es su conferencia Visión y Realidad (1), donde narra un ensueño, evidentemente fingido, que no demuestra sino la pobreza de su fantasía. En segundo lugar, porque su complexión intelectual lo alejata completamente del dilettantismo cien- tífico, y porque además estaba totalmente desprovisto de aficiones lite- rarias, no como Darwin que en sus últimos años se quejaba tan amarga- mente de haber perdido el gusto por la literatura, sino porque jamás lo tuvo; al contrario, juzgaba a ésta y sobre todo a la poesía, como un pasa- tiempo fútil y bastante despreciable. Esto era en él una característica bien acentuada, que conviene tener en cuenta para no juzgar equivoca- damente de algunas de sus producciones. Conviene también, y por la misma causa, hacer notar que no había en él nada de ese esoterismo que se ha supuesto en otros naturalistas, como Buffon y Linneo. Se ha di- cho (2), en efecto, que éstos tenían ciertas opiniones, en forma de doc- trina privada o conocida sólo de sus íntimos y que no se atrevieron a reve- lar en su época por temor de chocar con las ideas de sus contemporáneos. Nadatde esto, sin duda, en Ameghino. Ante todo, porque tales reticen- cias no hubieran entrado en sus hábitos de hombre franco y veraz, que consideraba la ciencia como una cosa eminentemente positiva; y luego, porque no tenía para qué ocultar su pensamiento, en un país y en una (1) «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo X, página 340. (2) A. GiarD: Controverses tronsformistes, página 4, París, 1904, ¿12 época en que existe una tolerancia tan amplia para las ideas de todo el mundo, tolerancia que no será tal vez más que una de las formas de la indiferencia, pero que provee, como quiera que sea, una de las con- diciones esenciales a la libre emisión del pensamiento. s No hay que buscar, pues, entrelíneas en los escritos de Ameghino, y no puede nadie, por lo tanto, fundarse en lo que en éllas crea haber leído, para atribuirle, por ejemplo, como se ha hecho, ideas teosóficas, absoluta- mente reñidas con su modo de pensar. A no ser que se haya dado a al- guno de los símiles usuales empleado por él alguna vez, el valor de una opinión personal. Con esto aludimos ya a su opúsculo titulado Mi Credo. Las ciento cincuenta Memorias especiales de Ameghino sobre geología, paleontología, etc., se explican perfectamente como la obra positiva de un hombre de talento concreto y de actividad extraordinaria. Las quince pá- ginas del Credo también se explicarían como producto de una inteligen- cia esencialmente generalizadora, es decir, filosófica, prendada de los asuntos más abstractos y aun abstrusos, que intenta encerrar el universo y todo lo que contiene, en un concepto personal, y exponerlo en una di- sertación de una hora. Pero lo curioso es que lo uno y lo otro sean obra de un mismo autor. Habría que reconocer en Ameghino una verdadera dualidad intelectual, lo cual halagaría seguramente el prurito analítico; pero es mucho más natural suponer que lo primero es el fruto del razo- namiento inductivo aplicado, con éxito notable, a la detenida observación de la realidad, y ayudado a veces por la imaginación, mientras que en el Credo es ya el raciocinio puro que se entrega al arbitrio de esa misma imaginación, en un supremo esfuerzo de síntesis. El orden habitual de sus operaciones mentales ha sufrido con ello un vuelco completo: de inductivas, se han hecho deductivas. En efecto, co- mienza por sentar unos pocos principios generales para deducir de ellos todo lo demás. Estos principios, no son las conclusiones resultantes de un gran número de hechos parciales convenientemente dispuestos según sus afinidades, no. Son especies de axiomas, que llevan en sí mismos su razón de ser. El resto debe desprenderse de allí, por una necesidad lógi- ca: uno echa de menos el silogismo. Hacía tanto tiempo que estábamos deshabituados a este método en las ciencias físicas, que la impresión primera es de ofuscación. Aquel lengua- je, perfectamente preciso y moderno, nos suena como si viniera del fon- do de edades muy remotas. Volvemos a leer con detención otra vez, una vez más, y recapacitando nos preguntamos luego: ¿Qué se ha propuesto el Autor en esta publicación? El mismo nos lo dice muy claro: dar «una exposición sintética de lo que es el Universo tal cual yo lo concibo». El que así va a hablar es el mismo hombre que ha trabajado toda su vida, desde la infancia casi, en una especialidad de- terminada ¡y con qué resultado! La atención se intensifica, pues, al | | | .. 213 máximum. Recordamos aún el silencio casi religioso que llenó la vasta sala del Politeama aquella noche; pero el público heterogéneo de una velada no era el más adecuado para oir una lectura de este género (1). El mayor tributo que puede rendirse a un hombre que piensa, es el de procurar penetrar su pensamiento. Procurar, decimos, porque en verdad no pretendemos alcanzarle en su vuelo poderoso y audaz: nos re- signaremos a seguirle con la mirada, darnos cuenta del rumbo, y calcu- lar la altura. «El universo tal cual yo se concibo»... Ahora nos interrogamos de nuevo: ¿es posible hoy construir un Sistema del mundo» a base de conceptos propios? Decididamente no, y el que así quiera hacerlo, cae más o menos completamente, a veces sin saberlo, en las ideas de los que le han precedido. Ameghino no pretendía seguramente que todas las de su Credo fueran absolutamente originales, ni se preocupó quizá de averiguarlo. Eso era lo que él creía, y lo decía tal como lo creía, nada más. : «Concibo el Universo como constituído por un infinito tangible: la materia; y tres infinitos inmateriales: espacio, tiempo y movimiento.» Decíamos que sus palabras nos sonaban como una voz antiquísima. En efecto, este es el lenguaje y la entonación misma de los filósofos griegos más antiguos, de los anteriores a la época clásica. Decir filósofo entre los griegos, y sobre todo en aquel tiempo, era decir naturalista: cada cual construía previamente su sistema del mundo físico, para llegar como una consecuencia de él, a las reglas morales, políticas, etc. Todas aquellas cosmogonías — desde los «elementos» de Thales, — tenían un rasgo común, el esfuerzo franco y vehemente por penetrar el secreto de las co- sas, y la confianza plena en poder realizarlo. Véase ahora cómo hablaba uno de ellos, Demócrito de Abdera, el fa- moso inventor, o si se quiere descubridor, del átomo: «El movimiento de los átomos en el vacío no ha comenzado nunca». No es necesario ha- cer un análisis muy detenido de esta frase para encontrar en ella los cua- tro infinitos de Ameghino: el «movimiento», que no ha comenzado nunca, es eterno: aquí va implícito el infinito «tiempo». Los átomos constituyen la «materia», y ésta también es eterna; y en cuanto al vacío, era para éllos más o menos sinónimo de «espacio» (2). La concordancia es bas- tante completa. (1) Agosto 4 de 1906. Fiesta conmemorativa del 34% aniversario de la Sociedad Científica Argentina, en que esta asociación confiriera a Ameghino el título de miembro honorario. «Ana- les de la Sociedad Científica Argentina», tomo LXJI, página 64). (2) Lo era sin duda para Epicuro, discípulo de Demócrito, como resulta evidente de algunos párrafos de Lucrecio, discípulo a su vez del “primero. Véase sobre esto C. GIUSSANI, en su edición del poema de este último (Voi. 1, Studi Lucreziani, 11 De inane), así como el hermoso estudio que consagra en la introducción a Epicuro (especia'mente, página 43) donde se en- contrará más manifiesta la analogía apuntada arriba. Las palabras de Demócrito, que hemos citado, están tomadas de la obra de J. Sour, Histoire Critique des Théories et des Doctrines, volumen 1 de su Systéeme Nerveux Central, París, 1899. 214 Se nos preguntará por qué nos hemos ido tan lejos para buscar la filia- ción de ideas que informan gran parte de la filosofía científica contem- poránea. Es que, justamente, Ameghino no se aproxima en ésto a los sa- bios modernos, cuyas conclusiones, aunque semejantes, revelan un pro- cedimiento distinto. Su concepto del átomo, por ejemplo, no es el de la. química, tal como en élla lo introdujera Dalton: es aquel concepto pri- mitivo de los griegos, cuyo origen es probablemente anterior al mismo Demócrito. La semejanza (que aquí no hacemos más que indicar ligera- mente) es, en general, más de fondo que de forma. Cualquiera que haya conocido a Ameghino, estará convencido, como lo estamos nosotros, de que no ha habido de su parte nada de imitación. Es solamente una coincidencia curiosa, que señalamos sin pretender dedu- cir nada de élla. Quizá otros, con un conocimiento serio de estas mate- rias, encontrarían aquí motivo para un interesante capítulo de la historia de las ideas científicas. Con sus cuatro infinitos, nuestro filósofo construye una ley «que rige la universalidad del movimiento, esto es, que la intensidad del movi- miento está en relación inversa de la densidad de la materia». Con este principio se explicaría la razón y el modo de ser de todo lo que existe. Todo es cuestión de movimientos concentrantes y de movimientos ra- diantes, localizados en el tiempo y en el espacio, de los átomos; pero és- tos (los de los elementos químicos), no serían más que múltiplos del de la materia única fundamental: el éter. Como se ve, sería éste un principio de carácter tan universal, y tan diversos los hechos que procura abarcar, que éstos parecen escapársele. Sin embargo, vamos a ver cómo una ley conocida de la físico-química podría deducirse de él, dentro del mismo orden de razonamientos. Los átomos, en sus movimientos sucesivamente concentrantes, habrían deter- minado estados singulares de equilibrio de la materia, de más en más densos y que constituirían los llamados cuerpos simples. El «peso ató- mico» de éstos mediría el grado de aquella densidad; pero como en su movimiento concentrante los átomos han desarrollado calor, que se ha perdido por radiación, a mayor peso atómico, mayor cantidad de movi- miento concentrado, y por tanto mayor cantidad de calor perdido: el peso atómico sería la expresión de esta cantidad. De ahí, pues, «se deduciría» que a mayor peso atómico, menor capacidad de absorción calorífica, o sea menor calor específico. Un trozo de cinc absorbe, colocado a la mis- ma temperatura durante el mismo tiempo, tres veces más calor que un trozo de igual peso de plomo, cuyo peso atómico es próximamente tres veces mayor; este es el hecho conocido y general, que ha dado base a la ley de Dulong y Petit. Ahora, la causa, según Ameghino, estaría en que ese equilibrio atómico de la materia, que llamamos plomo, habría consu- mido, al formarse, tres veces más calor que el del cinc y de ahí que sea 215 su peso atómico tres veces mayor y tres veces menor su calor especí- fico (1). Pero el Cosmos entero debe caer bajo el dominio de aquella ley má- gica, y Ameghino, con una intrepidez pasmosa, no se detiene ante nin- guna de sus consecuencias. Vuela tan alto, que debemos renunciar a se- guirle por este lado. Así, cuando desciende a tratar de la vida — este gran problema! — uno respira: ahora va a hablarnos de algo que creemos conocer mejor. Pero, un poco mareados aún al regreso de aquel viaje maravilloso a través de los átomos, nuestra estupefacción renace cuando leemos: «No creo que la muerte deba ser siempre una consecuencia fatal e inevitable de la vida». ¿Qué pensarán de ésto los fisiólogos? ¿Qué dirán los discí- pulos de Claudio Bernard, para quienes la vida no es más que el con- junto de circunstancias que se oponen a la muerte? Quién sabe; pero se- ría interesante preguntárselo a Metchnikof... Por lo pronto, he aquí a un maestro reconocido en las más árduas cuestiones de la mecánica de la vida, J. Loeb, un experimentador de primera fuerza, el cual, al final de una importante obra (2), se pregunta: «¿Hay una. muerte natural? En otros términos: ¿es la muerte el término necesario del desarrollo del indi- viduo?» Pero, más prudente y como atemorizado ante su propia pregunta, concluye por decir que, en tanto que continuemos absorbiendo substan- cias tóxicas, no podremos saber, en lo que a nosotros se refiere, cuál es la parte de las alteraciones del organismo en la vejez, que podría ser - evitada. , En estas cosas, la actitud realmente científica, es decir, razonable, con- siste en poder suponer que las ideas ajenas son exactas, por opuestas que sean a las ideas corrientes, máxime cuando han sido corrientes tantas ideas que luego han resultado absurdas. Después de veinticinco siglos de estudio, la ciencia de la vida está aún en pañales. Es preciso refrescar es- tas nociones bien sabidas, para poder resistir a afirmaciones como la anterior de Ameghino que hemos citado, o como la que sigue: «La ten- dencia evolutiva hacia una mayor longevidad — agrega el mismo — es general, y muy acentuada en los organismos superiores. Pero el hombre. con su saber, podría hacer algo más: 1” encaminar la evolución, darle dirección y 2” colocarse resueltamente en el camino de la inmortalidad». La sonrisa de incredulidad que seguramente habrá plegado los labios del lector al leer lo segundo, le habrá impedido probablemente reflexionar (1) No todos los pasajes del Credo resultan tan accesibles como aquél. El lenguaje es a veces tan conciso que se necesita un buen esfuerzo para penetrar su sentido. Sabemos por personas de su intimidad, que Ameghino tenía varios cuadernos llenos de anotaciones referentes a estos tópicos, y de los cuales el Credo no es más que un resumen brevís:mo; de esto se deduce que el Autor había meditado largos años sobre el tema (y aun había publicado algún fragmento de él). El Credo no es, pues, una improvisación, como a'gunos han supuesto. Sería interesante conocer aquellas anotaciones, que permanecen inéditas. (2) J. LoeB: La dynamique des phénoménes de la vie, página 392, París, 1908. 216 sobre el alcance de lo primero: el hombre podría encauzar la evolución! Todo este Credo está inspirado en un entusiasmo comunicativo; quizá por esto es que nos sentimos inclinados a creer que aquello es una de las cosas más trascendentales que se hayan dicho jamás. Lo que llamamos evolución orgánica es, por decirlo así, una fuerza natural inherente a la materia viva: la comprobación de su simple existencia puede decirse que data de ayer, y no conocemos nada o muy poco, de su mecanismo íntimo. ¿Qué será cuando lo conozcamos ? En cuanto a la inmortalidad... sería para la especie humana una carga tan pesada, que luego no sabría cómo hacer para desprenderse de élla. Sea lo que fuere, hay una cosa de la que no se puede hoy dudar, y es que Ameghino sí ha entrado ya, «resueltamente», en la inmortalidad; pero.... franqueando la valla que él, — pobre grande hombre! — no creía inevitable. Y, lo que es más triste, franqueándola antes de tiempo, cuando aún tenía en su admirable cabeza encerradas tantas ideas. Voló de veras esta vez, y para siempre, aquel fuerte espíritu. Sea él el genio tutelar de todos nosotros. — M. DOELLO-JURADO. De Nosotros, revista de letras, historia, arte y filosofía, Buenos Aires. Analizando, en conjunto, la monumental obra de Ameghino se ve claramente que predominó en el sabio una franca tendencia hacia los estudios paleontológicos y antropológicos. Y es en ese sentido que ha sido sintetizado por todos los conferencistas que después de su muer- te han hecho el panegírico del hombre y han comentado su obra. Ha sido, pues, acto de justicia y reconocimiento encarar la síntesis de la ciencia de Ameghino en la forma en que se ha hecho. Sin embargo, hay en la obra del maestro algo más sobre lo cual no se ha insisti- do lo suficiente, y que, si no es de la importancia trascendental de las disciplinas paleontológicas y antropológicas, constituye un timbre de gloria no menos verdadero ni menos merecido. Me refiero a la pro- ducción de carácter arqueológico del ilustre sabio cuya desaparición prematura lamentamos, por cuanto ella significa una pérdida nacional para nuestra ciencia, una desgracia irreparable y un vacío que difícil- mente podrá llenarse. Ameghino empezó su vida científica como arqueólogo: es decir, es- tudiando los restos de la industria humana prehistórica en sus relacio- nes con la fauna pampeana extinguida. Su primer trabajo, en 1875, así lo demuestra. Posteriormente, la enorme serie de sus obras, folle- tos, artículos, notas y comentarios parecen indicar un desvío de la orien- tación en que se había iniciado. Pero tal desvío no es más que aparen- A A 217 te, puesto que, en total, los trabajos de Ameghino forman un conjunto homogéneo, uniforme, perfectamente relacionado, tendiente a un úni- co fin, sospechado genialmente primero y comprobado después en to- dos sus detalles. Casi puede afirmarse que la geología, la paleontolo- gía y la antropología no han sido para él más que ciencias auxiliares, coadyuvantes en la demostración de sus especulaciones de orden ar- queológico. Tanto en la arqueología prehistórica, como en la propiamente dicha, Ameghino puede ser considerado como un iniciador en esta clase de estudios entre nosotros. En casi todos sus trabajos, a veces de paso, a veces extensamente, se encuentran esparcidos los chispazos de su ge- nialidad entregada por entero al descubrimiento de la verdad que se oculta en los espesos sedimentos de la tierra y a encontrar las huellas del ser humano de las pasadas edades geológicas. Y, precisamente, por ser tan vasta la labor del sabio, tan compleja, tan llena de detalles y correlaciones, tan genial y tan discutida en ocasiones, resulta tarea abrumadora abordar la síntesis de inducciones formalizadas en más de treinta años de trabajo no siempre coronado con la gratitud- que me- recía. Ameghino consideraba la ciencias que cultivó como un conjunto in- separable: así la geología, «ha dado a la paleontología los datos indis- pensables para la determinación de la época de las distintas formaciones y las conexiones geográficas de las tierras y de los mares de las pasa- das épocas». La antropología, por su parte, no se concibe inseparable de ambas sobre todo en lo que al hombre y sus precursores se refiere. Y, por fin, quien piensa en antropología piensa tácitamente en arqueo- logía pues ésta es un simple desprendimiento de aquélla. Se entiende que así, en líneas generales, la afinidad de estas ciencias sea estre- chísima; cada una de ellas, con el acumulamiento de observaciones, con los resultados indiscutibles como corolario de sus especulaciones, puede ser considerada como dotada de relativa independencia. Para Ameghino fueron siempre ciencias inseparables, tan inseparables que cualquiera de ellas implicaba a las demás. Naturalmente que por cualquiera de estas ciencias y por todas a la vez Ameghino tuvo que caer fatalmente en el problema del hombre americano, problema que constituye la genial finalidad de sus estudios. El precursor del hombre más antiguo, hasta ahora conocido, es, según Ameghino, el Tetraprothomo, cuyos restos óseos y vestigios de la in- dustria que poseyó fueron descubiertos en Monte Hermoso, en capas geológicas correspondientes al período mioceno. Los restos de indus- trias de un ser inteligente consisten: en huesos con evidentes señales de choques o partidos longitudinalmente, bastante parecidos a los que suelen descubrirse en los paraderos modernos, tan abundantes en toda la región patagónica y aun en la cuenca del Río de la Plata; guijarros 218 y pedernales trabajados con caracteres de talla tosca, pero intencional y grandes fragmentos de tierra cocida que han hecho suponer que se trata de restos de verdaderos fogones o incendios provocados en las cortaderas y marañas de aquel lejano horizonte geológico. A veces, em- butidos en las mismas escorias y tierras cocidas se han encontrado frag- mentos de esqueletos de paquirrucos, esos pequeños animalitos tímidos, astutos, pobladores de cuevas entre los espesos pajonales y persegui- dos tenazmente por el remoto precursor del hombre. Correspondiente a este mismo horizonte y a este mismo yacimiento paleolítico, descansando sobre capas de arenas y areniscas que consti- tuyen el piso pulchense, Ameghino descubrió los restos de una anti- quísima industria lítica que llamó «industria de la piedra quebrada» y que, según sus observaciones y estudios, representa la faz más primiti- va de los trabajos ejecutados en piedra por el hombre o sus precur- sores. El geólogo belga Rutot ha sostenido evidentemente que el hombre antes de comenzar a tallar la piedra se sirvió para sus usos de guijarros apropiados y seleccionados. Cuando no fueron aptos para los fines a que fueron destinados eran arrojados, pero conservaron en su superfi- cie rastros visibles, desgastes o golpes que denuncian el empleo que tuvieron. Estas piedras han recibido el nombre de eolitos y han sido descubiertas en el cuaternario inferior de Europa y últimamente en Egipto debido a los trabajos de Schweinfurth. Sergi sostiene que la industria del cuaternario debe comenzar con el estudio de los eolitos y no de las piedras talladas que representan una época más avanzada o sea la paleolítica. Como los descubrimientos de Ameghino, las «piedras quebradas» de Monte Hermoso fueran puestas en duda, el sabio no vaciló en dar las explicaciones necesarias para ventilar este asunto, para lo cual presen- tó una breve pero interesante Memoria al Congreso Científico Inter- nacional Americano de 1910 donde defendió con calor su doctrina y su profunda convicción. Se declaró en dicho trabajo, con valentía, «único responsable de la interpretación» que data a los restos de la industria de la «piedra quebrada» descubiertos en Monte Hermoso y sin vincu- laciones con la industria eolítica. Cuando sea preciso entre nosotros trazar el cuadro de la marcha que ha seguido la industria de la piedra en América, será necesario dar comienzo con este precioso hallazgo, sin precedentes en la historia del hombre, inconfundible, único. Otro descubrimiento destinado a marcar época en los estudios de nuestra arqueología preshistórica ha sido el de la «piedra hendida», ocurrido en 1908 en las inmediaciones de Mar del Plata. La industria de la «piedra hendida» «procede del pampeano inferior y de la parte media del ensenadense, de las cavernas eolo-marinas correspondientes a la transgresión marina interensenadense». 219 Según Ameghino, ésta ha sido una de las manifestaciones industria- les del Homo pampeus que en aires época habitaba sobre las orillas del mar. Como ocurre con las industrias primitivas, el hombre no ha hecho más que utilizar, aprovechar el material más fácilmente a su alcance y en este caso lo fueron los cantos rodados de las inmediaciones. La caracte- rística de esta industria es que la piedra aparece hendida, en general, en uno de sus lados, indicando así un nuevo procedimiento de técnica en la confección del instrumento y una etapa más avanzada en la evo- lución de la industria de la piedra. Otros vestigios industriales del hombre o su precursor de la época del eoceno superior de la Patagonia y del oligoceno superior o mioceno, el más inferior de la formación entrerriana, han sido estudiados en toda su amplitud por Ameghino en dos curiosas Memorias leídas en 1910 ante el Congreso Científico Internacional Americano. En el primer caso se trata de un fragmento de mandíbula derecha de un Proterotherium encontrada por don Carlos Ameghino en la for- mación santacruceña de Monte Observación, localidad donde se han hallado restos de Anthropops. Esta mandíbula presenta incisiones trans- versales cuyo estudio practicado por Ameghino, lo ha llevado a sen- tar la conclusión que se trata de un vestigio industrial «de un precur- sor humano sumamente alejado del hombre actual tanto en el tiempo como en su conformación». Dentro de la misma formación geológica, debajo de las capas subaéreas, en la ribera norte del Río Gallegos se han descubierto masas de tierra cocida que presentan idéntico aspecto al de los fogones fósiles de la formación pampeana. Ameghino cree que son vestigios industriales de un ser que conocía el fuego, hacía uso de él y probablemente trabajó la piedra y el hueso en la forma rudimentaria y tosca que dejamos consignada. En el segundo caso se trata de una muela de Toxodontherium pro- cedente de depósitos terciarios del Paraná. De su estudio prolijo, Ame- ghino constató que las incisiones que presenta la muela son de origen intencional, hecho que no puede negarse, aunque se ignore con qué fin fué ejecutado aquel trabajo. En el cuadro cronológico de las industrias humanas predominaba ' hasta hace poco la clasificación de Mortillet; pero las investigaciones de Hoernes en sus tentativas de hacerla extensiva en la región de Aus- tria Hungría y los trabajos de Rutot, han aportado tal cúmulo de cono- cimientos nuevos y nuevas generalizaciones, que hoy la clasificación de este autor es la más aceptada. La industria eolítica aparece en Europa, en Thenay (Francia) en el oligoceno superior, y se prolonga, con des-- arrollos más o menos locales, hasta el plioceno superior ya próximo a la primera época glacial del cuaternario donde se insinúa la industria reuteleana. Los descubrimientos de Ameghino modificarían totalmente 220 esta clásica clasificación de las industrias, pues desde el terciario en- contramos en la Patagonia vestigios del trabajo del hombre o de su precursor, denotando ello una más remota antigiiedad del hombre en América y de su industria, por lo tanto. Pasando a los tiempos relativamente cercanos a nosotros y dejando de lado la evolución de los seres humanos en las distintas edades geológicas, así como sus migraciones al través de tierras que emergie- ron en épocas lejanas, como fué Arquelenis, por las cuales el precur- sor del hombre pasó de América a los otros continentes, acercándonos a los tiempos de nuestra protohistoria, tendremos, en su estudio, que considerar la personalidad de Ameghino, quien en su obra colosal no dejó de tratar estos problemas cuyas soluciones son hoy la preocupa- ción de los arqueólogos. Y no menos fecunda y grande es la labor del sabio en esta serie de investigaciones, teniendo además en su favor el alto mérito de haber dado en una obra de carácter general todas las noticias referentes a res- tos arqueológicos descubiertos en la República Argentina hasta el año 1880. La antigiiedad del hombre en el Plata, es una de las obras funda- mentales de Ameghino. Están expuestas en ella sus teorías sobre el poblamiento de América y discutidas en toda su amplitud las distintas hipótesis emitidas desde los escritores paganos hasta los que siguen la tradición bíblica. Con el ardor, la convicción y la vehemente argu- mentación que caracterizaba al sabio, sostiene sus teorías sobre el hombre autóctono americano y pasa en revista la obra de los viajeros anteriores a Colón, la de los geógrafos y cosmógrafos anteriores al descubrimiento de América. El cuadro de las civilizaciones americanas, el desarrollo de las cui- turas, la acción robusta del hombre dominando la naturaleza en sus distintas manifestaciones, los restos desarticulados de ruinas ciclópeas que delatan el florecimiento de civilizaciones ya extinguidas, llevaron a Ameghino a sentar conclusiones, buscando las distintas pruebas para demostrar la autonomía de ciertas civilizaciones americanas, su área de influencia y sus probables desarrollos. A su criterio nada escapó; ninguna cuestión pasó por alto; no omitió detalles; y de comparación en comparación, de inducción en inducción y llenando con geniales intuiciones los claros abiertos en sus investigaciones, sentó la teoría de la marcha de la civilización prehistórica, avanzando desde la Patagonia al norte del continente. : Por el tamiz de su crítica, formidable por lo severa, pasaron todas las cuestiones de nuestra arqueología desde el problema étnico hasta el lingiístico, desde las más remotas manifestaciones industriales del hombre hasta las recientes migraciones, desde las religiones, ritos y usos de los pueblos hasta el estudio del carácter de las razas. 221 Imposible es seguir la obra del sabio encerrándose en el estrecho límite de un artículo, pues fatalmente se cae en la escueta rigidez de un sumario. El estudio de Ameghino en lo que a arqueología se refie- re, es de por sí vasto y puede sintetizarse afirmando que su importancia no es menor que la que como paleontólogo, geólogo y antropólogo con- quistara. A los discípulos actuales y a los venideros con más razón tocará realizar la magna tarea del examen completo de la obra científica, vas- ta y sin igual entre nosotros del sabio, del maestro y del amigo cuya desaparición cierra un paréntesis en el mundo de la ciencia.—SALVADOR DEBENEDETTI. De El Día, La Plata. En la primera fila de la falange, allí, entre el grupo predilecto de la intelectualidad argentina, acaba de caer el más fuerte: el sabio Ameghino ha muerto!... Bastan estas últimas palabras, basta la simple expresión de la noticia triste para que, sin un solo comentario, sin un dato más, la dolorosa pér- dida surja en toda su magnitud y trueque, de pronto, en profundo pesar, la simpatía, el respeto y la admiración unánime que Ameghino conquis- tara en la justa lid con los misterios de la naturaleza, como en una as- censión sobre la montaña abrupta, árida y escarpada, a cuyos pies la caravana pasa de largo, dejando uno que otro atrevido bien dispuesto para escalarla, y que, como Ameghino, vence con inteligencia y trabajo las dificultades que preceden al triunfo de admirar desde arriba los hori- zontes vedados y de sentirse admirado por la caravana sin fin que cruza la llanura... Para Ameghino no hay exageraciones. Hijo de los centros científicos donde se guarda el cetro de esa aristocracia del talento, su personalidad nubiera sido la misma: hubiera descollado en los planos superiores, al lado de las más altas figuras intelectuales, porque sus méritos son de los que tienen renombre mundial. Hijo de la provincia de Buenos Aires, de- dicado a una actividad donde pocos osan o pueden desarrollar sus facul- tades, sabio cuando estábamos empeñados en restar dominios a las tribus salvajes, sabio en estas circunstancias de tiempo y espacio y en una serie de especulaciones científicas recién desfloradas aquí, y en cuya labor el atrevido que la emprendiese debía hacerlo todo, sabio en estas condicio- .nes altamente favorables porque hacen más largo y más difícil el camino, los méritos del doctor Ameghino se agrandan e intensifican, su obra se eleva a mayor altura y su talla científica se agiganta. Es por estas razones que hablando de él en la misma Provincia que 222 íuvo la honra de verlo nacer y donde él desarrolló la mayor parte de sú obra, no puede caerse en hipérbole, y sólo se consigue expresar con los conceptos más honrosos un tributo de justicia. ; Su modestia, llevada hasta el extremo, quedó anulada en todos los ins- tantes por los resultados de su obra, sencillamente trascendental, que lo impuso a nuestra consideración y determinó que su fama de hombre de ciencia quedara consagrada por los centros de la más alta aristocracia científica de Europa y Estados Unidos, cuyos concienzudos investigadores no tuvieron inconveniente «en admitirle en el selecto Areópago formado por los Lydekker, los Woodwards, los Gaudry, los Zittel, los Cope, los Scott y tantos» que han actuado en el mismo campo que el doctor Ame- ghino obteniendo los mejores triunfos alcanzados en esas especulaciones Florentino Ameghino nació en esta Provincia, en el pueblo de Luján, el 18 de Septiembre de 1854. De los años 1860 a 1867 fué alumno de la escuela elemental de aquella localidad; en 1868, ayudante de la misma escuela. Estudió, en 1869 y 1870, en el antiguo Colegio Normal de Bue- nos Aires. Durante cinco años, de 1871 a 1876, fué Subpreceptor en el Colegio Municipal de Mercedes y de 1876 a 1877 ocupó la Dirección de ese establecimiento. De 1878 a 1882 realizó un viaje de estudio por Euro- pa, con provechosos resultados. A su regreso y hasta el año 1884 tuvo instalada en esa ciudad una pequeña librería. A esta altura de su vida Ameghino ya se impuso por su preparación, reconocida por la Universidad de Córdota que lo nombró catedrático, puesto que ocupó de 1884 a 1886. Al finalizar ese año se fundó el Museo de La Plata y fué llamado en- tonces para ocupar la Subdirección del mismo, en cuyo desempeño ini- ció su obra intensa. Un año más tarde, cuando O herida su delicadeza personal, se alejó de esa institución. Desde su nombramiento en la Vicedirección del Museo, el doctor Ame- ghino residió en La Plata, ciudad a la que se hallaba unido por una gran simpatía y que no abandonó desde entonces, pasando aquí sus últimos días. Desde el año 1892 tenía instalada en La Plata una librería, comercio con el que quebraba la inexorable ley del struggle for life, mientras proseguía sus investigaciones científicas. El Museo lo tuvo más tarde, de nuevo, entre sus más eficaces colabo- radores y, una vez más, se retiró de esa institución. Ultimamente des- empeñaba el puesto de Director del Museo Nacional, alto cargo que correspondía a su talento. En el dilatado territorio argentino, especialmente en la región patagó- nica, recién estaba iniciada la obra cuando Ameghino comenzó su labor, 223 dedicándose a los descubrimientos que la República ofrecía en el campo de la geología, paleontología, antropología, arqueología p-ehistórica, et- nografía, lingiística, etc. El primer naturalista ar¿entino, don Francisco Javier Muñiz, había coleccionado y estudiado entre los años 1840 y 1850 numerosos huesos fósiles. Bravard y Burmeister, radicados entre nosotros, habían continuado más tarde esas investigaciones que fue-on impulsadas por el Museo de La Plata y el de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba, fundada por Sarmiento. Después, constituidos a iniciativa del doctor Estanislao S. Zeballos, la Sociedad Científica Argentina y el Ins- tituto Geográfico Argentino, mantuvieron ese impulso. Ya en el año 1887 el señor Carlos Ameghino realizó un estudio parti- cular en la Patagonia, al que siguieron otros no menos importantes y. el descubrimiento de verdaderos tesoros paleontológicos que su her- mano Florentino hizo conocer y estudió con raro acierto, haciendo más tarde estudios personales del mismo territorio, que conocía en todos sus detalles. Pero en los primeros años las investigaciones del doctor Ameghino fueron distintas de las que absorbieron su atención en los últimos años. Se dedicó primeramente a estudiar el origen de los primitivos habitantes de nuestra República, siendo su primer trabajo publicado en el «Journal de Zoologie», de París, y en el cual describía una serie de restos del hom- b:e y objetos de su industria, mezclados con despojos de animales cua- ternarios hallados en las proximidades de Mercedes. Supuso, entonces, la coexistencia del hombre con los mamíferos ex- tinguidos de las formaciones antiguas de la Argentina, teoría con la cual obtuvo un triunfo completo. Durante su estadía en Europa realizó una serie de excursiones al clá- sico yacimiento de Chelles, cuyos resultados publicó en la «Revue d'An- thropologie» y en el «Bulletin de la Société d'Anthropologie», de París. Por esa época lanzó a la publicidad su gran obra La antigiiedad del hombre en el Plata, reuniende en dos volúmenes y presentando bajo una forma científica los conocimientos que hasta entonces se tenían sobre la antigiiedad del hombre en Sud América y a los que agregaba nu- merosísimas observaciones y hallazgos hechos personalinente por el Autor. Esa obra es hasta hoy la fuente obligada de los que actualmente in- vestigan la prehistoria argentina. Con tendencia preferente se especializó desde entonces en los estudios geológicos y paleontológicos en los que había tenido brillante iniciación al publicar, en 1880, en colaboración con el profesor H. Gervais, Los ma- miferos fósiles de la América meridional. Imbuído en esta clase de in- vestigaciones publicó su libro Filogenia, en el que estableció los princi- pios de clasificación transformista, basados sobre leyes naturales y pro- porciones matemáticas, obra en la que puso de manifiesto lo profundo de 224 sus conocimientos y la originalidad de sus teorías, no obstante que aquel trabajo fué escrito—dice el Autor—<«en medio de la obligación de procu- rarme el alimento cotidiano atendiendo un negocio de librería, y escribo cada renglón de esta obra entre la venta de cuatro reales de plumas y un peso de papel». En 1889 publicó su monumental Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, dos gruesos volúmenes in folio, estudio que fué premiado con medalla de oro en la Exposición de París, de ese mismo año. En los últimos años el doctor Ameghino hizo más frecuentes esas pu- blicaciones en forma de simples monografías o de obras de gran impor- tancia, que dieron a conocer, con gran provecho para la ciencia, el re- sultado de sus largas investigaciones. Dos de sus obras publicadas últimamente, llamaron la atención del mundo científico y fueron objeto de preferentes comentarios. En ellas se ocupó particularmente el doctor Ameghino, de sus teorías acerca del origen del hombre, sosteniendo que eran transformaciones posteriores y derivadas de éste, especies que se creían anteriores a su aparición. Es tarea difícil mencionar aquí, con la premura del tiempo de que dis- ponemos, todos los trabajos que él ha publicado. En los «Anales del Mu- seo Nacional», donde con más frecuencia se han divulgado los resulta- dos de sus estudios, figuran entre otros muchos los siguientes: Las formaciones sedimentarias del cretáceo superior y del terciario de la Patagonia, publicado en un tomo de esos «Anales», de 540 páginas; So- bre dos esqueletos de mamíferos fósiles; Los toxodontes con cuernos; El arco escapular de los desdentados y monotremos y el origen reptiloide de estos dos grupos de mamíferos; Algunas palabras sobre los tatous fósiles de Francia y Alemania; La perforación astragaliana en algunos mamífe- ros del mioceno medio de Francia; Idem en el orycteropus y el origen de los orycteropidae; Enumeración de los impennes fósiles de Patagonia y de la isla Seymour; Los desdentados fósiles de Francia y Alemania. Con algunos de esos estudios presentó al Congreso Científico Interna- cional Americano de 1910, estos otros trabajos: La antigiiedad geológica del yacimiento antropolítico de Monte Hermoso; Otra nueva especie ex- tinguida del género Homo; Vestigios industriales en la formación entre rriana; Vestigios industriales en el eoceno superior de Patagonia; La industria de la piedra quebrada en el mioceno superior de Monte Her- moso. En el número extraordinario publicado por «La Nación» como home- naje al Centenario, publicó una excelente monografía titulada: Geología, paleogeografía, paleontología, antropología de la República Argentina. Este año, el 31 de Marzo y el 1” de Mayo, respectivamente, se publi- caban en folleto dos trabajos divulgados ya por los «Anales», llevando por títulos: La edad de las formaciones sedimentarias terciarias de la Argen- 225 .tina en relación con la antigiiedad del hombre y Observaciones respecto de las notas del doctor Mochi sobre la paleoantropolb gía. Existe una serie numerosísima de producciones de este sabio apareci- das en revistas y publicaciones científicas nacionales y extranjeras. Ayudado eficazmente por su hermano Carlos, que se preocupó de reunir elementos de trabajo, el doctor Ameghino consiguió imprimir un gran desenvolvimiento a los estudios paleontológicos, geológicos, étc., descorriendo el velo de muchos problemas científicos cuya solución bus- caban afanosamente los sabios del viejo mundo. Resaltan por su impor- tancia los descubrimientos recientes de restos precursores del hombre primitivo de la Patagonia. En los círculos científicos europeos y de Norte América, era el argen- tino más conocido. * La tenacidad y el empeño con que este hombre realizaba su labor, se expresan en una anécdota que lo presenta con toda fidelidad. En cierta ocasión se vió obligado a contestar una carta, escrita en ale- mán, en la que un colega hacía algunas objeciones a un reciente estudio. El doctor Ameghino redactó la carta en castellano, y se entrevistó con un traductor para que la vertiese al idioma alemán. El sabio notó en el pe- rito cierta duda cón respecto a la traducción de varios términos científi- cos que figuraban en la contestación. Esto bastó para que él se encerrase en su gabinete de estudio y contestara, 22 días después, personalmente, la carta recibida por su colega. ES La presentación de algunos de sus trabajos en distintas exposiciones, determinó que obtuviera las siguientes recompensas: Primer concurso y exposición de la Sociedad Científica Argentina, en 1875: mención honorífica. Exposición Universal de París, de 1878: medalla de bronce. Exposición Continental de Buenos Aires de 1882; primer premio, me- dalla de oro. Exposición de París de 1889: primer premio, medalla de oro. Exposición de Chicago: primer premio. En cuanto a los cargos honoríficos con que ha sido distinguido recor- damos los siguientes: Doctor honoris causa de la Facultad de Ciencias Físicomatemáticas de la Universidad de Córdoba (República Argentina) ; Catedrático titular de Geología y Mineralogía de la misma Facultad en la Universidad de La Plata, y Académico de la misma; antiguo Catedrá- tico de Zoología y Anatomía Comparada en la Universidad de Córdoba, 15 226 ex miembro Académico de la Facultad de Ciencias Físicomatemáticas y de Ciencias Médicas de esa universidad. Falta enumerar en esta reseña de recompensas y cargos honoríficos otorgados al doctor Ameghino, otra no menos larga serie de distinciones de que había sido objeto, la cual, a pesar de nuestros buenos deseos, no podemos publicar. De El Argentino, La Plata. Era un sabio, universalmente respetado; era un hombre bueno, caba- lleresco, modesto. Todos le conocíamos, por lo menos de vista. Vivía en La Plata, tenía una librería tras de cuyo mostrador, más de una vez, le sorprendíamos, como un humilde empleado, vendiendo cuadernos, lápices o plumas a los niños escolares. Más de una vez, los estudiantes llegaban hasta aquel co- mercio preguntando por un libro de botánica o de física que tuviera noticias de tal planta o tal fenómeno. El dependiente recorría los estan- tes; presentaba al jovencito cuatro, seis, ocho libros distintos, y luego sencillamente, con palabras fáciles, le daba preciosas explicaciones so- bre lo que deseaba. Y aquel dependiente era Florentino Ameghino, el sabio cuyo nombre era familiar en los grandes institutos y academias de Europa. Todos le hemos visto en la calle, a las mañanas, cuando se dirigía a la estación, y al anochecer, cuando regresaba, después de haber asistido a su despacho de Director del Museo Nacional. Caminaba ligero, «bra- ceando» mucho, con aire despreocupado, mirando a todas partes. En ve- rano, usaba con predilección un jaquet negro, los faldones volaban, como alas locas, con aquel andar poco rítmico... Era una silueta conocidísima por los platenses. Florentino Ameghino se dedicó a la ciencia con el fondo del alma. Si hemos de creer que los hombres geniales tienen una pasta especial, es indudable que la de este gran hombre no tenía un sólo átomo que no tu- viera amor a los profundos estudios. Porque el sabio, desde sus más tier- nos años, mostró especial predilección por la ciencia y a medida que transcurrió el tiempo, su predilección trocósé en devoción ferviente y ab- soluta. Perteneció a la ciencia como una cosa accesoria a su principal. En su juventud dedicóse a reunir huesos fósiles, poniendo a prueba una fuerza de voluntad envidiable. Hizo largas y penosas expediciones; contrató a diversos coleccionistas que pagó con su propio peculio; puso todas sus actividades a disposición de sus propósitos. Y llegó así a reunir una colección valiosísima. En el Museo de La Plata creó la sección Paleontológica de la que fué Lia, E 227 jefe. Su paso por esa institución dejó huellas hondísimas, imborrables. Y es lógico: la luz, vaya por donde vaya, ilumina. Cuando falleció el Director del Museo Nacional, el sabio Carlos Berg, traído por Sarmiento durante su Presidencia, el Gobierno designó al doc- tor Ameghino para reemplazarlo. El país entero aplaudió tan acertadí- sima designación. Al frente de aquel Museo estuvo hasta ahora, en que la muerte — y una muerte penosa después de un martirio prolongado — nos lo arrebata. Como publicista, el doctor Ameghino nos deja obras de gran mérito y centenares de folletos y conferencias científicas: La antigiiedad del hombre en el Plata y Homo pampaeus son dos de sus más: célebres obras. En esta última, expuso su teoría sobre el origen del hombre, recti- ficando la darwiniana, obteniendo con ella honrosa preferencia sobre la otra en el mundo científico europeo. Con el doctor Florentino Ameghino pierde la patria uno de sus más ilustres hijos y la ciencia uno de sus cultivadores más ilustres. «El Argentino» se inclina respetuosamente ante el sepulcro que acaba de abrirse. De La Reforma, La Plata. La muerte, contra la cual venía batallando su quebrantado organis- . mo, ha terminado con la preciosa existencia del doctor Florentino Ameghino, honra del país, que sufre con su desaparición un vacío formidable. El gran sabio llegaba recién a la cumbre de la admiración de sus conciudadanos, porque ya se sabe cuánto más difícil es conseguir el respeto de los suyos que el de los extraños. Lo que ocurrió con este hombre eminente no entraña una novedad. Mientras en Europa su reputación estaba hecha, entre nosotros apenas si se le conocía. Siempre sucede lo propio. Pero su obra, su inmensa silenciosa obra, se había io ya lo bastante para no ser ignorado. En el yunque de la labor constantemente, su vida A lejos del bullicio, apartado de lo común, como un sabio de verdad que era. A esta causa, a la índole de su trabajo y a la costumbre de rendir culto a todo lo sonoro — aunque sea hueco —se debe sin duda su falta de popularidad de muchos años. Cuando fué llamado a ocupar la Dirección del Museo Nacional, nu- merosas personas recién supieron que ese hombre sencillo y modesto, que se ganaba la vida vendiendo libros en un pequeño negocio, era un gran sabio, una eminencia universal. Cuando esto se supo, Ame- 228 ghino siguió tan tranquilo como antes, tan indiferente como siempre por estas nimias cuestiones del respeto y consideración popular. Referir su obra, aunque fuera someramente, es tarea que no nos sentimos capaces de iniciar. Se calculan en cerca de 180 los libros, folletos y monografías escritas por Ameghino. Es tal vez el trabajo más amplio que hombre alguno haya realizado. Su teoría de oposición a Darwin que «La Reforma» publicó en sus co- lumnas y luego editó en folleto, mereció un debate científico ex- «traordinario, que todavía no ha terminado. Queda la obra de Ameghino como manantial de enseñanza, al cual deberán ir a beber los intelectuales y cuantos aspiren a saber de la ma- teria que el extinto dominaba por completo. Ante su tumba, nos inclinamos reverentes (1). Del Buenos Aires, La Plata. La ciencia mundial y con mayor razón, la intelectualidad argen- tina, está de duelo con la muerte del sabio compatriota Florentino Ameghino, ocurrida ayer en esta capital, después de larga y penosa en- fermedad. : Es tan grande e intensa la obra talentosa de Ameghino, que es im- posible encerrarla en un suelto necrológico. Mientras los altos estudios científicos no .se desarrollen entre nos- otros y avancen, tendrán que recurrir a la colosal labor intelectual de Ameghino, pues su nombre de fama universal está vinculado a todas las investigaciones científicas y estudios de ciencias naturales realiza- das durante cuarentá años. La sabiduría de Ameghino no ha sido adquirida en los institutos, sino en la educación propia que él ha sabido darse, pues sus condi- ciones de pobreza no le permitían frecuentar las aulas universitarias. El Gobierno Nacional a raíz del fallecimiento del Director del Museo Nacional, doctor Carlos Berg, llamó al doctor Ameghino y lo designó para llenar ese alto SArEO. científico. En este caso el Gobierno cumplió con su deber. Ameghino nació en Luján en 1854, habiendo Abad de existir, pues, a los cincuenta y siete años de edad. Desde joven inició sus investigaciones arqueológicas en las orillas del Río Luján, que las editó con gran éxito en varias revistas de Amé- rica y Europa. (1) Sigue una reseña biográfica y bibliográfica. 229 Publicó entre muchas otras obras: Ensayos para servir de base a un es- tudio de la formación pampeana y Antigiiedades de la Banda Oriental. En 1878 llevó a la Exposición de París su colección de paleontolo- gía, antropología y de antigiiedades indias, logrando ser premiado y ven- der parte de su valiosa colección en 120.000 francos. Con estos recursos publicó la importante obra que consolidó su reputación: Antigiiedad del hombre en el Río de la Plata. Era miembro correspondiente de todas las Academias científicas de América y Europa. Fué catedrático de la Universidad de Córdoba y Subdirector del Museo de La Plata. Cuando fué inaugurada la Universidad Provincial de La Plata, du- rante el gobierno del doctor Udaondo, pronunció en este acto un dis- curso notable el doctor Ameghino en su calidad de decano de la Fa- cultad de Ciencias Naturales de dicha Universidad. De El Pueblo, La Plata. Ameghino ha muerto. Una gran luz se ha extinguido. La enorme res- ta no sólo es una pérdida incompensable para nuestra patria. Es una invalorable pérdida para la humanidad. Holmberg se lo tenía dicho: «vuestra obra colosal os constituye maes- tro en este mundo, cuyo aplauso os envuelve viniendo hasta de las más lejanas tierras, y siente con orgullo, y sin hipérbole, que el más gran problema del siglo xix, puede expresarse con los nombres: Dar- win, Haeckel, Ameghino». La gran luz había empezado a resplandecer en una escuela de Pro- vincia. Un mezquino puñado de huesos fósiles le sirvió de médula. Y alimentándose a sí mismo con su propio fuego — autodidacta inmenso — fué creciendo, creciendo hasta llegar a ser un luminar colosal que proyectó resplandores en el origen del hombre y en el origen de los seres. Consagrado en cuerpo y alma al estudio de las ciencias naturales, su dominio cerebral se extendía por los campos geológicos, paleontológi- cos, antropológicos, arqueológicos, prehistóricos, etnográficos y lin- gúísticos, soberano señor de todas las edades de la tierra, desde la era arcaica y la era paleozoica hasta el último período de las eras mesozoi- ca, cenozoica y antropozoica. Ahí está el dilatado catálogo de su erudita y reconstructiva biblio- grafía para ilustrar su labor, desarrollada en luengos años de contrac- ción infatigable, en los días malos y en los días buenos, cuando aban- 230 donado a sus propios únicos esfuerzos hacía explorar por su cuenta y exploraba él mismo las más remotas regiones del país y cuando lla- mado por fin a suceder a Burmeister y a Berg, culminó en el Congre- so Científico Internacional Americano del Centenario de Mayo, escla- recido señor entre los más preclaros señores que acudieron al glorioso certámen, procedentes de todas las naciones del mundo. No resulte paradoja: puede ser que haya sabio que en un momento dado, abstraído en sus investigaciones, no recuerde el nombre de nues- tra patria. En tal momento, si hubiera de nombrarla, diría sin titubear: «la pa- tria de Ameghino». Tanto nos había honrado este argentino pura pro- bidad, puro nervio, puro patriotismo, pura modestia y pura sabiduría. La enorme resta que la infaustísima extinción de este luminar colo- sal importa invalorablemente para la humanidad, no lo es tan sólo ante la contemplación deslumbradora de su obra realizada. Lo es también por la obra que el sabio no ha tenido tiempo de realizar: el tesoro que se pierde en la prematura paralización de su cerebro, que era un crea- dor y un reconstructor en perpetua gestación de ideas. Tesoro que tal vez puede ser salvado, siquiera sea tan solo en parte, por su hermano Carlos, el ímprobo colaborador de toda su vida y de toda su obra, que posiblemente conoce las gemas de las que debieron ser brillantes flo- raciones. Cuando la robusta naturaleza del sabio se sintió afectada por el mal implacable que a la larga lo ha vencido, pero en cuya gravedad tal vez él no creyó un solo momento, se hizo necesario su absoluto abandono de toda tarea mental. Fué este el único precio que la ciencia médica, ejercida por el doctor Esteban Cavazzutti, con incondicional admira- ción y fraternal cariño, le puso para que fuese posible la preciosa y necesaria conservación de sus días. Inaceptable precio para el sabio, que precisaba disponer de dos años de labor cerebral asidua para aca- bar de afirmar sobre inconmovibles bases su teoría del origen del hombre, modificadora de la de Darwin, y reeditar su Filogenia. ¡Qué martirio habrá sido para él, pues, actividad de actividades como era, condenado a la inactividad y al silencio! ¡Qué cambio brus- co de método de vida para esa vida metodizada en la labor incesante! ¡Qué miserable lecho de Procusto, aquel lecho que lo inutilizó para la acción! Y la naturaleza, que tenía celos de ese investigador insigne que huroneaba en todos sus misterios, ha acabado por eliminarlo. «Van para veinte años-—decía el mismo hace poco más de uno— cuando entónces se iniciaban en nuestro suelo los grandes descubri- mientos paleontológicos, en un estudio sobre las vías probables de la evolución y diversificación de los mamíferos, tuve una visión proféti- AA AE 231 ca. Refiriéndome entonces a los primates más antiguos y más primi- tivos, decía: «Encontraron ellos su mayor seguridad entre las selvas, subiéndose a los árboles y recorriendo grandes distancias pasando de rama en ra- ma, ejercicio que les exigía tanto el empleo de los miembros anterio- res como de los posteriores, hasta que se convirtieron en arborícolas perfectos; los cuatro miembros que antes servían a la locomoción te- rrestre, se encontraron transformados en cuatro manos, esto es: en cuatro órganos de prehensión, destinados a la locomoción arbórea, por lo cual fueron designados con el nombre de cuadrumanos; son los monos. «Pero otros planungulados, por causas que no es ahora del caso averiguar, viéronse confinados en comarcas llanas y desprovistas de árboles, eomo nuestras pampas; carecían allí de puntos de refugio y tenían que confiarlo todo a la vista y a la astucia. En la llanura, una de las condiciones esenciales para la seguridad individual, es poder divisar al enemigo desde lejos. Para observar a mayor distancia, ne- cesitaban apoyarse sobre sus miembros posteriores, que eran planti- grados, irguiéndose sobre ellos lo posible para luego tender la vista y escudriñar el horizonte. En este ejercicio, los miembros posteriores adaptábanse de más en más a la sustentación y a la marcha, y los ante- riores a la prehensión, transformándose con la sucesión del tiempo, la posición horizontal en vertical. La vista dirigida horizontalmente há- cia adelante, dominaba el espacio máximo que le permitía abarcar su _ mayor elevación. A su vez el cráneo, en lugar de estar más o menos suspendido como se encuentra en la posición horizontal, descansando desde entonces sobre una base vertical, permitióle un mayor ahorro de fuerza, acompañado de un mayor desarrollo cerebral, y un aumen- to en la intensidad intelectual o pensante en detrimento del instinto bruto heredado de sus antepasados. Ese fué el antecesor del hombre. «Convertidos los miembros posteriores en órganos exclusivos de loco- moción y los anteriores en órganos de prehensión, al precursor del hombre ya no le fué posible recoger en el suelo el alimento con la boca: tuvo que alzarlo llevándolo a ella por medio de las manos, ejer- cicio que desarrolló en él la facultad de observación, enseñándole que poseía instrumentos admirables, que obedecían a su voluntad. Empuñó un día, por acaso, una rama, y al moverla comprendió que poseía un arma ofensiva y defensiva. Otro día arrojó a cierta distancia un objeto que tenía entre las manos — una piedra — y descubrió el arma ofensiva por excelencia, el proyectil arrojadizo de nuestra época, el arma más . mortífera. Maquinalmente golpeó otra vez un guijarro contra otro, par- tiéndolo en fragmentos angulosos y cortantes, acaso lastimándose esas manos en evolución, aprendiendo en carne propia que esas lajas de piedra eran más duras y cortantes que los dientes. Quedaba descubierto 232 el cuchillo, aunque fuera de piedra, el primer instrumento, el más primi- tivo y el más útil. «Esas toscas lajas de pedernal llamadas cuchillos de piedra, fueron para nuestro precursor infinitamente más preciosas que lo que son para nosotros los instrumentos de metal más perfectos y complicados. Me- llado el filo de esos primeros y toscos instrumentos a causa del desgaste producido por el uso, quiso luego reemplazarlo repitiendo intencional- mente la misma operación con el propósito de obtener objetos pareci- dos. Escogió dos piedras que le parecieron adecuadas, golpeólas fuer- temente la una contra la otra, entreabrióse una de ellas y salió un cu- chillo... pero también del choque saltó de la otra una chispa ilumi- nándole el semblante. ¡Había descubierto el fuego, y con esa chispa inextinguible prolongada a través de las edades y transformada en res- plandeciente antorcha, alumbra a la humanidad en su camino con rayos luminosos de más en más intensos!» Sus investigaciones posteriores confirmaron su clarividente tesis profética. La antojadiza y majadera crítica de Schwalbe, que cayó a los golpes del estudioso Mochi, acaba de ser enterrada por una reciente obra de Sergi. Otros investigadores .y otros sabios colocarán la tesis de Ameghino en el pináculo de todas las teorías. En ejercicio de la Dirección del Museo Nacional de Ciencias Natura- les de Buenos Aires, al cual consagró los postrimeros años de su vida, puso todos sus esfuerzos y entusiasmos al servicio del propósito de ins- talarlo tan dignamente como su importancia y su fama están reclaman- do a gritos. Y si fueron dos inmensos pesares que amargaron sus últi- mos días la muerte de su madre y de su esposa, inmenso pesar fué también para su espíritu la falta de éxito de sus gestiones en la obten- ción de sus propósito. Aquellas colecciones del Museo embaladas como para una inminente mudanza que nunca se realizaba, permaneciendo en aquel viejo caserón colonial que a su vez amenaza derrumbarse tritu- rándolas, han sido un perpetuo roedor de su tranquilidad. Cuando en un momento dado le fué posible alimentar la ilusión de que sus esfuerzos serían coronados por el triunfo, hizo proyectar según sus planes, que no tienen precedentes ni semejantes en el mundo, el palacio que habrá de construirse algún día para la instalación del Mu- seo, que algún día será denominado con su ilustre apellido, honra y prez de la ciencia universal, acto de estricta justicia que el Congreso Nacional, con el consentimiento unánime de todos los sabios de la tie- rra, debiera tener a honor apresurarse a realizar para honor de los argentinos. : Su augusta sombra de buen dios lar, se instalaría allí para siempre, sintiéndose regocijada en su inmortalidad de ultratumba. Mientras tanto, marquemos en nuestros fastos nacionales como una — BRA ¡a e at 233 de las fechas más infaustas, la infausta fecha de ayer, que al cubrirnos de crespones, cubre también de crespones los universales dominios de la ciencia. De La Revista Notarial, La Plata. No seríamos justos, si únicamente y a la manera de póstumo panegí- rico, hicieramos el elogio del que en radiosa vida fuera el doctor Fio- rentino Ameghino. Porque, — precisamente — el sentimiento de jus- ticia, brotando del principio de disconformidad, nos pone a cubierto de una total censura de conciencia. Decir elogios, por vidas en ocaso que se tendieron al infinito, sin di- sonar; por meros acomodamientos, no es sentir la impresión substantiva en la excluyente determinación del «caso». Antes bien, por el contrario, es fomentar la escuela de la traición en la injusticia. Hemos considerado siempre al doctor Ameghino, como a un luminoso exponente de lo que no puede ser la patria chica que circuyen montañas y pampas y ríos, sino de la patria grande, la de los profundos desdobia- mientos del espíritu que cuajan en todas las mentes, bajo todos los cielos, sobre todas las tierras, al través de todos los tiempos... Y este pensamiento medular, que fué madre y que fué guía de su- gestivas tenidas cotidianas celebradas por nosotros en horas de refren- dador respeto y culto a la equidad, nos dispensa de mayores comenta- rios, que cariñosamente, modestamente, hubiéramos querido fuesen in- dividuales. Más, porque ello ha dado en ser una costumbre y porque no sería- mos sinceros, si no tratásemos de reflejar en estas líneas, la dolorosa mueca que ha torcido nuestros espíritus ante el profundo «caso» de la natural, inexorable tiranía de transformación, que nos arrebata en plenas ansiedades de labor proficua y fundamental a un irreemplazable, recordaremos, a hilván corrido de meditación abstrusa, aquellas pala- bras, casi legendarias, que el primer grande historiador filósofo del mundo: Tucídides, pronunciara hace aproximadamente 2.500 años, con motivo de las solemnes exequias tributadas por los áticos al inmortal Pericles. «No se debe dejar al albedrío de un hombre solo que pondere las virtudes y loores de tantos buenos guerreros ni menos dar crédito a lo que dijere, sea o no buen orador, porque es muy difícil moderarse en los elogios, hablando de cosas de que apenas se vuede tener firme y entera opinión de la verdad. Porque si el que oye tiene buen conoci- miento del hecho y quiere bien a aquél de quién se habla, siempre cree que se dice menos en su alabanza de lo que deberían y él que- rría que dijesen; y por el contrario, el que no tiene noticia de ello, 234 le parece, por envidia, que todo lo que se dice de otro, es superior a lo que alcanzan sus fuerzas y poder». ¡Bellas palabras que marcaron en la patria ideal del símbolo acro- pólico, un poderoso destello más para su fulgente flecha de oro!... Y ahora, después de nuestra confidencia a flor de alma y verdad, ¿cuyo es el Ameghino de quién podríamos conversar más ampliamente y que cupiese en medida bien colmada dentro del carácter ambiguo de una Revista de jurisprudencia y de sociología o política, desde que el irreemplazable se nos manifiesta a las percepciones de nuestros senti- dos como un diamante de mil facetas? La fría reconsideración de nuestra época de transición rotunda en ins- tituciones y costumbres y la etapa visible que marcamos de civilización imperfecta, muévenos a perdonar lo que ha pasado con motivo de la muerte del más preclaro hijo sabio de esta tierra. Si Gladstone existiera, lo habría inmortalizado dentro de las páginas de oro de los grandes nombres. Fué Ameghino, en su vida de relacionismo, más celoso de ser bueno que de parecerlo, valiéndonos de la expresión de Esquilo. Y en el infortu- nio, le restaron fuerzas para sobrellevarlo. ¡Loor a la memoria del irreemplazable!.. ¡Paz en la tumba del varón gigante!... De La Ciudad, La Plata. Como los antiguos héroes, la muerte lo ha sorprendido con el hierro en el puño. R. GonzÁLez PACHECO. Era un cerebral absoluto, con raíces en la Ciencia y fronda en el En-' sueño. Era un grande y venerable árbol que sangró en próvidas justificacio- nes. Sus raíces, sabias y férreas raíces, ahondaron tierra de una virgini- dad de siglos, plenificada en misterio, y penetrándola se hincharon de jugos, sedientas de sangre y limo, para hacer rotundo de bronce el tron- co, maravilloso el ramaje, la yema ardiente y carnal la fruta... Era el árbol más alto de nuestra ciencia americana, y era tan alto como humilde, en su serenidad de hombre. La muerte lo descuajó, la muerte que no respeta ni a los dioses. El claro que deja es grande, pero más grande es su obra, que queda como una resurrección inevitable. Cuarenta años de vida, como cuarenta jalones de oro, empotrados y luminosos, delineando fronteras y proyectándose al porvenir... Cuarenta años que asombran porque son la consagración y la afirma- ción de vida más completa a que haya alcanzado un hombre. 235 Su sed infinita de futuro — consecuencia virtual de su ansia compro- batoria de pasado — en que se sumergió su gran espíritu como en una fuente castalia, forjaron su inmortalidad. : Y exploró con videncias creadoras y tenacidades inquebrantables, a golpe de palanca, escudriñando la entraña misma de lo desconocido has- ta el descubrimiento portentoso de la vértebra milenaria, sobre la que construyera — como un Dios —su Tetraprothomo del nuevo mundo. — F. L, M. De El Porvenir del Oeste, Buenos Aires. En los innumerables artículos brotados in memoriam del sabio, poco se trasluce la vida del hombre. Con frecuencia la biografía es lo más instructivo y sano que encierran tales escritos, pues es un defecto del carácter humano la tendencia a hablar con pasión de lo que no se entiende. Así han salido los múltiples disparates sobre la obra de Ameghino, y la vida interesantísima del sabio quedó olvidada. Confesa- mos anticipadamente que no se hallará en este artículo su biografía, sucinta o detallada. Le conocimos y tratamos en vida; podríamos amontonar anécdotas verdaderas e inventadas; pero otros hay me- jor preparados para la tarea, y a ellos la dejamos. Aquí sólo quisiéramos intentar un esbozo del hombre... Si se tratara de discutir cuál era la cualidad que en más alto grado po- seía Ameghino, sin titubear declararíamos que la modestia. En ninguna forma ha tratado jamás de demostrar su valer. La misma modestia usa- ba en sus escritos; jamás ha combatido a un adversario sino con pode- . - rosas razones. Es uno de los rasgos que más le acercan a Darwin. La misma naturaleza no le había dotado de un tipo «distinguido»; puesto entre diez hombres, hubiera sido difícil notar, por sus rasgos exte- riores, al genial investigador. Y jamás usó del título de «doctor» que con tanto ahinco le distinguían sus compatriotas, tal vez para darle algo más de mérito. Pero llamar «doctor» a Florentino Ameghino era como decir el «doctor» Sarmiento. Se decía algo ridículo... En una futura edición de la «Ayuda Propia», de Smiles, habrá que agre- gar los nombres de tres autodidactas enérgicos y de fe: Sarmiento, Mitre y Ameghino. No alcanzará éste la popularidad de aquéllos, en virtud de su obra filosófica, pero vivirá como ellos eternamente en los anales de la historia. Ante los tristes ejemplos que la juventud recibe hoy, la vida de estos hombres tonifica el ambiente. En su Filogenia, la grande obra donde modifica, pero no destruye la teoría darwiniana (como algunos han afirmado) nos describe Ameghino con sencillez y bonhomía el ingrato trabajo de suspender la elaboración 236 de sus pensamientos para servir cuatro reales de plumas a un rapa- zuelo. Sin contar el trabajo de contentarle!.,.. El negocio de librería fué el único medio de subsistencia durante casi toda su vida; fué aten- dido por Ameghino en persona hasta su nombramiento de Director del - Museo de Historia Natural de la Nación, y se clausuró sólo en el día de su muerte. En él nacieron y tomaron forma de libro sus grandes produccio- nes. ¡Cuántas veces el cliente descontento y presuroso fué servido por las manos de uno de los más grandes naturalistas! Ejemplo parangonable con otro naturalista: Miller, el albañil-geólogo. En la librería le conocimos y entablamos relación. Inculpábamos al Gobierno con frecuencia de la poca ayuda que le prestara, y obtuvimos con frecuencia esta respuesta: —En el país hay pocos museos y la ciencia está en formación, ¿dónde quiere usted colocarse, pues, si no hay lugar para todos? Y el gran des- ahogo de Ameghino era encogerse de hombros. Era impenetrable a la vanidad. Cumplía su misión científica descuidado absolutamente de su: trascendencia. El sabio no había podido destruir al hombre verdadera- mente humano. Alarmábase Ameghino del ruido que hacían alrededor de su nombre; lo que para otros es una fuente de orgullo era para él un aliciente para el trabajo. Fácilmente abordable por cualquiera que se le acercara, no dejaba sin contestación pregunta que se le hiciera, lle- gando hasta a dar las respuestas y soluciones por escrito. Abundan, por este motivo, los autógrafos suyos; y los estudiantes, especialmente, cono- cen su generosidad y valiosa ayuda. Así como era consultado por los sabios, lo era también por el pueblo, que le amaba. Los vecinos de la librería le respetaban y querían por su . bondad, pues ignoraban casi todos quien era Ameghino. No pequeña fué la sorpresa al ver los suntuosos funerales del librero! La última vez que le vimos fué en el Municipio de La Plata. Uno de los empleados, amigo suyo, preguntóle: —¿ Qué le parece a usted bueno, don Florentino, para tal enfermedad? —Tome usted «yerba del pollo» y haga un cocimiento — contegtó éste. —Es un pasto que lo hallará usted en todas partes, y que le dará buenos resultados. Y después de esta manifestación de fe en-la medicina sim- plista, salió el sabio confundiéndose entre el montón de seres cuyo ori- gen obscuro investigó toda su vida. En esta época que el exceso de intelectualismo mata la bondad del corazón humano, es necesario el ejemplo de los grandes hombres que de élla han hecho un culto, y Ameghino ha encarnado en sí los dos polos: la ciencia y el corazón.—IPSILÓN. y Z . s' . > - A A A .- - SEPELIO O DEL SABIO. 4 1 . d il . 6 E -* E, * Pa... e TAE A A CRÓNICA Y DISCURSOS El doctor Ameghino falleció en día domingo; de manera que el he- cho de no publicarse en tal día ningún diario de la tarde impidió que la desgraciada noticia pudiera ser conocida en seguida por todo el mundo; por este motivo sólo concurrieron a la casa mortuoria los amigos más cercanos del extinto y la familia. Pero conocida como fué el día siguiente la desgraciada noticia, re- gistrada por los diarios de la mañana, la capilla ardiente donde fué vela- do el mayor sabio argentino fué visitada por cuanta persona de signifi- ' cación tiene La Plata, en todas las ramas de las actividades humanas. Grupos de alumnos universitarios de todas las Facultades e Institutos, grupos de alumnos de las Escuelas comunes y grupos de personas cono- cidas, fueron desfilando por la capilla ardiente desde las primeras horas del día en una procesión incesante de almas atribuladas. A medida que iba aproximándose la hora determinada por la familia para que se efectuase el sepelio de los despojos mortales del malogrado sabio, la casa mortuoria empezó a ser pequeña para contener la concu- rrencía que afluía a ella para formar el séquito. La más hermosa nota de la tarde fué dada por el Liceo de señoritas de la Universidad Nacional de La Plata, que concurrió corporativamente. Llena ya la casa, a punto de no poder contener una sola persona más, la concurrencia se estacionó en la acera y en la calzada. Entre la numerosa concurrencia, había delegaciones de la Universi- dad Nacional de Buenos Aires, Universidad Nacional de La Plata, Fa- cultad de Ciencias Físicas y Naturales, Facultad de Filosofía y Letras, Gobernador de Buenos Aires, Sociedad Científica Argentina, Sociedad de Psicología, Junta de Historia y Numismática Americana, Instituto Geográfico Argentino, Instituto de Criminología, Dirección del Museo Mi- tre, Escuela Normal de Flores, escuelas primarias de Luján, Escuela Na- cional de Comercio, Liceo de Señoritas de La Plata, Colegio Nacional de La Plata, escuelas primarias de La Plata, Centro de Estudiantes de Inge- niería, Centro de Estudiantes de Agronomía y Veterinaria, etc. Si los carruajes de que se dispuso, con ser tantos, hubieran sido cinco veces más, habrían sido sin embargo, también insuficientes; por manera que la inmensa mayor parte de la concurrencia no tuvo más remedio que abandonar su propósito de llegar hasta el Cementerio. Mucha se 240 fué a pie hasta la avenida 74, desde donde se trasladó en tranvías para asistir a la triste ceremonia de la inhumación. Concurrieron al acto, entre muchísimos otros, los señores: doctor Joa- quín V. González, doctor Agustín Alvarez, doctor Samuel A. Lafone Quevedo, doctor Eduardo A. Holmberg, doctor Juan B. Ambrosetti, doc- tor Rodolfo Rivarola, doctor José Ingegnieros, doctor Galdino Negri, in- geniero Vicente Castro, profesor Víctor Mercante, profesor Rodolfo Se- net, doctor Enrique Herrero Ducloux, doctor Roberto Lehmann Nitsche, SACANDO EL FÉRETRO DE LA CASA MORTUORIA Luis María Torres, Carlos Vega Belgrano, ingeniero Otto Krausse, inge- niero Federico Birabén, Guillermo Senillosa, profesor Luis Morzone, Ubaldo M. Cáceres, Arturo Legarra, Juan B. Serié, Martín Luzuriaga, Tito A. Bianchi, Amancio Martínez, Julio Sánchez Pedernera, profesor Jorge A. Susini, Angel Tagliabue, profesor Francisco Guerrini, Martín Vucetich, Juan Vucetich, Félix F. Outes, Ricardo A. Fajardo, Escipión Pelanda Ponce, M. Doello Jurado, Horacio B. Rossotti, Juan B. Etcheve* rry, Juan M. Carlés, Eduardo Szelagowski, Agustín J. Péndola, Agustín Péndola, Augusto Liliedal, Teodoro V. Granel, Amelio Mazza, Santa Cruz Silva, Ernesto Nelson, Augusto J. Ferrando, Mario M. Rufino, doc- tor Carlos Spegazzini, doctor Horacio P. Areco, doctor Eusebio Gómez, doctor Carlos Rodríguez Etchart, Aníbal González Ocantos, doctor Ma- 241 nuel M. Eligabe, doctor Francisco Albarracín (hijo), Eugenio S. Smith, Alfredo Monla Figueroa, Alfredo de Calcagno, Antonio Bilbao La Vieja, Federico Oyuela, Carlos Sánchez Sáenz, doctor Honorio Senet, Eduardo della Croce, Arturo Peluffo, Raúl Gailhac, Emiliano de la Puente,. An- drés Vatteone, A. Rodríguez Brizuela, Antonio Pozzi, Esteban Hardoy, José María Jiménez, José Villalba Maturana, Emilio de la Puente, inge- niero Vicente Añón Suárez, Luis H. Chanetón, Cayetano Martinoli, doctor Clodomiro Griffin, Carlos D'Aste, Alfredo Porcel, Antonio Santamarina, E. M. Hermitte, doctor Fernando Lahitte, doctor Cristóbal Hicken, Sil- vio Ruggieri, Carlos Bruch, ingeniero Vicente Isnardi, doctor Santiago Roth, doctor Francisco D. Obarrio, doctor Miguel Fernández, doctor Vi- cente Gallastegui, Raúl Salas, Guillermo Acuña, Enrique Bonanni, Car- los M. Paz, doctor Máximo Gutiérrez, ingeniero Benjamín Sal, Ar- turo E. Pérez, Pastor Carranza, Salvador Debenedetti, Elías Viey- ra, Alfredo J. Torcelli, ingeniero M. Besio Moreno, Roberto Bergmans, Félix J. Tettamanti, Antonio Gaspar, Julio Llanos, ingeniero Conrado M. Uzal, Salvador Mezquita, Raúl Wernicke, ingeniero agrónomo Naza- rio Roberts, Francisco Enciso, Jacinto M. Escany, Edelmiro Calvo, José H. Rosendi, Constantino Martínez, doctor Ricardo Guido Lavalle, doctor César Ameghino, Francisco Ameghino, León Collet, profesor Alejandro Bergalli, Isaac Villamonte, doctor Segundo Tieghi, doctor Pedro Alva- rez, Luis M. Anadón, doctor Enrique del Valle Iberlucea, doctor Donato González Litardo, doctor Juan B. Justo, ingeniero José A. Palacios, in- geniero Virgilio Raffinetti, Angel Correa Bustos, Carlos Guerrero, Justo R. Duggan, Baldomero Mayer, ingeniero Paul Prstmen, doctor Rodolfo Moreno (hijo), coronel Antonio A. Romero, doctor Nicolás Roveda, etc. Una vez que el féretro, conducido a pulso, fué depositado junto al panteón de la Asociación de Maestros de la Provincia, donde sería de- jado provisoriamente, el Presidente de la Comisión local de esa asocia- ción, don Francisco Legarra, inició los discursos, siguiéndole en el uso de la palabra, los señores: Samuel Lafone Quevedo, en representación del señor Ministro Nacional de Instrucción Pública y del personal del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata; Juan B. Ambrosetti, por la Universidad Nacional de Buenos Aires; Víc tor Mercante, por la Universidad Nacional de La Plata; Eduardo L. Holmberg, por la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Na- cional de Buenos Aires; Vicente Castro, por la Sociedad Científica Ar- gentina; José Ingegnieros, por la Sociedad de Psicología; Clemente Za- mora, por los Estudiantes de Ingeniería de Buenos Aires; Agustín |]. Péndola, por el personal del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Buenos Aires; y el coronel don Antonio A. Romero. 16 242 DEL PROFESOR FRANCISCO LEGARRA Señores: , Estos venerables restos del doctor Ameghino, cuya muerte enluta la ciencia de todos los países, los recoge con profundo respeto la ins- titución que represento, a cuya familia el sabio que desaparece ha prestado la cooperación incondicional de su robusta mentalidad. Los maestros no podían recibir sino con profundo dolor la irreparable desgracia que enluta al mundo científico, por la muerte de este hom- bre extraordinario, hijo de sus obras, dominado por un sentimiento intelectual que sorprende y desconcierta, y cuya labor será un ejemplo imperecedero. Luchó valientemente contra la naturaleza, primero; contra la incre- dulidad, después, sin temer ni a lo uno ni a lo otro, triunfando de ambos. A él le cabe la gloria de haber vencido a los dos. Su vida ha sido la unidad perfecta de una acción progresiva, incan- sable, bondadosa; y se apaga tranquilo y dulce para reposar eternamente en el seno de los suyos, al lado de otros pionners de la civilización. La Asociación de Maestros guardará estos venerables restos, porque ni la muerte ha sido capaz de separarlos de su cariño. Aquí a esta tum- ba, llegará más de un peregrino: que los manes del gran sabio confor- ten su espíritu; y que nuevo vigor y nuevas energías nazcan para pro- seguir la obra. Adios, doctor Ameghino; descansa en paz. DEL SEÑOR SAMUEL A. LAFONE QUEVEDO Señores: Reunidos aquí ante los restos mortales del que en vida fué el bien conocido hombre de ciencia, doctor Florentino Ameghino, Director del Museo Nacional de Buenos Aires y celebrado dentro y fuera del país por los escritos y trabajos con que ha enriquecido el caudal científico de nuestro suelo, cábeme el honor de representar a S. E. el señor Ministro de Instrucción Pública de la Nación, y en su mérito de decir estas pocas palabras en homenaje al extinto, mi amigo y colega, que tan dignamente dirigía el Museo, fundador de cuantos hoy se levantan en el suelo ar- gentino. Una pena se llevó consigo Ameghino al silencio de su eterno descanso; el no haber podido dejar siquiera iniciado el nuevo edificio que debería encerrar las ricas colecciones y muy especialmente las paleontológicas, que yacen ocultas en los sótanos de esos paredones vetustos, indignos de nombre que no sea el de una ruína. Allí, o donde cabían, Ameghino durante largos años ha seguido alma- 243 cenando el abundante fruto de sus exploraciones arqueológicas y pa- leontológicas, sin poderlas exponer a la vista del público, pero aprove- chándolas hasta donde le era posible en sus investigaciones científicas, porque ni un solo día, ni un sólo momento cesaba él en sus trabajos; con salud o sin ella era incesante su labor, cuyos resultados repercutían en el mundo científico para ser aceptados unos o combatidos otros; pero tanto los unos como los otros respetables y considerados por su origen. MIENTRAS PRONUNCIABA SU DISCURSO EL SEÑOR SAMUEL A. LAFONE QUEVEDO No todas sus hipótesis habrán merecido éxito completo; pero otro tanto puede decirse de las de todo hombre de ciencia: lo que más se respeta en Ameghino es su vida entera dedicada a los estudios científi- cos desde su adolescencia hasta que en medio de grandes sufrimientos llegó a los últimos momentos de su útil vida, lamentando solamente que no le alcanzara ésta para concluir algunos trabajos de importancia ya iniciados. Permítaseme que aquí haga yo mención de algo que acaso no sea tan conocido del público en general como tantos otros méritos del ilustre argentino a quien hoy ofrecemos este homenaje: me refiero a esa fran- queza y generosidad con que Ameghino facilitaba los mejores objetos de sus ricas colecciones a todo estudiante u hombre de ciencia que de- seaba aprovecharse de ellos: era punto característico de nuestro amigo, no tan común entre los sabios, como algunos podrían imaginarse. 244 Ameghino, el self made man, el hombre de ciencia netamente argen- tina, a la cual dedicó sus esfuerzos, sus recursos, su vida entera, aquí descansa. Hacemos votos porque su nombre permanezca siempre grabado en la memoria de los hombres de ciencia argentinos y sirva de ejemplo y de estímulo a las generaciones venideras; hagámoslos también porque se realice sin más demora el nuevo Museo de Buenos Aires, ideal de los ensueños de nuestro nunca bien ponderado Ameghino y así la tierra le será leve a esa alma grande cuyos restos mortales reposan en esta ht:- milde huesa. | He dicho. DEL DOCTOR JUAN B. AMBROSETTI Señores: La Universidad Nacional de Buenos Aires me ha conferido el hon- roso y triste encargo de despedir los restos mortales del ilustre acadé- mico doctor Florentino Ameghino. El sabio director del Museo Nacional, al pagar su tributo a la muerte, nos lega su obra fecunda y el ejemplo de una vida entera ofrecida en todo momento y con toda modestia y desinterés al alto y puro ideal cien- tífico. La patria, señores, a la que él tanto amó, enorgulleciéndose de su nacionalidad de argentino, pierde hoy a uno de sus hijos que han sa- bido agregar un laurel más a sus sienes gloriosas. - : La obra científica de este hombre, extraordinario naturalista, inves- tigador, pensador y filósofo, se halla distribuída en cerca de doscientos trabajos impresos, que a manera de lenta, pero colosal marea, fué inva- diendo el mundo científico durante treinta y ocho años de labor constante, sin desfallecimientos ni interrupciones, a pesar de todos los contrastes y todas las vicisitudes, propios e ineludibles en tan larga vida de lucha incesante para derribar obstáculos y demoler prejuicios acumulados en el mundo científico por el imperfecto conocimiento de los hechos o la observación ligera de las cosas. Ligado por una amistad sincera de treinta años con mi sabio e ilus- tre amigo, he podido ser testigo de todo este colosal proceso de la revo- lución de las ideas en el vasto campo de la geología, paleontología y antropología americana. La cuestión del hombre fósil en las pampas argentinas fué el pri- mer cañonazo disparado con varonil energía, hace treinta y seis años, en el campo de la paleoantropología. Grandes luchas y controversias se suscitaron por entonces, hasta que después de muchos malos ratos y dolores de cabeza su tesis triunfó. Hoy ya nadie duda de la coexis- ll id A o LAA AE 3 z E q 3 3 3 E E , b E O AA ie AA ANA, E 245 tencia del hombre con los grandes mamíferos extinguidos, cuyos estu- pendos esqueletos podemos admirar en nuestros museos. La famosa fauna fósil de las barrancas del Paraná cuyo estudio pro- lijo sobre el terreno y las valiosas colecciones reunidas por el profesor Pedro Scalabrini, ese otro benemérito de la ciencia argentina, fué otro golpe formidable que asestó 'Ameghino contra las preocupaciones de la vieja paleontología, triunfando también después de una larga e in- grata lucha. Más tarde, y a través de las colecciones reunidas por el doctor More- no en Patagonia, Ameghino con su mirada de águila pudo vislumbrar la revelación de todo un mundo desconocido; y ayudado por la abnega- ción de su hermano Carlos, haciendo sacrificios sin cuento, pudo. soste- nerlo durante veinticinco años para arrancar de aquel yerto suelo la admirable sucesión de faunas que revelaron los más interesantes pro- blemas y entre ellos el más importante y sorprendente de todos, el origen y emigración de los mamíferos, mientras publicaba simultánea- mente su gran obra, Filogenia, en la que con vistas claras y lógica de hierro sentaba las bases científicas de las leyes de la evolución. Otros horizontes, y nuevas exploraciones de los ya conocidos, apor- taron incesantemente a Ameghino copiosos materiales que le permitie- ron acrecentar el número de especies de mamíferos catalogadas hasta la enorme cifra del quinto de su total universal. Ante esta obra extraordinaria, los museos, centros científicos y uni- versidades de Europa y Estados Unidos sorprendidos ¿y por qué no decirlo? aun dudando de la seriedad científica de estos trabajos, man- daron hombres de estudio y exploradores que examinaron las coleccio- nes y descubrieron nuevos materiales, confirmando los trabajos de este infatigable sabio, dándole, por fin, y de este modo, el verdadero lugar que hacía mucho tiempo debía haber ocupado. Ultimamente el Gobierno nacional, rindiendo a su vez justo homena- je al sabio que tanto había hecho por la patria y la ciencia, le nombró Director de nuestro gran Museo Nacional de Historia Natural, donde con mayores elementos aún continuó su labor incesante, produciendo en los últimos años sus obras más importantes, en las cuales se hallan ex- puestas sus teorías sobre la geología de los terrenos sedimentarios y la evolución de los mamíferos, incluso el hombre, con las que ha dig- nificado a la humanidad haciéndola surgir refulgente de formas aptas para la evolución progresiva y corrigiendo con admirable lógica la vieja teoría de una posible descendencia simiesca, como lo pretendían algunos antropólogos. _ Ameghino ha muerto con una gran amargura: la de no ver realizado el ensueño de toda su vida: la reorganización del gran Museo Naciona! con la amplitud que él lo deseaba, a fin de que no sólo sirviera para el 246 estudio de las enormes riquezas que encierra nuestro suelo, sino tam- bién que fuera a la vez un alto exponente de nuestra actual cultura cien- tífica. Si la fatalidad así lo ha querido, Ameghino pudo por lo menos ver ro- deado su lecho de dolor por la simpatía y el respeto de todos los hombres de estudio, aún por aquellos que algún día pudieron ser sus leales ad- versarios. Esta sanción unánime es la mejor ofrenda que pueda hacerse a su memoria; sus libros serán su monumento imperecedero y no será lejano el día en que, cuando se levante el gran panteón para cobijar bajo su bóveda de gratitud nacional los restos de sus preclaros servidores, este cuerpo que hoy confiamos a la tierra descanse allí definitivamente. Señores: : En nombre de la Universidad Nacional de Buenos Aires, de la Aca- demia y Facultad de Filosofía y Letras y de la Junta de Historia y Nu- mismática Americana, rindo al académico doctor Ameghino el homenaje de profundo respeto, Al viejo amigo, mis afectos sin esperanzas y el triste adiós para siempre. DEL DOCTOR EDUARDO L. HOLMBERG Señores: No pensaba que surgiera en esta gran solemnidad otra cosa que el humilde homenaje de mi presencia, para acompañar hasta el lecho de !a eterna paz, en el seno de la madre tierra, al ilustre amigo que la Argen- tina del porvenir rodeará con una glorificación que hasta hoy sólo ha tr:- butado a los próceres de la libertad nacional. Pero la Sociedad Científica Argentina (y a última hora, la Facultad de Ciencias Físicomatemáticas y Naturales), me designa hoy también, en el día del duelo, como lo hi- ciera no ha mucho en el de la consagración, para que las represente aquí; y soldado fiel a la voz de la consigna, voy a agregar un nuevo lau- rel a los innumerables que la ciencia independiente, serena, imparcial y justiciera ha tributado al gran sabio, al gran talento, que si hoy nos abandona como forma vibrante, apagada por la muerte, pronto renacerá y vivirá inmortal con nosotros como una necesidad superior del enten- dimiento subyugado por la importancia, la profundidad e irradiación soberana de sus obras. No es este el momento más oportuno para presentaros un cuadro de la vida de Florentino Ameghino, porque ella, en su concepto vulgar, se reduce a pocas grandes pinceladas: supo mirar y ver con ojos genia- O e ti a AS 247 les; supo substraerse a la mayor parte de los compromisos de sociedad que absorben y deleitan el tiempo de los desocupados; supo ser inde- pendiente y altivo con la resistencia de un espartano y la dignidad de un héroe; supo merecer sin doblarse y triunfar sin dianas, y colocarse en la cumbre junto a los más grandes sabios contemporáneos sin disloca a nadie y sin despertar envidias. Humilde, sin hipocresía en todas sus manifestaciones comunes; suave como un niño en la intimidad, modesto en su trato, tenía toda la pujanza de un león en el ataque a que con tanta frecuencia lo excitaba la sor- presa producida en muchos hombres de ciencia por sus concepciones atrevidas, por el ariete de su argumentación cerrada e irresistible, por el mismo estupor que le causaba la presencia de grandes e imponentes verdades, buscadas por su genio incansable y fecundo con ese ahinco de conquistador de un mundo de misterios y velado aún para otros grandes talentos, menores, sin embargo, que el propio suyo. Ni sería tampoco discreto el ocupar vuestra atención enumerándoos las ciento cincuenta o doscientas obras que constituyen la herencia cien- tífica que nos ha legado, porque cualquiera de ellas tiene impreso el sello de sus adivinaciones primero, de sus grandes descubrimientos des- pués, y todas juntas constituyen un monumento que hará su nombre im- perecedero, vinculándolo a los de otros sabios que buscaron en el seno de la naturaleza la resolución de los más grandes problemas planteados por la tiniebla de lo desconocido en el seno de la realidad por descifrar, No me pidáis, entonces, señores, una sola palabra de análisis, por- que el corazón, en los días de gran triunfo como en los días de gran duelo, solamente ama la síntesis. Contemplad el hecho inevitable, y adaptando vuestros sentimientos al diapasón de vuestras ideas, no olvi- déis que los negros crespones del dolor se tornan menos lúgubres cuando se entrelazan con los laureles de la gloria. DEL PROFESOR VÍCTOR MERCANTE Señores: En nombre del señor Presidente de la Universidad Nacional de La Plata, del señor Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales y como Director de la Sección Pedagógica, vengo a expresaros el pro- fundo dolor producido por esta muerte que es una desgracia. Al presentir hace dos meses, después del diagnóstico médico, esta muerte que enluta el hogar pequeño, pero del que fué antorcha lumi- nosa Florentino Ameghino, de la ciencia argentina, apoderóse de mi espíritu un malestar, tal vez dolor, porque el conocimiento íntimo de su vida habíame hecho descubrir un corazón tan puro, un alma tán elevada, 248 una cerebración tan prodigiosa, una actividad tan inmensa, que en nuestra formación democrática pocas veces podríamos ofrecer a la ju- ventud para elevarse, un ejemplo más sano; tal vez de egoísmo, porque convencido de que nada dignifica a un país tanto como la ciencia, no podía mi espíritu resignarse a que la Argentina perdiera doce años más de trabajo intenso, hoy, cuando el nombre de Florentino Ameghino vuela de un extremo a otro de Europa, es una autoridad incontestada en los li- bros de más fuste, justicia a su fama de sabio adquirida en cuarenta y dos años de labor sin antecedentes en los fastos científicos de la América del Sud, para proyectar honor y gloria sobre este país, sobre esta Pro- vincia, sobre la aldea que fué su cuna: sobre Luján. El presentimiento es realidad. Estamos delante de una gloria pura, pura cómo el aire que envuelve a las altas cimas. Lamartine le hubiera elegido entre sus civilizadores para proclamar como en Colón su genio; para glorificar, como en Palissy, su voluntad. Modesto, probo, leal, sin riquezas, sin ambiciones, sin envidias, tier- no como un niño con sus amigos; fiero como un león en los dominios de sus ideas; extraño a las vanidades de este atropellamiento por con- quistar la mariposa deslumbrante de una felicidad efímera, envejeció entre el fango de los ríos, los huesos de sus cajones y su mesa de pino, el espinazo encorvado de tanto remover terrenos, los ojos dilatados de tanto escudriñar barrancos y restos; vida obrera, vida insignificante al parecer y por eso inadvertida, mirada a través de las preocupaciones de esta época en que las dulzuras del vivir sin afanes seduce y nos encar- cela. Pero la grandeza no está en la condición sino en el alma. Ameghino no explotó más que sus instintos de trabajo y su talento prodigioso y de él queda, fortuna de las generaciones venideras, inmenso tal cual es, su espíritu en las inmortales páginas de sus libros, en las innumerables piezas clasificadas de su colección, de los museos nacionales y europeos. Este país, siempre generoso con sus hijos, será justo con este civilizador, tendrá para él también una plaza, una calle, un mármol que levantar allí, en Luján, frente a la casa misma donde vió la luz, para que la ju- ventud argentina en caravana, el 18 de Septiembre de cada año, rehaga la niñez de este hombre extraordinario, como la juventud inglesa rehace la de Shakespeare y la toscana la de Galileo, y reciba el fortificante eflu- vio del ambiente que hizo al gran hombre. Nada ofrece más encantos, encierra más enseñanzas, es de más valor ético que el haber desenvuelto grandes actividades y realizado grandes hechos en ambientes pobres: el carácter, acento de la individualidad, no tiene otra explicación. Por eso San Martín, Belgrano, Sarmiento, Mitre, ejercen sobre nuestra afectividad, la seducción instantánea de aquellos conductores que no conocieron más halagos que la necesidad. La casa del primer Congreso, la casa en que nació Sarmiento, la casa en que murió Mitre, consagran la virtud del esfuerzo y justifican su condición de reli- quia. 3 | j E 3 $ E, BV E a 249 Todo recordará allí al hijo de sí mismo: la escuela elemental, la mo- desta casa, las altas riberas del río con sus fajas negras, plomizas y rojas mil veces recorridas por el niño, el hombre y el sabio, palpadas, excava- das, interrogadas para revivir su largo pasado y dar a la ciencia sus pre- ciosos tesoros. : Esta fué la escuela del gran hombre, dirán los jóvenes de mañana, escudriñando esas toscas, juntando esos caracoles, desenterrando los pri- meros huesos, observando y leyendo de día, de noche, sin descanso, sin descanso arrebatado por una pasión sublime. ¡Gloriosa emulación des- tinada a producir la nostalgia de los que no tienen el alma saturada to- davía del desconsolador escepticismo que destilan las preocupaciones de nuestro tiempo! Este también, como aquel otro de quien poseía su voluntad y su ge- nio, fué maestro y desde sus humildes funciones docentes escaló la cum- bre del poder científico, repentinamente casi, sin más empuje que su ge- nio consagrado en las academias y exposiciones europeas primero y en los centros y universidades de nuestro país, después. No es este el momento, ni sería posible el análisis de su obra colosal comenzada en 1875 y que representa el monumento científico más gran- de de América, donde se destacan por su incomparable originalidad, su amplitud de vistas, sus razonamientos y sus atrevidas doctrinas: La formación pampeana, 1880; La antigiiedad del hombre en el Plata, dos volúmenes, 1880-1881; Filogenia, 1884; Contribución al conocimiento de los mamiferos fósiles de los terrenos terciarios, 1886; Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, 1889; Los pájaros fósiles de la Patagonia, 1895; Los mamíferos cretáceos de la República Argentina, 1897; La evolución de los dientes de los mamíferos, 1896; Sinópsis geológica y paleontológica de la República Argentina, 1898; Investigaciones de morfología filogenética, 1904; Paleontología ar- gentina, 1904; Nuevas especies de mamiferos, cretáceos y terciarios; La perforación Astragaliana, 1905; Los desdentados fósiles de Francia y Ale- mania, 1905; Los impennes fósiles de la Patagonia, 1905; Las formacio- nes sedimentarias del cretáceo superior y del terciario de Patagonia, 1906; Los peces fósiles de la Patagonia; Las formaciones sedimentarias de Mar del Plata, 1908; El tetraprothomo argentino, 1907; El diprothomo pla- tensis, 1909; Tierras cocidas y hombre fósil, 1910-1911, cada una de ellas suficiente para inmortalizarle. Como todo hombre genial, era un creador. El ejercicio había hipertro- fiado la facultad de observar y el poder de razonar; su extraordinaria capacidad para relacionar los hechos y su rara facilidad para inducir, eran sólo comparables a las de Darwin y su imaginación reconstructora a la de Cuvier. No hay, por eso, quien recoja hoy su patrimonio, y porque no hay quien haya hecho durante treinta y cinco años de la paleontología su único objeto, su única pasión, con el concurso de un hombre tan mo- 250 desto y abnegado como su hermano Carlos, que recorrió durante más de veinte años el sur argentino para arrancar a su suelo los secretos de su virginidad geológica. Las figuras culminantes de nuestro país en la ciencia y en la política, desde Mitre y Sarmiento hasta Joaquín V. González que, Ministro, le lle- vó al puesto oficial más encumbrado con que era posible dignificar a un hombre de ciencia, a la dirección del Museo Nacional de Historia Natural; desde los profesores de la Universidad de Córdoba hasta los de la Uni- versidad de La Plata, los centros, sociedades científicas de América y Europa, han sembrado de honores su camino triunfal y los gobiernos col- marán con actos diversos esta apoteosis que comenzó en vida, porque, señores, un país es grande cuando cuida celosamente sus glorias destina- das a perpetuarlo en el cariño de los pueblos más allá de la muerte mis- ma. Por eso, la Universidad de La Plata, su Presidente, sus decanos, sus profesores, sus estudiantes, sus niños traen, en masa, el tributo de sus sentimientos de cariño, de dolor, de admiración, estremecidos ante esta caída. La edición oficial de sus obras no sería un acto de justicia al sabio, sino de justificación nuestra ante el mundo. Por su ejemplo y por sus obras, es un conductor de nuestra civilización, el título de más nobleza que pueda concederse en las democracias americanas; por eso está entre los nombres que han engrandecido a la humanidad. ; Señores: hablándose de Ameghino la hipérbole no existe. Hijo de sus propias obras, siente su genio en los senos mismos de la naturaleza; re- corre suelos nunca explorados; su vida toma esplendores nuevos hacia destinos altos; va a las soledades a interrogar a la maestra de los maes- tros, la naturaleza, arrancándole sus misterios; concibe por ella amor, en- tusiasmo; a fuerza de contemplarla realiza descubrimientos portentosos, como el de los predecesores de nuestra especie; traslada al libro sus lar- gos coloquios, explicando los secretos guardados por el infinito de los tiempos; encuentra a veces la ironía, la incredulidad, la indiferencia a las que en el combate, nunca se mostró débil; se obstina, se encarniza, violenta su genio, enciende su fe por los ideales; triunfa, recoge en su camino aplausos y honores; deja elocuentes lecciones e inmortales ejem- plos de aplicación, de paciencia, de lucha con los obstáculos, de victoria sobre las cosas, de elevación dulce y amor entrañable por la verdad. Su vida quiere decir trabajo, su obra creación, su nombre ejemplo, su muerte desgracia irreparable. Sus hazañas están en su voluntad, en sus veinte mil páginas producidas en contacto con las cosas, en los tesoros ex- traídos a los viejos sedimentos, en los secretos milenarios arrancados a la tierra, en sus descubrimientos, en sus creaciones. Si este hombre fuera pequeño ¿quién sería grande ? Si alguna vez un pueblo ha de conmoverse ¡cuándo, sino en esta oca- sión, ante los sagrados restos de quien brilló durante más de treinta años como un lucero en el cielo de la ciencia americana! , 251 Los griegos urdían leyendas alrededor de sus grandes hombres para templar el corazón de sus hijos. A nosotros nos basta reconstruir la his- toria de Ameghino, tan fecunda como una leyenda, para fijar ideales en el alma de la juventud. ; ¡Florentino Ameghino, has muerto!, pero vives, vives en el corazón de los argentinos como un Verbo Alimentador. Serás para las generaciones venideras el poema viviente de sus inspiraciones; una tras otra saturarán su espíritu de tu espíritu en tus obras inmortales y tú serás, por ellas, glorificado junto a los que hicieron esta patria generosa, noble, fuerte y conocida, porque tú, como ellos, la engrandeciste con el soplo de tu in- menso saber. DEL DOCTOR JOSÉ INGEGNIEROS Señores: ¡Enmudecer fuera más simple ante el cadáver del maestro! No hay verbo humano que interprete la conmovida gratitud de los discípulos; una lágrima silenciosa traduciría mejor nuestro doble sentimiento de ad- miración y de ternura. Pero es menester despedirlo con palabras, para expresar la congoja colectiva de la Sociedad de Psicología al perder el más conspicuo de sus miembros. Aunque él no pueda escucharlas, — que no le sorprenderían en boca de los que en vida le anticipamos nuestro homenaje, — conviene santificar su nombre con la misma unción con que se jura una bandera. Si antes supo darnos lecciones y consejos, después de muerto seguirá enseñándonos con el recuerdo de sus virtudes intelec- tuales. Su obra fué una ascención perenne, revelando sin paréntesis, la for- - mación natural de un hombre de genio. Miró con ojo ciclópeo las entrañas de la tierra; tamizó entre sus dedos las arenas más misteriosas; removió de sus arcaicos yacimientos los más remotos esqueletos; todo lo midió con metro severo, las etapas del mundo y las etapas de la vida, renovadas sin descanso en la superficie del planeta. Pensó después. Pensó luminosamente, con videncia de inspirado. Y reconstruyó en su imaginación los momentos porque pasó la historia del mundo, las variaciones infinitas que transformaron en seres pensan- tes a los gérmenes animados, el equilibrio natural que rige la evolución del universo, hasta poner su mano sobre el cuadrante de la eternidad para señalar la era en que el hombre apareció en nuestras pampas para difundirse en el mundo y convertirse en humanidad. Su vida fué un sendero floreciente de virtudes, como es lo propio de los genios verdaderos. Desde la obscuridad ascendió a la gloria, sin un desfallecimiento; sintió durante muchos años el cierzo glacial de la po- 252 breza y la indiferencia, obstinadas en moderar su marcha y que tardaron demasiado en apartarse de su camino; pero él siguió imperturbable hacia la meta, orientado por el resplandor de sus propias luces, sin preocuparse de éxitos transitorios y confiando en la consagración ulterior de sus vi- dencias. Filósofo y sabio a un tiempo mismo, tenía el afán de los proble- mas remotos y la pasión de los interrogantes más arduos. El hombre de genio es así: se entrega a la inquietud de pulsar los grandes ritmos de la naturaleza, escrutando abismos o sondando firmamentos. Por eso fué un hombre inactual, dado a sembrar copiosas simientes de frutos venide- ros, proscripto voluntario dentro del propio país, abstraído de esos vai- venes militantes que turban las horas de meditación y de ensueño. Fué ejemplo raro, en este continente, de una vida consagrada a la ciencia, sin más afanes que aprender y enseñar. Fué ejemplo, también, de carácter adamantino y de orgullosa sencillez, buscando en la intensi- dad de su vida interior las satisfacciones que no podía esperar en un me- dio impreparado para medir la culminación de sus vuelos. Muere en él la tercera vida ejemplar de nuestra centuria. Sarmiento, inagotable catarata de energía en las gloriosas batallas de nuestra eman- cipación espiritual; Mitre, que alcanzó la santidad de un semidiós y fué consejero de pueblos; Ameghino, preclaro sembrador de altas verdades, cosechadas a filo de hacha en la selva infinita de la naturaleza. Sirvan sus memorias de ejemplo a las futuras generaciones argentinas y tendremos educadores, estadistas y sabios. La grandeza de la patria estará en manos de los que sepan imitar las excelencias morales de esos grandes factores de la nacionalidad. DEL INGENIERO VICENTE CASTRO Señores: En nombre de la Junta Directiva de la Sociedad Científica Argentina, vengo a cumplir el doloroso deber de dar el último adiós a los restos ve- nerados del sabio doctor Florentino Ameghino, que: fué nuestro ilustrado socio honorario. | El doctor Ameghino, cuyo volumen llenaba ampliamente el escenario de la ciencia, no sólo del país, sino también del mundo entero, por la im- portancia de sus investigaciones en el orden de las ciencias naturales, deja un vacío que no será posible llenar, pues pocos son los hombres de estudio que a su vasta preparación unan las cualidades de excelso inves- tigador, que caracterizaban a este ilustre muerto. La ciencia pierde en él, uno de sus más preclaros elementos de estudio; nuestro país, lamentará siempre la desaparición de este estudioso de alto vuelo, que unía a su gran preparación, una finura de investigación, de 253 tal potencia, que por sus alcances ha llegado a cambiar la noción que se tenía respecto al origen del hombre. Este estudio sólo, bastaría para colocar la personalidad del doctor Ame- ghino al nivel de los contados hombres de ciencia que el mundo venera, si no fuera que, además, el doctor Ameghino en su constante actividad, no hubiese llenado volúmenes con su labor proficua de investigador cons- ciente. Difícil, si no imposible es en este momento, enumerar toda la labor del ilustre muerto; exceden de doscientos sus estudios efectuados desde 1875, época en que publicó su primer trabajo en el «Journal de Zoologie» de París, trabajo en el que con gran acopio de datos perfectamente pro- pios, llega a conclusiones altamente interesantes en sus estudios en Mer- cedes, en base a restos del hombre prehistórico y de su industria. Tan no- vedoso estudio, llamó la atención de los especialistas y la fama del doctor Ameghino quedó ya cimentada con motivo del Congreso Internacional de Ciencias Antropológicas, realizado en París en 1878. En 1880, publicó su monumental trabajo sobre Los mamíferos fósiles de la América Meridional, que fué seguido del famoso análisis geológico La formación pampeana, el cual, al definir una época del mundo, abrió nueva vía a los estudios geológicos de nuestro territorio. No seguiré adelante haciendo la descripción cronológica de sus traba- jos; no me sería posible, pues no domino el orden de estudios en que culminaba la mentalidad del doctor Ameghino; a otra palabra más auto- rizada que la mía, corresponde ese honor. La Sociedad Científica Argentina, a quien el doctor Ameghino dedicó horas de estudio y de labor, enriqueciéndola con “sus trabajos publicados en los «Anales» de la Sociedad, lo eligió socio honorario, alto timbre de honor que el doctor Ameghino supo apreciar en su justo valor y que le fué discernido en mérito a los estudios de este sabio hombre de ciencia, que al abandonar su envoltura humana, nos deja como resultado de su paso por la tierra, el monumento científico de toda su labor y de toda su ciencia, para honra y gloria de la patria. Al recibir tan honrosa distinción, nos dió la gran prueba de las altu- ras hasta donde llegaba su mente poderosa, entregando al estudio y me- ditación de los pensantes, los resultados de su concepción profunda. Su Credo, dando la noción del universo constituído por el infinito tangible, la materia, y tres infinitos inmateriales, el espacio, el tiempo y el movi- miento, es lección de alta filosofía y pedestal científico que recibirá la ofrenda justiciera del mundo pensante. ¡Manes venerados! Recibid el último adiós de aquéllos que tantas veces oímos vuestras sabias lecciones en la Sociedad Científica Argentina; des- cansa en paz, mentalidad poderosa e ilustre; y que los lampos brillantes de tu saber, sirvan de guía a las generaciones futuras en la labor profí- cua, de la que la tuya fué astro brillante. 254 DEL SEÑOR CLEMENTE A. ZAMORA Señores: La ciencia gime; ha lanzado un quejido intenso, ha perdido un crea- dor; la Patria, el más potente de sus cerebros y desconocido en ella... Maestro: En la brecha que en vida transitaste queda una legión; ella ha de peregrinar hasta aquí para traerte el laurel del triunfo de tus crea- ciones! E A Mi palabra pertenece al Centro Estudiantes de Ingeniería de Bue- nos Aires; hemos oído el lamento de sus compañeros de lucha y de ideales, son nuestros maestros... callar! DEL SEÑOR AGUSTÍN J. PÉNDOLA Señores: En representación de mi señor padre y demás empleados del Mu- seo Nacional de Buenos Aires, y conmovido por mis propios senti- mientos, deshojo las aromáticas, aunque humildes flores de nuestro dolor, ante los restos mortales del doctor Florentino Ameghino. Todos veíamos en nuestro ilustre Director un ser extraordinario, ya comprendiendo y admirando al sabio grande y genial, ya haciendo objeto del más respetuoso cariño al hombre sencillo, magnánimo y justo. Testigos fuimos, llenos de asombro y pasmo, de su gloriosa labor científica, durante casi una década, luchador sin tregua, ajeno a toda fatiga, eterno perseguidor de un ideal noblemente desinteresado, en perpetuo olvido de sí mismo. Y en ese constante batallar, origen de su grandeza y su victoria, se originó también el mal traidor que fué causa de su desaparición prematura, motivo de tristeza y luto para cuantos le quisimos y admiramos, y para la Patria, y para la Ciencia. Nosotros, sus modestos colaboradores del Museo, encontramos, en su labor constante y magnífica, una enseñanza inolvidable y un ejemplo imperecedero; ejemplo y enseñanza que nos alentarán en el futuro La sombra venerada del que fué nuestro ilustre Director se alzará siem- pre en las salas del Museo, receordándonos que no hay satisfacción que iguale a la que produce el sentimiento de una labor realizada, den- tro de la propia esfera, con invencible constancia y noble altura. Y así en esta hora solemne, deudores llenos de gratitud ante esa alma gran. de que iluminó las nuestras con sus virtudes, al par del homenaje sen- 255 sible de estas sencillas palabras, depositamos en la última morada del doctor Ameghino, dándole envuelto en lágrimas el adiós eterno, todas las flores de nuestras almas conmovidas. DEL CORONEL DON ANTONIO A. ROMERO Señores: Vamos a entregar a la madre tierra los restos de Florentino Ameghino. Restos queridos, que merecen para sus amigos el más grande y sincero homenaje, como lo han merecido para todos los espíritus selectos, para todos los que aman la verdad y la justicia; restos que no han plasmado a ningún potentado de esos que la ignorancia o la malicia considera «gran- des», porque han sabido acumular millones; restos que no han animado a ningún espíritu egoista de torpe batallar, ni han esgrimido un sable contra sus hermanos; restos que no han acaudillado la grey inconsciente de las multitudes, ni han servido de instrumento a los mistificadores del saber, del patriotismo y de la sinceridad; restos que no han logrado in- terrumpir el silencio de estas tumbas con el eco vibrante y marcial de los clarines; restos que no han logrado abrir el cofre en que se guarda la enseña sagrada de la patria con que a menudo se anuncia al país — como un homenaje de duelo nacional — la muerte de cualquier mediocridad; restos que han puesto a prueba la ciencia y experiencia de nuestros esta- distas; restos que no han merecido de los centros de alta cultura más que la representación y el convencional adiós de un delegado ¡restos, en fin, de un ilustre desconocido! Sí: es necesario que ante esta tumba que se abre y ante el dolor que desgarra el alma por esta injusticia de la materia, se diga también la ver- dad rompiendo con los viejos moldes del convencionalismo enervante que deprime el carácter, porque la mentira que envenena a la juventud, que es la esperanza de la patria, debe de ser proscripta si debemos es- perar que también ella sea el blasón de la raza. Fué Florentino Ameghino un investigador infatigable, un espíritu su- perior y clarividente consagrado a una ciencia que muchos estudian y po- cos comprenden; fué un carácter y un genio que con insuperable suti- leza sorprendía y penetraba los fenómenos de la evolución de los seres escrutando en las capas de remotas edades su génesis primordial con la misma seguridad con que el sabio anatómico sorprende los misterios de la vida en los seres actuales; ese espíritu y ese carácter es un ilustre desconocido en su patria! No fué Ameghino un sectario; tampoco fué un fanático, porque el fanatismo es la negación de la ciencia; fué un estudioso consagrado con un apasionamiento admirable a la solución de grandes problemas, procu- 256 rando despejar las tinieblas que moran en los arcanos insondables de los orígenes de la humanidad y cuya obra habrá merecido en este momento el homenaje grandioso y justiciero que tributan las corporaciones sabias al hombre de genio, porque la obra de Ameghino sólo ha sido juzgada por ellos, porque sólo ellos han podido comprenderla; y fué ese inmenso esfuerzo el que le quitó la vida, no por la lucha, porque la lucha era el palenque de este atleta, sino por las torpes contrariedades que se oponían a la obra de su genio. Ameghino hacía antesalas como el incómodo postulante, cuando re- quería un edificio digno para su Museo, para lo que debía de ser el centro de demostración efectiva de nuestra alta cultura; y al referirme a su Mu- seo, es para significar que con Burmeister y Berg, Ameghino era el Mu- seo; sus colecciones poco significan; su Director lo era todo; la crítica que ha provocado su obra, es la más elocuente demostración de esta verdad. Ameghino era el último en las antesalas oficiales, en vez de ser el pri- mero. Ameghino era un pobre, a quien sólo honraban los sabios; dedi- cado al estudio de osamentas, no podía pretender ni merecer otra cosa!! Por otra parte, carecía de flexibilidad y de prosopopeya halagadora; era un sabio sencillo, poco apegado a exterioridades y falsa vanagloria; era todo lo que debía de ser: un espíritu sincero, recto, ecuánime hasta el sacrificio; un espíritu estudioso, profundo y trabajador, en tal forma que sus días de vida pueden contarse todos por días de trabajo, sin de- dicar uno sólo a la holganza o al esparcimiento; el tiempo fué siempre escaso para Ameghino; era un obsesionado sometido a una labor in- tensa y continua de profunda investigación; la ciencia le subyugaba. ¿Cuándo el sabio Ameghino dejaba de trabajar? Ni en el sueño. Es por eso que la obra de Ameghino tan grande y tan fecunda ha des- pertado el interés de todo el mundo científico. ¿Qué hombre mediana- mente ilustrado no la conoce? Creemos que ninguno, puesto que desde los escaños de las universidades europeas, norteamericanos, oceánicos, asiáticos y hasta africanos, el nombre de Ameghino figura en los pro- gramas de enseñanza secundaria y superior. Señores: Procuremos hacer conocer y difundir la obra de este ge- nial pensador, de este sabio que surgió «con tan lozano vigor de entre las cenizas del Homo pampaeus; y honremos su memoria, porque hon- rando su memoria, habremos justificado nuestra capacidad de inte- lectuales, ya que sus restos, que aquí vamos a dejar cubiertos con la tierra humedecida por las lágrimas de sus amigos, quedarán guardados también por su cariño y por el cariño de sus admiradores a la espera de que los hombres que orientan nuestro progreso científico, reclamen para ellos el homenaje que les adeuda la gratitud nacional. He dicho. - HONORES PÓSTUMOS - p > SS =4 ¿7 A 2) . E . a > > 17 5 o e j | i ¡ | | | j DECRETO DICTADO POR EL SUPERIOR GOBIERNO DE LA PROVINCIA CON MOTIVO DEL FALLECIMIENTO DEL SABIO Departamento de Gobierno. La Plata, Agosto 7 de 1911. Habiendo fallecido en esta capital el doctor Florentino Ameghino, que ha sido en las ciencias naturales el más alto exponente de ilustración del país, al cual ha honrado con importantes trabajos que tienen autoridad en los centros científicos del mundo entero, el Poder Ejecutivo, en acuer- do de Ministros — DECRETA: Art. 1” La bandera permanecerá a media asta en todos los edificios públicos de la Provincia, durante el día de hoy. . Art. 2* El Ministro de Gobierno concurrirá al acto del sepelio en re- presentación del Poder Ejecutivo. Art. 3" Diríjase una nota de condolencia a los deudos del doctor Ame- ghino por tan sensible fallecimiento, que priva a la Nación de una de las más ilustres personalidades científicas. Art. 4” Comuníquese, etc. ARIAS. NÉsTOR FRENCH. TELEGRAMA DEL EXCELENTÍSIMO GOBERNADOR DE LA PROVINCIA Buenos Aires, Agosto 7 de 1911. Señores Juan y Carlos Ameghino: Acompaño sinceramente a ustedes en su dolor y lamento grande- mente la pérdida que sufre el país con el fallecimiento de su digno her- mano el ilustre sabio. Estaré representado en el sepelio por mi edecán, coronel Zimmermann Saavedra; y los establecimientos públicos, en señal de adhesión al duelo general, mantendrán la bandera a media asta. JosÉ INOCENCIO ARIAS. 260 DE LA MUNICIPALIDAD DE LUJÁN Luján, Agosto 7 de 1911. Señores Juan y Carlos Ameghino: Como representante de esta comuna, me asocio al duelo por el falleci- miento del doctor Florentino Ameghino, ilustrado hijo de esta villa. D. SABORIDO. Comisionado del P. E. DE LA MUNICIPALIDAD DE MERCEDES Mercedes, Agosto 7 de 1911. Doctor César Ameghino: Interpretando los sentimientos de este vecindario, donde el doctor Flo- rentino Ameghino dejó el recuerdo de sus talentos, pídole que sea intér- prete ante la familia, de la condolencia de la comuna y de la mía per- sonal. F. BALLESTEROS, Intendente. MONUMENTOS A AMEGHINO MENSAJE DEL P. E. NACIONAL Por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública se dictó el 9 de Agosto de 1911 el siguiente mensaje y proyecto de ley, pidiendo autori- zación para erigir un monumento a la memoria del doctor Florentino Ameghino: Con la muerte del doctor Ameghino, acaecida en la ciudad de La Pla- ta el día 6 del corriente, pierde el país un esclarecido servidor y la cien- cia uno de sus eminentes cultores. Hallábase al frente de nuestro reputado Museo de Historia Natural desde hacía varios años, ocupando con honra el puesto que ilustraron Burmeister y Berg, y su nombre había salvado las fronteras de la Repú- blica y difundídose con gran prestigio en los centros científicos de ambos mundos. : Hijo de sus obras, debía al estudio tenaz y a la investigación perseve- rante la posición de sabio que conquistara, y en la que supo mantenerse con altura y dignidad. Llegó de la nada a la cumbre por sus propios es- AAA IM 261 fuerzos, haciendo una por una las jornadas que mediaban entre el punto inicial y la meta gloriosa. Su vida fué así de incesante labor y copiosa producción, derramando con ello raudales de luz sobre las edades prehistóricas de nuestro conti- nente, e induciendo a los sabios a fijar su atención en él y a escudriñar sus senos misteriosos. Es un tesoro inapreciable la colección de fósiles reunida en nuestro suelo por el doctor Florentino Ameghino, como es abundante y valioso el caudal de conocimientos que encierran los numerosos libros, monografías y artículos en que ha consignado el fruto de sus desvelos e investiga- ciones. : Debemos honrar en este verdadero sabio argentino a los que entre nosotros se dedican al cultivo de la ciencia por la ciencia misma, de los cuales es altísimo exponente, y ningún sitio más propio para el homenaje que el Museo de Historia Natural, que fué la preocupación de sus últi- mos años y al que consagró sus fecundas energías. A ello responde el proyecto de ley que el Poder Ejecutivo tiene la hon- ra de someter al Honorable Congreso. Dios guarde a Vuestra Honorabilidad. ROQUE SAENZ PEÑA. Juan M. GARRO. PROYECTO DE LEY El Senado y Cámara de Diputados, etc. Artículo 1” Autorízase al Poder Ejecutivo para invertir hasta la suma de 25.000 pesos en la erección de un monumento que deberá colocarse en el Museo de Historia Natural, destinado a perpetuar la memoria de su director, doctor Florentino Ameghino. Art. 2” Comuníquese, etc. ES En la sesión que la Honorable Cámara de Senadores de la provincia de Buenos Aires celebró el día 10 de Agosto de 1911, la totalidad de los senadores que asistieron a ella, subscribieron y presentaron el pro- yecto de ley que va a continuación, por el que se autorizaba al Poder Eje- cutivo a invertir hasta la suma de 20.000 pesos en la erección de una estatua al doctor Florentino Amgehino en el Parque de esta ciudad y dando frente a la entrada principal del Museo. 262 PROYECTO DE LEY El Senado y Cámara de Diputados, etc. Art. 1? Autorízase al Poder Ejecutivo a invertir hasta la suma de veinte mil pesos moneda nacional en la erección de un monumento a la memoria del ilustre sabio doctor Florentino Ameghino, el que será eri- gido frente a la entrada principal del Museo de La Plata. Art. 2” El gasto a que se refiere el artículo anterior se POgará de ren- tas generales, imputándose a la presente ley. Art. 3 Comuníquese, etc. (1). Dalmiro Sáenz, Guillermo Casey, L. Luna, Julián Lynch, Angel Arce Peñalva, Eduardo Arana, A. Barceló, E. J. Smith, T. Márquez, Claudio D. Mejía, Andrés T. Villanueva, M. Pinedo Oliver, T. López Cabani- llas, M. Gallardo, F. Santiago Espil, Félix Soriano, Arturo Arias, Sixto Rodríguez, Juan J. Atencio. (1) La Revista que publica mensualmente en La Plata el Círculo «Ars» (año Il, número 19, página 28), registró con respecto a este proyecto la siguiente carta: «El monumento a Ameghino debe ser esculpido por Irurtia.—La muerte de Ameghino no puede pasar desapercibida para el Círculo «Ars», así sea al solo título de que no ha pasado desaperci- bida para nadie. «No es menester ser poeta para saber quién fué Dante, ni pintor para saber quién Rafael, ni erudito para saber quién Leonardo. La humanidad en sí misma aún está lejos del discerni- miento necesario para tener nociones exactas acerca de esos prototipos de la especie que sobre- viven en el seno de ella, dentro de su cariño y por arr:ba de su admiración, singularizados como noble intensificación de algunas de las facultades y actividades nobles 'de la especie. «Así nosotros, cuantos formamos parte del Círculo «Ars» y cuantos fuera de él cultivan alguna de las bellas artes, por cuanto se refiere a Ameghino, sabemos que fué un sabio. Y lo sabemos porque todos los demás especialistas dedicados a los mismos estud:os geológicos, paleontológicos y arqueológicos, a que él vivió consagrado toda su vida, lo han reconocido así, soberanamente en el primer plano. «Establecido ese hecho, surge de él, como una consecuencia ineludible, el de que su patria, entre los homenajes que tribute a la perpetuación y glorificación de su obra en los tiempos, encomendará a los estatuarios la reproducción de su imagen en la nobleza del mármol o en la austeridad del bronce. «Pienso que los adherentes del Círculo «Ars», colectivamente, están llamados a intervenir para que los Poderes públicos rindan ese homenaje del modo más propio y adecuado posible en el actual momento artístico nacional. «No porque lo sugiera un espíritu mordido por el egoísmo, sino porque lo sugiere un sereno sentim'ento de justicia, el Círculo «Ars», que está en condiciones de no ignorar cómo generalmente ha fracasado el arte extranjero en la estatuaria de nuestros próceres, también está en cond:ciones de afirmar que el arte nacional cuenta con el escultor capaz de erigir el monumento de Ameghino en forma tal que perdure victoriosamente en los tiempos. «A pesar de su origen ligur, Ameghino es la eminencia c'entífica nacional más herméticamente y más rigurosamente argentina. La índole de sus investigaciones, el carácter de sus obras y la misma genialidad de todas sus síntesis, le han colocado por consenso unánime en ese rango. Y bien está entonces, que quien interpretó mejor que nadie — aun a pesar del fallo de un Jurado — el sentimiento nacional en la manifestación exultante de la Revolución emancipadora, sea quien desbroce, labre y cincele el mármol, si es posible, de Córdoba, que perpetúe la efigie del sabio, que el Gobierno de la provincia natal se prepara a consagrarle. «Queda así manifestada mi opinión: materia prima argentina y artífice argentino para el monu- mento del sabio argentino. ? ». A j ] ] : . il ón Me A 263 Fundó este proyecto el señor Juan José Atencio, en los términos si- guientes: Señor Presidente: En los primeros años de nuestra Legislatura, los honores de esta índole se tributaban a los guerreros, a los héroes; posteriormente a los políticos, a los estadistas, a los gobernantes; y más tarde a los magistrados. En la actual etapa de nuestra civilización, el grado de cultura que han alcan- zado los pueblos, viene en cierto modo a ser marcada por esta nueva orientación que va a determinar un honor especial de esa misma índole para un sabio, el primer sabio argentino que va a merecer honores de est:: naturaleza; el primer sabio argentino que habrá merecido que la tota- lidad de los miembros de esta Cámara presenten un proyecto como el que acaba de leerse. El doctor Ameghino es indudablemente la gloria más pura de la ciencia argentina y es tal vez hasta el presente la gloria única. Nuestra patria es conocida en el exterior por sus progresos materiales, por la masa enorme de riqueza que acumula, que transforma por la im- portancia de sus industrias, por la benignidad de su clima, por la libera- lidad de sus leyes. Recién va a ser conocida también por la existencia dentro de la misma, de los sabios, de los hombres que dedican su inteli- gencia al estudio de la raza humana. Cuando las generaciones del futuro tributen al doctor Ameghino otro homenaje; cuando la República Argentina reuna en un panteón único las cenizas de todos sus grandes hombres, los restos del doctor Ameghino serán trasladados de la morada provisoria que ahora ocupan, la más apropiada que puedan ocupar los despojos de un hombre como él, porque es el panteón de los maestros que fueron; cuando esas generaciones ar- gentinas conduzcan los restos del sabio a su morada definitiva, al pan- teón de los hombres ilustres, han de tener un gesto benevolente para nos- ctros cuando pasen por frente al Museo y vean erguirse allí la estátua del sabio. Nada más honroso para los poderes del Estado, nada más honroso para los hombres que tienen la fortuna de concurrir al gobierno de la patria, que honrar la memoria de estos hombres tan íntegros, tan completos, tan puros, que no han tenido como los otros la fortuna de vencer a los enemigos en el campo de batalla, que no han luchado por la libertad, que no han gobernado a los pueblos y que, sin embargo, tienen y deben tener la simpatía universal, porque han servido a su país sin haber jamás dado motivo a que se derrame una sola lágrima. 4 Pido, señor Presidente, que este proyecto pase a Comisión. Al mismo tiempo desearía que la Presidencia invitase a la Cámara a ponerse de pie en homenaje a la memoria del doctor Ameghino y para que se auto- 264 rice por el Senado a la misma Presidencia a mandar fundir una placa de bronce que se colocará sobre la tumba provisoria del maestro, mientras llega la oportunidad de trasladar sus despojos al mausoleo que se trata de erigir. (¡Muy bien! ¡Muy bien!) : Este proyecto de ley pasó a estudio de una de las comisiones perma- .nentes del Honorable Senado de la Provincia, y como no fué despachado por ella ni durante el período de sesiones de 1911 ni durante el de 1912, fué destinado al Archivo por simple trámite reglamentario. Pero el mismo día (13 de Mayo de 1913), en que esto medió, fué pre- sentado en reemplazo de aquél a la consideración del Senado, el si- guiente: PROYECTO DE LEY El Senado y Cámara de Diputados, etc. Art. 1? Autorízase al Poder Ejecutivo a invertir hasta la suma de veinte mil pesos moneda nacional, en la erección de un monumento a la memo- ria del ilustre sabio, doctor Florentino Ameghino, el que será erigido frente a la entrada principal del Museo de La Plata. Art. 2” El gasto que demande la ejecución del artículo anterior y los que se refieren a la publicación de las obras de Ameghino, ordenadas por el Poder Ejecutivo, se pagarán de rentas generales y se imputarán a la presente ley. Art. 3% Comuníquese, etc. A. B. Gambier, Andrés T. Villanueva, M. Pinedo Oliver, Eulogio M. Berro, Héctor C. Quesada, B. Oliver, A. M. García. Ese proyecto fué fundado así : Sr. Pinedo Oliver — Pido la palabra. Este proyecto de ley es un trasunto del que amplia y luminosamente fundara otrora el ex senador Atencio, y que más tarde lo informara a nombre de la comisión respectiva, el señor senador que nos preside. Importa, pues, reproducir la idea que por prescripción reglamentaria ha pasado al archivo, de erigir a la entrada del Museo de esta ciudad un monumento que perpetúe la memoria del sabio Florentino Ameghino. No necesita indudablemente, señor Presidente, ninguna palabra de elogio la obra de este gran compatriota, que era una honra nacional, que yo recuerdo como una de esas vidas ejemplares que podría muy bien pa- rangonarse con alguna «paralela» de los eximios varones argentinos; porque la vida de este asceta de frente iluminada, de este apóstol de la nueva era que predicaba con la palabra y con el ejemplo el evangelio de — A, A ds AN o o 265 la ciencia, merece todos los homenajes de los hijos de este país. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) Era Ameghino un exponente grandioso de nuestra raza; y digo gran- dioso, porque hasta la misma humildad en que vivía proyectaba sobre su obra una luz más diáfana que la hacía más resplandeciente aún. Entre mis lecturas hechas así, al azar, recuerdo algunas palabras del viejo Renán, cuando pletórico de ciencia y de talento ingresaba a la Aca- demia de los cuarenta inmortales de Francia. Decía Renán: «Nosotros los sabios — y a fe que decía bien — no so- mos sino el eslabón de una cadena. Nosotros pasamos y queda el eslabón que hemos forjado: el hijo, el nieto, el biznieto, el tataranieto, de una generación futura arrancará de ahí construyendo el otro eslabón que lle- ve a la humanidad a los grandes destinos que imaginó el Creador al po- sar su labio divino sobre la frente del hombre.» (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos). Este hombre, señor Presidente, nos vinculó aun a los que no lo he- mos conocido personalmente, con una deuda intensa de gratitud. Nuestra patria ha producido guerreros inmortales, algunos de los cua-- les, a mi juicio, no han sido superados por hombre alguno de la tierra, como San Martín; ha producido estadistas de lá virtuosidad y del saber de Mitre; hombres de gobierno como Sarmiento y Avellaneda; pero toda- vía no había engendrado al verdadero asceta de la ciencia representado en la figura luminosa del gran Ameghino. Que quede ahí, a la entrada de nuestro parque, a la entrada del Museo, donde las generaciones del porvenir han de ir a buscar inspiraciones científicas, la estatua de ese gran hombre, para que el niño de mañana que hoy se educa en nuestras escuelas vaya a buscar a su pie los altos ideales científicos que confortan, que ennoblecen y que alientan. Que quede ahí, a la puerta del Museo, ya que a los hombres no nos es dado reanimar a los muertos, su efigie mecida por el viento, adornada por las flores con sus perfumes y colores, arrullada por el canto de las aves, iluminada por la luz esplendente de las estrellas, plateada por la luz de la luna y bañada por ese sol vivificante que da vida al ambiente y magni- fica la atmósfera. Queda así explicado ligeramente el propósito de los firmantes de este proyecto que hace un momento me encargaron lo fundara con las pala- bras improvisadas que acabo de pronunciar; y digo improvisadas, por- que la improvisación es siempre una confidencia en que la mente calla para dejar al corazón y a las fibras sensibles del alma que expresen sus sentimientos. Pido a mis honorables colegas, ya que estamos en número reglamen- tario para tributar honores, que nos pongamos de pie para discernir este homenaje de justicia a un hombre tan humilde como sabio. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.) 266 Sr. Presidente — Advierto que no hay en la casa el número de senado- res que la Constitución reclama en este caso. Sr. Pinedo Oliver — Lo lamento. Que quede entonces mi moción pendiente para cuando se obtenga el número constitucional. Sr. Presidente — Sin perjuicio de eso, pasará a la Comisión respec- tiva. * El proyecto fué sancionado por el Honorable Senado de la Provincia en su sesión del día 17 de Junio de 1913, previo el siguiente diálogo: Sr. Pinedo Oliver — Pido la palabra. Desearía saber si hay número constitucional en el recinto para poder tributar honores. Sr. Prosecretario Rocha — Hay veintinueve señores senadores pre- sentes Sr. Pinedo Oliver — Hago moción para que se trate en particular el proyecto que autoriza a gastar una suma de dinero para construir la es- tatua del sabio Ameghino, que ya está aprobado en general. Pido el apoyo de mis honorables colegas. — Apoyado. Sr. de la Riestra — Voy a agregar, señor Presidente, al pedido de mi distinguido colega el señor senador Pinedo Oliver, que se trate también en particular el proyecto de ley sobre subsidio por una sola vez a la se- ñora viuda del ex Gobernador de la Serna. — Apoyado. Sr. Presidente — Se votarán conjuntamente estas dos indicaciones, si no hay oposición. — Se vota y se aprueba. Sr. Presidente — ¿La moción es para que se traten estos asuntos en el acto? Sr. Pinedo Oliver — Sí, señor Presidente. — Se pone en discusión el artículo 1% del proyecto que autoriza al Poder Ejecutivo a invertir la suma de 20.000 pesos moneda nacional en la erección de un monumento al doctor Florentino Ameghino. Sr. Pinedo Oliver — Pido la palabra. Me informa la Comisión encargada de correr con todo lo relativo a la erección de este monumento, que la suma de veinte mil pesos no alcan- zará según los presupuestos aprobados, a pesar de que un colaborador, en el Museo, del ilustre sabio, ha prometido donar toda la piedra nece- saria. 4 ¿ 4 4 ] dl. A 267 En consecuencia, la Comisión del monumento cree que no se puede construir con la suma de veinte mil pesos y hago indicación para que se autorice al Poder Ejecutivo a invertir hasta cuarenta mil pesos en la construcción de esta obra, a fin de que llene los propósitos de erigir un monumento realmente digno de la personalidad que se trata de honrar. Por otra parte, la premura con que me he ocupado de este asunto es motivada por el justo deseo de que la provincia de Buenos Aires, donde nació el doctor Ameghino, sea la primera que levante su estatua, rindien- do así homenaje a uno de sus hijos más preclaros. Así, pido a mis honorables colegas el apoyo necesario para aumentar la cantidad de veinte mil pesos a cuarenta mil pesos. Sr. Presidente — ¿El señor senador expresa que la Comisión está conforme con el aumento que propone? Sr. Pinedo Oliver — No me he referido a la Comisión del Honorable Senado, sino a la Comisión encargada de llevar a la Labciad la idea del monumento. Sr. Quesada — ¿El señor senador propone hasta cuarenta mil pesos? Sr. Pinedo Oliver — Sí, señor senador. Sr. Quesada — Apoyado. ; Sr. Presidente — Tendría que votarse primero el artículo como está en el proyecto primitivo y si fuera rechazado... Sr. Pinedo Oliver — Hago moción para que se rechace ese artículo. Sr. Quesada — Yo creo que habiendo asentimiento en la Cámara po- dría votarse la cantidad que propone el señor senador. Sr. Presidente — Si esa es la voluntad de la Cámara, así se hará. Sr. Harósteguy — Pido la palabra. Desearía conocer del señor senador cuáles son las razones que hay para aumentar esta suma a cuarenta mil pesos. : Sr. Presidente — Acaba de expresarlas el señor senador Pinedo Oli- ver. Sr. Harósteguy — No las he oído. Sr. Pineáo Oliver — De los presupuestos que ha solicitado la Comisión para hacer un monumento realmente digno de la memoria de este ilustre sabio, resulta que no alcanza la suma votada. Poniendo una cantidad autoritativa hasta cuarenta mil pesos, se podría hacer una obra realmente hermosa y eso teniendo en cuenta que uno de sus colaboradores, en el Museo, como he dicho, ha manifestado que entregará gratuitamente la cantidad de piedra necesaria, sacada de una cantera que ha descubierto, para que el monumento sea realmente digno del doctor Ameghino. Pero, repito, a pesar de eso la suma presupuesta no alcanzará. En consecuencia, y sin tener mayores antecedentes, son estas las razo- nes porque pido el aumento de esa partida. Sr. Presidente. —Se va a votar, previniendo que para ser aprobado este 268 artículo necesita dos tercios de la totalidad de los señores sona ñenes presentes. — Se vota y resulta afirmativa por unan'm'dad. Sr. Gascón — Pido la palabra. Voy a proponer un artículo nuevo que figuraría con el número 2. Es este: La erección del monumento será confiada a un escultor argentino. Ya pueden darse cuenta los señores senadores de cuál es el propósito que informa este artículo, máxime cuando se han revelado varios escul- tores argentinos que están haciendo furor en la misma Europa. Creo que este artículo merecerá la aprobación de los señores senado- res. — Apoyado. Sr. Quesada — Pido la palabra. Voy a apoyar la indicación del señor senador, aunque si es cierto que el país debe recordar con satisfacción y orgullo algunos artistas argenti- nos, también podríamos decir que deberíamos olvidarnos de otros, por- que hay algunos monumentos que se exhiben en nuestras plazas públicas, que son verdaderos adefesios; algunos de ellos el pueblo no los ha queri- do recibir y han tenido que echarlos abajo. : A pesar de esto, haciendo honor al pensamiento que anima al señor senador y al tino que creo tendrá la Comisión para elegir el escultor que ha de consagrar en el mármol inmortal al doctor dead d voy a prestar mi voto al artículo que se propone. Sr. Gascón — Me he querido referir a artistas ilustres: a Irurtia, a Dresco, etc. Sr. Quesada — e PreRdK el pensamiento del señor senador... Sr. de la Riestra — Pero, si esos artistas no quieren hacer el monu- mento, caeremos en algún marmolero cualquiera que lo hará. Sr. Pinedo Oliver — Lo hará Lola Mora. Sr. de la Riestra — Puede no querer hacerlo ningún artista argentino, por cualquier razón;-y creo que se consultaría el pensamiento del señor senador, poniendo una pequeña restricción a la Comisión; es decir que dará preferencia en todo lo posible a un escultor argentino, porque, re- pito, puede no querer un escultor argentino hacer el monumento. Sr. Gascón — Es difícil que un escultor argentino no acepte hacer un monumento como este. Sr. de la Riestra — Pero poniendo en la forma que propongo, la Co- misión en todo lo posible tratará de hacer que un escultor argentino se encargue del monumento. Sr. Pinedo Oliver — Es una observación juiciosa la del señor senador de la Riestra. Así se dará más amplitud al pensamiento. Sr. Gascón — Bien, puede ponerse: encargará, en cuanto sea posible, el monumento a un escultor argentino. O e er rd A e A P AS A e 269 Sr. Llobet. — Mejor quedaría «con preferencia», que es más conciso. Sr. Quesada — Me parece, señor Presidente, interpretar el pensa- miento del señor senador de la Riestra, agregando algo que queda ro- bustecido tembién por la indicación que me hace un colega, el señor se- nador Oliver; y es, que creo que cabe bien poner dentro del artículo propuesto, lo siguiente: un escultor argentino o extranjero, residente en el país. : Aquí tenemos un artista, que no lo quiero nombrar, que obtuvo en concurso público el premio adjudicado, autor de la cuádriga que va a adornar el tímpano del Congreso; obra de arte, a estar a lo que se dice. Por consiguiente a estos escultores extranjeros que residen en nuestro país, muchos de ellos casados, que tienen hijos argentinos, creo que se- ría un acto de estricta justicia incorporarlos también a este concurso. Sr. Llobet — No se les excluye. Sr. Quesada — Mi objeto es que no se haga exclusión de ningún escul- tor, argentino o extranjero, residente en el país, que pueda tener apti- tudes geniales. Sr. Gascón — Creo que podrían conciliarse las opiniones vertidas, con esta redacción: «La ejecución del monumento será confiada preferente- mente a un escultor argentino o extranjero residente en el país.» — Suficientemente apoyada esta redacción, se vota y es aprobada. Sr. Pinedo Oliver — Voy a proponer un nuevo artículo, a fin de que este gasto, que es urgente, se haga consultando la ley de presupuesto: «El gasto que demande la ejecución del artículo anterior se hará de rentas generales imputándose a la presente ley.» Sr. Secretario del Carril — El artículo anterior se puede redactar así: «El gasto que demande la ejecución del artículo anterior, y los que se refieren a las obras de Ameghino, que se declaran de urgencia, se pa- garán de rentas generales y se imputarán a la presente ley.» Sr. Pinedo Oliver — Perfectamente. —Se vota el artículo en la forma leída y es aprobado. — El artículo 4% es de forma. = Pasado en revisión este proyecto de ley a la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia, éste le prestó por unanimidad su sanción en general en la sesión que celebró el día 13 de Agosto de 1913 y en particular en la sesión que celebró el día 22 del mismo mes, dejando así el proyecto convertido en ley. Esta fué promulgada por el Poder Ejecutivo el día 27 del mismo. 270 Y en cumplimiento de ella, el día 20 de Octubre se dictó el siguiente decreto: , La Plata, Octubre 20 de 1913. En cumplimiento de la ley de fecha 27 de Agosto próximo pasado, que autoriza la erección de un monumento frente a la entrada principal del Museo, en la ciudad de La Plata, para perpetuar la memoria del doctor Florentino Ameghino, y CONSIDERANDO: Que es un anhelo reiteradamente expresado por todas las insti- tuciones científicas de la Nación, que la estatua sea levantada en el más breve plazo, como justo tributo a los altos merecimientos de ese ilustre sabio naturalista; Que ese anhelo ha sido fielmente interpretado por la Honorable Le- gislatura, al sancionar, por unanimidad, la mencionada ley y declarar de urgencia la ejecución de la misma; Que el Poder Ejecutivo participa en un todo de la convicción de que la vasta obra de filósofo naturalista y eminente paleontólogo, del doctor Ameghino, ha obligado la gratitud nacional, por el honor que refleja so- bre la patria de su nacimiento, y entiende, en consecuencia, que debe darse inmediata realización a la idea que inspiró esa ley; Que es, entonces, conveniente el nombramiento de una Comisión que tenga a su cargo todo lo que se refiere a la erección del monumento. Por ello, el Poder Ejecutivo — DECRETA: Artículo 1% Nómbrase a los señores doctor Joaquín V. González, doc- tor Angel Gallardo, doctor Samuel Lafone Quevedo, doctor Dalmiro Sáenz, ingeniero Francisco Seguí, Rodolfo P. Sarrat, ingeniero Santiago E. Barabino, Jorge A. Mitre, Juan J. Atencio, profesor Rodolfo Senet y Alfredo J. Torcelli, para que, constituídos en comisión, bajo la Presidencia del primero y actuando como Secretario el último, tengan a su cargo la contratación inmediata, el recibo y la inauguración del monumento que, de acuerdo con la ley de fecha 27 de Agosto próximo pasado, deberá perpetuar en esta ciudad la memoria del doctor Florentino Ameghino. Art. 2% De conformidad con lo que dispone el artículo 2” de la citada ley, la ejecución del monumento será confiada preferentemente a un escultor argentino o extranjero residente en el país. Art. 3 Los gastos que demande el cumplimiento del presente decreto, se pagarán e imputarán en la forma establecida por el artículo 3" de la misma ley. Art. 4% Comuníquese, etc. LUIS GARCIA. JUAN ORTIZ DE ROZAS. A moy A E o id PAIN A O 271 . LAS COLECCIONES DEL DOCTOR AMEGHINO En la sesión que la Cámara de Diputados de la Nación celebró el día 23 de Agosto de 1911, fué presentado por el doctor Francisca P. Moreno, el siguiente proyecto de ley: El Senado y Cámara de Diputados, etc. Art. 1” Autorízase al Poder Ejecutivo para adquirir de los herede- ros del doctor Florentino Ameghino, con destino al Museo Nacional, sus colecciones paleontológicas y antropológicas, biblioteca y manus- critos. . Art. 2% Los gastos que sean necesarios a este objeto serán abonados de rentas generales, imputándose a la presente Ley. Art. 3% Comuníquese al Poder Ejecutivo. Los fundamentos de este proyecto fueron expuestos por su autor en la forma siguiente: Señor Presidente: La Cámara tiene a despacho un proyecto de ley enviado por el Poder Ejecutivo, en el que se propone la erección de un monumento en el Museo Nacional a la memoria de su último ilus- tre Director, el sabio doctor Florentino Ameghino. El doctor Ameghino, con constancia ejemplar, reunió durante cua- renta años enorme caudal de conocimientos y de objetos sobre el pa- sado de este extremo de América. Sus observaciones de la evolución biológica, a través de los tiempos geológicos, de las modificaciones de los suelos en que tuvo lugar, de la presencia del hombre en éstos y de las manifestaciones de su vida precolombina, las expuso en cente- nares de publicaciones, algunas de gran volumen, sobre las que se han emitido muchos juicios y opiniones, habiéndose aceptado unas, discu- tido otras y rechazádose algunas de las ideas sustentadas en ellas. Tanta labor, para ser juzgada con seguridad de criterio, requerirá el estudio detenido de esos trabajos científicos y será indispensable el conocimiento de los datos y objetos que le sirvieron para fundarlos, y para fijar el justo mérito del sabio, cuya muerte se ha producido cuando iba a dar forma definitiva a tanto como produjo su cerebro privilegiado. Ese estudio será el que determinará, a la vez que el valor de su obra colosal, todo su merecimiento de la gratitud nacional, ma- terializada en el mármol o en el bronce proyectado. Pero, lo que no debe demorarse un momento, es la adquisición por el Estado de todo cuanto sirvió a esa noble actividad, para aumentar los conocimientos humanos en las ramas que cultivara con tanto amor y talento: sus colecciones privadas, su biblioteca y sus manuscritos. 272 Contentarnos con su monumento y consentir que se extraigan del país esas colecciones, sería causar serios perjuicios a la Nación. Deseamos los argentinos que esta Capital sea la gran Capital del hemisferio sur, en todo cuanto abarque la actividad humana; y uno de los factores necesarios para conseguirlo será el Museo Nacional. | Ningún país al sur del Ecuador está en mejores condiciones para poseer un centro de estudios americanos que abarque el completo conocimiento de esta América. Situación geográfica, clima, elementos étnicos y sociales; facilidades de comunicación y de penetración, todo le favorece; y estas condiciones son ya tan apreciadas, que los hom- bres de todo el mundo que estudian la naturaleza con mayor éxito, algunos de los cuales han visitado esta capital, extrañan que la Re- pública Argentina no haya dado ya principio a crear una gran institu- ción científica, que adaptando a sus caracteres físicos, económicos y políticos de la región, el plan seguido en los Estados Unidos por su servicio geológico, su Institución Smithsoniana y su Museo Nacional de Wáshington, facilite el conocimiento del dominio nacional a propios y extraños y haga converger en Buenos Aires los elementos que faciii- ten el de las otras naciones sudamericanas y su intercambio científico. Y es propicio el momento para iniciar un movimiento activo en este sentido. Dentro de cinco años celebraremos el centenario de la declaración de nuestra Independencia Nacional; y si en 1910 nuestras Exposiciones Internacionales y Nacionales han mostrado cuánto ha aumentado la Na- ción en un siglo, y cuánto de la industria nacional y extranjera puede apro- vechar la Nación para su desarrollo, podríamos presentar en 1916, a. la observación de nativos y extranjeros, lo que casi no se tuvo presente en 1910: el retrospecto de nuestro suelo y de nuestra historia a tra- vés de los tiempos, el relieve de la tierra y las condiciones de las aguas, las riquezas naturales en sus propios ambientes y en sus va- riadas aplicaciones, todos los elementos de fuerza nacional, todo cuan- to revele la seguridad del porvenir argentino, el derecho de esta Na- ción a ser considerada como una de las privilegiadas del globo, con los deberes que este privilegio comporta. Los americanos del Norte dicen que la nación más próspera de hoy es los Estados Unidos; nos- otros podemos agregar, sin temor, que la nación más próspera del he- misferio sur es la Argentina: y la demostración de esta verdad en 1916 sería el mejor homenaje a la gran fecha histórica. Para ese centro de investigaciones, que tanto puede influir en nuestros des- tinos, son indispensables las colecciones del doctor Ameghino, que reunen cientos de miles de piezas geológicas, paleontológicas y an- tropológicas, las que tendrán que ser examinadas por todo estudioso del pasado en esta América. En estas colecciones están representados casi la totalidad de todos ii er 273 los mamíferos fósiles argentinos y todas las piezas sobre las que el doctor Ameghino fundó su vasta nomenclatura paleontológica. Na- die que deba estudiar la organización de los seres desaparecidos, des- de la más remota antigiiedad, del suelo austral americano, podrá hacer- lo sin consultar esas colecciones. Su biblioteca, en cuanto se. refiere a obras geográficas, geológicas y paleontológicas relacionadas con esta parte de América, no tiene igual; y los manuscritos del doctor Ameghino contienen toda la obra de su -espíritu, el embrión y el desarrollo de sus ideas y teorías, con sus modificaciones últimas, hasta la víspera de su muerte, y entre ellos, me consta, hay algu- nos inéditos que son producciones de aliento, cuya publicación agre- gará más renombre al que ye corresponde a nuestro eminente com- patriota. : Muchos años, mucha suerte y mucho dinero se necesitaría para re- hacer esas colecciones y biblioteca; pero si se consiguiera rehacerlas, los estudiosos argentinos lamentarían siempre que las piezas tipos del doctor Ameghino no se encontraran al lado de las piezas tipos de! doctor Burmeister, en el Museo Nacional de Buenos Aires y se hubiera cedido al extranjero e incorporado a las colecciones del Museo Nacio- nal de Wáshington, al Museo de Historia Natural de Nueva York, al Museo Británico, al Museo de París, al Museo Real de Berlín, o a otros de análoga importancia. : A que tal cosa no suceda, a que las colecciones, libros y manus- critos, la obra toda del doctor Ameghino quede en esta capital, en el Museo Nacional, y sirva en éste a todos los estudiosos del mundo, con lo que la gran Capital del Sur llenaría uno de sus fines y debe- res, tiende el proyecto de ley que dejo fundado. (Pasó el proyecto a la Comisión de Instrucción Pública). " CALLE AMEGHINO, EN ZÁRATE La Municipalidad de Zárate ha sido la primera, entre todas las de la República, que ha dado el nombre del sabio a una de las calles de la planta urbana de su jurisdicción. El periódico «El Debate», de dicha ciudad, el día jueves 24 de Agos- to de 1911 dió la noticia en estos términos: «Es deber de los buenos pueblos, honrar la memoria de sus ilustres muertos. Aún no se ha acallado el sentimiento de dolor que arrancó la brusca desaparición del sabio doctor Florentino Ameghino, cuya labor científica hizo flamear, a guisa de asta gigantesca, el nombre argen- tino en los países más apartados y en los más autorizados centros de ciencia. 274 «Trabajador incansable, modesto a pesar del indiscutible derecho que. tenía por su talento y labor a destacarse entre los primeros hombres de ciencia modernos, el doctor Ameghino era esclavo de su gabinete de trabajo sin otra ambición que la de crear gloria legítima para su patria y hacer más respetado aún el nombre argentino. Se hizo acree- dor, por todo concepto, a la veneración de las generaciones presentes y futuras. «La Municipalidad local, con unánime criterio, ha resuelto honrar su memoria dando desde hoy el nombre de «Florentino Ameghino», a la ac- tual calle Victoria. «Es un homenaje justiciero y, por lo tanto, digno del aplauso general.» PARQUE « AMEGHINO », EN LUJÁN MUNICIPALIDAD DE LUJÁN INTENDENCIA » Luján, Agosto 25 de 1911. Señor Ministro de Gobierno,.doctor don Néstor French, La Plata. Tengo el agrado de dirigirme a V. E., haciéndole presente que una nu- merosa cantidad de vecinos de esta localidad se han reunido con motivo de la muerte del doctor don Florentino Ameghino, hijo de este pueblo, y queriendo tributarle un justo homenaje por sus sabios trabajos que son de fama mundial, me piden que para honrar su memoria en forma visible en el pueblo de su nacimiento, se le dé el nombre de Ameghino al Parque que tiene esta ciudad y que no está aún inaugurado. Creo que sería acertado concederles lo que solicitan; pero cabida me parece que V. E. debe ser el que dé su aprobación. Saluda al señor Ministro. DieEGO SABORIDO Comisionado del P. E. F. Bazo Montero Secretario. El señor Asesor de Gobierno, produjo el siguiente dictamen: Señor Oficial Mayor: La petición formulada por el señor Comisionado Municipal de Luján por la cual se hace llegar hasta el Poder Ejecutivo el deseo del vecindario de honrar la ilustre memoria de Ameghino, es una de esas peticiones que dignifican a los pueblos que la formulan. No se trata de un guerrero, ni de un político, ni de un estadista, cuyas obras y empresas le conquisten merecida fama; se trata de un hombre A A ap E S E 3 id IIRRRMA A a e 275 de ciencia que desde el silencio de su gabinete de estudio supo alcanzar la cumbre escalada por los Darwin, los Newton y los Leibnitz. Ameghino ha honrado nuestra patria con su sabiduría creadora, con el magno monu- mento de sus trabajos y con el descubrimiento de principios nuevos que explican el remotísimo origen de la vida del hombre. La vida y la obra de Ameghino son de aquellas que honran la patria que tuvo la fortuna de poseerlas. En la distribución de los honores no estábamos acostumbrados a discernir laureles a los hombres de ciencia: los guerreros y los políticos, los estadistas y los empresarios habían sido hasta hace poco los triunfadores; hecho perfectamente lógico en una Nación que tuvo que constituirse luchando por su libertad y por sus ins- tituciones, y cimentarse por su riqueza. Fundada definitivamente la Nación, la conciencia pública reconoce ya el mérito de otros luchadores que, alejados del campo de las lides ardien- tes, edifican monumentos eternos: uno de ellos, Ameghino. No cuadra, sin duda, en un informe de carácter legal hacer la apología de este ciudadano; mas ha de permitírseme romper alguna vez con la fór- mula severa del frío estilo administrativo. El caso es excepcional, nada común, y el estilo se justifica ampliamente por tratarse de quien se trata. La solicitud del vecindario de Luján, acogida por el señor Comisionado, y en la cual este señor pide autorización para denominar «Parque Ame- ghino» al que actualmente tiene dicha ciudad, debe ser atendida; es lo que menos puede hacer un vecindario por el más ilustre de sus vecinos: una honra barata. La Plata, Septiembre 5 de 1911. Luis REYNA ALMANDOS. La Plata, Septiembre 11 de 1911. Visto lo solicitado por el Comisionado Municipal de Luján y lo dictami- nado por el señor Asesor de Gobierno, el Poder Ejecutivo — RESUELVE Autorizar al expresado Comisionado para designar con el nombre de Doctor Florentino Ameghino, el parque de esa ciudad. Hágase saber. EZEQUIEL DE LA SERNA. NÉsTOR FRENCH. DÁNDOLE A UN PUEBLO EL NOMBRE DE AMEGHINO En la sesión que el día 5 de Julio de 1912 celebró la Cámara de Dipu- tados de la provincia de Buenos Aires, el miembro de esa Cámara, señor Valentín M. Graciano, presentó y fundó el siguiente proyecto de ley: 276 El Senado y Cámara de Diputados, etc. Art. 1% El pueblo conocido por el nombre de «Halsey», situado en el cuartel 15 del partido de General Pinto, sobre la estación del mismo nom- bre, y que en el plano de su fundación se denomina «La media Luna», desde la promulgación de esta ley se llamará «Ameghino». Art. 2% Créase en él un juzgado de paz; con la misma jurisdicción que tiene su oficina de registro civil actualmente, y que comprende los cuar- teles 12, 13, 14, 15, 17 y 18 y con la misma competencia de los demás juzgados en cabeza de partido, en asuntos civiles y sucesorios. Art. 3% Los asuntos correccionales serán sometidos al juzgado de paz de General Pinto. Art. 4” Hasta que se incorpore al presupuesto general, los gastos que esta ley demande se pagarán de rentas generales, imputándose a la pre- sente. Art. 5” Comuníquese, etc. V. M. Graciano. Sr. Graciano — Pido la palabra. Para fundar brevemente el proyecto de que acaba de darse lectura. Paulatinamente se van agotando los nombres con títulos más o menos legítimos a la consagración nacional. El escalafón de nuestra antiguo ejército, de glorias compartidas por varias naciones sudamericanas, ha dado ya todo lo mejor que podía dar; y desde San Martín hasta el negro Falucho, cuyos extremos ocupan por orden jerárquico, los oficiantes en la tarea de nominar pueblos no van encontrando tipos suficientes con que llenar un nuevo componedor de la historia. Y los guerreros de nuestra unificación, y los del Paraguay, y los Con- gresos y gobiernos provinciales, y hasta nuestra incipiente diplomacia, ven agotarse sus reservas después de haber dado contribución copiosa a la nomenclatura de pueblos, calles y plazas, mientras nuevos puebins, con nuevas calles y nuevas plazas, surgen a diario cómo por generación espontánea sobre nuestros dilatados campos, con esa vitalidad asombrosa que emerge de la tierra vírgen, y con las energías que parecen infundirle en su aliento de fuego las usinas o fábricas en ellos levantadas. No es de extrañar, entonces, señor Presidente, si en el partido de Ge- neral Pinto, de nuestra Provincia, existe una población de porvenir as?- gurado por su situación topográfica, por la bondad del suelo y la pureza de las aguas, por la subdivisión de la propiedad y por sus industrias flo- - recientes, que aún no tiene nombre a pesar de los 4.000 habitantes apro- ximados de su planta urbana. E dd E De 277 A este pueblo las gentes lo conocen por «Halsey», porque la empresa Gel Ferrocaril Oeste puso tal nombre a la estación ubicada en una de sus calles, rindiendo homenaje, supongo, al introductor de los carneros meri- nos traídos al país; y para que esa personalidad merezca perpetuarse por nosotros, sería necesario saber primero si los merinos se introdujeron con el deliberado propósito de beneficiarnos, o si nos beneficiamos al prosperar nuestra industria lanar por la importación de esa raza, hecha con fines especulativos, con proyecciones puramente comerciales...; pero no estamos discutiendo nombres de estaciones, facultad que compete a los directorios de ferrocarriles y Ministerio Nacional de Obras Públicas. -— Quien fundó el pueblo conocido por Halsey, lo denominó «Las Medias Lunas», como figura en su plano primitivo y correspondiente decreto, por- que así designaban popularmente a unas lagunas que allí existieron y han desaparecido ya; por consiguiente, este nombre tampoco tiene ra- zón de ser, mi lo han querido usar nunca los habitantes de ese paraje. Como el vecindario necesitara la creación de un Juzgado de Paz, y me encargase de presentar el correspondiente proyecto en nuestra Cámara, parecióme bien aprovechar la oportunidad para bautizar al pueblo con un nombre digno de perpetuarse, como el de Ameghino, conocido donde quiera la ciencia moderna alcance, y aun no honrando como merece el gran sabio cuya vida y obras es innecesario aquilatar, porque pasaron, resistiendo todas las pruebas, poz el tamiz de la crítica, no argentina, quizá sospechada de orgullo legítimo, sino por la de los hombres inte- lectuales del mundo. Aid Alguna vez, en las incursiones históricas que emprendemos, a caza de nombres dignos de cimentar con su fama la unidad nacional en un pasado de gloria común, debemos abandonar los trillados rumbos donde se en- _cuentran militares victoriosos, eximios gobernantes, o sagaces políticos, piedras labradas cuyas múltiples facetas no siempre ocultan a la inspet- ción con lente fallas naturales o dejadas por el pulso inseguro del orfe- bre; y marchando con distinto norte, buscar esas piedras lisas del saber, . muy raras, que no fulguran chispas de gloria, pero reflejan en su faz única la luz diáfana de las ciencias, como refleja el amatista en su azul nitidez la claridad del cielo. | ¡ Excluyendo a San Martín y a Wáshington, quienes a su dualidad de - guerreros y libertadores unían grandeza de alma nada común — y sin dis- cutir siquiera que dicha grandeza sea incompatible con los demás hom- bres que ejercen el ofício de las armas — bien sabemos que si las espa- das victoriosas enceguecen con su brillar efímero, no alumbran en sus reflejos más de una nación y a lo sumo un continente, como el relám- pago no alcanza a iluminar más que él determinado radio de horizonte que la tormenta abarca; pero las luces de esas piedras lisas que llama- mos sabios, son blancas y tranquilas, son faros alumbrando derroteros a la humanidad, por siglos y por siglos. 278 Y pienso que sus nombres tienen tanto, sino mejor derecho a ser per- petuados, aunque en ambos casos lo mismo se ha servido a la patria; pero bien puedo afirmar, porque es convicción en mí, que más fama nos ha dado en el mundo Ameghino con sus estudios sobre antropología, con sus colecciones de restos antediluvianos desenterrados pacientemente durante años para estudiar nuestra fauna prehistórica, y con sus teorías sobre el origen del hombre, que cuanto han logrado por sus negociaciones nues- tros diplomáticos. Una verdad comprobada en el mundo de la ciencia, señor Presidente, no se extingue; y los tratados felices no son más de un momento en la vida de las naciones. No entra en mis propósitos seguir molestando la atención de la Cámara con el elogio del que empezará sus servicios a la Provincia con el humil- de empleo de maestro de grado en una escuela de Mercedes, desde cu- yas puertas tal vez le gritamos siendo niños «loco Ameghino», viéndolo llegar embarrado y bolsa al hombro repleta de fósiles extraídos a las márgenes del Luján. El monitor de entonces, había iniciado ya silencio- so por empinado y desierto camino su marcha ascensional hacia las cum- bres de la ciencia, y holló con su planta las más altas, pontificó desde ellas para los demás sabios del orbe, y confirmó con su propia existencia la posibilidad de que puedan salir de este inmenso crisol, donde se fun- den y amalgaman todas las razas, cerebros bien organizados, capaces de destacarse entre los demás cerebros humanos con lineamientos y relieves tan vigorosos como el suyo. Estas son las razones que puedo aducir en pro de mi proyecto, en cuanto se refiere al cambio de nombre; y en lo referente a la necesidad de crear el Juzgado de Paz, fluye clara de los datos estadísticos que he dejado en Secretaría para la Comisión que entienda en el asunto. He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien!) (1). LOS EPÓNIMOS DEL AGRO (?) « AMEGUINIA Se ha publicado la noticia de que el Gobierno Nacional, con motivo de la muerte del sabio Ameghino, proyecta la fundación de una colonia que perpetúe en los campos del sur, el nombre del explorador iluminado que arrancó a sus entrañas el secreto científico de nuestra génesis. Tal (1) En la sesión del 12 de Septiembre de 1913, fué sancionado definitivamente este proyecto de ley. . (2) Aun cuando él no encuadre entre los actos oficiales, el Director de esta edición no ha hallado lugar más apropiado para satisfacer su deseo de publicar este brillante artículo en el cual se tributa un cumplido homenaje a la memoria del sabio, 279 iniciativa ha merecido el aplauso de la prensa, y ha menester de todos los estímulos que aceleren su realización. Hay en ella una ofrenda de la gratitud nacional hacia la memoria de un sabio esclarecido y de un ciu- dadano eminente, cuyo fallecimiento ha sido luto de América y de la cien- cia; pero hay en ella, asimismo, un loable acierto, por la forma elegida para honrar oficialmente aquella gloriosa memoria, vinculando su nom- re a la geografía del propio territorio que el ciudadano amó como solar de su patria y el sabio como documento de su doctrina genial. Mas al anunciar este pensamiento, se ha anticipado también el nombre de Colonia Ameghino que a la nueva fundación se impondría, y como ve- mos al Gobierno incurrir con ello, sin duda por rutina, en el error peli- groso de otros bautismos análogos, nos atrevemos a formular en estas páginas una advertencia que si fuese escuchada, podría redundar en aus- picio feliz para la formación de la conciencia argentina. Yo he tenido oportunidad de señalar, en un libro afortunado, lo que significa la nomenclatura geográfica en la conciencia colectiva de una nación. Creo haber sido el primero que entre nosotros lo señalara, y el primero que protestase, por razones de esa índole, contra la instabilidad que dejaba los nombres de nuestros lugares a merced de la irreverencia pública o de la vanidad personal. Aquella protesta, por ventura, ha pros- perado, y la casi totalidad de la prensa tiene ahora sus cien ojos alertas sobre tamaña forma de profanación. Hoy ya no pasan en silencio, como hace años pasaban, las sustituciones que cambiaron Arbolito por General Villegas, Floresta por Vélez Sarsfield, Mar del Plata por General Puey- rredón, Miramar por General Alvarado, Ajó por General Lavalle, Carhué por Adolfo Alsina. So capa de civilización, cualquier edil en trance de snobismo, o legislador en busca de notoriedad, o especulador en tierras enamorado de esa gloria sin angustias, creíase con derecho a suplantar por un nombre de capitalista extranjero, de héroe discutible o de magis- trado actual, el viejo nombre, secular como el burgo que designaba, o descriptivo como el paraje que sugería. Este abusivo error comienza a desaparecer. Para evitarlo, aconsejábamos una ley, hace tres años. La ley no se dictó, mas la conciencia social, que genera costumbres, comienza a dar sus resultados. Los nombres de nuestro mapa, amenazaban caer en el mismo vaivén que el catastro de nuestras especulaciones agrarias. Y el mapa, que es la imagen de la tierra, debe tener la estabilidad de la tierra: madre venerable. Mala patria es aquella cuyo suelo es tómbola de ganancias, que va de mano en mano; pero es peor aquella donde su suelo es lote de vanidades, que va de nombre en nombre. Tener mapa inmutable, como de pueblo viejo, es imposible en una tie- rra nueva. La nación creciente sobre el desierto, va con sus ferrocarriles, con sus pueblos, con sus siembras, pidiendo nuevos nombres. De ahí que hayamos podido entendernos sobre la necesidad de respetar los nombres viejos ya existentes; pero sin que ésta haya suprimido la necesidad de 280 crear nombres nuevos, lo cual requiere la adopción de un criterio que nacionalice y ennoblezca los nombres que elijamos para los nuevos lu- gares. Fué la primera faz de este problema lo que señalé en «La Restau- ración Nacionalista»: es la segunda lo que el bautismo de la Colonia Ameghino me da ocasión de señalar en estas páginas. Dije en aquel libro que los nombres humanos debían adoptarse tan sólo para la designación de creaciones humanas: calles, plazas, monumentos, escuelas e institu- ciones análogas. Afirmé que debían ser castizas, impersonales y descrip- tivas las designaciones de pueblos, ejidos o jurisdicciones rurales. Condú- jome a una regla tan absoluta, no solamente la necesidad, probable en tales casos, de derivar gentilicios, sino el temor a la deformidad en que nosotros habíamos caído, de designar los agros por fechas, como Veinti- cinco de Mayo y Nueve de Julio; o por nombres exóticos, así Wheel- wright y Koslowsky o por apellidos acompañados de su título jerárquico o de su apéndice comercial, tales como general Baldissera, o Peña y Com- pañía (sic). Poner nombres de fechas, que son porciones del tiempo, a parajes que son porciones del espacio, es un absurdo tan evidente, que su antinomia excluye la imagen concreta que es inherente a substantivos de cosas, y hasta diría que la razón de su existencia. Poner asimismo, nombre de familias o de individuos a lugares, es también otro absurdo, puesto que convierte las comarcas en personas; y si ocurre que un ape- llido pierde su primitiva significación humana, para ser ante la memoria popular, simple nombre geográfico, habrá perdido entonces el valor epó- nimo que se pretendía, y el propósito de glorificación personal quedará, como se ve, malogrado. Es la revancha que a la larga toman el buen sen- tido y la fantasía popular, según se ve no sólo en substantivos propios como Juárez y Mercedes, sino igualmente en substantivos comunes como Buenos Aires y Santa Fe. Pero en el caso de Ameghino, comparecemos en presencia de un nombre que fuerza con su gloria a la excepción, y por ahí a la solución racional del problema. * Si hay entre nuestros próceres alguno que imponga con su gloria se- mejante excepción, ése es Ameghino. Hay en la historia nacional glorias más altas, más sonoras, más resplandecientes; pero digo que pocos tienen como aquél, ese género de gloria que identifica con la tierra y que hace - pasar a ella su nombre, como en una trasmigración. Quizá la tenga San Martín, nombre como de santo, por ser el libertador del territorio; tal vez Sarmiento, nombre como de raíz, que tuvo puesta en el territorio pa- trio la cenestería de su propia carne; también entre ellos Mitre, nombre como de numen viviente en la memoria de los hombres que el territorio de la patria:crea. Como ellos, Ameghino se identifica con el suelo natal. Se identifica por la carne, y por el espíritu. Argentino es por la cuna, 3 » 6 La 3 E » É ATAR 3 3 A k 281 pero lo es también por la gloria. Polvo pampzano era su cuerpo y en polvo pampeano se convertirá, como los huesos del hombre antiguo que él descubrió, junto al hogar apagado, en la cáscara de glyptodonte donde moraba. Esta es su gloria, y por ella el sabio muerto ha dejado su nom- bre, no ya en la superficie de la tierra argentina, sino en la substancia misma de la tierra argentina, donde sus manos se hundieron como en un vientre materno, a buscar el secreto de sus entrañas. Hasta lo profundo se hundieron, hasta dar con el barro hecho piedra ya, de Atlántidas y Gonduanas predecesoras;'y su genio volvió a prestar carne y vida a los huesos de hominídeos y lemures, y a su fauna de monstruos caudales, - monstruos tenebrosos y largos, como lentos ríos. Aquel Homo pampaeus que él descubriera y que según su hipótesis partió de aquí a poblar la tierra toda, era el hombre pampeano, el primer «argentino» de esta pampa que los hombres del mundo vuelven ahora a poblar para un destino que ha de durar más siglos que su larga prehistoria. Hipótesis estupenda, que si fuese verdad, sería de por sí un signo de Dios sobre nuestra tierra, y que si fuera sólo la quimera de un argentino genial, sería ya de por sí un signo de grandeza humana sobre nuestro pueblo. Debemos a Ame- ghino el saber que nuestra pampa terciaria ha sido cuna de la humani- dad primitiva: merece, pues, la gloria de que su nombre esté sobre un lu- gar de esta pampa que aspira a ser hogar de la humanidad, ya reducida por la civilización. Tales predicamentos afirman que se necesita de gloria tan excepcio- nal para que el propio nombre humano y perecedero deba perpetuarse en la geografía de una patria. Pero esto nos coloca ante otra cuestión: el saber si el epónimo ha de pasar al mapa tal como e! héroe lo llevaba, o si ha de modificárselo para darle un significado territorial. Creo que se debe, sin vacilación alguna, preferir lo segundo. Lo primero, además de absurdo, según lo he señalado, ofrece el inconveniente de que, a fuerza” de querer perpetuar más íntegramente un nombre individual, lo hace más fácilmente olvidable. En cambio, al derivar del nombre del héroe un nuevo nombre, uniendo a su raíz una desinencia que signifique pueblo o territorio, se crea una denominación que da, por dicha desinencia la ima- gen de un epónimo geográfico, indicando que se ha de buscar en la raíz que la precede el nombre de la gloria o tradición que en él se perpetúa. Es el valor que en inglés tienen los subfijos «town» y «shire», «ville» o «fort» en francés, y «burg» en los idiomas teutónicos, terminaciones fre- cuentes en las nomenclaturas geográficas de Europa. Verdad que dichos nombres han ido formándose al azar de la costumbre, por sedimentación anónima y secular; pero cuando los pueblos a que ellos pertenecen, se hicieron conquistadores, y fueron a colonizar la tierra de los continentes vírgenes, supieron valerse de ese resorte de sus idiomas para crear arti- ficialmente las denominaciones de los pueblos que fundaban, — así la Brazzaville del Congo, ciudad de Brazza, el explorador; o la Georgetown 282 de América, pueblo de Jorge, el rey de su metrópoli. Paréceme, sin em- bargo, que si tal resorte no hubiera existido en dichos idiomas, no hu- biese faltado al ingenio libre, espontáneo y fecundo de aquellos pueblos, el medio de crearlo, como lo probarían estos dos hermosos ejemplos que me pone a la mano el mapa de los Estados Unidos: Carolina, región de Carlos, y Peensylvania, selva de Peen. 3 Quédanos solamente a resolver si nosotros tenemos en el idioma nacio- nal los medios de crear nombres similares. Mi contestación es afirmativa. Raro es el recurso de sintaxis o de vocabulario que yo conozca en otras lenguas de la Europa occidental que el castellano no los tenga también. Las desinencias de substantivos y adjetivos son en nuestro idioma va- - riadamente expresivas, y es a los que manejan el caudal de la lengua pa- tria, y no a la lengua misma, a quienes debemos culparles de languidez o de pobreza. Yo creo que hay en castellano una desinencia que llamaré de «substantivos geográficos o territoriales». Los textos usuales de gra- mática no nos hablan de ella, aunque sí de los patronímicos en «ez»; de los gentilicios como «eño», «es»; de los profesionales, como «ero», «ista». Si alguna desinencia existe en castellano para designar jurisdicción de pueblos o naciones, en la terminación «ia» no diptongada, unida a una raíz, muchas veces de origen obscuro, que designó el epónimo del héroe, de la raza o del solar primitivos. Para comprobar tal aserto, bastaría fi- jar la atención en la siguiente lista de nombres ¿eográficos, formada sólo de los más conocidos e importantes: Britan-ia, Escoc-ia, Iber-ia, Ital-ia, Lusitan-ia, Suec-ia, Gal-ia, Rus-ia, Franc-ia, Austr-ia, Grec-ia, As-ia, Galic-ia, Aleman-ia, Beoc-ia, German-ia, Polon-ia, Ind-ia, Pers-ia, Alban-ia, Georg-ia, Mesopotam-ia, Argel-ia, Sicii-ia, Arab-ia, Emil-ia, Fenic-ia, Babilon-ia, Venec-ia, etc. En la América española, los nombres de los países han venido a ser, en su mayoría, los que antes de la con- quista daban los indígenas a ciertas porciones del territorio. En tal caso están Chile, Méjico, Perú, Nicaragua, Paraguay; pero los epónimos que los hispano-americanos hubimos de crear para comarcas o naciones, los derivamos, por idiomática analogía, uniendo la terminación «ia» a la raíz, de los héroes elegidos, y así Bolívar dió Boliv-ia, como antes Colón había dado Colombia. Subordinándome a esta misma ley de las analogías idio- máticas, yo propondría el nombre de «Ameguin-ia» para la porción de territorio patrio que haya de designarse con el nombre del sabio argen- tino que acaba de fallecer. Así quedaría su gloria perpetuada en la raíz, pero ya no sería el nombre de una persona, sino algo más duradero: el epónimo de un territorio glorificado por el nombre del héroe generador. Se habrá notado que escribo Ameguinia y no Ameghinia, como hubiera debido hacerlo si mantuviese la ortografía italiana. He cambiado la «gh» por «gu», para hacer lo que el pueblo espontáneamente haría, pues me propongo, con las presentes líneas, señalar los inconvenientes del artifi- cio burocrático en estas materias. Escritos Ameghinia en mapas y carte- 283 les, el pueblo de los futuros argentinos, leerá Ameginia, cambiando el sonido de la gutural «gui» por «gi», con lo cual, por conservar el verda- dero nombre, nos alejaríamos de él. Es lo que ya ocurre entre las gentes de la provincia de Buenos Aires, con localidades como Wilde y Torn- quist, que los colonos y paisanos designan oralmente como Ubilde y Torquin, con lo cual el pueblo que los nombra empieza — ¡ay, demasiado pronto! — a deformar y obscurecer el nombre de los héroes que buscan inmortalizarse en ese fácil olimpo de las estaciones ferroviarias. Ni la imprenta, ni la escuela primaria, evitarán esta obra de la prosodia po- pular con ciertos nombres extranjeros. Apenas una generación nos ha bastado para ver aquí ese proceso, y podemos calcular lo que será cuando hayan transcurrido los siglos que la boca de los íberos necesitó para convertir en «Zaragoza», la «César - Augusta» del fortín romano, o en Mérida, la «Augusta Emérita» de Publius Carioius. Pues si sabemos que en la voz viviente del habla popular, los nombres extranjeros van a ar- gentinizarse, no debemos crear esta diferencia entre el nombre oral y el escrito, ni accidentar el mapa con esa anarquía babélica de tan diversas lenguas. ¿Por qué no optar, para la nomenclatura del territorio, que es parte y fundamento de la patria, por la prosodia del himno y el idioma de la constitución? Tanto mejor hubiera sido que deriváramos de los epónimos citados, «Wildia» y «Torquinia», más eufónicos y castizos. No creo que por negarnos a deformar la raíz de un apellido extranjero, optemos por seguir deformando las raíces mismas de la patria. El nombre de Ameguinia que propongo para la proyectada «Colonia», viene a darnos, con un ejemplo oportuno, la práctica del criterio con que debemos proceder en casos análogos. Muchos han de presentarse aún, en la continua génesis de los progresos argentinos, sobre el desierto que nos tocó por heredad. Y cuando la desinencia territorial que he seña- lado no se adapte al epónimo elegido, busquemos otras dentro de nuestro idioma, así la de Judea o de Platea que nos dará Mitrea; o el «polis» de los griegos, que dará Sarmientópolis; como a los norteamericanos India- nópolis; o el burgo de los godos, como en Sáenzburgo y Burgoroca; o aun las partículas similares que usaron con sus epónimos los indios de Nono- gasta y Chicligasta, de Colalao y de Pilciao... Pues créase que con todo esto abordamos problemas de nacionalidad, y que tal advertencia no obedece tan sólo a esparcimientos de imaginación literaria. Procure- mos substituir por el esfuerzo del espíritu la tradición que nos falta, y anticipar por el trabajo de la inteligencia, el proceso azaroso de los siglos que han de venir. Con esa mira señalaba yo al Gobierno y a la opinión en 1909 la necesidad de una ley que protegiese las nomenclaturas geo- gráficas en un país librado a la inmigración, a la especulación y a la irreflexión. Nuevas meditaciones me han permitido ver más tarde la solución total de este problema. » Han de respetarse los nombres viejos ya existentes, si fuesen indíge- 284 nas sobre todo, porque entonces parece trascender en ellos el áspero mis- terio de las tierras vírgenes. He ahí lo primero que esa ley debería pres- cribir. Los nombres que los naturales dan a esas tierras, son sagrados, y forman parte de ellas como sus árboles y sus aves, también por ellos bau- tizadas. Por eso los conquistadores los respetaron en Tucumán, en Cata- marca y en Jujuy. Lo que no hizo el conquistador que ocupaba la tierra con riesgo de su vida, no ha de poderlo el burócrata sedentario, ni el afortunado burgués. Por lo tanto esa ley ha de prescribir, lo segundo, que los nombres viejos borrados por legislaturas, municipalidades, mi- nistros o directorios de ferrocarril, sean devueltos para siempre a sus respectivos lugares. Y queda así, como tercera resolución de la ley, lo pertinente al bautismo de fundaciones nuevas, únicas que son derecho de las nuevas generaciones. Imponer nombre a lugares, es por sí mismo un acto sacerdotal. Los li- bros santos lo mencionan, al rememorar las creaciones de sus dioses; los libros épicos al glorificar las conquistas de sus héroes. Bautizar las tie- rras o las cosas, es derecho exclusivo de quien las crea, o de quién pri- mero las ocupa y las entrega al dominio de todos. El descubridor de una tierra, le impone nombre, como un padre a su hijo. El fundador de un pueblo se lo impone también, como un artista a su obra. Los cuatro tienen ese derecho, porque obran como ministros de Dios; y lo tienen los pueblos como atributo de su soberanía, y los poetas como don de su sensibilidad. Poetas, es decir: vates, sacerdotes, evocadores, profetas; por eso ellos debieran ser los bautistas de los lugares en las repúblicas de paz. ¿Qué descubridores van a ir a bautizar nuestro territorio que ya conocemos? ¿Qué colonizadores van a serlo, sobre él, con riesgo de su sangre? Y sí las fundaciones son ahora pacíficas, burocráticas, legislativas, como esta de la colonia Ameghino que se proyecta, es necesario que con unción sacerdotal tengamos la sabiduría de poner en nuestros nombres geográ- ficos el misterio que no les puede venir ya, como a los viejos nombres, de lo desconocido en el espacio, de lo remoto en el tiempo, de lo heroico en el ánimo de quienes desafiaron, sobre un lugar de la tierra, las ace- chanzas de la muerte. De ahí que a los nombres los prefiera tomados a las viejas lenguas americanas, sobre todo si fuesen armoniosos, como Tucu- mán y Tandil. De ahí que si han de ser castellanos, los prefiera impersona- les y descriptivos, como Floresta y Miramar. De ahí que cuando hayan de ser epónimos, no los acepte sino por excepción, en el caso de una gloria singular y evidente, como Solís y Garay. Es en este último caso donde co- mienzan a salirnos al paso las dificultades mayores. Por eso la ley de que hablamos, debiera prescribir que no se pueda imponer a los lugares nom- bres de personas, sino en el caso de que, por voto expreso del parla- mento, esa persona hubiera comprometido la gratitud nacional, por su heroísmo o simplemente por el desinterés de su labor. Establecida la jus- ticia de la elección, un poeta debiera ser el asesor que propusiese para de 3 . 3 bs 285 el epónimo elegido, su derivación territorial. No olvidemos que poner nombre a las tierras es un acto sagrado. Las cosas existen en la subs- tancia del que las crea, y de ahí en la forma que las encarna, y de ahí en la imagen de quien las contempla, y de ahí en el nombre que les presta el humano que las invoca o las evoca. De esas cuatro existencias la primera es oculta; la segunda y tercera se confunden en los actos del conocimiento; la cuarta vuelve a libertar en las cosas por el misterio de la palabra. Y tratándose de nomenclaturas geográficas, el sencillo verbo elegido para una patria que soñamos bella y gloriosa, ha de equilibrar en sí la fuerza de la historia colectiva, la tradición y perpetuidad de la tierra, la índole del idioma cívico, y la sugestión de justicia, de arte y naciona- lidad que de ese mismo verbo se desprenda. Así se nutre, alimentado hasta por las raíces más tenues de su suelo, el espíritu de las patrias predestinadas. Así las nombran con amor sus hijos, y así las cantan, por sus nombres bellos, el verso de sus églogas y sus odas. RICARDO ROJAs. ACTOS DE PÉSAME DE INSTITUCIONES UNIVERSITARIAS Y CIENTÍFICAS UNIVERSIDAD NACIONAL DE BUENOS AIRES Buenos Aires, Agosto 6. Universidad Buenos Aires asóciase al duelo fallecimiento del sabio Ameghino. Sírvase contestar informando sobre sitio y hora de sepelio. Eufemio Uballes, Rector de la Universidad. Córdoba, Agosto 7. En nombre de la Academia Nacional de Ciencias y en el mío propio, expreso a usted y familia mi sentida condolencia por el fallecimiento del ilustre doctor Florentino Ameghino, que enluta a la ciencia y al país. Oscar Doering. Buenos Aires, Agosto 7, Deploro pérdida su ilustre hermano, cerebro más vigoroso de esta América. ¿ Juan A. Domínguez, Director del Instituto de Farmacia de la Facultad de Medicina de B. Aires. La Plata, Agosto 7. “La Facultad de Ingeniería de La Plata, de que fué académico el famo- so sabio, se asocia al duelo universal por la muerte del doctor Ameghi- no, que decapita a la ciencia argentina. a NicoLás BeEsio MORENO. Vicente Añón Suárez, Secretario. Buenos Aires, Agosto 6. Víctor Mercante: — Ruégole represente y hable en nombre Facultad en sepelio doctor Ameghino. Saluda afectuosamente.. Rodolfo Rivarola. 19 290 Buenos Aires, Agosto 7. En la Escuela Normal de maestras de Flores, donde era familiar el nombre de Florentino Ameghino como el del representante más carac- terizado de la ciencia argentina, su deceso ha producido consternación. En nombre del personal y alumnos, se asocia al duelo nacional. Avelino Herrera, Director. Rosario, Agosto o Personal docente y alumnas Escuela normal número 2, profundamente emocionados, asócianse duelo nacional por desaparición del sabio argen- tino que es gloria de la humanidad al lado de Lamarck y Darwin. Martín Herrera. Paraná, Agosto 8. El Centro «Bernardino Rivadavia» de la Escuela Normal, que se hon- raba teniendo por su socio honorario a Florentino Ameghino, lamenta la pérdida de ese alto exponente de la cultura nacional. VICTORICA, Presidente. Rufino, Secretario. Buenos Aires, Agosto 7. Dirección Museo Mitre lamenta profundamente pérdida irreparable para el país y presenta sus condolencias a la familia del ilustre sabio. Alejandro Rosa. Buenos Aires, Agosto 7. La pérdida del glorioso sabio argentino es duelo para la ciencia uni- versal y desgracia irreparable para nosotros. José J. Biedma, Archivero de la Nación. Buenos Aires, Agosto 6. Víctor Mercante: En nombre Sociedad Científica y en el mío quiera hacer presente a familia ilustre sabio doctor Ameghino nuestro sincero dolor por pérdida irreparable del ilustre hombre de ciencia y ciudadano que honra a su patria. Salúdalo. Vicente Castro. 291 Buenos Aires, Agosto 6. La Comisión Instituto Geográfico se reune para disponer honras a la memoria distinguido socio a quien tanto deben el país y la ciencia. Se ha designado su secretario doctor Rodolfo Moreno para representarlo acto sepelio. Preséntole expresión sentido pésame. Alejandro Sorondo. Luján, Agosto 7, El que subscribe, interpretando el sentimiento del magisterio de Luján y el suyo propio, expresa su pésame por la irreparable pérdida que im- porta para la Nación el sensible fallecimiento del ilustre sabio Floren- tino Ameghino, hijo y honor de este histórico pueblo. Fiorentino L. Barca, Comisionado Escolar del P. E. Luján, Agosto 10. Señores Juan y Carlos Ameghino: Respetables señores: La penosísima desgracia que aflige a ustedes y a toda su honorable familia y que pesa sobre la Nación Argentina, por lo que importa una de aquellas sensibles y dolorosas pérdidas y duelos nacionales, ha causado la más profunda y penosa impresión entre. el vecindario de Luján, que contaba y contará siempre como el más ilustre de los hijos de esta ciudad al inolvidable sabio don Florentino- Ameghino. Impresionado aún, este vecindario se propone exteriorizar, como: corresponde, el recuerdo y veneración que siente por ese ciudadano; y ha querido iniciar sus propósitos expresando su más sentido pésame a todos sus deudos, por tan sensible como irremediable pérdida. A los firmantes se les ha confiado manifestar a ustedes ese sincero pé- same para que, a su vez, se dignen hacerlo extensivo a su respetable: familia. Al cumplir tan honrosa como sensible misión, saludan a ustedes con su más respetuosa consideración. Carmelo Yangiies, O. Chaves, R. Goyena, M, Manzini, V. Jáuregui, Trifón Valverde, Visitación Brizuela, Emi- lio Beltotti, Domingo Celery, Francisco D. Velurtas, RR. Reyes Lara, Ricardo A. Barón, Juan Antonio Ar- gerich, Juan Cerdeira, Ernesto N. Andueza, Rodolfo- de Castro, Melitón Zunzanen, Emeterio Andueza,. Santiago Sánz, A. Seijo, Pablo de la Pascua, José Terrón, Pedro Rodríguez, Juan C. Balleto, doctor a Eugenio Casasco, J. Casasco, José Remersuro, M. Casasco, Luis Cordiviola, Silverio Vallejo, Anacleto- Cufré, Cirilo Cufré, Pedro B. Maraggi, Luis J. Lucca, Avelino Seco, Jesús E. García, L. Cosme Ma- raggi, Angel Lucca. 292 RECTORADO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL E :« DE BUENOS AIRES Buenos A'res, Agosto 18.. Señor don Carlos Ameghino: Tengo el honor de dirigirme a usted, y por su intermedio a los demás miembros de la familia del malogrado doctor Ameghino, para remitirle copia del decreto que he dictado con ocasión del sentido fallecimiento de su señor hermano. La desaparición de un hombre de estudio, como fué el doctor Floren- tino Ameghino, es un motivo de luto para la ciencia nacional y deja un vacío difícilmente reparable. Si bien es cierto que la acción del ilustre paleontólogo no se ha hecho sentir en la cátedra de esta Universidad de una manera directa, porque se ha resistido a ocuparla en más de una ocasión, no es menos verdadero que la vida entera consagrada a la investigación científica es un alto ejemplo, tanto para la juventud universitaria como para los maestros de esa juventud. Permítame usted que le exprese en nombre de la Universidad de Bue- nos Aires, y en el propio, los sentimientos de la más profunda condolen- . cia, al mismo tiempo que la convicción de que ha de perdurar a través del tiempo la memoria del infatigable y modesto hombre de ciencia que fué Florentino Ameghino. - Saludo a usted con mi consideración distinguida. EUFEMIO UBALLES. R. Colón. Buenos Aires, Agosto 6. Habiendo fallecido el señor Florentino Ameghino, académico de la Facultad de Filosofía y Letras, y Considerando: Que además del carácter de miembro de esta Uni- versidad fué el extinto uno de los más eruditos, laboriosos y originales hombres de ciencia que han ilustrado el nombre argentino, el Rector de la Universidad de Buenos Aires, resuelve:.. Art. 1” Invítese a los señores académicos, consejeros y profesores a que concurran al sepelio de los restos. Art. 2” Desígnase al académico y consejero de la Facultad de Filosofía y Letras, doctor Juan B. Ambrosetti, para que represente a la Universi- dad en el acto de la inhumación, Art. 3" Colóquese oportunamente una placa en el sepulcro. Art. 4” Comuníquese esta resolución a la familia de Ameghino, publí- quese y archívese. ; UBALLES. R. Colón. e e 293 FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS Buenos Aires, Agosto 7..- Señores Juan y Carlos Ameghino: En nombre de la Facultad de Filosofía y Letras, que presido, cumplo el deber de presentar a ustedes la más sincera condolencia por la prema- tura desaparición de su ilustre hermano el doctor Florentino Ameghino. El eminente sabio estaba vinculado a esta Facultad por su cargo de académico y por la preciosa colaboración que le prestó con desinterés y patriotismo para el mejor éxito de las investigaciones arqueológicas que ella practica. La dolorosa pérdida sufrida por el mundo científico afecta así especial- mente a esta Facultad. Sírvanse ustedes recibir con este penoso motivo, las seguridades de mi mayor consideración. José Nicolás Matienzo, Decano. FACULTAD DE CIENCIAS a EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES Buenos Aires, Agosto 17. Señor Carlos Ameghino: Me dirijo a usted en nombre de la Facultad de Ciencias Exactas, físi- cas y naturales, que tengo el honor de presidir, para presentarle su más sincera condolencia por la irreparable pérdida que acaba de experimentar la ciencia argentina con la prematura muerte de su hermano el sabio doctor Florentino Ameghino. Comunícole también que la Facultad, en su sesión del 10 del corriente, resolvió ponerse de pie en homenaje a su memoria. Al manifestarle a usted que comparto personalmente los sentimientos expresados, saludo a usted atentamente. JUAN F. SARHY, Pedro J. Coni, Secretario. UNIVERSIDAD -NACIONAL DE CÓRDOBA Córdoba, Agosto 11. Señores Juan y Carlos Ameghino: Distinguidos señores: Cumplo con el deber de presentar a ustedes en nombre de la Universidad Nacional de Córdoba y mío propio, las más sinceras condolencias por el fallecimiento de su digno hermano, el doctor Florentino Ameghino. 294 Doblemente meritorio por su abnegada consagración a las investiga- ciones científicas y por su incansable afán de descubrimiento de las riquezas y peculiaridades de nuestro suelo, el extinto ha dejado a la ciencia, con sus obras y colecciones, un caudal de inapreciable valor, y a las generaciones argentinas el raro ejemplo de una existencia entera consumida en el trabajo y el estudio por amor a las altas aplicaciones de la inteligencia. Su recuerdo conservaráse así perdurablemente entre los hombres ilustres que contribuyeron al progreso de los conocimientos humanos y al “adelanto de la cultura de su país. Aprovecho esta dolorosa oportunidad para saludar a ustedes con sen- timientos de respeto y distinguida consideración. J. DEHEZA. Mañuel Ríos, Secretario, ESCUELA MIXTA NO 3 LA PLATA La Plata, Agosto 7. Señores Juan y Carlos Ameghino: La Directora, Secretaria y personal docente de la Escuela común nú- mero 3, se adhieren al duelo ocasionado por la muerte del distinguido sabio doctor Florentino Ameghino, y presentan a los miembros de su familia los sentimientos de condolencia por la sensible pérdida que aca- ban de experimentar y que afecta profundamente al mundo científico. Celia Z. de Heredia (directora), Bertilda Arrayagaray (secretaria), María Teresa Cuello, Juana E. Becher, Rosalía E. Davel, Z. Coulín, A. Cía, Celia Gibert Bergés, Carolina Rossetti, Elvira González Goizueta, Emma A. Bizzozzero, Ana María Chaves, Teresa P. Vignolles, Paulina Stigliano, Catalina Damiani, María Luisa Montes de Oca, Matilde González Goizueta. INSTITUTO GEOGRÁFICO ARGENTINO Buenos Aires, Agosto 7. _ Señores Juan y Carlos Ameghino: Apreciables señores: El doctor Florentino Ameghino, cuya desapari- ción del escenario humano no lamentarán nunca bastante la patria, a la que honraba con los notables frutos de su inteligencia y de su incansable labor, y la ciencia, de la que fué uno de los exponentes más avanzados y modestos, deja, con su muerte, en.el seno del Instituto Geográfico, que con orgullo lo contaba entre sus miembros mas antiguos y eficientes, un vacío que difícilmente podrá ser llenado alguna vez; tales y tantos eran los méritos que aquel en sí reunía; y es bajo la impresión dolorosa pro- 295 ducida por la noticia de su fallecimiento, que la Junta Directiva del Ins- tituto, convocada a sesión extraordinaria con motivo de éste, ha resuelto asociarse al duelo público que el triste acontecimiento tiene que produ- cir, y al efecto ha adoptado las siguientes disposiciones: 1% Hacerse representar en el acto del entierro, por el subscripto y por el doctor Rodolfo Moreno (hijo), Presidente y Secretario, respectivamente, del Instituto. : 2 Mandar grabar una lámina de bronce para ser colocada en la tum- ba del doctor Ameghino, como homenaje del Instituto a su memoria. 3" Expresar a ustedes el profundo sentimiento de pesar con que los que fueron compañeros de trabajo del doctor Ameghino en las tareas del Instituto, acompañan a los deudos en los actuales momentos. Por lo que personalmente a mi respecta, me sería difícil significarles cuán intenso es el sentimiento de mi dolor; sentimiento que experimento como argentino, como amante de la ciencia y como antiguo y sincero amigo del doctor Ameghino, hacia quien me ligaba un afecto mutua- mente compartido y nunca aminorado. . Quieran ustedes recibir con las manifestaciones que dejo consignadas en nombre del Instituto Geográfico y en el mío personal, las expresio- nes de la distinguida consideración con que me es grato saludarlos. Alejandro Sorondo. CENTRO NACIONAL DE INGENIEROS Buenos Aires, Agosto 8. Señor Carlos Ameghino: Distinguido señor: El Centro Nacional de Ingenieros, en su sesión de anoche, después de ponerse de pie en homenaje a la memoria de su malogrado hermano, el grande, el sabio naturalista que acaba de perder el país, encomendó a esta Presidencia manifestar a usted el profundo sentimiento que ha causado en la Comisión Directiva de este Centro el fallecimiento de tan util conciudadano. Quiera, señor Ameghino, hacer extensiva nuestra condolencia a los demás miembros de su apreciable fa- milía. Saludo a usted con mi mayor consideración. : S. E. BARABINO. Miguel Estrada, Prosecretario. SOCIEDAD MÉDICA ARGENTINA : Buenos Aires, Agosto 8, Señores Juan y Carlos Ameghino: . La Sociedad Médica Argentina ha sido dolorosamente sorprendida por la noticia del fallecimiento de vuestro ilustre hermano, el sabio doctor Florentino Ameghino. 296 La desaparición de ese talento genial que ha marcado nuevos derrote- ros en el conocimiento de la Geología y Paleontología americanas, es más aún deplorada al valorar el inmenso adelanto que se tenía derecho a esperar de la acción infatigable y del cerebro preclaro de ese verdadero arquetipo de la raza. Esta pérdida tan sensible consterna a la Sociedad Médica Argentina, la que por nuestro intermedio expresa que aquilata debidamente lo que importa la infausta nueva para la ciencia universal y presenta su más sincero pésame. Asociándonos personalmente a estas manifestaciones, esperamos se dignen aceptar las expresiones de nuestra profunda condolencia. JosÉ ARCE, Presidente. lenacio Lucio Imaz Stoppati. Secretario general. ACADEMIA GRATUITA S DE ASPIRANTES AL MAGISTERIO Mercedés, Agosto 9. Señor Carlos Ameghino: El Director de la Academia gratuita de Aspirantes al Magisterio, en nombre del cuerpo de profesores de la misma, tiene el honor de dirigirse a usted para expresarle el homenaje de su condolencia por la muerte del que fué su digno hermano, doctor Florentino Ameghino. Tenga la seguridad de que esta hora de duelo no es sólo para ustedes: todo el país se inclina conmovido ante el recuerdo del hombre bueno, del infatigable sabio, cuya vida será para nuestra historia una hermosa página de ciencia, donde han de inspirarse los estudiosos del porvenir. Con su más distinguida consideración. ARTURO MELO.” Mercedes M. de Hárreguy, Secretaria. FEDERACIÓN DE ESTUDIANTES SECUNDARIOS Buenos Aires, Agosto 10. A la familia del doctor Florentino Ameghino: La Federación de Estudiantes Secundarios da a la familia del ductor Ameghino su más sentido pésame por la desaparición tan repentina de un ilustre sabio como el doctor Florentino Ameghino, que tan digna- mente honró a nuestra patria con su alta sabiduría. JuLio EULEY, Presidente. C. Ayos, Secretario. 297 FEDERACIÓN UNIVERSITARIA CENTRO DE ESTUDIANTES DE AGRONOMÍA Y VETERINARIA ESTACIÓN AGRONÓMICA Buenos Aires, Agosto 10. Señores Juan y Carlos Ameghino: De nuestra consideración y respeto: Quiere el Centro de Estudiantes de Agronomía y Veterinaria tener el alto honor de asociarse a vuestro duelo, que es duelo nacional. Sabios de la talla y valer del extinto, que son cimas de luz y de verdad, producen al derribarse una sensación extraña de intenso, muy intenso vacío. : Dijérase que se oculta el Sol tras los lejanos montes y el sentimiento patriótico asume las vibraciones de un himno triunfal para saludar, alta la frente, el paso hacia la inmortalidad de esos seres de excepción que iluminan el horizonte científico con rayos de inconmensurable poder, Dóblase la bandera azul y blanca como queriendo envolver entre sus gloriosos pliegues la figura gigantesca de vuestro ilustre hermano. El doctor Ameghino no ha muerto. Sus obras, trasunto de su espíritu, han comenzado a reinar. Su valor será eterno para la ciencia. Reiteramos a ustedes las seguridades de nuestra más distinguida con- sideración. J. J. IvANITTEVICH (HIJO) Presidente. Martín Julio Ledesma, Secretario. FEDERACIÓN UNIVERSITARIA CENTRO ESTUDIANTES DE DERECHO Buenos Aires, Agosto 1Í. Señor Carlos Ameghino: Cumplo el penoso deber de presentar a usted el más sentido pésame, en nombre del Centro que me honro en presidir, en la dolorosa ocasión del fallecimiento de ese privilegiado que en vida se llamara don Flo- rentino Ameghino. Este Centro universitario, que tiene el deber de rendir el más alto homenaje a los esclarecidos de la República, apenas tuvo conocimiento de lo que la ciencia mundial perdía con la desaparición del gran maestro, tomó las siguientes resoluciones: 1” Que los miembros de la Comisión Directiva se pusieran de pie en homenaje del ilustre muerto. 2% Que sus delegados ante la Federación Universitaria gestionaran de ésta, la colocación de una placa en la tumba del malogrado sabio a nombre de los universitarios de la ciudad de Buenos Aires; y de la auto- ridad correspondiente, que el Museo de Historia Natural que en un todo él formara, se le diera el nombre de Florentino Ameghino. 298 3" Presentar a los deudos su más sentida condolencia. Y esta modestia de nuestro homenaje cuadraba en un todo al ejemplo que en sú vida austera de esforzado nos legara Ameghino el grande, Ameghino el modesto; y como para que nuestros sentimientos se exal- taran supimos que murió en su ley, como fuera en toda su vida, traba- jando y valiente. Vaya, pues, nuestra íntima condolencia, a usted que recoge una tradi- ción de honor; y esto nos lo manda el deber de una posteridad agradeci- da, ya que en esta tierra de la República Argentina a él le debemos todos, en la vida el esfuerzo grandioso de su obra de sabio, y en la muerte un destello más de lo que la inmortalidad tiene para sus genios. E. DÍAz DE VIVAR, Presidente. J. W. Segovia, Secretario. SOCIEDAD CIENTÍFICA ARGENTINA Buenos Aires, Agosto 12. Señor Carlos Ameghino: La muerte de su ilustre hermano el doctor don Florentino Ameghino ha repercutido intensamente en el seno de la Sociedad Científica Argen- tina, que le contaba entre sus miembros honorarios y a la que se hallaba íntimamente vinculado desde hace muchos años. Por tales circunstancias y los extraordinarios méritos del sabio cuya pérdida la ciencia lamenta, nuestra Asociación ha querido participar del hondo sentimiento que su desaparición ha provocado; y para honrar la memoria de tan eminente argentino, la Junta Directiva que presido reu-. nióse en sesión extraordinaria acordando las siguientes resoluciones: 1” Ponerse de pie en homenaje a la memoria del extinto. 2% Colocar su retrato en la sala de sesiones de la Junta Directiva, cos- teado por subscripción entre los socios. 3" Dedicar el próximo número de los «Anales» de la Sociedad al estudio de la vida y trabajos de investigación que él realizara. 4% Comunicar su fallecimiento a todas las asociaciones científicas del mundo. y 5 Suspender la fiesta que anualmente se celebra para conmemorar el aniversario de la instalación de la Sociedad. 6% Instituir un premio denominado «Florentino Ameghino», que habrá de discernirse al mejor estudio hecho sobre un tema de ciencias natura- les, de acuerdo con las bases y reglamentación que se establecerán en breve. 7% Dirigirse por nota al señor Presidente del Consejo Nacional de Educación pidiéndole que en las escuelas de su dependencia se coloque ' 299 el retrato del doctor Ameghino y que en una fecha señalada se pronuncie en todas ellas una conferencia sobre el ejemplo y la enseñanza que cons- tituyen la vida del maestro genial. 8 Convocar a una asamblea general para resolver la mejor forma de llevar a cabo las manifestaciones de pública condolencia por el falle- cimiento del más alto exponente de la ciencia argentina. Al comunicarle estas disposiciones y hacerme intérprete ante usted y demás deudos del profundo pesar de nuestra institución por la pérdida de tan poderosa intelectualidad, saludo a usted atentamente ofreciéndole las seguridades de mi más distinguida consideración. VICENTE CASTRO, Presidente. P. Abel Sánchez Díaz, Secretario. ACADEMIA DE FILOSOFÍA Y LETRAS Buenos Aires, Agosto 14. Señores Juan y Carlos Ameghino: En nombre de la Academia de Filosofía y Letras, cumplo con el deber de presentar a ustedes la más sincera condolencia por la prematura des- aparición de su ilustre hermano el doctor Florentino Ameghino. El eminente sabio estaba vinculado a esta institución por su cargo de Académico y por la preciosa colaboración que prestó con desinterés y patriotismo al mejor éxito de las investigaciones que practica la Facultad de Filosofía y Letras. La dolorosa pérdida sufrida por el mundo científico, afecta así esne- cialmente a esta Academia. Sírvanse ustedes recibir con este penoso motivo, las seguridades de mi mayor consideración. RAFAEL OBLIGADO. Juan B. Ambrosetti, Académico secretario. . San Lu's, Agosto 14. Señor Carlos Ameghino: Los alumnos del Colegio Nacional de San Luis, bajo la iniciativa de su 5” año, asocian sus sentimientos de condolencia más íntima al justo ho- menaje que la patria y el mundo en estos momentos tributan a la memo- ria de su hermano el doctor Florentino Ameghino. La muerte del sabio transpone los límites del sentimiento nacional, que ella enluta, y llena de hondas congojas a la familia de sabios del resto del mundo. 300 Que la celestial paz del más fecundo espíritu, que sobrevive en sus obras de genio y fluye de la modestia de su vida, de la grandeza de sus virtudes humanas, llene y gobierne de nuevo el corazón de los suyos! Y mientras tanto, la gratitud y la conciencia de la presente y de las “futuras generaciones de la patria, abonen su deuda moral contraída, erigiendo mediante el óbolo popular-el panteón histórico y urna funera- ria que en Luján deben guardar el haz divino que plasmó el cuerpo in- mortal del sabio más sublime que haya producido nuestra tierra ame- ricana. Saludámosle atentamente. Eduardo Daract, presidente; Alfredo Domínguez, secre- tario; Francisco Stamana, tesorero; vocales, 5% año: Antonio Pinto, Pedro Ojeda, Román Guiñazú, Juan A. Pinto, Marcelino Ojeda Figueroa, Julio A. Za- bala, María Luisa Stabile; alumnos: Eleodoro Pon- ce, Eduardo Parellada, A. Fotheringhan, H. A. Cauras, Antonio Espinosa, Alfredo Alonso, Sadi Claveles, Italo Petrocca, Ceferino Paladino, Fran- cisco Concha, Marcelino Laborda, Carlos Domeni- coni, M. .Rodríguez Quiroga, D. R. Merecca, A. Jofré, Pascual Sarmiento, María Elena Avia, María Ernestina Stabile, María Magdalena Montero, Ercilia Miranda Ponce, Felipa Antonia Avila, María Luisa Petracca, María Elena Petracca, Adeía Nieto Ojeda, Eufrosina Sosa, Basilia A. López, Dora Ogain, Jo- sefina Martínez Delgado, A. Pérez, Luis Leiva, Lo- renzo Paredini, Carlos Pinto, Isaac Sosa Páez, José L. Amieva, Nicolás López (hijo), Alfredo Lluller, J. Onésimo Alaniz, Carlos Arias, Vicente Martínez, Ignacio Ramos, Alfredo Révoras, Ricardo Daract, Saúl Berrondo Guiñazú, Tomás Teas, Ale- jandro Caballerías. SOCIEDAD CIENTÍFICA ARGENTINA CONGRESO CIENTÍFICO INTERNACIONAL AMERICANO Buenos Aires, Agosto 23, Señores Juan y Carlos Ameghino: La Comisión Directiva del Congreso Científico Internacional Ameri- cano, reunida en sesión extraordinaria para rendir homenaje a la memo- ria del sabio Presidente de su Sección «Ciencias Antropológicas» ha sen- tido su fallecimiento como una mutilación irreparable de sí propia y como una decapitación de la ciencia nacional. El doctor Florentino Ameghino pertenecía a ese grupo reducido de superiores que en la historia de la mentalidad humana marcan los derro- teros científicos y abren las sendas más fecundas de investigación illi quorum inmortales animae in locis eiusdem loquuntur, como dijera su augusto precursor el antiguo Plinio. No correspondía a esta Comisión sino juzgar, al esclarecido miembro, por su acción en la Sección «Ciencias Antropológicas» del Congreso, 301 reunido en el mes de Julio de 1910, pocos días después de la celebración en esta misma ciudad del XVII Congreso Internacional de Americanistas, que tratara temas análogos y estrechamente vinculados con los de la citada Sección de nuestro Congreso; apesar de esta circunstancia des- favorable, y en gran parte merced al universal prestigio del doctor Ame- ghino, el éxito de la Sección a su cargo fué tan grande, que hubiera bas- tado por sí sólo para consagrar el del Congreso todo. : Por estas consideraciones, la Comisión Directiva del Congreso Cien- tífico, apesar de la naturaleza circunscripta de su misión, no ha querido detener su homenaje en las formas comunes de ponerse de pie y llevar su nota de condolencia a la familia del maestro, y ha resuelto colocar una placa de bronce en su tumba, que recuerde su actuación y su cooperación en el éxito del Congreso Científico del Centenario, al que se entregara sin reservas con ese patriotismo y ese caudal de saber, que la posteridad sabrá juzgar. Al llevar a conocimiento de los suyos estas determinaciones, — excep- cionales sin duda, para esta Comisión Directiva — ofrezco a ustedes las seguridades de mi consideración más distinguida. e VICENTE CASTRO, Vicepresidente. N. Besio Moreno, . Secretario general. SOCIEDAD CIENTÍFICA ARGENTINA _ La Junta Directiva de la Sociedad Científica Argentina, de acuerdo con la resolución tomada en la asamblea extraordinaria, que “con el propósi- to de tratar la mejor forma de honrar la memoria del doctor Florentino Ameghino, se realizó el 16 de Agosto de 1911, procedió al nombramiento del Comité ejecutivo que deberá correr con todos los trabajos relativos al homenaje que se proyecta tributar a la memoria del ilustre sabio. Quedó constituído dicho Comité del siguiente modo: Comisión honoraria — Presidentes: Rector de la Universidad de Bue- nos Aires, doctor Eufemio Uballes; Rector de la Universidad de La Plata, doctor Joaquín V. González; Rector de la Universidad de Córdoba, doctor Julio Deheza. Vocales: Decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físi- cas y Naturales, ingeniero Juan F. Sarhy; Decano de la Facultad de Cien- cies Médicas, doctor Eliseo Cantón; Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, doctor Eduardo L. Bidau; Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, doctor José Nicolás Matienzo; Decano de la Facultad de Agro- nomía y Veterinaria, doctor Pedro N. Arata; y Director del Museo Nacio- nal de Historia Natural, doctor Angel Gallardo. Junta consultiva: Ingeniero Eduardo Aguirre, doctor Gregorio Aráoz 302: Alfaro, doctor Pedro N. Arata, doctor Juan B. Ambrosetti, doctor Carlos Bruch, doctor Marcial R. Candioti, general Luis J. Dellepiane, doctor Os- car Doering, doctor Emilio Frers, doctor Antonio C. Gandolfo, doctor Federico Gándara, doctor Juan B. González, ingeniero Arturo Grieben, doctor Eduardo L. Holmberg, doctor Cristóbal M. Hicken, ingeniero Luis. A. Huergo, ingeniero Enrique Hermitte, doctor Enrique Herrero Du- cloux, ingeniero Miguel Iturbe, doctor Juan J. J. Kyle, doctor Fernando Lahille, doctor Enrique Lynch Arribálzaga, doctor Carlos María Morales, doctor Rodolfo Lehmann Nitsche, profesor Víctor Mercante, ingeniero Enrique Marcó del Pont, doctor Jorge Magnin, ingeniero Emilio Palacio, profesor Pablo A. Pizzurno, doctor Norberto Piñero, doctor Atanasio Qui- roga, teniente general Julio A. Roca, ingeniero Santiago Roth, doctor José María Ramos Mejía, doctor Ricardo Rojas, 'general Pablo Riccheri, doctor Carlos Spegazzini, comandante Antonio Romero, profesor Rodolfo Se- net, doctor Telémaco Susini, doctor Benjamín Victorica, señor Enrique de Vedia, doctor Roberto Wernicke, doctor Estanislao S. Zeballos. Junta ejecutiva: Los miembros de la Junta Directiva de la Sociedad Científica Argentina: ingeniero Vicente Castro, doctor Francisco P. La- valle, ingeniero Nicolás Besio Moreno, profesor ¿uan Nielsen, doctor Abel Sánchez Díaz, arquitecto Raúl G. Pasman, doctor Víctor J. Ber- naola, coronel ingeniero Arturo M. Lugones, doctor Francisco P. Moreno, doctor Horacio G. Piñero, doctor Tomás J. Rumi, ingeniero Esteban Lar- co, doctor Antonio Vidal, ingeniero Pedro Aguirre, ingeniero Santiago E. Baratino, Presidente del Centro Nacional de Ingenierós; señor Alejan- dro Sorondo, Presidente del Instituto Geográfico Argentino; doctor José Ingegnieros, Presidente de la Sociedad Médica Argentina; señor Eze- quiel P. Paz, Presidente del Círculo de la Prensa; señor Alfredo L. Spi- netto, Presidente de la Federación Universitaria; doctor Joaquín V. Gon- zález, Presidente de la Asociación Nacional del Profesorado. Lal Pa e O ) » * ; S , | E »7 ES . > ml ¿ . : E » pe vS Es CRÓNICA Y DISCURSOS Reproducción del folleto que fué compilado y editado por orden del señor Ministro de Obras Públicas de la provincia de Bue- nos Aires, doctor José Tomás Sojo. El prematuro fallecimiento del sabio naturalista, doctor don Florentino Ameghino, deplorado tan hondamente en todo el mundo, ha sido sentido con más intensidad en la ciudad de La Plata (provincia de Buenos Aires, República Argentina), debido a que él residía en ella desde hacía más o menos veinticinco años y era en ella universalmente apreciado, no sólo por las nobles actividades de su inteligencia, sino también por sus bellas cualidades personales de hombre recto y ciudadano integérrimo. La desaparición de su figura humana, familiar y querida, puso en el ambiente la ineludible necesidad de organizar y realizar una demostra- ción que, traduciendo en hecho aquel sentimiento, permitiera al vecin- dario evidenciar de consuno en un acto público su admiración y su pesa- Cumbre. Por manera que la iniciativa de la Dirección del diario «El Pueblo», tendiente a celebrar un funeral civil en homenaje a la memoria del ilus- tre sabio, fué aceptada de plano, con verdadero entusiasmo, por las di- recciones de todos los demás diarios platenses y las corresponsalías loca- les de los diarios metropolitanos. Convocada una reunión en la secretaría del Círculo de Periodistas de la provincia de Buenos Aires, acudieron a ella los siguientes señores, que se enumeran por orden alfabético: Directores: don Juan J. Atencio, de «El Día»; don Eduardo della Cro- ce, del «Buenos Aires»; don Miguel A. Fulle, de «La Reforma»; doctor don Tomás R. García, de «El Argentino»; don Aníbal González Ocantos, de «La Ciudad»; doctor don Horacio B. Oyhanarte, de «La Verdad»; don Jorge Selva, de «El Censor»; y don Alfredo J. Torcelli, de «El Pue- blo». Corresponsales: don Pedro A. Cavello, de «La Argentina»; abogado don Manuel M. Elicabe, de «La Prensa»; don Manuel F. Godoy, de «La Mañana»; don Ezio Mongiardino, de «El Diario»; don José M. Neyra, de «La Nación»; don Felipe A. Oteriño, de «El Nacional»; don Eduardo 20 306 Peralta Martínez, de «La' Gaceta de Buenos Aires»; y don Alberto Van- zina, de «La Patria degli Italiani». . Dicha reunión se efectuó el día sábado 17 de Agosto próximo pasado y en ella se convino cuanto sigue: I. Realizar el funeral civil el día lunes 18 de Septiembre siguiente, en cuya fecha recurría el LVII aniversario del natalicio del sabio. II. Solicitar para ello la cesión gratuita del Teatro Argentino. III. Encargar la ornamentación adecuada del escenario y la sala del teatro al arquitecto don Guillermo R. Ruótolo. IV. Encomendar las partes científica y literaria del programa, según el cual se desarrollaría el funeral, a los señores doctores don Tomás Puig Lómez, don Eduardo L. Holmbe-g, don José Ingegnieros y profesor don Rodolfo Senet; y las partes musicales del mismo a la banda de poli- cía de la Provincia, que dirige el maestro don Pedro Ruta, recatando la correspondiente autorización del señor jefe de esa repartición, doctor don Juan A. Taquini. V. Invitar a concurrir al acto al Poder Ejecutivo de la Provincia, a las instituciones universitarias nacionales de Buenos Aires y La Plata y a las instituciones científicas de carácter privado existentes en ambas ciu- dades. VI. Pedir al señor Ministro de Obras Públicas de la Provincia la im- presión de dos mil quinientos ejemplares del retrato del sabio para dis- tribuirlos entre la concurrencia que asistiría al funeral y de dos mil qui- nientos ejemplares de un folleto conteniendo esta crónica y los discur- sos que se pronunciarían, para distribuirlos entre las instituciones uni- versitarias y científicas del país y el extranjero, como perdurable recuer- do del hecho. VII. Pedir igualmente al señor comisionado del Poder Ejecutivo en la Municipalidad de La Plata el concurso de la Dirección comunal de plazas y paseos para la ornamentación del teatro; y VIII. Encomendar al escultor don Alejandro Perekrest la ejecución de un busto del sabio. Varias Comisiones formadas por Directores y corresponsales tuvieron a su cargo la realización de todas esas resoluciones y todas ellas se des- empeñaron con la mejor buena voluntad, encontrando a su vez la mejor buena voluntad de parte de todo el mundo. * En reuniones posteriores, celebradas con el fin de asegurar hasta en sus menores detalles el más brillante resultado del acto, se tomó nota de las siguientes adhesiones: El Poder Ejecutivo de la Provincia, que concurriría al funeral civil representado por el excelentísimo señor Vicegobernador, coronel don 307 Ezequiel de la Serna, en ejercicio temporario de la Gobernación, acom- pañado por el señor Ministro de Gobierno, doctor Néstor French, el se- nor Presidente de la Cámara de Diputados de la Provincia, don Arturo H. Massa y otros altos funcionarios. La Universidad Nacional de Buenos Aires, que se haría representar por un miembro de su Consejo Superior y uno de cada uno de sus Conse- jos académicos. La Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de esa misma Universidad, delegando de su seno a los señores profesores doctores don Cristótal M. Hicken y don Enrique Herrero Ducloux e ingeniero don Nicolás Besio Moreno. La Universidad Nacional de La Plata, cuyo Consejo superior se haría representar por el señor Vicedirector del Instituto del Museo, doctor don Enrique Herrero Ducloux. El Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires, cuyo secreta- rio designó delegados a los señores don Santiago Pozzi, don Angel Radice, don Pedro Serié y don Agustín Péndola. El Colegio Nacional Bernardino Rivadavia, de Buenos Aires, cuyo rec- tor nombró para que representaran al personal docente al señor Vice- rector don Alberto de Diego y al profesor don Clemente Onelli. La Escuela Nacional Superior de Comercio de La Plata, cuyo personal docente concurriría en masa. La Federación Universitaria de Buenos Aires, que nombró delegados a los señores don Manuel F. Pascual y don Carlos Alberto Acevedo. La Federación Universitaria de La Plata, cuya Comisión Directiva se haría representar por seis de sus miembros. El Centro de Estudiantes de Agronomía y Veterinaria, de La Plata, que nombró en delegación a los señores Ricardo González Bonorino, Juan Bernardón, Elías Colombo, Teodosio D'Andrea y Manuel Ante- queda. : La Sociedad Científica Argentina, de Buenos Aires, cuya Comisión Directiva concurriría corporativamente. El Instituto Geográfico Argentino, de Buenos Aires, que se haría re- presentar por su Presidente don Alejandro Sorondo, su Secretario doctor Rodolfo Moreno (hijo), los ingenieros don Valentín Virasoro y don San- tiago E. Barabino, los doctores don Agustín Alvarez, don Pascual L. Oli- verio y don Adolfo F. Orma y señores don Carlos Gutiérrez y don Eduar- do A. Holmberg. El Centro Nacional de Ingenieros, de Buenos -Aires, que encomendó su representación a seis de los miembros de su Consejo directivo. El Centro Provincial de Ingeniería, de La Plata, que delegó a su Pre- sidente, ingeniero don Agustín Delgado e ingeniero don Rodolfo Moreno. La Sociedad Médica de la Provincia, de La Plata, cuya Comisión Di- rectiva encomendó su representación a cinco de sus miembros. 308 La Asociación de Maestros de la provincia de Buenos Aires, cuya Comisión centra! concurriría corporativamente. El Centro de Estudiantes del Colegio secundario de la ¡niversidada Nacional de La Plata, que delegó en su Comisión Directiva. La Universidad Popular de Buenos Aires, que se haría representar por el doctor don Nicanor Sarmiento, su Presidente. La Municipalidad de Luján, cuyo comisionado del Poder Ejecutivo nombró para que representaran a la villa, al señor senador don Juan A. Malcolm, señor diputado don Daniel Real Salas y don Ramón Maril. Y la Asociación Patriótica Estudiantil, de La Plata, cuya representación fué confiada a los señores don Adolfo Korn y don E. Nogueira. ES La señora Profesora normal doña Sofía Dickmann de Temperley, Di- rectora del Liceo de Señoritas de la Universidad Nacional de La Plata, y la señorita Profesora normal doña Juana Morales, Directora de la Es- cuela Normal de señoritas de aquella misma ciudad, tomaron a su cargo la distribución de todas las aposentadurías de la cazuela (que es el cuarto orden de localidades del Teatro Argentino) entre el personal docente y las alumnas de ambos establecimientos; y los alumnos de las distintas fa- cultades y escuelas de dicha Universidad y de la Escuela Nacional Supe- rior de Comercio, tomaron a su cargo la ocupación de todo el paraíso (quinto orden o galería más alta entre las del teatro). * El programa quedó definitivamente organizado en esta forma: FUNERAL CIVIL DE HOMENAJE A LA MEMORIA DEL SABIO NATURALISTA DOCTOR FLORENTINO AMEGHINO QUE SE EFECTUARÁ EN EL TEATRO ARGENTINO DE LA PLATA EL LUNES 18 DE SEPTIEMBRE DE 1911 PROGRAMA I. BEETHOVEN, Marcha fúnebre de la Sinfonía Heroica. II. Alocución por el DR. Tomás PuiG LÓMEZ. IIl. ROssiNI, Quando corpus morietur, del Stabat Mater. IV. Conferencia científica, por el prof. RODOLFO SENET. V. WAGNER, Marcha fúnebre de El Crepúsculo de los Dioses. VI. Una página del DR. EDUARDO L. HOLMBERO, leída y amplificada por el coronel señor ANTONIO A. ROMERO. VII. BERGHMANS, Marcha fúnebre nacional. VII. Discurso por el DR. JosÉ INGEGNIEROS. EMPEZARÁ A LAS 8.45 EN PUNTO 309 La decoración general del teatro, efectuada bajo la exclusiva y des- interesada dirección del señor don Guillermo R. Ruótolo, arquitecto proyectista en el Departamento de Ingenieros de la provincia de Buenos Aires, fué positivamente espléndida. : Con exquisito espíritu de artista se había propuesto que el conjunto ornamental produjera la impresión de los funerales romanos efectuados en homenaje de los beneméritos que entraban en el concierto de los dio- ses y para los cuales era la muerte principio de consagración y predomi- nio espiritual con influencia sobre los destinos de la humanidad. De ahí que, preparando el ambiente, desde la ornamentación externa del teatro, procurase no incurrir en la triste monotonía y aplastadora idea de la inferioridad humana predominante en los funerales litúrgicos de todas las religiones que no se informan en principios de civismo y humanitarismo. Y de ahí también, por lógica consecuencia, el predominio del verde y la policromía de las flores sobre el negro color de los lutos usados forzo- samente para expresar el duelo dentro del concepto moderno y común que rige en los funerales. Desde las primeras horas de la mañana del día en que se efectuó la ceremonia que nos ocupa, sobre la antena del frontón del teatro flameó la bandera que anuncia los espectáculos, pero puesta a media asta y enlutada con una gran tira de seis metros de crespón, como un recorda- torio del género de ceremonia que iba a efectuarse en la noche de ese día. Todas las entradas para peatones y carruajes fueron decoradas con grandes paños negros (en cuyo centro campeaba el apellido del ilustre sabio), que pendían de los terrados y cuya monótona monocromía era rota por un gran festón de hojas que los atravesaba por entero en una curva amplia y caía verticalmente a las extremidades hasta casi tocar el suelo. El atrio fué adornado con numerosas plantas, cuyas macetas fueron envueltas en paños negros drapeados. El soberbio vestíbulo del teatro, decorado con la alegre policromía del Renacimiento, fué adornado en todos sus intercolumnios con festones ondulantes de hojas que caían verticalmente en pendones hacia el cen- tro de cada columna. Las columnas del pasaje central, que dan acceso a la gran escalera de honor, fueron enlutadas con una cinta drapeada en espiral para no quitarle al fuste ni la belleza de su estucado ni la elegante esbeltez de - sus módulos arquitectónicos. Una alfombra negra cubría el centro de los amplios peldaños de már- mol blanco, desde el umbral de acceso al teatro hasta el palco oficial, que ocupa el centro de los de balcón. El acceso a los palcos, en la extremidad de la escalera, situado sobre la visual de la puerta principal del teatro sobre la avenida 53, había sido 310 cubierto por un amplio y riquísimo cortinado de terciopelo negro bor- dado en plata, que prestó con todo desinterés y toda gentileza el señor don José Suer, que también prestó en esas mismas condiciones cuanto luto le fué necesario al señor Ruótolo para desarrollar su plan orna- mental. Los parapetos de la escalera y las rampas de acceso a los palcos de la tercera galería, fueron cubiertos hasta la mitad de su altura con una franja festoneada de luto, que no dañaba ni menoscababa el bellísimo efecto que producen las elegantes balaustradas cuadradas de mármol de Carrara. Sobre la parte superior del pasamanos había un festón de hojas y flores frescas, que terminaba en los pilares de interrupción coronados por grandes macetas con plantas. El mismo concepto artístico que había presidido a la ornamentación exterior, informó la de la sala. Por manera, pues, que el enlutamiento no resultaba pesado y el ambiente infundía respeto, mas no terror; melan- colía y no tristeza. En su conjunto, despertó la atención hasta de los profanos que no tenían una noción exacta de los altísimos méritos del sabio. Partiendo desde el palco oficial, ondeaba un paño de terciopelo negro con grandes franjas de plata, que de trecho en trecho se envolvía en artísticos recogidos. Alternando con las ondulaciones del drapeado pen- dían las curvas de los festones de hojas verdes terminados en artísticos ramos de flores frescas, dispuestas sobre el parapeto de cada palco. Sobre el monótono fondo del negro terciopelo, a intervalos oportuna- mente elegidos, resaltaban retratos del sabio naturalista. Y los palcos altos, en fin, y el centro de la ¿alería que elios ocupan, donde están las tertulias altas, habían sido también decorados con paños drapeados alternados con trofeos de palmas y flores frescas. ' * El escenario fué transformado en un grandioso foro, visto a través de un altísimo arco triunfal de iguales proporciones que el magnificente arco de escena del teatro, sobre el cual se habían inscripto, como únicas leyendas, las fechas del nacimiento y del fallecimiento del doctor Ame- ghino. : En el fondo y a lo lejos aparecía la acrópolis, en cuya cumbre surgía dominante el templo de la Gloria. En medio del foro se erguían cuatro columnas votivas coronadas por cuatro glorias aladas mirando hacia los cuatro puntos cardinales; y en las bases de las columnas se desarrollaban las teorías de los bajorrelieves simbolizando el Trabajo, la Justicia, la Fortuna y el Progreso. Situado en el centro de las columnas votivas se levantaba el catafalco, en cuya cima dominaba el sarcófago. La Ciencia, simbolizada en una estatua de Minerva, hacía guardia de honor; y en la base aparecían las estatuas de la Humanidad y de la Historia. TAJO IVUANNA TA UVZANWI 1Y “ONILNADUV OYLVIL 14 VIVS V1 312 Un inmenso pabellón argentino, sostenido por dos colosales antenas, servía de fondo al sarcófago; y un amplio bandeau de luto atravesaba la bandera, formaba el asiento del sarcófago y descendía flotando hasta el suelo después de envolver la estatua de la Humanidad. Sobre el catafalco y el escenario había cuatro aras en las cuales humea- ba ardiendo el incienso. Coronando el catafalco y destacándose sobre un Fondo de oro, había sido colocado el busto del sabio, modelado en forma estimable por el escultor Perekrest. Una brillante iluminación daba intensa tonalidad meridiana a todo el decorado. e Una feliz casualidad permitió a los organizadores del funeral agregar a última hora a su programa un magnífico número nuevo. Lo tomó a su cargo con una solicitud obligante ese ilustre hombre público francés que es el señor don Juan Jaurés. Invitado por el señor Vicepresidente de la Universidad Nacional de La Plata, doctor don Agustín Alvarez y acompañado por él y por el señor Secretario general de la misma institución, doctor don Enrique del Valle Iberlucea, el señor Jaurés había venido aquel día a visitar la Sección Paleontológica del Museo de La Plata, creada por el doctor Ameghino. Una delegación de la Comisión organizadora del funeral se personó al distinguido huésped a saludarle en su nombre y a significarle que se le habría estimado profundamente hiciese acto de presencia en la ceremo- nia y pronunciase siquiera fuesen pocas palabras en ella. El señor Jaurés accedió bondadosamente y su presencia en el funeral y el concurso oral que le prestó le valieron ovaciones. x= En el escenario habían sido colocadas cien sillas, que fueron ocupadas por las distintas delegaciones y además por los señores don Juan y don Carlos Ameghino, hermanos del sabio, y don Carlos D'Aste que fué su maestro en la escuela infantil. La sala del teatro fué totalmente ocupada hasta en sus pasillos, donde 3 había un gran número de personas que presenciaron de pie el des- arrollo del entero programa. Deben hacerse notar dos circunstancias: las localidades no fueron dis- tribuídas. Cada cual debió irlas a buscar a un lugar determinado. Y bien: el jueves 14 ya no quedaban palcos ni butacas de platea disponibles; y el sábado 16 no sólo se habían agotado todas las demás aposentadurías del teatro sino que se habían dado doscientas entradas, cuyos tenedores tendrían que asistir de pie al entero desarrollo de la ceremonia. Cientos de personas tuvieron que renunciar a concurrir a ella. Si la vasta sala del teatro, en la cual caben cómodamente instalados dos mil especta- VONJYAV MS OUNVIONANOYd saunvíÍ YUNJISNOW 314 dores, hubiera sido capaz de contener doble número, puede asegu- rarse que también se habría llenado. La fotografía que más adelante ilustra este dato, es incompletísima: las dos galerías más altas (cazuela y paraíso) no figuran en ella. Y es lástima, porque ya se ha dicho la her- mosa forma en que fueron densamente ocupadas por jóvenes norma- listas y usiversitarios de ambos sexos. Se Fuera injusticia cometida a sabiendas no dejar constancia de la for- ma irreprochatle como ejecutó la banda de policía de la Provincia, ma- gistralmente dirigida por el maestro Ruta, la parte musical del pro- grama. Los sesenta instrumentistas que la constituyen, le dieron a la banda características de orquesta. Todo elogio es merecido. * El señor Jaurés fué presentado al auditorio por el doctor don Enri- que del Valle Iberlucea, quien pronunció breves y oportunas palabras. ARENGA DE JEAN JAURÉS Saludado por una fragorosa ovación, el más grande y elocuente de los tribunos franceses, empezó manifestando que aún cuando casi por sor- presa lo había tomado el homenaje a Ameghino, no podía resistir al de- seo de asociarse a él desde el fondo de su corazón y con todo su pensa- miento. qa: Dijo que Ameghino había esbozado sistemas y arrancado a la Pampa sus secretos, para contribuir con su esfuerzo al progreso de todo el país, que se preocupa de conquistar la grandeza y proteger todos los órdenes de la ciencia, hasta rebuscando los orígenes de la vida animal del pasado, para que el pensamiento permita al espíritu humano conocer la historia de la tierra. La obra de Ameghino, de conciliar las ciencias, es obra de titán por su exactitud, por sus grandes ideas, estudiando pieza por pieza, hueso por hueso, y siguiendo así paso a paso, de forma en forma, la evolución de los seres, al través de cada edad, de cada clase, y mirando el porvenir por un nuevo horizonte de la vida, gracias a la multiplicidad de su saber, por las muchas ciencias que dominaba, en su afán de establecer la base, la unidad del mundo eterno, que le permita descubrir, para gloria del es- píritu humano, la fuerza que animó a la creación. Ameghino contribuye a sentar la piedra angular, la plataforma de los conocimientos humanos, llegando a los más insignificantes detalles de la vida animal, con un co- raje, con un valor inimitable, consagrado minuto a minuto para llegar a las grandes síntesis, concentrando sus fuerzas intelectuales para llegar a concepciones que le permiten establecer los tipos de cada especie ani- mal, como hace destacar la originalidad del suyo, para que la gran Nación 315 americana, la gran Nación de la América latina, destaque su personalidad con fuertes perfiles entre el resto de sus hermanas. » Una rumorosa ovación despidió de la tribuna al señor Jaurés, que po- cos momentos después se retiró del teatro, acompañado por el goctar del Valle Iberlucea en viaje de regreso a la metrópoli. ALOCUCIÓN DEL DOCTOR DON TOMÁS PUIG LOMEZ Señoras: Señores: El culto a los sabios es el homenaje más justiciero de la inteligencia. Ellos representan la flor de la especie. Somos felices por ellos. Son hom- bres, luz y fruto, de los que todos participamos, grandes y pequeños; y sus vigilias y sus esfuerzos, forjan esa cadena misteriosa que uniéndonos a todos los seres creados, desde el infusorio hasta el sol, hacen estrecho el molde del cristianismo que reune sólo a los hombres, para plasmar otro más magnífico, porque es inconmensurable: el amor de todas las criaturas, bajo las mismas leyes de la vida en la patria común del uni- verso. Hoy vamos a honrar un sabio nuestro: argentino por el polvo de sus huesos y argentino por el color que en su frente alabastrina reflejó el lampo de nuestra bandera inmortal. El debe constituir nuestro orgullo, porque es un timbre de honor en la estirpe. Ya podemos exhibir al mundo esta trilogía que es el Orión del cielo de nuestra historia: San Martín, el genio de las batallas; Andrade, el númen de la belleza; Ameghino, el prócer de la ciencia. Y pueblo en que tal constelación fulgura, no es un pueblo de mercaderes, una factoría de Londres o Hamburgo, sino una Nación genial que enseña con sus estrategas, arrulla con sus poetas, ilu- mina con sus sabios, dando así el pan del alma al mismo tiempo que el pan del cuerpo, a todos los hombres del mundo que quieran cobijarse bajo el látaro de oro de su munífica grandeza. Y hoy venimos a honrarlo con el remordimiento de no haberlo hon- rado en vida, tanto como por su valer mereciera. Fué necesario que la muerte lo ocultase para siempre, que se apagara la aureola de la vida en su hermosa cabeza de pensador, para que nos diéramos cuenta de lo que habíamos perdido, a la manera del ciego que sólo estima los encantos de la visión, cuando la fatalidad lo sepulta EGSA en una no- che sin estrellas. ] Todo lo que es verdaderamente grande, realiza en silencio su obra fe- cunda. Sólo lo vacuo e inútil es ruidoso y llamativo. La luz que trae la 316 vida en sus ondas, ¡cuán silenciosamente desciende del astro!; el oxígeno que la purifica, ¡cuán en secreto rejuvenece la materia!; el pensamiento que redime, ¡cuán misterioso se elabora en el cerebro!; ¡con qué so- lemne y quieta majestad se hunde el sol en el dorado ocaso! Así, la obra del sapiente. Bástale con la armonía interior que escuchan los hombres predilectos; huye del ruido estéril, porque ve muy pe- queña la vanagloria desde la cumbre excelsa en que el destino lo un- giera príncipe indiscutido de la inteligencia. Conocí a Ameghino en mi niñez: era maestro de escuela en mi pue- blo. Tenía, empero, su leyenda: se decía de él que tenía ideas peregri- nas; que miraba mucho hacia lo alto; que sus lecturas eran continuas y esotéricas. Preocupábase más de sus estudios que de su indumentaria. Recuerdo que había en su fisonomía ese no sé qué místico de los sa- cerdotes de la ciencia. Un día viéronle vagar por la cuenca del Luján. Llevaba un martillo en la mano. Juntaba huesos. —¡Buen negocio va a hacer éste! — decía maliciosamente la nesciencia procaz y esta vez no se equivocaba por cierto; allí a orillas del Luján su martillo de pa- leontólogo descubrió un día esos huesos enigmáticos que le sirvieron de lente para descubrir parte de la fauna cuaternaria cuyo estudio cons- tituye su mejor título a la celebridad científica. Después escribió un libro lleno de ideas propias. Era un libro de combate, que le atrajo la mirada de los sabios. Luego se fué con sus osamentas a Europa. Más tarde con sus nuevas obras, se incorporaba gallardamente a esa brillante legión formada por Buffon, Cuvier, Burmeister, Owen, Lamarck, Dar- win y Haeckel, que han reconstruído y calificado una fauna muerta. Pero la pobreza, la maldita pobreza, le limitaba el horizonte. Tuvo que repartir su actividad entre sus meditaciones de sabio y sus quehaceres de mercader.' Nuevas conquistas fueron el fruto de ese dolor fecundo. La notoriedad se impuso al fin: su nombre atravesó los mares y los libros de Ameghino se leían en todas las bibliotecas del mundo. Su patria le dió entonces un puesto de trabajo y de honor: desempeñándolo le sor- prendió la muerte cuando todavía había mucho que esperar de su inteli- gencia privilegiada. Quede para otros panegiristas más familiarizados con la ciencia que cultivó nuestro sabio, el estudio analítico de sus producciones. A mí sólo toca entregar a sus manes el laurel olímpico y rociar sus despojos con la ofrenda de nuestras lágrimas. Ameghino: sabio maestro: tu vivirás en el corazón de tu estirpe; en las brisas de esta Pampa silenciosa; en el perfume de sus flores silves- tres; en las melancolías de sus puestas de sol; en la pupila de sus vír- genes morenas; porque amaste mucho la tierra embellecida también por los esplendores de tu genio; porque es mucha la deuda que tenemos contigo, los que creemos que debemos ser grandes, no por el estrépito 317 de las armas, no por la riqueza del suelo, sino por la cultura de sus hijos, por el amor desinteresado a la ciencia, ese beso de Dios en la frente del hombre. He dicho. CONFERENCIA DEL PROFESOR DON RODOLFO SENET LAS DOCTRINAS ANTROPOGENÉTICAS DE AMEGHINO Señoras: Señores: Pocos hombres han provocado en el mundo científico tantas contro- versias como el sabio Florentino Ameghino. Consecuente con su méto- do, llega a las inducciones más radicales sin temores ni vacilaciones, y. arrostrando prejuicios e ideas arraigadas, lanza sus conclusiones al cam- po de la crítica. Pocos sabios orientados en la fecunda labor de las obras originales, han tenido que distraer tanta actividad en discusiones y polémicas con la altura y el temple que forjan el desinterés y la sin- ceridad. La vasta obra de Ameghino en el inmenso campo de las ciencias na- turales, echa hondas raíces en la paleontología, en la geología, en la anatomía comparada, en la antropología, en la arqueología, en la etno- grafía y hasta en la filología. Tratar su Obra, analizar siquiera someramente sus doctrinas en este amplísimo campo de su fecunda actividad, es tarea demasiado amplia para una conferencia. Limito, pues, mi tema exclusivamente a sus doc- trinas antropogenéticas, que son las que, provocando más violentas dis- cusiones, han conmovido hondamente al mundo científico. Actualmente Ameghino suscita las más acaloradas discusiones. Su Diprothomo platensis es la reproducción de la historia de todos los grandes acontecimientos en cuestiones antropogenéticas y marca una nueva etapa en el filum del género humano. Sus atrevidos conceptos, en pugna con algunos principios dentro del evolucionismo y darwinismo, llegan hasta apasionar a los hombres de ciencia... Ameghino va demasiado lejos... ¡visionario! Desde que Lamarck y Darwin orientaron con sus geniales doctrinas al mundo científico, los paleontólogos y antropólogos, dirigieron sus pesquisas en el sentido de reconstruir el ignorado árbol genealógico del hombre, y los descubrimientos se sucedieron en el viejo mundo. Mientras tanto, nadie sospechaba que las viejas capas geológicas de la América del Sur encerraran escondidas en sus estratos, el secreto de los ascendientzs del género Homo; y Ameghino, en un medio menos que propicio, hostil, en el silencio de la inmensa llanura pampeana, en mudo 318 diálogo con los documentos testimoniales que los siglos respetaron, arranca el secreto de la serie sucesiva de nuestros ascendientes. El hom- bre fué contemporáneo de grandes mamíferos extinguidos; vivió en la llanura pampeana; y la Patagonia es la más vieja de las tierras emer- gidas. | Llegado a esta constatación, sostiene que, por el momento, nada se opone para que la América del Sur pueda haber sido el centro de irra- diación de la especie humana. a 1%) o 175) - D á o e > 0 3 NL SS SS Y ENS n Ss ES ANS A SS lo) SNE se LL: 2 0 AS 2, 2 - Du Lo, A — S ue o, es PS - o 9 Po) Sy > S o S SS po ONE ESA e E 7 59% IA > 7 0 “y > Lo 3 o, ÉS o > Om [$ S El 0/8 o o Sy S ES) E É ó 5 S o =) > ¿O xo Orisg 09 €rn 5 Un g 0 AS eS SN o 49) $ ES y> ea OS pro Sus inducciones no van por ahora mucho más allá. En su obra Filogenia,' aplicando al hombre su método general que denomina de la seriación, llega a establecer el árbol genealógico del hombre, donde, entonces, cada rama representaba un antecesor hipoté- tico que predecía, debían encontrarse en tales o cuales horizontes, el día en que éstos se explorasen, el día que se conociesen sus faunas. Ame- ghino presentía ya los descubrimientos posteriores; sabía que riquísimas faunas debieron sucederse en estas viejas tierras y que, por tanto, en- tre ellas debían encontrarse también nuestros remotos antepasados. El árbol genealógico que entonces trazara, arranca del tronco común Proanthropomorphus en la forma que lo indica el esquema precedente. 319 Los seres teóricos de entonces han sido hallados en su mayor parte; y los conceptos atrevidos de Ameghino, sus predicciones y clarividen- cias, se han realizado sucesivamente, poco a poco, pero quizá en menos tiempo que el que presumía el sabio tardaría en comprobarse. Una de las más formidables objeciones que siempre preocupaban a Ameghino, era la de no haberse hallado aquí ningún resto de mono fósil y que, por otra parte, no existían tampoco antropomorfos y que, por tanto, la América del Sur, no podía erigirse en cuna de los antecesores del hombre. Ameghino contestaba que ya se encontrarían monos fósiles y que el hecho de no tenerlos aún, se debía al poco conocimiento de las faunas mamalógicas de los diversos terrenos. Especialmente las pesquisas de Carlos Ameghino se encargaron de levantar la objeción y Clenialites minusculus, Pitheculites minimus, Ho- munculites pristinus, Notopithecus adapinus, Henricosbornia lophodonta, vinieron a comprobar que en los viejos estratos del eoceno y del cretá- ceo había existido una rica fauna simia. Pero aún es más: Homunculus patagonicus y Anthropops perfectus permitieron establecer los remotísi- mos antecesores más directos del hombre y diseñaron la gran familia de los Hominidae. Largo sería entrar en el análisis de los caracteres que permiten esta- blecer o fundar las familias, géne-os y especies; baste por el momento saber que en sus rasgos generales, que es lo que importa por ahora, estos caracteres son suficientes. Como se ve, pues, Ameghino sostiene que, dados los documentos pa- leontológicos y su antigijedad, la América del Sur fué el centro de dis- persión del género humano. Veamos, entretanto, su último cuadro publicado en Diprothomo pla- tensis y comparémoslo con el primitivo teórico de Filogenia. Prothomo corresponde a Homo pampaeus; Diprothomo queda llenado con Diprothomo platensis; Triprothomo es laguna en ambos cuadros, pero de él se conocen sus industrias; y las faunas correspondientes a los horizontes en que debió vivir, son desconocidas; Tetraprothomo queda llenado con Tetraprothomo argentinus; Collensternum corresponde a la laguna que figura bajo el nombre de Hominidae primitivos; Coristernum corresponde a Anthropops (Anthropops perfectus); Anthropomorphus corresponde a Homunculus (Homunculus patagonicus); y por último, Proanthropomorphus equivale a Pitheculites (Pitheculites minimus). Como se ve, el árbol filogenético que trazara Ameghino hacen ya veintiocho años, ha venido a llenarse casi por completo y sus predic- ciones a cumplirse. En lo que respecta a los antropomorfos, Ameghino concluye en su obra Tetraprothomo argentinus que los caracteres diferenciales que permiten establecer la familia de los Hominideos y la de los Antropo- morfideos se deben a adquisiciones relativamente recientes en los an- 320 tropomorfos y que, por tanto, las arcadas superciliares elevadas, las fuertes líneas temporales, las crestas elevadas, etcétera, de los últi- mos, no son caracteres primitivos, sino adquiridos y productos de una HOMINIDAE Actual H. sapiens H. ater | Pithecanthropus Pseudhomo erectus heildelbergensis Cuater- / l / H. primigenius : nario l | Homo sapiens Homo pampaeus HOMO 0 crrrerrernrnnnnnonnonon Plioceno....... | Prothomo Diprothomo platensis Triprothomo Mioceno Tetraprothomo É ARES A a RR Or AE OI Hominidae Oligoceno .... cido mudo Anthropops Eoceno sup .. Pitheculites | Clenialites Eoceno inf.... Cretáceo ..... | Homunculus | l f [ diferenciación especial. En consecuencia, los antropomorfos represen- tan una diferenciación independiente que tendió, con la adaptación a la vida arborícola, a suprimir la lucha por la existencia, gracias a las facilidades de vida que procuraba ese nuevo ambiente. El resultado fué la detención del desarrollo del encéfalo, detención que permitió se 321 establecieran las crestas, los arcos elevados, etc., es decir: todos los ca- racteres de inferioridad que distinguen a los antropomorfos y que son el resultado de un proceso de bestialización. Mientras tanto, el hombre, de- biendo luchar constantemente contra la influencia del medio, aguzando su ingenio, desarrolló su cerebro, no pudiendo, en consecuencia, adquirir caracteres bestiales, sino al contrario, su evolución lo dirigió hacia la po- sesión de caracteres de mayor humanización. De ahí infiere que no es el hombre el que aparece como un antropomorfídeo perfeccionado, sino el antropomorfo como un hominídeo bestializado. Esta genial interpreta- ción del sabio, es la única de acuerdo con el paralelismo filogenético y ontogénico, dejando de ser los antropomorfos excepciones de la ley ge- neral biológica. Estas vistas traen como consecuencia inmediata una nueva orienta- ción en el estudio de los caracteres. No existe, en realidad, regresión; lo que palpamos son evoluciones estacionadas en cualquier etapa (carac- teres atávicos, procesos de evidente progreso (para el hombre de huma- nización), procesos que indican un progreso superior a la etapa actual (caracteres proféticos); y, por último, evoluciones desviadas en el sen- tido de la inferioridad (caracteres de bestialización). Lo que distingue al hombre de los antropomorfos es el resultado de su evolución divergente, diremos así; el primero, en el sentido del perfec- cionamiento o mayor humanización; los últimos, en sentido desviado, de inferioridad o de bestialización. Surgidos de un tronco común menos, mucho menos evolucionado que el Homo actual, no poseían no obstante caracteres bestiales. Los antece- sores del hombre, gracias a su adaptación, gracias a la lucha, perfeccio- naron los caracteres que estos antepasados les legaran, llegando a un aumento progresivo de su sistema nervioso central. Los antecesores de los antropomorfos los degradaron, llegando con la adaptación a la vida arborícola, a bestializarse, y cuyo proceso creciente, encuentra su más alto exponente en el gorila, y su menor exponente en el gibón. A este respecto conviene recordar la opinión de los naturales de Bor- neo, Sumatra, Java, etc., lugares en que habita el orangután, sobre este animal. Curiosa es por demás la relativa coincidencia de apreciación. Para los naturales, el orangután es sencillamente un haragán. Si se les dice que es un animal, contestarán riendo que no es tal, que se trata de un hombre que, por no trabajar, invadió las selvas y como consecuencia se cubrió de pelos y adquirió los demás caracteres productos de su hol- gazanería. Orangután quiere decir hombre del bosque y para ellos se trata de un hombre muy inferior y nada más. El orangután es para los naturales de las regiones por él habitadas, lo que el atorrante es para nos- otros. > Y el concepto de la bestialización no sólo es aplicable a los antropo-' morfos; no toda la especie humana tiende a lamayor humanización; 21 322 muchos núcleos tienden a la bestialización, a la degeneración, si se quie- re usar otros términos; y aun en las colectividades cultas, no todos tien- den hacia el progreso; muchos sujetos, desgraciadamente, se bestiali- zan. El alcohol es uno de tantos agentes eficaces. Estas vistas de Ameghino no son en manera alguna antidarwinistas, ni mucho menos antievolucionistas. Se trata de nuevas interpretaciones dentro de la doctrina general y no levanta, pues, el sambenito de la des- cendencia del hombre, puesto que, necesariamente siguiendo el filum, llegaremos a nuestros lejanos ascendientes Anthropops, Homunculus, Pitheculites, muy inferiores, y si se quiere más, a los prosimios y aun a los Microbiotherios que eran didelfídeos. La doctrina evolucionista no sufre un rudo golpe con estas nuevas interpretaciones de Ameghino, como algunos han creído; lejos de eso, la aclara y la robustece, la cimenta y la apoya, agregándole nuevos ma- teriales y conceptos más precisos. : Veamos rápidamente cómo explica Ameghino el proceso evolutivo del cráneo desde Diprothomo hasta Homo sapiens. El cráneo, o mejor dicho, la calota craneana de nuestro segundo ante- cesor genérico, se caracteriza por poseer un frontal sumamente fuyente, por la situación de los puntos craneométricos denominados bregma, na- sión, glabela, metopión, ophryón y obelión. El nasión coincide con la glabela y la sutura naso-frontal, se encuentra a la altura de las arcadas superciliares. Las órbitas, poco, muy poco profundas, permiten orientar la calota. La reconstrucción de Ameghino establece que la nariz debió salir recta, siguiendo la dirección del frontal y que el rostro presentaría un prognatismo muy acentuado sin que existiera prognatismo dentario. El índice cefálico muy bajo da un cráneo completamente dolicocéfalo y presentaría, completando la calota (siguiendo la dirección indicada por su curvatura), el mayor desarrollo en la región occipital. Diprothomo platensis, visto de frente, recordaría a un microcéfalo por el fuerte predominio del cráneo facial sobre el cráneo cerebral. Nuestro primer antecesor Prothomo representado por Homo pam- paeus, se caracteriza por poseer un frontal mucho más elevado que Di- prothomo; la situación relativa de los puntos craneométricos, ya enu- merados, es diferente: el bregma cae más adelante, el metapión y el -ophryón no ocupan una posición casi en plano horizontal, como ocurre en la calota de Diprothomo; el vertex, que en este último cae en pleno hueso frontal, en Homo pampaeus coincide casi con el obelión. ' El mayor desarrollo del cráneo de Homo pampaeus corresponde a la región lambdoídeo-obelíaca, desarrollo que le da un carácter resaltante. Esta peculiaridad ha motivado objeciones. Se ha dicho que se trata de una deformación étnica y también de una deformación patológica. No me detendré en la primera objeción; y en lo pertinente a la segunda, baste 323 recordar que cabía mientras no se poseía más que un solo ejemplar de ese tipo; pero hoy que existen cuatro, es menester admitir que esa era la forma normal del cráneo, sin entrar a considerar, por otra parte, que tal deformación no se aproxima siquiera a ninguna de las deformaciones conocidas. En Homo pampaeus se conserva la fuerte dolicocefalía. Visto de frente recuerda también a un microcéfalo, por más que su capacidad craneana corresponda a la semicrocefalía. El prognatismo facial es mu- cho menor que en Diprothomo platensis y no existe tampoco en él prog- natismo dentario. Y, en fin, los caracteres de Homo pampaeus permiten colocarlo como intermediario entre Diprothomo y Homo sapiens; y Ame- ghino le da esa ubicación. La interpretación del Autor de estos documentos paleontológicos, en lo que respecta al proceso evolutivo, es una ES. genial. Dice Ameghino: Si al cráneo de Diprothomo le agregamos la región lambdoídeo-obe- líaca desarrollada de H. pampaeus, tendremos reproducido el cráneo del último; y si al de éste le agregamos en la región parieto-frontal un cas- quete equivalente a la diferencia entre el cráneo de H. pampaeus y Homo sapiens, obtendremos exactamente la forma del cráneo de H. sapiens. A la inversa: si al H. sapiens le quitamos su mayor desarrollo fronto- parietal, obtendremos el cráneo de H. pampaeus, y si al cráneo de éste le rebajamos la parte lambdoídeo-obelíaca, tendremos el cráneo de Di- prothomo. El mayor desarrollo de la región occipital de Diprothomo y de la lamb- doídeo-obelíaca de H. pampaeus, es aparente y se debe a la falta de - desarrollo de las regiones adyacentes. H. sapiens se diferencia, pues, sólo por haber completado el proceso, por haber alcanzado mayor des- arrollo de la región frental que ha originado la diminución del des- arrollo aparente de las regiones mencionadas en el cráneo de H. pam- paeus y Diprothomo. El cráneo con la línea fuerte de puntos corresponde a H. sapiens. Si a éste se le quita la porción frontoparietal A, se obtiene pues el cráneo de H. pampaeus y si al último se le rebaja la porción B, se reproduce el cráneo del Diprothomo. Al mismo tiempo el prognatismo habría disminuído, según lo indican las líneas m n y m r. La evolución se. habría efectuado en el sentido de la adquisición de lóbulos parieto-frontales cada vez mayores, o lo que fisiológicamente corresponde a la adquisición de mayor inteligencia. Desde Prothomo hasta el Homo actual, la gradación la establecen los restos de Fontezuelas, Arrecifes, Arroyo Frías, Samborombón, Bara- dero, etc. Ameghino hace derivar a los tipos negro-negroide-australoide del Triprothomo que vivió hacia las postrimerías de la época miocena; emi- 324 gró al Africa donde se diferenció o adquifió los caracteres que lo dis- tinguen como raza, diferenciación variada que ha dado lugar, por ejem- plo, a las mayores diferencias en lo que respecta a la talla. Pero la diferenciación de los tipos caucasoide y mongoloide no puede ser tan antigua y, por tanto, debe haberse operado en épocas mucho más recientes. Si analizamos los caracteres del tipo mongoloide, del americano y del caucásico, llegamos a concluir que nada se opone para considerar al primero como un término de transición entre los dos últimos. Dice Ame- y > al a > e ES ' E Mas”, - Ml X 1 O 1 a 7 y T YA Nos : 1 Y T ghiro que, durante la última emigración de la fauna mamalógica sud- americana, o sea la mioceno-plioceno-cuaternaria, el Prothomo pasó de la América del Sur a la América del Norte. Entonces las dos Américas estaban unidas por un vasto territorio, del cual sólo queda el istmo de Panamá como una antigua reliquia; la emigración de Homo pampaeus debió efectuarse antes de los comienzos de la época cuaternaria, con toda probabilidad en la segunda mitad de la época pliocena. Al terminar esta misma época, fué cuando debió emigrar al Asia, donde algunos grupos continuaron su evolución diferenciándose hasta constituir la raza mongólica, mientras otros invadieron el continente europeo donde una diferenciación particular los condujo a adquirir los caracteres de la raza caucásica. De esa manera, el centro de irradiación del género humano habría sido la región sur de la América del Sur, que es, en definitiva, la que 325 presenta no sólo los restos humanos. fósiles más antiguos, sino también la de los precursores del hombre y aún la de antecesores más lejanos, como son el Homunculus y el Anthropops. No terminaré esta breve exposición de las doctrinas antropogenéticas de Ameghino sin antes indicar brevemente las inducciones a que lo ha- cen arribar estos mismos restos humanos fósiles, respecto del polige- nismo del lenguaje, que es el último trabajo del sabio. Ameghino sostiene que el lenguaje se debe a diferenciaciones o evo- luciones independientes del hombre, realizadas en distintos continentes, pudiendo haberse efectuado simultánea o sucesivamente. Apoya su doctrina en el estudio de los maxilares inferiores, en las épocas de que éstos datan y por último en su procedencia. Si se estudia el maxilar inferior del H. primigenius, de H. pampaeus, de H. sinemento y de H. cubensis, se constata que la apófisis geni falta por completo (H. cubensis) o es completamente rudimentaria. Por otra parte, la estrechez del arco mandibular no debió permitir los libres movimientos de la lengua para la articulación. También los músculos, insertándose en toda la región sinfisaria, embridaban la lengua; sólo la inserción en la apófisis geni permite la articulación. En consecuencia, H. cubensis, H. primigenius, H. sinemento y H. pampaeus, sólo podrían emitir sonidos inarticulados. Pero todos estos vivían ya en regiones muy distantes (Cuba, Europa, América del Sur en la región sur), y no po- dían aún hablar; luego habían realizado sus emigraciones hacía ya mu- cho tiempo, sin que hubiesen llevado un idioma. Los idiomas, pues, no pueden derivar de un tronco común, sino que se deben a formaciones independientes realizadas en épocas relativamente recientes. La doctrina de un idioma tronco común del que proceden todos los idiomas, es insostenible en presencia de esos datos anatómicos, dado que el hombre era incapaz de emitir los sonidos articulados que exige un idioma y ya se encontraba dispersado en toda la superficie de la tierra. En esta conferencia sólo he podido tratar rápidamente una de las orientaciones del sabio; mucho faltaría para siquiera diseñar las múlti- ples que abarca su magna obra; pero no quiero terminar sin antes re- cordar un nombre que no puede, por modesto que sea, ampararse al abrigo del silencio, sin que dejaran de lesionarse los principios más ele- mentales de justicia y equidad. Me refiero al ilustre colaborador del maestro, a su hermano el distinguido géologo y paleontólogo Carlos Ameghino, que ha arrancado a los mudos estratos de nuestro ¿uelo, el ríquisimo material que ocultaban en su seno el secreto de las épocas remotas. Más de veinte años, toda una vida, todo el período de su mayor actividad ha transcurrido en las inmensas soledades de la Patagonia, la- bor que representa una abnegación y amor a la ciencia verdaderamente sorprendentes. Sin Carlos Ameghino, la obra de Florentino Ameghino se 326 hubiera necesariamente reducido, no en términos pequeños sino en grandes proporciones. Al recordar, pues, a este ilustre colaborador, no se hace más que rendir un pequeño homenaje a la justicia (1). He dicho. PÁGINA DEL DOCTOR DON EDUARDO L. HOLMBERG AMEGHINO De la obra descriptiva de Ameghino surge una tendencia esencialmente filosófica. Discípulo legítimo de Lamarck, Darwin y Haeckel, tomó de ellos todo lo mejor y más seguro; construyó un castillo del cual nadie podrá desalojarlo, aunque le derrumben algunas torres y almenas en el ataque, y su nombre vinculado a los de aquellos ilustres sabios, será re- petido en esa cumbre de los iguales, de Víctor Hugo, donde todos se miran con mirada horizontal. El tiempo hará su síntesis, porque es en extremo compleja, y los ele- mentos que la constituyen no son todavía del dominio público. Cuando los Piroterios, los Paquírucos y los Megamys sean tan conocidos como los Megaterios y Gliptodontes; cuando hábiles restauradores nos den las imágenes completas del Tetraprothomo y de los Homunculídeos; cuando una crítica sabia y severa elimine algunos de sus errores inevita- bles y propios del tanteo en las tinieblas, estableciendo en forma indis- cutible la correspondencia de los diversos pisos de nuestros terrenos terciarios, para lo cual deja él mismo un material incalculable, y esos conocimientos se vulgaricen — entonces Ameghino quedará definitiva- mente consagrado; pero, de distinta suerte que lo que ocurre con los grandes capitanes, los poetas, los músicos y los oradores, no será nunca popular, porque siempre se dirigió a lo más hondo del cerebro humano. DISCURSO DEL CORONEL DON ANTONIO A. ROMERO LA PERSONALIDAD DE AMEGHINO ha Señoras: Señores: . La personalidad de Ameghino se destaca, sin duda alguna, como una de las figuras de gran relieve del mundo científico; tanto por las dotes de su talento excepcional que lo declaran, sino el primero, por lo menos (1) El señor Senet ilustró su conferencia, valiéndose de dibujos que fué trazando en un pizarrón. 327 uno de los filósofos innovadores y revolucionarios de más precisa y clara originalidad de la época actual, como por la inmensa labor desplegada y el poder de un espíritu observador y clarividente de las leyes naturales que rigen los fenómenos de la evolución y de la vida, vinculando en es- trecho e íntimo enlace la historia de la tierra desde los primeros tiempos de su consolidación y capacidad creadora de los organismos hasta hoy perceptibles y determinados, con la historia de la humanidad; some- tiendo a un severo análisis las leyes de transformación de todos los seres en el tiempo y en el espacio, y deduciendo de este conjunto de sa- bias orientaciones, una ciencia más completa y una filosofía más seve- ra, que nos conduzca más fácil y seguramente al camino de la verdad. Tal ha sido el afán de toda su vida, y tal fué la obra a que dedicó todas sus facultades y energías, consagrado en absoluto a ella con la obsesión del místico y la entereza del anacoreta, desde los primeros años de su infancia hasta horas — muy pocas horas — antes de su muerte, pues casi agónico replicaba con gran lucidez de espíritu a las críticas de algunos catecúmenos que se atrevían a censurarla, empleando en su dialéctica los argumentos concisos e incontrovertibles de su peculiar razonamiento, confirmando aquel concepto filosófico: «La naturaleza es ciega»; aquel cerebro requería el cuerpo vigoroso de un atleta. Ameghino ha sido pobre, defecto capital en todas partes y especial- mente entre nosotros, para merecer consideración. Desde los primeros años de su naturaleza tierna e infantil, ya poseía un poder razonador y una energía sorprendente: así lo afirman todos sus contemporáneos y condiscípulos. Su carácter y su condición casi bravía, singular mezcla de orgullo de su poder y desprecio a los oropeles, a los figurones y a la presuntuosa insuficiencia, no lo han hecho popular, y su memoria y su obra son menos familiares a las multitudes de su patria y menos conside- radas aún por los hombres que gobiernan, que la de cualquier especulador político o eminente enciclopédico. En el concepto filosófico más riguroso, Ameghino fué un genio, con- dición que no podrá negar ningún psicólogo que conozca su obra y los detalles de su vida, de esa vida que por más de un concepto tantos pun- tos tiene de contacto con la vida del ilustre filósofo Manuel Kant, por- que, como él, ha tenido que luchar con las estrecheces a que estaba re- ducido el humilde hogar de sus honrados padres; como él, necesitó ven- cer la indiferencia del medio; como él, ha soportado la soberbia insufi- ciente y presuntuosa de los grandes; y como él, afrontó la malevolencia de los egoístas y envidiosos, agregado al constante y mortificador zum- bido de los escritores parásitos que pretendían entorpecer su obra con fines personales, validos de su preparación literaria, pero pobres, muy pobres, en bagaje científico. La sinceridad entre las medianías del saber, es planta exótica de muy rara aclimatación; la justicia y el interés del progreso cultural bien en- 328 tendido, es patrimonio exclusivo de los hombres de carácter y honrados procederes, y de los espíritus elevados que dirigen la corriente del movi- miento científico universal, y éstos, son para desgracia de la humanidad, los menos, y es de ellos de quienes recibió siempre aliento y sincero aplauso en su obra, porque ellos eran también los únicos que: podían valorarla y comprenderla. Le : No se crea por esto que Ameghino salió armado del claustro materno como saliera Minerva de la cabeza de Júpiter; él nos lo dice en su obra inmortal Filogenia: Surgió del llano para volver al llano. Sentimiento altruísta, grande y elocuente que eleva la figura del maestro y nos de- muestra su desinterés, la pureza y sinceridad de su noble espíritu y la modalidad sin reverso de su carácter. Ese era el hombre, y esa su am- bición: ser útil, nada más que ser útil, remover la ceniza y sacar del fondo el fuego sagrado vívido y refulgente que ilumine la historia de la creación con esplendores de purísima verdad. Los primeros años de la vida del sabio Ameghino, no se especializaron en forma singular; fué 'un niño como tantos otros, sin particularidades que lo distinguieran; pero adolescente, se nos revela todo un carácter. Estudiante, era el más puntual a las clases, no se distinguía por un ta- lento locuaz, pero sí por su serenidad y mayor dedicación al estudio y una vocación decidida a la investigación y solución de problemas obscu- ros y difíciles, aún para cerebros mejor preparados y de evolución más avanzada. A los diez y ocho años, su inclinación por los temas históricos y su genio razonador lo llevaron a investigar la existencia de las razas aborígenes americanas, partiendo de la prehistoria, para deducir de su estudio las relaciones étnicas de todas las que poblaron el Plata y aún el continente de Colón. Algunas obras de prehistoria debidas a explora- dores e ilustres naturalistas, le hicieron comprender que los sedimentos acumulados durante miles y miles de centurias, formando depósitos de muchos metros de espesor, en las inmensas llanuras que llamamos Pam- pas Argentinas, guardaban en sus entrañas las páginas históricas que él pretendía conocer, conjuntamente con la cronología de esas remotas edades. Para el profano, tales hechos resultan incomprensibles, pero no así para el que se dedica a su estudio, que no requiere para ello conoci- mientos extraordinarios, sino dedicación y un poco de buena voluntad que sobresalga de lo vulgar, para que resulten sencillos. - Ameghino, así lo comprendió también, sin amedrentarse ante los enigmas misteriosos que se presentaban como un escollo inabordable a su joven inteligencia, escollo que ha sabido vencer con perseverante te- nacidad, para seguir sus estudios en el viejo mundo, orientados por los trabajos de sus maestros predilectos, Lamarck y Darwin, etc., y por la sabia y personal dirección del doctor Gervais y los consejos de Gaudry, explorando en la cuna de la geología y en el teatro de aquellas viejas 329 civilizaciones, las grutas y yacimientos del hombre fósil y de su indus- tria, especializándose en la arqueología, etnografía y antropología, pro- fundizando en forma descollante los conocimientos paleontológicos y es- tratigráficos, que son la base de la geología; realizando a su vuelta a la patria, la obra de reconstrucción paleontológica más grande y más ge- nial de la época presente, para terminar en estos últimos tiempos con una serie de investigaciones de un orden conexo, pero nuevas, y de altí- simo interés científico. Por la poderosa lente de su genio, pasaron en revista durante su corta . existencia todos los fenómenos etiológicos de la vida de los seres vivos y el exámen de los distintos métodos de clasificación de las especies, estu- dio de su origen, mutación, evolución y transformismo, para llegar a fundar leyes de sistemática tan completas y precisas, que no es exagerado afirmar que tendrán la sanción de todos los sabios del universo. No de- bemos dudar de estos resultados, cuando las teorías de Lamarck fueron en su tiempo despreciadas y amargada la vida del sabio, y las de Darwin que las confirmaban y perfeccionaban, han sido 'combatidas con todo ardor; y esto se concibe, porque los teoristas abundan y los dogmáticos aferrados a su credo son numerosos, casi la mayoría; pero nada existe en la naturaleza que pueda escapar a la investigación y no llegue el hombre algún día a conocer sus secretos más recónditos, que en resumen, no son tan obscuros e inabordables como se piensa. La rémora y el peligro existen en el egoísmo, en la insuficiencia de los que pretenden dirigir la educación de los pueblos, y en la falta de acuerdo por parte de los sabios verdaderos, de un método sintético que oriente en una dirección determinada el orden de las investigaciones, apreciando la importancia de la labor realizada por unos y por otros, libre de prejuicios y de espe- culaciones malsanas y deprimentes para la cultura universal. La obra múltiple de Ameghino es difícil de analizar, porque son pocos los hombres que han producido tantas ideas y abierto tantos horizontes a la mentalidad de las generaciones contemporáneas y futuras en el orden de las investigaciones, y no es este el momento de hacer su sín- tesis, ni me considero con facultades para tanto, limitándome a cumplir con un deber impuesto en homenaje al ciudadano que tanto honró a su patria; al sabio y al amigo cuya pérdida es para mí tan sensible, enca- riñado como estaba desde muchos años, con su labor, con.su energía y con la vasta y profunda ilustración de su genial espíritu. La ciencia no es un estudio que halague nuestro espíritu, quizá por- que no se sabe presentarla como un motivo de placer intelectual y de dignificación del alma. En Europa y en los Estados Unidos de Norte América, son numerosos los donativos para los trabajos científicos y vemos que hombres de ilustre nacimiento y muchos archimillonarios, se honran practicando la ciencia, realizando exploraciones y fecundos descubrimientos que merecen la gratitud universal. No se crea, sin em- 330 bargo, que su obra responde a la ambición de popularidad; entran en sus propósitos sentimientos más delicados, más desinteresados; un deseo íntimo de refrescar el alma en las fuentes más fecundas que constituyen el capital intelectual de la nueva civilización, los atrae, porque en él cifran las verdades que dan nuevo aspecto a la historia del mundo, sin que sus miradas se deslumbren ante el esplendor de la refulgente luz de la verdad. Entre nosotros, por desgracia, se ignoran tan meritorios ejem- plos; son otras las preocupaciones y los deleites del espíritu que apasio- nan a nuestra sociedad, deleites más materialistas, pues para ella, la materia es todo; la vida espiritual que ella entiende se compra con una bula, la bendición apostólica, o con un puñado de oro para misas y res- ponsos; los placeres, el juego y la ambición para satisfacerlos, es lo que más la preocupa. No obstante, podemos felicitarnos que al presente la evolución de las ideas tiende a orientarse con marcada inclinación hacia las investigacio- nes científicas, revelándose con mayor impulso en la mujer, que aparece ansiosa de conocer la verdad, sin que la arredren los arduos problemas ni los escollos que a su sexo ofrece. Es que la verdad científica apasiona también, cuando se ha llegado a percibir su grandeza; y nuestra mujer dotada de un espíritu sutil e inteligente, ha comprendido que no debe satisfacerse con un presente breve y superficial, que la consagra en masa plástica apreciable, sin ideas y sin cerebro. Por eso nuestra admiración ha sido grande al verla marchar a pie re- corriendo un camino imposible, tras el cadáver del ilustre Ameghino, reconcentrada y embargada por el sentimiento de tan sensible pérdida; por eso, la hemos visto llenar casi ella sola, los paraninfos de las uni- versidades y salones de corporaciones estudiosas, cuando en ellos se or- ganizaban veladas o se daban conferencias consagradas a su memoria y a su obra; por eso, la vemos hoy ocupando también el sitio de honor entre los primeros y alentando con su ejemplo a los espíritus apocados o decaídos. ¡Loor, a esta mujer, presagio de un futuro muy próximo de carácter y Cultura, que será el timbre más glorioso de nuestra grandeza! DISCURSO DEL DOCTOR JOSÉ INGEGNIEROS LA SANTIDAD MODERNA Señoras: Señores: La gloria y la muerte acechaban juntas para disputarse el cadáver de Florentino Ameghino. Pocas tumbas como la suya han visto florecer y entrelazarse a un tiempo mismo el ciprés y el laurel, como si en el 331 parpadeo crepuscular de su existencia física se hubiera encendido una lámpara votiva consagrada a la glorificación eterná de su genio. Toda hora, en la humanidad, tiene un clima, una atmósfera y una temperatura que sin cesar varían. Cada clima es propicio al floreci- miento de ciertas virtudes; cada atmósfera se carga de creencias que señalan su orientación intelectual; cada temperatura marca los grados de fe con que se acentúan determinados ideales y aspiraciones. Transfor- mándose el ambiente varía el concepto de la excelencia humana; la virtud del pasado no es la virtud del presente; los santos de mañana no serán los mismos santos de ayer. Una humanidad que progresa no pue- de tener ideales inmutables, sino incesantemente perfectibles, cuyo poder de transformación sea infinito como la vida. Cada momento del equilibrio entre los hombres y la naturaleza requie- re cierta forma de santidad, que sería estéril si no fuera oportuna, pues las virtudes se van plasmando en las variaciones propias de la vida social. En el amanecer de los pueblos, cuando los hombres viven luchando a brazo partido con la naturaleza avara, es indispensable ser fuertes y va- lientes para adquirir la hegemonía o asegurar la libertad del grupo; entonces la cualidad suprema es la excelencia física y la virtud del coraje se transforma en culto de héroes, equiparados a los dioses. La santidad está en el heroísmo. Y en las grandes crisis de renovación moral, cuando la apatía o la de- cadencia amenazan disolver un pueblo o una raza, la virtud excelente entre todas es la integridad del carácter. La santidad está en el aposto- lado. En las plenas civilizaciones más sirve a la humanidad el que descubre una nueva ley de la naturaleza, o enseña a dominar alguna de sus fuer- zas, que quien culmina por sus cualidades físicas o su temperamento de apóstol; por eso el prestigio contemporáneo rodea a las virtudes in- telectuales y la santidad moderna está en la sabiduría. Las sociedades primitivas santificaban a sus guerreros, porque les eran útiles; en las crisis de renovación se santifica a los apóstoles que saben morir por el común enaltecimiento moral; las sociedades llegadas a cierto nivel de cultura santifican en sus grandes pensadores a los por- taluces y heraldos de su grandeza espiritual. En la moral antigua significaban más Alejandro que Aristóteles y La Madrid que Ameghino. En la nueva se comprende que puede haber he- roísmo en morir en un campo de batalla, pero se afirma que también lo hay en el apostolado de un sabio o de un filósofo. Más fácil es mirar un instante la cara de la muerte que amenaza paralizar nuestro brazo, que resistir toda una vida a los prejuicios y rutinas que amenazan asfi- xiar nuestra mente. La moral nueva todavía nos permite admirar a los que tienen episodios de coraje entre el crugir de las metrallas o el lucir . 332 de las bayonetas; pero admiramos con más abierto entusiasmo al hombre conspicuo que durante medio siglo arrostra mil dificultades para arran- car a la naturaleza el secreto de una ley, o la ce. breve partícula de la verdad que intuye o presiente. Los ideales de las clases más cultas ponen la santidad en los pensa- dores, más bien que en los héroes y en los apóstoles; el genio, en la ci- vilización moderna, prefiere manifestarse como un anticipado visiona- rio de teorías o profeta. de hechos, que la posteridad confirma, aplica o realiza. Así como en cada primavera vemos florecer unos árboles antes que otros, como si fueran los preferidos de la naturaleza que se transforma sonriente, en la primavera de cada acontecimiento humano algunos hombres excepcionales se anticipan, ven antes que todos y dicen lo que han visto, y la humanidad los oye como anunciadores o los sigue como apóstoles. Nos engañan esas historias que son crónicas de gober- nantes y de conquistadores; todos los hombres de genio marcan, por igual, las grandes fechas, los apóstoles y los pensadores tan significativamente como los capitanes y los estadistas. Unos y otros personifican los ideales y las aspiraciones de una raza o de un pueblo, y son igualmente repre- sentativos del clima moral en que florecen. Por eso la santidad marca cierto grado en el termómetro de la temperatura social y el genio es su símbolo, su exponente o su síntesis. El genio no es un azar, ni una enfermedad, ni una monstruosidad, ni un capricho intercalado por el destino en el curso de la historia. El genio es una convergencia de aptitudes personales y de oportunidades infini- tas. Cuando una raza, un pueblo, una doctrina, un estilo, una ciencia o un credo, prepara su advenimiento histórico o atraviesa por una renova- ción fundamental, un heraldo aparece, extraordinario, nacido en propi- . cio clima y en hora inequívoca, para simbolizar la nueva orientación de los pueblos o de las ideas, anunciándola como artista o profeta, desen- trañándola como inventor o filósofo, emprendiéndola como conquistador o estadista. Sus obras le sobreviven y permiten reconocer su huella a través del tiempo: ese hombre extraordinario es un genio. ¿Y por qué, ocurre preguntar, un hombre en Luján da en juntar huesos de fósiles y los baraja entre sus dedos, como un naipe compuesto con millares de siglos, y acaba de arrancar a esos mudos testigos la histo- ria de la tierra, de la vida, del hombre, como si obrara por predestina- ción o por fatalidad? Fácilmente se explica la aparición de Ameghino y la realización com- pleja de su vastísima labor en nuestro país y en nuestra época. Tenía que ser un genio argentino, porque ningún otro punto de la superficie terrestre contiene una fauna fósil comparable a la nuestra; tenía que ser en nuestro siglo, porque antes le habría faltado el asidero de las doctrinas darwinistas que le sirven de fundamento; no podía ser antes de ahora, porque el clima intelectual del país no era propicio a tal 333 obra antes de que lo fecundara el apostolado de Sarmiento; y tenía que ser Florentino Ameghino, y ningún otro hombre de su tiempo, por va- rias razones. ¿Qué otro argentino hemos conocido que reuniera en tan alto grado su aptitud para la observación y el análisis, su capacidad para la síntesis y la hipótesis, su resistencia para el enorme esfuerzo prolon- gado durante tantos años, su desinterés por todas las vanidades que hacen del hombre un funcionario, pero matan el pensador? Basta medi- tar un minuto sobre la biografía de Ameghino para comprender que la estructura moral del genio explica su rareza. Suele ser planta que florece mejor en las montañas solitarias, acariciada por las tormentas, que son su atmósfera natural; se agosta en los invernáculos oficiales, como si les faltara el pleno aire y la plena luz que sólo da la naturaleza; a veces basta transporterla a un jardín cesáreo para que se torne raquítica y se marchite, como si le decretaran un invierno perpetuo. El genio no ha sido nunca una institución oficial. ¿ Y cuando todas las circunstancias convergen, el genio surge rectilíneo desde su origen, siempre unitario y continuo, como un rayo de luz que nada tuerce o empaña. Basta oírlo para reconocerlo. Todas sus palabras concurren a explicar un mismo pensamiento, a través de cien contradic- ciones en los detalles y de mil alternativas en la trayectoria, que pare- cen tanteos para cerciorarse mejor del camino, sin romper la unidad coherente y equilibrada de la obra total, esa armonía de la síntesis que escapa a la crítica de los espíritus subalternos. Ameghino converge a un fin por todos los senderos; su obra es una fatalidad irremovible y nada lo desvía. Mira alto y lejos, va derechamente, sin preocuparse de las mil prudencias que traban el paso a las medianías, sin detenerse ante los mil interrogantes que de todas partes le acosan para distraerlo del camino hacia la Verdad que le entreabre algún pliegue de sus velos. Y que es genio verdadero podemos deducirlo de la utilidad y la dura- ción de su obra, fácil de pronosticar. Durará, porque es vital y fecunda, a punto de ser un hito definitivo en el desarrollo de las doctrinas evolucionistas; cualquiera que llegue des- pués de Ameghino, advertirá la huella de su paso, y nadie podrá igno- rarlo sin renunciar a conocer los dominios de la ciencia explorados por él. Por eso no importa que, en vida, los hombres de genio sean desesti- mados o proscriptos; su victoria no está en el homenaje transitorio que en vida pueden otorgarle o negarle los demás, sino en sí mismos, en su capacidad para efectuar su obra o cumplir su misión. ¿Importa, acaso, que Sócrates beba la cicuta, o César caiga bajo el puñal, o Cristo muera en la cruz, o Jordán Bruno agonice en la hoguera? Ellos duran a pesar de todo, porque fueron los órganos vitales de funciones necesarias en la historia de los pueblos o de las doctrinas. Y el genio se reconoce por su eficacia remota más que por el estruendo de los aplausos inmediatos. Ameghino sólo confió en sú fin y en sus fuerzas, ignorando las artes 334 del escalamiento y las industrias de la prosperidad material. En la cien- cia buscó la verdad, tal como la concebía; ese afán le bastó para vivir. El genio no sabe acechar riquezas ni tiene alma de funcionario; Ame- ghino sobrelleva heroicamente su pobreza sin asaltar el presupuesto, sin vender sus libros a los gobiernos, sin vivir de comisiones oficiales, sin acechar jubilaciones prematuras, ignorando la técnica de esa pros- peridad que simula el mérito a la sombra del Estado. Fué y vivió como era, buscando su Verdad y decidido a no torcer un milésimo de ella; el que puede contemporizar con sus convicciones y rebajar sus doctrinas al nivel de sus conveniencias no es, no puede ser, nunca, absolutamente, un hombre genial. Ni lo es tampoco el que concite un bien y no lo practica. Sin unidad moral no hay genio. El que predica la verdad y transa con la mentira, el que predica la justicia y no es justo, el que predica la piedad y es cruel, el que predica la lealtad y traiciona, el que predica el patriotismo y lo ex- plota, el que predica el carácter y es servil, el que predica la dignidad y se arrastra, todo el que usa de dobleces, ficciones, intrigas, humillacio- nes, de esos mil instrumentos que son incompatibles con la visión de un alto ideal humano o social, ese no es genio, está fuera de la santidad: su vOz no repercute en el tiempo, se apaga sin eco, tal como si resonara en el vacío. Sin tener las violencias que necesitó Sarmiento, dada la orientación diversa de su genio, hay entre ambos un profundo parecido moral y de estilo, que se revela en todas sus polémicas. Son absolutamente since- ros; lo son consigo mismos, para poder serlo con los demás. Llaman a las cosas por sus nombres: saben que a fuerza de empañar los nombres se pierde en los espíritus la noción de las cosas erróneas o detestables. De allí que, a veces, ambos parecieron terriblemente ingenuos. Esa in- genuidad no es, sin embargo, ignorancia de la vida o de los hombres, ni es la desarmada inocencia infantil; es, más bien, la peligrosa esponta- neidad del que ve claro y dice sinceramente las cosas como las ve: es la arista personal de su estilo, ese «quid» que lo pone al descubierto en cada palabra, haciendo de cada frase una sentencia que lleva su firma y no podrá llevar ninguna otra. Todo hombre genial tiene una manera en la Órbita de su genio; su lenguaje es siempre un estilo. Enseñando o de- moliendo, amenazando o acariciando, profetizando o razonando, en la invectiva y en la ironía, contra un hombre o contra una época, glorifi- cando o conmoviendo, siempre pone algo de sí mismo y dirá su pensa- miento como sabe decirlo. En cada palabra se le reconoce. Los hombres que así piensan y enseñan son los más altos ejemplares de la fe y de la santidad, tal como puede concebirlas nuestra moral mo- derna. La cultura intelectual no hace escéptico al genio; sabedor de su mi- sión, él llena su vida de fe y de pasión. Pero ese misticismo sereno suele 335 permanecer libre de las supersticiones corrientes en su medio y en su tiempo; es una simple confianza en la finalidad de su obra y en la su- ficiencia de sus fuerzas, que lo mantiene creyente y firme en sus doc- trinas, mejor que si ellas fueran dogmas revelados. Aunque empañen su cielo transitorias nubes pesimistas, él es, en definitiva, creyente; y cuando querría ser más escéptico o sarcástico, mejor se adivina la gran fe que alienta su propia ironía. Todas las religiones reveladas fueron ajenas a la mentalidad de este santo moderno; sabía que nada hay más ajeno a la fe que el fanatismo. La fe es de visionarios y el fanatismo es de ciegos; la fe es un impulso y el fanatismo es un freno; la fe es una dignidad y el fanatismo es un renunciamiento; la fe es una afirmación individual de alguna verdad propia y el fanatismo es una complicilad de huestes para ahogar la verdad de los demás. Por eso al congregarnos sus discípulos y admiradores en este homena- je cívico, hacemos también un acto de fe, demostrando con la acción que las disciplinas científicas son propicias a las más exuberantes trans- formaciones de ideales, en concordancia con una moral que encumbra nuevas virtudes y se exalta admirando estos grandes ejemplares de san-- tidad civil. S En nuestra nueva moral los santos no saben hacer milagros, pero saben buscar la verdad. Aprendamos de ellos y seamos fieles a su en- señanza. Los siglos dirán cuál fué mayor santidad, si la de ayer o la de mañana. Pensemos que los dioses y los héroes helénicos han muerto hace muchos siglos, implacablemente segados por el tiempo, mientras todavía nos conmueven los cantos de sus poetas y nos admira la filo- sofía de sus pensadores. ACTOS CONMEMORATIVOS A a PA E 5 a - e » n , Eta $e > se , A A E £ E SS EL HOMENAJE ROSARINO El martes 15 de Agosto de 1911, por iniciativa de la Dirección de la Escuela Normal Nacional número 2 de Rosario de Santa Fe y con el concurso de las Direcciones y los personales docentes de todas las ins- tituciones de educación nacionales y provinciales de dicha ciudad, se efectuó en el teatro Colón de la misma un funeral civil de homenaje a la memoria del doctor Florentino Ameghino. Fué un acto solemne que revistió caracteres de imponente duelo social y en el cual el profesor don Francisco Podestá pronunció la si- guiente conferencia: Señores profesores: Jóvenes alumnos: Cuando el rayo o el huracán de los cielos enojados, tronchan y des- gajan el árbol más soberbio, más enhiesto y vigoroso de la floresta se- cular, queda enorme claro, como una desolación pavorosa que la flora circundante mira absorta y como herida en el torrente mismo de su savia. Es que está allí un vacío de inmensa muerte; es que ha caído la vida más grande, la atracción más poderosa. El gigante se ha rendido al fin; la más alta cima se ha derrumbado, llevándose a lo desconocido todas sus energías, todos sus prestigios, todas sus culminaciones. La cima ya no está allí para magnificar el triunfo más espléndido de la vida. La cima ya no está allí levantándose en su campo de privilegio, ocupando el espacio de tierra más fértil. La cima ya no está allí recibiendo los primeros resplandores del sol naciente y los postreros de las tardes apacibles, los más sentidos cantares de las aves, los más altos besos de los vientos y los melancólicos efluvios del crepúsculo. ¡Qué asfixiante vaho de pesadumbre aprisiona todas las vidas! Hay algo de tumba en cada existencia; sopla un viento de orfandad en todas las fibras. La selva se recoge, como todo lo que en ella palpita y vive, para orar la oración más hondamente sentida. Es que lo grande, lo que se destaca, impone, subyuga y atrae; y cuan- do desaparece, se siente el vacío, se siente flaqueza, porque aquello nos daba cierta cantidad de fe y de confianza en la atracción que es privile- gio de lo superior, de lo que es soberbiamente extraordinario. 340 Así acontece en las florestas humanas, cuando la muerte se lleva a los mejores, aquellos en quienes fincamos el orgullo de la raza y para los cuales quisiéramos la inmortalidad de sus formas materiales, para verlos siempre entre nosotros, guiándonos, enseñándonos, fortaleciendo nues- tros espíritus y nuestros corazones. Pero en vano: el adusto viejo del Aqueronte los llama también como a los otros para atravesar el vado fatal. — Esa es la evolución inexora- ble de la materia. — Pero queda en cambio, para consuelo del mundo, la inmortalidad de la materia viva que perfectamente se nutre de la inmor- talidad de la luz de la inteligencia! Señores: la ciencia argentina está de duelo; el alma argentina está de luto. Ha caído su cerebro más culminante; se ha roto su protoplasma más luminoso. Florentino Ameghino ha muerto a los cincuenta y siete años, en medio de sus trabajos, que estaban dando luz a los hombres. Ameghino, apagándose como organismo material, se enciende en la vida de la inmortalidad espiritual. Vence muriendo, porque renace a vida mejor; su obra se articula en todos los espíritus, para vivir en todos como un supremo don de ubicuidad. Nació de los humildes y se agigantó hasta la región de los soles. Tenía genio en la célula y paciencia para caminar. Es todo lo que se precisa para ascender, para llegar y para vencer. A él se lo debió todo, porque nació pobre y tuvo por delante la indife- rencia. Es su vida el ejemplo más elocuente del self made man. Para poder vivir, fué maestro de escuela y librero al por menor; pero él no vivía para comer; comía para sostener esa cabeza llena de genia- les atrevimientos que pretendía nutrir con la ciencia del mundo cono- cido y por conocer. Y así fué avanzando entre los zarzales de la pobreza, que fatigan, que lastiman y que sangran. Hubo de escribir las páginas inmortales de su Filogenia, mientras vendía baratijas y pliegos de papel para ganarse 10 centavos. Pero de ese crisol de la necesidad salió el metal purísimo de la inmor- talidad de su talento. ¡Benditos sean estos pobres que trabajan para abrir el camino a los pobres y a los ricos! Ameghino es una afirmación humana: ha dignificado a su especie. Estudiando a los muertos ha iluminado a los vivos. Ha sido un minero prodigioso que ha bajado a todas las cavernas de la tierra, desentrañando el misterio de las edades remotas. Ha machaca- do todas las piedras y restaurado todos los huesos para interrogarles de la verdad que escondían en su silencio de muerte. Y siempre le respondieron con la sinceridad sin egoísmos de los muertos que viven. Subió a todas las cumbres y bajó a todos los abismos como un ilumi- 341 nado que no teme, porque lleva dentro de sí el fuego de amor que lo ilumina. > Este pobre fuerte, no se arredró jamás: tenía algo de Hércules para sus empresas y mucho de Anteo para ver lejos al través de lo venidero. ¡Qué ejemplo, señores, para los argentinos! Sobre todo qué ejemplo para estos jóvenes que están plasmando la cerebración de su voluntad! ¡Oh! si tienen la suerte de imitarlo, esta tierra de los argentinos no mo- rirá jamás y triunfará siempre. La obra de Ameghino estaba en plena maduración y deja aueha que tenía entre manos para hacer. Le faltaba tiempo. Solía él mismo decir que necesitaba robar a sus múltiples tareas cotidianas seis meses para escribir una síntesis siquiera de sus teorías y conclusiones. Pero ese tiempo le ha faltado. La muerte lo ha sorprendido en la virilidad de su cerebración y acaso sea difícil encontrar el hombre que en estos mo- mentos lo reemplace. Sabía él muchas cosas, tenía tanto material reuni- do, que es obra difícil para otros revelarlas, sistematizarlas y sacar las conclusiones científicas y filosóficas como las sabía obtener el sabio malogrado que la ciencia llora. Porque, señores, Ameghino no era sola- mente el naturalista erudito que clasifica y conoce los objetos y los aban- dona a los estantes empolvados del Museo. Era eso y mucho más que eso: era un pensador original, un investigador genial con atrevimientos proféticos que nunca le faltaban. Su luminosa carrera científica está erizada de tales proféticos atrevimientos. Diríase que adivinaba, si esto no fuera absurdo ante la ciencia. - Pero adivinaba, porque ante el más pequeño detalle, para cualquiera baladí y sin importancia, él entreveía toda una elaboración biológica de los organismos o una evolución geológica trascendental. ¡Qué difícil es seguirlo en su vertiginosa carrera de tejunfos, a través de sus enormes trabajos de análisis y síntesis! Parece la obra completa del sabio argentino, la extraordinaria agitación de un gigante. El se especializó en la paleontología, sobre todo de los mamíferos, pero cavó tan hondo en esta rama del saber humano, que por la estrecha senda de la especialidad — que a otros achica en el concepto de la gene- ralización — él llegó a las grandes concepciones filosóficas, fundando hasta muy atrevidas teorías sobre el origen de la vida del universo. Probó así que la especialización no achica, que por el contrario, agranda la visión de los sentidos, pues conociendo profundamente una rama, se puede ilegar a comprender y conocer todo el árbol, «el árbol colosal de la ciencia.» Hay que decirlo, señores: nadie entre nosotros especializó como él, tan hondamente como él. No cabe en los límites de este momento, dar cuenta ni someramente de la obra de este gigante de la mentalidad humana. Sus primeros trabajos llenos de novedad, de ese atrevimiento obsesio- 342 nante de su cerebro, causaron entre los viejos sabios, cierto desprecio. Lo miraron como un atrevido insignificante. . Pero Ameghino no era hombre de asustarse por el orgullo y la indife- rencia de los otros. Siguió pensando con independencia, rebatiendo pre- juicios absurdos, respetando a los grandes maestros, pero atacando sus errores. Al gran Burmeister le observó y le criticó sus clasificaciones; dió contra las doctrinas de Owen y contra los maestros sostenedores de la Escuela Cuvierana, enemigos de la evolución de Lamarck, de Lyell, de Darwin, de Haeckel. Sostuvo formidables polémicas con ardor, con va- lentía; pero siempre basado en el inmenso material de que disponía, del cual deducía sus originales conclusiones. Fué triunfando y haciéndose respetar. Después de conocer la geología americana, se fué a Europa para estu- diar allí el inmenso caudal de los museos y en los terrenos mismos, lo que no había visto. Se relacionó con los sabios y volvió más vigoroso que nunca. Había visto y comparado. Se había nutrido. Las teorías que vislumbrara en los primeros tiempos, se maduraron con las nuevas adquisiciones científicas que había hecho. Ya no tuvo dudas. Estaba en el sendero cierto que debía conducirlo adonde él imaginaba llegar. ; No pensaba más que en las grandes reconstrucciones de la vida pa- sada en las agitadas heredades de la tierra. Se sustrajo de la vida política, del ruido del mundo, de todas las ma- nifestaciones mundanas de la sociedad — raro ejemplo en esta tierra adolescente —- y siguió cavando en los estratos de lo desconocido, para encontrar la corona diamantina de la verdad perdida en la noche de la confusión y deglp ignoto. Sus hipótesis, sus teorías, sus profecías, sus revelaciones, sus con- quistas, sus victorias, sor tantas como las que pueden contener doscientos libros nutridos y sabios, salidos de su pluma, nunca fatigada, siempre empapada en la tinta de las fulguraciones del genio insaciable. ¿De qué teoría, de qué revelación de Ameghino os debo hablar en este momento de duelo, de luto nacional, que mejor lo represente como sabio, como pensador y como genio? Cualquiera de ellas tiene su sello propio de atrevimiento, de rara vi- sión. Cualquiera de ellas lo lleva siempre a encontrar lo desconocido. Su teoría del universo y de la vida, la antigiiedad del hombre en el Plata, las coordinaciones filogenéticas de los organismos, las emigracio- nes, evoluciones y extinciones de faunas y floras remotas, la cronología, estratigrafía de las formaciones geológicas, las transmutaciones, depo- siciones y deformaciones de los continentes, los avances y retrogradacio- nes de los mares sobre las tierras y de las tierras sobre los mares, el origen del hombre al través de los progresos milenarios de la materia - bal 343 organizada... pero ¿á qué seguir la fatigosa enumeración de los di- fíciles problemas que absorbieron las fuerzas psiquicas adamantinas del ilustre sabio argentino ? Fué prolífero, superabundante en todos los terrenos de la ciencia de la yida. Pero uno de los problemas que seguramente más lo preocuparon, fué el de la investigación del origen del hombre. Su teoría ha sido combatida; pero él la ha sostenido hasta con la aco- metividad de un La Madrid de la idea. Sería muy extenso este discurso, si pretendiera hacer desarrollo de la teoría de Ameghino sobre la ascendencia del hombre; fatigoso para es- te auditorio, porque si bien viene a tributar un homenaje de respeto al sa- bio caído en plena cosecha, más se avendría con la nota que expresara el sentimiento que ha despertado su muerte inesperada. Pero he de tratar de ella, por ser una de las que más lo preocuparon, sintetizando todo lo posible. Ameghino había vislumbrado al precursor del hombre, en la Patago- nia, esa Patagonia Austral, cuna de los mamíferos como el mismo sabio lo ha comprobado. Sus estudios y descubrimientos posteriores le dieron la razón de su atrevida profecía; veinte años antes, había visto al través de la noche de los tiempos. Darwin dijo que el hombre había descendido de un mono superior del viejo mundo. Era la ley del transformismo de Lamarck, o selección de Darwin, apli- cada al crigen del hombre. Ameghino transformista como aquél, y evolu- cionista como éste, avanzó gran trecho sobre los resultados de los dos grandes maestros. ' Así pudo afirmar nuestro sabio: el hombre no ha sido mono; el mono es un hombre bestializado. Los homunculídeos, vetustos pobladores de la Patagonia, «son los que reunen mayor suma de caracteres comunes con el hombre y los que más se aproximan al tronco primitivo, de donde se separaron los monos * americanos» (platirrinos), los antropomorfos (monos del antiguo conti- nente), y los hominídeos. El Pitheculites, que dió origen al homunculí- deo, es del «eoceno» como éste. En Patagonia, luego, es mucho más antigua la existencia idol Homun- culus que en otras secciones de la tierra. En Norte América no hay fósiles simios en los períodos terciarios. En Europa y Asia, los fósiles simios, sólo se encuentran recién en el mioceno, formación más moderna que el eoceno. Y esos mismos fósiles no tienen representantes ancestrales en los terrenos más antiguos de las mismas regiones. Es decir que aquellos fósiles miocenos no han podido descender de otros antecesores eocenos que no existen. Luego, entonces, el problema no es dudoso. 344 En el viejo mundo no está el precursor del hombre; en América del Norte tampoco. ¿Dónde encontrarlo ? Ameghino respondió con atrevimiento de iluminado: la Patagonia y es la cuna del género humano. Pero, ¿cómo ha sucedido esto? Parece un absurdo que América re- sulte pobladora del mundo, cuando fué descubierta por Cristóbal Colón. Pero la ciencia lo explica todo con satisfacción para la humanidad. Por evolución salió del Homunculites, la línea más avanzada de los hominídeos. El hominídeo, siguió su marcha. La América del Sur y Africa estaban unidas entonces por el Arquelenis (continente desaparecido). Una rama de los hominídeos pasó por Arquelenis y llegó al Africa a fines del eoceno. Allí encontró selvas cuajadas de frutas y tuvo que subir a los árboles para darse la subsistencia, se hizo cuadrumano y se bestializó, dando origen a los monos del viejo mundo, de los cuales se encuentran los fósiles del Pithecanthropus erectus del cuaternario inferior de Java, y Pseudohomo Heidelbergensis de Alemania y los actuales gorila, chim- pancé y orangután. E La otra rama de los hominídeos tuvo que vivir de otro modo, luchan- do por la vida, con las fieras, cazando para nutrirse y mirando lejos los horizontes de la llanura, su vida fué de mayor actividad intelectual. Fué así en progreso orgánicamente hasta evolucionar en Tetraprothomo (cuar- to antecesor del hombre) ), cuyos restos se encontraron en Monte Her- moso. Su talla era la de un hombre de algo más de un metro. El Tetraprothomo evoluciona hacia el Diprothomo, cuyos restos se han encontrado en las capas pampeanas de la misma ciudad de Buenos Aires. Este hominídeo, invadiendo América, encontró los últimos vestigios del puente guayano-senegalense, que aún unía la América con el Africa, tal vez a principios del plioceno, formación más moderna que el mio- ceno. En su continua evolución constituye el tipo del Homo ater que ha dado origen a hotentotes, bosquimanos, akas, negritos y demás negroides y australoides. l A este grupo del Homo ater, Ameghino lo denomina «grupo austral», inferior al «grupo septentrional», del que se originaron los cáucaso- mongoles más evolucionados. La parte de los hominídeos Diprothomo que siguió avanzando por las regiones de América, evolucionó hacia el Homo pampaeus, y una vez unidas por el istmo de Panamá ambas Américas, pasó a la del Norte, en el plioceno, constituyendo las distintas razas americanas. Pero no debía parar allí este ser destinado a perfeccionarse y- triun- far, que sobrevivió a toda la fauna pampeana de megaterios, milodones, toxodontes, gliptodontes, que lo acompañara en este enorme y colosal TA AAA end e cidad ir sa ica gl a 345 éxodo y que se extinguió en el futuro escenario de los yanquis prodi- giosos. Este hombre nacido en las pampas argentinas, avanzó en dos grupos: Uno hacia el Noroeste, derramándose, como una aurora desconocida, por el continente Asiático, diversifiovándose en este nuevo ambiente para constituir la raza mongólica tan parecida antropológicamente con: el hombre americano. El otro grupo avanzó al Nordeste, atravesando el puente postplioceno o neocuaternario que por entonces unía el Canadá con Europa, y allí constituyó la raza de «Galley Hill». Una parte de este grupo se aisló bestializándose en Homo primige- nius, Neanderthal, de Spy, extinguiéndose con Krapina. La otra parte del grupo, más feliz, más enérgica, más plástica a la evolución, se dilató por toda la Europa, anunciando al mundo el génesis de una civilización que fincaría su grandeza, su potencialidad dominadora en el protoplas- ma nervioso del cerebro, capaz de producir en honor de Psiquis, el fuego inmortal de las ideas, y como dice el gran espíritu del sabio que lloramos: «fundó la raza blanca, la más perfecta y a la que está reservado el do- minio completo de nuestro globo». Tal, es señores, a grandes rasgos, sintetizada en honor a la brevedad del momento, la teoría de Ameghino, sobre la probable aparición del hombre sobre la tierra. Es una teoría atrevida, pero abonada por una inmensa experimenta- ción, basada en hechos paleontológicos, geológicos, filogenéticos y antro- pológicos que no se pueden poner en duda. - Para llegar a esta “síntesis, el querido sabio ha trabajado cuarenta años, consumiendo la energía de su vida, machacando piedras, restau- rando fósiles, sufriendo intemperies y pobrezas, coleccionando, meditan- do y escribiendo sin tregua, como si presintiera que el tiempo le era corto y debía faltarle. Y para hacer justicia más completa aquí, hemos de mencionar a Carlos Ameghino, hermano del sabio muerto, sabio tam- bién, incansable explorador que ha cruzado inmensas soledades para traer los materiales que debían servir a Florentino para sus hondas in- vestigaciones. Estos dos hermanos se han complementado y han marchado unidos sin envidia, animados por el sublime amor de la ciencia. Y a fe, que entre los dos, han levantado a la ciencia americana un mo- numento imperecedero alto y majestuoso, para señalar a las caravanas humanas en sus fatigosas travesías que aquí en esta región del Plata, ori- ginaria del precursor humano, patria del Homunculus, la raza del genio ha sido digna de la función superior de alzar la antorcha de la civili- zación para enseñar los caminos de la luz hacia los rumbos de la inmor- talidad del espíritu. 346 Aquí donde, allá en las noches de los tiempos, surgió el Homunculus, el hombrecillo de la Patagonia, pequeño, pero erguido, que encendió el fuego por primera vez, precursor del fuego sagrado que debía iluminar el cerebro de su posteridad lejana, ese Homunculus de pequeñísimas ma- nos que se inició en el arte, grabando inscripciones en los huesos con el silex, tosco esbozo del buril futuro; aquí la patria de la infancia del Homo sapiens ha tenido, agregado a ese honor de precursores, el de ser también la patria del homo magnus que reveló el inextricable secreto del origen ancestral de esta humanidad, que lleva, sorprendiendo a la misma naturaleza, las insignias más altas de todas las estirpes. ¡Honor por siempre, señores, al sabio que ha caído en medio de la gloriosa batalla de la ciencia, que aún sin terminar su obra gigantesca, deja una herencia que es orgullo nuestro y honor de la humanidad! No olvidemos los argentinos, cómo se hizo este hombre superior, cómo ascendió la áspera cuesta de la vida, cómo fué pobre y humilde y se convirtió en gigante, cómo naciendo en la obscuridad de los anónimos, resplandeció como un sol en todas partes. Sírvanos de ejemplo su con- textura moral, porque en el hogar y en la amistad, tuvo las dulzuras de un niño, en el trabajo fué flexible y tenaz como el acero, y en la acción del combatiente del ideal y de la ciencia, tuvo la firmeza y la pasión del superhombre. Merece el homenaje solemne de los vivos, porque su muerte, que es una gran desgracia, evoca emociones de orden superior. En cuanto a su nombre, lo tiene ya en su seno la inmortalidad, y vivi- rá agrandándose, a medida que los hombres vayan conociendo mejor lo3 grandes lineamientos de la obra compleja y múltiple que realizó el sabio innovador y prodigioso. | Y su espíritu, como una luz diáfana, brillará en todas las latitudes donde los hombres que estudian los secretos de la vida, vayan a inves- tigar la verdad que guardan los tiempos, para señalarles la vía que lleva a la revelación, y se agitará como un genio superior y benéfico en las rocas mil veces milenarias, en los silenciosos estratos que guardan los vestigios de las vidas ancestrales, en las apiñadas colecciones de los mu- seos, en las profusas páginas de las bibliotecas, en las cátedras superio- res, en las asambleas de los sabios, en todas partes, en fin, su espíritu será luz, siempre que los hombres sientan y amen la ciencia de la verdad. He dicho. | i AMEGHINO COMO ANTROPÓLOGO Extracto de la conferencia pronunciada por su Autor, doctor Roberto Lehmann-Nitsche, en ho- menaje del malogrado sabio, en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, el día 16 de Agosto de 1912. La muerte se ha llevado al gran sabio argentino, al sabio universal, doctor Florentino Ameghino; y cediendo gustoso al deseo manifestado por un grupo de alumnos, dedico la conferencia de hoy a esta tarea, grata e ingrata a un mismo tiempo. Ingrata, porque ella no será completa ya que no.me es posible seguir a este infatigable investigador en sus trabajos de paleontólogo; grata, porque yo mismo he dedicado los me- jores años de mi vida a un problema halagador: el hombre fósil argen- tino, problema con que el doctor Ameghino empezó y terminó su vida de estudioso y sabio eminente. Más de veinticinco años fueron llenados con sus trabajos paleontológicos y las relaciones de esta rama de las ciencias con la paleoantropología (1) argentina habían de culminar aque- lla fecunda existencia. Cuando Ameghino comenzó sus investigaciones no estaba aún com- probada la contemporaneidad del hombre con los grandes mamíferos extinguidos de la formación pampeana; y la misma resistencia que en Europa encontró la idea del Homo diluvii testis debió ser grave obstáculo para el joven que empezaba a ocuparse de este problema en la Ar- gentina. : En 1865, Burmeister al terminar unas consideraciones sobre las ex- ploraciones que había realizado Lund en las cavernas del Brasil, obser- vó que hasta aquella fecha no existía el más mínimo indicio del hombre fósil en el suelo argentino. Más tarde, huesos humanos descubiertos por Séguin en la orilla del río Carcarañá, llamaron la atención del mundo científico. Burmeister no los pudo ver y reservó su opinión. Esos huesos pasaron enseguida al Museo de Historia Natural de París, y Gervais trató de describirlos aún cuando no arribó a conclusión alguna debido al mal estado de conser- vación en que ellos se encontraban. (1) El término paleoantropología, aunque ya se encuentra aplicado en casos aislados muchos años atrás, fué creado por nosotros en 1904, al dar el segundo curso libre en la Facultad de Filosofía y Letras, y fué adoptado desde entonces en el mundo antropológico. Significa antropo- logía somática, psíquica y social del hombre de las pasadas edades geológicas. 348 En 1871, finalmente, cerca de Luján fué descubierta en presencia del señor Ramorino, la coraza de un Glyptodonte y con ella una punta de flecha de silex, pieza ésta que más tarde se extravió. Desde 1869, Ameghino empieza sus investigaciones en busca de fó- siles, en las cuales llegó a la comprobación de la existencia del hombre en la formación pampeana. Un año después encontró él personalmente los restos de un esqueleto humano en la orilla del arroyo Frías. Le ayu- daba en esas tareas su hermano Juan, quien en 1874 halló cerca de Luján los primeros restos de una masa que fué considerada como tierra calci- nada. Lleno de esperanzas con los resultados obtenidos, Ameghino visitó a Burmeister, creyendo interesarlo con el descubrimiento; pero éste fué indiferente a las revelaciones de ese joven y genial sabio. Entonces, en compañía de Eguía y Larroque, continuó sus explora- ciones juntando objetos que le probaron la existencia del hombre de los tiempos primitivos en este suelo. En presencia de Ramorino, quien acom- pañaba a Ameghino, fueron extraídos de un paraje cercano a Mercedes fragmentos de tierra cocida, carbón, restos de huesos humanos y otros objetos. Francisco P. Moreno, que acababa de publicar una Memoria sobre las antigiiedades indígenas de la época anterior a la conquista, se mostró escéptico respecto a la existencia del hombre fósil en este país, al pare- cer comprobado por Séguin. Sin embargo, en 1875 los hermanos Bretón hallaban en Luján, al lado de un cráneo de un Toxodonte, un silex ta- llado. El mismo año y en la Sociedad Científica Argentina, Ameghino organizó una exposición de todas sus colecciones que tendían a compro-. bar la existencia del hombre pampeano, a saber: huesos humanos, silex y huesos trabajados, huesos rayados y partidos logitudinalmente, huesós con incisiones, fragmentos de tierra calcinada, etc., encontrado todo en el mismo sitio del hallazgo con restos de animales ya extinguidos. El éxito de esa exposición le alentó para proseguir sus investigaciones, y en dos obras de carácter geológico y paleontológico que publicó luego, hizo alusión a la contemporaneidad del hombre y de los animales pam- peanos que ya no existen. Ante estas demostraciones, el escepticismo de Moreno declinó un tan- to; pero Burmeister conservaba siempre su actitud de resistencia a las nuevas teorías. Mientras Ameghino continuaba sus trabajos bajo los auspicios de la Sociedad Científica Argentina, se dirigió a Gervais en París, informán- dole detalladamente de sus descubrimientos. En Junio de 1876 una comisión especial fué a Luján con la misión de examinar un nuevo hallazgo de los hermanos Bretón, quienes afirmaban haber encontrado una flecha de calcedonia, bien trabajada e incrustada en la mandíbula del tigre fósil Machaerodus; desgraciadamente la co- misión no pudo comprobar nada de lo denunciado. De id e PO" A a E A A mA AA Laa E po 349 Posiblemente fué esta la causa determinante por la cual la Sociedad Científica retiró su apoyo moral al doctor Ameghino, lo que no obstó para que el sabio siguiera sin desfallecimientos sus trabajos hasta que en 1878 resolvió trasladarse a Europa para hacer conocer sus coleccio- nes en la Exposición Universal de París. En el pabellón argentino orga- nizó su material y lo describió en el catálogo. Más tarde, ante el Con- greso Antropológico Internacional, presentó el perfil geológico de Frías y ante el Congreso de los Americanistas de Bruselas trató de la edad geológica de sus hallazgos, que consideró de la época terciaria. Su estadía en París le dió tiempo para escribir y publicar en 1881 su primera gran obra: La antigiiedad del hombre en el Plata, obra que marca el más avanzado jalón para la paleoantropología argentina. Su primer tomo trata de los indígenas americanos, su edad y origen y de las épocas neolíticas y mesolíticas de Buenos Aires, Entre Ríos, Uruguay, Patagonia y del noroeste argentino. El segundo tomo se ocupa de la for- mación pampeana bajo el punto de vista geológico y del hombre que le pertenecía. Esta última parte tiene un interés especial para nosotros. En gran número de láminas aparecen dibujados, pieza por pieza, los com- probantes de la existencia del hombre fósil, tales como huesos tallados y raspados, huesos con golpes, huesos partidos y calcinados, pedazos de carbón vegetal, fragmentos de tierra cocida, huesos con incisiones, utensilios de huesos y piedra, restos de huesos humanos y otros objetos aislados. Después de esa su obra monumental, Ameghino se dedicó con prefe- rencia a estudios paleontológicos.. Entre las de carácter antropológico hay que mencionar sus nuevas investigaciones en terrenos próximos a Luján y a Córdoba y los descubrimientos de «tierra cocida» que él con- sideró restos de antiguos fogones. De una edad geológicamente más lejana son sus exploraciones en Mon- te Hermoso, donde encontró piedras toscamente talladas, huesos calci- nados, tierras cocidas y en parte escorificadas. Esto último no pertenece _ según él al hombre, sino a un precursor humano. La labor antropológica de Ameghino quedó suspendida y desde en- tonces dedicó todo su tiempo a estudios paleontológicos, hasta que la pu- blicación de una serie de trabajos hechos por varios especialistas, a nuestra iniciativa y por nosotros mismos, volvió a poner la paleoantro- pología argentina en el tapete de las discusiones científicas. Las Nouvelles recherches sur la formation pampéenne et Phomme fossile de la République Argentine publicadas en la «Revista del Museo de La Plata» en 1906, dió motivo para que, entre otros, Ameghino vol- viera a ocuparse de sus antiguos estudios. Tres puntos desarrolló con in- terés en una larga serie de publicaciones. 1” El problema de la tierra cocida. Según él se trata de restos de an- tiguos fogones, y su presencia comprueba la existencia del hombre o de 350 su precursor en los tiempos terciarios de Monte Hermoso. Aúnque el examen microscópico de esas tierras, hecho por el profesor Biicking en' Strasburgo, comprobó que una parte de ellas se componía de transfor- maciones naturales del limo pampeano, se debe a Ameghino y a la tenaz defensa de su primitiva idea la solución de este problema. 6 2* El problema de los precursores humanos fué encarado de acuerdo con sus predilecciones paleontológicas llevándolo a considerar las dife. rencias entre los restos humanos provenientes de la formación pampea- na, como de un valor especial; aunque los antropólogos no le acompaña- ron en la determinación de su Diprothomo, ni en la del Homo caputin- clinatus, ni del Homo sinemento, ni del Homo cubensis, etc., etc., todos reconocen unánimes el enorme concurso que ha prestado a la ciencia con la publicación de estos tipos humanos tan interesantes y variados. 3" El problema de los eolitos, tratado en Europa con tanto empeño, se reflejó también en la mente de Ameghino. Son admirables sus ha- llazgos de una antigua industria lítica a orillas de Necochea y Miramar y quienes hemos tenido la suerte de examinar personalmente aquel cam- po de exploración, hemos quedado admirados de la perspicacia con que ha sabido arrancar a la piedra tallada sus secretos. Si Ameghino ha muerto, su obra de sabio vivirá permanentemente como un monumento argentino donde ha de tener inspiración la ciencia universal. Esta ha sufrido una pérdida irreparable, pues teníamos dere- cho a esperar todavía mucho nuevo de aquel cerebro infatigable puesto al servicio de una voluntad que nunca desmayó,“ni ante los grandes obs- táculos que se pusieron en su camino. E h p AMEGHINO SU VIDA Y SU OBRA (') SínTESIS — Introducción — Rasgos biográficos — El sonámbulo, maestro y precursor — La ciencia fué su guía, la verdad su norte, la acción su ambiente — Patagonia, cuna del género humano — Ameghino es el más grande, el más genial de nues- tros investigadores, el único sabio argentino en la primera centuria de la patria libre — Extracto y análisis de su Credo — Importancia de la educación: si la he- rencia es el factor conservador, el ambiente es el factor transformador y la edu- cación el impulsor, cuya meta es el progreso y el bien—-—Con la fraternidad que, entre otros sabios, preconizó Jesús, alcanzaremos el régimen de justicia en que él soñó y en que soñamos. Señoras, Señores: Excluídos sentimientos personales, tan variados como intensos:-- he nacido en esta ciudad; en ella reside mi reliquia más apreciada, mi anciana madre; pasé aquí los días felices de la infancia y de la adoles- cencia; recibí los rudimentos del saber teniendo por maestros: a mi padre que me enseñó, sentándome en sus rodillas y obsequiándome con besos y masas, las primeras letras del alfabeto ¡ay! sólo las primeras, pues, lo perdí cuando no tenía aún seis años de edad; a una robusta morena «Ña Rafaela» que manejaba, con igual maestría, el rebenque y la caña de tacuara; a aquel hombre enérgico, de palmeta en mano, don Felipe Méndez, de la lancasteriana «escuela de la patria» que dirigía el venera- ble viejecito don Lucas Fernández, y, por fin, estudiante secundario ya, a aquellos profesores competentes y cariñosos, Frankemberg y Parodié, que fundaron, en 1868, el «Colegio Entre Ríos», y a mi honorable patrón don Justo Comas, a quien, con el respeto por el trabajo, debo imborra- bles lecciones de honestidad en la vida privada y en la pública, — y ex- cluído, también, el honor que me ha discernido mi distinguido condiscí- pulo y amigo el doctor Antonio Medina, presidente y alma de esta her- mosa y potente institución, la Biblioteca Popular del Paraná, la más im- portante de su género en todo el país y a cuya sombra se desarrolla obra tan amplia como educativa, propia de la clásica capital del normalismo argentino, no superado por ninguno en nuestra América — dos motivos (1) Ampliando la que dí en el Liceo Nacional de Señoritas de la Capital Federal, leí esta confe- rencia en la Biblioteca Popular del Paraná, el 18 de Septiembre del año próximo pasado; y la publico en el primer aniversario del fallecimiento del ilustre sabio argentino, como modesto tributo a su memoria y a nuestro credo educacional, dedicándosela a las que tan gratos momentos me proporcionaron con pruebas reveladoras de inteligencia, bondad y cultura. —JUAN B. ZUBIAUR.— Buenos Aires, Agosto 6 de 1912. 352 hubieran decidido la elección del tema que voy a tratar sucintamente: cumplirse hoy un nuevo aniversario del nacimiento del ilustre sabio a quien está destinada esta conferencia, y estar vinculado a su obra el nombre de esta ciudad y el de un distinguido ex profesor de su Escuela Normal, que fué colaborador suyo en el terreno de las exploraciones- prácticas y de las comprobaciones científicas, y, como él, un precursor escolar. El tema se imponía, además, no sólo porque no ha descripto aún su extensa curva la onda formada en el alma nacional y humana por el golpe inesperado, que, hiriendo la superficie social, penetró hasta la profundidad donde se incuban el sentimiento y la admiración, sino por- que están a él vinculados la educación, la patria y la ciencia, a todo lo que se rinde tributo en este templo. Con Florentino Ameghino, en efecto, se apaga la luz intelectual más poderosa, desaparece la más potente manifestación de la voluntad en el campo de la labor científica y pierde la Argentina su gran sabio, natu- ralista y filósofo. Breve es su biografía y llena de enseñanza su vida. Nació en Luján el 18 de Septiembre de 1854; fué durante siete años, alumno de la escuela elemental que existía en la villa natal y ayudante de la misma apenas terminados sus estudios primarios; alumno, por dos años, de la Escuela Normal de profesores de la Capital Federal y maestro y director de la escuela municipal de Mercedes, en la misma provincia de Buenos Aires, desde 1871 hasta 1877. Desde el año siguiente hasta 1882 estuvo en Europa, y a su vuelta ocupó una cátedra en la Universi- dad de Córdoba, y otra, años después, en la de La Plata; ha sido subdi- rector del Museo de esta última ciudad y, por fin, desde el fallecimiento del doctor Carlos Berg, sucesor de Burmeister, director del Museo Na- cional de Historia Natural. Humildes personas fueron sus padres; y aunque no era tal la pobreza del hogar en que crecía, desde niño, sus servicios fueron requeridos para contribuir al sustento diario. Pero, en el humilde niño bullía la sed de lo grande y es por eso que, con la consiguiente extrañeza de los su- yos, en vez de cumplir con el recado urgente o dedicarse a los juegos y distracciones propias de la edad, veíasele, como un sonámbulo a orillas del río cercano o trepando o escarbando en sus barrancas y llegar, fati- gado, al hogar, cargado de piedras y de huesos originadores de severas reprimendas, pero jalones seguros de una predisposición que había de traducirse en obra grandiosa e imperecedera. : Maestro de escuela, para subvenir a sus necesidades materiales, como fué más tarde, antes y después de ir a Europa y ocupar las cátedras a que lo elevó su saber, librero al por menor en condiciones tales que más de una de sus páginas — y éstas no son menos de 20.000, según Mercante, uno de sus biógrafos y eminentes continuadores en su dupla S y , D ¿ ed A SOS y ] 353 tarea de labor asidua e investigación científica —-ha sido escrita, como él lo ha dicho, entre la venta de cinco centavos de plumas y otros tantos de papel... su única vocación fué la ciencia, su sola aspiración descu- brir o comprobar verdades mediante el estudio de la tierra y de la na- turaleza. El sonámbulo que recogía piedras, huesos y cacharros; el maestro pri- mario que, consciente de su misión accidental y seguro de que el saber positivo proviene de la observación directa y el esfuerzo constante, iba en desordenada caravana con sus alumnos a escarbar la tierra y escu- driñar los secretos del río y de sus barrancas, estaban incubando al sabio que, con la extrañeza y el desdén de la ciencia del día y la indiferencia o la mofa de los que más directamente lo observaban, había de conver- tirse en una notabilidad mundial. El ideal lo absorbe de tal modo que, así como se despreocupaba cuando niño de los juegos infantiles, apartóse, cuando hombre, de todas las dis- tracciones sociales que pudieran quitarle el tiempo que necesitaba para dedicarse a sus investigaciones, al arreglo del ingente capital científico que aglomeraba recogiéndolo de todos los ámbitos del país y a la pro- ducción escrita a que aunadamente lo inducían aquél y las voces sólo para él inteligibles que éste producía, para abrir nuevos rumbos y rec- tificar errores evidentes. Por eso y por su pobreza, su nombre no figura en los centros sociales, ni en los políticos; por eso y por su honradez; y quizás hubiera vivido más ignorado aún de lo que realmente lo fuera entre nosotros, si la ciencia europef” no nos lo hubiese impuesto a la propia consideración. . f Esa iniciación que comienza en la niñez se convierte en pasión avasa- lladora y excluyente, pues, a los veinte años, y a ella vincula la acción cariñosa de su hermano Carlos, gemelo en la voluntad y en el trabajo, ya que no en la concepción genial, y dos años más tarde, recogido enton- ces un nutrido arsenal de los elementos que desde la niñez solicitaran su atención, empieza su producción escrita, que es abundante, novedosa y fundada de modo tal que, si el comprobante material no está a la vista del que dude o niegue, está la fuerza de la inducción en que se basa el razonamiento. Va a Europa en busca de comprobaciones a sus atrevidas concepciones. Escudriña allí museos y terrenos y se relaciona con los más eminentes cultivadores de las ciencias naturales, cuyas oposiciones y dudas le sirven de poderoso y estimulante acicate. Empieza, entonces, en reali- dad, la ascensión. Ella trae aparejada la lucha, que ha de coronar el triunfo. Y la lucha es tenaz y es áspera de modo tal que si aquel aparente- mente débil cuerpo no fuese sólo estuche de una esencia poderosa de la voluntad, el desfallecimiento que embarga el ánimo de los mejores cuan- do, a la oposición, se une la necesidad material impostergable, lo hubie- 23 354 se postrado. Pero, ahí está su voluntad, esta noble aptitud que la Peda- gogía no utiliza, no estimula aún lo suficiente, subalternizada como está esta ciencia al arte del decir, en vez de vigorizarse con el rumiar del pensar y la persistencia del hacer. A este respecto, el incipiente y accidental maestro primario, se nos presenta, en este período de su iniciación y en el resto de su vida, como un precursor, porque, sin más bagaje que el muy reducido de la escuela primaria de entonces, sin cursar estudios secundarios ni superiores -— formando, así, con Sarmiento y con Mitre, una trinidad que, con el ho- nor de la patria exaltan el poder de la voluntad — llega a la cima me- diante el solo ejercicio de ésta. Puede asegurarse que sin ella, la natural predisposición innegable en Ameghino, hubiera quedado sin manifes- tarse, es decir, en la condición del brillante escondido, del sol sin brillo, o cuando más en la del espasmo, que simula virilidades o es antifaz de cobardías. Es esta la enseñanza más fecunda de esta vida de solitario dedicada al solo cultivo de su ideal, la verdad, con tanto más motivo cuanto que alborea el día en que la voluntad y la inteligencia han de sobreponerse a la imaginación y la memoria, que parecen ser los fundamentos de nuestra educación actual. Cuando hubo que rasgar forzosamente el espeso velo de ignorancia con que el absolutismo y la intolerancia habían cubierto el cerebro huma- no; y a la humillación y a la oración, sucedió el libro, cuyo contenido y al- cance multiplicó la escuela primafia, los representantes de estos prin- cipios, tan reñidos con la naturaleza humana como con las conquista3 de la ciencia, encauzaron la educación en la vía del sentimiento y de la imaginación por medio de la memoria, y la devoción que impusieran la fuerza y el temor de antes, adornada con los conquistadores atavíos de estos elementos mentales, apartó a la humanidad de la senda de la acción que se fundamenta en la ciencia. Fué el triunfo del arte del decir que produce esclavos per inde ac cadaver, parásitos, repetidores, pero no hombres de ciencia ni de acción; buenos poetas y literatos quizás, pero malos ciudadanos, malos políticos, y mujeres que sólo sirven para la iglesia, para el salón y para lo más rudimentario del hogar, en vez de. ser copartícipes del hombre en la múltiple esfera de acción en que am- bos deben desarrollar su actividad ego-altruísta. | La instrucción superior en nuestras repúblicas latinoamericanas, dice Alberdi, que es de la misma talla física, moral, mental y profética de Ameghino, no fué menos estéril e inadecuada a nuestras necesidades que la enseñanza de la religión católica, cuyo único justificativo no está tanto en que ella era la que profesaba la mayoría, cuanto en el absolu- tismo e intolerancia de quien la impuso: España, «que no ha pecado nun- ca por impía, pero no le ha bastado eso para escapar a la pobreza, la corrupción y el despotismo». 4 P , 13 10% 1 : 3 Ñ he A , ¿ 355 ¿Qué han sido nuestros institutos y universidades, agrega, sino fábri- cas de charlatanismo, de ociosidad, de demagogía y de presunción titu- lada? Y es indudable, y de ello tenemos prueba evidente ahora mismo en Córdoba, de antigua y vetusta universidad y paupérrima escuela pri- maria, que si ésta y la secundaria hubieran estado dirigidas por el ele- mento retrógrado o doctoral, se hubiese perpetuado el régimen de su- misión a lo desconocido en religión y de cacicazgo en política. Felizmente, la catapulta de la escuela primaria, amplia (y amplia porque, más que dar conocimientos, se propone desarrollar aptitudes y hábitos, y porque no mezcla ningún prejuicio religioso en su plan edu- cativo) que impuso Sarmiento con el maestro norteamericano y su suce- sor el buen maestro argentino, hará imposible toda reacción hacia lo que tienda a rebajar la personalidad humana. La ciencia será su guía, la verdad su norte, la acción su ambiente. Pero, de esta amplitud ha quedado privada, en parte, la instrucción secundaria, casi limitada a preparatoria de la superior y que carece aún, con el profesor especialmente preparado para servirla, de varios de los elementos que la harán práctica, experimental y útil, como a la univer- sitaria, que emprieza a salir recién del limbo de la teología y de la esco- lástica, es decir de lo absurdo y de lo superficial. «Los esfuerzos del hombre deben encaminarse siempre hacia el cono- cimiento de la verdad, cuyo cuito será la religión del porvenir», dijo Ameghino en su notable credo de hombre de ciencia que no comulga con nada sobrenatural, justificando a aquellos iluminados que entre el fragor de la revolución francesa proclamaban único Dios a la razón y a los que hemos dicho y sostenemos que la escuela es el templo de la humanidad redimida por la educación y el trabajo. Saquemos esta lección, pues, de la vida y de la acción de Ameghino: hagamos de la verdad un culto y pongamos para ello en constante ejer- cicio nuestra inteligencia y nuestra voluntad; propendamos a que en la educación se acentúe cada día más la tendencia práctica, científica, ra- cional y humana que debe caracterizarla para formar hombres y mujeres libres de prejuicios y que sean elementos sanos y eficientes de la socia- bilidad en que actúen y de la humanidad a que pertenecen. * La patria en que nació el humilde niño que debía culminar en el cenit de la labor científica alcanzado apenas el primer centenario de vida inde- pendiente de aquélla y que, con la audacia y la persistencia del genio, había de arrancar del seno de la ignota y prodigiosa Patagonia más de un secreto destinado a descorrer el velo respecto de verdades que, en Euro- pa, habían inmortalizado, entre otros, los nombres de Cuvier, Lamarck y Darwin, imponía también este tema. La patria, con la ciencia, son las directas herederas de la obra de Ameghino, que es gloria argentina y de 356 la humanidad y tanto más pura cuanto que ella emana de la inteligencia y de la voluntad y no se ha amasado con el barro de la lidia diaria, ni ha hecho derramar una sola gota de sangre. A este respecto, Ameghino comparte sólo con otro pensador argentino este lote imaculado, que coloca a ambos sobre el solio de la santidad laica y hará de los humildes locales en que nacieron, santuarios de pe- regrinación en que irán a buscar inspiraciones alumnos y educadores y a rendir tributo de admiración conciudadanos y hombres de ciencia. Me refiero a Juan Bautista Alberdi, cuyo centenario hemos conmemo- rado recientemente y quien si bien esgrimió en su defensa, el látigo despiadado de la crítica, no gozó de los honores que le correspondían por su talento y dedicación constante al servicio de la patria por medio de la propaganda escrita, y sufrió, en cambio, persecuciones y vilipendio de que no fué víctima el primero. Estos héroes del trabajo mental han de ocupar en breve el puesto que hasta ahora sólo se ha discernido a los hombres de guerra o de acción política, con quienes comparten el honor del servicio público y deben compartir la justicia de la gloria póstuma. Carezco de condiciones para estudiar a Ameghino como hombre de ciencia y recomendando para un conocimiento más profundo la síntesis de sus trabajos hecha por otro de sus más eminentes continuadores, el profesor Rodolfo Senet, que ha dedicado una nutrida conferencia al hombre cuya vida y obra conoce minuciosamente, voy a extractaros lo que otro compatriota que tiene honda y fecundamente marcada su huella de escritor, poeta, educador, ciudadano y cultor de las ciencias naturales, mi distinguido amigo don Francisco Podestá, ex director de la Escuela popular de Curuzú-Cuatía, en Corrientes, y profesor actual de la Escuela normal de Rosario de Santa Fe, dijo en la conferencia que pronunció - en homenaje del eminente extinto, respecto de la afirmación de éste: ubicar una de las cunas del género humano, sino la única, en aquella que el mencionado Darwin llamara tierra de maldición y de bendicién la profética voz de nuestro Alberdi. ¿Cuál? diréis. Asombraos: la Patago- nia, patria del Homunculus, incubador del bípedo implume del filósofo cínico, del hombre y de la mujer de ayer y de hoy, que se debaten aún entre las escabrosidades de los espesos bosques, las áridas llanuras y las abruptas montañas en que surgieran sus progenitores y entre las no me- nos dolorosas que ha creado su ignorancia, su fantasía, su pasión y su interés: dioses, religiones, amor, gloria, que engendran guerras y dolo- res y conducen por medio de una lucha incesante al progreso, que es fruto de la ciencia, única fuente de verdad. Ameghino, — dice Podestá, — había vislumbrado al precursor del hombre, en la Patagonia, esa Patagonia austral, cuna de los mamíferos, como el mismo sabio lo ha comprobado. Sus estudios y descubrimientos posteriores le dieron la razón de su atrevida profecía: treinta años antes había visto al través de la noche de los tiempos. rd a - y rx ol E in > d 357 Darwin dijo que el hombre había descendido de un mono superior del viejo mundo. Era la ley del transformismo de Lamarck o selección de Darwin apli- cada al origen del hombre. j Ameghino, transformista como aquél, y evolucionista como éste, avan- zÓ gran trecho sobre el resultado de los dos grandes maestros. Así pudo afirmar nuestro sabio: el hombre no ha sido mono; el mono es un hombre bestializado. Los homunculídeos, vetustos pobladores de la Patagonia, son los que reunen mayor suma de caracteres comunes con el hombre, y los que más se aproximan al tronco primitivo de donde se separaron los monos ame- ricanos (platirrinos), los antropomorfos (monos del antiguo continente), y los hominídeos. El Pitheculites, que dió origen al homunculídeo, es del eoceno, como éste. En Patagonia, luego, es mucho más antigua la existencia del Homun- culus que en otras secciones de la tierra. En Norte América no hay fósiles simios en los períodos terciarios. En Europa y Asia los fósiles simios se encontraron recién en el mioce- no, formación más moderna que el eoceno. Y esos mismos fósiles no tie- nen representantes ancestrales en los terrenos más antiguos de las mis- mas regiones. Es decir, que aquellos fósiles miocenos no han podido des- cender de otros antecesores eocenos que no existen. Luego, entonces, el problema no es dudoso: en el viejo mundo no está el precursor del hombre; en América del Norte tampoco. ¿Dónde encontrarlo? Ameghino respondió con atrevimiento de iluminado: la Patagonia es la cuna del género humano. Pero, ¿cómo ha sucedido esto? Parece un absurdo que América resul- te pobladora del mundo, cuando fué descubierta por Cristóbal Colón... Pero la ciencia lo explica todo con satisfacción para la humanidad. Por evolución salió del Homunculites la línea más avanzada de los hominideos. El hominideo siguió su marcha. La América del Sud y Africa estaban unidas entonces por el Arque- lenis (continente desaparecido). Una rama de los hominideos pasó por Arquelenis y llegó al Africa a fines del eoceno. Allí encontró selvas cuajadas de frutas y tuvo que subir a los árboles para darse la subsis- tencia: se hizo cuadrumano y se bestializó, dando origen a log monos del viejo mundo, de los cuales se encuentran los fósiles del Pithecantro- pus erectus del cuaternario inferior de Java y Pseudohomo Heidelber- gensis, de Alemania y los actuales gorilas, chimpancés y orangutanes. La otra rama de los hominídeos tuvo que vivir de otro modo, luchando por la vida, con las fieras, cazando para nutrirse y mirando lejos los ho- rizontes de la llanura; su vida fué de mayor actividad intelectual. Fué así en progreso orgánicamente hasta evolucionar en Tetraprothomo 358 (cuarto antecesor del hombre) cuyos restos se encontraron en Monte Hermoso. Su taila era la de un hombre de algo más de un metro. El Tetraprothomo evoluciona hacia el Diprothomo, cuyos restos se han encontrado en las capas pampeanas de la misma ciudad de Buenos Aires. Este hominideo, invadiendo América, encontró los últimos vestigios del puente que aún unía la América con el Africa, tal vez a principios del plioceno, formación más moderna que el mioceno. En su continua evolución constituye el tipo del Homo ater que ha dado origen a los hotentotes, bosquímanos, akas, negritos y demás negroides y australoides. A este grupo del Homo ater, Ameghino lo denomina grupo austral, inferior al grupo septentrional, del que se originaron los cáucaso-mongo- les, más evolucionados. La parte de los hominídeos Diprothomo que siguió avanzando por las regiones de América, evolucionó hacia el Homo pampaeus, y una vez unidas por el istmo de Panamá ambas Américas, pasó a la del Norte, en el plioceno, constituyendo las distintas razas americanas. Pero no debía parar allí este ser destinado a perfeccionarse y triun- far, que sobrevivió a toda la fauna pampeana de megaterios, milodon- tes, toxodontes, gliptodontes que lo acompañara en este enorme y colo- sal éxodo y que se extinguió en el futuro escenario de los yanquis pro- digiosos. Este hombre nacido en las pampas argentinas, avanzó en dos grupos: Uno hacia el Noroeste, derramándose como una aurora desconocida por el continente Asiático, diversificándose en este nuevo ambiente para constituir la raza mongólica tan parecida antropológicamente con el hombre americano. El otro grupo avanzó al Nordeste, atravesando el puente postplioceno o neocuaternario que por entonces unía el Canadá con Europa, y ahí constituyó la raza de «Galley Hill». Una parte de ese grupo se aisló, bestializándose, en Homo primige- nius, Néanderthal, de Spy, extinguiéndose con Krapina. La otra parte del grupo, más feliz, más plástica a la evolución, se dilató por toda la Euro- pa, anunciando al mundo el génesis de una civilización que fincaría su grandeza, su potencialidad dominadora en el protoplasma nervioso del cerebro, capaz de producir, en honor de Psiquis, el fuego inmortal de las ideas, y como dice el gran espíritu del sabio que lloramos, «fundó la raza blanca, la más perfecta y a la que estaba reservado el dominio completo de nuestro globo». Basándonos en esta síntesis podemos afirmar, con el joven sabio Senet, que la remota antigiitedad del hombre en el continente americano queda definitivamente comprobada y que, de acuerdo también con el mismo Autor «no habiendo alcanzado un resultado superior a lo mediocre en el antiguo continente, las investigaciones realizadas para comprobar la | AR ATM BE EA E da A BEE AAA IA 359 antigiedad del hombre por no ultrapasar éstas la del período cuaterna- rio inferior, corresponde a Ameghino la gloria de su descubrimiento en el período terciario y en la porción austral de nuestra patria». Cuarenta años de labor constante en cincuenta y siete años de edad, que contó siempre con la poderosa ayuda de su hermano Carlos, ver- dadero Pílades de este -Orestes de la ciencia, ofrendan, con esa atrevida y novedosa concepción, arrancada tanto a la naturaleza muer- ta que surge al contacto de la chispa intelectual, cuanto al poder de ésta que, fundándose en aquélla y en los hechos constatados, re- construye procesos y llega, por el razonamiento, a deducciones pre- cisas, ofrendan, digo, además, una copiosa producción escrita en los pocos trillados caminos de la paleontología, antropología y geología, haciendo de Ameghino el más grande, el más genial de nuestros inves- tigadores, el único sabio argentino en la primera centuria de la patria libre. La producción escrita de Ameghino se inicia en 1875, a los veintiún años de edad, con una serie de artículos sobre los restos del hombre y de su industria y sobre la formación pampeana; culmina con sus magistrales obras La antigiiedad del hombre en el Plata (1880), Filogenia (1884), Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina (1889) y Mi Credo (1906), que extractaremos y analizaremos brevemente; y termina, con una introducción, aún inédita, para la re- producción en francés, de la segunda obra mencionada. Dos de sus folletos y un libro publicados, respectivamente, en 1883 y 1885, tienen particular interés para esta ciudad por tratarse en ellos de estudios de mamíferos fósiles encontrados en sus barrancas y de un hombre tan estrechamente vinculado a la justa fama de su Escuela normal y al cariño y el respeto de los alumnos que la frecuentaron en las dos décadas siguientes al año 1870: don Pedro Scalabrini, el distin- guido profesor que enseñó a la juventud el positivismo comtista como Frankemberg nos había iniciado en el liberalismo científico, la llevó, como hacía éste, al terreno de la investigación práctica, y como éste también, más que enseñarle fechas y nombres y hacerle repetir princi- pios y teorías, le dió la facultad de dominar el conjunto y de guiarse por su propio criterio, independizándola de la enseñanza mnemónica y meta- física predominante entonces en el país, y siendo, en consecuencia, uno de los precursores de la nueva era educacional y eficaz colaborador de Ameghino. Estudiada la vida del hombre, del precursor, del naturalista, engol- fémonos en las profundidades de su pensamiento de filósofo. Ese pen- samiento está contenido en Mi Credo. Era imposible que Ameghino escapase a la atracción del abismo in- 360 * sondable de lo incognoscible, único objeto de la metafísica, la que, sin- tiéndose impotente, degeneró en mera teodicea que parte de un prin- | cipio indiscutible y de una providencia actuante e inutiliza, así, con el ra- zonamiento, toda investigación científica. Correspondiendo a la justificada distinción que le había hecho la So- ciedad Científica Argentina, Ameghino leyó su Credo o sea una expo- sición sintética de lo que es el Universo, tal cual él lo concebía. Y em- pieza así: «No se debe destruir por simple placer, sino en vista de una re- construcción más perfecta. «Los esfuerzos del hombre (cito de nuevo este profundo pensamiento, que es la síntesis de su teoría y de su vida) deben encaminarse siempre hacia el conocimiento de la verdad, cuyo culto será la religión del por- venir. : «Concibo el Universo como constituído por un infinito tangible: la ma- teria; y tres infinitos inmateriales: espacio, tiempo y movimiento. «Materia y espacio tienen la relación de contenido y continente. El espacio existe, es una realidad, puesto que en el Universo es lo único in- móvil, perenne, inmutable, sirviendo de receptáculo a la materia. Con- cebir algo que sea menos que el espacio o que se encuentre fuera de él, es un imposible. : «La materia es la substancia palpable que llena el Universo y no po- demos figurárnosla sino ocupando espacio; es evidente que la porción del espacio ocupada por un átomo de materia no puede ser a la vez ocu- pada por otro. La materia no tuvo principio ni tendrá fin. Que es indes- tructible es evidente, puesto que no es concebible la posibilidad de sa- carla fuera del espacio. «Como inseparable del espacio tenemos el intangible infinito tiempo, que podemos definir como la sucesión infinita de la nada, corriendo para- lelamente a las sucesivas fases de la eterna transformación de la ma- teria. «Como inseparable de la materia tenemos el infinito movimiento, que aunque inmaterial, a diferencia del infinito tiempo, es sensible y tan- gible. : <«Defino, pues, el Cosmos, como el conjunto de cuatro infinitos: el inmutable «infinito espacio», ocupado por el «infinito materia» en «infinito movimiento» en la sucesión del «infinito tiempo». Tal es el eje central de su razonamiento. En la precisión del estilo, hay la firmeza de la convicción. Rechazado todo lo sobrenatural, la verdad fluye llana y convincente, de modo tal que hasta la paradoja que supera el optimismo de Metchni- koff se coloca en el plano de lo que ya no se discute. Así, la consti- tución espontánea de la materia en estado viviente o sea la generación espontánea, es un fenómeno que se ha efectuado una sola vez y que no puede volver a producirse; y la muerte, que se cree debe llegar fatal- 5 CT TE A e ad A IÓ e, e e y IESO j AE ESTAR RA ES MY E Ds ds y PIN ¿Y A y de de a ye 361 mente en determinada época de la vida, podrá ser retardada por el hombre poco menos que indefinidamente. «El término de la duración de la vida, dice, no es un pagaré con ven- cimiento a plazo fijo, sino una cuenta corriente abierta que debemos tratar de cerrar cuanto más tarde nos sea posible, pues no creo que la muerte deba ser siempre una consecuencia inevitable y fatal de la vida». Consolémonos, pues: si la ciencia nos quita la esperanza de una vida futura, que ninguna religión ha excluído como consecuencia obligada de la limitada y miserable que nos hemos forjado con nuestra ignoran- cia, nos da, más que la esperanza, la posibilidad ya de aumentar el tér- mino de la que poseemos, como nos ha dado la probabilidad de mejorarla en beneficio propio y de los demás. Insisto en esto: «de los demás», porque el altruísmo no es una- palabra de convención: es una realidad que mana del concepto científico de la vida y de los deberes que ella impone. La vida es una santidad, ha dicho Ferri. Es decir, es lo respetable por excelencia, porque disgregado el conjunto de las moléculas que la forman, éstas se incorporan, transfor- mándose, al movimiento general que almacena todo cuanto existe y exis- tirá indefinidamente. Pero, perdida la forma ella no vuelve, y ¿cómo suprimir lo que no puede crearse o rehacerse íntegramente? Y respe- tar la vida es un precepto tanto más obligatorio cuanto que a medila que se avanza en el tiempo, se adquiere la certidumbre de que en res- petarla y encaminarla debe consistir toda la verdad moral que emerge de la verdad científica o corre paralelamente a ésta. Respetemos la vida y eduquémonos de modo tal que ella sea lo más larga, lo más amplia, lo más perfecta posible. Así la ciencia se convierte en la religión futura, porque, como Ameghino lo ha dicho, el conocimiento de la verdad será la religión del porvenir, cuyo templo, hemos agregado, es la escuela. También, con su enseñanza, sentimos corroborada otra verdad en que hemos insistido constantemente: la importancia primordial del factor educación, que no debe ser considerado como un mero elemento del am- biente, sino formar con éste y la herencia los tres en que se incuban el hombre y la especie. Si la herencia es el elemento conservador, el am- biente será el transformador y el impulsor la educación. Sí: educar es impulsar, despertar, estimular, porque, tan luego como la inteligencia se pone en movimiento, se excita el sentimiento o la pasión y ambos empu- jan la voluntad. ¿Hacia dónde? Hacia adelante, hacia el bien, porque si nada de lo que existe dejará de existir aunque se transforme y es ser perfectible, especialmente, el hombre, habría un contrasentido en creer o asegurar que la tendencia fuese a retroceder o a desmejorar. El in- dividuo que quiebra la regla sentada es como el accidente. pasajero que apenas deja huella sensible de su paso o estallido. Esa regla, que es la verdad, es otra; y por eso Ameghino ha podido decir que «el hombre con su saber podría encaminar la evolución, darle dirección y colocarse re- 362 sueltamente en el camino de la inmortalidad» así como que «a nuestros lejanos descendientes dotados de una longevidad de miles de años, con el saber innato de sus antecesores heredado bajo la forma del instinto, con órganos de los sentidos mucho más perfectos que los del hombre actual, con una materia pensante infinitamente superior, les será posi- ble resolver los grandes problemas del Universo que se nos presentan todavía en forma de lejanas nebulosas». El Credo de Ameghino debe ser nuestro mandato imperativo, ahora más que nunca, en que una racha de oscurantismo pretende desconocer conquistas constitucionales y legales que forman el orgullo de la nueva sociabilidad argentina, hija del enciclopedismo del siglo xv, de la Revolución Francesa y del espíritu práctico anglosajón; y cuya mirada, como la: de sus ilustres hijos Rivadavia, Sarmiento, Alberdi y Ameghino, y la de esos distinguidos profesores mencionados, Scalabrini y Frankem- berg, penetra profundamente en el pasado para sacar de él las enseñan- zas que la conduzcan a un porvenir mejor. Ese porvenir será hijo de la voluntad, que conduce a la lucha y forma el carácter, porque la verdad será su norte, la ciencia su guía, la acción su ambiente y cuando en él estemos habráse realizado la sublime aspiración de Jesús, quien, entre otros sabios, declaró hermanos a todos los hombres, lo que sucederá el día en que vivamos bajo el. régimen de justicia, en que él soñó y en que soñamos. LN IA AAA EE BM E A IR Cs A is e ] AMEGHINO Conferencia dada por el profesor don Juan W. Gez en la Escuela Normal Regional de Corrientes, el 19 de Septiembre de 1911 y editada por el Con- sejo Superior de Educación de dicha Provincia. Señores: Nos congregamos en el recinto de la escuela para tributar un modesto homenaje a la memoria del eminente sabio doctor Ameghino, cuyo reciente fallecimiento es una pérdida irreparable para la Patria y para la ciencia, a las cuales honró con sus virtudes y con su talento. Hijo de sus propios esfuerzos, maestro de sí mismo, trabajó durante largos años en la sombra y-en el silencio, devorando infinitas amargu- ras; pero sostenido por el temple de su alma, su fe inquebrantable y la conciencia plena de su destino superior. Sereno e impertérrito siguió ascendiendo la áspera cuesta y llegó a la cumbre gloriosa para irradiar, como un nuevo astro, luz propia so- bre los complicados problemas de la paleontología, la geología y el mis- _terioso origen del hombre, que habían ocupado por completo los cere- bros más poderosos de su siglo. Es así como su vasta obra ha iniciado una verdadera era en los estu- dios científicos, digna y debidamente apreciada por los sabios de ambos mundos que han proclamado su fama y su triunfo. Esta consagración es también un triunfo de la ciencia argentina que se incorpora con sus preciosas conquistas a las verdades ya cimentadas de la ciencia uni- versal. Considerando este éxito que nos llenaba de legítimo orgullo, dijo en ocasión solemne otro sabio compatriota, el doctor Holmberg: «Que el más gran problema del siglo xix puede expresarse con los nombres: Darwin, Heckel y Ameghino !» * La vida de este ilustre argentino es un ejemplo y una enseñanza que puede ofrecerse a esa estudiosa juventud que se yergue con grandes idea- les en busca de luz y por eso está bien que su glorificación se haga en el templo y en el taller de la escuela, donde comienza a modelarse la inteligencia y a perfilarse el carácter. Nació el año 1854 en la Villa de Luján, provincia de Buenos Aires. 364 Parece que un secreto y providencial destino lo hubiera indicado para revelar el secreto de la vida en las primeras etapas de la creación, tan luego allí, en la cuenca del río Luján, cuyo subsuelo es uno de los más ricos yacimientos fosilíferos. Como Cuvier, se entretenía desde niño, todo el tiempo que no estaba en la escuela, en recoger caracoles; luego su actividad mental encontró nuevos estímulos con el hallazgo de algunas osamentas raras que iba coleccionando y estudiando instintivamente, impulsado por una voca- ción irresistible. Entonces sintió la necesidad de adquirir conocimientos que lo habilitaran para sacar provecho de aquellas felices disposiciones de su espíritu y se vino a Buenos Aires, donde ingresó como alumno de la Escuela Normal. Sólo un año permaneció en sus aulas que abando- naba profundamente decepcionado, porque se estudiaban las ciencias naturales, como lo recuerda Mercante, en libros de papel, y no se co- leccionaban fósiles, cuando él ya había comenzado a estudiarlos en las. cosas y en el gran libro de la naturaleza, abierto siempre a la inteligen- cia escudriñadora y ávida de luz. El joven discípulo se revelaba cono. Bacón contra el teorismo infecundo y dogmático de las escuelas y volvía al campo, con unos pocos libros, para reanudar su interrumpida labor en el estudio de los hechos, allí mismo donde el domínico Torres había descubierto los restos del Megatherium el pasado siglo y donde otro ilus- tre compatriota, el doctor Francisco Javier Muñiz, se refugió durante la tiranía para escribir con sus hallazgos fósiles los preliminares de un nuevo capítulo de la historia natural. Con aquel escaso bagage fué el joven Ameghino a instalarse de nuevo en su modesto hogar, en las cercanías de su querido Luján que le había enseñado sus primeras lecciones de la naturaleza con los restos que guar- daba en sus barrancas y en su lecho, cual si fuera el primer filón de una veta rica e inmensamente extendida que sólo esperaba el obrero tenaz y genial para entregarle sus tesoros. Pobre, sin relaciones ni amparo, hubo de optar al puesto de preceptor de la escuela municipal de Mercedes, rentado con 40 pesos, con los cua- les debía sostenerse y comprar libros costosos para adquirir la instruc- ción científica que tanto anhelaba. En las pocas horas libres que le de- jaban sus deberes de maestro se marchaba solo, con un pico y una bolsa al hombro, para ir a descubrir sus osamentas fósiles y regresaba ya en- trada la noche cruzando las calles con su precioso cargamento entre la burla de la torpe gente que tomaba como una manía original aquel constante empeño y que llegó hasta exclamar al verlo así llegar, fatiga- do y sudoroso: ¡Allí viene el loco Ameghino! Y todo el mundo le tuvo por loco. Así es la muchedumbre versátil, intolerante, irrespetuosa y cobarde con cualquier destello nuevo y genial. Y Ameghino no se quejó y sufrió en silencio la injuria como un filósofo estoico y tal vez recor- dando que también Colón y Sarmiento habían sido declarados locos. o La a : ; HE E A , 2 j 365 ¡Oh, locura sublime la de estos hombres excepcionales que se anti- cipan a su época y que a pesar de todo tienen el valor moral de sobre- ponerse a los grandes obstáculos que oponen a su paso y a sus altas miras la ignorancia y la maldad de los incapacitados para comprender este afán incesante de los espíritus que traen a la vida un destino superior! El valeroso joven despreciaba todos los placeres y pasatiempos pro- pios de su edad para encerrarse en su casa, avaro del tiempo y de su tesoro, que arreglaba, completaba y estudiaba hasta altas horas de la noche a la oscilante luz de una mala vela de sebo o meditaba a solas, en el misterio de la sombra. Tres años consecutivos de esta ímproba labor lo habilitaron para comenzar a producir. Allí, en un periódico de Mercedes, publicó sus primeros ensayos sobre paleontología y arqueo- logía, trabajos por los cuales nadie se interesaba hasta que fueron co- mentados y estudiados en otra parte y transcriptos en el «Boletín de la Academia de Ciencias». Al fin su nombre comenzaba a ser conocido y apreciada su labor fuera de la localidad, donde costóle vencer prejuicios, pues allí mismo no salían de su sorpresa al ver el rápido camino que hacía en el concepto de los hombres de verdadero saber. El entonces director del Museo Nacional doctor Burmeister, de re- putación universal, también se digrtó fijar su olímpica mirada sobre sus trabajos; pero no sin cierta emulación por la novedad de sus observacio- nes y la audacia de sus conclusiones. Aquél maestrito de escuela co- menzata a preocuparlo, pues se atrevía hasta discutir su ciencia. En vez de llamarlo para que colaborara en su vastísima obra y utili- zar aquel caudal de energías nuevas que ya revelaba, como hizo Geoffroy de Saint-Hilaire con Cuvier, a quien trajo desde un rincón de Nor- mandía para cederle un puesto a su lado en París, el iracundo maestro alemán tomó la pluma para desautorizarlo y anonadarlo de un solo golpe con el peso de su gran autoridad. Pero se equivocó, pues Ameghino encontraba la feliz ocasión de co- locarse frente al coloso y demostrarle que podía medirse con él en el terreno de la ciencia pura. Las dos escuelas científicas antagónicas vol- vían a chocar y a reproducirse los acalorados debates en torno de la teoría Lamarckista sobre el origen de las especies, vencida transitoria- mente por el genio de Cuvier; pero recogida e impuesta al fin por Darwin y sus discípulos. Burmeister era partidario de la escuela que sostiene la inmutabilidad de las especies, y Ameghino sostenedor del transformismo, reconociendo que todos los animales y plantas derivan de un corto número de formas primitivas, tal vez de una sola y que las modificaciones sucesivas depen- den de una ley constante de transformación y de una regular selección de razas e individuos mejor adaptados a las circunstancias de tiempo y de lugar, lo que Darwin llamó selección natural. 366 El darwinismo fué, pues, la aurora de una época nueva para la bio- logía y es hasta hoy el criterio y el verdadero método para la solución de los problemas relacionados con la ciencia de la vida. Burmeister, con ser un sabio, estaba apegado a los viejos moldes; por eso fué que Ameghino triunfó con el progreso científico y con él la ciencia argentina. Las ciencias naturales dejaban de ser patrimonio exclusivo del saber extranjero para pasar entre nosotros a manos de dos ilustres compatriotas: Ameghino y Holmberg. A la temprana edad de veintiún años, Ameghino salía de la sombra y se mostraba una personalidad hecha como perspicaz observador, como na- turalista y como erudito, haciendo alborear los futuros éxitos del sabio. Sus primeros trabajos aparecieron en 1875 en el «Journal de Zoologie» de París, y otros fueron editados en Mercedes y versaban sobre los: Nuevos restos del hombre y de su industria mezclados con las osamen- tas de animales cuaternarios. Ensayos para servir de base a un estudio de la formación pampeana. Notas sobre algunos fósiles nuevos de la misma formación, aportando gran caudal de conocimientos, fundados en hechos evidentes e indestructibles. Allí comenzaron sus descubri- mientos de nuevas especies y principió a leer la vida extinguida en las capas de la corteza terrestre. Ya con sus colecciones bastante completas, se embarcó para Europa y fué a exhibirlas en la Exposición Universal realizada en París en 1878. Efectivamente sus colecciones paleontológicas, antropológidas y de antigiiedades americanas llamaron mucho la atención y fueron estudia- das por notables especialistas, reconociéndose unánimemente su labor extraordinaria y sus sólidos conocimientos sobre la materia. Allí se sintió grandemente estimulado e inició la segunda etapa de su actividad mental, siendo solicitado para colaborar en autorizadas revistas, como la del antropólogo Broca; dió conferencias y i0mó parte activa en el Congreso de Antropología de París, disertando sobre «la antigiedad del hombre en el Río de la Plata» y llevó al Congreso de americanistas de Bruselas, su trabajo sobre inscripciones antecolombinas. encontradas en la República Argentina. Finalmente sus valiosas colecciones fueron vendidas en 120.000 fran- cos, y con estos recursos publicó su síntesis sobre el hombre platense y en colaboración con el hijo del ilustre Gervais su obra monumental: Los mamíferos fósiles de la América del Sud. En los últimos tiempos de su permanencia en París hizo varias excur- siones a las cercanas canteras de Chelles, cuyos resultados se traduje- ron en varios trabajos que vieron la luz pública en la «Revue d'Anthropo- logie» y en el «Bulletin de la Société Géologique de France». Esta era una prueba más de su preparación y de sus vastos conocimientos. Des- pués de una gira triunfante por el viejo mundo, regresó a la patria en 1881 consagrado con los prestigios del sabio cuando sólo contaba veinti- 367 ocho años. En cuanto llegó fué nombrado profesor de zoología y anatomía comparada en la Universidad de Córdoba. En cuatro años el maestro de escuela casi ignorado pasaba a ocupar los más altos puestos de la enseñanza universitaria, como un premio con que la Nación recompen- saba su saber y su extraordinaria labor. En su nuevo destino acabó de consolidar su reputación dictando un curso notable de estas ciencias, sin descuidar sus nuevas investigaciones que extendió a varias provincias y luego a la Patagonia, por intermedio de su noble hermano Carlos, el explorador más intrépido, su brazo de- recho como él lo llamaba, que le aportó tantos elementos de estudio y cuya colaboración inteligente y abnegada ha contribuído a tallar su gran figura científica. ' Carlos era más que su hermano y más que su brazo; era una pro- longación curiosa de su propio ser, era su mismo espíritu espandiéndose hasta los senos más recónditos del suelo natal para escudriñar y pene- trar el secreto de las formaciones geológicas y de la vida de una rica fauna extinguida. Este hombre igualmente modesto y fuerte no ha hecho otra cosa du- rante veinte años sino recorrer la cordillera, explorar sus valles, la cuen- ca de sus lagos y de los ríos y perderse en los desiertos inhospitalarios de la Patagonia en busca de fósiles, pues cada descubrimiento exigía nuevos empeños para completar los eslabones perdidos de los seres hasta su última evolución. Y enviaba continuamente sus hallazgos, que su sabio hermano iba amontonando y estudiando en artículos, en monografías y en libros, cuyo interés científico también iba en aumento. En premio a su laboriosidad ejemplar, Carlos ha sido honrado e inmortalizado en las obras de su hermano y en sus clasificaciones como la de Carolo-ameghi- nia mater! Entre sus trabajos de gran trascendencia debo citar especialmente Filogenia, publicado en 1884. Principios de clasificación transformista basados sobre leyes naturales y proporciones matemáticas. Esta obra completa a Darwin por el vigor de las concepciones filosóficas sobre el mundo viviente. De Córdoba fué llamado a La Plata cuando el doctor Francisco P. Moreno fundó el Museo, encargándosele la organización de las seccio- nes de paleontología y antropología, tarea que realizó con éxito, como que son las secciones más valiosas del establecimiento, después de lo cual se retiró a su casa profundamente decepcionado para dedicarse con independencia a sus estudios predilectos. Vivió entonces del producido de su librería y alternaba la tarea de vender por centavos con la de escribir páginas de luz. Así elaboró su Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, obra de gran aliento, con un atlas de dos mil grabados origi- 368 nales, premiada con medalla de oro en la Exposición Universal de París de 1889. Después no es posible seguirlo en sus trabajos, tan numerosos como profundos, como no es posible seguir en su carrera a esos astros miste- riosos que se pierden en el infinito y cuya presencia sólo adveri::mos cuando aparecen en el horizonte sensible, irradiando su luz triunfadora en medio de los mundos que pueblan el firmamento. Sólo puedo, dentro de los límites de este trabajo, señalar la más altas cumbres de su cien- cia y dejar constancia de este hecho glorioso para el país: los grandes descubrimientos paleontológicos del doctor Ameghino han dado un vuel- co completo a la paleontología, particularmente en cuanto a vertebrados superiores. Ántes de él el número de mamíferos fósiles de nuestro terri- torio llegaba apenas a medio ciento. Hoy se conocen aproximadamente 1500 especies de mamíferos fósiles procedentes de nuestro suelo. Las pocas decenas del período anterior a la obra de Ameghino fueron des- cubiertas y descriptas por naturalistas extranjeros, entre los cuales han sobresalido Owen y Darwin; el resto se debe principalmente a la labor extraordinaria de los Ameghino. En el catálogo de los mamíferos fósiles que se conocen en el mundo entero, casi la tercera parte corresponden a la República Argentina. Vuelvo, pues, a repetir: no es fácil tarea seguir al genio a través de sus obras tan múltiples como profundas. Quiero detenerme sólo un instante para considerar su estudio sobre el hombre primitivo, habitante de nuestras llanuras. Hace años que un célebre antropólogo europeo considerando los des- cubrimientos de Ameghino sobre el origen del hombre decía: «De allí nos vendrá la luz!» Efectivamente, nuestro sabio al estudiar los homun- culídeos, que tantos caracteres comunes tienen con el hombre, llegó un día a preguntarse: «¿El hombre no habrá tenido su origen en Sud Ameé- rica... quizá en nuestra pampa?» Contestan los hechos que a conti- nuación vamos a referir. En los antiquísimos yacimientos oligocenos de la formación entrerria- na del Paraná, se han recogido los primeros indicios de precursores hu- manos; después, en la formación araucana, y particularmente en los ho- rizontes de Monte Hermoso y Chapalmalán, se han encontrado, junta-. mente con huesos tallados y quemados, objetos cada vez más perfectos y abundantes en todos los horizontes sucesivos hasta la época actual. Pero el acontecimiento de mayor trascendencia fué el feliz hallazgo de unos restos fósiles en Monte Hermoso, que indicaban la presencia de un precursor del hombre, de talla a lo sumo de un metro, al que dió el nombre de Tetraprothomo argentinus y a quien considera anterior al Diprothomo platensis de la formación pampeana de Buenos Aires y éste se ha transformado en el Homo pampaeus, del cual se han recogido muchos vestigios. Con su tendencia a humanizarse van dejando huellas 369 bien marcadas en los eslabones posteriores hasta haber dado origen a la población indígena americana. E Los descendientes del Homo pampaeus pasaron a Norte América en la época del plioceno, por el istmo de Panamá, que acababa de surgir, siguiendo en su emigración a los grandes mamíferos, antes extraños a aquel suelo. Los colosos de la Pampa argentina perecieron y desapare- cieron para siempre; pero el hombre les sobrevivió y continuando su pe- regrinación se dividió en dos ramas: una siguió al norte, invadiendo el Asia, donde continuó su evolución hasta formar la raza mongólica; la otra al nordeste y pasó sobre la franja de tierra que al principio de la época cuaternaria unía el Canadá con Europa, donde se bestializaron hasta constituir el hombre de Néanderthal, que se extinguió; y otros, si- guiendo su evolución progresiva, se humanizaron cada vez más y se transformaron por lentas gradaciones en la hermosa raza caucásica. Volviendo al punto de partida de tan interesante cuestión, diremos que los hombrecitos de la Patagonia (Homunculus patagonicus) son los más. humildes precursores de la humanidad. La profecía del sabio europeo de que de aquí iría la luz, se convertía en una bella realidad en el momento mismo que la luz fué hecha: Con estos hallazgos nuestro sabio compatriota constituía las líneas filogené- ticas del hombre, con la determinación de los correspondientes períodos geológicos. Dentro de la escuela del transformismo, Ameghino difiere totalmente de Darwin a quien corrige y completa en cuanto se relaciona con el ori- gen del hombre. Estudiando la principal característica de éste — el gran desarrollo del cerebro, y por consiguiente del cráneo — establece mate- máticamente el encadenamiento progresivo de los. más lejanos antece- sores del hombre actual hacia la «humanización», así como del mismo remoto tronco hace derivar las líneas divergentes, hacia una mayor osi- ficación del cráneo y demás caracteres de un proceso evolutivo que él llama de «bestialización» y luego agrega: «De acuerdo con estas obser- vaciones y con los nuevos puntos de vista que ellos determinan, poniendo en paralelo al hombre con los simios del antiguo continente, no es el hombre que aparece como un mono perfeccionado, sino al contrario, son los monos que aparecen como hombres bestializados». Estas conclusiones dice, son evidentes sobre todo para los «antropomorfos». Tan categórica afirmación da un vuelco completo a todo lo que se sabía sobre el hom- “bre y echa por tierra, parte de la teoría darwiniana. Sólo un genio ha po- dido corregir a ctro genio. Ameghino ha dignificado a la humanidad, cual si se hubiera propuesto probar científicamente la leyenda bíblica, haciéndola surgir del seno de la creación con formas aptas y típicas para una evolución progresiva hacia un destino superior. 24 370 Y las fulguraciones. de una presentida verdad comienzan a tener la sanción de la luz plena. + ' Como digno coronamiento de su obra de sabio y de filósofo profundo, condensa sus doctrinas en su Credo, trabajo leído en la Sociedad Cien- tífica Argentina cuando esta corporación discernióle el título de socio honorario. Haré un breve resumen de esas doctrinas, extractando las principales ideas y conservando hasta su propia forma, para que se vea con claridad su pensamiento vigoroso y genial. S Concibe el Universo como constituído por un infinito tangible, la ma- teria; y tres infinitos inmateriales: espacio, tiempo y movimiento. El espacio es una realidad porque es lo único inmóvil e inmutable, sir- viendo de receptáculo a la materia, que es indestructible, porque no pue- de ser sacada de su continente. Considera el tiempo como la sucesión infinita de la nada corriendo paralelamente a las sucesivas fases de la eterna transformación de la materia; y al movimiento como algo inseparable de la misma materia. Así, .pues, fuerza, movimiento y energía son palabras distintas para designar una misma idea. Fuerza, luz, calor y electricidad se transforman unas en otras: son distintas formas del movimiento. La transformación y evolución de la materia obedece a dos movi- mientos opuestos de igual intensidad, uno concentrante o progresivo; el otro radiante o regresivo. De acuerdo con estos principios hay mundos en formación y mundos en disolución. Cuando la materia llega a su último grado de concentración, empieza el movimiento inverso de irradiación. La infinita variedad de aspectos bajo los cuales se presenta la mate- ria, como todos los fenómenos físicos y químicos, se reducen al predo- minio localizado en el tiempo y en el espacio, de cualquiera de esos dos movimientos. Lo que llamamos leyes naturales, eternas e inmutables, con excepción de las muy pocas que rigen los infinitos, no tienen nada de eterno y muy poco de inmutable; se han constituído por sí solas, buscando el equili- brio y persisten tanto cuanto duran las condiciones de movimiento que las han creado. Sostiene que no hay diferencia de substancia entre los cuerpos orgá- nicos e inorgánicos y que la generación espontánea no existe, ni se q cute. Establece que hay un coeficiente que limita la cantidad de matería que puede tomar el estado viviente. Tan luego como un ser deja de vivir se descompone y el elemento organógeno es inmediatamente acaparado por los organismos vivos que se lo asimilan. Dice que la formación de la materia viva por lo mismo que hasta ahora los químicos no han podido e ] N : e AÑ h d p e «o A IS 3711 obtenerla, es evidente que no es el resultado de una combinación simple de los elementos que la constituyen, sino de una larga serie de síntesis sucesivas, que espontáneamente ya no pueden efectuarse en la natura- leza, puesto que el elemento principal e indispensable a su formación — el nitrógeno —es inmediatamente acaparado por los organismos vivos. Cuando se constituyó la naturaleza viva todos los elementos organógenos que actualmente forman parte de la materia orgánica, estaban libres y pudieron combinarse fácilmente en agrupamientos sucesivos más com- plicados, hasta llegar al basibio — la molécula viviente; los agrupamien- tos de éstas formaron los citobios y estos las móneras, los primeros se- res unicelulares, de los que derivan todos los demás organismos. Así la constitución espontánea de la materia en estado viviente es un fenómeno * que-se ha efectuado una sola vez y que no puede volver a producirse. La diversificación, complicación y perfeccionamiento de los organis- mos se efectúan por una adaptación constante al medio, el cual también constantemente evoluciona. El movimiento funcional hacia la adaptación, localizándolos en deter- minadas regiones del organismo, provoca la formación gradual de los ór- ganos destinados a desempeñar las nuevas funciones adaptativas. Estos, obedeciendo al movimiento concentrante, aparecen en las generaciones sucesivas en edad cada vez más temprana. Otro tanto sucede con los caracteres psíquicos: inteligencia, memoria, sentimientos, ideas, len- guaje, conocimientos, etc. En. este último orden los caracteres involu- crados por las generaciones antecesoras llevan el nombre de «instinto». En virtud de un proceso evolutivo progresivo, el hombre de las edades - futuras llegará al escenario de la vida con todos nuestros conocimientos actuales involucrados bajo la forma potencial. Fundado en estas grandes verdades llega a concebir el hombre de los lejanos futuros con una exis- tencia casi inmortal, con órganos más perfeccionados, con una materia pensante infinitamente superior y entonces, agrega, le será posible re- solver los grandes problemas del Universo que se nos presentan todavía en forma de lejanas nebulosas, y sólo entonces se habrá cumplido lo que dice el profético versículo de la Biblia... que el hombre sea la imagen y semejanza de Dios! He aquí, señores, con qué sencillez y con qué profundidad de concep- tos se nos presenta el sabio. Este caudal de luz bastaría para*justificar nuestra admiración y nuestro homenaje si aún no tuviera en su haber treinta y ocho años de estudios y de trabajos exteriorizados en centenares de monografías y en muchas obras fundamentales que forman la litera- tura científica más vasta de este continente y que a manera de altas cum- bres quedará marcando los grandes derroteros de la ciencia futura. Esta obra ha sido debidamente apreciada en todos los países civiliza- dos, sus trabajos han sido traducidos a todas las lenguas europeas, están en las bibliotecas de los hombres de estudio y de saber, y han enaltecido 372 en su nombre, el nombre de la Patria Argentina que surge cada día más respetable por el esfuerzo de sus hijos preclaros que dictan leyes al mundo con la ciencia política de Drago y que revelan el misterio de la naturaleza con el talento poderoso de Ameghino. | Señores: Este apóstol de la verdad y de la ciencia, el hombre virtuoso. y grande acaba de entregar sus despojos mortales a la tierra madre que los recoge en su seno como una reliquia sagrada; y su espíritu ha vuelto a las regiones de ¡a eterna luz, de donde se desprendiera cual chispa di- vina para animar su cerebro prodigioso. Pero a nosotros nos deja con el recuerdo de su vida fecunda, su obra, su obra inmensa e inmortal. E Desde hoy en adelante su nombre quedará consagrado en la concien- Ñ cia universal y será honrado en la escuela a la que el maestro dedicó las energías y los entusiasmos de su juventud; su imagen presidirá nuestras” tareas, alentará nuestros afanes por aprender y enseñar y será un ejem- plo para la juventud animada de la generosa pasión del estudio. El nombre de Ameghino queda, pues, como un símbolo de los más nobles atributos humanos: ciencia y virtud. | Pongámosnos de pie, señores, en su homenaje. ¡Gloria al maestro y al sabio! - y . , » a Z — +4 £ k pa 1 y ES - A . E e y É E ” . ; e h e > , as E 53 % ; as í : e , IE ES 3 e 12 : po ó E A . S > BIBLIOGRAFÍA COMPLETA (POR ORDEN CRONOLÓGICO ) 1. Nouveaux débris de P homme et de son industrie, mélés a des osse- ments d'animaux quaternaires, recueillis aupres de Mercedes. En el «Journal de Zoologie», volumen IV, pág. 527. París, 1875. 2. Ensayos para servir de base a un estudio de la formación pampeana. Parte en «La Aspiración» y parte inédito. Mercedes, 1875. 3. Notas sobre algunos fósiles nuevos de la formación pampeana. In 8", 8 páginas. Mercedes, 1875. 4. El hombre cuaternario en la Pampa. Memoria presentada a la So- ciedad Científica Argentina. (Nunca ha sido publicada). 5. Diario de un naturalista. (Algunos fragmentos). 6. Ensayos de un estudio de los terrenos de transporte cuaternarios de la provincia de Buenos Aires. Memoria presentada a la Sociedad Cientí- fica Argentina, en 1876. (Nunca ha sido publicada). - 7. El hombre fósil argentino. En «La Libertad» y «La Prensa», de Bue- nos Aires, el 27 de Marzo de 1877 y en «La Reforma», de Mercedes, e! 3 de Abril de aquel mismo año. 8. Noticias sobre antigiiedades indias de la Banda Oriental. In 12", de 80 páginas con 3 láminas fotografiadas. Mercedes, 1877. 9. L'Homme préhistorique dans le bassin de la Plata. En los «Comptes rendus sténographiques du Congrés International des Sciences Anthro- pologiques, tenu a Paris du 16 au 21 Aoút 1878». Páginas 341 a 350. Pa- rís, 1880. 10. The man of the pampean formation. En «The American Natura- list». Volumen XII, pág. 828. Philadelphia, 1878. 11. Catalogue spécial de la Section Anthropologique et Paléontologi- que de la République Argentine a PExposition Universelle de 1878. In 8%, de 80 páginas. París, 1878. 12. L'Homme préhistorique dans la Plata. In 8”, de 40 páginas en la «Revue d'Anthropologie», serie 2*, volúmen 2”, página 210. París, 1879. 13. Inscripciones antecolombinas encontradas en la República Ar- gentina. Con 2 láminas litografiadas. En los «Trabajos del Congreso In- ternacional de Americanistas», reunido en Bruselas en 1879. A IE A A a AAA AI AS TS e a AS PO E A o NN o A AS II Fl p IA "y S - $ 1 EST 376 14. La plus haute antiquité de Phomme en Amérique. Con una lámina litografiada. En los «Trabajos del Congreso Internacional de America- nistas de Bruselas» y en «Comptes-rendus du Congrés des Americanistes áe Bruxelles», 1880. 15. Armes et instruments de Phomme préhistorique des Pampas. In 8', de 12 páginas y 3 grandes láminas litografiadas. En la «Revue d'Anthro- pologie», volumen III, serie 2*, páginas de 1 a 12. París, 1880. 16. Los mamíferos fósiles de la América meridional. En colaboración con el doctor H. Gervais; Con doble texto, español y francés. In 8%, de 225 páginas. París y Buenos Aires, 1880. 17. La formación pampeana. Un volumen, in 8%, de 376 páginas, con dos grandes láminas litografiadas. París y Buenos Aires, 1880. (Esta obra está formada por el tiraje aparte del libro tercero de La antigiiedad del hombre en el Plata, acompañada de ún Prólogo y una dedicatoria a la So- ciedad Científica Argentina. Las dos láminas que figuran en ella son: I, la 18* de La antigiiedad, etc.; y 11, Los cortes geológicos de la 17* y de la 20*, de la misma obra. 18. Sur quelques excursions aux carriéres de Chelles (environs de Pa- ris) superposition du Moustérien au Chelléen et du Robenhausien au Moustérien. En los «Bulletins de la Société d'Anthropologie de Paris», tercera serie, volumen III, páginas 639 a 646, con dos grabados interca- lados. París, 1880. 19. Nouvelles recherches sur le gisement de Chelles. En «Bulletin de la Société d'Anthropologie de Paris», serie 3*, tomo IV, páginas 96 a 101. París, 1881. 20. Recherches sur le gisement de Chelles. En «Bulletin de la Société d'Anthropologie de Paris», serie 3*, tomo IV, páginas 192 a 206. Con tres grabados intercalados. París, 1881. | 21. Etude sur le gisement de Chelles. En «Bulletin de la Société c'Anthropologie de Paris», serie 3*, tomo IV, páginas 558 y siguientes, con grabados intercalados. París, 1881. 22. Le quaternaire de Chelles. En el «Bulletin de la Société Géologi- que de France», serie 3*, tomo IX. Con grabados intercalados. París, 1880 y 1881. 23. Taquigrafía Ameghino. Nuevo sistema de escritura. In 4”. Buenos Aires, 1880. : 24. La antigiiedad del hombre en el Plata. Dos volúmenes, in 8”, de 600 páginas cada uno, con 25 grandes láminas litografiadas y 700 figuras » representando objetos prehistóricos de diferentes épocas, encontrados en la región del Plata. París y Buenos Aires, 1880 y 1881. : 25. Catálogo explicativo de las colecciones de antropología prehistó- rica y de paleontología, de Florentino Ameghino. En el «Catálogo de la Sección de la provincia de Buenos Aires en la Exposición Continental Sud Americana. Anexo A. Páginas 35 a 42. Buenos Aires, Marzo de 1882. 377 26. La Edad de la piedra. En el «Boletín del Instituto Geográfico Ar- gentino», tomo III, páginas 189 a 204. Buenos Aires, 1882; y reproducida en Filogenia, Buenos Aires, 1884. e 27. Un recuerdo a la memoria de Darwin: El transformismo conside- rado como ciencia exacta. En el «Boletín del Instituto Geográfico Argen- tino». Tomo III, páginas 213 y siguientes. Buenos Aires, 1882. Reprodu- cido en Filogenia, Buenos Aires, 1884. 28. Etudes sur Páge géologique des ossements humains rapportés par F. Seguin de la République Argentine et déposés au Museum d'Histoire Naturelle de Paris. En «Revue d'Anthropologie». Tomo V, serie 2*. París, 1882. 29. Sobre la necesidad de borrar el género Schistopleurum y sobre la clasificación y sinonimia de los Glyptodontes en general. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba». Tomo V, páginas 1 a 34, año 1883; y tiraje aparte. 30. Sobre una colección de mamíferos fósiles del piso mesopotámico de la formación patagónica, recogidos en las barrancas del Paraná por el profesor Pedro Scalabrini. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdot:a». Tomo V, páginas 101 a 116, año 1883; y tiraje aparte, in 8”, de 18 páginas. Buenos Aires, 1883. 31. Bibliografía: «Geología argentina». En «La Patria Argentina», de Marzo 14 de 1883, Buenos Aires. 32. Sobre una nueva colección de mamiferos fósiles recogidos por el - profesor Pedro Scalabrini en las barrancas del Paraná. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba». Tomo V, páginas 257 a 306, año 1883; y tiraje aparte, in 8”, de 50 páginas. Buenos Aires, 1883. 33. Las secas y las inundaciones en la provincia de Buenos Aires. Di- sertación leída el 16 de Mayo de 1884 en el Instituto Geográfico Argen- tino. En «La Prensa» de Mayo 17; en el «Boletín del Instituto Geográ- fico Argentino», tomo V, páginas 113 a 124; en Excursiones geológicas y paleontológicas en la provincia de Buenos Aires, capítulo tercero; en el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VI, páginas 161 a 257, correspondientes a las páginas comprendidas desde la 48 hasta la 99 del tiraje aparte. Buenos Aires, 1884. 34. Excursiones geológicas y paleontológicas en la provincia de Bue- nos Aires. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Cór- doba», tomo VI, páginas 161 a 257; y tiraje aparte, in 8”, de 99 páginas, con una gran lámina y grabados intercalados. Buenos Aires, 1884. 35. Filogenia: Principios de clasificación transformista basados sobre leyes naturales y proporciones matemáticas. Un volumen, in 8”, de LvHn y 390 páginas, con grabados intercalados, cuadros, árboles genealógicos. etcétera. Buenos Aires, 1884. En curso de publicación, la 2* edición en lengua española y la primera edición en lengua francesa. 378 36. Nuevos restos de mamiferos fósiles oligocenos recogidos por el . profesor Pedro Scalabrini y pertenecientes al Museo provincial de la ciu- dad del Paraná. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VIII, páginas 3 a 207; y tiraje aparte, in 8”, de 205 pá- ginas. Buenos Aires, 1885. 37. Informe sobre el Museo Antropológico y Paleontológico de la Uni- versidad Nacional de Córdoba durante el año 1885. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VIII, páginas 347 a 360; y tiraje aparte, in 8”, de 16 páginas. Buenos Aires, 1885. 38. Oracanthus Burmeisteri: Nuevo desdentado extinguido de la Repú- blica Argentina. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VII, páginas 499 a 504; y tiraje aparte, in 8%, de 8 pá- ginas, con una lámina. Buenos Aires, 1885. z 39. Oracanthus y Coelodon: Géneros distintos de una misma familia. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VIII, páginas 394 a 398; y tiraje aparte, in 8”, de 8 páginas. Buenos A!- res, 1886. : 40. Oracanthus und Coelodon: Verschiedene Gattungen einer und der- selben familie. En «Sitzungsberichte der Koniglich-preussischen Akade- mie der Wissenschaften», tomo XXIV; y tiraje aparte, in 8”, de 4 páginas. Berlín, 1886. (Es la traducción de la obra anterior a lengua alemana). 41. Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles terciarios antiguos del Paraná. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias : de Córdoba», tomo IX, páginas 3 a 226; y tiraje aparte, in 8”, de 224 pá- ginas. Buenos Aires, 1886. 42. Las secas y las inundaciones en la provincia de Buenos Aires. (Se- gunda edición), in 12”, de 102 páginas. Buenos Aires, 1886; y tercera edición también en 12", de 99 páginas, publicada por la Liga Agraria. Bue- nos Aires, 1911. 43. Monte Hermoso. En «La Nación» de Buenos Aires, Marzo 10 de 1887; y en folleto aparte, in 8”, de 10 páginas. Buenos Aires, 1887. 44. Apuntes preliminares sobre algunos mamíferos extinguidos de Monte Hermoso. In 8%, de 20 páginas y dos láminas en fototipía. Buenos Aires, 1887. i 45. Observaciones generales sobre el orden de mamíferos extinguidos - sudamericanos liamados Toxodontes, y sinopsis de los géneros y especies hasta ahora conocidos. In folio, de 66 páginas. Buenos Aires, 1887. 46. El yacimiento de Monte Hermoso, y sus relaciones con las forma- ciones cenozoicas que lo han precedido y sucedido. Conferencia dada en la Sociedad Científica Argentina el 28 de Julio de 1887. En «La Nación» de Buenos Aires, de 5 y 6 de Agosto de 1887. 47. Enumeración sistemática de las especies de mamíferos fósiles co- leccionados por Carlos Ameghino en los terrenos eocenos de la Patagonia Austral. In 8%, de 26 páginas. Buenos Aires, 1887. 379 48. Rápidas diagnosis de algunos mamíferos fósiles nuevos de la Re- pública Argentina. In 8%”, de 17 páginas. Buenos Aires, Febrero 15 de 1888. . 49. Lista de las especies de mamiferos fósiles del mioceno superior de Monte Hermoso hasta ahora conocidos. In 8”, de 21 páginas. Buenos Ai- res, Junio de 1888. 50. El temblor del 4 de Junio de 1888: Sus antecedentes geológicos. En «La Nación», de Buenos Aires, de 14 de Junio de dicho año; y en la «Revista de la Sociedad Geográfica Argentina», tomo VI, páginas 163 a 170. Buenos Aires, 1888. 51. Trachytherus Spegazzinianus: Nuevo mamífero fósil del orden de los Toxodontes. In 12”, de 8 páginas. Buenos Aires, Marzo 23 de 1889. 52. Una rápida ojeada a la evolución filogenética de los mamíferos. Conferencia dada en el Instituto Geográfico Argentino el 27 de Mayo de 1889, en ocasión del aniversario de su fundación. En el «Boletín del Ins- tituto Geográfico Argentino», tomo X, páginas 163 a 174. Buenos Aires, 1889; y «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, páginas 17 a 28. Buenos Aires, 1891. 53. Contribución al conocimiento de los mamiferos fósiles de la Repú- blica Argentina. (Obra premiada con medalla de oro en la Exposición Universal de París de 1889). En «Actas de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo VI, 1889; y tiraje aparte, un volumen in fo- lio, de xxxI1-1028 páginas con numerosos cuadros filogenéticos y graba- -dos intercalados; y un atlas de 98 láminas conteniendo más de 2.000 fi- guras originales con sus correspondientes explicaciones. Buenos Aires, año 1889. 54. Religión, tradiciones, costumbres funerarias, etc., de los antiguos guaraníes. En: Doctor JosÉ PENNA: La cremación en América y parti- cularmente en la Argentina. Páginas 138 y siguientes. Buenos Aires, año 1889. 55. Visión y realidad: (Alegoría científica a propósito de «Filogenia»). Conferencia dada el 17 de Octubre de 1889 en el Instituto Geográfico Ar- gentino en honor del doctor Estanislao S. Zeballos. En el «Boletín del Ins- tituto Geográfico Argentino», tomo X, páginas 340 a 350. Buenos Aires, 1889. Reproducida en la revista «Francisco Ferrer». Buenos Aires, Marzo de 1912. 56. Los Plagiaulacídeos argentinos y sus relaciones zoológicas, geoló- gicas y geográficas. En el «Boletín del Instituto Geográfico Argentino», tomo XI, páginas 143 a 201; y tiraje aparte, in 8”, de 60 páginas, con 10 grabados intercalados. Buenos Aires, 1890, y en la «Revista Argentina -de Historia Natural», tomo I, 1891. 57. Les mammiferes fossiles de la République Argentine. En la «Re- vue Scientifique»” tomo XLVI, página 11. París, Julio de 1890; y en la 380 «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, páginas 60 a 63. Buenos Aires, Febrero de 1891. 58. Nouvelles explorations des gítes fossiliferes de la Patagonie Aus- trale. En la «Revue Scientifique», tomo XLVI, páginas 506 y 507. París, Octubre 18 de 1890. 59. Observaciones críticas sobre los caballos fósiles de la República Argentina. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, pági- nas 4-7 y 65 a 88; y tiraje aparte, in 8”, de 40 páginas con 18 grabados intercalados. Buenos Aires, Mayo de 1891. 60. «La cuenca del Río Primero en Córdoba», por G. BODENBENDER: Revista crítica. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, páginas 45 a 52. Buenos Aires, Mayo de 1891. : 61. Sobre algunos restos de mamíferos fósiles recogidos por el señor Manuel B. Zavaleta en la formación miocena de Tucumán y Catamarca. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, páginas 88 a 101, cón 7 grabados intercalados. Buenos Aires, Abril de 1891. 62. Revista crítica y bibliográfica: Exploración arqueológica de la pro- vincia de Catamarca: Paleontología por F. P. MORENO y A. MERCERAT. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo lI, páginas 199 a 207, con un grabado. Buenos Aires, 1891. 63. Caracteres diagnósticos de cincuenta especies nuevas de mamífe- ros fósiles argentinos. En la «Revista Argentina de Historia Natural», to- mo Í, páginas 129 a 167, con 60 grabados intercalados. Buenos Aires, Ju- nio de 1891. 64. Sobre la distribución geográfica de los Creodontes. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, páginas 214 a 219. Buenos Aires, Agosto de 1891; y en «Crónica Científica de Barcelona», tomo XIV, páginas 377 y siguientes. Barcelona, Octubre de 1891. 65. Mamíferos y aves fósiles argentinos: Especies nuevas: adiciones y correcciones. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, pá- ginas 240 a 259, con grabados intercalados. Buenos Aires, Agosto de 1891. 66. Revista crítica y bibliográfica: «Sinopsis de la familia de los Astra: potheriidae por ALCIDESs MERCERAT». En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, páginas 275 a 280. Buenos Aires, 1891. 67. Nuevos restos de mamíferos fósiles descubiertos por Carlos Ame- ghino en el eoceno inferior de la Patagonia Austral: Especies nuevas: Adiciones y correcciones. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, página 289 y siguientes; y tiraje aparte, in 8”, de 42 páginas. Bue- nos Aires, Agosto de 1891. 68. Las antiguas conexiones del continente Sudamericano y la tanhl -eocena argentina. En la «Crónica Científica de Barcelona», tomo XIV, páginas 152 y siguientes. Barcelona, Septiembre de 1891; y en la «Revis- ta Argentina de Historia Natural», tomo I, páginas 123 a 216. Buenos Aires, 1891. e MA A 8 diosa Jena A A AAA PS A A A á dl A A A e e o ES -3 4 S XK 2. -—— 381 69. Determinación de algunos jalones para la restauración de las an- tiguas conexiones del continente Sudamericano. En la «Crónica Cientí- fica de Barcelona», tomo XIV, páginas 399 y siguientes. Barcelona, Oc- tubre de 1891; y en la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l; páginas 282 a 288. Buenos Aires, 1891. .70. Revista crítica y bibliográfica: «BURMEISTER: Adiciones al examen crítico de los mamíferos fósiles tratados en el «Examen crítico de los ma- miferos y reptiles fósiles, etc., por A. BRAVARD». En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, páginas 259 a 290. Buenos Aires, 1871. 71. Observaciones críticas sobre los mamíferos eocenos de la Patago- nia Ausiral. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, pá- ginas 328 a 380, con 7 grabados intercalados. B. Aires, Octubre de 1891. 72. Observaciones sobre algunas especies de los géneros Typotherium y Entelomorphus. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, páginas 435 a 437, con un grabado. Buenos Aires, Diciembre de 1891. 73. Sobre la supuesta presencia de Creodontes en el mioceno superior de Monte Hermoso. En la «Revista Argentina de Historia Natural», to- mo l, página 437. Buenos Aires, Diciembre de 1891. 74. Los monos fósiles del eoceno de la República Argentina. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo l, páginas 383 a 397, con 18 grabados intercalados. Buenos Aires, Diciembre de 1891. : 75. Enumeración de las aves fósiles de la República Argentina. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, páginas 441 a 453. Bue- nos Aires, Diciembre de 1891. 76. Sobre algunas especies de perros fósiles de la República Argenti- na. En la «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, páginas 438 a 441, con dos grabados intercalados. Buenos Aires, Diciembre de 1891. 77. Revista Argentina de Historia Natural. (Con la colatoración de ¡os doctores Eduardo L. Holmterg, Estanislao S. Zeballos, G. Bodenben- der, Federico Kurtz, Carlos Spegazzini, Félix Lynch Arribálzaga, etc.), tomo I, un volumen de 456 páginas, in 8”, con cien grabados intercalados. Buenos Aires, 1891. 718. Mamíferos fósiles argentinos: Especies nuevas: Adiciones y co- rrecciones. En la «Crónica Científica de Barcelona», tomo XIV, páginas 340 a 348 y 380 a 383. Barcelona, 1891. (Esta publicación es el mismo trabajo del número 65, despojado de la parte que trata de las aves). 79. Bibliografía: «La distribución geográfica de los moluscos de agua dulce.» «H. von IHERING, Die Geographische Verbreitung der Flussmus- cheln». En «Revista Argentina de Historia Natural», tomo I, páginas 270 a 273. Buenos Aires, 1891. 80. Répliques aux critiques du docteur Burmeister sur quelques genres de mammiferes fossiles de la République Argentine. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo XII, páginas 437 a 469; y tiraje aparte, in 8”, de 35 páginas. Buenos Aires, 1892. 382 81. Les mammiferes fossiles de la Patagonie Australe. En la «Revue Scientifique», tomo LI, páginas 13 a 17. París, Enero 7 de 1893. 82. L'évolution des molaires et des prémolaires chez les primates. (Carta al doctor Topinard). En «L'Anthropologie», tomo IV, páginas 382. París, 1893. 83. Nouvelles découvertes dans la Patagonie Australe. En la «Revue Scientifique», tomo LI, página 731. París, Junio 10 de 1893. 84. New discoveries of Fossil Mammalia of Southern Patagonia. En al «American Naturalist», tomo XXVII, página 445 y siguientes. Philadek phia, 1893. 85. Les prémiers mammiferes. Relations entre les mammiferes dipros todontes éocenes de P'Amérique du Nord et ceux de la République Argen- tine. Con grabados intercalados y una nota-prefacio del doctor Trouessart. En la «Revue Générale des Sciences pures et appliquées», año IV, núme- zo 3, página 77. París, 1893. 86. Apuntes preliminares sobre el género Theossodon. Con un grabado. En la «Revista del Jardín Zoológico de Buenos Aires», tomo I, páginas - 20 a 29. Buenos Aires, 1893. 87. Sobre la presencia de vertebrados de aspecto mesozoico en la for- E mación Santacruceña de la Patagonia Austral. En la «Revista del Jardín Zoológico de Buenos Aires», tomo I, páginas 75 a 84; y tiraje aparte, de. 9 páginas. Buenos Aires, Marzo de 1893. 88. Enumération synoptique des especes de mammiferes fossiles Pe a formations éocenes de Patagonie. En el «Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba», tomo XIII; y tiraje aparte, in 8”, de 196 páginas a y 66 grabados intercalados. Buenos Aires, Febrero de 1894. 89. Sur les ongulés fossiles de PArgentine: Examen critique de Pou- vrage de MR. R. LYDEKKER: « ¿ a () De la nota. DONDE DICE: carolina circonstancias locarinos todopoderosos 1891 1871 Eenro pulchense propósito LÉASE: coralina circunstancias loricarinos todo poderoso Julio 11 de 1889 1891 Enero puelchense propósitos e SHA pe | copón | Da As ÍNDICE : Páginas Decreto del Superior Gobierno de la Provincia, por el cual se ordena la publicación de las obras completas y de la Correspondencia Cien- tífica del doctor Florentino Ameghino .........ooooooococcccnocccnccnnononoso 5 PIDA AT SAA PEREZA e ES NAPA AO Títulos que tuvo y cargos que desempeñó el doctor Florentino Ameghino 91 A AA E A AA PEE 97 El duelo público. Artículos y sueltos publicados por la prensa de Bue- TA E PARA ARA IA NA 171 Sepelio de los despojos mortales del sabio ..................oooooooccococcrooo 237 E o RS RE ANDES AAA NS EA ARA APN ES 257 Actos de pésame de instituciones universitarias y científicas............... 287 A edo UA yodo do NOA 303 A Ra ele A DRA RA PO e ie OM 337 Bibliografía completa por orden Cronológico .......oo.ooooocccccccanonccrcnnos 373 e E . Ñ EA de en pa a IR Jai z E y dh y . EZ O de EP va ROS a ell. de : e E F , y ak z t a e IN ER UE e, > da A par . pN A ; p y "ac Y : Es se ; a er TR ALO AA a E G y " a - s : > , a a A a : e * ql E : » E A 8 a re e zS os y . e E Se ER F e A di E 1 e % Ñ * ”. pl ed ho ps 3 . , z > a y . % A . Y, . ñ z ? 1 : » s 2 > E A sl - Y ; A Ex y U > ? y e ES ss ; : ; el « a A $ o y AS 3 2) A * A E . , h - a 7 ; A AN y + As +9 z SR e , » E Pa EL VOLUMEN 20 CONTENDRÁ: Laine.» Nouveaux débris de homme et de son industrie mélés á des osse- ments d' animaux quaternaires recueillis aupres de Mercedes (Ré- publique Argentine). AA Ensayos para servir de base a un estudio de la formación pampeana. o e Notas sobre algunos fósiles nuevos de la formación pampeana. o a El hombre Cuaternario en la Pampa. MESS Diario de un naturalista. (Algunos fragmentos). pS Ensayo de un estudio de los terrenos de transporte cuaternarios de la Provincia de Buenos Aires. | Y A El hombre fósil argentino. MES: Noticias sobre antigiiedades indias de la Banda Oriental. ¡2 CA L'homme préhistorique dans le bassin de la Plata. GDA The man of the Pampean formation. Mis Exposition Universelle de 1878. Groupe second. Classe huitiéme. Catalogue spécial de la Section Anthropologique et Paléontolo- gique de la République Argentine. 2 A L' homme préhistorique dans la Plata. JEERS. + Inscripciones antecolombinas encontradas en la República Argentina. > 4 1 dE La plus haute antiquité de l'homme en Amérique. z, Y EA Armes et instruments de l'homme préhistorique des Pampas. AVE Les mammiferes fossiles de 1 Amérique du Sud. (En colaboración con el DR. H. GERVAIS). XVII .... (Suprimido). XVIII ... Sur quelques excursions aux carriéres de Chelles. Superposition du Moustérien au Chélleen et du Robenhausien au Moustérien. XIX ..... Nouvelles recherches sur le gisement de Chelles. +5 AA Recherches sur le gisement de Chelles. AL Étude sur le gisement de Chelles. XXII.... Le quaternaire de Chelles. XXIII ... Taquigrafía Ameghino: nuevo sistema de escritura, único que permite seguir la palabra del orador más rápido. (Las monografías numeradas I, IX, X, XI, XII, XIV, XV, XVI, XVII, XIX, XX, XXI y XXII tienen texto francés o inglés y castellano). e 7 TT EN er ¿eN ke % NS dd, AS ROLES di a O Y > 7 y CN Po h ao os a Ameghino, Florentino 3 Obras completas —A5k : PLEASE DO NOT REMOVE CARDS OR SLIPS FROM THIS POCKET UNIVERSITY OF TORONTO LIBRARY , s rai rin ri Pl o E AIDA Las PANA A +» so A A pro he z E wn par ada El RAS EROS pia > . y. e GUIA sl ” AA s Piera < 0. a A dt de 50 " % La Xi » - mm ¡eta Pd ja ro A a PA RN dd